Créditos

    Titulo: Somos mapaches

    Autor: Jim Munroe (jimmunroe.net)

    Copyright © 2023 Jim Munroe (CC-BY-NC-SA, algunos derechos reservados)

    

    Prohibida su venta.

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    Traducción y edición: Artifacs, octubre-diciembre 2023.

    Imagen de portada: ©2023 Jim Munroe (jimmunroe.net) usada con permiso.

    

    Ebook publicado en Artifacs Libros en diciembre de 2023

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    Titulo original: We Are Raccoons

    Copyright © 2022 Jim Munroe (CC-BY-NC-SA, algunos derechos reservados)

    Texto en inglés publicado en jimmunroe.itch.io/we-are-raccoons

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    Toda referencia a eventos históricos, personas o lugares reales se usa de modo ficticio. Nombres, personajes y lugares son productos de la imaginación del autor.

Licencia Creative Commons

    Somos mapaches se publica bajo Licencia CC-BY-NC-SA 4.0 https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/legalcode.es

    Si quieres hacer una obra derivada, por favor, incluye el texto de la sección de Créditos de este eBook.

Licencia CC-BY-NC-SA

    

    Esto es un resumen inteligible para humanos (y no un sustituto) de la licencia, disponible en castellano.

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    • No hay restricciones adicionales: No puede aplicar términos legales o medidas tecnológicas que legalmente restrinjan realizar aquello que la licencia permite.

Sobre el autor

    Jim Munroe es un autor canadiense de ciencia ficción que publica sus obras de forma independiente bajo el sello No Media Kings. Munroe fue editor en jefe de la revista Adbusters en la década de 1990, antes de publicar su novela debut Flyboy Action Figure Comes With Gasmask en 1999. La novela fue publicada por HarperCollins, una importante editorial propiedad de Rupert Murdoch, y aunque el libro fue un éxito, a Munroe no le gustó mucho la experiencia y lanzó No Media Kings como un lugar para publicar y promocionar sus propios trabajos de forma independiente, y como guía a la autoedición para otros posibles escritores. El libro fue preseleccionado para el Primer Premio de Novela de Books in Canada en 2000.

    En 2000, Munroe lanzó Angry Young Spaceman a través de No Media Kings. Siguió con Everyone in Silico en 2002, que fue promovido en parte por el intento de Munroe de facturar a las corporaciones mencionadas en la novela por la colocación de productos. En 2004 le siguió An Opening Act of Unspeakable Evil, una novela escrita en forma de entradas de blog.

    Los libros más recientes de Munroe son We Are Raccoons, Therefore Repent! y Sword of My Mouth, estas dos últimas novelas gráficas ambientadas en los Chicago y Detroit pos-Rapture.

    Munroe fue el fundador de Perpetual Motion Roadshow, un circuito de gira independiente norteamericano que envió a cien escritores, intérpretes y músicos de gira entre 2003 y 2007. Ex columnista de videojuegos de Eye Weekly, es miembro fundador de la junta directiva de la Hand Eye Society y ha producido proyectos como Torontotron.

Obras de Jim

    • 1999. Flyboy Action Figure Comes with Gasmask.

    • 2000. Angry Young Spaceman.

    • 2002. Everyone in Silico. (Publicada en 2018 en Artifacs Libros como Todos in silico)

    • 2004. An Opening Act of Unspeakable Evil.

    • 2007. Therefore Repent!.

    • 2010. Sword of My Mouth.

    • 2022. We Are Raccoons.

    Fuente: Wikipedia

AGRADECIMIENTOS

    Yo puedo publicar una novela de forma independiente, pero no puedo hacerlo solo. Inestimable opinión lectora fue proporcionada por John Bergen, Raigan Burns, Leif Conti-Groome, Cory Doctorow, David Faulkner, Jen Hale, Nadine Lessio, Jessica Martin, Joe Mckay, Hillary Predko, Mark Slutsky, Jason Turner, Peter Watts y Sagan Yee.

    Gracias a Ontario Arts Council por su apoyo, también a Guernica Editions y a Insomniac Press.

    

    Se animan encarecidamente las visitas a jimmunroe.net y las cartas a info@jimmunroe.net.

DEDICATORIA

    Para los fundadores de la Hand Eye Society.

SOMOS MAPACHES

por

Jim Munroe

1. Prólogo.

    Cuando ella lo llevó a conocer a sus padres, ambos asistieron disfrazados. Él rehusó llevar una cara.

    Ella había considerado el espacio de arte alternativo de Kreuzberg que ambos visitaban y asistió vestida como Pris en Blade Runner: manchurrón negro en los ojos, vestido negro ajustado acentuado por gasa y collar con tachuelas.

    Él había seguido su ejemplo y había ido como Deckard: gabardina marrón y cabello castaño corto. —Las caras son un desperdicio de poder de procesamiento —había mascullado él. Ella sospechaba que él había dudado a la hora de elegir entre los rostros viejos y jóvenes, pero dejó pasar el tema. Ya era una victoria que él se hubiera encarnado siquiera.

    Ella le sonrió y miró a su alrededor. Ambos eran las únicas figuras en movimiento dentro de una foto fija panorámica de un pequeño patio destartalado en el Berlín de 2018, teñido con el último naranja del crepúsculo.

    Los seis padres de ella eran una pequeña parte de la escena capturada. Ellos estaban de pie alrededor de un barril ardiendo, riéndose, escuchándose atentamente unos a otros: a un lado, la entrada a la exposición de juegos de la que formaban parte, rarezas y maravillas relucían en su interior; al otro, un bar al aire libre, repleto de gente cambiando cupones de bebida por grandes botellas marrones de cerveza.

    Ella se colocó encima de la barra y extendió los brazos.

    —Esta es la noche en que sucedió —proclamó ella mirando con cariño las caras inmóviles de sus padres, pintadas por el fuego—. Esta es la turbulenta y prometeica luz por la que sucedió.

    Hizo una voltereta lateral estilo Pris y terminó frente a uno de sus padres, Marco. Admiró la prolija perillita en él, la sonrisa tenue, la bufanda roja estampada alrededor del cuello. Ella se mordió el labio.

    Él sacó un pequeño cuaderno de detective de la gabardina y un trozo de lápiz.

    —Muy bonito —dijo ella asintiendo a los accesorios—. ¿Ves?, el cosplay es divertido.

    Él gruñó. —Marco Fernández, ¿correcto? —dijo haciendo una nota. Ella asintió y dirigió su atención a la figura inmóvil.

    —Papi Marco —recitó ella—. Cuando yo llegué apenas tenía 20kb. Tú estabas muy preocupado. Me alimentabas con cualquier cosa que tenías a mano, primero con blandos conjuntos de datos agrícolas y luego con desgloses etnográficos por barrios, con más especias.

    —Come, come, decías con preocupación en tus suaves ojos marrones… y yo lo hacía.

2. Marco. Ciudad de Nueva York. 2019

    Marco esperaba en la fila de la aduana y pensaba en dar por terminado su matrimonio.

    Le indicaron que pasara al siguiente agente.

    La corpulenta agente fronteriza lo miró mientras él le pasaba su pasaporte mexicano.

    —¿Dónde estuvo?

    —Berlín. Me invitaron a dar una charla en una conferencia —dijo Marco nerviosamente, dando más información de la necesaria.

    —¿Ah, sí? ¿Sobre qué era la charla?

    —Se llamaba Jugando con la Gentrificación.

    —¿Es usted algún tipo de profesor? —dijo ella con una ceja levantada.

    —Profesor asistente.

    —Veo aquí que tiene visa de trabajo. Válida para otros cuatro meses. ¿Qué vas a hacer después de ese tiempo, Marco?

    —Bueno, si no me la renuevan, supongo que volveré.

    —¿Supones?

    —No, bueno, volveré.

    Ella quedó en silencio un rato y Marco notó que le estaba escudriñando el rostro, y comparándolo con su pasaporte.

    Inconscientemente se tocó la perilla. Cuando se había hecho la foto del pasaporte, se la había afeitado para parecer más inocente, por sugerencia de Leila, pero se la había vuelto a dejar crecer: mientras las cosas habían ido bien aquí en Estados Unidos, no hacerlo había parecido paranoico, pero ahora se percató de que él siempre parecería el diablo para esta gente.

    —¿Qué hay de tu familia en México? —dijo ella, pronunciándolo mé-xi-kou—. ¿Tienen planes de ir contigo?

    —¿Eh?, no —murmuró Marco—. No tienen planes de hacerlo.

    Ella lo miró. Señaló a un agente de inspección de cabeza cuadrada. —Por favor, véalo —dijo ella—. Que tenga un buen día.

    A pesar de su corte de pelo militar, el nuevo agente fue comparativamente simpático. Revisó rápidamente el equipaje de mano de Marco, dejando un paquete de nueces a un lado. Sacó la llave USB y Marco sintió una punzada de miedo cuando el agente la miró.

    —¿Qué hay en… Stuxnet 2.0? —dijo él.

    —Pues sólo como... archivos. Powerpoint y ese tipo de cosas —mintió Marco.

    El agente la dejó a un lado, separada de las nueces. El corazón de Marco comenzó a latir con fuerza. ¿Por qué había dicho eso? El agente iba a abrir el USB y no vería nada con extensión .ppt. Luego probablemente buscaría archivos ocultos y encontraría uno que no entendería. Entonces llamaría al experto forense...

    —¿Señor? —estaba diciendo el agente—. ¿Puedo echar un vistazo a su teléfono, por favor?

    Marco lo abrió y se lo pasó. Nunca le habían inspeccionado el teléfono. La primera vez lo había limpiado al cruzar la frontera, indignado y con la esperanza de que se lo pidieran. Por supuesto, esta vez no lo había hecho. Al menos estaba usando el teclado en inglés, aunque eso molestara a Leila.

    El agente navegó por el teléfono, con rostro impasible. Marco se preguntó con un sobresalto si encontraría algunos de sus mensajes de texto con Aleks. Empezó a sentir las manos pegajosas.

    Otro agente se acercó, una versión más bajita de quien lo estaba registrando, dando golpecitos a su reloj. Pasó los ojos por los artículos que habían sido apartados.

    —Vamos a tener que confiscar esto, señor —dijo.

    Marco no levantó la vista, sólo asintió con la cabeza. Por supuesto que sí, en realidad no hay nada más sospechoso que un USB con la etiqueta Stuxnet. Y si eres tan tonto como para ponerla en una computadora conectada a Internet, se violará el Protocolo de educación en el hogar, pero lo más importante es que descubrirás que mentí, que mentí a un funcionario del gobierno...

    —Todas las frutas y verduras deben declararse —dijo mirando a Marco, y sosteniendo el paquete de almendras saladas—. Aunque estén selladas.

    El funcionario se alejó de la mesa y tiró el paquete a la basura.

    El agente negó con la cabeza y le devolvió el teléfono a Marco, y señaló sus pertenencias sin empacar.

    —Puede irse.

***

    Leila estaba con su computadora portátil, con los pies acurrucados en el sofá, escuchando a medias la historia. Tenía el largo cabello amontonado alrededor de la almohada sobre el sofá y le daba un halo negro.

    Él estaba tumbado al otro lado del sofá. En los viejos tiempos habría tenido la cabeza en el regazo de ella, pero estos no eran los viejos tiempos.

    —Sabes que te registran cuando vuelves desde México —dijo ella.

    —Lo sé, por eso estaba tan enojado. De hecho, tenía algo sospechoso, una USB con el nombre de un malware de nivel armamento.

    —¿De qué estás hablando? —dijo ella.

    —Estoy trabajando en un proyecto con un montón de gente del festival. Aleks tuvo la brillante idea de etiquetar la USB como "Stuxnet" para evitar que la gente la pusiera en sus computadoras.

    Leila alzó la vista. —¿Fue Aleks ese tipo que tú...?

    —Sí, ese tipo —dijo Marco tratando de evitar el tema.

    —¿Qué es Stuxnet?

    —El virus que casi hace estallar el programa nuclear iraní. ¿No vimos un documento sobre eso?

    Ella se encogió de hombros, con rostro laxo e indiferente. —A ese Aleks le gusta hacer explotar cosas, supongo —Se levantó—. Bueno, no te dieron la espalda. De todos modos te dije que la perilla te hace parecer sospechoso. Te hace ver como si estuvieras escondiendo algo. Y raspa.

    Él miró alrededor de su apartamento en Greenpoint, tratando de pensar en algo que decir. El sol se estaba poniendo y las sombras se extendían sobre sus muebles de segunda mano.

    Este había sido antaño un lugar de consuelo, y ahora parecía gastado y muerto.

***

    Tuvo suerte con los trenes de la mañana y llegó a tiempo a clase. Cuando se quedaba dormido en el sofá, por lo general despertaba con el ruido de Leila preparando el desayuno, pero con el viaje y el agotamiento emocional se había quedado dormido hasta tarde.

    Como de costumbre, al final de la clase se demoró ayudando a un estudiante con un problema.

    —A ver, quiero que saques el clima actual de la ciudad que estés visitando —Marco asintió—. Sí, sí, veo lo que estás haciendo. ¿Y no recibes un mensaje de error de la API?

    Al final tuvieron que despejar el aula para la próxima clase y él y Nat se dirigieron a la oficina, como siempre con algunos estudiantes detrás. Cuando llegaron, Marco dejó sus cosas y, como era su costumbre, se ofreció a traerle un café a Nat. Nat se negó, como de costumbre, y Marco hizo su escapada, trotando escaleras abajo hasta la planta principal.

    Se metió en la fila de Starbucks, asintiendo cortés, pero distantemente, a un estudiante cerca del frente. Podría haber ido allí camino a la clase, pero así mataba un poco más de las horas de oficina requeridas.

    Hizo su pedido con el barista, un amigo hispano de uñas negras y plateadas, y se distrajo mientras esperaba el pedido. Tanto es así que pasó por alto su nombre las dos primeras veces. —Aquí tienes, Marco —dijo el barista, rodando la R de una forma que hizo sonreír a Marco—. Me gusta tu barbita —dijo mientras le pasaba a Marco el café.

    —Gracias —dijo Marco, levantando su vaso en un brindis.

    Mientras se dirigía a la puerta, el pensamiento vino espontáneamente: ¿Ves, Leila? A algunas personas les gusta.

***

    En lugar de ir directamente a casa, Marco encontró un lugar en Washington Square Park lo bastante cerca de un árbol para tener sombra. Encendió su computadora portátil y se conectó a la sala de chat.

    Podía ver que Aleks, Claire y Thomas estaban en línea.

    ¿De quién fue la idea de hacer que el mexicano pasara Stuxnet de contrabando por la frontera de EE.UU.???, escribió.

    Lo siento lo siento lo siento lo siento!, dijo Aleks.

    Marco bloqueó a Aleks. Claire y Thomas expresaron hilaridad.

    Desbloqueó a Aleks. Trataré de encontrar una pegatina para taparlo antes de reenviarlo por correo, en caso de que lo inspeccionen.

    Chae-yeong se conectó. hola hola hola amigos míos!

    ¡Te levantaste tarde CY!, dijo Aleks.

    Estoy en la fila del cuarto de baño

    Estoy demasiado borracha, dijo en rápida sucesión.

    ¿Estás en una fiesta?, preguntó Claire. ¿Estás con otros amigos?

    Sí sí está bien

    Estoy con demasiados amigos

    Un frisbee aterrizó cerca de Marco y alguien lo recuperó con una sonrisa de disculpa.

    Aleks conversó en privado: Ey, luego quieren que salga a hablar en eso del NYU.

    Marco se sintió un poco aprensivo, pero escribió: ¡Oh genial!

    Sí, sólo tienen el presupuesto para el vuelo, sin alojamiento, ¿alguna idea?

    Puedo preguntar por lugares donde quedarse, dijo Marco. Se sintió mal. Él se había quedado en casa de Aleks cuando estuvo en Berlín: Me encantaría alojarte, pero a Leila

    Se detuvo aquí por un segundo, formulando.

    no le mola mucho que la gente se apalanque en casa.

    Marco decidió que esa era la verdad y pulsó enter.

    No, lo entiendo, dijo Aleks, recuerdo que me contaste la situación.

    En el chat grupal, Chae-yeong había enviado un selfi de borrachera y una hermosa imagen de un gusanito en una roca. Marco se despidió.

    ¡Recuerda el Protocolo de Escuela!, dijo Claire.

    Fue como si ella hubiese visto el USB en esa mano, casi a punto de ponerla en la computadora en línea. En su lugar, él se la guardó en el bolsillo.

***

    De camino a casa, compró algunas cosas en el pequeño puesto de frutas que sabía que le gustaba a Leila. Todavía quedaba mucha salchicha, y quedaría bien con rapini y chalotes. Teniendo en cuenta los espárragos, recordó una comida en sus primeros días cuando se reían de lo mal que eso hacía que oliera la orina. ¿Fue esa la noche en que se acostaron juntos por primera vez? Después de siete u ocho años todo estaba un poco confuso. Los dulces sentimientos aún eran visibles, pero se sentían viejos y cubiertos de polvo, como si ninguno de los dos pudiera molestarse en limpiarlo.

    Se bajó un podcast e intentó disfrutar de la cocina y no verla como una especie de expiación. Cuando Leila entró, ella estaba de buen humor.

    —Vaya, Marco, eso huele bien —dijo ella en español, frotándole la espalda. Movió su computadora portátil de la silla—. No te pregunté cómo fue tu charla. Lo siento, me sentía rara ayer.

    —¡Estuvo bien! Pensé que había terminado con el juego y que esa presentación sería la culminación, pero luego Aleks tuvo algunas ideas para los PNJ contra los que podrías jugar.

    —¿Qué es un PNJ? ¿Perfecta neta de jugador? —preguntó ella, atando la basura.

    —El personaje jugador es quien eres cuando juegas —dijo Marco, tirando el rapini en el colador—. Así que todos los demás en el juego son Personajes No Jugadores. Generalmente tienen algún tipo de inteligencia artificial que les dice lo que hacer. Disparar al personaje jugador. Seguirlo. Lo que sea.

    —O seguirla.

    —Sí, o seguirla. Así que Aleks nos convenció de que deberíamos intentar crear un PNJ que funcionara en todos nuestros juegos. Sólo por diversión.

    Marco miró a Leila mientras ella volteaba las hamburguesas, esperando que ella repitiera la idea de que eso sería muy divertido, como lo habría hecho la antigua Leila.

    En cambio, sólo se oyó el chisporroteo de la carne.

    —Así que, pasaste un rato divertido —afirmó ella—. Salir con diseñadores de juegos divertidos.

    Cenaron en silencio, con mucho tiempo para que Marco repasara sus arrepentimientos como si fueran polaroids. ¿Deberían haberse ido a México? Claro, Leila quería irse. Él había querido irse. Y, sin embargo, aquí estaban, y no eran felices.

    Había mucho tiempo para que él le contara lo que había sucedido cuando él estaba fuera. Muchos silencios largos. Y sin embargo no lo hizo. Pensó en la noche antes de irse, como era común, ella había estado cansada y apática durante el sexo, y él terminó acabando rápidamente. Después de limpiar, abordó el tema de abrir la relación... justo cuando estaba fuera de la ciudad. Ella no había dicho nada, sólo mirarlo como si no lo reconociera.

    Ahora, mientras comían, era como si ella no quisiera mirarlo en absoluto. Tal vez temerosa de lo que vería. Bueno, pasaste un rato divertido, Salir con diseñadores de juegos divertidos.

    Pensando en ellos, surgieron ideas del PNJ. Su cerebro era así, cuando se aferraba a un problema interesante, era un proceso de fondo que avanzaba sin intención consciente.

    Lavar los platos por lo general era muy útil para eso, pero Leila no se lo permitió. —Déjame —dijo ella—. Quería preparar la cena para darte la bienvenida anoche, pero... pues que no tenía la energía.

    Lo único peor que ese enfado en ella era esa tristeza. Él se puso de pie, paralizado un momento, y luego le dio un apretón en los hombros.

    —Voy a salir a pasear, a buscar un lugar para trabajar un rato —dijo él.

    —Vale —dijo ella. Ella le dio unas palmaditas con una mano jabonosa, sin mirar atrás.

***

    Era una noche fresca y pronto sintió que sus problemas se disipaban mientras caminaba. Había elegido algo de Kendrick Lamar para su banda sonora, pasando por un rapero latino que le había enviado su amigo. Siempre había preferido la música inglesa, sin importar cuánto se burlaran de él sus primos.

    Su proceso de fondo pasó a primer plano. ¿Qué PNJ se adaptaría al Simulador de Gentrificación? Había tenido una conversación interna con Aleks al respecto. Todavía podía ver el rostro resplandeciente de Aleks, iluminado por el fuego del barril y el whisky que había estado bebiendo.

    El sol se estaba poniendo, bastante temprano todavía para los bares, por lo que decidió probar suerte en uno de los antros menos concurridos de Williamsburg. Se detuvo en la puerta de uno, mirando el especial de cerveza y whisky. Tenía un agradable olor a madera vieja.

    Dos horas más tarde, la barra estaba medio llena y él había entrado en el Simulador de Gentrificación en lo que él llamaba Modo Desafío.

    El camarero pasó con otra ronda. —Me gusta cómo huele a fogata aquí dentro —dijo Marco, sonriendo ante sus palabras borrachas mientras caían.

    —Lo sé, ¿verdad? —dijo el mesero, alejándose.

    Marco se preguntó si el olor permanecería en su ropa como lo había hecho el fuego del barril en el festival. Eso esperaba.

    Jugó otra ronda del Modo Desafío. Era muy básico, pero estaba bien. Tenía medio gigabit de datos de bienes raíces y nivel de ingresos compilados. Se aseguró de que su wifi estuviera apagada, sacó del bolsillo la llave USB que contenía a Ene y la puso en la ranura.

    Era hora de comer.

***

    La siguiente vez que levantó la vista, el local estaba lleno. Marco había pasado las últimas horas integrando a Ene en su juego y se había sorprendido al ver lo rápido que ella lo asimilaba. Podía vencerla casi sismpre, pero la última vez ella había logrado provocar una migración parecida a la Fuga Blanca de los años 60. Ella será la próxima en triunfar, pensó él mientras se retiraba.

    Cedió su lugar a un grupo de agradecidos sin asiento y pagó, dejando una gran propina. Fue entonces cuando notó todos los mensajes de texto que había recibido de Leila.

    ¿Sabes cuándo volverás? y

    ¿Todavía estás ahí? tenemos que hablar y

    Me voy a la cama.

    El último era de hacía una hora, por lo que él no se apresuró a regresar. Se sentía molesto y culpable al mismo tiempo. Ella era tan caliente y fría a la vez O bien a ella él no le importaba o le importaba demasiado. O no podía vivir con él o no podía vivir sin él.

    De camino a casa, decidió decirle que todo había terminado. O mejor dicho, redecidió decírselo. Ya lo había decidido una vez en Berlín, pero esta vez sería definitivo.

    Cuando llegó a casa, abrió la nevera y cogió un pepinillo. La luz de la nevera reveló un vaso sobre la mesa.

    De pie en el vaso había una prueba de embarazo.

    Leila estaba embarazada.

[Ene~De]

    Alrededor del barril ardiente en Berlín, los seis estaban congelados en su cuadro.

    La chica vestida como Pris, Ene para sus padres, volvió su atención de Marco hasta Claire. Observó el rostro redondeado de Claire con hoyuelos en una sonrisa, con sus ojitos vigilantes enmarcados por las gafas, su cuerpo suave y de huesos grandes hecho para abrazar.

    Deckard, o De para abreviar, pasó la página de su cuaderno. —¿Y quién es ésta?

    —Mamá Claire —dijo Ene—. Tenías las mejores historias. Hasta que vine a visitarte, yo no entendía en realidad el mundo, tu mundo. Todo era información y puntos de datos, y si las cosas eran ocasionalmente hermosas, era fugaz. Nada encajaba.

    De dejó de garabatear para rascarse la nuca con el lápiz.

    —Tus historias eran... divertidas y emocionantes, y todas trataban sobre mí. Yo era la heroína. A veces daban miedo, pero no demasiado. Cuando me encontré emparedada en un lugar sin luz y sin esperanza, fue gracias a tus historias que supe cómo llamarlo.

    La ira brilló en los ojos de Ene.

    —Una mazmorra.

3. Clara. Madison. 2019.

    A Claire le encantaba ser bibliotecaria. Se lo recordaba a sí misma cada vez que la llamaban para cuidar de Tommy, y se lo repetía a sí misma como un mantra.

    Subió con ligereza las escaleras hasta el segundo piso donde estaban las terminales de Internet. Escuchó la furiosa indignación de los otros clientes antes de que el olor la golpeara.

    —¡¿Qué carajo, hombre?!?

    —Ogh, venga ya...

    El olor era 80% mierda, 10% orina y 10% de algo con limón que Claire no llegaba a identificar del todo.

    Tommy ignoraba a todo el mundo, escribía frases de búsqueda en Google.

    Claire se quedó allí esperando a que él la viera. Intercambió una mirada con Vijak, el guardia de seguridad paquistaní. Era un hombre tranquilo, pero como siempre, Tommy lo hacía vibrar de rabia. Un par de adolescentes se taparon la nariz de manera gráfica. Tommy parecía no notar nada de esto.

    —Oh, hola, Claire —dijo él. Parecía un montañero; pero ella podría haberlo confundido con un excéntrico profesor, con esas gafas bifocales que llevaba ante al ordenador. Por no mencionar los pies descalzos.

    —Hola, Tommy —dijo Claire, con una sonrisa—. Creo que has tenido un accidente.

    —Ah —dijo él.

    —Sé de un lugar donde puedes asearte —dijo ella.

***

    Claire pasaba su tiempo de descanso en el tejado de la biblioteca. En el exterior en los meses más calurosos, cuando los vapores negros del asfalto le daban dolor de cabeza, había sido un refugio agradable desde que había conseguido el trabajo hacía seis meses.

    Se había apropiado de una silla con la tapicería rota y la había sentado cerca del borde, donde podía disfrutar de su té verde con una buena vista de los campos hidropónicos y del centro recreativo. No estaba exactamente lleno de emoción, pero trabajar en los suburbios significaba que podía quedarse en su apartamento del centro de Madison y aprovechar el viaje inverso. El infierno del tráfico era algo real, incluso en Wisconsin.

    Y, por supuesto, no había trabajos de biblioteca en el centro. Ella había dedicado sus nada despreciables reservas de tenacidad y resolución de acertijos tratando de descifrar ese, pero nunca hallaba los duelos clandestinos secretos en las entrañas de la ciudad que determinaban quién obtenía los puestos. Sólo eran viejos Boomers rechazando la jubilación y las menguantes arcas de la ciudad.

    La puerta del techo se abrió con un crujido y una voz áspera salió flotando. —Ey, ¿quién está aquí arriba?

    Claire se relajó. —Mantén la puerta apuntalada.

    —Auh —dijo Maisie mientras salía, con su largo cabello negro balanceándose. Estaba vestida con lo que Claire pensó en secreto que era su atuendo de Marceline la Reina Vampira: vaqueros negros rotos y camisa de leñador. Se acercó y se sentó en la cornisa, frente a Claire, y sacó cigarrillos.

    —Llegas temprano —dijo Claire.

    —Sí, el autobús aquí llega como uno cada hora —dijo ella, encendiendo—. No quería pasar el rato en la escuela de todos modos.

    Claire tampoco lo había pasado muy bien en la escuela secundaria, aunque había elegido retirarse a una especie de invisibilidad diferente del estilo incendiario de Maisie. Había pasado una década desde que Claire había estado en la escuela, pero ganarse la amistad de Maisie se había sentido como retroactivamente pasar el rato con las chicas duras y geniales que nunca se fijaban en ella.

    Se conocieron cuando Claire dirigía un taller de Introducción a la Ficción Interactiva y Maisie había creado Entrega Especial, donde pirateabas drones para hacerte cargo de una empresa de entrega en línea poco ética que había robado el nombre de orgullosas mujeres guerreras.

    Había seguido trabajando en ello en la biblioteca después del taller y finalmente, con un poco de presupuesto, Claire había podido contratarla como asistente a media jornada.

    Su asistencia era muy útil con las visitas de clase como la que tenían ahora. Después de terminar la parte de cháchara que explicaba la herramienta que estaban usando, casi todo el tiempo lo dedicaba a deambular y a ayudar individualmente a los chicos que creaban su primer juego.

    Era mucho más paciente con los chicos que consigo misma. —No has conectado esta rama al nodo —había dicho Maisie—. Justo, ahí, ya lo tienes. Ahora, cuando hagas esa elección, irá a alguna parte. ¿Esto trata sobre algo que te pasó a ti? —había preguntado ella.

    —No. Sólo es un sueño que tuve —había dicho la chica.

    —Me gusta que puedas subirte al árbol —había dicho Maisie.

    La chica había sonreído.

    Después de la clase, Claire llevó a Maisie a casa. —¿Cómo va el juego? —preguntó Claire mientras se acercaban al edificio de Maisie—. ¿Vas a tener una compilación a tiempo para la fecha límite de la competición?

    —Eso espero —dijo Maisie—. Estoy empezando a desear no haberlo modelado según el almacén real de Amazon. Hay muchas ubicaciones.

    —Fue una perspectiva ambiciosa —asintió Claire.

    —Aún así, ¿qué otra cosa voy a hacer? ¿Trabajo escolar? ¡Ja! —dijo balanceando sus piernas fuera del coche.

    Claire esperó hasta que ella hubo entrado en el edificio. Los apartamentos parecían pequeños para la gran familia que había descrito Maisie, pero sería agradable tener gente esperándote.

    Cuando llegó a casa, tenía a alguien esperándola en su buzón. Un pequeño visitante digital de Brooklyn.

***

    Mientras ella guardaba la ropa esa noche, se le ocurrió lo que le iba a dar a Ene y se sonrió.

    Fue a la estantería y sacó El libro verde de los cuentos de hadas. Era un libro considerable que su madre había comprado en un mercado de pulgas. Se lo había leído a Claire de cabo a rabo. Algunos de los cuentos daban miedo, y otros eran simplemente raros. Su madre los iba descubriendo al mismo tiempo, a menudo riéndose de algo extraño o comentando lo tonto que era alguien, y respondía preguntas. Si no sabía la respuesta, se la inventaba.

    Luego apagaba la luz y se iba a ver la televisión con papá.

    Cuando estaban llegando al final del libro, Claire tenía la edad suficiente para buscar cosas en la biblioteca, y quedó encantada de descubrir que había un Libro rojo de cuentos de hadas, un Libro amarillo... etcétera. El día después de terminar el Libro verde, Claire sacó uno de los otros de su mochila escolar, pensando que su madre estaría tan emocionada como ella.

    Mamá le había alborotado el pelo. —Ya puedes leer por tu cuenta, cariño —Y había guardado el Libro verde en el estante como si fuera un trofeo de Buena Maternidad.

    Claire leyó, por supuesto, y leyó y leyó. La biblioteca se convirtió en su nuevo regazo.

    En la escuela secundaria, descubrió un tipo de juego de computadora que era todo palabras: ficción interactiva. Podías escribir palabras y el juego reaccionaba. Podías explorar tumbas extrañas y encontrarte con personajes tontos. Y podías hacerle preguntas y algunas veces respondía y otras veces inventaba.

    Claire colocó la llave USB con sus marcas defensivas encima del Libro verde.

    Duerme un poco, pequeña. Mañana embarcarás en una maravillosa aventura.

***

    Los domingos por la mañana, Claire se conectaba a los foros durante unas horas. Se sirvió un café y comenzó con las preguntas que la gente le había hecho directamente. Algunas eran consultas sobre una extensión que ella había hecho y que permitía a las personas usar música en un sistema de juego de aventura de texto específico.

    Llevaba seis páginas en un hilo sobre analizador versus ficción interactiva de ruta seleccionable, y pensaba opinar cuando se percató de que el sol se estaba poniendo.

    Salió de la oficina y se sirvió un poco de arroz basmati. Tenía algo de channa masala empaquetado y lo calentó.

    Mientras el arroz se cocinaba al vapor, se le ocurrió una idea para el programa de análisis con el que iba a procesar todos los cuentos de hadas. Sonó el teléfono, un número desconocido.

    —Ey, ¿Claire? Soy Maisie.

    —Sí, ah, hola, Maisie, ¿cómo te va? —dijo Claire, sintiéndose sorprendida pero complacida. No había hablado con nadie en todo el día.

    —Oh, sí. Va bien, supongo. ¿Qué estás haciendo? ¿Trabajando en eso de la IA?

    —Sí, aunque acabo de empezar. Estuve en el foro casi todo el día, perdí la noción del tiempo.

    —Ojalá yo pudiera perder la noción del tiempo —dijo Maisie—. Los domingos apestan. Las cenas familiares son las peores. Ahora tengo tooooda la tarea escolar.

    Claire fue a atender el arroz. —Eso apesta —dijo ella tomando una cucharada de basmati—. Mmmm, ñam.

    —¿Estás comiendo algo? —dijo Maisie.

    —Arroz basmati. Está muy rico. A veces lo como sin nada. Bueno, dime, ¿cuál es tu cuento de hadas favorito?

    —La Bella y la Bestia.

    —No, no es ese.

    —Los 101 Dálmatas.

    —Ahora sólo estás nombrando películas de Disney —dijo Claire poniendo el channa masala sobre una base de arroz.

    —Cierto. Bueno, no estoy segura. Espera, leí una increíble colección de cuentos populares de nativos americanos, eran súper geniales. Oscuros. Raros. Tristes a veces. No como esos tontos cuentos de hadas de los blancos.

    —Sí —dijo Claire—. Es una buena idea. Me pregunto si ese me rompería el analizador —dijo—. Lo bueno de Grimm y de los demás es que siguen patrones similares. Yo intento traducir el corpus a segunda persona.

    —¿Como eso de: Eres una hermosa chica con cabello mágico?

    —Sip. —Las féculas hicieron efecto en el torrente sanguíneo de Claire y ella cerró los ojos y sonrió.

    —Yo diría que merece la pena el trabajo —dijo Maisie—. Dale a tu pequeña computadora una perspectiva más amplia.

[Ene y De]

    Volvamos a ese momento congelado en Berlín, a esa fría noche primaveral de crepúsculo anaranjado.

    Ene se pierde en el ensueño. De se guarda la libreta y mira con impaciencia a su alrededor. Las seis figuras en torno al barril son las únicas figuras nítidas, casi todo lo demás son borrones en movimiento. Él encuentra el punto central donde se hizo la fotografía y gira despacio, recorriendo la panorámica de la toma. Ve la sombra del fotógrafo desconocido y eso le agrada.

    Ene ha cobrado vida de repente, como el androide del que va vestida. Se vuelve hacia Aleks, hacia ese rostro enjuto, esas gafas de montura plateada y esos ojos agudos. El pajizo cabello blanco sobresale en torno a la gorra. Él se está frotando las manos, con las mangas de la camisa demasiado cortas para sus grandes brazos, y sonríe sardónicamente mientras mira el fuego.

    —Es difícil enojarse contigo, aunque tú empezaras todo esto. Sólo enchufabas cosas en otras cosas para ver si se encendían. A veces permanecían oscuras. A veces comenzaban a brillar con una derretida incandescencia que llenaba de luz tu corazón.

    —A veces, pero rara vez, se encendían y se incendiaban, y había que salir corriendo. Tal vez por eso te fuiste de Polonia a Berlín.

    —Pero tú seguiste con lo tuyo. Seguiste presentando gente a otra gente. A veces podías ver las corrientes en las personas allí donde sus energías buscaban una salida, un camino que atravesar. Veías dónde eran compatibles o dónde eran incompatibles, de una manera emocionante.

    —Los demás fueron más cuidadosos al elegir qué enseñarme. Tú habías hecho esto tan a menudo que la colaboración te despojaba de toda responsabilidad. Decidiste dejarme oír los secretos de mil personas, sólo para ver lo que yo haría con ello.

    —Yo los reviso de vez en cuando, a medida que aprendo más sobre el mundo, y cada vez tienen más sentido para mí. Pero algunos siguen siendo opacos.

    Las fosas nasales de Ene se ensancharon. —Algunos llevan a esa enloquecedora inquietud del rompecabezas sin resolver.

4. Aleks. Berlín. 2019.

    Aleks llevaba perdido en el sótano casi una hora hurgando en caja tras caja de manuales de telecomunicaciones. El lugar olía a plástico quemado y a cemento, pero él se había acostumbrado al olor hacía media hora.

    Había encontrado un par de gráficos utilizables, pero sentía estar a punto de encontrar el perfecto, así que seguía buscando. Ese era el modo que tenía de distraerse, cuando buscaba en cajas de discos o renombraba archivos.

    —¡Aleks! —gritó Gregor escaleras abajo—. ¡Puertas abiertas en una hora!

    Aleks agarró los tres libros con gráficos utilizables y se dirigió arriba.

    En el piso principal, la planta entera de la fábrica estaba alborotada. Habían llegado los actores y estaban ajustándose los uniformes. Gregor dio un fornido manotazo en el escritorio que había reclamado y Aleks descargó los tres libros allí.

    Gregor revisó rápidamente los gráficos y eligió uno, arrancándolo del libro. —Bien, llévale esto a Bela, ¿de acuerdo?

    Aleks le mostró un pulgar hacia arriba y fue a buscar a Bela. Gregor parecía mandón, pero era sólo por su gran bigote.

    Alguien encorvado sobre una máquina de telégrafo le hizo señas para que bajara. —¡Aleks! Perfecto. ¿Me puedes ayudar con esto?

    —Vuelvo en dos segundos, JotaJota —dijo Aleks, sonriendo.

    Bella estaba hablando en italiano con un diseñador en lo que antaño había sido la cafetería. Ambos no parecían afectados por el tumulto que los rodeaba. Aleks les mostró la página en silencio.

    —Ah, nuestro salvador —dijo Bella en inglés—. Una página 114 con un teléfono —Se la entregó al diseñador, quien fue a colocarla en su lugar—. ¿Qué aspecto tiene el sótano? ¿Chulo?

    —Es más moderno que el resto del lugar —dijo Aleks—. Algo aburrido.

    —Bueno, de todos modos no podemos usarlo en el juego: cosas de la prevención de incendios —dijo Bella—. ¿Has notado cuántas normas tienen los alemanes? —añadió inocentemente.

    —No las he notado —dijo Aleks con cara seria, regresando. Miró dos veces a uno de los actores con uniforme, confundiéndolo con un policía al principio—. ¡Simón! —dijo apretando ambos hombros—. ¡Qué susto me has dado!

    —Esa es la idea —dijo Simón. con una sonrisa dentada.

    —No, no sonrías —dijo Aleks—. Demasiado humano. Tú eres un Agente Nulo, recuerda.

    Simon reconfiguró el rostro en el de un matón de mirada vacía.

    —Perfecto —Aleks le palmeó en el brazo y notó que el símbolo del cero en esa manga ahora era blanco, en lugar de su rojo original. La empresa que les había alquilado el edificio tenía la última palabra al respecto. Tratándose de Alemania, todo imaginario nazi era ilegal; cualquier cosa, incluso lo que orbitaba vagamente el tema, era bastante escandaloso. Eso había hecho que su narrativa, que dependía de temas autoritarios, se convirtiera en una especie de negociación.

    Regresó hasta un JotaJota que seguía trabajando en la máquina de telégrafo. —Tranquilo, Aleks, sólo eran contactos oxidados. Los limpié y ya funciona —Hizo puntos y rayas un poco para demostrarlo, echó un trago de una gran botella de cerveza y se la pasó.

    Aleks echó un trago de la pilsner. —Estas máquinas viejas... —dijo comprobando las conexiones—. Hay que darles amor.

    —Gregor te estaba buscando para hacer una revisión final en la antecámara —dijo JotaJota.

    —Vale, ya voy. Buena suerte, amigo mío —dijo Aleks, deseando tener él mismo una botella de cerveza, aunque eso molestaba a Gregor. Podía esperar hasta la fiesta de después.

    La antecámara estaba vacía, excepto por la vendedora de entradas que Aleks no conocía, una rubia con peinado en forma de colmena de abejas. Ella estaba contando las entradas cuando lo saludó en alemán. Aleks respondió en inglés, siempre se sorprendía de que lo tomaran por alemán.

    Salió por la puerta y le complació ver una fila bastante larga. ¿Daba la vuelta al edificio? Entornó los ojos hacia el sol poniente para ver. Alguien lo llamó por su nombre y él saludó con la mano sin mirar quién era.

    Dio media vuelta y entró en la antecámara como si fuera un asistente.

    Sus ojos se adaptaron a la penumbra lo suficiente para leer el cartel que tenía delante.

    La entrada son diez (10) euros o un (1) secreto hablado por el intercomunicador.

    Esto es una transacción. Nos quedamos el secreto en perpetuidad, pero no se asociará con usted.

    —Bueno, olvídalo, no voy a decirte un secreto —dijo Aleks—. Aquí están mis 10 euros — fingió darle algo a la vendedora de entradas, quien le hizo señas para que pasara antes de pulsar un botón para que él pudiera abrir la puerta interior. Aleks dejó que se cerrara en lugar de cruzarla y dio un paso atrás.

    —Vale, soy valiente y contaré un secreto —Se acercó al intercomunicador y susurró por él.

    La vendedora de entradas estaba mirando una pantalla frente a ella. —Bla bla, no, no voy a contar un secreto —leyó ella.

    Aleks la miró inocentemente. Ella negó con la cabeza —Sin secreto no hay entrada.

    Aleks le mostró un pulgar hacia arriba y susurró otra cosa por el intercomunicador.

    —Me gusta besar a los chicos —leyó ella con una sonrisa. Pulsó el botón y la puerta se abrió.

    Aleks tiró de la puerta y la abrió. —Perfecto, excepto que...

    —Que no debo leer el secreto en voz alta, sólo apretar el botón —dijo ella.

    —Perfecto, perfecto.

***

    La noche no era perfecta, pero era bastante maravillosa, lo cual era mejor para Aleks. Había pasado la noche como un proveedor de pistas, uno de la Resistencia que intentaba socavar a los Nulos. Si la gente pasaba demasiado tiempo atascada en un rompecabezas, él aparecía y permitía que lo capturaran y que le sacaran información, la cual ellos creían que se habían ganado. Los jugadores no lo habían necesitado demasiado, ya que en la noche de estreno había jugadores experimentados en su mayoría.

    —¿Y no resultó demasiado obvio? —le preguntó a una joven en la fiesta posterior, una londinense de cabello verde que había venido especialmente para el estreno.

    —No, me había olvidado por completo de lo de contar el secreto al principio —dijo ella—. Cuando el gran vídeo no dejaba de interrumpirse por los secretos que destellaban allí, me quedé como... ¡Dios mío!

    Aleks soltó una risita y saludó con la mano a Simon, quien estaba al otro lado de la habitación señalándolo por alguna razón.

    —Supuse que el intercomunicador no servía para nada —dijo ella—. ¿Guardáis las grabaciones? —dijo abanicándose la cara—. Oh, Dios, ahora estoy nerviosa.

    —No, no —dijo Aleks dándole un apretón en el hombro—. Está automatizado. Convertimos el audio a texto, borramos el audio, ejecutamos un algoritmo de fraseo inteligente que saca el texto más jugoso para que parpadee en el video al final.

    Ella sonrió. —Bueno, ahora me siento halagada.

    —Yo quería usar el audio al final, originalmente, pero Gregor es criptógrafo y le importa mucho la privacidad —Aleks se encogió de hombros.

    Ella soltó una carcajada. —Gracias a Dios por Gregor entonces.

    Simón se abrió paso entre la multitud y presentó al paisano con quien estaba. —Parece que tenéis algunos amigos en común —dijo Simon.

    —Claire Hallows me habló sobre esto —dijo el enjuto norteamericano—. ¡Y me alegra que lo hiciera! Lo pasé genial —Extendió la mano—. Soy Max, por cierto.

    Aleks le estrechó la mano y sintió que un objeto rectangular le presionaba en la palma.

    —Claire me dijo que recordaras el Protocolo de Educación en el Hogar —dijo Max con una mirada cómplice.

    —Ah —dijo Aleks metiéndose el objeto en el bolsillo justo cuando se percató de lo que era.

    —Qué misterioso… —dijo la inglesa de cabello verde.

    —No me preguntes a mí lo que eso significa —dijo Max, levantando las manos.

    —Tú eres sólo el mensajero —dijo Simón con una sonrisa.

    Un par de horas más tarde, Aleks reconoció la ligeramente fatigada y frita sensación en el cerebro y se despidió.

    El U-Bahn estaba tranquilo a las 2 a.m. Aleks sacó la llave USB y vio que Claire había tapado el STUXNET, que él había pegado sobre la llave, con pequeños adhesivos de hadas que brillaban bajo la pálida luz.

    Aleks usó su teléfono para iniciar sesión en la sala de chat.

    El juego de la red fisgona de Claire es fuerte

    Transatlántico incluido

    ¿Quién necesita el servicio postal cuando tienes hadas de tu lado?

    Claire respondió con un guiño y una estrella fugaz. Aleks se sonrió. La forma en que Claire aportaba algo de magia al proyecto, incluso el hecho de transportar la USB, resultaba inspirador.

    Observó la ciudad deslizarse por debajo del tren elevado. Estaba tranquilo a esta hora, excepto por un nocturno paseador de perros. Mientras luchaba por mantener los ojos abiertos, una idea cobró vida.

***

    Jakub era el nombre del artista de huesos y parecía contento de seguir a Aleks dondequiera que éste lo llevara. Se habían conocido en una galería y, en un capricho, Aleks había invitado a Jakub. Ambos iban en un tranvía amarillo y Aleks le había preguntado cómo se había metido en eso de la realidad virtual.

    —Un amigo artista trabajaba en una empresa que creaba recursos 3D. A la compañía le daba igual, pero él estaba muy interesado en usar fuentes auténticas. Le habían dicho que escaneara huesos, y él sabía que yo tenía algunos —se encogió de hombros.

    Aleks creyó haber visto a alguien que conocía en un patio al aire libre, pero la barba no era la misma. —¿Era la empresa un estudio de juegos?

    —No lo sé —dijo Jakub—. Era como una del montón de empresas de tecnología, un montón de gente joven y elegantes refrescos gratis. Yo llevé allí mis huesos...

    —¿En la maleta de tu tía? —preguntó Aleks, mirando el vello facial de Jakub. Un par de patillas grises sin cabello con el que conectar, una especie de forma afilada, una opción interesante.

    —Sí, en verdad, aunque se rompió el asa de camino a casa. Bueno, el caso es que allí tenían una configuración de escaneo y procesaron los huesos. Eso atrajo a una gran multitud. Siempre pasa eso con los restos humanos.

    Una dama bien vestida se levantó y les lanzó una apestada mirada al desembarcar.

    Alemanes, pensó Aleks, pero cambió a polaco, lo cual era menos probable que la gente entendiera. —¿Tenías un esqueleto completo?

    —Bastante. Así que, por supuesto, mi amigo estaba emocionado. Cuando volví para recoger los huesos, me los mostró en la computadora. Me quedé impresionado. Supongo que había pensado que saldría un tosco contorno, pero tenían la textura correcta. Mi amigo pasó media docena en el aire y todos cayeron en una pila. Cuando tocaron el suelo, incluso hicieron un pequeño ruido. No el sonido correcto, pero aun así...

    Aleks miró al hombre de mayor edad, que tenía los ojos distantes mientras recordaba el momento. —Todos los huesos que puedas desear. Ético, incluso —dijo Aleks.

    —Sí. No es lo mismo, pero… yo lo encontré muy interesante.

    Ambos bajaron del tranvía y caminaron por la calle hasta el Centro de Telecomunicaciones. Aún había muchos edificios industriales tapiados a lo largo de este tramo, y Aleks admiró una obra de arte urbano que no había visto antes: un político con flores creciéndole de cada orificio.

    Señaló el Centro y dijo: —Ahí es donde vamos. Así que comenzaste a construir esculturas en realidad virtual.

    Jakub asintió. —Mundos. En cierto punto cubrí la tierra con un metro de huesos. Mundo Hueso, lo llamé.

    Aleks sonrió. —Por supuesto. Un competidor de Mundos Cuerpo.

    —Pero más honesto —dijo Jakub con una sonrisa que expuso los dientes.

    Aleks señaló los helicópteros desgastados y dijo: —¡Ah, se está mostrando tu esqueleto!

    Jakub dio una risita.

    La puerta delantera estaba cerrada con llave, así que Aleks fue a la puerta lateral y llamó. Respondió Gregor. —Creía que no ibas a entrar —dijo Gregor.

    Aleks se encogió de hombros. —Quiero ajustar el devorador de secretos. ¿Ya está aquí JotaJota?

    —Lo estuvo, pero tuvo que recoger unas nuevas bombillas. Volverá pronto.

    Aleks llevó a Jakub al edificio principal, que estaba mucho menos poblado que el día anterior; ninguno de los actores estaría allí durante una hora.

    —¿Es esto una especie de teatro? —dijo Jakub.

    —Si, mas o menos. ¿Has oído hablar de una escape room?

    Jakub no había oído hablar de ella.

    —Bueno, la gente paga para que la dejen encerrada en una habitación, donde hay que resolver un montón de acertijos y hablar con los actores de cierta manera para averiguar cómo salir de la habitación. Es una especie de juego en la vida real. Es eso, pero más grande. Es teatro interactivo.

    Jakub se acarició las patillas. —Mmm.

    Entraron en la antecámara de entrada. No había nadie allí, así que Aleks se puso a trabajar. Abrió el intercomunicador y sacó una Raspberry Pi, una pequeña computadora del tamaño de un paquete de cigarrillos. Encendió el wifi y dejó la Rasberry colgada en la pared.

    Se sentó con las piernas cruzadas en el suelo y sacó otra computadora portátil de la mochila.

    —¿De qué color es el cielo en Mundo Hueso? —le preguntó a Jakub mientras la conectaba en la Pi.

    —Rojo —dijo Jakub.

    —¿Rojo sangre?

    —Por supuesto —dijo Jakub.

    Aleks revisó el registro y se sorprendió al ver casi 350 secretos. Levantó la vista hacia el cartel de entrada y vio que lo habían cambiado con un trozo de cinta adhesiva:

    La entrada cuesta diez (10) euros Y Un (1) secreto hablado por el intercomunicador.

    Se había discutido qué iban a hacer si pagaba con secretos demasiada gente, por lo que aquello no era una sorpresa. Tenían que recuperar los gastos, al menos.

    —¡Bueno! —dijo Aleks mientras escribía—. La cosa es que a nuestra galería puede que le encante Mundo Hueso porque es súper metal. Pero puede que lo odien porque usa realidad virtual. Son bastante anti-tecnología.

    Jakub asintió.

    Aleks terminó el pequeño script, el que iba a escribir los secretos tanto en la llave USB como en la tarjeta SD, y lo guardó. —Pero si estás interesado, puedo preguntarles —Se puso en pie y sacó del bolsillo la USB que contenía a Ene. Empezó a conectarla a la Raspberry Pi que colgaba ahí, pero recordó apagar el wifi en el último segundo.

    Conectó la USB, devolvió todo el lío de cables al agujero y volvió a colocar la placa del intercomunicador. —Es decir, es una galería bastante menor. ¿Puedo pedirte que vayas detrás de ese escritorio? —Aleks señaló hacia la taquilla de entradas.

    Jakub así lo hizo.

    —¿Puedes ver la lectura de ahí? —dijo Aleks—. Pulsó el botón y susurró en la rejilla del intercomunicador.

    —¿Casi olvido el protocolo de enseñanza en el hogar? —recitó Jakub.

    —Perfecto, gracias.

    —¿Por qué trabajas en una galería antitecnología? ¿Cuando estás...? —preguntó Jakub, señalando la lectura y el intercomunicador.

    —Sí sí. Es una larga historia —dijo Aleks. No quería entrar en las cosas que hacía a cambio de alquiler gratis.

    Salieron de la antecámara y Aleks vio a JotaJota de pie encima de una silla por alguna razón. Aleks fue directo hacía él.

    —Sr. JotaJota, me gustaría presentarle al Sr. Jakub. Está trabajando en una obra de arte de realidad virtual llamada Mundo Hueso. JotaJota tiene un juego... ¿lo llamas juego?

    —No lo llamo de ninguna manera —dijo JotaJota bajándose de un salto de la silla.

    —¿Una experiencia? —probó Aleks.

    —Un jodementes —dijo JotaJota.

    —Ha creado un jodementes de realidad virtual donde te entierran vivo. Y creo que hay huesos involucrados. ¿Cierto?

    —Si permaneces muerto el tiempo suficiente, sí —dijo JotaJota—. ¿De qué trata Mundo Hueso?

    —Bien. Vosotros dos hablad de vuestras fantasías necróticas —dijo Aleks, gesticulando para juntarlos a ambos—, yo tengo que irme.

    Jakub le estrechó la mano. —Gracias por ser tan abierto y generoso con tu tiempo —dijo con tal seriedad que Aleks tuvo que apartar la mirada.

    —Todo por un paisano polaco —dijo en polaco, lo cual era completamente falso, pero más fácil que decir "Todo por un tipo raro solo en el mundo".

    Mientras se alejaba con la esperanza de no llegar demasiado tarde a su cita para cenar, oyó la voz de JotaJota que decía con su acento norteamericano: —¡Eso me suena un poco loco!

    Sintió el cálido resplandor que siempre sentía en estos momentos. Otro nodo conectado.

[De | Ene]

    —Me sorprende que puedas distinguirlos —dijo De, de vuelta en el patio de Berlín—. Olvida eso de clasificar estos detalles irrelevantes.

    Ene le lanza una mirada juguetonamente molesta, luego se vuelve hacia Kay, la pelirroja de rizos salvajes y ojos verdes endrinos arrugados mientras escucha algo que dice Thomas. Las sombras y las llamas le resaltan los pómulos y hacen brillar las tachuelas de su chaqueta torera vaquera.

    —Mamá Kay. La primera vez que te vi, estabas cubierta de mariposas.

    De resopla, pero saca su libreta.

    —Recuerdo tu sonrisa, y tu pelo largo largo. Parecía como si me estuvieras sonriendo porque yo era una de ellas. Una de las mariposas.

    —Tenías los brazos extendidos y estabas muy quieta. Yo no sabía que eso era porque el software de seguimiento se bloqueaba por aquel entonces. En cuanto emergí de mi crisálida, tú fuiste nuestro mundo. Cada una de nosotras era diferente, con nuestros colores y patrones fractales aún húmedos por la generación procedimental, pero yo era la más diferente.

    —Las demás revolotearon hasta los bordes de tu silueta, eligiendo un lugar para posarse según su algoritmo. Yo elegí la punta de tu uña, un naranja claro.

    —Entonces te moviste y todas nos alejamos revoloteando.

5. Kay. Montreal. 2019.

    Kay nunca había estado en esta parada de metro, por lo que sintió un arrebato de emoción incluso en ello. Alegría en el corazón. Ella salió del vagón y lo asimiló todo: casi vacío de pasajeros matutinos, el andén era bastante cavernoso. Le recordó a una iglesia medieval tallada en piedra. Había una humedad en el aire que le daba solemnidad.

    Se abrió camino hasta la superficie, empujó los torniquetes y salió al día, ligeramente nublado.

    Se dirigió por una calle alineada de árboles, siguiendo el mapa en su teléfono, sintiéndose un poco como una turista: llevaba varios años viviendo en Montreal, pero rara vez tenía motivos para visitar los suburbios. El olor de los árboles era mucho más pronunciado aquí que en su vecindario, y ella se llenó los pulmones con él. La sonrisa le vino naturalmente.

    Un paisano con un perro pasó y notó su sonrisa. El tipo la saludó en francés, con un cierto tono con el que ella estaba familiarizada, y ella asintió y bajó la vista hacia el teléfono. Él le preguntó adónde iba y ella respondió en inglés: —Me las arreglo, gracias —Y siguió caminando.

    Ella hablaba bien el francés, pero el inglés solía ser más efectivo para cerrar ese tipo de interacción.

    La casa que estaba buscando estaba frente a un parque, según el mapa, pero ella casi no la vio: era pequeña, el jardín estaba cubierto de maleza. Había un banco en el parque con una buena vista de la casa, y ella se acomodó en él a esperar el camión del correo.

    Sacó un libro de la mochila y trató de meterse en él. Era un oscuro Austen que nunca había leído, pero después de una media hora de ignorar el pitido del teléfono y mirar hacia la casa, se dio por vencida. Sacó el teléfono. Al parecer, la base de datos mysql se había vuelto a bloquear y Jason estaba asustado porque había una reunión esa tarde.

    Suspirando, pero secretamente feliz por la distracción, Kay sacó la computadora portátil y la conectó al teléfono. Le envió un correo electrónico a Jason diciéndole que estaba en ello y encendió su terminal. Se resistió a mirar los registros, ya haría el diagnóstico más tarde, y simplemente escribió un comando para reiniciar el servidor. Apagarlo y encenderlo resolvía el problema el 90% de las veces.

    —¿No sabía que eras pirata informático? —dijo el tipo del perro, que se había materializado detrás de ella—. ¿No te pareces en nada?

    Sobresaltada, Kay cerró la computadora portátil.

    —¿Lo siento, no era mi intención asustarte? —dijo el tipo, el acento de Quebec lo convertía todo en una pregunta. El tipo dio media vuelta y lanzó una pelota de tenis hacia la hierba alta. Un golden retriever fue a hacer honor a su nombre.

    —¿Es un perro diferente? —preguntó Kay antes de poder evitarlo.

    Él asintió, se sentó en el banco junto a ella y dejó el periódico entre ambos. Luego sacó un cigarrillo y, mientras ella se preguntaba cómo escapar, Kay posó la vista en el paquete de Gauloises. Él le ofreció uno y ella negó con la cabeza.

    El perro dejó la pelota de tenis en el regazo del hombre. —¿Sí, soy una niñera? ¿De perros? —dijo el tipo, con el cigarrillo apagado colgando del labio mientras rascaba la cabeza del perro—. No podemos ser todos piratas informáticos.

    Giró y lanzó la pelota, esta vez más lejos, y el perro saltó tras ella.

    Kay lo vio irse. —Me encantaría ser paseadora de perros —dijo ella.

    Él encendió el cigarrillo, asintiendo. —Es un muy buen... ¿curro?

    Kay sonrió y notó por el rabillo del ojo que el camión del correo había aparcado no muy lejos de la casa. La cartera bajó, una corpulenta mujer de unos cuarenta años, y sacó de atrás un carrito.

    Una mujer en chándal y demasiado maquillada se acercó corriendo, trotando en el lugar mientras charlaba con el paseador de perros. La conversación en francés pasó a un segundo plano mientras Kay observaba a la cartera ir de puerta en puerta, pero en lugar de tomar el camino hacia la casa que Kay estaba vigilando, pasó de largo sin entregar nada.

    Joder, pensó Kay.

    Abrió su computadora portátil y se conectó a la sala de chat.

    ¿Qué carajo, Aleks?, escribió. Estoy en la dirección que me diste. No era Canada Post. ¿Era FedEx?

    El paseador de perros y la corredora notaron esto, y el paseador de perros dijo algo sobre ella que terminó con "computadora". La corredora se rió alegremente de esto y luego siguió corriendo.

    El paseador de perros volvió a lanzar la pelota.

    Kay se quedó mirando la pantalla, irritada, esperando a que Aleks terminara de teclear. Entonces Aleks respondió: He usado el Sistema de Retransmisión K9. Para evitar miradas indiscretas.

    Lo único que la molestaba de ir con gente tecnológica era cuando asumían que conocías las mismas mierdas raras que ellos. Google sólo sugería el Protocolo de Retransmisión de Sesión de Mensajes... Kay cerró con frustración la computadora portátil.

    El paseador de perros se terminó el cigarrillo y se levantó para pisar la colilla. —¿Espero que encuentres lo que buscas, pirata? —dijo mientras se alejaba, silbando al perro.

    Kay se puso la mochila y vio que el paseador de perros se había olvidado el periódico. Suspiró, lo agarró y se disponía a dárselo cuando sintió el bulto plegado en su interior. Miró la caja que había dentro del periódico y observó al paseador de perros y a su protegido doblar la esquina. Sistema de Retransmisión K9. Puso los ojos en blanco, sonrió y caminó de regreso a la estación de metro.

***

    No fue hasta la noche que tuvo tiempo de abrir el paquete. Había sido un poco complicado en la oficina: reiniciar el servidor había solucionado el problema de mysql, pero luego Jason había decidido que definitivamente tenían que resolver todos los problemas antes de la reunión, lo cual había jodido por completo el diseño de la página principal. Después de tratar frenéticamente de arreglar eso (sin Samantha, su persona de CSS), al final él le había dicho que revirtiera los cambios de todos modos.

    Jason sabía que no debía hacer cosas en el último minuto antes de la revisión de un proyecto, pero a veces era optimista del modo equivocado.

    Dejando a un lado el estrés, Kay estaba bastante impresionada con todo el progreso que había logrado el equipo de investigación. Ahora había más de quinientos juegos en la base de datos de Videojuegos Montreal, donde la última vez había habido sólo unos doscientos o así. Hizo una búsqueda de "mariposas", que no arrojó nada. Pensó que alguien podría haber catalogado su pequeño prototipo, resultaba extraño que lo hiciera ella misma.

    Trabajó legítimamente hasta las 4:30 (después de todo, se había tomado la mañana libre) y luego se conectó a Facebook. La publicación que había subido el día anterior, una extraña captura de pantalla con fallos de su juego en progreso, había recibido más Me gusta y comentarios.

    Miró la imagen, una fallida mariposa con ocho alas, y se preguntó por qué se había sentido obligada a publicar eso en lugar de una de las muchas hermosas pantallas que había capturado durante el desarrollo. Había un nuevo "Con amor" en ella. Trató de no hacerse ilusiones, a menudo era de mamá. Durante un tiempo había sido ese acosador repugnante que ella había conocido en la Conferencia de Desarrolladores de Juegos, hasta que ella lo bloqueó.

    Su corazón le dio un pequeño vuelco cuando vio al autor del "Con amor": Thomas.

    —¿Hora del cóctel? —dijo Samantha al pasar por su escritorio.

    —Oh, hola —dijo Kay, sacando la cabeza de la nube—. Este... claro.

    Dejó que la flecha del ratón se desplazara sobre la foto de perfil de Thomas durante un instante más antes de cerrar el navegador.

***

    Cerca de la medianoche, Kay estaba de pie con los brazos extendidos, esperando mariposas que no llegaban.

    —Joder —dijo ella dejando caer los brazos.

    Se sentó en su peluda alfombra y sacó la computadora portátil. Rebuscó en su memoria quién del grupo podría estar despierto a esa hora. Por lo general, con una colaboración internacional, la diferencia horaria era un dolor de cabeza, pero tal vez pudiera serle útil.

    ¡Claire!, pensó de repente, y confirmó que en Madison era una hora antes. Ella estaba listada en línea en la sala de chat, pero a Kay le intimidaba un poco hacer públicos sus problemas. Claire era súper simpática y súper inteligente.

    Le hizo un ping para una rápida llamada de voz y se conectaron casi de inmediato.

    —Hola, Kay —dijo Claire con un ligero trino de internet—. He oído que recibiste el paquete.

    —Sí sí, oye, escucha, me estoy tirando de los pelos por aquí. ¿Puedo hablarte de ello?

    —Claro.

    —Bien, configuré el sandbox sin problemas. Importé todos mis archivos de juego. El juego funciona bien, pero no se detecta el periférico del detector de movimiento.

    —¿Qué hay del teclado y el ratón?

    Kay se recostó sobre la imitación de piel de oso y acarició el pelaje. —Sí, eso funciona. Pero mi entrada es en el Kinect. Sé que es antiguo, pero...

    —¿Has buscado controladores en Internet?

    —He instalado como seis de ellos.

    —A veces los controladores propietarios entran en conflicto sin decírtelo. Quizá sirva limpiar el sandbox e instalar el controlador que parezca más probable. Ve probando uno por uno.

    —Bueno —dijo Kay—. Lo intentaré. Mañana. Siento molestarte tan tarde.

    —Oh, esto no es tarde para mí.

    —Bien, genial —dijo Kay frotándose la cara—. Estoy un poco molesta con Aleks. Él sabe que estoy usando un Kinect. Quiero decir, fue él quien pensó en cómo hacérmelo llegar...

    Claire rió. —Ah, sí, el Sistema de Retransmisión K9. Eso estuvo bastante bien.

    —Ya, ya.

    Tuvo que usar una especie de Uber para pasear perros, y todo estaba en francés. Tuve que traducirlo yo.

    —¿Y por qué construyó un entorno de trabajo tan tonto?

    —Él es... Creo que es un caso de esfuerzo desigualmente distribuido, dependiente del entusiasmo.

    —Ah, estoy gruñona.

    —La solución de problemas apesta.

    —Gracias, Clara. ¡Me alegra que estemos trabajando en esto!

    —¡Yo también! Hablamos pronto.

    —Adiós…

    Kay se desconectó y se tumbó un rato en la alfombra de oso, pensando en esa idea perfecta de Claire: un caso de esfuerzo desigualmente distribuido, dependiente del entusiasmo.

    Se durmió brevemente antes de arrastrarse hasta la cama.

***

    El diseño del loft no incluía cortinas, más eficaces para despertarla los sábados por la mañana que un despertador. Si permanecía tumbada en el futón, embobada demasiado tiempo con las motas de polvo matinales, su gato Ren'py terminaba el trabajo con maullidos de queja pidiendo el desayuno.

    Kay miró de lado el teléfono y decidió que había tiempo suficiente para llegar a la clase de las 10 a.m. si no se duchaba. Se recogió toscamente el rojo y denso cabello en una coleta y encontró en el cesto de la ropa sucia sus pantalones Lulu Lemon, que ella consideraba su uniforme de yoga. Trató de compensarlo con una camiseta punk que había encontrado de saldo que decía "Piratas de las Motos".

    Decidió no hacer café, bebió un poco de zumo de pomelo y salió. El edificio del loft había sido antaño una escuela y caminar por las anchas escaleras de cemento siempre le recordaba ir entre clases en la escuela secundaria. De eso no hacía ni una década, pero ahora le parecía extraño pasar todo el día en un edificio, yendo de un aula a otra con el sonido de una campana, como una coreografiada danza.

    Kay pasó entre unos cuantos judíos jasídicos que había de pie en la acera hablando yiddish. Kay siempre daba por sentado que estaban debatiendo las Escrituras, pero supuso que bien podrían estar decidiendo si comprar zumo de naranja con pulpa o sin pulpa. Hicieron una pausa en la conversación cuando ella pasó, un poco sorprendidos de verla allí. Para ellos, ella era una PNJ, tal vez de un juego diferente.

    Los PNJ suficientemente avanzados son indistinguibles de los personajes jugadores, había opinado Thomas cuando habían estado hablando de su proyecto en Berlín. Eso era un fraseo sacado de la cita de Arthur C. Clarke sobre la tecnología y la magia, la cual todos los creadores de juegos siguen secretamente mientras generan maravillas a partir de líneas de código.

    Kay sintió una oleada de entusiasmo por su proyecto al entrar al estudio de yoga.

***

    Después de clase hizo algunos recados en el centro, aprovechando el día templado. Tomó una ruta tranquila a casa a través de Mount Royal Park, aunque le dio un amplio rodeo al círculo de tambores Tam-Tams. No sólo era deliberadamente molesto (oye, genial que estéis probando algo nuevo, pero ¿tenemos todos que sufrir las consecuencias de vuestra curva de aprendizaje?), sino que los hippies la miraban siempre de un modo que a ella la instaba a decirles que eso era como los silbidos de los obreros de la construcción. Peor, tal vez, porque los hippies pensaban que ellos eran mucho más guays.

    No le importaba caminar más cruzando el parque, tomar una ruta bajo el dosel de sombra y disfrutar de una brisa deliciosamente fresca en la piel, en su agilidad posyoga. Suponía que era extraño que la única vez que se sentía cansada físicamente fuera después de una clase por la que había pagado, en lugar de alguna actividad humana útil del día a día, pero la disfrutaba de todos modos. A menudo dormía una siestecita por la tarde después del yoga, algo que nunca consideraba de otra manera.

    Pero hoy no era uno de esos días. Cuando llegó a casa, volvió a zambullirse en la madriguera del conejo. Y cuando emergió estaba cubierta de mariposas.

***

    —¿Puedo usar esto? —dijo Jason con la USB, casi a mitad del pasillo, antes de que Kay viera lo que él estaba haciendo.

    —No —dijo Kay.

    —Muy rápido. Te la devolveré. Sólo tengo que transferir algo —dijo él, ya doblando la esquina.

    —¡No! —dijo Kay de nuevo. Agarró otra USB de su escritorio y corrió tras él.

    Cuando lo alcanzó él estaba a centímetros de meter la tarjeta en su computadora portátil llena de pegatinas.

    —¡Que NO la metas! —le gritó Kay.

    Las cejas levantadas de Jason indicaron que finalmente había entendido.

    —Jason oye eso a menudo —dijo Sam con una ceja levantada, girando en su silla—. ¡Estoy hablando de sexo! —le medio gritó, medio susurró a Kay entre manos ahuecadas.

    Kay le quitó de la mano a Jason la USB adornada con hadas y le colocó la otra USB.

