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Traducido por Artifacs en julio-2019

    Obra Original Mind + Body (Copyright © 2008 Aaron Dunlap) publicada bajo licencia Creative Commons BY-NC-SA.

    Esta versión electrónica en español de Mente + Cuerpo (pronunciado Mente y Cuerpo) se publica bajo la misma licencia Creative Commons BY-NC-SA.

    Esta es una obra de ficción. Todos los personajes, eventos y localizaciones son producto de la imaginación del autor.

    Los productos de la vida real, equipo y técnicas se retratan con tanta precisión como es posible.

Licencia CC-BY-NC-SA

    Esto es un resumen inteligible para humanos (y no un sustituto) de la licencia, disponible en Castellano. Advertencia. Usted es libre de:

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Capítulo 1

    

Capítulo 1

    «Cuando no está en nuestro poder determinar lo que es verdad, debemos aceptar lo que es más probable.»

    (René Descartes)

    «Para creer algo, uno debe imaginar que es más probable que no creerlo.»

    (Cirano de Bergerac)

    «A veces la verdad puede no parecer probable.»

    (Nicolas Boileau-Despréau)

****

    Yo tenía diecisiete, casi deciocho, la primera vez que maté a alguien.

    Fue una especie de accidente, del mismo modo que el chicle es una especie de comida. Honestamente, no había salido de casa para matarle, pero tampoco estaba intentando no matarle exactamente. Para ser justo, el tipo intentó matarme primero. Que yo le hubiese roto el brazo y la nariz antes de que intentase matarme, probablemente habría sido tomado en consideracíon por la acusación como prueba de homicidio en el juicio.

    Si hubiese habido juicio.

    Aunque si lo hubiese habido, mi caro abogado (asumo que si tuviese uno, sería muy caro) y yo habríamos sacado a colación la presión bajo la que me encontraba.

    Mi padre había fallecido recientemente, mi vida en la escuela estaba totalmente fuera de control, tenía un motón de espray de pimienta en los ojos y actué para defender mi vida y la vida de la chica con la que estaba.

    Pero claro, no hubo juicio por asesinato. Apenas hubo una investigación, en realidad. Como adolescente medio, esa noche probablemente habría podido ser el punto de inflexión máximo (o mínimo) de mi joven vida inocente. Probablemente la tragedia me podría haber convertido en un sujeto ideal para los consejeros sociales y las terapias de grupo. Podría haberme provocado un periodo de consumo de drogas duras y el abandono de amigos y familia, seguido de una inspiradora recuperación sobre la que pudiese escribir más tarde una autobiografía best-seller. Novela que seguramente sería descrita por la revista «Noticias de la Semana» como: “Una atormentadora pero edificante historia sobre la tragedia y el redescubrimiento de la vida que toda persona, joven o no, debería leer.”

    Aunque mi vida no se movió en esa dirección.

    Que te coloquen en una situación donde tienes que decidir si matar a alguien para proteger tu propia vida debería haberme afectado profundamente, pero no lo hizo.

    Me resbalaba como la lluvia en el cristal.

    Unas dos meses más tarde, cuando maté a alguien de nuevo, esta vez mucho más deliberadamente, me afectó incluso menos. Tampoco hubo juicio por asesinato por eso.

    Aunque me estoy adelantando. Si lo que trato de insinuar es que no soy un adolescente normal, tengo que confesar que fui dolorosamente normal durante la mayor parte de mi vida, hasta el momento de la muerte de mi padre.

    Era una noche normal. Una noche de escuela.

    Yo estaba aplazando un trabajo de Inglés. El documento que se suponía que tenía que estar escribiendo estaba abierto en mi ordenador, pero yo estaba viendo una película por la TV. No recuerdo el nombre, alguna peli de horror de serie B sobre una mutada serpiente gigante que se comía a la gente. Dicha serpiente se estaba comiendo a Wil Wheaton cuando sonó el teléfono de casa. Doce segundos más tarde, oí gritar a mi madre en la planta de abajo. Mi padre había tenido un ataque al corazón en el trabajo y había muerto camino al hospital. Tenía cuarenta y pocos y parecía perfectamente sano. No se había hecho un examen médico desde hacía tiempo, pero tampoco es que comiese solo hamburguesas con queso. Había fumado en la universidad, me había dicho una vez, pero lo había dejado después.

    Daniel Baker, mi padre, era un científico en el Centro de Investigación de la Universidad del Cuerpo de Marines en Quantico, Virginia.

    Es decir, hasta esa noche. Después solo era un cadáver.

    La naturaleza de su trabajo demandaba importantes medidas de discreción. Yo tenía muy poca idea de lo que hacía allí arriba en Quantico y no nos dijeron nada sobre lo que estaba haciendo cuando sufrió el ataque al corazón, más allá de la breve e insensible llamada de teléfono.

    No era del todo inusual, donde yo había crecido, que tales secretos infestaran la vida de las personas. Había vivido en Fredericksburg, Virginia, toda mi vida. Quantico (una "ciudad" autosuficiente con la mayor base del Cuerpo de Marines de la nación, la Universidad del Cuerpo de Marines, la Universidad de la DEA, la Academia del FBI y otros pilares surtidos de pavor) está a media hora en coche desde Fredericksburg. Igual que la sede de la CIA en Langley y el Pentágono y Washington D.C. No están muy lejos. Todo el mundo que trabajaba para esas sociedades de secretos tendían a vivir en los suburbios de las afueras, como Fredericksburg. Muchos chicos de mi edad tampoco tenían idea de los empleos de sus padres.

    Si no nos lo decían, tampoco preguntábamos. “No hagas preguntas,” era el eslogan no oficial para la zona joven.

    Sabíamos que no se trataba todo de coches deportivos, mensajes codificados en las Páginas Amarillas y pistolas bajo las almohadas. Hasta los trabajos para el gobierno más mundanos requerían cierto nivel de discreción. En cierto modo, era tranquilizador saber que se hacía el trabajo y los secretos seguían a salvo. Sin embargo no era tranquilizador para un chaval cuyo padre había muerto.

    La semana siguiente yo existía en un estado de desconexión de la realidad. Los límites del mundo, mi mundo, eran confusos y estimulaban inútilmente mis sentidos mientras caminaba por ahí, hablaba con familiares, me compraba un traje, asistía a un funeral...

    Y cuando no estaba haciendo ninguna de esas cosas, me sentaba solo en mi habitación.

    Los parientes y amigos de la familia que se acercaron antes y después del funeral llevaban empáticos rostros que graznaban simpatías y frases como "si hay algo que pueda hacer". Los sentimentos e historias familiares rebotaban en las paredes y se mezclaban con los aromas de los arreglos florales. Yo me quedaba allí sentado fingiendo prestar atención, absorto en el aturdimiento que me había inundado desde el primer momento mientras trataba, con gran dificultad, de concentrarme en las ideas que me daban vueltas por la cabeza.

    No estaba muy unido a mi padre, pero tampoco éramos distantes. Él era simplemente… mi papi. Un accesorio de mi vida que asumía que siempre estaría ahí. Uno que no podía hablar sobre su trabajo y que todo lo relacionado con él obstaculizaba muchas oportunidades de conversación.

    Hablábamos de la escuela y pelis antiguas. Me ayudaba con los trabajos de clase de ciencias y matemáticas, asignaturas en las que yo tenía poco interés. Los trabajos de las clases que me gustaban, como Inglés o Historia, normalmente los hacía yo solo. No decía "Te quiero" tan a menudo como los padres de la TV, si es que eso sirve como medida, pero yo no tenía dudas de ello.

    Estas eran las cosas en que pensaba sin parar. Pensaba en mi relación con él, en lo que su ausencia significaría para mi futuro. En que si decidía ir a la universidad, no podría escribirme una carta de recomendación con el prestigioso membrete del Cuerpo de Marines. No podría ayudarme con los cursos de matemáticas y ciencia, necesarios para cualquier título académico. Ni podría decirle a mi madre que quizá debería buscarme mi propio lugar donde vivir y que tal vez deberían ayudarme a pagarlo.

    No soy de los que hacen un mapa de su vida con todo tipo de detalles, pero al retirar una parte tan grande de ella, me sentía indefenso. Me sentía como si me hubiesen echado fuera de la realidad que antes cruzaba nadando felizmente y ahora daba manotazos en la orilla de una nueva existencia que ni quería ni había solicitado.

    Con una absurda inocencia que, a priori, se podría confundir por genuína comprensión, pensé que mi vida nunca sería la misma.

Capítulo 2

    

Capítulo 2

    Una de las muy pocas cosas buenas de la inesperada muerte de mi padre fue que tenía permiso para no asistir a clase prácticamente durante el tiempo que quisiera.

    Estaba apuntado al instituto por entonces y, aunque me iba bien en la mayoría de las asignaturas, detestaba la noción misma de estar dentro del edificio. Si hubiese sido solo un poco más joven para el Déficit de Atención y la locura del Ritalin que barrió la nación unos años atrás, probablemente me habría unido a ese barrido. Decían que la razón por la que estaba tan desencantado de las clases era que o bien no podía concentrarme o que mi cerebro estaba trabajando más que el de la mayoría de los chicos. Decían que debería tomarme un neuroestimulante que cambiara la ya antigua idea de enfermera de escuela de vendas y termómetros por la más moderna idea de la prescripción médica.

    Pero yo dudaba que tuviese un desorden cerebral definitivo. Sencillamente no me gustaba pasar todo día en una escuela, recibir información, tener que recordarla al instante, comer pechugas de pollo producidas en masa... El gobierno de los EEUU, el mayor cuerpo gubernamental del planeta, tenía la obligación de educar a sus hijos con todo lo necesario para tener éxito en la vida adulta, ¿y eso era lo mejor que podían hacer?

    Al final de la jornada siempre me sentía exhausto mental y físicamente. No por la dificultad de las clases, sino por intentar desmenuzar enormes trozos de aburrimiento en partes lo bastante pequeñas para manejarlas sin que me causara un aneurisma. Me iba a casa cada día con la impaciencia de un recluso recién indultado y descomprimía mi cerebro con algo de televisión o videojuegos antes de irme a la cama muy tarde y levantarme muy temprano para lidiar con todo ello otra vez.

    Por tanto, me sentía agradecido de poder tomarme un descanso del aprendizaje institucionalizado.

    El día después del funeral, mi madre tenía una cita con el abogado de la familia para revisar el testamento de mi papá. En el último minuto, alguien había llamado a mi madre y le había pedido que yo también estuviese presente. Aquello era el tipo de cosas por las que yo normalmente protestaba: despertar temprano para ir a una calurosa oficina a escuchar los particulares de la sección tal, parrafo bla bla. Pero me pareció que podría servir de distracción para el estupor mental en el que había degenerado.

    La oficina, las paredes, los libros, los escritorios, los términos legales, todo fue tan aburrido que, en cuanto permanecí en la oficina durante unos minutos, regresé a mi status de zombi. Salí del trance cuando me llamó la atención un número muy grande y el grito apagado de mi madre.

    —¿Que hizo qué? - preguntó ella.

    El abogado sentado a la mesa frente a nosotros movió unos papeles ligeramente, se ajustó las gafas y volvió a mirar el montón de documentos delante de él.

    —Hace casi un mes, - dijo él, —cambió la prima de su póliza personal de seguro de vida de $250,000 a $750,000.

    —A mí no me dijo nada de eso, - dijo mi mamá, confundida. —¿Está seguro de que esos son sus papeles?

    —Eso no es todo, - dijo el abogado poniendo un nuevo documento encima del montón. —Poco después, actualizó su testamento en nuestra oficina y cambió los detalles del beneficiario. El total original, $250,000, iría al pariente vivo más próximo, como es usual. Que sería usted, Sra. Baker. - el abogado hizo una pausa y releyó algunas frases para sí mismo. —El resto, $500,000, - continuó, —iría directamente a Christopher Daniel Baker. - me miró y dijo, —Usted.

    Mi madre y yo quedamos en silencio durante un largo momento. Yo había oído de familias que recibían una buena prima como aquella después de una muerte, pero siempre les ocurrían a las personas ridículamente ricas. ¿No se suponía que la póliza de un seguro de vida era para compensar el dinero que la persona habría ganado si hubiese seguido viva y trabajando? Nosotros no éramos una familia con $750,000 de renta, que yo supiese. Y lo más importante, ¿cómo es que había pasado de tener $112 dólares a mi nombre a tener $500,112 en siete segundos?

    —¿En un fondo de inversión, quiere decir? - preguntó mi madre.

    El abogado negó con la cabeza. —Normalmente, eso es lo que se haría en el caso de un menor. El dinero se aparta en un fondo fiduciario hasta que la persona tenga dieciocho o veintiuno o termine la universidad o se case, lo que sea que especifique el titular. Aunque no en este caso. Daniel declaró específicamente que el dinero fuese donado a Chris en su totalidad, sin consideración de su edad.

    Podía haber jurado que oí un agudo pitido en los oídos. «Medio millón de dólares.»

    Mi madre se giró hacia mí, su cara era un retrato de sorpresa y escepticismo. —¿Te dijo a ti algo sobre esto?

    Negué con la cabeza. —Hace... hace unos meses le pregunté cuánto costaban los apartamentos en DC. No recuerdo la conversación muy bien. - sus ojos se movieron hacia mi izquierda, pensativos.

    —Ya casi tiene dieciocho, - me dijo el abogado, interrumpiendo el silencio. —¿Le han aceptado en alguna facultad?

    —No he decidido aún si voy a ir a la facultad, - le dije.

    —Oh, - dijo pareciendo decepcionado.

    —La facultad no cuesta quinientos mil dólares, ¿no? - le pregunté.

    Ambos adultos negaron lentamente con la cabeza.

    —Quizá si pretende convertirse en un doctor en medicina, - dijo el abogado. Me sorprendió que no inluyese: "o un abogado".

    Yo no pretendía convertirme en nada. Supongo que imaginaba que intentaría durante unos meses conseguir un trabajo en un periódico o en algo de proceso de datos. Si eso fallaba, entonces iría a un colegio de la comunidad hasta quedar suficientemente insensible ante la idea de ir a una facultad y, de ahí, trasladarme a una universidad y darme cuatro años de tiempo adicional para saber qué hacer con mi vida.

    Con $500,000, asumiendo que aquello fuese real, las cosas serían muy diferentes.

    Podía comprar una casa o un apartamento pagando en metálico y sólo necesitaría trabajar para cubrir comida, ropa, impuestos y comodidades. Podía comprar un terreno en una isla caribeña y construir una pequeña y bonita villa, ganar dinero enseñando a los turistas ricos cómo hacer collares de perlas o quizá escribir algunas malas novelas en un escritorio antiguo con una ventana al océano. Podía pasar el resto de mi vida intentando averiguar por qué demonios me había dejado mi papá tanto dinero.

    «¿Sabes que no se pagan impuestos por las primas de los seguros de vida?»

    Cuando se firmaron los papeles y volvimos a casa, mi mamá empezó a investigar los registros financieros de mi papá y descubrió que después de que mi papá aumentara su prima del seguro de vida de $250,000 a $750,000, la cuota incrementada casi se comía la paga entera de mi papá. Era imposible que pudiésemos habernos mantenido a flote pagando tanto dinero a la compañía de seguros todos los meses. Parecía que o bien mi papi estaba esperando un serio aumento de sueldo o sabía que iba a morir.

Capítulo 3

    

Bolsas y Gatos

    Ni siquiera una muerte en la familia puede librarte de la escuela pública todo el tiempo que quieras. Una semana después de que mi coste en la red se incrementase en un treinta millones por ciento ya estaba de vuelta a las clases, de vuelta a la realidad.

    Siendo honesto, estaba deseando volver. De algún modo, hundirme en la rutina familiar me había parecido la cosa más horrible que podía haber hecho. Quedarme sentado en casa o paseando por el vecindario no me estaba haciendo bien, no con los complicados misterios que inundaban mi vida.

    El lunes por la mañana caminaba por los pasillos de la escuela de nuevo y me colaba en el vacío anonimato que proporcionaba una multitud de otros jóvenes. Alumnos de primer curso con sus mochilas estúpidamente grandes; alumnos de segundo contando chistes ingeniosos, alumnos de tercero caminando con sus narices metidas en los libros y distraídos bajo todo el estrés en que estaban, y los de cuarto apoyados en las puertas de las taquillas junto a las abandonadas mochilas que solo cargaban lo absolutamente necesario para superar el día.

    La vida parecía mucho más fácil cuando los grupos de semejantes se categorizaban tan rígidamente.

    El anonimato salió por la ventana cuando ingresé en mi primera clase y me senté. En cuanto entré por la puerta, se interrumpieron las secretas conversaciones. Cuarenta ojos se fijaron en mí y me siguieron mientras encogía el primer pupitre vacío que vi. Miré a mi alrededor y todo el mundo evitó encontrar mis ojos. Ordené mis lápices en mi pupitre mientras la habitación quedaba en un inmóvil y denso silencio. Debían de haber oído algo sobre la muerte de mi padre, aunque yo confiaba en que los rumores no se hubiesen extendido hasta mi dinero ganado tristemente. No debería haber sido así. Yo no se lo había contado a nadie. Aún así, si todo el mundo lo supiese, tendría que contratar a un guardaespaldas para mantener a raya irónicas solicitudes de préstamo.

    Me puse a imaginar cuánto costaría un guardaespaldas. Recordé haber leído en alguna parte que una empresa legal de escoltas de seguridad cobraba unos mil dólares al día. Podía conseguir un guardaespaldas para 500 días y luego ya no necesitaría uno. Gastar todo tu dinero en mantener a la gente apartada de tu dinero... deberían hacer eso en un episodio de la Twilight Zone.

    Demonios, probablemente ya lo habían hecho.

    Por el centésimo episodio habían estado repetiendo sus ironías.

    Decidí que sería más barato volar a Nueva Zelanda, empezar mi vida de cero y rodearme de gente a quien no le aportase si tenía un padre o qué loca cantidad de dinero podía o no haberme dejado. En realidad, sería más barato asesinar a todo el que supiera algo del dinero.

    Ponderé las opciones durante un momento, podía pasar mucho tiempo tratando de encontrar un pelotón de asalto de verdad, o podía dejar flotando la idea en los barrios de las bandas y esperar a que algo picara el anzuelo. Y siempre estaba la opción de la Yakuza.

    El profesor entró en el aula con su taza de café recalentado. Por fin me robó algo de la atención puesta en mí y me sacó de mi ensueño. Empezaba los clásicos procedimientos de apertura cuando advirtió el silencio de todo el mundo. Siguió las miradas y me vio. Él también se me quedó mirando en silencio durante un rato.

    Pensé en empezar a pasar billetes de cien dólares para que fingieran no estar tan incómodos a mi alrededor.

    Tomé aire y me preparaba para decir algo cuando se abrió la puerta de nuevo. Una chica en el umbral dio un paso al frente y leyó mi nombre en un trozo de papel. Era la auxiliar administrativa y tenía un aviso para que acudiese a la oficina de tutoría en cuanto me fuese posible.

    «Oh. Dios.»

    Yo había estado en la oficina de tutoría dos veces. La primera durante la típica entrevista de primer curso en la que había conocido a mi tutora. Ella había querido saber si yo tenía algún problema cerebral del que me gustaría hablar. La segunda fue en tercer curso para hablar sobre el tiempo límite de las solicitudes para las facultades. Yo aún no había conseguido determinar si los tutores eran académicos o sociales. No podía imaginar que hubiese una ruta en la educación de psicología que incluyese las recomendaciones universitarias.

    Su silla era incómoda y había un cuenco con una mezcla de caramelos colocado justo entre ella y yo.

    —He sabido lo de tu padre, por supuesto, - empezó ella, —Primero, me gustaría darte mis sinceras condolencias. - yo sonreí ligeramente. Ya había tenido semana y media de sinceras condolencias.—Se lo he notificado a todos tus profesores, - continuó ella, —de modo que lo entenderán y podrán trabajar contigo en relación a tus tareas y demás.

    —Estoy seguro de que los rumores ya se encargaron de eso antes que usted, - le dije mirando por la ventana hacia el aparcamiento.

    Ella me sonrió.—Sí, la gente cuenta cosas. - su cara se transformó rápidamente a una demasiado sincera mirada de empatía, todo un talento; —¿Te ha molestado alguien o ha herido tus sentimientos?

    Giré la vista entre ella y los caramelos. —No.

    —Oh. Vale, bien. Bueno, entiende que las personas, adolescentes y los niños en especial, tienden a concentrar su atención en lugares inapropiados cuando, en realidad, se encuentran incómodos o intimidados. Si alguien te da problemas o te hace sentir mal o peor, puedes comunicármelo a mí o a un administrativo. O a un profesor.

    Me entraron verdaderas ganas de irme. —Vale, - le dije simplemente.

    Hubo una pequeña pausa.

    —¿Estabas muy unido a tu padre? - me preguntó finalmente.

    «Oh, Dios.»

    Después de toda la confusión por la que estaba pasando, salí de la oficina de tutoría tratando de decidir si debía regresar a clase o irme a casa cuando mi propio nombre me sacó del trance.

    —¿Chris? - oí la voz de una chica detrás de mí.

    «¿Alguien de mi edad hablando conmigo?»

    Me di la vuelta y allí estaba: Amy Westbourne... una chica que conocía un poco desde hacía unos años. Habíamos coincidido en algunas clases y charlado ocasionalmente. Estaba a unos veinte metros de distancia, caminando hacia mí.

    —¿Sí? - dije lo bastante alto para cubrir la distancia.

    —Has vuelto, - dijo ella ahora un poco más cerca.

    Lo había dicho como si yo acabara de volver de Disneylandia. Amy era de mi edad, delgada y a la última en tendencia punky. Morena con el pelo hasta el cuello con mechas o extensiones, o como se llamen, en rojo. Yo nunca había entendido lo que les daba a las chicas con su pelo, pero lo que sea que fuese, a ella le quedaba bien. Cuando la conocí la primera vez vestía más en corte clásico, pero con los años había hecho una transición a las camisetas estilo punky (que probablemente costaban $28), pantalones vaqueros y esas muñecas de trapo que siempre llevaban las punkys.

    Al verla, nunca dirías que había roto un plato en su vida, pero se comportaba de tal forma que nunca la considerarías una impostora. Tampoco es que yo le hubiese prestado mucha atención ni nada de eso…

    —Sí, he vuelto, - le dije ahora en medio del pasillo.

    —Qué bien, - me dijo parando justo a un brazo de distancia. —¿Vienes de Tutoría? - me preguntó después de una pausa, mirando a la puerta de la oficina.

    Yo miré al suelo sin querer llevar la conversación a su inevitable clímax de torpes condolencias y silencio incómodo.

    —Sí, - dije finalmente.

    Ella asintió, interesada. —Oh, ¿por lo de tu padre y demás? - me preguntó, también interesada. No se mostró condescendiente. Eso era nuevo.

    —Sí, - le dije un poco sorprendido.

    Ella me mostró una media sonrisa y dijo, —Ya, hicieron lo mismo conmigo cuando murió mi abuelito el año pasado. Es un montón de atención que no quieres en realidad.

    —Sí, - repetí por falta de nada mejor que decir. Miré a mi alrededor durante un momento, luego miré al pasillo que conducía a mi aula. —Todos parecen asustados de mí. Llevo minuto y medio en clase y ya estoy harto.

    Ella sonrió. —Sólo están nerviosos. Piensan que vas a arañarte las muñecas, escribir poemas malos, y que si hablan contigo explotarás sobre ellos con un puñado de emociones desagradables.

    Sonreí. —Eso parece.

    Hubo otra pausa, aunque no del todo incómoda.

    —Vale, - dijo empezando a seguir por su camino, —bueno, no te sientas mal. Te veo a cuarta hora.

    Asentí, distante. Ella se giró y caminó hacia las aulas. La conversación había terminado. La primera conversación decente que había tenido desde una eternidad se había terminado, Me sentí hundiéndome de nuevo en la depresión. Tenía que hacer que la chica me contara más cosas.

    —Uhhh… - le dije, desesperado por pensar en algo que decir. Ella aún estaba andando. —Me dejó medio millón de dólares, - le dije en voz incómodamente alta. Me mordí la lengua.

    Ella se detuvo y se giró hacia mí. —¿Eh? - me preguntó.

    «Oh, Dios.»

Capítulo 4

    

Giro

    —Te podrías comprar una casa, ¿sabes? - había dicho ella.

    —Una casa grande. Y un coche, - respondí.—O una casa pequeña y una casa mediana. Una al lado de otra, - después de pensarlo algo.—O la Casa de los Representantes y un coche, - dije finalmente.

    Así siguió y siguió.

    Le conté a Amy casi todo. Se había mostrado más interesada que sorprendida o ansiosa por pedirme un préstamo. A través de las semanas repasamos todos los detalles, formulando teorías sobre muertes misteriosas y misteriosas sumas de dinero. Las ideas flotaron en conjeturas tales como que mi papá no había sido un investigador médico sino un agente secreto que había caído durante una misión. O un robot asesino del futuro, o un holograma y nunca había existido. Las tres parecían igualmente probables y era estupendo poder hablar con alguien. Después de unas semanas el estigma del padre muerto en la escuela empezó a desaparecer y la ausencia de contacto hizo que la gente se preguntase por qué no habían hablado conmigo desde el principio. Supongo que yo no era tan interesante y había elegido no contarle a nadie las cosas que parecían hacerme interesante.

    A nadie salvo a Amy.

    No ocurrió nada extraño durante un mes. Un jueves estaba en la escuela perdido en mis pensamientos y caminando por el pasillo, pensando sobre todo; los pasillos, taqullas y gente eran un borrón en mi visión periférica. Normalmente me mantenía apegado al mundo real lo suficiente para evitar tropezarme con la gente o caerme por unas escaleras, pero no mucho ese día, al parecer.

    Era la hora de comer y la mayoría estaba en la cafetería o pasando frío fuera escondiendo el hecho de que estaban fumando. Por eso me sorprendió encontrar a tres tipos de una banda mejicana de pie en un pasillo vacío. Fredericksburg no tenía mucha actividad de bandas pero, como en todo suburbio, hay mucha actividad de postureo. La ciudad está tan cerca de Washington D.C. que algunos de los bacilones tienen amigos que tienen amigos que en realidad son miembros de alguna banda. Después de las clases en sus escuelas caras y de dejar los libros en sus casas de cinco dormitorios, juegan a que son duros miembros de bandas criados en las calles.

    Nada nuevo. Yo no estaba mirando.

    Caminé directo hacia uno de ellos mientras hacía algún gesto elaborado en medio de algún hilárico chiste. Yo caminaba muy rápido y el tipo con el que choqué salió disparado medio metro y se le cayó al suelo una botella de plástico con bebida que tenía en una mano.

    —¡Ay, mira por dónde vas, hijo! - dijo el tipo.

    Los demás se giraron hacia mí y adoptaron al instante su esteriotipado comportamiento sacado de la TV: me rodearon lentamente y al ver que había chocado con su líder, esperaron instrucciones. Yo abría la boca para disculparme y, con suerte, salir de allí, cuando advertí que el contenido de la botella me había salpicado en el brazo tras el impacto. Parecía zumo de naranja y olía a alcohol de botiquín.

    «Oh, dulce rebelión.»

    No pude evitar reirme, lo que probablemente dio la impresión de que me estaba riendo de ellos. Un tipo a mi derecha me empujó de pronto y me retó, —¿Qué te hace gracia, hijo?

    Todos decían hijo demasiado a menudo. Reprimí mi carcajada, pero no pude evitar decir, —Sería menos obvio si echáis el vodka en una botella de zumo de naranja. Ponerlo todo en una botella transparente… es hacerlo demasiado complicado.

    Debería haber cerrado el pico. Al primer tipo no pareció gustarle eso.

    —Quizá deberías ocuparte de tus propios asuntos, bro, - me dijo mirándome de arriba abajo.

    Supuse que yo ya no era su hijo. Y probablemente tampoco debería haber dicho eso en voz alta.

    Nunca me habían estampado contra una taquilla antes. No es muy divertido. La maneta se te clava en los riñones.

    En muy poco tiempo, aquello había pasado de una situación divertida a una situación en la que yo era un saco de boxeo. Dos de ellos me sujetaron firmemente los brazos y hombros contra la taquilla. Después de asegurarse de que el pasillo estaba despejado, el líder me golpeó con el puño en el estómago. Sin tomar carrera y sin retroceso, solo la pegada. Yo oí el impacto del puño en mi abdomen y después tuve una seca sentación hueca como si me vaciaran la tripa con un cucharón.

    Yo estaba convencido de que nunca me habían pegado antes. No lo recomiendo.

    —Ahora no te ríes, - me dijo después de retirar el puño.

    No sentí tanto dolor como esperaba. No me doblé ni me desmayé ni lloré como una nena. Solo gemí y exhalé con fuerza. Por mi propio bien, quizá debería haber exagerado un poco. El líder no pareció satisfecho. Avanzó y lanzó otro gancho rápido casi en el mismo sitio. Este dolió más. Creo que hice una mueca. Traté de alejarme de las taquillas pero los, llamémosles, matones movieron sus manos para sujetarme con más firmeza. Intenté racionalizar todo aquello en mi cabeza. El tipo estaba sobrerreaccionando porque sus amigos estaban allí, seguro, pero aquello era una cuestión de respeto. Le había faltado al respeto, de modo que él tenía que pegarme hasta que... ¿hasta qué? ¿Hasta la muerte? ¿Hasta que alguien llegase e interrumpiese la pelea? ¿Hasta que me disculpara? Si mis opciones eran morir, esperar y disculparme, me tragaría mi orgullo y acabaría con ello.

    —Vale, vale, - le dije levantando las manos todo lo que pude, a la altura del pecho, —Lo siento.

    El tipo me miró durante unos segundos con una estúpida expresión vacía en su cara. Recuperado su respeto, debería dejar que me fuese, ¿verdad?

    —Oh, pues claro que lo sientes, - me dijo mientras me lanzaba otro puñetazo, esta vez en el costado.

    Ese golpe era ilógico. Los matones reían como idiotas. Entonces uno paró de pronto y miró a mi izquierda. Un chico que yo no conocía había doblado la esquina al fondo del pasillo. Al vernos, se detuvo en seco durante un segundo y reconoció la escena como una pelea. Retrocedió y volvió corriendo por donde había venido. El líder se enfadó, resopló de verdad para preparar su golpe final antes de tener que dispersarse. Le vi echar el puño hacia atrás. Ese puño no iba a por mi barriga y yo lo sabía. Ese iba directo a mi cara.

    Lanzó el puño.

    Hice una mueca anticipada mientras el puño volaba hacia mí, pero redujo su velocidad en el aire hasta quedarse suspendido en el tiempo.

    Algo muy extraño estaba sucediendo en mi cabeza.

    El mundo se había ralentizado y detenido totalmente. Los muros se desmoronaron en mi mente y todo lo que creía que sabía sobre todo cambió en un instante. Un millar de imágenes y sonidos salpicaron mi cerebro como cubos de pintura volcados sobre un lienzo. Después sentí un dolor. Un profundo dolor pulsante, como el dolor de cabeza al comer mucho helado, pero que empezaba en la base de mi cráneo y se radiaba hacia fuera, dejando insensible todo mi cuerpo.

    Con mi cabeza aún latiendo y mi cuerpo dormido, el tiempo pareció salir de su pausa y aquel puño siguió de nuevo su curso de interceptar mi cara. Con una perversa claridad, y como si fuese aquello lo único que podía hacer, agarré el puño en el aire con mi mano izquierda y lo giré en el sentido contrario a las agujas del reloj. Al instante pasé mi mano derecha hasta la nuca del líder y lancé su cara hacia la taquilla que había detrás de mí. Su cara impactó justo por encima de mi hombro. Mientras de desplomba en el suelo, yo ya estaba apartando las manos de mis brazos. Golpeando con la palma la garganta de uno de los matones, mi rodilla impactó en la espalda del otro. Luego envié el cuerpo del primer matón contra el segundo. Ambos tropezaron con el líder y cayeron al suelo.

    O algo así.

    Fue una implosión de cortos golpes de manos que conectaban caras y cuellos y que terminó tan rápido que apenas pude seguir los movimientos mientras los realizaba.

    Estaban todos en el suelo ahora.

    Me dolía la cabeza. Me dolía la cabeza y al parecer yo era un ninja.

    Unas voces resonaron a mi espalda, distantes y distorsionadas. Mi cabezá latía con más fuerza y más alto, como si hubiese roto diez botellas de vidrio con ella. Me sentí mareado y perdí el equilibrio. Choqué con la pared y tanteé con las manos buscando donde apoyarme.

    A través de una niebla sentí que una mano me cogía del hombro y otra me agarraba el antebrazo. Sin pausa, pivoté sobre mis talones, liberé mi brazo y estaba preparado para dislocar el hombro de alguien de un empujón cuando descubrí que justo debajo del trozo de camisa que estaba ahora agarrando había una luminosa placa plateada. Estaba sujetando el brazo izquierdo y el hombro derecho de nuestro muy temido enlace policial escolar.

    Todo se volvió confuso durante algunos minutos.

Capítulo 5

    

Capítulo 5

    Nunca había estado en la oficina del director.

    En mi escuela, el papel de lidiar con los estudiantes normalmente se dividía en una pequeña flota de administradores asignados a ciertos estudiantes al azar. Creo que esto es común en las institutos modernos. El administrador al que yo estaba asignado era el Sr. Comstock. Remplazar la primera ‘o’ con una ‘u’ siempre había sido travesura adolescente popular por aquí, y es una de los razones por las que detesto admitir que soy un adolescente. Había hablado con el Sr. Comstock sólo unas pocas veces en mi vida, aunque él parecía conocerme desde siempre. Cuando yo iba a la escuela elemental, él trabajaba en la oficina. Fue transferido a mi escuela media durante mi segundo año allí y empecé en este instituto al mismo tiempo.

    Él o debía desilusionarse muy fácilmente o era tan horrible trabajar con él que lo deslizaban por el sistema educativo para que nadie tuviese que lidiar con él demasiado tiempo.

    Al parecer yo le había roto la nariz a una persona y aplastado la larige a otra. El chico que había descubierto la pelea, un novato, había acudido corriendo al adulto más cercano, que llamó al oficial de policía asignado a la escuela. Dicho policía había llegado a la escena justo cuando estaba lanzando a un chaval (al que le había aplastado la laringe) sobre otro. Cuando mi cabeza había dejado de pulsar y pude levantarme, me llevaron a la oficina y me dejaron en paz.

    A través del cristal de la puerta cerrada, vi a los paramédicos empujando camillas por el pasillo. El Sr. Comstock había estado al teléfono desde que me habían llevado, hablando con varias personas, incluída la policía. Después de unos minutos de silenciosa contemplación de dolor de cabeza, oí que el Sr. Comstock empezar a terminar la conversación, luego colgó el teléfono y me miró pareciendo cansado y ansioso por decir algo.

    Empezó a contarme lo de la laringe aplastada y la nariz rota hasta que sonó el teléfono de nuevo. Se disculpó y lo atendió.

    —¿Sí? - dijo al auricular en su cara.—Sí… está aquí, - continuó girando su silla para encarar la ventana.

    Examiné las fotografías en la oficina, cada una con un adolescente sonriente en el mismo fondo gris. Otros estudiantes suyos que habían donado sus fotos de la escuela tamaño carnet. En cualquier otro trabajo, tener una colección de fotos de menores parecía inapropiado.

    La mesa entre él y yo estaba llena de papeles de varios colores; un teclado y un impresionante monitor plano colocado en la esquina junto a una grapadora Swingline en negro y plata. Vi el pez espada azul del Banco Federado de Nueva Inglaterra en una taza de café llena de bolígrafos Bic.

    Comstock aún estaba al teléfono. Al mirarle supuse que probablemente tenía cuarenta y tantos. No tenía anillo de boda en el dedo y tenía esas profundas marcas rosadas que dejan las gafas en el puente de la nariz, el cual se rascaba ocasionalmente.

    Advertí un botellín de colirio sobre el anaquel detrás del escritorio y me imaginé que acababa de ponerse las lentillas ahora que el estigma de "las lentes de contacto solo son para las chicas" por fin había pasado de moda.

    Miré hacia el monitor de pantalla plana de nuevo, Era un Sony y los ordenadores de la escuela eran todos Dell. Seguramente lo había comprado con su dinero y traído al trabajo para diferenciarse de todos los demás. O quizá solo tenía vista cansada. Parecía que estos pequeños detalles inundaban ni consciencia. Parecía que amplificaban inusual y ligeramente la jaqueca.

    En el anaquel de atrás había algunos libros, uno de de poesía de Yeats y tres novelas de Tolstoy; todos con los lomos en perfecto estado por no haber sido abiertos nunca. Aquel tipo parecía pasar un montón de tiempo preocupado sobre lo que las personas pensaban de él.

    —Eso parecería un poco extraño, - le dijo al teléfono, —No sé si puedo hacer eso. No es mi trabajo. Podría resultar caro.

    Hubo una pausa y colgó.

    —Vale, - me dijo por fin. —El manual del estudiante especifica que las peleas en la escuela resultan en suspensión o expulsión, probablemente ya lo sabes.

    Suspiré y empecé a desatornillar el perfil que esperaba para mi vida de la pared de mi mente por tercera vez desde la muerte de mi padre.

    —Obviamente, - continuó, —eso no tiene ningún sentido. Si siguiéramos esa regla, cualquier chaval al que le pegan un puñetazo en la cara sin motivo y responde tendría que ser castigado por ello. Supongo que estamos educando a la gente para que las vapuleén sin rechistar. Excepto en, digamos, las peleas estilo los Sharks contra los Jets o peleas de adolescentes celosos. Normalmente, en una pelea hay una parte culpable y otra a la que le dan la paliza. Castigar a alguien que sufre un ataque es una tontería. Así que, normalmente no lo hacemos. Está en el libro porque es complicado explicar la postura de que es correcto meterse en una pelea a menos que seas el malo de la foto. - se detuvo y pensó durante un segundo. —Bueno. Ciertamente le hiciste daño a esos chavales, pero obviamente no fuiste por ese pasillo buscando problemas. Además, encontramos el… brebaje ilegal que tenía Marcos. Es ilegal traer alcohol a una escuela pública. Así que cuatro pandilleros con alcohol de contrabando te atacaron, atacaron a un chaval sin registro administrativo ni ningún historial de violencia y que recientemente ha sufrido una muerte en la familia... lo que podría explicar el inusual comportamiento agresivo. Que sepamos, no tenemos ningún problema contigo. Los padres de los chavales puede que presenten cargos contra ti, aunque eso parece improbable. Están de camino al hospital de la comisaría.

    —¿Eh?, - dije yo un poco sorprendido. Se me empezó a despejar la cabeza.

    —Probablemente no querrás que tu madre sepa nada de esto de todos modos, desde el frente administrativo puedo fingir que no estuviste involucrado.

    —Supongo que podría meterme en peleas más a menudo, - le dije.

    Él dejó escapar una tensa carcajada. —Del modo en que les zurraste a esos tipos, me sorprende que no hayas estado en ninguna. ¿Has ido a clases de karate o algo así?

    —Umm… no.

    —Qué raro. Bueno, supongo que no hay modo de saber cómo reaccionará alguien cuando está a punto de recibir una paliza. La pelea o la respuesta a la pelea es bastante poderosa. Leí una historia sobre un tipo que fue atracado, nunca había pegado a nadie en su vida, pero dejó al atracador en coma. Dijo que le ayudó su ángel de la guarda. Muy raro.

    «Raro de verdad.»

Capítulo 6

    

Capítulo 6

    Después de esa particularmente deliciosa conversación con el Sr. Comstock en la que se me permitió salir indemne por ser atacado y defenderme como haría cualquier otra persona racional con los poderes de Spider-Man, dejé las oficinas administrativas y me encontré en un tumulto de gente. Muchos de la escuela aún estaban en el descanso del almuerzo y docenas de estudiantes se aglomeraban en el pasillo principal pululando y charlando emocionados entre ellos. Probablemente se habían reunido debido al espectáculo de ambulancias y camillas.

    Es mejor que las pechugas de pollo de la cafeteria.

    —Hubo una pelea en el pasillo de la planta de arriba. Seis tíos acabaron en el hospital.

    —¿Quién la empezó?

    —No sé, todos los que vi eran mejicanos.

    Mientras daba algunos pasos más hacia la multitud, las caras empezaron a mirarme. Los dedos señalaron, las bocas murmuraron. El rumor se extendió a través de las masas como un pulso de radio y la gente tuvo de nuevo una razón para aislarse de mí.

    «Fantástico.»

    Empezaba a atravesar la marabunta en dirección hacia la puerta cuando Amy se abrió paso entre la gente y coincidimos.

    —Estás aquí, - le dije cuando ella llegó a mi paso.

    —Estoy en todas partes, - me dijo con una sonrisa. —¿Viste la pelea?

    —Yo fui la pelea.

    Nos separamos del gentío y entramos en uno de los pasillos laterales.

    —¿Te refieres a que estuviste en la pelea? Ohdiosmío, ¿estás bien? - me examinó tratando de encontrar donde había ocultado las heridas que deberían estar sangrando.

    «¿Estoy bien?», consideré durante un momento. Un largo momento.

    —Sí, estoy bien. No se cómo, pero envié a tres chavales al hospital.

    Ella me miró a los ojos, intentando encontrar la parte de eso que tenía algún sentido.

    —No lo sé, - le dije antes de que pudiese decir nada. —Choqué físicamente con un puñado de mejicanos aspirantes a pandilleros. Les dije algo estúpido, me pusieron contra las taquillas y uno iba a tallarme la cara de un puñetazo. Medio me asusté y les hice kung fú o algo así y estaba a punto de zumbarle en la cara al oficial Rhodes cuando me desmayé.

    —Eso es… inusual. ¿Y les diste una paliza a todos?

    —Sí.

    —¿A todos?

    —A todos. Le rompí la nariz a uno y aplasté la tráquea a otro. Eso me han dicho. Aunque podría jurar que sentí que le rompía una muñeca a uno. Es posible que al del rodillazo en la espalda le vean fractura de coxis cuando le miren con rayos X.

    Miré a mi alrededor. La gente en ese pasillo estaba empezando a mirarme también. Cogí a Amy del brazo por encima del codo y empecé a andar hacia la puerta del aparcamiento para estudiantes.

    —¿Has ido a clases de karate o algo así? - me preguntó.

    —No. Eso mismo es lo que me preguntó Comstock justo antes de decirme que no estaba en problemas y que no avisarían a mi madre.

    —Eso me parece muy raro.

    Nos paramos delante de la puerta.

    —Todo me parecía raro antes. Y ahora sigue siendo cada vez más raro. Creo que he terminado aquí, por ahora.

    —¿Terninado con qué?

    —Terminado con el instituto, ya no voy a venir más. Ya iba bastante mal con todo el asunto de "su padre ha muerto", ahora todo el mundo va a saber que pateo culos de un modo poco carácterístico. Diría que mis esperanzas de fundirme en el fondo están arruinadas.

    —No puedes dejarlo ahora. ¡El curso acaba en dos meses!

    —No necesito asistir. Necesitamos 22 créditos para graduarnos y con todas mis clases de Inglés AP y las clases de informática tengo 21 este semestre. Quedan dos meses de curso y sólo necesito aprobar dos de mis clases. Puedo hacerlo sin venir al instituto, así que no vendré.

    Ella quedó con la boca abierta. Yo empujé la puerta detrás de mí con el pie y salí de espaldas por ella.

    —Hablaré contigo más tarde, - le dije sujetando la puerta durante un momento antes de que se cerrara.

    Ella solo se quedó mirándome. Me vibró el teléfono móbil cuando entraba en mi coche. Lo saqué del bolsillo de la chaqueta y lo abrí. Unas letras negras en pantalla verde decían que había un nuevo mensaje de texto de Amy: "starbucks 3.30"

    Suspiré, apagué el teléfono y lo tiré en el asiento del pasajero. Cuando salía del aparcamiento, miré el instituto por el espejo retrovisor y esperé no volver a verlo nunca.

Capítulo 7

    

Capítulo 7

    Solo era la una y treinta, pero fui directo del instituto al Starbucks más cercano. Tendría que haber ido a casa, pero mi madre habría estado allí y no quería explicarle que había terminado con las clases y que "la vida generalmente apesta" sonaba a mundanos problemas de adolescente.

    Me senté en una silla al fondo de la cafetería con la espalda hacia la pared. Mis manos rodeaban una taza caliente de humeante café con leche y azúcar, mientras mi cerebro iba en círculos.

    No dejaba de decirme que estaba sobrerreaccionando, que debía de estar manifestando algunas emociones extrañas debido a la muerte de papá. Ni siquiera había exteriorizado ninguna emoción después de aquello: no había gritado al cielo, no le había preguntado a Dios por qué le pasaban cosas malas a la gente buena. Simplemente… lo asumí, me hice a la idea.

    La gente a mi alrededor probablemente se preguntaba por qué era yo tan pasivo al respecto, quizá temían que estuviese interiorizándolo y que fuese a explotar algún día.

    «Explotar en la forma de aplastamiento de laringe y fractura de nariz.»

    Quizá fue eso. Tal vez había estado acumulando todo eso dentro, quizá la masiva extrañeza del dinero del seguro de vida me había distraído de la aflicción y no la había notado hasta que se liberó y le rompió la nariz al que estaba más cerca.

    «Quizá.»

    Amy llegó a las dos y veinte, más pronto de lo que yo esperaba. Cuando entró por la puerta me sonrió, señaló con el dedo índice hacia la fila del mostrador y se puso la última. Le silbé y señalé al té helado con limón pasión que tenía delante de mí en la mesa. Ella dio una carcajada y se acercó.

    Se sentó frente a mí.—Qué galante, - me dijo.

    —Es lo que tomaste la última vez, es lo que querías, ¿no? - le pregunté.

    —Supongo. También me gusta el latte de gengibre, pero probablemente han dejado de hacerlo ahora que la Navidad es solo un recuerdo.

    —Probablemente, - le dije dando un sorbo a mi latte de gengibre.

    Ella me iba a intentar convencer de que no dejara el instituto.

    «Va a intentar convencerte de que no dejes el instituto. Dile que estás sobrerreaccionando», resonó la voz en mi cabeza.

    —Bueno, - empezó ella. Yo tragué. —Con esta son cuatro cosas ahora.

    Exhalé de alivio y dije, —Sí.

    —Pues el extraño fallecimiento de tu padre, la demente cantidad de dinero, tú luchando con esos tíos como si fueses un samurai y Comstock dejándote salir sin una llamada a tu casa siquiera. Son cuatro.

    Mordió pensativa el extremo de su pajita.

    —He dicho: sí. No: ¿sí?

    —Oh.

    —Sí.

    Pensé durante un minuto en lo que había notado antes de que ella llegara allí, pero me interrumpió, —¿No crees que esto es como... rabia reprimida por lo de tu padre o algo? Me refiero a todas estas cosas extrañas, No son una coincidencia, ¿sabes? Está… pasando algo.

    Alcé la vista hacia ella. —Totalmente, - le dije. —Y en realidad, - continué, —Hay cinco cosas. Desde la pelea me he sentido… diferente.

    —¿Cómo de diferente?

    —No sé, parece que veo las cosas de modo diferente; que pienso diferente. En la oficina del Sr. Comstock, estuve prestando atención a todos los detallitos, haciendo asunciones sobre él y su vida basadas en pequeñas cosas. Como las marcas de las gafas en su nariz y que no ha abierto ninguno de los libros de la estantería. Normalmente ni siquiera sé de qué color son los ojos de la gente aunque los conozca desde hace años. ¿Y ahora me fijo en las marcas de unas gafas? ¿Quién nota esas cosas?

    Amy pensó durante un momento, luego sonrió y se tapó los ojos con la mano derecha.

    —¿De qué color son los míos? - me preguntó.

    Suspiré y dije, —Verdes. Y te has perforado las orejas dos veces pero sólo llevas un par de pendientes, así que los agujeros superiores se te van a cerrar pronto. Tus zapatillas son Vans, grises y azules, con los cordones atados por arriba y las puntas metidas por dentro. Llevas las llaves en el bolsillo exterior izquierdo de la chaqueta y hay dos llaves en el llavero además de la de tu coche y tu casa.

    Ella me miró en silencio, estudiándome.

    —El tipo de mi derecha, dos mesas más allá, - continué, —es fumador y o bien engaña a su esposa o ha perdido un montón de peso hace poco. Tiene unos 38 años, pesa 85 kilos y trabaja en una oficina a dos kilómetros de aquí. La dama detrás de ti está casada o es la madre de una persona que se ha quedado ciega recientemente. Hay nueve personas en este lugar, dos salidas, una con alarma y, a menos que la furgoneta blindada que está entrando en el aparcamiento pare en el negocio de al lado, hay entre tres y cinco mil dólares en la caja fuerte ahora mismo. - me bebí el resto del café.

    —Umm, - empezó Amy, —bueno, sí, hay cinco cosas. - se mordió el labio durante un momento y miró por la habitación. —¿Engaña a su esposa? - me preguntó al final.

    —Sí, o ha perdido peso. En realidad, sí, engaña a su esposa. Su anillo de boda está suelto, se le mueve un poco en la mano. Probablemente se lo quita y se lo pone mucho. También está echándole el ojo a la morena detrás del mostrador y te ha mirado cuando entraste. También podría haber perdido peso antes de ir a que le arreglaran el anillo, pero su traje es a medida y lo tiene desde hace al menos dos años. Engaña a su esposa.

    —Esta conversación me resulta familiar, no sé por qué, - dijo Amy mirándome.

    —Bueno, - le dije —Es casi exacta a una escena de La Identidad Bourne.

    —No la he visto, - me dijo.

    —¿En serio? Es la mejor película del mundo, - le dije tratando de no hiperventilar mi faceta de fan. —Sacan del Mediterráneo a un tío sin memoria y con dos balas en la espalda, más tarde descubre que era un asesino de la CIA pero hizo una chapuza en un trabajo y le dispararon. Antes de que descubra todo eso, se pregunta por qué sabe todos los números de las matrículas de los coches aparcados fuera del restaurante y todo eso. Tú serías Franke Potente.

    —Vale, - me dijo, —¿Es posible que seas un asesino de la CIA y no lo recuerdes?

    —Probablemente no, - le dije.

    —¿Y vas en serio con lo dejar el instituto? - preguntó cambiando de tema.

    —Sí.

    —Pues deberíamos escribir estos misterios y tratar de resolverlos. Quizá consigamos algunas pistas.

    —De acuerdo…

    Así que lo pusimos todo sobre la mesa y empezamos a apuntarlo en servilletas de papel. Había cinco puntos extraños, pero sólo dos de ellos tenían pistas con las que trabajar. El número uno era la muerte de mi padre, cuya conexión sólo podía tener algo que ver con los Marines. El número dos era el dinero, no había nada ahí que seguir. El número tres era la pelea, pero demostrar una pericia física anormal no tenía cabos sueltos que investigar. Lo mismo ocurría con mi súbita capacidad de atención precisa, el cuarto punto de la lista. Lo único con una pista era el número cinco: el inusual comportamiento de Comstock.

    —Hay algo más, - dije.

    —¿Qué? - preguntó Amy.

    —Cuando estuve en la oficina de Comstock adivinando qué marcas de estilográfica usaba, recibió una llamada de alguien. Casi podría jurar que estaban hablando de mí. Fue justo antes de que me dijese que no estaba en problemas, pero casi parecía que no quería hacerlo. Por teléfono dijo: no sé si puedo hacer eso y podría resultar caro.

    —¿Como si alguien le pagase para sacarte del lío?

    —Y estaba sutilmente tratando de pedir más dinero porque se saldría completamente de las normas y podía meterse él mismo en problemas. - le dije haciendo un círculo en la palabra Comstock de la lista de pistas.

    —¿Y quién le pagaría para sacarte de problemas? - preguntó Amy.

    —Mi ángel de la guardia, - dije yo. —Alguien que o bien me quiere de verdad o no quiere llamar mucha atención sobre mí.

    —¿Y cómo averiguamos quién es? - me preguntó.

    Crucé los brazos y pensé durante un minuto. —Extractos bancarios, - le dije, —Tengo que ver su cuenta bancaria.

    —¿Y... cómo vamos a hacer eso? - preguntó Amy, —¿Vas a hackear la base de datos del banco con tus ordenadores mágicos?

    —Creo que te he mentido, - le dije, —Creo que voy a volver al instituto.

Capítulo 8

    

Capítulo 8

    El mayor inconveniente en mi gran plan para dejar de ir al instituto era que mi madre probablemente se daría cuenta de que no estaba yendo al instituto.

    Sin embargo, no fue un problema.

    Cuando llegué a casa, mi madre estaba recorriendo toda la casa, moviendo ropas en cajones y armarios, y abriendo maletas.

    —¿Nos vamos a alguna parte? - le pregunté dejando las llaves de mi coche sobre la mesa de la cocina.

    Ella se detuvo en el sitio, me miró durante un momento y dijo —Me voy yo. He estado hablando con la Tía Cathy por teléfono y no creo que lo esté llevando muy bien con el divorcio y con lo de tu padre. Voy a pasar algunos días fuera con ella hasta que se sienta mejor.

    Cathy es la hermana de mi padre y siempre sospeché que era un poco juerguista. Ella no vino desde Delaware para el funeral de mi padre, su hermano. Dijo que no podría conducir ella sola y nadie podía ir a recogerla.

    Mi madre continuó, —¿Esta eso bien? Me refiero a que si estarás bien tú solo durante un tiempo?

    Debía de haber advertido que yo lo estaba llevando mejor que al principio. Mi padre murió en enero y ahora era marzo. Me pareció bastante tiempo.

    —Estaré bien, - le dije. —No está pasando nada importante. Te marchas esta noche o mañana?

    «Nada importante.»

    Ella se marchó temprano la mañana siguiente, antes de que yo saliera para clase. Antes de irse me dijo que no hiciera ninguna fiesta loca con drogas y demás. Le dije que no sabría cómo organizarla aunque quisiera. Ella se relajó y se fue a dormir.

    Es una sensación maravillosa, dormirse todo el incio de un día de escuela. Faltar a clase es una cosa, hacerse el enfermo es otra, pero no ir a clase en una sensación totalmente diferente.

    Sabía a libertad.

    El tipo de libertad que tendrás que pagar más tarde pero, en ese momento, parece valer la pena.

    Desperté sobre las diez y le envié a Amy un mensaje de texto diciendo que me reuniría con ella en la biblioteca del instituto durante el almuerzo. Pasé el rato sin pensar en mis problemas, andando por la casa, languideciendo por mi inocencia, por los tiempos en que tenía padre y madre y mi mayor preocupación era... vaya, no tenía mayor preocupación.

    Tras un viaje ocioso en coche, por no tener que hacer aritmética mental para calcular cuántas señales de stop tenía que saltarme para no llegar tarde a la primera clase, marché del aparcamiento hacia el interior del instituto y directo a la biblioteca. Ya había perdido tres clases; las campanas de la libertad aún repicaban en mi cabeza. Se acabaron las clases para el almuerzo y los adolescentes pulularon por el edificio lidiando con sus propias frágiles y pequeñas vidas. No presté mucha atención a si alguien me reconocía cuando caminé por la escuela. La biblioteca era grande. No grande como la del Breakfast Club, pero una de las salas más grandes de edificio. El pánico a los tiroteos en las escuelas había cambiado el diseño estándar de las bibliotecas a escala industrial de filas y filas de estanterías a largas hileras defensivas de estantes a la altura de la cintura que bisectaban la habitación en varios águlos. Las mesas estaban desparramadas donde quiera que había espacio, y los bibliotecarios permanecían vigilantes detrás del escritorio delantero para asegurarse de que nadie hablaba demasiado alto, comía algo o disparaba a alguien.

    Amy estaba sentada en una mesa al fondo de la biblioteca, picando patatas de su mochila, desafiando la regla de prohibido comer. Yo acerqué una silla delante de ella.

    —¿Acabas de llegar? - me preguntó con los ojos fijos en una revista.

    —Sí. Alguien me ha quitado mi sitio de aparcamiento. - le dije. No me habría importado comer, pero sus patatas no parecían muy apetecibles. Odio los Fritos.

    —No habías dicho que vendrías al instituto. - ella estaba ahora rotando su atención entre mí, sus Fritos y la «Noticias de la Semana» en su mano.

    —Dije que vendría al instituto, no que asistiría a clase.

    Ella rodó sus ojos al cielo.

    —Bueno, - dijo después de un rato cerrando la revista, —¿Qué plan tienes para fisgar en los extractos bancarios de Comstock? ¿Voy a tener que ponerme un arnés de rapel y un uniforme de Kevlar?

    —Baja la voz, - le dije, —Aún no he pensado en eso. - había estado demasiado distraído con mi ahora completa ausencia de supervisión paterna.

    Ponderaba cómo pretendía conseguir acceso a los datos bancarios de otra persona cuando me vino la idea.

    —¿Cómo es tu voz por teléfono? - le pregunté mientras desentrañaba mentalmente mi plan. —¿Puedes sonar como una adulta?

    —Puedo, - me dijo con la voz un poco mas gruesa y sonando como la mujer más blanca adulta estándar que uno pudiera imaginar.

    Sonreí, le pedí un lápiz y algo para escribir.

    Después del almuerzo empezaba la cuarta hora, que era cuando Amy y yo normalmente teníamos la misma aula de estudio. Una clase que se pasaba sentado en silencio o haciendo tareas para más tarde ese día que no habías terminado la noche anterior.

    Bueno, era la cuarta hora, pero Amy y yo no fuimos a clase.

    Estábamos en las oficinas administrativas, ocultos sospechosamente en una oficinita vacía al fondo del pasillo de la oficina del Sr. Comstock. La oficina vacía era muy escasa, sólo una mesa y un teléfono muy complicado. Las luces estaban apagadas, sólo una pequeña cantidad de luz se filtraba desde el pasillo a través de la ventanilla rectangular en la puerta.

    Terminé de escribir mi plan maestro y le pasé el cuaderno que Amy me había dado. Ella se sentó detrás del escritorio y lo leyó rápidamente.

    —¿Puedes hacerlo? - le pregunté.

    Ella asintió, pero preguntó, —¿Cómo sabes qué banco usa?

    —Tiene una taza de café del Federado de Nueva Inglaterra en su mesa.

    Ella dio una risita nerviosa y negó con la cabeza, cogió el teléfono y marcó el número de teléfono principal del instituto. Cuando empezó a sonar, me entregó el teléfono y dijo, —Deberías preguntar por él.

    Fuera de la habitación podía oir sonar del teléfono en la oficina principal a unos metros de distancia. Cogí el teléfono de la mano de Amy y le pregunté por qué.

    —Pueden notar que llamo dos veces como dos personas diferentes.

    —Ja. Inteligente, - le dije poniendo el auricular en mi oído cuando respondió un oficinista. —¿Puedo hablar con el Sr. Comstock, por favor? - dije tratando de sonar tranquilo.

    —Un momento, - dijo la voz por teléfono.

    Le devolví a Amy el teléfono, —Conectando.

    Amy tomó el teléfono, se lo colocó entre el oído y su hombro y recogió el cuaderno y un boli. —Hola, ¿Sr. Nathan Comstock? - dijo Amy después de un rato con la voz ligeramente modificada que habíamos ensayado. Tachó una línea de la página del cuaderno.—Hola, soy Sarah del departamento de gestión de fraudes del Banco Federado de Nueva Inglaterra. Le llamo hoy porque nuestro ordenador ha detectado una actividad sospechosa en su cuenta.

    Yo tragué con fuerza. Crucé los dedos para que tuviese de verdad una cuenta en ese banco y no fuese un coleccionista de tazas gratuitas. Los ojos de Amy se dispararon de un lado a otro durante un momento antes de que suspirara tranquilamente de alivio y tachase otra línea de la página.

    —Bien, - le dijo al teléfono. —Primero necesitaré verificar su identidad como el titular de la cuenta. ¿Podría darme los cuatro últimos dígitos de su número de la seguridad social? - ella escribió algo y siguió leyendo, —Muchas gracias, Sr. Comstock. Ahora, en relación a la actividad de su cuenta. Estoy viendo dos cargos separados esta mañana en una estación Citgo en Bowling Green con un total de $53.49 y poco después un cargo de $478.88 en una tienda Circuit City en la misma ciudad. ¿Puede verificar si ha autorizado esas compras? - ella sonrió.—¿No lo ha hecho? Bien, señor. Voy a marcar esta cuenta para investigación de fraude. Ahora eliminaremos estos cargos y restauraremos el balance de su cuenta. ¿Está cerca de un ordenador? Bien, ¿puede iniciar sesión en su cuenta ahora mismo y verificar que ya no aparecen esos cargos? - ella me miró y asintió, había funcionado.

    Espié por la ventana durante un minuto.

    —Ajá, - le dijo Amy al teléfono. —Estupendo. Voy a empezar el proceso de solicitud de la investigación para su cuenta, cancelaremos su tarjeta de débito y le enviaremos por correo una nueva, pero si pudiese acceder a su extracto bancario online durante unos minutos para ver si hay otros cargos que no haya autorizado, estaría bien. Si ve cualquier otro cargo no autorizado, puede llamarme directamente al número de teléfono gratuíto del Federado de Nueva Inglaterra y pulsar la extensión 7129. - le leyó el número 800 que yo había conseguido de la guía de teléfonos.

    Amy le recordó que buscase cargos no autorizados en ese momento y colgó. Se reclinó en la silla y suspiró como si acabase de dar a luz.—¡Qué difícil! - dijo ella.

    —Lo hiciste genial, - la animé, —Ahora solo hace falta la otra llamada.

    —¿Y por qué no puedes hacer esta tú? - me preguntó con la mano en el teléfono.

    —Porque parezco un chaval de 17 años. Es mucho más complicado estimar la edad en una voz femenina que masculina, y tienes que ser un padre o una madre para esta.

    Ella suspiró de nuevo, descolgó el teléfono y pulsó Rellamada. Cuando atendió alguien en la oficina, Amy habló con su voz de madre, —Hola buenas, estoy justo en la escuela recogiendo a mi hija para una cita con el médico y delante del aparcamiento, el del personal, ¿no? Sí, mm hmm, bueno cuando pasé con el coche vi a un grupo de jóvenes con jerseys de fútbol que al parecer han vandalizado uno de los coches. Uno de ellos tenía un martillo, creo, y salieron corriendo cuando pasé. Parecía que le estaban haciendo algo a un Sebring gris. Espero que no sea nada... - Amy se apartó el teléfono de la boca. Luego sopló en el micrófono y colgó.

    —Llamadas realizadas, - me dijo con una sonrisa.

    —Vale, - le dije. —Está en marcha. Sólo hay que esperar la llamada y esperar que llegue pronto.

    Ambos nos apretamos contra la puerta. Pasaron algunos segundos y luego, justo al fondo del pasíllo sonó un teléfono. Unos segundos más tarde se abrió la puerta de la oficina de Comstock y él salió corriendo por el pasillo.

    —Asombroso, - le dije.

    —Vigilaré la puerta, - me dijo. —Un golpe significa peligro y dos golpes megapeligro.

    Cruzamos el pasillo. Me colé en la oficna de Comstock y Amy permaneció delante de la puerta, bloqueando la ventana con su cuerpo. Yo pasé detrás del escritorio y mi corazón se hundió cuando vi apagada la pantalla del monitor. Me senté a la mesa y pulsé el botón de energía del monitor. El monitor se encendió y la pantalla negra pronto apareció a pleno color. El Explorador de Internet estaba abierto y me encontré mirando el sitio web del Federador de Nueva Inglaterra. Comstock no había cerrado la sesión.

    —Bingo.

Capítulo 9

    

Capítulo 9

    Nathan Comstock mostraba un balance de cuenta de $8 876 mensuales, $43 605 en ahorros. Eso parecía un poco alto para un administrativo escolar. También era, por lo que había tenido tiempo de comprobar agachado delante de la mesa su oficina, lo que probablemente se podría describir como un caldero burbujeante de quebrantamiento de la ley.

    Lo que yo estaba buscando era su historial bancario completo y, afortunadamente, los sitios web de los bancos modernos facilitaban esto al permitirte descargar tus archivos de historial de transacciones en un software financiero como Quicken.

    Navegué hasta la opción Exportar, seleccioné un tipo de archivo ambiguo que no quedase restringido a una única aplicación financiera y lo descargué en el escritorio.

    «Bueno… ¿ahora qué? Miércoles, probablemente debería haber pensado con antelación estas cosas.»

    Tenía que sacar el archivo de allí sin dejar pruebas. Podía enviarme un e-mail a mí mismo, pero dejaría huellas y no había traído una tarjeta USB ni un CD en blanco. «¿Podía grabar un CD en este PC?»

    Aparté algunos papeles de la torre del ordenador y examiné la tapa de la unidad de CD, entornando los ojos para distinguir las letras pequeñas. DVD, Compact Disc, CD-R/RW.

    —Bingo, - dije de nuevo a mí mismo, notando que tenía que dejar de decir bingo.

    Tras un rápido registro encontré un CD en blanco en un cajón de la mesa y lo introduje en la unidad CD. Empecé a quemar el archivo en el disco. Pareció tardar una maldita eternidad. Me mordí los nudillos mientras observaba la barra de progreso arrastrastarse por la pantalla. Amy aún estaba fuera en la puerta, bloqueando la ventana. Veía su espalda oscilando ligeramente, probablemente más nerviosa que yo al estar en la línea del frente.

    Mientras esperaba, ordené los objetos de la mesa que había movido. Estaba limpiando el teclado con la manga de la camisa cuando oí un ligero toque en la puerta. Dejé de moverme totalmente durante un momento y luego avancé lentamente hacia la puerta. Una señora estaba hablando con Amy. No podía entender su voz.

    Oí a Amy decir, —... suponía que tenía que hablar con él sobre... - algo, su espalda aún tapaba la ventanilla, empezó a llamar a la puerta furiosamente con un nudillo. Esta señora debía de querer entrar.

    No había sitio donde ir.

    La ventana que daba afuera no se abría y no había armarios donde ocultarse. Mi corazón empezó a correr mientras yo miraba deprisa por la oficina. Oí moverse el pomo de la puerta, de modo que lo único que pude hacer fue apagar el monitor del ordenador y correr hacia la otra punta de la habitación para pegarme contra la parte de la pared que quedaría oculta al abrirse la puerta. La puerta se abrió rápidamente, pillándome desprevenido y atrapándome en la pared. Agarré el pomo de la puerta de mi lado y mantuve la puerta abierta. Si se cerraba quedaría expuesto de pie contra la pared de la oficina de mi director sin ninguna buena razón.

    Oí ruido de papeles en la mesa. Espié por la ventanita de la puerta y vi a una auxiliar de oficina inclinada sobre la mesa del Sr. Comstock, levantando documentos y carpetas como si buscase algo.

    Me agaché para apartarme de la ventana y noté que a mi derecha, a través del hueco entre el la puerta y la jamba, podía ver el pasillo. Amy estaba de pie con aspecto de estar igual de confundida como nerviosa. La saludé con mi mano libre, tanto como pude para llamar su atención. Sus ojos se movieron por la zona hasta que por fin encontró los míos. Sus cejas se dispararon hacia arriba y se tapó la boca rápidamente para enmascarar un grito ahogado.

    Me esforcé por vocalizar "mantén la puerta abierta", pero ella no podía entenderlo. Me acerqué más a la jamba y le indiqué que se acercara. Atravesó los pocos metros que nos separaban y le susuré, —Mantén la puerta abierta.

    El entendimiento fluyó por su cara, avanzó al interior, se inclinó en la oficina y extendió un brazo para sujetar la puerta. Liberé lentamente el pomo y sentí que Amy se ocupaba del peso de la puerta.

    Tras unos momentos, Amy dijo en voz alta, —¿Hay algo en lo que pueda ayudar? - su voz perdió fuerza al final de la frase como si pareciese haber notado que acababa de cometer un error, si se apartaba de la puerta y esta seguía abierta, podría parecer sospechoso.

    —No, gracias - dijo la mujer, —sólo estoy buscando la cartera del Sr. Comstock. Necesita su DNI para el informe de la policía.

    Sonreí detrás de la puerta, pero sabía que Amy no estaría riendo.

    Su voz tembló ligeramente cuando preguntó —¿Ha pasado algo?

    Cesó el ruido de papeles durante un momento. —Oh, nada serio. Unos vándalos con su coche. ¡Ah , aquí está!

    Unos segundos más tarde, salió de la habitación y la puerta se cerró. Me descomprimí de la pared y por fin empecé a respirar regularmente. Justo entonces, los altavoces del ordenador emitieron una tonadilla y se eyectó la bandeja de CD. Cogí el disco, dejé el ordenador como estaba cuando lo encontré, me escabullí por la puerta y seguí a Amy que estaba andando tan disimuladamente como era posible hacia fuera del conjunto de oficinas.

    Regresamos a los semiseguros pasillos del interior del instituto. Yo estaba a punto de reir cuando Amy giró sobre sus talones y me dio una palmada en el hombro con la mano abierta.

    —Au, - dije a pesar de la falta general de dolor.

    —¿Qué demonios ha sido eso? - gruñó en voz baja. —Pensé que iba a entrar y pillarte con las manos en el tarro de las galletas.

    Me froté el hombro, como parecía demandar la sociedad y dije, —Eso no fue culpa mía. Aunque tú lo hiciste genial. En eso y con el teléfono. Fue realmente genial.

    Ella se quedó allí un momento, parecía malhumorada. —Creí que la llamada sobre el coche solo era una distracción, - dijo Amy.

    Sonreí de nuevo, —Fue una distracción. Pero si resultaba ser una llamada falsa, podría ser sospechoso que viniera justo momentos después de una llamada señuelo para entrar en su cuenta bancaria.

    Amy suspiró y empezó a andar de nuevo. —¿Y cómo sabías lo del coche? - me preguntó.

    —¿Que estaba destrozado? Me resultó bastante claro después de que le lanzara un martillo al parabrisas trasero de camino a la biblioteca.

    De vuelta a la biblioteca donde a ninguno de los bibliotecarios parecía importarle que no estuviésemos en clase mientras no comiésemos ni disparásemos a nadie, nos encaminamos al laboratorio de informática y nos sentamos a uno de los ordenadores encendidos lo bastante lejos de la puerta para que la pantalla no quedase expuesta a los viandantes.

    Inicié sesión con una cuenta de invitado e inserté el disco que había grabado notando que el CD estaba lleno de mis huellas. Navegué hasta el archivo de historial de extractos bancarios. El archivo se abrió en Excel, y describía todas las transacciones de la cuenta desde la actualidad hasta dos años en el pasado. Tras alguna inspección, localicé los ingresos de su nómina de la escuela. Estaban claramente etiquetados como ingresos de la Escuela del Distrito de Fredericksburg y eran consistentemente depósitos de $2 200 cada dos semanas.

    —Casi $53 000 al año,— dijo Amy, eso es… no sé. Eso es más de lo que cobra un profesor.

    —Sí, pero no es raro para un director, creo. Tiene casi esa cantidad en la cuenta ahora. Entre los $8 876 de nómina y los $43 605 en ahorros, eso es casi exactamente el salario de un año. Eso es mucho para tener disponible y no en una cuenta de jubilación o algo.

    Seguí examinando las transacciones, ordenándolas por cantidades de ingreso.

    —Uau, - dije.

    —¿Qué? - dijo Amy inclinándose para mirar la pantalla de cerca.

    —Mira esto. Además de los depósitos directos de la escuela, hay otros tres ingresos directos todos los meses. Cada mes hay cantidades diferentes, pero mira, si las sumas…

    Seleccioné los tres ingresos de aquel mes ($1 301, $2 134, y $2 565), y los sumé (con una fórmula suma() de Excel). Eran $6 000 exactamente. Hice lo mismo con los tres ingresos de los meses previos, todas las cantidades eran diferentes pero sumaban $6 000.

    —¿Está cobrando un extra de… $72 000 al año además de su salario de la escuela? - preguntó Amy.

    —Eso es lo que parece. Estos ingresos se remontan hasta donde llega el historial de la transacción. - le dije.

    —¿Dice de dónde vienen los depósitos?

    —No. Eso es lo extraño. Los ingresos directos tienen que estar en la lista del banco que emite el titular de la cuenta por ley. Todos tienen un número de cuenta. Los únicos que podrían emitir depositos sin datos es…

    Me paré cuando noté lo que estaba a punto de decir. El peso de la revelación rebotó por mi mente y me dejó boquiabierto.

    Amy dijo, —¿Quién, Chris?

    Cerré la boca y me mordí el labio. Por fin, rindiéndome a la conclusión sin más alternativas, lo dije.

    —El gobierno.

Capítulo 10

    

Capítulo 10

    Me apoyaba en una vitrina de cristal, el borde se me clavaba en el estómago. Amy estaba a mi lado observando expectante sobre mi hombro. Había un vendedor detrás del mostrador, cada mano se suspendía unos centímetros encima de las opciones sobre las que se posaban mis dos ojos.

    Me gustó la plateada. Amy le había echado el ojo desde el inicio. Era de plata y grafito con líneas claras. La luz la impactaba hermosamente. Había otra de oro en la vitrina, bonita de veras, pero era muy, muy cursi.

    Me rasqué la barbilla. Las dos eran muy caras. Cambié el peso de pie y suspiré, luego señalé a la derecha. La de plata y grafito.

    —Esta, - le dije al tendero, —la H&K. Probaré esta.

    —Muy bien, claro, - dijo el hombre. —¿Cuántas cajas de munición quieres?

    El tiro al blanco había sido idea de Amy. Después de investigar en el instituto el día anterior, nos apeteció a ambos pasar algún tiempo lejos de las teorías de la conspiración.

    Yo sugerí películas, ella sugirió pistolas.

    Se había conectado a Interner y había encontrado una tienda de armas con un tiro al blanco en Lorton que alquilaba sus armas para practicar. Fuimos con mi Honda Civic blanco del ‘99. Tardamos unos 50 minutos por la Interestatal 95, que nos llevó atravesando Quantico. Desde la autopisra se podía ver el denso bosque de la base del Cuerpo de Marines a cada lado de la carretera, pero era un poco espeluznante. En alguna parte detrás de aquellos árboles había una universidad con un laboratorio en el que trabajó mi padre durante 25 años, y yo nunca había estado allí.

    Seguí conduciendo, pero sabía que en alguna parte más allá del bosque y ladrillo, probablemente, había respuestas a preguntas en las que no había pensado todavía.

    Cuando llegamos a Lorton paramos en un cajero del banco donde había metido la mayoría de mi dinero y saqué algunos cientos de dólares. Pedí billetes de cien dólares para que cuando el hombre de la tienda de armas nos dijera que teníamos que tener 18 años para usar el tiro al blanco, yo pudiera levantar algunos billetes de cien y decir, —¿Incluso si pago con billetes de veinte?

    Aquello funcionó bastante bien y ahora tenía que elegir un arma sin saber nada de ellas. Amy escogió la suya sin dudar. Me había dicho que su padre había estado de joven en el Cuerpo y que tenía una Beretta 92 que le dejaba disparar a Amy algunas veces, así que ella era la experta de los dos. Yo escogí la que molaba más, que al parecer era una Heckler & Koch USP con un cerrojo de plata.

    —Es un arma de preferencia, - dijo el tipo, —Las fabrican especialmente para las Fuerzas Especiales de los EEUU.

    —Guay, - dije sintiéndome un poco bobo.

    Amy quería que nosotros fuésemos, o que fuese yo específicamenre, a disparar porque pensó que, ya que podía combatir inusualmente bien, quizá también fuese capaz de disparar inusualmente bien. Salvo entrando en peleas al azar, no había un modo fácil de probar mis pericias en combate de nuevo, pero probar mis pericias con armas sólo estaba a un alquiler de distancia.

    Cogí el arma, una caja de munición calibre .45 y entré paseando al tiro al blanco con enormes auriculares en la cabeza. Amy me siguió con dos láminas de papel impresas con siluetas negras en un lado. La zona de tiro interior estaba vacía. Tenía unos 15 puestos de tiro, todos en fila. Dejé el arma en la repisa dentro de uno de los puestos de tiro y Amy se preparó en el de al lado. Descubrí cómo sujetar la lámina del blanco en las pinzas de metal y la envié hacia atrás algunos metros usando una escandalosa polea electrónica.

    Amy deslizó en silencio las balas dentro del cargador de su arma y yo intenté emularla como si supiera lo que estaba haciendo. Después de ocho balas, la resistencia del muelle hacía casi imposible deslizar más balas dentro del cargador; imaginé que debían de usar máquinas para cargarlos del todo, o quizá solo era que me temblaban las manos. Sujetaba pequeños explosivos en la mano, el plomo y acero envolvían pólvora combustible. Los cascos auriculares me devolvían los rápidos latidos del corazón en los oídos.

    Me cansé de cargar balas y metí el cargador medio lleno en el arma hasta oír un satisfactorio clic. Amy me observaba con una media sonrisa en su cara. Dejé el arma en la repisa e hice un gesto a Amy para que disparase primero.

    Ella no me entendió, se apartó el casco de un oído y dijo un —¿Qué? - que apenas llegó a través de mi propia protección auditiva. Me aparté un casco y dije, —Dispara tú primero.

    Esperé que no se me notara el nerviosismo

    Ella sonrió y dio un paso atrás en su puesto. Yo tuve que salir del mío para ver lo que estaba haciendo. Ella echó hacia atrás el cerrojo de su arma, mantuvo derecha el arma hacia adelante con ambas manos, aguantó la respiración y apretó el gatillo.

    Un sonoro bang llenó la sala de hormigón y una bala de plomo perforó el papel colgado a unos seis metros de distancia. Míster Silueta Negra tenía un reciente agujero en su hombro.

    Parecía bastante sencillo.

    Volví a mi cabina de tiro y cogí el arma. La sentí pesada ahora, el frío metal succionaba el calor de mi mano. Estaba sujetando un arma letal. Podía matar a alguien.

