Créditos

    Chamán

    Obra Original Shaman (Copyright © 1991 por Robert Shea, CC-BY-NC-SA)

    robertshea.com

    Traducción y Edición: Artifacs, may - jun 2020.

    artifacs.webcindario.com

    Diseño de Portada: Artifacs, Fotos de Max Pixel bajo licencia CC-0.

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    Esta versión electrónica de Chamán se publica bajo Licencia CC-BY-NC-SA 4.0 https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/legalcode.es

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Sobre Robert Shea

    Robert Shea es el coautor de la fantasía épica La Trilogía ¡Illuminatus! y autor del doble volumen Shike, entre otras novelas.

    Durante muchos años trabajó para revistas y lleva escribiendo novelas a tiempo completo desde 1977. Vivía en Glencoe, Illinois

    Puedes saber más en la web mantenida por su hijo Michael: robertshea.com

    

LIBRO 1

1825

Capítulo 1

La Choza de la Tortuga

    La negra piel de oso, ablandada por incontables usos, se ceñía a los brazos y hombros de Nube Gris, protegiendo su cuerpo del frío que le cortaba como cuchillos en las mejillas y la frente. La mitad superior del cráneo del oso cubría su cabeza y se posaba pesadamente sobre ella, tan pesadamente como pesaba sobre su espíritu el terrible miedo a la búsqueda de visión.

    Sus mocasines susurraban sobre la caída hierba marrón que cubría el sendero. Había recorrido un largo camino y tenía los dedos de los pies entumecidos a pesar de las hojas embutidas en los mocasines.

    Abruptamente, el camino se detuvo, y él quedó encarando el cielo. De pie al borde del acantilado, miraba hacia el Este sobre el helado Río Grande. Agarró el mango de cuerno de venado de su cuchillo de caza.

    Por la sensación de fuerza que le daba, sacó deslizando el cuchillo de la vaina de cuero endurecido atada a su cintura. La hoja de acero brilló incolora, como el cielo sobre él, a la luz que se desvanecía.

    El cuchillo que mi padre me dejó, pensó él, ¿Dónde estás esta noche, padre mío?.

    Las nubes parecían tan cercanas como para tocarlas. Estas se ondulaban como celliscas pintadas de luz y sombra. Río arriba, el cielo se oscurecía casi hasta el negro y Nube Gris olía a nieve en el aire.

    Vio la silueta de un halcón con las plumas de las alas extendidas, volando en círculos sobre el país de Illinois al otro lado del río, cazando en los últimos momentos antes de la caída de la noche.

    Espíritu Halcón, ayúdame a sobrevivir a esta prueba. Ayúdame a ver una gran visión y crecer para convertirme en un poderoso chamán.

    La manchita negra disminuyó en el cielo hasta que él ya no pudo verla.

    Quizá vuele sobre el silencio invernal de la aldea Saukenuk.

    Envainó el cuchillo. Dando la espalda al cielo y al río, miró hacia el Oeste por el camino por donde había venido. Una pradera de oscilante hierba bronceada, casi tan alta como su cabeza, se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Asesinada por el frío, la hierba aún estaba en pie, sostenida por la rigidez de su tallos muertos. Como una capa de pelaje, el marrón cubría las colinas que se alejaban hacia el Oeste.

    Él no podía ver el campamento de caza de invierno de su pueblo desde aquí. Estaba ubicado entre esas colinas, refugiado en un bosque que crecía siguiendo el Río Ioway. Mirando en esa dirección, vio a Pájaro Rojo en su mente. Sus ojos, negros como puntas de flecha de obsidiana, brillaron hacia él. Sintió un poderoso anhelo por verla, por hablarle y oír su voz, tocarle la mejilla con la punta de los dedos. La idea de que podía no volver a verla nunca, no volver a ver a su pueblo, le congelaba más que el frío del invierno.

    Oh, Hacedor de la Tierra, concédeme vivir para regresar con Pájaro Rojo.

    Se arrodilló y oteó sobre el acantilado, la capa de piel de oso se abultó a su alrededor. Piedra caliza gris, arrugada y picada como la cara de un anciano, caía hacia oscuras masas de arbustos sin hojas en la orilla del río. Sus ojos buscaron y encontraron una sombra especialmente negra en la pared del acantilado. Si hubiera llegado un poco más tarde este día, es posible que no hubiera podido encontrar la boca de la cueva en la oscuridad.

    Entonces podría haber tenido que esperar hasta la mañana. O, al tratar de bajar escalando, podría haber errado el camino y haber caído hacia la muerte. Un hueco frío se hinchó en su vientre. Habría sido tan fácil resbalar.

    Basta de lo que podría haber sido. Era lo que habría de ser lo que lo asustaba ahora. Podía morir, no por una caída, sino por lo que encontrara dentro de la cueva.

    O por lo que lo encontrara a él.

    Obligando a ese pensamiento también a salir de su mente, bajó su cuerpo sobre el borde del acantilado, hundió los dedos de los pies en los salientes y, cuidadosamente, descendió de lado. En algunos tramos, el camino a lo largo de la cara del acantilado se ensanchaba y este era casi tan fácil como caminar por el sendero de un bosque. Pero luego la piedra desmoronada se inclinaba abruptamente, por lo que él tenía que agarrarse fuerte con los pies calzados con piel de ciervo, tanteando como si no estuviera aferrándose a nada en absoluto.

    Una amplia cornisa se extendía frente a la entrada a la cueva sagrada. Dejó escapar un profundo suspiro de alivio cuando sus pies pisaron firmemente sobre la piedra plana.

    Desde el exterior no podía ver nada de la cueva, pero cuando entró, sintió un calor súbito, como si estuviera entrando en una choza bien sellada con una brillante hoguera encendida. Podía oler antiguas hogueras recientes, y otra cosa. Un olor a animal que envió una oleada de hielo por sus huesos, pero no un olor reciente. Agradeció al Hacedor de la Tierra por ello, porque estaba seguro de que aquel era olor de oso.

    Pero Tallador del Búho llevaba usando esta cueva para sus búsquedas de visión durante incontables inviernos y nunca había hablado de un oso.

    Nube Gris permaneció inseguro en la entrada, dejando que sus ojos se adaptaran a la oscuridad. Vio formas redondas y brillantes agrupadas contra la pared del fondo y una figura inmóvil, tan alta como un cintura de hombre, con un pico fuertemente curvado y alas extendidas.

    Nuevamente, al ver estas cosas, sintió la frialdad del miedo. Ahora veía que los objetos redondos en el suelo eran calaveras, y sabía de ellas que eran los cráneos de antepasados, grandes hombres y mujeres de la tribu Verde. Y vio piedras blancas, que habían sido collares mucho tiempo atrás, brillar alrededor de las mandíbulas de los grandes muertos. Y la figura alada erguida sobre ellos era el espíritu del Búho, que guiaba los pasos de los muertos a lo largo del Sendero de las Almas. Tallador del Búho se habían ganado su nombre al tallar esta estatua del espíritu y colocándola aquí.

    De una bolsa atada a su cinturón, Nube Gris sacó un puñado de granos de tabaco sagrado y los esparció en el suelo de la cueva como ofrenda.

    Él dijo: "Dadme permiso para entrar en vuestra cueva, Padres y Madres. Me conocéis. Yo soy vuestro hijo".

    Dudó. Solo por parte de su madre, Mujer Sol, era él hijo de estos antepasados ​​que custodiaban la cueva sagrada. Su padre era un ojos pálidos, y los ojos pálidos no tenían ancestros. ¿Y si los ancestros lo rechazaban?

    No había señal ni sonido de los cráneos en el suelo, pero ahora podía ver más lejos en las sombras, y vio que la cueva seguía por una curva, y esa curva estaba vigilada por otra figura sagrada. Escudriñó la figura oscura por un momento y decidió que era un oso, pero un oso como nunca había visto antes. De pies a cabeza, este oso era blanco. Tallador del Búho no había dicho nada sobre esta estatua.

    Suspiró en su temor sintiendo un temblor en el estómago.

    Era bueno para él estar aquí, trató de decirse a sí mismo. Había venido aquí para aprender los secretos del chamán. Este era el momento con el que había soñado desde la primera vez que había visto a Tallador del Búho; con su largo cabello blanco, su collar de pequeñas conchas de la laguna Megis y su palo de cedro con cresta de búho; entrar a la luz del fuego. Esa noche de hacía mucho tiempo, Tallador del Búho había hablado, no con la voz de un hombre, sino con la voz de un espíritu, con un fantasmal soniquete inquietantemente agudo que asustó y fascinó a Nube Gris.

    El chamán de la tribu era más importante que el más valiente de los valientes, mayor que cualquier jefe. Él tenía el poder de sanar a los enfermos y de predecir el futuro. Nube Gris quería elevarse alto entre los Sauk e ir donde iba el chamán, al mundo espiritual. Él quería penetrar en los misterios más profundos y saber la respuesta a cada pregunta.

    Después de haber comenzado a enseñar Nube Gris, Tallador del Búho había intentado desalentarlo, como una forma de probarlo, Nube Gris estaba seguro.

    Tallador del Búho había dicho: Muchas veces la gente no quiere escuchar al chamán. Cuanto más verdaderas sus palabras, menos lo escuchan.

    La advertencia había perturbado a Nube Gris, pero él nunca había visto a la gente negarse a escuchar a Tallador del Búho y él no perdió su determinación de convertirse en chamán.

    Nadie podría obtener una recompensa tan grande sin riesgo. Un guerrero debe matar a un enemigo con gran peligro para sí mismo para obtener el derecho a usar la pluma de águila que lo marcaba como un valiente. Un cazador tenía que matar un animal que pudiera matarlo a él antes de que la tribu lo considerara un hombre.

    ¿Cómo, entonces, podría uno hablar con estos espíritus de la tribu a menos que él también se hubiera enfrentado a la muerte?

    Pero ¿qué clase de muerte? ¿Se congelaría y moriría de hambre aquí en esta cueva, su cadáver quedaría hasta que Tallador del Búho viniera y lo encontrara? ¿O vendría un espíritu maligno a matarlo?

    Lo que fuese que pudiera venir, él solo podía sentarse y esperarlo del modo en que Tallador del Búho le había enseñado.

    Dio la espalda a las desconocidas profundidades de la cueva y se sentó a su entrada tirando de la capa de piel de oso a su alrededor en busca de calor. Metió los dedos en una bolsa en el cinturón y sacó los trozos de hongos secos que Tallador del Búho le había dado de un bolsa de medicinas decorada con abalorios de búho. Los hongos sagrados crecían en algún lugar muy al Sur y se intercambiaban corrriente arriba del Río Grande. Uno por uno, se los puso en la boca y los masticó despacio.

    No necesitas tragarlos, le había dicho Tallador del Búho. Mantenlos en la boca hasta que resbalen por tu garganta sin que sepas cómo ha sucedido.

    Su boca se iba quedando seca mientras los hongos se convertían en pasta. Y fue como había dicho Tallador del Búho, desaparecieron en su cuerpo sin que él supiera cuándo.

    Su estómago se revolvió una vez y él pensó con terror que podría fallar esta primera y pequeña prueba. Pero contuvo el aliento y, lentamente, la sensación de mareo fue muriendo.

    La última luz desapareció del cielo y el horizonte lejano al otro lado del río se desvaneció. La oscuridad cayó sobre él como una gruesa manta impenetrable. Le presionaba el rostro, asfixiándolo.

    Las muescas en el bastón parlante de Tallador del Búho, que el chamán había enseñado a Nube Gris a contar, decían que esta noche se elevaría la luna llena. Eso no supondría diferencia. Nube Gris no vería la luna en este cielo lleno de nubes.

    Una fría motita le cayó en el rostro, luego otra y otra. Tenía la nariz y las mejillas húmedas.

    Nieve.

    La nieve caería mientras él estaba sentado aquí y él se congelaría hasta la muerte.

    Debía vencer su miedo. Debía entrar al otro mundo. Allí, le había prometido Tallador del Búho, estaría a salvo. Sin su espíritu en el cuerpo, no podía ser herido por el frío, pero si el miedo lo mantenía atado a este mundo, el frío lo mataría.

    Escuchó algo.

    Un golpeteo y un raspado detrás de él, dentro de la cueva.

    Algo pesado arrastrando los pies por esa curva. Sintió su corazón batir fuerte y rápido en el pecho.

    Había algo en la cueva que él había olido al entrar por primera vez. Ni toda la magia del mundo podía salvarlo ahora.

    Oyó aliento siendo arrojado a través de enormes fosas nasales. Largas respiraciones lentas de una criatura cuyo pecho tardada mucho en llenarse de aire. Escuchó un gruñido, grave y determinado.

    El gruñido cambió a un retumbante bramido que hizo que el suelo de la cueva tiemblara bajo él.

    La respiración de Nube Gris llegaba en jadeos. Quiso levantarse de un salto y correr, pero Tallador del Búho le había dicho que estaba prohibido moverse una vez que se hubiera sentado en la cueva. Solo su espíritu tenía permitido moverse.

    Tal vez si hacía todo exactamente como Tallador del Búho le había dicho, estaría a salvo. Pero Tallador del Búho no le había dicho que esperara tal cosa.

    Él no debía mirar hacia arriba.

    El rascado de esas gigantes garras estaba justo detrás de él ahora. No podía respirar en absoluto. Había una luz brillante a su alrededor y, sin embargo, no podía ver nada.

    Él tanteó y...

    Una mano pesada... no, ¡zarpa!... pesando sobre su hombro y agarrándolo.

    Él no giró voluntariamente la cabeza, sino que su cabeza giró. Él no pretendía levantar la mirada, pero sus ojos alzaron la vista.

    Vio algo similar a un vasto tronco de árbol blanco al lado de su cabeza. Este estaba cubierto de pelaje blanco. Unas garras relucían sobre su hombro.

    Él miró más arriba.

    Sobre él; con ardientes ojos dorados, negras fauces abiertas y dientes blancos que brillaban como puntas de lanza; se alzaba un Oso.

    Nube Gris estaba en presencia de un espíritu tan poderoso que todo su cuerpo pareció disolverse de temor. Él quiso encogerse hacia sí mismo, enterrar su cara en los brazos. Pero no tenía poder sobre su extremidades.

    La zarpa del Oso sobre su hombro lo levantó, elevándolo hasta ponerlo de pie. Juntos salieron andando de la cueva.

    ¿Qué le había pasado a las nubes y la nieve?

    El cielo estaba lleno de estrellas que caían en picado para formar un puente que terminaba a sus pies. La luz de las estrellas proyectaba un tenue fulgor sobre el hielo del río, y él podía ver el horizonte y la orilla opuesta. A través del polvo de diminutas lucecitas chispeantes, veía la cornisa en el exterior de la boca de la cueva sagrada. Si avanzaba dos pasos, se caería por el borde y estaría muerto.

    El Oso Blanco, a cuatro patas junto a él ahora, parecía estar esperándolo. Nube Gris sabía, de alguna manera, lo que se esperaba de él. Debía poner pie sobre el puente de estrellas y salir caminando sobre el aire vacío. Él no podía hacerlo. El terror le desgarraba el estómago ante la idea de permanecer sobre el río sin nada para sostenerle.

    Esto también era una prueba. El puente sería seguro solo si Nube Gris confiaba en él. De ahora en adelante, todo lo que le sucediera sería una prueba. Y si no dominaba con maestría cada una en consecuencia, nunca conseguiría ser un chamán.