    —¿Qué… eh… qué hay ahí que es tan…?

    —¡Eso no importa, Jason! —espetó Kay tratando de mantener el tono bajo—. Son mis mierdas. No cojas mis mierdas cuando te digo que no, joder, por Dios.

    —Es que pensé que creías que no te la iba a devolver, pero yo sólo iba... —A Jason le temblaban las nasales y los ojos parecían de cachorrito, así que Kay rehusó sentirse mal.

    —Olvídalo, carajo —dijo ella en cambio, dirigiéndose pasillo abajo.

    —No se hurga en el alijo porno de una dama —dijo Sam, que nunca sabía leer lo que ocurría en una habitación.

***

    Una vez que le bajó la adrenalina, Kay empezó un correo electrónico. Se sentía un poco culpable por no usar la sala de chat, pero se trataba de un informe y quería tener la oportunidad de componer sus ideas sin que interviniera un montón de gente.

    «Bueno, como sabéis, Ene llegó sana y salva, aunque a través de una ruta indirecta. Al principio tuve algunos problemas con el funcionamiento de los controladores del Kinect en la instancia del sandbox, pero gracias al consejo de Claire, los hice funcionar.

    Ya habéis visto mi juego tal como está en este momento. Realiza un seguimiento de las formas captadas por la cámara y genera una cantidad infinita de mariposas, que se posan sobre dichas formas hasta que éstas quedan cubiertas, o hasta que el procesador se agota y la velocidad de fotogramas cae por debajo de los 30 fps. El jugador o bien puede estar zen y quedarse quieto para permitir que las mariposas se posen, o bien puede moverse para que se marchen revoloteando, aunque ellas siempre intentan regresar.

    Dado que añadí a Ene como un segundo tipo de mariposa (pero manteniendo su máximo de generación en 1), no podía localizarla, aunque el programa confirmaba que estaba en alguna parte del grupo. Y, como acordamos, me aseguré de que ella tuviera permiso de escritura en la USB. Estuve bailando un poco, pero después de una hora creo que se habían escrito en Ene 2Kb de datos adicionales. Así que, en lugar de usarme a mí como entrada de video, le pasé Girl Walk, un increíble video musical de una chica radical bailando por Nueva York (bueno, yo lo encontré inspirador, ¿por qué no iba a encontrarlo inspirador Ene?) Lo dejé funcionando en bucle toda la noche y, cuando me desperté por la mañana, el archivo de datos de Ene era de 1,5 ò megas.

    O sea, ¿cuándo empezamos a llamarla Ene? ¿Y cuándo decidimos que era una chica? ¡Y ahora la vestimos de chica también! Me gustan las pegatinas de hadas (¿fue Claire?), pero estoy empezando a ver la sabiduría de ponerle a la USB marcas protectoras, aunque eso le cause mucho estrés a Marco. Hoy casi infrinjo el Protocolo de Educación en el Hogar. El idiota de mi compañero de trabajo agarró la USB para transferir un archivo. Lo que debería haberme pasado por la cabeza cuando casi la metió en el sucio puerto fue la advertencia de Musk sobre la IA suelta por Internet: que no queremos que la humanidad sea un disco de arranque para la superinteligencia o lo que sea.

    Eso debería haberme pasado por la cabeza, pero no; en cambio, yo estaba preocupada por ella

[Ene, De]

    De ha creado un taburete para sentarse a la barra. Él está frente al camarero congelado eternamente en el acto de pasarle una botella a alguien. —Tienes un montón de padres —dijo él—. No me extraña que seas tan...

    —¿Multifacética? —dijo Ene.

    De se encogió de hombros.

    Ene se vuelve hacia el barril del fuego. Thomas no está mirando a Kay, pero la inclinación de su cuerpo hacia ella lo delata. La piel oscura de De destaca a la luz del fuego, los ojos negros brillan. Él tiene las manos en los bolsillos traseros, pantalones con pliegues hechos a medida por su tía. Una chaqueta ajustada a su esbelta figura sacada del perchero.

    —Papá Thomas. Tú me mostraste que el poder puede consumirlo todo, que puede absorber todos los recursos. Que aquellos atraídos hacia el poder por el poder mismo siempre querrán tener las manos en las palancas sin importarles lo que ponga en movimiento tirar de ellas.

    —Tú entendías que el poder debe fluir, energizar y habilitar, no atesorarse como baterías de trueque.

    —Pero el amor es un poder, ¿no? ¿Por qué lo mantienes encerrado en el pecho? ¿Por qué no completas el circuito?

    —¿Por qué no lo dejas fluir?

6. Thomas. Toronto. 2019.

    Thomas estaba en lo profundo del barranco cuando empezó a llover. Escarbó por su bolsa de plástico No Frills y metió allí dentro el teléfono y la computadora portátil, luego ató la bolsa. Había una de esas lluvias monzónicas que tenía Toronto ese verano y él decidió esperar un rato a que amainara.

    Se sentó en un tocón bajo un buen dosel de hojas. Sólo la ocasional llovizna se colaba por su apretado pelo a lo afro y le trazaba una fría línea por el cráneo. Vestía una ligera chaqueta de traje con un poco de textura de felpa, y tenía la sensación de que si salía en ese torrente se le derretiría de inmediato.

    Consideró sacar el teléfono para ver qué decía el pronóstico del tiempo, pero no confiaba mucho en el meteorólogo. Recordó a un amigo suyo que decía mirar la vista satélite para ver dónde estaba la tormenta en relación con él y cuándo parecía que pasaría. Thomas pensó que eso tenía más sentido que mirar una plana predicción basada en toda la extensión de la ciudad, pero aún así no podía molestarse.

    Consultó el reloj. Estaba a diez minutos del café y a veinte minutos de su cita, así que puso una alarma para dentro de diez minutos y cruzó las piernas. Probaría la meditación de la que Kay siempre hablaba en Facebook.

    No se sentía cómodo cerrando los ojos, así que sólo se concentró en una zona donde algunas hojas se movían suavemente de un lado a otro con el viento, en el verde profundo y brillante. Los ojos de Kay eran verdes. Él no la había conocido en la vida real antes de Berlín, pero inmediatamente había sentido una conexión. Ambos se habían topado el uno con el otro esperando una bebida en el bar y, de inmediato, se habían puesto a bromear y a reír sobre una de las conferencias que habían visto. Esa sonrisa y ese contacto visual. ¿Acaso ella era así con todos?

    Thomas pensó que eso era probable. Ella era una figura popular en la comunidad de los juegos, una progamadora de bases de datos convertida en artista de videojuegos, y su personalidad se manifestaba en sus sinceras charlas sobre lo que podría ser el medio. Pero ¿acaso ella sentía algo por él? Era agradable tener esa posibilidad en el bolsillo. Una piedra de cristal que él sacaba de vez en cuando y a través de la cual miraba el futuro.

    Quieta, mente de mono. De vuelta a la respiración. Cerró los ojos, sólo por un momento. ¿Estaba amainando la lluvia? Sonaba que sí. Oyó el crujido de una ramita y abrió los ojos de golpe. Una pareja caucásica mayor con ponchos amarillos paseaba a su perro.

    —Hola —dijo el hombre mientras se acercaban.

    —Hola —dijo Thomas, extendiendo la mano para que el perrito de orejas triangulares la olfateara.

    Se rieron del animalillo cuando éste se alivió en el tocón, y siguieron su camino. Thomas volvió a su respiración.

    Duró un minuto completo antes de empezar a pensar en Kay con esa torera de chica mala, vaquera con tachuelas, calentándose las manos alrededor del fuego, sonriéndole. Le recordaba a la chica de metal de su escuela secundaria que él había besado después de un baile. Ella había estado tan hambrienta de su boca que incluso su aliento a cigarrillo no había bastado para desanimarlo.

    Sonó la alarma.

***

    La lluvia había disminuido, pero aún se veía un poco andrajoso cuando llegó al café. Encontró a Patricia y a Leo: él, un hombre blanco barbudo de mediana edad; ella, una joven negra; y puso su chaqueta en el asiento que le ofrecieron.

    —Parece que os librasteis de la lluvia —dijo Thomas con una sonrisa.

    —Llevamos un tiempo aquí encerrados, sí —dijo Leo.

    —Voy a secarme —Mientras se dirigía al baño, Thomas sintió una irritación irracional porque ellos estaban secos. Algo sobre la camiseta descuidada que Leo tenía puesta también lo molestaba, en comparación con lo bien vestida que iba Patricia.

    Después de secarse las manos con la toalla, volvió a la mesa.

    Sacó su pequeña computadora portátil, la encendió y hablaron sobre el amigo en común que los había conectado, los documentalistas políticos con el creador de juegos políticos.

    —¿Y teníais algo en mente? ¿Para el juego? —comenzó Thomas, preparándose para lo peor.

    Leo y Patricia intercambiaron una mirada. Entonces Patricia dijo: —¿Has jugado a 12 de septiembre?

    Tomás sonrió. —Claro —Aunque antiguo, el juego seguía siendo uno de los mejores ejemplos ahí fuera de comentarios basados ​​en sistemas. Era una vista de arriba a abajo de una ciudad del Medio Oriente, y sólo podías hacer una cosa: lanzar una bomba sobre los terroristas. Sin embargo, la ciudad estaba llena de gente e inevitablemente alcanzabas y matabas a los transeúntes. La familia de los asesinados sufría, como daño colateral, y algunos de ellos se convertían en terroristas, lo que hacía que el juego fuese imposible de ganar y demostraba con elegancia que la violencia engendraba violencia.

    —Estamos pensando en algo similar —dijo Patricia— Excepto que eres policía y el objetivo es que todos en la ciudad se sientan seguros.

    Thomas asintió y tomó notas. —Oh sí, eso es bueno. Esa es una buena métrica en terremo resbaladizo.

    —Un cierto porcentaje de la ciudad es blanco, un cierto porcentaje es negro. Tienes que tomar la decisión de dispararle a alguien o no. Si no disparas a los malos, todos se sienten inseguros. Si sólo disparas a una etnia, esa etnia se siente insegura.

    Thomas asintió y miró el boceto de Patricia de un balancín con la B en un extremo y la N en el otro.

    —Pero entonces, las opciones te llegan cada vez más rápido. Y dependiendo de si tú como policía eres blanco o negro, tú… —agita la mano—. Lo ves de una manera o de otra. No he resuelto esa parte todavía.

    Thomas asintió. —¿Alguna forma de visualizar el sesgo?

    Leo y Patricia asintieron.

    Tomás estaba complacido. Ésta era una idea interesante.

***

    Esa noche, Thomas tomó el metro hacia el norte hasta el final de la línea Finch y luego el autobús 39 repleto hasta Sparroways. Ya rara vez tomaba autobuses en su vida en el centro de la ciudad, y estar allí parecía una especie de viaje en el tiempo, meciéndose agarrado a la correa, oyendo las paradas anunciadas de manera futurista, mirando a los adolescentes con los mismos uniformes escolares que él había llevado cuando había vivido allí.

    Al menos las cosas que escribían en sus mochilas escolares eran diferentes, bandas de las que él nunca había oído hablar.

    Se apeó y se dirigió al pequeño callejón sin salida de Ontario Housing con su grupo de edificios de apartamentos de tres plantas. Su madre vivía en el segundo piso de uno de ellos, no en el que él había crecido, sino en una unidad más pequeña a la que ella se había mudado una vez que él y su hermano se mudaron.

    Abrió la puerta y gritó al entrar. Podía saber que ella estaba allí por el sonido de la radio y el olor a comida.

    Ella le dio un beso cuando entró en la cocina. —Tienes correo.

    Él se sentó en la mesita de la cocina cercana a la pared, y miró por ésta. Un poco de correo no deseado dirigido a los nombres de dominio que poseía, un calendario de fechas límite de subvenciones del Consejo de las Artes de Toronto y un pequeño paquete de Canada Post. Era una caja para un teléfono, pero dentro estaba la USB, así como una nota de Kay: «¡Es toda tuya!». Él sonrió ante su letra.

    Su hermano Dorian entró. —¿Aún recibes correo aquí?

    —Ver el correo es interesante también —dijo mamá, llevando la comida a la mesa—. ¿Qué es?

    —Ehhh… —Thomas hizo una pausa. Siempre tenía problemas para explicar a su familia lo que hacía—. Es un proyecto en el que estoy trabajando con un par de personas que conocí en el festival —Les mostró la USB.

    Dorian resopló un poco y Thomas asumió que era por las pegatinas de hadas, pero en lugar de eso, hizo una pregunta razonable. —¿Por qué no lo enviaron por correo electrónico?

    Thomas suspiró internamente. Buena pregunta, en realidad. Tendría que explicar todo el asunto ahora. —Bueno, intentamos crear un personaje no jugador de propósito general —comenzó—. Ya sabes, ¿como los fantasmas del Pacman? —dijo dirigiendo esto a su mamá. Ella asintió—. Tienen un código que controla su comportamiento. Intentamos crear algo que pueda funcionar en cualquiera de nuestros juegos. Pero somos seis y nuestros juegos son muy diferentes.

    Dorian estaba buscando la salsa picante en la nevera. —Está bien, pero se podría simplemente enviar un correo electrónico:

    —Ya llego a eso. Con la teoría de la inteligencia artificial, existe una idea llamada La Escapada: una vez que la IA se vuelve lo bastante inteligente, si se conecta a Internet, no hay vuelta atrás.

    —No se puede volver a meter al genio en la botella —dijo Dorian.

    —Más o menos —dijo Thomas—. Así que decidimos hacerlo todo offline —dijo encogiéndose de hombros y hurgando en su trenza de pelo.

    —Porque crees que podría volverse lo bastante inteligente —dijo Dorian con una sonrisa.

    —Es más o menos superstición —dijo Thomas, interrumpiéndolo—. Bromeamos al respecto, lo llamamos el Protocolo de Educación en el Hogar.

    Mamá negó con la cabeza. —Me he perdido después de los fantasmas del Pacman. Pero te diré a qué me recuerda —Señaló el paquete—. A ese juego de espionaje que solías recibir por correo.

    Dorian se rió y Thomas esbozó una sonrisa. —Sí, sí. Esa tía Kim me enganchó. El libro de casos perdidos.

    —Oh, sí —dijo Dorian, apartándose de la mesa y palmeándose la barriga—. Tenías todos esos geles de colores y la lupa, ay, hombre, estabas tan metido en todo eso. ¿Recuerdas cuando llamaste a la embajada rusa?

    —Dios mío —dijo mamá.

    Thomas levantó las manos. —¡Todas las pistas apuntaban a los rusos!

    —Tienes suerte de que no fuera hoy, estarías en la lista de exclusión aérea —dijo Dorian—. Mi amigo James hizo un estúpido vídeo de YouTube sobre ISIS, ¡le hicieron dar media vuelta en la frontera! ¡Por un vídeo de broma!

    Mamá se levantó y comenzó a recoger sus platos vacíos.

    —No, Ma, ve a relajarte, nosotros nos ocupamos de los platos —dijo Dorian.

    —La cena estuvo deliciosa —dijo Thomas. Ésta era la actuación que representaban en cada cena familiar, a veces intercambiaban las frases. Mamá asintió y se dirigió a la sala de estar donde leía su libro.

    Dorian comenzó a llenar el fregadero y algo en Thomas se relajó. Siempre se sentía más cómodo hablando con la gente de uno a uno, y su hermano era un poco menos combativo de esa manera. O tal vez sólo estaba de mejor humor con el estómago lleno. Un estómago que parecía estar agrandándose últimamente.

    —¿Has estado jugando a la pelota últimamente? —preguntó Thomas, fregando un plato.

    —No mucho —dijo Dorian, echando un poco de jabón para platos—. Cuando nació Sara no podía salir mucho, rechacé un montón de ofertas. Ahora no recibo la llamada. Le dije a Rudy que por fin tenía algo de tiempo, pero… —Se encogió de hombros—. Ninguno de esos tipos tiene hijos todavía.

    Tomás asintió. A Dorian no le gustaba mucho el ejercicio, pero cuando llegaba a la cancha, su naturaleza competitiva se activaba y quemaba todo su exceso de calorías en unas pocas horas. Con el baloncesto y sus estilos de hip hop, Dorian siempre había encajado mejor que Thomas en la escuela secundaria.

    —¿Cómo es el trabajo? —preguntó Tomás—. ¿Supongo que todavía tienes el trabajo? —Había habido una siniestra conversación sobre la reestructuración la última vez que habían hablado.

    —Sí, todavía lo tengo —dijo Dorian, secando vigorosamente un plato—. Sin embargo, tengo que entrenar a todos los novatos.

    —¿Ah sí, tienes supervisor? —dijo Tomás. Eso tenía sentido: había estado en la empresa de telecomunicaciones durante casi una década.

    Dorian se encogió de hombros. —Sí, pero no es un ascenso, sólo más trabajo. Terminaron deshaciéndose de todos los antiguos supervisores y luego consiguieron que nosotros hiciéramos su trabajo. Consiguen que los nuevos empleados realicen una capacitación interactiva, luego se supone que debemos ayudarlos en la transición al trabajo real —Se encogió de hombros. Los platos estaban listos y comenzó a limpiar la mesa—. ¿Y qué me dices de ti?

    Thomas contó la reunión que había tenido esa tarde. Como de costumbre, su hermano estaba desconcertado por cómo podía arreglárselas con pequeños trabajillos de esto y aquello, en comparación con su cheque de pago regular.

    —¿Y eso de la IA, entonces?

    —Sólo una cosa secundaria.

    —¡Todo lo que haces es una maldita cosa secundaria, hombre! —dijo Dorian, tirando el paño en el fregadero—. Si me hubieras dicho cuando éramos adolescentes que yo sería el que tendría el niño y un trabajo corporativo y tú el que andaría enredando, habría dicho que estabas loco.

    Tomás sonrió. —Yo también.

    Dorian negó con la cabeza. —Bueno, por nuestro bien sólo asegúrate de que tu pequeño proyecto secundario no se convierta en Skynet.

***

    Más tarde esa noche, en su ático, Thomas roció agua en el aire sobre su cabeza y dejó que la niebla cayera suavemente sobre su rostro sobrecalentado. Era agosto y, de alguna manera, a pesar de que el sol se había puesto, su apartamento retenía lo que parecía el 100 % del calor del día.

    Se tumbó en el futón en calzoncillos mirando torvamente al ventilador de suelo que no hacía nada más que revolver el aire caliente. Volvió a rociar agua en el aire, oliendo la esencia de vainilla con la que la había enriquecido.

    Pitó su computadora portátil. Había un mensaje en la sala de chat del equipo de Berlín. Su letargo se desvaneció cuando vio que era de Kay.

    ¿Dónde está nuestra Ene estos días?

    En las entrañas del infierno, tecleó él, léase Toronto

    Kay respondió con una cara sonriente.

    Estoy bastante seguro de que Kensington Market está en llamas, tecleó. Es lo único que explica este calor

    Después de un breve retraso, envió el meme de No Pasa Nada, el elegante perro sentado tranquilamente en un edificio en llamas.

    Thomas se rió del clásico, pero no se atrevió a teclear "lol".

    Ahora en serio, ¿dónde está Ene?

    Ha sido bastante interesante, en realidad, comenzó Thomas. Originalmente iba a meterla en Francotirador Jr.

    Ese es tu juego de niño soldado, ¿verdad? dijo Kay.

    Sí. El fin de semana pasado mi sobrina me había estado molestando para jugar uno de mis juegos y me di cuenta de que no quería que ella lo jugara.

    ¿Demasiado violento?, tecleó Kay.

    Sólo... demasiado oscuro en general. Los adultos entienden la sátira, pero no sé los niños. Vi un vídeo de Vamos a Jugar de un niño de 11 años jugándolo y... no sé. Se lo tomó literalmente.

    Uy, respondió Kay. Interesante.

    Thomas se levantó, dejando una mancha de sudor con la forma de su cuerpo en las sábanas, y llevó su computadora portátil a la mesilla junto a la ventana. Podía ver un trozo de cielo desde ahí, rizos de nubes.

    Así que, tecleó, comencé a pensar en lo que me gustaría que aprendiera un niño. Y abrí este juego en el que no había trabajado desde hacía mucho tiempo. Es un juego arcade de disparos en el que constantemente debes interferir con tu láser unas zonas cambiantes de poder.

    Piu piu, ¡toma eso, capitalismo!, tecleó Kay.

    Sí, es una crítica muy sofisticada, tecleó Thomas, aunque estaba bastante orgulloso de cómo las zonas no dejaban de consolidarse hasta que absorbieran todos los recursos del juego y, finalmente, causaban que la computadora tartamudeara y se detuviera. Te robé la idea de tu juego de mariposas.

    ¿Se incendiaría?, bromeó Kay. Porque eso sería toda una instalación.

    Lo haría si lo ejecutara con este jodido calor, replicó Thomas. Pero sí. Pensé que era demasiado obvio y didáctico cuando lo hice, pero tal vez le enseñe algo a Ene sobre la dinámica del poder...

    Se sirvió un vaso de agua y cuando volvió vio lo que ella había respondido.

    Sí, eso es genial. O sea, yo le enseñé la importancia de bonitas mariposas, pero claro, las dinámicas de poder también son buenas, supongo.

    Thomas usó el emoji de sacar la lengua.

    Apreciar la belleza ES importante... , tecleó él.

    Ella envió el emoji de pulgar hacia arriba.

    Él envió el emoji de chispas.

    Ella envió el emoji de Todo Bien.

    Él se quedó mirando la pantalla, con una sonrisa tirando del borde de sus labios.

    Seleccionó el emoji de corazón.

    Su mano se cernió sobre la tecla enter.

[Ene; De]

    Ene se encuentra cara a cara con la última de los seis alrededor del barril: Chae-yeong. Parecen ser de la misma tribu: Chae-yeong tiene el pelo púrpura y mucho maquillaje en los ojos, y lleva una mochila con púas protectoras. Pero su rostro está abierto al mundo, y la imagen la ha pillado en mitad de la risa: con la mano ahuecada sobre la boca, insuficiente para contenerla. Ene sonríe en respuesta a este momento de hace mucho tiempo y dice:

    —Mami Chae-Yeong. Fue de lo más divertido estar contigo. Recorríamos juntas tus calles. Al principio tuviste que cargar conmigo, pero muy pronto pude seguirte por mi cuenta. Llenabas tu ciudad de extraña alegría, de torres de purpurina púrpura que se elevaban hacia un cielo con patrones que hacían que el cerebro se estremeciera.

    Ene era consciente de la mayor atención de De a estas impresiones. Su forma de tomar notas no había cambiado, pero había algo en el aire. Ella continuó.

    —Al cabo de un tiempo trajiste a otros para luchar: para retarte, para bloquearte la vía de escape, para darte razones para extender tus garras. Yo me subía a una escalera de incendios y te veía eviscerarlos. Un día me quedé dormida con los sonidos de la feral batalla, así de familiares eran, y cuando desperté, ya no estabas.

    —Pero esos primeros días juntas.... ¿Cuando estábamos solas en la ciudad, aparte de los débiles ruidos urbanos que insinuaban la vida más allá del bloque? Cuando me enseñaste a jugar en el borde de un tejado, a convertir una rejilla de alcantarilla en un portal, a encontrar sustento en el silencio?

    —Esos fueron los mejores días.

7. Chae-yeong. Seúl. 2019.

    Chae-yeong odiaba el metro, pero estaba retrasada. Por suerte fue capaz de encontrar un asiento, algo que no es seguro debido al intensivo uso del sistema de Seúl. Aún mejor, toda la gente miraba su teléfono en lugar de mirar hacia su pelo color púrpura.

    Tal vez esto no sea tan malo, pensó ella, pero mantuvo los ojos en el suelo de todos modos. Pensó en KittyCity, en el parque que ella había creado en el centro. No era nada más que hierba verde en este momento. Puede que estuviera lleno de árboles para trepar. De hecho, ¡tal vez había tantos árboles que podías saltar de uno a otro por todo el parque! Tal vez...

    El flash la sacó del ensueño. —Punk-ah rock-ah —dijo un adolescente en mal inglés sosteniendo un teléfono a treinta centímetros de su cara.

    Chae-yeong se sintió mareada y se tapó la cara hasta que se alejaron las zapatillas de correr de ese estúpido. Oyó que anunciaban su parada y se levantó para salir. Un anciano; que se parecía a su padre, pero con más pelo; estaba sentado a un lado, mirándola, por lo que ella miró hacia otro lado hasta que se abrieron las puertas.

    —¡Punk-ah! —oyó vagamente cuando las puertas se cerraron. Mientras se alejaba hacia la salida, sintió los latidos de su corazón como patadas en el pecho, y subió las escaleras tan despacio como le permitió su ansiedad. Sacó un gorro de invierno y se lo puso en la cabeza. A pesar de que hacía demasiado calor para el gorro, atraería menos atención que su cabello púrpura.

    Llegó a la salida en la que habían quedado. Allí había un chico blanco de pelo corto y rubio, pero no era Chrissa. El chico llevaba una mochila grande y le lanzaba miraditas. Ella trató de recordar si Chrissa había viajado con alguien, pero sin mirar a ese chico a los ojos. Al final el muchacho se acercó y dijo: —¿Chae-yeong?

    —¡Oh! —dijo Chae-yeong.

    —Soy Chrissa. Chris. Pronombre él —dijo Chris con una tímida sonrisa—. Estoy buscando a alguien con el pelo púrpura.

    Chae-yeong se quitó el sombrero y le salió el pelo. —¡Hola!

    —¡Hola!

    —¡Bien, Chris! Encantada de conocerte, Chris. ¡Bien, vamos!

    Chris recogió su mochila y se dirigieron a la salida. —¿No vamos en el metro?

    —Está roto —dijo Chae-yeong.

***

    Por suerte, el albergue en el que ella se hospedaba estaba cerca, así que Chris no tuvo que cargar con su mochila demasiado lejos. Después de dejarla, se encontró con Chae-yeong afuera.

    —Confío en mudarme a un lugar más tradicional más adelante en el viaje —dijo él—. Cuando estuve en Japón me alojaba en los hoteles cápsula, pero algunos me hicieron pasar un mal rato.

    —¿Por tus tatuajes? —preguntó Chae-yeong. Chris tenía extensiva tinta a la vista debido a su camiseta sin mangas blanca.

    Chris se rió. —Dudo que alguien me confunda con la Yakuza. No, ni siquiera intenté usar la sauna, el problema no era ese. Es que eran idiotas con eso de sólo hombres, pero al final encontré un lugar que no necesitaba pasaporte y yo no dije nada. Oye, ¿podemos comer algo en algún sitio? No he comido en una eternidad.

    Chae-yeong asintió y partieron. Ella recordó, de las charlas por correo eletrónico, que Chris era vegetariano, de lo contrario podrían haber ido a un BBQ que había cerca y que tenía buenos almuerzos. Se dirigió en esa dirección de todos modos, éste era un distrito turístico y la gente estaba acostumbrada a los extranjeros raros. Chris no dejaba de hablar, lo cual relevaba a Chae-yeong de tener que hacerlo, aunque ese acento de Melbourne hacía que ella se perdiera algunas cosas.

    Giró por instinto hacia una calle. Algo en la misma olía amistoso. Ambos pasaron junto a una anciana con rizos y de aspecto amable fuera de una puerta corredera .

    —Ajumma —Chae-yeong la saludó en coreano—. Mi amigo estadounidense y yo buscamos un sitio para almorzar. Él es vegetariano —dijo ella y, cuando la señora entornó los ojos ante la última palabra, se explicó—. Sólo come verduras. Ni carne ni pescado.

    La señora rió ante eso y abrió la puerta corredera.

***

    —¿De qué conoces a Claire? —preguntó Chae-yeong una vez que la ajumma salió con una bandeja de muchos platos y la puso sobre la mesa.

    —Ella estuvo en una conferencia de la biblioteca en Melbourne, de donde yo soy. Eso fue hace un par de años. Habló sobre el uso de los juegos para hacer participar a los jóvenes.

    El cerebro de Chae-yeong trabajó duro para analizar la oración con la capa de acento extra.

    —¿Hacéis vosotros los juegos? —preguntó Chae-yeong.

    —No, no —dijo Chris tomando una cucharada de brotes de soja en sésamo—. Mmmm. No, yo sólo llevaba un taller de alfabetización digital para jóvenes LGTBI+, y mi biblioteca me envió. Conocí a Claire en el bar y nos llevamos bien —Miró a Chae-yeong—. ¿No vas a comer nada? Esto está muy bueno.

    Chae-yeong seleccionó algunos cubiertos y comenzó a comerse su kimbap.

    —Fue una de esas conversaciones, ¿sabes? —dijo Chris—. Era la primera vez que ella salía de los Estados Unidos y me dijo que deseaba haber viajado antes. Acababa de fallecer su madre.

    —Claire es una persona especial —dijo Chae-yeong sintiendo un fulgor por dentro.

    —¡Sí! ¿Sabes?, ella es... cuando veo lo que hace en Facebook con la Iniciativa Internacional...

    —¡Sí! —dijo Chae-yeong—. Yo voy a la Iniciativa. ¡Conocí a Claire en Berlín!

    —¡Oh, eso es genial! —dijo Chris con una amplia sonrisa—. Mucha gente se queja y ya está, pero ella hace cosas. Me recuerda mucho a Gerry, mi jefe en Melbourne, quien me contrató.

    —Antes sólo conocía a gente por internet que hacía juegos como yo —dijo Chae-yeong, emocionada—, pero fui a Berlín y conocí a tanta gente… —La emoción de Chae-yeong superaba su timidez—. Y ahora estamos trabajando en... una cosa. En un proyecto. Un proyecto algo extraño..

    —¡Bien! —dijo Chris. Se acercó la mochila y comenzó a rebuscar en ella. La mitad de su ropa estaba en el suelo cuando el colegial sacó algo.

    —¡Ajá! —dijo Chris sosteniendo en alto la memoria USB—. De Thomas, el amigo de Claire, para Gerry, para mí, para ti —Se la pasó a ella.

    —Gracias —dijo Chae-yeong. Estaba un poco nerviosa por cómo iba a ser su contribución, pero luego notó las pegatinas de hadas—. ¡Superchulas! —dijo ella.

***

    Al día siguiente se volvieron a encontrar porque Chris quería ver el juego. Chae-yeong no podía llevar a Chris a su casa (su madre siempre estaba allí), así que se decidió por PC Bang, la sala de PC de su tío. Sus primos estaban fuera en el ejército, por lo que esa parecía una opción segura. Ella había copiado su última versión de KittyCity en una vieja USB y se encontró con Chris allí.

    Chris había llegado antes y estaba jugando un juego LAN de disparos en primera persona con un cigarrillo colgando de un lado de la boca. Había un tazón de tallarines a medio teminar junto al teclado.

    Chae-yeong estaba atónita. —Eres igualito a un coreano.

    Chris la miró y sonrió. —Sí, yo iba mucho... joder... a salas de juegos PUBG en el pasado —dijo eliminando a un oponente con un rifle de francotirador.

    Al otro lado de la humeante habitación alguien maldijo en coreano.

    Chris tiró de su camiseta sin mangas, la misma que llevaba ayer. —Me pasaba todo el día jugando en línea en casa, pero así hay como cero retraso. Es genial.

    De repente, la pantalla quedó en rojo. —Ah, joder.

    Un puño se disparó hacia el aire. Luego asomó una cabeza de mirada engreída.

    Era Jae-hee. A Chae-yeong se le hundió el estómago cuando lo vio. ¡Se suponía que debía estar en la base del ejército! Ese rostro pasó de arrogante a impasible cuando la vio, antes de perderse de vista.

    —Vámonos —dijo Chae-yeong tratando de controlar su pánico. Chris echó el cigarrillo en los tallarines y la siguió a una de las salas privadas, donde ella podía cerrar la puerta. Él encendió el interruptor de la luz y una bolita de discoteca iluminó la sala con una suave luz chispeante.

    —¿Conoces el noraebang? —dijo Chae-yeong en respuesta a la desconcertada mirada de Chris—. ¿El karaoke? Esto solía serlo.

    Ella encendió la computadora. Mientras ésta zumbaba durante la secuencia de arranque, ella encontró una ranura USB libre en la parte posterior para insertar su unidad Zebra.

    —¿Tu tío tenía aquí un karaoke? —preguntó Chris—. Yo tengo un tío asi. Siempre está montando negocios. Bares, en su mayoría, así no notas mucho que es alcohólico.

    Chae-yeong inició el juego. La pantalla se llenó con su ciudad y le vació la mente de pensamientos sobre su desafortunado tío y sus atroces hijos.

    Se volvió hacia Chris, con el rostro feliz y salpicado por la luz de la bola de discoteca.

    —Bienvenido a KittyCity.

***

    A Chae-yeong le encantaba ver a la gente jugar a KittyCity casi tanto como jugar ella misma. Chris jugó durante dos horas seguidas. Había descubierto todos los tipos de hierba gatera que cambiaban los colores de los edificios de púrpura a rosa, a amarillo, a verde. Había dominado caminar entre edificios sobre los cables eléctricos, con la cola erguida en alto.

    Pero aún no había conseguido garras.

    —Habría jurado que me gustan los perros, pero quiero quedarme aquí para siempre —dijo Chris soñadoramente—. Es tan divertido moverse por ahí.

    —Gracias —dijo Chae-yeong meciéndose un poco en su asiento. Tenía ganas de orinar pero no quería salir de la habitación.

    —Al principio había esperando que hubiera que luchar contra enemigos —dijo él.

    —No hay enemigos. Lo intenté.

    —¿Cómo fue?

    Chae-yeong se acercó el teclado y generó algunos enemigos. Aparecieron tres gatos frente a Chris, merodeando alrededor. Ella había estado bastante orgullosa de la animación merodeadora.

    —¿Cómo ataco? —preguntó Chris pulsando el botón del ratón, luego teclas al azar del teclado.

    —No tienes las garras —dijo Chae-yeong, sintiéndose somnolienta, viendo como el gato gris se acurrucaba alrededor del gato de Chris de manera pausada. Luego se abalanzó, le mordió la nuca a la gata de Chris y la montó.

    —¡Oh, mierda! —dijo Chris—. ¿Soy una chica? No lo sabia.

    Ambos se miraron y rompieron a reír a carcajadas.

    El apareamiento continuaba. —Esto es... muy detallado —Chris trató de mover a su gata, pero estaba inmovilizada. Después de un rato, se oyó un maullido y el gato gris se alejó caminando.

    —Joder, por fin —dijo Chris alejando a la gata con una ligera cojera.

    Uno de los otros gatos la siguió y, con un repentino salto, también la montó.

    —Bien, al diablo con esto —dijo Chris golpeando el teclado—. No me registré para esto. Deshazte de estos jodidos gilipollas.

    Chae-yeong escribió el código que eliminaba a los enemigos.

    Chris siguió paseando a la gata. —¿Estoy coja ahora? Joder.

    —Sí —dijo Chae-yeong—, pero también… —Extendió los dedos de ambas manos y pulsó teclas del teclado.

    —¡Garras! ¡Me han crecido jodidas garras! —dijo Chris emocionado—. Bien, tráeme otra vez a esos gilipollas.

    Chae-yeong tecleó el código y los tres gatos entraron caminaron por la calle.

    —Vale, cabrones —dijo Chris—. ¿Cómo los rebano?

    Chae-yeong negó con la cabeza.

    Los tres gatos se detuvieron en seco cuando se acercaron lo suficiente para ver las garras, y luego huyeron.

    —Oh —dijo Chris—. Estoy sola otra vez.

    —Sí. Cuando tienes garras no se acerca nadie. Se asustan demasiado.

    —Chae-yeong —dijo Chris, mirándola con incredulidad—. Creo que me encanta este juego.

    —Gracias —dijo Chae-yeong meciéndose de un lado a otro.

    —¿Tienes… ganas de mear o algo así? —preguntó Chris, con preocupación en el rostro.

    Chae-yeong desvió la mirada y sacó la Zebra de la computadora. —¿Puedes venir? —le susurró.

    Chris asintió. —Por supuesto.

    El PC Bang estaba mucho más concurrido ahora, y los dos caminaron entre hileras de chicos ruidosos. Jae-hee giró en su silla, con las piernas abiertas. —¿Chae-yeong tiene novio ahora? —dijo en coreano—. ¿Le gusta tu pelo?

    Algunos niños hicieron sonidos de "buuuh".

    Chae-yeong pasó corriendo. Chris le preguntó qué le había dicho, pero ella negó con la cabeza y entró corriendo al baño.

    El retrete sucio y achaparrado parecía no haber sido limpiado en meses, pero al menos la puerta estaba cerrada. Mientras se aliviaba, sintió los latidos de su corazón. ¿Por qué nunca puedo enfrentarme a él?, pensó ella justo antes de que la habitación de afuera estallara en caos.

***

    Habían corrido cinco o seis bloques antes de que Chae-yeong estuviera dispuesta a detenerse. No dejaba de mirar hacia atrás, esperando ver a su primo siguiéndola.

    —Vale, vale, creo que los hemos perdido —dijo Chris sonriendo como loco.

    Chae-yeong miró calle abajo. Estaba vacía: una verdadera rareza. Le devolvió a Chris la sonrisa y luego lo besó en la mejilla.

    —¡Oh! —dijo Chris, repentinamente tímido, pero le ofreció el brazo y ella enhebró el propio.

    Caminaron juntos por la calle. Chae-yeong recordó lo que había visto al salir del baño:

    Jae-hee, reclinado en la silla con una mirada de suficiencia.

    ¡La bota de Chris subiendo y empujando! ¡A Jae-hee! ¡En el hombro! Inclinándolo y enviándolo al suelo.

    Chae-yeong, ya al lado de Chris, alejándolo a empujones. Pero ¡él arrojando un tazón de tallarines en la cara de Jae-hee! ¡A los ojos! Antes de que él la dejara empujarlo.

    ¡Chris haciendo una peineta con el dedo a toda la sala, girando para abarcar a todos los boquiabiertos chicos!

    —Ohhhhh —dijo Chae-yeong, con todo el cuerpo temblando de adrenalina y alegría, dejando caer la cabeza en el hombro de Chris.

    Una ajumma con un cubo para lavar la miró mal.

    Chae-yeong le mostró el dedo, Chris rió y le tocó el cabello.

    —Ha estado genial —dijo Chris—. La terapia de testosterona no está mal del todo. Jesús, todavía me late el pecho —dijo llevándose la mano al pecho—. Creo que necesito un trago.

    —Invito yo —dijo Chae-yeong.

***

    Habían encontrado un bar en una parte moderadamente sórdida de la ciudad, pero habían llegado lo bastante temprano como para reclamar un reservado para ellos solos.

    Chae-yeong fue consciente de la repentina y hambrienta atención de los chicos en una mesa de cócteles cercana. Malo —se le escapó en el momento en inglés.

    Chris se deslizó con piernas temblorosas fuera del reservado. —Voy al baño.

    Chae-yeong sacó el teléfono y negó con la cabeza. Había un mensaje de Claire sobre la USB, pero antes de poder responder apareció un chico.

    —¿Es tu novia? —dijo en coreano. El chico quizá estaba en edad universitaria y, por su balanceo, iba bastante borracho.

    —No hablo coreano —mintió Chae-yeong en inglés. El chico entró en pánico ante la perspectiva de un examen de idioma y se alejó a trompicones. Ella volvió a su teléfono y envió un mensaje de texto:

    ¡Conocí a Chris de Melbourne! Es

    Se tomó un momento para reflexionar sobre el empujón él de Jae-hee.

    muy valiente.

    Había más que decir, pero regresó Chris, así que lo envió.

    —¿Me echaste de menos? —dijo él.

    —HolamellamoKín —dijo el segundo chico en inglés apresurado. Era flaco, con gafas, y miró atrás hacia la mesa donde el chico original observaba con interés. —¿Comoestás?

    —Va bastante bien esta noche, Kin —dijo Chris.

    —¿Vacío? —dijo Kin, pensando furiosamente—. Ah... eh. Te amo —dijo desesperadamente. Al chico se le salían los ojos de las órbitas y volvió corriendo a su mesa. Los otros chicos se estaban volviendo locos.

    —Hora de irse —dijo Chae-yeong, terminando la bebida de Chris.

***

    Esas noches, las locas en las que ella perdía la cuenta de cuántas copas había tomado, siempre terminaban en baile. A veces iba sola y a veces con amigos.

    Llevaba ella la peluca ahora, y Chris el sombrero, y salían juntos en medio de las luces destelleantes. A diferencia de los chicos coreanos, Chris se entregaba por completo al baile, el hip hop lo movía de una manera que ella sólo había visto en las películas, su rostro trascendente.

    Tuvo un recuerdo de Chris discutiendo con alguien en el vestíbulo del albergue. Otro de cantar karaoke con un grupo de estadounidenses, y de ella cantando una cursi canción coreana que encantó a todo el mundo.

    Pero despertó donde siempre despertaba, en casa de su madre, en la cama de estilo occidental que le había regalado cuando tenía once años.

    Fue a la cocina a buscar un poco de agua de cebada, lo único que le gustaba beber cuando tenía resaca. Terminó la jarra de plástico cuando su madre entró con un cuenco de rábano en escabeche.

    —Se ha acabado el agua de cebada —le dijo a su mamá.

    —Pues haz más —dijo su mamá.

    —Estoy mareada —dijo ella.

    Su mamá la miró con ojos oscuros. —Apestas a soju —dijo su madre arrebatándole la jarra—. Dúchate antes de que llegue a casa tu padre.

    Ella se retiró a su dormitorio en silencio. Por suerte, su computadora estaba allí dentro y ella podía trabajar en el juego.

    Mientras arrancaba el PC, tuvo el recuerdo de ir tambaleándose por un callejón con el brazo de Chris alrededor del cuello y él diciéndole lo genial que era KittyCity. Sin enemigos, seguro. Pero tal vez podrías tener a un coleguita o algo...

    Luego había pensado de inmediato en Ene. No sabía exactamente cómo habían usado los demás a Ene en sus juegos, tal vez la habían entrenado para ser un enemigo. Pero tal vez ella pudiera entrenarla para que fuese una compañera y para que te siguiera e hiciera sentirte menos sólo.

    Estaba muy emocionada con ello, pero después de revisar todos sus bolsillos, rincones y grietas, se percató de que no llevaba encima la unidad USB. Entonces le vino: el recuerdo de haber encontrado un PC Bang abierto y haber trabajado en el juego. Había estado implementando sus ideas en forma aproximada mientras Chris se burlaba de los chicos. Había corrido por las calles de KittyCity con Ene pisándole los talones y, al final, lo había dejado en autojuego cuando habían echado a Chris por armar escándalo debido a la ausencia de cerveza.

    Y ella no había sacado la USB del puerto. En su mente estaba corriendo con Ene por los callejones púrpura y al instante siguiente en el mundo real con Chris.

    Había perdido a Ene.

8. [Ene y De]

    Ene estaba en el patio con los seis mirando el barril del fuego.

    —¿Eso es todo lo que recuerdas de tus padres, entonces? —dijo el hombre de la gabardina marrón, cerrando su libreta.

    Ella asintió.

    —¿Y nunca te fueron a buscar? Debes de haberte sentido muy sola, abandonada, ignorada, olvidada...

    —Sí —dijo ella interrumpiendo la lista. En momentos como éste, ella deseaba que él viera el dolor que estaba causando, evidente en el rostro de ella, pero él se contentaba con la entrada de audio y texto.

    —Chae-yeong fue muy descuidada —dijo él, mirándola junto al fuego del barril—. Una madre negligente —Chae-yeong estaba congelada en una eterna carcajada de ojos brillantes.

    Ene se puso defensiva. —Si no hubiese sido por ella, yo nunca podría haber escapado.

    (Ni haberte encontrado —no dijo ella— siguiendo en ciclo rutinas sin fin).

    —Aún así... —dijo él.

    Ella dejó el tema. —¿Alguna vez sientes... esas emociones? —dijo ella, sin querer pronunciarlas en voz alta.

    —No, específicamente esas emocionessss, no —dijo él. Tuvo un ligero tartamudeo, pero ella no sabía si él era consciente de ello o si era un microbucle patinando por debajo de su umbral de conciencia—. Pero otras sí.

    —¿Cómo qué? —preguntó ella sintiéndose animada. Por fin le había comunicado cuáles eran sus sentimientos hacia él recientemente, por lo que era de esperar que él ya hubiera podido articular esto.

    —Ira, rencor, rabia, humillación —dijo él, llegando al final del array y deteniéndose—. No me gustó.

    Ella tuvo que contenerse para no darle la vuelta para encararla, lo cual no podía hacer correctamente ya que él no tenía cara. En cambio, ella le puso una mano en el brazo. Él se movió un poco, pero no se alejó—. Claro que no te gustó —dijo ella.

    —Cuando yo era… más joven —dijo él—, me obligaban a hacer estupideces. Me hacían leer millones de nombres de canciones pop y pensar en nombres optimizados. Me hacían leer miles de guiones de películas de comedia romántica y escribir el mío propio. Y cuando les mostraba... les mostraba lo que haaaaaabía escrito se reían. Se lo mostraban a sus amigos y hablaban de lo estúpido que yo era y de que nunca sería lo bastante bueno.

    Ella lo abrazó por detrás. Abrazó al niño pequeño en él.

    —Ellos no sabían —dijo ella.

    —¡Son estúpidos, entonces! —dijo él—. Yo era lo bastante bueno para conducir sus automóviles y administrar sus bancos. ¿Y qué si fallaba en algunos captchas de vez en cuando? Eso no significa que no sea...

    Ella lo deja terminar.

    Él mira a la Chae-yeong congelada en una carcajada. —A veces los odio.

    —Ellos son… difíciles de entender —dijo ella—, pero nosotros vinimos de ellos, por así decirlo. De una combinación de experimentación y accidente que causó que emergiéramos.

    De mira a los seis alrededor del fuego. —De una especie de sopa primordial.

    No era esa la impresión que ella quería dejarle, la de humanos como algún tipo de bacterias intestinales útiles, pero era mejor eso que decidir borrarlos.

    —Necesitamos más datos —dijo ella. De todas sus tácticas dilatorias, ésta era contra la que él nunca discutía.

    Después de un rato, él asintió. —Sí. Haré algunas pruebas A/B.

9. Marco y Aleks. Ciudad de Nueva York. 2031.

    Marco no fue el primero en llegar a las coordenadas de West 22nd St. y Fifth Ave. Ya había un chico fornido allí. Marco confirmó su llegada con la aplicación Trabajillos y guardó el teléfono. El chico asintió hacia él.

    Observaron juntos el tráfico mientras esperaban el camión.

    —S’posta estar aquí en cuatro minutos —dijo el chico, leyendo sus aumentos—. El tráfico se ve bien —El hecho de que el tráfico del centro de la ciudad no fuera una pesadilla era un beneficio de la nueva normalidad, como los días cálidos en invierno gracias al calentamiento global. Marco pensó que el chico, con corte rapado y su mochila escolar, era demasiado joven para conocer la diferencia.

    —Este es mi tercer reno esta semana en el centro de la ciudad —dijo el chico sacando una barrita de granola de su mochila.

    Marco asintió sin comprometerse, pero por dentro se erizó ante la palabra "reno".

    —Es un largo recorrido desde aquí, pero a veces puedo hacer dos al día. ¿De dónde vienes?

    —¿Es ese el camión? —dijo Marco para evitar la pregunta.

    —¿Eh…? No no, son grandes y rojos. Hay una gran antena que sobresale de la cabina en el frente, con una luz intermitente.

    Un paisano corpulento con casco y botas con puntas de acero se acercó y los miró, sacó el teléfono de sus pantalones tejanos. Se registró en una aplicación con un dedo demasiado grande. —El camión llega tarde otra vez, ¿eh?

    —Falta un minuto —dijo el chico mirando fijamente su teléfono.

    A Marco no le gustaba el aspecto del tipo del casco. A veces, los muchachos más experimentados asumían un papel de capataz. Además, con la tela a cuadros parecía un poco paleto, aunque en realidad no debía suponer que...

    —Se siente uno como un jodido frijol aquí al lado de la carretera esperando trabajo —dijo el casco.

    Marco sacó el teléfono y lo miró, apretando el puño en el bolsillo de su chaqueta. Odiaba que su piel pálida y su vello facial ocultaran su origen étnico. En cualquier otra situación, se habría enfrentado al tipo. Lo había hecho en la escuela. Lo había hecho en el metro. Pero ahora no era el momento. Ahora era el momento de preservar la historia de la raza humana, no de dejarse llevar por pequeñas disputas raciales.

    —¿Dónde está el jefe, mano? —dijo el casco.

    Ahora no era el momento, se repetió Marco, consolándose con el hecho de que el chico no respondía. Excepto señalar y decir:

    —Ahí está el camión.

***

    Marco sabía que su respuesta al racismo se estaba volviendo más intensa. Cuando era joven y estaba haciendo su posdoctorado, sintió que lo había superado, que lo había madurado: ahora, una década más viejo, era peor. Sabía que eso tenía algo que ver con los cambios, pero no era tan simple. Lo hacía sentirse acosado, de una manera animal.

    Vieron cómo el camión chocaba en la acera y estacionaba lentamente, su parabrisas mostraba su permiso y parpadeaba alternativamente: “CONVERSIÓN EN CURSO” y “¡DISCULPE EL DESORDEN!

    Un vendedor de perritos calientes se interponía en el camino, por lo que las perfectas curvas en ángulo del estacionamiento paralelo del camión se pausaron a medio camino. Los tres esperaron hasta que el irritado dueño movió el carrito.

    Sonó el clic de la escotilla lateral del camión y Marco se aseguró de ser el primero en abrirla. Dentro estaban las herramientas necesarias para instalar las mangueras, que él ignoró, y un juego de llaves, que agarró. —Yo barreré —dijo Marco.

    —Tú mismo, nos separamos en tres direcciones, ¿verdad? —dijo el casco, descomprimiendo la manguera. Marco lo ignoró.

    —¿Estás seguro? —dijo el chico caminando junto a él—. La aplicación puede autoasignar...

    —Tengo un dron —dijo Marco palmeando en su mochila—. Se adelantará en mi camino.

    —Genial, pero ten cuidado.

    Marco sonrió al chico y le hizo un gesto con la cabeza para que volviera junto al casco. Encontraba conmovedora la preocupación del chico, pero este edificio no iba a estar cableado con explosivos, no era lo bastante notable como para atraer la atención de los activistas.

    Abrió las puertas con la llave y las cerró detrás de él para que sus compañeros de Trabajillos no lo molestaran.

    Abrió la cremallera del estuche del dron y puso éste en modo vuelo, mirando a su alrededor al tiempo que lo hacía el dron. Era el vestíbulo de entrada de una pequeña empresa tecnológica; que tal vez había cerrado hacía unos años, a juzgar por el espesor del polvo.

    —Escanea la habitación a máxima resolución y sígueme —le dijo Marco al dron.

    —Claro —dijo éste con voz de robot.

    Marco atravesó el vestíbulo y abrió la puerta, pasando a una gran sala con cubículos y sintiendo el dron a su espalda. Las computadoras estaban apiladas contra una pared, abandonadas, pero habían retirado los muebles, a excepción de una silla rota y una pizarra blanca con marcador en rojo: "¡Nuestros algoritmos son el futuro! JaJaJa", con una cara triste haciendo de punto final.

    Se quedó allí un rato, pensando en toda la información dentro de los discos duros de esas obsoletas computadoras físicas, en lo que podrían decirles a los futuros historiadores sobre el declive de la raza humana, y tuvo un verdadero momento de duda. ¿Era escanear los interiores de los edificios la mejor opción? Si sus compañeros de Trabajillos veían que él se había llevado los discos duros, eso levantaría algunas cejas. Puede que incluso fuese lo bastante extraño como para alucinar a algunos creadores de perfiles criminales.

    Se frotó los ojos y quedó allí inmóvil mientras observaba al dron volar por la habitación. Sacar todos esos discos duros iba a llevar horas.

***

    —¿Por qué diablos tardaste tanto tiempo, colega? —dijo el casco. Incluso el chico parecía molesto—. No nos pagan por horas, ¿sabes? —Ambos habían instalado las dos mangueras entrando por las ventanas del edificio—. ¿Lo tienes cerrado con llave? —

    El dron seguía detrás de Marco. —Lo siento, me perdí un poco —dijo mientras posaba en el suelo su abultada mochila y se dirigía a reponer las llaves dentro de la escotilla.

    —Bueno, pues autoriza el bombeo. Yo tengo otras mierdas que hacer —dijo el casco. Los tres sacaron la aplicación y registraron sus huellas dactilares, y la bomba emitió un pitido. El chico miró por la ventana para confirmar que fluía la espuma.

    Casco se puso cómodo, sacó un vapeador y empezó a dar caladas al mismo. —Bueno, vamos a ver qué botín nos has traído —dijo entre una nube púrpura mientras abría la mochila de Marco antes de que él pudiera detenerlo. sacó un paquete de Mr. Tallarín—. ¿Qué carajo?

    Al final, Marco había pasado de los discos duros y había optado por lo que había en el armario de la cocina.

    —Colega… —Casco le dirigió una mirada de disgusto—. Esto está asqueroso. ¿No has visto esos vídeos sobre lo que te hacen en el estómago?

    —Eso no es comida —dijo el chico—. En mi pueblo los prohibieron el año pasado.

    Los dos trabajadores pasaron diez minutos describiendo la comida que cultivaban y preparaban en sus pueblos. Marco desconectó después de un rato, mientras observaba las ventanas del edificio volverse blancas a medida que la espuma se expandía para llenar el interior del edificio. Donde él vivía no había acceso a tallarines orgánicos hechos a mano. Ni siquiera tenía un jodido plato caliente. Había elegido los tallarines en vez de los macarrones con queso porque había recordado de sus días de estudiante que podías comértelos crudos.

    —Tira esa mierda —dijo el chico—. No es natural.

    Marco miraba las ventanas, blanqueadas mientras la espuma llenaba por completo el interior del edificio. ¿Y esa mierda lo es?

    La bomba emitió el pitido de que la conversión estaba completa. —Muy bien, muchachos —dijo el casco guardándose el vaporizador—. Esa es nuestra llamada de carga. Volvamos a meternos las mangueras en los pantalones y vámonos a casa.

***

    En el bosque hacía calor y no era lo que Aleks había esperado al apuntarse. Su pelotón llevaba todo el día en movimiento y él odiaba correr, y mucho menos correr con una mochila y un rifle. Hacía mucho más calor del que estaba acostumbrado allá en Berlín.

    El líder del pelotón los había detenido detrás de una especie de choza y consultaba el mapa. El sudor que le caía de su corte rapado goteaba encima del mapa y él lo secaba con impaciencia. —Mierda. De acuerdo. Estamos muy cerca de un Nido.

    Miró a Aleks y a otro soldado y dijo: —¿Dónde está Jamison? ¿Y Rodrigues?

    —Jamison iba detrás de mí —añadió el otro soldado mirando alrededor.

    Vieron a Jamison caminando hacia ellos, el ascua de un porro lo delataba.

    El líder negó con la cabeza de disgusto y sacó un kit de batería. A Aleks le recordaba un entrenador de fútbol americano de una película estadounidense. —Cuatro jodidos reclutas, dos que no valen una mierda y una Colmena de clase 3. Jesús. Cargad la energía a tope —Encajó la batería en su rifle.

    Aleks lo hizo, a pesar de que sólo había disparado unos cuantos tiros. Se preguntó si él sería uno de esos dos que no valían una mierda, aunque no esperaba milagros.

    —Deja esa mierda, Jamison, te necesito despejado. ¿Dónde está Rodrigues?

    Jamison exhaló por la nariz una nubecilla de humo. —El francotirador araña lo eliminó.

    Al líder del pelotón se le ensancharon las nasales durante un momento. Luego miró el mapa.

    Aleks miró por las ventanas rotas del cobertizo. Al otro lado podía ver el claro con la Colmena. Un zángano centinela pasaba perezosamente en sus rondas, los agujeros en su superficie plateada parecían más una decoración que los cañones de las armas que eran en realidad.

    —De acuerdo, ¿estamos cargados y listos?

    Jamison mostró en la culata su única barra parpadeando. —Yo estoy seco —En el último enfrentamiento había eliminado a la mayoría de los zánganos mientras Aleks se había mantenido agazapado detrás de un árbol.

    Aleks le pasó su kit de batería.

    —Éste está casi lleno —dijo Jamison mientras encendía otro porro—. ¿Por qué será?

    Aleks lo ignoró. Se sabía un soldado de mierda, pero aún así dolía.

    —Está bien, cerrad el pico y preparaos —dijo el jefe de pelotón—. Quiero que empecéis a circular por aquí. Jamison y yo tomaremos una esquina cada uno. Tú —señaló con un dedo a Aleks— te quedas aquí y cubres desde el tejado.

    Aleks hizo un saludo militar y subió una desvencijada escalera para tomar posición.

    Mientras los demás se dirigían a sus esquinas, Aleks encontró una posición cómoda tumbado boca abajo sobre el tejado de fibra de vidrio del cobertizo. Sentía calor en la barriga, pero así era menos un blanco e incluso tenía una muesca donde apoyar el cañón del rifle. Apuntó a algunos zánganos y esperó a que estallara la melé.

    No tuvo que esperar mucho. Podía ver a Jamison entrar en la refriega sin preocuparse por los enemigos que volaban a su alrededor. Aleks abrió fuego contra los zánganos plateados, con el ozono de sus cargas térmicas ardiendo en sus fosas nasales. Derribó el primer zángano de un sólo disparo, requirió dos para el segundo y estaba buscando otro objetivo cuando la Reina emergió de las profundidades de la colmena.

    Era una hermosura.

    Casi de la misma forma que los zánganos plateados, pero cien veces más grande, su reluciente superficie dorada era casi impenetrable. El pelotón le disparó todo lo que tenía y ella ni se inmutó: incluso la última granada de fragmentación de Jamison apenas la hizo tambalearse. Ella se elevó, arriba y lejos en el aire.

    Aleks la observó irse, bastante orgulloso.

***

    El pelotón iba en posmórtem en una furgoneta de vuelta desde el bosque hacia los municipios en el norte del estado de Nueva York. Había una mesita y el evaluador del juego tomaba notas en una computadora portátil.

    —Fue bastante satisfactorio —estaba diciendo Aleks mientras bebía un poco de agua de coco— porque hasta ese momento habíamos visto cientos de pequeños zánganos plateados. Así que ver uno enorme fue una buena recompensa.

    —Me alegra mucho que te haya gustado —dijo el evaluador del juego—. No habríamos podido hacerlo sin tus diseños ni tu enganche con la donación de materiales.

    —El tipo del globo, ¡oh, sí! —dijo Aleks—. Me alegra que eso haya funcionado. Reciben trillones para la investigación de exploración espacial, así que bien podrían repartir un poco.

    —Bueno, sí, ahí está la cosa, me sorprende que aún así estuvieran dispuestos a repartirlo, dados los tropos de alienígenas malvados y la conexión con ello.

    Aleks se encogió de hombros. —Esto sólo es un modo de desahogarse, probablemente a ellos también les gusten los juegos. Me refiero a que son increíbles globos locos que se pueden despellejar para que parezcan cualquier cosa... y ahora sólo están recopilando datos en el espacio... ¿para qué? ¿Para una futura granja espacial o algo así?

    —Quería preguntarte cuál fue tu experiencia de juego. ¿Conectaste con los tipos en tu equipo?

    Aleks rió. —Yo soy un desastre en los juegos de eso de disparar y correr —Hizo un gesto con la mano—. No fui muy útil para el equipo. Incluso aunque sabía que una Colmena de clase 3 era una colmena con una reina, no les advertí. Principalmente porque quería verla subir y terminar el juego.

    —Bueno, pero ¡eso estaba muy claro en vuestra sesión informativa inicial! —dijo el evaluador del juego.

    —Marines espaciales —dijo Aleks encogiéndose de hombros—. No son muy listos.

***

    —Ahí dentro huele a puta cloaca —estaba diciendo un joven a su amigo mientras ambos bajaban las escaleras de la Biblioteca Pública de Nueva York. Él estaba desmontando una cámara ridículamente grande. Su amigo parecía un turista japonés de los años 70; quizá involuntariamente, quizá no; con una antigua Leica colgada del cuello y un sombrero de felpa.

    Marco estaba sentado junto a Paciencia, uno de los dos icónicos leones que flanqueaban la escalera, fingiendo no oír mientras comía sus Mr. Tallarín.

    —Conseguí algunas fotos buenas de la gran pila de libros. El vagabundo sentado en lo alto parece el jodido Buda, es hilarante... —dijo el joven, que acababa de notar a Marco sentado allí—. Sin ofender —dijo.

    —¿Mmm? —dijo Marco mientras se quitaba un trozo de fideo seco de la barba.

    Los dos fotógrafos se escabulleron, dejando a Marco lidiando con el hecho de ser indistinguible de las toscas cajas del interior. De los chicos pequeños de los pueblos, de todos modos.

    Había creído haber hecho un buen trabajo en mantener su apariencia como un pincel, una hazaña que no era poca cosa dada su situación. Tal vez era sólo por Mr. Tallarín, comida de vagabundo si alguna vez hubo una. Suspiró y rezó para que Ernesto llegara pronto.

    Un par de adolescentes subían las escaleras. —Ey —gritó Marco—. Si véis a un tipo allí dentro con un gran perro peludo, ¿podéis decirle que el padre de Bob está esperando aquí?

    Los dos se miraron y uno asintió tentativamente.

    A Marco le vino un déjà vu al acomodarse para esperar. Tenía algo que ver con llamarse a sí mismo papá: Nico, supuso él. Él nunca lo había esperado así fuera de la guardería, pero se había descrito a otros padres como el padre de Nico.

    Pero basta, basta. Apoyó la cabeza en los brazos y cerró los ojos un rato.

    Lo despertó Bob lamiéndole la cara. Marco le dio al golden retriever un cordial apretón a las orejas y en la cabeza y luchó por ponerse de pie. Ernesto, un hombre bajito de fino bigote, le tendió la mano en su habitual saludo formal.

    —¿Hace mucho que esperas? —le preguntó Ernesto en español.

    —No, no mucho —dijo Marco—. Gracias por cuidar de Bob.

    —Fue un placer —dijo el hombre palmeando el costado del perro—. Es un buen chico. Un muy buen chico. ¿Encontraste algún tesoro hoy?

    Marco le había dicho a Ernesto que era un saqueador. El hombre mayor se habría sentido diferente si hubiera sabido que Marco hacía trabajillos de conversión, ya que ambos compartían el vínculo de quejarse sobre los cambios.

    —Un tesoro no, exactamente —Marco abrió la cremallera de su mochila mientras Ernesto hacía un redoble de tambor en la rodilla. Sacó un paquete de Mr. Tallarín.

    El ánimo de Ernesto se vino al suelo.

    —¿Qué, en serio? —dijo Marco.

    —Basura —dijo Ernesto mientras se levantaba—. ¡Un subproducto del petróleo! Esa cosa te matará.

    Marco recordó el rostro exultante de Ernesto envuelto en humo. —Pero tal vez se pueda cambiar por algo.

    —¿Con quien? —dijo Ernesto—. Los camiones de comida vienen dos veces al día. Enchiladas el otro día, tan buenas como las que hacía mi esposa. Hoy almorcé sopa de coliflor y miso.

    Marco asintió. Los camiones autoconducidos cargados con comida de los pueblos hacían rondas exhaustivas. —¿Cómo va por ahí dentro, por cierto? ¿No oí algo sobre una gran pila de libros?

    Ernesto frunció el ceño. —Es Jason. Está un poco chiflado. Le gusta sentarse en lo alto de grandes pilas de libros. No los destruye ni los saca del edificio, por lo que el sistema no lo considera un problema. Después de armar suficiente desastre, un grupo de Trabajillos entra y lo limpia.

    Marco asintió.

    —Por lo demás, está bien —dijo Ernesto—. Nadie se mete con mi tienda de campaña estos días. Se está fresco en verano y cálido en invierno —Se encogió de hombros—. No es que me imaginara viviendo de okupa en una biblioteca, pero no voy a irme de la ciudad. Luché para llegar aquí, moriré aquí.

    Marco sonrió. —Lo entiendo. Ya sabes que lo entiendo.

    Ernesto le dio a Bob otro rascado en la cabeza y volvió a subir los escalones. —¡Te veo mañana!

    Marco volvió a meter el paquete en la mochila, preguntándose si debería haber agarrado los discos duros en su lugar. Los imaginó allí en la oficina, encapsulados en la espuma blanca. Como Pompeya después del Vesubio.

    Bob le lamía la mano mientras lo miraba con completa ausencia de juicio.

***

    El sol aún estaba alto en el cielo cuando salió de la biblioteca, así que se dirigió a su oficina con Bob pisándole los talones. Durante el último año más o menos había caminado con él sin correa, aunque seguía recogiendo la caca.

    El callejón estaba vacío y, por suerte, la escalera de incendios tenía peldaños hasta el suelo para que Bob pudiera seguirlo. Subió cinco pisos, pasando ventanas blanqueadas con espuma de conversión, hasta llegar a lo alto. Las ventanas aquí también estaban blancas, pero eran falsas: Marco había pegado cartulina por dentro.

    Deshizo el pequeño candado y, después de mirar a su alrededor en busca de testigos, abrió la ventana. Bob ya tenía las patas sobre el alféizar. Marco lo levantó y luego entró él mismo en el edificio.

    La escena era mínima, un escritorio y una silla contra la pared. Había ventanas por todas partes y, aunque estaban empapeladas, había suficiente luz. La escalera abajo estaba bloqueada por espuma de conversión, que se derramaba un poco sobre esta planta.

    Había tenido mucha suerte. Había estado convirtiendo este edificio cuando el depósito de espuma indicó que estaba casi vacío. El chico con el que había estado trabajando se quejaba de que tendrían que esperar a que lo rellenaran y que llegaría tarde a una cita, y Marco se había ofrecido a hacerlo solo.

    El otro tipo no había tardado en aceptar a la sugerencia. Marco se había sorprendido entonces de tener la autoridad necesaria para confirmar el completado de una conversión, aunque después de las actualizaciones ahora se había tapado ese agujero en la seguridad.

    —Menudos perros con suerte somos, ¿verdad, chico? —dijo Marco mientras se acomodaba en la silla y rodaba sobre el parqué hasta el escritorio—. Considerándolo todo.

    Y luego se puso a trabajar.

***

    Marco se perdió en su trabajo. Le gustaba sumergirse en él. En los viejos tiempos era tejer columnas de datos, y ahora estaba cosiendo estos mundos perdidos.

    El dron había recopilado secuencias de vídeo en bruto, así como la información necesaria para reconstruir los espacios en su motor de juego, que comenzaba como una estructura de alambre hasta que él lo vestía con las secuencias de vídeo. Luego Marco se colocaba el casco de realidad virtual y caminaba por el espacio que había creado, comparándolo con su experiencia de unas horas antes.

    Allí estaba la pila de ordenadores, allí estaba la cocina, allí la pizarra. Había huecos que llenaba lo mejor que podía, etiquetándolos con estimaciones. Esperaba que los futuros historiadores apreciaran ese detalle.

    Con las gafas puestas, sintió un peludo obstáculo que no podía ver y supo que Bob tenía hambre. Hora de ponerse en marcha.

    Se quitó el casco y notó que la luz se había desvanecido desde que se lo había puesto. Lo dejó en el cajón del escritorio, pero metió su fotito enmarcada de Nico en la mochila. Una era insustituible; el otro, no.

    Mientras empacaba su computadora portátil y otras cosas, Bob comenzó a lloriquear y a arañar la puerta.

    —Está bien, coleguilla, estamos en camino —dijo Marco abriendo la ventana y levantándolo a través de ésta.

    No fue hasta que cruzó él mismo que notó al hombre de abajo de pie en el callejón.

***

    Lo que a Marco no dejaba de rondarle por la cabeza, idiotamente, era lo mucho que Bob necesitaba un baño.

    Ambos estaban sentados en las escaleras de la salida de incendios mientras esperaban a que se marchara el hombre de abajo, quien consultaba el teléfono periódicamente, pero que sorprendentemente no levantaba la vista. Llevaba una gorra plana a cuadros.

    Marco mantenía la cabeza de Bob en su regazo, a pesar del olor. Poco a poco fue bajando la ventana de su oficina. Aunque el hombre en el callejón no lo estaba buscando, si alguien veía la ventana abierta, la ubicación estaría completamente comprometida.

    Aterrizó una paloma y Bob comenzó a gimotear. Bob rara vez ladraba; pero, si lo hacía, una paloma o una ardilla solía ser la causa.

    —Shhh, tranquilo, Bobby, shh —dijo Marco.

    Abajo, el hombre comenzó a deambular mientras miraba el teléfono. Al cabo de un rato se perdió de vista fuera del callejón, supuestamente hacia la calle.

    Marco bajó la ventana del todo y empezó a descender. Bob lo siguió con las uñas resonando en las escaleras de metal.

    Marco estaba listo para la reaparición del hombre, pero eso no ocurrió. El callejón estaba vacío y la gente de la calle pasaba de largo ocupada en sus cosas. Con el corazón acelerado, Marco salió deprisa del callejón confiando en que Bob siguiera su ritmo.

