Créditos

    Título: Clásicos de Ciencia Ficción - núm. 3

    • ¡En espera hacia Marte!

    (Versión gratuita en español. Prohibida su venta.)

    Traducción y Edición: Artifacs, junio 2021.

    Diseño de Portada: Artifacs, imágenes tomadas de Max Pixel bajo licencia CC0.

    Ebook publicado en Artifacs Libros

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    Obra Original de Carey Rockwell con Copyright en el Dominio Público.

    Stand by for Mars! (Grosset & Dunlap Publishers New York, ©1952. Rockhill Radio)

    Texto en inglés publicado en Proyecto Gutenberg el 11 de octubre de 2006.

    Texto en inglés revisado y producido por Greg Weeks, Stephen Blundell y el Online Distributed Proofreading Team.

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Licencia Creative Commons

    Clásicos de Ciencia Ficción - núm. 3 se publica bajo Licencia CC-BY-NC-SA 4.0 https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/legalcode.es

    Si quieres hacer una obra derivada, por favor, incluye el texto de la sección de Créditos de este eBook.

Licencia CC-BY-NC-SA

    

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Sobre la serie Cadete Espacial

    Tom Corbett es el personaje principal de la serie de historias "Cadete Espacial" (Space Cadet) que se presentaron en radio, televisión, libros, tiras ilustradas y comics en la década de 1950.

    Las historias siguen las aventuras de los cadetes Corbett, Astro y Roger Manning (más tarde llamado TJ Thistle) mientras entrenan para convertirse en miembros de la Guardia Solar. La acción tiene lugar en las aulas de la Academia y en sus dependencias, así como a bordo de la nave de entrenamiento (el crucero espacial Polaris) y en mundos alienígenas, tanto dentro del sistema solar como orbitando otras estrellas cercanas.

    Curiosamente, la serie comenzó en 1949 como una radionovela y luego como una serie de televisión y cómic antes de pasar por fin al formato libro. La serie de libros comenzó como un enlace al personaje con tramas que se hacían eco de los guiones de radio, más que de los de la televisión o los cómics.

    El asesoramiento técnico para las novelas fue proporcionado por Willy Ley, uno de los principales expertos en cohetes a reacción de la década de 1950, y también escritor de ciencia ficción, conocido tanto como ser una voz clave que instaba el desarrollo de la exploración espacial en los EE. UU. como autor de innumerables artículos de revistas y libros, incluidas contribuciones en otras series.

    Grosset & Dunlap publicó su octavo título en 1955/56, marcando el final efectivo de la serie en radio, televisión y los libros.

Novelas traducidas al castellano

    Novelas traducidas entre junio y agosto de 2021.

    • Clásicos de Ciencia Ficción #3 ¡En espera hacia Marte! (Stand By For Mars!, 1952)

    • Clásicos de Ciencia Ficción #4 Peligro en el espacio profundo (Danger in Deep Space, 1953)

    • Clásicos de Ciencia Ficción #5 Tras el rastro de los piratas espaciales (On the Trail of the Space Pirates, 1953)

    • Clásicos de Ciencia Ficción #6 Los pioneros espaciales (The Space Pioneers, 1953)

    • Clásicos de Ciencia Ficción #7 La revuelta en Venus (The Revolt on Venus, 1954)

    • Clásicos de Ciencia Ficción #8 Traición en el espacio exterior (Treachery in Outer Space, 1954)

    • Clásicos de Ciencia Ficción #9 Sabotaje en el espacio (Sabotage in Space, 1955)

    • Clásicos de Ciencia Ficción #10 El Reactor Robot (The Robot Rocket, 1956)

Sobre el autor

    Carey Rockwell es el seudónimo bajo el cual la editorial Grosset & Dunlap Publishers New York publicó las novelas de la serie del Cadete Espacial, con Willy Ley como asesor técnico.

    Se desconoce el verdadero nombre del escritor original de estas novelas y, de hecho, se cree que los textos no fueron escritos por una única persona. Es problable que las historias fueran inventadas por un grupo de escritores contratados por palabras o que ya colaboraban con la editorial en otros proyectos, esporádicos o no.

    Ahora bien, también es muy posible que las novelas de Tom Corbett fueran todas escritas por el propio Joseph Lawrence Greene (1914-1990), autor estadounidense de novelas y cuentos de ciencia ficción entre cuyas creaciones más familiares se encuentra Tom Corbett, Space Cadet. Siendo un escritor prolífico, también contribuyó con numerosas historias a los cómics y fue editor para la editorial Grosset & Dunlap mientras escribía bajo varios seudónimos que incluían, supuestamente, el seudónimo de la casa "Alvin Schwartz" y también "Richard Mark", y usando diversas variaciones de su propio nombre ("Joseph Lawrence", "Joe Green", "Joseph Verdy", "Larry Verdi", "Lawrence Vert"), que ejemplifica tales juegos de palabras en idiomas extranjeros para "Green" como "Verdy", "Verdi" y "Vert".

    La autoría de la serie no está muy bien documentada, pero las sugerencias incluyen al propio Greene, editor de la serie, también como escritor. Otra posibilidad nombra al autor de The Cincinnati Kid, Richard Jessup, como candidato a la autoría de las novelas de Corbett.

¡En espera hacia Marte!

por

Carey Rockwell

Capítulo 1

    "¡Firmes, limpiarreactores!"

    Un áspero rugido de garganta de toro resonó por el andén de la estación del monorraíl de la Academia Espacial, y la animada charla y las risas de más de un centenar de chicos se detuvieron en el acto. Según salían de los relucientes vagones del monorraíl, los chicos se congelaban en rápida posición de firmes. Todos giraban los ojos hacia la rampa de salida principal.

    Veían allí arriba a un hombre bajo, ancho y corpulento con el uniforme escarlata de la Guardia Solar. El hombre los miraba desde arriba con los puños apretados en las caderas y los pies muy separados. Así quedó en silencio un momento, recorriendo con vista aguda los silenciosos grupos, antes de bajar lentamente la rampa hacia ellos con un paso extrañamente ligero, con la zancada de un gato.

    "¡Formad! ¡Columna de cuatro!"

    El eco de la voz de trueno no había muerto cuando los grupos dispersos de chicos ya se habían formado en cuatro toscas filas a lo largo del andén.

    La figura de uniforme escarlata estaba ante ellos. Ese rostro arrugado y curtido por la intemperie mostraba severas arrugas, pero se percibía el destello de una carcajada en esos ojos mientras el hombre anotaba las grotescas —y a veces tortuosas— posturas de algunos de los chicos, firmes en lo que ellos consideraban una pose militar.

    Todos los años, durante los últimos diez años, se había él reunido con los trenes en la estación del monorraíl. Cada año había visto chicos al final de la adolescencia y congregados desde la Tierra, Marte y Venus. Tres planetas separados por millones de kilómetros. Iban vestidos con diferentes estilos de ropa: las túnicas holgadas y sueltas de los muchachos de los desiertos marcianos, las bermudas hasta la rodilla y las altas calcetas de los muchachos de las selvas venusinas, las multicolores combinaciones de chaqueta y pantalón de los chicos de las magníficas ciudades terrestres. Pero todos tenían una cosa en común: un sueño. Todos tenían visiones de convertirse en Cadetes Espaciales y, más tarde, en oficiales de la Guardia Solar. Cada uno soñaba con el día en que tuvieran el mando de las naves que patrullaban las rutas espaciales desde los confines exteriores de Plutón hasta la zona crepuscular de Mercurio. Todos eran iguales.

    "¡Muy bien! ¡Ahora vamos a poner orden!" Su voz era un poco más amigable ahora. "Mi nombre es McKenny, Mike McKenny. Oficial de Seguridad, Guardia Solar. ¿Veis estas marcas?"

    Extendió de pronto un grueso brazo que abultaba la ajustada manga roja. Las filas de chicos podían ver, desde la muñeca hasta el codo, una sólida corrugación de rayas blancas en forma de V.

    "Cada una de estas marcas representa cuatro años en el espacio," continuó él. "¡Hay diez marcas aquí, y mi intención es que haya doce! ¡Y ningún grupo de lombrices de tierra va a impedirme la oportunidad de conseguir esas dos últimas haciéndome quedar como un simio espacial!"

    McKenny empezó a pasear a lo largo de la fila de chicos con esa extraña zancada felina. Los miraba por turnos y directamente a los ojos.

    "Solo para que conste bien claro en el registro, yo soy vuestro supervisor de cadetes. Estáis bajo mi ala hasta que renunciéis y volváis a casa, o hasta que por fin despeguéis y os convirtáis en astronautas. Si os golpeáis la puntita del pie, acudid a mí. Si os hacéis un corte en el dedito, acudid a mí. Si echáis de menos el hogar, acudid a mí. Y si os metéis en líos," hizo una pausa de efecto, "¡No os molestéis porque ya os estaré buscando yo con un puño lleno de sanciones por mala conducta!"

    McKenny continuaba con su lenta inspección de las filas, pero se detuvo en seco de pronto. En el otro extremo de la fila, un chico alto y de complexión robusta, de unos dieciocho años, con cabello castaño rizado y un rostro agradable y abierto, se estaba moviendo incómodamente. El chico tenía las manos hacia su bota derecha y la sostenía mientras metía el pie en ella. McKenny se acercó a él rápidamente y se plantó firmemente frente al chico.

    "¡Cuando yo digo firmes, quiero verte en firmes!" rugió él.

    El chico se incorporó como el rayo y se puso en firmes: "Yo... lo siento, señor," balbuceó el chico. "Pero se me estaba saliendo la bota y no..."

    "¡Una orden es una orden aunque se te estén cayendo los pantalones!"

    El chico tragó saliva y se sonrojó cuando una oleada de risitas nerviosas recorrió las filas. McKenny giró en redondo, fulminando con la mirada. Se hizo un silencio inmediato.

    "¿Cuál es tu nombre?" Se volvió hacia el chico.

    "Corbett, señor. Candidato a Cadete Tom Corbett," respondió el muchacho.

    "¿Quieres ser astronauta, o no?" preguntó Mike avanzando su mandíbula otro centímetro.

    "¡Sí, señor!"

    "Has estado estudiando largas y duras horas en la escuela primaria, ¿eh? Le pediste a papá y a mamá, hasta dejarlos sordos, que te dejaran venir a la Academia Espacial para ser astronauta, ¿eh? Quieres sentir en la espalda el empuje de esos reactores llevándote a las estrellas, ¿eh? ¿Eh?"

    "Sí, señor," respondió Tom, preguntándose cómo podía este hombre, al que ni siquiera conocía, saber tanto sobre él.

    "¡Bueno, pues ya puedes olvidarte de conseguirlo si te descubro otra vez desobedeciendo órdenes!"

    McKenny se volvió rápidamente para ver qué efecto había creado él en los demás. Las filas de desconcertados rostros lo convencieron de que su viejo truco de usar a uno de los cadetes como ejemplo había tenido éxito. Se giró de nuevo hacia Corbett.

    "La única razón por la que no te empapelo ahora mismo es porque aún no eres un Cadete Espacial. ¡Y no lo serás hasta que hayas hecho el juramento de la Academia!"

    "¡Sí, señor!"

    McKenny caminó por la filas y cruzó el andén hasta una cabina de teleceptor abierta. Las filas estaban silenciosas e inmóviles, y mientras se hacía la llamada, McKenny sonreía. Finalmente, cuando la tensión pareció insoportable, rugió: "¡A discreción!" y cerró la puerta de la cabina.

    Las filas se mezclaron de inmediato y los muchachos empezaron a parlotear en grupos en voz baja y, de vez en cuando, miraban a Corbett por encima del hombro como si el chico hubiera sido contagiado de repente por una horrible plaga.

    Reflexionando sobre la aparente mala suerte que había llamado la atención de McKenny en el momento equivocado, Tom se sentó en su maleta para ajustarse la bota. Negó con la cabeza lentamente. Había oído que la Academia Espacial era dura, más dura que cualquier otra escuela del mundo, pero no esperaba que la severa disciplina comenzara tan pronto.

    "Este podría ser el principio del fin," dijo una voz perezosa detrás de Tom, "para algunos de los cadetes más entusiastas." Alguien se rió.

    Tom se volvió y vio a un chico de su misma edad, peso y estatura, con el pelo rubio muy corto que se erizaba como un cepillo por toda la cabeza. Estaba apoyado en un pilar con el equipaje amontonado a los pies. Tom lo reconoció de inmediato como Roger Manning, y sus agradables rasgos se torcieron en un ceño fruncido.

    «Lo que yo esperaría de tal personaje,» pensó Tom, «después del truco que le hizo a Astro, ese grandullón de Venus.»

    Los pensamientos de Tom eran sobre la noche anterior, cuando los trasbordos de conexión de toda la Alianza Solar habían depositado a los chicos en la Estación Central de Átomo City, donde debían abordar el monorraíl expreso para el último tramo hasta a la Academia Espacial.

    Manning, según recordaba Tom, se había aprovechado del enorme venusiano engañándolo para que le llevara el equipaje, razonando que dado que la gravedad de Venus era considerablemente menor que la de la Tierra, Astro necesitaba el peso extra para mantener el equilibrio. Ese había sido un truco barato, pero nadie había querido desafiar la afilada lengua de Manning y acudir al rescate de Astro. Tom había querido, pero se había contenido al ver que a Astro no le había importado hacerlo.

    Terminando su conversación por el teleceptor, McKenny salió de la cabina y volvió a encarar a los chicos.

    "Atención," bramó. "¡En la Academia están preparados para recibiros! ¡Recoged vuestro equipo y seguidme!" Con un paso ligero y rápido, saltó sobre la cinta deslizadora en el borde del andén y comenzó a alejarse.

    "¡Ey, Astro!" Roger Manning detuvo al inmenso muchacho que estaba a punto de subir a la cinta. "¿Vas a llevar mis maletas o no?"

    El venusiano, una cabeza más alto, vaciló y miró con recelo las cuatro maletas a los pies de Roger.

    "Venga, tío," instó Roger en un tono que imitaba buenas intenciones. "La gravedad por aquí es la misma que en Átomo City. Es la misma en toda la faz de la Tierra. No me gustaría que salieras volando." Rió disimuladamente y miró a su alrededor, guiñando un ojo ampliamente.

    Astro seguía dudando, "No sé, Manning. Yo... ehh..."

    "¡Por los anillos de Saturno! ¿Qué está pasando aquí?" Desde el exterior del círculo de chicos que se había reunido, McKenny entró rugiendo de repente, abriéndose paso a empujones hacia el centro del grupo para encarar a Roger y a Astro.

    "Tengo un esguince de muñeca, señor," comenzó Roger en voz baja. "Y este candidato a cadete," señaló casualmente a Astro. "se había ofrecido a llevarme el equipaje. Ahora se niega."

    Mike miró a Astro. "¿Estuviste de acuerdo en llevar el equipaje de este hombre?"

    "Bueno, yo... ehh," balbuceó Astro.

    "¿Y bien? ¿Lo hiciste o no?"

    "Supongo que más o menos, sí, señor," respondió Astro con el rostro enrojeciendo lentamente.

    "No abogo por que nadie que haga el trabajo de otro, pero si un oficial de la Guardia Solar, un Cadete Espacial o un Candidato a Cadete da su palabra de que va a hacer algo, ¡lo hará!" McKenny agitaba un dedo en la cara de Astro, extendiendo el brazo hacia arriba para hacerlo. "¿Está eso claro?"

    "Sí, señor," fue la avergonzada respuesta.

    McKenny se volvió hacia Manning, quien estaba oyendo con una leve sonrisa actuando en sus labios.

    "¿Cuál es su nombre, caballero?"

    "Manning. Roger Manning," respondió tranquilamente.

    "Así que tienes esguince de muñeca, ¿eh?" preguntó Mike burlonamente mientras barrria de arriba a abajo con la vista la chillona ropa de colores.

    "Sí, señor."

    "No puedes cargar tu propio equipaje, ¿eh?"

    "No," respondió Roger de manera uniforme. "Podría llevarlo, pero pensé que el candidato de Venus podría echarme una mano, eso es todo. No tenía intención de que él quedara en evidencia por un simple gesto de camaradería." Miró por detrás de McKenny hacia los otros chicos y añadió suavemente: "Y la camaradería es el espíritu de la Academia Espacial, ¿no es así, señor?"

    Con la cara carmesí de pronto, McKenny farfulló algo buscando una respuesta rápida, luego se apartó girando abruptamente hacia el grupo.

    "¿Qué hacéis aquí todos parados?" rugió. "¡Poned vuestro equipo y a vosotros mismos encima de esa cinta! ¡Diantres!" Se volvió una vez más hacia la cinta deslizadora. Manning sonrió a Astro y saltó ágilmente a la cinta rodante detrás de McKenny, dejando su equipaje en un montón frente a Astro.

    "Y ten cuidado con el maletín, Astro," gritó mientras se alejaba.

    "Vamos, Astro," dijo Tom. "Te echaré una mano."

    "No importa," respondió Astro con gravedad. "Puedo llevarlo yo."

    "No, déjame ayudarte." Tom se inclinó y se enderezó de repente. "Por cierto, no nos hemos presentado. Me llamo Corbett, Tom Corbett. Extendió la mano." Astro vaciló, evaluando al chico de cabello rizado frente a él que le estaba sonriendo y ofreciendo amistad. Finalmente, extendió su propia mano y le devolvió la sonrisa a Tom.

    "Astro, pero eso ya lo sabe todo el mundo."

    "Menuda jugada te ha hecho Manning."

    "Ah, no me importa llevarle las maletas. Es que quería decirle que va a tener que volver a enviar todo esto a casa. En la Academia no permiten que un candidato se quede con mucho más que un cepillo de dientes."

    "Supongo que lo descubrirá por las malas."

    Con el equipaje de Manning y el de ellos, por fin subieron a la cinta deslizante y comenzaron el viaje sin mayores problemas desde la estación del monorraíl hasta la Academia. Habiendo sentido ambos la afilada lengua de Manning, y habiendo recibido ambos una bronca del Oficial de Seguridad McKenny, parecían estar unidos por un vínculo de problemas, así que decidieron seguir juntos para consuelo mutuo.

    Mientras la cinta los llevaba en silencio a través de los pocos edificios restantes y las cabinas de cambio de crédito que se ubicaban alrededor de la estación del monorraíl, Tom pensó en su nueva vida.

    Desde que el explorador espacial Jon Builker —que había regresado del primer vuelo exitoso a una galaxia distante— había pasado por su ciudad natal cerca de Nueva Chicago doce años atrás, Tom había querido ser astronauta. Tras la escuela secundaria y la Escuela Espacial Primaria de Nueva Chicago, donde había realizado su primer vuelo sobre la atmósfera de la Tierra, Tom había esperado el día en que aprobara sus exámenes de ingreso y fuese aceptado como Candidato a Cadete en la Academia Espacial.

    Sin razón alguna se le hizo ahora un nudo en la garganta cuando la cinta deslizante dobló una curva y él vio por primera vez la resplandeciente magnificencia blanca de la Torre de Galileo. La reconoció de inmediato por los cientos de libros que había leído sobre la Academia, y quedó contemplándola sin palabras.

    "Bonita, ¿eh?" preguntó Astro con su voz extrañamente ronca.

    "Sí," respiró Tom en respuesta. "Seguro." Lo único que podía mirar era la reluciente torre que tenía delante. "Es todo lo que siempre quise hacer," dijo Tom por fin. "Simplemente salir ahí fuera y… ¡ser libre!"

    "Sé lo que quieres decir. Es la sensación más grande del mundo."

    "Lo dces como si ya hubieras estado allí arriba."

    Astro sonrió: "Sip. Fui marinero espacial alistado. Cargaba reactores en una vieja corbeta en Luna City. Ruta del Venuspuerto."

    "Vaya, ¿y qué estás haciendo aquí?" Tom estaba asombrado e impresionado.

    "Simple. Quiero ser oficial. Quiero entrar en la Guardia Solar y operar el impulsor de energía en uno de esos cruceros."

    Los ojos de Tom brillaron con renovada admiración por su nuevo amigo. "Yo he estado fuera cuatro o cinco veces, pero solo en lanchas a reacción de ochocientos kilómetros de altura. No se puede comparar a un salto hasta Luna City o Venuspuerto."

    Ahora la cinta los había llevado más allá de la base de la Torre de Galileo hasta un gran edificio frente al cuadrilátero de la Academia, y el hechizo se rompió con el rugido de la garganta de toro de McKenny.

    "¡Bajad, panda de renacuajos!"

    Cuando los muchachos saltaron de la cinta deslizadora, un cadete vestido con el vívido azul que Tom reconoció como el uniforme oficial del Cuerpo de Cadetes Veteranos, se acercó a McKenny y le habló en voz baja. El Oficial de Seguridad se volvió hacia el grupo en espera y dio rápidas órdenes.

    "Por parejas, seguid al cadete Herbert adentro y él os asignará vuestras habitaciones. Duchaos, afeitaos si hace falta y si podéis encontrar algo para hacerlo, y vestíos con el uniforme que se os va a proporcionar. Estad preparados para hacer el juramento de la Academia a las," hizo una pausa y miró al cadete veterano, quien levantó tres dedos, "a las quince cero cero. Eso significa las tres. ¿Todo claro? ¡Pues moveos!"

    Justo cuando los chicos comenzaron a moverse, hubo un súbito rugido en la distancia. El ruido se expandió y avanzó por las colinas que rodeaban la Academia Espacial. Tronó sobre el patio cubierto de hierba, vibrando en ondas de sonido, una encima de otra, hasta que el aire tembló bajo el impacto.

    Boquiabiertos y ojipláticos, los candidatos a cadete se quedaron inmóviles y contemplaron cómo, en la distancia, una larga y delgada nave con forma de aguja parecía balancearse delicadamente encima de una columna en llamas, y luego dispararse de repente hacia el cielo y desaparecer.

    "¡No os quedéis pasmados!" Retumbó la voz de McKenny por encima del trueno. "Ya volaréis uno de esos petardos algún día. ¡Pero ahora mismo sois Lombrices de Tierra, la más baja forma de vida animal en la Academia!"

    Cuando los chicos volvieron a ponerse firmes, Tom pensó haber visto una leve sonrisa en el rostro del cadete Herbert, que estaba a un lado esperando a que McKenny terminara su diatriba. De pronto, el oficial enderezó la espalda, giró bruscamente y atravesó las amplias puertas del edificio. Le siguió rápidamente la doble fila de chicos.

    "¿Viste eso, Astro?" preguntó Tom emocionado. "¡Era una nave Patrulla de la Guardia Solar!"

    "Sí, lo sé," respondió Astro. El gran candidato de Venus se rascó la barbilla y miró a Tom con timidez. "Dime, Tom, ah, ya que nos conocemos, ¿qué tal si intentamos conseguir la misma habitación?"

    "Por mí bien, Astro, si podemos," dijo Tom sonriendo a su amigo.

    La fila avanzó entre empujones hacia el cadete Herbert, que ahora estaba esperando al pie de las escaleras automáticas, un cinturón de malla que ascendía en espiral en estrecho tramo hasta los pisos superiores del edificio. Hablando a un audioescriba, una máquina que convertía las palabras habladas en mecanografiadas, repitió los nombres de los candidatos según iban pasando.

    "Candidato a Cadete Tom Corbett," anunció Tom, y Herbert lo repitió al audioescriba.

    "Candidato a Cadete Astro!" El gran venusiano dio un paso adelante.

    "¿Y el resto, caballero?" preguntó Herbert.

    "Eso es todo. Solo Astro."

    "¿No hay apellido?"

    "No, señor," respondió Astro. "Verá..."

    "No se le dice «señor» a un cadete veterano, caballero. ¡Y no nos interesa saber por qué no tiene apellido!" espetó Herbert.

    "Sí, señor, digo... caballero." Astro se sonrojó y se unió a Tom.

    "Candidato a Cadete Philip Morgan," anunció el siguiente chico.

    Herbert repitió el nombre en la máquina y luego anunció: "Cadetes Tom Corbett, Astro y Philip Morgan asignados a la Sección 42-D."

    Volviéndose hacia los tres chicos, señaló la espiral de escaleras automáticas, "Planta cuarenta y dos. Encontraréis la Sección D en el ala de estribor."

    Astro y Tom comenzaron de inmediato a apilar el equipaje de Manning a un lado de las escaleras deslizantes.

    "¡Llévense su equipaje con ustedes, caballeros!" espetó Herbert.

    "Esto no es nuestro," respondió Tom.

    "¿No es suyo?" Herbert evaluó el montón de maletas y se volvió hacia Tom. "¿De quién es entonces?"

    "Pertenece al Candidato a Cadete Roger Manning," respondió Tom.

    "¿Qué estás haciendo tú con esto?"

    "Se lo llevábamos nosotros."

    "¿Tenemos un candidato en el grupo que considera necesario proporcionarse un servicio de botones?" Herbert se movió a lo largo de la línea de chicos. "¿Quiere dar un paso al frente el Candidato a Cadete Roger Manning?"

    Roger se coló entre un grupo de chicos para poder ver la fría mirada del cadete veterno.

    "Aquí, Roger Manning," se presentó Roger tranquilamente.

    "¿Es ese tu equipaje?" Herbert señaló con el pulgar por encima del hombro.

    "Sí." Roger sonrió con confianza, pero Herbert se limitó a mirar con frialdad.

    "Tienes una actitud peculiar para ser un candidato, Manning."

    "¿Hay una actitud prescrita, cadete Herbert?" preguntó Roger ampliando la sonrisa. "Si la hay, estaré encantado de adaptarme a ella."

    El rostro de Herbert se contrajo casi imperceptiblemente. Luego asintió, hizo una anotación en una libreta y regresó a su puesto a la cabeza de la enorme fila de chicos. "A partir de ahora, candidato Manning, usted será responsable de sus propias pertenencias."

    Tom, Astro y Philip Morgan subieron a la escalera móvil y comenzaron su ascenso en espiral hasta la planta cuarenta y dos.

    "Vi lo que ocurrió en la estación del monorraíl," susurró el tercer miembro de la Sección 42-D apoyado en la barandilla de la cinta móvil. "Por los cráteres de la Luna que ese paisano de Manning sabe pilotar la lengua."

    "Eso lo descubrimos nosotros mismos," gruñó Astro.

    "Ey, ya que estamos todos juntos, vamos a conocernos. Mi nombre es Phil Morgan, vengo de Georgia. ¿De dónde sois vosotros?"

    "Nueva Chicago," respondió Tom. "Me llamo Tom Corbett. Y él es Astro."

    "Hola." Astro extendió una gran zarpa y sonrió con su amplia sonrisa. "Supongo que ya lo sabes. Astro es todo el nombre que tengo."

    "¿Cómo?" preguntó el sureño.

    "Soy de Venus y es costumbre allí desde hace mucho tiempo dar solo un nombre, desde que Venus fue colonizado."

    "Graciosa costumbre," dijo Phil.

    Astro comenzó a decir algo, pero se detuvo, apretando los labios. Tom pudo ver que su rostro se volvía rosado lentamente. Phil también lo vio y se apresuró a agregar: "Oh, no he querido decir nada con eso. Yo... ah..." se interrumpió avergonzado.

    "Olvídalo, Phil." Astro volvió a sonreír.

    "Vale," intervino Tom. "¡Mirad eso!"

    Todos se volvieron para mirar la planta por la que pasaban. Cerca del borde de la plataforma a la salida de la cuarta planta había un panel de roble inscrito con letras plateadas en relieve. Mientras se acercaban al nivel de la placa, vislumbraron a alguien detrás de ellos. Se giraron para ver a Manning, con la pila de maletas frente a él, leyendo en voz alta.

    ..". a los valientes hombres que sacrificaron sus vidas en la conquista del espacio está dedicado este Salón de la Galaxia..."

    "Vale, este debe de ser el museo," dijo Tom. "Aquí es donde tienen todo el equipo original utilizado en los primeros saltos espaciales."

    "Totalmente cierto," dijo Manning con una sonrisa.

    "Me pregunto si podríamos bajar ahora y echar un vistazo." Preguntó Astro.

    "Oh, seguro que puedes," dijo Roger. "De hecho, los reglamentos de la Academia dicen que todo cadete debe inspeccionar las exposiciones del museo espacial en la primera semana."

    Los miembros de la Sección 42-D miraron a Roger interrogantemente

    "No sé si tenemos tiempo." Tom tenía dudas.

    "Claro que sí, un montón. Yo me bajaría y echaría un vistazo, pero tengo que preparar estos trastos para enviarlos a casa." Indicó la pila de bolsas que tenía delante.

    "¡Oh, vamos, Tom, echemos un vistazo!" instó Astro. "Tienen a la antigua Reina del Espacio aquí dentro, la primera nave en abandonar la gravedad de la Tierra. ¡Tío, me gustaría verla!" Sin esperar a que los demás estuvieran de acuerdo, el enorme candidato se bajó de la escalera deslizante.

    "¡Ey, Astro!" gritó Tom. "¡Espera! No creo…" Su voz se fue apagando mientras la escalera móvil lo subía a la siguiente planta.

    Pero entonces sucedió algo curioso. Mientras otros muchachos se acercaban a la planta del museo y vieron a Astro, comenzaron a bajar y a seguirlo, deambulando para contemplar las reliquias del pasado.

    Pronto, casi la mitad de los candidatos a cadete estaban parados en silencioso asombro frente al maltrecho fuselaje de la Reina del Espacio, la primera nave con reactor de propulsión atómica —permitida en exposición solo hacía cincuenta años debido a la mortal radiactividad en su casco, creada cuando un deflector de plomo se fundió en mitad del espacio e inundó la nave con letales rayos gamma.

    Los chicos estaban frente a la nave espacial y escuchaban mientras Astro, en voz baja, leía la inscripción en la placa de bronce.

    "De la Tierra a la Luna y de regreso. 7 de marzo de 2051. En honor a los valientes hombres de la primera nave espacial de propulsión atómica que aterrizó con éxito en el planeta Luna, solo para perecer al regresar a la Tierra."

    "¡Candidatos, FIRMES!"

    Como un trueno, la voz del Oficial de Seguridad McKenny sacó a los chicos de su silencio. Dio un paso adelante como un gallo en miniatura y se enfrentó al sobresaltado grupo de chicos.

    "¡Quiero saber solo una cosa! ¿Quién bajó primero de la escalera mecánica?"

    Todos los chicos vacilaron.

    "Creo que yo fui el primero, señor," dijo Astro dando un paso adelante.

    "Oh, crees que lo fuiste, ¿eh?" rugió McKenny.

    McKenny respiró hondo y lanzó una bronca abrasadora. Su elección de palabras fue recordada por el grupo durante mucho tiempo y repetida a las clases siguientes. Amonestando al enorme venusiano como un pigmeo amonestando a un elefante, McKenny rugió, reprendió y bramó.

    Más tarde, cuando Astro llegó por fin a sus aposentos y se cambió con el mono verde de los Candidatos a Cadete, Tom y Phil se apiñaron a su alrededor.

    "¡Fue culpa de Roger, que le zurzan!" dijo Tom enojado. "Se estaba vengando de ti porque el cadete Herbert le hizo llevar su propio equipo."

    "Me lo busqué yo," refunfuñó Astro. "Ah, debería haberlo sabido. Pero no podía esperar a ver a la Reina." Hizo una bola con sus enormes manos en apretados nudillos y se quedó mirando al suelo.

    "¡¡¡Ahora escuchad!!!"

    De repente, una voz tronó por el altavoz del sistema de megafonía encima de la puerta. "Todos los candidatos a cadete se pondrán firmes para recibir del comandante Walters el juramento de la Academia Espacial." La voz hizo una pausa. "¡ATENCIÓN! Candidatos a Cadete. ¡FIIR-RRR-MES!"

    "¡Al habla el comandante Walters!" Una voz profunda y poderosa ronroneó a través del altavoz. "El juramento de la Academia se jura individualmente. Es algo que todo candidato encierra en su espíritu, su mente y su corazón. Por eso se jura en vuestras dependencias. El juramento no es algo para dar color, es una forma de vida. Cada candidato encarará lo más cerca posible la dirección de su hogar y jurará por su propio Dios individual al repetir después de mí."

    Astro se acercó rápidamente a la portilla de la ventana y miró hacia los cielos azules, buscando el brumoso planeta Venus. Phil Morgan pensó un momento y miró hacia la pared con el mapa estelar incrustado del cielo, pensando en Georgia bañada por el sol. Tom Corbett miró directamente a una pared en blanco.

    Cada chico no miraba lo que tenía ante él, sino que miraba más lejos, quizá más de lo que había mirado nunca. Miraba hacia un futuro que contenía la infinitud del universo y nuevos mundos y planetas que sacar del olvido de esas profundidades inexploradas del espacio.

    Repitieron lentamente:

    "Juro solemnemente defender la Constitución de la Alianza Solar, obedecer la ley interplanetaria, proteger las libertades de los planetas, salvaguardar la libertad del espacio y defender la causa de la paz en todo el universo. ¡A este fin dedico mi vida!"

Capítulo 2

    El primer día de Tom Corbett en la Academia Espacial comenzó a las 05:30 horas con el estruendo de la Canción del Cuerpo de Cadetes en los comunicadores centrales:

    "Desde los campos de reactores de la Academia

    Hacia las lejanas estrellas del espacio exterior,

    Somos cadetes espaciales entrenando para estar

    Listos para los peligros que podamos enfrentar.

    Arriba en el cielo, pasando como un cohete

    Más alto que alto, más rápido que rápido

    Hacia el espacio, hacia el sol

    Mírala irse cuando le demos el cañón.

    Desde los campos de reactores de... "

    En sesenta segundos, los edificios de la Academia se mecían con el impacto de tres mil voces cantando la última estrofa. Las luces se encendieron en cada ventana. Los cadetes corrieron por los pasillos y cruzaron el cuadrilátero. El comunicador central inició la incesante reunión de cadetes y las interminables órdenes del día.

    "Unidad 38-Z preséntese al capitán Edwards para astrogación. Unidad 68-E preséntese al comandante Walters para asignaciones especiales."

    Y así seguía y seguía repasando la lista de cadetes veteranos, oficiales de guardia y las recién llegadas Lombrices de Tierra. Unidades e individuos llamados a presentarse para entrenamiento o estudio acerca de todo, desde el montaje básico de un motor reactor atómico hasta la historia de la fundación de la Alianza Solar, el organismo gubernamental de la civilización triplanetaria.

    Tom Corbett salió de la ducha en la Sección 42-D y bramó a todo pulmón: "¡En pie, Astro! ¡Usa la gravedad!" Tiró de un descomunal pie que colgaba por el lado de una litera superior.

    "¿Uhh? Síhhhhh yahhh voyhhhh," gimió el cadete de Venus antes de intentar volver a dormir.

    Philip Morgan entró en la ducha, abrió el grifo del agua fría, chilló a todo pulmón y la voz se fue apagando gradualmente en innumerables repeticiones de la última estrofa de la canción de la Academia.

    "Baja el ruido, condenado simio espacial," rugió Astro sentándose erguido con ojos de sueño.

    "¿A que hora comemos?" preguntó Tom poniéndose el mono verde de Lombriz de Tierra de los candidatos a cadete.

    "No lo sé," respondió Astro abriendo la boca en un cavernoso bostezo. "Pero será mejor que sea pronto. Me gusta el espacio, pero no entre la columna y el estómago."

    El Oficial de Seguridad McKenny irrumpió en la habitación y comenzó a competir con el resto del ruido fuera de los edificios.

    "¡Cinco minutos para el comedor y será mejor que no lleguéis tarde! Bajad por las escaleras mecánicas hasta la planta veintiocho. Decidle el número de vuestra unidad al cadete del comedor al mando del pasillo y os mostrará la mesa correcta. Recordad dónde está, porque tendréis que buscarla vosotros solos después o no comeréis. ¡Terminad el desayuno y presentaos en la planta noventa y nueve ante la Dra. Dale a las siete cero cero!"

    Y tan rápido como había llegado, desapareció como un destello de color rojo, dejando detrás el rastro de una voz áspera.

    Exactamente una hora y diez minutos después, puntualmente a las siete en punto, los tres miembros de la Unidad 42-D estaban en posición de firmes ante la Dra. Joan Dale, junto con el resto de los cadetes vestidos de verde.

    Cuando los vítores, los silbidos y los aullidos de lobo remitieron, la Dra. Dale, bonita, esbelta y vestida con el uniforme dorado y negro de la Guardia Solar, levantó la mano e indicó a los cadetes que se sentaran.

    "Mi respuesta a vuestra," hizo una pausa, sonrió y continuó, "vuestra entusiasta bienvenida es, simplemente: gracias. Pero no habrá más repeticiones. ¡Esta es la Academia Espacial, no una escuela primaria!"

    Girando abruptamente, se levantó junto a un escritorio redondo, dentro del hueco de un anfiteatro, y sostuvo un delgado tubo de unos tres centímetros de diámetro y treinta de largo.

    "Ahora comenzaremos vuestras pruebas de clasificación," dijo ella. "Recibiréis uno de estos tubos. En el interior encontraréis cuatro hojas de papel. Debéis responder todas las preguntas de cada hoja y volver a colocarlas en el tubo. Luego recoged el tubo y dejadlo caer en la ranura de contorno verde de esta pared."

    Señaló un agujero redondo de diez centímetros a su izquierda, perfilado con pintura verde. Junto a este había otra ranura perfilada con pintura roja. "Quedaos ahí hasta que os devuelvan el tubo por la ranura roja. Llevadlo de vuelta a vuestra mesa." Hizo una pausa y bajó la vista hacia su mesa.

    "Hay cuatro clasificaciones posibles para un cadete. Oficial de control de cubierta, que incluye liderazgo y mando. Oficial de astrogación, que incluye radar y comunicaciones. Y oficial de cubierta de energía para operaciones en la sala del motor. La cuarta clasificación es para estudios científicos avanzados aquí en la Academia. Vuestras hojas serán estudiadas por una calculadora electrónica que ha demostrado ser infalible. Debéis conseguir un aprobado al menos en cada una de las cuatro clasificaciones."

    La Dra. Dale miró las filas de caras que miraban sin sonreír, bajó del estrado y se detuvo cerca de la primera mesa.

    "Sé que todos vosotros tenéis el corazón puesto en convertiros en astronautas, oficiales en la Guardia Solar. La mayoría de vosotros queréis ser pilotos espaciales. Pero en cada nave debe haber astrogantes, ingenieros de radar, oficiales de comunicaciones y operadores de cubierta de energía y," hizo una pausa, se abrazó los hombros y agregó, "algunos de vosotros no seréis aceptados para ninguno de estas. Algunos de vosotros seréis rechazados."

    La Dra. Dale dio la espalda a los cadetes, sin querer mirar la repentina palidez que se apoderó de sus rostros. «Es brutal,» pensó ella, «esta prueba. ¿Por qué traerlos hasta la Academia y luego hacer las pruebas? ¿Por qué no empezar los exámenes de acceso al principio con la clasificación y aptitud?» Pero ella sabía la respuesta incluso antes haber completado la reflexiva pregunta. Bajo el temor de ser rechazados, los más débiles no pasarían. La Guardia Solar no podía permitirse el lujo de tener cadetes —y más tarde oficiales de la Guardia Solar— que no podían operar bajo presión.

    Ella comenzó a entregar los tubos y, uno por uno, los candidatos de uniforme verde se dirigieron al frente de la sala para recibirlos.

    "Disculpe, señora," dijo un cadete vacilante. "Sí... si... me rechazan como cadete, como cadete oficial de la Guardia Solar," tragó saliva varias veces, "¿Significa eso que no hay ninguna posibilidad de convertirme en astronauta?"

    "No," respondió ella amablemente. "Puedes convertirte en miembro alistado de la Guardia Solar si consigues pasar las pruebas de aceleración."

    "Gracias, señora," respondió el chico, dio media vuelta y se alejó nervioso.

    Tom Corbett aceptó el tubo y volvió deprisa a su asiento. Sabía que este era el último obstáculo. No sabía que las hojas se habían preparado individualmente, que las pruebas se habían entregado sobre la base de los exámenes de ingreso que él había realizado en la Escuela Espacial Primaria de Nueva Chicago.

    Tom abrió el tubo, sacó las cuatro hojas, impresas en ambas caras del papel, y leyó el título de la primera: ASTROGACIÓN, COMUNICACIONES, SEÑALES (Radar)

    Estudió la primera pregunta.

    «¿Cuál es el rango de alcance del radar Mark Nueve y hasta qué distancia se puede distinguir con éxito una nave espacial de otros objetos en el espacio?»

    Tom leyó la pregunta cuatro veces, luego sacó un lápiz y comenzó a escribir.

    Sólo el susurro de los papeles —o el ocasional suspiro de un cadete por un problema— perturbaba el silencio en la sala de alto techo mientras los cientos de cadetes luchaban con las preguntas.

    Hubo un súbito movimiento en la sala. Tom levantó la vista y vio que Roger Manning caminaba hacia la ranura y depositaba casualmente su tubo en la ranura rodeada de verde. Luego Roger apoyó ociosamente en la pared esperando a que se la devolvieran. Mientras estaba allí, habló con la Dra. Dale, quien sonrió y respondió. Había algo en la actitud de Roger que hacía hervir a Tom. «¿Tan rapido?» Echó un vistazo a sus propios papeles. Apenas había terminado dos hojas, y él pensaba que le estaban yendo bien. Apretó los dientes y volvió a inclinarse sobre el papel, redoblando sus esfuerzos por triangular una posición en Regulus utilizando estimaciones de navegación como base para sus cómputos.

    De pronto, un hombre alto, vestido con el uniforme de oficial de la Guardia Solar, apareció en el fondo de la habitación. Cuando la Dra. Dale alzó la vista y sonrió a modo de saludo, el hombre se llevó un dedo a los labios. Steve Strong, capitán de la Guardia Solar, miró por la sala a esas espaldas inclinadas sobre ocupados lápices. No sonrió al recordar cómo, solo quince años atrás, él había pasado por la misma tortura de devanarse los sesos tratando de ajustar las medidas del prisma de un magnascopio. Se unían a él un joven delgado y apuesto, el teniente Judson Saminsky y, por último, el Oficial de Seguridad McKenny. Ambos asintieron en silencio a modo de saludo. Esto terminaría pronto. Strong miró el reloj sobre la mesa. Otros diez minutos para el final.

    La fila de chicos en las ranuras creció hasta que más de veinte estaban allí de pie, cada uno esperando —paciente o nerviosamente— su turno para dejar caer el tubo en la ranura y recibir a cambio el cilindro sellado que contenía su destino.

    Aún en su mesa y con la cara empapada de sudor, Astro miraba por decimoquinta vez la pregunta que tenía delante.

    «Un reactor de 300 toneladas con los tanques medio llenos navega a la velocidad más económica para hacer un viaje desde Titán a Venuspuerto. (a) Estime el tiempo del trayecto. (b) Estime el tamaño y la capacidad máxima de los tanques de combustible. ( c) Dé una estimación de la velocidad que utilizaría la nave.»

    Astro pensaba desplomado en la silla. Miraba al techo. Mordía el lápiz.

    A cinco asientos de distancia, Tom apiló ordenadamente sus hojas de examen, las dobló en un cilindro y las insertó en el tubo. Cuando pasaba la fila de mesas y se dirigía hacia la ranura, una mano lo agarró del brazo. Tom se volvió y vio a Roger Manning sonriéndole.

    "¿Preocupado, chico astronauta?" preguntó Roger tranquilamente. Tom no respondió. Simplemente retiró el brazo.

    "¿Sabes?," dijo Roger, "eres muy buen chico. Es una lástima que no vayas a conseguirlo. Pero las reglas dicen específicamente «nada de vegetales»."

    "¡Sin hablar!" Exclamó bruscamente la Dra. Dale desde su mesa.

    Tom se alejó andando y se detuvo en la fila de las ranuras. Descubrió que deseaba aprobar más que nada en el mundo. "Por favor," suspiró, "por favor, dejadme aprobar."

    Un suave gong comenzó a sonar. La Dra. Dale se puso en pie.

    "Se acabó el tiempo," anunció ella. "Por favor, meted las hojas en los tubos y dejadlos caer en la ranura."

    Tom se giró y vio a Astro metiendo con disgusto sus hojas en el delgado cilindro. Phil Morgan se acercó y se situó detrás de Tom. El rostro de Morgan estaba sonrojado.

    "¿Todo bien, Phil?" preguntó Tom.

    "Tan fácil como la caída libre en el espacio," respondió lleno de confianza el otro cadete con su suave acento georgiano. "¿Qué tal tú?"

    "Estoy rezando contra toda esperanza."

    Los pocos rezagados que quedaban se apresuraron hasta la fila.

    "¿Crees que Astro lo logrará?" preguntó Phil.

    "No lo sé," respondió Tom, "lo vi sudando allí como un hombre que se enfrenta a la muerte."

    "Supongo que lo es, en cierto modo."

    Astro ocupó su lugar en la fila y se encogió de hombros cuando Tom se inclinó hacia adelante con una mirada inquisitiva.

    "Adelante, Tom," instó Phil. Tom giró, dejó caer su tubo en la ranura verde y esperó. Miró directamente a la pared frente a él, sin apenas atreverse a respirar. Poco después, el tubo fue devuelto por la ranura roja. Él lo recogió, le dio la vuelta en las manos y caminó lentamente hacia su mesa.

    "¡Estás rechazado, vegetal!" El susurro de Manning lo siguió. "¡Veamos si puedes aceptarlo sin berrear!"

    A Tom le ardió la cara y luchó contra el impulso de responder a Manning con un golpe directo a la mandíbula. Pero siguió caminando, llegó a su mesa y se sentó.

    Astro, el último en regresar a su mesa, sostenía el tubo frente a él como si este estuviera vivo. La habitación quedó en silencio cuando la Dra. Dale se levantó de su mesa.

    "Muy bien, chicos," anunció. "Dentro de los tubos encontraréis tiras de papel de colores. Aquellos de vosotros que tengáis hojas rojas os quedaréis aquí. Aquellos que encontréis hojas verdes volveréis a vuestras dependencias. Los de azul irán con el capitán Strong, naranja con el teniente Saminsky y púrpura con el Oficial de Seguridad McKenny. Ahora, por favor abrid los tubos."

    Hubo un tintineo de tapas de metal y luego un ligero susurro de papel cuando cada chico extrajo el contenido del tubo ante él.

    Tom respiró hondo y buscó el papel en su interior. Contuvo el aliento y lo sacó. Era verde. No sabía lo que eso significaba. Miró a su alrededor. Phil le estaba haciendo señas, sosteniendo una hoja azul. El corazón de Tom dio un vuelco. Cualquiera que fuese el significado de los colores, él y Phil estaban separados. Dio la vuelta rápidamente y captó la mirada de Astro. El gran venusiano levantó una hoja verde. Entonces el corazón de Tom casi dejó de latir. Phil, que había pasado rápido con tanta confianza, sostenía una hoja azul, y Astro, que ni siquiera había completado la prueba, sostenía el mismo color que él tenía. Aquello solo podía significar una cosa: fracaso. Tom sintió las lágrimas brotar en los ojos, pero no le quedaban fuerzas para luchar contra ellas.

    Levantó la vista y sus ojos se encontraron con la insolente mirada de Roger Manning, quien estaba medio girado en su asiento. Al recordar la cáustica advertencia del confiado cadete, Tom luchó por contener la inundación en los ojos y le devolvió la mirada.