    Es una sensación horripilante.

    Sostuve el arma como los había hecho Amy, eché hacia atrás el cerrojo como ella y apreté el gatillo como Amy.

    Nada.

    «Estúpido seguro.»

    Moví la palanca en el lateral del arma desde una blanca S a una roja F y me preparé de nuevo. Aguanté la respiración, apunté en medio de la silueta sin rostro y apreté el gatillo.

    La pistola reculó sonoramente en mi mano y cuando se retiró el cerrojo saltó un casquillo vacío, giró en el aire, rebotó en la pared derecha del puesto y me dio en la mejilla.

    Estaba caliente como si hubiese formado parte de una explosión controlada de magnesio y azufre. Chillé y me froté la mejilla. Nadie parecía hablar de los casquillos voladores ni mostrarlos en las películas. Esos bastardos tenían vida propia.

    A través de los cascos pude oir a Amy dar una carcajada. Me giré y la vi detrás de mí tapándose la boca y riendo, pero no me estaba mirando a mí. Seguí su línea visual hacia mi diana de papel. Colgaba felizmente de las pinzas con salud perfecta. Ni siquiera le había dado al papel.

    —¿Cómo es posible? - chillé quitándome los protectores del oído. —¿Cómo he fallado eso? ¿Cómo puede ser tan complicado? Apuntas y disparas.

    Amy se encogió de hombros, aún riendo. Volvió a su puesto y empezó a soltar más balas en su blanco. Yo gruñí, cogí el arma y disparé cinco balas más. Algunas dieron en el papel. Una dio en el blanco, en realidad… en el brazo.

    Aquello era sorprendente, parecía que si apuntabas a algo y disparabas, deberías dar donde apuntabas. No debería haber más ciencia que esa.

    Vale, la superpuntería de espía no sería tan simple, pero la bala debería ir hacia la zona general señalada.

    Terminé mis balas y saqué el cargador. Vacié otro cargador lleno de balas y otro más. Mi caja de munición estaba a medias. Dejé el arma y di unos pasos atrás. Amy estaba disparando sin fallar, al parecer.

    —Supongo que eso responde a tu pregunta, - le dije una vez que ella paró y se quitó los cascos. —No soy Jason Bourne.

    —Ya, no tienes sus hombros, - me dijo.

    Señalé a mi deprimente blanco, —Ni su entrenamiento en armas.

    —Bueno, - me dijo pensativa, —Cuando te metiste en esa pelea, ¿estabas pensando en lo que estabas haciendo o sólo lo hacías? - aún estaba sujetando el arma a su lado, apuntando hacia abajo.

    —No pensé en ello, estaba demasiado asustado porque el tipo estaba a punto de aplastarme la cara. Fue un instinto, quizá al ver un puñado de películas de acción he enterrado todas esas escenas de pelea en mi subconsciente.

    —Has visto bastante películas de armas también, - se quedó pensando durante un segundo. —Pues no pienses en disparar, coge el arma y dispara. No pienses en tus brazos ni en tu puntería. Cierra los ojos, respira hondo, ábrelos y dispara.

    Volví a mi puesto de tiro y me puse los cascos. Metí un cargador lleno en el arma y la dejé sobre la repisa frente a mí.

    «Vaya pérdida de tiempo.»

    Levanté la vista hacia el blanco. La silueta inanimada de un hombre se reía de mí.

    «No pienses, dispara. »

    Eso es lo que les decían a los soldados en la Segunda Guerra Mundial para que no tuvieran que considerar el hecho de que estaban matando seres humanos.

    «Simplemente dispara. Dispara la maldita arma.»

    Cerré los ojos y respiré profundamemte como había sugerido Amy. Con los ojos aún cerrados, respiré más veces y visualicé el objetivo delante de mí.

    Imaginé que era un chico mejicano a punto de darme un puñetazo... no, a punto de dispararme. Me había seguido y había sacado un arma, iba a dispararme en la cara. Iba a dispararme a mí y, luego, a Amy... del mismo modo que había disparado a mi padre. Podía ver su estúpida sonrisilla y su estúpido seudobigotillo tan popular entre la gente en mitad de la pubertad. Había disparado a mi padre. Había matado a mi padre y ahora iba a matarme.

    Abrí los ojos, cogí el arma, y solté el aire lentamente. Descargué tres tiros en rápida sucesión. Tres casquillos cayeron graciosamente al suelo y danzaron a mis pies. Dejé el arma, sentí mi brazo pulsando. Alcé la vista hacia mi blanco por fin y allí estaban: tres agujeros en línea recta, desde el corazón hasta la base de la garganta, todos igualmente espaciados.

    El tipo ya no parecía tan feliz.

    Me giré hacia Amy que estaba mirando con la boca abierta hacia el blanco.

    Me quité los cascos, —¿Puedes traerme algo más de munición?

Capítulo 11

    

Capítulo 11

    Cuando intentaba disparar como una persona normal, no podía acertar más de dos tiros antes de que el retroceso lanzara mi puntería fuera del blanco. Pero cuando desconecté el cerebro, dejé de pensar sobre los movimientos musculares y disparé por instinto (como cuando me ataba los zapatos o lanzaba un Frisbee sin pensar sobre los movimientos del brazo y la mano), conseguí tres disparos en una línea recta.

    Maté al tipo de la silueta al menos cien veces.

    Después de dos horas, Amy ya había disparado bastante y, por la propiedad transitiva chico-chica, yo también.

    Volvimos a la tienda y devolvimos los protectores de los ojos y los oídos. También dejamos las dos armas de mano vacíias sobre el mostrador.

    —¿Qué tal ha ido? - me preguntó el tipo.

    Era un tipo corpulento, tenía una gran barriga exprimida entre las dos cintas de unos tirantes.

    —Ha ido… como siempre, - le dije cuando recordé que le había dicho antes que solía ir a practicar a todas horas.

    Conserva bien las mentiras.

    —No, me refiero a la USP. Es un disparo limpio, ¿verdad? - su acento era un poco denso, no sonaba de Virginia. De Georgia, diría yo. El estado, no el país.

    —Oh, - le dije. —Sí, iba directo al blanco.

    Amy sonrió y pasó a mi lado para mirar las navajas. Había otro cliente, un tipo en un abrigo de caza naranja que también miraba las navajas, entre ruidosas aspiraciones con la pajita de su taza de un Taco Bell. El dueño de la tienda limpió mi arma con un trapo, engrasó el deslizador y limpió el cañón con un pincel largo, luego fijó un seguro de metal para el gatillo y colocó el arma de nuevo en la vitrina de cristal detrás de una etiqueta que rezaba: USADA H&K USP .45 $580

    —¿Es tan barata? - le pregunté al tipo.

    —Demonios, sí, - me dijo con un bufido, —Las nuevas llegan a uno de los grandes.

    Examiné las pistolas sin usar para comprobrarlo. —¿Por qué son tan baratas las usadas? - le pregunté, —¿Se desgastan?

    —Nah, - dijo el tipo con una movimiento de su mano, —La gente piensa que tienen que comprar la nueva para que esté pristina o lo que sea. Aunque es una tontería. Es como comprar un coche. Lo compras nuevo solo para poder decir que no lo ha conducido nadie antes. Un coche usado puede que esté un poco mellado, pero igual de bueno. Un arma nueva no dispara tan bien como podría, no ha sido engrasada y el cañón no se ha asentado por el calor todavía.

    —¿Asentado? - le dije mirando a la USP usada que había probado.

    Quería esa pistola.

    —Sí, asentado. El calor del disparo modela un poco el metal,, una arma nueva se fabrica con la intención de tener que hacer eso. Es como hacer una camisa de algodón demasiado grande porque se sabe que encoge en la colada.

    —Entonces no hay problema en comprar un una arma usada. - dije.

    Amy aún estaba mirando los cuchillos. El tipo de ka taza de Taco Bell me estaba examinando a mí ahora.

    —Mientras el arma haya tenido mantenimiento y no haya defectos. Y, créeme, mantengo estas armas como si fueran bebés. Te lo aseguro, las engraso y las limpio. Igual que a un bebé.

    —Bueno…— empecé yo tratando de hacerle volverle al tipo amable al que había convencido de alquilarme una pistola sin tener la edad. ¿Puedo comprar esta?

    Él frunció él ceño. —¿Has conseguido tener dieciocho en las dos últimas horas?

    Yo también fruncí el ceño, —¿Incluso si pago con muchos billetes de veinte?

    Él se rió, —Me encantaría, chico, pero es imposible. El límite de edad para el uso del tiro al blanco es norma de la tienda, pero el límite de edad para la compra es norma de ley. Por muy laxas que sean las leyes de armas aquí en Virginia, podría perder mi licencia de venta o ir a prisión. No va a ocurrir. Es una lástima, porque tengo un montón de acesorios para esta pistola a la venta esta semana. Y odio perder una venta.

    Yo no estaba seguro de la edad de Amy; quizá ya tuviese dieciocho y podía darle el dinero para comprarla. Le pedí que se acercara y le pregunté si tenía dieciocho.

    —No… - empezó ella.

    —¿Aún tienes diecisiete? Maldición. - era una pistola realmente bonita.

    —En realidad, no. Aún tengo dieciséis, - dijo ella un poco avergonzada.

    —¿Dieciséis? - dije un poco alto, luego bajé la voz. —¿Cómo es que estás en mi clase, entonces?

    Amy suspiró. —Mi cumpleaños es el día antes del intervalo escolar y cuando cambié de distrito en séptimo curso ya había hecho un montón de clases de séptimo, así que me pusieron en octavo.

    «Ja.»

    El dueño de la tienda pareció un poco molesto ahora. Le miré, me encogí de hombros y me encaminé hacia la puerta con mi lámina de blanco enrollada.

    —Podemos llevarnos esto, ¿no? - le pregunté mientras salía por la puerta.

    —Sin importar la edad que tengáis,- me dijo con una sonrisita.

    En el aparcamiento caminamos hacia mi coche cuando oía alguien llamarme a mi espalda, —Hey, chaval. - era el tipo con la chaqueta de caza naranja.

    Había remplazado su taza de Taco Bell por un cigarrillo encendido.

    Amy y yo nos paramos y, sin pensar, moví mi brazo alrededor de su cintura y me desplacé a su alrededor para que quedara detrás de mí.

    —¿Qué? - le dije.

    —¿Quieres comprar una H&K usada? - me dijo, luego señaló con la cabeza al maletero de su furgoneta.

    Le entregué a Amy mis llaves y nuestras hojas de tiro enrolladas para que las pusiera en el coche. Ella me miró con ojos de preocupación durante un momente, luego cogió los objetos de mis manos y retrocedió hacia mi coche.

    Yo crucé el aparcamiento hacia el tipo de la chaqueta naranja y cuando estuve lo bastante cerca le dije, —Síi, ¿por qué? ¿Vendes una?

    Él sonrió, —Pues resulta que sí. Tengo una USP de unos dos años que iba intentar vender aquí, pero me ha dicho que ya tenía una y que no pensaría que se fuera a vender. Estaba esperando que se la compraras ahí dentro, para poder venderle la mía, pero si quieres tanto una, podrías comprarme la mía.

    Abrió la puerta del conductor de su camioneta y sacó un maletín de metal bajo el asiento. Lo abrió con una llave en su llavero. Dentro había una caja de reventa con una USP toda negra impresa en la tapa.

    —¿Es negra? - le pregunté, trantando de mantener una postura adecuada para salir corriendo o darle una patada en los gizmos si intentaba algo raro.

    Asintió y dio una calada al cigarrillo, luego dijo, —Solo la he usado para práctica de tiro al blanco. Limpiada y engrasada regularmente. Aún es una buena pistola. Ya no la uso mucho porque me gustan las SIG y quería cambiarla por una P226. - la sacó de la caja llena de molde de espuma y me la entregó descargada.

    La examiné. Era tan deslizante como la que había usado. La mira estaban en buen estado y no había suciedad bajo el cerrojo. Dejé salir el cargador y apreté el gatillo, que hizo un clic normal. El número de serie no estaba borrado.

    —¿No habrá sido usada en ningún atraco a un banco? - le pregunté.

    Él rió, —Nop. Te lo aseguro, Soy un hombre de SIG. - sentí lo mismo que con el arma de la que me había enamorado, sólo le faltaba el deslizador plateado que le daba ese toque de Hollywood.

    —¿Cuánto? - le pregunté pensando en cuánto dinero había en mi billetera.

    —¿Cuánto valía la del interior? - me preguntó mirando hacia la puerta de la tienda.

    —Cuatro ochenta, - mentí.

    —¿Qué tal cuatro cincuenta? Él sólo iba a dar me $400 de todos modos.

    —¿Necesito un registro o un permiso o algo? - le pregunté dudando.

    —No, hombre. Esto es Virginia. No hace falta permiso de porte, ni licencia de posesión ni la factura de compra. Sólo necesitas un permiso de armas ocultas si vas a caminar por ahí con ella metida en los pantalones o algo así.

    «Qué maravilla de estado.»

    Le pagué, llevé el arma a mi coche y esquivé todas las preguntas de Amy. Cuando la se marchó la camioneta, entré de nuevo en la tienda de armas. La puerta tintineó detrás de mí cuando se cerró. El dueño detrás del mostrador pareció molesto de verme de nuevo.

    —¿Dijiste que tenías accesorios para la USP en venta? ¿Qué tal si compro algo mientras aún están a la venta? Así cuando tenga 18 el mes próximo ya estaré preparado.

    Diez minutos más tarde volví caminando al coche con una bolsa de plástico llena. Cinco cajas de munición de baja velocidad calibre .45, tres cargadores extra, un kit de limpieza y el cuhillo de hoja de doce centímetros con el mango de grafito que Amy había estado mirando.

Capítulo 12

    

Capítulo 12

    Tratando de ignorar el hecho de que había ahora una (bueno, dos) armas letales en el asiento trasero de mi coche, paramos en un Wendy en Lorton en la autovía para poder comer algo, ya que eran sobre las 6 PM y no habíamos comido desde el desayuno.

    Pedí un sandwich de pollo picante con patatas y Dr. Pepper. Amy pidió una hamburguesa doble con queso con una ensalada y leche.

    —¿Leche? ¿Tienes dieciséis o seis? - le dije cuando había pedido.

    —¿Qué tiene de malo la leche? Es buena para el cuerpo. - yo luché con todo mi instinto para no hacer un chiste fácil al respecto.—Además, - continuó ella, —ahora las ponen en esas botellas tan chulas y las sirven en todos los lugares de comida rápida, así que, con suerte, habrá menos niños obesos corriendo por ahí en el futuro.

    —No creo que sea muy difícil hacer que los chicos dejen de correr por ahí, - le dije cuando nos sirvieron las bandejas.

    Nos sentamos a una mesa y desenvolvimos nuestros sandwiches como si fuesen regalos de Navidad. Amy preguntó si le había contado todo a mi madre. Le dije que aún no. No porque no estuviese seguro de que ella era Uno de Ellos, sino porque no estaba seguro de que no estuviese exagerando sobre todo ello. Sentía que había demasiada atención puesta en mí cuando Amy estaba conmigo, así que le pregunté si ella le había contado a sus padres dónde había ido hoy.

    —¿Si le dije a mi papá que iba a una hora de distancia para disparar armas con un chico? No, gracias. - pinchó una rebanada de tomate de su ensalada con el tenedor.

    «Con un chico.»

    ¿Era un chiste sobre lo que podría parecer o lo que realmente era? No sabía nada de ninguna de ambas cosas.

    «Jesús, tiene dieciséis.»

    No sabía por qué eso me parecía tan joven, yo sólo tenía diecisiete. Quizá ella tendría diecisiete pronto, porque si no, yo iba ser dos años mayor que ella dentro de un mes. Podía preguntarle cuándo era su cumpleaños, pero no quería seguir sacando ese tema. Me di cuenta justo entonces de que yo no había dicho nada en bastante tiempo, así que aparté los ojos de la ensalada de Amy y le pregunté.

    —¿Y qué le contaste?

    —Que me iba al centro comercial con unas amigas. No le gusta tratar con cosas de chicas, así que no me sigue la pista lo bastante bien para saber que no tengo amigas, - me dijo.

    Su pelo no dejaba de salirse de detrás de la oreja y le caía frente a la cara. Las mechas de su pelo se habían descolorido mayormente y las que quedaban casi habían desaparecido del todo. Advertí que no estaba llevando la muñequera de Soy Una Punk que solía ponerse y su camisa no mostraba grupos de música o irónicos mensajes de 1980. Tampoco usaba ya lápiz bajo los ojos, eso hacía su cara parecer más inocente, más joven.

    —¿Y qué hay de tu madre? - le pregunté.

    Nunca la había oído decir nada sobre su madre en las pocas veces que la conversación no había tratado sobre mí.

    Amy se mordió el labio inferior durante un momento antes de decir, —Mi mamá nos dejó hace seis años.

    —Oh, - dije. —Lo siento.

    Ella negó con la cabeza. —No, no pasa nada. Tuvo una crisis o algo, dijo que ya no podía vivir con mi papá y al principio decía que ni siquiera podía verme. Se mudó, no pasaron por el proceso de divorcio. Después de unos meses empezó a hablar conmigo otra vez, me llama de vez en cuando. Aún es un poco distante, pero no sé. Mi papá también ha cambiado desde entonces. Dejó los Marines y empezó en la construcción. A veces pienso que hizo algo que la aterrorizó, pero él nunca habla de eso.

    —Uau. - no sabía qué otra cosa decir.

    Su cara se ruborizó durante un momento. —Ya, - me dijo.

    —¿Tienes parientes? - le pregunté.

    —Nop, sólo el Síndrome de Hija Única, igual que tú.

    «Igual que yo.»

    —Pero de todos modos, - continuó Amy, —como él se mantene a distancia, tengo mucha libertad. Si quisiera podría hacer todo tipo de locuras.

    —Como conducir una hora para ir a disparar armas con un chico, - le dije.

    Ambos nos reimos, me alegró poder aligerar un poco la conversación. Amy extendió una servilleta delante de ella.

    —No tengo un boli, - me dijo, —pero con esto hacen, ¿cuánto... seis?

    —¿Qué? ¿El tiro al blanco?

    —Sí, el tiro. No soy una experta en el asunto, pero no deberías ser capaz de disparar así.

    Y la conversación volvió hacia mí.

    —Podría estar relacionado con lo de la pelea. Quizá hay algo diferente en la parte de mi cerebro donde memorizo todas las cosas que veo en las películas, escenas de lucha y tiroteos, y todo eso se cuece ahí, bajo superficie, esperando a ser invocado.

    Amy robó una de mis patatas. Me quedé pensando durante un segundo y dije, —Quizá soy algún chico raro de esos que lo recuerdan todo y el FBI o la NSA pagan al Sr. Comstock para mantener un ojo sobre mí y evitar que se sepa hasta que puedan averiguar cómo usarme.

    Amy frunció el ceño, —¿Y tu papá se estaba acercando a la verdad y por eso lo mataron?

    Me encogí de hombros. —Quizá solo se murió. La gente muere. Quizá todo esto solo sea un loco modo de distraer la mente de que mi padre ha muerto.

    Amy pareció decepcionada, —Te pregunté eso antes, en el Starbucks, y dijiste que pensabas que esto era real.

    —Quizá quería que fuese real, quizá quería seguir pensando en la realidad de la situación y mantener mi cerebro en la tierra de los cuentos de hadas. Quizá quería que siguieras hablando conmigo.

    «Esta conversación es definitivamente demasiado profunda para tenerla en un Wendy.»

    —¿Piensas que hablaba contigo porque creo que eres un ninja o Jason Bourne o lo que sea en cada momento dado? - preguntó Amy defensivamente. yo no dije nada. —Hablo contigo, - continuó, —porque esto es interesante y tú eres interesante. Y porque me respondes y no piensas solo que quiero pedirte los apuntes de química.

    —Tú no estudias química.

    —Ya sabes a lo que me refiero.

    —No te has bebido la leche.

    —¿Ahora estás enfadado conmigo?

    Apoyé la espalda en el respaldo de la silla y eché hacia atrás la cabeza.

    No sabía con quién estaba enfadado.

    —No. Solo estoy preocupado. Es que creo que todo este asunto es real. Si está pasando algo importante... del gobierno… y ahora está relacionado conmigo y con armas… - me detuve.

    —¿Qué? - preguntó Amy.

    —…pues que sólo puede ir a peor.

    Amy subió el codo a la mesa y apoyó la barbilla en su mano. —Deberías tocar la mesa, tocar madera, - me dijo.

    —Deberías beberte la leche, - respondí.

    —Lo digo en serio.

    —La mesa es de formica.

    —¿Eso no es madera?

    —Casi seguro que no.

    —Deberías buscar algo de madera.

    Me levanté, habíamos terminado de comer los dos. —Vamos, - le dije, —puedes llevarte la leche para el camino.

    Era oscuro ahora. Salí del aparcamiento y vi el letrero de la rampa de entrada a la autopista cuando una luz brillante llenó mi visión. Levanté la vista hacia el espejo retrovisor. El coche detrás de mí me estaba destellando sus luces largas.

    —¿Qué es esto? - me dije a mí mismo inclinando el espejo para apartar la luz de mis ojos.

    Se encendieron más luces (estas eran rojas y azules y estaban girando). El coche detrás de mí era un poli que intentaba pararme.

    Maldije y traté de parar pero la carretera por la que íbamos no tenía arcén y no quería parar en medio del carril, así que le hice una señal con las luces de freno y seguí despacio hasta llegar a una carretera donde pudiese girar.

    Fue en una carretera residencial con casas a ambos lados hasta donde alcanzaban los faros. Paré en la primera entrada a una casa y el coche de policía paró en la carretera detrás de mi coche.

    —¿Ibas muy rápido? - preguntó Amy.

    —No, no sé por qué raz... - estaba buscando los papeles del coche cuando recordé de pronto el arma en el asiento trasero y el centenar de balas. Y el cuchillo.

    Solo me faltaba haber parado a comprar algo de crack y meter un fardo en el maletero con el cadáver de una prostituta.

    «Debería haber tocado madera.»

Capítulo 13

    

Capítulo 13

    Tuve una clase de psicología en mi tercer año en el Instituto Este de Fredericksburg que me encantaba.

    ¿A quién le importan las tareas de álgebra cuando tienes que hacer un trabajo sobre desviaciones sexuales para el lunes?

    El capítulo sobre psicología criminal también era interesante y fue justo en la época en que el Francotirador de Beltway estaba disparando gente en la ciudad y alrededores. Así que pasábamos mucho tiempo revisando en detalle facultades falsas y todo eso. Pero mis favoritos eran los trastornos mentales (y el primero de todos era el Trastorno Disociativo de Identidad). La gente lo llamaba normalmente Personalidad Múltiple. Es fascinante en realidad.

    Vale, se usa como recurso barato en mucha ficción mala hasta el punto en que la mayoría de la gente empieza a preguntarse si existe realmente (como la amnesia), pero su mecánica es categóricamente admirable. En algunos casos, cuando el cuerpo de una persona experimenta algún trauma severo, su mente decide eventualmente que ya no va a tramitarlo, de modo que se retrae a los más oscuros rincones del cerebro y se inventa, hasta cierto punto, una personalidad nueva o un personaje que toma su propio lugar para lidiar con el trauma. Esto normalmente surge en casos de trauma repetido, como que te violen constantemente o abuse de ti un familiar. La personalidad alternativa toma el control y deja a la personalidad real sin recuerdos de lo que ha pasado. Simplemente te despiertas unas horas más tarde pensando que has estado durmiendo mientras otra persona se ha ocupado de las calamidades de la realidad. Esto causa estragos masivos en la infraestructura del cerebro, pero el mayor problema es el mismo que el asociado a todos los mecanismos de copia. Como cuando alguien bebe para olvidarse de los problemas y pronto empieza a beber sin motivo. Una persona cuyo cerebro se divide en múltiples personalidades para evitar enfrentarse a los problemas empezará a hacerlo sin ningún motivo. Los mecanismos de copia son adictivos.

    Las personas con TDI pueden vivir todas sus vidas sin percatarse conscientemente de que su vida se comparte entre dos o más identidades que operan bajo la superficie y luchan por tomar el control.

    Si se pudiesen resolver esos problemas, el concepto tendría un alto valor como aplicaciones al consumidor, tal como yo lo veo.

    Muchas veces en las que he tenido que lidiar con mierdas, habría deseado poder apagar el interruptor y dejar que otra persona tomara el control de mi cuerpo para poder despertar más tarde con los problemas resueltos. Como cuando he tenido que escribir ensayos sobre libros que no he leído o esperar algo durante horas. Estaría bien que alguna parte de mi psique se separase para tomar el control por mí y yo pudiese olvidarme del tema y volver cuando todo estuviese arreglado.

    Obviamente, cuando me metí en esa pelea o disparé tan bien y no pude seguir conscientemente el curso de mis acciones, lo primero que pensé fue que quizá mi sueño se había hecho realidad y que yo había formado una identidad separada para defenderme. Supongo que si alguien fuese a tener una personalidad separada, lo más ideal sería tener una que pudiese dejar por los suelos en segundos a tres atacantes o poner tres agujeros de bala ascendentes justo en el centro de masas de un blanco a diez metros de distancia.

    Solo que no era realista.

    Yo no mostraba ninguno de los síntomas del Trastorno Disociativo de Identidad. Mi yo nunca había desaparecido en ningún momento, siempre fui dolorosamente consciente de lo inusual que se estaba volviendo el mundo. Yo no tenía el billete de lotería genética ganador. Mi cerebro era Chris durante todo el día.

    Si quisiese dejar mi cuerpo alguna vez y permitir que otro se encargase de todo por mí, habría sido en aquel momento. Todo lo que yo sabía hacer era quedarme mirando el espejo retrovisor donde el oficial de policía salía de su coche, avanzaba por la calle oscura y entre las sombras de los buzones y las aceras. Deseé poder ver el rincón oscuro de mi mente.

    Si había un momento para tener una personalidad separada, era ese... y chico, yo lo estaba intentando.

Capítulo 14

    

Capítulo 14

    Le dije a Amy que moviera lentamente mi chaqueta para tapar la bolsa en el asiento trasero. Ella lo hizo.

    Estaba ahora oscuro del todo ahí fuera. La única luz disponible era la de mis faros rebotando en la puerta del garaje de la casa frente a la que había parado y el azul y rojo giratorios del coche de policía aparcado en la calle detrás de mí.

    Suficiente luz para permitirme ver que el oficial de policía caminaba directo hacia mi ventana.

    Parecía joven, no mayor de 30. Tenía pelo largo marrón recogido en una coleta. Su camisa era holgada en el cuello y hacía un poco de bolsa en la cintura.

    —No digas nada a menos que te pregunte, - le dije a Amy entre dientes. —No parezcas nerviosa, no hemos hecho nada malo.

    Bajé la ventanilla y miré al oficial a la cara con el permiso de conducir y la documentación del coche en la mano.

    Él me miró durante un rato, luego miró a Amy durante un rato aún más largo.

    —Permiso de conducir y documentación del vehículo, por favor, señor - me dijo aún mirando a Amy.

    Pude sentir a Amy poniéndose nerviosa.

    Le entregué los documentos, que por fin apartaron su atención de la chica de dieciséis años del interior del coche. Leyó mi licencia ignorando el registro. —Sr. Baker, - su voz sonó más adulta de lo que él parecía, quizá fumaba, —¿Sabe por qué le he parado?

    Se supone que no debes admitir nada cuando te preguntan eso. Si dices, Velocidad estás admitiendo que ibas a mayor velocidad de la permitida y él no necesita confirmar la información de radar. Simplemente estás haciendo su trabajo.

    —¿Podría decírmelo? - le pregunté.

    Enderezó su postura. Tuve que inclinarme un poco fuera de la ventanilla para verle la cara.

    —Cambio de carril allí detrás sin poner el intermitente. - me dijo.

    No podía recordar haber hecho eso, pero en ese momento no podía recordar gran cosa de nada. El oficial se inclinó para mirar a Amy y dijo, —¿Tiene su documentación, señorita?

    Ella me miró, yo le miré al él.

    —¿Hay algún problema? - le pregunté.

    El agente pareció molesto, y suspiró. —Una joven que encaja con su descripción ha sido secuestrada hace poco en esta zona. Sólo estoy comprobándolo.

    Medité durante un segundo y luego asentí a Amy. Ella sacó su permiso de conducir del bolso y se estiró para entregárselo. El poli lo cogió, dijo que volvería en un instante y se llevó nuestros permisos hasta su coche.

    Yo subí la ventanilla para evitar el frío exterior.

    —Qué raro, - dijo Amy, —no ha dicho nada más sobre tu infracción al cambiar de carril. Quizá cree que ha resuelto un importante caso de secuestro.

    Yo no respondí. Estaba observando por el retrovisor cómo se alejaba el oficial. Su camisa estaba ceñida en la espalda, amontonada en un nudo y embutida dentro de los pantalones, como cuando llevas una camisa demasiado grande para tu talla.

    Como si no fuese tu camisa.

    —No creo que sea un poli, - le dije sin aparar la vista del espejo.

    Dejé de verle cuando hubo entrado en el coche.

    —¿Qué quieres decir con que no crees que sea un poli? A mí parece bastante policial, - preguntó Amy.

    No dije nada, estaba demasiado ocupado pensando.

    Cuando un poli se lleva tu permiso de conducir al coche es para escanear tu licencia con el ordenador y comprobar órdenes de búsqueda e historial policial, probablemente para pedir una actualización por radio y escribirte una multa si vas a llevarte una.

    Lo que aquel tipo estaba haciendo, yo no podía verlo. El corazón empezó a latirme más rápido. Me vino la extraña imagen de mí mismo lanzando mi cuchillo nuevo dentro de su garganta. Desde que había comprado aquel cuchillo, no dejaba de tener imágenes mentales raras haciendo todo tipo de cosas indecorosas con él.

    «Debe de ser por los nervios de tener armas reales ahora, después de una vida de juegos imaginarios con ellas.»

    Aún así, yo no podía clavarle un cuchillo a un poli a menos que estuviese seguro de que no era un poli. Además de todas las otras razones, me refiero.

    Se quedó a oscuras en su coche durante bastante tiempo. Yo deseaba poder ver lo que estaba haciendo. Si estaba usando su ordenador o escribiendo una multa, habría encendido alguna luz.

    «¿Qué está haciendo en la oscuridad?»

    Me giré y examiné su coche por la ventana trasera, luego pisé a fondo el pedal del freno. Las luces de freno se iluminaron lanzando un fulgor rojo detrás de mi coche y combatieron contra las luces giratorias del coche de policía.

    Fue suficiente para introducir algo de luz en el interior del coche patrulla. Pude ver al tipo sentado en el asiento del conductor. Le vi con una mano tapándose la cara y con la otra sujetando un objeto negro frente a él.

    Era un teléfono móbil, o eso parecía y también estaba sujetando… no podía estar seguro.

    Parecía como un tubo de metal, como un telescopio corto o el silenciador de un arma.

    —No es un poli, - le dije a Amy finalmente convencido.

    La luz amarilla llenó el coche de policía cuando se abrió la puerta del conductor de nuevo y salió el hombre. Empezó a caminar lentamente hacia mi coche con lo que parecían nuestros permisos de conducir en la mano izquierda. Su mano derecha estaba abajo a su lado. El reflejo de mis faros le iluminaban bastante bien para ver la funda en su cinturón con una pistola de uso policial estándar, probablemente una Glock, sin silenciador. Junto a ella había una lata alargada negra que parecía un aerosol, definitivamente un espray de nuez moscada o pimienta. Las esposas y la porra estaban al otro lado.

    Seguía caminando lentamente, deliberadamente.

    El tiempo pareció detenerse hasta la cámara lenta, como cuando estuve en aquel pasillo del instituto, cuando un puño se disparaba como un cohete hacia mi cara con la rapidez de un zepelín medio inflado.

    Dejé de sentir el latido del corazón, pero aún podía oir algo pitando en mis oídos. Podría ser el sonido de mi cerebro batiendo más rápido de lo normal.

    Miré a Amy y dije con calma, —¿Has visto la palanca para reclinar tu asiento en el lateral?

    Ella asintió lentamente, deliberadamente. Sus ojos parecían gritar de miedo, pero yo no podía oírlos ahora.—Pon la mano sobre ella ahora mismo, - le dije.

    El hombre había llegado a la parte trasera de mi coche. La mano de Amy se deslizó por su cuerpo como un patinador sobre hielo y desapareció entre el asiento y la puerta. Ella no dejaba de mirarme.

    —Si termino alguna frase con la palabra "abajo", tira de la palanca y reclínate al máximo, luego cúbrete los oídos con las manos. Si digo "arriba", no tires de la palanca, pero gírate hacia la ventana, cierra los ojos, aguanta la respiración y tápate la boca y la nariz con las manos. ¿Has comprendido? - ese fui yo hablando, pero las palabras salieron como la letra de una canción que yo ya sabía.

    No había pensado en ellas.

    El hombre había llegado ahora hasta mi ventana. Dio unos golpecitos en el cristal.

    Yo aún estaba mirando a Amy. Ella asintió lentamente.

    —¿Qué vas a hacer? - me preguntó en un susurro.

    No dije nada. No tenía una respuesta.

Capítulo 15

    

Capítulo 15

    El truco más viejo del mundo.

    Ofreces algo para que tu presa estire el brazo, le agarras la muñeca y le pasas la anilla de las esposas.

    O le robas. O le matas. Todo el mundo lo conoce.

    Es lo que aquel tipo pretendía hacer, y yo lo vi venir.

    Bajé la ventanilla. El tipo sujetaba nuestros permisos de conducir a unos centímetros fuera de la ventana sin decir una palabra.

    Yo no podía estar del todo seguro de que no era un poli a pesar del truco más viejo del mundo, de modo que estaba atrapado en un estado de empate.

    Simplemente miré a los dos permisos en su mano izquierda y luego hacia su cara en sombras manteniendo las manos dentro del coche.

    —Entoces, ¿soy un secuestrador o no? - le pregunté sin moverme.

    Él sonrió y acercó la mano hacia el coche. Aquello me dio una sensación de seguridad y levanté la mano lo justo para pinzar las licencias con dos dedos.

    Como un resorte, su mano hizo un giro y agarrró la mía por la muñeca.

    «El truco más viejo del mundo.»

    Tenía mi mano derecha en una presa y cuando mi brazo izquierdo se disparó hacia adelante, mantuve mis ojos sobre su brazo derecho.

    Amy ahogó un gritó.

    ¿Reaccionaba ella muy despacio o era yo quien pensaba muy rápido?

    «Vigila la mano derecha, vigila esa mano.»

    Su mano derecha se lanzó rápidamente hacia su cinturón donde tenía colgada su arma.

    El tiempo pareció hacerse aún más lento cuando vi esa mano flotando hacia el arma... pero no, no cogió el arma, sacó el espray de nuez moscada.

    «¿O era pimienta?»

    Para cuando supe lo que estaba agarrando y grité a Amy —¡Arriba! - tan alto como pude, ya había recibido una descarga de aquello en los ojos.

    Al instante me atenazó un dolor como si me vertieran gasolina ardiendo en los ojos y solo pudiese ver el blanco.

    Lancé mi mano izquierda alrededor del brazo derecho del hombre y tiré hacia adelante, hacia el marco de mi puerta. Oí el traqueteo de la lata rodando por el parabrisas cuando sentí la fractura del cúbito (o el radio) en el brazo del hombre.

    El hombré gritó. Yo aún estaba ciego.

    Al tirar de su brazo hacia la ventana, abrí la puerta con mi otra mano y empujé el cuerpo del hombre con la rodilla. Tiré de su brazo de nuevo, golpeé su cuerpo contra el lateral del coche y su mandíbula dio en el techo.

    Sentí que su cuerpo quedaba sin fuerza y le solté el brazo. Aún estaba a oscuras, me ardían los ojos. Destellos de colores al azar se cruzaban por mi visión latiendo al ritmo de la sangre. La descarga de pimienta había subido por mi nariz, causando el mismo dolor y calor que me abrasaba los ojos. Sentí que se me hinchaba la garganta. Cada respiración era como agujas afiladas pinchando piel quemada.

    Tenía que salir de allí.

    Puse el motor en marcha y metí marcha atrás.

    —¿Puedes ver? - dije a Amy como bien pude.

    —¡Ahora sí! - gritó ella. —¿Era eso nuez moscada?

    —Espray de pimienta, - le dije entre un caos de toses. —¿Puedes ver al tipo?

    Sentí que ella se inclinaba frente a mí. —Está en el suelo, pero parece que está mayormente bien.

    No habría tiempo para cambiar de conductor, entonces. —De acuerdo, - le dije. —Tendrás que indicarme.

    —¿Qué? - gritó, pero yo ya había pisado el acelerador a fondo.

    El coche patrulla estaba a unos cuatro metros detrás de mí, aparcado de lado. Mi coche despegó marcha atrás e hice lo que pude para girar el volante para chocar en su eje delantero. Ni siquiera podía abrir los ojos, no estaban respondiendo. El dolor no hacía sino empeorar.

    Inenté decir "Agárrate", pero me atasqué en una tos.

    El impacto fue mayor del que esperaba, el maletero de mi coche chocó con el extremo delantero del coche patrulla y siguió moviéndose lentamente a medida que empujaba el otro vehículo fuera del camino. El metal y la fibra de vidrio se arañaron violentamente pero, poco después, teníamos camino despejado. En alguna parte de la calle cambié de carril y avancé con cuidado.

    —¿Aún sigue en el suelo? - le pregunté de pronto.

    —Se está levantando, - dijo Amy. —Bueno, lo hace despacio.

    Aquella situación se negaba a mejorar. Me toqué la cara durante un segundo, mi piel estaba seca salvo por el goteo de las lágrimas de mis ojos. Mis párpados estaban blandos al tacto y aún me dolía todo. Sentía la nariz y la garganta como si hubiese esnifado una raya de pimentón.

    Necesitaba algo de agua.

    «No, el agua no ayuda.»

    —Indícame para no chocar con nada, - conseguí decir mientras pisaba el acelerador.

    Pronto llegamos al final de la pequeña carretera del vecindario y giré bruscamente hacia la carretera principal. Había poco tráfico, según recordaba, pero yo estaba literalmente volando a ciegas. Amy me indicaba.

    —Hay coches en este carril.

    —Gira un poco a la izquierda.

    —Reduce.

    —¿Adónde vamos?

    Mi mente era un torbellino, mis ojos y cara me estaban matando. No dejaba de pensar en las palabras "capsaicina" - y "emulsionar", pero no sabía por qué. Ni siquiera sabía lo que significaba capsaicina y lo único que sabía sobre emulsionar era que es lo que hacía el jabón.

    ¿Por qué estaba pensando en jabón?

    «Dios, cómo duele. Emulsionar capsaicina, emulsionar capsaicina. ¿Qué quiere decir? Emulsionar, jabón. ¿Qué tiene que ver el jabón? Se lleva la suciedad. Hacen jabón a partir de grasa. Grasa. Emulsionar. Capsaicina. Debo de haberme vuelto loco. Estoy conduciendo un coche de noche por una carretera que no puedo ver porque un poli falso me ha rociado con nuez moscada y ni siquiera sé por qué. No, nuez moscada no; espray de pimienta. Espray de pimienta... pimienta, eso es capsaicina. ¡Eso es lo que hace picante la pimienta!»

    —¿Dónde tienes la leche? - le pregunté de pronto.

    —¿Qué? - preguntó Amy, entre indicaciones.

    —La leche que pediste en el Wendy. La necesito. - extendí la mano izquierda. En pocos segundos tenía una fría botella de plástico en ella.

    —¿Para qué? - preguntó Amy medio en pánico.

    —La grasa emulsiona la capsaicina, - le dije.

    Sin dejar de conducir, arranqué el tapón de la botella con los dientes, obligué a que mis ojos se abrieran y volqué el frío líquido justo en mis ojos.

    Grité y di un volantazo involuntario hacia la derecha. Pareció como mis ojos pasaran de insolación a hipotermia en una fracción de segundo, como carámbanos de hielo hundiéndose en mis ojos.

    La botellla de leche se acabó antes de lo que esperaba. Sacudí la cabeza, me sequé los ojos con la manga y parpadeé algunad veces. El dolor aún seguía ahí, pero al menos pude abrir los ojos. Veía borroso, cosas sin forma y machas de luz a mi alrededor. Mejor que nada.

    —¿Dónde aprendiste eso? - preguntó Amy aún medio en pánico.

    —No lo sé, - dije, —pero necesito más. ¿No hay tiendas en esta carretera?

    —Sí, justo ahí, - dijo Amy.

    Las palabras no ayudaban mucho.—¿Dónde? - le pregunté.

    —Justoooo.... ¡Aquí! - dijo ella mientras sentí moverse el volante.

    El coche giró bruscamente a la derecha y derrapó el lado izquierdo. Pisé los frenos, pero el coche salió dando una vuelta completa hasta detenerse de pronto cuando las ruedas chocaron con un bordillo.

    —Perfecto, - dijo Amy. —Vale, no volveré a hacerlo.

    Salimos del coche y dijo que estábamos en la calle frente a unos supermercados. Me guió por el brazo a través del aparcamiento y pasamos unas puertas automáticas. Amy preguntó a un empleado adolescente dónde estaban los lácteos.

    Yo debía de ser todo un panorama.

    El chico nos guió a ambos hasta el fonso y sentí enfriarse el aire. Podía oler la mantequilla, los huevos, el plástico y la leche.

    —Aquí están las neveras de la leche, - me dijo Amy.

    —¿Dónde está la leche entera? - le preguntée.

    Más grasa significaba más emulsión, me imaginé.

    El empleado dijo —aquí - y sentí una racha de aire helado cuando se abrió la puerta de la nevera. Me lancé hacia adelante entre él y Amy y cogí dos jarras de tres litros por las asas y las saqué. Arranqué las cintas de seguridad y quité los tapones con los dientes. Di un paso atrás, abrí los ojos al máximo y me volqué las dos jarras sobre los ojos. Seis litros de leche helada bañaron mis mis ojos, cayeron por mis mejillas, empaparon mi camisa y formaron un charco en el suelo. El dolor del espray de pimienta se anuló con el dolor del líquido helado mojando mis globos oculares.

    Es seguro que grité. Caí hacia adelante sobre las rodillas, seguí echando líquido. Caí de espaldas al suelo, seguí echando líquido. Se vaciaron las jarras y las lancé a un lado mientras nadaba en una piscina de leche.

    Sentí los ojos en carne viva.—Agh, - dije débilmente. —Tendría que haber tocado madera.

    —¿Qué? - dijo el chico.

    —Nada, - dijimos Amy y yo al unísono.

    Todo se volvió negro de nuevo. Sentí que mi cuerpo y mente se alejaban deslizándose hacia un merecido sueño.

Capítulo 16

    

Capítulo 16

    Una bruma negra parecía arremolinarse por mi mente.

    Fragmentos de eventos se disparaban por mi vista como destellos, apareciendo y disipándose igual de rápido.

    Una explosión de pólvora, un cerrojo retrocediendo, un casquillo de latón caliente girando de un surco de expulsión, una mano en mi muñeca, mi mano en la cintura de alguien, una rociada ácida de fluido directa a los ojos, nebulosas de luz y tonos sin forma, una fuente de helado líquido blanco.

    Sentí el mundo cayendo de nuevo en su sitio. Sentí que mi espalda estaba fría y mojada.

    Regresó el sonido.

    Pensé que oía mi nombre. Abrí los ojos, estaban secos y fríos. La luz se filtró por ellos, Podía ver el techo y las paredes, luego una gran mancha parda llenó mi visión. Me froté los ojos con la mano derecha y los abrí de nuevo. Los bordes de la mancha empezaron a definirse, los colores se separaron en tonos y sombras.

    Podía ver su cara ahora. yo aún estaba en en el suelo, rodeado de leche.

    Vi a Amy.

    —Estás guapa, - le dije.

    Mi voz era débil y ronca.

    Su boca se tensó en una línea. —Estás vivo.

    Yací allí ldurante un segundo, tratando de recordar por qué estaba en el suelo de un supermercado. Me vino en un segundo y me levanté con un único movimiento. El chico del supermercado aún estaba allí, su labio inferior colgaba hacia afuera. Me observaba en silencio.

    —Tenemos que salir de aquí, - le dije a Amy cuando ella se levantó.

    Miré a mi alrededor y empecé a andar hacia la entrada, Amy me siguió.

    —¿No deberíamos llamar a la policía? - me preguntó al alcanzarme.

    —No, - dije sin pensar.

    Me miró y se paró en mitad del pasillo. Había fruta enlatada a mi derecha. Platos Pyrex y utensilios de cocina a mi izquierda.

    —¿Por qué no? - me preguntó cruzando los brazos.

    Miré a unas latas de melocotón, algunas en almíbar y otras en su propio zumo.

    —Porque, - empecé mirando a una lata de trozos de melocotón en almíbar. —No sabemos seguro si el tipo no era un policía. Y aunque no lo fuese, está mucho más cerca de la policía real que nosotros.

    —Pues podríamos quedarnos aquí, no va a perseguirnos dentro de la tienda, con gente alrededor.

    —Está vestido como un poli, - le dije, —Puede entrar aquí y hacer lo que quiera y a la gente le encantaría el espectáculo.

    Ella arrugó la frente y echó la cabeza hacia atrás, mirando las planchas del falso techo. Una burbujita de plástico negro surgía del techo como una espinilla a unos metros de distancia, ocultando una cámara de vigilancia.

    —¿Y cuál es el plan entonces? - preguntó finalmente.

    —Oh, ya me conoces, - le dije. —Funciono mejor sin un plan.

    El aire nocturno fuera era más frío de lo que recordaba, sentí un escalofrío, amplificado por el baño de leche en mi camisa, que se me pegaba a la piel por todos lados. Miré la noche afuera. Aunque acababa de entrar allí, era la primera vez que había visto el aparcamiento. Me orienté y descubrí mi coche, el abollado Civic blanco, aparcado de mala manera en medio de la calle, más allá de la zona de parking. El maletero estaba rayado y doblado en un triángulo extraño donde había golpeado el coche patrulla. Los coches que pasaban por la carretera hacían sonar sus cláxones y se metían en el carril izquierdo para sortearlo.

    Esperamos hasta que se despejó el tráfico, luego Amy rodeó coche hasta el lado del pasajero y abrió la puerta. Vi una raya blanca por la esquina de mi ojo y alcé la vista para ver un coche de policía con un capó familiarmente abollado en la parte de la rueda delantera del copiloto. El coche circulaba por un cruce y se alejaba por la interseccióon a unos doscientos metros de donde yo estaba. Siguió conduciendo por la calle y dobló casi fuera de vista hasta que oí el derrape de los neumáticos hacer un giro en U en mi dirección.

    —¡Hora de irse! - le dije saltando al interior del coche sobre el asiento del conductor y cerrando la puerta.

    Amy entró deprisa. Las llaves aún estaban puestas y el motor cobró vida animadamente. Salí hacia adelante para girar el coche y conduje tan rápido como pude convencer al coche. Pasamos de largo la rampa hacia la autovía sabiendo que las persecuciones de autopista nunca terminaban bien.

    Vi el coche patrulla girar de golpe por nuestra carretera detrás de mí. Oí el rugido y tartamudeo del motor del coche tratando de alcanzarnos. La carretera pasó entre negocios y cruces hasta que los árboles a los lados empezaron a hacerse cada vez más numerosos y las calles y negocios más lejanos.

    Mi coche podía alcanzar los ciento veinte kilómetros por hora, pero podía sentir que el maletero dañado afectaba la aerodinámica y que la dirección estaba desalineada con las ruedas debido al impacto de antes con el bordillo. El coche patrulla estaba lo bastante cerca para ver que el lado delantero del pasajero estaba destrozado y que prácticamente rozaba el borde de la llanta, lo que explicaba por qué iba tan despacio.

    Aunque no lo demasiado despacio.

    Prácticamente lo tenía encima, su parachoques delantero arañaba ocasionalmente el parachoques de mi deformado maletero.

    Yo no sabía exactamente dónde pretendía ir y sabía que no podía dejarle atrás. Todo en lo que podía confiar era poder escapar de él, lo cual no iba a suceder en esa carretera.

    Giré en la primera calle que vi, casi derrapando contra un árbol en el proceso. El pavimento se acabó pronto cuando pasé de largo una casita que había detrás de unos árboles, y el camino de tierra empezó a serpentear a través del bosque y sobre las colinas.

    El coche patrulla tampoco lo llevaba muy bien por el camino de tierra. Se desviaba a la derecha, el neumático rasgado no ganaba tracción en la tierra. Mis faros eran conos amarillos que cortaban la más completa oscuridad, proyectando densas sobras entre los árboles que pasaban a toda velocdad a ambos lados de la carretera. El choche de policía estaba ahora a unos tres metros detrás de mí, iluminado sólo por mis pilotos. O bien no había encendido sus faros o se habían roto durante la colisión.

    Pude ver en la distancia que la carretera giraba abruptamente hacia la izquierda, como una estrella fugaz a través del bosque.

    Intenté calcular la distancia para el giro y apagué los faros. Estaba conduciendo a ciegas de nuevo. La luz de la luna apenas se filtraba a través de las copas de los árboles Amy me preguntó qué estaba haciendo.

    No respondí.

    Cuando estuve sguro de haber avanzado lo suficiente, pisé a fondo los frenos y derrapé hacia adelante unos diez metros hasta girár bruscamente a la izquierda, siguiendo por poco el giro de la carretera. Mis luces de freno probablemente habrían cegado al hombre en el coche de policía y con su dirección cayendo hacia la derecha, no tendría modo de hacer el mismo giro.

    Conduje en la oscuridad, consciente en todo momento de cómo se movía la carretera. Oí el increíblemente sonoro estruendo del coche patrulla estrellarse contra un árbol. Después no hubo ruidos aparte de los de mi coche.

    Paré y aparqué a un lado de la carretera. Miré por la ventanilla trasera hacia donde debería haberse estrellado el coche. sólo estaba a trescientos metros de distancia, pero yo sólo podía ver algunos álgulos extraños y reflejos.

    Saqué rápidamente el arma de la caja en el asiento trasero y empecé a meter algunas balas en el cargador con los dedos dormidos. Deslicé el cargador dentro de la pistola, monté una bala en la recámara y le entregué el arma a Amy.

    Ella me miró con profundos ojos inquisitivos, iluminados por la luz del techo de mi coche.

    —Coge esto, sal del coche y escóndete en los árboles. Sabes cómo usarla si te hace falta, - le dije.

    —¿Qué crees que estás haciendo? - me preguntó con el arma temblando entre sus dos palmas abiertas.

    —Tengo que asegurarme de que es… - yo estaba perdido bajo el peso de la situación, —Tengo que asegurarme de que ya no es una amenaza.

    Me miró como si supiese lo que aquello podría implicar y, al asentir. le cayó el pelo sobre la cara. Abrió su puerta y salió. La vi entrar en el denso bosque con la cabeza agachada.

    Apagué la luz del coche y puse el motor en marcha sin encender las luces. Conduje hacia adelante lo bastante para dar la vuelta con un torpe giro en tres tiempos. Después conduje lentamente en la dirección por la que había venido y me acerqué hacia donde la carretera hacía el giro.

    Oí un distante pop, como una canica cayendo sobre una lámina de aluminio. Luego otro. Los sonidos venían de delante de mí. Oí el sonido de nuevo y apacerió un agujerito en el parabrisas. Me salpicaron diminutos fragmentos de cristal. Oí otro pop y apareció otro agujero en el parabrisas, a unos centímetros del primero. El cristal se agrietó entre los dos agujeros como una talaraña de astillas del grosor de un cabello.

    Parecían agujeros de bala.

    Con renovada resolución, me agaché hacia adelante y se tensó en mi pecho la correa del cinturón de seguridad. Intenté mover el asiento hacia atrás, pero ya estaba colocado tan lejos como podía.

    Pisé el acelerador a fondo.

    El coche se abalanzó hacia adelante con determinación. Saltó otro trozo de cristal del parabrisas. Seguí acelerando hacia la fuente del ruido. Encendí los faros y puse las luces largas, rebanando la oscuridad en un instante e iluminando el destrozado coche patrulla frente a mí.

    El capó y motor se habían separado por la mitad y envolvían el tronco de un árbol bastante ileso. La puerta del coche estaba abierta y pude ver el airbag desinflado colgando del volante.

    De pie entre la puerta parcialmente abierta y el chásis del coche estaba el hombre en traje de policía con la cara cortada y sangrando. Sostenía un arma con su mano izquierda apoyada en la derecha. Un largo silenciador sobresalía del cañón del arma, que seguiia escupiendo más balas y haciendo nuevos agujeros en mi capó y parabrisas. El cambio de luces de cortas a largas le había cegado y sobresaltado. Se echó hacia atrás hacia el cuerpo del coche mientras el mío se disparaba directo hacia su puerta, hacia él y hacia el coche patrulla.

    Yo había relajado todos mis músculos antes del impacto, y cuando mi coche se estrelló de pleno con el otro, sentí como si me vapulearan desde todas las direcciones a la vez. Algo me tiró del pecho, algo saltó hacia mi cara desde el volante como un ariete y fui lanzado adelante para golpearlo. El ruido pareció que nunca terminaría de resonar dentro de mi cráneo. Algo húmedo goteaba de mi nariz y me caía por la boca con sabor a cobre. Me pasé las manos por el cuerpo, me toqué la cara y por el pecho. Algo se deslizó por mi cintura e hizo un ruido... clic clic... hasta lo que parecieron serpientes reptando por mi regazo y pecho desaparecieron.

    Débilmente intenté apartar las manos que tiraban de mí hacia la izquierda y oí mi nombre de nuevo, oí su voz y vi la cara de Amy.

    —¿Aún estás aquí? - balbuceé.

    —Yo estoy en todas partes, - me dijo ella, igual de misterosa que la primera vez.

    Tiró de mí de nuevo y salí del coche cayendo sobre mi espalda en la tierra.

    Cuando mis músculos empezaron a responder a mis solicitudes, me levanté lentamente y me limpié la sangre de la cara con mi camisa llena de leche (y ahora sangre). Sentí que me ardían los brazos y piernas al moverlos y mi cabeza parecía tener dentro furiosos mineros diminutos martilleando mi cerebro.

    Traté de apartar el dolor y roté la mandíbula algunas veces hasta que sentí que podía hablar.

    Le dije a Amy que se quedara atrás durante un minuto y cogí el arma en sus manos. Caminé trazando un amplio arco por la parte trasera de mi coche hasta que mis ojos se ajustaron a la oscuridad. El coche patrulla parecía tener un hermano mellizo siamés unido al lado izquierdo (mi coche). Los dos montones de metal se fundían juntos, el capó de mi coche había atravesado el lateral del coche patrulla como un dedo en una miga de pan, abollando la parte superior e inferior una hacia la otra.

    Rodeé el vehículo policial hasta el lado del pasajero y miré por la ventanilla rota. Estaba oscuro, pero podía ver a nuestro jovial policía tendido por el asiento delantero. Tenía los brazos extendidos salvajemente. En su cintura, su cuerpo parecía perderse en un caos de metal.

    Estaba muerto, yo estaba seguro.

    Empecé a caminar de vuelta hacia Amy y, cuando pasé por el maletero del coche patrulla, advertí la tapa oscilando arriba y abajo. El impacto había abierto la cerradura de la tapa. La luz interior del maletero estaba encendida y escapaba por los bordes de angulosos de la tapa.

    La levanté con la mano izquierda y el arma en la derecha. El cadáver de un hombre yacía doblado y magullado dentro del maletero. Parecía estar en sus cuarenta, con una gran panza y escaso pelo marrón. Vestía una camiseta blanca, sin cinturón, y pantalones marrones con una franja vertical negra a cada lado de la pierna. Los mismos colores que la camisa del uniforme que llevaba el otro policía. Su cuerpo estaba en una incómoda postura. Por el impacto, asumí yo.

    —Hola, agente, - le dije al cuerpo.

Capítulo 17

    

Capítulo 17

    La absurda clarividencia e impermeabilidad de la adrenalina empezaba a disiparse y el dolor de mi cuerpo empezaba a aumentar. Mi cabeza empezó a pulsar lentamente; el resto de mi cuerpo estaba ardiendo.

    Aunque el viejo del maletero probablemente se sentía peor.

    Yo quería encontrar un agujero, meterme dentro y dormir.

    La noche era una manta densa a mi alrededor, los insectos me pasaban zumbando cerca de las orejas. Dos coches se habían fundido en uno y dos hombres yacían muertos dentro. Mi camisa estaba empapada en leche entera al 2%, todo olía a tortitas, me dolía parpadear, no tenía ni idea de dónde estaba, alguien había intentado matarme, mi coche estaba destrozado y tenía un arma en la mano. Tiene que haber un punto en el que tu cerebro sencillamente le desea a tu cuerpo buena suerte y se desconecta pero, al parecer, yo aún no estaba allí todavía.

    Cerré el maletero y limpié mis huellas de la tapa. Lo único que me importaba era llegar a casa. Todo lo demás: los cadáveres, la carnicería, solo era periférico a eso.

    La bolsa de plástico de la compra aún estaba en la parte trasera de lo que había sido mi coche, bajo mi chaqueta de pana. Me puse la chaqueta y dejé la USP dentro de la bolsa de plástico después de poner el seguro. El airbag del asiento delantero aún seguía inflado, así que saqué de la bolsa el cuchillo que había comprado, lo abrí y pinché en el airbag. Cogí todos los documentos de la guantera y los lancé dentro de la bolsa también.

    Ignoré las preguntas de Amy, ella dio unos pasos atrás, se sentó en la carretera de grava y se abrazó a las rodillas.

    Usé el cuchillo para desatornillar la matrícula de mi coche. No cabía en la bolsa, así que la metí por dentro de mi cinturón a la espalda bajo la chaqueta. En el maletero había un pequeño kit de emergencia AAA, del cual saqué un pequeño botiquín de primeros auxilios y una linterna portátil de luces LED.

    Miré a mi coche una última vez, me despedí en silencio de mi fiel compañero de viajes de los casi dos últimos años y empecé a andar.

    Cuando me saqué el permiso de conducir después de mi decimosexto cumpleaños, mi papá le había comprado el coche de segunda mano a un amigo vendedor de coches usados. Tenía una tonelada de kilómetros recorridos y estaba hecho polvo, pero el historial de la seguridad japonesa fue todo lo que a mi padre le interesaba para mi primer coche. Me lo dio a condición de que no hiciera nada para no merecerlo y que debería conducirlo hasta que se cayese a pedazos o hasta que pudiese comprarme otro yo mismo.

    Parecía que ahora se daban ambas circunstancias.

    —Tío, tu coche, - dijo Amy mientras yo tiraba de ella para ponerla en pie.

    Casi me tiró al suelo cuando mis defectuosos músculos cedieron sin fuerza, pero me las apañé.

    —Puedo permitírmelo, - le dije.

    No le había hablado sobre el tipo en el maletero.

    Apreté el mango de la linterna algunas veces y pronto se disparó una luz blanca desde la bombilla más pequeña de las tres. Miré a mi alrededor durante un rato tratando de encontrar algún hito para orientarme y empecé a andar en la dirección por la que habíamos venido.

    Nos llevó una hora volver a la civilización, salir de la carretera de tierra, pasar la casita solitaria hundida detrás de los árboles, subir la carretera principal y llegar a una gasolinera que aún estaba abierta.

    El móbil me dijo que eran casi las once cuando alcanzamos el pabellón de luz y letreros iluminados proclamando los precios más bajos de cerveza y cigarrillos.

    Durante el paseo mayormente en silencio, intenté imaginar el flujo de información que conduciría hasta mí cuando alguien encontrase los restos. Me había llevado la matrícula y todos los papeles que podían relacionarme, pero aún quedaba el Número de Identificación del Vehículo. Podían investigarlo y ver que el último titular del coche era Daniel Baker, fallecido. Les llevaría menos de un minuto atar los cabos hasta mí, pues vivo en la misma dirección. Un vistazo distraído podría sugeriir un genuíno accidente, que simplemente choqué contra ese coche de policía que estaba partido en dos alrededor de un árbol y bloqueando la carretera. No sé cómo se explicarían que los faros estuviesen apagados, pero la estupidez adolescente era mejor que el homicidio vehicular.

    Bueno, defensa propia vehicular, pero eso sería más complicado de explicar.

    Decidí que llamaría a la policía del estado por la mañana, que pensaría en lo que iba a decir por la noche y si no se me ocurría un modo de no involucrar a Amy, le haría saber nuestra versióon de la historia antes de contactar con la policía. Pensé en llamar a un abogado también. El tipo que llevaba los asuntos de mi padre parecía bastante agradable, pero yo no tenía ni idea si él era un abogado normal o un abogado especializado en testamentos o qué. ¿Necesitaría un letrado de defensa criminal? ¿Johnnie Cochran? ¿Qué le iba a decir? ¿Le cuento a la policía lo del tiro al blanco y lo de comprar ilegalmente un arma? No lo necesitaba, dado que nunca había usado el arma pero, ¿cómo iba a explicar que estaba en Lorton?

    Eso seguía royéndome los sesos entre los latidos de mi cabeza dolorida, los pinchazos de dolor de mis pies en mis piernas cansadas y las magulladuras del cinturón de seguridad en el pecho.

    Un tío había matado a un poli, le había quitado la ropa y el coche, había intentado... qué, ¿matarme? Si hubiese querido matarme no habría usado el espray de pimienta. Quizá quería secuestrarme, intentar robarme el dinero. ¿Cómo sabría él lo del dinero? ¿Cómo lo sabría nadie, salvo el puñado de cajeros de banco cuyos ojos abrían lentamente cuando consultaban sus pantallas de ordenador después acceder a mi cuenta? Se habrían ido a casa después del trabajo y le habrían hablado a alguien sobre el chaval con una cuenta local compartida con su madre con medio millón de dólares en ella. Se lo habrían dicho a alguien y ese alguien se lo habría dicho a otro alguien. Luego, alguien al final de la línea habría contratado a algún mercenario para seguirme y secuestrarme.

    ¿Tenía eso sentido?

    Si fuese así, tendría que pensar en protección. Si la gente sabía que había un crío de diecisiete años pululando por el planeta con un pedazo de plástico y un número de cuatro dígitos entre él y medio millón de pavos, yo estaba en peligro. El nombre de mi madre también estaba en la cuenta, dado que yo no podía tener mi propia cuenta por ser un menor, de modo que ella podía estar en peligro también. Teníamos que mover el dinero a algún sitio más seguro. Quizá en bonos guardados en una caja de depósito, o quizá en una cuenta fuera del país. Una cuenta bancaria en Suíza, eso sonaba bien, pero probablemente tendría que esperar un mes hasta tener 18 para eso.

    Cuando llegamos a la gasolinera, por fin pude parar de pensar. Dado que llevaba un arma encima y no quería ser parte de más aventuras por esa noche, le entregué la bolsa a Amy y le pedí si me podía esperar fuera durante unos minutos, luego podríamos marcharnos.

    Ella asintió, cogió la bolsa y se apoyó en la pared de la tienda de la gasolinera.

    Un tipo grandullón sólo unos años mayor que yo estaba sentado detrás del mostrador, dentro de un grueso cristal a prueba de balas. Cuando entré me miró, decidió que yo no era muy interesante y volvió a su televisión portátil.

    Cogí una camiseta negra de algodón con el logo de la gasolinera impreso en el pecho y las letras "Conduciendo Sus Ahorros" impreso entre dos neumáticos debajo. Cogí también una caja de Motrin extrafuerte de una estantería y unas gotas para los ojos de la estantería delante de la primera. Dos botellines de Gatorade cogí del armario refrigerador al fondo de la tienda. Y casi vomito cuando vi los litros de leche una puerta más allá.

    Pagué todo en metálico y fui al aseo. En el espejo había una persona que no reconocía: despeinada; ojos rojos e hinchados; piel enrojecida alrededor de los ojos y nariz. Parecía la encarnación de la muerte.

    No se parecía a mí en absoluto.

    Me quité la chaqueta. Luego me despegué la camisa empapada en leche, sudor y lágrimas y la tiré a la papelera. Me gustaba aquella camisa, pero pensé que podía permitirme deshacerme de mi ropero si quería. Un oscuro y espeluznante moratón me cruzaba en ángulo el pecho, justo donde el cinturón de seguridad se había peleado con la inercia. Parecía que llevaba una bolsa de mensajero con cinta púrpura oscura. Abrí la caja de sendantes y me tomé cuatro, bebiendo agua del lavabo. Luego me peleé con las gotas oculares durante un rato.

    Me puse la camisa nueva (el tejido me picaba y era demasiado grande) y la chaqueta encima de ella. Me peiné un poco y salí. Llegué a la puerta delantera de la tienda, me paré, me di la vuelta, volví al cuarto de baño y vomité.

    Por fin, salí de la tienda para cuidar del arma y que Amy pudiese entrar. Busqué servicios de taxi en una guía telefónica bajo un teléfono de pago. Había uno que se anunciaba como servicio 24 horas y coches con aire aconcidionado. Nadie usaba taxis por aquí en los suburbios, pero supuse que habría al menos un taxi de servicio por la zona para situaciones como esta.

    Sonreí por un segundo, convencido de que esta clase de cosas sucedían a todas horas..

Capítulo 18

    

Capítulo 18

    Habíamos salido para una fiesta y quien nos iba a llevar nos había dejado tirados. Para cualquiera en la compañía del taxi que le importara, eso es lo que había sucedido.

    Cuarenta minutos después de haber llamado y dicho que necesitaba un taxi desde Lorton a Fredericksburg, una deprimente minivan paró en el aparcamiento de la gasolinera, decorada con la requerida franja a cuadros y nombres de negocios y números de teléfonos pegados por todo el chasis del vehículo. Amy y yo montamos en silencio. Ella sacó su teléfono móbil del bolso y se puso a jugar durante un rato. Yo observé la oscuridad pasar por la ventana y me froté distraídamente la contusión del pecho con mi mano derecha. Pensé en echar un vistazo al cuchillo que había comprado, dado que no había tenido ocasión de examinarlo, pero no quería asustar al conductor.

    Era casi la 1 AM cuando nos dejó en mi casa; El sábado se había terminado por fin. La carrera se llevó todo el dinero que me quedaba, de modo que Amy tuvo que contribuir con algunos pavos para cubrir la propina.

    Me sentí un poco pobre en ese momento.

    Hice que el taxi nos dejara en mi casa, y no a Amy primero porque quería evitar exponerla lo mínimo posible. Si alguien nos estaba siguiendo, no quería guiarles hasta su casa, y si alguien husmeaba los registros de la compañía de taxi o preguntaba al conductor, no quería que le diese su dirección a nadie.

    Desde mi casa, su casa estaba a 10 minutos andando, si atajabas por algunos patios y saltabas algunos muros de ladrillo que separaban las subdivisiones.

    —¿Llamarás a la policía por la mañana? - me preguntó cuando nos acercábamos a su casa.

    —Después de dormir algo, sí, - le dije.

    —¿Y vas a decirme qué versión de lo que sea que acaba de pasar vas a usar? - me preguntó.

    Tenía las manos en los bolsillos de su abrigo, miraba a sus pies mientas caminaba.

    —Voy a intentar dejarte fuera de esto si puedo, pero te lo haré saber de todos modos.

    —Te vendría bien un abogado para cuando hagas la declaración. Podrían intentar tergiversarla y hacer que sea culpa tuya. La defensa propia puede ser difícil de probar.

    —La defensa propia contra polis falsos con coleta tiene que ser aún más complicada.

    —¿Tu familia tiene un abogado? Este no es el mejor momento de buscar uno en las Páginas Amarillas. Alguien que te conozca y en quien puedas confiar sería mejor.

    —El único abogado que conozco es el tipo del testamento, - le dije, —y no sé si es un abogado abogado o sólo un abogado de testamentos. Puede que mi papá tuviese un abogado que usaba para otras cosas. Nunca lo mencionó.

    —Podrías preguntarle a tu madre, ella probablemente lo sabrá.

    —Tío, mi madre. No sé cómo voy a explicarle todo esto.

    —Oh, eso es sencillo, - dijo Amy, —hazlo como una de esas lecciones de vida. Hey mamá, ¿recuerdas cuando yo era pequeño y siempre me decías que si me echaban espray de pimienta en la cara alguna vez, me echara unos litros de leche en cada ojo? ¡Bueno, nunca adivinarías lo que me ha pasado hoy!. Y luego solo deja rodar los buenos tiempos.

    Me dolió al reirme, como me dolía caminar, respirar y pensar.

    Cuando llegué a casa parecía que todos mis músculos estaban a centímetros de distancia de ponerse en huelga. Podía sentirlos montando todos una manifestación y empezando a desobedecer órdenes. Me dejé caer en una silla a la mesa de la cocina y volqué encima todas las cosas de la bolsa de plástico de la tienda de armas. Luego, por fin me separé de la matrícula a la espalda y la tiré al suelo, sintiendo un buena huella rectangular en la espalda.

    Revolví por los papeles desparramados e instrumentos de muerte sobre la mesa y encontré el cuchillo y la caja en la que venía. Sólo lo había comprado porque Amy había pasado mucho tiempo mirándolo cuando habíamos estado en la tienda de armas por la mañana. No sabía nada de él. Supuse que lo había comprado para ella, pero con todo lo que había pasado después, nunca había tenido oportunidad de dárselo. Ahora era un cuchillo usado. Tenía una película de polvo blanco por todo el mango ahora. Asumí que era del airbag en el que lo había usado. La caja decía que era de Cuchillos Emerson Inc modelo CCC-7N. Había oído que CCC se usaba para "combate cuerpo a cuerpo" y pensé que quizá el 7N significaba que podía usarlo contra siete villanos antes de que se acabase la garantía. La caja decía gancho WAVE patentado y la hoja de instrucciones explicaba que era un gancho pequeño integrado en la cuchilla para que se pudiese sacar el cuchillo del bolsillo y abrirlo en un único movimiento. Se conseguía gracias al gancho lateral en tu bolsillo y que sacaba el filo del mango. El cuchillo era todo negro con un mango sólido que parecía fibra de vídrio al tacto y tenía un clip negro a un lado para fijarlo en el bolsillo. La hoja giraba hacia fuera al presionar un pequeño disco en lado plano del cuchillo, justo debajo del previamente mencionado gancho, y salía trazando un arco. La misma hoja era negra, tal vez eso era eso lo que significaba la N en el número de modelo, y no reflejaba la luz. No era una hoja muy larga, de unos ocho centímetros, pero parecía basante seria. El extremo estaba afilado con a punta en ángulo, que el texto de la caja definía como punta Tanto. La mitad delantera de la hoja era suave, la mitad trasera tenía el tacto de filo dentado. Cogí uno de los papeles que consideraba innecesarios y se cortó limpiamente al deslizarlo por la hoja.

    «Fantástico.»

    Plegué el cuchillo para cerrarlo y lo puse en la mesa junto al arma. Fruncí el ceño y cogí el arma. Había una bala en la recámara y estaba amartillada. Saqué el cargador y tiré del cerrojo para eyectar la bala cargada, luego cerré el cerrojo y dejé el arma en la mesa de nuevo. Un arma y un cuchillo, una junto a otro sobre una mesa de cocina.

    «Sí, no te metas con ese chaval.»

    Usé el respaldo de la silla para levantarme torpemente, miré la escalera que subía hacia mi habitación y decidí que no. Caminé con cuidado hacia el salón y me tumbé sobre el sofá. Me coloqué en una posición en la que sólo me doliese una parte del cuerpo y caí dormido, preguntándome lo largo que sería el dia siguiente.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Desperté cerca del mediodía según el reloj del reproductor de DVD que me miraba desde el otro lado de la habitación. Sentía un hormigueo en la cabeza y cuello, pero mis brazos y piernas respondían a mis sugerencias. Rodé fuera del sofá y me apoyé sobre las manos y las rodillas. Cada músculo parecía estar chillando de un lado a otro, pero el tedioso dolor era mejor que el ardor contínuo de la noche anterior.

    Caminé en círculo alrededor del sofá hasta que mi cerebro empezó a desquiciarse de las esquinas de mi cráneo y a fundirse en un cuerpo de consciencia.

    «Se supone que tengo que llamar a la policía hoy», recordé.

    El retumbar en mi estómago era una prioridad mayor. Entré tambalente como un zombie en la cocina y abrí la puerta de la panera. La sopa sonaba bien. Cualquier cosa caliente sonaba bien. Un baño caliente sonaba excelente. Con guapas tailandesas masajeándome las cansadas piernas. Y el pecho. Y todo lo demás.

    Golpeé y retorcí el abrefácil de la lata de tallarines con pollo, luego vertí el contenido en un cuenco, lo coloqué en el fogón a fuego alto. Me senté en el mostrador de la cocina a unos metros de la mesa donde yacía tranquilamente mi pequeño arsenal y biblioteca de documentación de titular de coche. Mientras esperaba a que se levantara el vapor, me froté la cara con las manos hasta que recordé la parte de los ojos del día anterior. La hinchazón parecía haber desaparecido y podía parpadear naturalmente. Me levanté y empecé a buscar una cuchara para remover la sopa.

    Sonó el timbre de la puerta delantera.

    Imaginé que sería Amy. Eché un vistazo a mi aspecto por encima. Aún llevaba los pantalones del día anterior y la camiseta de la gasolinera que me picaba. Me sorprendió haber podido dormir con ella. Caminé hacia la puerta y recordé la parte del día anterior sobre el tipo extraño que quería matarme. Volví a la cocina y espié por una ventana que tenía vistas a la puerta delantera y el camimo de entrada a la casa. En el camino, donde solía estar mi coche, había un sedán Chrysler negro con ventanas tintadas. En la puerta delantera había dos hombres en llanos trajes negros que disimulaban muy mal las sobaqueras para el arma que ambos llevaban.

    Y entonces, la jaqueca empezó a volver.

Capítulo 19

    

Capítulo 19

    Arma de mano en mano, cuchillo de bolsillo en el bosillo.

    A través de la sólida puerta delantera podía visualizar sus siluetas. Podía meterles dos balas a cada uno, asumiendo que las balas de calibre .45 pudiesen perforar el sólido núcleo metálico de la puerta.

    «¿Por qué tuve que comprar balas de baja velocidad?»

    Llamada a la puerta y una voz. —¡FBI, abra la puerta! Tenemos que hacerle algunas preguntas.

    La voz sonó áspera, como un viejo cansado.

    "Tenemos que hacerle algunas preguntas" sonaba mejor que "tenemos que dispararle en la cara y reirnos de ello después" pero, ¿quién sabe lo que quieren decir hoy en día?

    Yo llevaba viviendo en la zona lo bastante para haber visto algún agente del FBI que otro, y aquellos tipos encajaban con la foto. Llevar trajes solo porque son trajes, coches sedán sin detalles, siempre viajando en parejas. Pude oír la ebullición de la sopa, que reflejaban el temperamento de la sangre en la base de mi cráneo. Otro golpe en la puerta, sonó como la base del puño de alguien.

    Suspiré, aún contemplando la posibilidad de disparar a ciegas a través de la puerta delantera. Si se suponía que me iba a entregar por haber matado a alguien hoy, bien podría ir a por la puntuación máxima.

    O no.

    Podían ser de verdad agentes del FBI. Podían haber encontrado mi coche y seguido la pista hasta mí. Mejor errar desde el lado de la seguridad, imaginé.

    Bajé el arma y entorné la puerta

    —Placas, por favor, - dije espiando por un hueco de diez centímetros.

    Mi mano izquierda estaba oculta detrás de la puerta, lista para empujarla. Mi derecha sostenía el arma detrás de mi espalda. Los dos hombres se asomaron por el hueco, se miraron el uno al otro, sacaron las carteras con sus placas de sus cinturones y las mostraron.

    —Entréguenme una. - dije de nuevo.

    El hombre más cercano a mí era mayor que el otro, parecía en sus cincuenta, con pelo cano y papada. Parecía un buldog deprimido. Respiró para hablar, luego desistió y me entregó la placa por la rendija en la puerta. La cogí con la mano izquierda y cerré de golpe la puerta con la rodilla, giré el pestillo y me aparté de la puerta.

    La cartera era una sencilla carpetita de cuero negro. Cuando la abrí, la placa dorada quedaba en el lado derecho y una tarjeta iba dentro de un bolsillo transparente al otro lado. Era una tarjeta blanca plastificada con letras azules.

    "Departamento de Investigación. FBI. Se certifica que el titular de la firma y foto aquí presente es un agente especial del FBI."

    La foto coincidía con el tipo de fuera, la firma decía que su nombre era G. Bremer. Si era una falsificación, no era una obvia.

    Abrí la puerta, mirando la placa.—¿Agente Especial Bremer? - dije, —¿Qué diferencia hay entre agente y agente especial? Porque yo sólo he oído Agente Especial lo que sea y nunca Agente lo que sea.

    El mayor, supuestamente Bremer, frunció el ceño exagerando los rasgos su cara.

    El más joven sonrió y dijo —Un agente es un nuevo seleccionado, cuando terminan la Academia del FBI en Quantico se determina que son Agentes Especiales.

    Le devolví la placa a Bremer. —Quantico, eh? - dije, —He oído que es un lugar bonito.

    Bremer recuperó la placa y la colocó en su cinturón, el fastidio se evaporó de su cara. —No lo es, - dijo él.

    —¿Podemos entrar? - preguntó el joven. No parecía tener más que treinta. Con gafas de pasta y pelo rubio rizado.

    —Sólo son unas preguntas, Sr. Baker, - dijo Bremer, —Nada de trucos, palabra de boy scout.

    Fruncí el ceño. —No llevan espray de pimienta encima, ¿verdad?

    —¿Por qué, necesitas un poco? - preguntó Bremer, divertido.

    —Sí, creo que mi sopa está un poco sosa.

    Examiné a ambos. Si quisieran destriparme ya podían haberlo hecho. Le puse el seguro al arma y me la metí entre los pantalones y la espalda. La tapé con la camiseta y me aparté de la puerta

    —Sean bienvenidos, - dije.