    ¿Y qué sería él, entonces, si vivía? Solo un chico mestizo, el hijo de una mujer sin esposo, el hijo de un padre desaparecido. El chico al que llamaban Nube Gris porque no era de un color ni del otro, ni blanco ni rojo.

    Este sendero era el único camino para él. Debía caminar por este puente y si caía y moría, no importaría.

    Dio el primer paso. Durante un aterrador momento, su mocasín pareció hundirse en las pequeñas chispas de luz en lugar de descansar sobre estas, pero fue como si el puente estuviera hecho de una sustancia mullida, y la planta de su pie no lo atravesó. Dio otro paso. Ahora tenía ambos pies sobre el puente. Su corazón estaba tronando, la sangre rugía en sus oídos.

    ¿Cómo podía un puente estar hecho de nada salvo luz? ¿Cómo podía un hombre sostenerse sobre él?

    Un paso más adelante. Le temblaba tanto la pierna que apenas pudo bajar el pie. Sus rodillas tiritaban. Su cuerpo le gritaba que volviera.

    Otro paso, y este sería el más difícil. Ahora podía ver el abismo debajo. Estaba sobre en el aire por encima del abismo. Bajó la vista, le temblaba todo el cuerpo. Él respiraba en rápidas aspiraciones y veía algunas nubecillas ante su cara a la luz de las estrellas.

    Otro paso, y otro. Buscando equilibrio, sus temblorosas manos se extendieron a sus costados. Él miró hacia abajo. El río era hielo sólido y las estrellas se reflejaban en su suave superficie negra. Si él caía, golpearía ese hielo con tal fuerza que se rompería cada uno de los huesos.

    Se tambaleó lleno de vértigo. Miró a izquierda y derecha y vio que los bordes del puente estaban a cada lado suyo. Él podía volcarse y nada lo detendría. ¿Dónde estaba el Oso Blanco?

    El miedo lo haría caer. Aunque este puente de luces soportara su peso, era tan estrecho que seguramente él perdería el equilibrio y moriría.

    Pero si me sostiene, debo de estar destinado a vivir. Y si estoy destinado a vivir, no se me permitirá caer.

    Era solo era su miedo lo que hacía que el puente pareciera tan precario. Sabía que cuanto más creyese, más seguro sería este para él.

    Nunca le des la espalda al miedo, recordó que Tallador del Búho había dicho. Nunca trates de alejarlo. El miedo es tu amigo. Te advierte de peligro.

    Pero ¿qué pasa cuando debo enfrentar el peligro y no ser advertido de él?, había preguntado él entonces.

    Mientras escuches su advertencia, el miedo no te impedirá hacer lo que tienes que hacer, pero si intentas fingir no oírlo, el miedo te hará tropezar y te atará con cuerdas de cuero sin curtir.

    Nube Gris, aún asustado, avanzó unos pasos más intrépidamente. Cuales fuesen los espíritus que estaban haciendo que esto le sucediera, seguramente no le estaban mostrando estas maravillas solo para destruirlo después.

    Él estaba en medio del río cuando escuchó un grave murmurar tras él.

    Se giró y era el Oso Blanco, tan grande como un viejo toro búfalo, moviéndose con él sobre sus inmensas patas con zarpas. Llegó hasta él y extendió la garra para tocarle el hombro. Él sabía ahora que aquel era un gran espíritu, y que era su amigo. Enterró los dedos en su grueso pelaje y sintió el calor y el enorme músculo poderoso, debajo.

    La alegría lo inundó. Donde casi había sido superado por miedo, una fuerza y ​​emoción habían entrado en él. Corrió hasta la ascendiente curva del puente. Sintió el impulso de danzar e irrumpió en un medio trote medio movimiento de pies, ese movimiento de los hombres cuando daban la bienvenida a la cosecha de buena comida que las mujeres habían plantado alrededor de la aldea Saukenuk. Aleteó con los brazos como el ganso salvaje.

    El puente, veía él ahora, no cruzaba el río, sino que lo seguía. Él alzó la vista. El rastro de estrellas terminaba en la única estrella en el cielo que, como Tallador del Búho le había señalado, permanecía fija mientras todas las demás estrellas bailaban a su alrededor. Y que, por tanto, era llamaba la Estrella del Fuego del Consejo.

    Las lucecitas centelleaban a su alrededor como bandadas de pájaros brillantes y su corazón estaba lleno de felicidad. Todo era tan hermoso que él quería cantar.

    Y él cantó, la única canción que sabía que parecía adecuada para este momento, la Canción de la Creación.

    «Hacedor de la Tierra, llenas el mundo de vida.

    Pones vida en la tierra y el cielo y el agua.

    No sé lo que eres, Hacedor de la Tierra,

    Pero estás en mí y en todo lo que vive.

    Siempre has morado en la vida,

    Y siempre morarás en ella.»

    Él cantaba y bailaba, y el Oso Blanco se alzó sobre las patas traseras y caminaba pesadamente a su lado.

    La luz de la Estrella del Fuego del Consejo se hizo más brillante y pareció disipar la negrura del cielo alrededor de ella. La estrella creció hasta ser una esfera de frío fuego que llenaba el cielo.

    Él escuchó un rugido y vio que, desde el fondo del brillante globo, agua se estaba vertiendo. El agua emitía luz propia. Él siguió con la vista su caída. Estaba muy, muy por encima de la tierra ahora. El Río Grande era una fulgurante cinta negra, apenas visible, que serpenteaba sobre la tierra. Recta como una lanza, el agua de la Estrella del Fuego del Consejo estaba cayendo sobre el lugar donde el Río Grande comenzaba su sinuoso curso.

    Él estaba exultante. Ya había aprendido un secreto que ningún otro Sauk sabía, a menos que fuese el mismo Tallador del Búho: la verdadera fuente del Río Grande.

    Vio una oscura abertura cuadrada en la superficie brillante de la estrella. El sendero lo conducía hacia ella. Aún caminando sobre las patas traseras, el Oso Blanco presionaba inexorablemente el avance hacia esa entrada y Nube Gris caminaba a su lado.

    Los colores del arcoíris brillaban a la luz de la estrella y esta latía débilmente como un corazón pulsante. Cuando él pensó en qué espíritu poderoso debía de habitar en esta magnífica choza (tal vez el mismo Hacedor de la Tierra) el corazón de Nube Gris volvió a llenarse de miedo.

    Tembló y sus pasos redujeron velocidad. Él no podía llegar cara a cara con tal ser. Sería como quedarse mirando el sol, se le quemarían los ojos en la cabeza. Se sintió debilitarse.

    La superficie cubierta de estrellas bajo sus pies se sacudió un poco. Él dio un paso y tembló bajo su pisada. El Oso Blanco estaba delante de él ahora, dejándolo aquí fuera, solo entre las estrellas, muy alto de la tierra sobre un puente que comenzaba a desmoronarse.

    Nube Gris miró atrás por donde había venido.

    No había puente detrás de él.

    Nada salvo negrura. Él gritó, agitó los brazos, se tambaleó.

    Comenzó a avanzar corriendo hacia el Oso, su único protector, y sus pies se estaban hundiendo dentro del puente. El Oso y la entrada y la misma Estrella del Fuego del Consejo parecían cada vez más lejos.

    Cayó sobre las manos y las rodillas, temeroso de seguir de pie.

    Pero ¿qué estaba el miedo tratando de decirle?

    Era cierto que Nube Gris debería tener miedo al encontrarse con un espíritu mucho más poderoso que él. Y ahora debía confiar en que el espíritu no le haría daño.

    Con ese pensamiento, sintió que el puente se hacía más sólido bajo sus manos. Se puso en pie de nuevo.

    Estaba delante de la entrada. Todo encima de él y a los lados estiraban la curvada superficie brillante y multicolor de la Estrella del Fuego del Consejo.

    No veía al Oso Blanco. Este debía de haber entrado en la estrella. Él respiró hondo y, llevándose el miedo con él, se lanzó a través de la entrada.

    Por un momento la luz lo cegó. El aire estaba lleno de un aleteo y un susurro.

    Sus ojos se acostumbraron a la luz y vio que estaba en el borde de un estanque lleno de peces nadando en círculos.

    No eran peces, sabía él, sino espíritus de peces. Los espíritus de la trucha y el salmón y la lubina y la lucioperca y el pez luna y el lucio, todos los peces de lagos y arroyos que alimentaban a su pueblo.

    Lleno de miedo sobre lo que podría ver a continuación, Nube Gris alzó la vista.

    Vio una Tortuga.

    La Tortuga era espeluznantemente grande. Estaba al otro lado de la corriente del estanque, pero aun así se cernía por encima de Nube Gris con su cabeza en alto en el aire. Sus patas delanteras descansaban sobre un bloque de hielo blancoazulado. Detrás de ella se alzaba una montaña de cristales de hielo. Las arrugas alrededor de los ojos y la boca le decían a Nube Gris que ella era incalculablemente vieja.

    "Nube Gris", dijo la Tortuga. "Eres bienvenido aquí", la voz era grave como un trueno.

    Nube Gris cayó de nuevo sobre sus manos y rodillas.

    "No tengas miedo, Nube Gris", dijo la voz retumbante.

    Él levantó la vista de nuevo y vio amabilidad en los enormes ojos amarillos de pesados párpados. El vientre expuesto de la Tortuga era del verde pálido de las hojas de primavera. En su pecho encapsulado de hueso, se formó una brillante gota de agua, como una gota de rocío o una lágrima, pero grande como la cabeza de un hombre. Después de un momento, esta cayó y chapoteó en el estanque. Nube Gris miró hacia el fondo del estanque y vio la negrura de un profundo hoyo en su centro. Supo entonces que aquello debía de ser desde donde la corriente de agua se vertía en el Río Grande. Y que las gotas de agua que caían de la Tortuga alimentaban el estanque. La verdadera fuente del Río Grande era el corazón del espíritu Tortuga.

    Tallador del Búho le había hablado de la Tortuga después de hablarle del Hacedor de la Tierra, que era el espíritu más antiguo y poderoso. La Tortuga había ayudado a crear el mundo y a mantenerlo vivo.

    Casi incapaz de creer que estaba viendo a la Tortuga de verdad, Nube Gris levantó la mirada y vio que toda clase de bestias y pájaros ocupaban los salientes de la montaña de cristal de hielo. Toda la creación estaba aquí. Árboles (fresno, olmo, roble, nogal, abedul, pino y abeto) se agrupaban en la ladera de la montaña, las raíces de alguna manera extraían alimento del hielo.

    Él dijo: "Padre, te doy gracias por dejarme venir aquí".

    En lugar de responderle, la enorme cabeza de reptil giró hacia un lado. Él siguió la mirada del ojo amarillo.

    Un hombre estaba de pie en uno de los salientes cerca de la cabeza de la Tortuga. Era alto y delgado. Sus ojos eran redondos y azules, su rostro blanco. ¡Un ojos pálidos! ¿Qué estaría haciendo un ojos pálidos aquí en la choza de la Tortuga? El hombre tenía largo pelo negro con mechas grises, atado en la parte posterior de la cabeza. Su delgada figura vestía un abrigo azul, pellizcado en la cintura por un cinturón de cuero negro con una espada y una pistola colgando de él. Sus pantalones blancos estaban metidos dentro de brillantes botas negras que le llegaban a las pantorrillas. Al ver la espada, Nube Gris pensó que este hombre debía de ser uno de los cuchillos largos, los temibles guerreros ojos pálidos.

    El hombre miraba a Nube Gris. Su rostro era estrecho con profundas arrugas. Todos los ojos pálidos que Nube Gris había visto tenían caras peludas (y espesos bigotes que les crecían bajo las narices, y a veces barbas que se extendían hasta sus pechos), pero la cara de este hombre estaba limpia. La nariz era grande y con forma de gancho, como el pico de un halcón. Nube Gris vio que el hombre lloraba. Lágrimas corrían por sus arrugadas mejillas mientras observaba a Nube Gris. La mirada en esos ojos azules, notaba Nube Gris, no era de tristeza, sino de amor.

    Al devolverle la mirada al hombre, Nube Gris sintió una calidez en su propio pecho, como el ardor que se levanta súbitamente de una hoguera que ha prendido.

    "Te he traído para escuchar una advertencia", dijo la Tortuga, su voz hacía vibrar los huesos de Nube Gris. "Debes llevar mis palabras hasta mis hijos, los Sauk y los Zorro". Mientras la Tortuga hablaba, otra inmensa gota salpicó el estanque para añadirse al Río Grande.

    "Días de mal se acercan para mis hijos".

    Nube Gris se desmoronó, pensando que no quería llevar ese mensaje a su pueblo. Pero tal vez habría algunas buenas palabras que pudiera decirles.

    "¿Cómo podemos escapar de este mal, Padre Tortuga?" Le preguntó.

    "Este mal viene de los ojos pálidos".

    Ante esto, Nube Gris se volvió para mirar al hombre ojos pálidos, quien parecía triste ahora, incluso sombrío. ¿Quién era este hombre y por qué estaba aquí?

    "Los ojos pálidos y mis hijos no pueden vivir en la misma tierra", dijo la Tortuga. "Porque no viven de la misma manera. La mayoría de ojos pálidos no desean daño a mis hijos, pero sí les hacen daño al entrar en las tierras donde moran mis hijos".

    Nube gris comprendió de inmediato lo que la Tortuga decía. Generaciones de Sauk y sus aliados, los Zorro, habían vivido en poblados en la unión del Río Roca y el Río Grande, donde en verano cultivaban maíz, frijoles y calabazas. Cada otoño abandonaban sus poblados y campos para vivir en los campamentos de caza de invierno en el Oeste, pero los guerreros ojos pálidos, los cuchillos largos, les habían estado diciendo a los Sauk y a los Zorro que debían renunciar a todas sus tierras en el lado este del Río Grande; incluso a su aldea principal, Saukenuk; y viajar para siempre hacia el Oeste, hacia el país de Ioway. Y el jefe de guerra Halcón Negro había desafiado a los largos cuchillos, guiando a su gente cada primavera de vuelta a cruzar el río para cultivar la tierra alrededor de Saukenuk.

    Nube Gris sabía que incluso los ojos pálidos más amables no eran de fiar. Tallador del Búho sospechaba del hombre medicina vestido de negro, Piérre Isaac, que hablaba sobre el espíritu llamado Jesús y pasaba muchas tardes con Nube Gris, enseñándole las palabras y signos de los ojos pálidos americanos.

    La voz de la Tortuga irrumpió en estos recuerdos: "Dile a mis hijos que un gran conflicto se interpondrá entre ellos y los cuchillos largos. La gente sufrirá y muchos de ellos morirán".

    Nube Gris jadeó cuando el horror de esto caló en él. Miró de nuevo al ojos pálidos y, ahora, donde antes había habido amor, vio arrugas de dolor talladas profundamente en la delgada cara.

    ¿Es este hombre, entonces, un peligro para mí?.

    "¿No hay escapatoria, Padre Tortuga?", preguntó de nuevo.

    "La gente debe caminar su camino con valentía", dijo la Tortuga "Halcón Negro os guiará. Y él y sus valientes mostrarán el mayor de los corajes, tal coraje que el nombre de Halcón Negro nunca será olvidado en la tierra donde nació".

