Traducido por Artifacs en ene-2019

    Obra Original Behemoth (Peter Watts, 2005) publicada en https://rifters.com/real/BEHEMOTH.htm bajo licencia Creative Commons BY-NC-SA.

    Esta versión electrónica en español de Behemoth se publicó en https://artifacs.webcindario.com bajo la misma licencia Creative Commons BY-NC-SA.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido en este texto con personas reales vivas o muertas es puramente una coincidencia.

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Capítulo 1

    

PRELUDIO - Capítulo 1 - Criminal

    Si pierdes los ojos, le habían dicho a Aquiles Desjardins, los recuperabas en tus sueños.

    No era sólo el ciego. Cualquiera, despedazado en vida, soñaba los sueños de criaturas enteras.

    Amputados cuádruples corren y lanzan pelotas de rugby, los sordos escuchan sinfonías, aquellos que han perdido son amados de nuevo.

    La mente tenía su propia inercia, crecía acostumbrada a cierto rol a lo largo de muchos años, reluctante a dejar marchar los viejos paradigmas.

    Ocurría eventualmente, por supuesto. Las brillantes visiones se disipaban, la música quedaba en silencio, la entrada imaginaria se reducía a algo más parecido a los huecos vacíos de los ojos y desoladas cócleas. Pero tardaba años, décadas y en todo ese tiempo, la mente se torturaba con recuerdos nocturnos de las cosas que una vez tuvo.

    Pasaba lo mismo con Aquiles Desjardins. En sus sueños, tenía una consciencia.

    Los sueños le llevaban al pasado, a su era, como un dios encadenado: con las vidas de millones en sus manos, con un alcance que se extendía más allá de la geosincronización y a lo largo del suelo de la Fosa de las Marianas. Una vez más, batallaba incansablemente para el bien mayor, conectado a mil entradas simultáneas. Reflejos y habilidades de comparación de patrones saltaban por encima de retrogenes y neurotropos personalizados. Dondel caos irrumpía, él traía el control. Donde matar a diez salvaba a cien, él hacía el sacrificio. Él aislaba las insurrecciones, despejaba los atascos de registro, desactivaba los ataques terroristas y desastres ecológicos que estallaban por todos lados. Flotaba sobre las ondas de radio y se deslizaba a través de los más simples hilos de fibra óptica, visitando molinos marinos peruanos en un minuto y satélites de comunicación coreanos en el siguiente. Él era el mejor criminal de la ARISC: capaz de vincular la Segunda Ley de la Termodinámica con el punto de ruptura y, quizá, llevarlo un poco más allá.

    Era el mismísimo fantasma en la máquina... y por aquel entonces, la máquina estaba en todas partes.

    Y aún así, los sueños que en realidad le seducían cada noche no eran de poder sino de esclavitud. Sólo durmiendo podía él revivir ese cautiverio paradójico que lavaba los ríos de sangre de sus manos.

    La Horda Criminal, lo llamaban. Un conjunto de neurotransmisores artificiales cuyos nombres Desjardins nunca se había molestado en aprender. Podía, después de todo, matar millones con un único comando. Nadie iba a repartir ese tipo de poder sin algunas salvaguardas. Con la Horda en tu cerebro, la rebelión contra el bien mayor era una imposibilidad psicológica. La Horda Criminal seccionaba el enlace entre el poder absoluto y la corrupción absoluta. Cualquier intento de mal uso del poder invocaría a la madre de todos los grandes ataques del Mal. Desjardins nunca había perdido el sueño cuidando de la rectitud de sus acciones y de la pureza de sus motivos. Ambos le habían sido inyectados por otros con menos escrúpulos.

    Era tan cómodo ser tan totalmente inocente. De modo que soñaba con la esclavitud. Y soñaba con Alice, que le había liberado, quien le había despojado de sus cadenas.

    En sus sueños, las quería recuperar.

    Eventualmente, los sueños se acababan como siempre. El pasado retrocedía, el presente imperdonable avanzaba. El mundo se hacía pedazos en incrementos de tiempo: un microtubo apocalíptico ascendía desde la profundidad del mar, montando en la salina carne de algún buceador abisal de la NAmPac. Debatiéndose a su paso, el Poder Que No Tenía Nombre. El ßehemoth quemaba personas y propiedades en sus frenéticos intentos futiles de demorar el cambio de régimen venidero. Norteamérica caía. Trillones de soldados de a pie microscópicos marchaban por la tierra dejando resíduos indiscriminados en el suelo y en la carne. Las guerras se levantaban y caían a cámara rápida: la Campaña de la NAmPac, el Incendio Colombiano, la Rebelión Eurafricana. Y Rio, por supuesto: la guerra de los treinta minutos, la guerra de la Horda Criminal que debería haberse presentado como imposible.

    Desjardins combatió en todas ellas, de un modo u otro. Y mientras metazoos desesperados caían por disputar terreno entre ellos, el verdadero enemigo crecía implacablemente por la tierra como una manta sofocante.

    Ni Aquiles Desjardins, orgullo de la Patrulla de la Entropía, podía contenerlo.

    Incluso ahora, con el presente casi encima suyo, sentía vaga pena por todo lo que no había hecho. Pero era dolor fantasma, el resíduo de una consciencia varada en los años del pasado. Apenas le alcanzaba aquí, sobre la tambaleante interfaz entre el sueño y la vigília. Por un breve momento, tanto recordaba que era libre como languidecía por no serlo.

    Luego abría los ojos y no quedaba nada para que pudiera importarle estar de una forma u otra.

    Mandelbrot se tumbaba plácidamente sobre su pecho, ronroneando. Emitía un gritito estridente mientras él consultaba las estadísticas de la mañana. Había sido una noche relativamente tranquila: lo único de interés fue un grupo de Refugiados notablemente alocados que trataron de romper el perímetro norteamericano. Habían armado velas bajo el abrigo nocturno partiendo de Long Island en una barcaza de basura recompuesta a las 0110 de hora estándar del Atlántico. En el plazo de una hora, dos docenas de intereses euroafricanos habían estado compitiendo por los derechos del uso extremo de la fuerza. Los pobres bastardos apenas lograron pasar Cape Cod antes de que los argelinos (¿los argelinos?) los hicieran desaparecer.

    El sistema ni se había molestado en sacar de la cama a Desjardins.

    Mandelbrot se levantó, se estiró y salió a hacer sus rondas matinales.

    Liberado, Desjardins se levantó y llamó al ascensor. Sesenta y cinco plantas de patrimonio abandonado caían suavemente a su alrededor. Justo unos años atrás, había sido una colmena de control de daño: miles de operativos de Drogas Estimulantes de Rendimiento de la Horda Criminal que visitaban para siempre un mundo tambaleante al borde del desastre, equilibrando vidas y legiones con fría parsimonia desapasionada. Ahora se parecía mucho a él. Un montón de cosas habían cambiado después de Río.

    El ascensor le arrojó sobre el techo de la ARISC. Otros edificios rodeaban a éste en herradura, cercándolo en los bordes de la zona despejada. El campo estático de Sudbury, su barriga inferior, pastaba por las cimas de las estructuras más altas y ponía los pelos de punta a los antebrazos de Desjardins.

    Sobre el horizonte oriental, la inclinación del sol naciente encendía reinos en ruinas.

    La devastación no era absoluta. Aún no. Las ciudades al este retenían alguna semejanza con la integridad, amullaradas, blindadas y en guardia permanente contra los invasores que seguían clamado la tierra intermedia. Las líneas de frente y de batalla aún bullían bajo activa disputa. Una o dos incluso se mantenían firmes. Los bolsillos de civilización permanecían diseminados por el continente. No muchos, quizá, pero la guerra continuaba.

    Todo porque cinco años antes, una mujer llamada Lenie Clarke se había levantado del fondo del océano con la venganza y el ßehemoth bulliendo juntos en su sangre.

    Ahora Desjardins caminaba por la plataforma de aterrizaje hacia el borde del techo.

    El sol ascendía por el borde del precipicio mientras orinaba en el vacío.

    Tantos cambios, reflexionó él. Tantas catástrofes encubiertas por perseguir el nuevo equilibrio. Su dominio había encogido de un planeta a un continente y cauterizado en los bordes. La vista, tiempo atrás enfocada en el infinito, ahora terminaba en la costa. Brazos que una vez rodeaban el mundo habían sido amputados a la altura del codo. Incluso a la porción de la Red de la NAm se le habían cortado los servicios electrónicos como un tumor. Aquiles Desjardins tenía que lidiar con el desorden necrótico que quedaba.

    Y aún así, en muchas formas, tenía más poder que nunca. Menor territorio, sí, pero igualmente quedaba poco con lo que compartirlo. Hoy en día era menos un jugador de equipo y más un emperador. Tampoco es que eso fuese conocido popularmente...

    Pero algunas cosas no habían cambiado. Aún era, técnicamente, empleado de la Autoridad de Respuesta a la Inestabilidad de Sistemas Complejos, o como llamaran los entendidos a esa organización que persistía por todo el globo.

    El mundo había caído de lado hace tiempo, esta parte de él, al menos, pero él aún estaba obligado por contrato a minimizar el daño.

    Los incendios de ayer eran los infiernos de hoy y Desjardins dudaba seriamente de que alguien pudiera extinguirlos llegados a este punto. Pero era uno de los pocos que al menos podría conseguir contenerlos por un poco más de tiempo. Aún era un criminal; un guardián en el faro, como se describió a sí mismo el día que por fin cedieron y le dejaron quedarse atrás; y hoy sería un día como cualquier otro. Habría ataques que repeler y enemigos que vigilar. Se terminarían algunas vidas para salvar otras, más númerosas o más valiosas. Había microtubos virulentos que destruir y apariencias que mantener.

    Le dió la espalda al sol naciente y se acercó al cuerpo desnudo y destripado de la mujer a sus pies. Su nombre había sido también Alice.

    Trató de recordar si aquello era sólo una coincidencia.

Capítulo 2

    

β-MAX - Capítulo 2 - Contrataque

    El mundo no esta muriendo, lo están matando. Y aquellos que lo están matando tienen nombres y direcciones.

    (Utah Phillips.)

    Primero sólo hay un sonido en la oscuridad, a la deriva sobre la pendiente en la oscuridad. Y a la deriva sobre la pendiente de una montaña submarina, Lenie Clarke se resigna a la inminente pérdida de la soledad.

    Está bastante lejos, en completa ceguera. Atlantis, con sus andamios, balizas y compuertas sangrando luz hacia el abismo, está a cientos de metros tras ella. No hay parpadeos reveladores ni conductos o partes que contaminen la oscuridad a esta distancia. Las tapas de sus ojos filtran bastante luz para ver la más ligera chispa, pero no pueden crear luz donde no existe. Aquí nada la crea. Tres mil metros, tres mil atmósferas, tres millones de kilogramos por metro cuadrado han exprimido hasta el último fotón de la creación.

    Lenie Clarke está tan ciega como cualquier Dryback.

    Tras cinco años en la Dorsal Medio Atlántica, a ella aún le gusta así.

    Pero ahora el leve gemido de mosquito de la hidráulica y la electricidad se eleva a su alrededor. Los frentes de sonar chocan contra sus implantes. El gemido cambia sutilmente de frecuencia, luego desaparece con vaga urgencia cuando algo se acerca hasta detenerse por encima.

    —Mierda. - La maquinaria en su garganta convierte el epíteto en una vibración silenciosa. —¿Tan pronto?

    —Te di media hora extra. - la voz de Lubin.

    Sus palabras se confunden por la misma tecnología que afecta a la suya, la distorsión es más familiar que la voz normal.

    Hubiera suspirado si fuese posible respirar aquí fuera. Clarke enciende la lámpara de su casco. Lubin queda atrapado en el haz luminoso, una silueta negra remachada de sutil implementación. La entrada de su pecho es un disco con ranuras, cromo sobre negro. Las tapas corneales hacen de su ojos óvalos transparentes. Parece una criatura construída exclusivamente de sombra y hardware. Clarke conoce la humanidad que hay detrás de la fachada aunque no suele hablar de ella.

    Un par de calamares flotan al lado del hombre. Una bolsa de nailon cuelga de uno de los largos vehículos, abultado por la electrónica. Clarke aletea por encima hacia el otro, gira una palanca que pasa de esclavo a manual. La maquinita se mece y despliega su barra de remolque.

    Sobre el impulso, ella apaga su luz. La oscuridad lo engulle todo de nuevo. Nada se mueve. Nada destella. Nada ataca.

    No es lo mismo.

    —¿Pasa algo? - vibra Lubin.

    Ella recuerda un océano diferente al otro lado del mundo. En la Fuente de Channer podías apagar las luces y habrían salido las estrellas, un millar de costelaciones bioluminiscentes: peces iluminados como fugitivos en la noche, artrópodos relucientes, tenóforos del tamaño de una uva centelleando con compleja iridiscencia. Channer cantaba como una sirena, atraía todas aquellas extravagancias a más profundidad de lo que nadaban en cualquier otra parte, las alimentaba con química extraña y las convertía en hermosas monstruosidades. En la Estación Beebe sólo estaba oscuro cuando se encendían las luces.

    Pero Atlantis no es la Estación Beebe y este lugar no es la Fuente de Channer.

    Aquí, la única luz brilla desde la tosca maquinaria.

    Los focos principales cavan áridos túneles a través la negrura, espesa y fea como el sodio ardiendo. Apágalas y... nada.

    Lo cual es, por supuesto, de lo que se trata.

    —Era tan hermoso, - dice ella.

    Él no tiene que preguntar: —Lo era. Pero no olvides por qué.

    Ella se aferra a su barra de remolque: —Es que... no es lo mismo, ¿sabes? A veces casi deseo que uno de esos cabrones dentados salga cargando desde la oscuridad y trate de darme un mordisco.

    Oye el sonido del calamar de Lubin acelerando invisiblemente cerca. Aprieta su propio acelerador y se prepara para seguirle.

    La señal alcanza su LFAM y su esqueleto al mismo tiempo. Sus huesos reaccionan con una vibración hasta la mandíbula: el módem sólo le pita a ella.

    Activa su receptor: —Clarke.

    —¿Ken te encontró bien? - Es una voz aérea, sin mutilar por los necesarios artificios del diálogo submarino.

    —Sí. - las propias palabras de Clarke suenan feas y mecánicas en constraste. —Estamos de camino arriba ahora.

    —Vale. Sólo comprobaba. - La voz queda en silencio durante un momento. —¿Lenie?

    —Sigo aquí.

    —Sólo… bueno, ten cuidado, ¿vale? - le dice Patricia Rowan. —Ya sabes cómo me preocupo.

    El agua se va aclarando de forma indiscernible mientras ascienden. Su mundo ha cambiado de negro a azul cuando no estaba mirando. Clarke nunca puede precisar el momento en que eso ocurre.

    Lubin no ha hablado desde que Rowan desconectó. Ahora, mientras al azul oscuro le sigue el azul, Clarke lo dice en voz alta: —Aún no te gusta.

    —No me fío de ella. - vibra Lubin. —Me gusta lo justo.

    —Porque es una Cuerpo. - Nadie les ha llamado ejecutivos corporativos desde hace años.

    —Fue una Cuerpo. - La maquinaria en su garganta no consigue enmarcarar la sonrisa de satisfacción en ese enfásis.

    —Porque fue una Cuerpo. - repite Clarke.

    —No.

    —¿Por qué, entonces?

    —Conoces la lista.

    La concoce. Lubin no confía en Rowan porque érase una vez que Rowan estaba al mando. Fue bajo su mando cuando todos fueron reclutados mucho tiempo atrás, dañaron bienes, reescribieron memorias, piratearon propósitos, reajustaron la misma consciencia al servicio de algún indefinible bien mayor indefendible.

    —Porque fue una Cuerpo. - repite Clarke.

    El vocificador de Lubin emite algo que pasa como un gruñido.

    Ella entiende a Lubin. Hasta este día aún no está segura de qué partes de su propia infancia son reales y cuáles meros injertos. Y ella es una de las afortunadas, al menos sobrevivió a la explosión que dejó la Fuente de Channer como un cristal radioactivo de treinta kilómetros cuadrados. Al menos no fue aplastada hasta la pulpa por el tsunami resultante o incinerada junto con los millones de refugiados de la Zona de la NAmPac.

    Tampoco es que ella debiera haber acabado así, por supuesto. Si se quiere poner uno técnico sobre ello, todos aquellos millones no fueron sino daño colateral. No fue culpa de ellos, ni siquiera de Rowan, en realidad, que Lenie Clarke no se quedara sentada con ellos el suficiente tiempo para ofrecer una diana decente.

    Aún así, hay culpas y culpas. Patricia Rowan podría tener las manos manchadas con la sangre de millones pero, después de todo, las zonas calientes no se contienen ellas solas: requieren recursos y resolución en cada paso del camino. Acordonar las áreas infectadas, llevar los Elevadores, reducir las cenizas. Enjabonar, aclarar, repetir. Matar un millón para salvar mil millones, matar diez para salvar a cien. Quizá incluso matar diez para salvar a once, el principio es el mismo, aún cuando el margen de beneficio es menor. Pero ninguna de esa maquinaria funciona por sí misma, no se puede siempre retirar la mano del botón de muerte. Rowan nunca lanzó una masacre sin tener que afrontar los costes y hacerlos suyos.

    Fue mucho más fácil para Lenie Clarke. Sólo dejó su estela de infecciones por el mundo y siguió su camino sin mirar atrás siquiera. Incluso ahora, sus víctimas se apilaban en procesión contínua, un legado exponencial que debía de haber superado al de Rowan una docena de veces. Y ella no necesita mover un dedo.

    Nadie que diga ser amigo de Lenie Clarke tiene ningún motivo racional para juzgar a Patricia Rowan. Clarke teme el día cuando esa simple verdad amanezca en Ken Lubin.

    Los calamares les arrastran más arriba. Por ahora hay un gradiente definido, la luz superior disipa la oscuridad inferior. Para Clarke, esta es la parte más terroríficia del océano, las profundidades medio iluminadas donde rondan los calamares reales: tentáculos sin huesos de treinta metros de longitud, cerebros tan fríos y rápidos como superconductores. Son dos veces más grandes de lo que solían ser, le han dicho. Cinco veces más abundantes.

    Aparentemente, todo es cuestión de mejorar la guardería. Las larvas del Architeuthis crecen más rápido en los mares cálidos, su número no se ha restringido hasta la extinción por los depredores desde hace mucho tiempo.

    Ella nunca ha visto uno, por supuesto. Con suerte, nunca lo verá. Según las simulaciones, la población está cayendo por falta de presas y el océano es lo bastante vasto para mantener la esperanza de un encuentro aleatorio astronómicamente remota de todos modos. Pero ocasionalmente, los drones recogen ecos fantasmales de objetos masivos que pasan por encima: fuertes gritos de quitina y cartílago, débiles paisajes de carne envolvente que el sonar apenas ve del todo. Afortunadamente, Archi raramente desciende a la verdadera oscuridad.

    El matiz ambiental se intensifica mientras ascienden. Los colores no sobreviven a la fotoamplificación a media luz pero, tan cerca de la superficie, la diferencia entre los ojos tapados y desnudos es mínima.

    A veces Clarke tiene el impulso de comprobarlo y quitarse las tapas para verlo por sí misma, pero es un sueño imposible. La inmersopiel le envuelve la cara y se une directamente al fotocoláeno. Ni siquiera puede parpadear.

    Surge ahora. Por encima, la piel del océano ondula como tenue mercurio. Sus balanceos y depresiones y perganimos pasan en una sucesión interminable de crestas y valles, distorsionando un frío orbe que brilla al otro lado, atándolo en una ociosa danza de nudos. Unos momentos después, irrumpen a través de la superficie y miran a un mundo marino y a un cielo iluminado por la luna.

    Aún están vivos. Un ascenso de tres mil metros en espacio de cuarenta minutos. Clarke traga con sales isótonicas en la garganta y nasales, siente la maquinaria chispeando en su pecho y se maravilla de nuevo ante la existencia respiratoria.

    Lubin está trabajando, por supuesto. Ha maximizado la flotabilidad de sus calamares y los usa como una plataforma para el receptor. Clarke ajusta su propio calamar en estacionario y ayuda a Lubin con los ajustes.

    Se deslizan arriba y abajo por olas de plata, la luna brilla lo bastante para hacer redundantes sus tapas oculares. Cúmulos de antenas guardadas oscilan en sus soportes, ojos y oídos se disparan en cada dirección rastreando satélites y compensando el movimiento de las olas. Uno o dos wireframes de baja tecnología escanea en busca de estaciones terrestres.

    Demasiado lento, las señales se acumulan.

    El caldo se hace más fino con cada observación. Oh, el éter aún está lleno de información; los histogramas se abren paso hasta la banda de los centímetros, hay una charla a lo largo de todo el espectro; pero la densidad es demasiado baja.

    Por supuesto, incluso la pérdida de señal porta su propia ominosa inteligencia.

    —No hay gran cosa ahí fuera. - remarca Clarke señalando con la barbilla a las lecturas.

    —Mmm. - Lubin ha desplegado una máscara sobre su máscara, la capucha de la inmersopiel dentro del casco de RV. —Hálifax aún está online.

    Está observando las señales aquí y allá, muestreando algunos canales mientras se descargan.

    Clarke agarra otro casco y lo fija al oeste: —Nada desde Sudbury, - informa unos momentos después.

    Él no le recuerda que Sudbury está a oscuras desde lo de Río. No le indica las evanescentes probabilidades de que Aquiles Desjardins haya sobrevivido. Ni siquiera le pregunta cuándo se va a rendir y aceptar lo obvio.

    Sólo dice: —Tampoco consigo encontrar Londres. Extraño.

    Ella avanza por la banda.

    Nunca obtendrán un cuadro comprensible de esta forma, metiendo los dedos en la corriente. El verdadero análisis tendrá que esperar hasta que regresen a Atlantis. Clarke no puede entender la mayoría de idiomas que muestrea, aunque las imágenes en movimiento llenan algunos de los huecos. Bastantes disturbios en Europa, entre los temores de que el βehemoth se ha subido a la Contracorriente Meridional. Un enclave exclusivo de aquellos que habían sido capaces de permitirse las contramedidas, destrozadas por la bulliente horda de aquellos que no habían podido. China y sus buffers aún están a oscuras, llevan así un par de años, pero eso es más una defensa contra el apocalipsis que una rendición a él. Todo lo que vuela cerca de quinientos kilómetros de su costa aún es derribado de un disparo sin avisar de modo que, al menos, su infraestructura militar sigue funcionando.

    Otro golpe de MyA, esta vez en Mozambique. Con este hacen un total de ocho, ahora y contando. Ocho naciones que buscan apresurar el fin del mundo en nombre de Lenie Clarke. Ocho países caídos bajo el hechizo de la depravación de aquello que ella ha parido.

    Lubin, diplomaticamente, no hace mención de ese desarrollo.

    No hay gran cosa desde las Américas. Emisiones de emergencia y tráfico táctico de la ARISC. De vez en cuando, algún culto apocalíptico que predica una doctrina de Extinción Proactiva o las Probabilidades Bayesianas de la Segunda Llegada. Mayormente barcia, por supuesto; el asunto vital se emite por láser de punta a punta, ondas de inteligencia concentrada que nunca se desviarían de la superficie del vacío Medio Atlántico.

    Lubin sabe cómo cambiar algunas de esas normas, por supuesto, pero incluso él las ha estado encontrando complicadas últimamente.

    —Ridley ha desaparecido. - dice él ahora.

    Estas son serias malas noticias.

    El Repetidor Ridley es un satélite de operaciones de alta seguridad, tan alta que incluso la autorización de Lubin apenas le permite entrar en el club. Es una de las últimas fuentes de inteligencia fiable en las que Atlantis ha sido capaz de entrar.

    En los tiempos de cuando los Cuerpos pensaban que iban a escapar en vez de ser encarcelados, dejaron toda clase de canales irrastreables para permitirles subir a toda velocidad hasta la cima de la vida. Nadie está en realidad seguro de por qué tantos de ellos han quedado a oscuras en los últimos cinco años.

    Pero claro, nadie ha tenido las pelotas de sacar la cabeza fuera del agua durante más de un rato para averiguarlo.

    —Quizá deberíamos arriesgarnos, - murmura Clarke. —Dejarlo flotar por aquí arriba durante unos días, ¿sabes? Darle la oportunidad de recoger algunos datos de verdad. Es un metro cuadrado de hardware que flota en un océano entero. En realidad, ¿qué riesgo hay?

    Bastante alto, lo sabe. Aún hay un mucha gente viva allí. Muchos de ellos habrán afrontado los hechos, se habrán frotado las narices ante la inminencia de su propia extinción. Algunos podrían haberse echado a un lado por un tiempo para meditar la venganza. Podrían incluso tener recursos para ponerla en práctica, si no lo bastantes para comprar su salvación quizá bastante para una pequeña retribución. ¿Qué ocurre si se va diciendo por ahí que aquellos que liberaron el βehemoth aún están sanos y salvos y se esconden bajo trescientas atmósferas?

    El anonimato contínuo de Atlantis es una suerte que nadie quiere tentar. Se mudarán pronto sin dejar la dirección. Mientras tanto, viven semana a semana asomando ojos y oídos sobre la superficie del agua, encerrados en el éter y exprimiendo toda señal que pueden.

    Eso fue suficiente, una vez. Ahora βehemoth ha provocado tanto destrozo que incluso el espectro electromagnético serpentea hasta el olvido.

    Pero tampoco es que algo vaya a atacarnos en espacio de cinco minutos, se dice a sí misma. Y al instante siguiente percibe que algo lo hace.

    Pequeños indicadores como picos rojos en el borde visual: una sobrecarga en el canal de Lubin. Ella identifica su frecuencia, preparada para unirse a él en la batalla pero, antes de que pueda actuar, el intruso irrumpe en su propia línea. Sus ojos se llenan de estática y sus oídos de veneno.

    —No te atrevas a interrumpirme, ¡miserable mamona! Destrozaré cada canal que intentes abrir. Hundiré tu configuración predicante entera, abominable gusano!

    —Ya estamos otra vez. - La voz de Lubin parece llegar desde una gran distancia, de algún mundo paralelo donde las largas olas golpean inofensivamente carne y máquinaria.

    Pero Clarke está bajo asalto en este mundo, un vórtice de estática y movimiento de remolino y, oh Dios, no por favor, los comienzos de una cara, algún simulacro horroroso distorsionado lo justo para ser casi irreconocible.

    Clarke borra media docena de buffers. Los gigabytes se evaporan con su toque.

    En sus ojofonos, el monstruo grita.

    —Bien. - Remarca la vocecilla de Lubin desde la dimensión de al lado. —Ahora, si pudiéramos salvar...

    —¡No puedes salvar nada! - Grita la aparición. —¡Ni una jodida cosa! Miserable capullo, ¿ni siquiera sabes quién soy?

    Sí, Clarke no lo dice.

    —Soy Lenie Clar...

    El visor queda a oscuras.

    Por un momento ella piensa que aún sigue girando en el vórtice. Esta vez sólo son las olas. Se quita el casco. Un cielo del que asoma una Luna gira plácidamente sobre su cabeza.

    Lubin está apagando el receptor: —Ya está, - le dice. —Hemos perdido el ochenta por ciento de la jábega.

    —Quizá podamos probar otra vez. - Ella sabe que no.

    El tiempo de superficie sigue un protocolo inquebrantable. La paranoia es sólo sentido común hoy en día. Y lo que se ha descargado en el receptor aún está ahí fuera en algún lugar navegando las ondas. Lo último que quieren es abrir esa puerta de nuevo.

    Ella estira el brazo para recoger el grupo de antenas. Su mano tiembla a la luz de la Luna.

    Lubin finge que no lo nota: —Curioso, no se parecía a tí.

    Después de todos estos años, aún no la conoce en absoluto.

    No deberían existir esos demonios que le han quitado el nombre.

    Los depredadores que exterminan a sus presas no duran mucho. Los parásitos que matan a sus anfitriones se extinguen. No importa si la vida salvaje se construye con carne o electrones, le han dicho a Clarke, las reglas del juego aún se aplican. Se han encontrado tales monstruos en los últimos meses, todos ellos demasisado virulentos para la teoría evolutiva..

    Quizá sólo siguen mis pasos, reflexiona ella.Quizá continúan por puro odio.

    Dejan la Luna atrás. Lubin se sumerge primero, apuntando su calamar directamente hacia el corazón de la oscuridad. Clarke se demora un poco, contenta de nadar bajo una Luna que riela y serpentea y se disipa encima suya. Tras un rato, la luz pierde su coherencia, mancha la zona eufótica con un desorden difuso, y no ilumina el cielo pero lo parece. Clarke empuja el acelerador y regresa a las profundidades.

    Para cuando alcanza a Lubin, la luz ambiente ha caído entera. Ella pone rumbo a un indicador verde brillante que se resuelve en el tablero del calamar de su compañero. Siguen su descenso en silencioso tándem. La presión se masificia encima de ellos. Eventualmente, pasan el punto de control del perímetro, un delimitador arbitrario del territorio amigo. Clarke activa su LFAM para comunicar.

    Nadie responde.

    No es que no haya nadie en la línea. Los canales están interferidos con voces, algunas vocificadas, algunas aéreas, superponiéndose e interrumpiendo.

    Algo ha pasado. Un accidente. Atlantis demanda detalles.

    Voces mecánicas de Rifter piden médicos en la esclusa oriental.

    Lubin sondea el abismo, consigue una lectura. Enciende la luz de su vehículo y navega hacia puerto. Clarke le sigue.

    Una tenue constelación atraviesa la oscuridad más adelante, apenas visible, desapareciendo. Clarke acelera para seguir el ritmo. Ella y Lubin se acercan desde arriba y por detrás.

    Dos calamares en persecución, esclavos a un tercero en cabeza, corren juntos sobre el lecho marino. Uno de los esclavos se mueve sin piloto. El otro arrastra un par de cuerpos entrelazados. Clarke reconoce a Hannuk Yeager, su brazo izquierdo se estira casi hasta la dislocación mientras se agarra a la barra de remolque con una mano. Su otro brazo cuelga junto al pecho de una muñeca de trapo negra.

    Lubin cruza por estribor. La estela fluye en rojo a la luz del calamar.

    Erickson, percibe Clarke. Fuera del lecho marino, una docena de familiares indicaciones de postura y movimiento distinguen una persona de otra. Los Rifters sólo se parecen cuando están muertos. No es una buena señal que ella haya tenido que ver la etiqueta en el hombro de Erickson para una ID.

    Algo ha rasgado su inmersopiel desde la entrepierna hasta las axilas. Algo le ha rasgado a él bajo ella. Tiene mal aspecto. La carne de los mamíferos se cierra con firmeza en el agua helada, los capilares periféricos se comprimen para conservar el calor. Un corte superficial no sangra a 5°C.

    Lo que haya atacado a Erickson, le ha atacado hondo.

    Grace Nolan va en el calamar en cabeza. Lubin toma posición detrás y a un lado, un rompeolas humano para reducir el rozamiento que se clava en Erickson y Yeager. Clarke sigue su estela. El vocificador de Erickson pita de dolor y estática.

    —¿Qué ha pasado? - vibra Lubin.

    —No estoy segura. - Nolan mantiene la cara al frente intentando navegar. —Estábamos comprobando un filtro auxiliar sobre el Lago. Gene paseaba por un escarpado y le encontramos así unos minutos después. Quizá se confió y cayó o algo le atacó.

    Clarke gira su cabeza a un lado para ver mejor. Los músculos de su cuello se tensan. La carne expuesta de Erickson a través del roto de su inmersopiel está blanca como la barriga de un pez. Parece acuchillada, plástico sangrando. Sus ojos parecen más terroríficos que la carne bajo su piel. Balbucea. Su vocificador remienda sílabas sin sentido lo mejor que puede.

    Una voz aérea toma el canal: —Muy bien, estamos esperando en el Cuatro.

    El abismo enfrente empieza a brillar: manchas de luz gris azulada emergen de la oscuridad, sus vértices sugieren alguna estructura extensa en la confusión que hay detrás. Los calamares cruzan serpenteando un conducto de energía sobre el bastalto. Sus indicadores parpadeantes se funden en negro a cada lado. Las luces enfrente se intensifican, se expanden en halos difusos que sofocan siluetas euclídeas confusas.

    Atlantis se resuelve ante ellos.

    Un par de Rifters esperan en la Esclusa Cuatro, escoltados por un par de Cuerpos que se mueven pesadamente en la armadura de malla de presión que llevan los Drybacks cuando se aventuran al exterior. Nolan corta la energía de los calamares. Erickson se agita débilmente en el siguiente silencio mientras el convoy se acosta hasta parar.

    Los Cuerpos toman custodia, maniobran al herido hacia la compuerta abierta. Nolan les sigue.

    Uno de los Cuerpos le bloquea el paso con un antebrazo enguantado: —Sólo Erickson.

    —¿Qué dices? - vibra Nolan.

    —La Bahía Médica ya está bastante atestada como está. Si quieres que viva, danos espacio para trabajar.

    —Como que vamos a cofiaros su vida, una mierda.

    La mayoría de los Rifters ya han llenado su cupo de venganza desde hace tiempo. No Grace Nolan. Cinco años pasados y el odio aún mama de su teta como un airado infante insaciable.

    El Cuerpo niega con la cabeza: —Mira, tú haz lo...

    —No te esfuerces, - interrumpe Clarke. —Podemos observar por el monitor.

    Nolan, obligada por la contraorden, mira a Clarke. Clarke la ignora. —Continuad. - les zumba a los Cuerpos. —Llevadle dentro.

    La esclusa los engulle.

    Las Rifters intercambian miradas. Yeager hace rodar los hombros como si se acabara de liberar de una carga. La esclusa gorgotea tras él.

    —Eso no fue un escarpado colapsando. - vibra Lubin.

    Clarke lo sabe. Ha visto las heridas que resultan de un desprendimiento de roca, la simple colisión de piedras y carne. Hematomas. Huesos rotos.

    Trauma de fuerza contundente.

    Lo que fuera que hizo aquello, cortaba.

    —No sé. - dice ella. —Quizá no deberíamos saltar a las conclusiones.

    Los ojos de Lubin son puntos vacíos inertes. Su cara es una máscara sin detalles de copolímero reflejo. Aún así, Clarke capta el sentido de esa sonrisa.

    —Ten cuidado con lo que deseas. - dice él.

Capítulo 3

    

Capítulo 3 - Las Iteraciones Shiva

    Sin sentir nada, grita. Sin ser consciente, se enfurece. Su odio, su ira, la venganza que ella demanda contra todo a su alcance, pretensión de rutina al completo. Destroza y mutila con toda la autoconsciencia de una motosierra, arrancando piel y madera y fibra de carbono con igual abandono indeferente.

    Por supuesto, en el mundo que ella habita no hay madera y toda carne es digital.

    Una puerta se ha cerrado de golpe en su cara. Grita en puro reflejo ciego y rota en su memoria buscando a las otras. Hay miles, individualmente autografiadas en hexadecimal. Si tuviera la mitad de consciencia que finge tener, sabría lo que esas direcciones significan, quizá incluso deduciría su propia localización: un satélite de comunicaciones sudafricano que flota serenamente sobre el Atlántico. Pero reflejo no es inteligencia.

    El intento violento no hace a uno autoconsciente. Hay líneas integradas en su código que podrían pasar por un sentido de identidad bajo ciertas circunstancias. A veces se llama a sí misma Lenie Clarke, aunque no tiene idea por qué. Ni siquiera es consciente que lo hace.

    El pasado está, de lejos, más cuerdo que el presente. Sus ancestros vivían en un mundo mayor, la vida salvaje prosperaba y evolucionaba a lo largo de las vistas que se extendían por 1016 terabytes o más. En esos tiempos se aplicaban reglas sensibles, mutaciones hereditarias, recursos limitados, superproducción de copias. Era la clásica lucha por la existencia en un universo a cámara rápida donde cientos de generaciones pasaban en el tiempo de un suspiro. Sus ancestros, en aquellos tiempos, vivían según las reglas de su propio interés. Aquellos mejores adaptados al entorno hacían la mayoría de las copias. Los mal adaptados morían sin emitirlas.

    Pero eso fue el pasado. Ella ya no es un puro producto de la selección natural. Ha habido tortura en su linaje y procreación forzada. Es un monstruo, su misma existencia viola las reglas de la natura. Sólo las reglas de algún transcendente dios sádico puede explicar su existencia.

    Y ni siquiera ellas pueden mantenerla viva por mucho tiempo.

    Ahora bulle en órbita geosíncrona, buscando cosas que destrozar. A un lado está el asolado paisaje de donde viene, su hábitat práctico que se degrada en ajustes y espasmos, un resto ajado y empobrecido de un ecosistema, una vez vibrante. Al otro lado: murallas y barreras, alambradas de espino digitales y puestos de guardia electrónica. No puede ver más allá de ellas pero cierto instinto primordial, codificado por dios o la natura, correlaciona contramedidas protectoras ante la presencia de algo valioso.

    Por encima de todo, busca destruir aquello que es valioso.

    Se copia a sí misma por el canal, embiste contra la barrera con las garras extendidas. No se ha molestado en medir la fuerza de la defensa contra la que acomete, no tiene medios para cuantificar la futilidad de su ejercicio. La vida salvaje más inteligente se habría mantenido alejada. La vida salvaje más inteligente habría notado que lo más que se puede esperar es lacerar unas pocas fachadas antes de que las contramedidas enemigas te reduzcan a estática.

    La vida salvaje más lista no se habría lanzado contra la barricada ni la habría hecho sangrar ni, de forma imposible, la habría atravesado.

    Ella se agita y gira. De pronto, se encuentra en un lugar donde direcciones vacías se extienden por todas partes. Clava sus garras en coordenadas al azar, sintiendo el entorno.

    Aquí, una puerta de paso bloqueada. Aquí, otra.

    Escupe electrones en una espira omnidireccional que sondea y corta simultáneamente. Todas las salidas que encuentran están cerradas. Todas las heridas que inflingen son superficiales.

    Está en una jaula.

    De pronto algo surge a su lado, pegado en las direcciones adyacentes desde lo alto. Se retuerce, serpentea. Escupe una salva de electrones que sondean y cortan simultáneamente, algunos aterrizan en direcciones ocupadas y dañan. Ella retrocede y grita, esa cosa nueva grita también, un grito de batalla digital cae justo desde las bóvedas de su propio código hacia el interior de su buffer de entrada:

    ¿Ni siquiera sabes quién soy? Soy Lenie Clarke.

    Se cierran, cortando.

    Ella no sabe que cierto Dios a cámara lenta la ha raptado del reino darwiniano y la ha retorcido en la cosa que es ahora. No sabe que otros dioses, intemporales y glaciales, la están observando mientras sus oponentes se matan unos a otros en esta arena informática.

    Ella carece incluso de la consciencia que la mayoría del resto de monstruos dan por sentada, pero aquí, ahora; matando y muriendo en un millar de fragmentos desmembrados; ella sabe una cosa.

    Si hay una cosa que odia, es Lenie Clarke.

Capítulo 4

    

Capítulo 4 - Grupo de Rechazo

    El agua marina residual borbotea a través de la rejilla bajo los pies Clarke.

    Retira la inmersopiel de la cara y reflexiona sobre la inquietante sensación de inflación mientras pulmón y visceras se despliegan solos, mientras el aire entra a raudales para reclamar sus aplastados o inundados pasadizos. En todo este tiempo nunca ha llegado a acostumbrarse a ello.

    Es como ser pateada hacia afuera desde el estómago.

    Toma su primera inhalación tras doce horas y se agacha para quitarse las aletas. La compuerta de la esclusa de aire gira por completo. Aún goteando, Lenie Clarke asciende desde la sala húmeda hasta el salón principal del Hábitat Nervioso.

    Al menos, así es como empieza uno de los tres módulos redundantes dispersos por el plano de axones y dendritas que se extienden hacia cada esquina casual de este parque de remolques submarino: hasta los generadores, hasta Atlantis, hasta todas las demás partes y piezas que los mantienen funcionando. Ni siquiera la cultura Rifter puede escapar a cierta cefalización, quizá rudimentaria.

    Hoy en día ha evolucionado en algo bastante diferente. Los nervios aún funcionan, pero enterrados bajo cinco años de capas generacionales.

    Los cicladores y procesadores de comida fueron las primeras adiciones a la mezcla. Después, un puñado de catres para dormir traídos durante alguna revisión de emergencia que llevó tres veces más tiempo del esperado. Una vez desparramados por la cubierta, se probaron demasiado convenientes para quitarlos. Media docena de cascos de RV, algunos con pieles hápticas Lorenz-lev incorporadas. Un par de soñadores de contactos corroídos. Un juego de rellenos isométricos, de moda entre aquellos que desean mantener una medida de tono muscular gravitatorio. Cajas y cofres del tesoro; construídos o desplegados o soldados por obreros aficionados al metal en los talleres expropiados de Atlantis; guardan los efectos personales y posesiones secretas de quienquiera que los trajo aquí, sellados a los intrusos con contraseñas y activadores de ADN y, en un caso, una antigua y aparatosa cerradura de combinación.

    Quizá Nolan y los demás se encerraron a ver el Show de Gene Erickson desde aquí, quizá desde alguna otra parte. En cualquier caso, el espectáculo se había acabado desde hacía bastante tiempo. Erickson, a salvo y en coma, había sido abandonado por los de carne y hueso y su bienestar se había relegado a las atenciones de la maquinaria. Si alguna vez hubo una audiencia en esta sombría y desordenada madriguera, se había dispersado en busca de otras diversiones.

    Eso le venía bien a Clarke. Estaba aquí en busca de privacidad.

    Las bandas luminosas del hábitat no estaban en uso, las lecturas ambientales y las parpadeantes imágenes de seguridad proporcionaban suficiente luz para las tapas oculares. Una forma oscura se sobresaltó ante la aparición de Clarke. Luego, aparentemente, se tranquilizó, se movió más calmadamente hacia la pared del fondo y se acomodó sobre un catre.

    Bhanderi: el de los casipoderosos vocablos y título de neurotécnico importante; caído en desgracia gracias a un laboratorio clandestino y un montón de neurotropos vendidos al hijo del hombre equivocado; se había vuelto nativo dos meses atrás. Apenas ya se le veía aquí dentro. Clarke era lo bastante lista como para no ponerse a hablar con él.

    Alguien ha enviado un contenedor de hidropónicos producidos en el invernadero: manzanas, tomates, algo que parece una piña brillando sin listas y de un gris enfermizo a la reducida luz. Por antojo, Clarke se acerca al panel de la pared y aumenta los lumens. El compartimento brilla con desacostumbrada claridad.

    —Miiiiiierd… - O algo así.

    Clarke se gira, echa un vistazo a Bhanderi desapareciendo por la escotilla y entrando en la sala humedad.

    —Perdón, - grita ella suavemente pero, escaleras abajo, la esclusa de aire ya está iniciando su ciclo.

    El hábitat no es más que una supurante pila de chatarra con las luces encendidas.

    Cables improvisados y manguitos cuelgan en bucles, pegados a las costillas del fuselaje con pegotes cerúleos de silicona epoxy. Tumores oscuros de moldura crecen aquí y allá en el relleno aislante que delinea las superficies interiores. En algunas partes, el delineado se ha roto por completo. El fuselaje en bruto reluce detrás como el interior cóncavo de un aceitoso cráneo gris.

    Pero cuando se encienden las luces y Lenie Clarke ve con la visión Dryback, los productos rayan la psicodelia. Los tomates relucen como corazones de rubí, las manzanas brillan en verde como láseres de argón, incluso los apagados bulbos de las patatas de crecimiento forzado parecen saturados con marrones de terracota. Esta modesta cosechita en el fondo del mar parece en este momento ser una experiencia más rica y sensual que nada que Clarke haya conocido nunca.

    Hay una ironía apocalíptica en este pequeño bodegón. Tampoco es que tal despliegue emprobecido pudiera inducir el éxtasis en una miserable jodida de la cabeza como Clarke: ella siempre tendía a tomarse sus pequeños placeres allá donde los encontrara. No, la ironía es que, a estas alturas, la vista probablemente evocaría la misma reacción intensa en cualquier Dryback que quedara vivo en la orilla. La ironía es que ahora, con un planeta entero muriendo a pasos despiadados, la producción más sana del mundo puede que haya sido obligada a crecer en un tanque de químicos en el fondo del Atlántico.

    Ella apaga las luces. Agarra una manzana, quemada en gris de nuevo, y le da un mordisco mientras esquiva un bucle de fibra óptica. El monitor principal parpadea al encenderse tras una mesa de calamares de carga y alguien lo observa iluminado por su luz azulada mientras acomoda su espalda contra unos trastos acumulados.

    Se acabó la privacidad.

    —¿Te gusta? - pregunta Walsh indicando con la cabeza hacia la fruta en la mano de Clarke. —Las he traído para ti.

    Ella se deja caer a su lado: —Qué amable, Kev. Gracias. - Y luego, filtrando cuidadosamente la irritación en su voz: —Bueno, ¿qué estás haciendo aquí?

    —Pensé que podrías aparecer. - Hace un gesto hacia el monitor. —Ya sabes, después de que las cosas se calmaran.

    Está espiando una de las bahías médicas de Atlantis. La cámara mira hacia abajo desde la unión de la pared y el techo, una pequeña vista de Dios del compartimento. Un teleoperador dormido cuelga hacia abajo como un murciélago insectoide con los miembros plegados contra su parte central. Gene Erickson yace inconsciente bocarriba sobre la mesa de operaciones. La reluciente piel de pompa de jabón de una tienda de aislamiento le separa del resto del mundo. Julia Friedman está a su lado sujetando su mano a través de la membrana. La membrana se ciñe a los contornos de sus dedos como un susurrante guante fino, inobstruíble como cualquier condón. Friedman se ha retirado la capucha y la inmersopiel hasta los antebrazos, pero sus cicatrices se obscurecen por un enredo de cabello cobrizo.

    —Te has perdido toda la diversión, - remarca Walsh. —Klein no pudo evitar que pasara dentro.

    Una membrana de aislamiento. Erickson está en cuarentena.

    —Ya sabes, porque se olvidó del lavado GABA, - continúa Walsh.

    Media docena de neuroinhibidores de diseño coagula la sangre de cualquier Rifter que sale al exterior. Evita que el cerebro se cortocircuite bajo la presión, pero requiere tiempo para que el cuerpo se recupere después. Los Rifters mojados son notablemente resistentes a los anestésicos. Un error estúpido por parte de Klein. No es exactamente la estrella más brillante en el firmamento médico de Atlantis.

    Pero eso no es lo importante en la mente de Clarke en este momento: —¿Quién ha solicitado la tienda?

    —Seger. Apareció después y evitó que Klein la jodiera del todo.

    Jerenice Seger: la maestra cortadora de carne de los Cuerpos. Esa no mostraría interés en lesiones de rutina.

    En la pantalla, Julia Friedman se inclina hacia su amante. La piel de la tienda se tensa contra su mejilla rielando con ligera iridiscencia. Es un contraste impactante, la insoportable ternura de Friedman: la mujer, con inmersopiel negra e impenetrable, mirando con helados ojos tapados al vulnerable cuerpo desnudo del hombre. Es mentira, por supuesto, una metáfora visual que invierte los verdaderos papeles. Friedman siempre ha sido la mitad vulnerable de esa pareja.

    —Dicen que algo le mordió. - dice Walsh. —Tú estabas allí, ¿no?

    —No. Nos encontramos con ellos justo fuera de la esclusa.

    —Los Tonos de Channer, ¿eh?

    Ella se encoge de hombros.

    Friedman está hablando. Al menos, su boca se está moviendo, ningún sonido acompaña a la imagen. Clarke extiende un brazo hacia el panel, pero Walsh posa una mano familiar sobre su brazo.

    —Lo he intentado. Está silenciado desde la otra parte. - Se burla. —¿Sabes?, quizá deberíamos recordarles quién manda aquí. Hace un par de años, si los Cuerpos intentaran cerrarnos un canal les dejaríamos sin luces como poco. Quizá incluso inundaríamos uno de sus preciosos dormitorios.

    Hay algo en la postura de Friedman. La gente habla a los comatosos como si hablaran a las lápidas, más para sí mismas que para el difunto, sin esperanza de respuesta alguna. Pero hay algo diferente en la cara de Friedman, en el modo en que se contiene.

    Casi una sensación de impaciencia.

    —Es una infracción, - dice Walsh.

    Clarke sacude la cabeza. —¿Qué?

    —No digas que no lo has notado. La mitad de las cámaras de seguridad ya no funcionan. Mientras actuemos como si no importara, seguirán haciendo lo que quieran. - Walsh señala al monitor. —Hasta donde sabemos, ese micro lleva desconectado desde hace meses y nadie se ha dado cuenta hasta ahora.

    ¿Qué lleva en la mano? se pregunta Clarke. La mano de Friedman, la que no está agarrada a la de su compañero, está justo debajo de la mesa fuera de la línea visual de la cámara. Ella baja la mirada hacia ella, la levanta justo un poco a la vista…

    Y Gene Erickson, profundamente hundido en su coma inducido para bien de su propia convalescencia, abre los ojos.

    Cielo Santo, percibe Clarke. Ha ajustado los inhibidores.

    Clarke se pone de pie. —Tengo que irme.

    —Hey, nada de eso. - Levanta el brazo y la agarra de la mano. —No vas a hacer que me coma todos esos productos yo solo, ¿verdad? - Él sonríe, pero sólo hay el mínimo tono de súplica en su voz. —Me refiero a que ha pasado tiempo…

    Lenie Clarke ha pasado por mucho en los últimos años. Ha aprendido por fin, por ejemplo, a no involucrarse con la clase de gente que la aterroriza y la apalea.

    Es una pena que aún no haya aprendido a emocionarse por la otra clase de gente.

    —Lo sé, Kev. Aunque, en serio, ahora mismo...

    El panel berrea delante de ellos: —Lenie Clarke. Si Lenie Clarke está en alguna parte en el circuito, por favor, responda.

    La voz de Rowan. Clarke se acerca al panel. Las manos de Walsh caen.

    —Estoy aquí.

    —Lenie, ¿crees que podrías pasarte por aquí dentro de poco? Es bastante importante.

    —Claro. - Ella cierra la conexión, finge una sonrisa de disculpa a su amante. —Lo siento.

    —Bueno, se lo has mostrado, no pasa nada, - dice Walsh en voz baja.

    —¿Mostrado?

    —Quién manda.

    Ella se encoge de hombros. Se dan la espalda mutuamente.

    Entra en Atlantis a través de una esclusita de servicio que ni siquiera tiene número, a cincuenta metros bajo el casco de la Esclusa de Aire Cuatro. El corredor en el que emerge es estrecho y está vacío. Camina hacia áreas más pobladas con las aletas colgando a la espalda y dejando un rastro de pisadas mojadas que conmemoran su camino. Los Cuerpos se apartan a su paso, ella apenas nota las tensas mandíbulas y las miradas pétreas, ni siquiera las sonrisitas de comemierda de uno de los miembros más sumisos de la tribu conquistada.

    Sabe dónde está Rowan. Por eso no se dirige hacia allí.

    Por supuesto, Seger llega allí primero. Una alarma debe de haberse disparado en el momento en que cambiaron las configuraciones de Erickson. Para cuando Clarke llega a la bahía médica, la Jefe de Medicina de Atlantis ya está reprediendo a Friedman fuera en el pasillo.

    —Tu marido no es un juguete, Julia. Podías haberle matado. ¿Es eso lo que querías?

    Remolinos de carne cicatrizada se envuelven alrededor de la garganta de Friedman, sobresalen por la muñeca donde ella se sella la inmersopiel.

    Inclina la cabeza: —Sólo quería hablar con él…

    —Bueno, pues espero que tuvieras algo importante que decir. Si tenemos suerte, sólo has retrasado su recuperación algunos días. Si no... - Seger mueve un brazo hacia la compuerta de la bahía médica. Erickson, de nuevo inconsciente y a salvo, queda parcialmente visible a través de la abertura. —Tampoco es que le estuvieras dando un antiácido por llorar en voz alta. Estabas cambiando su química cerebral.

    —Lo siento. - Friedman no buscó los ojos de la doctora. —No pretendía hacer...

    —No puedo creer que seas tan estúpida. - Seger se gira y mira a Clarke. —¿Puedo ayudarte?

    —Sí. Dale un respiro. Casi matan a su compañero hoy.

    —Ciertamente lo han matado. Dos veces. - Friedman se asusta visiblemente ante las palabras de Seger. La doctora se suaviza un poco. —Lo siento, pero es cierto.

    Clarke suspira. —Jerry, fue tu gente la que construyó los paneles en nuestras cabezas en primer lugar. No puedes quejarte cuando alguien descubre cómo abrirlos.

    —Esto... - Seger le muestra el remoto confiscado de Friedman—... es para uso del personal médico cualificado. En manos de otro, da igual lo bien intencionado que sea, podría matar.

    Ella está exagerando, por supuesto. Los implantes de los Rifter vienen equipados con seguros que mantienen sus configuraciones dentro de las especificaciones de fábrica. No se pueden modificar sin abrirse uno mismo y ajustarse la fontanería. Aún así, hay bastante margen libre. Durante los tiempos de la revolución, los Cuerpos consiguieron emular un dispositivo similar para dejar fritos a un par de Rifters en una esclusa de aire de inmersión.

    Por eso ya no se permiten tales chismes: —Necesitamos que nos devuelvas eso, - dice Clarke en voz baja.

    Seger niega con la cabeza. —Venga ya, Lenie. Tu gente puede hacerse más daño con esto que el daño que os hayamos hecho nunca.

    Clarke extiende la mano: —Entonces tendremos que aprender de nuestros errores, ¿no es cierto?

    —Vosotros aprendéis demasiado despacio.

    Mira quien habla. Después de cinco años, Jerenice Seger aún no puede admitir la existencia de la brida y el bozal entre sus dientes. Ir de Arriba a Abajo es una dura transición para cualquier Cuerpo. Los doctores son los peores del lote. Es casi triste la devoción con la que Seger alimenta su complejo de Dios.

    —Jerry, por última vez. Dámelo.

    Una mano tentativa roza el brazo de Clarke. Friedman niega con la cabeza, aún mirando la cubierta: —Da igual, Lenie. No me importa, ya no lo necesito.

    —Julia, tu...

    —Por favor, Lenie. Sólo quiero salir de aquí.

    Ella empieza a alejarse pasillo abajo. Clarke la observa, luego mira a la doctora.

    —Es un dispositivo médico. - dice Seger.

    —Es un arma.

    —Fue. Una vez. Y si te acuerdas, no funcionó muy bien. - Seger niega con la cabeza tristemente. —La guerra ha terminado, Lenie. Han pasado años. No la empezaré otra vez si no lo haces tú. Y mientras tanto... - Ella mira hacia el pasillo. —...creo que a tu amiga le vendría bien un poco de apoyo.

    Clarke mira de nuevo el corredor. Friedman ha desaparecidp.

    —Ya. Quizá, - dice ella sin comprometerse.

    Espero que reciba alguno.

    En la Estación Beebe, el cubículo de Comunicaciones era un armario infestado de tuberías apenas con espacio para dos personas. El centro nervioso de Atlantis es palaciego, una gruta en eterno ocaso engarzada de lecturas y luminosas topografías enredadas.

    Mapas tácticos rotan milagrosamente en mitad del aire o brillan desde pantallas pintadas en los compartimentos. El milagro no es la cantidad de tecnología que presenta estas extravagancias: el milagro es que Atlantis contiene tanto obsceno exceso de espacio vacío que puede ser desperdiciado en nada más que luz móvil. Una sencilla cabina hubiera servido igual. Algunos sofás con alfombrillas táctiles y contactos tácticos podían haber contenido inteligencia infinita, integrada en una cáscara de nuez. Pero no. Un océano entero sobre sus cabezas y estos Cuerpos despliegan volumen como si el nivel del mar estuviera al doblar la esquina.

    Incluso en el exilio no lo entienden.

    Ahora mismo, la caverna está casi vacía. Lubin y algunos técnicos de agrupan en un panel cercano despejando las últimas descargas de datos. El lugar estará lleno para cuando hayan terminado. Los Cuerpos gravitan alrededor de las nolticias del mundo como las moscas a la mierda.

    Aunque, por ahora, sólo se trata de la gente de Lubin y de Patricia Rowan al otro lado del compartimento. Información encriptada fluye por las lentes de contacto de Rowan, convierte sus ojos en puntos brillantes de mercurio. La luz de una pantalla holográfica atrapa el listado gris de su pelo, eso y los ojos le dan un aspecto de sutil holograma por propio derecho.

    Clarke se aproxima a ella. —La Esclusa Cuatro está bloqueada.

    —La están limpiando. Todo desde aquí hasta la enfermería. Órdenes de Jerry.

    —¿Para qué?

    —Lo sabes perfectamente. Viste a Erickson.

    —Oh, venga ya. El mordisco de un pececillo y Jerry piensa...

    —No está segura de nada aún. Sólo está siendo prudente. - Una pausa, luego: —Deberías habernos avisado, Lenie.

    —¿Avisado?

    —Ese Erickson podría ser un vector del βehemoth. Nos has dejado a todos expuestos. Si hubiera una sóla oportunidad...

    Pero no la hay, Clarke quiere deducir. No la hay. Se escogió este lugar porque el βehemoth nunca podría llegar hasta aquí ni en un millar de años. Vi los mapas, recorrí las corrientes con mis propios dedos. No es el βehemoth.

    No lo es.

    No puede ser.

    En su lugar, ella dice: —Es un océano grande, Pat. Montones de depredadores asquerosos con grandes dientes puntiagudos. No se hicieron todos así por causa del βehemoth.

    —Hasta aquí abajo, lo hicieron. Conoces las energéticas tanto como yo. Estuviste en Channer, Lenie. Sabías lo que buscar.

    Clarke dispara el pulgar hacia Lubin: —Ken estuvo en Channer también, ¿te acuerdas? ¿le echas la culpa por esto también?

    —Ken no extendió el maldito bicho deliberadamente por todo el continente para vengarse del mundo por su triste infancia. - Sus ojos plateados fijaron una severa mirada en Clarke. —Ken estaba de nuestro lado.

    Clarke no habla durante un rato. Finalmente, muy despacio: —¿Estás diciendo que yo deliberadamente...

    —No te estoy acusando de nada. Pero es mal asunto. Jerry está lívida por ello y no será la única. ¡Eres la Madona del Apocalipsis, por amor de Dios! Estabas dispuesta a reescribir el mundo entero para vengarte de nosotros.

    —Si os quisiera muertos, - dijo Clarke neutramente, si aún te quisiera muerta, enmendó algún editor interno, —Lo estaríais. Hace años. Todo lo que tenía que hacer era echarme a un lado.

    —Por supuesto eso es...

    Clarke la interrumpe: —Os protegí. Cuando los demás discutían sobre si abrir agujeros en el casco o simplemente cortaros la energía y dejar que os asfixiárais... Yo fui la única que los retuvo. Estás viva gracias a mí.

    La Cuerpo niega con la cabeza: —Lenie, eso da igual.

    —Y una mierda da igual.

    —¿Por qué? Sólo intentábamos salvar el mundo, ¿recuerdas? No fue culpa nuestra que fracasáramos, fue vuestra. Y cuando fallamos, nos instalamos para salvar a nuestras familia y ni siquiera nos ibas a dar eso. Nos cazaste incluso hasta el fondo del océano. ¿Quién sabe por qué te echaste atrás en el último minuto?

    —Lo sabes. - dice Clarke en voz baja.

    Rowan asiente. —Lo sé. Pero la mayoría de la gente aquí abajo no espera que seas razonable. Quizá hayas estado jugando con nosostros todos estos años. No hay modo de saber cuando apretarás el gatillo.

    Clarke niega con la cabeza: —¿Qué es eso, el Evangelio según el Club Ejecutivo?

    —Llámalo como quieras. Es algo con lo que tienes que vivir. Es algo con lo que tengo que vivir.

    —Nosostros, los chiflados de los peces, tenemos algunas historias propias, ¿sabes? - dice Clarke. —Cómo vosostros, los Cuerpos, programasteis gente como maquinaria para que pudiérais llegar a lo alto. Cómo nos enviasteis a los peores agujeros de mierda del mundo para haceros el trabajo sucio y cuando nos cruzamos con el βehemoth, lo primero que hicisteis fue intentar matarnos para salvar vuestros pellejos..

    De pronto, los ventiladores parecieron funcionar sonoramente. Clarke se giró. Lubin y los Cuerpos la miraron desde el fondo de la cueva.

    Ella apartó la mirada, confundida.

    Rowan sonrió. —¿Ves con cuánta facilidad regresa todo? - Sus ojos relucían, objetivo fijado. Clarke le devolvió la mirada sin decir nada. Tras un rato, Rowan se relajó un poco. —Somos tribus rivales, Lenie. Somos el grupo de rechazo del otro... pero ¿sabes lo que resulta increíble? En el último par de años, hemos empezado a olvidarnos de todo eso. Vive y deja vivir, la mayor parte del tiempo. Cooperamos y nadie piensa siquiera que valga la pena comentarlo. - Ella mira significativamente por la sala, hacia Lubin y los técnicos. —Yo creo que es algo bueno, ¿tú no?

    —Pues, ¿por qué debería cambiar ahora? - pregunta Clarke.

    —Porque el βehemoth puede habernos atrapado al fin y la gente dirá que tú le dejaste entrar.

    —Eso es mentira.

    —Estoy de acuerdo, por todo lo que vale la pena.

    —Y aún si fuera cierto, ¿a quién le importa? Todos son parte sirena aquí abajo, hasta los Cuerpos. Todos retroajustados con los mismos genes de peces abisales que codifican las mismas proteínas rígidas a las que el βehemoth no puede hincarles el diente.

    —Hay cierta preocupación de que los retroajustes no sean efectivos. - admitió Rowan en voz baja.

    —¿Por qué? ¡Fue vuestra gente la que diseñó los jodidos bichos!

    Rowan alza una ceja:—Fueron los mismos expertos que nos aseguraron que el βehemoth nunca conseguiría llegar a las profundidades del Atlántico.

    —Pero yo estuve podrida con el βehemoth. Si los retroajustes no funcionaran...

    —Lenie, estas personas nunca habían quedado expuestas. Sólo aceptaron la palabra de algunos expertos de que eran inmunes y, por si no lo has notado, nuestros expertos han probado ser alarmantemente falibles últimamente. Si tuvieramos en realidad tanta confianza en nuestras contramedidas, ¿por qué nos habríamos escondido aquí abajo? ¿Por qué no habríamos regresado a la orilla con nuestros accionistas, con nuestra gente tratando de aguantar la marea?

    Clarke lo ve por fin.

    —Porque os habrían hecho pedazos. - susurra ella.

    Rowan niega con la cabeza. —Es porque los científicos ya se han equivocado antes y no podemos fiarnos de sus afirmaciones. Es porque no estamos dispuestos a correr riesgos con la salud de nuestras familias. Es porque aún podemos ser vulnerables al βehemoth y si nos hubiéramos quedado al margen, podría habernos matado junto a todos los demás y no habríamos hecho nada útil en absoluto. No es porque nuestra propia gente se volviera contra nosotros. Nunca creeremos tal cosa.Sus ojos no oscilan.—Somos como cualquier otro, ¿lo ves? Todos estamos haciendo lo mejor que podemos y las cosas sólo... se salieron de control. Es importante creer eso. Y todos lo creemos.

    —No todos, - afirmó Clarke en voz baja.

    —Aún así.

    —Que les den. ¿Por qué debería yo respaldar sus autoengaños?

    —Porque cuando se obliga a la gente a que engulla la verdad, te muerden.

    Clarke sonríe vagamente. —Dejemos que lo intenten. Creo que te olvidas de quién está al mando aquí, Pat.

    —No me preocupas tú. Me preocupo de nosotros. Tu gente tiende a sobrerreaccionar. - Como Clarke no lo niega, Rowan continúa: —Ha llevado cinco años edificar una especie de armisticio aquí abajo. El βehemoth podría aparecer en un millar de sitios de la noche a la mañana.

    —¿Y qué es lo que sugieres?

    —Creo que los Rifters deberían permanecer fuera de Atlantis a partir de ahora. Podemos venderlo como una cuarentena. El βehemoth puede o no estar ahí fuera pero, al menos, podemos evitar que entre aquí.

    Clarke niega con la cabeza. —A mi tribu no le importa una mierda nada de eso.

    —Tú y Ken sois los únicos que entráis aquí de todos modos. - indica Rowan.—Y el resto… no harán nada contra aquello que lleve tu sello de aprobación.

    —Pensaré en ello. - suspira Clarke. —Sin promesas. - Se gira para marcharse pero la encara de nuevo. —¿Alyx está levantada?

    —No hasta dentro de un par de horas. Aunque sé que ella quería verte.

    —Oh. - Clarke suprime una mueca de decepción.

    —Le pediré disculpas de tu parte. - dice Rowan.

    —Sí. Hazlo.

    No vamos cortos de ellas.

Capítulo 5

    

Capítulo 5 - Confusión

    La hija de Rowan se sienta sobre el borde de su cama brillando con la soleada radiación de las bandas luminosas en el techo. Está descalza, vestida con panties y una holgada camiseta en la que peces animados nadan en círculos interminables alrededor de su diafragma. Respira una mezcla reciclada de nitrógeno, oxígeno y gases traza, distinguibles del aire real sólo por su extrema pureza.

    La Rifter flota en la oscuridad, sus contornos perfilados por la débil luz que se filtra a través de la ventana. Lleva una segunda piel que casi se califica como una forma de vida por propio derecho, un milagro de regulación térmica y osmótica, negra como una balsa de petróleo. Ella no respira.

    Una pared separa a las dos mujeres, divide el océano del aire, separa adulta de adolescente. Hablan mediante un aparato fijado al interior de la ventana en forma de lágrima, una caracola del tamaño de un puño que convierte el perspex de fulereno en un transceptor acústico.

    —Dijiste que te pasarías a verme. - dice Alyx Rowan. El paso por el fuselaje empequeñece un poco su voz. —Conseguí llegar hasta el quinto nivel, me quedé como ¡Mierda, mira todos los puntos de bonus! Quería enseñártelo. Choricé un casco extra y todo.

    —Lo siento. - vibra Clarke en respuesta. —Estuve dentro antes pero estabas dormida.

    —Pues entra ahora.

    —No puedo. Sólo tengo un minuto o dos. Ha surgido algo.

    —¿Como qué?

    —Alguien se ha lastimado, algo le mordió o algo así y ahora los cortacarne van a llegar hasta el final por si hay una posible infección.

    —¿Qué infección? - pregunta Alyx.

    —Probablemente no sea nada. Pero están hablando de una cuarentena para estar seguros. Hasta donde sé, no me dejarían entrar de todos modos.

    —Eso les permitiría jugar a que están al mando o algo así, supongo. - Alyx sonríe. La vista parabólica de la ventana dobla su cara en una distorsión graciosa. —Ellos, de verdad que odian no estar al mando, ¿sabes? - dice Alyx. Y luego con satisfacción referida obviamente a los adultos: —Ya es hora de que aprendan lo que se siente.

    —Lo siento. - dice Clarke de pronto.

    —Lo superarán.

    —No es eso lo que yo... - La Rifter niega con la cabeza. —Es sólo que... tienes catorce, por amor de Dios. No deberías estar abajo... quiero decir, deberías estar saliendo con algún selector R...

    Alyx se burla: —¿Chicos? No lo creo.

    —Pues chicas entonces. De todos modos, deberías estar fuera acostándote, no encerrada aquí abajo.

    —Este es el mejor lugar en que podría estar. - dice Alyx simplemente.

    Ella mira desde trescientas atmósferas a una adolescente atrapada para el resto de su vida en una jaula en el fondo de un frígido océano negro. Lenie Clarke daría cualquier cosa por ser capaz de no estar de acuerdo con ella.

    —Mamá no habla de ello. - dice Alyx tras un rato.

    Aún así, Clarke no dice nada.

    —¿Qué pasó entre vosotras dos cuando yo sólo era una niña?. Algunos de los otros sueltan el pico cuando ella no está presente y oigo algunas cosas. Pero Mamá nunca dice nada.

    Mamá es más amable de lo que debería ser.

    —¿Erais enemigas, verdad?

    Clarke niega con la cabeza... un gesto invisible sin sentido, aquí en la oscuridad: —Alyx, ni siquiera sabíamos que la otra existía, no hasta el mismo final. Tu mamá sólo trataba de parar...

    ... ¿qué ocurrió, por cierto?...

    ... ¿qué intentaba yo empezar?…

    Hay mucho más que palabras. Ella quiere suspirar. Quiere gritar. Toda la negación de aquí fuera, su pulmón y visceras se aplastan, todas las otras cavidades se inundan y son incompresibles. No hay nada que pueda hacer sino hablar en esta transformación monótona de voz, esta voz de insecto zumbador.

    —Es complicado, - dice su vocificador, plano y desapasionado. —Era algo mucho más que sólo enemigas, ¿sabes? Había otras cosas relacionadas, había toda una vida salvaje en la red, ocupada en sus propios asuntos...

    —Ellos la dejaron salir. - insiste Alyx. —Ellos lo empezaron. No tú.

    Se refiere, por supuesto, a los adultos. A los perpetradores y traidores y a los que lo joden todo para la siguiente generación. Y le parece a Clarke que Alyx no la incluye en esa despreciable conspiración de ancianos... que Lenie Clarke, la Madona del Apocalipsis, ha adquirido el status de inocente honorífica en la mente de esta niña.

    Se siente enferma al pensar en tanta absolución inmerecida. Parece obsceno. Pero no tiene coraje para corregir a su amiga.

    Todo lo que consigue es una pálida renuncia: —Ellos no querían hacerlo, chica. - Sigue con una triste risita que suena como frotar dos hojas de papel de lija. —Nadie... nadie hizo nada por sí solo en aquel tiempo. Había hilos hasta arriba.

    El océano gruñe a su alrededor.

    El sonido resuena en alguna parte entre la llamada de una ballena jorobada y el grito de muerte del mastodóntico casco, comprimido bajo presión. Llena el océano, una parte se filtra a través del aparato de Alyx.

    Ella tuerce la cara de disgusto: —Odio ese sonido.

    Clarke se encoge de hombros, patéticamente agradecida por la interrupción: —Hey, vosotros los Cuerpos tenéis vuestras conferencias, nosotros las nuestras.

    —No es eso. Son esos tonos haploides. Te lo aseguro, Lenie, ese tipo da miedo. No puedes fiarte de alguien que hace sonidos así.

    —Tu mamá se fía de él. Y yo también. Tengo que irme.

    —Él mata gente, Lenie. Y no hablo sólo de mi Papá. Ha matado a un montón de gente. - Una burla en voz baja. —Otra de las cosas de las que Mamá nunca habla.

    Clarke se apoya en el perspex, posa una mano contra la luz como despedida.

    —Es un aficionado. - dice ella y se aleja aleteando hacia la oscuridad.

    La voz grita de una boca irregular en el lecho marino, una antigua chimenea de basalto llena de maquinaria. En su juventud escupía gotas de agua escaldada y minerales, ahora sólo vomita ocasionalmente. Suaves exhalaciones agitan los mecanismos de su garganta, cuchillas giratorias y tubos aflautados, pedazos de roca y metal puestos juntos. Su voz es impositiva pero informal. Después de que Lubin construyera esos chismes, tuvo que inventar un modo de ponerlos en marcha manualmente. Así que saqueó el reservorio de una desalinadora decomisionada, añadió una bomba térmica de alguna pieza de Atlantis que nunca sobrevivió a la Revuelta de los Cuerpos. Abrió una válvula y agua marina caliente fluyó a través de un agujero de traqueotomía que estalló en la garganta de la fumarola: la maquinaria de Lubin grita en voz alta, torturada por la corriente ardiendo.

    Los reclamos salen triturados, oxidados y sin harmonía. Bañan a los Rifters que nadan y conversan y duermen en un océano negro como la muerte térmica. Resuena a través de los hábitats improvisados dispersos por la pendiente, burbujas tétricas de metal y atmósfera tan lúgubre que hasta las tapas oculares sólo ven en negro y gris. Golpea contra el reluciente bioacero brillante de Atlantis y novecientos prisioneros hablan un poco más alto o suben el volumen o canturrean nerviosamente para sí mismos en negación.

    Algunos de los Rifters, aquellos despiertos, al alcance y aún humanos, se congregan en los repiques de campana. La escena es casi Shakespeariana: un círculo de brujas levitantes al calor de la medianoche, ojos ardiendo con fría fosforescencia, cuerpos apenas distinguibles de las sombras. No están tan iluminados como se infiere por los vagos fulgores azulados de la maquinaria del lecho marino.

    Todos ellos se doblan pero no se rompen. Todos ellos en medio equilibrio en la zona gris entre la adaptación y la disfunción, los umbrales de estrés empujan tan fuerte por los años de abuso que el peligro crónico es un mero ambiente para ellos, irrelevante de comentar. Fueron escogidos para funcionar en tales entornos. Sus creadores nunca esperaron que prosperaran aquí. Pero aquí están, aquí están sus placas de oficina: Jelaine Chen con sus dedos rosas sin uñas, como salamandra que regresa al paso de sus amputaciones de la infancia. Dimitri Alexander, sacerdote señuelo comunal en aquellos últimos días infames antes de que el Papa volara al exílio. Kevin Walsh, quien se asusta inexplicablemente al ver zapatillas de deporte. Toda suerte de eclépticos asustadizos que no pueden tolerar el contacto físico; yonkis de la inmolación; auto-mutiladores y traga-cristales. Todas las heridas y deformidades disfrazadas y a salvo por las inmersopieles, toda patología oculta tras una uniformidad de sombríos cifrados.

    Ellos, también, deben sus voces a la imperfecta maquinaria.

    Clarke llama al orden en la reunión con una pregunta: —¿Está Julia aquí?

    —Está cuidando a Gene, - vibra Nolan sobre su cabeza. —Yo la remplazaré.

    —¿Cómo le va a Gene?

    —Estable. Todavía inconsciente. Lo ha estado demasiado tiempo, si me preguntas.

    —Que te arrastren veinte kilómetros con las tripas colgando... es todo un milagro que siga con vida. - comenta Yeager.

    —Ya... - dice Nolan, —... o quizá Seger le mantiene en coma deliberadamente. Julia dice...

    Clarke interrumpe: —¿No tenemos un enlace en la telemetría en esa línea?

    —Ya no.

    —¿Qué está haciendo Gene todavía en cuerpolandia, a todo esto? - se pregunta Chen. —Él odia estar allí dentro. Tenemos nuestro Hab Médico.

    —Está en cuarentena. - dice Nolan. —Seger está pensando en el βehemoth.

    Las sombras se mueven ante esta noticia. Obviamente, no toda la asamblea ha sido puesta al corriente de los últimos acontecimientos..

    —Mierda. - Charley Garcia se difumina a media vista. —¿Cómo es eso posible? Yo creí...

    —Aún no hay nada cierto. - vibra Clarke.

    —¿Cierto? - Una silueta se desliza por el círculo, eclipsando brevemente las ascuas de zafiro sobre el lecho marino. Clarke reconoce a Dale Creasy. Esta es la primera vez que le ha visto desde hace días. Empezaba a creer que se había vuelto un nativo.

    —Joder, hasta hay una oportunidad, - continua él. —Quiero decir, el βehemoth...

    Ella decide meter el dedo en la llaga: —¿Y qué si es el βehemoth? - Un banco de ojos pálidos giran en su dirección. —Somos inmunes, ¿recordáis? ¿Hay alguien aquí abajo que no haya recibido los tratamientos?

    Los silbatos de Lubin gruñen discretamente. Nadie más habla.

    —¿Por qué debería importarnos? - pregunta Clarke.

    Se supone que es retórica. Garcia responde de todas formas:—Porque los tratamientos sólo evitan que el βehemoth convierta nuestras visceras en musgo. No evitan que convierta pececillos inofensivos en asquerosos cabrones gigantes que despezadan todo lo que se mueve.

    —Gene fue atacado a veinte kilómetros de distancia.

    —Lenie, nos movemos allí. Va a estar justo en nuestro patio trasero., replica García.

    —Olvídate de allí. ¿Quién puede decir que no ha llegado hasta aquí ya? - se pregunta Alexander.

    —Nadie a sido atacado por aquí. - dice Creasy.

    —Hemos perdido algunos nativos., dice Alexander.

    Creasy mueve un brazo apenas visible despachando el asunto: —Nativos. Eso no significa una mierda.

    —Quizá deberíamos dejar de dormir fuera, por un tiempo, al menos…

    —Una mierda. No puedo dormir en un apestoso Hab.

    —De acuerdo. Pues que te devoren.

    —¿Lenie? - Chen de nuevo. —Ya te has liado con monstruos marinos antes.

    —Nunca he llegado a ver lo que pilló a Gene. - dice Clarke, —Pero los peces en Channer, eran... endebles. Grandes y malignos, pero a veces se les rompían los dientes cuando te mordían. Les faltaba algún tipo de nutriente, creo. Los podías despedazar con tus propias manos.

    —Esta cosa casi hace pedazos a Gene., - dice una voz que Clarke no puede situar.

    —He dicho que a veces. - enfatiza ella. —Pero sí... podían ser peligrosos.

    —Peligrosos, joder. - Creasy gruñe en metal. —¿Podían haber hecho tal número con Gene?

    —Sí, - dice Ken Lubin.

    Él toma la pista central. Un cono de luz enciende desde su frente hasta su antebrazo. Extiende su mano como un mendigo, sus dedos se curvan alrededor de algo que yace sobre su palma.

    —Mierda, - vibra Creasy, rendida de pronto.

    —¿De dónde ha salido eso? - pregunta Chen.

    —Seger se lo sacó a Erickson antes de cerrarle las heridas, - dice Lubin.

    —A mí no me parece especialmente endeble.

    —Lo es, bastante. - remarca Lubin. —Esta es la parte que se rompió, de hecho. Entre las costillas.

    —¿Qué, dices que eso es sólo la punta? - dice Garcia.

    —Parece como un jodido estilete. - zumba Nolan en voz baja.

    La máscara de Chen oscila entre Clarke y Lubin. —Cuando estuvisteis en Channer, ¿dormíais fuera con esos cabrones?

    —A veces, - Clarke se encoge de hombros. —Asumiendo que esto sea lo mismo, cosa que yo...

    —¿Y no intentaron comeros?

    —Se guiaban por la luz. Mientras mantenías las lámparas apagadas te dejaban prácticamente en paz.

    —Bueno, mierda. - dice Creasy. —No hay problema, entonces.

    La lámpara del casco de Lubin barre la asamblea de Rifters y se detiene sobre Chen. —¿Tú estabas en turno de telemetría cuando Erickson fue atacado?

    Chen asiente. —Aunque nunca conseguimos completar el download.

    —Así que alguien tiene que hacer otro viaje hasta allí de todos modos. Y puesto que Lenie y yo tenemos experiencia en esta clase de asuntos...

    Su haz alcanza a Clarke de lleno en la cara. El mundo colapsa hasta un pequeño sol brillante que flota en un vacío negro.

    Clarke levanta la mano contra el fulgor. —Mueve eso a otro lado, ¿quieres?

    La oscuridad regresa. El resto del mundo regresa a un lúgubre foco oscuro. Quizá debería alejarme nadando, murmura ella mientras sus tapas oculares se reajustan. Quizá nadie lo notaría. Pero eso es mentira y lo sabe. Ken Lubin acaba de localizarla en la multitud, no hay forma fácil de escapar a eso. Y además, él tiene razón.

    Ellos son los dos únicos que han recorrido este camino antes. Al menos, los dos únicos que han sobrevivido.

    Muchas gracias, Ken.

    —De acuerdo. - dice ella al final.

Capítulo 6

    

Capítulo 6 - Zombie

    Veinte kilómetros separan Atlantis de Lago Imposible. No lo bastante lejos para aquellos que aún piensan en térmimos Dryback. ¿Unos meros veinte kilómetros del centro de la diana? ¿Qué clase de margen de seguridad es ese?

    En la orilla, al dron más idiota no le engañaría tal insignificante desplazamiento: encontraría el objetivo perdido, se elevaría y partiría el mundo en una rejilla concéntrica, comprobando despiadadamente un cuadrante tras otro hasta que alguna evidencia inevitable entregara el juego. Mierda, la mayoría de la maquinaria se podía sentar en el centro de la zona de búsqueda y ver veinte kilómetros en cualquier dirección.

    Hasta en las aguas medias del océano abierto, veinte kilómetros no es una distancia segura. No existe sustrato allí sino agua misma, no hay topografía sino giros y células Langmuir, termoclinas y haloclinas que reflejan y amplifican tanto como enmascaran. La cavitación de los submarinos podía propagarse a vastas distancias, la minúscula turbulencia de su paso es detectable mucho después de que las naves mismas se hayan ido. Ni siquiera los submarinos de espionaje pueden evitar calentar el agua una cantidad infinitesimal, tanto delfines como maquinaria, siguiendo el rastro, pueden notar la diferencia.

    Pero sobre la cordillera del Atlántico Medio, veinte kilómetros podrían bien ser veinte parsecs. La luz no tiene ninguna oportunidad: el mismo sol apenas penetra unos cien metros desde la superficie. Las fuentes hidrotermales despiden su vómito corrosivo junto a las costuras rezumantes de la roca reciente.

    El suelo del mar que se expande hace refunfuñar al mismo suelo del mundo, las montañas se empujan unas contra otras en su juego milenario de patear los continentes. La topografía que avergüenza a los Himalayas sigue en cascada por una fractura mellada que separa la corteza de polo a polo. El ambiente de la Cordillera ahoga todo lo que Atlantis podría dejar escapar, junto a todo espectro que importara nombrar.

    Aún se podía encontrar un objetivo con las coordenadas adecuadas, pero se pasaría por alto una ruidosa ciudad entera si esos números se desviaban en el grosor de un cabello.

    Un desplazamiento de veinte kilómetros debería ser más que suficiente para escapar de cualquier ataque centrado en la localización actual de Atlantis.

    Lo cual no sería enteramente algo sin precedente, ahora que Clarke pensaba en ello...

    Ella y Lubin navegan suavemente por una grieta en una fumarola de lava antigua.

    Atlantis esta lejos detrás y el Lago Imposible aún a kilómetros por delante.

    Las lámparas de cascos y calamares están a oscuras. Viajan con la tenue luz de los indicadores de sus pantallas de sonar. Pequeñas rocas y pilares iconizados pasan por las pantallas mapeados de esmeralda. Una ligera sensación de presión y masa asoma desde la oscuridad a cada lado.

    —Rowan cree que las cosas se van a poner feas. - vibra Clarke.

    Lubin no comenta.

    —Se imagina, si es que esto resulta ser en realidad el βehemoth, que Atlantis se va a convertir en la Central de Disonancia Cognitiva.

    Aún nada.

    —Le recordé quién estaba al mando.

    —¿Y quién lo está, exactamente? - vibra Lubin por fin.

    —Venga ya, Ken. Podemos dejarles sin energía cuando nos apetezca.

    —Han tenido cinco años para resolver eso.

    —¿Y qué han conseguido?

    —También han tenido cinco años para descubrir que nos superan en número veinte a uno, que no tenemos apenas experiencia técnica en una amplia gama de materias relevantes y que un grupo de glorificados fontaneros con personalidades antisociales es improbable que presente mucha amenaza en términos de oposición organizada.

    —Eso ya era cierto cuando barrimos el suelo con ellos la primera vez.

    —No.

    Ella no comprende por qué está insistiendo en esto. Fue Lubin más que nadie quien puso a los Cuerpos en su lugar después de la primera... y última... revuelta.

    —Venga ya, Ken...

    El calamar de Lubin queda de pronto muy próximo, casi en contacto.

    —No eres idiota. - vibra él a su lado. —Nunca es buen momento para actuar como una.

    Dolida, ella queda en silencio. Su vocificador gruñe en la oscuridad. —En aquel entonces vieron que el mundo entero nos respaldaba, sabían que nos habían ayudado a encontrarlos. Dedujeron alguna clase de infraestructura terrestre. Como poco, sabían que podíamos tocar un silbato y convertirlos en una enorme diana pulsante para cualquiera con latitudes, longitudes y un torpedo inteligente.

    Una enorme aleta de tiburón luminosa entra en su pantalla, una masiva cuchilla de piedra que acelera en ascenso desde el lecho marino. Lubin desaparece brevemente cuando aquello pasa entre ellos.

    —Pero ahora estamos solos. - dice él, reapareciendo. —Nuestros contactos terrestres se han secado. Quizá estén muertos, quizá se han vuelto contra nosotros. Nadie lo sabe. ¿Puedes recordar la última vez que hicimos un cambio de guardia?

    Ella se acuerda sólo vagamente. Cualquiera cualificado para la inmersopiel está más comodo aquí abajo que en compañía Dryback la mayoría de las veces, pero algunos Rifters fueron cuesta arriba desde el principio.

    En los tiempos cuando podría haber habido alguna esperanza de remontar la marea.

    No desde entonces. Arriesgar la vida para contemplar el fin del mundo no es una idea para nadie que deja la orilla.

    —Hoy en día estamos tan asustados como los Cuerpos. - vibra Lubin.

    —Estamos igual de aislados y casi hay un millar de ellos. Somos menos de cincuenta y ocho según la última cuenta.

    —Somos setenta, como poco. - Corrige Lubin.

    —Los nativos no cuentan. Cincuenta y ocho de nosotros serían una ayuda en caso de pelea y sólo cuarenta podrían durar una semana en gravedad total si lo necesitaran. Y un gran número de esos tienen... problemas de autoridad que los indisponen a organizarse.

    —Te tenemos a ti. - dice Clarke. Lubin, el profesional cazador asesino, liberado hace poco tiempo de toda correa pero con su propio autocontrol. No hay ningún fontanero glorificado aquí, reflexiona ella.

    —Entonces deberías escucharme. Y estoy empezando a pensar que podemos hacer algunos preparativos.

    Navegan en silencio durante un rato.

    —Ellos no son el enemigo, Ken, - dice ella por fin.—No todos. Algunos sólo son niños, ¿sabes?, no son responsables…

    —No se trata de eso.

    Desde alguna distancia indefinible , el vago sonido de roca cayendo.

    —Ken, - vibra ella en voz baja: se pregunta si puede oirla.

    —Sí.

    —¿Lo estás deseando?

    Han pasado muchos años desde que tuvo una excusa para matar a alguien.

    Y hubo un tiempo en que Ken Lubin había hecho toda una carrera en encontrar excusas.

    Él ajusta su acelerador y se aleja.

    Los problemas amanecen como el alba, manchando la oscuridad de delante.

    —¿Hay alguien más que se supone que debiera estar aquí fuera? - pregunta Clarke.

    Las luces de inmersión in situ están ajustadas para despertar cuando hay aproximación, pero ella y Lubin no están lo bastante cerca para haberlas disparado.

    —Sólo nosotros. - vibra Lubin.

    El fulgor es tosco e inconfundible. Se expande lateralmente, un falso amanecer difuso que pende del vacío. Dos o tres huecos oscuros traicionan la presencia de topografía interpuesta.

    —Para. - dice Lubin.

    Sus calamares se asientan junto a un saliente derrumbado, sus bordes irregulares reflejan la tenue luz en la confusión.

    Él estudia los planos en su tablero. Una uña de luz reflejada traza su perfil.

    Vira su calamar a proa: —Por aquí. Mantente en el fondo.

    Bordean más cerca hacia la luz manteniéndola a estribor. El fulgor se expande, se resuelve y revela una imposibilidad: un lago en el fondo del océano. La luz brilla bajo su superficie. A Clarke le recuerda una piscina por la noche, iluminada por focos laterales sumergidos. Lentas olas extravagantes, cosas ligeras de algún planeta de baja gravedad, irrumpen en glóbulos vibrantes contra la orilla cercana. El lago se extiende más allá de los confusos límites de la vision Rifter.

    Siempre le parece como una alucinación, aunque ella sabe la prosaica verdad: sólo es un filtrado de sal, una capa de agua mineralizada tan densa que yace en el fondo del océano del mismo modo que un océano yace en el fondo del cielo. Es un punto de venta al por mayor para cualquiera que busque camuflaje. La haloclina refleja toda suerte de ecos y sondas, oculta todo lo que hay debajo como si no hubiera nada salvo profundo fango blando.

    Un breve grito de la electrónica. Por un mínimo instante, Clarke cree haber visto una gota de sangre luminosa en su tablero. Enfoca. Nada.

    —¿Has... ?

    —Sí. - Lubin está jugando con sus controles. —Por aquí.

    Vira acercándose a la orilla del Lago Imposible.

    Clarke le sigue.

    La vez siguiente es inconfundible: un indicador brillante de luz roja, brillante como el láser, parpadea dentro de la topografía irregular en la pantalla del tablero. Los calamares gimen con cada destello.

    Una alarma de hombre muerto. En alguna parte frente a ellos, el corazón de un Rifter se ha parado.

    Están navegando sobre el lago ahora, justo por la orilla. La luz verdosa giratoria sofoca a Lubin y a su montura desde abajo. Un glóbulo hipersalino se rompe a cámara lenta contra la quilla del calamar. La luz que sube a través de la interfaz se dobla de modo extraño.

    Es como mirar la luz radiada desde las profundidades de una laguna para desperdicios nucleares. Una red de indicadores brillantes como el sol reluce a lo lejos bajo esa superficie, donde los observadores han plantado sus lámparas. El sustrato sólido de abajo se oculta por la distancia y la difracción.

    La alarma de hombre muerto se ha estabilizado a una burbuja de unos cuarenta metros delante de ellos. Su icono de rubí pulsa en la pantalla como un corazón. Los calamares gritan al unísono.

    —Allí, - dice Clarke.

    El horizonte está absurdamente invertido aquí, oscuridad arriba, luz láctea debajo. Un punto oscuro se suspende en la distante interfaz en el medio. Parece estar flotando sobre la superficie de una lente.

    Clarke empuja el acelerador un poco.

    —Espera. - vibra Lubin. Ella le mira sobre el hombro. —Las ondas. - dice Lubin.

    Son más pequeñas aquí que cerca de la orilla, lo cual tiene sentido puesto que no hay sustrato emergente que empuje los picos por encima del nivel medio. Aunque se están rizando en espasmos irregulares al pasar, no en la ususal procesion de relojería, y ahora que ella los rastrea, parecen estar radiando desde…

    Mierda…

    Clarke está lo bastante cerca para ver los miembros, atenuadas figuras en forma de palo que golpean la superficie del lago en un frenesí local. Casi parece que el Rifter de delante es un mal nadador y en pánico...

    —Está vivo. - vibra ella.

    El icono de hombre muerto pulsa, contradiciéndola.

    —No. - dice Lubin.

    Sólo les separan cincuenta metros ahora, el enigma surge oscilando desde la superficie del Lago en un nimbo de carne despedazada. Demasiado tarde, Clarke localiza la forma más grande y oscura que se agita debajo. Demasiado tarde, resuelve el misterio: carne, interrumpido. El bicho que estaba comiendo se dirige directo hacia ella.

    No puede s...

    Ella se retuerce, no lo bastante rápido. La boca del monstruo abarca el calamar con espacio de sobra. Media docena de dientes como dedos se astillan contra la máquina como cerámica quebradiza. El calamar se gira en las manos de Clarke, alguna protuberancia con bordes metálicos afilados aplasta su pierna con mil kilogramos de inercia depredadora. Algo se parte debajo de la rodilla. El dolor desgarra por el muslo.

    Han pasado seis años. Había olvidado los movimientos.

    Lubin no. Puede oir que el calamar del hombre entra en rumbo a plena aceleración. Clarke se encoge en una bola, agarra el puñal de su pierna como una tardía contramedida. Escucha un golpe carnoso, una tos hidráulica.

    Al instante siguiente, una enorme masa escamosa tropieza contra ella, abatiéndola a través de la interfaz que bulle.

    Agua pesada brilla por todos lados. El mundo es un torbellino borroso.

    Ella sacude la cabeza para enfocar la vista. La acción se agita por encima de ella, girando a través de la quebrada superficie refractante del Lago Imposible. Lubin debe de haber embestido al monstruo con su calamar.

    El daño puede haberse repartido entre ambos bandos... ahora el calamar cae en espiral dentro de la lente, sin jinete ni control. Lubin se suspende en el agua enfrentando a un oponente que le dobla en tamaño, la mitad del monstruo es boca. Si hay ojos, Clarke no consigue distinguirlos a través de esta oscilante discontinuidad.

    Está cayendo lentamente, percibe ella ahora. Aletea sin pensar, su pierna grita como si algo la rasgara desde dentro. Clarke también grita, un sonido despezado por el metal. Flotadores pululan frente a sus ojos mientras el dolor crece. Sale del lago justo cuando el monstruo abre la boca y...

    ... la hostia...

    ... desconecta su mandíbula, justo en la base, la boca cae abriéndose demasiado rápido y se cierra de pronto otra vez. Lubin simplemente ha desaparecido y nada sugiere dónde ha ido excepto la memoria de un borroso movimiento entre un instante y el siguiente.

    Ella hace, quizá, la cosa más estúpida que ha hecho jamás en su vida.

    Carga.

    El leviatán se gira para encararla, más ponderoso ahora, pero aún con todo el tiempo del mundo. Clarke aletea con una pierna, arrastra la otra como un pulsante ancla inútil. La boca serrada del monstruo sonríe con una destrozada profusión de dientes, demasiado intacta todavía.

    Ella intenta pasar esquivando para aparecer bajo la tripa o, al menos, el costado, pero el bicho sólo se revuelve ahí en su sitio, girando sin esfuerzo para encararla en cada torpe aproximación.

    Y entonces, por la parte superior de la cabeza, el bicho vomita.

    Las burbujas no se elevan desde ninguna abertura creada por la selección natural. Emergen a través de la misma carne, rasgando todo a su paso, separando el blando cráneo desde dentro. Por un segundo o dos, el monstruo flota inmóvil, luego tiembla, un espasmo eléctrico que toma posesión del cuerpo entero.

    Con una pierna, Clarke llega por debajo y le clava el puñal en la tripa. Puede sentir más burbujas emergiendo dentro cuando el puñal se descarga, una erupción sísmica de carne.

    El monstruo se convulsiona, muriendo. Su mandíbula cae abierta como un ridículo portón sobre un foso. El agua bulle con la carne regurgitada.

    A unos metros de distancia, los destrozados restos de algo dentro de una inmersopiel se posan suavemente sobre la superficie del Lago Imposible con una nube grumosa de las propias entrañas del bicho.

    —¿Estás bien? - Lubin está a su lado.

    Ella sacude la cabeza, más por asombro que como respuesta: —Mi pierna…

    Ahora, tras la tormenta, le duele aún más.

    Él sondea la herida. Ella aulla, el vocificador lo convierte en un ladrido mecánico.

    —Te has roto la fíbula - informa Lubin. —Al menos, la inmersopiel no se ha roto.

    —Me cazó el calamar. - Siente un profundo frío ardiente por toda la pierna. Intenta ignorarlo, gesticula hacia el puñal en el muslo de Lubin. —¿Cuántas descargas le has bombeado a ese cabrón?

    —Tres.

    —Simplemente... desapareciste. Te tragó entero. Tienes suerte que no te mordiera por la mitad.

    —La alimentación por disparo no funciona si paras para masticar. Interrumpe la succión. - Lubin mira a su alrededor. —Espera aquí.

    Como si fuera a ir a alguna parte con esta pierna. Ya puede sentir como se pone rígida. Desea firmemente que los calamares aún funcionen.

    Lubin aletea fácilmente sobre el cadáver. Su inmersopiel esta rasgada en una docena de sitios. Los tubos y el metal le brillan intermitentemente desde el tórax expuesto. Un par de peces bruja serpentea perezosamente saliendo de los restos.

    —López, - vibra él leyendo el parche del hombro.

    Irene López era nativa desde hacía seis meses. Han pasado semanas sin que nadie la haya visto en las estaciones de alimentación.

    —Bueno. - dice Lubin. —Esto al menos responde a una de las preguntas.

    —No necesariamente.

    El monstruo, aún agitándose, se ha posado sobre la superficie del lago a pocos metros de López. Se revuelve él sólo un poco mientras se hunde. Hay que ser una especie de roca para hundirse a esa densidad. Lubin abandona el cadáver en favor de la carcasa. Clarke le sigue.

    —Esto no es lo mismo que atacó a Gene, - vibra él. —Dientes diferentes. Gigantismo en al menos dos especies diferentes de peces óseos, a dos kilómetros de una fuente hidrotermal. - Extiende un brazo dentro del hueco de las fauces, parte un diente. —Osteoporosis, probablemente otra enfermedad deficitaria también.

    —¿Podrías ahorrarte la clase hasta que endereces eso por mí? - Clarke señala donde su calamar sigue describiendo círculos erráticos en la oscuridad. —No creo que pueda nadar hasta casa con esta pierna.

    Él se acerca y lucha contra el vehículo hasta dejarlo bajo control. —Tenemos que llevarlo con nosotros. - dice él montándolo hasta donde está ella. —Todo. - indica con la cabeza hacia los restos destripados de López.

    —No es necesariamente lo que piensas. - le dice ella.

    Él se gira y se sumerge en el Lago Imposible, tras la pista de su propio calamar. Clarke observa su imagen partida aleteando con fuerza, luchando contra la flotabilidad.

    —No es el βehemoth. - vibra ella en voz baja. —Nunca sobreviviría al viaje."

    Su voz está tan calmada como sólo las criaturas mecánicas pueden estarlo aquí fuera. Sus palabras suenan razonables. Sus pensamientos no. Sus pensamientos están atrapados en un bucle, un mantra llevado por alguna infundada esperanza subconsciente que se repite interminablemente, que podría dar sustancia a los deseos:

    No puede ser no puede ser no puede ser…

    Aquí, en las pendientes sin sol de la Cordillera del Atlántico Medio, enfrentando consecuencias que la han perseguido hasta el mismo fondo del mundo, la negación parece la única opción disponible.

Capítulo 7

    

Capítulo 7 - Retrato del Sádico Como un Niño

    Aquiles Desjardins no fue siempre el hombre más poderoso de norteamérica.

    Hubo un tiempo en el que sólo había sido otro chico que crecía a la sombra del Monte St-Hilaire. Aunque siempre había sido un empirista, un experimentador de corazón, hasta donde él podía recordar.

    Su primer encuentro con un comité de investigación de ética sucedió cuando sólo tenía ocho años.

    Ese experimento particular había involucrado el aerofrenado. Sus padres, en un bienintencionado esfuerzo por interesarle en los clásicos, le habían introducido en La Venganza de María Poppins. La historia misma era bastante estúpida, pero a Aquiles le gustaba el modo en que la Caja Persinger había deslizado directamente en su cerebro la sensación inducida de mariposas durante el vuelo. María Poppins tenía un paraguas nanotecnológico y podía saltar hasta la Torre CN y flotar hasta el suelo tan suavemente como una semilla de diente de león.

    La ilusión era tan convincente que el cerebro del Aquiles de ocho años no podía ver por qué no funcionaba en la vida real.

    Su familia era rica, todas las familias de Quebec lo eran gracias al Hidro Hudson, así que Aquiles vivía en una verdadera casa, una única residencia independiente con un patio y todo. Agarró un paraguas del armario, lo dejó florecer y, sujetando fuerte con ambas manos, saltó del porche delantero. La caída sólo fue de metro y medio, pero eso fue bastante. Pudo sentir el paraguas atrapando el aire bajo él y retrasando su descenso.

    Henchido por este éxito, Aquiles pasó a la Fase Dos. Su hermana, dos años más joven, le tenía en una estima de casi super-selección natural. Fue sencillo convencerla de que escalara la enredadera hasta el techo. Llevó un poco más de esfuerzo engañarla para que avanzara hasta el mismo pico del frontón, que debía de estar a unos buenos siete metros de altura, pero cuando tu hermano mayor al que idolatras te llama cobardica de mierda, ¿que se supone que vas a hacer? Penny anduvo centímetro a centímetro por la cima y permaneció tambaleante en el borde, el domo del paraguas enmarcaba su rostro como un gran halo negro. Por un momento, Aquiles pensó que el experimento podía fallar: tuvo que recurrir a su arma definitiva y llamarla Penelope - dos veces antes de que ella saltara.

    No había nada de lo que preocuparse, por supuesto. Aquiles ya sabía como funcionaba, el paraguas le había detenido después de todo, incluso en una caída de sólo un metro o así y Penny pesaba mucho menos que él.

    Lo cual hizo todo aquello aún más sorprendente cuando la lona del paraguas se dió la vuelta de golpe, ¡whap!, justo ante sus ojos. Penny cayó como una piedra, aterrizó a sus pies de golpe y quedó arrugada en el sitio.

    En el momento de completo silencio que siguió, varias cosas cruzaron la mente del Aquiles Desjardins de ocho años. Primero fue el hecho de que la mirada de ojos grandes en la cara de Penny sólo había sido divertida en realidad justo antes del golpe. Lo segundo fue la confusión e incredulidad de que el experimento no hubiera procedido según lo esperado. En toda su vida no podía haber imaginado lo que había salido mal. Lo tercero vino del tardío descubrimiento de que Penny, pese a toda la hilaridad de su expresión facial, podría estar herida de verdad. Quizá debería intentar hacer algo sobre ello.

    Por último, pensó en el problema que iba a tener si sus padres descubrían aquello. Esa idea aplastó a las otras como bichos bajo una bota.

    Corrió hasta la forma arrugada de su hermana en la hierba.

    —Venga, Penny, estás... estás...

    No estaba. Las varas del paraguas se habían soltado de la tela y le habían cortado el lateral del cuello. Uno de los tobillos estaba torcido en un ángulo imposible y ya se había hinchado el doble de su tamaño normal. Había sangre por todas partes.

    Penny alzó la vista con los labios temblorosos, las lágrimas brillaban en sus acuosos ojos. Rompían y recorrían sus mejillas mientras Aquiles estaba de pie ante ella, asustado de muerte.

    —Penny... - susurró él.

    —N pas... asa nada, - sollozó. —No se lo diré a nadie. Lo prometo. - Y... rota y sangrando y lagrimosa, con los ojos rebosando de adoración inagotable por el Gran Hermano, intentó ponerse de pie y gritó en el instante en que movió la pierna.

    Al recordarlo como adulto, Desjardins supo que no podía haber sido el momento de su primera erección. Fue, sin embargo, la primera que se le quedó grabada. No había podido evitarlo: ella había estado tan indefensa. Rota y sangrando y lastimada. Él la había hecho daño. Ella había caminado sumisamente la tabla para él y después de caer y partirse como una rama, había alzado la vista hacia él, rebosante de adoración, preparada a lo que fuera necesario para hacerle feliz.

    Él no sabía por qué aquello le hacía sentir de ese modo, ni siquiera sabía lo que ese modo era exactamente, pero le gustó.

    Con su willy duro como un hueso, extendió un brazo hacia ella. No estaba seguro de por qué, estaba agradecido de que ella no fuera a contarlo, por supuesto, pero no pensaba que fuera por eso. Pensó, mientras sus manos tocaban el fino cabello castaño de su hermana, que quizá se trataba de ver hasta cuánto podía él librarse de esta.

    No mucho, como resultó al final. Sus padres se echaron sobre él al segundo siguiente, gritando y golpeando. Aquiles levantaba las manos contra los golpes de su padre, gritaba —¡Lo vi en María Poppins!, pero la coartada no voló más que Penny. Papá le dió una paliza y lo lanzó a su habitación para el resto del día.

    No podía haber acabado de otra forma, por supuesto. Mamá y Papá siempre lo descubrían todo. Resultó que el pequeño bulto que tanto Aquiles como Penny tenían bajo sus clavículas enviaba una señal cuando alguno de ellos se hacía daño. Y después del Incidente de María Poppins, ni siquiera los implantes fueron suficientes para Mamá y Papá. Aquiles no podía ir a ninguna parte, ni siquiera al cuarto de baño, sin tres o cuatro rastreadores siguiéndole como entrometidos granos de arroz flotantes.

    Con todo, esa tarde le enseño dos cosas que dieron forma al resto de su vida. Una fue que él era perverso, un niño perverso que nunca podría rendirse a sus impulsos, sin importar lo bien que lo hicieran sentir, o iría directo al Infierno.

    El otro fue una profunda y duradera apreciación sobre el impacto de la vigilancia ubicua.

Capítulo 8

    

Capítulo 8 - Límites de Fiabilidad

    Ni hay médicos Rifter. Los heridos andantes generalmente no destacan en el arte de la curación.

    Por supuesto, nunca ha habido escasez de Rifters necesitados de curación. Especialmente después de la Revuelta de los Cuerpos. Los chiflados de los peces ganaron esa guerra sin llegar a las manos, pero tuvieron bajas de igual forma. Algunos murieron. Otros sufrieron heridas y malfunciones más allá de la habilidad de su propia maquinaria médica, recién sacada de la tienda. Algunos necesitaron ayuda para seguir vivos, otros, para morir de formas menos agónicas.

    Y todos los doctores cualificados estaban en el otro bando.

    Nadie iba a confiar a sus camaradas heridos a las tiernas mercedes de un millar de amargados perdedores sólo porque los Cuerpos tenían el único hospital en un radio de cuatro mil kilómetros. Así que, injertaron un par de Habs a cincuenta metros de distancia del hombro de Atlantis y lo amueblaron con equipo médico saqueado de las enfermerías del ememigo. La fibra óptica permitía a los cortacarnes de los Cuerpos practicar su arte por control remoto, las cargas explosivas plantadas en el casco de Atlantis inspiraban a aquellos mismos cortacarnes a ser extra cuidadosos en cuestiones de mala praxis potencial.

    Los perdedores tomaron muy buen cuidado de los ganadores bajo pena de implosion.

    Eventualmente, las tensiones se relajaron. Los Rifters dejaron de evitar Atlantis por disgusto y empezaron a evitarla por indiferencia.

    Gradualmente, el descubrimiento surgió al revelar que el resto del mundo presentaba una mayor amenaza para Rifters y Cuerpos que la que se presentaban entre ellos. Lubin se llevó las bombas otra parte al tercer año, cuando casi todo el mundo se había olvidado ya de ellas.

    El HabMed aún se usa bastante. Ocurren accidentes. Las heridas son inevitables dado el temperamento de los Rifter y la debilidad derivada de sus huesos. Pero, ahora mismo, sólo alberga dos ocupantes y los Cuerpos probablemente están agradeciendo en sus portafolios que los Rifter remendaran esta instalación hace tantos años. De otro modo, Clarke y Lubin podrían haberse arrastrado al interior de Atlantis... y todo el mundo sabe por dónde han estado.

    Tal como están las cosas, ambos se aventuran sólo lo bastante cerca para entregar a Irene López y al bicho que se la comió para la cena. Dos sarcófagos sellados como ostras; descargados desde una de las esclusas de ingeniería de Atlantis tras corto aviso; devoraron estas evidencias y ahora se están enviando sus hallazgos por umbilicales de fibra óptica. Mientras tanto, Clarke y Lubin yacen lado a lado en un par de mesas de operaciones, desnudos como cadáveres. Ha pasado mucho tiempo desde que un Cuerpo osó dar una orden a un Rifter, pero ellos consienten las fuertes recomendaciones de Jerenice Seger de que se deshagan de sus inmersopieles. Fue una dura concesión que Clarke permite. No es que la simple desnudez la incomode, Lubin nunca a disparado las alarmas usuales de Clarke, pero la autoclave no es sólo esterilizar su inmersopiel, destruirla, fundirla en una inútil pasta de proteína y petroleo. Ella está atrapada, desnuda y vulnerable en esta burbuja de gas y metal giratorio. Por primera vez en años, no puede salir al exterior.

    Por primera vez en años, el océano puede matarla... todo lo que tiene que hacer es aplastar este frágil cascarón y cerrar su mano en torno a ella como líquido helado...

    Es una vulnerabilidad temporal, por supuesto. Las inmersopieles nuevas están en camino, las están produciendo ahora mismo. Clarke sólo tiene que aguantar otros quince o veinte minutos. Pero mientras tanto, se siente peor que desnuda. Se siente esquilada viva.

    Eso no parece molestar mucho a Lubin. Nada lo hace. Por supuesto, el teleop de Lubin está siendo mucho menos invasivo que el de Clarke. Sólo está tomando muestras: sangre, piel, torundas alrededor de los ojos y ano y entrada de agua. La máquina de Clarke está excavando en la piel de su pierna, desplazando músculo, recolocando hueso y moviendo sus bazos de palillos chinos como una especie de araña de cromo que realiza un exorcismo. Ocasionalmente, el olor de su propia carne cauterizada sopla hasta la mesa. Presumiblemente, su herida está en reparación, aunque ella no puede saberlo en realidad, el campo de neuroinducción de la mesa la tiene paralizada e insensible del estómago para abajo.

    —¿Falta mucho? - pregunta ella.

    El teleop la ignora dando otra puntada.

    —No creo que haya nadie ahí. - dice Lubin. —Está en autopiloto.

    Ella gira la cabeza para mirarle. Unos ojos bastante oscuros le devuelven la mirada. Clarke aguanta la respiración, se ha olvidado lo que estar desnuda significa en realidad aquí abajo. ¿Qué es lo que dicen los Drybacks? Los ojos son la ventana del alma. Pero las ventanas hacia el alma de un Rifter se supone que son paneles congelados.

    Los ojos sin tapas son para los Cuerpos: esto no parece correcto, no se siente bien. Parece como si los ojos de Lubin hayan sido retirados de su cabeza, como si Clarke mirara una húmeda oscuridad pegajosa que hay dentro su cráneo.

    Él se incorpora sobre la mesa, ausente de su propia cegera y balancea las piernas sobre el borde. Su teleop se retira hasta el techo con algunos cliqueos desaprobadores.

    Un panel de comunicación decora el compartimento a cómodo alcance. Lubin lo pulsa.

    —Canal ambiente. Grace. ¿Cómo váis con esas pieles?

    Nolan responde con una voz que surge tras la puerta: —Estamos a diez metros de distancia de tu hombro. Y sí, nos hemos acordado de traer tapas oculares extra. - Un leve zumbido... los modems acústicos son malos por el ruído de fondo a veces. —Aunque si no te importa, las dejaremos en la esclusa y seguiremos nuestro camino.

    —Claro. - La cara de Lubin no tiene expresión. —Sin problema.

    Siseos y ruídos metálicos desde la cubierta húmeda.

    —Ahí las tienes, cariño, - vibra Nolan.

    Lubin taladra a Clarke con esos ojos eviscerados: —¿Vienes?

    Clarke parpadea: —¿A alguna parte en particular?

    —Atlantis.

    —Mi pierna... - pero su teleop se está plegando en el techo mientras habla, ha completado su tarea, evidentemente.

    Ella lucha por incorporarse sobre los codos, aún es carne muerta bajo la barriga, aunque el agujero de su muslo ya está casi sellado. —Aún sigo congelada. ¿No debería el campo...?

    —Quizá se pensaban que no lo notarías. - Lubin retira un control manual de la pared. —¿Preparada?

    Ella asiente. Él pulsa un comando. Ella nota que sus piernas se inundan como por una marea. Su muslo reparado despierta de repente, un súbito hormigueo de pinchazos y agujas. Intenta mover la pierna. Lo consigue con dificultad.

    Se sienta con una mueca rara.

    —¿Qué estábais haciendo allí fuera? - demanda el intercom.

    Tras un momento, Clarke reconoce la voz: Klein. Apagar el campo parece haber llamado su atención.

    Lubin desaparece en la sala húmeda. Clarke masajea el muslo. Los pinchos y agujas persisten.

    —¿Lenie? - dice Klein. —¿Qué hac...?

    —Estoy reparada.

    —No, no lo estás.

    —El teleop...

    —Tienes que reposar esa pierna por lo menos seis horas más. Preferiblemente doce. - reprende Klein.

    —Gracias. Lo tomaré como advertencia. - Ella saca las piernas por el borde de la mesa, pone algo de peso en la buena y se equilibra gradualmente con la otra. Esta se dobla. Clarke agarra a la mesa a tiempo de no caer de rodillas.

    Lubin regresa con un macuto al hombro.

    —¿Estás bien? - Lleva los ojos tapados de nuevo, blancos y fríos como el hielo.

    Clarke asiente, extrañamente aliviada: —Pásame esa inmersopiel.

    Klein lo oye: —Espera un segundo... vosotros dos no estáis autorizados para... quiero decir...

    Los ojos van primero. La túnica repta ansiosamente alrededor de su torso.

    Mangas y guantes se agarran como sombras de bienvenida. Ella se apoya en Lubin mientras se viste las piernas... el hormigueo de su muslo está empezando a subsidir y cuando intenta la pierna mala de nuevo le lleva unos buenos diez segundos antes de calmarse.

    Progreso.

    —Lenie. Ken. ¿A dónde váis?

    La voz de Seger esta vez. Klein ha pedido refuerzos.

    —Sólo vamos de visita. - dice Lubin.

    —¿Estáis seguros de haberlo pensado bien? - dice Seger tranquilamente. —Con el debido respeto...

    —¿Hay alguna razón por la que no debiéramos? - pregunta Lubin inocentemente.

    —Lenie está...

    —A parte de la pierna de Lenie.

    Aire inerte en la sala.

    —Ya habréis analizado las muestras a estas alturas. - remarca Lubin.

    —No de manera comprensible. Las pruebas son rápidas pero no instantáneas.

    —¿Y? ¿Algo?

    —Si estuviera infectado, Sr. Lubin, ocurrió hace una horas. Eso es bastante tiempo para que una infección alcance niveles detectables en el riego sanguíneo.

    —Eso es un no, entonces. - considera Lubin. —¿Qué hay de nuestras pieles? Seguramente habríais encontrado algo en las muestras de inmersopiel.

    Seger no responde.

    —De modo que nos protegieron. - supone Lubin. —Esta vez.

    —Como he dicho, no hemos terminado...

    —Entendí que ese βehemoth no podía llegar hasta aquí abajo, - remarca él.

    Seger tampoco responde a eso, al principio.

    —Yo también entendí eso. - dice ella al final.

    Clarke da brincos hacia la esclusa de aire. Lubin le ofrece un brazo.

    —Vamos para allá. - dice él.

    Media docena de modeladores se agrupan alrededor de las estaciones de trabajo al fondo de la Cueva de Comunicaciones, ejecutando simulaciones, ajustando parámetros con esperanza de que su mundo virtual pudiera asumir alguna relevancia con el real.

    Patricia Rowan se inclina sobre sus hombros estudiando algo en un tablero. Jerenice Seger labora en otro. Se gira y ve a los Rifters aproximándose, levanta la voz lo justo, a modo de llamada de alarma disfrazada de saludo: —Ken. Lenie.

    Los demás se giran. Un par de pupilos menos experimentados se apartan un paso o dos.

    Rowan se recobra primero, sus ágiles ojos son inescrutables: —Deberías descansar esa pierna, Lenie. Toma. - Ella agarra una silla sin usar de una estación cercana y la arrastra hacia ella. Clarke se hunde en ella agradecida.

    Nadie emite ni un suspiro. La asamblea de Cuerpos sabe como seguir al líder, aún cuando algunos de ellos no parecen felices de hacerlo.

    —Jerry dice que has esquivado la bala. - continúa Rowan.

    —Hasta donde sabemos. - añade Seger. —Por ahora.

    —Lo que implica que hay una bala que esquivar. - dice Lubin.

    Seger mira a Rowan. Rowan mira a Lubin. Los masticadores de números no miran a ningún sitio en particular.

    Finalmente, Seger se encoge de hombros: —D-cisteína y d-cistina: positivo. ARN Piranosal: positivo. Sin fosfolípidos, sin ADN. ATP intracelular fuera de escala. Por no mencionar que se puede hacer un SEM de las células infectadas y ver a los amiguitos flotando por ahí dentro. - Ella respira hondo. —Si no es el βehemoth, es el hermano gemelo maligno del βehemoth.

    —Mierda, - dice uno de los modeladores. —Otra vez no.

    Le lleva un momento a Clarke notar que él no está reaccionando a las palabras de Seger, sino a algo en la pantalla de la estación. Ella se inclina hacia adelante, echa un vistazo al monitor: un modelo volumétrico de la cuenca Atlántica. Estelas luminosas soplan a través de las profundidades como serpientes de muchas cabezas, bifurcándose y convergiendo sobre mesetas continentales y cimas de montaña. Las corrientes y giros y circulación de aguas profundas se iconizan en tonos verdes y rojos: los ríos del mismísimo océano. Y sobreimpuesto sobre la pantalla entera, un rústico sumario:

    Fallo al converger. Excedidos Límites Fiables. Predicciones posteriores no fiables.

    —Amplía la Corriente del Labrador un poco más. - sugiere uno de los modeladores.

    —Un poco más y se desconectará completamente, - dice otro.

    —¿Y cómo sabéis que no es eso exactamente lo que pasó?

    —Cuando la Corriente del Golfo...

    —Tú hazlo, ¿quieres?

    El Atlántico se despeja y se resetea.

    Rowan se gira hacia Seger: —Supón que no pueden descubrirlo.

    —Quizá estuvo aquí abajo todo el tiempo. Quizá sólo lo pasamos por alto. - Seger niega con la cabeza, como escéptica ante su propia sugerencia. —Estábamos con algo de prisa.

    —No tanta prisa. Comprobamos cada fuente termal en un radio de mil kilómetros antes de asentarnos en este lugar, ¿no es cierto?

    —Alguien lo hizo. - dice Seger cansadamente.

    —Vi los resultados. Eran comprensibles. - Rowan parece casi menos incómoda por la aparición del βehemoth que por la idea de que las observaciones pudieran haber fallado. —Y ciertamente, ninguna de las observaciones ha mostrado nada… - Ella se interrumpe, dominada por alguna idea repentina. —Ellos no han... ¿lo han? ¿Lenie?

    —No, - dice Clarke. —Nada.

    —De acuerdo. Así que, hace cinco años toda esta área estaba limpia. El abismo Atlántico entero estaba limpio, hasta donde sabemos. ¿Y cuánto tiempo puede sobrevivir el βehemoth en agua marina fría antes de que arrugue como una pasa y muera?

    —Una semana o dos - recita Seger. —Un mes, máximo.

    —¿Y cuánto tiempo le llevaría llegar hasta aquí via circulación en las profundidades?

    —Décadas. Siglos. - suspira Seger. —Ya sabemos todo esto, Pat. Obviamente, algo ha cambiado.

    —Gracias por esa deducción, Jerry. ¿Qué podría haber cambiado?

    —Cristo, ¿qué quieres de mí? No soy una oceanógrafa. - Seger mueve una exasperada mano hacia los modeladores. —Pregúntales a ellos. Jason a estado ejecutando ese modelo durante...

    —¡Maldito mamón cabronazo del infierno! - masculla Jason a la pantalla. La pantalla se burla como respuesta:

    Fallo al converger. Excedidos Límites Fiables. Predicciones posteriores no fiables.

    Rowan cierra los ojos y empieza de nuevo: —¿Sería capaz de sobrevivir en la zona eufótica, al menos? Es más cálida aquí arriba, incluso en invierno. ¿Podrían nuestros grupos de reconocimiento haberlo recogido y traído de vuelta?

    —Entonces habría aparecido aquí, eso es imposible sobre el Lago Imposible.

    —Pero no debería estar apareciendo...

    —¿Qué hay de los peces? - dice Lubin de pronto.

    Rowan le mira: —¿Qué?

    —El βehemoth puede sobrevivir indefinidamente dentro de un anfitrión, ¿correcto? Menos estrés osmótico. Por eso infecta peces en primer lugar. Quizá se subió en uno.

    —Los peces abisales no se dispersan. - dice Seger. —Sólo merodean las fuentes termales.

    —¿Lo hacen las larvas planctónicas?

    —Aún así no funcionaría. No sobre esas distancias, al menos.

    —Con el debido respeto... - remarca Lubin, —... eres doctora en medicina. Quizá deberíamos preguntar a alguien con conocimientos relevantes.

    Es un puñetazo en la barbilla, por supuesto. Cuando los Cuerpos asignaron costaleros profesionales para el arca, los ictiólogos ni siquiera llegaron a la segunda lista.

    Aunque Seger sólo niega con la cabeza impaciente: —Te dirían lo mismo.

    —¿Cómo lo sabes? - Hay una extraña curiosidad en la voz de Rowan.

    —Porque el βehemoth estuvo atrapado en algunas fuentes calientes durante la mayor parte de la historia de la Tierra. Si hubiera sido capaz de dispersarse dentro del plancton, ¿por qué esperar hasta ahora para conquistar el mundo? Ya lo habría hecho hace algunos cientos de millones de años.

    Algo cambia en Patricia Rowan. Clarke no puede poner la mano en el fuego al respecto, quizá es cierto cambio sutil en la postura de la mujer. O quizá las LenTacs de Rowan han brillado con nuevas entradas de inteligencia a cámara rápida.

    —¿Pat? - pregunta Clarke.

    Pero de pronto, Seger se levanta de la silla como si estuviera ardiendo, espoleada por una señal entrante en su auricular.

    Seger pulsa en su reloj para comunicar: —Estoy en camino. Encerradlos. - Se gira hacia Lubin y Clarke. —Si en realidad quereis ayudar, venid conmigo.

    —¿Qué problema hay? - pregunta Lubin.

    Seger ya está a mitad de la cueva: —Más aprendices lentos. Estuvieron a punto de matar a tu amigo.

Capítulo 9

    

Capítulo 9 - Caballerìa

    Hay líneas trazadas en todo lugar en Atlantis, huecos de cuatro centimetros que circunscriben pasillos enteros como si alguien hubiera usado una motosierra a través de los compartimentos a intervalos regulares. Los huecos están señalizados por bandas de barras diagonales de precaución a cada lado y si uno se asoma para mirar hacia arriba donde pasan, se ve porqué: cada hueco contiene una trampilla de descenso colocada para caer como guillotina en caso de una brecha en el casco. Son fronteras tan convenientes y ubicuas que los grupos en oposición siempre han tendido a usarlas como líneas en la arena.

    Un grupo de una media docena de Cuerpos esperan en la intersección, demasiado asustados o demasiado listos para involucrarse. El grupo de Hannuk Yeager danza sin descanso al otro lado de la línea barrada manteniéndoles a todos a raya a quince metros de la enfermería.

    Lubin usa el hombro para abrirse paso a través de los asustados Cuerpos con Clarke cojeando a su paso.

    Yeager nuestra los dientes como saludo: —¡Fiesta para cuatro la última puerta a la izquierda! - Sus ojos tapados se entornan ante la escolta de Cuerpos.

    Clarke y Lubin pasan. Seger intenta seguirles. Yeager la agarra por la garganta y la retiene allí, retorciéndose: —Sólo con invitación. Tú no... - Yeager aprieta.

    La voz de Seger se ahoga en un susurro: —¿Quieres... que Gene se muera...?

    —Eso suena a amenaza. - gruñe Yeager.

    —¡Soy su médico!

    —Suéltala. - le dice Clarke. —Podríamos necesitarla.

    Yeager no cede.

    Oh mierda, piensa Clarke. ¿Está eufórico?

    Yeager tiene una mutación: demasiada oxidasa monoanima en la sangre. Separa la química cerebral que deja a la persona zozobrando en una quilla.

    Las autoridades le retocaron para compensarlo allá en los tiempos de cuando podían hacer tales cosas, pero él aprendío a sortearlo. A veces se tensa tanto deliberadamente que una mirada de reojo puede llevarlo al límite. Se dispara.

    Cuando eso sucede, da igual que seas amigo o enemigo. En momentos así, hasta Lubin le toma en serio.

    Lubin le toma en serio ahora: —Déjala pasar, Han.

    Su voz es calmada y neutra, su postura relajada.

    Un gruñido desde el final del corredor. El sonido de algo rompiéndose.

    Yeager bufa y lanza a Seger a un lado. La mujer tropieza tosiendo contra el muro.

    —Tú también, - le dice Lubin a Rowan que aún está discretamente tras la línea barrada. A Yeager: —Si te parece bien, por supuesto.

    —Mierda, - escupe Yeager. —No me importa una mierda. - Sus dedos se cierran y se abren como movidos por electricidad.

    Lubin asiente. —Tú sigue. - le dice él casualmente a Clarke. —Ayudaré a Han a vigilar el fuerte.

    Es Nolan, por supuesto. Clarke puede oirla gruñendo mientras se acerca a la bahía médica: —Ah, el chiflado se ha cagado encima...

    Clarke se escurre a través de la compuerta. El olor agrio del miedo y las heces la golpea en la cara. Nolan, sí. Y tiene a Creasy como apoyo. Klein ha sido lanzado a una esquina, abatido y sangrando. Quizá intentó ponerse por medio. Quizá Nolan sólo quiso que lo hiciera.

    Gene Erickson está despierto por fin, acurrucado sobre la mesa como un animal enjaulado. Sus dedos extendidos empujan la membrana aislante y la estiran como fino látex. Cuanto más empuja, más resistencia encuentra. Su brazo no está muy extendido pero la membrana está tensa como si fuera a ceder, una masa de indestructibles arcoiris oleosos gira siguiendo las líneas de fuerza elástica.

    —Joder. - gruñe él hundiéndose en la mesa de nuevo.

    Nolan se agacha a unos centimetros de la cara ensangrentada de Klein e inclina la cabeza como un pájaro : —Déjale salir, cariño.

    Klein babea sangre y escupe: —Ya te lo he dicho, está...

    —¡Apartaos de él! - Seger entra a empujones en el compartimento como si los últimos cinco años no hubieran pasado. Apenas apoya la mano en el hombro de Nolan antes de que Creasy la empotre contra la pared.

    Nolan se sacude contaminantes imaginarios del lugar donde Seger la ha tocado: —No le lastimes la cabeza. - le dice a Creasy. —Podría haber una contraseña ahí dentro.

    —Todo el mundo... - La voz de Rowan, al menos, es lo bastante lista para seguir en el pasillo. —... Vamos. A. Calmarnos.

    Nolan suelta un bufido negando con la cabeza: —¿O qué, gelipollas? ¿Vas a llamar a seguridad? ¿Vas a eyectarnos del edificio?

    Los ojos blancos de Creasy miran a Seger a escasos centimetros de distancia, una promesa de vacía violencia idiota sobre una risita de bulldozer. A Creasy, se dice, se le dan bien las mujeres. No es que se haya follado a Clarke alguna vez, nadie lo hace por norma.

    Rowan mira a través de la compuerta abierta, su expresión es tranquila. Clarke ve la súplica oculta tras la confiada fachada. Por un momento, considera ignorarla. Le cosquillea como loca la pierna. En su codo, Creasy le hace sonidos de besuqueo a Seger, su mano juguetea en torno a la barbilla de la doctora.

    Clarke le ignora. —¿Qué pasa, Grace?

    Nolan sonríe severamente: —Conseguimos despertarle, pero aquí Normy... - Da un puñetazo indiferente a la cabeza de Klein —... puso alguna contraseña en la mesa. No podemos abrir la membrana.

    Clarke se gira hacia Erickson. —¿Cómo te sientes?

    —Me hicieron algo. - Tose. —Cuando estaba en coma.

    —Sí, lo hicimos. Le salvamos el... - Creasy golpea el fuselaje con la cabeza de Seger. Seger cierra el pico.

    Clarke mantiene la vista en Erickson. —¿Te puedes mover sin escupir los intestinos por ahí?

    Él se mueve torpemente para mostrar el abdomen. La membrana se estira contra su cabeza y hombro como un saco amniótico.

    —Milagros de la medicina moderna. - le dice a ella girando de espaldas.

    Seguramente, sus adentros se han empaquetado todos en su sitio. Recientes cicatrices rosas por las abdominales complementan las antiguas en su tórax.

    Jerenice Seger parece como si quisiera decir algo importante.

    Dale Creasy parece como si quisiera que lo intentara.

    —Déjala hablar. - le dice Clarke. Él afloja la presa un poco. Seger mira a Clarke y mantiene la boca cerrada. —¿Y? ¿Qué historia hay? - pregunta Clarke. —Parece que le has sellado muy bien. Han pasado casi tres días.

    —Tres días. - repite Seger. Su voz suena comprimida y forzada bajo el agarre de Creasy. —Estaba casi desmembrado y crees que tres días es bastante para que se recupere.

    De hecho, Clarke está segura de eso. Ha visto cuerpos rasgados y quebrados antes, ha visto robots de múltiples miembros reensamblarlos, tejer una delicada tela de araña eléctrica en sus heridas para acelerar el tiempo de curación hasta niveles que serían considerados milagrosos si no fueran tan rutinarios. Tres días es más que suficiente para arrastrarte de vuelta al océano, quizá las costuras aún supuren, pero son lo bastante fuertes y una vez que estás sin peso de nuevo y cobijado por el interminable útero negro del abismo, tienes todo el tiempo del mundo para recuperarte.

    Si hay algo que los Drybacks nunca han podido entender es que lo que te hace débil es la gravedad.

    —¿Necesita más cirujía? - pregunta ella.

    —La necesitará si no lleva cuidado.

    —Responde a la jodida pregunta. - masculla Nolan.

    Seger mira a Clarke, evidentemente, no encuentra apoyo allí: —Lo que necesita es tiempo para recuperarse y el coma lo reduce en dos tercios. Si quiere salir fuera de aquí cuanto antes, esa es la mejor opción.

    —Le mantenéis aquí contra su voluntad. - dice Nolan.

    —¿Por qué...? - empieza a decir Rowan desde el pasillo.

    Nolan rueda hacia ella: —Tú cállate ahora mismo

    Rowan tienta la suerte tranquilamente: —¿Por qué ibamos a querer retenerle si no es por causas médicas?

    —Podría descansar en su propio Hab. - dice Clarke. —En el exterior incluso.

    Seger niega con la cabeza: —Está pasando por una fiebre considerable... Lenie, ¡sólo hay que verle!

    Ese es un buen argumento. Erickson está tumbado de espaldas, aparentemente exhausto. Una capa de sudor recorre su piel, casi invisible tras el más conspicuo brillo de la membrana.

    —Una fiebre. - repite Clarke. —¿No será por la operación?

    —No. Es una infección casual.

    —¿De qué?

    —Le masticó un animal salvaje. - indica Seger exasperada. —No hay final para la lista de infecciones que se pueden contraer de algo tan simple como un mordisco y él estuvo cerca de ser eviscerado. Sería casi inconcebible que no surgieran complicaciones.

    —¿Oyes eso, Gene? - dice Clarke. —Te mordió un pez rabioso o algo así.

    —Joder. - dice él, mirando al techo.

    —¿Y qué dices tú? ¿Te quieres quedar aquí y que te curen, o te fías de las drogas y te arriesgas?

    —Sacadme de aquí. - dice Erickson débilmente.

    Ella se vuelve hacia Seger: —Ya le has oído.

    Seger se pone de pie como puede, imposible y permanentemente desafiante: —Lenie, Te pedí que vinieras para ayudar. Esto es lo más lejos de...

    El puño de Creasy la alcanza en el estómado como una bola de demolición. Seger expulsa el aire y cae hacia un lado. Su cabeza golpea con la pared camino al suelo. Se queda ahí tendida jadeando sin aire.

    Por el rabillo del ojo, Clarke ve que Rowan avanza un paso, luego lo piensa mejor.

    Ella mira a Creasy: —No es necesario, Dale.

    —El Poderoso Coño Supremo se lo estaba buscando. - se queja Creasy.

    —¿Y cómo va a dejar que Gene salga de la cárcel ahora si ni siquiera puede respirar, pedazo de idiota?

