Titulo: Viaje a Yandol y otros relatos
© 2023 Stuart J. Whitmore (CC-BY-NC-SA, algunos derechos reservados).
Versión gratuita. Prohibida su venta.
Traducción, edición y portada: Artifacs, abril 2023.
Imagen de portada tomada de Max Pixel bajo licencia CC0.
Ebook publicado en Artifacs Libros
Obra original: Journey to Yandol and Other Stories
© Copyright 2004, 2015, 2018 de Stuart J. Whitmore. CC-BY-SA (algunos derechos reservados)
Esta es una obra de ficción. Todos los nombres, lugares, personajes y otros elementos de la historia son ficticios. Cualquier parecido entre un elemento de la historia y un lugar, producto, evento o persona —viva o muerta— reales es una coincidencia.
Viaje a Yandol y otros relatos se publica gratis bajo Licencia CC-BY-NC-SA 4.0 https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/legalcode.es
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En memoria de Matt.
Alex Nabihr se hundió más hondo en el asiento de mando, su fatigado cuerpo rehusaba acompañar sus pensamientos, que aún seguían acelerados. Los comentarios finales en el caso de Modak 6 contra Nabihr resonaban en su mente: —El sistema de justicia de este planeta... —Alex resopló suavemente—. Justicia. La justicia no encajaba en la misma frase que el Sistema Modak. Si se hubiera enfrentado a un campesino, podría haber tenido una oportunidad. Darse cabezazos contra el comisario de policía Bandy Perrine, por otro lado, era un ejercicio inútil.
—Alex... ¿es el diminutivo de Alejandría? —la voz de su pasajero interrumpió sus pensamientos.
—No, es la abreviatura de Alex —remarcó ella sin rodeos—. Generalmente no llevo pasajeros. Si no hubiera tenido que cubrir los gastos judiciales, no te habría aceptado. Y cuando acepto pasajeros, generalmente no les permito el acceso al puente —Después de una pausa, Alex giró el asiento de mando para encarar al hombre al que estaba llevando al Sistema Fellight—. Por favor regresa a tu cabina. Las comodidades son mínimas, pero sírvete cualquier comida o bebida que puedas encontrar.
Ravin Sabik se pasó los dedos por el pelo áspero y oscuro: —El único alimento que buscaba era alimento para la mente. Pero si no se encuentra ninguno... —El hombre de piel cetrina dejó que su voz se apagara con una leve sonrisa, manteniendo contacto visual con la mujer piloto de piel clara y cabello rubio.
—Soy egoísta. La mejor comida la guardo para mí —afirmó Alex rotundamente—. Ya casi hemos salido de Modak y daremos el salto a Halene en unos veinte minutos. Luego será a Zaire y luego a Fellight.
—Conozco la ruta —asintió Ravin, la leve sonrisa permanecía en sus labios. Alex se encogió de hombros y dio la vuelta al asiento, ignorando deliberadamente al hombre. El suave siseo de la puerta anunció la partida un momento después.
El viaje a Halene y a Zaire transcurrió sin incidentes. Además de las tareas rutinarias de pilotar la Dulce Viaje, Alex pasó su tiempo revisando sus problemas en Modak 6 y tratando de darle sentido a todo. Después de descargar en el planeta su cargamento de productos de frutas, Alex había entregado la Dulce Viaje al mantenimiento del puerto para la calibración del escáner. Para pasar el tiempo durante las labores de mantenimiento, se había instalado en un reservado de un local cercano para disfrutar de un café largo y helado. Eso era un alivio reconfortante después del jaquecoso calor de los desiertos de Central Ma'kalin. Momentos después de relajarse en su cabina junto a la ventana, Alex conoció al comisario Perrine.
Su primera impresión del comisario fue negativa. Para la alta piloto, Perrine parecía un gordo borracho bajito y grasiento. No había nada en esa apariencia o comportamiento que sugiriera que el hombre ocupaba un puesto oficial. El comisario se había acercado a Alex y le había pedido que se sentara. Ella había aceptado por aburrimiento mezclado con curiosidad, pero en retrospectiva se arrepentía de la decisión. Alex había aceptado la oferta de Perrine de otro café, después de lo cual el hombre había dejado claro que quería pasar la noche con ella.
—Creo que no, pero gracias por el café —había sido su respuesta inmediata.
Alex estaba acostumbrada a que su apariencia atrajera a hombres de todos los ámbitos de la vida, pero tenía pocos amigos hombres. El único hombre en el que Alex podía pensar en algún sentido romántico vivía en el sistema López, y lo extrañaba más allá de las palabras. El comisario Perrine habría sido un mal sustituto, pero el tipo no sabía digerir un rechazo. En lugar de aceptar su negativa, extendió la mano y agarró la mano de Alex con fuerza.
Alex inmediatamente supo que marcharse de allí era la mejor jugada que podía hacer. No dudaba de poder reducir al hombre, pero la experiencia le había enseñado que una confrontación física solo conducía a un camino. Ella terminaría en el juzgado con cargos por "seducir" al hombre y causar la pelea. Era mucho más seguro tragarse el orgullo y marcharse. Sin embargo, cuando se puso de pie, Perrine también se levantó y la agarró del brazo. Ella lo apartó con fuerza y Perrine la soltó tan de repente que perdió el equilibrio y cayó sentado con fuerza en el suelo. El reflejo de ella de sacar su pistola atrajo a los dos "oficiales de paz" en el local, y pronto Alex se encontró en un centro penitenciario local con su pistola permanentemente incautada. Aquel "cenpen* era notablemente más seguro que la mayoría de los de su clase en otros planetas, y esta diferencia no pasó desapercibida para Alex. Modak 6 era definitivamente de lo más duro.
Su tiempo en el juzgado fue una bofetada a la verdad y la justicia. Alex fue tratada como una criminal y el comisario Perrine como una víctima inocente. A la piloto se le dijo en términos claros que Modak 6 no toleraba la villanía, y se dejaron caer fuertes insinuaciones de que ella no era más que una prostituta delincuente. La escoltaron bajo guardia armada hasta la Dulce Viaje y le dijeron que se fuera de inmediato. Además, se le prohibió regresar hasta transcurrido un año Cooperativa. Alex se había negado a discutir el asunto y se había preparado para irse de inmediato.
Su salida se había retrasado en el último minuto por el embarque de un pasajero civil. Las autoridades portuarias, claramente empeñadas en acosar a Alex, le habían comunicado que el pasajero había sido advertido de sus tendencias violentas. Ravin Sabik había embarcado solo unos minutos después, deteniéndose primero para rendir su tasa a las autoridades portuarias como pago de los gastos judiciales de Alex. Habían partido después sin más demora.
Ahora Alex y la Dulce Viaje se dirigían a Fellight con solo un pasajero y sin haber tenido tiempo de estibar carga en Modak 6. Alex había celebrado que la reparación del escáner se hubiera completado a tiempo, pero había lamentado perder la oportunidad de llenar sus bahías de carga. Con suerte, el puerto de Fellight tendría algún cargamento Nueve-X listo para embarcar. El Dulce Viaje era una de las naves de carga más rápidas de su tamaño en el registro de cargueros privados de la Cooperativa, lo cual permitía a Alex tener prioridad en un puerto con la urgente y altamente pagada categoría de carga militar Nueve-X en espera de transporte. Los ingresos por la constante dieta de envíos de Nueve-X permitían a Alex mantener una casa de retiro decente en el sistema López.
Al llegar al sistema Zaire, la Dulce Viaje se vio obligado a esperar por orden de la gobernación de Zaire. Un convoy militar que atravesaba el sistema en misión oficial obligaba a todas las naves civiles a permanecer fuera de los orbitales de Zaire hasta que la armada hubiera pasado. Las naves estaban demasiado lejos para verlas en vídeo, por lo que Alex observaba en su escáner los grandes puntos luminosos en lento moviento. La formación era bastante grande y Alex supuso que se dirigía a aplastar otra rebelión planetaria. No sabía de tal rebelión por fuentes oficiales, sino por la jovial amistad de un hombre que trabajaba en la Oficina Central de Censura de Comunicaciones en la sede de la Cooperativa.
La última rebelión lo bastante grande como para ser discutida públicamente en los medios de comunicación había sido la Rebelión de Axaron. En el apogeo de su poder, la Rebelión de Axaron había incluido doce sistemas y quince de los planetoides flotantes conocidos como independientes. Se especulaba que la mayoría de las revoluciones desde el desmembramiento de la Rebelión de Axaron habían sido en realidad focos de resistencia de Axaron. Después de todo, la mayoría de ellas se habían centrado en esos planetoides independientes, la fuerza principal de la propia Rebelión. De los quince independientes originales, solo cinco habían sido artificiales y móviles, los otros diez eran fragmentos planetarios. Esos diez independientes ya no existían. Las naves de guerra Cooperativas los habían destruido todos, además de varios planetas en los doce sistemas de la Rebelión.
—Ah, Wanderlust —sonrió Alex recordando el independiente que ella había visitado más recientemente. Wanderlust era un fragmento planetario, uno que siempre había sido nominalmente leal a la Cooperativa. Como ocurría con todos los independientes naturales, toda la población vivía bajo la superficie. Y, como generalmente se esperaba de tales sociedades, las leyes eran pocas y rara vez se aplicaban. Pero en lugar de dejar que la anarquía se convirtiera en violencia, que era lo más común, una sensación permanente de jolgorio mantenía la reputación de Wanderlust como el primer y principal lugar de recreación en toda la galaxia cuando se buscaba la embriaguez, el libertinaje y el desenfreno en general.
Alex siempre encontraba divertido el nombre "la Cooperativa". Este implicaba una actitud de cooperación. En realidad, los sistemas normalmente estaban bajo el control de la Cooperativa por la fuerza y se les exigía pagar tributos regulares en forma de impuestos administrativos. A cambio, la Cooperativa prometía brindar protección contra los enemigos, paz dentro de los sistemas cooperativos y beneficios para la sociedad. Estas promesas no se cumplían en la mayoría de los casos. El comercio estandarizado, la ley y otros "beneficios de la sociedad" se encontraban solo en los sistemas centrales. En muchos sistemas las promesas incumplidas invocaban la ira. En Wanderlust, esas promesas incumplidas eran una excusa para la juerga desenfrenada.
Un sonido agudo en el puente sacó a Alex de su ensueño. Un grupo desconocido estaba enviando un mensaje al Dulce Viaje: ¿deseaba ella recibirlo? Alex pulsó el botón de recepción para copiar el mensaje en memoria. Una vez almacenado en memoria, vio que era un mensaje privado para su pasajero. Ella se encogió de hombros y pulsó el botón de llamada del intercomunicador para llamar la atención del hombre.
—¿Sí? —respondió Ravin adormilado.
—Tienes un mensaje. Privado y urgente.
—¿Qué dice? —La sonrisa del hombre era obvia en su voz.
—No lo sé, es privado —repitió Alex, conteniendo en silencio las ganas de suspirar de fastidio—. Probablemente también encriptado. ¿Te importa si lo analizo?
—Como quieras —respondió Ravin.
Alex puso los ojos en blanco y envió una copia del mensaje a la cabina de Ravin. Si estaba realmente interesada en averiguar lo que este decía, el mensaje había quedado registrado para que ella pudiera descifrarlo más tarde. Por ahora ella no tenía ningún interés inmediato. Aunque su curiosidad se despertó unos minutos después, cuando Ravin irrumpió en el puente.
—¿Podemos desviarnos?
Alex miró al hombre: —Por supuesto que podemos desviarnos. ¿Adónde y por qué?
—Acabo de recibir noticias de uno de mis hermanos. Mi padre se está muriendo por un accidente en la granja. ¿Podemos ir a mi casa natal en Yandol 7a? Puede que no viva mucho. —La piloto se encogió de hombros y luego asintió. No creía que Yandol 7a o 7b tuvieran ningún cargamento que pagara lo mismo que Nueve-X, pero todavía había una buena cantidad de comercio de las fábricas de lino de Yandol 7b. Alex había sentido curiosidad por los dos planetas que compartían un orbital, y esta era la mejor excusa para verlos. No estaba de más que el sistema Yandol estuviera a corta distancia de Zaire y en una dirección que les permitiría avanzar sin esperar a que pasara la armada de la Cooperativa.
Alex dio la vuelta al Dulce Viaje e introdujo las nuevas coordenadas. Después de un breve mensaje a la gobernación de Zaire de que ella y su pasajero no iban a cruzar el sistema de Zaire después de todo, Alex puso en marcha la Dulce Viaje hacia Yandol. El viaje a Yandol requería pasar por cuatro sistemas, uno de ellos independiente, pero las distancias eran relativamente cortas. Alex instó a su pasajero para que regresara a su camarote, pero sus motivos para ello fueron poco más que querer soñar despierta sin ser molestada, con llevar la carga como de costumbre lejos de la última influencia de Modak. Alex quería tomarse unas vacaciones en López 3 dentro de solo dos días Cooperativa, y por fin estaba empezando a creer que la idea podía ser más que un sueño.