    El ojo dorado de pesados párpados ​​de la Tortuga pareció fijarse Nube Gris.

    "Y tú encontrarás tu propio camino. Para algunas de las personas, el camino que encuentres será bueno. Pero muchas otras viajarán con tristeza hacia la puesta de sol. Y allí desaparecerán para siempre".

    Confuso, Nube Gris miró de la Tortuga hacia el ojos pálidos y a la Tortuga de nuevo. Estas cosas que la Tortuga decía eran extrañas, como las palabras que Tallador del Búho cantaba ante el fuego del consejo. ¿Debía llevar a su pueblo este mensaje de sufrimiento y tristeza? ¿Le escucharían?

    Quiso hacer más preguntas, pero sintió una suave presión del gran cuerpo del Oso a su lado, y él supo que su visita a la choza de la Tortuga había terminado.

Capítulo 2

El Espíritu Oso

    Pájaro Rojo estaba en las lindes del campo de caza, al lado de canal de árboles donde los caballos de la banda se refugiaban de la nevada. Sus lágrimas se mezclaban con los copos de nieve que se derritían en su rostro. Dondequiera que ella miraba, una cortina blanca ocultaba la tierra.

    ¿Iba a morir Nube Gris? La idea la hacía sentir como si un puño gigante le estuviera oprimiendo el corazón. Ayer a mediodía, su padre había enviado a Nube Gris en su búsqueda de visión... ¡y en la época más peligrosa del año, durante la Luna de Hielo, cuando los espíritus cosechaban a los vivos y dejaban solo a los más fuertes para sobrevivir hasta la primavera! Y justo al caer la noche, la nevada había comenzado ¿Se llevarían los espíritus a Nube gris?

    Las lágrimas ardían en sus ojos y ella se sintió mareada. No había dormido en toda la pasada noche y había esperado y velado todo el día.

    Mientras estaba de pie mirando hacia el Este, donde Nube Gris había seguido su viaje espiritual, se le ocurrió que él ya podría estar muerto. El viento debía de haber estado soplando nieve dentro de la cueva sagrada toda la noche y todo el día. Nube Gris, en trance, ya podría haberse congelado hasta la muerte. Ella podía estar llorando por un hombre muerto.

    Sollozó en alto y se tapó la cara con las manos dentro de manoplas de piel de ardilla. La nieve en las manoplas apenas la sentía más fría que sus mejillas.

    Un destello de luz, más brillante que el sol, la cegó. El rugido del trueno casi la tira al suelo cubierto de nieve. Otro destello brillante la hizo taparse los ojos con consternación, y en un momento hubo otro largo, rodante y estremecedor temblor.

    La gente estaba en las entradas de sus tipis con forma de cúpula, murmurando unos a otros. Trueno con una tormenta de nieve. Esta era la cellisca más fuerte del año hasta ahora, y una cellisca con truenos y relámpagos predecía algún gran evento. Mucha nieve yacía sobre los redondeados techos de los tipis, y algunas mujeres usaban batidores de grupos de ramitas para cepillarla y que no partiera el marco de postes o se derritiera a través de los techos de corteza de olmo, las alfombras de totora y mojara a las personas y sus posesiones en el interior. La nieve estaba seca y polviza porque el aire era muy frío, y se cepillaba fácilmente.

    La nieve ya estaba a medio camino de las botas de piel de venado atada de Pájaro Rojo. Ella sintió el frío adormeciendo sus pies y piernas ¿Cómo debía ser este frío para Nube Gris?

    Ella lo veía tan vívidamente como si estuviera de pie ante ella. Era muy alto, casi tan alto como su hermano Cuchillo de Hierro, pero la constitución de Nube Gris era más esbelta, no ancha y poderosa como la de Cuchillo de Hierro.

    Vio la tierna boca de Nube Gris curvarse en una tentativa sonrisa, su afilada nariz le daba fuerza a su rostro, a sus grandes ojos brillantes. Su piel era mucho más clara que la de cualquier otro hombre en la Banda Británica de los Sauk y los Zorro.

    Pájaro Rojo se preguntó por qué los ojos pálidos eran tan diferentes y por qué tenía tanto poder. Ningún artesano Sauk podía nada parecido a las espadas de acero que llevaban los guerreros ojos pálidos, por las cuales eran llamados cuchillos largos. Los tomahawks de acero que intercambiaban los ojos pálidos por pieles podían romper en pedazos un tomahawk Sauk de cabeza de piedra. Un arma de fuego de los ojos pálidos, por supuesto, era algo que todo guerrero de las tribus Sauk y Zorro anhelaban.

    Y, se preguntó ella, ¿no era en parte por el misterio del padre de Nube Gris que ella se encontraba atraída por él? Los ojos pálidos la fascinaban, los pocos que había conocido; Jean de Vilbiss, el comerciante, el hombre medicina vestido de negro llamado Père Isaac.

    Cada verano, cuando Père Isaac visitaba la aldea Saukenuk, tomaba Nube Gris aparte para enseñarle palabras extrañas, mostrarle cómo comprender el significado de las marcas en papel y cómo hacer tales marcas. Cómo envidiaba ella a Nube Gris y cómo deseaba que Père Isaac también le enseñara esas cosas.

    Pero lo que más interesaba a Pájaro Rojo eran las agujas de coser de acero y ollas de hierro y vestidos de percal y mantas de lana. Ella se preguntaba por qué el Hacedor de la Tierra había dado el conocimiento de cómo hacer tales cosas a los ojos pálidos, pero no a los Sauk y a los Zorro. Su pueblo usaba pieles de animales, raspaba, empujaba y tiraba y curtía con el cerebro de los animales y la orina de las mujeres hasta que las pieles quedaban suaves y flexibles y se podían usar cómodamente sobre la piel. Pero la ropa de los ojos pálidos era más cómoda y más fácil de mantener limpia. Y más coloridas. Las camisas y polainas y faldas Sauk y Zorro, a menos que estuvieran pintadas o decoradas con plumas teñidas, eran del marrón tostado del pelaje de los animales. Las mejores prendas de ciervo se trabajaban hasta que quedaban blancas. Los vestidos y chales y las mantas que ofrecían los comerciantes ojos pálidos eran de muchos colores: azul y amarillo, rojo y verde, con flores y otras imágenes y diseños. Pájaro Rojo a menudo pasaba largos ratos mirando el buen vestido cálico que su padre, Tallador del Búho, había conseguido para ella de los comerciantes ojos pálidos, simplemente deleitada con las pequeñas rosas rojas pintadas en su fondo azul pálido.

    Por un momento, perdida en sus pensamientos sobre los ojos pálidos, se había olvidado del peligro de Nube Gris y de su propio dolor. Ahora este volvió a ella como un garrote de guerra aplastándole el pecho.

    Pronto sería de noche de nuevo. Nube Gris había estado en la cueva una noche entera y un día entero mientras la nieve caía. Y la nieve estaba cayendo aún. Si alguien no lo rescataba, él seguramente moriría.

    Ella iría hasta su padre, Tallador del Búho, y exigiría que Nube Gris fuese traído de vuelta desde la cueva sagrada.

    Se giró y empujó sus pies a través de la nieve reciente, pasando deprisa los tipis nevados de techo redondo del campamento de invierno de la Banda Británica en el país de Ioway. Un perro salió corriendo de la entrada del tipi de Zarpa de Lobo y se debatió a través de la nieve, con las orejas cortas y puntiagudas aplanadas, para ladrarle. Los perros de Zarpa de Lobo eran una molestia, ladraban y lanzaban dentelladas a cualquiera que pasara cerca de su morada.

    El perro dejó de ladrar y ella oyó pasos chirriando en la nieve. Ella se detuvo y se giró. Zarpa de Lobo mismo estaba de pie ante su tipi al lado del alto poste, de cuya parte superior colgaban seis cabelleras Sioux que él había tomado el invierno pasado.

    Zarpa de Lobo la fulminó con la mirada, con los brazos cruzados bajo una brillante manta roja. Tres cortas rayas negras cerca de un borde eran la garantía del comerciante ojos pálidos de que la manta era de la más alta calidad. A pesar de la nieve, la cabeza de Zarpa de Lobo estaba descubierta, toda rapada excepto por la rígida cresta de pelo de ciervo teñido de rojo en el medio. Tres plumas de águila, blancas y negras, estaban atadas en ella.

    A Pájaro Rojo no le gustaba Zarpa de Lobo. Él nunca dejaba que la gente olvidara que él era el hijo del gran jefe de guerra Halcón Negro, cuyo tipi yacía a poca distancia del suyo propio. Él nunca sonreía y ella sabía muy bien lo que estaba pensando mientras la miraba.

    Ella se giró sin saludar y siguió caminando, pateando la nieve a su paso, pero la visión de Zarpa de Lobo le había recordado que, aunque Tallador del Búho era su padre, ella solo tenía la influencia de una mujer. El viaje espiritual de Nube Gris era un asunto de hombres.

    Tallador del Búho la amaba y era bueno con ella, pero si ella intentaba interferir en su llamada sagrada, él se pondría furioso. Él nunca aceptaría sacar a Nube Gris de la cueva antes de que bajara por sí solo, tal cosa estaba en contra del camino del chamán.

    Todavía se estaba preguntando sobre lo que osaría ella decir cuando llegó al tipi de su familia y encontró a Tallador del Búho de pie al lado, con las manos a la espalda, mirando al Este hacia el Río Grande.

    Mientras ella arrastraba los pies por la nieve hacia él, él se giró y extendió las manos. Cuando ella lo alcanzó, él le puso las manos sobre los hombros. Ella lo miró a la cara, difícil de ver ahora que la noche había caído, y trató de leerla.

    La cara de Tallador del Búho era plana. Su largo cabello blanco estaba atado en la frente con una banda de abalorios y caía de allí hasta los hombros, extendiéndose como un chal blanco. Su collar, de redondas conchitas rayadas de las criaturas acuáticas llamadas megis, traqueteaba en el viento.

    Ella tembló interiormente en su presencia. El chamán de la tribu podría tanto curar como matar.

    "¿Cómo puede él vivir con esta cellisca?", dijo ella casi llorando.

    "¿No viste el rayo, hija mía, y no escuchaste el trueno? ¿Crees que meramente eso ha de ser necesario para congelar a un joven hasta la muerte? Escúchame, una vez en mil años un hombre surge entre nosotros que es capaz de ser un Gran Chamán. Capaz de ser para otros chamanes como yo lo que el Hacedor de la Tierra es para los espíritus menores de las bestias y los pájaros. Pero para ser conocido y para descubrir la grandeza de su poderes, ese hombre debe ser igual de grandemente probado. Yo vi en Nube Gris a un hombre más allá de lo ordinario".

    La disposición de Tallador del Búho a hablar hizo que Pájaro Rojo se sintiera más audaz: "Seguro que Nube Gris ha estado en la cueva sagrada el tiempo suficiente, padre mío. ¿No irás ahora y le sacarás?".

    Él la apartó de un empujón, mirándola: "El Hacedor de la Tierra decide cuándo es suficiente. Un hombre debe sufrir para ser digno del poder que su espíritu guía le otorga. Cuando yo comencé a caminar por primera vez el camino del chamán, vagué muy lejos por el gran Desierto del Oeste y casi muero de hambre y de sed. No sufrí tanto como Nube Gris está sufriendo, pero eso es porque él puede ser un chamán mucho más grande que yo. Si vive o si no vive, él es como un potro nacido cojo en la primavera. Los lobos deben atraparlo. Esa es la manera del Hacedor de la Tierra".

    Aunque estaba asustada, Pájaro Rojo se obligó a hablar: "Hay sufrimiento que ni los más fuertes pueden soportar".

    Tallador del Búho dio un paso hacia ella, sus ojos eran redondos de ira: "Recuerda lo que la ley de los Sauk y los Zorro decreta para cualquiera que perturba a un hombre en un viaje espiritual, incluso para ayudarlo. Te llevan al Río Grande. En verano te arrojarían con rocas atadas. En esta estación cortan un agujero en el hielo y te empujan. La corriente fluye rápidamente bajo el hielo. Esta te aleja de la abertura y te ahogas allí en el frío y la oscuridad".

    Pájaro Rojo retrocedió encogida. Al principio, Tallador del Búho había sentido su dolor cuando ella había acudido a él, pero ahora estaba enojado. Ella sintió que detrás de esa ira acechaba miedo. Miedo de que ella pudiera arriesgar su vida por Nube Gris.

    "Tu madre te ha estado llamando", dijo él. "Ve y ayúdala con su trabajo".

    Temerosa de decir nada más, Pájaro Rojo se apresuró a pasar junto a él y levantó la gruesa piel de búfalo que cubría la entrada del tipi de la familia. Ella miró por encima del hombro y vio que su padre estaba una vez más mirando hacia el río por donde Nube Gris se había ido. Tallador del Búho tenía las manos entrelazadas a la espalda.

    Él también temía por Nube Gris. Cuando ella sintió eso, su corazón se hundió aún más.

    Al entrar en el tipi vio, recortada contra la luz del bajo fuego en el centro, una figura que se elevaba como un búfalo, su medio hermano, Cuchillo de Hierro. Pájaro Rojo tomó sus manos en saludo.

    "Nube Gris estará bien", dijo Cuchillo de Hierro con una voz baja y áspera.

    Cuchillo de Hierro siempre era amable con ella. Estaba agradecida por su palabras, pero ella sabía que no eran más que un deseo bien intencionado. Aunque Cuchillo de Hierro era hijo de la primera esposa de Tallador del Búho, él no tenía ni rastro de la capacidad del chamán para predecir eventos. Cuchillo de Hierro podía ver solo con sus ojos, escuchar solo con sus oídos. Su madre había muerto dándole a luz y había quienes decían que los espíritus habían elegido no darle el talento porque había matado a su madre. Pájaro Rojo incluso había escuchado eso mientras estaba de luto. Tallador del Búho había predicho que Cuchillo de Hierro algún día sería asesinado por un hombre cuya madre también había muerto dándole a luz.Nadie se atrevía a hablar de estas cosas en presencia de Cuchillo de Hierro.

    Pájaro Rojo sabía que ella tenía más de chamán que Cuchillo de Hierro. Sabía, como su padre, que en este momento Nube Gris estaba en terrible peligro.

    "¿Dónde has estado?" Llamó Viento Dobla la Hierba desde el sombras. Ella y las hermanas de Pájaro Rojo ya estaban acostadas para pasar la noche sobre esteras de piel de búfalo a lo largo de la pared del tipi. Viento Dobla la Hierba y sus dos hijas, Uva Silvestre y Nido de Petirrojo, dormían juntas para tener más calor.

    "Estuve en el bosque cuidando a nuestros caballos", mintió Pájaro Rojo. Había estado cerca de los caballos, pero solo para observar la llegada de Nube Gris.

    "Yo te necesitaba aquí", dijo Viento Dobla la Hierba con enojo. "Estaba ensartando las cuentas de la nueva faja para tu padre, y tus hermanas son demasiado pequeñas para ayudarme".

    ¿Mi madre quiere que ensarte cuentas mientras Nube Gris se congela hasta la muerte?.

    "La nieve estaba pesada en los lomos de los caballos", dijo Pájaro Rojo. "Necesitaban que alguien los cepillara".