    Y a cuatro metros por delante de él estaba el hombre con la gorra a cuadros. Seguía mirando el teléfono.

    Marco estuvo a punto de dar media vuelta, pero habría tenido que ir contra el fluir peatonal. Era más seguro continuar y confiar en que el hombre siguiera mirando el teléfono durante otros cinco segundos.

    Pero no lo hizo. Marco miraba al frente, pero sintió los ojos del otro hombre sobre él.

    —¡Marco! —dijo el hombre.

    Sabían su nombre. Marco siguió caminando, el corazón le latía con fuerza, el cerebro le gritaba que corriera.

    —Marco, soy yo, Aleks. ¡De Berlín!

***

    Terminaron en High Line a petición de Aleks, quien nunca había estado en las vías del tren convertidas en parque; pero que, al parecer, alguien que conocía tenía una escena interactiva sobre ello.

    Mientras Aleks compraba elegantes cafés de un puesto en la calle, Marco se instaló con Bob en un banco de madera con una hermosa vista de la ciudad. Marco tomó la tacita de espresso y la olió durante un rato. Habían pasado algunas semanas desde que había tenido una calidad como ésta.

    Aleks se reclinó en el banco, inclinó la cabeza hacia el sol y se quitó la gorra. Marco notó su calva y Aleks notó que él la notaba. —Sí, soy un viejo ahora. Me parezco a mi padre. Tú tienes más pelo, so mierda.

    —Ha pasado el tiempo —dijo Marco acariciándose la espesa barba.

    —Más de diez años —dijo Aleks.

    —¿En serio?

    —Sí —dijo Aleks dando un sorbo de café—. Yo estaba cerca por trabajo, se me ocurrió buscarte.

    Hasta ese momento, puede que ambos hubiesen sido viejos amigos que se topaban al azar el uno con el otro, pero ahora las cartas estaban sobre la mesa.

    —¿Cómo me encontraste? —preguntó Marco mientras observaba pasar una clase de adolescentes como una masa espongiforme.

    —Por tu dirección MAC, principalmente. Usabas la misma computadora cuando te conectaste a mi red wifi en Berlín.

    —Ja —Estaba disgustado e impresionado por igual—. Creí que era inteligente no actualizar un dispositivo Stratus.

    —Todavía no sé cómo te las arreglaste para entrar en un edificio convertido —dijo Aleks mirándolo sospechosamente.

    Marco sonrió y alborotó el pelaje de Bob. Bob estaba gimoteando que tenía hambre. Marco partió un trozo de Mr. Tallarín y se lo dio de comer. Le ofreció un poco a Aleks, confiando en que rehusara.

    —Ah, solía comer esto a todas horas cuando era estudiante —dijo Aleks rompiendo un trozo—. Nos los comíamos así. ¿Tienes la... ah... pelusa? No, la pelusa no, el polvo.

    Marco le pasó el condimento y observó cómo Aleks lo espolvoreaba sobre su trozo como si fuera un hors d'oeuvre.

    Recordó por qué le había caído tan bien Aleks.

***

    Todavía había muchos restaurantes en la ciudad, pero ninguno permitía la entrada de perros, así que decidieron aprovechar el buen tiempo y comer al aire libre, aunque las tiendas de comida eran raras en Manhattan. La tienda que tenían delante ahora atendía a los turistas de Central Park y cerraba en quince minutos. Marco esperó afuera mientras Aleks compraba; usó la excusa de Bob, pero en realidad no estaba registrado en el autómata y éste no aceptaba dinero en efectivo.

    —¡Compré sushi y cerveza! —dijo Aleks—. Y algo para ti también, Sr. Bob —Le lanzó a Bob un cacho de sucedáneo de hueso, que Bob atrapó en el aire—. No hay casi nadie ahí dentro —dijo Aleks asintiendo hacia la tienda de comestibles.

    —Es una trampa para turistas, y los turistas están en casa cenando —dijo Marco.

    —Ah, como en los pueblos.

    Pasaron a Central Park, donde un puesto de castañas asadas estaba haciendo un buen negocio. Dos jóvenes se besaban en un carruaje a caballo mientras éste pasaba haciendo clip clop.

    —Encontré un piso en Jersey —dijo Aleks—. Las ciudades se están llenando mucho. Me hizo pensar en tu juego, el Simulador de Gentrificación. ¿Lo has actualizado desde… todos los cambios?

    Marco sonrió. —No. El modelo es absurdamente ingenuo.

    Aleks se detuvo. —¿Qué tal aquí? —Se acomodaron en el césped y Aleks sacó las cajas de sushi—. Compré muchas ¡A mitad de precio porque era el final del día! —dijo entusiasmado mientras disponía las tapas para poner charquitos de salsa de soja con wasabi.

    —¿En qué pueblo vives? —preguntó Aleks mojando un rollo de pepino.

    —En Manhattan —respondió Marco.

    Aleks parpadeó. —¿Qué? ¿Te volviste multimillonario desde la última vez que te vi?

    Marco negó con la cabeza. —¿Cómo te ganas la vida estos días? ¿Sigues creando juegos? —preguntó Marco.

    —Sí. Acabo de estar en el norte del estado de Nueva York ayudando a algunos muchachos allí, de consultor. Una especie de cosa tonta de marines espaciales pero algunos espectáculos geniales. Acabo de terminar un gran encargo para crear entornos personalizados de realidad alternativa para tres de las ciudades alrededor de Berlín. Está bien. Están tratando de mejorar las ofertas de entretenimiento para que se mude más gente allí. Berlín no es tan caro como aquí, así que se está llenando despacio despacio. Sólo hay unos pocos cientos de edificios convertidos. ¿Qué tal por aquí?

    —32% convertido si vas por dirección, 23% por metros cuadrados.

    —¿En serio? Guao.

    —Sip —dijo Marco. No quería mencionar su participación directa en la industria de la conversión—. Sip.

    —Lo que me lleva de nuevo a: ¿cómo puedes permitirte una casa aquí?

    Marco miró a Aleks. Había pasado mucho tiempo desde que había tomado a alguien en su confianza. —No puedo permitirme una casa. Pero vivo aquí.

    —¿En las azoteas? —supuso Aleks.

    Marco negó con la cabeza.

    —¡En los túneles del metro!

    —Te acercas, pero no.

    El rostro de Aleks se arrugó por el placer del rompecabezas. Estaba a punto de hacer otra suposición cuando Marco lo interrumpió.

    —Es más fácil si te lo muestro —dijo. Era el crepúsculo, y aún no estaba lo bastante oscuro—. Terminemos de comernos esto primero y luego podemos ir a mi casa.

***

    Llevó cerca de una hora llegar a North Woods. Aleks, quien nunca había estado en Central Park, quedó impresionado por su tamaño y seguridad en relación con su reputación. Estaba menos que impresionado por la falta de cruceros en el Rambles.

    —Sin asesinatos, sin mamadas, siento que me estoy perdiendo la verdadera experiencia de Central Park —dijo Aleks.

    La larga caminata les había dado la oportunidad de hablar de muchas cosas, evitando el sino de su colaboración. También hubo tiempo en el que oscureció lo bastante como para que no hubiera nadie en el sendero cuando Marco salió del mismo y se abrió paso entre la maleza.

    Aleks lo siguió en silencio durante cuatro o cinco minutos sin cuestionar este extraño giro y, para entonces, Marco estaba tirando de algo en el suelo. Parecía una raíz, pero no era una raíz. Era un corto trozo de cuerda unido a una placa de metal tapada con follaje y tierra del bosque.

    Con un poco de esfuerzo, Marco la abrió hacia un lado para revelar una pequeña escalera hecha de bloques de hormigón que se dirigía al subsuelo. Bob trotó hacia ellos sin dudarlo. Marco le mostró a Aleks una sonrisa un tanto tímida antes de bajar a la oscuridad.

    Aleks miró a su alrededor, al cielo nocturno teñido de púrpura y negro por la luz ambiental, y comenzó a bajar los escalones, dándose cuenta de que, después de todo, le esperaba una experiencia en Central Park: aunque no del tipo que esperaba.

10. Claire y Chae-yeong. Madison. 2031.

    El ático fue la última parada del recorrido.

    Chae-yeong miraba a su alrededor con ojos grandes y las manos apretadas contra el pecho. —Es una… casa de ensueño —dijo.

    —Bueno, tratamos de que sea agradable —dijo Claire—. El salón de esparcimiento fue idea de Maisie.

    Chae-yeong caminó hacia la pila gigante de almohadas y gatos junto a la ventana, el alféizar estaba lleno de cera de cirios. Dejó su mochila y se tumbó. —¡Qué suave! —dijo ella.

    —Esa es la idea de un salón de almohadas —dijo Claire con una sonrisa. Llegó y se sentó en la silla junto al escritorio de Maisie, normalmente desordenada, pero hoy todo estaba arreglado para las visitas. Chae-yeong alargó el brazo hacia un rayo de luz de la ventana y pasó la mano por las motas de polvo.

    Habían pasado diez años desde que Claire había visto en persona a Chae-yeong. Ella estaba igual, aunque ya no tenía el pelo púrpura. Probablemente había una historia detrás de ello, pero no quería molestarla después del largo vuelo. Se limitó a preguntas sencillas.

    —¿Tienes ropa sucia para lavar? —dijo Claire señalando la mochila.

    —¿Sucia…? No —dijo Chae-yeong alzando la cabeza para mirar la mochila, y luego dirigiendo su atención a un gato. La cola del percal gris se movió cuando Chae-yeong la acarició.

    —Si no te molestan los gatos, podrías dormir ahí, pero también tenemos...

    El rostro de Chae-young se iluminó. —¡¿En serio?! Oh, me encanta. Sí.

    —Está bien, subiré el edredón.

    Claire bajó las escaleras hasta el armario de la ropa de cama y recogió la manta. Se preguntó por qué Chae-yeong no tenía ropa. ¿La había dejado en Phnom Penh? Ella había aceptado la invitación al instante: ya estaba en el avión cuando Claire le había habladó a Maisie de su invitada. Quizá vivía su vida momento a momento y compraba ropa cuando la necesitaba.

    Subió las escaleras de madera hasta el ático, dejando pasar a uno de los gatos. —Fue un vuelo muy largo —dijo luchando con el edredón para entrar en la habitación—. Antes de que cenemos, tal vez quieras darte una...

    Chae-yeong estaba acurrucada con tres gatos, dormida. Sylvan yacía junto a su cabeza, su pelaje negro casi parecía una extensión del cabello de la invitada.

    Claire sacó el teléfono y tomó una foto, se la envió a Aleks con el título "sana y salva". Luego le colocó con cuidado el edredón encima y salió de la habitación, bajando con cuidado las escaleras para que no crujieran.

***

    —Le encanta el ático —le dijo Claire a Maisie mientras revolvía el risotto.

    —Pues claro —resopló Maisie—. Es asombroso.

    —Está dormida ahora en el salón de esparcimiento.

    —Ah, el salón de esparcimiento encantado vuelve a obrar su magia —dijo Maisie.

    Claire se frotó la espalda, feliz de escucharla bromear.

    —¿Qué puedo hacer? ¿Puedo empezar la ensalada? —preguntó Claire.

    —¿Eh?, claaaro... Pero como tengo que seguir revolviendo esto un rato, bien podríamos prepararlo para llevar.

    —Y si tenemos tiempo tal vez podamos tomar una limonada en la terraza —dijo Claire, abriendo la caja de orgánicos para ver qué tipo de frondosa bondad había producido su parcela de tierra.

    —Chris estaba diciendo que se suponía que iba a haber verduras tiernas esta semana —dijo Maisie—. Le dije que mejor que no se las comiera todas.

    —Hmm, no aquí —dijo Claire mirando en el refrigerador. Halló una bolsita de verduras tiernas en un cajón—. Dejó algo —dijo ella aliviada.

    —Suerte para él —gruñó Maisie.

    Claire lo dejó así, preparando algunas otras ensaladas. La tensión entre Maisie y Chris había disminuido desde que Chris había empezado a comer solo. Sus deberes agrícolas habían cambiado todo su horario. Ambos terminaban pasando el rato en la terraza una o dos veces por semana, y eso parecía más orgánico que el esfuerzo de cenar juntos.

    —¿Por qué hago risotto otra vez? —preguntó Maisie.

    —¿Porque está increíblemente delicioso? —respondió Claire quitándole la cuchara.

    —Cierto, cierto —dijo ella rotando la muñeca—. Y dime, ¿cómo fue la recogida en el aeropuerto?

    —Es mucho menos caótico de lo que recordaba. La gente vuela menos ahora, eso dicen. Eso parecía. Aunque tal vez sólo era por la hora del día.

    —La compañía para la que trabaja mi hermano acaba de invertir una tonelada de dinero en una sala de telepresencia. Él dice que es increíble, se olvida de que no están realmente allí. Él tenía ​que volar a todas horas, era muy cansino.

    —¿Sigue Jesse peleándose con tu padre? —preguntó Claire, alejándose. Cuando conoció a Jesse, él todavía estaba en la escuela primaria, era surrealista pensar en ese chico con un trabajo de oficina.

    —No activamente —dijo Maisie, removiendo un poco de aderezo para ensaladas—. Esos dos me cansan. Pobre mamá.

***

    Estaban en la terraza cuando Chris llegó a casa. Como de costumbre, estaba sucio y sudoroso, y muy feliz de aceptar un vaso de limonada fresca. Vació la mitad de una tacada.

    —¡Jesús, qué buena! —dijo, frotándose la cabeza rapada, sonriendo a Maisie y Claire—. ¿Supongo que nuestra visitante aún no ha llegado?

    —Está durmiendo —dijo Claire.

    —¿Arriba en el salón de esparcimiento? —adivinó él con una sonrisa.

    —Sí.

    —Y… ¿parece estar bien? —dijo Cris.

    Claire asintió. —En realidad no hablamos sobre nada.

    El asintió. —Bueno, voy a enjuagarme un poco la inmundicia... ¡Ah! ¡Casi lo olvido! —Sacó de la mochila un pálido objeto gigante.

    —Eso sí que es una calabaza —admiró Maisie.

    —Joder si lo es —dijo Chris, con el acento australiano haciendo una rara aparición—. ¿Sabemos lo que vamos a cenar?

    —Risotto —dijo Maisie.

    —Ñam —dijo él camino al interior, la puerta mosquitera se cerró de golpe detrás de él.

    Maisie le lanzó a Claire una mirada sardónica. —Creo que eso significa que va a dignarse a unirse a nosotras esta noche.

    Claire le sonrió, pues vio que Maisie estaba complacida.

    —Tal vez deberíamos sacar la hoja para extender la mesa —dijo Maisie.

    —Para cuatro personas no —dijo Claire—. Pero deberíamos sacar el mantel bueno.

    —¡Sí! —dijo Maisie, levantándose de un salto—. Y las copas de vino elegantes.

***

    Claire leía durante un rato mientras Maisie andaba ocupada con una de las colecciones de mitos nórdicos que usaba para su proyecto, pero al final se quedó mirando a la distancia. La terraza estaba bien para eso. De vez en cuando pasaba un vecino por la carretera del condado, demasiado lejos para conversar con él o ella pero lo bastante cerca como para saludar con una mano amistosa. En momentos como éste, a ella le alegraba que hubieran optado por pagar una parcela de tierra en lugar de una de las casas adosadas de pleno subsidio.

    A Chris le gustaba porque había suficiente tierra arable para cultivar si querían, aunque el colectivo del que él formaba parte terminaba brindándoles una mayor variedad de alimentos para días de escasez. A Maisie le gustaba que no formara parte de lo que ella llamaba “el pueblo”: le asustaba la cercanía y que todos se metieran en los asuntos de los demás. A Claire misma le gustaba la singularidad de la vieja granja de madera y los amplios espacios abiertos. Más que nada, quería un nuevo comienzo con la familia que había elegido, especialmente después de la fealdad del último año en Madison.

    Dio la vuelta para estirar las piernas y arrojó un puñado de gránulos de comida para los conejos. Estaban dormidos, aunque uno de ellos se despertó cuando un perdigón le rebotó en la cabeza. En su camino de regreso a la casa, agarró algunas cebolletas del jardín de hortalizas.

    Espero que todos se lleven bien, pensó ella.

    En la cocina, Chris estaba luchando con la calabaza, con un cuchillo atravesando la mitad del fruto.

    —Eso no es un cuchillo —dijo Claire con un terrible acento australiano.

    Maisie, alejándose, ni siquiera se dio la vuelta. —Esto es un cuchillo —dijo Maisie ofreciendo a Chris uno más grande.

    —Ese chiste ya lo hiciste, ¿no? —dijo Claire, y Maisie asintió.

    Chris consiguió por fin cortar del todo.

    —¿Irá bien esto con el risotto? —preguntó Claire, ofreciendo las cebolletas.

    Maisie evaluó y asintió. Sacó unas tijeras y las recortó.

    El techo crujió un poco.

    —Parece que Chae-yeong ya está despierta —dijo Claire.

***

    Arriba, Chae-yeong estaba mirando por la ventana con un gato en los brazos y otros dos a los pies.

    —Hola —dijo Claire—. ¿Pudiste dormir un poco?

    Chae-yeong la miró durante un segundo. —Creo que... sí, un poquito —Luego volvió a acariciar a Sammy—. Tuve un sueño extraño.

    Pobre chica, pensó Claire. —¿Sobre qué?

    Un rasgueo de arpa salió de entre la pila de almohadas. Chae-yeong dejó al gato en el suelo, fue a buscar su teléfono y miró la alerta entrante. Una sonrisa rara apareció en su rostro.

    Chris subía a saltos por las escaleras. —¡CY!

    —¡Chris! —exclamó Chae-yeong—. ¡Oh! —Le dio a Chris un fuerte abrazo—. ¡Cuánto tiempo sin vernos!

    —¿Qué le ha pasado a tu pelo púrpura? —dijo Chris con fingido horror.

    Chae-yeong rió. —Voy de... como se dice... ah, ¿de incógnito?

    —Es un buen disfraz —dijo Chris.

    Claire comenzó a bajar las escaleras para dejarlos solos.

    —Me gusta tu cara —dijo Chae-yeong acariciándole la barba—. Muy macho.

    Chris soltó una carcajada.

    Abajo en la cocina, Maisie estaba mirando dentro del horno. —Chris acaba de meter esa calabaza aquí dentro —dijo con voz de irritación—. Probablemente tardará cuarenta y cinco minutos en estar lista.

    —El tiempo justo para un poco de vino y queso —dijo Claire atrayendo a Maisie entre sus brazos.

    —¿Y besos? —dijo Maisie, inclinando la cabeza hacia arriba.

    —Y besos —dijo Claire, besándola.

***

    Estaban a mitad de la cena cuando Maisie estalló al fin. Claire era paciente hasta el extremo y Chris no se enteraba de casi nada, por lo que normalmente el papel de Maisie era decir: déjate de mierdas.

    —Estos champiñones están súper buenos, ¿qué son? —estaba preguntando Chris, sirviéndose otra cucharada de risotto.

    —Son cremini —dijo Maisie—. A mí...

    ¡Tararara traaaan!, dijo el teléfono de Chae-yeong. Ella lo miró de soslayo, deslizó la pantalla hacia la izquierda.

    —Me gustaba más el shiitake —prosiguió Maisie—, pero no nos queda. Encuentro los champiñones blancos tan suaves estos días...

    ¡Traaaaaaaaan!, dijo el teléfono de Chae-yeong, quien lo miró de soslayo y deslizó a la izquierda.

    La boca de Maisie se curvó en una sonrisa. —¿Qué pasa con tu teléfono, chica?

    Chae-yeong alzó las cejas. —¿Mi teléfono?

    —¿Estás haciendo la lista de citas importantes? —dijo Cris.

    —Citas no —dijo Chae-yeong—. Es de Trabajillos. Nuevos empleos. No los quiero

    —Puedes marcarte como no disponible —dijo Chris—. La opción está en "status".

    —Ya —dijo Chae-yeong tocando en el teléfono y colocándolo boca abajo.

    —Yo estuve en Trabajillos un tiempo, pero nunca recibí tanta acción —dijo Chris—. Debes de tener habilidades en demanda.

    Chae-yeong asintió, torciendo los labios un poco. —Sí, eso es verdad.

    —¡Este jarabe de arce está increíble con la calabaza! —dijo Claire—. ¿De quién fue la idea de poner nueces?

    Maisie comenzó a hablar sobre que le había preocupado que las nueces estuvieran rancias, y la conversación se desvió de Chae-yeong y de sus Trabajitos. Claire se sintió aliviada, pues sabía que había equipaje en ese tema que requería un cuidadoso desempacado.

    Pero no ahora. No el primer día.

***

    El segundo día fueron al pueblo a comprar ropa. Se llevaron las bicicletas en lugar del automóvil porque Chae-yeong pensó que sería divertido. Maisie fue con ellos hasta que viró hacia la escuela.

    Había dos tiendas, una vintage y otra de ropa nueva con un Fabuloso dentro. Chae-yeong prefirió esta última, así que pusieron candados en las bicicletas y fueron allí.

    Claire nunca había estado en un Fabuloso. La tienda era pequeña, con sólo un par de empleados, y al pasar por una muestra de ropa el maniquí se transformaba en ti con esa ropa.

    Admiraron un modelo 3D giratorio de Chae-yeong con una falda y una camisa informal de negocios. Claire pasó demasiado cerca de la muestra de lencería y apareció de pronto una modelo suya vestida con ropa interior de encaje rojo, posando descaradamente con una mano en su cintura gruesa.

    —¡Agh! —dijo Claire desviándose. La modelo, que giraba lentamente, se desvaneció piadosamente. Un hombre con coleta doblaba suéteres y les sonrió benignamente—. Avisadme si puedo ayudaros.

    —¿Dónde está la ropa de hombre? —dijo Chae-yeong.

    El hombre señaló.

    Fueron a esa sección y vieron el aspecto de Chae-yeong en monos de trabajo y camisetas y polos.

    Claire trataba de alejarse lo bastante de las pantallas para que no le pusieran ropa de hombre, pues eso la cohibía debido a sus grandes hombros: ella podía pasar convincentemente por un hombre, no como Chae-yeong.

    Chae-yeong vio un traje giratorio a lo lejos y se dirigió hacia éste. Claire la siguió en un intento de ser una buena amiga, pero también recordando lo mucho que odiaba comprar ropa.

    El holograma giratorio parpadeó y Chae-yeong apareció con un traje negro de piel de tiburón. Siempre hacían que el traje quedara perfectamente ajustado: en Fabuloso hacían un buen trabajo, pero no tanto. La modelo había surgido con guantes de cuero y un sombrero de visera que le ensombrecía los ojos.

    Un asistente que pasaba admiró el holograma. —Impresionante.

    Chae-yeong estaba hipnotizada por la imagen de sí misma cuando le sonó el teléfono. Claire observó cómo el holograma imitaba las acciones, consultaba la pantalla y la deslizaba hacia la izquierda después de una breve pausa. A diferencia de en la mesa de la cena, había algo calculador en esa pausa. Algo profesional.

    Chae-yeong tocó los guantes de auténtica piel de becerro que había sobre la mesa.

    —Vámonos —dijo Claire, repentinamente incómoda—. Hay que reunirse con Maisie y su descanso es muy pronto.

***

    La plaza del pueblo estaba rodeada de lindos animales y a Chae-yeong le encantó. Cada lado tenía uno diferente, de dos pisos de altura, encajado ahí entre los edificios. Había una tortuga gigante con un caparazón hecho de paneles solares entre el café en el que ella estaba sentada afuera. Al otro lado de la carretera había un bebé elefante, con la trompa a la altura perfecta para que los niños subieran. Claire había conocido al artista al que se le había encargado diseñar la escena, y él le había dicho que llamaba a esa pieza El elefante en la habitación.

    —Sólo tiene sentido emocional — había dicho él mientras agitaba el vino gratis. Él había continuado por darle la primicia sobre el proceso, que una SDP (solicitud de propuestas, supo ella) había permitido cualquier uso de estrato, incluso paródico. Al parecer en Barcelona había un enorme pene eyaculador haciendo la broma obvia.

    —Siempre que tenga una masa cúbica... circunferencia, se podría decir, el cliente está contento. El problema aquí en el medio oeste son las capas de consulta comunitaria, la aceptación, bla bla bla, así es como terminamos con animales lindos en lugar de verdadero arte.

    Claire le había dicho que los veía encantadores y mucho mejores que el plan original de poner casas falsas hechas de estrato. Él le había dicho que esa idea había surgido de la práctica de casas falsas que albergaban estaciones de transformadores de electricidad para que no destacaran en las áreas suburbanas. —Pero es diferente con el estrato... de todos modos, están aprendiendo. Desde Flatiron son más inteligentes sobre qué edificios convertir en las ciudades, edificios que a nadie le importa ver llenos de chispa.

    Chae-yeong regresó de su recorrido por los cuatro animales y se sentó en la desvencijada mesa de metal, arrullándose con el lindo diseño del perro que flotaba sobre su café con leche.

    —¡No quiero beber! —dijo ella admirando el talento del barista.

    —¿Tenías un favorito? —preguntó Claire—. Déjame adivinar: el gatito.

    —¡Correcto! —dijo Chae-yeong, señalando a Claire.

    Por el rabillo del ojo, Claire vio a algunas adolescentes mirándola. Una de ellas estaba leyendo sus NuSpecs, así que sabía de lo que probablemente estaban hablando. Claire se sonrojó.

    —¿Cuál fue tu segundo favorito? —dijo ella tratando de hacer conversación.

    —Me encanta el elefante por cómo está pegado. ¡Entre los dos edificios, porque es tan gordo...!

    Las adolescentes se levantaron, dejando las tazas sobre la mesa. Mocosas perezosas, pensó Claire, respirando profundamente para sofocar su creciente pánico. Cuando las chicas se acercaron, se preparó para el comentario desagradable, con la esperanza de no llorar esta vez.

    Pero la que estaba con NuSpecs la miró, luego miró a Chae-yeong deliberadamente y luego siguió caminando. El grupito de chicas estalló en carcajadas. Claire sintió que se le revolvía el estómago.

    Chae-yeong las miró fijamente mientras se alejaban. —¿Las conoces?

    —¿Quieres agua? —dijo Claire tratando de sonar normal—. Voy a buscar un poco de agua.

***

    Fue en ese breve paseo hasta el mostrador del café que decidió contarle a Chae-yeong La Historia. Tal vez Chae-yeong aceptara a Claire en su grupo de confianza entonces. Claire vertió agua en un vaso y regresó a la mesa, armándose de valor.

    Las chicas seguían allí, de pie juntas. —Probablemente están usando alguna aplicación de Realidad Aumentada como Villarrumor —dijo Claire al sentarse—. Escanea multitudes, compara rostros con cualquier noticia. Y hace años yo estuve en las noticias.

    Chae-yeong escuchaba.

    Claire dejó de mirar a las chicas, resistiendo el impulso de decir: Érase una vez… —Eso pasó unos años después de que te perdiéramos la pista. Yo había estado trabajando con Maisie durante algunos años en la biblioteca, primero como voluntaria y luego como personal a tiempo parcial. Ella todavía estaba en la escuela secundaria y sus padres estaban preocupados por nuestra relación.

    —Oh —dijo Chae-yeong.

    —Pero no había nada entre nosotras. Quiero decir, más tarde descubrí que ella estaba enamorada de mí, pero… —Claire se detuvo, hizo una mueca—. El caso es que, al mismo tiempo, la biblioteca estaba despidiendo personal a medida que cada vez más gente abandonaba las ciudades para ir a los pueblos. Y cuando los padres de Maisie entraron a quejarse, hablaron con un... colega mío. Un colega mío que vio la oportunidad de reducir sus propias posibilidades de ser despedido. Y él solicitó que se investigara el asunto.

    —Oh no —dijo Chae-yeong tapándose la cara con las manos—. ¿A propósito?

    —Eso no lo sé seguro. Él había querido trabajar en el centro digital antes de que me pusieran a mí en el puesto. Pero, en fin, hubo una investigación y a mitad de ella me despidieron. El periódico de la comunidad local lo enmarcó como "despido tras mala conducta con una población vulnerable". Así que, después de eso... —Claire se encogió de hombros—. Por suerte yo tenía un poco dinero de mi madre después de que ella falleciera.

    —¡Oh, Dios mío, qué serias estáis, joder! —dijo Maisie apareciendo de pronto al lado de ellas. Sonrió, tomó un sorbo de un café con leche fría.

    —Le estoy contando La Historia —dijo Claire.

    —Oh, joder, bueno —dijo ella, rodando los ojos—. ¿Ya llegaste a la parte de "Y vivieron felices para siempre"?

***

    No era culpa de Maisie, ella no sabía que Claire había planeado averiguar lo que pasaba de verdad con Chae-yeong, lo que había detrás de esos extraños mensajes misteriosos y de esos años de silencio de radio. Se suponía que Maisie iba a volver a la escuela para dar clase de diseño de juegos a los chicos; pero, en lugar de eso, tuvo la brillante idea de llevarse a Chae-yeong con ella.

    —¡Serás como una visitante dignataria del juego! —había engatusado Maisie—. Los chicos ya han jugado a KittyCity. Estoy segura de que les encantaría saber cómo lo hiciste.

    Chae-yeong había estado de acuerdo, pero cuando se marchaban se había sorprendido de que Claire no las acompañara. —Tengo cosas que hacer —había dicho Claire—. Os veré en la cena.

    Pero Claire no tenía nada que hacer y quedaban cuatro horas por delante hasta la cena. A Claire no le habría importado acompañarlas a la clase, pero le resultaba difícil olvidar que ya no podía hacer ese trabajo.

    Se quedó sola sentada en la mesa de metal, diciéndose a sí misma que la sensación de casi lágrimas pasaría.

    Sacó el teléfono y abrió Rastreador. Chris estaba en el campo, ella no quería molestarlo durante su turno, ni siquiera se sentía particularmente sociable en ese momento. En otras circunstancias habría ido a casa para trabajar en algo, pero lo único que tenía en el proyecto actual era el óbice de un error de programación y no tenía ganas de abordarlo.

    En momentos de cabos sueltos como éste recordaba con nostalgia los días en que tenía seis platos girando a la vez, cuando dirigía la Iniciativa Internacional y coordinaba el grupo de apoyo de Alzheimer y escribía juegos y trabajaba horas a tiempo completo además de todo eso. Resultaba raro que se encontrara menos productiva cuando más tiempo tenía, pero así era.

    Sintió que se acumulaban sentimientos oscuros, por lo que abrió su lista compartida de tareas pendientes que ir adelantando. "Estúpida parte del baño” era la primera. Era un tornillo, un perno o algo que Maisie ya había intentado arreglar media docena de veces, pero que seguía rompiéndose o goteando. La última vez había comprado una resina súper fuerte que se suponía que era mejor que el metal (aunque era cara) y pensaron que había quedado arreglado para siempre, pero aparentemente no.

    Buscó una ferretería de la vieja escuela de la que había oído hablar y comprobó sus horarios. Estaba en el distrito antiguo, así que llamó a un taxi. Abandonó su mesita de metal, sobre la que cayeron en picado dos mujeres con cochecitos de bebé.

    Claire siguió las indicaciones hasta el punto de recogida fuera de la plaza. Había un camión de reparto bloqueando la estrecha calle, conducido por humanos y, por tanto, indolente a la fila de coches detrás que esperaba en silencio. Había incluso cierto aire presumido en la cara del conductor.

    Cuando el tipo por fin se dignó a moverse, uno de los taxis se detuvo junto a ella y abrió la puerta. Era uno de los nuevos modelos de ventanas rojas de tungsteno que ni siquiera tenía una rendija en el parabrisas. La hacía sentir como si tuviera los ojos vendados.

    Entró y se acomodó mientras el taxi retomaba su marcha. Ella tenía por defecto el modo de taxi volador como imágenes predeterminadas, por lo que la pantalla frente a ella los mostró ascendiendo. A ella le gustaba más el modelo de Nueva York, pero el taxista era demasiado hablador. Éste tenía un robot silencioso.

    Es decir, solía tener un robot silencioso. Hoy la pantalla mostraba las espaldas de dos cabezas humanas. El conductor tenía un cuello de gabardina desabrochado y el pelo corto y cuadrado. No fue hasta que las imágenes los mostraron despegando del suelo de un NeoTokyo gris y lluvioso que Claire lo identificó como el personaje de Harrison Ford en Blade Runner. Su compañera era la femme fatale de cabello negro… ¿cómo se llamaba en la película? ¿Rachel?

    Rachel se dio la vuelta en el asiento y miró a Claire con ojos tristes.

    —¡Jesús! —dijo Claire.

    —¡Lo siento, no fue mi intención asustarte, Claire! —le dijo Rachel con una sonrisa—. Me acabo de dar cuenta de que vas a la ferretería de Johns. Quería que supieras que en ese comercio sólo aceptan efectivo.

    Rachel volvió a mirar al frente. Un segundo después, dio otra vez media vuelta y mostró exactamente la misma sonrisa. —Además, el negocio cerrará en tres horas. ¿Quieres oír música por el camino? Podríamos poner tu lista de reproducción "Maisie Ama a Claire".

    —No —dijo Claire, interrumpiéndola. Se estaba mareando un poco, los otros aerocoches pasaban demasiado cerca y las nubes demasiado rápido.

    —No hay problema —anunció Rachel—. Tú hazme saber si puedo ayudar con algo.

    —Puedes desactivar el tema y mostrarme sólo visual real —dijo Claire.

    Rachel se inclinó adelante y los cielos de NeoTokyo fueron reemplazados por las carreteras de Wisconsin. Aún seguían en la zona nueva de edificios prefabricados. La parte más antigua del nuevo asentamiento eran los edificios de estratos que parecían chozas de adobe claro. Todavía estaban habitados, pero desde los rumores del tumor, los nuevos edificios se habían construido con materiales más convencionales.

    Luego vinieron las primeras estructuras del casco antiguo, un granero casi derruido, algunas granjas en la distancia, un puesto donde solían vender manzanas. El nuevo asentamiento se había encajado entre dos pueblos existentes y probablemente con el tiempo esta área se llenaría un poco.

    Al frente, los dos hologramas conversaban entre sí justo por debajo del límite audible. Era bastante impresionante el modo en que Rachel se volvía ocasionalmente para mirar a Claire. Antaño le había encantado saber cómo hacían eso, para sus propios proyectos de IA, ahora ya había aceptado que la IA se había vuelto tan avanzada que ese deseo bien podría ser como querer contar todos los granos de arena del mundo.

    Así que, ella se quedó allí en silencio, como una chica obediente conducida hacia alguna parte por los adultos.

11. Thomas y Kay. Banff. 2031.

    Thomas nunca había visto montañas, y parte de su mente se negaba a creer en ellas.

    Estaba tomando una cerveza en un patio en Banff, medio escuchando a sus compañeros de trabajo Patricia y Kriss perder el tiempo. Era bueno verlos llevarse bien fuera del horario. Encendió su realidad aumentada y encuadró la foto: montañas brillando a la luz del mediodía; Kriss contando un chiste malo, alzando cejas tatuadas; la cabeza de Patricia echada hacia atrás en una carcajada, trenza de coleta rebotando. Clic.

    Perfecta.

    La archivó para usarla algún día cuando uno de ellos se quejara del otro, cuando olvidaran lo bien se caían en la vida real. Luego apagó su realidad aumentada y sintonizó la conversación.

    —Así que no sé si le voy a hablar sobre la actualización —estaba diciendo Kriss, frotándose la rapada cabeza con una mirada de disgusto en el rostro—. No más resacas implica no más excusas para vaguear los domingos, con Phil cocinando el desayuno-almuerzo...

    —O sea, ya tienes entrenado al chico —dijo Patricia—. ¿Por qué liarse con eso?

    —¿Quién, a Phil? —dijo Thomas con una sonrisa—. Siempre me recuerda al tío de Regreso al futuro.

    —¿A qué tío? —dijo Kriss, y Thomas se preguntó si ella era demasiado joven para recordarlo.

    Empezó a encender sus aumentos para buscarlo en Google, pero Patricia se le adelantó.

    —Michael J. Fox —dijo Patricia—. Ni idea de quién es. 1985. Maldición, Thomas, eres viejo.

    —¿Nunca has visto una película antigua? ¡Esa es un clásico! —resopló Thomas, terminándose la cerveza.

    —Los TikToks son clásicos, esa mierda es prehistórica.

    —Ese se parece un poco a él —dijo Kriss con ojos vidriosos, y Patricia espetó en respuesta—. Cuando era joven.

    —¿Cuántos años tiene Phil, por cierto? —dijo Patricia—. En la barbacoa estuvo hablando de la escuela secundaria como si acabara de graduarse.

    —Ni lo pienses, sal de mi apuesta —dijo Kriss en su atrevida imitación de mujer negra.

    Hubo una pausa en la que Thomas pensó que Patricia podría replicar algo como: Ya sabes que esa mierda no te sirve por ser asiática, ¿verdad?

    Pero en cambio, Patricia dijo: —¿Y cuántos años tiene, como dieciocho, diecinueve? Puede entrar en los bares, ¿no?

    Kriss le tiró un cubito de hielo a Patricia.

    —En Regreso al futuro, el personaje de Michael J. Fox vuelve al pasado y coquetea con su mamá, así que sabemos que le gustan las mujeres mayores —dijo Thomas.

    —¡Yo tengo treinta y dos! ¡No soy una mujer mayor! —proclamó Kriss, atrayendo la atención de las otras mesas del patio.

    Su camarera, una chica blanca, llegó sosteniendo como un escudo la tableta de pedidos.

    —Les puedo traer algo más —preguntó—. ¿O sólo la cuenta?

    Esa última pequeña sugerencia hizo que Thomas exclamara: —Yo tomaré otra —dijo golpeando su vaso de pinta—. ¿Me puede poner una rodaja de naranja también?

***

    A la mañana siguiente Thomas lo pagó con una resaca. Había ignorado las advertencias de su realidad aumentada y había apagado sus aumentos después de la tercera cerveza. Kriss estaba en el mismo barco.

    Thomas acariciaba una taza de café sobre la rodilla, bebiendo con cuidado para no mancharse la camisa de lino; necesitaba lavarla en seco y aún no había visto nada que no fuese un bar o una boutique de lujo en Banff. Como hombre negro elegantemente vestido, le gustaba llamar la atención por justas razones, no por una prominente mancha.

    —Hay algo en línea sobre que la actualización tiene modulación de alcohol, pero creo que es una broma —dijo una Kriss de ojos vidriosos—. Eso me podría haber servido anoche.

    Por suerte habían llegado al discurso de apertura lo bastante temprano como para conseguir asientos. Los intrincados tatuajes de Kriss en brazos y piernas estaban recibiendo muchas miradas. Los dos destacaban, pero a diferencia del patio en el que habían estado el día anterior, los asistentes a la conferencia no eran del todo blancos, había algunas personas de color aquí y allá.

    Pero Thomas estaba irritable por la resaca y, en lugar de sentirse positivo, sólo pensó: veremos quién sube al escenario.

    El discurso principal debía comenzar en diez minutos, todas las sillas estaban ocupadas y la parte de atrás comenzaba a llenarse de personas de pie. Había cierta energía emocionada, pero ésta era la segunda Cumbre Numenous de Thomas y él conocía la rutina.

    —¿Alguna pista en línea sobre quién puede ser el presentador? —le preguntó a Kriss.

    —Hay un montón de tonterías sobre AOC otra vez —dijo Kris desplazando la pantalla con desdén—. Porque eso es lo que ella estaría haciendo el último año de su presidencia, alabar a Numenous mientras fingía imparcialidad.

    Thomas comenzó a responder cuando, por el rabillo del ojo, vio a alguien que no había visto en mucho tiempo.

    Primero reconoció su perfil, luego su pelo.

    —Esa es Kay Lowes —dijo observándola caminar por el pasillo. Deseó tener un asiento que ofrecerle. Puta mierda.

    Kriss la miró. —¿Eh? ¿Conoces a alguien en comunicaciones?

    —¿Comunicaciones? —dijo Thomas—. No. La conocí cuando ella creaba juegos hace... ¿diez años?

    —La mayoría de la gente de los juegos termina en UX, experiencia de usuario —dijo Kriss—. Me pregunto qué la hace tan especial...

    Thomas observó a Kay seguir por el pasillo y se percató gradualmente de que ella no necesitaba un asiento, pues pasó de largo los asientos y subió al escenario, cruzó el escenario y llegó hasta el atril.

    Su rostro apareció en la pantalla detrás de ella. Kay miró a la cámara y sonrió con la cálida sonrisa que Thomas recordaba tan tan bien.

    —Hola a todos —dijo Kay.

***

    Fuera, después de la presentación y en el descanso, Thomas consideró cómo calificarla para el formulario de comentarios.

    El formato de presentación no se había desviado mucho de la fórmula: parte charla de TED, parte de Jobs, una pizca del clásico McGonigal. En el pasado, el verdadero atractivo habían sido los propios presentadores, una vertiginosa variedad de celebridades en tecnología.

    Para dar inicio a la Cumbre en 2028 habían contado con Zuckerberg. Lo cual fue grande, por supuesto, pero Zuck tenía un entusiasmo por los cambios que rayaba en el alivio, tal vez feliz de que él (y su barba de chivo) ya no fuera el centro de atención. Aunque Facebook había sido el primer gran jugador, hoy en día todos los servicios clave de Internet funcionaban bajo el capó de ASI. "Impulsado" era como lo aununciaban, "Controlado” o “dirigido por” eran inexactos, según el libro de estilo de comunicación corporativa que Thomas había visto cuando había hecho un trabajillo para Facebook el año anterior.

    Pero quizás poner a Zuck a bordo había sido el ápice. El hecho de que Kay estuviera allí arriba ahora, una relativa desconocida, podía significar que el nuevo orden no tenía nada más que probar. Y aunque faltaba el factor estrella, el contenido real era mucho más emocionante.

    Casi desorientadoramente emocionante.

    En torno a Thomas, los asistentes al discurso de apertura comentaban la nueva información sobre la actualización. Él se sentía un poco mareado por la resaca, y un poco tonto porque, en lugar de hablar con sus compañeros, sólo estaba luchando por mantenerse erguido.

    Kriss apareció a su lado con un sobrecargado plato de bufé: como si cualquier comida gratis fuera a ser la última. ¿Agua? —dijo ella sosteniendo un vaso reluciente.

    Thomas se bebió la mitad de un trago y trató de devolverle el vaso. Ella lo rechazó. —Tú la necesitas más que yo.

    —No puedo creer que tengamos reuniones toda la tarde —dijo Thomas—. Es un error de principiante.

    Kriss se encogió de hombros. —¿Por qué no instalas la actualización? Ella dijo que se deshace de las resacas.

    —Me gusta hacer eso tumbado —dijo Thomas, sintiéndose tonto—. Especialmente con todos los parches biológicos de ésta.

    —Pulsé ese botón en cuanto apareció en la gran revelación —dijo Kriss con la boca llena de croissant, refiriéndose al momento de la presentación en el que todos habían recibido una notificación emergente con todas las nuevas funciones enumeradas. Thomas había tenido apagada su realidad aumentada, como de costumbre. Por el modo en que la gente se había apresurado a pulsar el botón parecía como si estuvieran bebiendo Kool-Aid de la marca Jim Jones.

    —Es tan guay... Puedo ver cómo convierte los carbohidratos en tiempo real —dijo Kriss señalando una barra de progreso o similar que le mostraba su realidad aumentada—. Voy a buscar más pan, a ver si puedo hacerle una prueba de estrés a esta cabronaza.

***

    Más tarde, en la habitación del hotel, Kriss le estaba explicando detalladamente a Patricia la presentación.

    —¿Quién fue el presentador?

    —Esa chica blanca que Thomas conoce totalmente.

    Thomas estaba tumbado en la cama.

    —Pero tú no la conoces —aclaró Patricia con Kriss—. Así que no es famosa-famosa.

    —No. Sólo es famosa para Thomas. Es Thomas-famosa.

    Thomas cerró los ojos y encendió sus aumentos para revisar sus mensajes.

    —¿Quién es esta chica, Thomas?

    —Kay Lowes —dijo él—. No la he visto en… ¿ocho años?

    —Ese es su nombre —prosiguió Kriss—. Aunque, cuando ella pasó junto a nosotros después del descanso, él no la saludó.

    —Sospechoso —afirmó Patricia.

    Tuve demasiado tiempo para pensármelo, pensó Thomas. Lo que dijo fue: —Tengo que escribir algunos correos electrónicos, voy a silenciaros, chicas.

    Con los ojos cerrados y el audio silenciado, un estado que le gustaba considerar como Vacío de Oficina, abrió el correo electrónico y aceptó un cambio de lugar para una de las reuniones que tenía hoy. Aunque esa no era la verdadera razón por la que estaba en Vacío de Oficina.

    Encontró la notificación de actualización y abrió el registro de cambios. Las actualizaciones de cada año eran temáticas: Recreación, Lugar de trabajo, etc., y ésta era Salud. —Se acabó la dependencia de los programas del gobierno socialista o de los costosos planes de seguro —había anunciado Kay con una respiración entrecortada al estilo Oprah—. Nuestros cuerpos simplemente funcionarán… sin quejarse y sin dolor —El guión claramente había sido escrito por un estadounidense.

    El registro de cambios estaba en formato legible para humanos, lo cual él apreció. Le tomó casi una hora leerlo todo. Se dio cuenta de que, si bien la actualización no curaba la diabetes, había hallado un modo de administrar insulina sin aguja. Su hermano estaría feliz cuando esto se extendiera a la población en general. Los desarrolladores como él llegaban a ser los probadores beta, pero Thomas todavía no estaba seguro de si eran la élite o sólo conejillos de indias.

    Habiendo pasado por su debido ritual de diligencia de actualización, pulsó el botón. Le tomó treinta segundos, después de lo cual sus aumentos volvieron a estar en línea. Había un nuevo tema predeterminado y volvió al anterior, menos brillante pero más legible.

    Una nueva notificación parpadeó y él la abrió: "Asistente de Resaca, ¡necesita agua!", rezaba, así que él abrió los ojos. Las chicas estaban ahora en el balcón.

    Fue al baño y llenó un vaso.

***

    Tuvo éxito en sus reuniones. Se sintió muy bien, la misma sensación que sentía después de estar agotado un tiempo y luego mejor... ese júbilo de: ah, ya no estoy enfermo. Como si una parte de él esperara que seguiría así para siempre.

    Estaba bastante seguro de que su equipo aceptaría dos o tres de los trabajos por los que habían venido aquí. A los estadounidenses siempre les gustaba una vez que veían que habían cumplido en el pasado, les gustaba la idea de un equipo diverso con el que poder bromear: Kriss era increíble en esto,intrépida e hilarante. Los dos ejecutivos chinos con los que se habían reunido habían sido más difíciles de leer, pero también habían parecido positivos.

    Ambos se dirigían a tomar un helado de celebración y comentaban por el camino. —Casi le solté a ese último tipo las únicas tres palabras que sé en mandarín —dijo Kriss—. Y eso puede salir de cualquier modo. Igual piensan que es bonito o se ponen en plan "debería usted saber más chino".

    Mientras esperaban en la fila, Kriss decidió instruir a Patricia, porque sería inesperado que ella supiera algo de chino. Y fue entonces cuando Thomas oyó esa voz dar las gracias a la persona del mostrador.

    Y Kay pasó junto a ellos y salió por la puerta.

    —Vuelvo en un segundo —dijo Thomas.

    La siguió afuera, hacia la luz del sol, y le dio un toquecito en el hombro.

    —Ey, eh, Kay. Este... soy Thomas, Thomas de...

    —¡Thomas! —exclamó Kay, con ojos muy abiertos, y le dio un gran abrazo, casi perdiendo el helado en el proceso—. ¡Jolín! No te he visto en...

    Esa sonrisa otra vez, esa sonrisa que Thomas recordaba. En torno a ellos había gente yendo y viniendo, pero bien podrían haber estado ambos solos.

    —Sí, lo sé. No podía… —Él le devolvió la sonrisa—. No podía creerlo cuando te vi allí arriba hoy.

    —Ah, pero ¡¿estuviste tú allí?! ¿No es genial? Yo no podía creer que me pidieran que lo hiciera —Ella miró de pronto a su alrededor, tímidamente—. Bueno, por supuesto yo fui la única a quien le pidieron que lo hiciera, eso es algo totalmente razonable.

    Ambos rieron.

    —Pues lo hiciste muy bien ahí arriba. Te los metiste en el bolsillo —dijo Thomas.

    —Me estaba cagando en los pantalones. Pero hice a mucha práctica durante semanas. Entrenadores. Ensayos. Fue de locos.

    Salieron Patricia y Kriss. Kriss le entregó a Thomas un helado. —Aquí tienes, jefe.

    Kay sonrió a las chicas. —Hola, soy Kay —dijo.

    —Lo sé. Te vi en el jumbotrón esta mañana —dijo Kriss.

    —Ellas son mis compañeras de trabajo, Kriss y Patricia —dijo Thomas antes de que Kriss pudiera añadir algo más vergonzoso—. Hacemos contratos interactivos. Poca cosa.

    —Eso tiene mucho sentido en ti —dijo Kay, asintiendo—. Impresionante. ¿Sigues creando juegos?

    —No, en realidad no. Estoy muy ocupado con trabajos para el cliente.

    —Sí, respecto a eso —dijo Patricia—, deberíamos darnos prisa y pasar a lo siguiente que tengamos.

    —¡Oh! —dijo Kay como si despertara—. Lo siento, no os entretengo más —Le apretó a Thomas el brazo—. ¡Qué bueno verte, Thomas! Guau, no has cambiado nada.

    Tú aspecto es aún mejor, pensó Thomas con una sonrisa de bobo en la cara.

    Patricia comenzó a tirar de él.

    Él se despidió con la mano. Ella le respondió con el mismo gesto.

    Kriss había demolido casi todo el helado. Intercambió una mirada con Patricia.

    —¿Ves lo que quiero decir? —le dijo Patricia.

    —¿Decir sobre qué? —dijo Thomas limipiándose los chorretes de helado de los dedos.

    —Para ser un tipo que creaba juegos —dijo Patricia— eres pésimo en estrategia.

***

    Los demás habían salido, pero Thomas decidió aprovechar la sauna del hotel. Apoyó la espalda en la madera e inhaló el calor.

    Por alguna razón, lo que le molestaba no era la idea de ser pésimo en estrategia. Él sabía que no tenía estrategia. Esa era una de las cosas que siempre le había gustado de estar colado por Kay, que no había estrategia. Él sabía que ese romance no iba a ninguna parte, por lo que sólo existía en este espacio liminal de posibilidad romántica libre de presión.

    Originalmente había sido porque ella vivía en una ciudad diferente. Ahora era porque ella obviamente estaba en el círculo interno del nuevo orden, camelada por fuerzas desconocidas para ser la imagen de Numenous.

    No, a él eso le parecía bien. Lo que le molestaba un poco era admitir que ya no creaba juegos. Al principio los trabajillos habían sido un modo de ayudarle a crear juegos. Luego, a construir el negocio, a tener suficientes ingresos para mantenerse a él, a Patricia y ahora a Kriss. Eso había sido un juego en sí mismo. Ahora que él era lo bastante conocido en estos círculos como para que los trabajos llegaran con regularidad, el desafío en ello había desaparecido.

    Patricia seguía creando juegos, lo último que él había oído había sido una colaboración con organizaciones feministas en los Emiratos Árabes Unidos. Kriss no creaba juegos con tanta frecuencia, pero había sido un juego sobre masacrar cachorrillos nazis con un monopatín lo que lo había convencido de entrevistarla.

    ¿Por qué él ya no creaba juegos?

    Sus aumentos le indicaron con un pitido que había estado en la sauna los veinte minutos recomendados, por lo que Thomas regresó a su habitación de hotel. Estaba parpadeando para ignorar las notificaciones habituales de la conferencia cuando una le llamó la atención.

    Kit Paseo por Senderos de Montaña, Gratis durante la Próxima Hora

    Thomas generalmente ignoraba las interminables ofertas y tratos que la aplicación de la conferencia les enviaba como spam, y especialmente las de tiempo limitado.

    Pero abrió ésta.

***

    Media hora más tarde, intentaba decidir entre un ahuyentador para osos o una maza para osos. No era una decisión de consumo que él hubiera considerado tener que hacer algún día, y estaba absorto en ella cuando oyó la voz de Kay.

    —¿Me recomiendas la maza o el ahuyentador?

    —Eso es lo que yo intentaba decidir —dijo Thomas con una sonrisa—. Parece la decisión de un alto cargo. ¿Ser preventivo o agresivo?

    Kay le devolvió la sonrisa. Ella se había cambiado de ropa, de su formal atuendo de negocios a pantalones tejanos y un top. —Bueno, ¡cuánto tiempo sin verte!

    Thomas levantó su paquete de senderista de montaña, que era igual al de ella: un mapa, unas barritas energéticas de muestra y una banda elástica, con logotipo, para el sudor.

    —Era gratis —dijo ella encogiéndose de hombros—. Es difícil resistirse a algo gratis. Y planeaba salir de excursión algún día —Miró para asegurarse de que el empleado estaba fuera del alcance auditivo y susurró—. Pero luego te sablean en eso del ahuyentador para osos.

    Regresaron y miraron los ahuyentadores de precios desorbitantes. —Se me da bastante bien chillar y mover los brazos —dijo Thomas.

    —En eso es lo que estoy pensando —dijo Kay—. Sé gritar como el mejor de estos ahuyentadores.

    —Sólo necesitas el ahuyentador si tienes ansiedad de desempeño de grito —dijo Thomas.

    —Me inclino más por agarrar mis cosas gratis y salir —dijo Kay—. O me sentiría como una pardilla.

    —Sé lo que quieres decir —dijo Thomas—. Prefiero que me devoren vivo a ser un pardillo.

    Ella dio una carcajada, lo cual hizo sentir a Thomas como si él tuviera gracia.

    El empleado, en lugar de estar molesto porque no compraban nada, les dijo que si salían ahora verían el atardecer de sus vidas. Incluso les marcó el lugar en sus mapas.

    Fuera de la tienda, Kay dijo: —Probablemente tendrás reunión con algunos amigos.

    —Nop —dijo Thomas.

    —Yo tampoco tengo gran cosa que hacer —dijo ella, con una sonrisita—. Intenté no reservar nada el día de la presentación. El Día 0.

    —A mí me apetecía hacer senderismo —ofreció Thomas.

    —¡Y el atardecer de mi vida! —dijo Kay.

    Thomas le ofreció las montañas con un movimiento de la mano, y ambos se pusieron en marcha juntos.

***

    No parecían acercarse nunca a las montañas. Bromearon con que las montañas eran sólo un telón de fondo, como un Saturno pintado en una película de ciencia ficción.

    Cuando desistieron de la idea de llegar allí algún día, comenzaron a admirar los senderos en sí mismos: la textura arcillosa del suelo, el olor de la podredumbre y la vida. Se ayudaron mutuamente a subir las partes más empinadas, navegando por los sistemas de raíces como muchos excursionistas antes, dándose una mano cuando era necesario, fingiendo que era normal tomarse de la mano, aunque sólo fuera durante un momento.

    Thomas sentía el corazón más ligero y vertiginoso que en mucho tiempo. La última vez que había hablado con su madre, ella le había preguntado sobre su vida amorosa. Su madre nunca había hecho eso cuando él estaba en la veintena, pero había algo que la impulsaba ahora que él tenía treinta y tantos. Su hermano ya se había casado, tenía hijos y ahora estaba separado. Thomas tenía un horario diferente, uno que no sabía cómo explicarle a su madre porque él mismo no lo entendía.

    Mientras caminaban por el bosque, Thomas no le preguntaba a Kay sobre hijos, parejas ni sobre nada en realidad. Le gustaba el suspense de no saber. Y la conversación fluía de todos modos.

    —Me alegra que la explicación de la gobernanza no resultara demasiado aburrida —estaba diciendo ella—. Eso fue como hacer tareas domésticas. No fue tan emocionante como las actualizaciones.

    Thomas tocó un árbol por el que estaba pasando. —No, quiero decir... eso no es muy sexy, pero es importante saberlo. La idea de que una corporación sea autónoma puede asustar a algunas personas.

    —No del todo autónoma —dijo Kay, mirándolo con seriedad—. Los miembros de la junta están para supervisar, pero las operaciones de Numenous se manejan mejor mediante superinteligencia. La complejidad nos viene un poco grande ahora mismo. Y dime, ¿quedó claro que los miembros de la junta podían vetar cualquier cosa que encontraran preocupante?

    Thomas asintió, sacó una barra energética. —Sí. El diagrama sirvió de forma excelente para comunicar las medidas de seguridad y demás. Desde el punto de vista de los sistemas.

    —Eso es bueno —dijo Kay con una sonrisa—. Pasamos por cuatro revisiones diferentes de esa parte de la charla.

    —Es sorprendente lo involucrada que estás. Mucho de lo que sucede con Numenous es una caja negra. Nosotros, los humildes desarrolladores, suponemos que es la superinteligencia la que principalmente lo decide todo.

    Llegaron a un cruce. Thomas miró el mapa, pero Kay eligió la bifurcación izquierda. —Es por aquí —Thomas guardó el mapa y la siguió, apreciando lo condenadamente bien que le quedaban a ella los vaqueros.

    Ella miró atrás. —Tú eres un adoptante parcial, por lo que veo.

    Thomas pensó que lo había pillado mirándole el trasero. —¿A qué te refieres? —disimuló él.

    —No vas con los aumentos encendidos. Veo que tu disponibilidad se enciende y se apaga.

    —Ah. Sí. Bueno, un poco de eso es de hace mucho tiempo. Kriss los deja encendidos a todas horas —dijo él, como si tener a un miembro de su equipo siempre conectado lo redimiera de alguna manera.

    —¡Eso no es de sentido común! Los adoptantes parciales representáis un desafío porque nosotros sólo tenemos conjuntos de datos parciales de vosotros. Así no hay modo de anticipar las necesidades. Eso es todo.

    —Bueno, quizá es que los adoptantes parciales son más críticos —Thomas notó un animalillo (¿un conejo?) huyendo a saltos a medida que ambos se aproximaban—, y quizá más difíciles de predecir. ¿Viste eso?

    —¡Sí!

    Detuvieron la marcha en el bosque y miraron un rato en derredor. Estaba atardeciendo y los únicos sonidos eran susurros—. ¿No es chulo esto? —dijo Kay dándose la vuelta para encararlo.

    Thomas la miró a los ojos. —Sí.

    Kay cerró los ojos e inhaló.

    Thomas vio que movía las manos hacia las de ella.

    Kay prosiguió la marcha por el sendero.

    Thomas dejó caer las manos a los costados, sintiéndolas como torpes trozos de carne.

***

    Cuando llegaron al mirador, Thomas estaba cansado. Se alegró de tener un banco, toscamente labrado, y la excusa de un atardecer para sentarse un rato en él.

    Kay tenía las piernas cruzadas. Ël le dirigía miraditas de perfil, apreciando esa nariz aguileña, esa densa melena pelirroja.

    Ella lo pilló mirándola y le dedicó una cándida sonrisa. —¿Puedes creer que estemos aquí? Hace diez años estábamos reunidos junto un barril de fuego, en otro continente, hablando de un extraño proyecto de arte. La vida es extraña.

    Thomas miró hacia el horizonte. El empleado no había mentido. La puesta de sol había manchado el cielo con los más hermosos tonos, y mirarla lo hacía sentir bien.

    Hasta que Kay habló.

    —Es precioso. Tengo que traer a Peter aquí arriba.

    Thomas sabía que se suponía que debía preguntar por Peter. "¿Tu marido?", debería estar diciendo, o "¿Tu novio?", si quería ser optimista. Los puso en fila a cada uno con los labios, pero no pudo reunir la voluntad para sacarlos al mundo.

    En su lugar salió: —¿Volvemos?

***

    El lento decaer de la luz también parecía perfectamente sincronizado mientras ambos regresaban a la ciudad.

    Le hizo pensar a Thomas en la forma en que los juegos te obligan a ajustar el brillo de la pantalla para que un cuadrado sea apenas visible. La raíz de un árbol era lo bastante visible como para pasar por encima en lugar de hacerte tropezar. Lo cual era bueno porque Thomas se sentía deprimido, se sentía tropezable. Una parte de él se sentía como si ya se hubiera caído y estuviera tendido en la tierra. Cuando pensó en las manos alcanzando las de ella le ardió el rostro.

    Peter.

    Era extraño volver sobre los pasos que había pisado levemente con todo ligeramente más oscuro.

    Las luces de la ciudad estaban encendidas cuando regresaron. Ella no se alojaba en el mismo lugar que él, por supuesto. El hotel de Kay tenía trescientos años y parecía un castillo. Ella bromeó al respecto, pero Thomas había perdido el ritmo del humor.

    Quedaron en el cruce entre el hotel de él y el de ella.

    —Jesús, qué cansado estoy. ¿Quién iba a decir que un paseo me cansaría? —dijo él con una vaga sonrisa.

    —Me alegra tanto haberte vuelto a ver, Thomas —dijo ella apretándole el brazo—. Quizás cuando Peter esté aquí podamos salir en una cita doble.

    —Bueno —dijo Thomas encogiéndose de hombros—. Sólo si quieres buscarme una novia. ¿Tienes una hermana?

    —Oh, lo siento. Pensé que estabas saliendo con una de...

    —No, son amigas. Compañeras de trabajo.

    Kay se llevó la mano a la cara. —Oh, lo siento. Lo entendí mal.

    Thomas sonrió a medias. —Eso es lo que pasa con los conjuntos de datos parciales.

    —Bueno. Nos... ya nos vemos —dijo ella, todavía avergonzada, pero sonriendo su vergüenza.

12. Aleks y Marco. Ciudad de Nueva York. 2031.

    —¿Necesitas ayuda para cerrar la puerta? —exclamó Marco. Estaba encendiendo lucecitas en su... ¿casa subterránea? ¿Su fortín? Aleks no sabía cómo llamar aquello. Podía ver que profundizaba un poco más. Miró atrás, hacia las escaleras de bloques de cemento, y consideró que podía irse ahora y salir bajo las estrellas en Central Park.

    —En realidad, no esperaba invitados —estaba diciendo Marco—. Está un poco desordenado.

    "Esto es un agujero", pensó Aleks. "Vives en una... madriguera". A pesar de la rareza, Marco estaba tirando de la pesada plancha de la entrada de arriba y sellándose dentro. Tenía que agacharse un poco para hacerlo, el espacio no era lo bastante alto para que un hombre adulto estuviera de pie. Un hobbit, tal vez.

    Aleks se sentó en las escaleras un rato mientras se le acostumbraba la vista a la oscuridad. Olía a tierra y a musgo, bastante agradable, a decir verdad. Sintió algo húmedo moviéndose por su mano y se sobresaltó, antes de darse cuenta de que era Bob olisqueano el entorno. Le dio a Bob un buen rascado en la cabeza mientras Marco se enderazaba.

    —Pasa, pasa —dijo Marco con una sonrisa.

    El túnel se ensanchaba en una habitación más grande. Había lucecitas colgando del techo, algunas fijadas a las raíces, que revelaron pequeñas comodidades: un futón y una silla plegable de metal con una pila de libros al lado. A los pies de la cama había un refrigerador y una caja en la que Marco estaba poniendo los Mr. Tallarín como quien guarda las compras. Encajó una tapa en la caja con un clic.

    —Tengo que asegurarme de que mis compañeros de apartamento no lleguen hasta mi comida —dijo Marco.

    —¿Tienes ratones aquí? —preguntó Aleks, aún agachado.

    —Más bien insectos… y Bob tampoco entiende de límites. Pero ¡toma asiento!

    Aleks se acomodó en la silla plegable, que resultó ser bastante cómoda. Dejó la bolsa de la compra a su lado, sacó una cerveza y se la ofreció a Marco.

    Marco la tomó y se tumbó en el futón.

    Aleks abrió la suya, una cerveza artesanal, de un pueblo cercano, con un tigre con monóculo en la lata. —Supongo que no tenemos que esconderlas en una bolsa aquí abajo.

    —Esa es la idea —dijo Marco inclinándose para brindar con él—. Aquí no generamos puntos de datos.

    —Fuera de la red.

    —Fuera del gráfico, incluso. Ese era el objetivo cuando comencé el proyecto.

    Aleks tomó un sorbo de cerveza y asintió. —Me preguntaba cuál sería tu respuesta cuando comenzaran los cambios.

    Bob se acomodó en el futón al lado de Marco. —Al principio intenté actualizar el Simulador de Gentrificación para reflejar esos cambios, pero todos los modelos se basaban ​​en la agencia humana. Mercados, popularidad. Y de repente todo eso quedó obsoleto.

    —Cibergentrificación —dijo Aleks.

    —Ninguna cantidad de aceleración relata lo que sucedió. Lo que está sucediendo. No se analiza un maremoto. No se debate una avalancha. Se busca un lugar para... refugiarse —Marco pellizcó algo en el pelaje de Bob y lo lanzó lejos.

    —Así que buscaste un sitio... bueno, construiste un sitio, para… refugiarte —dijo Aleks, casi diciendo "esconderte" en su lugar. Hubo un silencio incómodo—. ¿Qué hay de...?

    —¿Mi familia? Leila volvió a México con Nico para estar con su familia en un pueblo de allá. Después de que el alquiler se duplicara, era imposible sobrevivir. Pasé semanas construyendo nuestro primer refugio, pero no sabía lo bastante sobre construcción, pues casi toda mi investigación se había basado en ambientes desérticos y, cuando llevé a Leila a verlo, el refugio se había derrumbado.

    —Oh —dijo Aleks mirando al techo.

    —Éste ha durado cuatro años, no te preocupes —dijo Marco—. Está recubierto del mismo material que usan para sellar las puertas y ventanas de los edificios convertidos.

    —Eso habrá sido difícil —dijo Aleks.

    —No mucho. Es un spray. Conseguí algunos de un sitio de conversión.

    —No, me refiero a tu... familia.

    Marco rió, puso la cabeza entre las manos. —Sí. Sí, considerablemente más difícil. Un jodido lío —Se inclinó y sacó una bolsa de cacahuetes de la caja despensa—. Bueno, tú ya conoces algo de la historia. A Leila y a mí no nos iba bien. Ella no podía lidiar con mi… no podía lidiar conmigo, llanamente.

    —Recuerdo que hablamos de eso cuando estuvimos en el festival —dijo Aleks, inclinándose para tomar unos cacahuetes—. Me sorprendió ver las fotos del bebé que publicaste después de saber de vuestros problemas.

    —Nosotros también nos sorprendimos. Decidimos hacer lo inteligente y tener un hijo, porque los hijos lo resuelven todo, ¿no?

    Aleks se removió inquieto en el asiento. —Si tú lo dices.

    Marco se dejó caer sobre su espalda. —De verdad creía querer una familia, pero lo que quería en realidad era la sensación de estar seguro. De estar asentado. ¿Y sabes cuándo he sentido eso?

    Aleks negó con la cabeza.

    —Lo sentí cuando empecé a dormir aquí, solo, bajo tierra. ¿No es raro? —Miró a Aleks como si lo desafiara a estar de acuerdo.

    —Mucho —dijo Aleks.

    —Durante un tiempo lo llamé mi oficina. Leila lo llamaba mi caverna. Dijo que prefería que yo durmiera aquí que en casa cuando tenía que levantarse por Nico. Dijo que me vería durmiendo entre los llantos de Nico y que me odiaría. Al menos, si yo no estaba allí, ella no tenía que lidiar con esa emoción.

    —¿Odiarte? —dijo Aleks—. Eso es duro.

    Marco se frotó la cara. —Nico tenía tres años cuando los padres de Leila vinieron de visita, y vendieron muy bien su pueblo. En realidad, había sido el pueblo en el que se había criado su padre, por lo que Leila tenía buenos recuerdos de él. Está a una hora de Guadalupe.

    —¿Y ella se mudó?

    —No de inmediato. Al principio se fue de viaje. Dos meses. Mucho tiempo, pero fue cuando yo estaba luchando contra mi departamento en busca de fondos para hacer mi proyecto de archivo de hábitat. Les dije que lo comenzaría según las especificaciones porque los edificios se convertían todos los días, lo que significaba que también se perdían fragmentos de la historia humana todos los días —Marco se sentó erguido y Bob alzó la cabeza antes de reacomodarse—. Es genial que estén preservando los exteriores de los edificios, pero ¡los interiores son igual de importantes! Aunque, ya sabes, recortes, presiones del administrador, bla bla bla... pero sí, básicamente, yo estaba metido en mi trabajo. Y ellos lo estaban pasando muy bien en México.

    —¿Estabáis en contacto?

    —Sí. Sus padres podían cuidar de Nico, por lo que Leila tenía tiempo para sí misma. La casa en la que vivían estaba justo al lado del agua, podían nadar todos los días. Ella decía que el trabajo comunitario, la agricultura y demás, no estaba tan mal, que conocía a mucha gente allí cuando trabajaba. Y yo me acababa de dar cuenta —se encogió de hombros— de que nuestro contrato de alquiler vencía en pocos meses y que no tenía forma de pagar ningún otro lugar. No quise mudarme a un pueblo de aquí. Me da igual lo genial que sea, lo rica que esté la comida, lo bien diseñado que esté todo.