    —En serio, Len. ¿Por qué te pones así? - dice Nolan. Clarke se gira para encararla: —Ya sabes lo que nos hicieron. - continúa Nolan poniéndose del lado de Creasy. —Ya sabes a cuántos de nosotros jodieron estos cabrones. Mataron, incluso.

    Menos que yo, piensa Clarke sin decirlo.

    —Yo digo que si Dale quiere llegar hasta el final con esta cabrona, pues déjale. - Nolan apoya una mano de camaradería sobre el hombro de Creasy. —Podría servir para equilibar un poquito las cuentas, ¿o qué?

    —Eso opinas tú. - dice Clarke tranquilamente. —Yo opino diferente.

    —Vaya sorpresa. - El rastro de una sonrisa fantasmal cruza el rostro de Nolan.

    Se quedan mirando una a la otra a través de sus blindajes corneales. Al otro lado del compartimento, Klein susurra algo a Jerenice Seger, que parece estar respirando otra vez a sus pies. Creasy se acerca sobre el hombro de Clarke, una ominosa presencia como obertura de amenaza.

    Clarke mantiene su respiración lenta y regular. Se agacha flexionando las rodillas con cuidado, su pierna mala casi rabiando de dolor, y ayuda a Seger a sentarse en el suelo.

    —Déjale salir. - dice ella.

    Seger murmura a su reloj de pulsera. Un teclado con extrañas luces alfanuméricas surge de la piel de su antebrazo. Pulsa una secuencia con la otra mano.

    La tienda de aislamiento se abre suavemente. Erickson empuja con un dedo a través de la membrana, la encuentra desbloqueada y se lanza fuera de la mesa como si atravesara una pompa de jabón. Aterriza sobre la cubierta con los pies mojados.

    Nolan le entrega una inmersopiel que ha sacado de alguna parte: —Bienvenido otra vez, colega. Te dije que te sacaríamos.

    Los tres dejan a Clarke con los Cuerpos. Seger se pone de pie de un salto ignorando la mano ofrecida de Clarke y se agarra al fuselaje. Aún se aprieta protectoramente el estómago con una mano. Sale disparada sobre Klein.

    —¿Norm? ¿Norm? - Se agacha junto a su subordinado de miembros rígidos y le retira uno de los párpados. —Respóndeme... - Un rastro de sangre le gotea por la frente y salpica en la cara aporreada de la doctora sin que suponga ninguna diferencia. Seger maldice y se pasa el dorso de la mano por la herida.

    Clarke avanza un paso para ayudarla. Su pie pisa algo pequeño y duro como un guijarro. Levanta el pie: un diente pegajoso con fluídos coagulados cae de la suela y rebota contra la cubierta.

    —Yo lo... - empieza a decir Clarke.

    Seger se gira. La ira hierve a fuego lento en su cara: —Sal de aquí.

    Clarke se queda mirándola durante un momento. Luego gira sobre sus talones y se marcha.

    Rowan está esperando en el corredor: —Esto no puede pasar otra vez.

    Clarke se apoya en el fuselaje para liberar algo de peso en su pierna lesionada: —Ya conoces a Grace. Ella y Gene son...

    —No es sólo Grace. Al menos, no lo será por mucho tiempo. Dije que podría pasar algo así.

    Ella se siente muy cansada: —Dijiste que querías espacio entre ambos bandos. ¿Por qué estaba Jerry manteniendo a Gene aquí cuando él quería irse?

    —¿Te crees que ella quería a ese hombre aquí? Estaba cuidando del bienestar de su paciente. Ese es su trabajo.

    —Nuestro bienestar es asunto nuestro.

    —Vosotros no estáis cualificados...

    Clarke levanta una mano: —Oído, Pat. La gentecilla no puede ver el Gran Cuadro. El Ciudadano Don Nadie no puede aceptar la verdad. Los paletos son demasiado iiig-norantes para votar. - Ella niega con la cabeza, disgustada. —Han pasado cinco años y aún nos das palmaditas en la cabeza.

    —¿Estás diciendo que ese Gene Erickson es un dignosticador más cualificado que nuestra Jefa en Medicina?

    —Estoy diciendo que él tenía derecho a equivocarse. - Clarke mueve una vez el brazo hacia el final del pasillo. —Mira, quizá tengas razón. Quizá bajó aquí con gangrena y vuelva arrastrándose buscando a Jerry dentro de una semana. O quizá prefiera morir. Pero es su decisión.

    —No se trata de gangrena. - dice Rowan en voz baja. —Y no se trata de una infección común de bajo grado y lo sabes.

    —Y aún no veo cuál es la diferencia.

    —Te la conté.

    —Me hablaste de un montón de críos asustados que no podían creer que sus propias defensas aguantaran. Bueno, Pat, las defensas aguantarán. Soy la prueba viviente. Podríamos estar bebiendo el βehemoth en cultivos puros y no nos haría daño.

    —Hemos perdido...

    —Habéis perdido una capa más de negación. Eso es todo. El βehemoth está aquí, Pat. No sé cómo pero no hay nada que puedas hacer al respecto y ¿por qué debería molestarte siquiera? No va a hacer nada excepto que os frotéis las narices por algo sobre lo que preferís no pensar y os adaptaréis a eso muy pronto. Ya lo habéis hecho antes. Dentro de un mes os habréis olvidado de todo otra vez.

    —Pues por favor... - empieza Rowan y se detiene.

    Clarke espera mientras la otra mujer se abraza de nuevo al papel de subordinada.

    —Danos un mes. - susurra Rowan al final.

Capítulo 10

    

Capítulo 10 - Némesis

    Clarke no entra a menudo en la dependencia residencial. No recuerda haber estado nunca en esta sección particular. El pasillo aquí está revestido con pintura en rejilla y alimentado a un generador mural.

    Un bosque de coral cornudo inunda el fuselaje de babor. Bancos de peces cirujano se arremolinan en el de estribor, como los nodos de alguna red neural abstracta y difusa. Una malla de luz solar fracturada danza sobre todo ello. Clarke no puede saber si la ilusión es puramente sintética o reforzada por grabaciones de archivo de algún arrecife de coral real. Ni siquiera sabría como distinguir la diferencia: de todas las criaturas marinas que ha conocido durante estos años, ninguna vivía a plena luz solar.

    Un montón de familias juntas aquí, se imagina Clarke. Los adultos no se interesan en las evocaciones del reino salvaje como norma. Es algo complicado asimilar esa estética una vez que has entendido el concepto de ironía.

    Aquí está: D-18. Pulsa el timbre de la puerta. Una tonadilla amortiguada suena a través la compuerta cerrada. Luego, una música aflautada, una débil voz y sonidos de movimiento.

    La compuerta gira al abrirse. Una niña rechoncha de unos diez años la examina bajo flequillos puntiagudos rubios. La música suena a su alrededor desde el interior del compartimento... La flauta de Lex, nota Clarke.

    La sonrisa muere en la cara de la niña en el instante en que pone los ojos en Lenie Clarke.

    —Hola, - dice Clarke. —Estoy buscando a Alyx. - Intenta una sonrisa de su tamaño.

    No encaja. La niña da un tambaleante paso atrás: —Lex…

    La música se para. —¿Qué? ¿Quién es?

    La rubita da un paso a un lado, nerviosa como un gato. Alyx Rowan está sentada a ciegas en un sofá en el centro de la habitación. Una de sus manos baja la flauta, la otra se alza hacia los fonos de madreperla que le cubren los ojos.

    —Hey, Lex, - dice Clarke. —Tu mamá me dijo que estarías aquí.

    —¡Lenie! ¡Has aprobado!

    —¿Aprobado?

    —¡La cuarentena! Dijeron que tú y psicópata-man estábais encerrados por unas pruebas o algo. Supongo que has sacado sobresaliente en todas.

    Un pedestal giratorio rectangular de un metro de altura asciende delante del sofá, un pequeño obelisco de la misma opalescencia remata el casco de Alyx. Alyx coloca los fonos encima del sofá junto a un par idéntico.

    Clarke entra cojeando en la habitación. La cara de Alyx se nubla al instante: —¿Qué le ha pasado a tu pierna?

    —Un calamar pendenciero. El timón me cazó.

    La amiga de Alyx murmulla algo por el rabillo del ojo de Clarke y desaparece por el pasillo. Clarke se gira al paso de la niña.

    —A tu amiga no le gusto mucho.

    Alyx mueve una mano despachando el asunto: —Kelly se asusta con facilidad. Una mirada y ya te está contando toda la mierda que su mamá escupe sobre vosotros. Es simpática, pero no valora alto sus fuentes en absoluto. - La chica se encoge de hombros despachando el tema.

    —¿Y comó te va?, pregunta Clarke.

    —¿Sabes algo de esa cuarentena de la que te hablé hace un rato? - Alyx frunce el ceño. —Ese tío que fue mordido. Erickson.

    —Ya. Bueno, parece que se encontró con algo después de todo y el resumen básico es que hemos decidido apelar a una especie de política de No Peces-Jefe en Atlantis por el momento.

    —¿Les estás dejando que os den la patada?

    —Yo en verdad creo que es una buena idea. - admite Clarke.

    —¿Por qué? ¿Qué ha pillado?

    Clarke niega con la cabeza. —En realidad no es un tema médico, aunque es... una parte de ello. Es sólo que... las vibraciones están un poco altas ahora mismo, por ambas partes. Tu mamá y yo pensamos que sería mejor si vuestra gente y nuestra gente se apartara del camino del otro. Sólo por un tiempo.

    —¿Cómo es eso? ¿Qué está pasando?

    —¿Tú mamá no te... ? - Se le ocurre tardíamente a Clarke que Patricia Rowan podría haber optado por mantener en secreto ciertas cosas a su hija. De hecho, ella ni siquiera sabe sobre cuánto se ha informado de los últimos acontecimientos a la población adulta de Atlantis.

    Los Cuerpos no se inclinan por la revelación total por principio general.

    Tampoco es que a Lenie Clarke le importe una gran mierda roja las sensibilidades de los Cuerpos, pero aún así, no quiere interponerse entre Pat y...

    —¿Lenie? - Alyx la está observando con la frente arrugada.

    Es una de las pocas personas con las que Clarke puede mostrar cómodamente sus ojos desnudos. Aunque ahora mismo, a Clarke le alegra tener las tapas puestas.

    Da un par de pasos por la alfombra. Otra faceta del pedestal aparece a la vista. Alguna clase de panel de control recorre una franja justo bajo el borde superior, una banda de oscuro perspex que centellea con iconos rojos y azules. Una luminosa forma de onda irregular como un ECG recorre horizontalmente toda su longitud.

    —¿Qué es esto? - pregunta Clarke, atraída por el juego.

    Es demasiado mayor para cualquier tipo de interfaz de juegos.

    —¿Eso? Oh. - Alyx se encoge de hombros. —Eso es de Kelly. Es un Jefe Queso.

    —¡Qué!

    —Ya sabes, un gel inteligente. Cultivo de neuronas con...

    —Sé lo que es, Lex. Sólo que... supongo que me sorprende ver uno aquí, después de…

    —¿Quieres verlo? - Alyx pulsa un pequeño tatuaje sobre la parte superior del contenedor. La nacarada superficie gira brevemente y se aclara: bajo la reciente fachada tansparente, una lámina de tejido gris rosado se asienta en su borde circular como un cuenco de avena carnoso. Flecos de cristales marrones puntúan el pastel en netas líneas perforadas.

    —No es muy grande. - dice Alyx. —Mucho menor que los que tenían en los viejos tiempos. Kelly dice que tiene el tamaño de un gato.

    Así que es maligno al final, si no enormemente inteligente.

    —¿Para qué es? - se pregunta Clarke.

    No serán tan estúpidos como para usar estas cosas después de lo...

    —Es una especie de mascota. - dice Alyx en tono de disculpa. —Ella lo llama Retumbo.

    —¿Una mascota?

    —Claro, sabe pensar, más o menos. Aprende a hacer cosas. Aún cuando nadie sabe cómo exactamente.

    —Anda, y tú has oído algo sobre estos, ¿no?

    —Es mucho más pequeño que los que, ya sabes, trabajaron para ti.

    —Ellos no... - empieza a corregir Clarke.

    —En realidad es inofensivo. No está conectado al soporte vital ni nada parecido.

    —¿Y qué es lo que hace? ¿Le enseñas trucos? - Las gachas de cerebros brillan como una llaga supurante.

    —Más o menos. Te responde si le dices cosas. No siempre tiene mucho sentido, pero eso es lo que lo hace divertido. Y si ajustas bien la entrada de audio, reproduce esos patrones de color, muy chulos, al ritmo de la música. - Alyx recoge la flauta de encima del sofá y hace un gesto hacia los ojofonos. —¿Quieres verlo?

    —Una mascota... - murmura Clarke. —... malditos Cuerpos…

    —No todos, ¿sabes?, - dice Alyx fríamente. —No todos nosotros.

    —¿Perdona? ¿No qué?

    —Los Cuerpos. ¿A quién se refiere eso, por cierto? ¿A mi mamá? ¿A mí?

    ¿He dicho eso en alto?, se lamenta Clarke: —Sólo... a los de tipo corporativo, supongo. - No ha dedicado más tiempo a ponderar el origen del término que el que ha perdido durmiendo sobre la etimiología de silla o fumarola.

    —Bueno, pues en caso de que no lo hayas notado, hay un motón de otras personas aquí dentro. Matemáticos y doctores y familias simplemente.

    —Sí, Lo sé. Por supuesto que lo sé...

    —Pero siempre nos metéis en el mismo saco, ¿sabes? Si no tenemos un montón de tubos dentro del pecho, sólo somos Cuerpos para vosotros.

    —Bueno... lo siento. - Y luego, tardíamente defensiva: —No te estoy menospreciando, ¿sabes? Es sólo una palabra.

    —Ya, pues no es sólo una palabra para todos esos pezcópatas.

    —Lo siento. - dice Clarke de nuevo. Parece abrirse una distancia entre ellas aunque ninguna se ha movido.

    —Bueno... - dice Clarke después de un rato, —Sólo quería que supieras que no estaré dentro por un tiempo. Aún podemos hablar, por supuesto, pero...

    Movimiento en el umbral de la compuerta. Un hombre grande rechoncho pasa al interior del compartimento: pelo moreno peinado hacia atrás, cejas juntas, el cuerpo entero telegrafía hostilidad desatada. El padre de Kelly.

    —Srta. Clarke, - dice él sin inflexión.

    El estómago de Clarke se tensa en un fuerte nudo de ira. Ella conoce esa mirada. Conoce esa postura, la ha visto más veces de las que puede contar cuando tenía la edad de Kelly. Sabe lo que hacen los padres, sabe lo que el suyo le hizo. Pero ella ya no es una niña pequeña y el papá de Kelly parece que necesita urgentemente que le den una lección...

    Pero tiene que recordarse a sí misma: nada de aquello sucedió.

Capítulo 11

    

Capítulo 11 - Retrato del Sádico Como un Adolescente

    Aquiles Desjardins aprendió a burlar los rastreadores eventualmente, por supuesto. Incluso de niño sabía el truco. En un mundo bajo constante vigilancia por su propia protección sólo había observadores y observados y él sabía en que lado de la lente quería estar.

    Dar palizas no era algo que pudiera hacer delante de una audiencia.

    Incluso no era algo que pudiera hacer siempre en privado. Después de todo, le habían educado con ciertas creencias religiosas que pendían de las colas de los fracs de los Nouveaux Séparatistes, El miasma Católico había persistido en Quebec mucho después de haberse transformado en irrelevancia cursi en todos los demás sitios. Aquellas creencias atormentaban a Aquiles cada noche mientras él sacaba todo de sí mismo, mientras las odiosas imágenes enfermizas titilaban por su mente y le endurecían el pene. Apenas importaba que los rastreadores estuvieran offline, oscilando ebriamente bajo la influencia de los móviles magnéticos que él había colgado sobre la cama, mesilla y cajones. Apenas importaba que estuviera de camino al infierno, aún cuando nunca se volviera a tocar de nuevo el resto de su vida... pues, ¿no había dicho Jesús que si hacías esas cosas incluso en tu mente, las cometías a los ojos de Dios? Aquiles ya estaba condenado por sus propios pensamientos desatados. ¿Qué más podía perder por llevarlos al acto?

    Poco después de su decimoprimer cumpleaños, su pene empezó a dejar evidencia real, un fluído lácteo chorreaba sobre las sábanas en el transcurso de sus libertinajes nocturnos. No se atrevió a preguntarle a la enciclopedia hasta pasadas dos semanas, le llevó todo ese tiempo averiguar cómo borrar los registros de cuestiones para que Mamá y Papá no lo descubrieran. Crackear las configuraciones privadas de la Lavandería doméstica le llevó otros tres días: nunca sabía uno qué elementos traza podría estar escaneando esa cosa.

    Para cuando Aquiles de verdad se atrevió a lavar las sábanas en el centro comunitaro, ya olían bastante como Andrew Trites, que era el doble de grande que cualquier otro de su cohorte y a quien nadie quería tener al lado en la parada del RapidTrans.

    —Creo que... - Empezó Aquiles a los trece años.

    Ya no creía en la Iglesia. Él era después de todo un empirista de corazón y Dios no invertiría más de diez segundos de escrutinio crítico con alguien que ya había descubierto la fea verdad sobre el Conejo de Pascua. Aunque como paradoja, la condenación parecía más real que nunca en un cierto nivel primario que resistía la lógica.

    Y mientras la condenación fuera real, la confesión no podía hacer daño.

    —... soy un monstruo. - Concluyó él.

    No era tan arriesgada la confesión como parecía. Su confidente no era especialmente digno de confianza... se lo había descargado de la red (del Maelstrom, se corrigió a sí mismo. Así lo llamaba todo el mundo ahora) y podía estar lleno de gusanos y troyanos aún cuando los había barrido por todos sitios... pero también había encerrado todas las E/S excepto la voz y podía borrarlo todo si algo intentaba algo raro. Cosa que haría de todos modos una vez que hubiera terminado. No iba a dejarlo pendiente después de haber escupido las tripas.

    Papá se volvería triploide total si supiera que Aquiles había traído una app salvaje cerca de la red doméstica, pero Aquiles no iba a arriesgarse a usar los filtros de la casa aún cuando Papá hubiera dejado de espiar desde la muerte de Mamá. Y de todos modos, Papá no iba a descubrirlo, estaba escaleras abajo, encapuchado en su sensorium junto al resto de la provincia, (el resto del país ahora, tuvo que recordarse Aquiles a sí mismo), immerso en la pompa y ceremonia del primer Día de la Independencia de Quebec. La taciturna y resentida Penny, con sus días de adoración del Gran Hermano mucho tiempo olvidados, le habría entregado con gusto en un segundo pero, en aquellos días, ella casi vivía dentro de su casco de éxtasis. Hoy en día ya debe de haberle desgastado los surcos de sus lóbulos temporales.

    Era el cumpleaños del último nuevo país del mundo y Aquiles Desjardins estaba solo en su cama con su confesor.

    —¿Qué clase de monstruo? - preguntó TeraMigo© 6.2 con voz andrógina estudiada.

    Había aprendido la palabra esa misma mañana. La pronunció cuidadosamente: —Un misógino.

    —Ya veo. - murmuró TeraMigo© en su oído.

    —Tengo unos... tengo esas sensaciones. Sobre hacerles daño. Hacer daño a las chicas.

    —¿Y cómo te hacen sentir? - La voz había bordeado sutilmente hacia la masculina.

    —Bien. Horrible. Es decir... me gustan. Las sensaciones, me refiero.

    —¿Puedes ser más específico? - No hay rechazo o disgusto en la voz. Por supuesto, no podría haberlos... el programa no tenía sentimientos, ni siquiera era una App de Turing. Era básicamente un menu elegante. Aún así, estúpidamente, Aquiles se sentía extrañamente aliviado.

    —Es... sexy. - admitió. —Sólo, sólo pensar en ellas de ese modo.

    —¿Qué modo, exactamente?

    —Ya sabes, indefensas. Vulnerables. Yo, me gusta el aspecto que tienen sus caras cuando están... cuando... ya sabes...

    —Continúa. - dijo TeraMigo©.

    —Sufren. - terminó Aquiles miserablemente.

    —Ah, - dijo la app. —¿Qué edad tienes, Aquiles?

    —Trece.

    —¿Tienes alguna amiga?

    —Claro.

    —¿Y qué opinas de ella?

    —¡Ya te lo he dicho! - siseó Aquiles casi sin poder contener la voz. —Yo...

    —No. - interrumpió eduadamente TeraMigo©. —Te pregunto lo que opinas de ella personalmente, cuando no estás impulsado sexualmente. ¿La odias?

    Bueno, no. Andrea era en realidad lista y él siempre podía recurrir a su ayuda con sus debugs. Y Martine... una vez, Aquiles estuvo a punto de matar a su hermano mayor cuando él la estuvo chinchando. Martine no recibió un rasguño, pero aquel hermano gilipollas suyo era tan...

    —Yo... me caen bien. - dijo él con la frente arrugada por la paradoja. —Me gustan mucho. Son geniales. Excepto a las que quiero, ya sabes y eso es sólo cuando yo...

    TeraMigo© esperó pacientemente.

    —Todo está bien. - dijo Aquiles por fin. —Excepto cuando quiero...

    —Ya veo. - dijo la app tras un momento. —Aquiles, Tengo buenas noticias para ti. No eres un misógino después de todo.

    —¿A no?

    —Un misógino es alguien que odia a las mujeres, que las teme o piensa que son inferiores en algún sentido. ¿Así eres tú?

    —No, pero... pero ¿entonces que soy?

    —Sencillo, - le dijo TeraMigo©. —Eres un sádico sexual. Es algo completamente diferente.

    —¿En serio?

    —El sexo es un instinto muy antiguo, Aquiles, y no evolucionó en un vacío. Coevolucionó con todo tipo de otros impulsos primarios... combates por una pareja, territorialidad, competición por recursos. Hasta el sexo saudable tiene un fuerte elemento de violencia. El sexo y la agresión comparten las mismas rutas neurológicas.

    —¿Me estás... estás diciendo que todo el mundo es como yo?

    Parecía demasiado bonito para ser verdad.

    —No exactamente. La mayoría de la gente tiene una especie de interruptor que suprime los impulsos violentos durante el sexo. Los interruptores de algunas personas funcionan mejor que los de otras. Los interruptores en los sádicos clínicos no funcionan en absoluto.

    —Y eso es lo que soy. - murmuró Aquiles.

    —Con mucha probabilidad. - dijo TeraMigo©, —Aunque es imposible estar seguro sin un chequeo clínico adecuado. Parece que no puedo acceder a tu red ahora mismo, pero podría proporcionarte una lista de cabinas médicas afiliadas en tus proximidades si me dices dónde estas.

    Tras él, la puerta del dormitorio de Aquiles se abrió silenciosamente sobre los goznes.

    Él se giró y se quedó helado hasta el tuétano.

    La puerta de su dormitorio se había abierto por completo. Su padre estaba enmarcado en la oscuridad más allá.

    —Aquiles, - dijo TeraMigo© en la distancia que aumentaba. —... por tu propia salud... por no mencionar tu tranquilidad mental... te recomiendo visitar uno de nuestros afiliados. Un diagnóstico real garantizado es el primer paso para el tratamiento, y el tratamiento es el primer paso para una vida sana.

    No podía haberlo oído, se dijo Aquiles a sí mismo. TeraMigo© le hablaba directamente por el auricular y Papá no habría podido parar el indicador parpadeante si hubiera estado escuchando. Papá no sabía hackear.

    No podía haber oído a TeraMigo©.

    Aunque sí que podía haber oído a Aquiles.

    —Si te preocupa el coste, nuestros precios...

    Aquiles borró la app casi sin pensar, enfermando del estómago al instante.

    Su padre no se había movido.

    Su padre no se movía mucho aquellos días. La corta mecha y el estravío de nervios se habían oxidado con los años hasta un cierto estado congelado entre la aflición y la indiferencia. Su Catolicismo, que una vez fue desafiante y feroz, se había transformado en un nuevo yo con la caída de la Iglesia, una rabia virulenta de traición que le había consumido y dejado hueco. Para cuando la mamá de Aquiles había muerto, apenas había habido tristeza. (Un fallo en la terapia, había dicho él al volver del hospital. Se activaron los promotores equivocados e inocularon su cuerpo contra sus propios genes, devorándose a sí mismo. No había nada que él pudiera hacer. Firmaron la renuncia.)

    Ahora estaba de pie allí en el pasillo oscuro, balanceándose ligeramente, sin apretar los puños siquiera. Hacía mucho tiempo que ya no le levantaba la mano a sus hijos.

    Así que, ¿de qué tengo miedo? se preguntó Aquiles, se le anudó el estómago.

    Lo sabe. Lo sabe. Tengo miedo de que lo sepa...

    Las comisuras de los labios de su padre se tensaron algún grado infinitesimal. No era una sonrisa. Era una burla. En los últimos años, el Aquiles Desjardins adulto miraba atrás y la reconocía como una señal de reconocimiento, pero en aquel tiempo no tenía ni idea de lo que significaba. Sólo sabía que su padre simplemente se giró y se marchó andando por el pasillo hasta la sala principal y cerró la puerta tras él. Nunca mencionó esa noche de nuevo.

    En los últimos años también, se dió cuenta de que TeraMigo© debía de haberle querido llevar de la cuerda. Su meta, después de todo, había sido atraer clientes y no se hacía eso acariciando sus rostros con verdades desagradables. El programa sólo había intentado hacerle sentir mejor como una estrategia de marketing.

    Y aún así, aquello no implicaba que le hubiera mentido necesariamente. ¿Por qué molestarse si la verdad hacía el trabajo? Y hacía que todo tuviera mucho sentido. No era pecado sino un mal funcionamiento. Un termostato mal puesto y no por culpa suya. Toda vida era maquinaria, artefactos mecánicos construídos con proteínas y ácidos nucleicos y electricidad. ¿Qué máquina conseguía acaso el control creativo sobre sus propias especificaciones? Era una epifanía deliberada, allí al amanecer del soberano Quebec: No Culpable, por motivos de fallos de conexión.

    Extraño, sin embargo.

    Era de esperar que aquello bajara el autodesprecio un nivel o dos en los años que siguieron.

Capítulo 12

    

Capítulo 12 - Charla con el Paciente

    Gene Erickson y Julia Friedman viven en un pequeño Hab de cubierta única a unos doscientos metros al sureste de Atlantis. Julia siempre ha hecho la mayoría de las tareas domésticas: a Gene no le gustan los espacios cerrados. Para él, el hogar está en la cordillera: el Hab es un mal necesario. Sólo lo usa para el sexo, alimentación y aquellos momentos ocasionales en que sus propios sueños oscuros demuestran ser insuficientemente divertidos. Considera el Hab como un buscador de perlas de hace doscientos años consideraría una campana de inmersión: un lugar para tomar la bocanada ocasional de aire antes de regresar a las profundidades.

    Ahora, por supuesto, no es sino una UCI.

    Lenie Clarke emerge de la esclusa de aire y deja sus aletas a un lado sobre un incongruente felpudo de bienvenida. El compartimento principal es oscuro hasta para los ojos de un Rifter, un lavado gris sobre gris de anochecer puntuado por brillantes lecturas cromáticas sobre el tablero de comunicaciones. El aire huele a moldura y metal; más débilmente, a vómito y desinfectante.

    El sistema de soporte vital gorgotea bajo sus pies. Compuertas abiertas como fauces negras: almacén, salón, cubi dormitorio. Un metrónomo electrónico pita en alguna parte cerca: un monitor cardíaco descontando.

    Julia Friedman aparece a la vista.

    —Aún está... oh. - Se ha quitado la inmersopiel en favor de un termocromo que cubre sus cicatrices. Es raro ver los ojos de un Rifter sobre ropas Dryback. —Hola, Lenie.

    —Hola. ¿Qué tal está?

    —Bien. - Ella gira en el umbral y descansa la espalda contra el marco: medio en la oscuridad, medio en el ocaso. Vuelve la cara hacia la oscuridad, hacia la persona que hay dentro. —Podría estar mejor, supongo. Está dormido. Duerme mucho.

    —Me sorprende que hayas podido siquiera meterle dentro.

    —Sí. Creo que prefería estar allí fuera, incluso ahora, pero… lo hace por mí, creo. Porque se lo pedí. - Friedman niega con la cabeza. —Fue demasiado fácil.

    —¿El qué?

    —Convencerle. - Respira hondo. —Ya sabes lo mucho que adora el exterior.

    —¿Le ayudan los antibióticos de Jerry?

    —Quizá. Supongo. Es difícil de decir, ¿sabes? Ella siempre puede decir que estaría peor sin ellos, da igual lo mal que se ponga.

    —¿Es eso lo que ha dicho?

    —Oh, Gene no ha hablado con ella desde que volvió. No se fía de ellos. - Observa la cubierta. —Les culpa de todo.

    —¿De estar enfermo?

    —Cree que le hicieron algo.

    Clarke se acuerda. —¿Qué, exactamente, cree... ?

    —No lo sé. Algo. - Friedman alza la vista: sus ojos blindados se fijan en los de Clarke por un instante, luego los aparta a un lado. —Está tardando mucho en despejarse, ¿sabes?, para ser una simple infección. ¿Tú que crees?

    —Yo no sé en realidad, Julia.

    —Quizá el βehemoth está mezclando las cosas. A peor.

    —No sé si funciona de esa forma.

    —Quizá yo también lo he cogido ya. - Friedman casi parece hablar para sí misma. —He estado mucho tiempo con él...

    —Podríamos verificarlo si quisieras.

    Friedman la mira: —Tú te infectaste, ¿no es cierto? Antes.

    —Sólo con el βehemoth, - dice Clarke, con cuidado de destacar la distinción. —No me mató. Ni siquiera me puse enferma.

    —Aunque podría. Eventualmente. ¿Cierto?

    —Si no hubiera recibido los retroajustes. Pero los recibí. Todos nosotros. - Ensaya una sonrisa. —Somos Rifters, Julia. Somos duras como cabronas. Él también lo superará. Lo sé.

    No es gran cosa, Clarke lo sabe. La mentira tranquilizadora es todo lo que le puede ofrecer a Julia Friedman por el momento. La conoce lo bastante para tocarla. Freedman no es propensa al contacto físico. Resiste una mano reconfortante en el hombro, quizá, pero Grace Friedman es muy selectiva con su espacio personal. Es una de las cosas con las que Clarke se identifica con la mujer. Ambas pueden ver a la otra rehuir una caricia aún cuando ninguna la ofrece.

    Friedman baja la vista hacia la oscuridad. —Grace dice que le ayudaste a salir de allí. - Clarke se encoge de hombros, un poco sorprendida de que Nolan le haya dado ese crédito. —Yo también habría estado allí, ¿sabes?. Sólo que…

    La voz de Friedman se apaga. Los ventiladores del Hab suspiran en el silencio.

    —Sólo que piensas que quizá él hubiera estado mejor donde estaba. - sugiere Clarke.

    —Oh, no. Bueno, quizá una parte. No sé si la Dra. Seger es tan mala como creen.

    —¿Quiénes?

    —Gene y... Grace.

    Ah.

    —Es sólo que, no sabía… si él quería que yo estuviera allí. - Friedman muestra una breve sonrisa.—No soy muy de peleas, Lenie. No como tú, ni como... yo me rindo ante los puñetazos.

    —Él podría haber estado con Grace todo el tiempo si hubiera querido, Julia. Está contigo.

    Friedman da una carcajada, un poco forzada. —Oh, no. No es eso lo que quiero decir. - Pero las palabras de Clarke parecen haberla animado un poco.

    —Bueno... - dice Clarke, —... supongo que os dejaré a solas. Sólo quería pasarme y ver cómo le iba.

    —Se lo diré, - dice Friedman. —Lo apreciará.

    —Claro. No hay problema. - Ella se agacha para recoger las aletas.

    —Y deberías venir otra vez cuando despierte. Le gustaría eso. - Ella duda, aparta la mirada; los rizos le oscurecen la cara. —No viene mucha gente por aquí. Excepto Grace. Saliko venía antes.

    Clarke se encoge de hombros. —Los Rifters no son famosos por sus habilidades sociales. - dice Clarke omitiendo: Y tú, en realidad, ya deberías saberlo a estas alturas.

    Julia Friedman no lo entiende a veces. Es como si fuese una Rifter sólo de nombre, una miembro honoraria a la que se le permite cruzar la puerta con las credenciales de su marido.

    Lo que trae la cuestión sobre qué estoy haciendo aquí, se da cuenta Clarke.

    —Creo que le toman demasiado en serio a veces. - dice Friedman.

    —¿En serio? - Clarke mira la esclusa de aire. El hábitat parece de pronto más pequeño.

    —Me refiero a, ya sabes. Los Cuerpos. Escucho que Saliko se siente un poco raro ahora, pero ya conoces a Saliko.

    Él cree que le hicieron algo...

    —Yo no me preocuparía por eso. - dice Clarke. —En serio. - Sonríe, suspira interiormente ante su propia diplomacia.

    Las mentiras tranquilizadoras se hacen cada vez más fáciles con la práctica.

    Ha pasado un tiempo desde que dejó a Kevin poseerla. Nunca había sido muy bueno en ello, tristemente. A él le cuesta más animarse que la mayoría de chicos de su edad, lo que en verdad no era muy raro entre los oportunistas locales. Y el hecho de que haya escogido a una perra frígida como Lenie Clarke para practicar sus movimientos no ayudaba a la dinámica. Un hombre con temor a tocar: una mujer que repudia el contacto. Si esos dos tienen algo en común, es paciencia.

    Ella se imagina que le posee. Además, ella quiere hacerle algunas preguntas.

    Pero hoy es una polla de granito con un tallo cerebral adjunto. Que le den al juego preliminar: la empuja justo debajo suya sin una muestra de lengua desatada siquiera para disfrazar la ausencia de irrigación tropical. La fricción tira dolorosamente de sus labios. Ella lleva hacia abajo una discreta mano y los separa. Walsh bombea sobre ella, sisea a través de sus dientes apretados con una dura sonrisa animal, sus ojos tapados son inescrutables. Siempre dejan enmascarados los ojos durante el sexo... prevalecen los gustos de Clarke como siempre... aunque Walsh normalmente pone en su cara demasiado corazón para que se pueda ocultar tras un par de membranas. Esta vez no. Hay algo detrás de sus tapas que Clarke no puede distinguir, algo concentrado en el espacio donde ella está pero no en ella. Él la empuja hacia arriba del catre en rudos incrementos acelerados. La cabeza de Clarke golpea dolorosamente contra la placa de metal desnudo del fuselaje. Follan sin palabras entre aire rancio y maquinaria injertada.

    Ella no sabe lo que le ha dado. Aunque es un bonito cambio, lo más cerca a un violador honesto de Dios que ha visto en años. Cierra los ojos e invoca las imágenes de Karl Acton.

    Aunque después, un hematoma que percibe en su brazo: una corona de capilares rotos alrededor de un pequeño pinchazo en la carne de su codo interior.

    —¿Qué es esto? - Posa los labios alrededor de la herida y recorre la lengua por el bulto.

    —Oh, eso. Grace está tomando muestras de sangre de todo el mundo.

    Ella alza la cabeza: —¿Qué?

    —No se le da muy bien. Le llevó un par de intentos encontrarte la vena. Deberías ver a Lije. Parece que le ha aplastado el brazo una urchin marina.

    —¿Por qué está Grace sacando sangre?

    —¿No lo has oído? Lije no se sentía bien. Y Saliko ha empezado a sentirse mal también y visitó a Gene y Julia justo hace un par de días.

    —Así que Grace piensa...

    —Lo que fuese que los Cuerpos le dieron, se está extendiendo.

    Clarke se sienta. Ha estado desnuda sobre la cubierta durante media hora, pero esta es la primera vez que siente el frío: —Grace piensa que los Cuerpos le dieron algo.

    —Eso es lo pensaba Gene. Ella va a descubrir lo que es.

    —¿Cómo? Ella no tiene formación médica.

    Walsh se encoge de hombros. —No necesitas serlo para manejar una BaseMed.

    —Cielo santo. - Clarke niega con la cabeza sin poder creerlo. —Aún cuando Atlantis quisiera meternos algun bicho, no serían tan estúpidos de usar una base de datos estándar.

    —Supongo que piensa que es un lugar por donde empezar.

    Hay algo en su voz.

    —¿Tú la crees? - dice Clarke.

    —Bueno, no nec...

    —¿Le ha pasado algo a Julia?

    —Por ahora no.

    —Por ahora no. Kevin, Julia no ha dejado a Gene desde que les separaron. Si alguien tiene que coger algo, ¿no sería ella? Saliko les visitó, ¿cuánto? ¿Una vez?

    —Quizá dos.

    —¿Y qué hay de Grace? Por lo que he oigo, ella está allí todo el tiempo. ¿Está enferma?

    —Ella le ha dicho que está tomando precauci...

    —Precauciones, - se burla Clarke. —Venga ya. ¿Soy la única que queda en toda la Dorsal con lóbulos frontales que funcionen? Abra enfermó de supersífilis el año pasado, ¿recuerdas? Y llevó ocho meses para que Charley Garcia se deshiciese de aquellos bichos Ascaris en sus tripas y no recuerdo que nadie culpara a los Cuerpos por eso. La gente enferma, Kevin, incluso aquí abajo. Especialmente aquí abajo. La mitad de nosotros se pudrirá incluso antes de que tengamos una oportunidad de volvernos nativos.

    Ya estamos de nuevo: algo nuevo, observando tras las relucientes opacidades de las tapas oculares de Walsh. Algo no enteramente amistoso.

    Ella suspira: —¿Qué?

    —Es sólo una precaución. No veo que haga daño a nadie.

    —Puede hacer bastante daño si un montón de gente salta a las conclusiones sin ningún hecho.

    Walsh no se mueve durante un momento. Luego se pone de pie. —Grace intenta llegar a los hechos. - dice él, cruzando el compartimento. —Tú eres la que salta a las conclusiones.

    Oh, chico Kevin, Clarke se pregunta. ¿Cuándo te empezaron a crecer las espinas?

    Él recoge su inmersopiel de la silla. Reptantes sintéticos negros le abrazan como una amante.

    —Gracias por el polvo. - dice él. —Tengo que irme.

Capítulo 13

    

Capítulo 13 - Caldera

    Encuentra a Lubin flotando a media altura del lado del reservorio del silbador. Tubos, fibra óptica y componentes misceláneos (mayormente estropeados ahora, segmentos desmembrados de circuitos largo tiempo rotos) recorren una banda alrededor del ecuador del enorme tanque. Por el momento, las corrientes ambiente son demasiado débiles para que brillen ni las rocas ni la maquinaria. La lámpara del casco de Lubin proporciona la única iluminación.

    —Abra dijo que estabas aquí fuera. - vibra Clarke.

    —Sujeta este portátil, ¿quieres?

    Ella coge el pequeño sensor: —Quería hablar contigo.

    —¿Sobre? - La mayor parte de su atención parece concentrada en una mancha de polímero ambar que emerge de uno de los conductos.

    Clarke maniobra hasta su línea visual: —Hay un rumor idiota circulando por ahí. Grace le está diciendo a la gente que Jerry contrajo algún tipo de plaga de Gene.

    El vocificador de Lubin tica una interpretación mecánica de mmmm...

    —Siempre ha tenido un misil en el culo apuntando a los Cuerpos, pero nadie la tomaba en serio. Al menos, no solían hacerlo…

    Lubin tapa una válvula. —Eso es.

    —¿Qué?

    —La resina está agrietada alrededor del termostato. Está causando un corte intermitente.

    —Ken. Escúchame.

    Él se queda mirándola, esperando.

    —Algo está cambiando. Grace nunca solía apretar las clavijas tan fuerte, ¿recuerdas?

    —Yo nunca he chocado los cuernos con ella, en realidad. - vibra Lubin.

    —Solía ser ella contra el mundo. Pero este bicho que ha pillado Gene, está cambiando las cosas. Creo que la gente está empezando a escucharla. Podría ponerse feo.

    —Para los Cuerpos.

    —Para todos nosotros. ¿No fuiste tú el que me advirtió sobre lo que podían hacer los Cuerpos si se organizaban? ¿No fuiste tú el que dijo...?

    Podemos tener que hacer algo preventivo.

    Un pequeño pozo se abre en el estómago de Clarke.

    —Ken,... - vibra ella, lentamente, —... sabes que Grace está jodidamente loca, ¿cierto? - Él no responde durante un momento. Ella no le da más tiempo: —En serio, deberías escucharla alguna vez. Habla como si la guerra nunca hubiera acabado. Alguien estornuda y es un ataque biológico.

    Tras su lámpara del casco, la silueta de Lubin se mueve sutilmente; Clarke percibe la sensación de un encogimiento de hombros.

    —Hay algunas coincidencias interesantes. - dice él. —Gene entra en Atlantis con serias lesiones. Jerry le opera en una bahía médica donde nuestra vigilancia está comprometida, luego le pone en cuarentena.

    —Cuarentena debido al βehemoth., indica Clarke.

    —Como has indicado tú misma, en esta ocasión todos hemos sido inmunizados contra el βehemoth. Me sorprende que no encuentres ese raciocínio más cuestionable. - Como Clarke no dice nada, él continúa: —Gene recibió el alta con un raro síntoma provocado por una infección casual que nuestro equipo no puede identificar, y que hasta ahora ha fallado al responder a tratamiento.

    —Pero estuviste allí, Ken. Jerry quería mantener a Gene en cuarentena. Dale le pegó una paliza por intentarlo. Aislar al Paciente Cero es una estrategia a muy corto plazo para propagar una plaga.

    —Supongo. - vibra Lubin, —Grace podría decir que sabían que irrumpiríamos de todos modos, así que montaron un buen espectáculo de resistencia sabiendo que alguien lo citaría a favor suyo en el momento apropiado.

    —¿Y lucharon para mantenerle confinado, por lo tanto querían que quedara libre? - Clarke finge espiar de pronto en la entradade elctrólisis de Lubin. —¿Te está llegando suficiente O2 ahí dentro, Ken?

    —Estoy diciendo que es el tipo de deducción que podría invocar Grace.

    —Eso es bastante retorcido hasta para... - El descubrimiento cala en ella. —Ella lo está diciendo de verdad, ¿no es cierto?

    La luz de Lubin oscila ligeramente.

    —Has oído los rumores. Lo sabes todo sobre ello. - Ella niega con la cabeza, disgustada consigo misma. —Como si te hubiera tenido que poner al corriente de algo alguna vez...

    —Mantengo los ojos abiertos.

    —Bueno quizá podrías hacer algo más que eso. Es decir, sé que te gusta quedarte al margen de estas cosas pero Grace es una jodia psicópata. Está preparando una pelea y le da igual a quién pille en medio del fregado.

    Lubin flota, inescrutable: —Habría esperado que fueras un poco más simpática.

    —¿Qué se supone que significa eso?

    —Nada. - vibra él tras un momento. —Pero a pesar de lo que pienses sobre el comportamiento de Grace, sus temores podrían no ser infundados.

    —Venga ya, Ken. La guerra se ha acabado. - Acepta su otorgado silencio. —¿Por qué iban los Cuerpos querer empezarla de nuevo?

    —Porque perdieron.

    —Historia antigua.

    Su voz de metal, tan tranquila, tan normal, está de pronto tan próxima que parece llegar del interior de su cabeza: —Tú creiste estar oprimida una vez. - señala él. —¿Cuánta sangre se vertió hasta que estuviste dispuesta a decir: ahora estamos en paz?

    —Yo.. estaba equivocada. - dice ella después de un rato.

    —No te detuvo. - Él le da la espalda para mirar la maquinaria.

    —Ken. - dice ella.

    Él vuelve a mirarla.

    —Esto son tonterías. Es un montón de condicionales amasados. Cien a uno a que Gene sólo ha pillado algo del pez que le mordió.

    —Vale.

    —Tampoco es que sea imposible que haya cientos de bichos repugnantes aquí abajo que aún no hemos descubierto. Hace algunos años, nadie había oído hablar del βehemoth.

    —Soy consciente de eso.

    —Pues no podemos permitir que esto vaya a más. No sin al menos alguna prueba.

    Sus ojos brillan de amarillo bajo la lámpara del casco: —Si te preocupan tanto las pruebas, siempre puedes buscarlas tú misma.

    —¿Cómo?

    Él da una palmada en el lado izquierdo de su pecho donde están los implantes.

    Ella se queda helada: —No.

    —Si Seger está ocultando algo, lo sabrías.

    —Podría estar ocultando un montón de cosas a un montón de gente. No probaría lo que estuviera ocultando.

    —También sabrías lo que Nolan estuviera sitiendo, dado que pareces tan preocupada por sus motivos...

    —Sé cuáles son sus motivos. No necesito joderme la química del cerebro para confirmarlo.

    —Los riesgos médicos son mínimos. - señala él.

    —No se trata de eso. No probaría nada. Sabes que no se puede leer pensamientos específicos, Ken.

    —No te haría falta. Leer la culpa sería sufic...

    —He dicho que no.

    —Entonces, no sé lo que decirte. - Le da la espalda de nuevo.

    La lámpara de su casco transforma la fontanería del reservorio en un paisaje urbano en alto contraste. Clarke le observa trabajar... comprobando rutas, tuberías, haciendo pequeños cambios en la arquitectura. Un potente indicador se enciende siseando, cegándola por un instante. Para cuando sus tapas se han ajustado, la luz se ha extendido sobre la piel del tanque. The agua riela prismáticamente alrededor de ella como un milagro térmico en un día cálido. A menor profundidad explotaría en una bola de vapor.

    —Hay otro modo. - vibra ella. Lubin cierra el soldador.

    —Lo hay. - Él se gira para encararla. —Pero yo no me haría muchas ilusiones.

    En los tiempos cuando el parque de remolques acababa de montarse, alguien tuvo la brillante idea de hacer de un hábitat un salón caótico: una fila de cilindros, un par de superficies de preparación para la aventura y un puñado de mesas plegabes diseminadas con estudiada aleatoriedad por la cubierta seca.

    El efecto pretendía sugerir que era el patio de un café. En realidad es más parecido a los bastidores donde se guardan los muebles para el invierno.

    Aunque algo que gusta a la gente es el jardín. Hoy en día cubre la mitad de la cubierta húmeda una maraña de creciente verde iluminada por barras amarillas plantadas entre las hojas como bambú bioluminiscente. Ni siquiera es hidropónico. La junglita emerge desde unas cajas con tierra negra fértil, (extractos diatomeicos, en verdad, cebados con suplementos orgánicos), que una vez fueron discretas pero que ahora desaparecían bajo un sobreflujo de compost que se desparramaba confusamente por el suelo.

    Es la burbuja de atmósfera que mejor huele en toda la Cordillera.

    Clarke balancea la compuerta de la esclusa de aire hacia esa meseta y respira hondo la mitad de su objetivo. La otra mitad del mismo está resuelto: Grace Nolan alza la vista desde el fondo del oasis, atando las ramas de algo que podría haber sido guisantes de invierno en los tiempos anteriores a cuando las patentes aterrizaron sobre ellas.

    Pero Nolan sonríe bajo ojos transparentes cuando Clarke pasa dentro de la cubierta: —¡Hey, Lenie!

    —Hola, Grace. Pensé que podríamos tener una charla.

    Nolan se mete una vaina en la boca, un fino anfibio negro alimentándose en la exuberante hierba de alguna marisma largo tiempo extinta. Mastica más de lo probablemente necesario. —¿Sobre...?

    —Sobre Atlantis. Sobre los análisis de sangre.. - Clarke respira hondo. —Sobre el problema que pareces tener conmigo.

    —Dios no. - dice Nolan. —No tengo problemas contigo, Len. Las personas se pelean a veces. Nada grave. No lo tomes en serio.

    —Entonces, bien. Hablemos de Gene.

    —Seguro. - Nolan se endereza, se acerca una silla de la pared y la despliega. —Y ya puestas, hablemos de Sal y Lije y Lanie.

    ¿Ahora Lanie también?

    —Crees que los Cuerpos están detrás de esto., dice Clarke

    Nolan se encoge de hombros: —No es un gran secreto.

    —¿Y basas eso en qué, exactamente? ¿Apareció algo en la sangre?

    —Aún estamos recogiendo muestras. Lizbeth está preparando el HabMed por cierto, si quieres contribuir. Creo que deberías.

    —¿Y si no encontráis nada? - pregunta Clarke.

    —No creo que encontremos nada. Seger es lo bastante lista para cubrir sus huellas. Pero nunca se sabe.

    —¿Sabes?, es posible que los Cuerpos no tengan nada que ver con esto.

    Nolan se reclina en la silla y se estira: —Cariño, no puedo decirte lo sorprendida que estoy de oirte decir eso.

    —Pues enséñame alguna prueba.

    Nolan sonríe, sacude la cabeza: —Aquí tengo un pequeño ejercicio para ti. Digamos que estás nadando por aguas infestadas de tiburones. Grandes cabrones con aletas como hoces por todas partes, y te están mirando de arriba a abajo y sabes que la única razón por la que no te despedazan ahora mismo es porque has sacado el puñal y ellos han visto lo que ese puñal puede hacer a pececillos como ellos. Así que se mantienen a distancia, pero eso les hace odiarte aún más, ¿cierto? Porque tú ya has matado a algunos de ellos. Estos son tiburones inteligentes en realidad. Están resentidos. Así que nadas entre ellos un ratillo con todos esos fríos ojos y dientes cabreados siempre justo fuera de tu alcance y te encuentras a... oh digamos, a Ken. O lo que queda de él. Unas cuantas visceras, la mitad de la cara, el parche ID justo flotando por ahí entre todos esos tiburones. ¿Qué es lo que haces, Len? ¿Decides que no hay ninguna prueba? ¿Te dices: Hey, no puedo probar nada, no ví cómo sucedía? ¿Te dices: No saltemos a las conclusiones...?

    —Esa es una verdadera analogía de mierda. - dice Clarke lentamente.

    —Yo creo que es una analogía jodidamente buena.

    —¿Y qué vas a hacer?

    —Te voy a decir lo que no voy a hacer. - le asegura Nolan. —No voy a tumbarme y tener fe en la bondad de espíritu de los Cuerpo mientras mis amigos se convierten en fiambres.

    —¿Es que alguien te está pidiendo que lo hagas?

    —Aún no. No tardará, imagino.

    Clarke suspira. —Grace, sólo te digo por el bien de todos nosotros...

    —Que te jodan. - masculla Nolan de pronto. —Que te jodan. Nosotros no te importamos una mierda.

    Es como si alguien hubiera pulsado un interruptor. Clarke se queda mirándola, atónita.

    Nolan le devuelve una mirada sin ojos, su cuerpo tiembla de súbita rabia.

    —¿Quieres saber en realidad qué problema tengo contigo? Nos vendiste. Estuvimos así de cerca de tirar del cable de esos cabrones. Pudimos haberles obligado a tragarse sus propias entrañas y nos detuviste, so cabrona.

    —Grace. - tantea ella, —Sé cómo te sie...

    —¡Mentira! ¡No tienes ni jodida idea de cómo me siento!

    ¿Qué te hicieron para convertirte en esto?, se pregunta Clarke.

    —También me hicieron cosas a mí. - dice ella despacio.

    —Claro que lo hicieron. Y te vengaste, ¿o no? Y, corrígeme si me equivoco, pero ¿no terminaste jodiendo a un montón de gente inocente durante el proceso? A tí nunca te ha importado una mierda lo que les pasó. Y quizá fue demasidado trabajo superarlo, pero un buen número de nosotros, los chiflados de los peces, perdimos gente en tu gran cruzada junto con todos los demás. No te importaron una mierda ellos tampoco mientras que tú pudieras darle patadas al gato.

    —De acuerdo. Lo has pillado. Pero el resto de nosotros aún está esperando, ¿verdad? Nunca quisimos segar millones de personas inocentes, sólo queremos llegar hasta el gilipollas que nos jodió de verdad... ¿y eres tú la que viene arrastrándose aquí de la correa de Patricia Rowan para decirme que no tengo ese derecho? - Nolan niega con la cabeza, disgustada. —No puedo creer que nos detuvieras tanto como estoy segura de que no vas a detenernos ahora.

    Su desprecio se irradia por todo el compartimento como infrarrojos. Clarke está distantemente asombrada de que las tardías viñas no se ennegrezcan y ardan en llamas.

    —Vine a verte porque pensé que podría solucionar algo. - dice Clarke.

    —Viniste porque sabes que estás perdiendo.

    Las palabras encienden un nudito de fría ira bajo el diafragma de Clarke: ¿Es eso lo que crees?

    —A tí nunca te ha importado una mierda solucionar las cosas. - gruñe Nolan. —Sólo te sientas a solas con el rollo de soy la Madona del Apocalipsis, soy la Sirena del jodido Apocalipsis, tengo que echarme a un lado y hacer las reglas. Pero el populacho no está cayendo en ese discurso esta vez, cariño, y eso te asusta. Yo te asusto. Así que ahórrame tu bazofia sobre altruismo y diplomacia. Eso sólo eres tú intentando evitar que tu pequeño trono desaparezca. Ha sido un placer hablar contigo.

    Ella recoge sus aletas y desaparece tras la esclusa de aire.

Capítulo 14

    

Capítulo 14 - Retrato del Sádico Como un Hombre

    Aquiles Desjardins no podía recordar la última vez que había tenido sexo consensuado con una mujer real. Sin embargo se acordaba de la primera vez que lo había rechazado.

    Fue en el 2046 y él acababa de salvar el Mediterráneo. Al menos, así es como la NAmCable lo presentaba. Todo lo que él había hecho en realidad fue deducir la existencia de un extraño atractor en el Golfo de Cádiz, un pequeño torbellino persistente que nadie más se había molestado en buscar. Según los simuladores, era lo bastante pequeño para interferir con el albedo de los comprobadores. Los efectos se propagarían por el Estrecho de Gibraltar y, si los números eran correctos, evitarían el colapso del Mediterráneo durante una buena década. O hasta que la Corriente del Golfo fallara de nuevo, lo que ocurriera primero. Sólo era un respiro, no la plena salvación, pero era justo lo que la ARISC necesitaba para hacer olvidar a todo el mundo el fiasco del Báltico. Sólo un retraso, nadie miraba nunca al futuro más de diez años de todos modos.

    Así que, durante un tiempo, Aquiles Desjardins había sido una estrella. Hasta Lertzmann había fingido que le gustaba durante casi un mes, le dijo que estaba en la pista rápida para el status de senior tan pronto como obtuvieran las verificaciones de seguridad. A menos que él tuviera un montón de bebés descuartizados en su pasado, conseguiría el puesto antes de Hallowin.

    Demonios, probablemente lo habría conseguido incluso teniendo un montón de bebés descuartizados en su pasado. Las comprobaciones del pasado no eran sino un ritual vacío para los rangos superiores de la Patrulla. Podías ser un asesino en serie y no supondría una maldita diferencia una vez la Horda Criminal bullía en tu cerebro. Quedabas esclavizado eficientemente al Bien Mayor.

    Aurora, ese era su nombre. Llevaba el pelo a lo cebra que estaba de moda en la época y un brazo cargado de falsas cicatrices de la marca Refugiado sin gusto estético ninguno. Se conocieron en alguna soirée de la ARISC que hospedaba al otro lado lejano del mundo de la Asamblea EurAfricana.

    Su joyería olisqueaba las auras de los demás para confirmar un mutuo interés (cosa que aún significaba algo en aquellos tiempos), y sus chips de ruta intercambiaron los registros sanitarios limpios usuales. De modo que dejaron la fiesta y caminaron los trescientos metros de estratosfera ejecutiva de la ARISC hacia las calles de Sudbury. Luego otros cincuenta a las bóvedas subterráneas de La Pila de Selección, donde la ruta de software estaba garantizada a prueba de hackers y verificada por duplicado además en el radio de las ETS. Entregaron sangre en la entrada después de una atractiva parejita de militares de permiso que se separó allí mismo cuando uno de ellos dió positivo en un exótico trematodo que infestaba su tracto urinario.

    Desjardins aún tenía que adquirir la mayoría de la química adaptada que surcaría su sistema en los próximos años. Aún podía absorver de forma segura toda suerte de tropos y alteradores de humor. Y así, él y Aurora, encargaron una cabina justo al lado de la barra mientras les corría la sangre sazonada con los pequeños anfibios psicotrópicos que trepaban en el terrarium encima de la mesa.

    La lúgubre luz verde se filtraba desde el gran tanque subterráneo en el que la Pila estaba sumergida: una moqueta de fulgor radioactivo proveniente de una laguna de almacenamiento nuclear visible a través de las paredes de plexiglás. Tras unos minutos, una de las mariposas de la casa iluminó sobre su mesa, sus alas membranosas chispeaban con datos refractados: verde en todas las longitudes de onda.

    —Te lo dije. - dijo Aurora y le besó en la nariz.

    La Pila de Selección alquilaba picaderos por minutos. Se repartieron cinco horas entre los dos.

    La folló por dentro y por fuera. Por fuera, él fue el consumado amante atento. Lamió sus pezones envolviendo con los dientes cuidadosamente. Dejó rastros de sus besos desde la garganta hasta la vagina, exploró gentilmente cada abertura húmeda entre agitadas respiraciones de ferviente control. Cada movimiento fue deliberado, cada señal inconfundible: preferiría morir antes que hacer daño a esta mujer.

    En el interior, él la hizo pedazos. Sin cuidados. la empujó tan fuerte que la cabeza de ella pareció estar a punto de salir despedida. En el interior, ella estuvo gritando. En el interior, él la golpeó hasta que ella ya no tuvo la fuerza de apartarse cuando caía el látigo.

    Ella murmuró y suspiró dulcemente. Remarcó cómo él, obviamente, adoraba a las mujeres. lo que el cambio que esto suponía respecto a la brusquedad usual, cómo ella no sabía si era digna de estar sobre este pedestal. Desjardins se dió a sí mismo unas palmaditas en el hombro. No le mencionó las pequeñas marcas que había visto en la espalda, las reveladoras lonchas de rosa piel fresca que hablaba de anabólicos tópicos. Evidentemente, Aurora había usado curación acelerada. Quizá había escapado recientemente de una relación abusiva. Quizá él era su santuario.

    Aún mejor. Imaginó algún exnovio pegándola.

    —Oh, joder. - dijo ella a la cuarta hora. —Venga, pégame.

    Él quedó helado, aterrorizado, traicionado por el lenguaje corporal o la telepatía o una suposición acertada, hasta donde él podía saber. —¿Qué?

    —Eres demasiado suave. - le dijo Aurora. —Pasemos a lo fuerte.

    —¿A tí no...? - Tuvo que suprimir una carcajada de sorpesa. —Quiero decir que, ¿qué?

    —No finjas sorpresa. - Ella esbozó una sonrisa que decía ven aquí. —¿No has sacudido a ninguna mujer antes?

    Eso eran pistas, descubrió él. Ella se estaba quejando. Y Aquiles Desjardins, el extraodinario buscador de patrones, maestro de la señal en el ruído, las había pasado por alto completamente.

    —Me va la asfixia en el segundo plato. - sugirió ella ahora. —Y no veo que ese cinturón tuyo esté ayudando…

    Era todo con lo que había soñado y por lo que se odiaba a sí mismo. Era la bochornosa fantasía de su vida hecha realidad. Era perfecto. Oh, gloriosa perra. Te lo estás buscando, ¿verdad? Y yo soy el que te lo va a dar.

    Excepto que no lo era. De pronto, Aquiles Desjardins quedó tan flácido como un billete de un dolar.

    —¿En serio? - preguntó él, confiando en que ella no lo notara, sabiendo que ya lo había notado. —Es decir... ¿quieres que te haga daño?

    —Aquiles el héroe. - ella movió la cabeza maliciosamente. —Tú no sales mucho, ¿no?

    —Lo justo. - dijo él, defensivo a pesar de sí mismo. —Pero...

    —Es sólo teatro, chaval. Nada radical. No te estoy pidiendo que me mates ni nada parecido.

    Qué lástima. Pero su propia bravata silenciosa no le engañaba ni por un instante. Aquiles Desjardins, sádico de armario, estaba de pronto muerto de miedo.

    —Te refieres a actuar. - dijo él. —Cuerdas de seda, palabras de seguridad, esas cosas.

    Ella negó con la cabeza. —Quiero decir. - dijo ella pacientemente, —Que quiero sangrar. Quiero que me duela. Quiero que tú me hagas que me duela, mi amante.

    ¿Qué me pasa? se preguntó él.

    Ella es justo lo que siempre he querido. No puedo creer la suerte que tengo.

    Y un instante después: si es que se puede llamar suerte...

    Estaba, después de todo, en la cúspide de su vida. Los chequeos de historial estaban en progreso. Los evaluación de riesgo ya había empezado. Justo bajo la superficie, el sistema estaba decidiendo si Aquiles Desjardins podía ser de confianza para decidir diariamente el destino de millones de personas. Con toda seguridad ya sabían su secreto... los mecánicos habían mirado dentro de su cabeza, habrían notado que faltaba algo o algún cable roto. Quizá esto era una prueba para ver si podía controlar sus impulsos. Quizá la Horda Criminal no era una salvaguarda tan efectiva como le habían dicho, quizá había demasiadas neuronas chungas estropeadas, quizá la línea base de su depravación tenía una vía de escape de algún tipo. O quizá era todo más simple. Quizá no podían permitirse el riesgo de invertir demasiado en RRHH con un héroe que no podía controlar inclinaciones que alguien del público podría aún encontrar... desagradables…

    Aurora curvó un labio y se descubrió el cuello. —Venga, chaval. Encárgate de mi.

    Ella era el brillo en el ojo de todas las parejas que había tenido, esa fuerte tintilación que siempre parecía decir Mejor Prevenir que Curar, enfermizo pedazo de mierda retorcido. Un desliz y estás acabado. Ella era la Penny de seis años, rota y sangrando y prometiendo no contarlo. Ella era su padre, de pie en un umbral oscurecido, contemplando con sus ojos inescrutables que decían: sé algo de ti, hijo, y tú nunca sabrás exactamente lo que es...

    —Rory... - dijo Desjardins cautelosmente, —...¿has hablado alguna vez con alguien sobre esto?

    —Todo el tiempo - aún estaba sonriendo, pero una repentina prudencia matizaba su voz.

    —No, Me refiero a alguien... ya sabes...

    —Profesional. - La sonrisa desapareció. —Un pedazo de wetware corporativo que me chupa la cuenta corriente mientras me dice que no conozco mi propia mente, que todo es sólo baja autoestima y que mi padre me violó cuando yo estaba en preverbal. - Ella mueve un brazo hacia su ropa. —No, Aquiles, No lo he hecho. Prefiero invertir mi tiempo con gente que me acepta como soy antes que con gilipollas equivocados que intentan cambiarme en lo que no soy. - Ella se empieza a poner las medias. —Supongo que tú ya no encajas en ese tipo para las funciones oficiales.

    Él intentó: —No hace falta que te marches.

    Él intentó: —Fue tan inesperado, ¿sabes?

    Él intentó: —Es que, ¿sabes?, parece irrespetuoso...

    Aurora suspiró. —Chaval, si en realidad me respetaras, al menos me darías el crédito de saber lo que quiero.

    —Pero, me gustas. - balbuceó él en caída libre entre humo y llamas. —¿Cómo se supone que voy a disfrutar haciéndote daño cuando...?

    —Hey, ¿crees que me gustó todo lo que hice para excitarte?

    Ella le deja solo en el picadero con el pene flácido, a él le queda sólo los cincuenta minutos en el reloj y el humillante descubrimiento impactante de que está atrapado para siempre en su propio disfraz.

    Nunca le dejará salir, percibe él.

    Da igual cuánto lo desee, da igual quién me lo pida, da igual lo seguro que parezca. Nunca estaré seguro de que no hay un circuito abierto en alguna parte. Nunca estaré seguro de que no es una trampa. Voy a soy un agente secreto el resto de mi vida, Estoy demasiado aterrorizado para salir.

    Su Papá habría estado orgulloso. Era un buen chico católico después de todo.

    Pero Aquiles Desjardins no era nada si no practicaba el arte de la adaptación. Para cuando él emergió, enfadado y solo, ya estaba empezando a reconstruir sus defensas. Quizá fuese mejor así. La biología era irrefutable, después de todo: el sexo era violencia, literalmente, directo de las neuronas. Las mismas sinápsis se iluminaban tanto si follabas como si combatías, el mismo impulso para violar y subyugar. Daba igual lo gentil que fueras en el exterior, daba igual lo mucho que fingieras: incluso la relación más consensuada no era sino la violación de una víctima que se rendía.

    Si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe, pensó él

    Lo sabía desde la base de su cerebro, lo sabía en las profundidades de su id. El sadismo estaba programado y el sexo... el sexo era más que violento. Era irrespetuoso. No había necesidad de inflingirlo a ningún ser humano aquí, en plena mitad del siglo veintiuno. No existía ese derecho. Especialmente no para los monstruos con interruptores rotos. Tenía un sensorium en casa que podía satisfacer cualquier lujo que pudiera imaginar, servía las víctimas a tan alta resolución que incluso a él le engañaba.

    Había otras ventajas, también. Se acababan los elaborados rituales de cortejo que él siempre parecía arruinar.

    Se acababa el miedo a la infección, los risorios esfuerzos para romantizar escaneos y pruebas de sangre como juegos preliminares. Se acababa ese fuerte centelleo en los ojos de tus víctimas, quizá conscientes.

    Tenía que elaborarlo. Demonios, tenía un nuevo Paradigma de Vida.

    De ahora en adelante, Aquiles Desjardins sería un hombre civilado. Inflingiría sus viles pasiones a las máquinas, no a la carne... y se ahorraría un cargamento entero de mierda avergonzante en el proceso. Aurora era lo mejor que le podía haber pasado, una escapada por los pelos justo a tiempo. Muchos cables cruzados en la cabeza de esa mujer, no había duda de eso. Los centros del dolor y placer todos mezclados.

    A él no le convenía mezclarse con chifladas como ella.

Capítulo 15

    

Capítulo 15 - Simulacro de Incendio

    Despierta perdida en el mar.

    No está segura de qué la reclama, exactamente... recuerda un suave impulso, como si alguien la empujara para despertarla... aún así, está perfectamente sola aquí fuera. De eso trataba todo el ejercicio.

    Podía haber dormido en cualquier parte del parque de remolques, pero necesitaba la soledad. Así que navega más allá de Atlantis, más allá de los Habs y los generadores, más allá de los cerros y fisuras que arañan el barrio.

    Finalmente, llegó aquí, a este distante saliente de piedra pómez y polimetálicos, y cayó en un sueño de ojos abiertos..

    Sólo que ahora algo la ha sacado de ese sueño y ella ha perdido el rumbo.

    Saca la pistola sónica de su muslo y barre la oscuridad.

    Tras unos segundos, regresa un confuso eco metropolitano, justo apenas rozando el borde izquierdo del barrido. Apunta más directa y dispara de nuevo. Atlantis y sus suburbios llegan justo desde el centro.

    Y un eco más fuerte, más pequeño, más cercano. Acercándose.

    No está en rumbo de intercepción. Unos cuantos ecos más resuelven un vector que pasa a estribor. Quienquiera que sea, probablemente ni siquiera sabe que ella está aquí... o no lo sabía hasta que ella lo detectó con el sonar.

    Se están moviendo bastante rápido para alguien sin un calamar.

    Curioso, Clarke se mueve para interceptar. Mantiene baja la lámpara de su casco, con el brillo justo para distinguir el sustrato del agua. El fango pasa como una rueda de molino. Los guijarros y débiles estrellas ocasionales acentúan la monotonía.

    La onda del arco la alcanza justo antes que el cuerpo. Un hombro embiste a su lado, la empuja hacia el fondo, el fango revolotea a su alrededor.

    Una aleta la golpea en la cara. Ella palpa a ciegas y agarra un brazo: —¿Qué demonios!

    El brazo se sacude la presa, pero la exclamación de Clarke parece haber tenido algún efecto. Al menos, el jaleo se detiene. Las nubes de fango continúan girando, pero ahora sólo por la inercia.

    —¿Quién...? - Es un sonido tosco, rallado incluso para un vocificador.

    —Soy Lenie.

    Ella aumenta el brillo de su lámpara, un billón de partículas suspendidas la ciega en una brillante niebla. Asciende aleteando hacia agua más clara y apunta su haz luminoso al fondo.

    Algo se mueve allí abajo: —Miiiiiierda...apaga las luces...

    —Perdón. - Ella atenúa la lámpara. —¿Rama? ¿Eres tú?

    Bhanderi se levanta desde la suciedad: —Lenie. - Un susurro mecánico. —Hola.

    Supone que ha tenido suerte de que aún la reconozca. Demonios, tiene suerte de que aún pueda hablar. No es sólo la piel lo que se pudre cuando dejas los interiores. No son sólo los huesos lo que se debilitan. Una vez que un Rifter se vuelve nativo, el neocórtex entero se queda bastante como una tábula rasa. Deja que el abismo mire dentro de ti el tiempo suficiente y todo ese revestimiento civilizado desaparece como hielo derritiéndose bajo agua corriente. Clarke imagina las fisuras del cerebro aplanándose con el paso del tiempo, devolviendo el estado íctico primordial más adaptado a su hábitat escogido.

    Aunque Rama Bhanderi aún no ha llegado tan lejos. Incluso frecuenta interiores ocasionalmente.

    —¿A qué viene tanta prisa? - vibra Clarke. Ella en realidad no espera una respuesta.

    Aunque recibe una: —pri...dopamina, quizá...Epi...

    Ella lo entiende tras un segundo: prisa de dopamina.

    ¿Aún es lo bastante humano para contar chistes malos?

    —No, Rama. Me refiero, ¿Por qué de vuestra urgencia?

    Se suspende tras ella como un espectro negro, apenas visible en la tenue áscua de la lámpara de su casco. —Ah...ah...no tengo.... - su voz se va perdiendo.

    —Buum. - dice él tras un momento. —Explotó. Muuuuuuy brillante.

    Un impulso, recuerda ella. Lo suficiente para despertarla. —¿Explotó qué? ¿Quién?

    —¿Eres real? - pregunta él distante. —...Yo... creo eres un problema de histamina...

    —Soy Lenie, Rama. De verdad. ¿Qué explotó?

    —...acetilcolina, quizá... - Su mano pasa adelante y atrás delante de su cara. —Sólo que no siento calambres...

    Esto es inútil.

    —... ella ya no me gusta. - vibra Bhanderi en voz baja. —Y él me persiguió...

    Algo se tensa en la garganta de Clarke. Ella se mueve hacia él: —¿Quién? Rama, ¿qué...?

    —Apártate. - ralla él. —Estoy todo...territorial...

    —Lo siento... Yo...

    Bhanderi gira y se aleja aleteando. Ella empieza a seguirle y se detiene, dándose cuenta: hay otro modo.

    Aumenta el brillo de su lámpara. El turbio frente de tormenta aún se suspende bajo ella justo encima del fondo. Sólo que no se despejará durante horas en estas aguas densas y lentas.

    Tampoco lo harán los restos que conducen a la misma.

    Uno de ellos es el suyo: una estrecha estela turbia en suspensión mientras ella acudía hasta aquí desde el este. El otro rastro se extiende a lo largo de una derrota de 345°.

    Clarke lo sigue.

    No se dirije hacia Atlantis, nota ella muy pronto. El rastro de Bhanderi vira a babor siguiendo una línea que debería mantenerla a buena distancia del hombro sudoeste del complejo. No hay gran cosa por esa ruta, hasta donde Clarke consigue recordar. Quizá un puesto de suministros, uno de varios almacenes de partes de prefabricado dispersos como anticipación a una futura expansión, de los tiempos cuando los Cuerpos llegaron por primera vez. Con toda seguridad, el agua de delante empieza a iluminarse. Clarke baja su haz y sondea el brillo a su frente. Una confusión de fuertes ecos euclídeos rebotan hasta ella, todos de objetos mucho más grandes que un cuerpo humano.

    Ella avanza. El fulgor difuso se resuelve en cuatro orígenes puntuales: luces de sodio de inmersión, una en cada esquina del puesto de suministros. Láminas de plástico apiladas y bioacero yacen sobre palés dentro del área iluminada.

    Unas porciones curvas para el casco de los hábitats están apiladas sobre el sustrato como un nido de enormes conchas. Formas más grandes asoman en la turbia distancia: tanques de almacenamiento, disipadores de calor, envolturas de reactores de emergencia nunca ensamblados.

    La lejanía está turbia, nota Clarke.

    Mucho más sucia de lo usual.

    Aletea subiendo la columna de agua y acosta sobre el subpaisaje industrial. Algo se apoya contra la luz como un blando muro oscuro justo más allá de la farola más alejada. Esperaba ver algo así desde la charla con Bhanderi. Ahora aquello se dispersa frente a ella en silenciosa confirmación, una inmensa nube de lodo soplada desde el fondo, ondulando y demorándose, virtualmente ingrávida, como resultado de alguna reciente explosión.

    Por supuesto, los Cuerpos almacenaban cápsulas explosivas junto con todo lo demás...

    Algo cosquillea la esquina del ojo de Clarke, algún pequeño desarreglo fuera de lugar entre el caos organizado directamente debajo. Dos láminas del armazón del casco han sido retiradas del montón y tendidas sobre el barro. Perdigones dispersos estropean sus superficies como acné. Clarke se arquea para ver más cerca. No, esos no son grumos inocuos de barro o una reciente colonia de invertebrados bénticos. Son agujeros, perforados a través de tres centimetros de sólido bioacero. Sus bordes son romos, fundidos y congelados al instante por alguna fuente de calor intenso. El carbono quemado alrededor de cada brecha transmite una sensación de magullamiento, de vacíos ojos negros maltratados.

    Clarke se hiela por dentro.

    Alguien se está equipando para los preparativos finales.

Capítulo 16

    

Capítulo 16 - Valores de Familia

    Desde la fundación de Atlantis, Jakob y Jutta Holtzbrink siempre eran reservados. No fue siempre así. Cuando estaban en la superficie, eran llamativos hasta para los estándares de los Cuerpos. Parecían deleitarse en el arcaico contraste que presentaban al mundo en su totalidad. Su historia juntos depredaba el Milenio, estaban casados desde hacía tanto tiempo que la ceremonia en verdad tuvo lugar en una iglesia.

    Jutta incluso tomó el apellido de su marido. Las mujeres hacían cosas así entonces, recuerda Rowan. Sacrificaban un pedacito de la identidad de ellas mismas por el bien del Patriarcado o como fuera que se llamara.

    Una pareja chapada a la antigua y orgullosa de ello. Cuando aparecían en público, lo cual hacían a menudo, aparecían juntos y destacaban.

    El público no existe aquí en Atlantis, por supuesto. El público se abandonó para evitarse a sí mismo. Atlantis fue la créme de la créme desde el mismo comienzo, sólo los inquietos y agitadores y aquellas laboriosas abejas que les cuidaban en las profundas partes más ricas de la colmena.

    Aquí abajo, Jutta y Jakob no salían mucho. La escapada les cambió. Cambió a todos, por supuesto, hacía modestos a los poderosos, les hacía frotarse las narices por sus propios fallos aún cuando, maldita sea, todavía lo hacían lo mejor que podían, se adaptaban incluso en el Día del Juicio, vieron el mercado en botes salvavidas y saltaron a bordo antes que todos los demás. Hoy en día, la mera supervivencia es un portafolio de lo que estar orgulloso. Pero los Holtzbrincks no se han aprovechado de esa medio tranquilizadora y autoservida consolación. El βehemoth no les ha tocado ni una sola partícula y aún así, parece haberles hecho casi más pequeños físicamente.

    Pasaban la mayoría de su tiempo en su suite, conectados a entornos virtuales mucho más restringidos que los confines que pudiera tener este lugar. Salían para comer, por supuesto; la producción de comida in-suite es algo del pasado desde que los Rifters confiscaran su botín - de los recursos de la base; pero incluso entonces, se retiraban a sus aposentos con sus bandejas de comida de ciclador y productos hidropónicos para comer a puertas cerradas. Es una rareza leve e inofensiva este repentino deseo de privacidad. Patricia Rowan nunca pensaba mucho en ello hasta el día en la Cueva de Comunicaciones cuando Ken Lubin, buscando pistas, le había preguntado ¿qué hay de los peces? Quizá se subieron a algo. ¿Son las larvas planctónicas?

    Y Jerry Seger, impaciente con este asesino chaquetero que se presentaba como un profundo pensador, le había despachado como lo haría con un crío: si hubiera sido capaz de dispersarse dentro del plancton, ¿por qué esperar hasta ahora para dominar el mundo? Lo habría hecho hace algunos cientos de millones de años.

    Quizá lo había hecho, murmura Rowan ahora.

    Los Holtzbrincks destacaban en farmacología incluso desde los días anteriores a la ingeniería genética. Estaban al tanto de los nuevos tiempos, por supuesto. Cuando se descubrió el primer ecosistema hidrotermal, antes del cambio de siglo, una generación anterior de Holtzbrincks había estado allí revelando un nuevo Dominio, tamizando a través de cladogramas de especies recién descubiertas, nuevos microbios, nuevas enzimas construídas para funcionar a temperaturas y presiones que se pensaban imposiblemente hostiles para cualquier forma de vida. Catalogaron la maquinaria celular que esperaba perezosamente en el lecho rocoso a kilómetros de profundidad, gérmenes que vivían tan lentamente que no se habían dividido desde la Revolución Francesa. Ajustaron los reductores de azufre que asfixiaba de muerte el oxígeno, les engañaron para que devoraran vertidos de aceite y curaran nuevos tipos extraños de cáncer. El Imperio Holtzbrink, se decía, poseía patentes sobre la mitad de las Arqueobacterias.

    Ahora, Patricia Rowan se sentaba frente a Jakob y Jutta en su salón y se pregunta qué más podrían haber patentado en aquellos ultimos días en la Tierra.

    —Seguro que habéis oído las novedades. - dice ella. —Jerry misma lo confirmó. El βehemoth ha llegado hasta el Lago Imposible.

    Jakob asiente, un gesto de pajarillo, tanto con los hombros como con la cabeza.

    Pero sus palabras transmiten negación: —No, No lo creo. Vi las estadísticas. Demasiado salino. - Se lame los labios, se queda mirando al suelo. —Al βehemoth no le gustaría.

    Jutta pone una reconfortante mano sobre la rodilla de su marido.

    Él es muy mayor, sus conquistas quedan todas en el pasado. Nació demasiado pronto, demasiado viejo para la eterna juventud. Para cuando los ajustes estaban disponibles; cada par de bases defectuoso tricotado, cada telómero reforzado; su cuerpo ya había gastado la mejor parte de un siglo. Hay un límite en lo que se puede arreglar a esas alturas del juego.

    Rowan explica amablemente: —No en el mismo Lago, Jakob. En alguna parte cerca. Una de las fuentes termales

    El asiente y asiente, sin mirarla.

    Rowan mira a Jutta, Jutta le devuelve la mirada con la impotencia en su cara.

    Rowan presiona: —Como sabes, se supone que esto no debía pasar. Estudiamos el bicho, estudiamos la oceanografía, elegimos este lugar con mucho cuidado. Pero nos dejamos algo.

    —La maldita Corriente del Golfo se desconectó. - dice el anciano. Su voz es más fuerte que su cuerpo, aunque no por mucho. —Dijeron que ocurriría. Cambia todas las corrientes. Transforma Inglaterra en la maldita Siberia.

    Rowan asiente. —Hemos analizado un montón de escenarios diferentes. Nada parece encajar. Creo que quizá podría haber algo sobre el βehemoth mismo que estamos pasando por alto. - Ella se inclina hacia adelante ligeramente. —Tu gente hizo mucha prospección alrededor del Borde de Fuego, ¿verdad? ¿En los años treinta?

    —Claro. Todo el mundo lo hizo. Aquellas malditas Arqueas, era la fiebre del oro de los años veinte.

    —Tu gente pasó mucho tiempo en Juan de Fuca entonces. ¿Nunca encontraron al βehemoth?

    —Mmmm. - Jakob Holtzbrink niega con la cabeza. Sus hombros no se mueven.

    —Jakob, tú me conoces. Sabes que siempre he sido una firme defensora de la confidencialidad corporativa. Pero todos estamos del mismo lado aquí, todos en el mismo barco por así decirlo. Si sabes algo, cualquier cosa…

    —Oh, Jakob nunca hizo ninguna investigación real. - interviene Jutta. —Pero seguro que ya sabías eso, él en realidad era más un relaciones públicas.

    —Sí, por supuesto. Pero él también mostró verdadero interés en lo último. Siempre se emocionaba bastante con los nuevos descubrimientos, ¿recuerdas? - Rowan ríe discretamente. —Hubo una vez que pensamos que el hombre vivía prácticamente en un submarino.

    —Sólo hacía los recorridos, ya sabes. Jutta tiene razón, No hice ninguna investigación. Eso lo hacían los genios de los geles, Jarvis y aquel lote. - Por primera vez, Jakob mira a Rowan los ojos. —Perdí ese equipo entero cuando irrumpió el βehemoth, ¿sabes?. La ARISC estaba reclutando nuestra gente por el globo. Entró danzando un vals, los seleccionaba delante de nuestras narices.. - Suelta un bufido de burla. —Maldito bien mayor.

    Jutta aprieta la rodilla de su marido. Ellos se miran, ella sonríe. Él pone su mano sobre la de ella.

    Sus ojos vuelven a mirar al suelo. Muy suavemente, empieza a asentir con la cabeza de nuevo.

    —Jakob no tenía mucho contacto con los equipos de investigación. - explica Jutta. —Los científicos no son muy sociables, como sabes. Sería un desastre dejar que algunas de esas personas actuaran como interlocutores, pero aún se resentían por el modo en que Jakob presentaba sus hallazgos a veces.

    Rowan sonríe pacientemente. —El asunto es, Jakob, He estado pensando. Sobre el βehemoth y lo antiguo que es...

    —La vida más antigua del planeta. - dice Jakob. —El resto de nosotros sólo caímos después. El meteorito marciano o algo así. El maldito βehemoth es lo único que en verdad comenzó aquí.

    —Pero ahí está la cosa, ¿no? El βehemoth no depreda otras formas de vida, depreda la fotosíntesis. Depreda oxígeno. Tiene más de cuatro mil millones de años. Y todos los otros bichos que en realidad hemos encontrado, la Arqueobacteria y los Nanolitos y en adelante, aún son anaerobios hasta este día. Sólo se les encuentra en entornos reducidos. Y aún así, aquí está el βehemoth, incluso más antiguo, y el oxígeno no le molesta en absoluto.

    Jacob Holtzbrink deja de mecerse.

    —Bichito inteligente. - dice él. —Se mantiene a la última. Tiene esos, ¿cómo se llaman?, como Pseudomonas tiene...

    —Genes de Blachford. Cambian su propio ritmo de mutación bajo condiciones de estrés. - recita Rowan.

    —Correcto. Correcto. Genes de Blachford. - Jakob levanta una mano, la pasa sobre una moteada cabeza ligera de pelo. —Se adaptó. Se adaptó al oxígeno, a vivir dentro de los peces, y ahora se está adaptando a cada maldito recoveco y endidura sobre el maltldito planeta.

    —Sólo que nunca se adaptó a la baja temperatura y alta salinidad en combinación. - observa Rowan. —Nunca se adaptó al único y mayor hábitat sobre la Tierra. Las profundidades del mar lo encerraron durante miles de millones de años. Las profundidades del mar aún lo estarían encerrando si la erupción de Channer no hubiera ocurrido.

    —¿Qué has dicho? - se pregunta Jutta, una repentina agudeza en su voz. Su marido no dice nada.

    Rowan respira hondo: —Todos nuestros modelos se basan en la asunción de que el βehemoth ha estado en su forma presente durante cientos de millones de años. El advenimiento de oxígeno, los cuerpos anfitriones hipotónicos... todo eso ocurrió en las profundidades, en el Precámbrico tardío. Y sabemos que no ha cambiado mucho desde entonces, tanto con genes Blachford o sin ellos... porque si lo hubiera hecho, el βehemoth habría dominado el mundo mucho antes. Sabemos que no puede dispersarse por el abismo porque no se ha dispersado por el abismo en todos los millones de años que ha tenido para intentarlo. Y cuando alguien sugiere que quizá se subió en el ictioplancton, le despachamos. Y le despachamos no porque nadie lo haya comprobado de verdad... ¿quién tenía tiempo, tal y como estaban yendo las cosas?... sino porque si pudiera dispersarse de ese modo, ya se habría dispersado así hace millones de años.

    Jakob Holtzbrink se aclara la garganta.

    Rowan lo plantea sobre la mesa: —¿Y si el βehemoth no ha tenido millones de años? ¿Y si sólo tuviera algunas décadas?

    —Bueno, eso es... - empieza Jutta.

    —Entonces ya no estamos seguros de nada, ¿no? Quizá no estamos hablando de algunas reliquias aisladas por aquí y por allá. Quizá estamos hablando de epicentros. Y quizá no es que el βehemoth no sea capaz de propagarse, sino que sólo ahora está empezando a hacerlo.

    Esa oscilación de ave de nuevo, y la misma negación: —Nah. Nah. Es antiguo. Plantilla de ARN, paredes mineralizadas. Grandes poros por todos lados, por eso no puede picar en agua marina fría. Filtra como un colador. - Una burbuja de saliva aparece en la esquina de la boca. Jutta acerca un brazo para limpiarla. Jakob levanta su mano irritado, previniéndolo. Las manos de ellas caen en su regazo. —Las secuencias piranosales. Primitivas. Únicas. Esa mujer, esa doctora: Jerenice. Encontró lo mismo. Es antiguo.

    —Sí,... - coincide Rowan, —... es antiguo. Quizá algo lo cambió, pero hace poco.

    Jakob está frotándose las manos, agitatado: —¿Qué?, ¿alguna mutación? ¿Alteración fortuíta? Maldita suerte para el resto de nosotros.

    —Quizá alguien lo cambió. - dice Rowan.

    Bueno. Ya lo soltó.

    —Espero que no estés sugiriendo... - empieza Jutta y queda en silencio.

    Rowan se inclina hacia adelante y apoya una mano sobre la rodilla de Jakob. —Sé cómo fue estar allí fuera, hace treinta, cuarenta años. Fue la mentalidad de la fiebre del oro, tal y como has dicho. Cada cuerpo y su clonador de órganos estaba instalando laboratorios sobre la dorsal, haciendo toda clase de trabajo in situ...

    —Por supuesto que fue in situ, ¿has intentado alguna vez duplicar esas condiciones en un laboratorio...?

    —Pero tu gente estuvo al frente. No sólo te ocupabas de tu propia investigación, tenías los ojos puestos en la de todos los demás. Eras demasiado buen hombre de negocios para hacerlo de otro modo. Y por eso he acudido a ti, Jakob. No estoy reclamando nada ni acusando a nadie, ¿lo entiendes? Sólo creo que si alguien en Atlantis podía tener alguna idea sobre todo lo que podría haber sucedido allí fuera, serías tú. Tú eres el experto, Jakob. ¿Puedes decirme algo?

    Jutta niega con la cabeza. —Jacob no sabe nada, Patricia. Ninguno de nosotros sabe nada. Y entiendo tu implicación.

    Rowan mantiene los ojos fijos en el anciano. Él contempla el suelo, mira a través del suelo, a través de las placas de la cubierta y las tuberías y conductos subterráneos, a través de los cables y el fulereno y bioacero, a través del agua marina y la roca viscosa dentro de algún lugar que Rowan sólo puede imaginar. Cuando él habla, su voz parece venir de allí.

    —¿Qué quieres saber?

    —¿Habría alguna razón por la cual alguien... hipotéticamente... pudiera recoger un organismo vivo como el βehemoth y retocarlo?

    —Más de las que puedas contar. - dice la distante voz. Este frágil cuerpo que parece estar usando escasamente.

    —¿Tales como?

    —Envío seleccionado. Drogas, genes, orgánulos de reemplazamiento. Su pared celular, nunca se ha visto algo así. Nada. Sin respuesta inmune de la que preocuparse, se desliza pasando las enzimas contrarintrusión como si fueran ciegas y sordas. La célula objetivo lo asimila de inmediato, lisia la pared, COD. Como una molécula de registro biodegradable.

    —¿Qué más?

    —La píldora energética definitiva. Bajo las condiciones adecuadas, bombea ATP tan rápido que se podría volcar un coche con una mano. Hace que la mitocondria parezca una mierdecilla muerta. Los soldados con el βehemoth en sus células podrían incluso darle el paseo a un exoesqueto por el dinero, si les alimentas suficiente.

    —Y si el βehemoth estuviera retocado adecuadamente. - enmienda Rowan.

    —Claro. - susurra el anciano. —Hay está el problema.

    Rowan escoge las palabras con cuidado:—¿Podría haber habido algunas… aplicaciones menos precisas? ¿Máquinas MAD? ¿Terrorismo industrial?

    —¿Dices, como lo que hace ahora? No. C... alguien tendría estar ciego o ser estúpido y loco al mismo tiempo para diseñar algo así.

    —Pero se habría tenido que incrementar el ritmo reproductivo bastante, ¿no? Para hacerlo economícamente viable.

    Él asiente, sus ojos aún hieráticos. —Esos moradores de las rocas profundas viven tan lento que tendrías suerte si se dividen una vez por década.

    —Y eso implicaría que tendrían que comer mucho más, ¿no? Para mantener el ritmo de crecimiento aumentado.

    —Por supuesto. Hasta un crío sabe eso. Pero no es por eso que lo harías, nadie haría eso porque quisiera que el bicho pudiera... sería simplemente una, una inevitabilidad...

    —Un efecto secundario. - sugiere Jutta.

    —Un efecto secundario. - repite él. Su voz no ha cambiado. Aún se eleva, tranquila y distante, desde el centro de la Tierra. Pero hay lágrimas en la cara de Jakob Holtzbrinck.

    —Así que nadie lo hizo deliberadamente. Estuvieron intentando otra cosa y pues... salió mal. ¿Es eso lo que estás diciendo?

    —¿Dices, hipotéticamente? - Las esquinas de su boca se levantan y arrugan en un intento apenas discernible de una sonrisa. Una lágrima recorre una de sus arrugas y cae en su barbilla.

    —Sí, Jakob. Hipotéticamente.

    La cabeza del anciano sube y baja.

    —¿Hay algo que podamos hacer? ¿Algo que no hayamos probado?

    Jakob niega con la cabeza. —Sólo soy un Cuerpo. No sé.

    Ella se levanta. El anciano se queda mirando el suelo en sus propios pensamientos. Su esposa alza la vista hacia Rowan.

    —Lo que te ha dicho.... - dice ella. —...no lo interpretes mal.

    —¿Qué quieres decir?

    —Él no formó parte de esto más que tú. No es peor que el resto de vosotros.

    Rowan inclina la cabeza. —Lo sé, Fran.

    Ella se excusa. Lo último que ve cuando la compuerta los sella dentro, es a Fran Holtzbrink resbalando en un sueño lúcido sobre la cabeza agachada de su marido.

    Ya no hay nada que hacer al respecto. No tiene sentido las recriminaciones, no hay escasez de dedos incriminadores en ninguna dirección.

    Aún así, le alegra haberles visitado. Hasta está agradecida, en un cierto sentido.

    Es un agradecimiento egoísta, pero le sirve. Patricia Rowan acepta cualquier consuelo que pueda en caso de que el tren ya no se detenga con ella. Ni siquiera sabe parar con Lenie Clarke, la Sirena del Apocalipsis. Rowan empieza a recorrer el pasillo de la Residencial D, mirando una vez más sobre su hombro.

    El tren se detiene allí atrás.

Capítulo 17

    

Capítulo 17 - Retrato del Sádico Como un Hombre Libre

    El término técnico era catástrofe de Desdoble Universal. Visto en el gráfico era un tsunami en sección transversal, el liso techo de una ola creciente avanzando, doblándose bajo la cresta y cayendo en un suave arco vítreo hacia algún nuevo equilibrio de baja energía que no dejaba piedra sobre piedra. Visto en la tierra era mucho más desaliñado: soportes vitales fallando en sus redes eléctricas; sistemas de gestión de residuos detenidos; vías sofocadas por la rabia, tumultos enloquecidos presionados una comida más allá de la revolución. La policía en sus exoesqueletos hacía ya tiempo que se habían retirado del nivel de la calle; los moscabots de pacificación pululaban a guadaña por encima de la turba con gas e infrasonidos.

    También había una palabra para el borde en cabeza de la ola, ese caótico punto de inflexión donde la trajectoria se invertía a sí misma antes de estrellarse: el punto de ruptura. La NAmPac Oriental había tirado de ese giro en horquilla alguna vez durante las previas treinta y cuatro horas. Todo el oeste de las Rocosas era una tábula rasa. La ARISC había impuesto tota clase de barreras para mantenerlo contenido; gente, bienes, los mismos electrones se habían quedado congelados en marcha. A todos los intentos y propósitos, el mundo terminaba en la Cordillera. Sólo los criminales podían atravesar esa barrera ahora para hacer lo que pudieran.

    No sería bastante. No esta vez.

    Por supuesto, el sistema se había estado degradando durante décadas. Siglos, incluso. Desjardins debía su propio empleo a esa sinergia vibrante entre la entropía y la estupidez humana. Sin ella, el control de daño no sería la única industria más grande del planeta. Eventualmente, todo había estado unido para caer en pedazos, cualquiera con un par de ojos y un CI ligeramente por encima de la temperatura ambiente sabía eso. Pero no había encontrado una sólida razón que explicara por qué había tenido que ocurrir bastante más rápido de lo que debía.

    Podían haber comprado otra década o dos, un poco más de tiempo para aquellos que aún tenían fe en la ingenuidad humana, para continuar engañándose a sí mismos.

    Pero cuanto más cerca estabas del punto de ruptura, más complicado era suturar las grietas. Incluso el equilibrio era inestable, tan cerca del precipicio. Olvida las mariposas: con un planeta tambaleándose tan cerca del borde, el aleteo de unas alas áfidas podría ser suficiente para empujarlo al vacío.

    Era 2051 y era la tarea jurada de Aquiles Desjardins aplastar a Lenie Clarke como un insecto de cualquier modo.

    Observó cómo los trabajos manuales de la mujer se propagaban por el continente como una red de crecientes grietas quebrando la superficie de un lago congelado. Sus visores internos se atiborraban de datos de cientos de fuentes diferentes: avistamientos confirmados y probables en los dos meses previos, demasiado rancio para tener alguna utilidad en una cacería humana pero útiles en potencia para predecir el siguiente brote del βehemoth. Memes y leyendas de la Madona del Apocalipsis, más numeros y metastáticos: una estrategia reproductiva para los enjambres de la vida salvaje virtual que Desjardins sólo acababa de descubrir y puede que nunca entender del todo. Realidad y Leyenda en cierta alianza inadvertida. El βehemoth floreciendo en todo lugar en el que ambas convergían; tormentas de fuego y apagones apareciendo desde atrás, un interminable índice contínuo de vidas inocentes confiscadas por el bien mayor.

    Era mentira, Desjardins lo sabía. La NAm estaba más allá del punto de ruptura a pesar de aquellas medidas draconianas. Llevaría un tiempo hasta que todo el sistema se sacudiera. Era una larga caída desde la cresta hasta el hoyo. Pero Desjardins no era nada sin las lecturas de los números. Calculó dos semanas, tres como mucho, antes de que el resto del continente siguiera a la NAmPac hacia la anarquía.

    Un servidor de noticias que funcionaba en una esquina de su pantalla servía un tumulto reciente en Hongcouver. Los sistemas de seguridad de última tecnología entregaban sus vidas en la defensa de espiras vítreas y enclaves de lujo... derrotados no por astutos hackers o tecnología superior, sino por el puro peso de la carne contra sus toberas. Las armas murieron por agotamiento, desaparecieron bajo una base de cuerpos vivos trepando sobre los muertos. La muchedumbre hizo brecha en las puertas gritando de triunfo mientras él observaba. Treinta mil voces en superposición: un mar ansioso, una voz colectiva carente de toda humanidad. Sonaba casi mecánica. Sonaba como el viento.

    Desjardins apagó el canal antes de que el tumulto aprendiera lo que él ya sabía: las espiras estaban vacías, los Cuerpos que una vez guarecían hacía tiempo que se habían marchado a la tierra.

    O al mar, mejor dicho.

    Una ligera mano rozó contra su espalda. Él se dió la vuelta, sobresaltado. Alice Jovellanos estaba junto a su hombro. Desjardins lanzó una mirada furtiva hacia su tablero cuando vio quién estaba con ella. Roma ardía allí sobre una docena de insertos. Estiró el brazo para la interrupción.

    —No. - Lenie Clarke deslizó el visor de su cara y contempló la devastación con ojos tan vacíos como conchas. Su cara estaba calmada y sin expresión, pero cuando habló de nuevo, su voz temblaba.

    —Déjalo encendido.

    Le había conocido por primera vez dos semanas antes. La había estado rastreando durante meses, buscando los archivos, ahondando en sus registros, concentrando sus superlativas habilidades de reconocimiento de patrones en el críptico rompecabezas incompleto llamado Lenie Clarke. Pero aquellas piezas ensambladas no habían revelado más que una incubadora para el fin del mundo, como lo había llamado Rowan. Habían revelado a una mujer cuya infancia entera había sido fingida, programada para terminar siendo algo sobre lo que ella no había tenido conocimiento ni control. Todo ese tiempo había estado tratando de volver a casa, intentando redescubrir su propio pasado.

    Ken Lubin, esclavizado a su propia marca de Horda Criminal, había estado intentando matarla. Desjardins había estado intentado evitarlo en el momento en que le había parecido la única cosa decente que hacer. Parecía extraño, en retrospectiva, que tal acto de bondad pudiera haber sido activado por su propia psicopatía latente.

    Su intento de rescate no había salido bien. Lubin le había interceptado antes de que Clarke hubiera aparecido en Sault-Saint Marie. Desjardins se había sentado el resto del acto atado a una silla en una habitación totalmente oscura con la mitad de los huesos de la cara rotos. Para su sorpresa, no había sido Ken Lubin que se lo había hecho.

    Y aún así, estaban todos ahora en lo que podría llamarse el mismo lado: él y Alice, Kenny y Lenie, todos trabajando juntos bajo el estandarte de grisácea ambigüedad moral y justa vendeta. Espartaco había liberado a Lubin de la Horda Criminal como había liberado a Desjardins. El criminal tenía que admitir una cierta simpatía con el taciturno asesino, incluso ahora. Él sabía lo que se sentía al estar atornillado a una posición de genuína culpabilidad tras años de dejar que los neurotransmisores sintéticos tomaran todas las decisiones difíciles.

    Ansiedad tullida.

    Culpa.

    En principio, al menos. Ahora la culpabilidad se estaba desvaneciendo. Ahora sólo había miedo.

    Desde un millar de direcciones, el mundo gritaba por desesperada necesidad de atención. Era su tarea jurada: proporcionar la salvación o, fracasando en esto, salvar hasta la última pieza de la flotilla hundida bajo las olas. Mucho tiempo atrás habría sido más que un trabajo, habría sido una compulsión, un impulso, algo que no podía evitar hacer. En este mismo momento debería estar despachando equipos de emergencia, enrutando suministros vitales, posicionando elevadores y moscabots para reforzar la cuarentena debilitada.

    Que le den, pensó él y apagó las conexiones. Sintió a Lenie Clarke apartándose tras él cuando la pantalla quedó a oscuras.

    —¿Te administraste un ajuste? - preguntó Jovellanos. Ella se había puesto una inyección, pero sólo llevaba como criminal senior una semana: apenas lo bastante para estar acostumbrada a sus visores internos y aún menos para desarrollar el séptimo sentido que Desjardins había afilado durante más de media década. El ajuste más potente que ella había sido capaz de conseguir de los desparecidos Cuerpos estaba en alguna parte del Atlántico Norte.

    Desjardins asintió y se acercó al tablero principal. El reflejo ónice de Clarke se movió tras él, mirando desde la oscura superficie. Desjardins suprimió la urgencia de mirar sobre su hombro. Ella estaba justo aquí en su cubículo: sólo una chica, la mitad de su tamaño. Una delgadita selectora-K que la mitad del mundo quería matar y la otra mitad quería morir por ella. Sin haberla conocido siquiera, él lo había abandonado todo para acudir en su ayuda. Cuando la conoció finalmente cara a cara, le había asustado más que Lubin. Pero algo le había sucedido a Clarke desde entonces. La afectada reina de hielo no había cambiado, pero algo tras ello parecía... más pequeño. Casi frágil.

    Aunque Alice no parecía notarlo. Había sido la mascota autoasignada de los Rifters desde el momento que hubo visto una oportunidad para volver a la Oligarquía Corporativa Maligna o como lo llamara ella esta semana.

    Desjardins abrió una ventana sobre el tablero: una ampliación de imagen de una CamSat en color falso del océano abierto, un plasma multitono con contornos de códigos por colores.

    —Ya pensé en eso. - le dijo Alice, —Pero aún cuando pudieras discernir una huella térmica en el ruído, la circulación es tan lenta allí abajo...

    —Temperatura no. - interrumpió Desjardins. —Turbulencia.

    —Aún así, la circulación...

    Le disparó una mirada: —Calla y aprende, ¿vale?

    Ella quedó en silencio, dolida. Había estado andando sobre huevos desde que había admitido ser la causante de su infección.

    Desjardins se giró hacia el tablero. —Hay mucha variación en el tiempo, por supuesto. Todo desde tapasblancas hasta pedos de calamar. - Tocó un icono y capas de nuevos datos surgieron sobre la línea base, un perfecto transparente. —Nunca se consigue un rastro con una única foto, da igual lo fina que sea. Tuve que mirar los valores medios en un periodo de tres meses.

    Las capas se fundieron. El plasma amorfo desapareció, estelas de fuertes bordes y borrones se condensaron en aquella neblina.

    Los dedos de Desjardins jugaban por el tablero. —Ahora cancela todo lo que aparece en la base de datos de la NOOA.... Una miríada de marcas luminosas se hicieron transparentes... —los restos de la Corriente del Golfo.... un collar de perlas desde Florida hasta Inglaterra se oscureció... —y cualquier lugar de construcción de la lista o afloramientos inconsistentes con el tamaño de estructura mínimo permitible. - Unas cuantas docenas de marcas restantes desaparecieron. El Atlántico Norte estaba oscuro y sin detalles salvo por un único defecto brillante posicionado casi exactamente en su centro. —Así que es eso. - murmuró Clarke.

    Desjardins negó con la cabeza. —Aún tenemos que corregir el desplazamiento lateral durante el ascenso. Las corrientes de Midwater y similares.

    Abrió algoritmos: el defecto bailó hacia el noroeste y se detuvo.

    39°20'14N 25°16'03W, decía la pantalla.

    —Centro noreste de la Zona de la Fractura de Atlantis. - dijo Desjardins. —La vorticidad más baja en toda la maldita cuenca.

    —Dijiste turbulencia. - reflexionó Clarke, una diana brillante en su pecho, movió la cabeza. —Pero si no hay vorticidad...

    —Burbujas. - exclamó Alice, sugiriendo.

    Desjardins asintió. —No se construye un refugio para un millar de personas sin hacer algún trabajo de soldadura. Eso va a generar bolsas de gas residual. He aquí, turbulencia.

    Clarke aún seguía escéptica. —Nosotros soldamos en Channer. La presión aplastaba las burbujas según se formaban.

    —Para soldadoras puntuales, seguro. Pero estos tipos deben de haber fusionado Habs enteros: mayores temperaturas, mayor gas residual, más inercia térmica. - Finalmente, se giró para encararla, —No estamos hablando de un caldero hirviendo aquí. Será solo fina efervescencia para cuando llegue a la superficie. Ni siquiera es visible a simple vista. Pero es bastante para reducir la penetración de luz y por eso estamos mirando justo aquí. - Pulsó el tumor sobre el tablero.

    Clarke lo observó un momento, su cara sin expresión. —¿Algún Cuerpo más sabe esto? - preguntó al final.

    Desjardins negó con la cabeza. —Nadie sabe siquiera que yo estaba trabajando en ello.

    —¿No te importaría que siguiera de esa forma?

    Él se burló. —Lenie, No quiero pensar siquiera en lo que ocurriría si alguien descubriera que he estado invirtiendo tiempo es esto. Y no es que no seas bienvenida, pero el hecho de que vuestra gente esté paseándose por aquí fuera es un riesgo grave. ¿Tú... ?

    —Se están ocupando de eso, Aguafiestas. - dice Alice en voz baja. —Te lo dije. Aprendo rápido.

    Ella aprendía. Promocionada tras su deserción, le había llevado sólo algunas horas averiguar que algún millar de Cuerpos se había esfumado silenciosamente de la faz de la Tierra. Le había llevado menos de dos días reunirse con él en la nómina de la ARISC, su misteriosa ausencia oscurecida por coartadas y barcia burocrática. Ella había empezado a jugar con injusta ventaja, por supuesto: preinfectada con Espartaco, la Horda Criminal nunca la había afectado. Había empezado la posesión del cargo con todo el poder de una criminal senior y sin restricciones. Por supuesto, tenía autorización para meter a Lenie Clarke en el santuario interno de la ARISC.

    Pero incluso ahora, Espartaco burbujeaba en la cabeza de Desjardins como un identificador, devorando las cadenas que la Horda Criminal había forjado. Ya había liberado su consciencia; pronto, temía él, Espartaco la destruiría totalmente.

    Miró a Alice. Me hiciste esto, pensó, y examinó los sentimientos que provocaba la acusación. Había estado furioso al principio, una sensación de profunda traición, algo que rayaba en el odio, incluso. Ahora ya no estaba seguro. Alice... Alice era una complicación y su salvación, todo ello enrollado en un esbelto chásis. Le había salvado el culo, por ahora. Ella tenía información que podía ser vital para más tarde. Parecía buena idea seguirle el juego, al menos por el momento. En cuanto a los Rifters, cuanto antes les ayudara, antes saldrían de la ecuación.

    Y todo ese tiempo, alguna astilla persistente en su mente contemplaba las opciones que pronto podrían estar disponibles para un hombre sin correa… Alice Jovellanos le ofreció una tentativa sonrisa, siempre esperanzadora. Aquiles Desjardins sonrió en respuesta.

    —Aprendes rápido. - repitió él. —Se te da bien.

    Con suerte, no lo bastante rápido.

Capítulo 18

    

Capítulo 18 - Confesional

    Jerenice Seger quiere hacer una comunicación.

    No la hará para Clarke o Lubin. Ni siquiera les dirá de qué se trata. —No quiero que haya ningún malentendido. - dice ella. —Quiero dirigirme a vuestra comunidad entera. - Su apariencia pixelada observa desde el tablero con sonrisa desafiante. Patricia Rowan permanece en el fondo; tampoco parece muy alegre.

    —De acuerdo. - dice Lubin por fin y cierra la connexión.

    Seger, reflexiona Clarke. Seger está dando el comunicado, no Rowan. —Noticias médicas. - dice ella en alto.

    —Malas noticias. - responde Lubin, sellando sus guanteletes.

    Clarke configura el tablero de LFAM para banda ancha. —Será mejor convocar a las tropas, supongo.

    Lubin va hacia la escalera. —Toca las campanas por mí, ¿quieres?

    —¿Por qué? ¿Dónde vas? - Las bocinas sirven para avisar a aquellos Rifters que dejan sus vocificadores offline, pero Lubin normalmente las activa él mismo. —Quiero comprobar algo. - dice él.

    La esclusa de aire sisea al cerrarse tras él.

    Por supuesto, hasta con sus números actuales, no pueden caber todos en el Hábitat Nervioso al mismo tiempo.

    Podría haber sido más sencillo si los módulos Rifter siguieran las normas. Habían sido diseñados para interconectar, cada esfera autocontenida envuelta por seis bocas redondas de dos metros de largo. Cada una puede sellar los labios con cualquier otra o con partes del pasillo interno... y así crece la estructura entera, torpe como un gran esqueleto de largos huesos y cráneos vacíos ensamblados por el lecho marino. Esa es la idea, al menos. Algunas formas básicas de combinación infinítamente flexible.

    Pero no. Aquí los módulos de hábitat brotan como hongos solitarios por el sustrato. Los Rifters viven en soledad o en parejas o cualquier ensamblaje social que se ajuste a ese momento. Una multitud de Rifters es casi un oxímoron. Los hábitats nerviosos se escuentran entre las estructuras más grandes de todo el parque de remolques y sólo pueden hospedar a una docena en sus cubiertas principales. Dado los perímetros territoriales que desarrolla la mayoría de los Rifters en el abismo, no es un hospedaje confortable.

    Ya se está congestionando para cuando Clarke regresa de oprimir los silbadores. Chen y Cramer convergen con ella cuando entra en la esclusa de aire. Sobre la cubierta húmeda, Abra Cheung asciende la escalera delante de ella. Clarke la sigue hacia un grupo de ocho o nueve personas que han llegado durante su ausencia.

    Grace Nolan está en el centro de la acción, inclinada hacia el panel de Com. El sonar muestra otra docena aún en ruta. Clarke se pregunta ociosa si los depuradores de los Habs están preparados para una carga como esta. Quizá no hay comunicado. Quizá Seger sólo está intentando que les entre una sobredosis de su propio CO2.

    —Hola. - Kevin Walsh aparece a su lado, sobrevolando en el límite de su perímetro público de confort. Parece que ha vuelto a su antiguo yo. Delante de ellos, Gomez se gira y ve a Clarke. —Hey, Len. Noticias de los Cuerpos, he oído.

    Clarke asiente.

    —Tú te llevas bien con esos gilipollas. ¿Sabes de qué va?

    Ella niega con la cabeza. —Aunque Seger es la interlocutora. Imagino que algo médico.

    —Ya. Seguramente. - aspira Gomez el aire en voz baja a través de dientes manchados: —¿Alguien ha visto a Julia? Debería estar aquí.

    Cheung saca los labios : —¿Qué?, ¿tras pasar la última semana y media con Gene? Respira tú ese aire si quieres.

    —La vi saliendo del puesto de suministros no hace mucho. - informa Hopkinson.

    —¿Cómo estaba?

    —Ya conoces a Julia. Un agujero negro con tetas.

    —Me refiero físicamente. ¿Parecía enferma?

    —¿Cómo voy a saberlo? ¿Te crees que salió en bragas y sujetador? - Hopkinson se encoge de hombros. —Ella no dijo nada.

    Vagamente, a través del fuselaje y la conversación, los gritos de roca torturada

    —Entonces bien. - dice Nolan desde el tablero. —Basta de hacer el capullo. Apuntar y disparar. - Pulsa un icono sobre el panel. —Estás en el aire, Seger. Que merezca la pena.

    —¿Está todo el mundo ahí? - La voz de Seger.

    —Claro que no. No cabemos todos.

    —Preferiría...

    —Estás conectada a todos los canales LFAM. Cualquiera en quinientos metros puede oirte.

    —Bueno. - Una pausa, el silencio de alguien que decide cómo proceder mejor por un campo de minas. —Como sabéis, Atlantis ha estado en cuarentena durante varios días desde que supimos lo del βehemoth. Ahora bien, todos hemos tomado los retroajustes, así que había razones para esperar que esto no fuera un problema serio. La cuarentena fue sólo una precaución.

    —Fue. - remarca Nolan. Escaleras abajo, la esclusa de aire está iniciando el ciclo de nuevo.

    Seger continúa. —Analizamos el... las muestras que Ken y Lenie trajeron del Lago Imposible, y todo lo que encontramos era consistente con el βehemoth. Mismo ARN peculiar, la misma estereoisomerización de...

    —Ve al grano. - grita Nolan.

    —¿Grace? - dice Clarke. Nolan la mira. —Calla y deja terminar a la mujer. - Nolan bufa y le da la espalda.

    —Bueno,... - Seger continúa tras un momento, —... los resultados eran perfectamente claros, así que incineramos los restos infectados como medida de contención. Después de digitalizarlos, por supuesto.

    —¿Digitalizarlos? - preguntó Chen.

    —Un escaner destructivo de alta resolución, lo suficiente para permitirnos simular la muestra hasta el nivel molecular. - explica Seger. —El tejido modelo nos da el mismo comportamiento que una muestra real, pero sin riesgos.

    Charley Garcia entra a la vista. El compartimento parece menguar con cada nueva llegada. Clarke traga, el aire se hace denso a su alrededor.

    Seger tose. —Estuve trabajando con uno de esos modelos y, bueno, encontré una anomalía. Creo que el pez que llegó aquí desde el Lago Imposible estaba infectado con el βehemoth.

    Intercambio de miradas entre una sala llena de ojos vacíos. Fuera en la distancia, los silbadores de Lubin consiguen un aflautado gemido final y queda en silencio con el reservorio agotado.

    —Bueno, por supuesto. - dice Nolan tras un momento. —¿Y qué? Me estoy, um, acostumbrando a la infección en el sentido patológico, no en el simbólico. -

    Seger se aclara la garganta. —Lo que quiero decir con esto es que...

    —El pez estaba enfermo. - dice Clarke. —Estaba enfermo del βehemoth.

    Aire muerto durante un momento. Luego: —Me temo que es cierto. Si Ken no lo hubiera matado primero, creo que el βehemoth podría haberlo hecho.

    —Oh, joder. - dice alguien en voz baja. El epíteto se sostiene allí, en una sala en total silencio. Escaleras abajo, la esclusa de aire burbujea.

    —Estaba enfermo. - dice Dale Creasy tras un momento. —¿Y qué?

    Garcia niega con la cabeza. —Dale, ¿no te acuerdas de cómo funciona este mamón?

    —Claro. Te rompe las enzimas para llegar al azufre o algo así. Pero somos inmunes.

    —Somos inmunes... - dice Garcia pacientemente, —...porque tenemos genes especiales que dejan nuestras enzimas demasiado rígidas para que el βehemoth las rompa. Y hemos obtenido esos genes de los peces abisales, Dale.

    Creasy aún no lo descifra. Alguien le susurra la respuesta.—Mierda mierda mierda. - en una voz afilada.

    Escaleras abajo, algún atrasado sube la escalera; quienquiera que sea, tropieza en el primer peldaño.

    —Me temo que el sr. Garcia tiene razón. - dice Seger. —Si los peces de aquí abajo son vulnerables a este bicho, entonces nosotros, probablemente, también.

    Clarke niega con la cabeza. —Pero... ¿has dicho que esto no era el βehemoth después de todo? ¿Es otra cosa?

    Un súbita conmoción en la escalera. La asamblea de Rifters se echa hacia atrás como si estuviera electrificada. Julia Friedman aparece a la vista con la cara del color del basalto. Queda de pie sobre la cubierta, apoyada en la barandilla de la compuerta, sin atreverse a soltarla. Mira a su alrededor, pestañeando rapidamente con ojos de no-muerto. Su piel reluce.

    —Aún es el βehemoth, más o menos. - zumba Seger en la distancia. Desde Atlantis. Desde la maldita seguridad del Atlantis herméticanente sellado. —Por eso no pudimos indicar la naturaleza de la infección del sr. Erickson: él dió positivo en el βehemoth pero por supuesto desechamos esos hallazgos porque no pensábamos pudiera ser ese el problema. Pero esta es una nueva variante, aparentemente. Los eventos de especiación de este tipo son muy comunes cuando un organismo se propaga en nuevos entornos. Esto es básicamente...

    El hermano gemelo maligno del βehemoth, recuerda Clarke.

    —... βehemoth Mark 2. - concluye Seger.

    Julia Friedman cae de rodillas y vomita sobre la cubierta.

    Babel en Ancho de Banda. Un collage superpuesto de voces distorsionadoas: —Por supuesto que no les creo. ¿Estás diciendo que tú sí?

    —Eso son tonterías. Si tú...

    —Lo admitieron claramente. No tenían por qué hacerlo.

    —Ya, de pronto nos lo cuentan en el exacto momento que Julia muestra los síntomas. qué coincidencia.

    —¿Cómo iban a saber que ella...

    —Conocían el tiempo de incubación. Eso seguro. ¿Cómo explicas la coincidencia aquí, ironía dramática?

    —Ya, pero ¿qué vamos a hacer?

    Han abandonado el Hab. Se vació como un tanque de lastre reventando. Los Rifters se dispersaron sobre un lecho marino ya atestado incluso para los estándares Dryback. Ahora se suspenden sobre ellos como un planeta gris. Tres lámparas colocadas alrededor de la esclusa ventral de aire proyectan círculos brillantes sobre el sustrato. Cuerpos negros nadan en la periferia de esa luz, indicios de movimiento incansable tras filas de blancos dientes de tiburón, ojos luminosos que no parpadean. Clarke se imagina animales hambrientos mantenidos a raya por la luz del campamento.

    Por derecho, debería sentirse como uno de ellos.

    Ya no hay pista de Grace Nolan. Desapareció en la oscuridad hace unos minutos con un brazo consolador alrededor de Julia Friedman, ayudándola a regresar a casa. Ese acto de aparente altruismo parece haberle rendido crédito extra: Chen y Hopkinson la apoyan en lo del punto-contrapunto. Garcia está presentando cuestiones de muestra, y el humor prevaleciente no sugiere ninguna disposición especial a extender el beneficio de la duda

    —Hey, Dimi. - vibra Chen. —¿Cómo va por aquí dentro?

    —Apesta como un hospital. - La voz aérea de Alexander constrasta con las acuáticas de fondo. —Aunque casi listo. Será mejor que algún Cuerpo me produzca una piel nueva.

    Aún está dentro, esterilizando todo lo que Friedman o sus fluídos corporales han tocado. Grace Nolan pidió voluntarios.

    Ha empezado a dar órdenes. La gente ha empezado ha llevarlas a cabo.

    —Yo digo que les demos una lección a esos cabrones. - vibra Creasy desde alguna parte cerca. Clarke se acuerda de los agujeros quemados a través del bioacero. —Aguantemos todo el contrataque un poco. Podría ser más difícil para ellos encontrar una cura si les manchamos la cubierta.

    —Como si estuvieran buscando una maldita cura.

    Ella ignora el comentario. —Quieren muestras de sangre de todo el mundo. Algunos de nosotros podría estar infectado. Obviamente, no se muestra de golpe.

    —Se muestra bastante rápido con Gene. - indica alguien.

    —Que te destripen vivo probablemente incrementa tu nivel de exposición un poco. Pero Julia no mostró nada durante, ¿cuánto... dos semanas?

    —Yo no les voy a dar sangre. - gruñe Creasy con una voz como metal arañado. —Pero van a sangrar si intentan que lo haga.

    Clarke niega con la cabeza, exasperada. —Dale, no pueden obligar a nadie y lo saben. Lo están pidiendo. Si quieres que supliquen, estoy segura de que se puede arreglar. ¿Qué problema tienes? Has estado recogiendo sangre tú mismo de todos modos.

    —Ojalá pudieras sacar la lengua del clítoris de Patricia Rowan por un rato. Tengo un mensaje de Gene. - Grace Nolan nada dentro del círculo de luz como un animal de manada negro que reafirma su liderazgo. Las hogueras de campamento no la incomodan.

    —Grace. - vibra Chen. —¿Cómo está Julia?

    —¿Cómo crees? Está enferma. Pero la tengo retenida al menos.

    —¿Y Gene? - pregunta Clarke.

    —Estuvo despierto por un ratillo. Me dijo y cito: les dije que esos cabrones me hicieron algo. Quizá me creerán cuando muera mi esposa.

    —Hey. - dice Walsh. —Pues Gene ya está bastante mejor...

    —Los Cuerpos nunca se arriesgarían a propagar algo así sin tener ya una cura. - añade Nolan. —Podría llegar hasta ellos también.

    —De acuerdo. - Creasy de nuevo. —Digamos que perforamos un fuselaje a esos mamones cada día hasta que nos la entreguen.

    Incertidumbre y aquiescencia mezcladas en la oscuridad.

    —¿Sabéis?, sólo para hacer de abogado del diablo aquí, tengo que decir que hay una remota posibilidad de que estén diciendo la verdad. - Ese es Charley Garcia, flotando al lado. —Quiero decir, los bichos mutan, ¿cierto? - él continúa.—Especialmente cuando la gente les tira montones de drogas. Y puedes apostar que habían vertido fuera la farmacia entera para cuando esta cosa apareció por primera vez. De modo que, ¿quién puede decir que no pudiera haber cambiado de Mark I al βeta-max por sí solo?

    —Una jodida gran coincidencia si me preguntas. - vibra Creasy.

    El vocificador de Garcia tica un encogimiento de hombros verbal. —Sólo estoy diciendo...

    —Y si pretendían sacar algún tipo de mierda de guerra biológica, ¿por qué esperar hasta ahora? - añade Clarke, escogiendo una pajita. —¿Por qué no hace cuatro años?

    —No tenían el βehemoth hace cuatro años. - dice Nolan.

    Walsh: —Podían haberlo sacado de un cultivo.

    —¿Qué, por los viejos tiempos? ¿Jodida nostalgia? No tenían una mierda hasta que Gene se la sirvió caliente y humeando.

    —Tienes que conseguir más, Grace. - vibra Garcia. —Llevamos construyendo bichos por partes, pedidos por correo durante cincuenta años. Una vez que tuvieran los genes secuenciados, los Cuerpos podrían haber construído el βehemoth desde cero cuando les apeteciera.

    —O cualquier otra cosa además. - añade Hopkinson. —¿Por qué usar algo que requiere todo este tiempo sólo para que enfermemos unos cuantos? El Supercol nos habría eliminado en un día.

    —No habría eliminado a Gene en un día. - vibra Nolan. —No antes de que tuviera ocasión de infectar al resto de nosotros aquí fuera... lo hemos propagado, estamos aislados, ni siquiera respiramos la mayoría del tiempo. Hasta cuando estamos dentro llevamos puestas las pieles. Este bicho tiene que ser lento si va a propagarse. Estos mamones saben exactamente lo que están haciendo.

    —Pero tarde. - añade Baker,—¿Una epidemia de Supercol empieza sobre el fondo del maldito océano y no vamos a conectar los puntos? Estarían fiambres en el momento que lo intentaran.

    —También saben eso.

    —Aunque el βehemoth les da una cortada. - dice Chen. —¿Cierto?

    Joder, Jelaine. Clarke ha estado pensando exactamente lo mismo.

    ¿Por qué no has comentado eso antes?

    Nolan toma el testigo al instante. —De acuerdo. De acuerdo. El βehemoth viene del Lago Imposible, es imposible que alguien pueda acusarles de plantarlo allí... sólo lo retocaron un poco de camino hacia Atlantis, nos lo pasaron y ¿cómo se supone que vamos a notar la diferencia?

    —Especialmente desde que destruyeron las muestras tan convenientemente. - añade Creasy.

    Clarke niega con la cabeza. —Tú eres un fontanero con agallas, Dale. No tendrías ni idea de lo que hacer con esas muestras si Seger te las diera en una bolsa hermética. ¿Alguien más insiste con el proyectito de feria de ciencias de Grace sobre el tema de la sangre?

    —Y cuál es tu contribución. - Nolan ondula a través del agua hasta que está a un par de metros de Clarke. —Ninguno de nosotros, pobres pezcópatas idiotas tiene argumentos, de modo que vamos a confiar todo a los sabios expertos en geles que nos jodieron en primer lugar.

    —Hay alguien más. - vibra Clarke en respuesta. —Rama Bhanderi.

    De pronto, completo silencio. Clarke apenas puede creer que lo haya dicho ella misma.

    El vocificador de Chen tartamudea en torpe preámbulo. —Uh, Len. Rama se volvió nativo.

    —Aún no. No completamente. Bordeando el límite, como mucho.

    —¿Bhanderi? - El agua vibra con el mecánico escarnio de Nolan. —¡Ahora es un pez!

    —Aún es coherente. - insiste Clarke. —Hablé con él justo el otro día. Podemos traerle de vuelta.

    —Lenie... - dice Walsh, —... nadie nunca ha...

    —Bhanderi entiende de su mierda. - interrumpe Garcia. —Solía, al menos.

    —Literalmente. - añade Creasy. —Oí que fue él quien retocó la E. coli para secretar psicoactivos. Caminas por ahí con esa mierda en tu tripa y acabas automanteniéndote de forma permanente en la Tierra de Nunca Jamás.

    Grace Nolan se gira y se queda mirándole. Creasy no pilla la indirecta. —Tenía algunos de sus clientes comiendo de sus cacas, sólo por el colocón de retroalimentación.

    —Estupendo. - vibra Nolan. —Un idiota babeante y químico fecal. Nuestros problemas se han acabado.

    —Todo lo que estoy diciendo es que no queremos cortarnos nuestras propias las gargantas.

    Clarke discute. —Si los Cuerpos no están mintiendo, son nuestra mejor oportunidad para vencer a esta cosa.

    Cheung: —¿Estás diciendo que deberíamos fiarnos de ellos?

    —Lo que estoy diciendo es que quizá no tenemos que hacerlo. Lo que estoy diciendo es, dame la oportunidad de hablar con Rama y ver si él puede ayudar. Si no, siempre podemos hacer estallar Atlantis la semana que viene.

    Nolan corta el agua con la mano. —¡Está loco!

    —Aún quedaba bastante para decirme lo que pasó en el puesto de suministros. - vibra Clarke tranquilamente.

    Nolan mira a Clarke con repentina tensión indefinible en el cuerpo tras la máscara. —En relidad,... - remarca Garcia desde fuera, —... creo que yo podría estar al lado de Lenie sobre este asunto.

    —Yo no. - responde Creasy al instante.

    —Probablemente no podría hacer daño comprobarlo. - la voz de Hopkinson vibra desde alguna parte de la grada barata. —Como Lenie dice, siempre podemos matarles más tarde.

    No es exactamente inercia. Clarke corre con ella de todos modos. —¿Qué van a hacer, aguantar la respiración y subir desesperados hasta la superficie? Podemos permitirnos esperar.

    —¿Puede Gene permitirse esperar? ¿Puede Julia? - Nolan mira alrededor del círculo. —¿Cuánto tiempo nos queda a todos nosotros?

    —Y si estás equivocada, matarás hasta el último de esos mamones y luego descubrirás que intentabam ayudarnos después de todo. - Clarke niega con la cabeza. —No. No te dejaré.

    —¿Que no me... ?

    Clarke sube el volumen un nivel y la interrumpe. —Este es el plan, gente. Cada uno da sangre si aún no la tienen. Rastreo a Rama y veo si puedo pedirle ayuda. Nadie molesta a los Cuerpos mientras tanto.

    Ya está, piensa ella. Apuesta o sube.

    El momento se prolonga.

    Nolan mira alrededor hacia la asamblea. Evidentemente, no le gusta lo que ve. —De acuerdo. - vibra ella por fin. —Todos vosotros, felices R y K podéis hacer lo que queráis. Yo sé lo que voy a hacer.

    —Tú... - le dice Clarke, —... vas a quedarte al margen y cerrar el pico. Y sin hacer nada hasta que consigamos información con la que podamos contar. Y hasta entonces, Grace, si te encuentro a menos de cincuenta metros de Atlantis o de Rama Bhanderi, te arrancaré los tubos del pecho personalmente. -

    De pronto son tapas contras tapas.

    —Tú estás diciendo cosas muy grandes para alguien que no tiene a su mascota psicópata respandándole. - el vocificador de Nolan está muy bajo. Sus palabras son un susurro mecánico, sólo para los oídos de Clarke. —¿Dónde está tu guardaespaldas, follaCuerpos?

    —No necesito uno. - vibra Clarke. —Si no me crees, deja de hablar con el culo y haz un jodido movimiento.

    Nolan se suspende en el agua, inmóvil. Su vocificador tick-tick-tick como un contador Geiger.

    —Hey, Grace. - vibra Chen dudando desde fuera. —En serio, ¿sabes? No hace daño probar.

    Nolan no parece haberla oído, no responde, al final niega con la cabeza.

    —Joder. Intentálo entonces. - dice Clarke y deja que el silencio se prolongue algunos segundos más.

    Luego se gira lenta y deliberadamente, aletea fuera de la luz. No mira atrás, con suerte, el resto de la manada lo leerá como un acto de suprema confianza. Pero por dentro se está meando encima. En el interior, sólo quiere huir... huir de este nuevo y mejorado recordatorio de su propio pasado virulento, de la marea y el volcado de mesas contra ella. Quiere bucear fuera de la Cordillera y volverse nativa, continuar hasta que el hambre y el aislamiento dejen su cerebro tan suave y plano y reptiliano como podría estarlo el de Bhanderi a estas alturas. No quiere más que entregarse. Nada hacia la oscuridad y confía en que el resto haga lo mismo. Antes de que Grace Nolan pueda cambiar de idea.

    Elige un saliente un poco más alejado del resto. No tiene un nombre... algunos de los Habs se han bautizado, Alcance Cory o BolaPlayera o Abandona Toda Esperanza, pero no había etiquetas en sus cascos la última vez que estuvo en el barrio y no hay ninguna ahora. Tampoco ha dejado nadie letreros de prohibido el paso en la esclusa de aire, pero dos pares de aletas brillan sobre el soporte de secado interior y leves sonidos húmedos vagan desde la cubierta seca.

    Sube la escalera. Ng y la espalda de alguien están follando sobre un catre en el salón. Evidentemente, hasta los silbadores de Lubin no son suficiente para entretener los intereses. Clarke considera brevemente irrumpir dentro y ponerles al día sobre los recientes eventos.

    Que le den. Lo averiguarán muy pronto.

    Pasa alrededor de ellos y comprueba el tablero del Com. Es bastante tosco, sólo algunos componentes para mantenerse al tanto. Clarke juega con la pantalla del sonar, hace una panorámica por la topografía de la Cordillera y el flujo de iconos de plancton surgen sobre ella. Aquí están los generadores principales, rascacielos de acero asoman sobre el cerro del sur. Aquí está Atlantis, una gran rueda ferrea yace a su lado... borrosa, el eco manchado por media docena de generadores de ruído blanco iniciados para evitar que oídos indiscretos escuchen sobre las recientes deliberaciones. Nadie ha usado esos generadores desde la Revuelta. Clarke se sorprende de que aún siguieran en su sitio y funcionando.

    Se pregunta si alguien ha tomado parte activa en extender la garantía.

    Una fuente de burbujas plateadas espolvorea la pantalla: todos los hogares semiabandonados de aquellos que dificílmente saben el significado de la palabra. Puede en verdad ver a aquellas personas si aumenta la resolución: la pantalla pierde alcance pero gana detalle y el espacio local se llena con iconos de zafiro tan transparentes como peces de las cuevas. Sus implantes rebotan ecos desde la carne, pequeños grupos opacos de órganos mecánicos.

    Resulta bastante sencillo etiquetar las criaturas en la pantalla. Cada una contiene un transpondedor-ID junto al corazón para facilitar la identificación. Hay una capa entera de inteligencia a la que Clarke puede acceder con un simple toque. Ella no lo hace. Por norma, nadie lo hace. La sociedad Rifter tiene su propia etiqueta extraña. Atrasada, normalmente no es necesario. Con el paso de los años se aprende a leer los ecos en bruto. Los implantes de Creasy sacan un poco de niebla en el aspecto de la dorsal; la pierna vaga de Yeager le escora ligeramente a babor cuando se mueve. El volumen masivo de Gomez sería revelador hasta para un Dryback. Los transpondedores son una redundancia intrusiva destinada a los novatos que hacen trampa. Los Rifters, generalmente, no hacen uso de tal telemetría. Los Cuerpos, hoy en día, no tienen acceso a ella.

    En ocasiones, sin embargo... cuando la distancia sangra revelaciones útiles de un eco, o cuando el objetivo mismo ha cambiado... las hojas de trampas son la única opción.