    "Tonterías", dijo Viento Dobla la Hierba sentándose. "Estabas esperando y preocupándote por ese chico ojos pálidos. Y mientras tanto, Zarpa de Lobo ha vuelto a hablar hoy con tu padre. ¿Cómo puedes rechazar al hijo del poderoso Halcón Negro y pensar en casarte con ese chico que no tiene padre? Su madre yacía con el ojos pálidos y tuvo a Nube Gris. El ojos pálidos vivió con ella solo cinco veranos y luego huyó. Habría huído antes, pero nuestra gente lo mantenía prisionero a causa de la guerra".

    Pájaro Rojo escuchó risitas apagadas desde la cama al lado de su madre. Sus hermanas pequeñas pensaban que la historia de la paternidad de Nube Gris era graciosa. Viento Dobla la Hierba golpeó con la mano a los dos temblorosos bultos.

    "Zarpa de Lobo ya tiene una esposa", dijo Pájaro Rojo.

    "Él es un hombre", dijo Viento Dobla la Hierba. "Un valiente. Puede hacer felices a dos esposas, a tres esposas, a cuatro esposas".

    La ira contra su madre por menospreciar a Nube Gris cuando él podría estar muriendo subió bullendo dentro de ella y casi la ahoga. Se mordió el labio y contuvo las palabras de enojo. Estaba demasiado dolida para querer pelear.

    Se quitó el gorro de piel, las botas mojadas y las manoplas y los puso cerca del fuego. Manteniendo su capa de piel de búfalo, su vestido de piel y leotardos, se recostó en su propia estera, acolchada con mantas y la hierba de la pradera. Encogiendo las piernas, se envolvió con la pesada capa.

    El tipi estaba tranquilo, excepto por el estallido de las ramas en llamas.

    Pájaro Rojo sabía que su miedo por Nube Gris, profundizándose a medida que la noche profundizaba, la mantendría despierta. Decidió que cuando estuvieran todos dormidos, ella volvería al tipi de Mujer Sol y velaría con ella.

    Yació mirando el techo ennegrecido que se arqueaba sobre su cabeza. Parcialmente oscurecidos por el fluir del humo, los postes curvos proyectaban sombras profundas a la luz parpadeante. Cuchillo de Hierro había puesto ramas frescas sobre el fuego. El humo le picaba los ojos.

    A veces creía ver mensajes espirituales sobre ella en los patrones de las ramitas entrelazadas con los postes más grandes, y en el grietas en las láminas de corteza que cubrían el interior del tipi. Pero esta noche su mente estaba demasiado absorta en el destino de Nube Gris para intentar leer los patrones.

    Sobre la respiración de los demás podía escuchar la voz del viento vibrando por el techo. De vez en cuando este se elevaba hasta un aullido y la estructura del tipi crujía bajo la tensión. A pesar de que había un fuego y el tipi estaba herméticamente cerrado, Pájaro Rojo sentía que el frío se filtraba de la tierra. Sentía cómo sus dedos helados le tocaban el cuerpo a través de la túnica de búfalo. Su temor por Nube Gris se tornó un pánico que hacía palpitar su corazón.

    Si yo siento el frío, aquí en mi cálido tipi, ¿cómo debe ser para él?.

    Después de que la nieve dejara de caer, el frío de esta noche sería un frío que mataba sin piedad. A menudo un frío tan profundo parecía seguir una gran nevada. Después de una noche como esta, las mujeres encontraban conejos y ciervos tumbados en las montañas cerca del campamento. Los animales, tratando de acercarse al calor, superaban su miedo a las personas, pero el frío les quitaba la vida a sus cuerpos. Incluso los animales más fuertes podían morir. Solo personas, a quienes el Hacedor de la Tierra les había dado el conocimiento de cómo protegerse y hacer fuego, podía soportar este frío mortal.

    Sus puños se cerraron sobre la manta. Su corazón se llenó de ira. Ira contra el frío; contra su madre, que despreciaba a Nube Gris; contra Tallador del Búho, que lo había enviado a una muerte casi segura; contra los espíritus, que habían permitido esto. De su ira se encendió una feroz resolución.

    No permitiré que me lo arrebatéis.

    Si todos los demás aceptaban la muerte de Nube Gris, ella no. Iría hasta él. Ella iría hasta Mujer Sol y recogería todas las medicinas que pueda cargar, cualquier cosa que evitara que el frío drenase el último calor y fuerza de Nube Gris.

    ¿No te han dicho lo que la tribu decreta para cualquiera que perturba a un hombre en un viaje espiritual, incluso para ayudarlo?.

    Su ira se convirtió en miedo, y ella yació allí, sin querer moverse, sabiendo que si arrojaba las mantas y se levantaba, estaría dando el primer paso en un sendero que podría ser su muerte.

    Pero luego pensó en ese viento terrible, afilado como los cuchillos de acero de los ojos pálidos, chillando alrededor del cuerpo de Nube Gris. Si ella hacía algo ahora, él podría vivir; y si ella no hacía nada, seguramente moriría.

    Ella había amado a Nube Gris desde que podía recordar. Estar sin él... no podía soportar pensar en ello.

    Había escuchado historias de mujeres que habían muerto peleando junto a sus hombres. Sí, mejor morir con Nube Gris; caminar con él por el Sendero de las Almas hacia el Oeste; que vivir una larga vida llorándole.

    Escuchó los sonidos de los que dormían, el retumbante ronquido de Cuchillo de Hierro, la pesada respiración de Viento Dobla la Hierba, que sonaba como su nombre. Los susurros y murmullos de Uva Silvestre y Nido de Petirrojo.

    Tallador del Búho todavía no había entrado, y podría quedarse allí fuera la mayor parte de la noche. Ella no se atrevía a esperar más. Tendría que enfrentarlo.

    Silenciosamente se apartó las mantas y se levantó. Se volvió a poner rápidamente el gorro de piel, las botas y las manoplas.

    El frío profundo mordió sus mejillas como los dientes de una comadreja. Mientras había estado tumbada en el tipi; la nevada, que había estado cayendo continuamente durante una noche y un día; se había detenido por fin. Las nubes arriba estaban despejando y ella podía ver la luna llena, redonda y brillante como la moneda de plata de los ojos pálidos. La Luna de Hielo. Parecía congelada en su sitio del cielo negro. Las estrellas brillaban, pequeños carámbanos de hielo. Con su primer aliento inhalado, el interior de sus fosas nasales pareció congelarse, el aire le ardía en la nariz y la garganta. Su corazón se estremeció por Nube gris.

    La negra figura de Tallador del Búho estaba justo donde ella le había dejado. ¿Cómo había podido resistir el frío tanto tiempo?

    Tallador del Búho se volvió hacia ella: "¿Adónde vas?".

    "Al tipi de Mujer Sol, para velar con ella".

    Ella odiaba ahora a Tallador del Búho. Él fue quien había enviado a Nube Gris en este viaje espiritual, y ahora no quería hacer nada para salvarlo de la muerte.

    Como si él sintiera su agonía, le dijo: "Los espíritus velarán por Nube Gris".

    Ella quiso creerle, pero no podía. Le había rogado que ayudara a Nube Gris y él le había ordenado que se callara. Ahora ya no tenía más que decirle. Se apartó de Tallador del Búho.

    Él podía haberle prohibido ir con Mujer Sol, pero él no querría hacerlo. Había un entendimiento entre Pájaro Rojo y su padre que ella no podía poner en palabras. Ella sabía que él, cuando la miraba, estaba dividido entre el orgullo de que ella, la mayor de sus hijas con Viento Dobla la Hierba, poseía los mismos dones que él, y la lástima de que fuese una mujer y que nunca pudiera ser un chamán. Y ella sabía que, de entre todas sus hijas, él la amaba a ella más que a ninguna.

    La nieve, soplada de los tejados de los tipis, se acumulaba en largos montones en los lados occidentales. El viento del este golpeaba a Pájaro Rojo mientras ella cruzaba el campamento de invierno hacia una baja y redondeada estructura negra que surgía de la nieve, un poco separada de las demás, en el lado norte del campamento.

    Los cuartos desollados de pequeños animales colgaban congelados de un palo fuera de la entrada de Mujer Sol. Pájaro Rojo subió la pestaña de piel de búfalo y gritó: "Soy Pájaro Rojo. ¿Puedo entrar?"..

    Pájaro Rojo escuchó a Mujer Sol deshacer los sinuosos cordones que sujetaban la solapa. Ella se inclinó y entró.

    A la luz del fuego dentro del tipi de Mujer Sol, Pájaro Rojo vio agonía en la opresión de la boca ancha de la mujer y en la tensión de su fuerte mandíbula. La madre de Nube Gris era grande, con hombros y caderas anchos, y manos grandes, pero ahora había una impotencia en la forma en que se quedaba mirando el fuego. De la pared de la corteza curvada detrás de ella estaban sus objetos artesanales, un paquete de piel de venado para medicinas, figuras talladas de un hombre y una mujer desnudos, conchas para moldear azúcar de arce, cola de caballo teñida de rojo, un tamborcito y una flauta.

    Pájaro Rojo habló a toda prisa: "Si él muere no quiero vivir". Ella temía que si intentaba dirigirse a Mujer Sol correctamente, su voz se ahogaría en sollozos antes de poder decir lo que exigía ser dicho.

    Ni siquiera debería sugerirle a la madre de Nube Gris que él podía morir. Y ni siquiera debería insinuarle a su madre su amor por Nube Gris cuando ni Mujer Sol ni Tallador del Búho habían hablado entre sí sobre los planes para sus hijos. La banda estaría horrorizada ante tal grosería.

    "Perdóname por hablarte así", dijo tímidamente.

    Mujer Sol sonrió, pero Pájaro Rojo vio que había mucha tristeza en la sonrisa: "Sabes que puedes hacerlo".

    "Sí, tú eres diferente", dijo Pájaro Rojo.

    Aunque los ojos pálidos habían matado a su esposo, acogiste a un ojos pálidos en tu tipi.

    Esto había sucedido hacía más de quince inviernos, y Pájaro Rojo solo lo sabía como una historia que a su madre y a otras mujeres les gustaba repetir mientras hacían su trabajo juntas. El marido de Mujer Sol, un valiente llamado Agua Oscura, había muerto en una pelea con los colonos ojos pálidos. A pesar de eso, cuando el padre ojos pálidos de Nube Gris vino a vivir con los Sauk, Mujer Sol había llegado a amarlo.

    "Yo también soy diferente", dijo Pájaro Rojo. Se preguntó si Mujer Sol sabía lo diferente que era. La mayoría de las mujeres vivían de una estación a otra estación, mientras que Pájaro Rojo a veces pensaba en lo que la tribu podría estar haciendo, donde podrían estar, dentro de diez veranos.

    Solo dos tipos de personas pensaban el tipo de largos pensamientos que se le ocurrían a menudo a Pájaro Rojo, jefes y chamanes. Ella a veces imaginaba cómo sería ser un chamán, vivir de acuerdo con el talento que le había dado el Hacedor de la Tierra. Ella pensaba tanto en eso que se había convertido en un anhelo dentro de ella, a pesar de que sabía que tal la cosa no podía ser.

    Esto, pensó Pájaro Rojo, era lo máximo que podía esperar, convertirse en una curandera como la madre de Nube Gris. Una mujer medicina tenía un lugar importante en la banda, pero no la escuchaban como escuchaban al chamán.

    Mujer Sol extendió la mano desnuda y la puso sobre la de Pájaro Rojo, la cual todavía estaba dentro de una manopla. "Por eso me complacería que tú y mi hijo compartierais un tipi".

    Pájaro Rojo estaba aturdida y, en medio de su miedo y pena por Nube Gris, también encantada. En verdad ninguna madre había hablado así antes de que las palabras entre los padres hubieran sido intercambiadas. Y saber que Mujer Sol la aceptaba como la esposa de su hijo... ¡maravilloso!.

    Mujer Sol sacudió la cabeza: "Cuando le di el niño a Tallador del Búho, renuncié al derecho a decir lo que debía hacerse con él. Al igual que Tallador del Búho, Nube Gris pertenece a los espíritus ahora".

    Pero Nube Gris ya podría estar muerto. "¿Cómo podemos hablar y sonreír?", chilló ella. "Él está arriba en la cueva sagrada y la nieve ha caído toda la pasada noche y todo el día de hoy".

    "Pero los espíritus..." Pájaro Rojo agitó las manos, impotente "Ellos protegen como quieren y dejan que la muerte golpee como quiera".

    Una sombra de dolor cruzó la cara de Mujer Sol: "¿Dices esas cosas para herirme?"

    Pájaro Rojo se sorprendió "¡No!"

    "¿Crees que yo no siento dolor?"

    Pájaro Rojo sintió lágrimas llenando sus ojos, quemándolos. Se limpió la cara con la mano: "Sé que lo sientes".

    Mujer Sol acercó su rostro al de Pájaro Rojo, tomó la barbilla de Pájaro Rojo en la mano y dijo: "No muestro dolor porque no quiero hacer que otros sufran conmigo. Pero sabes lo que siento".

    Mujer Sol abrió los brazos y Pájaro Rojo apretó su cuerpo en el de la mujer, más grande y más anciana. Ella sintió la fuerza de Mujer Sol fluir hacia ella y supo que había encontrado más consuelo aquí de lo que lo encontraría en los brazos de su propia madre.

    En el tipi iluminado por el fuego, Pájaro Rojo miró a su alrededor, pensando que aquí era donde Nube Gris había sido un bebé. Miró el banco donde sabía que él dormía todas las noches, donde debería volver a dormir.

    "¿Tienes algo para darle a una persona que ha tenido mucho frío durante mucho tiempo?", preguntó Pájaro Rojo con urgencia.

    "Ah", Mujer Sol fue a la parte de atrás del tipi y regresó con un manojo de oscuros y largos pimientos rojos.

    "Estos pimientos se cultivan muy al Sur, de donde vienen los hongos sagrados y las brillantes piedras azules. Cuanto más tiempo los hierves, más caliente se pondrá el agua. Que beba el agua, pero que no se trague los pimientos. Si hace mucho frío, dale un pimiento para que lo mastique. Eso devolverá la vida a los muertos. Si le encuentras antes que yo, así es como puedes ayudarle".

    Ella piensa que pretendo tratar de encontrarme con él cuando regrese.

    "Voy a ir hasta él", dijo Pájaro Rojo abruptamente.

    Mujer Sol la miró "No debes. Si interrumpes su viaje espiritual, eso podría matarlo".

    "Lleva en una cueva una noche y un día, y esta es la segunda noche, más fría que cualquier noche que yo pueda recordar. Mi padre vela por él, pero él no viene. Aún podría estar sentado en esa cueva. No tiene fuego, no tiene comida ni agua. El viento sopla desde el río. La nieve aquí en el campamento es tan profunda que en algunos lugares los montones están por encima de mi cabeza. La cueva podría estar llena de nieve. Mientras él está sufriendo todo esto, ¿cómo puedes decir que yo soy un peligro para él?"

    Mujer Sol se sentó con las piernas cruzadas en el suelo de la estera y miró fijamente hacia sus manos dobladas en su regazo. Después de un silencio levantó la vista y sus ojos oscuros y graves se fijaron en los de Pájaro Rojo.

    "Eres una joven buena y amas a mi hijo. Pero debes entender que el mayor peligro para Nube Gris no es el frío. Si intentas despertar el cuerpo de Nube Gris cuando su alma está fuera de él, su espíritu nunca volverá a su cuerpo vacío. Pondrá sus pies en el Sendero de las Almas y caminará hacia el Oeste, hacia la tierra de los muertos".