El Dulce Viaje tardó poco en atravesar dos sistemas intermedios. Cuando llegaron al Jeopardy independiente móvil, Alex miró con añoranza los bares del perímetro. Quería una bebida y un descanso del asiento de mando, y los diseñadores del independiente móvil habían colocado ingeniosamente los locales de bebidas a la vista de las naves que pasaban. Los enormes letreros de neón parpadeantes le guiñaban un ojo, y ella recordó que el beneficio extra de Jeopardy era una multitud de casinos que superaban en número a cualquier otro casino independiente, móvil o de otro tipo. Al igual que con todos los independientes móviles, al Jeopardy se le había asignado una región del espacio (siempre en una ruta de navegación importante) durante cinco años, durante los cuales podía cobrar un peaje a todas las naves que pasaban. Mientras Alex colocaba el pago en una sonda de peaje, consideró que Ravin le reembolsara el gasto, pero decidió no hacerlo debido a la emergencia familiar del pasajero.
Desde Jeopardy hubo un salto corto hasta Yandol. Mientras la Dulce Viaje avanzaba hacia la estrella clase G de Yandol, Alex comenzaba a impacientarse. Aun teniendo la oportunidad de ver la rareza planetaria de un orbital compartido, estaba cansada de la evasión que había comenzado en el sistema Modak. Se sumía en sus pensamientos frustrados cuando la puerta se abrió, revelando a un Ravin Sabik ebrio.
—Ya casi llegamos —afirmó Alex, tratando de ignorar el hedor a whisky barato que fluía hacia ella desde su pasajero. El Dulce Viaje nunca iba repleto de licor, por lo que Alex sabía que el hombre había traído el suyo. Probablemente Toggath Black Vine, por su olor.
—Ya lo veo... por mí mismo —respondió Ravin, arrastrando las palabras y haciendo una pausa para hipar penosamente—. Bueno, ¿qué tal si te quedas conmigo unos días mientras arreglo las cosas? Necesitaré transporte de aquí a Fellight de todos modos.
—No.
—¿Por qué no? —Alex se obligó a mantener la calma mientras Ravin se acercaba y le ponía la mano en el hombro—. Lo pasarás bien.
—No. Voy a recoger cualquier carga que no esté asignada a una línea de carga y saldré el mismo día —respondió Alex con firmeza—. Regresa a tu cabina, vamos a aterrizar.
—Aún tardaremos una... hora o dos aburridas. Vuelve conmigo, podemos... jugar a algo los dos —Alex estaba de espaldas a Ravin, y este comenzó a jugar con su cabello— ¿Quieres una copa?
Alex había crecido con un hermanastro mayor y ambos se peleaban constantemente, tanto verbal como físicamente. Ella se había convertido en una luchadora experta y nunca había olvidado esa experiencia. Le había servido bien, y le servía ahora. Sin volverse, Alex agarró la mano de Ravin y tiró de él hacia adelante hacia el asiento de mando, haciéndolo tropezar con el pie. Con un movimiento fluido, lo colocó boca abajo sobre el puente con la rodilla en la nuca.
—No bebo cuando estoy al mando de mi nave. Tampoco me rebajo a beber con gente como tú. Regresa a tu cabina en paz o te arrastraré allí y te encerraré. No apruebo tu comportamiento de borracho.
—Nunca te pedí... que lo aprobaras. No creo que seas lo bastante fuerte para arrastrarme... a ningún lado —rió Ravin y trató de levantarse. Un dolor agudo en la rodilla de Alex lo convenció de quedarse abajo.
Alex sacó un pequeño instrumento de su cinturón de herramientas: —Veo que no eres de fiar...
—Si supieras lo... —La voz del hombre se apagó cuando Alex tocó la parte inferior de su cuello con dos pequeños puntos metálicos del instrumento. Los músculos de la espalda de Ravin se contrajeron involuntariamente y él permaneció inmóvil y en silencio.
—La tristeza no es excusa para la embriaguez —dijo Alex a la espalda del hombre aturdido. Sabía que él no podía oírla, así que fue más una afirmación para ella que un insulto para él. Volvió a colocar su aturdidor en su cinturón de herramientas, asió a Ravin por el torso y lo arrastró hasta el camarote. Lo dejó caer bruscamente en la cama y regresó al asiento de mando, cerrando la puerta de Ravin desde el exterior en el proceso.
Los límites de velocidad cooperativos hacían que el viaje desde los bordes del sistema Yandol hasta Yandol 7 fuera más lento de lo que a Alex le hubiera gustado. El sistema Yandol era un sistema poblado con catorce planetas y planetoides principales. Cuatro de ellos estaban tan cerca de Yandol que el calor los hacía prácticamente inhabitables. Tres de esos cuatro rotaban prácticamente cocinando todos los lados, y el otro estaba tan cerca que la aproximación al lado oscuro requería más protección que la que llevaban la mayoría de las naves. De los otros diez planetas, dos compartían el séptimo orbital, el único caso registrado de un orbital compartido. Los dos planetas permanecían en lados opuestos de Yandol, y la investigación no había mostrado ninguna deriva que pudiera unirlos en un futuro.
Ravin respondió aturdido a la llamada de Alex cuando comenzaron la aproximación final a Yandol 7a. El planeta tenía cinco puertos espaciales principales que manejaban pasajeros y carga, además de los dos puertos polares solo de carga, y Alex necesitaba saber qué puerto estaba más cerca del destino de Ravin. Malhumorado, el hombre le dio el número de la baliza antes de apagar el intercomunicador. La piloto asumió que su pasajero sería lo bastante inteligente como para sujetarse durante el aterrizaje y se ajustó sus propias sujeciones. El Dulce Viaje descendió con facilidad a través de la atmósfera del parduzco planeta y siguiendo la baliza del puerto. En ese momento, el puerto tenía el control casi total de la nave y Alex era la única responsable del verdadero aterrizaje.
—Esto no es la idea que tenía de un lugar de moda para unas vacaciones —reflexionó Alex mientras observaba la superficie del planeta precipitarse hacia ella. Densas nubes de polución flotaban sobre un paisaje que parecía un mosaico formado por áreas altamente industrializadas separadas por lagos y pantanos. Presumiblemente, el planeta tenía un terreno adecuado para construir, y esa propiedad inmobiliaria estaba bajo presión para contener más de lo que Alex creía sensato. El gobierno local obviamente era descuidado, considerando la gran contaminación del aire, y Alex tuvo la clara impresión de que el sistema Yandol en general era un sistema industrial de clases trabajadoras.
La baliza guió al Dulce Viaje hasta un concurrido puerto en las afueras de una ciudad sucia y desordenada. Al norte, oeste y sur del puerto, un pantano turbio generaba neblinas que flotaban en una brisa inquieta. La ciudad del este era un estudio en el caos. No se podía encontrar un plan definido en el diseño ni en la ubicación de los edificios, y había un flujo constante de tráfico casi frenético que se movía dentro y alrededor de la ciudad. Gran parte de este tráfico era aéreo, y Alex se encogió al ver los casi accidentes que parecían ser la regla en lugar de la excepción. El puerto en sí consistía en un descuidado y gran campo de hormigón rodeado de sucios edificios marrones que servían a fines no identificados. Un breve mensaje lleno de estática saltó por la línea común, diciéndole a Alex qué plataforma usar para aterrizar.
—Hemos bajado —comentó Alex por el intercomunicador una vez que su nave se posó en la superficie. Abrió la puerta de Ravin desde el asiento de mando, desconectó sus ataduras y se puso de pie para estirarse. Un momento después, la puerta se abrió para revelar a un Ravin desaliñado.
—Ya veo —asintió el hombre, luego se detuvo incómodo—. Yo... lamento si actué como un idiota. Esta resaca y... —Ravin hizo una pausa para masajearse la muñeca que Alex había usado como asidero cuando lo había reducido—... y otros factores me han dado motivos para reconsiderar mi comportamiento.
—Esas cosas pasan —Alex se encogió de hombros, sacando su bolsa de vuelo de su compartimento cerrado con llave sobre el mando—. Espero que tu padre salga adelante.
Ravin asintió con tristeza y miró a su alrededor con nerviosismo: —Mira... ¿Puedo al menos compensarte? Mi hermano vendrá a buscarme aquí en el puerto, pero no puedo esperarlo hasta dentro de una o dos horas. ¿Puedo al menos invitarte a una copa, o un café, en la cafetería del puerto?
Alex miró inexpresivamente a su pasajero. ¿Sabía él las molestias que ella había tenido la última vez que había dejado que un hombre la invitara a un café? Probablemente no... Ella estaba inclinada a decir que no, considerando su problema con el comisario Perrine y considerando las propuestas de Ravin durante el viaje, sin embargo, la tentación del café era demasiado grande.
—Sí, me tomaré un café contigo. Aunque lo pagaré yo. Necesito recoger algo de carga para que todo esto valga la pena, y no tengo nada mejor que hacer mientras se carga —Ella condujo a Ravin fuera de la nave para encontrarse con el personal del puerto.
—¿Se queda mucho tiempo? ¿Necesita algo? —preguntó el joven que esperaba en la plataforma mientras Alex desembarcaba.
—No más de lo necesario. Consígueme la carga mejor pagada que puedas encontrar. si es Nueve-X, te doblo el cinco por ciento habitual de la tarifa de búsqueda —respondió Alex, colocándose al hombro la bolsa de vuelo—. Puedo llevar hasta quinientas estibas, preferiblemente todas al mismo destino. No más de dos destinos, y lleno al 80%, si puedes encargarte. Nada de POD, tampoco. Si no puede encontrar nada adecuado, olvídalo, ya lo intentaré en 7b. ¿Hay una cafetería por aquí?
El empleado del puerto señaló con el pulgar hacia la ciudad: —Borde este. ¿Alguna reparación?
—Nada que yo sepa. Estaré en la cafetería si tienes alguna pregunta o si te encuentras con algo extraño. Te daré un porcentaje extra si puedes sacarme de aquí antes del anochecer.
—Probablemente no pueda, pero lo intentaré —el joven se encogió de hombros, consultando su reloj. Cuando Alex se dirigió hacia la cafetería, con Ravin siguiéndolo de cerca, el joven sacó un comunicador de su cinturón para pedir un informe de carga.
La cafetería era pequeña y estaba abarrotada, y los dos viajeros tuvieron la suerte de encontrar una mesa para ellos solos junto a una ventana que miraba hacia la ciudad. Ravin pidió prestado un trapo a una camarera para limpiar la grasa de la mesa mientras Alex hacía el pedido. Alex solo quería café, no confiaba en que la cafetería del puerto tuviera comida que valiera la pena, pero Ravin pidió varios entradas del menú, en su mayoría alimentos locales del planeta. Una vez sentados uno frente al otro en la mesa, Ravin miró a Alex y sonrió, asintiendo.
—Llevas un buen negocio —dijo el hombre—. Eres muy eficiente y obtienes lo que quieres de personas que normalmente no realizan bien sus servicios. De hecho, serías un activo para una compañía naviera. ¿Por qué tienes tu propio negocio independiente?
Alex se encogió de hombros, preguntándose por qué el hombre se estaba interesando tanto en su negocio. Independientemente de su motivo, sintió que era mejor generalizar sus comentarios: —La libertad es la razón principal, supongo. Establezco mi propio horario y no trabajo cuando no quiero.
—Por lo que pude ver de tu nave, ciertamente trabajas lo suficiente como para acumular un poco de riqueza —sonrió Ravin—. Muchos en tu lugar nunca se levantan de los barrios marginales por pura pereza.
—Yo también soy perezosa —Alex sonrió vacía, tratando de alejarse de cualquier discusión sobre su riqueza. El dinero era un tema demasiado personal para discutir con un hombre en quien no podía confiar—. La mayoría de mis amigos también son vagos. Solo conocemos la forma correcta de ser perezoso: se necesita trabajo para hacerlo bien.
Ravin rió: —Un pensamiento divertido —Después de un momento se puso serio—. Si te hicieran una buena y sólida oferta de una compañía naviera, ¿la aceptarías?
—No.
—¿Ni siquiera lo pensarías? ¿Ni aunque pudieran asegurarte que llevarías siempre la mejor carga en la mejor de las rutas? —preguntó Ravin, inclinándose un poco hacia adelante.
—La libertad es más importante —Alex negó con la cabeza y miró hacia otro lado. Estaba empezando a formarse una mejor imagen mental del hombre sentado al otro lado de la mesa. Parecía tener un interés comercial en su capacidad para realizar negocios eficientes. Para una transportista privada con éxito, como se consideraba Alex, las ofertas de reclutamiento no eran nada raras—. Prefiero jubilarme en la pobreza que estar al servicio de una empresa.
Ravin emitió un abrupto zumbido gutural: —Casi suenas como una contrabandista.
Alex miró fijamente al hombre: —Eso ya es un insulto. Si ni siquiera puedes ser compañía agradable para un café, no me sentaré contigo por más tiempo.
Ravin se reclinó y se relajó: —Pido disculpas. No era mi intención ofender. Los contrabandistas son un grupo independiente y a menudo piensan lo mismo que tú. Es bueno saber que expresas tu independencia de manera legal.
Los dos quedaron en un incómodo silencio durante varios minutos. Alex se arrepintió, una vez más, de haber aceptado una invitación a tomar un café. Le enojaba que fuese tan difícil disfrutar de buena compañía y un buen café al mismo tiempo. ¡No veía la hora en que llegaran esas vacaciones! Habría largas horas sin hacer nada más que sentarse frente al fuego con amigos cercanos, tomando café, sin pasajeros groseros ni abarrotadas y sucias cafeterías en el puerto. Una conmoción cerca de una de las puertas de la cafetería les llamó la atención.