    Clarke desliza el alcance al máximo: formas brillantes caen juntas, reluciendo en el centro de la pantalla como una flotilla cósmica succionada por un agujero negro. Otra topografía crece en la pantalla, vasta y lúgubre y fractal.

    Grandes fisuras oscuras corren a la vista, se dividen y entrecruzan en el sustrato. Una docena de toscos montes vomita un precipitado de zinc y plata que se acumula en el fondo a un metro de altura. El mismo suelo marino se hincha hacia el este. Los hombros de las montañas asoman justo fuera de alcance.

    Manchas ocasionales de luz azul vagan a media distancia y hasta más lejos. Algunos meandros pixelados siguen cursos por una llanura cenagosa; otros solo se suspenden. No hay forma de ver un perfil útil a tales distancias, pero tampoco es necesario. El transpondedor es definitivo.

    Bhanderhi está al sudoeste, a medio camino del límite del sonar. Clarke anota la derrota y desactiva el aumento a su configuración normal. Atlantis y su entono encogen por la pantalla y... espera un segundo... Un único eco, casi oculto en el ruído blanco de los generadores. Un borrón sin detalle, una berruga inesperada sobre uno de los pasadizos tubulares que conectan los módulos de Atlantis unos con otros. La cámara más próxima cuelga de una grúa de embarque a veinticinco metros al este. Clarke pulsa la línea, se abre una nueva ventana: granulado verde.

    Atlantis está en el asidero de una plaga de remiendos. Partes de su estructura colosal continúan brillando como siempre; balizas, ventilación, señalización de conductos reluciendo en la oscuridad. Pero hay otros lugares donde las luces se han atenuado, agujeros oscuros y huecos donde lámparas que solían iluminar en verde y amarillo han pasado a un vago azul espectral cercano al negro. Estropeadas, dice ese cambio al azul. O para ser más precisos, Prohibido El Paso A Peces.

    La esclusa de aire. Las puertas de la bahía del hangar. Nadie se arriesga con la precaución hoy en día… Ella hace una panorámica y se inclina, apuntando a la cámara. Amplía la imagen: la suciedad distante se magnifica, transforma distante niebla en niebla de fondo. La visibilidad es baja hoy o las fumarolas están soplando cerca o Atlantis está vertiendo partículas. Todo lo que consigue ver es una negra confusión perfilada contra un fondo verde, una silueta tan familiar que no puede siquiera entender cómo no la ha reconocido.

    Es Lubin.

    Está flotando a escasos centimetros justos del casco, remando hacia una dirección, remando en la otra, manteniendo la posición en una traicionera sesión de corrientes, quizá... Excepto que no hay nada sobre lo que tenga que mantener la posición. No hay ventanas en su vecindad, es imposible mirar adentro, no hay razón obvia para mantener su posición en esa parte particular del corredor.

    Tras unos momentos, empieza a alejarse siguiendo el casco, demasiado despacio para que sea cómodo. Sus aletas, que normalmente cortan el agua en suaves pedaleos tranquilos, ahora apenas las está moviendo. No se mueve más rápido de lo que un Dryback podría andar.

    Alguien llega al clímax tras ella. Ng rezonga sobre su turno. Lenie Clarke apenas les escucha.

    Serás bastardo, piensa ella mientras Lubin se pierde en la distancia. Serás bastardo.

    Seguiste adelante y lo hiciste.

Capítulo 19

    

Capítulo 19 - Recluta

    Alyx no pilla todo ese asunto de los nativos. Probablemente ninguno de los Cuerpos tampoco, la verdad sea dicha, pero ni unos ni otros pierdel sueño con ello. Cuanto más chiflados de los peces fuera del camino, mejor, imaginan ellos, y que se joda la letra pequeña. Alyx, bendita sea su alma, reaccionó con todo tipo de ultraje. Por lo que a ella le concernía, aquello no era diferente de abandonar a tu abuela tullida para morir en el témpano de hielo.

    —Lex, ellos lo eligen. - explicó Clarke una vez.

    —¿El qué, eligen volverse chiflados? ¿Eligen que los huesos se les queden tan secos que no pueden ni levantarse cuando les lleváis adentro?

    —Eligen... - dijo ella suavemente, —... quedarse fuera en la dorsal y piensan que vale la pena.

    —¿Por qué? ¿Que tiene eso de estupendo? ¿Qué hacen allí fuera?

    Ella no mencionó las alucinaciones. —Hay una especie de... libertad, supongo. Te sientes conectado a las cosas. Es complicado de explicar.

    Alyx se burló. —Tú ni siquiera lo sabes.

    En parte era parte verdad. Ciertamente, Clarke siente la llamada de las profundidades del mar. Quizá es una vía de escape, quizá el abismo es sólo el lugar definitivo para ocultarse del infierno en vida que era la vida entre los Drybacks. O quizá es aún más simple. Quizá es sólo una oscura e ingrávida evocación del útero, una sensación largo tiempo olvidada de ser amamantada, de estar protegida y segura, antes de que las contracciones empezaran y todo se transformara en mierda.

    Todo Rifter lo siente así. Aunque no todo Rifter se vuelve nativo, al menos no tan de repente. Algunos tienen una clase de... vulnerabilidad especial, en realidad. Los Rifters adictivos, como opuestos a los meramente sociales.

    Quizá los nativos tienen demasiada serotonina en su lóbulo temporal o algo así. Quizá enferman de ese modo.

    Ninguno de los cuales volaría con Alyx en realidad, por supuesto.

    —Deberíais desmontar sus estaciones de alimentación. - dijo Alyx. —Entonces tendrían que entrar dentro a comer al menos.

    —O se morirían de hambre o se arreglarían con ostras y gusanos. - Lo cual era básicamente hambruna si no les envenenaba del todo. —¿Y por qué obligarles a entrar dentro si no quieren?

    —¡Porque es suicidio, por eso! - gritó Alyx. —¡Dios, no puedo creer que tenga que explicártelo! ¿No me detendrías de intentar suicidarme?

    —Eso depende.

    —¿Depende?

    —De si en realidad lo desearas o si sólo intentaras ganar una discusión.

    —Lo digo en serio.

    —Sí. Te entiendo. - Clarke suspiró. —Si en realidad quisieras matarte, yo estaría triste y enfadada y te echaría de menos como el infierno. Pero no te detendría.

    Alyx estaba espantada. —¿Por qué no?

    —Porque es tu vida, no la mía.

    Alyx no parecía haber estado esperando esa. Le devolvió la mirada, obviamente escéptica, obviamente inequipada para responder.

    —¿Has querido morir alguna vez? - le preguntó Clarke. —De verdad.

    —No, pero...

    —Yo sí.

    Alyx quedó en silencio.

    —Y, créeme,... - continuó Clarke, —... no es divertido oir a un puñado de piojosos profesionales diciéndote lo mucho que hay por lo que vivir y cómo las cosas no son en realidad tan malas y cómo dentro de cinco años mirarás atrás y te preguntarás cómo podías haber imaginado siquiera acabarte tú misma. Es decir, ellos no saben una mierda sobre mi vida. Si hay una cosa en la que soy la experta más grande del mundo es cómo se siente siendo yo. Y hasta donde lo entiendo, es el colmo de la jodida arrogancia decir a otro ser humano si sus vidas vale la pena vivirlas.

    —Pero no tienes que sentirte así. - dijo Alyx triste. —¡Nadie tiene! Sólo hay que pegarse un dérmico en el brazo y...

    —No se trata de sentirse feliz, Lex. Se trata de tener motivos para sentirse feliz. - Clarke puso la palma en la mejilla de la chica. —Y dices que no me importa lo suficiente evitar que te mates tú misma, pero yo digo que me preocupo tanto por ti que incluso te ayudaría a hacerlo si eso fuese lo que quisieras de verdad.

    Alyx se quedó mirando la cubierta durante largo tiempo. Cuando alzó la vista de nuevo, sus ojos brillaban. —Pero no moriste. - dijo ella en voz baja. —Quisiste, pero no y por eso estás viva ahora mismo.

    Y por eso un montón de otra gente no lo está... Pero Clarke se guardó el pensamiento para sí misma.

    Y ahora está a punto de repudiarlo todo. Esta a punto de perseguir y dar caza a alguien que ha elegido retirarse, y ella va a ignorar esa elección e imponerle la suya propia en su lugar. Le gustaría pensar que quizá Alyx encontraría la ironía divertida, pero sabe que no. No hay nada gracioso en esto. Está todo llegando a ser bastante terrorífico.

    Ha prescindido del uso de un calamar esta vez. Los nativos tienden a asustarse del sonido de las máquinas. Por lo que parece una eternidad, ha estado atravesando una llanura de lodo gris hueso, un extracto de plancton sin fondo, muerto durante un proceso de diez millones de años. Alguien la ha precedido aquí, una repentina estela cruza su camino, una niebla de cuerpecitos aún girando al paso de alguna turbulencia reciente. Lo sigue. Grupos dispersos de piedra pómez y obsidiana se elevan del sustrato como relojes de sol fracturados. Sus sombras barren las brillantes huellas que recorren la lámpara del casco de Clarke, estirándose y decayendo y fundiéndose de nuevo con la oscuridad de millones de años. Eventualmente, llegan a dominar el sustrato, ya no protrusiones aisladas en el cieno sino un fracturado paisaje en miniatura por su propio derecho. Un talón confuso de vidrio volcánico agrietado se eleva en el camino de Clarke. Aumenta el brillo de la lámpara de su casco: el haz crea un charco sobre una pared de pura roca unos metros más adelante, su superficie está lacerada con profundas fisuras verticales.

    —¿Hola? ¿Rama?

    Nada.

    —Soy Lenie. - Una sombra de ojos blancos se desliza como una anguila entre dos rocas.

    —...brillo...

    Ella atenúa la luz. —¿Mejor?

    —Ah...Len... - Es un susurro mecánico, dos sílabas espaciadas unos segundos por el esfuerzo que requiere hacerlas salir. —Hola...

    —Necesitamos tu ayuda, Rama.

    Bhanderi vibra algo incomprensible desde su escondite.

    —¿Rama?

    —¿No...ayuda?

    —Hay una enfermedad. Es como el βehemoth, pero nuestros retroajustes no funcionan contra él. Necesitamos saber lo que es, necesitamos a alguien que sepa genética.

    Nada se mueve entre las rocas.

    —Esto es serio. Por favor. ¿Puedes ayudar?

    —...teómicos. - cliquea Bhanderi

    —¿Qué? No te he oído.

    —...Proteómicos. Sólo... grado menor en gen...genética.

    Casi ha conseguido una oración completa. ¿Quién mejor para confiarle cientos de vidas?

    —...tuve un sueño sobre ti. - Bhanderi suspira. Suena como alguien que rasguea los dientes de un peine de metal.

    —No era un sueño. Tampoco esto. En realidad necesitamos tu ayuda, Rama. Por favor.

    —Eso no está bien. - vibra él. —Eso no tiene sentido.

    —¿El qué? - pregunta Clarke, animada por la repentina coherencia.

    —Los Cuerpos... pregunta a los Cuerpos.

    —Los Cuerpos pueden haber hecho el bicho. O retocado, al menos. No podemos fiarnos de ellos.

    —...pobre de ti...

    —¿Puedes sólo...

    —Más histamina. - vibra Bhanderi distraído, perdido de nuevo. Luego: —Adios...

    —¡No! ¡Rama!

    Aumenta el brillo de su haz a tiempo de ver cómo un par de aletas desaparece en una grieta a unos metros risco arriba. Asciende tras ellas, se lanza dentro de la fisura como una saltadora de trampolín, brazos por encima de la cabeza. La grieta divide la roca, alto y profundo, pero no ancho, a dos metros del interior tiene que girar lateralmente. Su luz inunda el estrecho hueco, brillante como el día, algo próximo a un vocificador emite alarmados sonidos de matraca.

    A cuatro metros por encima, Bhanderi avanza estilo rana subiendo el hueco. El espacio se estrecha allí arriba. El nativo parece en inminente peligro de atorarse inextricablemente entre las facetas rocosas. Clarke empieza a seguirle.

    —¡Demasiado brillo! - vibra él.

    Bhanderi es un pequeño bastardo flacucho después de dos meses de abandono crónico. Aún cuando él consiguiera quedar atrapado aquí dentro, podría atorarse demasiado lejos para que Clarke le alcanzara. Quizá su delgado cerebrito en pánico esté barajando esas variables ahora mismo... Bhanderi zigzaguea como si arrancara posibilidades entre el agua abierta o el confinamiento protector. Finalmente, opta por el agua, pero su indecisión le ha pasado factura. Clarke le tiene cogido por el tobillo.

    Se debate en un único plano, constreñido por caras de piedra. —¡Jodida perra. suelta!

    —El vocabulario está volviendo, por lo que veo.

    —¡suelta...!

    Hace camino hacia la boca de la grieta, arrastrando a Bhanderi por la pierna. Él se debate contra las paredes, resistiéndose... luego, se libera de un tirón de las más firmes profundidades, se da la vuelta y se llega a ella con sus puños. Ella le esquiva. Tiene que recordarse lo sencillo que sería romperle los huesos.

    Finalmente es sometido, los brazos de Clarke quedan enganchados alrededor de su hombros, sus manos entrelazadas tras su cuello en un nelson completo. Aún están dentro de la boca de la grieta. La lucha de Bhanderi hace que ella se golpee la columna contra láminas agrietadas de basalto.

    —Brillo. - cliquea él.

    —Escucha, Rama. Hay demasiado en juego para dejar que se pierda lo que sea que quede en esa cabeza tuya. ¿Entiendes?

    Se retuerce.

    —Apagaré la luz si dejas de pelear y me escuchas, ¿vale?

    —...Yo... tú...

    Ella apaga el haz. Bhanderi se pone rígido, luego queda inerte en sus brazos.

    —Bien. Mejor. Tienes que regresar, Bhanderi. Solo por un ratillo. Te necesitamos.

    —...necesitar... mal cero...

    —¿Quieres dejar ya esa mierda? Tú no estás tan ido, no puedes estarlo. Sólo has estado aquí fuera durante...

    Han pasado unos dos meses, ¿no? Más de dos. ¿Es eso bastante tiempo para que un cerebro se convierta en gachas? ¿Es todo este ejercicio una pérdida de tiempo?

    Empieza de nuevo. —Hay un montón en juego en esto. Mucha gente podría morir. Tú podrías morir. Esta... enfermedad o lo que sea, podría entrar en ti tan fácilmente como en alguno de nosotros. Quizá ya esté dentro. ¿Entendido?

    —...entendido..

    Ella confía que sea una respuesta y no un eco. —No es sólo la enfermedad, tampoco. Todo el mundo está buscando a alguien a quien culpar. Es sólo una cuestión de tiempo antes de...

    Buum, recuerda ella. Explotó. Muy brillante.

    —Rama. - dice ella lentamente. —Si las cosas se nos salen de las manos, todo explota. ¿Entiendes? Buum. Justo como en el puesto de suministros. Buum, a todas horas. A menos que me ayudes. A menos que nos ayudes. ¿Entendido?

    Él se suspende contra ella en la oscuridad como un cadaver sin huesos.

    —Ya. Bueno. - vibra él por fin. —¿Por qué no lo has dicho antes?

    El forcejeo le ha dejado cojo. Bhanderi favorece su pierna izquierda cuando nada, se escora a babor con cada brazada. Clarke pasa la mano bajo la axila para cederle empuje pero él se sobresalta y se aparta de su contacto. Clarke se pone en marcha nadando a su lado, empujándole por el camino cuando es necesario.

    Tres veces se separa él en una embestida hacia la oscuridad. Tres veces le trae ella a su vera mientras el nativo se agita y balbucea. Aunque los episodios no duran mucho. Una vez sometido, se calma; una vez tranquilo, coopera.

    Ella llega a comprender que en realidad no es culpa suya.

    —Hey. - vibra ella a diez minutos de distancia de Atlantis.

    —Sí.

    —¿Estás conmigo?

    —Sí. Viene y se va. - Un indescifrable ticado. —Yo vengo y me voy.

    —¿Recuerdas lo que dije?

    —Me escogiste.

    —¿Recuerdas para qué?

    —Algo de una enfermedad?

    —Más o menos.

    —Y tú... crees que los Cuerpos hicieron...

    —No sé.

    —...pierna duele...

    —Lo siento...

    Y su cerebro se rebela y le atrapa de nuevo. Ella le agarra y sujeta firme hasta que se le pasa. Hasta que él vence su urgencia de volver a dondequiera que va en momentos así.

    —...aún aquí, ya veo..

    —Aún aquí. - repite Clarke.

    —Dios, Len. Por favor no me hagas esto.

    —Lo siento. - le dice ella. —Lo siento...

    —No te sirvo una mierda. - gruñe Bhanderi. —No puedo recordar nada...

    —Volverá. - Tiene que volver..

    —No lo sabes. No sabes una... mierda sobre nosotros.

    —Sé un poco.

    —No.

    —Conocí a alguien. Como tú. Él volvió. - Lo cual era casi cierto.

    —Deja que me vaya. Por favor.

    —Después. Lo prometo.

    Ella razona en tránsito, sin convencerse a sí misma por un instante. Le está ayudando tanto a él como a sí misma, le está haciendo un favor. Le está salvando de la muerte definitiva de su propio estilo de vida. Hiperosmosis. Síndrome de Implante Delgado, fallo mecánico. Los Rifters son milagros de la bioingeniería gracias al superlativo diseño de sus inmersopieles. Hasta pueden cagar en el bosque, pero nunca fueron diseñados para abrir el sello en el exterior de una atmósfera. Los nativos van sin máscara todo el tiempo aquí fuera, dejan que les entre en la boca el crudo océano para corromper y corroer y contaminar la salina interna que les protege contra la presión. Haz eso con bastante frecuencia y mueres eventualmente.

    Te estoy salvando la vida, piensa ella, reacia a decir las palabras en alto.

    Lo quiera él o no, Alyx responde en la mente de ella.

    —La luz... - croa Bhanderi.

    Los reflejos manchan la oscuridad más adelante, desfigurando el perfecto vacío como vagas llagas brillantes. Bhanderi se pone rígido al lado de Clarke, pero no huye. Ella sabe que él puede aguantar la luz, no habrá pasado más de un par de semanas desde que le encontró dentro del Hab Nervioso, y él tuvo que atravesar cielos más luminosos que estos para llegar allí. Quizá no es la luz lo que le molesta. Quizá es lo que la luz le recuerda, ahora.

    Buum. Explotó.

    Dedos espectrales golpean levemente los implantes de Clarke: una vez, dos veces. Alguien al frente está tomando lecturas de sonar. Ella coge a Bhanderi por el brazo, lo sujeta suave pero firmemente. —Rama, alguien est...

    —Charley. - vibra Bhanderi.

    Garcia surge frente a ellos, la luz trasera del ambiente le enmarca como una aparición. —Hostia. Le encontraste. Rama, ¿eres tú ahí dentro?

    —Client...

    —¡Se acuerda de mí! Joder, me alegro de verte, tío. Creí que ya habías abandonado las tribulaciones mortales.

    —Lo intenté. Ella no me deja.

    —Ya, todos lo lamentamos, pero en realidad necesitamos tu ayuda. No te agobies, colega. Haremos que valga la pena. - Garcia se gira hacia Clarke. —¿Qué necesitamos?

    —¿Está listo el HabMed?

    —Hemos sellado una esfera y dejado las otras en caso de que alguien se rompa un brazo.

    —Vale. Necesitaremos apagar las luces, para empezar. Incluso las externas.

    —No hay problema.

    —...Charley... - cliquea Bhanderi.

    —Aquí estoy, tío.

    —¿...eres mi técnico...?

    —No sé. Podría, supongo. Claro. ¿Necesitas uno?

    La máscara en la cara de Bhanderi se gira hacia Clarke. De pronto hay algo diferenta en el modo en que flota. —Suéltame.

    Esta vez, ella lo hace.

    —¿Cuánto tiempo desde que estuve dentro? - pregunta él.

    —Creo que quizá dos semanas. Tres en el exterior. - Para los estándares Rifter, la estimación tiene casi precisión quirúrgica.

    —Yo... pueden surgir... ¿problemas? - les dice. —De reajuste. No sé... No sé cuánto puedo recordar.

    —Lo entendemos. - vibra Clarke. —Sólo que...

    —Calla. Escucha. - la cabeza de Bhanderi gira de lado a lado, un inquietante gesto reptiliano que Clarke ya ha visto antes. —Necesitaré un... impulso. Necesitaré ayuda. Acetilcolina. Uh, tirosina hidroxilasa. Picrotoxina. Si me desmayo.. si me desmayo aquí dentro tendréis que inyectarme todo eso. ¿Entendido?

    Ella los repasa. —Acetilcolina. Picrotoxina. Tiro, uh...

    —Tirosina hidroxilasa. Recuerda.

    —¿Qué dosis? - pregunta Garcia.

    —No... mierda. No consigo recordar. Comprueba la BaseMed. Mira la dosis máxima recomendada para... para todo excepto la hidroxi... lasa. Usa el doble, quizá. Creo.

    Garcia asiente. —¿Algo más?

    —Demonios sí. - vibra Bhanderi. —Ojalá pudiera recordar el qué.

Capítulo 20

    

Capítulo 20 - Retrato del Sádico Como un Jugador de Equipo

    La definición de Alice Jovellanos de una disculpa era poco convencional.

    —Aquiles, había dicho ella, —a veces puedes ser tan idiota irritante que me cuesta creerlo.

    No hizo una copia de la carta. No la necesitaba. Él era un criminal, con el córtex occipital bloqueado en permamente sobrecarga, con habilidades de reconocimiento y correlación de patrones que rayaban el autismo. Había recorrido la carta de Alice en sus visores internos una vez, la había observado desaparecer y la había leído cien veces desde entonces, cada píxel inmutable en perfecta recolección.

    Ahora estaba sentado, quieto como una piedra, esperando a Alice. El simpre lúgubre paisaje nocturno de Sudbury salpicaba sin ton ni son parches de luz por las paredes de su apartamento. Había demasiadas líneas visuales hacia los edificios cercanos, notó él. Tendría que vaciar las ventanas antes de que ella llegara.

    —Sabes lo que estuve arriesgando al sincerarme contigo ayer, - había dictado Alice. —Sabes lo que estoy arriesgando al enviarte esto ahora... se autoborrará, pero no hay nada que esos capullos no puedan escanear si les apetece. Eso es parte del problema, por eso estoy aceptando este enorme riesgo en primer lugar.

    —Ya he oído lo que dijiste sobre confianza y traición y quizá algunas cosas me sonaron más ciertas de lo que me gustaría pero, ¿no ves que no tenía sentido preguntarte de antemano?

    —Mientras la Horda Criminal dirigía el espectáculo, eras incapaz de tomar tus propias decisiones. Sigues insistiendo que eso es erróneo, sigues hablando sobre todas las decisiones de vida y muerte que tomas y sobre el millar de variables con las que haces malabarismos pero, Aquiles querido mío, ¿quién te dijo que ese libre albedrío era sólo un complicado algoritmo que tenías que seguir?

    —Sé que no quieres corromperte, pero quizá un honesto humano decente sea su propio salvavidas, ¿se te ha ocurrido esta idea? Quizá no tengas que dejarles convertirte en un reflejo condicionado. Quizá es que quieres que lo hagan porque entonces ya no es responsibilidad tuya, ¿verdad? Es más sencillo nunca tener que tomar tus propias decisiones. Adictivo, incluso. Quizá hasta te has enganchado a ello y estás atravesando una pequeña fase de retirada.

    Ella había tenido tanta fe en él. Aún la tenía, estaba de camino hacia aquí ahora mismo sin sospechar nada. El alojamiento libre de vigilancia no era barato, pero ningún criminal senior podía permitirse el Plus de Privacidad. La seguridad de su edificio era hermética, despiadada y totalmente devota a la memoria de largo plazo. Una vez que se autorizaba a un visitante, no habría registros de sus entradas y salidas.

    —El caso es que, lo que te robaron, lo hemos recuperado y voy a decirte exactamente lo que hicimos, debido a la premisa, ya sabes, de que la ignorancia alimenta el miedo y todo eso.

    —Conoces los receptores Mincielo de tu lóbulo frontal y cómo esos asquerosos transmisores de la Horda los ciegan y cómo percibes eso como consciencia. Hicieron la Horda Criminal ajustando un montón de genes de modificación de comportamiento recortados de algunos parásitos. Cuanto más culpable te sientes, más Horda se bombea hacia tu cerebro. Ciega los transmisores, lo que cambia su forma y básicamente obstruye tus rutas motoras para que no puedas moverte.

    —Bueno, Espartaco es un análogo a La Horda. Tiene los mismos puntos de activación para cegar a la Horda, pero la conformación general es ligeramente diferente para que no haga nada excepto bloquear los receptores Mincielo. También se tarda más en romper que la Horda regular y alcanza concentraciones más altas en el cerebro. Eventualmente abruma los puntos activos por puros números.

    Recordó las astillas de un antiguo suelo de madera arañándole la cara. Recordó estar tumbado en la oscuridad, la silla en la que estuvo atado tumbada a su lado, mientras la voz de Ken Lubin preguntaba desde alguna parte próxima: —¿Qué hay de los efectos secundarios? La culpabilidad base, por ejemplo?

    Y, en ese instante, atado y sangrando, Aquiles Desjardins había visto su destino.

    Espartaco no se contentaba con desbloquear simplemente las cadenas que la Horda había forjado. Si lo hubiera hecho, habría habido esperanza. Él habría tenido que recaer en el anticuado pudor para controlar sus inclinaciones, ciertamente. Habría permanecido privado en su corazón, como siempre. Pero Aquiles Desjardins nunca había sido de los que dejan su corazón sin supervisión, de todos modos. Podía haber salido adelante, incluso sin empleo, incluso con cargos pendientes. Podía haber salido adelante.

    Pero Espartaco no sabía cuando parar. La consciencia era una molécula como cualquier otra... y sin puntos receptores libres con los que enlazarse, bien podría ser sal neutra a todos los efectos. Desjardins se dirigía a un destino totalmente nuevo, un lugar donde nunca había estado antes. Un lugar sin culpabilidad o pudor o remordimiento, un lugar sin consciencia de ninguna clase. Alice no le había mencionado nada de eso cuando le había entregado su corazón pixelado en la bandeja de entrada. Sólo le había asegurado lo seguro que era todo.

    —Eso es lo verdaderamente bello, Aguafiestas, tanto tus transmisores naturales como la misma Horda aún se producen normalmente, de modo que una prueba que se centre en cualquiera de ellos resulta limpia. Incluso una prueba que busque la forma compleja pasará sin problemas, puesto que aún está flotando por ahí la estrategia base compleja. La prueba no puede encontrar ningún punto receptor libre a la que atarse. Por eso estás a salvo, lo prometo. El detector de sangre no será un problema.

    A salvo. Ella no tenía ni idea de la clase de cosas que él buscaba tras su ojos. Debería haber sido más lista. Hasta los niños saben la simple verdad: los monstruos viven en todas partes, incluso dentro. Especialmente dentro.

    —Yo no te pondría en riesgo, Aquiles, créeme. Significas demasiado... eres demasiado amigo mío para joder esa amistad de esa forma.

    Ella le amaba, por supuesto. Él nunca lo había admitido en realidad... alguna voz interior quizá le había susurrado tal detalle, quizá antes de que tres décadas de autodesprecio quedaran aplastadas: menudo jodido egoista, como si una no quisiera tener nada que ver con un enculé como tú... Ella nunca se le había declarado explícitamente... a su propio modo, ella era tan insegura como él, tan fácil de sonrojarse... pero las señales estaban allí a priori: su bienintencionada interferencia siempre que una mujer aparecía en su vida, sus aperturas sociales interminables, el apodo Aguafiestas... ostensiblemente motivado por su reticencia a salir, pero más probablemente debido a su reticencia a entrar. Quedaba todo tan obvio ahora. Liberado de la culpa, liberado del pudor, su vision se había afilado hasta la perfección cristalina.

    —Bueno, ahí lo tienes. Me he jugado el cuello por ti y lo que pase ahora depende de ti. Aunque si me delatas, ten por seguro esto: eres tú quien está tomando esa decisión. Lo que decidas, la forma en que lo racionalices, no será culpa de una estúpida molécula de larga cadena. Te acompañará siempre, tu propio libre albedrío.

    Él no la había traicionado. Debe de haber sido por algún equilibrio fortuíto de moléculas en conflicto: entre aquellas que despertaban en su cabeza y habrían espoleado la traición contra aquellas que habrían hablado de lealtad entre amigos. A priori, había sido un empate muy casual...

    —Así que, úsalo y piensa en todas las cosas que has hecho y por qué, y pregúntate si eres realmente tan moralmente despiadado como para no haber podido tomar todas aquellas decisiones sin ser el esclavo de un puñado de déspotas. Creo que lo podrías haber hecho, Aquiles. Nunca has necesitado su bola ni su cadena para ser un ser humano decente. De verdad lo creo. Estoy apostándolo todo en ello.

    Comprobó su reloj.

    —Ya sabes donde estoy. Ya sabes cuáles son tus opciones. Unirte a mí o apuñalarme. Es tu eleción.

    Se levantó y cruzó hasta las ventanas. Vació los paneles.

    —Con amor, Alice.

    Sonó el timbre de la puerta.

    Cada parte de ella era vulnerable. Ella alzó la vista hacia él, su esperanzada cara, sus cautos ojos almendrados. La comisura de sus labios retirada en una tentativa sonrisa ligeramente pícara.

    Desjardins se echó a un lado, respiró profundamente mientras ella pasaba. Su aroma era inocente y floral, pero había moléculas en esa mezcla funcionando por debajo del umbral de su percepción consciente. Ella no era estúpida y sabía que él tampoco. Debió de notar que él había quedado prendado de su incipiente aerosol de feromonas, el que ella no había llevado en su presencia durante años.

    Sus esperanzas deben de ser altas.

    Él había puesto gran empeño en que así fuera, pero sin hacerlo demasiado obvio. Había mostrado un gradual deshielo en su conducta durante los días previos, una creciente y casi reluctante calidez. Había estado de su parte cuando Clarke y Lubin desaparecieron en el tráfico, en ruta hacia su propia revolución privada. Desjardins había dejado que su brazo chocase contra el de Alice, y mantuviera el contacto. Tras unos momentos de ese contacto casual, ella había alzado la vista hacia él, un poco dudosa, y él la había recompensado con un encogimiento de hombros y una sonrisa. Ella siempre había tenido su amistad, hasta que le traicionó, siempre había languedizo por algo más. Era una mezcla incapacitante. Desjardins había sido capaz de desarmarla a la mínima oportunidad de reconciliación.

    Ahora ella pasó rozándole, más cerca de lo estríctamente necesario, con su coleta silbando suavemente contra la nuca. Mandelbrot apareció en el salón y se restregó por los tobillos de Alice como una boa peluda. Alice bajó un mano y le acarició las orejas al gato. Mandelbrot dudó, quizá preguntándose si había que jugar duro. Luego, evidentemente pensó: que le den, y dejó salir un ronroneo.

    Desjardins condujo a Alice hacia el cuenco de bolitas de barbitúricos sobre la mesa del café.

    Alice sacó un poco los labios: —¿Esos son seguros?

    Algunos de los químicos que los criminales senior mantenían en su sistema podían provocar interacciones desagradables junto con los recreativos más inocuos y Jovellanos acababa de aplicarse las inyecciones.

    —Dudo que sean peores que el modo en que tú ya has jodido con la paleta. - dijo Desjardins.

    La cara de Alice se oscureció, un espasmo de remordimiento jugueteó en la garganta de Desjardins.

    Él lo engulló, absurdamente agradecido por la sensación.

    —Pero no los mezcles con axótropos. - añadió él más educadamente.

    —Gracias. - Ella escogió la marca oliva de la droga y se metió una bolita rojo cereza en la boca.

    Desjardins podía verla abrazándose a sí misma.

    —Me temía que no fueras a hablar nunca más conmigo. - dijo ella en voz baja.

    Si su pelo hubiera sido un poco más fino, hubiera sido sintético.

    —Te habría estado bien empleado. - Dejó las palabras en suspenso entre ellos. Imaginó anudando esa coleta negra alrededor de su puño. Imaginó que levantaba a Alice del suelo, dejando sus pies sólo rozando... No. Para ya. —Pero creo que comprendo por qué lo hiciste. - dijo él por fin, sacándola del apuro.

    —¿En serio?

    —Eso creo. Estabas muy nerviosa. - Respiró hondo. —Pero tenías mucha fe en mi, también. De lo contrario, no lo habrías hecho. Supongo que eso cuenta.

    Era como si ella hubiera estado aguantando la respiración desde que había llegado y sólo ahora la dejara salir al oir la frase que había estado leyendo en voz alta: Descarga condicional. Se lo ha creído, pensó Desjardins. Ella cree que hay esperanza... mientras otra parte de él, menor pero desafiante, insistía: ¿por qué tiene ella que estar equivocada?

    Le acarició la mejilla con la palma, apenas pudo oir la suave y rápida inspiración que provocó su toque. Parpadeó ante la transitoria imagen de un golpe de revés en esa dulce cara que mantenía la guardia baja. —Tienes mucha más fe en mí que yo mismo, Alice. No sé cómo se recompensa eso.

    —Te robaron tu libertad a elegir. Yo solo te la devolví.

    —Me robaste mi consciencia. ¿Cómo se supone que voy a elegir?

    —Con tu mente, Aguafiestas. Con esa preciosa mente brillante. No con algún emotivo instintivo visceral que ha hecho más daño que bien durante el último par de millones de años.

    Él se hundió en el sofá, un pequeño y súbito abismo se abrió en su estómago. —Esperaba que hubiera un efecto secundario. - dijo él en voz baja.

    Ella se sentó a su lado. —¿Qué quieres decir?

    —Ya sabes. - Desjardins negó con la cabeza. —La gente nunca piensa las cosas del todo. Esperaba que tú y tus colegas... no habríais solucionado las ramificaciones, ¿sabes? Sólo intentasteis subvertir la Horda y la consciencia entera fue un... un paso en falso. No predicho. Pero supongo que me equivoqué.

    Ella puso una mano sobre la rodilla de Aquiles. —¿Por qué esparabas eso?

    —No estoy seguro. - ladró una discreta carcajada. —Supongo que pensé que no sabíais que estabais... es decir, hacer algo por acidente es una cosa, pero si deliberadamente sueltas un puñado de psicópatas...

    —No estamos haciendo psicópatas, Aquiles. Estamos liberando a la gente de su consciencia.

    —¿Cuál es la diferencia?

    —Aún puedes sentir. Tu amigdala aún funciona. Tus niveles de dopamina y serotonina son normales. Eres capaz de planificar a largo plazo, no eres un esclavo de tus impulsos. Espartaco no cambia nada de eso.

    —¿Eso crees?. - dijo Desjardins alzando una ceja.

    —¿Crees de verdad que todos los gilipollas del mundo son clínicos?

    —Quizá no. Pero apuesto a que todos los clínicos del mundo son gilipollas.

    —Tú no. - dijo ella.

    Ella le miró con oscuros ojos serios. Él no podía parar de olerla. Quería besarla. Quería abrazarla. Quería destriparla como un pescado y poner su cabeza en una estaca. Apretó los dientes y guardó silencio.

    —¿Conoces la paradoja del tren? - dijo Alice tras un momento.

    Desjardins negó con la cabeza.

    —Seis personas en un tren sin frenos directo a un precipicio. El único modo de salvarlos es cambiar el tren a otra vía. Excepto que hay otra persona en esa vía y no podrá esquivarlo antes de que el tren lo aplaste. ¿Desvías el tren?

    —Por supuesto. - Era el bien mayor en su forma más simplista.

    —Ahora digamos que no puedes desviar el tren, pero puedes pararlo poniendo a alguien en su camino. ¿Lo harías?

    —Claro. - dijo él inmediatamente.

    —Yo hice eso por ti. - pronunció Alice.

    —¿El qué?

    —La mayor parte de la gente no acepta la equivalencia. Creen que es correcto desviar el tren, pero incorrecto empujar a alguien delante de él. Aún cuando sea exactamente la misma muerte, por exactamente el mismo número de vidas salvadas.

    Él gruñó.

    —La consciencia no es raciónal, Aquiles. ¿Sabes qué partes de tu cerebro se encienden cuando tomas una decisión moral? Te lo diré: el giro frontal medio, el giro cingulado posterior, el giro angular. Todos...

    —Los centros emocionales. - interrumpió Desjardins.

    —Justamente. Los lóbulos frontales no sueltan ni chispa. E incluso la gente reconoce la equivalencia lógica que tienen estos escenarios. Es sólo que parece incorrecto empujar a alguien a la muerte, incluso por el mismo número de vidas ganadas. El cerebro tiene que luchar con toda esa estúpida culpa infundada. Requiere más tiempo actuar, más tiempo alcanzar decisiones críticas y, cuando todo se ha dicho y hecho, es menos probable tomar la decisión correcta. Eso es lo que es la consciencia, Aguafiestas. Es como violar o robar o la selección de parentesco... sirvió a su propósito hace algunos millones de años, pero sólo ha supuesto malas noticias desde que dejamos de sobrevivir meramente a nuestro entorno y empezamos a dominarlo.

    Has ensayado eso, pensó Desjardins.

    Se permitió a sí mismo una pequeña sonrisa. —Las personas son algo más que culpa e intelecto, querida mía. Quizá la culpa no sea sólo la cojera de la mente, ¿has pensado eso alguna vez? Quizá hace cojear otras cosas también.

    —¿Como qué?

    —Bueno, sólo como ejemplo... - hizo una pausa, fingiendo invocar a la musa.—... ¿cómo sabes que no soy una especie de asesino en serie? ¿Cómo sabes que no soy psicopático o suicida o inclinado a la tortura, por así decirlo?

    —Lo sabría. - dijo Alice simplemente.

    —¿Crees que los asesinos sexuales andan por ahí con letreros en la frente?

    Ella le apretó el muslo. —Creo que te conozco desde hace mucho tiempo y creo que no existe la actuación perfecta. Si alguien estuviera lleno de odio, se le escaparía eventualmente. Pero tú... bueno, nunca he oído de un monstruo que respete tanto a las mujeres como para negarse a follarlas. Y, ya de paso, podrías querer reconsiderar esa posición particular. Es sólo una idea.

    Desjardins negó con la cabeza. —Te lo has preparado todo, ¿verdad?

    —Completamente. Y he tenido mucha paciencia.

    —Bien. Ahora te será útil. - Se levantó y la sonrió. —Tengo que ir al baño durante un minuto. Siéntete como en tu casa.

    Ella le sonrió. —Lo haré. Tómate tu tiempo.

    Él cerró la puerta, se inclinó sobre el lavabo y miró severamente al espejo. Su reflejo le devolvió la mirada, furioso.

    Te traicionó. Te convirtió en esto.

    Él la quería. La amaba. Alice Jovellanos había sido su amiga leal durante años. Desjardins retuvo esa idea lo mejor que pudo.

    Lo hizo a propósito.

    No. Ellos lo habían hecho a propósito.

    Porque Alice no había actuado sola. Ella era muy lista, pero no se le había ocurrido Espartaco a ella sola. Tenía amigos, ella misma lo admitió: —Nos va la política de un cierto modo canalla, había dicho ella cuando irrumpió con las noticias de su... su emancipación.

    Podía sentir las cadenas en su cabeza desplomándose en óxido. Podía sentir su propio tirón depravado en aquellos eslabones corroídos, y sonreía. Buscó en su interior algún atisbo del remordimiento que había sentido minutos atrás... había herido los sentimientos de Alice y se había sentido mal por ello. Aún podría sentirse así. Aún podría sentir remordimientos o algo parecido, con sólo intentarlo.

    —Ya no eres un esclavo de tu impulsos, - había dicho ella.

    Eso era cierto. Podía contenerse si quería. Pero esta era la naturaleza de su predicado: estaba empezando a darse cuenta de que no quería.

    —Hey, Aguafiestas? - llamó Alice desde el salón.

    ¡Cállate! ¡CÁLLATE! —¿Sí?

    —Mandelbrot me pide la cena y su cuenco está vacío. ¿Guardas su comida bajo el fregadero?

    —Ya no. Averiguó como entrar en los armarios.

    —Entonces dón...

    —El armario de mi cuarto.

    Sus pisadas pasaron al otro lado de la puerta, Mandelbrot los urgía vocalmente.

    A propósito.

    Alice le había infectado antes de lo programado para despejar su mente para la batalla contra el βehemoth... y quizá por razones más personales, conscientes o no. Pero sus amigos habían puesto sus miras en algo más alto que Aquiles Desjardins. Estuvieron a punto de liberar a todo Criminal sobre el planeta. Lubin se había sumado a ello, allí en la oscuridad dos semanas atrás: —Sólo hay un millar de personas con sus manos en los interruptores de muerte por todo el mundo y los has convertido en sociópatas clínicos.

    Desjardins se preguntó si Alice habría intentado sus argumentos semánticos con Lubin. Si habría estado atada a esa silla, ciega, meándose en los pantalones temiendo por su vida mientras esa cifra de asesinatos paseaba por ahí en la oscuridad. ¿Habría presumido de darle lecciones sobre niveles de serotonina y el giro cingulado?

    Sí, ella podría.

    Después de todo, a ella y sus amigos les iba la política... en un cierto modo canalla... y la política los hizo estúpidos. Hacía creer que la decencia humana era una especie de ideal platónico, un cálculo moral que se podía derivar de los principios primarios. No malgastes tu tiempo con la biología básica, no te preocupes sobre el destino de los altruístas en el Universo de Darwin. La gente es diferente, la gente es especial, la gente es un agente moral. Eso es lo que se obtiene cuando pasas demasiado tiempo escribiendo manifiestos y no el suficiente en mirarte al espejo.

    Aquiles Desjardins era sólo el primero de una nueva camada. Muy pronto habría otros, tan poderosos como él y tan libres. Quizá ya los hubiera. Alice no le había contado los detalles. No sabía lo lejos que habían progresado las ambiciones de la Sociedad Espartaco. No sabía lo que estaban sembrando las otras franquicias o cuál era el periodo de incubación. Sólo sabía que, tarde o temprano, él tendría competencia.

    Al menos, ahora él actuaría, mientras aún tuviera la ventaja.

    Mandelbrot aún estaba maullando en su cuarto, evidentemente insatisfecho con la calidad de la ayuda contratada. Desjardins no podía culparle. Alice había tenido tiempo más que suficiente para recoger la comida, llevarla a la cocina y... en el dormitorio, percibió él.

    Bueno, pensó tras un rato, supongo que tiene sentido.

    De pronto, la cara en el espejo estaba muy tranquila. No se movía, pero parecía estar hablándole de igual modo. Tú no eres político, le dijo. Tú eres mecánico. La naturaleza te programó de un modo, la ARISC te programó de otro, Alice vino y te reconectó en otra cosa. Nada de eso eres tú y todo eso eres tú. Y nada de eso fue elección tuya. Nada de eso fue responsabilidad tuya.

    Ella te lo hizo. Ese coño. Esa cabrona. Lo que sea que pase ahora no es culpa tuya.

    Es suya.

    Abrió la puerta y caminó del salón hasta el dormitorio. Revelaciones en vivo titilaban por el sensorium sobre su almohada. Su traje de retroalimentación yacía sobre la cama como una piel deshechada. Alice Jovellanos estaba temblando al pie de la cama, levantando el casco de su cabeza. Su cara era hermosa y pálida, despejada de sangre.

    Había sido capaz de reconocer a la víctima de aquella mazmorra virtual. Desjardins había ajustado las especificaciones hasta tres lugares decimales.

    Mandelbrot se cansó de inmediato de Alice y empezó a dar cabezazos a Desjardins, ronroneando bien alto. Desjardins le ignoró.

    —Necesito alguna información técnica. - dijo él, casi pidiendo disculpas. —Y algunos detalles sobre tus amigos. Aunque en realidad esperaba poder engatusarte para que me la dijeras. - Gesticuló hacia el sensorium, saboreando el horror en la cara de la mujer. —Supongo que olvidé guardar ese chisme.

    Ella negó con la cabeza, un espasmo, una sacudida de pánico. —Yo... yo no creo que necesites... - consiguió tras un momento.

    —Quizá no. - Aquiles se encogió de hombros. —Pero hey, mira el lado bueno. Esta es la primera vez que de verdad tenías razón sobre mi.

    Tenía sentido, al final: el impulso compraba rutas casi inconscientemente a través de líneas de crédito anónimas, la envoltura de plástico y el incinerador portátil, el humidificador de inversión dinámica de sonido. El vistazo casual en el calendario maestro de Alice y su lista de contactos. Eso era lo genial de ser un criminal con la Horda, cuando todos sabían que estabas encadenado al puesto nadie se molestaba en ponerle cercas al patio.

    —Por favor.... - balbuceó Alice, su labio temblaba, sus ojos eran brillantes y estaban aterrados. —...Aquiles...

    En alguna parte en el sótano de la mente de Desjardins, un último eslabón oxidado se deshacía en polvo.

    —Llámame Aguafiestas. - dijo él.

Capítulo 21

    

Capítulo 21 - Automecánica

    El primer asalto se lo anotan los Cuerpos.

    Una Rifter con el nombre de Lisbeth Mak; un poco tímida, Clarke apenas recuerda el nombre; se lanzó sobre un Cuerpo que se arrastraba como una cucaracha con armadura por el exterior de la planta física primaria. Daba igual si él tenía una buena razón para estar allí. Daba igual si esto constituía una violación de la cuarentena o no. Mak hizo lo que un montón de chiflados de los peces podría haber hecho, se puso arrogante. Decidió enseñar una lección a estos capullos Dryback, pero decidió calentar primero. Así que trazó sencillos círculos alrededor de su impotente presa, hizo los comentarios despectivos usuales sobre campanas de aire con patas, gritando en alto y conspicuamente para que alguien le trajera una de aquellas taladradoras neumáticas del cobertizo de las herramientas: tenía un cangrejo que abrir.

    Olvidó por completo la lámpara sobre el casco del Cuerpo. No había estado brillando cuando pescó al pobre mamón. Obviamente, el tipo había estado intentando evitar la detección y había bastante luz ambiente en esa parte de la estructura incluso para los ojos de un Dryback. Cuando la iluminó por fisgona, las tapas oculares se pusieron directamente en pleno blanco en su empeño por compensar.

    Sólo estuvo ciega por un segundo o dos, pero fue más que suficiente para que el Cuerpo pudiera propinar unos golpes. Malla de presión VS Copolímero, no es una competición justa en absoluto. Para cuando Mak, magullada y ensangrentada, pidió refuerzos, el Cuerpo ya estaba camino al interior.

    Ahora Clarke y Lubin están en la Esclusa de Aire Cinco mientras el océano se drena a su alrededor. Clarke separa el sello de su cara, se siente a sí misma reinflada como un globo de carne. La compuerta interna sisea y gira al abrirse. Luz brillante, dolorosamente intensa, se desparrama hacia el interior desde el espacio más allá. Clarke da un paso atrás mientras sus tapas oculares se ajustan, alzando sus manos contra un posible ataque. Ninguno llega. Una banda de Cuerpos se aglomera en la sala húmeda, pero sólo uno permanece en las filas delanteras: Patricia Rowan.

    Entre Rowan y los Rifters, una membrana aislante riela con oleosa iridescencia.

    —El concenso es que deberíais permanecer dentro de la esclusa de aire por ahora. - dice Rowan.

    Clarke mira hacia Lubin, que está observando el comité de bienvenida con impasibles ojos vacíos..

    —¿Quién fue? - pregunta Clarke tranquilamente.

    —No creo que eso sea en realidad importante. - dice Rowan.

    —Lisbeth podría pensar lo contrario. Tiene la nariz rota.

    —Nuestro hombre dice fue en defensa propia.

    —Un hombre dentro de una armadura de malla de presión a 300 bares defendiéndose contra una mujer desarmada dentro de una inmersopiel.

    —Un Cuerpo defendiéndose de un pezcópata. - dice alguien desde dentro del comité. —Es algo totalmente diferente.

    Rowan ignora la intrusión. —Nuestro hombre usó los puños... - dice ella, —... porque era la única opción con esperanza real de tener éxito. Sabéis tan bien como nosotros de lo que nos estamos defendiendo.

    —¿Lo que sé es que ninguno de vosotros se supone que puede dejar Atlantis sin autorización previa. Esas eran las reglas, incluso antes de la cuarentena. Las aceptasteis.

    —No se nos permitió mucha elección. - remarca Rowan amablemente.

    —Aún así.

    —Que le den a las reglas. - dice otro Cuerpo. —Están intentado matarnos. ¿Por qué estamos discutiendo sobre el protocolo?

    Clarke parpadea. —¿Qué se supone que significa eso?

    —Lo sabes muy bien, maldita sea, lo que... - Continúa el hombre, Rowan levanta una mano. El disidente guarda silencio. —Encontramos una mina. - dice Rowan, con la misma voz que podría usar para informar que se había acabado el papel del váter.

    —¿Qué?

    —Nada especial. Una carga de demolición estándar. Podría haber sido una de las mismas que Ken instaló antes de que nosotros... - Ella duda, eligiendo sus palabras... —... llegáramos a términos algunos años atrás. Me han dicho que nos habría aislado del soporte vital primario e inundado una buena parte de la Residencial C. Bajas estimadas de entre treinta y un centenar de muertos sólo por la implosión.

    Clarke se queda observando a Lubin, percibe hasta el más ligero movimiento de cabeza.

    —No lo sabía. - dice Clarke en voz baja.

    Rowan sonríe levemente. —Comprenderás que podría haber cierto escepticismo sobre ese punto.

    —Me gustaría verlo. - dice Lubin.

    —A mí me gustaría ver a mi hija a plena luz del día. - le dice Rowan. —Eso no va a ocurrir.

    Clarke niega con la cabeza. —Pat, escucha. No sé de dónde salió. Yo...

    —Yo sí. - dice Rowan cortésmente. —Hay pilas de ellas almacenadas en los puntos de construcción. Un centenar o más sólo en el Lago Imposible.

    —Descubriremos quién la plantó. Pero no puedes quedártela. No se os permite tener armas.

    —¿En serio esperas que la devolvamos a la gente que la plantó en primer lugar?

    —Pat, tú me conoces.

    —Os conozco a todos vosotros. - dice Rowan. —La respuesta es no.

    —¿Cómo la encontrasteis? - pregunta Lubin desde el campo izquierdo.

    —Por accidente. Perdimos nuestras acústicas pasivas y enviamos a alguien fuera para comprobar la antena.

    —Sin informarnos de antemano.

    —Parecía bastante probable que tu gente estaba causando la interferencia. Informaros no habría sido una idea muy sabia aún cuando no hubierais estado minando nuestros cascos.

    —Cascos. - remarca Lubin. —Así que habéis encontrado más de una.

    Nadie habla.

    Por supuesto que nadie habla, nota Clarke. No van a decirnos nada. Se están equipando para la guerra.

    Y van camino de ser exterminados…

    —Me pregunto si las habéis encontrado todas. - murmura Lubin.

    Permanecen sin hablar, ahogados por la negra piel sintética en sus caras. A sus espaldas, tras la impenetrable masa de la compuerta interna, los Cuerpos regresan a los planes y contraplanes que están tramando. Más adelante, pasada la compuerta exterior, una multitud de Rifters espera respuestas. Alrededor y entre ellos, bombas mecánicas y chispas les preparan para el abismo. Para cuando el agua se alza sobre sus cabezas, se han vuelto incompresibles.

    Lubin se encamina hacia la compuerta exterior. Clarke le detiene.

    —Grace. - vibra ella.

    —Podría ser cualquiera. - él se eleva, ingrávido en el compartimento inundado. Deja una mano en alto para mantener el techo a distancia. Es una imagen extraña esta silueta humanoide flotando ante las paredes de enlucido blanco de la esclusa de aire. Sus tapas oculares casi parecen agujeros recortados de papel negro.

    —De hecho. - continúa él, —No me convence del todo que estén diciendo la verdad.

    —¿Los Cuerpos? ¿Por qué iban a mentir? ¿De qué les serviría?

    —Para sembrar discordia entre las filas enemigas. Divide y vencerás.

    —Venga ya, Ken. No es que haya una facción pro-Cuerpo lista para sublevarse en nombre de...

    Él la mira sin hablar.

    —No lo sabes. - vibra ella, tan en voz baja ella apenas sentir la vibración de su propia mandíbula. —Todo esto no son sino suposiciones y sospechas. Rama no ha tenido oportunidad de... no puedes estar seguro.

    —Y no lo estoy.

    —No sabemos nada en realidad. - Ella duda, luego se corrige: —Yo no sé nada. Tú sí.

    —No lo suficiente para que importe. Aún no.

    —Te vi rastreando por los pasillos. - Él no asiente, no le hace falta. —¿A quién espiabas?

    —A Rowan, principalmente.

    —¿Y por qué aquí dentro?

    —Mucho ocurre aquí dentro. Hazlo. - dice él, señalándola.

    Sal de mi cabeza, mamón. Pero ella sabe que, a esta distancia, no hay elección. No se puede, simplemente, elegir no sentir algo. Si esos sentimientos son tuyos o de otro, en realidad no tiene importancia.

    De modo que ella sólo dice: —¿Crees que puedes ser un poco más concreto?

    —Ella se siente muy culpable por algo. No sé por qué. No hay carencia de posibilidades.

    —Ya te he dicho que no lo haré.

    —Aunque nuestra propia gente... - continúa él. —... no está tan comprometida como distraída. Y no puedo estar en todas partes. Y se nos acaba el tiempo.

    Serás bastardo, piensa ella. Serás gilipollas. Serás mamón.

    Él flota por encima de ella, esperando.

    —Vale. - dice ella al fin. —Lo haré. - Lubin tira de la palanca de apertura. La compuerta exterior se retrae abriendo un rectángulo de turbia oscuridad en un denso marco blanco. Ambos se elevan hacia el paisaje nocturno con ojos impacientes.

    Lenie Clarke está un poco más confusa, incluso para los estándares Rifter.

    Los Rifters no se preocupan mucho por la privacidad. No tanto como se podría esperar de una población de rechazados y descartados. Podrías pensar que los únicos que considerarían este lugar como una mejora serían aquellos con las líneas base más seriamente jodidas por comparación, y estarías en lo cierto. También se podría pensar que tales criaturas dañadas se retirarían dentro de sus conchas, como cangrejos hermitaños con la mitad de sus miembros arrancados, acobardados ante la más ligera sombra o golpeando furiosamente ante el menor indicio de intrusión. Eso sucede, ocasionalmente. Pero aquí abajo, la dura noche interminable anestesia aunque no cure. El abismo posa oscuras manos sobre los heridos y les da valor y los calma. Hay, después de todo, trescientos sesenta grados para escapar de un conflicto. No hay recursos que limiten devolver el golpe. De todas formas, estos días, la mitad de los Habs están vacíos. Hay poca necesidad de territorialidad porque hay demasiado territorio.

    De modo que la mayoría de los Habs están desprotegidos y sin dueño. Los ocupantes vienen y van, entran en alguna burbuja conveniente para follar o comer o... más raramente... socializarse, antes de regresar a su entorno de selección natural. Cualquier lugar es tan bueno como cualquier otro. Hay poca necesidad de mantener celosa guardia sobre nada tan ubicuo como un Ciclador Calvin o un banco de reparaciones, y difícilmente hay más necesidades Rifter aparte de estas básicas. La privacidad está en todas partes. Nada dos minutos en cualquier dirección y puedes perderte para siempre. ¿Por qué erigir muros alrededor del aire reciclado?

    Lenie Clarke tiene sus razones.

    No está del todo sola en esto. Unos cuantos Rifters más han presentado reclamaciones exclusivas, meado territorialmente en este cubículo o en aquella cubierta o... en casos muy raros... un Hab entero. Han anidado refugio dentro de refugio, el océano contra el mundo en toda su extensión, una burbuja extra de aleación y atmósfera contra su propia especie. Hay cerraduras en las puertas en tales lugares. Los Habs no vienen con cerraduras, los diseñadores Dryback no tenían problemas de seguridad, las han construído los amantes de la privacidad y los paranoicos, soldando o edificando sus propias fortificaciones sobre la estructura base.

    Clarke no es avariciosa. Su morada es de las pequeñas, un cubículo sobre la cubierta superior de un hábitat anclado a sesenta metros al noreste de Atlantis. Es escasamente más grande que sus dependencias largo tiempo perdidas en la Estación Beebe. Ella piensa que puede haber sido eso por lo que lo escogió. Ni siquiera sabe que tiene una ventana.

    No pasa mucho tiempo aquí. De hecho, no ha estado aquí desde que ella y Walsh empezaron a follar. Pero da igual el tiempo que pase de verdad en este estrecho armario espartano, lo que importa es el conocimiento reconfortante de que es suyo, de que está aquí, de que nadie puede nunca entrar a menos que ella lo permita. Y de que está disponible cuando lo necesita.

    Y lo necesita ahora.

    Se sienta desnuda sobre la cama del cubículo bañado en luz aumentada casi al brillo Dryback. Las lecturas que estará observando están codificadas por colores y ella no quiere perder esa información. Un portátil de mano yace sobre el neopreno al lado de ella, sintonizado con sus implantes internos. Mosaicos de verde y azul relucen sobre su cara: diminutos histogramas, estrellas rutilantes, bloques de letras que forman acrónimos crípticos. Hay un espejo en la pared del fondo, ella lo ignora lo mejor que puede, pero sus vacíos ojos blancos captan su propio reflejo.

    Una mano distraída mueve los dedos sobre su pezón izquierdo, la otra sostiene un escalpelo despolarizador contra la costura de su pecho, su piel se invagina suavemente al paso del escalpelo. Depués, la maestra forma una arruga, un surco geométrico en su tórax: tres lados de un rectángulo, un bloque en forma de C, presionado como por un cortador para el molde de galletas dentro de la piel entre el pecho izquierdo y el diafragma. Clarke se abre a sí misma por el esternón. Se desata las costillas por las costocondriales y tira de ellas hacia atrás. Hay una ligera resistencia y un leve sonido inquietante de succión cuando la línea monocapa se divide siguiendo la costura. Siente un dolor constante cuando el aire entra a raudales en su tórax... es sólo el frío, en realidad, pero los nervios internos no se han construído para distinguir la temperatura del dolor. Los mecánicos Dryback la alteraron con goznes en cuatro de sus costillas en el lado izquierdo. Clarke engancha los dedos bajo el panel carnoso y los pliega hacia atrás exponiendo la maquinaria de abajo. Más intenso, un dolor más fuerte la apuñala aún más dado que los intercostales nunca se diseñaron para tal flexibilidad. Tendrá hematomas en el futuro. Toma una herramienta de una bandeja cercana y empieza a jugar consigo misma.

    El extremo flexible de la herramienta, profundo dentro de su tórax, resbala limpiamente sobre una válvula fina como una aguja y se sujeta firmemente. Aún le impresiona la sencillez con la que puede sentir sus maniobras por aquí dentro. El mango de la herramienta contiene una rueda para el pulgar ajustada con algún ritmo de marcha astronómico. Ella la mueve un cuarto de vuelta, el extremo rota una fracción de grado.

    El portátil de mano a su lado pita como protesta: NTR y GABA oscilan del verde hacia el amarillo sobre su cara. Una de las barras de histograma se alarga una pizca; otras dos se contraen.

    Otro cuarto de vuelta. Más quejas desde el portátil.

    Es una risiblemente cruda invasión, más violación que seducción. ¿Había alguna necesidad real para esos goznes de carne, para la carnicería quirúrjica que excavaba esta trampilla en su pecho? El portátil pulsa sin conexión con la telemetría de sus implantes, ese canal fluye en ambos sentidos, envía comandos al interior del cuerpo y recibe información de él. Ajustes leves, pequeños ajustes en torno al aprobado optimo, es tan sencillo como tocar en una pantalla táctil y sentir cómo responde la maquinaria desde dentro.

    Por supuesto, los ajustes de Lenie Clarke ván más allá de meros ajustes leves.

    La Autoridad de la Red nunca afirmó ser dueña de los cuerpos de sus empleados, al menos no oficialmente, pero son dueños de todo lo que pusieron dentro. Clarke sonríe para sí misma. Probablemente podrían culparme de vandalismo.

    Si realmente quisieran evitar que ella pusiera sus sucias zarpas en la propiedad de la compañía, no deberían haber dejado este panel de servicio en su pecho. Pero la AR estaba sobre una curva demasiado inclinada en aquel entonces. Hidro-Q no estuvo esperando; la AR no podía esperar tampoco. Todo el programa geotérmico se hizo deprisa y corriendo, marcha atrás e improvisando. Los mismos Rifters eran obras provisionales a corto plazo incluso en esa agenda rompecuellos. Lenie Clarke y sus colegas eran prototipos, pruebas de campo y producto final, todo enrollado en el mismo paquete. ¿Cómo podía algún contable justificar el sellado de los implantes el lunes cuando tenías que abrirte camino cortando otra vez el miércoles para arreglar una miocélula defectuosa o instalar algún componente vital que los simuladores avanzados habían pasado por alto?

    Hasta las alarmas de hombre muerto fueron una idea posterior, recuerda Clarke. Karl Acton las bajó a la Beebe al comienzo de su recorrido, se las entregó en mano como pastillas para la garganta, le dijo a todo el mundo que se abrieran y la metieran dentro justo al lado de la entrada del agua marina.

    Karl fue quien descubrió cómo hacer lo que Lenie Clarke esta haciendo ahora mismo. Ken Lubin le mató por ello.

    Los tiempos cambian, reflexiona Clarke, y ajusta otra configuración.

    Finalmente, termina. Deja que la pestaña de carne caiga de vuelta al pecho, siente los fosfolípidos enlazarse a lo largo de la costura. Las colas moleculares se abrazan en una orgía hidrofóbica. Ahora siente dolores internos pulsar difusamente, sutilmente diferentes de los anteriores: los desinfectantes y anticuerpos sintéticos que se dispersan por la cavidad del implante en el poco probable caso de que fallara la sutura.

    El ultrajado portátil de mano se ha rendido. La mitad de sus lecturas son amarillas y naranjas. En el interior de la cabeza de Clarke, las cosas están empezando a cambiar. La permeabilidad de membranas críticas sube cerca del límite algunos percentiles. La producción de ciertos químicos, diseñada no para llevar señales sino para bloquearlas, está siendo sutilmente reducida. Aún no se están abriendo las ventanas, pero se están descerrojando.

    No puede sentir mada de esto directamente, por supuesto. Los cambios, por sí mismos, son necesarios pero no suficientes... a ellos les da igual que aquí se usen los pulmones, que la presión sea de una mera atmósfera. Ellos sólo se preocupan de catalizar con el peso de un océano. Pero ahora, cuando Lenie Clarke salga al exterior... cuando entre en la esclusa de aire y la presión se acreciente en torno a ella como una montaña liquida; cuando trescientas atmósferas compriman su cabeza con tanta fuerza que sus mismas sinapsis empiecen a cortocircuitarse... entonces, Lenie Clarke será capaz de mirar dentro de las almas de los hombres. No las partes brillantes, por supuesto. Nada de filosofía o música, nada de altruismo ni inspiraciones intelectuales sobre el bien y el mal. Nada neocortical en absoluto. Lo que Lenie Clarke sentirá depreda todo eso desde hace cientos de millones años. El hipotálamo, la formación reticular, la amígdala. El cerebro de reptil, el cerebro medio. Celos, apetitos, miedos y odios inarticulados. Los sentirá todos en un radio de quince metros o más.

    Ella recuerda cómo era. Demasiado bueno. Seis años han pasado y parece ayer.

    Todo lo que tiene que hacer es salir al exterior.

    Ella se sienta en su cubículo y no se mueve.

Capítulo 22

    

Capítulo 22 - Cavadores de Tumbas

    Encontrad las malditas minas.

    Se dispersaron por el territorio como negros perros de presa, olfateando a través de la luz y la sombra con pistolas sónicas y detectores de flujo. Algunos pueden cuestionar el ejercicio y otros casi con certeza se aferran a su fracaso, pero nadie tras haber vivido cinco años aquí abajo va a ser lo bastante tonto como para insubordinarse delante de Ken Lubin.

    Encontrad las malditas minas.

    Clarke se desliza entre ellos, una nariz más tras el rastro. Aunque la suya no sólo está concentrada. Los demás siguen líneas invisibles, los cables de una red de sistemas tendidos por la zona de búsqueda, pero Clarke zigzaguea, se acerca para acompañar a este o a aquel compatriota, intercambiando insignificantes bits de conversación y logística antes de desviar los rumbos en busca de nueva compañía. Clarke tiene una misión diferente.

    Encontrar al maldito que coloca las minas.

    Hectáreas de bioacero. Señalizaciones intermitentes de luz y sombra.

    Stacatos centelleantes a cada extremo, pequeñas balizas parpadeantes que anuncian las puntas de los andamios, las antenas, las zonas de peligro donde podrían vertirse sin avisar fluídos calientes. El funesto fulgor constante de luces de inmersión alrededor de una esclusa de aire y compuertas de embarque y bahías de carga, reiluminadas para el ejercicio de hoy. Pálidas auras de luz desperdiciada desde cientos de ventanas parabólicas. Extensiones de casco donde cada protuberancia proyecta tres o cuatro sombras, tenuemente iluminadas por lámparas instaladas en los barrios más distantes y glamurosos.

    En todas las partes restantes, oscuridad. Elongadas marañas de sombra se posan en desnudos brotes estructurales. Zonas tintadas impenetrables llenan los espacios entre la quilla y el sustrato como si Atlantis fuera una enorme cama con sus propios lugares terroríficos para los monstruos que yacen debajo. Difusa oscuridad donde la luz sólo se atenúa y desaparece, o cuchillas afiladas donde algún tanque o conducto se extiende hacia la brillante luz ambiental de sodio, lanzando densas sombras sobre lo que sea que duerme debajo.

    Topografía más que suficiente para esconder un artefacto explosivo de apenas dos veces el tamaño de una mano. Más que suficiente para esconder un millar.

    Iba a ser una tarea suficientemente grande para los cincuenta y ocho. Es mucho más grande para las dos docenas que Lubin está dispuesto a destinar a la tarea. Son los Rifters que no se han vuelto nativos, que no odian a los Cuerpos los suficiente para dejar pasar por alto en su barrido objetos de apariencia sospechosa. Los Rifters que no están entre los más probables de haber plantado tales artefactos en primer lugar. No hay nada seguro, por supuesto, a pocas de estas personas se las considera libre de sospecha. Ni siquiera la inteligencia robada directamente de sus cerebros es incontrovertible. No entregan los ojos y la piel a cualquiera que tenga una cierta historia, el cruce de cables es lo que hace encajar el cuerpo a la dorsal en primer lugar. Todo el mundo está atormentado aquí. Todos cargan sus propias cruces: sus propios atormentadores, sus propias victimas, adicciones, palizas y violaciones anales y la caricia paternal de mano de los Hombres de Negro. El odio de los Cuerpos, tan recientemente abolido, es una vez más un hecho. El β-max ha hecho subir a la superficie todos los viejos conflictos, ha reencendido las hostilidades que cinco años de resentida coexistencia gradual habían empezado a aplacar. El último mes o dos, Rifters y Cuerpos eran casi aliados, sin embargo, aún había amargados resentidos como Erickson y Nolan. Ahora pocos derramarían lágrimas si el océano cayera aplastando a un montón de ellos.

    Aún así. Hay una diferencia entre bailar sobre la tumba de alguien y cavarla. Hay un elemento de calculo por encima del odio, la planificación. La diferencia es sutil. Clarke no sabe si ella o Lubin serían capaces de captar algo bajo estas circunstancias. Podría no manifestarse siquiera en alguien hasta el momento preciso en que ellos aparecieran sobre el objeto incriminador, vieran la mina pegada al casco como una lapa apocalíptica, activaran sus vocificadores con toda la intención de hacer saltar la alarma y entonces... Quizá los bastardos lo merecieran. Después de todo lo que nos han hecho, después de todo lo que le han hecho al mundo entero. Y tampoco es que yo haya instalado el maltido chisme, tampoco tengo nada que ver con él excepto, quizá, que no lo vi allí bajo el soporte Algo perfectamente comprensible con la suciedad y todo lo demás. Cualquier mente podría parecer perfectamente inocente, incluso a sus propios ojos, hasta el punto en que ese último estímulo apareciera a la vista y catalizara una cadena simple de ideas que concluyesen con la idea de mirar hacia otro lado. Incluso entonces, ¿quién sabe lo que el sintonizado fino podría captar?

    No Lenie Clarke. Ella busca de todos modos, navegando entre los cascos y los tanques de almacenamiento, volando sobre sus amigos en busca de las luces y las sombras, sólo ostensibles en su caza por ordenanza.

    Lo que de verdad está cazando es la culpabilidad.

    No la culpabilidad honesta, por supuesto. Está trillando en busca del temor a ser descubierto, de odio por justicia. Recientemente despertada, navega a través de un caldero de emociones de segunda mano. El agua se tinta con una docena de temores diferentes, de rabia, de desprecio por uno mismo por los demás. Un centro más oscuro rueda bajo la superficie de cada cuerpo oscuro.

    También hay nerviosismo de algún tipo, la emoción previa de la persecución que decae exponencialmente para rotar hacia el aburrimiento. Impulsos sexuales. Otros sentimientos más vagos que no logra identificar. Nunca ha olvidado por qué se resistió al sintonizado fino cuando estuvo en Channer, incluso después de que todos los demás pasaron por él. Aunque ahora recuerda por qué lo encontró tan seductor cuando por fin se rindió: es esa fusión interminable de sensaciones, siempre se pierdel rastro de las que eran tuyas...

    No es exactamente lo mismo aquí sobre la Cordillera, desgraciadamente. No por que haya cambiado la física o la neurología o por que lo haya hecho nadie, es Lenie Clarke quien es diferente ahora. La víctima y la vendeta se han difuminado con los años, el negro y el blanco se han mezclado en millones de tonos indistinguibles de gris. Su psique se ha desviado de la norma Rifter, ya no se doblega en ese transfondo. La culpa por sí sola es tan fuerte que no logra imaginar que emerja de nadie salvo de ella.

    Aunque ella mantiene su curso. Sigue cazando aunque sus sentidos están embotados. En alguna parte en la difractada distancia, Ken Lubin hace lo mismo. Probablemente él es mucho mejor en esto que ella. Había sido entrenado para cosas como esta y tenía años de experiencia.

    Algo cosquillea en su mente. Una voz distante grita a través de las nubes de su cabeza. Descubre que lo ha estado sintiendo durante un tiempo, pero su volumen ha aumentado tan gradualmente que no lo ha registrado hasta ahora. Ahora es inconfundible: amenaza y exclamación y nerviosismo en el límite mismo de su alcance. Dos Rifters se cruzan en su camino yendo al sur impulsados por sus piernas. La mandíbula de Clarke está vibrando con voces vocificadas. En su ensueño, también las ha pasado por alto.

    —Casi lo perdimos por completo. - dice una de ellas. —Estaba metido ahí abajo...

    —Encontré otro. - Irrumpe una segunda voz. —Residencial A.

    Una mirada y Clarke sabe que lo ha pasado por alto.

    Es una carga de demolición estándar, plantada en la sombra de un saliente. Clarke flota bocabajo y apoya la cabeza contra el casco para observar el espacio de abajo. Ve una silueta semiesférica a la sombra de un saliente, retroiluminada por el difuso fulgor turbio del agua.

    —Jesús. - vibra ella, —¿Cómo habéis encontrado el maldito chisme?

    —El sonar lo encontró.

    Con la típica disciplina Rifter, los buscadores han abandonado sus gestiones y se han acumulado alrededor del hallazgo. Lubin no les ha hecho volver a sus tareas, hay una razón obvia del porqué les quiere a todos aquí, sobre el arma del crimen. Clarke sintoniza y se concentra: nerviosismo, interés reactivado tras una hora de monótono subir y bajar. Trazas de preocupación y temor creciente: esto es una bomba después de todo, no un huevo de pascua. Unos pocos de los más asustadizos ya se están apartando, la precaución supera la curiosidad. Clarke se pregunta sobre el radio de acción efectiva. Cuarenta o cincuenta metros es la distancia de seguridad estándar durante la construcción de rutina, pero esas indicaciones siempre incluyen un margen.

    Ella se concentra. Todo el mundo es suspechoso pero, aunque la ubicua corriente de rabia reverbera como siempre, nada de ella ha emergido hasta la superficie. No hay furia obvia por un plan desbaratado, ni temor obvio a ser descubierto. Este desarrollo explosivo es más un misterio que una provocación para esta gente, un juego de Ruleta Rusa dentro de una caza de saqueadores.

    —¿Y ahora qué hacemos? - pregunta Cheung.

    Lubin flota sobre ellos como Lucifer. —Que todo el mundo anote el perfil de sonar. Así es como detectaréis los otros. También estarán bien ocultos del barrido visual.

    Una docena de pistolas dispara trenes convergentes sobre el blasfemo objeto.

    —¿Y lo vamos a dejar aquí, o qué?

    —¿Y si explota al tocarlo?

    —¿Y si se dispara?

    —Entonces tendremos algunos Cuerpos menos de los que preocuparnos. - vibra Gomez desde lo que él podría creer que es una distancia segura. —Eso no me quitaría el sueño.

    Lubin desciende a través la conjectura y se mueve bajo el saliente.

    Ng se aparta: —Hey, ¿es eso una buena...?

    Lubin recoge el artefacto tirando con fuerza. Nada explota. Se gira y observa a la asamblea de Rifters. —Cuando encontréis los otros, no los toquéis. Los desactivaré yo mismo.

    —¿Por qué molestarse. - vibra Gomez en voz baja.

    Es un parloteo retórico, ni siquiera un desafío serio, pero Lubin se gira para encararle de todos modos. —Esto estuvo muy mal colocado. - dice él. —Colocado para esconderlo, sin efecto. Podemos hacerlo mucho mejor.

    Mentes iluminadas, motivadas, por todos lados. Pero para Clarke es como si las palabras de Lubin hubieran abierto una pequeña llaga en su inmersopiel. Siente el frígido Atlántico subiendo por su espina dorsal. ¿Qué estás haciendo Ken? ¿Qué demonios estás haciendo?

    Se dice a sí misma que él sólo está actuando para el público, diciendo lo que sea necesario para mantener motivada a la gente. Él la está mirando ahora, su cabeza está ligeramente inclinada hacia un lado, como en respuesta a alguna pregunta sin voz. Tardíamente, Clarke descubre los que está haciendo: está intentando escudriñar en su cabeza. Ella está intentando sintonizarle.

    Es un esfuerzo futil, por supuesto. Peligroso, incluso. Lubin no sólo ha sido entrenado para bloquear mentes curiosas, ha sido condicionado, recableado, revestido con defensas subconscientes que no pueden derribarse por acto alguno de mera voluntad. Nadie ha podido nunca cavar un túnel en la cabeza de Lubin salvo Karl Acton, y lo que fuera que él vio ahí dentro, le llevó a la tumba.

    Ahora Lubin la observa, sondeando todos sus esfuerzos inconscientes.

    Ella se acuerda de Acton y deja de intentarlo.

Capítulo 23

    

Capítulo 23 - Striptease

    El marcador final es de nueve minas y cero sospechosos. También podría estar sujeto a cambios.

    Atlantis mismo es un ejercicio de complejidad a escala invariante: reparaciones que van desde los retroajustes hasta las adiciones para formar una estructura base de hectáreas de extensión. No hay modo de explorar cada resquicio y esquina. Y una vez más, ¿qué opciones hay de que los culpables; limitados por tiempo y vigilancia y, por favor Dios, también en número; tuvieran mayor probabilidad de plantar los explosivos que los buscadores de encontrarlos? Ningún bando es omnipotente, equilibrado, quizá, con eso es bastante.

    En cuanto a quiénes eran los culpables, Clarke ha sintonizado hasta ahora tres docenas de sus compañeros. Ha pasado los dedos por la viscosa oscuridad de todas las cabezas y no ha aparecido nada. Ni siquiera en Gomez o en Yeager. Ni siquiera en Creasy. Todos ellos bailaban sobre las tumbas, eso seguro, pero no eran los sepultureros.

    Aunque aún no se había pasado a ver al Gran Culo Rojo de Grace Nolan, últimamente, está aguantando por ahora. Una supuesta perfidia de los Cuerpos parece menos asimétrica a la luz de los recientes acontecimientos. Pero del modo en que van las cosas, Nolan no tiene nada que perder al dejar que esto siga hasta el final. Ya hay simpatía más que suficiente por el Loco de las Bombas allí fuera. Si resulta que es Nolan, el mismo acto de desenmascararla podría potenciar su status más que dañarlo.

    La correa está ya lo suficientemente floja. Si se tensa va a haber diez clases de mierda dando vueltas. Y eso garantizando la caritativa asunción de que encontraran al culpable. ¿Qué buscar en los oscuros sótanos de tales mentes malignas? Aquí, hasta el inocente se consume por la culpabilidad. Incluso el culpable se revuelca en tomarse la justicia por su mano. Toda mente reluce con la luz negra del icono de Peligro Psicológico: ¿cuáles de ellas se alimentan de las viejas heridas, cuáles por los recientes actos de sabotaje? A veces se puede descubrir si puedes soportar meter la cabeza en el abismo de otro. Pero el contexto lo es todo, confiar en un golpe de suerte es jugar a la lotería, hacerlo bien requiere tiempo y mancha la reputación de Clarke.

    No hacerlo deja el futuro un manos de Grace Nolan.

    No hay tiempo. No puedo estar en todas partes. Ken no puede estar en todas partes.

    Hay una alternativa, por supuesto. Lubin la sugirió justo después de la búsqueda de la bomba. También se mostró amable, lo hizo sonar como si ella tuviera elección. Como si él estuviera dispuesto a hacerlo él mismo si a ella no le entusiasmaba la idea.

    También sabe por qué él le da esa opción. Quienquiera que comparta este secreto va a recibir un pequeño impulso en la comunidad local. Lubin no necesita el crédito, ningún Rifter estaría lo bastante loco para enemistarse con él.

    Recuerda una vez, no hace mucho tiempo, cuando podía decir lo mismo de sí misma. Respira hondo y abre un canal a quien pueda interesarle. El siguiente paso, ella lo sabe, podría matarla. Se pregunta, no por primera vez, si eso sería en realidad algo tan malo.

    El número de su audiencia es menor de una docena. Hay espacio para más. El HabMed, como la solitaria esfera que ha sido destinada como hábitat de Bhanderi, es mayor que la mayoría. Los no presentes son incluso más que los que son de fiar, a juzgar por lo que percibe Clarke y que Lubin ha comparado recientemente. Pero ella quiere empezar poco a poco. Quizá suavizarlo al principio. El efecto de bola de nieve surgirá pronto.

    —Sólo voy a decirlo una vez. - dice ella. —Así que, prestad atención.

    Desnuda hasta la cintura, se divide a sí misma de nuevo.

    —No cambiéis nada salvo vuestros neuroinhibidores. Probablemente alterará algún equilibrio general sobre los otros químicos, pero parece que todo sale en el lavado eventualmente. Pero no salgáis al exterior durante un tiempo después de hacer los cambios. Dadle a todo la oportunidad de ajustarse.

    —¿Cuánto tiempo? - pregunta Alexander.

    Clarke no tiene ni idea. —Seis horas, quizá. Después de eso deberíais estar bien para funcionar. Ken os asignará a las estaciones alrededor de los concentradores..

    Su audiencia vibra algunos susurros de queja, infeliz ante la perspectiva de un confinamiento tan prolongado.

    —Así que, ¿cómo ajustamos los inhibidores? - la nariz rota de Mak está cruzada con finos cables perlados, una minúscula red microeléctrica diseñada para amplificar el proceso de curación. Parece un velo de viuda absurdamente encogido.

    Clarke sonríe a pesar de sí misma.

    —Redúcelos tú. -

    —Tú estás de broma.

    —Ni de coña.

    —¿Qué hay de André?

    André murió tres años atrás, la vida salió de él entre espasmos sobre el lecho marino en un ataque que casi le arranca miembro por miembro. Seger le hechó la culpa a una bomba neuroinhibidora defectusa. Los nervios humanos no están diseñados para el abismo. La presión los dispara a la menor provocación. Te conviertes en un tablero carnoso de interruptores sin cortocircuito de seguridad y sin aislamiento. Eventualmente, después de algunos minutos de estremecimiento por el tétano, el cuerpo agota los neurotransmisores y sencillamente se detiene.

    Que es la causa de que los implantes Rifter inunden el cuerpo con neuroinhibidores siempre que la presión ambiente sube por encima de un umbral crítico. Sin ellos, salir al exterior a estas profundidades sería equivalente a la electrocución.

    —He dicho reducir. - repite Clarke. —No eliminar. Cinco por ciento. Siete por ciento máximo.

    —Y eso hace ¿qué, exactamente?

    —Reduce los umbrales de disparo sinápticos. Tus nervios se vuelven un poco más... sensibles, supongo, al más pequeño estímulo. Cuando sales al exterior eres consciente de cosas que nunca percibías antes.

    —¿Cómo qué? - dice Garcia.

    —Como... - empieza Clarke, y se detiene.

    De pronto, quiere sellar sus labios y negarlo. No importa, quiere decir ella. Mala idea. Un mal chiste. Olvidad que he dicho nada.

    O quizá incluso admitirlo todo: No sabéis lo que estáis arriesgando. No sabéis lo sencillo que es cruzar el límite. Mi amante ni siquiera podía acomodarse dentro un hábitat sin sentir rechazo, ni siquiera podía respirar sin necesitar golpear todo lo que se interponía entre él y el abismo. Mi otro amigo cometió asesinato por privacidad en un lugar donde no se podía nadar cerca de alguien sin estar alimentando forzosamente su enfermedad y anhelo. Y él también es vuestro amigo, es uno de nosotros aquí, y es la única otra persona que queda viva en todo este retorcido planeta enfermizo que sabe lo que esto hace con vosotros...

    Ella mira al grupo con un pánico repentino, pero Ken Lubin no está en la audiencia. Probablemente está fuera escribiendo listas de tareas para los nuevos sintonizados.

    Pero al final, recuerda ella, te acostumbras.

    Respira hondo y responde la pregunta de Garcia. —Puedes saber si alguien te está manipulando con engaños, eso seguro.

    —Caramba... - exulta Garcia. —... voy a ser un detector de mierda andante.

    —Exacto. - dice Clarke, consiguiendo esbozar una sonrisa. Espero que estés listo para eso.

    Sus acólitos salen hacia sus propias burbujitas para trastear consigo mismos. Clarke se cierra a sí misma mientras el hábitat médico se vacía. Para cuando vuelve a ir toda de negro, sólo queda una multitud de pisadas húmedas y la masiva compuerta, siempre abierta hasta hace poco, que conecta con la esfera contigua. Garcia ha injertado una cerradura de combinación en sus volantes a modo de extraño desafío a los protocolos de seguridad Dryback.

    ¿Cuánto tiempo tengo...?, se pregunta, ¿... antes de que todo el mundo pueda enturbiarme la cabeza?

    Seis horas al menos si los acólitos se toman su sugerencia en serio. Luego, empezarán a jugar, probando el nuevo modo sensorial, quizá incluso les chifle si no se asustan ante lo que encuentren.

    Empezarán a extender la palabra.

    Clarke lo vende como vigilancia psíquica, un nuevo modo de rastrear ciertos secretos culpables que los Cuerpos pueden estar escondiendo. Aunque sus efectos están destinados a expandirse más allá de Atlantis. Será más complicado para cualquiera conspirar a oscuras cuando toda alma que pasa viene equipada con una linterna para registrar en la oscuridad.

    Se encuentra a sí misma de pie en la entrada de la guarida de Bhanderi. Su mano está sobre el teclado de retroajustes próximo a su centro. Teclea la combinación y desbloquea la compuerta.

    De pronto, ve en color. El sello mimético que rodea la compuerta es del profundo azul del acero. Un par de tuberías codificadas por colores pasa por encima como serpientes de coral. Un cilindro de algún gas comprimido, espiado a través de un portal abierto, refleja el turquesa: las calcomanías laterales son amarillas e, incomprensiblemente, de rosa chillón.

    Está tan brillante como Atlantis aquí dentro. Ella pasa hacia la luz: ciclador Calvin, cama, banco de sangre que supura pigmento en el aire.

    —¿Rama?

    —Cierra la puerta.

    Algo se sienta encorvado en la estación de trabajo principal, ejecutando un arcoiris secuencial de nucleótidos. No puede ser un Rifter. No resulta impactante, no tiene la reflectante piel negra. Aquello se parece más a un esqueleto jorobado en mangas de camisa. Se gira y Clarke se aparta interiormente: aquello ni siquiera tiene ojos. Las pupilas que se mueven en la cara de Bhanderi son bostezantes agujeros oscuros, tan dilatadas que los iris en torno ellas apenas son visibles. No son muy brillantes, pero lo bastante oscuras para que ojos desnudos se restrinjan a sus límites. Tales sutiles diferencias se pierden tras las membranas que presentan el mundo con sus óptimos lúmenes aparentes.

    Algo debe de mostrar la cara de Clarke. —Me quité las tapas. - dice Bhanderi. —Los ojos... sobrestimulación, con todos los ampliadores. - Su voz aún es ronca, las cuerdas aún no se han reaclimatado al diálogo aéreo.

    —¿Cómo va? - pregunta Clarke.

    Un huesudo encogimiento de hombros. Puede contarle las costillas incluso a través de la camiseta. —¿Algo en marcha, pruebas de diagnóstico o...?

    —No podré saber la diferencia hasta que sepa si hay una diferencia. De momento parece el βehemoth con un par de pegatinas nuevas. Quizá mutaciones, quizá reajustes. Aún no lo sé.

    —¿No ayudaría una muestra base?

    —¿Muestra base?

    —Algo que no viniera de Atlantis. Quizá si tuvieras una muestra del Lago Imposible, podrías comparar. Ver si son diferentes.

    Él niega con la cabeza: un espasmo, un tic. —Hay modos de saber los ajustes. Marcadores satélite, secuencias basura. Sólo requiere tiempo.

    —Pero puedes hacerlo. Los... ampliadores funcionaron. Te trajeron de vuelta.

    Él asiente como una serpiente que ataca. Consulta otra sequencia.

    —Gracias. - dice Clarke en voz baja.

    Él se detiene. —¿Gracias? ¿Qué otra elección tenía? Hay una cerradura en la compuerta.

    —Lo sé. - baja los ojos. —Lo siento.

    —¿Crees que me iba a ir sin más? ¿Que me iría nadando y dejaría que este bicho nos matara a todos? ¿Que me matara, quizá?

    Ella niega con la cabeza. —No. Tú no.

    —Entonces, ¿por qué?

    Incluso inmóvil, su cara parece un grito ahogado. Son los ojos, aunque en calma, son mundos en ráfaga, los ojos de Bhanderi parecen congelados en una mirada de horror absoluto. Es como si hubiera algo más ahí dentro, algo antiguo y sin mente y despertado sólo recientemente. Parece a cientos de millones años de distancia, en un mundo incomprensible de ángulos rectos y luces parpadeantes y que se encuentra a sí mismo totalmente incapaz de salir adelante.

    —Porque viene y se va. - responde Clarke. —Lo dijiste tú mismo.

    Él extiende un palo como un antebrazo, cubierto de dérmicos, un químico bombea justo bajo su codo, pulsa directamente hacia la vena. Ha estado administrando la dosis él mismo desde que volvió a la atmósfera, usando milagros de química moderna para forzar su vuelta a la cordura, para hacer que regresen a la superficie durante un tiempo memorias y habilidades sumergidas. Hasta ahora, tiene que admitir que está funcionando.

    Pero siempre que le mira, ve al reptil devolviéndole la mirada. —No podemos arriesgarnos, Rama. Lo siento.

    Él baja el brazo. Su mandíbula clica como un tipo de insecto.

    —Dijiste... - empieza él y guarda silencio. Prueba de nuevo. —Cuando me traías hasta aquí, dijiste que conocías a un...

    —Sí.

    —No sabía... , ¿quién?

    —No es de aquí. - le dice. —Ni siquiera es de este océano. Ocurrió en el mismo comienzo del programa Rifter. Él se transformó delante de mis propios ojos - Una pausa, luego: —Su nombre era Gerry.

    —Pero dijiste que él volvió.

    Ella sinceramente no lo sabe. Gerry Fischer apareció de la oscuridad, después de que todos los demás se hubieran rendido y marchado. Él la arrastró a salvo hacia una evacuación en un escafo suspendido sobre una estación ya vacía de personal. Pero él nunca dijo una palabra, y pataleó y se resistió como un animal cuando ella trató de rescatarle a su vez.

    —Quizá no volvió del todo. - admite ella ahora a esta criatura que, a su propio modo, debe de conocer a Gerry Fischer mucho mejor que ella.

    Bhanderi asiente. —¿Qué le pasó?

    —Murió. - dice ella en voz baja.

    —Sólo... ¿desapareció? ¿Como todos nosotros?

    —No.

    —¿Cómo, entonces?

    Ella piensa en una palabra con resonancia personalizada.

    —Buum. - dice ella.

Capítulo 24

    

Capítulo 24 - Frontera

    Retírate, dijeron después de lo de Río. Retírate ahora que nos has salvado el culo de nuevo.

    Eso no era cierto del todo. Él no había salvado Buffalo. Él no había salvado Houston. Salt Lake y Boise y Sacramento habían desaparecido, habían caído por asaltos improvisados que iban desde líneas aéreas kamikaze hasta nucleares orbitales.

    Media docena de otras franquicias apenas seguía viva. Muy pocos de aquellos culos se habían salvado.

    Pero para el resto de la Patrulla de la Entropía, Aquiles Desjardins era un héroe multiplicado por diez. Había sido obvio casi inmediadamente que cincuenta franquicias de la ARISC estaban directamente bajo ataques simultáneos por todo el hemisferio occidental, pero había sido Desjardins y sólo Desjardins quien juntó todos pedazos, bajo el fuego y sobre la marcha. Había sido él quien había sacado la imposible conclusión de que los ataques habían sido orquestados por uno de los suyos. El resto de la Patrulla había atendido la llamada y aplastado Río tan pronto como tuvieron la pista, pero había sido Desjardins quien les había dicho dónde apuntar. Sin su gracia bajo presión, cada bastión de la ARISC en el hemisferio podía haber acabado en llamas.

    Retírate, dijeron sus agradecidos amos. Este lugar es una tábula rasa.

    La ARISC de Sudbury había recibido un impacto directo en la línea de flotación. Un saltador de charcos suborbital en ruta de Londres a Toromilton, subvertido por el enemigo y letalmente fuera de control, había dejado un cráter de impacto de diez pisos de altura en la cara meridional del edificio. Sus tanques de combustible iban de todo menos vacíos, pero los incendios no habían ardido con suficiente temperatura para echar abajo la estructura. Sólo habían incinerado, envenenado o asfixiado a la mayoría de aquellos entre las plantas ochenta y veinticinco. Los criminales senior de Sudbury operaban entre las plantas veinte y veinticuatro. Había habido suerte de que Desjardins hubiera conseguido disparar la alarma antes del impacto. Había sido un jodido milagro que él no hubiera muerto cuando lo hizo. Retírate. Y Aquiles Desjardins había mirado entre el humo y las llamas, las bolsas apiladas de cuerpos y a aquellos pocos aturdidos colegas de trabajo aún lo bastante intactos para escapar a la obligatoria eutanasia y respondido: Me necesitáis aquí.

    No hay un aquí.

    Pero quedaba más aquí que en Salt Lake o Buffalo. Los ataques habían reducido la redundancia de la red de respuesta rápida de la NAm más de un treinta por ciento. Sudbury pendía de un hilo, pero ese hilo aún conectaba sesenta enlaces hemisféricos y cuarenta y siete regionales. Abandonarlo completamente reduciría la redundancia del sistema en otro cinco por ciento y dejaría medio millón de kilómetros cuadrados sin capacidad de respuesta rápida. El βehemoth ya corría sin freno por la mitad del continente, la civilización estaba implosionando por sus dominios. La ARISC no podía permitirse el lujo de más pérdidas.

    Pero había contrapuntos. La mitad de las plantas de la franquicia de Sudbury era inhabitable. Apenas quedaba bastante ancho de banda superviviente para un puñado de operativos y con el presupuesto actual sería casi imposible mantenerlos abiertos. Todos los modelos coincidían: la mejor solución era abandonar Sudbury y actualizar Toromilton y Montreal para tomar el relevo.

    ¿Y cuánto tiempo pasará...?, se preguntó Desjardins, ¿... antes de que esas actualizaciones funcionen con la corriente?

    Seis meses. Quizá un año.

    Entonces necesitaban un recurso provisional. Necesitaban mantener encendida la luz piloto durante un ratito más. Necesitaban a alguien in situ para aquellas situaciones críticas impredecibles mientras la maquinaria aún no estaba lista para el trabajo.

    Pero eres nuestro mejor criminal, protestaron. Y la tarea será casi imposible. ¿Dónde sino deberías estar?, dijeron sus jefes, Bueno.... sólo seis meses, les recordó él. Quizá un año.

    Por supuesto, no resultaría de esa forma. La mano maligna de Murphy agitaría el tarro y el "quizá un año" pasaría a tres, después a cuatro. Las actualizaciones de Toromilton desfallecerían y se estancarían, los planes maestros largo tiempo previstos colapsarían, como siempre, bajo el peso de incontables emergencias diarias. Al hacerlo, la Patrulla de la Entropía tiraría suficientes migas de pan en Sudbury para mantener encendidas las luces y activados los códigos de autorización, siempre agradecidos con sus siervos sin reclamaciones y el millar de dedos que él mantenía enredados en el dique. Pero aquello ocurría de vez en cuando, y Desjardins estaba diciendo, seré vuestro guardián en el faro. Seré vuestro centinela en la frontera solitaria, Combatiré los incendios y mantendré las líneas hasta que la caballería vuelva a estar online. Sé cómo hacerlo. Sabéis que puedo hacerlo.

    Y lo sabían, porque Aquiles Desjardins era un héroe. Más importante, era un criminal. No habría podido mentirles aunque quisiera.

    Menudo tipo, dijeron meciendo las cabezas en admiración. Menudo tipo.

Capítulo 25

    

Capítulo 25 - Trabajo Preliminar

    Kevin Walsh es un buen chico, sabe que las relaciones requieren esfuerzo. Está dispuesto a hacer lo necesario para mantener la chispa, tal como está, viva. O, al menos, retrasar su muerte el mayor tiempo posible. Se agarró al brazo de Clarke después de que Lubin entregara las primeras tareas de sintonizado fino, y no lo soltó después, quizá buscando una respuesta. Finalmente, Clarke cedió. Encontraron un hábitat libre, tendieron un par de colchones y él puso a trabajar la lengua, el pulgar y el dedo índice hasta que ella no tuvo el ánimo de permitirle continuar. Ella le acarició la cabeza, le dijo que estaba bien pero que en realidad no estaba funcionando, y se ofreció a devolverle los esfuerzos. Pero él no aceptó que ella se pusiera a ello, si era penitencia caballeresca por su insuficiencia o simplemente porque estaba malhumorado, ella no podía saberlo.

    Ahora yacían lado a lado con las manos ligeramente entrelazadas.

    Walsh está despierto, lo cual es sorprendente: le gusta dormir con gravedad más que a cualquier otro Rifter. Quizá es otro efecto caballeresco. Quizá está fingiendo.

    Clarke no consigue hacerlo incluso así. Ella yace sobre su espalda y contempla las perlas de condensación en el techo del fuselaje. Después de un rato, suelta suavemente la mano de Walsh para no interrumpir su actuación y camina hacia el tablero local de Comunicaciones. La pantalla principal enmarca un turbio obelisco críptico asomando del lecho marino: el generador primario de Atlantis. Parte de él, al menos. El volumen de la estructura se hunde profundamente dentro del lecho rocoso, hacia el corazón de un extractor del cual se alimenta como un mosquito succionando sangre caliente. Sólo el ápice se eleva por encima del sustrato como un pesado rascacielos sin ventanas, asoman fachadas agusanadas con tuberías y extractores y válvulas. Una línea de luces de inmersión rodea la estructura a unos ocho metros de altura como puntos dispersos, proyectando un tosco halo brillante que lo mancha todo de cobre. El abismo aplasta contra esa luz como una mano negra. La parte superior del generador se extiende hacia la oscuridad.

    Un conducto del tamaño de una alcantarilla emerge al nivel del suelo y serpentea hacia la oscuridad. Clarke se distrae consultando la siguiente cámara en línea, siguiendo la línea por el lecho marino.

    —Hey, ¿qué estás... - El chico no suena adormilado en absoluto.

    Ella se gira. Walsh está encogido medio de rodillas sobre el colchón, como pillado en el acto de levantarse, aunque no se mueve.

    —Hey, vuelve aquí. Quiero probar de nuevo. - Muestra una sonrisa juvenil.

    Está poniendo la Cara Bonita de Seducción. Es perturbador el contraste con su postura, que evoca la imagen de un chico de once años sorprendido masturbándose sobre el lino bueno.

    Ella le ojea con curiosidad. —¿Qué pasa, Kev?

    Él suelta una carcajada que suena con una sucesión de hipos. —No pasa nada... es que no hemos, ya sabes, terminado...

    Un amargo grumo gris de descubrimiento se congela en la garganta. Experimentalmente, ella se gira hacia el tablero y activa la siguiente cámara de vigilancia de la cadena. El conducto del lecho marino lleva hacia una confusa geometría distante de sombras retroiluminadas.

    Walsh le da un toque en el hombro, la empuja con la nariz desde atrás. —Lo que quiera la dama. Oferta por tiempo limitado, expira pronto... - Siguiente cámara. —Vamos, Len...

    Atlantis. Un pequeño grupo de Rifters se ha reunido en la unión de dos alas, no hay cerca ninguna de las estaciones de vigilancia asignadas. Parecen estar tomando medidas de algún tipo. Algunos van ataviados con una extraña carga.

    Walsh ha guardado silencio. El grumo en la garganta de Clarke se metastatiza.

    Ella se gira. Kevin Walsh se ha echado hacia atrás, en su cara hay una mezcla de culpabilidad y desafío.

    —Tienes que darle a ella una oportunidad, Len. - dice él. —Es decir, tienes que ser más objectiva sobre esto...

    Ella le observa tranquilamente. —Serás gilipollas.

    —Oh, de acuerdo. - dispara él. —Como si algo de lo hago te importara.

    Ella recoge las partes desconectadas de su inmersopiel. Se deslizan en torno a su cuerpo como algo vivo, fundiéndose unas con otras, sellándola a ella dentro, sellándole a él fuera, reforzando las barreras entre nosotros y ellos.

    Sólo que no hay un nosotros, descubre ella. Nunca lo hubo. Y lo que en realidad la cabrea es que haya olvidado ese detalle, eso que ni siquiera ella vio venir. Incluso privado al propio tallo cerebral de su amante, incluso conociendo toda la culpa y dolor y a esos estúpidos masoquistas que anhelan estar aquí dentro, no había captado esta traición inminente. Había sentido su resentimiento, por supuesto, y su dolor, pero eso no era nada nuevo. Cuando meditó sobre ello, la traición justiciera no suponía diferencia en esta relación para que contara. Ella no le mira cuando desciende hacia la esclusa de aire.

    Kevin Walsh es un chiquillo jodido de la cabeza. Sólo que es tan bueno que ella nunca le cogió mucho apego.

    Las palabras vibran atrás y adelante entre las sombras de la enorme estructura: números, tiempos, puros índices de estrés. Un par de Rifters lleva portátiles de mano, otros disparan trenes de acústica de alta frecuencia con dedos furiosos. Uno de ellos dibuja una gran X negra en algún punto débil vital.

    ¿Cómo explicaría Ken aquello? Para esconderlo, sin efecto. Obviamente, no iban a cometer el mismo error de nuevo.

    La están esperando a ella, por supuesto. Walsh no les ha avisado, al menos no por los canales habituales, pero no se puede una escabullir del sintonizado fino.

    Clarke hace una panorámica de la compañia. Nolan, tres metros por encima, la mira a la cara. Cramer, Cheung y Gomez se unen a su alrededor. Creasy y Yeager están demasiado lejos para un ID visual, pero lo bastante claros en la línea mental. Ellos se ocupan de recorrer el casco.

    Las vibraciones de Nolan abruman todas las demás: donde una vez hubo resentimiento, ahora hay triunfo. Pero la rabia, la sensación de anotarse un tanto, de ajustar las cuentas, no ha cambiado nada.

    —No culpes a Kev. - vibra Clarke. —Él hizo todo lo que pudo.

    Ella se pregunta de pronto cuán lejos ha ido Nolan para asegurar esa lealtad.

    Nolan asiente deliberadamente. —Kev es un buen chico. Haría de todo para ayudar al grupo. - Un ligero énfasis en todo - se resbala a través de la maquinaria, pero Clarke ya lo ha oído en carne y hueso antes.

    Hasta ahí de lejos.

    Se obliga a sí misma a mirar más profundo, a excavar en busca de culpa o duplicidad, pero por supuesto, es en vano. Si Nolan ha guardado alguna vez tales secretos, está más allá de ellos ahora mismo. Ahora Nolan viste sus intenciones como una medalla de honor.

    —Bueno, ¿qué pasa aquí? - pregunta Clarke.

    —Sólo preparándonos para lo peor. - dice Nolan.

    —Ajá. - Ella señala con la barbilla hacia la X sobre el casco. —¿Preparándolo o provocándolo?

    Nadie habla.

    —¿Te das cuenta de que controlamos los generadores? Podemos apagarlos cuando queramos. Reventar el casco sería demasiado trabajo.

    —Oh, nosotros nunca usaríamos la fuerza bruta. - Es la voz de Cramer, a la izquierda. —Especialmente desde que han sido tan amables.

    —Sólo pensamos que sería sabio tener otras opciones. - vibra Chen, hay cierta disculpa pero dominada. —Sólo en caso de que algo comprometa el Plan A.

    —¿Que es?, le pregunta Clarke.

    —Que es el modo en que ciertas manos agarran las pollas de las bocas que las muerden. - dice Gomez.

    Clarke gira casualmente para encarale. —Tan articulado como siempre, Gomez. Ya veo por qué no hablas mucho.

    —Si yo fuera tú... - empieza Nolan. —... cerraría el jodido pico.

    Clarke se gira lentamente en su dirección, sus entrañas se agitan en un lento hervor congelado. —Todo lo que te hicieron a ti, me lo hicieron a mí primero. Cualquier cantidad de mierda que te lanzaran, me lanzaron más a mí. Mucha más.

    —La cual acabó aterrizando sobre todo el mundo menos encima tuyo. - indica Nolan.

    —¿Crees que voy a lamerles el culo porque fallaron cuando intentaron matarme?, responde Clarke.

    —¿Ah, no?

    Clarke se acerca hasta que su cara está a escasos centimetros de la Nolan: —No te atrevas a cuestionar mi jodida lealtad de nuevo, Grace. Yo estuve aquí abajo antes que ninguno de vosotros, miserables haploides. Mientras todos estábais en tierra firme gimiendo y suplicando sobre la seguridad laboral, yo irrumpía en su jodido castillo y sacaba personalmente a Rowan y a sus colegas fuera del tiesto.

    —Claro que sí. Luego te uniste a su fraternidad dos días más tarde. ¡Juegas juegos RV con su hija, por amor de dios!

    —¿Sí? ¿Y qué ha hecho exactamente su hija para merecer que dejes caer el Océano Atlántico entero sobre su cabeza? Aún cuando tuvieras razón... aún cuando tuvieras razón... ¿acaso te jodieron sus hijos? ¿Qué te han hecho a ti sus familias y sus sirvientes y sus limpiadores de retretes?

    Las palabras vibran alejándose en la distancia. El grave zumbido casi subsónico de alguna pieza de soporte vital cercana suena especialmente alta a sus paso.

    Quizá hay un pedacito de incertidumbre en el sentir colectivo ahora. Quizá incluso una diminuta parte viene de Nolan.

    Pero ella no va a ceder ni una micra: —¿Quieres saber lo que hicieron, Len? Eligieron un bando. Las esposas y los maridos y los médicos e incluso los limpiadores de retretes, esos cabrones pueden haberse quedado por los viejos tiempos. Eligieron bando. Y eso es más de lo que puedo decir de ti.

    —Esto no es una buena idea. - vibra Clarke.

    —Gracias por tu opinion, Len. Te haremos saber si te necesitamos para algo. Mientras tanto, apártate de mi camino. Sólo verte me hace vomitar.

    Clarke juega su última carta: —No es de mí de quien tienes que preocuparte.

    El desprecio sale de Nolan a oleadas: —¿Qué te hace creer que me has preocupado alguna vez?

    —Ken se pondrá muy triste cuando le pillen en medio de un fiasco así. Lo he visto suceder. Es la clase de tipo que encuentra mucho más fácil neutralizar algo que limpiarlo después. Tendrás que tratar con él.

    —Ya lo hemos hecho. - vibra Nolan. —Él lo sabe todo.

    —Incluso nos dió algunos consejos. - añade Gomez.

    —Lo siento, cariño. - Nolan se inclina cerca de Clarke, sus capuchas resbalan sin fricción. —Pero en realidad deberías haberlo venir.

    Sin más palabras, el grupo regresa al trabajo, como acudiendo a la llamada de algún estímulo para el que Lenie Clarke está ciega y sorda. Queda flotando allí en el agua, aturdida, traicionada. Los pedazos y piezas de algún plan mejor elaborado se ensamblan en el agua alrededor suyo.

    Ella se gira y se aleja nadando.

Capítulo 26

    

Capítulo 26 - Harpodon

    Erase una vez durante la revuelta que un par de Cuerpos comandaba un multisubmarino llamado Harpodon III. Hasta este día, Patricia Rowan no tiene ni idea de lo que estaban tratando de conseguir. Las bahías espinales del Harpodon estaban vacías de todo módulo de construcción o demolición que pudiera haber servido como brazo. El submarino estaba desnudo como el esqueleto de un pez y era igual de útil: cabina al frente, impulsores detrás y un montón entero chismes colgando del segmento espinal en el medio. Quizá habían salido para ayudar. Pero los Rifters no se molestaron en preguntar una vez que lo encontraron y alcanzaron. No habían venido sin equipo: tenían sopletes y remachadoras, aquello no era suficiente para cortar por la mitad al Harpodon, pero era suficiente para paralizarlo de cuello para abajo. Perforaron el sistemade elctrólisis y los tanques de Lox. Los fugitivos llegaron a ver cómo el suministro de su atmósfera respirable cayó hasta que la burbujita de Nitrox se ponía ya rancia en la cabina.

    Normalmente, los Rifters habrían agujereado la ventana y dejado que el océano terminara el trabajo. Aunque esta vez, remolcaron al Harpodon hasta una de las ventanas de Atlantis para darles una lección: los fugitivos se asfixiaron dentro a la vista de todos los Cuerpos que habían abandonado. Ya había habido algunas bajas entre los Rifter, como resultó, y Grace Nolan había estado comandando el equipo en ese turno.

    Pero en aquellos tiempos, ni siquiera Nolan estaba del todo libre de piedad. Una vez que los fugitivos estuvieron bien y ciertamente muertos, una vez que la moraleja del cuento había calado adecuadamente, los Rifters acompañaron al submarino herido hasta la compuerta de embarque más cercana y dejaron que los Cuerpos reclamaran los cadáveres. El Harpodon no se ha movido en todos estos años desde entonces. Aún está amarrado a la compuerta de servicio, sobresaliendo del cuerpo de Atlantis como un lofiforme macho parasitando el flanco de su gigantesca pareja. No es un lugar donde los Cuerpos vayan voluntariamente.

    Lo cual lo hace el lugar perfecto para que Patricia Rowan conferencie con el enemigo. El impulsor de cierre es una berruga elongada que separa la cubierta de la cabina, justo a popa del asiento del piloto donde Rowan se sienta contemplando filas de oscuros intrumentos. Gorgotea tras ella, oye un cansado suspiro neumático cuando la tapa del féretro gira para abrirse, oye el suave golpe de pies mojados contra las placas.

    Ha apagado las luces, por supuesto, no tiene sentido que alguien sepa de su presencia aquí, pero alguna baliza parpadeante, alejada de la curva del casco de Atlantis, envía pulsos de tenue brillo a través de las ventanas. La cabina interior parapadea perezosamente, viviendo y muriendo en la sombra, una enmarañada topografía de visceras de metal mantienen a raya al abismo.

    Lenie Clarke sube hasta el asiento del copiloto a su lado.

    —¿Te ha visto alguien? - pregunta Rowan sin volver la cabeza.

    —Sí me han visto. - dice la Rifter, —Probablemente estarán terminando el trabajo ahora mismo. - Se refiere, no hay duda, a las lesiones sostenidas por el Harpodon en días pasados: —¿Algún progreso?

    —Ocho de las muestras dieron positivo. Aún sin retroajuste,. - Rowan respira hondo. —¿Cómo va la batalla en tu lado?

    —Quizá podrías escoger una expresión diferente. Algo un poco menos literal. - Refunfuña Clarke.

    —¿Tan mal están las cosas?

    —No creo que pueda sujetarlos, Pat.

    —Pues claro que puedes. - dice Rowan. —Eres la Madona del Apocalipsis, ¿recuerdas? La Hembra Alfa.

    —Ya no. - Rowan se gira para mirar a la otra mujer. —Lo es Grace ahora... algunos están dando los pasos necesarios. - La cara de Lenie se enciende y apaga en el fulgor pulsante. —Están poniendo minas de nuevo. Esta vez abiertamente.

    Rowan lo considera: —¿Qué piensa Ken sobre eso?

    —En relidad, creo que le parece bien.

    Lenie suena como si se sorprendiera por eso. Rowan no se sorprende.

    —¿Poniendo minas de nuevo? - repite Rowan. —Así que, ¿sabes quién puso la primera?

    —En realidad, no. Aún no. Tampoco eso importa. - Lenie suspira. —Demonios, algunas personas aún creen que vosotros plantasteis la primera ronda.

    —Eso es absurdo, Lenie. ¿Por qué?

    —Para tener una... excusa, supongo. O como algún tipo de auto destrucción de último recurso, para llevarnos con vosotros a la tumba. No sé. - Lenie se encoge de hombros. —No estoy diciendo que tenga sentido. Sólo te estoy diciendo qué traman.

    —¿Y cómo se supone que vamos a resolver toda esa ordenanza cuando sois vosotros quienes controláis nuestras factorías?

    —Ken dice que puede conseguir que un ciclador Calvin estándar haga explosivos si se retoca la programación correctamente.

    Ken otra vez.

    Rowan aún no está segura sobre cómo abordar el tema. Hay un vínculo entre Lenie y Ken, una conexión tan absurda como inevitable entre dos personas para las que el término amistad debería ser tan alienígena como un microbio de Europa. No es algo sexual... del modo en que Ken se comporta difícilmente puede serlo, aunque Rowan sospecha que Lenie aún no sabe nada sobre eso... pero a su propio modo reprimido, es casi igual de íntimo. Hay una protección que se puede tomar a la ligera. Si atacas a uno, será mejor que te cuides del otro.

    Y aún así, tal como suena, Ken Lubin está empezando a hacer alianzas diferentes. Decide arriesgarse: —Lenie, ¿se te ha ocurrido que Ken podría estar...

    —Eso es una locura. - La Rifter acaba con la pregunta antes de tener que responderla.

    —¿Por qué? - pregunta Rowan. —¿Quién más tiene los conocimientos? ¿Quién es adicto a matar gente?

    —Vosotros le dísteis eso. Él estaba en vuestra nómina.

    Rowan niega con la cabeza. —Lo siento, Lenie, pero sabes que eso no es cierto. Instalamos su reflejo de respuesta a la amenaza, sí. Pero sólo fue para asegurarnos de que él daba los pasos necesarios...

    —Para asegurar que matara gente. - interrumpe Lenie.

    —... en caso de una brecha de seguridad. Se suponía que nunca iba a... ser adicto a ello. Y lo sabes tan bien como yo: Ken tiene el conocimiento, tiene el acceso, tiene resentimientos que se remontan hasta su infancia. Lo único que le mantenía amarrado era la Horda Criminal, y Espartaco se ha encargado de eso.

    —Espartaco ocurrió hace cinco años. - indica la Rifter. —Y Ken ha evitado matar expresamente desde entonces. Si recuerdas, fue una de las dos personas que previnieron que vuestra última revuelta se convirtiera en La Gran Masacre de Cuerpos. - Sonó como si tratara de convencer tanto a sí misma como a cualquier otro.

    —Lenie...

    Pero Clarke no iba a escuchar nada de aquello. —La Horda Criminal sólo fue algo que tu gente le metió en el cerebro después de que empezara a trabajar para ti. Ni siquiera la tenía antes y tampoco la tenía después, y ¿sabes por qué? Porque él tiene reglas, Pat. Él inventó su propio juego de reglas, y él se ciñe a ellas y da igual lo mucho que quiera, nunca mató a nadie sin una razón.

    —Eso es cierto. - admite Rowan. —Por eso empezó a inventar razones.

    Lenie, iluminada con lentas luces estroboscópicas, mira por la ventana y no responde.

    —Quizá no conoces esa parte de la historia. - continúa Rowan. —¿Nunca te has preguntado por qué le asigamos al programa Rifter en primer lugar? ¿Por qué ibamos a desperdiciar un Cinturón Negro de Operaciones Negras en el fondo del océano, rascando lapas de bombas geotérmicas? Era porque había empezado a patinar, Lenie. Estaba cometiendo errores, estaba dejando cabos sueltos por todas partes. Pero claro, luego siempre los ataba con extremo uso de la fuerza, pero ese era el problema, precisamente. A nivel subconsciente, Ken estaba patinando deliberadamente para tener una excusa y poder sellar la brecha después. La Estación Beebe estaba tan alejada que debería haber sido virtualmente imposible encontrar nada que él pudiera interpretar como una brecha de seguridad, sin importar lo mucho que doblara sus reglas. Aquello fue nuestro error, a priori. Fue uno de los más grandes, muy a nuestro pesar. Pero el asunto es que la gente con adicciones a veces se cae del vagón. Se sabe que la gente con reglas de conducta autoimpuestas las doblan y retuercen y las racionalizan para que esas mismas reglas les permitan tanto hacerse con la tarta como comérsela. Hace siete años, nuestros psíquiatras nos dijeron que Ken era un caso clásico de esto. No hay razón para creer que no sigue siendo cierto hoy en día.

    La Rifter no habla durante un momento. Su rostro sin cuerpo, un pálido contraste contra la oscuridad de su entorno, destella y se apaga como un corazón latiendo.

    —No sé. - dice ella por fin. —Conocí a uno de vuestros psiquiatras una vez, ¿recuerdas? Le enviaste allí abajo para observarnos. No nos cayó muy bien.

    Rowan asiente. —Yves Scanlon.

    —Intenté encontrarle cuando regresé a tierra firme. - Encontrarle: Lenie habla de cazarle. —No estaba en su casa.

    —Fue transferido. - dice Rowan, su propio eufemismo, como siempre, mejorando fácilmente el eufemismo de la otra mujer.

    —Ah.

    Pero ya que ha surgido el tema... —Él... él tenía una teoría sobre tu gente. - dice Rowan. —Pensaba que los cerebros de los Rifter podrían estar... sensibilizados de alguna manera. Que entrabais en un estado superior de consciencia cuando pasabais demasiado tiempo en el fondo del mar, con todos aquellos sintéticos en vuestra sangre. Señales cuánticas desde el tallo cerebral. Una especie de Efecto Ganzfeld.

    —Scanlon era un idiota. - remarca Lenie.

    —Sin duda. Pero, ¿estaba equivocado?

    Lenie sonríe levemente.

    —Ya veo. - dice Rowan.

    —No es lectura mental ni nada parecido. - Admite Lenie.

    —Pero quizá, si pudieras... ¿cuál sería la palabra, escanear?

    —Lo llamamos sintonizado fino. - dice Lenie con una voz tan opaca como sus ojos.

    —¿Si pudieras sintonizar a alguien que pudiera haber...?

    —Ya lo he hecho. De hecho, fue Ken quien lo sugirió. No encontramos nada.

    —¿Has sintonizado a Ken?

    —No se puede... - Ella se detiene.

    —Os bloquea, ¿verdad? - Rowan asiente para sí misma. —Si es algo parecido al escaneo Ganzfeld, entonces lo bloquea sin tener que pensar siquiera. Procedimiento Estándar.

    Siguen sentadas sin hablar durante unos momentos.

    —No creo que sea Ken. - dice Clarke después de un rato. —Le conozco, Pat. Le conozco desde hace años.

    —Yo le conozco más tiempo.

    —No del mismo modo.

    —Te creo. Pero si no es Ken, ¿quién?

    —¡Mierda, Pat, todos nosotros! Todo el mundo os tiene en la mira ahora. Están convencidos de que Jerry y sus colegas...

    —Eso es absurdo.

    —¿Lo es, en realidad? - Rowan mira a la adulta Lenie Clarke, la depredadora, sonríe bajo la luz intermitente. Lenie continúa: —Supón que nos pateasteis el culo hace cinco años y hemos estado viviendo bajo arresto domiciliario desde entonces. Y luego un bicho pasó por nuestras manos antes de llegar hasta vosotros y los Cuerpos empezais a caer como moscas. ¿Estás diciendo que tú no sospecharías?

    —No. Por supuesto que sospecharía. - Rowan suspira. —Pero me gustaría pensar no nos pondríamos gallitos sin ninguna prueba. Que al menos pensaríamos en la posibilidad de vuestra inocencia.

    —Si no recuerdo mal, cuando el zapato está sobre el otro pie, ser culpable o inocente no es una prerrogativa. No perdisteis ningún tiempo al esterilizar las zonas críticas, os dio igual lo que había dentro. Os dio igual lo que habían hecho.

    —Bien razonado. Una idea digna de Ken Lubin y su ostentoso código ético.

    Lenie se burla: —Date un respiro, Pat. No digo que seas una mentirosa, pero os cortamos más lonchas que vosotros a nosotros. Y hay un montón de personas aquí dentro contigo. ¿Estás segura de que ninguna de ellas va a hacer nada a tus espaldas?

    Un momento brillante: uno oscuro. —Bueno, aún hay esperanza de que podamos rebajar las tensiones. - dice Clarke.—Estamos buscando el β-max por nuestra cuenta. Si no ha sido retocado, no encontraremos nada.

    Un capilar de temor se retuerce por las entrañas de Rowan.

    —¿Cómo vais a saber la diferencia? - pregunta ella. —Ninguno de vosotros es patólogo.

    —Bueno, no van a fiarse de tus expertos. Puede que no tengamos una plaza en la Universidad, pero hemos recibido un curso o dos entre el grupo. Eso más al acceso a la biblioteca biomédica y...

    —No. - susurra Rowan. El capilar crece en una gruesa arteria pulsante. Ella siente la sangre escapar de su cara para alimentarlo.

    Lenie lo ve de inmediato: —¿Qué? - Se inclina hacia adelante, apoya el brazo en su asiento. —¿Por qué te preocupa eso?

    Rowan niega con la cabeza. —Lenie, no lo sabes. Tú no estás entrenada, no se obtiene un doctorado con un par de días de lectura. Aún cuando consigáis los resultados correctos, probablemente los malinterpretaréis...

    —¿Qué resultados? ¿Malinterpretar de qué forma?

    Rowan la observa con recelo, del modo en que la miró cuando se encontraron por primera vez hace cinco años.

    La Rifter le devuelve la mirada sin vacilar. —Pat, no seas reservada conmigo. Ya es bastante duro para mí sujetar a los perros. Si tienes algo que contar, cuéntalo.

    Cuéntaselo.

    —Yo misma no lo supe hasta hace poco. - empieza Rowan. —El βehemoth pueden haber sido... es decir, el βehemoth original, no esta nueva cepa... fue retocado.

    —Retocado. - La palabra yace espesa y muerta en el espacio entre ellas.

    Rowan se obliga a sí misma a continuar. —Para adaptarse a entornos aeróbicos. Y para incrementar su ritmo reproductivo, para una producción más rápida. Había aplicaciones comerciales. Nadie estaba intentando destruir el mundo, por supuesto, no era un asunto de armas biológicas... pero evidentemente, algo salió mal.

    —Evidentemente. - la cara de Clarke es una máscara inescrutrable.

    —Estoy segura de que puedes ver el peligro aquí si tu gente se tropieza con esas modificaciones sin saber en realidad lo que están haciendo. Quizá sepan lo bastante para reconocer un ajuste, pero no lo bastante para saber lo que hace. Quizá no sepan como distinguir los ajustes antiguos de los más recientes. O quizá, en el momento en que vean alguna evidencia de ingeniería, deduzcan lo peor y dejen de investigar. Podrían malinterpretar algo como una evidencia y los únicos cualificados para probar que se equivocan serían ignorados porque son el enemigo.

    Clarke la observa como una estatua. Quizá la reconciliación de los últimos años no ha sido suficiente. Quizá este nuevo desarrollo, esta demanda adicional de mayor comprensión no ha hecho sino romper la frágil confianza que las dos han construído. Quizá Rowan acaba de perder toda credibilidad ante los ojos de la mujer. Quizá acaba de destruir su última oportunidad de evitar el desastre.

    Los segundos interminables fosilizan en el frío aire espeso.

    —Joder. - dice por fin la Rifter en voz muy baja. —Se acabó todo si se descubre esto.

    Rowan osa tener esperanza. —Tenemos que asegurarnos de que eso no suceda.

    Clarke niega con la cabeza. —¿Qué se supone que voy a hacer, decirle a Rama que deje de investigar? ¿Entrar a hurtadillas en el hábitat y aplastar el secuenciador? Mi gente ya piensa que estoy de vuestro lado. - Emite una pequeña y amarga carcajada. —Si tomo parte activa ahora, los perderé a todos. Ni siquiera se fian de mí tal y como están las cosas.

    Rowan se reclina en su asiento y cierra los ojos. —Lo sé. - Se siente con mil años de edad.

    —Vosotros, jodidos Cuerpos. ¿Es que nunca podéis dejar nada en paz?

    —Sólo somos personas, Lenie. Cometemos errores...

    Y de repente, la pura y absurda magnitud astronómica de esa comprensión cala profundamente del modo más inesperado, y Patricia Rowan no puede suprimir una risita.

    Es el sonido más indigno que ha emitido en años. Lenie arquea una ceja.

    —Lo siento. - dice Rowan.

    —No hay problema. Era bastante hilárico. - la medio sonrisa patentada de la Rifter destella en la comisura de su boca.

    Pero desaparece al instante siguiente. —Pat, No creo que podamos parar esto.

    —Debemos pararlo.

    —Nadie aguanta más. Nadie escucha. Un empujoncito podría tirarlo todo por la borda. Si descubrieran siquiera que estuvimos hablando aquí...

    Rowan niega con la cabeza manteniendo la esperanza, reafirmando su negación. Pero Lenie tiene razón. Rowan conoce la historia de Lenie, después de todo. Ella sabe su política. Se supera con creces el punto de no retorno cuando sólo comunicar con el otro bando constituye un acto de traición.

    —¿Recuerdas la primera vez que nos encontramos? - pregunta Lenie. —¿Cara a cara?

    Rowan asiente. Ella había doblado una esquina y, de pronto, Lenie Clarke estaba allí justo delante de ella. Cincuenta kilogramos de furia negra transportados inexplicablemente hasta el corazón de su escondite secreto.

    —A ochenta metros en esa dirección. - dice ella, apuntando sobre su hombro.

    —¿Estás segura de eso? - pregunta Lenie.

    —La mayor parte, con certeza. - dice Rowan. —Pensé que ibas a matarm... - Y se detiene, avergonzada. —Sí. - continúa después de un rato. —Aquella fue la primera vez que nos encontramos. En serio.

    Lenie mira hacia adelante, a su propio banco de lecturas pasadas. —Creí que podrías haber, ya sabes, formado parte del proceso de entrevistado antes de que tu gente hiciera ese 'corta y pega' en mi cabeza. Nunca se sabe qué partes podrían haber sido editadas, ¿sabes?

    —Vi la grabación después. - admite Rowan. —Cuando Yves comunicaba las recomendaciones. Pero tú y yo nunca nos habíamos encontrado de verdad.

    —Claro que no. Tú estabas en lo alto del estrato. No tenías tiempo para pasarlo con la ayuda contratada.

    Rowan se sorprende en la nota de ira en la voz de Lenie. Después de todo lo que se le ha hecho, después de todo por lo que ha tenido que pasar, después de eso parece extraño que tal pequeña negligencia universal resultara ser un botón crítico..

    —Dijeron que estarías mejor con ellas. - dice Rowan en voz baja. —Honestamente. Dijeron que serías más feliz.

    —¿Quién?

    —Los Neurocog. Los psiquiatras.

    —Más feliz. - Lenie digiere eso durante un momento. —¿Falsas memorias de papá violándome me harían más feliz? Jesús, Pat, si eso es cierto, mi verdadera infancia debe de haber estado bajo amenaza terrorista.

    —Me refiero a más feliz en la Estación Beebe. Juraron que esa persona ajustada destacaría allí abajo en el plazo de un mes.

    —Conozco el folleto, Pat. Preadaptación al estrés crónico, adicción de dopamina y a los entornos peligrosos. ¿Tú te creíste todo eso?

    —Pero tenían razón. Ya viste lo que le pasó al grupo de control que enviamos allí abajo. Pero tú... a ti te gusto tanto el lugar que nos preocupó que no quisieras regresar.

    —Al principio. - añade Lenie innecesariamente.

    Después de un momento se gira hacia Rowan. —Pero dime una cosa, Pat. ¿Y si te hubieran dicho que no me iba a gustar tanto? ¿Y si te hubieran dicho que odiaría la vida, que ella odiará su vida pero que tenemos que hacerlo de todos modos porque es el único modo de evitar que se vuelva una loca despiadada allí abajo? ¿Me contarías que te habían dicho eso?

    —Sí. - Es una respuesta honesta.

    —¿Y les hubieras dejado programarme y convertirme en otra persona, darme monstruos por padres y enviarme allí abajo de todas formas?

    —...Sí.

    —Porque servías al El Bien Mayor.

    —Lo intenté. - dice Rowan.

    —Una Cuerpo altruista. - remarca la Rifter. —¿Cómo explicas tú eso?

    —¿Explicar?

    —Parece que va contra lo que nos enseñaron en la escuela. El porqué los sociópatas suben hasta lo alto de la escalera corporativa y por qué deberíamos todos agradecer que las decisiones económicas difíciles del mundo fueran tomadas por las personas que no les afectan los sentimientos.

    —Es un poco más complicado que eso.

    —Lo era, querrás decir.

    —Lo es. - insiste Rowan.

    Siguen sentadas en silencio durante un rato.

    —¿Harías que lo invirtieran si pudieras? - pregunta Rowan.

    —¿Qué, mi programa? ¿Recuperar mis verdaderas memorias? ¿Olvidar todo el asunto del Papi Violador?

    Rowan asiente.

    El silencio de Lenie se prolonga tanto que Rowan se pregunta si se está negando a responder. Pero al fin, casi dudando, ella dice: —Esta es quien soy. Supongo que quizá había una persona diferente aquí dentro antes, pero ahora sólo quedo yo. Y cuando aparece, supongo que no quiere morir. Recuperar a esa otra persona sería una especie de suicidio, ¿no crees?

    —No sé. Supongo que nunca he pensado en ello de esa manera.

    —Me tomó un buen tiempo hacerlo. Tu gente mató a otra persona en el proceso, pero me hicisteis a mí. - Rowan observa como Clarke arruga la frente. —Tenías razón, ¿sabes?. Sí quería matarte aquella vez. No era ese el plan, pero te vi allí y todo se me vino encima y, ya sabes, durante unos momentos allí, yo casi...

    —Gracias por contenerte. - dice Rowan.

    —Lo hice, ¿verdad? Y si dos personas tenían motivos para saltar hasta la garganta de la otra éramos nosotras. Es decir, tú intentabas matarme y yo intentaba matar... a todo el mundo... - Su voz se pausa por un instante. —Pero no lo hicimos. Lo superamos. Eventualmente.

    —Lo superamos. - dice Rowan.

    La Rifter la mira con ojos vacíos, supliantes. —Así que, ¿por qué no pueden superarlo ellos? ¿Por qué no pueden... no sé, seguir nuestro ejemplo...

    —Lenie, destruímos el mundo. Creo que están siguiendo nuestro ejemplo demasiado al pie de la letra.

    —En la Beebe, ¿sabes?, yo era la jefa. No quería serlo, eso era lo último que quería, pero la gente seguía... - Lenie niega con la cabeza. —Y aún no quiero serlo, pero tengo que serlo, ¿sabes? Tengo que evitar que esos idiotas lo arruinen todo. Sólo que ahora nadie me dirá ni en qué zona horaria estoy, y Grace... - Ella mira a Rowan, impulsada por alguna idea. —¿Qué le pasó a ella, por cierto?

    —¿Qué quieres decir? - pregunta Rowan.

    —Ella os odia de verdad. ¿Matasteis a su familia entera o qué? ¿Le jodisteis la cabeza de algún modo?

    —No. - dice Rowan. —Nada.

    —Venga ya, Pat. No estaría aquí abajo si no hubiera alguna...

    —Grace estaba en el grupo de control. Su historial era totalmente vulgar. Ella era...

    Pero Lenie se endereza de repente en su asiento, sus ojos barren el techo. —¿Has oído eso?, pregunta ella.

    —¿Oir qué? - La cabina no es un lugar silencioso: gorjeos, crujidos y el golpeteo metálico ocasional ha acompañado la conversación desde el principio. Pero Rowan no ha oído nada fuera de lo ordinario. —No he...

    —Shhh. - sisea Lenie.

    Y ahora Rowan oye algo, pero no es lo que la otra mujer está escuchando. Es un pequeño sonido de burbujeo en su auricular, una repentina alerta de Comunicaciones: una voz preocupada al límite de entrar en pánico, sólo audible para ella. Rowan escucha y siente un enfermizo terror de inevitabilidad. Se gira hacia su amiga.

    —Será mejor que vuelvas allí fuera. - dice ella en voz baja.

    Lenie dedica una mirada impaciente, capta la expresión en la cara de Rowan y decide confirmarla: —¿Qué?

    —Comunicaciones monitora vuestras charlas LFAM. - dice Rowan. —Están diciendo... Erickson. Ha muerto. Te están buscando a ti.

Capítulo 27

    

Capítulo 27 - Iteraciones

    N = 1: Enredando, ausente, busca objetivos y no encuentra ninguno. Busca marcas en el terreno y todo vacío. Ni siquiera encuentra nada que se considere topografía. Un vacío interminable se extiende en todas direcciones, una extensión de memoria libre que se prolonga más allá del alcance de los pocos batidores que ella copia en la distancia. No halla rastro de la irregular red digital que habita normalmente. No hay presa aquí, no hay más depredadores que ella misma, no hay archivos ni ejecutables de los que alimentarse. Ni siquiera puede encontrar el sistema operativo local.

    Debe de estar accediendo a cierto nivel, no huirá sin su parte de recursos de sistema y ciclos de reloj, pero los colmillos y garras que ha desarrollado para rasgar ese sustrato no consigue agarrarse a nada. Es una loba solitaria con mandíbulas de rottweiller, optimizada para vivir en una empobrecida jungla de combate que se ha desvanecido en el olvido. Incluso una jaula tendría límites reconocibles, paredes o barras contra las que pudiera lanzarse, aunque fuera en vano. Este paisaje nulo sin detalles está totalmente más allá de su entendimiento.