    Los ojos de Mujer Sol brillaron y las sombras y la luz del fuego le otorgaron rl rostro de un espíritu enojado. Pájaro Rojo retrocedió.

    "No haré eso", dijo ella. "Te lo prometo". Pero si ella viera que Nube Gris seguramente moriría de todos modos de congelación, ¿no sería entonces mejor correr el riesgo de despertarlo?

    ¿Y si se despertaba solo, pero estaba demasiado helado para salir de la cueva y caminar de regreso al campamento él solo? Entonces sí necesitaría su ayuda.

    Ella decidió que si llegaba a la cueva y su espíritu aún estaba fuera de su cuerpo, haría todo lo posible para ayudarlo a no despertarse. Encendería un fuego cerca de él. Lo cubriría con mantas calientes, trataría de calentar su cuerpo si ella podía hacerlo sin molestarle.

    Hirvió los pimientos en una ollita de estaño puesta sobre las piedras en el bajo fuego de Mujer Sol. Después de haber llenado una piel con agua de pimienta, rodó yesca y un pedernal de ojos pálidos en una manta. Puso la mano sobre las raquetas de nieve de Mujer Sol, apoyadas en una pared del tipi, y Mujer Sol asintió en silencio.

    Pájaro Rojo renqueaba sobre la nieve con la cabeza gacha, observando la larga sombra que proyectaba bajo la luna llena sobre la chispeante superficie blanca. Al frente, los lados de sotavento de los tipis eran filas de montones de nieve, todos del mismo tamaño. Cuando miró por encima del hombro, sus lados de barlovento eran como agujeros negros en la nieve. Podía ver el tipi de su familia, pero Tallador del Búho ya no estaba de pie afuera velando. Ella levantaba sus raquetas redondas de mimbre a cada paso. Aunque podía caminar sobre la nieve, sabía que estaría agotada mucho antes de abrirse camino hasta la cueva sagrada.

    Perros ladraron. El miedo hizo que le hormigueara la nuca y ella se quedó inmóvil. Podrían ser los perros de Zarpa de Lobo. Pero no venían tras ella.

    Ella no escuchaba ningún sonido de voces ni de personas moviéndose. Se sintió lo bastante segura para seguir caminando.

    Pero una sensación creció en ella de que alguien la estaba siguiendo. Se detuvo de nuevo y escuchó y miró a su alrededor. Los tipis estaban en silencio bajo sus relucientes toldos blancoazulados. Ser capaz de sentir que la estaban observando era uno de los talentos que, como su padre, ella poseía. Pero sus ojos y oídos no confirmaban lo que su sentido interno le decía. Decidió que el miedo la estaba confundiendo y siguió caminando.

    Dejó el campamento atrás. A su derecha estaba rodando suavemente y cubierta de nieve, la pradera. A su izquierda estaban los bosques que crecían a lo largo del Río Ioway. Vio las sombras de los caballos entre los árboles, Los escuchó resoplar y pisotear. Al lado del bosque corría el largo sendero que conducía al acantilado, donde la cueva sagrada dominaba el río. Tan cerca de los árboles, confiaba ella, la nieve no sería tan profunda.

    Una sombra apareció en la nieve a su lado. Una oleada de terror la apuñaló.

    Una poderosa mano la agarró del brazo. Ella se sintió paralizada, como un conejo a punto de ser destrozado por un gato montés. Ella no trató de alejarse. Podía sentir que el agarre de su brazo era demasiado fuerte.

    Se giró lentamente.

    La luna estaba detrás del hombre que la sujetaba, dando sombra a su cara, pero ella podía distinguir el brillo de los penetrantes ojos, una severa boca con labios fuertes bajo su turbante de piel marrón.

    "¿Adónde vas?" Los dedos de Zarpa de Lobo le lastimaban el brazo.

    Ninguna palabra le vino. Frenéticamente, trató de pensar en alguna excusa para salir tan tarde en una noche como esta. Él podría hacer que la mataran, pensó ella, y el terror la hizo sentir como si se hundiera la nieve.

    Pero luego recordó uno de los saberes que Mujer Sol le había enseñado.

    "Mi padre me envió a... para buscar cierta hierba cuyo poder es mejor cuando la luna está llena".

    Él gruñó desdeñosamente "A recolectar hierbas cuando la nieve está alta hasta las rodillas?"

    "Crece bajo la nieve".

    Él acercó la cara a la de ella tanto que sus ojos negros parecieron llenar el mundo.

    "No puedes mentirme, Pájaro Rojo, veo lo que estás haciendo. estás yendo con él"

    "No, no, estoy buscando hierbas".

    "¿Qué es esto?" Con su mano libre arrancó la manta enrollada que ella se había atado a la espalda y la arrojó a la nieve. "¿Y esto?" Tiró de la piel del agua con tanta fuerza que la correa se rompió, y también tiró esta.

    "¿Necesitas esas cosas para ayudarte a encontrar hierbas?", le gritó.

    Temblando de pies a cabeza, ella sintió que comenzaba a llorar. Se odió a sí misma por mostrar tanta debilidad frente a Zarpa de Lobo. Si ella iba a morir, quería ser fuerte.

    Para su sorpresa, la sensación de que estaba siendo observada desde la distancia volvió de nuevo. Había alguien más aquí fuera en la helada oscuridad además de ella y Zarpa de Lobo.

    "Es la muerte interferir en una búsqueda espiritual", gruñó Zarpa de Lobo. "La hija del chamán de entre todas las personas debería saber lo que es romper una ley sagrada".

    Su miedo la hizo sentir tan fría, tan asfixiada, como si estuviera ya sumergida en el agua negra y helada, barrida por la corriente, con un enorme peso de hielo entre ella y el aire.

    "Yo no he hecho nada".

    "Lo pretendías. Eso es igual de malo".

    Ella vio el cuchillo de caza en el cinturón de Zarpa de Lobo. Podía hacer intento de agarrarlo, tratar de apuñalarle.

    No, él era uno de los más poderosos valientes de la tribu. También sería rápido y fuerte para ella. Y, al menos hasta ahora, ella no había hecho daño a nadie más que a sí misma. Tratar de asesinar al hijo del líder de guerra era un gran crimen.

    El agarre sobre su brazo aún apretaba cruelmente. Él hizo un gesto tras él hacia el campamento cubierto de nieve. "Piensa en el llanto de tu madre por lo que te he atrapado haciendo. En tu padre, con el corazón desgarrado en su pecho. Pues él, el chamán, habrá de decir que debes ser asesinada".

    La desesperanza la aplastó. Ahora nunca podría ayudar a Nube Gris. Él iba a morir y ella estaba atrapada por Zarpa de Lobo, sería deshonrada ante toda la tribu y luego asesinada.

    Ella bajó la cabeza.

    "Pero es verdad, Pájaro Rojo, no has hecho nada", dijo Zarpa de Lobo más suavemente. "Soy el único que sabe que estabas a punto de romper la ley".

    Mujer Sol lo sabe, pero Zarpa de Lobo nunca sabrá eso de mí.

    "No quiero que mueras, Pájaro Rojo", dijo la voz grave de la figura que se elevaba sobre ella.

    Ella lo miró ¿Iba a ser misericordioso?

    Él dijo: "Me enfada que desperdicies tu vida por ese chico ojos pálidos sin padre. Casarse con el hijo de Halcón Negro te traería honor".

    Ella entendió ahora que él iba a ofrecerle perdonarle la vida si ella se casaba con él y abandonaba a Nube Gris. Él no entendía que ella preferiría estar muerta dos veces antes que pasar una vida de luto por Nube Gris y casada con Zarpa de Lobo.

    Estaba a punto de decirle eso cuando escuchó un ruido, casi como un trueno, desde los árboles más cercanos al campamento. Con mucho relinchar y crujir de los arbustos, todos los caballos de la banda salieron en tropel del bosque y huyeron corriendo, debatiéndose y levantando nubes de nieve, de la pradera.

    "No te muevas", advirtió Zarpa de Lobo en voz baja, "hasta que veamos qué los ha asustado". Se irguió con la cabeza alta, escuchando.

    Sea lo que fuese, estaba agradecida de que aquello hubiese apartado la mente de Zarpa de Lobo de ella.

    Escuchó un estrépito en el bosque, ramas rotas, nieve crujiendo. Algo grande venía hacia ellos.

    Ella se giró. Entre los árboles vio una figura voluminosa y encorvada. Parecía ser un animal grande, pero caminaba sobre sus patas traseras. Avanzaba lentamente, un paso a la vez. Sus extremidades anteriores se balanceaban a los lados. Era un poco más alto que un hombre.

    Se parecía mucho a un oso. Un nuevo miedo, mayor que el miedo a lo que podría hacerle Zarpa de Lobo, la asaltó.

    ¿Un oso en el invierno más frío, cuando todos se retiraban a sus guaridas y dormían? De vez en cuando, ella había oído que un oso hambriento despertaba, buscaba comida y se volvía a dormir. De nuevo, un oso así mataría todo lo que encontrara. Ella se tensó preparada para correr, aunque sabía que nunca podría escapar de un oso hambriento.

    El tembloroso paso del oso, o lo que sea que fuese eso, se había acercado y ella vio que era todo blanco, brillando a la luz de la luna como un nevada.

    Ella miró a Zarpa de Lobo y vio sus ojos brillar al abrirse. La mirada en su ensombrecido rostro tenía algo que ella nunca había pensado que vería en él, miedo.

    Él contuvo un tembloroso suspiro. La mano que la sujetaba del brazo la soltó de repente.

    No es de extrañar que Zarpa de Lobo tuviera miedo. Era un oso blanco, un espíritu. Sus ojos, al reflejar la luz de la luna, parecían brillar.

    Zarpa de Lobo lanzó un aterrado e inarticulado grito. Ella se giró para verle correr sobre la nieve. Si no estuviera tan asustada, podría haberse reído al ver cómo sus rodillas volaban, primero una, luego la otra, mientras nubes blancas brotaban de sus raquetas de nieve. Fuerte como él era, nunca podría escapar de un oso. Especialmente no de este oso.

    En cuanto a ella, seguramente estaba condenada. Pensó: Que esta sea una muerte mejor que ahogarse bajo el hielo.

    Y se giró para mirar al espíritu oso.

Capítulo 3

Marcas de Garra

    El oso blanco estaba fuera del bosque ahora. Pájaro Rojo había visto osos correr antes y sabía que este podía cubrir la distancia que los separaba en unos pocos botes.

    No parecía estar mirando hacia ella y ella se preguntó si podía verla. El oso brillaba a la luz de la luna. Su aliento salía en inmensas nubes heladas, oscureciendo su cabeza. ¿Respiraban los espíritus oso?.

    Ella miró otra vez a su alrededor para ver dónde estaba Zarpa de Lobo. Él se había convertido en una manchita oscura ante la blancura en la linde de la aldea. Sus raquetas de nieve lo habían llevado muy rápido. Ella también habría corrido si pudiera correr como Zarpa de Lobo.

    No creía que Zarpa de Lobo fuese un cobarde. Su coraje era bien conocido. Al enfrentar a un ser así, hasta el hombre más valiente del mundo correría.

    Parece que no me ve. Tal vez sea mejor quedarse quieta.

    Ella temblaba de pies a cabeza, incapaz de decidir qué hacer. Se sentía mareada, como si pudiera colapsar en la nieve. La luz que parecía provenir del oso la deslumbraba.

    ¿Pero atacaría un espíritu oso a las personas en la noche y las mataría? Los demonios y los gigantes caníbales lo harían, pero ella nunca había oído hablar de un espíritu haciendo tal cosa.

    Estaba aprendiendo a ser una curandera, y una mujer medicina debía tratar sin miedo con los seres del otro mundo, hablar con los malos espíritus del cuerpo de una persona enferma e invocar a los buenos espíritus para ayudar en la curación.

    Ella respiró hondo. Tanto si era un buen espíritu o un demonio, ella se quedaría aquí abrazándose a sí misma orgullosamente. Si Zarpa de Lobo miraba atrás, vería a la doncella a la que había amenazado de pie en el lugar del que él había huido.

    El oso blanco dio un paso hacia ella.

    A pesar de su miedo, se obligó a mirar el espíritu mientras este llegaba. Caminaba muy despacio. Quizá, después de todo, ella podría huir de él.

    Bajo el puntiagudo hocico vio ojos que parecían brillar en una cara sombreada.

    Era un hombre al que ella se enfrentaba.

    Vio que el camino del oso lo llevaba pasando por su lado. No parecía verla en absoluto, pero ahora estaba lo bastante cerca como para ver la cara bajo el cráneo del oso. Los ojos grandes y redondos, los largos y delgados rasgos que terminaban en una barbilla puntiaguda, el pico huesudo de una nariz, la tierna boca curvada hacia abajo. Su rostro estaba tapado con una máscara de escarcha.

    Nube Gris.

    ¿Cómo había podido olvidarlo? Cuando él había salido del campamento ayer había llevado la piel de un oso negro sobre los brazos y hombros. La nieve y la escarcha habían dejado el pelaje blanco. La noche y su terror la habían engañado haciéndole creer que veía un espíritu de oso blanco. Zarpa de Lobo, el guerrero experimentado, había sido engañado y aterrorizado también.

    ¡Nube Gris estaba vivo!.

    Un grito intentó escapar de su pecho, pero su tráquea estaba tan tensa que lo único que logró fue un jadeo.

    La alegría ardía en ella como una fogata de verano.

    Pero no, él no podría estar vivo y tener ese aspecto. Lo que ella estaba viendo debía de ser el fantasma de Nube Gris o su cadáver caminando. El frío y la nieve lo habían matado allí en la cueva sagrada, y esta cáscara congelada que arrastraba los pies era todo lo que quedaba de él.

    "Nube Gris", susurró ella incapaz de hablar en voz alta, "habla conmigo".

    Si él pasaba junto a ella sin verla, debía de estar aún en su viaje espiritual. Ella siempre había oído que los cuerpos de los hombres en un viaje espiritual permanecían inmóviles, sentados o acostados. Pero estaba segura de que Nube Gris no estaba completamente despierto.

    Se quedó mirándolo boquiabierta mientras él pasaba tambaleándose junto a ella.

    Ella se giró lentamente para seguirlo y ahora estaba frente a la luz de la luna y veía las sombras de los tipis cubiertos de nieve. Él estaba caminando de esa mesurada forma, espantosamente lenta, hacia la aldea. Zarpa de Lobo no se veía por ningún lado.

    La sensación de otros ojos observando volvió a ella. No los de Zarpa de Lobo ni los de la extraña criatura en la que Nube Gris se había convertido. Alguien más parecía estar aquí con ella en el campo cubierto de nieve. Ella se estremeció.

    Miró a su alrededor para ver si podía adivinar dónde el secreto observador podría estar escondido. Alguien podría estar agachado detrás de una de las largas lomas de nieve que ondeaban por la pradera como olas en un lago. O entre los árboles junto al río.

    No debía dejarse atrapar aquí. Recogió el rollo de manta y la piel de agua que Zarpa de Lobo había arrojado a la nieve y se puso las raquetas para seguir a la figura blanca y pesada. Tenía que darse prisa e intentar llegar a un lugar donde su presencia fuese desapercibida o, en caso de ser notada, no fuese cuestionada.