Alex miró por encima del hombro para ver a una mujer joven que se debatía por escapar de las garras de un hombre obviamente borracho. En una mano, el hombre sujetaba con fuerza el cabello de la mujer, la otra mano estaba cerrada de forma segura en uno de los brazos. El hombre balbuceaba en un dialecto local, pero era obvio para los espectadores que esperaba que la mujer se quedara. La mujer no decía nada, solo luchaba por liberarse y marcharse. Con la empatía brotando de su interior, Alex se levantó de un salto y asestó un rápido golpe en la nuca del hombre. Antes de que este pudiera volverse contra ella, Alex aplicó hábilmente su aturdidor en la parte inferior de la espalda del hombre. Este se convulsionó una vez y cayó al suelo, mirando fijamente a la nada.
—¡Espera! —gritó Alex mientras la otra mujer corría hacia la puerta por fin libre del borracho.
La joven ni siquiera disminuyó la velocidad. Cuando Alex la siguió fuera de la cafetería vio que la mujer ya se había marchado en un aerotaxi. Sintió malestar en el estómago cuando volvió a entrar en la cafetería. De todas las personas en el local, la única que no miraba a Alex era Ravin Sabik.
—Deja que adivine —empezó Alex mirando a una camarera detrás del mostrador—. Apuesto a que ese tipo es un funcionario del gobierno.
—No que yo sepa, señorita —respondió la anciana camarera—. Pero será mejor que tenga una buena explicación que justifique el ataque, considerando que él no le hizo nada.
Alex miró a su alrededor a los rostros que la miraban fijamente: —¡Este hombre estaba lastimando a esa otra mujer, y yo solo estaba intentando ayudarla!
—Yo no he visto nada —la camarera se encogió de hombros, dándose la vuelta. Como si eso fuera una señal, el resto de la gente en la cafetería se dio la vuelta como si nada hubiera pasado. Alex miró al hombre aturdido en el suelo y se preguntó cuántos problemas se había causado a sí misma esta vez. Se estaba cansando de tantas complicaciones y decidió en ese momento que sus vacaciones iban a empezar en cuanto pudiera llegar a López.
El hombre en el suelo despertó y miró a Alex con una mirada confundida. Su expresión cambió lentamente al recordar lo que había sucedido, y emitió un grave gruñido mientras se levantaba. Alex tomó una postura defensiva, pero en lugar de atacar, el hombre se acercó a un comunicador montado en una pared cercana. Con un gemido mental, Alex supo que el hombre iba a llamar a la policía local. Rápidamente, ella dio media vuelta y se dirigió de nuevo a su mesa.
—Tengo que salir de aquí —le espetó a Ravin—. Este es tu planeta. ¿Qué sugerencias tienes?
Ravin negó con la cabeza: —No te va a gustar. La única sugerencia que tengo es quedarse quietecita y esperar a la policía del puerto. Si te vas ahora, sin duda serás vista como culpable. Aunque si te quedas es posible que puedas defenderte. Por supuesto, el asunto no pinta bien.
—Eres toda una ayuda —Alex puso los ojos en blanco—. Y probablemente no pueda escapar en mi nave, ya que está en mitad de la estiba de carga, y de todos modos me impedirían llegar a ella. ¿Puedes al menos decirles lo que viste?
—¡Claro! —Ravin sonrió, asintiendo, pero esa sonrisa se desvaneció rápidamente cuando él vio a un hombre entrar en la cafetería. —O tal vez no pueda. Mi hermano ha llegado.
Ravin hizo un gesto para atraer la atención del recién llegado, gesticulando para que se acercara hacia su mesa. Alex asintió en respuesta a la presentación de Ravin de su hermano, y le prestó poca atención: —¿No te vas a quedar?
—¿Te quedarías tú si tu padre se estuviera muriendo? —respondió Ravin—. Me gustaría quedarme, pero creo que tienes los recursos suficientes para salir de esta. Tú lidia con esto como haces con cualquier otra transacción comercial. Yo debo irme, de verdad.
Alex se sentó a la mesa e ignoró la salida de los dos hombres. A pesar de que su última oportunidad como testigo acababa de salir por la puerta, no le disgustó ver marcharse a Ravin. El tipo había sido un problema y ella estaba harta de problemas. Sus verdaderos amigos en López se iban a reir mucho cuando supieran este más reciente giro en los acontecimientos en su negocio de transporte. Ella también se reiría una vez que llegara allí. Llegar allí era la parte difícil.
—¿Señora? —una voz profunda sacó a Alex de su tristeza—. Necesitamos hablar con usted.
Alex alzó la vista para ver a dos hombres uniformados de pie junto a su mesa, con el hombre al que ella había "atacado" detrás de ellos y con aire de suficiencia. El hombre que, al parecer, había hablado era alto y pesado, y su compañero era bajito y delgado. Ambos vestían trajes de empleados portuarios de color gris oscuro. Ella asintió al orador y se puso en pie.
—Este caballero afirma que usted lo atacó.
—Este tipo no es un caballero —afirmó Alex rotundamente—. Yo solo estaba ayudando a una mujer a la que él estaba atacando, y le apliqué un ligero aturdidor para someterlo.
El oficial más alto miró alrededor de la cafetería: —¿Esa mujer está aquí? ¿O puede alguien más aquí responder por su relato?
—No —Alex negó con la cabeza, mirando a los tres hombres frente a ella. Era obvio que la policía del puerto sabía que no habría testigos.
—Por favor, venga con nosotros. Podemos arreglar esto en la Jefatura —dijo el oficial a cargo, haciendo un gesto para que Alex se adelantara hacia la salida de la cafetería.
Una vez afuera, Alex vio que la esperaba un pequeño vehículo de superficie. El oficial más alto confiscó el aturdidor de Alex antes de ordenar que ella se sentara detrás con el otro oficial. Mientras el vehículo se alejaba de la cafetería y se dirigía hacia un gran edificio de siete plantas, Alex cerró los ojos y trató de despertarse de este sueño increíblemente nefasto.
Cuando llegaron a la sede del puerto, Alex y el hombre al que ella había aturdido fueron conducidos hasta la sección de policía y colocados en salas separadas. El hombre parecía extrañamente sobrio, considerando lo borracho que había parecido antes, pero Alex supuso que eso era un efecto del aturdimiento. La dejaron esperando sola en la anodina salita de interrogatorios. Estaba amueblada únicamente con una mesa en el centro y una silla a cada lado. Alex se sentó frente a la puerta y reflexionó sobre su nuevo roce con la policía. Apenas podía creer que se hubiera encontrado en situaciones tan similares en dos planetas diferentes en tan poco tiempo. Era muy extraño.
El insecto de la paranoia hundió sus dientes en la mente consciente de Alex. ¿Había sido todo un plan? Parecía imposible. Un plan tan elaborado sería muy difícil de llevar a cabo. Sin duda habría requerido la participación de un gran número de personas, todas las cuales tendrían papeles específicos que desempeñar. Una de esas personas era Ravin, pero si él hubiera sido parte del plan, ella debería ahora estar atrapada en el sistema Fellight, no en el sistema Yandol. A menos que los planificadores también hubieran causado el accidente que amenazaba la vida del padre de Ravin.
Mientras Alex esperaba a que comenzara el interrogatorio, sintió cada vez más curiosidad por el mensaje que había recibido Ravin mientras esperaban para cruzar el sistema Zaire. ¿Había dicho el mensaje algo más sobre el accidente? Quizás su hermano había mencionado el sabotaje, pero Ravin no había querido compartir esa información con Alex. O tal vez no había sido un accidente en absoluto, sino un ataque descarado. ¿Hubo un accidente siquiera?
—Aquí no deberían ser tan descuidados —murmuró Alex sacando un minienlace del forro interior de su cinturón de herramientas. Una sola pulsación del único botón en la parte frontal del comunicador la puso en contacto con la computadora de su nave. Alex rápidamente colocó el dial lateral de volumen a su configuración mínima, en caso de que la sala estuviera intervenida—. Informe: mensaje descifrado recibido para Ravin Sabik.
Hubo una breve pausa. La voz suave, masculina y sintetizada de la computadora a bordo de la Dulce Viaje comenzó: —Siete Uno Punto Cuatro Seis Tres. ¡Ravin, viejales! Ese bomboncito es una inconsciente. Llegaré a Yandol mucho antes de tu llegada. Usa el cuento del padre moribundo para llegar allí, estoy seguro de que funcionará. Llévala a la cafetería y quedaos allí. Javus y Tammi le proporcionarán una distracción que ella no ignorará, y Tor se reunirá contigo poco después. Estoy seguro de que Javus podrá mover los hilos con la autoridad portuaria para mantener a Alex mientras se desestiba su carga. Si ella te causa algún problema, asegúrate de hacérmelo saber para que podamos cargarle una desagradable sorpresa. Las explosiones en el espacio profundo son muy difíciles de rastrear, ¿no crees? Puede que terminemos haciendo eso de todos modos. Nos vemos en Yandol. Bandy.
—Bandy... —gruñó Alex.
Bandy Perrine. La comprensión de cómo la habían engañado la golpeó como un balde de agua helada. Le habían tendido una trampa y ella la había cumplido en cada paso del camino. Se preguntó qué carga se había estibado en la Dulce Viaje mientras ella estaba en el juzgado en Modak 6, pero no había duda de que era ilegal. Drogas, armas, ¿quién podría saberlo? A algunas personas se les había pagado para que miraran hacia otro lado durante la carga y descarga, y el piloto de la nave que transportaba el contrabando ni siquiera sabía que lo llevaba a bordo. Era una operación arriesgada, pero ciertamente había sido efectiva.
Alex guardó rápidamente el minienlace en su cinturón cuando escuchó pasos acercándose. Otro hombre uniformado abrió la puerta y le hizo un gesto para que lo siguiera. En lugar de ser interrogada, como supuso que sucedería, la condujeron a una sala donde ese hombre al que ella había aturdido estaba sentado en una silla junto a un escritorio, detrás del cual se sentaba un hombre mayor con uniforme portuario. ¿Cómo decía el mensaje que se llamaba el hombre? Javus. El guía de Alex la dejó de pie frente al escritorio y al hombre detrás de él. Ella ignoró a Javus por el momento.
—Soy el teniente Riolo —afirmó el hombre detrás del escritorio—. Escuché que asaltaste a este señor en la cafetería. Tu declaración es que ayudabas a una mujer, una mujer imposible de encontrar. No hay testigos que verifiquen tu historia, pero la posesión del arma y las marcas en la espalda de este caballero ciertamente dejan pocas dudas de que, de hecho, lo agrediste. Tu justificación no está demostrada. ¿Qué tienes que agregar?
—Solo tengo que añadir que Javus y Tammi son amigos y que actué precipitadamente —respondió Alex mirando a Javus para ver su reacción. Este se sobresaltó, pero no dijo nada.
El teniente miró a Javus, y luego nuevamente a Alex: —¿A quién te refieres? El nombre de este hombre no es Javus.
—Sí lo es —sonrió Alex—. Él y Tammi parecían estar luchando en la puerta de la cafetería y yo acudí en ayuda de Tammi. Puede preguntar a Ravin Sabik o a Bandy Perrine al respecto. Los encontrará descargando contrabando de la Dulce Viaje.
Esa era una dura apuesta. Si Javus no hubiera reaccionado, ella habría tenido dificultades para explicar por qué había traído contrabando al planeta. Su apuesta valía la pena. Javus se puso en pie rápidamente, intentó abalanzarse sobre Alex, luego lo pensó mejor. Antes de que el teniente pudiera darse cuenta del cambio de humor en la sala, Javus lo derribó y lo tiró de la silla. Un estallido llenó la habitación cuando Javus le quitó la pistola al teniente Riolo y le disparó en la cabeza. Alex había anticipado esta reacción, y ya estaba saltando sobre el escritorio cuando Javus intentaba apuntarla con la pistola. Ella lo golpeó contra la pared antes de que él pudiera disparar.
Un rápido rodillazo en la ingle dobló a Javus de dolor, y un fuerte pinchazo en la muñeca tiró la pistola al suelo. Alex logró pisar el arma con la punta del pie antes de que Javus pudiera alcanzarla, y lo envió dando vueltas por las baldosas. Cuando el hombre trató de levantarse, Alex le dio con el codo en la nuca y lo obligó a caer de rodillas. Esto le abrió el camino hacia la pistola y ella saltó a por ésta.
—Alto —ordenó Alex, apuntando el arma a Javus mientras éste se levantaba, gruñendo. Sus ojos se posaron momentáneamente en el teniente muerto, pero no tenía tiempo para cadáveres: —Vas a... No, retiro eso. El disparo de antes va atraer a toda la fuerza policial. No me sirves —La pistola estalló de nuevo y Javus cayó muerto al suelo. Apenas se había detenido el cuerpo cuando se abrió la puerta.
—¿Qué pa...? —Un joven ordenanza con uniforme portuario estaba de pie en la puerta, confundido ante la violenta escena que tenía ante él. Alex también quedó confundida un instante. ¿Es que no había oído el disparo? Quizá la sala estaba insonorizada.
—Quieto —soltó Alex apuntando con la pistola al joven—. Da media vuelta y luego retrocede tres pasos para entrar en esta sala. —El ordenanza parecía desconcertado, pero siguió sus instrucciones con prontitud. Alex se colocó detrás de él y le sacó la pistola del cinturón—. No soy una criminal, de veras —continuó ella, moviéndose para que él pudiera verla apuntándolo con el arma del teniente—. O al menos no es esa mi intención. Ese hombre del suelo es Javus, él disparó a tu teniente. Es un contrabandista.