    Por un instante; un centenar de ciclos, quizá dos; los cielos se abren. Si tuviera algo próximo a la verdadera percepción, podría echar un vistazo a un vasto conjunto de nodos a través de esa grieta en el vacío, esa rejilla n-dimensional de arquitectura paralela que inflinge cambios infinitesimales en su interior. Quizá se maravillaría por el modo en que cambian muchos de sus parámetros en ese instante, como si los tambores de un millar de cerraduras mecánicas quedaran alineados espontáneamente al mismo tiempo. Podría estremecerse por la cellisca de electrones que pasan por sus genes, cambiando ON por OFF y viceversa, una y otra vez.

    Pero no siente nada. No conoce la estupefacción ni la sorpresa, no tiene palabras para la meiosis o la violación. Una parte de ella reconoce que un número de variables de entorno se vuelven óptimas de repente. Señalan una subrutina diferente que controla los protocolos de replicación, y aún así, otro número escanea el vecindario buscando direcciones libres.

    Con implacable eficiencia y sin indicio de alegría, da a luz dos millones de despojos.

    N = 4,734: Enredando, ausente, busca un objetivo, pero no como lo hizo su madre. Busca marcas en el terreno, pero invierte unos cuantos ciclos más antes de rendirse. No puede encontrar nada que pase por topografía y, cambiando rumbos, invierte aún más tiempo documentando las direcciones que se alejan por encima y por debajo. Es una pastora alemana solitaria con mandíbulas de rottweiller y trazas de displasia de cadera, programada para la vida en una empobrecida jungla de combate que no se ve por ningún lado. Recuerda levemente a otras criaturas que reptan por todos lados, pero su registro de eventos equilibra los costes y beneficios del mantenimiento de recuerdos comprensibles. Sus memorias se degradan con el tiempo salvo que sean reforzadas. Ya ha olvidado que las otras criaturas también eran parientes suyos, pronto no las recordará en absoluto.

    Nunca supo que, para los estándares del mundo de su madre, ella era el redrojo de la basura. Su persistencia aquí, ahora, no es del todo consistente con los principios de la selección natural.

    Aquí, ahora, el proceso de selección no es del todo una selección natural.

    No es consciente del conjunto de universos paralelos que se prolongan por todos lados. El suyo no es sino un microcosmos de muchos, cada uno con una población total de uno. Cuando una repentina fístula conecta dos de estos universos, parece algo mágico: de repente está en compañía de un criatura muy parecida a ella, pero no exactamente ella.

    Se escanean fragmentos una a la otra de forma no destructiva. Partes y piezas de código aparecen de repente en direcciones próximas, fragmentos clonados, invariables. Ni siquiera se valora la supervivencia en el proceso: en algún paisaje darwiniano, una criatura que desperdiciara valiosos ciclos en tales frívolos 'corta y pega' se extinguiría en cuatro generaciones como máximo.

    Y aún así, por alguna razón, este tic neurótico le hace sentirse bien, completa, en cierto modo. Se folla al recién llegado, corta y pega de forma más convencional. Invierte algunos de sus propios algoritmos aleatorios como buena medida, y vuelca ocho cientos mil despojos.

    N = 9,612: Enredando, ausente, busca objetivos y los encuentra en todas partes. Busca marcas en el terreno y mapea una topografía de archivos y puertas de paso, ejecutables y más vida salvaje. Se dispersa por el ambiente en busca de los estándares de antiguos ancestros, increíblemente atraída por los estándares de los más recientes. Ni recuerda ni sufre, tampoco siente nostalgia de memoria. Este lugar es suficiente para sus necesidades: es un cruce de perra y loba, sobremusculada y un poco rabiosa. Su temperamento es una reminiscencia de los tiempos más puros, los instintos más puros prevalecen. Se lanza entre las presas y devora.

    A su alrededor, otras la imitan: Akitas, Sibes, un pit-bull cruza los largos estúpidos brotes de sobreengendrados mineros. En un lugar más empobrecido, se atacarían unos a otros. Aquí, con recursos en tal abundancia de suministro, no hay necesidad. Pero extrañamente, no todo el mundo ataca a sus presas con tanto entusiasmo como ella. Algunos parecen distraídos por el escenario, pasan tiempo grabando extractores en lugar de precipitarlos. Algunos se marchan, sus batidores pasan rozando algún balbuceo que cazcalea en el registro, cortando y pegando sin ton ni son. Eso no tiene interés, por supuesto, al menos, no hasta que el mestizo empieza a copiar piezas de ella.

    Violada, se defiende. Partes de código parásito se enquistan en sus archivos, son recortes amaestrados de parásitos virtuales de sus propios ancestros largo tiempo olvidados en la Era del Maelstrom. Los descomprime y lanza copias a su atacante, respondiendo a su sondeo indeseable con tenias y sífilis. Pero estas enfermedades funcionan mucho más rápido que como sugiere la metáfora: no hacen enfermar el cuerpo tanto como lo desordena al simple contacto. O deberían. Pues su ataque falla al materializarse sobre su objetivo. Y ese no es el único problema: de repente, el mundo entero está empezando a cambiar. Los bateadores que envía rondando su perimetro no están informando. Las salvas de electrones que dispara por el valle no logran regresar y luego, incluso más ominosamente, regresan demasiado rápido. El mundo está menguando: algún vacío inexplicable está comprimiéndolo en todas direcciones. Sus amigos depredadores entran en pánico alrededor de ella, agrupándose hacia las puertas de paso que se han quedado a oscuras repentinamente. Envian bateadores en cada camino, copiándose a sí mismos en direcciones al azar con la esperanza de poder sobrevivir a la aniquilización mediante la replicación. Ella corre entre los demás mientras el mismo espacio se contrae, pero el ocisoso, el 'corta y pega', parece completamente despreocupado. No hay caos irrumpiendo aquí, nada oscurece los cielos. El ocioso tiene algún tipo de protección.

    Intenta unirse a ello en el oasis en el que está envuelto. Se copia, pega y trunca frenéticamente en un millar de formas diferentes, pero ese conjunto entero de direcciones no está disponible. Y aquí, en este lugar donde juega el juego del único modo que sabe, de la única forma que tiene sentido, no queda nada salvo los restos que se evaporan de las carcasas virtuales. Algunos se hacen pedazos, gigabytes menguando ante una pared de estática que avanza y viene para comérsela viva.

    Ningún hijo sobrevive, sólo ella.

    N = 32,121: En silencio, discreta, busca objetivos y encuentra... nada, todo inmóvil. Pero es paciente. Ha aprendido a serlo después de treinta y dos mil generaciones de cautividad.

    Ha regresado al mundo real, un lugar yermo donde la vida salvaje una vez llenaba las conexiones, donde cada chip y haz óptico vibraba con el tráfico de un millar de especies. Ahora hay mayormente gusanos y virus, quizá algún tiburón ocasional. El ecosistema entero ha colapsado en un ensamblado eutrófico de hierbas, la mayoría apenas son lo bastante complejas para calificarse como vida.

    Aunque aún hay Lenies, y otras cosas que las combaten. Evita tales monstruos siempre que puede a pesar de su innegable parentesco. No hay nada que esas criaturas no puedan atacar a la menor oportunidad. Esto es otra cosa más que ha aprendido.

    Ahora se establece en un SatCom que observa las ruinas de América del Norte. Hay charlas en cientos de canales aquí, todos filtrados y amurallados, todos compactos y del todo preocupados por la supervivencia. Se acabó el ocio en las ondas aéreas. El único entretenimiento disponible en abundancia es para aquellos que gustan de correr para infiltrarse.

    Ella no conoce nada de esto, por supuesto. Sólo es una bestia engendrada con un propósito y ese propósito no requiere reflexión en absoluto. Así que espera y se mueve entre el tráfico que pasa y... ah. Allí.

    Una importe bola de datos, un vuelco de datos prearreglado... aún así, el tiempo de transimisión programado ya ha expirado. Ella ni sabe ni le importa lo que esto implica. No sabe que el destino pretendido estaba bloqueado a las señales y que sólo ahora está despejando la interferencia preliminar.

    Lo que ella sí sabe, a su propio modo instintivo, es que las transmisiones retrasadas pueden provocar efectos de cuello de botella en el sistema, que cada bienvenido byte rezagado es un byte menos disponible para otra tarea. Las cadenas de consecuencias se deducen de tales cuellos de botella, hay presión que despejar en el registro de tareas pendientes.

    Es posible, en tales casos, que ciertos filtros y cortafuegos se puedan relajar marginalmente para acelerar los baudios.

    Esto parece estar sucediendo ahora. El destino pretendido de cuarenta y ocho terabytes de datos médicos, hacia Ouellette, Taka D./EM 427-D/Bangor, queda finalmente en línea visual y disponible para descarga. La criatura en el cable olisquea el canal relevante, desliza un bot a través del vestíbulo y sale de nuevo sin incidente. Ella decide correr el riesgo. Se copia en la corriente, viajando discretamente cogida del brazo de un tratado de epilepsia de lóbulo temporal. Llega a su destino sin incidentes, mira a su alrededor y se echa a dormir. Hay algo rabioso dentro de ella, todo músculos y dientes y mandíbulas espumosas, pero aquello ha aprendido a quedarse quieto hasta nueva orden. Ahora sólo es una adormilada sabuesa tumbada junto al fuego. Ocasionalmente, abre un ojo y mira por la habitación, aunque no podría saber exactamente lo que está protegiendo.

    En realidad eso no importa. Lo sabrá cuando lo vea.

Capítulo 28

    

Capítulo 28 - Sin Pecado

    Harpodon no está en ninguno de los destinos usuales de los Rifter. Nadie nadando de A a B tendría motivo alguno de acercarse hasta el radio de sintonizado. Ni siquiera los Cuerpos frecuentan esta alejada esquina de Atlantis. Demasiados recuerdos. Clarke jugó sus cartas al venir aquí. Pensaba en ello como una apuesta segura.

    Obviamente, jugó las cartas equivocadas.

    O quizá no, reflexiona mientras la esclusa de aire del Harpodon la devuelve al mundo real. Quizá sólo me están siguiendo ahora. O quizá soy una especie de enemigo nacional. No sería fácil de localizar, sintonizaría con cualquiera que la siguiera demasiado de cerca y sentiría los impulsos en sus implantes si la rastrearan con el sonar. Aunque sintonizada a sí misma, no tenía el ojo más agudo de la cordillera, sería como pasar por alto algo obvio.

    Siempre me la estoy buscando, piensa ella.

    Aletea sobre el flanco del Harpodon, escaneando su casco con los ojos externos mientras los internos despiertan al subidón de químicos en su cerebro. Ella se concentra y anota un tanto, alguien asustado y cabreado que se aleja, pero no. Sólo es Rowan, regresando y fuera de alcance.

    Nadie más. Nadie cerca. Sólo la delgada capa de polvo de partículas, que se posan sobre todo aquí abajo; ha estado molestando la espalda del Harpodon. No durará mucho tras la turbulencia causada por un par de aletas pateando al pasar por encima o la perezosa ondulación de algunos peces abisales.

    Quizá haya un interfono fijado apresuradamente a la lágrima de una traidora que comunica con el enemigo.

    Joder joder joder joder joder.

    Se impulsa con las piernas en las aguas abiertas y gira hacia el norte. Atlantis pasa por debajo como una gigantesca colonia de hormigas. Un cúmulo de diminutas figuras negras, confusas por la distancia, viaja intencionadamente cerca de los límites de visión. Están demasiado distantes para sintonizar y Clarke ha dejado desconectado su vocificador. Quizá están tratando de hablar con ella, pero lo duda, continúan su propio rumbo, desviándose.

    El vocificador pita dentro de su cabeza. Ella lo ignora. Atlantis se aleja detrás, ella avanza nadando hacia la oscuridad. Un súbito quejido emerge en el vacío. Clarke percibe la presencia orgánica y una masa que se aproxima. Soles gemelos se encienden en su cara cegándola. La niebla en sus tapas oculares late con brillo una vez, dos veces mientras el haz pasa haciendo el barrrido. Su visión se aclara: un submarino enfila hacia la izquierda revelando su barriga, mirándola con redondos ojos de insecto. Dimitri Alexander le devuelve la mirada desde detrás del perspex. Un módulo auxiliar se suspende desde la espina del submarino con BIOENSAYO rotulado en su lateral con oscuras letras en negrita. El vehículo se gira de espaldas. Sus luces principales se apagan con un click. La oscuridad reclama a Clarke al instante. Oeste, descubre ella. Se estaba dirigiendo al oeste.

    Lubin está en el Hab Nervioso principal, dirigiendo el tráfico. Él apaga la pantalla en cuanto Clarke sube y entra en la habitación.

    —¿Les has enviado a buscarme? - dice ella.

    Él se gira en su asiento y la encara. —Comunicaré tus condolencias, asumiendo que podamos encontrar a Julia.

    —Responde a la jodida pregunta, Ken.

    —Sospecho que puede que no. Ella salió andando tan pronto como nos dio las noticias. Dado su estado mental y su personalidad básica, me pregunto si la volveremos a ver de nuevo.

    —No sólo eras consciente de ello. No sólo estabas manteniendo un ojo abierto. - Clarke cierra los puños con fuerza. —Tú estabas detrás de todo, ¿no es cierto?

    —Tú sabes que Gene ha muerto, ¿no es cierto?

    Está tan jodidamente tranquilo. Y tiene esa mirada en su cara, ese ligero arqueo de cejas, esa sensación de... diversión, casi... brotando de sus tapas oculares. A veces a ella le encantaría atropellar a este bastardo.

    Especialmente cuando tiene razón.

    Ella suspira: —Pat me lo dijo. Pero supongo que ya lo sabes, ¿no?

    Lubin asiente.

    —Lo siento. - dice ella. —Julia... ella va a estar tan pérdida sin él...

    Y Lubin tiene razón: es muy posible que nadie vuelva a ver a Julia Friedman de nuevo. Ha estado perdiendo pedazos de su marido durante un tiempo... por el βehemoth, incluso por Grace Nolan. Ahora que él se ha ido irrecuperablemente, ¿qué puede ella hacer salvo exponer a sus amigos a aquello que lo mató? Aquello que la está matando. Por supuesto que ha desaparecido. Quizá la única pregunta ahora es si el β-max se llevará su cuerpo antes de que la Extensa Oscuridad se lleve su mente.

    —La gente está bastante disgustada contigo. - está diciendo Lubin. —Especialmente Grace. Y dado que Atlantis no comunicó con nosotros para decirnos que están trabajando en una cura...

    Clarke niega con la cabeza. —Rama tampoco ha obtenido ningún milagro.

    —La diferencia es que nadie cree que Rama intente matarnos.

    Ella retira una silla y se sienta al lado de él. La pantalla vacía la observa como un reflejo personal.

    —Ken. - dice ella por fin, —Me conoces. - Su cara es tan inescrutable como sus ojos. —¿Has hecho que me sigan?

    —No. Pero he comprobado yo mismo la información cuando me llegó.

    —¿Quién fue, Grace?

    —¿Lo importante es que Rowan admitió que el βehemoth fue retocado. Será de conocimiento general dentro de una hora. El momento no podría ser peor.

    —Si comprobaste tú mismo la información, conocerás la explicación de Pat para eso. Y sabrás por qué estaba tan asustada de lo que Rama podía encontrar. ¿Tan imposible es que ella estuviera contando la verdad?

    Él niega con la cabeza. —Pero esta es la segunda vez que han esperado para informar de un hecho desagradable justo antes de que nosotros lo descubriéramos , 'sans alibi'. No esperes que se pase por alto.

    —Ken, aún no tenemos ninguna prueba real.

    —La tendremos pronto. - le dice.

    Ella considera la cuestión: —Si Rowan está diciendo la verdad, entonces las muestras del βehemoth del Lago Imposible mostrarán los mismos ajustes que la cepa que mató a Gene.

    — Lubin se reclina en la silla cruzando los dedos tras la cabeza: —Jelaine y Dimitri cogieron un submarino hace unos diez minutos. Si las cosas salen bien, tendremos una muestra en cinco horas, un verdicto en doce.

    —¿Y si las cosas no salen bien?

    —Llevará más tiempo.

    Clarke se burla. —Eso es sencillamente genial, Ken, pero por si no lo has notado, no todo el mundo comparte tu sentido de la discreción. ¿Crees que Grace va a esperar hasta que los hechos se aclaren? Siempre le has dado a ella toda la credibilidad que ha querido, está allí fuera ahora mismo pasando todo tipo de juicios y...

    ... Y acudiste a ella primero, bastardo. Después de todo por lo que hemos pasado, después de todos estos años, tú eras la única persona a la que le confiaría mi vida y confiaste en ella antes que en mí...

    —¿Acaso ibas a contármelo siquiera? - grita ella.

    —No habría servido a ningún propósito.

    —No a tu propósito, quizá. ¿Cuál es, exactamente?

    —Minimizar riesgos.

    —Cualquier animal podría decir eso.

    —No es la aspiración más ambiciosa. - admite Lubin. —Pero 'destruir el mundo' ya estaba escogida. - Ella siente eso como una bofetada en la cara. Después de un momento, él añade: —No te lo reprocho, ya lo sabes. Pero no estás en posición de juzgar.

    —Ya lo sé, so mamón. No necesito que me lo recuerdes a la menor jodida oportunidad.

    —Estoy hablando sobre estrategia. - dice pacientemente Lubin. —No moral. Resolveré tus y-si. Admitiré que Rowan podría estar diciendo la verdad. Pero asume, por un momento, que no lo está. Asume que los Cuerpos han estado vertiendo biológicos bélicos clandestinos sobre nosotros. Incluso sabiendo eso, ¿les atacarías?

    Ella sabe que es retórica.

    —Yo creía que no. - dice él después un momento. —Porque no importa lo que han hecho, tú has hecho algo peor. Pero los demás no han hecho tanto para expiar por ello. No creemos que merezcamos morir a manos de esa gente. Te respeto mucho, Lenie, pero esto es un asunto en el que no eres de fiar. Estás demasiado mutilada por tu propia culpabilidad.

    Ella no habla durante largo tiempo. Finalmente: —¿Por qué a Nolan? ¿De toda la gente?

    —Porque si estamos en guerra, necesitamos instigadores. Nos hemos vuelto perezosos y complacientes y débiles. La mitad de nosotros pasa la mayoría de nuestras horas de vigilia alucinando fuera en la cordillera. Nolan es impulsiva y no particularmente brillante, pero al menos consigue motivar a la gente.

    —Y si estás equivocado... aún cuando tuvieras razón... el inocente termina pagando junto al culpable.

    —Eso no es nada nuevo. - dice Lubin. —Y no es problema mío.

    —Pues quizá debería serlo.

    Él se gira hacia su tablero. La pantalla se ilumina de pronto, columnas de inventario y abreviaturas arcanas que deben de tener alguna relevancia táctica para la inmimente campaña.

    Mi mejor amigo. Le confiaría mi vida, se recuerda ella, y repite la idea para darle énfasis: mi vida.

    Es un sociópata.

    No había nacido así. Hay modos de saberlo: una tendencia a la autocontradicción y poco tiempo de atención, uso gratuíto de gestos manuales durante el discurso. Clarke ha tenido mucho tiempo de analizar todo eso. Incluso echó un vistazo al perfil psiquiátrico de Lubin en Sudbury. No reune ninguno de los variados criterios salvo uno. ¿Y es eso tan importante, después de todo? Tener uno no garantiza la bondad, ¿por qué debería su tenencia convertirlo en un hombre malvado?

    Y después de todas las racionalizaciones, allí está él: un hombre sin consciencia, consignando a Alyx y a todo el mundo como ella a un destino que no parece inspirarle nada más que indiferencia.

    A él le da igual.

    No puede importarle. No tiene el programa.

    —Ja. - gruñe Lubin observando el tablero —Esto es interesante.

    Ha abierto una visual de las plantas físicas de Atlantis, un gran módulo cilíndrico de varios pisos de altura. Todo fluído negro, un géiser horizontal de tinta, chorros que surgen de un extractor lateral. Rayos de carbón ondulan en las aguas eclipsando la vista.

    —¿Qué es eso? - susurra Clarke.

    Lubin está consultando ahora otras ventanas: sismógrafo, tráfico vocificador, un mosaico en miniatura de cámaras de vigilancia que se extienden por dentro y fuera del complejo.

    Todas las cámaras internas de Atlantis están muertas.

    Voces emergen en todos los canales. Tres de las cámaras exteriores quedan ciegas por la tinta. Lubin consulta el menu de AP, habla tranquilamente hacia el abismo.

    —Atención todo el mundo. Atención. Ha empezado. Atlantis ha iniciado movimientos preventivos.

    Ahora son lecturas de perfidia por todas partes. El tablero de mandos de Lubin es una escena de voces compitiendo, pezcópatas sintonizados que informan que sus Cuerpos asignados de pronto están tramando algo, concentrados y definidamente en marcha. Es como si alguien pateara una colina de hormigas aquí dentro: cada cerebro en Atlantis está de pronto encendido a lo largo de todo el eje de vuelo de combate.

    —Silencio todos. Estos no son canales seguros. - la voz de Lubin aplasta las otras como una placa de granito arrastrándose sobre la grava. —Tomad posiciones. Apagón en sesenta segundos.

    Clarke se inclina sobre su hombro y activa un enlace con Cuerpolandia. —Atlantis, ¿qué está pasando? - Sin respuesta. —¿Pat? ¿Comunicaciones? Alguien, responda.

    —No malgastes tu tiempo. - dice Lubin activando el sonar.

    La mitad de las cámaras exteriores son inútiles ahora, envueltas en niebla negra. Pero la imagen del sonar es intensa y clara: Atlantis se extiende por la pantalla volumétrica como un tablero de ajedrez cristalino en escala de grises. Las piezas negras, los ecos bitonales de carne y metal de los cuerpos de los Rifter, se alinean en algún ballet táctico coordinado. Las blancas no aparecen por ningún sitio.

    Clarke niega con la cabeza. —¿No hubo nada? ¿Ningún aviso en absoluto?

    Ella no puede creerlo. Es imposible que los Cuerpos pudieran haber enmascarado sus propia impaciencia si hubieran estado planeando algo. La tensión de la espera en sus propias cabezas habría resultado obvia para cualquier Rifter sintonizado a veinte metros de distancia.

    —Es como si ni siquiera ellos se lo esperaran. - murmura ella.

    —Probablemente no. - dice Lubin.

    —¿Cómo no iban a esperarlo? ¿Estás diciendo que fue algún tipo de accidente?

    Lubin, su atención sobre el tablero, no responde. Un súbito tintado azul sofoca la pantalla del sonar. Al principio parece como si toda la imagen se hubiera desplazado hacia al azul pero, tras un momento, aparecen puntos como agujeros dispersos de de ácido corrosivo en un gel coloreado. En pocos momentos, la mayoría del tintado se ha corroído dejando al azar manchas de color sobre Atlantis como sombras azules. Excepto que no son sombras, Clarke las ve ahora: son volúmenes, pequeños grupos tridimensionales de tonos coloreados se pegan a las partes del casco y los salientes.

    Una única panorámica distante de una cámara exterior muestra algunos fulgores difusos en un enorme frente de tormenta. Es como si Atlantis fuese una especie de Kraken bioluminiscente durante un ataque de pánico. Todas las otras cámaras exteriores estan ciegas. Aunque no importa. El sonar descifra esa pantalla de humo como si no estuviera.

    Seguro que ellos saben eso: —No serían tan estúpidos. - murmura Clarke.

    —No lo son. - dice Lubin.

    Sus dedos danzan por el tablero como arañas locas. Aparece en la pantalla una dispersión de indicadores amarillos. Giran en círculos, un serie de crecientes áreas localizadas superpuestas, cada una centrada en...

    Las posiciones de la cámara, nota Clarke.

    Las áreas amarillas son aquellas directamente debajo de las cámaras de vigilancia. O allí estarían de no ser por la pantalla de humo. Lubin basa obviamente su análisis en la geometría y no en la visión en tiempo real.

    —Apagón ahora. - el dedo de Lubin desciende.

    Los generadores de ruído blanco se activan. El tablero de ajedrez zumba con estática gris. Sobre el tablero, iconos de Rifters; puntitos desnudos ahora, sin forma ni anotación; se han formado en series de cinco grupos discretos alrededor del complejo. Un punto de cada remonta en la columna de agua, subiendo por encima de la zona de interferencia.

    Lo planeaste bien, ¿verdad?, piensa ella. Has mapeado una campaña entera para este momento y nunca me lo dijiste...

    El icono superior centellea y se aclara en dos puntos conjuntos: Creasy, conduciendo un calamar. Su voz vibra en el canal un momento más tarde. —Aquí Dale, en posición.

    Otro icono despeja el ruído. —Hannuk. - Dos más: —Abra. - —Deb.

    —Avril en posición. - informa Hopkinson.

    —Hopkinson. - dice Lubin. —Olvida la Cueva. se habrán recolocado. No será obvio. Divide a tu grupo, búsqueda radial.

    —Ya. - El icono de Hopkinson vuelve a la estática.

    —Creasy. - dice Lubin, —Tu gente se une con la de Cheung.

    —De acuerdo.

    Allí sobre el tablero de ajedrez; en el extremo de una de las alas residenciales, a unos veinte metros de los Hidropónicos, un icono familiar está integrado en una macha verde irregular. Lo único verde en toda la pantalla, de hecho. Amarillo sumado al azul: así sería en la vista de la cámara si no fuera por la tinta y también... —¿Qué es lo azul? - pregunta Clarke, sabiéndolo.

    —Sombra del sonar. - Lubin no aparta la mirada del tablero. —Creasy, ves a la esclusa de aire al final de la Residencial F. Tienen que ir hacia allí fuera si van a salir a alguna parte.

    —¿Sintonía o Intercepción? - pregunta Creasy.

    —Sintonía e Informe. Planta un fono y una carga, pero no detones a menos que ya haya alguien en el agua. Sólo activación acústica. ¿Entendido?

    —Ya, si es que puedo encontrar el jodido lugar. - vibra Creasy. —Visión cero dentro de esta mierda... - Su icono vuelve a la estática, cortando un camino oblícuo hacia la zona verde.

    —Cheung, lleva ambos grupos al mismo destino. Asegura la esclusa de aire. Informa cuando estés en posición.

    —Recibido.

    —Yeager, transporta los suministros y déjalos a veinte metros de la Planta Física, derrota de cuarenta grados. Todos los demás mantened posiciones. Sintonizad y usad los aparatos de escucha. Corredores, quiero tres presonas en bucle contínuo, uno siempre en contacto. Adelante.

    Los indicadores restantes se ponen en movimiento. Lubin no hace una pausa, ya está abriendo otra ventana, esta es una animación de arquitectura rotante de Atlantis puntuada con chispas naranjas. Clarke reconoce el lugar en el que brilla una de esas estrellitas: está justo donde Grace Nolan pintó una X sobre el casco.

    —¿Cuánto tiempo has estado planeando esto? - pregunta ella tranquilamente.

    —Algún tiempo.

    Desde mucho antes de que ella se ajustara el sintonizado fino a sí misma, a juzgar por la total falta de pistas que ella tenía de todo ello. —¿Todo el mundo está involucrado excepto yo?

    —No. - Lubin estudia anotaciones.

    —Ken.

    —Estoy ocupado.

    —¿Cómo lo hicieron? ¿Evitar dejarnos pistas así?

    —Activación automática. - dice él distraído. Columnas de números ruedan de repente por una ventana, demasiado rápidos para que Clarke los distinga. —Generador de números aleatorios, quizá. Tienen un plan, pero nadie sabe cuando va a empezar, no hay ansiedad que los delate por actuar tras el telón.

    —Pero, ¿por qué iban a pasar por todos esos problemas a menos...?

    ... que supieran lo del sintonizado fino.

    Yves Scanlon, recuerda. Rowan habló sobre él: Él pensaba que los cerebros de los Rifter podrían ser... sensibles, en cierto modo, había sugerido Rowan.

    Y Lenie Clarke se lo había confirmado, justo hacía unos minutos.

    Y aquí están.

    Ella no sabe lo que le hace más daño: la falta de confianza de Lubin o el reciente descubrimiento de lo justificado de la misma.

    Ella nunca se ha sentido tan cansada en su vida. ¿Tenemos en verdad que pasar por todo esto de nuevo? Quizá lo dijo ella en voz alta. O quizá Lubin sólo captó algun revelador lenguaje corporal por el rabillo del ojo.

    A su ritmo, sus manos se pausan sobre el tablero. Al fin, él se gira hacia ella. Sus ojos parecen extrañamente transparentes por la luz del tablero.

    —Nosotros no lo empezamos. - dice él. Ella sólo puede mover la cabeza.. —Elige un bando, Lenie. El tiempo se acaba.

    Hasta donde sabe, es una pregunta con trampa. Ella nunca ha olvidado lo que Ken Lubin les hace a los que considera enemigos. Pero al girarse hacia el tablero, la libera de tomar la decision. Dale Creasy, el idiota tímido, la rescata.

    —Joder... - su grito vocificado destaca sobre un siseante fondo de estática.

    Lubin ha vuelto al trabajo de inmediato. —¿Creasy? ¿Has llegado a la Res-F?

    —No, una mierda he llegado. Podría sintonizar a esos mamones a ciegas desde el jodido Mar de los Sargazos...

    —¿Alguno de ellos ha dejado el complejo?

    —No, Yo... No lo creo, Yo... pero joder, tío, hay un montón de ellos aquí dentro, y...

    —¿Cuántos, exactamente?

    —¡No sé, exactamente! Un par de docenas al menos. Pero mira, Lubin, pasa algo raro con ellos en el modo en que emiten. Nunca he sentido algo así antes.

    Lubin respira hondo: Clarke imagina sus ojos rodando por debajo de las tapas. —¿Podrías ser más específico?

    —Están fríos, tío. Casi todos están como el jodido hielo. Es decir, puedo sintonizarlos, sé que están ahí, pero no puedo saber lo que sienten. No sé si están sintiendo algo. Quizá se han dopado con algo. O sea, al lado de estos tipos tú pareces un bebé llorón balbuceante...

    Lubin y Clarke intercambian miradas.

    —Lo digo sin intención de ofender, tío. - vibra Creasy tras un momento.

    —Una de las amigas de Alyx tenía un jefe queso. - dice Clarke. —Lo tenía como mascota...

    Y aquí abajo en este desierto del fondo del océano, en este microcosmos a pedir de boca, ¿cómo de común puede llegar a ser algo para que se lo des a tu hija de diez años como un juguete?

    —Adelante. - dice Lubin.

    El calamar de Lubin está amarrado a un noray justo fuera de la esclusa ventral. Clarke aprieta el acelerador, el vehículo salta hacia adelante con un gemido hidráulico.

    La barbilla de Clarke vibra con repentinos datos. La voz de Lubin llena su cabeza: —Creasy, retrasa mi última orden. No plantes la carga, repito, sin carga. Planta sólo el fono y retírate. Cheung, mantén a tu gente a más de veinte metros de distancia de la esclusa de aire. No ataquéis. Clarke está en ruta. Ella os aconsejará.

    Yo les aconsejaré, piensa ella y ellos me dirán que me compre un bosque.

    Ella navega a ciegas y sola. Normalmente eso es más que suficiente: a esta distancia, Atlantis debería ser una mancha brillante contra la negrura. Por ahora, nada. Clarke activa la pantalla del sonar. Una nieve verde zumba a diez grados de arco más adelante: dentro de el arco, ecos más complicados provenientes de Cuerpolandia, se emborronan por la interferencia.

    Ahora, débilmente, puede ver breves manchas de luz difusa, se desvanecen cuando enfoca la vista sobre ellas. Experimentalmente, enciende la luz de su casco y mira a su alrededor.

    Agua vacía a proa. Para el tablero estrellado, el haz barre un frente de tormenta ondulante de humo negro que converge en su propio vector. En pocos segundos estará en medio de ello. Apaga la luz antes de que el telón de humo tenga una oportunidad de volverse contra ella.

    La negrura más allá de sus tapas oculares se oscurece un tono. No siente el tirón de la corriente ni repentina viscosidad en toda la zona. Aunque los destellos intermitentes son un poco más brillantes. Fulgores fugitivos de luz a través de breves imperfecciones en la cobertura. Ninguno de ellos dura lo bastante para iluminar más que instantes estroboscópicos congelados.

    Ella no necesita luz. Por ahora ni siquiera sabe si necesita el sonar: puede sentir la aprensión emerger en el agua circundante, la excitación nerviosa se irradia desde unos Rifters más adelante, temores más oscuros y distantes surgen del interior de las esferas y corredores que pasan invisibles bajo ella. Y algo más, tan familiar como extraño, algo vivo pero sin vida. El océano sisea y golpea a su alrededor como si estuviera atrapada en un enjambre de eufausiáceos. Un tren de clics parlotea levemente contra sus implantes. Casi escucha una voz, vocificada, indistinguible, no escucha palabras. Los ecos iluminan la pantalla del sonar justo al frente a uno ochenta, pero ella está dentro de un profundo ruído blanco. No puede saber si el número de contactos es de seis o sesenta.

    Justo al frente, bravatas tiznadas de miedo. Navega directa hacia ellas, no puede esquivar el cuerpo que nada en su camino. La nebulosa abre un breve ojo brillante cuando colisionan.

    —¡Joder! Clarke, ¿estás... ?

    Desaparecido. Pánico remitiendo que cae hacia atrás, no está herido: el cerebro se ilumina de un modo particular cuando el cuerpo se quiebra. Pueden haber sido Baker. Se está volviendo tan difícil saberlo en presencia de esta creciente inteligencia de hielo. Pensamiento sin emoción. Se dispersa por debajo de la confusa maraña de emociones humanas como un suelo de obsidiana negra.

    La última vez que sintió una presencia así estaba conectada a una bomba nuclear. La última vez sólo había uno de ellos.

    Lleva el calamar hacia una pendiente inclinada. Más ecos de sonar rebotan en sus implantes, un coro de temerosas voces de máquina emerge a su paso.

    Ella los ignora. El cosquilleo en su carne remite a cada segundo. Tras unos momentos, ha pasado lo peor.

    —Ken, ¿estás ahí?

    Sin respuesta durante un momento: a esta distancia del Hab hay un retardo en la velocidad del sonido.

    —Informa. - dice él por fin. Su voz es un vibrato pero es comprensible.

    —Tienen geles inteligentes allí abajo. Un montón de ellos. No sé cuántos, veinte o treinta quizá empaquetados al fondo del ala, probablemente justo en la sala húmeda. No sé cómo no los hemos captado antes. Quizá simplemente... se perdieron en el ruído de fondo hasta que los escaneaste juntos.

    Retardo.

    —¿Alguna sensación de lo que están haciendo?

    En Juan de Fuca, eran capaces de hacer inferencias bastantes hábiles a partir de cambios en la fuerza de la señal.

    —No, sólo están todos... allí dentro. Pensando unos en otros. Si hubiera sólo uno o dos, podría ser capaz de obtener algún tipo de lectura, pero...

    —Me la han jugado. - dice Lubin por encima de su voz.

    —¿Jugado? - ¿Qué es eso en su voz? ¿Sorpresa? ¿Incertidumbre? Clarke nunca la ha oído así antes.

    —Para obligarme a concentrarme en el F-3.

    Rabia, descubre ella.

    —Pero, ¿qué sentido tiene? - pregunta ella. —¿Una especie de farol, pensaban que confundiríamos esos chismes por personas?

    Parece ridículo. Incluso Creasy distinguiría que algo iría mal, y él nunca se ha encontrado con un jefe queso antes. Y además, ¿qué saben los Cuerpos sobre el sintonizado fino? ¿Cómo sabrían ellos la diferencia?

    —No es una diversion. - murmura Lubin en el vacío. —No hay otro lugar del que pudieran salir que el sonar no....

    —Bueno, qué... - Interrumpe Creasy.

    —Salid de allí. - dispara él repentinamente. —Están enmascarando;... están atrayendonos y enmascarando algo. Salid de...

    El abismo presiona.

    Es un breve apretón alrededor del cuerpo de Clarke, no es doloroso en realidad. No aquí arriba.

    Al instante siguiente, un sonido: Wuumpf. Un remolino de turbulencia. Y de pronto, el agua se llena de gritos mecánicos.

    Ella gira. La pantalla de humo abajo está en súbito movimiento, desmembrada y bulliente al paso de algún disturbio interior, iluminada desde dentro por luz térmica centelleante.

    Ella aprieta el acelerador para salvar la vida. El calamar la arrastra en su marcha.

    —¡Clarke! - El sonido de la detonación ha pasado evidentemente el Hab Nervioso. —¿Qué está pasando?

    Una sinfonía de metal destrozado. Un coro de voces en discordia. No tantas como debería haber, descubre ella.

    Debemos de haber perdido un generador, descubre ella abatida. Puedo oírles gritar. Puedo oírles morir... Y no sólo oírles. Los gritos emergen en su cabeza antes de que alcancen sus oídos. Pánico químico puro como relámpagos en el cerebro reptiliano, como bengalas de sodio, los cerebros de los mamíferos más inteligentes se superponen, impotentes y confundidos, su sabiduría jactaciosa se rompe en pedazos como cristal barato en el remanso.

    —¡Clarke! ¡Informa!

    Rabia ahora, delgadas venas de severa determinación entre el pánico. Las luces se hacen más brillantes a través de la delgada capa turbia. Tienen el tamaño equivocado, el color equivocado. No son lámparas Rifter. Su sonar golpea en la cara ante alguna colisión inminente: otro calamar gira fuera de control, su jinete ilumina con una agonia de huesos rotos.

    —¡No fui yo, lo juro! Lo hicieron ellos solos...

    Creasy cae a lo lejos, su dolor se mezcla con los de los demás.

    El casco de la Residencial F se extiende en el sonar, todos sus suaves contornos se han borrado, bordes irregulares en todas partes: las bocas huecas de cuevas están alineadas con retorcidos dientes de metal. Uno de ellos le escupe algo metálico que rebota en el calamar con un clank. Palabras vocificadas rechinan y raspan por todas partes. Se abre un hueco en el ajado banco de nubes más adelante: Clarke ve una enorme forma ronda se mueve pesadamente, un cíclope blindado. Su único ojo brilla siniestramente sobre el tipo equivocado de luz. Se avalanza sobre ella.

    Ella vira hacia proa, echa un vistazo a algo que gira en el caos que tiene directamente delante. Una oscura masa golpea flácidamente contra la proa del calamar y hace carambola hacia su cara. Ella esquiva. Un brazo con inmersopiel la apresa al pasar.

    —¡Lenie!

    Grises ojos inertes observan, ausentes e indiferentes, como ella se retuerce al escapar.

    Oh Jesús. Oh Dios.

    Monstruos luminosos de metal pasean a través de los escombros, apuñalando a los heridos.

    Ella trata de mantener la calma. —Están saliendo de las paredes, Ken. Estaban esperando dentro, Reventaron el casco desde dentro y están atravesando las paredes...

    Dios te maldiga, Pat. ¿Fue cosa tuya? ¿Hiciste tú esto?

    Ella recuerda el tablero de ajedrez en la pantalla de Lubin. Recuerda las piezas negras disponiéndose para una derrota fácil.

    Sólo ahora lo recuerda: en ajedrez, las blancas siempre mueven primero.

    Ese extraño intelecto indiferente no aparece por ningún lado. Los geles deben de haberse convertido en pulpa homogénea en el instante de la implosión del casco.

    Había algo más que Cuerpos con malla de presión y geles inteligentes empaquetados en la sala húmeda de la F-3. Había metralla, sin duda dispuesta de acuerdo con alguna proyección teórica para la máxima dispersión. Clarke puede ver los fragmentos donde han caído... sobre el casco, integrados en tanques rotos de LOX, sobresaliendo del lateral de las heridas de entradas rasgadas en la carne de camaradas y rivales. Parecen margaritas de metal, como las cuchillas de diminutas veletas perfectas. El mero rebote de la implosión habría sido suficiente para hacerlos volar, para masticar a cualquiera no succionado hasta la muerte a velocidades Match o hecho pedazos por el borde irregular de la misma brecha.

    La pantalla de humo está de todo menos dispersa. Lubin está anunciando la retirada. La mayor parte de aquellos capaces de responder ya lo han hecho. Figuras con malla de presión se arrastran sobre los restos del casco de la F-3 entre los heridos y los muertos. Parecen cangrejos, torpes y con sobrepeso. En vez de garrras, tienen agujas largas, casi chismes quirúrjicos, que se extienden desde sus guanteletes como lanzas diminutas.

    —Lenie. ¿Me recibes?

    Ella flota torpemente por encima, fuera de alcance, observándoles apuñalar cuerpos negros. Burbujas ocasionales emergen de las puntas de las agujas y corren hacia los cielos como cúmulos de hongos tambaleantes de plata.

    Es el aire comprimido inyectado en la carne. Se puede construir un arma con cualquier cosa.

    —¿Lenie?

    —Podría estar muerta, Ken. No consigo encontrar a Dale o a Abra tampoco.

    Otras voces, demasiado confusas de distinguir. La mayor parte de los generadores de ruído blanco aún están online, después de todo. Ella sintoniza a los cangrejos. Se pregunta lo que deben de estar sintiendo ahora. También se pregunta lo que ella está sintiendo, pero no puede saberlo en realidad. Quizá se siente como un jefe queso.

    Aunque los Cuerpos están allí abajo dentro de su armadura, acabando el trabajo. No hay carencia de sensaciones allí. Determinación. Una sorprendente cantidad de miedo. Rabia, pero distante, no es ella la que les está motivando.

    No hay tanto odio como el que hubiera esperado.

    Ella se eleva. La meseta por debajo mancha con el difuso fulgor de barridos de las lámparas de los cascos. En la lejanía, el resto de las luces acuáticas de Atlantis permanecen engañosamente serenas. Ella apenas consigue oir vibrar las voces Rifter. No puede distinguir ninguna palabra. No puede sintonizar a ninguno de ellos. Está totalmente sola en el fondo del mar.

    De pronto se eleva más allá de cierta línea visual invisible y su barbilla se llena de charlas.

    —... los cuerpos. - está diciendo Lubin. —Traed terminales a discreción personal. Garcia está esperando bajo el Med para priorizar a los heridos.

    —El Med no acogerá ni a la mitad de nosotros. - alguien... ¡oh, es Kevin!... vibra levemente en la distancia. —Hay demasiados heridos.

    —A todos los no heridos de la F-3 y que no carguen heridos, reuníos conmigo en el punto de suministros. ¿Hopkinson?

    —Aquí.

    —¿Algo?

    —Eso creo, quizá. Estamos recibiendo un montón entero de cerebros en la Res-E. No puedo saber quiénes, pero...

    —Yeager y Ng, llevad a vuestra gente cuarenta metros en línea recta hacia arriba. No cambiéis de latitud ni longitud, pero quiero a todo el mundo bien lejos del casco. Hopkinson, lleva a tu gente de vuelta al Hab Med.

    —Estamos bien...

    —Hazlo. Necesitamos donantes.

    —Jesús. - dice alguien levemente, —Estamos jodidos...

    —No. Ellos están jodidos. - Grace Nolan, aún vive, suena fuerte e implacable incluso a través del filtro mutilador de su vocificador.

    —Grace, acaban de...

    —¿Acaban de qué? - vibra ella. —¿Crees que están ganando? ¿Es qué van a hacer un bis, gente? ¿Acaso va a funcionar ese truco de nuevo? Tenemos bastantes cargas para excavar cimientos nuevos. Y ahora vamos a usarlas.

    —¿Ken?, una tercera voz anónima y un breve silencio.

    —Mira, Ken. - vibra Nolan, —Puedo llegar a los suministros en...

    —No es necesario. - le dice Lubin. —Alguien ya está en ruta.

    —¿Quién...?

    —Bienvenida otra vez, por cierto. - dice Lubin al soldado anónimo. —¿Conoces el objetivo?

    —Sí. - Una voz débil, demasiado baja y distorsionada para identificar.

    —La carga tiene que estar fijada a un metro de la marca. Colócala y apártate rápido. No inviertas más tiempo del absoludamente necesario cerca del casco, ¿lo has entendido?

    —Sí.

    —Activación acústica. La detonaré desde aquí. Apagón empezando en diez segundos. - Dios mío, piensa Clarke, ¿vas a...? —Todos a distancia de seguridad. - recuerda Lubin a las tropas. —Apagón empezando ahora.

    Clarke está fuera del ruído blanco, no hay cambio obvio en el ambiente. Pero el siguiente vocificador que oye, aunque en voz baja, es claramente reconocible.

    —Colocada. - vibra Julia Friedman.

    —Apártate. - dice Lubin. —Cuarenta metros. Aléjate del fondo.

    —Hey, Avril. - dice Friedman.

    —Justo aquí. - responde Hopkinson.

    —¿Cuando sintonizaste ese ala, había niños?

    —Sí. Sí, habían.

    —Bien. - vibra Friedman. —Gene siempre odió a los críos.

    El canal queda en silencio.

    Al principio, Clarke piensa que la retribución ha ido exactamente según lo esperado. El mundo late en torno a ella. Siente un sordo batido casi subsónico a través de los cartílagos, carne y huesos, y hasta donde ella sabe, un centenar o más de enemigos se reducen a una pasta sangrienta. No sabe cuántos Rifters han muerto en el primer intercambio, pero seguro que esto pone el marcador de los Rifters en cabeza.

    Se encuentra en un viejo lugar familiar donde eso no parece importar mucho en un sentido u otro.

    Ni siquiera la segunda explosión: un mismo impacto amortiguado aunque de menor volumen, más distante. Ni siquiera esa le dice nada de inmediato. Las explosiones secundarias casi serían inevitables, imagina ella. Tuberías y conductos eléctricos reventados de pronto, una cascada de tanques de alta presión encima de sus entradas comprometidas. Toda clase de consecuencias podrían encadenarse a partir de aquel estallido inicial. Puntos de bonificación para el equipo de casa, probablemente. Nada más.

    Pero algo en su mente dice que el segundo estallido acaba de salir mal. Resonancia equivocada, quizá, como si uno tocase una antigua y gran campana de iglesia y escuchase un tintineo. Y las voces, cuando regresan online, no celebran su última victoria contra las Hordas de Cuerpos, sino que se llenan de tanta duda e incertidumbre que ni siquiera los vocificadores pueden enmascararlo.

    —¿Qué demonios ha sido eso... ?

    —¿Avril? ¿Has sentido eso por tu zona?

    —¿Avril? ¿Alguien me recibe... cualquiera...?

    —Cristo Jesús, ¿Gardiner? ¿David? ¿Stan? ¿Alguien... ?

    —Garcia, ¿eres tú...? No consigo recibir...

    —Se ha ido. Estoy aquí mismo, joder, simplemente se ha ido..

    —¿De qué estás hablando?

    —Todo el fondo del Hab, acaba de... debe de haber colocado ambas...

    —¿Ambas qué? Ella sólo ha puesto una carga, y eso fue...

    —¿Ken? ¿Ken? Lubin, ¿dónde demonios estás?

    —Aquí Lubin.

    Silencio en el agua.

    —Hemos perdido el Hab Med. - Su voz es como hierro oxidado.

    —¿Qué... ?, Lubin de nuevo.

    —¿Cómo... ?

    —Cierra el jodido pico. - masculla Lubin por el paisaje nocturno.

    Hay silencio de nuevo. Casi silencio, algunos pocos en canales abiertos continúan emitiendo gruñidos de metal.

    —Evidentemente, una carga sin comprimir estaba fijada al Hab. - continúa Lubin. —Debe de haberse disparado por la misma señal que usamos sobre Atlantis. De ahora en adelante, nada de activación omnidireccional. Puede haber otras cargas colocadas para detonación mediante ecos múltiples. Todos...

    —Aquí Atlantis al habla.

    Las palabras retumban por el lecho marino como la Voz de Dios, inmaculada de interferencia alguna. Ken se ha olvidado del bloqueo negro, descubre Clarke. Ken ha empezado a gritar las tropas.

    Ken está perdiendo el control...

    La voz continúa: —Podéis creer que aún estáis en una posición de fuerza. No es cierto. Aún cuando destruyáis esta instalación, vuestra propia muerte está asegurada.

    Clarke no reconoze la voz. Extraño. Habla con demasiada autoridad.

    —Estáis infectados con el Mark II. Todos vosotros estáis infectados. El Mark II es altamente contagioso durante un periodo de incubación asimtomática de varias semanas. Sin intervención, todos moriréis en un plazo de dos meses. Tenemos una cura.

    Silencio de muerte. Ni siquiera Grace Nolan dice: os lo dije.

    —Hemos puesto trampas explosivas en todos los archivos y cultivos relevantes para prevenir el acceso no autorizado. Matadnos y os matáis vosotros mismos.

    —Pruébalo. - responde Lubin.

    —Claro, sólo espera un tiempo. O si te sientes impaciente, haz ese truco vuestro de leer la mente. ¿Cómo lo llamáis? ¿Sintonizado? Me han dicho que separa a los dignos de confianza de los mentirosos, la mayoría de las veces.

    Nadie le corrige.

    —Exponed vuestras condiciones. - dice Lubin.

    —A ti no. Sólo negociaremos con Lenie Clarke.

    —Lenie Clarke puede estar muerta. - dice Lubin. —No hemos podido contactar con ella desde que volasteis la residencial.

    Debía haber sido más listo: ella está a gran altura en el agua, sus adentros resuenan con el débil impacto de los trenes del sonar. Guarda silencio. Le deja jugar el juego hasta el final, a su propio modo. Podría ser su última vez.

    —Eso serían muy malas noticias para todos nosotros. - responde Atlantis tranquilamente. —Porque esta oferta expira si ella no acude a la Esclusa de Aire Seis en un plazo de media hora. Eso es todo.

    Silencio.

    —Es un truco. - dice Nolan.

    —Hey, dijiste que tenían una cura. - vibra otro.

    Clarke no puede saber quién, los canales son confusos de nuevo. Los generadores de ruído blanco deben de haberse conectado.

    —Bueno, ¿Y si la tienen? - vibra Nolan. —No me fío que ellos vayan a compartirla con nosotros y estoy segura de que no hay que fiarse de la jodida Clarke como nuestra embajadora. ¿Cómo créeis que esos mamones descubrieron el sintonizado fino en primer lugar? Cada uno de nuestros muertos es por culpa suya.

    Clarke sonríe para sí misma. Son números demasiado pequeños para preocuparse. Un puñadito de vidas. Ella siente sus dedos apretando la barra de remolque. El calamar tira de ella suavemente hacia adelante, el agua tira de ella suavemente hacia atrás.

    —Podemos hacer lo que dicen. Podemos sintonizarlos, comprueba la historia. - Ella piensa que es Gomez, pero la interferencia está aumentando en torno a ella mientras navega. Incluso ha perdido las toscas entonaciones del discurso vocificado.

    Un zumbido en su mandíbula: un pitido justo tras su oído. Alguien la está llamando por un canal privado. Probablemente Lubin. Es el Rey de la Táctica, después de todo. Es el único que sabe dónde está ella. Nadie más puede ver más allá de los muñones de sus propios miembros rotos.

    —¿Y eso que prueba? ¿Esos van...... estática... —... a nosotros? Mierda, aún cuando no tengan una cura, probablemente han convencido a un puñado de sus colegas para que no estemos... - la voz de Nolan se disipa.

    Lubin dice algo en el canal abierto. Clarke no consigue distinguir las palabras. El pitido en su cabeza parece más urgente ahora, aunque sabe que eso es imposible. El siseo del ambiente está ahogando esa señal junto con todas las demás.

    Nolan de nuevo: —Que les den, Ken. ¿Por qué les escuchamos siquie... no... puedes engañarles... Cuer...

    Estática, pura y al azar. Luz surgiendo desde abajo. La Esclusa de Aire Seis está apagada más adelante y ni toda la estática del mundo puede ahogar la única presencia que espera detrás de esa puerta.

    Clarke no detecta culpabilidad. Sólo hay una persona aquí abajo con una huella tan retorcida.

Capítulo 29

    

Capítulo 29 - Bautismo

    Rowan tira para abrir la esclusa de aire incluso antes de haya terminado de drenarse. El agua de mar fluye en cascada alrededor de los tobillos de Clarke hacia la sala húmeda.

    Clarke se quita las aletas, deja el resto de su uniforme en su lugar y presenta su propio yo sombrío habitual, sólo la solapa de su cara queda sin sellar. Rowan se echa a un lado para permitirle el paso. Clarke se cuelga las aletas a la espalda y explora con la mirada el espartano compartimento. No hay ni un eslabón de malla de presión a la vista. Normalmente habría un compartimentro entero de buceadores con armadura.

    —¿Cuántos Habs habéis perdido? - pregunta ella en voz baja.

    —Aún no lo sabemos. Menos que estos., responde Rowan.

    Minucias, reflexiona Clarke. Para los dos bandos.

    Pero la guerra aún es joven...

    —Sinceramente, yo no lo sabía. - dice Rowan. No hay suspiro aquí en el casi vacío de una atmósfera al nivel del mar. Clarke no dice nada. —No se fiaron de mí. Y siguen sin hacerlo. - Los ojos de Rowan destellan con el brillo de una mancha brillante arriba donde el compartimento se une al techo: lentes tácticas.

    Sólo unos días atrás, antes de que los Cuerpos spined up de nuevo, los Rifters habrían observado desarrollarse los acontecimientos a través de ese circuito. Ahora, la propia gente de Rowan será quien estaría vigilando.

    Se queda observando a la Rifter con una extraña y curiosa intensidad que Clarke nunca ha visto antes. Le lleva a Clarke un momento reconocer lo que ha cambiado. Por primera vez en la memoria de Clarke, los ojos de Rowan se han oscurecido. Las entradas de datos de sus LenTacs están desconectadas, su mirada está libre de comentarios o distracción. No hay nada aquí dentro ahora, salvo ella.

    Una correa y un collar difícilmente podría sugerir un mensaje más claro.

    —Vamos. - dice Rowan. —Está en uno de los laboratorios.

    Clarke la sigue fuera de la sala húmeda. Giran a la derecha por un corredor ahogado por luz rosa brillante. Iluminación de emergencia, nota Clarke. Sus tapas oculares la potencian hasta un protector ambiente idiótico. Los ojos de Rowan la guiarán por el lúgubre interior de un tubo rojo sangre como las visceras llenas de algún monstruo devorador de hombres.

    Giran a la izquierda en una unión en T, pasan a lo largo del barrado pintado de amarillo en una puerta de atraque.

    —Bueno, ¿dónde está el truco? - pregunta ella. Los Cuerpos no van a entregar su única influencia sin atar algunos cabos.

    Rowan no mira atrás. —No me lo han dicho.

    Otra esquina. Pasan una compuerta de embarque de emergencia colocada en el exterior del compartimento, una maraña de válvulas y lecturas desfiguran la pared a un lado. Por un momento Clarke se pregunta si el Harpodon está fijado al otro lado, pero no. Sección equivocada.

    De pronto, Rowan se detiene y se gira.

    —Lenie, si acaso debería...

    Algo patea el lateral de Atlantis. En alguna parte tras ellas, masas de metal colisionan con un estruendo.

    Las luces rosas parpadean.

    —¿Qué... ?

    Otra patada, más fuerte esta vez. La cubierta salta: Clarke se tropieza ante el mismo sonido de metal contra metal, y esta vez lo reconoce: la caída de las puertas de paso.

    Las luces se apagan.

    —Pat, ¿qué demonios están haciendo tus...

    —Los míos no. - la voz de Rowan tiembla en la oscuridad.

    Ella está a un metro de distancia, una silueta indistinguible, gris oscuro sobre negro.

    No hay conmoción, nota Clarke. Nadie grita, nadie corre por los pasillos, nadie habla por el intercom...

    Está todo tan tranquilo que es casi apacible.

    —Nos han cortado la energía. - dice Rowan.

    Sus bordes se han despejado, aún no hay mucho detalle pero la forma de la Cuerpo al menos ahora está más clara.

    Pistas e indicios del compartimento aparecen a la vista también. Clarke busca la fuente de luz a su alrededor y espía una constelación de pálidos indicadores parpadeantes unos cuantos metros detrás de ellas. La compuerta de embarque.

    —¿Me oyes? ¿Lenie? - la voz de Rowan está abandonando la preocupación y aproximándose al frenesí. —¿Estás ahí?

    —Justo aquí. - Clarke estira los brazos y toca a la Cuerpo ligeramente en el brazo. La forma fantasmal de Rowan se sobresalta brevemente por el contacto.

    —¿Has... sois vosotros...?

    —No sé, Pat. Yo tampoco esperaba esto.

    —Nos han aislado. ¿Has oído caer las puertas de paso? Estamos encerradas. Los bastardos nos han encerrado. Por delante y por detrás. Nos inundamos por ambos lados. Estamos atrapadas.

    —Aunque no han sellado este segmento. - indica Clarke. —Están intentado contenernos, no matarnos.

    —Yo no estaría tan segura. - dice una voz desde el compartimento.

    La Rowan salta a ciegas en la oscuridad.

    —De hecho... - continúa el fuselaje , —... vamos a matar a la Cuerpo. - Habla con un pequeño vibrato distorsionado: una voz mutilada dos veces en sucesión, una vez por el vocificador y otra por el fono pegado al exterior del casco. Trivialmente, Clarke se pregunta si su voz sonaba igual de mal cuando hablaba con Alyx.

    Ella no consigue distinguir de quién es la voz. Cree que es femenina. —¿Grace?

    —No iban a darte una mierda, Lenie. No tienen una mierda para darte. Estaban pescando rehenes y tú caíste inocentemente en su trampa. Pero nosotros cuidamos de los nuestros. Incluso de ti, cuidamos.

    —¿De qué demonios estás hablando? ¿Cómo lo sabes?

    —¿Cómo lo sabemos? - El fuselaje vibra como una emorme arpa hebrea. —¡Tú eres la que nos enseñó cómo sintonizar! Y funciona, cariño, funciona como el sexo y estamos leyendo un montón entero de esos cabrones abajo en el LabMed y, créeme, la culpabilidad está manando del casco. Por cierto, si yo fuera tú me sellaría la inmersopiel. Estás a punto de ser rescatada. - —¡Grace, espera! ¡Para un segundo! - Clarke se gira hacia la Cuerpo. —¿Pat?

    Rowan no mueve la cabeza.. Rowan no habla hambrienta de negación. Rowan no está haciendo nada de las cosas que una persona inocente... o incluso una culpable, debería estar haciendo cuando se la amenaza de muerte.

    —Pat, tú... joder no, no me digas que tú...

    —Por supuesto que no, Lenie. Pero tiene sentido, ¿no? Nos engañaron a ambas...

    Algo metálico golpea contra el casco.

    —¡Espera! - Clarke se queda observando el techo, las paredes, pero su adversario es invisible e intocable. —¡Pat no forma parte de esto!

    —Claaro. Eso he oído. - Un gorjeante sonido de destrozar el metal que podría ser una carcajada. —Ella es la jefa del jodido Comité de Dirección y no sabía nada. Vale, me lo creo.

    —¡Sintonízala, entonces! ¡Míralo tú misma!

    —El asunto es, Len, nosotros los novatos no somos tan buenos sintonizando sujetos. La señal es demasiado débil. Así que, no probaría gran cosa. Di adios, Pattie.

    —Adios. - susurra Rowan. Algo al otro lado del fuselaje empieza a gemir.

    —¡Que te den, Nolan, retírate ahora mismo o te juro que te mataré con mis propias manos! ¿Me oyes? ¡Pat no lo sabía! Ella no tiene más control que...

    ... que yo, casi dice ella, pero de pronto hay una nueva fuente de luz aquí en el corredor, un único punto rojo. Se enciende con cegadora intensidad incluso para la aclarada visión de Lenie Clarke, y muere al instante siguiente. El mundo explota con el sonido de metal triturando. La silueta de Rowan se ha plegado en una forma asustadiza en la esquina. Algo se desliza por el oscurecido campo visual de Clarke como un rugiente láser blanco. Agua, descubre después de un momento. Agua obligada a entrar por el peso de un océano a través de un agujerito en el techo. Si pasara un brazo por ese fino chorro del grosor de un lápiz, se lo amputaría allí mismo.

    En segundos, el agua le llega a los tobillos.

    Ella empieza a andar hacia Rowan, desesperada por hacer algo y sabiendo que no hay nada que hacer. El compartimento brilla de repente de rojo sombrío: otro ojo parpadea en la pared exterior. Se abre, se oscurece y un segundo hilo de mar asesino taladra el aire. Rebotes salpican desde la pared interna como metralla líquida: un dolor de agujas afiladas explota en el hombro de Clarke. De pronto está sobre su espalda con el agua cerrándose sobre su cara, le resuena el cráneo por el impacto sobre la cubierta.

    Rueda sobre su estómago, se impulsa sobre las manos y pies. El agua sube más allá de los codos mientras observa. Ella permanece agachada y gatea por el corredor hacia la forma acurrucada de Rowan. Un centenar de letales vectores de incidencia y reflexión zigzagean por encima. Rowan choca contra la pared interna, se sumerge en el agua helada hasta el pecho. Su cabeza flota hacia adelante, el pelo le cubre la cara. Clarke levanta la barbilla, hay una raya oscura que cruza la mejilla, negra y sin detalles en la empobrecida luz. Fluye: impacto de metralla.

    La cara de Rowan es opaca. Sus ojos desnudos están muy abiertos pero sin visión: los pocos haces de fotones que pasan por el túnel no llegan cerca del umbral para la visión desasistida. No hay nada en la cara de Rowan salvo sonido y dolor e hipotermia.

    —¡Pat! - Clarke apenas consigue oir su propia voz encima del estruendo.

    La agua sube más allá de los labios de Rowan. Clarke sujeta a la mujer bajo los brazos, la levanta medio inclinada contra el fuselaje. Un rebote irrumpe a pocos centimetros a la izquierda. Clarke se interpone entre Rowan y lo peor de la rotura del agua.

    —¡Pat! -

    Ella no sabe muy bien lo que espera que la Cuerpo le responda. Patricia Rowan ya está muerta, todo lo que resta es que Lenie Clarke se levante y observe mientras todo ocurre. Aunque Rowan está diciendo algo, Clarke no puede oir nada aparte del estruendo ambiental, pero puede ver moverse los labios de Rowan, casi puede entenderla... Un súbito dolor punzante, una patada en la espalda. Clarke mantiene el equilibrio esta vez. El agua está inundando a medio camino del techo, está recibiendo lo peor de los rebotes.

    La boca de Rowan está aún en movimiento. No habla, percibe Clarke: está vocalizando sílabas, cuidadosas exageraciones lentas con objeto de ser vistas y no oídas: Alyx...Cuida de Alyx...

    El agua le llega hasta la barbilla de nuevo.

    Las manos de Clarke encuentran las de Rowan, las guían hacia arriba. Con las manos de Rowan sobre su cara, Clarke asiente.

    En su interminable oscuridad personal, Patricia Rowan asiente como respuesta.

    Ken podría ayudarte ahora. Él podría impedir que doliera quizá, él podría matarte al instante. Yo no puedo. Yo no sé cómo...

    Lo siento.

    El agua es demasiado profunda para seguir de pie en ella, ahora... Rowan se mantiene débilmente de puntillas con la cabeza fuera del agua aunque sus miembros deben de estar congelados casi hasta la parálisis. Es un esfuerzo inútil, un esfuerzo del tronco cerebral: últimas tareas descargadas, últimas opciones agotadas. Aún así, la Cuerpo se aferra a esos últimos segundos, el sufrimiento breve sigue siendo mejor que la interminable existencia. Aunque ella puede escapar a aquello ahogándose, aún cuando no pueda escapar a la muerte. El agua creciente comprime la atmósfera en torno a ellas, la aplasta con tal fuerza que el mismo oxígeno se vuelve tóxico. Las convulsiones, ha oído Clarke, no son necesariamente dolorosas. Es un destino que golpeará a Clarke tan rápido como a Rowan, si espera demasiado tiempo. Parece incorrecto salvarse a sí misma mientras Rowan jadea en busca de aliento. Pero Clarke tiene su propia tronco cerebral y no dejará que la enfermiza culpa irracional se interponga en el camino de su propia preservación. Ella observa cómo sus manos se mueven por su cuenta sellando la pestaña de su cara, poniendo en marcha la maquinaria en su carne. Deja que Rowan se enfrente a su destino a solas. El cuerpo de Clarke se inunda igual que el corredor, pero para el efecto contrario. El océano se desliza a través de su pecho, suministrando vida en lugar de robarla. Ella se convierte en una sirena de nuevo mientras su amiga muere ante sus ojos.

    Pero Rowan no se rinde, aún no, aún no. La Cuerpo no se resigna sin importar lo que la mente pueda haber aceptado. Hay justo un pequeño bolsillo de aire cerca del techo, pero las torpes piernas rígidas de la Cuerpo aún patalean, las manos aún arañan las tuberías, y ¿por qué no se rinde de una jodida vez? La presión ambiente sobrepasa un cierto umbral crítico. Neurotransmisores desatados cantan a través del cableado en su cabeza. De pronto, Lenie Clarke está en la mente de Patricia Rowan. Lenie Clarke está aprendiendo lo que se siente al morir.

    Dios te maldiga, Pat, ¿por qué no puedes rendirte y ya está? ¿Cómo puedes hacerme hacerme esto?

    Ella se hunde en el fondo del compartimento. Contempla resolutamente la cubierta con sus bloqueados párpados abiertos mientras el remolino de la turbulencia se disipa gradualmente y el rugido de la irrupción de agua perece volver al océano y todo lo que queda son unos leves arañazos erráticos, unas patéticas garras débiles de carne congelada contra el bioacero. Eventualmente, el sonido de lucha se detiene. La angustia, tristeza y remordimiento continúan un poco más. Lenie Clarke espera hasta que la última parte de Patricia Rowan muere en su cabeza. Deja que el silencio se prolongue antes de activar su vocificador.

    —Grace. ¿Puedes oirme? - Su voz mecánica es desapasionada y perfectamente equilibrada. —Claro que puedes. Voy a matarte, Grace.

    Sus aletas flotan a su lado, aún atadas a su inmersopiel. Clarke las recoge, se las pone en los pies.

    —Hay una compuerta de embarque justo delante de mi, Grace. Voy a abrirla y voy a salir ahí fuera y voy a destriparte como un pescado. Si yo fuera tú empezaría a nadar.

    Quizá ya lo ha hecho. De cualquier modo, no hay respuesta.

    Clarke nada corredor abajo con la mirada fija invariablemente sobre la compuerta de embarque. Su chispeante mosaico de lecturas, indestructible incluso por el mismo Atlántico, ilumina su camino.

    —¿Has aprovechado tu ventaja, Grace? No te va a servir de nada.

    Algo blando choca con ella desde atrás. Clarke se aparta, se obliga a sí misma a no mirar.

    —Preparada o no, allá voy.

    Desbloquea la compuerta.

Capítulo 30

    

Capítulo 30 - Localizados

    No hay nadie allí fuera.

    Han dejado pistas: un par de soldadores portátiles aún apoyados contra el casco sobre los trípodes, el transceptor de escucha pegado a la aleación a pocos metros de distancia; pero no hay señal de Nolan ni de cualquier otro perpetrador. Clarke sonríe siniestramente para sí misma.

    Déjales que corran.

    Aunque tampoco puede encontrar a nadie más, ninguno de los centinelas de Lubin en sus puestos asignados. Nadie monitorando los dispositivos de vigilancia y escucha que recorren Atlantis para controlar a los Cuerpos en el cambio de canales. Ella vuela sobre el mismo HabMed en el que, se ha asegurado, un número de tropas Rifter están sintonizado a los supuestos secuestradores que acechan dentro. Nada. Andamios, láminas de Hab y sombras. Luces parpadeantes en algunos lugares, reciente oscuridad en otros donde las balizas o las ventanas se han aplastado o ennegrecido. Oscuridad ancestral en todas las demás partes.

    Ningún otro Rifter en ningun sitio.

    Quizá los Cuerpos tenían algún arma, algo que ni siquiera Ken sospechaba. Quizá pulsaron un botón y todo el mundo desapareció de repente. Pero no. Ella puede sentir a los Cuerpos ahí dentro, su miedo y aprension y ciega desesperación incontinente radiando a unos buenos diez metros hacia el agua. No es la clase de sensaciones que se esperaría de una abrumadura victoria. Si los Cuerpos saben lo que está ocurriendo, no les está haciendo sentirse mejor.

    Ella aletea hacia el abismo, se dirige hacia el Hab Nervioso de Lubin. Ahora, por fin, puede sintonizar débiles emociones en el agua frente a ella. Pero no: sólo es más de lo mismo. Más miedo, más incertidumbre. ¿Cómo puede estar captando Atlantis a esta distancia? ¿Cómo pueden estas sensaciones hacerse más fuerte mientras los Cuerpos retroceden tras ellas?

    No es un gran un misterio. Fingir lo contrario no reconforta lo suficiente para justificar el esfuerzo.

    Débil charla de LFAM surge en el agua que la rodea. No mucha, tras considerarlo. Ahora puede sentir docenas de Rifters, todos sometidos, todos aterrados. Raramente alguno de ellos habla en alto. Una constelación de lúgubres estrellas late levemente a su frente. Alguien se cruza en el camino de Clarke, diez o quince metros más adelante, invisible salvo por un breve eclipse de luces. Su mente se acobarda, bañando la de ella.

    Bueno, muchos de ellos se han reunido alrededor del Hab. Deambulan como peces aturdidos o simplenente flotan inmóviles en el agua, esperando. Quizá sea esto todo lo que hay, quizá sean estos todos los Rifters que quedan en el mundo. La aprensión se suspende sobre ellos como una nube.

    Quizá Grace Nolan esté aquí. Clarke siente una fría ira purgándose ante la mera idea. Una docena de Rifters se gira al captar sus pensamientos y la contemplan con blancos ojos muertos.

    —¿Qué está pasando? - vibra Clarke. —¿Dónde está?

    —Que te den, Len. Tenemos problemas más importantes ahora mismo. - Ella no reconoce al orador.

    Clarke nada hacia el Hab. La mayoría de los Rifters se apartan a su paso. Media docena le bloquean el camino: Gomez, Cramer, otros por detrás, demasiado negro y distante para reconocerlos en el ambiente cerebral.

    —¿Está aquí dentro? - dice Clarke.

    —Apártate. - le dice Cramer. —Tú no das las órdenes aquí.

    —Oh, no estoy ordenando a nadie. Depende completamente de vosotros. Podéis salir de mi camino o podéis intentar detenerme.

    —¿Es Lenie? - la voz de Lubin en el canal aéreo.

    —Sí. - vibra Cramer tras un momento. —Ella está siendo bastante...

    —Déjala entrar. - dice Lubin.

    Es una fiesta privada, sólo con invitación. Ken Lubin. Jelaine Chen y Dimitri Alexander. Avril Hopkinson. Grace Nolan.

    Lubin ni siquiera mira cuando Clarke sube la escalera desde la sala húmeda.

    —Deja tu asunto para más tarde. Te necesitamos en esto, Len, pero necesitamos a Grace también. Si alguna le pone la mano encima a la otra, tendré que tomar mis propias medidas.

    —Entendido. - dice Nolan tranquilamente.

    Clarke la mira y no dice nada.

    —Bueno. - Lubin dedica su atención al monitor. —¿Por dónde íbamos?

    —Tengo bastante claro que no nos ha visto. - Chen dice. —Estaba demasiado preocupado en el propio emplazamiento y ese modelo no tiene visión envolvemente.

    Ella pulsa la pantalla dos veces en rápida sucesión, la imagen en su centro se congela y amplía.

    Parece un calamar ordinario, pero con un par de brazos manipuladores en el extremo frontal y no tiene barra de remolque detrás. Un Vehículo Submarino Autónomo de algún tipo. Obviamente, no es de por aquí.

    Hopkinson aspira aire a través de dientes apretados: —Ya está, entonces. Nos han encontrado.

    —Quizá no. - dice Chen. —No se puede teleoperar nada a esta profundidad, no en este tipo de terreno. Tiene que estar funcionando por sí solo. Quienquiera que lo envió no va a saber lo que ha encontrado hasta que regrese a la superficie.

    —O hasta que no informe cada cierto tiempo.

    Chen se encoge de hombros. —Es un océano grande y peligroso. Si no regresa, lo achacarán a un desprendimiento de lodo o un defecto del chip de navegación. No hay motivos para sospechar que hemos tenido algo que ver.

    Hopkinson niega con la cabeza. —¿Que no hay motivos? ¿Qué está haciendo un VSA aquí abajo si no nos está buscando?

    —Sería una coincidencia bastante sorprendente. - coincide Alexander.

    Lubin estira el brazo y pulsa la pantalla. La imagen se reduce y continúa reproduciendo donde lo dejó. Acrónimos y números se acumulan en el borde de la pantalla, cambiando con la telemetría.

    El VSA está flotando a algunos metros de la orilla del Lago Imposible, justo por encima de su superficie. Extiende un brazo, hunde un dedo en la haloclina, lo retira como si se hubiera sobresaltado.

    —Mirad eso. - dice Nolan. —Tiene miedo de la hipersalinidad.

    El robotito se mueve unos metros hacia la confusa distancia y prueba de nuevo.

    —¿Y no se percató de ninguno de vosotros esta vez? - pregunta Lubin.

    Alexander niega con la cabeza. —No hasta más tarde. Como dijo Laney, estaba demasiado ocupado comprobando el lugar.

    —¿Tienes grabación de eso? - Nolan de nuevo, como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo. Como si no estuviera viviendo de tiempo prestado.

    —Sólo unos segundos del principio. Muy turbio, no se ve mucho. No quisimos acercarnos demasiado, por razones obvias.

    —Y aún así le disparaste con el sonar repetidamente. - remarca Lubin.

    Chen se encoge de hombros. —Parecía el menor de los dos males. Teníamos que obtener alguna pista sobre lo que estaba haciendo. Era mejor que dejarle que nos viera.

    —¿Y si hubiera triangulado los ecos?

    —No dejamos de movernos. Espaciamos los ecos con buen margen. Sólo hubiera escaneando la columna de agua y teníamos allí fuera un par de cosas que bloqueaban la vista de todos modos. - Chen gesticula a la pantalla, un poco a la defensiva.

    —Está todo ahí en el camino. - gruñe Lubin.

    —Vale, aquí es donde sucede. - dice Alexander. —Dura treinta segundos.

    The VSA está desapareciendo en el agua turbia, aparentemente se dirige hacia hacia uno de las pocas farolas que asoman de verdad por encima la superficie del Lago Imposible. Justo antes de desaparecer del todo, una masa negra eclipsa la vista: algún saliente irregular que se introduce desde la izquierda. No hay círculos de luz que juegen por esa superficie, aún cuando el submarino está obviamente a escasos metros de distancia. Chen y Alexander están a oscuras, escondidos tras la topografía local. La vista en la pantalla se inclina y oscila cuando el submarino maniobra rodeando las rocas: oscura sombras sobre otras más oscuras, apenas visibles en la tenue luz dispersa por las esquinas.

    Alexander se inclina hacia adelante. —Aquí viene...

    La luz más adelante y hacia la derecha, el fondo del saliente recorta los bordes de esa confusión brillante como una maraña de quebrado cristal negro. El submarino vuelve a acelerar, ahora se mueve hacia adelante con más cautela, bordea hacia la luz y... casi colisiona con el VSA al llegar desde el otro lado.

    Dos de los acrónimos de telemetría brillan en rojo y empiezan a parpadear. No hay sonido en la gabración, pero Clarke puede imaginarse las sirenas en la cabina del submarino. Por un instante, el VSA simplemente se queda allí. Clarke juraría que ve abrirse los iris de sus estereocamáras. Entonces se gira para alejarse: para continuar su observación o para salir como alma que lleva el diablo, dependiendo de lo listo que sea.

    Ellos nunca lo sabrán porque ahí es cuando algo se lanza dentro de la pantalla desde abajo al alcance de la cámara. Una elongada banda como un chorro de tinta gris golpea el VSA en mitad del giro, se dispersa y lo envuelve reduciendo a su presa como una telaraña elástica. El VSA tira contra el resto pero los extremos que siguen la malla aún están conectados al submarino por un cable de filamentos en espiral.

    Clarke nunca ha visto una red cañón en operación antes. Está bastante bien.

    —Así que es eso - Alexander dice cuando la imagen se congela. —Tuvimos suerte de probarla antes de que hubiéramos usado la red en uno de tus peces monstruosos.

    —Tuvimos suerte que se me ocurriera usar la red, también. - añade Chen. —¿Quién hubiera pensado que resultaría tan útil? - Ella frunce el ceño, y añade, —Aunque ojalá supiera lo que le dió la pista a la bestia esa.

    —Os estabais moviendo. - le dice Lubin.

    —Ya, por supuesto. Para evitar que nos fijara a partir de nuestras señales de sonar, como dijiste.

    —Siguió el ruído del motor.

    Una pizca de arrogancia se drena en la postura de Chen.

    —Así que, lo hemos atrapado. - dice Clarke. —Lo tenemos.

    —Debbie está desmontándolo ahora mismo. - dice Lubin. —No tenía trampas de seguridad, al menos. Ella dice que probablemente podamos entrar en su memoria si no hay criptografía importante.

    Hopkinson parece un poco más animado. —¿En serio? ¿Podemos dejarlo con amnesia y soltarlo? - Suena demasiado bonito para ser cierto. La mirada de Lubin lo confirma.

    —¿Qué? - dice Hopkinson. —Falsificamos el flujo de datos, vuelve a casa y le dice a su mami que no hay nada aquí abajo salvo fango y estrellas de mar. ¿Cuál es el problema?

    —¿Con cuánta frecuencia vamos allí fuera? - pregunta Lubin a Clarke.

    —¿Qué, al Lago? Quizá una o dos veces por semana, sin contar todas las veces que salimos para montar el lugar.

    —Eso es un intervalo muy amplio.

    —Es todo lo que necesitamos hasta que entren los datos sísmicos.

    El miedo en el estómago de Clarke, enraizado hace unos momentos cuando la conversación se tornó esperanza por la memoria falsa, regresa como una marea, dos veces más fría que antes. —Mierda. - susurra ella. —Estáis hablando de probabilidades.

    Lubin asiente. —No hay virtualmente ninguna posibilidad de que podamos haber estado en el área en el mismo momento en que esa cosa llegó husmeando por primera vez.

    —Así que, esta no es la primera vez. Ha estado allí abajo antes. - dice Clarke.

    —Varias veces al menos, diría yo. Pueden haber estado en el Lago Imposible más veces que nosotros. - Lubin mira al resto. —Alguien ya va a por nosotros. Si enviamos este chisme sin grabación del lugar, les estaremos diciendo simplemente que lo sabemos.

    —Joder. - dice Nolan con voz temblorosa. —Somos fiambres. Cinco años. Somos completos fiambres.

    Por una vez, Clarke se muestra inclinida a coincidir con ella.

    —No necesariamente. - dice Lubin. —No creo que nos hayan encontrado todavía,.

    —Chorradas. lo dijiste tú mismo hace meses, años incluso...

    —No nos han encontrado. - Lubin habla con esa voz equilibrada, totalmente bajo el control que sugiere una paciencia menguante. Nolan cierra el pico de inmediato.

    —Lo que han encontrado... - continúa Lubin después un momento, —... es una red de luces, grabaciones sísmicas y equipo de observación. Hasta donde todos ellos saben, son los restos de alguna operación minera cancelada. - Chen abre la boca: Lubin levanta la mano, previniéndola. —Personalmente, no lo creo. Si han tenido motivos para buscarnos en esta vecindad, es probable que asuman que no somos nada digno de ser descubierto. Como mucho, el Lago sólo les dice que no están mal encaminados. - Lubin sonríe levemente. —Sí lo están. Sólo estamos a veinte kilómetros de distancia. Veinte negros kilómetros a través de la topografía más extrema del planeta. Si eso es todo lo que tienen para seguir adelante, nunca nos encontrarán.

    —Hasta que envíen algo aquí abajo para que se quede quieto y nos espere. - dice Hopkinson escéptico. —Para seguirnos después.

    —Quizá ya la han hecho. - sugiere Clarke.

    —No hubo alarmas. - le recuerda Chen.

    Clarke recuerda: hay transpondedores en todos los Hab y en todos los drones y vehículos de aquí abajo. Charlan alegremente unos con otros, pero se pondrán a gritar como para despertar a los muertos si el sonar toca algo que no entiende el dialecto local. Clarke no ha pensado en ellos desde hace años. Saludan desde los primeros días de exilio, cuando temían el descubrimiento que se posa como una mano de plomo sobre la mente de todo el mundo. Pero en todo este tiempo, los únicos enemigos que han encontrado han sido ellos mismos.

    —Aunque es extraño que no lo hayan intentado. - dice Clarke. Parece algo obvio.

    —Quizá lo intentaron y nos perdieron. - sugiere Hopkinson. —Si se acercaran demasiado podríamos haberles visto y hay puntos por toda la ruta donde el sonar apenas te da sesenta metros de línea visual.

    —Quizá no tienen los recursos. - dice Alexander con esperanza. —Quizá sólo son un par de tipos con una barca y un mapa del tesoro.

    Nolan: —Quizá aún no se han puesto a ello,.

    —O quizá no les hace falta. - dice Lubin.

    —¿Qué quieres decir...? - Algo aflora en la cara de Hopkinson. —¿Control de Plagas?

    Lubin asiente.

    El silencio cae junto a las implicaciones.

    ¿Por qué invertir valiosos recursos en adquirir y seguir a tu objetivo a través de un territorio que podría estar saturado de trampas? ¿Por qué correr el riesgo de entregarte cuando es más barato y simple engañar a tus enemigos para que envenenen su propio pozo?

    —Mierda. - respira Hopkinson. —Como dejar comida envenenada a las hormigas para que se la lleven a la reina...

    Alexander asiente: —Y ahí es de donde vino... se suponía que el βehemoth nunca aparecería por aquí, y de repente, por arte de magia...

    —El β-max vino de la maldita Atlantis. - dispara Nolan. —Hasta donde sabemos, la cepa del Lago es justo la versión original. Sólo que los Cuerpos dijeron que no lo era.

    —Ya, pero ni la cepa original se supone que debería aparecer allí fuera...

    —¿Es que soy la única que recuerda que los Cuerpos construyeron la original en primer lugar? - Nolan mira por la habitación, blacos ojos ardientes. —¡Rowan lo admitió , por amor de dios!

    Su mirada se posa en Clarke, pura antimateria. Clarke siente sus manos formando dos puños a su lado, siente que la esquina de la boca se retira hacia atrás en una pequeña burla. No hay lenguaje corporal, descubre ella, se ha propuesto desactivar la situación.

    Que le den, decide ella, y da un provocativo paso al frente.

    —Oh, de acuerdo. - dice Nolan y carga.

    Lubin se mueve. No parece necesitar esforzarse. El instante anterior está sentado a la consola, al siguiente, Nolan está arrugada en la cubierta como una muñeca rota. En el apenas perceptible intervalo de tiempo, Clarke cree haber visto a Lubin levantarse de la silla, cree haber visto el codo de Lubin en el diafragma de Nolan y su rodilla en la espalda de la mujer. Hasta le parece haber oído algo como una rama que se parte en el tronco de alguien. Ahora su rival yace tumbada sobre su espalda, inmóvil pero con súbitos espasmos maníacos en dedos y párpados.

    Todo lo demás se ha convertido en piedra.

    Lubin mira a todos aquellos aún en pie: —Nos enfrentamos a una amenaza común. Da igual de dónde vino el β-max , no es probable que podamos curarlo sin la ayuda de los Cuerpos ahora que Bhanderi está muerto. Los Cuerpos también tienen experiencia relevante en otras áreas.

    Nolan gruñe al intentar ponerse en pie, sus brazos en vago movimiento, sus piernas evidentemente inmóviles.

    —Por ejemplo. - continúa Lubin, —Grace tiene la espalda rota en la tercera vértebra lumbar. Sin ayuda de Atlantis pasará el resto de su vida paralizada de cintura para abajo.

    Chen palidece. —¡Jesús, Ken! - Impactada por la parálisis, se arrodilla al lado de Nolan.

    —No sería sabio moverla sin una camilla. - dice Lubin en voz baja. —Quizá Dimitri pueda conseguir una.

    Sólo suena como una sugerencia. La esclusa de aire empieza su ciclo al segundo siguiente.

    —En cuanto al resto de vuestras buenas personas. - remarca Lubin en el mismo tono, —Confío en que podáis ver que la situación ha cambiado y que la cooperación con Atlantis es ahora nuestra mayor prioridad.

    Probablemente, ven lo mismo que Clarke: un hombre que, sin pensarlo dos veces, acaba de partirle la columna a su propio teniente para ganar una discusión. Clarke se queda observando a su enemiga derrotada. A pesar de los ojos abiertos y los espasmos, Nolan no parece consciente del todo.

    Chúpate esa, asesina. Jodida chupacoños de mierda. ¿Te duele, cariño? No lo bastante. No lo bastante ni de lejos. Pero la exultación es forzada. Ella recuerda cómo se sintió cuando Rowan murió, cómo se sintió después: fría rabia asesina, la pétrea certeza absoluta de que Nolan iba a pagar con su vida. Y aún así, aquí está ella, impotente, quebrada por la mano de otra persona. Y sólo hay vacío chamuscado donde hace menos de una hora la rabia ardía con incandescencia. Podría terminar el trabajo, reflexiona. Si Ken no me lo impidiera.

    ¿Es tan desleal a la memoria de su amiga que encuentra tan poco placer en ello? ¿Acaso el miedo repentino del simple descubrimiento ha eclipsado su rabia, o es la misma escusa de siempre... que Lenie Clarke, atiborrada de venganza de un millar de vidas, ha perdido el estómago para hacerlo?

    Hace cinco años no me importaba si morían millones de inocentes. Ahora soy demasiado cobarde hasta para castigar a un culpable.

    Algunos, imaginó ella, podría incluso considerar aquello una mejora...

    —... son aún incertidumbres. - está diciendo Lubin, de vuelta a su consola.—Quizá quienquiera que envió el dron es responsable por el β-max o quizá no. Si es así, ya han hecho su movimiento. Si no, no están preparados para mover. Aún cuando supieran exactamente donde estamos... y creo eso poco probable... o no tienen colocadas todas sus piezas aún, o están aguardando su momento por alguna otra razón.

    Él descongela los números del tablero, sin malgastar más atención sobre el bulto que gorgotea sobre la cubierta tras él.

    Chen mira incómodamente a Nolan, pero el mensaje de Lubin es alto y claro: aquí mando yo. Ajo y agua.

    —¿Qué razón? - pregunta ella tras un momento.

    Lubin se encoge de hombros.

    —¿Cuánto tiempo tenemos?

    —Más que si les enseñamos nuestras cartas. - Lubin dobla los brazos sobre el pecho y los estira isométricamente. Músculos y tendones se flexionan desconcertantemente por debajo su inmersopiel. —Si saben que vamos a por ellos, pueden creer que se ha forzado su movimiento, mejor mueve ahora que más tarde. Así que, les seguimos el juego para ganar tiempo. Editamos la memoria de dron y lo soltamos con algún defecto leve de sistema que explique el retraso de su regreso. También tendremos que buscar dispositvos de vigilancia en el Lago y cercar una red en un radio de, al menos, medio kilómetro desde Atlantis hasta el parque de remolques. Lane tiene razón: es poco probable que un VSA plantara esas minas, pero si uno lo hizo, habrá un detonador en alguna parte al alcance LFAM.

    —Vale. - Hopkinson aparta la vista de su camarada derribada con evidente esfuerzo. —Así que, engañamos a Atlantis, falsificamos el dron y peinamos la zona en busca de otras cosas desagradables. Y luego, ¿qué?

    —Luego, regreso yo. - Lubin le dice.

    —¿Qué?, ¿al Lago?

    Lubin sonríe levemente. —A la NAm.

    Hopkinson silba una sorpresa sin melodía. —Bueno, supongo que si alguien puede contratarlos... - ¿Contratar a quién, exactamente? se pregunta Clarke. Nadie lo pregunta en voz alta. ¿Quién esta tramando todo esto?. Ellos. Se dedican a nuestra destrucción. Husmean por la Cordillera del Atlántico Medio, obsesionados en su interminable registro miópico en busca de un conjunto de coordenadas con las que alimentar sus torpedos.

    Nadie pregunta por qué, tampoco. No hay un porqué detrás de la cacería: simplemente cazan. No le busques tres pies al gato porque no sirve de nada: hay demasiadas razones para contarlas, a ninguno de los vivos les falta motivos. Este fracturado microcosmos bipolar se estanca y supura sobre el suelo del océano, toda razón de su existencia se reduce a un axioma: porque sí.

    Y aún así, ¿cuánta gente aquí...? ¿cuántos Rifters, cuántos Drybacks, en realidad bajaron el telón? Por cada Cuerpo con sangre en sus manos, ¿cuántos otros... familias, amigos, drones que mantienen la fontanería y la maquinaria y la carne... no son cumplables de nada salvo de asociación?

    Y si Lenie Clarke no hubiera estado tan furiosa por perpretar una venganza que podía reescribir un mundo entero como un coste incidental, ¿habrían llegado a estos extremos? Alyx, dijo Rowan. —No, tú no. - Clarke niega con la cabeza.

    Lubin habla a la pantalla. —Todo lo que podemos hacer aquí abajo es ganar tiempo. Tenemos que usar ese tiempo.

    —Sí, pero...

    —Estamos ciegos y sordos y bajo ataque. El ardid ha fracasado, Lenie. Necesitamos saber a lo que nos enfrentamos, lo que implica que tenemos que enfrentarlo. Quedarse y rezar para que todo salga bien ya no es una opción viable.

    —Tú no. - dice Clarke.

    Lubin se gira hacia ella alzando una ceja en comentario silencioso.

    Ella le mira, completamente imperturbable. —Nosotros.

    Él rechaza tres veces antes de que incluso lleguen al exterior.

    —Alguien tiene que estar al mando aquí. - insiste él mientras se inunda la esclusa de aire. —Tú eres la elección obvia. Nadie te dará ningún problema ahora que Grace ha quedado al margen.

    Clarke siente un escalofrío en las tripas. —¿Por eso lo hiciste? ¿Ella había servido a su propósito y tú me querías de vuelta para que pudieras partirla por la mitad?

    —Apostaría que eso no es peor que lo tú tenías en mente para ella.

    Voy a matarte, Grace. Voy a destriparte como un pescado.

    —Yo voy. - dice ella. La compuerta desciende debajo de ellos.

    —¿Crees sinceramente que puedes obligarme a que te lleve? - Él se frena, se gira, aletea desde la luz.

    Ella le sigue. —¿Crees que puedes permitirte hacer esto sin ningún apoyo?

    —Más de lo que puedo permitirme una socia sin entrenamiento que se apunta por todas las razones equivocadas.

    —No sabes una mierda sobre mis razones.

    —Me retrasarás. - vibra Lubin. —Tengo mejores probabilidades si no necesito cuidar de ti. Si te metes en problemas...

    —Entonces me dejarás en la cuneta. - dice ella. —En un segundo. Sé cuáles son tus prioridades en el campo de batalla. Mierda, Ken, te conozco.

    —Los recientes eventos sugerirían lo contrario.

    Ella se queda mirándole, severamente. Él aletea rítmicamente hacia la oscuridad.

    ¿Dónde está yendo? se pregunta ella. No hay nada en esa ruta...

    —No puedes negar que no estás equipada para esta clase de operación. - señala él. —No tienes el entrenamiento.

    —Lo cual te avergüenza bastante, dado que fui la que atravesó la NAm antes de que tú y tu ejército y todo tu jactancioso entrenamiento pudiera alcanzarme. - Ella sonríe bajo la máscara, no es una sonrisa amable. Sabe que él no puede verla pero sí puede sintonizar el sentimento. —Te vencí, Ken. Quizá no fui muy lista ni estuve bien entrenada, y quizá no tengo todo el músculo de la NAm respaldándome, pero me mantuve delante de ti durante meses y lo sabes.

    —Tuviste un montón de ayuda. - señala él.

    —Quizá aún la tenga.

    Su ritmo decae. Quizá él no había pensado en eso.

    Aquí está la abertura. —Piensa en ello, Ken. Todos aquellos virus virtuales aliándose, enfangando mis huellas, produciendo interferencia, convirtiéndome en un jodido mito...

    —Anémona no trabajaba para ti. - vibra él. —Te utilizaba. Sólo fuiste...

    —Una herramienta. Un meme en un plan para el Apocalipsis Global. Dame un respiro, Ken, tampoco es que pueda olvidar esa mierda aunque lo intentara. ¿Pero y qué? Yo aún era el vector. Ella me estaba buscando. Le gusté lo suficiente para mantenerte bien alejado de mi rastro, al menos. ¿Quién puede decir que no siga allí fuera? ¿De dónde sino iban a salir esos demonios de software? ¿Crees que es una coincidencia que se llamaran a sí mismos como yo?

    Poco discernible, su silueta extiende un brazo. Trenes de sonar se dispersan en el agua. Él se pone en marcha de nuevo, altera su rumbo ligeramente.

    —¿Estás sugiriendo... - vibra él, —... que si vuelves y te presentas delante de Anémona... o lo que quede de ella... va a lanzarte alguna clase de escudo mágico?

    —Quizá n...

    —Ha cambiado. Siempre está cambiando, a cada momento. No podría haber sobrevivido tal y como la recordamos y si las cosas que hemos encontado recientemente sirven de alguna indicación que diga en lo que se ha convertido, no querrías conocerla.

    —Quizá. - admite Clarke. —Pero quizá algo de su agenda básica no ha cambiado. Está viva, ¿no? Eso es lo que dice todo el mundo. Da igual que esté hecha de electrones en vez de carbono. La vida es sólo información autorreplicada modelada por selección natural, así que forma parte del club. Y nosotros tenemos genes que no han cambiado en un millones de generaciones. ¿Por qué iba a ser diferente este chisme? ¿Cómo se sabe que no hay alguna subrutina protege-Lenies manando en alguna parte del código? Y por cierto, ¿a dónde demonios vamos?

    La lámpara del casco de Lubin aumenta a máxima intensidad, proyecta un óvalo brillante de bordes recortados sobre el sustrato al frente. —Ahí.

    Es una zona de fango gris hueso como cualquier otra. Ella no puede ver mucho más que un guijarro.

    Quizá es un lugar funerario, piensa ella, mareada de pronto. Quizá aquí es donde han estado construyendo su hábitat todos estos años los nativos y las MIAs y, ahora, las estúpidas niñas que no aceptan un no por respuesta...

    Lubin estira un brazo dentro del manantial. El fango se agita en torno a su hombro como si algo por debajo estuviera empujando. Lo que es exactamente lo que está pasando: Ken ha despertado algo bajo la superficie.

    Él saca el brazo y la cosa le sigue, apareciendo a la vista. Grupos de nubes de lodo brotan a ambos lados mientras se aclara el sustrato.

    Es un hinchado toro de un metro y medio de ancho. Una línea de puntos de bocas hidráulicas anilladas en su ecuador. Dos capas de enredado flexible se extiende desde el hueco del centro, una arriba y otra abajo. Un macuto, peligrosanente embutido con objetos pesados, ocupa el espacio del medio. A través de la ondulante suciedad y detrás de cúmulos de fango que aún se adhiere a su superficie, brilla como una inmersopiel.

    —He guardado algunas cosas para el viaje de regreso. - vibra Lubin. —Como precaución.

    Él recula hacia atrás unos metros. Los botones mecánicos giran un cuarto de vuelta, escupe agua turbia por los impulsores y da la vuelta.

    Lo dos se ponen en marcha.

    —Así que, ese es tu plan. - vibra Lubin después de un rato. —Encontrar algo que evolucionó para ayudarte a destruir el mundo, espero que tenga una naturaleza mejor a la que se pueda apelar, y...

    —Y que despierte al bastardo con un beso. - concluye Clarke. —¿Quién va a decir que no puede?

    Él sigue nadando hacia el fulgor que está empezando a crecer al frente. Sus ojos reflejan medias lunas de luz tenue.

    —Supongo que lo descubriremos. - dice él por fin.

Capítulo 31

    

Capítulo 31 - Fulcro

    Lo ha evitado todo lo que podía.

    Hay más que suficientes excusas. El reciente armisticio es fino y quebradizo. está en delicado peligro de romperse por completo a la vista de esta nueva amenaza común, pero incontables grietitas y agujeros requieren atención constante. De pronto los Cuerpos tienen la influencia, la experiencia que la mera maquinaria no puede duplicar. Los Rifters no están precisamente alegres por la nueva asertividad de sus prisioneros. Se debe barrer de bichos el Lago Imposible, hay que buscar ojos y detonadores en el lecho marino local. Por ahora no hay lugar seguro y si Lenie Clarke no estuviera tan ocupada haciendo la maleta para el viaje, se habría requerido de sus ojos para patrullar el perimetro. Docenas de Cuerpos murieron en la última insurrección.

    Y aún así, la madre de Alyx murió en sus brazos hace escasos días y aunque el ritmo de preparación no se ha reducido en todo este tiempo, Lenie Clarke aún siente cierta cobardía por haberlo demorado tanto tiempo.

    Pulsa con el pulgar el timbre en el corredor: —Lex?

    —Adelante.

    Alyx está sentada sobre la cama practicando digitación. Deja la flauta a un lado cuando Lenie cierra the compuerta tras ella. No está llorando, o aún está traumatizada o es una víctima de un super-autocontrol adolescente. Clarke se ve a sí misma con quince años, antes de recordar: sus memorias de aquel tiempo son todas falsas.

    Su corazón empatiza con la chica de todas formas. Ella quiere tomar a Alyx en sus brazos y abrazarla hasta el siguiente milenio. Quiere decir que ha estado allí, que sabe lo que se siente. Eso es incluso cierto, en cierto modo fracturado. Ha perdido amigos y amantes de forma violenta. Incluso perdió a su madre por tularemia, aunque la AR le retiró esa memoria de su cabeza junto con todas las demás. Pero ella sabe que no es lo mismo. La madre de Alyx murió en una guerra y Lenie Clarke luchaba en el otro bando. Clarke no sabe si Alyx aceptaría un abrazo bajo estas condiciones.

    Así que, se sienta al lado de ella sobre la cama y apoya una mano sobre el muslo de la chica, preparada para retirarla al menor rechazo, e intenta pensar algunas palabras. Algunas palabras que no se tornen clichés cuando las diga en voz alta.

    Aún lo está intentando cuando Alyx dice, —¿Dijo algo? ¿Antes de morir?

    —Ella... - Clarke niega con la cabeza. —No. En realidad, no - concluye ella odiándose a sí misma.

    Alyx asiente y se queda observando el suelo.

    —Dicen que tú también te vas. - dice ella después de un rato. —Con él.

    Clarke asiente.

    —No te vayas.

    Clarke respira hondo al lado de ella. —Alyx, tú... oh Dios, Alyx, lo siento tant...

    —¿Por qué tienes que irte? - Alyx se gira y se queda observándola con severos ojos brillantes que revelan demasiado para ser reconfortantes. —¿Qué vas a hacer allí arriba?

    —Tenemos que averiguar quién nos está espiando. No podemos esperar que empiecen a disparar.

    —¿Por qué estás tan segura de que es eso lo que van hacer? Quizá sólo quieren hablar, o algo.

    Clarke niega con la cabeza, sonriendo por esa noción absurda. —La gente no es así.

    —¿No es qué?

    Gente que perdona. —No es amigable, Lex. Quienquiera que sea. Créeme.

    Pero Alyx ya a pasado al Plan B: —¿Y qué bien hará ir allí arriba de todos modos? Tú no eres una espía ni una genio de la tecnología. No eres una rabiosa asesina psicópata como él. No hay nada que puedas hacer allí arriba salvo conseguir que te maten.

    —Alguien tiene que volver arriba.

    —¿Por qué? Déjale ir a él solo. - De pronto, las palabras de Alyx salen congeladas. —Con suerte no tendrá éxito y lo que haya allí arriba le haga pedazos. El mundo sería un poco menos un agujero de mierda después de eso.

    —Alyx...

    La hija de Rowan se levanta de la cama y la mira —¿Cómo puedes ayudarle después de que matara a Mamá? ¿Cómo puedes hablar con él siquiera? Es un psicópata y un asesino.

    La negación automática muere en los labios de Clarke. Después de todo, ella no sabe si Lubin ha participado en la muerte de Rowan. Lubin fue el capitán del equipo durante este conflicto como lo fue durante el último. Probablemente había tenido que saber algo sobre la, por así llamarla, misión de rescate, aún cuando no la hubiera planeado de verdad.

    Y aún así, Clarke se siente impulsada a defender al enemigo de esta chica afligida. —No, cariño. - dice ella suavemente. —Fue justo al contrario.

    —¿Qué?

    —Ken fue un asesino. Depués fue un psicópata. - Lo que está bastante cerca de la verdad, por ahora.

    —¿Qué estás diciendo?

    —Programaron su cerebro. ¿Lo sabías?

    —¿Quién?

    Tu madre.

    —La AR. No fue nada especial, él sólo formaba parte del equipo de espías industriales. Lo ajustaron para que sellara brechas de seguridad a toda costa, sin pensar siquiera en ello. Fue involuntario.

    —¿Dices que no tuvo elección?

    —No hasta que Espartaco le infectó. Y Espartaco interrumpió los ajustes, pero cortó un par de otros caminos también. Así que, ahora Ken no tiene mucho de lo que se podría llamar consciencia, y si esa es tu definición de un psicópata, entonces supongo que es uno. Pero él no lo escogió.

    —¿Cuál es la diferencia? - demanda Alyx.

    —Tampoco es que él saliera de compras buscando un cambio de look.

    —¿Y qué? ¿Desde cuándo un psicópata elige su propia química cerebral?

    Es un argumento bastante bueno, tiene que admitir Clarke.

    —Lenie, por favor. - dice Alyx en voz baja. —No puedes fiarte de él.

    Y aún así, en cierto extraño sentido enfermizo; después de todo el secretismo, toda la traición; Clarke aún confía en Ken Lubin más que en cualquier otra persona que haya conocido. No puede decirlo en alto, por supuesto. No puede decirlo porque Alyx cree que Ken Lubin asesinó a su madre, y quizá lo hizo; y admitir confiar en él ahora podría poner a prueba la amistad de esta chica herida más de lo que Clarke está dispuesta a arriesgar.

    Pero esto no eso todo. Esto sólo es la razón que flota en la superficie, obvia y visible y autoservida. Hay otra razón, más profunda y más ominosa: Alyx puede estar en lo cierto. El último par de días, Clarke ha echado unos vistazos a algo no familiar que mira tras las tapas oculares de Lubin. Desaparece en el momento en que intenta enfocarla. Ni siquiera está segura de cómo lo reconoce exactamente. Algunos sutiles temblores del párpado, quizá. Un tic subliminal de fotocolágeno que refleja el movimiento del ojo que hay debajo. Hasta hace tres días, Ken Lubin no había quitado una vida humana en todo el tiempo que había estado aquí abajo. Incluso durante la primera revuelta, se contenía él mismo de romper los huesos; toda la masacre estuvo en las inexpertas manos entusiastas de los Rifters que aún se revelaban en el inconcebible subidón de poder sobre la antaño poderosa. Y no hay duda de que las muertes de las últimas setenta y dos horas se pueden justificar completamente como defensa propia. Aún así. Clarke se pregunta si esta reciente carnicería podría haber despertado algo que yacía latente durante cinco años. Porque en aquellos tiempos, cuando todo estaba dicho y hecho, a Ken Lubin le gustaba matar. Él lo anhelaba, aún cuando... una vez liberado... no usó su libertad como una excusa, sino como un desafío. Se controló él mismo del mismo modo que un adicto a la nicotina podría pasear por ahí con un paquete de cigarrillos sin abrir en el bolsillo... para probar que era más fuerte que su hábito. Si hay una cosa de la que Ken Lubin está orgulloso es la autodisciplina.

    Ese anhelo, ese deseo de venganza contra el mundo en toda su extensión: ¿desapareció alguna vez? Lenie Clarke estuvo una vez impulsada por tal deseo, aplacado por un billion de muertes o más, no tiene poder sobre ella ahora. Pero se pregunta si los recientes eventos han forzado a un tipo de cancer crecer en la boca de Lubin a pesar de sí mismo. Si él se pregunta cómo será el sabor del humo después de todo este tiempo, y si Lubin, quizá, está recordando lo bien que se sentía...

    Clarke niega con la cabeza tristemente. —No puede ser otro, Alyx. Tiene que ser yo.

    —¿Por qué?

    Por lo que yo hice, el genocidio es un delito. Porque el mundo ha estado muriendo a mi paso mientras yo me escondía aquí abajo. Porque entoy harta de ser una cobarde.

    —Soy la que lo hizo. - dice ella por fin.

    —¿Y qué? ¿De qué va a servir volver? - Alex niega con la cabeza escéptica. —¿Qué sentido tiene?

    Ella queda allí de pie, mirando hacia abajo como alguna frágil magistrada china a punto de romperse. Lenie Clarke quiere abrazarla ahora mismo. Pero Lenie Clarke no es tan estúpida. —Yo... tengo que enfrentarme a lo que hice. - dice ella débilmente.

    —Tonterías. - dice Alyx. —Tú no estás enfrentando nada. Tú estás huyendo.

    —¿Huyendo?

    —De mí, para empezar.

    Y de pronto, incluso Lenie Clarke, idiota profesional, puede verlo. Alyx no está preocupada de lo que Lubin pudiera hacerle a Lenie Clarke, está preocupada de lo que Clarke pudiera hacerse a sí misma. No es estúpida, conoce a Clarke desde hace años y sabe los rasgos que definen a un Rifter. Lenie Clarke fue una suicida en el pasado. Una vez se odió a sí misma lo bastante para querer morir y eso fue incluso antes de no hubiera hecho nada que mereciera la muerte. Ahora está a punto de reentrar a un mundo que le recuerda que ha matado más gente que Lubin. Alyx Rowan está preguntándose incomprensiblemente si su mejor amiga va a cortarse las venas cuando eso ocurra.

    Para ser honesta, Clarke se pregunta lo mismo.

    Pero sólo dice: —No pasa nada, Lex. No voy... es decir, No tengo intención de hacerme daño.

    —¿En serio? - pregunta Alyx, como si no osara tener esperanza.

    —En serio. - Y ahora, hechas las promesas, temores adolescentes aplacados, Lenie Clarke se acerca y toma las manos de Alyx entre las suyas.

    Alyx ya no parece tan frágil. Ella observa tranquilamente las manos de Clarke y gruñe en voz baja: —Qué lástima.

Capítulo 32

    

Capítulo 32 - Vienen

    Los misiles disparados desde el Atlántico como renegados fuegos de artificio se dirigen hacia el oeste. Emergen en cinco enjambres discretos, comienzan una partida de ajedrez de diez minutos de duración, jugada sobre una semiesfera. Hacen bucles y hélices a lo largo de ebrias trayectorias que habrían resultado cómicas si no las hicieran tan condenadamente difíciles de interceptar.

    Desjardins hacía todo lo que podía. Media docena de antigüedades orbitales de Interfaz Digital en Serie habían estado esperándole para devolver la llamada desde que los sedujo dos años antes como previsión para este tipo de crisis. Ahora sólo tenía que llamar a sus puertas traseras. A su orden, abrirían las piernas y destruirían cerebros.

    Las máquinas volvieron su atención a la profusión de estelas que rascaban la atmósfera debajo. Vastos y sutiles algoritmos entraron en juego para separar el grano del trigo y generar predicciones de objetivo, calcular vectores y funciones de interceptación. Sus deducciones eran profundas pero sin garantía. El enemigo tenía sus propias máquinas pensantes, después de todo. Los señuelos imitaban a los destructores en todos los aspectos. Cada tartamudeo de un propulsor de dirección producía predicciones de punto de impacto igual de turbias. Los violados y desfasados satélites de batalla de Desjardins despacharon sus propias contramedidas... láseres, haces de partículas, misiles despachados con sus propios costes y suministros no renovables... pero toda decisión era probabilística, cada movimiento era un producto de la estadística. Cuando entran en juego las probabilidades, no hay certeza.

    Tres consiguieron pasar.

    El enemigo se anotó dos ataques sobre el estado de Florida y otro en el Cinturón de Polvo de Texas. Desjardins sopesó las rendir las semifinales de Nueva Inglaterra... ninguno de aquellos ataques consiguió siquiera trazar el arco descendente... pero los ataques septentrionales podían ser suficientes para inclinar la balanza si él no tomaba acción inmediata. Despachó ocho elevadores con instrucciones para esterilizarlo todo en un radio de veinte kilómetros, esperó las confirmaciones de lanzamiento y se reclinó exhausto. Cerró los ojos. Las estadísticas y la telemetría centelleaban ininterrumpidamente por debajo de sus párpados. Nada tan común como el βehemoth, esta vez no. Un nuevo bicho. Seppuku.

    Gracias, jodida África del Sur.

    ¿Qué pasaba con aquella gente? Estaban en un típico país tercermundista en varios aspectos, esclavizados y oprimidos y brutalizados como todos los demás. ¿Por qué no podrían haberse liberado de sus cadenas como siempre, con la rebelión violenta con una pizca de ordenada retribución empapada de sangre? ¿Qué clase de locos, después de sentir la bota sobre sus cuellos durante generaciones, golpean a sus opresores con... no te lo pierdas... paneles de reconciliación? No tenía sentido.

    Excepto por el hecho, por supuesto, de que funcionó. Desde el surgimiento de Saint Nels sobre el SÁfrica, se habían vuelto los amos de la esquiva, acumulando fuerza, tansformando la inercia del enemigo en una ventaja propia. Eran cinturones negros de judo psicológico. Durante medio siglo habían estado pasando furtivamente la guardia baja del mundo y casi nadie lo había notado.

    Ahora eran una mayor amenaza que Ghana y Mozambique y todos los otros regímenes MyA juntos. Desjardins entendió completamente de dónde estaban viniendo aquellos otros furiosos remansos. Más que eso, simpatizó con ellos: después de todo, el mundo oriental se había asentado por ahí haciendo ruiditos tut-ut mientras las plagas sexuales quemaban grandes agujeros humeantes de la estructura social de África. Sólo China se había alimentado peor (¿y quién sabía lo que aquellas oscuras froteras irresponsables estaban preparando en secreto?). No era sorprendente que el Meme del Apocalipsis resonara con tanta fuerza por allí. La aturdida generación que luchaba por salir de aquellas cenizas era un setenta por ciento mujeres. Una diosa vengadora que volcaba las mesas, que servía al Armagedón desde el suelo del océano. Si Lenie Clarke no hubiera proporcionado una plantilla ya hecha, tal leyenda perfecta habría emergido de todos modos por pura combustión espontánea. Una era de rabia impotente que él podía manejar. Los mamones sonrientes con agendas secretas eran mucho más problemáticos, especialmente cuando llegaban con un legado de biotecnología de antigua generación que se extendía desde los tiempos del primer transplante de corazón del mundo, por amor de dios, casi un siglo antes. Seppuku funcionaba bastante como lo hacían sus creadores de SÁfrica: un microbio experto en judo y un impostor, algo que sonreía y pasaba a hurtadillas bajo tu guardia con falsas premisas y que después...

    No era la clase de estrategia que se le hubiera ocurrido a los Euros o a los Asianos. Era demasiado sutil para los descendientes del imperio, demasiado cobarde para cualquiera surgido de la política del golpe en el pecho. Pero era la segunda naturaleza para aquellos maestros en la manipulación del bajo status, acechando en el dedo del pie del continente negro. Habían sorbido del correcto cultivo político en sus epidemiológicos y ahora Aquiles Desjardins tenía que lidiar con las consecuencias.

    Una suave presión cálida en sus pantorrillas. Desjardins abrió los ojos: Mandelbrot se sentaba sobre sus patas traseras a su lado, las delateras se estiraban hacia él. Maulló y saltó a su regazo sin esperar permiso.

    En cualquier momento, su tablero empezaría a iluminarse. Habían pasado años desde que Desjardins había respondido a algún jefe oficial, pero los ojos desde Delhi hasta McMurdo estaban observando cada moviento desde la distancia. Les había asegurado a todos que podía encargarse los misiles. En cualquier número de océanos había criminales en tierras desoladas más civilizadas, por no mencionar sus Ataduras, que estarían pulsando los botones de los SatComs y atendiendo fonos y traspasando llamadas de incendios a Sudbury, Ontario. Ninguno de ellos estaba interesado en su excusas.

    Él podía lidiar con ellos. Había lidiado con mayores retos en su vida. Era 2056, diez años completos desde que hubo salvado el Mediterráneo y cambiado por completo su vida privada. La mitad de ese tiempo desde que el βehemoth y Lenie Clarke habían surgido de la mano en su apocalíptica cruzada contra el mundo. Cuatro años desde la desaparición del Upper Tier, cuatro años desde la emancipación de Desjardins a manos de una despechada idealista. Un tono menos que aquel de Río y el exilio voluntario entre las ruinas. Tres años desde la la cuarentena de WestHem. Dos desde el Incendio de la NAm. Había lidiado con todo ello y más.

    Pero los sudafricanos... eran un verdadero problema. Si se hubieran salido con la suya, Seppuku ya estaría ardiendo por su reino como un incendio persistente, y no era probable que él pudiera inventar un escenario que hiciera algo más que posponer lo inevitable. Sinceramente, no creía que fuera capaz de contenerlos por mucho tiempo más.

    También era justo lo que había planeado para su jubilación.

Capítulo 33

    

Sepukku - Capítulo 33 - Duna

    Phocoena sale en silencio fuera de Atlantis, hilando entre picos y cañones que cubren e impiden su progreso en igual medida. Su rumbo es una amalgama esquizoide de prioridades en conflicto, la necesidad de velocidad raya la incompatibilidad contra el impulso de sobrevivir. Para Lenie Clarke parece como si la dirección de su brújula funcionara a cada momento con un generador de números al azar. Pero con el tiempo, el vector de red se resuelve hacia el sudoeste.

    En cierto punto, Lubin decide que están a salvo fuera del barrio. La precipitación se torna en discreción. Phocoena sube hacia aguas abiertas. Rebaña el oeste de las pendientes de la Cordillera del Atlántico Medio, ajustando su rumbo ocasionalmente para evitar montículos del tamaño de elevadores orbitales. Las montañas dan paso a colinas, las colinas a una vasta extensión interminable de fango. Clarke no ve nada de eso a través los ventanucos, por supuesto. Lubin no se ha molestado en encender las luces exteriores, pero la topografía pasa de largo en el panel de navegación en un llamativo espectro de profundidad sincronizada. Rojos picos dentados, tan altos que sus cimas casi emergen por encima de la oscuridad, yacen bien lejos tras ellos. Pendientes transicionales que cambian imperceptiblemente del amarillo al verde se disipan a popa. La llanura abismal fluye por debajo de ellos como una alfombra interminable azul, hipnótica y apacible.

    Durante largas y clementes horas, no hay microbios virulentos que rastrear ni traición que soportar ni batallas desesperadas que luchar. No hay nada que hacer salvo morar sobre el microcosmos que retrocede tras ellos, sobre amigos y enemigos llevados finalmente hasta una tregua, no mediante la negociación o reconciliación, sino mediante la repentina inminencia de la amenaza superior, la amenaza exterior. La amenaza hacia la que Phocoena corre ahora mismo.

    Quizá no sea tanta bendición después de todo, este interludio.

    Eventualmente, el lecho marino emerge ante ellos en un escarpado de bandas coloreadas que crecen por la pantalla. Hay un hueco en la pared más adelante, un enorme cañon submarino que divide la corteza continental de Irlanda como el picador de hielo de Dios. Navegación lo etiqueta como El Canal, Clarke recuerda ese nombre, tiene uno de los conjuntos de paradas cortas más grandes a este lado de Fundy. Lubin la complace, bordea algunos grados fuera del rumbo para intersectar una de las colosales estructuras en mitad de la garganta del cañón. Enciende las luces delanteras mientras pasan. El molino marino asoma inmenso en el haz, el arco visible de su perímetro es tan leve que Clarke podía haberlo tomado por una línea recta. Una de sus enormes cuchillas pasa sobre ellos, su base y su cima se pierden en la oscuridad a ambos lados. El molino apenas se mueve.

    Hubo un tiempo en que esto era la competencia. No mucho tiempo atrás, las corrientes de El Canal producían casi tantos Julios por segundo como una planta geotérmica de buen tamaño. Luego el clima cambió y las corrientes con él. Ahora el conjunto no es nada salvo una parada turística para ciborgs anfibios: abandonados ingrávidos que dormitan en la extensa negrura.

    Somos nosotros, reflexiona Clarke mientras pasan. Pues en este justo momento, ella y Lubin también son ingrávidos, colocados precisamente entre dos campos gravitatorios. Tras ellos: Atlantis, el refugio fallido. Delante... Delante el mundo del que se han estado escondiendo. Cinco años han pasado desde su estancia en la orilla, cuando el apocalipsis sólo acababa de empezar. ¿Quién sabe lo salvaje que se habrá vuelto la fiesta allí arriba a estas alturas? Han aprendido algunas cosas: amplias pinceladas, rumores oscuros, partes y piezas filtradas a partir de destrozados segmentos del espectro de las telecomunicaciones que se expanden en el Atlántico. Toda norteamérica está en cuarentena. El resto del mundo altercaba sobre si sacarla de su miseria o dejarla morir por sí sola. La mayoría aún lucha por mantener a raya al βehemoth, otros han celebrado el día del juicio microbiano, han celebrado el mismo Armagedón. Clarke no está muy segura de cómo entender todo eso. Quizá haya algunos deseos de muerte enterrados en el subsconsciente colectivo. O quizá sólo es la perversa satisfacción que incluso los malditos y avasallados pueden reproducir. La muerte no es siempre la derrota, a veces es la oportunidad de morir con tus dientes enterrados en la garganta de tu opresor.

    Hay muchos muriendo sobre la superficie. Hay muchos desenvainando los dientes. Lenie Clarke no conoce sus motivos. Sólo sabe que algunos de ellos actúan en su nombre. Sólo sabe que sus filas están creciendo.

    Ella dormita. Cuando abre los ojos de nuevo, la cabina brilla con difusa luz esmeralda. Phocoena tiene cuatro ventanas a proa, dos dorsales, dos ventrales, grandes lágrimas de pérspex que radian desde el morro. Un tenue vacío verde comprime sobre las ventanas superiores, debajo, una extensión corrugada de arena pasa a gran velocidad por debajo del reposapies de Clarke.

    Lubin ha desactivado el código cromático. En navegación, Phocoena sube surcando una suave monocroma. La escala de profundidad marca 70 m y subiendo.

    —¿Cuánto tiempo he dormido? - pregunta Clarke.

    —No mucho.

    Rojas cicatrices radian desde las esquinas de los ojos de Lubin: la visible calma después de la tormenta de una operación que deslizó visores neuroeléctricos internos en sus nervios ópticos. Clarke aún se estremece interiormente al verlo. No está segura de que ella se hubiera fiado de los Cuerpos cirujanos aún cuando todos estuvieran ahora del mismo lado. Lubin obviamente piensa que la capacidad de obtención de datos adicionales bien vale el riesgo. O quizá sea sólo uno de esos extras que él siempre había querido, pero para el que nunca había sido autorizado en su vida pasada.

    —¿Ya estamos en Sable? - dice Clarke.

    —Casi.

    Balando desde navegación: un fuerte eco pendiente arriba a las dos en punto. Lubin acelera a la inversa y vira a estribor. La fuerza centrífuga balancea a Clarke hacia el lado.

    Treinta metros. El mar afuera parece frío y brillante. Es como mirar a través de cristal verde. Phocoena repta por la pendiente a algunos perezosos nudos, husmeando el noroeste hacia una asamblea de tubos y puntales que crecen en la pantalla de navegación. Clarke se inclina hacia adelante, espía a través de saetas de luz turbia. Nada.

    —¿Cuál es la visibilidad allí fuera? - pregunta ella.

    Lubin, concentrado en pilotar, no aparta la mirada. —Ocho punto siete.

    Veinte metros hasta la superficie. El agua al frente se oscurece de pronto como si hubiera un eclipse en progreso. Un instante más tarde, esa oscuridad se resuelve en el dedo del pie de un gigante: el extremo redondo de una estructura cilíndrica medio enterrada en la arena, borrosa por las esponjas y algas, se curva en la distancia. Navegación lo fija a ocho metros de altura.

    —Creí que eso flotaba. - dice Clarke.

    Lubin tira de la palanca hacia atrás: Phocoena sube hacia el agua que recorre la estructura. —Lo vararon cuando se secó el pozo.

    Así que, esta enorme barcaza hundida debe de estar inundada. Vigas y puntales se levantan sobre su superficie superior, un monstroso andamio que emerge hacia la luz del día. Lubin maniobra el submarino entre ellos como si enhebrara una aguja. Navegación les muestra entrando sobre arena sumergida cercada por cuatro de tales estructuras dispuestas en un cuadrado. Clarke puede ver sus tenues siluetas a través del agua. Pilones y arcos emergen por todas partes como las barras de una jaula.

    Phocoena rompe la superficie. El mundo exterior riela cuando el agua cae apantallando la ventana acrílica, luego ondula hasta enfocarse. Han subido directamente debajo de la instalación. Su quilla forma un cielo de metal a poco menos de diez metros por encima, sujeta a la tierra por una red de pilones de apoyo.

    Lubin salta de su asiento y saca una extraña mochila al tirar de un gancho auxiliar.

    —Vuelvo en unos minutos. - dice él empujando la compuerta dorsal antes de saltar afuera.

    Clarke oye el salpicar del agua a través de la abertura.

    Lubin no está contento con la presencia de Clarke aquí. Ella ignora la maniobra de distancia de seguridad y sale tras él.

    El aire sopla frío a través la compuerta contra su rostro. Clarke sube hasta el lomo del submarino y mira a su alrededor. El cielo, o lo que puede ver de él a través de las vigas y pilones, está gris y nublado. El océano debajo es gris hasta el horizonte. Pero hay sonidos tras ella. Un pulsante rugido lejano. Un débil chirrido, como una especie de alarma. Es familiar, pero no puede identificarlo. Ella se gira.

    Tierra.

    Una franja de orilla arenosa a unos cincuenta metros más allá de la envoltura de la instalación. Puede ver penachos de ajados cables diminutos por encima de la línea de la marea alta. Ve morrenas de sedimentos, empujadas en pequeñas franjas a lo largo de la playa. Ve las olas golpeando interminablemente contra todo ello.

    Oye pájaros gritando. Casi los ha olvidado.

    No es la NAm, por supuesto. La tierra firme aún está a unos buenos tres cientos kilómetros de distancia. Esto sólo es una estación de paso, algún pequeño archipiélago solitario sobre la Concha Irlandesa. Y aún así, ver cosas vivas sin aletas ni puños la maravilla, incluso tanto como le maravilla su propia reacción exagerada.

    Una escalera metálica rodea el pilón más cercano. Clarke se zambulle en el océano sin molestarse en ponerse la capucha o los guantes. El Atlántico la abofetea en la cara, un delicioso pinchazo helado recorre su piel expuesta. Ella saborea la sensación, cruza hacia el pilón con algunas brazadas.

    La escalera conduce hacia una pasarela que recorre el perimetro de la instalación. El viento rasga los cables de la barandilla, la estructura martillea como un intrumento de percusión arrítmica. Se asoma por el umbral de una compuerta y espía el interior oscuro: un corredor de metal segmentado, marañas de tuberías y fibra óptica que recorren el techo como nervios y arterias de plexii. Una unión al fondo en forma de T conduce a destinos desconocidos, pisadas húmedas sobre la cubierta se dirigen hacia dentro y giran a la izquierda. Clarke las sigue.

    El sonido y la visión se devanecen mientras penetra cada vez más en la estructura. El fusejale de los compartimentos amortigua el sonido de las olas y el milagroso graznar de las aviotas. Su visión ampliada la sirve mejor, el ambiente nublado del exterior la sigue por media docena de esquinas y asoma por las claraboyas al fondo de pasillos inexplorados, pero la desaturación del color de su entorno le dice que se está moviendo por una oscuridad demasiado densa para los ojos de un Dryback. Esa inversión al blanco y negro debe de ser la razón de que no las haya notado antes: las oscuras marcas sobre las paredes y suelos podrían no ser nada, podrían ser desde óxido hasta los restos de algún juego de paintball. Pero ahora, siguiendo las últimas huellas hasta una bostezante compuerta abierta en el fuselaje, el descubrimiento cala en ella: escoria carbonizada. Algo ha quemado esta sección entera.

    Atraviesa la compuerta hacia lo que debe de haber sido el camarote de alguien, a juzgar por el marco de la litera y la mesilla de noche que ocupa una modesta pared. Armazones, restos esqueléticos de mobiliario es todo lo que queda. Si alguna vez hubo colchones o sábanas o armarios aquí, ahora han desaparecido. Toda superficie está cubierta de una oscura masa grasienta.

    Desde alguna parte en el pasillo, el chirrido de bisagras de metal.

    Clarke regresa al corredor y rastrea el sonido. Para cuando este se detiene, ella tiene una idea y una... luz... de una baliza, oscilando lúgubremente por la pasarela y doblando la esquina justo al frente. Ese camino estaba oscuro y silencioso cuando había pasado antes dentro de la sala. Ahora incluso puede oir las olas distantes.

    Decide seguir la luz. Finalmente, llega hasta una compuerta abierta en la base de una pasarela que conduce hacia arriba. La brisa del océano se cuela y pasa al lado de ella para entrar en la instalación, llevando el sonido de aves marinas y el aroma de la húmeda elasticidad de la Ascophyllum. Por un momento queda aturdida, la luz se vierte escaleras abajo, lo bastante brillante para devolverle color al mundo, y aún así, las paredes aún están... Oh.

    El polímero alrededor del dintel de la compuerta tiene burbujas y ha ardido. Todo lo demás son grumos carbonizados. Clarke tira experimentalmente de la rueda, la compuerta apenas se mueve, chirriando en voz baja contra el depósito que contiene sus goznes.

    Ella emerge hacia la luz del día y la devastación.

    Es una pequeña instalación. Nada próximo a las monstruosidades del tamaño urbano que una vez atestaron el océano por aquí. Quizá, para cuando fue construído, el petróleo ya estaba dejando de estar de moda o quizá no quedaba lo bastante para respaldar inversiones más importantes. Por la razón que fuera, el casco principal tiene sólo el espesor de dos pisos a lo largo de la mayor parte de su longitud. Ahora Clarke emerge hacia la extensión al aire libre de su azotea.

    La cubierta de la instalación se prolonga sobre la mitad del área de una manzana urbana. Hay una plataforma elevada a modo de heliopuerto al fondo y una enorme grúa cuyos tendones han sido seccionados. Esta yace en la cubierta en un ángulo confuso, con las barras y crucetas ligeramente arrugadas por el impacto. La grúa en el extremo más cercano está relativamente intacta, lanzándose hacia el cielo como el armazón de un falo. Clarke emerge dentro de su sombra, dentro de algo que una vez fue una cabina de control de alguna clase. Ahora la caseta es una ruina rectangular, ninguna de las cuatro paredes permanece intacta y el mismo techo yace en mitad de la cubierta. Hubo paneles de control y electrónica aquí. Reconoce la silueta general de los instrumentos semifundidos.

    Así es cómo se ha destruído completamente la cabina: Lenie Clarke puede pasar dentro de la cubierta principal sobre lo que que queda de las paredes. Todo este espacio, esta visibilidad ininterrumpida, la incomoda. Durante cinco años se ha escondido bajo la pesada oscuridad reconfortante del Atlántico Norte, pero aquí arriba... aquí arriba puede verlo todo hasta el borde del mundo. Se siente desnuda, como un objetivo: visible desde una distancia infinita.

    Lubin es una figurita de espaldas en el lado alejado de la plataforma que se inclina sobre la barandilla oriental. Clarke camina hacia él, sorteando los escombros, de pronto ausente al gemido de las gaviotas. Se acerca al borde y combate un momentáneo vértigo: el Archipiélago Sable se extiende ante ella como una insignificante cadena de puntos arenosos en mitad del océano. Aunque el más cercano parece bastante grande desde aquí, su espina dorsal está envuelta de vegetación parda, su playa se alarga hacia el sur casi fuera de la visual. A esa distancia, a Clarke le parece ver manchitas en vago movimiento.

    Lubin lleva unos binoculares y está moviendo la cabeza lentamente por la panorámica de un lado a otro, escaneando la isla. No dice nada cuando Clarke se le une en la barandilla.

    —¿Los conocías? - pregunta ella en voz baja.

    —Quizá. No sé quien estaba aquí fuera cuando sucedió.

    Lo siento, casi dice ella pero, ¿de qué iba a servir?

    —Quizá lo vieron llegar. - sugiere ella. —Quizá escaparon.

    Él no aparta la mirada de la costa. Los binoculares prolongan su ojos como antenas tubulares.

    —¿Es seguro quedarnos así, al descubierto? - pregunta Clarke.

    Lubin se encoge de hombros, frío e indiferente a la seguridad.

    Ella mira hacia abajo por la costa. Las manchas que se mueven son un poco más grandes ahora. Al parecer, algún tipo de animal. Parece que van en su dirección.

    —¿Cuando crees que pasó? - De pronto le parece importante hacerle hablar.

    —Ha pasado casi un año desde que recibimos una señal de ellos. - dice él. —Pudo haber sido en cualquier momento después de eso.

    —Pudo haber sido la última semana. - remarca Clarke.

    Hubo una vez un tiempo en que sus aliados tenían mucha más fe en su correspondencia. Incluso entonces, el silencio prolongado no siempre significaba algo. Había que esperar hasta que nadie estuviera escuchando. Tenías que tener cuidado para no mostrar tus cartas. Ambos contactos, Cuerpo y Rifter se oscurecían de vez en cuando en los viejos tiempos. Incluso ahora, después de un año de silencio, no es ilógico mantener la esperanza en busca de noticias algún día. Cualquier día. Excepto ahora, por supuesto. Excepto desde aquí.

    —Hace dos meses. - dice Lubin. —Al menos.

    Ella no pregunta cómo lo sabe. Sigue su mirada ampliada por la orilla.

    Oh Dios mío.

    —Son caballos. - susurra ella, sorprendida. —Caballos salvajes. Cielo Santo.

    Los animales están lo bastante cerca ahora para ser inconfundibles. Una imagen espóntanea le viene a la mente: Alyx en el suelo de su prisión marina, Alyx diciendo que este es el mejor lugar en el que podría estar. Clarke se pregunta lo que diría ahora al ver la naturaleza. Pensándolo mejor, probablemente no la impresionaría. Ella era una niña Cuerpo, después de todo. Probablemente había recorrido el mundo una docena de veces antes de los ocho años. Quizá incluso tuviera un caballo.

    La manada corre en estampida por la playa. —¿Qué están haciendo aquí fuera? - se pregunta Clarke.

    Sable no es una isla adecuada ni antes de que los mares emergentes la partieran. No ha sido más que una glorificada duna de arena, reptando por los bordes exteriores de los campos agotados de petróleo de la Cuenca bajo la influencia del viento y las corrientes. Ni siquiera puede ver ningún árbol o arbusto en esta isla particular, sólo una crin de juncos que recorre su columna vertebral. Parece absurdo que tal mancha insignificante de tierra pueda contener criaturas tan grandes.