    Le dolían las piernas. No tenía la fuerza para correr. Nube Gris había dejado un rastro de dos surcos poco profundos en la nieve donde él había empujado con sus piernas y la nieve había caído detrás de él. Sobre sus raquetas de nieve, ella avanzó detrás de él.

    Aunque las raquetas de nieve la ayudaban, le dolían las piernas. quiso arrojar su carga de manta y piel de agua, pero eran demasiado valiosas para dejarlas aquí perdidas. El dolor despiadado se disparaba desde sus espinillas hasta sus rodillas. Aún así, las miserias que sentía su cuerpo no podían tocar la alegría de su espíritu. Nube Gris vivía.

    Una pared de piel cubierta de nieve blanca se alzaba ante ella. Nube Gris avanzó pesadamente, ella rápidamente se hizo a un lado y se apresuró a rodearle.

    Se volvió para mirarlo más de cerca. Su aliento humeante le oscurecía el rostro. Él se detuvo, se balanceó y el cráneo del oso cayó hacia atrás de su cabeza. Ella gritó, un sonido que sonó distante en sus oídos.

    Nube Gris cayó de rodillas, luego cayó de bruces enviando al aire una gran nube de polvo de nieve que brillaba a la luz de la luna.

    El silencio después de su caída fue tan impresionante como el trueno. Pájaro Rojo sintió lágrimas fluir de sus ojos y congelarse de inmediato en sus mejillas. Que él debiera haber vivido dos noches de ventisca y frío; que debiera bajar vivo de la cueva sagrada, solo para morir a la vista del pueblo bajo sus propios ojos; era más de lo que ella podría soportar.

    "¡Oh, no!", susurró ella. "Él no debe morir".

    Cayó de rodillas junto a él.

    Él yacía boca abajo, medio enterrado. Ella puso las manos bajo sus hombros e impulsó para levantarle la cabeza. Él era pesado, pero su miedo y su amor por él la fortalecieron lo bastante como para moverlo. Le levantó el torso y lo puso de costado, y ella vio sus queridos rasgos, Esperanza, blanca como la escarcha, hizo que su corazón latiera más rápido mientras nubecillas de aire cálido salían de la nariz de Nube Gris. Pero su respiración era irregular y poco profunda. Ella tenía que sacarle del frío. Jadeando por el esfuerzo, lo giró sobre su espalda.

    Tendría que intentar arrastrarlo hasta la aldea.

    Sollozando casi exhausta, se sentó junto a su cabeza, metió empujando las manos bajo sus hombros y trató de ponerse en pie, levantándolo con ella.

    De repente no había peso en sus brazos. Otra persona estaba allí levantando a Nube Gris.

    Alzó la vista, agradecida pero temerosa de que pudiera ver que Zarpa de Lobo había regresado para hacerles daño.

    No, era Cuchillo de Hierro.

    Al ver la ancha cara de su medio hermano, un grito de alivio estalló de su garganta.

    "¡Oh, Cuchillo de Hierro! ¡Qué bien que estés aquí".

    Él sonrió sombríamente, gruñendo mientras levantaba a Nube Gris. Los ojos de Nube Gris estaban cerrados, su boca medio abierta.

    "Suerte para Zarpa de Lobo que Nube Gris haya venido cuando lo hizo", dijo Cuchillo de Hierro : "Yo ya estaba sacando una flecha para Zarpa de Lobo". Sacudió la cabeza hacia el arco colgado sobre su hombro.

    "¿Incluso siendo el hijo de Halcón Negro?" Ella recordó vívidamente las amenazas de Zarpa de Lobo, pero la idea de Cuchillo de Hierro asesinándolo la horrorizó.

    "¿Crees que le iba dejar ahogar a mi hermana?" Cuchillo de Hierro puso un brazo alrededor de los hombros de Nube Gris, se dobló y lo levantó por debajo de las rodillas con capa de piel de oso y todo. Soplando una nube de vapor por la boca, se enderezó acunando a Nube Gris en sus brazos. Aunque Nube Gris era casi tan alto como Cuchillo de Hierro, era mucho más más ligero.

    Había sido los de Cuchillo de Hierro, descubrió ella, los ojos que había sentido observándola después de que Zarpa de Lobo hubiera escapado corriendo.

    Partieron hacia el campamento. Ella escuchó alzarse voces de hombres y mujeres, llamándose unas a otras. Zarpa de Lobo debía de haber dado la alarma.

    "¿Cómo sabías que yo estaba aquí?" le preguntó ella. "Estabas durmiendo cuando salí del tipi".

    "Padre me despertó", dijo Cuchillo de Hierro caminando con paso firme, sus mocasines de piel de búfalo hasta la pantorrilla atravesaban la nieve rompiéndola. "Él sabía lo que ibas a hacer. Me dijo que te siguiera, que procurara que no sufrías ningún daño".

    Mientras avanzaban sin detenerse, Pájaro Rojo vio figuras moviéndose en la aldea. Estas debían de tener un sueño terrible, pensó ella. El amanecer todavía estaba muy lejos. Aún así, cada vez más personas corrían yendo y viniendo entre los tipis. Se estaban hacinando en esta dirección, viniendo para encontrarse con Nube Gris, Cuchillo de Hierro y Pájaro Rojo. Una masa de personas, oscuras ante la nieve iluminada por la luna.

    En primera fila caminaba el mismo Tallador del Búho. El collar sagrado de conchas de megis colgaba de su pecho. En una mano sostenía su palo medicina, un bastón de cedro decorado con plumas y cuentas, rematado con la cabeza tallada de un búho. Su largo cabello blanco se extendía sobre los hombros.

    Ella podía escuchar un murmullo de voces, y sobre ellas, el chamán, su padre, cantando:

    «Que la gente le dé la bienvenida.

    Ha recorrido el sendero espiritual.

    Él regresa.

    Del cielo,

    Del agua,

    De debajo de la tierra.

    Regresa de las siete direcciones.

    Que la gente le dé la bienvenida.»

    Tallador del Búho danzaba mientras se acercaba a ellos, con un lento y pesado arrastrar de pies, alternado con pasos laterales, subiendo y bajando el torso. Sus manos; una sujetando su bastón medicina, la otra sonando un sonajero de calabaza roja y amarilla; se levantaron sobre su cabeza. El collar de conchitas blancas y negras rebotaban en su pecho.

    Cuchillo de Hierro, cargando a Nube Gris, se detuvo ante Tallador del Búho. Pájaro Rojo, no queriendo que la gente supiese lo mucho que se preocupaba por Nube Gris, se apartó de Cuchillo de Hierro e intentó mezclarse entre la multitud.

    Dando unos pasos más, Tallador del Búho se colocó encarando al Este, con Cuchillo de Hierro y Nube Gris a su derecha. Danzó en un círculo que seguía la dirección del sol, de Este a Sur, de Oeste a Norte, balanceando la cabeza y cantando.

    «El Gran Sabio lo ha enviado.

    Él ha recorrido el sendero espiritual.

    Él trae sabiduría.

    Del cielo,

    Del agua,

    De debajo de la tierra.

    Regresa de las siete direcciones.

    El Gran Sabio lo ha enviado.»

    Nueve veces Tallador del Búho danzó alrededor de Nube Gris y de Cuchillo de Hierra en el círculo que representaba el sol, el horizonte y los ciclos de vida y las estaciones.

    Luego, con su voz normal y sin romper el paso, dijo: "Llévalo a mi tipi medicina".

    Se giró abruptamente y danzó entre la multitud que se había reunido. La gente se separó para dejarlos pasar y se quedaron mirando el cuerpo de Nube Gris en los brazos de Cuchillo de Hierro.

    Las personas que habían seguido a Tallador del Búho habían apisonado un camino a través de la aldea. Ya no eran necesarias las raquetas de nieve de Mujer Sol. Pájaro Rojo se inclinó y las desabrochó de sus pies. Estaba de pronto tan exhausta por sus esfuerzos y por el miedo y el insomnio de dos días que a duras penas podía renquear detrás de Cuchillo de Hierro. Sentía que podía desmayarse en cualquier momento.

    La luz de la luna llena, brillando directamente desde arriba y reflejada sobre la nieve, hacía que casi todo el pueblo estuviese tan brillante como durante el día. Suspirando, Pájaro Rojo alzó la vista y vio a Zarpa de Lobo mirándola desde el lado del camino.

    Sus ojos negros la perforaron como puntas de flecha. Bajo su nariz afilada, su boca estaba apretada.

    Ella asintió con la cabeza hacia él, esperando que él entendiera que le decía que deberían guardarse los secretos el uno al otro.

    "¡Pájaro Rojo!" Una mano la agarró del brazo con brusquedad y un dolor se disparó hasta su hombro.

    Su madre, Viento Dobla la Hierba, la miraba furiosamente.

    "¿Por qué dejaste nuestro tipi?".

    Pájaro Rojo sintió que si dejaba de caminar para hablar nunca sería capaz de moverse de nuevo. Tiró para liberar el brazo. Sus hermanas, aferradas a ambos lados de su madre, la miraban con los ojos muy abiertos, como si ella ella misma hubiese regresado de un viaje espiritual.

    Su madre caminó a su lado, regañándola con voz aguda, pero sus palabras no significaban nada para Pájaro Rojo. Ella solo quería ver que Nube Gris era llevado a salvo al tipi del chamán.

    Otra persona la tomó del brazo, apretándolo suavemente, y ella miró a la cara de Mujer Sol. Las lágrimas surcaban los fuertes pómulos.

    "Le has salvado la vida", dijo Mujer Sol, en voz tan baja que solo Pájaro Rojo pudo escuchar las palabras.

    "Yo no hice nada", protestó Pájaro Rojo. En silencio, Mujer Sol tomó de ella las raquetas de nieve, la piel de agua y la manta enrollada.

    Tallador del Búho se detuvo en la entrada del tipi medicina. Danzó de un pie al otro, agitando su bastón.

    Asintió con la cabeza a Cuchillo de Hierro y le indicó que llevara a Nube Gris hacia el oscuro interior.

    Pájaro Rojo le siguió. El bastón con cabeza de búho le bloqueó el paso.

    "Ve con tu madre", dijo suavemente Tallador del Búho. "Has hecho suficiente por esta noche".

    Ella no podía saber si él la estaba alabando o reprochando.

    ¿Él vivirá?, quiso preguntar, pero el solemne rostro de su padre le previno de hablar.

    Dio la espalda a su distante padre y encaró la ira de su madre. Su corazón todavía estaba lleno de terror por Nube Gris, pero sabía que en cuanto ella se acostara, caería en un exhausto sueño.

***

    Pareció que no había pasado el tiempo cuando Viento Dobla la Hierba la despertó entre sacudidas.

    "Tu padre convoca a la gente", dijo ella aún con voz severa de ira.

    Pájaro Rojo sentía los párpados como hechos de piedra. Se obligó a sí misma a sentarse y, después de un inmenso esfuerzo, se puso en pie.

    Ella seguía completamente vestida, hasta con su capa de piel y manoplas. Se había desplomado en el tipi sin quitarse nada. El tipi ahora estaba vacío. Su madre y sus hermanas se habían adelantado sin ella.

    Le martilleaba el corazón en el pecho. Tallador del Búho podría estar convocando a la gente para decirles que Nube Gris había muerto.

    Fuera, el aire seguía siendo mortalmente frío, pero el sol era un brillante disco amarillo elevándose sobre la distante línea gris de árboles que marcaba los riscos del Río Grande. La luz la hizo parpadear y ella se giró para apartarse de esta. Avanzó en la dirección en la que iban todas las demás personas, hacia el tipi medicina en el centro del círculo del campamento.

    Encontró que el área abierta ante el tipi estaba abarrotada y que no podía acercarse a la entrada. Los espacios entre tipis cercanos también estaban llenos de gente, todos esperando a que Tallador del Búho hablara.

    Ella se sentó entre dos mujeres, las cuales tenían niños pequeños en sus regazos. Pájaro Rojo conocía a una de las madres, Agua Fluye Rápido, una robusta mujer de alegre cara redonda y ojos astutos.

    Agua Fluye Rápido dijo: "Tú eres hija de Tallador del Búho. Deberías sentarte cerca de él". Pájaro Rojo hizo un corte en el aire con la mano plana, frente al cuerpo, para decir que no. Sabía que Agua Fluye Rápido era propensa a observar y extender rumores, siempre buscaba señales de problemas en las familias de otras personas. Cuanto menos le dijera Pájaro Rojo, mejor.

    Pájaro Rojo miró por encima del hombro y vio que ahora había muchas más gente amontonada tras ella. Todos estaban hablando a la vez y los cientos de voces batiendo en sus oídos le daban dolor de cabeza. Alrededor de quinientas personas estaban aquí, todo el mundo en este campamento, que era uno de los cuatro que formaban la Banda Británica de las tribus Sauk y Zorro, las cuales se reunirían en Saukenuk después de que las nieves y el hielo del invierno se hubieran derretido.

    El tipi medicina estaba construido sobre una baja colina en el centro del campamento y, cuando apareció Tallador del Búho, todos los que estaban de pie se sentaron. Los ojos de Pájaro Rojo devoraron la cara de Tallador del Búho, intentando para leer si Nube Gris estaba vivo o muerto.

    Otro hombre salió del tipi medicina para quedarse al lado de Tallador del Búho. Su cabeza estaba al aire, incluso en este día terriblemente frío, y llevaba el pelo a la manera de un valiente, con la cabellera marrón oscuro afeitada, excepto por una larga trenza negra que se enroscaba al lado del rostro. Sus ojos eran sombríos y tristes, y había pesadas bolsas negroazuladas bajo estos. Sobresalían sus pómulos y su boca era ancha, curvada hacia las esquinas donde se unía a surcos profundos que iban desde la nariz hasta el mentón.

    El corazón de Pájaro Rojo latió más rápido cuando lo vio. Para honrar este momento, él se había atado una cadena de plumas de águila a la trenza y llevaba hebras de pequeñas cuentas blancas alrededor del lóbulo de cada oreja. Con los brazos cruzados bajo una túnica de búfalo, con la piel hacia afuera pintada con una mano roja que proclamaba que había matado y cortado la cabellera de su primer enemigo cuando aún era un niño.

    Su mirada sombría cayó sobre Pájaro Rojo como una piedra golpeándola desde gran altura. Ella sintió como si el jefe de guerra de la Banda Británica supiera cada uno de sus secretos. Agachó la cabeza y bajó la vista hacia sus manos dentro de las manoplas en su regazo.

    Tallador del Búho levantó los brazos y la gente quedó en silencio.

    "He pedido a Halcón Negro, nuestro jefe de guerra, que vea a Nube Gris, y ha escuchado grandes profecías de los labios de Nube Gris", gritó el chamán con una cantarina voz aguda.

    ¡Entonces Nube Gris había sobrevivido a la noche!.

    Tallador del Búho se volvió borroso a la vista de Pájaro Rojo, y si ella no estuviese ya sentada, podría haber colapsado allí mismo. El alivio hizo que su corazón se hinchara en su pecho como si fuese estallar.

    Las personas a su alrededor murmuraban de sorpresa, complacencia y curiosidad.

    El chamán extendió la mano: "Mujer Sol, levántate delante del pueblo".