    ¿Qué le iba a decir a su madre? ¿Y a su padre? ¿Y a Billy?, su hermano cinco años menor que él a quien le había prometido traer un frasco de agua del Gran Canal de Marte. ¡Y a su hermana! Tom recordó el orgullo que había brillado en los ojos de su hermana cuando esta le había dado un beso de despedida en el Estratopuerto antes de que él partiera hacia Átomo City.

    Desde el frente de la habitación, la voz ronca de McKenny lo devolvió al presente.

    "¡Cadetes! ¡Firmes!"

    Se oyó un ruido de pies cuando los chicos se levantaron como uno solo.

    "Todos los papeles de color púrpura, seguidme," rugió McKenny antes de girar hacia la puerta. Los cadetes con hojas moradas marcharon tras él.

    El teniente Saminsky se acercó rápidamente al frente de la sala. "Los cadetes con hojas naranjas, por favor, venid conmigo," dijo casualmente, y otro grupo de cadetes salió de la habitación.

    Desde el fondo de la habitación, el capitán Strong dio una orden. "¡Las hojas azules vendrán conmigo!" Se giró ágilmente y siguió al último de los cadetes del teniente Saminsky fuera de la habitación.

    Tom miró a su alrededor. La habitación estaba casi vacía ahora. Miró a Astro y vio a su gran amigo desplomado, malhumorado, sobre la mesa. Entonces, de pronto notó que Roger Manning, el arrogante cadete, ya no sonreía. Roger estaba mirando al frente. Ante él sobre la mesa, Tom podía ver una hoja verde. «Así que él también había fallado,» pensó Tom con gravedad. Ese era poco consuelo para la miseria que sentía.

    La Dra. Dale dio un paso adelante.

    "¿Quieren los cadetes con papel verde ir a sus dependencias, por favor? Los que tengan papel rojo permaneced en vuestros asientos," anunció ella.

    Tom descubrió que le costaba moverse. Mientras cruzaba la puerta, Astro se unió a él. Una mirada, más elocuente que las palabras, pasó entre ellos y ambos se encaminaron arriba y en silencio por las escaleras mecánicas de regreso a sus habitaciones.

    Tumbado en su litera, con las manos bajo la cabeza y los ojos mirando al vacío, Tom preguntó: "¿Ahora qué ocurre?"

    Tirado en su litera, Astro no respondió de inmediato. Simplemente tragó ruidosamente. "Pues... no lo sé," tartamudeó al final. "No tengo ni idea."

    "¿Qué vas a hacer tú?"

    "Volver a la bodega de un carguero de Venuspuerto, supongo. No sé." Astro hizo una pausa y miró a Tom. "¿Qué vas a hacer tú?"

    "Irme a casa," dijo Tom simplemente. "Irme a casa y... y buscar trabajo."

    "¿Has pensado alguna vez en la Guardia Solar alistada? Mira a McKenny..."

    "Ya, pero..."

    "Sé cómo te sientes," suspiró Astro. "Estar en la sección de enlistamiento es como, bueno, como ser un pasajero, o casi."

    La puerta se abrió de pronto. "¡Fuera de esas literas, pandilla de lombrices de tierra!"

    McKenny estaba de pie en el umbral de la puerta en su habitual pose agresiva, y Tom y Astro cayeron al suelo juntos para ponerse firmes.

    "¿Dónde está el otro cadete?"

    "Fue con el capitán Strong, señor." respondió Tom.

    "¿Sí?" dijo Mike. Y en un tono sorprendentemente amable agregó: "Vosotros dos habéis sacado tiras verdes, ¿eh?"

    "Sí, señor," respondieron ambos juntos.

    "Bueno, no sé cómo lo habéis hecho, pero enhorabuena. Habéis pasado las pruebas de clasificación. Los dos."

    Tom se limitó a mirar al rechoncho oficial vestido de escarlata. No podía creer lo que oía. De pronto se sintió como si lo estuvieran levantando del suelo. Y luego se dio cuenta de que sí lo estaban levantando del suelo. Astro lo sostenía por encima de la cabeza. Luego lo dejó en su litera con tanta facilidad como si Tom fuese un niño. Y al mismo tiempo, el gran venusiano dejó escapar un fuerte, largo y ensordecedor grito.

    McKenny lo igualó con su rugido de toro.

    "Apaga esa sirena de niebla, Lombriz de Tierra. Vas a hacer que venga aquí la Academia entera pensando que hay un homicidio."

    Para entonces, Tom estaba de nuevo de pie, firmes frente a McKenny.

    "¿Quiere decir que lo logramos? ¿De verdad hemos sido aceptados? ¿Somos cadetes?"

    "Así es." McKenny miró un portapapeles que tenía en la mano y leyó: "Cadete Corbett, Tom. Calificado para la cubierta de control. Cadete Astro. Cubierta de energía."

    Astro respiró hondo y empezó otro grito, pero antes de que pudiera soltarlo, McKenny le tapó la boca con una gran mano.

    "¡Grita así de nuevo y haré de ti polvo de meteorito!"

    Astro tragó saliva y luego igualó la sonrisa de oreja a oreja de Tom.

    "¿Qué ocurrió con Philip Morgan?" preguntó Tom.

    "¿De qué color tenía él la tira?"

    "Azul."

    "Cualquier color diferente del verde se rechaza," respondió Mike rápidamente. "Ahora veamos, tenéis el reemplazo de Morgan en esta unidad. Un astrogante."

    "Saludos, caballeros," dijo una voz que Tom reconoció sin necesidad de mirar siquiera. "Permítame presentarme a mis nuevos compañeros de unidad. Mi nombre es Manning, Roger Manning. Pero claro, ya somos viejos amigos, ¿no?"

    "Estiba ese limpiador de reactores, Manning," espetó Mike. Miró el reloj sobre la puerta. "Tenéis una hora y cuarenta y cinco minutos hasta la hora del almuerzo. Os sugiero que deis un paseo por la Academia y os familiaricéis con la disposición de los edificios."

    Y entonces, por primera vez, Tom vio sonreír al pequeño y severo astronauta.

    "Me alegro de que lo hayáis conseguido, muchachos. Los tres." Hizo una pausa y miró a cada uno de ellos por turnos. "¡Y puedo decir honestamente que estoy deseando el día en que yo pueda servir bajo vuestras órdenes!"

    Enderezó la espalda, hizo un saludo enérgico hacia los tres sorprendidos chicos, ejecutó un perfecto giro de cabeza y salió de la habitación.

    "Y eso," dijo Roger acercándose a la litera más cercana a la ventana, "es el gas espacial más cursi que he oído."

    "¡Escucha, Manning!" gruñó Astro girando rápidamente para encararlo.

    "¿Sí?," ronroneó Roger, con ojos como finos puntos y las manos colgando libremente a los costados. "¿Qué te gustaría que yo escuchara, Cadete Astro?"

    El corpulento cadete se abalanzó sobre Manning, pero Tom se interpuso rápidamente entre ellos.

    "¡Estibadlo, los dos!" les gritó. "Estamos en esta sala juntos, así que bien podríamos aprovecharla al máximo."

    "Por supuesto, Corbett, por supuesto," respondió Manning tranquilamente. Le dio la espalda a Astro, quien estaba de pie con las piernas bien separadas, los músculos del cuello tensos y las manos apretadas en puños como jamones.

    "Uno de estos días te voy a partir en dos, Manning. ¡Te cerraré para siempre ese piquito de oro que tienes!"

    La voz de Astro fue un grave gruñido. Roger estaba cerca de la ventana y parecía haber olvidado el incidente.

    La luz que brillaba desde el pasillo se oscureció y Tom se giró para ver a tres cadetes veteranos vestidos de azul dispuestos en una fila justo dentro de la puerta.

    "Enhorabuena, caballeros. Ahora son cadetes calificados de la Academia Espacial," dijo un chico pelirrojo de unos veintiún años. "Mi nombre es Al Dixon," giró a su izquierda y derecha, "y ellos son los cadetes Bill Houseman y Rodney Withrop."

    "Hola," respondió Tom. "Encantado de conoceros. Soy Tom Corbett. Y él es Astro y él Roger Manning."

    Astro le estrechó la mano, los tres cadetes veteranos lanzaron una prolongada mirada al tamaño de la mano ofrecida. Roger se adelantó con elegancia y estrechó las manos con una sonrisa.

    "Somos una especie de comité," comenzó Dixon. "Hemos venido a inscribiros en el programa de deportes de la Academia."

    Los tres se acomodaron en la habitación.

    "Tenéis la oportunidad de participar en tres deportes. Lucha en caída libre, mercuribol y ajedrez espacial." Dixon miró a Houseman y a Withrop. "¡Por la pinta del Cadete Astro, la lucha en caída libre debería ser un juego de niños para él!"

    Astro simplemente sonrió.

    "El mercuribol es muy parecido al antiguo juego de fútbol," explicó Houseman. "Pero dentro de la pelota hay una pelota más pequeña llena de mercurio, lo que hace que dé locas vueltas y saltos. Tienes que ser bastante rápido para tocarla siquiera."

    "Suena a que tú mismo tienes que ser un poco mercuriano," sonrió Tom.

    "Sí," respondió Dixon. "Oh, sí, vosotros tres actuáis como una unidad. La competición comienza en unos días, así que, si nunca habéis jugado, podéis ir al gimnasio y comenzar a practicar."

    "Has mencionado el ajedrez espacial," preguntó Roger. "¿Qué es eso?"

    "En realidad no es más que maniobras. Maniobras espaciales," dijo Dixon. "Un contenedor de vidrio, un cubo de dos metros, está dividido por haces de luz en cubos más pequeños de igual forma y tamaño. Cada hombre tiene un escuadrón espacial completo. Tres modelos de cruceros a reacción, seis destructores y diez exploradores. Las naves están llenas de gas para hacerlas flotar, y tu poder se deriva de la fuerza magnética. El problema es conseguir una combinación de cruceros, destructores y exploradores en una sección espacial donde pueda derribar las naves de tu oponente."

    "¿Quieres decir," interrumpió Astro, "que tienes que hacer un seguimiento de todas esas naves a la vez?"

    "No te preocupes, Astro," comentó rápidamente Roger. "Tú usa tus músculos para ganar fácilmente a favor de la querida 42-D en la lucha en caída libre. Corbett puede bajar al campo de hierba para hacer goles en el mercuribol, y yo haré el trabajo cerebral del ajedrez espacial."

    Los tres cadetes visitantes intercambiaron miradas penetrantes.

    "Todos juegan juntos, Manning," dijo Dixon. "Vosotros tres participáis en cada deporte como una unidad."

    "Por supuesto," asintió Roger. "Por supuesto, como una unidad."

    Los tres cadetes se pusieron de pie, estrecharon las manos por todos lados y se fueron. Tom se giró de inmediato hacia Manning.

    "¿A qué vino esa bromita sobre los cerebros?"

    Manning se inclinó hacia la ventana y dijo por encima del hombro: "No sé cómo tú y tu gigantesco amigo habéis pasado la prueba de clasificación, Corbett, y no me importa; pero, como tú dices, somos una unidad. Así que bien podríamos hacer ajustes."

    Giró hacia ellos con una mirada fría.

    "Conozco esta Academia como la palma de mi mano," continuó Mañing. "No importa cómo, vosotros dadlo por sentado. La conozco. Estoy aquí de paso, por una razón especial que no me gustaría haceros saber. Recibiré el entrenamiento y luego me iré."

    Dio un paso adelante, su rostro era una máscara de amargura.

    "Así que, de ahora en adelante vosotros dos me vais a dejar en paz. Me aburrís hasta la muerte con vuestra emocional lealtad infantil a este... este," hizo una pausa y espetó cínicamente; "¡jardín de infancia espacial!"

Capítulo 3

    "No consigo entenderlo, Joan," dijo el capitán Steve Strong arrojando el papel sobre su escritorio circular. "Los psicógrafos de Corbett, Manning y Astro encajan como engranajes. Y sin embargo..."

    El oficial de la Guardia Solar se levantó de repente y se acercó a una enorme ventana que llenaba toda la pared norte de su oficina, una sólida lámina de vidrio que se extendía desde el alto techo abovedado hasta el suelo translúcido. A través de la ventana, él miró malhumorado hacia el patio cubierto de hierba, donde en ese momento varios cientos de cadetes marchaban en formación bajo un sol ardiente.

    "¡Y sin embargo," continuó Strong, "todas las mañanas durante las últimas tres semanas he recibido un informe de McKenny sobre algún tipo de fricción entre ellos!"

    "Yo creo que funcionarán bien, Steve," respondió la guapa chica con el uniforme de la Guardia Solar, sentada en un sillón al otro lado del escritorio.

    Joan Dale tenía la distinción de ser la primera mujer admitida en la Guardia Solar en una capacidad distinta al trabajo administrativo. Sus experimentos con materiales fisionables atómicos habían sido el tema de un simposio científico reciente celebrado en Marte. Más de cincuenta de los principales científicos de la Alianza Solar se habían reunido para estudiar su última teoría sobre el hiperimpulsor y habían declarado las ideas de la mujer válidas por unanimidad. Como resultado, le habían ofrecido la cátedra de Experta en Física en la Academia, lo cual le daba acceso al mejor laboratorio de la sociedad triplanetaria.

    Enfrentando ahora el problema del ajuste de personalidad en la Unidad 42-D, estaba sentada ante su amigo de la infancia, Steve Strong, frente a la mesa y fruncía el ceño.

    "¿Qué ha ocurrido esta vez?" Preguntó ella.

    "Manning." Hizo una pausa. "¡Parece que todo es por Manning!"

    "¿Quieres decir que es el más agresivo de los tres?"

    "No, no necesariamente. Corbett muestra signos de ser un astronauta número uno. Y ese gran cadete, Astro," Strong mostró una sonrisa blanca que contrastaba con su bronceado del espacio profundo. "No creo que pudiera cometer un error manual en la cubierta de energía aunque lo intentara. ¿Sabías que lo vi ensamblar un motor auxiliar de reacción con los ojos vendados?"

    La guapa científica sonrió. "Eso podría habértelo dicho yo después de echar un vistazo a sus pruebas de clasificación."

    "¿Cómo?"

    "En cuestiones relativas a las operaciones de la cubierta de energía, él fue perfecto al pie de la letra."

    "¿Y en lo demás? ¿En astrogación y en cubierta de control?"

    "Solo pasó raspado. Pero donde el problema involucraba combustible, potencia y suministro de energía, ofreció una respuesta muy práctica al problema." Ella sonrió. "Astro es tan artista en esa cubierta de energía como Liddy Tamal interpretando a Julieta en los estéreos."

    "Sí," reflexionó Strong. "Y Corbett es igual en la cubierta de control. Buena inteligencia instintiva. Ese chico absorbe el conocimiento como una esponja."

    "Mente ágil y rápida para comprender lo esencial." Ella sonrió de nuevo. "Parece que me recuerda a ese joven teniente que hace unos años puso fin con éxito a un motín en el espacio y que, en su promoción a capitán, la citación incluyó el hecho de que comprendía rápidamente lo esencial."

    Strong sonrió tímidamente. Un vuelo de rutina a Titán había resultado en una rebelión abierta de la tripulación. Utilizando un truco recogido en los libros de historia antigua de piratas navegantes del siglo XVII, Strong se había unido al motín, había obtenido el control de la nave, buscado a los jefes de cuadrilla y restablecido la disciplina.

    "¿Y Manning?," preguntó Strong. "¿Qué hay de Manning?"

    "Una de las mentes más brillantes y duras con las que me he encontrado en la Academia. Tiene un cerebro como una trampilla de acero. Nunca falla."

    "Entonces, ¿crees que se está portando mal porque Corbett es el jefe nominal de la unidad? ¿Siente que debería ser él el cadete de mando en la cubierta de control en lugar de Corbett?"

    "No," respondió la Dra. Dale. "Para nada. Estoy segura de que pasó por alto intencionadamente algunos problemas sobre la cubierta de control y de mando en su prueba de clasificación. Se concentró en la astrogación, las comunicaciones y el radar de señales. Quería ser asignado a la cubierta de radar. Y para conseguir el puesto entregó el mejor examen que he leído nunca de un cadete."

    Strong levantó las manos. "Entonces, ¿qué pasa? Aquí tenemos una unidad, al menos en el papel, que podría ser la número uno. Una buena combinación de cerebro, experiencia y conocimiento. Todo lo que se necesita. ¿Y cuál es el resultado? ¡Fricción!"

    Sonó de pronto un timbre y una pantallita teleceptora cobró vida sobre el escritorio de Steve Strong. Emergió gradualmente el severo rostro del comandante Walters.

    "Siento molestarte, Steve. ¿Puedes dedicarme un minuto?"

    "Por supuesto, comandante," respondió Strong. "¿Algún problema?"

    "Uno grande, Steve. He estado revisando los informes de desempeño diarios de la Unidad 42-D."

    "La Dra. Dale y yo estábamos discutiendo esa situación, señor." Una expresión de alivio pasó por el rostro del comandante.

    "¡Bien! Quería conocer vuestras opiniones antes de separar la unidad."

    "¡No, señor!" dijo Strong rápidamente. "¡No, haga eso!"

    "¿No?" respondió el comandante. En la pantalla se le podía ver reclinándose en su silla. "¿Y por qué no?"

    "Bueno, Joan... eh, la Dra. Dale y yo creemos que los chicos de la Unidad 42-D la convierten potencialmente en la mejor de la Academia, si permanecen juntos, señor.

    Walters consideró esto por un momento y luego preguntó pensativamente: "Dame una buena razón por la que la unidad no debería ser rechazada."

    "La academia necesita chicos así, señor," respondió Steve rotundamente. "Necesita su inteligencia, su experiencia. Puede que ahora sean un problema, pero si se manejan bien, resultarán ser astronautas de primera, ellos van a..."

    El comandante interrumpió. "Estás bastante convencido de ellos, ¿no es así, Steve?"

    "Sí, señor, lo estoy."

    "¿Sabes?, mañana todas las unidades serán asignadas a sus instructores personales."

    "Sí, señor. Y he seleccionado al teniente Wolcheck para esta unidad. Es exigente y astuto. Creo que es el hombre ideal para el trabajo."

    "No estoy de acuerdo, Steve. Wolcheck es un excelente oficial y, con cualquier otra unidad, no habría duda. Pero creo que tenemos un mejor hombre para el trabajo."

    "¿A quién sugiere, señor?"

    El comandante se inclinó hacia adelante en su silla. "A ti, Steve."

    "¿A mí?"

    "¿Qué piensas tú, Joan?"

    "Yo quería hacer la misma sugerencia, comandante," sonrió Joan. "Pero no sabía si Steve querría la asignación."

    "Bueno, ¿qué te parece eso, Steve?" preguntó el comandante. "Esto no es un reflejo de tu trabajo actual, pero si estás tan convencido de que la 42-D vale el esfuerzo, hazte cargo de ellos y conviértelos en astronautas. De lo contrario, tendré que rechazarlos."

    Strong vaciló un momento. "Está bien, señor. Haré lo mejor que pueda."

    En la pantalla, las severas arrugas del rostro del comandante Walters se relajaron y él sonrió con aprobación. "Gracias, Steve," dijo en voz baja. "Esperaba que dijeras eso. Mantenme informado."

    La pantalla se oscureció abruptamente y el capitán Strong se volvió hacia Joan Dale, frunciendo el ceño con preocupación. "Ja. Me lo he buscado yo mismo, ¿verdad?" murmuró él.

    "Esto no va a ser fácil, Steve," respondió ella.

    "¡Fácil!" Resopló él antes de acercarse a la ventana para mirar fijamente el cuadrángulo de abajo. "Casi prefiero intentar un aterrizaje en el lado caliente de Mercurio. ¡Eso sería gélido comparado con esta situación!"

    "Tú puedes conseguirlo, Steve. Sé que puedes." Joan se movió a su lado para colocarle una tranquilizadora mano en el brazo.

    El oficial de la Guardia Solar no respondió de inmediato. Siguió mirando los terrenos de la Academia y los edificios que se extendían ante él. Cuando finalmente habló, su voz sonó con determinación. "Tengo que conseguirlo, Joan. Tengo que meter con látigo a esos chicos en una unidad. ¡No solo por su bien, sino por el bien de la Academia!"

Capítulo 4

    Las primeras tres semanas de la vida de una lombriz de tierra en la Academia Espacial están llenas de interminable entrenamiento y acondicionamiento físico para enfrentar los rigores del vuelo a reacción y la vida en planetas distantes. Y bajo la extenuante presión de las jornadas de catorce horas llenas de ejercicios agotadores y largas marchas forzadas, muy pocos de los muchachos pueden encontrar algo más deseable que dormir y... dormir un poco más.

    Bajo esta presión, la fricción en la Unidad 42-D aumentaba. Roger y Astro se pinchaban continuamente con insultos, y Tom había asumido gradualmente el rol de árbitro.

    Al regresar de una tarde difícil de marchas interminables bajo el sol ardiente con la perspectiva de una noche de lucha en caída libre ante ellos, los tres cansados cadetes se arrastraban ​​por las escaleras que conducían a sus habitaciones, con los músculos pidiendo a gritos un descanso.

    "Otro día como este," comenzó Astro fatigado, "y me voy a derretir hasta la nada. ¿Es que McKenny no tiene corazón?"

    "No, sólo un asteroide," refunfuñó Tom. "Él nunca sabrá lo cerca que estuvo esta mañana de recibir una bota espacial en la cara cuando nos despertó. ¡Oh, tío! ¡Yo estaba tan cansado!"

    "Dejad de quejaros, ¿queréis?" gruñó Roger. "Lo único que oigo de dos gateadores espaciales como vosotros son lloriqueos y quejas."

    "Si no estuviera tan cansado, Roger," dijo Astro, "te daría algo por lo que lloriquear. ¡Un labio chafado!"

    "Pasa de él, Astro," dijo Tom con cansancio. El papel de separarlos se estaba volviendo tedioso.

    "El problema contigo, Astro," prosiguió Roger, "es que piensas con los músculos en lugar de con la cabeza."

    "Sí, claro. Y tú tienes una calculadora electrónica como cerebro. Lo único que tienes que hacer es pulsar un botón para obtener ante ti todas las respuestas."

    Habían llegado a sus habitaciones y se estaban quitando los uniformes empapados de sudor en preparación para una ducha fría.

    "¿Sabes, Roger?," continuó Astro, "tienes un verdadero problema por delante."

    "Cualquier problema que tú creas que tengo no es ningún problema," fue la fría respuesta.

    "Sí, lo es," insistió Astro. "¡Cuando estés preparado para tu primer salto espacial, no serás capaz de sobrevivir!"

    "¿Por qué no?"

    "¡Por que en la Academia no tienen un casco espacial que te quepa en esa cabezota hinchada!"

    Roger giró despacio y habló a Tom sin mirarlo: "¡Cierra la puerta, Corbett!"

    "¿Por qué?" preguntó Tom perplejo.

    "Porque no quiero interrupciones. Voy a despedazar ese gran trozo de chatarra espacial venusiana."

    "¡Lo que tú digas, fantasma bocazas!" rugió Astro.

    "¡Ey, basta!" gritó Tom saltando entre ellos y agarrando el brazo de Astro. "¡Si no sois capaces de aguantaros el uno al otro, vais a ser expulsados ​​de la Academia, y yo seré expulsado con vosotros! ¡Que me condenen si voy a pagar yo por vuestros errores!"

    "¡Esa es una afirmación muy interesante, Corbett!" Una voz profunda ronroneó desde la puerta y los tres muchachos se giraron para ver al capitán Strong entrar en la habitación, con su uniforme negro y dorado ajustado cómodamente sobre los hombros y traicionando la fuerza latente de los mismos. "¡Firmes todos!"

    Cuando los chicos se pusieron firmes rápidamente, Strong los miró lentamente y luego se movió casualmente por la habitación. Recogió un libro, miró por la ventana, pateó una bota a un lado y, finalmente, quitó el uniforme manchado de sudor de Tom de una silla y se sentó en esta. Los cadetes mantenían sus poses erguidas, la espalda rígida, ojos mirando al frente.

    "Corbett," espetó Strong.

    "¿Sí, señor?"

    "¿Cuál es el significado de ese pequeño discurso que he oído hace un momento?"

    "Yo... eh, no entiendo muy bien lo que quiere decir, señor," dijo Tom a trompicones.

    "Yo creo que sí," dijo Strong. "Quiero saber qué te provocó a hacer tal afirmación."

    "Prefiero no contestar a eso, señor."

    "¡No te hagas el tonto, Corbett!" bramó Strong. "Sé lo que está pasando en esta unidad. ¿No estaban Manning y Astro a punto de pelear?"

    "Sí, señor," respondió Tom lentamente.

    "De acuerdo. A discreción," dijo Strong. Los tres muchachos se relajaron y encararon al oficial.

    "Manning, ¿quieres ser un cadete exitoso aquí en la Academia Espacial?"

    "Sí, señor," respondió Roger.

    "¿Y por qué no actúas como tal?" preguntó Strong.

    "¿Hay algún problema con mi trabajo, señor?" Tom reconoció la suave confianza de Manning comenzando a asomar, y se preguntó si el capitán Strong iba a caer en el truco.

    "Todo son problemas con tu trabajo," bramó Strong. "¡Eres demasiado inteligente! ¡Sabes demasiado!" Se detuvo en seco y luego añadió suavemente con sarcasmo mordaz: "¿Por qué sabes tanto, Cadete Manning?"

    Roger vaciló. "He estudiado mucho. Estudié durante años para convertirme en un cadete espacial," respondió.

    "¿Solo para ser un cadete o para ser un cadete con éxito y un oficial de la Guardia Solar?"

    "Para tener éxito en ambos, señor."

    "Dime, Manning, ¿tienes alguna idea sobre la vida?"

    "Esa es una pregunta bastante general, señor. ¿Se refiere a la vida como un todo o a una parte específica de la vida?"

    «Están haciendo esgrima entre los dos,» pensó Tom. Contuvo la respiración cuando Strong ojeó al relajado y confiado cadete.

    "Se supone que un astronauta tiene una única idea en la vida, Manning. ¡Y esa idea es el espacio!"

    "Ya veo, señor," respondió Roger mientras una mirada lejana captó sus ojos. "Sí, señor, tengo algunas ideas sobre la vida en el espacio."

    "¡Me gustaría escucharlas!" solicitó Strong fríamente.

    "De acuerdo, señor." Roger relajó los hombros y se apoyó en la litera. "Creo que el espacio es la última frontera del hombre, el hombre terrestre. Es el último lugar que el hombre debe conquistar. Es la mayor aventura de todos los tiempos y quiero formar parte de esa aventura."

    "Gracias, Manning." La voz de Strong era incluso más fría que antes. "Pero resulta que yo también sé leer. ¡Esa fue una cita directa del párrafo final del libro de Jon Builker sobre su viaje a las estrellas!" Hizo una pausa. "¿No se te ocurre nada original que decir?"

    Roger se sonrojó y apretó los dientes. Tom apenas podía evitar reírse. «¡El capitán Strong le ha anotado un tanto en toda la cara!»

    El oficial de la Guardia Solar centró luego su atención en Astro. "Astro, en nombre del universo, ¿de dónde sacaste la idea de que podrías ser un oficial de la Guardia Solar?"

    "¡Puedo manejar cualquier cosa empujándola, señor!" sonrió Astro con confianza.

    "¿Sabes algo sobre hiperimpulsión?"

    "Uhh, no, señor."

    "¡Entonces no puedes manejarlo todo empujándolo, como tú dices!" espetó Strong.

    "Eh... no, señor," respondió Astro, su rostro se nubló.

    Hubo un largo momento de silencio mientras Strong levantaba una rodilla, la balanceaba sobre el brazo de su silla y miraba fijamente a los dos chicos medio desnudos frente a él. El sonrió perezosamente.

    "¡Bueno, para ser dos lombrices de tierra, ciertamente habéis estado actuando como un par de ases espaciales!"

    Dejó que eso calara mientras jugaba con el reluciente anillo de la Academia en su dedo. Dejó que este destellara a la luz de la ventana, luego se lo quitó y se lo dio a Corbett.

    "¿Sabes qué es eso?" le preguntó al cadete de pelo rizado.

    "Sí, señor," respondió Tom. "Su anillo de graduación de la Academia."

    "Ajá. Ahora dáselo a nuestro amigo de Venus." Tom le entregó con cuidado el anillo a Astro.

    "Pruébatelo, Astro," invitó Strong.

    El gran cadete se lo probó en todos los dedos, pero el anillo no podía pasar de la primera articulación.

    "Dáselo a Manning."

    Roger aceptó el anillo y lo sostuvo en la palma de la mano. Lo examinó con una mirada severa y luego lo dejó caer en la mano extendida del oficial de la Guardia Solar, quien se lo volvió a colocar en el dedo, Strong habló casualmente.

    "Todas las unidades diseñan sus propios anillos. Sólo hay tres como este en el universo. Uno está a la deriva en el espacio en el dedo de Sam Jones. Otro está dejando un rastro entre las estrellas en el dedo de Addy García." Levantó el dedo. "Este es el tercero."

    Strong se levantó y comenzó a caminar frente a los chicos.

    "Addy García no sabía decir una palabra de inglés cuando llegó por primera vez a la Academia. Y durante ocho semanas Sam y yo sudamos para descubrir de qué estaba hablando. Creo que pasamos más de cien horas en la cocina haciendo Limpieza porque Addy no dejaba de hacernos fracasar. Pero eso no nos molestó porque éramos una unidad. Unidad 33-V. Promoción del 2338."

    Strong se volvió hacia los silenciosos cadetes.

    "Sam Jones se parecía mucho a ti, Astro. No tan grande, pero con el mismo amor por esa cubierta de energía. Siempre podía sacar unos kilos de más de empuje de esos reactores. Todo lo que él sabía sobre astrogación y control, lo podías meter en la cabeza de un alfiler. En vuelos largos él ni siquiera subía a la cubierta de control. Simplemente se sentaba en el agujero de energía cantando a esos motores atómicos canciones cursis sobre las montañas de Arkansas. Él era un hombre de primera en la cubierta energética, ¡pero ante todo era un hombre de la unidad! La única razón por la que estoy aquí hablando de esto es porque él nunca olvidaba la unidad. Él murió salvándonos a Addy y a mí."

    La habitación quedó en silencio. Al final del largo pasillo, se podía oír la animada charla de otros cadetes mientras se duchaban y se preparaban para la cena. En la distancia, el estruendo de las aceras y las prácticas de disparo de los reactores en el puerto espacial era tenue, sometido, poderoso.

    "La unidad es la columna vertebral de la Academia," continuó Strong. "Fue creada para desarrollar a tres hombres con la habilidad de manejar un crucero a reacción de la Guardia Solar. Tres hombres a quienes se les podrá enseñar a pensar, sentir y actuar como un cerebro inteligente. Tres hombres que se respetarán mutuamente y que podrán depender el uno del otro. Mañana comienza vuestra verdadera educación, seréis supervisados e instruidos personalmente."

    "Muchos hombres han contribuido al conocimiento que se va a poner frente a vosotros: hombres valientes e inteligentes que volaron a través de la atmósfera con un trozo de metal como nave espacial debajo de ellos y un fuego en la cola como reactores. Pero todo lo que lograron será en vano si la unidad no puede convertirse en una única personalidad. Debe ser una sola personalidad o no existe. La unidad es lo definitivo en cientos de años de investigación y progreso. Pero hay que luchar para crearla. y mantenerla viva. ¡O bien la quieres o sales de la Academia!"

    El capitán Strong les dio la espalda momentáneamente y Tom y Astro miraron a Roger significativamente.

    "¡Firmes!"

    Los tres chicos se pusieron firmes cuando el capitán de hombros anchos se dirigió a ellos de nuevo.

    "Mañana comenzaréis a aprender a pensar como un único cerebro. A actuar con inteligencia combinada como una sola persona. O bien tomáis una decisión para comenzar mañana o bien os presentáis al comandante Walters y renunciáis. Aquí no hay lugar para el individualismo."

    Se acercó a la puerta y se detuvo.

    "Una cosa más. Me han encomendado a mí el trabajo de convertiros en astronautas. Yo soy el comandante de vuestra unidad. Si aún estáis aquí por la mañana, aceptaré eso como vuestra respuesta. Si creéis que no podéis aguantar lo que," hizo una pausa; "voy a serviros, ya sabéis lo que podéis hacer. Y si os quedáis, seréis la mejor unidad aunque tenga que partiros en dos en el intento. ¡Unidad, a discreción!" Y se fue.

    Los tres cadetes quedaron quietos, sin saber muy bien qué hacer ni decir. Finalmente Tom se acercó a Astro y a Roger.

    "Bueno," dijo en voz baja, "¿qué os parece, chicos? ¿Vais a hacer las paces ahora?"

    Astro se sonrojó, pero Roger miró a Corbett con frialdad. "¿En serio te ha engañado con ese gas espacial, Tom?" Roger se volvió hacia la ducha. "Si lo ha hecho, entonces eres más infantil de lo que pensaba."

    "Un hombre murió para salvar la vida de otro, Roger. Sam Jones. Nunca lo he conocido. Pero conozco al capitán Strong, y creo que él habría hecho lo mismo por Jones."

    "Muy noble," comentó Roger desde el umbral de la puerta.

    "Pero te diré esto, Manning," dijo Tom, siguiéndolo, luchando por controlarse, "yo no querría tener que depender de ti para salvar mi vida. Y no querría afrontar la situación en la que tuviera que sacrificar la mía para salvar la tuya!"

    Roger se volvió y miró a Tom. "Los reglamentos de la Academia dicen que el hombre en la cubierta de control es el jefe de la unidad. ¡Pero yo tengo mi propia opinión privada sobre el hombre que tiene ese trabajo ahora!"

    "¿Qué se supone que significa eso?" preguntó Tom.

    "Solo esto, chico astronauta. Hay un gimnasio ahí abajo donde te zurraré a ti o a tu gran amigo, juntos o uno a la vez." Hizo una pausa, una fría sonrisa torcía sus labios. "¡Y esa oferta se mantiene a partir de ahora!"

    Tom y Astro se miraron.

    "Me temo," comenzó Astro lentamente, "que no tendrías muchas posibilidades conmigo, Manning. Así que, si Tom quiere la tarea de abotonarte los labios, por mí encantado."

    "Gracias, Astro," dijo Tom de manera uniforme. "Será un placer."

    Sin otra palabra, los tres cadetes salieron por la puerta.

Capítulo 5

    "¿Servirá esto, Manning?" preguntó Tom.

    Los tres chicos estaban en un rincón apartado del gimnasio, un gran salón en la planta catorce del edificio de dormitorios. Al otro extremo del gimnasio, un grupo de cadetes acababa de terminar un juego de mercuriobol y se dirigían a las duchas. Cuando el último chico había desaparecido, la planta quedó desierta, a excepción de Tom, Roger y Astro.

    "Esto servirá, Corbett," dijo Roger.

    El cuadrilátero de boxeo había sido retirado la semana anterior para dejar espacio a la instrucción y los ejercicios físicos de las Lombrices de Tierra, por lo que los tres chicos tuvieron que improvisar un ring. Juntaron a rastras cuatro grandes esteras para caídas, extendiéndolas una al lado de la otra para formar un cuadrado del tamaño de un cuadrilátero real. Astro fue a uno de los pequeños casilleros debajo del balcón y regresó con dos pares de guantes de boxeo.

    "Tomad," ofreció Astro, "poneos esto."

    "¿Guantes?" preguntó Roger con fingida voz de sorpresa. "Pensé que esto iba a ser una batalla sangrienta."

    "Como quieras, Manning. Como tú quieras," dijo Tom.

    "Vais a llevar guantes," gruñó Astro. "No quiero que nadie acabe muerto." Les arrojó un par a cada uno de ellos.

    "Habrá asaltos de tres minutos, con un minuto de descanso," continuó Astro. "Si salís de las esteras, quedáis eliminados. Por lo demás, reglas habituales. ¿Alguna pregunta?"

    "Para mí está claro, Astro," dijo Tom.

    "Vamos," asintió Roger.

    "Una cosa más," dijo Astro. "Espero que Tom te planche las orejas, Manning, pero voy a vigilar de que ambos tengáis una lucha justa. Así que no quiero golpes bajos, y luchad limpio. De acuerdo, ¡tiempo!"

    Los dos muchachos se movieron con cuidado hacia el centro del cuadrilátero improvisado, con la guardia levantada, mientras Astro se apartaba del borde de la estera y vigilaba el segundero de su cronógrafo de pulsera.

    Tom avanzó moviendo los pies hacia la izquierda y luego intentó un cruzado de derecha, pero Manning retrocedió un paso con facilidad, contraatacando con una fuerte izquierda al corazón de Tom.

    "Olvidé decírtelo, Corbett," gritó Roger, "Me consideran un as del contragolpe. Yo siempre..."

    Fue interrumpido con un fuerte golpe de izquierda a la cara que le echó la cabeza hacia atrás, y sus labios se curvaron en una sonrisa de condescendencia.

    "Bien, muy bueno, Corbett." dijo Roger.

    Luego, con la velocidad del rayo y la gracia de un gato, Roger entró de un paso en la guardia de Tom, golpeando con fuerza y ​​alma. Una izquierda, una derecha y una izquierda impactaron en la sección media de Tom, y mientras este cedía momentáneamente, se le ensombreció el rostro.

    Ambos circularon por la lona. Tom seguía liderando con fuertes izquierdas que entraban y salían como un pistón, siempre conectando y manteniendo a Roger fuera de balance. Roger se concentraba en penetrar la defensa de Tom, golpeándole metódicamente las costillas y el corazón, y tratando de desgastarlo.

    "¡Tiempo!" gritó Astro.

    Los dos muchachos dejaron caer las manos y regresaron a sus esquinas. De cuclillas en el suelo, respiraban lenta y regularmente. Astro se plantó en mitad del ring, mirándolos a ambos por turno y negando con la cabeza.

    "Ja. ¡Esperaba veros a los dos intentando golpearos el uno al otro hasta haceros polvo de meteorito! ¡Si seguís peleando así, estaremos aquí toda la noche!"

    "Díselo a Corbett," se burló Roger. "¡Parece que tiene miedo de confundirse!"

    "Tú pelea a tu manera, Roger, y yo pelearé a la mía," respondió Tom con voz fría e impersonal.

    "¡Tiempo!" gritó Astro de pronto y dio un paso atrás fuera de la estera.

    Los dos cadetes se pusieron en pie de un salto y volvieron a encontrarse en el centro del ring. Embistiendo como un toro, Roger cambió de táctica y comenzó una lluvia de puñetazos por todo el cuerpo de Tom, pero el cadete de pelo rizado se mantuvo firme y frío, parando con los guantes algunos en el aire y esquivando los otros por debajo. Luego, cuando Roger disminuyó la velocidad, Tom tomó la ofensiva golpeando con la izquierda en la cara de su oponente de manera constante y metódica, mientras mantenía su derecha ladeada en busca de una apertura despejada hacia la barbilla.

    Roger se acercaba y alejaba danzando, vigilando la izquierda de Tom como si esta fuera una serpiente y tratando infructuosamente de atravesar su guardia. Pero las afiladas izquierdas no dejaban de lanzarle la cabeza hacia atrás y su rostro empezó a enrojecerse, no sólo por el aguijón de los golpes, sino por la creciente furia de su frustración.

    De pronto, mientras Astro levantó el brazo para indicar el final del asalto, Roger avanzó de un salto y lanzó otra serie de inofensivos golpes en los hombros y brazos de Tom. Pero luego, cuando el gran venusiano exclamó la palabra tiempo, dio un paso atrás y Tom bajó la guardia. En ese instante, Roger lanzó una derecha con todo su peso. El golpe dio de lleno en la mandíbula de Tom y este cayó en la lona, tendido sobre la estera y yaciendo inmóvil.

    Sonriendo, Roger paseó hacia su esquina mientras Astro entraba deprisa y se inclinaba sobre el cadete caído.

    "¡Eso no vale, Astro!" espetó Roger. "¿Desde cuándo un árbitro toma partido? ¡Déjalo en paz! ¡Si no sale en el siguiente asalto, tienes que darlo por KO!"

    El gran venusiano se enderezó y caminó amenazadoramente hacia la esquina de Roger. "Le pegaste después de que yo dijera tiempo," gruñó.

    "De modo que también tengo que enfrentarme a ti, ¿eh?" Roger se puso en pie de un salto. "¡De acuerdo, ven aquí, gran explosión de gas espacial!"

    "Espera, Astro... ¡Espera!"

    Astro dio media vuelta de repente y vio a Tom sacudiendo la cabeza débilmente y tratando de incorporarse sobre los codos. Astro volvió corriendo al lado del chico caído.

    Roger le gritó enojado: "¡Déjalo en paz!"

    "¡Ahhh, vete a limpiar reactores!" Fue la gruñona respuesta de Astro mientras se inclinaba sobre Tom, quien ahora estaba sentado. "Tom, ¿estás bien?"

    "Sí, sí," respondió él débilmente. "Pero mantente fuera de esto. Tú eres el árbitro. ¿Cuánto tiempo queda?"

    "Veinte segundos," dijo Astro. "Roger te dio una bofetada después de que yo dijera tiempo."

    "Si lo hizo, yo no sabía nada al respecto. Estaba KO." Tom logró esbozar una fría sonrisa. "Buen golpe, Roger."

    "Diez segundos," dijo Astro saliendo de la estera.

    "Gracias por el cumplido, Corbett." Roger miró al otro cadete con aire especulativo. "Pero ¿estás seguro de que quieres continuar?"

    "Me salvó la campana, ¿no?"

    "Sí, claro, pero si prefieres tirar la toalla"

    "¡Tiempo!" gritó Astro.

    Tom se puso en pie, negó con la cabeza y levantó las manos. No hizo eso demasiado pronto, pues Roger se había apresurado a cruzar la estera, tratando de encajarle otro derecho asesino. Tom levantó el hombro justo a tiempo, hizo resbalar el golpe y, al mismo tiempo, lanzó una tremenda izquierda a la abierta sección media de Roger. Manning soltó un gruñido y cerró la guardia. Tom lo persiguió en su ventaja, bombeando derechas e izquierdas al cuerpo, y pudo sentir que el arrogante cadete se debilitaba. De pronto, Roger se agarró a Tom y lo hizo bailar alrededor para que Astro estuviera en el lado opuesto de la estera, luego levantó la cabeza justo debajo de la barbilla de Tom. El estallido de los dientes de Tom se oyó por toda la gran sala. Roger dio un paso atrás y pedaleó hacia atrás hasta que Astro exclamó tiempo.

    "Gracias por enseñarme ese, Roger. Hoy he aprendido dos trucos tuyos," dijo Tom respirando con dificultad, pero con la misma sonrisa fría en el rostro.

    "Sin problema, Corbett. Ha sido un placer," dijo Manning.

    "¿Qué trucos?" preguntó Astro. Miró con sospecha a Manning, quien estaba doblado y le costaba respirar.

    "Nada que yo no pueda manejar a tiempo," dijo Tom mirando a Roger.

    "¡Tiempo!" exclamó Astro, y se bajó de la estera.

    Los dos chicos se pusieron en pie lentamente. El ritmo comenzaba a mostrarse en ellos y ambos boxearon con cuidado.

    Los chicos estaban perfectamente igualados, Tom lanzaba constantemente la cabeza de Roger hacia atrás con los golpes de izquierda y seguía esto con un cruzado de derecha a la cabeza o al corazón. Y Roger contraatacaba, deslizaba ganchos y golpes al cuerpo bajo las largas pistas de Tom. Era una pelea salvaje. Las tres semanas de duro entrenamiento físico habían condicionado a los chicos a la perfección.

    Al final del duodécimo asalto, ambos chicos mostraban muchos signos de desgaste. Las mejillas de Roger estaban tan rojas como el brillo de un deflector de chorro a reacción debido al centenar de izquierdazos que Tom le había bombeado en la cara, mientras que las costillas y la sección media de Tom estaban magulladas y al rojo donde los golpes de Roger habían aterrizado con éxito.

    «Esto no puede durar mucho más,» pensó Astro mientras marcaba el tiempo para el comienzo del decimotercer asalto.

    Roger aceleró el ritmo, bailando dentro y fuera de la guardia de Tom, tratando de moverse bajo las izquierdas, pero Tom lo atrapó de pronto con una mano derecha amartillada y lista. Roger se tambaleó y cayó hacia atrás, cubriéndose. Tom aprovechó la ventaja lanzando derechas e izquierdas en todas partes donde podía encontrar una entrada. En la desesperación, se le doblaron las rodillas, Roger se agarró a él con fuerza, levantó rápidamente el guante abierto y le clavó el pulgar a Tom en el ojo. Tom se echó hacia atrás, masajeándose instintivamente el ojo con el guante derecho. Roger, al ver la abertura, la aprovechó de inmediato disparando un fuerte gancho de derecha que aterrizó de lleno en la mandíbula. Tom se vino abajo.

    Ignorante de las tácticas de Roger, Astro saltó al ring y bombeó con el brazo la cuenta mortal.

    "Uno, dos, tres, cuatro..."

    «Como Roger gane, va a ser una dura derrota,» pensó Astro mientras contaba.

    "Cinco, seis..."

    «Va a ser imposible vivir con él y con su arrogancia ahora.»

    "Siete, ocho..."

    Tom se esforzó por sentarse y miró enojado a su oponente en el rincón más alejado.

    "Nueve..."

    Con un convulsivo esfuerzo, Tom recuperó el equilibrio al levantarse. Tenía el ojo izquierdo cerrado e hinchado, el derecho entumecido por la fatiga. El cuerpo se le tambaleaba ebriamente en posición de pie, pero él siguió adelante. Esta era una pelea que tenía que ganar.

    Roger se movió hacia Tom para el final. Golpeó con la izquierda el caparazón defensivo de Tom, tratando de encontrar una abertura para el último golpe final, pero Tom permanecía dentro de su guardia parando con los antebrazos los golpes, que incluso le lastimaban los brazos, mientras esperaba a que le volviera la fuerza a las piernas y a los brazos, y se le despejara la cabeza. Sabía que no aguantaría otro asalto. No era capaz de ver. Tendría que ser en este asalto y tenía que vencer a Roger. No porque quisiera, sino porque Roger era miembro de la unidad y Tom tenía que mantenerla unida.

    Circuló a su compañero de unidad con cuidado, protegiéndose de la salva de derechas e izquierdas que llovía a su alrededor. Y esperó... esperó una única apertura perfecta.

    "¡Venga! ¡Ábrete y lucha, Corbett!," jadeó Roger.

    Tom giró bruscamente a la derecha en respuesta. Notó que Roger se movía con un gancho cada vez que él intentaba cruzarle la derecha. Tom esperó, le empezaban a temblar las piernas. Roger iba en círculos y Tom disparó la izquierda de nuevo, bajó semiagachado y fintó con la derecha cruzada. Roger avanzó levantando el puño para el gancho de izquierda y Tom estaba preparado para eso. Lanzó la derecha, la disparó con cada gramo de fuerza que le quedaba en el cuerpo. Roger fue sorprendido en movimiento y recibió el golpe de lleno en la barbilla. Se detuvo como si le hubiesen dado un mazazo. Se le pusieron los ojos vidriosos y luego cayó sobre la lona. Estaba en total KO.

    Astro ni siquiera se molestó en contar.

    Tom se acuclilló en la estera junto a Roger y se frotó la cabeza rubia con el guante.

    "Trae un poco de agua, Astro," dijo jadeando por aire. "Me alegro de no tener que pelear otra vez con este tío. Y te diré algo más..."