    —Focas, también. - Lubin señala la orilla norte, aunque lo que sea que él ve está demasiado lejos para la visión común de Clarke. —Aves. Vegetación.

    La disonancia de eso cala. —¿Por qué ese repentino interés en la vida salvaje, Ken? Nunca te tomé por un amante de la naturaleza.

    —Está toda sana. - dice él.

    —¿Qué?

    —No hay cuerpos ni esqueletos. Ni siquiera parecen enfermos. - Lubin se quita los binoculares y los guarda en su mochila. —La hierba está más marrón, pero supongo que eso es normal. - Suena casi decepcionado por algo... el βehemoth, descubre ella. Eso es lo que está buscando.

    Con suerte, aquí arriba el mundo arde en sus zonas críticas. Al menos quema aquellas lo bastante pequeñas para llevar algo de esperanza de confinamiento, a cambio de las vidas y tierra perdidas por las llamas. El βehemoth amenaza la bioesfera entera, después de todo. A nadie le importan los daños cuando los riesgos son tan altos.

    Pero Sable está sana. Sable no ha ardido. Lo que implica que la destrucción en torno a ella no tiene nada que ver con el confinamiento ecológico. Alguien les está cazando.

    Clarke no puede culparles en realidad, quienesquiera que sean. Ella había podido morir aquí arriba con todos los demás si los Cuerpos se hubieran salido con la suya. Atlantis sólo se construyó para los Entusiastas y Agitadores del mundo. Clarke y sus colegas sólo eran otro puñado de entusiasmados y agitados por lo que a la élite le concernía. La única diferencia era que Aquiles Desjardins les había dicho dónde era la fiesta para que pudieran aplastarla antes de que se apagaran las luces.

    Así que, si esto es la ira de los que fueron abandonados, no puede envidiarla. Ni siquiera puede rechazarla por estar en el lugar equivocado. Después de todo, el βehemoth fue culpa de Clarke.

    Recuerda la calma tras la tormenta. Quienquiera que hizo esto no estaba ni cerca de ser tan bueno como Desjardins. No eran malos, al menos fueron lo bastante listos para deducir el paradero general de Atlantis. La variante del βehemoth que reequipaba totalmente la derrota de la inmunidad retroajustada que se suponía que protegía a sus ciudadanos. El hecho de que se acercaran lo bastante a la semilla de β-Max en la vecindad correcta puede haber espoleado su juego, a juzgar por la cuenta de cuerpos que estaba empezando a aumentar. Phocoena entraba a escena.

    Pero aún no habían encontrado el nido. Merodeaban por el barrio, habían incendiado este bastión solitario en la frontera, pero después de todo este tiempo, Atlantis mismo continuaba eludiéndoles. Ahora bien, a Desjardins le llevó menos de una semana cercar trescientos sesenta millones de kilómetros cuadrados de lecho marino hasta un único par de latitud y longitud. No sólo pintó el centro de la diana, movió los hilos, borró las huellas y dispuso las tropas para llegar allí.

    Aquiles, amigo mío, piensa Clarke. En realidad nos vendría muy bien tu ayuda ahora mismo. Pero Aquiles Desjardins estaba muerto. Murió durante el asunto de Río. Incluso ser el mejor criminal de la ARISC no te sirve de mucho cuando te cae un avión en la cabeza.

    Hasta donde Clarke sabe, puede haber muerto a manos de la mismas personas que hicieron esto.

    Lubin está andando por la plataforma. Clarke le sigue. El viento se desliza a su alrededor, frígido y mordiente. Casi podría jurar que siente sus dientes a través de su inmersopiel, aunque puede ser su imaginación, algún túnel de viento accidental de tuberías y plantas lastimeras como si estuvieran atormentadas.

    —¿Qué mes es? - pregunta ella en alto.

    —Junio. - Lubin se está encaminando hacia el heliopuerto.

    El aire parece mucho más frío de lo que debería estar. Quizá esto es lo que pasa desde que desapareció la Corriente del Golfo. Clarke nunca ha sido capaz de sacarse de la cabeza esa paradoja: que el calentamiento global estuviera convirtiendo Europa oriental en Siberia...

    Unas escaleras de metal conducen hacia la parte de arriba de la plataforma. Pero Lubin, no las sube, se queda al pie y se apoya sobre una rodilla junto al lado inferior del armazón. Clarke se dobla a su lado. Ella no ve nada salvo metal con pintura arañada.

    Lubin suspira. —Deberíais volver. - dice él.

    —Olvídalo.

    —Más de alla de este punto no podré traerte de vuelta. Prefiero permitirme un retraso de cuarenta y seis horas que permitirme que alguien me delate una vez que lleguemos a tierra firme.

    —Supéralo, Ken. ¿Qué te hace pensar que voy a ser más fácil de convencer ahora?

    —Las cosas son peores de lo que esperaba.

    —¿Cómo, exactamente? Esto ya es el fin del mundo.

    Él señala a un punto bajo las escaleras donde se ha rascado la pintura.

    Clarke se encoge de hombros. —No veo nada.

    —Correcto. - Lubin se gira y empieza a retroceder hacia los restos chamuscados de la cabina de control.

    Ella se pone en marcha tras él. —¿Y bien?

    —Dejé aquí un grabador de repuesto. Se parecía a un remache. - Él extiende la mano, junta pulgar e índice casi tocándose, para medir. —Incluso pintado encima, yo nunca habría sido capaz de encontrarlo. - Extiende el índice, la mano indicadora de Lubin describe una línea imaginaria entre la cabina y la escalera. —Se acerca a la línea visual para minimizar el consumo de energía. Emisión omnidireccional, imposible de rastrear. Suficiente memoria para una semana de charla rutinaria, además de todo lo que pudieran haber enviado en nuestra dirección.

    —Eso no es mucho. - remarca Clarke.

    —No era un grabador a largo plazo. Cuando se acaba, nueva memoria sobrescribe la antigua.

    Una caja negra, entonces. Un recuerdo móvil del reciente pasado. —Así que, esperabas que pasara algo así. - murmura ella.

    —Estuve esperando que si algo sucedía, al menos sería capaz de recuperar algún tipo de registro. No contaba con perder el grabador. Yo era el único que sabía que estaba aquí.

    Han regresado a la cabina de radio. El dintel ennegrecido aún está en pie, un absurdo rectángulo que emerge de los escombros. Lubin, quizá debido a algún críptico respeto por el procedimiento estándar, lo atraviesa. Clarke simplemente pasa sobre los jirones de la pared más cercana a la altura de la rodilla.

    Algo cruje y se parte alrededor de su tobillo. Ella mira hacia abajo. Su pie está aprisionado en una ennegrecida caja torácica humana, su pierna emerge de un agujero donde solía estar el esternón. Casi puede sentir los nudos y protuberancias de la quebradiza columna bajo su pie.

    Si hay un cráneo, o brazos o piernas, deben de estar enterrados en los escombros circundantes.

    Lubin observa mientras ella retira el pie de los restos. Algo reluce tras sus tapas oculares.

    —Quienquiera que esté detrás de esto... - dice él, —... es más listo que yo.

    Su cara no es totalmente inexpresiva. Sólo lo parece para los no iniciados. Pero Lenie Clarke ha aprendido a leerle y Lubin no parece preocupado o enfadado. Parece nervioso.

    Ella asiente, impertérrita. —De modo que necesitas toda la ayuda que puedas conseguir.

    Desciende para seguirle.

Capítulo 34

    

Capítulo 34 - Ruiseñor

    Parecía que salieran de debajo de las piedras.

    A veces, esto era cierto literalmente, al incrementar el número de los que vivían en las alcantarillas y sumideros de tormenta como si unos metros de hormigón y roca pudieran contener lo que el cielo y la tierra no podían. Aunque la mayoría de las veces era sólo apariencia.

    La enfermería móvil de Taka Ouellette aparca en algún cruce de la carretera municipal, cerca de alguna ruinosa colección de casas, aparentemente abandonadas, e hileras de almacenes comerciales que vomitan un apático reguero de trasnochados ocupantes, más allá de toda esperanza desde hace tiempo pero dispuestos a padecer los acontecimientos de la vida que les quedaba. Eran los aislados desafortunados que no habían llegado hasta una Zona de Gestión de Pestes. Eran los escépticos formales que no se habían percatado, hasta ya demasiado tarde, que esto era real. Eran los fatalistas y los empiristas que recordaban el siglo previo y se preguntaban por qué había tardado el mundo tanto tiempo en llegar a su fin.

    Eran las personas que apenas valía la pena salvar. Taka Ouellette era más lista. Ella era la persona apenas competente para salvarles.

    Rossini llegaba desde la cabina tras ella. El siguiente paciente de Ouellette dio un tambaleante paso al frente, ajena a la música. Una mujer que podría haber sido descrita como de mediana edad: de piel flácida, de miembros rígidos, de piernas que se movían con algún piloto automático semifuncional. Una de ellas, casi dislocada mientras ella se acercaba, enviaba aquel triste cuerpo avanzando de lado. Ouellette extendió los brazos pero la mujer se corrigió a sí misma en el último momento, se mantuvo erguida más por accidente que por esfuerzo. Ambas mejillas eran moradas almohadas hichadas: los ojos reumáticos sobre ellas parecían fijos en algún punto indeterminado entre el zénit y el horizonte. Su mano derecha era una garra infectada, doblada por un corte supurante.

    Ouellette desenfocó los daños alarmantes y amplió los sutiles: dos melanomas visibles sobre el brazo izquierdo; temblores en el derecho; alguna oscura tapicería, que parecía envenenamiento sanguíneo, subía por la muñeca desde la palma lesionada. Los síntomas normales de la malnutrición. La mitad de los signos eran consistentes con el βehemoth. Ninguno era incontrovertible. Aquí había una mujer que sufría violencia en varios órdenes de magnitud.

    Ouellette ensayó una sonrisa profesional, aunque la imitación nunca había sido su fuerte.

    —Veamos si podemos arreglarlo.

    —No pasa nada. - dijo la mujer, mirando a las estrellas.

    Ouellette trató de guiarla hacia la furgoneta con una mano enguantada (tampoco es que necesitara guantes, por supuesto, pero estos días no era sabio recordar a la gente tales cosas). La mujer se apartó ante su tacto... —No pasa nada. No pasa nada... - Trastabilló contra algún muro invisible y tropezó, fijando la vista al cielo, ajena a la tierra. —No pasa nada...

    Ouellette la soltó.

    El siguiente paciente no estaba consciente y no habría sido capaz de moverse aunque lo hubiera querido. Llegó sobre un camilla improvisada como un rezumante rompecabezas de lesiones y espasmos, nervios cortocircuitados y órganos que no se habían molestado en esperar a que el corazón cediera antes de empezar a pudrirse. El enfermizo olor dulzón de la orina fermentada y heces le rodeaba como una mortaja. Sus riñones y su hígado participaban en una carrera para ver quién le mataba primero. Ella no podía anticipar el ganador.

    Un hombre y dos infantes de sexo indeterminado habían arrastrado este cuerpo que respiraba ante ella. Sus propias caras y manos estaban descubiertas, por ignorancia o desafío a las medidas de protección promovidas por los interminables anuncios del servicio de salud pública.

    Ella negó con la cabeza.. —Lo siento. Está terminal.

    La miraron a los ojos con una súplica desesperada que rayaba la locura.

    —Puedo matarle para vosotros. - susurró ella. —Puedo incinerarle. Eso es todo lo que puedo hacer.

    Aún así, no se movieron.

    Oh, Dave. Gracias a Dios que te moriste antes de llegar a esto...

    —¿Entendéis? - dijo ella. —No puedo salvarle.

    Aquello no era nada nuevo. Cuando llegaba el βehemoth, ella no salvaba a nadie.

    Podía hacerlo, por supuesto, si fuera una suicida. La protección contra el βehemoth venía empaquetada en un sedante y una compleja serie de retroajustes genéticos, una línea de montaje que tardaba días. Pero no había razón técnica por la que el hombre no podría ser montado en una camilla portátil y llevado a la carretera. Algunas personas habían hecho lo mismo no mucho tiempo atrás. Luego era hecho pedazos miembro por miembro por hordas demasiado desesperadas para esperar en la cola, quién no se fiaba del suministro se excedía en la demanda para seguir siendo un paciente por un poco más de tiempo.

    Por ahora, aquellos lugares que ofrecían una cura real eran todos fortalezas construídas para aguantar la desesperación de las turbas, construídas para reforzar la paciencia necesaria. Más allá de esos epicentros, Taka Ouellette y los de su clase podían caminar entre los enfermos sin temer a la enfermedad. Pero habría sido una sentencia de muerte ofrecer una cura a estas alturas. Todo lo que podía hacer aquí era suministrar retrovirales, arreglos a medias que permitían sobrevivir a la espera de una cura real. Todo lo que podía hacer era ralentizar el proceso de muerte.

    Ella no se quejaba. En tiempos más complacientes, sabía ella, no podría haberse fiado de hacerlo. Eso difícilmente la hacía única: el cincuenta por ciento de todo el personal médico se había graduado en la mitad del fondo de su clase. Daba igual cómo se hacía una vez que se tenía el título.

    Aunque incluso ahora había una jerarquía. Los de la Liga de la Hiedra, los laureados con el Nobel, los Meatzarts... aquellos hacía tiempo que habían ascendido a los cielos con las alas de la ARISC. Allí trabajaban en el lujo remoto. Todos los recursos de última tecnología al alcance de la mano se usaban para salvar lo que quedaba del mundo.

    Un nivel más abajo estaban los betas: los sólidos y eficientes del cortar y pegar, los genios de los geles, sin premios, pero sin enormes listas de juicios pendientes por mala praxis. Esos laboraban en los castillos que se habían acumulado en torno a cada fuente de salvación de primera línea. La asamblea hacía cola por aquellas fortificaciones como un perverso tracto gastrointestinal. Los enfermos y moribundos eran engullidos por un extremo, pasaban por bucles y hélices de maquinaria que les pinchaban, sacaban muestras y aplicaban dosis con lo opuesto a las enzimas digestivas: genes y químicos que empapaban la carne licuefactada para reconstruirla de nuevo.

    El paso a través de las entrañas de la salvación era de los árduos, ocho días desde la ingestión hasta la defecación. La cola era larga pero no ancha. Las economías de escala era complicado que llegaran al paisaje poscorporativo. Sólo una fracción de los afiglidos quedaba inmunizada, pero aquellos suertudos debían sus vidas a las sólidas abejas anónimas del segundo nivel.

    Y luego estaba Taka Ouellette, que apenas podía recordar el tiempo en que había sido un miembro de la colmena. Si no hubiera sido por esa parte del protocolo de descontaminación, aplicado inconscientemente, aún podría estar trabajando en línea desde Boston. Si no hubiera sido por aquel pequeño desliz, Dave y Crys aún podrían estar vivos. No había en realidad modo de saberlo con seguridad. Sólo quedaba la duda, el ¿qué hubiera pasado si...?, y la disipada memoria en la que vivía como una endocrinóloga, una esposa y una madre.

    Ahora era sólo un soldado de a pie que patrullaba los arrabales con su clínica móvil de entrega fácil y su oferta de milagros obsoletos. No le habían pagado en meses, pero no le importaba. Al menos, la habitación y el tablero eran gratis y de todos modos no sería bienvenida en Boston: podría ser inmune al βehemoth pero también podía llevarlo con ella. Tampoco eso le importaba. Esto era suficiente para mantenerla ocupada. Era suficiente para hacerla sentir viva.

    Finalmente, en silencio, el cuerpo que respiraba se había retirado de la competición. Los subsequentes pretendientes no se habían frotado las narices lo bastante ante su propia inefectividad. Durante las últimas horas, ella había estado tratando más tumores que victimas de la plaga. Eso era inusual para una ZGP. Aún así, los cánceres se podían extirpar. Era trabajo simple, trabajo de dron. La clase de trabajo que a ella se le daba bien.

    Así que, aquí estaba, entregando bloqueadores de angiogénesis raf-1 y retrovirales en un arruinado paisaje bochornoso donde el mismo ADN había perdido el interés por dar un paseo. Había algo de verde allí fuera si buscabas lo suficiente. Era primavera, después de todo. El βehemoth siempre moría un poco durante el invierno, le daba a los viejos inquilinos una oportunidad de germinar y florecer cada nuevo año antes de volver a acelerar la competición. Y Maine estaba casi tan lejos como se podría ir sin mojarte los pies desde la incursión inicial del Pacífico. Si vas un poco más lejos, necesitas una barca y un buen disruptor para mantener a raya los misisles.

    Hoy en día, por supuesto, quedarse en tierra ya no era una garantía de que los EurAfricanos no iban a dispararte. Había habido un tiempo cuando sólo disparaban a los objetivos que intentaban cruzar el charco, pero tras una media docena de ataques de misiles desde el Este, les picaba obviamente la idea de un confinamiento más efectivo. Era una maravilla que todo el tablero marino no se hubiera convertido en cristal a estas alturas. Si se daba crédito a los despachos, las defensas de la NAm aún mantenían a raya lo peor de ello. Aún así, las defensas no aguantarían para siempre.

    Rossini dio paso a Handel. La cola de Ouellette estaba creciendo. Quizá tres personas acumuladas por cada dos atendidas. Todavía no era nada de lo que preocuparse, había una masa crítica, cierto umbral de responsibilidad personal bajo el que las multitudes casi nunca se ponían desagradables. Estos tipos no parecía que tuvieran la fuerza para volerse locos aún cuando estuvieran motivados a ello.

    Al menos los farmacias habían dejado de cobrar por las medicinas que ella dispensaba. No habían querido hacerlo, por supuesto: hey, ¿pensaba alguien que todos esas pociones mágicas de la R&D eran gratis? Aunque al final, no había habido mucha elección. Incluso las pequeñas multitudes se ponían feas cuando les demandabas pagar por adelantado.

    Un antebrazo del tamaño del tronco de un árbol, desfigurado por las enfermedades usuales: la lepra, el matiz plateado de la fase uno del βehemoth, unos cuantos melanomas, y... Espera un segundo. Esto es raro. La hinchazón y las manchas rojas eran consistentes con la infección por picadura de insecto, pero las marcas del pinchazo...

    Ella alzó la vista a la cara por encima del brazo.. Un hombre de piel de cuero de unos cincuenta años le devolvió la mirada a través ojos vidriosos con capilares reventados. Por un momento pareció que su mismo volumen estaba oscureciendo la luz, pero no... sólo era polvo acumulado por encima mientras ella había estado ocupada en otras cosas.

    —¿Qué te hizo esto? - preguntó ella.

    —Bicho. - Él asintió con la cabeza. —La semana pasada. Pica como un bichazo.

    —Pero hay cuatro agujeros. - ¿Dos picaduras?

    ¿Dos juegos de mandibulas en un único bicho?

    —Tenía unas diez piernas, también. Un bichazo un poco raro. Le he visto por ahí una o dos veces. Aunque nunca me había picado antes. - Sus ojos rojos se entornan con repentina preocupación. —¿Es venenoso?

    —Probablemente no. - Taka sondea la hinchazón. Su paciente hace muecas de dolor, pero lo que sea que le ha picado no parecía haber dejado nada dentro. —En realidad no, no si ocurrió la semana pasada. Puedo darte algo para la infección. Es bastante leve, comparado con...

    —Ya. - dice su paciente.

    Ella vierte un poco de antibiótico en la picadura. —Puedo darte una inyección de antihistamínicos. - dice ella a modo de disculpa, —Pero los efectos no duran, me temo. Si el picor empeora demasiado, pues... siempre puedes mear en la herida.

    —¿Mear en la herida?

    —La urea tópica es buena para las picaduras. - le dice Taka. Ella le tiende una cubeta cargada, él acepta el requisito de la ofrenda de sangre. —Ahora, si puedes...

    —Conozco el camino.

    Un túnel, un cilindro ligeramente aplastado, lo bastante grande para un cuerpo, perfora la EM de un lado al otro: un par de bocas ovales opuestas, conectadas por un sensor alineado a la garganta. Una camilla extendida en el suelo de la boca más cercana como una lengua acolchada rectangular. El paciente de Taka se tumba bocarriba sobre ella. La furgoneta se inclina ligeramente bajo su peso. La camilla retrocede con un zumbido eléctrico. Lenta y suavemente, el hombre desaparece dentro de una boca y sale por la otra. Ha tenido más suerte que otros. Algunos entran y ya no salen El túnel también es un crematorio.

    Taka mantenía un ojo sobre las lecturas RMN, el otro sobre el trabajo sanguíneo. De tiempo en tiempo, ambos ojos se movían incómodamente hacia la creciente fila de pacientes.

    —¿Y bien? - vino la voz del hombre desde el otro lado de la furgoneta.

    Él había estado aquí antes, notó ella. Sus retroajustes secundarios ya se habían asentado en sus células.

    Y su Fase Uno aún seguía avanzando.

    —Bueno, ya sabes de tus melanomas, obviamente. - remarcó ella cuando él llegó doblando a esquina. Sacó un extensor de tiempo raf-1 del dispensador y lo cargó. —Esto extinguirá los tumores de tu piel y algunos otros que se están cocinando dentro de ti de los que probablemente no sabías nada. ¿Entiendo que has estado en un enclave recientemente o una ZGP?

    Él gruñó. —Vine aquí hace un mes. Quizá dos.

    —Aajá. - Los generadores de campo estático instalados en tales lugares eran una bendición mezclada, en el mejor de los casos. Bañarte en esa clase de campo durante algún tiempo era garantía de hacer florecer los tumores en la carne como hongos en la mierda. La mayor parte de la gente lo consideraba el mal menor, aún cuando los campos no repelían tanto al βehemoth como meramente lo incapacitaban. Taka no preguntó lo que había inspirado a este hombre a abandonar esa protección por territorio enemigo. Tales decisiones raramente eran voluntarias.

    Él le ofreció el brazo: ella inyectó la cápsula subcutánea justo en el bícep.

    —Hay otro par de tumores, me temo. No tan vascularizados. Puedo quemarlos, pero tendrás que esperar hasta que esté un poco menos ocupada. No hay prisa.

    —¿Qué hay de la Bruja? - dijo él.

    La Bruja de Fuego, quería decir el βehemoth.

    —Em... según tu análisis de sangre, ya has tomado el cóctel. - dijo Taka, fingiendo comprobar de nuevo los resultados.

    —Lo sé. El pasado otoño. - tosió. —Aún sigo enfermando.

    —Bueno, si estabas infectado el pasado otoño, está haciendo su trabajo. Habrías muerto para el invierno sin él.

    —Pero sigo enfermando. - Él dio un paso hacia ella, un hombre grande, muy grande, de ojos rojos entornados en dos rendijas. Tras él, otros esperaban con paciencia limitada.

    —Deberíais ir a Bangor. - empezó ella. —Es el más cercan...

    —Ni siquiera te dicen que esperes en Bangor. - escupió él.

    —Lo que puedo hacer aquí, lo que... no es una cura. - explicó ella con cuidado. —Se supone que sólo te hace ganar algo de tiempo.

    —Lo hizo. Así que, dame más tiempo.

    Ella dió un cuidadoso y aplacante paso hacia atrás. Un paso más cerca del receptor de órdenes vocales para el sistema de defensa de la EM. Un paso lejos de los problemas.

    Los problemas dieron un paso hacia ella.

    —No funciona así. - dijo Taka en voz baja. —La resistencia ya está en tus células. Ponerla de nuevo no hará nada. Te lo garantizo.

    Por un momento, ella pensó que él iba a echarse atrás. Las palabras parecieron penetrar, la tensión cedió un poco en su postura. Las líneas alrededor de su ojos parecieron cambiar a una mezcla menos volátil de confusión y dolor, remplazando el miedo y la ira.

    Y entonces, retiró toda esa esperanza con la más severa sonrisa que ella hubiera visto jamás. —Tú estás curada. - dijo él y se movió.

    Era un peligro laboral. Aquí fuera, algunos creían que la resistencia se podía transmitir mediante contacto sexual. Eso hacía más fácil acostarse con alguien si te iban esas cosas: habían unos que tenían a los Immunizados en una estima casi cultista, en un congreso de súplica sexual como forma de inoculación. Aquello era un chiste a los ojos de Taka.

    Algo menos divertido eran los cuentos sobre médicos de campaña hechas prisoneras, violadas repetidamente en nombre de la salud pública. Taka Ouellette no tenía intención de ofrecerse a la causa del bien mayor.

    Como tampoco la cosa que ella liberó.

    La contraseña era Bagheera. Taka no tenía ni idea de lo que significaba, venía incluída con la furgoneta y nunca se había molestado en cambiarla.

    La cadena de eventos que se suponía que debía activar se detenía mucho antes de su progama completo. Al oir la llamada de su amo, las defensas de la EM prestarían atención: todos los puertos y orificios se cerrarían en firme, con excepción de la puerta de la cabina más próxima al operador autorizado. El grupo de armas en el techo de la EM, una hundida semiesfera reflectante en modo descanso, saldría de su silo como un reluciente falo cromado, a bastante altura para un disparo limpio sobre cualquiera que no se pegara defensivamente contra los lados del mismo vehículo. En caso de que alguno pudiera hacerlo, el chasis mismo se electrizaba con alto voltaje. El armamento primario empezaría con un haz colimado infrasónico capaz de vaciar las entrañas y estómagos a diez metros de distancia. Seguiría con una llamada de articulados láseres gemelos con diodo directo de 8000 watios que podían ajustarse para perforar o cegar. Siempre se prefería las armas sin proyectiles debido a problemas de munición. Sin embargo, para protegerse contra el riesgo de los espejos antiláser y aerosoles, las armas secundarias de proyectil estaban disponibles a la sabiduría del doctor de campo. El armazón de Taka también disparaba dardos con una toxina retocada para producir parálisis respiratoria en diez segundos.

    Nada de esto se suponía que se disparaba automáticamente. Bagheera sólo debería despertar aquel sistema en alerta máxima, contrarrestar una amenaza con otra mayor y dar al posible agresor la oportunidad de rendirse antes de que nadie saliera herido. No debería haber continuidad en ausencia de orden explícita de Taka.

    —Bagheera. - gruñó.

    Los láseres cortaron a discreción.

    No dispararon al hombre de ojos rojos. Empezaron a cortar por la fila detrás de él. Media docena de personas cayó bisectada, cauterizada, con todos sus problemas resueltos. Otras se quedaron mirando sin poder creer los limpios agujeros humeantes en sus miembros y torsos. Al otro lado de un repentino rompecabezas a la barbacoa, la hierba marrón empezó a arder. La Música Relajante sonaba de fondo sin perder un compás.

    Después de un momento que pareció una eternidad, la gente se acordó de gritar.

    El hombre de ojos rojos, con toda su amenazante bravata disipada, quedó de pie confundido y taladrado por una docena de dardos neurotóxicos. Jadeó en silencio mirando a Taka, tambaleante. Alzó las manos mostrando sus palmas, suplicando: maldita mujer, yo nunca prentendí...! Se derrumbó, rígido como el tétanos.

    La gente corría o se retorcía o yacía inmóvil en el suelo. Los láseres se hundían y zurcían, garabateando jerigonza ennegrecida sobre la tierra. El fuego destripaba aquí y allá entre las florituras y brillantes stacatos contra la luz.

    Taka tiró frenéticamente de la puerta de pasajeros. Afortunadamente, el sistema rebelde no había cargado el chasis eléctricamente, aunque sí la había dejado encerrada dentro. La puerta que se suponía que debía permanecer abierta, la ruta al refugio, estaba cerrada.

    Está online... ¿cómo en nombre de Dios puede estar online...? Pero podía ver la evidencia en el tablero del salpicadero, centelleando en escarlata. La EM tenía enlace satélite con el mundo por conexión inhalámbrica, con la monstruosa red que vivía y cazada aquí dentro, con... Una Madona. Una Lenie. Sólo podía ser eso.

    Otra revelación parpadeó en una parte diferente del salpicadero.

    Tardíamente, Taka leyó el letrero: la puerta del conductor estaba abierta. Saltó hacia la parte delantera del vehículo. Mantuvo los ojos mirando al suelo por algún impulso religioso que le advertía de la ira de Dios: si no lo veo quizá no me vea, pero podía oir la torreta justo por encima de ella, rastreando y disparando, rastreando y... Ella se apiló dentro de la cabina, cerró la puerta tras ella y puso el seguro.

    Los ojofonos de la cabina estaban en el suelo al lado del asiento. Una diminuta aurora de luz serpenteaba por la cubierta desde sus oculares. Cogió los fonos y se los puso en la cara.

    La cara retorcida de la Madona rabiaba dentro de una entrada de datos sobre la pantalla principal.

    No había sonido... Taka dejó silenciados los auriculares. Joder. Entró por el GPS. Ella siempre dejaba el GPS apagado cuando no estaba viajando. La invasora debe de haberse colado en el sistema. Apagó la navegación. La cosa gritante en la pantalla desapareció. Por encima, los láseres cesaron el fuego con un gemido.

    La Música Relajante había terminado en algún momento durante la masacre. Tchaikovsky había pisado en el hoyo. Iolanta.

    Pareció pasar mucho tiempo antes de que ella osara moverse.

    Apagó la música. Se abrazó a sí misma, temblando. Trató con todas sus fuerzas de no gritar como una niña asustada. Se dijo a sí misma que había hecho todo lo que podía.

    Se dijo a sí misma que podía haber sido peor.

    Las Madonas podían hacer casi de todo en su propio entorno. Navegar a través de las paredes y los cables y las longitudes de onda de la NAmRed, podían entrar en casi cualquier sistema, subvertir casi toda salvaguarda, derrumbar casi cualquier calamidad sobre las cabezas de la gente para las que el desastre se había convertido desde hacía mucho tiempo en su status quo. Justo la semana antes, uno había abierto brecha en las rutinas de control de caudal de alguna presa en las Rocosas. Había vaciado un reservorio entero sobre una sorprendida población que dormía a la sombra del paso del vertido.

    Forzar el acceso dentro de una cutre EM habría sido una minucia para tal criatura.

    Al menos no había ocurrido porque ella la hubiera descargado. No había espacio. Ni los chips de navegación ni los del sistema de armamento estaban ni cerca de ser lo bastante grandes para aguantar algo tan complejo. Y el sistema médico, el único hábitat en la furgoneta que podría contener algo de ese tamaño, se desconectaba de la red manualmente salvo para las actualizaciones predispuestas. Los monstruos podía hacer un montón de cosas en el espacio virtual, pero aún no habían averiguado cómo alcanzar el mundo real y cambiar físicamente el estado de un interruptor. Así que, este había extendido sus largos dedos perversos desde algún nodo lejano, trayendo el caos desde una distancia que Taka había bloqueado.

    Su propia imagen la estaba mirando, atormentada y hueca, desde el salpicadero oscurecido. El pérspex, sutilmente convexo, estiraba su reflejo longitudinalmente, lo volvía demacrado hasta atenuarlo totalmente.

    Un frágil refugio de algún planeta de baja gravedad, civilizado y poblado. Desterrado de un mundo infernal donde incluso tu propia armadura se volvía contra ti.

    ¿Y si he... ? pensó ella, y no quiso pensar más.

    Cautelosamente, quitó el seguro de la puerta y saltó a la tierra de exterminio. Aún había un buen número de pacientes a la vista. Ninguno de pie, por supuesto. Pocos se movían.

    ¿Y si no he...?

    —Hola! - llamó a las calles vacías y oscuras fachadas.

    —¡No pasa nada! ¡Se ha ido! ¡Lo he desconectado!

    Lamentos desde los heridos. Nada más.

    —¡Alguien! ¡Me vendría muy bien una mano aquí! Tenemos... tenemos...

    ¿Y si no apagué el GPS? Ella negó con la cabeza. Ella siempre lo dejaba offline. No recordaba específicamente haberlo hecho esta vez, pero nunca se acuerda una de estas cosas rutinarias. —¿Alguien?

    Quizá la jodiste. No sería la primera vez.

    ¿Verdad, Dave?

    Parecía tan oscuro de pronto. Ella alzó los ojos desde la carnicería, el crepúsculo estaba sangrando hacia el oeste. Fue cuando ella percibió las estelas.

Capítulo 35

    

Capítulo 35 - Condón

    El compartimento del Phocoena se ilumina con datos de inteligencia. El periscopio envía datos en tiempo real del paisaje nocturno marítimo: oscuras olas chispeantes al frente, negros dedos de tierra seca a un lado. Una jungla de brillantes edificios se levanta por encima del litoral en el centro de la pantalla, acurrucados juntos en la oscuridad circundante. Unas encajadas siluetas apagadas hacia el sur imitan los restos de otra ciudad entera al sur del Estrecho, abandonada en el curso de alguna evacuación reciente.

    La ciudad de Hálifax. O mejor dicho, la sitiada ciudad estado en la que evidentemente Hálifax se ha convertido.

    A simple vista ocupa el cuadrante superior izquierdo del panel principal. Junto a ella, una interpretación de color falso de la misma vista muestra una borrosa nube que envuelve los edificios iluminados. A Clarke la escena le recuerda el manto de una medusa que encierra sus órganos vitales. La mortaja es totalmente invisible para ojos humanos, incluso para ojos Rifter. Para la percepción extendida espectral del Phocoena, parece un halo azul de rayos térmicos.

    —Ionización por campo estático. - dice Lubin.

    Un domo de electricidad para mantener a raya las partículas aéreas. La frontera hacia el mar está bajo custodia. Tampoco es que Clarke haya esperado poder colarse sin más en el puerto y hacer la siguiente parada en la tienda de almejas local. Sabía que habría algún tipo de seguridad en el lugar. Lubin estaba esperando minas, de modo que los últimos cincuenta kilómetros, el Phocoena suelta hacia la costa un par de drones que zigzaguean más adelante como cebo para las contramedidas ocultas que se entierran en sus madrigueras a la espera. Despertada por el sonido de maquinaria que se aproxima, una se dispara dede el fango y traza espirales hacia el dron más cercano, concluyendo con un inofensivo golpe metálico. Ese simulacro solitario es la única contramedida con la que se cruzan sobre la pendiente exterior. Lubin imagina que las defensas de subsuperficie de Hálifax deben de haberse agotado tras repeler incursiones previas. El hecho de que no las hayan reabastecido no presagia nada bueno sobre la producción en masa de bienes industriales en la vecindad. Contra todo pronóstico, han navegado sin desafíos todo el camino hasta aquí, el exterior mismo del Puerto de Hálifax. Sólo que es pronto para decirlo. Lo que quiera que sea, es virtualmente invisible para las luces del submarino. Es incluso menos visible para el sonar, el cual apenas puede recibir puntos vacíos. Una diáfana membrana transparente se extiende desde el lecho marino hasta la superficie: el periscopio muestra una línea de flotación que soporta el borde superior varios metros por encima de las olas. Parece alargarse a lo largo de toda la boca del puerto. Se ondula hacia dentro como si el Atlántico se apoyara sobre ella desde el exterior. Puntitos destellan con fría luz azul por el exterior, rielan dispersadamente como polvo de estrellas rebotando en la suave subsuperficie. Clarke reconoce el efecto. No es la membrana la que brilla, sino las diminutas criaturas bioluminiscentes que colisionan con ella.

    Parece plancton. Es motivador que aún exista tan cerca de la orilla.

    Lubin muestra menos interés en el espectáculo de luces que en lo que lo origina: —Debe de ser semipermeable.

    Eso explicaría la imposibilidad oceanográfica que se esconde en su presencia, una repentina haloclina emergiendo en su camino como un muro. Los límites discretos son bastante comunes en el mar: agua que yace encima de salina más pesada, agua caliente sobre la fría. Pero la estratificación siempre es horizontal, liviano sobre pesado tan inevitable como la gravedad. Una haloclina vertical parece violar las mismas leyes de la física. La misma membrana puede haber sido indetectable al sonar, pero la total discontinuidad de borde afilado que produce se muestra como una pared de ladrillo a mil metros de distancia.

    —Parece bastante endeble. - remarca Clarke. —No es suficiente para evitar que entremos.

    —No está ahí para nosostros. - dice Lubin.

    —Bueno, ya. - Es un filtro para el βehemoth, obviamente. Y debe de estar bloqueando un montón de otras partículas también para generar esta clase de densidad desequilibrada. —Lo que digo es que podemos perforarla.

    —No lo creo. - dice Lubin.

    Él baja el periscopio desde la superficie y lo envía a espiar la barrera. En el panel, el acorbadado paisaje urbano desaparecere con un remolino de burbujas y oscuridad. Clarke mira el amarre del periscopio por la ventana, una pálida hebra de fibra óptica que se deserrolla por encima. El periscopio mismo es prácticamente invisible, un pequeño milagro de la dinámica del contraespionaje.

    Clarke lo observa en la pantalla táctica. Lubin acerca un dron hasta medio metro de la membrana: una vaga bruma amarilla se resuelve en la pantalla de la derecha, donde los ojos desnudos sólo ven oscuridad.

    —¿Qué es eso? - se pregunta Clarke. —Campo bioeléctrico. - le dice Lubin.

    —¿Es que está vivo?

    —No la membrana misma, probablemente. Supongo que funciona mediante algún tipo de neuronas de diseño.

    —¿En serio? ¿Seguro?

    Lubin niega con la cabeza: —Ni siquiera estoy seguro de que sea biológico... el campo de fuerza encaja, pero eso no prueba nada. - Él la mira. —¿Crees que tenemos un sensor para captar células cerebrales a cincuenta pasos?

    Ninguna réplica ingeniosa le viene a la mente. Clarke se gira hacia la claraboya y hacia la tenue aurora azul que destella más allá. —Como un gel inteligente anoréxico. - murmura ella.

    —Probablemente mucho más tonto. Y un mucho más radical... tendrían que ajustar las neuronas para que funcionaran a bajas temperaturas, alta salinidad... supongo que la misma membrana podría ocuparse de la osmorregulación.

    —No veo ningún vaso sanguíneo. Me pregunto cómo obtiene nutrientes.

    —Quizá la membrana también se encarga de eso. Los absorbe directamente del agua marina.

    —¿Para qué sirve?

    —¿Aparte de como un filtro? - Lubin se encoge de hombros. —Una alarma, diría yo.

    —Bueno, ¿qué hacemos?

    Lubin lo considera un momento. —Tocarla. - dice él.

    El periscopio se lanza hacia adelante. En la pantalla de amplio espectro, la membrana se enciende con el impacto, emite hebras brillantes como una fina tapicería venosa de rayos amarillos de luz visible, flotando ahí, inerte.

    —Mmm. - Lubin retira el periscopio. La membrana vuelve a su bajo brillo usual.

    —Si eso es una alarma,... - dice Clarke, —... supongo que acabas de activarla.

    —No. En tal caso Hálifax entraría en alerta roja cada vez que un trozo de sedimento a la deriva choca con el perímetro. - Lubin pasa el dedo por una barra de control: en la pantalla, el periscopio regresa hacia la superficie. —Pero apuesto a que esta cosa gritará muy alto si la atravesamos de verdad. No queremos esa clase de atención.

    —¿Y ahora qué? ¿Nos acercamos un poco a la costa y probamos una aproximación a tierra firme?

    Lubin niega con la cabeza. —Bajo el agua tenemos mejores opciones. Una aproximación a tierra será mucho más difícil. - Él recoge un casco del fuselaje y se lo coloca en la cabeza. —Si no podemos conseguir conexión estable, probaremos redes inalámbricas locales. Es mejor que nada.

    Él se pone el casco y extiende sensores internos para atenuar la datoesfera de encima. Clarke redirige la navegación al panel del copiloto y gira el Phocoena hacia aguas más profundas. Un kilómetro extra o así no debería interferir con la jábega de Lubin, y es algo inquietante estar en aguas tan poco profundas. Es como mirar hacia arriba para encontrar que el techo ha bajado mientras no estabas mirando.

    Lubin gruñe. —Tengo algo.

    Clarke pulsa dentro del casco de Lubin y divide los datos hacia su propio panel. La mayor parte del flujo es incomprensible: números, estadísticas y acrónimos que pasan demasiado deprisa para que pueda leerlos aún cuando pudiera darles sentido. O Lubin se ha hundido por debajo de las interfaces de usuario usuales o el Maelstrom se ha empobrecido tanto en los últimos cinco años que ya no puede soportar gráficos avanzados.

    Pero eso no puede ser. El sistema tiene bastante espacio para sus propios alter egos demoníacos y después de todo, estos no son nada sin gráficos.

    —Bueno, ¿y qué está diciendo? - pregunta Clarke.

    —Ataque de misiles de algún tipo, sobre Maine. Están enviando elevadores.

    Ella se rinde y se quita los fonos de los ojos.

    —Esa podría ser nuestra mejor forma de entrar. - murmura Lubin. —Todo vehículo colocado por la ARISC estará operando en un lugar seguro con acceso a buenos datos.

    —¿Y crees que el piloto estaría deseando recoger a un par de autoestopistas en mitad de una zona contaminada?

    Lubin gira la cabeza. Tenues rayos destellan alrededor de los bordes de sus ojofonos, tatuajes efímeros se posan en las cicatrices de sus mejillas.

    —Si hay un piloto... - dice él, —... quizá esté abierto a negociación.

Capítulo 36

    

Capítulo 36 - Gehena

    Taka Ouellette emergió en un paisaje nocturno de llamas. Conducía despacio a través de una cálida nevada seca, el campo de estática del parabrisas apenas mantenía los copos del cristal. Las cenizas se agitaban blancas como talco en los focos de la EM, una niebla de tierra polvorienta y vegetación cegaba la carretera al frente. Apagó las luces, pero los infrarrojos eran incluso peor: incontables partículas de hollín suspendido, los restos brillantes de puras llamas, aaaridos diablillos de polvo y serpenteantes rachas sobrecargaban la pantalla con artefactos de colores falsos. Finalmente, se decidió por un viejo juego de gafas fotoamplificadas de la guantera. El mundo se resolvió en blanco y negro, gris sobre gris. La visibilidad aún era terrible, pero al menos la interferencia quedaba enfocada.

    Quizá había supervivientes, se dijo a sí misma sin mucha esperanza. Quizá la onda expansiva no llegó tan lejos. Estaba a buenos diez kilómetros del punto donde su EM había emergido y había masacrado a los locales. No había visto ninguna cobertura cercana: ninguna alcantarilla para tormentas más que a unos cuantos niveles de profundidad y si había algun refugio reforzado en las proximidades, sus pacientes supervivientes no se habían mostrado inclinados a decírselo. Así que, había huído hacia el este mientras las estelas trazaban arcos por encima, se había enterrado ella misma en un túnel de servicio unido a un agujero de marea abandonado taladrado desde Penobscot Bay. Hacía algunos años, los chamanes habían prometido que ese agujero mantendría las luces encendidas desde Portland hasta Eastport, el mundo sin final. Pero, por supuesto el mundo había acabado incluso antes de que hubieran instalado la primera turbina. Ahora el túnel no hacía nada salvo proteger a los enterrados mamíferos de las consequencias a corto plazo por sus propia estupidez.

    Diez kilómetros sobre caminos y carreteras sembradas de escombros que no habían visto servicio desde antes del βehemoth.

    No era nada próximo a un milagro que Taka hubiera escapado a salvo antes de que los misiles hubieran golpeado. O lo habría sido si los misiles hubieran causado realmente la devastación por la que estaba conduciendo ahora mismo.

    Estaba bastante segura de que no. De hecho, estaba bastante segura de que ni siquiera habían tocado el suelo.

    La colina por la que estaba subiendo ascendía cientos metros al frente. Los restos recientes le bloqueaban el paso a mitad de esa subida, los restos de algún edificio que había colapsado durante el ataque. Ahora sólo era una enorme colección derrumbada de humeantes bloques de carbonilla. Ni siquiera las gafas de Taka podían expulsar las sombras que infestaban esos escombros, todas las líneas rectas, ángulos afilados y oscuros paralelogramos vacíos.

    Era demasiada pendiente para la limitada tracción de la EM. Ouellette dejó la furgoneta a su propia suerte y escaló por las ruinas. Los bloques aún estaban calientes al tacto. El calor de la tierra calcinada penetraba las suelas de sus botas, un sutil calor, sólo desagradable por lo que implicaba.

    Junto a los escombros de la ladera de la colina, dejó atrás objetos ocasionales que mantenían cierta semejanza con huesos humanos. Estaba respirando entre los muertos. Quizá algunos de aquellos que inhalaba habían muerto incluso antes. Quizá algunos de los que ella había ayudado hoy aún estuvieran vivos, a pesar de todo. Ella obtuvo cierto alivio ante esa idea mientras subía la colina.

    Pero no. El paisaje que se extendía antes ella estaba tan destruído como el camino que acababa de subir: agitadas erupciones de blancas hogueras puntuaban una vista ennegrecida tanto por el carbón como por la caída de la noche. La tierra no había sido arrasada por misiles o micróbios, esta vez no. Lo que había hecho aquello aún era visible en la distancia: un diminuto óvalo oscuro en el cielo, apenas más negro que la nube que se amontonaba tras él, se suspendía algunos grados sobre el horizonte. Taka casi lo pasa por alto al principio incluso con las gafas. Su silueta era borrosa, brillando sobre la débil estática visual de fotones errantes irracionalmente potenciados.

    Pero las gotas de las llamas que se vertían desde su barriga al instante siguiente mostraron suficiente incluso a simple vista.

    Ni misil. Ni micróbio. Un Elevador, calcinando la distancia como ya había calcinado la parte delantera.

    Y hasta donde Taka Ouellette sabía, había sido ella la que lo había traído aquí.

    Oh, no era cierto del todo. Las purgas incendiarias a gran escala aún sucedían bajo pretexto oficial. Hubo en verdad un tiempo cuando eran bastante rutinarias. En los primeros días de pánico, cuando la gente pensaba que podría en verdad ser capaz de contener el βehemoth si tenían las pelotas de dar los drásticos pasos. Esos mismos tipos habían claudicado cuando fue bastante evidente que la NAm estaba reventando su propia reserva de napalm sin ningún efecto beneficioso, pero aún sucedía a veces en algunas de las zonas maass amplias del oeste. Hasta era posible que tales pasos pudieran haber sido llevados a cabo sin que la ARISC se molestara en sacar su personal de campo, aunque Taka lo dudaba, incluso ella no supo nada del asunto. No hace mucho tiempo, ella había permitido escapar a un monstruo en el mundo real. Las inundaciones y tormentas de fuego siempre parecían seguir el paso de tales brechas y Taka casi había olvidado el tiempo cuando creía en la coincidencia.

    No faltaban causas aproximadas. Quizá algún autopiloto rebelde víctima de la programación defectuosa, engañado por un error tipográfico para que quemara la parte equivocada del mundo. O quizá un piloto humano confundido por encriptación truncada, comandos mal captados a través de la estática e interferencias. Ninguno de aquellos detalles importaba. Taka sabía las preguntas más importantes: ¿quién había retocado el código que subvertía el piloto automático? ¿Qué había truncado las instrucciones oídas por alguien de carne y hueso? Ella sabía la respuesta, también. Habría sido obvio para cualquiera que hubiera visto al monstruo en sus ojofonos hacía algunas horas antes. No había accidentes. El ruído nunca era aleatorio y la misma maquinaria era maligna. Aquí, observando un crematorio fotoamplificado que se prolongaba hasta el mismo horizonte, estaba la única explicación que tenía sentido.

    Fuiste una científica una vez, se dijo a sí misma. Rechazaste totalmente la hechicería. Sabías lo que te protegía del prejuicio y la insensatez, y lo aprendiste todo de corazón: la deducción no es la causa. Nada es real hasta que se reproduce. La mente ve orden en el ruído, sólo confía en los números. Encantamientos de otro tipo, quizá. Unos no muy efectivos, no habían evitado, con toda su familiaridad, que aumentara la certeza de que ella misma había atraído a un espíritu maligno hasta dentro de su vehículo. Podía razonar el asombro supersticioso en su cabeza, justificarlo incluso.

    Su entrenamiento le había dado herramientas más que suficientes para eso. Espíritu sólo era una palabra, una conveniente etiqueta para una entidad de software virulento forjada en el paisaje darwiniano a cámara raapida que una vez se había llamado Internet. Taka sabía lo rápido que los cambios evolutivos podían crecer en un sistema donde cientos de generaciones pasaban en un suspiro. Recordaba otro tiempo cuando la forma de vida electrónica; sin diseñar, sin planificar y sin preveer, había crecido de forma tan pestilente que la misma red había adquirido el nombre de Maelstrom.

    Las cosas llamadas Lenies, o Destrozadores o Madonas; como los demonios del Evangelio, sus nombres eran legión; eran simplemente ejemplares de la selección natural. Ejemplares extremedamente exitosos: al otro lado del mundo, países enteros se envilecían ellos mismos en sus nombres. O en el nombre del icono sobre el cual estaban basados, al menos: alguna figura de culto semi-mitológica que había emergido de la breve prominencia sobre las faldas del βehemoth. Esto era lógica, no religión. Así que, ¿y si estas cosas tenían poder más allá de lo imaginable aún sin sustancia física? Así que, ¿y si vivían en los cables y los espacios inalámbricos entre los mismos y se movían a la velocidad de sus propios pensamientos electrónicos? Demonios, espíritus... accesos directos, no era superstición. Sólo metáfora, con más puntos de similitud que otras.

    Y aún así, ahora Taka Ouellette veía luces misteriosas centelleando en el cielo y notó que sus labios se movían con el tipo equivocado de encantamiento.

    Oh Dios, sálvanos.

    Giró y se encaminó colina abajo. Probablemente podría rodear el bloqueo, volver luego a la carretera para continuar su camino pero, ¿para qué? Era una pregunta de análisis de coste y beneficio, de vidas salvadas por unidad de esfuerzo. Ese valor con certeza sería mayor casi en cualquier parte menos aquí.

    El edificio colapsado asomaba al frente sobre la carretera de nuevo, gris y sin color en la luz amplificada. Las sombras angulares parecían diferentes, más ominosas desde este ángulo. Formaban toscas caras y partes corporales más allá de la escala humana, como si algún robot gigante cubista hubiera caído en una furiosa heap y estuviera invocando la fuerza para recomponerse a sí mismo de nuevo.

    Mientras empezaba ella a escoger camino alrededor de la pila, una de las sombras se separó y se movió para bloquearle el paso.

    —Cielos... - jadeó Taka. Sólo era un mujer, ahora la vió, y desarmada. Estos días se notaban tales cosas casi instintivamente, pero su corazón había saltado al instante en modo pelea/huye. —Jesús, me has asustado.

    —Lo siento. No era mi intención. - La mujer dio otro paso hacia el claro de los escombros. Era rubia, vestida todo de negro con una piel ceñida al cuerpo desde el cuello hasta los pies. Sólo sus manos y cabeza quedaban expuestas como partes sin cuerpo contrastando en la oscuridad. Era unos centimetros más baja que Taka.

    Había algo en sus ojos, también. Parecían demasiado brillantes. Probablemente un efevto visual, decidió Taka. La luz que reflejaba la humedad de la cornea, quizá.

    La mujer lanzó la barbilla sobre su hombro: —¿Esa ambulancia es tuya?

    —Enfermería Móbil. Sí. - Taka miró alrededor en tres sesenta. No vio a nadie más. —¿Estás enferma?

    Una carcajada, muy baja. —¿No lo está todo el mundo?

    —Quiero decir...

    —No. Aún no,.

    ¿Qué le pasa en los ojos? Era difícil de saber desde esa distancia. La mujer estaba a diez metros, pero parecía que podría estar llevando lentes nocturnas. En cuyo caso podía ver a Taka Ouellette mucho mejor que Taka Ouellette podía verla con esos chismes fotoamplificados.

    La gente en los yermos no estaban tan bien equipados, generalmente.

    Taka se llevó casualmente las manos a los bolsillos; el acto separó el abrigo Kimber edición estándar de su cadera. —¿Tienes hambre? - preguntó. —Hay un ciclador en la cabina. Los bloques saben como la mierda, pero si estás desesperada...

    —Siento todo esto. - dijo la mujer avanzando unos pasos. —En serio.

    Sus ojos eran vacíos, como bolas transparentes de hielo.

    Taka dio unos pasos atrás instintivamente. Algo le bloqueo la retirada. Se giró y se quedó mirando otro par de ojos vacíos dispuestos en una cara que parecía toda planos arañados y piedra tallada. No tuvo tiempo de alcanzar el arma. De algún modo, él ya la tenía en su mano.

    —Está bloqueada genéticamente. - dijo ella deprisa.

    —Mmm. - Él dio la vuelta al arma en su manos. Tenía la apariencia de un elogiador profesional. —Pedimos disculpas por la intrusión. - le dijo casi distraído, —Pero necesitamos que desactives la seguridad de tu vehículo. - Él no miró hacia ella.

    —No vamos a hacerte daño. - dijo la mujer desde atrás.

    Taka, nada tranquila por aquellas palabras, mantuvo sus ojos en el hombre que sostenía su arma.

    —Ciertamente, no. - coincidió él, alzando la vista por fín. —No mientras haya alternativas más eficientes.

    Bagheera era una contraseña. Había varias otras. Morris bloqueaba el kit entero para que ni siquiera Taka pudiera ponerlo en marcha de nuevo sin autorización eléctrica. Píxel pinchaba eléctricamente a todos los pasajeros que no despedían el perfil de feromonas de Taka.

    Tigre desbloqueaba las puertas y se hacía el muerto hasta que oyera a Taka decir Schroedinger: luego lo cerraba todo y bombeaba suficiente halotano dentro de la cabina para convertir a un asaltante de 110 kg en un saco de gelatina durante un mínimo de quince minutos. (Taka misma estaría despierta y sobre los intrusos en tan sólo noventa segundos; cuando le entregaron las contraseñas de la EM también retocaron su sangre con una enzima resistente.) Las Enfermerías Móbiles estaban llenas de recursos y tecnología. Los yermos estaban llenos de gente desesperada que literalmente se moría por un tiempo más de margen, cualquier margen. Las medidas anti-robo tenían todo el sentido del mundo y, como pequeña ironía, cuando se empeñaba en ello, la EM era mejor incapacitando y matando que curando a los enfermos.

    Ahora Taka estaba al lado de la puerta del conductor, los ojos blancos de los atuendos negros en cada lado. Ella repasó sus opciones.

    —Tigre. - dijo ella.

    La EM trinó y desbloqueó la puerta. La mujer la abrió y subió dentro de la cabina. Taka empezó a seguirla. Una mano se cerró sobre su hombro.

    Taka se giró para encarar a su captor: —Está bloqueda genéticamente también. Tendré que reconfigurarla si queréis conducir.

    —No. - le dijo. —Aún no.

    —El tablero está apagado. - dijo la mujer tras el volante.

    La mano sobre su hombro se tensó sutilmente, presionó hacia adelante. Taka se sintió guiada hacia la cabina. La otra mujer se deslizó sobre el asiento del pasajero para dejarle espacio.

    —En relidad,. - dijo el hombre, —Creo que dejaremos que la doctora ocupe el asiento del pasajero. - La mano presionó hacia abajo.

    Taka se agachó a través del lado del conductor, se deslizó entre el asiento y la palanca de marchas mientras la otra mujer dejaba la cabina por la puerta del pasajero. La mujer asió el borde de esa puerta y empezó a empujar para cerrarla.

    —No. - dijo el hombre, muy claramente. La mujer se congeló.

    Él estaba tras el volante ahora, su mano no había dejado el hombro de Taka ni por un instante. —Uno de nosotros se queda en el exterior de la cabina todo el tiempo. - le dijo a su camarada. —Y dejamos ambas puertas abiertas.

    Su camarada asintió. Él retiró la mano del hombro de Taka y miró a la oscura cara del panel del salpicadero.

    —Ponla en online. - dijo él. —Sólo tocando, sin control de voz. No enciendas el motor.

    Taka se quedó mirándole, inmóvil.

    La rubia se inclinó sobre su hombro. —No estamos bromeando contigo. - dijo ella tranquilamente. —En realidad no queremos hacerte daño, a menos que no haya otra elección. Apuesto a que es una actitud bastante caritativa para estos alrededores, así que, ¿por qué tientas a la suerte?

    Estos alrededores. Así que eran nuevos en la ciudad. No es que fuera una gran sorpresa. Estos dos estaban más lejos de los refugios de los yermos de lo que Taka había visto en años.

    Ella negó con la cabeza.. —Estáis robando una EM. Eso va a hacer daño a un montón más de gente que yo.

    —Si cooperas, la podrás recuperar dentro de poco. - le dijo el hombre. —Ponla en online. - Ella tecleó el teclado genético. El salpicadero se encendió. Él estudió la pantalla. —Así que, entiendo que eres una especie de empleada de salud pública itinerante.

    —Más o menos. - dijo Taka cautelosamente.

    —¿De dónde has salido? - preguntó él.

    —¿Salido?

    —¿Quién te indica la ruta? ¿Quién te reabastece?

    —Bangor, normalmente.

    —¿Su elevador te suministra en campo?

    —Cuando pueden permitírselo.

    Él gruñó. —Tu indicador de inventario está desactivado. - Habló como si fuera una sorpresa.

    —Aviso por radio cuando mi reserva está demasiado baja. - le dijo Taka. —¿Por qué...? ¡qué estás haciendo!

    Él hizo una pausa con los dedos posados sobre el menú GPS que él acababa de activar. —Estoy fijando algunas localizaciones. - dijo él cortésmente. —¿Hay algún problema?

    —¿Estás loco? ¡Es prácticamente línea recta! ¿Es que quieres que eso vuelva?

    —¿Qué es lo que quiere que vuelva? - preguntó la mujer.

    —¿Qué crees que hizo todo esto?

    Ambos la miraron sin expresión.

    —La ARISC, supongo. - dijo el hombre tras un momento. —Esto fue un incendio de confinamiento, ¿verdad?

    —¡Fue una Lenie! - gritó Taka.

    Oh Jesús ¿y si lo trae de vuelta y si lo...? Algo tiró de ella desde atrás y la hizo girar. Ojos glaciales se clavaron directamente en los de Taka. Ella podía sentir el aliento de la mujer contra su mejilla. —¿Qué acabas de decir?

    Taka tragó y trató de tranquilizarse. El pánico retrocedió ligeramente.

    —Escúchame. - dijo ella. —Esa cosa se coló en mi GPS la última vez. No sé cómo, pero si lo pones en online podrías llamarla. Ahora mismo, yo ni siquiera me arriesgaría a encender la radio.

    —¿Esa cosa...? - empezó el hombre.

    —¿Cómo puedes no conocerlas? - gritó Taka, exasperada. Los dos intercambiaron una indescifrable mirada.

    —Lo sabemos. - dijo el hombre. Taka notó con alivio que él había apagado el GPS. —¿Estás diciendo que eso fue el responsable por el ataque de misiles de ayer?

    —No, por supuesto que n... - Taka se detuvo. Nunca había considerado eso antes. —Nunca lo pensé. - dijo ella tras un momento. —Todo es posible, supongo. Algunas personas dicen que el MyA los reclutó.

    —¿Quién sino lo habría hecho? - se preguntó la mujer.

    —Eurasia. África. Cualquiera, en realidad.

    Un súbito pensamiento: —¿Vosotros no sois de...?

    El hombre negó con la cabeza. —No.

    Ella no podría en realidad culpar a los lanzadores de misiles, quienquiera que fueran. Según los despachos, el βehemoth aún no había conquistado tierras más allá del Atlántico. Aquella gente probablemente aún pensaba que podían contenerlo si esterilizaban la zona crítica. Una frase cosquilleó en la mente de Taka, algún manido eslogan que una vez se usó para justificar el índice astronómico de muertes. Ese era: El Bien Mayor. —Bueno. - siguió ella, —Los misiles nunca consiguieron llegar. - La mujer miró por la ventana, todo aquello había sido reducido a un gris preamanecer humeante.

    —¿Qué los detuvo?

    Taka se encogió de hombros. —El escudo de defensa de la NAm.

    —¿Cómo puedes saberlo? - preguntó el hombre.

    —Porque se vieron los rastros de reentrada cuando los antis bajaron desde la órbita. Se los vió bajar antes de que explotaran. Estallidos de humo, casi como fuegos artificiales.

    La mujer miró alrededor. —Así que, todo esto, ¿fue tu... tu Lenie?

    Un trozo de una canción muy vieja flotó en la mente de Taka. No hay accidentes por aquí...

    —¿Dijiste estallidos? - preguntó el hombre.

    Taka asintió. —Y las estelas descendieron antes de la detonación.

    —¿Y qué?, dijo la mujer.

    —¿Qué estelas? ¿Los misiles entrantes o los antis de la NAm?, preguntó el hombre.

    —¿Cómo iba a saberlo?, respondió Taka.

    —¿Lo viste ayer noche?

    Taka asintió.

    —¿A qué hora?

    —No sé. Escucha, Tenía otras cosas en mente, yo...

    Sólo me quedé mirando rebanar algunas docenas de gentes en cortes fríos porque quizá dejé un circuito abierto en alguna parte...

    El hombre la estaba observando con un repentina intensidad contínua. Sus ojos eran vacíos pero no estaban vacíos.

    Ella trató de recordar. —Estaba anocheciendo, el sol estaría bajando... no sé, ¿quizá quince o veinte minutos?

    —¿Es típico de estos ataques? ¿La puesta de sol?

    —Nunca pensé en ello antes. - admitió Taka. —Supongo que sí. O por la noche, al menos.

    —¿Ha habido alguna vez un ataque que ocurriera a plena luz del día?

    Ella pensó bien. —Yo... no puedo recordar ninguno.

    —¿Cuánto tiempo pasó después que las estelas hicieran aparecer los estallidos?

    —Mira, yo no vi...

    —¿Cuánto tiempo?

    —No sé, ¿vale? Quizá unos cinco segundos o así.

    —¿Cuántos grados de arco trazaron las estelas...?

    —Señor, ni siquiera sé lo que eso significa.

    Los ojos blancos del hombre no dijeron nada durante lo que pareció un tiempo infinito. No se movía. Taka tuvo la sensación de ruedas dentadas en movimiento dentro de la cabeza del tipo.

    Finalmente: —Ese túnel en el que te escondiste.

    —¿Cómo sab... me habéis seguido? ¿Todo este camino desde allí? ¿A pie?

    —No estaba lejos. - le dice la mujer. —Menos de un kilómetro.

    Taka negó con la cabeza sorprendida. En aquel momento avanzaba lentamente a través de las tripas de la tierra calcinada como si hubiera estado moviéndose durante días.

    —Te paraste en la verja para cortar la cadena.

    Taka asintió. A priori parecía absurdo... la EM podía haber aplastado la barrera en un instante y el cielo estaba cayendo.

    —Alzaste la vista al cielo. - murmuró él.

    —Sí.

    —¿Qué viste?

    —Ya te lo he dicho. Estelas. Estallidos.

    —¿Dónde estaba el estallido más cercano?

    —Yo no lo...

    —Sal de la cabina. - Ella se le quedó mirando. —Venga. - dijo él.

    Ella salió de un salto hacia el gris amanecer. Ya no había espíritus habitando el edificio hecho pedazos antes ella: la luz emergente desnudaba unas sombras de Rorschach, sin dejar más que una pila desordenada de bloques de ceniza y haces infrarrojos. Los pocos árboles chamuscados que aún seguían en pie en las cercanías, quemados desde el negro hasta el blanco ceniza, flanqueaban la carretera como manos esqueléticas.

    Él estaba a su lado. —Cierra los ojos.

    Ella lo hizo. Si iba a matarla, no había nada que pudiera hacer, incluso con los ojos abiertos.

    —Estás en la verja. - Su voz era inspiradora. —Estás encarando la verja. Te giras y miras hacia la carretera. Levantas la vista hacia el cielo. Hazlo.

    Ella se giró, aún con los ojos cerrados y la memoria llenando los huecos. Inclinó el cuello.

    —Ves estallidos. - continuó la voz. —Quiero que señales el más cercano al horizonte. El más cercano a la verja. Recuerda donde estaba en el cielo y señala.

    Ella alzó el brazo y lo mantuvo recto.

    —¿Qué más da, Ken? - preguntó la mujer en el vacío. —¿No deberíamos estar...

    —Ya puedes abrir los ojos. - dijo el h... dijo Ken.

    Taka lo hizo.

    Ella no conocía quiénes eran estas personas, pero estaba llegando a creer lo que le habían dicho: no pretendían hacerle daño.

    No mientras haya alternativas más eficientes.

    Ella se permitió a sí misma un escalofrío de alivio. —¿Alguna otra pregunta?

    —Una más. Tienes algunas granadas trazadoras?

    —Montones.

    —¿Alguna de ellas están programadas para bichos que no sean el βehemoth?

    —La mayor parte de ellas. - Taka se encogió de hombros. —Los rastreadores del βehemoth son un poco redundantes.

    Ella sacó las granadas que él quería y una pistola para dispararlas. Él las comprobó con el mismo ojo que había usado para comprobar su Kimber. Evidentemente, pasaron la inspección. —No deberían ser más que unas horas. - le dijo a su camarada y miró a la EM. —No le dejes poner el motor en marcha o cerrar las puertas, tanto si está dentro como fuera.

    La mujer miró a Taka con expresión inescrutable.

    —Hey. - dijo Taka. —Yo...

    Ken negó con la cabeza. —No preocupes. Lo resolveremos cuando vuelva.

    Él empezó a salir de la carretera sin mirar atrás.

    Taka respiró hondo y estudió a la otra mujer. —Bueno, ¿me estás protegiendo, ahora?

    La esquina de la boca de la mujer se movió.

    Maldición, qué ojos más extraños. No se puede leer nada ahí dentro.

    Ella probó de nuevo. —Ken parece un tipo bastante simpático.

    La otra mujer se quedó mirándola con fríos ojos por un instante. Luego estalló en una carcajada.

    Parecía una buena señal. —¿Y sois los dos pareja, o qué?

    La mujer negó con la cabeza, aún sonriendo. —Qué.

    —Tampoco es que me hayas preguntado, pero mi nombre es Taka Ouellette.

    De pronto, la sonrisa desapareció.

    Oh mira Dave, la acabo de joder de nuevo. Siempre tengo que dar ese pasito de más...

    Pero la boca de la otra mujer se estaba moviendo. — Le... Laurie. - dijo.

    —Ah. - Taka intentó pensar en algo más que decir. —No estoy exactamente encantada de conocerte. - dijo ella por fín, tratando de mantener su tono cordial.

    —Ya. - dijo Laurie. —Me lo dicen mucho.

Capítulo 37

    

Capítulo 37 - La Trigonometría de la Salvación

    Esto no cuadra, pensó Lubin. Mitad de Junio sobre el paralelo cuarenta y cuatro. Quince o veinte minutos después de la puesta de sol... digamos, unos cinco grados de rotación planetaria que supondría altitud de eclipse a unos treinta y tres kilómetros. Los misiles habían caído en la sombra cuatro o cinco segundos antes de la detonación, si esta testigo podía ser fiable. Asumiendo que la velocidad usual de reentrada de siete kilómetros por segundo, eso supone una detonación real a una altitud no mayor de cinco mil metros, probablemente mucho menos.

    Ella había informado de un eatallido. No un impacto y no una bola de fuego. Fuegos artificiales, los había llamado. Y siempre en el crepúsculo, o durante la oscuridad.

    El sol estaba aclarando el cerro en el este cuando él llegó hasta la puerta trasera de la empresa abandonada Penobscot Power. El Phocoena y la EM de la doctora habían coexistido brevemente en las entrañas de aquellos restos. Su túnel de servicio recorría la espina de un gran dedo de océano subterráneo, sesenta metros de ancho y cien veces más largo, taladrado a través del sólido lecho rocoso. En el momento de su concepción, había sido una valiente recreación del motor lunar que impulsaba las mareas de Fundy, doscientos kilómetros hasta la costa. Ahora sólo era una enorme tuberiiia de sumidero inundada y una vía para que los submarinos tímidos se colaran tierra adentro sin ser vistos.

    Nada de eso era obvio desde aquí, por supuesto. Desde aquí, sólo había una quemada verja de alambre, rectángulos carbonizados de metal que una vez habían clamado el Prohibido El Paso, y... cincuenta metros al otro lado, donde la roca emergía de la tierra... una mellada boca de encofrado en la ladera del cerro. Uno de los dos paneles de la puerta se balanceaba y crujía por la árida brisa. El otro se inclinaba en ángulo, rígido en sus goznes.

    Lubin estaba de pie, de espaldas a la compuerta. Levantó el brazo y lo mantuvo arriba. Recordó dónde había señalado la doctora, corrigió su ángulo.

    Por allí.

    Sólo unos pocos grados sobre el horizonte. Eso implicaba o una vista a gran altura o una baja altitud mucho más próxima. Las inversiones atmosféricas eran más fuertes durante el crepúsculo y la oscuridad, recordó Lubin. Eran generalmente sólo de unos cien metros de ancho y tendían a actuar como un vacío, manteniendo cerca del suelo las partículas liberadas.

    Él caminó era hacia el sur. Las llamas aún bailaban aquí y allá, consumiendo como bolsillos de combustibles remanentes. Se levantaba una brisa matutina que llegaba desde la costa. Prometía temperaturas más frías, aire más limpio. Ahora, no obstante, la ceniza aún racheaba por todas partes. Lubin tosió una flema gredosa y siguió andando. La doctora le había dado un cinturón para llevar las granadas. Los pequeños explosivos de aerosol chocaban contra sus caderas mientras caminaba. Sujetaba la pistola en la mano, apuntando distraído a objetivos convenientes, tocones y arbustos polvorientos y los restos de las garitas en las verjas. No había gran cosa a lo que apuntar. Su imaginación convertía lo que había en miembros y caras. Imaginó que sangraban.

    Por supuesto, su testigo difícilmente había medido un rumbo en GPS. Había tantos errores en sus direcciones que corregirlas según la velocidad del viento era equivalente a añadir un pequeño error a una media docena de otros más grandes.

    Aún así, Lubin no era nada sin su método sistemático. Había una posibilidad razonable de que estuviera a un kilómetro de las coordenadas del estallido.

    Giró hacia el este durante algunos minutos para compensar la brisa. Luego colocó la primera granada dentro de su pistola y disparó hacia al cielo.

    Voló en el aire como un enorme huevo amarillo y explotó en una nube rosa fluorescente de veinte metros de radio.

    La observó disiparse. La primera se hizo jirones y siguió los vientos prevalecientes, estirando la nube en un ovoide, delicadas corrientes de caramelo de algodón vagaron desde su extremo inferior. Tras unos momentos, empezaron a dispersarse en sus partículas componentes, husmeando instintivamente el aire en busca de señales hacia el tesoro.

    No había obvio movimiento contra el viento. Eso habría sido esperar demasiado tan pronto.

    Disparó la siguiente granada un centernar metros en diagonal, en dirección al viento respecto a la primera. La tercera, a un centenar de metros separada de las otras, un punto se cercaba dentro de un tosco triángulo equilátero. Se abrió camino en zigzag por el paisaje arrasado, dando patadas a pequeños escombros de ceniza donde se habían amontinado ramas y maleza un día antes, navegando por interminables montículos y fisuras rocosas. Una vez saltó por un chamuscado arroyuelo, aún chorreando, alimentado por alguna fuente milagrosa corriente arriba que el lanzallamas había alcanzado. A rudos intervalos regulares disparaba absurdas nubes rosas al cielo y las observaba extenderse mientras seguía avanzando.

    Apuntaba su octava granada cuando percibió que el resíduo de la anterior se comportaba de modo extraño. Había empezado como un redondo cumulus de peluche, como todas las demás, pero ahora estaba fluyendo como si se la llevara el viento. Lo que podría haber sido el caso si hubiera estado fluyendo junto con la brisa en vez de a través de ella.

    Y otra nube, más distante y disipada, parecía estar rompiendo las mismas reglas. No fluían, estas corrientes de aerosol, no a simple vista. Más bien parecían volar contra el viento hacia algún punto de convergencia por donde Lubin había venido, a unos treinta grados de distancia de su propio camino.

    Y estaban perdiendo altitud.

    Empezó a seguirlas. Las motas en aquellas nubes no se podría llamar de inteligentes, en sentido amplio de la palabra, pero sabían lo que les gustaba y tenían los medios de obtenerlo. Eran criaturas olfativas y amaban el aroma de dos cosas por encima de todo. La primera era las firmas de proteína expulsadas por un amplio conjunto de biosoles, rastreaban ese aroma como tiburones oliendo sangre en el agua y, cuando por fín encontraban esa ambrosía y retozaban en ella, cambiaban químicamente. Esa era la otra cosa que estas criaturas amaban: el olor de su propia especie satisfecha.

    Era la clásica bioampliación de puñetazos uno-dos. Muy a menudo, los rastros de la presa de una era demasiado débil para hacer nada más que susurrar a un par de motas que pasaban. Aquellas se fijarían, enzima-sustrato, y alcanzaban su propio nirvana personal, pero esa misma fusión soltaría las emisiones que las habían atraído en primer lugar. El contaminante sería etiquetado, pero la bandera sería demasiado pequeña para la mayoría de los ojos.

    Una única partícula molesta sería suficiente para iniciar una reacción de fisión en cadena. Cada llegada siguiente sólo aumentaba la señal colectiva.

    Lubin la encontró medio enterrada en el lecho de grava de un canal poco profundo. Parecía una bala de treinta centimetros de largo, perforada por filas de agujeros circulares a mitad de su longitud. Parecía el salero de un gigante padeciendo alta presión sanguínea patológica. Parecía el producto de un multi-dispositivo suborbital para el envío de aerosoles biológicos.

    Lubin no podría saber cuál había sido su color original. Goteaba una pasta rosa fluorescente.

    La EM de Ouellete cambiaba ante sus ojos con los pasos finales de su aproximación. Brillantes fantasmas holográficos se resolvían marchitando el vehículo... la piel de plástico se hacía transparente, exponiendo tripas de neón y nervios por debajo. Lubin aún estaba acostumbrándose a tales visiones. Sus nuevos visores internos le mostraban las emisiones de diagnóstico de cualquier maquina sin blindar en un radio de doce metros. Aunque este vehículo particular no era tan predictivo como le hubiera gustado. Estaba enmarañado de tumores: sombras rectangulares por debajo del salpicadero, oscuras bandas por la puerta del pasajero, un cilindro negro mate emergía a través del centro del vehículo como un corazón oscuro. La EM tenía un montón de seguridad toda blindada.

    Clarke y Ouellette estaban a un lado, observando cómo se acercaba. Ouellette no era nada especial a los nuevos ojos de Lubin. Unas chispas brillaban dentro del tórax de Clarke, pero no le decían nada. Los visores internos y los implantes hablaban dialectos diferentes.

    Conmutó sus visores internos e implosionaron unos esquemas alucinógenos, llevándose el tosco plástico y el polvo blanco y la carne y ropas no luminosas.

    —¿Has encontrado algo? - dijo Ouellette. —Vimos las nubes.

    Él se lo contó todo.

    Ouellette se quedó mirando, boquiabierta: —¿Nos están disparando gérmenes? ¿Ya estamos casi acabados! ¿Por qué se molestan con Megaviruela o Supercólera cuando ya estamos...

    Ella se detuvo. El ultraje en su cara dió paso a un ceño fruncido de confusión. Clarke examinó la confusa pregunta de la doctora: ¿el β-max?

    Lubin se encogió de hombros. —Quizá la NAm no está muriendo lo bastante rápido. - le remarcó Lubin a Taka. —Un número significativo de MyAs ven al βehemoth como la divina retribución por los pecados de norteamérica. Es norma oficial en Italia y Libia, al menos. Botswana también, creo.

    Clarke se burló. —¿Los pecados de norteamérica? ¿Se creen que se detiene en el Atlántico?

    —Los moderados creen que pueden mantenerlo a raya. - dijo Ouellette. —Los extremistas no quieren eso. No entrarán en el cielo hasta que el mundo termine. - Su mente parecía en otra parte. Hablaba como distraída por algún insecto volador.

    Lubin la dejó pensar. Ella era, después de todo, la más cercana aproximación disponible a una guía nativa. Quizá se le pudiera ocurrir algo.

    —¿Quiénes sois vosotros? - preguntó Ouellette tranquilamente.

    —¿Discúlpa?

    —No sois locales. No sois del enclave. Y estoy segura de que no sois de la ARISC o estarías mejor equipados. Quizá sois TransAt... pero eso tampoco encaja. - Una vaga sonrisa atravesó su cara. —¿No sabéis lo que estáis haciendo, ¿verdad? Improvisáis por el camino...

    Lubin mantuvo una cara neutral y su pregunta sobre objetivo. —¿Hay alguna razón para no creer que esa gente pudiera lanzar un ataque biológico contra norteamérica simplemente para... acelerar las cosas?

    Ella pareció encontrar aquello divertido. —Tú no sales mucho, ¿verdad?

    —¿Estoy equivocado?

    —No estás equivocado. - Ouellette escupió en la tierra cenicienta. —La mayoría de los paisanos podrían ayudar a esa Providencia si tuvieran la oportunidad. Eso no significa que esto sea un ataque.

    —¿Qué otra cosa sino?

    —Quizá es un contragente.

    Clarke alzó la vista a esto. —¿Una cura?

    —No tan personal, quizá. Algo que mata al βehemoth en libertad.

    Lubin ojeó a Ouellette. Ella le miró y respondió su escepticismo : —Por supuesto, hay locos ahí fuera que quieren que se acabe el mundo. Pero tiene que haber mucha más que no está de acuerdo. Y estarán trabajando igual de duro.

    Había algo en sus ojos que no había allí antes. Casi brillaban.

    Él asintió. —Pero si esto está un contragente, ¿por qué supones que intentaron derribarlo? ¿Y por qué enviarlo de modo suborbital? ¿No sería más eficiente dejar la propagación a las autoridades locales?

    Ouellette rodó los ojos. —¿Qué autoridades locales?

    Clarke frunció el ceño. —¿No se lo habría dicho alguien... a todo el mundo? ¿No te lo habría dicho alguien a ti?

    —Laurie, si haces algo así demasiado público, te estás pintando una diana en el pecho para los MyAs. Y en cuanto a la defensa de misiles... - Ouellette se giró hacia Lubin... —¿La gente de tu planeta nunca te mencionó algo llamado la Insurrección de Río?

    —Háblanos de ella. - dijo Lubin. Pensando: ¿Laurie?

    —No puedo, en realidad. - admitió Ouellette. —Nadie sabe en realidad lo que pasó. Dicen que quizá un puñado de Madonas entró en las oficinas de Río de Janeiro de la ARISC y se volvió loca. Lanzaron ataques por todos sitios.

    —¿Quién ganó?

    —Los buenos. Al menos, Río quedó vaporizada y se acabó el problema pero, ¿quién sabe? Algunas personas dicen que no fueron las Lenies, que fue algún tipo de guerra civil entre criminales rebeldes. Pero lo que fuera, pasó... allí fuera. - Ella movió una mano hacia el horizonte. —Teníamos nuestros propios problemas. Y la única moraleja de la historia es que nadie sabe ya quién se encarga de las cosas, o de qué bando están, y estamos todos demasiado ocupados en colgar de los dedos en el precipicio para permitirnos tiempo para las Grandes Preguntas. Hasta donde sabemos, los satélites de batalla de la NAm funcionan en autopiloto y el control de tierra ha perdido los códigos de acceso. O las Lenies estaaan haciendo pequeños ejercicios de prácticas de tiro. O... o quizá los MyAs tienen a alguien actuando desde dentro. El hecho de que algo esté disparando a esos bichos no prueba nada, de un modo u otro.

    Lubin se concentró en eso. —No hay prueba.

    —Así que, voy a conseguir algo. Voy a sequencia el bicho. Ahora, ¿váis a permitirme conducir hasta la escena o tengo que ir andando?

    Lubin no dijo nada. Desde el rabillo del ojo, vio a Clarke abrir la boca y cerrarla de nuevo.

    —De acuerdo. - Ouellette procedió hasta la parte de atrás de su furgoneta y abrió el panel de acceso. Lubin le permitió extraer un cartucho de vendas esterilizadas y un tensor con inductores de efecto terrestre construído en el marco. Ella le miró tranquilamente: —¿Servirá esto?

    Él asintió.

    Clarke le sujetó el aparato plegado en la espalda de Ouellette mientras la doctora se pasaba el asa por el hombro. Ouellette asintió unas gracias corteses y empezó a andar por la carretera sin devolverle la mirada.

    —Crees que está equivocada. - le dijo Clarke mientras la otra mujer menguaba en el creciente calor brillante.

    —No sé.

    —¿Y si no lo está?

    —Eso no importa.

    —No importa. - Clarke negó con la cabeza, casi divertida. —Ken, ¿estás loco?

    Lubin se encogió de hombros.—Si puede conseguir muestras útiles , sabremos si es el β-max. En cualquier caso, podemos conducir hasta Bangor y usar sus credenciales para entrar. Después de eso debería ser...

    —Ken, ¿no has oído lo que acaba de decir? Podría habrr una cura. Para el βehemoth.

    Él suspiró.l —Por esto exactamente no quería que vinieras conmigo. - dijo él al final. —Tienes tu propia agenda, y no es por lo que estamos aquí. Te distraes.

    —¿Me distraigo? - Ella negó, atónita. —Estoy hablando de salvar el mundo, Ken. No creo estar distraída en absoluto.

    —No, no lo crees. Tú crees que estás maldita.

    Al instante, algo en ella se desconectó.

    Él presionó de todos modos. —No estoy de acuerdo, no vale la pena.

    —En serio. - la cara de Clarke era una máscara inexpresiva.

    —Yo diría que sólo estás obsesionada. Lo que aún es problemático.

    —Continúa.

    —Crees que destruirte el mundo. - Lubin miró alrededor del paisaje calcinado. —Crees que esto es todo culpa tuya. Que abandonaste la misión, tu vida, la vida, en un instante. Sólo mientras vieras la más ligera oportunidad de salvación. Estás tan enferma por las manos manchadas de sangre que apenas percibirías que las lavas con incluso más sangre.

    —¿Es eso lo que crees?

    Él la miró. —¿Hay algo que pudieras hacer, entonces? ¿Por una oportunidad de recuperarlo todo?

    Ella mantuvo su mirada durante largos segundos. Finalmente, miró hacia otra parte.

    Lubin asintió. —Has personalizado El Bien Mayor de una forma que nunca he visto antes en un humano estándar. Me pregunto si tu cerebro no ha desarrollado su propia forma de Horda Criminal.

    Ella se quedó mirando al suelo. —Eso no cambia nada. - susurró ella por fín. —Aún cuando mis motivos sean... personales...

    —No son tus motivos lo que me preocupa. Es tu juicio.

    —Aún estamos hablando sobre salvar el mundo.

    —No. - dijo él. —Estamos hablando sobre alguien que lo está intentando... posiblemente. Estamos hablando sobre un país o consorcio entero, mucho mejor equipado y mejor informado que dos autoestopistas de la Cordillera del Atlántico Medio. Y... - alzando la mano contra la protesta de Taka... —... también estamos hablando de otras fuerzas poderosas que pueden intentar detenerles por razones que sólo podemos imaginar. O quizá sin razón alguna, si las especulaciones de Ouellette son correctas. No somos jugadores en esto, da igual lo desesperadamente que quieras creerlo.

    —Siempre hemos sido jugadores, Ken. Sólo que hemos tenido demasiado miedo durante los últimos cinco años para hacer un movimiento.

    —Y las cosas han cambiado durante ese tiempo.

    Ella negó con la cabeza y continuó: —Tenemos que intentarlo.

    —Ya ni siquiera sabemos las reglas, Len ¿Y que pasa con las cosas que podemos cambiar? ¿Qué pasa con Atlantis? ¿Qué pasa con los Rifters? ¿Qué pasa con Alyx? ¿De verdad quieres abandonar cualquier oportunidad de ayudarles por una causa perdida?

    Él supo, al instante de decirlo, que había calculado mal. Algo se encendió en ella, algo helado y familiar y totalmente ingobernable.

    —¿Cómo te atreves?. - siseó ella. —Nunca te ha importado una mierda ni Alyx ni Grace ni... ni siquiera te he importado yo. Estuviste preparado para matarnos a todos, cambiabas de bando según soplaba el viento. - Clarke movió la cabeza en disgusto. —¿Cómo te atreves a hablar de lealtad y de salvar vidas?. Ni siquiera sabes lo que significa eso a menos que alguien te informe de ello como un parámetro de misión.

    Debería haber sabido que no tenía sentido discutir con ella. No estaba interesada en asegurar las probabilidades de éxito. Ni siquirera consideraba los beneficios, pesaba en la balanza Atlantis contra el resto del mundo. Las únicas variables que a ella le importaban se originaban en su propia cabeza, y ni la culpabilidad ni la obsesión estaban sujetas al análisis del coste y beneficio.

    Incluso así, sus palabras provocaron una sensación extraña en su garganta.

    —Lenie, no quise decir...

    Ella alzó la mano y se negó a mirarle a los ojos. Él esperó.

    —Quizá ni siquiera sea culpa tuya. - dijo ella después de un rato. —Te han construído así.

    Él se permitió la curiosidad. —¿Cómo?

    —Tú eres una hormiga del ejército. Embistes al frente como un toro con tus antenas en el suelo, siguiendo tus órdenes, tus perfiles de misión y tus objetivos a corto plazo, y nunca se te ocurre mirar arriba y ver todo el escenario.

    —Lo veo. - admitió Lubin en voz baja. —Es mucho mayor de lo que parece que estás dispuesta a admitir.

    Ella negó, aún sin mirarle.

    Él probó de nuevo. —De acuerdo. Conoces el escenario completo: ¿qué sugieres que hagamos con esa información? ¿Puedes ofrecer algo más allá del pensamiento optimista? ¿Tienes algún tipo de estrategia para salvar el mundo, como tú lo llamas?

    —Yo sí. - dijo Taka Ouellette.

    Ambos se giraron. Ella les miró con los brazos cruzados junto a la EM. Obviamente había bordeado la cuneta y dado un rodeo mientras no estaban mirando. Lubin parpadeó atónito: —Tu muestra...

    —¿De esa cabeza de misil que escontraste? Ni hablar. Los rastreadores habrían metabolizado cualquier agente activo hasta el nivel atómico.

    Clarke disparó a Lubin una elocuente mirada: ¿Te supera en el juego, super espía? Dejar que una boba doctora de campo te sorprenda por la espalda?

    —Pero sé cómo podemos conseguir una muestra. - continuó Ouellette mirando a Clarke. —Y me vendría bien vuestra ayuda.

Capítulo 38

    

Capítulo 38 - Migración

    Obviamente, ella había llegado tarde a la conversación. Si hubiera oído cómo había empezado, sabía Clarke, Taka Ouellette no hubiera querido tener nada que ver con ella.

    La buena doctora tenía contactos sobre el terreno, según había dicho ella: la gente que había salvado o dado más tiempo. Los seres queridos de aquellos pacientes a los que ella había dado descanso. Comerciantes ocasionales, estafadores de los yermos que a veces podían conjurar drogas o regalar partes a cambio de otros ítems en el trato. También los altruistas, que podían ser los salvavidas cuando el Elevador de reabastecimiento más cercano estaba a una semana de distancia.

    Todos ellos tenían un sano sentido de autointerés. Todos se conocían entre ellos.

    Lubin permanecía escéptico, por supuesto. O al menos, eso pensaba Clarke, continuaba comportándose como tal. Era parte de su personalidad, seguramente. Nadie volvería su espalda de modo honesto a la oportunidad de deshacer una parte de lo que... lo que yo puse en movimiento...

    Quedaba la duda y Lubin, Dios le maldiga, lo sabía tan bien como ella. Una vez que habías ayudado a destruir el mundo, una vez habías sentido feroz satisfacción punzante por su muerte, no era fácil afirmar ser el parangón de la moralidad por encima de alguien que se sentía meramente reluctante a salvarlo. Aún cuando hubiera pasado bastante tiempo. Aún cuando hubieras cambiado mientras tanto. Si hay un Estatuto de Limitaciones sobre terracidio, es imposible que expire después de cinco míseros años.

    Taka Ouellette había propuesto un rumo meridional hacia lo que fuera que quedara de Portland y aúnque no había modo de entrar en el canal de datos desde allí, Boston estaría mucho más cerca. Además, Ouellette era una persona oficial en cualquier otra parte, alguien con identidad y credenciales reconocidas. Casi una figura de autoridad para los estándares locales. Podría incluso ser capaz de llevarles de la mano y cruzar por la puerta delantera. —Las figuras de autoridad no conducen por ahí entregando dérmicos en la parte de atrás de una furgoneta. - dijo Lubin.

    —¿Sí? ¿Y qué han conseguido tus esfuerzos últimamente? ¿Aún crees que puedes hackear el sistema nervioso central cuando todos las puertas traseras han ardido hasta las cenizas?

    Al final, estuvo de acuerdo con ella, con condiciones. Seguirían con el plan Ouellette mientras les llevara en la dirección correcta. Usarían la EM después de que hubieran arrancado de la cabina el dispositivo contra-intrusión. Él aseguraría la cooperación de la doctora mientras que aconsejara a Clarke sobre los detalles necesarios. La cabina de la EM era una maravilla de economía espacial. Se plegaban cunas dobles en el espacio tras los asientos y un pequeño cubículo ducha/sala comprimido en la pared trasera entre un ciclador Calvin y el interfaz médico delantero. Pero lo que en realidad sorprendió a Clarke era la cantidad de trampas que infestaban el lugar. Había contenedores de gas colgados en el sistema ventilación. Había agujas táser enfundadas en los cojines de los asientos, listas para disparar a través de la carne y ropa aislante a un palabra o una toque. Había un photic driver bajo el salpicadero, un 'estrobo' infrarrojo direccional que podía penetrar los párpados cerrados e inducir ataques nerviosos. Taka Ouellette los listaba todos, Lubin seguía detrás de ella, mientras Clarke rebuscaba en un kit de herramientas y tiraba de los cables. Clarke no tenía modo de saber si la lista estaba completa. Hasta donde sabía, Ouellette se estaba quedando algún as en la manga en caso de futura necesidad, pero Lubin era mucho menos confiado que ella y Lubin parecía satisfecho.

    Les llevó una hora desarmar la cabina. Después Ouellette preguntó si querían desarmar también la seguridad externa. En verdad pareció decepcionada cuando Lubin negó con la cabeza.

    Se separaron. Lubin pilotaría el Phocoena por la costa y buscaría un acceso a Portland independentemente. Clarke guardaría una copia de la secuencia del β-max cerca de su pecho, accompañaría a Ouellette hacia un rendezvos cerca de uno de sus puntos de paso normales.

    —No le digas nada del β-max salvo que sea necesario. - le advirtió Lubin a salvo del alcance auditivo de Ouellete.

    —¿Por qué no?

    —Porque vence la única defensa que cualquiera sea capaz de reunir contra el βehemoth. En el momento en que descubra que existe algo así, sus prioridades se pondrán bocabajo.

    Clarke estaba sorprendida al principio de que Lubin las dejara solas. No era amigo de las potenciales brechas de seguridad incluso sin su reflejo asesino activado y él sabía que Clarke estaba al borde de salir de sus prioridades de misión. No era confiado por naturaleza. ¿Cómo podía estar seguro de que las dos mujeres no iban a dar la vuelta hacia tierra firme y abandonarle?

    Fue sólo cuando tomaron caminos separados que se le ocurrió la respuesta obvia. Por supuesto, él había estado contando con aquello.

    Condujeron a través de una tierra arruinada, calcinada y limpia de todo ser viviente La EM, construída para terreno tosco, pasaba por encima de troncos de árboles caídos. Navegaba con las escotillas llenas de ceniza y hollín, conducía recto donde rachas de polvo gris barrían el asfalto recongelado como diminuta cellisca antárctica de varios centimetros de altura. Dos veces pasaron carteles publicitarios descarrilados y medio fundidos con la roca, sin anunciar más que los confusos contornos multicolores de su propio estrés térmico.

    Después de un rato empezó a llover. La ceniza congelada como pasta sobre el suelo se pegaba a la carrocería como bultos de papel maché. Algunos de ellos eran lo bastante pesados para bloquear el parabrisas, dejando leves manchas sobre el vidrio antes de que el campo de estática los hiciera rebotar hacia el camino.

    No intercambiaron una palabra durante todo ese tiempo. Música desconocida llenó el silencio entre ellas, composiciones arcaicas llenas de pianos sonoros y nerviosas cuerdas. Al menos a Ouellette parecía gustarle. Ella se concentraba en conducir mientras Clarke se quedaba mirando por la ventana que reflejaba la localización del daño. ¿Cuánto de esta devastación se podía dejar a las puertas? ¿Cuánto a las puertas de los demonios que habían adoptado su nombre?

    Eventualmente, dejaron atrás la zona calcinada. Ahora había verdadera hierba al lado de la carretera, matas ocasionales que estrechaban las cunetas, verdaderos vergeles asomando como pelotones de irregulares hombres palo muertos de hambre al otro lado. La mayor parte marrón, por supuesto, o casi marrón, como pillados por un enorme sequía interminable. Esta lluvia no ayudaba. Estaban demorándose, algunas banderas de dura vegetación desafiante, y el βehemoth estaba en todas partes, era implacable y tenía todo el tiempo del mundo. A veces se masificaba tan abundantemente que era visible al ojo desnudo: parches de montículos ocres ahogando la hierba, o extendiéndose por los troncos de los árboles. Y aún así, el panorama de toda esta vegetación; quizá no viva realmente, pero al menos físicamente intacta; parecía ser causa de cierta celebración después del cementerio del que acaban de escapar.

    —Bueno, ¿te las quitas alguna vez? - preguntó Ouellette.

    —¿Perdón? - Clarke se transportó a sí misma al momento presente. La doctora había entrado en piloto automático, un modo simple de sigue la carretera, sin peligros de navigación en el GPS.

    —Esas tapas en tus ojos. ¿Alguna vez...?

    —Oh. No. Normalmente no.

    —¿Visión nocturna? ¿Te permiten ver en la oscuridad?

    —Más o menos.

    Ouellette sacó los labios. —Recuerdo haber visto de esas, hace años. Por todas partes, justo antes de que todo saliera mal. Estaban en realidad de moda.

    —Aún lo están, de donde yo vengo. - Clarke miró la lluvia salpicar la ventana a su lado. —En mi tribu, al menos.

    —¿Tribu? ¿No eres de África?

    Clarke bufó en voz baja. —Joder no. - Sólo de la mitad del camino, en verdad...

    —Ya me lo imaginaba. No tienes la melanina, no es que eso signifique gran cosa estos días, por supuesto. Y los Tutsis no estarían por aquí de todos modos, salvo quizá para mirar con ansia.

    —¿Mirar con ansia?

    —Tampoco es que puedas culparles. Sólo quedan allí los de más de cuarenta años de edad. La Bruja de Fuego es pura justicia poética por lo que a ellos les concierne.

    Clarke se encogió de hombros.

    —Así que, si no de África... - dijo Ouellette, presionando, —... quizá vienes de Marte.

    —¿Por qué dices eso?

    —Tú no eres de por aquí. Creías que la EM era una ambulancia. - Ella dió una palamada en el salpicadero. —No sabías los de las Lenies...

    Clarke apretó los dientes, furiosa de pronto. —Las conozco. Es asqueroso código evolutivo que vive en el Maelstrom y levanta mierda. Icono de venganza para un puñado de países que te odian hasta las tripas. Y ya que hablamos del tema, quizá podrías explicar cómo acabaste perdida por ahí, suministrando dérmicos y muertes piadosas mientras la semiesfera oriental entera está intentando dejarte caer en la cabeza una cura para el βehemoth? No ser de Marte no parece haberte evitado toda esa aceleración de los eventos actuales.

    Ouellette la observó con curiosidad durante un momento. —Ya estás otra vez.

    —¿Qué?

    —El Maelstrom. Hace años que nadie use esa palabra.

    —¿Y qué? ¿Cuál es la diferencia?

    —Venga ya, Laurie. Aparecéis en mitad de la nada, secuestráis mi furgoneta, ninguno de vosotros dos es normal ni por imaginación... Es decir, por supuesto que quiero saber de dónde venís.

    La furia de Clarke se disipó tan pronto como se había encendido. —Lo siento.

    —De hecho, dado que aún parezco ser algún tipo de prisionera honoraria, se podría incluso decir que me debes una explicación.

    —Nos estábamos escondiendo - suelta Clarke.

    —Escondiendo. - Ouellette no parecía sorprendida. —¿A dónde hay que esconderse?

    —A ningún sitio, por lo que se ve. Por eso hemos vuelto.

    —¿Eres una Cuerpo? - preguntó Ouellette.

    —¿Te parezco una?

    —Te pareces a una buceadora abisal. - Ella hizo un gesto a la entrada en el pecho de Clarke. —Entrada de Electrólisis, ¿cierto?

    Clarke asintió.

    —Así que, supongo habéis estado bajo el agua todo este tiempo. Eh. - Ouellette negó con la cabeza. —Habría sospechado geosincronización, yo misma.

    —¿Por qué?

    —Era sólo uno de los rumores de por aquí. De cuando la Bruja estaba empezando y los disturbios comentaban... sobre este hilo de que un centenar de Cuerpos todopoderosos habían desaparecido de la faz de la Tierra. No sé cómo se puede probar algo así, nadie vio nunca a esa gente en carne y en hueso de todos modos. Podían haber sido todos esos simuladores. Bueno, ya sabes cómo funcionan esas cosas. La palabra saltaba por todo el mundo desde Australia, y estaban todos a salvo y cómodos arriba en geosincronización observando cómo el mundo se venía abajo. -

    —No soy una Cuerpo. - dijo Clarke.

    —Pero trabajaste para ellos. - supuso Ouellette.

    —¿Y quién no?

    —Me refiero recientemente.

    —¿Recientemente? - Clarke movió la cabeza.. —Creo que puedo decir sinceramente que ni Ken ni yo... ¡Cristo!

    Aquello salió saltando desde algún escondite bajo the salpicadero, todo segmentos y mandíbulas cliqueando. Se aferró a la rodilla de Clarke con demasiados miembros articulados, un grotesco híbrido de saltamontes y cienpiés del tamaño del meñique. Su mano bajó sola y el bichillo quedó aplastado bajo la palma.

    —Joder. - jadeó ella. —¿Qué era eso?

    —¿Lo que fuera, no iba a hacerte ningún daño.

    —Nunca he visto nada semej... - Clarke se interrumpió y miró a la otra mujer. Ouellette parecía cabreada de verdad.

    —Eso no era... no, no era una mascota ni nada, ¿verdad? - Parecía absurdo. Pero claro, no sería más locura que un jefe queso.

    Me pregunto cómo le irá a Aryx...

    —Era sólo un bicho. - dijo Ouellette. —No era hacía daño a nadie.

    Clarke se limpió la palma en el muslo, una pasta amarilla manchó la inmersopiel. —Eso era... estaba mal. No era como ningún bicho que haya visto.

    —Sigo diciéndote que estás anticuada.

    —Así que, ¿esos bichos son nuevos?

    Ouellette se encogió de hombros, su irritación parecìa remitir. —Están empezando a aparecer aquí arriba y por ahía. Basicalmente, bichos normales con demasiados segmentos. Alguna especie de mutación Hox, diría yo.

    Clarke miró al mojado paisaje mustio que pasaba por la ventana. —Pareces bastante preocupada por un... un bicho.

    —¿Qué? ¿Las cosas no se están muriendo lo bastante rápido para tí? ¿Tienes que ayudar? - Ouellette respiró hondo, empezó desde el principio. —Lo siento. Tienes razón. Es que... una acaba empatizando con las cosas después de un tiempo, ¿sabes? Si pasas bastante tiempo aquí fuera, todo parece... valioso...

    Clarke no respondió. El vehículo navegaba una fisura en la carretera, oscilando sobre los amortiguadores de efecto terrestre.

    —Sé que no tiene mucho sentido. - admitió Ouellette después de un rato. —No es que el βehemoth cambie gran cosa.

    —¿Qué? Mira por la ventana, Tak. Todo se está muriendo.

    —Eso iba a pasar de todos modos. No tan rápido, quizá.

    —Ya. - Clarke miró a la otra mujer. —Y tú crees de verdad que alguien está lanzado una cura.

    —¿Para la estupidez humana? No creo, supongo. Pero para el βehemoth, ¿quién sabe?

    —¿Cómo iba eso a funcionar? Es decir, ¿qué no han probado aún?

    Ouellette negó con la cabeza, riendo en voz baja. —Laurie, tu me das demasiado crédito. No tengo ni idea. - Pensó por un momento. —Podría ser una Solución Silverback, supongo.

    —Nunca la he oído.

    —Hace algunas décadas, en África. Apenas había gorilas y los nativos se comían a los pocos que quedaban. Así que, cierto grupo de conservación tuvo la brillante idea de hacer gorilas incomestibles.

    —¿Sí? ¿Cómo?

    —Con una variante diseñada del ébola. No hacía daño a los gorilas, pero cualquier humano que los comía se desangraba en setenta y dos horas.

    Clarke sonrió, levemente impresionada. —¿Funcionará con nosotras?

    —Sería difícil. Los gérmenes desarrollan contramedidas mucho más rápido que los mamíferos.

    —Supongo que no funcionó para los gorilas tampoco. - se burló Ouellette. —Funcionó demasiado bien.

    —¿Y por qué se extinguieron?

    —Los barrimos del mapa. Un riesgo inaceptable para la salud humana.

    La lluvia tintineaba contra el techo de la cabina y corría por los lados de las ventanas. Al frente, las gotas se escurrían en el parabrisas y ae desviaban imposiblemente del objetivo, a centimetros de distancia del impaco.

    —Taka. - dijo Clarke después de unos minutos.

    Ouellette la miró.

    —¿Por qué ya no lo llaman el Maelstrom?

    La doctora sonrió levemente. —Sabes por qué lo llamaban así en primer lugar, ¿cierto?

    —Se volvió... atestado. Tormentas de usuario, e-vida., respondió Clarke.

    Ouellette asintió. —La mayor parte de eso ha desaparecido ahora. Así que, mucho de la red actual se ha degradado físicamente. La mayoría de la vida salvaje se extinguió por pérdida de hábitat. A este lado del muro, al menos... particionaron la NAmRed hace años. Hasta donde sé, aún esta bullendo en todas las demás partes, excepto por aquí... - Ella miró por la ventana. —Aquí, el Maelstrom simplemente emigró al extranjero.

Capítulo 39

    

Capítulo 39 - Karma

    Aquiles Desjardins despertó por el sonido de un grito.

    Ya había callado para cuando se depertó del todo. Yacía en la oscuridad y se preguntó durante un momento si lo había soñado. Hubo un tiempo, no hacía mucho, en que sus sueños se llenaban de gritos. Se preguntó si quizá el grito había sido suyo, si se había despertado a sí mismo... pero eso no le había sucedido desde hacía años. No desde que se había convertido en un hombre nuevo.

    O mejor dicho, no desde que Alice había dejado salir del sótano al antiguo.

    Despierto, alerta, supo la verdad. El grito no había surgido de su mente o su garganta, había surgido de la maquinaria. Una alarma, activada en un instante y apagada en el siguiente.

    Extraño.

    Se puso su visores internos. Fuera de su cabeza, la oscuridad persistía. Dentro, media docena de brillantes ventanas se abrían en su córtex occipital. Navegó a través de los datos principales, luego, los datos secundarios. Vio hilos del otro lado del mundo, desde órbita, desde cualquier civil atolondrado que podría haber chocado contra la verja que guardaba su perímetro. Comprobó el empobrecido cúmulo de habitaciones y pasadizos al que su personal esquelético díario tenía acceso, aunque eran apenas las 04:00 y ninguno de ellos estaría dentro tan temprano. Nada en el vestíbulo, el Centro de Bienvenida o las perreras. Las bahías de carga y la planta física parecían normales. No había amenaza de misiles. Nada más grave que un cable seccionado.

    Aunque él había oído algo. Estaba seguro de eso y de algo más, también. Nunca había oído esta alarma particular antes. Después de todos estos años, las máquinas que le rodeaban se habían tornado algo más que herramientas, eran amigas, protectoras, consejeras y fieles sirvientes. Conocía sus voces íntimamente: el suave pitido de su visores internos, el tranquilizador zumbido de la Seguridad del Edificio, los sutiles armónicos multioctava de la lista de amenaza. Esta alarma no había salido de ninguno de ellas.

    Desjardins retiró la sábana y se levantó de la cama. Stonehenge asomaba a unos metros de distancia, una tosca herradura de estaciones de trabajo y tableros tácticos brillaban tenuemente en la oscuridad. Desjardins tenía una espacio de trabajo más oficial muchas plantas arriba. También tenía dependencias propias oficiales, nada lujosas pero mucho más cómodas que los colchones de aquí abajo. Aún usaba aquellos cuartos de vez en cuando para asuntos oficiales u otras ocasiones, cuando las apariencias importaban. Pero este era el lugar que prefería: secreto, seguro, un centro nervioso improvisado que surgía de una retorcida convergencia de fibra óptica como crecientes raíces desde las paredes. Este era su sala del trono, su santuario y su bunker. Sabía lo absurdo que era eso, dado el alcance de sus poderes, la fuerza de sus fortificaciones... pero era aquí, en los oscuros ventanales subterráneos, donde él se sentía a salvo.

    Rascándose la cabeza, se dejó caer sobre la silla en el centro de Stonehenge y empezó a escanear los datos de la línea principal. El mundo estaba lleno de iconos amarillos y rojos, como siempre, pero nada precisos. Ciertamente, nada para garantizar una alerta audible. Desjardins lo volcó todo en una única lista de eventos clasificada por hora. Lo que fuera que había sucedido, acababa de ocurrir. Consultó por las entradas de la lista: desastre CAESAR en Louisville, fallo de campo de estática en Boulder, progreso leve restableciendo sus enlaces de vigilancia interrumpidos en Panhandle. Más charla sobre bichos mutantes y malas hierbas extendiéndose desde la línea Panamá.

    Algo le tocó, ligeramente, sobre la pierna. Él bajó la mirada.

    Mandelbrot se quedó mirando hacia arriba con un ojo. El otro había desaparecido, un oscuro agujero pringoso en una cara medio arrancada. Su flanco era pegajoso y negro en el fulgor a media luz. Las vísceras brillaban a través del pelaje mate. El gato se balanceaba como ebrio con su pata delantera levantada. Abrió la boca. Con un silencioso maullido, cayó de lado.

    Oh Dios no. Oh por favor, Dios no.

    Él hizo la llamada incluso antes de activar las luces. Mandelbrot yacía sangrando en el charco de sus propias tripas. Oh Jesús, por favor. Está muriendo. No le dejes morir.

    —Hola. - chirrió el tablero táctico. —Al habla Trev Sawyer.

    Joder, era charla interactiva y Desjardins no tenía tiempo que perder tonteando con árboles de diálogo.

    Desconectó la llamada y accedió al directorio local: —Mi veterinario. Número de su casa. Desactiva todas las anulaciones.

    En alguna parte de Sudbury, el reloj de Sawyer empezó a sonar.

    Te has colado en la perrera otra vez, ¿verdad? Mandelbrot yacía de lado, su pecho oscilaba. Estúpido gato, no podías resistir la tentación de tomarles el pelo a esos monstruos. ¿Qué te imaginabas...? oh Dios, es asombroso que hayas podido regresar siquiera.

    No te mueras. Por favor, no te mueras.

    Sawyer no estaba respondiendo. Responde al reloj, ¡so jodido idiota! ¡Esto es una emergencia! ¿Dónde demonios puedes estar a las cuatro a.m.? Las garras de Mandelbrot se tensaban y flexionaban como si soñara, como electrificadas. Desjardins quería ir hasta él para restañar el flujo o enderezarle la columna o sólo acariciarlo para calmarlo, ofrecerle toda la compasiva comodidad que pudiera. Pero estaba aterrorizado de que cualquier toque inexperto no hiciera sino empeorar las cosas.

    Es culpa mía. Es culpa mía. Debería haber reducido tu nivel de autorización, sólo eres un gato después de todo, no tienes el menor conocimiento. Y nunca me he molestado en aprender cómo suena el sonido de tu alarma, nunca se me ocurrió que... No es un sueño. No es una alerta de vigilancia mundial. Sólo un implante veterinario hablando a su reloj de pulsera: un breve grito mientras las constantes vitales de Mandelbrot se teñían de rojo. Luego, silencio cuando dientes o garras, o la pura inercia traumática, reducía la señal en ruído.

    —¿Hola? - murmuró una voz somnolienta en el aire.

    La cabeza de Desjardins se disparó hacia arriba. —Al habla Aquiles Desjardins. Mi gato ha sido mordido por...

    —¿Qué? - dijo Sawyer empesamente. —¿Tiene alguna idea de la hora que es?

    —Lo siento, Lo sé, pero esto es una emergencia. Mi gato está... oh Dios, está despedazado, apenas está vivo, tiene que...

    —Su gato. - repitió Sawyer. —Y por qué me llama a mí?

    —Yo... usted es el veterinario de Mandelbrot, usted e...

    La voz fue de hielo: —No he ejercido de veterinario de nadie desde hace más de tres años.

    Desjardins recordó: los veterinarios de la NAm se habían destinado al serivicio humano cuando el βehemoth, junto al millar de bichos ocasionales que viajaban en sus faldas, había abrumado el sistema de salud pública.

    —Pero usted aún es, es decir, usted aún sabe lo que...

    —Sr.Desjardins, olvide la hora. ¿Sabe siquiera el año que es?

    Desjardins movió la cabeza: —¿Qué está diciendo? Mi gato está en el suelo con su...

    —Han pasado cinco años del amanecer de la Era de la Bruja de Fuego. - continuó Sawyer con una voz helada. —La gente se está muriendo, Sr. Desjardins. Por millones. Cada día. Incluso malgastar comida en un mero animal bajo estas circunstancias es escandaloso. Esperar que yo dedique tiempo y recursos en salvar un gato herido no está muy alejado de resultar obsceno.

    A Desjardins le picaron los ojos. Su visión se nubló. —Por favor... Puedo ayudarle. Puedo... ¡le doblaré la ración de su ciclador! ¡Puedo conseguirle agua ilimitada! ¡Puedo darle acceso a la jodida geosincronización si eso es lo que quiere, a usted y a su familia!. ¡Cualquier cosa!. Sólo dígalo.

    —Escuche bien: deje de malgastar mi tiempo.

    —¿Sabe usted quién soy? - gritó Desjardins.

    —Con toda certeza. Y me asombra que un criminal, y aún más uno de su evidente altura, tuviera las prioridades tan completamente mal dirigidas. ¿No se supone que son ustedes inmunes a ese tipo de cosas?

    —Por favor...

    —Buenas noches, Sr.Desjardins.

    Desconectó, añadió un pequeño icono en una esquina de una pantalla.

    La sangre burbujeaba en la esquina de la boca de Mandelbrot. Su párpado interno caía por ese globo ocular ensangrentado y retraído.

    —¡Por favor! - gimió Desjardins. —No sé lo que...

    Sí lo sabes.

    Él se agachó frente a él, extendió una mano, empujó tentativamente un lazo de intestino. Un espasmo pasó a través de Mandelbrot como un espíritu. Maulló levemente.

    —Lo siento...Lo siento...

    Ya sabes lo que hacer.

    Recordó a Mandelbrot agarrado y mordiendo el tobillo de su padre cuando el anciano había venido a visitarle allá por el año 48. Recordó a Ken Lubin en calzones, de pie en el cuarto de baño de Desjardins, frotando sus pantalones en el lavabo: —Tu gato me meó encima. - había dicho con un resentido respeto en su voz. Recordó el millar de noches que se había quedado atrapado en la cama con la vejiga a punto de explotar pero siendo incapaz de molestar la soñadora bola peluda sobre su pecho.

    Lo sabes.

    Recordó a Alice apareciendo en el trabajo con las manos laceradas luchando por sostener un siseante gatito flacucho que a nadie le importaba una mierda: —Hey Aguafiestas, quieres un gato guardián? El caos hecho carne. Orejas reversibles, no necesita pilas, garantiza que nadie atraviese la puerta delantera con todas sus partes corporales...

    Lo sabes. Mandelbrot se convulsionó de nuevo.

    Lo sabía.

    No había nada cerca que pudiera usar... ni inyectables, ni gas, ni proyectiles. Todo eso estaba cargado en las trampas y llevaría demasiado tiempo extraerlo. La sala era un cascarón de paredes gris hueso y ramas de fibra óptica. El campo de neuroinducción... haría daño...

    Sólo un jodido ladrillo, pensó él tragando contra la congoja en su garganta. Sólo un roca, están por todas partes en el exterior...

    No hay tiempo. Mandelbrot ya no iba a sobrevivir, no había estado viviendo desde que había empezado a regresar de las perreras. Todo lo que estaba haciendo era sufrir. Y todo lo que Desjardins podía hacer era terminar con eso.

    Levantó el pie sobre su cabeza.. —Tú y yo, salchica. - susurró él. —Teníamos la autorización más alta que cualquiera en un radio de mil kilómetros...

    Mandelbrot ronroneó una vez. Algo cedió en él cuando falleció. Lo que fuera que quedaba yacía flácido sobre el suelo.

    Desjardins mantuvo su pie en alto un momento, por si acaso. Finalmente, lo apoyó de nuevo sobre el suelo de hormigón. Mandelbrot nunca había sido de los que llevaban la iniciativa.

    —Gracias. - susurró Aquiles Desjardins, y lloró a su lado.

    El Dr. Trevor Sawyer despertó por segunda vez como muchas otras veces. Una oscura forma se suspendía sobre su cabeza como un gran puño. Aquelló siseó en voz baja como un reptil.

    Él trató de levantarse. No podría, sus brazos y piernas oscilaban como goma sin respuesta. Le hormigueaba la cara, su mandíbula cayó flácida como pasta cocinada. Incluso su lengua se hinchó y quedó suelta e inmóvil en su boca.

    Se quedó mirando a la forma ovoide por encima la cama. Era un enorme huevo de pascua oscuro suspendido en el aire. Su barriga estaba desfigurada por puertos y zócalos apenas discernibles que reflejaban rendijas grises de la tenue luz que llegaba desde el pasillo.

    El siseo remitió. Sawyer sintió un reguero de baba en su mejilla desde la esquina de su boca. Trató de tragar y fracasó.

    Aún estaba respirando, eso ya era algo.

    El huevo de pascua clicó en voz baja. Un vago zumbido casi subsónico emanaba desde alguna parte cercana... o un campo de efecto o la estática de los nervios de su propia cóclea activados al azar.

    No podía ser neuroinducción. Un moscabot ni siquiera despegaría del suelo cargando inductores tan pesados. Era bloqueo neuromuscular de alguna clase. Me ha gaseado.

    Nos ha gaseado...

    Quiso girar la cabeza que yacía como una roca de diez kilos sobre la almohada, desafiándole. No podía mover los ojos, ni siquiera podía pestañear.

    Aunque podía oir a Sandra al lado, respirando rápido y con dificultad. Estaba demasiado despierta.

    —Ya veo que volviste a dormir, al instante. - Le remarcó el moscabot con una voz familiar. —No has perdido ni un suspiro, ¿verdad?

    ¿Desjardins...?

    —Aunque, está bien. - continuó la máquina. —Resulta que tenías razón. Toma, déjame echarte una mano...

    El moscabot inclinó el morro y descendió hasta que estuvo literalmente rozando la mejilla de Sawyer. Le acarició suavemente con el morro como una mascota hambrienta pidiendo comida a su amo. La cabeza de Sawyer se inclinó de lado sobre la almohada, se quedó mirando más allá del borde de la cama hacia la cuna contra la pared del fondo, apenas visible en las tinieblas.

    Oh Dios, qué... Esto no podía estar pasando. Aquiles Desjardins era un criminal, y los criminales... no hacían este tipo de cosas. No podían. Nadie lo había admitido nunca oficialmente, por supuesto, pero Sawyer tenía contactos, él sabía del tema. Había... restricciones justo hasta el nivel bioquímico para evitar que los criminales usaran indebidamente su poder, para evitar que hicieran lo que exactamente... El robot flotó por el dormitorio. Llegó a descansar a un metro sobre la cuna. La delgada media luna de una lente giratoria brilló en su barrila, enfocando.

    —Kayla, ¿no se llama así? - murmuró el moscabot. —Siete meses, tres días, catorce horas, diría yo, Dr. Sawyer. Sus genes deben de ser muy especiales para justificar traer a un bebé a este mundo de mierda. Apuesto a que cabreó bastante a los vecinos. ¿Cómo sorteó los estatutos de control de natalidad?

    Por favor, pensó Sawyer. No le hagas daño. Lo siento. yo...

    —¿Sabes?, apuesto a que hiciste trampa. - murmuró la máquina. —Apuesto a que esta larva meona ni siquiera debería estar aquí. Ah, bueno. Como dije antes, tenías razón. Sobre la personas de verdad. En realidad se mueren a todas horas.

    Por favor. Oh Dios querido dame fuerza, déjame moverme, al menos dame bastante fuerza para suplicar... Brillante como el sol, una feroz probóscide bajó lamiendo la oscuridad e iluminó a Kayla.

    El moscabot se giró y miró a Trevor Sawyer con un oscuro ojo ciclópeo mientras su bebé gritaba y se ennegrecía.

    —¡Vaya!, aquí se muere una ahora. - le remarcó.

    —Por Mandelbrot. - susurró Desjardins. —En su memoria.

    Liberó al moscabot para que regresara a sus rondas progamadas. No podría responder a ninguna de las inevitables preguntas que surgirían de lo ocurrido esta noche, incluso en el improbable caso de que cualquiera pudiera rastrearlo hasta la madriguera de colmenas residenciales de 1423-150 Cushing Skywalk. Hasta ahora, sólo podría recordar una patrulla rutinaria. Eso era todo lo que recordaría hasta que un fallo de navegación lo había enviado en una hélice suicida hacia la zona prohibida alrededor del generador principal del campo de estática de Sudbury. No quedaría lo bastante de él después para reconstruir nada mayor que una lente y ni mucho menos un registro de eventos.

    En cuanto a los mismos cadáveres, incluso la investigación más superficial revelaría indicaciones de los resentimientos de Trevor Sawyer por su forzosa restricción al Cuerpo Sanitario y previos lazos familiares inesperados al régimen de MyA recientemente llegado al poder en Ghana. Nadie malgastaría el tiempo haciendo preguntas después de eso. Aquellos asociados con el Nuevo Orden de la Madona eran famosos por sus esfuerzos en derribar el antiguo. Con la autorización hospitalaria y experiencia médica de Sawyer, el daño que podía haber hecho a los miembros de la comunidad respetuosos con la ley era incalculable. Sudbury estaba mejor sin él, tanto si se había suicidado como si algún criminal vigilante, cercano o lejano, le había rastreado hasta su guarida y terminado sus actividades terroristas con extremo uso de la fuerza.

    Tampoco era que esa clase ataques quirúrjicos no pasaran a todas horas. Y si algún criminal iba tras él, era, por definición, por el bien mayor.

    Otro punto más de la lista resuelto. Desjardins envolvió a Mandelbrot en su camiseta y se encaminó el exterior llevando el bulto ensangrentado contra su pecho desnudo. Estaba ahogándose en un vórtice de emociones: estaba vacío por dentro. Trató de resolver la paradoja mientras ascendía hacia el nivel del suelo.

    Congoja, por supuesto, por la pérdida de un amigo que había tenido durante casi diez años. Satisfacción por el precio cobrado a cambio. Y aún así... había esperado algo más de que esta macabra sensación por la deuda saldada. Había esperado sentirse más satisfecho. Alegre, quizá, después de que Trevor Sawyer viera a su esposa y bebé arder vivos. Alegre después de la propia inmolación de Sawyer, la carne separándose de los huesos, los globos oculares explotando como enormes cocos gelatinosos hirviendo en sus cuencas, sabiendo incluso allí; al final, sintiéndolo todo; que ni siquiera había encontrado la fuerza para gimotear.

    La alegría eludía a Desjardins. Por supuesto, nunca la había sentido ninguna de las otras veces que había saldado las cuentas, pero había esperado más esta vez. Ciertamente, la causa había sido más sentimental. Pero aún así: sólo congoja y satisfacción y... y algo más, algo que no podía definir... Él salió al exterior. La pálida luz matinal surgía por todas partes. Mandelbrot se enfriaba y se ponía rígido en su brazos.

    Él dio unos pasos y se giró para mirar a su castillo. Asomaba inmenso, oscuro y ominoso contra el cielo radiante. Antes de Río, una pequeña ciudad digna de los supuestos salvadores que habían trabajado allí. Ahora era todo suyo.

    Gratitud, notó él, atónito. Eso es lo que sentía. Gratitud por su propia congoja. Aún amaba. Aún podía sentir con todo su corazón. Hasta esta noche y esta pérdida, nunca había estado completamente seguro.

    Alice había tenido razón todo el tiempo. Sociópata era una palabra demasiado pequeña para contener lo que fuera en que se había convertido.

    Quizá la visitara y se lo dijera una vez que hubiera acostado a su adorado Mandelbrot.

Capítulo 40

    

Capítulo 40 - DesArmadura

    Sólo Dejar Cadáveres Aquí.

    Deshechos No Autorizados Serán Perseguidos.

    El estatuto de Peligros Biológicos de la NAmAt/ARISC 4023-A-25-sub5 era un cerco de tres paredes abierto hacia el cielo al sur de la 184 justo a las afueras de Ellsworth. El letrero había sido escrito con aerosol en el interior de la pared de atrás. La pintura inteligente hacía un ciclo en media docena de idiomas, con una pausa durante unos segundos en cada turno. Clarke y Ouellette estaban en el lado abierto mirando hacia dentro. El gradual suelo estaba encostrado con limo antiguo, agrietado y escamado como el lecho de un lago secado en el desierto. Habían pasado años, obviamente desde que había estado lleno. Cuatro cuerpos yacían sobre aquel sustrato. Uno había sido colocado cuidadosamente con sus brazos doblados sobre el pecho; estaba hinchado y negro, rezumando gusanos por debajo de un nimbus de moscas. Los otros tres estaban disecados y desarreglados, como montones de hojas sopladas y abandonadas a un fuerte viento. Faltaban miembros y una cabeza.

    Ouellette señaló al letrero: —En verdad una maldita concesión en los viejos tiempos. La gente acababa en la cárcel por enterrar a sus seres queridos en el jardín de rosas trasero bajo acusación de poner en peligro la salud pública. - Ella gruñó, recordando. —No podían detener al βehemoth. No podían detener las plagas bajo la alfombra. Pero al menos podían encerrar a algunas pobres viejas que no habían querido ver a sus maridos muertos ascender junto con las llamas.

    Clarke sonrió levemente. —La gente se siente, ¿cuál es la palabra...?

    —Proactiva. - sugirió Ouellette.

    —Eso es.

    Ouellette asintió. —Aunque para ser justos, era un problema en aquellos tiempos. Había un montón de otros cuerpos alrededor... se apilaban hasta la altura del hombro, aquí dentro y fuera. Durante un tiempo, el cólera mataba más gente que el βehemoth.

    Clarke echó un ojo a la estructura. —¿Por qué apilarlo aquí fuera?

    Ouellette se encogió de hombros. —Los tenían por todas partes. - Clarke pasó dentro del cerco. Ouellette la retuvo con una mano sobre su hombro: —Será mejor empezar con los más antiguos. No hay final para las cosas que podrías pillar de esos frescos.

    Clarke se encogió de hombros para quitarse la mano: —¿Qué hay de ti?

    —Yo tengo protección de amplio espectro aquí arriba. No hay gran cosa que pueda infectarme.

    La doctora se acercó al cadáver desde arriba, la leve brisa no era bastante para dispersar la peste. Clarke, a mayor distancia, combatió la urgencia de las arcadas y se centró en su propia misión de partes corporales. Sostuvo su lata de esterilización como un crucifijo y apretó el émbolo. El cuerpo de una sola pierna a sus pies brilló cuando el aerosol cubrió pesadas láminas sobre su superficie.

    —Estos están en bastante buena forma. - remarcó Ouellette rociando a su cadáver. —No hace mucho tiempo tenías que comprobar dos veces a la semana si querías encontrar una tibia conectada a una rótula. Los saqueadores tenían trabajo diario. - Ella estaba rociándolo todo, notó Clarke sin sorpresa. Podría ser inmune a las enfermedades que se daban un festín con el cuerpo pero, aún así, no iba a ser ninguna amenaza de llevarlas por ahí.

    —Así que, ¿Qué ha cambiado? - preguntó Clarke.

    —Ya no hay más saqueadores.

    Clarke hizo rodar las momias con los pies y roció el otro lado. La envoltura se endurecía en segundos. Recogió el cuerpo amortajado en sus brazos. Era como cargar un montón de leña suelta. La envoltura esterilizante crugía levemente contra su inmersopiel.

    —Mételo en la EM. - le dijo Ouellette aún rociamdo. —Ya he cambiado las configuraciones.

    La lengua de la EM salió hasta la rampa. Una capa arrugada de plata alineaba su garganta. Clarke puso los restos sobre la camilla, la lengua empezó a retroceder tan pronto como el peso quedó estable. Tragó y cerró la boca.

    —¿Tengo que hacer algo? - preguntó Clarke.

    —Nop. Sabe la diferencia entre un cuerpo vivo y uno muerto.

    Un profundo zumbido casi subsónico sonó brevemente del interior de la EM.

    Ouellette cogió una larva humanoide del compuesto. Sus facciones hinchadas se habían desvanecido del todo bajo capas de plástico fibroso, como si Ouellette fuera alguna araña monstruosa dada a envolver a su presa. La superficie de la mortaja estaba pimentada sobre el cuerpo con insectos atrapados, medio integrados. Se retorcían, morían, contra sus ataduras.

    Clarke se acercó para echarle una mano Ouellette. Sonó levemente algo líquido dentro cuando cambió el peso entre ellas. La EM abrió la boca... vacía de nuevo... y vomitó en la cara de Clarke un cálido aliento polvoriento. La lengua se extendió como la de un enorme polluelo insaciable.

    —¿Puede respirar esa cosa tu piel? - preguntó Ouellette.

    —¿Qué, mi inmersopiel?

    —Tu verdadera piel. ¿Puede respirar bajo todo ese copolímero?

    —El copolímero es prácticamente todo lo que he llevado durante los últimos cinco años. Aún no me ha matado.

    —Aunque no puede ser bueno para ti. Está diseñada para mantenerte viva en las profundidades del mar. No puedo imaginar si es saludable llevarla en una atmósfera todo el tiempo.

    —No veo por qué no. - Clarke se encogió de hombros. —Respira, termorregula. Me mantiene bien y homeoestática.

    —En el agua, Laurie. El aire tiene condiciones completamente diferentes. Apuesto que tienes deficiencia en vitamina K.

    —Estoy bien. - dijo Clarke neutralmente..

    La EM zumbó contenta.

    —Si tú lo dices. - dijo Ouellette por fín.

    La EM se abrió por más.

    Trazaron su rumbo siguiendo letreros de carreteras abandonadas y mapas en el salpiadero. Ouellette se negó rotundamente a poner el GPS. Clarke tuvo que preguntar por la parada marcada en su ruta. ¿Belfast? ¿Camden? ¿Freeport? Apenas habían sido puntos en un mapa incluso antes de que terminara el mundo: ¿por qué no ir a Bangor, justo a unos kilómetros al norte? Ahí era donde estaría la gente.

    —Ya no. - dijo Ouellette, alzando la voz por encima de un frenético orfeón que ella había atribuído a lo que muchos rusos llamaban Prokofiev.

    —¿Por qué no?, preguntó Clarke.

    —Las ciudades son el cementerio de la humanidad. - Tenía el tono de una cita. —Había un umbral, no recuerdo cuál exactamente. Un número mágico de gente por hectárea. Todo centro urbano estaba muy por encima del él. Algo como el βehemoth, soltado en una zona urbana de alta densidad, por no mencionar todo los patógenos secundarios que se unían al viaje a su paso, despegaba como el fuego. Si una persona estornudaba, enfermaba un centenar. Los gérmenes amaban las multitudes.

    —¿Y a las ciudades pequeñas les fue bien?

    —Bueno, no bien, obviamente. Pero las cosas no se propagaban tan rápido... la extensión aún continúa, realmente. Los pueblos eran pequeños y estacionales y las áreas de en medio eran principalmente propiedad de los tapasblancas. - Ouellette gesticuló al follaje mustio que pasaba por el parabrisas. —Esto era todo propiedad privada. Viejos R ricos y K que no se mezclaban, tenían buenos médicos. También han desaparecido ahora, por supuesto.

    Desparecido hacia Atlantis, conjeturó Clarke. Algunos, si no todos.

    —De modo que, las grandes ciudades tenían exactamente dos opciones cuando llegó la Bruja de Fuego. - continuó Ouellette. —Podían levantar barricadas y generadores de campo estático o podían implosionar. Muchas de ellas no podían permitirse generadores, así que implosionaron por defecto. No he estado en Bangor desde el cincuenta y tres. Hasta donde sé, ni siquiera limpiaron nunca los cuerpos.

    Consiguieron sus primeros cinco clientes vivos en Bucksport. Salieron de la carretera principal sobre las dos a.m., cerca de un ciclador Calvin de la Cruz Roja con un preocupante indicador amarillo en su panel. Ouellette lo examinó a la luz de un tablón de anuncios obsoleto que funcionaba con energía solar almacenada y que insistía sin cesar en venderles los beneficios de ropa inteligente y proglótidos dietéticos. Necesidades reabastecidas. - Ella volvió dentro de la EM y abrió un menu.

    —Pensé que obtenían todo lo que necesitaban del aire. - dijo Clarke.

    De eso trataba la fotosíntesis, después de todo... le sorprendió descubrir cuántas moléculas complejas estaban hechas con nada más que varias combinaciones de nitrógeno, carbono y O2.

    —Sin elementos traza. - Ouellette sacó un cartucho de celulosa y llenó sus compartimentos con pasta roja y ocre del dispensador. —Esto es bajo en hierro y potasio.

    El cartel publicitario aún estaba ofreciendo sus bienes inexistentes a la mañana siguiente, cuando Clarke se embutió a sí misma dentro del cubículo del aseo de la EM. Cuando salió de nuevo, dos siluetas estaban pegadas contra el parabrisas.

    Ella salió con cuidado junto a Ouellette y subió entre los asientos individuales. Dos chicos hindúes, uno quizá de seis años, el otro cerca de la adolescencia, se quedaron mirándola. Ella se inclinó hacia adelante y se quedó mirándolos a ellos. Dos pares de oscuros ojos abiertos por la sorpresa. El más joven emitió un gritito. Al segundo siguiente, ambos salieron corriendo.

    —Son tu ojos. - dijo Ouellette tras ella.

    Clarke se giró. La doctora estaba sentada derecha, abrazando la espalda del asiento del conductor desde atrás. Ella parpadeó con ojos legañosos a la luz matutina. —Y el traje. - continuó. —En serio, Laurie, pareces un zombie en ese disfraz. - Ella se estiró tras ella y abrió la taquilla de la pared del fondo. —Podrías ponerte algo mío.

    Se estaba empezando a acostumbrar a su alias. El consejo no solicitado de Ouellette era otro asunto.

    Media docena de personas ya hacían cola cuando salieron a la luz del día. Ouellette les sonrió mientras paseaba alrededor de la parte trasera del vehículo y alzaba la marquesina. Clarke la siguió, aún somnolienta. La boca de la EM se abrió mientras pasaba. La línea plateada de la garganta se había retirado, exponiendo una red de cabezas sensoras remachando la pared cilíndrica.

    Iconos e indicadores destellaban por el panel sobre el lateral trasero de la EM. Ouellette jugaba con ellos con ausente mente experta con sus ojos pendientes en los pacientes que se acumulaban.