    Ambos entraron. Ninguno de ellos curioseó por la sala ni por el resto de la casa.

    —Soy el Agente Especial Bremer y este es el Agente Especial Rubino, mi compañero.

    Rubino no parecía muy italiano, parecía un tipo de la Marina, salvo por las gafas.

    Cuando cerré la puerta, Rubino se quedó delante de ella y Bremer entró en la cocina. Parecía ser el que quería hablar, así que le seguí.

    —¿Quiere sopa? - le pregunté acercándome al mostrador para bajar el fuego.

    —Nah, sólo tomo sopa cuando estoy enfermo, - dijo Bremer.

    —Y no lo está, - dije.

    —¿Qué?

    —Enfermo.

    —No en este momento, - dijo él. Se acercó una silla alta y se sentó apoyando los codos en el mostrador. —Bueno, - empezó él de nuevo, —¿Tienes algunas preguntas para nosotros?

    Removí la sopa con una cuchara de madera, —Pensé que tenían preguntas para mí, - dije.

    A mi espalda, dijo, —Podría ser. Pero pensé que podrías querer algunas respuestas.

    —¿Sobre qué? - le pregunté.

    —Oh… cualquier cosa, en realidad. La mayoría de los chavales de tu edad que me encuentro hierven de curiosidad. Qué significa Agente Especial, si llevamos armas, si las hemos usado alguna vez...

    Saqué el cazo de sopa del fuego y me di la vuelta. Me apoyé en el frontal del horno. Bremer me estaba mirando directamente.—Aunque tú probablemente sabes todo lo que necesitas sobre armas, - dijo él. —Las hojas de tiro al blanco que sacaron del asiento trasero de tu coche esta mañana tenían un grupo bastante apretado. ¿Te enseñó a disparar tu papá?

    Me mordí el lateral interior de la mejilla. —¿De mi coche? - dije tratando de sonar inocente. —Mi coche está aparcado ahí fuera la última vez que lo vi.

    —Ja. Deben de haberlo robado entonces. Robado y llevado a Lorton para disparar al blanco, tomar un té helado en Wendy y unos litros de leche.

    —Qué mundo loco este en que vivimos.

    Era inútil negarlo, él estaba bastante convencido.

    —Muy loco, - dijo él, reclinándose en la silla, —Tan loco que quien robó tu coche se parece exactamente a ti y tiene un cómplice que se parece exactamente a Amy Westbourne. Al menos, eso es lo que vieron las cámaras de seguridad del Supermercado Hobson y que ha sido confirmado por el testimonio de clientes y empleados que no suelen ver adolescentes entrar corriendo en la tienda y bañarse la cara con dos jarras de Leche Asturiana.

    —Te deja los huesos fuertes.

    —Pero la parte más loca fue cuando un CPA tomó un atajo para ir a trabajar esta mañana y se encontró el camino cortado por tu coche, el que habían robado un par de personas parecidas a ti y a tu amiga, aplastado en el lateral de un coche de policía con un "John Doe" prácticamente cortado por la mitad y un oficial del estado muerto en el maletero.

    «Vale, parece que voy a prisión entonces.

    Se quedó sentado ahí durante un minuto, leyendo mi cara. Yo me senté e hice lo mismo.

    —Aunque no has respondido todavía a mi pregunta, - dijo Bremer después de un rato. —¿Te enseño a disparar tu padre?

    —No creo que a mi papá le gustasen las armas, - le dije entre dientes.

    Bremer sonrió, —Ah sí, parecía del tipo pacifista.

    Estaba mintiendo. Tenía que estar mintiendo. Rubino entró en la cocina lentamente. —La sopa huele bien, - dijo él.

    Yo volví a mirar a Bremer, avancé un paso y apoyé ambas manos en el mostrador frente a él.

    Bremer miró sobre su hombro a Rubino, —Estábamos charlando sobre Dan, - dijo él.

    A mi papá no le gustaba que le llamaran Dan.

    —No le gustaba que le llamaran Dan, ¿recuerdas? - dijo Rubino. Parecía una borma ensayada.

    —Oh, cierto, - dijo Bremer fingiendo recordarlo. Se giró hacia mí. —Pues debes de ser un aprendiz rápido entonces. Disparando, quiero decir. - simuló una pistola con la mano y disparó al cazo de sopa detrás de mí.

    —¿Adónde quiere llegar? - pregunté trantando de que no me temblara la voz.

    —Como estaba diciendo, - continuó Bremer, —sólo nos preguntábamos si querías preguntarnos algo.

    —¿Y lo único que quieren preguntarme es dónde aprendí a disparar? ¿Es que no ven las noticias? Hoy en día los chavales aprenden las habilidades de combate y robo de coches en los videojuegos.

    Rubino avanzó un paso y apoyó las manos en el respaldo de la silla junto a Bremer.

    —Si no tienes preguntas que hacernos, entonces no tenemos preguntas que hacerte, - dijo Rubino. —Solo pensamos que, ya sabes, podrías estar pasando por cosas sobre las que podrías querer alguna información de personas tan sabidas como nosotros.

    —Vale, - dije, —¿Cómo sé si a una chica le gusto, LE GUSTO o, simplemente le gusto?

    Bremer rió de nuevo, —Ese no es mi departamento, chico, - se señaló el anillo en su mano derecha, —Tercer matrimonio. Jake te podría ayudar con eso. - se giró hacia su compañero.

    Rubino solo negó con la cabeza.

    —Lo que queremos decir, - dijo Bremer, —es que si empezases a notar que pasa algo raro, como la próxima vez que, en lugar de que te roben el coche, seas tú en realidad quien estampe un Civic contra un tipo sin registro ni archivo en ninguna base de datos. Si algo así de raro ocurriese, podrías querer llamarnos y ver si podemos ayudarnos el uno al otro.

    Ambos sacaron sus carteras personales y deslizaron por el mostrador una tarjeta del trabajo. En la distancia oí gorjeos policiales, no sirenas, sonando cada pocos segundos.

    El ruido se acercaba cada vez más, hasta que por la ventana de la cocina vi dos coches patrulla con el emblema de la policía del estado corriendo por la calle y aparcando descuidadamente frente a mi casa. Del primer coche salió un oficial uniformado y otro hombre con traje y gabardina con una placa en la solapa. Dos uniformes más salieron del segundo coche.

    —Qué oportunos. - dijo Bremer. Se giró a Rubino y preguntó casualmente, —¿Por qué no te encargas tú de eso, Jake?

    —Claro, señor, - dijo Rubino y salió andando de espaldas de la cocina.

    Le oí abrir la puerta delantera y me acerqué a la ventana de la cocina para verle andar mostrando su placa hacia el primer policía. Bremer y yo vimos a Rubino parar frente al oficial de paisano y entregarle la placa. Habló con él un minuto. El oficial no parecía contento. Después de que Rubino dejase de hablar, el oficial de paisano se giró moviendo los brazos en el aire y oí algunas obscenidades por la ventana. El oficial de paisano se apoyó en su coche y dio un fuerte golpe con la palma de la mano en el techo del vehículo.

    —Se cabrean mucho cuando sus compañeros policías acaban en los maleteros de sus propios coches, - dijo Bremer mientras observaba el espectáculo.

    Rubino empezó a decir algo de nuevo, señalando a su propio coche y luego a mi casa. Después quedó en silencio con los brazos en jarras. El oficial de paisano maldijo de nuevo, se giró a los policías uniformados que observaban atónitos la conversación y les indicó que entraran en los coches. El oficial de paisano volvió al asiento del pasajero del coche en el que había llegado y, poco después, los dos coches de policía habían desaparecido.

    Rubino volvió a entrar en la casa y le dijo a Bremer, —Van a dar algo de espacio durante un rato, pero me imagino que en cuanto puedan sacarse alguna nueva prueba del culo, volverán.

    Bremer se giró hacia mí —Guay chaval. ¿has oído? Podemos mantenerlos fuera de tu caso sólo por un tiempo, así que me gustaría que pudieses ayudarnos más pronto que tarde. Tienes nuestras tarjetas. Cuando haya algo de lo que quieras hablar, danos un toque a alguno de nosotros.

    —A quien creas que tiene mejor voz por teléfono, - dijo Rubino.

    Bremer se levantó y se alisó la chaqueta. —Ya nos veremos, - dijo mientras salía de la cocina.

    Salió por la puerta hacia su coche. Rubino se quedó atrás durante un momento con la mano en el pomo de la puerta y dijo, —Y en el improbable caso de que realmente estés en la oscuridad, podrías buscar respuestas de ese director tuyo. - me examinó una última vez y salió por la puerta.

    Mis pensamientos sobre qué demonios acababa de pasar se vieron interrumpidos por el sonido de mi teléfono móbil.

    Lo encontré en la mesa del café junto al sofá en el que había dormido y respondí sin mirar quién era.

    —Hola, Chris, siento no haberte llamado antes, pero he estado ocupada aquí con Cathy, - era mi madre.

    —Oh, bien, no hay problema, - le dije al teléfono mirando por la habitación.

    —Vale, pensé en dejarte el fin de semana sin agobiarte. No habrás descubierto cómo organizar una fiesta, ¿verdad? - dijo ella riendo.

    —Nop, nada de fiestas.

    —Bien, eso está bien, supongo. ¿Ha pasado algo, entonces? ¿Algo emocionante?

    Tragué, tenía la boca seca y mi estómago estaba rugiendo por la sopa. A un kilómetro de mi casa habían algunos polis que querían mi sangre y frente a ellos dos Agentes del FBI (Agentes Especiales) que parecían saber más de lo que decían y les gustaban los juegos mentales. A una hora de distancia había un oficial de policía muerto y un "John Doe", al parecer, en pedazos.

    —Nop, - dije, —nada en absoluto.

Capítulo 20

    

Capítulo 20

    La casa de Amy era más grande que la mía. Yo siempre había pensado que mi casa era demasiado grande para tres personas, pero la de Amy parecía exagerar esa noción.

    Sólo la había visto de noche pero, ahora que la veía de día, parecía más grande. Ladrillo marrón oscuro y detalles en cobre, el césped delantero era bastante grande para jugar un partido de fútbol, si supiese jugar al fútbol. Me quedé frente a la casa durante unos minutos mirando las ventanas de la segunda planta tratando de decidir cuál era la de la habitación de Amy. Pensé en elegir una al azar y tirar una piedrecita, pero eso parecía demasiado Llamada de Caballero. Podría haberla llamado por teléfono, pero me lo había dejado en casa.

    Después de que se hubieron marchado la policía y el FBI, había salido porque sentía que me iba a explotar la cabeza. No dejaba de hacerme preguntas una y otra vez, martilleando mis ideas. Así que salí a pasear, crucé patios traseros y salté pequeños muros de ladrillo en la única dirección que parecía tener sentido, hacia la única persona de la Tierra que parecía tener sentido.

    Caminé hasta la puerta delantera y llamé al timbre. Un hombre de unos treinta y tantos apareció con un botellín de cerveza en una mano y llevando una camiseta del Cuerpo de Marines que no combinaba con su barriga. Cuando había abierto la puerta, la manga se había retraído revelando un tatuaje de "Semper Fi" en el brazo izquierdo. En cuando le vi, recordé que Amy me había dicho que no le contaba nada de lo que ella hacía. Probablemente yo era el primer tipo que aparecía en su umbral para preguntar por ella, y podía sentir su imaginación fabulando horribles pensamientos sobre mí. Tampoco parecía ayudar que yo oliese a leche, pimienta y aún llevase la camiseta de la gasolinera.

    Gruñí, —¿Está Amyí?

    Después de una última inspección, asintió y señaló con la cabeza hacia la escalera. Se apartó de la puerta para dejarme entrar y la cerró. El papá de Amy se rascó el cuello durante un rato, luego voceó, —¡Amy!

    Arriba y a través de una puerta cerrada, oí un grito en respuesta, —¿Qué?

    —Tienes visita, - voceó el Sr. Westbourne.

    Silencio desde arriba.

    —Bajará en un segundo, - dijo él tras un rato.

    Me quedé allí en el vestíbulo, dando golpecitos en mis muslos con los dedos. El ruido de los partidos de fútbol del domingo llegaba desde una TV en alguna parte al fondo del pasillo. El Sr. Westbourne se quedó allí frente a mí, examinándome. Yo intenté imaginar todas las cosas horribles evidentes sobre mí en ese momento. Recé para que mis ojos ya no estuviesen rojos o hinchados. Normalmente, cuando un adolescente tiene ojos rojos y secos, lo primero que te viene a la mente es consumo de drogas y no espray de pimienta.

    Ajusté mi postura, observé la parte de la casa que podía ver y traté de parecer impresionado. Él siguió estudiándome hasta que su ojo captó la pinza negra de acero inoxidable que salía del bolsillo derecho de mis vaqueros. El grande y mortal cuchillo, probablemente de porte ilegal, que aún llevaba encima.

    «Genial. Aparece un chaval preguntando por tu hija con la camiseta de una gasolinera y llevando un cuchillo. Saca la escopeta.»

    —¿Siempre lleva un cuchillo, Sr…? - me dijo en seco antes de dar un sorbo a su botella.

    —Baker, señor, - croé de nuevo, —Chris. Y, uh.. lo compré ayer. Es, um… es un Emerson. - no sé por qué dije eso.

    Sus ojos se abrieron ante esta última palabra. dejó la botella en una mesa detrás de él y dijo, —Un Emerson, ¿en serio?

    No sabía si aquello era bueno o malo. ¿Le acababa de decir que conducía un Jaguar o un Fiat?

    —Sí, - dije inseguro sobre si disculparme o celebrarlo.

    El hombre pareció animarse y dijo extendiendo la mano, —Vaya, ¿cuál es?

    Saqué delicadamente el cuchillo de mi bolsillo y se lo entregué. Lo cogió y examinó el mango, luego sacó la hoja con un simple giro de su muñeca.

    A mí no se me había ocurrido hacer eso.

    —Ah, un CCC-7, - me dijo. —El clásico.

    Supuse que había hecho la elección correcta. Estaba seguro de que el número de modelo no estaba impreso en el cuchillo y que debía de haberlo reconocido a simple vista.

    —Te deben de gustar los Emerson, - me dijo, —¿Tienes alguno más?

    Antes de que pudiese responder, prosiguió, —Yo tengo una colección de esos aquí, iré a por ellos - cerró la hoja con una mano, me lo lanzó y prácticamente salió corriendo del vestíbulo para desaparecer por el pasillo.

    Amy apareció en lo alto de la escalera. Llevaba el pelo húmedo y despeinado, algunos mechones se le pegaban a la cara y cuello. Vestía una camisa con la caricatura de un rana que parecía aburrida de estar viva y vaqueros deliberadamente descoloridos. Iba descalza.

    —Oh, eres tú, - me dijo al verme.

    Empezó a bajar la escalera cuando volvió su papá llevando una caja del tipo que se usan para pinchar mariposas.

    Tras lanzarle una mirada de disculpa a Amy, me puse a admirar la colección de Emersons de su padre. Tenía cinco o seis cuchillos y me los enseñó uno a uno comentando sus virtudes: un SARK, un CCC-7N como el mío, un CCC-10, un CCC-12 con una hoja de diecisiete centímetros.

    —Ah, el CCC-12. - dije sonando interesado.

    Amy sonrió y me dijo, —¿Querías la guía de estudio para el examen de álgebra, ¿no?

    —Justo, - le dije.

    —Venga, te imprimo una copia y la repasamos, - me dijo dándose la vuelta hacia la escalera. Yo la seguí.

    —Deja la puerta abierta, - dijo el papá de Amy aún sujetando la caja de los cuchillos.

    Yo empecé a reir pensando que lo decía en broma, luego recordé el tamaño de aquel cuchillo y cerré el pico.

    —Pensé que me ibas a llamar primero para contarme la historia, - me dijo Amy cuando llegamos a su habitación.

    Su dormitorio era mayor que el mío. Tenía unos cuantos pósteres de grupos de música que yo nunca había oído decorando la pared detrás de su cama. En la mesa con forma de L había un ordenador, un monitor de pantalla plana y una impresora tamaño gigante que ocupaba el espacio que no estaba lleno de papeles y libros de texto.

    —Cambio de planes, - le dije cuando mi atención volvió hacia ella.

    —¿Cuál es el nuevo plan? - me preguntó sentándose en el borde de la cama y señalando la silla del escritorio a unos metros de distancia.

    Me acerqué la silla y me senté.—El nuevo plan es hacer un nuevo plan, - le dije.

    Luego le conté todo lo que había pasado esa tarde, la sopa, el FBI, los polis, la carencia general de información sobre por qué estaba allí el FBI y la ominosa sugerencia de que el Sr. Comstock, el director del instituto estaba detrás de todo. Ella encogió las piernas y se sentó al estilo indio mientras le contaba la historia, asintiendo y haciendo ocasionales preguntas.

    —Pensé que habíamos descubierto que Comstock trabajaba para el gobierno, - dijo después de la sorpresa incial.

    —No lo sabemos seguro, - dije, —Solo sabemos que alguien le está transfiriendo una pasta gansa desde una cuenta anónima. El dinero podría venir de fuera del país.

    —¿Y el tipo de anoche, el poli falso? ¿Nadie dijo quién era?

    —No, el tal Bremer solo me dijo que era un "John Doe", o sea, que nadie puede identificarlo.

    —Podían estar mintiendo. Podía haber estado trabajando para los federales.

    Asentí, —Podría ser. Quienquiera que fuese, me he librado del cargo de asesinato, igual que me libré de esa pelea en el instituto del jueves, lo que nos lleva de vuelta a Comstock. Y además, la gente se supone que tiene pesadillas y recuerdos fugaces y se sienten como una mierda cuando matan a alguien.

    Amy asintió.

    —Yo no sentí nada, - dije.

    Ella me miró ceñuda, —Bueno, quizá yo tampoco me sintiera muy mal después de matar a alguien que hubiese intentado matarme. Si atropellas a un ancianito que cruza la calle, te podrías sentir mal, pero un tío que ha matado a un poli y ha intentado matarte, o matarnos....

    Quedamos en silencio durante un rato.

    —¿Qué hacemos ahora, entonces? - dijo Amy rompiendo la pausa.

    —¿Esperar? ¿Esperar a que el FBI... o algo? - dije. No tenía ni idea.

    —Parece como si quisieran que hagas el trabajo por ellos. Ese tipo, Rubino nosequé, dijo que empezaras con Comstock, ¿no? Quizá necesitan que hagas algún trabajo de campo porque no pueden llegar legalmente hasta él o algo.

    —Es posible. ¿crees que van tras sus archivos del banco? Aún tengo el CD.

    Negó con la cabeza. —Si son del FBI, pueden ver su cuenta bancaria cuando quieran, ¿o no?

    Pensé durante un rato, —Ya, eso creo.

    —Querían que les preguntases algo antes de que decírtelo. Parece que necesitan que averigües algo sobre Comstock y que te ayudarán cuando les hagas la pregunta correcta. Como si la pregunta correcta fuese una contraseña o algo así.

    Pensé en ello. El Agente Especial insistía en que le hiciese preguntas y le llamara si tenía alguna, O bien quería que le preguntase abiertamente qué demonios estaba pasando conmigo, o estaba intentando decirme que tenía que descubrir algo por mí mismo primero.

    Pero claro, si quisieran que les preguntara qué era lo que estaba pasando, podrían habérmelo dicho en ese momento.

    Al parecer querían asegurarse de que yo sabía la pregunta antes de me dieran la respuesta, por eso yo tenía que encontrar la pregunta por mi cuenta.

    Me daba vueltas la cabeza.

    —A ver, - dije, —cuando encontremos algo nuevo sobre Comstock, llamaré a los agentes del FBI y empezaré a conseguir respuestas.

    —¿Voy a tener que ser la Sarah del banco otra vez? - preguntó Amy.

    —No, - dije, —vamos a hacer una misión de reconocimiento al viejo estilo.

    —No tienes coche, - me dijo. —¿O sí? ¿Tenía tu padre un coche?

    —Sí, pero aún está donde trabajaba. En Quantico. No nos tomamos la molestia de ir a recogerlo.

    —No creo que mi padre me preste su coche para ir a recorgerlo.

    —No, da igual. De todos modos necesito un coche nuevo, No puedo ir conduciendo un Cadillac por ahí con diecisiete años.

    —Entoces… ¿qué? ¿Quieres empezar una juerga criminal y robar un coche?

    —¿No te acuerdas? - dije. —Te dije que podía permitírmelo.

Capítulo 21

    

Capítulo 21

    Al día siguiente ni siquiera tuve que considerar ir andando al instituto.

    Yo era un hombre libre.

    Desperté en mi cama, me di una ducha por primera vez desde mi ducha de leche del sábado y por fin me puse ropa que anunciaban las tiendas de moda adolescente, en lugar de la que anunciaba una compañía petrolífera.

    Me sentía libre, renacido. Un nuevo día, una nueva semana. Siete nuevos días de infinitas posibilidades y oportunidades para ser atacado por asesinos o atormentado por agencias federales.

    Amy seguía asistiendo a sus clases de la mañana, eso me daba algunas horas antes de estuviese disponible para hacer fechorías.

    Yo sólo tenía una cosa en mi agenda para hoy: comprar un coche.

    Me senté en la silla de mi escritorio, giré la pequeña TV de mi habitación y descubrí que llevaba mucho tiempo sin ver nada de televisión. Para mi sorpresa, no había ningún bombazo sobre nada lo que había hecho esa semana en ninguno de los canales de noticias 24 horas. Nada sobre locos adolescentes asaltando la sección de lácteos de un supermercado. Nada sobre el poli muerto ni un falso poli muerto. Nada sobre el FBI, ni sobre un chaval que coge un arma por primera vez en su vida y ya es un experto con ella. Quizá me había perdido esos reportajes el domingo y ahora ya eran viejas noticias. Quizá el impacto de los eventos de mi vida no tenían tanto peso en la consciencia global como la mayoría de adolescentes esperan que deberían.

    Llamé a Amy y le pedí se reuniese conmigo en un concesionario al que le había echado el ojo. Luego salí de casa.

    De tanto andar últimamente, pensé que quizá ni siquiera necesitaba un coche. Podía ser como esas personas de los tiempos remotos que iban andando o a caballo a todas partes.

    Amy ya estaba preparada cuando llegué, sentada en el coche de su padre aparcado en la calle. Salió cuando me vio y ambos echamos un buen vistazo al coche en venta aparcado en el césped. Era un Pontiac Firebird Trans Am blanco del 1998. Un deportivo de dos puertas con un largo capó curvado hacia abajo. En la entrada había uno gris de mejor aspecto, probablemente de mediados de los 70. Tal vez el dueño lo había cambiado por un modelo superior. Tenía un emblema detrás del Club de América Firebird & Trans Am.

    —Parece rápido - dijo Amy mirando el coche blanco.

    —Debería, es un V-8, - dije girándome para leer la lista de detalles en una hoja de papel pegada en la ventanilla del conductor. Amy se acercó también.

    —Si acabo en alguna otra persecución a baja velocidad, este sería perfecto, - le dije a nadie en particular.

    —¿Cómo sabes que es del 98? - preguntó ella. —No veo el año por ningún sitio. ¿Esperan que lo adivines de un vistazo?

    —Probablemente, - dije, leyendo las mejoras de fábrica del motor y el sistema de CD. —Yo lo sé por el número del bastidor.

    Ella entornó los ojos. —¿El que? - se inclinó y miró los diminutos dígitos grabados en una placa de metal en la base del parabrisas.—Aquí no pone el año,

    Yo me incliné de nuevo, —Sí, lo pone, aquí, - dije señalando la larga serie de dígitos. —El décimo caracter, W, significa que es de 1998.

    —¿Cómo va a significar 1998?

    —Que sí, pensé que todo el mundo lo sabía.

    —¿Esa W en la décima letra de un número enorme al que nadie presta atención nunca significa 1998?

    —Que sí.

    —Tú flipas.

    Me encogí de hombros.

    Se abrió lentamente la puerta delantera del concesionario, salió un tipo unos pasos y preguntó en voz alta, —¿Os interesa?

    —Sí, ¿está en venta?

    El hombre se metió las manos en los bolsillos y asintió lentamente, —Sip, es de mi hijo. - miró hacia los árboles durante un rato, luego caminó hacia nosotros.—Es un bonito coche, - dijo.

    —Eso parece, - le dije, exagerando al examinarlo.

    Tenía arañado el parachoques trasero, pero nada drástico. El techo se podía quitar si querías sentir el viento en el pelo.

    —¿Está bien el kilometraje? - pregunté señalando al papel en la ventana que indicaba 52,000 kilómetros.

    —Lo estaba cuando se imprimió el mes pasado. Podría tener más ahora, pero no será mucho, - dijo el hombre.

    —¿Y qué precio se pide? - pregunté.

    El hombre me miró, dudando y desgastando los engranajes de su mente.

    —Ehh, - empezó, —¿te importa si te pregunto qué edad tienes?

    —¿Yo? Tengo 19, - mentí. Me giré hacia Amy, —Esta es mi hermana, tiene 16. Nos hemos mudado aquí el mes pasado desde Detroit y no encuentro nada que no sea un Mitsubishi o un Hyundai.

    Asintió, claramente era un patrón del músculo americano.—Bueno, - empezó, —mi hijo pide nueve seiscientos por él. Ha empezado las clases en Brown y quiere algo mejor para el clima frío y las subidas y bajadas y demás. Quiere el dinero para libros, me ha dicho.

    «Ajá. Lo que usted diga.»

    —Y si le pago en dinero hoy... sin prestamos ni nada... ¿qué tal ocho novecientos? Eso es todo lo que he podido conseguir por mi viejo GTO.

    Amy me miró, rodó los ojos al cielo y negó con la cabeza lentamente.

    —Supongo que podría vivir con eso, - dijo el hombre después de rascarse la barbilla. ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Conducimos en el Firebird sin destino. Durante un momento, casi me sentí como un chaval de nuevo.

    —Es genial, - dijo Amy acariciando el panel de instrumentos.

    —Me alegra que te guste, - le dije.

    —¿De qué iba todo eso de que soy tu hermana, vivíamos en Detroit y tenías un GTO?

    —Yo que sé, - dije apretando el volante para pillarle la sensación al manejo del coche, —Al tipo obviamente de iban los Pontiacs, los coches americanos. Le di una historia que pudiese gustarle y le hiciese sentirse cómodo para venderle un coche a un chaval de 17 años con pasta.

    —Deberías dedicarte a las ventas.

    —Quizá cuando todo esto acabe, - le dije.

    Pasamos un Dairy Queen. Acababan de abrir por primera vez, ahora que la estación fría estaba acabando.

    —¿Quieres un helado? - preguntó Amy.

    —He tenido problemas con los lácteos últimamente, - dije sintiendo que se me revolvía el estómago.

    Ella dio una carcajada pensando que yo estaba bromeando. —Pues deberíamos hacer algo. Cuando se hace algo así, como comprar un coche, se supone que hay que ir a tomarse un helado, hacer algo autorecompensante o algo así.

    Pensé durante un segundo, —¿Comida china?

    —Eso suena bastante recompensante. - dijo ella y se giró para mirar el asiento trasero. —No hay mucho espacio. Dudo que quepan dos personas ahí atrás.

    Seguí conduciendo tratando de no inferir nada de esa declaración.

Capítulo 22

    

Capítulo 22

    El primer restaurante chino que encontramos era un rinconcito en una plaza, embutido entre una farmacia y un café Greek. Había, por supuesto, un gran acuario lleno con peces tropicales en la entrada frente a la barra. Una docena de cabinas llenaban el resto de la habitación. Escogí una que no dejara mi espalda expuesta y pudiera ver la entrada. El papel de pared explicaba el zodiaco chino. Tigre, Buey, Mono y todo ese sinsentido. Era principios de marzo y el tiempo empezaba a calentar, el resto de los clientes del restaurante llevaba chaquetas ligeras. Los pájaros cantaban fuera.

    Recordé que mi cumpleaños era el mes siguiente. Me pregunté si mi vida estaría resuelta para entonces o si aún estaría escogiendo asientos en restaurantes basados en la orientación de mi espalda. La idea me hizo sentir cansado y deprimido.

    Una joven china con limitado dominio de inglés se acercó, nos trajo los menús y tomó nota de nuestras bebidas. Yo examiné el menú buscando el pollo agridulce, lo encontré y dejé el menú sobre la mesa. El menú de Amy aún estaba en la mesa.

    —¿No miras? - le pregunté.

    —Siempre tomo ternera y brocoli

    —Podrían tener algo nuevo e innovador que te fascine.

    —¿Qué vas a pedir tú?

    —Pollo agridulce, - dije sonriendo.

    —Tal vez usen una nueva salsa que te fascine.

    Trajeron las bebidas, anotaron los pedidos, se llevaron los menús.

    —¿Cómo va el instituto? - pregunté para llenar el silencio.

    —Como siempre, - dijo ella. —¿Cómo van tus fechorías?

    —Como siempre. - asentí. —Me he comprado un coche hoy.

    Ella fingió sorpresa, —¿En serio? Una pistola, un cuchillo y un V-8. Estás listo para una película de acción.

    —No llevo el arma encima, muchas gracias.

    Sorbí el té caliente de una copita diminuta. Sabía a gengibre. El té, no la copita. La copita sabía a china. La porcelana, no el país.

    —¿Qué le pasa a tu padre con esos cuchillos? - pregunté, reflexionando sobre la caja de mariposas llena de afilada muerte puntiaguda.

    —Que son Emersons, tío, - empezó inclinando su cabeza hacia adelante —sólo habla de eso. Delta Force, SEAL, SAS, todo el mundo se vuelve loco por ellos. Se supone que aguantan un montón de maltrato.

    —Por eso estabas mirando este en la tienda, - dije bajando la vista hacia la pinza de metal y epoxy de mi bolsillo derecho.

    —Sí, estaba viendo si me recordaba alguno de los que me había dejado mirar.

    —Así que son los mejores en el gremio, supongo. Pensé que $180 era demasiado para un cortaplumas.

    —Oh, pueden ser mucho más caros. Hay gente que paga miles de dólares por cuchillos personalizados con mangos de madera o lo que quieran. ¿Por qué te enseñó mi padre La Colección, por cierto?

    —No sé, vio que tenía el cuchillo en el bolsillo cuando aparecí y se preguntaría: ¿por qué aparece este chaval buscando a mi hija portando un arma de filo? Dije la palabra Emerson y se convirtió en el director de un museo.

    Ella sonrió. —Bueno, pues le dejaste acribillándome a preguntas. ¿quién era ese chico?, ¿de qué le conoces?’ ¿dónde vive?’ Creo que le gustas. Es lo más que ha hablado conmigo en un tiempo.

    Llegó la comida, caliente y humeante. Adoro el olor de arroz blanco cuando está bueno y pegajoso. Antes de empezar a comer, pregunté, —Dijiste que los militares usan esos cuchillos. ¿Crees que tu padre los usó cuando estuvo en el Cuerpo o algo?

    —Es posible, - dijo ella, —pero no lo sé. No estoy segura de lo que hacía en los Marines. Cuando era pequeña viajaba a todas horas, cuando vivíamos en la base. Creo que era una especie de comando de operaciones especiales, o quizá enseñaba a los reclutas a abrocharse los pantalones. Ciertamente no habla de eso ahora. - ella empezó a comer, y yo hice lo mismo.

    La salsa agridulce era más "agri" que "dulce" lo cual, para mi sorpresa, no me importó en absoluto. Pensé en los padres de Amy. Me había contado que su madre se había ido por algo que hizo su padre. Quizá fue un miembro de una unidad de operaciones especiales y siempre surgía algo de última hora y tenía que viajar hacia algún país extranjero donde se suponía que no debía estar para matar a alguien que se suponía que no debía matar. Aunque yo nunca había oído que el Cuerpo de Marines tuviese Fuerzas Especiales. El Ejército tenía los Boinas Verdes y los Delta, la Marina tenía los SEALS y Equipo Seis, la Fuerza Aérea tenía el mayormente inútil SOC, pero los Marines… todo el mundo habla de los Marines como si todos fuesen fuerzas especiales. Quizá la madre de Amy se hartó de que su marido tuviese una vida secreta, o descubrió lo que hacía, y le abandonó. Cuando vivían en la base... Espera un minuto.

    —Espera un minuto, - dije, pinchando el tenedor en un tierno pedazo de pollo, —En la base. ¿Has vivido en Quantico?

    Ella terminó de masticar y asintió. —Sí, en las residencias de la base.

    —En Quantico.

    —Sí…

    —¡Agh!

    —¿Qué? - ella no entendía lo que estaba pasando por alto.

    —¡Tengo que conocerla!

    —¿Por qué… tan imporante es?

    —Mi padre trabajó en Quantico toda mi vida y yo ni siquiera he estado allí. Se supone que es como una ciudad fortaleza o algo así. Siempre que preguntaba si podía visitarle, me decía que la seguridad era demasiado estricta.

    —Me acuerdo que era algo así, - dijo ella buscando en su memoria. —Vivíamos allí hasta que tuve unos ocho o nueve años. Tenía que llevar un pase de seguridad y un montón de papeles por si me perdía o algo. Cuando salíamos y volvíamos, para ir de compras o lo que fuera, pasabamos por una especie de verja y mi madre tenía que mostrar una tarjeta y su DNI. Había una pegatina especial que teníamos que poner en nuestro coche también.

    —Pero tú conoces la disposición, ¿sabes cómo entrar?

    —¿El plano? Tampoco es que sea un centro comercial, es una ciudad entera. Las partes que yo veía eran residencias principalmente y oficinas y la PX. Nunca entraba en la verdadera base. Entrábamos por el lado Este algunas veces, por el río y las academias.

    —¿El lado Este?

    Ella dio otro bocado y luego me explicó la organización general de la ciudad. El lado Oeste tenía las residencias de la base y los edificios administrativos. En el medio estaba la propia base, que se extendía kilómetros y kilómetros de terreno boscoso con aeródromos al Este. Había una flota entera de helicópteros, incluyendo el "Marine One", el helicóptero del Presidente. Al Este de allí, justo en el Potomac, estaban las Academias de la DEA y el FBI, y la Universidad del Cuerpo de Marines donde trabajaba mi padre, y otros edificios de que ella no conocía. Cerca del río había algunos parques pequeños y campos donde los oficinistas iban a correr o a tumbarse y observar el río.

    —Si quisieras ir donde trabajaba tu padre, deberías usar la entrada del Sureste, está justo cerca de la Universidad. También hay un control allí..

    —Supongo que ya tengo otra cosa para mi agenda, - dije.

    —¿Por qué esa fijación con ese lugar? No tiene nada que ver con nada de esto. No hay sede del FBI allí, sólo una academia.

    —Oh, no es nada de eso, - dije, —Solo quiero verlo una vez, al menos. Mi padre vivió y murió allí bajo una mortaja de secretismo. Quiero ver dónde trabajaba, al menos, quizá hablar con algún compañero suyo de trabajo y escuchar alguna explicación sobre por qué murió o, al menos, en qué pasaba su vida trabajando. ¿Construía nucleares? ¿Diseñaba armas biológicas? ¿Calculaba el color óptimo de la pintura para unos barracones en el mar? No sé nada; absolutamente nada sobre lo que él hacía y apenas nada sobre quién era.

    Sentí que mi voz comenzaba a temblar, así que dejé de hablar. Los ojos de Amy eran profundos y buscaron los míos de nuevo. Deslicé con el tenedor un trozo de piña por la salsa, pensando en Paul Bunyan y sus "flapjacks" gigantes por alguna razón.

    —De acuerdo, - dijo ella eventualmente, —Puedo intentar meterme allí si tú quieres. Es decir, ya no tengo los permisos para que nos dejen entrar allí.

    —El coche de mi padre aún está allí, - dije, —alguien llamó a mi casa hace una semana o así. ¿Puedo usar eso para entrar?

    Ella asintió. —Eso podría funcionar, pero yo no les llamaría con antelación. Te dirían que ellos sacarían el coche hasta la puerta para que lo recojas, o enviarían a alguien para dejarlo en tu casa. Tienes que aparecer en la puerta y explicarle al tipo por qué estás allí. Si tienes el DNI de tu padre podría ayudar. De ese modo, todos podrían quedar confundidos y podrías entrar. Si llamas y preguntas, te dirán que no, pero si apareces allí… ¿quién sabe? Hay puntos de bonus si pareces todo afligido. Aunque aún está lo otro. - continuó Amy. — Comstock. El FBI quiere que les preguntes algo sobre él. Tú, yo, nosotros, alguien, tendrá que descubrir qué pinta en la historia.

    —Ya, - suspiré, —Todo ese asunto apesta. Quiero respuestas, pero no puedo admitir al FBI o a la policía lo que hice el sábado por la noche, exactamente. Y ellos lo saben, así que es como danzar sobre una estúpida cuerda floja de insinuaciones y palabras en clave. Parece que quieren ayudarme, pero primero tengo que ayudarles.

    —Quizá Comstock está vendiendo drogas o algo. Quizá usa estudiantes para mover el producto hasta la calle, - dijo Amy pensativa.

    —Entonces sería la DEA la que se ocuparía de eso.

    —¿Y si vende secretos del gobierno?

    —La CIA. No, espera, la NSA.

    —¿Envía armas robadas a Africa?

    —La ATF.

    —¿Juega a baloncesto profesional?

    —La NBA.

    —Me he quedado sin ideas

    —Y yo sin acrónimos, - dije.

    —¿De qué se ocupa exactamente el FBI, entonces?

    —De todo lo demás, supongo. Son como una versión federal de la policía. Todo lo que haría la policía usualmente, pero cruzando las líneas de estado. Cosas de la Mafia, pirateo de películas, creo que algo de antiterrorismo, si es doméstico.

    —Quizá Comstock esté quebrantando alguna ley, alguna ley importante. O quizá trabaja para alguien que lo hace. Bueno, el hombre parece lo bastante estúpido para que podamos seguirle y esperar a que haga algo sospechoso.

    —Ya, - dije. — Podemos mantenerle vigilado. Cuando estés en el instituto, intenta echar un vistazo a ver lo que hace. Pero no escribas nada y sé discreta. Yo intentaré averiguar dónde vive y comprobaré su casa.

    Ella asintió lentamente, luego negó. —¿No parece esto como... extremadamente estúpido? No tenemos ni idea de lo que está pasando y el FBI te está dando pistas secretas como Yoda o algo así. Sólo somos niños, prácticamente. ¿Qué sabemos de todo esto?

    Miré con atención el tanque de peces. Un gran pez a rayas perseguía a un pececillo naranja más pequeño por el tanque. El pequeñín se giró de pronto y cargó hacia el pez grande, que huyó rápidamente para pulular por el coral falso.

    —Extremadamente estúpido, - dije.

Capítulo 23

    

Capítulo 23

    Llegué a casa avanzada la tarde. Dejé las llaves de mi nuevo coche en el mostrador de la cocina y revisé la sala. Llevaba solo desde el viernes, pero había dejado el lugar echo unos zorros. El cuenco aún estaba sobre el fogón, la lata vacía de sopa en la repisa. Documentos, bolsas y cajas esparcidas por la mesa de la cocina.

    Me llevó un rato limpiar la cocina. Luego pasé al salón. Ordené los cojines del sofá y organicé los controles remotos sobre la mesa del café.

    Saqué la basura al garaje y la tiré en el contenedor grande. El garaje estaba vacío salvo por las latas de gasolina, trapos y herramientas de jardinería. Podía haber aparcado el coche dentro, pero no tenía el mando de la puerta del garaje. Mi madre lo tenía en su coche y el otro estaría en el coche de mi padre. Era demasiado perezoso para usar el botón de la pared cada vez que entraba y salía.

    Subí a mi habitación y abrí las cortinas. Mi cuarto tenía ventanas inmensas que serían un lujo si no fuese por las vistas. Como algunas casas de mi calle, esta estaba construída prácticamente en la ladera de una colina, de modo que la segunda planta estaba básicamente a nivel del suelo. Tras ordenar la habitación, me senté al ordenador y empecé mi trabajo real.

    Los profesores y directores raramente hacían una lista con sus direcciones y teléfonos, con la esperanza de hacer sus vidas personales invisibles a los estudiantes que quisieran consultarlas.

    Yo probé de todos modos y no encontré nada online sobre Nathan Comstock en Virginia. Se me ocurrió una idea. Cogí el teléfono de mi habitación, pulsé *67 para bloquear el identificador de llamada y llamé a la oficina principal del instituto. Consulte la hora en la pantalla del ordenador, Eran después de las 5 PM y la oficina cerraba oficialmente a esa hora. Escuché los tonos esperando que alguien se hubiese quedado a trabajar hasta más tarde o fuese lento en recoger sus cosas. Después de siete tonos me rendí y fui a colgar cuando oí un ligero, —Instituto de Fredericksburg.

    Me llevé el teléfono al oído, traté de componerne y dije, —Hola, soy Mark del centro de distribución de rutas de FedeEx. tenemos un paquete para N. Comstock en esa dirección y número de teléfono. Tenía que haber sido enviado hoy, pero desafortunadamente hubo un error y el paquete se retrasó inesperadamente. Puesto que es culpa nuestra y el paquete tiene prioridad 12 horas, me gustaría entregarlo hoy. ¿Está el Sr. o la Sra. Comstock ahí ahora para aceptar el paquete?

    La facilidad con que había improvisado todo aquello me impresionó. Hubo una pausa en la línea, luego la mujer dijo, —El Sr. Comstock no está aquí ahora mismo y nuestra oficina se va a cerrar en unos minutos. - sonaba bastante disgustada; Probablemente quería llegar a casa y ver algún buen programa de tv del lunes.

    —Ya veo, - le dije. —¿Hay otra dirección, tal vez la dirección de su residencia, donde pudiéramos redirigir el paquete? Como he dicho, alguien pagó para que llegase antes de la medianoche y estamos obligados a entregarlo hoy.

    Una pausa, un suspiro. —Voy a ver la dirección de su casa en el directorio, un segundo.

    El tiempo se arrastró lentamente, los segundos latían en mi oído. Algún movimiento de papeles y abertura de cajones después, —Vale, - dijo ella. —esta es la dirección de su casa. No sé si estará en casa, le daré su número de teléfono para que pueda llamar.

    —Estupendo, - dije tan pasivamente como pude.

Capítulo 24

    

Capítulo 24

    Tenía una dirección y un número de teléfono, más que bastante para montar una operación de espionaje.

    Consulté la dirección online y descubrí que estaba al otro lado de la ciudad, pero no demasiado lejos. Hice una búsqueda con el número de teléfono para ver si había sido publicado en algúna página web por allguna razón, pero no encontré nada.

    Tuve la idea de acercarme hasta allí en ese momento, pero decidí que sería mejor hacerlo durante el día, cuando no estuviera en casa. Merodear de noche por la casa de alguien es demasiado sospechoso. Recordé que se podía tener una vista satélite de cualquier dirección y la consulté. Parecía un bonito barrio, con árboles entre las casas pero, ¿quién podía estar seguro con estas cosas del satélite?

    Apagué el monitor del ordenador y empecé a pulular ociosamente por la casa mientras pensaba en un plan.

    Nuestra hipótesis era que Nate Comstock, director de mi instituto, estaba haciendo algo ilegal, algo lo bastante ilegal como para llamar la atención del FBI y hacerme tan vital que me mantenían inmune a las consecuencias de matar a alguien que había intentado matarme.

    «Alguien ha intentado matarme», seguía repitiendo en mi cabeza... pero las palabras no tenían peso. No conseguía reaccionar a ellas, del mismo modo que la muerte de mi padre no parecía desconcertarme.

    «Debo de estar pasando por una gran fase de negación», me imaginé. Si quería respuestas, necesitaba hacer preguntas (según el FBI) y ninguna de mis preguntas parecía funcionar.

    «Tengo que averiguar algo sobre Comstock y luego preguntar a los Agentes Especiales Bremer o Rubino al respecto.»

    Eso era lo único que podía descifrar de aquella conversación.

    Me vino a la mente la conversación con los tipos del FBI sobre la cámara de seguridad que decían que había captado mi imagen y la de Amy en el supermercado y aquello me dio la semilla de una idea.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Al día siguiente, Amy no llamó ni envió ningún mensaje. Recé para que se acordara de empezar a vigilar el comportamiento del Sr. Comstock.

    Conduje hacia la casa después de las diez. Era de veras un barrio bonito, pero no impresionante. Su casa no era muy grande pero parecía limpia. Estaba en un camino circular sin salida con otras tres casas al final de una carretera. El centro del camino sin salida, más que ser solo una rotonda vacía de pavimento, tenía una pequeña mediana de césped con un tosco banco de parque, dos farolas y tres pinos.

    Probablemente solo por decoración. No podía imaginar a nadie saliendo de su casa para ir a sentarse en un banco en una isla en medio de la carretera, pero quedaba bien de todos modos.

    La casa de Comstock era claramente visible desde la calle, lo cual era estupendo para lo que yo había planeado. Desde la isla de la rotonda había cinco casas a doscientos metros, también era bueno para el plan.

    Volví al coche y conduje hasta encontrar una tienda de informática. La primera que encontré era una Depot PC y justo en el escaparate tenían la caja abierta de un ordenador portátil con una hoja de especificaciones decente por $800. Probablemente un regalo de Navidad devuelto. Las normas de libre devolución de estas tiendas les obligaban a aceptar un ordenador como aquel y venderlo como pudieran.

    Tenía red inalámbrica y entré en la tienda a esperar a que alguien me atendiera. Mientras esperaba, me permití prestar algo de atención a mi cabeza. Desde el sábado había comprado un arma, un cuchillo y un coche. Si seguía a ese ritmo, estaría en bancarrota para junio. Tenía que mantener bajo control mis gastos, aunque tenía que darme puntos por ser tan frugal. Podía haber comprado un arma con acabado de platino y mi nombre grabado con diamantes, me podía haber comprado un Lamborghini con tapicería de cuero cabelludo de águila calva, podía haber comprado un portátil de cien gramos capaz de renderizar el área superficial del planeta entero en tiempo real y grabar un DVD al mismo tiempo, pero no lo había hecho.

    Supuse que eso ya era algo. No estaba siendo alocado. Además, tampoco es que fuese a necesitar otro coche u ordenador durante un tiempo.

    Empecé a pensar que quizá mi padre me había dejado esa loca póliza de seguros como una especie de disculpa. No había pasado mucho tiempo conmigo cuando estuvo vivo así que, cuando murió, me dejó una pequeña fortuna.

    Parecía morboso.

    Compré el ordenador de segunda mano y un adaptador para poder enchufarlo al coche. Conduje de vuelta al camino sin salida. Si mi plan no funcionaba, no necesitaría el ordenador realmente. Pero a diferencia de un arma, me venía bien un nuevo ordenador. Mi Pc de sobremesa de casa estaba ya anticuado. Además, no era un portátil.

    Aparqué al lado de la calle y encendí el ordenador. Pasé unos minutos acostumbrándome a él. Tenía una pantalla de quince pulgadas y ratón táctil. En la tienda no se habían molestado reinstalando Windows, de modo que ya estaba configurado para Wendy, la anterior dueña. A Wendy parecían gustarle los perritos, pues sólo había cambiado el fondo de pantalla con la imagen de un cachorrito.

    La idea era encontrar una red wi-fi abierta en la zona, dejar el ordenador conectado y enviar la imagen de la casa de Comstock por webcam. Tenía que enchufar el ordenador de algún modo y esconderlo si quería ver la imagen desde mi casa u otro ordenador sin tener que quedarme sentado en el coche.

    La clave de la vigilancia es observar a alguien el tiempo suficiente para aprender su rutina: saber cuando entra y sale de casa, quien viene de visita y si usan la puerta delantera, la del patio trasero, etc.

    Las redes inalámbricas eran accesibles, pero la seguridad de la red no. Muchos dejaban su red abierta sin contraseña y yo confiaba que una de las cinco casas dentro del radio estuviera emitiendo una señal de red abierta.

    Tuve que caminar por ahí con el portátil equilibrado en el brazo y pulsando el botón de refrescar con el otro, pero encontré una red abierta llamada Por Defecto. Podía conectarme a ella y entrar en internet sin problema con una señal decente desde la isla donde estaba el banco.

    Las farolas de la rotonda tenían alimentación externa en la base, quizá para las luces navideñas. Pensé en envolver el portátil en el plástico para protegerlo, esconderlo bajo uno de los pinos y dejar la webcam en marcha apuntando a la casa.

    Volví a la tienda de informática para comprar una webcam y un envoltorio de plástico, pero encontré algo mejor. Había una cámara que se conectaba sola a la red inalámbrica y podías incíar sesión remota para ver o grabar vídeo. Incluso tenía montura y soporte para atornillarla a la pared. Con ella no necesitaba dejar el portátil en el árbol. .

    Compré la cámara, un martillo y un juego de clavos, y regresé a la rotonda. Configuré la cámara en el coche con mi nuevo ordenador: red de conexión, calidad de la imagen, dirección de correo electrónico a la que enviar la IP de la cámara si ésta cambiaba...

    Volví a la mediana, me senté en el banco y conecté el cable de la cámara a la base de la farola más próxima. Esperé a que se encendiera la luz verde que indicaba que la cámara se había conectado y busqué un lugar donde fijarla. Decidí clavarla en el tronco de un pino y mover las ramas, que servirían para ocultar la cámara de la vista casual y si alguien la veía, confié en que no le preocuparía demasiado al ser un modelo casero y poco amenazador. Luego se me ocurrió poner un cartel que dijera "Observación de Aves", pero me pareció una bobada.

    Volví al coche, me conecté a la cámara con el portátil y comprobé las imágenes de víideo. Una rama invadía el marco, pero había una buena imagen de la calle, el garaje y la puerta delantera.

    Contento con mi vigilancia digital improvisada, puse en marcha algo de vigilancia analógica.

    Me acerqué a la casa de Comstock mirando disimuladamente por las ventanas. La mayoría de las persianas estaban cerradas, no podía ver nada interesante por ellas. No había montañas de sacos de heroína ni equipo para hacer bombas ni niños esclavos esposados a una tubería ni pilas de contrabando de armas de asalto rusas. Lo que fuese a lo que se dedicaba, lo hacía con guante blanco y tenía que ver periféricamente con asesinos a sueldo.

    Si es que aquel tipo vestido de poli era un asesino a sueldo. Bien podría solo haber intentado secuestrarme para extorsionarme con el dinero.

    Las puertas de la casa estaban cerradas. No había correo en el buzón y me quedé sin ideas, así que me fui a casa.

    Me sonó el móbil mientras iba por la autovía. Nuevo mensaje de texto. Era temprano para que Amy saliera de clase, a menos que se estuviera saltando más clases de lo normal.

    Pulsé el botón de leer, decía Importante. voy para tu casa.

    Dejé el teléfono en el asiento del pasajero y por fin pude descubrir lo que mi coche nuevo era capaz hacer.

Capítulo 25

    

Capítulo 25

    Amy no estaba en mi casa todavía cuando llegué.

    Comprobé el teléfono para ver si me había llamado, luego llevé mis cosas dentro e instalé mi nuevo portátil sobre la mesa de la cocina. Subí las escaleras y cogí algunos CD de software de mi habitación para personalizar el ordenador. Abrí una lata de Coke de la nevera y me senté frente al portátil. Después de configurarlo con la red (con contraseña) de mi casa, entré en Internet y comprobé la cámara remota que había puesto unos minutos antes.

    La imagen ahora era un poco lenta. Las ramas aún molestaban, pero tenía una vista clara de ambas entradas. Me quedé viendo la pantallita de vídeo durante unos minutos, preguntándome lo que estaba buscando.

    Amy entró por la puerta delantera sin llamar y tiró su bolsa de mensajero en el sofá mientras caminaba hacia la cocina. Era la 1 PM.

    —¿Qué era eso tan importante? - le pregunté cuando ella se sentaba en la silla frente a mí. Parecía agotada y distante, con la barbilla apoyada en su palma abierta y dándose golpecitos en los dientes con la uña.

    —Estuve vigilando a Comstock como me pediste, - empezó. —Entre clases le observaba o intentaba seguirle. Entré en la oficina de administración tres veces fingiendo que necesitaba formularios y haciendo copias de papeles en blanco para ver si volvía a su oficina.

    —Vale…

    —La última vez, durante el almuerzo, Comstock salió de su oficina, me vio y empezó a hablarme.

    —¿Sobre qué? - yo estaba observando el soplo del viento en las ramas de un árbol en una calle de un vecindario a siete kilómetros de distancia.

    —Sobre ti, - me dijo.

    Levanté la vista del ordenador. —¿Sobre mí?

    —Sí. Me dijo que no habías ido al instituto últimamente y me preguntó si había hablado contigo. Yo le dije que no te conocía mucho y que sólo te veía algunas veces al día, pero que pensaba que podría deberse a algo sobre la muerte de tu padre.

    —¿Por qué te preguntó a ti? No sabe que nos conocemos.

    —No lo sé. Empezó a mencionar nuestra cuarta hora en la sala de estudios, él sabe que tenemos esa clase juntos, pero en cuanto sacó el tema le entró prisa y se marchó andando.

    —Vale. Eso es raro.

    —¿Es un portátil nuevo? - preguntó, notando ahora lo que yo había estado mirando todo el tiempo.

    —Es… un portátil, y solo es nuevo para mí, - dije.

    —¿Intentas descubrir lo rápido que puedes gastarte todo el dinero?

    —Hey, lo compré de segunda mano. Y lo compré para espiar remotamente la casa de Comstock.

    —¿Cómo?

    Le mostré la imagen de vídeo y le expliqué lo de la cámara inalámbrica que había puesto en un árbol. Le dije que se podía consultar desde cualquier ordenador y verla remotamente.

    —¿Cualquier ordenador? - preguntó ella.

    —Que tenga acceso a Internet, - dije .

    —¿Por qué compraste un portátil? - Suspiré. Amy se levantó, rodeó el mostrador y miró en la nevera.—¿No has comprado comida? - dijo ella, su cuerpo quedó bloqueado por la puerta abierta.

    —Compré algo en la tienda anoche, para hacer sandwiches, - dije .

    Ella abríó el armario de la comida y dijo, —Ajá. - sacó la bolsa de lonchas de pavo, lechuga y empezó a buscar la mayonesa.

    —¿No has comido en el instituto? - pregunté.

    —No, estuve en la oficina durante el almuerzo y después de que Comstock charlara conmigo me fui. - empezó a abrir la bolsa de pan de molde sobre el mostrador.

    En la pantalla del ordenador, vi el camión blanco del correo rodear la rotonda y desaparecer de la vista. Amy dejó dos trozos de pan sobre un papel de cocina y luchó para abrir el tarro de mayonesa.

    —Deja eso, - le dije poniéndome en pie. —Vamos a salir.

    Ella miró al cielo y dejó el tarro. Metió las rebanadas de pan en la bolsa y dejó todo lo demás en la nevera.—¿Adónde vamos? - preguntó resiganda.

    —A quebrantar más leyes, - le dije poniéndome la chaqueta.

    —¿Nos llevamos el arma entonces? - Estaba bromeando.

    Miré el arma que descansaba en la mesa de la cocina junto al salero. Hice una nota mental de buscar un lugar donde ponerla. Por el momento, la metí en la caja y la cubrí con un paño de cocina.

    —Perfecto, - dijo Amy sobre mi hombro. —Nadie mirará nunca bajo el paño del té.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Nos metimos en mi coche y yo conduje hacia el barrio de Nathan Comstock. Aparqué en la calle donde había estado antes. Salí y paseé disimuladamente hasta el buzón de la casa de Comstock. Miré algunos sobres. Amy salió y se acercó hasta la rotonda en medio de la calle y trató de encontrar la cámara. Yo la vi encontrar el cable y seguirlo hasta el árbol, separó algunas ramas hasta que vio la cámara. Le llevó 15 segundos, pero ella sabía lo que estaba buscando y yo confiaba en que a cualquier otro le resultaría más compliado detectarla.

    Cogí del buzón un objeto que parecía prometedor y volví al coche. Amy regresó unos segundos más tarde.

    —¿Qué has cogido? - me preguntó.

    —Buscaba una carta del banco o una tarjeta miembro del Club de Descuentos para Sospechos Criminales. Pero encontré esto. - le mostré un sobre de Servicios Financieros Dell.

    —¿La factura de un ordenador?

    —Es mejor que nada, supongo. - abrí el sobre.

    Dentro había una carta de una cuenta de crédito de Dell. El saldo era sólo de unos cientos de dólares, no lo bastante para comprar una red de superordenadores para crackear códigos balísticos. En cuanto al comportamiento estereotipado de supervillano que estaba buscando, me estaba quedando sin ideas. La carta tenía su información de contacto debajo del todo. Ya sabía la dirección y el número de teléfono, pero no su dirección de correo electrónico.

    Era de una cuenta gratis en Hotmail, no la del instituto. Si podía acceder a su email personal, sabría que equipo informático había estado comprando, con quién hablaba, los sitios web a los que estaba registrado... Las posibilidades parecían interminables.

    «Pero, ¿cómo consigo entrar?»

    Saqué el portátil de la bolsa en el asiento de atrás y me conecté a Internet. Intenté abrir la sesión en Hotmail con su dirección y algunas contaseñas obvias.

    Nada.

    Necesitaba ayuda y se me ocurrió una idea.

    —¿Qué? - preguntó Amy, —¿Se te ha ocurrido algo?

    —Es posible. Conozco a un tipo que puede ayudarnos. - le respondí, —pero requeriría que mostrases un sentido muy limitado de orgullo personal.

    —Hecho, - dijo ella.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    La casa de Dale Carpenter estaba en un vecindario de casitas en el área histórica de Fredericksburg antes de ser absorbida por el cruel sistema de la expansión suburbana, Starbucks y urbanizaciones de pisos adosados.

    Los dos llegamos a la puerta delantera, yo llevaba mi mochila con el portátil, Amy su bolsa de mensajero. Amy llamó al timbre. Salió a la puerta una mujer con vaqueros y una sudadera.

    Yo sonreí como un idiota y Amy dijo, —Hola, ¿hemos venido a trabajar en un proyecto con Dale? - lo dijo como una pregunta, del modo que decían las pesadas del instituto la mayoría de las frases y la felicité mentalmente por esa actuación.

    La mamá de Dale dio un paso atrás y señaló por el pasillo hacia su habitación. Dije gracias, ambos recorrimos el zaguán y cruzamos la puerta abierta de su habitación.

    De inmediato sentí una racha de calor. Dale era un genio de la informática que yo conocía. Íbamos a la clase de informática juntos y con frecuencia nos reíamos de los profesores. Para mí la mayoría de las clases eran un modo de aprender nuevas cosas sobre hardware o programación, para él eran un modo de recordar cosas que ya sabía. Dale se solía sentar cerca de mí en la clase, por eso hablábamos de vez en cuando, pero allí llegaba la extensión de nuestra relación.

    Su cuarto era pequeño, pero prácticamente lleno de ordenadores. Había cuatro o cinco en fila bajo su escritorio, la mayoría con las tapas abiertas y las tripas al aire. Al otro lado de la habitación había cables IDE y Molex y de alimentacíon que salían de un caja metálica como las entrañas de la víctima de una granada. Sólo uno de los ordenadores tenía la distinción de apoyarse en su escritorio. Tenía una caja de plata y unas luces de neón azul se filtraban por las rendijas del chasis. Todos los ordenadores y sus ventiladores daban calor y ruido.

    —¿Baker? ¿Qué haces aquí? - Dale estaba sentado a su mesa en una silla alta de oficina de cuero negro, de las que llaman en los catálogos como Silla de Ejecutivo.

    —Hey, Carpenter, - dije dejando espacio para dejar entrar a Amy por la puerta. —Esta es Amy.

    Dale giró su silla quince grados para mirarla y dijo, —¿Qué? ¿Es tu novia?

    Amy levantó las cejas y sonrió.

    —Eso tiene relación con el porqué estamos aquí, - le dije.

    —Te has saltado clases de Red Plus, - dijo Dale aún sentado. —Todo el mundo cree que es por lo de tu padre o algo.

    —Hey, - dije , —Cuando dicen que te tomes el tiempo que necesites, me tomo el tiempo que necesito.

    Dale sonrió y miró a Amy, luego me miró a mí. —Bueno. ¿De qué va esto?

    —Tenemos un problemilla, - dije gesticulando a Amy con el codo. Ella estaba mirando una serie de libros en una estantería junto a la puerta.

    —¿Y bien…? - dijo Dale.

    —Hace una semana, - empecé, —Amy y yo nos saltamos la clase y quedamos en una de las aulas vacías de las mazmorras para hacer el… unas actividades. Bueno, alguien nos vio colarnos allí y nos pilló. El caso es que hizo una fotografía con su teléfono móbil...

    —Espera, - interrumpió Dale. Miró hacia Amy, —¿Tú... - luego me miró a mí, —... y tú?

    Yo le miré abiertamente. Él pilló la indirecta.

    —Humanos, - dijo entre dientes, sacudió la cabeza y soltó una carcajada.

    —Bueno, - continué yo, —alguien nos hizo una foto en el acto. Yo no lo supe hasta que me la enseñó hoy y pasó un buen rato riendo. Dice que quiere a enviarle la foto al Sr. Comstock, solo por ser un capullo.

    —¿Quién es? - preguntó Dale, claramente divertido.

    Yo le dije que no quería revelar su identidad.

    —Lo que quiero en entrar en la cuenta de correo de Comstock para ver si la ha enviado, Así puedo borrarla antes de que Comstock la vea. Tengo su dirección, es de una cuenta en Hotmail, pero no tengo su contraseña. - Dale se inclinó en su silla, disfrutando claramente de su posición de poder.

    —Puedo pagarte los servicios, si eso es lo que quieres, - dijo Amy. Yo la miré.

    —Nah, - dijo Dale. —Si lo hago por la diversión, es una broma. Si acepto dinero, es como un crimen o algo así.

    —Sí, - dije mirando de nuevo a Amy, —un broma.

Capítulo 26

    

Capítulo 26

    —Si lo hago, quiero ver esa foto, - dijo Dale con una media sonrisa.

    —No seas obsceno, - dije.

    Dale se encogió de hombros y giró en su silla para encarar su pantalla de ordenador. Amy se acercó hasta la cama y se sentó al pie. Alisó la colcha verde con una mano y botó ligeramente en el colchón unas cuantas veces, —Chris, ¿por qué no le damos un espectáculo privado?

    Dale giró la cabeza hacia ella y echó la cabeza hacia atrás para mirarme.

    —Me cae bien Amy, Chris, - dijo él.

    Yo fingí una sonrisa que no me pareció muy convincente. Amy parecía estar disfrutando con su nuevo papel, No la había visto tan contenta de ser otra persona desde que había sido Sarah del Departamento de Prevención de Fraudes.

    «Quizá lo suyo sea ser actriz», pensé. «La mayoría de ellos vienen de hogares rotos; tal vez eso tenga algo que ver.».

    —¿Cuál es la dirección de e-mail? - preguntó Dale mirando de nuevo a su monitor.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Después de una media hora, Dale había preparado un correo electrónico falso que pedía el cambio de contraseña de la cuenta Hotmal de Comstock. Me entregó la URL de una página donde podía comprobar los datos del formulario con la antigua contraseña y la nueva. Después yo tendría que cambiar manualmente la verdadera contraseña por la nueva que habría escrito Comstock.

    Dale hizo una última prueba con el formulario antes de enviar el e-mail y dijo, —Podría llevar unos días.

    —De acuerdo, - dije asegurándome de haber guardado la URL de la página en mi propio ordenador.

    —Nos vamos, entonces. Gracias por la ayuda.

    —¿Y mi espectáculo privado? - preguntó Dale poniéndose de pie por primera vez desde que habíamos llegado.

    —¡Nos vamos! - le dije mientras Amy salía por la puerta hacia el pasillo.

    Guardé el portátil en la mochila y me levanté para irme.

    Dale preguntó, —¿Dónde se encuentra una lasciva ninfa exhibicionista como ella? - tenía una sonrisa de oreja a oreja.

    —Ah, pues... ya sabes, - dije andando de espaldas hacia la puerta, —manteniendo los ojos abiertos.

    Abrí el coche y Amy entró de un salto. Dejé mi bolsa en el asiento de atrás y luego me senté al volante.

    Me quedé en silencio durante un rato, tratando de dejar el personaje. En los últimos días, parecía que no había dicho una palabra honesta a nadie. A nadie excepto a Amy. Pensé en la suerte que tenía de haberla conocido. La miré con atención, las mechas de color casi se habían borrado de su pelo, dejándolo todo rubio con algunas tiras de rojo en las puntas.

    Dios, estaba muy guapa.

    Ella me miró con ojos curiosos. —¿Qué? - preguntó.

    —¿Tienes algo que hacer hoy? - le pregunté.

    Amy bajo la mirada, luego miró hacia adelante. —No, no se me ocurre nada, - dijo ella.

    —¿Te apetece visitar tu antigua ciudad?

    Ella me miró, sofocó una risita en voz baja y dijo, —Claro.

    —Tengo que coger algo primero, espera aquí un minuto.

    Le di las llaves a Amy y salí del coche. Volví a la casa de Dale Carpenter. Un minuto más tarde y quince dólares más ligero, salí con un aparatito de inocente apariencia que esperaba que me permitiese cometer alta traición, (probablemente punible con años de prisión, si no la ejecución), en mi bolsillo.

    —Listo, - le dije poniendo el coche en marcha, —Vamos a ver la oficina de mi Padre.

Capítulo 27

    

Capítulo 27

    Conduje hasta mi casa para coger algún tipo de credencial que, al menos, insinuara que tenía ciertos asuntos para entrar en Quantico. Mi padre siempre tenía una tarjeta de identificación que se pinzaba en el bolsillo de la camisa, pero no la había visto desde que falleció. Puesto que estaba en el trabajo cuando ocurrió, obviamente aún estaría allí. No estaba seguro del tipo de securidad que habría para entrar en la ciudad. Tampoco es que intentade colarme en la base del Cuerpo de Marines y hacer fotos de su centro de mando.

    Sólo quería visitar la universidad donde trabajaba mi padre. A la mayoría de las universidades les gustaban las visitas.

    Cogí un permiso de conducir caducado y su certificado de muerte del cajón del escritorio en el cuarto de mi padre. Al menos intentaría probar que mi padre era mi padre.

    El Trans Am rodaba bien por la carretera. Conducir por la autopista con mi antiguo coche era a veces una negociación, pero en aquel coche podía sentir de verdad la tracción del motor.

    A Amy le gustaba el coche.

    Quantico estaba a media hora por la 95. No podía imaginar a mi padre haciendo este viaje en coche dos veces todos los días, sería muy aburrido. Árboles a ambos lados, mucha carretera sin iluminar; quizá habría sido relajante para alguien con otras cosas en la cabeza. Yo estaba un poco nervioso y la monotonía del viaje permitía que la ansiedad reverberara dentro de mi cuerpo.

    Amy me indicó la salida de la autopista y hasta Russell Road. Durante un rato pareció que estaba atravesando territorio inexplorado. A mi izquierda pasé un inmenso edificio, más árboles, un aparcamiento gigante hasta llegar a un puesto de guardia. Ambos carriles de la carretera estaban bloqueados y entre ellos había una garita con dos Marines, vestidos con pantalones, camisas oliva caqui y gorras. En el otro carril había un coche parado, uno de los guardas habló a través de la ventanilla del coche. El otro hombre se movió hacia mí para detenerme en la puerta de la verja, rodeó el coche por detrás (probablemente buscando pegatinas de autorización) y se paró en mi ventana.

    Pareció sorprendido por mi edad al verme.

    —Buenas tardes, señor, - me dijo con una voz de tenor, —¿puedo saber qué le trae aquí? - parecía tener unos 25 años. La etiqueta en su pecho decía que su nombre era Meyers.

    —Me esperan en la Universidad del Cuerpo de Marines, - le dije. —El coche de mi padre está aparcado y vengo a recogerlo.

    Nos miró a mí y a Amy. Yo esperaba espray de pimienta en cualquier momento.

    —¿Tiene una solicitud de visitante en el archivo del SCO? - me preguntó.

    —No, no creo, - le dije. —Nos llamaron para recoger el coche, He venido a recogerlo.

    —Se tenía que haber informado con antelación, - dijo el guarda. —No se permiten visitantes sin preacuerdo. Puedo llamar a la oficina que corresponde a la plaza donde el coche está aparcado y pedir que le traigan el coche aquí si lo desea.

    Eso no me servía. Tenía que pensar algo que decir. Saqué los dos permisos de conducir de mi bolsillo y dije, —También hay algunos efectos personales que tengo que llevarme. Creí que tenía autorización para entrar en la Universidad. No sabía que había que pedir cita primero. Pensé que mi nombre estaría en la lista. - le entregué los permisos. —Este soy yo, - le dije señalando al de arriba, —El otro es el de mi padre. ¿Puede comprobar su autorización? ¿Contactar con quienquiera que era su superior y preguntarle si se me permite entrar?

    El guarda tomó los documentos, dijo que contactaría con la oficina de seguridad y se alejó hacia la garita.

    —No creo que esto vaya a funcionar, - dijo Amy. —No recuerdo que hubiese aquí un puesto de guarda.

    —Bueno, no sé qué más hacer. - dije más a mí mismo que a Amy.

    El guarda había entrado en la garita y estaba hablando por teléfono. Colgó y salió llevado algo pequeño y naranja en la mano.

    —Muy bien, Sr. Baker, está autorizado para entrar en la base. Puede avanzar y girar en el aparcamiento de la izquierda. Un cabo se acercará para llevarle a la Universidad. De momento, la dama puede quedarse en este coche o puede esperar en el aparcamiento a que usted regrese, pero ni ella ni este vehículo pueden pasar más allá de esa zona.

    Miré a Amy. Ella se encogió de hombros.

    —Vale, - dije.

    El guarda me dio los objetos que tenía en la mano, un pase temporal de visitante con una pinza para colgarlo en la camisa y los dos permisos de conducir. Volvió a la garita y levantó la barrera.

    «Estoy dentro.»

    Aparqué en una pequeña zona como me dijeron y apagué el motor. Le pregunté a Amy si quería esperar aquí o llevarse mi coche a casa. Ella dijo que esperaría y se aseguraría de que no me encerraban en un sótano y le prendieran fuego.

    Cinco minutos más tarde, un jeep verde paró junto a mi coche. Salí y le pregunté al conductor, —¿Viene a por mí?

    —Voy a llevarle a la universidad, - me dijo como si decir algo más le metiera en un consejo de guerra.

    Asentí y salté al asiento del pasajero. Empecé a ponerme el cinturón de seguridad, pero el vehículo se lanzó hacia adelante antes de que pudiese tomarme esa molestia.

    Nos llevó unos minutos atravesar los bosques antes de entrar realmente en una ciudad. Había edificios de la Vieja Nueva Inglaterra por todos lados. Cualquiera diría que estábamos en Cambridge y no en una ciudad dedicada al entrenamiento de jóvenes asesinos y asesinas. El conductor no decía nada, así que yo tampoco. Me pasé todo el viaje jugueteando ociosamente con la tarjeta USB en mi bolsillo. Se la había comprado a Dale por quince pavos después de recordar el truco que me había contado una vez.

    Se podía copiar archivos de un ordenador simplemente introduciendo una tarjeta USB formateada como si fuese un CD y con un archivo especial. Si el odenador tenía la función de "Autorun" configurada, ejecutaba automáticamente el archivo especial en la tarjeta, el cual Dale sabía cómo preparar para que buscase y copiase el tipo de archivos que quisieras. Yo le había pedido que la preparase para copiar archivos con el texto "baker". Mi plan era usar esa tarjeta USB en cualquier ordenador del trabajo de mi padre. Confiaba en que alguien fuese lo bastante amable para enseñarme el lugar donde trabajaba, y así poder enchufarla en el equipo de alguien cercano.

    Supuse que debía de tener compañeros de trabajo, gente que hacía lo mismo que él o que trabajaba en los mismos proyectos. Si estaban conectados, podría meter el chisme en cualquier puerto USB y conseguir una copia de algo con su nombre.

    Me dejaron delante de un estrecho edificio. Había media docena de otros edificios de igual tamaño dispersos por la zona.

    Cuando el conductor aparcó el jeep, me dijo, —Alguien se reunirá con usted dentro.

    Salí y miré el edificio ante mí. —¿Esta es la Universidad del Cuerpo de Marines? - le pregunté.

    El conductor miró en silencio los edificios idénticos a nuestro alrededor me sonrió y se alejó con el jeep.

    «Es aquí», me dije. «Aquí es donde he querido venir desde hace tanto tiempo, lo que nunca me permitían ver.»

    Qué terriblemente decepcionante.

    Atravesé la entrada del edificio y me encontré en un gran vestíbulo. Me detení a examinarlo todo, pero me interrumpió el sonido de mi nombre.

    —Chris, - llamó un hombre apoyado en un largo escritorio a lo largo de la pared.

    Se enderezó y caminó hacia mí. Era mayor que mi padre, quizá de sesenta años. Iba de uniforme, con una serie de bandas multicolor decorando su pecho. Cuando se acercó me extendió la mano.—Teniente Coronel Schumer, - dijo cuando se la estreché. —Yo trabajaba con tu papá.

    —¿En serio? - dije un poco sorprendido. —Mi padre era investigador. No sabía que trabajaba con un Teniente Coronel.

    Schumer dio una risita y me soltó la mano. —Es una ciudad de Marines y una base de Marines, - dijo él. —Todo lo dirije algún tipo de oficial. La cafeteria la lleva un Caos General.

    Forcé una carcajada.

    —Ven conmigo, - dijo él, —Tengo las llaves de tu padre y sus objetos personales en mi oficina.

    Caminó hasta el final del vestíbulo y giró por un largo y estrecho pasillo. Parecía un edificio de oficinas más que una escuela.

    —¿Es aquí donde trabajaba? - pregunté intentando leer los nombres en las puertas mientras pasaba.

    —Tu padre trabajaba escaleras abajo, - dijo él abriendo una puerta.

    Entramos en la oficina del Teniente Coronel Schumer. Era estrecha, los libros se alineaban por la pared del fondo y las persianas que cubrían a medias las ventanas la hacían aún más pequeña. Aparte de algunos armarios y una mesa de roble colocada en medio de la habitación, había poco detalle o decoración.

    Me senté en una silla de cuero frente al escritorio mientras Schumer se sentaba detrás. Sobre la mesa había unos papeles bien ordenados, un relojito de madera y un ordenador horizontal de sobremesa con un pequeño monitor encima de él. La parte de atrás del ordenador estaba expuesta a sólo un brazo de distancia de mí. Podía ver puertos USB junto al caos de cables para el teclado, el ratón, los altavoces, el monitor y la fuente de alimentación.

    Pero el ordenador estaba apagado.

    Schumer deslizó un grueso sobre amarillo por la mesa hasta mí. Dentro estaba el juego de llaves del coche de mi padre, un reloj de muñeca y algunas plumas moderadamente caras.

    —Estas son las cosas que tenía aquí, - dijo él.

    —¿No hay nada más? ¿Libros o fotografías? ¿Diarios? ¿Algo?

    Schumer juntó las manos sobre la mesa. —Estas son la clase de cosas que uno guarda en un escritorio, pero tu papá no tenía en realidad un escritorio. Tenía un trabajo de laboratorio, mayormente usaba varios ordenadores. El personal de aquí tiende a mantener los objetos personales al mínimo porque nunca saben dónde se van a sentar al día siguiente. - Eché otro vistazo dentro del sobre, luego lo cerré y lo dejé caer al suelo. —¿Hay algo más que pueda hacer por tí? - preguntó Schumer.

    —¿Puede contarme algo de lo que hacía él aquí? ¿Cómo murió?

    Bajó la mirada hacia sus manos y dijo, —Como he dicho, hacía mayormente trabajo de laboratorio. Tuvo un ataque al corazón mientras estaba trabajando. Había dicho que no se sentía muy bien al inicio del día, si recuerdo bien.

    —Laboratorio. Vale, pero eso es lo extraño, - dije, —Como se sabe, este lugar es sólo una escuela para enseñar la historia militar y los fundamentos del Cuerpo de Marines. Su página web hace que esto parezca el lugar más aburrido del planeta. No entiendo para qué, entonces, necesitan trabajo de laboratorio.

    La mandíbula de Schumer se tensó, luego suspiró y su cuerpo se relajó.—Obviamente, Chris, - empezó, —sabes que el trabajo que hacemos aquí; no sólo aquí, sino en todo Washington y en cualquier base militar; requiere un cierto nivel de discreción. Deberías saberlo por el hecho de que tu padre nunca te dijo nada sobre lo que hacía aquí, no podía hablar de ello. Desde una perspectiva estrátegica y convencional, tenemos que mantener cerradas algunas puertas.

    Fruncí el ceño. —¿Y no puede decirme nada?

    —Te he dicho que hacía trabajo de laboratorio, que es más de lo que oiría de mí mucha gente. Personas más estrictas te podrían decir que era un conserje o algún otro papel insignificante. Mi consejo es que tomes lo que tienes, te aferres a ello y no te preocupes sobre lo que no puedes tener. Tu padre era una buena persona que hacía cosas buenas. Eso es lo mejor que puedo darte.

    El jaleo en mi cabeza no se hacía más ligero. Aún estaba rascando la superficie de algo que no podía ver o sentir. Todo aquel secretismo me estaba volviendo loco, cuando quizá mi papá en realidad hacía algún trabajo servil del que nunca supo su verdadero alcance..

    —Dígame algo, - dije. —Si mi papá estuviese en realidad llevando armas americanas a Uzbekistán para apoyar rebeldes anticomunistas y lo hubiese matado un misil Stinger disparado por el hombre que en realidad mató a JFK, ¿cómo me contaría a mí o a mi familia que murió?