    "¿Qué?" preguntó Astro.

    "Cualquiera que quiera ganar tanto como quiere este tío, va a ganar, y yo prefiero tenerlo de mi lado."

    Astro solo gruñó mientras se volvía hacia el refrigerador de agua. "Tal vez," respondió Astro. "¡Pero primero debería leer un libro de reglas!"

    Cuando volvió a la estera con el agua, Roger se estaba sentando, mordiéndose los nudos de los cordones de los guantes. Tom lo ayudó y, cuando finalmente se quitaron el cuero empapado, extendió la mano. "Bueno, Roger, estoy listo para olvidar todo lo que hemos dicho y empezar de cero."

    Roger miró durante un momento la mano extendida, tenía los ojos en blanco e inexpresivos. Luego, con un movimiento rápido, la apartó de un manotazo y se puso de pie.

    "Vete a limpiar reactores," gruñó Roger y, dándoles la espalda, avanzó renqueando por el gimnasio.

    Tom lo observó irse, el desconcierto y el dolor estaban reflejados en el rostro. "Pensé que esto iba a funcionar, Astro," suspiró Tom; "Pensé que entraría en razón si..."

    "Nada va a hacer que ese botarate entre en razón," interrumpió Astro con disgusto. "¡Al menos, nada salvo un misil con cabeza nuclear! Venga. ¡Vamos a limpiarte!"

    Pasando el brazo alrededor del hombro de Tom, el gran venusiano lo condujo por el gimnasio desierto y, cuando desaparecieron por las puertas corredizas automáticas, una figura alta con el uniforme de la Guardia Solar salió de las sombras en el balcón de arriba. Era el Capitán Strong.

    Quedó de pie en silencio junto a la barandilla, mirando las esteras y los empapados guantes de boxeo desechados. «Tom ha ganado la pelea,» pensó, «pero ha perdido la guerra.»

    La unidad estaba ahora más separada que nunca.

Capítulo 6

    "Bueno, Steve, ¿cómo va todo?"

    El capitán Steve Strong no respondió de inmediato. Le devolvió el saludo a un cadete espacial que pasaba por la acera opuesta y luego encaró al comandante Walters, que estaba a su lado mirándolo con curiosidad.

    "Las cosas van bastante bien, comandante," respondió finalmente con un aire de despreocupación.

    "¿Están las unidades de Lombrices de Tierra manos a la obra?" La voz del comandante Walters coincidió con la de Strong en indiferencia.

    "Sí, yo diría que sí, señor. Hablando en general, por supuesto." Strong sintió que comenzaba a ruborizarse en la nuca mientras Walters seguía mirándolo de soslayo.

    "¿Y específicamente hablando, Steve?"

    "Bueno... eh, ¿qué quiere decir, señor?"

    "Dejemos el esgrima entre nosotros, Steve." Walters habló con amabilidad, pero con firmeza. "¿Qué pasa con Manning y la Unidad 42-D? ¿Están esos chicos aprendiendo a trabajar juntos o no? ¡Y quiero hechos, no esperanzas!"

    Strong vaciló al tratar de pronunciar su respuesta. En estas semanas que habían seguido a la pelea de Tom con Roger en el gimnasio, no había habido más incidentes de guerra abierta. La actitud de Roger, antaño abiertamente desafiante, ahora se había tornado una interminable corriente de sarcasmo. Picaba sin aguijón y parecía satisfecho con incordiar solamente. Astro se había retirado a su caparazón, negándose a permitir que Roger lo molestara, solo un ocasional brote de ira indicaba sus verdaderos sentimientos hacia su problemático compañero de unidad. Tom mantenía su papel de pacificador y, todos los días y de muchas maneras, mostraba su capacidad de liderazgo al alejar a sus compañeros de unidad de toda actividad tormentosa.

    Strong finalmente rompió el silencio. "Es difícil responder esa pregunta con hechos, comandante Walters."

    "¿Por qué?" insistió Walters.

    "Bueno, en realidad no ha pasado nada," respondió Steve.

    "Querrás decir nada desde la pelea en el gimnasio."

    "Oh," Strong se sonrojó. "¿Sabe usted eso?"

    El comandante Walters sonrió. "Los ojos morados y las caras que parecen filetes crudos no pasan desapercibidos, Steve."

    "Ehhh, no, señor," fue la mediocre respuesta de Strong.

    "Lo que quiero saber es," prosiguió Walters, "¿Demostró algo la pelea? ¿Ha sacado a los chicos de sus disputas y se están concentrando en convertirse en una unidad?"

    "En este momento, comandante, se están concentrando en aprobar sus exámenes prácticos. Saben que tienen que trabajar juntos para superar esta serie de pruebas. Vaya, la Dra. Dale me dijo el otro día que está segura de que Tom le ha estado dando a Roger algunas indicaciones sobre el funcionamiento de la cubierta de control. Y una noche encontré a Manning dándole a Astro una conferencia sobre relaciones de compresión. Por supuesto, la forma de hablar de Manning confunde al venusiano más que lo ayuda, pero al menos no se están gruñendo el uno al otro."

    "Hmm," asintió Walters. "Eso suena esperanzador, pero aún así no es concluyente. Después de todo, tienen que ayudarse mutuamente en las pruebas manuales. Si un miembro de la unidad falla, se reflejará en las notas de los otros dos y podrían ser rechazados también. Incluso los enemigos más letales se unen para salvar la vida."

    "Quizá, señor," respondió Strong. "Pero ahora no estamos lidiando con enemigos mortales. Estos son tres chicos con tres personalidades distintas agrupadas en un entorno extraño. Se necesita tiempo y paciencia para formar un equipo que dure años."

    "Puede que tú tengas paciencia, Steve, pero la Academia no tiene tiempo." El comandante Walters fue repentinamente brusco. "¿Cuándo realiza la Unidad 42-D sus exámenes manuales?"

    "Esta tarde, señor," respondió Strong. "Estoy de camino a la sala de exámenes en este momento."

    "Muy bien. No tomaré ninguna medida aún. Esperaré los resultados de los exámenes. Quizá estos resuelvan nuestros dos problemas. Nos veremos más tarde, Steve." Girándose bruscamente, el comandante Walters se bajó de la acera deslizante, avanzó hacia los escalones del Edificio de Administración y desapareció rápidamente de la vista.

    Al quedarse solo, Strong reflexionó sobre la declaración de despedida del comandante. La implicación era clara. Si la unidad no lograba una nota lo bastante alta como para justificar el problema que requiría mantenerla unida, se separaría. O peor aún, uno o más de los chicos serían despedidos de la Academia.

    Unos minutos más tarde, Strong llegó a la sala de exámenes, una habitación grande y yerma con una pequeña puerta en cada una de las tres paredes, además de la que contenía la entrada. Tom Corbett estaba esperando en el centro de la sala y saludó con elegancia cuando Strong se acercó.

    "¡Cadete Corbett, me presento para un examen manual, señor!"

    "A discreción, Corbett," respondió Strong, devolviéndole el saludo. "Esta va a ser difícil. ¿Estáis completamente preparados?"

    "Eso creo, señor." La voz de Tom no era demasiado firme.

    Una sonrisa fugaz pasó por los labios de Strong, luego continuó. "Primero haréis el examen de la cubierta de control. Manning será el siguiente en el puente del radar y Astro el último en la cubierta de energía."

    "Estarán aquí según lo programado, señor."

    "Muy bien. Sígueme."

    Strong caminó rápidamente hacia la pequeña puerta en la pared izquierda, Tom se mantuvo un respetuoso paso detrás. Cuando llegaron a la puerta, el oficial pulsó un botón en la pared al lado y la puerta se abrió.

    "Muy bien, Corbett. Adentro." Strong asintió hacia el interior de la sala.

    El chico pasó rápido, luego se detuvo asombrado. A su alrededor había un laberinto de instrumentos y controles, y, en el centro, sillas dobles de piloto.

    "¡Capitán Strong!" Tom estaba tan sorprendido que apenas pudo pronunciar las palabras. "¡Es... esto es una cubierta de control real!"

    Strong sonrió. "Tan real como podemos hacerla, Corbett, sin permitir que el edificio despegue." Hizo un gesto hacia los asientos del piloto. "Ocupa tu lugar y abróchate al asiento."

    "Sí, señor." Con los ojos aún abiertos de asombro, Tom se acercó al asiento indicada y Strong lo siguió, apoyándose casualmente en el otro.

    Observó al joven cadete ajustarse nerviosamente la correa del asiento. Puso una reconfortante mano en el hombro del chico. "¿Nervioso, Corbett?"

    "Sí, señor, sólo un poco," respondió Tom.

    "No te preocupes," dijo Strong. "Deberías haber visto la forma en que entré yo en esta sala hace quince años. Mi oficial de cadetes tuvo que ayudarme a subir al asiento del piloto de control."

    Tom logró esbozar una sonrisa fugaz.

    "Bueno, Corbett," la voz de Strong se volvió formal; "como sabes, estas pruebas manuales son las últimas pruebas antes de despegar. En las últimas semanas, los cadetes habéis sido sometidos a todos los exámenes posibles para descubrir cualquier defecto en vuestro trabajo que luego pudiera surgir en el espacio. Este examen de operaciones manuales sobre el tablero de control, como la de Manning en el puente del radar y la de Astro en la cubierta de energía, está diseñado para poneros a prueba en condiciones espaciales simuladas. Si pasas esta prueba, el siguiente paso es el espacio real."

    "Sí, señor."

    "Te lo advierto, no es fácil. Y si fallas, te despedirás de la Academia personalmente, y si el resto de los miembros de la unidad no obtienen una calificación lo bastante alta como para promediar una calificación aprobatoria para todos vosotros, fracasáis como unidad."

    "Entiendo, señor," dijo Tom.

    "Está bien, entonces comenzaremos. Tu tripulación está a bordo, la esclusa de aire está cerrada. ¿Qué es lo primero que haces?"

    "Ajustar el sistema de circulación de aire para garantizar las condiciones estándar de la Tierra."

    "¿Cómo haces eso?"

    "Al pulsar este botón, se activarán las unidades servo. Estas mantienen en funcionamiento automático las bombas de circulación, en función de las lecturas termostáticas del indicador principal." Tom señaló una esfera de reloj negra con una manecilla blanca luminosa y números.

    "De acuerdo, continúa," dijo Strong.

    Tom extendió la mano por encima del enorme tablero de control que se extendía a su alrededor un metro en los tres lados. Colocó un nervioso dedo en un botóncito, esperó a que el calibrador de abajo registrara un movimiento de la mano y luego lo soltó. "Todas las presiones estables, señor."

    "¿Qué sigue?"

    "Comprobar la tripulación, señor, todos los departamentos," respondió Tom.

    "Continúa," dijo Strong.

    Tom extendió la mano y tiró de un micrófono hacia él.

    "¡Todo el personal! ¡Control de puestos!" dijo Tom, y luego se sorprendió al escuchar una voz metálica que le respondía.

    "¡Cubierta de energía, listos para despegar!" Y luego otra voz: "Cubierta de radar, ¡listos para despegar!"

    Tom se reclinó en el asiento del piloto y se volvió hacia el capitán. "Todas los puestos listos, señor."

    "¡Bien! ¿Qué sigue?" preguntó Strong.

    "Solicitar a la torre del espaciopuerto autorización para despegar"

    Strong asintió. Tom se volvió hacia el micrófono y, sin mirar, pulsó un botón frente a él.

    "Crucero a reacción..." Hizo una pausa y se volvió hacia Strong. "¿Qué nombre doy, señor?"

    Strong sonrió. "Arca de Noé."

    "¡Crucero a reacción Arca de Noé a control del espaciopuerto! Solicito autorización para despegar y órbita."

    Una vez más, una voz fina y metálica le respondió y le dio las instrucciones necesarias.

    Una y otra vez, a través de cada posible comando, condición o decisión que se le colocaba delante, Tom guió su nave imaginaria en su vuelo imaginario a través del espacio. Durante dos horas pulsó botones, activó interruptores y manipuló controles. Dio órdenes y las recibió de las finas voces metálicas. Estas le respondían con tanta precisión —y a veces con tal aparente vacilación— que a Tom le costaba creer que solo fueran dispositivos de grabación controlados electrónicamente. Una vez, cuando supuestamente volaba a través del espacio a tres cuartos de velocidad espacial, recibió una advertencia del puente de radar de un asteroide aproximándose. Tom pidió un cambio de rumbo, pero en respuesta solo recibió estática. Creyendo que la grabación se había roto, se volvió inquisitivamente hacia el capitán Strong, pero solo recibió una mirada en blanco a cambio. Tom vaciló durante una fracción de segundo y luego volvió a los controles. Rápidamente activó el botón del teleceptor y comenzó a trazar el curso del asteroide que se aproximaba, ignorando por el momento sus otras tareas en la cubierta de control. Cuando hubo terminado, dio el cambio de rumbo a la cubierta de energía y ordenó una explosión en el reactor de estribor. Esperó el cambio de rumbo, lo vio registrarse en los indicadores frente a él y luego continuó con su trabajo.

    Strong se inclinó de pronto y le dio una palmada en la espalda con entusiasmo.

    "Buen trabajo, Corbett. Esa grabación rota se colocó allí intencionadamente para pillarte. Ni un cadete entre veinte habría tenido la presencia de ánimo que mostraste al trazar tú mismo el curso de ese asteroide.

    "Gracias, señor," tartamudeó Tom.

    "Eso es todo, la prueba ha terminado. Vuelve a tus dependencias." Se acercó y puso una mano sobre el hombro de Tom. "Y no te preocupes, Corbett. Aunque no es costumbre decírselo a un cadete, creo que te lo mereces. ¡Has aprobado con una puntuación perfecta!"

    "¿Sí, señor? ¿Quiere decir que... he aprobado?"

    "El siguiente paso es Manning," dijo Strong. "Tú has hecho todo lo que un cadete puede hacer."

    "Gracias, señor." Tom sólo pudo repetirlo una y otra vez; "Gracias, señor, gracias."

    Aturdido, saludó a su superior y se volvió hacia la puerta. Dos horas en el asiento del piloto lo habían dejado mareado, pero estaba feliz.

    Cinco minutos después cerró la puerta corrediza y entró en los cuartos del 42-D con un grito apasionado.

    "¡Saludad al cadete espacial Corbett, una lombriz de tierra que acaba de aprobar su examen de operaciones manuales de la cubierta de control!"

    Astro levantó la vista de un libro de tablas sobre astrogación y le mostró a Tom una débil sonrisa.

    "Felicitaciones, Tom," dijo, y volvió a su libro, agregando amargamente, "pero si yo me aprendo estas tablas esta tarde para mi práctica de cubierta de energía, estás perdido."

    "Dime, ¿qué está pasando aquí?" preguntó Tom. "¿Dónde está Roger? ¿No te ayudó él con ellas?"

    "Se fue. Dijo que tenía que ver a alguien antes de hacer su examen manual de puente de radar. Me ayudó un poco, pero cuando le hacía una pregunta, me decía la respuesta muy rápido, bueno, yo no podía seguirle."

    Cerró el libro de golpe y se levantó. "¡Yo y estas tablas," señaló el libr; "no combinamos!"

    "¿Cuál es el problema?"

    "Ah, puedo aprenderme las fáciles sobre la astrogación. Son simples. Pero son las que tengo que combinar con la cubierta de energía."

    "Bueno, quiero decir, ¿qué específicamente?" preguntó Tom en voz baja.

    "Por ejemplo, tengo que encontrar la relación de compresión en los tubos de disparo principales usando una cantidad determinada de combustible, dirigiéndome a un destino determinado y tomando un tiempo determinado para el trayecto."

    "¡Pero esas son operaciones de cubierta de control, así como la de astrogación y de energía!" exclamó Tom.

    "Sí, lo sé," respondió Astro, "pero aún así tengo que ser capaz de hacerlo. Como os suceda algo a vosotros dos y yo no sepa cómo llevaros a casa, ¿entonces qué?"

    Tom vaciló. Astro tenía razón. Cada miembro de la unidad tenía que depender del otro en cualquier emergencia. ¿Y si uno de ellos fallaba? Tom vio por qué los manuales básicos eran ahora tan importantes.

    "Mira," ofreció Tom. "Supongamos que repasamos todo el asunto juntos de nuevo. Tal vez te estés equivocando con el concepto básico."

    Tom agarró una silla, la acercó al escritorio y tiró a Astro a su lado. Abrió el libro y comenzó a estudiar el problema.

    "Ahora mira, tienes veintidós toneladas de combustible y, considerando la posición de tu nave en el espacio..."

    Mientras los dos chicos, con los hombros encorvados sobre la mesa, comenzaban a revisar la tabla de proporciones, al otro lado del cuadrado de la sala de exámenes, Roger Manning se encontraba en una réplica del puente de radar de una nave a reacción y encaraba al capitán Strong.

    "Cadete Manning, me presento para un examen manual, señor." Roger levantó el brazo en saludo enérgico al capitán Strong, quien se lo devolvió con indiferencia.

    "A discreción, Manning," respondió Strong. "¿Reconoces esta sala?"

    "Sí, señor. Es una maqueta de un puente de radar."

    "¡Una maqueta funcional, cadete!" Strong estaba vagamente irritado por la indiferencia de Roger al aceptar una situación en la que Tom se había maravillado. "¡Harás tus exámenes manuales aquí!"

    "Sí, señor."

    "En estas pruebas se te cronometrará tanto por la eficiencia como por la velocidad, y utilizarás todas las tablas, gráficos y equipos de astrogación que vas a encontrar en una nave espacial. Tus problemas son puramente matemáticos. No hay decisiones que tomar. Solo usa la cabeza."

    Strong le entregó a Roger varias hojas de papel que contenían problemas escritos. Roger los movió entre los dedos, dándoles una mirada rápida a cada uno.

    "Puedes comenzar en cualquier momento que estés listo, Manning," dijo Strong.

    "Estoy listo ahora, señor," respondió Roger con calma. Se volvió hacia la silla giratoria ubicada entre el enorme tablero de comunicaciones, la mesa de cartas ajustable y el prisma de astrogación. Directamente frente a él estaba el enorme escáner de radar y, a un lado y arriba, había un tubo montado en una junta giratoria que parecía un pequeño telescopio, pero que en realidad era un prisma de astrogación para observar los cuerpos celestes en el espacio.

    Roger se concentró en el primer problema.

    «Ahora se encuentra en el cuadrante noroeste de Marte, gráfico M, área veintiocho. La cubierta de control le ha notificado que ha sido necesario deshacerse de tres cuartas partes de su suministro de combustible. Durante los últimos quinientos setenta y nueve segundos ha estado propulsando a un cuarto de velocidad espacial. Los cuatro reactores impulsores principales se han interrumpido a intervalos de treinta segundos. Haciendo el ajuste para el grado de deslizamiento en cada interrupción sucesiva del reactor, encuentre la posición actual usando la corrección cruzada con Regulus como su posición de estribor, Alfa Centauri como su posición de babor.»

    De pronto, una campana comenzó a sonar frente a Roger. Sin dudarlo, ajustó un dial que enfocó el escáner de radar. Como la pantalla quedó en blanco, Roger hizo un segundo ajuste, y luego un tercero y un cuarto hasta que se vio el destello blanco brillante de un meteoro en el escáner. Rápidamente agarró dos perillas, una en cada mano, y las giró para mover dos delgadas líneas, una horizontal y otra vertical, a lo largo de la superficie del escáner. Estableciendo la línea vertical, tocó una máquina de tabulación con la mano derecha, mientras ajustaba la segunda línea con la izquierda, fijando así el meteoro en forma cruzada. Luego centró toda su atención en el tabulador, sacó la respuesta con movimientos relámpago de dedos y empezó a hablar rápidamente por el micrófono.

    "¡Puente de radar a cubierta de control! Cuerpo alienígena con rumbo cero, uno, cinco, uno punto siete grados sobre el plano de la eclíptica. Sobre la órbita de intersección. Cambie el rumbo dos grados, mantenga durante quince segundos, luego retome el rumbo original. XXXWill compensate for change nearer destination!"

    Roger miró el escáner un momento más. Cuando la atronadora explosión de los chorros de dirección sonaron en la cámara y el destello del meteorito se movió en la pantalla del escáner, volvió al problema entre manos.

    Siete minutos después se volvió hacia Strong y le entregó la respuesta.

    "La posición actual por estimación es el cuadrante noroeste de Marte, mapa O, área treinta y nueve, señor," anunció con confianza. "Fui incapaz de captar una señal de Alfa Centauri."

    Strong trató de disimular su sorpresa, pero una ceja enarcada lo delató. "¿Y cómo llegaste a esta conclusión, Manning?"

    "Fui incapaz de captar una señal de Alfa Centauri debido a la posición actual de Júpiter, señor," respondió Roger con tranquilidad. "Así que tomé la posición de la Tierra, permitida por su velocidad de rotación alrededor del sol y tomé la posición cruzada con Regulus como se ordenó en el problema. Por supuesto, incluí todos los demás factores de la velocidad y el rumbo de nuestra nave. Eso era rutina."

    Strong aceptó la respuesta con un breve asentimiento y le indicó a Roger que continuara. No estaría bien, pensó Strong, hacerle saber a Manning que él era el primer cadete en treinta y nueve años en hacer la selección correcta de la Tierra al resolverla con Regulus, y aún tener la presencia de ánimo para trazar la trayectoria de un meteoro con un error menor de medio grado. Por supuesto, el problema variaba con cada cadete, pero seguía siendo esencialmente el mismo.

    «Siete minutos y medio. El comandante Walters se va a sorprender, por decir lo menos,» pensó Steve.

    Cuarenta y cinco minutos más tarde, Roger, tan sereno como si hubiera estado sentado escuchando una conferencia de diapositivas sonora,s entregó el resto de sus papeles, hizo un saludo brusco y se marchó.

    «Dos menos, queda uno,» pensó Strong, y el más duro de los tres subió.

    Astro.

    El gran venusiano no podía entender nada que no se pudiera girar con una llave inglesa. Lo único que podía evitar que la Unidad 42-D obtuviera los honores de unidad de la Academia sobre la Unidad 77-K, la unidad asignada al teniente Wolcheck, sería Astro. Si bien ninguno de los miembros de las otras unidades podía alcanzar la brillantez individual de Corbett o Manning, trabajaban juntos como unidad, ayudándose unos a otros. Podían obtener una calificación de unidad más alta simplemente porque estaban mejor equilibrados.

    Astro se encogió de hombros y recogió los papeles. Era tanta tortura para él como para cualquier cadete, pensó el cadete, y se volvió hacia la puerta. «Está bien, Astro,» se dijo a sí mismo, «¡En diez minutos será tu turno y voy a ponerlo difícil!"

    En las dependencias de la Unidad 42-D, Tom y Astro seguían examinando los libros y los papeles sobre el escritorio.

    "Intentémoslo de nuevo, Astro," suspiró Tom mientras acercaba su silla a la mesa. "Tienes treinta toneladas de combustible, quieres encontrar la relación de compresión de la cámara del tubo de combustión número uno, entonces, ¿qué haces?"

    "Encienda el auxiliar, quemo un poco de esa cosa y juzgo según lo que pase," respondió el gran cadete. "Así lo hacía en los cargueros espaciales."

    "¡Pero ahora no estás en un carguero espacial!" exclamó Tom. "Tienes que hacer las cosas como ellos quieren que se hagan aquí en la Academia. ¡Según el libro! Estas tablas las han diseñado mentes brillantes para ayudarte y tú solo quieres quemar un poco esa cosa y suponer lo que va a pasar!" Tom levantó al aire las manos con disgusto.

    "Me parece haber oído un viejo dicho de los adolescentes siglos sobre llevar a un caballo hasta el agua, pero no poder hacer que beba," dijo Roger desde la puerta. Entró y pateó las arrugadas hojas de papel que cubrían el suelo, una clara evidencia de los esfuerzos de Tom con Astro.

    "De acuerdo, sabiondo," dijo Tom, "¡Supón que se lo explicas tú!"

    "No puedo," respondió Roger. "Lo intenté. Se lo expliqué veinte veces esta mañana mientras tú estabas haciendo el examen manual de cubierta de control." Se golpeó la cabeza delicadamente con el índice. "¡No consigue atravesar esto, deemasiado grueso!"

    Astro se giró hacia la ventana para ocultar la bruma en sus ojos.

    "Sé amable, Roger," le espetó Tom. Se levantó y se acercó al gran cadete. "Vamos, Astro, no tenemos mucho tiempo. Debes estar en la sala de exámenes en unos minutos."

    "Esto no es bueno, Tom, no puedo entender esas cosas." Astro se volvió y miró a sus compañeros de unidad, su voz estaba cargada de súbita emoción. "Dame solo quince minutos en la cubierta de energía de cualquier cosa con reactores en ella y la llevaré de aquí a la próxima galaxia. No... no puedo explicarlo, pero cuando miro esos motores, puedo leerlos como lees tú una tabla de astrogación, Roger, o tú los medidores de la cubierta de control, Tom. Pero no puedo sacar esas proporciones de un libro. Tengo que poner mis manos en esos motores, tocarlos, quiero decir, tocarlos de verdad. ¡Entonces sabré qué hacer!"

    Tan repentinamente como él había comenzado, se detuvo y se giró, dejando a Tom y Roger mirándolo, sorprendidos por este estallido inusual.

    "Cadetes, ¡firmes!" rugió una voz desde la puerta.

    Los tres cadetes se pusieron firmes y encararon la entrada.

    "¡Tomáoslo con calma, lombrices de tierra!" dijo Tony Richards. Un alto cadete de pelo negro muy cortado y una cara sonriente y perezosa estaba en la entrada.

    "Pírate, Richards," dijo Tom. "No tenemos tiempo para bromas ahora. Astro va a hacer su examen manual de cubierta de energía en unos minutos y estamos estudiando con él."

    "Vale, vale, no explotes los reactores," dijo Richards. "Solo quería ver si había alguna apuesta sobre qué unidad iba a recibir honores en los exámenes manuales esta tarde."

    "¿Supongo que crees que tu Unidad 77-K terminará en lo alto?" dijo Roger.

    "Me gustaría apostar todos las sanciones de cocina que tenemos por la 77-K y contra la vuestra."

    "¿Con Astro en nuestro equipo?" se quejó Roger.

    "¿Qué le pasa a Astro?" preguntó Richards. "¡Por lo que he oído, es un fiera!" Eso no había sido un cumplido, sino una aguda excavación hecha con una maliciosa sonrisa. Astro apretó sus enormes manos en puños.

    "Astro," dijo Roger, "es del tipo que puede oler problemas en cualquier cubierta de energía. Pero hoy está resfriado. No, me temo que no es una apuesta, Richards."

    "Os daré dos a uno," ofreció Richards.

    "No hay nada que hacer," respondió Roger. "Ni siquiera cinco a uno. No con Astro."

    Richards sonrió, asintió y desapareció.

    Roger se volvió para enfrentarse a la dura mirada de Tom. "Esa fue la venta más sucia que he escuchado, Manning," gruñó Tom.

    "Lo siento, Corbett," dijo Roger. "Yo solo apuesto a lo seguro."

    "Me parece bien, Manning," dijo Astro, "pero me temo que te has vendido a ti mismo un reactor al rojo, ¡porque voy a aprobar!"

    "¿A quién estás engañando?" Roger se echó a reír y se dejó caer en la litera.

    Astro dio un paso rápido hacia adelante, puños apretados, rostro una máscara de ira ardiente, pero Tom saltó frente a él rápidamente.

    "¡Llegarás tarde al examen, Astro!" le gritó. "¡Ponte en marcha o te descontará la nota!"

    "Ja. ¿Qué son algunos puntos más o menos cuando vas a fallar de todos modos?," Resopló Roger desde la litera.

    Una vez más, Astro comenzó a lanzarse hacia adelante y Tom se preparó a aguantar la carga del venusiano, pero el fornido cadete se detuvo de pronto. Soltándose los brazos de sujeción de Tom, le habló con frialdad al burlón sobre la cama.

    "Voy a aprobar el examen, Manning. ¿Entiendes? ¡Voy a aprobar y luego volveré y te arrancaré la cabeza!" Girando sobre sus talones, salió de la habitación.

    Tom inmediatamente se giró para enfrentar a Roger, con fuego en los ojos, y el arrogante cadete, sintiendo problemas, se puso en pie de un salto para enfrentarse a él.

    "¿Por qué hacerle pasar un mal rato a Astro?" preguntó Tom.

    "Cálmate, Corbett," respondió Roger con cautela. "Te estás fundiendo los tubos, estás al rojo."

    "¡Puedes apostar que estoy al rojo! ¡Lo bastante al rojo como para zurrarte... otra vez!" Tom escupió deliberadamente la última palabra.

    Roger se sonrojó y levantó los puños rápidamente como si fuera a cargar, luego los dejó caer de repente. Se volvió hacia la puerta y salió andando lentamente.

    "Vete a limpiar reactores," la voz de Roger le llegó a Tom mientras el primero desaparecía.

    Tom se quedó allí, mirando la puerta vacía, casi ciego de rabia y frustración. Estaba fallando en el trabajo principal que se le había asignado, el de mantener la unidad en equilibrio y trabajando juntos. ¿Cómo iba a poder mandar una tripulación en el espacio si no podía mantener bajo control la fricción de su propia unidad?

    Lentamente, salió de la habitación para esperar a Astro en la sala de ocio donde se anunciarían los resultados de los exámenes manuales. Pensó en Astro, ahora probablemente en el fondo de su examen, y se preguntó qué tal le iría. Entonces otro pensamiento cruzó por su mente. Roger no había dicho nada de su propia prueba y ni él ni Astro habían preguntado siquiera.

    Negó con la cabeza. No importaba dónde se colocara la unidad en los exámenes manuales, simplemente no podía permanecer unida.

Capítulo 7

    Era costumbre que todos los cadetes Lombrices de Tierra se reunieran en la sala principal de ocio para esperar los resultados de los manuales que se anunciarían en la enorme pantalla del teleceptor. Dado que todas las unidades habían realizado sus pruebas esa tarde, la sala estaba llena de cadetes vestidos de verde hablando entre murmullos y esperando ansiosamente el resultado del examen.

    Tom entró en la enorme sala, miró a su alrededor y se dirigió hacia Al Dixon, el cadete veterano que los había recibido como una unidad después de haber aprobado las pruebas de clasificación. El cadete vestido de azul estaba escuchando un audiocuento, un dispositivo que contaba una historia, en lugar de dejar que la persona la leyera de un libro.

    "Hola, Corbett," dijo Dixon sonriendo. "Arrastra una silla aquí. Estoy escuchando un relato fabulosa sobre un tipo varado en un asteroide que encuentra..." La voz del cadete pelirrojo se apagó al notar que Tom no estaba escuchando. "Ey, ¿qué te pasa? Parece como si acabaras de perder a tu mejor amigo."

    "Aún no, pero no tardará mucho," comentó Tom con un matiz de amargura en la voz. "Astro está haciendo el examen manual de cubierta de energía. Sabe más que nadie sobre esas relaciones de compresión, pero no consigue plasmarlo en papel."

    "No subestimes a tu compañero de unidad," dijo Dixon, sintiendo algo en el comentario de Tom. "He oído que ese grandullón sabe más sobre una cubierta de reactores que McKenny."

    "Sí, eso es cierto," dijo Tom, "pero..."

    "¿Sabes?, Corbett," dijo Dixon apagando el audiocuento, "hay algo torcido en ese grupo tuyo."

    "No hace falta que me lo digas," coincidió Tom con amargura.

    "Tú aquí con una cara tan larga que barre el suelo, y ese Manning..."

    La cabeza de Tom se levantó bruscamente. "¡Manning! ¿Qué pasa con ese sabiondo gas espacial?"

    "Manning ha estado recorriendo la sala de ocio intentando que algunas de las otras unidades de Lombrices de Tierra apuesten sus sanciones de limpieza de cocina contra tu equipo."

    Tom quedó boquiabierto. "¿Quieres decir que él quería apostar a que Astro iba a aprobar?"

    "¿Aprobar? ¡Corbett, ese quería apostar a que tu unidad subiría como un reactor al primer puesto de las lombrices de tierra! ¡El mejor de la lista!"

    "Pero si él le dijo a Astro que…" Tom se detuvo.

    "¿Le dijo qué?" Preguntó Dixon.

    "Ah, nada, nada," dijo Tom. Se levantó de un salto y se dirigió hacia la puerta.

    "¡Eh! ¿Adónde vas?"

    "A buscar a Manning. Hay un par de cosas que quiero aclarar."

    Tom dejó a Dixon sacudiendo la cabeza con desconcierto y saltó sobre las escaleras deslizantes. Iba a aclarar las cosas con Roger de una vez por todas. Saltando de las escaleras deslizantes a la planta cuarenta y dos, comenzó a recorrer el largo pasillo hasta sus dependencias.

    Al acercarse a la puerta, oyó la risa de Roger y luego su voz perezosa hablando con alguien en el interior.

    "Claro que son tontos, pero no son malos chicos," dijo Roger.

    Tom entró en la habitación. Roger estaba sentado en el lateral de su litera frente a Tony Richards.

    "Hola, Corbett," dijo Roger, "¿ya sabes cómo le fue a Astro?"

    Tom ignoró la pregunta.

    "Quiero hablar contigo, Roger."

    Roger lo miró con sospecha. "Claro, Corbett, adelante."

    "Bueno, yo tengo que irme," dijo Richards. Se había enterado de la pelea anterior entre Manning y Corbett y no quería ser arrastrado más tarde como testigo si ambos comenzaban de nuevo. "Recuerda, Manning," gritó desde la puerta, "la apuesta es de dos a uno, ¡y te vas a hartar de lavar cacerolas y sartenes!" Saludó con la mano a Corbett y desapareció.

    "Muy bien, Corbett," Roger se volvió hacia Tom. "¿Qué te está friendo los circuitos?"

    "Acabo de hablar con Al Dixon en la sala de ocio," respondió Tom. "Me dijo que estabas buscando apuestas sobre las calificaciones de las unidades. ¿Por eso estaba Richards aquí?"

    "Así es," asintió Roger.

    "¿A qué venían esas cosas que le dijiste a Astro antes de que se fuera a hacer el examen manual?"

    "Muy simple. Quería hacer que aprobara y ese era el único modo."

    "Estás bastante seguro de ti mismo, Roger."

    "Siempre estoy seguro de mí mismo, Corbett. Y cuanto antes aprendas eso, más fácil será para todos. Nunca apuesto a menos que lo tenga todo en el bote. Sé que Astro va a aprobar. Algunos chicos necesitan un fuego encendido debajo de ellos antes de ponerse en movimiento. Astro es uno de ellos."

    "Eso no responde a mi pregunta," dijo Tom. "¿Por qué le dijiste esas cosas antes de que fuese al examen?"

    "Dije eso para que Tony Richards me diera probabilidades. Y para hacer que Astro se enojara lo suficiente como para aprobar. Estamos muy cerca de ganar, y el equipo de Richards estará en deuda con nosotros por las sanciones de cocina durante un año." El sonrió tranquilamente. "Mola, ¿eh?"

    "Creo que eso es mentira," dijo Tom. "¡Astro se marchó de aquí sintiéndose como si le hubiesen denegado un crédito! ¡Y si falla será porque le hiciste creer que era el tipo más tonto del universo!"

    "Probablemente lo sea," reflexionó Roger, "pero aún así no va a fallar en ese examen."

    Desde el pasillo tras ellos, se oyó de pronto un fuerte grito resonando en alguna parte de las plantas inferiores. Tom y Roger esperaron con los ojos muy abiertos y esperanzados. Solo había una persona en la Academia Espacial capaz de emitir tal ruido.

    "¡Lo ha conseguido!" exclamó Tom.

    "Por supuesto que lo ha conseguido," dijo Roger casualmente.

    Astro irrumpió en la 42-D corriendo como un loco.

    "¡Yiijaahhhhhh!" Agarró a los dos cadetes y los levantó, uno en cada mano. "¡Lo conseguí, no hay duda, manejé esos motores a reacción como si fueran bebés en brazos! ¡Os dije que lo único que tenía que hacer era tocarlos y que entonces lo sabría! ¡Os lo dije!"

    "Felicitacides, Astro," dijo Tom con una amplia sonrisa. "Sabía que lo lograrías."

    "Bájame, gigante diota venusiano," dijo Roger, casi afable. Astro soltó al más pequeño cadete y lo enfrentó.

    "Bueno, sabiondo, te prometí algo cuando volviera, ¿no?"

    "Que sea más tarde, ¿quieres?, estaré encantado de complacerte." Caminó hacia la puerta. "Ahora tengo que bajar y cobrar una apuesta."

    "¿Qué apuesta?" preguntó Astro.

    "La de Tony Richards."

    "¡Pero pensé que tenías miedo de apostar por mí!"

    "En absoluto, Astro. Solo quería cabrearte lo suficiente para asegurarme la victoria."

    "Parece que estabas más preocupado por tu apuesta que por que Astro aprobara," espetó Tom.

    "En eso tienes toda la razón, chico astronauta," ronroneó Roger de pie en la puerta.

    "Ese es nuestro Manning," gruñó Astro. "¡Todo un hombre de equipo!"

    "¿Equipo?" Roger dio un paso hacia el interior de la habitación. "No me hagas reír, Astro. Para tu información, mañana por la mañana voy a presentar la transferencia a otra unidad."

    "¡Qué!" exclamó Tom. "No puedes pedir la trans..."

    "Sí, puedo," interrumpió Roger. "Lee las reglas de la Academia. Cualquiera puede solicitar la transferencia una vez que la unidad ha aprobado los exámenes manuales."

    "¿Y qué excusa vas a usar?," espetó Astro con amargura. "¿Que no puedes soportarlo?"

    "Diferencia de personalidad, Astro, muchacho mío. Ya sabes: tú me odias, yo te odio... creo que esa es una razón bastante buena."

    "El caso es que eso da igual, sabiondo," respondió Astro. "¡Porque si no te transfieren, nosotros lo haremos!"

    Roger se limitó a sonreír, se llevó los dedos a la frente en un arrogante gesto de despedida y giró para marcharse de nuevo. Pero su camino fue bloqueado por la repentina aparición del capitán Steve Strong. Los tres cadetes se pusieron firmes rápidamente.

    El oficial de la Guardia Solar entró en la habitación con el rostro radiante. Miró a cada uno de los chicos, con el orgullo brillando en sus ojos, y luego levantó la mano y la saludó.

    "Sólo quiero deciros una cosa, muchachos," dijo solemnemente. "Este es el mayor cumplido que puedo haceros a vosotros o a cualquiera." Hizo una pausa de efecto. "¡Los tres sois verdaderos astronautas!"

    Tom y Astro no pudieron reprimir las sonrisas, pero la expresión de Roger no cambió.

    "Entonces, ¿hemos aprobado como unidad, señor?" preguntó Tom con entusiasmo.

    "No solo aprobar, Corbett," la voz de Strong retumbó en la pequeña habitación; "sino aprobar con honores. ¡Sois los número uno de este grupo de Lombrices de Tierra! ¡Estoy orgulloso de ser vuestro oficial al mando!"

    Una vez más, Tom y Astro lucharon contra las sonrisas de felicidad, e incluso Roger logró esbozar una sonrisita.

    "Este es el grupo de cadetes más luchador que he visto," continuó Strong. "Francamente, estaba un poco preocupado por vuestra capacidad para trabajar juntos, pero los resultados de los exámenes manuales han demostrado que sí. No podríais haberlo logrado sin haber trabajado como una unidad."

    Strong no notó que el rostro de Roger se oscurecía, y que Tom y Astro se miraban significativamente.

    "¡Mi enhorabuena por haber resuelto ese problema también!" Strong los saludó de nuevo y caminó hacia la puerta, donde se detuvo. "Por cierto, quiero que os presentéis en el espaciopuerto de la Academia mañana a las ocho cero cero. El suboficial McKenny tiene algo que quiere mostraros."

    Tom abrió los ojos de par en par y dio un paso adelante. "Señor," susurró, apenas capaz de sacar la pregunta de los labios, "No querrá decir que vamos a... a..."

    "Tienes toda la razón, Corbett. Hay un crucero a reacción nuevecito ahí fuera. Vuestra nave. Vuestro futura aula. ¡Os presentaréis en esa nave vestidos del azul de los Cadetes Espaciales! Y a partir de ahora, la identificación de vuestra unidad es el nombre de vuestra nave! ¡El crucero a reacción Polaris!"

    Un segundo después, Strong había desaparecido por el pasillo, dejando a Tom y Astro abrazándose y dándose palmadas en la espalda con delirante alegría.

    Roger simplemente se quedó a un lado con una sarcástica sonrisa en el rostro.

    "Y ahora, mientras nos preparamos para enfrentar los desconocidos peligros del espacio," dijo Roger mordazmente, "¡Unamos nuestras voces y cantemos juntos el himno de la Academia! ¡Ja!" Caminó hacia la puerta. "¿Es que no se cansan nunca de ondear esa bandera por aquí?"

    Antes de que Tom y Astro pudieran responder, Roger había desaparecido. El gran venusiano se encogió de hombros. "¡No comprendo a ese tipo!"

    Pero Tom no respondió. Se había girado hacia la ventana y miraba más allá de la blanca y reluciente Torre de Galileo, hacia los vespertinos cielos que se oscurecían lentamente en el este. En ese momento, los problemas de Roger Manning y la unidad estaban muy lejos. Él estaba pensando en la mañana siguiente, cuando se vestiría por primera vez con el azul de un cadete espacial y entraría en su propia nave como piloto al mando. ¡Estaba pensando en la mañana en que sería un verdadero astronauta!

Capítulo 8

    El campus de la Academia Espacial estaba tranquilo esa noche. Solo unos pocos cadetes estaban aún en el cuadrángulo, holgazaneando al aire libre antes de regresar a sus habitaciones para el control nocturno.

    En la planta cuarenta y dos del edificio de dormitorios, dos tercios de la recién formada unidad Polaris, Tom y Astro, estaban en acalorada discusión.

    "De acuerdo, de acuerdo, el tipo es brillante," dijo Astro. "Pero ¿quién puede vivir con él? ¡Ni siquiera él mismo!"

    "Puede que él sea un poco difícil," respondió Tom, "pero tendremos que adaptarnos a él."

    "¿Qué tal si se adapta él a nosotros? ¡Somos dos contra uno!" Astro se acercó a la ventana y miró por ella, malhumorado. "¡Además, va a pedir una transferencia y no hay nada que podamos hacer al respecto!"

    "Puede que ahora no lo haga, no después del pequeño discurso que pronunció el capitán Strong esta tarde."

    "Si no lo hace, pues, ¡maldita sea, lo haré yo!"

    "¡Oh, venga, tómatelo con calma, Astro!"

    "¡Tómatelo con calma, nada!" Astro estaba acumulando un hongo nuclear de vapor. "¿Dónde está ese gateador espacial ahora mismo?"

    "No lo sé. No ha regresado aún. Ni siquiera estuvo abajo en la cena esta noche."

    "¡Ahí lo tienes, eso es lo que quiero decir!" Astro se volvió hacia Tom para insistir en su argumento. "Es cerca del control nocturno y aún no está en las dependencias. Si la PM lo pilla afuera después de toque de retreta, van a empapelar a toda la unidad y arruinar nuestra posibilidad de despegar mañana."

    "Pero aún hay tiempo, Astro," respondió Tom sin convicción.

    "No mucho. ¡Esto solo muestra lo que él piensa de la unidad! ¡No le importa lo más mínimo!" Astro caminaba enojado la sala. "¡Sólo hay una cosa que hacer! ¡O consigue él la transferencia, o la conseguimos nosotros! ¡O..!" hizo una pausa y miró a Tom significativamente, "O la consigo yo."

    "No estarás pensando en hacerlo, Astro," argumentó Tom. "¿Cómo va a quedar eso en tu expediente? Cada vez que haya un viaje al espacio profundo, sacan tu archivo para ver cómo operas bajo presión con otros tipos. Cuando vean que pediste una transferencia de tu unidad, ¡se acabó!"

    "Sí, sí, lo sé, incompatible, pero honesto, Tom..."

    El cadete de pelo rizado sintió que su gran amigo flaqueaba y aprovechó la ventaja. "No todos los días una unidad consigue una nave justo después de terminar los exámenes manuales básicos. El capitán Strong dijo que él tuvo que esperar cuatro meses después de los exámenes manuales antes de dar su primer salto al espacio."

    "Sí, pero ¿cómo crees que va a ser estar en el espacio con Manning poniendo malas caras todo el tiempo?"

    Tom vaciló antes de responder a su amigo venusiano. Era plenamente consciente de que Roger iba a actuar como un lobo solitario, y que nunca habría de verdad una unidad entre ellos hasta que se tomara alguna medida drástica. Después de todo, pensó Tom, algunos tipos no tienen buen corazón, ni buen ojo, un defecto que les impedía convertirse en astronautas. Roger estaba confundido por dentro y la discapacidad era tan real como si tuviera un defecto físico.

    "Bueno, ¿y qué quieres hacer?" preguntó Tom finalmente.

    "Ir a ver al capitán Strong. Decírselo directamente. Decirle que queremos una transferencia."

    "Pero vamos a despegar mañana. ¡Puede que no tengamos otra oportunidad en meses! Ciertamente no hasta que tengamos un nuevo astrogante."

    "Prefiero esperar y tener a un tipo en el puente del radar que sé que no va a hacerme alguna jugada a mis espaldas," dijo Astro, "que despegar mañana con Manning a bordo."

    Tom vaciló de nuevo. Sabía que lo que Astro estaba diciendo era verdad. La vida en la Academia hasta ahora había sido bastante dura, pero con la dependencia mutua y la seguridad aún más importantes en el espacio, el peligro de su constante fricción era obvio.

    "Está bien," Tom cedió, "si eso es lo que quieres. Vamos. Iremos ahora a ver al capitán Strong."

    "Ve tú," dijo Astro. "Ya sabes cómo me siento. Cualquier cosa que digas me afecta a mí también."

    "¿Estás seguro de que quieres hacer esto?" preguntó Tom. Sabía lo que tal solicitud iba a significar: una mancha negra para Roger por haber sido rechazado por sus compañeros de unidad y una mancha negra para Astro y él mismo por no haber podido adaptarse. Independientemente de quién tuviera razón y quién no, siempre habría una mancha en sus expedientes.

    "Mira, Tom," dijo Astro, "si pensara que solo soy yo, mantendría la boca cerrada. Pero tú dejarías que Manning se librara de un homicio porque no querrías ser quien le metiera en problemas.. "

    "No, no lo haría," dijo Tom. "Creo que Roger sería un buen astronauta; ciertamente es lo bastante inteligente y un buen compañero de unidad si se dejara de esas tonterías. Pero no puedo permitir que él ni nadie me impida convertirme en astronauta ni en miembro de la Guardia Solar."

    "Entonces, ¿quieres ir a ver al capitán Strong?"

    "Sí," dijo Tom. Si antes había tenido dudas, ahora que había tomado la decisión, se sintió aliviado. Se puso las botas espaciales y se levantó. Los dos chicos se miraron, cada uno consciente de la pregunta en la mente del otro.

    "¡No!" dijo Tom con decisión. "Es lo mejor para todos. Incluso para Roger. Puede que encuentre otros dos tipos que le encajen mejor." Salió de la habitación.