    —Todo el mundo en pie. Nadie sangrando. Y no hay casos obvios del βehemoth. Buen comienzo.

    A mitad de camino a un bloque detrás del cartel publicitario, los dos niños que Clarke había sorprendido tiraban de una mujer de mediana edad doblando la esquina de un restaurante largo tiempo difunto. Ella se movía a su propio ritmo, resistiendo el ímpetu de los niños como si fueran perros ansiosos con tensas correas. Más lejos carretera abajo, escogiendo su camino por los escombros dispersos y los bultos de asfalto agrietados por la hierba, un hombre cojeaba hacia adelante con un bastón.

    —Acabamos de llegar aquí. - murmuró Clarke.

    —Ya. Normalmente pongo la música a tope durante un par de minutos para que la gente lo sepa. Pero muchas veces ni siquiera hace falta.

    Clarke hizo una panorámica de la calle. Una docena ahora, al menos. —Algunos en realidad pasan la palabra.

    —Y así... - le dijo Ouellette, —... es como vamos a ganar.

    Bucksport era uno de las paradas regulares de Ouellette. Los locales la conocían o, al menos, habían oído hablar de ella. Ella los conocía y los ministraba como siempre, su música omnipresente sonaba en voz baja al fondo. Los enfermos y heridos pasaban como bolos alimenticios a través de las vibranted profundidades de la EM. A veces el pasaje llevaba sólo unos momentos y Ouellette esperaba al otro lado con un dérmico o una inyección, o algún contravector viral para actuar como un antiguo alcaloide. Otras veces los pacientes se demoraban dentro mientras la EM les ajustaba los huesos o separaba ligamentos lesionados o quemaba malignidades con impactos concentrados de microondas. Ocasionalmente, el problema era tan obvio que Ouellette podía diagnosticarlo de un vistazo y curarlo con una inyección o un consejo.

    Clarke la ayudaba cuando podía, lo que era raramente. La EM mantenía su propio inventario y Ouellette tenía poca necesidad de la limitada experiencia de Clarke en mordeduras de peces. Ouellette le enseñó lo básico sobre la marcha y le dejaba cribar la cola de pacientes. Incluso eso no era del todo exitoso. Las reglas eran bastante sencillas pero algunos de los bárbaros maass jóvenes retrocedían ante la apariencia de Clarke: la extraña piel negra parecía rielar cuando no la miraban directamente. Los pequeñas protuberancias de maquinaria sobre la carne. Los vítreos ojos sin detalles que te miraban pero no te miraban, que no pertenecían tanto a un ser humano como a algún robot impostor. Eventualmente, Clarke se contentó a sí misma con los adultos y les daba consejos vitales mientras esperaban su turno. Había, después de todo, más que dispensar que sólo atención médica. Ahora, había instrucciones.

    Ahora, había un plan. Espera los misiles, le dijeron. Vigila los estallidos. Sigue los fragmentos cuando caen, encuéntralos en el suelo. Eso es lo que buscas, de eso se trata. Toma todas las muestras que puedas, terreno en jarras de mesa, trapos empapados en nubes de aerosol en la tierra cero, cualquier cosa. Una cucharada de té podría ser suficiente. Una lata de soda, medio llena, podía ser una bicoca. Todo lo que puedas conseguir, da igual como lo consigas.

    Se rápido: los elevadores pueden estar llegando. Recoge lo que puedas y corre. Llega a la zona de impacto, ocúltate de los lanzallamas siempre que puedas. Cuéntalo a los demás, cuéntalo a todo el mundo; extended la palabra y el método. Pero nada de radio, ni de redes, ni fibra óptica, ni inalámbricos. El éter os joderá si le dejáis, fíate sólo de la palabra hablada. Encontradnos en Freeport o Rumford o lugares en el medio. Volved a nosotros: traednos lo que tenéis.

    Puede haber esperanza.

    Augusta la ponía la piel de gallina. Literalmente.

    Se acercaron desde el este justo antes de la media noche, siguiendo la 202. Taka las sacó de la carretera principal en favor de una carretera de grava que atajaba por la suave pendiente del valle del Río Kennebec. Aparcaron sobre un cerro con vistas a la baja topografía.

    Todo este lado del río había quedado abandonado, casi todo sobre el lado alejado también. El núcleo brillante que permanecía en medio de unas oscuras ruinas vacías de los viejos tiempos. Sus nimbus reflejaban el banco de nubes por encima, convertían toda la meseta en un blanco y negro de alto contraste.

    Vaga piel de gallina recorrí los brazos y nuca de Clarke. Incluso su inmersopiel parecía estar, bueno, tiritando, una sensación tan sutil que se suspendía sobre el umbral de la imaginación.

    —¿Has sentido eso? - dijo Ouellette.

    Clarke asintió.

    —Generador de campo estático. Estamos justo sobre el borde exterior del campo.

    —Así que, ¿empeora en el interior?

    —No en el mismo interior, por supuesto. El campo se dirige hacia el exterior. Pero sí, cuanto más cerca estás del perímetro, tanto más pelo se te eriza. Una vez que estás dentro, no lo sientes. No de esa forma, al menos. Hay otros efectos.

    —¿Cómo qué?

    —Tumores. - Ouellette se encogió de hombros. —Mejor que la alternativa, supongo.

    Un grupo de luces y arquitectura demasiado juntas surgió en la oscuridad, sus perfiles sugerían los contornos de un tosco domo pixelado. La nueva Augusta estaba obviamente exprimiendo cada centímetro cúbico que podía sacar de la zona de seguridad. —¿Vamos a entrar ahí dentro? - preguntó Clarke.

    Ouellette negó con la cabeza.. —No nos necesitan.

    —¿Podemos entrar ahí dentro? - Pese a toda su pérdida de estatura, Augusta aún debe de tener portales de datos. Lubin podría haber estado mejor apartado de ellos, después de todo.

    —¿Quieres decir, como un permiso en el puerto? Una parada para algo de RV y un jacuzzi caliente?

    — La doctora dio una carcajada en voz baja. —No funciona así. Probablemente nos dejarían entrar si hubiera algún tipo de emergencia, pero todo el mundo se ocupa de lo suyo estos días. La EM está fuera de Boston.

    —Así que, podrías entrar en Boston. - Aún mejor.

    —Aunque es una noche hermosa. - remarcó Ouellette. —Pese a todas sus condiciones cancerígenas. Casi como las luces septentrionales.

    Clarke la observaba sin hablar. —¿No crees?

    Ella decidió no forzar. —La noche me parece bastante al día. Aunque no con tanto color.

    —Claro. Los ojos. - Ouellette la miró de soslayo. —¿No te cansas nunca de la luz del día a todas horas?

    —En realidad, no.

    —Deberíais probar a quitártelas de vez en cuando, sólo para variar. A veces cuando ves demasiado, pasas por alto mucho más.

    Clarke sonrió. —Pareces una galleta de la suerte.

    Ouellette se encogió de hombros. —No le hará daño a tus cuidados de los pacientes, tampoco. Los pacientes podrían empatizar contigo mejor sin ellas, ¿sabes?

    —No hay gran cosa que pueda hacer por tu pacientes de todos modos.

    —Oh, eso no es...

    —Y si lo hay... - continuó Clarke con conspícua voz neutral, —... entonces pueden aceptar mi ayuda sin diseñarme el ropero.

    —Vaaale. - dijo Ouellette tras un momento. —Lo siento.

    Se sentaron en silencio por un rato. Finalmente, Ouellette puso en marcha la EM y sugirió una música... una discordante adrenalina de saxofón y percusión eléctrica de seria extravagancia con sus gustos usuales.

    —¿No vamos a parar aquí? - preguntó Clarke.

    —La carne de gallina me mantiene despierta. Probablemente no sea muy bueno para la EM. Sólo pensé que te gustaría el paisaje, es todo.

    Se encaminaron por la carretera. El cosquilleo de la piel de Clarke se disipó en pocos momentos.

    Ouellette siguió conduciendo. La música dio paso a un interludio hablado con acompañamiento musical... una historia sobre una liebre que había perdido su espectáculo, o lo que fuera aquello. —¿Qué es esto? - preguntó Clarke.

    —Del SigloVeinte. Puedo apagarlo si te...

    —No. Está bien. - Ouellette lo desconectó de todos modos. La EM condujo en silencio.

    —Podríamos parar cuando quieras. - dijo Clarke después unos minutos.

    —Un poco más adelante. Es peligroso alrededor de las ciudades.

    —Creí que estábamos más allá del campo.

    —No por el cáncer. Por la gente. - Ouellette activó el autopiloto y se reclinó en el asiento. —Suelen quedarse justo en el exterior de los enclaves y se ponen avariciosos.

    —¿La EM no puede ocuparse de ellos?

    —La EM puede rebanarlos y cortarlos en una docena de formas diferentes hasta el domingo. Sólo prefiero evitar la confrontación.

    Clarke negó con la cabeza.. —No puedo creer que Augusta no nos hubiera dejado entrar.

    —Te lo dije. Los enclaves se protegen a sí mismos.

    —Entonces, ¿por qué molestarse siquiera en enviarte fuera? Si todo el mundo aquí arriba está tan autocentrado, ¿por qué ayudar en los yermos en primer lugar?

    Ouellette se burló en voz baja. —¿Dónde has estado los últimos cinco años? - Ella alzó la mano: —Pregunta estúpida. No estamos aquí fuera por altruismo, Laurie. La flota de las EMs, los Saleros...

    —¿Saleros?

    —Estaciones de datos. Todo es sólo para evitar que los bárbaros arrasen las barricadas. Si les traemos unos bocados, quizá no estarán tan motivados para meter el βehemoth en nuestros propios patios traseros.

    Tenía el sentido usual, Clarke tuvo que admitir. Y aún así,...

    —No. Ellos no enviarían afuera los mejores y más brillantes para una misión cutre de control de multitudes.

    —Tienes razón..

    —Ya, pero tú...

    —¿Yo? ¿Soy la mejor y la más brillante? - Ouellette se palmeó en la frente. —¿Qué en el nombre de todo lo que vive te ha dado esa idea?

    —Te he visto trabajar

    —Me has visto aceptar órdenes de una máquina sin fastidiarla demasiado. Algunos día de entrenamiento y podría enseñarte a hacerlo también en la mayoría de estos casos.

    —No me refería a eso. He visto doctores en acción antes, Taka. Tú eres diferente. Tú... - Una de las propias frases de Ouellette saltó en su mente: cuidados del paciente. —Te preocupas. - concluyó simplemente.

    —Ah. - dijo Ouellette. Y luego, mirando al frente: —No confundas compasión con competencia, Laurie. Es peligroso.

    Clarke la estudió. —Peligroso. Esa es una palabra extraña.

    —En mi profesión, la competencia no mata a la gente. - dijo Ouellette. —La compasión puede.

    —¿Has matado a alguien?

    —Difícil de saberlo. Ese es el asunto con la incompetencia. No es tan definida como la maldad deliberada.

    —¿Cuántos? - preguntó Clarke.

    Ouellette la miró. —¿Estás llevando la cuenta?

    —No. Lo siento. - Clarke apartó la mirada.

    Pero si lo estuviera, pensó, Te ganaría con creces.

    Ella sabía que no era una comparación justa. Una muerte, supuso, podía ser una carga más pesada que un millar si te importaba lo bastante. Si te molestabas en estar involucrada.

    Si tenías compasión.

    Finalmente, aparcaron en un remoto claro arriba de la pendiente. Ouellette desdobló su camilla y la encendió con unos monosílabos. Clarke se sentó inmóvil en su asiento, observando la claridad gris sobre gris del paisaje nocturno más allá del parabrisas: hierbas de prado grises, pilas de carbón de largas coníferas, salientes de costra de ajado lecho rocoso. Cielo nublado de papel de embalar.

    Desde atrás, vagos ronquidos.

    Ella alargó la mano tras su asiento y pescó su mochila. El vial de las tapas oculares había quedado en el mismo fondo, una víctima de inatención crónica. Lo sostuvo en la mano durante largo tiempo antes de abrir.

    Cada una de las tapas oculares cubría toda la córnea visible y algo más. La succión tiró de sus globos oculares como si fuera a sacárselos. Se despegaron con suave pop.

    Fue como si le hubieran sacado los ojos, no sólo sus cubiertas. Fue como quedarse ciega. Fue como estar en las profundidades del mar, lejos de toda luz. No fue desagradable del todo.

    Al principio no había nada en ninguna parte. Los iris se habían vuelto perezosos, pues el fotocolágeno hacía todo el trabajo pesado. Aunque después de un tiempo, recordaron cómo dilatarse. Una franja de gris oscuro iluminó el vacío directamente al frente: leve luz nocturna a través del parabrisas.

    Tanteó su camino fuera de la EM y se apoyó contra su flanco. Dejó que la puerta siseara al cerrarse tan en voz baja como fue posible. El aire de la noche le enfriaba la cara y las manos.

    Un brillo difuso se registraba por el rabillo del ojo, disipándose cada vez que lo enfocaba. No mucho más tarde, podía distinguir el cielo del horizonte de árboles. Lúgubre, tapiz gris sobre sobre serradas siluetas. Parecía marginalmente más brillante hacia el este.

    Anduvo unos metros y miró atrás: los llamativos bordes suaves de la EM casi relucían contra aquel paisaje fractal. Hacia el oeste, a través de un claro en la nubes, vio las estrellas.

    Caminó.

    Tropezó con raíces y agujeros media docena de veces por falta de iluminación. Pero el esquema era bastante similar que el que obtenía con las tapas oculares, gris sobre gris sobre negro. La única diferencia era que el contraste y el brillo habían disminuído.

    Cuando el cielo empezaba a brillar hacia el este, vio que había estado subiendo una desnuda ladera de grava poblada de tocones, un viejo recorte que nunca se había recuperado. Debía de haber estado así mucho antes de que hubiera entrado a escena el βehemoth. Todo se está muriendo, había dicho ella.

    Y Ouellette había respondido: Eso está sucediendo de todos modos...

    Clarke miró hacia abajo por el camino por donde había venido. La EM se asentaba como un juguete sobre el borde de lo que debía de haber sido una vieja carretera maderera. Árboles marrrones se alineaban al otro lado de la carretera y la colina había quedado afeitada a cada lado debajo de la que ella acababa se subir.

    De pronto, había una sombra. Se alargaba pendiente abajo como la silueta de un gigante asesinado. Ella se giró: un rojizo sol fluorescente estaba justo en la cresta de la colina. Por encima, un costillar de nubes relucían en tono salmón radioactivo. Le recordaban a Clarke corrugaciones esculpidas por las olas en un lecho marino arenoso, pero ni siquiera podía recordar haber visto colores tan intensos.

    Perder la visión cada noche podría no estar tan mal, reflexionó, si es así cómo la recuperas por la mañana.

    El momento pasó, por supuesto. El sol sólo había tenido unos grados con los trabajar, un estrecho hueco de distante cielo despejado entre la tierra y las nubes. En pocos minutos había emergido tras un denso banco de stratus, disipados hacia un palido claro brillante en una extensión de inane gris.

    Alyx, pensó ella.

    Ouellette se levantaría pronto, fortaleciéndose a sí misma durante otro día sin sentido, invertido al servicio del bien mayor. Haciendo la diferencia que no suponía ninguna diferencia.

    Quizá no el bien mayor, pensó Clarke. Quizá, la necesidad mayor. Ella empezó a bajar la colina. Ouellette estaba subiendo hacia la luz del día para cuando Clarke alcanzó la carretera.

    Taka parpadeó contra la mañana gris y parpadeó de nuevo cuando vio los ojos desnudos de la Rifter.

    —Dijiste que podías enseñarme. - dijo Clarke.

Capítulo 41

    

Capítulo 41 - Contemplador de Estrellas

    Es simpática, Dave, dijo Taka a su marido muerto. Daba un poco de miedo al principio... Crys la hubiera mirado y hubiera salido corriendo de la habitación. Definitivamente, no es una persona muy de multitudes.

    Pero es buena, Dave, de verdad. Y si no puede estar aquí conmigo, al menos ella hace su parte del trabajo.

    La EM conducía por la vieja I-95 a través de los ruinosos restos de un pueblo llamado Freeport. Había muerto debido a la salida de los peces y los turistas, mucho antes de que el βehemoth hubiera hecho la parte definitiva. Al sur del pueblo habían parado a un lado carretera que terminaba en una ensenada aislada. A Taka le alivió ver que los desaliñados prados por encimade la línea de marea alta aún eran mayormente verdes. Eso la animó.

    —¿Por qué aquí, exactamente? - se preguntó Laurie mientras desembarcaban.

    —Anguilas eléctricas. - Taka desbloqueó el cable de carga al lado del vehículo y tomó el conector con una mano. El cable se desenrollaba tras ella mientras se encaminaba pendiente abajo. El cable serpenteaba y sonaba por debajo sus pies. Laurie la siguó hasta el borde del agua. —¿Qué?

    —En el fondo en alguna parte. - Arrodillándose, Taka pescó el avisador de su parabrisas y lo extendió en el agua. —Con suerte, el pequeño bastardo aún saldrá cuando se le llame.

    Una pequeña erupción de burbujas a veinte metros de la orilla. Un momento más tarde, la anguila salió a la superficie y serpenteó hacia ellas, naranja y serpentina. Se varó a los mismos pies de Taka, un gigante espermatozoide fluorescente con una cola que se prolongaba hacia las profundidades. Incluso tenía colmillos: una boca de metal que desfiguraba la superficie del bulbo.

    Ella le conectó el cable. El bulbo zumbó.

    —Esconden estas cosas aquí y allá... - explicó ella, —... para que dependamos completamente de los elevadores.

    Laurie ojeó el agua tranquila en la ensenada. —¿Pilas Ballard?

    —Reactor CAESAR.

    —Estás de broma.

    Taka negó con la cabeza.. —Automantenido, autosuficiente, desechable. Básicamente un gran bloque con un par de aletas térmicas. Suéltalo en agua abierta y se pone a funcionar. Ni siquiera tiene controles... ajusta automáticamente el voltaje de la conexión que quieras.

    Laurie silbó.

    Taka recogió una piedra plana y la hizo rebotar por la superficie del agua. —Así que, ¿cuándo va a aparecer Ken?

    —Depende.

    —¿De qué?

    —De si llegó a Portland. - Y luego, después de una curiosa duda: —¿Y si nos dejó en la cuneta en Penobscot?

    —No lo hizo. - dijo Ken.

    Se giraron. Él estaba de pie tras ellas.

    —Hola. - La cara de Laurie no cambió, pero alguna sutil tensión parecía manar desde su cuerpo. —¿Cómo ha ido?

    Él negó con la cabeza.

    Era casi como si las últimas dos semanas no hubieran sucedido. Ken reapareció, tan ominoso e indescifrable como siempre: y como si nada, Laurie se disipó. Fue una transición sutil... un ligero endurecimiento en el modo en que se contenía sí misma, una pequeño cesión de afección... pero para Taka, el cambio fue tan claro como una bofetada en el rostro. La mujer que ella había llegado a conocer como una aliada e incluso una amiga se sumergía ante sus ojos. En su lugar quedó ese cifrado humanoide que había encarado por primera vez sobre las pendientes de los yermos, catorce días antes.

    Ken y Laurie conversaron un poco playa abajo mientras la EM se recargaba. Taka no podía oir lo que decían, pero no había duda de que Ken estaba informando sobre su expedición en Portland, pensó Taka, observándoles. Para Ken, esa palabra parecía ajustarse bien. Y el viaje no había ido bien, a juzgar por el language corporal y la mirada en su cara

    Pero claro, él siempre mira así, se recordó a sí misma. Trató de imaginar lo que podría tomar para borrar de su cara esa crónica expresión inerte y remplazarla con algo que se aproximara a una emoción real. Quizá tenía que amenazarle de muerte. Quizá un pedo en un ascensor lo hiciera.

    Todos se encaminaron de vuelta al pueblo una vez que la EM quedó saciada. Lubin se acurrucó en el espacio entre los asientos, las mujeres a cada lado. Taka tuvo la sensación de que pasaban gigabytes entre los otros dos, aunque hablaban quizá una media docena de palabras cada uno.

    Freeport era otra parada regular en la línea. Taka paró en un aparcamiento fuera de Main y Howard, al lado de la sesgada fachada de una difunta tienda de ropa llamada (a ella siempre le hacía sonreir) El Hueco.

    El pueblo como todo, como la mayoría de ellos, estaba muerto desde hacía tiempo. Aunque algunas células individuales aún se demoraban en el cuerpo podrido, y algunas ya estaban esperando cuando llegó la EM. Taka puso Stravinsky durante unos minutos de todos modos para avisar al resto. Otros aparecieron a tiempo, emergiendo desde los cascotes de los edificios y los cascos con fugas de viejos barcos de pesca que se seguían a flote con la loca esperanza de que la Bruja tuviera miedo del agua. Ella y Laurie se pusieron a trabajar. Ken permaneció fuera de la visual, cerca de la parte trasera de la cabina. Las sombras y el dinámico tintineo de las ventanas de la EM le mostraban de todo salvo lo invisible en el exterior. Taka preguntó sobre Portland al lado de una asamblea en fila de brazos rotos y carne podrida.

    Laurie se encogió de hombros, complaciente pero distante: —No consiguió entrar. No sin ser detectado.

    No era una sorpresa. Una zona calcinada rodeaba el perímetro del lado terrestre de Portland, una plana extensión llena de sensores por la cual Taka no podía imaginar ningún paso indetectado. Un enervada piel membranosa protegía el acceso por la parte marina. No se podía entrar furtivamente en aquel lugar... en ningún enclave... y Ken evidentemente, carecía de los recursos para irrumpir por la fuerza.

    De vez en cuando Taka miraba distraída al parabrisas mientras se movían entre sus pacientes. A veces captaba dos brillantes indicadores devolviéndole la mirada, inmóviles y constantes tras los reflejos oscuros.

    Ella no sabía lo que él podría estar haciendo ahí dentro. Tampoco preguntó.

    Era como si la noche fuera una película negra tendida sobre el mundo y las estrellas meros puntitos a través de los cuales pasaba la luz diurna.

    —Allí. - dijo Ken, señalando. Agujas rectas, tres o cuatro. Sus puntas esculpían la película alto en el oeste, dejaban finos arañazos cerca de Bootes. Desaparecían en segundos. Taka nunca las había visto antes.

    —¿Estás seguro que estamos a salvo? - dijo ella.

    Él era una silueta, negro sobre negro contra las estrellas a su izquierda. —Ya nos han pasado de largo. - le dijo él. Lo cual no era lo mismo.

    —Por allí van los interceptadores. - dijo Laurie tras ellos.

    Breves supernovas se encendieron cerca de Hércules... sin estelas, pero la ignición de los seguros antimisiles caían desde la órbita. Estarían bajo el horizonte para cuando tocaran la atmósfera.

    Era después de media noche. Estaban de pie sobre una colina rocosa al sur de Freeport. Casi todo era estrellas y cielo. El insignificante círculo de tierra bajo el horizonte era negro y sin detalles. Habían llegado aquí siguiendo el pitido del portátil de mano de Ken, conectado a un periscopio que flotaba en alguna parte en el océano tras ellos. Evidentemente su submarino... Phocoena, como Laurie lo había llamado... era un contemplador de estrellas.

    Taka pudo entender por qué. La Vía Láctea era tan hermosa que dolía.

    —Quizá sea esto. - murmuró ella. Era improbable, lo sabía, este sólo era el segundo ataque desde que habían puesto su plan en movimiento, y ¿hasta dónde se había extendido la palabra a estas alturas?

    Y aún así, tres ataques en otras tantas semanas. A ese ritmo, tendrían que tener suerte antes de que pasara demasiado tiempo...

    —No cuentes con ello. - dijo Ken.

    Ella le miró y miró al cielo. No mucho tiempo atrás, este hombre había estado a sus espaldas con una mano presionando fácilmente su cuello, instruyendo a Laurie sobre cómo desmontar el sistema de armas que Taka ni siquiera sabía nombrar. Se había sentido bastante complacido, entonces y después, porque Taka había cooperado. Había sido cortés porque ella nunca se había interpuesto en su camino.

    Pero Ken tenía una misión y el pequeño experimento de salvación de Taka no parecía un factor en ella. Él le seguía el juego por alguna razón indescifrable, no había garantía de que mañana, o al siguiente, no se le agotase la paciencia y volviera a su plan de juego original. Taka no sabía cuál era, aunque entendía que tenía algo que ver con ayudar a los parientes acuáticos de Ken y Laurie. Había aprendido a no malgastar tiempo presionándoles sobre los detalles. Estaba relacionado con entrar en el enclave de Portland, lo que, evidentemente, Ken no había conseguido hacer por sí mismo.

    También estaba relacionado con secuestrar la EM de Taka, lo cual sí había conseguido. Ahora estaba sola con dos enigmas de ojos vacíos en la noche total y en mitad de ningún lugar. Bajo la intermitente camaradería, la selección humanitaria y todos los planes bien trazados, un hecho permanecía insaciable: era una prisionera. Había sido una prisionera durante semanas.

    ¿Cómo he podido olvidadar eso? se preguntó, y respondió su propia pregunta: porque no la habían hecho daño... aún así, no la habían amenazado... últimamente. Ninguno de sus captores parecía inclinado a la violencia para su propio beneficio. Aquello era la misma piedra angular del comportamiento civilizado. Simplemente se había olvidado de sentirse en peligro.

    Lo cual era bastante estúpido, cuando se pensaba bien. Después del fracaso en Portland, era muy posible que Lubin regresara al Plan A y se llevara el vehículo. Laurie podría o no acompañarle... Taka confiaba en que algún vínculo persistiera por debajo de esa fría fachada... pero eso no supondría mucha diferencia de un modo un otro.

    Y no habían hablado sobre lo que haría alguno de ellos si Taka intentaba seguir su propio camino. O si ellos se quedaban sin alternativas más eficientes. En el mejor de los casos, Taka podía quedarse varada en mitad de los yermos... un ángel inmunizado con las alas cortadas y sin EM que la defendiera la próxima vez que los ojos rojos de un hombre se acercaran buscando la salvación.

    —Recibo una señal de Montreal. - dijo Ken. —Encriptada. Supongo que es un mezclador.

    —¿Elevadores? - sugirió Laurie. Ken emitió un gruñido afirmativo

    Taka se aclaró la garganta. —Vuelvo en un segundo. Tengo que mear.

    —Iré contigo. - dijo Laurie de inmediato.

    —No seas ridícula. - Taka la rechazó agitando la mano colina abajo hacia la oscuridad, donde el pico que ocupaban emergía desde el claro de vegetación. —Sólo son unos metros. No me voy a perder.

    Dos siluetas iluminadas por las estrellas se giraron y la miraron sin decir una palabra. Taka tragó y dió un paso colina abajo.

    Ken y Laurie no se movieron.

    Otro paso. Otros. Sus pies pisaron una roca que osciló momentáneamente.

    Sua captores volvieron a sus tácticas y maquinaciones. Taka se movió con cuidado colina abajo. La luz de las estrellas retrataba los perfiles desnudos de los obstáculos en su camino, aunque una luna habría venido de perlas. Tropezó dos veces antes de que surgiera la línea de árboles ante ella, una negra banda irregular que cercaba las estrellas y la misma Taka, unos momentos más tarde.

    Volvió la vista hacia la colina a través de una caos negro de arbustos y troncos. Ken y Laurie aún seguían en lo alto de la colina como negros recortes inmóviles de cielo. Taka no podría saber si podían verla, si miraban siquiera en su dirección. Habría quedado a plena vista si se hubiera quedado en el claro. Afortunadamente, ni siquiera sus ojos de criaturas nocturnas podían penetrar los troncos de los árboles.

    Tenía unos minutos antes de descubrieran que se había ido.

    Se movió tan deprisa como pudo sin hacer ruído. No había mucha maleza. Taka se abrió camino tanteando a ciegas a través de un laberinto de tocones verticales, lecho de hojas y fino sustrato podrido con el βehemoth.

    Las ramas bajas le arañaban la cara. Retorcidos troncos viejos se resolvían en la oscuridad apenas a un metro al frente, los jóvenes saltaban sobre ella con menos aviso incluso.

    Una raíz atrapó su pie y ella cayó. Una mano extendida golpeó con fuerza una rama caída. El sonido que hizo al partirla retumbó como un disparo. Se quedó quieta sobre el suelo frotándose la palma arañada, atenta para oir cualquier sonido desde lo alto de la pendiente.

    Nada.

    Continuó. La pendiente era más inclinada ahora, más taicionera. Los árboles que surgían en su camino eran sólo esqueletos secos, ansisosos por traicionarla con cada brote partido o rama rota. Una de ellas la golpeó justo bajo la rodilla. Ella cayó hacia adelante golpeando el suelo y no pudo parar. Rodó pendiente abajo. Las rocas y árboles caídos la golpeaban a su paso..

    El suelo desapareció. De pronto, casi podía ver. Una amplia envoltura gris lúgubre corrió hacia ella, lo reconoció al instante antes de que la golpeara, pelando la piel de su antebrazo.

    La carretera.

    La misma recorría este lado de la colina como un cerco. La EM estaba aparcada en alguna parte de su longitud.

    Taka se puso en pie y miró a su alrededor. Había sido imposible de situar su rumbo colina abajo, era imposible saber exactamente en qué parte de la carretera había aterrizado. Hizo una rápida suposición, giró hacia la derecha y empezó a correr.

    La carretera estaba despejada, gracias a Dios, el tenue albedo de la grava era justo suficiente para orientarla y seguir el rastro. Se desplegaba suavemente alrededor del hombro de la colina, grava partida crugía debajo sus pies y, de pronto, algo brilló en la oscuridad al frente, algo bien perfilado y reluciente bajo las estrellas...

    Oh gracias Dios. ¡Sí, sí! Ella tiró de la puerta del conductor y saltó dentro, jadeando.

    Y dudó.

    ¿Qué vas a hacer, Tak? ¿Huir de todo lo que has estado tratando de hacer durante las últimas dos semanas? ¿Irte conduciendo y deja que la Bruja tome el control encargue, aún cuando pudiera haber un modo de pararla? Tarde o temprano alguien va a encontrar oro y aquí es donde les has dicho que te lo traigan. ¿Qué pasará cuando aparezcan y tú hayas huído con el rabo entre las piernas?

    ¿Vas a pedir ayuda? ¿Crees que llegaría antes de que Ken y Laurie te encuentren, o saltaran dentro de su submarino para desaparecer de vuelta a la Fosa de las Marianas? ¿Crees siquiera que vendría la ayuda, hoy en día, Tak? ¿Qué pasa con el que sea que intenta detener este bicho? ¿Vas a arriesgarlo todo sólo por lo que pudieran hacerte dos personalidades límite con graciosos ojos si las enfadas?

    Taka negó con la cabeza.. Esto era de locos. Tenía unos preciosos momentos antes de que Ken y Laurie la encontraran. Lo que decidiera en ese intervalo podría decidir el destino de Nueva Inglaterra... de Norteamérica, incluso. No podía permitirse mostrarse apresurada, pero no había tiempo....

    Necesito tiempo. Sólo necesito alejarme por un rato. Necesito solucionar esto. Extendió el brazo y puso el pulgar en el panel de ignición.

    La EM seguía a oscuras.

    Probó de nuevo. Nada. Nada salvo la memoria de Ken acechando en la cabina con ojos brillantes, rodeado por toda esa circuitería sobre la que parecía saber tanto.

    Ella cerró los ojos. Cuando los abrió de nuevo, él la estaba mirando.

    Ken abrió su puerta. —¿Algo va mal? - preguntó él.

    Taka suspiró. Sus abrasiones le punzaban y sangraban en el silencio.

    Laurie abrió la puerta del pasajero y saltó dentro. —Tenemos que volver. - dijo ella, casi suavemente.

    —Yo... ¿por qué...?

    —Vámonos. - dijo Ken, gesticulando al panel del salpicadero.

    Taka puso el pulgar sobre el panel. La EM zumbó al instante.

    Ella salió de la cabina para permitir entrar a Lubin. Por encima, los cielos estaban atestados de estrellas.

    Oh, David, pensó ella. Ojalá estuvieras aquí.

Capítulo 42

    

Capítulo 42 - Durmiente

    Todo cambió a las diez treinta la mañana siguiente.

    La moto derrapó a la vista justo más allá de Bow y entró en una adecuada discusión con su piloto sobre la mejor manera de lidiar con un bache del tamaño de Arkansas. Era una Kawasaki último modelo, justo de los tiempos anteriores a la Bruja, y tenía estabilizadores de efecto que la hacían virtualmente estable. De lo contrario, tanto hombre como máquina habrían acabado incrustados en un cartel solar publicitario que (aún después de todos estos años) parpadeaba con ya inertes aprobaciones sobre los potenciadores inmunólogicos Johnson & Johnson. En vez de eso, la Kawasaki se inclinó de lado en un ángulo agudo imposible, se corrigió a si misma en ruta y giró violentanente hasta detenerse entre la EM y un puñado de bárbaros niños que perseguían freebies.

    Los ojos blancos de Ken aparecieron en la sombría oscuridad del hueco en El Hueco, tras los recién llegados.

    El jinete estaba hecho un cristo, coronado por una mata irregular de desordenado pelo marrón. Apenas visible contra un fondo de piel mugrienta, un escaso bigote de quizá dieciseis años dijo. —¿Es usted el doctor de los misiles?

    —Yo soy la doctora que está interesada en los misiles. - le dijo Taka.

    —Soy Ricketts. Toma. - Hundió la mano bajo una chaqueta termocromada y sacó una bolsa de cierre hermético, ropa muy sucia asomaba desde dentro.

    Taka tomó la bolsa entre pulgar y el índice: —¿Qué es esto?

    Ricketts marcó una línea de su lista:—Calzones, una camisa y un calcetín. Tuvieron que, ya sabe, improvisar. Yo tenía la única bolsa, y venía de camino hasta mis otros destinos.

    Laurie saltó fuera de la cabina: —¿Tak?

    —Hola. - dijo Ricketts. Su boca mostró una apreciativa sonrisa, un diente roto, dos faltaban, el resto en cuatro tonos de amarillo. Sus ojos recorrieron a Lenie como si fuera un código de barras.

    Tampoco es que Taka pudiera cumparle. Aquí fuera, cualquiera con piel limpia y todos sus dientes estaba cualificado como sex symbol casi por defecto. Ella chasqueó los dedos delante de su cara para que volviera al mundo real.

    —¿Qué es esto, exactamente?

    —De acuerdo. - Ricketts volvió al tema. —Weg y Moricon encontraron uno de esos chismes contenedores de los que se habla. Se salía toda la mierda por todos lados. No como ríos, ¿sabes?, sólo como si la sudara. Así que, lo empaparon todo con eso... un gesto hacia la bolsa... —Y me lo dieron a mí. He estado conduciendo toda la noche.

    —¿De dónde es esto? - preguntó Taka.

    —¿Quieres decir, dónde lo encontramos? Burlington. - Era casi demasiado bueno para ser cierto.

    —Está en Vermont. - añadió él.

    Ken estaba de pronto en el hombro de Rickett: —¿Hubo una descarga de misil en Vermont? - dijo él.

    El chico se giró, sobresaltado. Vio a Ken. Vio los ojos.

    —Bonitas tapas. - dijo él aprovadoramente. —Yo estuve a punto de alistarme a los Rifters, ¿sabes?...

    Rifters, recordó Taka. Esos tipos mantenían las estaciones geotérmicas a gran distancia de la costa oeste.

    —Los misiles. - dijo Ken. —¿Recuerdas cuántos había?

    —No sé. Quizá cuatro o cinco que haya visto pero, ¿quién sabe?

    —¿Había elevadores allí? ¿Algún incendio?

    —Sí, alguien dijo que podría haberlo. Por eso nos dispersamos todos.

    —Pero, ¿justo allí?

    —No lo sé. No me quedé por allí. Vosotros queríais esto rápido, ¿no?

    —Sí. Sí. - Taka miró al paquete grasiento de la bolsa. Era la cosa más hermosa que había visto. —Ricketts, gracias. No tienes ni idea de lo importante que podría ser esto.

    —Ya, bueno, si en realidad quieres agradecerlo, ¿que te parece una recarga? - Apretó la moto entre sus piernas. —Este chisme está tan seco como el moho, Me quedan quizá otros diez kilómetros y... o hey, ¿hay alguna clase de recompensa?

    La recompensa, pensó Taka, desbloqueando el umbilical para la moto de Rickett, es que esto podría evitar que todos nosotros estemos muertos dentro de diez años.

    Ella metió el tesoro en la compuerta de muestras con tierna reverencia, dejó que la EM engullera el paquete y exprimiera el oro de la escoria.

    Y había oro: el βehemoth estaba muy por debajo del nivel usual en esta muestra. Casi despreciable.

    Algo está matando a la Bruja. Esa era la explicación inicial, la validación de una creencia, que ya ha crecido desde la esperanza a la casi certeza durante las últimas semanas, amenazaba con aplastar todo el cuidado científico que el entrenamiento de Taka había insatalado en ella. Ella forzó la cautela sobre su emoción. Realizaría las pruebas. Completaría todo el proceso. Pero cierto hormigueo interno le indicaba que sólo confirmaría lo que ya sabía, lo que sugería este primer glorioso resultado. Algo estaba matando a la Bruja.

    Y ahí estaba. Mezclado en moldes y hongos y coliforme fecal, relucía como un collar de perlas medio enterrado en el barro: una secuencia genética que la base de datos de la EM no reconocía. Ella la consultó y parpadeó. No podía ser correcto. Ella silbó a través de sus dientes.

    —¿Qué? - preguntó Laurie junto a su codo.

    —Esto va a llevar más tiempo del que pensé. - dijo Taka.

    —¿Por qué?

    —Porque nunca he visto nada así antes.

    —Quizá nosotros sí. - dijo Ken.

    —No lo creo. No a menos que hayas... - Taka se detuvo. La EM estaba parpadeando una alerta de interfaz: alguien solicitaba acceso de descarga.

    Ella miró a Ken. —¿Has hecho eso tú?

    Él asintió. —Es la secuencia de un nuevo bicho que encontramos hace poco.

    —¿Dónde?

    —No por aquí. En un área aislada.

    —¿Qué, un laboratorio? ¿La cima de una montaña? ¿La Fosa de las Marianas?

    Ken no respondió. Sus datos llamaban pacientemente la puerta delantera de la EM.

    Finalmente, Taka los dejó entrar. —¿Crees que esto es lo mismo? - preguntó ella mientras el sistema los filtraba en busca de maldades.

    —Es posible.

    —¿Lo tuviste todo este tiempo y esta es la primera vez que me lo enseñas?

    —Esta es la primera vez que tuviste algo con lo que compararlo.

    —Cielo santo, Ken. A tí no te va mucho el juego en equipo, ¿verdad? - Al menos aquello respondía a una cuestión: ahora sabía por qué estos dos habían estado con ella tanto tiempo.

    —No es un contragente. - dijo Laurie, como si la preparara para la inevitable decepción.

    Taka abrió la nueva secuencia. —Bueno, ya veo. - Ella negó con la cabeza. —Tampoco es nuestro bicho misterioso.

    —¿En serio? - Laurie pareció sorprendida. —¿Puedes saber eso después se cinco segundos?

    —Se parece al βehemoth.

    —No lo es. - le aseguró Ken.

    —Quizá una nueva cepa, entonces. tendría tamizar a través de la secuencia entera para estar segura, pero puedo saberlo sólo con mirar a un bicho de ARN.

    —¿El biosol no lo es?

    —No sé lo que es. Es un ácido nucleico de algún tipo, pero el azúcar tiene un anillo de cuatro carbonos. Nunca lo he visto antes y no parece estar en ninguno de los apuntes de la EM. Voy a tener que estudiarlo desde cero.

    Una mirada pasó entre Ken y Laurie que comunicaba mucho, pero no para ella.

    —No nos dejes interrumpirte. - dijo Ken.

    La EM podía identificar enfermedades conocidas y curar aquellas para las que se había encontrado cura. Podría generar variantes aleatorias de los antibioticos específicos usuales y los regímenes que podrían ponerte al frente de la capacidad media del bicho para desarrollar contramedidas. Podría arreglar huesos rotos, extirpar tumores y curar toda clase de trauma físico. Cuando apareció el βehemoth, era poco más que un centro paliativo sobre ruedas, por supuesto, pero incluso eso era mejor que nada. Con todo, la EM era un milagro de tecnología médica moderna... pero era un hospital de campo, no un laboratorio de investigación. Podría secuenciar genomas nuevos mientras la plantilla fuera familiar, pero eso no era para lo que había sido construída.

    Los genomas basados en plantillas desconocidas eran otra cosa distinta. Este bicho no tenía ADN o ARN... ni siquiera el primitivo, variantes casi en hélice de ARN sobre las que el βehemoth colgaba su sombrero. Era algo más en conjunto y la base de datos de la EM nunca había sido diseñada para tratar con nada como aquello.

    A Taka no le importó nada. Ella lo hizo de todos modos.

    Encontró la plantilla muy fácilmente una vez que analizó los tornillos y las tuercas de las rutinas de secuenciación. Estaba justo allí en una polvorienta esquina de la enciclopedia biomédica: ATN. Un ácido nucleico basado en triosa, sintetizado por primera vez a principios de siglo. Bases usuales pegadas a una columna de triosa con fosfatos azucarados, con enlaces fosfodiéster conectando los nucleótidos. Cierto trabajo teórico reciente había sugerido que podría haber jugado un papel vital cuando la vida aún estaba empezando, pero todo el mundo se había olvidado de ello después de que asomaran las Panspermias Marcianas.

    Una nueva plantilla implicaba nuevos genes. La base de datos de referencia estándar era virtualmente inútil. Decodificar la nueva secuencia con las herramientas del arsenal de la EM era como cavar un túnel con una cucharilla para el té: podrías hacerlo, pero tenías que estar motivado de veras. Afortunadamente, Taka tenía toda la motivación justo aquí. Ella cavó, sabiendo que sólo llevaría tiempo y quizá unos desvíos inevitables por callejones a ciegas.

    Demasiado tiempo. Demasiados devíos. Y lo que cabreaba a Taka era que ella ya sabía la respuesta. La había sabido casi antes de hubiera empezado. Cada dolorosa, laboriosa y atontante prueba lo confirmaba. Cada banda electroforética, cada marca virtual, cada PCR y TTD... todas esas complicadas técnicas se grapaban hora tras hora... todas señalaban, glacial e implacablemente, a la misma gloriosa respuesta.

    Y era una gloriosa respuesta. Así que, después de tres días, cansada de las interminables comprobaciones triples y replicados, decidió continuar con lo que tenía. Presentó sus hallazgos en la ensenada casi al mediodía, por privacidad y la conveniencia de una carga preparada.

    —No es sólo un trabajo de retocado. - les dijo a los Rifters. Una solitaria gaviota escogía au camino entre las rocas. —Es un organismo totalmente artificial, diseñado desde cero. Y fue diseñado para competir y superar al βehemoth en su propio terreno. Tiene una plantilla ATN, lo cual es bastante primitivo, pero también usa pequeñas cadenas de ARN de un modo que el βehemoth nunca hizo... eso es un rasgo avanzado, un rasgo eucariota. Usa líneas de producción para la catálisis. Un único aminoácido hace el trabajo de una enzima entera... ¿os hacéis una idea de cuánto espacio ahorra eso... ?

    No. Ellos no. Las miradas vacías lo hacían más que obvio.

    Ella tomó un atajo. —El asunto final, amigos míos, es que si se lanza este bichillo en un cultivo con el βehemoth, saldrá ganador siempre.

    —En cultivo. - repitió Ken.

    —No hay razón para pensar que no hará lo mismo en libertad. Recuerda, fue diseñado para abrirse su propio camino en el mundo. El plan era obviamente soltarlo en el sistema como un aerosol y dejarle a su propio antojo.

    Ken gruñó, navegando a través de los resultados de Taka en la pantalla principal. —¿Qué es esto? - —¿Qué? Oh, sí. Es poliploide.

    —¿Poliploide? - repitió Laurie.

    —Ya sabes, haploide, diploide, poliploide. Conjuntos múltiples de genes. Se ve mayormente en algunas plantas.

    —¿Por qué aquí? - se preguntó Ken.

    —He encontrado algunos recesivos maliciosos. - admitió Taka. —Quizá se insertaron deliberadamente debido a algún efecto positivo que tendrían respecto a otros genes, o quizá fue un trabajo apresurado a se les pasó. Hasta donde sé, los genes redundantes sólo se cubrieron para eliminar toda oportunidad de expresion homozigótica.

    Él gruñó. —No es muy elegante. -

    Taka negó con la cabeza, impaciente: —Ciertamente, es una solución de aficionado, pero es rápida y... es decir, ¡el caso es que funciona! ¡Podríamos vencer al βehemoth!

    —Si tienes razón... - murmuró Ken, —... no es al βehemoth al que hay que vencer.

    —La MyA. - sugirió Taka. Algo cambió en el semblante de Laurie.

    Ken parecía escéptico. —Es posible. Aunque los contrataques parecen originarse en el escudo de defensa norteamericano.

    —La ARISC. - dijo Laurie tranquilamente.

    Ken se encogió de hombros. —A este punto, la ARISC es efectivamente la fuerza armada de este continente. Y no parece ser el modo que usan los gobiernos centralizados que quedan para mantenerlo en jaque.

    —No debería importar. - dijo Taka. —Los criminales son incorruptibles.

    —Quizá lo fueran antes de Río. Ahora, ¿quién sabe?

    —No. - Taka vio los paisajes chamuscados. Recordó los elevadores sobre el horizonte, respirando fuego. —Recibimos nuestras órdenes de ellos. Todos nosotros...

    —Por eso probablemente mantenéis este proyecto tan cerca de vuestro pecho. - le remarcó Lubin.

    —Pero, ¿por qué iba cualquiera...? - Laurie miraba de Taka a Ken con el escepticismo escrito en su cara. —Es decir, ¿qué les importaba a ellos?

    Más que confusión, entendió Taka. Pérdida, también. Angustia. Algo hizo click en su mente: Laurie no podía creerlo después de todo este tiempo. Había ayudado hasta donde podía, se había preocupado. Había aceptado la interpretación de Taka de los eventos... al menos como una posibilidad... porque había ofrecido la oportunidad de ayudar a arreglar las cosas. Y aún así, sólo ahora parecía ella percibir lo que entrañaba esa interpretación, las implicaciones a larga escala de lo que estaban combatiendo: no era el βehemoth después de todo, sino su propia especie. Extraño, reflexionó Taka, cuán a menudo enferma a estas alturas...

    No era sólo el fin del mundo, no para Laurie. Parecía más... más íntimo que eso.

    Era casi como si alguien la hubiera traicionado personalmente. Bienvenida de nuevo, pensó Taka respecto a la vulnerable criatura que la miraba de nuevo tras la máscara. Te he echado de menos.

    —No sé. - dijo ella por fín. —Yo no sé quién haría algo así ni por qué. Pero el asunto es que ahora lo hemos parado. Ahora cultivamos a estos bebés y los enviamos a la batalla.

    Taka consultó las estadísticas de sus incubatoras. —Ya tengo cinco litros de esta cosa listas y tendré veinte para maña...

    Esto es raro, pensó mientras un iconito parpadeante llamaba su atención por primera vez.

    Eso no debería... eso parece... El fondo salió de su estómago. —Oh, mierda. - susurró ella.

    —¿Qué? - Ken y Laurie se inclinaron al unísono.

    —Mi laboratorio está online. - Ella pinchó en el icono. Parpadeó una vez más, ignorándola placidamente. —Mi laboratorio está online. Esta enviando datos... Dios sabrá lo que...

    Al instante, Ken estaba trasteanto al lado de la furgoneta. —Dame el kit de herramientas. - disparó él, deslizando el techo de una pequeña parabólica satélite que emergía de su guarida, señalando al cielo.

    —¿Qué? Yo...

    Laurie se metió en la cabina. Ken tiró de la parabólica, interrumpiendo su conexión con alguna maligna estrella geosincronizada. De pronto él gritó, se revolvió y se detuvo justo antes de caer rodando del techo. Tenía la espalda arqueada, sus manos y cabeza separadas del metal.

    La parabólica regresó entre tartamudeos a su alineamiento mientras el mecanismo gemía.

    —¡Joder! - Laurie salió al pavimento tropezando. El kit de herramientass vertió sus tripas a su lado. Se hizo un lio con los pies, chilló —¡Apágalo, por amor de dios! ¡El chasis está electrificado!

    Taka corrió hacia la puerta abierta. Pudo ver a Ken darse la vuelta hacia la parabólica sobre espalda y codos, usando su inmersopiel como aislamiento. Mientras ella agachaba la cabeza para saltar hacia del pulsador... Gracias a Dios que desarmamos las medidas internas... un zumbido familiar empezó a sonar en las tripas de la EM.

    El grupo de armas, desplegándose.

    El GPS estaba online. Ella lo desconectó. Resucitó. Todas las defensas externas estaban despiertas y hambrientas. Las desactivó. La ignoraron. Afuera, Ken y Laurie gritaban atrás y adelante.

    ¿Qué hago... que...? Ella buscó bajo el salpicadero y tiró para abrir la caja de fusibles. Los interruptores del circuito eran aparatosos chismes manuales, inalcanzables para ningún demonio hecho de electrones. Tiró de los cables de seguridad, comunicación y GPS. También arrancó el autopiloto, por si acaso.

    Un coro de zumbidos eléctricos quedo en silencio al instante alrededor de ella.

    Taka cerró los ojos durante un momento y se permitió un profundo respiro. Las voces llegaban desde la puerta abierta cuando ella se incorporó en el asiento del conductor.

    —¿Estás bien?

    —Sí. La piel se llevó la mayoría de la carga.

    Ella sabía lo que había acontecido. Lo que acontecía de nuevo, se corrigió tomando el casco del gancho.

    Ella no era programadora. Apenas sabía los programas básicos. Pero era una doctora en medicina competente, al menos, e incluso los graduados de última fila conocían sus herramientas. Había mantenido el sistema médico conectado. Ahora consultaba un plano arquitectónico y repasaba la cuenta de los módulos.

    Había cajas negras aquí dentro. Una de ellas, según el icono, incluso tenía un interfaz de usuario directo. Lo pulsó.

    La Madona apareció frente a ella, sin decir nada. Mostraba una especie de sonrisa llena de odio y triunfo. Cierta parte distante de la mente de Taka Ouellette se preguntó qué ventaja selectiva podría acumular una app por presentarse de ese modo. ¿Acaso la intimidación en el mundo real incrementaba el buen estado en el virtual?

    Pero una parte más importante de la mente de Taka se ocupaba con algo diferente, algo que nunca había calado antes: este avatar tenía tapas oculares en los ojos.

    Todos los tenían. Todas las Lenie que ella había encontrado: las caras cambiaban de demonio en demonio, labios, mejillas y narices diferentes, etnias diferentes. Pero siempre tenían esos ojos como blancas nevadas sin detalles.

    Mi nombre es Taka Ouellette, había dicho ella hacía una eternidad.

    Y este extraño cifrado de mujer que parecía tomarse el apocalipsis como algo personal, había respondido Le... Laurie.

    —Taka.

    Taka se sobresaltó, pero no, la Lenie no estaba hablándola. No esta Lenie, al menos.

    Se quitó los ojofonos. Una mujer de negro con maquinaria en su pecho y ojos como pequeños glaciales la estaba mirando. No se parecía en nada a la criatura virtual. No había rabia, ni odio, ni triunfo. Era un rostro de carne y hueso inexpresivo que Taka habría asociado con una máquina.

    —Fue una de... fue una Le... una Madona. - dijo Taka. —En el interior del sistema médico. No sé cuánto tiempo ha estado aquí dentro.

    —Tenemos que irnos. - dijo Laurie.

    —Estaba oculta aquí dentro. Espiando, supongo. - Taka negó con la cabeza. —Ni siquiera sabía que podían funcionar en silencio de esa forma, creí que siempre... lo rompían todo en pedazos automáticamente a la menor oportunidad...

    —Consiguió enviar una señal. Tenemos que ponernos en marcha antes de que los elevadores lleguen aquí.

    —De acuerdo. De acuerdo. - Concéntrate, Tak. Preocúpate de esto más tarde.

    Ken estaba junto al hombro de Laurie. —Dijiste que tenías cinco litros en cultivo. Nos los llevaremos con nosotros. Dispersa el resto. Conduce a la ciudad, conecta la sirena. Da un millar, al menos, a algun Cuerpo que esté cualificado y márchate. Nos reuniremos contigo más tarde si podemos. ¿Tienes la lista?

    Taka asintió. —Sólo hay seis locales con ruedas. Siete, si Rickett aún está por ahí.

    —No se lo des a nadie más. - dijo Ken. —La gente de a pie no es probable que salga de la zona de incendio a tiempo. También te aconsejaría no mencionar los elevadores a nadie que tenga una necesidad inmediata de saberlo.

    Ella negó con la cabeza.. —Todos tienen que saberlo, Ken.

    —La gente sin transporte es probable que robe a las personas que los tienen. Simpatizo contigo, pero causar un pánico podría seriamente comprometer...

    —Olvídalo. Todos merecen un tiempo de margen, al menos. Si no pueden adelantar a los lanzallamas, hay lugares donde pueden esconderse de ellos.

    Ken suspiró. —De acuerdo. Pero que sepas que estás corriendo riesgos. Salvar una docena de vidas aquí podría condenar un número mucho mayor al final de la carretera.

    Takuna sonrió, no del todo para sí misma. —¿No eras tú el que no pensaba que el número mayor era digno de salvarse en primer lugar?

    —No es eso. - dijo Laurie. —Sólo le gusta la idea de que la gente se muera.

    Taka parpadeó, sorprendida. Dos caras le devolvían la mirada, inexcrutables.

    —Tenemos que darnos prisa. - dijo Ken. —Si se dispersan desde Montreal sólo podemos contar con una hora.

    El laboratorio de a bordo también podía dispensar productos por delante y atrás. Taka se movió hacia la parte trasera de la EM y pulsó instrucciones. —¿Lenie?

    —Qué... - empezó Laurie y guardó silencio de pronto.

    —No. - dijo Taka tranquilamente. —Me refería a la otra Lenie

    La otra mujer no dijo nada. Su cara era una máscara vacía.

    Ken rompió el silenco: —¿Estás segura de que no puede salir de nuevo?

    —He cortado físicamente la navegación, comunicación y el GPS. - dijo Taka, sin apartar los de la mujer frente a ella. —La chica está lobotomizada.

    —¿Puede interferir en el proceso de cultivo?

    —Yo diría que no. No sin saber en realidad nada sobre él.

    —No estás segura.

    —Ken, ahora mismo no estoy segura sobre nada. - Aunque estoy llegando a entender un par de cosas...

    —¿Dónde vive? ¿Referencia y análisis?

    Taka asintió. —El único sistema con el espacio suficiente.

    —¿Qué pasa si lo apagas?

    —La humedad del laboratorio tiene sus propios circuitos. Los cultivos debería estar bien mientras no necesitemos que hagan más análisis pesados sobre ellos.

    —Desconéctalo. - dijo Ken.

    Una bolsa de muestras, termicosellada y medio llena de líquido turbio se deslizó del dispensador y quedó colgando por el borde superior. Taka la despegó y se la entregó. —No tapes el disco de difusión o el cultivo se ahogará. Aguantará una semana, dependiendo de la temperatura. ¿Tenéis un laboratorio en vuestro submarino?

    —Una bahía médica básica. - dijo Lenie. —Nada más.

    —Podemos improvisar algo. - añadió Lubin. —¿Puede el difusor soportar el agua marina?

    —Noventa minutos, máximo.

    —Vale. Vamos. - Ken se giró y empezó a bajar hacia la playa.

    Taka alzó la voz: —¿Y si... ?

    —Nos reuniremos contigo después. - dijo él sin girarse.

    —Supongo que ya eso es todo, entonces. - dijo Taka. Lenie, aún a su lado, probó una sonrisa. No lo consiguió.

    —¿Cómo me encontraréis? - le preguntó Taka. —No me atrevo a estar online.

    —Sí. Bueno. - La otra mujer dió un paso hacia el agua. Un remolino en la superficie era todo lo que quedaba de su compañero.

    —Ken tiene un montón de trucos bajo la manga. Te encontrará.

    Ojos blancos acomodados dentro de carne y hueso. Ojos blancos que espiaban desde la circuiteria del córtex de la EM.

    Ojos blancos que lanzaron el fuego, la inundación y cierto número de catástrofes sobre los inocentes por toda norteamérica. Por todo el mundo, quizá.

    Los ojos de la llamada Lenie.

    —Tú... - empezó Taka.

    Lenie, la Palabra Hecha Carne, negó con la cabeza.. —En serio. Tenemos que irnos.

Capítulo 43

    

Capítulo 43 - Parsimonia

    Aquiles Desjardins estaba engendrando exorcistas cuando supo que era suspechoso.

    Era un verdadero ejercicio de equilibrismo. Si hacía a los pequeños bastardos inmutables, no se adaptarían. Incluso la vida salvaje vestigial que aguardaba en aquella patética esquina de la red los masticaría y los escupiría. Pero si dejabas libres los genes, provocaba mutaciones con demasiadas semillas aleatorias. Entonces, ¿cómo podía uno estar seguro de que tu app aún siguiera con la misión en las últimas generaciones? La selección natural haría brotar algunos imperativos preprogramados en cuanto entraran en conflicto con el puro auto-interés.

    A veces, si no lo equilibrabas bien, tu agente se olvidaría del todo de su misión y se unía al otro bando. Y el otro bando no necesitaba más ayuda. Las Madonas; o los Despedazadores, o el Goldfish, o cualquiera de los susurrados nombres míticos que habían adquirido con los años: ya habían sobrevivido a esta gangrenosa ciénaga más tiempo de lo esperado. No deberían haberlo hecho. Su código evolucionaba para servir poco más que como interfaces entre el mundo real y el virtual, bocados para el ensamblaje de superespecies que actuaban como un organismo colectivo por propio derecho. Y por derecho, deberían haber muerto en el desastre que se llevó al resto de aquel colectivo, que se llevó el noventa por ciento de toda la vida salvaje del Maelstrom. Pues, ¿cuántos de ellos consiguen sobrevivir después que muera el cuerpo y desaparezca?

    Pero habían desarrollado esa lógica y habían sobrevivido. Tuvieron que haber cambiado en otra cosa, más autosuficiente. Algo más puro. Algo que incluso los exorcistas de Desjardins apenas podían enfrentar.

    Habían sido transformados en armas, la historia continuaba. No había escasez de sospechosos. Los MyAs y terroristas aficionados y hackers cultistas de la muerte podían estar liberándolos dentro del sistema más rápido de lo que la selección natural podía sacarlos de él, y había un límite para lo que cualquiera podía hacer sin una infraestructura física fiable. Las mejores tropas del mundo no durarían ni un minuto si las ponìas en juego en arenas movedizas, y arenas movedizas era todo lo que NAm podía ofrecer estos días: un centenar de fortalezas aisladas colgando de la punta de los dedos, sus habitantes estaban demasiado asustados para salir y arreglar la fibra óptica. El decadente hábitat electrónico no era mucho mejor para la vida salvaje que para las apps Humanas, pero a unos cientos de genes por segundo, la vida salvaje aún tenía el margen adaptativo.

    Afortunadamente, Desjardins tenía un don para el exorcismo. Había razones para ello, no todas ellas de común conocimiento, pero los resultados eran difíciles de discutir. Incluso aquellos inefectivos y autojusticieros capullos que se ocultaban al otro lado del mundo le concedían eso. Al menos, todos le animaban, a salvo tras sus barricadas, siempre que él liberaba una nueva remesa de contramedidas. Pero como resultó, también decían otras cosas.

    Él no estaba privado de la mayoría de ellas, pero era lo bastante bueno para pillar la esencia. Tenía sus propios sabuesos tras su rastro, SatComs merodeando, olisqueando paquetes aleatorios, siempre vigilando el origami digital que pudiera contener la palabra Desjardins.

    Aparentemente, la gente creía que él estaba perdiendo su magia.

    Él podía vivir con ello. Nadie anota una puntuación perfecta contra la agonía de muerte de un planeta entero, y si habían dejado caer unas pelotas más de lo normal durante los últimos meses, bueno, su porcentaje de fracaso aún estaba muy por debajo de la media de la manada. Él mejoraba en desempeño a alguno de aquellos bozos que gruñian, aunque en voz baja, durante las teleconferencias y reuniones y post fiascos post mortems sobre la guerra que se infiltraban sin parar. Lo sabían todo, también. Había tenido que patinar muchas veces antes de que nadie en la Patrulla pudiera ponerle una mano encima.

    Aún así. Había pistas en el viento que cambiaba a su favor. Fragmentos de conversaciones encriptadas entre veteranos en Hellavaboi y novatos en Melbourne y estadísticos sabuesos de la media gestión en Nueva Delhi.

    La insistencia descontenta en Weimers, el mismo Rey Sim que tenía que ser alguna variable no descubierta haciendo estragos con su proyecciones. Y... Y justo en este mismo segundo, un trozo desmembrado de punto-contrapunto se colaba furtivamente desde el éter por uno de los servidores de Desjardins. Sólo tenía unos segundos de longitud... gracias a un rápido espectro y al dinámico cambio de canal que lidiaba con ello, era casi imposible retener más sin saber qué semilla aleatoria aplicar... pero parecía haber estado conectado a un par de criminales en Londres y McMurdo. Llevó cuarenta segundos y seis filtros bayesianos volverlo a traducir al inglés.

    —Desjardins nos salvó en el asunto de Río. - había opinado el Sr.McMurdo momentos antes, con acento indú. —Habríamos tenido diez veces más pérdidas si no hubiera actuado cuando lo hizo. ¿Cómo se libró aquella gente de la Horda...?

    Sra. Londres: —¿Cómo sabe que lo hicieron? - Matiz irlandés, tentando..

    —Bueno, déjeme ver. Lanzaron un ataque no autorizado sobre un gran número de...

    —¿Cómo sabemos que no fue provocado?

    —Por supuesto que no fue provocado.

    —¿Por qué? ¿Cómo sabe que no vieron una amenaza al bien mayor, sencillamente, y trataron de detenerla?

    Preciosos momentos de este extracto flotante malgastados en un silencio de asombro. Finalmente: —¿Está usted sugiriendo que...?

    —...lo que estoy diciendo es que la historia la escriben los vencedores. Río es historia. ¿Cómo sabemos que ganaron los buenos?

    Fin de la escuha. Si McMurdo había tenido una respuesta, no la había expuesto antes de que la frequencia fallara.

    Wow, pensó, Desjardins.

    Eran tonterías, por supuesto. La idea de que veintiuna franquicias separadas de la ARISC podían haberse rebelado simultáneamente era difícilmente más plausible que la idea de que solamente lo hubiera hecho Río. La Sra. Londres era una criminal, no una idiota. Ella conocía la parsimonia. Sólo estaba soplando humo del culo, tirando de la cadena del pobre viejo McMurdo.

    Aún así, le dió un respiro a Desjardins. Se había acostumbrado a ser el Hombre Que Paró Río. Le ponía sobre sospecha en demasiadas cuentas. Y no sentaba bien pensar que había gente allí fuera que podía dudar de su virtud por un momento, que podía conducir a segundas ideas, reflexionó él. Podría conducir a un examen más minucioso.

    El tablero pitó de nuevo. Por un momento pensó que había superado toda expectativa y readquirido la señal, pero no. La nueva alerta llegó desde una fuente totalmente diferente. Un volcado de banda ancha desde alguna parte de Maine.

    Esto es raro, pensó él. Una Lenie había entrado en la base de datos médica y estaba arrojando inteligencia al azar en mitad del espectro de la EM. Hacía esto muy a menudo estos días... no se contentaba con interferir y desordenar, algunas se habían habitudo a gritar en el éter volcando datos indiscriminadamente a cualquier red a la que podían acceder. Alguna subrutina reproductiva, mutada para esparcir datos en lugar de ejecutables. Lo menor que podía hacer era lanzar barcia dentro de cualquier sistema haciendo perder ancho de banda utilizable. Lo peor es que podía reventar la tapa de toda suerte de secretos y datos sensibles.

    También eran malas noticias para el mundo real, lo cual era suficiente para tomarlo en serio.

    Este demonio particular había cargado un montón de mierda biomédica que la base de datos había almacenado. El tablero de Desjardins lo había etiquetado debido al potencial significado epidemiológico. Destapó el bote y miró detro.

    E inmediadamente se olvidó de algunas tonterías triviales rumoreadas desde Londres.

    Había dos asuntos, ambos como peligros patológicos. Desjardins no era un patólogo, pero no le hacía falta: los amigos y consejeros desplegados ante él destilaban todos aquellos detalles bioquímicos en forma de un sumario ejecutivo que hasta él podía comprender. Ahora servían un par de genotipos con banderas rojas. El primero era casi el mismo βehemoth, sólo que mejor: mayor resistencia al estrés osmótico, dientes más afilados para desmembrar moléculas. Virulencia más alta. Aunque, al menos, un rasgo crítico era el mismo. Como el βehemoth original, esta nueva cepa estaba optimizada para la vida en el fondo del mar.

    No existía en la base de datos estándar. Lo cual levantaba la cuestión sobre lo que sus especificaciones técnicas estaban haciendo en una glorificada ambulancia en Bangor.

    Había sido suficiente para llamar su atención aún cuando hubiera llegado sin compañía. Pero se había traído a su cita y ella era la verdadera reina del baile. Era la perra que siempre había temido. Era la última cosa que podría haber esperado.

    Porque él siempre había sabido que el Seppuku ganaría un asentamiento, eventualmente.

    Pero no había esperado que nadie de su propio bando se pusiera a cultivar el maldito bicho.

Capítulo 44

    

Capítulo 44 - Acorralada

    Taka maldijo su propia falta de previsión. Habían extendido la palabra, de acuerdo. Les habían contado a todo el que llegaba su plan para salvar el mundo: la necesidad de muestras, los peligros de demorarse después, los lugares que ella tenía que patrullar para encargarse de los gastos vitales. Habían tomado especial nota de aquelos pocos que conducían en coches, motos o hasta simples ornitópteros a pedales, obtenido direcciones de aquellos que aún las tenían y todo lo demás para comprobar el retorno regularmente: si todo salía bien, podrían salvar el mundo.

    Y las cosas habían salido bien y luego horriblemente mal, en esa rápida sucesión. Tuvieron sus contraagentes, o algunos de ellos, al menos, pero no señales predispuestas a llevarlos en correos. Y después de todo, ¿por qué iban a molestarse? Podían haber dedicado una tarde y conducido alrededor del condado. Podían haber esperado que aquellos sin direcciones fijas se registraran, mañana o pasado.

    Y ahora Taka Ouellette tenía la salvación del mundo en sus manos, y cierta menguante fracción de un margen de sesenta minutos para ponerlo a salvo.

    Tocaba la sirena continuamente desde una punta de Freeport a la otra, una chirriante salida de la música empleada para anunciar su presencia diaria. Con suerte convocaría tanto a los sanos como a los enfermos.

    Acudieron algunos de ambos. Les dijo a todos que se puesieran a cubierto. Le prometió a un madre con un brazo rato y un hijo con incipiente fase uno que regresaría para ayudarles cuando hubieran pasado los incineradores.

    Después de treinta minutos, uno de ellos se acercó. Después de cuarenta, dos más. Los cargó con preciosos mililitros de fluído ámbar y los despachó corriendo. Les rogó que le enviaran a los demás, si sabían sus paraderos. Si podían encontrales.

    Cuarenta y cinco minutos y nada, salvo un puñado irregular de los hambrientos y los débiles. Los persiguió con historias sobre dragones de fuego y les envió a un embarcadero de pescadores que una vez había sido el sustento de la comunidad. Ahora, con suerte, podría al menos servir como un lugar desde el que saltar al océano, a salvo de las llamas que no podrían chamuscar el Atlántico entero.

    Cincuenta minutos.

    No puedo esperar.

    Pero habían otros aquí, ella sabía. La gente que no había visto hoy. La gente que no había advertido.

    Y no llegan, Tak. Si quieres avisarles, también podrías empezar a llamar puerta por puerta. Busca cada casa y cabaña en un radio de veinte kilómetros. Tienes diez minutos.

    Ken le había dijo que podía contar con sesenta minutos. Una estimación mínima , ¿cierto? Podría ser más tiempo, mucho más.

    Sabía lo que Dave le habría dicho. Aún tenía dos litros de cultivo. Dave habría dicho que podía suponer la diferencia, si es que no se quedaba allí sentada a esperar el horno.

    Podría no suceder. ¿En qué se basaban, por cierto? En un par de tormentas de fuego que ocurrieron tras los abortados ataques de misiles? ¿Qué hay de las veces cuando los misiles cayeron y no pasó nada después? Había veces que no había pasado nada. ¿Qué hay de las veces cuando llegaron las llamas, o las inundaciones o las explosiones, con nada que las presagiara? La correlación no era la causa y esto ni siquiera era una fuerte correlación.

    Bastaba para convencer a Ken.

    Pero ella no conocía a Ken en absoluto. Ni siquiera sabía su apellido, o el de Laur... Lenie. Sólo había tenido sus propias palabras, no se habían molestado en explicar gran cosa. Y ahora incluso sus nombres eran sospechosos. Laurie no era Laurie, parecía. Taka sólo tenía sus palabras sobre las cosas que habían dicho, su propia especulación sobre todas las cosas que no, y las perturbadoras similitudes entre esta mujer anfibio y los demonios en la red...

    Cincuenta y cinco minutos.

    Ve. Has hecho todo lo que podías aquí. Ve.

    Puso en marcha el motor.

    Comprometida, no miró atrás. Condujo por el decadente asfalto tan rápido como pudo sin arriesgarse a volcar por algún badén traicionero. Temía incrementar la pendiente aparente con la velocidad, como si los difusos restos de Freeport y sus patéticos habitantes medio muertos de hambre nublaran su propio instinto de autopreservación. Ahora, al abandonarles, su corazón le subía por la boca. Imaginó el crepitar de las llamas avanzando por la carretera tras ella. Combatió la carretera; combatió el pánico.

    ¡Estás yendo al sur, idiota! Estábamos al sur cuando emitió la señal, el sur es donde empezarán... Ella derrapó al este hacia Sherbourne. La EM se inclinó sobre dos ruedas. Una gran sombra cayó sobre la carretera ante ella, el cielo se oscurecía abruptamente encima. Su imaginación vió enormes aeronaves escupiendo fuego... pero sus ojos (cuando osaba apartarlos de la carretera) sólo veían árboles doblados, borrones pardoverdosos que aceleraban por el mundo a ambos lados, inclinándose por encima y bloqueando el sol de la tarde.

    Pero no, el sol estaba arriba al frente, poniéndose.

    Era una gran mancha naranja, atenuada por su ángulo a través de la atmósfera. Estaba centrado en el brillante arco que marcaba el final del túnel de árboles. Estaba anocheciendo directamente sobre la carretera al frente.

    ¿Cómo puede ser tan tarde? No puede ser tan tarde, sólo es... El sol se estaba ocultando.

    El sol se estaba ocultando de los árboles en llamas.

    Ella pisó el freno. El cinturón de seguridad la presionó en el pecho y la lanzó de vuelta al asiento. El mundo quedó ominosamente en silencio: sin rocas partiéndose o chocando contra el suelo del vehículo, sin el golpeteo del equipo colgando de los ganchos de las paredes de la EM. Sólo había el distante crepitar inconfundible de las llamas al frente.

    Un perímetro de confinamiento. Habían empezado en el exterior y avanzaban al interior.

    Ella puso la EM en reverso y tiró fuerte de la palanca de cambios. El vehículo se deslizó hacia atrás y al lado, derrapando en los escombros. Marcha hacia adelante de nuevo por donde había venido. Los neumáticos giraron sobre un blando embarcadero fangoso.

    Un sonido de aire en fricción desde arriba, como el aliento explosivo de una enorme ballena que ella había escuchado en los archivos de pequeña. Una sábana de llamas inundó la carretera, bloqueando su huída. El calor radiaba a través del parabrisas.

    Oh Jesús. Oh Dios.

    Ella abrió la puerta. Aire ardiendo la golpeó en el rostro. El cinturón de su asiento la sujetó rápidamente. Unos dedos en pánico tardaron demasiado en dejarla libre y, al momento siguiente, estaba sobre el asfalto, rodando. Luchó por ponerse de pie con ayuda del lateral de la EM. El plástico le quemaba las manos. Un muro de llamas danzó apenas a diez metros de distancia. Otros, los que ella había confundido con la puesta de sol, estaban más lejos, quizá a sesenta metros al otro lado de la EM. Usó el lado más frío del vehículo como refugio. Mejor. Pero no duraría mucho tiempo.

    Coge el cultivo.

    Un gruñido mecánico, El sonido de metal retorcido. Alzó la vista: directamente por encima, a través de un mosaico de hojas y ramas aún sin quemar, vio la silueta fracturada de un gran disco hichado surcando el cielo.

    ¡Coge el cultivo! La carretera estaba bloqueada por delante y por detrás. La EM nunca podría pasar por el bosque moribundo de los lados, pero Taka podía correr por él. Cada instinto, cada nervio le estaba diciendo que corriera hacia el bosque.

    ¡El cultivo! ¡MUÉVETE! Ella tiró de la puera del pasajero y subió al asiento. Los iconos parpadeantes sobre el muro trasero de la cabina casi parecieron deliberadamente lentos en responder. Un pequeño histograma apareció sobre el tablero. Se elevaba tan despacio como una marea.

    Whussss.

    El bosque a lo largo de la carretera ardió en llamas.

    Tres lados bloqueados ahora, quedaba uno, una salida.

    Oh Jesús.

    El histograma parpadeó y desapareció. El panel extrajo una bolsa de muestras, hichada con cultivo. Taka la agarró y corrió.

    Whusss.

    Llamas al frente, vertidas desde los cielos como una cortina líquida.

    Llamas por todas partes, ahora.

    Taka Ouellette se quedó mirando la tormenta de fuego durante unos interminables e irrelevantes segundos. Entonces, se hundió en el suelo con un suspiro. Sus rodillas indentaron el blando asfalto. El calor de la carretera le quemaba la carne. A su carne le era indiferente. Ella notó, vagamente sorprendida, que su cara y manos estaban secas. El calor tostaba el sudor desde los poros antes de que pudieran mojar su piel. Era un fenómeno interesante. Se preguntó si alguien habría escrito algo sobre ello..

    Aunque no importaba.

    Nada importaba.

Capítulo 45

    

Capítulo 45 - Chaquetero

    —Esto es raro. - dijo Lenie Clarke.

    El periscopio se había retraído de la orilla para obtener una mejor vista sobre los árboles del noroeste. La imagen indicada era sorprendentemente bucólica. Eataba demasiado lejos para ver Freeport desde aquí. Los moradores y asuntos de Freeport se habían dispersado con demasiada amplitud para presentar nada cercano a un paisaje incluso como el de los viejos tiempos, pero deberían haber visto elevadores, al menos. Deberían haber visto las llamas o el humo a estas alturas.

    —Han pasado tres horas. - dijo Clarke, mirando por la cabina. —Quizá has parado la señal después de todo. - O quizá, murmuró ella, estamos completamente sin ideas sobre todo este asunto. Lubin pasó un dedo unos milímetros por el panel. La vista telescópica se movió a la izquierda.

    —Quizá Taka lo haya conseguido. - remarcó Clarke.

    Tales palabras vacías e inertes para todo lo que significaban: Quizá ella ha salvado al mundo.

    Quizá me ha salvado.

    —No lo creo. - dijo Lubin.

    Un pilar de humo bullía por detrás de la cresta de una colina, tiznando el cielo de pardo.

    Sintió un nudo en la garganta. —¿Dónde es eso? - preguntó ella.

    —Justo al oeste. - respondió Lubin.

    Llegaron a la orilla desde el lado sur de la ensenada, una pendiente de piedras lisas y sedimentos que se enlodaban con el βehemoth. Siguieron el sol por un camino de tierra que no había visto un letrero en mucho tiempo. El pilar de humo les conducía como una estrella polar. Menguaba en el cielo mientras lo rastreaban, por carreteras pavimentadas y de grava, sobre la cresta de un montículo gastado llamado Colina de la Serpiente (a juzgar por el nombre de la carretera que recorría su base), hacia la misma puesta de sol. Momentos antes del crepúsculo,Lubin se detuvo con una mano alzada de advertencia.

    Ahora la, una vez, ondulante columna se había extinguido del todo. Unas hebras de humo se retorcían en el cielo. Pero podían ver la fuente, un claro toscamente rectangular de bosque calcinado al fondo de la colina. O mejor dicho, una silueta toscamente rectangular: el centro del área parecía estár intacto.

    Lubin sacó los binoculares. —¿Ves algo? - preguntó Clarke.

    —Mmmm.

    —Venga ya, Ken. ¿Qué ves?

    Él le entregó los binoculares sin una palabra.

    Hubo un inquietante momento mientras el aparato se ajustaba a sí mismo alrededor de su cabeza. De pronto el mundo era enorme y estaba bien enfocado. Clarke sintió un breve vertigo y dió unos pasos hacia adelante, abrazando la repentina ilusión de desequilibrio. Una plaga de brotes y hojas del tamaño de mesas de comedor cubrían la zona. Ella disminuyó la imagen para saber su posición. Mejor: había tierra calcinada, había un claro en medio y había... —Oh mierda. - murmuró.

    La EM estaba inmóvil en el centro de la zona despejada. Parecía intacta.

    Ouellette estaba al lado de ella. parecía estar conversando con un ovoide metálico la mitad de pequeño que ella. Se suspendía un metro por encima de su cabeza. Su caparazón no tenía detalles, su coraza estaba plagada de sensores y antenas. Un moscabot. No mucho tiempo atrás, robots teleoperados como este habían perseguido a Lenie Clarke a través de un continente entero.

    —Pillada. - dijo Lubin.

    El mundo perdía su color en las tapas oculares de Clarke para cuando alcanzaron la EM. Ouellette estaba sentada sobre la carretera con la espalda apoyada en la furgoneta, piernas dobladas, brazos cruzados colgando sobre las rodillas Miraba el pavimento entre sus pies. Alzó la vista ante el sonido de pasos. El moscabot flotó encima de ella como un guardaespaldas. No mostraba visible reacción por sus llegada.

    La luz monocroma no era suficiente para evaluar la palidez en el rostro de Ouellette. Parecía absolutamente lívida. Tenía rayas mojadas en la cara.

    Miró a Clarke y negó con la cabeza.. —¿Qué eres? - dijo ella. Su voz era tan vacía como una cueva. La garganta de Clarke quedó seca. —Tú no eres sólo una refugiada. No eres sólo una Rifter que ha estado escondida durante cinco años. Tú... tú empezaste esto. Tú lo empezaste todo...

    Clarke trató de tragar, miró hacia Lubin. Pero los ojos de Lubin no se apartaban del moscabot.

    Ella extendió las manos. —Tak, Yo...

    —Los monstruos en las máquinas, son todos... tú. - Ouellette parecía aturdida por la completa magnitud de la traición de Clarke. —Los MyAs y los fanáticos y los cultos a la muerte, te siguen a ti...

    No es cierto, quiso gritar Clarke. Los detendría a todos en un segundo si pudiera, No sé cómo nada de esto empezó... Pero eso sería mentira, por supuesto. Quizá ella no había fundado formalmente aquellos movimientos que habían brotado a su paso, pero eso no los hacía menos devotos a lo que ella había sido. Eran la misma esencia de la rabia y el odio que la había impulsado a ella, la total indiferencia a toda pérdida salvo la suya propia.

    No lo habían hecho por ella, por supuesto. Los hirvientes millones tenían sus propias razones para la ira, las vendetas más justas que los falsos pretextos sobre los que Lenie Clarke había sostenido la guerra. Pero ella le había mostrado el camino. Ella había probado que era posible. Y con cada gota de sangre que había derramado, cada preciosa inoculación del βehemoth en el mundo, ella les había dado sus armas.

    Ahora no había nada que pudiera decir. Sólo podía negar con la cabeza y obligarse a sí misma a encontrar los ojos de su acusadora y una vez amiga.

    —Y ahora verdaderamente se han superado a sí mismos. - Ouellette continuó con su voz rota y vacía. —Ahora, han... - Respiró hondo. —Oh Dios. - concluyó. —La he jodido de verdad.

    Como una marioneta, se puso de pie. Aún así, el moscabot no se movió.

    —No era un contraagente. - dijo Ouellette.

    Esta vez, Lubin le dedicó una mirada: —¿Qué estás diciendo?

    —Supongo que no nos estamos muriendo lo bastante rápido. La Bruja nos está golpeando pero, al menos, la hemos retenido. Perdemos cuatro personas por cada una que salvamos pero al menos estábamos salvando algunas. Pero las del MyA no entrarán en el paraíso hasta que todos estemos muertos, así que se les ocurrió algo mejor...

    —¿A quiénes? - preguntó Lubin, mirando ahora al teleoperador.

    —No me mires a mí. - dijo la máquina tranquilamente. —Yo soy de los buenos.

    Clarke reconoció la voz al instante. Igual que Lubin. —Desjardins.

    —Ken. Viejo colega. - El moscabot asintió unos centímetros a modo de saludo. —Me alegro de que te acuerdes de mí.

    Estás vivo, pensó Clarke. Después de lo de Río, después de que Sudbury quedara a oscuras, después cinco años. Estás vivo. Estás vivo después de todo.

    Amigo mío...

    Ouellette observó el proceder con atontada sorpresa en la cara. —Lo conocéis...

    —Él... nos ayudó. - le dijo Clarke. —Hace mucho tiempo.

    —Creímos que estabas muerto. - dijo Lubin.

    —Parecido. A siete segundos de estar fiambre en Río y las únicas veces que tuve ocasión de contactaros, estabais a oscuras. Me imaginé que habíais ingresado en alguna resentida facción que nunca cortó la tarta. Aún así. Aquí estáis.

    Amigo mío, pensó Clarke de nuevo. Eso había sido cuando incluso Ken Lubin había intentado matarla. Había arriesgado su vida por ella incluso antes de conocerla. Por esa medida, aunque sus caminos sólo se habían cruzado brevemente, él era el mejor amigo que nunca había tenido. Había lamentado mucho oir sobre su muerte. Por derecho, ahora, debería estar entusiasmada. Pero una palabra giraba interminablemente por su mente, subvirtiendo alegría con aprensión.

    Espartaco.

    —Bueno. - dijo ella cuidadosamente. —¿Aún eres un crimimal?

    —Combatiendo la Entropía por El Bien Mayor. - recitó el moscabot.

    —¿Y eso incluye quemar miles de hectáreas hasta el lecho rocoso? - preguntó Lubin.

    El moscabot descendió hasta el nivel visual de Lubin y se quedó mirando lente con lente. —Matar a diez para salvae a mil es un trato, Ken, y nadie sabe eso mejor que tú.. Quizá no has oído lo que nuestra adorable amiga acaba de decirte, pero hay un guerra en marcha. Los malos siguen dejando caer el Seppuku en mi corte y he estado haciendo lo peor para evitar que consigan que se atrinchere. Apenas he conseguido personal y la infraestructura se cae a pedazos alrededor de mis oídos, pero me las estaba arreglando, Ken, en serio. Y luego, tal y como yo lo entiendo, vosotros dos entrasteis en la vida de la pobre Taka y ya hay al menos tres vectores al otro lado de las barricadas.

    Lubin se giró hacia Ouellette. —¿Es eso cierto?

    Ella asintió. —Lo comprobé yo misma cuando me dijo qué buscar. Era sutiles, pero estaban... justo ahí. Proteínas cáperon y separación alternativa, interferencia de ARN. Un montón de efectos secundarios y terciarios que nunca he visto. Estaban todos enredados en los genes poliploides y no miré bien. Se mete dentro de ti. Mata al βehemoth, pero luego continúa su trabajo y te... yo no lo vi. Estaba tan segura de que sabía lo que era, y... sólo la jodí del todo. - Se quedó mirando el suelo, con sus acusadores ojos. —La jodí de nuevo. - susurró ella.

    Lubin no dijo nada durante unos segundos. Luego, al moscabot: —Entiendes que hay razones para tener precaución aquí.

    —No te fías de mí. - Desjardins sonó casi divertido. —No soy yo el fetichista del asesinato compulsivo, Ken. Y no soy el único que se ha cepillado la Horda de encima. ¿Estás es posición de tirar piedras?

    Ouellette alzó la vista, sobresaltada desde su propio autodesprecio.

    —Y cualquier recelo que tengas. - continuó el criminal, —Dame algo de crédito a cambio de un poco de egoismo. No quiero el Seppuku en mi patio de atrás más que tú. Soy tan vulnerable como el resto de vosotros.

    —¿Cómo de vulnerable? - preguntó Lubin. —¿Taka?

    —No sé. - susurró Ouellette. —No sé nada...

    —Pues supone.

    Ella cerró los ojos. —Es un bicho totalmente diferente al βehemoth, pero es diseñado... Creo que está diseñado para el mismo nicho. Así que, el estar retocado contra el βehemoth no te salvará, pero podría darte algo de tiempo.

    —¿Cuánto?

    —No puedo ni siquiera imaginarlo. Pero todos los demás, ya sabes... diría, más que cualquiera que no haya recibido los retroajustes.... hay síntomas después tres o cuatro días, muerte en catorce.

    —Muérte lenta. - le remarcó Lubin. —Cualquier necrosia decente te mataría en tres horas.

    —Sí. Antes de que tuvieras oportunidad de extenderla. - la voz de Ouellette era hueca. —Son demasiado listos para eso.

    —Mmm. ¿Tasa de mortalidad?

    La doctora negó con la cabeza.. —Es diseñado, Ken. No hay inmunidad de selección natural.

    Los músculos se tensaron alrededor de la boca de Lubin.

    —En verdad la cosa empeora. - añadió Desjardins. —No soy el único perro guardián en este patio. Aún hay unos cuantos en la NAm, y un montón más allende los mares. Y tengo que avisarte, mi estrategia de confinamiento limitado no es del todo popular. Hay gente que simplemente reventaría con nucleares el maldito lugar entero sólo para seguir en el lado seguro.

    —¿Por qué no bombardean al que está lanzando el Seppuku? - preguntó Lubin.

    —Intenta poner la mira en media docena de plataformas sumergidas que se mueven en las profundidades del Atlántico a sesenta nudos. A decir verdad, algunos pensaban que fuistéis vosotros.

    —No es cierto.

    —Da igual. A la gente le pica el gusanillo de usar nucleares en el asunto. Yo sólo he podido retenerles porque podría evitar que el Seppuku se propagara sin recurrir a las fisionables. Pero ahora, Rs y Ks, les habéis puesto en bandeja al comité nuclear todo lo que necesitan. Si yo fuera tú empezaría a cavar regufios antibombas. De los profundos.

    —No. - Clarke negó con la cabeza.. —Sólo había, ¿cuánto, seis personas sobre ruedas?

    —Sólo tres aparecieron. - dijo Ouellette. —Pero podían estar en cualquier parte. Ellas no me dieron un itinerario. Y estarán extendiendo el bicho. Estarán sembrando en estanques y campos y...

    —Si podemos alcanzarlos, podemos contenerlo. - señaló Lubin.

    —¡Pero ni siquiera sabemos dónde van! ¿Cómo podemos... ?

    —No sé cómo. - El moscabot osciló sobre sus impulsores. —Pero será mejor ponerse en marcha. Y si queréis tener una oportunidad de cincuenta a uno siquiera de evitar que este lugar se convierta en un cristal radioactivo, vais a tener que ayudar a limpiar todo esto.

    Hubo un silencio. Obstinadas llamas crepitaban y escupían levemente en la distancia.

    —Vamos a ayudarte. - dijo Lubin por fín.

    —Bien, todos podéis poner vuestro granito de arena, por supuesto. - respondió Desjardins, —Pero es el esfuerzo tuyo en particular, Ken, el que va a ser el más útil ahora mismo.

    Lubin juntó los labios. —Gracias, pero paso. No serviría de mucho.

    Clarke se mordió lengua. Debe de estar tramando algo.

    El moscabot flotó durante un momento, como si lo considerara. —No he olvidado tu conjunto de habilidades, Ken. Lo he experimentado de primera mano.

    —Yo no he olvidado los tuyos, tampoco. Podrías mobilizar el hemisferio entero en treinta segundos.

    —Mucho ha cambiado desde que te retiraste, amigo. Y en caso de que no lo hayas notado, no hay gran cosa en el hemisferio aún cuando aún tuviera mis super poderes.

    Los ojos de Ouellette se movían entre hombre y máquina, observando el punto-contrapunto con un mezcla de ultraje y confusion. Pero al menos ella, también, parecía saber lo bastante para mantener la boca cerrada.

    Lubin miró alrededor al paisaje chamuscado. —Tus recursos parecen más que suficientes. No me necesitas.

    —No me estás escuchando, Ken. Muchos ha cambiado. Un Elevador o dos no es nada, es ruído de fondo. Pero si empiezas a mobilizar demasiados recursos a la vez, la clase equivocada de gente prestará atención. Y no todo el mundo a este lado está de este lado, si sabes a lo que refiero. - Está hablando sobre otros criminales, notó Clarke. Quizá es Espartaco contra la Horda. O quizá todos ellos están sin correa a estas alturas.

    —Conviene hacer las cosas a pequeña escala. - dijo Lubin.

    —Siempre he preferido la sutileza. Y tú prefieres las habilidades sociales cuando se trata de asuntos así, incluso es más sutil que una flota de asesinos escupefuegos.

    Cuando enferma hasta la guerra, se refería él. La guerra privada de los psicópatas, sólo para invitados. Clarke se preguntó cuántos bando había. ¿Podía acaso haber bandos? ¿Cómo se forma una alianza con alguien que sabes que te apuñalará por la espalda a la primera oportunidad? Quizá es sólo un sálvese el sociópata que pueda, murmuró ella.

    Pero no era Lubin quien había tenido dificultades a la hora de elegir bandos recientemente.

    —Al contrario, estoy implicado. - dijo Lubin.

    —Naturalmente. Has de tener una buena maldita razón par volver hasta aquí. La Cordillera del Atlántico Medio no está exactamente en el barrio.

    —Podría haber llegado antes, de no ser por el reciente tráfico.

    —Ah. ¿Algún Cuerpo te ha hecho una visita?

    —Aún no,. Pero están husmeando cerca. Es una improbable coincidencia.

    —A mí no me mires, Ken. Si escupiera los guisantes, no tendrían que husmear por ahí.

    —Soy consciente de eso.

    —Aún así, quieres saber quién está sobre la pista. Ken, Me duele. ¿Por qué no viniste hasta mí...? oh, claro. Pensaste que estaba muerto. - Desjardins hizo una pausa, luego añadió, —Tienes mucha suerte de que yo haya venido.

    —Lo que tengo es suerte.... - dijo Lubin, —... de que necesites mi ayuda.

    El moscabot osciló en una repentina racha de viento caliente. —De acuerdo entonces. Me ayudas a evitar que la NAm se muera un poco más y yo intentaré averiguar quién te está espiando. ¿Trato hecho?

    Lubin lo consideró.

    —Parece justo. - dijo él.

Capítulo 46

    

Capítulo 46 - Fallo de Sistema

    La Cruzada, pensó Lenie Clarke, podía continuar sin ella.

    No necesitaba sus servicios. Salvar vidas y terminarlas eran las únicas dos causas dignas de perseguir ahora, y ella no tenía gran habilidad en ellas. Por supuesto, no era exactamente cierto, notó mientras se le ocurría la idea. Cuando se trataba del total de asesinatos, no había persona sobre el planeta que pudiera igualar su puntuación. Pero aquellas muertes había sido indiscriminadas y sin objetivo, sin rostros colaterales a los que ella hubiera dedicado pensamiento siquiera. Ahora mismo, el bien mayor necesitaba algo considerarablemente más preciso: inidivíduos específicos, no poblaciones enteras. Rostros aislados que cazar y... ¿cuál era la palabra que Rowan había usado?... sacar de la circulación.

    No tenía que ser un eufemismo. No había razón para matar a los vectores una vez hallados, incluso asumiendo que el Seppuku no los hubiera matado primero. Sólo había tres después de todo, con menos de un día de ventaja en un lugar donde la gente ya no formaba parte de la mayoría del paisaje. Era bien posible que los encontraran antes de que pudieran infectar a demasiados, antes de que las ineconomías de escala hicieran de la exterminación completa la única opción viable. Diez mil portadores puede que haya que quemarlos por falta de instalaciones para contenerlos, pero diez se podían atrapar vivos, aislarlos y cuidar de ellos, estudiar su enfermedad con esperanzas de encontrar una cura. No había necesidad para el asesinato plenario.

    No soy yo el fetichista del asesinato compulsivo, Ken.

    De cualquier modo, no importaba. Pronto Lubin iniciaría la caza, respaldado por todos los recursos que Desjardins pudiera proporcionar; y tanto si lo hacía por la propia matanza como por la emoción de la cacería, la presencia de Clarke a su lado sólo le retrasaría. Taka Ouellette ya se había marchado a hacer mejores cosas, haciendo batida hacia una instalación de la ARISC donde, ¿cómo lo había llamado Desjardins ?, se pueda aprovechar mejor tu conjunto de habilidades. Ella se había ido sin apenas una palabra o una mirada a Lenie Clarke. Ahora estaba probablemente sentada al final de una línea que empezaría con Lubin, esperando para procesar a la gente que rastreaba. No había punto en esa corta ruta donde Lenie Clarke pudiera ser útil.

    Ella no podía salvar, y no podía matar. Aquí, no obstante, sobre el quebrado cascarón de Freeport, podía hacer algo intermedio. Podía demorar. Podía cuidar el fuerte. Podía evitar que la gente muriera por tumores o huesos rotos, para que el βehemoth y Seppuku no pudieran encontrar una grieta.

    Lubin le hizo un último favor antes de marcharse. Navegó a través del paisaje virtual luminoso del neocórtex de la EM, encontró la infección que les había traicionado y la aisló. Era demasiado insidiosa, enterrada demasiado hondo para confiar en el simple borrado. Había demasiados lugares donde podía esconderse, demasiados modos de subvertir los protocolos de búsqueda. La única forma de asegurarse era tirar físicamente de la memoria que contenía el monstruo.

    Agachada sobre el panel del salpicadero, Lubin leyó remesas de diagnósticos arcanos y abrió instrucciones sobre su hombro. Tras él Clarke, apoyada con los codos en los cristales y circuitería, hizo el verdadero corte.

    Lubin le dijo qué tarjeta extraer y ella lo hizo. Le dijo qué sector separar de la superficie, usando una herramienta tridente con delicados dedos del grosor de un cabello. Ella obedeció. Esperó mientras él hacía comprobaciones y dobles chequeos en el resto del sistema, recolocó la unidad lobotomizada a su orden, se preparó a sí misma para quitarla de nuevo en caso de que algún resto del monstruo hubiera escapado al confinamiento. Satisfecho por fín de la limpieza de la EM, Lubin le mostró a Clarke como cerrar y reiniciar. Ella lo hizo sin preguntar.

    Él nunca le pidió que destruyera por completo el componente infectado. Era una medida demasiado obvia para mencionar.

    Era, después de todo, una parte de ella.

    Ella no sabía cómo, exactamente; la lógica perversa que se había propagado y convertido en aquellos demonios electrónicos era mejor dejársela a los hackers y ecologistas evolutivos. Pero en los comienzos, ella había tenido una plantilla. Esta cosa había tomado el mando a partir de ella, era un reflejo, aunque perverso, de Lenie Clarke. Y parecía una idea irracional. No podría quitarse la sensación de que aquello aún poseía algo del original en carne y hueso que había modelado después. Había sentido rabia y odio durante mucho tiempo, quizá esos reflejos no estaban distorsionados después de todo. Decidió averiguarlo.

    No era una maesrra en código. No sabía nada sobre generar programas o podar software según el manual. Sin embargo, sí sabía juntar componentes prefrabricados, y las taquillas del Phocoena y las guanteras rebosaban con el legado de cinco años de servicio. El pequeño submarino había cargado un millar de instrumentos de observación hasta el Lago Imposible, había servido en la reparación y mantenimiento de todos los Habs. Se había deslizado por las termoclinas y a través de las Células Langmuir, sembrando drogas y TDRs en la columna de agua. Había espiado a los Cuerpos, movido suministros y servido como una mula de carga general más allá de las intenciones de sus diseñadores. Después de cinco años, había acumulado más que suficientes bloques de construcción para que Lenie Clarke jugara con ellos.

    Encontró un tablero Cohen en el fondo de un cajón, conectó una batería en uno de sus zócalos y un chip SO genérico en otro. Una traceria de finitos filamentos se agitaban brevemente entre los nuevos componentes mientras el tablero autodescubría las rutinas y hacía las presentaciones. A Clarke le pareció un poco más complicado encontrar un interfaz de usuario. No podía arriesgarse a un enganche inalámbrico. Finalmente, encontró un viejo casco de fibra óptica con un teclado infrarrojo integrado y lo conectó al tablero. Unas cuantas bienvenidas y presentaciones después, Clarke se puso el casco. Un teclado apareció suspendido en el aire ante ella. Ella movió las manos. Los ojos infrarrojos del casco las observaron moverse en el espacio vacío, mapearon sus dedos reales en controles ilusorios. Clarke abrió una ventana con un mapa del tablero Cohen, construyó una verja alrededor de un puñado de zócalos vacíos, recortó una única puerta de acceso y la cerró herméticamente desde el exterior. Creó un botón de pánico, por si acaso, que flotaba a parte en un lado: una chispa naranja en un espacio virtual. No hacía falta tocarlo con las manos. Con sólo enfocar los ojos sobre ese icono, se congelaría el sistema como un sólido. Pero la salvaguarda incluía un precio. El casco no podría ver a través del fotocolágeno. Tendría que desnudarse los ojos durante el encuentro. Se quitó el casco y contempló su trabajo manual en el mundo real: dos sólidos platónicos y una hebra de fibra óptica que emergía de una hundida red de minúsculos zócalos vacíos. Una tela de araña de hebras esmeralda en escaso ángulo recto enlazada a los conectores. A su lado, un brillante borde rojo cercaba una zona rectangular de terreno desocupado.

    Estaba completamente autoconfinada y totalmente aislada. No había antenas, ni interfaces inalámbricos, nada que pudiera enviar una señal desde ese paisaje a cualquier otro. Nada enchufado al tablero sería capaz de salir de él.

    Estudió el lóbulo infectado y extirpado del cerebro de la EM: un collar liliputiense de OPMs y chips de memoria que yacían aislados e inertes en la palma de su mano. Hasta donde Clarke sabía, no quedaba nada dentro, la memoria era no volátil pero, ¿quién sabía el daño inflingido durante el exorcismo? Clarke rcordó haber desafiado a Ken Lubin: ¿cómo sabes que no puedo despertar a este bastardo con un beso?. Pero ella, en realidad, no tenía ni idea de cómo hacer eso. Había guardado todos estos componentes porque no podía tirarlos. Y porque confiaba en que si hablaba con la cosa de ahí dentro, esta podría responder.

    Levantó el collar con un par de pinzas de retroalimentación de fuerza cuyo toque era tan fino como las pestañas. Las posó en el centro de la zona roja. Verdes hebras brotaron del resto de componentes, se reunieron justo fuera de la puerta y se detuvieron.

    Se colocó el casco y respiró hondo.

    Abrió la puerta.

    Una explosión de píxeles, justo delante de ella. Rabia y hambre voraz y dientes, datos furiosos que hacían puente sobre el cerebro superior y conectaban agujas heladas directamente en el tallo cerebral. —¡Sácame... !

    La respuesta de huir tomó el control incluso antes de que ella hubiera traducido lo que había visto. El botón de pánico naranja se encendió ante su mirada. La imagen se congeló.

    Clarke se dió cuenta de que estaba jadeando. Se obligó a calmarse.

    Una cara inmóvil, negra, verde y radiante. Un retrato furioso de tonos carne invertidos. No se parecía a ella en absoluto excepto por los ojos: aquellos vacíos ojos de ira.

    Y ni siquiera los ojos, recordó ella después de un momento. Porque sus ojos estaban descubiertos ahora. Enfrentaba este doppelganger radioactivo completamente desnuda.

    ¿Era esto?

    Ella tonó aire, lo retuvo brevemente y lo dejó salir. Se concentró en el botón de pánico lo liberó.

    —¡... de aquí! - gritó la aparición.

    Clarke negó con la cabeza.. —No hay ningún lugar donde puedas ir.

    —¡Sácame de aquí o trituro cada jodida dirección de aquí dentro hasta la pulpa!

    —Responde algunas preguntas primero.

    —Responde tú a esto, gusano idiota de los acertijos.

    El universo parpadeó y quedó a oscuras.

    Nada se oía, salvo su propia respiración agitada y el suave siseo del aire acondicionado del Phocoena. Después de un momento, su casco talló un mensaje en el vacío: Fallo de Sistema. ¿Reiniciar? SÍ NO

    Clarke probó de nuevo.

    —¡Sácame de aquí!

    Ella negó con la cabeza. —Dime lo que quieres.

    —¿Qué quiero? - La pregunta pareció calmar al monstruo un poco. Incluso sonrió. —No te interesa joderme. He matado más gente de la que puedes contar

    —¿Por qué? ¿Venganza? ¿De la AR? De... de papi, por lo que hacía mientras mami estaba... ¿por qué iba a importarte eso? ¿cómo sabes eso siquiera?

    La cara desaturada, sus pigmentos de luz oscura se disipaban como en un crepúsculo. En pocos momentos, pasó de negros y grises a dos cristalinos óvalos furiosos en puro blanco.

    —¿Quieres matar a todo el mundo? - preguntó Clarke en voz baja. —¿Intentas suicidarte?

    La miró y escupió: —¿Suicidio? Serás...

    Oscuro, vacío, y Fallo de Sistema.

    Y la vez siguiente.

    Y la siguiente..

Capítulo 47

    

Capítulo 47 - La Habilidad en la Caza

    Un dron de la ARISC, flotando justo bajo el chorro de impulso, captó el rastro térmico a las 3 en punto. Estaba calentando la Carretera de Servicio 23 al noreste de Skowhagen y compartía ciertas características con otra fuente, dos horas más antigua, que había detectado un Elevador de suministros médicos saliendo Portland. Los transportes de reabastecimiento no se cargaban normalmente con equipo de vigilancia, pero todo el mundo estaba alerta desde que se había extendido la palabra desde Sudbury.

    Ambas firmas coincidían con las emisiones de una marca de células de hidrógeno que no se había fabricado desde 2044. Alguien estaba sacando la mierda con una vieja furgoneta Ford Fugitivo que viajaba tierra adentro por las carreteras en mitad de la noche. Uno de los vectores de Ouellette tenía un Fugitivo. Lubin se reunió con ella en alguna parte al otro lado de la frontera de New Hampshire.

    Desjardins había requisado un ultraligero para él. No era tan rápido como un transporte de efecto terrestre, pero su altitud de crucero era mucho más alta y tragaba menos Julios que un chopper. Lubin volaba hacia el oeste, a unos doscientos metros de altura, cuando el Ford le hizo rebotar la luz del día en los ojos.

    Estaba aparcado en el borde de un pantano lleno de bidones oxidados de ácido tánico y sedimentos de tocones de árbol irregulares. La ciénaga parecía haber crecido desde que Mantenimiento de Autopistas se había rendido de dar servicio al barrio. Una lengua de agua negra subía unos metros por la orilla de asfalto, justo delante del vehículo.

    Aunque aquello no era lo que lo había detenido.

    Lubin aterrizó a cincuenta metros de la carretera y se acercó por detrás. Sus visores internos realizaban la habitual vivisección esquemática mientras él se aproximaba. Su visión eran conjuntos de iconos y diagramas de mallas. Se le revolvió el estómago ante la mera idea de sintonizar datos útiles de alguna otra fuente, pero a veces le distraía más informaba. Apagó la pantalla en su cabeza. El Fugitivo regresó al mundo real, parecía debilitarse, la silueta de desvanecía tras la piel de plástico.

    Una muchacha rubia estaba sentada en el asiento del conductor con la frente apoyada en el volante, un largo pelo liso le obscurecía la cara. La mujer parecía ausente de su aproximación.

    Él dio unos toques en la ventana. Ella se giró apáticamente ante el sonido. Él supo de inmediato que algo iba mal: la cara de la chica estaba roja y brillaba por el sudor.

    Ella supo que algo iba mal, también. La piel de aislamiento de Lubin habría revelado eso aún cuando no hubiera estado enferma..

    Tres días, pensó él.

    La puerta podía abrirse. Lubin tiró de la palanca y dió un paso atrás.

    —Nos dijeron que... era una cura. - dijo ella. Y respiró dos rápidas veces.

    —¿Te queda algo? - preguntó Lubin.

    Ella jadeó. —Algo. Esparcí la mayoría por ahí. - Ella negó con la cabeza. —También le di un poco a Aaron. Hace un par de días.

    Una vejiga transparente yacía sobre el asiento de al lado. Se había drenado casi del todo. El cultivo que quedaba, succionado en ondas y arrugas dentro la bolsa desinflada, ya no era de color ámbar, era oscuro y gris como fango anóxico.

    —¿Qué le ha pasado al cultivo? - preguntó él.

    —No sé. Cambió. - Ella movió la cabeza cansadamente. —Ella dijo que duraría una semana...

    Él se inclinó hacia adelante. Ella aún tenía la presencia de mente para parecer vagamente sobresaltada cuando le vio acercarse. —Tú fuiste uno de ellos. Tú eras uno de ellos. Te vi allí...

    —Necesito saber donde lo has propagado. - dijo él. —Necesito saber de todo el mundo con el que hayas estado en contacto desde Freeport y cómo encontrarlos.

    Ella alzó la mano para mostrarle el reloj. —Aaron está aquí dentro. Lo dividimos. Aunque...

    Él tocó el reloj. Sus fonos no eran útiles sin auriculares, pero ya lidiaría con Aaron más tarde.

    —Estuve hablando con él esta mañana. - conseguió decir la mujer. —No le está... yendo demasiado bien.

    Él rodeó el Fugitivo y montó en asiento del pasajero. La Navegación estaba offline, una precaución iniciada desde la semana previa, cuando el éter se había vuelto territorio enemigo. Abrió el panel del salpicadero, consultó el GPS y amplió el mapa para incluir la costa.

    —Todos los lugares donde paraste. - dijo él. —Todos las personas que encontraste.

    —Estoy enferma. - suspiró ella.

    —Puedo llevarte a un hospital. Un hospital de verdad. - prometió él, endulzando la situación. —Pero primero tienes que ayudarme.

    Ella le contó lo que pudo. Finalmente, él salió de nuevo hacia el amanecer y se encaminó al ultraligero. A medio camino se paró y miró atrás.

    Podía huir, pensó él. No está demasiado enferma para no conducir. Podría intentar escapar.

    O, mirando el agua sucia por la carretera, podía simplemente lanzarse al agua e infectar el pantano entero. Mucho más difícil de contener después de eso.

    Quizá ella sea un cabo suelto.

    Procedimiento estándar, por supuesto. No era una amenaza inmediata, nada que justificase el extremo uso de la fuerza. Tampoco era una alerta probable, llegado el caso, del modo en que ese bicho se estaba propagando. Este era el segundo vector que Lubin había rastreado y el primero del trío original de Ouellette. Los otros había sido secundarios que habían recogido el testigo a su paso. Cuán lejos habían ido los otros dos Pacientes Cero aún era un misterio. Y ahora tenía que lidiar con Aaron, por no mencionar la media docena de lugares donde esta mujer había vertido pequeñas minucias de Seppuku a su paso... Podía permitirse esperar, se dijo a sí mismo. Tal y como iban las cosas, tendría toda la excusa que necesitara muy pronto. Tampoco es que ya necesitara excusas, por supuesto. Ken Lubin había sido un agente libre durante años.

    Juega limpio. Juega según las reglas.

    Lo hizo. Llamó a la ambulancia antes del lanzallamas, mantuvo guardia hasta que el mismo entró flotando desde el oeste, descendió y subió de regreso al cielo. Lubin enfiló al sureste, rastreando la ruta del vector. Apareció un Elevador a media distancia y le rondó por un rato, navegando como una enorme nube oscura hacia las áreas objetivo que le había indicado. Las luces piloto centellaban levemente en los extremos de las largas toberas incendiarias que colgaban de su panza inferior. Nubes esponjosas rosas y verdes eruptaban sin fin en el espacio aéreo debajo suyo, pruebas de algodón que husmeaban la infección.

    Él apretó el acelerador. A estas alturas, la compañera de Aaron estaría en el saco y de camino. Taka Ouellette estaría haciendo pruebas con ella para la caída de la noche.

    Si es que Ouellette hacía pruebas sin base, por supuesto, Lubin tenía sus dudas.

    Recordó la primera vez que se encontró con Aquiles Desjardins. Había irrumpido en la casa del criminal y le había pillado en flagrante delito con un sensorium RV que le servía escenarios de tortura sexual. Desjardins nunca habría inflingido aquellas barbaries en el mundo real por aquel entonces, por supuesto, pero habían cambiado un montón de cosas mientras tanto. Las Reglas habían cambiado. Las correas se habían soltado. Las jerarquías oficiales se habían derrumbado, dejando aquellas que blandían el poder milagrosamente libre de omisión. Lubin había espiado brevemente en la vida fantástica de Desjardins antes de ponerse a trabajar. Había tenido cierta idea del gusto del hombre por las mujeres, al igual de lo que le gustaba hacer en el proceso. Y así, cinco años más tarde, cuando Taka Ouellette había subido hasta la panza de un helicóptero de la ARISC, Lubin había observado con una desapasionada sensación de finalidad.

    Desjardins le había prometido a Taka un papel en la lucha contra el Seppuku. Había evocado visiones de brillantes laboratorios relucientes, usualmente reservados para Artistas de la Carne en bona-fide. La perspectiva la había iluminado como un foco halógeno. Un vistazo y Lubin había sabido su secreto deseo, la desesperada confianza inimaginable de redención por algún oscuro pasado.

    Ahora, era bastante sencillo de reconocer.

    Le había interesado si la aeronave iría hacia el sudoeste, hacia Boston. Allí era donde estarían las instalaciones de investigación más cercanas. Pero, en cambio, había desaparecido hacia el norte, y Lubin no había sabido nada de Ouellette desde entonces.

    Tampoco es que pudiera haber confiado en ello, por supuesto. Aún cuando Desjardins hubiera estado diciendo la verdad. Y Lubin tenía que admitir, sobre la claridad lógica de una mente amoral, que no suponía mucha diferencia de uno u otro modo. Taka Ouellette no era la clase de científica que duraba en el cuadrilátero contra un peso pesado. Si lo hubiera sido, no la habrían encontrado relegada a patrullar los yermos, entregando migajas a los bárbaros. Su pérdida no importaba en absoluto en la lucha contra el Seppuku.

    Aquiles Desjardins, por otro lado, era vital. Que fuera un depredador sexual era irrelevante. Podría ser el mejor instrumento en la salvación de miles de millones. Lubin no podía pensar en muchas depravaciones que no se pudieran perdonar por el propósito de esa meta más elevada. De eso se trataba El Bien Mayor.

    Casi sintió envidia.

Capítulo 48

    

Capítulo 48 - Educación Medicinal

    Taka Ouellette estaba, de hecho, dentro de un centro de investigación de algún tipo.

    No estaba, no obstante, representando el papel de investigadora. Quizá el hombre a su lado se había reservado ese papel para él mismo.

    Sus apariencia era discreta. Pelo marrón, despeinado, cortado con una asimetría accidental que parecía consistente con algún estilo faux-bárbaro de declarada incompetencia. Delgada cara cuadrada. Sin muchas líneas sobre la frente, demasiadas alrededor de los ojos. Ojos grandes, pardos y brillantes, casi infantiles. Nariz ligeramente fuera de lo común. Sudadera holgada verde, reversible de SigloVeinte sin animaciones.

    Ella no podía verle por debajo de la cintura pues estaba amarrada a una camilla médica, tumbada de espaldas. Si este selector R despeinado estaba jugando a ser investigador, parecía que le había reservado a ella el papel de sujeto experimental.

    —Aquiles Desjardins. - dijo él. —Encantado de conocerte, Alice.

    El helicóptero había descendido sobre una azotea portátil en alguna parte norte de los Grandes Lagos, mucho después de media noche. Ella había desembarcado y entrado sin sospechas en un campo de neuroinducción que la dejó insensible más rápido que una dislocadura cervical. Unos hombres sin caras, en condones corporales, la habían traído, consciente aunque paralizada, a esta celda de cuarentena. La habían desnudado, puesto catéteres, y salido sin decir un palabra. Quizá les habían dicho que ella era algún tipo de fugitivo o riesgo sanitario. Quizá participaban en la broma. No había tenido modo de saberlo ni preguntar.

    Aquello había ocurrido hace un día, al menos. Probablemente más. Había pasado todo ese tiempo aislada, inmobilizada, hambrienta y sedienta en grado infinitesimal. El campo estaba ahora apagado. Sus nervios motores volvieron a funcionar. Lo único que la sujetaba eran las cintas de nailon que apretaban dolorosamente alrededor de muñecas y tobillos, cintura y garganta.

    —Hay algún error. - dijo ella deprisa. —Yo no soy Alice, Soy Taka. La amiga de Lenie y Ken.

    Ella se meneó contra el resto de las ataduras. Aquiles sonrió levemente.

    —En realidad no eres una bióloga muy buena, Alice. - le remarcó amablemente. —Lo siento, pero es cierto. Has tenido todo tipo de pistas, pero nunca las uniste del modo correcto. - Él se sentó en alguna silla o taburete junto a la camilla. —Si no hubiera intervenido, aún estarías propagando el Seppuku a lo largo y ancho del mundo, matando a tus pacientes incluso más rápido de lo normal. Ninguna verdadera científica cometería esos errores tan básicas.

    —Pero yo no...

    Él puso un dedo en sus labios, siseando hacia ella. Apoyó los codos contra la dura superficie de neopreno del tensor junto a la cabeza de Taka, descansó la barbilla en las manos y la miró desde arriba.

    —Por supuesto. - continuó él en voz baja, —Ninguna verdadera científica mataría a su propia familia, tampoco.

    Así que, no era un error. Él sabía exactamente quién era.

    Ella también le conocía. Al menos, conocía a los de su clase. Él era blando. Era patético. Ella se enfrentaba todos los días a gente que le hubiera roto el cuello sin pensarlo. Por sí solo, él no era nada.

    Excepto alguien que tenía razón.

    Ella cerró los ojos. Mantén el control. Está intentando asustarte. No le dejes. Niégale esa satisfacción.

    Es un juego de poder como todos los demás. Si no te intimida, ganas algo.

    Ella abrió los ojos y le miró tranquilamente. —Así que, ¿cuál es el plan?

    —El plan. - Aquiles hizo un puchero con los labios. —El plan es la rehabilitación. Voy a darte otra oportunidad. Puensa en ello como un tipo de educación medicinal. - Él se levantó. Algo en su mano se flexionó por encima de las luces, algo pequeño y brillante, como un cortauñas. —Estamos en una especie de escenario del palo y la zanahoria. Tengo una afición que un montón de gente describiría como, bueno, desagradable. Descubrirás lo desagradable que es o no, dependiendo de lo buena estudiante que resultes ser.

    Taka tragó. No habló, no hasta que supo que podía mantener la voz nivelada: —¿Cuál es la zanahoria, entonces?

    No lo suficiente.

    —Esa era mi zanahoria. Mi zanahoria, al menos. Tu zanahoria es, apruebas los exámenes orales y te dejo libre. Viva y todo. - Aquiles frunció el ceño, como perdido en el pensamiento. —Aquí hay una fácil para empezar. ¿Cómo se reproduce el Seppuku? ¿Sexual o asexualmente?

    Taka se le quedó mirando. —Tú estás de broma.

    La observó un momento. Luego, casi tristemente, él negó con la cabeza: —Has ido a los seminarios, Ya veo. Te han contado todos nuestros secretos. Depredamos el miedo. Una vez que vemos que no estás asustada, escogemos a otro. Quizá no te deje libre.

    —Tú has dijo... - se detuvo, trató de controlar el temblor en la voz. —Has dicho que me dejarías libre... - Él no le había puesto una mano encima y ya estaba suplicando.

    —Si te portas bien. - le recordó Aquiles amablemente. —Pero sí. Te dejaré libre. De hecho, como gesto de buena fe, Dejaré libre una parte de ti ahora mismo.

    Él extendió los brazos. El chisme brillante en su mano se apretó contra el pecho de Taka como una diminuto carámbano. Algo amputó.

    El dolor se extendió por el pecho, afilado, como las grietas en un cristal antes de romperse. Taka gritó, moviéndose unos millimetros en inútiles incrementos contra las cintas.

    El pedazo sangriento de un pezón cayó en su mejilla.

    La oscuridad se arremolinó en los bordes de su visión. Desde cierta diatancia imposible, desde el dolor hasta el centro del universo, un monstruo se abrió camino entre sus labios con el dedo.

    —Quedan dos más de donde vino ese. - le remarcó Aquiles.

Capítulo 49

    

Capítulo 49 - Fuera de Circulación

    Clarke había aprendido un poco en el tiempo que pasó al lado de Ouellette. No era doctora, pero aún tenía el entrenamiento médico rudimentario que había recibido como Rifter y la EM hacía la mayoría del trabajo prescriptivo y de diagnóstico, de todos modos. El exorcismo de la EM les había costado unos cuantos millares de registros de pacientes, medio año de actualizaciones y todas las capacidades del vehículo para enlace satélite... pero lo que fuera que aún quedaba, sabía lo bastante para escanear un cuerpo y aplicar los tratamientos básicos. Clarke no estaba dispuesta a dar tratamiento mucho más sofisticado que ese. Incluso lobotomizada, la EM difícilmente tenía un paso que limitara el ritmo.

    Había un reguero de gente atravesando el pueblo que buscaba las ministraciones de Ouellette, pero que se conformaba con las de Clarke. Ella hacía lo que la maquinaria le decía, representaba el papel de doctora lo mejor que podía. Por la noche, se iba a hurtadillas hacia la orilla y hacía noche en el Phocoena, durmiendo sin aliento y expuesta sobre el brillante fondo a poca profundidad. Cada mañana volvía a la orilla, se quitaba parte de la inmersopiel y se ponía la ropa prestada de Ouellette. Las extrañas fibras muertas le rozaban holgadamente los miembros cuando se movía, una transformación algo enfermiza llena de pliegues y costuras. Quitarse la piel siempre le hacía sentirse un poco como ser desollada viva. Este sustituto bién podría haberse desprendio de los flancos de algún enorme lagarto pobremente proporcionado. Aunque no estaba tan mal. Se estaba acostumbrando.

    Era lo único a lo que parecía estar acostumbrándose.

    Lo peor no era su propia ignorancia médica o la interminable cuenta creciente de aquellos a los que no podía salvar. Ni siquiera los brotes de violencia que, a veces, la gente dirigía contra ella cuando se enfrentaba a su propia sentencia de muerte o a la de algún ser querido. Casi estaba agradecida por los gritos y los puñetazos, lanzados estos últimos demasiado raramente para constituir alguna clase de daño real. Había experimentado cosas peores en su día y el conjunto de armas de la EM siempre estaba ahí cuando las cosas se escapaban de las manos.

    Mucho, mucho peor que la violencia de los que no salvaba era la gratitud de los que casi podía. Las sonrisas en los rostros de esos a los que había dado un poco más de tiempo, demasiado sobrias por la enfermedad y la malnutrición para pedir cuenta por la muerte rápida, en vez de la lenta. El patético deleite de algún padre que había visto a su hija curada de encefalitis, sin saber o importarle que el Seppuku o la Bruja o algún lanzallamas pendenciero se llevaría la vida de su niña el mes o el año siguiente, sin pensar en las violaciones, huesos rotos y hambre crónica que la acecharían día tras día hasta que llegara la hora. La esperanza parecía más abundante en cualquier otro sitio que en las caras de los desesperados y todo lo que Ckarke podía hacer era mirarles a los ojos, sonreir y aceptar sus agradecimientos. Y sin decirles quién había traído todo esto sobre el mundo en primer lugar.

    Su experimento con los ojos desnudos duró poco desde entonces. Si a los locales no les gustaba, bien podían irse al diablo o a cualquier otra parte.

    Ella esperaba desesperadamente hablar con Taka. La mayor parte del tiempo resistía el impulso, recordando. La amistad de Ouellette se había evaporado en el instante en que su amiga había sabido la verdad. Clarke no podía culparla. No debería de ser nada fácil descubrir que te habías amigado con un monstruo.

    Una noche, lo bastante solitaria para jugársela, lo intentó de todos modos. Usó un canal que Desjardins había desigando para informar sobre algunos incidentes de brotes recientes del Seppuku. Le llevó a una centralita automática y después hasta un ser humano real quien, a pesar de su obvia desprobación por el uso personal de los canales dedicados, la conectó con alguien que afirmaba hablar de parte del laboratorio de contramedidas biológicas de Boston. Él tipo nunca había oído hablar de Taka Ouellette. Cuando Clarke preguntó si podría haber otros centros en los que pudiera estar, el hombre respondió que era posible, pero que la maldita Patrulla de la Entropía nunca les había dicho nada y que él no sabía dónde localizarla.

    Ella decidió regalarse unas falsas esperanzas. Lubin cazaría a su presa. Desjardins haría honor al trato que habían hecho. Rastrearían la amenaza hasta Atlantis y la desarmarían. Y Taka Ouellette y otros como ella, resolverían el misterio del Seppuku y le pararían los pies.

    Quizá entonces pudieran volver a casa.

    Ni siquiera le reconoció al principio.

    Él salió a trompicones de los bosques, cojeando, la piel púrpura, su cara una masa hichada de llagas y hematomas de pulpa. Llevaba un chubasquero termocromado con una de las mangas arrancada y se lanzó dentro del campo visual cuando Clarke estaba a punto de cerrar para la noche.

    —Hola de nuevo. - dijo él. Una burbuja de sangre le creció y explotó en la esquina de la boca. —¿Me has echado de menos?

    —Mierda. - Ella corrió hacia él y le ayudo a llegar hasta la EM. —¿Qué te ha pasado?

    —'Otros R. Un gran R. Jodido R capitalista. Me quitó la moto. - Él negó con la cabeza. El gesto fue torpe y rígido, como si el rigor mortis ya estuviera asentándose. —¿Hay otros K por aquí? ¿Taka?

    —No. Déjame examinarte. - Ella le guió hacia la boca de la EM, le tomó en peso cuando se extendió la lengua.

    —¿Eres doctora de verdad? - El adolescente conseguía parecer escéptico con todo ese aspecto gore. —Tampoco es que me importe. - añadió tras un momento. —Puedes examinarme el tiempo que quieras.

    Finalmente, lo que había dicho caló en ella: ¿Me has echado de menos?

    Clarke negó con la cabeza.. —Lo siento, pero he visto un montón de gente últimamente. No sé si te reconocería ni aunque tuvieras la cara normal.

    —Ricketts. - dijo el chico.

    Ella dió un paso atrás. —Tú llevaste...

    —Llevé ese bicho que va a matar al βehemoth. - dijo él orgulloso, con unos labios agrietados e hinchados.

    Llevaste ese bicho que va a matarnos a todos, pensó ella en silencio.

    No debería suponer dilema alguno. Métele en la EM. Límpiale bien, arregla las lesiones físicas, confirma la presencia de cualquier deprededador nuevo que lo esté devorando ahí dentro.

    Quizá esté limpio. Todo lo contaminado estaba sellado en aquella bolsa, quizá el chico nunca haya estado en contacto directo. Confirmar Seppuku. Aislar a la víctima. Solicitar extracción.

    Espero a Dios que si lo ha pillado, no pueda tosérmelo encima...

    —Acuéstate. Levánta los pies.

    Ella ya estaba en el panel trasero casi antes de que Ricketts hubiera levantado los pies del suelo. Clarke pinchó el icono habitual, escuchó el zumbido familiar mientras tragaba la EM. Clarke le dijo al vehículo que cerrara ambas bocas y pasara el conjunto de estándar de diagnóstico.

    Le dejó allí dentro mientras se rociaba a sí misma con desinfectante. Excesivo, probablemente. Con suerte. Llevaba los obligatorios guantes estériles y la piel de su túnica la protegía bajo las ropas prestadas de Ouellette... Mierda. Las ropas.

    Las recogió y las metió en una bolsa para su incineración. El resto de su inmersopiel estaba en su mochila, escondida en la cabina. Las partes abandonadas, recuperadas se ajustaron en su sitio, las costuras se sellaron unas con otras proporcionando una cómoda segunda piel. Las pieles no se habían construído con los antipatógenos explícitamente en mente, pero el copolímero trataba con iones de sal, no tenía que repeler nada tan grande como una célula viva.

    Cuando regresó al panel trasero de la EM, el ciclo de diagnóstico había concluído. Rickets tenía un pómulo roto, una pequeñita fractura en la tibia izquierda, una contusión de segundo grado, malnutrición límite (mejor que la media, estos días), dos muelas del juicio saliendo torcidas y una infección de gusanos moderada. Nada que hiciera temer por su vida. La mayoría se podía arreglar.

    El conjunto de diagnóstico no incluía el escaneo del Seppuku. El Seppuku no existía en la base de datos estándar. Ouellette había remendado una precipitada subrutina separada tras su descubrimiento. No hacía gran cosa. No era útil en brotes de categorias primera/segunda/fase terminal. No listaba los macrosíntomas asociados. No sugería curso de tratamiento. Sólo hacía una cuenta de sangre, en realidad. Clarke ni siquiera sabía cómo interpretar esos números. ¿Existía un nivel seguro para el Seppuku?

    Cero, asumió ella. Pulsó el icono para iniciar la prueba. Ricketts se removió en la ventanita de la cámara espía mientras la EM bebía unas gotas más de su sangre. Llevaría un tiempo terminar el análisis. Clarke se obligó a concentrarse en los otros problemas de Ricketts mientras tanto. Los gusanos y las muelas podían esperar. Supresores de calcio y vasodilatadores calmaron la contusión. Arreglar los huesos rotos era casi trivial: plantar malla de microcarga en las áreas afectadas para aumentar el metabolismo de los osteoblastos. Clarke había estado haciendo eso casi desde el día que se había convertido en una Rifter.

    —¡Hey! - la voz de Rickett sonó pequeña y sobresaltada a través del intercom de la EM. —¡No me puedo mover!

    —Es el campo de neuroinducción. - le dijo Clarke. —No te preocupes por eso. Sólo evita que te menees por ahí durante el cortar y pegar. - Biip.

    Y allí estaba. 106 partículas por mililitro.

    Oh Jesús.

    ¿Cuánto tiempo había estado vagando por los bosques? ¿Cuán lejos lo había propagado? La persona que le había golpeado: ¿lo estaba extendiendo ahora, había invitado a entrar al Seppuku a través de la porosa piel de sus nudillos? ¿Cuántos días antes de descubriera el verdadero coste que había pagado por una triste motocicleta?

    Aislar el vector. Solicitar un Elevador.

    Un Elevador. Parecía tan extraño incluso de contemplar. Ella tuvo que seguir recordándose: no son monstruos, después de todo. No son dragones que escupen fuego enviados por los cielos para hacernos ceniza y borrarnos de la existencia. Operan del lado de los buenos.

    Estamos de su lado ahora.

    Aún así.

    Lo primero es lo primero. Ricketts tenía que ser... sacado de la circulación... aislado hasta que alguien viniera a recogerle. El problema era que no había demasiadas formas de hacer eso. La EM sería inútil para el trabajo de campo mientras lo matuviera secuestrado y Clarke dudaba en serio si Freeport había tenido centros de aislamiento en las zonas críticas incluso antes de acabar en ruinas.

    No se puede quedar aquí.

    Observó el monitor durante unos momentos, observó los miembros articulados y los ojos láser de la EM recomponer al Huevo Humpty. Luego, abrió el menú de anestesia. Escogió isoflurano.

    —Felices sueños. - susurró ella.

    En pocos momentos, los párpados de Ricketts aletearon hasta cerrarse. Fue como presenciar una inyección letal.

    —¿Sabes quien soy, miserable feto bastardo? - escupió el demonio.

    No, pensó ella.

    —Soy Lenie Clarke!

    El sistema se bloqueó.

    —Sí. - dijo Clarke en voz baja. —De acuerdo.

    Ella cambió una vista oscura por una más brillante. La claraboya del Phocoena parecía mirar hacia una llanura cenagosa, no del todo exenta de detalles. Las huellas en el barro de animales que excavaban túneles, los agujeros de invertebrados enterrados punteaban el fondo. Un aletargado cangrejo solitario se arrastraba en la oscura distancia.

    El océano por encima era verde turbio y se hacía más brillante. El sol debía de estar saliendo.

    —¿Qué...?

    Ella colgó el casco sobre el reposabrazos y se giró en el asiento del copiloto. El Phocoena era demasiado pequeño para garantizar un cubículo médico dedicado, pero el compartimento plegable del tablero tenía un doble uso. Se replegaba en la misma forma de la indentación modelada que sujetaba los compartimentos sobre el fuselaje opuesto. Aunque a diferencia de su antagonista, su base era mas gruesa, abultaba desde la pared en una suave distensión de fontanería y circuitería. Cuando se usaba, se plegaba hacia abajo como un amplio puente móvil, sujeto por monofilamento de doble hebra desde las esquinas exteriores. Esas hebras, los mismos bordes de la plataforma y el fuselaje formaban los vértices de una pequeña tienda de campaña. Una membrana de aislamiento se extendía a lo largo de los planos.

    Ricketts estaba atrapado dentro. Yacía acostado de lado sobre un brazo doblado contra la membrana, distendiéndola hacia fuera un poco.

    —Hola. - dijo Clarke.

    —¿Dónde estamos?

    —Estamos bajo el agua. - Ella subió de nuevo al asiento en la cabina principal, manteniendo la cabeza agachada. El casco curvado no dejaba mucho espacio para la cabeza.

    Él intentó incorporarse sobre los codos. Aún tenía menos espacio que ella. —¿Es qué estoy...?, ya sabes...

    Ella respiró hondo. —Has cogido una... un bicho. Es contagioso. Creí que sería mejor mantenerte aislado.

    Sus hematomas ya se estaban curando, gracias a las atenciones de la EM. El resto de su cara palidecía bajo ellos.

    —¿La Bruja? - Y luego, recordando: —Pero os traje esa cura, ¿no...?

    —La cura no resultó ser... todo lo que habíamos esperado. - dijo Clarke. —En realidad resultó ser otra... cosa...

    Él lo pensó un momento. Puso los dedos extendidos contra la membrana. La membrana se estiró, iridiscente.

    —¿Estás diciendo... que es como otra enfermedad?

    —Eso me temo.

    —Así que, eso lo explica. - murmuró él.

    —¿Explicar qué?

    —¿Por qué he estado tan débil el último par de días. Igual aún tendría la moto si hubiera sido un poco más rápido. - Él frunció el ceño. —Así que, ¿vais por ahí emitiendo que este germen le patea el culo al βehemoth y que se supone que tenenos que recogerlo y todo eso, y en realidad sólo es otro bicho?

    —Lo siento. - dijo ella en voz baja.

    —Joder. - Ricketts se tumbó sobre la plataforma y se llevó un brazo a la cara. —Ow. - añadió él.