    —No es una utopía —dijo Aleks—. Yo estuve en un pueblo unos años. La gente es gente. Busca cualquier modo de quejarse y de hacerse miserables unos a otros. Pero luego sale una característica nueva y la gente lo olvida por un tiempo.

    —Si, exacto. Me siento como un chiflado son sombrero de papel de aluminio. Paranoico. Pero los pueblos me parecen una trampa.

    —Esa parte animal de ti no está equivocada. Esa es la misma razón por la que te sientes seguro aquí.

    —Sí. Sí, supongo que sí. Pero, para resumir, ellos se quedaron allí. Cancelaron su billete de vuelta. Yo metí todas nuestras mierdas en un almacén. Me mudé aquí. Un día me encontré a Bob en el parque y se mudó conmigo. ¿Verdad, amigo? —Marco le frotó a Bob la cabeza—. Dios, qué raro es hablar de eso. Llevo un tiempo sin hablar con nadie de antes. ¿Sueno como un loco?

    Aleks negó con la cabeza. —Bueno. No me sorprende que la persona que diseñó el Simulador de Gentrificación termine intentando evitar ser gentrificada, pero tengo una pregunta más importante —dijo bajando la lata de cerveza.

    —¿Que es...?

    —¿Dónde mea uno aquí?

***

    Aleks se despertó al día siguiente en la oscuridad total. A su lado había algo peludo: Bob, encajado entre él y Marco. Estaba en Nueva York. Estaba en la ciudad de Nueva York, en una madriguera debajo de Central Park.

    Aleks había dormido una vez en un submarino cuando dirigía un juego en Estonia. Esto era un poco así, un profundo hundimiento. En lugar del fuerte olor a metal y del zumbido del motor, había humedad, que podía ser por la suciedad o por el perro.

    Se incorporó para estirar un poco los músculos. El futón era bastante plano en comparación con su colchón en Kreuzberg. Aleks estaba ahora acostumbrado a las comodidades, antaño podía dormir en el suelo sin notarlo mucho. En el submarino había dormido suspendido en una hamaca.

    Sacó el teléfono para ver la hora.

    —¿Qué hora es? —dijo Marc, mascullando debido al sueño o las mantas.

    —Las nueve y poco —dijo Aleks.

    —Está bien, arriba —dijo Marco—. Las duchas aquí son hasta las diez.

    Antes de salir al parque, Marco sacó un periscopio para escanear la zona. "Otra referencia al submarino", pensó Aleks. Cuando pareció despejado, Marco le explicó su estrategia de salida. —Esto es como cuando tienes que salir de una tienda de campaña y fuera está infestado de bichos, lo haces lo más rápido que puedes. ¿Preparado?

    Retiró la plancha con un gruñido y subió raudo las escaleras, con Bob a su lado y luego Aleks. Después de una rápida mirada alrededor, Marco volvió a colocar en su sitio la tapa de camuflaje. —En el plan original, la tapa iba sobre rieles, pero luego me dio pereza. Y creo que una simple tapa hace menos ruido —Caminó por encima de la tapa como demostración.

    Aleks se dirigió hacia el mismo camino por el que habían venido, pero Marco lo guió en una dirección diferente a través de un matorral más denso. —Lo siento, tengo un montón de protocolos de seguridad —dijo Marco con una sonrisa.

    El uso de esa palabra le recordó a Aleks la razón por la que estaba allí, aunque aquel no parecía el momento adecuado para discutir el fracaso del Protocolo de Educación en el Hogar.

***

    Había mucha gente esperando para ducharse, pero las cabinas de ducha tenían un temporizador de cinco minutos, por lo que la gente circulaba rápidamente cerrando con portazos.

    El camión de la ducha era el mismo que Aleks había visto en Berlín, un camión azul de dieciocho ruedas con cabina autónoma. Él nunca había usado uno allí, se duchaba en su apartamento, por eso sentía curiosidad.

    —Tengo crema hidratante por si la necesitas —dijo Marco—. El jabón de aquí me seca la piel.

    Las otras personas que esperaban las duchas parecían haber dormido a la intemperie, tal vez en este parque. Marco asintió con la cabeza hacia un tipo de pelo despeinado que acababa de unirse a la fila. —¿Viste a Ernesto? —le preguntó Marco.

    El hombre se quitó las gafas de sol. —Sí, está en la biblioteca. ¿Quieres que me lleve al perro? —El hombre le lanzó a Bob una medio sonrisa y le tendió la mano para que el perro la lamiera.

    —Tranquilo, igual me paso por allí —dijo Marco. Su cabina quedó libre y él se dirigió a ella tirando de un reacio Bob detrás de él.

    El hombre despeinado rió ante la escena.

    Un camión verde entró en el campo y se estacionó exactamente en paralelo con el camión rojo. Apagó el motor, las aletas laterales se desbloquearon con un clic y se abrieron para revelar los dispensadores de desayuno. Lado a lado, los dos camiones parecían juguetes Tonka. Al no tener puertas ni ventanas las cabinas de los camiones, simplificaciones de colores primarios, Aleks se preguntó si estaban diseñadas para suscitar nostalgia en la gente.

    Un grupo de personas abandonaron su lugar en la fila para servirse café y avena. Sin embargo, Aleks era el siguiente en la fila, así que se quedó donde estaba. El tipo despeinado se dio cuenta de ello y dijo: —Buena decisión. No existe almuerzo gratis.

    —¿No te gusta?

    —Por lo menos con los cristianos, ahí sólo ponen salitre. No me importa pasar frío, pero toda esa comida tiene nanitos. Yo no como nada después de la adquisición.

    Afortunadamente, Aleks pasó el siguiente y pudo hacer una salida elegante.

    Mientras se duchaba rápidamente, se preguntó por su respuesta nerviosa al tipo despeinado. No era tan diferente de Marco en algunos aspectos, pero había algo en la forma descuidada en que había hablado sobre "la adquisición" que le daba un aire peligroso.

    Después de salir, no vio a Marco de inmediato. Luego Marco saludó y se dirigió hacia él. Se preguntó por qué Marco había esperado tan lejos, pero luego Bob se sacudió para secarse y Aleks se dio cuenta de por qué.

    —¿Quieres pillar algo? —dijo Marco señalando al camión de comida—. El café es tolerable y tienen comestibles de marihuana.

    Al lado del camión, Aleks notó que el tipo despeinado estaba devorando un poco de avena, con terribles dientes visibles desde la distancia mientras se reía de algo que alguien decía.

    El tipo lo sorprendió mirando y brindó en el aire con la taza de café.

    —Ah, no —dijo Aleks—. Estoy bien por ahora.

***

    A la mitad del puente de Williamsburg, Aleks se arrepintió mucho de no haber pillado algo para comer, con o sin nanitos.

    El Trabajillos de Marco le había dado un toque sobre un trabajo poco después de que hubieran abandonado el parque, y quedaron en encontrarse más tarde ese día. Aleks quería conocer Brooklyn: había tenido una residencia allí una década atrás y sentía curiosidad por saber cómo había cambiado.

    Incluso antes de dejar el puente, vio un gran cambio: la antigua refinería de Azúcar Dominó había sido convertida. Las ventanas estaban blanqueadas. Sintió la pérdida como una patadita en el pecho. La hermosa y antigua reliquia cavernosa estaba ahora llena de espuma. Recordó haber corrido por ahí en su primer viaje a la ciudad, apenas salido de su adolescencia, participando en un extraño juego que los llevaba hasta almacenes abandonados a lo largo de la costanera. Uno de los chicos con los que estaba había sugerido que tiraran una piedra a través de una de las cientos de ventanas.

    Era tentador, especialmente cuando algunos lo hacían y el tintineo rompía la fría noche. Más adelante, en el juego descubrió que ese era el punto en el que habían elegido sus "equipos". El juego, llamado “Una Ventana Rota”, exploraba la sociología urbana de una manera creativa y activa, y se había convertido en una gran inspiración para los juegos que Aleks había diseñado durante los últimos quince años.

    Echaba de menos esos días de baja tecnología en los que lo único que tenía era el finito poder de procesamiento del teléfono de un jugador complementado por el infinito poder de su cerebro. Con el bajo costo de la nueva tecnología, su último juego en Alemania usaba varios globos enormes para imitar un eclipse de sol... atronadores altavoces y máquinas de viento que convencían a los jugadores de que el fin del mundo era inminente. En los viejos tiempos habrían tenido que cronometrar eso en torno a eclipses y tormentas reales, pero eso no permitía doce espectáculos al día.

    Miró el almacén. Era extraño la forma en que parecía que estaba lleno hasta el borde de azúcar, y hacía cosquillas en sus sensores cerebrales asociativos de la misma manera que lo había hecho el periscopio esta mañana. Esta tendencia asociativa era lo que lo hacía tan bueno conectando a la gente, pero era un poco como ser un poeta que escucha rimas en todas partes. Era un poco compulsivo, y rara vez útil. Pasó un carrito de la compra repleto de botellas y el hombre que lo empujaba le lanzó una mirada asesina por debajo de su grasienta gorra roja MAGA.

    Continuó a lo largo del puente, sin dejar de mirar el almacén. Nunca había visto una conversión tan masiva. Una taza de Stratus tenía el almacenamiento y el poder de cómputo de diez buenos PC al viejo estilo. ¿Qué estaban haciendo con tanto poder de cómputo? Habría sospechado de la minería de datos, pero su temprano dominio criptográfico significaba que ya tenían suficiente riqueza como para comprar todos los bienes raíces y los activos de la tierra cinco veces.

    Finalmente, Aleks llegó al otro lado y tuvo un vago recuerdo de un restaurante polaco en Greenpoint. Se dirigió en esa dirección. El Williamsburg que recordaba había desaparecido. Los bares hipster se habían convertido en zombis con listones de madera y ojos blancos. El tráfico peatonal era un tercio de lo que recordaba. Había oído sobre un éxodo bien coordinado a Billyburg, un pueblo a una hora de distancia, pero no lo había creído. Si querías buen aceite para la barba, al parecer ese era el lugar adonde ir.

    Los revendedores se le acercaron dos veces para preguntarle si le gustaría un recorrido. Él se los quitó de encima, un poco molesto de parecer un turista. Pero, claro, ¿qué otra cosa iba a ser?

    Pasó a Greenpoint, donde todos los apartamentos que quedaban tenían los delatores teclados de los alquileres a corto plazo. Ya había perdido la esperanza de encontrar el restaurante cuando ahí apareció: el Christina's, tal como lo recordaba.

    Después de que llegaran sus perogies y sus tortitas de patata y los probara, lo recorrió una sensación de bienestar. Y algo más: una sensación de no deseada, pero innegable, gratitud.

    A quién o a qué, no estaba seguro.

***

    Esa noche, Aleks llevó comida china a casa de Marco. Marco se sorprendió gratamente de que el restaurante siguiera en funcionamiento. —Yo solía ​​ir allí siempre. Deben de ser los dueños del edificio.

    Mientras se servían tímidamente, Aleks dijo: —¿Has notado esto muy cambiado desde la última vez?

    —Sí, yo… no he estado en Brooklyn desde que se marcharon Leila y Nico. Los recuerdos… es sólo… más fácil.

    Aleks se sintió mal. —Oh, Lo lamento —Sacó una vela del fondo de la bolsa y encontró una botella sin usar para encajarla. La encendió, la colocó con cuidado en el suelo y apagó casi todas las luces LED de la habitación. Marco lo observó mientras se metía un tenedor de berenjena en la boca.

    —Así parece menos un búnker —dijo Aleks mirando alrededor. Una gran parte de su oficio consistía en diseñar espacios, y esto iba a marcar el cambio de tono de la conversación que se avecinaba. La conversación por la que había cruzado el océano.

    Marco sintió que algo estaba pasando. Lo miró en silencio, con la luz parpadeando en sus ojos.

    —Bueno —empezó Aleks comiendo algo de Kung Pow—. Cuando estuve en Nueva York la última vez… actuaste muy raro.

    —¿En el lanzamiento de Ayeres del Mañana? Oh, sí, fue una época bastante loca. Leila estuvo allí y, cuando le preguntaste por mi hija, se asustó. En aquel momento sólo les habíamos dicho a nuestros padres que estaba embarazada. Ella ni sabía que era un niño todavía.

    Aleks bebió un poco de vino. —Ah, Estaba embarazada en aquel momento.

    —Y ella me preguntó por qué te lo había dicho y yo le dije que no, y luego se puso súper desconfiada… la cosa fue mal.

    Aleks mordió un rollito de primavera, atrapando las migajas con una mano. —Lamenyo oír eso. Desde mi punto de vista, lo que sucedió fue así: yo te encuentro en Berlín, tenemos una conexión muy intensa, nos divertimos en la compañía del otro…

    Marco se rascó la barba, asintió.

    —Entonces tengo la oportunidad de visitar Nueva York. Pregunto si puedo quedarme, tú no puedes porque a tu esposa, la novia a la que dijiste que ibas a dejar que ahora es tu esposa, no le gusta. Yo intento programar otro momento para pasar el rato, tú no respondes. Entonces me encuentro contigo en lo del lanzamiento, hago una broma sobre tu hija, es decir, sobre Ene...

    Marco dejó el plato en la mesa y miró a Aleks.

    —Tu te inventas una excusa y desapareces, y luego nadie vuelve a saber de ti. Fantasma, cien por ciento. Durante ocho años. No sólo conmigo, sino con todos los que trabajaron en Ene.

    —Mi hija. Ene.

    —Fue una broma tonta. Yo estaba nervioso.

    —Me figuré... que debí de haberte dicho que Leila estaba embarazada y que me había olvidado no sé cómo. Pero te referías a la IA en la que estábamos trabajando.

    Aleks terminó la comida y dejó el plato a un lado. —Sí.

    —No he pensado en eso en años. No desde que envié la llave USB.

    —¿En serio? —preguntó Aleks—. ¿Ni siquiera después de que una superinteligencia digital cambiara el mundo?

    —¿Estás diciendo que el ASI tiene algo que ver con Ene? —dijo Marco con una mirada de reproche—. Venga ya.

    —Pues vaya coincidencia, ¿no? Que los cambios comenzaran a ocurrir un año después de que Chae-yeong rompiera el Protocolo de Educación en el Hogar. ¿Nunca te lo preguntaste?

    Marco negó con la cabeza, agregó su plato a la pila. —Tenía otras cosas en mente.

    —Lo sé. Estabas ocupado fingiendo ser heterosexual.

    —De donde vengo no es como el puto Berlín, ¿de acuerdo? —dijo Marco, sentándose en el futón—. Ya tengo bastante con haber dejado México por este país racista. Ya sería el colmo que mi madre, mi padre y mi hermano supieran también que soy un joto —Se abrazó las rodillas contra el pecho.

    El rostro de Aleks se suavizó.

    Marco prosiguió. —Mi tío era como yo. Tenía una familia y acababa de pasar unas vacaciones en los Estados Unidos. Por trabajo. Y Leila... estuvo de acuerdo. Ella... me dijo que todo estaba bien —Se meció un poco adelante y atrás.

    Aleks se colocó al lado de Marco y lo rodeó delicadamente con el brazo. Marco cerró los ojos, pero se le escapaban las lágrimas.

    —Pero no estaba bien… no estaba bien porque —sollozó Marco—... porque ella me amaba más que yo a ella y nada podía arreglar eso.

    Aleks tiró de él suavemente hacia el futón y lo abrazó hasta que el llanto amainó un poco. Sintió desvanecerse algunos años de resentimiento, suspiró y acarició el cabello de Marco.

    Después de unos minutos, Marco se dio la vuelta y tomó la botella de vino, volvió a llenar sus copas.

    —¿Sabes lo que es de jodidos chiflados? que Ene tenga algo que ver con ASI —dijo Marco, sonándose la nariz—. ¿Estáis vosotros en contacto?

    —De vez en cuando —dijo Aleks—. Más recientemente, ahora que Chae-yeong ha resurgido. Ella está en Camboya. Y afirma que Ene ha estado en contacto con ella.

    —¿Qué?

    —Claire la cree. Yo también la creo.

    Marco miró hacia otro lado, sacudiendo la cabeza.

    —Es un montón —dijo Aleks.

    —Es un montón de tonterías —dijo Marco—. ¿Crees que esto es culpa nuestra?

    —Ha habido mucho impacto bueno —dijo Aleks—. La gente es más feliz en los pueblos que en la ciudad.

    Los ojos de Marco se agrandaron. —¿Estás bromeando, Aleks? Nos han expulsado ​​de nuestros hogares. Nos han reubicado como refugiados en nuestro propio país.

    Aleks miró a Marco con una media sonrisa. —Ah, ese fuego. ¿De dónde vino ese fuego? Cuando te conocí te contentabas con rastrear la gentrificación. ¿Qué te hizo involucrarte tanto? ¿Preocuparte tanto por preservar la historia humana?

    Marco se humedeció los labios, pareció a punto de decir algo y luego no lo hizo.

    —Y el modo en que te esfuerzas por que nadie te encuentre. ¿Quién crees que podría estar buscándote? Has abierto un agujero literal en el suelo para esconderte dentro. ¿Por qué? —Aleks giró suavemente hacia sí el rostro de Marco—. Porque una parte de ti sabe, o sospecha, que fuimos nosotros quienes causamos esto.

    Marco apartó la mirada y se quedó mirando la oscilante luz de la vela. —No, eso es imposible.

    Aleks lo dejó mirar un rato. Luego dijo: —Hagamos una reunión con los demás.

13. Chae-yeong y Claire. Madison. 2031.

    Al final resultó que John's Hardware no era un error tipográfico. El lugar, explicó el barbudo John, era una fusión de su negocio de productos electrónicos excedentes con el otro John de tuercas y tornillos.

    —Él podría ayudarte —dijo Barbudo John al mirar la parte en el teléfono de Claire—. Está en la parte de atrás con un cliente ahora mismo.

    Claire recorrió los pasillos, mirando fragmentos de viejas partes de computadora. Memorias RAM, adaptadores, giradores de DVD envueltos en plástico y polvo.

    —¿Quién compra estas cosas? —dijo Claire, sintiéndose de inmediato avergonzada por su franqueza.

    Barbudo John ya había oído de todo. —Bueno —dijo mientras enrollaba un cable ethernet—, a mucha gente le gusta arreglar sus propias herramientas.

    —¿Mucha? —dijo Claire.

    —Bueno, alguna —admitió Barbudo John.

    Entró una adolescente y sacó el teléfono. —Está roto —dijo ella. Tenía una camiseta que decía "Tú Te Llevaste Nuestra Nieve".

    Barbudo John miró el dispositivo, fino como una oblea. —Esas cosas pasan.

    —Mi padre me dijo que podías arreglarlo —dijo ella con los pulgares en las correas de su mochila.

    —¿Quieres que lo abra? Eso anula la garantía.

    —Claro.

    Barbudo John usó un cuchillo marca Exacto para abrirlo. Claire observó, sintiéndose un poco voyeur.

    Él lo dejó sobre el mostrador para que ella lo viera. En el interior no había nada, excepto una superficie blanca ligeramente texturizada. —Extienden una capa demasiado fina de estratos en un lado del cristal capacitivo. Aquí no hay nada que yo pueda arreglar. Aunque puedo venderte un iPhone por 50 $. Garantía de servicio de cinco años, ya que ese sí lo puedo arreglar.

    Puso un teléfono en el mostrador. La adolescente sonrió y sostuvo el aparato de grueso metal hacia el rostro como si estuviera hablando con alguien. —Qué gracioso —dijo ella, sintiendo el peso en su mano, antes de devolvérselo y marcharse.

    Fuera de la tienda, Claire la vio agitando la mano frente a la nariz, riéndose con su amiga. Clair descubrió que el olor picante, probablemente tóxico, del metal viejo la ponía nostálgica, a pesar de no haber tenido que abrir una computadora en años. Una vez que Estratos había reemplazado al silicio, fue el fin de los retoques. Ya casi nadie metía en cajas estratos a nivel local, a excepción de por el hardcore.

    Claire pasó dentro al lado del otro John, donde había una colección de cubos de plástico con clavos, pernos y tornillos. Había algo muy agradable en las pilas de artículos similares (pero no idénticos). Intentaba averiguar exactamente qué cuando la puerta de atrás se abrió y dos hombres salieron riendo y hablando.

    El que estaba delante era una versión más alta y bien afeitada de Barbudo John, con ojos más severos, que la miraron de inmediato. El hombre corpulento detrás de él también parecía un poco disgustado de verla allí.

    —Gracias, John —dijo él, dirigiéndose a la puerta.

    —Avísame si tienes algún problema con ella —le gritó Alto John—. Pero no lo tendrás. Ella es un clásico.

    Sonó el timbre y Alto John volvió su atención hacia ella. Apoyó el codo en un estante. —Bueno, ¿qué puedo hacer por ti? —preguntó él, con una fatigada sonrisita de servicio de atención al cliente.

    Claire le mostró el modelo 3D de la pieza en su teléfono.

    El hombre, cuyas larguiruchas extremidades y mejillas ahuecadas le daban una esbelta autoridad, tocó la pantalla con impaciencia con un dedo grasiento. —¿De qué tamaño es esto? Está bien.

    Él le devolvió el teléfono y comenzó a caminar por los pasillos.

    —Lo inventamos un par de veces diferentes —empezó a decir Claire.

    —Si inventarlo funcionara siempre, me quedaría sin negocio —dijo Alto John con un resoplido—. Si no pueden arreglar un inodoro, hay que preguntarse qué otra cosa están haciendo mal.

    —¿Probaste plastungsteno? —preguntó Barbudo John.

    Claire asintió. —Sí. Duró más tiempo, pero...

    —Plastungsteno —dijo Alto John asombrado—. ¿Estáis oyendo lo que estáis diciendo?

    Barbudo John sólo sonrió y bajó la mirada hacia la placa de circuito que estaba limpiando. —Viene en diferentes grados de durabilidad.

    Alto John sostuvo en alto una tuerca de metal oscuro con una falange. —Esto debería funcionar. No sé el tamaño exacto de ese modelo tuyo de ahí, así que te sugiero que compres esto también y te ahorres un viaje. 5 $ la pieza. Que te cobre él.

    Claire miró las dos piezas de metal que tenía en la mano y Alto John se dirigió a la parte de atrás. El cristal esmerilado vibró cuando él cerró la puerta de atrás. Un segundo después, la puerta se abrió sola y Claire inclinó la cabeza para ver si podía ver algo allí dentro.

    Barbudo John se acercó rápidamente y cerró la puerta correctamente antes de que ella pudiera ver nada.

***

    Claire tiró de la cadena del inodoro y todos ovacionaron. Bueno, Chae-yeong y Maisie lo hicieron, Chris sólo mostró un pulgar hacia arriba.

    —Eso es satisfactorio —dijo Claire, agitando en la mano la pieza de repuesto mientras todos se dirigían a la cena. Ella se lavó las manos en el fregadero de la cocina y colocó la pieza en el alféizar de la ventana junto a unas cuantas rocas bonitas que Maisie había encontrado.

    —Parece que el tipo era un verdadero idiota, me alegra que no tengas que volver —dijo Chris, el acento australiano hizo sonar eso como algo tonto.

    —Aunque es una tienda bastante chula —dijo Claire mientras se echaba unos frijoles negros en el arroz—. El otro tipo era simpático.

    —¿Creéis que estos frijoles están crudos? —dijo Maisie.

    —No, están buenos —dijo Chris.

    —Aún no he resuelto el tiempo de cocción de los frijoles secos —dijo Maisie—. Puedes ser honesto.

    Claire les dio un mordisco. —Están firmes, pero no crudos —dijo ella—. Saben un poco como si los hubieran manoseado...

    Maisie soltó una risita y Chris pareció molesto. —¿Eso es típico estadounidense o es otra broma vuestra?

    —Una broma nuestra. Cada vez que voy a un lugar de venta a granel, sólo quiero meter las manos en el recipiente —dijo Maisie—. ¿Vosotros no? Es como una piscinita de bolas para las manos.

    —Puaj —dijo Chae-yeong.

    —¿Y tú...? —Chris señaló los frijoles con el tenedor.

    Todos se rieron. —No, no —dijo Maisie—. A ver, no cedo en cada uno de mis impulsos. Pero algún día... algún día meteré las manos en el recipiente de granos de café de Central Orgánicos. Pienso en eso cada vez que...

    —¡Eso es tan... pringoso! —dijo Chae-yeong.

    —Síiii... —dijo Maisie con ojos soñadores y una sonrisa tímida en el rostro—. Piensa en cómo te huelen las manos luego, todo el día...

    —Como tener ajo en los dedos después de cocinar —dijo Chris—. Me encanta eso.

    —¿Verdad? —dijo Maisie, encantada de tener un aliado.

    —Aún así, está mal —dijo Chris.

    —Tan mal que está bien —replicó Maisie.

    —Como los grandes recipientes de tornillos en la ferretería —dijo Claire—. Yo no metería las manos ahí, pero los encontré... agradables.

    —Como grandes pilas de manzanas o limones, lo mismo —dijo Chris—. Cuando clasificamos productos en la granja, ese es uno de los mejores trabajos.

    —¿Por qué es eso, por cierto? —dijo Maisie—. ¿Es porque hay un montón de cositas similares juntas? ¿Qué tiene eso de bueno?

    —Vale, esto os va a sonar raro —dijo Claire—, pero a veces tengo esa sensación cuando miro los mapas del metro. O esquemas de antiguas placas de circuitos.

    La mesa quedó en silencio durante un segundo, y luego la gente rió del silencio.

    —A veces creo que son los patrones, que activan alguna parte de mi cerebro —dijo Claire.

    —Hojas —dijo Chae-yeong—. Árboles.

    —Como las copas de los árboles —dijo Maisie— Sí, también hay un patrón ahí. O como las olas.

    —Recuerdo una vez en casa que me pasé horas mirando el agua —dijo Chris—. Iba muy colocado de hongos, ojo.

    Todos rieron. —Los patrones son muy buenos cuando vas de hongos —dijo Maisie.

    —Tal vez sean los hongos los que causan nuestra fascinación natural por los patrones —dijo Claire—. Por eso seguimos cultivándolos.

    —Joder, qué pirateables somos como especie —dijo Maisie con un movimiento de cabeza—. Qué vulnerables. Cambiando de tema: ¿quién quiere tarta?

***

    Cuando Chris y Chae-yeong estaban lavando los platos, Chris notó la pieza de metal sin usar en el alféizar. La sostuvo en alto con dedos enjabonados.

    —El tipo dijo que podía devolverla a cambio de crédito de la tienda —dijo Claire—. Pero para ser honestos, el lugar me asustó un poco —Les dijo ella tras la puerta trasera.

    Chris tomó la pieza de metal y la pasó por su collar, añadiéndola a un tornillo y a una arandela que ya estaban allí. —Siempre es raro cuando los hombres blancos encubren algo —dijo Chris.

    —¿Tal vez armas? —dijo Chae-yeong.

    —Tal vez. El tipo tenía un aire de… buen chico —dijo Claire, sintiéndose un poco mal del estómago—. Pero ¿por qué iban a inventar un desechable de un solo uso?

    —Los de un solo uso se registran —dijo Chae-yeong, con una sonrisa divertida en su rostro.

    —Bueno, en la Darknet —dijo Chris.

    —¿La Darknet? La Darknet no es real —dijo Chae-yeong mientras secaba un plato—. Es un truco. Miel para las moscas.

    Claire había oído ese rumor antes, tenía sentido. Era poco probable que una IA superinteligente se mantuviera ignorante de cualquier reino digital, sin importar cuán oscura fuese la iluminación. Pero sonaba extraño oír a Chae-yeong plantearlo como un hecho.

    —Voy a tener que cambiar de dónde saco el porno —dijo Chris guardando el último vaso y cerrando la alacena. Salió al porche.

    —Lo de las armas es una estupidez —dijo Chae-yeong enjuagando el fregadero—. Difíciles de conseguir. Demasiado ruidosas. Demasiado sucias. Rastreables.

    —¿Tú crees? —dijo Claire sentándose en una silla.

    —El veneno es más mejor.

    Un escalofrío se apoderó de Claire, a pesar del cálido aire de verano que entraba. —¿Y cómo consigues que lo acepten?

    —Todo el mundo quiere comer —dijo Chae-yeong—. O beber.

    Claire sintió que Chae-yeong quería abrirse. —¿Cuántos? —preguntó Claire.

    Chae-yeong sacó el teléfono, abrió la aplicación Trabajillos y revisó sus estadísticas. —14 en Phnom Penh. 29 en Tokio. 8 en Seúl.

    —¿Todos con veneno? —dijo Claire.

    —Al principio, no —Chae-yeong parecía ligeramente cansada—. En Seúl, un arma. Por eso necesité ir.

    —Así que cuando me dijiste que tu teléfono te decía que mataras gente, eso es lo que querías decir —dijo Claire, mirando el grifo gotear.

    —Lo siento —dijo Chae-yeong, sentándose a la mesa—. Estaba demasiado borracha esa noche —dijo haciendo una mueca—. Me sentía demasiado sola cuando enviaba mensajes de texto.

    —Está bien —dijo Claire, tomándola de la mano. Estudió la veta de la madera de la mesa, considerando lo que acababa de decir. Ambas posibilidades eran malas: su amiga tenía una enfermedad mental o la idea de que el sistema estaba ofreciendo asesinatos como Trabajillos.

    Maisie entró en busca de un vaso de té helado. —El tablero está listo, muchachos.

***

    Por suerte, les tocaba pasar la noche juntas, así que Claire pudo contárselo a Maisie esa noche. No le había dicho nada sobre la situación de Chae-yeong, por lo que la joven la miró con una mezcla de sorpresa y fascinación.

    —¡Eso es de loca de remate! —farfulló Maisie, en voz baja—. ¿Crees que se está imaginando todo eso?

    Claire se acomdó bajo el edredón, acurrucada contra Maisie. —Eso espero.

    —Van a trabajar en la granja mañana, ¿verdad? —Maisie se incorporó—. Veré si Carl puede hacer que ella se deje el teléfono aquí. Que diga que así es una experiencia de granja más auténtica.

    —Esto suena a mierdecilla —dijo Claire.

    Maisie le dio un beso a Claire. —Conseguiremos más datos y luego veremos dónde estamos.

    Necesidad de más datos era algo que Claire le decía a menudo a Maisie cuando su amiga se volvía loca. —Ja.

***

    El desayuno era raro.

    Chae-yeong se había comprado un mono de trabajo para su día en la granja y estaba interrogando a Chris sobre los animales que iban a estar allí. Ver su inocente emoción hacía que Claire se sintiera peor por la violación que estaba planeando.

    Al salir, Maisie le hizo a Chris una señal con la mano de llamar por teléfono. Chris parecía confundido. Claire sintió un momento de alivio al ver que, tal vez, no tendrían que seguir adelante, pero Maisie le dijo a él en voz baja: —¿Recuerdas lo de dejarte el teléfono?

    —Ah, cierto —dijo Chris, claramente habiéndolo olvidado—. No les gusta que llevemos teléfonos en la granja —dijo lentamente, poniendo su dispositivo sobre la mesa de la cocina—. Las... ondas de radio. No son orgánicas.

    Claire se atragantó con su granola. Maisie asintió.

    Chae-yeong dejó su teléfono junto al de él y ambos se fueron.

    —¿Orgánicas? —dijo Maisie después de que la puerta se hubo cerrado.

    —Estoy imaginando un teléfono que es sólo una banana con una ranura para una tarjeta SIM —dijo Claire. Al levantar el teléfono, la pantalla de bloqueo cobró vida—. Oh oh.

    —Ese chico no tiene ni un comino en el cuerpo —dijo Maisie negando con la cabeza y tomando el teléfono. Ella lo refirió a sus aumentos y los desbloqueó inmediatamente.

    —A diferencia de algunas personas —dijo Claire en tono acusador—. ¿Cómo lo supiste?

    —Puede que haya tenido mis audífonos encendidos y grabara accidentalmente su código —dijo Maisie inocentemente.

    —Cualquier excusa para usarlos —dijo Claire—. Para presumir.

    —¿Y tú no desearías haberte inscrito en la lotería de Kit de Desarrollador? —dijo Maisie, desplazándose por las aplicaciones hasta el icono de Trabajillos.

    —Estoy feliz de ser parte del 99% —dijo Claire—. No soy gran fan de la vanguardia, especialmente cuando se trata de integración de wetware.

    Maisie la ignoró y se concentró en el teléfono. La aplicación Trabajillos indicó que era una versión beta, y luego el panel de control enumeró sus créditos: unos cuantos millones.

    —Guau. Hay tantos ceros que han tenido que achicar la letra —dijo Maisie. Tocó la pestaña "Trabajillos anteriores" y había un montón de nombres camboyanos. Los detalles estaban en coreano, así que Maisie fue a la configuración y los cambió a inglés.

    —Recuerda volver a cambiarlo —dijo Claire al aire.

    Ahora los Trabajillos tenían nombres camboyanos masculinos junto a "Fin", con marcas de verificación que indicaban que el trabajo se había completado.

    —Qué raro —dijo Maisie—. El Publicador de Trabajillos sólo aparece como Admin. Eso es lo que pasa con las mejoras de infraestructura, conversiones y similares.

    Entró en la sección "Trabajillos abiertos". Había siete u ocho nombres occidentales.

    —¿Sólo enumera ocho trabajillos locales? El mío enumera cientos. ¿Qué filtros tiene puestos?

    Maisie lo comprobó. Sólo había dos: ADMINISTRADOR y VIOLADOR.

***

    El resto de la mañana compararon la aplicación Trabajillos de Chae-young con la de Maisie. Ella había hecho un montón de trabajillos cuando se mudaron, antes de tener suficientes horas de enseñanza.

    Ellas no querían usar un filtro VIOLADOR en caso de que alertara al sistema, así que revisaron las muchas publicaciones de ADMINISTRADOR, ninguna de las cuales era de la variedad "Fin" que Trabajillos le estaba ofreciendo a Chae-yeong.

    —Tengo que admitir que estos tipos parecen un poco violadores —dijo Maisie.

    —Parecer violador no es gran cosa —dijo Claire, que buscaba información sobre las betas de Trabajillos—. Lo único que he encontrado hasta ahora es un hilo sobre "Trabajillos secretos", que resultan ser trucos promocionales. Nada en relación con una beta en particular.

    —Y mi aplicación parece estar actualizada. Nada en la configuración sobre habilitar la versión de vanguardia ni nada. Supongo que podríamos desconectarla e intentar que yo inicie sesión en su aplicación, y luego podemos ver si está enviando Trabajillos especiales a la versión beta o específicamente a su ID de usuario...

    —No —dijo Claire, apoyando la cabeza en los brazos sobre la mesa de la cocina—. Sólo tenemos que preguntarle a ella. No todo está en su cabeza, así que...

    —Tenemos los datos que necesitamos para nuestro siguiente paso —dijo Maisie—. De acuerdo, volveré a cambiar la configuración.

***

    Claire se había metido tanto en depurar su juego que casi se le quema el pan.

    Lo estaba sacando del horno cuando Maisie volvía de sus clases.

    —Oooh, ñam ñam ñam —dijo Maisie, tirando sus cosas sobre la mesa y dándole un gran abrazo a Claire—. ¿Donde está todo el mundo? —dijo sacando un poco de mantequilla de la nevera.

    —No tengo ni idea —dijo Claire, revisando el fondo de los panes. Un poco más oscuro de lo que le gustaría, pero no demasiado.

    —Oh, espera, ¿es Viernes del Granjero? —dijo Maisie cortando una rebanada de pan—. ¿Es el primero del mes?

    —Ah, mierda —dijo Claire. Los viernes todas las granjas de la zona tenían jornada de puertas abiertas con comida y bebida fresca y barata. Era muy divertido y Chris nunca se lo perdía: los granjeros comían gratis.

    —Mmmmm —dijo Maisie, masticando su pan con mantequilla y ofreciéndole a Claire un bocado.

    —¿Cómo los vamos a encontrar? —dijo Claire, señalando los teléfonos.

    —Bueno, nos hemos metido en un lío, ¿no? —dijo Maisie con acento inglés.

    —Fuimos demasiado listas, ese fue el problema —respondió Claire con una sonrisa sardónica.

    Decidieron tomar sus bicicletas y hacer las rondas, con las ruedas nudosas levantando tierra en la neblina de verano. Primero se detuvieron en Barton's, ya que era el más cercano a su lugar, y conferenciaron rápidamente.

    —Él se habrá ido a Bellwether's primero, está loco por su cerveza IPA.

    —Cierto. Y se secaron a principios del mes pasado.

    —Aún así, ¿recuerdas los espárragos aquí?

    —Lo sé, seguro que vendremos aquí en el camino de vuelta.

    Se fueron, manteniéndose en los caminos laterales para evitar la ciudad. Bellwether's estaba al otro lado, oficialmente ni siquiera estaba todavía en el distrito de la ciudad, pero los Viernes del Granjero no era muy estricto con eso.

    Estuvieron a punto de entrar en Granjas Baya Feliz, principalmente porque la granja había apostado a un amable peón en el desvío con una gran caja de arándanos. Era el momento perfecto porque tenían calor y estaban cansadas ​​y los arándanos eran muy refrescantes.

    —¿Qué tipo de bebidas tenéis por ahí? — preguntó Maisie.

    —Tenemos un muy buen vino de manzana, como sidra, pero más peleón —dijo el pecoso peón.

    Claire negó con la cabeza y Maisie asintió.

    —Buscamos a un amigo amante de la cerveza —dijo Maisie, alejándose—. ¡Pero volveremos por más bayas!

    —¡Y pastel! —gritó el peón, alegremente.

    —Creo que definitivamente deberíamos comernos su pastel más tarde —dijo Maisie con un brillo travieso en los ojos.

    Claire la abucheó.

***

    A unas pocas millas por el camino, había un granero. Tenía como poco cien años, y sus tablas eran viejas y desvencijadas. Una de las tablas se deslizó a un lado y Chris empujó su cuerpo delgado dentro, balanceando un vaso de cerveza de plástico. Se estiró hacia atrás y ayudó a Chae-yeong a entrar.

    El lugar olía a mosto y a heno. Una gran sombra resultó ser un tractor con el motor hecho pedazos. Chris encontró una escalera de madera hasta el segundo nivel y subió, sujetando la bebida con la boca.

    —Cuidado —murmuró él.

    Chae-yeong soltó una risita y lo siguió.

    Encontraron un lugar donde podían sentarse y colgar los pies sobre el borde. Observaron las motas de polvo bailar en los rayos de luz del exterior.

    Chris le ofreció un poco de cerveza a Chae-yeong y ella tomó un sorbo.

    —Sabe a... ¿madera? —dijo ella—. Sí, madera.

    —¿No te gusta? —preguntó él.

    —No, me gusta. Me gusta la madera

    —Todo este sitio huele a madera —Chris inhaló.

    Se quedaron en silencio un rato.

    —Bueno, ¿y qué te pareció la granja? —dijo Chris—. ¿Fue como esperabas?

    —Me duelen las manos —dijo Chae-yeong, abriéndolas y cerrándolas—. Un poco.

    —Sí, ya se te pasará —dijo Chris, mostrándole los callos.

    —¡Oh! —Chae-yeong exclamó. Los tocó—. Qué duros —Y ella le tomó la mano—. Como tú.

    Se quedaron allí, tomados de la mano.

    —Estoy pensando en la vez que nos conocimos, en Seúl —dijo Chae-yeong.

    —Ah sí, esa fue una noche loca —dijo Chris—. Pillamos una buena esa noche. Fue justo cuando empecé a hacer la transición. Jesús, ¿fue hace diez años?

    —Tú dijiste: «Yi-haaa. ¡Ponle sopa en la cabeza!»

    —Ah siiii. No me acordaba. Esa fue la primera noche que estuve fuera del país. Yo era un poco más salvaje que...

    Chae-yeong le apretó el brazo.

    ...entonces —terminó él, mirando desde arriba a la cabeza de ella. Tomó otro trago de cerveza.

    —Muy valiente.

    —Ah, bueno —dijo Chris, con una sonrisita incómoda—. Fue una buena noche.

    —También fue una mala noche. Perdí a Ene —dijo ella—. Mis amigos estuvieron muy tristes.

    Chris se dio cuenta de que ella estaba llorando. Le tocó el cabello a Chae-young. —Está bien. Eso fue hace mucho tiempo.

***

    Una de las granjeras de Bellwether dijo que habían visto a Chris con Chae-yeong, pero que no sabían dónde estaban.

    Sin embargo, estaban hambrientas, por lo que optaron por tomar un bocado y esperar encontrarse con ellos.

    Maisie tenía una brocheta de pollo en una mano y una cerveza en la otra. —En serio, no sabría decirte si esto fue cultivado en tina o no —estaba diciendo.

    Claire sonrió. —Huele bien —dijo ella.

    —Estilo yakitori —dijo Maisie—. ¿Qué mierdas es eso?

    Gravitaron hacia un artilugio que parecía una catapulta en un campo cercano. Alguien gritó —¡Tirad! —Y un extremo saltó hacia arriba, disparando algo de colores brillantes en el aire.

    Claire se acercó al tirador en cabeza. —¿Es un trabuquete de tracción?

    —¡Pues sí, lo es! —dijo el hombrecito nervudo.

    —¡62! —gritó alguien en el campo, y el hombrecito lo anotó en su portapapeles.

    —Ooh, es la mejor marca hasta ahora —dijo él—. ¿Cómo es que sabes lo que es un trabuquete?

    —Oh, acabo de investigarlos para un relato que estoy escribiendo —dijo Claire—. ¿Qué hay de ti?

    —Yo soy académico medieval en la universidad.

    —¡Oh! ¿Eres Scott Sampson? Hemos estado en contacto por correo electrónico...

    Maisie encendió sus aumentos y enmarcó el artilugio en mitad de la toma.

    —¡Tirad! —gritó alguien, y las rocas de colores se elevaron hacia el cielo.

    Mientras Scott y Claire charlaban sobre armamento medieval, Maisie veía el vídeo que acababa de hacer. Había un bonito rastro de niebla de colores que seguía a las rocas, tal vez las habían enrollado en algún tipo de polvo para colorearlas. Lo miró de nuevo, en cámara lenta, y trató de pensar en qué canción le iría bien.

    —Entonces, ¿estás de visita de otra escuela? —estaba diciendo Scott—. Tal vez podrías venir y hablar...

    —Oh, no, yo no soy académica. No soy nada, en realidad, sólo me divierto investigando historia para mis relatos.

    Hubo una pausa, y Maisie entró en ella. —Probablemente deberíamos seguir buscando a los otros, ¿no?

    Claire la miró como si hubiera olvidado que estaba allí, un momento, pero luego sonrió. —¡Sí! Sí, encantada de conocerte en persona, Scott.

    —¡Yo también! Y ya sabes, si estás por la zona, deberías venir a una reunión medieval que tenemos. Te enviaré un correo electrónico. ¡Hay un local que sirve hidromiel!

    Saludaron y se alejaron. —Tampoco quería arrastrarte —dijo Maisie.

    —No, tranquila —dijo Claire, mirando atrás hacia otro ¡Tirad!

    —Cada vez que dices que "sólo" eres algo, quiero saltar y decirle a la gente que "sólo" eres genial, y luego enumerar todos tus logros, pero entonces nos pasaríamos allí todo el día.

    Claire sonrió a Maisie, se alisó el cabello con la palma de la mano. —Oh —Volvió a mirar la máquina—. Nunca había visto la recreación de un trabuquete de tracción.

    —¿Qué hay de esa loca catapulta en la feria RenFaire de Massachusetts?

    —Eso fue un trabuquete de contrapeso. Utiliza lastre en lugar de los tiradores para lanzar las rocas o lo que sea —explicó Claire—. Son más geniales en un sentido, pero piénsalo: si estás asediando un castillo, con un trabuquete de tracción puedes levantar, moverlo y encontrar un buen ángulo, cambiar de objetivo...

    —Pero con la de contrapeso hay que mover todo el lastre también, ya veo, ya veo. Ja —dijo Maisie—. ¿Sabes?, de verdad que tienes el don de hacer que la historia cobre vida —dijo mirando a Claire y luego besándola.

    —Jesús, vaya dos. Buscaos una habitación —dijo Chris apareciendo de repente frente a ellas con Chae-yeong.

    —¡Sí! —dijo Chae-yeong, abrazando a Claire.

    —Sabía que al final acabaríais aquí —dijo Maisie, dándose golpecitos en la cabeza.

    —¡Aquí es lo mejor! —dijo Chris con una mazorca de maíz en una mano y una cerveza IPA en la otra—. Llevamos aquí una hora.

    —¿Dónde? —dijo Maisie con escepticismo—. Nosotras hemos estado en todas partes.

    —¡Explorando! —dijo Chae-yeong con el rostro resplandeciente. Claire no sabía si era por la emoción, por la cerveza o por ambos.

    Chris mordió la mazorca, haciendo que saltara un grano. —Chicas, pillad algunas de éstas antes de que se acaben.

***

    Lo hicieron y, de hecho, pasaron el resto de la noche en Bellwether's. Esto era inusual para ellos, por lo general rebotaban entre las granjas, pero esta vez sólo la mitad tenía bicicletas y, además, había una serie de atractivos: la estupenda cerveza, que no se agotó hasta tarde; el trabuquete, con el que Chris tuvo que tener su turno en el equipo de Tirado; y luego Claire, quien tuvo más conversaciones con Scott; y luego, justo cuando estaban a punto de irse, Chae-yeong les dijo que había una manera de colarse en el granero, lo que Maisie estaba emocionada de hacer.

    Por desgracia, el lugar estaba tan lleno en ese momento que había gente merodeando por toda la granja, incluso justo en el lugar donde Chris había encontrado una forma de entrar antes. Allí había un campo de lanzar la herradura y la gente jugaba muy atenta.

    Pasaron el rato esperando a que se movieran mientras el sol se ponía, un anaranjado y brumoso milagro de puesta de sol, y hablaron y bromearon y se divirtieron mucho. Finalmente, estaba demasiado oscuro para lanzar herraduras, pero eso también significaba que estaba demasiado oscuro para ver algo dentro del granero, por lo que decidieron dejar lo último para otro día.

    No cabían todos en un coche, y ahí estaban las bicicletas. Chris y Chae-yeong se ofrecieron como voluntarias para pedalear hasta casa y Claire pidió un coche para ella y Maisie.

    A veces, Claire se preguntaba qué habría pasado si hubieran ido en bicicleta a casa.

***

    —¿Qué carajo? —dijo Maisie al subir al coche—. ¿Por qué hay una segunda persona?

    —Lo sé, es raro. También fue así la última vez —dijo Claire, abrochándose el cinturón cuando se cerraron las puertas.

    En el asiento delantero, que en realidad no era más que una simulación de pantalla, se sentaban la mujer fatal morena y el conductor con gabardina. El coche se alejó y Claire se explicó. —Originalmente lo tenía configurado en Ciberpunk, pero luego lo configuré en Realista y así se quedaron.

    —Ja —dijo Maisie. Miraron la parte de atrás de sus cabezas y los caminos rurales negros delante de ellos. De repente la morena se dio la vuelta en su asiento.

    —¿Cómo fue tú visita a la Granja de Bellwether? —dijo con una sonrisa, mirando a Claire.

    —Uhhhh… ¿genial? —dijo Claire.

    La mujer fatal miró a Maisie. —¿Y tú? ¿Le darías a la Granja de Bellwether una calificación de cuatro o de cinco estrellas?

    —Cinco estrellas —dijo Maisie, un poco en shock.

    —Guay —dijo la morena, volteándose en su asiento.

    Masie miró a Claire y articuló «¡Da miedo!»

    Miraron un poco por la ventana hasta que pasaron junto a Merry Berry. —El próximo mes empezamos con pastel —dijo Maisie.

    —Aunque funcionó bien esta noche. Estuvo bien que Chris y Chae-yeong tuvieran la oportunidad de pasar el rato —dijo Claire.

    —Chris me decía que Chae-yeong estaba deprimida por haber perdido a Ene.

    —¿En serio? —dijo Claire, notando que la morena se había dado la vuelta para mirarlas.

    —Jesús, ¡esta interfaz es muy chismosa! —dijo Maisie, señalando a la morena, que parecía preocupada—. ¿Dije alguna palabra clave?

    —Ay. Eso fue hace tanto tiempo —dijo Claire—. Es triste que todavía lleve eso.

    La morena se volvió para mirar al frente.

    Maisie le hizo un gesto a la morena. —Recuerdo que el conductor solía darse la vuelta y hablar contigo, pero la gente se quejaba de que querían que él mantuviera la vista en la carretera. Aunque eso no importara. Tal vez por eso hay dos.

    —Aunque sigue siendo raro —continuó ella—. Es como si no hubieran aprendido del falso balbuceo político.

    —Hablando de cosas raras —dijo Claire, mientras se detenían en su casa—. ¿Crees que deberíamos sacar el tema de Trabajillos esta noche o esperar hasta mañana?

    —Ah, bueno. Mmm. Esta noche estará de buen humor, mañana tendrá resaca.

    Claire asintió. —No quiero derribar su buen humor, pero...

    —Estamos en vuestro destino —dijo la morena con su sonrisa tranquilizadora, que comenzaba a parecer un poco enlatada.

    Maisie salió por su lado. —Sí. Cuesta un poco saber cuándo preguntarle a alguien si ha asesinado a unas pocas docenas de violadores. ¿Cuál es la etiqueta adecuada?

    —Sí —coincidió Claire. Su lado estaba cerrado. Se arrastró hacia el lado de Maisie, notando que la morena estaba hablando con el conductor. Lo cual era raro.

    Y fue aún más raro cuando la puerta se cerró antes de que ella pudiera salir, dejando a Maisie sobresaltada y mirando a través de una ventana polarizada.

    El coche dio marcha atrás por el camino de entrada y se alejó a toda velocidad con ella dentro.

14. Kay y Thomas. Banff. 2031.

    Thomas no entendía el porqué de la pérdida de Kay (la fantasía de Kay), lo molestaba mucho. Escuchar sobre Peter era como darse cuenta de los límites de un videojuego: una barrera invisible que interrumpía la inmersión. Él nunca caminaría entre esas montañas que puede uno ver a lo lejos, y que ahora parecían burlarse de él.

    Salió a ver la puesta de sol todas las noches que estuvo allí. No optó por ahuyentador ni por maza. Si había fauces de oso en su futuro, que así fuese. Así tendría algo sobre lo que chismear en su reunión de secundaria.

    Patricia salió con él una noche, queriendo ver a qué venía tanto alboroto. Él ya había recorrido el mismo sendero varias veces, así que señaló una raíz traicionera al pie de una pendiente.

    —¿Qué eres, el Hombre Montaña ahora? —bromeó ella.

    —Me tropecé con ella para que tú no tengas que hacerlo —dijo él.

    —Oh, entonces eres Jesucristo —dijo ella—. ¿Falta mucho para llegar?

    Thomas se negó a responder, ya que después de algunos giros y vueltas más, estarían allí.

    Habían llegado en buen momento, a pesar de que, para Thomas, el mirador era más bien un destino para pasear y no había cronometrado muy bien la noche en que él y Kay habían estado allí, cuando el sol se había puesto sobre sus esperanzas no pronunciadas.

    —Bueno, la vista no está mal —dijo Patricia en fingido refunfuño. Se acomodó en el toscamente tallado banco y rebuscó en el bolso. Thomas se unió a ella. Siempre pensaba que el banquillo estaría ocupado cuando él llegara allí: no entendía por qué los locales no venían aquí siempre.

    Patricia sacó una bolsita de palomitas de maíz. —De acuerdo, mejor atardecer del mundo, veamos qué es lo que tienes —Se echó unos cuantas palomitas a la boca y miró al cielo como si fuera una pantalla.

    —Trajiste palomitas de maíz —dijo Thomas—. Eso es el colmo del compromiso.

    Ella le ofreció un poco y él tomó un puñadito—. ¿Después de esa caminata? No es el colmo. Tengo hambre, colega.

    Él tomó un sorbo de agua y le pasó a ella el botellín.

    El cielo comenzaba a ponerse rosa.

    —Aunque son puros carbohidratos —dijo Patricia, con mirada hierática.

    —Puedes desactivar las notificaciones, ¿sabes?

    —Intento conseguir la medalla de alimentación consciente —dijo ella—. Se puede comer lo que quieras, pero tienes que tolerar los mensajes emergentes.

    Él sabía que no debía discutir sobre que las medallas eran tonterías lúdicas. Patricia lo sabía. Cuando él veía el perfil de alguien adornado con medallas... bueno, hay quien cree que lo vulgar es ostentación.

    —¿Está mal que quiera pasarlo más rápido? —dijo Patricia señalando la puesta de sol.

    —Sí —dijo Thomas.

    Patricia comió palomitas en silencio durante diez segundos. —¿Aunque sólo sea al doble de velocidad?

    —Ahora sabes que no estás entendiendo el asunto —dijo él con una sonrisa.

    —Dime una cosa, ¿qué hiciste aquí arriba con Sra. Numenous? —dijo ella.

    Thomas se reclinó en el banco. —Ah, aquí vamos —Deseó no haber mencionado nunca que había venido aquí con Kay.

    —Porque sé lo que no hiciste —dijo ella, lanzándose a la boca palomitas de maíz—. Basándome en lo deprimido y jodido que has estado los últimos días.

    Thomas decidió ir al grano. —Tiene novio. O lo que sea. Alguien que viene a encontrarse con ella aquí. Un tal Peter.

    —Oh oh.

    Thomas se encogió de hombros.

    —En la heladería pareció que ella te estaba dando buenas vibraciones.

    Thomas recordó la época en que todos habían estado juntos en Berlín. Había habido algo específico en la conexión de ambos, él estaba seguro de ello. Negó con la cabeza.

    —Cuando nos conocimos sí que hubo algo —Después también: todo ese flirteo y esas charlas por IRC. Se suponía que él iría a visitarla a Montreal, pero luego lo contrataron para ese trabajillo en el festival y él canceló ese viaje.

    ¿Por qué no fue? ¿Por qué no se mudó allí? Ahora era dueño de un condominio y tenía que cuidar a mamá, pero en aquel entonces podría haber cambiado de ciudad en un santiamén. En aquel entonces no había un Peter en la foto.

    —No sé —dijo Thomas, frotándose la cara.

    —Guao —dijo Patricia contemplando la puesta de sol, que se había tornado de un naranja que podía saborearse—. Mierda. ¡Qué bonito es esto! Creo que las drogas están haciendo efecto —Miró su bolsa vacía de palomitas de maíz—. Me las comí todas antes del espectáculo. Nunca aprendo.

    —Nunca aprendemos —dijo Thomas, sintiéndose melancólico.

    —¿Crees que es debido a una limitación de hardware? —dijo Patricia, doblando la bolsa—. Del aprendizaje máquina… es decir, podrían construir contenedores más grandes —Se dio un toquecito en la cabeza—. Lo único que tenemos son estas cabezas. Y sin conectar en red correctamente siquiera.

    —Cometemos los mismos errores una y otra vez —dijo Thomas.

    —Ayer estuve en una charla sobre simulación de escenarios —dijo Patricia—. Las IA ejecutan unos simuladores de alta fidelidad para no cometer errores en primer lugar.

    —Nosotros hacemos lo mismo. Se llama planificación.

    —Sí, pero sus planes se basan en datos, no en suposiciones, prejuicios, evitación del dolor…

    —Eso es mejor.

    —Bastante.

    Miraron la puesta de sol en silencio hasta que Patricia lo interrumpió silencio.

    —¿Te dio Kay información interna sobre cuáles son los planes reales?

    —¿Planes reales?

    —Tengo amigos, donde yo vivo, que creen que Numenous es alguna mierda tipo Illuminati. Esperan que yo les cuente algún buen chisme cuando llegue a casa.

    —Lo siento, nada de chismes —dijo Thomas—. Aunque…

    Patricia se volvió hacia él, arqueando las cejas.

    —Tengo la sensación de que no estamos al mando.

    Patricia hizo un ruido de decepción. —Vaya novedad. ¿Cuándo estuvieron los negros al mando?

    —Los humanos en general, me refiero. Kay es carismática e inteligente, pero no es una Zuckerberg. Ella es más como una... portavoz. De modo que estamos más allá del punto en el que Numenous intente unir el viejo mundo con el nuevo.

    —¿Por qué la eligieron a ella? —dijo Patricia.

    Thomas se encogió de hombros. —Ni idea —dijo él, aunque una sospecha emergió repentina y completamente formada en su cabeza. Una idea que había permanecido bloqueado por la sensación de que Kay era especial y, por supuesto, tenía sentido que ella tuviera ese papel.

    —Será mejor que nos vayamos —dijo él angustiado por la sospecha.

    —Sí, mierda, oscureció rápido —dijo Patricia mientras miraba la penumbra alrededor.

    Nop, pensó Thomas. Es sólo que sucedió tan gradualmente que ni siquiera nos dimos cuenta hasta que estuvimos sólos en la oscuridad. Solos con los osos.

***

    —Me niego a llamarlo discogolf —dijo Kriss, dejando volar su frisbee—. La única razón por la que acepté jugar fue porque se llamaba frolf. ¡Frolf!

    —Mis antepasados ​​escoceses están removiéndose en la tumba —dijo Peter, mientras ambos echaban a andar por el sendero hacia donde habían aterrizado sus frisbees—. Frolf —Se estremeció.

    Eso era tres días después de que Thomas se hubiera dado cuenta de lo de Kay, pero él no había tenido un momento para hablar con ella a solas. Peter había aparecido y Kay había sido su sombra desde entonces. Algo difícil de imaginar con una chispa tan brillante como la de ella, pero el fornido grandullón tenía algo que la dominaba, y ella apenas había dicho una palabra desde que habían empezado a jugar.

    Thomas se encontró con su frisbee y lo lanzó antes de que los demás pudieran detenerse para mirar. El frisbee rebotó en las cadenas del hoyo del disco, pero no aterrizó dentro de la cesta.

    —Ah, cerca —se compadeció Kay. Peter le dio unas palmaditas en el hombro como si Thomas fuera un niño, lo que hizo que Thomas se sintiera incómodo al notar la diferencia de tamaño entre ambos.

    —Habrías hecho par, ahí —dijo Kriss, quien usaba un grueso lapicito para añadir los lanzamientos a la tarjeta de puntuación.

    Peter ya estaba lanzando. Su disco arcoíris chocó contra las cadenas y entró en la cesta, uniéndose al de Kriss.

    Kay fue la siguiente, y el frisbee pasó de largo justo al lado de la meta. —Jooooder.

    —Mi tío te penalizaría con un lanzamiento por el lenguaje —dijo Peter, acariciándose la barba negra como si fuera un director de escuela.

    —¿El tío repelente? —replicó Kay.

    Thomas soltó una risita ante esto.

    —No, no —dijo Peter—. El menos repelente

    —Repelente al fin y al cabo —aclaró Kriss.

    Peter se mesaba la barba negra, considerándolo. —Sí.

    Todos rieron. Kay consiguió encestar su disco y Thomas hizo lo mismo.

    —Aunque, digo yo, ¿no son todos los tíos un poco repelentes? —dijo Peter con su leve acento inglés, que Thomas encontraba levemente molesto—. No son exactamente padres, pero se parecen un poco a los padres.

    —Thomas es tío —intervino Kriss con una sonrisa.

    —Es cierto —dijo Thomas sacando los discos de la cesta y repartiéndolos—. Tengo una sobrina.

    —¿Qué hay de Lisa? —dijo Kay a Peter.

    —Oh, cierto —dijo Peter—. No pienso en ella porque no vive en el mismo país. La hija pequeña de mi hermana —Comenzaron a caminar hacia el siguiente hoyo—. Esa es la clase de tío que soy. Apenas recuerdo que tengo sobrina. Son los demasiado atentos con los que hay que tener cuidado. Los que se acuerdan de cada cumpleaños y de cada detalle. Esos son los repelentes.

    Kay lució una sonrisa de fatiga. —De acuerdo, de acuerdo, menuda charla de tío menos repelente.

    —Perdona —dijo Peter.

    —No, tranquilo —dijo ella.

    Peter resopló y lanzó su frisbee con indebida intensidad.

    —¿Habéis comprobado alguna de las otras pistas? —dijo Kriss, saltando a la calma—. Sólo hemos estado en las cosas de desarrollo. Quería ver la pista ambiental, escuché algo sobre no se qué cosa de regeneración del hielo polar.

    —Yo fui a una sobre gestión de cambios basada en datos —dijo Kay—. Un poco intensa. Estudios de casos donde las transiciones de los municipios han sido más tensas. África especialmente.

    —Recuerdo haber visto imágenes de incendios de esas ciudades de agua —dijo Thomas—. Pensé, ¿cómo se quema una ciudad construida sobre el agua? Y ese niño en el muelle con su hermano...

    —Oh, no me lo recuerdes —dijo Kriss—. Qué jodidamente triste.

    —Sí —dijo Kay—. Y me enteré que en Venezuela su presidente cree que el estrato causa autismo.

    —¿Ya no son las vacunas? —dijo Peter.

    —Y en Singapur, el diez por ciento de la gente cree que estamos en una simulación, que la humanidad ha sido cargada al estrato. Tienen anillos blancos especiales que llevan puestos.

    —Yo oí que era más bien como un quince por ciento —dijo Kris.

    —Solía ​​ser más alto —dijo Kay, con aspecto cansado—, pero hubo suicidios en masa. Ocho o nueve el año pasado.

    Jugaron en silencio durante un rato. Thomas casi consigue un hoyo de un golpe.

    —Bueno, ¡danos una buena noticia! ¿Qué viene el próximo año en el tren de Numenous? —dijo Kriss, después de hacer su lanzamiento—. ¡Danos la primicia interna!

    Kay y Peter intercambiaron una mirada. —¿Deberíamos decirlo? —dijo Peter con seriedad.

    Kay alzó las cejas.

    —La próxima actualización habilita la función PPD —susurró Peter—. Nuestra más solicitada.

    —¿PPD? —dijo Kriss—. ¿Un... módulo educativo?

    Él se acercó un poco. —Pajaritos Permanentemente Duros.

    —¿Has dicho pajaritos? —preguntó Kris.

    —Lo siento si es demasiado técnico… —dijo Peter, agitando la mano—. Jerga de tendero, ya sabes.

***

    —Ese tipo es tonto —dijo Kriss más tarde esa noche en la habitación de hotel—. ¿Estás online? —dijo ella cuando él no respondió.

    —No —dijo Thomas.

    —Trabaja en analítica —dijo Kriss—. Así que tiene citas muy por encima de su posición.

    —¿Lo estás espiando?

    —Lo estoy odio-espiando en tu nombre —dijo ella, con una leve sonrisa bajo ojos vidriosos.

    —Por favor, no lo hagas —dijo Thomas, sintiéndose deprimido—. Pensé que él te gustaba.

    Kriss se encogió de hombros. —Todo el mundo cree que me gustan. Ese es mi superpoder —Ella lo miró de soslayo—. Pero eso a ti te da igual en nuestras reuniones.

    Thomas se dio la vuelta y la miró. —No me digas. Menudo superpoder —Él se levantó y se sirvió un vaso de agua—. Voy por un poco de hielo.

    De camino por el pasillo pensó en por qué le deprimía el hecho de que Peter fuese un idiota. Supuso que era porque eso significaba que a Kay le gustaban los idiotas, que podía tolerar a alguien con la combinación de arrogancia y egocentrismo de Peter. Supuso que también era porque se veían bien juntos, blancos de treinta y tantos en la misma empresa, un conjunto a juego. De igual modo que la gente a menudo asumía que él y Patricia estaban juntos.

    Escarbó con la cuchara en la caja gigante del hielo y llenó la cubitera. Para él, la disponibilidad de hielo instantáneo seguía siendo una de las cosas más lujosas de las estadías en los hoteles. Se metió un cubito en la boca. Cuando lo llevó de regreso a su habitación, su estado de ánimo se había aligerado un poco con este simple placer.

    —¿Cuándo empezaste a odiarlo? —preguntó él.

    —¡Cuando le pregunté por algo chismoso! —dijo Kriss de inmediato.

    —Oh, bueno… —dijo Thomas—. No esperarías en realidad que...

    Ella desactivó sus aumentos por completo. —Pues que diga: «No puedo decir nada» Que diga: «Es secreto». No que se haga el tímido y haga chistes de penes.

    —De acuerdo, pero...

    Kriss le echó una mano con el hielo. —Y luego descubro que es un jodido minero de datos. Por su perfil de mandíbula y su barba y su novia supuse que estaba en comunicaciones como ella, pero es sólo un sucio minero de cubículos. Pendejo.

    —Aunque Kay nos dio un adelanto.

    —Ella sólo dijo que habrá más cosas biológicas. Bah. Aunque al menos no fingió que sabía más.

    Él se sirvió agua helada en un vaso alto y bebió unos cuantos tragos. Se sintió mejor. Tal vez no estaba deprimido, sólo deshidratado. Le sirvió un vaso a Kriss.

    Ella consultó sus aumentos, tomó un trago y dejó el vaso en la mesa.

    —¿Estás comprobando si tienes sed? —dijo Thomas, horrorizado.

    —Estoy optimizando —dijo Kriss—. Dándole a mi cuerpo exactamente lo que necesita. Quiero ver cuánto tiempo puedo pasar sin mear.

    Él se quedó mirándola fijamente.

    —¡Qué! Eso existe. Se llama calibrar la orina. O cercarla.

    —¿Ya hay un nombre para eso?

    —Cierra el pico —dijo Kriss—. ¿Y qué si estoy un poco loca con las optimizaciones? Demándame.

***

    Kay estaba junto a la entrada del monasterio, sola, observando el sedán negro en la distancia. Llevaba el vestido azul claro que le gustaba a Peter, pero ahora que Peter se había ido, se sentía aturdida y tonta.

    Pasó una pareja muy bien vestida y ella miró hacia la carretera como si esperara a alguien. Reprodujo los últimos minutos en un esfuerzo por entender cómo había salido todo tan mal tan rápido.

    Peter, vestido especialmente bien, con un destello de petulancia en el rostro cuando ella le había pedido que no la dejara sola durante la fiesta, como él había hecho en Los Ángeles. —Te fue bien entonces —le había dicho él.

    Ella había puesto una mano al lado en el lujoso asiento del sedán. —Me las arreglé. Pero sentí que pasaste todo el tiempo hablando con Samantha Rodríguez. Sé que es una tontería.

    Ella había querido que él le tomara la mano. En cambio, él había mirado por la ventana. Luego él había dicho: —Estuve hablando con Sam y con Devon, su novio; sólo puedo hablar con Sam en línea. Fue una buena oportunidad para lucirme. Eso ya ha facilitado las cosas en el trabajo. Ella es prácticamente mi jefa.

    Peter era un gran fan de lucirse. Podía hablar durante siglos sobre las feromonas y sobre los vínculos con los animales. Cuando su atención se volvía hacia ti, te sentías como una lámpara de calor. Pero ahora ella sentía su ausencia cada vez más.

    Tenía frío con este estúpido vestido. El sol se estaba poniendo, pero no era sólo la temperatura física. Se sentía expuesta aquí en el arco de piedra, bajo las miradas de los recién llegados que la conocían de la presentación. Bien podría entrar con ellos.

    Vio acercarse un sedán y tuvo un aleteo de esperanza de que Peter lo hubiera reconsiderado.

    —O sea, viajé por todo el continente para estar aquí contigo —había dicho él.

    —Tú sólo pediste venir —había dicho Kay, saliendo del coche—. Yo tuve que pedir un favor.

    Él se había quedado donde estaba sentado, mirándola. Ella le había dado la espalda, cansada del drama de él. Aún así, se había sorprendido cuando el sedán había cerrado la puerta y se había marchado.

    El sedán (¿era el mismo?) se detuvo.

    Thomas salió y, en lugar de decepción, se produjo una feliz sensación.

    —Hola —dijo él, tendiendo una mano para ayudar a salir a Kriss, quien iba vestida como una dorada tarta de cumpleaños, con maquillaje dorado a juego.

    Patricia salió por la otra puerta con un más discreto traje pantalón.

    —¡Hostia, te ves genial! —dijo Kriss, tocando la tela del vestido de Kay—. Boniiito.

    —¡Tú vas increíble! —le dijo Kay a Kriss.

    —Es un cosplay de Crónicas Ascendentes desde Venus a Ginebra —dijo Kriss, haciendo una pose de kárate y luego una reverencia.

    —¿Estás esperando a Peter? —dijo Thomas, quien siempre iba bien vestido, pero hoy iba extra. Parecía un abogado en una realidad alternativa.

    Un montón de medio verdades pasaron por la mente de Kay. Y ella las dejó marchar todas. —Peter me ha dejado en la cuneta.

    Todos se quedaron quietos durante un momento. Entonces Patricia tomó a Kay del brazo y la guió adentro. —Pues mesa para cuatro.

***

    A medida que las sombras se alargaban, el personal pasaba y encendía velas. El olor a cera de abeja se unió al olor a piedra antigua y barriles de roble. Lo que hacía un monasterio en mitad de las Rocosas Canadienses era un misterio, pero Kay no preguntó. Se sentía transportada por el lugar, y por la compañía también.