    Schumer esbozó una media sonrisa y se reclinó en su asiento. —Probablemente diría que murió aquí en la oficina. Probablemente inventaría una causa de muerte inocua como un ataque al corazón o una embolia. Diría que era un buen hombre que hacía cosas buenas por su país, pero no podría decir cuáles eran esas cosas.

    Crucé los brazos y dije, —Entonces, puede ver la posición en la que esto me coloca.

    —Claramente, - dijo él. —Pero esto es con lo que mucha gente en esta ciudad tiene que lidiar. Puede que te sientas engañado o utilizado, pero no puedes dejar que lo desconocido te controle. Eso no traerá a tu papá de vuelta y sólo hará que te deprimas. Es difícil de aceptar que tu papá haya tenido un ataque al corazón, estoy seguro, igual que es difícil de aceptar que murió. Pero él tuvo un ataque al corazón. Yo estuve en la ambulancia con él cuando retiraron los electrodos de reanimación. Yo estuve en el hospital cuando un doctor declaró la muerte. Las personas sufren ataques de corazón, las personas mueren. - miró su reloj y lo comparó con el reloj de su mesa. —He tenido que interrumpir una cita para atender tu visita inesperada, - dijo él, —y deja que te diga, la mayoría de las personas que aparecen en la puerta delantera sin avisar no reciben el mismo trato que has recibido tú, pero todos apreciábamos de verdad a Daniel por aquí y le echaremos de menos. Quiero que comprendas eso.

    Asentí. Él miró de nuevo su reloj y pulsó el botón de encendido del ordenador. Un rápido pitido surgió del interior, luego el suave zumbido del giro de los ventiladores.

    —Y solo para demostrarte eso, quiero que vuelvas aquí a verme si tienes más preguntas o preocupaciones, dado que tengo que interrumpir nuestra reunión, - dijo mirando en la pantalla del ordenador el proceso de inicio del sistema. —Te daré un pase de entrada condicional y añadiré tu nombre a una lista de autorización para que puedas pasar la puerta y ser escoltado hasta aquí si me necesitas.

    El ordenador terminó de inciarse y él tecleó una contraseña para iniciar la sesión. Saqué lentamente la tarjeta USB de mi bolsillo y la oculté en la palma de la mano. El Tte. Coronel pulsó el ratón algunas veces, luego tecleó algo y dijo, —Listo, ya estás en lista de seguridad. Si llegas a la puerta y les muestras esto... ¿dónde están esos pases? - se giró hacia el armario archivador que había detrás de él y abrió un cajón.

    Esa era mi oportunidad.

    Me incliné hacia el escritorio y, con mi mano derecha, desconecté el cable verde del altavoz y conecté la tarjeta en el puerto USB. Mi cabeza dejó de batir durante un momento. Recé para que el ordenador tuviese la función "Autorun" habilitada y para que no saltase un gran mensaje de alerta diciendo, "Hey, alguien ha metido una memoria USB en el ordenador y probablemente intenta robar archivos".

    Después de pocos segundos, pude oír a la tarjeta empezar a parpadear indicando que estaba accediendo a los archivos. Schumer cogió una carpeta de plástico del cajón y sacó una tarjeta plastificada que se parecía a mi pase de visitante, pero era blanca en vez de naranja y explicaba que el portador tenía entrada condicional garantizada por el Tte. Coronel Schumer. También había una banda magnética, un código de barras y una serie de dígitos.

    —Bien, - dijo él. —Enseña esto en la puerta junto a tu foto de carnet y te dejarán entrar aquí.

    —Gracias, - dije, aunque no podía imaginar por qué me estaba dando aquello.

    Si no había nada que pudiese contarme, ¿por qué molestarse en dejarme volver cuando quisiera?

    Schumer se levantó y rodeó la mesa. Yo me puse en pie para bloquear su vista de la parte trasera del ordenador. La tarjeta USB llevaba conectado sólo unos segundos, necesitaría más tiempo para copiar cualquier archivo. Schumer abrió la puerta y la mantuvo abierta para mí, repitiendo que tenía una cita que atender.

    Para ganar tiempo, fingí buscar en el escritorio dónde había puesto el sobre. Eventualmente lo encontré en el suelo. Retrocedí hacia el ordenador y saqué la tarjeta detrás de mi espalda. Luego me doblé para agarrar el sobre.

    —Su coche está en la parte de atrás del parking justo en la entrada, - dijo él cuando yo salía por la puerta de la oficina. —¿Puedes encontrar tú solo el camino de regreso a la puerta o necesitas a alguien para guiarte?

    Era una única carretera, sin cruces. Le dije que sabría volver. En el zaguán fuera de su oficina, un hombre con ropa civil pasó andando y me miró como si tuviese un tejón pegado a la cara. Probablemente yo era la persona más joven que había visto nunca dentro de aquel madriguera de secretos.

    Schumer me acompañó hasta la puerta delantera del edificio, se despidió y volvió para desaparecer por el pasillo hacia su oficina.

    Emcontré el Cadillac de mi padre en la parte trasera del aparcamiento como me había dicho. El coche era verde y tendría unos cinco años. Yo lo había conducido dos veces, que pudiera recordar, y no me impresionaba demasiado. Abrí la puerta con el llavero remoto y entré. Dejé el sobre sobre el asiento del pasajero.

    No había descubierto casi nada de lo que había esperado. No había visto exactamente dónde trabajaba mi padre y sólo había conocido a una persona que había trabajado con él. La tarjeta USB había estado conectada no más de 30 segundos y no estaba seguro de que fuese a encontrar nada útil en ella tampoco.Supuse que tendría que inventar alguna otra razón para volver y usar mi sospechosa autorización para entrar.

    Regresé al pequeño aparcamiento de la puerta de entrada, pité con el claxon a mi propio coche, Amy arrancó y me siguió. En la puerta, el mismo tipo estaba allí para saludarnos al pasar.

    «Así que, esto es Quantico»

    Me pregunté por qué siempre había tenido tanto miedo de ella.

Capítulo 28

    

Capítulo 28

    —¿No se te ha ocurrido pensar que debería probarlo al menos?

    —No le gusta el béisbol, no le gustan los deportes.

    Mi mamá estaba molesta, lo recuerdo. Yo estaba arriba en mi habitación, escribiendo el resumen de un libro para clase; algo sobre unos adolescentes que van a explorar una mina de oro y tienen unas aventuras. Mi puerta estaba abierta y les oía discutir abajo en la cocina, así que salí de puntillas de mi habitación y escuché desde el rellano de la escalera.

    Yo tenía doce años.

    —Porque nunca los practica. Podría gustarle, podría dársele bien. Llevale a una jaula de bateo, le podría gustar, - decía mi mamá.

    —Cari, no le van los deportes, - había dicho mi papá, —Se cómo es ser el único chaval de la Tierra a quien no le importan los deportes.

    —¡Tu fuiste estatal en el instituto! - mi mamá no estaba gritando, sólo estaba emocionada.

    —Sí, pero no me gustaba. Jugaba al béisbol porque mis padres me obligaban. No quiero obligarle.

    —Puede que no tengas que obligarle, sólo pregúntale si quiere probarlo. Aquí dice: "los principiantes son bienvenidos".

    —Si se lo pregunto, pensará que le estoy presionando. Y pusieron eso solo para tener a alguien a quien rechazar. Es un equipo de la escuela, no una liga de la comunidad. Quieren buenos jugadores.

    —¡Él podría ser bueno!

    —Podría hacerse daño.

    —¿Lo dices en serio?

    No consigo recordar cómo me sentía. No me acuerdo si quería probar el béisbol. Probablemente no. Ahora no lo probaría.

    Unos años más tarde, en mi primer año de instituto, llegué a casa un día y colapsé en el sofá con un gruñido.

    —¿Un día duro? - ese era mi papá.

    Me incorporé en el sofá para encarar su voz. Él estaba sentado en la mesa de la cocina leyendo el periódico.

    —¿Qué haces en casa? - le pregunté.

    —He llegado pronto hoy, - dijo él.

    —¿Un día duro? - pregunté dejándome caer de nuevo y yaciendo plano.

    —No para mí, - dijo mi papá, —¿Por qué lo ha sido para ti?

    —El Día de San Valentín, - mascullé.

    —¿Qué? ¿Nadie quiere ser tu Valentina?

    Suspiré de disgusto adolescente, —No funciona así. Nadie dice: ¿quieres ser mi Valentina? Ya no estamos en los cincuenta.

    Mi papá hizo una pausa y dijo meditadamente, —No creo que funcionase nunca así, ahora que lo pienso. ¿Cuál es el problema entonces?

    —Es que me vuelve loco, - dije yo, —todos los chicos y chicas en parejas y tratando de ser románticos o inteligentes cuando todo lo que hacen es caer en esteriotipos.

    Oí cómo cerraba el periódico y lo colocaba en la mesa. —¿Qué quieres decir? - preguntó mi papá.

    —No sé, - empecé, —Es que, ooh, le das a una chica alguna porquería roja hoy y ya se vuelve tu amor verdadero, qué original. En todos los institutos de todas las ciudades del país, todo idiota descerebrado hace lo mismo por una chica. ¿Cómo puede ser la gente así? ¿Qué tiene eso de romántico, hacer lo mismo que todo el mundo? ¿Por qué se emociona tanto la gente por hacer algo que una fiesta falsa les dice que hagan?

    Mi papá se levantó y entró en la habitación. Se sentó en el sofá frente al mío.—¿Te frustra eso?

    Bufé. —No eres psicólogo. - rodé hacia él dando la espalda al respaldo del sofá.

    —No, pero lo que hago me da cierto conocimiento único en este campo, - dijo él cruzando las piernas.

    Intenté expresar con palabras lo que sentíia. —Es que, - empecé, —¿Qué se supone que tengo que hacer? ¿Cómo se supone que tengo que pedirle de salir a una chica o flirtear o lo que sea cuando yo sé que solo se trata de representar un papel? Un tipo le pide de salir a una chica, está claro cuáles son sus intenciones. Pero no puede decirlas. Tiene que decir lo correcto, cuando todo el mundo sabe que solo está diciendo lo que ella quiere oir. Todo es un montaje para que los jóvenes puedan tocarse las partes del cuerpo. ¿Cómo puedo unirme a ese mundo que sé que no es real?

    —¿Sabes?, a pesar de lo que la gente quiere pensar, los humanos no son criaturas terriblemente inteligentes ni originales, - dijo mi papá. —Todo lo que hacemos o pensamos está programado, o bien por nuestra psicología o bien por nuestra genética. Lo único que añade cierta variación al comportamiento humano es la personalidad.

    No dije nada para que continuase.

    —Como has dicho, todo macho está motivado por la necesidad de pasar sus genes, tanto si lo sabe como si no. Toda nuesta cultura se basa en que los machos necesitan tener sexo, pero la motivación entera sólo se basa en nuestros genes. Como especie, necesitamos crear descendencia y repoblar el planeta para que nuestros semejantes sigan ganando.

    Pasé un rato tratando de revisar el hecho de de que mi papá había dicho la palabra sexo y no dije nada.

    —Mientras que los chicos están programados para querer realizar el acto, las chicas están programadas para querer bebés y ser selectivas. Un tipo puede embarazar a una mujer diferente cada quince minutos si se lo propone, pero la mujer sólo queda embarazada una vez al año. Por eso ha de ser selectiva. Tanto si la gente se da cuenta de esto o no, todo el lado de atracción de la hembra se basa en candidatura paternal y el lado masculino se basa en la fertilidad.

    —Obsceno. ¿No?

    —¿Qué les gusta a los chicos? Mayormente chicas delgadas con buen color, trasero redondo, pechos grandes. Todas esas cosas les dicen a nuestros sesos que está preparada para tener hijos y criarlos. ¿Qué les gusta a las chicas? Físicamente, varía, pero la mayoría se basa en si ellos tienen músculos específicos para el... um, ya sabes. Pero la atracción de las hembras se basa más en rasgos que en apariencias. Quieren a alguien que pueda protegerlas y mantener una familia. Ellas quieren a alguien que no vaya a fertilizarlas y salir corriendo. Para ellas, se trata de alguien que les dará un bebé saludable y será capaz de cuidarles.

    —¿Estas seguro de que este es un tema apropiado para los catorce años? - pregunté.

    Él rió y dijo, —Tú eres el que ha sacado el tema, Yo solo te estoy dando una definición del descubrimiento que ya has hecho. Bueno, el tipo solo quiere hacerlo, las chicas un bebé saludable. Así que, para que el tipo tenga alguna oportunidad, tiene que hacer lo correcto y decir lo correcto para que la chica piense que es el adecuado. Algunos psicólogos con los que hablo dicen que se especula que el amor es solo un tipo de eufórica ignorancia que nos hace omitir cualquier defecto de fertilidad basado en rasgos de irrestibilidad positivos. Ese es el problema que has mencionado. La especie está programada para seguir haciendo bebés, pero la dinámica macho-hembra requiere todo tipo de rituales y rutinas de decir cosas cuando todo el mundo sabe que dices otra cosa. Estas rutinas se convierten en parte de nuestra cultura y la mayoría de las personas ni siquiera se percata de ellas. ¿Entiendes?

    Asentí.

    —Este sistema funciona perfectamente porque la gente no lo reconoce, - continuó mi papá. —Para las personas cuyos trabajos se dedican a examinar estos temas, como psicólogos y genetistas, y para personas como tú que son lo bastante perceptivas para reconocerlas por su cuenta, la vida apesta. Es como Descartes o Matrix: ¿puedes vivir en un sistema artificial si sabes que es artificial?

    —¿Cuál es la respuesta? ¿Cómo lo hace la gente que sabe que tener citas y encontrar pareja es sólo un truco del cerebro?

    —La respuesta es un particularmente interesante reciente descubrimiento en genética, - dijo él. —Que no importa lo inteligente que podamos ser al reconocer nuestra programación genética, nuestra programación genética siempre es más poderosa.

    —¿Eh?

    —Nuestro cerebro dice, Hey, genes. No podéis engañarme con ese truco para que me enamore de una chica porque sé que es sólo una forma de obligarme a repoblar el planeta. Pero tus genes dicen, que te zurzan, colega. ¿Ves esa chica de allí? Pues estás absolutamente enamorado de ella. Tus genes ganan.

    —¿Tus genes tienen más control de ti que tu cerebro? - pregunté, atónito.

    Una batalla épica entre la Mente y Cuerpo.

    —Bueno, no debería usar la palabra cerebro realmente, se trata más de tu consciencia, debido a que tus genes manipulan tu cerebro via tu subconsciente. Así que es tu subconsciente quien te ordena procrear y tu conscente quien te dice que todo es un montaje. Aquí es donde de encuentran realmente la psicología y la genética.

    —¿Me estás diciendo que aunque sepamos que todo es un puñado de bobas rutinas y comportamientos estereotipados, nuestros genes superan ese descubrimiento y eventualmente nos harán enamorarnos o querer reproducirnos?

    —Así es, - dijo él llanamente. —El amor lo conquista todo.

    —¿Ese es tu consejo paterno? - pregunté.

    —No, - dijo él, —eso era el prefacio. Ahora viene la parte donde te cuento lo de las ETS y los condones.

    Y luego empezó lo verdaderamente incómodo.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Los árboles y el pavimento de la carretera de Quantico se fundieron al unísono en un mortecino fondo único de realidad cuando regresaron las memorias de mi padre como un rollo de película. Después de su muerte, pareció durante un tiempo que me había olvidado por completo de que había existido alguna vez. Ahora, al ver la ciudad de los secretos donde él había pasado toda su vida trabajando, las paredes de autoprotección parecieron derrumbarse. Había tachado a mi papá como un secreto mismo cuando falleció y, de algún modo, yo estaba intentando encontrar las respuestas que le hacían real de nuevo.

    En vez de eso, sólo encontraba más secretos y más preguntas.

    Mi papá estaba muerto. Por fin lo había comprendido con la apreciación de todo su peso.

    Mi papá estaba muerto. Y yo, por fin, podía llorar por él.

Capítulo 29

    

Capítulo 29

    Ya estaba oscuro cuando llegamos a mi casa, yo en el coche de mi padre y Amy en el mío. El de mi padre tenía un control remoto para la puerta del garaje, así que lo aparqué dentro y Amy aparcó el mío frente a la entrada de la casa.

    El viaje desde Quantico me había dado tiempo para meditar. No había parado de pensar desde que todo esto había empezado aquel jueves. Seguía rebotando hacia adelante de problema en problema y reaccionando sobre la marcha. Todo parecía mucho más importante en el calor del momento y los últimos seis días habían sido muy largos para mí.

    Ahora, con nadie a quien perseguir y nada de lo que huir, todo parecía perder sentido.

    Le había aplastado la laringe a alguien, había espiado registros bancarios, comprado ilegalmente un arma, me habían atacado con espray de pimienta, casi me había disparado un tipo que ya había matado a un poli y ahora, posiblemente había hecho una copia ilegal de archivos secretos militares.

    ¿Y todo para qué?

    Todo lo que tenía eran más preguntas sin resolver. No había nada más con lo que seguir.

    Al menos, a Amy la aventura le resultaba interesante. Parecía vivir una vida bastante vacía, con una madre que había huído y un padre a quien no podía importarle menos lo que hacía su hija. Todo aquello debía de ser una diversión fantástica para ella.

    No le había contado a Amy nada sobre la tarjeta USB ni mis planes para robar archivos de una base militar. Quizá no tuviese que saberlo. Podía meter la tarjeta en el microondas y freirla. Nunca podrían probar nada y si no miraba los archivos, no habría nada sobre lo que mentir.

    Nada iba a devolverme a mi padre y si seguía metiéndome en situaciones peligrosas iba a conseguir que me mataran también.

    Entramos en mi casa y me vacié los bolsillos sobre la mesa de la cocina como siempre: tarjeta USB, cuchillo, cartera... todo apilado en la mesa a escasos centímetros de una pistola.

    «Dios, ¿para qué me compré un arma? ¿Y por qué sigue en la mesa de la cocina?»

    Cogí la caja del arma, la munición y los cargadores de respuesto y lo subí todo a mi habitación.

    No había dicho una palabra desde Quantico. La última cosa que le había dicho a Amy fue el bocinazo del claxon.

    Arriba junto al armario de mi dormitorio, aseguré el arma y la metí en su molde de espuma, luego puse el paquete del molde en un estante entre dos sudaderas. Metí la mayoría de las cajas de munición en otro estante y me senté a la mesa a deslizar balas del .45 en los cargadores, una a una.

    Esta vez no me temblaban las manos. Levanté los ojos al ver a Amy pararse en el umbral. Tenía los brazos a ambos lados, jugueteando con las manos, que daban golpecitos a su chaqueta con los dedos. Al hacer eso parecía más joven. Me di cuenta de que ella nunca había estado en mi habitación, pero no estaba curioseando como hacía la mayoría de la gente cuando entra en una habitación nueva. Estaba viendo lo que yo estaba haciendo. Bajé la vista hacia las balas y los cargadores.

    —¿Qué pasó? - preguntó.

    Paré de mover las manos, con una bala entre el pulgar y el índice. Era luminosa y dorada, suave como una barandilla.

    —Tuvo un ataque al corazón. Fue una desgracia y Daniel Baker era un buen hombre que hacía cosas buenas por el bien del buen país, - dije.

    —¿Lo sabes seguro ahora? - dijo ella tranquilamente.

    Deslicé la bala dentro del cargador, sintiendo la resistencia del muelle.—No. - dije cogiendo otra bala y girándola en mis dedos, como las otras. —No lo sé. No sé gran cosa de nada, en realidad. No sé dónde está mi antiguo coche, no sé por qué el FBI está jugando conmigo, no sé por qué giro todas las balas antes de meterlas… ni siquiera sé por qué estoy cargando los cargadores. Y, definitivamente, no sé por qué estás tú aquí cuando deberías estar tan lejos de mí como...

    Ella quedó en silencio un rato, luego entró y se sentó en mi cama. Yo terminé de llenar el cargador, lo puse en la mesa y cogí otro vacío, mirándola mientras lo alcanzaba.

    —Hay un montón de cosas que yo tampoco sé, - dijo ella, se miró las manos juntas en su regazo. —Los dos hemos crecido rodeados de secretos, - continuó. —Yo tampoco nunca supe lo que hacía mi padre. Nunca le pregunté. Todo lo que sé es que ahora es un borracho. Mi madre, ni siquiera sé si vive en el estado. Esta ciudad esta jodida.

    Nunca la había oído maldecir antes. No pegaba con ella, pero siguió hablando.

    —Todos los padres hacen algo en secreto y los hijos tienen que aguantarlo. Pero no puedes dejar que el misterio te deprima. Hace unos años, me cansé bastante de todas las mentiras y preguntas sin respuesta. Empecé a ponerme mechas rojas o verdes o naranjas o como sonara bien, me maquillaba con mucha línea de ojos, me ponía tantos brazaletes como podía y salía con cualquier tío que me lo pidiera sabiendo muy bien por qué me lo pedía. Me daba igual, ellos conseguían lo que querían y eso me hacía sentir bien, durante un tiempo al menos. Aunque aquello nunca me rentó nada, sólo me hundió más en el agujero. - dejó de hablar.

    Yo preparé otro cargador y lo dejé junto al primero.

    —¿Y yo no voy a hundirme en el agujero? - dije girando la silla para examinarla. —Estoy harto de esto, de todo. Se acabaron los misterios, el espionaje, el FBI y el espray de pimienta.

    —No es eso lo que quería decir, - dijo ella, —Me parece que no puedes abandonar sin más. Si no haces lo que sea que esos tipos del FBI quieren, podrían dejar que los polis se te echen encima por lo de Lorton.

    —El FBI sólo se está riendo a gusto de mí. Seguro que saben que ese poli falso intentó matarme. No dejarían que me colgaran por eso, si es que la policía llegase a tener alguna prueba real aparte de que mi coche estaba allí. Se acabó, lo dejo. Sólo soy un adolescente normal con un padre muerto ahora y demasiado maldito dinero.

    Amy se mordió ligeramente el labio. —¿Y por qué estás cargando el arma? - me preguntó.

    —Yo que sé, - dije. Supiré.

    Me giré de nuevo para encarar la mesa. Encendí el monitor y comprobé la ventana del la cámara remota frente a la casa de Nathan Comstock. Aún tenía imagen, pero no era muy buena en la oscuridad de la noche. Dejé de grabar y abrí el vídeo de las últimas horas. Avancé por el vídeo, las ramas del árbol danzaban por ahí y unos coches pasaban por delante a la velocidad de la luz, luego el coche de Comstock entró en el garaje, se cerró la puerta del garaje y nada más sucedió hasta que se hizo demasiado oscuro para ver nada.

    —No hay nada, - dije, —ni arsenal nuclear en el garaje, nadie llamando a la puerta para comprar DVD piratas. Más caminos sin salida.

    —¿Pero está en casa ahora? - dijo Amy inclinándose sobre la cama y doblando el cuello para ver la pantalla.

    —Sii, a menos que haya salido por la puerta de atrás vistiendo de negro, supongo.

    —Mira a ver si ha cambiado la contraseña de su e-mail, - dijo ella sonando un poco ansiosa.

    En realidad no me apetecía quedar absorbido en más historias de espías, pero tener acceso total al email de alguien sonaba bien.

    —Tengo el portátil en el coche, - dije.

    —No, está abajo. Lo trajé yo, - dijo ella levántandose y desapareciendo por la puerta. Subió unos segundos más tarde, dejó la bolsa en mi cama. —Tú encárgarte de esta locura y yo cocino el pollo que has comprado. Comparamos nuestros progresos en 20 minutos.

    Me acerqué a la cama y saqué el portátil. Si aún estuviese diciendo la palabra bingo, la habría dicho en ese momento.

    En la página de datos que Dale había preparado decía que el email se había abierto hace unas horas y que las contraseñas de Comstock (la real y la nueva) se habían enviado unos minutos más tarde.

    Usé la contraseña y entré al instante. «Esto funciona muy bien.»

    Pasé unos minutos examinando los correos en la bandeja de entrada.

    Nada.

    Configuré el correo con la nueva contraseña que Comstock había enviado para que el truco quedase completo. Entré con la nueva contraseña. Había un nuevo mensaje. Era de Expedia, um servicio de reservas de viaje online. El mensaje era un sumario de reservas de viaje que acababa de hacer, probablemente sólo hacía unos minutos. Abrí el email y, para mi sorpresa, encontré un itinerario para un vuelo a Viena, Austria, que salía la mañana del miércoles desde el Aeropuerto de Dulles. También había reservado una habitación normal en el Hotel Ambassador en el centro de Viena hasta el viernes, el día de su vuelo de regreso. La reserva de última hora costó una pequeña fortuna y su vuelo KLM tenía transbordo en Newark y Amsterdam por un tiempo total de viaje de 13 horas.

    No tenía sentido. ¿Por qué ir a Austria? ¿Por qué en el último minuto? Faltaría unos días al trabajo. ¿Qué iba a hacer en Viena que era tan importante?

    Pensé en la pregunta durante unos minutos antes de notar que, por fin, tenía una pregunta sólida en vez del la vaga ¿por qué actúa de modo sospechoso Nathan Comstock? o ¿por qué puedo disparar tan bien?

    Bajé y cogí mi billetera de la mesa de la cocina. Amy estaba frente a una sartén al fuego. Podía oir el siseo de la fritura y la pimienta y el aceite de oliva.

    Le sonreí y volví arriba con la billetera. Saqué las dos tarjetas del FBI de uno de los bolsillos y la examiné. Agente Especial Bremer, Agente Especial Rubino. Cada una tenía un número diferente.

    Decidí que Rubino parecía más amigable y estaba más cerca de mi edad y podría entender mejor mis coloquialismos juveniles.

    Llamé a su número desde mi teléfono móbill. Al tercer tono, mi oído se llenó del ajetreado ruido de fondo de la oficina de Rubino.

    —¿Por qué vuela mañana temprano a Viena Nathan Comstock? - pregunté sin presentarme.

    Hubo una pausa al otro lado del teléfono y Rubino dijo, —¿Chris?

    —Sí, - dije un poco decepcionado de no ser la única persona en su vida.

    —Tengo que decir que ese no es exactamente el tipo de pregunta que yo tenía en mente, pero es una buena pregunta. Lo investigaré y te llamo en media hora, - me colgó.

    Bajé para reumirme con Amy, que estaba sirviendo en los platos los dos trozos de pechuga de pollo con algo de arroz de microondas.

    Comimos en el mostrador y, ciertamente, le había puesto pimienta y aceite de oliva. Me preguntó si había tenido suerte con los emails. Le dije que había encontrado una pista, pero que estaba esperando oir más al respecto. Me preguntó que quería decir con eso justo cuando sonó el teléfono. Era Rubino.

    —¿Sí?

    —Lo he investigado y resulta que Comstock ha cancelado todas sus cuentas bancarias esta tarde, - dijo Rubino.

    «Eso era extraño.»

    —¿Las de el Federado de Nueva Inglaterra?

    —Sí, las... ¿cómo demonios sabes...?

    —Tengo superpoderes, - dije interrumpiéndole.

    —Tiene otras cuentas además de esas dos. Todas ellas vacías desde esta tarde, justo antes de las tres, hora en que se cierran las transacciones automáticas.

    —Así que se está llevando todo su dinero a Austria. O va a hacer una gran compra y luego volar a Austria.

    Amy me miró con un brillo curioso en los ojos.

    —Lo interesante es que, - continuó Rubino, —retiró todo del dinero en una serie de cheques certificados, cada uno por $7 500. Eso son un montón de cheques, los del banco deben de haberse molestado bastante.

    —¿$7 500? ¿Por qué hizo eso? ¿Es una especie de nómina?

    —Bueno, es que... al cambio de hoy, $7 500 es un poco menos de 6 000 €.

    —¿Y? - pregunté.

    Rubino suspiró por teléfono,, —En Austria, 6 000 € es el depósito máximo posible sin informar al gobierno de la transacción. Igual que un depósito superior a $10 000 en los EEUU se comunica a Hacienda.

    —Por eso la gente deposita $5 000 dos veces, - dije.

    —Sí, o $9 500 y $500. O algo así, mientras cada depósito quede debajo del límite.

    —¿Pero por qué Austria? - pregunté. —¿No es Suíza el paraíso para lavar o esconder dinero?

    —Solo en en las películas, - dijo Rubino, —pero hoy en día, las leyes antiblanqueo de dinero europeas son tan estrictas que es imposible abrir cuentas bancarias anónimas. El sistema bancario austríaco en realidad es más antiguo que el suízo y tiene muchos más agujeros legales para sortear las leyes. La única razón de que los bancos suízos funcionen tan bien es porque empezaron todos con el oro nazi. La industria bancaria austríaca empezó primero.

    —Ja. ¿Crees que Comstock tiene ya cuentas en Austria? - pregunté.

    —Si las tuviera sería específicamente para que no pudiéramos encontrarlas. Así que, no lo sé.

    —¿Y ahora qué?

    —¿Ahora qué? Bueno, no podemos congelar su pasaporte sin una buen maldita razón, y nuestra jurisdicción tiene límites en la frontera a menos que nos invite un país extranjero, así que… ¿qué dices?... oh, - dio unas risas,—Bremer dice que uses tu imaginación. - me colgó.

    Cerré el móbil y lo dejé en el mostrador. Divagué durante un minuto. Amy me miró desde el otro lado de la mesa.—¿Y bien… que está pasando? - me preguntó bajándome a la Tierra.

    —Me voy a Viena mañana.

    —¿La de Virginia o la de Maryland?, están a una hora una de otra.

    —La de Austria, - dije.

    Ella me miró chafada durante medio minuto, luego dijo, —Oh, pues a ver si puedes traerme algo de chocolate, - antes de salir de la cocina.

Capítulo 30

    

Capítulo 30

    Reservé un vuelo para Viena que salía la mañana siguiente. El vuelo salía más tarde que el de Comstock, pero llegaba antes. En su urgencia por obtener el primer vuelo, omitió la posibilidad de un vuelo directo más tarde.

    Yo nunca había salido del país, de hecho, la única razón de que ya tuviese un pasaporte era porque, unos años atrás, la familia había planeado un viaje a Italia durante mis vacaciones de verano pero, en el último minuto, el viaje fue cancelado (mi padre no pudo conseguir librarse del trabajo). Si Amy hubiese tenido un pasaporte, le habría conseguido un pasaje también.

    La teoría era que Comstock se estaba llevando todo su dinero a Viena (lo cual es ilegal si no lo declaras en la aduana, según me indicó Internet) para ponerlo en una cuenta bancaria austríaca irrastreable. ¿Por qué lo haría alguien? Seguramente las tasas de interés eran mejores de los EEUU., Pero, ¿por qué? La única razón era la misma razón que yo había considerado sobre mover mi dinero a un banco suízo algunos días antes, cuando pensaba que la gente querría matarme por él.

    ¿Tenía miedo Comstock de algo ahora? Amy había dicho que había actuado nervioso en el instituto hoy; que le había preguntado por mí y salido deprisa.

    Quizá Nathan Comstock temía por su vida y escapaba del país con su dinero. Por eso se dice por aquí "No Hagas Preguntas". Después de un tedioso proceso de espera de embarque, me sentée en un incómodo asiento en medio de un avión de las líneas aéreas austríacas. El cansancio me fue útil para evitar que me flipara sobre lo guay e inusual que era todo aquello. La tripulación de a bordo realizó una demostración de seguridad en inglés y alemán, pero todo me sonó apagado y distante. Cerré los ojos y traté de hundirme en un sueño.

    Desperté con la sensación de unas fuerzas G tirando de mi piel y con la esperanza de estuviésemos aterrizando, pero sabía que sólo estábamos despegando. Si tienes la oportunidad de sentarte en el mismo lugar durante ocho horas seguidas, te sugiero que la rechaces.Me decía a mí mismo que era como en clase, pero en el instituto al menos puedes moverte de un aula a otra y usar cierta función motora. Sentado allí leyendo o viendo un DVD en el portátil, parecía una especie de tortura. La tripulación se acercaba de vez en cuando y traía bebidas y tristes sandwiches. Fui al baño dos veves solo para mover las piernas.

    Cuando los dioses del paso del tiempo decidieron que había completado mis ocho horas, esperé en una cola para salir del avión, esperé en otra cola para coger el equipaje, esperé a que saliese mi equipaje, esperé en la cola de la aduana... todo mientras era bombardeado con idiomas extranjeros y cosas extrañas que mantenían en alerta mis sentidos desde todas direcciones. Finalmente fui capaz de caminar a través de unas puertas y salir al aire libre por primera vez en doce horas.

    Estaba en Viena, Austria.

    El aire olía diferente y la gente era diferente, los cohes eran diferentes, pero yo me sentía el mismo: cansado y malhumorado. Eran más de las 9 PM en la hora local. Según mis cálculos, Comstock no aterrizaría hasta medianoche. Eso me daba como poco cuatro horas hasta que se registrara en su hotel. Tenía un par de horas para disfrutar de la ciudad antes de empezar a quebrantar leyes.

Capítulo 31

    

Capítulo 31

    Conducen por el lado derecho de la carretera en Austria. Y por derecha quiero decir no por la izquierda. Pensé que eso estaba invertido en Europa.

    Al viajar en taxi hasta mi hotel, me pregunté cómo sería cruzar la frontera entre dos países que condujesen por lados diferentes de la carretera. Imaginé que debería de haber algún letrero pero, ¿en qué idioma? ¿En los dos idiomas de los países de la frontera? Algunos países tenían dos idiomas. Quizá por eso todo el mundo viajase en tren.

    La mente va a lugares extraños cuando estás cansado.

    Mi paquete de vacaciones incluía dos noches en el Marriott de Viena, que una vez dentro parecía como cualquier otro Marriott sobre la Tierra. Entré en mi habitación, una sala sorprendentemente grande para no ser una suite. Dejé mis bolsas sobre la cama, pasé unos minutos preparando mi equipo informático y me conecté a Internet. Me fue complicado encontrar tiendas o negocios locales, pues todo los sitios web de mapas y listas que conocía eran específicos de norteamérica. Eventualmente conseguí algunas direcciones, particularmente la del Hotel Ambassador. Me puse mi atuendo de turista adolescente y, puesto que era un adolescente y no muy lejos de ser un turista, la transformación no supuso mucho esfuerzo: chaqueta de pana con el cuello subido, vaqueros y gorra de los Yankees. Sólo necesitaba algo para oscurecer la cara, pero hasta ahí podía llegar, las barbas y bigotes postizos estaban fuera de cuestión.

    Saqué casi toda la ropa de la bolsa para que fuese más ligera, cerré la cremallera y salí de la habitación y del hotel.

    Mientras esperaba un taxi fuera, localicé lo que parecía una farmacia en la calle de en frente. Crucé la calle y entré. Luché por examinar todo aquello, todo era ligeramente diferente de como debería ser, y eventualmente encontré unas gafas de lectura. Me probé algunos pares frente a un espejito. Compré sólo unas, las que no parecían gafas de abuelo, y una botella de Coke. Después cogí un taxi hacia el Hotel Ambassador.

    Si llevaba bien la cuenta del tiempo, llegaría unos 20 minutos antes que Comstock. No podía estar seguro del tiempo que le llevaría pasar la aduana y salir del aeropuerto, pero llevando más de 25 cheques certificados en alguna parte de su cuerpo, estaría algo nervioso y propenso al sobresalto. Probablemente querría salir del aeropuerto cuanto antes sin parar en tiendas Duty Free para comprar vodka o chocolates.

    «Amy quería chocolates, ¿dónde se podía encontrar chocolate del bueno? ¿Lo decía en serio? Aunque ya que estoy en Austria debería volver con algo.»

    Desde luego no compraría un póster gigante de "Yo Estuve En Austria" en caso de que decidiera no contarle nada a mi madre. La última vez que había hablado con ella por teléfono había dicho que probablemente llegaría a casa el próximo sábado. Eso me daba esa noche, jueves y viernes para resolver todo aquello y volver a la normalidad.

    Cuando el taxi llegó al hotel, me puse mis gafas nuevas, me aseguré de subirme el cuello de la chaqueta y salí del coche. Miré con un desconcierto estúpido a la oscuridad, de casi medianoche, a mi alrededor y a las sombras de los edificios. Después de superar mi temor, entré rodando mi maleta en el vestíbulol y pensé que aquel hotel parecía mucho más bonito que el Marriott. Los suelos eran de mármol negro y una columnas doradas soportaban un techo a diez metros de altura. Había una barra al fondo con algunos clientes disfrutando de licor excesivamente caro. Comprobé rápidamente que Comstock, la única persona de todo el continente que podría reconocerme, no estaba allí y me acerqué hacia el mostrador de recepción. Me atendió una joven singularmente rubia que yo sabía que hablaba inglés pero a quien le pregunté de todos modos.

    —Iá, - me dijo con cierto acento absurdo, —Fienfenido al Ambassador, ¿En qué puedo ayudarle?

    Doblé ligeramente las rodillas para parecer más bajito, agrandé los ojos y traté de retraer los pómulos para parecer más joven. Aquella señorita tenía que empatizar conmigo o todo fracasaría miserablemente.

    —Um, sí, - dije manteniendo mis cuerdas vocales relajadas para elevar la frecuencia de mi voz, —¿Ha pasado mi papá por aquí ya? Tomamos taxis separados en el aeropuerto y no funcionan nuestros teléfonos móbiles aquí, ¿puede ver si ha entrado o algo?

    La mujer, pensativa, puso morritos durante un momento y luego preguntó si la habitación estaba a su nombre.

    —Comstock, - dije, —Nathan Comstock.

    Sus dedos danzaron por el teclado mientras sus ojos escaneaban el monitor a un lado del mostador.

    —Lo siento, nain, - dijo ella, —No se ha registrado todavía.

    —Oh, - dije tristemente. —¿Puedo subir a la habitación y esperar allí?

    —No hasta que la persona que reservó la habitación llegue para registrarse y confirmar los detalles del pago. Me temo.

    Fingí estar pasivamente decepcionado y dije, —Oh, supongo que tendré que esperarle aquí, entonces.

    Crucé el vestíbulo y me senté en un sofá caléndula, a la vista de la recepcionista y desde donde podía ver la entrada. Fingí estar visiblemente impaciente durante media hora. Sobre una mesa junto al asiento había una copa ancha encima de una servilleta de cóctel con una pajita al lado y una tarjeta de plástico de una de las puertas del hotel. Tragué sin poder creer mi suerte y me deslicé la tarjeta dentro del bolsillo. Me senté fingiendo aburrimiento durante algunos minutos más, saqué el móbil y empecé a jugar a un juego hasta que le vi.

    Nathan Comstock, mi director de instituto, entró por la puerta del hotel.

    Parecía derrotado y agotado. Después de doce horas y dos trasbordos en dos continentes, probablemente no estaba de buen humor. Tenía un traje gris, una gabardina y arrastraba su pequeña maleta hacia recepción. Cuando le vi, mostré a la recpcionista una cara triunfal que decía "Por Fin" y seguí a Comstock con la vista. Comstock llegó al mostrador y empezó a registrarse. Me levanté lentamente y, asegurándome de que nunca hubiese una línea visual entre él y mi cara, me planté a su derecha a unos centímetros detrás de él y le observé proceder con la rutina.

    Mi corazón latía como una taladradora neumática.

    Quedé a un metro del único hombre en miles de kilómetros a la redonda que me conocía. Si me veía, ni una montaña de mentiras justificaría mi presencia, pero tenía que permanecer junto allí para que la recepcionista creyese que era el hijo de aquel tipo. Me bajé un poco la visera de la gorra para taparme los ojos, pero si el hombre se giraba y me miraba directamente, el disfraz no serviría de nada.

    Se acababa de guardar la tarjeta de crédito y la mujer le entregó un par de tarjetas en un sobre de papel. La oí decir "ascensor" y "cuarta planta". Él se giró hacia la derecha para encarar el pasillo de los ascensores y yo pasé por su lado izquierdo, esbocé una sonrisa estúpida a la mujer y caminé detrás de Comstock cuando estuvo a unos metros por delante. Giró dentro dell pasillo, se paró en una zona de ascensores y pulsó un botón. Yo pasé por detrás de él hasa el fondo del pasillo, me detuve y me di la vuelta. Había sentido la mirada de Comstock al pasar detrás de él, pero no pareció darme interés. Sonó el ascensor, se abrió la puerta, entró y se cerró. Yo esperé dos minutos, luego dejé mi maleta en el pasillo y volví al vestíbulo. Saqué la tarjeta del hotel que había encontrado y la sostuve en la mano hacia la recepcionista.

    —Esta no funciona, - le dije.

    La mujer frunció el ceño un poco y cogió la tarjeta, la dejó a un lado y sacó otra nueva de un montón cerca del teclado. La pasó por un lector y pulsó cuatro dígitos en el teclado del lector. Lo hizo tan rápido que apenas pude seguir sus movimientos. Me entregó la nueva tarjeta y dijo, —Perdón, señor. Esta debería funcionar.

    —Gracias, - dije dando un paso atrás, luego avancé el paso de nuevo. —¿Era la…? - dije fingiendo visiblemente convocar algo de memoria,—¿Cuarenta veinte…?

    —Cuarenta diecisiete. - dijo ella tras un rápido vistazo a la pantalla.

    —Ah, gracias - dije con una risita y me despedí.

    Volví al pasillo a coger mi bolsa. Salí por la puerta lateral del restaurante y llamé a otro taxi. Regresé a mi hotel con la llave de la habitación 4017 de Comstock. Me quité las gafas y dejé que mis ojos se ajustaran para ver las cosas claramente de nuevo. Sonreí de satisfacción, reflexionando sobre que había conseguido la cuenta bancaria, direccíon de su casa, email y ahora, su habitación de hotel, con una planificación mínima, improvisando gran parte de ello.

    Supuse que todos teníamos nuestras aptitudes.

Capítulo 32

    

Capítulo 32

    La estrecha punta de la fría hoja negra seguía apretada firmemente contra el montículo de carne flácida entre su barbilla y garganta.

    Era una posición incómoda para mí; detrás de él, con el brazo doblado alrededor de su cuello en un ángulo extraño, sólo para poder sujetar el cuchillo de ese modo; pero yo quería que lo viese. Tenía que saber que yo iba en serio o aquello podría no funcionar.

    Tiró hacia arriba las muñecas atadas con bridas que tenía detrás del respaldo de la sólida silla de roble, pero un codazo rápido en la base de su cuello detuvo ese movimiento. Su respiración era rápida e irregular. A través de mi mano izquierda enguantada podía sentir que su piel se acaloraba. Le pregunté de nuevo quién era yo y lo que quería.

    Saqué la grabadora del bolsillo, me aseguré de que la reproducción estaba en lento y pulsé "play". Oí una grave versión ominosa de mi propia voz salir del aparato plateado.

    Todo había llevado a esa noche.

    Anoche no tuve problemas para dormir. Había pasado casi 24 horas despierto entre el aburrido vuelo y la tensión mental de fingir ser la persona que puede conseguirte lo que necesitas. Quizá pude dormir porque me aseguré de no pensar en lo que iba a hacer al día siguiente. De cualquier modo, en cuanto mi cuerpo quedó horizontal, me quedé dormido.

    Se me ocurrió la idea del modo tan natural como siempre. Simplemente me pregunté cómo haría para descubrir lo que Comstock estaba haciendo aquí en Vienna y la respuesta me vino al instante.

    Hacerlo sería la parte difícil.

    Primero necesitaba suministros. Un pasamontañas, bridas de plástico, una grabadora de voz digital con control de velocidad y guantes de cuero. Caminé hacia el Hotel Ambassador con mis compras en una bolsa de plástico. Cuando estuve cerca del hotel entré en una cafetería donde los clientes de la mañana sorbían zumos de naranja, café y hablaban alemán como ametralladoras. Encontré un cuarto de baño solitario donde me puse los guantes, saqué la grabadora de voz de su paquete, inserté las pilas y empecé a grabar mis preguntas, pues sería ella quien charlaría con Comstock, no yo.

    La puerta del hotel se iluminó en verde cuando deslicé la tarjeta en la ranura. Yo estaba rezando para que él siguiera durmiendo, pero mientras abría la puerta unos centímetros, pude oir la ducha corriendo dentro de la habitación.

    «Ligero cambio de planes.»

    Despierto era imprevisible. Podía haber hecho arreglos para salir a algún lugar o pedido servicio de habitaciones. Cerré la puerta con cuidado y me retiré a la zona de ascensores del fondo del pasillo. Descolgué el pequeño teléfono que descansaba en una mesilla de madera y llamé a la recepción. Expliqué que era Nathan Comstock, de la habitación 4017, que no había dormido mucho anoche y que pasaría la mañana durmiendo. Pedí por favor que no me pasaran llamadas ni enviaran visitas.

    —¿Y su pedido de desayuno para las 8:30? ¿Aún desea que se lo sirvan? - preguntó la recepcionista.

    —Cancélelo, - dije antes de colgar.

    La barra de seguridsd, la versión evolucionada de la cadena de seguridad, estaba cerrada en la puerta de Comstock. Cualquier idiota sabe cerrarla, pero era un obstáculo previsto. Abrí la puerta todo lo que pude, atento a cualquier sonido, pero sólo escuché la ducha y el salpicar ocasional del agua en el suelo. Cuando la puerta chocó contra la barra de seguridad, saqué una de las bandas de goma de mi bolsillo y la pasé tensa alrededor del extremo de la barra, la estiré para alcanzar la pared dentro de la habitación, justo cerca de la jamba. El principio de estas barras es sólo se pueden desbloquear cuando la puerta está cerrada. Cuando la puerta está abierta todo lo que la barra permite, los pequeños nudos de la barra bloquean la puerta. Por eso la banda de goma. Mientras cerraba la puerta de nuevo, la banda apartaba la barra de la puerta. Con otro pase de la tarjeta, la puerta se pudo abrir libremente. La habitación estaba bastante oscura con las cortinas echadas. Lo que yo podía ver era una lujosamente decorada habitación con adornos reales azules en paredes blancas. Una astilla de luz se filtraba bajo la puerta del cuarto de baño al fondo de la habitación y la ducha aún estaba corriendo. Me puse el pasamontañas negro, ajusté los agujeros para los ojos y empecé a examinar la sala. Una de las camas estaba deshecha. Había un pesado escritorio de roble al otro lado de la habitación. Sobre él estaba la bolsa del ordenador portátil y a su lado un cinturón de cuero con bolsillos interiores que se metían debajo de los pantalones para ocultar tus objetos de valor a los carteristas. Abrí la cremallera de uno de los bolsillos y saqué un sobre blanco tamaño carta en el que había al menos 30 cheques bancarios certificados de cuatro bancos diferentes.

    No estaba seguro de si debía llevárnelos o no. El FBI podría quererlos como prueba, aunque dudaba de que fuese admisible si los robaba.

    Esperé unos ocho minutos a que Nathan Comstock saliera del baño. Cuando paró la ducha, me moví hacia la pared y me agaché detrás de la cama intacta. Comstock salió llevando un albornoz blanco. Se acercó al pequeño sofá cerca de la ventana donde tenía su maleta abierta. La examinó durante un momento, buscando ropa a la luz del cuarto de baño.

    «Una ocasión tan buena como cualquier otra.»

    Me levanté y paré detrás de él mientras seguía junto a la ventana y buscaba en la maleta. Saqué un trapo de algodón y sentí cierto remordimiento.

    «Esto va a doler.»

    Le agarré por el cuello y golpeé su cabeza contra la ventana. Un golpe sordo, luego un chillido que interrumpí cubriendo su boca con el trapo. Le puse de rodillas al instante, él ya sabía que había alguien allí, ahora había que asustarle.

    Aparté su cuerpo de la ventana cogiéndolo por la nuez y la muñeca izquierda y le empujé por la habitación hasta el borde de la cama. Saqué el cuchillo abierto y con mi otra mano giré la cabeza de Comstock de lado y le tapé la boca justo antes de clavar la hoja del cuchillo en el colchón a pocos centímetros de sus atónitos ojos.

    Estaba asustado, ahora tenía que sentirse vulnerable.

    La desnudez es lo más vulnerable que una persona puede estar. Le arranqué el patético cinturón de la bata con el cuchillo y le quité el albornoz tirando del cuello de la prenda hacia abajo. Sus brazos se lanzaron hacia atrás salvajemente tras deslizarse de las mangas. Mantuve mi otra mano apretada firmemente en él y le empujé sobre la cama donde quedó mojado, rosa y expuesto.

    Probablemente pensaba que iba a ser violado. Puse el cuchillo en su cuello, le levanté y le senté en la silla. Le até los brazos a la espalda con las bridas y estuve convencido de que ni siquiera me había visto aún. Seguía jadeando por la nariz y emitía gruñidos apagados con la garganta. Surgió mi grave voz de la grabadora a unos centímetros de su oído.

    —Estoy autorizado a matarte si quiero, pero no es absolutamente necesario si eres un buen chico... no hagas ruido y responde a todas mis preguntas... puede que esta no sea la última habitación de hotel que veas. ¿Has entendido?

    Paré la grabación. Comstock gruñó de nuevo y dejó escapar un sollozo bajo. Con el trapo aún en la boca, asintió lentamente. Continuó la grabación, —Ya sabes para quien trabajo, - Comstock asintió, —Nuestro mutuo contratista está preocupado por tu reciente comportamiento. ¿Exactamente por qué has retirado todo tu dinero y volado hasta aquí? Habla. - paré la grabación de nuevo.

    Le saqué el trapo de la boca. Tosió y flexionó la mandíbula, jadeó un poco y encontró su voz.

    —Ellos, - dijo entre jadeos, —o tú, ya venían a por mí. Pensé que ya me queríais muerto, o castigarme, por… eso quería llevarme el dinero donde no pudieran encontrarlo. - seguía jadeando y sollozando.

    Tenía que ser cuidadoso con las preguntas. No podía decir exactamente, —¿Para quién trabajas? - pues se suponía que yo trabajaba para ellos. Él tenía que pensar que habían enviado un asesino a por él. Al final de la serie de preguntas que había grabado, había incluído algunas preguntas generales y recordé la posición de cada una. Puesto que él no estaba exactamente siguiendo el guión, tenía que avanzar y observar la pantallita LCD con el número de pista.

    —¿Por qué?

    —¿Por qué qué? ¿Por qué pensaba que iban a por mí? - Silencio. —Era bastante obvio que me estaban jodiendo, - dijo aún jadeando pero sollozando menos. —Primero me roban el número de la tarjeta de débito, luego me destrozan el coche y recibo un aviso de que intentan hackearme mi cuenta de email. Estaba claro que alguien iba a por mí. Capté la indirecta, hombre. Sé que lo jodí todo, sólo quería llevarme el dinero a un sitio seguro antes de que intentaran usarlo contra mí.

    «Ops.»

    Su contratista no había hecho ninguna de esas cosas.

    Había sido yo.

    Él estaba asustado, y no sin una buena razón: porque yo estaba jugando a los espías.

    La grabadora quedó en silencio durante unos segundos mientras yo procesaba todo lo que había hecho. Obviamente, eso puso nervioso a Comstock.—Y… el asunto de Dingan,— dijo resoplando, Intenté que trajese al chaval y lo jodió todo. El chico no apareció en clase por unos días y eso les estaba cabreando. - empezó a sollozar de nuevo, —Lo jodí todo y ahora te envian para matarme. Dios, no debería haber usado a Dingan, menudo idiota. Mató a un poli. Ese idiota.

    «¿Dingan? ¿Era Dingan el tipo en Lorton que me roció de pimienta y luego intentó matarme? ¿El que intentó traer al chaval? ¿Que intentó cegarme y matarme? Aunque no me roció de pimienta hasta que me defendí cuando me agarró y no me disparó hasta que huí y le hice estrellarse contra un árbol, probablemente cabreado por algo. Si hubiese querido matarme, me podría haber vaporizado en la cara con balas en vez de espray. ¿Es que sólo intentaba traerme...? Dios, ese poli podía estar vivo aún en el maletero antes del choque contra el árbol. ¿Qué he hecho?»

    Mi corazón empezó a latir cada vez fuerte. Comstock había entrado en pánico por mi culpa, ese Dingan y un oficial de policía estaban muertos por mi culpa. ¿Qué había hecho?

    Todo aquello era culpa mía. Me sentí mareado.

    Tenía a un tipo, mi director de instituto, desnudo y atado, con un cuchillo en la garganta en una habitación de hotel de Austria. Todo porque le había asustado.con mi ridículo espionaje. ¿Quién estaba pagando a Comstock para observarme? ¿Quién sería para que él pensara que quería matarle porque al parecer había cometido un error? Las preguntas que había preparado ahora parecían inútiles. No había esperado que el interrogatorio tomase aquella dirección.

    Avancé hasta una pregunta que me pareció correcta y pulsé "play".—... eo que la frase qur usaste fue: podría ser caro.

    Comstock rió débilmente, —¿Se trata de eso? Por amor de Dios, ni siquiera hablaba en serio. Venga ya, ¿el chaval se vuelve violento en la escuela y se supone que tengo que dejarle marchar con una pelea contra cuatro tíos sin llamar a su casa siquiera? Me podían haber despedido por eso, y eso sí que les hubiese complicado las cosas. Un pequeño suplemento de peligrosidad no estaba de más. - rió de nuevo.

    Así que fue eso. Me había librado del castigo de la pelea porque se lo había dicho el contratista de Comstock. Se confirmaba una sospecha, pero no estaba acercándome a la persona para quien trabajaba. El resto de mis preguntas eran inútiles. Pensé que era hora de salir de allí.

    Aflojaba las bridas para que Comstock pudiese liberarse eventualmente cuando él habló de nuevo entre risas nerviosas.— Además, venga ya. Pensé que el Cuerpo de Marines podía permitírselo.

Capítulo 33

    

Capítulo 33

    Abrí una hendedura pequeña en una de las bridas que sujetaban las manos de Comstock para que pudiese separlas con un poco de esfuerzo mucho tiempo después de que me hubiese marchado.

    Bajé la escalera hasta la salida lateral y dejé el pasamontañas, la grabadora y los guantes, en papeleras separadas que me fui encontrando según caminaba por la calle. Volví mi hotel y subí a mi habitación. Allí me quité la chaqueta y la camisa y me dejé caer sobre la cama.

    Grité a las almohadas.

    No sabía que esperaba. Siempre confiaba estar imaginándomelo todo y dándole a los pequeños eventos un significado artificial para hacerme parecer más interesante de lo que era. Si estaba convencido de algo, era que todo aquello tenía que ver con el Sr. Comstock y nada que ver conmigo. Había creído que él estaba vendiendo secretos del gobierno y que yo me había visto atrapado por casualidad. Pero la verdad era muy diferente: yo había estado en el medio. Había mucha información, demasiada para procesar de golpe. Ese tal Dingan sólo había tenido que llevarme a algún sitio. ¿Adónde? ¿Hasta Comstock? Él podía verme cualquier día de clase. ¿Qué tenía todo aquello que ver con los Marines? ¿Trabajaba Comstock para ellos? ¿De ahí conseguía su dinero? ¿Y por qué les hablaba a los Marines de mí? ¿Pensaban que yo había hecho algo ilegal?

    Intentar imaginar el Cuerpo de Marines era como intentar imaginar el viento: estaba siempre a mi alrededor, entrelazado en cada aspecto de mi vida.

    Mi padre había trabajado y había muerto por ellos, la mayoría de la gente que yo conocía estaba relacionado con un Marine de algún modo. Incluso el padre de Amy se había envelto con el Cuerpo.

    Pero no tenía sentido que Comstock tratase con todo el Cuerpo de Marines. Si me querían para algo, podían venir simplemente y contactar conmigo, no tendrían que implicar a los administradores del instituto, y me podían haber tenido cuando estuve justo en la base central del Cuerpo de Marines. Tenían mi nombre en el ordenador de la garita de seguridad, Si yo estaba realmente en su punto de mira, podían haberme cogido hacía mucho tiempo.

    No, seguramente se trataba de algún pequeño elemento dentro del Cuerpo. Quizá alguien que mi padre conocía, o alguna facción rebelde. Quizá pudiese preguntarle al padre de Amy o a ese Schumer con quien hablé aquel día en Quantico. Quizá pudiesen ayudarme. Quien fuese, Comstock le temía y pensaba legítimamente que iban a matarle. Aquello eran malas noticias para mí. También creía que podrían intentar quitarle su dinero. También malas noticias para mí. Si era el gobierno quien estaba tan interesado en mí, tendrían los recursos para acceder y arruinarme la cuenta bancaria y definitivamente sabrían lo de mi dinero.

    Supuse que si Comstock creyó prudente mover todo su dinero a algún tipo de cuenta austríaca ultraprivada, tal vez yo debería hacer lo mismo.

    Investigar bancos austríacos me ayudó a despejar la mente de todo lo demás. Encontré un banco importante, el Erste Bank, que estaba en la orilla derecha del río y no muy lejos de mi hotel. No sé por qué sabía que Erste significaba Primer, de modo que si realmente era el Primer Banco de Austria, debería ser antiguo y lleno de agujeros legales fiancieros y ricos clientes que no querían anunciar sus fortunas a los gobiernos.

    Cogí un taxi hacia el banco, esperando encontrar una inmensa fortaleza de piedra con tres niveles subterráneos de cámaras de seguridad. Resultó que sólo era una diminuta rama de un pequeño banco. Entré de todas formas para hablar con el gerente. El banquero de la ventanilla principal descolgó un teléfono y habló con alguien, luego colgó y me parecío entender que su inglés dijo que alguien vendría pronto a atenderme. Poco después me llevaron por una hilera de oficinas al fondo del vestíbulo hasta una puerta. Dentrás de la puerta había un delgado anciando calvo con traje caro. Se levantó y me ofreció la mano por encima de su mesa de roble. Me senté en una mullida silla de cuero y me aseguré de que hablaba inglés.

    Le expliqué con gran detalle que era un actor americano con decentes papeles en Hollywood pero que había firmado un contrato para tres películas basadas en un popular libro para niños. Le dije que pronto tendría una cantidad enorme de dinero, pero me preocupaba que mis padres le echaran mano al dinero por ser menor de edad. Quería poner el dinero en alguna parte donde no pudiese ser rastreado por detectives y cosas así. Me habían sugerido una cuenta en Austria, así que había cogido un avión y había ido al banco más cercano a mi hotel.

    Aquello parecía más creíble que decir "puede que el Cuerpo de Marines quiera matarme y, en cualquier caso, pueden querer usar mi dinero para hacer que me maten".

    El gerente del banco asimiló todo aquello, pareciendo que había seguido mis palabras perfectamente, aunque sin reaccionar a nada durante mi historia.

    —El problema que encontrará aquí es el mismo que encontrará en America, - me dijo, —Debe tener 18 años para abrir una cuenta personal individual. Si, como dice, su cumpleañnos es el mes próximo, podríamos empezar el proceso ahora y terninarlo por correo cuando tenga 18.

    Fruncí el ceño. —He oído de cuentas de ahorro sin identidad asociada a ellas. Solo un número y una contraseña. ¿No podría abrir una de esas? - le pregunté.

    Fue el turno del gerente del banco para fruncir el ceño. —¿Se refiere a una Sparbuch, eh… cuenta anónima? Las recientes leyes bancarias nos han hecho modificar ligeramente el proceso de esas cuentas, aunque hubo un tiempo en que se podía abrir una cuenta anónima. El portador de la libreta y la contraseña era el dueño legal de la cuenta; sin nombres, sin informes por correo, altamente transferible. Pero debido al blanqueo de dinero con propósitos ilegales, ahora es imposible abrir una nueva cuenta de esta forma. Incluso entonces, había que ser ciudadano austríaco para hacerlo.

    —¿Aún tienen cuentas Sparbuch?

    —Sí, - dijo él, dudando, —ofrecemos cuentas anónimas llamadas tipo Sparbuch, pero hay que abrirlas como cualquier otra cuenta, con un nombre y prueba de identidad. Si uno elige hacer una cuenta anónima, el nombre del titular se guarda en nuestros archivos y los históricos y transacciones se refieren al número de cuenta y no al nombre. Hay que tener 18 años para eso.

    —¿Sabe de algún servicio que negocie cuantas Sparbuch existentes?

    El gestor movió los ojos de un lado a otro, luego miró por la habitación como para asegurarse de que nadie estaba escuchando. Abrió el último cajón de su escritorio y sacó un recorte de periódico plegado. Trazó un círculo con una pluma alrededor de un bloque de texto y me pasó el papel, —Estoy seguro de que no tengo ni idea de un servicio así.

    Circulado había un anuncio clasificado que decía, "E.B. Cuentas Sparbuch. Balances Garantizados", con un número de teléfono.

    Debajo estaba el mismo texto en alemán. El gerente probablemente tenía una relación de algún tipo con quienquiera que vendiese esas cuentas antiguas, probablemente proporcionaba las cuentas o se llevaba una comisión por cada cliente enviado, o ambos.

    Cogí el papel y lo puse en mi regazo. —Una cosa más, - dije. —Si tuviese una cuenta de estas, ¿podría conectar dinero de ella hasta un banco en US? ¿Cómo fucionan los ingresos y los reintegros?

    —La cuenta incluye un número de ruta y un número de cuenta que se puede usar para transacciones electrónicas en ambas direcciones. Se pueden hacer ingresos y reintegros en persona en cualquiera de nuestras oficinas o desde nuestros cajeros automáticos 24 horas por todo el país.

    Agradecí al hombre y salí del banco. Mientras esperaba a un taxi, me guardé la hoja del anuncio en el bolsillo interior de la chaqueta. Mientras vigilaba a mi alrededor, vi a un hombre frente a la calle apoyado contra un coche, mirándome. Hombre de unos treinta, pelo largo moreno y gabardina marrón de cuero. Al principio me miró una vez, luego me miró de nuevo entornando los ojos como si tratase de reconocer la cara. Luego miró en todas direcciones y me clavó la mirada como si estuviese leyendo un letrero lejano. Al otro lado de la calle, el hombre se sentó en el asiento del conductor de su coche y se puso un teléfono móbil al oído, mirándome de reojo de vez en cuando.

    Reflexionó sobre la última vez que alguien se había sentado en un coche para hablar por un teléfono móbil mientras me observaba y empecé a alejarme de allí andando.

    Me pareció que me empezaban a arder los ojos.

Capítulo 34

    

Capítulo 34

    Nadie me persiguió. Nadie me siguió. Nadie me lanzó una segunda mirada.

    «Me voy a volver loco», me dije a mí mismo.

    Aunque resultaba bastante confuso. Cuando pensé que había gente tras de mí, solo estaba siendo paranoico. Pero la gente iba a por mí, solo que era uns gente diferente.

    ¿Aún se considera paranoia si de verdad hay gente persiguiéndote? Me encogí de hombros. Tenía que dejar de pensar en ello.

    Seguí caminando por las angostas calles de Viena con las manos en los bolsillos de la chaqueta para mantenerlas calientes. Una hora más tarde estaba de vuelta en mi habitación del hotel. Comprobé mi emal constantemente, leí los titulares de las noticias en Digg.com. Todas las cosas sobre las que debería haber estado pensando seguían golpeando las paredes de mi mente, pero yo seguía luchando por contenerlas. Esto dificultaba relajarme pero evitaba que pensara demaaiado. Estar encerrado en la habitación del hotel me hacía sentir un poco oprimido y el tiempo avanzaba poco a poco.

    Decidí que tenía que mantenerme ocupado. Descolgué el teléfono y llamé al número del periódico que ofrecía cuentas anónimas austríacas. Respondió alguien en alemán. Pregunté si el hombre hablaba inglés y me dijo que sí.

    —Estoy interesado en una cuenta sparbuch, - dije.

    —Iá, tenemos disponibles.

    —¿Y son del Erste Bank?

    —Iá, las tenemos en muchos bancos pero el Erste es el más común.

    —¿Ya vienen con saldo?

    —Ehh… saldo, iá. vienen con un saldo 100 euros en cuenta.

    —¿Cuánto cuesta una cuenta?

    —Son 400 euros, pero tienen 100 en banco, así que son 300 euros en realidad precio.

    —¿Y las cuentas son todas anónimas?

    —Iá. Cuenta prifada, sin nombre ni direcciones. La mejor clase. ¿Quiere por email o para recojer?

    —¿Está en el centro? Podía reunirme con usted en algún lugar.

    —Tengo a alguien en centro, ¿dónde está ahora?

    Le di el cruce más cercano al hotel y me habló de un café a algunas manzanas de allí. Me dijo que alguien me encontraría en dos horas. No tenía nada que hacer además de sentarme y rumiar sobre la complicada naturaleza de mi vida, así que cogí la novela de un guardaespaldas (que había estado leyendo en el avión y aún no había terminado) y fui paseando hasta el café.

    No era un Starbucks.

    La mayoría de la gente estaba bebiendo espressos de unas tacitas, era tan pretencioso que ni siquiera un americano podría soportarlo. La cafetería misma era diminuta, de aspecto antiguo pero bien decorada con un largo banco de madera que rodeaba la pared derecha al fondo, lleno de cojines y almohadas y mesas embutidas entre ellas cada pocos centímetros. En la barra intenté atravesar la barrera del lenguaje y pedirme un café latte (al darme cuenta que decir simplemente un latte solo te daba una taza de leche), acabé con algo que se parecía a los lattes a los que estaba acostumbrado, pero que era mucho más amargo.

    Me instalé en una mesa del fondo y seguí leyendo mii libro. Una hora más tarde vino el hombre que parecía el hombre que el teléfono había descrito, joven, pelo oscuro, abrigo oscuro. Por teléfono me había advertido que el tipo no hablaba inglés. Le saludé y se acercó. Tenía un sobre manila en su mano. Me lo tendió y dijo, —¿Euros?

    Saqué el dinero del bolsillo y lo puse sobre la mesa. Se sentó y empezó a contar después de entregarme el sobre. Yo abrí el sobre. Dentro había una libretita que parecía un pasaporte, pero tenía las mismas dimensiones que una tarjeta de crédito y un color amarillo pálido. La contracubierta de la libreta tenía una banda magnética por el borde, lo que significaba que probablemente se podía meter en un cajero automático como si fuese una tarjeta. Dentro de la libreta había algunas páginas con reglas o leyes escritas en alemán, y el número de cuenta estaba impreso al final. Después de eso había páginas en blanco. También en el sobre había un papelito que decía "CÓDIGO DE SEGURIDAD" con un número de seis díigitos. Finalmente había un documento a página completa con un sumario impreso del título de la cuenta sellado por el Erste Bank. Listaba el número de cuenta y mostraba algunas transacciones aleatorias con fecha de diez años atrás. Finalmente, incluía un depósito reciente con un saldo de exactamente 100 €.

    Examiné la página. Estaba impresa por una impresora láser en papel grueso con filigrana del logo banco. Si era falsa, valía la pena el precio sólo por la apariencia de autenticidad. El hombre dijo algo que sonó a —¿Todo bien?

    Yo asentí, él sonrió educadamente y se salió con el dinero. Me guardé la libreta sparbuch y la hoja con el código en el bolsillo de la chaqueta, doblé el resto y lo dejé en el banco junto a mí.

    Seguí leyendo el libro. Cuando lo acabé y me hube bebido tres cafés, me quedé contemplando un instante la puesta de sol. Noté entonces a alguien de pie fuera en la puerta del café y me llevó un momento reconocer su cara. Era el tipo que se me había quedado mirando cuando hube salido del banco ese mismo día. Estaba ahí vigilando la puerta sin mirarme.

    Era ilegal en Europa llevar un cuchillo de ocho centímetros, así que no había cogido el mío, aunque no sabía por qué mi mente pensaba en eso ahora.

    Pocos minutos más tarde, se le unió otro hombre de similar atuendo que miró por la ventana hacia el interior de la cafetería. Sus ojos se fijaron en mí. Pareció respirar hondo y se dio la vuelta.

    Yo me decía que no me mostrase nervioso, que probablemente estaba exagerando de nuevo, pero había hecho todo tipo de cosas ilegales ese día.

    Apuré mi botella de zumo de naranja y observé a ambos hombres viendo a los coches pasar por la calle. Eventualmente, ambos entraron en la cafetería. El primer tipo se quedó junto a la puerta y el segundo marchó directo hacia mí. Mis piernas se tensaron firmes en el suelo y mi mente se concentró en el hecho de que no contaba con un arma conmigo: sin cubertería al alcance ni tazas de cerámica a la vista. La mesa no estaba atornillada y aposté a que podría lanzársela.

    A medida que el hombre se aproximaba andando, podía ver que tenía pocos años más que el primer tipo, de unos cuarenta pero aún en buena forma. El pánico se tranquilizó en mi pecho, pero el hombre venía hacia mí con una sonrisa siniestra en su cara, como un hombre jugando al escondite con un crío y que obviamente sabe dónde se esconde el chaval.

    Se sentó frente a mí a mi mesa, giró la silla en ángulo y se reclinó en una postura desenfadada. No dije nada.

    —Habla inglés, ¿verdad? - me dijo con la misma sonrisa. Su acento era muy leve y definitivamente no era alemán. francés quizá.

    Asentí.

    Él pareció complacido.—Eso pensaba, - me dijo, —Mi nombre es Thomas Pratt. - lo pronunció Tou-mas.

    Tragué y pensé durante un segundo algo qué decir. —Chris, - decidí al final.

    —Soy un investigador de la Interpol. Llevo esperando encontrarle desde hace mucho tiempo, Sr. Baker.

Capítulo 35

    

Capítulo 35

    Estaba seguro de una cosa: aquel tipo no me iba a dar una respuesta directa sobre nada. Todo el mundo con quien me había tropezado en la última semana había sido un experto en las medias respuestas y en la esquiva de preguntas.

    Thomas Pratt, como se llamaba a sí mismo, estaba sentado frente a mí a una vieja mesa de madera en una acogedora y vieja cafetería histórica de Viena. Mientras mi cerebro se apresuraba en componer los pocos pedazos de información que tenía en ese momento, no podía retroceder en mis acciones para recordar cómo había llegado hasta aquí.

    Sabía mi nombre, lo cual era suficiente para asustarme. O bien sabía en realidad quién era yo, o había conseguido mi nombre en el hotel, lo que implicaba que cuando había creído que no estaba siendo seguido, lo estaba.

    «¿Interpol?»

    Intenté recordar lo que hacía. Supervisión y comunicaciones cruzadas entre la policía africana y la europea. Brigada antidroga, probablemente antiterrorismo, fraude bancario.

    «Oh, genial, ¡fraude bancario!»

    Todo el asunto del banco del anuncio del periódico sobre cuentas bancarias mágicas austríacas irrastreables había sido una trampa.

    «Espera a que los bobos americanos vengan a preguntar por cuentas que prácticamente se inventaron para el blanqueo de dinero, luego diles que el único modo de hacerlo es ilegal.»

    «Espera, eso no tiene sentido. Primero, es prevaricación. Además, sigue sin tener sentido. ¿Cuánto tiempo llevo sentando aquí en confuso silencio?»

    —¿Está pensando de qué me conoce? - dijo Pratt finalmente.

    Asentí, y luego miré por el local. Había otras tres mesas ocupadas y tres personas detrás de la barra.

    —No se preocupe. - continuó, —probablemente nunca me ha visto.

    —¿De qué va esto? - pregunté escogiendo mis palabras con cuidado.

    —Esto, - dijo con esa estúpida tímida sonrisa, —es la justificación de los dos últimos años de mi carrera.

    No dije nada. Él abrió su chaqueta de cuero, sacó un gruesa libreta y la colocó delante de mí con un dramático golpe. La abrió suavemente, hojeó a través de unas páginas que yo no podía ver y sacó una fotografía en color de 20x25 cm y la deslizó hacia mí.

    Me incliné para mirarla. Era un retrato de un hombre en un traje azul marino. El hombre era mayor, quizá en la cincuentena, con pelo gris y una gran frente. No parecía americano. Pratt observó mi cara con cuidado mientras yo miraba la fotografía.

    —¿Quién es? - pregunté.

    —¿No lo sabe?

    Examiné la fotografía de nuevo y negué con la cabeza.

    —Es Jens Nesimi, político austríaco y antiguo comandante militar. ¿Está seguro de que nunca lo ha visto?

    —Si ha salido alguna vez en un periódico de EEUU o en los noticias, puedo haber visto su cara antes, pero no lo reconozco en absoluto. Normalmente no estoy al corriente de políticos austríacos.

    —¿Normalmente no? - me preguntó.

    —Nunca.

    Aquello espezaba a parecer un interrogatorio en el que el investigador intentaba usar las palabras en tu contra. Me empecé a sentir incómodo. Pratt recogió la foto, la puso junto al montón de documentos y avanzó algunas páginas más para sacar otra fotografía (más pequeña) y deslizarla hacia mí. El encuadre era menos formal. Era la toma a altura ocular de un ornado dormitorio. Había una cama de matrimonio en el centro, con sábanas verdes de aspecto lujoso y una gruesa colcha, ligeramente desordenadas por el cuerpo de un hombre colgando incómodamente del borde del colchón. El cuerpo estaba vestido con un pijama azul, con la cara presionada en el suelo de madera, su torso colgaba del borde y las piernas estaban bajo las sábanas. Parecía como si el hombre estuviese intentando deslizarse sobre el suelo pero sus piernas quedaran enredadas por las sábanas muy tensas. Reconocía la foto ahora como la fotografía de la escena de un crimen. El descuidado uso del flash la delataba. Cuando alcé la vista de la foto, Pratt deslizó otra hacia mí. Era de la misma habitación, el mismo hombre, pero tomada desde otro ángulo para mostrar la cara del hombre.

    Era el tipo de la primera foto, Nesimi.

    Estaba ciertamente muerto, con una mirada pálida de impotente consternación en la parte de su cara que no estaba pegada al suelo.

    Yo le miré ligeramente ceñudo .—¿Qué es todo esto? - pregunté apartando ambas fotos.

    —Nesimi murió en su casa hace dos años, al parecer mientras dormía. Dicen que tuvo un ataque al corazón, que intentó levantarse, pero murió casi al instante mientras su esposa yacía a su lado. Debido al alto perfil, fui llamado por la policía del local para asistir en la investigación.

    —¿Investigación? Pensaba que había dicho que fue un ataque del corazón, - dije, renunciancio a la completa irrelevancia que todo aquello tenía para mí.

    —Eso parecía, pero había cosas que no encajaban. Era un hombre militar, en perfecto estado de salud, excepto por el VIH.

    —¿Tenía el SIDA? - aquello parecía haber pasado de interrogatorio a prensa rosa.

    —No. SIDA no, solamente VIH. - Pratt pareció molesto de que yo no supiese la distinción. —Lo mantenía en secreto, temiendo que si se sabía, destruiría su reputación. El informe oficial es que tuvo un cruce de contaminación sanguínea durante su carrera militar pero, ¿quién sabe, eh? Lo que importa de todo esto es que estaba viendo a un fisioterapeuta privado en secreto todos los meses. Después de que Nesimi cumpliese los 40, el doctor empezó a hacer exámenes de sangre y ECG todos los meses debido al riesgo de enfermedad coronaria. Nadie sabía de de este doctor ni de sus exámenes excepto Nesimi y su esposa. Lo que hizo a la gente cuestionarse la teoría del ataque al corazón es que Nesimi había visitado a su doctor ese mismo día y le había dado un diagnóstico de buena salud.

    —¿Incluso de su corazón? - pregunté.

    —Especialmente de su corazón. Yo creo que alguien desactivó las alarmas, se coló en la casa y envenenó a Nesimi con algo que imita un ataque al corazón.

    Yo no sabía que hubiese drogas que pudiesen imitar eso. Pensé en mi padre, en su supuesto ataque al corazón.

    —¿Y qué tiene todo esto que ver conmigo? - ya me estaba hartando un poco.

    Había digerido el café y el zumo y tenía que ir al baño.

    —Empecé a repasar todas las grabaciones de seguridad de todas las casas, vías y comercios en un radio de tres manzanas de la casa de Nesimi. Sólo encontré esta toma de la cámara de seguridad de la calle de un banco frente a la propiedad de Nesimi. Es una ampliación de un reflejo en el parabrisas de un coche aparcado en la calle fuera de la verja de la casa de Nesimi, - Pratt sacó otra foto de la libreta.

    Era una 20x25 cm de nuevo, pero de mala calidad, sacada con una impresora de escritorio en papel granulado. La toma estaba oscura, y obviamente se había ampliado digitalmente. A la derecha del marco, sobre el parabrisas del coche había un reflejo. Era de alguien apoyado en una columna de ladrillo. La persona vestía de negro y su cara estaba de perfil. Me acerqué la foto a los ojos y examiné la cara del tipo. Era un hombre joven, pero no era distinguible.

    Yo negué con la cabeza.

    Pratt me entregó otra foto ampliada de la anterior. Ahora podía ver que el tipo estaba mirando un reloj de pulsera y su cara era mucha más nítida.

    Era mi cara.

    Bueno, parecía ni cara. Estaba borrosa, ampliada digitalmente, envuelta por el reflejo y muy oscuro, pero se parecía un montón a mí, dos años atrás.

    Aquello era bobo y absurdo, pero aún así me dejó perplejo. Se agrandaron mis ojos y mi corazón latió más deprisa.

    —Esa foto fue la única pista después de dos meses de investigación. Un borroso reflejo de la cara de un adolescente. Esa foto fue tomada treinta segundos antes de que se desactivara el sistema de seguridad de la casa. Él está esperando algo. Esa fotografía ha estado dos años en la pared de mi oficina. Cuando mi compañero Markus te vio saliendo de ese banco hoy, me hizo una llamada. - gesticuló al tipo con el que estaba fuera. —Pregunté en el banco y llamé a tu hotel. Christopher Baker. Un norteamericano. Yo sabía que la sombra tenía que ser un extranjero. Todos los buenos asesinos vienen de Rusia o de los EEUU. Luego vine aquí y vi tu cara. Supe que eras tú. No podía creer que un chaval de quince años fuese un versado asesino, pero aquí estás, comprando un cuenta sparbuch, probablemente para guardar los fondos de tu próximo trabajo. ¿Por qué sino iba a necesitar una alguien como tú?