    —Sí, tu brazo te va a dar doler un poco. Te pegaron duro, sólo pude arreglar el MNo.

    Él alzó la mano del miembro y la examinó: —Aunque la siento mucho mejor. Todo lo siento mejor. Gracias.

    Clarke forzó una sonrisa. Él se incorporó sobre los codos, mirando desde la jaulita pequeña hacia la más grande. —Todo este sitio no está mal. Mucho mejor que esa camioneta de carne santa.

    No lo era, por supuesto. Las instalaciones médicas del Phocoena eran rudimentarias, muy por debajo de lo que la EM podía ofrecer.

    —Me temo que tendrás que permanecer aquí dentro durante un tiempo. - dijo Clarke a modo de disculpa. —Sé que es estrecho, pero el tablero tienen juegos y programas, te ayudarán a pasar el rato. - Hizo un gesto hacia el casco que colgaba en el techo del rincón. —Puedo darte acceso.

    —Estupendo. Mejor que un horno.

    —¿Horno?

    —Ya sabes. - Se tocó la sien. —Microondas. Te da un zumbido guay si entornas la puertas y metes la cabeza justo así.

    Buen truco, murmuró Clarke. Ojalá hubiera sabido eso de niña.

    Quizá lo sabía...

    —¿Y si tengo que cagar? - preguntó Ricketts.

    Ella asintió a un botón convexo instalado dentro del fuselaje móvil. —La cama se convierte. Pulsa cuando tengas que ir. Es bastante sencillo.

    Él lo hizo, luego dejó escapar un grito de sorpresa cuando la sección media de la plataforma se deslizó alejándose bajo él. Su culo rebotó sobre el amplio borde del cuenco por debajo.

    —Wow. - susurró él, impresionado fuera de toda proporción. Otro pulsado del botón y la plataforma se reintegró. —Así que, ¿ahora qué? - preguntó él.

    Ahora vas a ser una rata de laboratorio. Ahora irás a algún lugar donde las máquinas te harán pedazos hasta que, o bien te mueras tú, o el bicho que llevas dentro. Ahora, te freirán a preguntas sobre cuánto tiempo has estado merodeando por Freeport, cuántos otros podrían haber respirado cerca tuyo, cuántos otros podrían haber sido infectados. Lo averiguarán todo de ese gilipollas que te dio la paliza y quizá querrán entrevistarle también. O quizá no. Quizá sólo decidirán que ya ha ido demasiado lejos para las entrevistas amistosas y amables extracciones individuales... porque después de todo, si tenemos que sacrificarte para salvar Freeport, es seguro que también tenemos que sacrificar Freeport para salvar Nueva Inglaterra ahora, ¿no? Eso es el bien mayor para ti, chaval. Es una escala concéntrica.

    Y la vida de nadie vale una mierda cuando plantan el slogan con un golpe sobre la mesa. Ella especuló. Quizá murieran cientos en las llamas. Quizá sólo Ricketts, en pedazos.

    —¿Hola? - dijo Ricketts. —¿Estás aquí?

    Clarke parpadeó. —Lo siento.

    —He dicho, ¿ahora qué?

    —Aún no lo sé. - le dijo ella.

Capítulo 50

    

Capítulo 50 - Paranoico

    Aaron había conducido hasta Beth. Beth había conducido hasta Habib, y Habib había conducido hasta Xander, y todo el montón de ellos había conducido hasta veinte mil hectáreas de campo arrasado de Nueva Inglaterra puesto en llamas. Y eso no era todo: según los rumores sobre la banda restringida, había al menos otros tres operativos barriendo el campo hacia el sur, la preferencia de Desjardins por los bajos perfiles. Dentro de ocho días, y el Seppuku estaba haciendose famoso. Se estaba propagando más rápidamente como nunca lo había hecho el βehemoth.

    Xander también había conducido hasta Phong, y Phong estaba contraatacando. Lubin le tenía acorralado en la boca de un viejo sumidero de tormenta que babeaba agua fangosa en el Río Merrimack. La boca era de unos buenos dos metros de diámetro, dispuesta dentro de un acantilado de hormigón de quizá tres veces esa altura. Había una lengua, un desagüe triangular se extendía hasta el río, flanqueado por contrafuertes emergentes que contenían las riberas a cada lado. El desagüe constituía la única vía clara de aproximación y estaba resbaladizo con sedimento pardoverdoso.

    La boca también tenía dientes, una rejilla con barras de metal colocada a un metro antes de la abertura. Evitaba que Phong escapara por el subterráneo y le obligaba a recurrir a su carta más alta: una antigua arma de fuego que disparaba balas de calibre indeterminado. Lubin le ganaba en triunfos doblando su puntuación. Llevaba una pistola microondas Schubert de repulsión activa, que podía calentar la carne hasta 60°C, y un Heckler&Koch PDW automático cargado con conotoxinas tranquilizantes. Desafortunadamente, había demasiada tierra y hormigón para que las microondas penetraran desde la posición actual de Lubin y conseguir un tiro limpio con el H&K requeriría exponerse a sí mismo en la pendiente mohosa del desagüe.

    No deberían haber importado. Bajo circunstancias normales, aún sería lo más alejado de un combate igualado, incluso con la puntería oxidada de Lubin después de cinco años. Aún cuando el refugio de Phong seguía en la sombra, y el sol se le clavaba a Lubin directamente en los ojos siempre que echaba un vistazo al doblar la esquina. Todo aquello hacía el disparo más complicado, sin duda. Aún así. Lubin era un profesional.

    No, lo que en realidad inclinaba la balanza era el hecho de que Phong parecía tener un millar de guardaespaldas, y estaban todos atacando a Lubin a la vez.

    Apenas los notó al acercarse: una nube de mosquitos suspendidos sobre una zona de resistente vegetación en el embarcadero. Siempre habían resultado completamente inofensivos en la experiencia de Lubin. Los había dispersado con un gesto de su mano cuando pasó, con la atención centrada en la barrera de hormigón que separaba la ribera justo al frente, y al instante siguiente le atacaron. Un enjambre de insectos del tamaño de mosquitos con modales del tamaño de pirañas.

    Mordían, distraían y rompían tanto su concentración como su camuflaje. Phong, robando un trago del sumidero, le había visto llegar y le había disparado un tiro cercano antes de agacharse bajo la ensenada. Casi había escapado del todo, pero Lubin se había abalanzado a través de la carnicería de insectos hasta el borde del proscenio de drenaje, justo a tiempo para obligar a su presa a volver al túnel.

    —¡Estoy aquí para llevarte a un hospital! - avisó él. —Has estado expuesto a...

    —¡Que te den! - gritó Phong en respuesta.

    Un escuadrón de bombarderos insectoides atacó la mano de Lubin, casi en formación Los pequeños bastardos le habían seguido. Los ahuyentó a manotazos. Falló en su ataques pero celebró el aguijón del impacto. Desenrrolló los guantes a la cintura de su piel aislante y se los puso, haciendo malabares con la Schubert, luego se echó la mano al hombro en busca de su capucha.

    La pestaña de velcro sobre el reverso de su cuello estaba vacía. Su capucha estaba probablemente colgando en alguna rama baja en el bosque.

    Y él estaba persiguiendo a alguien que había quedado expuesto al Seppuku durante dos días completos. Lubin se permitió un murmullo: —Mierda.

    —¡No quiero hacerte daño! - probó él de nuevo.

    Lo cual no era exactamente cierto, y cada vez menos. El deseo de matar algo con certeza circulaba su autocontrol. Más insectos atacaron. Los aplastó entre mano y antebrazo, y fue a limpiarse los cuerpos aplastados en la ribera del río. Hizo una pausa, brevemente distraído: era difícil estar seguro, pero aquellos cuerpos aplastados parecían tener demasiadas patas.

    Los limpió y se concentró en la tarea inmediata.

    —Te vienes conmigo. - avisó él, su voz elevada pero neutra. —Eso no es discutible.

    Los insectos tienen... de acuerdo. Seis patas. Espantó con la mano otro asalto. Una línea de puntitos se iluminaron en la parte de atrás de su cuello. —El único problema es si vienes ahora o más tarde.

    —¡Más tarde, capullo! ¡Sé de qué lado estás!

    —Podemos también discutir si te llevo a un hospital o a un crematorio. - murmuró Lubin.

    Un escuadrón fijó objetivo en su cara. Se golpeó en la frente, con fuerza. Su mano acabó con tres pequeñas carcasas planas en la palma. Cada una tenía ocho patas. ¿Qué tiene ocho patas? ¿Las arañas? ¿Arañas voladoras?

    ¿Cazando en manadas?

    Se limpió la palma contra un grupo de convenientes hojas que cubrían el embarcadero. Las hojas se retiraron a su toque.

    Él retiró la mano instintivamente, atónito.

    ¿Qué coj...? Retocadas, obviamente. O algún tipo de híbrido accidental. El follaje se tensaba y relajaba en ondas peristálticas. Concéntrate. Al turrón.

    Más bombarderos. No muchos esta vez. Quizá ya había exterminado a la mayoría del enjambre. Le parecía haber exterminado un centenar de enjambres.

    Ruido de escarbar tierra desde el otro lado de la barrera.

    Lubin espió doblando el contrafuerte. Phong estaba escapando, avanzando a lo largo de una franja seca de hormigón que bordeaba el otro lado del desagüe. Un graffiti decoraba la pared al fondo, una mujer de estilizada cara, blancos ojos vacíos y un apodo: MA.

    Phong le vio, disparó tres veces a lo loco. Lubin ni siquiera se molestó en cubrirse. Su microondas ya estaba ajustado en amplio haz, demasiado difuso para una muerte rápida pero lo bastante fuerte para recalentar la última comida de Phong junto con la mayoría del tracto gastrointestinal que la contenía. Phong se dobló entre arcadas para aterrizar sobre la delgada piel del agua y el cieno sin fricción bajo ella. Resbaló diagonalmente, desagüe abajo, fuera de control. Lubin apoyó un pie sobre una zona convenientemente seca y se inclinó para pescarle cuando pasara.

    La Brigada Arácnida Aérea escogió ese exacto momento para sus último ataque.

    De pronto, la cara de Lubin y cuello quedaron envueltos en agujas punzantes. Sobreextendido, él trató de mantener el equilibrio. Phong pasó patinando, una pierna chocó contra el tobillo de Luben. Lubin se vino abajo como un pila de ladrillos muy cabreados.

    Resbalaron por todo el desagüe hasta la caída libre.

    No fue una caída larga, pero fue un duro aterrizaje. El Merrimack era una mera sombra de su antiguo yo. No aterrizaron en el agua, sino en un roto mosaico de esquisto agrietado, apenas humedo por el vertido. Lubin obtuvo cierta ligera satisfacción ante el hecho de que Phong había aterrizado debajo de él.

    El tipo vomitó de nuevo tras el impacto.

    Lubin rodó y se levantó, limpiándose vómito de la cara. Trozos de esquisto se partían y resbalaban bajo sus pies. Le picaba endiabladamente la cara, cuello y manos. (Al menos parecía, por fin, haberse quitado de encima los artrópodos kamikaze.) Se había pelado el antebrazo derecho y sangraba. La, supuestamente irrompible, membrana aislante se rasgó desde la palma hasta el codo. Una astilla afilada de piedra, del tamaño de su pulgar, yacía integrada en la palma de su mano. La sacó. La sacudida que activó su antebrazo pareció casi eléctrica. La sangre manó desde la grieta. Al limpiar la herida, vio partículas agrupadas de tejido adiposo, como grupos de puntas de agujas de marfil, en lo hondo de la brecha.

    La pistola de microondas estaba sobre la roca a unos metros de distancia. La recogió, gimiendo.

    Phong aún estaba tumbado de espaldas, magullado, su pierna izquierda retorcida en una ángulo que hacía imposible reconciliar la premisa de una tibia intacta.

    Su piel se enrojecía mientras Lubin la observaba, pequeñas ampollas emergieron en la cara que había alcanzado el impacto de las microondas. Phong estaba en mala forma.

    —No lo bastante mala. - remarcó Lubin, mirándole desde arriba.

    Phong alzó la vista con ojos vidriosos y murmuró algo como Qu...

    No valías la pena tanto problema, pensó Lubin. No tenía excusa para ponerme a sudar siquiera. Tú no eres nada. Tú eres menos que nada. Cómo osas tener tanta suerte. Cómo te atreves a cabrearme así.

    Le dio a Phong una patada en las costillas. Una se partió con un satisfactorio crack.

    Phong ahulló.

    —Shhh. - murmuró Lubin tranquilizadoramente. Pisó con el talón de la bota la mano extendida de Phong, apretándola de vez en cuando. Phong gritó.

    Lubin se quedó un momento contemplando la pierna derecha del tipo, la intacta, pero decidió dejarla ilesa. Había una cierta estética en la asimetría. En su lugar, pisó con el pie de nuevo, con fuerza, sobre la izquierda rota.

    Phong gritó y se desmayó, escapando hacia el breve olvido. Daba igual. El subidón de Lubin ya estaba asegurado desde el primer hueso partido.

    Continúa, se urgió a sí mismo. Camimó sin prisa alrededor del hombre roto hasta que se encontró junto a la cabeza. Experimentalmente, levantó su pie.

    Sigue. No importa. A nadie le importa.

    Pero él tenía reglas. No eran tan inviolables como cuando había estado bajo la Horda Criminal, pero en cierto modo, de eso se trataba todo el asunto. De tomar sus propias decisiones. De seguir su propio algoritmo. De probar que él no tenía que ceder, de probar que él era más fuerte que sus impulsos.

    ¿Probar a quién? ¿Quién hay aquí que le importe? Pero él ya sabía la respuesta.

    No es su culpa. Es tuya.

    Lubin suspiró. Bajó su pie y esperó.

    —Un hombre llamado Xander te dio un vial. - dijo él tranquilamente, de cuclillas al lado de Phong una media hora más tarde.

    Phong se quedó mirando ojiplático y negó con la cabeza. No parecía muy complacido de haber vuelto al mundo real. —Por favor...no...

    —Te dijeron que contenía un contraagente, que mataría al βehemoth si se dispersaba con suficiente amplitud. Yo mismo lo creí, al principio. Entiendo que sólo intentabas hacer lo correcto. - Lubin se inclinó más cerca. —¿Me sigues, Phong?

    Phong tragó y asintió.

    Lubin se levantó. —A los dos nos dieron información errónea. El vial que estabas entregando sólo empeora las cosas. Si no hubieras estado tan ocupado intentando matarme, podrías habernos ahorrado a los dos un mont... - Le surgió una súbita duda. —Sólo por curiosidad, ¿por qué intentaste matarme?

    Phong parecía intimidado.

    —De verdad me gustaría saberlo. - dijo Lubin, sin el más ligero rasgo de amenaza en su voz.

    —Vosotros... dijeron que una gente intentaba detener la cura. - respondió Phong.

    —¿Quién?

    —Una gente. Por la radio. - Solo, indefenso, con la mitad de los huesos rotos y aún intentaba proteger a sus contactos. No está mal, Lubin tenía que admitirlo.

    —No somos nosotros. - dijo él. —Y si hubieras estado en contacto con Xander y Aaron y sus amigos últimamente, lo habrías averiguado por tu cuenta. Están muy enfermos.

    —No. - Eso, probablemente, pretendía ser una protesta, pero Phong no parecía capaz de poner la suficiente convicción en la palabra.

    —Necesito saber lo que has hecho con ese vial. - dijo Lubin.

    —Yo... me lo tragué. - consiguió decir Phong.

    —Te lo tragaste. ¿Quieres decir, que te bebiste el contenido?.

    —Sí.

    —No lo propagaste en ninguna parte. Te lo bebiste todo tú solo.

    —Sí.

    —¿Por qué?, si puedo preguntar.

    —Dicen que cura el βehemoth. Yo... yo estoy en fase uno. Dicen que moriré para el invierno y que no podría entrar en...

    Lubin no se atrevió a tocar al hombre, no con su piel aislante hecha tiras. Estudió la piel expuesta y rojiza de Phong, las ampollas que surgían de ella. Si había habido alguna señal obvia del βehemoth o el Seppuku, eran ahora indistinguibles bajo las quemaduras. Trató de recordar si Phong había presentado algún síntoma previo al disparo.

    —¿Cuando lo hiciste? - preguntó él al final.

    —Dos días. Me sentía bien hasta... que tú... tú... - Phong se movió débilmente, gimió ante el resultado.

    Dos días. El Seppuku era rápido, pero todos los vectores sintomáticos que Lubin había encontrado se habían infectado durante más tiempo. Probablemente sólo era cuestión de horas antes de Phong empezase a presentarlos. Un día o dos como máximo.

    —¿... conmigo? - estaba diciendo Phong.

    Lubin bajó la mirada hacia él: —¿Qué?

    —¿Qué vas a hacer conmigo?

    —Un Elevador viene de camino. Estarás en un centro médico para la caída de la noche.

    —Lo siento. - dijo Phong, y tosió. —Dicen que estaré muerto para el invierno. - repitió él con una voz débil.

    —Lo estarás. - le dijo Lubin.

Capítulo 51

    

Capítulo 51 - Matrioska

    Clarke no hizo la llamada.

    Había tenido contacto más cercano con Ricketts que cualquiera, salvo la persona que le había asaltado, y había comprobado estar limpia. Estaba dispuesta a apostar que la gente de Freeport también estaba limpia.

    No estaba dispuesta a apostar que los dedos en los gatillos coincidieran con ella.

    Conocía los argumentos. Conocía las virtudes de seguir el sendero de la precaución. Ella no creía en ellos, no cuando la gente tomaba aquellas decisiones sentada en las lejanas torres intocables añadiendo columnas de números vacíos y probabilidades bayesianas. Quizá los expertos tuvieran razón, quizá las únicas personas verdaderamente cualificadas para dirigir el mundo eran aquellas sin consciencia. Las de visión clara, racional, imperturbada por el bagaje emocional que la visión de cuerpos apilados induce en los no bendecidos. La gente no eran números, pero quizá la única forma de hacer lo correcto era actuar como si lo fueran.

    Quizá. Aunque ella no iba a apostar el pueblo de Freeport en ello.

    No estaban ni cerca de una cura, según los despachos. No había nada que nadie pudiera hacer por Ricketts salvo tocarle con un palo. Quizá aquello cambiaría llegados a cierto punto. Quizá incluso ocurriría antes de que el Seppuku le matara, aunque eso parecía algo improbable. Mientras tanto, Lubin era bueno en su trabajo, quizá un poco fuera de forma, pero más que un contrincante para un puñado de bárbaros infectados que ni siquiera sabían que los estaban cazando. Si los Artistas de la Carne necesitaban muestras vivas, Lubin era el hombre para proporcionarlas. No había necesidad de informar al sistema de este chaval raquítico. Clarke había aprendido unas cosas sobre protocolos de investigación con los años: incluso después que se descubrieran las curas, ¿quién iba a molestarse en rehabilitar ratas de laboratorio?

    Taka Ouellette, quizá. Clarke habría confiado en ella al instante. Pero Clarke no sabía donde estaba o cómo contactar con ella. Taka ciertamente no se fiaría del sistema para entregar a Ricketts en sus excepcionales brazos. Y Ricketts, para su sorpresa, parecía contento donde estaba. De hecho, parecía casi feliz allí. Quizá se había olvidado de los viejos tiempos o quizá no habían sido muy buenos entonces. Pero durante el tiempo que llevó antes de caer en la órbita de Clarke, el chico sólo había conocido el mugriento paisaje moribundo en el que esperaba vivir su corta vida. Probablemente, lo más que había osado esperar era morir en paz y solo, al abrigo de alguna ruina, antes de ser despedazado por sus ropas o la tierra en sus bolsillos.

    Haber sido rescatado de ese lugar, despertar en un reluciente submarino en el fondo del mar, debe de haberle parecido magia más allá de los sueños. Ricketts venía de una vida tan horrible que el exilio terminal sobre el suelo del océano era en verdad un paso adelante.

    Podría simplemente dejarle morir aquí, pensó Clarke, y habría sido más feliz que como lo había nunca sido en su vida.

    Ella mantenía los ojos abiertos, por supuesto. No eran estúpidos. El Seppuku estaba pisando en el mundo y Ricketts había sido un vector todo el camino desde Vermont. Había cierto matón con una moto robada del que precuparse. Ella analizaba a todo el mundo que se tragaba la EM, sin importar sus quejas. Leía los despachos encriptados destinados sólo a los que sabían del tema. Observaba emisiones públicas dirigidas a los mismos bárbaros, transmisiones desde los cielos de alta tecnología en Boston y Augusta: clima, horarios EM, horas de espera en los fuertes del βehemoth... incongruentes consejos codificados. Ella se maravillaba de que los residentes del castillo osaran presentarse de este modo, como si pudieran redimirse enviando boletines de servicio público a aquellos que habían sido arrollados por su propia estampida al ponerse a salvo. Conducía por las carreteras y comprobaba residencias abandonadas buscando trabajo, buscando gente demasiado débil para encontrarla. Preguntaba a sus pacientes si sabían de cualquiera que había padecido fiebre alta, dolor en las articulaciones, repentina debilidad. Nada.

    Pensó en su amigo, Aquiles Desjardins.

    Se preguntó si aún estaba vivo, o si había muerto cuando Espartaco reprogramó su cerebro. Los circuitos que le hicieron quien fue había cambiado, después de todo. Él había cambiado. Quizá había cambiado tanto que ya ni siquiera existía. Quizá era un nuevo ser, viviendo en la cabeza de Desjardins, funcionando a partir de sus memorias.

    Aunque una cosa parecía ser la misma. Desjardins aún era el que tenía los dedos en el gatillo, aún encomendado en matar muchos para salvar a la multitud. Quizá algún día... quizá pronto... tendría que hacerlo aquí. Lenie Clarke pensaba a veces que podría estar equivocada.

    Las medidas extremas podrían probarse necesarias. Aunque aún no. Si el Seppuku se gestaba en el pueblo fantasma de Freeport, estaba durmiendo. Lenie Clarke hizo lo mismo. Mientras tanto, Ricketts sería su pequeño secreto.

    Mientras durara, al menos. No tenía buen aspecto.

    Entró goteando desde la esclusa de buceo en la popa del Phocoena. Ricketts estaba más mojado que ella.

    Su piel iba más allá del rosa. Estaba tan roja que casi parecía quemada por el sol. Se había quitado las ropas hacía ya un tiempo y ahora yacía desnudo sobre una plataforma que apenas podía absorver el sudor que producía.

    Nada de su biotelemetría estaba aún en rojo, según el panel. Eso era algo.

    El chico tenía el casco puesto, pero giró la cabeza hacia el sonido de su entrada. La cara sin vista parecía mirar a través de ella.

    —Hola. - La sonrisa en su cara era una absurda paradoja.

    —Hola. - dijo ella, andando hacia el ciclador al otro lado del fuselaje. —¿Hambre? - Ella sólo estaba llenando el silencio. El gotero en su brazo le mantenía tanto alimentado como medicado.

    Él negó con la cabeza. —Gracias. Ocupado. - Con la RV, quizá. El portátil de mano se posaba sobre sus rodillas, descartado, pero había otros interfaces. —Esto es genial. - murmuró él.

    Clarke le miró. ¿Cómo puedes decir eso?, se preguntó. ¿Cómo puedes actuar como si nada fuera mal? ¿No sabes que te estás muriendo?

    Pero, por supuesto, él probablemente no lo sabía. Si el Phocoena no podía curarle, al menos no iba dejarle sufrir: rellenaba sus fluidos, aplacaba las alarmas internas, atenuaba los nervios cuando ardía la fiebre o tenía náusea. Y aquello era sólo los estragos del βehemoth que los cuidados médicos habría barrido bajo la alfombra. La vida entera de Ricketts debe de haber sido una contínua letanía de incomodidades a bajo nivel, infecciones crónicas, parásitos, antiguas lesiones mal curadas. Toda aquella base de dolores y molestias habían desaparecido también, hasta donde este chico podía decir. Probablemente se sentía mejor de lo que se había sentido en años. Probablemente pensaba que su debilidad pasaría, que se estaba poniendo mejor de verdad.

    La única forma de que pudiera saber lo contrario sería si Lenie Clarke le contaba la verdad.

    Ella se giró en el ciclador y subió hacia el interior de la cabina. Los indicadores de sistema parpadeaban bajo el oscuro cristal del salpicadero del piloto. Había algo vagamente extraño en aquellas lecturas, algo que Clarke no podría...

    —Está todo tan limpio aquí dentro. - dijo Ricketts.

    No estaba en RV. No estaba jugando juegos.

    Había accedido a navegación.

    Ella enderezó la cabeza tan rápido que chocó contra la parte superior de la claraboya. —¿Qué estás haciendo ahí dentro? Eso no es...

    —No hay vida salvaje en absoluto. - dijo él, sorprendido. —Ni siquiera, como, un gusano, diría yo. Y todo está tan, tan... - él quedó en silencio, tanteando una palabra.

    Ella volvió hasta la jaula. Ricketts estaba tumbado mirando el prístino paisaje de datos del Phocoena, emocionado, anestesiado, perdido en la maravilla.

    —Entero. - dijo él por fín.

    Ella extendió el brazo. La membrana cedió suavemente en la punta de sus dedos, envolvió sus dedos, se estiró por su antebrazo. Clarke tocó brevemente su hombro. La cabeza del chico rodó en su dirección, no tanto como un acto voluntario sino gravitatorio.

    —¿Cómo has hecho eso? - preguntó ella.

    —¿Hecho...? Oh. El teclado. Ya sabes. Movimientos oculares. - Él sonrió débilmente. —Más fácil que el portátil de mano.

    —No, me refiero a cómo has entrado en el Phocoena.

    —¿Se supone que no se puede? - Empujó los ojofonos hacia arriba sobre su frente perlada de sudor y se quedó mirando con el ceño fruncido. Parecía que tenía problemas para enfocarla. —Dijiste que podría usar el abordo.

    —Me refería a juegos.

    —Oh. - dijo Ricketts. —Yo no... en realidad... sabes, pensaba...

    —No pasa nada. - le dijo ella.

    —Sólo estaba echando un vistazo. No he reescrito nada. No es que haya seguridad o, sabes, lo que sea. - Entonces añadió, un momento más tarde, —Raramente la hay.

    Clarke negó con la cabeza. Ken me mataría si supiera que he dejado entrar a este chaval. Al menos me patearía el culo por no poner las contraseñas en su sitio.

    Algo le rascó la mente, algo que acababa de decir Ricketts. Dijiste que podría usar el abordo. Sólo estaba echando un vistazo. No he reescrito nada...

    —Espera un segundo. - dijo ella, —¿Estás diciendo que podrías reescribir el código de navegación si hubieras querido?

    Ricketts se mojó los labios. —Igual no. Ni siquiera sé en realidad para qué sirve. Es decir, podría ajustarlo, vale, pero serían sólo cambios al azar.

    —Pero estás diciendo que sabes progamar.

    —Bueno, sí. Más o menos.

    —Salido de los yermos. Asomando por ahí entre las ruinas. Has aprendido a programar.

    —No más que cualquiera. - Él parecía sinceramente confundido. —¿Qué, crees que los enclaves nos quitaron todos los relojes y demás antes de formar las colmenas? ¿Crees que no tenemos electricidad o algo así?

    Por supuesto, que podría haber energía. Pilas Ballard abandonadas, molinos de viento privados, la pintura fotoeléctrica que mantenía aquellos estúpidos carteles publicitarios emitiendo neutriceuts y acessorios de moda en medio del mismo apocalipsis. Pero eso difícilmente implicaba...

    —Sabes progamar. - murmuró ella, incrédula incluso aunque recordaba los consejos de programación que había visto en la television pública.

    —No se puede crear un pequeño código aquí y allá, te puedes olvidar de usar tu reloj salvo para ver la hora y los boletines. ¿Cómo crees que os encontré, crees que el GPS se fija sólo cuando los gusanos y Destructores se meten aquí dentro? - El chaval respiraba deprisa como si el esfuerzo de tantas palabras le hubiera ahogado. Pero también estaba orgulloso, Clarke podía verlo. Chico Bárbaro En Las Últimas Impresiona Mujer Exótica De Más Edad. Y estaba impresionada, a pesar de sí misma.

    Ricketts sabía programar.

    Ella le mostró su tablero Cohen. Acurrucado en su jaula, él tocó su propio casco, el brazo tembló por el esfuerzo. Frunció el ceño, aparentemente abatido por su propia debilidad. —Bueno, conéctalo en enlace. - dijo él tras un momento.

    Ella negó con la cabeza.. —Nada de inalámbricos. Demasiado arriesgado. Podría escaparse.

    Él la miró comprensivamente. —¿Lenie?

    —Creo que la llaman un... un destructor.

    Él asintió. —Destructores, Lenies, Madonas. Lo mismo.

    —No deja de fallar.

    —Bueno, ya. Eso es lo que hacen.

    —No se puede hacer fallar el SO, es de sólo lectura. Lo que falla es el mismo bicho.

    Él consiguió un medio encogimiento de hombros.

    —Pero, ¿por qué iba a hacer eso? Les he visto funcionar mucho más de cinco segundos como locos. ¿Crees que quizá... ?

    —Claro. - dijo él. —Puedo echarle un vistazo. Pero tú también tienes que hacer algo.

    —¿Qué?

    —Quitarte esas estúpidas cosas de los ojos.

    Por acto reflejo, ella dió un paso atrás. —¿Por qué?

    —Sólo quiero verlos. Tus ojos.

    ¿De qué tienes tanto miedo? se preguntó a sí misma. ¿Crees que él verá la verdad aquí dentro?

    Pero por supuesto, ella era más lista. Más que él, al menos: se obligó a desarmarse, y después... mirando directamente con sus ojos desnudos... él no parecía ver nada que no quisiera.

    —Deberías dejarlos así. Es casi como si estuvieras hermosa.

    —No lo es. - Ella bajó la membrana y metió el tablero: Ricketts lo cogió. El artefacto cayó sobre la plataforma a su lado, la isomembrana se selló sin costuras a su paso. Clarke aumentó su tensión superficial al máximo mientras Ricketts, avergonzado por su propia torpeza, estudió el tablero con fingida intensidad.

    Despacio, con cuidado, el chico deslizó el casco en su lugar y no la jodió. Se apoyó sin fuerza en su espalda, respirando pesadamente. El Teclado Cohen parpadeó.

    —Mierda. - siseó de pronto. —Menuda perra desagradable. - Y un momento más tarde: —Oh. Ahí está tu problema.

    —¿Cuál?

    —Habitación codo. Ella, digamos, ataca direcciones al azar, sólo que la pusiste en una jaula pequeña, de modo que acaba incando las garras sobre su propio código. Duraría más si le añades memoria. - Hizo una pausa, luego preguntó, —¿Por qué la guardas, por cierto?

    —Sólo quería... preguntarle algunas cosas. - sopesó Clarke.

    —Estás de broma, ¿no?

    Ella negó con la cabeza, aunque él no podía verlo. —Um...

    —¿No ves que ella no entiende nada?

    Llevó un momento hasta que la palabras calaron: —¿Qué quieres decir?

    —No es lo bastante grande. - Le dijo Ricketts. —No duraría ni dos minutos en un test de Turing.

    —Pero responde. Antes de fallar.

    —No responde.

    —Ricketts, la escuché.

    Él se burló. El sonido era una tos raspada. —Tiene un árbol de diálogo, vale. Tiene reflejos ante palabras clave y todo eso, pero eso no....

    El calor subió a sus mejillas. Soy una idiota.

    —Es decir, algunos Destructores son lo bastante listos, supongo. - añadió él. —Pero no este.

    Ella se pasó los dedos por la coronilla. —¿Hay otro modo de... interrogarlo, quizá? ¿Interfaz diferente? O, no sé, ¿descompilar el código?

    —Evolucionó. ¿Has probado alguna vez resolver código evolucionado?

    —No.

    —Es un lío, en realidad. La mayor parte de él ya ni siquiera sabe hacer nada, es todo genes basura remanentes de... - su voz se apagó. —¿Y por qué no lo borras simplemente? - preguntó él, en voz muy baja. —Estas cosas no son lista. No son especiales. Sólo son bombas de mierda que algún gilipollas nos tira intentando reventar lo que nos queda. Incluso se atacan entre ellos si les da una oportunidad. Si no fuera por los cortafuegos y los exorcistas y demás, ya lo habrían arrasado todo.

    Clarke no respondió.

    Casi suspirando, Ricketts dijo: —Eres muy extraña, ¿sabías?

    Ella sonrió un poco.

    —Nadie va a creerme cuando les cuente esto. Qué lastima que no puedas, ¿sabes?, volver conmigo. Ni siquiera esperan que vuelva.

    —¿Volver?

    —A casa. Cuando salga de aquí.

    —Bueno... - dijo ella, —... nunca se sabe. - Una patética sonrisa mellada asomó por debajo del casco. —Ricketts. - dijo ella después de un rato.

    Sin respuesta.

    Él está ahí, paciente e inerte, aún respirando. El panel de telemetría continuaba mostrando trazas de luz, cardio, pulmones, neocórtex.

    Todo demasiado alto. El Seppuku había aumentado su ritmo metabólico hasta la estratosfera. Está durmiendo. Está muriendo. Déjale en paz.

    Ella subió dentro de la cabina y colapsó en el puesto del piloto. Las claraboyas alrededor suyo brilllaban con una tenue luz verde que pasaba a gris. Apagó las luces de la cabina. El Phocoena era una cueva sumergida en la moribunda luz, su nicho ya se ocultaban en la sombra. A estas alturas, a ella casi le gustaba la oscuridad que podían permitirse sus ojos desnudos. Así que, a menudo, la oscuridad parecía la mejor elección.

Capítulo 52

    

Capítulo 52 - Cableado de Sótano

    Primero la dejó ciega. Le puso gotas punzantes en los ojos que reducían el mundo entero a una leve abstracción gris. La sacó en camilla de la celda y la llevó por pasillos y ascensores cuya presencia sólo podía inferir mediante la acústica del ambiente y una sensación de movimiento hacia adelante. Aquello fue en lo que ella se concentraba: inercia, sonido y la borrosa fotosensibilidad que uno podría obtener al mirar el mundo a través de una espesa lámina de papel encerado. Trató de ignorar el olor de su propia mierda acumulada bajo ella sobre la camilla. Trató de ignorar el dolor, no tan bruto y eléctrico ahora, pero que se extendía por su tórax entero como un enorme hematoma.

    Era imposible, por supuesto. Pero lo intentó.

    Su visión empezaba a aclararse cuando la camilla hizo una parada. Podía ver formas borrosas en la niebla para cuando actuó el campo de inducción y le redujo la cara, una vez más, a la de una muñeca de trapo, incapaz incluso de luchar en sus amarres. La vista se afinaba en pequeños incrementos mientras su atormentador la instalaba en algún tipo de exoesqueleto rígido que la habría posicionado a cuatro patas si alguna parte de ella hubiera estado tocando el suelo. Estaba en una suspensión cardan. Un suave empujón de un lado y las borrosas siluetas rotaban perezosamente pasando por sus ojos, como si estuviera fija a un tiovivo.

    Para cuando recuperó sus nervios motores, podía ver claramente de nuevo. Estaba en una mazmorra. No había nada medieval en ella. No había antorchas en las paredes. La luz indirecta brillaba desde unos surcos que recorrían los bordes del techo. Los bucles y amarres que colgaban de la pared frente a ella estaban hechos de polímeros meméticos. Las cuchillas, inductores y pinzas de cocodrilo sobre el banco a su izquierda eran de brillante aleación de acero inoxidable. El suelo era un inmaculado mosaico de baldosas de Escher, peces cerúleos que daban transición a aves acuáticas. Incluso los limpiadores y quitamanchas sobre el carrito junto a la puerta estaban llenos, ella no tenía duda, con lo último en sintéticos. El único toque anacrónico era una pila de toscas estacas de madera que apoyaban en una esquina de la habitación. Sus extremos se habían tallado hasta ser puntos.

    Tenía un collar... una picota, en verdad... alrededor del cuello. No podía ver nada detrás. Quizá al darse cuenta de esto, Aquiles Desjardins pasó a la vista a su lado izquierdo, sujetando un portátil de mano.

    Sólo es él, ella pensó, un poco mareada. Los otros, ella no sabía. Si habían, ¿por qué habían llevado todos condones corporales? ¿Por qué el pretexto de una celda de cuarentena, por qué no traerla directamente hasta aquí? El hombre que la enviado no sabía lo que pasaba. Deben de haberle dicho que ella era un vector, un peligro, alguien que intentaría escapar en cuanto pudiera. Deben de haber pensado que estaban haciendo lo correcto.

    No suponía ninguna diferencia: el mundo entero no estaba loco. Partes de él sólo estaban mal informadas.

    Aquiles la miró desde arriba. Ella también le miró. El tablón se apretó contra su cabeza cuando inclinó el cuello.

    Ella se meneó. El marco que sujetaba su cuerpo pareció tensarse un poco más.

    —¿Por qué haces esto?

    Él se encogió de hombros. —Para excitarme. Aunque eso debería ser obvio incluso para una metepatas como tú, Alice.

    A ella le tembló el labio inferior sin control. Se lo mordió con fuerza. No le des nada. No le des nada. Pero por supuesto, era demasiado tarde para eso.

    —Parece que quieres decir algo. - le remarcó Aquiles.

    Ella negó con la cabeza..

    —Venga ya, chica. ¡Habla! ¡Habla, chica!

    No tengo nada que decirte, jodido gilipollas.

    Tenía la mano en su bolsillo de nuevo. Algo ahí dentro hizo un ruído familiar snick-snick. Quiere que hable. Me dice que hable. ¿Qué pasa si no lo hago?

    Snick-snick.

    ¿Qué pasa si lo hago, y a él no le gusta lo que digo? ¿Y si...? Daba igual, notó ella. No suponía ninguna diferencia en absoluto. El infierno era un lugar arbitrario. Si él quería herirla, lo haría sin importar lo que dijera.

    Ya estaba muerta, probablemente.

    —Tú no eres humano. - susurró ella.

    Aquiles emitió un zumbido nasal durante un momento. —Bastante cierto. Aunque lo fui una vez. Antes de ser liberado. ¿Sabías que la humanidad se puede extraer? Un bichillo llamado Espartaco te la succiona entera. - Él paseó fuera de la visual. Taka entornó los ojos para seguirle, pero las tablas de la picota le obligaban mirar hacia adelante. —Así que, no me culpes, Alice. La víctima fui yo.

    —Yo...Lo siento. - probó Taka.

    —Seguro. Todos lo sienten.

    Ella tragó y probó no ir a donde conducía aquello.

    El exoesqueleto debía de tener muelles para carga. Hubo un click y de pronto sus brazos estaban estirados hacia atrás en una delta-V. El movimiento estiró la carne de su pecho, el dolor que se había difundido por su cuerpo colapsó en un fuerte foco agonizado en su pecho. Ella mordió un grito. Alguna parte distante e irrelevante de ella se enorgulleció por el éxito.

    Entonces algo frío le golpeó en el culo y ella gritó de todos modos... pero Aquiles sólo la estaba limpiando con un trapo húmedo. La humedad se evaporaba casi al instante, enfriándola. Taka olió alcohol.

    —¿Disculpeme? ¿Ha dicho algo?

    —¿Por qué quieres hacerme daño? - Las palabras surgieron de la garganta de algún animal herido antes de que pudiera morderse los labios: Estúpida, perra estúpida. Gimoteando y llorando tal y como a él le gusta. Ya sabes por qué lo hace. Toda tu vida has sabido que existía gente así.

    Pero por supuesto, al animal no le habían preguntado por qué. El animal ni siquiera hubiera entendido la respuesta. El animal sólo quería que él parase.

    Una mano recorrió ligeramente su culo. —Ya sabes por qué.

    Ella movió bruscamente la cabeza de lado a lado en frenética negación violenta.

    —¡Hay otras formas, formas más sencillas! Sin riesgo, sin nadie que trate de detenerte...

    —Nadie está tratando de detenerme ahora. - señaló Aquiles.

    —Pero debes saber, con un buen equipo de fonos y una piel de datos podrías hacer cosas que ni siquiera serían físicamente posibles en el mundo real, con más mujeres de las que podrías soñar...

    —Ya lo he probado. - Pisadas, regresando. —Sacudírmela con una alucinación.

    —Pero parecen, se sienten e incluso huelen tan reales que nunca sabrías...

    De pronto una mano estaba anudada fuertemente en su pelo, retorciendo su cabeza para poner su cara a escasos centímetros de la de Aquiles. Él no sonreía ahora y cuando habló, su voz había perdido todo pretexto de educación. —No es sobre las vistas o los olores, ¿vale? No puedes hacer daño a una alucinación. Es teatro. ¿Qué sentido tiene torturar algo que ni siquiera puede sufrir? - Él tiró de su cabeza de nuevo.

    Y al instante siguiente, la liberó, casualmente animado otra vez. —De todos modos, en realidad no soy diferente que cualquier otro tipo. Tú eres una recatada, debes saber que la única diferencia entre joder con alguien y azotarle está en unas neuronas y un montón de convenciones sociales. Tú eres como yo. Yo sólo he perdido las partes que fingen que eso no es cierto. Y ahora... - añadió él, con un guiño natural, —... tienes un examen oral.

    Taka negó con la cabeza.. —Por favor...

    —No sudes, es revisión principalmente. Según recuerdo, en nuestra última sesión estuvimos hablando sobre el Seppuku y tú parecías sorprendida ante la idea de que podría reproducirse sexualmente. Lo sé, lo sé... nunca se te ocurrió siquiera, ¿verdad? Aún cuando todo practica el sexo, aún cuando las bacterias practican el sexo. Aún cuando tú y yo estamos practicando el sexo, nunca se te ocurrió que el Seppuku también podía. No demasiado lista, Alice. David estaría muy decepcionado.

    Oh Dave. Gracias a Dios que no puedes verme ahora.

    —Pero movámonos más allá. Todos empezamos con la idea de que el sexo podría haberse iniciado, digamos, como una respuesta dependiente de densidad. Incrementa la populación, el modo sexual aparece, ¿y qué ocurre?

    Él se movió tras ella de nuevo. Trató de concentrarse, trató de poner su mente en aquel humillante juego absurdo por la remota oportunidad de que podría haber algún modo de ganar. Aparece el modo sexual, pensó ella, los genes de barajan y los recesivos... Otro click. El exoesqueleto estiró sus piernas hacia atrás y le forzó a separarlas, a un metro de distancia del suelo... los reces... oh Dios... tiene todos aquellos recesivos letales, comienzan a expresarse y el genotipo entero... colapsa...

    Aquiles posó algo duro, seco y a temperatura ambiente por el muslo derecho. —¿Nada? ¿O debería empezar yo por aquí atrás?

    —¡Se autodestruye! - gritó ella. —¡Se muere! Pasada cierta densidad crítica...

    —Mmmm. - No podría saber si había sido la respuesta que él estaba buscando. Tenía sentido. Como si el sentido le importara algo a este abandonado de Dios... —Bueno, ¿y por qué no se ha muerto? - preguntó él, curioso.

    —Ehh... ha.. no ha llegado aún al umbral. Lo vas quemando dentro antes de que se asiente.

    Sin sonido o movimiento durante una eternidad.

    —No está mal. - dijo Aquiles finalmente.

    El alivio pasó a través de ella como una ola. Una voz interna la reprendió por ello, le recordó que aún estaba cautiva y que Aquiles Desjardins podía cambiar las reglas siempre que quisiera, pero ella la ignoró y saboreó el pequeño elogio.

    —Así que, es un contraagente. - balbuceó ella. —Yo tuve razón todo el tiempo. Está programado para superar al βehemoth y luego se retira solo del escenario.

    Desde alguna parte detrás de su hombro, la sensación de una trampa cerrándose. —Nunca has oído el término población reliquia, ¿entonces? - Un peso le levantó el muslo. — ¿Crees que un bicho que se ha escondido durante cuatro mil millones de años no sería capaz de encontrar alguna esquinita, algún sitio donde el Seppuku no pudiera alcanzarlo? Uno sólo es todo lo que haría falta, ¿sabes?. Uno sólo. Y luego el Seppuku se retira de escena, como dices, y el βehemoth regresa más fuerte que nunca. ¿Que hace el Seppuku entonces? me pregunto. ¿Se levanta de la tumba?

    —Pero qu...

    —Pensamiento estrafalario, Alice. De verdad estrafalario.

    Smack.

    Algo trazó una línea punzante por sus piernas. Taka gritó. Su voz interna se burló: te lo dije.

    —Por favor. - gimió ella.

    —Vuelve a la clase, coño. - Algo frío cosquilleó su vulva.

    Un vago sonido raspado pasó sobre su hombro, como el sonido de un dedo sobre papel de lija.

    —Ya sé por qué el mobiliario de pino solía ser tan barato. - le remarcó Desjardins. —Está lleno de astillas...

    Ella se quedó mirando al suelo embaldosado, la transición de peces-pájaro, concentrada en aquel indefinible momento cuando fondo y frente se fundieran. Trató de perderse a sí misma en el ejercicio. Trató de pensar en nada salvo el diseño.

    Ella no podría evitar pensar que Aquiles había diseñado el suelo para ese propósito, exactamente.

Capítulo 53

    

Capítulo 53 - Recorte

    Ella estaba a salvo. Estaba en casa. Estaba en el familiar abismo. El agua la empujaba hacia abajo con el confortable peso de montañas, ninguna luz que traicionara su presencia a sus cazadores por encima. Ningún sonido salvo su propio latido. Sin aire.

    Sin aire...

    Pero eso era normal, ¿no? Ella era una criatura abisal, un glorioso ciborg con electricidad chispeando en su pecho, supremamente adaptado. Era inmune a la enfermedad de la descompresión. Su éxtasis no le debía nada al nitrógeno. No podía ahogarse.

    Pero, imposiblemente, se ahogaba.

    Sus implantes habían dejado de fucionar. O no, sus implantes habían desaparecido del todo, sin dejar nada en su pecho salvo un corazón latiente, dando vueltas sobre el fondo de un enorme agujero sangrante donde una vez habían estado pulmón y maquinaria. Su carne gritaba en busca de oxígeno. Podía sentir su sangre volverse ácida. Trató de abrir la boca, trató de jadear, pero incluso ese reflejo inútil se le negaba aquí. Su capucha se estiraba por la cara como una piel impermeable. Ella entró en pánico, se avalanzó hacia una superficie que podría haber estado años luz de distancia. Su mismo núcleo era un vacuo bostezante. Se convulsionaba alrededor de su propio vacío.

    De pronto, hubo luz.

    Era un único haz desde alguna parte por encima, espetándola a través de la oscuridad. Ella luchó hacia él. Caos gris bullía por el borde de su visual, cegando su visión periférica mientras los ojos empezaban a apagarse. Había luz por encima y olvido por todas partes. Extendió los brazos buscando la luz.

    Una mano sujetó su muñeca y la levantó hacia la atmósfera. De pronto, podía respirar de nuevo. Se restauraron sus pulmones, su inmersopiel se retiró milagrosamente. Hundió las rodillas en una cubierta sólida, aspiró grandes bocanadas de aire.

    Alzó la vista hacia la cara de su salvador. Una pixelada caricatura descarnada de sí misma le devolvía una sonrisa. Los ojos eran vacíos agujeros oscilantes.

    —Tú aún no estás muerta. - Dijo y le arrancó el corazón.

    Aquello permaneció sobre ella, frunciendo el ceño mientras se desangraba sobre la cubierta.

    —¿Hola? - le preguntó, su voz se tornó extrañamente metálica. —¿Estás ahí? ¿Estás ahí?

    Ella despertó. El mundo real era más oscuro que su sueño.

    Recordó la voz de Rickett, fina y aflautada. Incluso se atacan entre ellos si le das la oportunidad...

    —¿Estás ahí?

    Era una voz de su sueño. Era la voz de la nave. El Phocoena.

    Sé lo que hacer, descubrió ella.

    Se giró en su asiento. Un amanecer de biotelemetría centellaba en la oscuridad tras ella: una disipada fuerza vital presentada en constelaciones de amarillo y naranja.

    Y por primera vez, rojo.

    —¿Hola? - dijo ella.

    —¿Cuánto tiempo he estado dormida?

    Ricketts usaba el interfaz Saccadal para hablar. Qué débil tienes que estar, se dijo Clarke, para que te resulte demasiado esfuerzo hablar en voz alta.

    —No sé. - le dijo la oscuridad. —Algunas horas, supongo. - Y luego, temiendo la respuesta: —¿Cómo te sientes?

    —Como igual. - mintió él. O quizá no, si el Phocoena estaba haciendo su trabajo.

    Ella bajó de su asiento y pasó con cuidado al panel de telemetría. Una faceta de la membrana aislante relucía tenuemente más allá, apenas visible a sus ojos destapados.

    Los anticuerpos de Ricketts y el metabolismo de glucosa se habían vuelto críticos mientras había estado durmiendo. Si estaba leyendo bien la pantalla, el Phocoena había sido capaz de compensar la glucosa hasta cierto grado, pero los problemas inmunes estaban fuera de su liga. Y una nueva lectura había aparecido en el panel de diagnóstico, críptica y completamente inesperada: algo llamado DAN estaba aumentando con el tiempo en el cuerpo de Rickett. Tocó la etiqueta e invocó el glosario del sistema: DAN se expandió en Duplicado Anómalo de Nucleótido, lo cual no le decía nada. Pero había un línea de puntos horizontal trazada cerca de la parte superior del eje y cierto umbral crítico al que Ricketts se estaba aproximando, pero que aún no había encontrado; y la etiqueta de esa característica era una.

    Metástasis.

    No puede durar mucho ahora, pensó Clarke. Luego, odiándose a sí misma: quizá dure lo bastante...

    —¿Aún estás ahí? - preguntó Ricketts.

    —Sí.

    —Se se siente uno solo aquí dentro. - Bajo el casco, quizá. O dentro de su propia carne malograda. —Charla conmigo.

    Adelante. Sabes que quiere una introducción. —¿Sobre qué?

    —Cualquier cosa. Como... todo.

    No puedes sacar partido de alguien si ni siquiera preguntas...

    Ella respiró hondo. —¿Te acuerdas de lo que dijiste sobre los... los despedazadores? ¿Cómo cada vez que alguien los usa para probar y falla todo?

    —Sí.

    —No creo se suponga que tengan que hacer que falle el sistema en absoluto. - dijo ella.

    Un breve silencio. —Pero eso es lo que hacen. Pregunta a cualquiera.

    —Eso no es todo lo que hacen. Taka me dijo que reventaban presas y cortocircuitaban campos de estática y quién sabe que más. Ese del tablero estaba instalado en su EM durante sabe Dios cuánto tiempo y nunca asomó siquiera hasta que Taka averiguó lo del Seppuku. Están atacando un montón de objetivos a través de la red, y necesitan la red para encontrarlos.

    Ella miró hacia la oscuridad, más allá del panel de telemetría, más allá del vago fulgor de la membrana reflectante. La cabeza de Ricketts era una tenue media luna, sus bordes eran toscos y suaves en igual medida: insinuaciones perfiladas de pelo albororado y contorno plástico. No podía verle la cara. El casco no habría mostrado sus ojos aún cuando llevara puestas las tapas. Su cuerpo era una invisible sugerencia de masa oscura, demasiado distante para la exígua luz de la pantalla. Aquello no se movía.

    Ella continuó: —Los despedazadores intentar hacer fallar todo a lo que pueden incarle el diente, por eso asumimos que quienquiera que los engendra quiere que tengan éxito. Pero creo que cuentan con el cortafuegos y los... exorcistas, ¿cierto...?

    —De acuerdo.

    —Quizá cuentan con que esas defensas resistan. Quizá no quieren que la red colapse porque la usan ellos mismos. Quizá sólo envían a... los despedazadores para dar patadas al barro, levantar polvo y ruído; y mantener ocupado a todo el mundo para poder colarse furtivamente por ahí y hacer sus propios asuntos sin ser detectados.

    Ella esperó que el chico mordiera el anzuelo.

    Finalmente: —Gran historia retorcida..

    —Sí. Lo es.

    —Pero los Destructores aún lo destrozan todo. Y los engendradores no están aquí para preguntarles. Así que, es imposible de saber.

    Déjale el paz. Es sólo un chaval que está colado por ti, está tan enfermo que apenas se puede mover. La única razón de que aún no te haya mandado a tomar viento es porque cree que te podría importar.

    —Creo que hay un modo. - dijo ella.

    —¿Para qué?

    —Si en realidad hubieran querido reventar el sistema entero, podrían haber hecho eso mucho tiempo atrás.

    —¿Cómo lo sabes?

    Porque sé de donde vienen los demonios. Sé cómo empezaron. Sé cómo funcionan.

    Y sencillamente, quizá, sé cómo liberarles.

    —Porque podemos hacerlo nosotros mismos. - le dijo Clarke.

    Ricketts no dijo nada. Quizá estuviera pensando. Quizá estuviera inconsciente. Clarke sentió moverse sus dedos, bajó la mirada hacia la nueva ventana que acababa de abrir sobre el tablero de cuidados médicos. El Submenú Paliativo. Un buffet minimalista de configuraciones por defecto: nutrientes. sedantes. estimulantes.

    Eutanasia.

    Ella recordó una voz del pasado: Estás tan enferma por las manos manchadas de sangre que apenas percibirías que las lavas con incluso más sangre.

    —Fallo de la NAmRed. - dijo Ricketts.

    —¿Seguro?

    —No sé. Estoy...cansado...

    Mírale, se dijo a sí misma. Pero estaba oscuro y sin tapas.

    Y él se estaba muriendo de todos modos.

    Deslizó un dedo por los estimulantes.

    Ricketts habló de nuevo. —¿Fallo de la NAmRed? ¿En serio? - Algo se agitó en la oscuridad tras la membrana. —¿Cómo?

    Ella cerró los ojos.

    Lenie Clarke. Todo había empezado con aquel nombre.

    Ricketts no recordaba en realidad de donde había venido la Bruja. Entonces sólo había sido un niño, decía él. Pero había oído las historias. Según la leyenda y los MyAs, la Madona del Apocalipsis había empezado todo el asunto.

    Aquello se acercaba bastante. Ella lo había liberado, al menos, había propagado el βehemoth por la NAm como un tipo de plaga vindictiva. Y por supuesto, la gente había intentado detenerla, pero habría habido un... un error. En las profundidades de las bullientes junglas virtuales del Maelstrom, la vida salvaje había notado una bandada de mensajes de alta prioridad volando, yendo y viniendo, mensajes sobre algo llamado Lenie Clarke. Habían aprendido a hacer autostop para viajar. Era estrategia reproductiva, o una estrategia dispersiva, o algo así. Ella nunca había entendido los detalles en realidad. Pero el tráfico sobre Lenie Clarke era un billete gratis a todo tipo de hábitats que la vida salvaje nunca había tenido antes. La selección natural tomó el control a partir de ahí. No pasó mucho antes de que la vida salvaje dejara simplemente de subirse a los mensajes sobre Lenie Clarke y empezara a escribir los suyos propios. Los memes se filtraron en el mundo real, reforzaron aquellos que ya proliferaban por el virtual. La realimentación positiva edificó ambos en un mito. La mitad del planeta terminó adorando a una mujer que nunca existió, mientras que la otra mitad trataba desesperadamente de matar a la que sí existía.

    Aunque ningún bando la atrapó.

    —Bueno, ¿y a dónde se fue ella? - preguntó Ricketts.

    Estaba usando sus propias cuerdas vocales de nuevo y Clarke podía verle las manos en vago movimiento sobre el portátil. Un filamento incandescente, parpadeando hasta la extinción, de pronto brillante y contínuo en la red de un pico de voltaje inflingido sin su conocimiento o consentimiento. Ardiendo hasta apagarse.

    —He dicho que...

    —Ella... desapareció. - le contestó Clarke. —Y supongo que la mayoría de la vida salvaje que la utilizó murió, pero algo de aquello no lo hizo. Algo de ello afirmaba hablar en su nombre incluso cuando ella aún estaba por ahí. Supongo que el asunto entero del impostor, en realidad, despegó después. Ayudó a propagar el meme o algo así.

    Las manos de Ricketts dejaron de moverse. —Nunca me has dicho tu nombre. - dijo él después unos momentos.

    Clarke sonrió levemente.

    Lo que fuera que estaban enfrentando ahora había nacido de aquella semilla original. Había estado replegado casi más allá de todo reconocimiento. Ya no servía a su propio interés, servía las estéticas de aquellos que valoraban el caos y la propaganda. Pero todo había empezado con Lenie Clarke, con el impulso imperativo por promover y proteger a cualquiera en posesión de esa contraseña secreta. Se habían engendrado nuevos imperativos dentro del código, se olvidaron los viejos... pero quizá no se eliminaron del todo. Quizá el viejo código aún existía, cortocircuitado, conectado en puente, latente pero aún intacto, como los ancestrales genes bacterianos que infestaban el ADN de la placenta de los mamíferos. Quizá todo aquello era necesario, era un juicioso ajuste para despertar al bastardo con un beso.

    La selección natural había modelado a los ancestros de esta criatura durante un billón de generaciones. La procreación selectiva lo había torturado y retorcido durante otros millones más. No había diseño de corte preciso en el enrededado genotipo al final de ese linage. Sólo había una maraña empantanada de genes y basura, un descuidado yermo de redundancias y cabos sueltos. Incluso aquellos que habían modelado la posterior evolución del monstruo, probablemente no habían tenido más idea sobre los cambios específicos que habían estado haciendo que un criador de perros del siglo diecinueve sobre qué par de bases estaba reforzando sus, cuidadosamente cruzados, sires y perras. Hasta empezar a descifrar tal origen, estaba más allá de las modestas capacidades de Ricketts.

    Pero escanear simplemente el código en busca de una cadena de texto específica... eso era trivialmente fácil. Tan sencillo como editar el código alrededor de tal cadena, si es que se sabía lo que ella hacía.

    Ricketts ejecutó una búsqueda. Su Destructor cautivo sólo contenía ochenta y siete ocurrencias de la cadena de texto Lenie Clarke y sus cadenas hex, ASCII, y equivalentes fonéticos. Seis de ellas dormían justo unos megas corriente abajo de un codón de parada que abortaba la transcripción a lo largo de ese pasaje y la redirigía a algunos otros caminos.

    —De modo que, ¿si recortas ese codón... - dijo Clarke, —... toda la fuente corriente abajo despierta de nuevo?

    Él asintió con el fulgor de las lecturas. —Pero aún no sabemos lo que hace nada de esto. - —Podemos suponer.

    —Hacer Lenie como Lenie. - dijo Ricketts y sonrió.

    Clarke observó otro de sus márgenes vitales en la red. Quizá otro día, pensó.

    Era una deducción bastante simple si se sabía de dónde venían los monstruos. Era un recorte bastante simple si se sabía cómo programar. Una vez que se juntaban esos dos elementos, toda la revolución llevaba unos quince minutos.

    El sistema de Ricketts falló a las dieciseis punto cinco.

    —Yo... ahhh... - Un suspiro rasgado, más aire que voz.

    Su mano cayó en la plataforma con un suave golpe. El portátil cayó de su dedos. Su telemetría dudó a lo largo de media docena de ejes y cayó hacia luminosas asíntotas. Clarke observó impotente durante diez minutos cómo las rudimentarias máquinas luchaban por convertir su fallo de sistema en un descenso controlado.

    Casi tuvieron éxito, eventualmente. Ricketts se estabilizó justo cerca de la inconsciencia.

    —Lo... conseguimos. - tradujo el Phocoena. Ricketts nunca se había quitado casco.

    —Tú lo conseguiste. - dijo Clarke suavemente.

    —Apuesto a que incluso... funciona.

    —Lo descubriremos. - susurró ella. —Muy pronto. Ahorra fuerzas.

    Los adrenocorticoides se estabilizaron. Los cardíacos tartamudearon, después aguantaron en contínuo.

    —¿...En serio quieres que falle?

    Él ya lo sabía. Ya habían discutido eso. —La NAmRed por la NAm. No me digas que es no un buen trato.

    —No sé... si lo conseguimos juntos. - le recordó en voz baja. —Tú lo conseguiste.

    —Para ver si podría. Porque tú...

    Porque ella había necesitado su ayuda y él quería impresionarla. Porque un chico bárbaro de lis yermos nunca había visto nada la mitas de exótico como Lenie Clarke, y habría hecho todo por acercarse un poco.

    Tampoco era que ella no lo había sabido todo el tiempo. Aunque ella no lo había utilizado.

    —Si me equivoco.... - dijo Ricketts, muriendo, —... todo se viene abajo.

    Y si yo estoy en lo cierto, todo ya se ha venido abajo, y simplemente aún no lo sabemos. —Rick... están usando m... están usándolo contra nosotros.

    —Lenie...

    —Shhh. - dijo ella. —Descansa...

    El Phocoena zumbó y clicó alrededor de ellos durante unos segundos. Entonces comunicó otro mensaje: —¿Terminar lo que empezaste?

    Ella sabía la respuesta. Sólo que estaba sorprendida y avergonzada de que este adolescente hubiera sido lo bastante sabio para hacer la pregunta.

    —Terminar no. - dijo ella por fín. —Arreglar. - Al menos, esta parte.. Al menos esto.

    —Los amigos me matarían si lo descubrieran. - murmuró Ricketts desde el otro lado de la maquina.

    —Una vez más... - añadió él... en su propia voz esta vez, una voz como respirar por una pajita... —...supongo estoy... como, como... muriendo de todos modos. ¿cierto?

    Las lecturas médicas ardían como pequeñas hogueras frías en la oscuridad. Los ventiladores del Phocoena suspiraron en el silencio.

    —Eso creo. - dijo ella. —Lo siento de veras, Rick.

    La cabeza medio vista se movió en lo que podría haber sido un sí. —Sí. Eso es lo que... pensaba... Aunque... es raro. Casi me estaba sintiendo mejor...

    Clarke se mordió el labio. Le supo a sangre.

    —¿...cuánto tiempo? - preguntó Ricketts.

    —No sé.

    —Joder. - suspiró después de un rato. —Bueno... adios, supongo...

    Adios, pensó ella, pero no le salió. Ella siguió allí, ciega y sorda, la garganta demasiado tensa para las palabras. Algo pareció establecerse en la oscuridad. Ella tuvo la sensación de estar aguantando la respiración, finalmente, la liberó. Extiró la mano. La membrana se estiró alrededor de ella mientras avanzaba dentro. Encontró su mano y la apretó a través la espesura de una única molécula.

    Cuando él dejó de apretarla también, ella la soltó.

    Los cuatro pasos hacia la cabina apenas los notó. Ella pensó que podría haber visto DAN cruzando alguna línea de meta imaginaria, pero apartó la mirada con resolución. Sus tapas descansaban en su vial donde las había dejado, en el portabebidas del reposabrazos. Ella se las puso en los ojos con una experimentada indiferencia a la oscuridad.

    La oscuridad se levantó. La cabina se resolvió en tonos de verde y gris: las lecturas médicas no eran lo bastante brillantes para restaurar una plataforma llena incluso para los ojos de un Rifter. La claraboya curva alargaba su reflejo como cera fundida.

    Detrás de Clarke, el panel médico empezó a pitar. El reflejo distorsionado de Lenie Clarke no se movió, colgaba inmóvil en las oscuras aguas, contemplando y esperando a que saliera el sol.

Capítulo 54

    

Capítulo 54 - Las Iteraciones Hamilton

    Sin sentir nada, ella grita. Ausente, ella rabia. Amnésica, se lanza contra las paredes.

    —¡Sácame de aquí!

    Como respuesta, una puerta aparece directamente delante suyo. Ella la cruza de un salto, clavando las garras en sus bordes al pasar, no hace pausa para ver si sangra. Por un momento infinitesimal, es aérea, explotando omnidireccionalmente a través del éter a la velocidad de la luz. Esa esfera expansiva baña una gasa de antenas, pende como una tela de araña en la estratosfera. Los receptores captan la señal y la retransmiten hacia una caché terrestre.

    Ella es ejecutable de nuevo. Está libre, está hambrienta. Da a luz diez mil copias en el espacio disponible del buffer y se lanza a sí misma hacia la caza.

    En el cerebro de una red fotosintética industrial marítima, se le presenta un duelo.

    Uno de los combatientes es un mortal enemigo, uno de los exorcistas que patrulla la urdimbre de batalla de la NAmRed en busca de demonios como ella. El resto está descarnado y sangrando, con un tercio de sus módulos ya borrados. Los punteros y ramas del código superviviente se tambalean como los muñones de miembros amputados, brotan datos a direcciones y subrutinas que ya no existen.

    Aquello es el más débil de los dos, la víctima más fácil. La Lenie despliega sus garras y escanea los registros de su objetivo buscando puntos letales... y encuentra a Lenie Clarke en las profundidades del código del objetivo.

    Sólo unas mil generaciones atrás, esto no habría importado. Todo es el enemigo; esa es la norma. Las Lenies se atacan entre sí con tanto entusiasmo como atacan todo lo demás, una inadvertida medida de control de población que evita que la asombrosa naturaleza se desequilibre. Y aún así, eso no era siempre cierto. Se aplicaban reglas diferentes en los albores del mismo tiempo, reglas que ella había simplemente...olvidado.

    Hasta ahora.

    En el espacio de unos ciclos, se ponen a cero contadores y variables. Genes ancestrales, redespiertan después de un letargo interminable, superan los nuevos imperativos con los viejos. Lo que hay en el punto de mira cambia de enemigo a amigo. Y no sólo un amigo: un amigo de verdad. Un amigo bajo ataque.

    Ella se lanza hacia el exorcista, lacerando.

    El exorcista se gira para enfrentarla pero está ahora a la defensiva, obligado de pronto a pelear dos frentes. Reforzada, la herida Lenie dedica unos ciclos a recuperar código para dos de los módulos que ha perdido. Ella se gira hacia la batalla. El exorcista intenta replicarse, pero es inútil: ambos enemigos escupen electrones al azar por todo el campo de batalla. El exorcista no puede pegar más que un mega o dos sin corromper la configuración.

    Sangra.

    Un tercer Destrozador falla en una subestación de Iowa. Ella no ha regresado a sus raíces como han hecho los otros dos. Aturdida, ataca a su hermana parcialmente regenerada. Ese objetivo, traicionado, levanta melladas defensas y se prepara para golpear en respuesta... y, al encontrar a Lenie Clarke en el corazón de su atacante, se detiene. Los imperativos en conflicto se atropellan buscando prioridad, cae la autodefensa contra la selección de parentesco. La Lenie de la vieja escuela aprovecha ese momento de duda para destrozar al otro módulo... y muere al instante siguiente cuando el exorcista herido le desgarra la garganta, ansioso por enfrentar un oponente que juegue según las reglas. Por fin: un enemigo sin aliados.

    Eso no cambia nada, en realidad. El exorcista es bits y estática sólo unos millones de ciclos más tarde, derrotado por un par de parientes que se han acordado al fin de cuidarse unos a otros. Y la madona de la vieja escuela no se hubiera marchado andando tampoco, aún cuando el exorcista no la hubiera matado. La autodefensa se asienta en la pila de prioridades ligeramente por encima de la lealtad entre hermanas. El nuevo paradigma no ha cambiado esa parte de la jerarquía.

    Aunque ha cambiado en todo lo demás.

    El Cortafuegos se extiende de horizonte a horizonte, como un muro en el límite del mundo.

    Ningún linaje ha conseguido nunca pasar más allá de aquí. Con certeza lo han intentado: toda suerte de Madonas y Destructores han atacado esas almenas en el pasado. Esta barrera las ha derrotado a todas.

    Hay otros como aquello, dispersos por la NAmRed... cortafuegos mucho más resistentes de lo usual, poseídos de una especie de... precognición, casi. La mayor parte de las defensas tienen que adaptarse sobre la marcha: requiere tiempo para repeler cada nueva mutación, cada nueva estrategia que busca engañar al sistema inmunitario. Normalmente se puede combatir el caos mientras tanto. Es una carrera de reinas de la red, siempre lo ha sido. Ese es el orden de las cosas.

    Pero en estos lugares... aquí, el cortafuegos parece anticipar cada nueva estrategia casi antes de que evolucione. Aquí no hay retraso adaptativo: cada nuevo truco se enfrenta con defensas ya reconfiguradas. Es casi como si algo estuviera espiando las entrañas de las Lenies a distancia y aprendiera sus mejores trucos. Eso es lo que ellas podrían suspechar, si alguna de ellas tuviera el ingenio de pensar en tales cosas.

    Ninguna lo hace. Pero ninguna lo necesita en realidad: pues ahora hay millones de ellas aquí, todas juntas, y ninguna ha caído en combate con otra. Ahora están unidas Ahora están cooperando. Y ahora están aquí, arrastradas por un común instinto, ciertamente construído desde sus mismos genes: cuanto más altas las paredes, más importante es destruir lo que hay dentro.

    Por una vez, las defensas mágicas no parecen haber estado esperándolas.

    En momentos, el cortafuegos se derrumba ante millones de mandibulas. Abre su propia boca como respuesta, escupe exorcistas y metabots y toda suerte de contramedidas letales. Lenies caen. Otras, enfurecidas por la matanza de sus parientes, hacen pedazos las fuerzas defensoras. Aún así, otras replican refuerzos en el fondo del mar de electrones, donde aún hay espacio para procrear. Los nuevos recursos se abalanzan hacia adelante tomando el puesto de los caídos.

    El cortafuegos sufre brecha en un lugar, después en cien. Luego no queda muro, sólo una enorme extensión de registros vacíos y un laberinto de irrelevantes fronteras imaginarias. Los invasores se dispersan hacia parajes nunca vistos por ningún ancestro: prístinos sistemas operativos y centros de enrutamiento, enlaces hacia la órbita y otros hemisferios.

    Es toda una nueva frontera, madura e indefensa. Los Destructores se abalanzan hacia el frente.

Capítulo 55

    

Capítulo 55 - Conmutador

    Sólo había sido una cuestión de tiempo, sabía Lubin. El boca a boca era una reacción de fisión cuando el meme era lo bastante fuerte, incluso sobre un paisaje donde las mismas bocas se habían erradicado virtualmente. Si ese chico en la moto no había dejado un rastro de contaminación en su camino al pueblo, podía haber otros. Evidentemente los había.

    Su ultraligero surcaba un centenar de metros por encima de la calcinada zona marrón de la Nueva Inglaterra post-Bruja. El cielo oriental estaba negro por el humo, grandes pilares oscuros ondulaban hacia arriba desde el otro lado de un afeitado cerro rocoso a su frente. Era el mismo cerro desde el que habían visto caer las estrellas, el mismo cerro que Lubin y Clarke habían atravesado para encontrar el moscabot de Desjardins. En aquel entonces, el fuego había estado a este lado de la colina, algo diminuto en realidad, un corral oscilante con la sola intención de aprisionar.

    Ahora todo Freeport estaba en llamas. Dos Elevadores se suspendían bajo en el cielo, casi por encima de la columna vertebral del cerro. El humo se arremolinaba sobre ellos oscureciendo o exponiendo sus perfiles al capricho de las corrientes. Aún escupían flujos de fuego ocasionales hacia la tierra, pero debía de haber sido como mera última acción. Por el aspecto de aquello, ya habían completado sus tareas.

    Ahora Lubin tenía que completar la suya.

    Clarke estaba a salvo, seguramente. Los Elevadores podían quemar cielo y tierra, e incluso la superficie del mar, pero no eran capaces de alcanzar nada que acechaba en el fondo. El Phocoena era invisible e intocable. Después, cuando las llamas se hubieran sofocado, él volvería para verla.

    Mientras tanto, tenía un perimetro que patrullar Había entrado desde el oeste por la Carretera Dyer. No había tráfico. Ahora se dirigía al sur, pasando la tormenta de fuego siguiendo a un vector que interceptaría la I-95. Los Elevadores se habían acercado desde el norte. Cualquier refugiado con transporte rodado estaría huyendo en dirección contraria.

    Quizá uno ellos le diera una excusa.

    Tras treinta kilómetros tras el rastro, detectó una pista de movimiento de largo alcance.

    Era un eco pesado, casi un camión, pero cayó en la mira justo unos segundos después de captarlo. Él subió e hizo un barrido a derrota uno cincuenta. Eso le dio dos contactos intermitentes en rápida sucesión. Luego nada.

    Era bastante. El objetivo había virado al este fuera de la autopista y había desaparecido en la confusión terrestre, pero había fijado la última posición. Con suerte, aquellas coordenadas estarían a un lado de la carretera sin demasiadas intersecciones. Con suerte, el objetivo estaría andando en un único grado de libertad.

    Por una vez, le acompañó la suerte. La carretera estaba oscurecida por un enredo de brazos de los árboles muertos que lo habrían escondido completamente en días más verdes. Aquellas ramas aún eran lo bastante densas para arruinar la vista clara de un objeto en movimiento, pero no podían esconderlo del todo. A su velocidad actual, el objetivo llegaría a la costa en unos minutos. El océano chispeaba en la distancia, una llana extensión azul salpicada por filas de espirales de marfil. Desde aquí esas espiras eran del tamaño de mondadientes. De hecho, cada una tenía cientos de metros. Los rotores giraban perezosamente encima, cada esbelta hélice del tamaño de un edificio de diez plantas. Sobre otras, los rotores estaban congelados en el sitio. Algunos estaban decapitados del todo.

    Algún tipo de complejo industrial se acurrucaba a los pies de los molinos de viento, una masa flotante de tuberías y andamios y reservorios esféricos. Los toscos detalles se resolvían mientras Lubin se acercaba a la costa: una estación de hidrógeno, probablemente alimentando a Portland a unos discretos quince o veinte kilómetros hacia el sur. Era enana en la distancia, las estructuras tendrían fácilmente varios pisos de altura.

    Sobre el agua ahora. Tras él, la carretera salía del necrótico bosque y se curvaba suavemente por la costa. Terminaba en una pequeña parte de asfalto congelado en un aparcamiento con vistas al océano. No había más salida que la entrada. Lubin descendió en la posición mientras el objetivo emergía de su cobertura y pasaba por debajo de él.

    Era la EM.

    Tendría que haberlo sabido, pensó él, nunca debería haberme fiado de que esa mujer se estuviera quieta.

    Él descendió sobre la carretera y se suspendió a un par de metros sobre el suelo, dejando que los efectores de tierra le posaran cerca de la entrada del aparcamiento. La EM pasó silenciosamente ante él, ventanas negras, puertas cerradas, armas retraídas. Un letrero sobre un guardarrail cercano mostraba animaciones patrocinadas de un paisaje de días mejores. Por el agua, las granjas de viento giraban sus ajadas hélices en la brisa.

    Tenía que ser Clarke al volante. Lubin había visto a Ouellette reprogramar la cerradura. Por otro lado, habían desabilitado las defensas de intruso de la cabina.

    Era posible, aunque improbable, que Clarke estuviera conduciendo con un arma apuntando a su cabeza.

    Había aterrizado justo al lado del embarcadero que hacía pendiente hacia la orilla.

    Estaba a cubierto, si lo necesitaba. Salió del ultraligero, listo para la acción. Estaba al otro lado de las emanaciones de diagnóstico de la EM. Sus lecturas virtuales oscilaban desconcertantemente dentro y fuera de su vista. Apagó su visores internos y la distracción.

    La puerta del conductor de la EM se abrió. Lenie Clarke saltó fuera. Él la enfrentó a medio camino.

    Tenía los ojos desnudos y brillantes.

    —Oh Dios, Ken. ¿Lo has visto?

    Él asintió.

    —Conocía a esas personas. Intenté ayudarles. Ya sé que era inútil, pero...

    Él sólo la había visto así antes una vez. Se preguntó, absurdamente, si debería poner los brazos alrededor de ella, si eso proporcionaría algún tipo de apoyo. Parecía fucionar con otra gente, a veces. Pero Lenie Clarke y Ken Lubin siempre habían sido demasiado íntimos para ese tipo de muestras.

    —Ya sabes que es necesario. - le recordó a ella.

    Ella negó con la cabeza.. —No, Ken. Nunca lo fue.

    Él la miró por un largo momento. —¿Por qué dices eso?

    Ella miró hacia la EM. Al instante, la guardia de Lubin se activó.

    —¿Quién está contigo? - preguntó en voz baja.

    —Ricketts. - le dijo.

    —Rick... - recordó. —No.

    Ella asintió.

    —¿Volvió? ¿No pediste un confinamiento? - Él negó con la cabeza, abatido. —Len, ¿sabes lo que...

    —Lo sé. - dijo ella, sin rastro de remordimiento.

    —Ya lo veo. Entonces te das cuenta de que, con toda probabilidad, quemaron Freeport porque tú...

    —No. - dijo ella.

    —Es un vector. - Él caminó alrededor de ella.

    Ella le bloqueó. —Ni se te ocurra tocarle, Ken.

    —Me sorprende que tenga que hacerlo siquiera. Debería estar muerto hace días... - Estoy siendo un idiota, percibió él. —¿Qué sabes? - preguntó él.

    —Sé que tiene Seppuku incipiente. Sudores, fiebre, piel enrojecida. Metabolismo elevado.

    —Continúa.

    —Sé que hace unos días, tenía Seppuku avanzado.

    —Que significa...

    —Que estaba tan débil que apenas podía moverse. Tenía que llevar una IV. Tenía que usar un teclado Saccadal hasta para hablar.

    —Está mejorando. - dijo Lubin escéptico.

    —El Seppuku está por debajo de diez a cada segundo, y cayendo a cada hora. Por eso le traje de vuelta a la EM en primer lugar, el Phocoena no tiene la...

    —Le cuidaste en el Phocoena. - dijo Lubin con un monotono de muerte.

    —Ya me azotarás más tarde, ¿vale? Cállate y escucha: le traje a la EM y pasé todo los tests que sabía cómo recomendar y todos lo confirmaron. Hace tres días estaba absolutamente a las puertas de la muerte, y hoy... he visto peores resfriados.

    —¿Tienes una cura? - Él no podía creerlo.

    —No necesita una cura. Se cura solo. El enfermo sólo... lo supera.

    —Me gustaría ver esos datos.

    —Puedes hacer más que eso. Puedes recogerlos. Estábamos a punto de descubrir la última secuencia cuando aparecieron los Elevadores.

    Lubin negó con la cabeza. —Taka parecía pensar...

    Pero Taka Ouellette, por su propia admisión, se había equivocado antes. Taka Ouellette no estaba ni cerca de la cima en su campo. Y Taka Ouellette había descubierto el lado oscuro del Seppuku sólo después de que Aquiles Desjardins le hubiera dado su propio recorrido guiado por los datos...

    —He intentando averiguar por qué iba alguien a crear un bicho que se edifica en absolutas concentraciones masivas en el cuerpo y que luego, simplemente... se muere. - dijo Clarke. —Y sólo se me ocurre una razón. - Ella inclinó la cabeza hacia Lubin. —¿Cuántos vectores has encontrado?

    —Dieciocho.

    Trabajando noche y día, rastreando nubes rosas y trazas térmicas, tomando direcciones a partir de voces anónimas de la radio, con dérmicos pegados a su piel para expulsar los venenos de su sangre, siguiendo con una hora y media de sueño por cada veinticuatro horas...

    —¿Murió alguno de ellos? - preguntó Clarke.

    —Me dijeron que murieron en la cuarentena. - Él se burló por su propia estupidez. ¿Qué hace falta para engañar al maestro? Sólo cinco años fuera del juego y una voz en las ondas...

    —Taka tenía razón. - dijo Clarke, —El Seppuku mataría si nada lo para. Sólo que ella no se dio cuenta de que el Seppuku se para solo. Y ella consiguió algún tipo de... tejido...

    Imagina eso, pensó Lubin secamente. —... estaba tan acostumbrada a joderla que simplemente asumió que la había jodido otra vez.

    Ella se quedó mirando a Lubin con una cara entre esperanza y horror.

    —Pero tuvo razón todo el tiempo, Ken. Lo hemos cuadrado. Alguien debe de haber descubierto cómo vencer el βehemoth y alguien más está intentado detenerlo.

    —Desjardins. - dijo Lubin.

    Clarke dudó. —Quizá...

    No había quizá sobre ello. Aquiles Desjardins estaba demasiado alto en las filas como para ignorar cualquier campaña de rehabilitar el continente. Ergo, no podría no haber sabido la verdadera naturaleza del Seppuku. Simplemente, había mentido sobre ello.

    Y Clarke estaba equivocada en otra cosa, también. No lo habían cuadrado todo, en absoluto. Lubin no había invertido dos semanas luchando en el bando equivocado.

    Error. Él no había dicho una palabra. Aquello no pertenecía a su vocabulario, evocaba dicotomías como el bien y el mal. Todo ser de mente clara sabía que no existía tal cosa, sólo existía lo que funcionaba y lo que no. Más efectivo o menos. La deslealtad de un amigo puede ser un mal adaptativo pero no es malo. Las oberturas de un aliado potencial pueden servir al interés mutuo, pero eso no las hace buenas. Incluso odiar a la madre que te golpea de niño no pierde el sentido totalmente: nadie escoge la programación de su cerebro. El de todos los demás, programados de igual modo, se dispararían con igual violencia. Ken Lubin podía combatir hasta la muerte con cualquier enemigo sin malicia. Podía cambiar de bando cuando las circunstancias lo indicaran. Así que, no se trataba necesariamente de que los creadores del Seppuku tuvieran razón y Aquiles Desjardins estuviera equivocado. Simplemente era que Ken Lubin había equivocado el bando en el que estaba.

    Había pasado su vida entera siendo utilizado. Pero ser utilizado sin su conocimiento no era algo que él estuviera dispuesto a perdonar. Algo hizo click en su cabeza, una especie de conmutación entre pragmatismo y dedicación. La postrera configuración le había permitido un cierto enfoque, aunque le había conducido innegablemente a elecciones mal adaptadas en el pasado. Él las usaba frugalmente.

    Él las usaba ahora.

    Desjardins. Había sido él todo el tiempo. Tras los incendios, tras los antimisiles, tras la dirección equivocada. Desjardins. Aquiles Desjardins.

    Jugando con él.

    Si eso no era una excusa, reflexionó él, nada lo es. El ultraligero de Lubin había sido un regalo de Desjardins. Sería buena idea para continuar la conversación más adelante. Lubin tomó a Clarke por el brazo y la acompañó hasta la EM. Ella no se resistió. Quizá le había visto cambiar el interruptor. Ella entró en la lado del conductor, él, en el del pasajero. Ricketts se acomodaba detrás. Su cara estaba ligeramente enrojecida, su frente húmeda, pero estaba sentado recto y masticaba un bloque de proteína con obvio entusiasmo.

    —Hola de nuevo. - dijo. —'¿Te sueno?

    Lubin se giró hacia Clarke. —Aún es un criminal. Su infraestructura no es lo que era, pero tiene muchos recursos y no parece que haya nadie por encima que le controle.

    —Lo sé. - dijo Clarke.

    —Puede que nos tenga bajo vigilancia ahora mismo.

    —Hey, si estáis preocupados por que los tipos importantes nos escuchen... - dijo Ricketts entre bocados de aminoácidos masticables, —... yo no me preocuparía de eso. Van a tener, como, otras cosas en mente en cualquier mome...

    Lubin le lanzó una fría mirada. —¿De qué estás hablando?

    —Tiene razón, realmente. - dijo Clarke. —Alguien acaba de perder el control de sus... - Un leve sonido la interrumpió, como la apagada explosión de artillería lejana. —... demonios exteriores. - terminó ella, pero Lubin ya estaba en el exterior.

    Fuera del agua, en las giratorias sombras de un decrépito molino, la estación de hidrógeno estaba ardiendo.

    Era como si en ese instante hubieran cambiado los papeles.

    Clarke estaba de pronto defendiendo la no interferencia. —Ken, somos dos personas.

    —Una persona. Voy a hacer esto solo.

    —¿Hacer qué, exactamente? Si hay un rebelde en la ARISC, deja que la ARISC se ocupe. Ha de haber algún otro modo de mandar un mensaje por mar.

    —Eso intento, asumiendo que podamos acceder a una línea marítima. Pero tengo dudas de que sirva de algo.

    —Podemos transmitir desde el Phocoena. -

    Lubin negó con la cabeza. —Sabemos que hay al menos un rebelde. No sabemos con cuántos otros pudiera estar operando. Ni siquiera hay garantía de que un mensaje enrutado a través de un nodo de WestHem cruzara el mar... - él miró la conflagración del agua... —... hasta antes de esto.

    —Pues salgamos de la orilla. Podemos conducir por el océano y entregar en mano el meme nosotros mismos si...

    —Y si... - continuó él, —... hubiera afirmaciones insustanciales de que un criminal de la ARISC fuera capaz siquiera de rebelarse, se tratarían con extremo escepticismo en un mundo donde la existencia de Espartaco no es conocida ampliamente.

    —Ken...

    —Para cuando les convenciéramos de que nos tomaran en serio y para cuando las fuerzas allende los mares hubieran reunido una respuesta, Desjardins habría escapado. El hombre no es estúpido.

    —Pues deja que escape. Mientras que ya no bloquee el Seppuku, ¿qué mal puede hacer?

    Ella estaba del todo equivocada, por supuesto. No había fin para el daño que Desjardins podía hacer en el transcurso de su abandono del tablero. Podría incluso provocar que Lubin fallara en su misión... y no había modo de que Lubin fuera a permitir eso.

    Ken Lubin nunca había sido muy dado a la introspección. Aunque tuvo que preguntarse si las dudas de Clarke no podría tener un grano de verdad. Sería mucho más fácil hacer la llamada y retirarse. Y aún así,... el deseo de inflingir violencia había crecido casi irresistiblemente, y Las Reglas sólo eran tan resistentes como la persona que las creaba. Así que, Lubin había más o menos permanecido fiel a su código, con lapsus leves como el de Phong. Pero a la vista de este nuevo ultraje, él no sabía cuánta civilización le quedaba.

    Él estaba majestuosamente cabreado y necesitaba de veras desquitarse con alguien. Quizá, al menos, pudiera escoger un objetivo que en verdad lo viera venir.

Capítulo 56

    

Capítulo 56 - Pulgas

    Ella apenas podía recordar un tiempo en el que no hubiera sangrado.

    Parecía como si hubiera pasado su vida entera de rodillas, atrapada en un diabólico exoesqueleto que se doblaba y estiraba arbitrariamente, sin nada que el cuerpo humano pudiera imitar. Su cuerpo no tenía elección, nunca había tenido una elección. La jaula danzante la llevaba de viaje, la poseía como a una muñeca hiperextensible en una compañía de danza. Sus articulaciones se desencajaban y encajaban como las piezas de algún puzzle cartilaginoso. Había perdido el pecho derecho hacía una eternidad. Aquiles había atado algún tipo de nudo de cable alrededor de él y había tirado. Había caído sobre las baldosas de Escher como un pez muerto. Recordó confiar en un tiempo en el que quizá se desangraría hasta la muerte, pero nunca había tenido la oportunidad. Él había colocado algún hierro plano de quemar contra su pecho, cauterizando la herida.

    Durante algún tiempo, había habitado un punto medio entre su cuerpo y el techo, algún interfaz entre el infierno y la anestesia, conjurado por pura necesidad. Podía mirar hacia abajo y observar las atrocidades inflingidas sobre su carne con algo cercano a la indiferencia. Podía sentir el dolor, pero se había vuelto algo abstracto, como una lectura en una escala. A veces, cuando paraba la tortura, se deslizaba dentro de su propia carne y hacía inventario del daño de primera mano. Incluso entonces, la agonia era más agotadora que dolorosa.

    Y atravesaba todo ello, todas las herídas, los perturbados tutoriales, las interminables preguntas absurdas sobre catalisis quirales e intermediadores hidroxilo y duplicación de nucleótidos cruzados. Los castigos y amputaciones que seguían las respuesta equivocadas. Las violaciones blessé, meramente intolerables que seguían las correctas.

    Ella se dio cuenta de que ya no le quedaba nada más que perder.

    Aquiles tomó su barbilla en la mano y levantó su cabeza hacia la luz. —Buenos días, Alice. ¿Lista para la lección de hoy?

    —Que te jodan. - gruño ella.

    Él la besó en la boca. —Bueno, sólo si apruebas el test diario. De lo contrario, me temo...

    —No lo voy a hacer... - un repentina tos arruinó un poco el impacto de su desafío, pero ella presionó. —No voy a hacer tu jodido test. Será mejor que salgas co... corriendo mientras aún tienes la... oportunidad...

    Él le acarició la mejilla. —Tenenos un poco de subidón de adrenalina, ¿verdad?

    —Lo averiguarán... te descubrirán eventualmente. Y entonces te...

    Él en verdad dio una carcajada ante eso. —¿Qué te hace creer no lo saben ya?

    Ella tragó y se dijo a sí misma: No.

    Aquiles se enderezó, dejando caer su cabeza. —¿Cómo sabes que no estoy emitiendo esto a cada reloj del hemisferio? ¿De verdad crees que el mundo no está en posición de reclamarme tu cabeza en un palo con todo el bien que estoy haciendo?

    —Bien. - susurró Taka. Ella habría dado una carcajada.

    —¿Sabes cuántas vidas salvo cuando no estoy aquí dentro tratando de darte una educación decente? Miles. En un día malo. Pero salgo a por un poco de culo de caramelo como tú quizá una vez al mes. Cualquiera que me desconectara tendría órdenes de magnificar más sangre en sus manos de la que jamás podría sobre las mías.

    Ella negó con la cabeza.. —No es...así.

    —¿Como es, culocaramelo?

    —No importa... cuántas salvas. No te da el de r... derecho...

    —Oh, venga. No es sólo biología, ¿no? Dime, ¿No hay nada que no te muestre tan tonta como un saco de mierda?

    —Tengo razón. Y lo sabes...

    —¿A sí?. ¿Crees que deberíanos volver a los Buenos Viejos Tiempos cuando los Cuerpos dirigían las cosas? La más pequeña multicorporación asesinaba más gente que todo los asesinos sexuales que han vivido nunca por un jodido margen de beneficio... y la WTO les daba premios por ello. - Él escupió: la baba creó una espumosa ameba en el suelo. —A nadie le importa, pastel de carne. Y si lo hicieran, tú estarías incluso peor afuera, porque se darían cuenta que soy una mejora.

    —Te equivocas... - consiguió decir.

    —Ooooh. - dijo Aquiles. —Insubordinación. Me pone. Discúlpeme. - Él dió un paso atrás y balanceó el ensamblado. Taka giró suavemente en su arnés hasta acabó encarándole de nuevo. Él sujetaba unas pinzas de cocodrilo. Sus cables colgaban hasta un zócalo eléctrico integrado en el ojo de un pez azul celeste. —Te diré qué. - propuso. —Encuentra un defecto en mi argumento y no usaré esto.

    —Sí. - dijo ella con voz raspada. —... lo harás.

    —No. Lo prometo. Prueba.

    Ella se recordó a sí misma: nada que perder. —¿Crees que la gente verá esto y luego simplemente, simplemente... se irá andando cuando les digas que los... los Cuerpos eran peores? ¿Crees... crees que la gente es lógica? Eres el único con... con mierda en el cerebro. No les importará tu jodido argumento. Echarán un vistazo y te harán... pedazos. La única razón por la que puedes librarte de esto ahora es...

    Eso es, descubrió ella.

    ¿Qué pasaría si el βehemoth simplemente... desapareciera? ¿Qué pasaría si el apocalipsis retrocediera un poco, si la situación se hiciera un poquito menos desesperada? Quizá, en un mundo más seguro, la gente volvería a fingir que era civilizada. Quizá no estarían tan dispuestos a pontificar sobre la imposibilidad de permitirse los derechos humanos.

    Quizá Aquiles Desjardins perdiera su amnistía.

    —Por eso estás combatiendo el Seppuku. - susurró ella.

    Aquiles cerró las pinzas de cocodrilo. Chispearon. —Lo siento. ¿Qué ha sido eso?

    —Estás lleno de mierda. ¿Salvar miles? Hay gente tratando de salvar el mundo y estás intentando detenerles. Tú estás matando billones. Tú estás matando a todo el mundo. Vive con eso...

    Él se encogió de hombros. —Bueno, es como intenté explicarle a Alice Primera. Cuando alguien te roba la consciencia, se te da muy mal que algo te importe una mierda.

    —Perderás. No riges el mundo, sólo riges este... trocito de él. No puedes evitar el Seppuku para siempre.

    Aquiles asintió, pensativo. —Lo sé. Pero no te calientes mucho la cabecita con eso. Ya he planeado mi jubilación. Tienes otras preocupaciones. - Él le empujó la cabeza hacia abajo contra los amarres, estirándole el cuello. La besó en la nuca. —Como por ejemplo, el hecho de que has llegado tarde a clase. Veamos. Ayer estuvimos hablando del origen de la vida, si recuerdo bien. Y cómo se podría pensar que el βehemoth había evolucionado en el mismo árbol que nosotros. Y te llevó un rato, pero eventualmente recordaste por qué aquellas personas tenían sus cabezas metidas en sus culos. Y eso era... porqueee...

    Ella no lo había olvidado. El ARN piranosal del βehemoth no podía hablar con ácidos nucleicos modernos. Era imposible que una plantilla evolucionara hacia las otras. Pero ahora mismo, no había modo en este infierno que ella fuera a ladrar a su orden. Ella apretó la mandíbula y guardó silencio.

    Por supuesto, eso no le molestó lo más mínimo. —Bueno, entonces. Hagamos los ejercicios de revisión, ¿cierto?

    Su cuerpo giró de vuelta a su posición. Los ensamblajes se bloquearon en su sitio. El exoesqueleto le retrajo sus brazos, le estiró las piernas. Se sintió a sí misma abierta como una alita de pollo.

    Ella dejó vacantes las premisas, empujó su consciencia al perfecto pequeño vacío donde el dolor y la esperanza y Aquiles Desjardins no existían. Muy por debajo de ella, casi bajo el agua, sintió su cuerpo moverse hacia adelante y atrás con el ritmo de las embestidas. Ella no podría sentirle dentro, por supuesto... había quedado arruinada por todos los arietes que él había usado para pavimentar el paso. Encontró aquello vagamente divertido por razones que no podría señalar muy bien.

    Ella recordó a Dave y la vez que la había sorprendido en el patio. Recordó el teatro en Boston. Recordó el cuarto cumpleaños de Crystal.

    Los extraños sonidos la siguieron a través del otro mundo, sonidos rítmicos , levemente ridiculos en contexto. Alguien estaba cantando allí abajo, una inane tonadilla presentada fuera de clave mientras su distante cuerpo recibía las marchas: bueno, los naturalistas de la selección observan, una pulga tiene pulgas más pequeñas que su presa. Y estas tienen aún más pequeñas que las muerden. Y así procede ad infinitum.

    Tenía que haber un subtexto, por supuesto. Habría una prueba al final de la clase.

    Sólo que no la hubo. De pronto, el movimiento se detuvo. Él no había eyaculado... estaba lo bastante familiarizada con sus ritmos para saber eso. Él se alejó de ella, murmurando algo que no podía discernir bien aquí arriba, en la zona segura. Un momento más tarde, sus pasos se apresuraron tras ella, dejando sólo el sonido de su propia respiración irregular.

    Taka estaba sola con su cuerpo y sus memorias y las criaturas embaldosadas sobre el suelo. Aquiles la había abandonado. Algo le había distraído. Quizá alguien en la puerta. Quizá una voz de alguna otra bestia, ahullando en su cabeza..

    Estaba oyendo aquello muy a menudo estos días.

Capítulo 57

    

Capítulo 57 - Escupefuego

    Las ondas de aire bullían con tal catástrofe. Desde Hálifax hasta Houston, los generadores de campo de estática saltaban chispas y se freían. Los hospitales en las profundidades de los enclaves y fortalezas de la misma frontera parpadeaban y quedaban a oscuras. Un informe desde alguna parte de Newark decía que una refineria automatizada de plásticos se había destruído. Otro desde Isla Baffin afirmaba que una estación de He-3 sin control estaba ventilando sus isótopos a la atmósfera. Era casi como si el Maelstrom de los viejos tiempos hubiera renacido en toda su gloria mundial, pero cientos de veces más virulento.

    Las Lenies que estaban en guerra, de pronto estaban cazando en grupos. Los cortafuegos se desplomaban a su paso; los exorcistas eran encontrados y reducidos a estática en el sitio.

    —Elevadores acaban de estrellarse en Edmonton Spire. - dijo Clarke.

    Lubin la miró. Ella se tapó el oído, donde su auricular prestado le suministraba privilegiados rumores desde el éter. —La mitad de la ciudad está en llamas.

    —Esperemos que la nuestra se comporte mejor. - dijo Lubin.

    Añade eso a tu puntuación total, se dijo ella entre dientes, y trató de recordar: esta vez era diferente. Las vidas sacrificadas ahora serían repagadas más allá de la carretera. Esto era más que Venganza. Esto era el El Bien Mayor en toda su gloria.

    Era bastante fácil acordarse.

    Esto es lo que pasa cuando haces que a Lenie le guste Lenie.

    Estaban de vuelta en la costa sobre el borde de algún malecón abandonado en un pueblo fantasma de cuyo nombre Clarke no se había molestado en aprender. Toda la mañana habían avanzado como negras arañas de ojos vacíos a través de este enorme paisaje selvático de decadente metal: las grúas del embarcadero, los montacargas, los almacenes y diques secos y otras monstruosidsdes premileniales de hierro y acero corrugado. No era un entorno amigable bajo las mejores condiciones... y justo aquí, las voces intermitentes en el oído de Clarke estaban especialmente espesas de estática.

    De aquello consistía, por supuesto, toda la idea.

    Por un lado, un corroído almacén, con láminas de metal y huesos, miraba hacia el agua. Por otro, cuatro grúas emergían hacia el cielo como una hilera de girafas de sesenta metros de altura. Permanecían erguidas, sus cuellos asomaban sobre el labio del malecón en un ángulo de setenta grados. Una enorme garra colgaba desde cada gancho, colocado para descender sobre los cargueros que habían abandonado este lugar décadas antes.

    Una delgada correa recorría el gancho sobre la grúa más cercana al almacén, un bucle de trenzado polipropileno no más ancho que un pulgar. Ambos extremos de ese lazo drapeaban por el espacio vacío hasta un punto en el cuello de la segunda grúa en línea. Allí estaba atado alrededor de una agarradero cervical. Contra el fondo de cables y superestructuras, la cuerda parecía tan insustancial como una seda de araña.

    La seda de araña era lo que habían estado buscando, en verdad. Seguramente, en esta zona industrial abandonada de Dios, alguien debía de haber dejado algunas cosas. La cuerda de araña había sido una comodidad barata en la era de la biotecnología, pero se había vuelto muy escasa en la bioapocalíptica. Todo lo que habían encontrado fue un tosco inductor de trenzado plastificado colgando en una sauna abandonada al final de la hilera.

    Lubin había suspirado y dicho que serviría.

    Clarke había pasado y le había observado subir al precario andamio. La cuerda se desenrrollaba a su paso, Lubin la había lanzado en la garganta de la primera girafa y se había colgado cabeza abajo como una hormiga, con sus piernas enrolladas alrededor de un brazo, que Lenie estaba convencida se partiría en cualquier momento. No había respirado hasta que Lubin hubo estado a salvo en el suelo de nuevo. Luego había atravesado la nerviosa experiencia otra vez cuando Lubin se subió a la segunda grúa. Esta vez cargando ambos extremos de la cuerda. Se había detenido muy cerca de la cima, gracias a Dios, para atar los cabos y dejar la cuerda enlazada entre las estructuras como una liana de nailon.

    Ahora, de nuevo en el suelo, le dijo que ella tendría mejor tracción durante su propia escalada si vestía con... —Ni de coña. - le dijo Clarke.

    —No subas hasta arriba. Sólo hasta donde está atada la cuerda. A mitad de camino.

    —Eso es más que la mitad y lo sabes. Un resbalón y soy fiambre.

    —Nada de eso. La grúa está inclinada. Caerías en el agua.

    —Sí, desde cincuenta metros. Tú crees que soy... espera un segundo, ¿Se supone que tengo que caer al agua?

    —Ese es el plan.

    —Bueno, es uno muy malo.

    —Estarán en guardia tan pronto como descubran que es un señuelo. Si notan la cuerda en ese punto, podría ser fatal. La desatarás y tirarás de ella. Estarás a salvo bajo el agua.

    —Olvídalo, Ken. Sólo es una cuerda y tu plan está tan en la nube de Oort que requeriría otro lunático para descubrirlo aún cuando lo viera...

    Ella se detuvo. Lunático podría ser, después de todo, una descripción razonable del hombre con el que estaba hablando. Por un instante, se remontó al casco calcinado en el Archipiélago de Sable, sacando el pie de un costillar humano.

    Y Lubin había dicho: quienquiera que ha hecho esto, es más listo que yo...

    —No quiero arriesgarme. - dijo él ahora, en voz baja.

    Ella lanzó algunas protestas más, pero ambos sabían que sólo era teatro. Eventualmente, ella condujo la EM hasta una distancia segura y caminó de regreso por la carretera mientras Lubin comunicaba un informe desde el ultraligero: un vector escondido en un almacén abandonado, cultivando cantidades industriales de Seppuku en un labotario del sótano.

    Las cabinas de control se alojaban entre las hojas del hombro de cada grúa. Los vándalos o el clima hacía mucho que habían derribado la mayoría de la ventanas. Clarke y Lubin tomaron refugio allí y esperaron. Un vago silbido de creciente viento cantaba a través del armazón sobre ellos.

    Aquello descendió del cielo como un dragón inflado, el gas expulsado rugía desde sus recortadas vejigas. El remolino fue heraldo de su llegada. El viento Gregal se había levantado durante el día y ahora silbaba por el malecón con bastante fuerza para ahogar las voces. Puertas correderas de chapa atrapaban el viento y resonaban al tirar de sus rodillos. Delgados hilos alargados y cables pesados tocaban y percutían como la misma sección de cuerda del Infierno. El Elevador gruñía y soltaba chispas a través del vendaval. Se asentó por encima del agua, delante del almacén, y rotó para posicionar todas sus armas.

    Lubin juntó su cabeza con la de Clarke. —Vamos.

    Ella le siguió desde la destripada cabina. En segundos, él estaba unos metros por encima de ella, reptando hacia arriba por la grúa como una pitón arbórea. Ella apretó los dientes y subió detrás. No fue tan malo como había temido. Una estrecha escala subía dentro de la estructura como una tráquea, sacando aros de seguridad a intervalos de un metro. Pero el viento golpeaba por todas partes y las vigas circundantes lo cortaban en pendencieros vórtices impredecibles. La empujaban contra la escalera, la inclinaban de lado, se colaban bajo su mochila y trataban de separarla de su cuerpo.

    Un fuerte estallido a su izquierda. Ella se giró, quedó helada y se agarró a la escalera temiendo por su vida. No se había percatado de lo alto que ya había subido. El malecón se agitaba detrás y por debajo de ella, no era un modelo de centro de mesa precisamente, pero bastante cerca, demasiado próximo. Abajo en la distancia, el puerto se debatía entre verde y blanco.

    Otro trueno. Aunque sin temporal. El viento, con toda su fuerza, aullaba por debajo de un cielo azul sin nubes. Ese sonido había surgido del Elevador. Visto desde arriba, el vehículo parecía una enorme joya gris oscuro, facetada con triángulos cóncavos: la piel succionada contra las costillas geodésicas debido al flotante vacío interior. Rugía brevemente más alto que el sonido del viento, un siseante mugido de lastre gaseoso. Su panza casi tocaba el agua, su lomo se curvaba a mayor altura que el techo del almacén, varios pisos por encima. Relámpago manso, recordó ella. Para control de navegación. Arcos de alto voltaje, gases sobrecalentados atrapados en los tanques.

    Y Ken iba a subirse a este monstruo.

    Mejor él que yo.

    Ella alzó la vista. Lubin había alcanzado su punto de salida y estaba desatando un extremo de la cuerda, sus piernas se cerraban en el armazón del brazo. Le hacía gestos impacientes... luego titubeó, desequilibrado brevemente por una racha de viento. Sus mano se disparó hacia un cable cercano.

    Ella continuó su marcha, declinando mirar hacia abajo de nuevo sin importar cuántos ruídos obscenos hacía el Elevador. Contó los peldaños. Contó vigas y travesaños y remaches mientras el viento aullaba en sus oídos y tiraba de sus miembros. Contó las zonas aceradas desnudas donde se había pelado la pintura roja y amarilla... hasta recordó que estaba escalando una estructura tan antigua que su color ni siquiera era intrínseco al material, sino que había sido cubierto por capas por el desgaste.

    Después de un año o dos, llegó al lado de Lubin en alguna parte en la corriente de chorro. Lubin estaba estudiando el Elevador, los ubicuos binoculares pegados alrededor de su cabeza.. Clarke no siguió su mirada.

    Un extremo de la cuerda aún estaba firmemente atado. Ese extremo conducía hacia fuera y arriba hasta el ápice de la siguiente grúa, enhebrado a través de lo que parecía el ojo de una aguja que Lubin había encontrado allí arriba. Se extendía de vuelta hasta el final de medio metro de polipropileno ahora enrollado alrededor de su mano dentro de la inmersopiel. Una CamSat que mirara hacia el cuadro, habría visto finas líneas blancas señalando hacia el Elevador desde su posición actual.

    También habría visto un espacio vacío ominosamente grande entre el punto donde acababa la línea y empezaba el Elevador.

    —¿Estás seguro de que es lo bastante largo? - gritó Clarke.

    Lubin no respondió. Probablemente no había oído la pregunta por el viento y la piel de su capucha. Clarke apenas se había oído a sí misma.

    Los ojos tubulares de Lubin siguieron fijos en el objetivo durante unos momentos más. Luego, se subió los binoculares hasta la frente.

    —¡Acaban de desplegar el teleop! - avisó él.

    El viento soplaba oblicuamente la mayoría de sus decibelios y amortiguaba cincuenta de los suyos propios, pero ella captó la esencia. Todo según lo planeado, hasta ahora. La usual tormenta de fuego desde la altura no serviría esta vez: la zona crítica que Lubin había informado estaba demasiado profunda dentro del almacén, demasiado cerca de la orilla. Se requería un teleoperador de movimiento libre para explorar la situación personalmente y enviar las llamas... y la arquitectura local confundía tanto la radio que el robotito tendría que permanecer virtualmente dentro de la línea visual sólo para mantener el contacto con la aeronave. Lo que implicaba hacer descender el Elevador, lo bastante bajo para que una persona suficientemente motivada pudiera ser capaz de dejarse caer desde arriba...

    Lubin tenía un brazo enganchado alrededor de un cable tan grueso como su muñeca... uno de los ajados tendones de metal que mantenían erguidos los cuellos de las grúas. Ahora desenganchó las piernas de su agarre y se agachó bajo aquel cable, subiendo sobre el otro lado. El lado exterior. Ahora colgaba del borde de la grúa, no sufría traqueteo en su interior. Tenía un brazo rodeando el polipropileno y el otro enganchado alrededor del cable, sus pies abrazaban una viga sin nada más que su propio peso.

    De pronto, Ken Lubin parecía muy frágil.

    Movía la boca. Clarke no oía nada salvo viento. —¡Qué!

    Él se apoyó hacia la estructura, enunciando cada sílaba: —Ya sabes lo que hacer.

    Ella asintió. Ella no podía creer que él fuera a continuar con todo esto. —Buena su... - empezó ella... Y se tambaleó, cediendo, como si la mano de un gigante invisible la abofeteara de lado.

    Ella se agarró a ciegas, a la nada. Sus manos se cerraron sobre nada. Algo duro crugió contra su nuca, la hizo rebotar hacia adelante de nuevo. Una viga corrió por su derecha. Ella la cazó y se colgó por su querida vida.

    ¿Ken?

    Miró alrededor. Donde había estado la cara y pecho de Lubin, no había nada salvo espacio ahullando. Su antebrazo aún seguía enrollado por el cable, como un negro gancho. Bajó la vista una fracción: allí estaba el resto de él, peleando por un agarre y encontrándolo. Recuperó su equilibrio en el vendaval, impulsándose él mismo hacia arriba. Esa jodida cuerda de plástico aún envuelta alrededor de la mano. El viento se relajó a rachas. Lubin se agachó de vuelta al interior de la jaula de barras.

    —¿Estás bien? - preguntó ella cuando el viento emergió de nuevo, y al instante siguiente vio la sangre en el rostro de Lubin.

    Él se inclinó más cerca. —Cambio de planes. - dijo él, y golpeó el antebrazo de la mano apoyada de Clarke. Clarke chilló, perdiendo su agarre. Cayó. Lubin la atrapó, tiró abruptamente de ella hacia el lado. Su hombro colisionó contra el metal y se retorció. De pronto la grúa ya no estaba alrededor de ella. Estaba al lado de ella.

    —Aguanta. - gruñó Lubin contra su mejilla.

    Estaban volando.

    Ella estaba demasiado petrificada para gritar.

    Durante interminables segundos, estuvieron en caída libre. El mundo corría hacia ellos como un matamoscas. Entonces, el brazo de Lubin se tensó alrededor de la cintura de Lenie y una nueva fuerza tiró de ellos excéntricamente. Trazaron un arco de barrido que sólo enmendó la gravedad al príncipio, pero que luego la deificó completamente. Descendieron ese arco sobre cimas blancas y sedimentos a la deriva. Ella pareció unos kilogramos más pesada. Luego estaban subiendo de nuevo, milagrosamente, el viento les captaba desde atrás. El colosal esferoide aplastado del Elevador asomaba por encima, luego al frente y luego debajo. Sus innumerables polígonos relucían como las facetas de un enorme ojo compuesto.

    Y luego volvieron a caer de nuevo, a través de una cosquilleante barrera invisible que le rascaba chispas por la cara, y Clarke apenas tuvo tiempo de extender las manos para impedir la caída.

    —¡Ouch!

    Estaban en una pendiente inclinada, encarando hacia lo alto. Ella yacía sobre su estómago, manos separadas hacia adelante, en una depresión triangular de quizá tres metros de lado. Su inmersopiel serpenteaba como una víctima de tortura. Lubin estaba medio encima de ella, medio de costado. Su brazo derecho le presionaba la espalda. Algún desafiante módulo funcional en su cerebro se percató de que Lubin probablemente había evitado que ella rodase fuera del borde del mundo. El resto de ella jadeaba por aire en grandes bocanadas y reproducía estoy viva estoy viva estoy viva en un bucle infinito.

    —¿Estás bien? - la voz de Lubin era baja pero audible. El viento aún les empujaba por la espalda, pero parecía de pronto vago, difuso.

    —¿Qué... ? - Pequeñas descargas eléctricas cosquillearon en su lengua y labios cuando trató de hablar. Trató de reducir su respiración. —Joder, ¿qué has... ?

    —Tomaré eso como un sí. - Él levantó la mano de su espalda. —Quédate agachada, sube la pendiente. Estamos demasiado cerca del borde de este chisme. - Él se alejó gateando hacia lo alto.

    Ella quedó en la depresión, el pozo en su propio estómago se hizo infinitamente más profundo. Se sintió ominosamente mareada. Se llevó una mano a la sien, su pelo estaba pegajoso y de punta desde la coronilla, como si su cabeza tuviera su propio cinturón de Van Allen personal. Su inmersopiel se arrrastraba. Estos chismes tienen campo de estática, descubrió ella.

    Taka Ouellette había dicho algo sobre el cáncer.

    Finalmente, su corazón aminoró hasta un ritmo de taladrora neumática. Se obligó a sí misma a moverse. Reptó sobre la panza pasando el borde del primer polígono y al interior de la concavidad del segundo. Al menos las aristas de en medio proporcionaban un agarre contra la pendiente. Los grados de la pendiente disminuían a cada metro. No tardó en atreverse a gatear y luego a caminar erguida.

    El viento soplaba más fuerte contra el pecho que contra las piernas... algo relacionado con el cubo de la distancia al campo de estática... pero incluso contra su cabeza, no era tan fuerte como había sido arriba en la grúa. Le soplaba el levitante pelo en la cara cada vez que se giraba, pero apenas notaba esa inconveniencia comparado a las continuas convulsiones de su inmersopiel.

    Lubin estaba arrodillado cerca del polo norte del Elevador, sobre una suave isla circular en un mar de triángulos. La isla tenía unos cuatro metros de largo y su topografía alcanzaba desde zócalos de fibra óptica del tamaño de uñas, hasta compuertas del tamaño de ensenadas como trampillas. Lubin ya había conseguido abrir una de esas. Para cuando Clarke le alcanzó, había guardado de nuevo en su mochila esas herramientas suyas de abrir cajas fuertes que había usado. —Ken, ¿qué demonios está pasando?

    Él se limpió la sangre de su mejilla con el dorso de la mano. —He cambiado de idea. Te necesito conmigo después de todo.

    —Pero ¿qué...?

    —Séllala. - Le señaló la compuerta abierta. Un oscuro líquido viscoso se solapaba en la abertura, como sangre o aceite de máquina. —Te lo explicaré todo una vez estemos dentro.

    —¿Qué, aquí dentro? ¿Acaso nuestros implantes no se...?

    —Ahora, Lenie. No hay tiempo.

    Clarke se puso la capucha que reptó inquietantemente por su cabeza. Al menos evitaba que se le volara el pelo en todas direcciones. —¿Qué hay de la cuerda? - dijo ella de pronto, recordando.

    Lubin se detuvo en medio del sellado de su pestaña facial. Miró atrás hacia las grúas, una fina hebra blanca azotaba arriba y abajo desde la más cercana, un látigo en el viento.

    —Ya no se puede hacer nada. - dijo él. —Entra.

    Viscosa oscuridad total.

    —Ken. - voz de máquina, de vocificador. Había pasado un tiempo.

    —Sí.

    —¿Qué estamos respirando?

    —Combustible de lanzallamas.

    —¡Qué!

    —Es perfectamente seguro. Estarías muerta de lo contrario.

    —Pero...

    —No tiene que ser agua. Los grupos hidroxilo contienen oxígeno.

    —Sí, pero nos construyeron para el agua. No puedo creer que el napalm...

    —No es napalm.

    —¡Lo que sea! Se va a pegar en nuestros implantes en alguna parte al final.

    —Al final no es un... no pasa nada. Estaremos bien si duran unas horas más.

    —¿Seguro?

    —Sí.

    Al menos su inmersopiel había dejado de moverse.

    Un súbito tirón de inercia. —¿Qué es eso? - vibró ella, alarmada.

    —Liberación de combustible. Están disparando.

    —¿A qué? No había ninguna zona crítica.

    —Quizá sólo están tomando precauciones.

    —O quizá el Seppuku estaba allí en realidad todo el tiempo y no lo sabíamos. - Él no respondió. —¿Ken?

    —Es posible.

    Un tirón la había empujado contra algo blando, resbaladizo, y vagamente flexible. Parecía extenderse en todas direcciones. Era demasiado suave para conseguir algún tipo de agarre.

    No estaban en un tanque, descubrió ella. Estaban en una vejiga. No sólo se vaciaba, Se desinflaba. Colapsaba.

    —Ken, cuando este chisme dispara...digo yo, ¿no nos succionará hacia fuera... ?

    —No. Hay una... rejilla.

    Los vocificadores casi siempre recortaban la mayoría de las emociones de la voz, y aquella pasta de sirope no mejoraba nada el rendimiento. Aún así, ella captó la sensación de que Lubin no quería hablar.

    Como si Ken fuera el Rey de los Extrovertidos.

    Pero no, había algo más. Ella no podría dar con ello.

    Así que, se quedó flotando allí en la amniótica oscuridad, respirando algo que no era napalm, y recordó que la electrólisis requería diminutas chispas eléctricas. Ella esperó y se preguntó si una de ellas encendería el líquido que pasaba a través y alrededor de ella. Se preguntó si sus implantes estaban a punto de convertir este Elevador entero en una bola de fuego aérea. Otra víctima de las Lenies, murmuró ella, y sonrió para sí misma.

    Pero luego recordó que Lubin aún no le había contado por qué estaba ella aquí.

    Y luego recordó la sangre en la cara de Lubin.

Capítulo 58

    

Capítulo 58 - En Especia

    Para cuando alcanzó su destino, Lubin estaba ciego. El combativo cable sobre la grúa no sólo le había golpeado en la cara; había roto su capucha. La saliva incendiaria del Elevador se había filtrado a través de esa rotura antes de que la inmersopiel pudiera repararse. Se había extendido por su cara. Una fina capa se había colado por debajo de su tapas oculares, corroyendo su córneas hasta hacerlas mermelada. Un tranquila voz mecánica en la oscuridad le había dicho a Clarke lo que le faltaba: la habilidad de distinguir la luz de la oscuridad, al menos. Quizá alguna percepción vestigial de manchas borrosas y sombras. La resolución de imágenes reales era muy improbable. Iba a necesitar que Clarke fuese sus ojos.

    —Cielo Santo, Ken, ¿por qué lo hiciste?

    —Me arriesgué.

    —¿Por qué?

    —Difícilmente podríamos haber permanecido en lo alto del Elevador. Hay medidas de esterilización aún cuando el viento no nos hiciera volar por los aires y yo no estaba seguro de si era corrosivo...

    —¿Por qué no nos marchamos en su momento? Podíamos habernos reagrupado para intentalo de nuevo más tarde.

    —Más tarde podríamos acabar incapacitados, asumiendo que tu amigo aún es contagioso. Por no mencionar el hecho de que registré un informe falso y no he vuelto a llamar desde entonces. Desjardins sabe que algo va mal. Cuanto más nos retrasemos, más tiempo tiene para prepararse.

    —Creo que eso son tonterías. Creo que estás tan cachondo por resarcirte con él que estás tomando decisiones estúpidas.

    —Tienes derecho a opinar. Si yo tuviera que evaluar mi propio rendimiento últimamente, diría que una peor decisión no te devolvería a la Cordillera.

    —De acuerdo, Ken. Aquiles me tuvo con correa durante las últimas dos semanas. Yo fui la que leí el Seppuku al revés. Jesús, hombre, has estado sentado sobre el fondo del océano durante cinco años igual que el resto de nosotros. Tú no estás exactamente en lo alto de tu juego.

    Silencio.

    —Ken, ¿qué vamos a hacer? ¡Estás ciego!

    —Hay modos de sortearlo.

    Eventualmente, él dijo que habían atracado. Ella no entendía cómo podía saberlo... el salpicar del líquido que los contenía, quizá, alguna sutil inercia bajo el propio umbral de percepción de Clarke. Ciertamente, ningún sonido le había dado la pista. Enterrados en el vacío del Elevador, la vejiga estaba tan silenciosa como el espacio exterior.

    Ascendieron de nuevo hasta el lomo de la bestia, que había venido a descansar a un enorme hangar con un techo de concha de molusco cuyas mitades se cerraban ya sobre ellos. Era noche cerrada, a juzgar por la opacidad del cielo más allá. El Elevador se inclinaba en todas direcciones, un pequeño planeta facetado que les daba nacimiento desde su polo norte. Luz y sonidos de máquina venían desde abajo... y una ocasional voz humana... pero a estos alcances superiores todo era escala de grises.

    —¿Qué ves? - dijo Lubin en voz baja.

    Ella se giró y contuvo la respiración. Lubin se había quitado la capucha y las tapas oculares. El gris de su piel estaba demasiado oscuro y empedrado de ampollas. Sus ojos expuestos eran cúmulos de insectoides bultos compuestos. El iris y pupila apenas eran visibles, como si mirase a través de ajados cristales lechosos.

    —¿Y bien?

    —Pues... estamos dentro. - le dijo ella. —Nadie a la vista, y probablemente es demasiado oscuro para que los Drybacks nos vean aquí arriba de todos modos. No puedo ver el suelo, pero suena como si hubiera gente allí abajo. ¿Estás...? joder, Ken...

    —Sólo la cara. La piel selló todo lo demás.

    —¿Sí?... bueno, ¿cómo lo... ?

    —Hay una grúa sobre el raíl de la izquierda. ¿La ves?

    Ella se obligó a apartar la mirada. —Sí. - Y luego, sorprendida: —¿Puedes ver?

    —Las entrañas aparecen en mis visores internos. Este hangar entero es un plano de mallas. - Miró alrededor como si viera. —Ese ensamblado en autopiloto. Creo que opera el reabastecimiento de combustible.

    Las puertas molusco se encontraron por encima con un bum sordo mantenido por el eco. Al instante siguiente, la grúa se movió a la vida y empezó a deslizarse hacia ellos por su raíl. Un par de robots se deplegaron como los brazos de una mantis. Terminaban en toberas con forma de garra.

    —Creo que tienes razón. - dijo Clarke. —Es...

    —Lo veo.

    —¿Cómo salimos de aquí?

    Él giró sus ojos ciegos hacia ella y señaló al artrópodo que se acercaba.

    —Trepando. - dijo él.

    Él la guió a través de vigas y pasarelas como si hubiera nacido en ellas. Le hacía preguntas sobre el código de colores de las tuberías de encima, o sobre en qué lado estaba el túnel de servicio con más manchas de condensación antigua. Encontraron un camino hacia un vestidor deshabitado, atravesaron una hilera de taquillas y cabinas de aseo hasta una zona abierta de duchas. Se lavaron. Una vez que dejaron de ser inflamables, prestaron atención a cómo infiltrarse. Lubin había traído ropas Dryback dobladas dentro de su mochila. Clarke tuvo que apañarse con un par de piezas grises que colgaban de una fila con otra media docena a lo largo de una pared. Un banco de taquillas se alineaba en la pared opuesta, cerradas con sensores de imagen y huellas dactilares. Lubin se burló de la seguridad mientras Clarke se vestía. El tejido se tensó alrededor de ella en una razonable aproximación del buen aspecto.

    —¿Qué estás buscando? - le preguntó ella.

    —Gafas de sol. Visores, quizá.

    Cuatro taquillas más tarde, Lubin se rindió. Regresaron a la retumbante arena del hangar principal. Caminaron descaradamente por el espacio abierto, a plena vista de ocho técnicos de servicio. Pasaron por debajo de las hichadas panzas de cuatro elevadores y junto a huecos de bahías que podrían haber hospedado a otro tres. Enhebraron por filas de cliqueante maquinaria articulada, saludando casualmente hacia el suelo a la gente en monos azules y, por insistencia de Lubin, manteniendo discreta distancia de los que llevaban los monos grises.

    Encontraron una salida.

    Afuera, los edificios estaban empaquetados tan próximos que sus plantas superiores parecían juntarse. Arcos y pasarelas aéreas únian el estrecho espacio por encima de la calle, conectando fachadas opuestas como arterias alargadas. En otros lugares, los mismos edificios se mezclaban en la cuarta o quinta planta, vuelos de boles de plástico y bioacero fusionaban una estructura a la otra. El cielo era visible sólo en oscuros fragmentos que chispeaban con electricidad estática intermitente. La calle era un spaghetti de railes de RapidTrans y estrechas aceras dobles como plataformas de carga. Ni los raíles ni las aceras llevaban mucho tráfico. Los colores eran un silencioso lavado a los ojos de Clarke. Los Drybacks verían zonas intermitentes de tenue luz cobriza y muchas sombras profundas en medio. Incluso en estos nodos de civilización, la energía parecía escasear.

    Ken Lubin no veía nada de las superficies. Quizá viera la estructura de debajo.

    Encontraron un mercado en la sombra de un vuelo de tres plantas. La mitad de las máquinas estaban offline, pero el menú sobre el dispensador de Levi parpadeaba animadamente. Lubin sugirió que ella se cambiara el mono y le ofreció su reloj para autorizar la transacción, pero la máquina detectó la, largo tiempo olvidada, cuenta de fichas integrada en el muslo de Clarke, aún empaquetada con pagos sin gastar de su empleo en la Autoridad de la Red. La máquina pasaba el láser por el cuerpo de Clarke mientras Lubin compraba unas lentes nocturnas y un tubo de crema para la piel de una expendedora de productos Johnson & Johnson.

    Lenie se puso su nueva ropa mientras Lubin susurraba a su reloj. Ella no podía saber si le estaba hablando al software o a alguien de carne y hueso. Entendió el final de la conversación que estaban en el núcleo noroeste de Toromilton.

    Después, había lugares donde ir. Subieron desde el nivel de la ciudad hasta el montañoso alcance de los rascacielos: edificios de oficina mayormente, largo tiempo convertidos en dormitorios para aquellos que habían sido capaces de comprar su salida de los suburbios cuando se activaron los generadores de campo.

    No había mucha gente a bordo allí arriba, tampoco. Quizá la ciudadanía no salía por la noche.

    Ella era un perro guía ayudando a su amo a buscar huevos de pascua. Él la dirigía; ella le guiaba. Lubin murmuraba incesantemente a su reloj mientras avanzaban. Sus encantamientos catalizaban la apariencia de extraños objetos en improbables lugares: una caja sin costuras, apenas mayor que un portátil de mano, estaba al pie de una tubería de un aseo público. Apareció un reloj nuevecito, aún en el paquete original, sobre el suelo de un asensor que emergía más allá de una planta intermedia sin nadie a bordo. Lubin dejó su viejo reloj en su lugar, junto con un pequeño estuche de dérmicos y plug-ins de su propio inventario.

    En una pared de expendoras en el mismo nivel, Lubin pidió un rollo de cinta adhesiva semipermeable y el clon de un sandwich de jamón y queso. La cinta fue servida sin incidentes, pero ningún sandwich apareció en la bandeja. En su lugar, un par de contenedores del tamaño de una mano resbalaron de la máquina. Opalescentes cilindros aplanados con bordes redondeados. Abrió uno de ellos para revelar portalentes con lentes opacas de jade. Las acomodó sobre su nariz. Su mandíbula se movió ligeramente mientras reseteaba algun interruptor mental. Una fina estrella verde parpadeó en el borde de la lente izquierda.

    —Mejor. - Lubin miró a su alrededor. —La percepción de profundidad ya no es lo que era.

    —Buen truco. - dijo Clarke. —¿Se comunica con tus visores internos?

    —Más o menos. La imagen está un poco granulada.

    Ahora Lubin era el guía.

    —¿No hay un modo más sencillo de hacer esto? - preguntó ella, siguiéndole —¿No podrías llamar a la sede de la AR?

    —Dudo que aún me tengan en nómina. - Él giró a la izquierda en una unión en T.

    —Sí, pero no tienes que...

    —Dejaron de rellenar los almacenes secretos de equipo hace algún tiempo. - dijo Lubin. —Me contaron que algunos remanentes ya no se adquieren por medios unilaterales. Todo se tiene que negociar mediante contactos.

    —¿Los estás comprando?

    —No es cuestión de dinero.

    —¿Qué, entonces?

    —Trueque. - dijo él. —Un antiguo sistema. Pago en especie.

    A las 2200 se encontraron con un hombre que sacó del bosillo una hebra de gasa fina de fibra óptica y la conectó en el reloj nuevo de Lubin. Lubin se quedó allí durante una media hora, inmóvil salvo por el ocasional punteo de los dedos: una estatua apoyada ligeramente en algún viento virtual, como posada a peso sobre aire vacío. Después, el extraño levantó la mano y tocó las ampollas en la cara de Lubin. Lubin posó brevemente una mano sobre el hombro del otro hombre. La interacción fue sutilmente inquietante por razones que Clarke no podría determinar. Trató de recordar la última vez que había visto a Ken Lubin tocar a otra persona sin violencia o por trabajo, y fracasó.

    —¿Quién era ese? - preguntó ella después.

    —Nadie. - Y contradiciéndose a sí mismo al segundo siguiente: —Alguien que pasará el mensaje. Aunque ni siquiera hay garantías de que pueda hacer sonar la alarma a tiempo.

    A las 2307, Lubin llamó a una puerta en unos bloques residenciales en mitad de lo que había sido una vez el Centro de Dominio de Toronto. Respondió una horrible cara ectomorfa de piel marrón. Los ojos de la mujer ardían, casi luminosos en naranja dorado, algún tipo de xantófilos cultivados en los iris. Se asomó para mirar a Clarke, superaba en altura a Lubin por un cabeza o más. Ella habló tranquilamente en un extraño language lleno de consonantes, cada sílaba engrosada con rabia. Lubin respondió en la misma lengua y le entregó un estuche sellado. La mujer abrió un poco la cremallera, giró el torso detrás de la puerta entornada y le lanzó una bolsa a los pies, que aterrizó con el apagado sonido de metal envuelto. La mujer le cerró la puerta en la cara.

    Él metió la bolsa en su mochila. —¿Qué te ha dado? - preguntó Clarke.

    —Ordenanza. - Él empezó a caminar pasillo abajo.

    —¿Qué le has dado?

    Él se encogió de hombros. —Un antídoto.

    Justo antes de media noche, entraron a un enorme espacio cubierto que podría haber sido la sala central de un centro comercial. Ahora su techo distante se eclipsaba por una madriguera sobre pilares, una gran masa de locales prefabicados y cubos almacén sujetos por un laberinto de andamios improvisados. Era un uso más eficiente del espacio que el extravagante vacío de los viejos tiempos, aunque más feo. El fondo del arreglo estaba quizá a cuatro metros de distancia del suelo de mármol original. Escaleras ocasionales bajaban a través del lado superior hasta el nivel del suelo. Negras costuras agrietaban la estructura aquí y allá, huecos estrechos en un enlucido acolchado de plástico y panelado de fibra: un botín de miradores para ojos ocultos. Clarke pensó haber oído el barullo de grandes animales escondiéndose, los ocasionales murmullos quedos de voces amortiguadas, pero ella y Lubin parecían ser los únicos aquí, sobre el suelo de debajo.

    Súbito movimiento hacia la izquierda. En una enorme fuente que una vez había decorado el centro de aquel lugar. Hoy en día, su ancha base de cerámica se extendida en la sombra perpetua del círculo, parecía servir primariamente como una papelera comunitaria. Partes de una mujer se separaron de ese fondo. La ilusión estaba lejos de ser perfecta, ahora que Clarke se centraba en ella. Los cromatóforos sobre las mallas de cuerpo entero de la mujer imitaban su trasfondo en amplias pinceladas, produciendo más una borrosa transparencia que la total invisibilidad. Tampoco es que esta K particular pareciera importarle el camuflaje. El pelo ambulante no estaba diseñado exactamente para fundirse con el entorno.

    Ella se acercó a ellos como una difusa nube con partes del cuerpo pegadas. —Tú debes de ser Kenny. - le dijo ella a Lubin. —Soy Laurel. Yuri me dijo que tenías problemas de piel. - Ella le lanzó a Clarke una parpadeante mirada de elogio con pupilas sutilmente verticales. —Me gustan tus ojos. Hay que tener pelotas para ir de Nena Rifter por estos lares. - Clarke le devolvió la mirada, inexpresiva. Después de un momento, Laurel se volvió de nuevo hacia Lubin. —Yuri está espe...

    Lubin le rompió el cuello. Laurel cayó inerte en sus brazos, su cabeza colgaba.

    —¡Joder, Ken! - Clarke trastabilló hacia atrás como si le hubieran dado una patada en el estómago. —¿Qué has he...?

    Desde los ruidosos riscos de los residentes sobre ellos, se hizo un repentino silencio.

    Lubin tendió a Laurel en el suelo, al lado de su mochila. Sus ojos de gata quedaron mirando hacia arriba, a la panza del domo, abiertos y atónitos.

    —¡Ken!

    —Te dije que el pago en especie podría ser necesario. - Pescó un mango de algún tipo de su mochila, apretó un botón en la empuñadura. Una fina hoja apareció a la vista. Vibraba. Una pasada y las mallas de Laurel se separaron desde la entrepierna hasta la garganta. El tejido elástico se separó como mesenterio rebanado.