    No pasó nada durante un largo rato. Luego, Tallador del Búho hizo insistentes señas. Hubo otro silencio. Entonces, la mano de Halcón Negro emergió de debajo de su manta de búfalo y torció su dedo.

    Una mujer alta envuelta en una túnica de búfalo se levantó de entre las personas sentadas. Las personas suspiraron felizmente y gritaron una bienvenida para ella.

    Mujer Sol se giró para mirar a la multitud. A Pájaro Rojo le pareció calmada y sosegada, a pesar de haber dudado sobre ponerse de pie.

    "Esta mujer me trajo a su hijo y me pidió que lo entrenara como chamán", declaró Tallador del Búho. "Yo no quise porque él no es un Sauk puro. Ella me dijo, pruébalo por un tiempo y mira lo que puede ser. Yo lo probé por un tiempo y vi algo en él. ¡Vi poderes dormidos!".

    La gente murmuró maravillada. Agua Fluye Rápido y la mujer con ella se susurraron una a la otra, lanzando miradas curiosas a Pájaro Rojo, quien mantenía cuidadosamente su rostro tan impasible como el de Mujer Sol.

    "Lo probé y vi que sus sueños podían predecir el futuro, que podía enviar a su espíritu a caminar mientras su cuerpo estaba quieto, que él podría hablar con los espíritus en los árboles y en los pájaros. Vi que tenía el poder para ser un chamán y más".

    Tallador del Búho hizo una pausa y los miró ferozmente.

    "Y entonces lo envié a la cueva sagrada, sabiendo que él podría conocer espíritus tan poderosos que el encuentro con ellos destruye las almas de hombres".

    "Y Nube Gris entró en la cueva sagrada y se encontró con los grandes espíritus y viajó con ellos", exclamó Tallador del Búho. La gente jadeó.

    "Se ha encontrado con el Oso Blanco. Ha hablado con la Tortuga, Padre del Río Grande. Ha traído un mensaje para Halcón Negro", dijo Tallador del Búho. "La Tortuga le dijo a Nube Gris que Halcón Negro podría mandar a los demás como él vea conveniente". El rugido de las voces se elevó ante esto, y luego se calmó cuando Tallador del Búho levantó su bastón medicina.

    "Después de que la Tortuga creara a nuestra Madre la Tierra, se unió con ella y todas las tribus nacieron en su útero", dijo Tallador del Búho. "Vivían allí en una cálida oscuridad, pero tuvieron que salir y encontrar la salida de nuestra Madre. Luego vino hasta nuestros ancestros ​​un espíritu anciano, el Oso Blanco, que los sacó del útero de nuestro Madre".

    "Cuando estuvieron en la luz, se encontraron en medio de un anillo de ardientes montañas. Nuestro pueblo se llama Osaukawug, o Sauk, el Pueblo del Lugar de Fuego, porque sobre ese lugar ardiente es por donde caminamos por primera vez en el mundo. No había nada para comer allí. No había nada alrededor del pueblo sino piedras y fuego. Y ellos estaban hambrientos y enormemente asustados, y estaban enojados con el Oso Blanco por haberlos sacado de nuestra Madre para ir a este lugar".

    "Pero el Oso Blanco les mostró un camino a través de las montañas ardientes y sobre muchos campos de nieve y hielo, hasta llevar a nuestro ancestros ​​a esta buena tierra donde hay pesca y caza, donde los pastizales son verdes y los bosques están llenos de bayas y frutas. Y nuestros amigos los Zorro, el pueblo de la Tierra Amarilla, se convirtieron en nuestros aliados y se unieron a nosotros. Y la Tortuga abrió su corazón y el Río Grande fluyó. Nuestros ancestros ​​cazaron y pescaron en la tierra donde el Río Roca desemboca en el Río Grande. Junto al Río Roca construyeron nuestra aldea de Saukenuk, donde habitaban en el verano y sus mujeres cultivaban las Tres Hermanas; maíz, alubias y calabaza; en los campos alrededor de la aldea. Y allí en Saukenuk, cuando nuestros ancestros ​​murieron, fueron enterrados".

    "El Oso Blanco nos dijo que deberíamos pasar nuestros veranos en esa tierra al este del Río Grande. En invierno debería ser nuestra costumbre cruzar al oeste del Río Grande y cazar aquí en el País de Ioway. Y aquí, junto al Río Grande, nosotros los Sauk, el Pueblo del Lugar de Fuego, hemos vivido desde entonces".

    Pájaro Rojo sintió calor en su espalda a través de su túnica de búfalo. el sol se había elevado más.

    Tallador del Búho gritó con su aguda voz de profecía: "El Oso Blanco ha vuelto de nuevo. Ha guiado a Nube Gris en su viaje espiritual. Ahora Nube Gris es un verdadero chamán. Aún debe ser entrenado para usar sus poderes, pero sus poderes ya no duermen. Y en señal de que él es un chamán con otro yo, tendrá un nuevo nombre. ¡Que se le conozca por toda la gente como Oso Blanco!".

    Pájaro Rojo escuchó gritos de asentimiento de las personas que la rodeaban.

    Tallador del Búho cruzó los brazos frente al pecho para mostrar que había terminado de hablar y se giró hacia Halcón Negro.

    "Que así sea", dijo Halcón Negro con su voz áspera y ronca. "El Hacedor de la Tierra ha querido que la Banda Británica sea bendecida con un poderoso nuevo caminante espiritual. Que su nombre en adelante sea Oso Blanco".

    Ojalá yo pudiera hacer un viaje espiritual, pensó Pájaro Rojo: Yo también podría levantarme frente a las personas y aconsejarlas.

    Ella asumió una súbita resolución: Un día lo haré.

    "Ahora veréis a nuestro nuevo chamán", declaró Tallador del Búho. Dio un paso atrás y apartó la cortina de piel de búfalo que cubría la entrada de su tipi.

    Salió un joven alto, agachándose al pasar por la entrada y luego poniéndose de pie justo delante de la gente. El corazón de Pájaro Rojo latió más rápido y ella quedó medio de pie.

    Su cuerpo delgado, a pesar del frío, estaba desnudo hasta la cintura. Pájaro Rojo jadeó cuando vio lo que había en su pecho.

    Cinco largos y profundos arañazos, uno al lado del otro. La sangre se había secado y tornado negra. Cinco largas y negras marcas verticales en el centro de su pálido pecho recorrían casi desde la base de su cuello hasta la parte inferior de su caja torácica.

    Los gritos de asombro y maravilla surgieron de la gente al ver tales marcas, a veces rascadas en las cortezas de los árboles, a veces en los cuerpos de animales a medio comer encontrados en el bosque en verano.

    Las marcas de las garras de un oso.

    Y ahora su nombre era Oso Blanco, se susurró a sí misma. Sus ojos no veían nada más que la forma delgada y brillante, y sus oídos no escuchaban nada más que el sonido de su nombre.

Capítulo 4

Maestro de Victoire

    Raoul se arrojó al lago, Salmón Negro, el gigante jefe Potawatomi, rugió detrás de él. El agua resistía sus piernas como la melaza. Salmón Negro agarró a Raoul por el cuello, cortándole la respiración. Estrangulado, quedó indefenso mientras el Potawatomi lo arrastraba de vuelta a la orilla.

    El inmenso látigo indio penetró, cortando, la espalda de Raoul. Raoul sintió rasgarse la piel y manar la sangre. Él no era más que un indefenso bulto de carne sangrante, paralizado por el dolor.

    Otro Potawatomi le había arrancado la ropa a Helene. Los guerreros danzaban alrededor de ella en la playa mientras ella se encogía acobardada; piel blanca, brillante cabello rubio; tratando de cubrirse.

    Los salvajes también estaban desnudos y hacían alarde de sus erectas pollas púrpura, grandes como garrotes de guerra. Uno de ellos se lanzó dentro del círculo y arrancó de un mordisco un trozo del hombro de la pobre Helene. Brillante sangre roja bajó fluyendo por su brazo.

    Raoul corrió para salvar a su hermana. Se zafó de Salmón Negro y se abrió paso a través de los guerreros Potawatomi a su alrededor. Ella quedó boca arriba en la arena, retorciendo el cuerpo de lado a lado por el dolor. Monstruosas heridas de mordiscos por todo su cuerpo yacían abiertas como bocas rojas gritando en silencio. Un seno estaba lleno de sangre.

    Los indios cayeron sobre Raoul. Habían sacado sus cuchillos de rebanar cabelleras y le arrojaron al suelo junto a Helene. Salmón Negro llegó hasta él y le fustigó hasta que cada centímetro de su cuerpo quedó lacerado. Los pieles rojas arrancaron los últimos jirones de las vestiduras de Raoul.

    Un círculo de oscuros rostros con muecas, pintados con rayas amarillas y negras, se cernieron sobre él. Mostraban dientes afilados como perros gruñendo. Iban a comérselo vivo.

    El padre y Pierre, el hermano de Raoul, con calmadas caras de mármol, aparecieron en medio de los indios. Bajaron la vista hacia la agonía de Raoul. Simplemente curiosos.

    Raoul intentó gritar: "¡Papá! ¡Pierre! ¡Ayudadnos! ¡Nos están matando!"

    Ningún sonido salió de su boca sino un inútil resoplido. Había perdido la voz.

    "No deberíais haberlos enfurecido", dijo Papá.

    Uno de los salvajes, que sostenía en alto un largo y delgado cuchillo, agarró las bolas de Raoul. Bajó el cuchillo, lentamente.

    Raoul no dejaba de intentar gritar a su padre y hermano. Una y otra vez forzaba el aire a través de su dolorida garganta. Nada salía sino un bobo chillido. Luego un gemido, un poco más fuerte.

    Pierre extendió una mano de mármol hacia él.

    ¡Gracias a Dios!

    Justo cuando sus dedos se tocaron, Pierre apartó la mano y desapareció.

    Raoul sintió la hoja del indio como frío fuego al cortar el saco entre sus piernas. Por fin dejó escapar un grito a plena garganta.

    "¡Raoul!"

    Con el cuerpo frío y húmedo de sudor, se sentó derecho en la oscuridad. Sintió brazos agarrándolo y luchó contra ellos.

    "¡Raoul! Despierta".

    Jadeando, dijo su nombre en su mente. Soy Raoul François Philippe Charles de Marion. Lo repitió una y otra vez para a sí mismo.

    Estaba sentado en la cama en la oscuridad, alguien había a su lado. No era un indio y no era su hermana Helene, largo tiempo muerta. Él jadeaba una y otra vez, como si hubiera corrido una carrera.

    Trató de tranquilizarse. Su corazón aún estaba batiendo con fuerza contra la pared de su pecho, sus manos temblaban, su piel estaba helada. ¡Ese terrible sueño! No lo había tenido desde hacía un año o más.

    "¡Señorito, qué pesadilla debes de haber tenido! Armaste un buen griterío".

    En la tenue luz que se filtraba a través de las grietas en la ventana cerrada, Raoul vio a una mujer con largo cabello rubio sentada a su lado, mirándolo con pálidos ojos azules.

    Clarissa. Clarissa Greenglove. Él bajó la vista hacia ella. Una calidez comenzó a regresar de puntillas hacia su cuerpo, elevándose primero en sus riñones, mientras recordaba lo que habían hecho juntos la noche anterior. ¡Cinco veces! ¡No, seis! Nunca antes lo había hecho tantas veces en una noche.

    Todavía estaba jadeando tras el horror, pero la vista del cuerpo desnudo de ella le estaba ayudando a sacar el sueño de su mente.

    Nunca lo había hecho con una mujer tan guapa.

    Ella bajó la vista hacia sí misma y levantó la sábana para cubrirse los senos.

    "No hagas eso", dijo él, y volvió a bajar la sábana, no demasiado suavemente.

    Él comenzó a acariciarle un pecho con la palma de la mano, sintiendo el pezón hacerse más grande y más duro. Ella cerró los ojos y dio un murmullito de placer.

    ¡Cómo había disfrutado ella anoche! Había suspirado y gruñido y gemido y gritado, le había lamido y mordido y ella había retorcido el cuerpo de lado a lado como un alma en perdición. Su frenesí le había encendido como nunca antes. No era de extrañar que él hubiera podido montarla tantas veces. Y en algún momento cerca del final de todo esto, ella había sollozado en su hombro durante lo que pareció una hora. Raoul pensó que aquello había sido un tributo a lo que él le había hecho. Las sábanas aún estaban húmedas por el sudor y el aire en el pequeño dormitorio era denso con los almizclados olores de los jugos secretos de ambos.

    Pero los pieles rojas seguían acechando en su cerebro y él seguía un poco asustado. No quería quedarse sentado aquí en la oscuridad.

    "Enciende una vela, ¿quieres?" dijo él. "El encendendor está sobre esa mesa".

    Ella dudó. "¿Puedo vestirme primero?"

    "Diablos, no", se rió él. "¿Qué diferencia supondría eso después de anoche? Te conozco por fuera y por dentro, Clarissa".

    Ella dio una risita y se levantó de la cama mientras él se quedaba abrazándose las rodillas, observándola.

    "Hace frío aquí afuera", se quejó ella.

    "Bueno, date prisa y enciende esa vela y vuelve a la cama". El aire de marzo silbaba a través de las grietas en las paredes y persianas de madera, y aunque la chimenea de la posada subía atravesando esta habitación, no parecía servir de ayuda. Él supuso que escaleras abajo, en la taberna, alguien había dejado morir el fuego.

    La forma pálida y redondeada de Clarissa mientras se movía a través de las sombras le hacía sentir más fuerte a cada momento. Las mujeres que él había tenido hasta ahora, muchas de ellas aquí en esta cama, habían sido mayores y muy usadas, y él no había disfrutado mucho de la apariencia de sus cuerpos. Clarissa tenía la edad adecuada, lo bastante mayor como para ser llenada, lo bastante joven como para ser esbelta y firme. Supuso que ella debía tener dieciséis o diecisiete años. Raoul llevaba acostándose con mujeres desde que tenía dieciséis, desde hacía siete años, y nunca había pasado una noche mejor que esta última, con Clarissa.

    Entonces, ¿por qué, después de una noche tan brillante, había tenido ese sueño?

    Cuando la bola de algodón empapada en aceite se encendió y Clarissa sostuvo un candil hacia la llama, la pesadilla volvió a él y; de las turbulentas imágenes de extremidades rojas y rostros pintados y sangre y cuerpos blancos desgarrados; él extrajo la razón del porqué lo había soñado. Cuando lo recordó, se desplomó un poco, su deleite al despertarse junto a una hermosa joven se esfumó.

    Oyó de nuevo las atolondrantes y enfurecedoras palabras que se habían precipitado de la tupida barba marrón de Armand Perrault.

    Oí a su hermano, Monsieur Pierre, charlando con su padre esta mañana. Habló sobre cómo había lamentado siempre haber abandonado a su esposa india Sauk y a su hijo, cuando regresó aquí y se casó con Madame Marie-Blanche. Ahora que es viudo, dice que quiere "hacer lo correcto por ella y el niño".

    Esto de traer una mujer Sauk y un hijo, Pierre nunca había dicho nada parecido.

    ¡Llamar esposa a una ramera india!.

    ¡Mi hermano, el maestro de Victoire, el hombre de una squaw! ¡Padre de un hijo mestizo!.[NdT: «squaw» es «mujer» en la lengua de las tribus indias de la familia de los Algonquín]

    Armand le había comentado amargamente a Raoul: "Parece que Monsieur Pierre es excelente equivocándose con las mujeres".