    Vale, aquel tipo estaba mal de la cabeza.

    —¿Cree que yo maté a su político? Eso es una locura.

    Él asintió. —Sé que es una locura, y por eso funciona tan bien. No tengo ni idea de cómo voy a probarlo, pero lo haré. No sé cómo alguien de tu edad hace lo hiciste, pero lo hiciste.

    Todo aquello era demasiado increíble. Negué con la cabeza y me reí. Pensé que me habían pillado por lo de Comstock esta mañana, o algo peor, pero este chiflado pensaba que me parecía a un chaval que estuvo fuera de la casa de alguien la noche en que ese alguien murió hacía dos años.

    Cosas así no se le ocurren a la gente normal.

    —¿Está hablando en serio? Hay billones de chavales en el planeta, ¿y usted cree que esa sombra suya soy yo porque me parezco un poco a un reflejo oblicuo tomado por una cámara en la oscuridad hace dos años? ¿Ha ido por ahí preguntando en los imstitutos del país por un chico de pelo marrón y esta nariz y tales pómulos?

    Pratt guardó las dos fotos entre las páginas, cerró la libreta y juntó las manos. Finalmente, se inclinó hacia la mesa. —No me confundas por un idiota loco, Chris, conozco esa cara, conozco tu cara. Llegas de los EEUU, pagas habitaciones de hotel y billetes de avión con tu propio dinero y compras cuentas bancarias anónimas usadas históricamente para el lavado de dinero y acumular fondos de actividades ilegales. Eres un menor que visita Europa para un viaje de tres días y no has visto nada turístico de la ciudad. Yo no cometería un error así.

    Suspiré sintiendo que me iba a secuestrar un lunático obsesionado con los chicos adolescentes.

    —Aunque no tiene nada de lo que acusarme, - dije.

    —Cierto, pero si yo sospecho de que eres un terrorista, puedo retenerte sin cargos durante 24 horas. Eso me dará tiempo para tomarte las huellas y hacerte unas fotografías para contrastarlas en la base de datos de la Interpol, confiscarte el pasaporte y rastrear a tus familiares y empleados. Eso incluso podría evitar que dieras uno de tus milagrosos golpes, que es lo que has venido a hacer aquí.

    Todo aquello perdió de pronto su animado aire surrealista. Pratt se levantó indicando a su amigo Markus que se acercara. —Como sospechamos de usted por actos terroristas, - empezó Pratt, —queda bajo custodia para interrogatorio y examen. - sacó un juego de esposas de su cinturón y Markus se acercó para tirarme del brazo.

    A todo esto, yo realmente tenía que mear.

Capítulo 36

    

Capítulo 36

    Me colocaron unas esposas de metal en las muñecas por detrás de la espalda, un espectáculo que intrigó a la gente en la cafetería y me divirtió en cierto modo.

    Mientras me sacaban del local y me conducían por la calle hacia donde yo asumía que un coche estaba esperando, Pratt me dijo algo en voz alta que no entendí bien.

    Lo absurdo de ser llevado bajo custodia en Austria por un homicidio que no había cometido dos años atrás estaba monopolizando la capacidad de atención de mi cerebro. Todo resultaba muy inconveniente.

    Era noche de jueves, mi vuelo a casa salía el viernes por la mañana. Se suponía que mi madre llegaba el sábado por la noche o el domingo por la mañana. Si este chiflado de la Interpol quería retenerme durante 24 horas, me fastidiaría totalmente los planes.

    Por no mencionar que si aquel tipo estaba lo bastante tocado de la cabeza para decidir que yo era un superasesino a los quince años basándose en una foto borrosa y en un vistazo a mi cara por la calle, quizá pudiese encontrar alguna prueba para relacionarme con la muerte de la Princesa Diana o el incendio del Hindenburg.

    Con su mano agarrando mi brazo, seguí andando por la calle con coches a ambos lados. El otro tipo que iba con Pratt parecía haber desaparecido. Pratt aún me estaba hablando, probablemente sobre la captura de su mega súper asesino secreto, pero yo no estaba escuchando.

    Estaba demasiado ocupado pensando.

    Giramos por una calle sin iluminar y eventualmente paramos junto a un cochecito negro, un modelo que yo no reconocía. Pratt abrió la puerta trasera y casi me empujó dentro antes de dar un portazo. El coche no estaba diseñado para trabajo policial, o al menos no para el transporte de prisioneros. El asiento delantero comunicaba con el trasero sin división.

    «Estúpido.»

    No podía arriesgarme a que me encerraran. La idea de tener mi nombre, mi cara y mis huellas en la lista de la Interpol parecía un poco desagradable y yo tenía un avión que coger.

    «No hay tiempo para esta mierda.»

    Tenía que averiguar cómo salir de allí sin estrellar coches contra nadie.

    Pratt subió al asiento del conductor y se giró para mirar por la ventanilla cuando el segundo tipo, Markus, se aproximó al vehículo y entró en el asiento del pasajero. Supuse que no le apetecía viajar solo con un mágico asesino ninja.

    A mí tampoco me apetecería.

    Los dos hablaron en alemán durante un rato y luego Pratt puso en marcha el motor. Yo trasteé con las esposas en mis muñecas durante un segundo. Pensé en los eventos de los últimos días, la pelea del jueves y la oficina del director en viernes, el tiroteo y el espray del sábado, el FBI en domingo, coche nuevo y comida china el lunes, Quantico y hackeo de e-mail el martes, planes y hoteles el miércoles, director de instituto desnudo y agentes de Interpol el jueves.

    Todo empezó a mezclarse en una niebla, de apuro en apuro sin explicación para nada. Quería apartarme de todo, quería ser un adolescente normal de nuevo; un tipo que no supiese los nombres de ningún agente del FBI ni de la Interpol y no tuviese un arma en el armario del dormitorio.

    Me incliné hacia un lado para examinar el asiento del conductor frente a mí. Entre el asiento y la puerta había una larga palanca de plástico como la de mi antiguo coche. El coche parecía viejo. Apostaba a que el asiento se deslizaría de golpe en ambas directiones como el de mi Civic.

    Eso me dio una idea.

    Pratt puso marcha atrás y el coche empezó a retroceder lentamente hacia fuera del callejón. Yo doblé el pie para colarlo entre la puerta y el asiento. Podía sentir la palanca de plástico con la punta del pie. Markus miró atrás hacia mí y luego apartó la mirada. Yo tomé una larga y profunda respiración. Empujé el pie hacia arriba, pero se resbaló en la palanca y golpeé parte de la puerta haciendo un leve sonido. Ambos hombres miraron de pronto a la izquierda y Pratt dijo algo rápidamente en alemán.

    Bajé el pie y golpeé hacia arriba de nuevo sin preocuparme de ser discreto esta vez. Sentí la resistencia de la palanca a medida que la movía casi del todo hasta arriba. Sentí ceder el respaldo del asiento y deslizarse hacia atrás. Retiré la pierna y empujé el respaldo con la pierna derecha para estrellarlo hacia adelante tan fuerte como pude. El torso de Pratt se lanzó hacia adelante junto con el asiento. Oí su cara impactar contra el volante. Su pie debió de haberse resbalado del pedal del freno, porque el coche empezó a retroceder lentamente hacia la carretera principal. Markus, en el asiento pasajero, gritó algo y se giró hacia mí echando mano a su chaqueta. Liberé mi pierna izquierda del hueco entre el asiento y la puerta, y me impulsé hacia atrás lo bastante para trazar un arco con mi pierna hasta el cuello de Markus y llevarlo, junto a su cabeza, hacia la ventanilla de su lado.

    El tipo dejó de moverse. El coche, sin embargo, no.

    Me tumbé de espaldas en el asiento trasero y encogí las piernas, adoptando la forma de una bola para poder pasar las piernas entre mis brazos. Tras unas oscilaciones, conseguí pasar los brazos con las manos esposadas por delante del cuerpo. Las manetas de las puertas interiores no funcionaban, probablemente tenían el seguro echado. El coche seguía entrando en la calle de forma perpendicular. Los coches pitaban y giraban para evitarnos. Yo estaba atrapado en el asiento trasero, observando los focos por la ventana cada vez más cerca y más rápido, rezando por que giraran lo bastante a tiempo.

    Me tumbé de nuevo sobre el asiento. Tenía que salir de aquel estúpido cochecito extranjero. Empecé a golpear la ventanilla trasera izquierda con ambos pies. Sentía un calor en mi tobillo izquierdo con cada impacto. Dos veces más pateé con ambos pies contra el cristal. La segunda sentí que cedía ligeramente. Reuní toda mi fuerza en mis piernas y golpeé una última vez la ventanilla. El cristal se rompió en mil fragmentos diminutos adheridos a una lámina de plástico y ligeramente doblada hacia fuera.

    «Cristal de seguridad.»

    Giré sobre mis rodillas y usé los codos para empujar el cristal y el plástico fuera del marco de la ventana. Estiré los brazos y busqué el mando exterior de la puerta, lo sentí y tiré de él pero no hizo nada. La puerta debía de estar bloqueada también.

    Usé el mango para tirar de mí mismo y sacar la cabeza por la ventanilla. Cuando saqué el pecho, giré y empujé el techo con las piernas para arrastrarme y sacar fuera el resto del cuerpo

    El coche había llegado al carril que iba en dirección opuesta. Salí por la ventana y caí de lleno sobre la calle mientras los coches se dirigían directo hacia mí, todos sonando sus bocinas y esquivando a duras penas. Me puse en pie empujando con ambas manos contra trozos de cristal dispersos por la calle. Me di la vuelta y corrí por la calle dejando atrás el coche del que acababa de escapar hasta un coche aparcado en la acera.

    Oí cristal quebrarse a mi espalda mientras corría por la acera en dirección a mi hotel. Probablemente eran sobre las 5 PM. Traté de ocultar las muñecas esposadas dentro de mi chaqueta, cuando sentí algo ligero en uno de los bolsillos interiores. Metí la mano para ver lo que era y saqué las gafas que había comprado como parte del disfraz. Doblé uno de los lados del marco y lo partí por el borde. Solté el resto en la calle. Me quedé sólo con un alambre de metal y metí el extremo en el agujero de la cerradura de una de las esposas. La abrí y repetí el proceso con la otra decidiendo que debía de haber visto eso en la TV y tiré las esposas en la acera cuando la segunda mano quedó libre.

    Detrás de mí, oí frenazos y el golpe familiar del metal contra metal y láminas de cristal convirtiéndose en una lluvia de fragmentos contra el pavimento.

    Me detuve y me di la vuelta. Ya no podía ver el coche, pero asumí que alguien finalmente se había estrellado con él.

    Esperé no haber matado a dos personas más.

    Tenía que llegar al hotel y recoger mis cosas lo más rápido possible. Nada más llegar, junté toda la ropa rápidamente y la lancé dentro de la maleta, apagué el portátil y lo guardé en mi mochila. Salí del edificio dos minutos después. Pratt sabía dónde estaba alojado, conocía mi nombre y conocía mis planes de viaje. Tenía que llegar al aeropuerto y salir del país antes de que tuviesen tiempo de anular mis pasaporte y cazarme de nuevo. Cogí un taxi y llegué al aeropuerto.

    Mi vuelo salía dentro de 12 horas, pero no me apetecía estar dando vueltas tanto tiempo. Había atacado a dos oficiales de la Interpol. Si Pratt no tenía un motivo concreto para retenerme antes, ahora podía arrestarme por asalto. Mi pasaporte estaría comprometido. Yo era un fugitivo buscado.

    Estaba de pie en un bordillo frente al terminal de salidas del aeropuerto de Viena. Si me daba prisa, podría meterme en un avión antes de que la gente incorrecta conociera mi nombre. Entré en el aeropuerto y saqué mil euros de un cajero. Necesitaba inventar una buen historia para justificar que un chaval de mi edad pagase en metálico para un vuelo a los EEUU.

    También necesitaba no ser yo.

    Entré en una tienda de regalos frente al control de seguridad. Fingía mirar las postales cuando escuché a alguien hablar en inglés. Detrás de mí, había dos estadounidenses. Uno era de mi edad, quizá mayor; el otro tendría unos veinte. Estaban bromeando sobre alguna estupidez relacionada con bebidas. El más cercano llevaba una camiseta naranja y una mochila a la espalda. Su pasaporte de EEUU estaba metido limpiamente en un bolsillo lateral. Pasé a su lado, cogí el pasaporte y lo guardé en el bosillo de la chaqueta. Me marché sin decir nada.

    En el cuarto de baño examiné el pasaporte de Ryan Tambour y lo comparé con el mío. En el suyo yo tenía 18 y era de Carolina del Norte. Su fotografía no tenía exactamente una semejanza, pero para alguien que miraba miles de pasaportes al día, podría funcionar. Al parecer había estado en Alemania, Suíza y Francia y acababa de llegar a Viena. Probablemente pasaría una hora hasta que echara de menos su pasaporte. Volví a la zona de venta de pasajes y pagué en metálico un vuelo que salía en dos horas hacia el Aeropuerto Reagan en D.C.

    Era viernes por la tarde cuando llegué a mi casa, entré en el baño y me quedé dormido en la ducha.

Capítulo 37

    

Capítulo 37

    Cuando dormía no tenía que pensar en las muchas cosas en las que debería haber estado pensando. En mi sueño, la gente no parecía querer dispararme, cegarme ni arrestarme.

    Dormí todo el viaje desde Viena y aún estaba cansado cuando llegué a casa. Después de echar una cabezada en la ducha, marché como un zombie hasta mi habitación y me tumbé en la cama. o bien las píldoras para dormir que había comprado en el aeropuerto eran mágicas, o mi subconsciente realmente necesitaba estiraba las piernas.

    Desperté con el sonido del timbre de la puerta. En mi cansado estado, no podía decidir su sería el FBI o la policía. El reloj de la mesilla decía que eran después de las 3 PM.

    Usé los limitados recursos de mi aún dormido cerebro para asegurarme de que iba vestido (camiseta, pantalones cortos, con eso bastaba) y me acerqué a la puerta delantera con las piernas rígidas y gimiendo ligeramente con cada paso debido a mi tobillo izquierdo. Amy estaba en la puerta. De pronto me sentí mejor.

    —Has llegado, - me dijo cuando abrí la puerta.

    —Sí, - dije con un movimiento de la mano.

    Me aparté del camino para dejar pasar a Amy con su bolsa del instituto colgando en una mano. Sentí como si llevase un mes sin verla. Esperaba que su pelo fuese más largo o de un color diferente. Ela caminó rápida y graciosamente.

    La envidié por eso.

    —Pasaba por tu casa cuando vi tu coche. Pensé que llegabas esta noche.

    —Sí, - dije entrando en la cocina para localizar algo de cafeína que enviar a mi sistema en tazas. —Pasó algo. Tuve que coger un vuelo antes.

    —¿Cómo ha ido el viaje? - preguntó, ahora dentro de la cocina.

    Miré categóricamente a las cajitas del armario durante lo que me pareció una eternidad, luego me giré y miré a Amy.

    —¿Eh?

    —Tu viaje, - dijo ella de nuevo, —Austria. Creí que fuiste al Viejo Mundo para averiguar lo que estaba pasando con nuestro díscolo director.

    —Claro, - dije sujetando dos cajitas de cartón en las manos. Una decía infusión de hierbas y la otra decía algo de desayuno inglés. —Me había olvidado de esa parte, - dije. —Resulta que todo lo sospechoso que ha estado haciendo se debía a todo lo sospechoso que hemos estado haciendo. Se pensaba que iba a matarle. Bueno, yo no, los tipos de su jefe. - esperé que todo eso tuviese sentido.

    Amy se sentó en una silla junto al mostrador. Empezó a decir algo, parpadeó dos veces, luego finalmente dijo, —¿Qué?

    Yo estaba intentando descubrir cómo calentar agua. En cuanto tuve dos tazas de té caliente y nos movimos al sofá del salón, le conté a Amy el viaje. Le hablé del Marriott y el Ambassador, mi entrada en la habitación, la grabadora de voz, el banco, cómo los cafés sabían diferente que en Starbucks. No le conté la parte del muerto llamado Jens Nesimi ni mi desesperada huída del país.

    —¿No descubriste para quién te está vigilando Comstock? - dijo ella.

    —¿Qué?

    —Que si no... lo que acabo de decir.

    —Pensé que te lo había dicho, - dije confundido. —Era una parte integral de la historia.

    —No me has contado nada.

    —Oh. Qué raro.

    —¿Y…?

    —Marines.

    —¿Qué?

    —Marines…. Marines, coma Los.

    —¿Qué Marines? ¿Todos ellos?

    —No lo sé, lo que dijo fue, pensé que el Cuerpo de Marines podía permitírselo o algo así.

    —Así que podía cualquier tipo de Marine. No tiene que ser el Cuerpo entero.

    —Tampoco dijo nada de eso, - dije , —Creo que lo más importante es el hecho de que alguien afiliado con los Marines es o estaba pagando a Comstock para fingir ser un director de instituto para poder observarme y sacarme de problemas. Comstock también contrató a un tipo llamado Dingan para traerme porque dejé de ir al instituto durante un día. Más tarde estrellé un coche contra Dingan.

    —Eso no tiene sentido, - dijo Amy.

    —Ponle música a eso y tienes la canción de mi vida.

    —No, quiero decir… ¿tuviste la pelea el jueves, no?

    —El jueves pasado, sí.

    —Y lo de Lorton fue en sábado. Así que sólo faltaste un día, el viernes, ¿y por eso se asustó y contrató a un demente para traerte?

    Eché la cabeza hacia atrás y pensé en ello. —El viernes fue cuando hicimos lo de la cuenta bancaria y cuando estampé un martillo en la ventana del coche como distracción. Cuando tú llamaste y dijiste que le habían robado su tarjeta del banco y demás. Él pensó que todo eso lo hizo la gente de su jefe, algún tipo de los Marines. Se pensaba que estaban enfadados con él por pedir más dinero, o por dejar que me metiera en una pelea.

    —Vale, - dijo ella, —¿Cuál es nuestra teoría sobre por qué eres tan especial como para que te vigilen y paguen a alguien para que te traiga?

    —No lo sé, - dije , —¿Mi dinero? No, eso es estúpido. ¿Mi atractivo masculino?

    —Bueno... masculino...

    —Ya. Mi teoría es No Lo Sé. ¿Debería preguntarle esto a los del FBI?

    —Ni idea, - dijo ella.

    Crucé los brazos, —Pues todo esto apesta. Estoy harto de esperar a que alguien me ataque para poder conseguir otra pista de lo que está pasando aquí. Quizá mi madre sepa algo de esto.

    —¿Cuando llega a casa?

    —Mañana o el domingo, - dije. —No parece que ella tenga nada que ver con esto, pero creo estoy demasiado metido ahora para mantener esto en secreto.

    —¿Y qué hay de tu papá? - preguntó Amy.

    —¿Él? - dije , —Creo que podría estar muerto.

    Amy suspiró. —Ya lo sé. Me refiero a que quizá tiene algo que ver con él. Trabajaba para los Marines, después de todo.

    —Como el tuyo, - dije , —y nadie te está persiguiendo ni disparando o intentando arrestarte.

    —¿No crees que esto podría tener que ver con lo que hacía tu padre?

    —Claro que sí, pero no se me ocurre nada, - dije . —Yo era mucho más feliz cuando pensaba que todo esto sólo era negación o pena y que me lo estaba inventando para llamar la atención. Si los Marines realmente están detrás de todo esto, y está conectado con mi padre y su trabajo, entonces esto es más grande de lo que pensaba.

    —Esta es una situación donde deberías pedir información, - dijo Amy, — Conoces a dos agentes del FBI. La I es por Información.

    —No lo es.

    —Sí que lo...oh... tienes razón.

    —¿Bureau Federal de Información? - solté una carcajada.

    —Que te zurzan, - me disparó. —¿Qué hay del tipo ese del trabajo de tu padre? ¿Schumer?

    —Sí, pero... - de pronto recordé que tenía una tarjeta USB en la mesa de la cocina con información en potencia copiada del ordenador de Schumer. Mis respuestas podrían estar en esa USB. Me levanté y corrí a la cocina. Allí estaba. La recogí. Si todo aquel misterio era tan grande como pensaba, quizá no quisiera encontrar las respuestas. Quizá no hubiese respuestas, sino más preguntas. Temía descubrir algo sobre mi padre que no me gustara. El mantra de esta zona seguía resonando una y otra vez en mi cabeza: No Hagas Preguntas. Amy me siguió a la cocina y se puso a mi lado.

    —¿Qué hay dentro de eso? - preguntó.

    Cerré la tarjeta en mi puño. —Nada, - dije girándome hacia ella. —¿Ya has comido algo?

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Era casi oscuro cuando volvimos de un restaurante bar de comida a la plancha. Además de dormir, también tenía que ponía al día con la comida. No había tenido una comida completa desde mi estancia en Viena. Echaba de menos algo con mucha salsa. Me había puesto los pantalones con la USB en el bolsillo junto al cuchillo. No sabía por qué. Al llegar a casa me quité las zapatillas y subí directo a mi habitación, Amy me siguió sin una palabra. Me senté a mi ordenador y conecté la tarjeta al PC. Amy dejó su bolso en mi escritorio, luego cruzó la habitación y se sentó en mi cama. Yo la miré, de nuevo tratando de no asustarme por el fenómeno de la chica en mi cama. No me preguntó lo que yo estaba haciendo; probablemente asumía que iba a comprobar la webcam de la casa de Comstock. Bajó la vista hacia mi maleta abierta en el suelo con mi ropa sobresaliendo.

    —Bueno, - dijo ella, —¿Me has traído algo? - estaba moviendo las piernas que colgaban en el borde de la cama.

    Algo me golpeó el cerebro. Mierdus. habíamos quedado en que le traería algo, pero no lo hice. Tratando de pensar qué decir, abrí el contenido de la tarjeta en mi PC, cliqué en lo primero que vi y me giré en la silla para mirar por la habitación.

    —Umm, - empecé cogiendo mi mochila y escarbando en ella.

    Tenía dos pasaportes, un sobre con una cuenta anónima austríaca, un portátil, dos libros y... bueno... le lancé a Amy una cajetilla de cerillas. Ella la atrapó y la giró en su mano.

    —¿Cerillas del Marriott?

    Me levanté y me acerqué hasta ella. —El Marriott de Viena, - le dije señalando la palabra. —¿Cuántas veces se ven cerillas de Europa del Este?

    —¿Personalmente? - preguntó con una sonrisa.

    —De acuerdo, - dije , —No tuve tiempo para traerte nada. Me marché con un poco de prisa.

    —Tranquilo, - dijo ella mirando las cerillas en su mano.

    —No, en serio, Iba a traerte a algo. Algo estupendo, estoy seguro.

    Ella alzó la vista sonriendo. —No, en serio, - dijo ella, —No tenías por qué. No ibas de turismo, lo sé. - El silencio se perforó por el sonido de una camioneta pasando por la carretera.

    —Aún así se supone que hay que comprar cosas cuando vas a otro país, - dije.

    —No te comas el coco con eso, - dijo ella suavemente, —podemos comprar algo cuando vayamos a algún lugar juntos.

    Noté que mi corazón estaba batiendo sólo un poquito más rápido de lo normal. Me senté junto a ella en la cama, mirando las cerillas en su mano. —¿Como... adónde? - le pregunté.

    Ella rodó los ojos en un círculo. —No sé, - dijo ella, —Siempre he querido ver París.

    Ninguno de los dos dijo nada durante unos segundos. Bajé la guardia y susurré, —¿Sabías que hay drogas que imitan un ataque al corazón?

    Amy suspiró con lo que me pareciò cierta resignaciòn. Sus ojos fueron de las cerillas hasta mí, —¿Dijo eso Comstock?

    Bajé la vista hasta mis rodillas. —No, yo…lo leí en alguna parte.

    —¿Piensas que así es cómo murió tu padre? ¿Que el ataque al corazón no fue real?

    —No lo sé, - dije mirándola.

    Ella me miró. Había una cierta tristeza en sus ojos, como una dolorosa memoria que crecía poco a poco. El borde de mi mano en la cama rozaba la suya. Su otra mano sostenía la cajetilla de cerillas, girándolas. Miró las cerillas, sonrió y se levantó, se acercó a su escritorio y dejó las cerillas en su bolso. Miró la pantalla del ordenador de soslayo e iba a seguir andando hacia la cama cuando se paró y miró otra vez la pantalla. Abrió los ojos un poco más. Pensé haber oído cerrarse la puerta de un coche.

    —Ese eres tú, - dijo ella aún mirando la pantalla.

    —¿Qué? - le pregunté acercándome al escritorio.

    Un vídeo sin sonido se estaba reproduciendo en el Media Player. Debía de ser el archivo de la tarjeta que había abierto sin prestar atención. El vídeo era en blanco y negro, tomado desde un invómodo ángulo por encima de la cabeza. Mostraba una habitación vacía y a mí sentado a una mesa justo en el centro del cuadro.

    Era yo llevando mi ropa. Estaba mirando a alguien o a algo fuera del cuadro, y ocasionalmente miraba un trozo de papel frente a mí sobre la mesa. Me acerqué más al ordenador y me senté en la silla.

    —¿De cuándo es esto? - preguntó Amy, sobre mi hombro.

    —No tengo ni idea, - dije, —No refuerdo nada de eso.

    —¿De dónde lo sacaste? - preguntó.

    —Del ordenador de Schumer, - dije sin apartar los ojos de la pantalla, —De Quantico.

    En el vídeo, yo no paraba de mirar de un lado a otro. Unos segundos después, junté las manos sobre la mesa, dejé caer la cabeza hacia adelante y parecía quedarme dormido.

    —¿Qué demonios es esto? - dije.

    Amy empezó a hablar pero se interrumpió. Un sonido escaleras abajo había llamado su atención.

    —Alguien ha apagado una luz abajo y está moviendo algo de metal., me susurró.

    Me levanté, asomé la cabeza fuera de la puerta del cuarto. El ruído era leve pero constante. Ahora podía oír el sonido del motor de una camioneta fuera. Todo después de eso se tornó nublado.

    Volví a entrar en mi habitación y cerré la puerta tranquilamente. Apagué el ordenador y abrí la puerta del armario. Saqué la pistola y los cargadores llenos, comprobé el cargador en el arma y acerrojé una bala en la recámara.

    —¿Qué vas a hacer? - preguntó Amy.

    La miré y le entregué el arma, —Ya sabes cómo usarla, - dije , —Puedes ocultarte aquí si lo necesitas, - le indiqué el armario. —Oirás mi voz cuando abra la puerta al dormitorio, - dije . —Si no la oyes, empieza a disparar.

    Saqué el teléfono móbil y el cuchillo. Le di a Amy el teléfono, ella lo cogió con la mano izquierda, el arma aún en su derecha.

    —Llama a la policía, - dije .

    —¿Qué vas a hacer? - preguntó de nuevo con los ojos más abiertos.

    —No lo sé, - dije.

    La dejé sola dentro del armario con mi arma.

    Me quedé inmóbil, en silencio. Oía el pomo de la puerta delantera girar lentamente abajo y el quejido de los goznes cuando se abrió la puerta. Abrí el cuchillo, giré el mango en mi mano para que la hoja apuntara hacia abajo y aguanté la respiración.

Capítulo 38

    

Capítulo 38

    Las piezas de la realidad que constituían la percepción de mi mundo se reordenaron de pronto y todo se hizo claro por un instante.

    Cuando llega ese momento, no actúo porque quiera o lo necesite, lo hago porque es lo único que tiene sentido. Después de ese momento, quedo confundido y apenas recuerdo los momentos previos pero, mientras los experimento, son la personificación temporal de un concepto perfectamente ejecutado. El universo parece estar en completo caos y después, se levanta la niebla y veo el mundo y mi vida a través de ojos clarividentes. Tan rápido como termina, la niebla regresa, quedo atrapado dentro de mi cabeza y el mundo continúa igual que antes.

    Dos veces me había ocurrido aquello. La primera ocho días atrás, cuando la comodidad de mi existencia se vio interrumpida por unos puñetazos en la tripa y la amenaza de un puño hacia mi cara.

    La segunda fue hace seis días, cuando un hombre empezó a dispararme en la oscuridad a través del parabrisas de mi coche. En ambas ocasiones, la violencia había absorbido mi atención del típico malestar de mi vida hacia un momento de claridad. En ambas ocasiones, había realizado acciones que jamás habría considerado posibles para mí. En ambas ocasiones, había hecho daño a gente en modos de los que no me creía capaz. En ambas ocasiones, no podía haberme importado menos el daño que causaba.

    La tercera vez ocurrió allí, en la planta de arriba de mi casa, con Amy escondida en el armario de mi habitación llamando a la policía. Cuando una solitaria lámpara de mesa combatía la oscuridad de la noche en mi dormitorio mientras yo permanecía en silencio, escuchando los continuos golpes de mi corazón en mis venas. Abajo, habían forzado la cerradura de la puerta delantera y se había abierto la puerta. Mis brazos y piernas se relajaron y se movieron con dedicación hacia la puerta de mi dormitorio, por el pasillo y hasta el rellano de la escalera.

    Mis rodillas y tobillos compartían la tensión y aceptaban mi peso para no hacer ningún ruido. Me agaché en el rellano y espié en la oscuridad. A través de las barras de la barandilla podía ver abierta la puerta delantera.

    Un hombre entró por ella con otro hombre detrás de él. Otro ya estaba dentro y entraba en la cocina. Caminaban como yo, doblando las rodillas en pasos silenciosos. Vestían uniformes negros, chalecos con tela de nailon en sus pechos, cascos negros con visores cubriendo sus caras. Portaban subfusiles compactos en las manos.

    Cuando la visión de esas personas no me pareció inusual o extraña, supe que yo ya estaba operando en piloto automático.

    El segundo hombre entró al salón cuando el primero ya había desaparecido dentro de la cocina. El tercero venía por el pasillo hacia la escalera.

    «No es un equipo del SWAT.»

    No hacían maniobra de formación y despejaban habitaciones sin cobertura. Si fuese un equipo SWAT, no habrían sido solo tres. Los departamentos de la división de policía local tenía reglas que seguir. Reducen a la gente y la llevan bajo custodia, no disparan a nadie a menos que supongan una amenaza. También revientan las puertas con arietes o explosivos gritando "Policía" y revelando su presencia.

    Aquellos no eran del SWAT. Y eso era todo lo que yo necesitaba saber.

    Cuando el tercer hombre se encaminó hacia la escalera, retrocedí hundiéndome en la oscuridad y subí la escalera. A la izquierda había dormitorios vacíos, a la derecha estaba el baño y mi dormitorio, con una suave luz amarilla filtrándose a través de la puerta parcialmente abierta. El resto de la planta estaba a oscuras, incluyendo el baño donde yo estaba apretado contra la pared del fondo. Oí el leve tintineo de equipo colgando de un chaleco cuando el tercer hombre subió el primer grupo de escalones, se giraba y seguía subiendo el último grupo. Le oí detenerse en lo alto de la escalera, tal vez para escoger una dirección.

    Al escoger la derecha hacia la luz de mi habitación, oí los latidos de mi corazón al ritmo de su paso frente a la escalera. Me aseguré de estar respirando.

    Aún tenía el cuchillo en la mano y cuando la forma oscura del hombre pasó frente a la puerta del baño, salté de la oscuridad con un único paso y clavé la hoja del cuchillo en el hombro derecho del hombre por la espalda. Moví la mano izquierda para taparle la boca justo cuando intentaba gritar de dolor.

    Si hubiese estado en un estado mental más racional, habría sabido que la capa de Teflón y el diseño único de la punta Tanto de la hoja del cuchillo habían permitido que la misma se deslizara a través del tejido, músculo y hueso con poca resistencia.

    Con un rápido tirón arrastré al hombre hacia atrás, hacia el baño. El tipo soltó el arma, que quedó colgando de la correa enganchada a su arnés y sobre su hombro izquierdo. Con el cuchillo aún clavado en la carne de su hombro, el tipo no se atrevería a mover el brazo derecho y su izquierdo estaba bloqueado por el mío propio.

    —¿Para quién trabajas? - le pregunté tan tranquila y amenazadoramente como pude. Puse un poco más de presión en el cuchillo y levanté ligeramente mi mano de su boca.

    Tras algunos tediosos gruñidos y quejidos, dijo, —Soy norteamericano.

    «Eso era obvio.»

    —¿Cuál es tu objetivo? - le pregunté con la misma voz.

    Entre jadeos y lamentos, —Un tipo. Quienquiera que viva aquí.

    —¿Extracción o eliminación?

    Masculló algo entre jadeos, pero no lo entendí. Le pregunté de nuevo.

    Nada.

    Suspiré. No iba a ser de ayuda. Le tapé la boca con la mano para que nadie le oyese gritar cuando saqué el cuchillo de su hombro de un tirón.

    Le sentí quedarse sin fuerza, pero levantó la cabeza y la tensión volvió a sus músculos.

    Aquel tipo no sabía cuando desmayarse.

    Cogí la cinta del rifle en su hombro y le rodeé el cuello con ella tirando de lado con mi mano libre para presionarle la carótida. Después de unos segundos de limitado oxígeno hacia el cerebro, sus piernas flaquearon y su cuerpo entero quedó inerte. Le dejé caer al suelo. Le di la vuelta y solté la correa de su arnés, la desenrollé de su cuello y recogí el subfusil. Apenas podía ver el arma en la oscuridad, pero parecía extranjera, incluso para un subfusil. La toqué en los lados buscando la palanca de carga, la encontré y la moví hacia atrás.

    Empecé a bajar el primer grupo de escaleras tranquilamente, pero oí ese tintineo de nuevo. Alguien estaba doblando la esquina, alguien estaba subiendo la parte inferior de las escaleras.Me paré en el descansillo y esperé a que el tintineo se detuviera. Giré la culata alrededor de la esquina y sentí el marco metálico del rifle conectar con un casco o un visor, y oí lo que sonó como un saco de patatas cayendo por la escalera.

    Doblé la esquina y seguí el ruido con la vista hacia donde un hombre yacía en el suelo al fondo de la escalera. Equilibré el arma y la apoyé en mi hombro mientras descendía los escalones. Encontré al otro tipo al fondo del pasillo moviéndose ahora hacia el ruido. Vio al hombre en el suelo y luego me vio. Levantó su arma. La mía ya estaba preparada. Aguanté la respiración y estaba a punto de apretar el gatillo cuando otro movimiento llamó mi atención.

    Cuatro hombres más con idéntico atuendo entraban rápidamente por la puerta delantera.

    Había más de tres, obviamente.

    Aquello cambió las cosas. Tres disparos enviaron tres balas hacia mí. Me eché hacia atrás y doblé la pared divisoria de la escalera. Oí más balas impactar con la pared justo detrás de mí.

    Saqué el arma y disparé unas balas a ciegas, luego subí corriendo la escalera hacia mi habitación.

    Cerré la puerta de mi dormitorio detrás de mí, volqué una estantería frente a la puerta y avisé a Amy de que era yo. Llamé a la puerta del armario. Ella abrió la puerta con el arma aún en el puño. Parecía un gatito mojado.

    —hellamadoalapoli, - me dijo rápido en una larga palabra.

    —Tenemos que salir de aquí, - dije dejando el arma en la silla.

    Ahora a la luz, mis sospechas sobre el extraño aspecto del arma se habían confirmado. Tenía curvas inusuales y parecía como un arma de una película futurista del espacio. Las letras XM8 estaban impresas con fuente estilizada en un lado de la culata. No me decían nada.

    Fui hasta el armario y cogí todos los cargadores de la USP y me los guardé en los bolsillos.

    —¿Qué está pasando? - preguntó Amy, suguiendo mis movimientos.

    —Ni idea, - dije. —Unos tíos, subfusiles, disparos. Otra noche de viernes.

    Crucé la habitación y miré por la ventana que daba a la parte trasera de la casa. No había nadie allí fuera. Abrí del todo la ventana con la manivela de metal, me giré hacia las sábanas y empecé a deshacer la cama. Amy vio lo que estaba haciendo y me ayudó a llevar el colchón hacia el marco de la ventana sin decir una palabra. Giramos el colchón y lo deslizamos por la ventana hasta abajo. Cayó y aterrizó en la hierba a unos tres metros bajo la ventana.

    «No está mal», pensé.

    Cogí la pistola de Amy, puse el seguro y la metí a medias en mi bolsillo. Se agitó la puerta de mi habitación, el pomo giró, no había cerradura.

    Cogí las llaves del coche de la mesa mientras Amy cogía su bolso y todo fue por la ventana.

    Era un pequeño salto, pero aún así dudé. —Intenta caer... , - empecé a decir antes de que Amy saltara como un gato por la ventana.

    Había saltado de cabeza, luego había llevado las rodillas hacia el pecho y las había extendido un poco antes de chocar con el colchón con los pies. Su aterrizaje había sido perfecto, amortiguando la inercia con una segunda flexión de tobillos y rodillas, echándose a un lado e improvisando una voltereta lateral mientras cogía su bolso y me daba espacio para caer a mí.

    «¿Aprendió eso en el equipo de animadoras?» me pregunté sorprendido antes de emular su salto. No pude evitar un leve bufido cuando impacté con el colchón.

    Me había dejado el XM8 en la habitación. «Mierda.»

    Saqué la pistola y cruzamos juntos el patio trasero de mi casa, avanzando pegados a la pared. La esquina de su casa estaba despejada, seguimos la pared hasta el lado del garaje. La puerta lateral del garage aún estaba abierta. La abrí lentamente y entramos. Amy empezó a preguntar lo que yo estaba haciendo, pero la detuve antes de terminar. Rodeé el coche de mi padre hasta la esquina del garaje donde estaba la barbacoa, el generador, las latas de gasolina y herramientas. Había una lata de gasolina llena. La cogí por el mango, desenrosqué el tapón y metí a medias un trapo. Cogí el encendedor de butano junto a la parrilla.

    Para mi suerte, la furgoneta de esos tipos no estaba bloqueando mi coche. Fuimos despacio hasta ella por detrás. Era una furgoneta negra con las puertas de atrás abiertas, aparcada frente al bordillo de la calle. Dentro había asientos a ambos lados. Dos hombres vestidos de paisano estaban fuera mirando hacia la casa. Agachados, avanzamos despacio desde el garaje hasta el lateral de mi coche. Abrí la puerta del pasajero con la llave y le dije a Amy que abriría la puerta y saltaría y que ella hiciera lo mismo tan rápido y tranquilamente como pudiese.

    Encendí el trapo en la boca del bidón de gasolina y esperé a que empezase a arder. Me levanté y lo lancé por encima de mi coche hacia la furgoneta. El bidón osciló extrañamente en el aire con un rayo de luz naranja saliendo del trapo. Aterrizó en la calle y rodó de lado bajo la furgoneta.

    No hubo explosión. El trapo se había salido de la boca del bidón al rodar, pero la gasolina se vertía ahora libremente desde el agujero. Los dos hombres oyeron el ruido metálico en el pavimento y se giraron para investigar. La gasolina fluía en toda direcciones desde la boca del bidón, extendiéndose eventualmente hasta donde el trapo apenas encendido había quedado en la tierra. El flujo de gasolina pronto se convirtió en un lago de fuego con la furgoneta como centro. Los dos hombres chillaron y se apartaron corriendo del vehículo.

    Por mucho que quisiese quedarne a ver el espectáculo, abrí la puerta del coche y entré en el aisento del pasajero. Amy ya estaba dentro cuando cerré la puerta. Puse en marcha el motor y salí del camino hacia mi casa. Giré de golpe para evitar el fuego en la calle y pisé a fondo el acelerador al enfilar la carretera. Detrás de mí vi movimiento alrededor de la casa. Cuando giré hacia otra calle vi un rápido destello de luz y oí lo que sonó como el depósito de gasolina de una furgoneta negra explotando.

    Me di cuenta de que no me había puesto las zapatillas. Eso me hizo reir.

Capítulo 39

    

Capítulo 39

    La claridad se disipa.

    Pies descalzos contra un pedal goma. Mi mano derecha tira de la palanca de freno por alguna razón. El creciente descubrimiento de que mi vida es un absoluto desastre entra reptando por mi mente y repite su mantra cada vez más alto.

    Hay una chica sentada a mi lado que me pregunta qué está pasando. No tengo respuestas.

    Sin respuestas, nunca ninguna respuesta. No hagas preguntas.

    Mis faros se reflejan en una señal de stop roja y atraen mi atención hacia el mundo exterior. Ya me he pasado varias señales de stop en el laberinto de barrios y subdivisiones por la que he estado navegando, pero la reacción programada a la señal de esta supera la fuerza que me estaba controlando.

    Nadie parecía estar siguiéndome, pero había tomado la ruta más complicada posible para apartar posibles perseguidores. Eventualmente acabamos delante de la casa de Amy. Ni siquiera sé otro lugar adónde ir. Amy me coló en su casa y hasta su habitación como una experta. Pude oir a su padre viendo la TV escaleras abajo. Pensé que quizá le gustaría oir mi historia sobre cómo había usado mi Emerson con ún tipo, pero decidí reservarla para otra ocasión en la que no estuviera inexplicablemente en la habitación de su hija un viernes después del anochecer.

    Me senté en una silla de su escritorio como hice la última vez que estuve allí, apoyé la cabeza en mis manos y me pregunté en voz alta qué iba a hacer. Me inundó una sensación familiar, la misma sensación que había tenido hace una semana, la sensación que había tenido cuando había abandonado mi coche en el bosque de Lorton, después de acabar de matar a alguien, cuando intenté sentirme mal por ello.

    Era como si tratase de lamentar algo que no estaba seguro de haber hecho en realidad, como disculparse por un sueño.

    Mi camisa también estaba mojada. Esta vez no era leche, ahora era sangre. En mi pecho, a mi derecha, había un circulito rojo. Me levanté en pánico y derribé la silla de Amy. Me despegué la camisa de la piel y me toqué la herida.

    No había ninguna. No era mi sangre.

    Toqué el tejido, arrugué la camisa y la tiré en una esquina. Respiraba rápidamente mientras Amy observaba sin hablar al pie de su cama. Me sentía débil, cansado y mareado.

    Empecé a recoger la silla del suelo, pero decidí sentarme en el suelo junto a ella.

    Quería gritar o llorar, pero sabía que ambas cosas serían tan inútiles como intentar hablar de ello.

    —Ya está, - dije mirando a la alfombra a través de los huecos entre los dedos extendidos sobre mi cara. —Mi vida ha terminado. Nada va a ser normal de nuevo.

    —¿Eran la policíia? ¿Equipo SWAT - preguntó Amy.

    —No, - dije. —No era el SWAT. Recuerdo claramente haber llegado a esa conclusión antes.

    —Vale, entonces, la policía llegará pronto a tu casa. Les llamé. Quizá deberías ir allí y que te digan quienes eran.

    —Los polis encontrarán todo esto muy interesante después de lo Lorton. El FBI no podrá retenerlos esta vez. Eso, por cierto, no es una frase que se supone que debiera decir un chico de diecisiete años.

    —Dieciocho pronto, - dijo ella casi con esperanza.

    —Falta un mes. Ni siquiera sé si estaré vivo dentro de un mes.

    —Venga ya.

    Alcé la vista hacia ella. —Ha pasado una semana y he tenido que luchar por mi vida dos veces, sin contar las otras dos peleas que no eran por mi vida. Esas solo fueron por diversión, supongo. Los polis, el FBI, los Marines, y quienquiera que estuvo en mi casa, todos tienen archivos con mi nombre. Dame dos días más y estaré huyendo de la Armada, la Guardia Costera, el MI-6 y los Cazafantasmas.

    —Deberías llamar a los tipos del FBI, - dijo Amy, —siempre parecen saber lo que está pasando antes que tú.

    —Bueno, después de todo, la I es por Información.

    Amy soltó una risita, luego sacó mi móbil de su bolso y me lo lanzó.

    Probé el número de Rubino del menú de rellamada, saltó el contestador. Encontré la tarjeta de Bremer en mi billetera y probé su número, otra grabación.

    «Inútil.»

    Dejé el teléfono, me levanté, enderecé la silla y me giré hacia el ordenador de Amy.

    —¿Qué vas a hacer? - preguntó.

    —Mi propia investigación, - dije.

    Busqué el nombre del arma que llevaban todos esos tipos: XM8. Descubrí que era la Heckler & Koch XM8 (la misma marca que mi pistola). Era un prototipo diseñado porque el Ejército de los EEUU quería un rifle de asalto modular futurista para reemplazar los rifles M4 y M16. El XM8 estaba diseñado para ser modular. El cuerpo, cañón, guardamano, culata, y cargador se podían quitar y remplazar para convertir el arma en una carabina, una ametralladora compacta, un rifle francotirador, o un arma totalmente automática estacionaria con un bípode y tambores de munición de cien balas. Parecía una idea bastante novedosa, como los juguetes de los Transformers. Parecía que la versión que habían traído a mi casa esos hombres era la versión básica estándar, pero sin la mira óptica.

    Deseé no haberme dejado el arma en el dormitorio. Parecía el juguete definitivo. El programa se había cancelado y las armas eran muy, muy raras. Los prototipos de armas en desarrollo no se escamoteaban en los mercados negros como las armas hechas en serie. Los prototipos estaban numerados y se enviaban para pruebas militares. Para llevarlas tenías que ser militar o muy amigo de los militares.

    No eran Boy Scouts los que habían irrumpido en mi casa y posiblemente tratado de matarme.

    Un artículo decía que el Cuerpo de Marines había comprado la mayor parte de ellas porque a muchos oficiales les gustaban para el entrenamiento y aplicaciones tácticas específicas.

    —Estupendo, - dije, —otra enorme flecha reluciente que apunta a los Marines.

    —¿Eran Marines los que entraron en tu casa?

    —Ni idea. No llevaban sus divisas.

    —Los militares no tienen permitida la operación sin una orden del presidente, me parece, - dijo Amy, se levantó y se acercó junto a mi hombro para leer la pantalla conmigo.

    —Dios, ¿dónde te has hecho esta cicatriz? - dijo ella de pronto.

    —¿Qué cicatriz? - le pregunté.

    —En tu hombro, aquí. - ella empujó mi omoplato rápidamente.

    Traté de tocarla con el brazo, pero no llegaba. Me levanté y fui al cuarto de baño para mirar el reflejo de mi hombro. La postura me hacía daño en el cuello, pero podía ver una cicatriz, quizá de siete centímetros de largo, en la espalda cerca de mi omoplato izquierda. La piel estaba ligeramente levantada, con un color un poco más claro que el resto.

    —Nunca la había visto antes, - dije aún con la cabeza inclinada.

    Me di la vuelta y encaré el espejo tratando de recordar por qué tenía una cicatriz como esa en la espalda. —No se me ocurre nada que pudiese haberla causado.

    Amy estaba detrás de mí, mirándola. —Parece antigua,

    Extendió un dedo y la circuló lentamente. El tacto fue ligero, pero hizo que el corazón me diera un salto. Podía sentir el calor de su cuerpo en mi espalda. Pasó el dedo por la cicatriz de nuevo. No podía recordar la última vez que alguien con quien me sentía conectado me había tocado. Mi respiración se fue calmando. En el amplio espejo del baño, observé a Amy detrás de mí, examinando el resto de mi espalda. Colocó suavemente su plama en mi otro hombro, su calor se extendió por mi cuerpo, mi piel se tensó. Los músculos de mi espalda se estremecieron, junto con los de mi pecho y abdomen. Ella tiró hacia atrás de mi hombro ligeramente, yo me di la vuelta y la encaré. Ella me acarició el pecho y el estómago como si buscase otra cicatriz o alguna otra imperfección. Tocó el centro de mi pecho, mi esternón. Había una ligera decoloración dejada por la contusión del cinturón de seguridad cuando choqué con el coche.

    —Las cosas deben de ser confusas para ti, - dijo ella. —Tu vida, me refiero. Toda tu vida.

    Asentí levemente. Ella alzó la vista y me miró en silencio Sólo era unos centímetros más baja que yo, pero mis ojos caían naturalmente hacia los suyos. La luz del baño era tenue y su pelo proyectaba sombras por su cara. Ella se acercó muy lentamente a mí con su mano en mi pecho. Sus ojos brillaban y su boca estaba apenas abierta. Me miró los labios y luego a los ojos.

    Yo no dije nada.

    Nada en mi vida tenía sentido, pero cuando estaba con ella todo parecía tener un destello de esperanza. Ella me mantenía con los pies en el suelo. Aunque todo lo que yo había hecho había sido ponerla en peligro.

    Y allí estaba ella, quedándose a mi lado entre las balas y el fuego, y lo único que yo podía hacer era entregarle más de ello.

    Cerré los ojos durante un momento tratando de asimliar el calor de sus caricias tanto tiempo como pude y suspiré.

    Abrí los ojos de nuevo y la miré de nuevo.

    —Cuando esto haya acabado… - le dije.

    Ella asintió, pareciendo comprender. Se acercó, se apretó junto a mí y apoyó la cabeza en mi hombro. Mi brazo derecho rodeó su cintura y recordé el aparcamiento de la tienda de armas en Lorton. Cuando un extraño me había llamado y yo había rodeado su cintura instintivamente para ponerla detrás de mí.Miré el espejo hacia ambos, a su cuerpo, a mi cuerpo.

    Era difícl reconocerme a mí mismo. Seguí mirando. Mi cara. Mis ojos. Algo era diferente de como me recordaba. Estaba cambiando.

    Hacia qué, lo ignoraba.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Desperté a la mañana siguiente en una cama que no era la mía y recordé la noche anterior. Me había ofrecido para dormir en el suelo pero la cama de Amy era inmensa y ella decidió que estaríamos bien los dos. Había estado exhausto y me había dormido de inmediato. Había dormido hasta el mediodía después de lo de Lorton y en el vuelo desde Viena. Pero aquí con Amy, había dormido como una roca esa noche. Amy estaba sentada tecleando algo en su ordenador. Cuando me oyó, giró la silla y me observó estirarme.

    —Hablas en sueños, ¿lo sabías? - dijo ella.

    Ella ya estaba vestida. Yo intenté encontrar un reloj y me rendí. La miré entornando los ojos.—¿Ah, sí? ¿Y qué digo?

    —Ni idea. Parecía como si estuvieses leyendo la lista de la compra o algo así, todo monótono. - me encogí de hombros. —Tengo camisetas de chico si quieres, - dijo ella señalando a su armario, —Y cogí unas zapatillas de mi padre.

    Asentí. —Nosotros... o yo debería acercarme a mi casa y ver si aún hay alguien allí. Si está despejado, puedo coger mis cosas y llamar a Rubino o a Bremer de nuevo.

    Ella asintió. Yo encontré una camiseta de un concierto que me venía bien y me puse unas Nike que parecían razonablemente nuevas. Unos minutos más tarde, nos pusimos en marcha juntos hacia mi casa. El aire de la primavera era frío, pero no demasiado. Era agradable en los pulmones, como respirar vida renovada. Olía como si alguien estuviese quemando hojas. Cruzamos los patios y saltamos el muro de ladrillo para acercarnos lentamente a mi casa. Alguien podía estar esperando, así que rodeé la casa por la calle para no ser visto.

    Oí camiones pasando, grandes, motores diesel como camiones de basura. Me paré durante un segundo para bostezar y me apoyé en la pared de la casa. Debería haber tomado un café. Aún sentía el cerebro un poco espeso. Amy se cansó de esperar y avanzó el resto de camino. Quedó en el claro y miró hacia mi casa en silencio.

    —Chris… dijo Amy.

    Me acerqué a ella y dije, —¿Hmm?

    No me estaba mirando. Seguí su vista por el patio hacia mi casa.

    Mi casa había ardido hasta los cimientos. Toda. La casa había desaparecido.

    Quedaban unas vigas ennegrecidas y un césped chamuscado entre ambos montones de madera negra. Había camiones de bomberos en la calle con bomberos andando entre ellos.

    Amy no dijo nada. Yo no estaba respirando. Mi casa había ardido entera.

    «Mi casa ha ardido entera.»

Capítulo 40

    

Capítulo 40

    Mi casa, la única en la que había vivido, había desaparecido. Todo lo físico en mi vida a lo que me podía aferrar había desaparecido.Toda mi ropa, los dos ordenadores, mi TV, todas mis películas, mis libros, todo. Había dejado la tarjeta USB allí también.

    «Fantástico.»

    —Vámonos, no deberíamos estar aquí.

    No sabía de lo que estaba hablando, pero me levanté y le dejé arrastrarme detrás de una casa y fuera de vista desde la calle. Me apoyé contra la pared de nuevo, cerré los ojos y traté de tomar el control de mi respiración. Aún me dolía un poco a cabeza.

    Amy suspiró, —Tío, tu casa…

    Abrí los ojos de pronto, viendo el mundo diferente ahora.

    —Puedo permitírmelo, - dije antes de girarme y caminar hacia la casa de Amy.

    Me apoyé en mi coche y esperé a que ella entrara en su casa y regresara con mi arma y mis llaves. Cuando llegó, cogí el arma y los cargadores y los puse en el asiento del pasajero del coche antes de poner en marcha el motor. Se abrió la puerta del pasajero, Amy recogió el arma y los cargadores y los puso en el asiento de atrás antes de sentarse.

    —Tú no vienes. - dije.

    —Que te crees tú eso, - dijo ella.

    La miré, luego miré el volante.

    —Tú misma, - le dije, —pero no te quejes si te matan.

    —Trato hecho.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Amy no tuvo que preguntar para saber que íbamos hacia Quantico.—¿Crees que fue por el bidón de gasolina? - me preguntó después de unos minutos de silencio.

    —No, - dije llanamente.

    —¿En qué te basas?

    No dije nada. No estaba de humor para hablar. En realidad no estaba de humor para nada. El escenario perfecto parecía ser dormir durante unas semanas y no soñar en absoluto. Habían quemado la casa a propósito. Estaba harto de aquello. De sentarme y pensar a quién había hecho qué y por qué. De colarme en los sitios, de las cuentas bancarias y el espionaje informático.

    De las preguntas sin respuesta.

    Ahora, iba a encontrar las respuestas aunque me mataran. No me quedaba nada salvo signos de interrogación.

    «No por mucho tiempo.»,

    Conduje hasta Quantico como había hecho antes. Salí de la autopista hacia la Russell Road y la garita del seguridad. Mostré mi identificación y el pase de invitado que Schumer me había dado.

    —La señorita tendrá que esperar en el coche, - me dijo el guarda. Asentí y entré en el aparcamiento.

    Era domingo, de modo que el lugar estaba un poco más desierto que la última vez. Confié en que Schumer estuviese allí el fin de semana, pero no me importaría pasear por la universidad para ver que clase de diversión podía encontrar. Un Jeep se acercó minutos después y me llevó hasta la entrada de la oficina de Schumer. Fuera en la puerta delantera del edificio estaba el Tte. Coronel Schumer flanqueado por dos Marines de uniforne con M16 y en posición de firnes. Schumer parecía el mismo, aunque un poco más nervioso. Cuando me aproximé me ofreció su mano. La miré sin estrecharla.

    —De acuerdo, - dijo retirándola. —Bueno, asumo que has pensado algunas preguntas más para mí. ¿Por qué no vamos a mi oficina?

    —¿Qué pasa con los centuriones? - pregunté mirando a ambos Marines. Ambos movieron los ojos hacia mí como si pudiesen disparar cuchillos con la vista.

    —Oh, solo es parte de su rotación de Protección Ejecutiva. Forma parte de su entrenamiento. Fingen que soy alguien importante y les califico según lo bien que eviten que me maten

    Les seguí dentro del edificio y hasta la oficina. Los dos guardas quedaron fuera, cada uno a un lado de la puerta. Cuando me senté en el mismo asiento, Schumer cerró la puerta y se sentó detrás de su mesa de roble.

    En vez de jugar a los espías, decidí ir directo a la fuente.

    —Bueno, - dijo Schumer mientras doblaba las manos sobre la mesa. —¿A qué se debe...?,

    —Cállate, - dije antes de que pudiese continuar. Me incliné hacia adelante para acercarme a él.—Vas a contarme qué infiernos está pasando. Vas a contarme por qué tienes vídeos de mí en el ordenador, vas a contarme por qué han quemado mi casa anoche después que unos hombres armados intentaran matarme, vas a contarme por qué Nathan Comstock recibe dinero para vigilarme para tí y por qué contrató a un asesino para traerme y, por amor de Dios, vas a contarme lo que mi padre realmente hacía aquí.

    Me recliné en la silla y me crucé de brazos, sintiéndome un poco bobo por llevar una camiseta negra del concierto de una banda que no conocía.

    Schumer separó las manos y se también se reclinó en su silla. Frunció los labios ligeramente y me miró en silencio durante veinte segundos al menos, como si contemplara algún elaborado teorema matemático.

    Imité su postura y esperé.

    Schumer abrió la boca para decir algo, consideró sus palabras y dijo al final, —¿Han quemado tu casa?

    Si hubiese tenido mi cuchillo encima, probablemente le habría atravesado la frente en ese mismo momento.

    —Sí, - dije simple y calmadamente. —Después de que un bloque de equipo táctico con XM8 irrumpieran en mi casa y empezaran a disparar.

    No sabía lo que significaba bloque, pero sonaba apropriado.

    Schumer se echó hacia adelante y se rascó la barbilla. Su voz era grave y áspera como siempre, —No puedo responder algunas de esas preguntas, de otras no tengo ni idea. Si vuelves en unas semanas, probablemente podré responderlas todas.

    —Dime lo que sepas ahora, - dije.

    —Eso tendrá que esperar. Vuelve en unas semanas, después del día cinco y podremos hablar de ellos tanto como quieras.

    —¿El día cinco? ¿Mi cumpleaños? ¿Qué tiene eso que ver con nada?

    Schumer cerró los ojos durante un segundo, los abrió y empezó a revolver papeles en su escritorio. —Es el mejor momento para mí, mi programa está... me tiene muy ocupado hasta entonces. Mírame, estoy trabajando en domingo.

    Suspiré, desesperado. Siempre era igual. Siempre que quería respuestas, surgía alguna estupidez. Todo el mundo hablaba en acertijos o me trataba como un idiota.

    «Schumer sabe la verdad pero, ¿espera que yo espere por ella? ¿Que espere a que más agencias gubernamentales se presenten y traten de dispararme o saltarme por los aires?»

    «Basta de esperas, basta de juegos. La verdad, ahora.»

    Levanté el pie derecho hasta el borde de la mesa y la empujé con toda mis fuerzas. La mesa se elevó y se inclinó hacia adelante. El monitor y ordenador cayeron para estrellarse contra el suelo. El mismo escritorio caía hacia suelo, golpeó a Schumer apresándolo contra la pared. Gritó cuando el borde del escritorio cayó sobre su estómago. Detrás de mí, oí que se abría la puerta. Uno de las guardas entró en la habitación con el M16 preparado. Yo estaba en pie en la puerta en un segundo, con mis manos alrededor del cañón del arma y arrebatándosela de las manos. Con un rápido empujón, golpeé con la culata en la barbilla del Marine y giré para golpear al otro en la sien. Solté el rifle y saqué la pistola de la funda en la cintura del segundo guarda, llevando mi codo hacia la boca de su estómago y la culata de la pistola hacia la frente del primer hombre.

    En una borrosa serie de movimientos tuve a los dos hombres incapacitados en el suelo. Metí una de las pistolas en el cinturón de los pantalones y agarré la pistola del otro. Descargué el M16 y lancé las armas y la munición a ambos lados del pasillo.

    Dentro de la oficina de Schumer, pasé por encima de la mesa volcada y apreté la mejilla de Schumer con el cañón del arma.

    —¿Qué tal si me lo cuentas ahora mismo? - le pregunté educadamente.

    Schumer tosió. —Loco de mierda, - dijo entre toses.

    —Deberíamos empezar con lo que haces de verdad aquí y cuál era el trabajo de mi padre, - le dije.

    La respiración de Schumer se aceleró. —De acuerdo, - dijo, —aparta el arma y te lo contaré.

    —Cuéntamelo y aparto el arma,

    —¡No puedo respirar!

    Aparté el arma.

    —Aquí no, - dijo. —Fuera, en el río. Hay un pequeño parque. Podemos pasear allí. Te lo diré allí.

    —Estupendo, - dije.

Capítulo 41

    

Capítulo 41

    El paseo llevó cinco minutos por las calles y cruce de senderos. No había mucha gente pululando por el lado Este de Quantico esa tarde de domingo. Aquellos que estaban cerca elegían ocuparse de sus propios asuntos y no se preguntaban por qué un adolescente con una camiseta de un concierto estaba guiando por ahí a un Teniente Coronel condecorado.

    —Puede que haya subestimado tu ambición, pero esto aún debería esperar hasta el mes que viene, - dijo.

    —¿Y eso por qué? - pregunté como respuesta.

    —Porque sería menos ilegal.

    —Vas a explicarme eso también, - dije.

    A medida que aumentaba el sonido del Potomac, cruzamos una hilera de árboles y llegamos a un pequeño parque. Había algunos caminos sinuosos a través de los árboles. Era un parque de bancos alineados en la orilla del río. A mi derecha en la distancia podía ver el aeródromo y los hangares donde guardaban el "Marine One", el helicóptero del Presidente equivalente al "Air Force One", pero en helicóptero, claro.

    Schumer suspiró, perdiendo algo de tensión mientras se sentaba y apoyaba la espalda contra el banco. Me senté junto a él y durante un momento observé el río. En esta parte, el Potomac tenía unos kilómetros de ancho. La orilla de Maryland parecía en la distancia como un país extranjero con un océano entre nosotros.

    —¿Cómo vas de historia, chico? - preguntó Schumer.

    —Puedo decirte todo lo que quieras saber sobre la Revolución Francesa, - dije.

    —Me refiero a historia reciente. Política, - Schumer continuó. —En los años 70, mucho después de la guerra fría, el ejército y sus tácticas antiguas empezaban a mostrar sus años. Cosas como Iran-Contra y los rehenes surgían a todas horas, los grupos terroristas suponían más amenaza que ejércitos enteros.

    —Iran-Contra fue en los años 80, - dije.

    —Eso solo es el ejemplo uno, - dijo Schumer. —Lo importante es que en los 70 el ejército fue conscienre de que tendrían que cambiar su panorama del mundo para sobrevivir en él. Fue cuando se inventó el presupuesto fantasma. Cada rama del ejército encontró nuevos y creativos modos de rebañar miles de millones de dólares del presupuesto de defensa para sus propios proyectos no oficiales. Con aquel dinero, el Ejército y la Armada edificaron sus unidades de operaciones especiales antiterroristas como los Delta Force, los SEAL el Equipo Seis y la Célula Roja. A su vez, la Fuerza Aérea creo y comisionó la siguiente generación de aeronaves de alto secreto, como el bombardero y el F-117. Fue una era totalmente nueva, los bolsillos del Tío Sam estaban abiertos y lo único que teníamos que hacer era ser astutos con la contabilidad. Podíamos hacer o probar lo que quisiéramos.

    —Fondos en negro, ya he oído todo eso antes, - le dije.

    —Lo que no has oído es lo que el Cuerpo de Marines hizo con su parte del pastel, - continuó Schumer con la voz un poco más baja. —Aparte de unos proyectos de los que no puedo hablar, nuestra principal preocupación no era unidades antiterroristas ni aviones invisibles. Era el reclutamiento.

    —Continúa - dije mirándole por primera vez desde que me había sentado.

    —El alistamiento había decaído. El sentimiento de "únete y lucha por tu país" se disolvió después de Vietnam, donde no luchamos por Dios ni por el país. Casi toda maniobra militar en los últimos 25 años había sido sobre política o dinero. Hasta los tontos en sus sofás podían saber esto. La única gente que se alista ahora es el tipo incorrecto de gente. La gente se une al Ejército porque fracasan en la facultad y no tienen nada más que hacer. Se unen a la Armada porque su papi, o tío, o vecino, o el barbero de la esquina era un hombre de la Marina. El Cuerpo de Marines siempre ha tenido la fama de ser el mejor, los guerreros, pero aún así no es suficiente. Por eso formamos estrategias de reclutamiento.

    —¿Y qué tiene eso que ver conmigo? - pregunté.

    —Pues… tiene todo que ver contigo,— dijo, y me refiero en la forma más literal posible.

    —¿Estrategias de reclutamiento? ¿Carteles y anuncios?

    —No, nada de eso. Estoy hablando de investigación, montones y montones de investigación. Cómo hacer que parezca mejor el Cuerpo de Marines, cómo hacer que la gente quiera alistarse, y otros … programas más elaborados. Me pusieron al mando de uno de esos a finales de los años 70. La primera fertilización in-vitro se hizo en 1978. En esa época se reinventó la psicología moderna y el genoma humano estaba casi mapeado. Eran tiempos muy emocionantes para cualquiera que prestase atención.

    —¿Vas a decirme ahora que soy un clon? - pregunté.

    Schumer giró la cabeza lentamente y me estudió. —No, - dijo. —Mi proyecto era investigar un modo de que el alistamiento pareciese menos una decision y más un curso de acción. Si tu padre fuese un Marine y se pasara la vida hablando de ello, es mucho más probable que te enlistes que si fuese un granjero o un fontanero. Esto es porque, en cierto modo, sientes que lo has heredado. Tu destino o tu deber. De todos los proyectos con ese objetivo, el mío era el más avanzado.

    —¿Vas a dejar alguna vez de hablarme de tu estúpido proyecto y decirme lo que hiciste?

    Schumer gruñó. —En esencia, usamos tecnicas psicológicas y médicas para reducir el peso de la decisión. Buscamos parejas candidatas que no pudieran permitirse la fertilización in-vitro y les ofreciamos pagarles el tratamiento con la advertencia de que cuando el hijo o la hija tuviese 18 años, se le daría una conferencia y se le ofrecería la oportunidad de unirse a los Marines.

    —¿Te damos un bebé si luego nos lo devuelves cuando crezca? - dije escéptico.

    —No. He dicho que ofrecíamos la oportunidad. No podíamos ni podemos obligar a nadie. Lo único que pedíamos era que se le ofreciera la oportunidad de servir a su país. Era muy libre de declinar, por supuesto. Esta era la meta de mi equipo. El problema es que a la mayoría de los padres no les gusta la idea de que sus chavales se unan al ejército porque temen que los maten. Podemos poner anucios proclamando el extenso entrenamiento que realizamos, pero para ellos es como envíar a los chavales a un campamento donde, probablemente morirán. Para reducir esa ansiedad, lo único que podíamos hacer para convencer a los padres de tal potencial era asegurarles que no sólo les iría muy bien a sus hijos en los Marines, sino que lo harían mejor que todos los demás. Dado que estábamos trabajando con la fertilización in-vitro y teníamos la capacidad de alterar ligeramente los perfiles genéticos, no era difícil cons...

    —Espera, - interrumpí. —Espera, espera, espera. ¿Estás diciendo que tu gran idea fue trastear con el ADN del chaval para que fuese un súper soldado? Súper Soldados Genéticos. Lo sabía. O bien estás loco o esto son un montón de mentiras.

    —Esto no es como las películas, - dijo Schumer, —No podemos hacer a la gente más fuerte o más rápida. Sólo podemos asegurarnos de que los genes correctos estén ahí. Cosas como el metabolismo, la regeneración celular y los reflejos se basan más en influencias externas que en rasgos heredados como el color del pelo y cosas así. Solo filtramos defectos genéticos potenciales para aumentar la probilidad de conseguir un bebé in-vitro más competente. Nosotros no diseñamos nada.

    —¿Me vas a decir qué tiene esto que ver conmigo?

    —Después de que ha nacido el bebé con nuestra plantilla genética, usamos hipnosis discreta para inculcarle todos los valores y conocimientos que se aprende en un campo de entrenamiento, pero sin que él lo sepa. Cuando llega a los 18, le decimos que ya ha sido entrenado y que todo ese conocimiento lo tiene enterrado en su subconsciente. Si quiere unirse a los Marines podemos activar ese entrenamiento y se alistará con rango de cabo primero sin necesidad de pasar por el campo de entrenamiento. Si no quiere, podemos hacer que le borren la memoria del entrenamiento.

    —¿Hipnosis - dije.

    —Sí, - dijo Schumer.

    —¿…Hipnosis?

    —Como acabo de decir...

    —¿Y se supone que te tengo que tomar en serio?

    —Puede hacerse, - dijo Schumer, —Hemos pasado casi diez años montando el programa. Tuvimos a los mejores psicólogos e hipnoterapeutas para ayudar a diseñar el programa. Según el programa que diseñamos, unas horas cada día durante la adolescencia del crío, tenía una sesión con un hipnoterapeuta, le enseñaba habilidades de resolución de problemas, trabajo en equipo y demás. Pero se le decía que no recordara nada hasta más tarde. Con 18 años, un hipnoterapeuta podía decirle que recordase todas las sesiones de hipnosis, y en un instante, se vuelve un soldado completamente entrenado.

    No dije nada, tratando de procesar todo aquello.

    —Tu padre trabajaba para mí. Era el Jefe en Genética del programa y uno de los que delineó el lado genético del proyecto. Se aseguraba de que no crearíamos a un mutante y de que todo lo que se hacía fuese científica y socialmente ético.

    De modo que era eso. Mi padre en realidad trabajaba en un laboratorio.

    —¿Y la Universidad del Cuerpo de Marines? - pregunté.

    —La usábamos como tapadera.

    —Y este programa nunca llegó a ponerse en práctica:, ¿verdad?

    Schumer rio, una franca carcajada. —Demonios, no, nunca pasó de la fase de pruebas. El mundo es lugar muy diferente ahora de cuando empezamos. El proyecto no se podría poner en uso ahora, al menos no en este país.

    —¿Tuvo mi padre en realidad un ataque al corazón? - pregunté después de procesar todo aquello y decidir qué parte eran mentiras. —¿O fue una tapadera?

    Schumer me miró de soslayo. —Intentamos protegerle... y protegerte. Lo asesinaron, pero no fuimos nosotros. Como he dicho, el programa nunca se iba a usar en este país. Tu padre intentó vender el programa a nuestros enemigos, Chris. no sabemos si fue él quien lo puso en el mercado o si alguien le hizo una ofrerta primero...

    —¿Qué?

    —Sí. No sé quién, pero puedo decir que es exactamente la gente que no debería conocer nuestros trapos sucios, y no es el tipo de gente que deja que la ética les impida hacer lo que nos impide la ética.

    —¿Por eso el FBI le conocía? ¿Estaba vendiendo secretos?

    Schumer asintió, aún mirando el agua. —El FBI supo de sus negocios unas semanas antes de su muerte. Informaron al Cuerpo de Marines, y las noticias se filtraron desde arriba hasta mí sólo después de que lo asesinaran.

    —¿Asesinado por quién? - le pregunté con un creciente nudo en mi garganta.

    —No lo sé con seguridad. Los rumores indican que el FBI intervino en una reunión entre tu padre y el extranjero. La cosas salieron mal, hubo un tiroteo. Nosotros intentamos cubrir todo eso para preservar su reputación como científico y como patriota, no como un traidor.

    Quedé en silencio, procesando aquello.

    —Como puedes ver, esta situación involucra varias partes. Muchas agencias de muchos gobiernos. Todo el mundo parece cubirse las espaldas desde su lado.

    —¿Y el dinero? ¿El dinero del seguro?

    —Oh, eso. Lo investigó el FBI. Parece que tu padre sabía del peligro que corría y decidió asegurarse de que tú y tu madre estuviéseis protegidos si le mataban.

    Pensé en ello, traté de sentir alguna forma de clausura, de zanjar el tema de la muerte de mi padre. No la sentí, ni sentí satisfacción, ni rabia ni tristeza. Nada. Pensé en mi lista de preguntas, traté de dar forma a todo lo que acababa de oír. La cosas aún no tenían sentido. Nada explicaba lo de Comstock, o lo de Austria, o lo de Lorton, o los tipos en mi casa.

    —Eso no lo explica todo, - dije con mis ojos hacia el agua. —¿Qué hay de Comstock y de toda la gente que ha intentado matarme? ¿Qué hay de los dos guardas que tenías en tu oficina y el vídeo que tenías de mí sentado en una... - dejé de hablar porque, de pronto, sabía la respuesta.

    Me había estado mirando a la cara desde que Schumer había empezado a hablar, desde que había elegido sus palabras tan cuidadosamente, desde que todo lo que había dicho había parecido increíble pero al mismo tiempo muy, muy posible.

    Schumer pareció leerlo en mi cara. —Ya te he dicho que el programa nunca fue activado, - dijo tratando de disuadirme.

    —Dijiste que nunca fue más allá de la fase de pruebas, - dije.

    Schumer suspiró, cruzó los brazos y quedó mirando el agua.

Capítulo 42

    

Capítulo 42

    El banco de tablas de madera estaba empezando a ser incómodo. El aire se hacía más frío. La keve brisa se hacía ofensiva.

    —A ver, - dije, —explícame esto paso a paso.

    —¿Paso a paso? - dijo Schumer.

    —Cómo me sucedió esto. Cómo funciona el programa. Cómo llegué a existir.

    —¿Quieres que te cuente lo de la cigüeña? - dijo aún con los brazos cruzados.

    —De acuerdo, genio, dime cómo llegué a ser una prueba para tu loco programa fetal de reclutamiento.

    —No, no lo fuiste.

    —Sí lo fui... acabas de decírmelo.

    —Deberíamos hablar de esto más adelante.

    —Ya, después de mi cumpleaños. Cuando en mi dieciocho cumpleaños alguien me meta en una habitación oscura, balancée un reloj de oro delante de mi cara y me diga que me siento muy cansado.

    Schumer soltó un bufido, o una carcajada, no podía notar la diferencia. El viento arreció, moviendo las ramas de los árboles.

    —Cuando el programa se acercaba al décimo año, habíamos resuelto todas las especificaciones. Los perfiles genéticos, los currículum de entrenamiento, todo. Los que tenían el poder se cansaron de financiar el programa, de modo que Daniel dijo que deberíamos probarlo. Una prueba para demostrar que podíamos hacerlo.

    —Es sencillo cosificar la creación de la vida humana, ¿verdad?

    Schumer desplegó los brazos y se sentó derecho mirándome de arriba abajo como si acabase de insultarle.

    —No sé lo que piensas, pero no somos monstruos. Esto no es la historia de Frankenstein. Tomamos el joven campo de la FIV e hicimos enormes innovaciones, doblamos la tasa de éxito. La gente es concebida y nace in-vitro todos los días, no hay nada no ortodoxo y no ético en ello. Tus padres intentaron concebir y fracasaron. Era la FIV o la adopción, y considerando la vocación de tu padre, la elección era obvia.

    —Y el entrenamiento… hipnótico. ¿Es eso ortodoxo y ético?

    —Dado que la hipnosis es igualmente legítima y perfectamente ética con el perniso paterno. Una persona puede ser inducida fácilmente en un estado hipnótico por un profesional entrenado, el subconsciente toma el control y queda abierto a la sugestión. No es como en las películas, donde puedes hipnotizar a alguien y decirle que mate al Presidente. El hipnotista sólo actúa como un flujo de consciencia que se comunica con la tuya propia. Si le dices a una persona hipnotizada que salte de un puente, su mente lo rechazará. Sólo puedes decirle cosas que podrías decirle mientras está despierto. La única ventaja es que el subconsciente está más dispuesto a… fingir. Por eso son posibles los espectáculos de hipnosis. Puedes sugerir a alguien que su zapato es un teléfono mientras está hipnotizado y seguirán el juego, pero saben que no lo es.

    Como los linfocitos atacando un órgano transplantado, mi mente rechazaba todo el concepto.

    Yo seguía revisándolo en mi cabeza, tratando de encontrar un punto débil en la historia. El problema era que resultaba inmensa. Tan grande y aún así no conseguía reaccionar a ella.

    —¿Cómo funciona el entrenamiento?

    —Hipnotiza a alguien, dile que un kilómetro son mil metros, despiértale y pregúntale cuántos metros hay en un kilómetro, lo sabrá. Hipnotiza a alguien, dile cuántos metros hay en un kilómetro pero dile que no lo recuerde hasta que le ordenes recordar, despiértale y no tendrá ni idea de cuántos metros hay en un kilómetro hasta que le hipnotices y le digas que lo recuerde. Haz eso un millar de veces con un millar de hechos, y consigues entrenamiento hipnótico. Es mucho trabajo, pero es el único modo de entrenar a alguien sin que lo recuerde hasta que tú quieras. Era el único modo que teníamos para entrenar a un crío.

    —Y luego chasqueas los dedos delante de su cara en su decimoctavo cumpleaños y qué... ya sabes todo lo que sabe un soldado bien entrenado.

    — Teníamos un guión preparado para esa conversación. Lo importante es lo que dicen los psicólogos. Que somos capaces de responder a todas las preguntas. Preguntas así.

    —¿Cuándo tenía lugar ese entrenamiemto? Si estaba siendo hipnotizado tan a menudo, ¿por qué no hecho de menos algún momento del tiempo?

    —Tú no estuviste siendo hipnotizado cada pocos años, Chris. Entrenar a alguien como un soldado tan razonablemente bien entrenado, deliberadamente, punto por punto, lleva una extraordinaria cantidad de tiempo. A ti te hipnotizaban todos los días.

    Mi corazón dio un salto.—¿Todos los días? - dije sin tomarme tiempo de pensar lo que estaba diciendo, —¿Cómo es eso posible?

    —En el instituto. Siempre has tendio una clase o un periodo del día que no era una clase real. Entrabas en una habitación vacía donde un equipo te dormía, te entrenaba durante una hora y te despertaba. Te decían que recordaras una típica clase aburrida, tu mente se inventaba los detalles.

    Empecé a respirar más rápido, aspirando el aire helado en mis pulmones. Negué con la cabeza, lentamente.

    —No. No. Demasiadas mentiras, todo esto, ¿mi vida entera?