    Los pasillos estaban en silencio mientras caminaba hacia la escalera deslizante que llevaba a la planta diecinueve y a las dependencias del capitán Strong. Al pasar una dependencia tras otra, Tom miraba dentro y veía otras unidades estudiando, preparados para ir a la cama o simplemente sentados hablando. No quedaban muchas unidades. Las pruebas habían pasado factura a las lombrices de tierra, pero las que quedaban estaban sólidamente construidas. Las amistades ya habían echado profundas raíces. Tom descubrió que deseaba haber sido miembro de otra unidad donde la camaradería se diera por sentada, como en las otras unidades, y ahora estaba a punto de solicitar la disolución de la suya debido a las fricciones.

    Completamente desanimado, Tom se subió a la escalera deslizante y empezó a bajar.

    Al salir de las plantas de los dormitorios, el ruido de la vida de los jóvenes cadetes pronto remitió. Él pasaba por plantas que contenían oficinas y departamentos del personal de administración de la Guardia Solar.

    Mientras se nivelaba con la planta del Salón de la Galaxial, miró la placa iluminada y, por centésima vez, volvió a leer la inscripción:

    .".. a los valientes hombres que sacrificaron sus vidas en la conquista del espacio, este Salón de la Galaxia está dedicado..."

    Algo se movió en la oscuridad del pasillo. Tom aguzó la vista para mirar con más atención y sólo logró distinguir la figura de un cadete de pie ante los restos de la Reina del Espacio. «Qué curioso,» pensó Tom. «¿Por qué iba alguien a deambular por el salón a esta hora de la noche?» Y luego, cuando la planta se niveló, la figura se giró levemente y fue iluminada por la tenue luz proveniente de las escaleras mecánicas. ¡Tom reconoció los rasgos afilados y el cabello rubio muy corto de Roger Manning!

    Cambiando rápidamente hacia las escaleras mecánicas que subían, Tom regresó a la planta del salón y se bajó. ¡Roger seguia de pie frente a la Reina del Espacio!

    Tom empezó a hablar, pero se detuvo al ver que Roger sacaba un pañuelo y se secaba los ojos.

    Los movimientos del otro chico fueron claros para Tom. ¡Roger estaba llorando! ¡De pie frente a la Reina del Espacio y llorando!

    Tom siguió mirando mientras Roger guardaba el pañuelo, saludaba firmemente y se volvía hacia la escalera mecánica. Escondido detrás de una vitrina que contenía el primer traje espacial utilizado, Tom contuvo la respiración cuando Roger pasó a su lado. Oyó murmurar a Roger.

    "Te atraparon a ti... ¡pero no me atraparán a mí con ninguna de esas memeces sobre la gloria!"

    Tom esperó, con el corazón acelerado, intentando averiguar qué había querido decir Roger y por qué estaba aquí solo envel Salón de la Galaxia. Finalmente, el cadete rubio desapareció por la escalera móvil.

    Tom no fue a ver al capitán Strong. En cambio, regresó a su habitación.

    "¿Tan rápido?" preguntó Astro.

    Tom negó con la cabeza. "¿Dónde está Roger?" preguntó.

    "En la ducha." Astro hizo un gesto hacia el baño, donde Tom podía oír el sonido del agua corriendo. "¿Qué te ha hecho cambiar de opinión sobre ir a ver al capitán Strong?" preguntó Astro.

    "Creo que hemos juzgado mal a Roger, Astro," dijo Tom en voz baja. Y luego relató lo que había visto y oído.

    "¡Vaya, que me exploten los reactores!" exclamó Astro cuando Tom hubo terminado. "¿Qué crees tú que hay detrás de todo esto?"

    "No lo sé, Astro. Pero estoy convencido de que cualquiera que visite Salón de la Galaxia a solas y a altas horas de la noche y llore, bueno, no puede haber ido sin una buena razón, sin importar lo que haya hecho."

    Astro se estudió las palmas de las manos, endurecidas por el trabajo. "¿Quieres dejar las cosas así por un tiempo?" preguntó. "Quiero decir, ¿olvidarnos de hablar con el capitán Strong?"

    "Roger es el mejor astrogante y operador de radar de la Academia, Astro. Hay algo que lo molesta. Pero estoy dispuesto a apostar que, sea lo que sea, Roger lo resolverá. Y si de verdad somos compañeros de unidad, no le vamos a dejar de lado ahora, cuando puede que más nos necesite."

    "Pues, decidido entonces," dijo Astro. "Lo mataré de amabilidad. Venga. Vamos a dormir. ¡Tenemos un gran día por delante mañana!"

    Los dos chicos empezaron a prepararse para irse a la cama. Roger salió de la ducha en pijama.

    "¿Todos emocionados, astronautas?" dijo Roger apoyándose en la pared, peinándose el pelo corto.

    "Lo más emocionado que podemos estar, Roger," sonrió Tom.

    "¡Sí, sabionda nube de gas espacial!" gruñó Astro afablemente. "Apaga las luces si no quieres que te presente a mi bota espacial."

    Roger miró desconcertado a los dos cadetes, intrigado por el extraño buen humor de ambos chicos. Se encogió de hombros, apagó la luz y se subió a la cama.

    Pero si hubiera podido ver la satisfecha sonrisa de Tom Corbett, Roger se habría sentido aún más intrigado.

    «Lo mataremos de amabilidad,» pensó Tom antes de caer profundamente dormido.

Capítulo 9

    Los tres miembros de la unidad Polaris bajaron de la pasarela deslizante en el espaciopuerto de la Academia y se presentaron ante el Oficial de Seguridad McKenny.

    "Ahí la tenéis," dijo el rechoncho astronauta señalando la reluciente nave espacial que descansaba a sesenta metros de distancia. "Crucero a reacción Polaris. La nave más nueva y más rápida del espacio."

    Encaró a los tres chicos con una sonrisa. "Y es toda vuestra. ¡Os la habéis ganado!"

    Boquiabiertos, Tom, Roger y Astro estaban fascinados por la poderosa nave espacial que descansaba sobre la rampa de hormigón. Su largo casco de acero de berilio pulido de sesenta y seis metros reflejaba la escena del espaciopuerto que los rodeaba. Los altos edificios de la Academia, la hilera de destructores espaciales y exploradores, y el centenar de tropa de mantenimiento de la Guardia Solar alistada, con sus uniformes escarlata manchados de suciedad, se reflejaban hacia la unidad Polaris mientras esta miraba la elegante nave desde la punta de aguja de su proa hasta la rechoncha abertura de escape del reactor. Ni una costura ni un remache se veía en el casco. En la parte superior de la nave, cerca del morro, una gran ampolla de cristal transparente de quince centímetros de radio indicaba el puente de radar. Tres metros y medio por debajo de este, seis ventanas redondas mostraban la posición de la cubierta de control. Rodeando la base de la nave había un andamio de aluminio con una escalera de más de treinta metros de altura anclada a él. El peldaño superior de la escalera terminaba en la escotilla de emergencia de la cubierta de energía, escotilla que estaba abierta, como un tapón gigante, y revelaba el grosor del casco de unos treinta centímetros.

    "Bueno," rugió el astronauta vestido de rojo, "¿no quieres subir a bordo y ver qué aspecto tiene vuestra nave por dentro?"

    "¡Por supuesto!" Gritó Tom, y se precipitó hacia el andamio. Astro soltó uno de sus famosos gritos y lo siguió pisándole los talones. Roger los observó correr por delante y comenzó a caminar lentamente; pero de pronto, sin poder resistirlo más, echó a correr tras ellos. Los que estaban alrededor de la Polaris detuvieron su trabajo para observar a los tres cadetes trepar por la escalera. La mayoría de la tripulación de tierra eran exastronautas, como McKenny, que ya no eran capaces de despegar debido a la reacción de aceleración, y todos sonrieron con complicidad al recordar sus reacciones ante su primera nave espacial.

    Dentro del enorme crucero, los chicos deambularon por todas las cubiertas, examinando la nave entusiasmados.

    "¡Vaya, mira esto!" gritó Tom. Se detuvo ente el tablero de control y pasó las manos sobre los botones e interruptores. "¡Este tablero hace que el tablero manual con el que trabajamos en la Academia parezca listo para llevarlo al Salón de la Galaxia!"

    "¡Yiijaahhhhh!" Tres cubiertas más abajo, Astro había descubierto los motores a reacción. Cuatro de los más poderosos jamás instalados en una nave espacial, los cuales permitían a la Polaris superar en velocidad a cualquier nave en el espacio.

    Roger asomó la cabeza por la escotilla del puente del radar y miró con asombro el conjunto de comunicadores electrónicos, radares de detección y equipo de astrogación. Con los labios estirados en una delgada línea, murmuró para sí mismo: "Lástima que no te dieran a ti este tipo de equipo."

    "¿Qué has dicho, Roger?" preguntó Astro, trepando a su lado para mirar dentro del puente del radar.

    Sorprendido, Roger giró y balbuceó: "Ah, nada, nada."

    Astro, mirando a su alrededor, comentó: "Este lugar tiene casi tan buen aspecto como esa cubierta de energía."

    "Por supuesto," dijo Roger, "podrían haber colocado ese prisma de astrogación un poco más cerca de la mesa de cartas. ¡Ahora tendré que levantarme cada vez que quiera tomar posición de las estrellas!"

    "¿Nunca te cansas de quejarte, tío?" preguntó Astro.

    "Ah, vete a limpiar reactores," gruñó Roger.

    "¡Ey, chicos!," Gritó Tom desde abajo, "¡Será mejor que bajéis! El capitán Strong está subiendo a bordo."

    Astro volvió a bajar por la escalera hasta la cubierta de control, se inclinó cerca y le preguntó a Roger: "¿De verdad crees que nos va a dejar subir este bebé para dar un brinco, Manning?"

    "Saca la cabeza de esa nube, Astro. Te vas a pasar tres semanas de simulacros, como poco, antes de que este bebé se levante diez centímetros del suelo."

    "¡Yo no estaría muy seguro de eso, Manning!" La voz de Strong resonó mientras trepaba por la escotilla de la cubierta de control. Los tres chicos se pusieron firmes de inmediato.

    Strong paseó por de la cubierta de control, pasando ligeramente un dedo por los controles.

    "Esta es una nave excelente," reflexionó en voz alta. "Una que los mejores cerebros científicos pueden construir. Será vuestra el día que os graduéis de la Academia, Si os graduáis, y se me ocurren mil razones para que no lo hagáis, estaréis al mando de un crucero a reacción armado similar a este. De hecho, la única diferencia entre esta nave y las que ahora patrullan las rutas espaciales está en el armamento."

    "¿No tenemos armas a bordo, señor?" preguntó Tom.

    "Armas pequeñas, como pistolas y rifles de paralorrayos. Además de cuatro cabezas nucleares atómicas para uso de emergencia," respondió Strong.

    Al ver una expresión de desconcierto cruzar el rostro de Astro, el oficial de la Guardia Solar continuó: "Aún no has estudiado armamento, Astro, pero los paralorrayos son las únicas armas utilizadas por las fuerzas del orden en la Alianza Solar. Funcionan según un principio de energía controlada, envian un rayo con un alcance efectivo de cincuenta metros que puede paralizar el sistema nervioso de cualquier bestia o humano."

    "¿Y no mata, señor?" preguntó Astro.

    "No, Astro." respondió Strong. "Paralizar a un hombre es tan efectivo como matarlo. La Alianza Solar no cree que tengas que matar a nadie, ni siquiera al criminal más cruel. Congélalo y captúralo, y aún tendrás la oportunidad de convertirlo en un ciudadano útil."

    "Pero ¿si no se puede?" preguntó Roger secamente.

    "Entonces lo mantienen en el asteroide prisión donde no puede herir a nadie." Strong se volvió bruscamente. "Pero este no es momento para discusiones generales. ¡Tenemos trabajo que hacer!"

    Se acercó al panel de control principal y activó la pantalla del teleceptor. Se oyó un ligero zumbido y se enfocó de pronto una vista del espaciopuerto fuera de la nave que llenó la pantalla. Strong accionó un interruptor y una vista a popa del Polaris llenó el brillante cuadrado. El andamio de aluminio estaba siendo remolcado por un camión hidráulico. Una vez más, la vista cambió cuando Strong giró los diales frente a él.

    "Solo estoy escaneando el exterior, chicos," comentó. "Tengo que asegurarme de que no haya nadie cerca de la nave cuando despeguemos. El escape del reactor es lo bastante potente como para mandar volando a un hombre sesenta metros, por no hablar de quemarlo hasta la muerte."

    "¿Quiere decir, señor...?" comenzó Tom sin atreverse a tener esperanzas.

    "Por supuesto, Corbett," sonrió Strong. "Ocupad vuestros puestos para el despegue. ¡Zarpamos en cuanto obtengamos autorización orbital de control del espaciopuerto!"

    Sin esperar más órdenes, los tres muchachos se apresuraron hacia sus puestos.

    Pronto, el zumbido ahogado de las bombas energizantes en la cubierta de energía comenzó a resonar en la nave, junto con el constante pitido del escáner de radar en el puente de radar. Tom comprobó el laberinto de indicadores y diales del panel de control. Esclusas de aire, escotillas, suministro de oxígeno, sistema de circulación, circuitos y alimentaciones. En cinco minutos, el brillante casco de acero de sesenta y seis metros era algo vivo que ronroneaba con los motores de sus reactores, calentándose para el impulso inicial.

    Tom hizo una última revisión del complicado tablero y se volvió hacia el capitán Strong, que estaba a un lado observando.

    "Nave listacpara despegue, señor," anunció. "¿Puedo comprobar los puestos y proceder al ascenso de la nave?"

    "Prosigue, cadete Corbett," respondió Strong. "Regístrate como patrón conmigo como sobrecargo. Yo viajaré en el asiento del copiloto."

    Tom hizo un enérgico saludo y añadió vocalmente: "¡Sí, sí, señor!"

    Se volvió hacia el tablero de control, se amarró al asiento del piloto al mando y abrió el circuito con la torre de control del espaciopuerto.

    "Crucero a reacción Polaris a control del espaciopuerto," comunicó él al micrófono. "¡Adelante!"

    "Control del espaciopuerto a Polaris," respondió la voz del operador de la torre. "Está autorizado para zarpar en dos minutos. Despegue en órbita 75, repito,75."

    "Polaris a control del espaciopuerto. Órdenes recibidas y entendidas. ¡Fin de la transmisión!"

    Tom centró entonces su atención en el control de puestos.

    "Cubierta de control a cubierta de radar. Adelante."

    "¡Cubierta de radar, sí! Listo para ascender la nave." La voz de Roger era relajada, tranquila.

    Tom se volvió hacia el tablero para ajustar la pantalla del teleceptor y obtener una imagen clara de la popa de la nave. Esta fue apareciendo gradualmente con un detalle tan nítido como si Tom hubiera estado de pie en tierra.

    Comprobó el cronómetro eléctrico frente a él, que marcaba los segundos mientras una manecilla roja avanzaba hasta cero y, cuando esta bajó hasta la marca de treinta segundos, Tom volvió a llevarse el micrófono a los labios. "Cubierta de control a cubierta de energía. ¡Adelante!"

    "Cubierta de energía, ¿sí?"

    "¡Energice las bombas de refrigeración!"

    "¡Bombas de refrigeración, sí!" repitió Astro.

    "¡Alimente el reactante!"

    "Reactante a tasa D-9."

    Desde veintitrés metros por debajo de ellos, Strong y Tom oyeron el siseo de la masa reactante alimentando los motores a reacción y el chirrido de las poderosas bombas que impedían que la masa explotara al acumularse demasiado rápido.

    La manecilla de los segundos se desplazó hasta la marca de los veintidós segundos.

    "Cubierta de control a cubierta de radar," llamó Tom. "¿Tenemos trayectoria de avance despejada?"

    "Todo despejado por delante y por arriba," respondió Roger.

    Tom colocó la mano sobre el interruptor principal que llevaría a los circuitos combinados, instrumentos y calibradores hacia el único acto de impulsar hacia el espacio la poderosa nave con una explosión. Con los ojos pegados a la mano en barrido sobre los controles, descontó a partir de la marca de los doce segundos, once, diez, nueve...

    "En espera para elevar la nave," gritó por el micrófono. ¡En, cinco, cuatro, tres, dos, uno, cero!

    Tom accionó el interruptor principal.

    Hubo una pausa de una fracción de segundo y luego la gran nave cobró vida con un rugido. Despacio al principio, la nave levantó del suelo la cola llena de rugientes chorros liberados. Tres metros, seis, dieciséis, treinta y tres, ciento sesenta, trescientos treinta, ganando velocidad a un ritmo increíble.

    Tom sintió que lo empujaban cada vez más hacia la suavidad de los cojines de aceleración. Le había preocupado no poder mantener los ojos abiertos para ver la Tierra menguante en el teleceptor sobre su cabeza, pero la tremenda fuerza de los reactores que lo empujaba contra la fuerza de gravedad y arrancaba lejos del agarre de la Tierra las doscientas toneladas de acero mantenía sus párpados abiertos por él. A medida que los poderosos reactores profundizaban cada vez más en el hueco que separaba la nave de la Tierra, Tom vio que el espaciopuerto disminuía gradualmente. Las colinas alrededor de la Academia se aproximaban entre ellas —y luego la misma Academia, con la Torre de Galileo encogiéndose hasta convertirse en un palo blanco— se perdieron en el marrón y verde que era la Tierra. Los reactores impulsaban cada vez con mayor fuerza y Tom vio que la aguja del indicador de aceleración subía lentamente: ¡diez, once, doce, trece, catorce, quince, dieciséis kilómetros por segundo!

    Cuando el espantoso peso aplastante sobre su cuerpo le pareció insoportable, cuando sintió que nunca podría volver a respirar, de pronto se alivió la presión y Tom se sintió asombrosa y maravillosamente flotante. ¡Parecía estar nadando en el aire, su cuerpo se levantaba contra las correas planas de su asiento! Con un sobresalto y una momentánea oleada de pánico, notó que estaba flotando. ¡Solo las correas le impedían subir al techo de la sala de control!

    Recuperándose rápidamente, se percató de que estaba en caída libre. La nave había salido de la fuerza gravitatoria terrestre y estaba fuera en el espacio, donde todo era ingrávido. Acercándose al panel de control, Tom accionó el interruptor del generador de gravedad sintética y, segundos después, sintió la familiar y tranquilizadora sensación del asiento debajo de él cuando el generador suministró un campo gravitatorio artificial a la nave.

    Mientras aflojaba las correas del asiento, notó que el capitán Strong se levantaba de su posición a su lado y sonrió tímidamente en respuesta al brillo en los ojos de Strong.

    "No pasa nada, Tom," tranquilizó Strong. "Le pasa a todo el mundo la primera vez. Prosigue."

    "Sí, sí, señor," respondió Tom y se volvió hacia el micrófono. "¡Cubierta de control a todos los puestos! ¡Estamos en el espacio! ¡Observad el procedimiento de crucero estándar!"

    "¡Cubierta de energía, sí!" fue la contundente respuesta de Astro por el altavoz. "¡Yiijaahhhhhh! Por fin aquí fuera donde pertenecemos."

    "Aquí puente de radar," la voz de Roger intervino suavemente en el altavoz. "Todo bajo control. Y, Astro, perteneces a un zoológico si berreas así!"

    "Ahhh, ¡vete a lavar reactores, cabeza boya!" La respuesta del gran venusiano fue afable. Estaba demasiado feliz para dejar que Roger le pusiera de los nervios.

    "De acuerdo, vosotros dos," interrumpió Tom. "Cortad ese rollo. Ahora estamos en un nave. ¡Vamos a cortar las cosas del jardín de infancia!"

    "¡Sí, sí, capitán!" Astro estaba incontenible.

    "¡Sí, señor!" La voz de Roger era suave, pero Tom reconoció el mordiente matiz en la última palabra.

    Girando de los controles, Tom encaró al capitán Strong, que había estado observando en silencio.

    "Polaris en el espacio a las nueve treinta y tres horas, capitán Strong. Todos los puestos operando eficientemente."

    "Un trabajo muy competente, Corbett," asintió Strong con aprobación. "Manejaste la nave como si lo hubieras estado haciendo durante años."

    "Gracias, señor."

    "Navegaremos un rato en esta órbita para que podáis tener la sensación de la nave y del espacio." El oficial de la Guardia Solar ocupó el lugar de Tom en el asiento del piloto al mando. "Tú sal un rato. Sube al puente de radar y echa un vistazo. Yo tomaré el mando aquí."

    "Sí, señor." Tom se volvió y tuvo que contenerse para no correr por la escalera hacia el puente de radar. Cuando subió por la escotilla al puesto de Roger, encontró a su compañero de unidad reclinado en su asiento y mirando por la ampolla de cristal sobre la cabeza.

    "Hola, chico astronauta," sonrió Roger. Señaló la ampolla. "Echa un vistazo a lo ancho, alto y profundo."

    Tom miró hacia arriba y vio la profunda negrura que era el espacio.

    "Es como mirar un espejo, Roger," respiró Tom asombrado. "Solo que no hay otro lado, no hay reflejo. Simplemente no se detiene, ¿verdad?"

    "No," comentó Roger, "sigue y sigue y sigue. Y nadie sabe dónde se detiene. Y nadie puede imaginarlo siquiera."

    "Ah, tienes unas décimas de fiebre espacial," se rió Astro asomando la cabeza por la escotilla. "Será mejor que te lo tomes con calma, socio."

    Tom reprimió una sonrisa. Ahora, por primera vez, sentía que existía la posibilidad de lograr la unidad entre ellos. «Matarlo de amabilidad,» pensó, «esa es el modo de hacerlo.»

    "¡De acuerdo, muchachos!" La voz del capitán Strong crepitó por el altavoz. "No os quedéis pasmados, hora de ponerse a trabajar. ¡Nos dirigimos de regreso al espaciopuerto! ¡Ocupad vuestros puestos para el aterrizaje!"

    Tom y Astro saltaron de inmediato hacia la escotilla abierta y comenzaron a bajar la escalera hacia sus respectivos puestos mientras Roger se sujetaba a su asiento frente al panel de astrogación.

    En sesenta segundos, la nave estaba lista para el procedimiento de aterrizaje y, ante un asentimiento del capitán Strong, quien de nuevo se había atado al asiento del segundo piloto, Tom comenzó la delicada operación.

    Al entrar en la atmósfera de la Tierra, Tom dio una serie de órdenes rápidas para los cambios de rumbo y ajustes de potencia, y luego, deprimiendo el control de giro maestro, hizo virar la nave para que se posara primero sobre la popa hacia su rampa en el espaciopuerto de la Academia.

    "Cubierta de radar a cubierta de control," llamó Roger por el intercomunicador. "¡Trescientos metros para el aterrizaje!"

    "Cubierta de control, recibido," respondió Tom. "Cubierta de control a cubierta de energía. Adelante."

    "Cubierta de energía, sí," respondió Astro.

    "Espere para ajustar el impulso al máximo a mi orden," ordenó Tom.

    "Cubierta de energía, recibido."

    La gran nave, perfectamente equilibrada encima del escape caliente, se deslizó lentamente hacia el suelo.

    "Ciento sesenta metros para aterrizaje," advirtió Roger.

    "Reactores principales a plena explosión," ordenó Tom.

    El repentino estallido de los poderosos chorros ralentizó el descenso de la nave y, finalmente, a quince metros del suelo, Tom dio otra orden.

    "¡Corte los reactores principales! ¡Mantenga el auxiliar!"

    Un momento después hubo un suave golpe sordo y la Polaris se posó en la rampa con el morro apuntando al cielo.

    "¡En tierra!" chilló Tom. "Cortadlo todo, tíos, y subid aquí para firmar el registro. ¡Lo logramos! ¡Nuestro primer salto al espacio! ¡Somos astronautas!"

Capítulo 10

    "El próximo evento será," la voz del Oficial de Seguridad McKenny retumbó por el altavoz y resonó en el estadio de la Academia, "la última ronda semifinal de mercuribol. Unidad Polaris contra unidad Arcturus."

    Mientras dos mil cadetes espaciales apiñados en las gradas veían el torneo anual de la academia, se levantaban y vitoreaban con entusiasmo, Tom Corbett se volvió hacia sus compañeros de unidad Astro y Roger y gritó con entusiasmo: " Vale, tíos. Vamos a salir a ahí fuera a enseñarles cómo se juega a esto!"

    Durante los dos días del torneo, Tom, Roger y Astro, compitiendo como una unidad contra todas las demás unidades de la academia, habían acumulado una tremenda cantidad de puntos en todos los eventos. Pero también lo había hecho la Unidad 77-K, ahora conocida como la unidad Capella. Ahora, con la unidad Capella ya en la final, la tripulación de la Polaris tenía que ganar su ronda semifinal contra Arcturus para enfrentarse a Capella en la ronda final por los honores de la Academia.

    "Esto va a ser pan comido," se jactó Astro. "¡Voy a dejarlos quemados!"

    "Reserva las fuerzas para el campo," dijo Tom con una sonrisa.

    "Sí, gran simio venusiano," agregó Roger. "Haz puntos en lugar de gas espacial."

    Con el torso al aire, con pantalones cortos y suaves botas espaciales de tres cuartos de largo, los tres chicos caminaron hacia el campo bañado por el sol entre los entusiastas vítores de las gradas. Al otro lado del campo, los cadetes de la unidad Arcturus salieron a su encuentro y se detuvieron junto a McKenny en la línea del medio campo. Mike esperó a que los seis chicos formaran un círculo a su alrededor, mientras sostenía la bola de mercurio, una esfera de plástico de treinta centímetros llena de aire y del traicionero tubo de mercurio.

    "Todos conoceeis las reglas," anunció abruptamente McKenny. "La cabeza, los hombros, los pies, las rodillas o cualquier parte de su cuerpo, excepto las manos, pueden tocar la pelota. La unidad Polaris defenderá la portería norte," dijo señalando una línea de tiza blanca a cincuenta metros de distancia, "Arcturus la sur," señaló una línea igualmente distante en la dirección opuesta. "Períodos de cinco minutos, con un minuto de descanso entre ellos. ¿Todo claro?"

    Como capitán de la unidad Polaris, Tom asintió mientras sonreía al capitán del equipo Arcturus, un chico con pelo como la estopa y piernas cortas rollizas llamado Schohari.

    "Todo claro, Mike," dijo Tom.

    "Todo claro aquí, Mike," respondió Schohari.

    "Muy bien, daos la mano y ocupad vuestros lugares."

    Los seis chicos se dieron la mano y trotaron hacia las respectivas líneas opuestas. Mike esperó a que llegaran a sus líneas de gol y luego colocó la pelota en el medio de un círculo dibujado con tiza.

    Siguiendo la línea, Tom, Roger y Astro miraron a la tripulación de la Arcturus y se prepararon para correr hacia la pelota.

    "Muy bien, muchachos," instó Tom, "¡Vamos a enseñarles un par de cosas!"

    "Sí," respiró Astro, "¡déjame poner mi talla cincuenta y dos en esa calabaza antes de que empiece a girar!"

    Astro quería la ventaja de la primera patada a la pelota mientras el tubo de mercurio en el interior aún estaba en inmóvil. Una vez que se agitara el mercurio, dar una patada a la pelota era más difícil que atrapar una anguila engrasada.

    "Te bloquearemos el paso, Astro," dijo Tom, "y pondrás cada gramo de carne que tengas en esa primera patada. ¡Si tenemos suerte, podreamos saltar sobre ellos!"

    "Corta la charla," espetó Roger nerviosamente. "¡El Calvito está listo para pitar el comienzo!"

    De pie en las líneas laterales, el Oficial de Seguridad McKenny levantó lentamente la mano y la multitud en la tribuna se calló con ansiosa impaciencia. Pasó un segundo y luego hubo un tremendo rugido cuando Mike bajó la mano y sopló con fuerza el silbato.

    Corriendo como si su vida dependiera de ello, los seis cadetes de las dos unidades avanzaron directos hacia la pelota. Tom, un poco más rápido que Roger o Astro, adelantó por el campo y se desvió para bloquear a Schohari. Roger, siguiéndolo, cargó contra Swift, el segundo miembro de la tripulación de la Arcturus. Astro, unos metros detrás de ellos, y corriendo a una velocidad sorprendente para su tamaño, vio que iba a ser una carrera entre él y Allen, el tercer miembro de la unidad Arcturus. Inclinó la cabeza y se esforzó más, el rugido de la multitud le llenaba los oídos.

    "¡Astro! ¡Astro! ¡Astro!"

    Batiendo las.piernas para el saque, Astro midió su paso a la perfección y, con un último y poderoso salto, pateó con la derecha la pelota.

    Se oyó un fuerte golpe sofocado por un rugido de la multitud cuando la pelota despegó del suelo con una fuerza tremenda. Y luego, casi de inmediato, otro ruido sordo cuando Allen se levantó en un salto desesperado para bloquear la pelota con el hombro. El balón se alejó en un ángulo loco, oscilando en su vuelo mientras el mercurio dentro rodaba de un lado a otro. Swift, de la tripulación de la Arcturus, alcanzó la pelota primero y la envió en un ángulo sobre la cabeza de Tom para que rebotara a diez metros de distancia. Al ver a Astro cargar hacia el balón, Tom lanzó un bloqueo sobre Allen para sacarlo de la jugada. El gran venusiano, juzgando que su paso estaba un poco fuera de ritmo, acortó las zancadas para acercarse y patear. Pero justo cuando adelantó el pie para hacer contacto, la pelota giró hacia la izquierda. El pie de Astro continuó en un arco perfecto sobre su cabeza, tirándolo al suelo como un fardo.

    Dos mil voces desde las gradas rugieron en una carcajada.

    Mientras Astro yacía en el suelo, sin aliento por la caída, Schohari y Swift convergieron en la pelota. Con Astro en el suelo y Tom fuera de posición, la unidad Arcturus parecía segura de anotar. Pero de nuevo la pelota rodó como loca, esta vez directamente hacia Roger, el último defensor. Roger hizo un pase entre sus oponentes hacia Tom, quien a su vez, centró oblicuamente más allá de Allen haciendo una pared con Roger. Corriendo con la gracia y la velocidad de un antílope, el rubio cadete se encontró con la pelota en el centro del campo y, cuando la bola cayó al suelo frente a él, la envió volando a través de la portería con una poderosa patada.

    Mientras los cadetes en las gradas lanzaban una tumultuosa ovación por la jugada perfectamente ejecutada, sonó el silbato, finalizando el período con la unidad Polaris ganando uno a cero.

    Respirando profundamente, Astro y Roger se dejaron caer cerca de Tom y se estiraron en toda su longitud sobre la hierba.

    "Bonito disparo, Roger," dijo Tom. "¡Perfectamente sincronizado!"

    "Sí, sabiondo," coincidió Astro, "¡Me alegra ver que esa cabezota tuya sirve para algo!"

    "Escuchad, tíos," dijo Roger con entusiasmo ignorando a Astro, "Para llegar a la final contra la unidad de Richard y Capella, tenemos que vencer a la tripulación de la Arcturus, ¿cierto?"

    "Sí," coincidió Tom, "y no será fácil. Tuvimos suerte de anotar."

    "Entonces, ¿por qué no congelamos el juego?" dijo Roger. "¡Congelad la bola! Vamos uno a cero, eso basta para vencer. Cuando suene el silbato y se acabe, ¡hemos ganado!"

    Astro miró a Tom, quien frunció el ceño y respondió: "Pero aún nos quedan tres períodos, Roger. No es justo congelar el juego tan pronto. Si fuese en el último minuto, seguro, pero no tan temprano. Eso no es justo."

    "¿Qué es lo que quieres hacer?" gruñó Roger. "¿Ganar o jugar limpio?"

    "Ganar, por supuesto, pero quiero ganar de la manera correcta," dijo Tom.

    "¿Y tú, Astro?" preguntó Roger.

    "Pienso igual que Tom," dijo el gran cadete. "Podemos vencer a estos tíos fácilmente."

    "Tíos, hacéis que parezca que estoy haciendo trampa," espetó Roger.

    "Bueno," dijo Tom, "está claro que eso no es darles un respiro a los chicos de Arcturus."

    Sonó el silbato para que volvieran a la línea de meta.

    "Bueno," preguntó Roger, "¿la congelamos o no?"

    "Yo no quiero, pero la mayoría siempre rige en esta unidad, Roger." Tom miró a Astro. "¿A ti qué te parece, Astro?"

    "Podemos vencerlos de manera justa. ¡Juguemos con todo!" respondió Astro.

    Roger no dijo nada. Se movió a un lado y tomó su posición en la línea discontinua del campo.

    El silbato volvió a sonar y la multitud rugió cuando los dos equipos cargaron hacia el balón. Los cadetes estaban ansiosos por ver si la tripulación de la Arcturus podía empatar el partido o si la tripulación de la Polaris iba a aumentar su ventaja, pero después de unos momentos de juego, sus gritos de aliento se convirtieron en rugidos de descontento. En su afán por anotar, la unidad de Arcturus no dejaba de cometer errores y perdía el balón constantemente, pero la tripulación de la Polaris no lograba sacar renta de ello. El segundo período terminó sin cambios en el marcador.

    Mientras se desplomaba al suelo durante el período de descanso, Astro se volvió hacia Roger con amargura. "¿Cuál es la idea, Manning? ¡No te estás esforzando!"

    "Tú juega a tu modo, Astro," respondió Roger con calma, "yo jugaré al mío."

    "Estamos jugando como un equipo, Roger," intervino Tom acaloradamente. "¡Pateas la bola por todo el campo!"

    "Sí," agregó Astro. "¡En todas direcciones excepto hacia la portería!"

    "No tenía un tiro despejado," se defendió Roger. "¡No quería perder la posesión del balón!"

    "Eso seguro," dijo Tom. "¡Actuabas como si fuese tu mejor amigo y no quisieras separarte de él!"

    "¡Dijimos que no queríamos congelar el partido, Roger, y lo dijimos en serio!" Astro fulminó con la mirada a su compañero de unidad. "¡En el próximo período nos mostrarás algo de acción! Si no quieres marcar, pásala y te ahorraremos el problema."

    Pero el tercer período fue igual. Mientras Tom y Astro corrían arriba y abajo bloqueando a los miembros del equipo de Arcturus para despejarle el tiro a Roger, él simplemente chutaba el balón de un lado a otro entre las líneas laterales, ignorando las súplicas de sus compañeros de avanzar. Cuando sonó el silbato del final del período, silbidos y abucheos desde la tribuna llenaban el aire.

    La cara de Tom estaba roja cuando se enfrentó a Roger de nuevo en las líneas laterales durante el período de descanso.

    "¿Oyes eso, Roger?" gruñó asintiendo hacia las gradas. "¡Eso es lo que piensan de tu inteligente modo de jugar!"

    "¿Y a mí que me importa?" respondió el rubio cadete con arrogancia. "¡Ellos no están jugando! ¡Yo sí!"

    "¡Y nosotros también!" La voz de Astro fue un ruido sordo cuando se acercó por detrás de Manning. "¡Si no nos das una oportunidad, te juro que usaré tu cabeza como pelota!"

    "Si estáis tan interesados ​​en anotar, ¿por qué no vais vosotros a por el balón?" dijo Roger.

    "¡Porque estamos demasiado ocupados tratando de ser un equipo!" espetó Tom. "¡Estamos intentando despejarte los tiros!"

    "No seais tan generoso," se burló Roger.

    "Te lo advierto, Roger" Astro miró al arrogante cadete; "Si no te aplicas y juegas..."

    El silbato de McKenny desde las lejanas líneas laterales sonó de repente, interrumpiendo al gran cadete, y los tres muchachos volvieron a salir al campo. Una vez más, el aire se llenó de abucheos y gritos de burla, y el rostro de Tom se sonrojó de vergüenza.

    Esta vez, cuando McKenny bajó la mano, Tom corrió hacia el balón, en lugar de hacia Schohari, su oponente habitual. Midió su zancada con cuidado y llegó a la pelota en una posición perfecta para chutar.

    Sintió el satisfactorio golpe en el pie y vio la pelota dispararse alto frente a él y dirigirse hacia la línea de gol. Fue un bonito disparo, pero entonces, la bola cayó repentinamente, su vuelo quedó alterado por la acción del mercurio. Corriendo por el campo, Tom vio a Swift y Allen encontrar la pelota al mismo tiempo. Allen la paró con el pecho y se la pasó a Swift. Swift dejó que la pelota cayera al suelo, echó el pie atrás para chutar, pero otra vez el mercurio cambió la acción de la pelota, girándola hacia un lado. La patada de Swift le dio de refilón y la bola se desvió hacia la izquierda, en dirección de Astro, quien bajó la cabeza Rápidamente y se la pasó a Roger, quien entró como un rayo y controló la bola con la cadera. Aunque en vez de pasar a Tom, que ya estaba avanzado y desmarcado, Roger se preparó para chutar el gol él mismo.

    Tom gritó una advertencia pero ya era demasiado tarde. Schohari llegó corriendo detrás de él y, al correr, se encontró con el balón con el pie derecho. La bola voló alto en el aire y cruzó de la línea de gol de Polaris justo cuando sonó el silbato. El partido estaba empatado.

    "Menuda jugada, Manning," dijo Astro cuando estuvieron alineados esperando a que comenzara el próximo período.

    "Os lo buscasteis vosotros," espetó Roger, "¡Me estabais ladrando para que jugara y mira lo que ha pasado!"

    "¡Escucha, bocazas!," dijo Astro avanzando hacia el cadete, pero en ese momento sonó el silbato y los tres muchachos salieron corriendo al campo.

    El equipo de Arcturus recorrió el campo rápidamente, dirigiéndose hacia la pelota e ignorando al parecer a la unidad Polaris. Pero Schohari resbaló y cayó al césped, lo cual le dejó a Tom un disparo despejado. Tom chutó con el empeine de la bota y le pasó la bola a Roger. Pero Allen, a toda velocidad, entró e interceptó, enviando la pelota en una loca sucesión de giros, vueltas y botes. La multitud se puso de pie mientras los seis cadetes intentaban desesperadamente llegar hasta la bola, que se deslizaba sin que ninguno de ellos pudiera tocarla siquiera. Esta era la parte de mercuribol que agradaba al espectador. Finalmente, Schohari logró darle con la puntera y envió la bola hacia el área, pero Astro se había movido para jugar a la defensiva. Controló la pelota con el hombro y la dejó caer al suelo. Manteniéndola allí, esperó hasta que Tom estuvo desmarcado. Roger hizo un pase de cuarenta metros hasta la línea del medio campo.

    La multitud se puso en pie, sintiendo que este último impulso podía significar la victoria para la tripulación de la Polaris. Los chicos del Arcturus entraron en tropel, tratando de evitar que Tom anotara. Con una tremenda explosión de velocidad, Tom llevó la pelota por delante de Schohari y, con la fuerza de la desesperación, chutó con la derecha. Sonaba el silbato que ponía fin al partido mientras la bola se elevaba en un arco sobre el campo y quedaba a tres metros de la portería. Se oyoo un gemido de la multitud.

    La pelota, aún reaccionando al mercurio en el interior, giró de repente como una peonza, rodó hacia los lados y, como si la soplara una brisa, rodó hacia la línea de gol y se detuvo a quince centímetros dentro de la línea de cal.

    Hubo un momento de pausa cuando la multitud y los jugadores, atónitos por la jugada, comprendieron lo que había sucedido. Luego, convirtiéndose en un rugido, se recitó una palabra una y otra vez: "Polaris, Polaris, Polaris..."

    La unidad de Polaris había llegado a la final del torneo de la Academia.

    Durante el intermedio, Charlie Wolcheck, comandante de unidad de la tripulación de la Capella, se acercó a la unidad de refrigerios detrás de la tribuna donde Steve Strong, la Dra. Dale y el comandante Walters bebían agua marciana y comían espacioburguesas.

    "Buenas tardes, comandante," saludó Wolcheck. "Hola, Joan, Steve. Parece que tus chicos de la Polaris van a encontrar su horma esta tarde. Tengo que admitir que son buenos, pero con Tony Richards dando pases a Al Davison y con el bloqueo de Scott McAvoy..." El joven oficial se interrumpió con una sonrisa.

    "No sé, Charlie," dijo el comandante Walters con un guiño a la Dra. Dale. "Por la pinta del cadete Astro, si alguna vez pone él el pie en la pelota, tu unidad Capella tendrá que ir tras la bola con una lancha a reacción."

    "Vaya, comandante," respondió Wolcheck riendo afablemente; "Tony Richards es uno de los mejores chutadores que he visto en mi vida. Lo vi hacer un gol desde la línea de sesenta metros, y parado."

    Steve Strong agitó una botella de agua marciana hacia el joven Wolcheck en un gesto de burla amistosa.

    "¿Viste el partido en el primer período?" se jactó. "Manning recibió un pase perfecto de Astro y anotó. Estás acabado, Wolcheck, tú y tu unidad Capella ni siquiera llegaréis cerca."

    "Por lo que oigo y veo, Manning parece estar un poco dolido porque no puede anotar todos los tantos por sí mismo," sonrió Wolcheck con picardía. "¡Quiere ser todo el espectáculo!"

    Strong se sonrojó y se volvió para dejar la botella vacía en el mostrador, usándola como excusa para ocultar sus sentimientos al comandante y a Joan. Así que Wolcheck había observado la actitud de Manning y el juego en el campo también.

    Antes de que Strong pudiera responder, sonó una corneta desde el campo y el grupo de oficiales de la Guardia Solar regresó a sus asientos para el partido final del torneo entre las unidades Capella y Polaris.

    En el campo, Mike pronunció su discurso habitual sobre jugar limpio y les dio a los cadetes las instrucciones de rutina del juego, recordándoles que ante todo eran astronautas, miembros de unidad en segundo lugar y en tercero y último, individuos. Los seis chicos se dieron la mano y corrieron para ocupar sus posiciones.

    "¿Qué tal si nos concentramos en los pases que Richards le dará a Davison," preguntó Tom a sus compañeros de unidad. "Olvidaos de bloquear a Richards y a McAvoy."

    "Sí," asintió Astro, "jugar en busca de la pelota. Me suena bien."

    "¿Qué te parece, Roger?" preguntó Tom.

    "Vosotros jugad," dijo Roger. Y luego agregó sarcásticamente: "Y no olvidéis darles todas las oportunidades de anotar. Juguemos limpio, como lo hicimos con la unidad Arcturus."

    "Si te sientes así, Manning," respondió Astro con frialdad, "¡Ya puedes renunciar ahora mismo! ¡Nos ocuparemos de los chicos de Capella nosotros mismos!"

    Antes de que Roger pudiera responder, McKenny hizo sonar el silbato y los tres muchachos se alinearon en la línea de tiza blanca, preparándose para la carrera hacia la bola.

    Los cadetes en las gradas se callaron. La mano de McKenny se movió hacia arriba y luego rápidamente hacia abajo cuando hizo sonar el silbato. La multitud se puso en pie, rugiendo, cuando Tom, a cinco pasos de su propia línea de gol, tropezó y cayó de bruces al césped, dejándolo fuera de la primera jugada. Astro y Roger cargaron por el campo, con Astro alcanzando la pelota primero. Logró una buena patada, pero Richards, a un metro de distancia, recibió el balón directamente en el pecho. La bola de mercurio cayó al suelo, giró en un círculo vertiginoso y, con un suave golpe de Richards, rodó hacia Davison, quien la tomó con calma y la envió volando para marcar un gol de cuarenta y cinco metros.

    La unidad Capella había marcado primero.

    "Bueno, figura," gruñó Roger en la línea de salida, "¿qué pasó con la gran idea del robo de pases?"

    "Me tropecé, Manning," dijo Tom con los dientes apretados.

    "¡Sí! ¡Tropezaste!" se burló Roger.

    Sonó el silbato para el siguiente periodo.

    Tom, con un asombroso estallido de velocidad, barrió el campo, rompió el paso para ponerlo en perfecta línea con el balón y con una patada que pareció casi perezosa, envió el balón desde un punto muerto cincuenta metros hasta la portería de Capella antes de que ninguno de los restantes jugadores estuvieran a dos metros de ella, y el marcador quedó empatado.

    La multitud se puso en pie de nuevo y rugió su nombre.

    "¡Eso ha estado fantástico!" dijo Astro dándole a Tom una palmada en la espalda mientras se alineaban de nuevo. "Pareció que no le diste con fuerza a esa pelota."

    "Sí," murmuró Roger, "¡Te luciste bien para el deleite de la tribuna!"

    "¿Qué se supone que significa eso, Manning?" preguntó Astro.

    "¡Que el Superman Corbett probablemente se ha quemado! ¡A ver si mantiene esa velocidad durante los próximos diez minutos!"

    Sonó el silbato para el siguiente periodo y de nuevo los tres muchachos avanzaron para encontrarse con la unidad de Capella.

    Richards fintó a Astro con un giro del cuerpo y, sin detener el movimiento de avance, chutó la bola directamente hacia la meta. El balón se detuvo a tres metros, dio un giro vertiginoso y se alejó de la línea de meta rodando. En un instante, los seis chicos estaban alrededor de la pelota, bloqueando, empujándose y gritándose instrucciones entre sí mientras chutaba la inestable pelota. Con cada patada de refilón, la pelota daba vueltas y giros aún más enloquecedores.

    Por fin, Richards la pilló con el empeine, se la pasó a McAvoy, quien se retiró hacia atrás y, con seis metros entre él y el miembro de Polaris más cercano, chutó tranquilamente entre los tres palos. Sonó el silbato finalizando el primer tiempo, y el equipo de Capella se adelantaba dos a uno.

    Durante los siguientes tres períodos, la unidad Capella funcionó como una máquina bien engrasada. Richards pasaba a Davison o a McAvoy y, cuando estaban demasiado bien protegidos, jugaba brillantemente solos. La unidad Polaris, por otro lado, parecía estar desesperadamente superada. Tom y Astro luchaban como demonios, pero la falta de interés de Roger le daba a la unidad Capella la ventaja en el juego. Al final del cuarto período, el equipo de Capella ganaba por tres puntos, siete a cuatro.

    Mientras los chicos descansaban antes del quinto y último período, el capitán Strong, después de haber observado el partido con gran interés, notó Roger no estaba jugando a su máxima capacidad. Llamó a un cadete Lombriz de Tierra que estaba cerca, garabateó un mensaje en un papel y le indicó al cadete que se lo llevara directamente a Roger.

    "¿Órdenes del entrenador en las líneas laterales?" preguntó Wolcheck al notar la acción de Strong.

    "Podrías llamarlo así, Charlie," respondió Steve con suavidad.

    En el campo, el cadete mensajero le entregó a Roger el papelito, sin mencionar que era de Strong, y se apresuró a regresar a las gradas.

    "¿Recibiendo ya correo de los fans?" preguntó Astro.

    Roger ignoró el comentario y abrió la hoja de papel para leer:

    «Quizá le interese saber que el equipo ganador de las finales de mercuribol recibirá un primer premio de tres días libres en Átomo City.» No había firma.

    Roger miró hacia las gradas y buscó en vano alguna indicación de la persona que podía haberle enviado la nota. La multitud se calló cuando McKenny dio un paso adelante para el comienzo del último período.

    "¿Qué había en la nota, Roger?" preguntó Tom.

    "La combinación ganadora," sonrió perezosamente Roger. "¡Prepárate para el partido de mercuribol más rápido que hayas jugado, Corbett! ¡Tenemos que sacar del fuego este lío!"

    Desconcertado, Tom miró a Astro, quien simplemente se encogió de hombros y ocupó su lugar listo para el silbato. Roger se metió la nota en los pantalones cortos y se acercó a la línea.