El hombre parpadeó estúpidamente a Alex. Probablemente esta era la primera vez que el joven estaba en el lado receptor de un arma: —¿Me vas a matar?
—No —Alex negó con la cabeza—, no si te portas bien. Vas a sacarme de este edificio y asegurarme un transporte a la nave Dulce Viaje. Después de eso, esperarás hasta que la nave haya partido antes de informar sobre la muerte de tu teniente y del contrabandista. Voy a esconder esta pistola, pero te seguirá apuntando hasta que me dirija a salvo a mi nave. ¿Lo entiendes?
El joven asintió.
—Bien. Si alguien te pregunta sobre mi liberación, informarás que el hombre que iba a presentar cargos ha decidido no hacerlo. ¿Alguna pregunta? —El ordenanza negó con la cabeza. Alex abrió la puerta y le hizo un gesto al joven para que caminara delante—. ¿Por cierto, cómo te llamas?
—Praglio —respondió su guía—. Aún no me han asignado un rango.
—Mejor para ti —le susurró Alex mientras comenzaban a caminar por los pasillos hacia una escalera—. Te iría mejor en otra clase de empleo.
Los dos descendieron varios tramos de escaleras antes de llegar al nivel del suelo. Tuvieron que esperar en el último escalón mientras un robot de limpieza terminaba de barrer el rellano. Mientras aguardaban, dos agentes subieron. Uno no era familiar a Alex, pero el más alto de los dos era el mismo oficial que la había llevado a la jefatura de policía. Ella contuvo la respiración, confiando en que el oficial diera media vuelta. Él y su compañero se alejaron por el pasillo sin mirar hacia las escaleras. Una vez que el robot completó su tarea y se dirigía a su siguiente tarea, Alex y su guía siguieron a los otros oficiales por el pasillo hacia la entrada principal del edificio.
El corazón de Alex dio un vuelco cuando encontraron a los otros dos hombres parados afuera cerca de una fila de vehículos de superficie. El oficial que Alex reconoció se giró para mirarlos cuando salían del edificio y obviamente se sorprendió al verla salir. Con la mano en la pistola, se movió para detener a Praglio y Alex.
—¿Adónde llevas a esta mujer? —le exigió el oficial al joven ordenanza.
—Fue liberada y requiere transporte a su nave —respondió Praglio nervioso—. El hombre que iba a presentar cargos contra ella ha decidido no hacerlo.
—Tonterías —espetó el oficial a cargo, y Alex dedujo que el hombre probablemente estaba en la nómina de Perrine. Antes de que pudiera ordenarle a Praglio que la llevara adentro, Alex se arrodilló y sacó la pistola del teniente muerto. El doble estallido resonó en los edificios del puerto mientras los dos oficiales se desplomaban en el suelo. Praglio miró horrorizado los cuerpos y luego a Alex.
—Se suponía que eso no iba a pasar —gruñó Alex—. ¿Sabes conducir estas cosas? —Praglio asintió—. Pues vámonos. ¡Ahora!
Varios agentes de policía salieron del edificio con las armas en la mano justo cuando Praglio y Alex se alejaban en uno de los vehículos de superficie. Alex celebró que Praglio tuviera suficiente sentido de autoconservación para esquivar los disparos dirigidos a su vehículo, y ella disparó varios tiros al azar al edificio para mantener a los oficiales agachados tras alguna cobertura. Praglio aceleraba hacia la Dulce Viaje, pero solo había cubierto la mitad de la distancia cuando un rayo láser del edificio del Cuartel General atravesó el compartimiento del motor. Con el humo saliendo como loco de la parte trasera, la energía del vehículo murió y todo se detuvo bruscamente.
Praglio agarró el brazo de Alex y señaló un refugio antiaéreo cercano. Todos los puertos tenían refugios subterráneos construidos entre las plataformas de aterrizaje como cobertura de emergencia, planeandos como anticipación a los aterrizajes forzosos y las explosiones de reactores. Un denso humo oscurecía el refugio más cercano al edificio de la sede, y Alex siguió el ejemplo de su guía. El estallido de las armas los convenció de mantenerse cerca del suelo mientras buscaban refugio, y se sumergieron detrás de un escudo contra explosiones cuando un proyectil de artillería golpeó el vehículo terrestre.
—Bien pensado, pero ¿por qué me ayudas tanto? —exigió Alex sin aliento mientras se metían en la sala del refugio subterráneo.
—No quiero que me maten por tu culpa —resopló Praglio—. Y no estamos fuera de peligro precisamente. Tú todavía no has llegado a tu nave y yo todavía tengo que explicar cómo han logrado secuestrarme y obligarme a ayudarte a escapar.
Alex se encogió de hombros: —Pero todavía tenemos unos minutos antes de que llegue aquí alguien de quien debamos preocuparnos. La verdad es que sé muy bien lo que estoy haciendo. Todo esto comenzó de una forma bastante inocente, pero me han tendido una trampa y, cuanto más trato de salir de ella, más daño termino haciendo. Ni siquiera sé por qué intento llegar a mi nave.
—¿Tu plan no era huir con la nave?
—No puedo salir disparada de este puerto sin poner en peligro a otras naves inocentes y a mí misma. Además, los contrabandistas que me tendieron una trampa probablemente tengan el control de mi nave, y si se enteran de lo que estoy haciendo, me impedirán llegar a ella. Y dado que parecerá que son solo transportadores de carga que detuvieron a un contrabandista que huía, serán vistos como héroes. ¿Qué estoy haciendo? —Alex se sentó en el suelo de hormigón y apoyó la cabeza entre las manos.
Praglio se sentó frente a ella, deseando que hubieran diseñado los refugios con mobiliario: —¿Qué tal si te rindes y les cuentas cómo te engañaron?
—Nadie va a creerme, y algunos de tus colegas policías están haciendo negocios con los contrabandistas.
—Intentemos llegar a tu nave. Devuélveme mi pistola. Soy un buen tirador. Puede que eso asuste a alguien —Praglio le tendió la mano y sonrió.
Alex alzó la vista: —¿Estás loco? ¿Por qué iba a confiar en ti? Y aunque lo hiciera y no me dispararas en cuanto tuvieras la oportunidad, ¿de verdad crees que puedes darle a algo a esta distancia? —Praglio no dijo nada y extendió la mano. Alex puso los ojos en blanco—. Acabemos con esto de una vez. Llegarán en cualquier momento, de todos modos.
Praglio aceptó la pistola de Alex y se dio la vuelta. Corrió hacia la entrada, miró entre los escudos anti-explosiones hacia la Dulce Viaje y luego hacia la jefatura de policía. Con el humo despejado podía ver varios vehículos, aéreos y terrestres, dirigiéndose directamente hacia ellos. Apuntó con cuidado a uno de los aéreos y disparó. Todavía en la sala inferior del refugio, Alex se sobresaltó al escuchar el disparo. Ella salió corriendo y lo encontró apuntando de nuevo.
—Fallé... o no le di a nada vital —informó Praglio— Vienen por nosotros. Tenemos menos de un minuto —Su pistola volvió a sonar y uno de los vehículos aéreos se detuvo bruscamente, viró y emprendió el lento regreso al edificio del cuartel general—. ¡Le di a uno!
Alex miró a través el escudo contra explosiones y se sorprendió al ver lo lejos que estaban los vehículos aéreos. Sin duda Praglio sabía disparar. Ella giró para mirar su nave. Varios vehículos de carga estaban estacionados junto a ésta, y ella vio que todavía estaban descargando el contrabando. Alex apuntó cuidadosamente a uno de los camiones de carga, disparó y esperó algún tipo de reacción. No supo si le había dado a algo, pero supo que había atraído atención cuando varias armas pequeñas estallaron en respuesta. Se agachó para evitar ser tiroteada, justo a tiempo para oír un tremendo estallido en dirección a la jefatura de policía.
—Le di a otro —comentó Praglio—. Se han detenido y se están reagrupando, probablemente para discutir cómo acercarse sin que los maten. Todos los aéreos han regresado, excepto el que acaba de estrellarse —Alex miró hacia el vehículo de policía detenido. Un gran fuego ardía a su izquierda, y Alex vio el retorcido casco de un aéreo en medio de las llamas.
—Buen disparo —se dijo a sí misma enarcando las cejas. Luego habló para que Praglio pudiera oírla por encima del estruendo proveniente de la Dulce Viaje—. Estamos en problemas. He llamado la atención de los contrabandistas, pero creo que no ha sido una buena idea.
Praglio la miró: —Así que ahora nos atacan desde dos frentes. Si no te conociera diría que sientes un extraño deseo de morir hoy y, por alguna arcana razón del destino, me ha tocado a mí compartir tu suerte. Bueno, tú a tu lado y yo al mío. Si se te ocurre algo inteligente, hazlo. Yo haré lo que pueda aquí.
—Claro —dijo Alex con pesimismo antes de tomar posición. Una vez que le dio la espalda, Praglio sacó una cajita del bolsillo del pantalón y pulsó el único botón antes de girarse para apuntar a un vehículo policial. Alex miraba hacia su nave y vio que uno de los vehículos de carga se alejaba. Supuso que intentaban sacar la mayor cantidad posible del contrabando entre el tiroteo, por lo que apuntó con cuidado al compartimiento del conductor y disparó dos veces. El segundo disparo pareció dar en el área correcta, ya que el vehículo comenzó a desviarse. Ahora fuera de control, el vehículo se estrelló contra un edificio anexo cerca de la plataforma de aterrizaje.
La inspiración premió a Alex entre una mezcla de euforia y culpabilidad. Maldiciéndose por no haberlo pensado antes, ella sacó el minienlace del cinturón. Con suerte, los contrabandistas no detectarían el acceso a la computadora principal de la Dulce Viaje y todos se llevarían una desagradable sorpresa. Pulsó el botón y giró el dial de volumen al máximo.
—Informa: Número de personas a bordo.
—Dos —respondió la voz sintetizada.
—Definir comando REDIL: guiar objetos hacia un destino determinado con una fuerza mínima, principalmente limitando progresivamente las opciones de movimiento. Verificar.
—Entendido —respondió tranquilamente la computadora de la Dulce Viaje. Alex deseó poder compartir esa ausencia de pánico.
—Saca al personal del redil de la nave e impide el reingreso —ordenó ella—. Informa cuando esté completo.
Alex esperó lo que pareció una eternidad para que su computadora informara su progreso. Celebró que la definición del comando hubiera funcionado en el primer intento. No era el momento para explicaciones detalladas. Alex oyó a Praglio hablando, pero no podía entender lo que decía y asumió que estaba maldiciendo entre dientes la situación. Lo cierto es que ella estaba sorprendida de que el ordenanza no le hubiera disparado sin más e intentado huir. ¿Tan cobarde era? ¿O es que lo pasaba secretamente en grande?
—Todo el personal ha desembarcado y todas las puertas están cerradas y selladas —la voz sintetizada sobresaltó a Alex.
—¡Activa los escudos! —bramó ella rezando para haberlo hecho a tiempo.
El personal que operaba en la descarga del contrabando había notado que algo iba mal en la nave, y pronto sabrían que era ella quien tenía el control. Sin duda tratarían de abrirse camino para volver a entrar. Al menos eso los distraería un rato y dejarían de dispararles a ella y a Praglio.
Para dejar las cosas claras, Alex continuó con una voz más tranquila: —Despega 5 metros y mantente ahí. ¿Puedes localizarme?
—Negativo —respondió la computadora mientras elevaba la Dulce Viaje para que flotara silenciosamente a cinco metros del suelo. De hecho, esto llamó la atención de los contrabandistas, quienes comenzaron a disparar contra la nave. Alex se preguntó cuánto tiempo les llevaría darse cuenta de que sus armas eran inútiles contra los escudos. Pensó que si pudiera dirigir la nave para que pasara por encima del refugio, podría subir a bordo. Una vez que estuviera protegida tras los escudos, podría negociar un camino hacia la libertad. Por supuesto, si los contrabandistas tenían demasiado personal portuario bajo su control, todo intento de negociación sería inútil.
Praglio se acercó a Alex y miró hacia la Dulce Viaje: —Buena idea. Aunque creo que tu nave está condenada —Antes de que Alex pudiera preguntar por qué, vio una luz deslumbrante alrededor de su nave. La reconoció como la respuesta de los escudos al fuego láser. Parecía que el cañón láser policial que había disparado contra su vehículo terrestre ahora disparaba contra la Dulce Viaje.
—¿Cuánta potencia de fuego tienen?
—Bastante para perforar cualquier blindaje disponible en el mercado. Probablemente bastante como para perforar el cincuenta por ciento de los escudos militares también —respondió Praglio—. Quizá intentan salvar el cargamento, si quisieran destruir por completo la nave, ya estaría en llamas. Seguro que también bajarán los escudos y la derribarán.
El significado de esas palabras caló lentamente en la conciencia de Alex. No iba a tener la oportunidad de negociar nada y hasta era muy probable que muriera. Aunque lograra sobrevivir al presente enfrentamiento armado en el que se encontraban, su nave sería destruida. Todo su estilo de vida se estaba desmoronando ante ella y Alex sabía que no había nada que pudiera hacer para detenerlo. El pánico la dominó durante un instante, pero solo durante el tiempo que tardó en reemplazarlo una entumecida sensación de fatalidad.