    Schumer me ignoró.—Obviamente, para facilitar esto necesitábamos a alguien dentro del sistema escolar para coordinar tu entrenamiento y controlar tu progreso y comportamiento. Nate Comstock estaba buscando una jubilación temprana del Cuerpo, se la dimos y le pusimos en tu escuela. él se aseguraba que tus horarios de clase te dejaran un periodo libre, coordinaba el equipo de entrenamiento, y se aseguraba de que te comportabas normalmente durante el resto del día. Teníamos que moverle de una escuela a otra para seguir tu carrera escolar.

    Sentí calor en la cara. —Comstock, - dije, me resultaba difícil hablar. —Él… Dingan.

    —¿Dingan?

    —Ese tipo, en Lorton. El oficial de Policía.

    —Ah, él. - dijo. —Las cosas se volvieron más complicadas después de la pelea en tu escuela, - continuó Schumer. —No habíamos anticipado los efectos de la respuesta pelea-o-huye cuando desarrollamos el programa. Todo tu entrenamiento, tu conocimiento de combate, el uso de armamento, vivir como un soldado en el campo de batalla, todo eso estaba protegido de tu mente consciente mediante una serie de barreras mentales colocadas durante la hipnosis. De modo que el único modo de liberarlas fuese mediante un hipnotista entrenado específicamente para invertir la serie de barreras. Pero el pelea-o-huye está al parecer por encima del componente del núcleo de nuestro programa básico evolutivo. Cuando uno siente que amenazan su vida, la mente literalmente se aferra a todo lo que cree que puede usar para defenderse. Cuando pensaste que estabas en peligro de muerte por primera vez, tu mente derribó sus propios muros y usó lo que pudo. Desafortunadamente, nunca volviste a clase después de ese evento y fueron incapaces de reparar el daño.

    —Daño, - dije, reflexionando sobre todo.

    El daño. Mi coche, ese tipo llamado Dingan, un camino de destrucción en Austria, mi casa.

    —Después de que se agrietaran las paredes, parece que el entremamiento que pusimos en tu mente está saliendo fuers y eres capaz de recordarlo como un instinto de preservación. Al principio no lo creí, hasta que vi lo que hiciste con los dos guardas en mi oficina.

    —¿Por qué estabas asustado de mí? - le pregunté. —No lo pareciste cuando llegué la primera vez.

    —La primera vez no sabía lo que sabías ni lo que había pasado. Comstock dijo que te metiste en una pelea y que dejaste de ir a clase. Después de eso dejó de contactar con nosotros. Al parecer pensaba que estábamos intentando matarle. Un tipo nervioso ese Nate.

    —Fuiste tú al teléfono ese día, ¿verdad? Diciéndole que no me castigara por la pelea ni se lo contara a mi madre. "Eso podía ser caro". - Schumer arrugó la frente ligeramente.—¿Por qué no querías contarselo a mi madre? ¿No está ella al tanto de todo? - Schumer me miró de nuevo de reojo.—¿No lo sabe?

    —Que yo sepa, no.

    —¿Sólo lo sabía mi padre? La tuvo engañada, sólo le dijo que iba a hacerlo in-vitro y No Hagas Preguntas.

    —No Hagas Preguntas, - repetió.

    —¿Ella nunca supo lo del entrenamiento? ¿El programa?

    —No lo creo, - dijo Schumer.

    —Bueno, - dije tratando de volver a una de las líneas de pensamiento que no había terminado. —Dingan. ¿Por qué le contrató Comstock para traerme en y por qué intentó matarme?

    —Según Nate, cuando dejaste de aparecer por clase y empezaron a pasar cosas raras con su coche y cuenta del banco, pensó que estábamos enfadados. Por eso contrató a alguien para asustarte a que volvieras a clase, o para traerte a que pudiesen dormirte y arreglar el problema. No puedo entender por qué lo hizo, pero lo hizo. Su error fue contratar a la persona equivocada. Alguien que normalmente no acaba un trabajo con el objetivo aún con vida.

    —¿Otro miembro del programa?

    —No, alguien fuera del programa. Fuera del ejército. Fuera de muchas cosas, en realidad.

    Ya, un asesino a sueldo. Al menos yo tenía razón respecto a eso.

    —Sabes más sobre lo que pasó aquella noche que yo, pero debes haber hecho algo para que intentara matarte.

    —Creo que le rompí la muñeca, - dije recordando el crugido y la sensación de forzar un brazo a entrar por el borde de la ventaba abierta de mi coche. —O el brazo.

    Schumer sonrió ligeramente. —Bueno, - dijo, —tendremos que despejar eso con la policía. También necesitaremos que te sientes con uno de las psiquiatras y resolver lo que ha ido mal con tu entrenamiento. Hay que arreglarlo.

    —¿Qué? - dije poniéndome de pie y encarándole. —¿Quieres dormirme otra vez y trastear con mi cabeza de nuevo?

    Schumer alzó la vista hacia mí, confundido. —Claramente, algo va mal con tu mente, prácticamente ahora tienes dos subconscientes en conflicto. Uno de un adolescente y el otro de un soldado entrenado. Podemos quitarte el entrenamiento si eso es lo que quieres, pero aún hay que arreglar las partes rotas de tu mente.

    —Y me harás olvidar toda esta conversación haciéndome creer que he estado la última semana acampando en el bosque o lavándome el pelo.

    —Chris, tienes que confiar en que lo que estamos haciedo aquí no es tan tortuoso como asumes que...

    —¿Tortuoso? Aún no me has explicado por qué quemaron mi casa anoche, y por qué unos tipos con equipo táctico y prototipos de rifle de asalto irrumpieron en mi casa, o por qué probablemente soy un fugitivo buscado en Europa.

    —Ya te he dicho que no puedo responder a algunas de tus preguntas. Si vuelves conmigo a los laboratorios, podemos hacer que alguien revise tus experiencias y resolver lo que salió mal.

    —¿Lo que salió mal? ¿Para qué necesitas saber eso? Para poder arreglar tu programa y repetirlo con otros chavales sin los desagradables efectos secundarios? ¿Quieres usarme como el sujeto de prueba que nací destinado a ser? - me aparté un paso del banco, me giré para encarar el río y volví a encarar a Schumer —Iré a un terapeuta normal y arreglará lo que le hiciste a mi cabeza.

    Schumer se levantó lentamente, —No puedes hacer eso. Ese terapeuta no sabrá lo que está haciendo, te podría causar más daño. Podría disipar la distinción entre quién eres y lo que sabes, o introducir demasiado estrés en tu subconsciente y hacer que se derrumbe. Necesitas ver a alguien que conozca el protocolo exacto de tu entrenamiento.

    —Tú sólo quieres limpiar tu mierda y recuperar a tu estropeado soldado de juguete.

    —Tienes que comprender, Chris, estás en peligro de literalmente perder la cabeza. Hasta que se restablezcan esas paredes, cualquier cantidad de estrés las destruirá aún más. ¿No has sentido cómo está empeorando? ¿No has sentido que haces cosas de las que no tienes noción?

    Hacer cosas sin noción. En eso tenía razón, estaba empeorando. Podía sentir que mi personalidad disminuía con cada evento. Al mirar atrás, no tenía ni idea de por qué hice eso a aquellos agentes en Viena, lo que hice a Comstock en esa habitación de hotel, o empujar un cuchillo dentro del cuerpo de una persona que no conocía, o apuntar a la cabeza de un hombre con un rifle y estar a un pelo de apretar el gatillo.

    No me pensaba dos veces aquellas acciones, pero nunca soñaría ser capaz de hacerlas antes de todo esto. Antes de que se abriesen las costuras de una vida secreta por el estrés del asesinato de mi padre y los secretos de mi vida.

    Saqué la Beretta de mi cinturón y la apunté al pecho de Schumer.

    —Lo único de lo que estoy en peligro es de ti, de tu programa y del asesino a sueldo que tienes en tu tecla de marcado rápido. Lo que sea que funciona mal en ni mente, lo descubriré yo mismo.

    Mantuve el arma apuntada mientras caminaba hacia atrás.

    A distancia segura, giré por donde había venido y empecé avanzar.

    —No tienes ni idea de lo lejos que llega esto, - dijo con renovada claridad. Seguí andando. —No sabrás en quien confiar, - me gritó desde la distancia.

Capítulo 43

    

Capítulo 43

    Cuando llegué al coche, abrí la puerta y la usé de cobertura mientras sacaba las dos armas de mis pantalones. Las sujeté torpemente con una mano mientras entraba en el coche y cerraba la puerta. Amy había reclinado el asiento del todo y parecía muy cómoda. Miré las dos armas y confirmé que eran dos Beretta 92.

    «Gracias, videojuegos.»

    Amy levantó su respaldo y me vio dejar las dos armas en el asiento de atrás junto a al USP.

    Bonita colección estaba haciendo.

    —Parece que lo has pasado bien. - dijo Amy mirando mi nuevo arsenal.

    Abrí la boca, pero no pude pensar en nada que decir. Aún no estaba seguro de qué partes de la historia de Schumer me creía, pero aunque fuese todo cierto no era algo que pudirse condensar en unas cuantas frases.

    Amy sacó mi teléfono móbil de la guantera y me lo entregó, —Ha llamado tu madre.

    Se suponía que mi madre llegaba hoy

    —¿Me llamó? - pregunté.

    —Por teléfono, - dijo ella.

    —¿Respondiste?

    —Claro.

    —¿Qué dijo?

    —¿Quién es?

    —¿Y qué dijiste?

    —Amy.

    —¿Y qué...?

    —¿Amy quién? Amiga de Chris. ¿Dónde está Chris? Reunido con alguien. ¿Reunido con quién? Con alguien en Quantico. Oh, ¿él está bien? Que yo sepa, si. Vale, ¿puedes decirle que me llame cuando pueda? Vale. Fin de la transmisión.

    —¿Le dijiste que yo estaba aquí? - dije.

    —Sí, no sabía muy bien qué se suponía que tenía que decir. No sé lo que podría ser creíble para ti.

    Suspiré sin saberlo tampoco y llamé a mi madre al móbil. Sonó una vez.

    —¿Chris?

    —Sí.

    —¿Qué estás...? Oh, Dios, ¿entonces estás bien?

    —Lo… estoy. ¿Estás de vuelta a la ciudad?

    —Sí. Bueno, Estoy en la comisaría. ¿Sabes qué le ha pasado a la casa?

    El teléfono me quemó en el oído. —Oh, eso. Eso es todo esa… cosa. En realidad no puedo hablar ahora. Te encuentro en la comisaría en 45 minutos o así. - colgué, puse en marcha el coche y salí disparado.

    —¿La comisaría, Chris? - preguntó Amy.

    —Oh… no,— dije, Tengo que evitar a la poli, ¿verdad?

    —Eso pensaba.

    —Mi madre está allí. Si aún creen que el poli muerto en Lorton era culpa mía ya se lo habrán dicho. Y tú llamaste al 091 anoche diciendo que había unos tipos armados en mi casa.

    —Llama al FBI. Quizá puedan mantener a raya a la policía.

    El FBI. Si lo que Schumer había dicho era cierto, el FBI podía haber sido quien había matado a mi padre. O habían sido responsables de ello o algo así. Me vendría bien sentarme unas horas y procesarlo todo.

    —¿Chris? - dijo Amy.

    —¿Qué? - había entrado en la autopista.

    —FBI. - repitió ella.

    —No creo que... - empecé. —¿Cuál era nuestra teoría sobre todo esto? - le pregunté

    —Umm, creo que pensábamos que tu padre era un espía al que mataron mientras escoltaba el oro de una baronesa que intentaba expatriarse de un régimen comunista.

    —Me refiero a mi parte.

    —Que sufrías estrés por tus súper poderes de absorción de escenas de combate de las películas.

    —¿No pensamos nada sobre lavado de cerebro?

    —Creo que eso podría haber surgido alguna vez.

    —Bueno, pues a quien se le ocurrió eso, que se anote un punto por ser el que más se ha acercado.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Sólo tenía una vaga idea de dónde estaba la comisaría de policía en Fredericksburg. Conducimos por la ciudad durante unos minutos antes de localizarla. No tenía un plan para lo que iba a decir exactamente. La policía se preguntaría por qué había ardido mi casa y por qué alguien había llamado al 091 diciendo que hombres armados acababan de entrar en ella. Si no fuese por esa llamada al 091, podría decir que no estaba en casa o que dejé una velas relajantes encendidas junto a las cortinas mientras quitaba las etiquetas de seguridad de todas mis latas de aerosol con un cuchillo y cocinaba bacon en mi dormitorio con una estufa portátil usando leña para darle ese sabor campestre. Sin esa llamada al 091, sólo era otra casa incendiada en mitad de la noche. Con ella, era toda una conspiración de la que no podía escapar mintiendo. Todo aquello era periférico al hecho de que habían encontrado mi coche bisectando a un tipo con un poli muerto en su maletero hace una semana.

    —¿Qué les dijiste exactamente cuando llamaste al 091? - le pregunté a Amy mientras paraba en el aparcamiento de la comisaría.

    —¿Anoche? - respondió.

    —Cuando estuviste dentro de mi armario.

    —No sé, ¿por qué?

    —Porque dependiendo de lo que dijeras, podría tener que entrar ahí y decirle a algún simpático oficial de policía que unos tipos quemaron mi casa para ocultar la prueba de su fallido intento se secuestro o asesinato de un adolescente fruto de una alteración en el ADN cuando era un embrión y que había sido entrenado en secreto como un soldado todos los días en la escuela para cierto experimento del Cuerpo de Marines diseñado por mi padre asesinado al intentar vender tales diseños a gobiernos extranjeros.

    —Bueno, haber empezado por ahí. Deja que piense… - me dijo sacando los labios y rodando los ojos ligeramente hacia arriba.

    —¿Les dijiste quién eras, al menos?

    —Mmm... no, - dijo ella.

    —¿Qué dijiste entonces?

    —Les di tu dirección, que en realidad no recordaba porque nunca te había enviado una carta. Así que les dije que era la casa marrón a unas nueve casas del principio de la calle. Y dije: envien a la policía.

    —¿Tú... tú no dijiste nada sobre los tipos armados?

    —Yo no sabía nada de unos tipos armados. Me metiste en tu armario con tu arma comprada ilegalmente y me dijiste que llamara a la policía. Lo hice antes de oír los disparos escaleras abajo y de que saltáramos por la ventana.

    —¿Entonces sólo dijiste que enviaran a la policía a mi casa?

    —Claro. Me preguntaron el nombre, pero colgué.

    —Oh.

    —¿Te va bien así?

    —Sí, me va estupendo.

    Empecé a abrir la puerta y Amy hizo lo mismo con la suya. Vio que me quedé parado y también se paró.

    Nos miramos durante unos segundos, —¿Qué? ¿Yo no entro? - me preguntó.

    Yo estaba pensando en ello y al final decidí que probablemente era mejor que entrara.

    Intenté recordar todo lo que había pasado esa noche para componer una historia razonable. Amy llamó al 091 con mi teléfono móbil, de modo que el número estaría registrado, de modo que no podía decir exactamente que la llamada era de un vecino avisando de que la casa estaba ardiendo. Habíamos salido a comer justo antes y yo había usado mi tarjeta de débito para pagar, de modo que habría una prueba de que yo estaba fuera de casa. Pero, ¿por qué llamaría yo al 091 desde mi teléfono si no tenía nada que ver con el fuego?

    —Vale. Estábamos conduciendo hacia mi casa y desde fuera vimos a unas personas entrar en mi casa. Así que aparcamos y tú llamaste al 091 desde mi teléfono mientras observábamos en la calle de en frente o algo así.

    —¿Por qué no di mi nombre ni dije lo que estaba pasando?

    —Pues… porque estabas asustada. Intentaste hacer la llamada rápida porque no querías que esos tipos te oyeran.

    —¿Por qué no llamaste tú?

    —Porque… salí del coche y me acerque a la casa por detrás para ver lo que estaban haciendo. Por eso te di mi teléfono y te dije que lo usaras.

    —¿Y por qué no usé mi propio teléfono?

    —Ahhg… el tuyo no tenía batería.

    —¿Y por qué no fuimos a la policía directamente?

    —¡Porque somos estúpidos adolescentes! Nos fuimos a tu casa.

    —Eso no tiene sentido. Cualquiera iría a la policía si están entrando a su casa.

    —Pues no lo sé, quizá estábamos colocados y no queríamos ir a la policía hasta que se nos pasara.

    —Pues somos tontos.

    —Amy, entonces, ¿qué? ¿No jugamos a los adolescentes estúpidos? Pues nos fuimos a tu casa a esperar a que llegaran los polis pero nos quedamos dormidos y no despertamos hasta unas horas después.

    —¿Nos quedamos dormidos por que íbamos colocados?

    Suspiré. Tras unos minutos conseguimos una versión consensuada de la historia, asegurándonos de que estábamos sicronizandos en cada detallito por si nos preguntaban por separado. Entramos a la comisaría de policía, paramos en el escritorio delantero y expliqué que mi casa desafortunadamente había ardido y que creía que mi madre estaba dentro esperándome en alguna parte. Nos indicaron una oficina de la segunda planta.

    Y para la segunda planta que fuimos.

    El letreo en la puerta de la escalera decía "Investigación: Robo, Homicidio, Incendios, Vehiculos".

    Me detuve notando que en los ultimos días había chapoteado un poco en todos ellos.

    La segunda planta no tenía gran actividad. Era una planta abierta llena de mesas entre mamparas con ventanillas. Amy y yo vagamos por los pasillos hasta que vi a mi madre en una de las ventanas, sentada a una gran mesa de madera en una sala de conferencias. Frente a ella estaba sentada el Agente Especial Bremer. Estaba hablando con mi madre desde su asiento, su mano izquierda giraba ociosamente una taza de café de plástico en la superficie de la mesa.

    —¿Quién es ese? - preguntó Amy espiando por la ventana a mi lado. —No lleva placa.

    —La lleva en el cinturón, - le dije.

    —Es un poli.

    —No, es del FBI.

    —¿Uno de los tipos con los que hablaste antes? - yo asentí.—¿Y qué está haciendo aquí?

    —Ni idea, - le dije.

    Aparecío a la vista el Agente Especial Rubino, caminando y charlando con su teléfono móbil. Se paró detrás de Bremer y me miró a través de la ventana. Me indicó con la mano que entrara.

    Respiré hondo, abrí la puerta a la sala y me preparé para cuando las balas empezaran a volar.

    Cuando mi madre me vio, se levantó y corrió hacia mí. Me abrazó y me preguntó si estaba bien. Yo me avergoncé un poco. Noté que no había policías en la habitación. Sólo dos agentes del FBI, dos Baker y una confusa chica tratando de decidir cuál era su lugar en todo aquello. Me senté a la mesa frente a Bremer y Amy se sentó algunos asientos más allá, sugiriendo así su desconexión. En realidad ella sólo había ido a respaldar mi historia a la policía.

    —¿Qué tal en Viena? - preguntó Bremer con una sonrisa. Abrí un poco la boca y miré en la dirección de mi madre. —Ella lo sabe, - dijo Bremer.

    Rubino, al terminar su conversación por teléfono, dijo, —Se lo hemos contado todo.

    Examiné a mi madre y noté el rubor en sus ojos y las lágrimas en su cara.Miré a Bremer de nuevo. Rubino se sentó junto a mí.

    —¿Y ese todo qué incluye? Porque yo mismo no tengo muy claro todo esto exactamente, - dije.

    Rubino miró a Amy y volvió a mirarme. —Al menos parece que ya has resuelto a esa pregunta, - dijo él.

    —¿Qué pregunta? - dije muy cerca de perder la paciencia.

    —Cómo sabes si a una chica le gustas. Pensé que bromeabas en aquel momento.

    Miré a Amy, que estaba sonriendo y negando con la cabeza, con su barbilla apoyaba en una mano.

    —Estaba bromeando, - le dije, —En serio, tienes que contarme qué está pasando aquí. He tenido una semana horrible y no he conseguido muchas respuestas.

    —Ella tendrá que salir, - dijo Rubino, señalando a Amy.

    —¿Qué? Pero si ya lo sabe todo, - le dije.

    —Es adorable que pienses eso, - dijo él, —pero aún así, tiene que salir de la habitación.

    Amy me estudió con la mirada, yo me encogí de hombros ligeramente. Ella me sonrió, se levantó y salió de la habitación. Mi madre observó con gran atención ambos lados del intercambio.

    —Me han dicho que fuiste a Quantico esta mañana, - empezó Bremer, —Asumimos que fuiste a hablar con Schumer. Sobre el programa, quiero decir.

    —¿Sabéis lo del programa? - pregunté.

    —Bueno, sí. Desde siempre.

    Pensé que se me caía la mandíbula. —¿Lo sabíais todo el tiempo y no me lo contasteis? ¡Dios, si me lo hubiéseis contado hace una semana no habría tenido que pasar por todo esto!

    —No estábamos seguros de que no lo supieras ya. - dijo Bremer. —No podíamos hablarte ni preguntarte por ello. Por eso te preguntamos si tenías alguna pregunta para nosotros.

    —¿Qué quieres decir con que no podías contármelo si yo no lo sabía? Esa es la razón principal para contarlo.

    Rubino intervino. —Tampoco es algo que puedas soltarle a alguien si sabe algo de ello.

    Bremer dijo, —Y era importante que lo averiguaras por tu cuenta. Si ya lo sabías, entonces te lo habría contado tu padre antes de morír. Si no, necesitábamos que rastrearas la información hasta su fuente para contarte el resto de la historia.

    —Sigue sin tener sentido, - dije.

    —No sabemos exactamente lo que Schumer hizo y no tenemos bastantes pruebas para arrestarle por ello. Planeábamos hablar contigo justo antes de tu cumpleaños, antes de que te convirtieras en un soldado plenamente entrenado.

    —¿Vosotros dos estabais en el caso de mi padre antes de morir? ¿Por eso le conocíais?

    Schumer había dicho que el FBI había descubierto que mi padre trataba de vender secretos y que había sido una operación del FBI la que le había llevado a la muerte.

    —Sí, confiábamos en que nos consiguiese bastante información sobre el programa útil para nosotros, pero murió antes de eso.

    —Espera, ¿de que estás hablando? Pensé que sabíais que mi padre estaba filtrando información.

    Bremer arrugó la frente. —No te sigo, - dijo él.

    —Ni yo tampoco, - respondí.

    —De acuerdo, mira, - intervino Rubino levantando las palmas, —la información relevante aquí es que necesitamos datos sobre el proyecto de Schumer y estás en posición de ayudarnos.

    —Y sin motivación para hacerlo...

    —Tu motivación es que nosotros y el Bureau entero somos lo único que mantiene a raya a la policía. Les hemos dicho que eres un recurso para nosotros. Cuando el gobierno austríaco o la Interpol o la Europol nos llame para preguntarnos sobre el jaleo que probablemente has causado allí, también les mantendremos a raya. Esta es la condición de que sigas siendo un recurso, siempre que continúes proporcionando información sobre el programa o cualquier cosa que te pidamos. - quedó en silencio y cruzó los brazos.

    —Supongo que tengo que aceptar, - dije con los dientes apretados. Bremer y Rubino se levantaron al unísono.

    —Bien, - dijo Rubino.—Os dejaremos solos y nos ocuparemos del informe para la policía sobre el fuego para que lo cubra el seguro. Uno de nosostros te llamará dentro de unos días cuando te necesitenos.

    Los dos caminaron hacia la puerta. Rubino la abrió y salió. Bremer le siguió y recordó algo. Asomó la cabeza dentro de la sala.—Ah, pensé que deberías saberlo. Ese "John Doe" que dejaste en Lorton. Hemos descubierto su identidad: Carl Dingan, estaba fichado por el Bureau como asesino a sueldo. Parece que le estábamos buscando desde hace un buen tiempo. Buen trabajo, chico.

    —Me alegro de ser útil, - dije con una sonrisa fingida cuando Bremer desapareció por la puerta.

Capítulo 44

    

Capítulo 44

    —Entonces, - dije interrumpiendo el denso silencio en la sala de conferencias de la comisaría de policía donde me sentaba con mi madre. Era la primer vez en doce horas que me había podido sentar tranquilamente y pensar, —¿Fui un bebé probeta?

    Mi madre alzó la vista hacia mí.—Supongo que se puede decir que sí, - dijo ella.

    —¿Alguna razón para no contármelo?

    —Cuando eras más joven habría sido demasiado complicado de explicar, - dijo ella, —y después de un tiempo no parecía haber un momento para sacar el tema de la nada. No es algo tan inusual. Tampoco es como si fueses adoptado o un cultivo en un tarro. Creciste dentro de mí y yo te di a luz.

    —¿Y papá no te dijo nada sobre.... genética?

    Quedó en silencio durante un rato, luego dijo, —No.

    —¿Nada?

    —No. Habíamos hablado sobre pobrar la fertilización in-vitro. Yo había visto a mi doctor y me había dicho que era una candidata, pero el procedimiento era demasiado caro. Tu padre dijo que podía hacerlo con el seguro del trabajo. Así lo hicimos.

    —¿Nada de entrenamiento o hipnosis?

    —No, nada de eso. Siempre parecía muy protector contigo, manteniéndote fuera de cualquier peligro. Yo pensaba que te protegía por ser hijo único.

    No podía estar seguro de que todo lo que había dicho Schumer era cierto, después todo, y partes de ello aún no tenían sentido. La información que tenía ahora no encajaba.

    Amy entró con tres tazas de café de máquina y las puso en la mesa. Cada uno cogió la suya. Ella se presentó oficialmente a mi madre como "Amy, la del teléfono". Mi madre le estrechó la mano, asintió y sonrió al mirarme.

    Luego me preguntó, —¿De verdad fuiste a Austria? -

    —Sí, la semana pasada, - dije.

    —¿Qué tal fue?

    —Estuvo bien. Creo. No estaba de humor para prestar mucha atención en la cultura.

    —Yo fui a Europa cuando iba a la facultad. Aunque nunca estuve en Austria. Pasábamos la mayor parte del tiempo en Italia.

    Amy interrumpió, —¿Ya habéis averiguado la parte sobre la combustión de la casa mientras yo estaba fuera?

    —Oh, miércoles, - dije, —Iba a preguntar a Bremer o Rubino si tenían alguna idea de quienes eran esos tipos.

    —¿Qué tipos? - preguntó mi madre.

    —Los tipos que irrumpieron y lo quemaron todo.

    Mi madre no parecía estar llevando aquello muy bien.

    —¿Has llamado a la compañía de seguros? - pregunté.

    —No he llamado aún. Me han dicho que espere hasta que terminen el informe de la policía.

    Yo me sentí cansado. Si mi cerebro realmente estaba cambiando de un conjunto de instintos a otro, quizá me gustaba el segundo más que el primero. Si había otro Chris Baker en mi mente, uno que supiese todo lo que sabía un soldado entrenado, quizá pretería ser él. Siempre sabía lo que hacer, sabía cómo sacarme del peligro, como herir a la gente, como proteger a a gente. Quizá me gustara eso. Si realmente había un modo de activar todo este conocimiento y que fuese parte de mí, ¿sería realmente parte de mí o se volvería mí?

    «Todo lo que sé es que no puedo continuar así. No puedo tener un mundo entero de conocimiento en mi mente que sólo sea accessible cuando estoy en peligro. No puedo seguir preguntándome si la persona que controla mi cuerpo es el Yo Real o el Yo que Mata.

Capítulo 45

    

Capítulo 45

    La compañía de seguros nos puso a mi madre y a mí en un hotel mientras investigaban lo que iban a hacer con la casa. Las opciones eran reconstruirla o emitir un cheque por su valor. Yo quería lo segundo, recibir cheques estúpidamente inmensos de las compañías de seguros se había vuelto un pasatiempo.

    Aunque no era aficionado a perder las cosas importantes para mí.

    El hotel que escogieron para nosotros no era un hotel tradicional en el sentido cama y baño. Era uno de esos casahoteles lejos de casa para los hombres de negocios o familias cuyas casas habían ardido hasta los cimientos. Todas las habitaciones eran suites con dos dormitorios y dos baños, un salón y cocina completa. Abajo en el vestíbulo servían comidas estilo buffet para el desayuno, comida y cena y dentro de la habitación había una tarjeta que podíamos rellenar con las compras que quisiéramos y algún sirviente del hotel salía y la traía con cargo a la habitación.

    El seguro pagaba la cuenta de la habitación.

    Al día siguiente, la compañía de seguros envió a un perito para examinar los restos de la casa. Determinó que era siniestro total y nos dio un enorme cheque para reemplazar ropas y mobiliario hasta que se emitiera el aún más gigante cheque que remplazaba la casa.

    Mi madre aún estaba hecha un lío, pero yo casi lo encontraba divertido. Era algo único e interesante. Al parecer yo no estaba demasiado unido a ninguna de mis cosas después de todo, al menos no tan unido a nada que no se pudiese remplazar con un cheque.

    Amy, sorprendentemente, había optado por volver al instituto el lunes. Debía de estar más preocupada por graduarse que yo, porque en aquel momento, yo no podía molestarme en considerar volver a clase. Estaba viviendo en un hotel; lo único que poseía eran un par de panalones y un puñado de armas.

    Había empezado a aceptar poco a poco el hecho de que había un asesino en mi cabeza y que había pocas posibilidades de que mi vida volviera a la normalidad. El instituto estaba prácticamente fuera de mi radar.

    Era martes y mi madre y yo volvíamos al hotel cuando sonó mi teléfono móbil. Era Rubino, o Bremer, —Chris, Soy el Agente Especial Bremer.

    —Especial. Lo sé, - dije.

    —Nos gustaría verte un rato para que nos cuentes exactamente lo que sabes y lo que te contó Schumer.

    Ya no estaba muy seguro de lo que sentía respecto a esos Agentes del FBI. Al principio se habían portado muy bien. Ahora parecía que sólo querían información. Schumer había dicho que mataron a mi padre en un tirorteo con el FBI. Podía haber sido Bremer o Rubino quien apretara el gatillo. Lo que me molestaba era que parecian querer saberlo todo sobre Schumer y su maldito programa.

    —Bien, - dije sabiendo que no tenía elección, —¿Cuándo y dónde?

    —Podemos ir a tu habitación de hotel esta noche, sobre las siete o las ocho.

    Miré el reloj y vi que eran después de las 2 PM. —De acuerdo, supongo. Aunque quizá prefiera fuera de la habitación, como la sala de conferencias del hotel.

    —¿Por qué allí? - preguntó Bremer.

    No les quería en mi habitación porque no que quería que mi madre oyese nada de ello.

    Aunque no podía decir eso. —No hay mucho espacio aquí dentro. Y, hey, puedo llevar caterin a la sala de conferencias a costa del seguro.

    —De acuerdo, te llamaremos cuando estemos en el hotel. - colgó.

    Lancé el teléfono sobre la cama. Volví a la zona común y cogí una botella de agua de la nevera. Mi madre estaba en la mesa de la cocina, revisando unos papeles del seguro.

    —Debería poner el cheque en una cuenta local para que puedas usar tu tarjeta de débito y comprarte algo de ropa o lo que sea que necesites a corto plazo, - dijo ella.

    —Podrías ponerlo en la cuenta de ahorro con el resto del dinero para que rente intereses, - dije apoyándome en el mostrador.

    —Entonces no podrías usarlo con tu tarjeta, - dijo ella.

    —Puedo sacar dinero en cualquier cajero con mi tarjeta, - dije.

    —No es buena idea caminar por ahí con un montón de dinero encima.

    Le dije que podía depositarlo en la cuenta para gastos y lo que no gastáramos después de un tiempo podría ir a los ahorros más tarde. Volví a mi habitación y cerré la puerta.

    Si Amy aún estaba faltando a sus clases de la tarde, debería haber salido ya. Le envié un mensaje de texto a su teléfono para preguntarle justamente eso. Mientras esperaba la respuesta, me senté en el borde de la cama, abriendo y cerrando con el pie el último cajón de la cómoda. Bajo una manta plegada había tres pistolas, la USP .45 y las dos Beretta 92 de los guardaespaldas de Schumer. No sabía qué hacer con ellas, así que las había ocultado en el cajón.

    Pitó el teléfono. Amy escribía que había salido del instituto y preguntaba si quería que fuese al hotel. Le respondí que viniera a las 6 PM. Aún había algunas cosas que tenía que hacer antes de sentarme con el FBI. Mi madre y yo salimos a hacer unas compras. Unas horas después de volver, Amy envió un aviso de que estaba en recepción. Le dije a mi madre que me iba a cenar al vestíbulo, pero fue eso lo que hice.

    —¿No voy a ver tu habitación? - preguntó Amy cuando me encontré con ella en el vestíbulo.

    —Seguro que te la puedes imaginar, - le dije caminando hacia una sala donde había ordenadores para usar.

    Estaba vacía y tenía privacidad.

    —¿Aún sales del instittuto para comer? - le pregunté.

    —Bueno, no iba a hacerlo. Iba a empezar a asistir a las cuatro clases de las seis, pero ayer me enteré que han cancelado la cuarta hora así que pensé, qué demonios, y me tomé libre el resto del día.

    —¿Han cancelado la hora de estudio?

    —Sí, no encontrarían a nadie que se ocupara de ella o algo.

    —No debe de ser muy complicada. Solo hay que quedarse sentado.

    Ella se encogió de hombros.

    —¿Estaba Comstock allí? - pregunté.

    —¿En el instituto?

    —Sí.

    —No, ni hoy ni ayer.

    —De acuerdo, tenemos que hablar con él, - dije.

    Amy quedó pensando. —¿Para qué? - me preguntó.

    Le hablé sobre la reunión de esa noche con mis amigos del FBI y que querían que se lo contase todo, pero que había demasiado que yo aún no sabía. Comstock tendría esas respuestas y tenía que hacerle unas preguntas.

    —¿Conseguiste su número? - preguntó.

    —Sí, - dije.

    Amy bajó la vista hacia los ordenadores. —¿Qué hay de esa cámara de su casa? Podríamos al menos ver si está en su casa.

    —Buena idea, - dije.

    Me senté en uno de los PC y en pocos segundos tenía la imagen familiar de las ramas obstruyendo parcialmente la casa Comstock en la pantalla. Las luces de la casa estaban encendidas.

    —Está en su casa, - dije.

    Antes de salir reservé la sala de conferencias de siete a nueve esa noche. Estaba disponible, así que pedí un servicio de café y sandwiches.

    Salí del hotel sientiéndome cono una persona rica, notando al instante que ya era técnicamente una persona rica.

    —¿Qué tienes que preguntarle a Comstock? - me preguntó Amy en el coche mientras atravesábamos la ciudad.

    —Lo que me dijo Schumer no encaja del todo, - le dije. —Dice que el trabajo de Comstock era despejar una clase de mi programa para que me llenaran el cerebro con malditas respuestas del trivial del Cuerpo de Marines todos los días, pero, ¿por qué recuerdo todas las clases? Debería haber una clase que no pueda recordar.

    Amy y yo repasamos mi horario de clases de ese semestre. Las recordaba todas y después de comer estaba la clase de estudio de la cuarta hora, la cual yo tenía con Amy, de modo que no podía ser más real. También podía recordar al resto de estudiantes de la clase. Después de esa venía Historia de Europa y Redes Informáticas. Las dos las tenía con Dale Carpenter y él, definitivamente, no era imaginario.

    —Quizá las clases de hipnosis sucedían antes y a partir de este último senestre ya no eran falsas, - sugirió Amy.

    —Schumer dijo que todo había empezado porque dejé de asistir a mi lavado de cerebro diario después de la pelea y me dijo que si seguía asistiendo, podían arreglar lo que iba mal con mi cerebro.

    —Schumer estaba mintiendo, - dijo Amy.

    —Sé que me estaba mintiendo sobre algo. Si estaba mintiendo sobre esto, entonces lo cambia todo.

    —¿Y quieres la versión de Comstock? - preguntó Amy.

    —Sí, y otra cosa, - sonreí.

    —¿El qué?

    —Pues, uh, quiero graduarme, - dije.

    Amy quedó en silencio y luego dio una carcajada. —¿Vas a sacarle los créditos a punta de pistola? Brillante.

    —No llevo armas encima. Pero podría usar el cuchillo... de nuevo.

    —¿Pero vas en serio? - preguntó.

    —No sobre el método, pero... venga ya. Aún puedo pedírselo, me lo debe. No quiero asistir a clases de verano por culpa de ese estúpido programa y este reciente desastre. Él puede toquetear con mis notas igual que toqueteó con todo lo demás en mi vida escolar.

    —Presuntamente.

    —De acuerdo.

    Llegamos a casa de Comstock y, por primera vez, no tenía que colarme dentro. Aparqué frente a su casa, salimos los dos del coche y caminamos hasta la puerta delantera. Ensayé mentalmente lo que iba a decir. Podía hacerlo por las buenas o podía ser el matón de nuevo: el hombre sombra del cuchillo y la grabadora.

    ¿Sabría alguna vez había sido yo el tipo en Viena?

    Llegamos hasta la puerta y Amy extendió el brazo para llamar al timbre, pero yo la detuve. Algo en la cabeza me decía que había pasado algo por alto, algo que no iba bien.

    La puerta ya estaba entornada. Di un paso lateral para mirar por la ventana junto a la puerta, pero no pude ver nada extraño dentro, sólo pasillos vacíos y un salón. Extendí la palma hacia la puerta y le dí un empujoncito para abrirla, pero la puerta no se movió. Empujé de nuevo, algo estaba bloqueando el paso.

    Empujé con ambas manos y el hombro para abrirla lentamente, empujando lo que fuese que la obstruía. Después de unos centímetros, la obstrucción se retiró y la puerta se abrió de golpe.

    El vestíbulo no estaba iluminado, pero lo que bloqueaba la puerta era evidente. En el suelo yacía lo que se parecía mucho a un Nathan Comstock muerto.

Capítulo 46

    

Capítulo 46

    —Vale, esto no me lo esperaba, - dije de pie en la entrada abierta de la casa de Nathan Comstock y mirando abajo hacia su cadáver.

    —¿Está fiambre? - preguntó Amy de pie junto a mí.

    Si estaba perpleja o alarmada, no mostró nada de ello.

    Di un paso amplio sobre el cuerpo hacia el interior de la casa y busqué algún interruptor para la luz del vestíbulo. Encontré uno y lo moví con el nudillo. Se encendió una luz cenital ahuyentando las sombras alrededor de la cara de Comstock.

    «Oh, sí, está fiambre.»

    El cuerpo de Comstock estaba rígido tumbado en el suelo de madera, como si hubiese parado de pronto de correr. Tenía las piernas dobladas y los brazos encogidos hacia el cuerpo. Los dedos estaban flexionados como si agarrasen invisibles bolas de béisbol. Su cara era pálida y enfermiza, atrapada en una expresión de pánico. No había sangre en ninguna parte. Estaba vestido con pantalones caqui y un polo de turquesa, como si hubiese planeado salir para comer algo, hubiese llegado hasta la puerta y hubiese caído muerto.

    —¿Aún tienes dudas? - le pregunté a Amy mirando hacia abajo.

    —Nop, - dijo ella sin inmutarse. —¿Por qué tiene ese aspecto? - dijo Amy antes de esquivar el cuerpo.

    —Parece el rigor mortis, - dije. —La pregunta más pertinente, creo yo, es por qué le han matado.

    —Creía que el rigor mortis necesitaba varios días para actuar. ¿Y por qué dices que lo han matado? Parece que le ha dado un siroco o algo.

    Examiné el cuerpo y las partes de la casa que podía ver desde donde estaba. Todo parecía razonablemente normal. Aunque no podía haberse muerto sin más. No mientras estaba en medio de una conspiración. Yo estaba envuelto en una espiral de muerte y secretos.

    —Las personas envueltas en conspiraciones gubernamentales no se mueren, las matan. Es como una regla o algo así.

    —Llama a la poli, - dijo Amy.

    —¿Deberíamos? Es decir, ¿hay alguna razón por la que no debiéramos? - pregunté tratando de pensarlo bien. —Se preguntarán qué hacíamos aquí, aunque no hay nada demasiado sospechoso en eso. El FBI probablemente aparecería y se encargaría de la investigación.

    —Llama al FBI, - dijo Amy.

    —Estaba pensando en eso, - respondí.

    Saqué el teléfono y lo sostuve en la mano mientras echaba un vistazo a mi alrededor.

    —Es repugnante. - dijo Amy cuando me alejaba. —Mira, aún tiene los ojos abiertos.

    Llegué hasta una esquina y vi la cocina. Estaba adornada con utensilios de acero inoxidable al estilo italiano. En la mesa había bolsas y envoltorios de un local de comida para llevar. Quizá había pedido comida.

    —Podría estar solo paralizado, - dije lo bastante alto para que Amy me oyese desde el vestíbulo. —Mira a ver si tiene pulso.

    —No pienso tocarlo., respondió a voces Amy. —Podría ser contagioso.

    —¿El qué? ¿La muerte? - dije doblando la esquina hacia el salón.

    «Si la muerte es contagiosa, debo de ser un portador.»

    Las luces del salón estaban apagadas, pero venía bastante luz desde la cocina y el vestíbulo para ver toscas formas. Había una puerta deslizante de cristal al fondo, un largo sofá frente a una TV sobre una mesita y una chimenea en la pared derecha.

    —¿Quién lo habrá hecho? - preguntó Amy, ahora en mi línea visual.

    —Tenía miedo de que sus jefes en los Marines le mataran, supongo que tenía razón, - dije de pie en medio del salón.

    —Pues si son capaces de hacer esto, entonces es peor de lo que imaginabas.

    —Peor de lo que me imaginaba… -dije, — Esto es peor de lo que me imaginaba cada nuevo día.

    La imagen de la cara de Comstock pasó por mi mente durante un momento y me entró un escalofrío por la espalda. La última vez que había visto la cara de un tipo muerto fue en la fotografía que Pratt me había enseñado en el café de Viena. Un político austríaco que Pratt pensaba que había sido asesinado. Asesinado con una inyección que causaba o imitaba un ataque del corazón. Me pregunté si Comstock había muerto de eso.

    ¿Estaban conectadas ambas muertes? Comstock y el austríaco.

    Si las muertes eran las mismas, eso implicaba que alguien había entrado allí y le había inyectado algo. Alguien experto. Alguien caro. La única persona que yo conocía con el número de un asesino a sueldo en su dial de marcación rápida era Comstock, Había llamado a Dingan para llevarme a que me lavaran el cerebro. Quizá Comstock tuviese una agenda entera llena de números de asesinos. Quizá Schumer tenía la suya propia. Quizá Schumer había hecho que mataran a Comstock. Pero, ¿por qué?

    —No se me ocurre por qué nadie, Schumer o alguien, quisiera a Comstock muerto, - dije aún en el salón.

    —Comstock tenía a alguien tras él porque te perdió la pista y porque la fastidió con el asunto de Dingan, - dijo Amy. —Quizá no era un paranoico después de todo.

    —¿Y eso merecía el asesinato? ¿Solo porque dejé de asistir a clase?

    —Quizá habló con alguien. Quizá después de lo de Viena, había hablado con el FBI, la prensa, o lo que sea.

    —No creo. Es posible. Que yo sepa, lo más estúpido que ha hecho en el último mes ha sido enviar a un asesino a sueldo para buscar a un adolescente y hacer que ese adolescente acabe matando al asesino a sueldo.

    —¿Tú mataste a Dingan? - llamó una voz diferente detrás de mí.

    Me di la vuelta y, desde la oscuridad en la esquina de la habitación, detrás del protector de la chimenea, salió un hombre. Iba vestido de negro, como los hombres que habían venido a mi casa. Tenía varias formas indiscernibles colgando del arnés del chaleco. En su mano había una pistola negra con cañón plateado y un largo tubo cilíndrico sobresaliendo del cañón. El arma me apuntaba a mí.

    —Había oído que se lo habían cargado los polis, - dijo él, —eso cambia las cosas un poco.

    Su voz tenía un poco de acento, aunque yo no lo identificaba. Amy no había dicho una palabra. Asumí que aún estaba en el vestíbulo presenciando esto.

    Miré hacia el lugar de donde había salido el hombre. A menos que se hubiese movido de puntillas hasta allí, yo debía de haber pasado justo a su lado sin darme cuenta.

    Eso, el traje y el arma, encajaba con una cosa. Otro asesino a sueldo..

Capítulo 47

    

Capítulo 47

    Al menos el misterio de la muerte de Comstock estaba resuelta.

    El hombre con el arma seguía en las sombras, No podía verle la cara. Que supiese, esta era la primera vez que estaba delante de alguien que me apuntaba con un arma. A diferencia de las películas, resulta complicado ser brusco y pasota con la persona que te tiene en la mira. Yo lo intenté, en serio. No se me ocurrió nada sarcástico ni niguna observación irónica.

    No dije nada.

    Por supuesto, cabía la posibilidad de que cambiara el interruptor en mi cerebro y diera alguna voltereta hacia atrás o soltase alguna bomba de humo ninja para escapar con elegancia, pero en realidad me atenazaba un miedo innatural que monopolizaba mi atención.

    Alguien dijo mi nombre. La voz llegó desde detrás. Giré la cabeza lo justo para ver a Amy aún de pie en el vestíbulo. «Genial.»

    Se suponía que tenía que haber atravesado la cocina, cogido un cuchillo y lanzarlo en la cara del tipo.

    «¿Por qué no ha hecho eso instintivamente? Yo lo habría hecho. Quizá.»

    Miré al presunto asesino.

    «¿Por qué no estaba diciendo nada? Se supone que tengo que responder a su pregunta o es de esas... retóricas? ¿Le divierte verme en pánico?»

    —Dingan intentó matarme, - conseguí decir.

    —Entonces es cierto. - dijo el hombre finalmente. aún no identificaba su acento. Hablaba bajo, como susurrando.

    No dije nada. Me quedé ahí como un idiota, con un teléfono móbil en la mano derecha.

    —Me dijeron que fue culpa suya, - dijo, probablemente refiriéndose al cadáver junto a la puerta.

    —¿Por eso lo mataste? - dije esperando a que un plan flotase hasta la superficie de mi cerebro como usualmente ocurría.

    Quedó en silencio durante un momento, luego inclinó la cabeza un poco y dijo, —Tú, apártate de la puerta. Ven aquí. - le estaba hablando a Amy.

    Segundos después la sentí por la derecha a unos centímetros.

    Tras otra pausa, el hombre preguntó, —¿Quiénes sois? - parecía elegir sus palabras con cuidado.

    Traté de medir la distancia entre nosotros. Era de unos dos metros. A esa distancia, el tipo con el arma siempre tiene ventaja.

    —¿No lo sabes? - le dije, moderadamente incrédulo, —Creí que yo estaba en el núcleo de esto.

    —Supongo que no me mantienen al corriente, - dijo él.

    El acento sonaba escocés, tal vez.

    —Hey, yo llevo en la oscuridad un buen tiempo. Mi forma de conseguir respuestas es amenazar a la gente, aunque normalmente no llego tan lejos, - dije señalando a Comstock.

    El hombre dio un pasito al frente. Quizá hasta metro ochenta de distancia.

    —Yo hago lo que me dicen, no busco respuestas. Me dijeron que matara al hombre responsable de la muerte de Dingan y me dijeron que fue él.

    «¿Contratado para matar al hombre responsable por la muerte de Dingan? ¿Quién haría una cosa así, aparte de Schumer?»

    —Tú sólo eres un chaval, - continuó, —¿Cómo demonios pudo Dingan haber intentado matarte?

    —Soy inconsistente, - le dije.

    Él dio otro paso adelante.

    «Metro y medio.»

    Podía ver mejor el arma en su mano derecha. Era una pistola negra con un silenciador de plata. No era una Beretta ni una H&K, las únicas que conocía de vista. El hecho de que no pudiese identificar el arma me hizo preguntarme si yo era sólo yo mismo en ese momento.

    «Si hubiera tenido entrenamiento con armas, ¿no debería ser capaz de reconocer un arma de vista?»

    Sentí soledad en mi mente y dije, —Dingan fue un accidente. Intentó capturarme, escapé. Intentó matarme, le maté a cambio. Entiendo que Comstock le contrató, pero lo hizo para otra persona. Si quieres venganza, querrás subir la escalera, no bajarla.

    —¿Y tú estás abajo en la escalera? - me preguntó con menos cuidado en sus palabras.

    El acento era definitivamente escocés. O irlandés. ¿Galés, quizá?

    —En la planta baja y fuera. Estoy fuera de la escalera. Estoy corriendo por el patio tratando de encontrarla.

    —Pero estás aquí, - dijo él. —No puedo irme dejando dos testigos.

    —Tamoco es culpa mía que me hayas enseñado la cara. Tenías un buen escondite funcionando ahí.

    Tras un momento, dijo, —Tira el teléfono.

    Arrugué la frente y lancé el teléfono en mi mano sobre el sofá.

    Él dio otro paso al frente.

    «Un metro. Lo bastante cerca.»

    Mi brazo izquierdo fue hacia la izquierda y mi cuerpo hacia la derecha. Agarré la parte superior del arma y tiré hacia atrás, oí la bala salir rodando de la recámara y caer al suelo de madera.

    Noté un leve roce en mi bolsillo derecho mientras mi mano derecha se lanzaba, con los nudillos por delante, hacia la muñeca del hombre, liberando el arma de su agarre. La sombra del torso agachado de Amy pasó entre el cuerpo del hombre y el mío cuando mi codo derecho golpeaba el cuello del tipo.

    Mi mente al parecer no procesaba el movimiento de Amy como una visión extraña del todo.

    Cuando llevé mi puño derecho hacia la nuca del tipo, mientras giraba el arma en mi mano izquierda para empuñarla por el mango, oí el grito del hombre y mi cuchillo Emerson sobresaliendo de su muslo derecho.

    Todo el movimiento llevó sólo un segundo. Sentía ahora esa claridad. Me alegré de que volviera.

    Apunté al tipo con el arma y retrocedí unos pasos para poner distancia entre nosotros. Amy ya estaba de pie a mi lado como si no hubiese pasado nada. El hombre cayó hacia atrás golpeando la chimenea de piedra y empezó a resbalar hacia abajo. Gritaba con la pierna derecha extendida y miraba la enorme mancha de sangre que brotaba del mulso. Su mano derecha se suspendía cerca del mango del Emerson como si quisiera cogerlo pero temiera tocarlo.

    —¿Qué demonios ha sido eso? - pregunté a Amy, sin dejar de apuntar al hombre.

    —Te estaba ayudando, - dijo Amy tranquilamente.

    Apoyé una mano en su hombro, la acompañé hasta el sofá y la senté. El hombre se apoyó en la chimenea, liberando peso de su pierna. Gemía y ponía muecas de dolor con ambas manos alrededor del mango del cuchillo clavado en la pierna. Después de unos jadeos, sacó el cuchillo con un rápido tirón y un grave gruñido. Sujetó el cuchillo delante de él con ambas manos.

    —Suéltalo, - le dije apuntándole con el arma de nuevo (agarrándola con ambas manos, como se supone que hay que hacer para que nadie pueda arrancártela de las manos).

    El hombre apretó el botón del cuchillo y plegó la cuchilla con una mano. Luego abrió los dedos y el cuchillo cayó al suelo. Retiró las manos y se apretó la herida en la pierna.

    —Bueno, mientras esperamos a la policía, puedes contarme toda la historia sobre para quien trabajas, - le dije.

    El hombre seguía quejándose. Yo me giré hacia Amy y le dije que llamara al 091. Ella no podía encontrar el teléfono.

    Giré la cabeza durante un instante para examinar el sofá y advertí un leve movimiento borroso con el rabillo del ojo.

    Me giré de nuevo hacia el asesino justo a tiempo de ver un pequeño cilindro negro caer de una correa frente al pecho y golpear el suelo con un ligero clanc.

    El hombre había vuelto la cara hacia la pared y se había tapado el oído expuesto con una mano, una anillita de metal rodeaba su dedo del índice.

    Intente decir, Oh, mierda, pero fui interrumpido por una potente luz blanca y una explosión ensordecedora. Todos mis sentidos se desvanecieron, la imagen del hombre con la cara hacia la pared ardía en mi cerebro mientras tropezaba hacia atrás con un mueble, a ciegas y caía al suelo. Apenas noté el choque de mi espalda con la dura madera.

    Yo existía en un mundo de agudos pitidos y blanco brillante.

    Era consciente del arma en mi mano, pero no había nada que pudiese hacer con ella. Por segunda vez, me pregunté si me habían destruído los ojos. Tras algunos segundos, las células fotosensibles de mis retinas se recuperaron y mi visión regresó lentamente. Podía oler el amoníaco y la pólvora. Aún me pitaban los oídos. Era complicado recuperar el equilibrio, pero me puse en pie y traté de evaluar la situación y verificar que aún estaba vivo.

    Amy estaba en el sofá, pero tumbada y frotándose los ojos. Descubrí el arma en mi mano y la levanté escaneando la habitación.

    No había rastro del asesino.

Capítulo 48

    

Capítulo 48

    Poco después, el picor se había disipado del todo de mis ojos, incluso sin la ayuda de leche. Aún tenía un campanilleo distante en mis oídos, pero no era demasiado grave. Amy al parecer había tenido el sentido común de agacharse cuando vio lo que ella pensaba que era una granada cayendo al suelo, así que el impacto sólo le dio en los oídos. Los dos nos sentamos un rato en el sofá de Comstock. Yo miré por la ventana a la luz de la luna filtrada por los árboles. No sabía si había un verdadero bosque detrás de la casa o solo una zona de árboles.

    Aquel tipo, Echamus O’Bomba, podía haberse escapado bajo la cobertura de los árboles o podía seguir oculto por ahí fuera esperando otra oportunidad para atacar. Por quinta vez noté que tenía su arma en la mano y me sentí mejor por ello por un momento. Aún así, encontré mi teléfono y llamé al número de Rubino y le dije que tenía que reprogramar nuestra reunión, que Comstock estaba muerto, que el tipo que le había matado estaba a punto de matarme a mí y que la chica que yo conocía le había clavado mi cuchillo y que el asesino había saltdo por la ventana usando una granada cegadora.

    Rubino me hizo repetirlo unas cuantas veces como si yo estuviese hablando demasiado rápido o leyendo una ecuación física, luego me dijo que se acercaría con un equipo de forenses.

    Mientras esperábamos pacientemente en el salón de un muerto, pregunté en voz alta, —¿Qué fue eso?

    —¿Qué fue qué? - respondió Amy apoyada en el brazo del sofá y pareciendo incómoda.

    —Eso. Me quitaste el cuchillo y se lo clavaste al tipo como si..., - le dije mientras buscaba un lugar prudente para dejar el arma.

    —Oh, eso. De nada.

    —¿No piensas que fue un poco, no sé, peligroso?

    —¿Y quitarle el arma con las manos no lo fue?

    —Eso es diferente, yo soy…

    —¿Un tío?

    —Capaz. Pero tú eres…

    —¿Una chica?

    —No.

    —¿No?

    —Aghh, ya sabes lo que quiero decir, - dije poniendo el arma en el suelo.

    —Sí, que algo va mal en tu cerebro y cuando estás en peligro te vuelves Batman. Eso no significa que no pueda ayudarte.

    —¿Apuñalando a alguien?

    —¿Qué ibas a hacer?

    —No sé. Interrogarlo.

    —¿Y yo no debería haber hecho nada?

    —No lo sé. No me gusta que mi peligro salpique a los demás.

    —Estoy salpicada. Estoy cubierta hasta arriba. Estuve en Lorton, Estuve en tu casa. Estoy contigo. Estoy en esto también.

    —Desearía que no lo estuvieras.

    —Y yo desearía que nada de esto hubiese sucedido, pero así es como es. Apuñalé a un tipo y nuestro director de instituto yace muerto junto a la puerta delantera.

    —Mi director.

    —No, a mí también me lo habían asignado. Nunca le vi porque nunca me enviaron a su oficina.

    —No te enviaron a su oficina porque esperaste hasta ahora para empezar a apuñalar a la gente.

    —Ya tengo algo que contar a mis nietos, supongo.

    —No estoy seguro de que yo vaya a vivir tanto tiempo., dije sin pensar y la miré.

    Amy se quedó mirándome en silencio, no pude descifrar lo que vi en sus ojos.

    Los Agentes Especiales Bremer y Rubino aparecieron pronto junto a su equipo forense, que prácticamente era un pequeño ejército. Los forenses del FBI pupularon al instante por la casa, algunos detectives y oficiales de policía uniformados aparecieron para observar por fuera de la casa y mayormente para esperar a que alguien les dijera lo que hacer. Al final hubo otro combate de cabreo jurisdiccional. Una vez más, el FBI se llevaba el crimen del que los polis adorarían ocuparse. Una vez más, yo estaba en medio de tal crimen.

    Nos dejaron quedarnos en el salón y después de diez minutos o así, Bremer y Rubino se acercaron para repasar de nuevo lo que había ocurrido.

    Le expliqué todo con detalle

    —¿Se refirió a Dingan por el nombre? - preguntó Bremer, pareciendo un poco cansado.

    —Sí, - dije. —dijo que pensaba que le había matado la policía, no yo.

    —¿Parecía interesado en él? ¿Como si le conociera y fuese algo personal?

    —Sí, como si fuesen amigos o compañeros o… socios.

    Bremer puso cara de preocupación. —Nada de lo que sabemos sobre Dingan indica que trabajara con otros, - dijo.

    —Bueno, el tipo no parecía demasiado feliz por la muerte de Dingan. Delató su posición sólo para confrontarme por eso.

    —Podría haber estado planeando matarte de todos modos, - dijo Rubino.

    —Qué agradable saberlo, - dijo Amy con un asentimiento.

    —No nos esperaba, - dije. —No habíamos planeado venir aquí, fue en el último minuto.

    —¿Hablaste de ello por teléfono? - preguntó Bremer.

    Pensé durante un momento y dije, —No, hablamos sobre ello en persona. ¿Piensas que mi teléfono está pinchado?

    Bremer y Rubino se encogieron de hombros.

    Decidí que necesitaba un teléfono nuevo.

    —Sabremos más cuando los forenses determinen la hora de la muerte, - dijo Rubino.

    —¿Cómo? - pregunté.

    —Si Comstock fue asesinado justo antes de que llegarais, quizá atrapaste al verdadero asesino en medio de su escapada, - empezó Bremer, —Si murió hace horas, quizá te estaba esperando o esperaba a alguien. Tal vez estaba buscando algo en la casa.

    Asentí y estaba a punto de responder cuando dos uniformes entraron por la puerta deslizante de cristal. Cada uno llevaba linternas, las apagaron y se cubrieron los zapatos con bolsas de plástico .

    —Hemos terminado de comprobar el perímetro, - dijo uno de ellos a Bremer y a Rubino. —Encontramos un rastro de sangre que conduce hacia el bosque, pero termina a unos treinta metros, puede que se haya vendado. Podríamos traer a los K-9 y continuar una búsqueda a pie, o llamar a algunos helicópteros de la Policía del Estado. - ambos hombres del FBI parecieron considerarlo.

    Yo dije, —No vendría mal, - sintiéndome bien de contribuir, y Bremer dijo luego, —Ha pasado más de media hora. Si es un pro, a estas alturas ya debería haber desaparecido. Puedes probar con los perros, pero un helicóptero sería una pérdida de tiempo. Esto no es una persecución.

    Los dos polis asintieron y volvieron a sus asuntos. Cerca de la chimenea, algunos forenses recogían restos de sangre del suelo con algodones. Una de ellos dejó caer mi cuchillo dentro de una bolsa de plástico para pruebas.

    —Ah, - dije, sonoramente, —¿Tiene que llevarse eso?

    Todo el mundo en la habitación dejó lo que estaba haciendo y me miró, descifraron a quién estaba hablando y, salvo la aludida, volvieron todos a sus tareas.

    —Tiene su sangre, - dijo la mujer que poseía la bolsita.

    —Hay sangre por todo el salón, - le dije.

    —¿Qué, es tu cuchillo?

    —Yo… quizá, - dije, no muy seguro de si debía admitirlo o no.

    Simplemente no quería que se llevaran mi cuchillo y que fuese absorbido por el sistema. La mujer negó con la cabeza y le lanzó la bolsa a Rubino. Él atrapó la bolsa, examinó mi cuchillo a través del plástico transparente y me la entregó diciendo, —Feliz cumpleaños.

    Cogí la bolsa, miré el cuchillo y decidí esperar hasta que pudiese limpiar la sangre antes de sacarlo.

    Junto a la puerta, los peritos de chaquetas azules del FBI terminaron de revolotear alrededor del cuerpo de Comstock y lo cargaron dentro de una bolsa de cadáveres sobre una camilla. Los forenses salieron de la cocina cargados de bolsas de pruebas llenas de varios objetos. Una de los médicos, una mujer de mediana edad tan alta como mi cinturón, se acercó a nuestro pequeño círculo y se quitó los guantes de latex.

    —¿Causa de la muerte? - preguntó Bremer bajando la vista hacia ella.

    —Por el momento indeterminada, - respondió la mujer.

    —¿Hora de la muerte? - preguntó Bremer.

    —También indeterminada, - dijo ella dudando. Bremer bajó la cabeza ligeramente para mirarla a los ojos. —El problema es que toda señal externa dice que murió no más de una hora atrás. Pero, mirando el cuerpo, parece como tres o cuatro horas. Su cuerpo está en fase media de rigor mortis, lo que lleva más de tres horas para que empiece siquiera, pero la musculatura está bloqueada en la posición en que estaba en el momento de la muerte, - alzó los brazos y adoptó la postura de un zombie no muerto mientras lo decía. —Usualmente el cuerpo se relaja en una postura más natural antes de quedar rígido. Este cuerpo parece haber experimentado espasmo cadavérico, o rigor instantáneo. Eso sucede cuando el cuerpo está en extrema actividad muscular en el momento de la muerte y queda bloqueado en la postura de los momentos finales. Lo vemos a menudo en casos de ahogamiento cuando alguien mueve violentamente sus miembros o se agarra a las algas o a una cuerda. Sin embargo, nada indica que lo ahogaran y lo hubiesen traído hasta aquí después.

    —¿Hay algo que pueda haberlo causado? - preguntó Rubino.

    Se rascó la mejilla y pareció meditarlo durante un momento. —Cualquier cosa que cause tensión musculoesquelética masiva previa a la muerte. Ciertos agentes nerviosos como el VX y venenos glicinantagónicos como la estricnina provocarían eso.

    —¿Se pueden inyectar? - pregunté pensando en el austríaco al que al parecer le habían inyectado un veneno.

    La doctora pareció advertirme por primera vez, —Es posible, - dijo ella, —pero sería un desperdicio de tiempo en ambos casos. El VX es un gas nervioso que se inhala y la estricnina funciona mejor si se ingiere, pero puede ser fatal si se inhala o se absorbe por la piel. Probablemente, estamos buscando estricnina añadida a algo que bebió o comió. Es un veneno bastante común y probado. Históricamente, se tomaba por accidente tan a menudo que se usaba intencionadamente. Jane Stanford, cofundador de la Universidad de Stanford, murió de envenamiento de estricnina. Y si recuerdo correctamente, es lo que Norman Bates usó con su madre.

    Amy, Bremer, Rubino y yo nos quedamos en extraño silencio durante un momento.

    —¿Cómo funciona? - preguntó Rubino, eventualmente.

    —Casi siempre mata por espasmos en los músculos esqueléticos hasta que los músculos espinotrapecio y latissimus dorsi operan uno contra el otro y rompen la columna, pero no parece que la columna de nuestro cuerpo esté rota. Podría también causar que el diafragma se desplazase solo, lo cual puede haber sucedido. Sabremos más en cuanto bombeemos el estómago y analicemos algo de la comida que haya ingerido.

    Bremer se lo agradeció, ella se alejó hacia la puerta con el resto de la brigada científica.

    —No has comido nada mientras estabas aquí, ¿verdad? - me preguntó Bremer.

    —No, - dije, —Tampoco esnifamos nada.

    —Yo tampoco, - intervino Amy.

    Bremer asintió y luego asintió hacia el arma en el suelo cerca de donde yo había estado sentado antes. Estaba parcialmente oculta bajo el sofá.

    —¿Eso es vuestro o suyo? - preguntó Bremer.

    Me giré y miré el arma. Parecía una bonita pistola y casi me gustó la idea de quedármela. —Suya, - dije a mi pesar.

    —Lo siento, - dijo él, —Tendremos que llevarnos esa. - Bremer señaló hacia ella y Rubino se acercó y la recogió pasando un boli a través de la guarda del gatillo.

    —Una Walther, - dijo él, —Calibre .22, con un silenciador AAC.

    Bremer soltó una risita y dijo, —Tienes suerte de estar vivo.

    Miré de él hacia el arma, —¿Qué?

    —Dos tipos de personas usan calibre .22, - dijo él, —Tiradores principiantes, normalmente mujeres, y asesinos a sueldo. Considera el silenciador y te resultará bastante obvio. Un bala del .22 es demasiado pequeña para que pueda perforar el hueso. A veces, al disparar directo al torso la bala puede quedar atrapada en los músculos abdominales y ni siquiera pasan a la tripa. Sólo son útiles a bocajarro, pero son tan silenciosas, especialmente con un supresor, que puede hacer que valga la pena acercarse. Puede requerir dos o tres disparos hacer algo de daño, pero sin hacer prácticamente ruido, puede ser tan discreta como un cuchillo. Además, la velocidad de la bala es tan baja que normalmente no sale del cuerpo.

    —Así es más discreta, - añadió Rubino.

    —Uau, - dijo Amy, secamente, —Qué fascinante. Seguro de que usaré esta información para una novela alguna vez, pero creo que sería un tema más relevante lo que van a hacer para atrapar a ese tío y cuándo podemos irnos a casa

    Rubino se quedó sujetando el arma con su boli en silencio durante un momento. Sacó una bolsita de su chaqueta y dejó caer el arma dentro de ella.

    —Encontrar al tipo no va a ser probable, - dijo Bremer. —Es más factible encontrar al que le contrató. Si esto era una retribución por algo que tenía que ver contigo, o por haberla fastidiado Comstock al contratar a Dingan, entonces hay pocos sospechosos.

    —¿Quién, Schumer?

    —Probablemente.

    Suspiré deseando tener alguna pista de lo que estaba pasando.

    —¿Entonces no hay nada que impida que ese tipo vaya a por nosotros ahora? - preguntó Amy.

    —¿A por vosotros? Si no fue contratado para mataros, no tiene motivos para molestaros, - dijo Bremer.

    —Estos tipos probablemente siguen sus normas, - dijo Rubino. —Cuando eres bueno en algo, no lo haces gratis. Es decir, a menos que hayáis conseguido cabrearle de verdad.

    —Menos mal que no le apuñalamos en la pierna, entonces, - dije mirando a Amy.

    Ella se encogió de hombros. —Le quitaste el arma y le pegaste en la garganta, No soy la única con la que estaría cabreado.

    Bremer nos miró a ambos y preguntó, —¿Estáis los dos en alguna especie de competición para cabrear asesinos a sueldo o algo así?

    —Se nos da bien, - dijo Amy.

    —Oh, sí, - dije, —Que se lo digan a Dingan.

    —No lo entiendo, - dijo Bremer, —¿Queréis el crédito por molestar a gente para que quiera mataros?

    —Solo digo que ese tipo aún podría ser una amenaza., dijo Amy.

    —Yo no me preocuparía por eso, - dijo Bremer.

    —¿Qué hay de mi casa? ¿Alguna idea sobre quién la incendió?

    —Explotó, - dijo Rubino.

    —¿Sabéis quién explotó mi casa?

    —Nop, - dijo Bremer.

    —Asombroso, - dije, sarcásticamente. —Dado que no tengo ni idea de qué demonios está pasando con mi vida, ¿podías tal vez darme una lista de gente que pudiera querer dispararme o hacerme saltar por los aires?

    Bremer pareció confundido, —Bueno, es una lista corta. Empieza y termina con Schumer.

    ¿Por qué iba querer matarme Schumer? Si acaso, todo lo que parecía querer era amarrarme a una silla y que hipnoterapeuta se sumergiera en mi mente y arreglara sus errores.

    «Represento las dos últimas décadas de trabajo y probablemente millones de dólares en desarrollo. No hay razón para que me quiera muerto así que, ¿por qué dicen mis camaradas del FBI que lo haría?»

    Recordé algo que Schumer había dicho: No sabrás en quien confiar. En aquel momento había pensado que sólo trataba de ser misterioso. Había insinuado que fue el FBI quien había matado a mi padre. Últimamente parecía que todo lo que les importaba a Bremer y Rubino era usarme para acumular tanta información sobre el programa como pudieran. Quizá al FBI le importaba más el programa de lo que se preocupaba por mí. Quizá fuese al FBI a quien mi padre estaba vendiendo el programa y no un gobierno extranjero. Quizá el FBI se la jugó o él se la jugó al FBI y por eso le mataron, y ahora estaban sacándome la información que no pudieron obtener de él. Supuse que, si esa era su meta, querrían que odiase a Schumer.

    La cabeza me daba vueltas y se me revolvía el estómago. No me gusta la idea de que me utilicen. No me gusta la idea de todo lo que me estaba pasando. No me gusta que mi padre esté muerto ni que mi casa haya explotado ni que esté buscado en Austria, ni que durante los últimos 17 años hayan trasteado con mi cabeza. No me gusta estar aún en el salón de mi director de instituto muerto, ni siquiera me gusta que esté muerto. Tampoco me gusta el hecho de que donde quiera que vaya, cualquier cosa que haga, me ponga en peligro y ponga en peligro la vida de Amy.

    Una vez más, estoy harto. Que yo sepa, Bremer y Rubino podían haberse cargado a Comstock con gas VX, o contratado al asesino de calibre 22 para cargarse a Comstock.

    «¿No era el gas VX lo que usaron en la peli de la Roca? ¿Esas bolitas verdes?»

    Le dije a Bremer y a Rubino que les llamaría más tarde, cogí a Amy de la mano y salí del edificio.

Capítulo 49

    

Capítulo 49

    No dormí esa noche. No fue por insomnio o pesadillas por ver otro cadáver ni por encontrarme en otra situación donde esperaba que una versión más preparada de mí mismo tomara las riendas de mi cuerpo.

    Se trataba más de una crisis de identidad, algo sobre lo que no podía dejar de pensar. Llevé a Amy al aparcamiento del hotel para que pudiese coger el coche de su padre y volver a su casa. Más tarde, en mi habitación del hotel, me eché en la cama en cálido y oscuro silencio durante horas, pero no pude domir. Mi mente seguía zumbando.

    La tele ayudó a pasar el tiempo una vez que desistí de intentarlo, pero en los descansos comerciales me hudía de vuelta a mi cerebro y seguía repensando las mismas cosas.

    Tras algún tiempo, las repeticiones de programas cancelados y anuncios hace mucho tiempo se remplazaron con noticias y tertulias matinales. Me cansé de decirme que si dormía ahora probablemente dormiría hasta las 2 PM, después hasta las 3 PM, y así en adelante.

    Me levanté de la cama, abrí la ventana del todo y me di una ducha en el baño conectado a mi habitación. Cuando me harté del baño y me puse el otro único conjunto de ropas que tenía, saqué el cuchillo de la bolsa de plástico del FBI volcándola en el lavabo para limpiarlo con agua caliente. Lo sequé con una toalla y me lo pincé en el bolsillo.

    Fui a la cocina y abrí la puerta delantera para coger el periódico. Encontré un arcón plástico con los comestibles que habíamos pedido el día antes. Sin hacer demasiado ruido, dado que mi madre probablemente aún estaba durmiendo,metí dentro el arcón y saqué la comida. Patatas y barras de proteína en los armarios, botellas de agua y té verde en la nevera. Probablemente debería haber especificado una marca de té verde cuando hice la lista, puesto que habían comprado el más barato y la marca más notoriamente horrible. Cuando puse las tres botellas en la nevera pensé en tomarme una de ellas, por la cafeína, pero el café caliente del vestíbulo sonaba mejor.

    Sonó el teléfono de la habitación, alto y molesto. Una rápida ola de preocupación rompió en mi mente, pero descolgué el teléfono y respondí tan casualmente como pude.

    —No me dan el número de tu habitación, - dijo Amy por el receptor.

    Debía de estar en la recepción. —Bueno, podías ser una loca, - le dije.

    Intenté presentir qué hora era y por qué estaba Amy aquí, pero sólo podía pensar una cosa cada vez.

    —¿Desde cuándo mi locura se ha interpuesto en nuestras visitas?

    —Vas a asustar a la persona de recepción, - dije antes de revelarle el número de la habitación y colgar.

    Podía ser un truco o podía estar llamando bajo coacción. Nunca conseguía descubrir si era yo quien estaba en peligro o si no paraba de tropezarme con el peligro. Mi única de fuente de información sobre esta materia, el Bureau Federal de "Información" era tediosamente elocuente al respecto.

    Tendría que llamar un día a esos chicos y averiguar si sabían quién contrató al Escocés McAnudo para matar a Comstock, y si debería estar preocupado.

    Espié por la mirilla hasta que por fin apareció Amy frente a la puerta, sola. Abrí la puerta ante de que ella pudiese llamar.

    —Buenos días, rayo de sol, - dijo ella.

    Iba vestida con pantalones cargo caqui y una camisa a rayas con botones, (sin grupo de música en ella).

    —¿Sabes qué hora es? - le pregunté aún en la entrada.

    —¿Y tú? - preguntó ella.

    —No, - admití dejando caer mi brazo de la puerta para dejar pasar a Amy.

    Ella dio algunos pasos y examinó la zona de la cocina, los sofás, la TV y la puerta del abierto a mi habitación.

    —Son las siete, - dijo ella, —La hora a la que solías despertarte para ir a clase todos los día.

    —Ja, - dije rascándome la cabeza. —Sí, solía ir a clase.

    —Y yo, - dijo ella mirando por la ventana cerca de los sofás hacia el aparcamiento.

    —¿Ya no?

    —No sé, - empezó ella, se dio la vuelta. —Desperté, me vestí, entré en el coche y conduje hacia la escuela, pero no conseguí darme ninguna razón real para seguir con ello. Quiero decir, después de todo esto, parece simplemente como...

    —Otra vida.

    —Justo. ¿Cómo voy a volver a las tareas de siempre después de ver lo que he visto? FBI, asesinos a sueldo, todo está por encima del nivel de "cosas de instituto". No sé como conseguiste volver después de lo tu padre.

    —Tú hacías que fuese más fácil, - dije apoyado ahora en la nevera. —De todos modos, no me quedé mucho tiempo.

    Ella asintió. —Bueno, era quedarme en casa o venir aquí.

    —Una casa lejos de casa, - me dije a mí mismo.

    —¿Hay algo que tengamos que investigar hoy, tal vez?

    —Hoy no, - dije, —Voy a dejar eso a los profesionales. Quizá esta tarde llame a Rubino o a Bremer para ver si saben algo, pero ya no me apetece estirar el cuello.

    —¿Y qué ibas a hacer hoy? - me preguntó.

    —Estaba pensando en hacer algunas compras con el dinero del seguro de la casa. Necesito ropa, un ordenador, quizá algo de comida para aquí. ¿Quieres ir de compras?

    —Bueno, me han dicho que soy una chica, - dijo ella, —así que supongo que adoro ir de compras. ¿Dónde vas a ir?

    —No lo sé, - dije, —Si tuviera un ordenador, probablemente lo compraría todo online.

    —¿Eres miembro de Costco?

    —Pues… no.

    —Yo sí, - dijo ella. —Sería un buen lugar para empezar. Tienen comida, ordenadores y algo de ropa barata. También tienen muebles, si quieres empezar a decorar tu casa nueva.

    —Creo que la decoración será trabajo de mi madre, pero podríamos ir allí.

    —¿Tienes algo de beber? - preguntó Amy.

    Abrí la nevera, señalé el interior y volví a mi habitación para coger mi billetera, móbil y llaves.

    Desde la cocina oí toser a Amy y decir algo que sonó como —Eugh!

    Volví a salir y vi que estaba sujetando una de las botellas de té verde.

    —Esto está asqueroso, - dijo ella.

    —Lo sé, olvidé especificar la marca, - dije. —¿Lo has agitado? Creo que hay que agitarlo.

    —Lo he agitado, - dijo ella antes de dar otro sorbo y poner una mueca de asco.

    —Está amargo, - dijo después de obligarse a tragar el sorbo. La extendió hacia mí y dijo, —Pruébalo.

    —Después de lo que has dicho… - dije sin moverme.

    Ella dijo, —Bueno, - y dejó la botella de plástico en el fregadero, pude oir como corría el líquido por el sumidero.

    —Tomaremos un café abajo, - dije abriendo la puerta delantera y dejando pasar a Amy.

    Mantuve la puerta abierta durante un segundo para asegurarme de que llevaba la tarjeta cuando se abrió la puerta del otro dormitorio de la suite y salió mi madre con un albornoz.

    —Hey, - dijo ella, —¿Vas a clase?

    Amy estaba en el pasillo y mi madre no podía verla. —No, - dije, —Voy a por ropa y cosas.

    —Vale, dijo ella sentándose a la mesa de la cocina.

    —No bebas lo que han traído, sabe horrible, - dije mientras empujaba la puerta y salía de la habitación.

    Amy y yo bajamos, nos servimos una taza de café cada uno del buffet y entramos en mi coche. Amy me dijo dónde estaba el Costco más cercano, a unos 20 minutos de distancia.

    Abrí y cerré los ojos unas cuantas veces para asegurarme de que estaba lo bastante despierto para conducir.

    Cuando llegamos a la carretera, Amy preguntó, —¿Has dormido algo?

    —¿Por qué? - le pregunté.

    —Porque parece que no has dormido.

    —¿Has dormido tú? - le pregunté.

    —Algo, - dijo ella, —No menos que el día después de Lorton o después del asedio a tu casa.

    —Yo no he dormido, - dije.

    —¿Por qué? ¿Por miedo a...?

    —No, - la interrumpí. —Sólo, pensando.

    —¿Pensando?

    —Pensando.

    —¿En qué? - quiso saber.

    —Es complicado.

    —Todo es complicado contigo.