    "Escucha, Corbett," dijo Roger, "cada vez que Richards recibe el balón, chuta a su izquierda y luego McAvoy finta como para atraparlo, dejáandolo a Davison. Cuando tú vas a bloquear a Davison, dejas a Richards desmarcado. Él simplemente se queda con el balón. ¡Ha anotado tres veces de ese modo!"

    "Sí," dijo Tom, "me di cuenta de eso, pero no había nada que pudiera hacer al respecto por la forma en que has estado jugando."

    "Un poco tarde para nuevas ideas, Manning," gruñó Astro. "Tú pilla la pelota y pásamela."

    "¡Esa es mi idea! Astro. Muévete como si estuvieras muy cansado, ¿ves? Entonces se olvidarán de ti y jugarán tres contra dos. ¡Tú prepárate para chutar, y chutar fuerte!"

    "¿Qué te ha ocurrido, Roger?" preguntó Tom. "¿Qué había en esa nota?"

    Antes de que Roger pudiera responder, el silbato y el rugido de la multitud marcaron el comienzo del último período. Los cadetes corrieron hacia el campo, Roger se desvió a la izquierda y, haciendo una finta para bloquear a Richards, falló intencionadamente y permitió que Richards atrapara el balón, quien inmediatamente pasó a la izquierda. McAvoy corrió con la pelota, Tom hizo un movimiento como para bloquearlo, dio marcha atrás y sorprendió a Richards con un bloqueo perfecto. El balón estaba desmarcado. Roger le dio una media patada y el balón aterrizó un metro delante de Astro. El gran cadete lo engatilló perfectamente en el primer rebote y chutó recto a través de la meta, a setenta metros de distancia.

    En las gradas, Steve Strong sonrió al ver el cambio de puntuación en el marcador: Capella 7 - Polaris 5.

    En rápida sucesión, la unidad Polaris logró interceptar el juego de la unidad Capella y acumular dos goles para empatar el marcador. Ahora, solo quedaban cincuenta y cinco segundos de juego

    Los cadetes en las gradas rugieron su aprobación por el valiente esfuerzo realizado por los tres miembros de la tripulación de la Polaris. Hacía mucho tiempo que no se jugaba en la Academia Espacial a mercuribol con una precisión tan letal y todos los que asistían al partido recordarían durante años la última jugada del partido.

    McKenny volvió a hacer sonar el silbato y los chicos cargaron hacia adelante, pero a estas alturas, conscientes del repentino destello de unidad por parte del equipo contrario, la unidad Capella luchaba desesperadamente por mantener al menos un empate.

    Tom logró bloquear un chute de Richards y la pelota dio un vertiginoso salto hacia la izquierda, aterrizando frente a Astro. Él estaba desmarcado. Las gradas estaban alborotadas mientras los cadetes veían que el partido estaba a punto terminar. Astro se detuvo una fracción de segundo, juzgó la pelota y dio un paso adelante para chutar. Pero la pelota giró justo cuando Astro cargaba la pierna. Y en ese instante, McAvoy entró galopando desde la izquierda, solo para ser bloqueado por Roger. Pero la fuerza de la carga de McAvoy derribó a Roger contra Astro. En lugar de chutar la pelota, Astro dio a Roger en el lateral de la cabeza. Roger cayó al suelo y se quedó inmóvil, congelado. Astro perdió el equilibrio, se retorció sobre una pierna con dificultad y cayó al suelo. Cuando intentó levantarse, no podía caminar. Se había torcido el tobillo.

    Los miembros de la unidad Capella se quedaron quietos, confundidos y momentáneamente incapaces de aprovechar la oportunidad. Sin dudarlo un momento, Tom entró y chutó el balón antes de que sus oponentes supieran lo que estaba pasando. La pelota se elevó en un alto arco y aterrizó con varios rebotes, deteniéndose a tres metros de la portería.

    Richards, McAvoy y Davison cobraron vida de pronto y cargaron siguiendo a Tom, quien corría en busca de la pelota tan rápido como lo permitían sus piernas cansadas. Vio que Richards llegaba junto a él y lo adelantaba. Luego Davison y McAvoy se acercaron a ambos lados para bloquear a Tom y darle a Richards un disparo despejado hacia el campo de Polaris y hacia un gol cierto.

    Richards llegó hasta la pelota, se detuvo y alineó cuidadosamente su patada, seguro de que sus compañeros de equipo podrían bloquear a Tom. Pero el joven cadete, en un último impulso desesperado, superó tanto a McAvoy como a Davison. Luego, mientras Richards ladeaba el pie para patear, Tom saltó. Con un poderoso derrape envió su cuerpo a toda velocidad hacia Richards justo cuando este chutaba. El pie extendido de Tom chocó con la pelota y con Richards. Los dos muchachos cayeron enredados pero la pelota salió disparada hacia la línea de gol.

    Sonó el silbato que concluía el partido.

    En un instante, dos mil oficiales, cadetes y soldados se volvieron locos cuando la pelota cruzó la línea de gol.

    ¡El equipo de Polaris había ganado por ocho goles a siete!

    Desde todos los rincones del campo, la multitud vitoreaba a los cadetes que habían remontado el partido, que lo habían ganado en los últimos segundos con dos de ellos tirados en el campo inconscientes y un tercero incapaz de mantenerse en pie.

    En las gradas, el capitán Strong se volvió hacia el comandante Walters. Le resultó difícil evitar que se le llenaran los ojos de orgullo mientras saludaba enérgicamente.

    "¡El capitán Strong informa, señor, sobre el éxito de la unidad Polaris para superar sus diferencias y convertirse en una unidad de combate! ¡Y me refiero a combate!"

Capítulo 11

    "¡El Expreso de Átomo City llega ahora a la vía dos!" La voz retumbó por el sistema de altavoces y, mientras la larga y reluciente fila de vagones del monorraíl se detenía con un suave silbido de los frenos, los tres cadetes de la unidad Polaris se movieron ansiosos en esa dirección.

    "Átomo City, allá vamos," gritó Astro.

    "Nosotros y muchos otros con la misma idea," dijo Tom. Y, de hecho, solo había unos pocos civiles en la multitud pasando a empujones hacia las puertas del vagón. Los uniformes predominantes eran el azul de los cadetes, la tropa alistada de escarlata e incluso algunos con los uniformes negros y dorados que identificaban a los oficiales de la Guardia Solar.

    "Personalmente," susurró Tom a sus amigos, "lo primero que quiero hacer en Átomo City es dar un largo paseo en alguna parte donde no vea ni un solo uniforme."

    "En cuanto a mí," dijo Roger; "voy a buscar un estudio estéreo donde muestren una función de Liddy Tamal. Me sentaré en un asiento de primera fila y me quedaré mirando actuar a esa chica durante unas seis horas."

    Se volvió hacia Astro. "¿Y tú?"

    "Vaya, pues. te acompañaré a ti, Roger," dijo el cadete de Venus. "Ha pasado mucho tiempo desde que vi un... una..."

    Tom y Roger se rieron.

    "¿Una qué?" bromeó Tom.

    "Una chica," farfulló Astro, sonrojándose.

    "No me lo creo," dijo Roger con fingida sorpresa. "Yo nunca he..."

    "Venga," interrumpió Tom. "Hora de subir a bordo."

    Se apresuraron a cruzar el andén y entraron en el elegante vagón. En el interior encontraron asientos juntos y se dejaron caer en los lujosos asientos.

    Astro suspiró suavemente, estiró sus largas piernas y cerró los ojos felizmente un momento.

    "No me despertéis hasta que nos pongamos en marcha," dijo.

    "Ya nos hemos puesto en marcha," respondió Tom. "Echar un vistazo."

    Los ojos de Astro se abrieron de golpe. Miró por el cristal transparente un paisaje que se movía rápidamente.

    "Estos expresos se mueven sobre cojinetes de superamortiguados," explicó Tom. "Ni siquiera sientes que has salido de la estación."

    "¡Que me exploten los reactores!" se maravilló Astro. "Me gustaría echarle un vistazo a la unidad de potencia de este bebé."

    "¡Incluso de vacaciones, lo único en que este tipo puede pensar es en la energía!" gruñó Roger.

    "¿Qué tal si aumentamos nuestra propia energía?," Sugirió Tom. "Es un largo trayecto hasta Átomo City. Vamos a comer algo."

    "¡Por mí encantando, chico astronauta!" Astro sonrió. "¡Podría comerme un buey entero!"

    "Gran idea, cadete," dijo una voz detrás de ellos.

    La voz provenía de un hombre de cabello gris, pulcramente vestido con un traje negro de una pieza actualmente de moda, y con una amplia faja roja alrededor de la cintura.

    "Perdone, caballero," dijo Tom, "¿Estaba hablando con nosotros?"

    "Ciertamente," respondió el extraño. "Os pido que seais mis invitados en la cena. Y aunque no pueda invitar a vuestro amigo a un buey entero, con mucho gusto le conseguiré un pedazo de uno."

    "Ey," dijo Astro, "¿creéis que lo dice en serio?"

    "Parece que sí," respondió Tom. Se volvió hacia el extraño. "Muchas gracias, caballero, pero no creo que Astro estuviera bromeando sobre su apetito."

    "Estoy seguro de que no." El hombre de cabello gris sonrió, se acercó y le tendió la mano. "Entonces, trato hecho," dijo. "Mi nombre es Joe Bernard."

    "¡Bernard!" exclamó Roger. Palideció y miró rápidamente a sus dos amigos, pero ellos estaban demasiado ocupados examinando a su nuevo amigo para darse cuenta.

    "Me alegro de conocerlo, señor," dijo Tom. "Soy Tom Corbett. Él es Astro, de Venus. Y aquí está..."

    "Roger es mi nombre," dijo rápidamente el tercer cadete. "¿No quiere sentarse, señor?"

    "Es inútil perder el tiempo," dijo Bernard. "Vayamos directamente al vagón comedor." Los cadetes no estaban de humor para discutir con él. Recogieron los pequeños micrófonos junto a sus asientos y pidieron comida a la cocina. Cuando estuvieron sentados en el vagón comedor, sus pedidos estaban listos en la mesa.

    El Sr. Bernard, con un brillo en los ojos, los observaba disfrutar de la comida. En particular, miraba a Astro.

    "Se lo advertí, señor," susurró Tom mientras el venusiano se ponía a trabajar en su segundo filete.

    "No me hubiera perdido esto por nada," dijo Bernard. Sonrió, encendió un puro de fino tabaco de hoja de Mercurio y se reclinó cómodamente.

    "Y ahora," dijo, "dejad que os explique por qué estaba tan ansioso por cenar con vosotros. Me dedico al negocio de importación y exportación. Envíos a Marte, principalmente. Pero toda mi vida he querido ser un astronauta."

    "Bueno, ¿y cuál fue el problema, Sr. Bernard?" preguntó Roger.

    El hombre de traje negro suspiró. "No podía soportar la aceleración, muchachos. Problemas de corazón. Envío más de quinientos cargueros al año a todas las partes del sistema solar, pero yo mismo nunca he estado a más de un klómetro de la superficie de la tierra."

    "Seguro que eso debe de ser decepcionante, querer despegar y saber que no puedes," dijo Tom.

    "Lo intenté una vez," dijo Bernard con una sonrisa triste. "¡Sip! Lo intenté." Miró pensativo por la ventana. "Cuando tenía vuestra edad, unos veinte, quería entrar en la Academia Espacial más que nadie que yo conociera." Se pausó. "Excepto por una persona. Un amigo mío de la infancia llamado Kenneth,"

    "Disculpe, señor," interrumpió rápidamente Roger, "pero creo que será mejor que regresemos a nuestro vagón. Con toda esta libertad ante a nosotros, necesitamos mucho descanso."

    "¡Pero, Roger!" exclamó Tom.

    Bernard sonrió. "Entiendo, Roger. A veces me olvido de que soy un anciano, y cuando ya has probado la emoción de los viajes espaciales, hablar con alguien como yo debe ser bastante aburrido." Se puso de pie y encaró a los tres cadetes. "Habéis sido muy amables, Corbett, Astro, Roger. Ahora seguid con lo vuestro y descansad. Yo me sentaré aquí un rato y observaré el paisaje."

    "Gracias, señor," dijo Tom, "por la cena, su compañía y... por todo," terminó sin convicción.

    Hubo un coro de despedidas y los chicos regresaron a su vagón. Pero ahora había poca conversación. Poco a poco, las luces de los vagones se atenuaron para permitir el sueño, pero Tom no dejaba de oír el suave clic del monorraíl. Finalmente Roger, durmiendo a su lado, despertó por un momento.

    "Roger," dijo Tom, "quiero preguntarte algo."

    "Espera hasta mañana," murmuró Roger. "Quiero dormir."

    "La forma en que actuaste con Bernard," insistió Tom. "Te comiste la cena y luego actuaste como si el tipo fuese veneno. ¿Por qué fue eso, Roger?"

    El otro se sentó muy erguido. "Escucha," dijo. "¡Escucha!" Luego se dejó caer en su silla y cerró los ojos. "Déjame dormir, Corbett. Déjame dormir, te digo. Le dio la espalda y en un momento estaba emitiendo sonidos de profundo sueño, pero Tom estaba seguro de que Roger no estaba dormido, que estaba completamente despierto, con algo que lo molestaba seriamente.

    Tom se reclinó y miró hacia las llanuras que pasaban y hacia la profunda negrura del espacio. La Luna estaba llena, era grande y redonda. Tom podía distinguir el Mare Imbrium, la llanura lunar más grande visible desde la Tierra donde los hombres habían construido la gran metrópolis de Luna City. Más lejos, en la profunda oscuridad, podía ver Marte brillando como un rubí claro. En poco tiempo estaría allí de nuevo. En poco tiempo despegaría en la Polaris con Astro y con Roger...

    ¡Roger! ¿Por qué había actuado de manera tan extraña en la cena?

    Tom recordó la noche que había visto a Roger en el Salón de la Galaxia por la noche y su repentino cambio en el campo unos días antes cuando habían ganado el partido de mercuribol. ¿Había alguna razón detrás de las extrañas acciones de su compañero? En vano, Tom se devanó el cerebro para encontrar la respuesta. Tenía que haber alguna explicación, sin embargo, ¿cuál podía ser? Dio vueltas y vueltas y finalmente, cómodo como estaba el monocarril, se quedó dormido de puro cansancio.

    ¡Átomo City!

    Construida con el cristal transparente económicamente extraído en Titán —una luna de Saturno— Átomo City había surgido de un yermo norteamericano para convertirse en la envidia del universo. Aquí estaba el centro de todas las comunicaciones espaciales, una orgullosa ciudad de gigantescos edificios de cristal. Aquí se habían desarrollado las primeras aceras deslizantes, aerocoches, estéreos tridimensionales y cientos de otras ideas para una vida mejor.

    Y aquí en Átomo City estaba la sede de la gran Alianza Solar, alojada en una estructura que cubría medio kilómetro en su base y que se elevaba mil nobles metros hacia el cielo.

    Los tres cadetes salieron del monorraíl y cruzaron el andén hasta un aerocoche que los esperaba, propulsado por un reactor, con forma de lágrima y con un transparente techo de cristal.

    "Queremos el mejor hotel de la ciudad," dijo grandilocuentemente Astro al conductor.

    "Y saca de aquí esta pulga voladora a toda prisa," le instó Roger. "Queremos hacer un montón de cosas."

    El conductor no pudo evitar sonreír a los tres cadetes, quienes obviamente estaban festejando su primer permiso. "Tenemos tres de los mejores hoteles," dijo él. "Uno es tan bueno como el otro. Se llaman Tierra, Marte y Venus."

    "Tierra," votó Tom.

    "Marte," gritó Roger.

    "¡Venus!" rugió Astro.

    "Bueno," dijo el conductor entre risas, "Decidid uno."

    "¿Cuál está más cerca del centro de la ciudad?" Preguntó Tom.

    "Marte."

    "¡Pues despega hacia Marte!" Ordenó Tom, y el aerocoche salió disparado de la estación y se elevó dentro de la corriente de tráfico de la expresopista a quince metros de altura del suelo.

    Mientras el pequeño aerocohe aceleraba por la amplia avenida, Tom recordó las veces que había envidiado de pequeño a los cadetes espaciales que acudían de permiso a su ciudad natal de Nueva Chicago. Ahora él aquí estaba él, de uniforme, con un permiso de tres días y toda Átomo City en la que disfrutarlo.

    Unos minutos más tarde, el aerocoche se detuvo frente al hotel Marte. Los cadetes bajaron del vehículo mirando fascinados la entrada que se cernía ante ellos: una gran abertura, con ornamentados cristales de muchos colores diferentes.

    Cruzaron el vestíbulo de altos techos hacia el vestíbulo. A su alrededor, las columnas que sostenían el techo estaban hechas del cristal más transparente del mundo, sus bases se hundían en blandas y brillantes alfombras de larga hebra trenzada con hierba de la jungla venusiana.

    Los chicos avanzaron hacia el enorme mostrador circular de recepción donde una guapa chica pelirroja esperaba para recibirlos.

    "¿Puedo ayudarles?" les preguntó ella mostrando una sonrisa deslumbrante.

    "Eres una chica con suerte," dijo Roger. "Da la casualidad de que sí puedes ayudarme. Cenaremos juntos, solo nosotros dos, y luego iremos a los estéreos. Después de lo cual..."

    La chica negó tristemente con la cabeza. "Ya veo que vuestro amigo sufre un grave caso de conmoción gravitatoria," le dijo ella a Tom.

    "Así es," admitió Tom. "Pero si nos das una habitación triple, nos aseguraremos de que no moleste a nadie."

    "¡Ah!," dijo Roger, "¡Id a limpiar reactores!"

    "Tengo una buena selección de habitaciones aquí en fotomuestras, si queréis verla," sugirió la chica.

    "¿Cuántas habitaciones hay en este hotel, preciosidad?" preguntó Roger.

    "Casi dos mil," respondió la chica.

    "¿Y tenéis fotomuestras de las dos mil?"

    "Pues claro," respondió la chica. "¿Por qué lo preguntas?"

    "Tú y Astro id a dar un paseo, Corbett," dijo Roger con una sonrisa. "¡Yo seleccionaré nuestras habitaciones!"

    "¿Es que," preguntó la chica un poco nerviosa, "quieres ver todas las muestras?"

    "¡Claro que sí, hermosura!" dijo Roger con una perezosa sonrisa.

    "Pero... ¡pero eso nos va a llevar tres horas!"

    "¡Exactamente lo que me imaginaba!" dijo Roger.

    "Una habitación bonita será suficiente, señorita," dijo Tom interrumpiendo; "Y, por favor, disculpe a Manning. Es tan inteligente que se marea un poco de vez en cuando. Luego tengo que llevarlo a una esquina y revivirlo." Miró a Astro, quien tomó a Roger en sus brazos y se alejó con él como si fuera un bebé.

    "¡Vamos, Romeo espacial!" dijo Astro.

    "Oye, ey, auch. ¡Suéltame, gran simio! ¡Estás matando a tu mejor amigo!" Roger se retorcía en vano en el férreo agarre de Astro.

    "Fiebre espacial," explicó Tom a la chica. "El doctor dice que se pondrá bien pronto."

    "Lo comprendo, creo," dijo la chica con una nerviosa sonrisa.

    Le entregó a Tom una linternita. "Esta es tu llave fotoeléctrica de la habitación 2305 F. Está en la planta doscientos treinta."

    Tom tomó la llave lumínica y se encaminó hacia la escalera deslizante donde Astro sujetaba en brazos a Roger con firmeza, a pesar de sus frenéticos espasmos.

    "Ey, Tom," gritó Roger, "¡Dile a este simio venusiano que me suelte!"

    "¿Prometes portarte bien?" preguntó Tom.

    "Vinimos aquí para divertirnos, ¿no?" preguntó Roger.

    "Eso no incluye que te echen del hotel porque te apetezca romantizar con todas las chicas guapas que encuentres."

    "¿Qué problema hay con las chicas guapas?" gruñó Roger. "Son equipo oficial, como el escáner de un radar. ¡No puedes arreglártelas sin ellas!"

    Tom y Astro se miraron y se echaron a reír.

    "Venga, nube de gas," dijo Astro, "vamos a lavarnos. Quiero dar un paseo y comer algo. ¡Tengo hambre otra vez!"

    Una hora más tarde, duchados y vestidos con uniformes limpios, la tripulación de la Polaris comenzó un recorrido por la ciudad. Fueron al zoológico y vieron dinosaurios, un tiranosaurio y muchos otros monstruos extintos en la Tierra hace millones de años, pero que aún se reproducían en las junglas de Tara. Visitaron la cámara del consejo de la Alianza Solar donde los delegados de los planetas principales y de los satélites más grandes, como Titán de Saturno, Ganímedes de Júpiter y la Luna de la Tierra hacían las leyes para la liga triplanetaria. Los muchachos caminaron por los largos pasillos del edificio de la Alianza, mirando los grandes documentos que habían unificado el sistema solar.

    Inspeccionaron con reverencia los documentos originales de la Declaración Universal de Derechos y la Constitución Solar, que garantizaban las básicas libertades de expresión, prensa, religión, asamblea pacífica y gobierno representativo. E incluso el descarado e irreprimible Roger Manning se quedó pasmado cuando entraron de puntillas en la gran Cámara de la Corte Galáctica, donde el cuerpo judicial supremo de todo el universo se sentaba con solemne dignidad.

    Más tarde, los chicos visitaron la Plaza de Olimpia —una enorme fuente, llena de agua extraída de los canales marcianos, los lagos de Venus y los océanos de la Tierra— rodeada por cien grandes estatuas, cada una de las cuales simbolizaba un paso en la marcha de la humanidad hacia el espacio.

    Pero luego, para los cadetes espaciales, llegó la mayor emoción de todas: un recorrido a través del poderoso Salón de la Ciencia, un museo del progreso pasado y un laboratorio para el desarrollo de maravillas futuras al mismo tiempo.

    Se estaban llevando a cabo miles de experimentos dentro de este palacio de cristal y, como cadetes espaciales, a los chicos se les permitía presenciar algunos de ellos. Observaron un proyecto destinado a aprovechar los rayos solares de manera más efectiva; otro que tenía como objetivo crear un nuevo tipo de fertilizante para Marte, para que la gente de ese planeta pudiera cultivar su propia comida en aquellos áridos desiertos, en lugar de importarla toda de otros mundos. Unos científicos estaban tratando de adaptar las plantas de la jungla de Venus para que crecieran en otros planetas con bajo suministro de oxígeno; mientras que otros, en el campo médico, buscaban un anticuerpo universal para combatir todas las enfermedades.

    Finalmente llegó la noche y con ella la hora para la diversión y el entretenimiento. Cansados ​​y con piernas temblorosas, los cadetes se subieron a una acera deslizante y se dejaron llevar hasta un enorme restaurante en el corazón de Átomo City.

    "¡Alimento!," exclamó Astro mientras las puertas de cristal se abrían ante ellos. "¡Huelo alimento! ¡Alimento auténtico como Dios manda!" Corrió hacia una mesa.

    "Aguanta, Astro," gritó Tom. "Ve con calma."

    "Sí," agregó Roger. "Solo han pasado cinco horas desde tu última comida, no cinco semanas."

    "¿Mi última comida?" resopló el cadete venusiano. "¿Llamas tú una comida a cuatro espacioburguesas? Y han pasado seis horas, no cinco."

    Riendo, Tom y Roger siguieron a su amigo al interior. Por suerte encontraron una mesa no muy lejos de la puerta, donde Astro agarró el micrófono y pidió su habitual cena tremenda.

    Los tres muchachos comían con hambre canina mientras un plato tras otro aparecía en el centro de la mesa a través del túnel directo a la cocina. Manning estaba tan absorto que no advirtió la proximidad de un joven alto y moreno de su misma edad, vestido con el uniforme pardo del Servicio Espacial de Pasajeros. Pero el joven, que llevaba el sombrero de pico alto de capitán, vio a Roger por casualidad.

    "Manning," llamó, "¿qué te trae por aquí?"

    "¡Al James!" gritó Roger y se levantó rápidamente para estrechar la mano. "¡De entre todos los chicos del universo tenías que aparecer tú! Siéntate y come algo con nosotros."

    El capitán espacial se sentó. Roger le presentó a Tom y a Astro. Hubo una ronda de saludos cordiales.

    "¿Cómo es que te has convertido en un cadete espacial, Roger?" preguntó James finalmente.

    "Oh, ya sabes cómo es esto," dijo Roger. "Uno se acostumbra a cualquier cosa."

    Astro casi se atraganta con un bocado de comida. Lanzó una mirada a Tom, quien negó con la cabeza como si le advirtiera de que no hablara.

    James sonrió ampliamente. "Recuerdo lo que decías en casa, que los cadetes espaciales eran un grupo de soldaditos de plomo queriendo sentirse importantes. Que la Academia era una gran cantidad de gas espacial. Supongo que has cambiado de opinión ahora."

    "Tal vez lo haya hecho," dijo Roger. Miró con inquietud a sus dos amigos, pero estos fingían estar ocupados comiendo. "Quizá sí." Los ojos de Roger se entornaron, su voz se tornó perezosa. "Pero es mejor ser un hombre con un traje de mono, sin nada que hacer sino impresionar a los pasajeros y mandar a la tripulación."

    "Espera un minuto," dijo James. "¿Qué clase de broma es esa?"

    "No es una broma en absoluto. Es justo lo que pienso por vosotros, la élite de los pasajeros, que no distinguen el tubo de un cohete del cañón de una pistola de rayos."

    "Mira, Manning," respondió James. "No te pongas borde solo porque no hayas podido conseguir nada mejor que entrar en los Cadetes Espaciales."

    "Despega de aquí," gritó Roger, "antes de que funda los reactores."

    Tom habló. "Creo que será mejor que se marche, capitán."

    "Tengo seis hombres ahí fuera," rió el otro. "Me iré cuando esté preparado."

    "Estás preparado ahora," dijo Astro. Se puso de pie en toda su estatura. "No queremos problemas," dijo el cadete de Venus, "pero tampoco vamos a frenar los motores para escapar de ellos."

    James echó un buen vistazo al poderoso cuerpo de Astro. Sin decir una palabra más, se alejó andando.

    Tom negó con la cabeza. "¿No crees que ese amigo tuyo es un verdadero fan de los Cadetes Espaciales, Roger?"

    "Sí," dijo Astro. "Igual que el mismo Manning."

    "Ey," dijo Roger. "Mirad, chicos…" Vaciló, como si tuviera la intención de decir algo más, pero luego se volvió hacia su cena. "Seguid con lo vuestro, terminaos la cena," gruñó. Se inclinó sobre su plato y comió sin levantar los ojos. Y no se pronunció una palabra más en la mesa hasta que se acercó un joven que llevaba una pantalla de teleceptor portátil.

    "Disculpen," dijo. "¿Alguno de ustedes es el cadete Tom Corbett?"

    "Vaya, yo mismo," reconoció Tom.

    "Hay una llamada para usted. Parece que han intentado comunicarse con usted por toda Átomo City." Colocó la pantalla del teleceptor sobre la mesa, la conectó a una toma de corriente y ajustó los diales.

    "Espero que no haya problemas en casa," dijo Tom a sus amigos. "La última carta de mi madre decía que Billy estaba trasteando con un reactor atómico portátil y ella temía que acabara volando por los aires."

    Una imagen empezó a tomar forma en la pantalla. "Dios mío," dijo Astro. "Es el capitán Strong."

    "Ciertamente," dijo la imagen del capitán. "Cenando, ¿eh, chicos? Ummmm, esas gambas a la plancha tienen buena pinta."

    "Están fabulosas," dijo Astro. "Ojalá estuviera usted aquí."

    "Ojalá pudierais quedaros allí," dijo el capitán Strong.

    "¡Oh, no!" gimió Astro. "¡No me lo diga!"

    "Lo siento, muchachos," dijo la voz del teleceptor. "Pero se acabó. Tenéis que regresar a la Academia de inmediato. Todo el cuerpo de cadetes tiene orden de ir al espacio para maniobras especiales. Despegaremos mañana por la mañana a las seis cero cero."

    "Pero, señor," objetó Tom, "¡No podemos subir a un monorraíl hasta mañana!"

    "Esta es una orden oficial, Corbett. De modo que tenéis prioridad en todo el transporte civil." El capitán de la Guardia Solar sonrió. "He pinchado todo un banco de teleceptores en Átomo City buscándoos. Volved rápido a la Academia Espacial. Tomad un aerocoche si es necesario, pero llegad a las seis horas." El capitán se despidió alegremente y la pantalla se oscureció.

    "Maniobras espaciales," suspiró Astro. "Trabajo real."

    "Sí," coincidió Tom. "¡Allá vamos!"

    "¡Nuestro primer salto al espacio profundo!" dijo Roger. "¡Salgamos de aquí!"

Capítulo 12

    "Las siguientes naves del Escuadrón A despegarán de inmediato," rugió el comandante Walters por el teleceptor. Alzó la vista desde un gráfico que tenía ante él en la torre de control del espaciopuerto de la Academia. Comenzó a nombrar las naves. "Capella, tangente orbital 09834, Arcturus, tangente orbital 09835, Centauri, tangente orbital 09836, Polaris, tangente orbital 09837"

    A bordo del crucero espacial Polaris, Tom Corbett se apartó del tablero de control. "Esos somos nosotros, señor," le dijo al capitán Strong.

    "Muy bien, Corbett." El capitán de la Guardia Solar se acercó al intercomunicador de la nave y encendió el interruptor.

    "¡Astro, Roger, en espera!"

    Astro y Roger reconocieron la orden. Strong empezó a hablar. "El cuerpo de cadetes se ha dividido en escuadrones de cuatro naves cada uno. Somos la nave al mando del Escuadrón A. Cuando lleguemos al espacio orbital, debemos proceder como grupo hasta las ocho cero cero, momento en que abriremos las órdenes selladas. Cada uno de los otros siete escuadrones abrirá sus órdenes al mismo tiempo. Dos de los escuadrones actuarán como invasores mientras que los seis restantes serán la flota defensora. El trabajo de los invasores es alcanzar su objetivo y el trabajo de los defensores detenerlos."

    "Control del espaciopuerto a crucero espacial Polaris, su órbita ha sido despejada para el despegue." La voz del comandante Walters interrumpió las instrucciones de Strong y este se volvió hacia Tom.

    "Toma el mando, Corbett."

    Tom se volvió hacia el teleceptor. "Crucero espacial Polaris a control del espaciopuerto."

    "Despegue en dos seis cuatro ocho."

    "Recibido," dijo Tom. Desconectó el teleceptor y se volvió hacia el intercomunicador. "¡En espera para ascender la nave! Cubierta de control a radar. ¿Tenemos trayectoria despejada delante y arriba, Roger?"

    "Todo despejado delante y arriba," respondió Roger.

    "Cubierta de control a cubierta de energía. ¡Energice las bombas de refrigeración!"

    "Bombas de refrigeración, recibido," vino de Astro.

    La gigantesca nave comenzó a temblar mientras las poderosas bombas en la cubierta de energía comenzaba a aumentar.

    Tom se sujetó al asiento del piloto y comenzó a revisar los diales frente a él. Satisfecho, fijó los ojos en la manecilla del reloj. Por encima de su cabeza, la pantalla del teleceptor le mostraba una imagen clara del espaciopuerto de la Academia. Tom observó a los cruceros gigantes tomar vuelo uno por uno y propulsarse hacia la inmensidad del espacio.

    La manecilla del reloj alcanzó la marca de los diez segundos.

    "¡En espera para ascender la nave!" avisó Tom por el intercomunicador. La manecilla roja se movía firme e inexorablemente. Tom llevó la mano hacia el interruptor principal.

    "¡Despegue en cinco, cuatro, tres, dos, uno, ¡cero!"

    Tom accionó el interruptor.

    La gran nave se suspendió sobre el suelo durante un momento. Luego se lanzó hacia el cielo cada vez más rápido, empujando a los terrícolas hacia sus acolchados de aceleración.

    Al llegar al espacio orbital, Tom encendió el generador de gravedad artificial. Sintió el tirón en el cuerpo, revisó rápidamente todos los instrumentos y se volvió hacia el capitán Strong.

    "Nave en el espacio a las seis cinco tres, señor.

    "Muy bien, Corbett," respondió Strong. "Comunique a Arcturus, Capella y Centauri la formación para rumbo con regreso al espaciopuerto de la Academia a las ocho cero cero, cuando abriremos los órdenes."

    "Sí, señor," dijo Tom, volviéndose ansioso hacia el tablero de control.

    Durante casi dos horas, los cuatro cruceros del Escuadrón A se movieron por el espacio en un arco perfecto, preparándose para la fecha límite de las 0800. Strong aprovechó el tiempo para comprobar un nuevo prisma de astrogación perfeccionado por la Dra. Dale para su uso a velocidades hiperespaciales. Tom volvió a comprobar sus instrumentos y luego preparó té caliente y sándwiches en la cocina para sus compañeros de nave.

    "Esto es lo que yo llamo servicio," dijo Astro. Estaba con el torso al aire, con un ancho cinturón de cuero tachonado de llaves inglesas de varias formas y tamaños atadas alrededor de las caderas. En una mano llevaba un paño de algodón con el que pulía continuamente las superficies de los motores atómicos, mientras sus ojos buscaban constantemente los numerosos indicadores que tenía delante en busca de la menor señal de avería del motor.

    "No hace falta llevarle nada a Manning, yo me comeré su parte." Dijo Astro

    Astro había encendido deliberadamente el intercomunicador para que Roger, en la cubierta de radar, pudiera oírle. La respuesta desde ese extremo fue inmediata y contundente.

    "Escucha, grasiento mono mecánico," gritó Roger. "¡Como huelas siquiera mi almuerzo, bajaré y te daré de comer lo que haya en la cámara de reactantes!"

    Tom sonrió a Astro y se volvió hacia la escalera que subía desde la cubierta de energía. Pasando por la cubierta de control de camino al puente del radar, miró el reloj. Faltaban diez minutos para las ocho.

    "Sólo una cosa me preocupa, Corbett," dijo Roger con la boca llena de sándwich.

    "¿El qué?" preguntó Tom.

    "¡La colisión!" dijo Roger. "¡Algunos de estos cadetes entusiastas del espacio podrían emocionarse, y no quiero terminar como una centella en la atmósfera de la Tierra!"

    "Bueno, para eso tienes el radar, para ver todo lo que pasa."

    "Oh, claro," dijo Roger, "puedo mantener esta nave fuera de su camino, pero ¿se van a mantener ellos fuera del mío? Por qué, como mi padre me dijo una vez..." Roger se atragantó con la comida y se volvió hacia la pantalla del radar.

    "¿Qué?," dijo Tom después de un momento, "¿qué te dijo tu padre una vez?"

    "Ah, nada, no importa. Pero tengo que conseguir una solución cruzada con Regulus antes de que empecemos nuestros jueguecitos."

    Tom pareció perplejo. Aquí estaba otro de los rápidos cambios de actitud de Roger. ¿De qué iba todo esto? Pero había trabajo por hacer, así que Tom se encogió de hombros y regresó a la cubierta de control. Aunque no podía olvidar lo que Roger había dicho sobre una colisión.

    "Disculpe, capitán," dijo Tom, "pero ¿ha habido colisiones graves entre naves en el espacio?"

    "Claro que sí, Tom," respondió Strong. "Hace unos veinte años, tal vez menos, hubo una oleada completa de ellas. Eso fue antes de que desarrolláramos un radar de pulso con súper rebote. A corta distancia las naves eran más rápidas que el radar.."

    Strong hizo una pausa. "¿Por qué lo preguntas?"

    Antes de que Tom pudiera responder, hubo una fuerte advertencia del capitán.

    "¡Las ocho en punto, Corbett!"

    Tom abrió el sobre que contenía las órdenes selladas. "Enhorabuena," leyó. "Está al mando de los defensores. Tiene bajo su mando los Escuadrones A, B, C, D, E y F. Los Escuadrones G y H son sus enemigos, y en este momento tienen rumbo de atacar Luna City. Su trabajo es proteger la ciudad y destruir la flota enemiga. ¡Suerte, astronauta! Walters, comandante de la Academia Espacial, Oficial Superior de la Guardia Solar."

    "¡Roger," gritó Tom, "hemos sido seleccionados como buque insignia de los defensores! ¡Consígueme un rumbo a Luna City!"

    "Bien por nosotros, astronauta. ¡Te daré ese rumbo en un santiamén!"

    "Capella a Polaris, estoy a la espera de sus órdenes." La voz de Tony Richards crepitó por el teleceptor. Uno a uno, las veintitrés naves que componían la flota defensora informaron para recibir órdenes.

    "Astro," gritó Tom, "¡en espera para maniobra, y prepárate para darme cada gramo de empuje que puedas conseguir!"

    "Preparado, dispuesto y capaz, Tom," respondió Astro. "¡Pero asegúrate de que esos otros jinetes espaciales puedan seguirme el ritmo, eso es todo!"

    Tom se volvió hacia el capitán Strong.

    "¿Qué piensa de acercarte a...?"

    Strong lo interrumpió. "Corbett, tú estás al mando. Toma el mando. ¡Estás perdiendo tiempo hablando conmigo!"

    "¡Sí, señor!" dijo Tom. Se volvió hacia el tablero de control con el rostro enrojecido por la emoción. Veinticuatro naves que maniobrar y la responsabilidad toda suya. A través de un gráfico proyectado en una pantalla, estudió varios acercamientos a la Luna y Luna City. ¿Qué haría él si estuviera al mando de la flota invasora? Se dio cuenta de que la Luna se estaba acercando a un punto en el que estaría en eclipse sobre la propia Luna City. Estudió el gráfico más a fondo, hizo varias anotaciones y se volvió hacia el teleceptor.

    "Atención, atención, buque insignia Polaris a los escuadrones B y C, procedan a la carta siete, sectores ocho y nueve. Patrullarán esos sectores. Atención, escuadrones D y F, diríjanse a Luna City a velocidad espacial de emergencia, floten a treinta mil metros sobre el espaciopuerto de Luna City y esperen mis órdenes. Atención, naves tres y cuatro del Escuadrón F, procederán a carta seis, sectores del sesenta y ocho al setenta y cinco. Corten todos los reactores y permanezcan allí hasta que se den nuevas órdenes. El resto del Escuadrón F, naves uno y dos, se unirán al Escuadrón A. El Escuadrón A estará a la espera de recibir más órdenes." Tom miró el reloj y apretó el botón del intercomunicador.

    "¿Tienes ese rumbo, Roger?"

    "¡Tres grados en los reactores de estribor, a setenta y ocho grados sobre el plano superior de la eclíptica, nos pondrán en la esquina de Paseo Lunar y Tierra Lunar en el corazón de Luna City, chico astronauta!" respondió Roger.

    "¿Has captado eso, Astro?" preguntó Tom por el intercomunicador.

    "Todo listo," respondió Astro.

    "Atención, todas las naves del Escuadrón A, esta es la nave insignia, nombre en clave Luz Estelar, estoy cambiando de rumbo. ¡Esperen para formar conmigo!"

    Tom se volvió hacia el intercomunicador.

    "¡Cubierta de energía, ejecute!"

    A más de ocho mil kilómetros por hora, la Polaris se precipitó hacia su destino. Una a una, las naves restantes se movieron a su lado hasta que las seis tuvieron sus morros en forma de aguja apuntando hacia el pálido satélite de la Luna.

    "Me gustaría saber cuáles son tus planes, Tom," dijo Strong cuando el largo camino hacia la Luna se había convertido en una rutina. "Sólo curiosidad, nada más. No tienes que decírmelo si no quieres."

    "Vaya, sí," dijo Tom, "le agradecería mucho su opinión."

    "Bueno, oigámoslo," dijo el capitán. "Pero en cuanto a mi opinión, escucharé, pero no diré nada."

    Tom sonrió tímidamente.

    "Bueno," comenzó, "si yo estuviera al mando de la flota invasora, atacaría con la fuerza, tendría que hacerlo para hacer daño con solo ocho naves. Hay tres posibles accesos a Luna City. Uno es desde el lado de la Tierra usando el corredor de oscuridad del eclipse como protección. Para cubrir eso he apostado dos naves a diferentes niveles y distancias en ese corredor para que sea imposible que una invasión pase desapercibida."

    "¿Quieres decir que estarías dispuesto a emtregar dos naves al invasor para que traicione su posición? ¿Es eso?"

    "Sí, señor. Pero también envié los escuadrones B y C a los sectores ocho y nueve en la carta de navegación siete. Así que tengo un escuadrón itinerante para ir en su ayuda si el invasor ataca allí. Y por otro lado, si conseguen atravesar mi defensa exterior, tengo los Escuadrones D y E sobre la propia Luna City como defensa interior. En cuanto al Escuadrón A, intentaremos atacar al enemigo primero y tal vez debilitarlo; al menos reducir toda la fuerza de su ataque. Y luego haré que los escuadrones B, C, D y E acaben con él atacando desde tres puntos diferentes."

    Strong asintió en silencio. El joven cadete estaba configurando una estrategia defensiva con gran habilidad. Si podía seguir adelante con sus planes, los invasores de Luna City no tendrían muchas posibilidades de éxito, aunque estuvieran dispuestos a sufrir grandes pérdidas.

    Se oyó la voz de Roger. "Tengo un informe para ti, Tom. Desde la nave de mando, Escuadrón B. Han avistado a los invasores y están avanzando para interceptarlos."

    Tom revisó sus cartas de navegación y se volvió hacia el intercomunicador.

    "Envíales este mensaje, Roger," dijo. "De Luz Estelar a la nave de mando, escuadrones B y C: acercaos a las naves enemigas desde la posición de la carta diecinueve, secciones una a diez."

    "¡Cierto!" dijo Roger.

    Strong sonrió. Tom estaba impulsando su fuerza más pesada entre la flota invasora y su objetivo para obligar a los agresores a caer en una trampa.

    Tom dio órdenes más claras a sus escuadrones. Le pidió a Roger un alcance estimado y luego, volviendo a comprobar su posición, se volvió hacia el intercomunicador.

    "Astro, ¿cuánto podrías sacar de este bebé abriendo el puente entre las bombas de refrigeración y la cámara de reactante? Eso implicaría alimentar masa en los motores solo medio refrigerados."

    Strong se volvió, empezó a hablar y luego apretó los labios.

    "Otro cuarto de velocidad espacial, aproximadamente," respondió Astro, "unos dos mil cuatrocientos kilómetros por hora más. ¿Quieres que haga eso?"

    "No, ahora no," respondió Tom. "Sólo quería saber en qué puedo depender si me quedo atascado."

    "Está bien," dijo Astro. "¡Házmelo saber!"

    "¿Por qué usar la velocidad de emergencia, Corbett?" preguntó Strong. "Parece que tienes a tu enemigo justo donde lo quieres ahora."

    "Sí, señor," respondió Tom. "Y el enemigo lo sabe. No es posible que ataque Luna City ahora, pero aún puede huir. Puede escapar por esta única ruta."

    Tom caminó hacia la carta y pasó el dedo por una línea que se alejaba desde la posición del invasor hasta el interior del cinturón de asteroides.

    "No quiero que escape," explicó Tom. "Y con la velocidad extra, podemos cortarle la retirada y obligarlo a girar hacia una posición en la que el resto de mi flota pueda acabar con él."

    "¿Harías todo eso solo con la Polaris?"

    "Oh, no, señor," dijo Tom. "También usaría la Arcturus, Capella y la Centauri."

    "¿Estás seguro de que esas otras naves pueden igualar tu velocidad?"

    "Tienen exactamente el mismo tipo de motores que tenemos aquí en la Polaris, señor. Estoy convencido de que podrían, y con perfecta seguridad."

    Strong vaciló un momento, comenzó a hacer una pregunta, luego se detuvo y caminó hacia la pantalla de cartas. Comprobó las cifras. Las revisó cuatro veces, luego se volvió hacia Tom con una sonrisa y una mano extendida.

    "Tengo que ofrecerte mis felicitaciones, Tom. Esta maniobra acabaría con ellos. Y tengo la noción de que saldrías sin la pérdida de ninguna nave, además, y es una gran ventaja mantener a los invasores a más de ochenta mil kilóometros de su objetivo!"

    El capitán se volvió hacia el teleceptor. "Crucero espacial Polaris a torre de control en la Academia Espacial"

    Hubo un crujido de estática y luego la voz profunda del comandante Walters resonó por el altavoz. "Control del espaciopuerto a Polaris. Adelante, Steve."

    En unas breves frases, Strong describió al comandante de la Academia el plan de acción de Tom. La cara del comandante en el teleceptor se ensanchó en una sonrisa, luego estalló en una carcajada.

    "¿Qué pasa, señor?" preguntó el capitán Strong.

    "Muy simple, Steve. Todos nosotros, todos los altos mandos de la Academia, hemos desarrollado una prueba infalible para las maniobras de los cadetes. Y luego tu joven Corbett nos ha hecho parecer aficionados."

    "Pero ¿no esperaban que un bando u otro ganara?" preguntó Strong.

    "Por supuesto, pero no así. Esperábamos un par de días de maniobra con ambos bandos cometiendo muchos errores que pudiéramos corregir. Pero aquí Corbett lo termina todo antes de que podamos afilar nuestros lápices.. "

    "Mejor que alguien le ponga a Corbett algodón en los oídos antes de que pueda oír todo esto," dijo Roger Manning por el intercomunicador. "O su cabeza será demasiado grande para pasar por la escotilla."

    "Silencio, Manning," dijo la voz de Astro desde la cubierta de energía. "Tu boca sola es más grande de lo que jamás será la cabeza de Tom."

    "Mira, simio venusiano..." empezó Roger, pero la voz del comandante Walters volvió a sonar. Su rostro en la pantalla del teleceptor ahora era serio.

    "¡Atención! ¡Atención a todas las unidades! La batalla se ha librado y ganado en la pantalla de cartas del crucero espacial Polaris. El ataque de Luna City ha sido repelido y la flota invasora aniquilada. Todas las unidades y naves regresen a la Academia Espacial de inmediato. Enhorabuena a todos y fin de la transmisión."

    El rostro del comandante desapareció de la pantalla. El capitán Strong se volvió hacia Tom. "Buen trabajo," dijo.

    Fue interrumpido por un crujido de estática procedente del teleceptor. Un rostro apareció de repente en la pantalla, el rostro de un hombre, asustado y tenso.

    "S.O.S." La voz sonó a través de la cubierta de control. "Esto es un S O S. de la nave espacial de pasajeros Lady Venus solicitando ayuda de inmediato. La posición es el sector dos, carta ciento tres. Emergencia. Debemos tener..."

    La pantalla se quedó en blanco, la voz se detuvo como cortada por un cuchillo. Strong trabajó frenéticamente los diales del teleceptor para restablecer el contacto.

    "Polaris a Lady Venus," llamó. "Adelante, Lady Venus. Crucero espacial Polaris a Lady Venus. ¡Adelante! ¡Adelante!"

    No hubo respuesta. Los instrumentos de la nave de pasajeros se habían apagado.

Capítulo 13

    "Polaris al comandante Walters en la Academia Espacial. ¡Adelante, comandante Walters!" La voz del capitán Strong era urgente en el teleceptor.

    "Acabo de resolver una supuesta posición del Lady Venus," dijo Roger por el intercomunicador. "Creo que se está moviendo unos diecisiete grados a babor de nosotros, y a unos veintiocho en el plano inferior de la eclíptica."