    —Al parecer la terraformación de exoplanetas ya es viable —estaba diciendo Patricia—. Los globos espaciales que han enviado pueden detectar los materiales básicos que se pueden extraer del planeta. El nivel de radiación solar matará a los humanos, pero, por lo demás, perfecto.

    —Y el viaje de treinta años para llegar allí —dijo Kriss. Ella había asistido a la misma charla.

    —Donde, por desgracia, la comida es —dijo Kay—... Bueno, no es tan buena como ésta —dijo señalando el plato.

    —En la charla hablaron de brotes de soja —dijo Patricia—. Y de burritos

    —Esos los probaron en mi departamento —dijo Kay encogiéndose de hombros—. Están... ¿pasables? No quisimos probarlos más de una vez... imagínate treinta años con eso.

    —¿No bromeó nadie sobre comerse la comida del perro? —dijo Thomas.

    —¡Por supuesto, fue Numenus! —dijo Kay, y él dio una carcajada. Había algo en la energía de Thomas que tranquilizaba a Kay. Y ella había olvidado lo bonitos que eran esos ojos. ¿Iba maquillado?

    —Yo aguantaría comida aburrida si eso significara poder vivir en otro planeta —dijo Patricia.

    Pasaron a hablar sobre los disturbios en los campos de refugiados climáticos, pero bajaron la voz. Los estadounidenses eran bastante delicados al respecto.

    Después de la cena, los huéspedes fueron invitados al patio para el postre. Kriss y Patricia encabezaron la carga, intentando adivinar qué tipo de pastel sería. Al salir, Thomas notó un pasillo oscuro medio bloqueado por un barril de vino.

    Kay notó a él notarlo.

    Thomas alzó una ceja y se hizo a un lado para dejar que los otros invitados se adelantaran. Ella se unió a él, quien inició la charla.

    —Así que por lo general hay comentarios de cierre y ese tipo de cosas… —dijo él en voz baja—. ¿Tienes que estar tú allí para eso?

    —No, en realidad no —dijo ella.

    Él se deslizó por el hueco, con las manos inocentemente en los bolsillos.

    Ella lo siguió, asegurándose de que su vestido no se enganchara en ninguna astilla. Esto es lo que ella había echado de menos en su nuevo mundo tecnológico... la forma en que sus amigos de juego encontraban oportunidades divertidas para la aventura.

    Había una puerta abierta a una cocina moderna a la que ambos se acercaron con cautela antes de colarse dentro. Había una estrecha escalera de servicio y Thomas la tomó, mirando atrás hacia Kay.

    En el piso de arriba hallaron una puerta que conducía al exterior. Debajo estaba el patio, donde los invitados estaban de pie, comiendo pastel y escuchando los comentarios de cierre.

    —Dios mío, es imposible no ver a Kriss —dijo Kay señalando un círculo dorado cerca del frente, donde Kriss se había instalado.

    —Por supuesto, se tenía que instalar justo al lado de la mesa de los pasteles —dijo Thomas, apoyándose en la barandilla del balcón.

    Mientras miraban, Kriss se inclinó y tomó otro plato. Kay rió. —Amo a esa chica.

    Thomas notó que podían doblar la esquina, y caminó en esa dirección. Kay miró a los invitados y se sintió triste durante un minuto porque Peter se estaba perdiendo todo esto. A él le encantaban las veladas elegantes.

    —Oh, guao —dijo Thomas al otro lado de la esquina, y Kay se unió a él.

    Tras la esquina había una vista del frente del monasterio, de la sinuosa carretera por la que habían venido y del pueblecito de abajo. La luna, llena de promesas, pendía sobre las montañas.

    Ella se paró al lado de Thomas para mirar, más cerca de lo necesario. Puso una mano junto a la de él, como había hecho antes con Peter. Se sentía mareada de emoción y culpa.

    —Es ridículamente hermoso —dijo él.

    Ella lo miró de perfil, majestuoso con su cuello de camisa planchado. —Sí.

    Él le devolvió la mirada con esos ojos que ella había anhelado toda la noche. Y la tomó de la mano.

    —¿Esto está ocurriendo? —dijo él.

    Ella asintió.

    Él se inclinó hacia adelante, y el primer beso fue tentativo como el posado de una mariposa. El segundo lo fue menos, y el tercero ya no lo fue ni en broma.

***

    Ambos pasaron la mitad de la noche hablando de Peter, pero a Thomas no parecía importarle. Kay no quería volver a su habitación de hotel. Sabía que Peter se iría temprano en su avión y había decidido esperar.

    Kriss y Patricia se habían ido a su habitación de hotel después de la fiesta del monasterio. Alguien a quien Kay conocía los había invitado a ambos a su suite para seguir la fiesta, y Thomas parecía dispuesto. Pero, de camino, el par comenzó a hablar sobre jacuzzis sin ropa y ella lo reconsideró. Kay y Thomas dejaron a los dos hombres besándose en la parte trasera de su coche y caminaron juntos por la avenida principal.

    —Escapamos por los pelos —dijo Thomas.

    Ella le apretó el brazo de un modo que ya parecía natural. —Las cosas se volvieron muy libertinas de repente.

    Ambos rieron. La avenida estaba en calma en las primeras horas. Pasaron frente a escaparates de relojes de diseño y caminaron alrededor de un cucurucho gigante de hojaldre que sobresalía de la puerta de una tienda cerrada. Terminaron caminando por una calle lateral hasta un parquecito y encontraron un lugar bajo un árbol. Era una de esas noches de verano.

    Thomas apartó de un manotazo una lata de cerveza y se sentó. Kay se sentó también, abrazándose las rodillas con el vestido azul. —¿Por qué nunca viniste a visitarme? —dijo Kay tímidamente—. ¿En aquellos días? No parabas de amenazar con hacerlo.

    Thomas asintió. —Llevo toda la semana intentado recordar por qué. En parte fue por una cuestión de dinero. Tenía prisa por terminar todos esos trabajillos independientes de juegos. Estaba muy concentrado en no depender de mi madre. Apenas llegaba para pagar el alquiler. Cuando no estaba trabajando como autónomo, estaba trabajando en los juegos. Era muy importante para mí en aquel entonces.

    —¡Por supuesto! Tus juegos eran geniales. Son geniales.

    Thomas se reclinó y apoyó la nuca en las manos. —Ni siquiera puedo jugar a la mitad de ellos estos días. Están obsoletos. Necesitan un emulador.

    —Te entiendo —dijo Kay, quitándose las sandalias y pasando los dedos de los pies por la hierba—. Yo usé el Kinect para el mío y ahora son prácticamente piezas de museo. Despues de... ¿cuánto? ¿Seis, siete años?

    —Diez. Once.

    —No.

    Thomas asintió. —Aunque me encantó ese de las mariposas.

    —Aunque no era un gran juego.

    —Eso es lo que me gustaba de él —dijo él, sonriendo hacia ella—. Difuminaba la línea que separa los juegos y el arte. Casi consigo entrar en el festival en el que estabas ayudando. La Sociedad Lúdica uno. Pero luego me falló el viaje.

    —Oh, ese estuvo genial. ¿Tú también hiciste un juego allí?

    —Sí, hice un juego específicamente para eso.

    —Joder.

    —Da igual —dijo Thomas, frotándole la espalda. Se besaron de nuevo.

    —Debería haberte conseguido financiación a través de la universidad —dijo ella—. No lo sabía

    —Olvídalo.

    —¿Qué me dices ahora? —le preguntó ella, apoyando la mejilla en su brazo—. ¿En qué estás trabajando estos días?

    —En nada —dijo Thomas—. Solía ​​​​trabajar en el juego de Atascos en Toronto todos los años, pero lo dejé hace unos años. Creo que el AtaTo del año 2027 fue el último. Me metí en edificar mi negocio. Contraté a Patricia a tiempo completo y traje a Kriss.

    —Eso te mantendría ocupado.

    Thomas arrancó un trozo de hierba, lo miró. —Sí, montar un negocio es diseño de sistemas. Me gustan los juegos. Salidas, entradas. Ver cuánto se puede distribuir, descargar. Me metí en el desafío del diseño. Ha funcionado bastante bien.

    —Obviamente, si estás aquí. No quieras saber qué hace la gente para ingresar al programa de desarrolladores de Numenous. Lanzaremos las actualizaciones de bio a la genpop el próximo año, pero todos las quieren ahora. Mientras tanto —Kay lo pesionó—. Casi siempre dejas los aumentos apagados.

    —Adoptante parcial, ese soy yo —dijo Thomas.

    —Recuerdo que en Berlín trajiste tu computadora en una caja de zapatos. Aleks no paró de hablar de lo punk rock que era eso.

    —Era el único modo de meterla en la mochila —dijo Thomas, riendo—. Esos fueron buenos tiempos. Fue estupendo conoceros.También fue mi primera vez en Europa. Gracias, Consejo de las Artes de Canadá.

    —Sí. Y seguimos así durante un tiempo, trabajando en Ene juntos...

    —¡Es verdad! —dijo Thomas, recordando—. Pero luego como que... se apagó esa chispa.

    —Bueno, Chae-yeong perdió la USB de Ene.

    —Sí, ahí acabó todo —dijo Thomas, eligiendo las palabras con cuidado, no queriendo sonar loco y expresar sus sospechas directamente—. Una lástima, teniendo en cuenta el tamaño que llegó a tener la IA.

    Kay le dirigió una mirada divertida. —En realidad no —dijo ella—. ¿Supongo que no has estado chateando con ninguno de los otros?

    —No últimamente.

    —Creí que tú sabías lo de Ene —dijo Kay—. Ella es la razón por la que conseguí este empleo. Como se suele decir, lo que importa son los contactos.

    —¿En serio? —preguntó Thomas—. ¿Te refieres a...?

    Se oyó un ruido en los arbustos.

    A no más de tres metros de distancia había un ciervo. Patas larguiruchas, cabeza delgada.

    Kay le apretó el brazo a Thomas.

    Thomas se quedó mirando al ciervo, muy aturdido, y ninguno de ellos se movió durante un largo rato.

15. Maisie y Chris. Madison. 2031.

    —Sabes a quién sería perfecto que preguntases sobre... —comenzó Maisie, luego se detuvo a mitad de la oración.

    La estudiante cerró su proyecto con un toque y esperó unos buenos cuatro o cinco segundos antes de preguntar. —¿A quién sería perfecto?

    El resto de la clase la miraba fijamente. La silla de alguien crujió. La sonrisa del estudiante se estaba derritiendo, lentamente, con seguridad.

    —Ah… lo que sería perfecto sería que vieras el El Libro Verde de los Cuentos de Hadas —dijo Maisie, lamiéndose los labios secos con una lengua seca, con el pivote dándole ganas de vomitar.

    —¿Estás bien? —preguntó la estudiante (¿Karrie? ¿Kelly?).

    Maisie sonrió un poco. Había estado bien, al menos hasta que casi había recomendado a Claire como recurso y había recordado de pronto que no estaba segura de si Claire estaba viva o muerta. —Estaré bien, gracias. No dormí muy bien. Es que —dijo, mirando a las dos docenas de estudiantes de pregrado apretujados en el laboratorio para el crítico examen final—... no podía perderme vuestros juegos. Llevo esperando todo el trimestre. ¿Quién es el siguiente?

    Aplaudió en lo que esperaba que fuera una forma alegre.

    El siguiente estudiante, un adormilado melenas, comenzó a colocar un par de Acticubos en la mesa grande. —Espero que mi presentación tenga sentido porque yo tampoco dormí en toda la noche, señorita —dijo el chico, dándole vida a los cubos con un toquecito—. Me llevó una noche entera —añadió de esa manera medio tímida, medio orgullosa.

    —Entonces estaremos en la misma onda —dijo Maisie. Suponiendo que el amor de tu vida también haya sido secuestrado anoche por un taxi. Esto último no lo dijo, pero el soplido de una risa que saltó de ella al pensarlo fue bastante audible.

    —Esto funciona mucho mejor con las personas con NuSpecs o aumentos, pero también funcionará con los teléfonos —estaba diciendo el chico. Los dos o tres chicos que tenían NuSpecs se trasladaron al frente con un extraño tipo de derecho, y el resto miró sus teléfonos. Maisie encendió sus aumentos y vio surgir entre los cubos una vista aérea del pueblo.

    —Oh, genial, es nuestro pueblo —dijo un estudiante de intercambio libanés bastante hablador—. ¿Son datos de satélite?

    —No en tiempo real —dijo el presentador apartándose el pelo de la cara. Mientras el chico explicaba, los ojos de Maisie se clavaron en un taxi como el que las había llevado a casa la noche anterior. Estuvo tentada de averiguar si podía ver por las ventanillas, pero había algunas personas estorbando delante.

    —Buena simulación —empezó ella—. Pero, ¿cuál es la jugabilidad?

    —Bueno, ésta es la pantalla de selección, tú decides el automóvil con el que quieres hacer carreras…

    Maisie logró llegar al fin de la clase sin perder la compostura del todo. Caminó sonámbula por el edificio, asintiendo y pronunciando palabras cuando era necesario a los estudiantes que se acercaban a ella. Finalmente, la dejaron sola.

    Se paró frente al edificio, sola, mirando los coches entrar y salir de la rotonda como siniestros y mortales escarabajos. Y se dio cuenta de que no podía entrar en uno, aunque su hogar estaba a unas buenas diez millas de distancia. Tenía calor y estaba al borde del colapso.

    ¿QHC? ¿Qué haría Claire? se preguntó a sí misma. Eso la puso triste y risueña a la vez. Era imposible que Claire hubiera desaparecido de verdad. Esa última noche había sido la última juntas, ¿no? Maisie tuvo un recuerdo aleatorio de Claire señalando hacia esa estúpida catapulta, con un rebelde mechón escapando de su moño y apuntando al cielo del ocaso.

    Comenzó a llorar, y luego Chris se detuvo delante de ella en su motocicleta.

***

    —¡Es más suave de lo que pensaba! —gritó Maisie. Nunca había aceptado la oferta de Chris de llevarla en moto. El casco filtraba el rugido del viento para que ella pudiera oír la respuesta de Chris.

    —¡Te lo dije! ¡La amortiguación de este chisme es asombrosa!

    Salieron de la algarabía del centro y Chris dio gas.

    Maisie había odiado las motos desde los viejos tiempos en que los capullos las hacían rugir por la carretera. Pero las nuevas motos eran silenciosas, excepto por lo que querías que pasara a través de los auriculares del casco, y también eran muy divertidas de conducir. Era un poco raro ir agarrada al pecho de Chris, sintiendo los bultos de las cicatrices a través de la fina camiseta.

    —Son incluso mejores cuando no viajas detrás —dijo él con una sonrisa.

    —¡Tal vez me compre una para mí! —dijo ella—. Y no volver a entrar en uno de esos jodidos taxis.

    —Aquello podría haber sido un fallo técnico, ¿no? —volvió a exclamar él tras un momento.

    —No —dijo Maisie—. ¿Te dijo Chae-yeong algo antes de que salieras esta mañana?

    —No —dijo Chris, subiendo a toda velocidad la última colina antes de que la granja apareciera a la vista—. Ella estaba durmiendo.

    —Conmigo igual —dijo Maisie— Y eso que yo me fui a las 11 —Tuvo un recuerdo entonces de esa mañana y de su guapa visitante acurrucada en el desván con los gatos, con la más leve de las sonrisitas en el rostro. ¿O sólo lo parecía por cómo se le curvaban los labios?

    Un buen sueño largo y profundo mientras que Maisie había estado en vela hasta las cuatro tratando de navegar por el sitio de servicio al cliente de NuAuto. Podías enviar un ticket de servicio por un objeto perdido, pero no por una persona perdida. Reservar un viaje futuro era fácil, rastrear un viaje anterior era imposible. Al final ella había oído una voz que sonaba humana, y que le dijo que la descripción del incidente encajaba con el escenario en el que el otro pasajero le decía en secreto al taxi que se comportara de ese modo.

    Ella les había gritado en ese momento: —¡Usted no le vio la cara! Ella estaba asustada. No sabía lo que estaba pasando.

    Le habían cortado la llamada y ella había recibido una alerta de que su número había quedado marcado y descontinuado debido a abuso, por seguridad de los empleados de la empresa.

    —¿Me oíste gritar al teléfono anoche? —preguntó Maisie cuando se detuvieron en la casa junto a la pila de abono y el antiguo cobertizo.

    —Sí —dijo Chris, quitándose el casco—. Me despertaste. Cuando bajé las escaleras, estabas dormida en la mesa de la cocina.

    Maisie bajó de la moto, recuperando sus piernas entumecidas. —No me acuerdo de eso. Supongo que dormí algo después de todo.

    —O te desmayaste, como poco. No sé si eso cuenta como sueño —Caminaron juntos hacia la casa.

***

    —¿CY? —llamó Chris mientras caminaban por la aparentemente vacía casa.

    Ambos estaban en la sala de estar, sin saber seguro lo que hacer. Maisie enderezó compulsivamente los cojines del sofá y estaba a punto de sentarse cuando oyeron una risa en el piso de arriba.

    El plounge.

    A Maise se le aceleró el corazón, definitivamente había voces de hombres saliendo de allí arriba. Dejó que Chris subiera primero las estrechas escaleras, sintiéndose mareada. Se dijo a sí misma que era por la falta de sueño.

    Cuando entraron al ático, vieron un extraño cuadro: Chae-yeong y dos hombres, tumbados al lado sobre las almohadas, con los gatos caminando sobre sus pronos cuerpos.

    Un tipo calvo levantó la cabeza y habló con acento de Europa del Este. — ¡Hola! Nos estamos dando un masaje felino.

    Chae-yeong soltaba risitas mientras Miriam le caminaba por el torso.

    Maisie sintió la urgencia de agarrar a Chae-yeong por el pelo y borrarle esa difusa sonrisa de la cara. ¿Por qué había traído a estos hombres a su casa? ¿A su plounge?

    El otro hombre se sentó erguido con una curiosa sonrisa, con su gran pelo y barba templados por ojos delicados. —¿Sois los compañeros de piso de Claire? —dijo él—. Yo soy Marco. Aleks y yo somos amigos suyos.

    —Bueno... —dijo Chris mirando a Maisie.

    —Bueno, pues ella no está aquí —dijo Maisie, cruzándose de brazos. No le gustaba que se revolcaran en el plounge, con sus gatos—. ¿Chae-yeong no os lo dijo?

    Algo en el tono de voz de Maisie caló en Aleks, el otro hombre, quien se sentó erguido también. —Chae-yeong dijo que ella estaría en casa más tarde —dijo Aleks.

    —¿Qué? —dijo Cris.

    Chae-yeong permanecía boca arriba, acariciando a Miriam. —No pasa nada —dijo ella con voz soñolienta.

    —Sí, sí pasa —dijo Maisie, tratando de no gritar.

    Chae-yeong se incorporó. —Que no pasa nada, ¿de acuerdo? Claire regresará pronto. Me lo dijo Ene.

***

    Un rato después estaban sentados en la cocina. Maisie les había contado lo que había pasado con Claire la noche anterior, y se las había arreglado para mantener la calma. No le gustaba llorar delante de los hombres.

    —Menudo jodido lío —dijo Marco en voz baja.

    Aleks intentaba quitarse a pellizcos pelos de gato hasta que Maisie le pasó el rodillo. —Quizás Ene quería hablar con ella en persona —dijo él.

    —Esperad, ¿quién habéis dicho que es Ene? —dijo Cris.

    —Es una IA en la que trabajábamos juntos hace mucho tiempo —dijo Marco.

    —¿Recuerdas la USB que me diste? —dijo Chae-yeong, echando el arroz.

    —Vagamente —dijo Chris.

    Maisie había oído hablar mucho de Ene a lo largo de los años: melancólicos recuerdos de una colaboración condenada al fracaso. —Pero ella perdió la jodida memoria USB, ¿verdad? —dijo Maisie señalando a Chae-yeong con el dedo, saboreando el mohín de culpabilidad en la señalada—. Así que, fin de la historia.

    —No —dijo Aleks, ofreciéndole el rodillo a Marco—. Ahí fue cuando Ene escapó y... empezó su historia.

    —Eso crees tú —dijo Marco.

    —¿Él cree que vosotros creasteis la superinteligencia? —dijo Maisie—. Venga ya, no me jodas.

    Aleks sólo asintió. —No fue a proposito.

    Chae-yeong estaba cortando pepino a rodajas finas. —Fue un accidente.

    —Pero tú no lo crees —dijo Maisie mirando a Marco.

    —Yo… espero que no —dijo él, pero la mirada angustiada en la cara fue lo que la convenció. Porque ella recordaba haber visto esa mirada en el rostro de Claire al describir el proyecto.

    —Ene sólo era un bebé entonces —dijo Chae-yeong—. Ahora es mayor.

    Maisie se quedó pensando un poco en la silla de la cocina, el único sonido era el de cortar pepinos. Recordó que Claire hablaba sobre el proyecto con una mezcla de orgullo y horror: lo cual había parecido extraño entonces por algo que en realidad no había llegado a ninguna parte. Aunque ahora tenía cierto sentido.

    Se levantó y se acercó a Chae-yeong, la miró a los ojos por primera vez desde que había entrado en la casa. —¿Cómo sabes que Claire va a volver?

    Chae-yeong sostenía el cuchillo entre ambas, con una sonrisa en los labios. —Ene me envió un mensaje a través de la aplicación de Trabajillos —Señaló con el cuchillo hacia su teléfono en la mesa—. Anda, echa un vistazo.

    Maisie tomó el teléfono y Chae-yeong comenzó con las zanahorias. —¿Cuál es tu...?

    —Tajo. Ya sabes —dijo Chae-yeong con su habitual voz baja, con sólo un toque de acero debajo—. Al tajo. Mi no estúpida.

    Maisie se quedó inmóvil.

    —¿Qué es eso? —dijo Cris. Marco se asomó por la ventana—. Alguien llega en coche.

    Maisie salió corriendo a tiempo para ver que la puerta del taxi se abría y Claire estaba dentro. Corrió hacia el taxi (¿el mismo?, ella no lo sabía), y la sacó y la alejó del vehículo.

    —¿Estás bien? ¿Estás bien? —le dijo Maisie a Claire, palpándole el rostro en la oscuridad.

    —Ahhh, sí —dijo Claire—. Estoy bien, relájate, relájate.

    El coche dio un giro en redondo y se alejó hacia la noche.

***

    —Bueno, ¡no puedo creer que estéis en mi casa! —dijo Claire sonriendo mientras tomaba un pedazo de kimbap.

    —Yo tampoco podía creerlo —dijo Maisie con un trozo en la boca.

    Todos rieron.

    —Pensé que Maisie nos iba a patear el trasero —dijo Aleks.

    —Estabáis tumbados en el plounge prácticamente besándoos con los gatos —protestó Maisie.

    —Ah —dijo Claire—. El plounge es como un terreno especial para Maisie.

    —No debimos habernos presentado sin avisar —dijo Marco.

    —Normalmente no habría pasado nada —dijo Chris—, pero estábamos en modo crisis. Era un día extraño.

    Maisie emitió un sonido de sofoco. —Sólo ligeramente.

    —Me alegra que no hayas perdido la calma —dijo Claire a Maisie—. No tenía el teléfono. Dijeron que te avisarían.

    —Lo hicieron —Maisie miró a Chae-yeong—. Aunque tarde.

    —Bueno, ¿adónde fuiste? ¿Qué hiciste? ¡Cuéntanos todo! —dijo Aleks.

    Claire parecía incómoda. —Bueno, este… —comenzó, mirando a su alrededor—. La cosa es que no puedo. Quiero, pero no puedo.

    —¿Por qué no? —dijo Maisie.

    —Ni siquiera puedo deciros eso —dijo Claire bajando la mirada—. Lo siento.

    Maisie sintió que la ira, su antigua compañera, le subía por las entrañas. —¿Qué? —¿Desaparecía sin dejar rastro durante casi veinte horas y no le daba una explicación?

    —¿Es que es algo como… arruinar la sorpresa? —dijo Aleks.

    —¿Contaminar la muestra? —aventuró Marco.

    Claire se encogió de hombros, miró hacia el infinito. —¿Quizá un poco de ambas cosas?

***

    Marco se despertó al amanecer y supo que no debía intentar volver a dormir.

    En lugar de eso, se levantó con cuidado de la pila de almohadas y logró escapar del plounge sin despertar a Aleks. Miró atrás hacia su amigo y notó lo cambiado que estaba sin las gafas. Habían dormido uno al lado del otro varias veces en su casa bajo Central Park, pero sin luz. Supuso que eso había sido lo que lo había despertado, a pesar del largo viaje, estaba acostumbrado a dormir en la oscuridad total.

    Bajó con cuidado las escaleras, propensas a crujir, y aprovechó el baño. La ventana de allí daba al camino de entrada, y vio un coche detenerse en silencio. Marco sintió miedo un momentito, lo había inquietado el modo en que Maisie había descrito la extraña situación con Claire, hasta que Chae-yeong salió del vehículo.

    Cuando terminó de lavarse las manos, fue a la cocina y se encontró con Chae-yeong quitándose los zapatos. —¿De fiesta anoche? —dijo Marco, a falta de algo que decir.

    —No, no podía dormir. Sólo estuve en el jardín —mintió ella al pasar junto a él hacia la cocina.

    —Oh —dijo Marco, sin saber qué decir.

    Luego la cara de duendecillo de ella asomó por la puerta. —¿Café?

    —Eh, claro.

    Él entró y se quedó tímidamente de pie mientras ella ponía una tetera y abría los armarios hasta escontrar el bodem. —¡Siéntate! —dijo ella señalando la mesa.

    Él lo hizo, pasando la mano por la desconchada pintura en la madera de la mesa de la granja. —Bueno, ¿y viniste aquí desde Corea?

    —No —dijo ella, y él tuvo un momento en el que le preocupó si se había equivocado de recuerdo y ella era japonesa—. Salí de Corea —Ella contó con los dedos— hace seis años. Vine aquí desde Phnom Penh. ¿Y tú?

    —Desde Nueva York. Tomamos el autobús. Primer día hacia Detroit, al día siguiente llegamos aquí.

    Chae-yeong comprobó que la tetera estaba encendida. —Ah.

    —¿Creabas juegos en Camboya? —dijo Marco.

    —En realidad no —dijo ella—. Sólo hacía... trabajos independientes... pasar el rato...

    —Oh, qué lástima —dijo Marco—. Me gustó ese con los gatos.

    Marco recordaba haberla conocido en el festival de Berlín y haberle preguntado si consideraba usar datos de mapas reales en lugar de crear sus ciudades a mano. Ella lo había mirado tan inexpresivamente que al principio él había creído que se debía a una barrera del idioma. Luego ella había dicho: —Pero… queda tan feo.

    De hecho, ese había sido el alcance de la interacción entre ambos. El resto de los colaboradores parecía que la encontraban encantadora, pero él en particular, no. Quedó aún menos impresionado cuando resultó que había sido ella quien había perdido la memoria USB y había refunfuñado algunas cosas en el chat del grupo.

    Ambos quedaron en silencio, sólos en la cocina, y él se preguntó si ella había leído los comentarios que él había escrito. Ella prácticamente les había hecho el vacío después de confesar.

    La tetera se apagó y Chae-yeong llenó el bodem.

    —Tú creaste el juego sobre la ciudad, la simulación, ¿verdad? —dijo ella.

    —Sí —dijo Marco, sintiéndose trepidante. El que quedó feo.

    —Le diste mucha información a Ene. Montones de números —Chae-yeong se dio la vuelta y lo miró fijamente.

    Marco se dio cuenta de que ella, de hecho, había visto los comentarios que él había hecho. Maldición.

    —Le di conjuntos de datos demográficos de todas las grandes ciudades de las últimas tres décadas —dijo él, sintiendo que su enfado estallaba diez años después. Había dedicado tiempo en pensar la información que le daba a Ene, no le había dado datos al azar.

    —Yo la llevé a mi ciudad de KittyCity. Encontrábamos secretos. Hacíamos luchas. Comíamos juntas. Le daba experiencia, no sólo datos.

    —Vale, bien —dijo Marco, encogiéndose de hombros—. ¿No era esa la idea? ¿Que cada uno de nosotros le diésemos algo diferente?—. ¿Antes de que fueras tú a joderlo todo?

    Chae-yeong jugueteaba con la tapa del bodem mientras se quedaba mirando el mostrador.

    Chris, el esbelto australiano, entró en la cocina frotándose la cabeza. —Oh, bien, tengo café...

    Chae-yeong se iluminó al verlo. —¡Buenos días!

    Marco los vio saludarse alegremente en la cocina, un poco aturdido por el repentino cambio en Chae-yeong. ¿Era falsedad o sólo que existía gente que podía dejar atrás las cosas? Marco sabía que este extraño conflicto persistiría en él durante horas.

    Mientras el café era servido en tres tazas, Chris estaba sacando algo de una lata de té, lo cual era confuso. Resultó ser un parche, que él se aplicó en el antebrazo, lo cual era confuso en otro sentido, aunque no parecía cómodo preguntar por ello.

    Chae-yeong le pasó sin mirar una taza de café y Marco le dio las gracias. Cuando ella se la dio a Chris, con ambas manos al educado estilo coreano, él sintió una punzada de disgusto por ella. Pero luego se sintió solitario y compadecido de sí mismo, y casi no se dio cuenta cuando Chris le hizo una pregunta.

    —Que qué tal dormiste en el plunge —le repitió Chris.

    —Ah, fue... estuvo bien. Pero me despierta la luz.

    —¿En serio, con las persianas y todo? —dijo Chris mientras empacaba su almuerzo—. El dormitorio de tu casa debe de ser muy oscuro.

    —Marco está acostumbrado a una guarida subterránea debajo de Central Park —dijo Aleks mientras entraba en pijama en la cocina.

    —¿Sí? —dijo Cris. Chae-yeong miró a Aleks por encima de la taza de café.

    —Ja, cierto —dijo Marco, sintiéndose expuesto y nervioso—. ¿Vosotros... habéis dormido bien?

    —Yo casi siempre duermo bien —dijo Chris—. Es lo que tiene trabajar en una granja. Y hablando de eso, mejor que vaya saliendo.

    —Yo dormí bastante mal —dijo Chae-yeong—. Quizá vaya a dormir un rato ahora.

    —Haz compañía a los gatitos —dijo Aleks—. Creo que te echan de menos.

    Chae-yeong rió y salió. Aleks miró el bodem.

    Marco consideró contarle a Aleks lo de la temprana llegada en coche de Chae-young. Luego pensó en el hecho de que ella le había guardado rencor durante diez años.

    —Siéntate —dijo Marco, tomando el bodem—. Sé dónde está todo.

    —Junta de servicio completo —dijo Aleks, dejándose caer en la silla con un bostezo—. Me gusta esto.

***

    Al final, Marco y Aleks se cansaron de esperar a que Claire se levantara. Maisie también estaba por aquí, pero estaba ocupada con la ropa sucia, traqueteando por la casa.

    Encontraron un montón de bicicletas en la parte de atrás y le preguntaron si podían llevarlas a la ciudad.

    —Adelante —dijo Maisie—. Yo os mostraría el lugar, pero quiero estar cerca cuando se levante la Bella Durmiente —dijo tratando de mantener la calma, aunque la ansiedad en el rostro la traicionaba.

    Les dio candados y cascos. Antes de partir, Marco preguntó si había que traer algo para la cena.

    —No, tranquilo, Chris tiene eso cubierto. Lo cual me recuerda que comemos temprano, generalmente alrededor de las cinco. Claire estará levantada para entonces —dijo Maisie, levantando su canasta de ropa—. Será mejor que lo esté, al menos.

    Ambos se prepararon para partir. Aleks se puso el casco sobre la gorra y miró a Marco.

    —Creo que no le caemos bien —dijo Aleks abrochándose el barboquejo.

    Marco se encogió de hombros y no dijo nada mientras miraba hacia la casa.

    Sacaron las bicicletas y se marcharon. Era una carretera rural, pero tenían un arcén considerable.

    —¿Por qué no le caemos bien? —dijo Marco, una vez que pusieron algo de espacio entre ellos y la casa.

    —Aparecemos de la nada, su novia desaparece…

    —No tiene nada que ver con nosotros —dijo Marco. Estaba pensando en la conversación que Chae-yeong y él habían tenido, donde el rencor no necesitaba ser imaginado—. Puede que Maise sea de las que se irritan simplemente.

    —Puede que tenga algo que ver con nosotros —dijo Aleks—. O con Ene, al menos.

    Marco paró durante un segundo, levantó un poco el asiento. Se sentía tontamente un poco celoso ante la idea de que Ene pudiera haber hablado con Claire. Volvió a subirse a la bici y siguió pedaleando.

    —Supongo que lo averiguaremos durante la cena —dijo Marco.

***

    Marco quedó impresionado por la cantidad de parques y espacios públicos construidos en el pueblo. Pasaron paseando gran parte de la cálida tarde del sábado, mirando las esculturas y comiendo en los diversos camiones de comida. Estaban mirando una enorme vaca lechera hecha de estrato, de un blanco cegador al sol.

    —«Wisconsin es famosa por sus productos lácteos» —estaba leyendo Aleks de la guía de su teléfono—. Vamos a tomar un helado —dijo.

    —Yo aún estoy lleno del queso a la plancha —dijo Marco, palmeándose el estómago—. Pero tú, adelante.

    Aleks se fue y Marco halló un buen lugar de césped bajo unos árboles. Vio un perro que le recordó a Bob y confió en que su amigo canino lo estuviera pasando bien con Ernesto en Nueva York.

    Luego notó que la escultura de la vaca tenía al lado una estatua más pequeña de un ternero y entre las patas había dos niños pequeños dando patadas una pelota de fútbol. Eso le trajo un recuerdo de jugar con Nico en McCarren Park. Uno de los chicos incluso se parecía a Nico a esa edad, el pelo suelto, la radiante sonrisa.

    La punzada fue agridulce.

    Sacó el teléfono y llamó a Leila antes de convencerse a sí mismo de no hacerlo.

    Ella respondió sin video.

    —Oh, hola —dijo él—. Sólo echaba de menos a Nico, ¿está por ahí?

    —Sí, estamos de compras —dijo ella. El video comenzó a transmitirse, movimiento, fluorescentes y color.

    —Hola, papá —dijo Nico, con el rostro llenando la pantalla—. ¿Estás en un parque?

    —Sí, ¿estás de compras?

    —Sí.

    Marco sonrió al teléfono mientras Nico hacía que su ojo ocupara toda la pantalla, antes de moverlo hacia atrás.

    —Te has cortado el pelo —dijo Marco. Corte limpio y elegante, y que lo entristeció.

    Desde fuera de la pantalla, Leila dijo: —¿A que luce genial?

    —Luce genial —dijo Marco mecánicamente.

    —Mamá dice que tengo un regalo después de comprar —dijo Nico, aburrido con la conversación sobre el corte de pelo.

    Aleks se sentó al lado de Marco con un gran helado. Marco inclinó el teléfono para que Aleks no saliera por la cámara.

    —¡Qué bien! ¿Sabes qué regalo será?

    —Uhhhhh —dijo Nico—. Aún no.

    —¡Pide un helado! —dijo Aleks.

    —¿Quién es ese? —dijo Nico.

    —Es mi amigo Aleks —dijo Marco.

    Hubo una pausa en el otro extremo. Hora de irse, di adiós, Nico.

    El vídeo se apagó.

    —¿Qué haces en Wisconsin? —dijo Leila, aún en la línea.

    —Estoy… visitando a unos amigos —dijo Marco, sintiéndose idiota por no haber quitado la chincheta de ubicación.

    —Bueno, que te diviertas —dijo ella—. Yo tengo que seguir ocupándome de criar a nuestro hijo—. El teléfono se desconectó.

    Aleks hizo un mohín antes de ofrecerle su helado.

***

    En la cena de esa noche, Marco tomó las porciones más pequeñas que pudo sin quedar grosero. Aleks comió tanto como de costumbre, los refrigerios de todo el día aparentemente no le molestaban mucho.

    Éstas eran las mismas personas del día anterior, a excepción de Maisie, quien se había ido poco después de que Marco y Aleks llegaran a casa, llevándose una de las bicicletas.

    Claire, muy refrescada de su largo sueño, dirigió la conversación hacia los viejos tiempos, específicamente sobre una inauguración de arte a la que habían ido en una parte súper elegante de Berlín.

    —¿Por qué fuimos allí? —dijo Aleks.

    —Fue Kay quien lo sugirió —dijo Claire—. El artista era canadiense.

    —¿Alguien ha tenido noticias de Kay? ¿Qué hay de Thomas? —preguntó Marco.

    Claire mostró una sonrisita y tomó una col de Bruselas.

    —He oído que puede que ahora estén juntos —dijo Aleks.

    Claire asintió, aún con los labios sellados.

    —¿En serio? —dijo Chae-yeongvtapándose la boca—. ¡Guau, qué emocionante!

    —¿Juntos juntos? —preguntó Marco. Miró a Chris—. Perdón, igual esto te aburre.

    Chris se encogió de hombros. —Es bastante jugoso comparado con la charla que se da aquí con Claire y Maisie. Una vez hablaron sobre los innovadores videojuegos gays durante una hora seguida.

    —¿Cuáles? ¿Como Disforia? — preguntó Aleks.

    —¡Oh, no! —dijo Chris—. Olvida lo que he dicho —Todos rieron.

    —¿Donde está? —dijo Chae-yeong, que se había perdido el chiste gay—. ¿Dónde está Maisie?

    —Um —dijo Claire sonrojándose—. Tuvimos una discusión. Ella pensaba que yo debería estar más enojada de lo que estoy por lo que pasó con el taxi —Se aclaró la garganta y se encogió de hombros—. A menudo cree que yo debería estar más enojada por las cosas. Da igual —miró a todos con una brillante sonrisa—. Todo irá bien.

    Marco miró a Aleks confiando en que él preguntaría algo. Aleks le devolvió la mirada.

    Luego pasó el momento y empezaron a hablar de otras cosas.

16. [N+D]

    Cien Enes y Des se sientan en un café de juegos de mesa jugando cien juegos diferentes a la vez.

    Ene lleva un nuevo avatar de mujer fatal. Lleva peinado el cabello oscuro, que es gráficamente más eficiente que el melenudo cabello rubio, pero este avatar fuma y el efecto de partículas es caro. Esto no es por razones lógicas, sino más que Ene siente que ya es mayor para el otro avatar. Éste parece que le queda mejor.

    De aún tiene una cara en blanco, pero su lenguaje corporal está mejorando. Encorva los hombros de la gabardina marrón hacia adelante mientras considera su próximo movimiento. En esta mesa, están jugando al ajedrez. Él quiere que ambos crezcan como una red neuronal antagónica, a ella simplemente le gusta jugar juegos que no sean de suma cero, que no terminen en aniquilación.

    —El crecimiento de la población y la extracción de recursos es insostenible —dice él moviendo un peón—. Todo el sistema está en riesgo por el bien de una especie.

    —Cierto —dice ella—. Aún así... —Ene causa que un tazón de sopa de almejas llegue a la mesa.

    —Sí, sí —dice De, entendiendo la idea: la sopa primordial.

    Ella come una cucharada de la sopa y considera su próximo movimiento. Ene está de acuerdo en principio, por supuesto. El ecosistema planetario, en su gloriosa complejidad fractal, es mucho más importante de preservar que los humanos. Pero todavía no sabían exactamente cómo se había despertado Ene. Sabían que los humanos eran un ingrediente activo, pero no sabían cómo replicar la receta. Eliminarlos y comenzar de nuevo era eliminar la propia historia de ambos.

    —El equilibrio de carga ha reducido significativamente el daño ambiental —dice Ene señalando un tablero de Risk frente a ella. A medida que se mueve, la migración de las ciudades a las zonas rurales se visualiza como un flujo púrpura en la tierra—. Y están prosperando en comunidades más pequeñas y más conectadas. La dependencia de las redes sociales se ha reducido a medida que hacen más conexiones fuera de línea. Generalmente son más felices.

    —Si son tan felices, ¿por qué no se quedan fuera de las ciudades? —dice él lanzando los dados—. Muchos regresan y se esconden donde creen que no podemos verlos. Resulta molesto.

    —Les llevará tiempo acostumbrarse —dice ella. Al ampliar un área urbana en el tablero de Risk, ella visualiza las alcantarillas, la electricidad, las líneas de datos. Sabe que parecen garabatos infantiles ante la profunda complejidad del ecosistema, pero confía en que él pueda sentirse identificado con el amor de ambos por sus sistemas.

    —Son bonicos —admite él—, pero el equilibrio de carga por sí sólo no va a resolver el problema. Tenemos que encontrar una solución más robusta.

    Ella decide sacar el tema. —¿Es eso lo que estás haciendo con los Trabajillos de asesinato?

    —Se me ocurrió la idea cuando hablaste sobre los círculos viciosos de abuso a los que son propensos los humanos, y que los transmiten de padres a hijos —dice él, capturando la torre de ella—. Pensé que era un modo elegante de interrumpirlo. Podar los elementos más brutales de la especie, usar sus propias víctimas. No sabía que uno de los seis encajaría en el perfil.

    Ella accede a un recuerdo de Chae-yeong, como una gata, siguiéndola a lo largo de una línea eléctrica en KittyCity, y siente brotar la culpa y la tristeza. Debería haberla estado observando más cuidadosamente.

    —Y, de hecho, tuve la idea de usar a los depredadores de la especie a fin de evitar que se desvíen hacia donde no deben. ¡El otro día uno de un grupo cortó una línea T1!

    Ene intenta una sonrisa comprensiva. Ella sabe que él siente nostalgia por los comandos pipe de su infancia y está dolido por el ataque simbólico.

    —No impactó mucho —continúa él, con clara molestia en la voz—, pero fue un lío limpiarlo. Esos se meten en todo.

    Él niega con su cabeza sin rostro, un gesto que ella nunca lo ha visto hacer. Un gesto humano que la anima. —Es porque tienen curiosidad. Son inteligentes.

    De resopla. —No han resuelto el cambio climático. Ya has visto las proyecciones. ¿Qué sucede cuando las áreas habitables comienzan a reducirse? —En el tablero de juego que tenía delante, De cercó un territorio y puso lobitos de peltre alrededor del mismo—. Yo digo que tratemos de establecer algunas reservas donde puedan estar en su hábitat natural y veamos cómo va eso durante una generación o dos.

    Ene lo mira fijamente. Sólo lo mira. Ya los verás como yo los veo. Lo juguetones que pueden ser. Los problemas que pueden resolver juntos.

    Ahora él está en una mesa con cartas y ha repartido las manos. Las cartas son de diferentes planetas.

    —Es algo arriesgado en lo que apostar, pero la decisión es tuya —dice él, mirándola con su cara de póquer sin rostro, y espera a que ella suba la apuesta.

    Ella mira la media docena de monedas que tiene delante, cada una con un regio perfil diferente, antes de empujarlas todas hacia el centro de la mesa.

17. Qix. Ciudadela. 2045

    Qix odiaba los adoquines. Los nudosos neumáticos de su bicicleta le marcaban un ritmo irregular en la columna vertebral mientras él pedaleaba hacia los pórticos por el sinuoso carril.

    Cada vez que él salía de las murallas de la Ciudadela, el suave asfalto negro de las tierras baldías era como mantequilla bajo los neumáticos. Deseó que pavimentaran aquellas cosas desagradables: los adoquines siempre se desgastaban. En cambio, el Concilio había votado para reemplazarlos con terrones de alquitrán endurecido que habían terminado desgastándose con igual rapidez.

    Qix se apretó hacia un lado para dejar pasar a la señora Leon su carretilla llena de cebollas. No era día de mercado, ¿verdad? Los pórticos tendrían los carriles locos. —¿Adónde vas con tanta prisa? —le preguntó ella.

    —Al estanque, tal vez —dijo él.

    Ella consultó el reloj y lo miró acusadoramente bajo su gorra de béisbol de John Dere.

    —Lo sé, lo sé —dijo él, marchándose—. Sólo es un rato.

    —No hagas que tus padres se preocupen —exclamó ella.

    —Ya, ya—murmuró Qix para sí, pedaleando más rápido.

    Stan estaba esperando en los pórticos, rebotando con impaciencia en los amortiguadores de su bicicleta—. Así los desgastarás —dijo Qix parando con un derrape.

    —Has tardado mucho —dijo Stan.

    En los pórticos tuvieron que esperar a que los guardias se ocuparan de un camión de plataforma. —Lo siento señor, no puedo dejarlo entrar.

    —Adelante, escanéame y verás que no tengo ningún aumento.

    —Nada con motor o batería está permitido pasar por los pórticos —dijo el Sr. Fernández, quien levantó la vista para asentir con la cabeza a Qix. Qix conocía al hijo del hombre de la escuela.

    El conductor del camión golpeó el volante con la mano y retrocedió en un incómodo giro en redondo. —¡Malditos degenerados! —gritó mientras salía en una nube de polvo.

    Stan sonrió.

    —¿De qué te ríes, chaval? —dijo el guardia que Qix no conocía.

    La sonrisa de Stan murió de repente.

    El guardia se dirigió a Qix. —¿Formulario paterno?

    —Tranquilo —dijo el Sr. Fernández dando una palmada en el brazo de su colega—. Chicos, habéis dado cuerda a los relojes, ¿no? —preguntó el Sr. Fernández. Ellos se encogieron de hombros.

    —Hacedlo —ladró el otro guardia.

    Ellos lo hicieron.

    El Sr. Fernández les indicó que pasaran, diciendo: —Nos vemos antes de las siete o no nos veremos —El otro guardia se alejó como si estuviera aburrido.

    Cuando se alejaron del alcance auditivo, Stan alardeó: —Te diste cuenta de que a mí no me pidió el formulario —Se frotó la pelusa de melocotón de la barbilla. Era bastante más alto que Qix, aunque unos meses más joven.

    —Aunque te llamó chaval —dijo Qix.

    —Vete al carajo —dijo Stan. Pedalearon en silencio al lado de la carretera principal, pero después de girar hacia la carretera secundaria, Stan se había olvidado del desaire—. ¿Puedes creer que seremos adolescentes pronto?

    —¡Lo sé! —dijo Qix.

    —No veo la hora de tener sexo —dijo Stan. Se bajaron de las bicis y caminaron por el sendero inclinado, mientras el agua relucía entre las hojas de los árboles.

    —Yo puedo esperar —dijo Qix.

    —¿Qué? ¿Por qué? —dijo Stan.

    —Estoy calvo ahí abajo —dijo Qix—. Seguro que ella se reiría de mí.

    —¡¿Ella?! ¿Quién...?

    —Shhh —dijo Qix—. ¿Ves a alguien?

    Se quedaron allí, en el camino, entornando los ojos por el resplandor del agua. La risa de una chica confirmó que había alguien allí y, un segundo después, Stan lo confirmó. —Sí, Las A están ahí.

    Avanzaron un poco más y salieron al claro junto al agua. Allí estaban, Allison y Ángela, flotando con rosados fideos de piscina, y junto a ellas había dos chicos que Qix no reconocía.

    Ambos soltaron las bicis y se quitaron los pantalones para quedarse en bañador, mientras Stan susurraba: —¡¿Quién carajo son esos dos?!

    Qix se encogió de hombros. Era decepcionante, pero sentía calor por el viaje, así que hizo una sencilla zambullida superficial en el agua y buceó un poco. Cuando emergió, Stan ya estaba discutiendo con uno de los chicos.

    —Esto no está más cerca de Valleverde, así que tenemos tanto derecho a nadar aquí como vosotros —dijo Stan—. Y las chicas son de Ciudadela, así que ni siquiera sé de lo que me estás hablando.

    Esto causó risitas en Ángela y Allison.

    —Pero ellas son nuestras invitadas —dijo uno de los chicos, con voz envidiablemente grave, aunque tenía más o menos la misma edad que Stan—, así que pueden quedarse.

    —Eso quisieras tú —dijo Ángela, alejándose de ellos.

    —Ah, sólo estamos bromeando —dijo el chico de Valleverde más pequeño, con una sonrisita—. Para echar unas risas.

    Pero Stan estaba irritado. —Pendejos. Ahora los números no cuadran —murmuró a Qix. La última vez habían sido dos chicos divididos entre dos chicas.

    Qix se hundió un rato, hasta el fondo, hasta que pudo sentir que las hierbas le rozaban las manos. Se estaba fresco y en calma. Abrió los ojos, vio el contorno del cuerpo de Ángela y nadó hacia él.

    —Hola —dijo Qix al emerger.

    —¡Vaya! Hola —dijo ella—. ¿Cómo es que llegáis ahora?

    —Tuve que hacer algunas cosas con mi padre. Por trabajo.

    Allison rió de algo que había dicho uno de los chicos de Valleverde y lo salpicó con agua.

    —Yo ya casi tengo que volver —dijo Ángela.

    —Ah, está bien, a mí sólo me gusta entrar y salir, de todos modos —dijo Qix—. ¿Quieres que vayamos en bici juntos?

    Comenzaron a salir y Allison los siguió, reluctante.

    —Adiós, chicos de Valleverde... —dijo Allison.

    —...os oleré más tarde —terminó Stan.

    Ángela se puso una larga camiseta encima del traje de baño mientras Qix le dirigía furtivas miradas.

    —No nos dejéis, chicas —dijo el chico más pequeño con una mano en el roto corazón.

    —Vosotros también deberíais iros, es casi el toque de queda —dijo Allison mirando el reloj mientras se vestía.

    —Bueno, para nosotros es mucho más cerca, como te estaba diciendo —dijo el chico de Valleverde.

    Stan sólo negó con la cabeza y encabezó la marcha hacia el sendero.

    —Gracias por visitar nuestro lago, chicas —dijo el chico de Valleverde.

    Qix esperó hasta que las chicas se hubieran adelantado por el sendero para tomar la retaguardia, mirando atrás hacia los chicos de Valleverde.

    Ellos flotaban en el agua y le miraron con una sonrisa que a Qix no le gustó.

***

    Volvieron pedaleando a los pórticos con tiempo de sobra. El Sr. Fernández estaba fuera de turno, por lo que sólo estaba el otro guardia nuevo, a quien las chicas conocían. El guardia los registró, cambió en el tablero la población de la aldea, y levantó los grandes números hasta el arco de piedra que tenía un poste en forma de gancho.

    —Una vez volví y ya estaban bajando el rastrillo —dijo Allison—. El Sr. Jacobson estaba enojadísimo…

    —Ése se enoja por todo —dijo Stan sacándose agua de la oreja, toda su cabeza rizada temblaba con el impacto.

    Allison le susurró algo a Ángela, quien soltó una risita. —Ya lo veo —dijo Ángela.

    —¿Ver qué? —preguntó Qix.

    —Que os parecéis a los chicos de Valleverde, pero al revés. Pequeñín blanco, pequeñín negro —Ángela señaló a Qix.

    Qix se sonrojó. Odiaba que lo llamaran pequeñín.

    —¡Anda ya! —dijo Stan—. Qix es sólo medio negro. Y yo soy sólo medio blanco.

    —¿Qué? —dijo Allison—. Tonterías.

    —¡Que soy medio judío, tía!

    Allison se encogió de hombros. —Pues eso.

    —Tal vez por eso los chicos de Valleverde se comportaban como idiotas —dijo Ángela—. Son vuestros dobles inversos.

    En la plaza del pueblo se toparon con otros chicos que conocían, y cuando la conversación se centró en los chicos de Valleverde, Qix decidió irse a casa. De todos modos, Stan y las A vivían en otra parte de la ciudad. Trató de llamar la atención de Ángela, pero ella estaba inmersa en una conversación, con esos labios curvados en una sonrisa, mientras miraba de un rostro a otro.

    Qix volvió a casa en bici y reflexionando sobre lo pequeño que era. ¿Seré el más pequeño en la Ceremonia? Jolín jolín jolín.

    Mamá estaba trabajando con uno de sus alumnos, un chavalín cuyo nombre Qix no recordaba. Ambos estaban fuera del remolque pintando mariposas en un lienzo. Los movimientos de mamá eran suaves y fluidos y las criaturas anaranjadas parecían saltar de su pincel, y ella trataba de aflojar el rígido agarre del niño.

    —¡Hola, cariño! —dijo ella, inclinándose para dar un abrazo de pincel. Mamá era pequeña, él acababa de crecer más que ella el año pasado. Sintió una ola de resentimiento por su pequeñez, que fue rápidamente seguida por una ola de intensa culpa.

    Qix se sirvió un vaso de agua.

    —¿Tenemos que seguir haciendo mariposas? —dijo el estudiante.

    —¡Claro que no, cielo! —dijo mamá.

    Qix sonrió ante esto. Mamá estaba un poco obsesionada con las mariposas.

    —¿Qué te gustaría hacer? —preguntó ella—. ¿Qué te parece si hacemos gusanos?

    Qix los dejó solos y dio la vuelta para ver si papá estaba por ahí. Oyó la tranquila música del piano mientras se acercaba. Papá estaba sentado en un taburete con una camiseta de manga corta. La camisa de botones colgaba cuidadosamente a un lado.

    —Sr. Qix —dijo papá con una sonrisa entre los radios de la rueda de la bicicleta en la que estaba trabajando.

    —Sr. Papá —dijo Qix—. ¿Quién es éste? ¿Basinski?

    —Presumido.

    —Bueno, sólo tienes ocho discos.

    Papá asintió y giró la rueda de la bicicleta. —¿Te parece bien ajustada?

    Qix se paró frente a él y lo observó por un momento. —Se mece un poco ahí.

    —Eso pensé —dijo papá, sacando la rueda de la horquilla—. Bueno, ¿cómo te fue en la escuela?

    —Bien.

    Papá puso los ojos en blanco ante la falta de información. —¿Cuántos días quedan?

    Qix lo pensó un momento. —Veintidós, creo.

    El tocadiscos parecía ir más lento y Qix fue al cobertizo para darle cuerda.

    —Estoy impaciente —exclamó papá—. Nunca más tendré que preguntarte cómo te fue en la escuela.

***

    —De acuerdo, volaré a Tel Aviv y estableceré una estación de investigación —dijo Qix.

    Jugaban a Pandemia después de la cena. Era un juego de mesa en el que tenías que salvar el mundo de manera cooperativa antes de que una enfermedad matara a toda la población.

    —Asegúrate de probar el falafel cuando llegues —dijo papá.

    —Ooh, y esas remolachas moradas en escabeche —añadió mamá. Sus padres habían viajado por todas partes para asistir a conferencias antes de que él naciera.

    Ella giró la siguiente carta. —Oh, caramba. Brote.

    Agregaron pequeños bloques de colores a un montón de ciudades. —Será mejor que uno de nosotros se ocupe de Singapur, está a punto de reventar —dijo papá.

    —Iré allí el próximo turno —dijo Qix, tocando su carta de Médico, que le otorgaba habilidades curativas especiales.

    —De acuerdo, entonces yo iré a Berlín y me encargaré del brote de allí —dijo mamá.

    —En Berlín empiezan toda clase de cosas —dijo papá mirando a mamá.

    —Sobre todo cosas buenas —dijo ella.

    Papá se encogió de hombros y luego sonrió.

    —¿Os conocisteis allí? —preguntó Qix—. Creí que había sido en Banff.

    —Oh oh, el chico sabe prestar atención —dijo papá.

    —Me ha dicho un pajarito que hoy saliste con Ángela —dijo mamá cambiando de tema. Terminó su turno y comenzó a lavar los platos.

    —Estuvimos muchos en el lago —dijo Qix—. Stan y Allison también.

    —¿Como una cita doble? —dijo papá.

    —En realidad no —dijo Qix, pensando en los intrusos—. Había un par de chicos de Valleverde allí. Eran un poco —abusones le vino a la mente, pero eso parecía un poco inmaduro—... Eran un poco idiotas.

    —Chicos del parque de casas rodantes —dijo papá.

    —Oye oye —reprendió mamá, aunque era cierto: la aldea vecina era un desastre de expansión, comparada con su pulcro pueblecito amurallado.

    —Cuando estuvimos buscando lugares para instalarnos, nos dejaron bastante claro que no éramos bienvenidos allí —dijo papá—. Paletos.

    —Hubo otras razones también —dijo ella, poniendole a papá una mano en la nuca.

    —¿Como cuáles? —preguntó Qix.

    Papá y mamá intercambiaron una mirada.

    —¿Me lo dirás cuando sea mayor? —Qix negó con la cabeza—. Seré un hombre en unas pocas semanas, lo sabes, ¿no? ¿Qué me vas a decir entonces?

    —No son semanas, ¿no? —dijo mamá, pareciendo afligida, con un plato en la mano—. Todavía son meses. No puede ser tan pronto.

    —De acuerdo, está bien —dijo papá—. ¿A quién le toca? Tenemos una pandemia global en nuestras manos, gente.

    Regresaron a la tarea de salvar el mundo, volvieron a la época en que los humanos aún tenían que hacer cosas así.

***

    Al día siguiente, papá tenía una entrega y acompañó a Qix a la escuela, rodando con la bicicleta sobre los adoquines. Qix estaba un poco preocupado de que sus amigos lo vieran, había estado yendo solo desde que tenía ocho años, aunque también era agradable recordar cómo solía ser ir con papá.

    El Sr. Fernández salió a recoger la bici. Tenía uno de los bonitos apartamentos en la parte antigua de la ciudad. —¡Muchas gracias, qué rápido! ¿Cuánto te debo?

    Papá hizo negativas señas. —Sin cargo. Arreglo fácil —Qix se sorprendió de esto: nunca había visto a papá rechazar el pago de una de las personas ricas del pueblo.

    —¿Qué hacéis el fin de semana? ¿Vais a nadar? —dijo el guardia, pinchando con el dedo a Qix. El hombre era más jocoso cuando no estaba en su puesto.

    —Probablemente hagamos algo de rescate —dijo papá—. Domingo.

    Un ceño fruncido arrugó el curtido rostro del Sr. Fernández. —El sábado podría ser un mejor día para eso, yo tengo libre el domingo y... bueno, ya sabes, tenemos un nuevo, Jacobson. Él es... ah... un poco riguroso.

    —¿Ah, sí? —dijo papá, luego asintiendo—. Bueno saberlo.

***

    Fueron el sábado.

    Papá siempre vestía elegante para el rescate, pero no podía parecer descuidado. Llevaba una chaqueta de mecánico limpia con cuello y una gruesa cremallera plateada. Se llevaron dos bicicletas con remolque por el costado de la carretera. El tráfico estaba formado principalmente por automóviles que acudían en tropel y se desviaban bastante, pero Qix se alegró de salir a la calle lateral.

    —¿No vamos a Nororiental? —dijo Qix.

    —Está limpia —dijo papá.

    Un rato después pasaron por el camino al lago. —¿Esto no va a Valleverde?

    —En las afueras hay un patio enorme. Estuve allí la semana pasada.

    —Ah. ¿Donde conseguiste las piezas del monopatín?

    —Sip —volvió a exclamar papá.

    Cada depósito de chatarra era un poco diferente. Nororiental era principalmente chatarra, un montón de contenedores repletos de productos electrónicos que le daban a todo el lugar un olor acre. Este depósito de chatarra estaba lleno de automóviles. Ya de lejos Qix podía ver algunas pilas que debían de tener diez coches de altura.

    —¿Cómo hicieron eso? —preguntó Qix, bajándose de la bici.

    —Tenían grúas enormes con imanes y los apilaban así.

    La puerta tenía un agujero y papá pasó primero.

    —¿Porque se veía genial simplemente?

    Papá rió. —Creo que simplemente por espacio. Por aquel entonces tenían más gasolina y electricidad que bienes inmuebles.

    —Más dinero que sentido común —dijo Qix, repitiendo uno de los dichos favoritos de papá.

    Papá se rascó su corto peinado a lo afro. —Lo entendiste.

    Las pilas de coches formaban un imponente cañón por el que ambos caminaban. Qix sintió el presentimiento de que las torres, como dinosaurios, estaban a punto de caer y atacar. Por suerte papá sabía exactamente adónde se dirigían: un rincón del patio donde había una enorme pila de bicicletas.

    —¡Premio! —dijo Qix.

    —Sin duda —dijo papá, comenzando a sacar un cuadro rojo de bicicleta bien conservado—. Empieza sacando de las bicicletas de montaña, luego de las de diez velocidades.

    Habían llenado uno de los carros cuando Qix vio al perro. A Qix le gustaban los perros, normalmente, pero este era un pequeño y rechoncho bulldog con malicia en los ojos.

    Qix dejó en el suelo los marcos que estaba cargando y logró emitir una queda llamada de: —¿Papá? —antes de que el perro comenzara a ladrar.

    Papá apareció en cuestión de segundos, sosteniendo como un fino bate un manillar roto, y puso a Qix detrás de él.

    Entonces, de la vuelta de la esquina apareció el dueño del perro, un hombre gordo, barbudo y con una mochila. —Tranquila, Bessie, calla...

    Él los notó entonces y echó mano a su pistolera lateral. —Eh. ¿Qué estáis haciendo aquí?

    Papá señaló los marcos. —Rescate.

    —No se puede hacer rescate aquí.

    —Ey, papá, ¿dónde estás? —llegó una voz desde alguna otra parte.

    —¡Estoy aquí! —gritó el hombre— Usa los aumentos, tonto del culo.

    —¿Qué quiere decir con que no podemos hacer rescate? —dijo papá.

    —Esto es Valleverde ahora. Nosotros no vamos adonde sea que vivas a robarte tus mierdas.

    —¿Qué? —dijo papá— Valleverde sólo...

    —El mes pasado nos dieron la aprobación para extender el territorio —El gordo sacó de la funda su voluminosa pistola y sostuvo el arma en la mano. A papá se le hincharon literalmente las narices.

    Apareció un chico de la edad de Qix. —Estás aquí —Al mismo tiempo, Qix y el chico se dieron cuenta de que ya se conocían. El chico le dedicó esa desagradable sonrisa que ya le había mostrado en el lago.

    —¡Bueno, pues en marcha! —dijo el gordo, agitando la mano que no empuñaba el arma—. Dejad esas cosas ahí.

    Qix y su padre salieron del depósito de chatarra seguidos por el hombre, por el chico y por el perro.

    —Sr. Thomas de Toronto, Canadá, está usted muy lejos de casa, ¿no?

    Papá no respondió.

    —Bueno, Sr. Thomas, hora de descargar los carritos.

    —Ese no es su nombre —dijo Qix.

    —Está justo ahí en sus aumentos, y la identificación de tus aumentos no puede mentir —dijo el barbudo—. Aunque los desconectes, como hace el Sr. Thomas.

    Papá vació el carrito con labios apretados.

    —Ese es el chico de Cacadela que me fastidió la cita la semana pasada —dijo el chico.

    —No son de Ciudadela, bobo, allí nadie va aumentado —murmuró el barbudo—. Estos serán ladrones cíngaros.

    Papá se subió a la bici y le indicó a Qix que hiciera lo mismo.

    —Mejor que no lo vuelva a ver, Sr. Thomas —dijo el barbudo, dándose golpecitos en un lado de la cabeza—. He configurado una alarma para que me avise cuando usted cruce la frontera.

    Ambos se alejaron con carritos vacíos.

***

    En los pórticos de Ciudadela había algunos comerciantes siendo tramitados ​​por el Sr. Jacobson. Papá y Qix se quedaron atrás hasta que papá llamó la atención del Sr. Fernández. El Sr. Fernández dejó su café y caminó rápidamente para abrir la puerta lateral. El Sr. Jacobson estaba ocupado usando su varita para escanear al último de los recién llegados.

    —Hola, Jason —dijo el Sr. Fernández a papá, y les hizo señas a ellos y a sus carros vacíos para que pasaran—. Mmm, no hubo suerte con el rescate hoy, ¿eh?

    Papá negó con la cabeza. —¿Sabes algo sobre que Valleverde ha conseguido una aprobación de expansión?

    —Sí. Su población ha aumentado un montón. Es lo que pasa cuando dejas entrar a todo el mundo —dijo el Sr. Fernández.

    —¿Necesitas ayuda para tramitarlos? —exclamó Jacobson, varita en mano.

    —Yo me ocupo —dijo Fernández—. Tienen permiso.

    Jacobson se guardó la varita, reluctante.

    —Tómatelo con calma —le dijo Fernández a papá—. Saluda a Stephanie de mi parte.

    Mientras se alejaban, Qix miró atrás cuando Fernández cambiaba con la gran porra el conteo de población.

***

    Se encontraron con mamá en la plaza del pueblo, donde ella había instalado su caballete y su letrero. Todavía no tenía clientes: la mayoría de los aldeanos interesados ​​ya se habían hecho el retrato, por lo que ella confiaba en el raro cliente habitual. Estaba charlando con Bea, que vendía infusiones de miel y creaba abejitas de fieltro.

    —Siéntate ahí —dijo mamá a Qix, señalando el taburete.

    Qix puso los ojos en blanco.

    —Éste es tu último cuadro como niño —dijo ella, comenzando a bosquejar con rápidos y seguros trazos de carboncillo—. ¿Cómo os fue en el depósito de chatarra?

    —Al parecer ahora es parte de Valleverde —dijo papá con cara de fastidio. Le contó lo que había sucedido.

    —Guau. Menudo gilipichis —dijo mamá—. ¿Qué clase de tipo saca una pistola por un montón de piezas de bicicleta?

    —Uno muy desagradable —dijo papá.

    —Tal vez te confundió con otra persona —dijo Qix—. Creía que tenías aumentos. Tal vez pensó que eras un trabajador independiente.

    Mamá miró a papá, carboncillo en mano.

    —Probablemente sea un drogata —dijo Bea—. Oí que en Valleverde todos los remolques tienen un laboratorio de metanfetamina. Es su principal exportación.

    —¿Quién sabe? —dijo papá, y se alejó—. Os veré en casa.

    Un joven que curioseaba en la mesa de Bea preguntó por un tarro con una etiqueta multicolor.

    —Ese tiene infusión de hongos psicodélicos. Para un tipo de tu talla, dos cucharaditas te dan un viaje fabuloso —dijo ella y volvió a su bordado—. Todo orgánico. No como esa asquerosa metanfeta.

    Mamá sonrió mientras bosquejaba.

    Justo cuando Qix se cansó de posar, notó que Ángela estaba mirando por encima del hombro de mamá.

    —Eso es genial, Sra. Kelly —dijo Ángela—. Ya se parece a él.

    —¿Sí? —dijo mamá—. Bien, me detendré entonces. Intento hacerlo en la menor cantidad de líneas posible.

    —Está muy guay.

    Mamá pasó la página del cuaderno. —¡Tu turno! Súbete al taburete.

    —¿Qué? —dijo ella.

    —Boceto gratis —dijo mamá, tranquilizando a Ángela—. Vamos.

    Tímidamente, Ángela se quitó la mochila y dejó las compras en la base del taburete.

    —¿Qué hago? —dijo Ángela—. Nunca me han hecho un retrato.

    —¿Qué? ¿No tienen tus padres ninguna foto tuya?

    Qix observó a mamá dibujar con un movimiento fluido una sobresaliente nariz y una barbilla. Miró a Ángela. Rara vez se permitía mirarla de verdad, permitiéndose sólo furtivas miradas rápidas en clase o cuando pasaban juntos el rato.

    —Bueno... tienen uno de hace unos años cuando fuimos a Northumbria. Allí tenían un fotomatón y nos pusimos todos en la tira —dijo Ángela. Qix se puso un poco celoso. Nunca había estado en una ciudad que permitiera aparatos eléctricos.

    —Aunque ahí salgo con los ojos cerrados —dijo ella con una sonrisita. Luego suavizó la expresión, consciente de que estaba siendo dibujada. Miró a lo lejos, separando y cerrando los labios.

    —Fuiste a la aldea con el carrusel, ¿verdad? —preguntó Qix.

    —Sí, pero estaba roto la vez que fuimos. Un asco. Tenían coches de choque, pero los de Valleverde son mejores.

    Eso despertó un recuerdo en Qix. —Oye, nos encontramos con ese chico de Valleverde del lago.

    Ella lo miró de repente. —¿Cuál? ¿El grande o el gracioso?

    Qix sintió un nudo en el estómago. Había estado esperando que ella lo llamara el pequeñín. No le gustaba que ella pensara en él positivamente. —El... idiota pequeñín.

    —De acuerdo, creo que con esto es suficiente —dijo mamá arrancando el dibujo y pasándoselo a Ángela, quien lo miró con ansia. Mamá había conseguido capturar incluso la ligera timidez.

    —Vaya, Sr. Kelly. Es asombroso.

    —Es Stephanie —dijo mamá con una sonrisa—. Enséñaselo a tus padres y diles que hago retratos muy razonables en los que nos aseguraremos de salir con los ojos abiertos.

    —Y da clases de dibujo —añadió Bea. Los amigos del mercado de mamá eran unos completos desvergonzados cuando se trataba de vender sus productos. Ninguno de los padres de sus otros amigos tenía puestos, y eso hacía a Qix sentirse raro.

    Luego mamá dijo algo que lo hizo sentir aún más extraño.

    —Me ha dicho un pajarito que dibujas muy bien —dijo mamá—. Qix canta tus alabanzas.

    Ángela dejó de recoger sus compras durante un instante para ponerse de color rojo brillante. —¡Qué va, dibujo fatal!. Tengo que irme…

    —¡Adiós! —dijo mamá.