    Suspiré notando que esa conversación no iba a llegar lejos y resolviendo que, en el futuro, no sacaría con una mujer un tema del que no quisiera hablar.

    —Es que, cuando alguien habla de su cuerpo o su brazo, es su cuerpo y su brazo.

    —Cierto… - dijo ella.

    —Y cuando hablan de su mente, es su mente. Tu cuerpo y tu mente son cosas que posees. Pero si no eres tu mente o tu cuerpo, ¿qué eres?

    —¿Eh?

    —¿Qué te hace ser tú, qué me hacer ser mí? Si tu mente y cuerpo sólo son tus posesiones , ¿qué es exactamente el TÚ en ese escenario? Está eso de, "pienso luego existo", como si hubiese un modo real de saber que tienes un cuerpo sólo por el modo en que lo experimentamos por nuestros sentidos, con nuestra mente... y se puede engañar a nuestros sentidos, así que lo único que podemos saber seguro es que al menos pensamos. Entonces, la única garantía es que tienes una mente.

    —De acuerdo.

    —Entonces, si el TÚ en ti es tu mente, ¿cómo puede existir tu mente... si tu mente eres tú?

    Ella pensó durante un minuto. —No sé. Tu mente existe en un plano conceptual y tu cuerpo existe en el plano físico. Quizá el único modo de vincular algo de ambos planos en mediante un concepto abstracto como el yo.

    Conduje en silencio durante un tiempo.

    —Vale, - dijo Amy, —puede que nosotros no seamos más que nuestras mentes. Quizá nuestros cuerpos sólo son manifestaciones que sirven al propósito de la mente, puesto que nuestras mentes serían inútiles si no pudieran desplazarse por ahí e interactuar con los objetos. Si el propósito de un cuchillo es cortar cosas, entonces el cuchillo físico es sólo una manifestación para permitir el propósito del cuchillo.

    Tras exactamente cinco segundos, dije, —No creo que esté lo bastante colocado para darle un sentido a eso.

    Amy dio una pequeña carcajada, luego dijo, —¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Estás considerando la carrera de filosofía?

    —No, - dije. —Sólo… no sé. La mayoría de la gente es feliz con lo que es porque sus mentes y sus cuerpos son todo lo que tienen y ambos son los productos del azar y el esfuerzo. Pero yo, si creo a Schumer, mi cuerpo es el producto de algún giro genético y me dieron la mitad de mi mente. Si no soy nada más que mi mente y mi cuerpo, hay muy poco aquí que sea yo. Lo único que me hacía ser mí mismo es el yo que soy ahora, cuando no hay pistolas ni malechores cerca. El cuerpo, no es mío, y la parte de mí mente que evita que muera algunas algunas veces a la semana, no es mía.

    —Pero Schumer también dijo que puedes quitarte toda la basura de la hipnosis si quieres, así que serías todo TÚ ahí arriba.

    —El problema es que me gusta. Me gusta ser capaz de hacer las cosas que puedo hacer. Me gusta poder protegerme y protegerte. Me gusta que las respuestas a todas mis preguntas salten a mi mente antes de que las pregunte. No sé si me gusta lo bastante para estar preguntándome siempre quién soy y quién es el otro tipo.

    —Vale, puedo entender que perdieras el sueño por eso.

    —Me alegro, - dije.

    —Vale, mira, hay otro dicho: "Que una persona no es nada más que la suma de sus acciones". No es tu cuerpo ni tu materia gris lo que te hacer ser Chris Baker, son las cosas que haces. Tus células mueren y se regeneran un millón de veces al día. Ni siquiera eres la misma persona fiisiica que eras hace unos meses y tu mente cambia con igual frecuencia. Lo único que te hace ser tú es que haces lo que haces. Si te dijese que te dibujases a ti mismo, probablemente te dibujarías con esa camisa y esos pantalones, pero eso es tan secundario como tu pelo y tu cuerpo. Eres lo que quieres que ser, tanto si es el chico que va al instituto con un padre muerto como el Marine preconfigurado dentro de tu cráneo.

    —¿Acabas de pensar todo eso tú sola? - le pregunté después de un rato.

    —Sí, pero ahora me duele la cabeza.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    En Costco, Amy pasó su tarjeta de socia para cruzar por la puerta. Una rápida racha de calor de un calefactor industrial montado en lo alto de la puerta pareció cocinar la capa superior de mi piel cuando pasábamos dentro del almacén gigante. Quedamos rodeados por HDTV de pantallas planas. Televisores de precios deliciosos. De pronto sentí la tarjeta de débito conectada a cientos de miles de dólares quemándome en la billetera, bolsillo y piel.

    —Vamos, - dijo Amy, —Necesito algo para este dolor de cabeza, la farmacia está por aquí.

    —Creí que estabas bromeando sobre eso, - dije.

    —El verdadero chiste es que probablemente tendremos que comprar una botella de 400 píldoras cuando sólo necesito una.

    La seguí, dejando atrás las TV. Doblamos una esquina de algunos ordenadores portátiles y supe que volvería a esa sección. Cuando nos aproximamos al blanco expositor de farmacia dentro de la tienda, Amy se detuvo en un pasillo cubierto de sobredimensionadas medicinas. Mientras ella buscaba por la estantería algo para la jaqueca, yo curioseaba por la tienda, la estantería, la puerta, y las cosas que llevaban.

    —¿Sabes una cosa? - le dije aún mirando a mi alrededor.

    —¿Qué? - preguntó Amy leyendo una caja de algún tipo de medicamento.

    —Si alguna vez hubiese un brote zombie a escala global, este sería el lugar perfecto al que ir.

    Ella bajó un bote de píldoras. —¿Un brote zombie?

    —Sí. Un brote zombie. Como, zombies por todos lados de modo que tienes que refugiarte en un sitio seguro.

    —¿Y tú irías a un Costco? - dijo ella mirando otra marca.

    —Sí. Tú mira esto. Altos muros de ladrillo. Sin ventanas, la única entrada tiene dos grupos de puertas de acero pesado y la entrada trasera y el muelle de carga se sellan por dentro. La tienda está dispuesta para que puedas ver cada esquina donde quiera que estés. La mayoría de tiendas se disponen en secciones, de modo que no puedes ver muy lejos. Tienen un montón de ángulos muertos y lugares para que acechen los zombies. Aquí hay una tonelada de comida, una sección de carne detrás, agua embotellada, ropa, montones de herramientas para hacer armas improvisadas e incluso tienen parrillas y suministros para cocina. Y generadores. Y hay una gasolinera delante de la tienda. Se podría vivir aquí denteo durante un año o más, apuesto.

    Amy se dio la vuelta y me miró. Su cara parecía mostrar algo del dolor de su jaqueca y se frotaba la base del cuello con una mano.

    —Pero aquí no hay armas ni munición, - dijo ella. —Un Wal-Mart, o algo así, tendría armas y munición.

    —Ya, pero todos esos tienen ventanas enormes y puertas de cristal que se pueden romper para entrar. Además, como he dicho, los diferentes departmentos están separados con paredes, hay un almacén entero detrás de ellos. Sería casi imposible refugiarse y se tardaría una eternidad en despejar el lugar de los zombies residuales.

    —Zombies residuales.

    —Sí, los zombies que ya están en la tienda cuando llegas aquí, - dije.—Pero aquí… como todo es tan amplio, puedes verlo todo a través de las estanterías, hay muy pocos lugares donde tendrías que hacer un giro a ciegas.

    —¿Pero cómo despejas los zombies residuales si no hay armas aquí?

    —Necesitarías primero algunas armas con las que empezar para llegar aquí. Esa es la única desventaja, en realidad.

    —Armas residuales para matar zombies residuales.

    —¡Anda!, y mira esas estanterías donde está la comida y demás. Suben hasta el techo, prácticamente, y los niveles superiores son sólo de almacenamiento. Podrías quitar las cosas de arriba y usar lo alto del todo para dormir, y usar escaleras para subir ahí arriba. Si alguna vez entran los zombies, no podrían atraparte ahí arriba, puesto que no pueden usar escaleras. Así que puedes usar la estantería como punto de combate de último recurso.

    —¿Los zombies no pueden usar escaleras?

    —No, no tienen la coordinación necesaria.

    —Ya veo, - dijo ella volviendo a los sedantes.

    Tras unos minutos de quejarse sobre la jaqueca, cogió un paquete de Excedrin y dijo, —Hrrr.

    —¿Qué? - le pregunté girándome hacia ella.

    Emitió el mismo sonido de nuevo, dejó caer el paquete en el suelo y se llevó las manos hasta la mandíbula. Balbuceó algunas palabras más sin abrir la boca y abrió mucho los ojos. Empezó a respirar más rápido. Sus brazos quedaron rígidos y ella dio un paso atrás bruscamente. Chocó con la estantería. Siguió respirando rápidamente, sus ojos se disparaban en todas direcciones, sus brazos se disponían en ángulos estraños, la mitad de sus dedos de doblaban. Era una decente imitación de un zombie.

    Medio me reí y dije, —¿Qué estás haciendo?

    Ella no se reía. Seguía intentando hablar pero su mandíbula no se movía. Su respiración se aceleró más y Amy empezó a gimotear. Las lágrimas empezaron a fluir de sus ojos muy abiertos.

    Yo repetí la pregunta, pero ella cayó al suelo antes de que pudiese terminarla.

    La cogí mientras sus piernas cedían bajo su peso y resbalaba por la estantería, llevándose píldoras para la alergia y antibióticos a su paso. Sus brazos y piernas estaban sacudiéndose en rápidas convulsiones ahora, su pecho subía con cada respiración. Sus ojos suplicaban ayuda.

    —Hey, ¿qué le pasa? - llegó una voz desde alguna parte a mi alrededor.

    —¡No lo sé! - chillé.

    Zarandeé suavemente a Amy, la llamé por su nombre. Ella simplemente me miraba y seguía retorciéndose.

    —Llamaré a una ambulancia, - dijo la misma voz. —¿Está teniendo un ataque?

    Yo no podía pensar en nada que decir.

Capítulo 50

    

Capítulo 50

    Después de todo por lo que yo había pasado, lo único que nunca había sentido había sido desesperación. Me había infiltrado en extractos bancarios, le había roto un brazo a un tipo sin que me importara, me había colado en la puerta de un hotel con doble cerradura y había escapado de un coche circulando a cámara lenta entre el tráfico. En aquel momento, todo el miedo junto que había setido ni siquiera se aproximaba. Nunca había sentido el pulso de mi corazón resonar en mis propios oídos ni el balbuceo de mi respiración porque algo estaba completamente fuera de mi manos.

    Las mismas manos que aferraban la nuca de Amy y su brazo mientras la colocaba en el frío suelo de cemento de unos grandes almacenes Costco.

    Sus músculos se sacudían rítmicamente mientras sus ojos se disparaban en todas direcciones. A mi lado había un hombre medio gritando a su teléfono móbil sobre una chica que tenía un ataque o algo en medio de la tienda. El tipo trataba de repetir instrucciones y preguntas del operador del 112, pero era un pobre transmisor y yo no podía concentrarme en nada excepto en la chica que tenía en mis brazos. El único lenguaje que podía procesar era el "No, no, no" que resonaba una y otra vez en mi cráneo y que escapaba en susurros de mis labios.

    ¿Qué estaba pasando? Yo no tenía ni idea.

    Mi mente corría en círculos, pero no podía detenerse en nada. Con dieciséis años no se tienen ataques. La gente no se muere cuando te importa tanto.

    Un ligero pánico se extendió desde mi posición como ondas en la superficie de un mar de compradores preocupados.

    —¿Qué es toda esta conmoción?

    —¿Hay alguien herido?

    —¡Dios mío, sólo es una niña!

    —¿Es una sobredosis?

    —¿Hay algún doctor?

    —¿Se aplica el cupón descuento de la compota de manzana si compro las tazas de ocho servicios o sólo es para las jarras?

    Cuando el primer concierto de terror terminó en mi mente y estaban a punto de empezar los bises, un tipo que no parecía mucho mayor que yo se filtró entre la creciente multitud y se arrodilló en el suelo frente a mí. Me dijo algunas palabras que no oí, se arremangó la camisa y colocó una mano en el pecho de Amy.

    «Menudo pervertido», pensé.

    Intenté concentrar mi consciencia en algún objeto cercano con lo que pudiera golpearle hasta la muerte. Él repitió las mismas palabras, pero de nuevo se perdieron en la espesa sopa en que se había transformado mi cerebro.

    Yo tenía un cuchillo. Podía abrirlo con un rápido giro de mi muñeca y clavárselo en la base de su mandíbula. La hoja no llegaría hasta su cerebro, pero eso le apartaría de allí.

    —He dicho que si es diabética, - dijo él de nuevo, mucho más alto esta vez.

    El volumen pareció aplastar mi histeria. Mis pensamientos se recompusieron ligeramente.

    —¿Eres médico? - pregunté tras una rápida respiración.

    —Soy estudiante de medicina, - dijo él. —¿Conoces a esta chica? ¿Es diabética?

    Traté de procesar las palabras.

    —Diabética. No creo. ¿Estudiante de medicina?

    —Soy del tercer año. Empecé mi interinidad en el hospital hace un mes, - dijo él inclinándose y colocando su oído cerca de la boca de Amy. —Parece hipoglucemia. Crisis de insulina. ¿No sabes si es diabética? ¿Ha comido o bebido algo hoy?

    Diabética. Diabética. La palabra se suspendió durante un momento antes de recordar siquiera lo que significaba.

    —No la he visto nunca tomar insulina, - dije.

    Solté el brazo de Amy y le cogí la mano, miré las puntas de sus dedos. No vi ningunas marcas de pinchazo. Le subí las mangas de la camisa para mirar sus brazos. Sin marcas de agujas ni heridas. Había algunas heridas largas y muy estrechas en su bícep formando una limpia hilera. ¿Era Amy de las que se cortaban? ¿Lo mencionó alguna vez?

    —He dicho que si ha comido o bebido algo hoy. Si es hipoglucémica tiene que comer cierta cantidad de azúcar. Estos espasmos son graves.

    Intenté recordar. Habíamos tomado café por el camino y ella había bebido de esa botella de té en el hotel, pero no había tomado mucho porque decía que estaba amargo.

    «Amargo.»

    Mi mente me avisaba sobre algo de ello.

    «Amargo. Las compras. ¿Qué era?»

    Mi mente intentaba decirme algo.

    «¿Por qué está mi mente intentando decirme algo? Eso no tiene sentido. Yo soy mi mente. ¿Qué sabe ella que yo no puedo saber? Bueno, aparte de todas esas formas útiles para matar gente…

    —Espera, - dije, luego mi boca se abrió del todo.

    Amy había dejado de sacudirse durante un momento. Los espasmos parecian ir y venir.

    —¿Qué? - dijo el estudiante de medicina.

    La información me estaba llegando, pero llegaba despacio.

    »¿Cómo dijeron que murió Comstock? Espasmos por algo. ¿De dónde vino aquel té?»

    La primera vez, alguien tuvo que firmar la entrega de los comestibles cuando se enviaron a la habitación. Esta mañana estaban allí.

    «Té amargo. Botella de plástico. Comstock. ¿Qué era todo aquello?»

    La forense había dicho que Comstock podía haber inhalado gas VX u otra cosa.

    «¿Se puede poner gas en el té? ¿Sería amargo? ¿No debería ser el gas nervioso un gas? ¿Qué era lo otro? Maldita sea, empezaba con Es.

    —Estricnina, - dije al final con una grave voz sombría.

    —¿Estricnina? - repitió el estudiante de medicina, incrédulo. —¿Qué pasa con la estricnina?

    —Podría haber sido envenenada. ¿Sabes lo que es la estricnina?

    —Sí, - dijo él, —es veneno. ¿Cómo ha podido ella...?

    Amy empezó a convulsionarse de nuevo. Los músculos en su pecho y espalda parecían crujir unos contra otros. La forense había dicho que la mayoría de la gente moría al romperse su propia columna.

    —Oh, Dios, - dijo el tipo mirando hacia ella.

    —¿Qué? - pregunté.

    —Esto va ir mal.

    Yo tragué. Él levantó la vista y trató de encontrar al tipo que había llamado al 112 entre la multitud. Estaba aún al teléfono, al parecer relatando los eventos.

    —¿Es el 112? - preguntó el estudiante al narrador. El hombre asintió. —Diles que informen a la ambulancia que es envenenamiento con estricnina. Probablemente querrán preparar la Unidad de Urgencias para su llegada. - el hombre asintió lentamente.

    Yo volví a mirar a Amy. Aparte de los espamos, ella parecía casi apacible.

    «Aguanta.»

    —Es veneno, entoces, - dije. —¿Podemos inducir el vomito?

    El estudiante colocó una mano en la garganta de Amy. —No, - dijo él, —No creo.

    —¿No crees?

    —Quiero decir, no. Si los músculos de la garganta tienen espasmos, la peristalsis inversa es imposible. Se ahogará con el vómito. - sonaba como si estuviese recitando sus apuntes de memoria.

    —¿Qué podemos hacer, entonces?

    —Esperar, - dijo él. —E intentar evitar que se rompa la columna. La estricnina activa todo el tejido músculoesquelético al mismo tiempo, sus músculos se flexionan unos contra otros a la vez. Si entran en un ritmo de oposición, podrían rasgarse o romperle los huesos.

    —Hay cojines allí, - dije, —podemos levantarla del suelo.

    Él meditó sobre ello y dijo, —No, el movimiento puede empeorar los espasmos. - se giró hacia la multitud en general y pidió que trajeran una almohada para la cabeza.

    Algunas personas salieron corriendo.

    «¿Esperar? Esperar.»

    «Amy estaba tendida ahí en el suelo mientras su cuerpo se volvía contra ella, ¿y teníamos que esperar?»

    El estudiante se recolocó y presionó una mano contra el pecho de Amy y la otra contra su estómago, como si la estuviese empujando contra el suelo. Me dijo que le sujetara las piernas, pero las palabras me rebotaron.

    Tuve una idea, pero no la comprendí. Durante un momento me pregunté si me había convertido en mi otro yo, pero me dio igual.

    —Ahora vuelvo, - dije mientras me levantaba.

    Corrí entre el círculo de espectadores y por los pasillos de la tienda. Corrí con todas mis fuerzas, moviendo la cabeza en todas direcciones como un petirrojo para examinar los pasillos por los que pasaba.

    «Material de Oficina. Sillas de Escritorio. Relojes. Cuchillos de Cocina. Filtros de Agua. Ahí.»

    Me detuve en seco y giré para entrar al pasillo y parar delante de los cilindros de filtros de agua. Cogí una caja de filtros de repuesto y empecé a correr de nuevo.

    «Chaquetas de Invierno. Cepillo de Dientes. Palas. Baterías de Coche. Libros. DVD. Vino. Tartas. Carne. Gambas Frescas. Botellas de Agua.»

    Me detuve de nuevo, saqué el cuchillo y corté el envoltorio de plástico de un gran paquete de agua embotellada. Cogí dos botellas y volví hacia el área de la farmacia. Ahora un gerente de la tienda entraba en la escena tratando de acordonar a los espectadores lejos de Amy y el estudiante de medicina. Me deslicé entre la multitud y derrapé sobre mis rodillas hasta el lado de Amy. Puse las dos botellas de agua en el suelo. Rasgué la caja de filtros de repuesto y saqué un cartucho de plástico blanco. El estudiante de medicina, y todos cuyas caras yo podía ver, me miraban como si me hubiese vuelto loco.

    Si hubiese tenido tiempo, les habría ladrado.

    Saqué el cuchillo, coloqué el filtro de agua en el suelo y apuñalé el lateral con el cuchillo. La hoja se detuvo al chocar contra algo seco y arenoso. Con un movimiento de sierra corté la parte superior del cartucho y lo dejé a un lado dejando una especie de copa improvisada de plástico en mi mano. Dentro de la copa había un polvo negro ligeramente cristalino mezclado con algunas bolitas de plástico. Yo no tenía ni idea de lo que eran esas bolitas, pero el polvo negro era carbono puro. Carbón activo. El estudiante de medicina sujetaba el torso de Amy contra el suelo, otra persona le sujetaba las piernas por los tobillos. Cuando el estudiante se dio cuenta de lo que yo estaba haciendo, dejó escapar una risita.

    Vertí algo del carbón en el suelo para hacer espacio en la copa del filtro y la llené de agua de una de las botellas. Cubrí la parte superior con una mano y agité el filtro para que se mojaran las partículas de carbono. Vertí el cieno arenoso directamente en la boca de Amy, seguido de más agua de la botella. El estudiante mantuvo abierta la boca de Amy y le levantó ligeramente la cabeza. Ella tosió algunas veces, pero tragó.

    —¿Para qué has hecho eso? - preguntó el hombre que sujetaba las piernas de Amy.

    El estudiante de medicina giró la cabeza hacia él y dijo, —El carbón activo absorbe el veneno en el estómago para que no se metabolice. La mayoría de la gente lo toma en tabletas.

    —Yo no soy la mayoría de la gente, - dije, volviéndome a levantar y retirándome del grupo.

    Me exprimí a través de la multitud y me acerqué a un miniedificio blanco que hacía de tienda farmaceútica. Busqué a la gente en batas blancas, pero la habitación estaba vacía. Me di la vuelta y vi que todos los farmaceúticos estaban entre la multitud, destacando como granos de sal en un montón de pimienta.

    —Necesito Diazepam, - dije desde la ventana de la farmacia lo bastante alto para que me oyeran los farmaceúticos —O Pavulon.

    El anillo exterior de la multitud se giró hacia mí, farmaceúticos incluídos. El mayor de ellos, un hombre con pelo cano caminó hacia mí.

    —¿Necesitas qué? - me preguntó.

    —Diazepam, - repetí.

    —¿Es para ella?

    No, sólo estoy aprovechando que ahora no hay cola. ¡Pues claro que es para ella!

    Él miró a su alrededor, nervioso y confundido. —No puedo entregar medicinas sin la autorización de un doctor...

    —¡Es una emergencia! - interrumpí.

    —Aún así. Sólo un doctor puede saber lo que ella necesita.

    Suspiré. Me giré, abrí la ventana de la farmacia un poco más y salté sobre el mostrador hacia dentro de la farmacia.—¡Hey! - dijo el tipo.

    «¿Qué iba a hacer para detenerme?»

    Miré por la estantería, cientos de botellas blancas sobresalían en el borde de cada estante. Intenté buscar algún sentido en la clasificación de los medicamentos, asumiendo incorrectamente que estaba todo en orden alfabético. Tras unos setenta segundos, me tropecé con el Diazepam. Cogí la botella entera y salté de vuelta al pasillo empujando al farmaceútico y a sus protestas. Crucé entre la multitud y regresé con Amy y los hombres que la sujetaban.

    Le enseñé la botella al estudiante de medicina con la etiqueta hacia él y dije, —¿Cuánto?

    Él entornó los ojos para leer la etiqueta, miró a Amy, luego me miró a mí.—¿Qué eres tú? - me preguntó.

    —Único, - dije. —¿Cuántas píldoras?

Capítulo 51

    

Capítulo 51

    Las sirenas golpeaban mi cabeza en contínuos intervalos mientras rebotaba en la parte trasera de la ambulancia. Daba demasiados saltos para poner una vía intravenosa, así que habían amarrado tensamente a Amy, le habían inyectado algo en la pierna y le bombeaban oxígeno por la boca con una cosa de plástico transparente.

    Intenté no advertir que le habían cortado y retirado la camisa.

    «Alguien ha intentado envenenarme y ha envenando a Amy en mi lugar.»

    Su cuerpo estaba fuera de control. Su mente estaba encerrada en una prisión de convulsiones.

    Observé la pantalla de un monitor instalado en el lateral del vehículo. Las líneas danzaban su alegre baile. Fue entonces cuando supe que aquella era mi vida ahora. Por mucho que intentase huir de ella, mi vida nunca sería tranquila. Algo en mí parecía convocar el desastre y manifestarlo a todos los que me rodeaban.

    Abandoné toda esperanza de tener una vida normal y sólo confié en que mi maldición no salpicara a ninguna persona próxima a mí nunca más. No quería que Amy muriese. No podía permitir que ella tomara esa bala por mí.

    La ambulancia frenó en seco y se abrieron las puertas de golpe. El caos se amplificó. Chaquetas blancas y trajes verdes gritaban de un lado a otro entre abrigos azules. Todo se movía, todo el mundo hacía ruido. No podía seguir la pista de todo aquello.

    —¿Es esta la envenenada? - Fuera de la ambulancia.

    —Amy Westbourne, 16. Supuesto envenanimiento oral de estricnina. Espasmo muscular, espasmo esofágico difuso. - Puertas automáticas.

    —Pulso de oxígeno 88 y cayendo. - Pasando un mostrador.

    —Veinticinco de diazepam y dosis desconocida de carbón activo administrada oralmente en la escena. Diez centilitros de Fenobarbital administrado en ruta. - Doblando una esquina.

    —Trauma tres despejado. ¿Alguna idea de cuánta estricnina ha ingerido? - Aparece más gente.

    —Dadme una línea de sales con dos mililitros de diazepam y setenta de dantroleno. - Cruzando unas puertas dobles.

    —Tenemos que entubar. - Pasando una sala de espera, las cabezas de la gente siguen el movimiento.

    —No, con ECV no. Sigue embolsando. - Más puertas. Cortinas y camas por todas partes.

    —¿Quién es el chico, un familiar? - Último grupo de puertas. Aún más gente.

    —Su novio, creo.

    —¿No es un día de escuela?

    —Señor, ¿sabe cómo ha sido envenenada?

    Me imaginé que la voz me estaba hablando a mí, así que respondí sin buscar la fuenta, —Bebió de una botella de té. Dijo que estaba amargo. Diez minutos después se quejó de un dolor de cabeza, después de otros diez minutos se le encajó la mandíbula y cayó al suelo.

    —¿Lo reconociste como un envenenamiento con estricnina y le diste carbón activo y Valium tú solo?

    El camillero se detuvo junto una cama con ruedas. Cuatro personas flotaron alrededor y deslizaron a Amy hacia la cama.Me giré para mirar con quién estaba hablando, era una doctora, de unos cuarenta años.

    —Sí, - dije. —Quiero decir, no. Había un tipo allí, un estudiante de medicina.

    La mujer asintió, luego se giró a una enfermera y dijo lo que creí que fue, —Trae al Pepe aquí abajo.

    La enfermera asintió y salió por una serie de puertas detrás de ella. Otra enfermera puso una vía IV en el brazo izquierdo de Amy, otra quedó sobre su cabeza y apretó la bolsa de plástico que bombeaba aire en su boca y nariz. Algunos doctores gritaban indicaciones de un lado a otro.

    —¿Va a ponerse bien? - pregunté a la doctora que había hablado conmigo.

    —Aún no lo sé, - dijo ella, —le estamos poniendo anticonvulsivos para evitar los espasmos musculares, pero sus pulmones no están funcionando adecuadamente. No tiene tanto oxígeno como debería. No podemos entubarla ahora mismo porque su garganta se abre y se cierra. Si eso no se detiene habrá que realizar una traqueotomía.

    La doctora se apartó de mí y se acercó a Amy, una agitación de manos se movía a su alrededor. Amy yacía allí, inmóbil, como un muñeco RCV, hasta que otra ronda de espasmos superaba el efecto de las drogas y se agitaba y tiraba de las correas como si estuviese siendo electrocutada.

    Mi mente me dijo que saliera de allí, que algo iba mal.

    Sabía que debería llamar al padre de Amy y que debería llamar a mi madre para asegurarme de que no tocaba nada de la comida nueva.

    Aunque había algo más.

    «¿Quién es Pepe? Trae al Pepe aquí abajo», no dejaba de repetir eso en mi cabeza. «¿Conozco a Pepe? ¿O había dicho DP, departamento de policía?»

    Una chica resulta envenenada con un siniestro químico utilizado casi exclusivamente para envenenar a la gente y resulta que soy capaz de identificarlo y aplicar un tratamiento. Eso podría pintar mal. Los polis querrían hablar conmigo. Querrán saber de dónde vino la estricnina, cómo se metió dentro de una botella de té que técnicamente era mía. El hecho de que yo estuviese en la lista negra de un asesino con acento escocés que había usado el mismo veneno para matar a mi director de instituto la noche antes, probablemente no facilitaría las cosas tampoco.

    También se preguntarían por qué no estábamos en clase, si es que eso suponía alguna diferencia.

    Empecé a retroceder y a salir por la puerta por la que había entrado, cuando noté que estaba agarrando el bolso de Amy en mi mano. Lo dejé sobre un carrito de suministros junto a la puerta y me escabullí hacia el pasillo. Saqué el teléfono móbil del bolsillo, la pantalla estaba apagada. Intenté encenderlo pero no ocurrió nada.

    «Miércoles. Se suponía que iba a comprar un cargador nuevo para el teléfono.»

    Caminé hacia la sala de espera principal de urgencias y encontré un teléfono de pago. Metí la tarjeta de débito en la ranura y llamé al número de móbil de Rubino.

    Cuatro tonos. —Rubino.

    —Soy Baker. Tienes que venir a recogerme al Hospital Mary Washington.

    —¿Yo, uhh, por qué?

    —Para que puedas llevarme a Quantico y le meta tres balas a Schumer.

    —Vale, - me dijo, —¿Algún motivo en particular?

    —Para que me diga quién es el tipo que contrató para cargarse a Comstock, - dije.

    —¿Qué, ha ido a por ti? - preguntó Rubino con cierta preocupación.

    —Alguien puso estricnina en la comida que enviaron a mi habitación. Amy tomó un poco...

    —¿Ella está bien?

    —Está en Urgencias ahora mismo, dicen cosas sobre abrirle un agujero en la garganta para que pueda respirar. ¿Vas a venir a recogerme o no? Tengo que salir de aquí antes de que me encuentre la policía y empiece a preguntarse por qué había veneno en mi té.

    —Puedo ocuparme de la policía, por centésima vez, - dijo él. —También puedo enviar a Bremer a tu hotel con algunos hombres para ver cómo está tu madre y vigilar el lugar.

    —Vale, bien, - dije. —Ese tipo probablemente intentará ir a por mí de nuevo cuando descubra que aún sigo caminando.

    —De acuerdo, - dijo Rubino, —Estaré allí en unos minutos. - colgó.

    Yo colgué. Paseé por la sala de espera.

    «Estricnina. Maldita sea todo, alguien ha intentado envenenarme. Un asesino a sueldo chiflado. ¿Qué es esto? Esto no es normal. ¿Todo esto es porque soy el producto de algún loco programa para construir soldados preprogramados desde cero?»

    Sentí que me iba a explotar la cabeza. Llevaba más de 24 horas sin dormir y sentía el cerebro como musgo. Habían puesto a Amy en Urgencias porque era incapaz de respirar por sí misma, mi padre estaba muerto. Quería encontrar a Schumer llevando conmigo la ira de una tormenta de fuego. Quería que todo aquello desapareciera, que me contara lo que estaba pasando, obligarle a cancelar el trabajo del asesino y recuperar mi vida.

    Rubino llegó por fin a la entrada de Urgencias, me vio y caminó hacia mí.

    —Enhorabuena, - dijo él, —parece que has conseguido cabrear a un asesino a sueldo.

    —Eso parece, - dije con los brazos cruzados, tratando de contener el rugido de mi estómago e ignorando la voceante locura en mi cabeza.

    —Supongo que no te sorprenderá que el informe del laboratorio sobre la causa de la muerte de Nathan Comstock diga que fue por…

    —Estricnina, - dije.

    —Puedes apostarlo, - dijo Rubino. miró a su alrededor, —¿Cómo está tu chica?

    —No lo sé, - dije sinceramente, —Tengo miedo de entrar ahí. Además, la policía tendrá preguntas que no puedo responder.

    —De acuerdo chavalote, - dijo él poniéndone una mano en mi hombro. —Vamos a aguantar la tormenta.

    Mi papá solía llamarme chavalote.

Capítulo 52

    

Capítulo 52

    Hospitales.

    Casi todo el mundo empieza y termina su vida en el mismo edificio. No era tan espeluznante, parecía ligeramente poético

    Sin haber dormido absolutamente nada, todo a mi alrededor zumbaba en el límite de mi atención. Me sentía como un árbol atrapado en el tiempo mientras el mundo evolucionaba y se movía a mi alrededor, sentado en una dura silla de plástico mientras el Agente Especial Rubino hablaba por su teléfono móbil.

    Amy aún estaba en Urgencias, su padre venía de camino y nada de aquello tenía sentido. Observé a Rubino cruzando la sala de la espera, paseando de un lado a otro en su barato traje negro. Aunque estaba muy seguro de que estaba involucrado de algún modo en la muerte de mi padre, sentía que él era una de las pocas personas con las que podía contar. Todos mis conocidos del instituto habían desaparecido del mapa después de haberme convertido en el chico del papá muerto. En las últimas semanas, las únicas personas de las que había sido capaz de hablar con Amy habían sido mis dos lapas del FBI.

    Cuando más tiempo me quedaba allí sentado, más me daba cuenta de la gravedad de la situación. Había estado bastante cómodo con la idea de que hay en realidad asesinos a sueldo en el mundo, (un hecho que habría discutido como propio de la ficción un mes atrás) y no parecía desconcertarme haber matado a uno de ellos y que otro hubiese intentado matarme.

    «Estricnina en el té, ¿qué es eso? Si hubiese querido matarme, por qué no me esperó en la puerta de la habitación del hotel para dispararme en la cara cuando saliera?»

    Era ilógico.

    Quise hacer algo. quise un arma en mi mano y cuerpos a mis pies. Quería extraer la verdad de labios moribundos.

    Aunque ahí estaba, sentado en la sala de espera del hospital mientras Amy luchaba por oxígeno.

    —Han recogido toda la comida de tu habitación de hotel y la están analizando, - dijo Rubino mientras se acercaba y se sentaba en una silla frente a mí. —Si fue eso lo que estaba envenenado, puede que haya algunas huellas en los envases.

    —¿Es eso probable? - pregunté.

    —No, - dijo Rubino llanamente.

    —¿Y mi madre, está bien’?

    —Sí, Bremer está allí con la policía local y algunos tipos del laboratorio. Dice que tu madre está desayunando abajo.

    Me alegró oír eso, aunque odié que ella tuviese que pasar por más de aquel sinsentido. No había hablado en serio con ella desde que había descubierto todo esto, sólo conversaciones para pasar el tiempo. Ni siquiera sabía lo que ella pensaba de mí. Ni siquiera sabía lo que yo pensaba de mí.

    —¿Algún progreso sobre quién estuvo detrás de esto? - pregunté.

    Rubino dijo, —Alguno. Esa, uh, profesión no es exactamente mi departamento o el de Bremer. Hemos tenido que traer gente de DC. Están investigando a Dingan y trabajando hacia atrás para ver si su nombre y huellas resuelven algo.

    —Entonces no hay nada realmente útil ahora mismo, - dije.

    —Cierto. Aunque parece que ambos sabemos que Schumer es el hombre encima de todo esto.

    Exacto, Schumer. El tipo para el que trabajaba mi padre. El tipo con la idea de usar desesperados padres infértiles para cultivar cosechas de inocentes ratas de laboratorio.

    —¿Crees que este tipo venía a por mí por motivos personales o como parte de su contrato? - pregunté.

    Rubino negó co la cabeza. —Todo eso son aguas inexploradas para mí, Chris.

    —¿Crees que necesito protección?

    —¿Crees que la necesitas?

    —Podría ser.

    El que quería muerto a Comstock, fuese Schumer o no, claramente no era un fan suyo. Le podía haber despachado con un disparo en la cabeza con ese .22, en vez de con un veneno letal que te mata rompiéndote la columna o aplastándote los pulmones o por estrés de espasmos musculares incontrolables.

    Podía pasarle a Amy.

    Agujas de culpabilidad me atravesaron una vez más. Odiaba lo que ella debía de estar pasando. Debería haberme pasado a mí. Quizá las muertes se detendrían conmigo. El veneno iba destinado a mí. Si no hubiese sido por mí, Amy estaría bien ahora. Pero si yo no hubiese sabido nada del carbón activo y el diazepam, probablemente ella ya estaría muerta. Ella estaría mejor sin mí, obviamente, aunque siempre consiguese salvarla.

    «No, no soy yo quien la salva, es el otro yo. Yo sólo soy el que la mete en situaciones peligrosas, y es el Chris soldado quien sale siempre a la superficie para sacarla de ellas. Así que no es que estuviera mejor sin mí, es que ella (los dos) estaríamos mejor sin esa mitad de mí. La mitad aburrida del mundano adolescente.»

    Aunque ahora me parecía extraño que un soldado medio supiese como tratar ese envenenamiento. Si el propósito del programa era como había dicho Schumer, lo único que yo debería saber sería abrillantar botas y escalar por una cuerda. ¿En qué parte del entrenamiento estándar de un Marine aprende uno a burlar una barra de seguridad en una puerta, o interrogar a alguien con una grabadora, o colarse en una habitación de hotel, o aplicar tratamiento paliativo de envenamiento por estricnina?

    —La única razón que se me ocurre por la que necesitase saber cómo tratar esa clase específica de envenenamiento es que también supiese como suministrar el veneno. No se puede enseñar a alguien a armar una bomba sin decirle cómo desarmarla… - le dije a Rubino.

    —Vale, bien…

    —Así que parte de mi programa debía de incluir uso de estricnina. ¿Por qué necesitaría yo saber algo así?

    Rubino me miró confundido. —Creí que lo sabías.

    Intenté descifrar lo que significaba eso, pero oí abrirse las puertas detrás de mí y los pies de un hombre pisando contra el suelo. Me giré y vi al padre de Amy parar en la entrada durante un momento y mirar a su alrededor. Localizó el mostrador de recepción y se encaminó hacia él.

    —Tío… - dije.

    —¿Qué? - preguntó Rubino.

    —¿Qué vamos a contarle? - pregunté.

    —¿Ese es el padre de la chica?

    —Sí. ¿Cómo le explico que fue envenenada por un tipo cabreado por haberle apuñalado en la pierna la pasada noche?

    —No estoy seguro. ¿Le llamaste tú?

    —No, deben de haber conseguido el número de su casa en el teléfono móbil, - dije.

    —Alguien le dirá que estabas con ella. ¿Te conoce?

    —Solo como un tío que va a veces con su hija. Era un Marine, pensamos que podría haber estado en las Fuerzas Especiales. Podría matarme.

    —Que ya es decir. - dijo Rubino, se pasó una mano por el pelo. —Ya veremos, - dijo antes de levantarse y acercarse al Sr. Westbourne, que trataba frenéticamente de conseguir información de la enfermera detrás del escritorio.

    Me quedé sentado en la dura silla de plástico en la escasamente poblada sala de espera.

    La carencia de sueño me estaba atrapando, aplastó mi mente como mantas mojadas.

    Intenté combatir el sueño.

Capítulo 53

    

Capítulo 53

    Era como otra vida. El día de graduación. El mundo reunido por fín. Amigos animando cuando pronuncian mi nombre, Amy me espera en el coche después de los saludos y las despedidas. Hablamos sobre lo que haremos esa noche: podemos ir a la fiesta con todo el mundo o podemos simplemente conducir por ahí. Le cuento a su padre que el mío me va a llevar a comprar un coche nuevo al día siguiente. Es el regalo de graduación. Siento que mi vida es tal y como podriia ser. Amy y yo conducimos con las ventanillas bajadas, hablamos sobre todo lo que nos salta a la mente. Me rio de un chiste que hace, saco un arma que llevo a la espalda y le disparo.

    Despierto con dolor de cuello y hambre en el estómago.

    Me había quedado inmóbil y el hospital se había movido a mi alrededor. Una multitud nueva de gente estaba sentada en la sala de espera; No veía a Rubino ni al papá de Amy en ningún sitio.

    La sala de trauma donde Amy había estado estaba vacía.

    Saqué el teléfono del bolsillo para comprobar la hora, pero recordé que estaba muerto. Miré a mi alrededor en busca de un reloj pero no encontré nada. Todo parecía distante, fuera de alcance. Me pregunté si aún estaba soñando. Decidí que si estaba soñando no podría preguntarme si estaba soñando. Debía de ser el cansancio y el hambre. ¿Podía preguntar lo que le había pasado a Amy? ¿Era esa una de las cosas que no podía decirme la gente?

    Me quedé en medio de un pasillo y cerré los ojos, esperando a que mis ideas se compusieran. Oí mi nombre.

    Abrí los ojos y alcé la vista para ver a Rubino, su placa del FBI pendía a un lado en su cinturón. Parecía cansado y decepcionado.

    —¿Qué ha pasado? - le pregunté cuando estuvo lo bastante cerca.

    —Te quedaste dormido. Te hacía falta.

    —Me refiero con Amy, - dije pellizcando el puente de mi nariz.

    —Ah. La han trasladado a la UCI para observación.

    «UCI. Unidad de Cuidados Intensivos. La I es por Información.»

    Sonreí por un segundo.

    —¿Y está bien? - pregunté.

    —Más o menos. Dijeron que han tenido que dejar el tubo de la respiración y que es hipotensa. O hipertensa.

    —¿Aún tiene espasmos?

    —Creo que sí, pero le han dado drogas paralizantes.

    —Vale, ¿por dónde se va a la UCI?

    Rubino hizo una pausa. —Uhh, no creo que sea buena idea que subas ahí arriba, - me dijo.

    —¿Qué? ¿Por qué?

    —¿Porque su padre dijo: "No dejen que ese chico suba aquí arriba"?

    —¿Está enfadado conmigo?

    —Sí.

    —¿Por qué? ¿Qué le has contado?

    —Que su hija comió algo en tu habitación de hotel y que había veneno. Creo que todo lo que oyó fue habitación de hotel y veneno.

    —¿Entonces no le mencionaste la destrucción y muerte que dejo a mi paso?

    —No.

    —¿Y aún así está enfadado conmigo?

    —Correcto.

    —Bueno, pues aún así debería ser capaz de verla, - protesté.

    —No a menos que quieras que te machaquen. Además, No hay gran cosa que ver de todos modos, está durmiendo y con tubos por todos lados.

    —¿Y qué se supone que voy a hacer, esperar?

    —Vuelve al hotel. Duerme algo y come comida sin veneno.

    —No, quiero ir a ver a Schumer y sacarle algunas respuestas.

    —No.

    —¿Cómo que no? ¿Qué? ¿Lo necesitamos vivo?

    —No, pero no podemos conectar a Schumer con nada de esto. Además, si te quisiera muerto, lo cual es improbable, no deberías entrar marchando en su territorio con sueño y un estómago vacío.

    —Entonces, ¿como algo, duermo y luego le mato?

    —Nadie va a matar a nadi...

    —¡Todo el mundo está matando a todo el mundo! - dije.

    —Ya no.

    —¿Estás seguro? Porque, excepto tú y tu compañero, no puedo pensar en nadie que haya conocido en el último mes que no haya muerto o intentado matarme. Empiezo a preguntarme si eres uno de los que mueren o de los que intentan matarme.

    Rubino sonrió. —Matarte no es mi trabajo.

    —¿Y cuál es tu trabajo? - pregunté.

    Él mantuvo su sonrisa. —Sólo estoy haciendo un favor personal. Ahora deja que te lleve donde tengas el coche.

    En una hora estaba en mi coche y de vuelta al hotel. En recepción había una oficial de policía uniformada charlando con personal del hotel. Arriba en el pasillo de mi planta, dos polis montaban guardia fuera de mi habitación. Me miraron en cuanto salí del ascensor. Cuando me aproximaba a la puerta, uno de los dos polis levantó una mano para detenerme. Sólo por diversión intenté imaginar cuántos segundos me llevaría derribar a esos tíos al suelo, pero decidí ser educado y anunciar que vivía allí.

    El Agente Especial Bremer, estaba dentro de la puerta hablando con alguien en la cocina y oyó mi voz, se giró y le dijo a los oficiales que podía pasar.

    Dentro de la suite había cuatro polis más y cinco tipos del FBI. Parecía un cóctel para las fuerzas del orden, pero en vez de martinis con limón y sacacorchos, la gente de azul mezclaba químicos en botellitas de vidrio.

    Mi madre estaba sentada en uno de los sofás frente a la TV charlando con alguien que llevaba una libreta. Cuando me vio, se levantó y corrió para abrazarme delante de una flota de personal de las fuerzas del orden.

    —¿Cómo está tu amiga? - preguntó.—Bastante bien, creo. Está en la UCI.

    —¿No tomaste nada de la comida?

    —No, como se puede apreciar por el hecho de que estoy vivo.

    La puerta de la nevera estaba abierta y todo su contenido o estaba en el mostrador de la cocina o en la mesa o en grandes bolsas transaparentes.

    Bremer se acercó.—Hay estricnina en casi todo, - dijo. —Las mayores concentraciones estaban en las botellas del té. Ninguna en el agua.

    —Las botellas estaban selladas, ¿cóno metió eso dentro?

    Bremer agarró una de las botellas de té de la mesa y me la mostró señalando el plástico justo bajo el margen y la tapa. Había un bultito que sobresalía del plástico, como un granito en la botella. —Perforó el plástico con una aguja, inyectó estricnina líquida y selló el agujero con pegamento.

    —Diligente, - dije.

    —Hemos interrogado a todo el personal y gerencia del hotel. Nadie vio a nadie entrar con una caja de alimentos y el personal de entrega dice que no vieron ningún pedido de comida de tu habitación de la noche pasada.

    Aquel tipo debió de haberme seguido desde la casa de Comstock, averiguó la habitación en la que estaba, vio la lista de la compra y aprovechó la oportunidad. Compró toda la comida de la lista por su cuenta y le puso a todo un lacito de estricnina.

    La idea de un asesino con la herida de un cuchillo en la pierna en la tienda de comestibles, buscando té verde y barritas de cereales me pareció un poco absurda. El tipo debía de tener un depósito entero de estricnina en alguna parte.

    Le conté todo esto a Bremer y me dijo que ya lo tenían cubierto. —Sabemos que para que te haya seguido, debía de tener un coche cerca de la casa de tu director de instituto. También tenemos a un equipo revisando las cámaras de seguridad de las tiendas cercanas.

    —Si esto es por venganza de lo de anoche, podría haberle dado una patada a la puerta y dispararme en la cama.

    —Podría ser. Quizá tenga predilección por la estricnina. Si es un patrón, podríamos usarlo para rastrearle. Ya estamos revisando casos de envenenamiento por estricnina en la historia reciente. Realmente no sé por qué ibas a ser tan popular, - dijo Bremer rascándose la frente.

    Intenté pensar de nuevo sobre toda la gente que en realidad me podría querer muerto. No tenía sentido que Schumer hubiese puesto un precio a mi cabeza; Tenía cierto sentido que hubiese querido matar a Comstock por ser un idiota pero, ¿contratar a un asesino como acto de castigo por haber cometido el error de contratar a un asesino? Si no era Schumer, ¿quién me quería muerto? ¿El loco de la Interpol, Pratt? Quizá era la gente a la que mi padre iba a vender el programa de Schumer. Considerando el extraño interés de Bremer y Rubino en descubrir exactamente cómo funcionaba el programa, empecé a preguntarme si eran ellos a los que mi padre iba a venderles los secretos. ¿Podía ser Bremer, Rubino, o ambos, los que estaban detrás de esto? ¿Qué significaba un favor personal?

    Me estaba dando a mí mismo dolor de cabeza.

    Si los chicos del FBI realmente me quisieran muerto, podían haberme empujado en una esquina y dispararme en la cara con una arma irrastreable.

    Pero todo en lo que pensaba en el fondo de mi mente era en Amy. Habían paralizado sus músculos para evitar que se rompieran solos. ¿Y si despertaba y aún estaba paralizada, incapaz de moverse, con un tubo bajando por su garganta, sufriendo dolor. Una mente atrapada en un cuerpo inútil.

    Me dije a mí mismo que eso no podía suceder.

    La suite del hotel aún estaba atestada de agentes del FBI y policía, y todo lo quería hacer era dornir. También necesitaba comer, pero dudaba que me sintiera seguro para comer durante un tiempo.

Capítulo 54

    

Capítulo 54

    Tuve algunas horas de incómodo e inútil sueño semiconsciente que la gente reserva para los viajes de avión y los sofás de los amigos. Bremer y algunos forenses del FBI aún estaban en la suite, pero toda la policía se había marchado. Me fastidió que tuviese que ponerme la misma ropa que había estado llevando, pero ahora era demasiado tarde para ir de compras.

    Mi estómago prácticamente se estaba digiriendo a sí mismo. Había en la mesa de la cocina una bandeja de sandwiches de croissant que miré con cautela.

    —No te preocupes, - dijo Bremer, —pusimos a algunos oficiales de policía en la cocina para vigilarles mientras los hacían.

    No supe si iba de broma o no, pero no vi a nadie retorciéndose por el suelo por sobredosis de estricnina, así que lancé la cautela al viento y me comí un seco sandwich turco, luego uno de ternera y otro de pavo.

    Los forenses del FBI parecían estar recogiendo. Todos marcharon con sus bolsas en maletines de metal y la cocina quedó vacía.

    Busqué a mi madre y no la vi, pero la puerta de su habitación estaba cerrada, de modo que asumí que se había ido a dormir. Bremer se sentó a la pequeña mesa de la cocina frente a mí.

    —Te estás preguntando lo que se supone que tienes que hacer ahora, - dijo.

    —Vas a decirme que estamos esperando a que lo intente de nuevo, - respondí.

    —Eso es lo que estás haciendo tú. Nosotros esperamos encontrarle primero. El DP local está en ello y nuestra gente también está buscando. Ayudaría si pudieras darnos una mejor descripción del tipo.

    —Ya te lo he dicho, Nunca pude echarle un buen vistazo a su cara. Parecía de altura media, constitución media y cierto acento. Escocés, creo.

    —Bueno, acabas de describir media Escocia.

    —Tenéis una muestra de sangre. Analizadla o algo así.

    Bremer se rascó la mejilla —No funciona realmente así. Podríamos intentar buscar su ADN, pero necesitamos algo con lo que compararlo.

    —¿Huellas en el arma?

    —Sólo las tuyas.

    —¿Cámaras de seguridad del hotel?

    —Apartó la mirada en todas las cámaras.

    —¿Tiendas de comida? - pregunté.

    —Ya hemos puesto al DP en eso. La mayoría de las tiendas más pequeñas no mantienen cuentas indexadas. Hay que buscarlas a mano.

    —Si ocurre que me tropiezo con este tipo y le disparo, ¿dónde me coloca eso con la ley? - pregunté.

    —¿Es que vas a ir a por él?

    —No, necesito comprar ropa y volver al hospital. Si me asalta al doblar la esquina e intenta salpicarme con estricnina o algo, puedo dispararle, ¿no?

    Bremer suspiró y dejó caer la cabeza sobre la palma de la mano.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    La mañana siguiente, después de más sueño inútil, salí a comprar ropa y a visitar a Amy al hospital. Me metí en el coche, saqué el arma de mis pantalones, y la deslicé entre la palaca de cambios y el asiento del pasajero. Si la necesitaba, podía agarrarla y disparar por la ventana en un movimiento Compré algunos pantalones y camisas de camino al hospital.

    En la recepción pregunté dónde estaba la UCI. La dama me dijo que sólo los familiares podían visitar a la gente en la UCI. Le dije que quería visitar a mi hermana, Amy Westbourne. La mujer tecleó en un ordenador y me anunció que Amy había sido trasladada a una habitación normal esa mañana. Me dio el número.

    Tras navegar unos minutos por el hospital, encontré la planta, ala y habitación correctas. Me detuve fuera de la puerta durante un rato, escuchando para oir si el padre de Amy estaba allí y pensar en lo que iba a hacer. Todo mi interior me decía que debería sentirme horrible, asustado, culpable de que casi había hecho que mataran a Amy. Aunque no sentía nada. Sabía cómo debería sentirme, pero no podía hacerme sentirlo.

    «Quizá solo soy un robot.»

    Tras unos minutos, respiré hondo y entré.

    Allí estaba Amy. Bajo las sábanas de una cama en medio de una salita de hospital de color pardo y conectada a más tubos de los que podía contar. Estaba dormida, su piel era pálida y su pelo alborotado hacia atrás.

    «Está dormida.»

    No había anticipado eso. Pensé en lo que hacer durante un rato, luego decidí sentarme en las sillas para visitas junto a la ventana. Me quedé sentado durante unos minutos, usé el baño junto a la habitación, me senté un poco más. Casi me estaba quedando yo mismo dormido cuando oí un débil voz distante.

    —Estás aquí, - dijo ella.

    Me levanté bruscamente y crucé la habitación. Estaba despierta, sonriendo casi estúpidamente.

    —Estoy en todas partes, - dije. No sabiendo muy bien qué decir, simplemente pregunté, —¿Estás bien?

    Amy cerró los ojos durante un momento y sonrió ligeramente. —Más o menos, - su voz era débil y ronca.

    —Dijeron algo de una traqueto...traqueonto... de abrirte un agujero en la garganta para que pudieras respirar.

    Ella se llevó lentamente la mano a la garganta y la rozó con dos dedos. —Ouch. No, sólo me metieron un tubo por la garganta durante un rato; eso no me gustó nada. Después de un rato dijeron que estaba respirando por mí misma y lo me quitaton el tubo. Eso tampoco me gustó nada.

    —Respiraste, entonces toda la estricnina salió de tu sistema.

    —Supongo. Ya no me dan calambres. - levantó ambos brazos unos centímetros y los dejó caer sobre la cama.

    Suspiré de alivio. —Entonces te vas a poner bien, - dije.

    —Eso es lo que me dicen. Sólo tengo que permanecer aquí hasta que mis músculos regresen.

    —¿Regresen? - pregunté.

    —Dicen que me rompí la mayoría de los músculos esqueléticos por ese bailecito en Costco. ¿Has tenido alguna vez agujetas? - giró su mano derecha alrederor de la muñeca para indicar su cuerpo entero.

    —¿Por todas partes?

    —Como poco, - ella continuó, —Si no vinieran a inyectarle morfina a ese chisme cada hora. - movió el codo derecho y asintió a la vía IV que entraba en su antebrazo.

    Un tubo transparente salía de ella y doblaba hasta detrás de la cama, atravesaba una máquina de apariencia complicada y luego llegaba hasta una bolsa de plástico que colgaba de un poste plateado. Había una bolsa más pequeña junto a la primera; el tubo de esa se unía a la vía principal con un conector en Y. La grande era salina, la otra eran proteínas y vitaminas.

    —La agujetas se deben parcialmente a la reconstrucción del músculo después de romperse. Cuando se reconstruye se sobrecompensa y el músculo crece. Podrías quedarte bastante cachas después de todo esto. - dije.

    Amy dio una carcajada. —No hay mal que por bien no venga, supongo.

    Tras unos segundos, pregunté, —¿Cuánto sabes de lo que pasó?.

    Se lamió los labios secos y dio unas respiraciones. —Estricnina. ¿No es eso lo que dijero que podría haber tomado Comstock? - asentí —Y que estaba en el té de tu habitación de hotel. - asentí de nuevo.—Te dije que estaba de lo más asqueroso, - dijo ella. —Ese irlandés intentó matarte pero me mató a mí, entonces.

    —Casi te mata, - dije.

    —Cierto. Pero porque sabías exactamente lo que hacer.- asentí. Miré el tubo en el brazo de Amy. Amy tragó. —¿Fuiste tú o el otro tú?

    Alcé la vista hacia sus ojos. —¿El Yo Que Mata? - pregunté. —No estoy seguro. Podría haber sido algo que oí antes, o podría ser parte de lo que sea que Schumer y mi papá hicieron en mi cerebro. No sé por qué un programa diseñado para saltarse el periodo en el campo de entrenamiento incluiría primeros auxilios para venenos especiificos.

    Ella se encogió de hombros. —Nunca he oído sobre recortar un filtro Brita y verterlo en la garganta de nadie.

    —¿Recuerdas todo eso? - pregunté.

    Ella rodó los ojos al cielo ligeramente, pareciendo pensativa. —Me acuerdo de tu teoría zombie y una jaqueca. Luego mi mandíbula dejó de fucionar, pero después de eso se junta todo en una nube.

    —¿Como si te hubieses desmayado o simplemente sin ser consciente de lo que estaba pasando?

    —Creo que estaba consciente. Recuerdo estár consciente, pero no de qué era consciente.

    —¿Entonces cómo sabías lo del filtro Brita?

    Ella sonrió. —Me lo dijo mi padre. Dice que un agente del FBI se lo contó y que le habló sobre lo que ocurrió en la casa de Comstock, pero nada más. ¿Fue uno de tus agentes?

    Asentí. —Rubino vino aquí.

    —¿Para qué? ¿Solo para contárselo a mi papá?

    —No, no lo sé. No sabía a quién más llamar. Necesitaba que me llevaran porque mi coche aún estaba en Costco.

    —¿Que te llevaran adónde?

    Bajé la vista de nuevo, me giré y acerqué una de las sillas a la cama para poder sentarme.

    —A ver… a Schumer, - dije después de sentarme.

    Amy quedó en silencio durante unos segundo, —Oh. ¿Fuiste?

    Negué con la cabeza. —No. Aunque estuvo bien que Rubino viniera, - dije. —Cuando los doctores oyeron que era estricnina y que yo sabía exactamente y por arte de magia lo que hacer, llamaron a la policía a por mí. Rubino los mantuvo a raya y le dijo a tu padre lo justo de la verdad para que me odie por el resto de su vida. - Amy rodó sus ojos al cielo. —¿Dónde está tu padre, por cierto? - pregunté.

    —¿Mi papá? Volvió a casa para traerme algo de ropa después de que mudaran aquí. Cortaron la camisa que llevaba.

    —Lo sé, - dije, —Estaba allí.

    —Oh, - dijo Amy ligeramente ruborizada. —Bueno, pues fue una estupidez. Era una camisa con botones. Podían haberla desabrochado.

    —Tienen tijeras para cortar camisas y les encanta usarlas, - dije.

    —Me gustaba esa camisa.

    La bata de hospital que llevaba tenía mangas bastante cortas que se estaban arrugando debido la posición en la que estaba. En su brazo izquierdo, justo debajo del hombro, yo podía ver las largas y finas cicatrices que había visto antes. Parecía que había cuatro. Ella me veía mirarlas, se bajó la manga rápidamente con la mano derecha e hizo una mueca de molestia por el movimiento.

    —¿Qué? - pregunté, con cuidado.

    —No quería que las vieras, - dijo ella.

    Sus ojos parecieron humedecerse, tal vez por el dolor de moverse demasiado rápido. Yo había visto cicatrices así antes, mayormente en fotos de Internet, pero a veces en algunas chicas del instituto. Adolescentes deprimidas que sentían la urgencia de cortarse, pero que no eran capaces de cortarse en las muñecas. A menudo usaban hojas de afeitar para cortar líneas muy finas justo debajo del hombro. Mismo subidón, menos riesgo. La gente que se cortaba las muñecas usualmente sólo intentaba llamar la atención. Hacerlo debajo del hombro, donde poca gente podía notarlo, significaba que lo hacías sólo por sentir algo. Usar una hoja de una navaja también hacía marcas muy finas casi invisibles; otro signo de que no era tanto un grito de ayuda como una de muchas otras formas de automutilación. La gente que se cortaba a sí misma se llamaban cortadores, y hacerlo es prácticamente un cliché entre las subculturas emo y gótica.

    Mi silencio pareció asustarla. —No es porque piense que vayas a juzgarme, - dijo ella apartando la mirada. —Es que no me gusta lo que dicen sobre mí. Pienso que me desacreditan.

    —A mí no me importa, Amy.

    Ella me volvió a mirar, sus ojos estaban ahora inundados de lágrimas, luego apoyó la cabeza en la almohada.

    —¿Aún lo haces? - pregunté.

    —No, - respondió después de algunas respiraciones. —Cuando tenía como... catorce.

    Recordé que Amy me había dicho que sus padres se habían separado. Había ocurrido cuando ella era más joven, pero parecía que aquello la había afectado hasta más tarde. Que yo supiera, ella acababa de salir de una fase punk. Sentí un poco de empatía por ella, aunque mi drama paterno era mucho más reciente y no se había hundido tanto como el suyo. Los padres se separan a todas horas llevando a millones de adolescentes a la depresión. Ese pensamiento hacía a Amy parecer más real.

    —Eso no te desacredita ni te empaña, - dije. —No a menos que dejes que lo haga. - ella quedó en silencio. Yo continué. —Antes estuve intentando descubrir lo que define a una persona. Está la mente, el cuerpo, la suma de sus acciones y demás. Yo pienso que es más que eso. Yo pienso que es cómo nos tomamos nuestras experiencias y nuestras acciones y avanzamos a partir de ellas. Un vago no es un holgazán porque haya perdido su casa y todo su dinero, es un holgazán porque no hace nada al respecto. Lo que sea que hiciste no es quien eres. Lo que aprendiste de ello y te hizo avanzar a partir de ahí, eso es lo que eres. Eso es lo que hay entre la mente y el cuerpo.

    Amy giró los ojos ligeramente para mirarme sin mover la cabeza sobre la almohada. —Intentabas averiguar eso porque decías que tu mente y tu cuerpo no eran tuyos. Si tu padre y un equipo de genetistas diseñaron tu cuerpo, y unos psicólogos e instructores diseñaron tu mente, como dice Schumer, ¿qué es lo que te hace ser tú?

    —Ojalá lo supiera, - dije.

    —¿Eres seguir luchando hasta que lleguen las respuestas? - preguntó.

    —O hasta que no quede nadie a quien combatir.

    Pensé en el tipo que había ido a por mí. «¿Cuánto más de mí tendría que perder solo para averiguar quién soy? No hagas preguntas, no hagas preguntas.»

    —Espera, - dije. —dijiste ese irlandés antes. Pensé que era escocés.

    Amy parpadeó dos veces. —Umm, el acento me sonaba más a irlandés.

    —¿No era escocés?

    —No, el escocés es más… Fat Bastard. Aquel tipo era más Colin Farrell.

    —Ja.

    —¿Responde eso a algo? - me preguntó.

    —No, - dije, sinceramente. —Absolutamente nada.

Capítulo 55

    

Capítulo 55

    Entró una enfermera para inyectar a Amy otra dosis de hidromorfina, la cual Amy describía como si le pasaran (en el buen sentido) un rodillo de cocina desde la cabeza hasta los pies, antes de caer dormida de nuevo. Me imaginé que sería mejor salir de allí antes de que volviese su padre.

    Cuando aparqué el coche frente al hotel y pasé junto al oficial sentado en su coche, me lanzó una mirada divertida y se acercó la radio a la cara. Cuando entré andando en el vestíbulo y casi me tropiezo con Bremer y Rubino al doblar la esquina de la zona de ascensores, ambos me miraron disgustados.

    —¿Dónde demonios has estado? - bramó Bremer con la papada aleteando en cada sílaba.

    —Tenía que comprar algo de ropa, - dije percibiendo que había dejado todo lo que había comprado en el maletero del coche. Rubino y Bremer me miraron sospechosamente.—Pensábamos que podrías haber sido asaltado,

    —De acuerdo, mirad, - dije —si hay una situación donde las opciones son que estoy en peligro mortal o sólo haciendo algo temerario y voluntario, será la segunda.

    —Anotado, - dijo Bremer al paso detrás de mí.

    —Tienes que venir con nosotros, - dijo Rubino.

    Le miré, luego a Bremer. —¿Es que estoy bajo arresto? - dije.

    —No, tenemos algunas fotografías en el ordenador que queremos que veas. Sospechosos de asesinato por contrato en los Estados que vienen de la Europa del Oeste. Quizá uno te refresque la memoria para que podamos identificar a tu más reciente fan.

    —¿No podíais haberlas imprimido y traído hasta aquí? - pregunté.

    —Hay doscientas treinta y siete, - dijo Rubino cruzando los brazos.

    —Ja, ¿dónde está vuestra oficina, por cierto? - pregunté. —¿Hay una oficina de campo en Fredericksburg o algo así?

    —No, estamos en la sede del FBI en DC, - dijo Bremer.

    —¿DC? Eso está a más a de una hora de aquí, - dije.

    «Adios a mi día entero.»

    Ambos agentes asintieron.

    —Pero siempre tardáis diez minutos cuando os llamo, - dije recordando los últimos encuentros.

    Cuando había llamado a Rubino desde el hospital, había llegado allí en menos de cinco minutos.

    —Normalmente estamos en el campo durante el día, - dijo Rubino. —Investigando.

    —Eso es lo que significa la I, - dije para mí mismo. —¿Eso es todas las pistas que tenéis? - pregunté.—¿Fotos de ordenador?

    —Se podría decir que sí, supongo, - dijo Bremer.

    —Otros departamentos hacen el trabajo de a pie, nosotros somos mayormente solo el enlace entre ellos y tú.

    —Curioso, - dije pensando. —Ahora que lo pienso, creo que el acento de aquel tipo podría haber sido irlandés, no escocés.

    —Vale, - dijo Rubino, —tampoco es que eso cambie realmente nada.

    —Absolutamente nada, - dije por segunda vez en una hora. —Aunque si es irlandés, podría ser ex miembro del IRA. Podría haber huído a otro país. Podía estar trabajando desde cualquier parte. Si era del IRA, vosotros o los británicos deberíais tener un archivo de él.

    «Sí, algo perfectamente normal para que lo diga un chaval de diecisiete años.»

    Rubino y Bremer me miraron con los ojos entornados como si yo estuviese despidiendo luz brillante.

    —Pues... sí, - dijo Bremer, —Por tanto, las fotografías.

    —Lo sé, lo sé, - dije. —Solo intento resolver esto desde mi extremo. Si se expatrió desde Irlanda a algún otro lugar, posiblemente sería del país a quien mi padre estaba intentando vender el programa de Schumer.

    Rubino y Bremer parpadearon casi al unísono, intercambiaron miradas, me miraron a mí y dijeron al unísono, —¿Qué?

    Levanté la vista a cada uno de ellos y me encogí de hombros. —¿Qué?

    Rubino habló de nuevo incrédulo, —¿Qué acabas de decir?.

    —Que este irlandées podría no ser de Irlanda, podría ser del país al que mi padre intentaba filtrar secretos nacionales.

    —Tu padre no intentaba vender secretos nacionales a nadie.

    Quedé boquiabierto, —¿Eh?

    La cara de Rubino casi coincidía con la mía, Se giró hacia Bremer, que dijo, —¿Es eso lo que te ha contado Schumer?

    Yo repetí, —¿Eh?

    —Chico, tu padre notó que el trabajo que estaba haciendo con Schumer era masivamente, masivamente ilegal y contactó con nosotros para ver si el FBI podía cancelarlo.

    Me quedé sin palabras. Nada funcionaba.

    —Iba a entregarnos bastante información cuando murió. Nos dijo que si Schumer descubría lo que él estaba haciendo, probablemente le matarían. - dijo Rubino.

    Las caras de ambos mostraron ligera preocupación. Mi cara se enrojeció, mi corazón latía con fuerza, mi mente corría en un millar de direcciones. Moví los dedos para asegurarme que aún estaba vivo.

    «¿Por qué demonios creí a Schumer?»

    Se me revolvió el estómago, sentí como si fuese a vomitar. ¿Schumer había ordenado matar a mi padre? ¿O lo hizo él mismo? No, contrataría a otro para hacer el trabajo. Podía haber sido Dingan, o el irlandés. ¡El tipo que había matado a Comstock, que casi mata a Amy, que quiería matarme, podía haber sido el que había matado a mi padre!

    ¿Por qué no lo había asumido así desde el inicio?

    —¿Estás bien, Chris? - preguntó Rubino.

    Le miré con la cara roja y apretando los dientes. —¿Te das cuenta que si me hubieras contado esto hace dos semanas, absolutamente todo habría sido diferente?

    Rubino frunció el ceño ligeramente. Bremer habló, —Nos dijo que no te lo contáramos si aún no lo sabías.

    —¿Quién?

    —Tu padre, - dijo él. —Y nos dijo que si moría, te vigiláramos hasta que cerráramos todo el asunto.

    Cerré los ojos, rezando para que no entrara nueva información.

    —Un favor personal, - dije.

    —¿Por qué piensas que evitamos que la policía te hiciese pedazos tres veces o borramos una solicitud de arresto de la Interpol o te conseguimos un arma por si acaso?

    —¿Conseguirme un arma? - pregunté después de abrir los ojos.

    —El tipo de la tienda de armas en Lorton era uno de los nuestros. Nos llamó desde el tiro al blanco y nos dijo lo bien que disparabas. Le dijimos que se asegurara de que te conseguía un arma.

    —¿Tenías gente siguiéndome? - pregunté.

    —Cuando podíamos, sí - dijo Rubino.

    Negué con la cabeza.

    —Tu padre aceptó un riesgo enorme, - dijo Bremer. —él sabía de lo que Schumer era capaz. Nos dijo que nos daría nada a menos que pudiésmos garantizar tu seguridad. Por eso arreglamos lo de la póliza de seguros. Al menos tendrías suficiente dinero para protegerte a tí mismo, escapar o empezar de nuevo.

    Mi mundo estaba implosionando dentro de sí mismo.

    —Vale, - dije —Me parece que ya he preguntado esto antes pero, ¿puedo ir a disparar a Schumer ya?

    —Tal vez más tarde, - dijo Bremer. —Si estás dispuesto a ayudarnos a acercarnos a Schumer, podemos prepararte con equipo de grabación para que tengas una reunión más con él. Probablemente dirá lo bastante para colgarse él mismo.

    —¿Reunión? Me quiere muerto.

    —Bueno. Empecemos por lo primero. Vamos a DC a echar un vistazo a esas fotografías.

    Todos salimos por la puerta delantera del vestíbulo. Yo sentía que caminaba a través de una niebla.

    Los tres nos acercábamos al coche de aspecto oficial que Bremer y Rubino conducían. Lo localicé en la hilera de coches del medio y me puse en la fila detrás de Rubino. Bremer paró en el coche de policía que había delante y se inclinó por la ventanilla para hablar con el poli del interior.

    Algo parecía extraño, algo que me mosqueaba, lo cual no era sorprendente porque había un millón de cosas que deberían haberme mosqueado, pero había justo una cosilla que me pinchaba la consciencia como una astilla en el ojo. No podía determinar lo que era

    Me detuve durante un segundo para mirar a mi alrededor, dejando que mi cerebro lo filtrase todo excepto el movimiento. Bremer aún estaba charlando con el poli, Rubino daba lentos pasos contínuos hacia su sedán. En la calle, algunos coches pasaban de largo el aparcamiento del hotel. No había nada más. Me giraba para seguir andando cuando una raya blanca llamó mi atención, la puerta lateral de una furgonera blanca se abrió deslizándose a un lado. Me detuve de nuevo para concentrarme en lo que pensaba que había visto, cuando lo oí.

    Un alto sonido atronador que ya había oído antes. Llegó en menos de un segundo y, antes de que pudiese procesar siquiera el sonido, mi pierna derecha cedió, doblándose del todo, y mi pierna izquierda se apoyó firme contra el pavimento justo lo bastante rápido para que yo cayese de lado y sobre mi espalda. Cuando golpeé el suelo reconocí el sonido y lo oí una y otra vez.

    Disparos, cerca y un montón de ellos.

    Detrás de mí, la pared del hotel quedó pimentada con una línea de pequeños impactos que enviaron ladrillo y polvo hacia fuera como pequeñss minas terrestres. Luego una serie de impactos hicieron pedazos los cristales de la hilera de coches en la que yo estaba cubriéndome.

    Giré mi cabeza hacia la derecha, Rubino estaba agachado detrás del capó de un coche, sacando su arma reglamentaria de la funda junto al pecho. A mi izquierda, Bremer estaba agachado y avanzando hacia el frontal del coche de policía, tratando de ponerlo entre él y los disparos. Otro rápida ráfaga de disparos dejó su rastro en los parachoques traseros del coche de policía, destrozando los faros de atrás, atravesando el maletero, perforando agujeros a través del metal, reventando el parabrisas trasero, haciendo pedazos los ventanas en una lluvia de partículas de vidrio. Después disparó a la izquierda para cortar la retirada al oficial de policía mientras intentaba saltar desde el interior del coche patrulla.

    El poli aterrizó de morros sobre el pavimento y quedó inmóbil. Bremer se quedó agachado mirándolo con los ojos como platos detrás del coche. Me tiré al suelo sintiendo la grava salpicándome en la espalda y recordé lo mucho que necesitaba un masaje.

Capítulo 56

    

Capítulo 56

    Dejé de contar después de quizá 30 balas disparadas sin descanso para un cambio de cargador. O bien había dos de ellos disparando por turnos o solo uno con una ametralladora pesada. El coche tras el que me ocultaba sólo se tambaleaba moderadamente con cada impacto, de modo que el calibre no podía ser demasiado alto. Rubino estaba agachado detrás de un coche justo a tres metros de mí, cubriéndose la cabeza con una mano y con su teléfono móbil en la otra. Lo que fuese que estaba gritando se me escapaba bajo la barrera sónica del tiroteo, pero dudaba de que estuviese pidiendo comida china. Detrás del coche de policía, Bremer asomaba ocasionalmente la cabeza lo justo para disparar algunas balas de arma reglamentaria a lo que fuese que nos estaba disparando.

    La salva de disparos se detuvo durante un momento antes de empezar de nuevo, esta vez perforando nuevos agujeros en el coche de policía. Aproveché la oportunidad para levantarme y mirar por el destrozado parabrisas del coche para descubrir la fuente del tiroteo. Al otro lado del aparcamiento, a unos treinta metros de distancia, había una furgoneta blanca cruzada y ocupando tres plazas de parking. El vehículo tenía una puerta deslizante en un lado, a través de la cual podía ver a alguien tumbado en el suelo de la furgoneta y colocado detrás de una especie de arma automática con un bípode. No podía ver al conductor ni a nadie más cerca de la furgoneta y supuse que era un sistema de torreta móbil de un solo hombre que había montado. No podía verle la cara al tipo, pero sabía que era el irlandés.

    Aquello era un estúpido modo de poner en escena un ataque y desbordaba inexperiencia y carencia de meticulosidad. Justo en su línea.

    El tirador me vio y dirigió el fuego una vez más hacia el montón de metal detrás del que me ocultaba. Me agaché y sentí la ducha de cristales caer sobre mi cabeza. Vi algunas balas más impactar en la pared de ladrillo sobre mí, aumentando al patrón aleatorio de agujeros.

    Si me movía hacia cualquier lado del coche quedaría expuesto del todo, misma historia con Bremer. Parecía que Rubino tenía una hilera entera de coches sin huecos entre ellos. Si se mantenía escondido y era rápido, probablemente podía llegar hacia la calle, si es que eso servía de algo.

    Pero aún estaba al teléfono.

    Cuando miró hacia mí, le hice el gesto de una pistola con ambas manos para indicarle que necesitaba un arma. Pensé que quizá los Agentes Especiales del FBI llevaran dos. Rubino entendió y bajó el teléfono durante un segundo, luego gritó, —¿Dónde está la tuya?

    Señalé al edificio, tenía dos Berettas plateadas en mi habitación, luego señalé hacia el otro lado del parking, la USP en mi coche. Me encogí de hombros.

    Rubino gesticuló hacia su coche, el sedán Chrysler negro aparcado en la hilera media de coches, entre su fila y el tirador, luego gritó, —¡La MP5 está en el maletero!

    La Heckler & Koch MP5 era un subfusil compacto automático y la estrella de la mayoría de videojuegos antiterroristas que yo había jugado. Podría ayudar a equilibrar la situación.

    Eché un rápido vistazo por el lado de mi coche y vi el sedán de Rubino. El maletero estaba encarando nuestra dirección. Con suerte y piernas rápidas, podría ser posible llegar; pero no para mí. yo estaba atrapado por el fuego hostil.

    —¿Llaves? - le pregunté a Rubino por encima del sonido de los disparos, los cuales casi parecían al azar ahora. Rubino negó con la cabeza y señaló a Bremer. Me di la vuelta para llamar la atención de Bremer y le hice la misma pregunta. Él echó mano al bolsillo de la chaqueta y sacó un ligero juego de llaves. Me las lanzó en mi dirección. Hubo otra ráfaga de disparos en mi dirección, obligándome a tomar cobertura y perder de vista las llaves, que me pasaron por encima y aterrizaron sobre la acera entre Rubino y yo, justo en el hueco entre nuestros coches. Rubino miró las llaves y a mí. Yo me encogí de hombros.

    Bremer pareció tener otra idea. El poli probablemente muerto que yacía en tierra junto al coche de policía estaba fuera de alcance de Bremer, pero él llevaba un arma encima. Resultó interesante cómo abandonaron la actitud "Protege Al Chico", pero ambos probablemente sabían que yo era mejor disparando que ellos. Bremer gritó a Rubino que le diera fuego de cobertura para que pudiese estirarse y tirar del poli hacia él. Rubino asintió, Bremer dejó su arma en la acera detrás de él. Rubino disparó a ciegas por encima del capó del coche, luego se movió al otro lado del coche y disparó otra vez. En cuestión de segundos, regresó el fuego pesado del fondo del aparcamiento hacia el coche escudo de Rubino. Bremer se lanzó más allá de la seguridad del coche de policía y agarró el cinturón del oficial.

    El fuego automático se detuvo. Bremer se impulsó hacia atrás con el cuerpo algunos centímetros y se preparaba para dar otro tirón cuando una línea de fuego cortó el espacio en el pavimento entre Bremer y el coche. La línea intersectó, el cuerpo del oficial y de Bremer antes de que él pudiese tirar del cuerpo de nuevo. Dos explosiones rosas emergieron del torso de Bremer y se derrumbó de espaldas sobre el bordillo donde la acera encontraba el aparcamiento.

    Con mis ojos abiertos y fijos en Bremer, mi boca quedó inmóbil. Bremer levantó lentamente un brazo hacia su pecho y luego el brazo cayó.