    "Está bien, Roger," dijo Tom. "El capitán Strong está tratando de comunicarse con el comandante Walters ahora." Hizo un rápido cálculo mental. "Vaya, Roger, si lo has calculado bien, estamos más cerca de Lady Venus que nadie."

    El audio del teleceptor crepitó.

    "El comandante Walters de la Academia Espacial al capitán Strong en el Polaris. ¡Adelante, Steve!"

    "¡Comandante!" La voz de Strong sonó aliviada. "¿Recibió esa emergencia del Lady Venus, el S O S?"

    "Sí, la recibimos, Steve," dijo el comandante. "¿A qué distancia estás de ella?"

    Sin decir una palabra, Tom le entregó a Strong la posición que Roger había calculado. Strong transmitió la información al comandante.

    "Si estás tan cerca, ve en su ayuda con la Polaris. Estás más cerca que cualquier nave de patrulla de la Guardia Solar y puedes hacer lo mismo."

    "Bien, señor," respondió Steve. "Informaré tan pronto como tenga noticias. ¡Fin de la transmisión!"

    "¡Suerte, astronauta, fin de la transmisión!" dijo el comandante.

    "¿Tienes un rumbo para nosotros, Roger?" preguntó Strong.

    "¡Sí, señor!"

    "Entonces salgamos de aquí. Tengo la sensación de que hay algo más que la emergencia habitual adjunto a ese S O S de Lady Venus."

    En veinte segundos, el poderoso crucero atravesó el espacio en ayuda de la nave de pasajeros siniestrada.

    "Será mejor que prepares el equipo de emergencia, Tom," dijo Strong. "Trajes espaciales para nosotros cuatro y todos los trajes espaciales de repuesto que tengas en la nave. Nunca se sabe qué podemos encontrar. También el botiquín quirúrgico de primeros auxilios y toda botella de oxígeno de repuesto. Ah, sí, y que Astro obtenga ambas lanchas a reacción listas para despegar de inmediato. Yo seguiré intentando contactar con ellos en el teleceptor."

    "Sí, señor," respondió Tom enérgicamente.

    "¿Qué está pasando ahí arriba?" preguntó Astro cuando Tom hubo reconocido las órdenes del capitán Strong. Tom le informó rápidamente sobre la señal de emergencia del Lady Venus.

    "¿Lady... Venus?" dijo el gran cadete, haciendo rodar el nombre en su lengua; "La conozco. Es una de Marciana City, hace trabajos en Venuspuerto, una veterana. ¡Convertida a partir de un quemador químico en reacción atómica hace unos tres años!"

    "¿Alguna idea de cuál podría ser el problema?" preguntó Tom.

    "No lo sé," respondió Astro. "Hay ciento cincuenta cosas que podrían salir mal, incluso en este cascarón, y esta nave es nueva. ¡Pero no me sorprendería que el problema estuviera en la cubierta de energía!"

    "¿Y qué te hace pensar eso?" preguntó Tom.

    "Una vez conocí a un astronauta en una bañera convertida como la Lady Venus y que tenía problemas con la cámara de reacción."

    "¡Guau!" exclamó Tom. "¡Esperemos que no sea ese el caso ahora!"

    "No hace falta que me lo digas," dijo Astro con gravedad. "Cuando estas cosas se salen de control, hay muy poco que puedas hacer con ellas, ¡excepto dejarlas en paz y salir pitando!"

    La Polaris, disparada a través del espacio en toda su velocidad espacial, se precipitaba como una bala de plata a través de la inmensidad del vacío negro, en dirección a lo que Strong esperaba que fuese la Lady Venus. Tom preparó el equipo de emergencia, duplicando todas las reservas de las botellas de oxígeno, rellenando las vacías que encontró en la nave y asegurándose de que todos los trajes espaciales estuvieran en perfecto estado de funcionamiento. Luego abrió el botiquín quirúrgico de emergencia y comenzó la laboriosa tarea de examinar cada vial y medicamento del botiquín para familiarizarse con lo que había por si acaso. Sacó todas las reservas de gel para quemaduras por radiación y finalmente abrió una botella de líquido especial de esterilización con el que limpiar todos los instrumentos y viales. Comprobó el contenido del botiquín una vez más y, satisfecho de que todo estuviera tan preparado como era posible, subió a la cubierta de control.

    "¿Algún otro mensaje de ellos, señor?" preguntó Tom.

    "Nada aún," respondió Strong. "Si pudiera captarlos en el teleceptor, tal vez podrían decirnos cuál es el problema y así estar más o menos preparados para ayudarlos." Se inclinó sobre la pantalla del teleceptor y añadió con gravedad: "¡Si es que queda alguien a quien ayudar!"

    "¡De cubierta de radar a cubierta de control!" La voz de Roger estaba tensa. "¡Creo que los he detectado en el escáner de radar, capitán Strong!"

    "Transmítelo aquí al escáner de la cubierta de control, Manning," ordenó Strong.

    "¡Ummmh!" murmuró el capitán cuando la pantalla comenzó a brillar. "Estoy bastante seguro de que es ella. Aquí está la posición que asumió Roger. Tom, compruébala con esta que está aquí en el escáner."

    Tom calculó rápidamente la posición del objeto en el escáner y la comparó con la posición que Roger les había dado.

    "Si la posición de Roger es correcta, señor," dijo Tom, "entonces esa es la Lady Venus. ¡Ambas concuerdan perfectamente!"

    Strong, inclinado sobre el escáner de radar, no respondió. Finalmente se dio la vuelta y apagó el escáner. "Es ella," anunció. "Felicidades, Roger. ¡Justo en el blanco!"

    "¿Cómo nos acercaremos a ella, señor?" preguntó Tom.

    "Será mejor que esperemos hasta que envíe sus bengalas."

    "¿Se refiere a las bengalas de identificación para los factores de seguridad?"

    "Así es," respondió Strong. "Una bengala blanca significa que podemos acercarnos y acoplar las esclusas de aire. Una roja significa detenerse y esperar instrucciones." Strong se volvió hacia el intercomunicador.

    "Cubierta de control a cubierta de energía. ¡Reduzca el empuje a un cuarto de velocidad espacial!"

    "Cubierta de energía, recibido," respondió Astro.

    "Esperaremos hasta que estemos a unos tres kilómetros de ella y luego usaremos nuestros impulsores de frenado en la proa de la nave para acercarnos a unos centenares de metros de ella," comentó Strong.

    "Sí, señor," dijo Tom.

    "Calcula un rango estimado, Roger," dijo Strong, "y dame una distancia durante nuestra aproximación."

    "Sí, sí, señor," respondió Roger. "Objetivo a seis kilómetros de distancia ahora, señor."

    "Cuando lleguemos a los cinco kilómetros," le dijo Strong a Tom, "que Astro aguante los impulsores de frenado delanteros."

    "Sí, señor," dijo Tom.

    "Tres kilómetros y medio," dijo Roger unos momentos después. "Acercándonos rápido. Lady Venus parece una nave muerta."

    "Eso sólo puede significar una cosa," dijo Strong con amargura. "Ha habido algún tipo de falla en la cubierta de energía."

    "Tres kilómetros para el objetivo, señor," informó Roger. "Creo que ahora puedo captarla en el teleceptor, pero solo en una dirección, de nosotros hasta ella."

    "Está bien," dijo Strong, "mira lo que puedes hacer."

    En unos momentos, la pantalla del teleceptor se iluminó y apareció en la pantalla el contorno plateado de la Lady Venus.

    "No veo ningún daño en el casco," dijo Strong medio para sí mismo. "De modo que ha sido una explosión, no ha sido grave."

    "Sí, señor," dijo Tom. "¿Debo esperar las bengalas?"

    "Será mejor enviar una bengala de identificación amarilla, identificándonos como la Guardia Solar. ¡Hazle saber quiénes somos!"

    Tom se volvió hacia el botón amarillo a su izquierda y lo presionó. Inmediatamente, un destello blanco parecido a un meteoro apareció en la pantalla del teleceptor.

    "Debería haber una respuesta pronto," dijo Strong.

    "Tres mil metros para el objetivo," informó Roger.

    "Dispara impulsores de frenado a la mitad," ordenó Strong.

    Tom transmitió la orden a Astro e hizo los ajustes necesarios en el panel de control.

    "Impulsores de popa activados," ordenó Strong.

    Una vez más, Tom transmitió el mensaje a Astro y se volvió hacia el tablero de control.

    "¡Cortad todos los reactores!" ordenó Strong bruscamente.

    La gran nave, frenada por la fuerza de los impulsores, quedó inmóvil en el espacio a unos quinientos metros de la Lady Venus.

    "Deberían enviar pronto su bengala de factor de seguridad," dijo Strong. "Sigue intentando captarlos en el teleceptor, Roger."

    Strong miraba a través de un puerto de cristal directamente a la nave que colgaba muerta en el espacio frente a ellos. No había señales de vida. Tom se puso al lado de Steve Strong y miró hacia la averiada nave de pasajeros.

    "¿Por qué no subimos a bordo, señor?" preguntó Tom.

    "Esperaremos la bengala un poco más. Si no la recibimos pronto..."

    "¡Ahí está, señor!" gritó Tom al lado de Strong.

    Desde el puerto de bengalas cerca del morro de la nave comercial, salió una estela de fuego.

    "¡Rojo!" Dijo Strong con gravedad. "Eso significa que no podemos abordarla. Tendremos que usar lanchas a reacción.

    "Capitán Strong," gritó Roger desde la cubierta del radar, "¡nos están haciendo señas con una pequeña luz desde la portilla superior de estribor!"

    "¿Puedes leerla?" preguntó Strong rápidamente.

    "Creo que sí, señor. Usan el código espacial estándar, pero la luz es muy tenue."

    "¿Qué dicen?"

    "Cámara de reacción," dijo Roger lentamente mientras leía la luz parpadeante, "escape del deflector de radiación asegurado," Roger se detuvo. "Eso es todo, señor. No pude captar el resto."

    Strong se volvió hacia el intercomunicador. "Astro, prepara las lanchas a reacción para despegue inmediato. Roger, envía este mensaje: «Subiendo a bordo. Espere para recibirme en su cubierta de catapulta de estribor número uno para lanchas a reacción, firmado, Strong, capitán, Guardia Solar.»"

    "¡Sí, señor!" respondió Roger.

    "Ponte tu traje espacial, Tom, y hecha una mano a Astro con las lanchas a reacción. Tengo que enviar un mensaje a la Academia Espacial y decirles que envíen ayuda de inmediato."

    "Sí, señor," dijo Tom.

    "Roger," dijo Strong, "prepárate para grabar este mensaje para el teleceptor en caso de que la Academia Espacial llame a nuestro circuito mientras nosotros estamos fuera de la nave."

    "Todo listo, señor," fue la respuesta desde la cubierta del radar.

    "Está bien, aquí va: «capitán Steve Strong, Guardia Solar, abordando la nave de pasajeros Lady Venus. El mensaje de la señal de comunicaciones secundaria recibido indica que hay una falla en la cubierta de energía. Tomando los cadetes Corbett, Manning y Astro para abordar la misma en," hizo una pausa y miró el reloj: "¡trece cinco uno!»"

    "¿Eso es todo, señor?" preguntó Roger.

    "Eso es todo. Pon eso en circuito abierto para cualquiera que nos llame, ¡luego entra a tu traje espacial!"

    En cuestión de minutos, los cuatro astronautas de la tripulación Polaris estaban haciendo ajustes de última hora en sus trajes espaciales. Astro recogió su pesado cinturón de herramientas y se lo ató alrededor de la cintura.

    "¿Para qué es eso, Astro?" preguntó Strong. "Tendrán herramientas a bordo de la nave si las necesitamos."

    "Si ese deflector de plomo en la cámara de reacción se ha aflojado, señor, las probabilidades son diez a uno de que la cámara de control esté inundada de radiación. Y si lo está, las herramientas probablemente estén tan calientes que no podré usarlas."

    "Bien pensado, Astro," felicitó Strong. Se volvió hacia Tom y hacia Roger y revisó sus trajes y el suministro de oxígeno y las válvulas de alimentación a sus espaldas. Luego les dio la espalda mientras Tom revisaba la suya y Roger ajustaba la de Astro.

    "Muy bien, encended los comunicadores y probadlos," ordenó Strong.

    Uno a uno, los chicos activaron el interruptor de los teléfonos espaciales portátiles en sus cascos pecera y se hablaron entre ellos. Strong indicó que estaba satisfecho y se volvió hacia la cubierta de la catapulta de la lancha, los tres muchachos lo siguieron en fila india.

    "Astro, tú y Roger subid a la lancha número uno," dijo Strong. "Tom y yo tomaremos la número dos." Su voz tenía un tono metálico áspero a través de los auriculares espaciales.

    Roger se apresuró junto con Astro a la lancha número uno y subió dentro.

    "La lancha a reacción tiene su propio sistema de oxígeno," le dijo Astro a Roger. "Será mejor que lo utilices mientras estamos aquí y ahorres el suministro de nuestros trajes."

    "Buena idea," dijo Roger. Cerró la cubierta hermética de plástico transparente de la lancha y comenzó a pulsar los botones de control.

    "Abróchate el cinturón, gigante venusiano. ¡Allá vamos!" Roger empujó una palanca a su lado haciendo que la cubierta de la lancha quedara hermética respecto al resto de la Polaris, y luego, pulsando un botón en el tablero de control, una sección del casco de la Polaris se deslizó hacia atrás, exponiéndolos a un espacio vacío..

    Los controles de una lancha a reacción eran la simplicidad en sí misma. Una rueda en forma de media luna para girar arriba, abajo y a ambos lados, y dos pedales en el suelo, uno para avanzar y otro para frenar. Roger pisó el pedal de avanzar y la pequeña nave salió a la oscuridad del espacio.

    Casi inmediatamente en el lado opuesto de la Polaris, el capitán Strong y Tom en la segunda lancha se alejaron disparados del crucero y amblas lanchas se encaminaron hacia la nave espacial dañada.

Capítulo 14

    La escotilla se cerró con un ruido metálico detrás de ellos. Dentro de la enorme esclusa de aire de la Lady Venus, Tom, Roger, Astro y el capitán Strong esperaron a que el oxígeno igualara la presión en sus trajes espaciales antes de quitarse los cascos espaciales tipo pecera.

    "Está bien, señor," dijo Tom, "presión igualada."

    Strong se acercó a la escotilla que conducía al interior de la nave y empujó con fuerza. Esta se deslizó hacia un lado.

    "¿Cuántas lanchas a reacción tienen?" Fue lo primero que oyó Strong cuando atravesó la puerta al interior de la nave de pasajeros.

    "¡Al James!" gritó Manning. "¿Esta es tu bañera?"

    El joven y sobresaltado capitán, a quien Tom, Roger y Astro habían conocido en Átomo City, se volvió hacia el cadete rubio.

    "¡Manning!" jadeó.

    "¿Cuál es su problema, patrón?" preguntó Strong al joven capitán de la nave espacial.

    Antes de que James pudiera responder, se escuchó un clamor repentino más allá de la siguiente escotilla que conducía a la cabina principal de pasajeros. La escotilla se abrió de golpe y un grupo de hombres y mujeres asustados entró en tropel. El primero en llegar a Strong, un bajito gordo con gafas, comenzó a parlotear histéricamente mientras se aferraba al brazo de Strong.

    "Señor, esta nave va a explotar en cualquier momento. ¡Tiene que salvarnos!" Se volvió para mirar a Al James. "¡Y él se negó a permitirnos escapar en las lanchas a reacción!" Señaló con un dedo acusador al joven patrón mientras los otros pasajeros lo respaldaban en voz alta.

    "Un momento," espetó Strong. "Hay un crucero espacial de la Guardia Solar a sólo quinientos metros de distancia, así que tómelo con calma y no se pongas histérico. ¡Nadie saldrá herido si mantiene la calma y obedece las órdenes!" Se volvió hacia James. "¿Cuál es el problema, patrón?"

    "Es la cámara de reacción. El deflector de plomo alrededor de la cámara se soltó y lo inundó todo de radiación. Ahora la masa en el reactor número tres se está acumulando y desbordando. Si aumenta, explotará."

    "¿Por qué su hombre de la cubierta de energía no expulsó la masa?" preguntó Strong.

    "No sabíamos que se estaba filtrando hasta después de que él tratara de repararlo. Y no apretó los tornillos lo suficiente para evitar que se filtrara radiación." El joven capitán hizo una pausa. "Aunque vivió lo suficiente para advertirnos."

    "¿Cuál es el recuento Geiger de radiación?" preguntó Strong.

    "Hasta las doce treinta y dos, hace unos diez minutos," respondió James. "Saqué a todo el mundo de la cubierta de energía y corté todos los circuitos de potencia, incluidas las bombas de transmisión. No teníamos energía, así que tuve que usar la carga combinada de las tres lanchas a reacción para enviar la señal de emergencia que recogisten." Se volvió hacia el hombrecito de las gafas. "Tenía la opción de salvar a unos quince pasajeros en las lanchas a reacción y dejar a los demás, o arriesgarme a salvar a todos los pasajeros usando la energía para enviar un mensaje."

    "Hmm," se dijo Strong. Sintió confianza en un joven astronauta que tomaba una decisión como esa por sí mismo. "¿Cuanto has dicho que era ese recuento Geiger?" preguntó.

    "Debe ser de mil cuatrocientos a estas alturas," respondió James.

    Strong tomó una decisión rápida.

    "Está bien," dijo con los labios apretados, "¡Abandonen la nave! ¿Cuántos pasajeros?"

    "Diecisiete mujeres y veintitrés hombres, incluyendo la tripulación," respondió James.

    "¿Eso te incluye a ti?" preguntó Strong.

    "No," fue la respuesta.

    Strong se sintió mejor. Se podía contar con cualquier hombre que no se contase a sí mismo en una lista para sobrevivir ante cualquier emergencia.

    "Primero llevaremos a cuatro mujeres a la vez en cada lancha a reacción," dijo Strong. "James, tú y yo operaremos las lanchas y transportaremos a los pasajeros hasta la Polaris. Tom, tú, Roger y Astro haced que todos a bordo de la nave se preparen para partir."

    "Sí, señor," dijo Tom.

    "No tenemos mucho tiempo. La masa de reacción se está acumulando rápidamente. Vamos, James, tenemos que arrancar los asientos de las lanchas para que suban cinco personas." Strong regresó al pozo de lanzamiento de las lanchas.

    "¿Me puede dar las listas de pasajeros, capitán?" preguntó Tom volviéndose hacia James. El joven patrón le entregó una carpeta con los nombres de los pasajeros y la tripulación antes de seguir a Strong.

    "Abandonaremos la nave en orden alfabético," anunció Tom. "¿Srta. Nancy Anderson?"

    Una joven de unos dieciséis años dio un paso al frente.

    "Quédese ahí junto a la escotilla, señorita," dijo Tom. Echó un vistazo al siguiente nombre. "¿Srta. Elizabeth Anderson?" Otra chica, muy parecida a la primera, dio un paso adelante y se paró junto a su hermana.

    "¿Sra. Mary Bailey?" llamó Tom.

    Una mujer de cabello gris de unos sesenta años dio un paso adelante.

    "Disculpe, señor, pero yo prefiero quedarme con mi esposo e irme más tarde con él."

    "No, no, Mary," suplicó un anciano, rodeándole el hombro con el brazo. "Vete ahora. Yo estaré bien. ¿Verdad, señor?" Miró a Tom con ansiedad.

    "No puedo estar seguro, señor," dijo Tom. Le resultó difícil controlar su voz mientras miraba a la pareja de ancianos, que no podían pesar más de cien kilos entre ambos.

    "Yo me quedo,' dijo la mujer con firmeza.

    "Como desee, señora," dijo Tom. Volvió a mirar la lista. "¿Sra. Helen Carson?"

    Una mujer de unos treinta y cinco años, que llevaba a un niño de unos cuatro años, salió y ocupó su lugar junto a las dos hermanas.

    En un momento, los primeros ocho pasajeros se reunieron en dos grupos, se les ayudó a ponerse trajes espaciales, con un traje portátil especial para el niño, y se les condujo dentro de las lanchas a reacción. La luz roja sobre la escotilla brilló y luego se apagó. La primera carga de pasajeros había salido de la Lady Venus.

    "Están bastante nerviosos," susurró Roger señalando con la cabeza a los pasajeros restantes.

    "Sí," respondió Tom. "Ey, ¿dónde está Astro?"

    "No lo sé. Probablemente fue a echar un vistazo a las lanchas a reacción para ver si se podía reparar una y que tuviéramos un tercer ferry en funcionamiento."

    "Buena idea," dijo Tom. "Trata de animar a esta gente, Roger. Cuéntales historias o canta canciones, o mejor aún, haz que canten. ¡Intenta que se olviden de que están sentados sobre una bomba atómica!

    "Ni siquiera yo puedo olvidar eso," dijo Roger. "¿Cómo voy a hacer que lo olviden ellos?"

    "Prueba lo que sea. ¡Yo iré a ver si puedo echarle una mano a Astro!"

    Roger se volvió hacia los pasajeros reunidos y sonrió. A su alrededor, en la sala de pasajeros principal, asustados hombres y mujeres estaban sentados en grupitos, mirándolo con terror en los ojos.

    "Damas y caballos," comenzó Roger. "Están a punto de ser entretenidos con la más fuerte, cursi y miserable voz del universo. ¡Voy a cantar!"

    Esperó a que se riera, pero solo hubo un ligero movimiento mientras los pasajeros se agitaban nerviosamente en sus asientos.

    Roger se encogió de hombros, respiró hondo y empezó a cantar. Solo conocía una canción y la cantó con gusto. "Desde los campos de reactores de la Academia

    Hacia las lejanas estrellas del espacio exterior,

    Somos cadetes espaciales entrenando para estar..."

    En la cubierta inferior de la nave de pasajeros, Tom sonrió al oír débilmente la voz de su compañero de unidad. Se dirigió a la cubierta de las lancha a reacción de la Lady Venus y abrió la escotilla.

    "Ey, Astro," llamó. No hubo respuesta.

    Entró y miró alrededor de la cubierta vacía. Caminando hacia una de las lanchas a reacción, vio evidencia de los intentos de Al James de enviar mensajes de señal de emergencia. Llamó de nuevo. "Ey, Astro, ¿dónde estás?" Aún sin respuesta notó que faltaba una de las lanchas. Aún había tres en la cubierta, pero una catapulta vacía para la cuarto hizo que Tom pensara que Astro podría haber reparado esa cuarta y llevado al espacio para una prueba. La luz sobre la escotilla de escape indicaba que alguien había salido. Eso era extraño, pensó Tom, que Astro saliera solo. Pero luego se encogió de hombros, recordando que Astro podía ensimismarse en sus tareas y olvidarlo todo menos el trabajo que tenía entre manos. Volvió a subir a la cubierta de pasajeros.

    Cuando Tom abrió la escotilla del salón principal, la vista que llenó sus ojos fue tan divertida que, incluso ante el peligro, tuvo que reír. Roger, con las manos a la espalda, estaba de rodillas tratando de empujar una bolita de comida por la cubierta con la nariz. Todo el salón de pasajeros resonaba con risas histéricas.

    De repente, las risas se detuvieron con el sonido de la campana sobre la escotilla de la esclusa de aire. Strong y James habían regresado para transportar más pasajeros a la Polaris. La diversión fue olvidada de inmediato y los pasajeros se apiñaron para el pase de lista.

    "¿Dónde está Astro?" preguntó Strong mientras reaparecía en el salón.

    "Está en la cubierta de lanchas, señor, tratando de arreglar otra," respondió Tom. "Creo que ahora está probando una."

    "Bien," dijo Strong. "¿Cómo se lo están tomando?" Indicó a los pasajeros.

    "Roger los ha estado divirtiendo con juegos y canciones, señor," dijo Tom con orgullo.

    "Lo necesitarán. No me importa decírtelo, Corbett," dijo Strong, "me maravilla que esta bañera no haya explotado aún."

    En menos de media hora, los cuarenta pasajeros y tripulantes de la Lady Venus fueron trasladados en orden alfabético a la Polaris. Roger mantuvo una línea continua de parloteo, bromas e historias, haciendo el ridículo, pero manteniendo a los pasajeros entretenidos y alejados de los peligros de la masa de reacción que aumentaba rápidamente.

    "Sólo queda un pasajero," dijo Strong, "conmigo y con vosotros tres. Creo que podemos meter cinco en esa lancha y salir de aquí."

    "Esa es para mí," dijo Roger. "¡Soy el único hombre en todo el universo que ha actuado en un local lleno sentado encima de una bomba atómica!"

    "De acuerdo," dijo Strong, "¡Barrymore, suba a bordo!"

    "Dime," preguntó Tom, "¿dónde está Astro?"

    "No lo sé," respondió Roger. "¡Pensé que habías ido tú a buscarlo hace media hora!"

    "Lo hice," dijo Tom, "pero cuando fui a la cubierta de las lanchas, faltaba una. Así que pensé que la había arreglado y la había sacado para probarla."

    "¡Entonces probablemente ahora esté afuera en el espacio!" dijo Strong. De repente, el capitán de la Guardia Solar se contuvo. "¡Espera un momento! ¿Cuántas lanchas a reacción había en cubierta, Corbett?

    "Tres, señor."

    "Entonces Astro aún está a bordo de la nave," dijo Strong. "No pudo haber tomado una lancha. James me dijo que no pudo repetir el mensaje que envió porque solo tenía energía de tres lanchas. ¡Una resultó dañada y abandonada en Átomo City!"

    "Por los anillos de Saturno," dijo Roger, "¡a un par de millones de kilóometros de casa, sentado sobre una bomba atómica y ese gigante de Venus decide jugar al escondite!"

    "Basta de bromas," dijo Strong. "¡Tenemos que encontrarlo!"

    "Capitán," dijo el hombrecito de cara redonda y anteojos que había hablado por primera vez con Strong al subir a bordo, "sólo porque mi nombre es Zewbriski, y tengo que ser el último en subirme a un lancha, No veo por qué tengo que esperar más. ¡Exijo que me saquen de esta nave inmediatamente! ¡Me niego a arriesgar mi vida esperando a un loco cadete!"

    "Ese loco cadete, Sr. Zewbriski," dijo Strong con frialdad, "es un ser humano como usted, y no nos moveremos hasta encontrarlo."

    En ese momento la campana comenzó a sonar, indicando que la escotilla exterior de la esclusa de aire se estaba abriendo.

    "Por los cráteres de la Luna," dijo Tom, "¡Ese debe ser Astro!"

    "Pero si lo es," dijo Roger, "¿cómo salió?"

    Detrás de ellos, la escotilla de la esclusa de aire interior se abrió y Al James entró.

    "Capitán Strong," dijo emocionado, "tiene que venir rápido. Algunos de los tripulantes en la Polaris han irrumpido en su casillero de armas y se han llevado pistolas de paralorrayos. Amenazan con dejarlo aquí si no regresa a la nave en cinco minutos. Temen que Venus explote y dañe a la Polaris a tan corta distancia." El joven patrón, con su uniforme pardo desgarrado y sucio, miró al capitán de la Guardia Solar con desesperación.

    "No pueden dejarnos aquí," gimió Zewbriski. "¡Todos volaremos en pedazos!"

    "¡Calle!" bramó Strong. Se volvió hacia Tom y Roger. "Puedo hacer una de dos cosas," dijo. "Puedo ordenaros que regreséis ahora a la Polaris con James y conmigo, o podéis ofreceros voluntarios para quedaros y buscar a Astro."

    Sin mirar a Roger, Tom respondió: "Nos quedaremos, señor. Y no tendremos que buscarlo. Creo que sé dónde está."

    "Ahora que lo pienso," respondió Strong, "supongo que sólo hay un lugar donde podría estar."

    "Sí, señor," dijo Tom, "¡Abajo en la cubierta de energía tratando de salvar este cascarón! ¡Venga, Roger! ¡Vamos a por él!"

Capítulo 15

    "¿Cuál es la lectura en el contador Geiger ahora?" preguntó Tom.

    Roger miró la cara del dispositivo de medición radiactivo y respondió: "Ha estado cayendo durante los últimos cinco minutos, Tom. Parece que la masa en el número tres se está enfriando. Mil cuatrocientos diez ahora."

    "Eso no es lo bastante rápido," dijo Astro enderezándose después de apretar una tuerca en el deflector de plomo. "Aún está muy caliente. Esa masa debería haber sido expulsada por el extractor del reactor de inmediato. Ahora toda la caja de control del tubo está tan caliente con la radiación que te quemaría si intentaras abrir la escotilla."

    "Menos mal que trajiste esas herramientas de la Polaris," dijo Tom.

    "Sí, bola de grasa," dijo Roger, "por una vez usaste la cabeza. ¡Ahora veamos si la usas de nuevo y sacas este montón de chatarra!"

    "Mil quinientos en el contador es la marca de peligro, Roger, y mientras la mantengamos debajo de eso, intentaré salvar este cascarón," respondió Astro.

    "¿Por qué? ¿Para conseguir una Medalla Solar?" preguntó Roger con sarcasmo.

    "¿Qué crees que hizo que esta bañera se estropeara de este modo, Astro?" preguntó Tom ignorando el comentario de Roger.

    "El uso una alimentación especial de reactantes, Tom," respondió Astro. "Este es un quemador químico reconvertido, con una bomba de refrigeración de tipo antiguo. Es algo delicado."

    "Bueno, ¿y no podríamos introducir barras de boro en la masa y ralentizar la reacción?" preguntó Tom.

    "No, Tom," respondió Astro, "El control para las varillas está dentro de la caja de control del tubo. No podemos llegar ahí."

    Se oyó un fuerte y repentino traqueteo en el contador Geiger.

    "¡Astro!" gritó Roger. "¡La masa está aumentando!"

    "¡Aparta, déjame ver!" gritó Astro. Tomó el instrumento en su gran mano y miró atentamente la esfera similar a un reloj.

    "Mil cuatrocientos treinta, mil cuatrocientos cincuenta, mil cuatrocientos setenta." Miró a sus compañeros de unidad. "Bueno, eso es. La masa mantiene una reacción constante sin las bombas energizantes. ¡Se mantiene por sí sola!"

    "Pero ¿cómo es posible?" preguntó Tom.

    "Es uno de esos fenómenos extraños, Tom. Se sabe que ha sucedido antes. El combustible está lo bastante caliente como para mantener una reacción constante debido a su alta intensidad. Una vez que el deflector se soltó, la masa comenzó a acumularse."

    "¿Y si no se detiene?" preguntó Roger tenso.

    "¡Llegará a un punto en el que la reacción sea tan rápida que explotará!"

    "¡Pues salgamos de aquí!" dijo Roger.

    Los tres muchachos corrieron hacia sus trajes espaciales y hacia la lancha a reacción. Dentro de la esclusa de aire, ajustaron sus válvulas de oxígeno y esperaron a que la presión se igualara para poder despegar.

    "¡Maldita sea," dijo Astro, "debe de haber algún modo de llegar al tubo del reactor y purgar esa masa!"

    "Imposible, Astro," dijo Roger. "Los controles de liberación están en la caja de control, y con toda esa radiación suelta, no durarías ni medio minuto."

    Tom se acercó a la válvula que abriría la escotilla exterior.

    "Me pregunto cómo le va al capitán Strong con esos rebeldes en la Polaris?" preguntó Tom.

    "No lo sé," respondió Roger, "¡Pero cualquier cosa será mejor que quedarse sentado esperando a que esta cosa explote!"

    "Ah, deja de quejarte," dijo Astro, "¡O te empujaré por el tubo de reactor y te purgaré desde aquí hasta Atómo City!"

    "¡Ey, espera un minuto!" gritó Tom. "Astro, ¿recuerdas la vez que estuvimos junto como personal de tierra en esa tarea extra y tuvimos que revisar la Polaris?"

    "Sí, ¿por qué?"

    "Había un lugar al que no podías ir. Eras demasiado grande, así que entré yo, ¿recuerdas?"

    "Sí, el espacio entre los tubos del reactor y el fuselaje de la nave. Fue cuando estábamos colocando el nuevo tubo. ¿Y qué?"

    "¡Y esto!" dijo Tom. "Cuando convirtieron esta bañera, tenían extractores estándar, por tanto debe de tener el mismo diseño que la Polaris. Supongamos que subo por el extactor principal, entre el tubo y el fuselaje exterior, y corto las abrazaderas que sujetan el tubo a la nave."

    "¡Entonces todo saldría en una sola pieza!" El rostro de Astro se iluminó. "Masa reactante, tubo, caja de control... ¡todo el bloque!"

    "A ver, ¿de qué estáis hablando vosotros dos?" preguntó Roger.

    "De salvar una nave, Roger," dijo Tom. "¡De vaciar todo el conjunto extractor del reactor número tres!"

    "¡Ah, entiendo, tenéis locura espacial."

    "Tal vez," dijo Tom, "pero creo que vale la pena intentarlo. ¿Qué te parece, Astro?"

    "Me parece bien, Tom," respondió Astro.

    "Genial. Improvisa unos sopletes de corte, Astro. Roger, échale una mano y mantén la vista en el contador. Luego dame los sopletes cuando haya entrando en el tubo. ¡Yo voy a salir para extirpar un reactor maligno y salvar una nave espacial de cinco millones de créditos!"

    Antes de que Astro o Roger pudieran protestar, Tom abrió la escotilla y comenzó a trepar por el casco de acero hacia el tubo del extractor principal del reactor..

    Con su calzado de suela magnética aferrado al casco de liso acero, el cadete se dirigió hasta la popa de la nave y comenzó a descender por los enormes tubos de disparo, dentro de los mismos tubos.

    "Ey, Astro," gritó por el teléfono espacial, "estoy dentro de los tubos. ¿Qué hay delesos sopletes?" Los cadetes habían ajustado la longitud de onda para que todos pudieran oír lo que se decía.

    "Tómatelo con calma, chico astronauta," dijo Roger; "Estoy saliendo ahora de la escotilla. Tú y tu cabezota amigo de Venus estáis tan emocionados por conseguir una Medalla Solar que..."

    "¡Ya basta, Manning!" dijo Astro desde el interior de la nave. "Y para tu información, no quiero una medalla. ¡No quiero nada, salvo que dejes de quejarte!"

    Roger llegó al final de la nave y comenzó a descender dentro del tubo donde Tom lo estaba esperando.

    "Bien, chico astronauta," dijo Roger, "aquí están tus sopletes de corte." Empezó a retroceder. "Te veré por ahí. No me importa hacerme el héroe para salvar gente y todo eso, pero no por ninguna nave. ¡Y las probabilidades de que un héroe siga con vida son demasiado pequeñas!"

    "Roger, espera," gritó Tom. "Necesito..." Y entonces el cadete de pelo rizado apretó los dientes y volvió a la tarea que tenía entre manos.

    Hizo ajustes en la boquilla del soplete de corte y luego, enfocando la linterna en el pecho del traje, llamó a Astro.

    "Bien, Astro," dijo, "¡Dame chispa!"

    "¡Subiendo, Tom!" respondió Astro. ¡Y espera a que le ponga las manos encima a ese Manning! ¡Voy a manchar de amarillo con esa serpiente espacial de un rincón del universo a otro!"

    "Menos hablar," gruñó Roger que en ese momento estaba volviendo a entrar en el tubo. "Y más llevar esa chispa al soplete... ¡Y hazlo rápido!"

    Tom se volvió y vio a Roger gateando de regreso al tubo y ajustando un soplete de corte.

    "Me alegro de tenerte a bordo, Roger," dijo Tom con una sonrisa que Roger no pudo ver en la oscuridad del tubo. Los dos chicos se pusieron a trabajar.

    De repente, los sopletes cobraron vida. E inmediatamente Tom y Roger empezaron a cortar las abrazaderas que sujetaban el tubo a la piel de la nave. De manera constante, los cadetes se abrieron paso hacia el centro de la nave, cortando cualquier cosa que pareciera que pudiera sujetar el tubo gigante a la nave.

    "¿Es cosa mía...," dijo Tom, "o hace calor aquí?"

    Desde el interior de la nave, la tranquilizadora voz de Astro llegó como respuesta. "Os estáis acercando a la cámara de masa reactante. El último listón está junto a una de las rejillas de extracción. ¿Crees que puedes aguantar?"

    "Bueno, si no puede," gruñó Roger, "seguro que conseguirá esa medalla de todos modos." Avanzó un poco. "Apártate, Corbett, soy más delgado que tú y puedo llegar a ese listón más fácilmente que tú."

    Roger pasó junto a Tom y avanzó poco a poco hacia el último listón. Subió su soplete a un lado y apretó el gatillo. La llama se disparó y comenzó a comerse el acero. En un momento se cortó el último listón y los dos muchachos comenzaron su largo recorrido por el tubo hacia el exterior de la nave.

    Mientras caminaban por la superficie de acero, de regreso a la esclusa de aire, Tom extendió la mano.

    "Me alegro de que hayas vuelto, Roger."

    "No voy a caer en esa, Corbett," dijo Roger sarcásticamente. "¡Volví porque no quería que tú y ese gigante venusiano pensarais que sois los únicos con agallas por aquí!"

    "Nadie te ha acusado nunca de no tener agallas, Roger."

    "Ah, vete a limpiar reactores," gruñó Roger.

    Fueron directamente a la cubierta de energía donde Astro los estaba esperando con el contador Geiger en la mano.

    "¿Todo listo para deshacerse de la manzana podrida?" preguntó con una sonrisa.

    "Todo listo, Astro," dijo Tom. "¿Qué dice el contador?"

    "Parece haberse estabilizado en los mil cuatrocientos noventa, y créeme, los diez puntos de la marca oficial de peligro de mil quinientos son tan pequeños que puede que descubramos dónde viven los ángeles en cualquier momento."

    "¿Y a qué estamos esperando?" Dijo Tom. "¡Purguemos esa masa!"

    "¿Cómo?" gruñó Roger.

    Tom y Astro lo miraron desconcertados. "¿Cómo que cómo'?" preguntó Astro.

    "Quiero decir, ¿cómo vais a sacar el tubo fuera de la nave?"

    "Vaya," ​​comenzó Tom, "ahora no hay nada que sujete el conjunto del tubo a la nave. Hemos cortado todos los listones, ¿recuerdas? ¡Podemos eyectar toda la unidad!"

    "Me parece," dijo Roger con voz perezosa, "que los dos grandes héroes, en su loca carrera por la Medalla Solar, han olvidado una tácita ley espacial. Aquí no hay gravedad, no hay fuerza natural que tire ni empuje el tubo. ¡El único modo de moverlo es mediante el poder de impulso, ya sea hacia adelante o hacia atrás!"

    "Bueno, pues vamos a empujarlo hacia fuera," dijo Astro.

    "Otra vez, ¿cómo?" preguntó Roger con cinismo.

    "Simple, Roger," dijo Tom, "Con las leyes del movimiento de Newton. Todo lo que está en movimiento tiende a seguir a la misma velocidad a menos que esté influenciado por una fuerza externa. Por tanto, si disparamos los impulsores del morro y comenzamos a retroceder, toda la nave irá hacia atrás, y si invertimos..."

    Astro intervino, "Sí, si disparamos los impulsores de popa, la nave avanzaría, pero el tubo, al estar suelto, seguiría avanzando en sentido contrario."

    "Sólo hay un fallo en eso," dijo Roger. "Esa masa está tan caliente ahora que si alguna energía de impulso la golpeara, sería como golpear el detonador de una bomba. ¡Nos volaría de aquí a la siguiente galaxia!"

    "Estoy dispuesto a intentarlo," dijo Tom. "¿Y tú, Astro?"

    "He llegado hasta aquí y no voy a abandonar ahora."

    Ambos giraron para mirar a Roger.

    "Bueno, ¿qué te parece, Roger?" preguntó Tom. "Nadie pensará que eres un cobarde si tomas la lancha a reacción y te vas ahora."

    "¡Ah... bla, bla y más bla!" gruñó Roger. "Siempre toda esa charla. ¡Seamos originales para variar y hagamos nuestro trabajo!"

    "Está bien," dijo Tom. "Usa una luz de emergencia y avisa al capitán Strong. Dile lo que vamos a hacer. Avisa que se mantenga alejado, a unos trescientos kilómetros de distancia. ¡Sabrá si tenemos éxito o no en media hora!"

    "Sí," dijo Roger, "¡Y luego le enviaremos un gran destello para indicar que hemos fallado! ¡Bon voyage!"

    Quince minutos más tarde, mientras la Lady Venus flotaba en su silenciosa pero mortal órbita, Tom, Roger y Astro seguían trabajando febrilmente mientras el contador Geiger marcaba la creciente radiactividad de la masa de reacción en el tubo del reactor número tres.

    "La lectura en el contador sigue subiendo, Astro," advirtió Roger. "Quince cero cinco."

    "Date prisa, Astro," instó Tom.

    "Pásame esa llave inglesa, Tom," ordenó Astro. El corpulento cadete, con el torso al aire y los gruesos brazos y el pecho salpicados de grasa y sudor, encajó la llave inglesa en la tuerca y aplicó presión. Tom y Roger vieron cómo los músculos se le tensaban a lo largo de la espalda mientras el gran venusiano ponía toda su gran fuerza en el metal.

    "Dale todo lo que tengas," dijo Tom. "¡Si logramos deshacernos de ese tubo, tenemos que mantener hermética esta parte de la cubierta de energía!"

    Astro tiró más fuerte. Las venas le sobresalían del cuello. Por fin, relajándose, se levantó y miró el tornillo.

    "Eso es lo más apretado que puedo conseguir," dijo respirando con dificultad.

    "O cualquiera," dijo Tom.

    "¿Todas las conexiones de las válvulas interrumpidas?" preguntó Astro.

    "Sip," respondió Roger. "Estamos sellados herméticamente."

    "Ya está, entonces," dijo Tom. "¡Vamos a la cubierta de control y comencemos a disparar!"

    Astro se volvió hacia el tablero de control de la cubierta de energía y comprobó los indicadores por última vez. Desde arriba escuchó la voz de Tom por el intercomunicador.

    "¿Todas tus transmisiones funcionando en la cubierta de energía, Astro?"

    "Listo, Tom," respondió Astro.

    "Entonces en espera," dijo Tom en la cubierta de control. Había hecho una rápida comprobación de los controles y encontró que eran lo bastante similares a los de la Polaris para poder manejar la nave. Movió el interruptor de la cubierta de radar y habló por el intercomunicador.

    "¿Tenemos trayectoria despejada de proa y popa, Roger?"

    "Todo despejado," respondió Roger. "Le he enviado el mensaje al capitán Strong."

    "¿Qué dijo?"

    "La rebelión no fue nada más que un grupo de ancianos terriblemente asustados. Al James se puso histérico, eso es todo."

    "¿Qué tenía que decir sobre esta operación?"

    "No puedo repetirlo, eres demasiado joven," dijo Roger.

    "Tan mal fue, ¿eh?"

    "Sí, pero no porque estemos tratando de salvar la nave."

    "¿Entonces por qué?" preguntó Tom.

    "¡Tiene miedo de perder una buena unidad!"

    Tom sonrió y se volvió hacia el tablero de control. "¡Energiza las bombas de refrigeración!" le gritó a Astro por el intercomunicador.

    El lento zumbido de las bombas comenzó a crecer hasta convertirse en un chirrido agudo.

    "Bombas en funcionamiento, Tom," dijo Astro.

    "Dispara los impulsores de frenado de proa," ordenó Tom.

    Un rugido sordo y silencioso atravesó la nave.

    "Impulsores en marcha, nos estamos moviendo hacia atrás, Tom," informó Astro.

    Y luego, de repente, Astro dejó escapar un rugido. "¡Tom, el contador Geiger se está volviendo loco!"

    "Eso no importa ahora," respondió Tom. "¡Habla, Roger!" Gritó

    "Nave moviéndose a popa, trescientos metros por segundo, seiscientos, mil trescientos."

    "Voy a dejar que llegue a tres mil, Roger," chilló Tom. "¡Solo tenemos una oportunidad y bien podríamos hacer que sea una buena!"

    "¡Dos mil!" gritó Roger. "¡Dos mil trescientos!"

    "Astro," gritó Tom, "¡prepárate para disparar los impulsores de popa!"

    "Listo, Tom," fue la respuesta de Astro.

    "Dos mil seiscientos," advirtió Roger. "¡Suerte, muchachos!"

    La nave plateada se movía por el espacio alejándose de la Polaris.

    "Dos mil novecientos," informó Roger. "¡Y, Astro, en realidad te amo!"

    "¡Corta los impulsores de frenado de proa!" ordenó Tom.

    Se produjo un súbito silencio que pareció ser tan fuerte como el ruido de los impulsores. La enorme nave de pasajeros, Lady Venus, viajaba por el espacio tan silenciosa como un fantasma.

    "Dos mil novecientos ochenta metros por segundo," gritó Roger.

    "¡En espera, Astro, Roger! ¡Agarraos fuerte y suerte, astronautas!"

    "¡Tres mil metros por segundo!" La voz de Roger fue un grito ronco.

    "¡Dispara impulsores de popa!" bramó Tom.

Capítulo 16

    Bajo el tremendo impulso de los cohetes de popa, la nave plateada se lanzó hacia adelante como si hubiera salido disparada de un cañón. El peligroso tubo se deslizó fuera de la popa de la nave y quedó atrás rápidamente mientras la Lady Venus aceleraba en la dirección opuesta.

    "Eso es," gritó Tom, "¡Mantén velocidad espacial máxima! ¡Hemos purgado el tubo, pero aún estamos demasiado cerca como para que nos lleve desde aquí a Plutón!"

    "Lo estoy rastreando en el radar, Tom," gritó Roger. "Creo que estamos lo bastante lejos como para..."

    En ese momento, un tremendo destello de luz llenó el escáner de radar cuando la masa explotó a kilómetros de la parte trasera del Lady Venus.

    "¡Ahí va!" gritó Roger.

    "Gran Júpiter saltarín," gritó Tom, "¡Y seguimos de una pieza! ¡Lo logramos!"

    Desde la cubierta de energía, el rugido de toro de Astro se pudo oír a través de toda la nave.

    "Dame un circuito abierto, Tom," dijo Astro. "Quiero operar los extractores de aire aquí abajo y tratar de deshacerme de parte de esa radiación. Tengo que entrar en la cámara de control y ver qué está pasando."

    Tom accionó un interruptor en el tablero y puso la nave en vuelo automático. Luego, volviéndose hacia el teleceptor, encendió el aparato.

    "Lady Venus a Polaris," dijo Tom, "adelante, Polaris, adelante!"

    "¡Strong al habla en la Polaris!" la voz del oficial crepitó por el altavoz. "¡Por los anillos de Saturno, debería empapelaros con todas las sanciones del libro como tres idiotas descerebrados espaciales!" El rostro de Strong se centró gradualmente en la pantalla del teleceptor y miró a Tom con frialdad. "Ese ha sido el acto heroico más insensato que he visto en mi vida y si me saliera con la mía, yo... voy a... bueno..." La mirada fulminante del capitán se transformó en una sonrisa. "¡Voy a pasar el resto de mi vida siendo conocido como el patrón de los tres héroes! ¡Bien hecho, Corbett, ha sido insensato y peligroso, pero bien hecho!"

    Tom, con el rostro cambiando visiblemente con cada cambio en la actitud de Strong, finalmente estalló en una carcajada.

    "Gracias, señor," dijo Tom, "pero Astro y Roger hicieron tanto como yo."

    "Estoy seguro de eso," respondió Strong. "Diles que creo que fue una de las... las..." pensó un momento y luego agregó, "las cosas más condenadamente insensatas... las más..."