—Ahora sí que estoy muerta —dijo Alex—. Adelante, cúbrete y espera a que vengan a buscarte. Quizá te absuelvan por haber sido secuestrado. Aunque ya puedes olvidarte de la promoción al rango que querías. No quiero que añadan a mi cuenta otra vida inocente.
Praglio la miró con curiosidad, luego dio media vuelta: —No todo está perdido. Ven conmigo. —Alex se giró para mirarlo mientras él bajaba a la sala principal del refugio. Ella vaciló y luego lo siguió. ¿Qué podría salir mal?
Alex se sorprendió cuando bajó las escaleras hasta la sala principal. Una puerta que no había estado allí antes ahora estaba abierta, revelando un pasadizo subterráneo iluminado por sencillas luces eléctricas. Praglio se había quedado en la puerta para observar su reacción. Mientras se miraban, otro hombre apareció detrás de Praglio. El recién llegado no vestía el uniforme portuario, sino que llevaba un equipo de combate muy diferente al del ejército de la Cooperativa.
—¿Vienes o quieres morir aquí? — preguntó el recién llegado a Alex.
—¿Quién eres tú? —preguntó Alex con incredulidad. Si no la hubiera visto con sus propios ojos, jamás habría creído que había una puerta oculta en la sala.
El hombre hizo una pausa para mirar a Praglio. Praglio asintió: —Soy Qaas —dijo el recién llegado—. Comandante Qaas. El sargento Praglio se puso en contacto con nosotros y nos informó de cierto peligro de muerte. Él quería salir de aquí, pero parece que ha cambiado de idea, de lo contrario ya te habría disparado antes de que me conocieras.
Alex parpadeó, sin comprender, y repitió: —Pero ¿quién eres?
— ¡Comandante Qaas, Fuerza de Resistencia Siete Alfa de Axaron! ¡Ven conmigo o muere aquí! ¡No hay tiempo para charlas! —Qaas dio media vuelta y regresó al pasadizo subterráneo. Praglio alzó las cejas hacia Alex y le hizo un gesto para que siguiera a Qaas. La explosión de un proyectil de artillería fuera del refugio antiaéreo y el siguiente repiqueteo de la metralla rebotando en la zona superior ayudaron a que Alex tomara una decisión. Ella pasó a toda velocidad al lado de Praglio y corrió por el pasillo para alcanzar a Qaas, quien se alejaba corriendo del refugio.
Lo primero que detectaron los oídos de Alex fue un leve zumbido, a lo que siguió un aumento en la presión del aire. Un momento después, Praglio alcanzó a Alex y Qaas. En ese momento, Alex ya había deducido que la Rebelión de Axaron estaba usando el sistema Yandol como una de sus bases principales, y que en cada uno de los planetas civilizados había grupos profundamente infiltrados. Al parecer tenían pasadizos subterráneos que conectaban todos los refugios anti-explosiones en cada uno de los puertos de cada planeta. Los usaban para trasladar personal y carga dentro y fuera de los planetas. Alex también había aprendido que Qaas iba a partir de Yandol 7a hacia un destino secreto y, por supuesto, ella había sido invitada a acompañarlo.
—Puerta cerrada y equipo sellado —informó Praglio.
Sargento Praglio, pensó Alex. ¡Y ella pensando que era un cobarde!
El sargento continuó: —Supongo que dañarán gravemente el refugio superior antes de revisar la sala inferior del búnker. Van a quedar muy sorprendidos de no encontrar cuerpos.
Qaas redujo la velocidad y Alex y Praglio igualaron su ritmo: —Diles que pudiste escapar después de que tu vehículo terrestre quedase averiado. Puede que sospechen, pero arreglaremos tu traslado antes de que puedan probar nada. En cuanto a la ausencia del cadáver de Alex, que resuelvan ellos mismos el misterio —Qaas se volvió hacia Alex—. ¿Aún puedes contactar con tu nave?
—Puedo intentarlo. No sé si funcionará el minienlace bajo tierra —Miró a Qaas y se encogió de hombros—. ¿De qué va a servir mi nave ahora?
—Tu nave será destruida o severamente dañada. Si la reparan, Perrine y sus cohortes puede usarla más tarde. Intenta el contacto y quizá puedas frustrar tales planes —musitó Qaas, tanto para sí mismo como para Alex.
Alex volvió a encogerse de hombros y apretó el botón del minienlace. Una diminuta luz verde indicó que había hecho contacto: —Informa: Integridad del escudo y estado de la estructura.
—Escudos al ochenta por ciento. Estructura intacta.
—Ahí lo tienes —afirmó Alex. Luego quedó perpleja al procesar lo que Qaas había dicho—. ¿De qué conoces tú a Perrine?
Qaas asintió: —Llevamos vigilándolo desde hace tiempo. Hubo un tiempo en que consideramos utilizarlo, pero descubrimos que era muy poco confiable. No tiene moral, ni siquiera tiene sentido del bien y del mal. Desde entonces hemos estado buscando un modo de sacarlo del negocio. En un nivel básico, su funcionamiento es demasiado similar al nuestro, y eso representa un peligro. Puede que ya sospeche de nosotros. Creo que ahora estará con su tripulación en tu nave. Ordena que se autodestruya.
Alex dejó de caminar. Quedó un rato quieta en boquiabierta negación, luego bajó la mirada al suelo. No había forma de salvar la Dulce Viaje y no quería que Perrine la usara. Si ordenaba la autodestrucción, causaría graves daños al puerto y tanto Perrine como los que trabajaban en la nave perecerían en la explosión. De un solo golpe acabaría con Perrine, con Ravin y con la mayoría de los que habían orquestado aquella trampa. Pero claro, era su nave, era la Dulce Viaje. Alex tenía incontables recuerdos, y era su principal hogar. Era más que eso, la Dulce Viaje era su vida.
—Inicia autodestrucción. Tiempo: diez segundos —Alex dijo al fin en el minienlace. Un sentimiento de vacío dentro de ella amenazaba con consumirla.
—Confirme —respondió la computadora con calma. ¡Ojalá entendiera su destino!
—Inicia autodestrucción. Tiempo: diez segundos —repitió ella intentando sin éxito que el dolor no se le notara en la voz—. Víctor Tres Víctor Delta Ocho Víctor.
—Secuencia iniciada.
Cuando el suelo tembló por la explosión diez segundos después, Qaas y Praglio tuvieron que agarrarse a una pared para estabilizarse. Pero Alex ya estaba en el suelo del pasillo, con la cabeza entre las manos y las lágrimas corriendo por su rostro. Había obtebido la sombría satisfacción de la venganza, pero ya no habría más dulces viajes. En su dolor, ella ni siquiera había notado que secciones del techo del pasillo se habían derrumbado cerca, y Qaas y Praglio la dejaron tener un momento de silencio antes de instarla a que se levantara y siguiera adelante.
—¿Adelante hacia qué? —Preguntó Alexvmirando a Praglio—. ¿Hacia qué? —exigió a Qaas—. ¡Acabo de destruir mi razón de vivir!
—Bobadas —respondió Qaas, aunque con voz suave—. Puedo llevarte a nuestro cuartel general. Luego organizaremos tu transporte al sistema que desees y, siempre que aceptes no informar nunca sobre nuestra ubicación, no volverás a saber de nosotros. Aunque, si lo deseas, podemos ayudarte a reconstruir tu negocio.
Alex se puso en pie y negó con la cabeza: —No estoy ahora para planes a tan largo plazo. Seguid vosotros adelante, yo no sé adónde iré. —Qaas asintió antes de darse la vuelta.
Dos días después, Alex se encontraba bajo una cúpula transparente en el lado oscuro de Yandol 2, el único planeta de Yandol que no rotaba sobre su eje. Después de salir de los túneles subterráneos debajo del puerto en Yandol 7a, Qaas había sacado a Alex del planeta y volado en una nave superprotegida hacia Yandol. Luego ella había sabido que desde sus primeros días la Rebelión de Axaron había utilizado Yandol 2 como centro de operaciones. Las naves que se movían hacia y desde los asentamientos de Axaron estaban protegidas específicamente para el acercamiento a la estrella, y los tiempos en que podían moverse eran limitados. Solo cuando estaban completamente seguros de no ser observados, se aventuraban a entrar o salir del centro del sistema Yandol.
Alex miró hacia arriba a través de la cúpula, hacia el sistema López. De vez en cuando volvía los ojos hacia el punto de luz que sospechaba que era Yandol 7a, pero cada vez que dejaba que su atención se desviara en esa dirección, las lágrimas nublaban su visión. Después de largas horas de hablar con Qaas y Praglio, Alex había jurado unirse a la Rebelión. Visitaría su casa en el sistema López una vez más para recoger las pocas pertenencias de las que no podía desprenderse y después estaría a disposición de la Rebelión. Si se hubiera presentado la oportunidad de reanudar el negocio, Alex habría comprado una nave y hecho el esfuerzo. Pero menos de un día después del destino final de la Dulce Viaje, Qaas le había informado de que la Cooperativa estaba distribuyendo su imagen. Ahora ella era una criminal peligrosa y había orden sobre ella de disparar a matar. El mensaje que ella había recibido de Qaas indicaba que las autoridades de Yandol 7a no sabían si Alex había sobrevivido a la explosión o no, pero querían asegurarse de que jamás volviera a dirigir un negocio.
—Este universo está loco —dijo Alex a las estrellas—. Pero si alguien puede mejorarlo, somos nosotros. Soy yo.
El general Arda se volvió hacia el joven teniente que estaba en la puerta: —¿Informe?
—Estamos dentro del alcance —respondió el teniente, reprimiendo a duras penas una combinación de miedo y entusiasmo que el viejo guerrero reconocía de sus propias batallas pasadas.
—Inicie el ataque.
No muy lejos de los ojos del general Arda, pero bastante distante para la mente de quien solo había viajado fuera del estado una vez para recoger un cargamento de cerdos, Bobby Rannok abrió otra cerveza fría y se preguntó qué haría si el clima seguía tan caliente durante el próximo fin de semana. El aire acondicionado estaba otra vez averiado, por lo que Bobby tenía al máximo un viejo ventilador de mesa eléctrico, aunque el trasto no parecía ayudar mucho. El partido en la televisión casi había terminado. Ya había silenciado el volumen y puesto su nueva cinta de Favoritos Country en su estéreo portátil. No por primera vez lamentó que su ex se hubiera quedado el estéreo grande, aunque el portátil pequeño era mejor que nada.
El brillante destello y el rocío de chispas del televisor, seguido de una completa oscuridad y silencio, tomaron a Bobby con la guardia baja: —Qué co... —escapó de sus labios mientras él miraba a su alrededor. El sol se había puesto, pero aún había suficiente luz en el cielo para ver después de que se acostumbrara la vista. Se preguntó si un rayo había alcanzado la casa, aunque no había sonado ningún trueno. Un vistazo por la ventana confirmó que la casa de enfrente también estaba a oscuras.
El sonido de alguien golpeando la puerta lo sobresaltó de nuevo. Sintiéndose un poco incómodo, agarró su escopeta y se dirigió hacia el frontal de la casa. Se sintió aliviado al ver detras de la puerta mosquitera al anciano de la calle de enfrente.
—Bobby —graznó emocionado el viejo Tom Niston—. ¿Te enteraste por la tele antes del apagón? ¿Crees que van a venir aquí?
El joven apoyó su escopeta en el rincón junto a la puerta antes de responder: —¿Venir? ¿Quién? ¿De quién hablas, Tom? No vi nada. Estaba viendo el partido.
—¡Estamos bajo ataque! —casi gritó Tom—. ¡Son extraterrestres! ¡Me enteré justo antes de que todo reventara!
Bobby negó con la cabeza y rió un poco: —¿Has estado bebiendo jugo de zarzaparrila otra vez, Tom? Vuelve a casa y duerme, anda. La electricidad volverá a funcionar cuando te despiertes.
Tom frunció el ceño: —Deje de beber cuando falleció Shelly, y lo sabes. Presta atención... —La voz del hombre mayor se apagó cuando tanto él como Bobby oyeron un grave estruendo. El sonido aumentó de volumen rápidamente y pronto estuvo sobre sus cabezas, pero cuando levantaron la vista, la fuente del sonido ya se había ido, desvaneciéndose en la distancia.
Bobby volvió a echar mano a su escopeta, nervioso esta vez: —No sé qué fue eso —dijo—, pero jamás he oído nada parecido. Nunca he visto nada moverse tan rápido.
—Era uno de esos ovnis —insistió Tom—. Escucha... ¡No hay bum sónico! Debería haber uno, iba lo bastante rápido. Oye, ¿tienes radio a pilas? A ver si dicen algo en las noticias.
Bobby asintió y le hizo un gesto a Tom para que lo siguiera adentro. El joven agarró la linterna que dejaba en lo alto del refrigerador y comenzó a buscar pilas para la radio en los cajones de la cocina, pero cuando el olor a plástico quemado le picó en la nariz, corrió a la sala de estar con el hombre mayor siguiéndolo de cerca. No había llama, pero la linterna mostraba humo saliendo del estéreo portátil.
—Maldición.
—Probemos en casa de Daryl —sugirió Tom—. Alguien tiene que tener algo que funcione.