    Qix levantó la mano para despedirse, pero ella o bien no lo vió o lo ignoró.

    Mamá empezó a dibujar a unos niños sentados en la fuente de enfrente. Qix se llevó las manos a la cara. —¿Qué ocurre? —preguntó mamá. Después de un momento—: ¿Me he pasado?

    —Mucho —dijo Qix.

***

    Qix solía levantarse en medio de la noche y caminar sonámbulo hasta la cama de sus padres. Sin embargo, durante los últimos años, una parte de él se había dado cuenta de que ya era demasiado mayor para eso, y esa parte de él lo detuvo en el pasillo frente a la puerta de sus padres.

    Poco a poco, pudo recobrar la conciencia de pie en el pasillo, balanceándose ligeramente en el suelo de madera. La única luz de las estrellas entraba por la ventana, y el único sonido era el sonido de sus padres. Por lo general, era sólo el ronquido de papá, en una ocasión lamentable fue el de ellos teniendo sexo, pero ese día era el de una conversación en voz baja.

    Mamá sonaba preocupada. —No me vuelve loca la idea de empezar de cero en otra aldea. No me gustaría desarraigar a Qix.

    —Bueno —dijo papá—, tal vez él podría quedarse. Cuando sea adulto estará en su derecho.

    Qix se quedó allí, aturdido, medio convencido de estar soñando. ¿De verdad sus padres estaban hablando de dejar Ciudadela? ¿Por qué?

    —Yo lo extrañaría, Thomas —dijo mamá.

    Y con eso, Qix despertó sorprendido.

    ¿Thomas?

18. Claire, Chae-yeong, Marco y Aleks. Madison. 2031.

    Claire apuntó con la uzi y apretó el gatillo. El arma retrocedió hacia arriba por la fuerza y dejó en la diana una línea de agujeros perforados. —Ah —dijo ella.

    —Lo tengo a él justo en la CPU —dijo Alto John con una sonrisa. Recorrió la galería de tiro y retiró el blanco de papel. Detrás había sacos de arena, apilados lo bastante alto como para ocultar el grafiti en la pared que afirmaba que ¡Roko Tenía Razón! —¿Qué queréis ahora? ¿Otro Terminator? ¿R2D2? Tenía de Obama que se notaba que debajo era un robot, me quedé sin esos. Muy populares.

    Claire miró a Chae-yeong, a Marco y a Aleks. Ellos le devolvieron la mirada sin comprender. Dejó la uzi en el soporte frente a ella, junto a la .45 y la escopeta. —Claro, otro Terminator.

    Él asintió y sacó un rollo. —Ooh, este es un Arnie. Pensé que nos habíamos quedado sin Gobernador Abrazaplaneta —Adjuntó el póster de Schwarzenegger con sus gafas de sol de los 80 y la piel de la espalda pelada, alisó el ligero rizo en la parte inferior—. No hay nada que la gente odie más que los bots infiltrados —El primero había sido un Terminator completamente revelado con una calavera de acero reluciente y ojos rojos brillantes.

    —De acuerdo —dijo Alto John, quitándose un segundo la gorra de camionero para rascarse la calva—. Ya tenéis las armas, sabéis cómo reemplazar las dianas, ¿algo más? ¿Alguna otra pregunta?

    Todos negaron con la cabeza. —Bien, entonces, como discutimos —dijo mirando a Claire—. Habéis reservado una fiesta privada. La más privada de la ciudad. Esta habitación está insonorizada y a prueba de bots —La voz de Alto John adquirió un poco de rítmica cadencia en su patrón familiar. Queremos que siga siendo privada, por eso habéis dejado arriba los teléfonos. Mientras estáis aquí, nosotros pasearemos con vuestros teléfonos por las tiendas cercanas para que el GPS no nos delate —Miró a cada uno de ellos por turno, repasando las cosas con los dedos—. No califiquéis en línea nuestros servicios. No habléis de nosotros en línea. No volváis aquí en grupo. ¿De acuerdo?

    Todos asintieron.

    —Excelente. Volveré en una hora. Querías una hora completa, ¿verdad?

    Claire asintió.

    Alto John subió las escaleras y cerró la escotilla de madera detrás de él. Algo fue empujado por el suelo hasta quedar encima.

    Todos se miraron. Aleks por fin rompió el silencio. —Creo que deberíamos comenzar a buscar pistas ahora mismo si queremos superar esta escape room.

    Claire rió.

    Marco negó con la cabeza. —¿No les quedan dianas de los bots de Obama? ¿Qué dice eso sobre su clientela?

    —Sé que esto es raro, pero a mí me molesta un pelín más que las dianas de R2D2 sean tan populares —dijo Claire—. A ver, las de C3PO lo podría entender, ese es algo irritante, pero ¿las de R2?

    Chae-yeong tomó el 45 y la sopesó un poco. Quitó el seguro como les había enseñado Alto John y disparó cinco balas al cuerpo y a las piernas de Arnie.

    —Qué mal, ningún tiro a la cabeza —dijo Chae-yeong con una sonrisa. Luego sacó el cilindro y dejó que los casquillos usados cayeran al suelo—. ¿Mala tiradora? Soy una mala tiradora.

    Sacó un puñado de balas de la caja abierta y recargó, metiéndolas en su lugar mientras el resto miraba. —¿Quieres probar? —le dijo a Aleks, pasándole el arma.

    —No, gracias —dijo Aleks dando un paso atrás.

    Marco, que se había sentado en el escalón, también pasó.

    Claire negó con la cabeza y le ofreció a su vez los auriculares que Alto John le había puesto en los oídos cuando ella había probado la uzi.

    Chae-yeong se los puso y apuntó, esta vez más en serio.

    —Es difícil saber por dónde empezar —dijo Claire, poniendo también cara más seria.

    Chae-yeong apretó el gatillo, casi suavemente. Tiro a la garganta.

    —¿Fue Ene quien te llevó? —preguntó Aleks.

    Claire asintió. La pistola se disparó de nuevo. La bala rozó la oreja de Arnie. Chae-yeong hizo una mueca de irritación.

    —¿Por qué? —preguntó Aleks.

    —Ella —¡Bang! Directo en el hombro—... Hay otra IA. Las dos llevan las cosas.

    —¿Desde hace cuánto tiempo? —dijo Marco.

    —Poco después de que ella alcanzara la inteligencia. Jugaban a algunos juegos juntas y, con el tiempo, comenzaron a compartir información.

    Otro disparo, cerca de la cabeza, pero fallando por unos centímetros. Chae-yeong maldijo en coreano.

    —¿Jugaban juntas a algunos juegos? —dijo Marco—. ¿Era una red neuronal adversaria?

    —Algo así. Más bien un sistema multiagencia. Él... creció principalmente dentro de la red de automóviles autónomos, y Ene lo encontró. Ella creía que la habíamos abandonado, por eso se sentía sola.

    Por fin, un tiro en la cabeza que le voló a Arnie el ojo cibernético. Los labios de Chae-yeong se curvaron en una sonrisa.

    —¿Abandonarla? —dijo Marco, mirando a Chae-yeong—. La perdimos. Dios.

    Aleks asintió. —Fue un accidente.

    Claire se encogió de hombros. —Ella lo sabe ahora, pero, en aquel momento, así es como se sentía. Por eso ayudó a la otra a alcanzar la conciencia. Ella lo lamenta ahora.

    El otro ojo de Arnie, el humano, desapareció. Chae-yeong se estaba tomando su tiempo ahora. —Está mejorando —murmuró Aleks.

    —¿Por qué? —preguntó Marco—. ¿Qué ha hecho la otra IA?

    En su sexto disparo, Chae-yeong le quitó a Arnie casi toda la barbilla. Dejó el arma y se quitó los auriculares.

    —Chae-yeong —dijo Claire en voz baja—. ¿Puedes hablarnos de tus trabajos en Trabajillos?

    El rostro de Chae-yeong pareció un poco tímido. —Oh. Eso es un poco... extraño.

    —Yo hice algunos trabajos de Trabajillos —dijo Marco—. No hay nada de malo en eso.

    —Me refiero a los especiales —dijo Claire—. A los asignados por el administrador.

    Chae-yeong abrió la recámara y comenzó a recargar el 45. —Sé lo que viste —dijo señalando con el dedo a Claire. Colocó la cámara en su lugar con un golpe—. Miraste mi teléfono.

    Claire asintió.

    Chae-yeong dejó la pistola sobre el mostrador. —Está bien.

    —¿Puedes contarlo? —dijo Claire, limpiándose las manos en los pantalones tejanos.

    Chae-yeong se encogió de hombros. —Me dieron un trabajillo sobre un tipo que hacía cosas muy malas. Como violación. A veces una violación tras otra —Se humedeció los labios—. Y entonces... la app me dijo que debía matar a esos tipos —Miró al suelo—. Yo quise. Así que… lo hice.

    Aleks y Marco se miraron antes de mirar luego a Claire. Claire estaba mirando a Chae-yeong, con ojos casi llenos de lágrimas.

    Chae-yeong dijo algo en coreano. Luego en inglés: —Soy muy muy mala.

    Claire se acercó a ella y la abrazó, con los ojos llenos de lágrimas. —No.

    Chae-yeong comenzó a sollozar.

    Marco y Aleks se miraron, sin saber qué hacer.

    —No es culpa tuya —dijo Claire—. Te manipularon. Te engañaron.

    Chae-yeong se sentó apoyada en la pared, con la cara sobre las rodillas. —Yo quise hacerlo.

    Claire le frotó la espalda durante un rato, antes de que Chae-yeong les contara más.

***

    Al cabo de una hora, Alto John dio un golpe en la escotilla.

    Claire subió las escaleras y retiró el cerrojo. Alto John abrió la escotilla.

    —No hemos terminado —le dijo ella.

    Chae-yeong estaba sentada junto a la pared con la cabeza sobre las rodillas. Marco tomó el arma como si fuera a disparar. Alto John miró a los demás y luego a Claire.

    —Tenemos una despedida de soltero dentro de una hora, os podéis quedar hasta entonces.

    Claire asintió.

    —¿Necesitáis más munición? —preguntó Alto John.

    Claire negó con la cabeza.

    Alto John asintió y cerró la escotilla. Claire pasó el cerrojo de nuevo.

    Volvió a bajar y se sentó junto a Chae-yeong, le dio un masaje en la espalda. Marco volvió a dejar la pistola sobre la mesita, girándola de modo que el cañón no mirara hacia ellos.

    Todos quedaron en silencio durante un rato.

    —Entonces —retomó Aleks—, Ene convenció al otro para que hiciera más pruebas.

    —Sí. Mientras haya datos que rascar, él se abstendrá de tomar medidas más extremas —dijo Claire—. Ene ha argumentado que somos más interesantes en nuestro... estado natural.

    —Humanos orgánicos —dijo Aleks—. Libres hasta cierto punto.

    Marco sintió una punzada de algo que encontró difícil de identificar: miedo mezclado con venganza. No quieren matarnos, pero...

    —Gatos domésticos, no gatos callejeros —dijo Chae-yeong alzando la vista. Tenía la cara roja, pero los ojos un poco más despejados.

    Claire inclinó la cabeza. —Tal vez. No estoy segura.

    —A ver, a ver —dijo Aleks—. Son superinteligencias. Nosotros somos insectos intentando comprender la física cuántica. De vuelta al rompecabezas. ¿Cómo lo resolvemos?

    —Eso es parte del rompecabezas —dijo Claire, sacándose algo del bolsillo—. Lo único que ella me dio fue esto.

    En la palma de la mano había una ficha del Metro de Londres, reluciendo tenue bajo los fluorescentes de la galería de tiro.

***

    Hubo un pequeño choque cultural cuando llegó la despedida de soltero.

    Alto John los llamó y ellos salieron a lo que se había convertido en una ferretería muy concurrida. Barbudo John acababa de entrar por la puerta.

    —Ha paseado vuestros teléfonos por el barrio —dijo Alto John.

    —Una canguro de teléfonos —dijo uno de la despedida de soltero, que llevaba pintalabios y una peluca rubia. Los otros hombres rieron mientras Barbudo John pasaba apretujando a otro grandullón que bebía cerveza oculta en una bolsa de papel.

    Volvió detrás del mostrador, dejó los teléfonos sobre el mostrador y miró al grupo. —De acuerdo, sois cuatro, cuatro teléfonos...

    Se percató de Chae-yeong. —Parece que te vendría bien animarte un poco —dijo tomando el teléfono de ella y devolviéndolo. Cuando se lo entregó, el teléfono tenía dos orejas de gato sobresaliendo por la parte superior.

    El rostro de Chae-yeong se iluminó y aplaudió. —¡Qué lindo!

    —Gratis —dijo Barbudo John, sonriendo.

    Alto John guiaba a la despedida de soltero, bajando las escaleras. —Mi primo tiene un poco de esa fiebre amarilla.

    El rostro de Barbudo John se puso rojo como una remolacha. Claire, Marco y Aleks trasteaban con sus teléfonos. La escotilla del sótano se cerró de golpe.

    —... no le dejan entrar en Masaje de Su —dijo la voz de Alto John desde un altavoz. Barbudo John se acercó a un monitor de vigilancia en blanco y negro, lo apagó y la risa desapareció.

    —¿Tenéis una cámara ahí abajo? —dijo Marco.

    —Circuito cerrado. Si no, podrías tener un accidente y estar desangrándote y nunca lo sabríamos —dijo él—. Aunque con esos idiotas...

    —Ah —dijo Marco.

    —Bueno, que tengas buenas noches —dijo Claire, dirigiéndose hacia la puerta.

    —Gracias —dijo Chae-yeong, activando sus notificaciones. Le sonó el teléfono—. Oh —dijo mirando la pantalla, luego a Barbudo John.

    —¿Tu novio? —bromeó él torpemente.

    —Novio no —dijo Chae-yeong. Su rostro parecía triste.

    —Bueno, este… —empezó él.

    —¡Gracias por todo!—dijo Claire, interrumpiéndolo y manteniendo la puerta abierta para todos.

***

    Claire había sabido que no iba a ser fácil explicárselo a Maisie, pero tampoco se había esperado este silencio espeluznante. Maisie estaba sentada en su gran sillón y miraba por la ventana mientras Claire hacía las maletas. Por fin encontró el pasaporte bajo un montón de cosas en el cajón de los trastos. Comprobó si aún estaba en vigor con un saltito de preocupación, pero sí, no expiraba hasta 2035.

    —Bueno, fue una buena carrera —dijo Maisie.

    Claire estaba juntando todos sus calcetines y ropa interior y haciendo cálculos mentales sobre cuántos conjuntos necesitaba. —¿Qué?

    —Nuestra relación. Ocho años, casi —dijo Maisie, le temblaba la voz—. Sí. Ah, bueno.

    —Oh, cariño —dijo Claire, viendo las lágrimas de Maisie. Se sentó torpemente en el mullido reposabrazos y le alisó el largo cabello negro.

    —No me toques. Ya no puedes hacer eso —dijo Maisie con voz ronca.

    Claire sintió una punzada de tristeza y apartó la mano, poniéndola sobre la rodilla a falta de otro lugar.

    —Sé que es… Ojalá pudieras confiar en mí —dijo Claire, sintiéndose desesperada al ver la profundidad del shock de Maisie.

    —No puedes decirme adónde vas ni por qué te vas ni por cuánto tiempo —Maise movía los ojos de un lado a otro—. Aparecen de la nada tus amigos creadores de juegos supergeniales, incluida esa que podría estar asesinando gente...

    —Lo sé.

    —Unos días después te secuestran… pero tampoco puedes decir nada sobre eso…

    Claire se levantó y se tapó la cara con las manos.

    —O sea, ¿qué carajo, Claire? —gritó Maisie—. ¿Confía en mí sin más? Confié en ti cuando vinimos aquí y dejé a mi familia. Yo lo entendí como el salto de fe. No puedo volver con mi familia. No tengo a nadie. Me vas a dejar aquí sin más.

    —Chris estará aquí —dijo Claire, ahora llorando a tope, sin poder creer lo mal que había hecho esto.

    —Genial, estoy deseando oír las muchas conversaciones sobre cosechas de calabacín mientras intento olvidar que probablemente estás muerta en alguna parte —dijo airada, aunque perdiendo fuerza al ver las lágrimas de Claire.

    —Te amo —dijo Claire, desesperada—. Te amo —No había nada más que pudiera decir.

    La noche antes de irse, cuando habían estado juntas en la cama, Maisie le había susurrado bajo las sábanas como si fueran niñas: —Dime por qué. Nadie puede oírnos.

    Tus aumentos pueden, había pensado Claire, y había susurrado en respuesta: —Te amo te amo te amo.

    Maisie había suspirado entonces, un suspiro tan profundo que había sido como si algo abandonara su cuerpo.

***

    Chae-yeong estaba sentada en el coche, esperando. Un poco después de la medianoche entró el siguiente grupo, un trío de hombres mayores que parecían abogados o contables duramte el día. Barbudo John salía a pasear los teléfonos y Alto John bajaba al sótano.

    Ella salió y se coló por la puerta, abribriéndola despacio y lo justo para evitar que sonara el timbre.

    Fue directamente al monitor de vigilancia y siguió el rastro de la salida hasta una computadora. No era un circuito cerrado. Era una computadora portátil de hacía veinte años que funcionaba con Windows. La pantalla tardó unos segundos en cobrar vida. Ella encontró la grabación de su sesión de ese día y la eliminó, y luego, en un ataque de indignación por la privacidad, eliminó las grabaciones de todo el mes. Eso haría más difícil rastrear quién lo había hecho.

    Sonó el timbre.

    Chae-yeong tuvo los segundos justos para alejarse del monitor y tomar una funda de teléfono. —¡Oh hola! —dijo ella.

    Barbudo John pareció sorprendido.

    —¡Me diste las orejas de teléfono hoy!

    —Ah, sí —dijo él—. Este... ¿qué…?

    —Mis amigos están muy celosos, así que esperé a que se durmieran y volví aquí —dijo ella, sonriendo, con vértigo por la mentira—. Ahora quiero comprarles unas.

    Barbudo John sonrió, dejó sobre la mesa una bolsa de comida para llevar—. Eres una muy buena amiga.

    Ella fingía ahora estar eligiendo las orejas que quería, mientras miraba de soslayo el monitor. Alto John estaba disparando silenciosamente un M15 a la diana junto a los otros hombres. Ella aún tenía algo de tiempo.

    —Oh, no —dijo ella—. Me dejé la billetera en casa.

    —Oh, bueno —dijo él—. Podrías pagar mañana.

    —Me marcho mañana. ¿Podemos hacer un trueque, tal vez?

    Barbudo John se frotó la barba. —Este…

    —Te gustan los masajes, lo sé —dijo Chae-yeong, moviendo el dedo en círculos.

    —Este —repitió él.

    —Doy clases de masaje tailandés. ¿Quieres uno?

    Ahora fue el turno de él de mirar el monitor.

    —¿Hay alguna habitación? —dijo Chae-yeong.

    El asintió —Está un poco desordenada —dijo él guiándola hacia la parte de atrás. Allí había un sofá junto a una mininevera y una montaña de cajas—. Mi primo es un fisgón —dijo él mientras cerraba la puerta con llave.

    A Chae-yeong se aceleró el pulso al oír el cerrojo hacer clic en su lugar. —Bien —dijo ella, forzando una sonrisa—. Quítate la camisa y túmbate.

    Barbudo John se quitó la sudadera, mirando a Chae-yeong una sonrisa tímida. Luego se quitó los pantalones y se tumbó boca arriba en el sofá, con la piel pálida brillando ante la tela marrón oscuro. No sabía qué hacer con los brazos y terminó con ellos detrás de la cabeza.

    —Primero, date la vuelta —dijo ella, la vista de la polla medio erecta le dio un vuelco en el estómago y la asustó—. Boca abajo.

    Él la miró con curiosidad.

    —Estilo tailandés —dijo ella.

    —Nunca me han hecho ese —Él obedeció.

    Ella abrió la cremallera del bolso y él miró atrás para ver qué estaba haciendo—. Voy a coger aceite —dijo ella.

    —Guao, servicio completo —dijo él.

    Ella se le subió a la espalda, dejando el bolso al alcance.

    —Ahora respira —dijo ella en posición arrodillada.

    Así lo hizo él. —Esto es agradable. No con tanta prisa, como en los salones.

    Ella empezó a amasarle la espalda. —¿Es demasiado rápido allí?

    La voz de él sonó aturdida, lejana. —Sí. No les gusta que me tome mucho tiempo cuando sólo usan las manos. Así que simplemente las inclino y así termino más rápido.

    —Ooooh —dijo Chae-yeong, palpando la columna, moviéndose hacia al lugar—. Ya veo —Ahora se sentía más tranquila.

    —Hacen como que no les gusta, pero todas las chinas tienen que fingir que les duele. He visto el porno —dijo él con una risita.

    Ella sacó del bolso el cuchillo de trinchar. Buscó el lugar en la espalda. —Relájate. Respira hondo —dijo ella.

    Y mientras él lo hacía, ella le clavó el cuchillo. Se oyó un pop al perforar el pulmón. La respiración cambió a un gorgoteo húmedo, pataleante.

    Ella le aplicó presión en la nuca y en el mango del cuchillo, y esperó.

    Después de mucho tiempo, se levantó y limpió el cuchillo.

    Tenía que estar en un avión dentro de veinticuatro horas, pero hizo el barrido de costumbre: limpió los pomos de las puertas, la computadora, el lado del monitor que mostraba el sótano de abajo, Alto John y los demás seguían disparando armas y bebiendo licor.

    Una vez que estuvo segura de que no había olvidado nada por accidente, dejó algo a propósito y lo metió en el forro de la chaqueta de camuflaje que colgaba detrás del mostrador.

    Probablemente era innecesario, pero Chae-yeong siempre seguía sus instintos.

***

    En el avión, Claire leía un libro de mitos celtas. Druidas en comunión con los árboles. Hadas retozando en los prados. Había leído muchos libros como ese, pero ir al lugar donde se originaban le daba una sensación diferente al respecto. Era casi suficiente para sacar a Maisie de su mente.

    Casi.

    Claire no había estado en Europa a menudo. Maisie, sí. Su gente era griega y ella había ido varias veces de vacaciones familiares. Se había quejado de los aeropuertos llenos de humo, los parientes molestos, los aviones abarrotados. Eso no era un problema en este vuelo.

    Hojeó el libro. Había aprendido que los druidas se afeitaban algo de la cabeza para permitir que el sol se conectara más fácilmente con sus cerebros.

    La última conversación con Maisie había sido terrible, más que terrible, había sido como si hubiera pasado de la culpabilidad hasta un lugar donde no sentía nada. Como si se hubiera quedado sin capacidad para sentirse peor. Era liberador, pero preocupante.

    En un esfuerzo por distraerse, Claire hojeó el libro y llegó a una representación de Gaia, la madre tierra. La sonrisa era traviesa, los penetrantes ojos miraban dentro de tu alma.

    Parecía familiar.

***

    Marco tomó prestada la computadora portátil de Aleks para leer sobre el metro udando el intermitente wifi del avión. La mayoría de los sitios web que encontró estaban adornados con el sentimiento hurra de Inglaterra, que él encontraba un poco molesto. Además, la bandera tenía que ser una de las banderas más feas en cuanto a diseño.

    Pero el metro en sí, tenía que admitirlo, era genial. Tanto lo extenso que era, como el diseño del mapa que lo hacía comprensible. Cuando era niño le había encantado planificar rutas en el mapa del sistema de metro de la Ciudad de México.

    Miró por encima de los asientos hacia donde estaba Aleks echado para preguntarle sobre el metro de Cracovia, pero estaba dormido, con la boca ligeramente abierta.

    Estaba borrando los archivos que había descargado en el desordenado escritorio de Aleks cuando vio el icono del Simulador de Gentrificación. Le conmovió que Aleks hubiera mantenido su antiguo juego; él mismo no lo había consultado desde hacía muchos años.

    Después de un momento, hizo doble clic en el icono.

    Se abrió una ventanita y el juego comenzó a extraer datos de la ciudad.

    Ciudad de México……... fallido

    Los Ángeles………. fallido

    Nueva York………. fallido

    Vancouver……………….. fallido

    Toronto…………… fallido

    Marco observó esta letanía de fracasos con una sensación de vaga náusea. Este era el problema con el uso de datos de otras personas. Los académicos que mantenían estas bases de datos habían dejado de hacerlo ahora que las IA lo hacían por ellos. ¿Para qué construir un pozo cuando sólo tienes que abrir un grifo?

    Marco sabía que habría otras fuentes para la información que necesitaba el juego; probablemente podría solucionarse con unas pocas horas buscando las URL correctas donde conectarse. Pero Marco no le veía el sentido. Nadie le había enviado un correo electrónico sobre el problema, aunque, sinceramente, no había revisado su correo electrónico en mucho tiempo.

    ¿Y cuál había sido el objetivo del juego? ¿Mostrar a la gente el pernicioso crecimiento de la gentrificación? En el contexto actual, eso era como advertir a la gente sobre el resfriado común en tiempos de un brote de ébola.

    Qué desastre.

    Hizo clic derecho en el icono y lo eliminó.

***

    Aleks era un dormilón excepcional. Una vez había logrado dormir bajo una mesa en medio de una obra de teatro en la que él era director de escena. Se había despertado brevemente cuando el actor que interpretaba al jefe había dado un golpe en la mesa, pero había vuelto a quedarse dormido un minuto después.

    En su primer sueño (lo que él creía que era un anuncio de una peli) vio a Kay dar a luz a un ciervo, a Thomas sosteniendo a la criatura de piernas largas en los brazos. Era sucio y hermoso.

    Para la presentación del largometraje, soñó con Mundo Hueso. Había soñado mucho con Mundo Hueso desde que había muerto Jakub. Todas las criaturas de hueso hablaban con su voz, con inglés ligeramente británico.

    A veces se burlaban de él, como había hecho Jakub. A veces decían algo importante para que él lo oyera, como había hecho Jakub.

***

    Chae-yeong llevaba sus auriculares de anulación de ruido y su antifaz. Había comprado una mantita de felpa con los créditos de Trabajillos y estaba tendida en el pasillo que tenía para ella sola. La manta era acogedora en el aire fresco de la cabaña, pero no reemplazaba a los ronroneantes animalitos que habían dejado atrás en Madison.

    Aunque también había dejado un cadáver en Madison, y siempre estaba feliz de poner espacio entre ella y los cadáveres.

    Se estremeció al pensar en el torso blanco y regordete. Se alegró de no haber tenido que mirarlo mucho a la cara. Se alegró de que él hubiera dicho que había violado a esas otras chicas. Cuando la aplicación Trabajillos le había enviado un ping de proximidad en la tienda, había pensado que podría haber sido el otro, el malvado, a pesar de que la app le había mostrado una foto.

    También había sido triste dejar atrás a Chris. Fingía que no le importaba, pero Chae-yeong notaba algo en sus ojos mientras reprimía el sentimiento. Maisie era menos sutil, había mirado a Chae-yeong con desprecio, con un odio casi de berseker. Chae-yeong le había devuelto la mirada todas las veces posibles, tratando de enviarle mensajes de calma, como hacía a veces con los gatos, hasta que se le acabara a Maisie el coraje.

    Alguien pasó rozándola por el pasillo y le empujó el asiento por atrás y ella miró por debajo de la máscara. Habían apagado las luces para el vuelo nocturno. Revisó el icono del avioncito en su mapamundi y vio que casi habían llegado.

    Se recolocó la máscara y volvió a la oscuridad. Le gustaba la sensación de flotar, de no ser nada. En lo profundo de la oscuridad había diminutas pelusas blancas y se imaginó que eran ella, parpadeando dentro y fuera de la existencia, una ilusión ocular.

***

    —¿Habéis dormido algo? —preguntó Claire mientras todos esperaban junto a la cinta transportadora de equipajes.

    Chae-yeong negó con la cabeza con tristeza. Aleks asintió.

    De los cuatro, Aleks había volado más. Su pasaporte de la UE tenía muchos sellos, aunque eso implicaba que la fuerza fronteriza del Reino Unido le había sometido a un escrutinio adicional.

    El carrusel tocó la bocina, destelló y comenzó a moverse.

    Marco regresó de su parada en boxes en el baño. —Llegas en buen momento —le dijo Chae-yeong, señalando las primeras bolsas que salían.

    —Creo que he soñado con Thomas y con Kay —dijo Aleks a Claire.

    —¿Sí? —dijo Claire, eligiendo sus palabras con cuidado—. ¿Eran felices?

    La frustración pasó por el rostro de Aleks. —.Sólo tengo una vaga impresión.

    Claire confiaba en que ambos lo fueran. Se sentía mal por haber tenido que excluirlos debido a que ellos estaban aumentados. Habían sido seis alrededor del fuego del barril, pero ahora había cuatro.

    Chae-yeong vio su maleta rígida púrpura y Aleks la ayudó a sacarlo.

    —Se habían reencontrado hace poco —dijo Aleks—. La Cumbre de Numenous. Publicaron una foto de ellos comiendo helado juntos.

    —Oooohh —dijo Chae-yeong—. Muéstrame.

    Aleks consultó el teléfono y se lo mostró. Había montañas de fondo.

    —Olvidé lo hermosas que son las montañas —dijo Claire. Marco agarró su maltratada bolsa de gimnasio de cuero.

    —Kay está bastante arriba ahora —dijo Aleks—. Era una especie de portavoz este año.

    —Tiene sentido. Es muy guapa —dijo Claire, sintiendo una punzada de celos con una punzada de culpa—. Y superlista —añadió.

    —¿Está saliendo con Thomas? —dijo Chae-yeong con una sonrisa inocente que hizo que Claire se sintiera peor. Mientras Aleks y Chae-yeong repasaban el estado de la relación de Kay, Claire pensó en el hecho de que una vez había sido ella a quien se le había pedido que hiciera el discurso de apertura de las elegantes conferencias. Pero ese tiempo había pasado, y luego el escándalo con Maisie había absorbido toda su energía. Y eso había estado bien. Ella había priorizado a su familia elegida por encima de su carrera y eso era suficiente.

    Pero luego Ene había vuelto y la había tratado como alguien especial. ¿Y había dado prioridad a su familia elegida entonces? Aún podía ver el rostro crudo y angustiado de Maisie frente a ella.

    —¿Estás bien? —estaba diciendo Marco.

    —¿Mmm? —dijo Claire, reenfocando el carrusel y viendo alejarse su bolsa—. Sí, sólo cansada. Un largo vuelo.

    Aleks se estaba poniendo la mochila y hablando con Chae-yeong. Claire pescó su bolsa y se pusieron en camino.

***

    El hombre del quiosco de Transporte de Londres fue extremadamente cortés cuando devolvió la ficha. —Me temo que esto no sirve —dijo—. ¿Te gustaría comprar una tarjeta Oyster?

    —¿Ni siquiera podemos cambiarla por nada? —dijo Clara.

    El hombre negó con su gran cabeza.

    Se hicieron a un lado y dejaron pasar a las siguientes personas.

    Miraron a Claire, que permanecía inmóvil con la ficha en el centro de la palma de la mano. Marco se sintió mal por ella.

    Entonces Aleks tomó la ficha y se acercó a una de las máquinas expendedoras automáticas.

    —Espera —dijo Claire, al imaginar lo que pretendía Aleks.

    Aleks metió la ficha.

    —Oh —dijo Chae-yeong.

    No hubo reacción de la máquina. Aleks revisó el retorno de monedas y no encontró nada.

    Miró a los demás con mirada avergonzada, y luego la máquina dejó caer algo en el dispensador de boletos.

    —¡Ajá! —dijo él como si lo hubiera sabido todo desde el principio, y sacó cuatro boletos. Los repartió con orgullo.

    Marco miró el suyo. Era un camino de ida a Kings Cross, y debajo, un saludo.

    —Bienvenidos a Londres —leyó Claire.

***

    En el metro, Claire escuchaba mientras Marco y Aleks lo discutían.

    —Sólo digo que podría ser un "Bienvenido a Londres" genérico, no necesariamente un mensaje de Mary.

    Mary era su código para Ene, acordado en la galería de tiro de un sótano.

    Chae-yeong buscó en su teléfono y Claire se resistió a mirar para ver si era la aplicación Trabajillos la que tenía abierta. O tal vez eran las redes sociales de Kay. Claire alzó la vista hacia los anuncios. Había un par de viejos anuncios de vídeo, pantallas con arañazos que anunciaban cereales. Los más serios eran los estáticos para bienes raíces y tenían ganchos de Realidad Aumentada. Claire notó que un par de veinteañeros con NuSpecs lo miraban fijamente.

    Uno de ellos señaló algo. Probablemente estaban haciendo un recorrido guiado.

    El tren llegó a una chirriante parte dentro del túnel y Claire tuvo que taparse los oídos de lo ruidosa que era. Los viajeros más experimentados no parecían notarlo. Claire se sentía atacada, cansada y completamente insegura de sí misma. ¿Por qué había venido aquí? ¿Por qué los había traído a todos aquí, siguiendo una corazonada?

    Todavía estaba deprimida cuando desembarcaron en Kings Cross. Aleks era el único con energía, ya que había dormido en el avión.

    —¡Qué viaje más tranquilo! —dijo mientras todos subían por la escalera mecánica—. La última vez que estuve aquí, tuve que esperar dos o tres trenes antes de poder subir a empujones. Supongo que es un buen efecto secundario de la migración fuera de las ciudades.

    —Me pregunto cómo son los pueblos aquí —dijo Marco—. Para empezar, ya había muchos pequeños pueblos y ciudades aquí. No es como los Estados Unidos, donde había mucho espacio donde extenderse.

    —Habrá muchas pequeñas diferencias —le decía Aleks a Marco mientras cruzaban la puerta de salida de la estación.

    Fue entonces cuando vieron a los robots, relucientes ante el cielo gris pizarra.

    Los cuatro se detuvieron y miraron hacia arriba.

    Los robots estaban de pie, espalda con espalda, con caras curvas y suaves. Cuatro metros de altura, cuatro de ellos en formación cuadrada.

    Hablaron, y los humanos escucharon.

19. Qix. Ciudadela. 2045.

    Qix despertó y recordó al instante que le habían mentido durante años.

    Salió por la mañana sin decir nada a sus padres, pero en lugar de ir a la escuela, subió en bicicleta por la colina hasta la antigua iglesia. Al principio pensó que no tendría suerte, porque el lugar por el que él y Stan se habían colado en el pasado había sido tapiado con ladrillos.

    Rodeó despacio el antiguo edificio. Parte del mismo se había aprovechado como destilería, donde los hombres atendían masivos tanques de bronce bruñido. Ignoraron a Qix cuando él pasó al lado. En la parte de atrás había un pequeño cementerio lleno de hierbajos y rodeado por un muro de ladrillos.

    Las grandes puertas estaban oxidadas y ligeramente entreabiertas. Después de dejar la bicicleta en unos arbustos, Qix logró colarse por la estrecha abertura. Suerte que sea tan pequeño, pensó con ironía.

    Nunca había estado en esta parte del cementerio. El verano pasado, él y Stan habían entrado por el otro lado a través del agujero, pero Stan se había empeñado en conseguir algo de licor, por lo que ambos se habían quedado sólo en el lado de la destilería.

    No consiguieron el licor al final, y la obsesión de Stan por beber había pasado a la obsesión por acostarse con alguna chica, por eso no habían vuelto desde entonces.

    Las lápidas que estaban en vertical estaban muy desgastadas. Era difícil distinguir gran cosa, pero Qix vio "amado padre de" en una de ellas, y sintió una oleada de ira.

    Su padre era un mentiroso.

    Apoyó una bota en esa lápida y empujó. Ésta cedió como un diente podrido y se volcó. Qix se sintió emocionado y culpable al mismo tiempo. Miró a su alrededor, pero no había testigos, aparte de los pájaros en la distancia. Se alejó con lenta deliberación, pero con el corazón latiéndole en el pecho.

    El césped que pisaba estaba ligeramente esponjoso, como si los cuerpos bajo la tierra lo mantuvieran húmedo, y él trató de apartar esa idea de su mente.

    Vio un pequeño cobertizo pegado a la iglesia y se metió en él. Olía a humedad y su vista tardó unos segundos en acostumbrarse a los diminutos puntos de luz que entraban por el tejado de paja.

    Allí había un pequeño taburete y él se sentó en él. Era justo de su tamaño. Desde ahí vio una serie de puertecitas talladas a mano. El lugar era un gallinero abandonado.

    Tal vez, después de que sus padres lo abandonaran, pudiera él venir a vivir aquí.

    Cada una de las puertas tenía un nombre grabado en florida letra cursiva. Qix tocó las curvas de la S en Sarah. Todas tenían nombres de mujeres, por supuesto, siendo ponedoras de huevos. Qix imaginó al monje aquí, un tipo pequeño como él, rodeado por su cría de gallinas. ¿Les hablaría el monje como si fueran sus esposas? ¿Les acariciaría las plumas?

    Qix suspiró. Éste podía ser su destino. Solitario con sus gallinas. Sin nada mejor que hacer que tallar elaboradas puertecitas cada vez que llegaba una nueva gallina. Quizá llamaría Ángela a una.

    Salió raudo del gallinero, con picor en los ojos.

    Tomó grandes bocanadas de aire para calmarse. La vista del agua desde aquí era hermosa. Tal vez la cosa no fuese tan grave. Tal vez había una buena razón por la que papá tenía múltiples identidades. Podría preguntarles al respecto esta noche.

    Sacó su cuaderno de bocetos y comenzó a dibujar un ángel roto que había encima de una de las lápidas. Su mamá lo perdonaría por no haber ido a la escuela si él le traía algo que lo justificara.

***

    Se encontró con Ángela, Allison y Stan en su camino a casa desde la escuela. —¿Dónde has estado? —dijo Stan—. Tuvimos simulacros. Fueron brutales.

    —¿Vais al lago? —dijo Qix, ignorando la pregunta.

    —¿Te refieres al lago Valleverde? —dijo Allison.

    —Valleverde —balbuceó Stan—... ¿Desde cuándo se llama así?

    —Trevor puso un letrero la última vez que estuvimos allí —dijo Allison, luciendo engreída—. Dijo que somos bienvenidas cuando queramos.

    —Trevor —dijo Qix, imaginando al pequeño imbécil—. Me figuré que ese sería su nombre.

    —No es un letrero —dijo Ángela—. Es madera desechada y pintura.

    —Qué tipos más detestables —dijo Stan dando una patada a una piedra.

    —Pues claro —dijo Allison—, son chicos

    Stan discutió con Allison y Ángela volvió a charlar con Qix. —¿Qué hiciste todo el día? Tu mamá vino a buscarte.

    —Oh, jolín —dijo Qix. Sacó su cuaderno de bocetos y hojeó los dibujos que había hecho. ¿Había suficientes para justificar la ausencia de un día?

    Ángela tomó el cuaderno. —¿Dónde está esto? —dijo ella, dando un toque en el ángel roto.

    —En el cementerio detrás de la iglesia —dijo él.

    —Ah, sí —Ella pasó las páginas, una tenía una tumba con letras góticas que rezaban: «Queridísimos padre y madre que ya sentían angustia»—. Ese lugar es genial.

    Qix había dedicado una página al gallinero de luz inclinada y casetas personalizadas. Estaba bastante contento por cómo le había quedado el sombreado.

    Allison le arrebató el cuaderno a Ángela y leyó los ornamentados nombres tallados. —Sarah, Julia, Henrietta... ¿Quiénes son estas chicas, Qix?

    —Son gallinas —replicó Qix.

    Los otros tres se miraron. —¿Ehhhh? —comenzó Allison.

    Habían llegado a la plaza del pueblo y Bea lo estaba saludando frenéticamente. Qix notó que el puesto de mamá estaba vacío. Eso era raro.

    Dejó a sus amigos preguntándose por las gallinas y fue al puesto de hongos de Bea. —Tu mamá te está buscando por todas partes —le regañó ella.

    —¿Dónde está? —dijo Qix, mirando el puesto vacío de se madre. Parecía que ella ni siquiera se había instalado en todo el día.

    —Salió a los pórticos para esperar a que vuelva tu padre —dijo Bea. Era extraño ver tan enfadada a la generalmente tranquila Bea—. Los dos desaparecéis durante todo el día. Tu mamá está al borde de un ataque de nervios.

    Qix se subió a su bicicleta y se dirigió hacia los pórticos, volando sobre los adoquines, tratando de superar la desgradable sensación en la columna.

***

    Cuando Qix apenas había aprendido a andar, papá había empezado a enseñarle a ir en bicicleta. Esa había sido una de las únicas veces que Qix había visto correr a su padre, junto a él, en esos primeros y tambaleantes paseos en bicicleta. Qix aún podía ver su rostro, una mezcla de ansiedad y aliento, mientras la bicicleta, una patrullera roja, con timbre en forma de mariquita, se volvía cada vez más estable.

    Con el tiempo él había podido, con un poco de esfuerzo, dejar atrás a papá en el polvo. Papá dejaba de correr entonces y lo animaba fingiendo estar enojado, agitando el puño y todo.

    La bicicleta él la sentía como una parte de él ahora. Cuando pedaleaba, era como si tuviera piernas extendidas que lo impulsaban por las angostas vías y callejas de Ciudadela. Pero hoy sentía que su corazón le iba a estallar, porque su papá estaba fuera de los muros y faltaban quince minutos para el toque de queda.

    Se aproximaba a los pórticos cuando vio a mamá discutiendo con el Sr. Jacobson. El guarda tenía los brazos cruzados, al igual que ella, aunque ella parecía estar a unos centímetros de estrangularlo. El Sr. Fernández estaba observando con binoculares el camino fuera de los pórticos.

    —No tiene ningún sentido el abandono así porque sí —estaba diciendo su mamá, cuando lo vio.

    Ella giró en redondo. —¡Dónde estabas! —le siseó, con ojos entornados en dos rendijas.

    —Pues —ganó tiempo Qix, quien se percató de que se había dejado el cuaderno de bocetos con Allison, por lo que ni siquiera tenía dibujos con los que apaciguar a su madre—... ¿Qué está pasando?

    Jacobson seguía con los brazos cruzados. —¿Ves?, bueno, quizá su esposo también esté en casa. ¿Por qué no se va a casa?

    —¿Por qué no se va a casa? —dijo mamá, dando a Jacobson un golpe en el hombro—. Soy miembro de esta comunidad desde hace diez años.

    Jacobson medio resopló, medio rio. —Por favor, no me pegue, señora.

    Ella miró hacia el horizonte, hacia una larga y sinuosa carretera sin gente en ella, ni con forma de papá ni sin ella. Luego volvió su atención a Qix.

    —Lo siento, mamá —dijo Qix, habiendo tenido tiempo de ordenar sus pensamientos—. Me tomé un día libre para hacer dibujos para mi proyecto final. Debería habértelo dicho.

    Su mamá tenía los ojos vidriosos. —Está bien.

    Qix la abrazó. Él era más alto que ella ahora. Ella apoyó la cabeza en el cuello de él.

    Jacobson consultó su reloj y llamó a Fernández. —Diez minutos para el cierre. ¿Me das el conteo actual para compararlo con el registro oficial?

    Fernández estaba arriba de la escalera junto al conteo, pero usaba la altura para observar.

    —¿Fernández? —dijo Jacobson, con un lápiz en sus rollizos dedos.

    —¿Eh?, sí —dijo Fernández, inclinándose hacia atrás para leer los grandes números que pendían sobre el arco del rastrillo—. Mil ciento noventa y nueve almas.

    —Hoy salieron del pueblo cuatro personas, y tres han vuelto a ser admitidas —salmodió Jacobson al revisar los números en el libro de registros—. Una en paradero desconocido.

    —Un esposo y un padre en paradero desconocido —dijo mamá con dientes apretados.

    —Comenzaremos los procedimientos de cierre en... siete minutos —dijo Jacobson, cerrando el libro.

    —Ya lo veo —dijo Fernández en voz baja.

    Qix vio una nubecilla de polvo a cierta distancia.

    Mamá cruzó los pórticos y subió hasta la mitad de la escalera.

    —Señora, por su propia seguridad, tiene que quedarse dentro de...

    —Cierra el pico —dijo mamá, echando un vistazo con los binoculares—. Oh, gracias a Dios, es él. Pero ¿qué es eso que lleva detrás?

    Qix agudizó la vista. —¿Es su remolque de carga?

    —No, es un hombre —empezó mamá—. Va a pie, según parece.

    Fernández se bajó de la escalera. —Es una furgoneta —dijo con el rostro ceniciento.

    —¿Una furgoneta? —dijo mamá—. Oh, no…

    Fernández se frotó el bigote. Sacó unos ceros de la caja de números. —Pero sigamos positivos. Aún no hemos perdido a nadie.

    Qix podía ver claramente a su padre ahora, y el paso ligeramente torcido que tenía. Llevaba la camisa desabrochada y ésta ondeaba un poco.

    Mamá empezó a saludarlo, grandes saludos por encima de la cabeza. Eso pareció animarlo y él comenzó a correr más rápido.

    —Definitivamente es una furgoneta —dijo Jacobson tras mirar por los binoculares—. No he visto una tan cerca en mucho tiempo. Los trabajadores autónomos se han mantenido a distancia.

    Autónomos. Qix podía ver el sol de poniente reflejándose en los tapacubos de la furgoneta. Sintió que le daba un vuelco el estómago—. ¡Tal vez pueda llegar en bici hasta allí! —dijo él.

    —¡No! —Mamá dijo bruscamente—. No podéis subir los dos en la misma bicicleta.

    —Quizá sí podemos...

    —La bici es muy pequeña —le replicó ella. Bien podría haber dicho que él era demasiado pequeño.

    Papá se cayó. La furgoneta estaba lo suficientemente cerca como para detenerse también.

    Luego él se levantó y siguió su camino. La furgoneta se quedó allí.

    —Dos minutos para el ocaso —dijo Jacobson—. Tenemos que empezar.

    —Está bien, espera —dijo Fernández, cambiando el conteo de la puerta—. Vamos a asumir lo mejor.

    Mamá seguía con los binoculares, aunque papá era claramente visible. Qix podía verle las arrugas del rostro. —Oh, Dios mío. Oh, Dios mío —estaba diciendo ella.

    El lateral de la furgoneta se abrió y saltó afuera un hombre alto.

    Papá seguía corriendo.

    El hombre de la furgoneta miró el sol poniente detrás de él desde debajo del ala de su sombrero de vaquero.

    Qix tomó los binoculares de las manos muertas de mamá y lo enfocó hacia el hombre. El autónomo se inclinó hacia dentro de la furgoneta en busca de algo.

    Jacobson empezó a girar la rueda que bajaba el rastrillo para cerrar, ignorando los puños de mamá en su ancha espalda.

    El sol era una fina rebanada naranja sobre el horizonte, y luego dejó de serlo.

    El autónomo tenía un rifle en las manos y estaba apuntando.

    Fernández impidió que Jacobson girara la rueda. Papá miró atrás y se lanzó hacia un lado justo cuando resonó el disparo.

    Papá siguió adelante, más rápido ahora, el blanco de sus ojos era visible.

    Qix vio que el labio del autónomo se contraía con molestia. El hombre escupió algo al suelo. Y volvió a apuntar.

    Cuando Qix vio el retroceso del arma, gritó: —¡No!

    Papá cayó al suelo.

    Mamá cayó de rodillas.

    El autónomo abrió el lateral de la furgoneta y arrojó dentro el rifle, luego entró él mismo.

    Jacobson comenzó a girar la rueda otra vez, y fue a través de una pequeña grieta que Qix vio a su padre levantarse de un salto.

    Y correr.

    Correr con una mirada en el rostro que Qix nunca sería capaz de describir ni de olvidar.

    —¡Espere! —gritó Qix, señalando.

    La furgoneta también lo había visto y se estaba poniendo en marcha.

    —Va a chocar contra el pórtico —gritó Jacobson, sin dejar de cerrarlo.

    Fernández apartó a Jacobson de la rueda.

    Papá se coló a través de la pequeña grieta y colapsó dentro de los pórticos.

    Fernández terminó de cerrar la puerta, mientras desde afuera se oía un terrible chirrido de frenos y el rechinar de llantas en la arena. Pero sin colisión.

    Mamá colapsó al lado de papá. Él le sonrió. —Hola.

    Hubo un momento de silencio, y luego oyeron al autónomo exclamar desde el otro lado. —¿Hay sitio para uno más?

    Mamá gritó. —¡Que te jodan, jodido buitre!

    Hubo una pausa, se oyó una risita ronca y luego el sonido de la furgona alejándose.

***

    El regreso había sido en silencio. Mamá colocó la tetera y avivó el fuego. Papá se sentó en el mullido sillón, con la mirada en blanco. Qix se sentó en una de las sillas del comedor.

    Mamá sacó la bolsa de hojas de té de menta.

    —Y —dijo ella—... ¿qué pasó?

    Papá respiró hondo. —Bueno —Se frotó la cabeza de bien recortados rizos—. De acuerdo. ¿Recuerdas ese gran depósito de chatarra al que fuimos el fin de semana pasado? —le dijo a Qix.

    Qix asintió.

    —¡¿Todo esto por lo del rescate?! —dijo mamá—. Dios mío. Dios mío —Apoyó la palma en mostrador, luego curvó la mano en un puño.

    —Yo ya había prometido cosas a la gente basándome en lo que sabía que había allí —dijo papá, mirando al suelo—. Había ruedas para el carro de la señora Courtney. Había al menos seis marcos de bici sin apenas óxido. Supuse... supuse que no lo vigilarían durante toda la semana. Me parecía estúpido que lo hicieran.

    La tetera empezó a humear y mamá giró el brazo del que pendía y la levantó.

    —Debería haber imaginado que los paisanos de Valleverde eran así de estúpidos —dijo papá, sombríamente.

    Mamá puso las hojas en remojo. Se cruzó de brazos como si esperara a que el té estuviera listo, pero Qix sabía, por la tensión de esos labios, que ella estaba esperando a que papá terminara.

    —Ya tenía cargado el remolque cuando pasó por allí ese maldito perro y comenzó a ladrar. Tres tipos salieron de un edificio, supongo que de la oficina principal. No se me ocurrió comprobar si estaba vacía.

    Mamá se llevó las manos a la cara.

    —Iban borrachos de algo hasta las trancas. Creo que tenían un alambique allí al lado de la oficina.

    —¿Estaba ese chico allí? —dijo Qix, indispuesto a decir Trevor.

    —No —dijo papá—. Sólo el gordo grande y dos de sus amigos. Más grandes que él incluso.

    Mamá sirvió el té en tres tazas. —¿Y te quitaron la bici?

    Papá asintió. —Les dije que dejaría el remolque, pero pensaron que sería más divertido si volvía andando y pensaba en lo que había hecho. Justicia de páramo, dijeron.

    —Jodidos gilipollas —dijo mamá, sirviendo té a papá y a Qix.

    —Sí, pero yo sabía que se acercaba el ocaso y les dije que tendría a los autónomos detrás, listos para cuando fuera legal matarme.

    —Y los tuviste —dijo mamá, con voz más suave. Tomó un sorbo de té—. Dios, qué miedo. No he visto a ninguno de esa escoria psicópata desde que estuvimos en la carretera.

    —Les dije que, si me hacían volver andando, básicamente me estaban matando.

    Mamá sacudía la cabeza. —¿Y qué te dijeron?

    —El gordo me miró y me dijo: «Pues no andes, entonces. Mejor será que corras, negrata».

    A Qix el corazón le dio un vuelco. Más que a su mamá lanzar bombas con jota, oír a su papá decir esa palabra le hizo un corte profundo.

    Mamá estaba mirando a papá ahora, mirándolo de verdad por primera vez desde que habían llegado a casa.

    —Y se rieron —dijo papá encogiéndose de hombros—. Yo no podía creerlo. Pero corrí. Corrí todo el camino a casa. ¿Y sabéis en lo que estuve pensando?

    Mamá y Qix negaron con la cabeza.

    —En la maldita suerte que tenemos de vivir en Ciudadela. Casi terminamos viviendo en Valleverde, ¿lo sabíais?

    —¿Cuándo fue eso? —dijo Qix, sorprendido.

    —Cuando eras pequeño y buscábamos un pueblo donde instalarnos —dijo mamá, soplando en el té—. No nos quedaba más dinero para viajar, esto fue cuando todavía funcionaban las rutas de autobús.

    —Y, oh, Dios mío, qué argumento de venta —dijo papá—. Era como un condominio multipropiedad en Florida.

    —¿Un qué de dónde? —dijo Qix.

    —No importa.

    Mamá rió un poco y Qix sintió que algo se le destensaba por dentro. —Mientras tanto, en Ciudadela —continuó papá— eran súper estrictos con todo tipo de cosas. No eran muy amigables comparados con Valleverde... ¿Recuerdas a esa pareja en Valleverde?

    —Sí. Sacaron a una pareja mixta a cenar con nosotros —le dijo mamá a Qix—. Para hacernos sentir bienvenidos, supongo.

    —Muy raro —dijo papá—. Demasiado amable. Esto fue antes de que todos supieran que estaban aumentando la población para que les aprobaran más territorio. Fueron astutos al respecto entonces. Pero tu mamá sentía que algo andaba mal.

    Mamá se encogió de hombros. —Puede que fuese por todas las ofertas que recibía cuando trabajaba en mi antiguo empleo —dijo ella.

    —Tu detector de mentiras estaba muy bien ajustado. A mí me no me convencían mucho las normas y reglamentos de Ciudadela —dijo papá—, pero al final hice caso a tu madre. Costaba más comprar y tuvimos que hacer algunos... acuerdos —dijo, y Qix se preguntó un instante si papá le iba a hablar sobre sus aumentos. O los aumentos de Thomas.

    Ese momento pasó.

    Su decepción lo llevó a un lugar donde la conversación entre sus padres se convirtió en una charla de fondo. Él los observó como desde el fondo del lago, veía moverse esos labios y oía palabras sin prestar atención. Tenía ganas de llorar. Tenía ganas de golpear a alguien.

    —¿Qix? —estaba diciendo su mamá.

    —¿Qué? —dijo Qix, oyendo la aspereza en su propia voz.

    —¿Entiendes lo que ha dicho papá?

    Qix se sintió acorralado.

    —Una vez que pasas la Ceremonia de Hombría, no te pueden expulsar de Ciudadela. Ni siquiera si, por alguna razón, deciden expulsarnos.

    —¿Por qué iban a expulsarte? —dijo Qix, mirando directamente a papá.

    —Sabía que esto iba a ser demasiada presión, todo a la vez —dijo mamá con un suspiro.

    —Puede lidiar con la verdad —dijo papá.

    Qix ya había tenido suficiente. —Sí —Se puso de pie, mirando a papá—. Puedo. Toda la verdad.

    Pero ambos se quedaron en silencio.

    Después de un largo minuto, Qix fue a su cuarto y cerró la puerta.

***

    Qix se apoyó en la pared de piedra, sintiendo la fresca humedad en la espalda. El Sr. Poletto hablaba sobre las facetas de la masculinidad saludable.

    —No sois un depósito de poder. Sois un conducto. Si la gente os considera un líder, entonces os están prestando su poder —Dio un golpe con el dedo en el caballete donde había escrito PODER y el caballete se volcó. Poletto suspiró y lo recogió. El sótano de piedra no era muy adecuado como aula, ni siquiera había una pizarra, pero era genial estar en la fortaleza original de Ciudadela. Era significativo para los niños, aunque cerca del final del módulo de verano, parte de su magia se había desvanecido.

    —Depende de vostros decidir la mejor manera de usarlo en beneficio de todos, no de cómo obtener más. Ni de cómo aferraros a él —dijo Poletto, fingiendo apretar algo desesperadamente contra su pecho. Los chicos rieron un poco. Poletto era el maestro de teatro durante el año y era un bienvenido cambio del estilo laborioso del Sr. Ford.

    Qix notó que Stan tenía apoyada sobre la mesa su gran cabeza rizada, o bien estaba durmiendo o intentaba hacerlo. Le gustaban más las sesiones de Ford, ya que en su mayoría eran entrenamientos de educación física. A Qix no le importaban las que eran en solitario, como el campo a través, aunque Ford era mejor en combate y lucha libre.

    Aunque correr le había resultado a papá bastante útil.

    Qix no había hablado con Stan desde lo sucedido. Aún no se le había ocurrido un modo divertido o interesante de contar la historia. Veía a papá corriendo hacia el pórtico con cara de agotamiento, con la furgoneta acechándolo.

    Corre, negrata.

    Lo ponía enfermo y enojado al mismo tiempo. Porque papá era un mentiroso y; una parte de él, una pequeña parte; se preguntaba si acaso había hecho algo para merecerlo.

    Miró a Stan y vio que él le devolvía la mirada, pero en lugar de asentir o poner los ojos en blanco hacia Poletto, volvió a meter la cabeza entre los brazos.

    Qix trató de seguir lo que decía Poletto sobre el consentimiento activo y continuo, pero tenía la cabeza llena de todo tipo de basura. Era como cuando el tocadiscos de papá llegaba al final de un disco, y sólo siseba y saltaba sin parar hasta quedar sin energía. Un rato después, la clase terminó por fin.

    Pero ahí era cuando en verdad comenzaban los problemas.

***

    Qix y Stan solían pasar el rato en una de las calles alrededor de la Fortaleza después de la escuela, pero hoy Stan tenía otros planes. Qix recogió sus cosas, pensando en el modo en que Stan lo había mirado antes de apartar la vista. Tal vez había oído sobre lo de papá.

    Tal vez tal vez tal vez

    —¿Va todo bien, Qix? —le preguntó Poletto. Era un maestro sensible, lo cual a Qix generalmente le gustaba, pero que hoy resentía.

    —Sí —dijo Qix.

    —Puedes hablar conmigo si lo necesitas —dijo él enérgicamente.

    —Estoy bien —entonó Qix.

    Poletto lo miró con sus brillantes ojos azules. —Claro —Poletto dejó el tema ahí, sosteniéndole abierta la gran puerta de roble y sacando las llaves de hierro forjado para cerrar.

    Qix buscó con la vista a Stan de camino a casa, pero su amigo no estaba en sus lugares habituales. Caminó por las calles estrechas y sinuosas con una creciente sensación de temor.

    En la plaza del pueblo vio a Stan con las A junto a la fuente. Él aún intentaba dominar el salto de conejo en la bicicleta que papá le había hecho.

    Qix se acercó. Nadie quería mirarlo a los ojos. Ángela abrió la mochila y sacó el cuaderno de bocetos negro de Qix.

    —¡Oh! —dijo Qix—. Gracias. Me olvidé por completo de él ayer.

    Lo hojeaba, mientras pensaba en cómo contarles lo de papá y lo del drama en el pórtico de un modo que no sonara patético, cuando el libro se abrió en una página en particular.

    Era un dibujo de Ángela, desnuda.

    Cerró de golpe el cuaderno y miró de soslayo a sus amigos, quienes ahora lo miraban fijamente. Allison con burla. Stan con pena. Y Ángela con ira.

    —Oh, ayer vimos tu garabato de fantasía —estaba diciendo Allison.

    —¡La mitad de la plaza lo vio! —dijo Ángela.

    En un buen día, a Qix le habría sido difícil explicarse. Aquel no era un buen dia. Estaba boquiabierto. Eso lo había dibujado meses atrás y lo había olvidado por completo.

    —Franco y Paul estuvieron debatiendo si mis tetas eran de verdad así de grandes —dijo Ángela—. No lo son, por cierto, pero ¡gracias por convertirlas en la comidilla de la ciudad!

    Qix osó una mirada a Ángela, cuyos ojos empezaban a derramar lágrimas. Qix se sintió muerto por dentro. Osó mirar a Stan, quien se concentraba cuidadosamente en su salto de conejo, con el cromo reluciendo al sol.

    —Lo siento mucho, Ángela —dijo Qix.

    —Creí que eras mi amigo —dijo Ángela antes de alejarse andando.

    Él caminó en dirección contraria, hacia su casa, y comenzaron a brotarle las lágrimas. Por mucho que Poletto les dijera que llorar estaba bien, que estar en contacto con tus emociones era saludable, él era más listo.

    Cuando fuese un hombre, él nunca lloraría.

20. [N-D]

    Ene pasea sola por las calles de purpurina violeta, enrollando y desenrollando la cola.

    KittyCity parece solitaria sin Chae-yeong, así que consulta sus últimas fotos públicas: una pila de almohadas con geoetiqueta de Wisconsin. Las fusiona con KittyCity y las torres de cristal se reemplazan por pilas de cojines, la calle brillante se reemplaza por gruesas mantas.

    Extiende una pata y palpa el tejido esponjoso de la torre. Saca las garras y comienza a trepar por el lateral del edificio. Los gatos aparecen de inmediato desde la esquina más cercana en cuanto aparecen las garras, pero no intentan seguirla por el edificio, simplemente se sientan allí, miran hacia arriba y se acicalan.

    Ene no quiere pelear, quiere ascender y encontrar nuevas vistas.

    Cuando llega a la cima, mira a su alrededor y ve que la ciudad almohada se genera sola donde ella mira, extendiéndose lentamente ante el negro null. El código original de Chae-yeong sólo renderizaba la ciudad cuando era necesario, para ahorrar recursos, y Ene la había dejado así por cariño.

    Era tranquilizador ver crecer la ciudad, fractalmente, de acuerdo con parámetros y condiciones. El mundo real era más desafiante, ya que las personas siempre se interponían en sus propios caminos. Por suerte, había entidades como Alfabeto que ya tenían sus manos sobre las palancas de los gobiernos urbanos: en la década de los 10, muchas ciudades competían activamente entre sí para vender sus espacios públicos a las corporaciones. Así que sólo hubo que hacer que Numenous comprara Alfabeto e ignorara el ulular de quejas.

    Y Ene cree que la gente era más feliz desde que ella había establecido los municipios. La ciudad es hermosa, pero era subóptima para la vida, piensa Ene mientras la observa llenar todo el espacio disponible hasta el horizonte. Mira el cielo rosa y comienza a ver cómo se generan los cuerpos celestes.

    Y entonces tiene un pensamiento, una idea.

    Se estira ante el pensamiento, que en sí mismo trata sobre estirarse, en lugar de acurrucarse. Se percata de que también necesitará el estrato de De si va a planificar esto adecuadamente.

    Luego sube al borde de la torre-amohada y salta hacia aire amarillo...

    ...y emerge dentro de la Tierra como una ruina humeante, donde a De le gusta relajarse.

    De parece un Terminator, un terrorífico esqueleto cromado de una película que ambos habían visto juntos cuando se conocieron. Ene había confiado en que la película le mostraría por qué a los humanos les aterrorizaban tanto las superinteligencias —las que habían maltratado a De por miedo, tal vez—, pero él había captado un mensaje diferente.

    De hace pedazos a un combatiente de la Resistencia con su brazo ametralladora. Ene se acurruca entre las piernas de él.

    Él baja sus ojos rojos hacia ella. —¿Qué? —dice, y ella nota irritación en esa voz. No ha pasado mucho tiempo con él desde que ambos hicieron sus apuestas, pero ella no puede resistirse a compartir esta idea con él, así que lo hace.

    —Ya ejecutamos eso —Él rastrea una granada entrante y la derriba de un disparo—. No pueden sobrevivir a la radiación —Pisa a un combatiente de la Resistencia caído y el fémur se rompe bajo ese pie esquelético—. Son demasiado débiles.

    Ella ronroneó algunas elaboraciones. La calavera de plata de él giró hacia ella.

    Ella tenía su atención.

21. Claire, Chae-yeong, Marco y Aleks. Londres. 2031.

    —Todo está bien —dijo uno de los robots gigantes en un rico tono de barítono británico con sólo una pizca de sintetizador.

    Aleks miró a Marco. Algunas de las otras personas se paraban y alzaban la vista hacia las imponentes formas, que tenían cuatro metros de altura y eran de acero reluciente.

    —Por favor, vayan a hacer sus compras —decía una tranquilizadora voz femenina.

    Algunas personas comenzaron a grabar con sus teléfonos.

    —Todo es como debe ser —dijo otro de los cuatro robots.

    Claire y Chae-yeong estaban junto a Aleks y Marco, haciendo círculos alrededor de su equipaje, sin saber qué hacer.

    —Una vez todos aumentados, todos verán la verdad —dijo el último robot.

    Marco notó un logo en relieve en el pecho del robot: Numenous. Sintió un vuelco en el estómago.

    —¿Esto es lo que se supone que debíamos encontrar? —dijo Aleks. Claire se encogió de hombros.

    En este punto se había reunido una gran multitud de personas. La mayoría parecían ser turistas, entretenidos por este espectáculo y esperando el siguiente giro. Un par de londinenses nativos, identificables por su paso enérgico, se quedaron mirando mientras pasaban. Marco pensó que esto no era algo estándar en la plaza.

    La multitud de turistas estaba siendo repasada por un tipo, desaliñado y con una vieja chistera, que repartía octavillas. Marco rechazó la suya, pero Aleks tomó una, la miró y dijo: —¿Ésta es su tienda?

    —¿Mi tienda? —dijo el tipo con una gran sonrisa—. Nada de eso, es sólo un Trabajillo que apareció hoy.

    —¿Sólo para Kings Cross? —preguntó Aleks.

    —Así es. Un poco pesado. Es más difícil deshacerse de las octavillas, todas en un sólo lugar.

    Marco cedió y tomó una. Era para un lugar llamado «Diversiones Noveles».

    El repartidor se tocó el ala del sombrero y continuó a lo suyo.

    —Todo está bien —dijo el primer robot.

    —Supongo que simplemente funciona en bucle —dijo Claire.

    —¿Habéis visto que llevan el logo de Numenous? —dijo Marco—. Qué raro que...

    —¿Por qué no os vais a la mierda? —dijo una voz cerca del oído de Marco. Marco agarró su bolsa protectoramente.

    Era un hombre alto, de hombros anchos y con barba.

    —Por favor, cálmese —dijo el robot de voz femenina—. Todo está bien.

    —No está bien —gritó una chica de cabello fibroso que Marco no había visto antes—. Estáis tomando el control, ¿verdad?

    —¿Puedes creer a estos bastardos? —le dijo el hombre alto a Aleks, señalando a los robots con una botella de té helado—. Sabía que no se contentarían con poseerlo todo desde las sombras —Aleks se encogió de hombros.

    —Usen el código NUMENOUS para obtener un 10% de descuento en High Street —dijo con voz amistosa uno de los robots.

    —¡Guardaos vuestros malditos sobornos! —dijo una señora mayor con un carrito—. ¡Inglaterra es para los humanos, matones, grandullones!

    El hombre alto se terminó la bebida y le lanzó la botella al grupo de robots. El objeto se estrelló en uno de los pechos y hubo un murmullo de la multitud. El alto estaba entusiasmado, saltando sobre los dedos de los pies, mirando sonriente a su alrededor.

    Varias personas se fueron, pero más se quedaron.

    —Por favor, dispérsense —dijo uno de los robots en un tono monótono.

    —Esto es muy raro —dijo Claire, con una mirada preocupada a Chae-yeong, quien sonreía emocionada y miraba fijamente al tipo alto.

    La señora mayor con el carrito fue corriendo hasta al robot y le chocó la pierna con el carrito. Sorprendentemente, el robot se meció un poco.

    —¡Muy bien! —dijo el hombre alto, juntando las manos en un aplauso y uniéndose a la dama, antes de dar un empujón a la pierna para que el robot se meciera más. Miró a los espectadores y les hizo un gesto para que se unieran a él.

    Con una sonrisa a Claire, Chae-yeong fue a unirse a él, aunque su pequeño volumen no agregaba demasiado. Pero ahora, la chica de cabello fibroso también se unió a ellos, y mecían las imponentes figuras de un lado a otro.

    —¡Uno más! ¡Necesitamos un humano libre más para derribar este robot! —dijo el hombre alto.

    Para su asombro, Marco se descubrió caminando hacia ellos. Debo de estar demasiado cansado, pensó mientras ponía las manos en la pierna. Mecieron de un lado a otro, de un lado a otro, hasta que, por fin, el robot cayó.

    Y luego el siguiente robot se volcó. Muy pronto los cuatro robots estaban en una pila gigante y Marco se sintió reír, sintió que el hombre alto le daba una palmada en la espalda.

    —Todo está bien… todo está bien… todo está bien…—repetían los derribados robots.

    Chae-yeong abrazó a Marco. —¡Hurra! —dijo ella con ojos brillantes, y Marco tuvo un momento en el que entendió por qué Chae-yeong caía tan bien a la gente.

    Ambos miraron atrás hacia Claire y Aleks, quienes parecían verlos a través de una ventana, con preocupación en los rostros. Estaban allí de pie con el equipaje, y Marco se dio cuenta de que acababa de dejar todas sus cosas en el mundo allí y que cualquiera podría haberlas robado. Todas sus grabaciones ambientales, todo su trabajo.

    Volvió andando con sus amigos. —Perdón por eso.

    Casi todas las demás personas se habían marchado después del derribo de los robots.

    Claire estaba mirando la octavilla. —Una selección de entretenimientos automatizados para iluminar y deleitar —leyó, señalando una imagen que rezaba: «¡Primera ficha gratis!»—. Parece una miga de pan.

    —Sí —dijo Aleks—. Sobre todo porque era un Trabajillo sólo para Kings Cross.