    "Sí, señor," dijo Tom esforzándose por controlar el rostro. Sabía que el momento de la disciplina había pasado y que el capitán Strong estaba abrumado por la preocupación por su seguridad.

    "En espera hacia las esclusas de aire, Corbett, vamos a subir a bordo de nuevo. Estamos bastante apretados aquí en la Polaris."

    En ese momento, Astro gritó desde la cubierta de energía.

    "¡Ey, Tom!" exclamó. "Si el capitán Strong está pensando en volver a subir a esos pasajeros a bordo, creo que será mejor que le digas lo de la radiación. No he podido eliminarla toda aún, y dado que solo tenemos tres trajes forrados de plomo..." Dejó en suspenso la frase.

    "Te capto, Astro," respondió Tom. Se volvió hacia el teleceptor y miró a Strong. "Astro dice que la nave aún está caliente por la radiación, señor. Y que no ha podido limpiarla con los extractores."

    "Hmm," musitó Strong pensativo. "Bueno, en ese caso, en espera, Corbett. Me pondré en contacto con el comandante Walters de inmediato."

    "Muy bien, señor," respondió Tom. Se apartó del teleceptor y subió a la cubierta del radar.

    "Bueno, figura," dijo Roger, "parece que te has convertido en un héroe en este viaje."

    "¿Qué quieres decir con eso, Roger?"

    "¡Primero, sales con los máximos honores en las maniobras espaciales y ahora salvas la nave y tienes a Strong comiendo de tu mano!"

    "Eso no es muy gracioso, Roger," dijo Tom.

    "Yo creo que sí," dijo Roger.

    Tom estudió al rubio cadete un momento.

    "¿Qué te carcome, Roger? Desde el día en que llegaste a la Academia, has actuado como si odiaras cada minuto. Y, por otro lado, te he visto actuar como si esto fuera lo más importante en tu vida. ¿Por qué?"

    "Ya te dije una vez, Corbett," dijo Roger con el aire burlón que Tom sabía que usaba cuando estaba a la defensiva; "que yo tenía mis propias razones especiales para estar aquí. ¡No soy un héroe, Corbett! Nunca lo fui y nunca lo seré. Tú eres estrictamente del tipo héroe. Está demostrado y es verdadero que hay mil como tú en toda la Academia y en la Guardia Solar. ¡Strong es del tipo héroe!"

    "Entonces, ¿qué pasa con Al James?" preguntó Tom. "¿Qué hay de esa vez en Átomo City cuando defendiste la Academia?"

    "Ajá," gruñó Roger, "yo no estaba defendiendo la Academia, solo estaba evitando una pelea." Hizo una pausa y miró a Tom con los ojos entornados. "Tú nunca harás nada que yo no pueda —o no quiera— hacer igual de bien, Tom. La diferencia entre nosotros es simple. Yo estoy en la Academia por una razón, una razón especial. Tú estás aquí como la mayoría de los otros cadetes, porque crees en ella. Esa es la diferencia entre tú, yo y Astro. Vosotros creéis en esto. Yo no, yo no creo en nada más que en Roger Manning."

    Tom lo encaró directamente. "¡No voy a comprarte eso, Roger! No creo que eso sea cierto. Y las razones por las que no lo creo son muchas. Te lo tienes muy creído, sí, pero no creo que seas un egoísta ni que solo creas en Manning. Si lo hicieras, no estarías aquí en la Lady Venus. Tuviste tu oportunidad de escapar por el tubo del reactor, pero regresaste, Roger, y demostraste quedar como un mentiroso!"

    "¡Ey, chicos!" gritó Astro acercándose detrás de ellos. "¿Pensé que habíamos dejado esas cosas en la Academia?"

    Tom se volvió para mirar al cadete de la cubierta de energía. "¿Qué se está cocinando abajo, Astro? ¿Pudiste deshacerte de la radiación?"

    "¡No!" respondió el cadete de Venus. "¡Demasiado calor! Ni siquiera pude abrir la escotilla. Se necesitará un trabajo especial con el gran equipo en los astilleros espaciales. Necesitamos sus grandes extractores y purgadores antirradiación para dejar limpio este bebé."

    "Entonces será mejor que se lo diga al capitán Strong de inmediato. Él se pondrá en contacto con el comandante Walters en la Academia en espera de órdenes."

    "Sí, tienes razón," dijo Astro. "Es imposible que esas personas vuelvan a subir a bordo aquí ahora. Cuando abrimos la cubierta de control exterior para soltar ese tubo, toda la articulación comenzó a zumbar con electrones radiactivos."

    Tom se volvió hacia la escalera que conducía a la cubierta de control y desapareció por la escotilla, dejando a Astro y Roger solos.

    "¿De qué iba toda esa charla de gas espacial, Roger?"

    "Ah, nada," respondió Roger. "Sólo una pequeña discusión sobre quién era el héroe más grande." Roger sonrió y agitó una mano en un gesto amistoso. "¡Ganó Tom dos a uno!"

    "Seguro que manejó esa cubierta de control como si hubiera nacido aquí, de acuerdo," dijo Astro. "Bueno, tengo que echar un vistazo a esos motores. Pronto haremos algo, y sea lo que sea, necesitaremos esas cajas de energía para llevarnos adonde queramos ir."

    "Sí," dijo Roger, "y yo tengo que conseguir un rumbo y una posición." Se volvió hacia la pantalla de cartas y comenzó a calcular rápidamente. En la cubierta de control, Strong escuchaba a Tom.

    .".. y Astro dijo que necesitaríamos el equipo especial en los astilleros espaciales para limpiar la radiación, señor. Si llevamos pasajeros a bordo y la radiación se dispara de pronto, bueno, solo tenemos tres trajes forrados de plomo para protegernos."

    "Muy bien, Corbett," respondió Strong. "Acabo de recibir órdenes del comandante Walters de ir a Marte con ambas naves. Yo despegaré ahora y vosotros tres me seguiréis en el Lady Venus. ¿Alguna pregunta?"

    "No tengo ninguna, señor," dijo Tom, "pero consultaré con Roger y Astro para ver si tienen alguna."

    Tom se volvió hacia el intercomunicador e informó a los cadetes de radar y de cubierta de energía de sus órdenes, y preguntó si había alguna pregunta. Ambos respondieron que todo en la nave estaba listo para despegar de inmediato. Tom se volvió hacia el teleceptor.

    "No hay preguntas, señor," informó Tom. "Estamos listos para despegar."

    "Muy bien, Corbett," dijo Strong. "Voy a usar la mayor velocidad posible para llevar a esta gente a Marte. La tripulación de la Lady Venus se hará cargo del radar y de la cubiertas de energía."

    "¡Está bien, señor, y suerte!" dijo Tom. "¡Nos vemos en Marte!"

    Tom se paró junto a la portilla de cristal en la cubierta de control y observó la popa del crucero espacial Polaris brillar en rojo por sus impulsores antes de desaparecer rápidamente en la inmensidad del espacio, visible solo como un destello blanco en el escáner de radar.

    "Consígueme un rumbo a Marte, Roger," dijo Tom. "¡Astro, prepárate para despegar con tanta velocidad como puedas sacar con seguridad de este viejo cascarón, y en espera hacia Marte!"

    Los dos cadetes informaron rápidamente que sus departamentos estaban listos y, siguiendo el curso trazado por Roger, Astro pronto tuvo la Lady Venus volando por el espacio, ¡rumbo a Marte!

    Marte, el cuarto planeta en orden desde el Sol, se alzaba como una gigante gema roja ante un perfecto telón de fondo de negro espacio profundo. La Lady Venus, disparada a través de la negrura como un mortecino resplandor rojo debido a los tres reactores restantes, avanzaba constantemente hacia el planeta cruzado con amplios y espaciosos canales.

    "La última vez que estuve en Marte," dijo Astro a Tom y a Roger mientras tomaban una taza de té, "fue hace unos dos años. Estaba en una vieja bañera llamada Pistón Espacial. Fue en un transbordador desde el del polo sur marciano hasta Venuspuerto que transportaba verduras. ¡Qué vida! Ardiendo en Venus y luego medio congelado hasta la muerte en el polo sur de Marte." Astro negó con la cabeza cuando el vívido recuerdo lo llevó al pasado durante un momento.

    "Por lo que he oído," dijo Tom, "no hay mucho que ver salvo unas pocas ciudades, las montañas, los desiertos y los canales."

    "Sí," comentó Roger, "¡Gran cosa! ¡Volar hacia las salvajes profundidades del espacio para ver el mayor trozo de tierra baldía del universo!"

    Los tres muchachos permanecieron en silencio, escuchando el zumbido constante de los reactores que los impulsaban hacia Marte. Durante cuatro días habían viajado en la Lady Venus, disfrutando de los muchos lujos que se encontraban en la nave de pasajeros. Ahora, con su destino a solo unas horas de distancia, estaban tomando un ligero refrigerio antes de tocar superficie en Marte.

    "¿Sabes?," dijo Tom en voz baja, "he estado pensando que ya en el siglo XX, los terrestres querían llegar a Marte. Y finalmente lo hicieron. ¿Y qué encontraron? Nada más que un planeta lleno de tierra seca. arena, algunos canales y montañas enanas."

    "¡Eso es exactamente lo que he estado diciendo!" dijo Roger. "El único hombre que sacó algo de todo eso fue el primero en llegar a Marte y volver. ¡Se llevó el renombre, la gloria y un párrafo en un libro de historia! ¡Y después de eso, nada!" Se levantó y subió la escalera hasta la cubierta del radar, dejando a Astro y Tom solos.

    De repente, la nave se tambaleó hacia un lado.

    "¿Qué ha sido eso?" gritó Tom.

    Una campana empezó a sonar. Luego otra y luego tres más. Finalmente, toda la nave vibraba con el repique de las campanas de emergencia.

    Astro dio un salto en picado hacia la escalera que conducía a la cubierta de energía, con Tom lanzándose hacia el tablero de control.

    Rápidamente, Tom miró alrededor del enorme tablero con sus diferentes indicadores y diales, buscando el que indicaría el problema. Su ojo vio un indicador enorme. Una lucecita junto a él se encendía y se apagaba. "¡Por las lunas de Júpiter, nos hemos quedado sin combustible reactante!"

    "¡Tom! ¡Tom!" gritó Astro desde la cubierta de energía. "¡Nos hemos quedado sin alimentación de reactante!"

    "¿No queda nada?" preguntó Tom. "¿Ni siquiera lo suficiente para llevarnos a Martépolis?"

    "¡No nos queda suficiente para mantener el generador en funcionamiento!" dijo Astro. "¡Todo, incluidas las luces y el teleceptor, se apagará en cualquier momento!"

    "¡Entonces no podemos cambiar de rumbo!"

    "Cierto," dijo Roger. "¡Y si no podemos cambiar de rumbo, en el que estamos ahora nos llevará directamente a la gravedad de Marte y nos estrellaremos!"

    "Envía una llamada de emergencia de inmediato, Roger," dijo Tom.

    "No puedo, chico astronauta," respondió Roger con su perezoso acento. "No hay suficiente energía para pedir ayuda. ¿O no te has dado cuenta de que estás de pie en la oscuridad?"

    "Pero ¿cómo... cómo ha podido suceder esto?" preguntó Tom, perplejo. "¡Solo íbamos a la mitad de velocidad y usábamos solo tres reactores!"

    "Cuando nos deshicimos de ese tubo caliente en el espacio," explicó Astro con gravedad, "tiramos la masa reactante principal. ¡No hay nada que podamos hacer!"

    "Tenemos una opción," dijo Tom pensativo. "Podemos salir ahora con trajes espaciales, usar la lancha a reacción, y esperar que alguien nos recoja antes de que se acabe el oxígeno, o bien podemos seguir pilotando en este cascarón espacial. Decidid rápido. ¡Ya estamos dentro del tirón gravitatorio de Marte!"

    Hubo una pausa, luego la voz de Astro llenó la cubierta de control. "Pilotaré este bebé hasta el fondo. Si puedo exprimirlo hasta el planeta, lo llevaré a tierra firme aunque sea Marte y no Venus. ¡No quiero quedarme varado en el espacio!" "

    "Eso también va por mí," dijo Roger.

    "Está bien," dijo Tom. "Allá vamos. Cruzad los dedos para que caigamos en el desierto en lugar de en las montañas, o seremos esparcidos por esas rocas como puding de manzana. ¡Suerte, astronautas!"

    "Suerte, astronautas, para los dos," dijo Astro.

    "Suerte," comentó Roger, "¡Y mucha!"

    Los tres chicos se sujetaron rápidamente a los asientos de aceleración, y Tom emganchó un interruptor de relé de emergencia que pudiera sostener en la mano. Esperaba permanecer consciente el tiempo suficiente para accionar el interruptor y poner en marcha el rociador de agua en caso de que la nave se incendiara.

    La Lady Venus brillaba en la delgada atmósfera desde el vacío del espacio y los tres cadetes imaginaron que podían escuchar el chillido de la nave mientras esta cortaba el aire. Tom calculó su velocidad rápidamente y, contando con la delgadez de la atmósfera, calculó que la nave tardaría once segundos en estrellarse. Empezó a contar.

    "Uno, dos, tres, cuatro, cinco," pensó brevemente en su familia y en lo amables que habían sido con él; "seis, siete, ocho, nueve, diez,"

    La nave se estrelló.

Capítulo 17

    "¡Astro! ¡Roger!" gritó Tom. Abrió los ojos y luego sintió el peso en su pecho. Una sección del tablero de control había caído sobre él, inmovilizándole el brazo izquierdo a un lado. Llegó a la barandilla alrededor del asiento de aceleración con el brazo derecho y descubrió que aún tenía el interruptor del rociador de agua. Empezó a encenderlo, luego olisqueó el aire y, sin oler ningún rastro de humo, soltó el interruptor. Se soltó del asiento de aceleración con la mano derecha y luego, lentamente, con gran esfuerzo, empujó la sección del tablero de control fuera de él. Se puso de pie frotándose el brazo izquierdo.

    "¿Astro? ¡¿Roger?!" llamó de nuevo, y trepó por el equipo roto que estaba esparcido por la cubierta. Tropezó con más escombros, que antes había sido un panel de instrumentos de precisión, y subió la escalera que conducía a la cubierta del radar.

    "¡Roger!" gritó. "Roger, ¿estás bien?" Empujó varios instrumentos destrozados fuera del camino y miró alrededor de la ruina que una vez había sido una habitación. No veía a Roger.

    Comenzó a abrirse paso entre los restos de la cubierta, haciendo a un lado instrumentos casi incalculables por la delicadeza con que estaban hechos. De repente, una oleada de gélido miedo se apoderó de él y empezó a abrirse paso entre los escombros desesperadamente. Desde debajo de la carcasa de un tubo pesado, vio el brazo extendido de Roger.

    Se puso en cuclillas, doblando las piernas y manteniendo la espalda recta. Luego, agarrando la pesada carcasa por un lado, trató de ponerse de pie. Era demasiado peso para él. Lo levantó siete centímetros y luego tuvo que soltarlo.

    "¡Tom! ¡Roger!" Tom oyó el rugido de toro de Astro debajo de él y renqueó hacia el extremo de la escalera.

    "Aquí arriba, Astro," gritó, "en la cubierta del radar. ¡Roger está atrapado debajo de la carcasa del escáner de radar!"

    Tom se volvió hacia la carcasa y, mirando desesperadamente alrededor de la cubierta llena de chatarra, agarró un tubo de acero de dos metros y medio de largo que se había roto como una ramita por la fuerza del choque.

    Apenas capaz de levantarlo, lo empujó con todas sus fuerzas para meter el extremo del tubo debajo de la carcasa.

    "Aparta, déjame llegar hasta esa cosa," gruñó Astro desde atrás. Tom dio un paso atrás, medio cayendo fuera del camino del venusiano, y vio como Astro se ponía a gatas, apoyando su hombro contra la caracasa. La levantó unos siete centímetros, luego, despacio y aún equilibrando el peso sobre el hombro, cambió de posición, la sujetó con las manos y comenzó a enderezarse. La carcasa se levantó del suelo mientras el enorme cadete se tensaba debajo de esta.

    "De... acuerdo... Tom..." jadeó; "¡A ver si puedes agarrar a Roger y sacarlo!"

    Tom avanzó y agarró el uniforme de Roger. Tiró, y lentamente la forma del cadete se deslizó desde debajo de la carcasa.

    "Muy bien, Astro," dijo Tom, "Lo tengo."

    Astro comenzó a bajar la carcasa de la misma manera en que la había levantado. La dejó caer hasta las rodillas y la dejó caer los últimos centímetros. Se sentó en el suelo a su lado y bajó la cabeza entre las rodillas.

    "¿Estás bien, Astro?" preguntó Tom.

    "No te preocupes por mí," jadeó Astro entre profundas respiraciones, "Tú mira si el sabiondo está bien."

    Tom pasó rápidamente las manos arriba y abajo por los brazos y las piernas de Roger, por el pecho, la clavícula y, por último, tanteando suavemente con los dedos, la cabeza.

    "No hay huesos rotos," dijo sin dejar de mirar a Roger, "pero no sé si hay lesiones internas."

    "Por suerte no estaba atrapado debajo de esa cosa," dijo Astro finalmente. "Estaba descansando sobre una viga. No tenía ningún peso encima."

    "Uh-huh-ahhh-uhhhh," gimió Roger.

    "Roger," dijo Tom suavemente, "Roger, ¿estás bien?"

    "Uh... ¿eh? ¡Ohhhh! ¡Mi cabeza!"

    "Tómatelo con calma, sabiondo," dijo Astro, "esa cabeza tuya está bien. Nada, pero nada, podría lastimarla."

    "¡Ooohhhh!" gimió Roger, sentándose. "¡No sé qué es peor, sentirme como lo hago o despertar para escucharte de nuevo!"

    Tom se reclinó con una sonrisa. El comentario de Roger lo aseguraba. Nadie estaba herido.

    "Bueno," dijo finalmente Astro, "¿Adónde vamos desde aquí?"

    "Lo primero que sugiero que hagamos es realizar una observación y ver qué ha quedadp," dijo Tom.

    "Yo subí desde la cubierta de energía," dijo Astro, "todo el camino a través de la nave. ¿Ves esta cubierta de radar?" Hizo un gesto de barrido por la habitación que parecía un montón de chatarra. "Bueno, está como nueva en comparación con el resto de la nave. La cubierta de energía tiene los motores a reacción donde debería estar el panel maestro y el panel está listo para entrar en lo que queda de la cámara de reactantes. La lancha a reacción no es más que un inservible pedazo de chatarra!"

    Los tres muchachos consideraron sobriamente el destino de la lancha a reacción. Finalmente Astro rompió el silencio con una pregunta. "¿Dónde crees que estamos?"

    "En algún lugar del desierto Nuevo Sahara," respondió Tom. "Tenía el proyector de cartas encendido justo antes de estrellarnos, pero no puedo decirte más."

    "Bueno, al menos tenemos abundante agua," suspiró Roger.

    "Tenías anundante agua. Los tanques estaban aplastados cuando entramos. No quedó ni un charco en una esquina."

    "Pero podría llover," dijo Roger.

    Tom soltó una breve carcajada. "¡La última vez que llovió en este lugar, los dinosaurios deambulaban por la Tierra!"

    "¿Qué hay de la comida?" preguntó Roger.

    "Mucho de eso," respondió Astro. "Este es una nave de pasajeros, ¿recuerdas? Tienen todo lo que podrías pedir. ¡Incluido mero ahumado de Venus!"

    "Pues salgamos de aquí y echemos un vistazo," dijo Tom.

    Los tres cadetes, magullados pero por lo demás sanos, bajaron lentamente hasta la cubierta de control y se dirigieron a la cocina, donde Tom encontró seis contenedores de plástico con agua marciana.

    "Astronauta, esta es la mayor racha de suerte que hemos tenido en las últimas dos horas," dijo Roger, tomando uno de los contenedores.

    "¿Por qué dos horas, Roger?" preguntó Astro, perplejo.

    "Hace dos horas aún estábamos en el espacio rezando por no estrellarnos," dijo Tom. Abrió uno de los contenedores y se lo ofreció a Astro. "Tómatelo con calma, Astro," dijo Tom. "A menos que encontremos algo más para beber, esto nos debe durar mucho tiempo."

    "Sí," dijo Roger, "mucho tiempo. He estado pensando en nuestras posibilidades de salir de este lío."

    "Bueno," preguntó Astro, "¿qué ha descubierto el gran cerebro de Manning?"

    "No hay ninguna posibilidad," dijo Roger lentamente. "Te equivocas, Corbett, respecto a que estamos en el mediodía. ¡Es primera hora de la mañana!" Señaló un cronómetro en el mamparo detrás de Astro. "Aún está funcionando. Hice una nota mental antes de chocar, eran las ocho y siete. Ese reloj marca las nueve y tres. No empieza a hacer calor aquí hasta las tres de la tarde. "

    "Creo que estás equivocado en dos sentidos," dijo Tom. "En primer lugar, el capitán Strong probablemente tiene una unidad buscándonos en este momento. Y en segundo lugar, mientras nos quedemos en la nave, tenemos sombra. Ese sol solo es malo porque la atmósfera es más delgada aquí en Marte, y más fácil de quemarnos. Pero si nos mantenemos alejados del sol, estaremos bien. ¡Siéntate y espera a Strong!"

    Roger se encogió de hombros.

    "Bueno," comentó Astro con una sonrisa, "¡No me voy a quedar sentado esperando a Strong sin comer!" Abrió un paquete de plástico de bocadillos de rosbif y empezó a comer. Tom midió tres tazas pequeñas de agua marciana.

    "Después de comer," sugirió Roger, "creo que deberíamos echar un vistazo fuera y tratar de establecer una señal de identificación."

    "Buena idea," dijo Tom, "pero ¿no crees que la nave en sí es lo bastante grande para eso?"

    "Sí," respondió Roger, "supongo que tienes razón."

    "¡Chico!" dijo Astro. "Tenemos suerte de poder seguir discutiendo."

    "Eso es todo lo que puedes llamar a esto. ¡Suerte! ¡Suerte del astronauta!" dijo Tom. "La única razón por la que puedo entender por qué no hemos terminado como parte permanente del paisaje por aquí es por el rumbo en el que estábamos."

    "¿Cómo te imaginas eso?" preguntó Astro.

    "Por fortuna, y quiero decir mucha fortuna, entramos en un rumbo que nos llevó directamente a la superficie de Marte. Y nuestra velocidad fue suficiente como para resistir la fuerza de gravedad del planeta, manteniéndonos horizontales con la superficie del desierto. ¡Patinamos como lo hace un niño en un trineo, en lugar de caer de bruces!"

    "Bueno, que me exploten los reactores," dijo Astro suavemente.

    "En ese caso," dijo Roger, "¡debemos haber dejado una marca de patinazo bastante larga por el camino!"

    "Debería ser fácil de ver cuando los exploradores vengan a buscarnos," comentó Astro.

    "Me pregunto si podemos instalar algún tipo de señal de emergencia para poder enviar una posición relativa."

    "¿Cómo vas a conseguir la posición?" preguntó Astro.

    "Puedo decirte una posición en cuanto salga y eche un vistazo al sol," respondió Roger.

    "¿Puedes hacerlo sin tu prisma de astrogación?" preguntó Astro.

    "Navegación, no astrogación, Astro," dijo Roger. "Como la que usaban los antiguos marineros en los océanos en la Tierra hace cientos de años. Lo único que tendré que resolver a mano son los logaritmos, en lugar de usar la computadora. Puede ser un poco difícil, pero estará lo bastante cerca para lo que queremos."

    Los tres cadetes terminaron los sándwiches restantes y luego regresaron por la nave hasta la cubierta de control. Allí, rebuscaron en la pila de instrumentos rotos y destrozados.

    "Si pudiéramos encontrar un solo tubo que no haya sido dañado, creo que podría instalar algún tipo de equipo de comunicación de un solo pulmón," dijo Roger. "Podría tener suficiente alcance para enviar un mensaje a la estación de refuerzo de atmósfera más cercana."

    "No hay nada más que un montón de chatarra aquí, Roger," dijo Tom. "Puede que encontremos algo en la cubierta del radar."

    Los tres miembros de la unidad Polaris treparon por los escombros, se dirigieron a la cubierta del radar y comenzaron a buscar un tubo en buen estado. Después de cuarenta y cinco minutos de búsqueda, Roger se puso de pie, disgustado.

    "¡Nada!" dijo con amargura.

    "Eso mata toda esperanza de transmitir un mensaje," dijo Tom.

    "Por los cráteres de la Luna," dijo Astro secándose la frente. "No lo había notado antes, pero hace más calor aquí que en la cubierta de energía en un viaje a Mercurio."

    "¿Tenemos alguna bengala?" preguntó Roger.

    "Nah. Al James las usó todas," respondió Tom.

    "Se acabó," dijo Roger. "En un par de horas más, si alguien aparece, lo único que encontrarán serán tres cadetes espaciales fritos en mitad del cascarón de una nave espacial!"

    "Escucha, Roger," dijo Tom; "en cuanto no podamos informar, toda la flota de la Guardia Solar de Marte estará buscándonos. Nuestro último informe les mostrará que nos dirigíamos en esta dirección. No tardará mucho antes de que el capitán Strong se dé cuenta de que podríamos habernos quedado sin combustible y, con esa marca de derrape en la arena de veinte kilómetros, lo único que tenemos que hacer es quedarnos en la nave y esperar a que aparezcan."

    "¿Qué es eso?" preguntó Astro de pronto.

    Desde la distancia, los tres cadetes podían oír un gemido y un llanto bajo. Corrieron hacia la portilla de cristal y contemplaron los interminables kilómetros de arena marrón que se extendían hasta el horizonte y se encontraban con el cielo azul sin nubes. Brillando en el calor, el desierto de Nuevo Sahara de Marte estaba comenzando a calentarse bajo el sol blanqueante. La fina atmósfera ofrecía poca protección contra los ardientes rayos de calor.

    "Solo es la arena," dijo Tom. "Tal vez aún haya algo caliente en la cubierta de energía." Miró a Astro.

    "Lo comprobé antes de llegar a la superficie," dijo Astro. "He oído antes ese ruido. Solo puede significar una cosa."

    "¿El qué?" preguntó Roger.

    Astro se volvió rápidamente y caminó hacia el lado opuesto de la cubierta de control llena de chatarra. Apartó un montón de chatarra para tener una vista clara del exterior.

    "Ahí está tu respuesta," dijo Astro señalando a la portilla.

    "¡Por los anillos de Saturno, mira eso!" gritó Tom.

    "Sí," dijo Roger, "¡negro como las uñas de un minero en Titán!"

    "Eso es una tormenta de arena," dijo finalmente Astro. "Sopla durante semanas y puede amontonar arena hasta sesenta metros. A veces la velocidad alcanza los ciento sesenta kilómetros por hora. Una vez, en el sur, quedamos atrapados en una, y era tan fuerte que tuvimos que despegar. ¡Y se necesitó toda la potencia que teníamos para hacerlo!"

    Los tres cadetes quedaron paralizados mientras miraban por la portilla de cristal hacia la tormenta que se avecinaba. La tremenda nube negra rodada hacia la nave espacial en enormes pliegues que se elevaban hacia arriba y hacia atrás en olas de mil metros. El rugido y el gemido del viento se hicieron más fuertes, elevándose en tono hasta convertirse en un grito estridente.

    "Será mejor que bajemos a la cubierta de energía," dijo Tom, "y llevemos algunas botellas de oxígeno con nosotros, por si acaso. Astro, trae el resto del agua marciana y, Roger, agarra varios de esos contenedores de comida. Puede que estemos encerrados dentro durante mucho tiempo."

    "¿Por qué bajar a la cubierta de energía?" preguntó Roger.

    "Hay un gran agujero en la parte superior del casco de la nave. Esa arena entrará aquí a toneladas y no hay nada que la detenga," respondió Tom a Roger, pero mantuvo los ojos fijos en la agitada nube negra. Las primeras ráfagas de viento ya azotaban a la maltrecha Lady Venus.

Capítulo 18

    "¿Crees que durará mucho más?" preguntó Astro.

    "No lo sé, viejo amigo," respondió Tom.

    "¿Sabes?, a veces puedes oír el viento incluso a través del fuselaje de la nave," comentó Roger.

    Durante dos días, los cadetes de la unidad Polaris habían estado prisioneros en la cubierta de energía mientras la violencia de la tormenta de arena del Nuevo Sahara los rodeaba fuera de la nave. En mil seiscientos kilómetros cuadrados, el desierto era una nube negra de arena agitada que barría la superficie de Marte como un sudario gigante.

    Tras muchos intentos de reparar un pequeño generador, Astro finalmente tuvo éxito, solo para descubrir que no tenía medios para hacer funcionar la unidad. Su plan era aliviar las rápidamente debilitadas baterías de emergencia con una fuente de energía más estable.

    Mientras Astro se ocupaba reparando el generador, Tom y Roger habían dormido, pero después del primer día, cuando ya no llegaba el sueño, recurrieron a jugar a las damas con arandelas y tuercas sobre una tabla rayada de la cubierta.

    "¿Crees que va a amainar pronto?" preguntó Roger.

    "Se sabe que duran una semana o más," dijo Astro.

    "Me pregunto si Strong ha descubierto que estamos perdidos," musitó Roger.

    "Seguro," respondió Tom. "Es un verdadero astronauta. Puede oler problemas como un sistema de alarma telemedido."

    Astro se levantó y se estiró. "Apuesto a que saldremos de esta cinco horas después de que la arena se asiente."

    El gran venusiano se acercó al costado de la cubierta de energía y pegó la oreja al casco, escuchando el sonido del viento. Después de unos segundos se volvió. "No puedo oír nada, muchachos. Tengo la sensación de que se está acabando."

    "Por supuesto," razonó Tom, "no tenemos forma de saber cuándo ha parado y cuándo no."

    "¿Quieres abrir la escotilla y echar un vistazo?" preguntó Astro.

    Tom miró inquisitivamente a Roger, quien asintió su acuerdo.

    Tom se acercó a la escotilla y empezó a abrir la pesada puerta. Cuando se levantaron las últimas barras de metal pesado, la arena comenzó a filtrarse por los bordes. Astro se agachó y examinó un puñado entre los dedos. "Es muy fina, es como polvo," dijo mientras esta caía a la cubierta en una fina nube.

    "Vamos," dijo Tom, "echadme una mano con esta escotilla. Probablemente esté atascada con la arena del otro lado."

    Tom, Roger y Astro apoyaron los hombros en la puerta, pero cuando intentaron empujar, perdieron el equilibrio y resbalaron. Astro arrastró una sección del deflector de plomo, la metió entre los motores a reacción y apoyó los pies en ella. Tom y Roger se colocaron a ambos lados de él y empujaron la puerta con los hombros.

    "De acuerdo," dijo Tom. "Cuando diga, empujemos todos juntos. ¿Listos?"

    "Listo," dijo Astro.

    "Vamos," dijo Roger.

    "Está bien, entonces, uno, dos, tres, ¡empujad!"

    Juntos, los tres cadetes se tensaron contra la pesada escotilla de acero. Los músculos de las piernas de Astro se hicieron nudos mientras él aplicaba a la puerta su gran peso y fuerza. Roger, con el rostro torcido en una mueca de esfuerzo, finalmente se desplomó en el suelo, jadeando por aire.

    "Roger," preguntó Tom rápidamente, "¿estás bien?"

    Roger asintió, pero se quedó donde estaba, respirando profundamente. Finalmente, recuperando sus fuerzas, se levantó y se colocó pegado a la escotilla junto a sus dos compañeros de unidad.

    "Tú y Roger solo ejerced una presión constante, Tom," dijo Astro. "No intentéis empujar con todo a la vez. ¡Lento y constante servirá! De esa manera sacaréis más de vuestro esfuerzo."

    "Está bien," dijo Tom. Roger asintió. Nuevamente se apoyaron en la escotilla.

    "¡Uno, dos, tres, empujad!" contó Tom.

    Lentamente, aplicando la presión de manera uniforme, empujaron la escotilla de acero. La cabeza de Tom nadaba vertiginosamente mientras la sangre corría por sus venas.

    "Seguid," jadeó Astro. "¡Creo que está cediendo un poco!"

    Tom y Roger empujaron con la última pizca de fuerza de sus cuerpos y, después de un último y desesperado esfuerzo, se desplomaron en el suelo sin aliento. Astro siguió empujando, pero un momento después, se relajó y cayó resbalando junto a Tom y Roger.

    Se sentaron en la cubierta durante casi cinco minutos jadeando en busca de aire.

    "De tal...," comenzó Roger, "de tal padre... ¡tal hijo!" Soltó las palabras con amargura.

    "¿De tal quién?" preguntó Astro.

    "Como mi padre," dijo Roger con voz dura. Se levantó y caminó vacilante hacia la botella de oxígeno y le dio una patada. "¡Vacía!" dijo con una áspera risa. "Vacía y solo tenemos otra botella. ¡Vacía como mi cabeza el día que me puse este atuendo de intoxicado espacial!"

    "¿Vas a empezar de nuevo?" gruñó Astro. "Pensé que habías superado tus infantiles lloriqueos sobre la Academia." Astro miró al cadete rubio con ojos fríos. "¡Y ahora, solo porque estás en una situación difícil, empiezas a lloriquear de nuevo!"

    "Ya basta, Astro," espetó Tom. "Vamos. Intentemos abrir esta escotilla otra vez. Creo que cedió un poco en el último empujón."

    "¡Nunca digas muere, Corbett!" gruñó Roger. "¡Vamos a intentarlo por la querida Academia Espacial!"

    Tom giró en redondo y se puso cara a cara con Manning.

    "Creo que tal vez Astro tenga razón, Roger," dijo Tom con frialdad. "¡Creo que eres una bola apestosa, un sabiondo lleno de gas espacial que no puede soportar que las cosas se ponen difíciles!"

    "Así es," dijo Roger con frialdad. "¡Soy justo lo que dices! ¡Adelante, empuja esa escotilla hasta que se te salgan las entrañas, a ver si puedes abrirla!" Hizo una pausa y miró directamente a Tom. "Si esa arena ha penetrado dentro de la nave lo suficiente y lo suficiente fuerte como para atascar la escotilla, ¡puedes imaginar lo que hay encima, ahí fuera! ¡Una montaña de arena! ¡Y estamos enterrados debajo de ella con unas ocho horas de oxígeno restantes!"

    Tom y Astro guardaron silencio, pensando en la verdad de las palabras de Roger. Roger caminó lentamente por la cubierta y se paró desafiante frente a ellos.

    "¡Tú contabas con que la nave fuese descubierta por el capitán Strong o como parte de un supuesto grupo de búsqueda! ¡Ja! ¿Qué te hace pensar que tres cadetes son tan importantes para que la Guardia Solar se tome la molestia de buscarnos? Lo único que queda ahí arriba ahora, " señaló con el dedo por encima de la cabeza; "es un montón de arena como cualquier otra duna de este planeta miserable. Estamos atrapados, Corbett, así que basta de esa rutina de última oportunidad a vida o muerte. Llevo comiendo gloria toda mi vida. Si tengo que mocharla ahora, quiero que sea en mis propios términos. Y son sentarme aquí y esperar a que llegue la Parca sin más. Y si me colocan la Medalla, la Medalla Solar, estaré allí donde van todos los buenos astronautas, riendo los últimos, cuando pongan mi nombre junto al de mi padre."

    "¿De tu padre?" preguntó Tom desconcertado.

    "Sí, mi padre. Kenneth Rogers Manning, capitán de la Guardia Solar. Graduado de la Academia Espacial, promoción de 2329, muerto mientras estaba de servicio en el espacio, junio de 2335. Recibió la Medalla Solar póstumamente. ¡Dejando viuda y un hijo, yo!" "

    Astro y Tom se miraron estupefactos.

    "Sorprendido, ¿eh?" La voz de Roger se volvió amarga. "Tal vez eso te aclare algunas cosas. Por ejemplo, por qué nunca falté a un examen. Nunca falté porque he vivido con los libros de texto de la Academia desde que tenía la edad suficiente para leer. O por qué quería la plataforma del radar en lugar de la cubierta de control. ¡No quería tener que tomar ni una decisión! Mi padre tuvo que tomar una decisión una vez. Como patrón y piloto de la nave, decidió salvar la vida de un tripulante. ¡Murió salvando a un vagabundo, una novata rata espacial!"

    Tom y Astro seguían estupefactos ante la amarga diatriba de Roger, quien les dio la espalda y soltó una breve carcajada.

    "He vivido con una sola idea en la cabeza desde que era lo bastante grande como para saber por qué otros niños tenían padres para jugar a la pelota con ellos y yo no. Para ingresar a la Academia, obtener el entrenamiento y luego salir y cobrar. Otros niños tenían padres. ¡Lo único que yo tenía era un cutre pedazo de oro que valía exactamente quinientos créditos! Una Medalla Solar. ¡Y mi madre! Tratar de sobrevivir con una pésima pensión que solo era suficiente para seguir adelante, pero no lo suficiente para conseguirme las cosas extra que tenían otros niños. ¡Eso no podía traer de vuelta a mi padre!"

    "¿Aquella noche en el Salón de la Galaxia, cuando estuviste llorando...?" preguntó Tom.

    "De modo que escuchar a escondidas también es uno de tus talentos, ¿eh, Corbett?" preguntó Roger con sarcasmo.

    "Ey, espera un segundo, Roger," dijo Astro, levantándose.

    "¡Tú no te metas, Astro!" espetó Roger. Hizo una pausa y miró a Tom. "¿Recuerdas esa noche en el monorraíl yendo a Átomo City? ¿Ese hombre, Bernard, que nos invitó a la cena? Era un amigo de la infancia de mi padre. No me reconoció, y no le dije quién era yo porque no quería que idiotas espaciales como vosotros supierais eso de mí. ¿Y recuerdas cuando pasé de Al James en ese restaurante en Átomo City? Él estaba hablando de los viejos tiempos, y podría haber cantado la historia también. Todo encaja ¿verdad? ¡Te dije que tenía una razón y es esta! ¡Para que la Academia Espacial me pague! ¡Para entrenarme para ser uno de los mejores astrogantes del universo y poder entrar en naves comerciales y acumular créditos! Muchos créditos y tener una buena vida, y estar seguro de que mi madre tiene una buena vida, o lo que queda de ella. ¡Y todo se remonta a cuando mi padre tomó la decisión de dejar vivir a una rata espacial y morir en su lugar! Así que déjame en paz con tus últimos grandes esfuerzos, y tu gran pose desde la tribuna en busca de la gloria. ¡De ahora en adelante, mantén tu enorme bocaza cerrada!"

    "Yo... no sé qué decir, Roger," comenzó Tom.

    "No intentes decir nada, Tom," dijo Astro. Había una frialdad en su voz que hizo que Tom se volviera y mirara inquisitivamente al gran venusiano.

    "No puedes contestarle porque vienes de un buen hogar. Con una madre y un padre y un hermano y una hermana. Tuviste buena vida. Tuviste suerte, pero no te reprocho que tuvieras una buena vida y yo no." Astro continuó suavemente, "¡Tú no puedes responder al Sr. Sabiondo Manning, pero yo sí!"

    "¿Qué quieres decir?" preguntó Tom.

    "¡Quiero decir que Manning no sabe lo que son tiempos difíciles"

    "Tienes una historia infortunio, ¿eh, grandullón?" gruñó Roger.

    "¡Sí, la tengo!" gruñó Astro. Tengo una que hará que tu vida parezca el sueño de un astronauta. Al menos tú conociste a tu padre. Y viviste con tu madre. Yo no tenía nada... ¡nada! ¿Me oyes, Manning? Ni siquiera tengo un par de zapatos, hasta que un día encontré a un niño en el puerto espacial de Venuspuerto y pensé que sus zapatos me quedarían bien. Le saqué el gas espacial y le quité los zapatos. Y luego estaban tan apretados que me lastimaron los pies. No sé quién era mi padre, nada sobre él, excepto que era un astronauta. Un revienta reactores como yo. ¿Y mi madre? Ella murió cuando yo nací. Desde que tengo memoria, he estado solo. Cuando tenía doce años, merodeaba por el puerto espacial día y noche. Aprendí a reparar reactores subiendo a bordo cuando las naves estaban atracadas para reparaciones, ejecutando pruebas en seco, realizando los movimientos, hablaba con los astronautas, con todo quien quería rscuchar. Mentía sobre mi edad, y como era un niño grande, despegué cuando tuve quince años. La poca educación que tengo la aprendí escuchando a la tripulación hablar en largos saltos y atendiendo cada diapositiva de audio que podía caer en mis manos. Lo he tenido difícil. Y como lo he tenido difícil, quiero olvidarlo. No quiero que me recuerden lo que es tener tanta hambre como para ir a la jungla a cazar animalejos a riesgo de ser pasto de tiranosaurio. Así que déjate de sentir lástima por ti mismo. ¡Y de decir que Tom es un héroe, porque con toda tu nube de gas espacial aún no puedes soportarlo! ¡Y si no quieres luchar para vivir, túmbate en la esquina y mantén la boca cerrada!"

    Tom se quedó mirando al gran cadete. Su cabeza estaba disparada hacia adelante sobre los hombros, le sobresalían las venas del cuello como maromas. Tom sabía que Astro había quedado huérfano, pero nunca había imaginado que la vida del gran cadete había sido como la que acababa de describir.

    Roger se había quedado perfectamente quieto mientras Astro hablaba. Ahora, mientras el gran cadete regresaba a la escotilla y comenzaba a examinar nerviosamente los bordes con la punta de los dedos, Roger se acercó y se plantó detrás de él.

    "Bueno, huérfano cabeza de chorlito," dijo Roger; ¿Vas a sacarnos de aquí o no?"

    Astro se dio la vuelta con rostro sombrío, manos cerradas en puños, listo para luchar. "¿De qué vas, Mann...?" Se detuvo. Roger sonreía y le tendía la mano.

    "Te guste o no, pobrecito desamparado, acabas de hacer un amigo."

    Tom se acercó a ellos y se apoyó en la puerta con indiferencia. "Cuando los dos dejéis de miraros boquiabiertos como hermanos perdidos," dijo perezosamente, "supongamos que intentamos encontrar un modo de salir de esta mazmorra."

Capítulo 19

    "¡Tom, Roger!" gritó Astro. "¡Creo que lo tengo!"

    Astro, de rodillas, sacó una larga hoja de lima de la escotilla y se puso de pie de un salto.

    "¿Cortaste hasta el otro lado?" preguntó Tom.

    "No lo sé, al menos no estoy seguro," respondió Astro mirando hacia el agujero que había hecho en la escotilla. "¡Pero intentémoslo!"

    "¿Crees que podemos retirarla lo suficiente para agarrarlo bien?" preguntó Roger.

    "Lo sabremos en un minuto, Roger," dijo Astro. "Trae esa barra de acero y trataré de deslizarla entre la escotilla y el mamparo."

    Roger rebuscó en el revoltijo de piezas rotas y herramientas en el lado opuesto de la cubierta de energía y encontró la barra de acero que Astro quería. Después de que varios intentos de forzar la apertura de la escotilla resultaron inútiles, Tom había sugerido que intentaran sacar las bisagras de la escotilla y luego intentar deslizarla hacia los lados. Después de mucho esfuerzo, y trabajando por turnos, habían perforado las tres bisagras y ahora estaban listos para hacer un último intento desesperado por escapar. Astro le quitó la barra de acero a Roger y la metió entre la pared del mamparo y la trampilla.

    "No se sabe lo que encontraremos en el otro lado," dijo Astro. "Si la arena ha cubierto la nave hasta aquí, ¡nunca saldremos!"

    "¿No podríamos atravesarlo por un túnel hasta la cima, si ha llenado la nave hasta aquí?" preguntó Roger.

    "No a través de todo eso," dijo Tom. "Es como polvo."

    "Tom tiene razón," dijo Astro. "Tan pronto como escarbes, volverá a caerte encima." Hizo una pausa y miró pensativo la escotilla. "No. La única forma de poder salir de aquí es si la arena solo está amontanada en la cubierta exterior y no ha llenado el resto de la nave."

    "Sólo hay una forma de averiguarlo," dijo Tom.

    "Sí," asintió Roger. "Hagamos a un lado esa escotilla y echemos un vistazo."

    Astro atascó más la pesada barra de acero en el espacio entre la escotilla y el mamparo, y luego se volvió hacia sus compañeros de unidad.

    "Trae ese trozo de tubería," dijo. "Lo deslizaremos sobre el extremo de la barra y eso nos dará más palanca."

    Tom y Roger se apresuraron detrás de la longitud del tubo, lo deslizaron por el extremo de la barra y luego, sujetándola por ambos extremos, comenzaron a aplicar una presión uniforme sobre la escotilla.

    Gradualmente, centímetro a centímetro, la pesada escotilla de acero comenzó a moverse hacia el lado, deslizándose hacia afuera y detrás del mamparo. Y a medida que la abertura se agrandaba, la arena fina como polvo comenzó a caer en la cubierta de energía.

    "Vamos a moverla hacia atrás un metro," dijo Tom. "Eso nos dará mucho espacio para pasar y ver qué hay al otro lado."

    Astro y Roger asintieron.

    Una vez más, los tres muchachos ejercieron su fuerza sobre la tubería y presionaron la escotilla. Lenta y reluctantemente, esta se movió hacia atrás hasta que hubo una abertura de cuarenta y cinco centímetros, exponiendo una sólida pared de arena del desierto. De repente, como liberada por un interruptor oculto, la arena comenzó a verterse dentro de la cubierta de energía.

    "¡Cuidado!" gritó Tom. Los tres muchachos dieron un salto hacia atrás y miraron consternados cómo la arena entraba corriendo por la abertura. Gradualmente disminuyó la velocidad hasta detenerse, y la pila frente a la abertura se elevó hasta la misma escotilla.

    "Eso es todo," dijo Tom. "Ahora tenemos que excavar y descubrir cuán profundo es. Y, astronautas, entre vosotros y yo, espero que no sea demasiado profundo."

    "He estado pensando, Tom," dijo Roger, "Supongamos que es tan alto como las cubiertas superiores afuera. Lo único que tenemos que hacer es seguir excavando y extenderla por la cubierta de energía hasta que podamos pasar."

    "Sólo hay una pega en esa idea, Roger," dijo Tom. "Si toda la parte superior de la nave está inundada, no tendremos suficiente espacio para esparcirlas."

    "Siempre podemos abrir la cámara de reacción y llenarla," sugirió Astro indicando la escotilla en el suelo de la cubierta deenergía que conduce a la cámara de reactantes.

    "Preferiría tanto arriesgarme con la arena," dijo Roger, "como arriesgarme a abrir esa escotilla. La cámara aún está caliente por la masa de reacción que tuvimos que arrojar al espacio."

    "Bueno, entonces, empecemos a excavar," dijo Tom. Recogió un balde de aceite vacío y empezó a llenarlo de arena.

    "Vosotros dos ocupaos de cargarlos, y yo los vaciaré," dijo Astro.

    "Está bien," respondió Tom y continuó cavando en la arena con las manos.

    "Toma, usa esto, Tom," dijo Roger, ofreciendo un recipiente de agua marciana vacío.

    Lentamente, los tres cadetes se abrieron paso a través de la pila en la cubierta frente a la abertura de la escotilla y luego empezaron con la pila principal en la propia abertura. Pero tan pronto como avanzaban un poco en la pila principal, la arena volvía a caer directamente desde la escotilla abierta y, después de dos horas de trabajo constante, la arena frente a la escotilla aún llenaba toda la abertura. Su trabajo había sido en vano. Se sentaron a descansar.