El general Arda levantó la vista de su mapa. Su asesor principal estaba al lado y detrás de su asesor esperaba uno de los guerreros nativos bípedos en una bolsa ambiental que proporcionaba al nativo los gases normales de la superficie del planeta. Había sido despojado de sus falsas pieles y equipo de batalla, y sus ojos salvajes miraban en derredor como el animal enjaulado que era
—Suponiendo que tenga razón —preguntó el general— y que estos grupos poblacionales hostiles y no hostiles indiquen alianzas políticas, ¿hay evidencia de opresión contra las poblaciones no hostiles?
—Indeterminado —respondió el consejero—. Hay señales de varias hostilidades internas pero no encontramos un patrón específico. El planeta parece principalmente caótico. Si a este espécimen le quedara algo de ingenio, y si pudiéramos comunicarnos con él, podríamos aprender más. Aunque dudo de que este ser sea lo bastante inteligente.
—¿Y no han establecido ninguna resistencia? —preguntó el general Arda con una nota de curiosidad. Su asesor confirmó el informe: —Pues intente comunicarse con este nativo, entonces —prosiguió el general—. Hay algo inesperado aquí que todavía no comprendo.
Daryl negó con la cabeza: —Estáis chiflados. Fue un avión militar sobrevolando la zona. Ahora volved a casa y, por amor de Dios, Bobby, baja el arma.
Daryl comenzó a cerrar la puerta principal, pero Bobby metió el pie a tiempo: —Esto no es uno de esos programas espaciales de la tele —espetó Bobby—, es real. Tom dice que vio algo justo antes de que se cortara la luz, y los dos oímos algo pasó que por encima de nosotros tan rápido que no llegamos a verlo arriba, y sin siquiera un bum sónico. No me sueltes ese rollo de que es un avión militar, te aseguro que no existe tal avión.
—Y yo te aseguro —comenzó Daryl de nuevo, pero su esposa lo interrumpió por detrás.
—Tomad, muchachos, podéis usar esto —dijo ella apartando a Daryl con una radio de niño pequeño—. No creo en las historias de ovnis, pero si hay que saber algo sobre lo que está pasando, mejor será infornarse.
Tom le quitó la radio a la mujer antes de que Daryl pudiera expresar la objeción que se mostraba en su rostro: —Gracias, Sarah, eres un encanto. A ver... —El viejo encendió la radio y comenzó a recorrer despacio el dial. Incluso en las frecuencias donde siempre había una emisora de radio, no había nada más que estática.
—Vuelve despacio —dijo Bobby—. Creo haber oído algo —Él y Tom ignoraron el resoplido de indignación de Daryl. Cuando Tom retrocedió lentamente el dial, por fin se oyó una señal débil y, para alivio momentáneo de todos allí en la oscuridad, parecía ser una transmisión de noticias.
—... la calma y se queden donde estén —dijo la voz lejana—. Repito, si acaba de sintonizarnos, las últimas noticias es que estamos bajo el ataque de fuerzas más allá de nuestro mundo. La nave fue detectada por primera vez en la proximidad de Marte, momentos después comenzó el ataque.
—En este momento no ha habido infornes de bajas civiles, ya que los ataques se han enfocado en inhabilitar nuestro suministro de energía eléctrica. Las líneas eléctricas de alta tensión en todo el país han sido destruidas y... un momento, por favor... Estamos recibiendo noticias de que también se han atacado objetivos similares en otros países. Parece que las naciones industrializadas de todo el mundo están sufriendo la peor parte de lo que puede ser solo la primera etapa del ataque.
—Se aconseja que mantengan la calma y se queden donde estén. No hemos recibido ningún informe de ataques directos a ciudadanos o personal militar. En este momento, no se ha levantado ninguna defensa porque el avión de ataque se mueve demasiado rápido para nuestras armas. Este es un momento aterrador para la humanidad. Por favor, quédense en casa y mantengan la calma. Si dejamos que el miedo se apodere de nosotros, aumentaremos el peligro. ¡Rueguen por todos nosotros! Si acaba de sintonizarnos...
Tom apagó la radio y miró fijamente a Bobby, luego a Daryl. Las lágrimas aparecieron en los ojos de Sarah, pero los hombres no las vieron en la oscuridad.
Rhonda levantó la vista sorprendida y supo de pronto que la cosa ante ella estaba tratando de hablarle. El ruido era más como un silbido, pero casi podía distinguir palabras: —¿Qué intentas decir?
Talak Murr retrocedió sobresaltado y luego se volvió hacia el consejero del general: —Eso es bueno, habla. Me preocupaba que no todos tuvieran capacidad de comunicación vocal. Creo que probaré su idea de usar tres preguntas similares, con la esperanza de que alguna se acerque. No creo que pueda analizar adecuadamente su lenguaje de manera oportuna —Se volvió hacia el nativo sentado en el suelo en la enviro-bolsa portátil.
—¿Cuál ser tu logotipo? ¿Cuál ser tu eslogan? ¿Dónde estar el título?
Rhonda se quedó mirando. Ahora estaba segura de eso, el alienígena intentaba hablar, pero ella tenía que concentrarse para distinguir las palabras. ¿Acababa de decir logotipo y eslogan? ¿De qué estaba hablando?: —No entiendo lo que intentas decir —dijo ella al final.
—Ese sonido es demasiado largo, no parece un nombre —dijo el asesor—. Pruebe diferentes preguntas.
Talak hizo un gesto de asentimiento con un toque de frustración: —¿Dónde estar tu marca? —continuó, intentando reducir su tono a algo más cercano al del nativo—. ¿Cuál ser tu nombre? ¿Qué...?
—¿Nombre? —interrumpió Rhonda, dándose cuenta de lo que la criatura estaba tratando de decir—. ¿Quieres saber cómo me llamo? ¿Ni siquiera sé lo que eres y quieres saber mi nombre? Bueno, mi nombre es Rhonda Almussen.
Talak volvió su atención al consejero: —Creo que es ese. Dijo esa palabra cuatro veces. Si entiendo bien el patrón, su nombre es Rondalmusen.
Rhonda captó la referencia a su nombre y habló: —Sí, Rhonda Almussen, esa soy yo —dijo señalándose a sí misma, sonriendo levemente de forma inconsciente. El asesor fue raudo a informar al general Arda sobre el progreso que Talak estaba haciendo, pero Rhonda ya estaba ocupada tratando de descifrar otra serie de preguntas.
—Los informes de bajas llegan con demora —silbó la radio infantil en la mano de Tom—. La pérdida de energía en los hospitales de las áreas más pobres, los que no pueden pagar generadores, ha causado la interrupión del equipo que mantiene las funciones vitales. Los pacientes que deoenden de las máquinas están muriendo. Hay numerosos informes de incendios tras el ataque eléctrico masivo y se estima que el número de muertos en los países atacados se elevará a cientos de miles. Posiblemente millones. Obviamente, no tenemos ni idea sobre cuál es la intención principal de estos ataques. Lo único que sabemos hasta ahora es que no hemos podido defendernos en absoluto.
Tom apagó la radio: —Esto se está poniendo demasiado triste —dijo al cabo de un momento al grupo de vecinos que se había reunido en el césped de Daryl—. Pronto derribaremos uno de esos platillos volantes y obtendremos información. ¡Entonces podremos cambiar un poco las tornas! —Intentó sonar positivo, pero nadie respondió. Tom se quedó en silencio también.
El general Arda trazó varias líneas en uno de los mapas: —Esto no tienen sentido. Estos nativos no son avanzados, estos patrones están todos mal. ¿Por qué se iban a molestar en atacarnos si ni siquiera pueden fabricar armas de un modo razonable?
—Estoy de acuerdo —afirmó el asesor—. Parece que no están satisfechos con sus propias guerras y nos han atacado en la primera oportunidad. Sus armas son tan toscas que no tienen un foco debajo de las líneas, es solo vegetación recortada.
El general Arda miró a su asesor: —¿Vegetación? Eso ayudaría a explicar la debilidad de su ataque. Eso y el diseño de sus armas. Pero no puedo aceptar el motivo...
—No entiendo —espetó Rhonda—. Yo no os he atacado. No os estoy atacando. No hemos atacado el espacio ni la luna ni las estrellas ni lo que sea que intentas decirme. Nosotros lanzamos satélites meteorológicos y de comunicaciones, y hemos construido algunas estaciones de investigación. Nuestro uso del espacio es pacífico, al menos en su mayor parte. Lo que decía no tiene sentido. Oh, ¿por qué me molesto? Ni siquiera sé si quisiste decir 'atacar'. Tal vez dijiste otra cosa. No estaría de más que pudieras hablar normal en lugar de silbando o lo que sea que hagas. ¡Maldita sea! Debo estar volviéndome loca. Estoy sentada aquí, congelándome, sin ropa, intentando hablar con un extraterrestre y diciéndole que habla sin sentido. ¡Excelente!
Talak retrocedió. Encontró frustrante que el bípedo comenzara a emitir largas cadenas de balbuceos, en lugar de confiar lógicamente en construcciones básicas. Entendía las expresiones del nativo, decía no entenderlo, y Talak empezaba a pensar que el ente estaba negando el ataque del planeta. Eso resultaría interesante, ya que, de ser así, marcaba un cambio desde la comunicación básica hasta un tosco nivel político. Envió al general Arda una breve nota sobre tal posibilidad y consideró la siguiente serie de preguntas. Ya volvería al motivo del ataque más tarde.
El general Arda miraba hacia el planeta primitivo. En la media revolución del planeta durante la cual habían llevado a cabo su contraataque, habían descubierto anomalías y comportamientos increíbles que no podían explicarse. El general no era religioso y no creía en las casualidades, pero se preguntaba: ¿Es posible que se hayan equivocado tanto? ¿Eran los bípedos tan increíble y terriblemente afortunados de haber construido sus armas por accidente? Estaba claro que se consideraban guerreros, y su dominio sobre otras formas de vida en el planeta era incuestionable. Si se trataba de un accidente, a pesar de las mínimas probabilidades, los nativos probablemente celebrarían haber construido un arma mucho más allá de su conocimiento. Pero ¿lo sabían? Y si no lo sabían, ¿deberían saberlo?
Las decisiones, sin embargo, no podían esperar mucha consideración. Su asesor estaba expectante, con el nativo a la zaga en la ambi-bolsa. El informe final de Talak había sido en verdad interesante, y preocupante al mismo tiempo. Una mirada de resignación se retrató en el rostro del general: —Devuénvanlo. No creo que puedan reconstruir sus armas pronto, y no me convence que supieran lo que estaban haciendo. Proporcionen a los bípedos información sobre la construcción de dispositivos adecuados; luego, si los ataques se reanudan más tarde, regresaremos y reanudaremos la destrucción. Si no hay nuevos ataques, podremos suponer que nuestras ordalías no han sido más que una terrible coincidencia, por pequeño consuelo que sea.
—Si eso es lo que cree conveniente —dijo el asesor, dejando en claro su disconformidad—, entonces así se procederá. Ninguno de nosotros seguirá vivo para saber el resultado, pero con suerte nuestra propia tecnología habrá mejorado para entonces y permitirá un contraataque más rápido y decisivo.
Bobby miró hacia el sol mientras el astro se hundía por el oeste. Su vecindario estaba tranquilo, en marcado contraste con los disturbios en otras partes del mundo. Los alienígenas habían detenido su ataque alrededor del mediodía, y ahora había una sensación de temor, de espera en el corredor de la muerte a un verdugo desconocido. Tom estaba sentado con Bobby en el porche de su casa, con la radio en silencio entre ellos. La habían sintonizado unas veces a lo largo del día, pero las horas solo habían ofrecido un número creciente de muertos y pocas noticias más. Había millones de muertos ahora, y la actividad normal en las naciones industriales se había detenido. Aquellas naciones con gobiernos menos estables estaban colapsando en la anarquía.
—No creo que digan nada nuevo, pero este silencio me está matando —dijo Tom mientras echaba mano a la radio.
Con un suave clic, la radio cobró vida y los dos hombres escucharon una voz femenina que aún no habían escuchado en esa emisora: — ...sobre pulsos que emanan de la Tierra. De lo único que estoy realmente segura es que no quieren que construyamos líneas eléctricas de alta tensión como lo hemos hecho en el pasado. Me dieron un dispositivo que muestra imágenes similares a planos de lo que quieren que usemos como reemplazo, pero quién sabe cuándo descubriremos cómo construirlos, si llegamos a hacerlo alguna vez. He entregado ese dispositivo a las autoridades de Washington DC para su análisis. Los extraterrestres han abandonado el sistema solar, pero dejaron en claro que regresarán si reconstruimos nuestras líneas eléctricas. Y planean destruir el planeta si regresan.
—Esta, damas y caballeros —continuó una voz de locutor más familiar—, era la capitana Rhonda Almussen de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, quien al parecer fue capturada durante un vuelo de reconocimiento de su F-16 y fue llevada a bordo de una de las naves alienígenas para ser interrogada. Como han oído de sus propias palabras, la buena noticia es que nos hemos librado de la aniquilación total. Las malas noticias... bueno, creo que todos sabemos ya cuáles son.
Nunca he sido un gran creyente del misticismo. Mis padres intentaron educarme como cualquier niño temeroso de Dios que asistía a la iglesia. Eso duró hasta que cumplí doce años más o menos. A medida que crecía, me volvía más cínico y escéptico hasta el punto de relegar la religión a la misma categoría que la percepción extrasensorial, las sesiones de espiritismo y demás tonterías sobrenaturales. Ya sea que creyeras en fantasmas o en el Espíritu Santo, todo me parecía lo mismo, todo parecía una negación de la natural mortalidad humana que yo aprendí a amar en lugar de temer.