    Rubino disparó algunas veces más antes de retroceder a su cobertura. Miró a su alrededor para ver si había funcionado. Me miró y buscó a Bremer. El horror y la negación se extendieron por su cara al verlo. Llamó a Bremer, Bremer no se movió.Rubino bajó la vista hacia las llaves del coche que yacían en tierra de nadie y se quedó mirándolas.

    Estaba a punto de hacer algo estúpido.

    —¡No lo hagas! - le chillé.

    Rubino me miró. empezó a decir algo, pero sus ojos miraron de pronto a mi espalda. Me giré y miré a Bremer. Su brazo aún se movía, buscando al tacto en la superficie de la acera a su alrededor como el que busca sus gafas. Sus dedos tocaron el borde de su pistola junto a él, dejó de buscar. Arrastró la pistola hacia él y la rodeó con los dedos. Pareció tensar el brazo como una cobra a punto de atacar. Bremer giró la cabeza hacia mí y lanzó el brazo en mi dirección, deslizando la pistola por la acera. El metal se arañó contra el cementi y el arma dio un pequeño salto cuando golpeó la costura entre dos segmentos del suelo. Luego se quedó sin momentum y se paró a un metro de mí delante de mi coche de cobertura.

    Bremer no se movió después de eso. Rubino miró el arma, me miró a mí, miró las llaves y me gritó. —¡Si corremos en dos direcciones, no podrá apuntarnos a los dos!

    Supe lo que quería hacer y yo quería detenerle, pero él ya había tomado una decisión. Si Rubino corría a por las llaves y yo no hacía nada, sería un blanco fácil. Si corríamos los dos al mismo tiempo, la duda podría darnos tiempo suficiente para que uno de nosotros consiguiera algo útil.

    Aunque el mayor riesgo era para Rubino. Quedaría expuesto mucho más tiempo. Si se movía, me vería obligado a moverme también o le matarían sin dudarlo.

    —¡No! - dije, pero fue inútil.

    Me miró con fuego en los ojos y gritó, —¡Ahora! - y empezó a moverse.

    Esprintó y cogió las llaves. Yo tenía que moverme. Me puse en pie y salí corriendo de mi cobertura hacia el arma de Bremer. Cogí la Glock negra un segundo después y seguí corriendo en la misma dirección. En mi perímetro podía ver a Rubino abrir el maletero de su coche con el mando remoto mientras corría hacia él. Si me cubría, el tirador apuntaría y dispararía a Rubino, así que no podía hacerlo.

    Seguí corriendo, rezando para que el tirador me considerase el objetivo prioritario. Llegué a la acera, pasé por encima del cuerpo de Bremer y del poli y acababa de pasar el coche patrulla cuando empezó el tiroteo. El coche patrulla sufrió una familiar destrucción, lo mismo ocurrió con el coche siguiente que dejé atrás, luego fue la pared de ladrillo justo detrás de mí, mientras yo esprintaba.

    El tirador me estaba siguiendo con una salva interminable de disparos que impactaban en la acera, pared y coches como si fuese mi propia sombra.

    «No me ve bien desde la furgoneta.»

    Si el tipo supiera lo que estaba haciendo, yo ya estaría muerto.

    Cuando llegué al final de la acera, al final de la fachada del hotel, me encontré fuera del campo visual del tirador. Al disparar por la puerta abierta de la furgoneta, sólo podía ver en realidad la entrada del hotel y poco más allá a ambos lados. Me detuve durante un momento para mirar a mi alrededor. Vi a Rubino agacharse y correr hacia el maletero abierto de su sedán, las balas volaban sobre su cabeza.

    Expulsé el cargador de la Glock de Bremer y quedé ligeramente decepcionado al descubrir que sólo había una bala en él, más otra en la recámara.

    «Dos disparos.»

    No era suficiente para lo que tenía en mente.

    Corrí directo hacia la furgoneta tratando de pensar en una alternativa, permaneciendo fuera de vista de la puerta abierta. Rubino estaba junto al maletero con la cabeza enterrada dentro. Sacó un maletín negro de metal, lo dejó en el suelo y empezó a abrirlo.

    El tirador estaba rociando balas como loco alrededor del sedán. Cuando estuve a unos seis metros de la furgoneta, levanté la Glock y disparé a la rueda derecha trasera. Se desinfló con una racha de aire y la esquina trasera del vehículo se hundió diez centímetros.

    El tiroteo se detuvo.

    Rubino había abierto el maletín, había sacado la MP5 y le colocaba un largo cargador con forma de banana.

    Continuaron los disparos desde el interior de la furgoneta. Seguí corriendo hacia la parte trasera de la furgoneta y pude ver el extremo del cañón del arma sobresaliendo unos centímetros de la puerta. Cuando estuve lo bastante cerca, di una patada a la puerta deslizante lateral para hacerla rodar hacia adelante. La puerta golpeó el extremo del arma hacia la izquierda antes de cerrarse con un clic.

    Justo cuando se cerró la puerta, Rubino soltó una ráfaga de disparos con su MP5, pero no pareció perforar el metal exterior.

    Oí una serie de golpes rápidos dentro de la furgoneta y vi que se abrían las dos puertas traseras. El tirador salió rápidamente y apuntó con una pistola por el lateral del vehículo hacia mí. Rubino disparó otra ráfaga hacia la parte de atrás de la furgoneta y el tirador se retiró hacia el otro lado. En el momento en que le vi, parecía llevar una camiseta negra y pantalones de camuflaje urbano. Rubino empezó a andar apuntando con el arma hacia la furgoneta. Yo apunté la Glock con ambas manos y giré bruscamente desde el otro lado del vehículo justo cuando el tirador se metía dentro de nuevo por la parte de atrás.

    Conmigo a la izquierda y Rubino por la derecha, le teníamos encajado dentro y él lo sabía. Me aproximé despacio por detrás, recordando el hecho de que sólo me quedaba un disparo. De pronto se encendió el motor y las ruedas delanteras giraron durante un segundo antes de que la furgoneta se propulsara hacia adelante.

    «¿Por qué no lo he visto venir?»

    Miré a través de las puertas abiertas traseras y vi un rifle de asalto de aspecto familiar junto a unos diez cargadores de tambor dispersos por el suelo del vehículo. Había un asiento de dos plazas en la parte delantera y, justo cuando la furgoneta empezó a moverse, capté la vista del tirador por el espejo retrovisor. Se giró rápidamente y me disparó tres balas con su mano izquierda, fallando cuando salté fuera del hueco de las puertas.

    Rubino abrió fuego, enviando una docena de balas hacia la ventana lateral y el chásis antes de que el vehículo cogiese velocidad y se aproximara a la carretera.

    Las puertas abiertas giraban en ambas direcciones mientras la furgoneta aceleraba, Rubino la perseguía en vano.

    Yo mantuve los ojos fijos en el asiento del conductor, levanté la Glock extendiendo mi brazo derecho, esperé a que las puertas se abrieran, aguanté la respiración y apreté el gatillo.

    Cuando estaba saliendo del aparcamiento, a unos cincuenta metros de distancia, la furgoneta siguió recto, chocó con el frontal de un coche y se paró en mitad de la calle.

    El tráfico en la calle se detuvo. Rubino corrió, yo corrí. En pocos segundos salimos del parking y nos acercamos reduciendo el paso hacia la furgoneta. Rubino se asomó por la ventana del conductor cuando yo lo hacía por la del pasajero. Ambos nos vimos las caras y bajamos la vista hacia el tirador. Estaba en el asiento del conductor inclinado hacia adelante. Su cara se apoyaba de lado en el volante, rodeado por un airbag parcialmente desinflado. Había un agujero en el respaldo del asiento, justo debajo del reposacabezas. El tirador tenía otro en el cuello, justo debajo de la cabeza. A través de la ventana, Rubino me lanzó una mirada inexcrutable.

    Yo no sabía exactamente cómo sentirme tampoco.

Capítulo 57

    

Capítulo 57

    Llegó la policía. El accidente en la calle se acordonó y se restauró el tráfico.

    —No podré cubrir esto, - dijo Rubino cuando oyó las sirenas. —Tendrás que hacer una declaración y yo un montón de papeleo.

    Asentí en silencio y volví andando al aparcamiento del hotel. Me senté en el bordillo de la acera, apoyé los brazos en las rodillas y solté al Glock descargada mientras me preparaba para mantener a raya la oleada de preguntas, emociones, y memorias.

    Detrás de la policía, vinieron las ambulancias para llevarse a los heridos, pero encontraron sólo muertos. El tirador, con un vendaje reciente en el muslo bajo los pantalones, estaba muerto. El poli estaba muerto. El Agente Especial Bremer estaba muerto.

    Rubino recibió la noticia con un lento asentimiento de cabeza y ojos vidriosos. Los forenses pronto flotaron por el aparcamiento como abejas, colocando tarjetas numeradas cerca de los casquillos usados sobre el agrietado pavimento y haciendo fotos meticulosamente. Todo el mundo parecía ignorarme. Caminé hacia la furgoneta blanca. El rifle de asalto descartado era un XM8, el mismo que portaban los hombres que habían irrumpido en mi casa. Aquel XM8 tenía las modificaciones que lo hacían un rifle automático completo. El irlandés tenía el mismo prototipo y que no estuviese conectado con el comando de mi casa sería una enorme coincidencia. Todo apuntaba a los Marines, todo volvía a Schumer.

    No había otro modo de verlo.

    Schumer había inventado un plan para convertir chavales en asesinos, Schumer había ordenado la muerte de mi padre cuando intentaba informar del programa a los federales, Schumer había hecho que Comstock encubriera mi brote de violencia en el instituto, Schumer había matado a Comstock, había intentado matarme, casi consigue que maten a Amy. Debido a su afinidad por asesinos atolondrados, dos oficiales de policía y un Agente Especial del FBI estaban muertos.

    Mi vida bullía con una serie de preguntas sin respuesta mezcladas con situaciones de peligro. Mi padre estaba muerto y mi única amiga estaba en el hospital. Todo por culpa del Tte. Coronel Schumer. Eso era todo lo que necesitaba ahora, basta de misterios que resolver. Basta de balas que esquivar. Schumer estaba detrás de todo e iba a pagar por ello.

    —¿Sr. Baker? - oí una voz detrás de mí. Había un oficial de policía, un detective, justo a mi lado. —Me gustaría llevarle a la comisaría para ayudarnos a completar el infome de lo que ha sucedido aquí.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Cuatro horas. Estuve en la comisaría durante cuatro horas. Nadie parecía contento con mi respuesta, la que afirmaba que yo estaba asistiendo al FBI en una investigación de la que no podía hablar por motivos de seguridad nacional. Sus archivos estaban llenos de misterios sin resolver que apuntaban hacia mí. Había un poli muerto en Lorton, el FBI había bloqueado su investigación. Mi pasaporte había dejado el país y entrado en Austria, pero no había regresado. Alguien había llamado al 091 para que acudiera a mi casa, el FBI había bloqueado esa investigación. Yo había llegado al hospital con una chica que había sido envenenada, el FBI había bloqueado esa investigación.

    El hecho es que era más sencillo no responder a las preguntas que intentar explicar la realidad, especialmente sin incriminarme a mí mismo en el proceso.

    Rubino entró en la sala de interrogatorios en la que llevaba cuatro horas sentado. Al verle, el detective echó los brazos al aire de disgusto y el otro detective intentó bloquear el paso a Rubino, pero él se coló pasando por su lado.

    —Oficiales, asumo que ya han tenido suficiente tiempo para tomarle declaración para el informe del incidente de hoy, - dijo Rubino mientras colocaba un documento sobre la mesa y se lo pasaba al detective, —Esto es un documernto oficial del Ayudante del Director del FBI declarando que Christopher Baker no será retenido ni se presentarán cargos contra él hasta que la investigación en la que nos está ayudando actualmente haya llegado a su término. Presumiendo que tienen mucho trabajo para completar sus informes, me llevaré al Sr. Baker ahora para que pueda descansar y ser trasladado a una dependencia más segura.

    El monólogo entero fue pronuciado suavemente y sin descanso alguno que permitiese intervención. Me condujo por el hombro fuera de la habitación y la puerta se cerró antes de que los oficiales tuviesen tiempo de abrir las bocas.

    Mientras salíamos del edificio, Rubino me preguntó, —¿Qué les has contado?

    —Que no podía contarles nada, - dije.

    —¿Quinta Enmienda? - preguntó.

    —Seguridad Nacional.

    —Aún mejor.

    —¿Ese documento era de verdad? - pregunté.

    —Ni una sola palabra.

    Rubino me condujo en el sedán negro de vuelta al hotel y aparcó justo junto a mi coche. Los cadáveres, la furgoneta y todo había desaparecido. El caos de la mañana era sólo una memoria, una historia para las noticias, un informe policial y algo que los turistas podían llevarse a casa y contarle a sus amigos.

    Tras algunos segundos sentados en silencio, Rubino dijo, —Podemos ver si la cara o las huellas de ese tipo coinciden con algo en nuestros archivos, quizá nos dé un nombre.

    —¿Va a ayudar eso a conseguir alguna prueba sobre quién le contrató? - pregunté.

    —Probablemente no, - dijo llanamente.

    Desde una perspectiva legal no habría forma de moverse desde aquí hasta Schumer. Ambos lo sabíamos. Rubino se giró y sacó una cajita de cartón del asiento trasero del coche y la puso en mi regazo. Dentro había una hoja de papel y debajo de ella dos Beretta 92 salidas del cajón de la cómoda de la habitación del hotel, un rollo de adhesivo médico blanco y algunas otras cosas. En el papel había una única dirección: un apartamento en el centro de Washington DC.

    Rubino miró por el parabrisas, pensativo. —Creo que te he llevado lo más lejos que he podido, - dijo. El sol se estaba poniendo y se proyectaban largas sombras por su cara, acentuando la, de otro modo sutil, tristeza por su compañero caído. —Yo, Bremer y yo, - continuó, —hemos quebrantado un montón de leyes y normas para llegar hasta aquí y honrar lo que hizo, o intentó hacer, tu padre. Si quieres acabar con esto, tendrás que dar tú el último paso. Yo tengo que dar explicaciones, ocuparme del papeleo necesario por disparar un arma en acto de servicio y llamar a la esposa de Bremer.

    Saqué un pequeño aparatito negro del fondo de la caja y pregunté, —¿Qué es esto?

    Rubino se giró de nuevo hacia mí y dijo, —Ya lo averiguarás.

Capítulo 58

    

Capítulo 58

    Salí del coche de Rubino y me quedé a solas en el parking durante un rato con la caja bajo el brazo mientras observaba las luces traseras de su coche girar y desaparecer.

    Quedé bajo el crepúsculo con una suave brisa que jugaba con mi pelo y ropas, ignorando el mundo a mi alrededor e intentado por un instante existir sólo en mi mente, tratando de sentir las cosas que debería estar sintiendo, de revivir las cosas que había experimentado y recordar quién era yo antes de todas ellas.

    Resultó inútil, y yo lo sabía.

    Abrí mis ojos a la persona del todo diferente a quien había sido una vez. Los muros de la parcela de mi mente se habían derrumbado a patadas y todo en lo que había temido convertime se vertía entre los espacios reservados para mí mismo.

    El Yo Real.

    La persona que yo hubiese sido si mi padre no hubiese sido quien era y si mi cerebro no se hubiese usado como una zona de pruebas para nuevas formas de manipulación.

    Por supuesto, sin esas cosas, yo no existiría.

    Debería estar preocupado por mi madre, por Bremer o su familia, por el oficial de policía acribillado por estar en el mismo campo de tiro que yo. Lo que quería no era bastante, Yo no podía obligarme a sentir esas cosas. Cuando miraba en mi interior sólo veía un frío compromiso de venganza.

    Schumer me quería muerto, pues yo le daría muerte primero.

    Para mí era tan simple como eso y la tranquilidad con la que lo había decidido me asustaba, los últimos jirones de mí mismo que quedaban me permitían sentir ese miedo. Algo me había cambiado. El caos de los disparos a mi alrededor, ver caer a Bremer, ver a Rubino arriesgar su vida para llegar hasta aquellas llaves o el momento en que apreté el gatillo para eficiente y premeditadamente poner fin a una vida humana, no me preocupaban. Lo que importaba era que yo era fundamentalmente diferente al chaval que había sido un mes antes.

    Cualquier pequeña parcela de humanidad que quedaba dentro de mí parecía amplificarse con la proximidad de Amy.

    «Debería ir a verla antes de que empiece a saltar de una zona de fuego a otra.»

    Di una última respiración de aire fresco y entré en mi coche. Coloqué la caja en el asiento del copiloto, saqué la USP entre el asiento y la dejé en la caja formando una buena pila de armas. Conduje hacia el hospital por segunda vez ese día.

    Llegué a la entrada y tomé una ruta que sabía que sortearía recepciones y mostradores con gente que pudiese decirme que había pasado la hora de las visitas. En la planta de Amy tomé una ruta más larga para evitar el puesto de enfermeras y cuando doblé la esquina más próxima a su habitación, vi al Sr. Westbourne, el padre de Amy, de pie junto a la puerta hablando con una mujer que parecía de su edad. La familiaridad con la que hablaban y la ligera semejanza fue suficiente para decirme que se trataba de la madre de Amy. Yo estaba demasiado lejos para oír nada, al parecer mi lista de superpoderes no incluía la lectura de labios, aunque eran ciertamente abiertos en cuanto al modo de expresarse. Ella sacudía los brazos mientras hablaba, mientras que él permanecía como un árbol de roble. Tras un rato, ella pareció haber tenido bastante, concluyó, se giró y se alejó andando. El Sr. Westbourne la llamó y después la siguió. Cuando estuvieron fuera de vista crucé deprisa el pasillo y me colé en la habitación de Amy.

    Estaba oscuro dentro de la habitación, pero había bastante luz saliendo de la TV. Amy estaba despierta, incorporada en la cama, mirando la pantalla con sus brazos doblados incómodamente debido a la vía IIV en su brazo izquierdo. Cuando Amy me vio allí de pie apagó la TV y pulsó un botón en la cama para encender la luz sobre su cabeza.

    —Puedo controlar la habitación entera desde este chisme, - me dijo ella con una sonrisa.

    No dije nada, no sabía exactamente qué quería yo decir y se cansó de esperar, —¿Qué? ¿Qué pasa?

    —Pensé que querías saberlo, - dije en voz baja, acercándome—El irlandés, el que envenenó a Comstock, bueno, y a ti también, está muerto.

    Su cara quedó neutra durante un momento. —Oh, - empezó. —Eso es, vaya, no sé qué es. Supongo que es bueno. ¿Cómo murió?

    —Hubo un tiroteo hoy frente al hotel, justo después de que yo saliera de aquí. Yo, bueno, todos estábamos disparándole. Uno de nosotros le alcanzó. Bremer, el mayor, le dispararon. Lo mataron.

    Amy se tomó un tiempo para registrar todo eso, necesitando una aclaración sobre lo que significaba tiroteo exactamente y cómo había muerto Bremer.

    —Si el tipo que intentaba matarte está muerto, ¿significa eso que todo esto ha terminado? - preguntó con un brote de esperanza en su voz.

    Negué con la cabeza. —El irlandés sólo había sido contratado. Otro podría ocupar su lugar. Esto acaba con quien le contrató. Acaba con Schumer.

    —¿Ahora sabes seguro que es Schumer? - preguntó Amy.

    —Es la única persona que queda. Es quien mató a mi padre.

    —¿Qué? ¿Por qué? Por intenter vender los planos a... - la interrumpí.

    —Mi padre no estaba vendiendo nada. Había decidido informar del proyecto al FBI porque era ilegal. Schumer lo descubrió y ordenó que le mataran antes de que pudiese entregar ninguna prueba real.

    —¿Entonces todo esto lo hizo Schumer? - dijo ella después de alguna consideración.

    —Todo.

    —Hizo matar a tu padre, hizo matar a Comstock, trató de matarte, casi me muero e hizo que mataran a Bremer.

    Asentí.

    —¿Tiene el FBI bastantes pruebas para arrestar a Schumer ahora? - preguntó.

    —No. Podrían reunir algunas pruebas para probar que contrató al irlandés, pero Rubino no tiene muchas esperanzas. Me dio la dirección de la casa de Schumer y dos pistolas. Creo que sé lo que quiere; lo que yo quiero.

    —Vaya… ¿estás seguro?

    Asentí de nuevo, —Eso creo. Voy a tener una charla con él, al menos.

    Ella se hudió en la cama un poco. —¿Cuándo? - me preguntó con cautela.

    —Ahora mismo.

    Amy se mordió el labio inferior y buscó por la habitación. Miró el pequeño lavabo en la pared más cercana y el armario sobre él.

    —Ahí dentro, - dijo ella, —Creo que hay gasas y tiritas ahí arriba. Cógeme una de cada.

    Miré detrás de mí. —¿Por qué?

    —Porque me voy contigo, - dijo ella, —y tengo que quitarme esta vía IV.

    —¿Qué? - dije.

    —Tranquilo, - dijo ella inclinándose hacia adelante lentamente, —me quitaron la vía del otro brazo, me fijé cómo lo hacían. Sé cómo hacerlo.

    —No, - dije, —tú no vienes.

    —¿Por qué no? - me preguntó.

    —¿Por qué no No?

    —Estoy contigo en esto, - dijo ella llevando la vía hasta su cara y comprobando todas sus partes. —Dingan podía haberme matado, estuve allí cuando esos tipos armados entraron en tu casa y estoy en esta cama por culpa de todo esto. Tengo tanto derecho de ver el final como tú.

    No sabía la razón por la que no quería que viniese. Quizá pensaba que si ella estaba allí me haría demasiado humano para matar a Schumer. Que ella podría deshacer la dureza mental que había obtenido recientemente.

    —Se supone que tienes que guardar reposo en la cama, ¿Amy? Te duele el cuerpo, - dije.

    Amy se encogió de hombros. —Ahora puedo moverme. Vinieron y me quitaron casi todos los tubos. Puedo ir al baño sola ahora, gracias a Dios. Lo único que me pasa es que tengo agujetas en todos los músculos. Puedo sufrir las agujetas en otra parte.

    —Dime la verdad. ¿Es porque quieres escapar de tus padres?

    —No, - dijo ella pinchándome en el pecho con el dedo índice. —Es porque cuando estoy contigo eres más cuidadoso. Si tienes que preocuparte por mí, no podrás hacer ninguna estupidez.

    Suspiré y me pregunté si era por esto en realidad por lo que había venido aquí. Quizá alguna parte de mí quería que Amy me acompañara. Saqué un trozo de gasa y un vendaje del armario. Amy retiró la cinta del brazo, desconectó la vía IV de la aguja en su brazo, y la tiró a un lado. El cable se balanceó por la cama como una liana de la jungla. Amy me dijo que presionara la gasa donde iba la aguja y la sacó despacito del brazo. Sujetó la gasa con el vendaje, se puso en pié para tirar la aguja en una papelera de residuos biológicos junto al lavabo, cogió algo de ropa de una mochila en una de las sillas y se metió en el baño.

    Me senté en el borde de la cama y traté de pensar en algún plan antes de recordar que yo funcionaba mejor sin ellos.

Capítulo 59

    

Capítulo 59

    Amy, vestida con ropas normales ahora, y yo, saliendo de mi mente, salimos del hospital sin llamar la atención. Llevó más tiempo de lo que esperaba porque Amy sólo podía mover las piernas hasta donde no le dolian, pero hizo un estupendo trabajo ocultándome ese hecho. La desaparición de Amy de su habitación probablemente causaría un poco de pánico. Se lo dije, pero no le importaba. Dijo que verían que faltaban algunas de sus ropas, que había dejado la bata del hospital en el baño e imaginarían que se habría marchado por propia voluntad.

    Ambos entramos en mi coche y nos pusimos en marcha hacia el Norte por la carretera de Washington DC. El viaje tuvo mayormente largos silencios con algunas conversaciones intercaladas.

    —Bueno, - dijo ella a mitad del viaje, —¿Tienes un plan o simplemente piensas entrar allí y decir: Hola, me llamo Chris Baker. Tú mataste a mi padre, prepárate a morir’?

    —No iba decir esa frase exactamente, - dije. —Aún me tiene que explicar algunas cosas.

    —¿Como qué?

    —Schumer dijo que todo esto era para saltarse el entrenamiento básico. Aunque si ese es el caso, ¿por qué sé mucho más que eso? Echar leche en los ojos si te atacan con espray de pimienta, mil formas diferentes de averiguar la dirección de la gente o cuentas bancarias por teléfono, quitarme unas esposas, tratar la estricnina, desarmar a dos Marines, todo parece ir más allá del entrenamiento medio.

    —¿Cuándo te has quitado unas esposas - me preguntó.

    —Olvidé mencionar, - dije, —que puede que haya matado a un tipo adinerado en Austria hace dos años.

    —¿Hace dos años? ¿Cuando tenías quince?

    —Eso es lo que piensa un tipo allí, - dije.

    —Quizá guardaron tus huellas genéticas cuando eras un embrión y las vendieron por todo el mundo como un kit de "Crea Tu Propio Asesino"

    —Si los clones tienen algo que ver con esto, - dije, —Perderé toda fe en la realidad.

    El edificio de apartamentos de Schumer en el centro de DC estaba en una zona semilujosa pero no era tan bonito como los edificios circundantes. No había portero ni vestíbulo, sólo una puerta cerrada y un intercom con un botón para cada piso. El papel del número de piso que me había dado Rubino estaba en blanco. No debía de querer muchas visitas. Pulsé el botón del timbre. Lo pulsé de nuevo. Luego me apoyé en él durante treinta segundos.

    Nadie respondió. O no estaba en casa o el sonido del timbre en el aparamento no era lo suficiente molesto.

    —¿Nadie en casa? - preguntó Amy.

    —Es posible. Tal vez esté muerto, - dije.

    —Eso sería inesperado.

    —E inexplicable.

    —Estará de camino desde Quantico.

    —Es tarde, debería estar en casa.

    —¿Quieres esperar aquí?

    —Sería más fácil que colarse en Quantico.

    —Probablemente, - dijo ella.

    —Quizá deberíamos subir y echar un vistazo, solo para estar seguros, - dije volviendo hacia el coche.

    —Para subir se va por aquí, - dijo ella señalando a la puerta del edificio con el pulgar sobre su hombro.

    Abrí la puerta de pasajeros del coche, cogí la caja en el asiento trasero y saqué mi USP. Me aseguré de que el cargador estuviera lleno y me metí el arma en los pantalones a la espalda. Al verlo, Amy se acercó para protestar, pero le entregué una de las Berettas.

    —Como la de tu padre, - le dije.

    Puso cara de feliz emoción cuando cogió el arma y giró su espalda hacia mí para meterse el arma en los pantalones sin hacerlo de un modo tan obvio como había hecho yo. De vuelta a la puerta del apartamento, examinamos el panel del intercom durante un buen rato.

    —¿Sabes algún modo supersecreto para sortear estas cosas? - me preguntó.

    —No, - le dije analizando los botones.

    Amy me apartó, extendió la mano y deslizó la palma de arriba abajo pulsando tantos botones como pudo. Unas veinte variaciones de "¿hola?" y "¿sí?" sonaron por el intercom antes de que un sonoro zumbido liberase la cerradura de la puerta con un clic.

    —Nunca se me habría ocurrido algo así, - dije mientras Amy abría con esfuerzo la puerta y me dejaba entrar.

    El apartamento de Schumer estaba en la cuarta planta y, aunque yo tenía preferencia por tomar la escalera, subimos en ascensor por piedad de Amy. El recibidor de la cuarta planta me recordó al de un hotel, con el papel de pared con rayas verticales y el complicado dibujo de la alfombra de fibra sintética. La puerta de Schumer estaba en el medio del pasillio y, por supuesto, estaba cerrada.

    Apoyé la oreja en la puerta y llamé.

    Nada.

    La puerta tenía pomo y una cerradura debajo. El pomo no giraba, de modo que estaba bloqueado con llave.

    —¿Sabes algún modo supersecreto para forzar una cerradura sin ganzúas? - preguntó Amy.

    —Conozco uno. - di un paso atrás y di una patada en la puerta justo al lado del pomo.

    Con un fuerte crujido seguido de un sonoro golpe, el cerrojo partió la suave madera en la jamba de la puerta y ésta se abrió libremente. El sonido fue más escandaloso de lo que esperaba, así que entré y tiré de Amy después de mí antes de que nadie se asomara al pasillo para investigar.

    —Tu creatividad es inspiradora, - dijo ella.

    Cerré la puerta y eché un vistazo por el apartamento. Estaba escasamente decorado, con muebles que no iban a juego y nada de adorno salvo porquería militar en las paredes. No había cadáveres en ninguna de las habitaciones. Amy empezó a rondar por el salón, mirando las placas y fotos en las paredes mientras yo intentaba inspeccionar el apartamento como lugar para una emboscada. Junto a la puerta delantera había una alta librería, y en el estante del medio encontré un revólver cargado oculto por un libro inclinado. Había otra pistola en el cajón de la mesita junto a una cama en el dormitorio. En el armario de otra habitación, convertida en una oficina, había dos cajas metálicas para pistola cerradas y varias cajas de munición. Sobre la puerta, dentro del armario, había una escopeta montada en la pared.

    «Este tío es un poco paranoico», pensé mientras cerraba la puerta del armario para volver al salón.

    —Nos vamos, - dije.

    Amy se giró hacia mí. —¿Por qué? - preguntó, —Podríamos esperarle aquí.

    —Este sitio tiene más armas que lámparas. Es imposible que pueda limpiar la casa sin que me deje alguna.

    —¿Entonces dónde?

    —Su plaza de garaje, - dije sin pensar.

Capítulo 60

    

Capítulo 60

    El Tte. Coronel Schumer entró conduciendo al garaje subterráneo de su edificio de apartamentos justo después de las 10 PM. El sutil rugido del sobredimensionado motor de su Cadillac resonó en las paredes de hormigón mientras aparcaba en dos turnos y paraba en el espacio marcado con el número de su apartamento. Se quedó sentado en el asiento del conductor con el motor encendido durante algunos segundos antes de apagarlo. Abrió la puerta y salió. Alisó su largo abrigo gris mientras inspeccionaba el área a su alrederor con un amplio giro de su cabeza. La tenue luz cenital enfatizaba los rasgos de su cara sin afeitar. Dejó escapar un suspiro y cerró la puerta detrás de él. Abrió la puerta del asiento trasero y se inclinó hacia dentro. Se levantó de nuevo con una caja de cartón sujeta por ambas manos frente al pecho y cerró la puerta con la rodilla.

    No me había visto oculto detrás del capó de un coche aparcado fuera de su línea visual. No me había oído apagando el sonido de mis pisadas cargando la tensión de mi peso en las rodillas y sincronizando los movimientos con el sonido del motor apagándose y el abrir y cerrar de las puertas. Ni siquiera me había olido, todo el sótano olía a gases de combustión y goma.

    Aunque sí me sintió.

    Me sintió cuando por fin lo tuve al alcance y llevé mi rodilla derecha hacia su espalda para lanzar su cuerpo contra el lateral de su coche. Me sintió cuando llevé mi codo izquierdo contra su nuca, estampando su barbilla en el techo del coche. Sintió mi mano derecha agarrarle por el cuello y mi pulgar presionando la base de su arteria carótida, obligándole a mover la cabeza hacia la derecha y que le flaquearan las piernas como acto reflejo. Me sintió tirar de su muñeca izquierda alrededor de su cuerpo y presionarla en su espalda, provocando que dejara caer la caja de cartón en el suelo de cemento. Me sintió al obligarle a apartarse del coche y avanzar hacia el estrecho pasillo que conducía a un solitario ascensor y una mohosa escalera.

    Cuando le detuve a un metro de la pared y le di un último empujón, tuvo bastante tiempo para levantar los brazos y amortiguar el impacto con la pared. Cuando se apartó de la pared y se giró para verme finalmente, yo ya había sacado el arma y la tenía apuntada a su centro de masas. La mirada en su cara no era de perplejidad ni reconocimiento; era una leve mueca con el indicio de una sonrisa.

    —¿Así es como vas a hacerlo? - gruñó Schumer antes de que pudiese hablar. —¿Una bala, a sangre fría? Danza en una pálida bravata.

    La sonrisa en su cara se amplió. Un ligero hormigueo recorrió la base de mi cráneo y se movió hasta lo alto de mi cabeza.

    —No se me ocurre nada más conveniente, - dije. —Creo que tienes una fijación por el veneno. No he comido nada salvo comida rápida desde que te cargaste a Comstock.

    —¿Qué? - apoyó la espalda contra la pared y se llevó la mano izquierda al cuello, frotando el lado derecho. —Vas matando a todos en tu camino hacia arriba hasta que consigas tu venganza, ¿eh? Es noble, suopongo.

    Lo que decía no tenía sentido, sólo trataba de distraerme o desequilibrarme.

    —Primero las respuestas, - dije, —luego la venganza.

    Schumer se enderezó un poco dejando caer la mano que tenía en el cuello. —¿Qué demonios no has averiguado ya?

    —Quiero saber la verdad sobre tu programa, por qué puedo hacer mucho más de lo que afirmas que debería ser capaz. Quiero saber cómo has podido entrenarme durante toda mi vida si no tengo lagunas de memoria en mi día a día. Y, principalmente, quiero saber por qué mataste a mi padre.

    —Uau, - dijo él, llanamente. —Estás mucho más retrasado de lo que pensaba.

    —¿De qué estás hablando? Todo lo que me has contado son mentiras.

    Schumer apoyó la cabeza en la pared y rió profunda y enfermizamente.

    —Esto es todo un problema, entonces, - dijo con una sonrisa.

    —Pues dímelo, - dije. —¿Qué se supone que debería haber descubierto ya?

    —¡El cambio del programa! - dijo Schumer. —Pensé que todo esto se debía a que habías descubierto el cambio en el programa.

    Schumer dejó escapar un suspiro, luego acomodó sus pies un poco como si tuviese calambres en las piernas.

    —Lo que te dije sobre mis intenciones es cierto, y cómo fue diseñado el programa también. Durante un tiempo fue cierto, al menos.

    —Te escucho, - dije cuando dejó de hablar.

    —Hace una década, el programa tuvo un cambio de régimen. La gente que había aprobado mi proyecto y me financiaba bajo la mesa desapareció. Se retiraron o los transladaron. La gente que vino después de ellos no quería oir ni una palabra sobre el proyecto. No querían tener nada que ver con él. Me vi obligado a encontrar nuevos lugares de financiación. Contactó conmigo alguien que quería financiar el proyecto y acepté sin hacer preguntas. Preguntas que debería haber hecho.

    —¿Cuál es el problema? - pregunté.

    —Resultó que no estaba consiguiendo financiación, sino más bien un patrocinio promocional o una inversión. Los que tenían el dinero tenían sus propios planes sobre lo que hacer con el programa, más allá del reclutamiento militar.

    —¿Qué planes? ¿Poliiticos o comerciales?

    —Sí, - dijo él. —Esa es la respuesta que me dio mi madre cuando le pregunté si un tomate era una fruta o una hortaliza. Me presionaron para que hiciera lo que ellos querían. Y ellos querían resultados. No querían que se enseñara deber y honor, querían ver lo lejos que podíamos llegar. Aunque esto fue mucho después, tú ya tenías trece años, a sólo unos años de completarlo. Aún así, querían resultados o el dinero desaparecería.

    —¿Qué querían entonces? ¿Qué cambió en el programa?

    —Tú, - dijo él. —Exactamente lo que eres ahora. Un implacable sistema de dispensación mecánica de muerte. Querían Fuerzas Especiales, comandos, hombres sombra, espías. querían que los Navy Seals saliesen de una línea de ensamblaje.

    —Y eso es lo que les diste, - dije con los dientes apretados.

    —Cambié tu programa de entrenamiento, traje nuevos instructores para escribir un nuevo "curriculum" para ti. Salió la ética en el campo de batalla y el orden cerrado, y entró la lucha con arma de filo y explosivos improvisados.

    —De modo que fue eso. Yo no sería el soldado perfecto, sería el asesino perfecto.

    «Eso explicaba todo esos conocimientos que tenía.»

    —¿Quién es esa gente? ¿Quién paga tus facturas ahora? - pregunté.

    Schumer movió su mirada hacia mí. —Gente con más poder del que deberían tener. Gente que sigue ganando por tener gente como tú en nómina. Pero fracasé al cambiar el programa, lo basé en un castillo de naipes. Algo salió mal con tu compartimentalizado hipnótico y el entrenamiento empezó a aflorar, como ya sabes. El estrés o el peligro o algo lo arruinó todo. Eso no habría sucedido si nos hubiésemos ceñido al programa original.

    —¡Ese estrés fue por el asesinato de mi padre! - exclamé.

    —Bueno, - dijo Schumer, —Castillo de naipes.

    Le apunté con el arma a la cara. —Explícamelo, por favor.

    —A tu padre no le gustó la idea, eso es todo. No le importaba con todo el entrenamiento de los Marines, pero descubrió el lado oscuro del nuevo régimen de entrenamiento. No se lo tomó muy bien.

    —Porque era ilegal, inmoral. Por eso intentó informar al FBI.

    —No podíamos permitir eso, - dijo Schumer en un tono de disgusto. —Intenté convencerle de que no lo hiciera. Le dije que podíamos deshacer el entrenamiento cuando hubiéramos probado que funcionaba, le dije que estaba bajo control, incluso le ofrecí más dinero, puesto que ahora había un nuevo aumento de fondos. No quiso aceptarlo.

    —Y le mataste.

    —No lo hice yo. En cuanto a tu otra pregunta, - continuó. —Yo no conocía los detalles exactos sobre cómo se realizaba tu nuevo entrenamiento. Eso era el trabajo de Nathan. Pensé que lo habías averiguado de él antes de que lo mataras.

    —¿De qué estás hablando? ¡Tú ordenaste que lo mataran!

    —¿Así se lo pintas a la policía?.

    «Está jugando conmigo.»

    —Esa caja, - dije mirando detrás de mí. —¿Qué hay dentro?

    Schumer rió de nuevo, —¿Eso? Archivos. Todo lo que queda del programa. Lo he cancelado, Chris. Se acabó. Imaginé que después de que empezaras a disparar a agentes del FBI, ya no habría modo de mantenerlo en secreto. Lo destruí casi todo esta tarde, pensaba traerme el resto a casa para un último "hurra", ya sabes.

    «Más sinsentido, aún intenta desequilibrarme.»

    Llamé a Amy y ella surgió de la escalera detrás de mí.—Cerca del coche hay una caja de cartón, traela aquí,¿quieres? - dije sin apartar la vista en Schumer que pareció muy sorprendido de ver Amy.

    Cuando el sonido de sus pisadas se alejó hacia el aparcamiento, Schumer dejó de seguirla con la mirada y se volvió hacia mí.

    —O se ha vuelto una pícara o tú eres un idiota de remate, - dijo él.

    —¿Qué? - pregunté.

    Schumer sonrió. —¿Piensas que Nathan Comstock era nuestro único modo de mantenerte vigilado? Ja, ¿qué edad te ha dicho que tiene? He oído que va diciendo que tiene dieciséis.

    Negando con la cabeza lentamente, dije, —¿De qué estás hablando?

    —Por favor, - dijo él. —¿Cuándo empezó a hablar contigo por primera vez? ¿Cómo crees que siempre sabíamos dónde estabas? Para ser honesto, no pensé que conseguiría mantenerlo en secreto tanto tiempo sin que te dieses cuenta.

    —No, - mascullé, —¿Qué estás...? - y las palabras se perdieron entre mis pensamientos.

    La primera vez que Amy había aparecido en mi vida fue justo después de la muerte de mi padre y ella mostró un interés... inusual. Ella estuvo allí en Lorton, cuando Dingan me encontró de algún modo cerca de una ciudad a una hora de distancia de casa. Había sido idea suya ir allí desde el principio. Ella era la única persona que sabía que yo estaba yendo a Austria, y era la única persona que sabía cuándo iba a regresar, que fue exactamente cuando aparecieron en mi casa aquellos tipos. Ella era la única que sabía que estaba de camino a la casa de Comstock, donde aparecí justo después de que lo mataran. Ella era sorprendentemente buena engañando a la gente por teléfono o en persona y era la única justificación de que yo no pudiese estar siendo hipnotizado durante mi clase de cuarta hora.

    «Dios. No, espera.»

    Yo había conocido a su padre, aunque él también estuvo implicado con los Marines. Yo me acordaba de Amy mucho tiempo antes de que ella empezara a hablarme en realidad.

    —Ya conocía a Amy desde mucho tiempo antes de que mataran a mi padre. - dije, —La recuerdo.

    La cara de Schumer se tornó extrañamente empática. —¿La recuerdas o…?— se tocó la fente dos veces, ¿... la recuerdas?

    Mi mano tembló un poco. Podía tratarse de una distracción, pero tenía tanto sentido....

    Amy regresó andando al pasillo llevando la caja de cartón con ambas manos. Me giré de golpe hacia ella, luego hacia Schumer.

    —Aquí está, - dijo ella. —Está llena de carpetas.

    —Yo... - tartamudeé, —¿Qué hay en las carpetas?

    Ella dejó la caja en el suelo y se arrodilló junto a ella. Schumer observaba satisfecho con una sonrisa socarrona.

    —Parecen…— empezó Amy, pedidos, más pedidos, diarios, tablas. Algunas de las carpetas tienen nombres y palabras en otras no hay etiquetas. Aquí hay una con tu nombre.

    —Nada de lo que hay ahí dentro me relaciona con tu padre, - me dijo Schumer.

    —Oh, no pretendo usar esto en un juicio, - dije.

    —Cierto. Sólo quieres dispararme, - dijo él, cruzando los brazos. Se quedó allí sin decir nada durante medio minuto, como si esperara a que sucediese algo. —Por matar a tu padre, - dijo él, como si fuese una sugerencia.

    Si contaba con que eso no invocara mi rabia, estaba equivocado. Sus distracciones habían funcionado bastante bien, yo había perdido el hilo de mis pensamientos previos, pero el hecho aún permanecía. Schumer había matado a mi padre, que no había hecho nada malo. Había intentado hacer lo correcto. Había sabido que podría morir, y querido asegurarse de que si ocurría, no me faltara de nada.

    Llevaba días queriendo matar a Schumer. Aquella era mi oportunidad.

    Estiré el brazo derecho, centrando la mira en medio del pecho de Schumer. Esperé a que se redujese el latido de mi corazón, a que se estabilizara mi respiración, a que se silenciaran las ideas y sentimientos en mi mente.

    Apreté la empuñadura de la pistola. Sentí la presencia de Amy justo a unos centímetros detrás de mí.

    Puse el dedo en el gatillo y le dije a mi mano que disparara.

    No ocurrió nada.

    Intenté apretar el gatillo de nuevo, nada. No podía hacerlo. Mi mano no se movía.

    Entonces, cuando más pensaba en ello más boba parecía la idea de matar a ese hombre. Él era tan amigable.

    —¿Qué pasa? - preguntó Amy.

    Schumer sonreía, luego rompió a reir con una carcajada. Yo bajé el arma y negué con la cabeza lentamente.

    —No puedo matarle, - dije girándome hacia Amy.

    —Pues claro que no - dijo Schumer. —Soy tan amigable.

    Me volví hacia él, oí a Amy seguir examinando las carpetas y pasando páginas.

    Era extraño que Schumer dijese amigable después de que yo lo pensara. Al mirarle de nuevo, parecía extraño que hubiese pensado en ello en primer lugar. Parecía un concepto externo, algo que habían colado subresticiamente en mi mente.

    —¿Qué me has hecho? - pregunté.

    Schumer mantuvo su sonrisa. —No soy idiota, - dijo él. —No voy a dejar suelto un perro rabioso sin asegurarme que sabe quién es su amo.

    —Ummm… - dijo Amy, por el sonido de su voz yo podía saber que estaba mirando hacia abajo, examinando aún el contenido de la caja. La ignoré.

    —¿Cómo? - dije bajando el arma.

    —Palabras de seguridad, - dijo él simplemente. —No podía enseñar a matar a nadie tan fácilmente sin un mecanismo de seguridad. Un verbo específico, adjetivo y nombre que, usados juntos, activaran una orden de deponer el ataque. Danza, pálida, bravata. Esas son las tuyas. Tuve que consultarlas. No estaba totalmente seguro de que fucionasen, puesto que no estabas oficialmente activado, pero al parecer funcionan correctamente.

    Apreté los dientes y levanté el arma de nuevo. No podía forzarme a hacerlo. Toda la idea parecía una equivocación, como aplastar a un cachorro con un ladrillo. Prácticamente gruñí por mi impotencia y me paré de pronto.

    —Chris… - dijo Amy detrás de mí.

    La ignoré de nuevo.

    —Espera, - le dije a Schumer, —¿Qué has querido decir con que eran las mías?

    Schumer mostró una horrible sonrisa.

    —Tu archivo no es el único que hay aquí… - dijo Amy, hojeando las carpetas.

    Volví a mirar a Schumer con un nuevo sabor de rabia en mi boca.

    —Hay más, ¿no es cierto?

    Seguía sonriendo.

    Levanté el arma de nuevo, aún sabiendo que resultaría inútil.

    —¿Cuántos hay ahí? - grité por primera vez.

    Schumer se apartó un paso de la pared. —No es como construir armas, donde pasas de los planos a la producción en unos meses. Esto es construir y programar personas. No podía esperar dieciocho años entre un prototipo y otro.

    Mi boca quedó seca y mi cabeza empezó a zumbar. Aquello era demasiado, no conseguía procesar nada más. Yo creía ser el único. Pensaba que todo aquello se trataba sólo de mí.

    —¿Cuántos? - pregunté débilmente. —¿Cinco? ¿Cincuenta? ¿Cientos?

    —Oh, Dios mío, - dijo Amy casi más para ella misma que para alguien en particular.

    Dejó la mayoría de las carpetas que estaba sujetando y se levantó.

    —Unos cuantos, - dijo Schumer dando otro corto paso. —Cada uno en diferentes estadios, empezábamos un nuevo sujeto cada año o así, ajustando el programa mientras encontrábamos errores. Pensabas que eras especial, Chris, pero sólo eras el programa piloto, chavalote.

    —¿Chr... Chris? - dijo Amy, yo aún no quería prestar atención a Amy.

    «Chavalote. Mi papá me llamaba chavalote.»

    Se me aceleró el corazón como si quisiera escapar de mi pecho. Mi estómago y pulmones se le unieron. Me sentía ligeramente mareado, la habitación empezó a girar en mi cabeza.

    Donde Amy estaba, parecía que estaba echando mano a algo brillante metido entre sus pantalones. Donde Schumer estaba, parecía que estaba avanzando y sacando algo brillante del bolsillo delantero de su abrigo.

    Yo me estaba cayendo de espaldas, inseguro de dónde estaba o de lo que estaba sucediendo, pero sabía que había visto una arma.

    «Demonios, incluso podía haber sido mía.»

    Aún así, un instinto tomó el control y apuntó en la dirección de ese arma que pensaba que podría haber visto. Mi cuerpo dio un cansado paso atrás. Aguanté la respiración, cerré los ojos y trate de apretar el gatillo con todas mis fuerzas sabiendo que probablemente no podría y que, incluso si pudiera, probablemente yo ya estaba muerto.

    Un solitario disparo atravesó el silencio del oscurecido pasillo.

Capítulo 61

    

Capítulo 61

    Recuerdo mi mano, mi mano izquierda, tanteando en la pared de ladrillos lisos, mis huellas en un surco entre los ladrillos. El mundo giraba a mi alrededor, todo era borroso excepto mi mano en esa pared.

    Y en un instante, todo se arregló.

    Me enderecé y vi el arma en mi mano. Sin humo. Sin retroceso golpeando mi puño.

    Así que, yo estaba muerto.

    Dejé la pared y me llevé la mano izquierda al pecho, a mi estómago, a mi cuello y a mi cabeza. Todo seco.

    Así que, estaba vivo.

    A pocos pasos frente a mí, el Teniente Coronel Chuck Schumer estaba encogido en el suelo, apoyado ligeramente en la pared detrás de él. Sus ojos estaban húmedos, vidriosos y escaneaban lentamente de izquierda a derecha. Su boca se estiraba hacia un lado hasta un punto tenso, el otro lado colgaba laxo. Sus brazos caían a ambos lados sobre el suelo. su mano derecha abierta vacía, su dedo índice aún enganchado alrededor de la guarda de gatillo de un pequeño revólver.

    Tenía un agujero reciente en la tripa, todo su abrigo estaba arruinado por el flujo libre de sangre.

    A mi derecha a unos pasos estaba Amy aún sosteniendo esa Beretta plateada que yo le había quitado al guarda Marine. La sujetaba hacia afuera, directamente hacia donde Schumer había estado. Le temblaban las manos, sus ojos estaban muy abiertos, su respiración era agitada. A pocos pasos a su derecha podía ver la luz reflejanda en una caja de latón de 9mm en el suelo. Podía oler a pólvora, aún podía oír el eco del disparo en el pitido de mis oídos.

    Amy no se movía. Sólo estaba allí de pie con los brazos extendidos agarrando la pistola con ambas manos en la que algo me decía que se llamaba postura isósceles.

    Yo supe que nada volverá a ser como antes.

    Reuniendo mis pensamientos, respiré hondo y dije muy despacio, —¿Qué has hecho?

    En cuanto completé la última sílaba, Amy respondió con un golpe de aire, —No sé. - aún miraba hacia adelante, hacia la pared del fondo del pasillo.

    Bajé la vista hacia Schumer. él estaba respirando lentamente. Sus ojos estaban tan desenfocados como los de Amy. Extendí mi brazo lentamente hacia el arma en las manos de Amy para bajarla. Cuando mi mano estuvo a unos centímetros de las de ella, Amy sollozó y se giró de pronto hacia me, apuntándome con el arma. Las instrucciones se enviaron desde mil cerebro con claridad: baja el hombro izquierdo, empuja pierna izquierda contra el suelo, muévete hacia la derecha.

    Las ignoré todas.

    Simplemente me quedé allí, nada entre nosotros salvo un arma cargada.

    —¿Es cierto? - le pregunté deliberadamente. —¿Formas parte de esto?

    Sus ojos no cambiaron, eran como los de un animal asustado.

    —No sé, - repitió.

    Docenas de documentos, fotos, y carpetas estaban esparcidos por el suelo alrededor de la caja que Schumer había traído. Encima de todos ellos había una carpeta abierta, su contenido se vertía hacia un lado. Podía ver páginas y páginas de texto, algunas notas a mano y algunas fotografías. Vi a una chica pequeña sonriendo frente a un fondo estampado en azul, un retrato de la escuela. La chica tenía pelo castaño y sonreía entornando los ojos de un modo familiar.

    Eran ojos que yo conocía, ojos que ahora me miraban. Era una fotografía de Amy, tomada hacía años. Junto a esa había otras fotografías, algunas de ella más joven, otras con más edad que en la primera. Sentí un dolor en el fondo de mi garganta. El dolor vino después del descubrimiento, la única explicación de por qué había un archivo completo de documentos y fotos de Amy en una serie de archivos sobre el programa de Schumer.

    Respiré lentamente, dejando que las implicaciones se ramificaran en mi mente. Schumer sólo había intentado distraerme y desorientarme.

    Yo no había matado a Comstock y Amy no estaba trabajando para nadie.

    Cogí el arma de la mano de Amy tal y como lo había hecho con el irlandés en la casa de Comstock. Un rápido novimiento y un giro de muñeca y quedó desarmada. Neutralicé el arma, la dejé caer al suelo y chasqueé los dedos delante de la cara de Amy unas cuantas veces hasta que sus ojos se reenfocaron y el color pareció regresar a su cara.

    Estaba traumatizada.

    —¿Estás bien? - le pregunté mientras Amy empezaba lentamente a mirar a su alrededor.

    —Yo… - empezó,—Vi una carpeta con mi nombre. Había fotos mías, diarios, nombres y yo… - examinó a Schumer en el suelo, que ya no respiraba.—Él tenía un arma, - dijo ella, mirándome.

    Asentí y quedé en silencio durante un rato. Amy hizo lo mismo y el silencio empezó a llenar el espacio.

    Había un cuerpo en el suelo y una pila de pruebas. Teníamos que salir de allí.

    —Con esto debería ser suficiente, - dije a nadie en particular.

    Me levanté la parte delantera de la camisa, tiré de la cinta adhesiva en mi piel y liberé el largo cable que salía desde el bolsillo a mi espalda hasta el micrófono en mi pecho. Saqué la grabadora de Rubino del bolsillo y la apagué.

    —Con esto debería ser suficiente, - repetí.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Los casi meticulosos archivos de Schumer pintaban un cuadro bastante claro de la verdad.

    En mi caso, resultaba que la mayoría de lo que había dicho era cierto. Al principio fui una serie de experimentos para probar la posibilidad del uso de la hipnosis como una plataforma de entrenamiento donde el sujeto no supiese que estaba siendo entrenado. Los archivos no detallaban nada del lado genético del programa, pero los diarios y notas se referían continuamente a cosas como reflejos, visión, audición y habilidades de pensamiento crítico.

    El archivo de Amy contaba la historia de toda su vida con una fría desconexión. Contactaron con Erik Westbourne, su padre, debido a que su perfil en el Cuerpo de Marines estaba en la lista de personal con problemas financieros y de fertilidad. Le dijeron que al presentarse voluntario para un nuevo proyecto podía resolver ambos problemas. La pega quedaba claramente explicada: Amy nacería y crecería al principio en la base de Quantico. Su entrenamiento se haría in-situ en la sede del proyecto dentro de la Universidad hasta que su padre se retirara del Cuerpo y se mudaran a Fredericksburg para que ella pudiese asistir a mi escuela y Comstock pudiese orquestar su entrenamiento. Todos los días, ella y yo entrábamos en un aula vacía para lo que nosotros pensábamos que era una clase de estudio a la cuarta hora. Un hipnoterapeuta nos dormía rápidamente usando frases a las que ya habíamos sido programados y empezaba la enseñanza. Traían diferentes instructores para cubrir diferentes materias durante una hora y el hipnoterapeuta repetía las sugestiones necesarias para evitar que recordáramos todo el proceso. Luego nos decía que recordáramos haber pasado toda la hora sentados tranquilamente en nuestros pupitres, leyendo o soñando despiertos.

    El día antes de mi pelea en el instituto era la última entrada en nuestros registros. Después de aquello, yo nunca había vuelto a clase y Amy había empezado a faltar para unirse conmigo en mis inanes aventuras.

    La mayor sorpresa era que no se trataba solo de mí. Tenía un montón de carpetas sin nombre de otros chicos y chicas de seis a diecisiete años. Personas que, como Amy y yo, fueron diseñadas a nivel genético y entrenadas en el arte del día a día de un soldado.

    La compartimentalización mental fue una parte de mi programación y, irónicamente, era el único modo de que pudiese conseguir aprender. Amy no tuvo tanta suerte. La parecer ella asumió gran parte de aquello al paso hasta que descubrió la razón de que su madre se marchara: al parecer su madre lo había descubierto de algún modo. No podía estar cerca de Amy ni de su padre sabiendo lo que él había hecho y lo que Amy era realmente.

    Yo ni siquiera vi mucho a Amy después de ese día.

    Rubino me había dado una grabadora y un micrófono. No había esperado una caja gigante de pruebas. Todo aquello fue suficiente para abrir un caso formal para que el FBI investigara toda la historia del programa de Schumer y, con suerte, presentar cargos contra otros responsables. Como todos los cuerpos gubernamentales, el FBI se movía lentamente. Era muy probable que toda la operación quedara bajo el tapete y se olvidara hasta que se pudiese encontrar a alguien que respondiese por ello. Con Schumer muerto, los que trabajaban para él se desbandarían y vagarían sin rumbo hasta encontrar nuevos empleos.

    No había modo de averiguar qué había pasado con esos chavales que habían quedado en medio de sus programas.

    Nunca supe quién mató a mi padre realmente. Pudo ser el irlandés, pudo ser otra persona contratada por Schumer. Al final quedaron demasiadas preguntas sin responder. No había pruebas que sugiriesen quién era el patrocinador de Schumer. Nada me conectaba con las muertes en Austria. No había forma de saber quiénes eran esas personas que habían irrumpido en mi casa. Casi parecía como si Schumer no fuese el mandamás que aparentaba ser. Todo el mundo cumple órdenes, se dice.

    Una vez pensé que el responsable de todo había sido Comstock. Cuánto tiempo pasaría hasta que mi creencia de que todo terminaba con Schumer pareciese igual de risible.

    Confrontado por la confusion, lo mejor que podía hacer era mirar los hechos. Nada de lo pudiese descubrir me devolvería a mi padre. Ninguna venganza haría justicia a su muerte, ni la de Bremer ni la de nadie. Mi mente estaba casi tan perdida como la que fue inventada para mí, la mente de un asesino incondicional. Todo el mundo decía que yo actuaba diferente después de la muerte de Schumer.

    Decían que yo ya nunca sonreía.

    Rezaba por encima de todo poder encontrar un modo de liberarme del arma dentro de mí. Tal vez el tiempo la ahogara en el olvido. Tal vez, después de una vida de soledad, simplemente muriese de atrofia. Tal vez, sin importar lo que pasara, él siempre estaría allí. Tal vez me guste ser él más que ser yo mismo. Tal vez fuese más útil al mundo como un agente del caos que como un sencillo chaval que solo quiere una vida normal de nuevo.

    ¿Dónde está escrito que debiera tener mi propio destino, después de todo, si fui construído para ser un arma?

    Construído, eso es todo lo que soy. En Mente y cuerpo.

Capítulo 62

    

Epílogo

    El tiempo, como el agua, sigue fluyendo. También como el agua, el tiempo actúa como un agente disolvente. Con bastante tiempo, incluso los asuntos más graves pueden parecer mundanos. Mientras el tiempo aleja los eventos por los que medimos nuestras vidas, lo único que podemos hacer es mirar atrás y observarlos según nos alejamos poco a poco. Cuando el tiempo nos separa de esos eventos, nuestra visión de ellos se disispa, los bordes se difuminan y se pierden los detalles totalmente. El único modo de combatir esto es nadar contra corriente.

    Puedes intentar quedarte en el pasado, negarte a dejarlo marchar o puedes dejar que el tiempo te transporte más allá de él. Como combatir contra un río, combatir el tiempo es un proceso activo. Para seguir adelante sólo necesitas dejar de luchar y dejar que te lleven las aguas, pero para quedarte quieto tienes que combatir. Es agotador y cuanto más tiempo conservas, más y más duro se vuelve.

    Sólo puedes dejar de luchar o morir en la lucha.

    Había pasado un mes después de mi decimoctavo cumpleaños, tres semanas desde la última vez que había hablado con el Agente Especial Rubino, dos semanas y media desde que había hablado con Amy, sólo una semana después de que mi madre y yo decidiésemos mudarnos a una casa más pequeña en Argyle Heights y tres días después de que recibiera por correo mi diploma del instituto. Fue entoces cuando hube decidido dejar de luchar.

    Antes de eso, había repetido los eventos una y otra vez en mi cabeza y estaba obsesionado por los detalles que todavía no había comprendido. Había hecho docenas de toscas tablas en un intento por demostrar las cadenas de eventos y órdenes. Había llamado a Rubino todos los días buscando actualizaciones; él había empezado a ignorar mis llamadas. Acribillaba a preguntas a mi madre sobre cualquier cosa que mi padre hubiese dicho alguna vez antes de morir, cuando yo había nacido, antes de que yo fuese concebido y cuando era más jóven. Tiré de todo evento en mis memorias que pudiese alcanzar con mis dedos e insinuase algún significado o relevancia.

    Finalmente, dejé de luchar.

    Era el inicio del verano, todo estaba verde a mi alrededor. El aire era cálido pero no incómodo. Entré en mi coche, por primera vez sin sentirme ansioso, sin necesidad de disparar a alguien ni hacer algo ilegal. La primera vez que no había considerado si debería llevar encima el arma y la primera vez que no había mirado mi reflejo en el espejo retrovisor durante algunos segundos para preguntarme quién me estaba devolviendo la mirada.

    Conduje con las ventanillas bajadas y el techo del coche retirado para sentir el viento en la cara, para encontrar una serenidad foránea en él. Estaba a mitad del camino frontal hacia puerta delantera de la casa de Amy cuando ella abrió la ventana de su dormitorio y me avisó, diciéndome que no tocara el timbre de la puerta. Mi última conversación con su padre no había terminado bien, ella probablemente no quería que su padre supiese que yo estaba allí. Mientras esperaba a que bajara, miré a unos árboles en los que nunca me había fijado y contemplé la cascada de nubes en el cielo. Amy salió por la puerta delantera y siguió el camino hasta donde yo estaba. Su pelo había crecido un poquito y estaba sujeto detrás de los oídos, sin mechones de color delante de su cara. También había dejado de usar sombra de ojos bajo los párpados. Parecía tener su edad, por una vez. Se detuvo a algunos pasos y cruzó los brazos.

    —¿Qué estás tramando ahora? - me preguntó, su voz traicionó el fastidio que su cara ocultaba.

    —Sólo salgo a dar una vuelta, - dije. —¿Quieres venir?

    Miró a mi coche en el camino. —¿Adónde? - me preguntó con voz neutra.

    —Al Norte.

    Dejó salir una rápida respiración y negó con la cabeza. —No voy a ir a ver al FBI contigo y no voy a ir Quantico de nuevo, ¿por qué no puedes simplemen...?

    La interrumpí, —He terminado con todo eso. Se acabaron las aventuras, llamar a las puertas. Sólo es un viaje relajante, - hice una pausa, —para despejarnos la cabeza.

    Me miró durante algunos segundos con ojos cautelosos, luego dijo que le diría a su padre que iba a salir.

    Después de salir de los suburbios y rodar por la Interestatal 95, miré a la silenciosa chica en el asiento de pasajeros y pregunté, —¿Cómo te va ahora, con eso?

    Amy miraba por la ventana, —Bien, supongo.

    —¿No te molesta saber lo que hay ahí arriba?

    —No sé, - empezó, —es diferente de lo tuyo porque todo se queda ahí. Nada está emergiendo. Supongo que a veces me lo pregunto cuando pienso en algo, intento recordar dónde lo aprendí. No consigo recordar exactamente cuando aprendí que mil metros son un kilómetro, pero lo sé. Supongo que siempre tendré que lidiar con eso.

    —Tu entrenamiento sólo era del tipo básico, no tienes que preocuparte de saber o hacer cosas que podrías lamentar, - dije.

    Ella apartó la vista de la ventana para mirarme. —¿Lamentas algo de lo que hiciste?

    —Si pudieses deshacerte de ello, o si pudieses activarlo para recordarlo todo, ¿querrías hacerlo?

    Lo pensó durante un momento. —¿Deshacerse de ello? ¿Dices... borrarlo de mi memoria como si nunca hubiese estado allí?

    —Justo.

    —¿O activarlo todo para recordar y saber cómo usarlo?

    —Sí. Al minuto, chas, saber todo lo que sabías sobre años de entrenamiento en un cuartel militar.

    Quedó en silencio un rato. —Supongo que tanto una opción como otra es mejor que esto, - dijo ella. —Mejor que tener todo eso en mi cerebro sin ser capaz de usarlo y sin saber lo que es. Deshacerse de ello estaría bien, supongo. Aunque si es entrenamiento militar para limpiar un rifle o saber la diferencia entre un sargento y un brigada, supongo que no estaría mal tampoco, a menos que cambiara la persona que soy.

    —¿Tu personalidad, quieres decir?

    —Justo. ¿No se supone que la gente que termina la formación militar tiene esa especie de sombría actitud servil por costumbre? Si eso viene en el paquete, no sé si lo quiero. puedo aprender a limpiar un rifle leyendo un libro.

    —Pero si pudieses saber la respuesta a eso, o incluso si no pudieses, ¿preferirías definitivamente tenerlo activado o borrarlo en vez de simplemente tenerlo ahí? - pregunté.

    —Supongo. Sí.

    —De acuerdo entonces, - dije.

    —¿Adónde vamos? - preguntó Amy.

    —Ya lo verás.

    Llegamos al Noroeste del centro de la ciudad donde estaba la Universidad Georgetown, justo a la orilla de la rama occidental del Potomac. Alrededor de la universidad había bloques de casas muy apretadas muy viejas.

    Aparqué en una calle particular delante de una casa particular. Le expliqué a Amy que era la casa de William Secomb, Profesor y Director del Departamento de Psicología en Georgetown. Había encontrado su nombre en algunos de los primeros documentos de Schumer y, por los archivos online de la página web de la universidad, había descubierto que había impartido algunas clases sobre teoría de hipnosis en los años 80, aunque ahora se dedicaba mayormente a la psicología anormal. Había encontrado su horario de clases en la página del departmento de física y sabía que probablemente estaría en casa en aquel mismo instante.

    Amy y yo subimos el pequeño camino y un puñado de escaleras hacia la puerta delantera. Llamé al timbre. Poco después nos recibió un caballero de unos sesenta años, calvo, delgado, con camisa blanca y pantalones grises.

    —¿Profesor Secomb? - pregunté cuando se abrió la puerta.

    —¿Sí? - dijo él entornando los ojos como si tratase de reconocerme y haciendo lo mismo con Amy.

    —¿Ha conocido o trabajado alguna vez con Charles Schumer en Quantico? - pregunté.

    El Profesor Secomb miró sobre mi cabeza como si tratase de recordar el nombre. Luego nos miró a ambos, —¿Sois estudiantes míos? - preguntó él.

    —No, - dije. —Se trata de algo de hace unos dieciocho años o así.

    —Oh, de acuerdo, - dijo él rascándose la cabeza. —Creo que lo recuerdo. Un contrato por obra. Intentó contratarme, creo que recuerdo.

    —No trabajaría usted en alguna clase de método de entrenamiento para chicos desde el nacimiento hasta la adolescencia usando hipnosis para que no recordaran el entrenamiento?

    —Chicos y chicas, - dijo Amy.

    Secomb miró entre los dos durante un momento. Yo sonreí incómodo.

    —Oh señor, - dijo Secomb, mayormente para sí nismo.

    Nos permitió entrar y nos sentamos en un sofá. —Oh señor, oh señor, - repitió, tomando asiento en una mecedora frente al sofá. —Nunca creí que fuese un ejercicio práctico, - dijo él. —El Sr. Schumer solo me preguntó si sería posible, y si lo era, me pidió que diseñara un sistema para hacerlo. Para entrenar o educar a alguien sin que lo recordara. Pensé que era un estudio hipotético. Incluso se lo comenté… que podía ser posible pero que claramente entraba en una ciénaga ética y práctica.

    —¿Lo desarrolló? - pregunté. —Un sistema que podría funcionar.

    —Bueno, sí, del mismo modo que en 1940 alguien podía haber desarrollado un prograna para enviar a un hombre a la Luna, pero que no sería posible o práctico hasta otros veinte o treinta años.

    —Al parecer resultó tanto práctico como posible, - dijo Amy.

    —Oh señor, - dijo Secomb una vez más.

    —Entonces, ¿usted no tenía ni idea de que el Sr. Shumer iba a hacerlo en realidad? - pregunté.

    —Cielos, no, - dijo él.

    —Pero para llevarlo a cabo, - dije, —¿sería su... informe suficiente?

    Lo pensó durante un momento. —Supongo que sí, - dijo él. —En manos de un psicólogo o hipnoterapeuta entrenado, al menos. Lo que yo definí fueron solo los mecanismos para el entrenamiento de una persona. Lo que en realidad se enseñaba quedaba sin determinar. Se podía usar para enseñar a alguien otros idomas o para enseñar cómo montar y desmontar el motor de un coche.

    —¿Pero se podía usar fácilmente para enseñar a alguien estrategias militares? - pregunté.

    —Claro, siempre que se fuese paso a paso.

    —¿Cómo funciona? - pregunté.

    —Tendría que revisar mis notas y documentos del proyecto que tengo aquí en mi armario archivador, pero la esencia de todo es que el subsconsiciente de una persona en estado hipnótico queda plenamente expuesta y abierta a la sugestión. El subconsciente actúa como un mensajero entre tu memoria, tus sentidos y tu consciente. Cuando se enseña algo en clase o lees un libro, hay un millón de otros procesos funcionando dentro de tu mente que tienen que competir con los otros. Cuando el profesor te enseña una nueva fórmula matemática, por ejemplo, esa nueva información tiene que superar el pensar en la clase de historia, o que te pica la camisa, o que tu lápiz es amarillo y la persona a tu lado está mascando chicle. Pero en estado hipnótico, todas esas otras entradas se pueden descartar o dejar de lado y se puede enviar información directamente al subconsciente. El principal problema es que mucha gente aprende con la práctica, no escuchando. Eso también quedaba cubierto en mi sistema.

    —Otra pregunta, - dije. —Suponga que una persona tuviese todo este entrenamiento, ¿Tiene el guión para eliminar el entrenamiento?

    Él parpadeó unos cuantas veces, luego dijo, —Sí, creo que podía hacerlo.

    —¿Lo haría? - pregunté.

    —¿En vosotros?

    Asentí.

    Secomb abrió la boca para hablar, luego dudó, finalmente dijo, —Llevaría un tiempo. Y como he dicho, tendría que revisar mis notas y hacer alguna investigación para asegurarme de que toda la información y técnicas son actuales...

    —¿Qué hay de la activación? - preguntó Amy.

    Secomb pensó un poco más. —Eso sería mucho más sencillo. Podría hacerlo en una hora.

    Amy me miró. —¿Qué piensas? - preguntó. —Si te deshicieras de ello, serías tú de nuevo.

    —Sí, - dije. —Y si te deshicieras del tuyo, no tendrías que preocuparte de ser algo que no eres.

    —Tal vez, - dijo Amy, —Podríamos hacer de nosotros lo que quisiereramos. Podríamos acivarlo y al infierno con las consecuencias.

    —Puedes hacer lo que quieras, - dije. —No tienes que basarte en lo que yo haga.

    —Creo que deberíamos pasar por esto juntos, sea cual sea el resultado, - dijo ella.

    Mi corazón empezó a latir más rápido. Los ojos de Amy eran sinceros. Me había cogido de la mano y no me había dado cuenta hasta ese momento. Recordé haberle dicho una vez las palabras: cuando todo esto haya acabado. Aquello parecía siglos atrás, claro está, pero yo había sabido muy claramente lo que había querido decir entonces.

    Era toda una elección.

    Podía optar por una vida sencilla, una vida segura, una vida con alguien a quien yo pudiese importarle lo suficiente para vivirla conmigo. O podía optar por una vida que probablemente haría que me mataran antes de tiempo, pero que podría valer más la pena vivir, una carretera menos transitada. Si mi entrenamiento era tan inclusivo como Schumer lo hacía parecer, probablemente podría conseguir cualquier tipo de empleo que quisiera.

    «Cuando todo esto haya acabado.»

    —¿Y bien? ¿Qué pensáis? - preguntó Secomb interrumpiendo el silencio. —Tendré que prepararme, en un caso u otro.

    Miré a Amy una vez más y me giré hacia Secomb.

    La decisión fue más sencilla de lo que pensaba.

FIN

Capítulo 63

    

Notas del Autor

SOBRE LA FILOSOFÍA DEL YO

    La premisa básica de esta historia viene de las muchas deliberaciones de madrugada sobre el concepto del "yo". Todas las filósofía a las que te suscribas casi siempre tienen un consenso en que aquello que te hace ser tú es una especie de equilibrio entre tu mente y tu cuerpo. Cuando mueres, dirás que dejaste de existir, aunque tu cuerpo aún estará ahí, donde estabas en el momento de tu muerte. Te refieres a eso como "tu cuerpo", como si fuese simplemente algo que posees. Si coges la gripe, sin embargo, probablemente dirás "estoy enfermo"

    Puede que nunca haya respuesta a la cuestión del yo. Podría ser sólo un artificio del lenguaje hablado o una representación de la flaqueza de nuestras mentes, pero ciertamente es digno de consideración.

    Me pregunté cómo afectaría a este debate que hubiese una persona cuya mente y cuerpo no fuesen ostensiblemente suyos. Si tu cuerpo fuese diseñado por otra persona y tu mente fuese formada por otro, ¿qué quedaría que fuese tú mismo?

    En la historia, cuando Chris y Amy discuten este concepto (durante el viaje a Costco), adoptan las posiciones de tres figuras filosóficas muy prominentes.

    Chris comienza a repetir las palabras de René Descartes, “Pienso, luego existo.” Descartes redujo la esencia de la realidad a un único hecho simple. Lo único de lo que todos podemos estar seguros es de que podemos pensar. Todo lo que vemos, tocamos, oímos, olemos, o degustamos podría ser una alucinación o un engaño de nuestros sentidos, así que básicamente, todo lo que experimentamos también podría ser un sueño. Aunque esta en la única constante universal, insinua él, de modo que todo más allá de esto es secundario. Siguiendo ese razonamiento, podríamos ni siquiera ser cuerpos, al menos no hay modo real de probarlo

    Amy primero adopta la posición de Aristóteles, que el alma de algo se define mediante su propósito. Es de él esa alegoría del cuchillo. Si el propósito de un cuchillo es cortar, entonces cortar es el alma del cuchillo. Una persona, al ser capaz de controlar lo que hace, se define entonces por sus acciones.

    Amy luego cambia a la conclusión de David Hume, que tu mente, cuerpo, y experiencias básicamente existen en un conjunto intangible y que una persona es quienquiera que piensa que es. Si piensas de ti mismo como un cuerpo con una mente dentro, eso es lo que eres. Si piensas de ti mismo como una mente que usa un cuerpo como un modo de transporte, eso es lo que eres.

    Esta es la teoría que prefiere Chris, puesto que es independente de tales problemas de propiedad mente/cuerpo. Él puede ser lo que quiera escoger pensar de sí mismo, ya sea un adolescente o un asesino.

    Si yo tuviese que escoger una teoría, me gustaría pensar que todos existimos como nueatras mentes y que nuestros cuerpos son simples avatares de nuestro yo, que podemos usar para interactuar con el mundo.

    Dejando a parte la filosofía, el triste hecho es que sólo somos animales vagando por la superficie del planeta en el que nos desarrollamos. Nuestras mentes sólo son algo que hemos desarrollado para protegernos y permitirnos apreciar y dominar mejor nuestro entorno. Es decir, si crees las cosas que ves, oyes, sientes, hueles, y degustas.

SOBRE LA CIENCIA Y TECNOLOGÍA DE MENTE+CUERPO

    Creo que es importante destacar que casi todo en esta historia es posible. Como conocedor de la tecnología, nada me molesta más en cualquier tipo de ficción que se alteren las funciones y capacidades de los ordenadores y otros aparatos en beneficio de la trama.

    Todo lo realizado con un ordenador en la historia es posible y se puede hacer con equipo corriente. Sucede que tengo una webcam inalámbrica Linksys que puede hacer todo lo mencionado en la historia, y la tarjeta USB que usa Chris para copiar archivos de otro ordenador a menudo ae refiere como una “USB Switchblade.” Aunque normalmente se hacen para instalar servidores de correo ocultos en un ordenador para grabar archivos y pulsaciones de teclas y enviarlas secretamente por email, ciertamente sería posible hacer un programa para buscar archivos y copiarlos en la tarjeta.

    Para prevenir que suceda esto en tu ordenador, asegúrate de desactivar el "Auto-Run" para cualquier tipo de media insertada. Alternativamente, mantener pulsada la tecla Shift tras insertar un CD o un dispositivo USB normalmente evita que se ejecute un programa automáticamente, si usas Windows.

    También, el truco de "phishing" que se usa para conseguir la contraseña de correo electrónico de Nathan Comstock’s es muy posible y les sucede a diario a cientos de personas a quienes se les insta a entregar contraseñas, datos bancarios y números de tarjeta de crédito.

    En cuanto a si los diferentes métodos de ingeniería social que usa Chris a través de la historia son probables de funcionar queda al criterio de cada uno. Aunque recuerda que la gente es más probable que crea algo que piensan que viene de alguien que debería saberlo. Si tu banco te llama para verificar tus detalle personales, ¿en realidad vas a preguntarte si quien llama es quien dice que es?

    La hipnosis se presenta tan precisa como es posible. Las realidades de la hipnosis a menudo se extienden (o mutilan) en la ficción y me esforcé por mantener tanto realismo como pude. No es posible hipnotizar a alguien para que mate a una persona o hacer algo que no quiera. No es lavado cerebral. El entrenamiento y la educación vía hipnosis es ciertamente posible, y mediante palabras en código y control de la memoria subsconciente, se podría usar como se describe en la historia.

    El único área donde me tomé libertades fue con los elementos de ingeniería genética de la historia. Aunque la ferrilización in-vitro es real y el genoma humano ha sido mapeado, aún no hay modo confiable de encender y apagar ciertos atributos.

    Las cuentas austríacas Sparbuch existen tal como se describen, aunque ahora son imposibles de abrir con total anonimato. Obtener una cuenta ya abierta es posible y hay varias enpresas online que las venden (aunque su legitimidad es ciertamente cuestionable).

    Los efectos de la estricnina en el cuerpo es tal según lo descrito, asumiendo un dosis razonablemente baja. En una serie de espasmos riitmicos, se pierde el control motor cuando todos los músculos esqueléticos del cuerpo se contraen a la vez. La muerte normalmente se produce por la fractura de la columna por las convulsiones o por asfixia tras la pérdida del control del diagragma. El tratamiento también debería ser según lo descrito; carbón activo para absorber los restos del veneno en el estómago y tranquilizantes para reducir el espasmo muscular. Una víctima debería colocarse en el suelo y mantenerla inmóbil para evitar contusiones traumáticas y una víctima no debería desplazarse, puesto que el movimiento es lo que típicamente activa los espamos. Consigue ayuda médica inmediata. Probablemente harán exactamente lo que sucedió en este libro.

    Espero que te haya gustado esta historia, que hayas aprendido algo y quizá que te hayas reído algunas veces también. Me encantaría oír cualquier opinión de los lectores, buena o mala. Puedes contactar conmigo y descubrir más sobre mí y mis otros proyectos en www. aarondunlap. com

    AARON DUNLAP