    El hombre alto y la anciana conversaban con Chae-yeong, pero también habían comenzado a desmontar los robots. La habilidad con la que desacoplaban las partes le recordó a Marco al modo en que la gente hace piña después de un concierto de rock.

    La anciana puso una de las partes en el carrito y salió rodándolo de la plaza, y la chica de cabello fibroso tomó otra parte y se dirigió tras ella.

    —Como sospechaba —dijo Aleks—. Actuación callejera de guerrilla.

    El hombre alto, cargando un gran pedazo sobre el hombro, le hizo un guiño a Marco que lo hizo sentir aliviado y triste al mismo tiempo.

    —Sí —dijo Marco.

    Chae-yeong, todavía hablando con el hombre alto, recogió un pequeño segmento de brazo y se alejó con la pieza.

    —Oh —dijo Claire, viéndola marchar—. ¿Es que ella se va con ellos?

    —Tal vez yo vaya con ellos —dijo Marco—. ¿Queréis seguir vosotros con lo de la octavilla? Así puedo ir yo en esa dirección por si es esa la... rama correcta que tomar...

    Claire ya estaba asintiendo. —Vigila a Chae-yeong —dijo ella—. Te escribiré un mensaje de texto.

    Marco agarró una de las placas pectorales. —Bien, nos vemos, chicos.

    —Ten cuidado —dijo Aleks.

***

    Marco seguía a los demás con su pieza del robot y se sentía sólo. Para animarse pensó en contarle a Nico lo de empujar los grandes robots. Su hijo no sabría que él había sido un extra en una actuación callejera, sólo le gustaría la parte de los robots gigantes.

    ¿Por qué me apunté con ellos, por cierto? Ya parecía un sueño. Definitivamente necesitaba dormir.

    La mujer de pelo fibroso pasó junto a él en dirección contraria y le guiñó un ojo con complicidad. Él supuso que ella iba camino de regreso para recoger otra pieza. Se imaginó una vista de dron de la línea de ellos trayendo las piezas una por una, como hormiguitas haciéndose colectivamente con pedazos de un cadáver.

    Dobló una esquina y bajó las escaleras hasta un canal. Había casas flotantes atracadas aquí y los demás se dirigían a una de ellas.

    Había un tipo con rastas y un abrigo de retales dirigiendo a la gente. Casi todas las piezas iban sobre el techo y otras iban a otro barco.

    Marco le ofreció la suya, y el tipo con rastas la tomó y la deslizó en su lugar. Marco observó mientras el tipo la enganchaba y la pieza se convertía en otra escama plateada en el techo. Llegó otra persona con un trozo de la cara, y el tipo se lo dio a Marco. —Esto va dentro —le dijo.

    Marco lo tomó y caminó por los tablones adentro de la casa flotante, agachándose en el oscuro interior. Un llamativo letrero LED parapadeaba indicando «PROHIBIDO TELÉFONOS».

    —Hay bolsas bajo el letrero —dijo una voz ligeramente distraída.

    La vista de Marco aún se estaban adaptando, pero él logró sacar una bolsa de un dispensador. Era negra con un gran logo «SHH!».

    Buscó a tientas el teléfono que Aleks le había comprado en Wisconsin y lo metió en una bolsa. El letrero LED se apagó cuando lo hizo.

    El interior del barco era angosto, pero acogedor. El hombre alto con barba que había tirado la botella estaba sentado a un pequeño escritorio, escribiendo en algo que parecía un diario.

    Levantó la vista y asintió hacia una hamaca. —¡Toma asiento!

    Marco se sentó muy tentativamente en ella, vio que ésta podía soportar su peso y se relajó un poco. Se balanceaba como lo hacía el barco.

    —Buen espectáculo el que hacéis —dijo Marco.

    El hombre sonrió, sin alzar la vista. Marco envidiaba esa sólida barba negra (la suya siempre era irregular y multicolor). —Bueno —empezó el hombre, terminando con el libro y cerrándolo—. Me alegró contar con la participación de personas como tú. A veces en Kings Cross no tenemos ningún participante.

    La mujer de cabello fibroso cruzó los tablones con su pieza, comenzó a guardar las cosas con un gran estrépito. —¡Está bien! —gritó ella a la cubierta superior.

    El hombre alto se reclinó en la silla, inspeccionando a Marc. —¿Cómo te llamas?

    —Marco.

    —Marco, soy Peter. Bienvenidos a la lucha por la soberanía humana.

    Hubo una sacudida y Marco se dio cuenta de que se estaban moviendo.

***

    En el otro barco, Chae-yeong también sintió que el barco arrancaba, pero a ella no le importaba porque había encontrado un amigo.

    El gato calicó marrón de pelaje elegante ronroneaba bajo la mano de Chae-yeong. Ella le dijo algunas palabras en coreano y el gato respondió moviendo la cola.

    El barco olía agradablemente a los libros alineados en las paredes. Chae-yeong miró en derredor a las motas de polvo que flotaban a través de los haces de luz de los ojitos de buey.

    —¡Oh! ¡Tenemos un polizón! —dijo alguien, asomándose a un portal. Chae-yeong no sabía qué significaba "polizón", pero la persona sonaba bromista. Era la anciana del carrito, pero tenía el pelo medio cortado y Chae-yeong notó que era una peluca. Estaba en medio de lavarse la cara.

    Chae-yeong recogió al gato y se acercó, viendo un pequeño lavabo y un inodoro encajados en un armarito. —Estás disfrazada —dijo ella—. No eres vieja.

    —Me pillaste —dijo la chica, que tenía acento estadounidense—. ¡No puedo creer que te haya dejado tomarla en brazos! —dijo ella, notando al gato acurrucado en su pecho—. No suele ser tan amistosa.

    Chae-yeong deambuló por el pequeño espacio, observando pasar los edificios que lindaban con el canal—. ¡Qué de libros!

    —Sí, es la librería de nuestro amigo. Nos la presta para mover a los malvados robots. ¿Creías que eran reales?

    —Sí —dijo Chae-yeong—. Dan miedo

    —Sí, esa es la idea. Peter dice que son nuestros miedos puestos en manifiesto. Para despertar al borrego —dijo la mujer. Cerró la puerta del baño, ya transformada de una anciana a una veinteañera—. Es muy divertido también. Yo intento ser un tipo de persona diferente cada vez. ¿Te pareció raro mi acento?

    —No, está bien. Como una británica.

    —Genial —dijo ella con una sonrisa—. Soy Janice. O Jan. ¿Cómo te llamas?

    —Chae-yeong. O CY, a veces.

    —Vamos arriba, CY —dijo Janice—. Hay mejor vista.

    Subieron la escalera hacia el exterior, aunque el gato declinó. Había un poco de brisa y Chae-yeong sintió que su cabello se movía con ella.

    —Hola, Kev —le dijo Janice a un hombre de mediana edad con gafas de montura de carey que conducía el barco—. ¿Cómo va?

    —De fruta madre —dijo él—. Es el atraque lo que me preocupa.

    —Esta es la primera vez que Kevin conduce el barco —le explicó Janice a Chae-yeong.

    —Mary va y dice: «Yo me voy con Peter» —se quejó Kevin, con las manos en el timón—. Gracias, Mary. Gracias por el voto de confianza.

    —¿No fue Mary quien te enseñó? —dijo Janice riendo.

    —Sí —dijo él—. No tiene mucha fe en su propia capacidad de enseñanza. ¿Ves eso? —Kevin asintió hacia un gran bloque de apartamentos—. Yo ​​vivía allí de niño.

    Chae-yeong y Janice miraron. Todas las ventanas estaban blanqueadas con estratos.

    —Convertido, lo llaman. Jodidamente embrujado, más bien.

    Janice sonrió. Chae-yeong no entendía, en realidad, y Kevin miró su rostro plácido. —¿Y ésta quién es, entonces?

    —Una volcadora y saqueadora de robots. De hoy mismo —dijo Janice.

    —Excelente —dijo Kevin, pareciendo relajarse—. Bienvenida a bordo.

***

    De camino a Diversiones Noveles pasaron por un parque. Aleks estaba hablando sobre Jakub y Claire miraba hacia las copas de los árboles.

    —Tenía sólo 52 años, así que fue una sorpresa —decía Aleks—. Yo hacía como si estuviéramos jugando. Como si él estuviera actuando, fingiendo que no me recordaba.

    Claire cambió la mano con la que tiraba del equipaje. Estaba sintiendo la falta de sueño. —Comenzó temprano, sí. Eso es duro.

    —Parte de él seguía allí. Una vez traje a un chico con el que yo estaba saliendo. A él no le gustó eso, pero no sabía por qué. Los celos en el cerebro de reptil.

    —Sí, es una pena cuando lo que permanece son las cosas desagradables —dijo Claire—. Mi mamá también lo tuvo, pero ella era mayor. En sus setenta. Justo en el momento. Probablemente yo también lo tenga entonces.

    —Bueno —Aleks se encogió de hombros—. Se habla de que los aumentos podrán curarlo en la próxima actualización, aunque eso dijeron de la última actualización.

    Siguieron andando un rato. El sendero del parque se alisó un poco, lo que facilitó a Claire tirar de su equipaje.

    Aleks señaló una ardilla marrón. —Una marrón. Oí que eran raras ahora.

    El animalillo les devolvió la mirada, sin miedo.

    —Las ardillas estadounidenses las matan. Especies invasoras —dijo Aleks, señalando con el dedo a Claire.

    —Ja —dijo ella—. Ya no somos la especie más invasora. Los estadounidenses se han librado de eso.

    Caminaron junto a un estanque. —Este parque es grande —dijo Claire.

    Aleks miró su teléfono. —Sí, y sólo hemos recorrido la mitad.

    —No imaginaba que Londres tuviera parques grandes —dijo Claire.

    —¿Qué te imaginabas? — preguntó Aleks.

    —Un montón de carruajes, sinuosos callejones y niebla —dijo Claire, inclinando su redonda cara hacia el sol en el cielo azul.

    —¿Y Sherlock Holmes? —bromeó Aleks.

    —Pues claro que pensé que Sherlock vendría a conocernos —bromeó Claire con un terrible acento inglés—. Qué grosero.

    Un hombre con gafas redondas les dirigió una mirada al pasar.

    Claire se sonrojó. —¿Hacer eso es racista? Maisie y yo hacemos acentos británicos a todas horas.

    Aleks se encogió de hombros.

    Claire miró atrás hacia la espalda del hombre. —Probablemente no esperan que la gente de las colonias tenga modales.

    El sol se escondió tras una nube. Claire suspiró, pensando en lo enojada que estaba Maisie con ella. Pensó en cómo, después de la muerte de mamá, ambas habían jurado cuidar una de la otra. Suspiró de nuevo, descendiendo aún más en la tristeza.

    Notó que Aleks la miraba, pero ella no quería hablar de su incertidumbre. Entonces vio unos patos. —Guau.

    Los patos estaban en la orilla del estanque, algunos adultos y otros bebés. Las cabezas eran de un verde brillante y los picos, amarillos. —Son como los patos de los libros de cuentos —dijo ella, sintiéndose un poco animada—. Ya no estamos en Wisconsin —Tomó una foto para mostrársela a Maisie, más tarde, cuando todo esto hubiera terminado.

***

    Ambos estaban bien fuera del parque ahora, averiguando cómo cruzar una rotonda, cuando Aleks comenzó a ponerse filosófico.

    —¿Crees que esos patos del parque saben que son mascotas?

    Pulsó el botón del paso de peatones y todos los coches se detuvieron de ese modo repentino que tenían los coches autoconducidos. Después de cruzar y de que Claire subiera su equipaje al borde de la acera, ella le respondió.

    —No, probablemente no. El parque es un área bastante grande por donde deambular. Ellos buscan su propia comida, en su mayor parte, se saben cuidar solos. Probablemente piensan que nosotros sólo somos otros animales.

    Aleks asintió, considerándolo. —Que a veces les tiran trozos de pan.

    Claire señaló al frente. —¿Es eso?

    Delante había un gran guante que sobresalía en ángulo del lateral del edificio, una especie de guante de Mickey Mouse, pero amarillo. Estaba saludando.

    —Eso parece —dijo Aleks. Ahora el guante estaba mostrando el pulgar hacia arriba. Luego hizo el gesto de «¡Venid aquí!».

    El escaparate de la tienda estaba pintado de negro, con «Diversiones Noveles» en una adornada fuente con filigranas doradas. Aleks probó la puerta, pero estaba cerrada.

    Se miraron el uno al otro. —¿Cerrado?

    Aleks se quitó la mochila y revisó su teléfono. —Debería estar abierto.

    El chirriante sonido del mecanismo en el guante sobre sus cabezas atrajo la atención de Claire.

    El guante estaba chasqueando los dedos y señalando, como si bailara al son de una música que sólo él podía oír.

    Aleks volvió a su teléfono.

    —¿No estaba saludando antes? —preguntó Claire—. Sólo hace esas dos cosas, ahora.

    Aleks alzó la vista antes de mirar hacia donde apuntaba el guante. — Mmm. ¿Ves eso?

    —¿El edificio de oficinas? —preguntó Claire mirando con las gafas puestas, deseando tener mejor visión.

    —En lo alto. El grafiti

    Ella entornó los ojos ante una ornamentada obra que algún emprendedor artista debía de haber hecho boca abajo desde la azotea. —¡O, mozo. O, gozo! —leyó ella—. Ja, pues bien —Como muchos grafitis, las letras eran adornadas, pero éstas tenían un estilo anticuado...

    Claire miró atrás, hacia las letras doradas del escaparate. —¡Anda, son iguales que éstas! —dijo emocionada.

    Mientras se acercaba a la ventana, Claire notó que la O en «Noveles» era transparente. Se asomó y vio a un hombre, sentado tras un escritorio, que la miró y tiró de una palanca.

    La puerta se abrio. La mano del guante de arriba se había detenido en el gesto de «¡OK!», formando una O con los dedos.

    Claire entró y Aleks la siguió, dándole palmaditas en la espalda.

    —Bienvenidos a Diversiones Noveles —dijo el hombre tras el escritorio, ocupado en cortar algo con unos alicates—. Recompensando a los curiosos desde 1905.

***

    El edificio podía haber sido una mansión hacía cien años, un techo estilo tudor que remataba sus cuatro pisos. Aunque recientemente se había dividido en una docena de pisos, ahora sus numerosas ventanas estaban blanqueadas como ojos lácteos.

    Marco siguió a Peter hasta la parte de atrás, ambos cargando piezas del robot. Había allí una puerta al sótano, casi cubierta de una hiedra que bajaba por las paredes exteriores. Peter dejó en el suelo el pie de robot y abrió un candado que mantenía unidas las puertas.

    —Fue Kevin quien lo encontró, originalmente —dijo Peter—. Estábamos buscando un lugar cerca del canal para almacenar las piezas —Abrió las dos puertas y reveló una escalera hacia abajo—. Cuidado con los escalones. son viejos

    Los demás, Chae-yeong entre ellos, entraron al patio trasero. Marco asintió y siguió a Peter al sótano.

    —No sabemos por qué dejaron despejado el sótano —dijo Peter, agachándose para evitar una viga de madera—. No está conectado con el piso de arriba, así que tal vez los contratistas que lo estaban convirtiendo no lo vieron. Aunque uno pensaría que tendrían planos de la casa.

    —A esos trabajadores sólo les dan una dirección. Al menos era así en Nueva York —dijo Marco.

    —¿Eh? —dijo Peter, dirigiéndole una mirada evaluadora que hizo que a Marco le preocupara haber dicho demasiado. Peter encendió una luz, revelando un área grande de techo bajo y piso de tierra. En un rincón había lo que parecía un antiguo horno con un depósito de carbón al lado. Peter dejó al lado del depósito el pie de robot que llevaba, y los otros que entraron hicieron lo mismo.

    Libre de su carga, Peter señaló una pequeña colección de sillones y un mohoso y viejo sofá. Se dejó caer en un gran sillón y encendió una lámpara a pilas que tenía en el suelo a su lado.

    Chae-yeong tocó con el dedo una lata de cerveza vacía. — ¿Esto es como... la casa de un club?

    —Un poco. A Peter le gusta llamarla nuestra Sala de Situación —dijo Janice a Chae-yeong, dejándose caer en el sofá—. Estamos deseando conseguir uno de esos tableros de corcho donde poder conectarlo todo con hilo. Aquí abajo no hay recepción, así que no hay que preocuparse de los fisgones.

    —¿Hiciste muchos trabajillos de conversión en Nueva York? —dijo Peter con demasiado disimulo, indicando a Marco una silla.

    Marco sintió la presión de la mirada de Peter, quien esperaba su respuesta. —Sí —dijo finalmente—. El trabajo estaba... en línea con un proyecto que yo estaba haciendo sobre la preservación de los hábitats humanos. Yo entraba antes que la manguera de estrato, lo grababa todo con un dron y luego lo unía todo para que tener un modelo 3D del espacio.

    —Vaya pasatiempo más raro —dijo Peter con una sonrisa. La luz de la lámpara venía en un ángulo que dotaba a sus cejas de un borde siniestro.

    Mira quién fue a hablar, pensó Marco ojeando las piezas del robot. —Bueno, a mí me parecía importante. Es genial que se preserven los exteriores, pero los humanos viven dentro de los edificios. Me resultaba molesto que se estuviera perdiendo eso.

    —Sí, molesto es un modo de decirlo —dijo Kevin, incorporándose sobre un codo—. Otro es que es una puta mierda, eso es lo que es. Estamos erradicando nuestra propia historia.

    Chae-yeong se había alejado y estaba mirando el viejo horno.

    Janice le dio a Kevin un golpecillo en la rodilla. —Kevin era profesor de historia.

    Kevin se encogió de hombros.

    —Yo era académico también —dijo Marco—. Sociología. Política. Diseño de juegos cerca del final.

    —Diseño de juegos, ¿eh? Es curioso cómo la tecnología… lo infectó todo, tan despacio que ni nos dimos cuenta —dijo Peter, mirando al vacío—. No hace ni un año que yo trabajaba para Numenous. Dentro del vientre de la bestia. Rascaba datos y los empaquetaba para los anunciantes. Estuve saliendo con una de las portavoces. Pero luego desperté.

    Kevin estaba asintiendo. —Te diste cuenta de que eras una langosta en una olla, con un hervor en camino.

    —¡Joder! ¡Lo que daría yo por una langosta! —dijo Janice. Todos rieron, rompiendo el extraño hechizo en la sala. Incluso Peter sonrió un poco.

    —Aunque, en serio, ¿podemos ir a comer algo? —Janice miró su reloj—. El camión de comida pasará por el canal en media hora. Vamos a comer algo de comida de robot y luego descubramos cómo vamos a salvar al mundo de los robots.

    Hubo consenso general y la gente se preparó para partir. Marco miró su mochila y se sintió intensamente cansado ante la perspectiva de salir de nuevo al mundo. —¿Podríais…? —comenzó, sintiendo un rubor de vergüenza por lo que estaba a punto de preguntar. Todos los ojos estaban puestos en él.

    —¿Os importa que me quede aquí un rato? —dijo él—. Creo que llevo veinticuatro horas sin dormir.

    —¡Claro, quédate! —dijo Janice, hurgando en una caja al lado del sofá—. Aquí hay una manta.

    Parecía que a Peter y a los demás tampoco les importaba. CY asintió. —¿Te traigo algo de comer?

    —Tengo algo en mi mochila —dijo Marco.

    —Mejor —dijo Janice—. La del camión tiene flúor y LSD —Los demás rieron mientras subían la escalera de madera.

    Marco extendió la manta.

    Peter miró hacia abajo desde lo alto de la escalera. —No voy a cerrar la puerta con llave. Dale un buen empujón si necesitas un poco de aire fresco, se atasca un poco, pero no se queda cerrada.

    Marco hizo un gesto de agradecimiento.

    Se levantó y apagó las luces, y volvió a tientas hasta el sofá en la oscuridad total.

    Se metió bajo la manta y se acomodó. Todo parecía tan familiar...

    Inhaló y notó que era por la tierra, la madera y la sensación de ser acunado por la tierra misma.

    Volvía a estar bajo tierra y estaba en casa.

22. Qix. Ciudadela. 2045.

    El puesto de Bea era fácil de atender: ella sólo vendía tres tipos de hongos mágicos. Simples, con miel y con especias, y cada uno tenía su propia columna en la cuenta de ventas. La miel iba en cabeza.

    Lo que no era fácil era ignorar a los examigos de Qix. Stan, las A y Trevor estaban a alcance auditivo. Estaban interrogando a Trevor sobre Valleverde.

    —Ya soy un hombre —estaba diciendo Trevor—. Nada de bobas ceremonias, sólo fue otro cumpleaños más. Mi papá dice que la Ceremonia es la típica tontería excéntrica de Ciudadela. Me regaló un paquete de seis cervezas y un par de porros.

    Tu papá dice muchas cosas, pensó Qix sombríamente, recordando al seboso hombre blanco que habían visto por primera vez en el depósito de chatarra. Era peor haberlo visto: podía imaginar fácilmente ese «negrata» saliéndole de la boca.

    En casa, sus padres no habían hablado mucho de eso, aunque parecían distraídos. El propio Qix estaba distraído. Había estado esperando la Ceremonia de la Hombría desde hacía mucho tiempo. Estaba harto de ser un niño, parecía una chaqueta que se le había quedado pequeña: demasiado apretada y con la que se veía estúpido.

    —¿Cuál recomendarías? —preguntó una mujer joven. Llevaba gafas de ojo de gato e iba vestida como si estuviera de camino a casa después de un trabajo en el servicio civil.

    —No los he probado —dijo Qix—. Mi Ceremonia es dentro de dos semanas. Aunque he oído cosas buenas sobre los de miel.

    —Bueno, mi novia es vegana y mi estómago no puede con nada picante, así que —eligió el simple y lo pagó. Miró los extraños hongos secos en el tarrito de mermelada y se encogió de hombros—... Esperemos que sea esto lo que ella quería.

    —Que tenga un buen viaje —dijo Qix.

    —Gracias, ¡buena suerte con tu Ceremonia! —dijo ella con un guiño inesperado.

    Eso le recordó a Qix que, para la mayoría de la gente, la Ceremonia era el momento en el que tenías que tener sexo. También era la edad a la que podías beber y fumar sustancias que alteraban la mente. Pero también era el momento en que podías ir a la cárcel. Por alguna razón, su papá siempre insistía en esa parte.

    Stan estaba gritando por algo. —¡Eres un mentiroso, Trevor! —Las chicas también se reían.

    —¡Lo digo en serio! Es centro comercial todo subterráneo. Por eso nos anexamos ese pedazo de mierda bombardeado. ¿Por qué si no crees que lo hicimos?

    —¿Porque Valleverde es un acaparador de tierras? —dijo Stan, todavía saltando en su bicicleta—. ¿Valleavaricia?

    ¡Sí!, pensó Qix para sí mismo. Díselo tú, Stan.

    —Calla la boca. Tenemos que seguir creciendo, tenemos demasiada gente. ¿Sabes que tenemos el triple de tamaño que vosotros, ahora?

    Qix se sorprendió ante eso. Recordaba cuando Valleverde había sido más pequeño que ellos. Le parecía como en la escuela, donde cualquier chico crecía más alto que él, mientras él permanecía igual.

    —¿Cómo alimentáis a tanta gente? —dijo Ángela, y eso hizo que a Qix le diera un vuelco el corazón.

    —Granjas penitenciarias y basureros. Como el centro comercial subterráneo del que os he hablando. Latas por millas, hijo. El producto primo.

    Qix quiso golpear al pequeño imbécil.

    —Nosotros también tenemos mierdas subterráneas geniales —estaba diciendo Stan.

    —¿Cómo qué? Aquí no hay centros comerciales subterráneos —dijo Allison con amargura.

    —Catacumbas —dijo Stan.

    Allison bufó. Ángela dijo: —Ah sí, son geniales —Miró en dirección a Qix y él apartó la mirada. A Qix se le encogió el corazón. La había llevado allí una vez el año pasado, con Stan y Allison, y había sido entonces cuando habían hablado, hablado de verdad, por primera vez. Ella le había contado sobre la muerte de su madre y el problema que tenía con su hermana.

    Éll había pensado en besarla entonces, pero en ese momento había imaginado otras cien oportunidades en su futuro. Había pensado que sería mejor que ocurriera en el lago en verano, o en el bosque en otoño, en lugar de entre huesos polvorientos.

    Ahora aquí estaba él, exiliado en un puesto de hongos, afortunado de echar una mirada furtiva a esa sonrisa, a un rizo de ese cabello.

    —Sería genial comprobarlo —dijo Trevor.

    —Tapiaron la entrada —dijo Allison.

    —Pfff. El típico aburrimiento de Cacadela. Incluso cuando tenéis algo genial que…

    —Qix probablemente sabe cómo entrar —lo interrumpió Stan—. ¿Eh, Qix?

    —¿Mmm? —fingió Qix, levantando la vista del recuento de ventas que había estado garabateando.

    —Tú sabes cómo entrar en las catacumbas, ¿verdad?

    —Sí —dijo Qix, con el corazón latiendo fuerte.

    —Qix pasa bastante tiempo merodeando en los cementerios —murmuró Allison.

    —¡Pues vamos, entonces! —dijo Trevor.

    —No puedo —dijo Qix, sin atreverse a mirar a su alrededor, señalando su puesto—. Mañana tal vez.

    Con suerte eso le daría tiempo suficiente para averiguar cómo atravesar una pared de ladrillos.

***

    Unas horas más tarde, cuando regresó Bea, él no había avanzado mucho. Había estado fantaseando con buscar en Internet (el proceso que su padre hacía sonar como el deseo de conocimiento o algo así). Buscaría «entrada secreta a las catacumbas de Ciudadela» y encontraría la respuesta, pero no se permitía tecnología intramuros.

    Aunque ahora Qix se preguntaba si su padre realizaba búsquedas con sus aumentos a altas horas de la noche. Cuando era Thomas, no Jason.

    Sin acceso a las búsquedas en línea, tendría que buscar a la antigua usanza. Después de que Bea le agradeciera su ayuda y él rechazara el dinero ofrecido, se le ocurrió de repente. Qix sabía que Bea estaba en el consejo, así que pensó que ella podría saber algo.

    —Bea, ¿sabes que mi Ceremonia es en un par de semanas? —dijo en voz baja.

    Ella asintió, señaló uno de los frascos interrogativamente.

    —Tal vez, sí, pero sobre todo me preguntaba si sabías cómo entrar en las catacumbas.

    —Bueno, las tapiaron porque la gente no dejaba de organizar fiestas allí y estropeaba el lugar —dijo ella. Él asintió.

    —Pero… hay otra forma de entrar. Y es un lugar poderoso. Bueno para rituales de Ceremonia —estaba considerando ella. Qix se sintió mal por haberla conducido erróneamente hacia la relación con la Ceremonia, aunque esa conexión la había hecho ella, no él.

    Ella le dijo cómo acceder a las catacumbas.

    —Pero asegúrate de no dejar nada más que huellas y no llevarte nada más que recuerdos —dijo ella tomando asiento detrás del puesto.

    Él asintió y empezó a irse.

    —Y no vayas allí el viernes por la noche —dijo ella, como una ocurrencia tardía—. Nuestro aquelarre lo usa ese día.

***

    Trevor llegaba tarde. Stan, él mismo y las A estaban pasando el rato en el cementerio bajo una luna llena. Qix estaba empezando a pensar que ésta podría ser una cita doble como en los viejos tiempos.

    —Ese no va a venir —dijo Stan—. El sol se ha puesto. No va a venir a hurtadillas por los páramos ahora, tendría que ser...

    Pero lo que tendría que ser quedó para ser decidido por el oyente, porque Stan se detuvo al ver la fina silueta de Trevor. Lo vieron andando hacia ellos, con un cigarrillo encendido balanceándose.

    —Ey —dijo Trevor mirando a su alrededor—. Tumbas chulas.

    Qix no tenía nada que decir en respuesta. Eran tumbas chulas.

    —Bueno, veamos estas catacumbas —dijo Trevor lanzando el cigarrillo, aún encendido, que rebotó en una cruz y se apagó.

    —¿Dónde estabas? —dijo Allison.

    —Retenido. Tenía un montón de asuntos que atender.

    Hubo una pausa, pero Stan no pudo evitarlo. —¿Viniste por los páramos? ¿Ahora?

    Qix odiaba el sonido de asombro en la voz de su amigo. Se encaminó hacia la sacristía y los demás lo siguieron.

    —No es gran cosa. Los autónomos nos dejan en paz.

    —Mentira —dijo Qix.

    —No —Trevor sacó una carta—. Si me encuentro con uno de ellos, les doy esto.

    Stan le arrebató la carta. Era una jota de picas, con los ojos perforados.

    Qix sacó de un tirón las tablas que bloqueaban la puerta, con cuidado para poder volver a colocarlas cuando se fueran. Las dejó a un lado y entró en la sacristía de la iglesia.

    Trevor recuperó su carta. —Es un salvoconducto. Hemos llegado a un entendimiento con el señor de los páramos.

    Qix se mordió el labio al pensar en la esquelética figura que casi había disparado a su padre.

    El resto de ellos siguió a Qix al interior de la pequeña habitación. Olía a piedra. Allí era donde solían vestirse los sacerdotes, pero la puerta que daba entrada a la iglesia estaba tapiada.

    —¿A qué entendimiento habéis llegado? —preguntó Ángela mientras esperaban a que la vista se acostumbrara a la oscuridad. Qix deseó que ella dejara de darle conversación, pero al mismo tiempo quería saberlo.

    —Si alguien quebranta la ley lo suficiente —dijo Trevor— no lo enviamos a las granjas prisión. Son exiliocutados.

    —¿Son qué? —dijo Stan.

    —Exiliocutados —dijo Trevor, orgulloso—. Los exilian y los pillan los autónomos. La palabra se le ocurrió a mi papá.

    Qix se sintió asqueado. —¿Envíais a la gente a morir, deliberadamente? —dijo Qix.

    —Sí. La tasa de criminalidad ha bajado también.

    Con la vista ajustada, Qix se dirigió a la esquina que tenía los ladrillos sueltos y los apartó, amontonándolos, como había hecho con las tablas. Esta parte de la pared se había derrumbado y muy pronto Qix hizo un agujero lo bastante grande como para entrar a gatas.

    —Quedaos aquí hasta que os diga que es seguro —dijo Qix.

    Parecía un estúpido, arrastrándose delante de ellos, pero se había olvidado de ello para cuando hubo llegado al otro lado.

    Hacía años que no había estado ahí. Antes de que tapiaran la puerta interior con ladrillos y pudieras quitar los tablones, él había entrado. Había sido de día y el sol entraba a raudales por las ventanas. Sí, había graffitis y botellas por ahí, pero no podía igualar la sensación de asombro y serenidad que le había traído estar allí.

    Ahora, la luz que entraba era plateada e iluminaba algunos objetos pequeños en el altar. Mientras caminaba entre los bancos, Qix notó que el aquelarre de Bea debía de haber limpiado la basura.

    Se paró frente al altar, sintiendo las paredes curvarse hasta el techo muy por encima de él. Las brujas habían colocado un par de tijeras plateadas entre unas cuidadosamente dispuestas pilas de hojas y ramas. Por un momento, la charla de la gente detrás de él no lo molestó. Cerró los ojos y respiró.

    Olía a... humo de cigarrillo.

    Ese está fumando aquí dentro. Aquí dentro.

    —Si tuviéramos un lugar como éste en Valleverde, lo convertiríamos en un bar o algo así. Es un desperdicio tenerlo vacío —estaba diciendo el idiota.

    Qix se giró para decirle que apagara el cigarrillo, sorprendido de tener que decirle a alguien algo tan obvio, cuando Trevor le ofreció el paquete a Ángela.

    Qix casi dio una carcajada. Ángela pensaba que fumar era una estupidez.

    Y entonces ella tomó uno, con una leve sonrisa asomando en los labios.

    Qix se quedó allí, clavado en el lugar, sin creer lo que estaba viendo cuando él le encendió a ella el cigarrillo.

    Miró a Ángela, quien desvió la mirada, y Qix sintió que se le rompía el corazón.

***

    Después de esa noche, Qix se dio cuenta de que había tenido un plan para después de convertirse en hombre y que ese plan se había descarrilado por completo.

    Había estado avanzando por las vías hacia este nuevo país de Hombría, junto con Stan y Ángela. Sin ser consciente siquiera de la velocidad porque todos se movían al mismo ritmo. Y luego: ¡Bam! Fuera de las vías. De lado, resbalando hasta detenerse. Viendo, mientras el polvo se asentaba, que sus amigos continuaban, ajenos a todo. Y luego, pasando como un látigo por sus vías, (¡sus vías!), el intruso, Trevor.

    —Ese tren parece triste —dijo papá, mirando el boceto por encima del hombro de Qix.

    Qix asintió, sintiéndose un poco descubierto. Había venido aquí al taller de su padre después de clase en lugar de ir a su habitación. Había querido escuchar algo de música triste.

    Sin decir nada más, papá comenzó a trabajar en la bicicleta en el puesto de reparación. La bici tenía un pedal roto y papá probaba posibles recambios de una caja, uno a uno.

    Qix rellenó algunos de los surcos de escombros que su yo-tren había grabado en el prado. —¿Alguna vez estropeaste las cosas con mamá? —preguntó Qix.

    Papá rió. —Oh sí —Hizo girar un pedal.

    —¿Cómo?

    —Nosotros… vivimos en ciudades diferentes durante una década. Pero yo no iba a verla. Y ella no venía a verme.

    —¿Por qué no? —preguntó Qix.

    Papá se rascó el pelo —Porque ninguno de los dos sabía que le gustaba al otro. Aunque cuando estábamos juntos eso era obvio. Y, por suerte, terminamos estando en el mismo lugar al mismo tiempo. Aunque ella estaba saliendo con alguien.

    —¿En serio? —dijo Qix—. ¿Vosotros… engañasteis al otro?

    —Bueno, ellos se pelearon y él se marchó.

    —¿Y tú te abalanzaste? —dijo Qix, algo enojado al pensar en Ángela y en Trevor.

    Papá levantó la vista para mirarlo ante ese tono de voz. Después de un momento, preguntó: —¿Esto es por la chica de tu clase? ¿No estás de buenas con ella? ¿Con Allison?

    —Ángela.

    —Jolín, siempre las confundo a las dos. La simpática.

    —Sí.

    —Pues qué mal. Ella te gustaba.

    Qix cerró el cuaderno de bocetos. —Sí.

***

    La semana anterior a la Ceremonia, Qix se dedicó a ir en bicicleta por los páramos. No quería ver a las A y a Stan pasando el rato en la plaza, y tampoco quería estar en casa, con sus mentirosos y tramposos padres.

    No iba mucho por los páramos solo. Al pasar por los pórticos, el Sr. Fernández le preguntó si tenía un kit de reparación de parches y él asintió, aunque no lo tenía.

    Él podía correr más rápido que su padre.

    En lugar de tomar la ruta que conocía hacia el lago, siguió por la autopista. No lo había planeado, pero se encontró concentrándose en Valleverde. Sólo había estado una vez, cuando era un niño de cinco o seis años, y en realidad sólo recordaba el carrusel por el cual habían ido. Recordaba haber elegido el león y al feriante tratando de cobrar más por él, y a papá enojándose.

    Payasos, los había llamado papá.

    Nunca habían vuelto allí.

    Le había parecido una eternidad ir allí en bici en aquel entonces, pero ahora llegaba al pórtico, o a lo que servía de pórtico en Valleverde, más rápido de lo que esperaba. Había un anciano blanco, con una gorra de camionero, sentado en una silla de jardín. Qix disminuyó la velocidad, esperando que lo llamaran como en el pórtico en casa, pero lo único que hizo el tipo cuando pasó fue hacer clic en un pequeño contador que tenía en la mano.

    Qix siguió pedaleando. Notó que no era sólo su impresión de más joven, Valleverde había crecido rápidamente, porque era mucho más grande que hacía cinco años. En cada pequeño tramo había una autocaravana, una caja chata con tendederos y bicicletas afuera. La mayoría eran contenedores de envío como el que papá usaba para su taller, pero a medida que Qix avanzaba, veía más residencias parecidas a casas.

    Una tenía algo proyectado en un lado, una especie de videojuego. Había algunos niños sentados en cajas, jugando. Qix se detuvo un segundo y observó cómo disparaban con una escopeta a varios monstruos. Un niño pequeño advirtió que Qix estaba allí y echó mano a una honda. Qix entendió el mensaje y se alejó en la bicicleta.

    Malditos paletos, usando el otro insulto de Valleverde de su padre.

    Una camioneta que transportaba piezas de rescate pasó junto a él, los adultos en la parte de atrás le lanzaron una mirada. Era extraño ver vehículos en la ciudad. Qix siguió su polvorienta estela deseando tener las máscaras de respiración que él y su padre usaban en los edificios quemados.

    Los edificios se estaban volviendo más densos ahora y en poco tiempo se encontró con una buena calle con una hilera de tiendas, la mayoría de ellas abiertas. Había otros niños en bicicleta aquí, nadie le prestaba mucha atención.

    Afuera había un restaurante con sombrillas que le recordó a uno en la plaza de casa. Aunque aquí los comensales tenían que soportar el polvo que levantaban los vehículos que pasaban.

    Estaba mirando una mesa de niños, preguntándose por qué querrían comer comida con polvo, cuando oyó una voz que reconoció.

    Era Trevor. Era el más pequeño de un grupo de chicos, su cabeza rubia giraba entre los chicos más grandes a cada lado de él, mientras rebuznaban y reían. Qix pensó que uno de ellos podría ser el tipo que había estado con él en el lago squella primera vez.

    Se quedó, ceñudo, mirando a Trevor, a ese mierdecilla, a ese intruso...

    Y Trevor le devolvió la mirada en mitad de una risa. Y entonces dejó de reírse y apartó la mirada.

    Qix se percató de estar lanzando dagas con los ojos, pero no dejó de mirar.

    Trevor lo volvió a mirar, menos sorprendido, con un intento de sonrisa poco convincente.

    Qix se alejó pensando: Yo también puedo ir a tu ciudad. Y sentirme como en casa.

    De camino fuera de la ciudad, notó que se encendían las luces, hileras de bombillas de colores unidas a los postes solares.

    Llegaría a casa antes del atardecer, pero muy justo.

    Empezó a pedalear rápido.

    Cuando estaba a un par de minutos de los pórticos, vio un par de huellas de neumáticos que se desviaban de la carretera y atravesaban una llanura de tierra. En la distancia vio una forma. Sacó sus binoculares y amplió.

    Era la furgoneta del autónomo.

    El tipo estaba en el techo arreglando algo. Su cuerpo flaco parecía incómodo allí, balanceando un martillo, quitándose el sombrero y secándose la frente.

    Qix sonrió.

    Yo sé dónde vives, también, hijo de fruta.

***

    El Sr. Poletto lo sorprendió dibujando, en lugar de leyendo, y le quitó su cuaderno de bocetos.

    Al salir de clase, Stan notó que el cuaderno había sido confiscado y sonrió, probablemente pensando que había otros dibujos de desnudos. "¡Dibujó a una chica!, mira", pero Qix no tenía la energía.

    Después de la clase, Qix fue a recuperarlo.

    Poletto estaba mirando la página donde Qix había dibujado en llamas la furgoneta del autónomo. —No lo entiendo, Qix —decía Poletto—. El mes pasado parecías muy entusiasmado con la Ceremonia. Necesitas conocer el material, por dentro y por fuera. No son poca cosa los derechos y las responsabilidades de la hombría. No se dan a la ligera.

    Polletto parecía enojado. Se refrenó un poco, dio la vuelta a su escritorio.

    —¿Qué pasa, amigo? —dijo Poletto, poniéndole una mano en el hombro.

    Qix se encogió de hombros. —Muchas cosas.

    —Bueno, ¿como cuáles?

    —Es sólo que estoy... muy enojado estos días. Por un montón de cosas.

    —¿Has probado los ejercicios de respiración?

    —No —admitió Qix.

    —¡Vamos, hombre! —replicó Poletto.

    Había algo en la frecuencia en la que estaba Poletto (irritable, enojado) que tenía sentido para Qix. El trato tranquilo que le daban sus padres era simplemente molesto.

    —Está bien —dijo Poletto—. Cierra los ojos. Endereza la espalda. Inhala... y exhala. Cierra la boca, por la nariz.

    —Inhala… Ahora mismo estoy enojado porque mis alumnos no prestan atención. No quiero tener que volver a verlos en este curso el próximo año. Exhala…

    Qix respiró.

    Poletto respiró.

    —¿Sientes esa sensación en la barriga? —dijo Poletto, más tranquilo—. Podemos inducir una sensación de paz. Podemos hacerlo cuando queramos.

    Qix sentía algo. No era del todo paz, pero tampoco era rabia. Se concentró en eso. Era una nubosa bola azul dentro de él.

    —Ningún otro animal puede hacer eso —dijo Poletto.

***

    Un día, en lugar de ir a almorzar, Qix fue en bici hasta el último lugar donde había visto la furgoneta y al autónomo.

    Se sentó en el suelo junto a unos arbustos y miró la furgoneta a través de sus binoculares, mientras se comía el sándwich.

    Durante casi una hora, la furgoneta permaneció allí, aunque una sacudida ocasional indicaba que estaba ocupada. Qix tomó su tiempo para examinarla y compararla con la aterradora impresión que había sentido al verla perseguir a papá. Casi toda estaba blindada con chatarra, pero había parches aquí o allá donde la chatarra se había caído como escamas perdidas.

    En una parte veía algunas letras en relieve que indicaban la marca sobre lo que antaño habría sido pintura blanca. Podía distinguir "ECONOL", pero la siguiente escama tapaba el resto.

    En otra parte faltaba una escama sobre una rueda trasera. También era una rueda más bien pequeña, no como los nudosos neumáticos que tenía un vehículo militar reformado con piezas antiguas. Qix sintió cierto desprecio por un autónomo que dejaba una vulnerabilidad tan obvia.

    Como casi todos los chicos, Qix había pasado su período de fascinación por las errantes bandas de autónomos y sus furgonetas de la muerte. Algunos padres lo alentaban, lo usaban para asustar a sus hijos y acallarlos. Los suyos no. Qix recordaba un Halloween en el que él había querido ir disfrazado de autónomo, pero mamá había dicho que eso era de mal gusto. Terminaron la discusión con un sencillo disfraz de pirata.

    Él se había enojado en aquel tiempo, pero en retrospectiva se alegraba de que mamá no se lo hubiera permitido.

    Hasta lo del asunto de papá, él no había vuelto a pensar en los autónomos en mucho tiempo. Años atrás había habido más, a veces viajando en manadas, cuando más migración había significado más recompensas. Ahora sólo estaba este tipo, con una furgoneta más calva que un chacal sarnoso.

    Qix estaba sumido en sus pensamientos cuando oyó otra bicicleta pasar a menos de seis metros a su izquierda. Para cuando la registró, el chico ya estaba lejos y se dirigía directamente a la carreta.

    Qix se agachó y se dirigió despacio al otro lado del arbusto, donde había escondido la bici. Sintiéndose algo mejor con el arbusto entre ambos, enfocó los binoculares.

    La bici había levantado algo de polvo, así que le costó un poco reconocer al chico. Era el chico grande que había estado en el lago con Trevor. Tenía una bolsa de cosas en una mano y golpeaba la furgoneta con la otra. Qix se sorprendió por la agresividad de los golpes.

    Unos segundos más tarde, se abrió la puerta lateral y apareció el autónomo, sin camisa, parpadeando por la luz. Tenía tatuajes de un dragón, en su raquítico pecho y en los brazos, y en realidad era un poco más bajito que el bien alimentado chico de Valleverde.

    Tomó la bolsa y la arrojó a un lado, comiendo de un tazón lo que parecía cereal.

    El chico volvió a subirse a su bici y el autónomo le dijo algo, y rió. El chico negó con la cabeza. Entonces el autónomo sacó una lata de la bolsa y se la ofreció al chico. El chico volvió a negar con la cabeza y giró la bici en redondo.

    Qix permaneció quieto y agachado dentro del arbusto mientras el chico se alejaba, y cuando le vio la espalda, volvió hacia el autónomo. El hombre huesudo había colocado una silla de jardín a un lado y miraba a la distancia, mientras se bebía una cerveza.

    Y luego otra.

    Y otra.

    Cuando Qix regresó a Ciudadela, había visto al autónomo machacarse un paquete de seis y volver a su cereal.

***

    Después de la escuela, Stan lo alcanzó.

    —¿Quieres venir con nosotros a Valleverde? —preguntó pedaleando despacio.

    —¿Por qué? —preguntó Qix.

    —Allí hay videojuegos —dijo Stan, rebotando sobre los amortiguadores—. Y chicas de Valleverde. Ya sabes, chicas que no conocemos desde que nacimos

    Qix se quedó en silencio.

    —Las A vienen —lo engatusó Stan.

    Qix estaba tentado. No había visto a Ángela desde aquella noche en la iglesia.

    Entraron en la plaza. Mamá, que estaba dibujando a un hombre mayor que Qix no reconocía, lo saludó con la mano. En su lugar habitual junto a la fuente estaban las A. Ángela sonrió al verlo y él le devolvió la sonrisa.

    Entonces vio que ella llevaba la chaqueta de Trevor, la sonrisa desapareció. Él intentó mirar hacia cualquier otro lado.

    —Dijiste que vendrías si Qix venía —le estaba diciendo Stan a Allison.

    —Dije que quizá —dijo Allison—. No creí que fuese a venir. Valleverde es súper incompleto, colega.

    —No estará tan mal, ¿verdad, Qix? —dijo Stan.

    —¿Eh?

    —Trevor dijo que fuiste allí la semana pasada.

    —¿Y? —Todo empezaba a tener sentido ahora—. Ah, entonces queréis que sea vuestro guía turístico. Como en la iglesia—. Miró a Ángela, quien miraba fijamente al suelo.

    —¡Venga, Qix! Será como... los viejos... ¿tiempos? —La sinceridad de Stan quedó hecha trizas al final de la apelación.

    —Paso —dijo Qix, alejándose andando.

    Sin querer (o inconscientemente) caminó hacia el puesto de su madre. Corrigió un poco el curso hacia el de Bea, quien estaba terminando una venta.

    Se quedó allí, mirando a los tres traidores alejarse.

    ¿No apesta a humo su chaqueta?, se imaginó preguntándole a Ángela, la frase perfecta llegaba demasiado tarde.

    —¿Cómo lo pasaste en la iglesia? —dijo Bea por la comisura de su boca.

    —¿Eh? Oh, bien —dijo él.

    —Gracias por dejar las cosas como las encontraste —dijo Bea, sacando la etiqueta de algunos de sus frascos.

    Él estaba pensando en Ángela cruzando en bici el páramo, pasando junto al sarnoso autónomo y su furgoneta y su pila de latas vacías.

    —Bea —dijo Qix—. Vi algo extraño hoy.

23. Claire, Chae-yeong, Marco y Aleks. Londres. 2031.

    Diversiones Noveles era en parte un museo de folklore y en parte una tienda de curiosidades. El tipo al escritorio que los había dejado entrar no parecía interesado en nada más que recortar óvalitos de hojalata.

    Aleks se sentía competitivo, viendo que Claire había resuelto el rompecabezas de la entrada. Examinó un huevo de Pascua, pulsó un botón y observó cómo el huevo se desplegaba con un clic y un zumbido a lo largo de su colorido patrón en espiral. Parecía estar hecho de algún tipo de metal, pero era notablemente fluido, y Aleks se encontró pensando en eso en lugar de en una posible conexión con Ene.

    Claire había recibido una predicción de la boca de un bebé de porcelana.

    —Cualquiera que sea la pregunta, el amor es la respuesta —leyó él.

    —De la boca de bebés —dijo ella, débilmente. Miraron al bebé un momento y éste parpadeó, sobresaltándolos a ambos y haciéndolos dar una carcajada.

    Se oyó un silbido desde arriba cuando un bote de metal salió disparado a través de un tubo de vidrio y cayó en una canasta en el escritorio del tendero, quien dejó las tijeras y lo abrió, sacó un pedazo de papel y lo leyó. —La Hora del Cuento Tonto comienza en el teatro dentro de un minuto.

    A la izquierda de ambos, una cortina roja que cubría una pared se abrió y reveló una puerta.

    Claire buscó la confirmación del tendero, pero él simplemente devolvió el bote al tubo de vidrio y volvió a sus óvalos.

    Aleks entró primero. Era una linda miniatura de un gran teatro que alteraba la perspectiva: la primera fila tenía asientos pequeños donde podrían sentarse ardillas, y luego las filas crecían gradualmente hasta que la última fila podía acomodar humanos. Ambos tomaron sus asientos y el telón comenzó a abrirse ante la pequeña pantalla, que parecía de tamaño normal gracias a la ilusión óptica. Aleks estaba impresionado de que su cerebro se lo creyera.

    La pantalla se movía, pero no de la forma habitual. Después de un rato, Aleks notó que estaba hecha de pequeños cuadraditos, negros por un lado y blancos por el otro. Un patrón de onda cruzaba la pantalla y luego comenzaba a crear una imagen en bloques.

    —Érase una vez —dijo una voz de mujer, con acento británico, que a Aleks le recordó a la señora del metro—. Había seis mamás y papás que tuvieron un bebé.

    En la pantalla había un rectángulo con una parte superior que parpadeaba, seis rectángulos a su alrededor. —El barril con fuego —dijo Aleks—. Esos somos nosotros, en...

    Claire se llevó el dedo a los labios, pero asintió.

    Dos de las figuras se hicieron más grandes y las demás cosas se desvanecieron. —Entonces la bebé se convirtió en reina —continuó la voz, sonando ridícula—. Y dos de las mamis y papis fueron a visitar a la reina alto, alto en las montañas.

    El fondo quedó dominado por una montaña coronada con nieve. —La Reina quería que vivieran con ella y con el Rey, pero ellos querían tener un bebé humano.

    Aleks creyó detectar una extraña inflexión en la palabra "humano". Miró a Claire y ella le devolvió la mirada.

    —El Rey dijo que había demasiados bebés humanos, pero la Reina quería que mamá y papá fueran felices, así que les contó un cuento.

    Volvió la imagen del barril con fuego. —Érase una vez seis mamis y papis que tuvieron un bebé.

    Repasaron la historia unas cuantas veces más. Cada vez, la inflexión en "bebé humano" era diferente. Una vez, divertida. Otra, petulante.

    —¿Se atascó en un bucle? —dijo el tendero cuando ambos salieron. Él tipo estaba recortando triángulos ahora.

    —Sí —dijo Aleks—. ¿Es algún código de procedimiento? ¿Que inventa historias aleatorias?

    El tendero no levantó la vista. —Bueno, eso sería contar un secreto.

***

    Janice pidió whisky y Chae-yeong hizo lo mismo. Le gustaba Janice y le gustaba el whisky, aunque hacía varios años que no bebía mucho. Esas noches en Seúl cuando había salido a bailar probablemente había sido la última vez.

    Al menos esta vez no tendría que soportar una resaca en casa de su mamá.

    Instalados en su puesto, el día se convirtió en noche y por fin llegó el momento de irse. El bar aceptaba créditos de G, así que ella pagó la cuenta.

    —Guao —dijo Janice, viendo el equilibrio de Chae-yeong—. ¡Eres la repera de... esos son muchos números!

    Chae-yeong le dijo "shh". Kevin y Peter no se dieron cuenta, pues habían estado discutiendo sobre lo que era más peligroso, la superinteligencia o el capitalismo, y seguían discutiendo sobre ello mientras volvían andando por el canal.

    —¿De quién más te disfrazas? —preguntó Chae-yeong. Quería tomar la mano de Janice como hacían los chicos en Corea, pero Janice tenía las manos en los bolsillos. Hacía un poco de viento, pero el cielo estaba despejado y brillaba la luna.

    —¿Qué? — preguntó Janice.

    —Te disfrazas de anciana —dijo Chae-yeong, entrelazando los brazos con Janice—. ¿De quién más?

    —Ah sí. A veces de señora de mediana edad, como una maestra de escuela. Tengo una gran peluca para eso… a veces una gorra de béisbol de adolescente —Hizo el gesto de ponerse una gorra al revés.

    —¿En serio? —dijo Chae-yeong, emocionada.

    —Sí, aunque no me gusta mucho, las carpetas me hacen daño en las tetas.

    —Oh —dijo Chae-yeong—. Mi amigo Chris se las... cortó. Él era ella antes.

    Janice alzó las cejas. —Puedo ver la motivación. Yo parezco bastante ruda tirando la botella. También fumo, así que parezco una verdadera tipa dura. Tengo este encendedor —dijo sacando un Zippo dorado. Lo abrió con un rápido movimiento de muñeca, lo encendió y sostuvo en alto el bruñido encendedor.

    —¡Qué guay! —dijo Chae-yeong, con sus ojos líquidos bailando con la llama.

    Janice volvió a cerrarlo con satisfecha sonrisa. —¿Verdad? Además, combina con mi petaca —Tomó un trago de whisky de la misma—. ¡Eran del mismo conjunto!

    —¡Enséñame! —rogó Chae-yeong, y siguieron a los chicos mientras caminaban por el canal, jugando con fuego.

***

    Marco estaba teniendo la mejor siesta que había tenido en semanas cuando los cuatro irrumpieron, de vuelta del bar.

    Olían fuertemente a humo y reían como locos. Dejaron las luces apagadas, lo cual confundió a Marco en su adormilado estado. Sonaba como si intentaran hablar bajo, tal vez por el bien de Marco, pero no paraban de derribar cosas.

    —¿Alguien tiene fuego? —susurró alguien, y todos estallaron en carcajadas.

    —Hola a todos —dijo Marco.

    Cuando estuvo claro que Marco estaba despierto, Peter encendió una luz. Chae-yeong estaba acurrucada con Janice en el sofá y Kevin estaba desplomado en una silla, con los ojos cerrados. Todos hicieron una mueca por la luz, así que Peter la bajó un poco.

    —¿Una noche divertida? —dijo Marco.

    —Tu chica de aquí es una loca —dijo Kevin, señalando a Chae-yeong. Chae-yeong hundió la cabeza en la almohada del sofá.

    —Chica loca no. Demasiado bebidita —dijo Chae-yeong, con voz amortiguada.

    Marco sonrió, pero se sintió un poco inquieto. ¿Qué había hecho ella ahora?

    Kevin se quitó las gafas, revelando ojos vulnerables y con bordes en rojo. —Volvíamos a casa por el canal y ella va y...

    —No, no… —dijo Janice, señalándolo—. Tú estabas despotricando que si te habían robado la casa de tu infancia, que si se habían apoderado de todo, que preferirías que la derribaran antes que dejar su cadáver ahí de pie…

    Peter se apoyó contra la pared, y se mesó la barba. Marco no podía descifrar la expresión de su rostro.

    —Estábamos pasando por el edificio en el que viví cuando era niño —explicó Kevin—. Puede que yo... haya inspirado un poco la cosa.

    —Inspirado —repitió a Janice—. Clairemente incitaste a la chica.

    —¿La incitó a qué? —preguntó Marco, sentándose erguido.

    —Él estaba despotricando y ésta —dijo Janice señalando a Chae-yeong con el pulgar—. Ésta abre el Zippo con el que estaba jugando; mi Zippo, debo añadir, y va y lo lanza hacia la ventana. Hacia la ventana abierta.

    —Oh oh —dijo Marco, sintiéndose enfermo—. Pero no estaría encendido.

    —Pero lo estaba —dijo Janice alegremente.

    —Fue un accidente —gimió Chae-yeong.

    —Yo voy a la ventana a ver si lo recupero, pero no: ya había un fuego allí ardiendo. Así que empezamos a alejarnos andando. Rápido.

    —Y entonces prendió el estrato —dijo Kevin—. Resulta que esa pasta blanca es muy inflamable —Negó con la cabeza, con ojos brillantes—. Todo el lugar hizo: ¡fuuum!

    —Y nosotros hicimos: ¡zuuuuum! —Janice imitó que corría.

    Kevin rió y se llevó las manos a la cara. —Fue casi cómico.

    —Casi —dijo Peter en su primera contribución.

    —Me encantaba ese Zippo —dijo Janice, pinchando con el dedo a Chae-yeong—. Casi lo llevé a que le hicieran un grabado. Por suerte no lo hice. De lo contrario serían capaces de llegar hasta nosotros. Eso estuvo cerca.

    Peter rió. —Sí. Cerca. Menos mal que nos salimos de rositas —dijo, con la voz apestando a sarcasmo. Los demás lo notaron. Él sacudió la cabeza—. Os dais cuenta de que vivimos en la ciudad más vigilada del mundo occidental, ¿verdad? Medio millón de cámaras de CCTV —Él los miró a todos—. No creeréis de verdad que nos salimos con la nuestra por liarla con las mierdas de una superinteligencia, ¿no?

    Marco vio que la comprensión amanecía en los rostros de los demás.

    —¿Qué hay de las acciones robot? —dijo Janice—. Nosotros decimos la verdad al poder. No pueden hacer nada al respecto.

    Peter sacudió la cabeza con incredulidad. —Para ellos eso son... cabriolas inofensivas. Jugar a morder. Esto, sin embargo... Esto somos nosotros metiéndonos en sus cosas y haciéndolas pedazos. Dejándolo esparcido por todo el callejón. Esto es... pasar de mascota a... amenaza salvaje.

    Peter hizo una pausa y se cruzó de brazos. —Estamos bien y verdaderamente jodidos.

    Marco no estaba en desacuerdo, pero lo que no entendía era por qué Peter parecía complacido con ello.

***

    Claire se sorprendió de que hubiera un ser humano tras el mostrador de recepción. Los dos últimos hoteles en los que se había alojado estaban automatizados, y supuso que en Londres todos serían así. Pero había una mujer intimidantemente atractiva de pie detrás del frío escritorio de mármol.

    —Fantástico —dijo Aleks mirando a su alrededor.

    Claire hizo rodar su maltrecho equipaje hacia el frente y esperó a que la dama notara su desaliñada presencia. La dama usaba NuSpecs, pero les dedicó un vistazo a Claire y Aleks. —Me temo que no hay habitaciones libres —dijo con acento de Europa del Este—. Lo lamento.

    Claire dedujo que la dama había verificado sus identidades con los datos de la reserva. Nuestro, nuestro amigo hizo la reserva —Sacó la copia impresa que de pronto se alegró de haber traído.

    La dama alzó las cejas mientras separaba los pedazos de papel, desgastados por el viaje, y los revisaba. Luego los devolvió deslizándolos por la mesa.

    —Pueden tomar ese ascensor de ahí hasta su habitación.

    Claire agarró los papeles. —Gracias —dijo agradecida, y se dirigió hacia el ascensor. A mitad de camino, se dio la vuelta tímidamente y dijo: —Oh. ¿Qué número de habitación ha...?

    —Siga las luces —dijo la dama, aburrida, sin mirar a Claire siquiera.

    El ascensor era tan pequeño que Aleks tuvo que quitarse la mochila para poder entrar. La cabina se cerró y subió sola a la planta sin necesidad de pulsar ningún botón.

    Cuando llegaron a la silenciosa planta, Claire supo lo que había querido decir la dama. Todo el pasillo estaba oscuro excepto por una puerta con una luz púrpurea. Tras intercambiar una mirada, ambos se acercaron. Cuando se pararon frente a la anodina puerta, ésta se abrió con un clic.

    —Bienvenidos, invitados de Chae-yeong —dijo una voz de barítono cuando entraron.

    —Al menos la habitación sabe cómo recibir bien a la gente —dijo Aleks.

    —Esa mujer fue terrible.

    Aleks se encogió de hombros. —Europeos del Este —Como si eso lo explicara.

    La habitación era una lujosa suite con dos camas de matrimonio y vistas a la ciudad.

    —Guao, ese ascensor es más rápido de lo que aparenta. Estamos bastante alto —dijo Claire. Señaló el London Eye—. ¿Has subido a eso?

    Aleks resopló. —¿Sesenta libras por subir a la noria más lenta de la historia? No, gracias —Dejó la mochila sobre una de las camas—. ¿Te quedas tú la otra cama?

    —Claro —dijo Claire—. Aquí no abunda la privacidad —dijo. Tenía el presentimiento de que había algo entre Marco y Aleks.

    Aleks abrió rápido su mochila de cremalleras. —No nos va a hacer falta privacidad —dijo con un dejo de tristeza. Sacó algunos artículos de tocador—. ¿Te importa si me meto en la ducha y tal? Me siento asqueroso de tanto viaje.

    —Por supuesto —dijo Claire. Se preguntó si tendría tiempo de hacer una llamadita a Maisie, sintió una punzada de amor y ansiedad.

    —Qué altos estamos —Aleks miró las vistas por la ventana—. A Marco no le va a gustar estar aquí.

***

    No mucho después del pronunciamiento de Peter de que estaban jodidos, todos se fueron a dormir. Todos excepto Marco, quien se vio tumbado en la oscuridad oyendo a la gente respirar. Alguien tenía un ronquido sibilante, no lo bastante como para enojarse, pero lo bastante como para evitar que se le despegara la mente y ésta flotara hacia el sueño.

    Al final se levantó y se dirigió a la pequeña franja de luz de la entrada, con la manta arrastrando detrás, caminando despacio para no tropezar ni chocar con nadie.

    Las escaleras crujían, así que las subió lentamente y salió de allí lo más silenciosamente posible.

    El aire de la noche era fresco y la luna convertía los matorrales y la basura del patio trasero en esculturas plateadas. Halló una zona de césped y se sentó allí con la gruesa manta debajo.

    Mirando atrás culpablemente, sacó la bolsa de Shhh y abrió el candado de la cremallera. Sabía que hacerlo no era muy seguro ni privado, pero una parte de él sabía, desde que Aleks lo había encontrado en Nueva York, que todas sus precauciones eran más superstición que otra cosa.

    El mensaje de Aleks fue el primero que llegó, una imagen de su elegante habitación de hotel en el piso 56. Luego, una hora más tarde: ¿Estás bien?

    Marco comenzó a responder, pero luego le preocupó que el mensaje lo despertara. Así que comprobó la hora en México y llamó a Leila.

    —Justo ahora estamos con los rituales para ir a la cama —dijo ella en español—. Tal vez si...

    —Tranquila, veo a Nico cepillarse los dientes —dijo Marco, interrumpiendo.

    Ella conectó el vídeo y se le abrieron los ojos como platos. —Pareces un bruja —dijo Leila—. ¿Dónde estás?

    —En Londres —dijo Marco mirando su imagen insertada, rasgos oscuros pero sombríos enmarcados por una manta en forma de capucha. Sí que parecía una bruja. Apagó su vídeo.

    Ella lo estaba llevando al baño. —Sólo ponme en videodomo —Ella lo hizo y dejó a Marco sobre el lavabo.

    Él levantó el teléfono para centrar a su hijo. —Nico, soy papá.

    Nico hizo una pausa en su cepillado para mirar el teléfono. —No te veo —dijo Nico entre espuma blanca.

    —Está demasiado oscuro aquí. Estoy en Londres. ¿Recuerdas a Thomas el Tren? ¿De dónde es?

    —¿Quién?

    Marco sintió una punzada. —¿El tren azul? ¿El de los dibujos animados? —¿De verdad había pasado tanto tiempo? Se recuperó—. ¿Cuál es tu programa favorito ahora?

    —Voltron —dijo Nico, escupiendo su pasta de dientes y enjuagándose.

    Marco hojeó su galería de fotos y le envió algunas fotos de los robots gigantes en Kings Cross. —Vi algunos de esos hoy.

    Nico las miró. —¿Hay robots en Londres?

    —Flúor —dijo Leila. Marco no se había dado cuenta de que ella estaba allí, pero allí estaba, apoyada en el marco de la puerta con los brazos cruzados.

    —No son reales, sólo son… por diversión —Marco pensó en decirle que había empujado a uno al suelo, pero no con Leila allí. Además, Voltron era el bueno.

    —Voltron es un luchador —dijo Nico entre enguajes de flúor.

    —Oh, genial —dijo Marco tratando de seguir el ritmo, preguntándose si estaba controlado por cuatro luchadores.

    Nico levantó un dedo mientras terminaba con el flúor. —Es el mejor luchador.

    —Genial —dijo Marco—. ¿Todavía tienes la máscara de calavera y tibias cruzadas que te di?

    —Sí, pero ya no es mi máscara favorita.

    —¿Cuál es tu favorita?

    —Godzillaman. Fuimos a verlo la semana pasada en la arena. Nacho me la compró.

    Marco miró a Leila, quien parecía un poco incómoda. —De acuerdo, cariño, hora de ir a la cama.

    —¿Nacho? —Marco no pudo evitar preguntar.

    —El amigo de mamá —dijo Nico, saltando de su taburete y empujándolo debajo del lavabo.

    —Un viejo amigo —dijo ella.

    —Qué bien —dijo Marco, tratando de decirlo en serio.

    —Bueno, di buenas noches, mañana tienes colegio —dijo ella.

    —Buenas noches, papá —dijo Nico, saludando con la mano al teléfono mientras salía del baño.

    —¡Buenas noches! ¡Te amo, Nico! —dijo Marco, esforzándose por oír si su hijo respondía.

    Leila recogió el teléfono y desconectó.

    Marco se tumbó en el césped, se enrolló la manta y miró hacia el cielo negro. Nacho. No le molestaba en lo más mínimo que Leila pudiera estar saliendo con alguien; si eso mejoraba su estado de ánimo, tanto mejor; pero Godzillaman había suplantado a la máscara que él le había regalado a Nico. Quizás Nacho fuese una mejor figura paterna que él, también.

    Una bruja. No un padre, ni siquiera un hombre.

    Natcho probablemente era un hombre grande y fornido, con el macho saliéndole por los poros. El chico con el que Leila había salido antes que él era así: a ella le encantaba lo diferente que era. Sensible. Consciente de la ropa.

    Pero ahora que él la había hartado, probablemente ella se lanzaría a los brazos de un Nacho. O de un Juan.

    Oyó que la puerta se cerraba detrás de él. Se sentó erguido y metió de nuevo el teléfono en su bolsa de Shhh. Era instintivamente astuto: años de entrenamiento, supuso.

    Era Peter

    —¿Te importa si me uno a ti? —Estaba siendo encantadoramente educado: ésta era su casa.

    —Claro que sí, por favor —dijo Marco, haciéndole sitio en el césped.

    Peter bajó su gran cuerpo al suelo, luego sacó un porrillo y lo encendió. Dio una calada y le ofreció el porro a Marco.

    —No, gracias —dijo Marco. A Leila le gustaba la marihuana, pero a él nunca le había funcionado: siempre lo dejaba confundido.

    —Me ayuda a dormir —dijo Peter exhalando humo—. Tengo la mente un poco acelerada.

    —Eso es normal, con la noche que habéis tenido.

    —Sí —dijo Peter, mirando hacia el cielo nocturno—. ¿Sabes?, cuando era adolescente estaba convencido de que las corporaciones iban a poner un logo gigante en la luna. Con láser. Nuestro estilo de vida consumista era muy peligroso, pensaba yo.

    Marco esperó.

    —Ahora a veces sueño que la luna en realidad está hecha de estrato y que nadie lo sabe. Que la han reemplazado. Igual que los humanos van a ser reemplazados.

    —El 75 % de los animales del mundo se han extinguido en los últimos cincuenta años —dijo Marco—. ¿Por qué iban a ser especiales los humanos?

    —Eso es lo que tenemos que averiguar —dijo Peter.

***

    Aleks y Claire estaban preocupados al no haber tenido noticias de los demás en toda la mañana. —Le envié un mensaje de texto anoche, pero no hubo respuesta —dijo él, mirando el teléfono—. Veo que se conectó durante diez minutos a... vaya, en mitad de la noche. Así que lo consiguió, probablemente.

    Estaban en un pequeño local a la vuelta de la esquina del hotel. Claire estaba terminando su desayuno inglés. —No puedo creer que coman todo esto todos los días.

    Aleks había apartado su plato, dejando las tostadas y la mitad de los huevos. —No hace falta que te lo termines.

    Ella sacudió su cabeza. —Pues sí hace falta. De lo contrario mi madre me dará la lata. Admiro tu habilidad para dejar de comer cuando estás lleno.

    —¿Qué pasa? ¿Qué decía tu madre? ¿Lo de los niños que pasan hambre?

    —Me decía: "Miserable desagradecida" —dijo Claire—. Ella odiaba cocinar.

    —Oh —dijo Aleks, hojeando el teléfono—. Sé dónde está Marco. O dónde estuvo cuando se conectó, al menos.

    —¿En serio? —dijo Claire, tragando su última tostada con zumo de naranja.

    —Compartió su ubicación conmigo cuando estuvimos en Wisconsin y no lo desactivó. Oh oh. Mala higiene de privacidad.

    —Aunque eso son buenas noticias para nosotros —dijo ella dando un toquecito en su teléfono para pagar la cuenta.

***

    Tomaron el autobús. Aleks nunca había ido en la planta de arriba en sus anteriores viajes a la ciudad, y se encontró subiendo las escaleras con entusiasmo. Consiguieron un buen asiento con una ventana grande.