Ah, cómo crecemos. A veces rápido, a veces lento. A veces saltando etapas en unos instantes.
En un día anodino de verano, con un calor tan molesto como el brillo del sol, un día en el que me fustigué mentalmente por haberme dejado las gafas de sol en casa, mis percepciones del Universo volvieron repentinamente hacia esas débiles raíces espirituales. No estoy aquí para decirles que hay o no hay un Dios, pero conozco mi propia ignorancia como nunca antes la había conocido. ¡Conocimiento! De eso sí puede uno mostrarse escéptico. Solo los tontos confían en su conocimiento. Sólo los tontos se creen sabios.
¿Qué diferencia podría haber encontrado yo en ese día? Comenzó como cualquier otro monótono y aburrido paso hacia la muerte a la que yo daba la bienvenida por terminar con el dolor de la vida. De camino al trabajo se me derramó el café en el coche alquilado (lo que me endeudó más, digo más por que mi propio coche ya me había endeudado gracias a las sarcásticas artes de la mecánica). Pero no acaba ahí el drama. El informe para mi jefe, la razón por la que yo había dormido tan poco la noche anterior, quedó salpicado de manchas color marrón. El maquinista de un tren de carga interrumpió el tráfico, lo que me hizo llegar tarde y provocó la ira de ese mismo jefe que volvió a quejarse de que el declive del mercado laboral era la única razón que le impedía reemplazarme. La mujer en la que yo había invertido mucho de mí y con la que no me había despertado esa mañana por primera vez en semanas; en otras palabras, mi novia; me llamó justo antes del almuerzo para decirme que se iba a vivir con un simpático chico que había conocido en una panadería. Todos estos eventos triviales simplemente clasificaban ese día como un día cualquiera.
—Paul —la voz de mi jefe interrumpió mi falta de concentración laboral poco después del mediodía—, necesito que lleven este paquete a la oficina del centro de inmediato.
Con esa oportunidad para tomar aire fresco y descansar de sus ojos de lechuza, me ofrecí a hacer la entrega yo mismo, aunque eso significara dar cabezadas y entornar los ojos durante todo el camino. No había mucho tráfico, pero los semáforos conspiraron en mi contra y ni una sola vez crucé una intersección sin esperar la luz verde. En el último semáforo antes de mi destino, noté a un hombre de cara sucia y ropa aún más sucia parado en la esquina con un letrero de cartón que rezaba: Necesito efectivo para un billete de autobús. Más bien para una cerveza, pensé yo mientras aceleraba pasando a su lado.
La oficina del centro era una gran suite alquilada en el sótano de la antigua biblioteca pública. La imponente entrada al edificio, con enormes columnas de mármol rojo claro, me rentó una sonrisa al imaginar al arquitecto recién salido de la universidad gastando su primer presupuesto importante en su fantasía arquitectónica favorita. Un orgasmo de piedra, por así decirlo. El resto del edificio era más sobrio, aunque el mismo mármol protagonizaba la escena en todas partes. Pasé por delante de la gran entrada y me detuve en el estacionamiento de enfrente, notando lo mucho que necesitaba repavimentación. Esos detalles triviales los percibí entonces, totalmente desprevenido.
La primera pista evitente sobre la idea de un Universo fundamentalmente más complejo me llegó cuando salí del coche alquilado y me enderecé. Mi plaza de aparcamiento, como bien podría haber apostado, era la más lejana posible al edificio de la biblioteca. Al otro lado, junto a la más cercana de las columnas de mármol rojo, percibí una figura oscura que me resultó familiar. ¿Era el vagabundo callejero que pedía dinero? No tuve mucho tiempo para fijarme en los detalles sobre la persona, distraído como estaba por la repentina aparición de grandes y coloridas burbujas que flotaban en dos hileras desde la punta de los dedos de esa persona distante. Las burbujas volaron hacia mí y pasaron cerca a ambos lados de mi cabeza, silenciosas, opacas y arremolinadas con ricos matices. Y con igual rapidez con la que habían aparecido, la última desapareció junto a mí, y no quedó ni rastro de ellas ni del hombre junto al edificio, aunque sí me pareció oír una risa grave en la distancia. Miré a mi alrededor, pero no pude ver señal alguna del hombre, de las burbujas o de cualquier indicación de que otras personas en la zona hubieran visto algo inusual.
—Tengo que acostarme temprano esta noche —murmuré mientras comenzaba a alejarme del coche—. Esto es demasiado extraño para describirlo.
Sumido en mis pensamientos, subí los lisos escalones desde la acera hasta la entrada de la biblioteca. Miré a mi alrededor y me reprendí por esperar ver esa figura misteriosa. Yo era demasiado mayor para creer en la magia, pero la falta de sueño era bastante más fácil de creer. Lo fácil no siempre es lo correcto, por supuesto.
—Tiene que dejar el perro afuera.
Miré a la mujer junto a la puerta. ¿Estaba hablando conmigo? Volví a mirar a mi alrededor y me sorprendió ver a un perrillo blanco de raza indeterminada junto a mis talones. Sin entender por qué me estaba siguiendo ni cuándo había decidido hacerlo ni a quién pertenecía, me quedé mirándolo un rato.
—¿Hay algún problema? —preguntó la mujer, sonando molesta. Por supuesto, estaba molesta. Yo tenía la mala costumbre de molestar a la gente sin proponérmelo.
—Um. No. —¿Qué podía decir? ¿Entendería ella que mi día promedio estaba resultando no tan promedio después de todo?— Siéntate —le dije al perro. Este me miró y, para mi alivio, decidió sentarse. Cuando avancé para pasar junto a la mujer, creí oír de nuevo una risa distante, profunda y abundante, como si yo estuviera proporcionando un gran diversión a alguien invisible.
En las frescas profundidades del sótano, frente a la puerta de la suite de mi empleador, sentí de repente mejor el estómago, aunque yo no recordaba haberlo sentido mal antes. Se me ocurrió la idea de que estaba sufriendo alguna intoxicación alimentaria, quizá una gripe, y así las rarezas de la tarde volvieron a tener sentido. Aparte de las drogas, no hay nada como la fiebre para jugarle una mala pasada a tu mente.
Con escasa conversación, entregué el paquete a la recepcionista. En medio de su parloteo sobre el clima y las noticias familiares y la amplia evidencia de una aguda carencia de visión original respecto a la política, logré transmitir que los papeles eran urgentes. Ella asintió y los movió al fondo de una pila de papeles que había en una bandeja marcada como "Satélite" que, supuse yo, aludía a nuestra oficina satélite. No me importaba mucho que los papeles no fueran tramitados a tiempo, lo único que me importaba era haber entregado tanto el paquete como el mensaje de que el contenido del mismo era urgente. Los papeles me importaban muy poco personalmente esa tarde y, por supuesto, ahora menos todavía.
Entre el aburrimiento, la frustración, la ira y las emociones relacionadas que sentí esa mañana, no esperaba también miedo. Supongo que el miedo en realidad no se lo espera nadie, que es por lo que tiene tanto poder. Mientras subía las escaleras desde el sótano, un profundo estruendo exigió mi atención, y el miedo surgió cuando el edificio comenzó a temblar. Incluso sin ninguna experiencia personal con el fenómeno, reconocí al instante que estaba atrapado en un terremoto. El orgasmo de piedra y sus huellas en todo el edificio ya no me parecieron nada divertidos, con lo que participé tontamente en la avalancha de clientes de la biblioteca que se dirigían hacia la calle, hacia esa masa de mármol rojo que antaño había parecido tan sólida.
Una vez fuera de la puerta, pero antes de bajar a la calle de abajo propiamente dicha, el temblor en la tierra y el pánico en mi cuerpo me detuvieron. Caí de rodillas y contemplé las agrietadas y desmoronadas rocas sobre mi cabeza y a mi alrededor. Trozos de piedra, algunos grandes y otros pequeños, caían ya en cascada, y observé que se extendían enormes grietas a través de las columnas. Sin duda toda la gran entrada iba a aplastarme en un momento.
Y entonces llegaron las risas. Risas profundas, estruendosas y sonoras. De esas que sigues oyendo claramente aunque te metas los dedos en los oídos: carcajadas. Y una cálida luz amarilla que cambió el aspecto del mármol rojo a naranja. El estruendo de la tierra, la caída de la piedra y la risa se detuvieron al mismo tiempo.
La gente a mi alrededor lloraba, sobre todo de miedo y conmoción, aunque supongo que también había algunos heridos. Yo no lloraba, escuchaba. Había una voz risueña en mi cabeza; al menos, nadie salvo yo parecía oírla.
—¡Paul! ¡Yo soy tú, y tú eres yo, y ahora trataré de liberarte! ¡Paul! Vida sólida y pertenencias insípidas, ¡todas estas son ofensas espirituales! ¡Paul! El camino esta listo, tu camino está despejado, ven conmigo y desecha el miedo! ¡Paul!
Mi primera reacción fue considerar que me estaba volviendo loco. Aquellas debían ser, razoné yo, las primeras señales de esquizofrenia, probablemente causadas por el estrés del día. Miré las columnas rotas a mi alrededor y concluí que no estaba seguro de si debía celebrar que no hubieran terminado con mi vida momentos antes. Cuando volví a mirar hacia abajo, vi un letrero de cartón escrito a mano a mis pies.
Necesito efectivo para un billete de autobús.
Recogí el cartel y lo estudié. La voz en mi cabeza se acalló un momento y yo juzgué que aquel parecía un buen momento para empezar a moverse. Y me moví. Bajé los escalones, antaño lisos y enteros, hasta la calle y me dirigí al estacionamiento.
—¿Paul? —Me giré hacia la voz, pues esta vez por suerte la hallé fuera de mi cabeza, pero no pude entender. En la carretera, a mi lado, paró un deportivo convertible amarillo, bajo y elegante, y al volante iba sentada la rubia más hermosa que jamás hubiera visto, que me indicó el asiento a su lado—. Es hora de irse, Paul. Aquí ya no hay nada más para nosotros.
Decidí que aquel no iba a ser un día cualquiera después de todo. Subí al coche y arrojé el cartel de cartón por encima del hombro mientras la rubia aceleraba. Hemos estado viajando desde entonces. No hemos vuelto a esa ciudad. Yo la evitaría si ella quisiera volver, allí no hay nada más para mí. No estoy más seguro de lo que pasó de verdad ese día que de lo que está pasando hoy. De lo único que estoy seguro es de mi propia ignorancia, y opino que es bastante confortable.
El Escrutador quedó en silencio junto a la mesa. Su rostro encapuchado ocultaba toda emoción, permitiendo que el grupo de hombres sentados se divirtiera con burlas sobre su culto. Las calumnias rara vez variaban, pero el burlador siempre reía como si hubiera creado un pensamiento original. Cuando la risa remitió por completo y no hubo más insultos a la vista, el Escrutador asintió levemente y se preparó para el próximo ataque antes de repetir su pregunta por segunda vez de tres veces. Siempre era tres veces: la población galáctica lo asumía como un ritual. El culto exigía consistencia.
—¿Querrían saber su fortuna, caballeros? —repitió el Escrutador.
—Que te den —le espetó uno de los hombres con fuerte acento—. Vuelve a preguntar y continúa con lo tuyo —Como nadie más dijo nada, el Escrutador repitió su pregunta por última vez. Notó el rápido cambio de humor en la mesa y asumió que no iba a conseguir ningún interesado en este grupo. Estaba a punto de pasar a la mesa de al lado en el restaurante cuando fue sorprendido por la voz de uno de los hombres.
—No sé por qué existe una tolerancia tan tradicional hacia la gente como tú —dijo el hombre—. Supongo que eres tan divertido como un juglar. Qué diablos, sabes leer los posos de café y decirme con qué hermosa moza voy a acostarme esta noche.
El Escrutador extendió en silencio su mano para la tradicional donación mientras los acompañantes del hombre estallaban en una mezcla de risas y burlas. En realidad no había una cantidad fija. Muchos clientes (la secta los llamaba sanguijuelas) escuchaban gratis la Revelación. Eso no iba a importar mucho, comprendía el Escrutador, y él era lo bastante nuevo en el culto como para sentir una ligera sorpresa cuando un cliente pagaba. Aún así no reveló tal sorpresa cuando unas cuantas monedas tintinearon en su mano. Una propina generosa, advirtió el Escrutador mientras pasaba las monedas a su casi vacío monedero. Extendió su otra mano hacia la taza del hombre. Monedas con la derecha, taza con la izquierda. Consistencia o ritual, el efecto era el mismo.
Después de beber lo que quedaba del caliente y oscuro brebaje, el hombre sentado sonrió entre las burlas de sus camaradas y le entregó la taza vacía al Escrutador. Con un lento y silencioso olfateo, el Escrutador detectó el tipo de mezcla, el nombre de la pseudomarca y el hecho de que la cafetera necesitaba una descalcificación. Dados los contratos de servicio de agua, se sorprendió por la mala calidad de la misma. El deteriorado distrito en el que se hallaba el restaurante probablemente usaba agua dura. Este podría ser un tema para el próximo Seminario. Por ahora, una Revelación casual requería su atención.