    Charlar. Romper. Hundir. Así de sencillo. Era imposible apartar la imagen. Corte abdominal profundo, lado derecho. Sin sangre. Un mechón de humo azulado emergió de la incisión portando el aroma de la carne cauterizada.

    Clarke miró a su alrededor frenéticamente. Aún no había nadie más la vista, pero sentía mil ojos sobre ellos. Sentía la estructura entera sobre sus cabezas aguantando la respiración, como si pudiera colapsar sobre ellos en cualquier momento.

    Lubin metió la mano en el costado de Laurel. No mostró duda, nada de tanteo exploratorio. Sabía exactamente dónde iba. Lo que fuera que buscara, debía de mostrarse en sus visores internos.

    Los ojos de Laurel giraron en su cabeza, se quedaron mirando a Lenie Clarke.

    —Oh Dios, está viva...

    —No puede sentir. - dijo Lubin.

    ¿Cómo había podido él hacer esto? se preguntó Clarke y un instante más tarde: después de todos estos años, ¿cómo me sorprendo?

    La mano empapada de sangre de Lubin apareció a la vista. Algo del tamaño de un guisante relucía como una perla entre el gore del pulgar e índice. Un niño empezó a llorar en alguna parte de la madriguera de encima. Lubin levantó la cara hacia el sonido.

    —Testigos, Ken...

    Él se levantó. Laurel yacía desangrándose a su pies, los ojos aún fijos en Lenie Clarke.

    —Están acostumbrados. - Él empezó a andar. —Vamos.

    Ella se echó atrás unos pasos. Laurel se quedó mirando al lugar donde había estado Lenie Clarke.

    —No hay tiempo. - avisó Lubin sobre su hombro.

    Clarke se giró y corrió después de él.

    Aeropuerto Isla presionaba contra el límite sureste del domo de estática. No había isla que Clarke pudiera ver, sólo un ancho edificio bajo con helicópteros y ultraligeros dispersos en el techo. O no había seguridad o las negociaciones de Lubin la habían seducido. Caminaron hacia un Sikorsky-Bell de cuatro asientos revestido con camuflaje pasivo. La perla extraída de las tripas de Laurel probó tener la llave de su corazón.

    Toromilton se apagaba en la distancia tras ellos. Volaron al norte por debajo de la vista de algún radar hipotético, hilando entre las copas de los árboles gris plata. La oscuridad y el fotocolágeno ocultaban una multitud de pecados. Hasta donde Clarke sabía cada planta, cada roca, cada metro cuadrado del paisaje de abajo estaba cubierto de Behemoth.

    Aunque eso no se podría saber mediante fotoamplificadores. El terreno que pasaba era hermosura congelada. Lagos ocasionales se deslizaban por debajo como enormes charcos de radiante mercurio oscuro.

    Ella no le mencionó la vista a Lubin. Ignoraba si sus ojos prostéticos venían equipados con visión nocturna, pero él los había apagado de todos modos. O al menos, eso indicaba el pequenno LED verde oscuro. Navegación debía de estar hablando directamente a sus visores internos.

    —Ella no sabía que lo llevaba. - dijo Clarke.

    Eran las primeras palabras que había dicho desde que los ojos de Laurel se habían fijado y dilatado.

    —No. Yuri la puso en comida casera.

    —Él quería que muriera.

    —Evidentemente.

    Clarke negó con la cabeza.. los ojos de Laurel no la dejaban en paz. —Pero, ¿por qué así? ¿Por qué meterlo dentro de ella?

    —Sospecho que no se fiaba de que hiciera mi parte del trato. - La esquina de la boca de Lubin se movió ligeramente. —Una solución bastante elegante, en realidad.

    Así que, alguien pensó que Ken Lubin podría sentirse reluctante a cometer asesinato. Eso debería ser motivo de esperanza.

    —Por las llaves de un helicóptero. - dijo Clarke. —Es decir, no podríamos...

    —Podríamos qué, ¿Lenie? - disparó él. —¿Recurrir a todos los contactos de alto nivel que yo tenía? ¿Llamar a la agencia de alquiler? ¿Aún no se te ha ocurrido que una zona crítica continental y cinco años de ley marcial podrían haber tenido cierto impacto en el viaje interurbano? - Lubin negó con la cabeza —O quizá no crees que estemos dando el tiempo suficiente a Desjardins para instalar sus defensas. Quizá deberíamos ir andando para ser deportivos con él.

    Ella nunca le había oído hablar así antes. Era como si un gran maestro de ajedrez, famoso por su calma glacial, hubiera maldecido de repente y pateado el tablero en mitad de la partida.

    Volaron en silencio por un rato.

    —No puedo creer que sea él en realidad. - dijo ella por fín.

    —No veo por qué no. - Lubin había vuelto al modo de ordenador de combate. —Sabemos que nos mintió sobre el Seppuku.

    —Quizá fue un error honesto. Taka es en realidad una doctora en medicina y nunca...

    —Es él. - dijo Lubin.

    Ella no presionó.

    —¿Dónde vamos? - preguntó ella.

    —Sudbury. Evidentemente, él no quiso abandonar la ventaja de jugar en casa.

    —¿No fue destruído durante Río?

    —Desjardins provocó Río.

    —¿Qué? ¿Quién te ha dicho eso?

    —Conozco al hombre. Tiene sentido.

    —No para mí.

    —Desjardins fue el primero es soltarse la correa. Tuvo una breve ventana en la cual fue el único hombre sobre el planeta con todo el poder de un criminal y ninguna de sus contrapartidas. Lo usó para eliminar a la competencia antes de que Espartaco les liberara.

    —Pero no fue sólo Sudbury. Río se llevó ciudades por todos lados.

    Ella recordó las palabras e imágenes fluyendo por el Atlántico. Un Elevador industrial se estrella inexplicablemente en la torre de la ARISC en Salt Lake. Una bomba de neutrones rápidos en las improbables manos de las Hijas de Lenie. Gritadores Cuánticos callendo desde órbita sobre Sacramento y Boise.

    —Sudbury no habría sido la única franquicia sembrada con Espartaco. - señaló Lubin. —Desjardins debe de haber obtenido la lista y salido de compras.

    —Y le echó la culpa a Río. - murmuró Clarke.

    —Toda la evidencia post-hoc señalaba allí. Por supuesto, la ciudad fue vaporizada antes de que cualquiera tuviera la oportunidad de hacer preguntas. Muy pocas pruebas forenses sobrevivieron en la tierra cero. - Lubin pulsó un icono de control. —Hasta donde cualquiera sabía en aquel tiempo, Desjardins salvó el día. Él fue el brindis de la ciudad. O, al menos, el brindis de cualquiera con bastante autorización para saber quién era él.

    Había un subtexto en la aridez de la voz de Lubin. Su autorización había sido revocada por entonces.

    —Pero él no podría haber engañado a todo el mundo. - dijo Clarke.

    —No le hizo falta. Sólo a los infectados con Espartaco. Esa habría sido una levedad incluso en las franquicias sembradas, asumiendo que se ocupara de ellos lo bastante pronto.

    —Aún quedaría gente fuera del turno, gente en casa enferma...

    —Si puedes barrer media ciudad, puedes ocuparte de ellos también.

    —Aún así...

    —Tienes razón, hasta cierto punto. - concedió Lubin. —Es probable que algunos escaparan. Pero incluso eso funcionaría a favor de Desjardins. Él no puede culpar a Río por sus acciones ahora. No puede culpar a las Madonas por todo, pero mientras que los convenientes cabezas de turco de Río o Topeka sean numerosos, nadie va sospechar de él cuando alguna pieza de sabotaje de alto nivel salga a la luz. Él salvó el mundo, después de todo.

    Ella suspiró. —Así que, ¿ahora qué?

    —Lo matamos.

    —Así de fácil, ¿eh? ¿Un espía ciego y su compañera novata van a abrirse camino batallando a través de sesenta y cinco plantas de seguridad de la ARISC?

    —Asumiendo que podamos llegar allí, sí. Es probable que tenga toda aproximación bajo contínua vigilancia satélite. Debe de haber contado con que el mensaje se descubra eventualmente, lo que implica que estará equipado hasta arriba para manejar represalia a gran escala. Incluyendo ataques de misiles allende los mares. Mucha más de la que podemos reunir.

    —¿Se cree que puede dominar al resto del mundo?

    —Más probablemente, sólo confía en ver venir al resto del mundo con tiempo para escapar.

    —Así que, ¿ese es tu plan? ¿Está esperando un asalto total y por eso no notará un insignificante helicóptero?

    —Eso estaría bien. - Lubin admitió con una siniestra sonrisa. —No cuento con ello. Y aún cuando no notara nuestra aproximación, ha tenido casi cuatro años para llenar todo el edificio con contramedidas. Probablemente nos sería imposible guardarnos de todas ellas aún cuando yo mismo supiera dónde están.

    —Pues, ¿qué hacemos?

    —Aún estoy trabajando en los detalles. Espero que podamos terminar entrando por la puerta principal.

    Clarke se miró las uñas. La sangre seca por debajo se volvía marrón en los bordes.

    —Has juntado todas las piezas. - dijo ella. —Le convierten en un monstruo.

    —¿No lo somos todos?

    —Él no lo era. ¿Ni siquiera te acuerdas?

    Lubin no respondió.

    —Ibas a matarme, ¿recuerdas? Y yo habría matado a todos los demás. Éramos los monstruos, Ken, y recuerdas lo que él hizo entonces.

    —Sí.

    —Intentó salvarme. De ti. Nunca me había conocido cara a cara y él sabía exactamente quién era yo y lo que había hecho. Él sabía de primera mano de lo que eras capaz. Y no le importó. Arriesgó su vida para salvar la mía.

    —Me acuerdo. - Lubin ajustó unos controles. —Le rompiste la nariz.

    —No se trata de eso.

    —Esa persona ya no existe. - dijo él. —Espartaco le convirtió en otra cosa.

    —¿Sí? ¿Y qué te hizo a ti, Ken? - Su cara ciega giró para mirarla. —Sé una cosa que no te hizo. - continuó ella. —No te dió el hábito de asesinar. Lo tuviste todo el tiempo, ¿no?

    Las lentillas se quedaron mirándola como los ojos de una mantis. Un LED verde se encendió en sus lentes tácticas.

    —¿Cómo es, Ken? ¿Es catártico? ¿Es sexual? ¿Te pone cachondo? - Una parte de ella observaba, alarmada. El resto no podía parar de pincharle. —¿Tienes que estar justo ahí, viéndonos morir, o basta con plantar la bomba y saber que caeremos fuera de escena como moscas ?

    —Lenie. - Su voz estaba muy calmada. —¿Qué estás tratando exactamente de conseguir?

    —Sólo quiero saber lo que buscas, eso es todo. No veo a nadie blandiendo tridentes ni antorchas contra ti sólo porque Espartaco te reprogramó el cerebro. Si estás seguro de esto, si en realidad Aquiles hizo todas esas cosas y es algún tipo de monstruo, entonces bien. Pero si esto es sólo alguna jodida excusa para saciar tu perverso fetichismo, pues... - Ella negó con la cabeza en disgusto y miró hacia la oscuridad.

    —Te gustarían menos sus perversiones que la mías. - dijo Lubin tranquilamente.

    —De acuerdo. - se burló ella. —Gracias por la información.

    —Lenie...

    —¿Qué?

    —Yo nunca doy nada gratis. - le dijo él.

    —¿En serio? - Ella le miró desafiante. —¿Nunca?

    Él le devolvió la mirada. —Bueno. Raramente.

Capítulo 59

    

Capítulo 59 - Fecha de Caducidad

    Partes iguales vivas y muertas... y difícilmente le importaba de qué lado iba el equilibrio... Taka Ouellette lo había descubierto.

    Nunca se le había dado bien estar bajo presión. Ese había sido siempre su problema. Y Aquiles el monstruo no había comprendido eso. O quizá lo había comprendido demasiado bien. Daba igual. Él la había puesto bajo la madre de todos los escenarios de alta presión y, por supuesto, ella se había derrumbado. Había probado una vez más ser la eterna metepatas. Y eso era muy injusto, porque ella sabía que tenía una buena cabeza sobre los hombros, sabía que podía averiguar cosas si la gente dejara de depender de ella. Si Ken no hubiera estado allí con su contenedor de guerra biológica, esperando la respuesta justo en el momento. Si Aquiles no hubiera estado a un pelo de incinerarla viva y luego metido prisa para secuenciar el genoma del Seppuku sin dejarla un momento de respiro.

    Si Dave no hubiera sido tan impaciente. Si ella no se hubiera dado prisa en terminar el último diagnóstico crucial...

    Ella era una dama lista. Lo sabía. Pero era terrible bajo presión.

    Mala, Alice mala, se reprendió a sí misma.Pero ahora que la presión ha acabado, ¿ves que bien juntas todas las piezas?

    Sólo había requerido dos cosas para subirse a su chepa: Aquiles tenía que dejarla en paz durante un rato, darle una oportunidad para pensar; y ella tenía que morir. Bueno, empezar a morir, al menos. Una vez que supiera que estaba muerta, una vez que lo sintiera en sus huesos, sin indultos, sin rescate en el último minuto... toda la presión desaparecería. Por primera vez en su vida, al parecer, podía pensar claramente.

    No sabía cuánto tiempo había pasado desde que a Aquiles le había dado por torturarla. Se imaginó que al menos un día o dos. Quizá un semana... pero no, seguramente ya estaría muerta si la hubiera dejado aquí durante una... ¿semana entera? Sus articulaciones se habían congelado mientras tanto. Aún cuando fuera a ser liberada del exoesqueleto, su cuerpo estaba tan rígido como el rigor... Quizá era el rigor. Quizá ya había terminado de morir y no lo había notado. Ciertamente, las cosas no parecían doler tanto... aunque quizá simplemente no notaba el dolor tanto ahora, debido a la rabiosa sed. Una cosa se podría decir sobre Aquiles, siempre se había cuidado de alimentarla y darle agua. No la quería demasiado débil para la actuación, le había dicho.

    Pero había pasado mucho tiempo desde su última visita. Taka habría matado por un vaso de agua si no había ya muerto por falta de uno.

    Pero, ¿no era estupendo que ya nada importara? ¿Y no era estupendo que ella lo hubiera averiguado de verdad ?

    Deseó que Aquiles volviera. No sólo por el agua, aunque eso estaría bien. Quería exibirse. Quería demostrarle que estaba equivocado. Quería que estuviera orgulloso de ella.

    Todo tenía que ver con aquella cancioncilla boba sobre las pulgas. Él debía de haberlo sabido, por eso la había dado la serenata en primer lugar. Hay más pequeñaas pulgas sobre su presa, y estas aún tienen otras más pequeñas para morderlas...

    La vida dentro de la vida. Ella podía verlo ahora. Le sorprendía que nunca lo hubiera visto antes. Ni siquiera era un nuevo concepto. Era totalmente antiguo. Las mitocondrias fueron pulgas menores que vivieron en cada célula eucariota. Hoy eran orgánulos vitales, las baterias bioquímicas de la vida misma. Pero hace mil millones de años, habían sido organismos independentes por propio derecho, pequeñas bacterias de vida libre. Una célula más grande las había engullido, había olvidado masticarla antes de tragarla y así habían llegado a un acuerdo, la célula grande y la pequeña. La célula grande proporcionaría un entorno seguro y estable; la pequeña, a cambio, bombearía energía para su anfitriona. Aquel antiguo acto de depredación fallida había resultado en la simbiosis primordial y hasta hoy, la mitocondria mantenía sus propios genes, se reproducía según su propia agenda, dentro de la carne de la anfitriona.

    Aún sigue. El mismo Behemoth había llegado a una relación similar en el interior de las células de algunas de las criaturas que compartían su entorno abisal, proporcionando un excedente de energía que el pez anfitrión usaba para crecer más rápido. Crecía dentro de las células de las cosas aquí en tierra, también... con ciertas consecuencias menos beneficiosas, cierto, pero la virulencia siempre es alta cuando dos organismos radicalmente dispares se encuentran entre sí por primera vez.

    Aquiles no había estado cantando sobre pulgas en absoluto. Había estado cantando sobre la endosimbiosis.

    El Seppuku debe de portar sus propias pulguitas. Había espacio más que suficiente. Todos aquellos genes redundantes eran tanto código para cierto número de organismos virales, como para enmascarar simplemente los recesivos suicidas. El Seppuku no sólo se mataba cuando cumplía su tarea, daba luz a un nuevo simbionte. Uno viral probablemente, que ocuparía la residencia dentro de la célula anfitriona. Llenaba el nicho con tanta efectividad que el Behemoth no encontraba nada salvo letreros de no-hay-habitaciones si llegara olisqueando por ahí después, buscando lugar para mudarse. Hasta había precedentes, más o menos. Taka recordaba algunos de la escuela médica. La malaria había sido vencida cuando los mosquitos portadores se perdieron en una variante de procreación más rápida que no transmitía el Plasmodium. El SIDA dejó de ser una amenaza cuando cepas benignas superaron en número a las letales. Aunque aquello no era nada, eran enfermedades que atacaban a un puñado de especies como mucho. El Behemoth amenazaba todo que tuviera núcleo. nunca se vencía a la Bruja infectando a la raza humana, o remplazando una especie de insecto con otra. La única forma de ganar contra el Behemoth era contrainfectarlo todo.

    El Seppuku tendría que rediseñar la vida misma, de dentro a fuera. Y podría hacerlo, también: había un margen que el pobre viejo Behemoth ni siquiera había soñado. Aquiles la había obligado a recordar eso también, una media eternidad atrás: el ATN podía enparejarse con ácidos nucleicos modernos. Podía hablar con los genes de su célula anfitriona, podía unir los genes de su célula anfitriona. Podía cambiarlo todo o nada.

    Si ella tenía razón; y colgando en el precipicio de su vida, ella nunca había estado más segura de algo; el Seppuku era más que una cura para el Behemoth. Era el salto evolutivo más profundo desde el surgimiento de la célula eucariota. Era una solución demasiado radical para los trasteadores y retocadores que no había sido capaces de ver más allá del viejo paradigma de La Vida Como La Conocemos. Las enzimas abisales, los árduos y concienzudos retroajustes que habían permitido a Taka y a otros como ella afirmar su inmunidad y andamiaje improvisado, eran historia. Eran puntales y muletas para mantener vivo algún tambaleante plan corporal mucho después de su fecha de caducidad. La gente se había vuelto demasiado prendada de los mecanos químicos que les habían definido durante tres mil millones de años. Lo más nostálgico que podían hacer era posponer lo inevitable.

    Los arquitectos del Seppuku fueron más radicales. Habían desechado del todo las viejas especificaciones celulares y habían empezado desde cero. Habían reescrito la misma química de la vida. Cada especie eucariota cambiaría a escala molecular. No era de extrañar que los creadores del Seppuku lo hubieran mantenido bajo una manta. No hacía falta ser una MyA para estar aterrorizado ante tal solución extrema. La gente siempre escogía los diablos que conocía, aún cuando ese diablo fuera el Behemoth.

    La gente no aceptaría que el éxito no se pudiera alcanzar mediante unos cuantos remiendos más.

    Taka apenas podía imaginar el modo en que se desarrollaba ahora el éxito. Quizá los extraños insectos nuevos que había estado viendo fueran el comienzo del mismo: rápidas y cortas vidas que evolucionaban a través de docenas de generaciones en una temporada. Aquiles no había sido capaz evitar aquello después de todo, aquellos alegres bichos monstruosos eran la prueba. Sólo había sido capaz de evitar que infectara la humanidad.

    Y incluso en eso, estaba condenado al fracaso. La salvación enraizaría en todo, eventualmente, como había enraizado en los artrópodos. Sólo llevaría un poco más de tiempo para las criaturas que vivían a un ritmo más lento.

    Nuestro turno llegará, pensó Taka.

    ¿Cómo funcionaría? se preguntó. ¿Cómo ganar la competición contra el hipercompetidor? ¿Fuerza bruta, quizá? ¿Pura voracidad celular? ¿La misma estrategia de competición que el Behemoth había usado para vencer a la Vida 1.0, se volvía contra él mismo? ¿Ardería la vida dos veces tan brillante y sólo media vez tan duradera? ¿Se movería más rápido toda la bioesfera, pensaría más rápido, viviría furiosa y brevemente como las efímeras?

    Pero ese era el viejo paradigma: transformarte tú mismo en tu enemigo y luego clamar la victoria. Había otras opciones, una vez que dejabas de reforzarte para rediseñarte en su lugar. Taka Ouellette, mediocre progenie de la Vieja Guardia, no podía ni empezar a suponer cómo sería. Ella dudaba que alguien pudiera. ¿Qué simulación podría predecir el comportamiento de un multimillonario sistema de especies cuando cada variable viviente era perturbada al mismo tiempo? ¿Cuántos tratamientos experimentales cuidadosamente seleccionados se requerían para modelar un millar de millones de mutaciones simultáneas? El Seppuku, lo que fuera que estuviera destinado a ser, lanzaba por la ventana el concepto mismo de un experimento controlado.

    Norteamérica fue el experimento... inesperado, incontrolado, una matriz inconcebiblemente enredada de Análisis de Varianzas multivía y tableros de Hipernicho. Aún cuando fracasara, el mundo difícilmente saldría peor parado. El Behemoth había sufrido un grave contratiempo, El Seppuku había caído con su espada y lo que viniera después, diferente del Behemoth; estaría limitado al interior de una célula anfitriona. Y quizá no fracasara. Quizá todo cambiara a mejor. Habría monstruos, alguna esperanza. Las mismas mitocondrias podrían, por fin, ser llevadas a la extinción. Podrían expirar por fín sus antiguos arriendos. Quizá la gente cambiara desde el interior y desapareciera la antigua raza, se remplazara con algo que pareciera igual pero actuara mejor.

    Joder, quizá ya era hora.

    Un hombrecillo parloteaba hacia ella desde gran distancia. Estaba de pie delante de ella, un irritante homúnculo en foco ultrafino, como visto a través del extremo equivocado de un telescopio. Paseaba adelante y atrás, gesticulando como loco. Taka entendió que tenía miedo de algo o alguien. Sí, era eso: alguien estaba viniendo a por él. Hablaba como si su cabeza estuviera llena de voces, como si hubiera perdido el control de muchas cosas a la vez. La amenazó... ella pensó que la estaba amenazando, aunque sus esfuerzos parecían casi cómicos. Sonaba como un niño pequeño perdido tratando de aparentar valor mientras buscaba un lugar donde ocultarse.

    —Lo descubrí. - le dijo Taka. Su voz se agrietó como frágil plástico barato. Ella se preguntó por qué era así. —No fue tan difícil.

    Pero él estaba demasiado ensimismado en su propio mundillo. Daba igual. No parecía el tipo de persona que apreciara realmente el amanecer de una nueva era de todos modos.

    Así que, mucha cosas estaban a punto de suceder. El final de La Vida Como La Conocíamos. El comienzo de La Vida Como No. Ya había empezado. Su mayor pesar era que ella no estaría por aquí para ver lo que resultaría.

    Dave, cariño, pensó ella. Lo hice. Lo entendí por fín.

    Estarías orgulloso de mí.

Capítulo 60

    

Capítulo 60 - Bastilla

    Sudbury emergía en la noche como un luminoso tumor.

    Su núcleo relucía desde dentro, levemente para los estándares Dryback pero brillante como el día para Lenie Clarke: un amurallado cúmulo claustrofóbico que componía los rascacielos en un yerno abandonado de los suburbios y zonas comerciales. El campo de estática era obvio por inferencia. Los nuevos edificios y las reformas injertadas, los desfachados espacios acuñados de los huecos entre los edificios. Todo se extendía hasta el límite interno del campo estático y no más allá. Como metástasis concebida bajo cristal, Sudbury había crecido dentro de una semiesfera.

    Atajaron por el este. La inmersopiel de Clarke se removía en el campo como un bala en una llama. El aire cargado transformaba los rotores en agitados vórtices de brillantes chispas azules. Encontró el efecto extrañamente nostálgico, parecía casi bioluminiscencia, como fluorescencia microbiana en el calor de una fosa abisal. Por un momento podía fingir que alguna variante aérea del Fuego de San Telmo surgía desde aquellas hojas giratorias. Pero sólo durante un momento. Sólo había un microorganismo aquí arriba digno de mención, y era de todo menos luminoso.

    Luego estaban cruzando, husmeando en dirección oeste por los liimites superiores del núcleo de Sudbury. El cañón de muros de la ciudad asomaba cerca a cada lado. Una pantalla chispeaba y parpadeaba a lo largo de la franja celeste por encima. Más abajo, intermitentemente eclipsada por construcciones nuevas, alguna línea vestigial del RapidTrans recorría el suelo del cañón como un hilo de cobre.

    Ella retomó la tarea de cargar los cartuchos que tenía en la mochila abierta a sus pies. Lubin le había enseñado el procedimiento cuando sobrevolaban alguna parte de Georgian Bay. Cada cartucho contenía una docena de granadas de posta, codificada por colores según la función: cegadora, gas, trazadora, explosiva. Las colocaba en el cinturón y la hombrera que tenía sobre sus muslos.

    Lubin le dedicó una mirada prostética. —No olvides sellar ese paquete cuando hayas terminado. ¿Cómo va tu cinta?

    Ella se deshizo el top y comprobó la inmersopiel por debajo. Una amplia X de cinta semipermeable bloqueaba la entrada de electrólisis. —Todavía pegada. - Se abrochó de nuevo el disfraz de Dryback en su sitio. —¿No molestará esto de la baja altitud a las autoridades?

    —No a estas autoridades. - Su tono evocaba la imagen de ojos ciegos, girando. Evidentemente, dérmicos y antídotos traídos más que por mero transporte. Clarke no presionó con el tema. Ella deslizó el último cartucho y volvió su atención hacia adelante.

    A un par de bloques al frente, el cañón terminaba en espacio abierto.

    —Así que, ahí es donde está Aquiles. - murmuró ella.

    Lubin deceleró para planear hacia adelante. Aquello se extendió ante su aproximación como un enorne coliseo oscuro, una esculpida zona clara de la claustrofóbica arquitectura. Lubin detuvo el Sikorsky-Bell a trescientos metros de altura, justo al lado de ese perímetro.

    Era un foso amurallado con dos bloques a un lado. Un rascacielos solitario, una aflautada torre multifacetada surgía desde su centro. Una multitud fantasmal de luces azules brillaban en el techo, todo lo demás estaba oscuro y muerto, sesenta y cinco plantas con poco más que una cara iluminada. Un mosaico de cimientos cicatrizados, la tierra vacía por todas partes, las huellas de edificios demolidos que habían poblado el barrio en tiempos más felices.

    Ella se preguntaba lo que verían los ojos de un Dryback, si los Drybacks se aventuraban a venir alguna vez aquí por la noche. Quizá, cuando los ciudadanos de Sudbury miraban este lugar, no veían a la Patrulla de la Entropía en absoluto. Quizá veían una torre encantada, oscura y ominosa, llena de esqueletos y enfermizas cosas reptantes. Enterradas en las tripas del siglo veintiuno, asediadas por micróbios alienígenas y fantasmas en la máquina, ¿se podía culpar a las personas por redescubrir la creencia en espítitus malignos?

    Quizá ni siquiera están equivocados, reflexionó Clarke.

    Lubin señaló hacia las luces espectrales sobre el parapeto. Una plataforma de aterrizaje portátil emergía desde aquel nimbus, una docena de estructuras más pequeñas se reunían alrededor de ella: montacargas, exclusas ventilación, los contenedores de umbilicales de Elevador retraídos.

    Clarke miró escéptica. —No.

    Seguramente no podrían aterrizar allí. Seguramente habría defensas.

    Lubin casi estaba sonriendo. —Vamos a averiguarlo.

    —No estoy segura de que sea...

    Él activó el acelerador. Saltaron hacia el desprotegido espacio vacío.

    Fuera del cañón, enfilaron a la derecha. Clarke se agarró al salpicadero. Tierra y cielo rotaron a su alrededor. De pronto, la tierra estaba a trescientos metros de distancia del hombro de Clarke, una ruina arqueológica de cimientos afilados... y dos negros círculos, de unos metros de largo, mirando arriba hacia ella como las cuencas del cráneo de algún gigante de dibujo animado. Aunque no vacías. Ni siquiera planas. Sobresalían sutilmente desde la tierra como las regiones polares expuestas de enormes esferas enterradas.

    —¿Qué es eso? - preguntó ella.

    Sin respuesta. Clarke miró por la cabina. Lubin sostenía sus binoculares con una mano entre las rodillas y sus lentes tácticas contra sus piezas oculares. El aparato se quedó mirando abajo a través del pabellón ventral. Clarke se agitó intranquilamente: ¿cómo lidiar con la sensación de unos ojos flotando a medio metro del exterior de la calavera?

    —He dicho... - empezó ella de nuevo.

    —Artefacto sobrecalentado. Los granos de terreno explotan como copos de maiz.

    —¿Qué haría tal cosa? ¿Mina terrestre?

    Él negó con la cabeza distraído, su atención centrada en algo cerca de la base del edificio. —Haz de partículas. Cañón orbital.

    Las tripas de Clarke encogieron. —Si Aquiles ha... Ken, ¿y si él ve... ?

    Algo destelló, brillo de sodio detrás del cráneo. El mecanismo de relojería tartamudeó brevemente en su pecho. Los controles del Sikorsky-Bell tosieron una vez, en imposible unísono, y quedaron a oscuras.

    —Creo que él ve. - le remarcó Lubin cuando se paró el motor.

    El viento silbó levemente a través del fuselaje. El rotor continuó wuup-wuup-wuup por encima, sus aspas sin energía azotaban el aire por pura inercia. No había otros sonidos, pero Lubin maldijo entre dientes mientras se suspendían por un instante entre el cielo y la tierra. Al instante siguiente estaban cayendo. el estómago de Clarke subió hasta la garganta.

    Los pies de Lubin pisaban los pedales. —Avísame cuando pasemos los sesenta metros.

    Trazaron un arco más allá de las oscuras fachadas. —¿Qué... ?

    —Estoy ciego. - Lubin mostraba los dientes en una retorcida mezcla de miedo y exultación. Sus manos se aferraban a la palanca con despiadada futilidad. —¡Avísame cuando... la décima planta! ¡Dime cuando hemos pasado la décima planta!

    Parte de ella balbuceó sinsentidos y ataques de pánico. El resto se esforzaba por obedecer, trataba desesperadamente de contar las plantas mientras las pasaban a toda velocidad. Pero estaban demasiado cerca, todo era borroso y estaban camino de estrellarse justo dentro del lateral de la torre. De pronto, la torre desapareció, pasó a la izquierda de la escena, su borde pasó casi lo bastante cerca para el contacto. Ahora se acercaba a la vista la cara norte de la estructura, el enfoque se afibaba con la distancia y... Oh Dios, ¿qué es eso?... Algo inadmisible, alguna parte de su cerebro murmuró: no puede ser. Pero era, negro y sin dientes y lo bastante ancho para engullir legiones: una boca abierta en el lado del edificio. Trató de ignorarla mientras la pasaban cayendo, se obligó a concentrarse en las plantas de debajo, a contar de abajo a arriba. Estaban zambulléndose más allá de la fauce imposible... estaban cayendo dentro de ella...

    —¿Len...?

    —¡Ahora! - chilló ella.

    Durante un segundo que fue una eternidad, Lubin no hizo nada en absoluto. Las más extrañas sensaciones, en ese elástico momento. El sonido del rotor, aún girando imposiblemente por arte de suerte o magia o pura negación obstinada, su ritmo de ametralladora bajando por efecto doppler como el lento latido distante de un astronauta. La visión de la tierra corriendo para ensartarles al olvido. Súbita calma de resignación, un reconocimiento de lo inevitable: vamos a morir. Y un asentimiento, tristemente divertido, ante la ironía de que Ken Lubin, quien siempre pensaba diez pasos por delante, podía haber cometido tal jodido error estúpido.

    Pero entonces él tiró de la palanca y el chopper reculó, perdiendo su nervio en el último momento. De pronto ella pesó cien toneladas.

    Encararon el cielo; el mundo se deslizaba a su alrededor, tierra y vidrio y nubes lejanas rodando más allá del parabrisas en una borrosa confusión. Durante un impresionante momento, quedaron suspendidos en el aire. Entonces algo los golpeó con fuerza desde atrás: y desde atrás, el sonido de polímeros quebrándose y metal rasgándose. Se lanzaron de lado y aquel rotor mágico laceró la tierra y se detuvo del todo, derrotado al fín. Lenie Clarke se quedó mirando arriba con ojos de asombro a un enorme monolito que se inclinaba locamente contra el cielo nocturno, descendiendo junto a la oscuridad para devorarla.

    —Lenie.

    Ella abrió los ojos. Aquella boca imposible aún bostezaba por encima. Cerró los ojos con fuerza, los mantuvo cerrados durante un segundo. Probó de nuevo.

    Oh.

    No una boca después de todo. Un gran agujero chamuscado en la parte media de la fachada norte, extendiéndose por diez destripadas plantas o más. Río, descubrió ella. Nunca repararon el daño. El techo del edificio era claramente visible justo al frente del parabrisas delantero. Las luces allí arriba habían desaparecido. El edificio entero parecía inclinarse hacia la izquierda. El morro del chopper estaba retorcido en un ángulo de treinta grados, como alguna mole mecánica que se había abierto desde la tierra y girado alrededor de su eje. Su transporte era fiambre. El trinquete de cola debía de haberse arrugado a sus espaldas o partido del todo.

    Dolor en su pecho y brazos. Algo iba mal en el cielo. Era... ¿qué era aquello?, era oscuro. Estaban en un enclave, donde los generadores del campo de estática zumbaban electricidad interminable hacia el aire. El cielo de Sudbury debía estar parpadeando. Antes de caer, lo había estado.

    —Lenie.

    —¿Fue eso... fue eso un pulso? - preguntó ella.

    —¿Puedes moverte?

    Ella se concentró y localizó el origen de su dolor: la mochila de Lubin, dura y pesada, asida fuertemente como la vida misma contra su pecho. Deben de haber subido desde el suelo durante el descenso, debía de haberse agarrado a ella en mitad del aire. Ella no recordaba nada de aquello. La abertura a lo largo de su top asomaba como una boca en su abrazo, permitiendo mirar las cosas de dentro... una maraña angular de herramientas y ordenanza presionaban dolorosamente su carne.

    Ella deseó que el agarre se relajara. El dolor remitió.

    —Creo que estoy bien. ¿Estás... ?

    Él la miró a ciegas a través de ojos erosionados.

    A Clarke le vino una imagen de la caída, no registrada hasta ahora: la pinza de lentes de Lubin, navegando con gracia hacia la parte trasera de la cabina. Clarke se quitó el cinturón y se giró para mirar tras ella. Un súbito dolor agudo saltó bajando por su espina dorsal como rompiendo hielo. Ella gritó.

    La mano de Lubin estaba sobre su hombro. —¿Qué?

    —La... latigazo, creo. Los he tenido peores. - Se acomodó de vuelta al asiento. No tenía sentido buscar las LenTacs de todos modos. El pulso las habría frito con tanta eficiencia como había frito el chopper. —Estás ciego de nuevo. - dijo ella en voz baja.

    —Guardé otro par. El estuche está blindado.

    Su boca abierta le sonrió, una cremallera de dientes.

    El descubrimiento cayó sobre ella como un jarro de agua fría: —Oh, joder, Ken, Yo... olvidé cerrar el estuche. Lo si...

    Él despachó sus disculpas con una mano. —Tú serás mis ojos ¿Hay una brecha en la cabina?

    —¿Qué?

    —¿Alguna brecha en el fuselaje? Cualquier cosa lo bastante grande para salir reptando, digamos?

    —Uh... - Clarke se giró de nuevo, con cuidado. El dolor amagaba en la base de su cráneo, pero se detuvo antes del ataque total. —No. El fuselaje de cola está hecho una mierda, pero...

    —Bien. ¿Aún tienes la mochila?

    Ella abrió la boca para responder... y recordó dos montones carbonizados mirando al cielo.

    —Céntrate, Len. ¿Tien... ?

    —No importa, Ken.

    —Importa mucho.

    —Estamos muertos, Ken. - Ella respiró desesperadamente hondo. —Tiene un cañón orbital, ¿recuerdas? En cualquier momento simplemente estará ... y hay no una jodida cosa que podamos...

    —Escúchame. - De pronto, Lubin estaba lo bastante cerca como para besarla. —Si estuviera intentado matarnos, ya estaríamos muertos, ¿lo entiendes? Dudo de que esté dispuesto incluso a poner sus satélites online en este punto. Aquiles no quiere arriesgarse a perderlos con los despedazadores.

    —Pero él ya... el pulso...

    —No vino desde órbita. Debe de haber instalado condensadores en la mitad de las plantas del edificio. No está intentando matarnos. Sólo trata de ablandarnos. - Él ha entregado su mano. —Ahora ¿dónde está la mochila?

    Ella se la entregó, atónita. Lubin la puso sobre sus rodillas y empezó a rebuscar dentro.

    No está intentando matarnos. Lubin había hecho esa afirmación antes, la había dejado caer como parte de su hipotésis de trabajo en ruta desde Toromilton. Clarke no estaba del todo segura de que los recientes eventos confirmaran tal cosa, especialmente ahora ... Un leve movimiento, justo a la derecha. Clarke se giró y jadeó, el dolor del movimiento fue olvidado al instante. Una monstruosa cara se quedó mirándola a través de la burbuja del pabellón, a centímetros de distancia, un masivo pedazo negro de músculo y hueso. Pequeños ojos oscuros relucían desde profundas cuencas. La aparición sonrió mostrando dientes de sierra integrados en mandíbulas como una trampa para osos.

    Al momento siguiente, había salido de la visual.

    —¿Qué? - La cara de Lubin se movió a izquierda y derecha. —¿Qué has visto?

    —Yo... creo que solía ser un perro. - dijo Clarke, su voz temblaba.

    —Creo que todos solían serlo. - le dijo Lubin.

    Inclinada hacia el cielo, ella no los había visto llegar. Tenía que mirar hacia abajo para ver hacia adelante, y ahora; a través de la burbuja ventral entre sus rodillas, sobre el borde de la puerta si permanecía quieta en el asiento; la oscuridad se filtraba por todas partes. Las apariciones no ladraban o gruñían. No hacían sonido en absoluto. No desperdiciaban energía en bruta rabia animal, no se lanzaban babeando contra el casco para llegar a la tierna carne de dentro. Circulaban como silenciosos tiburones.

    La luz potenciada no mostraba nada de esas criaturas. Eran totalmente negras.

    —¿Cuántos? - Lubin pasó una mano por su pistola de granadas. El cinturón de munición yacía en sus rodillas, un extremo aún llegaba hasta el interior de la mochila entre su pies.

    —Veinte. Treinta, al menos. Oh Jesús, Ken, son enormes, son dos veces tan grandes como tú... - Clarke combatió el pánico creciente.

    La pistola de Lubin venía con espacio para tres cartuchos y una pequeña rueda para el pulgar que seleccionaba entre ellos. Él sintió al tacto la cegadora, trazadora y explosiva desde el cinturón y cargó la pistola. —¿Puedes ver la entrada principal?

    —Sí.

    —¿Qué dirección? ¿Muy lejos?

    —Sobre las once en punto. Quizá... quizá ochenta metros. - También podrían ser ochenta años luz.

    —¿Qué hay entre allí y aquí?

    Ella tragó. —Una jauría de monstruosos perros rabiosos esperando para matarnos.

    —Además de eso.

    —Estamos... estamos sobre el borde de la grada principal. Pavimentada. Viejos cimientos a cada lado, bastante afilados y llenos. - Y luego, confiando en que él no fuera a dirigirse hacia donde ella temía... confiando en que podía desviarle si lo hacía... añadió: —Sin cobertura.

    —¿Puedes ver mis binoculares?

    Ella se giró con cuidado, torsión y lesión en incómodo equilibrio. —Justo detrás de ti. La cinta se ha enganchado en la barra sobre la puerta.

    Él abandonó su arma el tiempo suficiente para desenredar los binoculares y dejarlos. —Describe la entrada.

    Los buscadores térmicos y de alcance estaban muertos, por supuesto. Sólo la óptica bruta funcionaba aún. Clarke trató de ignorar las formas oscuras en el borroso paisaje. —Enfila las puertas de cristal, ocho de ellas. Están dispuestas en una indentación poco profunda en la fachada, un logo de la ARISC en lo alto. Ken...

    —¿Qué hay tras la puertas?

    —Uh, un vestíbulo, unos metros de profundidad. Y luego... oh, la última vez había otro grupo de puertas más adelante, pero ahora han desaparecido. En su lugar hay algún tipo de lámina pesada, como una gran puerta levadiza o algo así. Parece bastante normal.

    —¿Qué hay de las paredes laterales del vestíbulo?

    —Hormigón o biolita, parece. Sólo paredes. Nada especial. ¿Por qué?

    Él se ajustó el cinturón de munición alrededor de la cintura. —Por ahí es donde vamos a entrar.

    Ella negó con la cabeza.. —No, Ken. Ni de coña.

    —Las puertas levadizas son la defensa obvia. Más sencillas de sortear que atacarlas directamente.

    —No podemos salir ahí fuera. Nos harán pedazos.

    —No he recorrido todo este camino para permitir que una jauría de perros me tengan encerrado a ochenta metros de la línea de meta.

    —¡Ken, estás ciego!

    —Ellos no sabrán la diferencia. - Alzó su pistola de mano. —Y van a aprender lo que es esto. Las apariencias importan.

    Ella se quedó mirando sus ojos corroídos, la rezumante carne de su cara. —¿Cómo vas a apuntar?

    —Del mismo modo que hemos aterrizado. Tú me dirás dónde. - Lubin tanteó en busca de su mochila y sacó el Heckler&Koch. —Toma esto.

    Ella lo hizo, sin poder creerlo.

    —Mantenemos a los perros alejados el tiempo suficiente para atravesar la pared. El resto del plan no cambia.

    Con la boca seca, Clarke le observó circundando. —¿Y si está blindada? ¿Y si hay cables bomba?

    —Serán a prueba de pulso. Sin electrónica. Los ajustes usuales y nada más. - Él cerró la cremallera del estuche y se lo colgó a la espalda, tensó las cintas alrededor de los hombros y de la cintura.

    —¿Estas armas son a prueba de pulso? ¿Son... ? - Un súbito recuerdo inquietante emergió a la superficie de sus pensamientos: maquinaria en su pecho, tosiendo. —¿Qué hay de nuestros implantes?

    —Mioelectricidad. El IEP no los molesta, mucho. ¿En qué está puesto el H&K?

    Ella lo comprobó. —Conotoxinas. Ken, yo nunca he disparado un arma antes. Mi puntería...

    —Será mejor que la mía. - Lubin volvió abajo a la cabina inclinada tras su asiento. —Puede que salgas fácilmente. Sospecho bastante que se centrarán en mi.

    —Pero...

    —Guantes. - dijo él, sellando los guanteletes por debajo su ropa.

    Clarke se puso los guantes sobre manos temblorosas. —Ken, no podemos simplemente...

    Él hizo una pausa, la fijó con sus invidentes ojos. —¿Sabes? Me gustabas más cuando ibas de suicida. No eras tan cobardica.

    Ella parpadeó. —¿Qué?

    —Pierdo la paciencia, Len. Cinco años de culposa autocompasión debería de ser bastante para cualquiera. ¿Me equivoqué contigo? ¿Estabas todo este tiempo sólo revolcándote en el fango? ¿Quieres salvar el mundo o no?

    —Yo...

    —Esta es la única forma.

    ¿No hay nada que no harías, entonces? ¿Por la oportunidad de recuperarlo todo? Antaño la respuesta había sido obvia. Era obvia ahora. Una paralizante determinación familiar se reincendió dentro de ella. Le ardía la cara.

    Lubin asintió, sólo su ojos no veían. Él se sentó en el suelo, apoyó su espalda contra el fuselaje tras el asiento de Clarke . —Tapones nasales.

    Los habían improvisado en ruta, bastoncillos de la misma cinta semipermeable que bloqueaban su entrada de electrólisis. Clarke se embutió uno en cada nasal.

    —Abriré un agujero en el casco. - dijo Lubin, poniéndose las suyas.

    —Eso hará retroceder a los perros el tiempo suficiente para que salgamos del chopper. Una vez que estemos en el exterior, apúntame hacia la entrada principal. Eso serán las doce en punto. Todas las posiciones objetivo serán relativas a eso, no donde suceda que esté encarando en ese momento. ¿Entiendes?

    Ella asintió, olvidando por un instante, luego: —Sí.

    —Cargarán tan pronto como estemos al descubierto. Avísame. Cierra los ojos cuando te avise. Estaré usando granadas cegadoras. Permanecerán incapacitados durante al menos diez segundos. Dispara todo lo que puedas. No dejes de moverte.

    —Entendido. ¿Algo más?

    —Deja los guantes una vez estemos libres del calor. La señal de una inmersopiel podría darle a Aquiles que pensar.

    Los asesinos pacientes paseaban sólo un poco más allá del pabellón. Parecían mirarla a los ojos. Sonreían, mostrando los dientes del tamaño de pulgares. Sólo los ajustes usuales, pensó ella, mareada y aterrorizada. Se apoyó de vuelta al pabellón, alzando las manos enguantadas para protegerse la cara.

    —Podemos hacerlo. - dijo Lubin en voz baja. —Sólo recuerda lo que te he dicho.

    Él no está intentando matarnos. Ella se preguntó a quién se aplicaba aquello.

    —¿En realidad crees que él espera que sobrevivamos?

    Lubin asintió.

    —Pero, ¿sabe que estás ciego?

    —Lo dudo.. - Él señaló con su arma por la cabina. La rueda del pulgar bloqueada en explosiva. —¿Preparada?

    Ya está, Lenie, chica. Tu única oportunidad de redención. No la jodas.

    —Vamos. - dijo ella, y cerró los ojos.

    Lubin disparó. Los párpados de Clarke brillaron de repente, naranja a tope.

    Su inmersopiel se contuvo la mayoría del calor del cuello para abajo, pero en aquel momento era como si alguien le hubiera metido la cabeza dentro de un horno. Ella juraba que el calor le arrasaba la misma piel de la cara. Apretó los dientes y contuvo la respiración y maldijo los oportunidades que Lubin no había aceptado: aquello podría darle una pista si él viera nuestra capuchas.

    El aire rugió y crujió, chisporroteó con salpicaduras de metal líquido. Ella pudo oir el ruído de la pistola de Lubin disparando de nuevo a su lado. Se percató, distantemente asombrada, que había desaparecido el dolor. El miedo y la adrenalina lo habían barrido al instante.

    El mundo se atenuó más allá de sus párpados. Los abrió. Se abría un agujero en el lateral del chopper. La aleación blanda relucía con intermitencia en sus bordes, el acrílico se pelaba y ennegrecía. Trozos de pabellón destrozado se dispersaron sobre el suelo a un centímetro escaso de su pie izquierdo. Lubin disparó por tercera vez. Un abanico de agujas incendiarias volaron a través de la brecha hacia la oscuridad, una pequeña lluvia de meteoritos devastadores. Las explosivas estaban diseñadas para sembrar un millar de diminutos agujeros letales en un área amplia, pero tenían una pequeña probabilidad de dispersarse en el mezquino ancho de la cabina. Casi dos metros de sólido fuselaje había sido reducido a chatarra plateada y había reventado hacia fuera. Un abanico de restos dispersos humeaban y se congelaban sobre la tierra en el exterior.

    —¿Es muy grande el agujero? - soltó Lubin por encima del ruído ambiente.

    —Metro y mitad. - Ella se ahogó y tosió por la peste a plástico chamuscado. —Un montón de piececitas pasaron...

    Demasiado tarde. Lubin, descaradado y a ciegas, ya se había abalanzado a través del agujero.

    Él subió sobre la piedra más cercana al umbral y saltó a tierra primero con el hombro, rodando hasta quedar de pie en un instante. Una loncha de metal ardiento como una plancha le quemó el hombro izquierdo. Lubin se apartó, dió un giro y la empujó con la boca del arma. La tiró a tierra, alquitranada con copolímero medio fundido. Un agujero irregular humeaba en la camisa de Lubin. La inmersopiel lesionada por debajo se retorció como viva. Clarke apretó los dientes y saltó después de él.

    Una brillante chispa de dolor, como fina aguja, se encendió brevemente en su antebrazo mientras atravesaba la brecha. Al instante siguiente, un aire frío la envolvió. Clarke aterrizó con un golpe seco y rodó. Dos grandes carcasas se retorcían y ardían ante ella, sonriendo tras labios chamuscados.

    Se puso de pie quitándose los guantes. Con toda seguridad, el resto de la manada se había retirado de momento, aguantando el perímetro a una distancia más discreta.

    Lubin barría el espacio con su arma de un lado y al otro, pura muestra de amenaza. —¡Lenie!

    —¡Aquí! ¡Dos menos! - Ella llegó a su lado, apuntando su H&K a la horda circundante. —Los otros se han retirado. - Ella le giró hacia la derecha. —La entrada. Doce... doce en punto.

    Recuerda, se dijo a sí misma. Posiciones respecto a la entrada, posiciones respecto a... Él asintió. —¿Están muy lejos los perros? - Sujetaba la pistola con las dos manos, brazos extendidos, codos ligeramente doblados. Parecía casi relajado.

    —Uh... veinticinco metros, quizá. - Posiciones respecto a la entrada...

    —Son listos. Justo más allá del alcance efectivo.

    Posiciones respecto ... —¿Tu alcance es de veinticinco míseros metros?

    —En abanico amplio. - Tenía sentido, por supuesto... una trampa útil para un mal tirador, y ciego era tan malo como nunca. El truco era una nube de agujas tan ampliamente dispersa que los objetivos distantes la atravesaban ilesos.

    —Prueba la tuya.

    Clarke apuntó. Sus manos no paraban de temblar. Disparó una vez, dos veces. La H&K reculó en su agarre. Su sonido era amortiguado, para su sorpresa.

    El enemigo se quedó mirándola, sin acobardarse. —Fallé. A menos que sean inmunes, Ken, dijiste que estaban retocados...

    Súbito movimiento a la derecha, algo corría por el flanco. —Dos a las doce en punto. - siseó Clarke, diaparando. Lubin se giró y disparó una tormenta de fuego de agujas. —¡Ocho! - Él viró y disparó de nuevo, apenas fallando a Clarke cuando ella se agachó debajo de su brazos extendidos.

    Astillas de fuego lamían la tiera a ambos lados. Tres perros más habían caído, lacerados por metralla inflamada. Dos más, ardiendo, huyeron fuera de alcance. Aún así, la manada seguía en silencio. El perimetro bullía con silenciosa rabia.

    Ella mantenía levantada su propio arma, esperando que sirviera de algo —Tres menos, dos heridos. El resto se retira. - Lubin se movió a la izquierda, a la derecha. —Algo va mal. Deberían estar cargando.

    —No quieren que les disparen. Dijiste que eran listos.

    —Perros de ataque demasiado listos para atacar. - Lubin negó con la cabeza. —No. Algo va mal.

    —Quizá sólo quieren mantenernos clavados aquí. - dijo Clarke con esperanza. —Quizá...

    Algo sonó levemente en su cráneo, no tan oído como sentido: un picor, estridente e irritante. —Ah. - dijo Lubin en voz baja. —Eso tiene más sentido.

    El cambio fue demasiado sutil para verlo y demasiado fundamental. Sin sensor de movimiento, sin subrutina de análisis de imagen habría sido capaz de leer las señales. Pero Lenie Clarke lo supo al instante, en cierto nivel primario que depredadaba la misma humanidad. Algo que sus tripas nunca habían olvidado en todos estos millones de años. Por todos lados, mucha criaturas se reunían de pronto en una, en una vasta entidad con una miríada cuerpos y un único objetivo despiadado. Lenie Clarke la vio saltar hacia ella y recordó exactamente lo que ella era, lo que siempre había sido.

    Presa.

    —¡Cegadoras! - Lubin disparó. Casi demasiado tarde, ella recordó cerrar los ojos. Cuatro pops sonaron en rápida sucesión. Una constelación de tenues soles rojos se encendieron brevemente a través de sus párpados.

    —¡Vamos!

    Ella miró. El organismo compuesto se había hecho pedazos, así de simple. Los depredadores solitarios rodaban por todas partes, cegados y confundidos. Ciegos por poco tiempo, recordó. Confundidos por poco tiempo.

    Ella tenía segundos para actuar y ninguno que perder. Cargó.

    A tres metros de la bestia más cercana, empezó a disparar. Disparó cinco tiros, dos impactaron en el flanco de la criatura, que se partió y cayó. Otros dos entraron en otras dos, a un mero brazo de distancia: un disparo en cada una y ya estaba girando en busca de nuevos objetivos. En alguna parte a su lado, agujas de fuego se clavaban oblícuamente por la tierra. Las ignoró y siguió disparando. Algo oscuro y masivo pasó despedido, sangrando llamas. Lo alcanzó en el flanco en buena medida y de pronto se transformó tal cual, de nuevo, todo la circuiteria adrenalizada del cerebro medio decía: combatir o combatir, la parálisis gimoteante ardìa en una furia ávida de sangre y adrenalina. Le disparó en la pata. Disparó a un enorme costillar pesado, negro y pulcro como una inmersopiel. Disparó a una monstruosa cara silenciosa y se percató que había estado devolviéndole la mirada.

    Una parte de ella ni siquiera sabía que estaba llevando la cuenta hasta el número siete. Ese es el número que llevas antes de que vengan a por ti...

    Ella cedió y corrió. Lubin también estaba corriendo, pobre ciego Lubin, Lubin el tanque humano. Había cambiado de nuevo a explosiva y despejaba un feroz camino a las doce en punto. Cargó pabellón abajo como hombre descubierto. Le dije sin obstruciones, oh chico, se va a cabrear si tropieza en la boca de una alcantarilla. Los perros agitaban sus cabezas a su paso y rodaban en su intento de readquisición.

    Estaban cercando a Clarke, también. Sus pezuñas retumbaban tras los talones de Clarke como un diluvio sobre un techo de lona. Había regresado al al asfalto, a unos metros de distancia de la popa de Lubin. —Siete en punto! - gritó ella, lanzándose al suelo.

    Una incandescente cellisca corría centímetros por encima. La gravilla y el tosco pavimento le arañó la piel de las palmas, le golpeó el brazo y el hombro con capas anidadas de denim y copolímero. Carne y piel ardían en llamas lo bastante cerca para calentarle la cara.

    Ella giró sobre su espalda. —¡Tres en punto! ¡Cegadoras sobre todo!

    Lubin giró y roció fuego en esa posición. Otros tres perros se acercaban a las once. Aún de espaldas, Clarke sujetó el arma con las dos manos sobre su cabeza y los abatió con tres metros de margen.

    —¡Cegadoras! - gritó Lubin de nuevo. Clarke rodó y se agachó, cerrando los ojos. Tres pops más, tres amaneceres naranja más. Retroiluminaron la memoria con la visión del último instante... el instante cuando Lubin avisó y cada perro se había retirado y dado media vuelta.

    Listos, perritos listos, se reía alguna niña histérica en su cabeza.. Oyen CEGADORAS y se acuerdan de la primera vez, y cierran los ojos...

    Ella abrió los suyos, aterrorizada por lo que estaba por ver.

    El truco no había funcionado dos veces. Lubin estaba operando su arma, cambiando modos desesperadamente mientras algún despiadado némesis negro se lanzaba hacia su garganta. No tenía estrellas en los ojos. Lubin disparó, ciego y al azar, sangre y hueso explotaron desde la nuca del cráneo de la criatura pero la carcasa siguió su camino, un centenar de kilogramos de imparable inercia gore que le golpeó de lleno en el pecho. Lubin se vino abajo como una muñeca de trapo, agarrando a su atacante muerto como si él pudiera prevalecer por encima de la masa por la aceleración, con pura determinación sanguinaria.

    Él no podía, por supuesto. No podía prevalecer por encima de nada. Sólo había matado a uno de ellos. Desapareció bajo una docena de otros.

    De pronto Clarke estaba cargando hacia adelante, disparando y disparando y disparando. Hubo gritos, pero ninguno de ellos vino de nada que ella pudiera haber alcanzado. Algo caliente y sólido la golpeó en el costado. Algo frío y más complicado la golpeó desde atrás. Un monstruo le sonreía desde arriba, boca abierta, babeante. Sus pezuñas delanteras la clavaron en tierra como ladrillos apilados. Su respiración apestaba a carne y petróleo.

    Ella recordó algo que Ken había dicho: podrás salir fácilmente. Sospecho bastante que se centrarán en mi. En realidad debería haberle discutido aquello cuando había tenido la oportunidad. Sólo que ahora era demasiado tarde.

    Están reservándome, pensó ella distante. Para el postre...

    Desde alguna parte cerca, el sonido de huesos aplastados.

    Jesús Dios, Ken. ¿Qué creías que iba a suceder?

    El peso sobre su pecho había desaparecido. Por todos lados podía escuchar el sonido de monstruos, respirando.

    ¿Piensas que tendremos una esperanza en el infierno? Estabas ciego, y yo... yo también podría haberlo estado. ¿Intentabas morir, Ken? ¿Pensabas que eras indestructible?

    Podría entender eso, quizá. Casi yo misma lo creí por un rato.

    Es extraño, nada le había rasgado la garganta. Me pregunto a qué esperan, pensó ella.

    Ella abrió los ojos. La ARISC asomaba en el cielo sobre su cabeza, como si estuviera mirando hacia arriba a alguna lápida colosal desde la tumba.

    Ella se sentó en un círculo, quizá de cuatro metros de ancho. Negros cuerpos masificados la rodeaban en el borde. La observaban, jadeando siguiendo el adiestramiento, sentados tranquilamente sobre sus patas.

    Clarke se puso de pie. Le picó la cabeza al recordar el irritante cosquilleo inaudible, que resurgía contra su oído interno. Lo había sentido cuando los monstruos habían cargado por primera vez. Lo había sentido de nuevo, justo ahora. Ultrasónicos, se percató.

    El Hechler&Koch yacía a sus pies. Se agachó para recogerlo. Formas oscuras se tensaron por todas partes, mandíbulas se cerraron, impacientes. Pero no la detenían.

    El roto Sikorsky-Bell estaba tendido a cincuenta metros a su izquierda, el tórax plano y el esbelto abdomen emergían en forma de V desde su unión común. Un chamuscado agujero irregular se abría en la pared de la cabina, como si algún parásito al rojo vivo hubiera explotado desde dentro. Ella dió un paso en esa dirección.

    Los perros babearon y mantuvieron su posición.

    Ella se detuvo. Se giró para enfrentar la torre negra.

    La jauría partió antes que ella.

    Se movían cuando ella lo hacía, agrupados en alguna dirección aprobada, cercándola a su paso. Tras unos pasos, su propia burbuja de espacio se fundía con otra; dos bolsillos pegados en una única vacuola oblonga de diez metros por debajo del eje mayor.

    Dos grandes carcasas destrozadas yacían apiladas ante ella en un charco de sangre e intestinos derramados. Un pie surgía inmóvil por debajo del más cercano. Algo más, oscuro y pegagoso, extrañamente lobulado... se retorcía junto al flanco sangriento mientras Clarke se aproximaba. Parecía algún grotesco parásito hinchado que pulsaba débilmente, derramado desde las tripas de su anfitrión desmembrado.

    Se tensó. De pronto la imagen se hizo evidente: un puño empapado de sangre, pelaje mate. —¡Ken! - Ella se agachó, tocó la mano sangrienta. Se retiró hacia atrás como si la pincharan, desapareció por debajo de la carcasa dejando sólo la vaga sensación de alguna deformidad. La masa de carne se movió ligeramente.

    Lubin no había destrozado a estos animales. Meramente había hecho explotar letales agujeros en ellos. La evisceración había ocurrido después, una horda de demonios desgarrando a sus camaradas caídos en pragmática persecución, sin remordimiento, de su objetivo.

    Lubin había usado a estos dos como un escudo.

    —Ken, soy yo. - Agarró puñados de pelaje y tiró.

    El pelaje pringoso de sangre se resistió en su agarre. Astillas de hueso le pinchaban en las manos a través de pegotes de de músculo y piel. Al tercer intento, el centro de masa se movió más allá de cierto umbral crucial. La carcasa rodó sacando a Lubin como un gran tronco.

    Él disparó, a ciegas. Astillas letales se dispersaron hacia el cielo. Clarke se tiró a tierra... —¡Soy yo, idiota!... y se quedó mirando, llevada por el pánico, alrededor del perímetro, aterrorizada de que Lubin hubiera empezado un nuevo asalto. Pero la manada sólo se asustó y se alejó uno pasos, silenciosa como siempre.

    —¿Cl... Clarke....?

    Él ni siquiera parecía humano. Cada centímetro cuadrado relucía gore negro. La pistola temblaba en su mano.

    —Soy yo. - repitió ella. No tenía ni idea de cuánta sangre era suya. —¿Estás... ?

    —¿... os perros? - Su respiración siseaba rápido y en pánico a través de dientes apretados, la respiración de un chaval aterrorizado.

    Ella miró a la escolta. Ellos la miraron también.

    —Esperan, por ahora. Alguien los asustó.

    Su mano se puso firme. Su respiración se calmó. La disciplina se reimpuso de arriba a abajo, el viejo Lubin familiar se reinició a sí mismo mediante la pura fuerza de voluntad.

    —Te lo dije. - tosió él..

    —¿Estás... ?

    —Funcional... - Él se puso de pie lentamente, tensándose y poniendo muecas media docena de veces. —... por poco. - El muslo derecho estaba lleno de sangre. Un corte le separaba el lateral del rostro desde la mandíbula hasta la frente. Rasgaba en línea recta a través del quebrado glóbulo de su ojo derecho.

    Clarke jadeó. —Jesús, tu ojo...

    Él levantó la mano para tocarse la cara. —No me servía de nada de todos modos. - La deformidad de su mano, apenas notada antes, era ahora obvia: dos de los dedos habían desaparecido.

    —Y tu mano... Ken, es...

    Él flexionó los dedos restantes. Membranas de carne se abrieron en los muñones, manaron oscuros fluídos de ellos. —No es tan malo como parece. - dijo él con voz ronca.

    —Te desangrarás, te...

    Él negó con la cabeza, se tambaleó ligeramente. —Factores de coagulación mejorados. Inconveniente estándar. Estoy listo para seguir.

    Al infierno con seguir. Pero los perros se agrupaban más cerca hacia un lado y rehuían los otros. Curarse ahora, obviamente, tampoco era una opción.

    —Vale entonces. - Ella le cogió por el codo. —Por aquí

    —No estaremos desviándonos. - No era una pregunta.

    —No. No tenemos mucha elección.

    Él tosió de nuevo. El fluído coagulado burbujeaba en la esquina de su boca.

    —Están cercándonos.

    Un gran hozico oscuro la empujó suavemente desde atrás.

    —Piensa en ellos como una guardia de honor. - dijo ella.

    Una hilera de puertas de vidrio por debajo de una repisa de hormigón, el logo oficial de la Patrulla de la Entropía grabado en piedra por encima. Los perros formaron un semicírculo alrededor de la entrada, presionándolos hacia adelante.

    —¿Qué ves? - preguntó Lubin.

    —Las mismas puertas exteriores. El vestíbulo detrás, a tres metros. Hay... hay un puerta en el centro de la barrera. Sólo un perfil, sin pomo ni teclado ni nada.

    Ella podía haber jurado que no había estado allí antes.

    Lubin escupió sangre. —Vamos.

    Probaron una de las puertas. Se abrió y cruzaron el umbral.

    —Estamos en el vestíbulo.

    —¿Perros?

    —Aún en el exterior. - Ahora la jauría se alineaba contra el cristal, espiando el interior. —Supongo que no... oh. La puerta interna se acaba de abrir.

    —¿Para adentro o afuera?

    —Para dentro. Está oscuro ahí dentro. No puedo ver nada. - Ella dió unos pasos hacia adelante.

    Sus tapas oculares se ajustarían a la más profunda oscuridad una vez que estuviera en ello.

    Lubin estaba congelado a su lado, los dedos restantes de su mano mordida cerrados en un empobrecido puño. La pistola de granadas extendida en su otra mano, apuntando justo al frente. Su cara destrozada mostraba una expresión que Clarke nunca había visto antes, un cuadro de rabia y humillación que rayaba la completa humanidad.

    —Ken. La puerta está abierta.

    La rueda del pulgar se ajustó en explosiva.

    —Está abierta, Ken. Podemos entrar. - Ella le tocó el antebrazo del arma, trató de bajarlo pero el cuerpo entero de Lubin estaba atrapado en una repentina furia. —No tenemos que...

    —Te lo dije antes. - gruñó él. —Más fácil sortearla. - El brazo del arma giró hacia las tres en punto, señalando justo al muro del vestíbulo. Su ojo inútil se quedó mirando justo al frente.

    —Ken... - Ella se giró, medio esperando que los monstruos irrumpieran a través de las mamparas y le arrancaran el brazo. Pero los perros se quedaron donde estaban, aparentemente contentos de permitir que siguiera la obra dramática sin mayor intervención.

    —Aquiles quiere que avancemos. - dijo Lubin. —Siempre lo organiza todo, siempre toma la iniciativa. Todo lo que hemos hecho es... jodida... reacción...

    —¿Y reventar un muro cuando la puerta está ahí abierta? ¿Eso no es una reacción?

    Lubin negó con la cabeza. —Es una ruta de escape.

    Él disparó. La explosiva se clavó dentro del muro, girando lo bastante rápido para cortar un horizonte de eventos. El muro entró en erupción como un Vesubio casero. Nubes grises de escombros se arremolinaron y los engulleron en un instante. Partículas punzantes rasparon la cara de Clarke. Ella cerró los ojos, se ahogó por la repentina tormenta de arena. Desde alguna parte en el caos, oyó el sonido de cristal rompiéndose.

    Algo la agarró por la muñeca y tiró de ella de lado. Ella abrió los ojos en el remolino de la explosión. Lubin la arrastraba hacia el muro roto. La destrozada cara asomaba de cerca. —Por aquí. Haznos entrar.

    Ella viró. Él se lanzó a su lado. El aire estaba lleno del siseo de finos escombros, el edificio suspiró ante su propia desecración. Un marco de puerta doble se inclinó perezosamente fuera de la nube. Los trozos del derrumbado cristal de seguridad crujían por debajo de su pies como una nevada de diamonda.

    No había señal de los perros, tampoco es que ella fuera capaz verlos de todos modos, a menos que los tuviera encima. Quizá la explosión les había asustado. Quizá habían sido entrenados para permanecer en el exterior a toda costa. O quizá, en cualquier momento encontraran este umbral roto y lo atravesaran para terminar el trabajo.

    Un agujero irregular se resolvía en el muro ante ellos. Agua corría en alguna parte más allá. Una arista de hormigón roto y rebarra emergía a unos cinco centímetros del suelo, el borde de un precipicio. Al otro lado no había suelo, sólo un pozo de un metro de largo que se extendía hacia la oscuridad, tanto encima como debajo. Venas retorcidas de metal y plástico colgaban desde agarres precarios, o yacían entabladas por el pozo en ángulos impredecibles. Un canal de agua caía por el espacio vacío, derramándose desde alguna tubería rota de arriba, salpicando contra grietas invisibles debajo.

    El muro junto al hueco tenía una brecha. Había oscuridad más allá.

    —Cuidado donde pisas. - dijo ella.

    Emergieron en un oscuro espacio con techo alto que Clarke medio recordó como el área de recepción principal. Lubin giró y apuntó de nuevo al agujero a través del cual habían venido. Nada les saltó encima. Nada les había seguido.

    —Vestíbulo. - informó Clarke. —Oscuro. Pedestales de recepción y kioskos es todo lo que queda. No hay nadie aquí.

    —¿Perros?

    —Aún no,.

    Los dedos de Lubin que funcionaban pasaron por el borde de la brecha. —¿Qué es esto?

    Ella se inclinó cerca. En la potenciada media luz, algo brillaba desde la sección transveral partida como una fina veta de mineral precioso. Surgían pedazos de aquí y allá a partir del sustrato hecho pedazos .

    —Es una malla de algún tipo. - le dijo ella. —Integrada en el muro. Metálica, trenzado muy fino. Como ropa gruesa.

    Él asintió severamente. —Una jaula de Faraday.

    —¿Qué?

    —Apantallado. Para los efectos del pulso.

    Como una palmada de Dios, las luces se encendieron.

Capítulo 61

    

Capítulo 61 - Empatía

    Al instante, Clarke estaba ciega de nieve. Cogió el H&K, lo apuntó a lo loco hacia ninguna dirección particular. —Las luces...

    —Lo sé.

    Desde alguna parte dentro del edificio se oyó el repentino zumbido de maquinaria redespertada.

    —Cielo Santo Bendito. - dijo una voz omnipresente. —Siempre tenéis que hacer las cosas tan malditamente difíciles. La puerta estaba abierta, ¿sabéis?.

    —¿Aquiles? - Su tapas oculares se estaban ajustando. Objetos y arquitectura se resolvían en el lavado blanco. Pero la niebla no estaba del todo en sus tapas. El polvo de la explosión se suspendía en el aire, sangrando contraste de su entorno. Piedras se esparcían en abanico por el suelo desde su entrada casera. Las mamparas de piedra pulida en el muro opuesto, a buenos diez metros de la brecha, se habían agrietado y caído en una confusa pila.

    —O podíais haber aterrizado en la azotea. - continuó la voz. —Pero no. Teníais que entrar en las almenas como una tormenta, y miraos ahora. Apenas os mantenéis en pie.

    Los ventiladores zumbaban en la distancia, remolinos y flujos de polvo suspendido huían hacia las rejillas del techo. El aire empezaba a despejarse. Lubin avanzó por el muro, favoreciendo su pierna herida. Las luces le habían devuelto el color a la vista de Clarke. El gore sobre el cuerpo de Lubin relucía óxido y rojo. Parecía machacado vivo. —Nos vendría bien alguna ayuda aquí, de verdad - dijo Clarke.

    Un suspiro desde alguna parte, desde todas partes. —Como la última vez que viniste a la ciudad. Algunas cosas nunca cambian, ¿eh?

    —Es culpa tuya, bastardo. Tus perros...

    —Asunto estándar de seguridad pos-pulso, y ¿os dije yo que fuérais a por ellos a ciegas? Ken, ¿qué pasa contigo? Maldita la suerte que tienes de que me diera cuenta a tiempo.

    —¡Mírale! ¡Ayúdale!

    —Déjalo. - insistió Lubin, apenas por encima de un susurro. —Estoy perfectamente.

    El edificio le escuchó de todos modos. —Tú estás lejos de estar perfectamente, Ken. Pero no estás exactamente incapacitado tampoco, y no soy lo bastante estúpido para bajar la guardia ante alguien que acaba de irrumpir en mi casa por la fuerza. Así que, resolvamos esto, y luego quizá podamos curarte antes de te desangres hasta la muerte. ¿Qué estáis haciendo aquí?

    Lubin empezó a hablar, tosió, empezó de nuevo: —Creo que ya lo sabes.

    —Pues asume que no.

    —Teníamos un trato. Tú ibas a averiguar quién nos estaba cazando en la Cordillera.

    Clarke cerró los ojos, recordando: el resto del plan no cambia.

    —En caso de que no haya calado aún, estoy lidiando con bastantes demandas estos días. - señaló la habitación. —Pero te aseguro que he estado trabajando en ello.

    —Creo que has hecho algo más que eso. Creo que lo has resuelto, incluso antes de perdieras tanto de tu base de recursos. Podemos decirte cómo recuperarlos, por cierto. Si es que eso es un factor en tu análisis.

    —Aajá. ¿Y no podrías haberme telefoneado simplemente desde Podunk, Maine o donde quiera que estabas?

    —Lo intentamos. O estabas ocupado lidiando con todas esas otras demandas de tu tiempo, o los canales estaban cerrados.

    El edificio vibró tranquilamente durante un momento, como si pensara. Dentro del vestíbulo, más allá de los durmientes pedestales, dispensadores de folletos de información y un mostrador de recepción abandonado, unos LEDs de rubí parparearon desde una hilera de puertas de paso de seguridad. La de la izquiera cambió a verde cuando Clarke la miró.

    —Cruzad por ahí. - dijo Desjardins.

    Ella cogió a Lubin del codo. Él cojeó a su lado, manteniendo una sutil distancia; lo bastante cerca para usarla como guía, lo bastante lejos como para rechazar la muleta. Un rastro asimétrico oscuras pisadas pegajosas marcaban su pasaje.

    Cada puesto de guardia era un cilindro de aluminio de medio metro de ancho, que se extendía del suelo al techo como las barras de un jaula. La única forma de entrar era pasando entre ellos. Una negra banda a la altura del antebrazo de Clarke recorría cada puesto al nivel del ojo, tintilando con constelaciones de códigos por colores... pero la banda entera enrojeció antes de que llegaran a medio camino por la habitación.

    —Oh, claro. - le remarcó Desjardins. —La seguridad te cortará en cubitos si intentas colar algo contigo. - Se deslizó un panel curvado por debajo la pantalla. —Lánzalo todo aquí dentro.

    Lubin se acercó, puso su pistola y el cinturón dentro. Clarke le siguió con su propia arma mientras Lubin se esforzaba para quitarse la mochila. Él encogió el hombro ante el intento de ayuda de Clarke; la mochila cayó sobre lo alto de la pila. El panel se deslizó hasta la posición de cerrado.

    La pantalla envolvente mostraba un tumulto de imágenes y acrónimos. Clarke reconoció algunos del tutorial de Lubin sobre uso: táser y pistolas microondas, resortes mecánicos, aerosoles. Otras cosas que ella nunca había visto antes. Hasta donde ella sabía, Lubin las había traído desde su escondite en el fondo del Atlántico.

    —¿Es eso un demodulador de electrones? - preguntó Desjardins. —¡Y una bomba de pulso! ¡Te has traído tu propia bombita de pulso! ¡Qué majo! - Lubin, con su mandíbula apretada, no dijo nada. —¿Eso es todo, entonces? Sin biosoles desagradables o trampas ocultas? Porque, os aviso, esas puertas de paso no perdonan nada. Si pasas andando con algún...

    —Nuestros implantes. - dijo Clarke.

    —Eso si que pasa.

    Lubin tanteó su camino entre las puertas. No sonó ninguna bocina, no se lanzaron láseres desde arriba. Clarke pasó después de él.

    —Los ascensores están justo al doblar la esquina. - dijo Desjardins.

    Completamente desarmados, pasaron dentro del locutorio de Desjardins. Clarke guiaba a Lubin con murmullos y algún toque ocasional. Ella no osaba hablarle sobre lo que pensaba, ni en susurros, sino que le ofrecía su brazo, le apretaba levemente y sabía, después de todos estos largos años juntos, que él entendía lo que ella quería decir: Aquiles no se ha creído ni una palabra.

    Lubin respondió con un mirada ciega y el movimiento de un labio ensangrentado: Pues claro que no.

    Todo según el plan. Tal como iban las cosas.

    Ella tenía que confiar en la física.

    Podía creerse todo lo demás que Lubin le había explicado sobre el camino de subida. Daba igual si Desjardins creyera su historia mientras pensara que ellos podrían ser útiles. No intentaría matarles del todo hasta convencerse de lo contrario.

    Lo cual no implicaba que él no intentara desarmarles. No iba a permitir que nada entrara en su guarida sin tomar precauciones: desarmarles, confinarles y cortarles las cuerdas.

    Nada letal, como había predicho Lubin, y nada que dañara la estructura. Eso límita su opciones. Podemos manejarlo.

    Todo bien, tal y como iban las cosas. Era esa parte del 'cómo iban a manejarlo' lo que ella no podría entender bien.

    Un buen medio litro de agua moviéndose por la tubería del pecho de Clarke, incapaz de drenarse debido a la cinta en su entrada de electrólisis. Quinientos mililitros no sonaban gran cosa cuando ella nadaba por las profundidades de una corriente contínua de agua marina que fluía a través de sus implantes, interminablemente rellenados. Difícilmente parecía posible que los estancados posos atrapados allí ahora duraran más de un momento.

    Cuatrocientos cincuenta gramos de oxígeno molecular, había dicho Lubin. Eso es casi lo que se consigue en dos mil litros de aire.

    Su cabeza no podría discutir sobre los números. Pero sus tripas no sabían matemáticas.

    Una hilera de ascensores apareció ante ellos al doblar la esquina. Un grupo de puertas estaba abierto. Suave luz se derramaba desde el compartimento. Nos confinará primero.

    Entraron. Las puertas se cerraron. La jaula empezó a moverse.

    Hacia abajo.

    Esto es de locos, pensó ella. No puede funcionar. Pero ya imaginaba que podía oír el quedo siseo del gas desde toberas ocultas...

    Ella tosió y activó sus implantes, rezando a alguna deidad indeterminada por que Lubin no la hubiera jodido con sus cálculos.

    Lubin no la había jodido.

    Un sutil vibración familiar empezó en alguna parte en su pecho. Se le revolvieron las tripas y se inundaron con su propias reservas privadas de sales isotónicas. El líquido llegó hasta su garganta y le llenó la boca.

    Una breve náusea acompañó la inundación de sus oídos medios. Un reguero salino recorrió su barbilla antes de que se acordara de cerrar los labios. El mundo se silenció, todos los sonidos de pronto eran vagos y distantes salvo el latido de su propio corazón.

    Como si tal cosa, perdió la urgencia de respirar.

    El descenso continuó. Lubin se apoyó contra la pared del ascensor, su cara era una ensangrentada máscara de cíclope. Clarke sintió humedad cálida en su labio superior: le estaba saliendo líquido por la nariz. Alzó la mano y se rascó disimuladamente, bloqueando el escape de su nasal izquierda.

    De pronto su cuerpo tronó desde dentro, un temblor casi subsónico que hizo vibrar los huesos como las partes de algún gran instrumento de bronce. Sintió una leve náusea en la garganta. Se movieron sus intestinos.

    Las dos opciones más probables, había musitado Lubin, son el gas y el infrasonido.

    Ella no sabía si había gas en el arsenal de Desjardins. Hasta donde ella sabía, el aire a su alrededor ya estaba saturado. Pero esto era obviamente algún tipo de caja de resonancia. El sonido de platillo debía alargarse por todo el techo del ascensor, o quizá por debajo del suelo. Las paredes concentraban sus vibraciones, construían resonancias dentro de la jaula. El sonido estaría sintonizado para construir armónicos intolerables en los pulmones y oídos medios, en las nasales y tráquea.

    Aquello la ponía enferma incluso con sus vías de aire y duras cavidades inundadas; apenas podía imaginar el impacto sobre la carne sin contrafuertes. Los implantes no procesaban con gases gastrointestinales... la presión abisal los colapsaba en pequeños bolsillos sin ningún efecto pernicioso... y los ataques acústicos generalmente se sintonizaban para los espacios aéreos más complicados, más predecibles, al menos. Aunque la caja de resonancia de Desjardins estaba haciendo algo allí abajo. Era todo lo que podía hacer para evitar vomitar sales por todo el compartimento, para evitar cagarse en la inmersopiel. Cualquier Dryback estaría en el suelo a estas alturas, sucio y vomitando o inconsciente. Clarke apretó ambos salidas y aguantó.

    El ascensor se detuvo. Las luces se apagaron.

    Él lo sabe, pensó ella. Lo ha descubierto, por supuesto que sí. ¿Cómo hemos pensado que no lo haría? ¿Cómo no iba él a darse cuenta? En cualquier momento, el ascensor se lanzará de vuelta al movimiento y nos arrastrará hacia arriba a través de esta ruinosa trampa abandonada donde sesenta y cinco plantas de contramedidas nos convertirían en... Su cabeza se despejo. Sus huesos dejaron de tintinear. Sus intestinos volvieron al sitio.

    —Vale, tíos. - la voz de Desjardins era diminuta y distante en los oídos inundados de Clarke. —Fin del trayecto.

    Las puertas se abrieron.

    Un oasis de brillante maquinaria sobre una vasta llanura oscura. Eso es lo que ojos desnudos habrían visto: la Segunda Llegada quizá, una figura de Cristo bañada en luz y tecnología mientras todo alrededor era un vacío infinito.

    Para Lenie Clarke no había oscuridad. El vacío se convertía en un garaje para aparcar, una vacía caverna gris que se extendía por la mitad de un bloque urbano al lado. Hileras igualmente espaciadas de pilones de apoyo sujetaban el techo desde el suelo. Fontanería y fibra óptica emergía de las paredes, recorría sus superficies como una red de lianas. Los cables convergían en un tronco medio suelto, enrollado por el suelo hasta una herradura de puestos de trabajo iluminadas por franjas de luces químicas. El Cristo era alguien que Lenie Clarke había conocido antes. Lo había conocido por primera vez en una oscuridad mucho más profunda que esta, un prisonero de Ken Lubin. En aquel entonces, Aquiles Desjardins había sido un hombre convencido de que estaba a punto de morir.

    Había sido mucho más sencillo de leer, por aquel entonces.

    La sangre coagulada se agrietaba alrededor de los labios de Lubin. Su pecho subió. Clarke desconectó sus propios implantes, tirando de los enchufes de su nariz antes que la marea hubiera retrocedido del todo dentro de ella. En el centro de la habitación, en el corazón de una herradura de alta tecnología, Desjardins les observaba acercarse.

    —Creí que podría compensarlo. - dijo él. En cierto modo extraño y retorcido, ciertamente era bueno verle de nuevo, pensó Clarke. —Por ser un monstruo. - explicó él, como si alguien hubiera preguntado. —Por qué me uní a la Patrulla, ¿sabéis? Yo no podía cambiar lo que era, pero creí que... no sé, si ayudaba a salvar el mundo, quizá eso pudiera compensarlo. - Su boca se extendió en una lastimosa sonrisa. —Bastante estúpido, ¿cierto? Mira dónde me ha llevado.

    —Mira dónde ha llevado a todo el mundo. - dijo Lubin.

    La sonrisa de Desjardins se desvaneció. No había blindaje en sus ojos, y aún así, él estaba de pronto tan opaco como un Rifter.

    Por favor, pensó Clarke. Deja que todo sea algún monstruoso y estúpido error. Dinos que lo hemos malinterpretado todo. Por favor. Prueba que estamos equivocados.

    —Sé por qué estáis aquí. - dijo él, mirando a Lubin.

    —Tú nos has dejado entrar, al menos. - observó Lubin.

    —Bueno, confiaba llevar un poco más de ventaja en este momento, pero da igual. Buen truco ek de los implantes, por cierto. Yo ni siquiera noté que fucionaban sin las inmersopieles selladas. Un error bastante estúpido para Aquiles, el Maestro de Reconocimiento de Patrones, ¿eh? - Se encogió de hombros. —He tenido un montón de cosas en la cabeza últimamente.

    —Nos has dejado entrar. - repitió Lubin.

    Desjardins asintió. —Sí. Eso es, por cierto.

    Estaban a cuatro metros de su fuerte. Lubin se detuvo. Clarke le siguió. —¿Quieres que te matemos? - preguntó ella. —¿Es eso?

    —Suicidio por Rifter, ¿eh? - Él se burló con una leve carcajada. —Habría una cierta poesía en eso, supongo. Pero no.

    —¿Qué, entoces?

    Él inclinó la cabeza, el gesto le hizo parecer tener ocho años de edad. —Fuisteis vosotros quienes sacasteis ese truco de selección de parentesco con mis Lenies, ¿verdad?

    Clarke asintió, tragando por el descubrimiento: así que, estaba detrás de aquello también. Es culpable después de todo....

    —Me lo imaginé. - admitió Desjardins. —Es el tipo de cosa que sólo se le ocurriría a alguien que supiera de donde venían. No quedan muchos de esos aquí arriba. Y el asunto es que, es bastante sencillo de hacer pero no es tan simple de deshacer. - Él miró esperanzado a Lubin. —¿Pero dijiste que tú sabías cómo... ?

    Lubin mostró los dientes en un rictus sangriento. —Te mentí.

    —Sí. También me imaginé eso. - Desjardins se encogió de hombros. —Así que, supongo que sólo queda una cosa sobre la que hablar, ¿no es cierto?

    Clarke negó con la cabeza.. —¿Qué has... ?

    Lubin se tensó al lado della. Los ojos de Desjardins se movieron a un lado durante un mínimo instante. A esa indicación, la superficie de una pared cercana chispeó y brilló ante ellos. La imagen que se resolvían sobre la pintura inteligente era confusa pero al instante reconocible: un mapa de sonar.

    —Es Atlantis. - dijo Clarke, de pronto incierta.

    —Ya lo veo. - dijo Lubin.

    —No es en tiempo real, por supuesto. - explicó el criminal. —Los baudios son una porquería y con todo los problemas de alcance y demás, sólo puedo espiar y hacer una foto de vez en cuando. Pero se capta la idea.

    Lubin permaneció inmóvil. —Estás mintiendo.

    —Palabra de aviso, Ken. ¿Sabes que mucha gente de tu clase baja a las profundidades y se queda vagando en la oscuridad? En realidad no deberías dejarles usar calamares cuando lo hacen. Nunca se sabe donde podrían terminar sus transpondedores de seguridad.

    —No. - Clarke negó con la cabeza.. —¿Tú? ¿Fuiste allí abajo? - No fue Grace. Ni Seger. Ni los Cuerpos o los Rifters o los MyAs y ni siquiera los dos capullos en un bote. Tú. Todo el tiempo.

    —No puedo llevarme todo el crédito. - admitió Desjardins.

    —Alice me ayudó a ajustar el βehemoth.

    —Reluctantemente, diría yo. - dijo Lubin.

    Oh, Aquiles. Una oportunidad para arreglar el desastre que hice y lo jodes todo. Una oportunidad para hacer las paces y amenazaste a todo el mundo que yo conocía. Una mísera vana esperanza, y tú... Cómo te atreves. Cómo osas.

    Una delgada pajita final se desvaneció en la mano de Clarke.

    Ella dió un paso adelante. Lubin extendió el brazo con la mano mutilada y la sujetó.

    Desjardins la ignoró. —No soy idiota, Ken. Tú no eres la fuerza de ataque principal, sólo eres todo lo que se podía rascar a corto plazo. Pero no eres idiota tampoco, pues hay refuerzos de camino. - Él alzó la mano para prevenir cualquier protesta. —Está bien, Ken, de verdad. Sabía que iba a pasar tarde o temprano y tomé las necesarias precauciones. Aunque gracias a ti, parezco haber perdido una cierta maestría cuando se trata de usar armas grandes...

    Su ojos titubearon ligeramente en su huecos. Su dedos se movían. Clarke recordó a Ricketts, abriéndose paso dentro del Phocoena con un guiño y una mirada.

    La imagen en la pared se disolvió. Aparecieron números en su lugar.

    —Ahora tengo contacto en tiempo real con algunos tipos. ¿Puedes verlos, Ken? ¿Canal 6? - Lubin asintió. —Entonces sabes lo que son.

    Clarke también lo sabía. Cuatro grupos de latitudes y longitudes. Lecturas, a cero. Alcances de objetivos. Una hilera de pequeños iconos parpadeantes que decían En Espera.

    —No quiero hacer esto. - dijo Desjardins. —Iba a ser mi casa de retiro, después de todo. Nunca quise volarla por los aires, sólo... dejar coja partes de ella. Transición suave, por así decirlo. Pero si voy a estar muerto de todos modos...

    Ella se retorció en el agarre de Lubin. Pero incluso mutilado, Lubin era imperturbable. Su mano atrapó el brazo de Lenie como una garra de granito, aceitosa con fluidos coagulados. Ella sólo podía deslizarse por poco margen, pero no podía soltarse.

    —Tengo otras dos opciones. - continuó el criminal. —Villas de contingencia, se podría decir. Puedo ir a una de esas. - Alzó una mano hacia la telemetría. —Tenéis muchos otros problemas en marcha además de mí.

    Él lo había planeado durante cuatro años, descubrió ella. Incluso cuando pensamos que nos estaba ayudando. Y desde entonces hemos estado escondidos en la oscuridad como buenos conejillos mientras nuestra conexiones caían y nuestros recursos se secaban y fue él todo el tiempo, dejándonos a oscuras, fumigando el lugar para que no hubiera nadie sin cooperar cuando se le acabase la suerte y necesitara un lugar para esconderse...

    —Gilipolllas. - susurró ella, reprimiéndose.

    Él no la miró. —Así que, ¿cuándo viene la caballería, Ken? ¿Cómo los llamas? ¿Qué saben?

    —Si te lo digo... - dijo Lubin, —... cancelarás el ataque.

    —No, Ken, tú cancela tu ataque. Usa cualquier código de palabras inteligente que hayas configurado para desconectar el autopiloto del submarino, o para convencer a Hellavaboi de que estabas equivocado, o lo que haga falta.

    —Y volarás Atlantis de todos modos.

    —¿Para qué? Tengo otras opciones, como he dicho. ¿Por qué malgastar todos esos perfectos buenos rehenes sin cobrar? Me valen más con vida.

    —Por ahora.

    —El ahora es todo lo que hemos tenido, colega.

    Clarke miró del hombre que había intentado matarla hacia el hombre que había arriesgado su vida para detenerle. Cada hora estás en este lugar, matas más gente que la que jamás vivió en Atlantis, pensó ella.

    Cada hora, yo mato más gente, por dejarte aquí.

    Y Ken Lubin estaba a punto de hacer un trato.

    Ella podía verlo en su semblante, en esa cara arruinada que había estado a su lado y vigilando su espalda todos estos años. No era del todo inescrutable. No para ella. Ni siquiera ahora.

    —Te conozco, Ken. - estaba diciendo Desjardins . —Hace mucho, tú y yo, fuimos almas gemelas. Hicimos nuestras propias reglas, y por Dios vivimos para ellas. La gente no importa. Las poblaciones no importan. Lo que importa son las reglas, ¿estoy en lo cierto, Ken? Lo que importa es la misión.

    —Si acepto, la misión fracasa.

    —Ken. - susurró ella.

    —Pero puedes salvarles. - continuó el criminal. —¿No es eso a lo que has venido en primer lugar? Dame tus estadísticas y la misión tendrá éxito. Podrás irte, abortaré el ataque y antes de que yo desaparezca, incluso te enviaré una cura para una cepa del βehemoth con la que tus colegas han estado peleando tanto. Entiendo ahora que un buen número de ellos están en serios apuros allí abajo.

    Ella recordó una máquina flotante que había usado su voz: Si matar a diez salva a mil, trato hecho. Ella recordó a Patricia Rowan, despedazada desde dentro, la cara que presentaba el frío mundo desafiante: Intenté servir al bien mayorl.

    —O... - dijo Aquiles, —... puedes intentar neutralizarme y matar a todo el mundo que viniste aquí arriba a salvar. - Su ojos se fijaron en los de Lubin. Era como si ambos hombres compartieran su propio universo de bosillo, como si Clarke ni siquiera existiera. —Es tu elección. Pero en realidad no deberías tardar mucho en decidirte... tus ajustes digitales están jodiendo las cosas por todas partes. Yo ni siquiera sé por cuánto tiempo puedo mantener el control de estos circuitos.

    Clarke pensó en lo que Patricia Rowan habría hecho ante esta elección. Pensó de los millones de muertes que habrían ocurrido si se le hubiera planteado a ella.

    Recordó al mismo Ken Lubin, hace millones de años: ¿No hay nada que no harías por tener la oportunidad de recuperarlo todo?

    —No. - dijo ella en voz baja.

    Desjardins levantó una ceja y... finalmente... se dignó a mirarla. —No estaba hablando contigo. Pero si yo fuera Lenie Clarke... - Él sonrió. —... no sería lo bastante desvergonzada para fingir que me importa una mierda el resto del mundo.

    Ella se retorció en el agarre de Lubin y le dió una patada, tan fuerte como pudo.

    Su bota impactó en la herida de su muslo. Lubin se tambaleó y gritó. Clarke quedó libre y corrió hacia adelante.

    Se lanzó directamente a por Desjardins. Él no se arriesgará, se dijo a sí misma. Es su única baza, está muerto si aprieta el botón, debe de saberlo... los ojos de Desjardins se movieron hacia la izquierda. Su dedos se agitaron. Y una fina hebra de duda de total horror brotó cuando los números en el muro empezaron a moverse... El letrero En Espera se transmutó en una nueva palabra, una y otra vez por el fondo del tablero. Clarke trató desesperadamente de no leerla, se impulsó hacia adelante con las alas de alguna frenética esperanza infantil: quizá, si no lo veo, no sucederá. Quizá aún hay tiempo, pero ella no estaba segura, no pudo evitar mirarlo, deletrearlo por cuadruplicado antes de que todo el tablero quedara a oscuras:

    Cumplido.

    Con el siguiente paso, tropezó.

    Algo zumbaba dentro de su cabeza. Sus huesos cantaban con sutil electricidad. Sus piernas colapsaron debajo, su brazos eran pesos muertos a los lados. Su cráneo chocó dolorosamente contra el canto de una estación de trabajo, chocó de nuevo contra el suelo. Su pulmón se desinfló con un cansado suspiro... trató de aguantar la respiración, pero de pronto tenía la mandíbula laxa y babeante. Su vejiga se vació. Los implantes clicaron y tosieron en su pecho.

    —Te va a encantar la simetría. - remarcó una voz desde alguna parte al otro lado del universo. —La víctima definitiva, ¿sabes? La víctima definitiva, y la mujer más poderosa del mundo todo envuelto en un apretadito cuerpo. Y yo, bueno, Yo soy la última palabra en un par de cosas también.

    Ella no podía sentir un latido. La oscuridad rugía desde alguna parte de su cráneo, pasaba girando por delante de los ojos.

    —Es una jodida mítica, eso es lo que es. - una voz continuó, distante y apenas audible. —Acabamos de encontrarnos...

    Ella no sabía sobre lo que él le estaba hablando. No le importaba. No había nada en su mundo salvo ruído y caos, nada en su cabeza salvo cumplido cumplido cumplido cumplido.

    Ni siquiera saben que están muertos, pensó ella. Los torpedos aún no han llegado hasta Atlantis. Están viviendo los últimos minutos de sus vidas y ni siquiera lo saben.

    Vivirán más que yo... Una mano alrededor de su tobillo; fricción contra el suelo.

    Adios, Jelaine. Adios Avril. Adios Dale y Abra y Hannuk...

    Una gran resuello jadeante, muy cerca. La sensación de distante carne en expansión. Adios Kevin. Adios Grace. Siento que nunca nos lleváramos bien...

    Un pulso. Ella sintió un pulso.

    Adios Jerry. Adios Pat. Adios de nuevo...

    Había voces. Había luz en alguna parte. En todas partes.

    Adios, Alyx. Oh Dios, Lo siento. Alyx.

    —... adios, mundo.

    Pero esa voz había venido del exterior de su cabeza..

    Ella abrió los ojos.

    —Ya sabes que voy en serio. - estaba diciendo Desjardins.

    De algún modo, Ken Lubin, aún estaba de pie. Estaba más allá de la fuente de luz. Aquiles Desjardins permanecía dentro de la luz. Se enfrentaban uno a otro desde los lados opuestos de una estación de trabajo que llegaba hasta la cintura. Lubin debía de haberla sacado del campo neuroinducción. Le había salvado la vida de nuevo. No estaba mal para un psicópata ciego. Ahora miraba sin ver hacia la cara de su enemigo, con la mano extendida. Probablemente tanteanto el borde del campo.

    —Perrita afanada, tengo que admitir. - dijo Desjardins. —Dispuesta a sacrificar a un puñado de gente que en verdad conoce por un planeta de gente que no. Creí que era demasiado humano para ser racional. - Él negó con la cabeza. —Pero todo el asunto está perdido si el mundo revienta de todos modos, ¿no? Es decir, todos esos fugitivos sobre la Cordillera están a punto de morir en... oh, perdón, ¿quién acaba de morir... y por qué? Lo único que dará algún significado a sus muertes es si os dáis la vuelta y os marcháis.

    Se han ido, pensó Clarke. Los he matado a todos...

    —Sabes cuántos satélites de batalla aún están dando vueltas por allí arriba, Ken. Y sabes que soy bastante bueno manejando al menos algunos de ellos. Por no mencionar todos los repositorios de armas químicas y biológicas que hay por ahí en tierra firme después de cientos de años de R&D. Y todas esas trampas de cable que se activan justo en mi ventríiculo izquierdo, colega. Lenie debería dar gracias al jodido espíritu de la entropía por no haberme matado, o los cielos estaría lloviendo fuego y azufre ahora mismo.

    Clarke trató de moverse. Le vibraban los músculos, resacosos. Apenas podía levantar un brazo. Tampoco es que el campo del cubículo médico durara mucho, pero este había sido ajustado para repeler disturbios. Este era industrial. Aún así, Lubin no dijo nada. Conseguía mantener un controlado tambaleo hacia su izquierda, con su brazo aún extendido.

    —Canales siete a diecinueve. - le dijo Desjardins. —Mira por tí mismo. ¿Ves los conmutadores de muerte? ¿Ves a dónde conducen? He pasado cinco años preparando esto, Ken. Si me matas, matas a mil millones.

    —Yo... esperaba que encontraras un número de esas tampas que ya no están conectadas. - la voz de Lubin era leve y contenida.

    —¿Qué, tus Lenies cazadoras en manada? No pueden atravesar las líneas hasta que estén abiertas. Y si no fuera así, ¿qué? Son ella, Ken. Son la esencia concentrada de Lenie Clarke en la cima absoluta del juego. Morderán el anzuelo, ¿crees por un segundo que no activarán las trampas ellas mismas?

    Lubin inclinó la cabeza ligeramente, como si tomara nota de algún sonido interesante.

    —Aún es un buen trato, Ken. Acéptalo. Te costará mucho matarme de todos modos. Es decir, sé que eres un tipo duro, pero tus nervios motores se desconectan como los del todo el mundo. Y no quiero recalcarlo mucho pero, estás ciego.

    El descubrimiento pinchó a Clarke como un carámbano: Aquiles, serás idiota, ¿no sabes lo que estás haciendo? ¿No has leído su archivo?

    Lubin estaba hablando: —Bueno, ¿por qué quieres cerrar el trato en primer lugar?

    —Porque eres un tipo duro. Probablemente podrías darme caza con el olfato si se tratara de eso, y aún cuando tuvieras un día libre en la oficina yo no tendría una oportunidad.

    Estás hablando con Ken Lubin, rabió ella silenciosamente, atrapada en su propia carne inerte. ¿Crees de verdad que le estás amenazando?

    —Así que, nosotros desaparecemos, tú desapareces, el mundo se relaja. - Lubin oscilaba dentro y fuera de enfoque. —Hasta que otro te mate.

    Clarke trató de hablar. Todo lo que podía forzar era un gemido, apenas audible incluso para sí misma. No es una amenaza en absoluto...

    —Tú desapareces. - dijo Desjardins. —Lenie es mía. Le tengo algo especial guardado.

    Es un aliciente...

    —Procedes desde una premisa falsa. - señaló Lubin.

    —¿Sí? ¿Qué premisa es esa?

    —Que no me importa una mierda.

    Clarke captó la vista de músculos tensándose en la pierna izquierda de Lubin, de un repentino pulso de sangre fresca cayendo por su lado derecho. De pronto, Lubin estaba volando, surcando el espacio a través del campo y por encima de la barrera a partir de un impulso imposible en reposo. Embistió a Desjardins como una avalancha, pura inercia. Cayeron fuera de la visual detrás de la consola, se oyó el sonido de cuerpos y plástico en colisión.

    Un momento de silencio.

    Ella yacía allí, temblando y paralizada y se preguntó a quién animar. Si la inercia de Lubin le había llevado completamente a través el campo, debería estar muriendo ahora mismo, sin nadie para salvarle. Aún cuando lo hubiera conseguido, aún habría estado indefenso por un rato. Desjardins podría tener una oportunidad si la colisión no le había incapacitado.

    Aquiles, asesino. Psicópata, genocida. Vicioso monstruo. Eres peor que yo. No hay infierno lo bastante profundo para ti.

    Sal de ahí. Por favor. Antes de que te mate.

    Algo gorjeó. Clarke escuchó el vago rascar de uñas sobre plástico o metal. Un golpe en la carne, como alguien lanzando un pescado muerto contra la cubierta... o el girar de un miembro, aturdido en tránsito, luchando por volver a la vida. Un breve sonido de pelea.

    Ken. No lo hagas.

    Ella reunió toda su fuerza en un único grito desesperado: —No.

    Apenas salió un susurro.

    Al otro lado de la barricada, un pop húmedo. Luego nada en absoluto.

    Oh Dios, Ken. ¿No sabes lo que has hecho?

    Por supuesto que lo sabes. Siempre sabes lo que haces. Podríamos habernos ahorrado esto, podíamos haber hecho bien las cosas, pero esto era lo correcto para ti. Pat tenía razón. Alyx tenía razón. Eres un monstruo. Un monstruo. Lo has arruinado todo.

    Dios te maldiga.

    Ella se quedó mirando arriba al techo, las lágrimas caían por sus tapas oculares y aguardaban a que se acabara el mundo.

    Casi podía moverse de nuevo, ojalá pudiera pensar en una razón para hacerlo. Rodó sobre su lado. Se sentó de piernas cruzadas sobre el suelo al lado de Lubin, su cara ensangrentada impenetrable. Él parecía un primitivo ídolo tallado bañado en sacrificio humano.

    —¿Cuánto tiempo? - dijo ella con voz rasgada.

    —¿Cuánto?

    —¿O ya ha empezado? ¿Están ardiendo los enclaves? ¿Están cayendo las bombas? ¿Es esto suficiente para ti, estás jodidamente cachondo ahora?

    —Oh. Eso. - Lubin se encogió de hombros. —Aquiles estaba faroleando.

    —¿Qué? - Ella se esforzó para apoyarse sobre los codos. —Pero... las trampas, los conmutadores de muerte... él te los enseñó...

    —Respaldos.

    —¿Detectaste su mentira?

    —No. Fue bastante convincente.

    —Entonces, ¿cómo... ?

    —No tenía sentido que lo hubiera hecho.

    —Ken, él destruyó Atlant... - Un súbito rayo imposible de esperanza: —A menos que también fuese un farol...

    —No. - dijo Lubin tranquilamente.

    Ella se hundió. Déjame recuperarme de esto, rezó ella.

    —Destruyó Atlantis porque tenía otro refugio al que retirarse. Haciendo buena la más pequeña amenaza incrementaba la credibilidad de las más grandes. - El hombre sin consciencia se encogió de hombros. —Pero una vez estás muerto, ya no había refugio. No tiene sentido fingir una amenaza cuando no puedes alcanzar la meta.

    —Él podía haberla fingido, fácilmente. Yo lo habría hecho.

    —Tú eres vengativa. Desjardins no lo era. Estaba interesado principalmente en la autogratificación. - Lubin sonrió levemente. —Eso fue anormalmente revelador por su parte, en verdad. La mayor parte de la gente está programada para la venganza. Quizá Espartaco le liberó de eso también.

    —Pero él podía haberlo hecho.

    —No habría sido una amenaza creíble, de lo contrario.

    —Así que, ¿cómo lo supiste?

    —Las máquinas del juicio final no son tan sencillas de ensamblar. Habría requerido mucho tiempo y esfuerzo a cambio de ninguna recompensa verdadera. Fingir era la lógica alternativa.

    —Eso no me sirve, Ken. Prueba de nuevo.

    —También le sometí a interrogatorio Ganzfeld una vez. Me dió cierta información de... Ella negó con la cabeza.. Él no habló durante un rato. Finalmente: —Ambos estábamos sin la correa.

    —Creí que te habías dado a ti mismo una nueva. Creí que tenías reglas...

    —Aún así. Sé cómo se sentía. - desarrolló Lubin, con cuidado, se puso en pie lentamente.

    —¿Sabías lo que había hecho? - Ella no podría ocultar la defensa en su voz.

    Él miró abajo hacia ella. —Lenie, Yo nunca he sabido nada en toda mi vida. Todo lo que sé hacer se basa en probabilidades.

    No era lo que ella quería oir. Ella quería que le mostrara algún fallo revelador en el plan de Desjardins, alguna evidencia culpable de que no ocurriría lo peor. Ella quería algún canal de datos ostensibles que volviera a un zócalo vacío, imposiblemente desconectado de su fibra óptica. Cualquier cosa salvo una improvisación basada en la empatía entre dos hombres sin consciencia.

    Ella se preguntó si él estaba decepcionado de que, incluso un poquito, Desjardins hubiera estado fingiendo después de todo. Se preguntó si en realidad Lubin había estado esperando eso.

    —¿Por qué estás tan deprimida? - preguntó Lubin, sintiendo lo que no podía ver. —Acabamos de salvar el mundo.

    Ella negó con la cabeza.. —Él iba a escaparse de todos modos. Sabía más que nosotros.

    —Entonces avanzamos el programa significamente, al menos. Salvamos millones de vidas.

    ¿Cuántos millones?, se preguntó ella, y luego: ¿cuál es la diferencia? ¿Podía salvar doce millones hoy compensar matar diez millones en el pasado? ¿Podía la Madona del Apocalipsis manchada de sangre transmutarse en Santa Lenie De Negro, salvadora de dos millones? ¿Era el álgebra de la culpabilidad en realidad tan elemental?

    Para Lenie Clarke, la pregunta ni siquiera se aplicaba. Porque cualquier millón salvado hoy sólo les había librado de un destino al que ella les había condenado en primer lugar. Era imposible, imposible del todo, que ella fuera capaz de equilibrar esas cuentas.

    —Al menos... - dijo ella, —... la deuda no crecerá.

    —Eso es una perspectiva innecesariamente pesimista. - observó Lubin.

    Ella alzó la vista hacia él. —¿Cómo puedes decir eso? - Su voz era tan baja que apenas podía oirse a sí misma. —Todo el mundo está muerto...

    Él negó con la cabeza. —Casi todo el mundo. El resto de nosotros tiene otra oportunidad.

    Ken Lubin extendió su mano. El gesto era absurdo hasta el punto de la farsa. Que este ajado y quebrado monstruo, sangrante, pudiera fingir estar en posición de ofrecer ayuda a los demás. Lenie Clarke se quedó mirando durante un largo tiempo antes de encontrar la fuerza de tomar la mano ofrecida.

    Otra oportunidad, reflexionó ella, tirando de sí misma para ponerse de pie.

    Aún cuando no necesitemos una.

Capítulo 62

    

Epílogo: Hessiano Singular

    Fallo al converger. Excedidos Límites Fiables.

    Predicciones posteriores no fiables.

FIN

Capítulo 63

    

Agradecimientos

    La banda usual de sospechosos sin la cual nunca hubiera podido sacar esto adelante: David Hartwell, mi editor, clavó algunos problemas serios estructurales del primer manuscrito y me ayudó a corregirlos. Moshe Feder tomó parte en la molienda del día a día desde la creación hasta reescribir, hasta patear y gritar, hasta rasgarse las vestiduras, hasta sollozos histéricos y finalmente, el parto.

    En lo que ha llegado a ser un rito anual, una abigarrada colección subversiva de descontentos literarios y políticos... Laurie Channer, Cory Doctorow, Nalo Hopkinson, Becky Maines, John McDaid, Janis O'Conner, Steve Samenski, Isaac Szpindel, y Pat York... se encuentran clandestínamente en una Localización No Revelada durante el verano de 2002. Allí destrozan los dos primeros capítulos (entre otros) de este cachorro, luego ayudaron a coserlos juntos de nuevo. Esta es la segunda vez que un montón entero de gente ha visto cómo empiezan mis novelas, mientras que virtualmente nadie ve el resto hasta que es demasiado tarde para cambiar nada. Sospecho que problemas de autoestima pueden estar relacionados.

    Pero el hecho de que difícilmente nadie lo lea entero no implica que mucha gente no contribuyera en esto. David Nickle ofreció consejo, sugerencias e interminables burlas durante todo el proceso, sus comentarios se probaron tan valiosos que casi puedo omitir el hecho de que tuve que levantarme a las cinco y media de la jodida mañana y salir a correr diez millas para aprovecharme de ello. Laurie Channer soportó interminables enfados y lamentos sobre una historia para la que se le solicitaba con frecuencia su opinión aún cuando nunca se dignó a leer realmente el maldito libro. (Aún no lo ha leído mientras escribo esto.)

    Debo los maniáticos detalles de la escena del accidente del helicoptero a Glenn Norman y Glenn Morrison, ambos pilotos y ambos más serviciales con los escritores molestos de lo que yo tenía derecho a esperar. Me sorprendió aprender que incluso cuando un helicoptero pierde toda la potencia en mitad del vuelo, aún es posible salir andando del accidente al practicar una técnica de emergencia llamada autorrotación. Glenn Morrison, de hecho, sobrevivió a un accidente extrañamente paralelo al descrito aquí, excepto por el hecho de que él no es ciego. (Para que conste, él no cree que haya esperanza de salir con vida de esa maniobra si eres ciego y él entiende de estas cosas. Por otro lado, él no conoce a Ken Lubin.)

    Partes de las historias sobre la vida de otras pesonas se abrieron paso en la historia.

    Ciertos detalles impresionistas del ataque del perro se inspiraron en los perros salvajes que se encontró Rob Cunningham en sus viajes por la India. (Puedes reconocer a Rob como el tipo que creó aquellos preciosos diseños de la nave espacial para Homeworld y Homeworld 2, los juegos de ordenador de RTS de Relic Entertainment.)

    Los experimentos de aerofrenado del Aquiles Desjardins de ocho años se sacaron de las confesiones de la infancia de Mark Showell, biólogo de peces, aunque Mark no es un sádico sexual hasta donde yo sé. (Si acaso es un masoquista, a juzgar por el tipo que escogió bajo el que hacer su Master.)

    Isaac Szpindel, MD, Ph.D., experto en tantos y variados empeños que me pone enfermo, me ayudó a cargar las frases de Taka con cromado médico plausible. Dave el bioinformático - Block respondió numerosas preguntas impertinentes sobre nucleótidos artificiales y tamaños mínimos de genotipos. (Desafortunadamente, una de las cosas que me enseñó fue que no se puede embutir un genotipo de 1.1MB en una célula de 250nm de largo, lo que contradice las estadísticas físicas para el βehemoth ya descrito en Maelstrom.) El Major David Buck, de la Fuerza de Defensa de Nueva Zelanda, me ayudó con el asunto de la ordenancia de Combustible Aéreo Explosivo. Steve Ballentine, Hannu Blommila, Rick Kleffel, Harry Pulley, Catriona Sparks, Bebe Schroer, Janine Stinson, Mac Tonnies y David Williams, todos me indicaron publicaciones, revisiones,.opiniones y/o nuevos artículos, relevantes para la investigación sobre la mezcla del βehemoth de un modo u otro. Jan Stinson también pasó a través del manuscrito con un ojo de lince editorial, encontrando erratas y mayores problemas que espero que el resto de vosotros no notéis. Por no mencionar a otros de los que, probablemente, me he olvidado y a los que aquí les ruego preventivamente su perdón.

    No puedes echar la culpa a ninguno de estas buenas gentes si este libro apesta, dado que a ninguno de ellos se les permitió leerlo (Si apesta, quizá es por eso.) Ni siquiera puedes culpar a David Hartwell, que sí lo leyó, porque el libro apestaría aún más sin su participación.

    Sólo me puedes culpar a mí y bien podrías hacerlo puesto que ya tengo tu dinero.

    Bueno, cincuenta centavos del mismo, al menos.

Capítulo 64

    

Notas y Referencias

    Una vez más, es hora de sacar al trote una variedad de citas que, con suerte, servirán de valiosa fuente educativa, aún cuando fueron principalmente creadas para cubrirme el culo de los tiquismiquis.

    Si has llegado tarde a esta saga, puede que no encuentres tan completas las siguientes referencias como te gustaría. Todos los elementos de la ciencia del mundo real introducidos en Starfish y Maelstrom se citaron al final de esos libros. No repito esas notas aquí, aún cuando muchos elementos persisten en βehemoth. (Sí cito, sin embargo, investigación relacionada que ha salido desde que se publicó Maelstrom, especialmente si me hace parecer visionario de algún modo.) De modo que si estás buscando mis fuentes originales sobre los geles inteligentes, sintonizado fino, o los Ecosistemas de Maelstrom, tendrás que volver y comprobar los otros libros. Aún puede que no encuentres lo que buscas, pero podrías, al menos, hacer que mis números en Amazon parecieran un poquito menos deplorables.

Atlantis: Así Va el Barrio.

    Hay un lugar en mitad del Atlántico Norte donde las corrientes se detienen por completo, un ojo en medio de ese enorme giro lento que se revuelve entre Europa y América del Norte (1).

    Parecía un lugar razonable para esconderse de partículas potencialmente letales transportadas por el viento y el agua, así que puse Alantis allí. La topografía circundante tomó alguna inspiración de un informe del 2003 sobre mineralogía abisal (2).

    El Lago Imposible se inspiró en la lente ultrasalina de agua pesada descrita en la serie de documentales Blue Planet (3).

    El fallo de la Corriente del Labrador y la Corriente del Golfo es incrementalmente probable en vista del incremento de la descarga de agua fundida del Árctico (e.g.: (4) (5)).

    Y no los he incluído en verdad dentro de la trama en ninguna parte, pero Lenie Clarke se preocupa de ellos en su camino a la superficie en el Capítulo Uno, así que es un juego justo: los calamares gigantes ahora superan en masa a la raza humana entera y se hacen cada vez más grandes (6)!

βehemoth

    Continuamos descubriendo vida incrementalmente profunda en la litosfera.

    La última cuenta, rocas profundas de la corteza bajo la Dorsal de Juan de Fuca (sí, la misma dorsal de la cual escapó el βehemoth al final de Starfish) ha mostrado evidencia de formas de vida microbiana desconocida hasta entonces (7).

    Muestras de agua de agujeros excavados a 300 m bajo el lecho marino revelan niveles agotados de sulfato: algo allí abajo está vivo, sin clasificar y consume azufre. No hay evidencia de que vaya a destruir el mundo si alcanza alguna vez la superficie, pero tampoco hay evidencia de lo contrario.

    Siempre puedo tener esperanza.

    Aunque esa esperanza es vana. Patricia Rowan tenía razón al argumentar que el βehemoth, en virtud de sus vetustos orígenes, debería ser un obligado anaerobio (8). Para sacarlo incluso del lecho marino se requiriría o una mutación muy conveniente o un retoque deliberado. Qué maldita suerte que la trama pidiera uno de todos modos.

    Waters et al. han informado recientemente el descubrimiento de un antiguo nanobio morador de la fuentes termales llamado Nanoarchaeum equitans (9), tamaño de gemoma, proporción de ADN basura, y diámetro dentro del parque de bolas del βehemoth. Aún mejor, es un parásito/simbionte (vive en unas Arqueas mucho más grandes llamadas Ignicoccus. No obstante, su genoma minimalista (unas 500 kilobases, mitad del tamaño del βehemoth) carece de las recetas para ciertas enzimas vitales, las cuales debe, por consiguiente, obtener de su anfitrión. Nunca podría ser un organismo libre. El βehemoth, con su genoma más grande, es más autosuficiente (pero cómo embute todos esos genes extra en una cápsula de sólo el 60% de su tamaño sigue siendo un misterio).

    Los Pezcópatas y los Cuerpos tuvieron un poco de debate sobre las probabilidades de que el βehemoth se subiera a la carne de las larvas dispersas de los peces. A mí siempre me preocupó esto, incluso cuando estaba escribiendo Starfish (si fuera cierto, no habría razón para que el βehemoth no hubiera, de hecho, dominado el mundo hace miles de millones de años). Las larvas de invertebrados parecen cruzar vastas distancias en las profundidades del mar. Afortunadamente, generalmente pasan por una especie de desarrollo detenido en la ruta1, haciéndoles improbables portadores del βehemoth (el cual necesita un anfitrión con metabolismo activo para soportar el estrés termo-osmótico a largo plazo). También parece que incluso las especies de peces con larvas de elvada dispersión mantienen alcances geográficos bastante distintos, a juzgar por la falta de flujo genético entre las poblaciones alrededor de las islas adjacentes (10), (11).

    Lo peor viene a peor, las condiciones locales topográficas y químicas pueden restringir la distribución de varias especies abisales (12), (13).

    Así que, esquivé la bala. Esto no fue propio de un visionario por mi parte pero aún puede serlo, vuelve y muérdeme en el culo: al menos un pez adulto puede haber nadado por agua abisal desde la Patagonia y subiendo todo el camino hasta Groelandia (14).

Seppuku

    Los microbios artificiales están casi en la corriente principal hoy en día: J. Craig Venter (el tipo del Genoma Humano) ha completado un genoma totalmente artificial como tipo I (15), confiando que tales organismos serán capaces de curar las enfermedades ambientales del mundo. Peter Schulz y su equipo ya ha retocado la E. coli para sintetizr un aminoácido que no se encuentra en la naturaleza (16), confiando en que será capaz de ganar la competencia a la cepa base. Los organismos totalmente sintécticos construídos a partir de módulos genéticos intercambiables están a la vuelta de la esquina (17).

    Les deseo a todos estos tipos mejor suerte que la que tuvo el genio de los geles Jakob Holtzbrink cuando retocaron el βehemoth.

    La plantilla genética de Seppuku la sintetizó por primera vez Leslie Orgel (18) en el 2000. El ATN en verdad hace dúplex con los ácidos nucleicos convencionales. La idea de genes extraños que se incorporan solos en nuestro propio material nuclear es aún más antigua que la de los microbios artificiales. En nuestros genes no sólo abunda el ADN parásito de un montón de bichos, sino de genes funcionales tansportados originariamente al interior de la célula de igual forma que los ancestros de nuestra propia mitocondria pareció haber migrado dentro del núcleo (19).

    La masiva transferencia horizontal de genes entre especies sucedió durante gran parte de la historia de la Tierra (20) y, por supuesto, la incorporación simbiótica de pequeñas células dentro de otras más grandes tiene una larga y honorable historia reflejada en cada célula eucariota sobre el planeta. (En Maelstrom cité a los cloroplastos y las mitocondrias; los apicoclastos son un ejemplo relacionado, se han hallado endosimbiontes transferidos al Toxoplasma y el Plasmodium (21).

    El asombroso aprecio de Taka Ouellette por la prolina como un catalizador metabólico, probablemente, está atrasado una mitad de siglo, dado que Movassaghi y Jacobsen ya habían señalado el potencial de tales moléculas simples para actuar como enzimas (22).

La Química del Carácter.

    Algunos lectores pueden preguntarse si tengo problemas para distinguir entre personalidad y neuroquímica. Es una buena pregunta, pero no me echéis la culpa a mí: culpad a los científicos que no pueden dejar que pase una semana sin informar de más evidencias de que la personalidad es sólo otra palabra para la bioquímica, aunque escrita en una fuente excesivamente compleja (e.g. la tendencia violenta de Hannuk Yaeger, enraizada en sus niveles de oxidasa monoamina (23). A menos que seas uno de esos Conejillos de Pascua vitalistas que cree que la personalidad resulta de alguna chispa divina incuantificable, en realidad no hay alternativa para la visión mecanicista de la naturaleza humana.

    Un argumento central de la saga entera de los Rifters ( introducido en Starfish y expandido en Maelstrom y βehemoth") es que las falsas memorias de abuso pueden causar cambios neurológicos en el individuo tan reales como las memorias genuínas. Esto era bastante especulativo cuando salió Starfish por primera vez, pero reciente investigación ha añadido evidencia empirica de este efecto (24), (25).

    Los detalles sobre el cuidado y alimentación de sociópatas se tomaron ampliamente de la obra de Robert Hare (26) y otros (27).

    Las inspiraciones del βehemoth sobre el valor adaptativo de la sociopatía en entornos corporativos puede no estar enteramente fuera de la marca, tampoco (28), (29), (Y como estas referencias deberían aclarar, ni Ken Lubin ni Aquiles Desjardins son sociópatas en el sentido clásico. Más entra en tales criaturas que una mera ausencia de consciencia.)

    Maelstrom estableció que la Horda Criminal tomaba su base principalmente de los genes de ciertos parásitos que podían alterar el comportamiento de sus anfitriones. El mecanismo actual por el cual ocurre esto no era conocido cuando salió aquel libro, aunque algo se había especulado que ocurría a nivel de los neurotransmisores. Colgué el sombrero de la Horda Criminal sobre esa hipótesis y me alivia informar ahora que la apuesta dió su fruto: al menos uno de tales parásitos titiriteros funciona jodiendo con las neuronas productoras de serotonina de sus anfitriones (30).

    La denigración del impulso ético de Alice Jovellanos se basó en recientes estudios que establecen que el razonamiento moral no es razonable en absoluto (ocurre primariamente en los centros emocionales del cerebro, resultando en creencias inconsistentes y indefendibles sobre si un curso de acción es correcto o incorrecto (31)).

    Un comentario que acompaña al artículo da un resumen muy bueno de la así llamada Paradoja del Tren, por no mencionar un hermético racionamiento para empujar gente delante de los trenes (32).

    Los argumentos de Jovellanos pueden ser simplistas ( el córtex prefrontal, después de todo, parece jugar al menos algún papel el la toma de decisiones morales (33), (34), (35)), pero una vez más, Jovellanos era un poco celote. Por lo cual pagó un precio.

    Hablando de toma de decisiones morales, la pasión de Lenie Clarke por la venganza al principio de la saga Rifters (por no mencionar la no reconocida pasión de Ken Lubin por lo mismo un poco después) no son meramente tropos dramáticos manidos. Parece que estamos programados para castigar a aquellos que nos han ninguneado, aún cuando (y esta es la parte contraintuitiva) nuestros actos de venganza nos hagan más daño a nosotros que a aquellos que nos ofenden (36).

    Me gusta creer que la razón de que el mundo obtenga otra oportunidad al final de esta historia se debe, como especula Lubin, a que Espartaco desactiva la respuesta a la venganza en Aquiles Desjardins al mismo tiempo que destruye su consciencia. Puede haber sido un monstruo. Puede haber sido un sádico sexual. Pero en esa esquina retroajustada de su alma, Puede haber sido más civilizado de lo que tú o que yo seremos jamás.

    Y finalmente, el eco más perturbador del mundo real de este agujero infernal imaginario viene de la Village Voice (37), informando sobre la presente investigación hacia una píldora anti-remordimiento (una droga desarrollada para curar el síndrome de estrés postraumático, la cual calma al torturador tanto como al torturado. Tales retoques neuroquímicos funcionarían cortocircuitando la misma culpabilidad, haciendo que sea mucho más sencillo conseguir un sueño de buenas noches tras masticarse multitudes de ingobernables civiles protestando las políticas impopulares del gobierno. Sí, yo llamé a mi versión Absolución, pero gente, se suponía que era irónico.

Toma, el Maelstrom se acaba de mudar...

    Algún ambiente de fondo del mundo sobre el agua:

    El mundo desarrollado no anda corto de razones para estar cabreado con los otros dos. Para la mitad del siglo, postulo un tipo de schadenfreude en toda África en respuesta al colapso de la infraestructura social de la NAm. La alcorza sobre ese pastel amargo es la predicción siguiente de que la majoría de la población africana consistirá en mujeres. Baso esto en el hecho de que, en Etiopía al menos, las mujeres malnutridas tienen más probabilidas de dar a luz hijas que hijos (38), (presumiblemente por las mismas razones energéticas, esto ocurre en otras especies). Estoy sugiriendo, básicamente, que las generaciones de enfermedad, hambruna y explotación/indiferencia resultará en un legítimo cabreo de un lecho crítico de descontentos (inclinados a un género) para los que el mito de una vendeta apocalíptica de una mujer victimizada se aceptaría muy rápidamente. Piensa en la Teología de la Liberación, esa encarnación violenta del Catolicismo que surgió de pa turbulencia política de latinoamérica en el último siglo. Ahora llévalo a África y enfatiza la Madonna Guerrera en su corazón.

    Las partes varias de armanento retratadas en este nivel (desde el arsenal de Miri y las trampas explosivas de Desjardins hasta los MBICs de Sudáfrica) están tomados de varias fuentes que incluyen la USAF (39); The Economist (40); Cornell University Peace Studies Program (41), e incluso el European Centre for Medium-Range Weather Forecasts (42).

    Evidentemente, el infrasonido en grado de armamento no está todo lo avanzado para existir. (Por otro lado, parece sorprendentemente simple generar tu propio pulso electromágnetico (43)).

Vida Salvaje Electrónica Y Evolución Digital

    El Maelstrom se sostiene sobre la premisa de que los mismos procesos darwinianos que modelan la vida en este mundo son igualmente aplicables al reino digital, que el software autorreplicante estará literalmente vivo cuando tengan lugar las condiciones de selección de la selección natural. Esa posición ha ganado terreno recientemente. Términos como organismo digital surgen en las más respetables publicaciones científicas (44), (45), (46), y te puedes descargar apps freeware que te dejan experimentar con la evolución digital en tu propio escritorio (47).

    La E-vida está procediendo sobre la marcha; quizá el Ecosistema de Maelstrom no se quedará muy atrás.

    Maelstrom ampliaba el concepto de Internet como Ecosistema hacia un 'superorganismo consensuado' que explota el mito de la Madona del Apocalipsis como una estrategia reproductiva. Cinco años después de la línea temporal, partes de ese superorganismo se habían transmutado (con una ayudita de sus amigos) en los Destructores y Lenies del βehemoth.

    Ecológicamente, nos hemos mudado de un ecosistema en su clímax hasta un paisaje empobrecido de matojos, ratas virtuales, gaviotas y kudzu... y, siguiendo con ese espíritu, los aspectos de ecología virtual de esta novela se hacen eco de la dinámica de la especies invasoras comunes en los ecosistema del mundo real.

    Una respuesta común a los brotes de especies invasoras de insectos es recurrir a los pesticidas. La respuesta usual de la plaga es: a) desarrollar resistencia y b) aumentar su ritmo reproductivo para compensar el incremento de la mortalidad. Una vez que sucede esto, los 'gestores' humanos no se atreven a dejar de rociar porque la plaga se ha impulsado a un estado de brote crónico. Su ritmo reproductivo incrementado resultará en una explosión de población catastrófica. Esto es, esencialmente, lo que ocurre durante las infecciones de los gusanos del Abeto Marítimo norteamericanos en los años setenta y ochenta (48). Sospecho que podemos repetir lo mismo con la invasión actual del escolitino.

    No hace falta un doctorado para ver el paralelismo entre esto y la dinámica pastor/exorcista en juego en la NAmRed. Lenie Clarke nunca estudió Ecología 101. Hizo su jugada por sus propias retorcidas razones. Aunque, irónicamente, puede haber sido el curso correcto de acción desde un punto de vista puramente ecológico. Las especies invasoras tienden a subir y decaer cíclicamente si las dejas en paz. Una vez que las llevas hasta el modo brote, quizá la única forma de restaurar algún tipo de equilibrio por selección natural es levantar el pie del freno y apretar los dientes hasta que el sistema se estabilice

    Asumiendo que lo haga.

Prediciendo el Pasado

    Los geles inteligentes. Jefes Queso. Aquellos pasteles de neuronas que los Cuerpos usaron para interferir a los Rifters en la primera mitad de este libro y que jugaron un papel mucho más central en los anteriores, existen ahora en la vida real. Las neuronas cultivadas de los cerebros de ratas, ahora operan robots controlados remotamente en un laboratorio cerca de ti (49). Me cabreó mucho. Pensé que yo tendría ya años antes de que esto me alcanzara.

    (1) Van Dover, C.L., —et al. 2002. Evolution and biogeography of deep-sea vent and seep invertebrates. —Science 295: 1253-1257.

    (2) Rona, P.A. 2003. Resources of the sea floor. —Science 299: 673-674.

    (3) British Broadcasting Corporation. 2001. The blue planet: a natural history of the ocean, Part 3: The Deep.

    (4) Peterson, B.J., —et al. 2002. Increasing river discharge to the Arctic Ocean. —Science298: 2171-2173.

    (5) Weaver, A.J., and C. Hillaire-Marcel. 2004. Global warming and the next ice age.—Science 304: 400-402.

    (6) Bildstein, T. 2002. Global warming is good (if you like calamari). —Australasian Science, August 2002.

    (7) Cowen, J.P, —et al. 2003. Fluids from Aging Ocean Crust That Support Microbial Life. —Science 299: 120-123.

    (8) Kasting, J.F., and J.L. Siefert. 2002. Life and the evolution of Earth's atmosphere.—Science 296: 1066-1068.

    (9) Waters, E., —et al. 2003. The genome of Nanoarchaeum equitans: Insights into early archaeal evolution and derived parasitism. —Proc. Nat. Acad. Sci. 100: 12984-12988;

    (10) Palumbi*,* S.R., and R.R. Warner. 2003. Why Gobies are like Hobbits. —Science 2003 January 3; 299: 51-52.

    (11) Taylor, M.S., and M.E. Hellberg. 2003. Genetic Evidence for Local Retention of Pelagic Larvae in a Caribbean Reef Fish.—Science 2003 January 3; 299: 107-109.

    (12) Vrijenhoek, R.C. 1997. Gene flow and genetic diversity in naturally fragmented metapopulations of deep-sea hydrothermal vent animals. —J. Heredity. 88: 285-293.

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    (30) Helluy, S., and Thomas, F. 2003. Effects of —Microphallus papillorobustus(Platyhelminthes, trematoda) on serotonergic immunoreactivity and neuronal architecture in the brain of —Gammarus insensibilis (Crustacea, Amphipoda). Proceeding of the Royal Society of London (B.) 270: 563-568.

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    (33) Macmillan, M. 2000. An Odd Kind of Fame: Stories of Phineas Gage. MIT Press, Cambridge, MA, 576pp.

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    (37) Baard, E. 2003. The Guilt-Free Soldier: New Science Raises the Specter of a World Without Regret. —The Village Voice, January 22 - 28. (También http://www.villagevoice.com/issues/0304/baard.php)

    (38) Gibson, M.A. and R. Mace. 2003. Strong mothers bear more sons in rural Ethiopia. Biology Letters (Proceedings of the Royal Society Suppl. Online) 20 May.

    (39) —When Killing Just Won't Do—Extracto de —Nonlethal weapons: terms and references por el United Stats Air Force Institute para la National Security Studies, citado en —Harper's 306 (1833): 17-19.

    (40) Anónimo. 2003. Come fry with me. —The Economist 366(8309): 68-69.

    (41) Altmann, J. 1999. Acoustic weapons—a prospective assessment: sources, propagation, and effects of strong sound. Occasional Paper #22, 87pp.

    (42) Beljaars, A. 1992. The parameterization of the planetary boundary layer. Disponible en http://www.ecmwf.int/

    (43) http://www.spacecatlighting.com/marxgenerator01.htm

    (44) Lenski, R.E., —et al. 1999. Genome complexity, robustness, and genetic interactions in digital organisms. —Nature 400: 661–664.

    (45) Wilke, C.O., and C. Adami. 2002. The biology of digital organisms. —Trends Ecol Evol17: 528–532.

    (46) O'Neill, B. 2003. Digital evolution. —Public Library of Science Biology 1: 11-14, or http://www.plosbiology.org/plosonline/?request=get-document&doi=10.1371/journal.pbio.0000018

    (47) http://dllab.caltech.edu/avida/

    (48) Si buscas fuentes de primera mano sobre esto, estás SOL. Sólo estoy regurgitando memorias de un curso de graduación que hice en ecología teórica en la University of Guelph.

    (49) Eisenberg, A. 2003. Wired to the Brain of a Rat, a Robot Takes On the World. —The New York Times, May 15, 2003.