    "Intentémoslo un poco más arriba, Tom," sugirió Roger. "Quizá no sea tan profundo como pensamos."

    Tom asintió y se acercó, palpando la parte superior de la abertura. Comenzó a arañar la arena por encima de la cabeza. La arena seguía saliendo a raudales por la abertura.

    "¿Ves algo?" preguntó Astro.

    "Yo... no... lo sé..." farfulló Tom mientras la arena se deslizaba hacia abajo enterrándolo hasta la cintura.

    "Mejor retrocede, Tom," advirtió Roger. "Podría haber un derrumbe y enterrarte."

    "¡Espera un segundo!" gritó Tom. "¡Creo que veo algo!"

    "¿Una luz?" preguntó Astro con entusiasmo.

    "Cuidado, Tom," advirtió Roger de nuevo.

    Tom arañó la parte superior de la pila, ignorando la arena que se amontonaba a su alrededor.

    "Lo tengo," gritó Tom, luchando por regresar a la cubierta deenergía justo a tiempo para evitar ser enterrado bajo una repentina avalancha. "Hay otra escotilla allá arriba, justo detrás de la escalera que conduce a la sala de pasajeros. ¡Ese es el lado que da a la tormenta! Y tan pronto como excavemos un poco, la arena caerá de ese montón. ¡Pero el lado opuesto que conduce a cubierta de lanchas está libre y despejada!"

    "Entonces lo único que tenemos que hacer es abrirnos paso hasta la cima," dijo Astro.

    "Eso es," dijo Tom. "Estaríamos aquí hasta el día del juicio final excavando una salida."

    "¡Ya lo entiendo!" dijo Roger. "La tormenta llenó el costado de la nave que miraba en esa dirección, y ahí es donde está la sala de pasajeros. Ahora lo recuerdo. Dejé la escotilla abierta cuando llegamos aquí, a la cubierta de energía, por lo que la arena siguió entrando." Sonrió tímidamente. "Supongo que todo esto es culpa mía."

    "¡No importa eso ahora!" dijo Tom. "Toma esta manguera y métetela en la boca, Astro. Respira por la boca y tápate la nariz para que no se atasque con arena mientras te abres camino."

    "Me llevaré esta cuerda conmigo también," dijo Astro. "Así puedo ayudaros tirando de vosotros detrás de mí."

    "Buena idea," dijo Roger.

    "En cuanto salgas de la escotilla," dijo Tom, "da la vuelta en esta dirección. Mantén la cara pegada al mamparo hasta que llegues a la parte superior. Justo encima de ti está la escalera. Puedes agarrarla para subir."

    "Está bien," dijo Astro, tomó el largo de la manguera y se la metió en la boca. Luego, tomando un trozo de algodón usado, se tapó la nariz y probó la manguera.

    "¿Puedes respirar bien?" preguntó Tom.

    Astro le indicó que podía y atravesó la escotilla. Se volvió y, mirando hacia atrás, comenzó a arañar camino arriba.

    "¡Mantén la manguera despejada, Roger!" ordenó Tom. "Hay unos dos metros de arena que tienes que atravesar, y si algo se mete en la manguera, bueno..."

    "No te preocupes, Tom," interrumpió Roger. "Tengo el extremo de la manguera justo al lado de la botella de oxígeno. ¡Está recibiendo aire puro!"

    Pronto el gran cadete se perdió de vista. Solo el lento movimiento de la manguera y la cuerda indicaba que Astro estaba bien. Finalmente, la manguera y la cuerda dejaron de moverse.

    Tom y Roger se miraron preocupados.

    "¿Crees que algo ha ido mal?" preguntó Tom.

    "No lo sé... " Roger se contuvo. "Ey, mira, ¡la cuerda! Está dando tirones, ¡la señal de Astro!"

    "¡Lo ha conseguido!" gritó Tom.

    "Me pregunto si…" Roger tomó de repente el extremo de la manguera y habló por ella. "¿Astro? Ey, Astro, ¿Me oyes?"

    "Claro." La voz de Astro volvió a través de la manguera. "¡No grites tan fuerte! No estoy en la Tierra, ¿sabes? ¡Solo estoy a tres metros por encima de ti!"

    Roger y Tom se dieron una palmada en los hombros con alegría.

    "¿Todo bien ahí abajo?" llamó Astro por la manguera.

    "Bien." respondió Tom.

    "Escuchad," dijo Astro, "cuando salgáis de la escotilla, encontraréis una tubería que recorre el mamparo justo encima de la cabeza. Agarradla y subid. Ataos la cuerda alrededor del hombro, pero dejad suficiente para que suba el siguiente. ¡No pienso volver a bajar ahí!" les advirtió. "¿Quién sube primero?"

    Tom miró a Roger.

    "Tú eres más fuerte, Tom," dijo Roger. "Sube ahora y luego puedes echarle una mano a Astro para subirme."

    "Está bien," coincidió Tom. Empezó a tirar de la manguera a través de la arena. Tomó el extremo, lo limpió con algunos soplidos de la botella de oxígeno y se la metió en la boca. Luego, después de que Roger lo ayudara a atarse la cuerda alrededor de los hombros, se tapó la nariz con el algodón usado. Dio un paso hacia la abertura. Roger dio tres rápidos tirones en la cuerda y Astro comenzó a jalar.

    Con la ayuda de Astro, Tom pronto estuvo libre y de pie junto a Astro en la cubierta de las lanchas.

    "¡Pfff!" dijo Tom al escupir la arena que se le había filtrado en la boca. "¡No quiero volver a hacer esto nunca más!" Se sacudió el polvo y encendió la luz de emergencia por la cubierta. "¡Mira eso!" dijo con asombro. "Si hubiéramos seguido cavando, nos habríamos quedado atrapados allí…" hizo una pausa y miró a Astro, quien estaba sonriendo, "¡Durante mucho, mucho tiempo!" Sostuvo la luz sobre la arena que fluía por la escotilla abierta de la sala de pasajeros.

    "Vamos," instó Astro. ¡Saquemos a Roger de allí!

    Llamaron a Roger por la manguera y le dijeron que subiera otras dos luces de emergencia y el resto del agua marciana. Tres minutos más tarde, la unidad Polaris estaba reunida de nuevo.

    De pie en la cubierta junto a sus dos compañeros de unidad, Roger se sacudió el polvo y sonrió. "Bueno," dijo, "¡parece que lo logramos!"

    "Sí," dijo Tom, "¡pero mira esto!" Cruzó la cubierta de las lanchas hasta la portilla más cercana. Lo que debería haber sido una vista clara del desierto era una masa de arena sólidamente compacta.

    "¡Oh, no!" gritó Roger. "No me digas que tenemos que pasar por eso de nuevo."

    "Creo que seráa más fácil esta vez," dijo Astro.

    "¿Por qué?" preguntó Tom.

    "La arena es la más pesada en el lado de babor de la nave. Y las portillas en el lado de estribor de la cubierta de control estaban bastante altas del suelo."

    "Bueno, no nos quedemos aquí hablando de ello," dijo Roger. "¡Vamos a echar un vistazo!" Se volvió y atravesó la cubierta de las lanchas.

    Tom y Astro siguieron al cadete rubio a través de los oscuros pasajes de la nave muerta, y después de cavar un pequeño montón de arena lejos de la escotilla de la cubierta de control, se encontraron una vez más en medio del revoltijo de instrumentos destrozados.

    Por primera vez en tres días, los chicos vieron la luz del sol atravesando la portilla de cristal.

    "Os lo dije," gritó Astro triunfalmente.

    "¡Pero aún no hay forma de salir de este lugar!" dijo Roger. "No podemos romper esa portilla. ¡Tiene quince centímetros de grosor!"

    "Búscame una llave inglesa," dijo Astro. "Puedo separar todo la portilla de la ventana desde dentro. ¿Cómo crees que reemplazan estas cosas cuando se agrietan?"

    Buscando apresuradamente entre los escombros, Tom finalmente sacó una llave inglesa y se la entregó a Astro. En media hora, Astro había desarmado toda la sección y había empujado el cristal hacia afuera. El aire del desierto se precipitó hacia la sala de control en una ráfaga de calor.

    "¡Uf!" gritó Roger. "¡Debe haber al menos cincuenta grados Celsius ahí afuera!"

    "Vamos. Echemos un vistazo," dijo Tom. "¡Y cruzad los dedos!"

    "¿Por qué?" preguntó Roger.

    "Por que podamos excavar suficiente arena de la nave para hacerla reconocible desde el aire."

    Siguiendo el ejemplo de Tom, Roger y Astro salieron por la portilla abierta hacia la arena.

    "Bueno, ¡que me exploten los reactores!" dijo Astro. "Ni siquiera se puede saber que ha habido una tormenta."

    "No puedes si no miras la nave," dijo Tom con amargura. "Esa era la única cosa por aquí de cualquier tamaño que ofrecía resistencia a la arena y la hizo amontonarse. Y, astronauta, ¡mira esa pila!"

    Astro y Roger se volvieron para mirar la nave espacial. En lugar de ver la nave, vieron una pequeña montaña de arena de más de treinta metros de altura. Caminaron alrededor y pronto descubrieron que la portilla en la cubierta de control había sido la única salida posible.

    "Llámalo como quieras," dijo Roger, "¡pero creo que fue pura suerte que pudiéramos salir!" Observó el montículo de arena. A menos que uno supiera que había una nave espacial debajo de él, habría sido imposible distinguirlo del resto del desierto.

    "¡Aún no estamos a salvo!" comentó Astro con gravedad. "Se necesitarían cien hombres al menos y una semana para despejar lo suficiente de esa arena como para que los equipos de búsqueda pudieran reconocerla." Miró hacia el horizonte. "No hay nada más que arena, amigos, arena que se extiende por miles de kilómetros en todas direcciones."

    "Y tenemos que caminar," dijo Tom.

    "O eso o sentarse aquí y morir de sed," dijo Roger.

    "¿Hay canales por aquí, Tom?" preguntó Astro suavemente.

    "Será mejor que los haya," respondió Tom pensativo. Se volvió hacia Roger. "Si puedes estimar nuestra posición, Roger, volveré dentro y veré si puedo encontrar una carta para calcularla. Así podríamos obtener una dirección con la que comenzar al menos."

    Astro miró hacia el cielo azul pálido. "Va a ser un día caluroso," dijo en voz baja mirando hacia la llanura del desierto, "¡Un día espantosamente caluroso!"

Capítulo 20

    "¿Tienes todo lo que necesitamos?" preguntó Tom.

    "Todo lo que necesitaremos y casi todo lo que podamos llevar a salvo sin sobrecargarnos demasiado," respondió Roger. "Suficiente comida para una semana, el resto del agua marciana, gafas espaciales para protegernos los ojos del sol y luces de emergencia para cada uno de nosotros."

    "No mucho para caminar doscientos cincuenta kilómetros," ofreció Astro. "Lástima que la arena se metiera en la cocina y estropeara el resto de la buena comida."

    "Tendremos mucho para ir tirando, si mis cálculos son correctos," dijo Tom. "Doscientos cuarenta y seis kilómetros para ser exactos."

    "Exacto sólo en la medida que me dijo mi ángulo del sol," dijo Roger.

    "¿Crees que es correcta?" preguntó Tom.

    "Te responderé de este modo," respondió Roger. "Anoté ese ángulo seis veces en media hora y obtuve un promedio de todas que resultó en unos pocos kilómetros de diferencia entre sí. Si estoy equivocado, estoy muy equivocado, pero si estoy en lo cierto, estamos entre cinco y ocho kilómetros de distancia de la posición que os di."

    "Eso me vale," dijo Astro. "Si vamos a ir ahí fuera," señaló hacia el desierto; "en lugar de sentarnos aquí a esperar a que Strong o alguien se presente, será mejor que vaya ahora."

    "Esperad un segundo, tíos. Vamos a aclarar esto," dijo Tom. "Todos coincidimos en que las probabilidades de que el capitán Strong aparezca aquí antes de que se acabe el agua son demasiado pequeñas para arriesgarnos, y que intentaremos llegar al canal más cercano. Lo más importante en este lugar es el agua. Si nos quedamos sin agua estamos muertos. Si vamos, es posible que no lleguemos al canal, y la posibilidad de que nos vean en el desierto es incluso menor que si esperamos aquí en la nave." Hizo una pausa. "Así que, ¿seguimos adelante?" Miró a los demás. Astro asintió y miró a Roger, quien asintió también.

    "Está bien, entonces," dijo Tom, "arreglado. Nos moveremos por la noche cuando hace frío y trataremos de descansar durante el día cuando hace más calor."

    Roger miró la resplandeciente esfera blanca en el cielo azul pálido que ardía sin descanso. "Me imagino que tenemos unas seis horas antes de que caiga el día," dijo.

    "Pues volvamos al interior de la nave y descansemos un poco," dijo.

    Sin decir una palabra más, los tres cadetes volvieron a subir a la nave e hicieron espacio en medio de la cubierta de control llena de chatarra. Un viento caliente salía del Nuevo Sahara a través de la portilla abierta como un soplo de fuego. Con los torsos al aire y en pantalones cortos, los tres muchachos yacieron alrededor de la cubierta sin poder dormir, cada uno pensando en silencio sobre la tarea que tenía por delante, cada uno recordando historias de los primeros pioneros que habían llegado por primera vez a Marte. En la loca carrera por la pecblenda productora de uranio, habían invadido por kilómetrores los desiertos hacia las montañas enanas. Codiciosos, pensando sólo en las fortunas que podrían arrancarse de las pequeñas montañas escarpadas, habían venido sin estar preparados para el calor de los desiertos marcianos y nueve de cada diez nunca habían regresado.

    Cada muchacho pensaba también en los peligros que acababan de afrontar. Este nuevo peligro era diferente. Esto era algo que no podía ser derrotado con una idea o un repentino golpe de suerte. Este peligro estaba siempre presente: una lucha contra la naturaleza, el hombre contra los elementos en un planeta alienígena. Era una batalla de resistencia que exprimía sin piedad la última gota de humedad del cuerpo, hasta convertirlo en una cáscara seca y quebradiza.

    "Acercándonos bastante a la puesta del sol," dijo Tom finalmente. Se paró junto a la portilla abierta y se protegió los ojos del resplandor del sol, que ahora se hundía lentamente bajo el horizonte marciano.

    "Supongo que será mejor que nos pongamos en marcha," dijo Roger. "¿Todo listo, Astro?"

    "Listo, Roger," respondió el venusiano.

    Los tres muchachos se vistieron y se colocaron los paquetes de comida a la espalda. Tom llevaba el resto del agua marciana, contenedores de plástico de dos litros y una tela espacial de seis metros cuadrados, una tela muy duradera de peso mosca que serviría como protección solar durante el alto del día para descansar. Roger y Astro llevaban la comida en paquetes compactos a la espalda. Cada muchacho llevaba un sombrero improvisado de tela espacial, junto con gafas espaciales, una lámina transparente de plástico de colores que se ajustaba cómodamente a la cara. Los tres llevaban luces de emergencia rescatadas de la nave estrellada

    Tom se alejó de la nave varios cientos de metros y estudió su brújula de bolsillo. La mantuvo firme durante un momento, mirando cómo la aguja giraba. Giró y caminó despacio sin dejar de mirar la aguja de la brújula. Esperó a que esta se estabilizara de nuevo, luego se volvió hacia Roger y Astro, quienes estaban mirando desde la portilla.

    "Este es el camino." Tom señaló en dirección opuesta a la nave. "Tres grados al sureste, doscientos cuarenta y seis kilómetros de distancia, si todo es correcto, debería llevarnos a la cima de un canal importante."

    "Hasta luego, Lady Venus," dijo Astro mientras abandonaba la nave.

    "No creas que eso ha sido gracioso," añadió Roger, "¡Porque no lo ha sido!"

    Astro caminaba detrás de Roger, quien a su vez seguía a Tom, quien caminaba unos tres metros por delante. Se levantó una ligera brisa que soplaba sobre la superficie de la arena polvorienta. Diez minutos más tarde, cuando se detuvieron para ajustarse las mochilas, miraron atrás. La brisa había borrado sus huellas y la montaña de arena que cubría la nave espacial no parecía ser diferente de cualquiera de las otras pequeñas dunas del desierto. El desierto de Marte en el Nuevo Sahara se había cobrado como víctima otra nave terrestre.

    "Si no podemos ver la Lady Venus parados y sabiendo dónde mirar," dijo Astro, "¿cómo va a encontrarla un hombre en un explorador a reacción?"

    "No la verá," dijo Roger rotundamente. "Y cuando se acabara el agua, estaríamos sentados allí."

    "Estamos perdiendo el tiempo," dijo Tom. "Vamos a movernos." Alargó su zancada a través de la blanda arena, que succionaba las altas botas espaciales, y encaró ya oscurecido el horizonte. La ligera brisa sentaba bien en el rostro.

    Los tres cadetes no tenían miedo de toparse con nada en su marcha en la oscuridad a través de las cambiantes arenas. Y solo un destello ocasional de la luz de emergencia para verificar la brújula era necesario para mantenerlos moviéndose en la dirección correcta.

    No se hablaba mucho. No había gran cosa de qué hablar. Alrededor de las nueve, los muchachos se detuvieron, abrieron uno de los recipientes de comida y comieron algo rápido. A esto siguió unos dedos de agua cuidadosamente medida, y quince minutos más tarde reanudaron su marcha a través del Nuevo Sahara.

    Alrededor de las diez en punto, Deimos, una de las pequeñas lunas gemelas de Marte, se elevó en lo alto bañando el desierto con una pálida luz fría. Por la mañana, cuando el sol rojo cereza rompió la línea del horizonte, Tom calculó que habían caminado unos treinte kilómetros.

    "¿Crees que deberíamos acampar aquí?" preguntó Astro.

    "Si puedes mostrarme un lugar mejor," dijo Roger con una sonrisa, "por mí encantado." Movió el brazo en un amplio círculo, indicando un páramo de arena que se extendía hasta donde alcanzaba la vista.

    "Yo podría seguir durante una hora más o menos," dijo Astro, "antes de que haga demasiado calor."

    "¿Y esperar a que el calor llegue a la cima del termómetro? Ja, yo no," dijo Roger. "Yo dormiré todo lo que pueda ahora mientras aún haga un poco de fresco."

    "Roger tiene razón," dijo Tom. "Será mejor que nos lo tomemos con calma ahora. No podremos dormir mucho después del mediodía."

    "¿Qué hacemos desde el mediodía hasta la noche?" preguntó Astro.

    "Aparte de sentarnos debajo de este trozo de tela espacial, supongo que estaremos tan cerca de ser asados ​​vivos como un humano puede estarlo."

    "¿Quieres comer ahora?" preguntó Astro.

    Tom y Roger se rieron. "No tengo hambre, pero tú adelante," dijo Tom. "Sé que ese apetito tuyo no puede esperar."

    "Yo tampoco tengo mucha hambre," dijo Roger. "Adelante, artista del zumo de cabeza machacada."

    Astro sonrió tímidamente y, al abrir uno de los contenedores de comida, devoró rápidamente un desayuno de mero ahumado venusiano.

    Tom y Roger comenzaron a extender la tela espacial sobre la arena, que ya estaba caliente al tacto. Anclando las cuatro esquinas en la arena con las luces de emergencia y una de las botas de Tom, apoyaron el centro con los paquetes de comida uno encima del otro. El resultado fue una tosca tienda de campaña, ambos muchachos se entraron a gatas y se tumbaron en la arena. Astro terminó de comer, se acostó junto a sus dos compañeros de unidad y, un momento depués, los tres cadetes estaban profundamente dormidos.

    El sol ascendía constantemente sobre el desierto mientras la unidad Polaris dormía. Con cada hora, el calor del desierto aumentaba, superando la marca de los treinta y siete grados Celsius, llegando a los cuarenta y ocho y luego hasta los cincuenta y siete grados.

    Tom despertó sobresaltado. Sentía como si estuviera dentro de un horno en llamas. Se dio la vuelta y vio a Astro y Roger aún dormidos. Con el sudor chorreando en pequeños riachuelos, iba a despertarlos, pero decidió no hacerlo y se quedó quieto bajo la delgada sábana de tela espacial que lo protegía del sol. Tan ligero como era el cuadrado de tela, que no pesaba más de medio kilo, bajo el intenso calor del sol parecía una manta de lana allí donde lo tocaba. Astro se dio la vuelta y abrió los ojos.

    "¿Qué hora es, Tom?"

    "Debe ser alrededor del mediodía. ¿Cómo te sientes?"

    "No estoy seguro aún. He tenido un sueño." El gran cadete se frotó los ojos y se secó el sudor de la frente. "Soñé que me metían en un horno, como a Hansel y Gretel en ese viejo cuento de hadas."

    "Personalmente," murmuró Roger sin abrir los ojos, "me quedo con Hansel y Gretel. Quizá sean un poco más tiernos."

    "Me vendría bien un trago," dijo Astro mirando a Tom.

    Tom vaciló. Sentía que, a pesar del calor que hacía, haría aún más calor y tenía que haber un control estricto del agua restante.

    "Intenta aguantar un poco más, Astro," dijo Tom. "Este calor no ha comenzado aún. Podrías bebertelo todo y aún querer más."

    "Así es, Astro," dijo Roger sentándose. "Lo mejor que puedes hacer es mojarte un poco la lengua y los labios. Beber no servirá de mucho ahora."

    "Por mí bien," dijo Astro. "Bueno, ¿qué hacemos ahora?"

    "Nos sentamos aquí y esperamos," respondió Tom. Se sentó y sostuvo la tela espacial sobre su costado.

    "Ponte en el medio, Astro," sugirió Roger. "Tu cabeza está más alta que la mía y la de Tom. Puedes ser el poste de la tienda debajo de esta gran carpa."

    Astro gruñó y cambió de lugar con el cadete más pequeño.

    "¿Crees que podría haber una brisa si abrimos un lado de esta cosa?" preguntó Roger.

    "Si hubiera una brisa," respondió Tom, "haría mucho calor, sería peor de lo que tenemos dentro."

    "Seguro que va a ser un día caluroso," dijo Astro en voz baja.

    La fina tela espacial era suficiente para protegerlos de los rayos directos del sol, pero ofrecía muy poca protección contra el calor. Pronto, el interior de la tienda estaba hirviendo bajo el sol implacable.

    Se sentaron muy separados, con las rodillas levantadas y la cabeza inclinada. Una vez, cuando el calor parecía insoportable, Tom abrió un lado de la tela con la desesperada esperanza de que hiciera un poco más de fresco. Una ráfaga de aire caliente entró en la tienda improvisada y él rápidamente cerró la abertura.

    Hacia las tres de la tarde, Roger se deslizó de repente hacia atrás y quedó tendido en la arena.

    Tom abrió uno de los recipientes de agua y metió el faldón de la camisa en él. Astro lo vio humedecer los labios de Roger y limpiarle las sienes. En unos momentos, el cadete se movió y abrió los ojos.

    "Yo-yo-no sé lo que pasó," dijo lentamente. "Todo empezó a estar borroso y luego se volvió negro."

    "Te desmayaste," dijo simplemente Tom.

    "¿Qué hora es?" preguntó Astro.

    "El sol debería caer pronto, en otro par de horas."

    Quedaron en silencio de nuevo. El sol continuó su viaje por el cielo y por fin comenzó a deslizarse detrás del horizonte. Cuando los últimos rayos rojos se extendieron por el desierto arenoso, los tres cadetes doblaron la cubierta de tela espacial y se pusieron en pie. Se levantó una suave brisa vespertina que los refrescó un poco y, aunque ninguno de ellos tenía hambre, todos comieron algo ligero.

    Tom volvió a abrir el recipiente de agua y midió alrededor de medio vaso para cada uno.

    "Mojaos la lengua y bebed despacio," ordenó Tom.

    Roger y Astro tomaron su parte del agua y sumergieron los dedos en ella, mojándose los labios y los párpados. Continuaron haciendo esto hasta que al final, sin poder resistirlo más, tomaron la preciosa agua y se enjuagaron la boca antes de tragarla.

    Doblaron la tela espacial, se echaron las mochilas al hombro y, después de que Tom comprobara la brújula, iniciaron su larga marcha hacia su destino calculado.

    Habían sobrevivido sus primeras veinticuatro horas en los áridos páramos del Nuevo Sahara, y cada muchacho era muy consciente de que habría al menos una semana más de lo mismo por delante. El cielo se oscureció y, poco después, Deimos se levantó y comenzó a trepar por el cielo oscuro.

Capítulo 21

    "¿Cuánta agua queda?" preguntó Astro con voz espesa.

    "Suficiente para un trago más cada uno," respondió Tom.

    "¿Y luego qué pasa?" murmuró Roger a través de labios agrietados.

    "Ya sabes lo que pasa, Roger, tú lo sabes y yo lo sé y Tom lo sabe," murmuró Astro con gravedad.

    Durante ocho días habían estado luchando por las abrasadoras arenas movedizas, caminando de noche, sofocados bajo la delgada tela espacial durante el día. Tenían las lenguas hinchadas. Barbas ralas cubrían sus barbillas y mandíbulas. Los labios de Roger estaban agrietados. La nuca de Tom había sufrido diez minutos de sol directo y se había tornado una gran ampolla hinchada. Solo Astro parecía estar aguantando la terrible experiencia. No había señales de que estuvieran cerca del canal.

    "¿Quieres intentar marchar durante el día?" preguntó Astro. Habían levantado el campamento en la tarde del octavo día y se estaban preparando para avanzar hacia el invariable desierto.

    "Si no llegamos al canal en algún momento de la noche, existe la posibilidad de que esté a un par de horas," respondió Tom. "O eso, o hemos calculado mal por completo."

    "¿Y tú, Roger?" preguntó Astro.

    "Lo que decidáis, chicos, estaré justo detrás de vosotros." Roger se había debilitado cada vez más durante los últimos tres días y le resultaba difícil dormir durante las horas de descanso.

    "Entonces seguiremos marchando mañana," dijo Astro.

    "Andando," dijo Tom. Roger y Astro cargaron al hombro los delgados paquetes de comida que quedaban, con Tom cargando el agua y la tela espacial, y partieron hacia el desierto que se oscurecía rápidamente.

    Una vez más, como en las ocho noches anteriores, la pequeña luna de Deimos cruzaba el cielo proyectando sombras tenues delante de los tres muchachos en marcha. Tom encontraba necesario mirar la brújula con más frecuencia. No podía confiar en su sentido de la orientación tanto como antes. Una vez, había ido durante dos horas en una dirección lcincuenta grados fuera de curso. Las paradas de descanso también eran más frecuentes ahora, con cada cadete tirando su mochila al suelo y acostado bocarriba para disfrutar de la brisa fresca que nunca dejaba de calmar sus rostros quemados.

    Cuando salió el sol del desierto en la mañana del noveno día, se detuvieron, tomaron un desayuno ligero de higos en conserva, dividieron el zumo uniformemente entre ellos y, rasgando la tela espacial en tres secciones, se envolvieron con ella como árabes. y siguieron caminando.

    Al mediodía, con el sol directamente encima, se tambaleaban. A las dos y media, el sol y el calor eran tan abrumadores que se detuvieron involuntariamente y trataron de sentarse en la arena caliente solo para descubrir que no podían antes de seguir avanzando trabajosamente.

    Ni Roger ni Astro pidieron agua. Finalmente, Tom se detuvo y encaró a sus dos renqueantes compañeros de unidad de piernas temblorosas.

    "He llegado tan lejos como puedo sin agua. No creo que pueda dar ni un paso más. Así que, vamos, termiemos la que tenemos."

    Astro y Roger asintieron en silencio. Observaron con ojos apagados mientras Tom abría con cuidado el recipiente de plástico con agua. Le dio a cada uno una taza y lentamente, con cautela, midió el agua restante en tres partes iguales. Sostuvo el recipiente en alto durante un minuto completo permitiendo que se agotara la última gota antes de arrojar la botella vacía a un lado.

    "Aquí va," dijo Tom. Se humedeció los labios, colocó un dedo húmedo en las sienes y sorbió el líquido lentamente, dejándolo escurrir por su garganta reseca.

    Roger y Astro hicieron lo mismo. Después de haberse mojado los labios, Astro tomó la cantidad completa en la boca y la lavó antes de tragarla. Roger se llevó la taza lentamente a la boca con manos temblorosas, la inclinó temblorosamente y luego, antes de que Astro o Tom pudieran atraparlo, cayó al suelo. El agua preciosa se derramó en la arena.

    Tom y Astro observaron estupefactos cómo la arena seca absorbía el agua hasta que no quedó nada más que una mancha húmeda de quince centímetros de ancho.

    "Supongo -" comenzó Tom, "¡Supongo que eso es todo!"

    "Tendremos que cargar con él," dijo Astro simplemente.

    Tom miró a los ojos de su compañero de unidad. Allí vio una determinación que no sería derrotada. Asintió y se inclinó para agarrar las piernas de Roger. Metió una pierna debajo de cada brazo y luego trató de enderezarse. Cayó en la arena y rodó hacia un lado. Astro lo vio levantarse despacio, con cansancio, su cubierta de tela espacial permanecía en el suelo, y luego, con los dientes apretados, intentó una vez más levantar las piernas de Roger.

    Astro extendió la mano y tocó a Tom en el hombro. Su voz era baja, apenas por encima de un susurro. "Tú abre el camino, Tom. Yo lo llevaré."

    Tom miró al gran venusiano. Sus ojos se cruzaron por un momento y luego él asintió y dio media vuelta. Sacó la brújula de bolsillo y con visión borrosa leyó el rumbo en su aguja vacilante. Agitó un brazo en una dirección a la derecha de ellos y se partió tambaleándose.

    Astro se agachó, tomó a Roger en los brazos y lo puso despacio sobre los hombros. Luego, estabilizándose, caminó detrás de Tom.

    De repente, una ráfaga de viento, caliente como el fuego, barrió las llanuras arenosas, levantando la arena y rodeando a las dos figuras que caminaban, mordiendo las manos y los rostros expuestos. Tom trató de ajustarse las gafas cuando la arena comenzó a penetrar por los bordes, pero le temblaban los dedos y se les cayeron. En un instante, la arena se le metió en los ojos y lo cegó.

    "No veo nada, Astro," dijo Tom en un susurro ronco cuando Astro llegó hasta él. "Tendrás que guiar tú."

    Astro tomó la brújula de la mano de Tom y luego colocó la mano de su compañero de unidad a su espalda. Tom agarró los pliegues sueltos de la tela espacial y del uniforme debajo y avanzó a ciegas detrás del gran cadete.

    El sol ardiente se puso. El viento seguía soplando y Astro, con Roger a la espalda como un saco de patatas y Tom aferrado ciegamente a su uniforme, siguió caminando con paso firme.

    Sentía que cada paso sería el último, pero con cada paso se decía a sí mismo con los dientes apretados que podía hacer diez más, y luego diez más, diez más.

    Caminaba, tropezaba, y una vez cayó al suelo, Tom se desplomó detrás de él y Roger fue arrojado inerte a la arena abrasadora. Lentamente, Astro se recuperó, ayudó a Tom a ponerse de pie y luego, con sus últimas fuerzas, volvió a levantar a Roger. Esta vez, no pudo llevarlo al hombro por lo que lo cargó como un bebé en sus brazos.

    Por fin, el sol empezó a caer en el cielo rojo. Astro sintió que el cuerpo inerte de Roger se le caía de las manos. A estas alturas, Tom había perdido toda la fuerza menos el último gramo y ​​simplemente estaba siendo arrastrado.

    "Tom..." jadeó Astro con gran esfuerzo; "voy a contar hasta mil y luego... voy a parar."

    Tom no respondió.

    Astro comenzó a contar. "Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis." Trató de hacer que cada número se convirtiera en un paso adelante. Cerró los ojos. No importaba qué camino tomara. Solo era importante caminar esos mil pasos; "quinientos once, quinientos doce, quinientos trece..."

    Involuntariamente abrió los ojos cuando se sintió trepando por una pequeña elevación en la arena. Abrió los ojos y, a tres metros de distancia, la superficie plana azul del canal que habían estado buscando apareció ante él.

    "Ya puedes soltarte, Tom," dijo Astro con una voz apenas superior a un susurro. "Lo conseguimos. Estamos en la orilla del canal."

    "Ey, Roger," gritó Astro desde el medio del canal, "¿alguna vez has visto a un tipo hacer el submarino?"

    Tom y Roger estaban sentados en la parte superior de la orilla baja del canal, secándose tras un baño, mientras Astro aún chapoteaba disfrutando del agua fría.

    "Adelante," gritó Roger, "quiero ver cómo te ahogas."

    "Yo no, sabiondo," gritó Astro. "Después de esa caminata, lo único que tenía que hacer era abrir la boca y empezar a beber."

    Finalmente, cansado de su deporte, el gran venusiano se subió a la orilla del canal y se vistió rápidamente. Se puso las botas espaciales y se volvió hacia Tom y Roger, que estaban abriendo los dos últimos contenedores de comida.

    "¿Sabes?, Astro," dijo Roger en voz baja, "nunca podré devolverte el favor lo suficiente por llevarme."

    Tom se quedó callado por un momento, y luego agregó: "Lo mismo digo, Astro."

    Astro sonrió de oreja a oreja. "Responded los dos a esta pregunta. ¿Lo habrías hecho por mí?"

    Los dos chicos asintieron.

    "Pues ya me lo habéis devuelto. Siempre que sepa que estoy respaldado por dos tipos como vosotros, me devuelven el favor. Llevarte, Roger, era algo que yo pude hacer por ti en aquel momento en particular. Uno de estos días, cuando salgamos de este horno, llegará un momento en que tú o Tom haréis algo por mí, y así debería ser."

    "Gracias, Astro," dijo Roger. Se acercó y puso su mano sobre la de Astro, y luego Tom colocó su mano sobre la de ellos. Los tres chicos se quedaron en silencio por un momento. Cada uno de ellos comprendía que habían logrado algo más que sobrevivir en un desierto. Habían aprendido a respetarse el uno al otro. Por fin eran una unidad.

    "¿Qué hacemos a continuación?" preguntó Roger.

    "Empezar a caminar en esa dirección," dijo Tom señalando a su izquierda a lo largo de la orilla del canal, el cual se extendía en línea recta hasta el horizonte. "Si tenemos suerte, puede que encontremos algo que usar como balsa y poder montar."

    "¿Crees que hay peces en este canal?" preguntó Astro, mirando hacia la fría agua azul.

    "Lo dudo. Al menos nunca he oído que haya ninguno," respondió Tom.

    "Bueno," dijo Roger, poniéndose de pie, "puedes ir mucho más lejos sin comida que sin agua. Y aún nos queda ese gran contenedor de jamón."

    "Sí, en cuanto haga calor, nadaremos en lugar de caminar," dijo Astro. "Y, creedme, ¡va a haber que nadar mucho!"

    "Creo que podríamos encontrar cualquier cosa por ese camino," preguntó Roger. Miró por el canal en la dirección que Tom le había indicado.

    "Esa es la dirección de la estación de refuerzo atmosférico más cercana. Al menos lo era tal y como se veía en la carta. Todas fueron construidas cerca de los canales."

    "¿Crees que está muy lejos?" preguntó Astro.

    "Debe estar por lo menos a quinientos kilómetros."

    "Empecemos a movernos," dijo Roger, "y esperemos que podamos encontrar algo que nos haga flotar en el canal."

    En fila india, con las telas espaciales una vez más como protección contra el sol, caminaron por la orilla del canal. Cuando el calor se volvía insoportable, sumergían los cuadrados de tela en el agua y se envolvían con ellas. Cuando comenzaban a secarse, repetían el proceso. Al mediodía, cuando el sol secaba la tela casi tan rápido como podían mojarla, se detuvieron y se deslizaron por el borde de la orilla hacia el agua fría. Cubriéndose la cabeza con las telas, parcialmente sumergidos hasta la tarde. Cuando el sol había perdido algo de su poder, volvieron a salir y continuaron caminando.

    Marchando hasta altas horas de la noche, acamparon junto al canal, terminaron el último contenedor de comida y, por primera vez desde que habían dejado la nave, durmieron durante la noche. Cuando Deimos se elevó en el cielo, estaban profundamente dormidos.

Capítulo 22

    "¡Yiijaahhhhhhhhh!" El rugido de toro de Astro rompió el silencio del desierto. "¡Ahí, más adelante, Tom... Roger, un edificio!"

    Tom y Roger se detuvieron y aguzaron la vista bajo la brillante luz del sol.

    "Creo que tienes razón," dijo finalmente Tom. "Pero dudo que haya alguien allí. Me parece una choza minera abandonada."

    "¿Quién quiere quedarse aquí y debatir la cuestión?" preguntó Roger, y comenzó a bajar renqueando por el lado del canal, con Astro y Tom justo detrás de él.

    Durante los últimos tres días, los cadetes habían estado viviendo del contenido del último recipiente de comida que quedaba y de los pocos líquenes que habían encontrado creciendo a lo largo del canal. Su fuerza se estaba debilitando, pero con un abundante suministro de agua a mano y capaces de combatir el calor del sol con frecuentes baños, aún estaban en buenas condiciones.

    Tom fue el primero en llegar al edificio, una estructura de una planta hecha de barro seco del canal. Las contraventanas y la puerta habían sido arrancadas hacía mucho tiempo por innumerables tormentas de arena.

    Los tres muchachos entraron cautelosamente en el edificio de una habitación. El suelo estaba cubierto de arena, y la arena se amontonaba en pilas frente a las ventanas y la puerta abiertas.

    "Nada, ni un alma," dijo Roger con disgusto. "Este lugar debe tener al menos ciento cincuenta años."

    "Probablemente construido por un minero," comentó Tom.

    "¿Qué quieres decir con nada?" dijo Astro. "¡Mirad!"

    Siguieron el dedo acusador de Astro hasta el techo. Entrecruzadas, de pared a pared, había pesadas vigas de madera.

    "¡Una balsa!" Tom gritó.

    "Así es, astronauta," dijo Astro, "una balsa. Hay suficiente madera allí para hacer flotar la Polaris. ¡Vamos!"

    Astro se apresuró a salir, con Tom y Roger siguiéndole los talones. Rápidamente treparon al techo del viejo edificio y pronto arrancaron las vigas del barro desmoronado. Afortunadamente, las vigas se habían unido haciendo muescas en los extremos de los travesaños. Astro explicó que esto era necesario debido a la prima de los clavos cuando se construyó la casa. Todo en ese momento tuvo que ser sacado de la Tierra, y nadie quería pagar el precio que exigían los clavos y tornillos pesados.

    Una a una, fueron retirando las pesadas vigas hasta tener ocho alineadas a lo largo del borde del canal.

    "¿Cómo las juntamos?" preguntó Roger.

    "¡Con esto!" dijo Tom. Comenzó a rasgar su tela espacial en largas tiras. Astro y Roger tiraron de la primera viga. Por fin la llevaron al agua.

    "Flota," gritó Astro. Tom y Roger no pudieron evitar gritar de alegría. Rápidamente arrastraron las vigas restantes al agua y las ataron juntas. Sin dudarlo, empujaron la balsa hacia el canal, subieron a bordo y se alzaron como héroes conquistadores mientras la balsa se movía hacia el flujo principal del canal y comenzaba a avanzar.

    "Te doy el nombre de Polaris la Segunda," dijo Tom en tono formal y dio una patada a la viga más cercana.

    Astro y Roger dieron una vívida ovación.

    De manera constante y silenciosa, la balsa los condujo a través de la ininterrumpida escena de las fangosas orillas del canal y la infinitud del desierto más allá.

    Protegiéndose del sol durante el día mediante repetidas inmersiones en el agua, viajaron día y noche en línea recta por el centro del canal. Por la noche, la luna diminuta de Deimos ascendía por el desierto y reflejaba la luz sobre el agua suave satén.

    El tercer día en la balsa empezaron a sentir las punzadas del hambre. Y mientras que, durante su marcha por el desierto, sus pensamientos eran sobre el agua, ahora las visiones de interminables mesas de comida ocupaban sus mentes. Al principio hablaron de su hambre, soñando con locas combinaciones de platos y dando estimaciones aún más locas de cuánto podría consumir cada uno. Finalmente, al descubrir que hablar de ello solo intensificaba su deseo, guardaron un imperturbable silencio. Cuando el calor se volvía insoportable, simplemente se lanzaban al agua. Una vez Tom resbaló de la balsa y Roger se lanzó tras él sin dudarlo un momento, solo para que Astro entrara para salvarlos a ambos.

    Una y otra vez, por el canal, los tres chicos flotaban. Los días se convirtieron en noches y las noches, frías y refrescantes, dieron paso al sol abrasador del día siguiente. El desierto silencioso pasaba a su lado.

    Una noche, mientras Astro, incapaz de dormir, miraba hacia la oscuridad, escuchó un susurro en el agua junto a la balsa. Se acercó lentamente al borde de la balsa y miró hacia el agua clara.

    ¡Vio un pez!

    El gran cadete lo vio rodear la balsa. Esperó con el cuerpo tenso. Una vez que el pez llegó al borde de la balsa, pero antes de que Astro pudiera mover el brazo, este pez se lanzó en otra dirección.

    Por fin, el pez desapareció y Astro se tumbó de nuevo en las vigas. Pasó una mano por el costado del agua y, de repente, sintió las ásperas escamas del pez rozarle los dedos. En un instante, Astro cerró la mano y sacó a la criatura del agua.

    "Tom, Roger," gritó. "Mirad, mirad, un pez, ¡he pescado un pez con mis propias manos!"

    Tom se dio la vuelta y abrió los ojos. Roger se sentó desconcertado.

    "Lo observé, lo estaba observando y luego se fue. Y luego puse mi mano sobre el costado de la balsa y él vino husmeando y... bueno, ¡simplemente lo agarré!"

    Sostuvo el pescado en el agarre de torno de su mano derecha hasta que este dejó de moverse.

    "¿Sabes qué?," dijo Tom débilmente, "acabo de recordar que cuando estábamos en el Edificio de Ciencias en Átomo City, uno de sus proyectos era criar peces de la Tierra y Venus en estos canales."

    "Cuando regresemos a Átomo City voy a estrechar la mano de la persona que inició este proyecto," dijo Astro.

    De repente, Roger agarró los brazos de Tom. Miraba en la dirección en la que iba la balsa. "Tom…" suspiró, "Astro, ¡mirad!"

    Se volvieron y miraron hacia el crepúsculo. A lo lejos, a menos de un kilómetro de distancia, estaba la enorme cúpula cristalina de la estación de refuerzo atmosférico, sus rugientes motores atómicos enviaban un ronroneo constante a través del desierto.

    "Lo logramos," dijo Tom, conteniendo las lágrimas. "¡Lo conseguimos!"

    "Bueno, que me exploten los reactores," dijo Astro. "¡Claro que lo conseguimos!"

    "¿Y me estáis diciendo que caminasteis por ese desierto?" preguntó el capitán Strong.

    Tom miró a Astro y Roger. "Claro que lo hicimos, señor."

    "Con Astro haciendo el último tramo hasta el canal llevándome y arrastrando a Tom," dijo Roger mientras tomaba un sorbo de su caldo caliente.

    La sala de las dependencias del ingeniero jefe en la estación atmosférica estaba abarrotada de trabajadores, tropa y oficiales de la Guardias Solar. Se quedaron mirando con incredulidad a los tres maltrechos cadetes.

    "Pero ¿cómo sobrevivisteis?" preguntó Strong. "¡Por los cráteres de la Luna!, ese maldito desierto estuvo más caliente el mes pasado de lo que ha estado desde que Marte fue colonizada por primera vez por los terrestres. ¡Vaya, habéis caminado con temperaturas que alcanzaron los sesenta y cinco grados Celsius!"

    "No tiene que convencernos, señor," dijo Roger con una sonrisa. "Nunca lo olvidaremos mientras vivamos."

    Más tarde, cuando Tom, Roger y Astro se dieron una ducha y se vistieron con uniformes limpios, Strong entró con un redactor de audio y los tres cadetes relataron la versión completa de su aventura para el informe oficial de regreso a la Academia. Cuando terminaron, Strong les habló sobre sus esfuerzos por encontrarles.

    "Supimos de inmediato que estabais en problemas," dijo Strong, "y os rastreamos por radar. Pero esa devastadora tormenta nos afectó a todos. Pensamos que la arena habría cubierto la nave y que las posibilidades de encontraros con un explorador eran muy bajas, así que obtuve el permiso del comandante Walters para organizar una búsqueda terrestre." Se pausó. "Francamente, casi habíamos perdido la esperanza. Por fin, tardamos tres semanas en localizar la sección del desierto en la que habíais aterrizado.."

    "Sabíamos que vendría, señor," dijo Tom, "pero no teníamos suficiente agua para esperar y tuvimos que movernos."

    "Chicos," dijo Strong lentamente, "me han pasado cosas de lo más maravillosas en la Guardia Solar, pero debo confesar que veros a vosotros tres idiotas con cerebro espacial aferrados a esa balsa, listos para comerse un pescado crudo, bueno, ese fue el momento más feliz de mi vida."

    "Gracias, señor," dijo Roger, "y creo que puedo hablar por Tom y Astro cuando digo que verlo aquí con más de cien hombres y todo este equipo, listo para comenzar a buscarnos en ese desierto... bueno, ¡nos hace sentir muy orgullosos de ser miembros de un equipo en el que el patrón sienta eso por su tripulación!"

    "¿Qué pasa ahora, señor?" preguntó Tom.

    "Aparte de obtener un bien merecido permiso, volver a la vieja rutina en la Academia. La Polaris está en el espaciopuerto de Martépolis, esperándonos." Hizo una pausa y miró a los tres cadetes con una sonrisa. "Supongo que la rutina en la Academia Espacial os parecerá un poco aburrida ahora, después de lo que habéis pasado."

    "Capitán Strong," dijo Astro formalmente, "sé que hablo en nombre de Tom y Roger cuando digo que la rutina es lo único que queremos durante mucho tiempo."

    "¡Amén!" Añadieron Tom y Roger al unísono.

    "Muy bien," dijo Strong. "Unidad Polaris, ¡FIRRRR-MES!"

    Los tres chicos se pusieron firmes.

    "¡Por la presente se les ordena que se presenten a bordo de la Polaris a las quince cero cero y que estén preparado para embarcar!"

    Él les devolvió el saludo, se volvió enérgicamente y salió de la habitación.

    Afuera, Steve Strong estaba apoyado en la pared y miraba a través del caparazón de cristal de la estación atmosférica hacia el desierto sin fin.

    "¡Gracias, Marte," dijo en voz baja, "por convertir en astronautas a la tripulación de la Polaris!" Saludó enérgicamente y se alejó.

    Tom salió de pronto de la habitación con Roger y Astro gritando detrás de él.

    "Ey, Tom, ¿adónde vas?" gritó Roger.

    "¡Tengo que conseguir una botella de esa agua del canal para mi hermano pequeño Billy!" gritó Tom y desapareció por las escaleras.

    Roger se volvió hacia Astro y dijo: "Eso es lo que yo llamo un verdadero astronauta."

    "¿Qué quieres decir?" preguntó Astro.

    "Después de lo que hemos pasado, ¡aún recuerda que su hermano pequeño quiere como recuerdo una botella de agua de un canal!"

    "Sí," suspiró Astro, "¡Tom Corbett es... es un verdadero astronauta!"

FIN