—Ah —dijo el Escrutador en voz baja, tal como se le pedía, mirando fijamente las profundidades de la taza. Los siguientes momentos serían improvisados estilismos, aunque él no se desviaría del camino definido por el culto. El remolino de posos que veía en realidad no tenía sentido, siempre era así. Era la taza lo que contenía la clave para la supervivencia del culto—. Dinero. Influencia —comenzó el Escrutador con voz ligeramente monótona—. Un amigo te hará un regalo en dinero pronto. Ten cuidado con una fuga de tu influencia. Aislamiento. Hambre. Viajarás solo. Debes prepararte bien para tu viaje o arriesgarte a perder fuerzas. Pasión. Furia. Tu amor por una mujer será rechazado. Culparás a otro hombre. Estas seis cosas las he visto, pero todos los asuntos del futuro se verán afectados por tus acciones de hoy.
—Bah —resopló el hombre del acento al Escrutador—. Agradable y general, como siempre, y siempre con la advertencia de que puede que tu Revelación no se haga realidad por algo que yo haga. ¡Qué perdida de tiempo y dinero! Ve a molestar a otros ingenuos, yo ya me he hartado de ti.
El Escrutador mantuvo su atención en su cliente, quien luego habló para responder al otro hombre: —Ah, cierra esa bocaza, Kozzig. Mi dinero, mis risas. Nadie ha salido herido, ¿no?, y nadie te está obligando a creer nada.
—Me estás obligando a escuchar —gruñó el hombre llamado Kozzig—. Pensé que nos habíamos reunido hoy para hacer negocios, no para asistir a un carnaval.
Uno de los otros hombres rió: —Kozzig tiene miedo de su futuro —dijo con diversión entre otra explosión de risas de los otros hombres.
—Pamplinas —espetó Kozzig—. Miedo de las pamplinas que este monstruo encapuchado pueda decir. Pamplinas. —Con un suspiro de enojo, el hombre se reclinó en su silla y frunció el ceño al Escrutador.
—Bueno, entonces —habló el hombre que acababa de recibir su Revelación—, si no tienes miedo, que te diga tu fortuna, ¿no?
—¡Incorrecto! —estalló Kozzig, para regocijo de sus compañeros—. ¡Estoy harto de perder el tiempo! ¡Fuera de aquí, Escrutador!
El Escrutador asintió, con el rostro aún ensombrecido por las capuchas de su túnica, y dio media vuelta para irse. Se sorprendió una vez más cuando el hombre que había bromeado sobre el miedo de Kozzig habló bruscamente: —Escrutador, espera. —El Escrutador se volvió y se quedó en silencio, preguntándose qué vendría después. El culto lo había entrenado bien para reconocer las señales de peligro, y ahora él consideraba que podría ser el momento de una salida apresurada en el nombre de la "revelación encontrada" por supuesto, porque el miedo nunca debía mostrarse.
—Cierra el pico, Brakka —siseó Kozzig—. Ya hemos perdido suficiente tiempo. No puedo permitirme escuchar mas locuras.
El hombre llamado Brakka resopló: —Últimamente no has recibido suficientes pedidos para pagarle a tu supuesta esposa el vino que debe necesitar para tolerar tu hedor. Tienes más tiempo libre entre manos que cualquier otro hombre de esta mesa, exceptuando al Escrutador, pero ese no cuenta. ¿Quieres hacer negocios? Pues síguenos la corriente.
Kozzig miró con odio a Brakka, los músculos debajo de su ojo derecho temblaban de ira. Con una mirada final alrededor de la mesa y un suspiro para subrayarlo, Kozzig cedió: —Pero no voy a pagar nada por ello.
—Ser una sanguijuela es tu naturaleza —sonrió Brakka. El Escrutador luchó por ocultar su sorpresa. El apelativo sanguijuela para los que no pagaban era un término de uso interno del culto, y no se esperaba que los de fuera lo supieran. ¿Qué sabía este hombre? ¿Era una planta? Eso significaría que Kozzig era un Candidato precalificado. Ciertamente Kozzig encajaba en gran parte del perfil, pero no lo bastante como para haber destacado como candidato antes. ¿O todo era mera coincidencia? Los dos hombres parecían estar en desacuerdo de todos modos, así que era posible... Era hora de decidir.
El Escrutador extendió la mano derecha para la donación que sabía que no iba aparecer. El ritual, la consistencia, no exigía menos. Cuando Kozzig simplemente empujó su taza de té vacía hacia adelante, el Escrutador bajó la mano derecha y aceptó la taza con la izquierda. Una mirada y un olfateo silencioso, y tomó su decisión. Kozzig era un candidato.
—Ah —empezó el Escrutador, como todos los presentes sabían que haría—. Sangre. Niños. Habrá un accidente. Serás el único testigo. Aburrimiento. Estrellas. Viajarás a un planeta cercano. Alguien está esperando tu llegada allí. Contratos. Banco. La riqueza de tu familia aumentará inesperadamente. Las cláusulas ocultas serán anuladas. Estas seis cosas las he visto, pero todos los asuntos del futuro son... —El Escrutador dejó que su voz se apagara, manteniendo su atención en la taza, pero observando a Kozzig y Brakka de forma periférica.
—¿Qué? —espetó Kozzig.
Con su ritmo cardíaco aumentando ligeramente en nerviosa impaciencia, el Escrutador usó su mano derecha, escondida entre los pliegues de su túnica, para teclear rápidamente uno de varios miles de códigos en un teclado implantado bajo la piel de su muslo derecho. Sintió el leve cosquilleo en su mano izquierda que le indicaba que la taza estaba cargada, y agitó ligeramente la pequeña cantidad de líquido que contenía.
—No puedo... —dijo el Escrutador suavemente, con una voz que reflejaba su horror. Con otro giro de la taza, quedó satisfecho con el patrón de hojas de té en el fondo, y apagó la carga con una sola pulsación de tecla oculta. Los metales no tóxicos impregnados en las hojas habían dispuesto el patrón para que coincidiera con el patrón magnético temporal en la base de la taza. En otras palabras, la culminación tecnológica de una estafa organizada profundamente arraigada en toda la galaxia. No hacía falta mucha imaginación para ver el contorno de una calavera trazada por las hojas. La paga estaba en camino.
—¡¿No puedo qué?! —exigió Kozzig, con la ira aumentando de nuevo.
—No puedo... —continuó el Escrutador—. Lo siento, pero no puedo contarte más. Me disculpo por haberles hecho perder el tiempo. Tengo que irme. —Puso la taza sobre la mesa, dándole una ligera sacudida para romper el patrón que podría haber sido demasiado obvio. Era una advertencia bien entrenada, repetida por costumbre.
—¿Contarme más sobre qué? —insistió Kozzig, pero el Escrutador negó con la cabeza y comenzó a alejarse. Una mirada disimulada hacia Brakka eliminó toda sospecha sobre él como planta, pues parecía demasiado confundido para que fuera una actuación. Había sido mera coincidencia. Eso era mucho mejor para Escrutador, siempre que Kozzig reaccionara de manera predecible. Mientras se alejaba hacia las puertas de la cocina, Escrutador oía a Kozzig de fondo.
—Dame esa taza —gruñó Kozzig estirándose para recogerla. Su voz sonó notablemente temblorosa cuando mostró la taza a uno de los otros hombres: —¿Qué piensas de esto?
El otro hombre vaciló: —Pues... yo... me alegraría de que no fuese mi taza —respondió.
Solo un momento después, el Escrutador sintió la mano de Kozzig en su hombro, y se dio la vuelta para mirar a su último cliente. Su propio Candidato: —¿Esto es algún tipo de broma? —le gritó Kozzig al Escrutador, llamando la atención de otros clientes del restaurante.
—No sé a qué se refiere, señor —dijo rápidamente el Escrutador—. Tengo que irme.
—¡No! No, por favor, no te vayas —el tono de Kozzig se tornó repentinamente en una súplica—. ¿Voy a morir? ¿Soy yo? ¡Tienes que decírmelo! ¡¿Cómo voy a morir?!
—¡No puedo! —exclamó el Escrutador, con voz sorprendida, pero con una sonrisa mental comenzando a crecer—. ¡Por favor, señor, debo irme!
—¡Dímelo, rata asquerosa! —explotó Kozzig—. ¡Has visto cómo moriré, así que dímelo! ¡O te mato! —Como el Escrutador no dijo nada, el tono de Kozzig volvió a cambiar—. Por favor, por favor, debes decirme cómo voy a morir. Tienes que darme una oportunidad de evitarlo. ¿Se puede evitar, no? ¿O retrasar?
El Escrutador hizo una pausa dramática antes de repetir, pero con menos estrés que antes: —No puedo.
—Se puede evitar —dijo Kozzig en voz baja, antes de que su voz se alzara de nuevo: —¡Tienes que decírmelo! ¡Ten un poco de compasión! Haré cualquier cosa, pero, por favor, dime cómo puedo evitar la muerte que viste. ¡Por favor!
—No se puede garantizar nada en el futuro —respondió el Escrutador negando con la cabeza. Notó sin necesidad de mirar que los otros clientes habían vuelto su atención a sus comidas, aunque sin duda la noticia de este disturbio sería evidente. El Escrutador pulsó algunas teclas ocultas para transmitir un mensaje estándar al culto. Ningún Candidato sería juzgado dentro de un radio de cinco años luz durante el resto del año estándar.
El rostro de Kozzig estaba húmedo y rojo por la emoción: —No necesito tus garantías, solo necesito esperanza. Por favor, debes decirme cómo evitar la muerte que viste que me espera. ¡Debes!
—Yo... no puedo.
—¡Haré lo que sea! ¡Te pagaré lo que quieras! Pero ¡dime!
El Escrutador negó con la cabeza: —Ningún pago es suficiente para esto. No esta permitido. Yo...
—¡No puedes! —bramó Kozzig—. ¡Deja de decirne eso! Tal vez esto sea fácil para ti, no eres tú el que va a morir. No me importa lo que esté permitido o no en este momento: ¡quiero una respuesta y te digo que te pagaré por ella!
—Si no es por... no es cuestión de pagar o no pagar.
—¿Qué quieres de mí? ¿Qué tengo que hacer? ¿Cuánto debo pagarte? ¡Dime! —Como el Escrutador no respondió, Kozzig continuó— ¡Te daré acceso a mi cuenta bancaria, puedes sacar lo que quieras! Yo puedo ganar más dinero, pero ¡no puedo prolongar mis días de vida sin ti! ¡Dime, tienes que decírmelo, estúpido bastardo!
El Escrutador levantó las manos lentamente, con las palmas hacia afuera, para silenciar al otro hombre: —No puedo aceptar su pago —dijo lentamente—, y no debo contarle todo lo que veo. Pero tal vez pueda sugerirle un camino que evita el mayor peligro. ¿Aceptaría eso?
—¡Sí!
—¿Por su propia voluntad donaría al menos el 50% de su riqueza a la Orden de los Escrutadores?
—Sí. ¡Sí! ¡Tú dime que hacer!
—Muy bien —el Escrutador asintió lentamente—. No puedo garantizar que lo que sugiero prevenga, ni total ni parcialmente, lo que he precognizado. Dentro de seis noches, podría ir al Templo de Arukas para alimentar a los niños pobres. Podría ofrecerse como voluntario para ayudar con las labores del comedor y luego podría pasar la noche durmiendo en los escalones del templo. Podría pasar el día siguiente orando en el templo. Es posible que desee hacer estas cosas en lugar de cualquier otra cosa que haya planeado para esas horas. Y es posible que desee finalizar estas actividades sugeridas, si todavía está vivo, con una donación adecuada. Lo insto a que comprenda, señor, que no puedo garantizar ningún evento futuro. Y siento que ya he dicho demasiado.
El Escrutador inclinó la cabeza profundamente y se dio la vuelta para irse: —Escrutador —Kozzig habló a su espalda. El Escrutador hizo una pausa, pero no se volvió—. Gracias. Y lo siento —El Escrutador asintió mínimamente, y avanzó hacia la puerta de la cocina. Los Escrutadores siempre entraban y salían por la cocina. Esa era la tradición. Ritual. Consistencia.
—En la trastienda, Escrutador —habló el dueño del restaurante desde los fregaderos, señalando una puerta cercana. Continuó cuando él y el Escrutador estuvieron solos—. Eso ha sido una chapuza. Eres nuevo, ¿verdad?
—Algo —coincidió el Escrutador, manteniendo la cabeza baja.
—Quiero mi parte y un anticipo.
Las monedas tintinearon sobre la mesa desde la mano del Escrutador: —Esto es todo lo que recaudé en donaciones. Y se le pagará su porcentaje cuando se reciba la donación.
—Esperaré impaciente.
El Escrutador comenzó a avanzar hacia la puerta: —Ah, una cosa más, propietario. Descalcifique sus cafeteras. Es una infracción grave, se informará de ello y su porcentaje se reducirá en consecuencia —Un momento después, el Escrutador había salido del restaurante.
El autor proviene de la región de Puget Sound en el estado de Washington. Es un firme creyente en la creatividad por el bien de la creatividad, y ha publicado muchas obras gratis o a bajo coste de varios tipos. Stuart comparte fotos gratis en morgueFile.com, sonidos gratis en freesound.org, ilustraciones gratis en openclipart.org y obras escritas gratis en varios sitios web. Aparte de las actividades creativas, Stuart disfruta de actividades al aire libre como el senderismo y el kayak. Es un veterano de la Fuerza Aérea de los EE. UU. y tiene una licenciatura en Ciencias de la computación.
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Bloque Lobo (Wolf Block)