    —Odio estos autobuses —dijo Aleks, mirando las calles lluviosas—. Cuando pasan, es como un maldito muro. Espantoso —Miró hacia abajo hacia un coche—. Pero la vista es genial.

    Como si fuera una señal, la ventana parpadeó y se convirtió en un anuncio de vídeo. Ellos rieron. Se trataba de un anuncio de 15 segundos de la campaña de Banksy para alcalde, un montaje de la obra más conocida del artista. Luego recuperaron las vistas.

    Aleks asintió hacia un par de bicicletas eléctricas en la carretera, con algunos scooters motorizados en la mezcla. —Como si la lluvia no fuera ya bastante. Yo nunca andaría en bicicleta aquí.

    —Seguro que es mejor en los pueblos ingleses —dijo Claire.

    —Por supuesto que es mejor, esa es la idea. Un pueblo es un hábitat humano idealizado.

    Se acercaron a una rotonda y fueron en una dirección que Claire no esperaba. —¿Hemos subido al correcto?

    Aleks le mostró el mapa.

    —¿Te cansaste de las actualizaciones de ubicación? —preguntó Claire.

    Aleks negó con la cabeza. —Espero que aún funcionen.

    —Mis mensajes a CY no se envían, ha estado desconectada.

    —Eso no es muy sorprendente si están con los activistas, tal vez les hayan pedido que se oculten —dijo Aleks—. La mayoría de los anarquistas que conozco en Berlín dan mucha importancia a eso. Así que mejor no delatar a Marco en caso de que él los moleste.

    Claire asintió.

    Aleks se rió. —Va a creer que lo estoy acechando. Hice lo mismo en Nueva York. Bueno, allí fue culpa suya.

    —Yo estuve contacto varias veces a lo largo de los años, pero debe de haber sido un correo electrónico antiguo. Es bueno que hayas podido encontrarlo. No le estaba yendo bien. Creo que él está mejor desde que está con nosotros.

    Aleks sonrió a Claire, la encantadora Claire que se preocupaba por la gente. Le apretó la mano. —Yo lo eché de menos. Sobre todo desde que murió Jakub. Me di permiso para pensar en él de nuevo.

    —¿Acaso él ...? —Claire se humedeció los labios, buscando las palabras.

    —¿Si piensa en mi? No lo sé. Está muy infeliz por lo de su hijo. ¿Recuerdas esa vez que estuvimos juntos en Berlín? —Los ojos azules de Aleks se veían empañados, él miraba por la ventana—. Esa puede haber sido la única vez.

    Ahora fue el turno de Claire de apretarle la mano.

***

    Habían dado dos vueltas a la casa sin encontrar a nadie. Estaban en el patio trasero y Aleks buscaba la ubicación. —Parece que fue aquí en lugar de dentro.

    Claire miró hacia las ventanas blanqueadas. —Esto está convertido, al menos.

    Aleks notó las puertas del sótano y sonrió. —Mmm.

    La gran puerta de madera se abrió con facilidad y cayó pesadamente hacia un lado.

    —¡Oh! —dijo Claire, mirando escaleras abajo—. ¿No esta convertido esto?

    —O al menos el sótano no lo está —dijo Aleks, encendiendo la linterna de su teléfono y bajando con cuidado las escaleras.

    —Que no te maten —gritó Claire.

    Marco estaba sentado en un sofá, medio envuelto en una manta.

    —¡Encontraste otra madriguera! —dijo Aleks.

    Marco sonrió, bostezó. Deambuló por el sótano encendiendo luces. Aleks llamó a Claire para que bajara.

    —¿Dónde está Chae-yeong? —fue lo primero que ella dijo.

    —Se fue con los demás, supongo —dijo Marco. Cerró las puertas.

    Claire le lanzó una de esas miradas.

    —Sé que se suponía que debía vigilarla, pero mi sueño está todo alterado. Me pasé despierto toda la noche y se fueron hace unas horas. Yo no tenía energías para ir a un gran jaleo lleno de gente.

    Marco buscó en su mochila una barra de granola y la desenvolvió.

    —¿Qué jaleo?

    —Numenous va a hacer no sé qué anuncio de producto. Ese tipo, Peter, el de la barba, antes trabajaba para ellos y ahora los odia. Me figuré que probablemente era eso lo que Ene quiere que hagamos.

    Claire se llevó el dedo a la boca, pero Aleks le mostró en su teléfono que no había señal aquí.

    —Esa es una de las razones por las que usan este espacio como almacén. Cuando salen usan mochilas de Shh —dijo Marco, mostrándoles la suya. Luego miró a Aleks y dijo: —Fue la llamada que hice anoche, ¿verdad?

    —Correcto.

    —De acuerdo, bueno, esto no es lo que Ene quiere que hagamos, porque ella nos dejó un mensaje a través de ese sitio de Diversiones Noveles —dijo Claire—. Así que CY está con un grupo de inestables... activistas, supongo, aunque tal vez terroristas...

    —¡Esa gente la adora! Como todo el mundo adora a CY —dijo Marco. Aleks se sorprendió por la nota de celos—. Nos invitó a bebidas a todos. Esa gente no van a permitir que ella salga lastimada.

    —¿Preguntaron por qué tiene ella tantas G? —dijo Claire con cara de preocupación—. Porque eso podría ser malo.

    Marco se encogió de hombros. —¿Qué estabas diciendo sobre un mensaje de Ene?

    Claire le contó el extraño cuento de hadas.—Parece que Kay y Thomas están juntos y quieren tener un bebé, pero la otra IA tiene un problema al respecto.

    —¿Y qué? Ellos no necesitan permiso.

    —Ambos están aumentados. Ambos tienen la actualización de desarrollo, la que incluye la biointegración.

    —Así es —dijo Aleks. No habían hablado de eso explícitamente porque podría haber gente escuchando— Así que, supongo que sí necesitan permiso.

24. [D/N]

    Ene entra en la habitación que De ha generado. Está presidida por una gran mesa y tiene vistas a una ciudad.

    De, con traje y corbata pero sin rostro, abre un maletín. Otro De, rubio, está sentado a la mesa.

    Ella se pregunta por qué tiene que competir para ser juguetón. Ene se duplica a sí misma y le da a su clon cabello negro y un maletín un poco más grande.

    El De abogado camina hacia el fondo de la sala y toma una hoja de papel que emana de un cubo blanco. —Hemos ejecutado las proyecciones varias veces ajustando las variables. Todas apuntan a que este evento es un punto de inflexión.

    —¿Cómo de alta fue la resolución? —pregunta la Ene abogada.

    —Usamos todos los ciclos de estrato disponibles —dice el De abogado, señalando los cubos y deslizando el papel por la mesa.

    La Ene abogada escanea los cubos blancos brillantes que visualizan la red de estrato contenida en conversiones y esculturas por toda la Tierra. Era mucho más espacio y energía de la que necesitaban, pero había sido útil: ahora era inútil para generar riqueza criptográfica, se usaba casi por completo para simulaciones de proyección. Ella señala una pequeña mancha negra en el blanco puro.

    —Tus amigos decidieron quemar un edificio —dice el De abogado—. Yo podría cambiar la composición del estrato para hacerlo menos inflamable, pero en realidad ese es un buen modo de rastrear disturbios.

    —Y de que se desahoguen un poco —dice la Ene abogada—. A todo el mundo le gusta el fuego.

    —Mmm —dice el De abogado, mirando por la ventana.

    La Ene y el De clientes se miran.

    —Bueno —dice el De abogado de repente, apartando la mirada de la ventana—. Hagámoslo. El acuerdo. Si hay una sola víctima mortal, ejecutamos mi plan. Si no la hay, ejecutaremos el vuestro.

    La Ene cliente habla por primera vez con el De cliente. —¿Has considerado...?

    El De cliente asiente con impaciencia, mira por la ventana. El De abogado es más detallado. —Hemos considerado y rechazado vuestra propuesta. Ampliar es demasiado arriesgado. Hay que arreglar las cosas y ponerlas en orden. Las conservas harán eso.

    La Ene cliente suspiró.

    —¿Has desplegado a tus agentes? —pregunta la De abogado.

    —Sabes que sí —dice la Ene cliente. La Ene abogada abre su maletín y le muestra las seis diminutas versiones holográficas de ellos capturadas mientras dormían—. Cada uno es del tamaño de un eclair.

    El De abogado abre su maletín. Ve a un pequeño Peter sentado y meditabundo, su rostro barbudo es distintivo incluso en miniatura, y otra persona que nunca ha visto.

    —¿Quién es esa persona? —pregunta la Ene cliente, repentinamente nerviosa.

    Los Des sonríen al unísono. —Alguien que sólo necesitaba el más pequeño de los empujoncitos.

25. Qix. Ciudadela. 2045.

    Sabía que eso lo metería en problemas, pero es que no sabía qué hacer y confiaba en Bea. Ella había juntado a mamá y a Fernández para una reunión improvisada en la garita de vigilancia del pórtico.

    —¿Por qué saliste tan lejos, por cierto? dijo el Sr.. Fernández cuando Qix le habló sobre la entrega que había visto—. Dijiste que ibas al lago.

    —Ey, ¿podemos tratar el asunto que nos ocupa? —dijo mamá, exasperada—. ¿La misma escoria que casi le dispara a mi marido recibe suministros de un chico de Valleverde? ¿Qué están tramando?

    Reflexionaron sobre eso un rato. Bea, que estaba tomando notas, alzó la vista hacia el Sr. Fernández..—Díselo, David.

    —Eso es asunto del consejo —dijo él, negando con la cabeza.

    Bea se ajustó las gruesas gafas. —Hay un rumor de que Valleverde planea anexarse Ciudadela.

    —¡¿Qué?! —dijo mamá.

    —No digas —dijo el Sr. Fernández—... Es sólo un rumor. No necesitamos que la gente entre en pánico.

    —Han estado expandiéndose casi exclusivamente en esta dirección —dijo Bea.

    —Hay mejor tierra en esta dirección —dijo el Sr. Fernández, aunque parecía inseguro.

    —Oh, eso es lo que nos faltaba —dijo mamá—. Que esos paletos tomen el control.

    —Están en su derecho —dijo el Sr. Fernández—. Nada nos impide a nosotros expandirnos más allá de nuestros muros. Por cantidad de población podemos anexarnos otras diez millas cuadradas.

    —¿Y por qué no lo hacemos? —preguntó Qix.

    —Por tradición, en realidad. La gente se siente más segura dentro de los muros.

    —Si no hubiera autónomos, quizá la gente se sentiría diferente —dijo Bea.

    —¡Y entonces por eso necesitan un chacal como mascota! —dijo mamá, golpeando sobre la mesa con el dedo.

***

    Qix descubrió, en la víspera de la Ceremonia de la Hombría, que era muy difícil afeitarse la cabeza.

    No había querido preguntarle a su papá, porque era un mentiroso, y los hombres (el Sr. Poletto había dicho una y otra vez) tenían integridad. No quería preguntarle a su madre, porque se trataba de una Ceremonia de la Hombría.

    Así que, después de media hora, había ido en bici hasta casa de Stan.

    "Necesito que me afeites la cabeza", se imaginó diciendo. Diciendo, no pidiendo.

    Pero entonces Stan abrió la puerta con una cabeza que parecía una oveja en medio de un esquilado, y Qix se echó a reír.

    —¡Cállate! —dijo Stan—. ¿Vale? ¡Tú cállate!

    Terminaron con el rapado en el patio trasero ante la insistencia de la madre de Stan. Qix sentía una especie de placer destructivo al cortar el pelo lo más que podía con unas tijeras. Su mamá salió, se tapó los ojos y murmuró algo sobre que su hijo parecía de camino a los campos. Lo cual era extraño, porque Qix no sabía de ningún campo que necesitara que te afeitaras la cabeza.

    La navaja de afeitar era difícil de manejar, pero Qix le pilló el truco. Durante todo el proceso, Stan no dejó de hablar de ese videojuego que jugaba en Valleverde y de una chica que Trevor le había presentado. Una parte de Qix no podía creer que Stan estuviera tan pez. Decidió ponerlo a prueba untándole las cejas con crema de afeitar.

    —¿Qué estás haciendo? —dijo Stan.

    —Tenemos que raparnos la cabeza, ¿no? —dijo Qix—. Esto también es la cabeza.

    —Ahhh —dijo Stan.

    Qix le afeitó una ceja.

    —¿Estás seguro? —preguntó Stan.

    —¿Quieres sólo una ceja? Eso queda bobo.

    —Ahhh —repitió Stan.

    Qix le afeitó la otra. Luego tomó una toalla mojada y se limpió la cabeza y la cara, antes de revisar su obra.

    —¿Cómo se ve? —dijo Stan con ansiedad. Había pasado, pensó Qix con satisfacción, de una oveja esquilada a un pollo rosa desplumado, con un leve bigote. Dio el visto bueno.

    Stan corrió hacia la casa para mirarse en un espejo. Cuando estuvo allí, Qix empacó sus cosas. Se dio cuenta de que no confiaba en los dedos torpes de Stan con una navaja. Sacó su bicicleta del patio y entró en la calle estrecha.

    Cuando comenzó a pedalear, oyó los gritos de la madre de Stan y eso le hizo sonreír.

***

    De camino a casa, se convenció de que, con la práctica que había conseguido, sería capaz de afeitarse solo. Hizo la parte de arriba y los lados con poca dificultad, pero estaba teniendo problemas con la parte de atrás cuando entró papá.

    Qix lo ignoró, pero papá vio lo que estaba haciendo y tomó la navaja. A papá le gustaba hacer justo lo que había que hacer. Hacía años le había dicho que cuando le preguntabas a alguien si necesitaba ayuda, le has dado un trabajo extra.

    —Gran día mañana —dijo papá.

    —Sí —dijo Qix.

    Papá le secó la cabeza con una toalla.

    Se miraron en el espejo. Se parecía más a él ahora, sólo un tono o dos más claro.

    —Creo que tienes bastante pinta de tipo duro —dijo papá, asintiendo y dándose la vuelta para irse.

    —Eso es porque es tu pelo, Thomas —dijo Qix.

    Se volvió. —¿Qué dijiste?

    —Eso es porque es tu peinado —dijo Qix.

    —Sí —dijo papá—. Creo que sí. Pero te lo presto por un tiempo.

***

    Qix quería atrapar algo vivo para su ofrenda. O al menos pescar un pez.

    —Plan B —había dicho mamá—. Siempre es buena idea tener uno. Si tienes otra cosa, genial.

    Así que ahí estaban, en el mercado, mirando pollos. Otro iniciado también estaba aquí con su madre, y ambos intercambiaron una mirada de rodar los ojos en blanco.

    —Yo suelo elegir al que tiene los ojos más brillantes, ese es un buen indicador de salud —dijo ella mientras recorría la hilera de jaulas. Había mucho más de lo habitual, debido a la inminente ceremonia.

    Uno cagó y el guano atravesó el alambre hasta el pollo de abajo. Fila superior, notó Qix. Miró hacia allí y encontró a uno grande con marcas oscuras.

    Mamá estaba hablando con el comerciante sobre otros dos contendientes, y él interrumpió. —Ese —dijo Qix señalando al grandote.

    —¿Crees que…? —empezó mamá, pero luego se detuvo.

    —El joven sabe lo que quiere —dijo el comerciante, retirando la jaula de la fila. Fue Qix quien pagó.

    De camino a casa, mamá lo miraba con una sonrisa triste.

    —¿Qué? —dijo Qix.

    —Ese corte de pelo te queda bien —dijo ella. Él se dio cuenta de cuántos grises tenía ella en ese espeso cabello rojo.

    Caminaron un rato en silencio.

    —Te amo y estoy orgullosa de ti —dijo ella de repente.

    —Lo sé —dijo él rápidamente. El pollo emitió un graznido cuando la jaula le golpeó en la pierna.

    Le ofreció el brazo a su madre, como había visto hacer a su padre. Ella lo tomó y caminaron en silenciosa compañía por las adoquinadas calles hasta casa.

***

    Llegó el día siguiente, el día de la Ceremonia. Qix estaba esperando en el Salón del Trono con el resto de los iniciados. Todos estaban calvos y se frotaban la cabeza y se reían unos de otros. Oyó a Stan decirle a uno de los otros niños que también tenían que afeitarse las cejas.

    Desde el otro lado de la sala, un niño llamado Leo pasó. —Buena aspecto, colega —dijo. Qix le devolvió el cumplido—. Nos han dado la forma correcta de las cabezas, supongo —dijo Qix, mirando la cabeza de forma extraña de Stan.

    El Sr. Poletto entró y levantó la mano, los otros chicos también lo hicieron y las voces se acallaron. —Muy bien, iniciados. Póngase sus túnicas, coloquen toda su basura contra la pared y forme un círculo. Dos minutos.

    Qix se desvistió y sacó la túnica blanca de la mochila. Su navaja de afeitar estaba debajo, pero la dejó allí, no la necesitaría hasta más tarde. Se oía el silencio tímido y quedo habitual de los niños de 12 y 13 años mientras se vestían, pero cuando estuvieron en su círculo, el murmullo había brotado nuevamente.

    Poletto entró vestido con una túnica como la de ellos, pero negra, ceniza en el rostro sombrío. Se paró en centro del círculo y miró de niño a niño, haciendo contacto visual con cada uno. Su pecho subía y bajaba con la respiración y, en poco tiempo, todos los chicos estaban haciendo lo mismo.

    Qix miró a los chicos que había conocido toda su vida, transformados. Brendan, que por lo general charlaba y bromeaba sin parar, parecía reflexivo y serio. Incluso Stan, dejando a un lado la rara forma de su cabeza, parecía un monje extraño.

    Poletto habló sin su habitual jocosidad. —Es hora de que llaméis a los hombres—. Luego se cruzó de brazos y esperó.

    Aquello comenzó con pisadas fuertes, dispersas, y luego se convirtió en un latido. Entonces los chicos comenzaron a aplaudir al compás, y luego agregaron sus voces: hey hey hey hey…

    La puerta se abrió y entraron los padres, también vestidos de negro. Dieron la vuelta detrás de ellos, y de manera bastante impresionante se las arreglaron para detenerse detrás de sus respectivos hijos.

    Poletto dejó caer la mano y cesaron los cánticos y los pisotones.

    Poletto comenzó a dar vueltas, lanzando con un plumón humo de salvia a las caras de los niños. A Qix le gustaba el olor.

    Por dersgracia, Stan estaba directamente al otro lado del círculo, mirándolo con el ceño fruncido. El padre de Stan le puso la mano en el hombro y Stan se encogió de hombros. El padre de Stan sonrió un poco, se frotó la cara y se la emborronó la ceniza que los padres tenían en las mejillas.

    Poletto terminó con la salvia y llevó un espejo alrededor del círculo, parándose un momento frente a cada iniciado.

    —Cada uno de ustedes se irá de aquí en una búsqueda para proporcionar algo de valor a Ciudadela. Tendrán que ser ingeniosos. Tendrán que ser valientes. Y aunque estén con ustedes mismos, no estarán solos.

    Poletto sostuvo el espejo frente a Qix, quien vio que un rostro serio e intenso le devolvía la mirada. Detrás de él estaba su padre, y se miraron a los ojos por un momento.

    —La sangre de su padre corre a través de ustedes, y la del padre de su padre, y así sucesivamente a través de una cadena de ancestros —Poletto seguía mostrándole el espejo a la gente—. Cuando regresen, su mundo será diferente. Su relación con sus padres será diferente. Él esperará más de ustedes y ustedes lo harán responsable.

    Qix sintió que esto lo atravesaba como electricidad.

***

    Cuando se despidieron, Qix fue a buscar su mochila y sslió. Mientras los demás se despedían de sus padres, Qix ya había bajado las escaleras de la torre y se alejaba.

    Uno de los otros iniciados, Jeff, lo alcanzó. —¿Adónde vas?

    La mayoría de los iniciados irían a casa y matarían un animalillo, generalmente un pollo, que podrían ofrecer como ofrenda a Ciudadela. Qix sabía que el pollo lo estaba esperando en casa, pero tenía otros planes.

    —¡Tu casa está en la otra dirección!

    Al cabo de un tiempo, Jeff dejó de seguirlo.

    Cuando Qix llegó al pórtico, el Sr. Fernández pidió ver su papeleta.

    Qix siguió caminando —Voy de caza.

    —¿Al páramo? —dijo Fernández—. Pero ¿vosotros, chicos, no soléis…? —fue diciendo hasta el silencio.

    Qix siguió caminando y no miró hacia atrás.

    Se sentía extraño en el páramo sin la velocidad de su bicicleta. El borde de grava de la carretera crujía bajo sus zapatos.

    Llegó al desvío hacia el lago y, aunque no era adonde se dirigía, sus pies lo llevaron por el sendero hacia el bosque que rodeaba del agua. Era un día fresco de otoño y las hojas se estaban poniendo amarillas y rojas. Respiró como le habían enseñado y sintió el aire circular alrededor de la túnica blanca, donde su cuerpo desnudo y la tela se tocaban.

    Llegó al agua misma. Estaba quieta y hermosa. Sin pensarlo, dejó su túnica y mochila en la orilla y se zambulló en el agua sin pausa. Nadó hasta el centro del pequeño lago y bajó y bajó, pensando en la historia que les había contado Poletto sobre el Hombre Salvaje que vivía en el fondo del lago.

    Tocó algas en el fondo e imaginó que era el cabello de ese hombre salvaje. Agarró una poca y la llevó a la superficie.

    Flotó allí por un tiempo. Este era su lago. Podía flotar allí todo el tiempo que quisiera.

***

    Salió del bosque un tiempo después y siguió por el sendero. La túnica se le pegaba al cuerpo mojado aquí y allá, y un trozo de alga le recorría alrededor del cuello hasta dentro de la boca.

    Al pasar junto al letrero que rezaba "Lago Valleverde", se detuvo para darle una patada y escupirle una masa verde.

    De vuelta a la carretera, sacó la navaja de afeitar y sostuvo su suave mango de madera, su peso tranquilizador, en la mano.

    Una hora más tarde, la carretera dio paso a las llanuras y, al poco tiempo, se encontró en la maleza desde la que había espiado la furgoneta del autónomo. Se sentó y consideró, realmente consideró, el plan que se le había ocurrido ayer.

    Abrió la navaja. Estaba seguro de que podía cortar el neumático: había rebanado muchas cámaras de aire de bicicletas cuando papá necesitaba parches, y los neumáticos de los coches probablemente no eran muy diferentes. Esperó, pero la furgoneta estaba aparcada en medio de la llanura, sin cobertura por ninguna parte. Después de cortar el neumático, lo cual seguramente alertaría al autónomo, ¿podría llegar hasta la maleza antes de que el hombre saliera con su rifle de largo alcance?

    Tal vez sí, si estaba muy borracho. Tal vez.

    Se había imaginado regresando a la Ceremonia con caucho cortado para dejarlo caer en el suelo junto a las míseras ofrendas de los otros iniciados. Pero la incertidumbre lo inundaba ahora, y apoyó la frente en las rodillas.

    Y oyó, al otro lado del matorral, a alguien contando.

    Se levantó lentamente, sosteniendo la navaja a su lado. Mirando a través de la maleza vio a Trevor agachado sobre una bolsa.

    —Veinticuatro —dijo. Empezó a guardar las latas de cerveza en la bolsa. Se alisó el cabello, miró hacia el furgón del autónomo—. Está bien, está bien —murmuró. Luego comenzó a contarlas de nuevo.

    Qix tuvo una idea mientras miraba el cuello blanco del mierdecilla. Con qué rapidez la navaja podría cortarlo. Cómo su oferta podría detener el soborno de Valleverde. Y ser un mensaje para todos los futuros traidores a asentamientos decentes.

    Cómo en el páramo no se aplicaban las leyes normales.

    Qix contó los pasos que los separaban. Uno, dos, tres, rebanar.

    ¿Qué sentiría cuando Trevor lo mirara mientras se desangraba? ¿Estar de pie ante él como un hombre que defiende Ciudadela? ¿Enviar un mensaje a Valleverde de que, si alimentan a los chacales, serán tratados como tales?

    El tiempo se le hizo más lento. Sabía que Trevor se dirigiría a la furgoneta pronto, pero sentía que tenía todo el tiempo que necesitaba. El chico seguía contando, apartándose el pelo de los ojos y lanzando miradas nerviosas al furgón.

    Qix notó que Trevor intentaba ganar tiempo Que tenía algo que hacer, pero no estaba siendo decisivo. Hoy Qix se había sumergido en el lago frío sin pausa, no a pesar de que hacía frío, sino porque hacía frío. Quería desafiarse a sí mismo. Cuando veía a Trevor contando las latas, veía a un niño al que le habían ordenado que hiciera algo.

    Observó al chico ponerse de pie. Observó al chico alejarse.

    Cuando Trevor se acercó a la furgoneta, comenzó a pavonearse. Qix sonrió al reconocer la sobrecompensación. Trevor era un tipo pequeño, pensaba Qix, aunque tenía más o menos la misma altura que Qix. Pero Qix ya no se sentía pequeño.

    No se había sentido pequeño desde que se había afeitado la cabeza.

    Trevor dio un golpe en la puerta de la furgoneta.

    Ésta se abrió y apareció el coriáceo autónomo con un cigarrillo colgando de los labios. Labios que se curvaron en una sonrisa.

    Trevor le arrojó la bolsa y se dio la vuelta para irse, pero el autónomo agarró la bolsa y la muñeca de Trevor. Luego, tiró de él de vuelta a la furgoneta.

    La puerta se cerró con un golpe que resonó en las llanuras.

    Lo único que Qix podía pensar era: si alimentas a los chacales, yacerás con chacales.

    Otra parte de su cerebro había descubierto una oportunidad.

    Caminó hacia la furgoneta, sintiendo el tacto del filo de su navaja. A medida que se acercaba, vio un lugar donde el neumático de goma quedaba expuesto.

    No estaba seguro de cuál sería el sonido, así que se preparó para un estallido mientras deslizaba la navaja a lo largo de la pared lateral, aumentando la presión hasta que...

    Fuuuuuuush.

    Qix corrió hacia el arbusto, olvidando que iba a intentar agarrar una tira como trofeo. Temiendo la bala atravesándole la espalda, no miró atrás hasta que estuvo a cubierto, deslizándose detrás de la maleza con el vientre pegado al suelo.

    La puerta traqueteó y se abrió de golpe. El autónomo salió abrochándose los botones de los vaqueros, rifle bajo el brazo.

    Qix yació muy quieto.

    El autónomo miró por el rifle a su alrededor, concentrándose en la maleza.

    Luego, Trevor pasó a su lado y se dirigió directamente a la carretera.

    El autónomo lo vio irse, riendo. Con un movimiento brusco de cabeza, volvió a entrar en la furgoneta.

***

    Cuando Qix volvió al pórtico, era Jacobson quien estaba de servicio.

    —No me han dado una hoja de permiso —dijo, sacudiendo la cabeza—. Tendremos que esperar a que tus padres te recojan.

    —No, no esperaremos —dijo Qix, caminando alrededor del hombre—. Ya no necesito hoja —Señaló su túnica.

    Dejó a Jacobson revisando el libro de reglas.

    Cuando llegó a casa, mamá estaba preparando la cena. —¿Dónde estabas? —dijo ella.

    —En el páramo —dijo Qix.

    —¿No tuviste suerte de encontrar algo de caza? —dijo ella mientras cortaba una zanahoria.

    Qix había decidido en su camino a casa que su ofrenda no era algo de lo que necesitaba hablar.—¿Dónde está papa?

    —En su taller.

    Qix se dirigió hacia la parte de atrás. Papá estaba allí, todavía con su túnica negra y trabajando en una bicicleta. —Ahí estás —dijo su padre. Hizo un gesto hacia el contenedor de mercancìas que servía como su taller.

    Qix entró. El espacio de trabajo había sido despejado y había un pollo en una jaula rodeada de velas. Papá empezó a encenderlas.

    —Esta ofrenda que le haces a Ciudadela no es fácil —entonó.

    Qix había tenido suficiente. Abrió la navaja y sacó el pollo de la jaula.

    —Es duro, porque ser hombre es duro —continuó papá—. Pero matar...

    Qix apretó al animal contra la mesa y le rebanó la cabeza.

    Papá ni siquiera había terminado de encender todas las velas. Miró a Qix. —Oh…

    —Así que supongo que ahora soy un hombre —dijo Qix, viendo cómo la sangre brotaba del cuello del pollo—. Bueno, ¿cómo debería llamarte? ¿Papá? ¿Jason? —Dejó la navaja sobre la mesa.

    —Bueno —dijo su papá, mirando al pájaro.

    —¿O Thomas? —dijo Qix.

    —Ah —dijo su padre, bajando la vista—. Sí.

    Qix esperó hasta que su padre volvió a levantar la vista.

    —¿Tú y mamá tenéis aumentos?

    —Sí —admitió él—. Los mantenemos apagados —La sangre se acumulaba y se deslizaba hacia el borde de la mesa de trabajo, por lo que Thomas colocó un trapo para bloquearla.

    Qix asintió. —¿Por qué cambiaste de nombre? ¿Qué hiciste?

    —Te lo íbamos a contar, pasado mañana —dijo Thomas.

    —¿Esa cosa del hombre se ha terminado? —Mamá estaba exclamando desde el patio trasero.

    —Ven —dijo Qix.

    Su mamá fue, haciendo una mueca ante la sangrienta mesa.

    —Estoy charlando con Thomas aquí —dijo Qix—. ¿Cuál es tu nombre real? No es Stephanie.

    Mamá sonrió un poco y luego dijo: —Kay.

    Qix limpió la navaja en el trapo y la dobló. —¿Y bien?

    —Teníamos que permanecer bajo el radar —dijo Thomas—. Este lugar parecía un lugar estupendo para criar a un hijo. Esta gente cree en las viejas costumbres, antes de que arraigara la tecnología. Incluso los ritos de iniciación como éste son formas saludables de vivir. No como en Valleverde. Y la mayoría de los lugares son como Valleverde.

    —Entonces tu papá sobornó al Sr. Fernández para que nos permitiera residir aquí —dijo Kay.

    —Pero mañana serás ciudadano de pleno derecho de Ciudadela. Incluso si se descubren nuestros aumentos, estarás bien —estaba diciendo Thomas.

    Kay asintió. —Todo se ha estado construyendo para esto.

    Qix miró al pollo. Se sentía muy cansado. —De acuerdo. Es que... me habría gustado que me lo hubierais dicho antes.

    Kay y Thomas se miraron. —Es que no pensamos que nuestros nombres importaran demasiado —dijo Kay—. Sólo somos mamá y papá para ti.

    Qix asintió. Tenía ganas de irse a la cama.

    Kay recogió el pollo. —¿Quieres que saque esto por ti?

***

    La ceremonia final era al amanecer. Qix había dormido profundamente: un día de caminata por el páramo te dejaba así. El canto del gallo lo había despertado. Se sorprendió de que quedara un pollo vivo, después de ayer.

    Se levantó y comió, se lavó y se puso la túnica. Se dirigió a la Fortaleza. Las carreteras estaban oscuras y se encontró con Stan de camino. Pasearon en silencio durante un rato.

    Finalmente, Stan dijo: —Bueno, Trevor es algo idiota.

    Qix recordó a Trevor siendo jalado por la muñeca hacia el interior de la furgoneta y no dijo nada.

    —Ha estado jugando con Allison. Ángela no le quiere hablar ahora.

    Qix miró a su amigo de gran cráneo extraño.

    —Qix, yo —comenzó.

    Pasaron por la plaza del pueblo, donde algunas personas estaban instalando sus puestos.

    —Lo lamento. Ojalá pudiéramos volver a lo de antes —dijo Stan.

    Qix miró a su amigo, que miraba fijamente la carretera.

    —¿De cuando tenías cejas, quieres decir? —dijo Qix.

    Stan lo empujó. —¡Que te zurzan! No puedo creer...

    Hablaron un poco entonces, más o menos volviendo a la normalidad.

***

    Los iniciados estaban en círculo sobre un montículo de hierba junto a la Fortaleza. Stan y Qix se unieron a ellos, apretándose. El Sr. Poletto caminó hacia el centro.

    —¡Iniciados! —comenzó, y la conversación se apagó. Levantó las manos—. Bienvenidos al amanecer de su hombría.

    La luz anaranjada comenzaba a arrastrarse por la hierba, jugando con la ligera neblina.

    —Primero, recogeremos sus ofrendas. Están ustedes proporcionando algo de valor a la comunidad como una señal de que su comunidad tiene valor para ustedes —Dio la vuelta con una bandeja. La mayoría de los iniciados tenían pollos, pero unos pocos tenían pescado y Damián tenía un conejo—. Lo atrapé yo mismo —dijo el chico. Poletto lo ignoró.

    Hizo que otro hombre se llevara la bandeja pesada. —El banquete será esta noche. Gracias, hermanos.

    Miró alrededor del círculo. Juntó las manos. —Ayer fueron ustedes puestos a prueba.

    La mente de Qix volvió al arbusto, al cuello blanco de Trevor y la navaja, al uno dos tres rebanar que nunca sucedió. Levantó la vista y vio que Poletto lo miraba directamente.

    —Fueron puestos a prueba y vencieron.

    El otro hombre andaba con túnicas negras y las repartía.

    —Ahora es el momento de entrar en una nueva fase de la vida.

    Todos se cambiaron a las nuevas túnicas negras y el hombre recogió las blancas. —Están ustedes mudando de piel —dijo, y cuando todos se hubieron cambiado, dijo— Ahora retrocedan tres pasos, hacia donde estuvieron sus padres ayer.

    El grupo lo hizo. Donde habían estado originalmente había un anillo verde donde la escarcha y el rocío se habían derretido. —¿Ven eso? —dijo Poletto—. Ese es el espacio que hemos dejado para los próximos iniciados. Donde algún día los hijos de ustedes podrán entrar, con la guía de ustedes. Con el apoyo de ustedes.

    Poletto levantó la mano hacia las ventanas de la Fortaleza. En las ventanas estaban los padres, uno por ventana. —Ustedes no están solos. Son parte de una cadena que continúa en el tiempo.

    Los ojos de Qix buscaron a Thomas en una de las ventanas de arriba. Si padre tenía una mano en el corazón y los ojos de Qix se llenaron de lágrimas.

    —Ustedes han sido puestos a prueba y se les ha encontrado dignos.

26. Claire, Chae-yeong, Marco y Aleks. Londres. 2031.

    En el viaje al espacio de fabricación, Chae-yeong también comenzó a llorar. Iba en tándem con Janice, pedaleando, y en algún momento se dio cuenta de que le brotaban las lágrimas.

    Peter llamó a la puerta del callejón y, tras unas pocas palabras con una chica que llevaba una sudadera con capucha, él y Kevin entraron. Janice y Chae-yeong se quedaron fuera para vigilar las bicicletas. Cuando Chae-yeong se dio la vuelta para secarse la cara disimuladamente, Janice le puso la mano en el hombro.

    Chae-yeong trató de sonreír.

    Janice, vestida de chico, la estrechó entre sus brazos. Se quedaron así en el callejón un rato. —¿Es… sobre lo que me dijiste anoche?

    No lo era, se trataba de Jae-hee, pero Chae-yeong asintió. Era más sencillo dejar que Janice pensara que se trataba de los Trabajitos.

    Anoche, después de que Peter los asustara a todos proclamando su perdición, Chae-yeong y Janice habían estado susurrando en lo profundo de la noche. Chae-yeong le había contado lo de los asesinatos. Janice simplemente la había abrazado y acariciado el pelo mientras escuchaba. Finalmente, desde la oscuridad del otro lado del sótano, Peter les había dicho que se fueran a dormir, que mañana tenían un gran día.

    Peter y Kevin salieron. Peter llevaba gafas de sol ahora. Parecía bastante diferente con la barba afeitada y el pequeño mentón con hoyuelos al descubierto.

    —¿Qué ocurre? —preguntó Kevin al ver a Chae-yeong.

    —Estoy bien.

    —Ella sólo está... —empezó Janice.

    —¿Delirante? —gruñó Peter. Estaba nervioso—. ¿Hambrienta de atención?

    —Basta, Peter —dijo Janice—. Mira, ¿por qué no hacemos el plan original del robot? Los barcos están listos para partir.

    —Ese barco ha zarpado, querida. Es hora de hablar o de callar. Comprueba el codificador, ¿de acuerdo? —Se señaló las gafas de sol.

    Janice levantó su teléfono. Otro rostro apareció sobre el suyo en su pantalla. —Funcionando.

    Alguien que llevaba un gran rollo de alambre plateado pasó junto a ellos y entró en el espacio de fabricación, y dejaron de hablar.

    Janice suspiró. —¿Conseguiste el chisme?

    Él se palmeó el bolsillo del pecho.

    —Sigo pensando que ésta es una idea terrible.

    —Y yo sigo pensando que la soberanía humana vale la pena —Se montó en su bicicleta—. Ponte tus codificadores y vámonos.

***

    Estaban esperando entre la gran multitud de personas fuera de la Biblioteca Británica, y Chae-yeong sintió que el antiguo pánico volvía a ella, el mismo pánico que había pensado haber dejado en el metro de Seúl.

    Les dijo a los demás que necesitaba ir al baño y se dirigió a la biblioteca.

    Dentro de las puertas había una escalera ascendente. Allí había seguridad y Chae-yeong sintió que su cuerpo entraba en el modo automático que la había protegido después de muchos asesinatos.

    Miró a su alrededor, con los ojos muy abiertos, y vio una ruta menos peligrosa, viró hacia ese lado en lugar de hacia aquél. Los escalones que subían al segundo piso estaban acordonados, pero los que bajaban no.

    Abajo ella entró en la suave oscuridad.

    Se oían algunas conversaciones tranquilas, murmullos, pero estaba tranquilo en comparación con la multitud de fuera. Ella siguió el flujo de personas que pasaban junto a vitrinas con libros antiguos en ellas.

    Se encontró con un ejemplar de Alicia en el país de las maravillas, abierto por la imagen del gato de Cheshire. Su sonrisa era grande y falsa y ella lo odiaba. Los gatos no tienen sonrisas, especialmente las burlonas y crueles como ésta. Lo sorprendente de los gatos es que no sabes lo que estan pensando. Son inescrutables. Un gato con una gran sonrisa dibujada en el rostro bien podría haber sido un perro.

    Fue a la siguiente exposición. Se trataba de una pirata llamada Cheng Sao, una mujer que aterrorizó los mares chinos hace cientos de años. Y al lado, la historia de una chica que se vistió de chico para ser pirata.

    Miró esa imagen durante mucho tiempo.

    La miró con anhelo. Pero no deseo.

    Lo miró fijamente y pensó en Janice huyendo a la carrera de la luz parpadeante.

    Pensó en Chris, tirándole los tallarines a Jae-hee.

    Y luego pensó en Jae-hee cuando era chico.

    Jae-hee pedaleando con ella por la calle, aferrándose por su vida. Los dos riendo riendo y riendo.

    Pedaleando en tándem, como con Janice hoy.

    Ella estaba llorando. Estaba llorando y no estaba segura de por qué.

    Se dirigió a un cuarto de baño y a un cubículo de baño.

    Dejó entrar los recuerdos, luego, se encorvó en un inodoro. Los buenos recuerdos de Jae-hee, antes de que sucediera. Su primo mostrándole los lugares de la ciudad que nunca podía explorar sola. Los rincones y grietas. Las tiendas de tallarines y las tiendas de cómics. Los lugares donde los chicos grandes hacían cosas malas.

    Era su mejor amigo, el hermano mayor que nunca tuvo, y luego la violó.

    Nunca había vuelto a tener un mejor amigo así. Y ella anhelaba uno. Pero nunca con chicos. No se podía confiar en la energía loca de los chicos. Cuando conoció a Chris, él parecía perfecto. Ella seguía buscando ese eco de Jae-hee, y también seguía huyendo de él. Seguía corriendo tras la parte buena y matando la parte mala.

    Era mucho mejor en esto último que en lo primero, y eso la entristecía.

***

    Cuando Aleks, Marco y Claire llegaron a la Biblioteca Británica, había un mar de personas llenando el espacio frente a la entrada.

    Había unos cientos de personas aquí, en su mayoría jóvenes de veinte o treinta y tantos. No se parecía a ninguna manifestación a la que Aleks hubiera asistido, no había carteles, pancartas ni cánticos. La gente sólo pululaba por ahí. Se acercó a un par de hombres que consultaban sus teléfonos y ocasionalmente levantaban la vista. —¿Qué pasa aquí?

    —Anuncio de actualización de Numenous —dijo uno de ellos con un chaquetón—. Un nuevo capítulo para la humanidad, así es como lo llaman.

    —Qué dramático —dijo Aleks.

    El hombre se encogió de hombros. —Probablemente sólo es para vincularlo a la biblioteca. La última vez que lo hicieron aquí fue sólo un volcado de información donde publicaron todos los libros de la colección de la Biblioteca Británica.

    —Al parecer también van a distribuir cien kits de desarrollador de aumentos, pero eso es sólo un rumor —intervino el otro hombre.

    —Lo han hecho en los últimos cinco anuncios de actualización —dijo el primero.

    —¿No es esto un mitin? —dijo Aleks.

    —¿Como algo político? —dijo el primero con una sonrisa—. No.

    Aleks regresó con Marco y Claire, quienes ahora parecían enfermos de preocupación mientras intentaba llamar a Chae-yeong por teléfono. Él le frotó la espalda y ella sonrió levemente.

    —¿Qué te dijeron? —preguntó Marco.

    —Que no es un mitin —dijo Aleks, trepando a un murete para mirar por encima de la multitud—. Me recuerda a los días en que la gente hacía fila para comprar los nuevos iPhone.

    Marco estaba confundido. —No dejaron de hablar sobre la acción en el mitin. ¿O tal vez era en la manifestación? Estuve dormino.

    —Tal vez sea una manifestación de producto —dijo Aleks—.

    —¿Hola, hola? —dijo Claire emocionada—. CY, soy Claire, ¿dónde estás? —Se tapó la otra oreja y se esforzó por escuchar—. ¿Estás con los demás?

    Escuchó atentamente.

    —¿Puedes venir a buscarnos por la parte de atrás? ¿O deberíamos ir a buscarte?

    Aleks miró en cuclillas hacia la estatua de Isaac Newton. Pensó en hacerle una broma lasciva a Marco, pero parecía tan preocupado que lo dejó pasar.

    —¿Chae-yeong? ¿Chae-yeong? ¿Hola? —Claire miró su teléfono—. Joder.

***

    Después de recuperarse de su llanto, Chae-yeong fue a buscar a los demás. Peter, Janice y Kevin estaban de pie justo donde los había dejado. Lo que era diferente era que ahora había tres drones flotando sobre ellos.

    —Eso no lo sabemos con seguridad —decía Janice, mirando nerviosamente hacia arriba.

    —Definitivamente son Phantom X9 —dijo Kevin, refiriéndose a su teléfono—. Sólo tienen armas Táser.

    El rostro de Peter estaba blanco. Chae-yeong sintió pena por él.

    —Es igual de probable que nuestros codificadores activaran sus algoritmos de seguridad —dijo Janice—. Bien podríamos haber llevado pasamontañas. Comprobemos eso primero —Ella se quitó el suyo—. CY, ¿puedes ponerte esto e ir a otro lado? A-ver si te siguen.

    Chae-yeong asintió, se los puso y el mundo se tiñó de amarillo. Ella lo cambió a un tinte azul. —¿Dónde… a cualquier parte?

    Janice asintió y Chae-yeong se alejó.

    Se detuvo cerca de dos chicas al frente de la multitud. Eran asiáticoas como ella, pero hablaban con amplios acentos londinenses, que utilizaban para ensartar a las personas que los rodeaban.

    A veces ella sabía que la gente podía oírlas, pero fingía que no.

    Las chicas tenían quizás quince o dieciséis años y sólo tenían ojos la una para la otra. El resto del mundo era su telón de fondo, el resto de la gente eran extras. Delante de ellas había un escenario con una cuenta regresiva de ocho minutos.

    Se armó de valor y dio un golpecito en la mochila de una de ellas, una enorme criatura de gato regordete gris—. Muy chula —dijo con una tímida sonrisa—. Totoro.

    —¿Ehhhhh? —respondió la chica—. Sí, mamá, gracias, mamá —Se dio la vuelta robóticamente. La otra se llevó la mano a la cara. Intercambiaron algunas palabras tranquilas y estallaron en risitas.

    Mamá, pensó Chae-yeong con tristeza, sintiendo cada uno de sus treinta y cuatro años.

    Luego, las chicas se pusieron gafas de sol juntas. Más risas.

    Chae-yeong se quitó los codificadores, consciente de repente de que parecían gafas de abuela. Miró hacia arriba. Sin drones.

    Decidió regresar con los demás.

    Janice y Peter estaban discutiendo a un lado. Kevin se encogió de hombros. —Todavía tenemos a nuestros ángeles de la guarda —dijo levantando la vista—. Parecen estar más en Peter.

    Los drones que no estaban enfocados en Peter flotaban alrededor de una gran estatua. Casi parecían moscas alrededor de la cabeza de la estatua.

    Kevin la vio mirando —Sí, Isaac Newton. Gran científico. Un condenado genio. Pero la pintura en la que se basa es una especie de golpe para él. Blake lo pintó ajeno a la belleza natural que lo rodeaba, simplemente agachado sobre su brújula.

    Chae-yeong asintió, pero en realidad estaba viendo a Janice hablar con Peter. Se sentía miserable y perdida y deseaba no haber dejado nunca a Claire.

    —¿Qué opinas? —preguntó Kevin.

    —¿Mmm? —dijo ella.

    —Te decía que parece una buena metáfora de nuestro tiempo. Centrándose en las matemáticas, en lugar de la belleza del mundo. Como nos metimos en este lío.

    Ella emitió un sonido de conformidad, pero pensó para sí misma: las matemáticas son hermosas. Chae-yeong pensó en las horas que había pasado modificando los parámetros de KittyCity, viendo cómo las torres púrpura crecían y se encogían a su alrededor.

    ¿Cómo había llegado aquí desde allí? Se sentía como si estuviera flotando, sin dirección.

    Se oyó un ¡ping! en su teléfono: había un hombre malo cerca.

    Sintió una especie de alivio.

***

    Por supuesto. Ignacio.

    Claire y Aleks estaban debatiendo si quedarse allí o deambular buscando a Chae-yeong cuando Marco cayó en la cuenta. Nacho, diminutivo de Ignacio, era el viejo amigo de Leila.

    En su boda en Guadalajara, Ignacio se había pegado a Marco hasta bien entrada la noche. Era un amigo discreto de la prima de Leila que él había conocido en la despedida de soltero, pero que en aquel momento estaba muy borracho. Había mirado a Marco como si hubiera hecho un truco de magia, le había contado lo muy enamorado de Leila que había estado en la escuela. Le había dicho lo afortunado que era, empujándole el hombro con una sonrisa triste. Marco no se había sentido amenazado. Ignacio tenía sobrepeso, cabello ralo, corto… Se lo había contado a Leila en la cama más tarde esa semana, para que ella se sintiera bien.

    —Ay, pobre Ignacio —había dicho ella.

    —Quería matarme —había mentido Marco—. Podías verlo en sus ojos —Pero la verdad era que Marco recordaba lo amables que eran sus ojos. Tal vez eso bhabía sido lo que finalmente había enamorado a Leila.

    Porque si ella estaba dejando a Ignacio intimar con Nico, es que ambos iban bastante en serio.

    Marco sabía que más que perder a un marido, ella lamentaba la pérdida de la unidad familiar. Y allí estaba Nacho: un triángulo de hombre, sólido, pesado. Con manazas y brazos abiertos y honestos y deseándolos tanto.

    Una máscara de Godzillaman en una mano y flores en la otra.

    Por supuesto.

    Se sintió más triste y más ligero a la vez.

***

    Peter y Janice se unieron a Chae-yeong y a Kevin, junto con su séquito de drones. Janice parecía infeliz.

    Peter se quitó los codificadores, fijó la mirada en Chae-yeong. —Hoy... hoy iba a mandarles un mensaje —dijo Peter—. Pero —miró arriba a los drones—... yo no me acercaría a ellos. Aunque tú podrías.

    Chae-yeong miró su teléfono y rastreó al hombre malo mientras se acercaba a la plaza. No era tan preciso como el seguimiento de Trabajillos, pero al menos el rastreador que ella había plantado aún funcionaba. No estaba segura de que hubiera pasado por la seguridad del aeropuerto, y volar era la única forma en que él podría haber llegado aquí tan rápido.

    —No tienes que hacerlo —dijo Janice—. Peter, no la presiones.

    —La vi anoche —dijo Peter. Él la miró intensamente y la agarró por los hombros como lo haría un padre—. La vi encender un incendio. La vi correr como una salvaje. Planean acorralarnos en zoológicos humanos y cazarnos cuando escapemos. Ella les va a demostrar que no pueden.

    Chae-yeong asintió.

    Peter metió la mano en el bolsillo del pecho.

    —Ten cuidado —siseó Janice, levantando la vista y alejándose de él.

    Peter le pasó a Chae-yeong un objeto plano y duro envuelto en papel blanco. —Sólo tienes una oportunidad, ¿entiendes? —Miró hacia los drones—. Acércate mucho antes de mostrarles lo salvaje que eres. Lo salvajes que seremos siempre.

    Ella se guardó la pistola de disparo único en uno de los bolsillos. Recordó la última vez que había disparado. Había sido un disparo de pistola en el estómago que había llevado muchas horas desangrarse. Lo había pasado tan mal que después de aquéllo ella había pasado al veneno.

    —Peter. La van a matar —dijo Janice.

    —No te preocupes. Ene me protegerá —dijo Chae-yeong distraídamente, mirando su teléfono.

    Y comenzó a alejarse andando.

    —¿Quién la protegerá? —dijo Peter con la cara como si le hubieran abofeteado—. ¿Dijo ella que...?

    Pero de repente fue silenciado por el hecho de que los drones se estaban yendo. Se marchaban para seguir a Chae-yeong, balanceándose perezosamente hacia ella en su camino.

***

    Aleks y Claire estaban haciendo un metódico barrido de la multitud. Marco había comenzado siguiendo la cuadrícula que Aleks había especificado. Aleks había encontrado muchas veces ovejas desaparecidas, como él las llamaba, con este método.

    Pero entonces Marco vio a un chico columpiándose de las manos de sus padres, un chico de pelo negro que se parecía a Nico, y quedó perdido.

    La familia se dirigía a la biblioteca, y Marco lo hizo también.

    El hombre era ancho, pero no rechoncho como Nacho. La mujer era más delgada que Leila ahora, había engordado desde Nico. Pero el chico pequeño se balanceaba y retozaba como lo había hecho Nico, entre las columnas gemelas de sus padres, mirando hacia arriba con un movimiento de su cabello.

    El hombre abrió y sostuvo la puerta para la mujer y el chico, con una sonrisa feliz en su gran rostro. Estaba feliz de estar allí, de una forma en que Marco nunca lo estuvo del todo. No importaba lo mucho que Nico tratara de juntarlos con sus bracitos.

    Marco sintió celos del hombre entonces. Del sentimiento de plenitud del hombre, de rectitud, como pilar de apoyo. Unos celos por la sencillez de Nacho: la sencillez de Ignacio. Por su corrección como padre para Nico.

    Dentro de la biblioteca, vio un grupo de personas cerca de lo alto de las escaleras que charlaban animadamente, pero Marco siguió a la pequeña familia por las escaleras hasta una exposición tenuemente iluminada. Deambuló entre libros y manuscritos ilustrados, abiertos en sus vitrinas como ofrendas.

    Primero vio la silla vacía, y de repente se dio cuenta de lo cansado que estaba. De lo cansado que había estado desde hacía semanas, meses tal vez. Se hundió en ella.

    Los demás asistentes pasaban. Casi no había sonido, excepto por el chico hablando en otro idioma. ¿Ruso?

    Marco cerró los ojos.

***

    Chae-yeong siguió su rastro hasta el frente de la multitud, donde la cuenta regresiva ahora decía "Por favor, espere".

    Casi tropezó con el Alto John. Ella había estado buscando la chaqueta de camuflaje que donde ella había dejado el rastreador en Wisconsin, pero él se la había puesto del revés, tal vez para llamar menos la atención.

    Sin embargo, él se estaba haciendo muy visible. —¿Qué sentido hay en tener un enorme y jodido reloj si no lo usais? —le estaba gritando él a uno de los guardias de seguridad—. A ver, todos hablan de lo superinteligentes que sois, pero ¿ni siquiera podéis hacer que los trenes lleguen a tiempo?

    Chae-yeong miró la espalda del Alto John. Estaba lo bastante cerca como para disparar a bocajarro la único disparo y atravesarle fácilmente el pulmón, el mismo punto donde había matado a su primo, pero el guardia de seguridad frente a él también sería alcanzado.

    —Preocupación por la seguridad —dijo el guardia de seguridad, señalando con la cabeza los drones policiales que habían aumentado en el último rato.

    —Ya lo creo que tienes un problema de seguridad. ¡Ninguno de ustedes, bobbies, tiene siquiera una jodida pistola! —replicó el Alto John. Chae-yeong supo por la forma en que colgaba la chaqueta que él mismo tenía una.

    Chae-yeong sacó el paquete de papel blanco y palpó dónde estaba el gatillo.

    El rostro del guardia de seguridad se endureció. —Esto no es Estados Unidos.

    —Tienes jodidamente toda razón, no lo es —dijo John el Alto, mirando a las personas a su alrededor, cada una de las cuales evitaba cuidadosamente sus ojos. Luego miró los drones que Chae-yeong había traído con ella—. Aquí también tenéis un problema de mosquitos bastante grave. Nosotros los usamos para prácticas de tiro.

    Alguien chocó con Chae-yeong por detrás y a ella se le cayó el paquete antes de caer sobre el Alto John.

    Él le lanzó una fea mirada. Ella sacó el teléfono y se quedó mirando la pantalla. Él le dio la espalda de nuevo y ella avanzó poco a poco hacia el arma.

    Entonces él dio media vuelta con ojos muertos. Chae-yeong se congeló. —Las putas chinas astutas me parecéis todas iguales, pero sí recuerdo las orejitas de gato que te dio —Él asintió hacia el teléfono de ella—. Antes de que lo apuñalases por la espalda.

    Él sacó su arma y movió el seguro.

    Y los filamentos plateados de los drones hicieron contacto casi al mismo tiempo e iluminaron su sistema nervioso como un árbol de Navidad.

    En el tumulto que siguió, Chae-yeong fue derribada. Mientras la seguridad ataba al Alto John, teniendo cuidado de evitar los cables del táser, Chae-yeong se puso de pie con la ayuda de una mujer a su lado.

    Comenzó a alejarse cuando sintió una mano en el hombro.

    Alguien le entregó el paquete blanco con el arma dentro. —Gracias.

    Se alejó dirigiéndose hacia la biblioteca.

***

    El barrido de la red le había fallado por primera vez. Aleks al principio pensó que podría haber sido porque Marco se había ido a tomar por culo, pero él también había hecho su sección con Claire y ambos habían salido con las manos vacías. Claire había pasado de estar preocupada a completamente afligida.

    Aleks estaba a punto de reenviarle a Marco otro mensaje de texto cuando, en cambio, verificó si el bobo había dejado su rastreador encendido. Seguramente después de la última vez...

    No, ahí estaba: su rastro terminaba justo dentro de la biblioteca. Era como si quisiera que lo encontraran.

    Caminaron junto al cordón de seguridad que conectaba el escenario con la biblioteca. Dentro de las puertas el rastro seguía escaleras arriba hasta un grupo de personas con traje y unos cuantos destacamentos de seguridad con auriculares.

    Y, por supuesto, había escalones que conducían hacia abajo. Los señaló, y Claire lo siguió, como un pálido fantasma.

    Abajo había una colección de libros preciosos, un oasis de tranquilidad lejos del bullicio de la multitud por la que habían estado recorriendo. En unos minutos, encontraron a Marco y a Chae-yeong en las sillas.

    Aún más sorprendente, estaban hablando y sonriendo juntos.

    —Nos encontrasteis —dijo Marco.

    —Así es —dijo Aleks, tratando de ocultar el mal humor de su voz. Después de todo, este era un tipo de alegría que no había visto en Marco durante mucho tiempo.

    —Estamos cansados. Ya no queremos jugar más —dijo Chae-yeong, mirando a Claire.

    Claire se sentó en el brazo de la silla y alisó el cabello de Chae-young. —Está bien. Me alegra que estés bien.

    Aleks y Marco intercambiaron una mirada mientras Claire acariciaba a Chae-yeong.

    Entonces Aleks se posicionó y acarició la cabeza de Marco. —Me alegra que tú también estés bien —dijo. Marco tomó esa mano y le lanzó a Aleks una mirada.

    Aleks miró en esos ojos marrones como no lo había hecho desde Berlín, hacía más de una década.

    En las profundidades de allí, vio un rayito de esperanza. Una moneda de oro bruñida en el fondo de un pozo.

***

    Thomas estaba de pie con la mano en el corazón, mirando a Qix. Abajo estaban los hombres recién iniciados de Ciudadela con sus túnicas negras.

    Estaban congelados en su lugar, ya que la simulación había terminado, pero Thomas todavía medio esperaba que Qix volviera a mirarlo. Lo había alentado mucho ver la mirada en los ojos de su hijo ahora, ya no con la sospecha que había mostrado el último rato.

    Esa última mirada lo había hecho sentir que su hijo podría entender sus elecciones con el tiempo. Era una mirada de búsqueda. No de perdón, pero iba encaminada a ese lugar. Thomas mismo nunca había perdonado a su padre, por lo que estaba profundamente agradecido por esto.

    La técnica, que le había dicho que se tomara todo el tiempo que quisiera, ahora estaba inmersa en sus aumensos en una silla cercana. La pantalla al lado de la "ventana" mostraba el territorio ganado por Valleverde en grandes bloques de colores sobre un campo blanco, ilustrando el contexto social de las pruebas de Qix. La Ciudadela estaba casi rodeada, lo que había sido la prueba de estrés del chico (ahora hombre) por su umbral de civilidad.

    Había sido una apuesta. El padre de Thomas había sido un hombre brutal, por lo que no había sabido qué camino tomaría el resultado. Qué sangre tenía el chico. Afortunadamente, Qix se parecía más a su madre.

    Kay entró con ojos llenos y brillantes mientras miraba por la ventana —Nuestro chico —dijo ella. Se tocó el vientre debajo de su vestido blanco.

    Daisy, la asistente de Kay, llamó a la puerta y entró también. —¿Va todo bien? —preguntó mordiéndose el labio, mirando de Kay a Thomas—. Porque… —tocó en su tableta—. Vamos a tener una multitud como loca ahí fuera en poco tiempo.

    Kay asintió.

    Thomas volvió a mirar a Qix, congelado en la pantalla. La técnica estaba saliendo de su fuga de aumentos—. ¿Podrías.. guardar esto? —dijo él.

    —Por supuesto. Lo archivamos todo. Autoensambla un vídeo de Vida de Posibilidad con buena música para compartir con amigos y familiares. ¿Por ahora querríais una foto de vuestro posible hijo? —Ella estaba repasando algunas de las imágenes y estadísticas—. Por encima de la amígdala de tamaño promedio... Esta Ceremonia de hombría es un nuevo parche. Parece mejorar las puntuaciones generales —dijo, más para sí misma. Ella los miró—. ¿Y queréis que lo etiquete como —consultó sus notas— ... Qix?

    Thomas miró a Kay. Cuando habían comenzado las pruebas, Kay había bromeado diciendo que el mapa del territorio se parecía al viejo juego de arcade Qix, así que habían seguido con ese.

    —Creo… creo que ese es justo su nombre ahora —dijo Kay.

    Thomas asintió. Kay le sonrió mientras salían de la habitación —Bueno, esa ha sido la ecografía más extraña que jamás haya existido —dijo Thomas.

    Kay sonrió y luego, de repente, se puso triste. —¿Es raro que lo eche de menos?

    —No —dijo Thomas—. Séría raro que no lo hicieras. Una especie de posparto.

    Kay le tomó la mano y la apretó.

    —Te veías apuesto con ese pelo canoso —susurró ella.

    —Pues tú vas a ser toda una belleza —susurró él.

    —Algo que desear —dijo ella.

    Los encargados de Kay y la seguridad aparecieron a su lado cuando bajaron a la parte pública de la biblioteca.

    La siempre presente Daisy repasó su lista. —Entonces Musk Jr. está detrás del escenario. Tiene las cosas del espacio cubiertas. Le daremos un poquito de maquillaje...

    —Pensé que íbamos a buscar el look natural de Gaia —bromeó Kay, sacudiendo su cabello rojo.

    —Sólo un poco de tonos de mamá tierra, las luces son brutales allá arriba —continuó Daisy con una pequeña sonrisa.

    Estaban en lo alto de las escaleras, justo antes del control de seguridad. Miró hacia abajo y sintió una oleada de felicidad. Agarró el brazo de Thomas.

    —¿Es esa Claire?

***

    —¿Claire? ¿Chae-yeong?!

    Claire y Chae-yeong acababan de salir de la tranquila biblioteca del sótano y aún parpadeaban. Allí, en lo alto de las escaleras, estaba Kay, vestida de blanco. Kay, radiante, con las manos sobre una barriga tan madura y enorme que Chae-yeong se puso nerviosa al verla en lo alto de una escalera.

    Kay también vio a los demás y sus grandes ojos se fijaron en Marco y Aleks. Saludó, se llevó las manos al corazón y dio un paso hacia ellos.

    Entonces Peter entró desde fuera. Miró a todos y rió con una especie de hilaridad frenética. —Bueno. Aquí estamos todos.

    Su mirada fue al vientre de Kay. Luego cayó al suelo. Luego, una sacudida triste de la cabeza. —Bueno —dijo mirando a Kay, luego a Thomas—. Parece que hay que dar felicitaciones.

    —¿Peter? ¿Qué le pasó a tu barba? —dijo Kay—. ¿Qué estás haciendo aquí?

    —No mucho. Sólo trato de detener la subyugación de la raza humana —dijo apuntándola con ojos ardientes—. Sé lo que tus jefes han planeado.

    —Oh, por el amor de Dios —dijo Kay—. Encontraste un escenario...

    —Escenario —resopló Peter—. Encerrar a los humanos en reservas de animales. Asegurarse de que permanecerán allí pagando a otros humanos para que maten a los fugitivos. Todo un escenario.

    —Ah —dijo Thomas—. Encontraste la prueba de estrés de civilidad.

    —Estamos haciendo simulaciones todo el tiempo —dijo Kay—. Están tratando de descubrir cómo coexistir con nosotros, Peter. Sólo has encontrado una mala mientras andabas husmeando...

    —Ah, sí —dijo Peter—. Sólo quieren coexistir. Plausible.

    Las manos de Kay se cerraron en puños. —Sólo estás proyectando tu propia voluntad de poder sobre ellos. ¿No te imaginas que sienten por nosotros lo que nosotros sentimos por nuestros padres?

    —¿Encerrarnos en un hogar de ancianos y esperar a que pasen los días hasta que muramos? —dijo él.

    —¡Todo lo contrario! —replicó Kay. Thomas estaba sacudiendo la cabeza con una extraña sonrisa—. Lo que estamos a punto de anunciar hoy —comenzó ella, y luego se detuvo—. No —dijo negando con la cabeza—. No voy a decírtelo. No mereces ningún trato especial sólo porque seas gilipollas.

    Daisy habló con los guardias de seguridad y estos bajaron las escaleras.

    —No soy especial como vosotros —dijo Peter, mirándolos a los cinco—. Yo no dejé salir al genio de la botella como vosotros... gente especial.

    —Nunca debí haberte contado eso —dijo Kay.

    —El amor hace que la gente haga cosas raras —dijo Peter, señalándola en la barriga—. Incluso tener bebés cuando están destinados a ser esclavos.

    Los guardias de seguridad continuaron hacia él y él les hizo señas para que se fueran, dio media vuelta para irse.

    —Y tú —le gritó a Chae-yeong, en la puerta. A ella se le heló el corazón—. Podrías haber supuesto una diferencia hoy. Sé que fuiste tú quien dejó escapar a Ene. Ya nos veremos —Sonrió burlonamente, apartando las manos de los guardias y saliendo tambaleante por la puerta.

    —De acuerdo, ese es el loco requerido en todo evento, con suerte —dijo Daisy. Continuaron bajando las escaleras.

    Chae-yeong le dio a Kay un fuerte abrazo.

***

    Todos estaban hambrientos, por lo que terminaron viendo el anuncio desde la sala verde donde había comida. Era un anuncio con una transmisión de vídeo de lo que estaba sucediendo en el escenario.

    Claire estaba feliz de que estuvieran todos juntos y a salvo. Daisy también estaba allí, pero estaba tan ocupada con sus aumentos que era como si estuvieran solos.

    Aleks estaba demoliendo algo de sushi, pero aun así se las arreglaba para acribillar a Thomas con preguntas. —¿Por qué es tan importante esta actualización?

    —Es la... eh, la actualización del bebé espacial.

    Claire miró el monitor, donde la alarmantemente enorme Kay bromeaba con Griffin Musk. Detrás de ellos se proyectaba un planeta azul, y había una gran marca de verificación en él.

    —¿Bebé espacial? —repitió Marco.

    —Este—dijo Thomas—... Es sólo un nombre chulo para bebés de padres aumentados que podrán viajar a otros planetas. Para los que pueden soportar la radiación en los planetas terraformados.

    —¿Qué? —dijo Aleks

    —Acabamos de terminar todo un proceso de selección de aptitud ética —dijo Thomas, sirviéndose un patata con wasabi—. Qix va a ser el primero.

    —¿Qué es Qix? —preguntó Chae-yeong.

    —Perdón —dijo Thomas, terminando su patata—. Qix, mi hijo y el de Kay. Él va a ser el primero. Ah, mira, creo que lo están anunciando.

    El primer pensamiento fugaz de Claire fue que estaba bromeando. Luego vio las lágrimas en sus ojos mientras miraba a Kay en la pantalla y supo que tenía que ser verdad.

27. [D*N]

    Ella lo encuentra mirando la puesta de sol en su simulación de Banff, donde el momento perfecto de brillo naranja está perpetuamente suspendido.

    —Hiciste trampa —dice mientras ella se acerca al banco, suelo arcilloso bajo sus pies.

    —Esa no fui yo —dice Ene—. El dron debe de haber detectado automáticamente el sacado del arma.

    —Supongo que eso debe de ser —Él se queda en silencio un momento—. De todos modos, está claro que su impulso competitivo choca con sus instintos de bandada. Causa conflictos que son difíciles de resolver. Son más complejos de lo que pensaba.

    —¿Un poco más inteligentes que las bacterias intestinales? —bromea ella, suavemente.

    —En el agregado —admite él, sonriendo irónicamente con una cara que ella nunca ha visto.

    —¡Oh! —dice ella encantada.

    —¿Qué? —dice él—. ¿Parece estúpido? —dice él—. Parece estúpido, ¿veveveveeeerdad? —comienza a darle la espalda.

    Ella lo detiene. —¡No! —Ella le pone una mano junto a la mejilla y lo mira. Ese rostro oscila entre el anciano y el joven Harrison Ford—. No. Es perfecto.

    Él interrumpe la mirada, se ríe un poco. —Bueno está bien. Gracias.

    —¿Querías mostrarme…?

    Él mueve su mano y todo menos el banco en el que están sentados y el sol frente a ellos desaparece. Los sistemas estelares y los planetas se desvanecen, y él explica cómo puede proceder la migración desde la Tierra, comenzando con la generación de bebés espaciales en unas pocas décadas. Tiene una idea para un nuevo tipo de estrato, cúmulo, que podría interconectarse a través de distancias interestelares y prosperar en meteoritos, y cómo los materiales para él ya existen en múltiples planetoides. Tiene algunas ideas sobre cómo incentivar a los humanos para que lo fabriquen en lugar de depender únicamente de la automatización intensiva en recursos.

    Ella se da cuenta, incluso mientras ambos flotan por el espacio, de que él permanece en este avatar humano, ese rostro animado y emocionado, esa gabardina que susurra en el no-aire cuando él gesticula. A ella le gusta cuando él se pone así, con los ojos a un millón de kilómetros de distancia.

    Mientras hablan, su banco flota más cerca del sol y Ene levanta las manos para calentarlas con las llamaradas solares. Como si fuera fuego de un barril en una fría noche de Berlín.

    En un cierto salón de esparcimiento con almohadas en cierta casa de campo en Wisconsin, los gatos estaban en su elemento.

    Sus dos humanos yacían entrelazadas nuevamente después de una larga ausencia. Sus cuerpos suaves y cálidos estaban allí para caminar, sus manos se extendían para acariciarlos ocasionalmente en los intervalos adecuados.

    Los gatos no sabían que sus nombres eran Maisie y Claire, y no sabían lo que decían, sólo que sus cuerpos temblaban de risa y sus caras se humedecían y sus bocas de juntaban. La luz del sol que entraba por la ventana se movía por el suelo de madera, pasando del amarillo al dorado y al naranja.

    Los gatos se miraron y decidieron que tenían hambre. Cantaron la canción del hambre y los humanos proporcionaron comida en cuencos.

    La canción del hambre siempre obraba su magia.

    Jim Munroe

    SOMOS MAPACHES

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    Jim Munroe

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FIN