    Raoul sabía a qué se refería. Había oído el rumor de que; después de la muerte de Marie-Blanche, Pierre, un poco loco en su dolor; se había acostado con la esposa de Armand una o dos veces para consolarse.

    Pero eso no era nada comparado con lo que Pierre estaba amenazando ahora.

    ¡Indios viviendo en nuestra casa! ¡Una squaw en la cama donde Pierre dormía con la buena Marie-Blanche!.

    ¿Cómo podía Pierre hacer algo así después de lo que los indios le hicieron a Helene? ¿Después de que Raoul había pasado dos años golpeado y esclavizado por Salmón Negro? ¿Cómo podía Papá permitirlo?

    Clarissa se giró y le tendió una vela blanca encendida en un platito de peltre. Ella no parecía tan tímida ahora respecto a dejarle verla desnuda. Él dejó que sus ojos se posaran sobre sus senos en forma de melón, sobre su cintura estrecha, la mata de vello castaño donde sus largas piernas se unían, sus anchas caderas.

    A menudo había sentido anhelo por Clarissa desde que él había contratado a su padre, Eli Greenglove, para ayudarlo a dirigir el puesto comercial. Pero él pensó que no era prudente mezclarse con ella. Eli era un hombre peligroso. Anoche eso no había parecido importar.

    Después de que Armand le trajera las malas noticias, él había pasado al whisky de Kentucky, "Old Kaintuck", y a Clarissa, bailando con ella al violín de la taberna "Registre Bosquet" para apartar de su mente este repentino insulto que Pierre le había arrojado. Avanzada la tarde había subido a trompicones las escaleras detrás de Clarissa hasta su habitación en la posada, con las manos alzadas hacia sus faldas y palpando la satinada piel de sus piernas.

    Y luego, sobre la cama, y whisky y todo... ¡seis veces!.

    Pero esta mañana su placer con ella se había arruinado por esta traición de Pierre.

    Una squaw y un mestizo piel roja. Raoul no querría indios en la propiedad ni como sirvientes. Ahora Pierre estaba diciendo que estos salvajes vivieran en Victoire como parte de la familia.

    Sintió una súbita y punzante picadura cerca del trasero bajo las mantas. Enojado, se dio una palmada. Malditas pulgas y chinches. La esposa de Levi Pope hacía un trabajo horrible lavando la ropa de cama para la posada.

    Si tuviera una esposa, me aseguraría de que mantuviera las sábanas sin bichos.

    Clarissa dejó la vela sobre la mesa y volvió a subir a la cama. Ella le pasó la mano por la espalda.

    Acercó su rostro al de él y él decidió que, aunque le gustaban sus brazos y piernas y caderas y pechos, no le gustaba su barbilla débil, su cabello rubio desteñido y claros ojos azules y la mancha marrón en uno de sus dientes frontales.

    Ella dijo: "Tienes cicatrices en la espalda. Te golpeó alguien, ¿tu pa?"

    "¿Mi Papá?" La idea le hizo sonreír. "No, el viejo no es de esa clase".

    Pero es de la clase de hombre que podría olvidarse de mí durante un tiempo. Quien podría permitir que me capturaran los indios en 1812 y no lograr encontrarme y rescatarme hasta 1814.

    La clase de hombre que podría dejar de verdad que mi hermano trajera indios a nuestra casa.

    Las cicatrices. Las cicatrices le recordaban todos los días el Fuerte Dearborn, agosto de 1812. Los recuerdos dejaban cicatrices en el interior. Recuerdos de tener diez años, acobardado dentro de un campamento indio con los otros blancos cautivos del Fuerte Dearborn mientras los guerreros con sus garrotes y tomahawks se aproximaban, sonriendo.

    Aquello no había sucedido del modo en que él lo había soñado. El Potawatomi había puesto a un hombre, un cabo del ejército, a sus pies mientras este rogaba por su vida, y lo había arrastrado hasta la fogata del campamento. En una agonía de terror, Raoul se había presionado contra Helene, sentada a su lado en el suelo. Ella le había pasado un brazo alrededor de los hombros y le había abrazado con fuerza.

    Su hermana Helene había visto cortar la garganta y la cabellera de su marido esa misma mañana, cuando los indios cayeron sobre los soldados en retirada del Fuerte Dearborn y los civiles huían de la pequeña aldea llamada Checagou. Pero de alguna manera, Helene se había mantenido en calma y fuerte después de presenciar la terrible muerte de Henri. Raoul sabía que ella lo hacía por él.

    Raoul había cerrado los ojos y oído los garrotes golpear la cabeza y el cuerpo del soldado en la fogata, había oído sus gritos, oído el silencio de la muerte cuando los gritos se detuvieron. La vida de un hombre había terminado, así sin más. Raoul temblaba escondiendo su rostro en el costado de Helene. Alrededor de él, los otros prisioneros, hombres y mujeres, sollozaban y rezaban.

    Los indios tomaron otro soldado. Lo ataron a una estaca y le cortaron trozos de la carne con los bordes afilados de unas conchas. Se ocuparon de él durante horas hasta que murió desangrado.

    Los guerreros regresaron a por su siguiente víctima, deambulando entre los prisioneros con ojos radiantes, caras pintadas como máscaras de monstruos, apestando al whisky que habían estado bebiendo toda la noche. Esta vez estaba seguro de que vendrían a por él.

    Pero se llevaron a Helene.

    Él nunca había olvidado sus últimas palabras para él, pronunciadas con serenidad mientras el Potawatomi la agarraba de los brazos.

    "Voy a unirme a Henri. Reza a la Madre de Dios por mí, Raoul".

    Los indios arrastraron a Helene al bosque. Se llevaron a otra mujer también.

    Las squaw Potawatomi, sentadas alrededor de una fogata cercana, charlaban entre ellas. Se reían a carcajadas cada vez que una de las mujeres en el bosque gritaba. Raoul no podía creer que algunos de aquellos sonidos estuvieran surgiendo de la garganta de su hermana.

    Los prisioneros blancos indefensos se tapaban el rostro y rezaban y lloraban, y los hombres maldecían.

    Él se había odiado a sí mismo por no haber intentado ayudar a Helene, pero había estado demasiado asustado para moverse, demasiado asustado incluso para gritar. Meditando sobre ello ahora, casi trece años después, se dijo una vez más que si hubiera tratado de ayudar a Helene, los indios lo habrían apaleado hasta la muerte. Se dijo a sí mismo que él había tenido solo diez años entonces. Aunque eso no suponía ninguna diferencia para la vergüenza que sentía cuando recordaba esa noche. Él debería haberse ido con ella. Debería haber luchado hasta la muerte por ella. Él nunca podría perdonárselo.

    ¿Por qué no luchamos y morimos todos? ¿No habría sido mejor atacar a los indios con las manos desnudas y ser asesinado que dejar que aquello sucediera?.

    Pero tampoco podía perdonar a Papá ni a Pierre, su padre y hermano habían dejado a Raoul al cuidado de Helene en el Fuerte Dearborn, donde su marido, Henri Vaillancourt, dirigía el puesto comercial de la Compañía de Pieles Illinois de Papá. Cuando se hizo evidente que una segunda guerra entre Inglaterra y Estados Unidos estaba a punto de estallar, Papá declaró que los precios de la tierra en Illinois ahora eran tan bajos como no lo estarían nunca, y partió en busca de tierra probable que comprar para asentar una familia. Pierre había ido hasta los indios Sauk y Zorro en el Río Roca para hablar sobre el comercio y la compra de tierras con ellos. Raoul había quedado bastante contento de quedarse con Helene, quien había sido una madre para él desde que él podía recordar. Su propia madre, Helene le había explicado gentilmente, había ido al cielo cuando él nació.

    Cuando Raoul no escuchó más gritos del bosque, supo que Helene había ido al cielo también.

    A la mañana siguiente, cuando los indios comenzaron la marcha de regreso a su aldea, arrastrando a sus cautivos atados, Raoul había visto el cuerpo desnudo de Helene con heridas de arma blanca en un centenar de lugares, yaciendo boca abajo, medio sumergido en las olas del Lago Michigan. Vio una zona roja redonda en su coronilla. Más tarde vio a un bravo que había atado a su cinturón un largo mechón de cabello rubio plateado, seguramente el de Helene, una pieza circular de piel colgaba hacia abajo.

    Los indios habían elegido no matar a Raoul, tal vez porque a los diez años era demasiado joven para ser una víctima satisfactoria, pero era lo bastante mayor para trabajar. Y así, Salmón Negro lo había tomado como su esclavo. No había diferencia si trabajaba bien o mal, Salmón Negro no dejaba pasar un día sin azotarlo, y lo alimentaba con entrañas y sémola de maíz. Solo después de que Raoul hubo resistido dos años de esclavitud, su padre Elysé lo encontró y rescató de Salmón Negro.

    Y cuando Raoul fue mayor, llegó a comprender todo el horror de lo que los indios le habían hecho a Helene. Debieron de haberla violado una y otra vez. Y se odiaba a sí mismo y a Pierre, y a Elysé mucho más, por dejar que aquello sucediera.

    Pero sobre todo odiaba a los indios.

    ¿Indios viviendo en Victoire? Tenía que liquidar esa noción de Pierre ahora mismo. Se pondría su ropa y ensillaría a Estandarte y cabalgaría hasta el "chateau" y enderezaría a su padre y hermano.

    ¿Pero le entenderían? ¿Pierre, con su conciencia tierna, que había vivido con los malditos Sauk y Zorro durante años y dormido con una de sus sucias squaws? ¿Elysée, enterrado en sus libros? Raoul recordó sus caras de mármol como las había visto en su sueño.

    Ellos nunca le habían entendido.

    "¿Dónde te hiciste estas cicatrices?", preguntó Clarissa interrumpiendo su pensamientos mientras pasaba ligeramente los dedos sobre las duras crestas de su espalda.

    Raoul le habló de Salmón Negro. "Le gustaba azotarme incluso más de lo que le gustaba el whisky. Y cuando bebía whisky le gustaba pegarme aún más".

    "¡Pobre Raoul! Y un niño tan pequeño", la cara de Clarissa bajó con empatía. "Lo siento mucho por ti". Tiró de él hacia ella.

    Él bajó la cabeza hacia su pecho y atrajo el pezón hacia la boca, presionándolo con los dientes. Se recostaron juntos y él disfrutó de la sensación del suave colchón y almohadas llenas de pulmas ondeando a su alrededor.

    Por Dios, si no se sentía grande y duro para hacerlo otra vez. Orgullosamente retiró la sábana y le dejó ver lo que tenía para ella. Ella le sonrió de oreja a oreja, dando la bienvenida, sus pálidos ojos azules brillaban a la luz de las velas.

    Ella le vendría bien para ayudarlo a olvidarse un poco más de Pierre y de su esposa e hijo piel roja.

    Un fuerte golpeteo en la puerta del dormitorio puso fin a su nueva oleada de deseo.

    Clarissa jadeó y se apartó de Raoul, arrastrando la ropa de cama hacia ella.

    Raoul se llevó el dedo a los labios y gritó: "¿Quién está ahí?"

    "Soy Eli", dijo una voz tras la puerta.

    El corazón de Raoul comenzó a latir de nuevo, tan fuerte como cuando había despertado de su pesadilla.

    "Oh, Señor, mi pa", susurró Clarissa.

    Parecía asustada, pero solo un pelín asustada, y Raoul la miró con suspicacia. Los ojos de ella estaban muy abiertos, como una niña tratando de negar travesuras después de ser atrapada con las manos en la masa. ¿Podrían Eli y su hija haber planeado esto?

    ¿Sabía Eli que Clarissa estaba aquí? Raoul había estado demasiado ocioso y ebrio para preocuparse de quién estaba observando cuando la había llevado a ella escaleras arriba anoche.

    Sintiendo un escalofrío en el estómago, Raoul se acercó a la puerta. "¿Qué, Eli?" Confió en que su voz sonara fuerte. Ya no mostraba placer y orgullo en su desnudez.

    "Pensé que deberías saber algo que escuché en la tienda de pieles, Raoul".

    "¿Quién está cuidando las pieles ahora?" El lugar estaba lleno de paquetes de pieles de castor, tejón, zorro, mapache, mofeta. Y valiosos bienes de intercambio. Con salvajes indios entrando y saliendo a todas horas en esta época del año, Raoul había estado muy feliz de entregar la mayor parte del trabajo de comercio de pieles a Eli. Él no tenía estómago para tratar con los indios.

    "He dejado a Otto Wegner allí, Raoul, hay «inyos» cavando en tu mina de plomo".

    De inmediato, Raoul olvidó su miedo a ser atrapado con Clarissa. En su lugar sintió una ira tan poderosa que su cuerpo pareció llenarse de aceite hirviendo ¡Indios, más indios! Primero abriéndose paso como gusanos dentro de su familia y ahora robando de su mina.

    "Vinieron a buscar plomo, ¿no?", gruñó él. "Les daremos plomo. Reúneme a un par de buenos tiradores y te encontraré abajo en la taberna".

    No oyó ningún sonido durante un momento y se preguntó qué estaba haciendo y pensando Eli al otro lado de la puerta de tablas.

    Entonces la voz de Eli llegó, "Te estaré esperando, Raoul".

    Eso lo sacaba del apuro por ahora.

    Pero si Eli y Clarissa estaban planeando intentar presionarlo hacia el matrimonio, él sabía que no saldría tan fácil de esta.

    Pierre acogiendo en casa a una esposa e hijo indios, Clarissa tratando de pescarle en matrimonio... comenzó a sentirse como si hubiera entrado en una especie de emboscada.

    E indios en la mina.

    Echó un ojo a Clarissa, que estaba sentada con una almohada entre su espalda desnuda y la pared de tronco toscamente tallada, sábana y manta echada sobre los hombros. Él se acercó a ella para asegurarse de que no podía ser escuchado desde fuera.

    "Voy a tener que cabalgar hasta la mina y me llevaré a tu padre conmigo", dijo manteniendo la voz baja. "Espera hasta que nos oigas salir a caballo, luego sal de aquí y asegúrate de que nadie te vea".

    Ella seguía con los ojos muy abiertos. "Oh, Raoul, si mi pa me pilla aquí contigo me pegará más que los inyos te pegaron a ti".

    Raoul se inclinó hacia adelante y le puso una mano, suave pero firme, en la garganta. "Si alguna vez descubre por ti que tú y yo hemos estado juntos", dijo suavemente, "te pegaré yo aún más que él".

***

    En la taberna del primer piso de la posada, Eli, un hombre bajo y delgado cuyo cabello rubio se estaba volviendo gris, no daba señales de saber que Clarissa estaba en la habitación de arriba ¿Dónde creía él que estaba ella?, se preguntó Raoul. Tal vez lo sabía pero estaba esperando su momento.

    "Un Winnebago, con un montón de pieles de castor, viene esta mañana", dijo Eli. "Y me dice que por una taza extra de whisky me diría una cosa que me gustaría saber. Yo dije que vale y él me dijo que cabalgando hasta aquí ayer vio humo saliendo de la pradera. Que fue a echar un vistazo y había tres salvajes Sauk sacando galena de la mina y fundiéndola".

    Eli había reunido a tres grandullones para salir con Raoul:

    Levi Pope, un hombre alto con cicatrices de tomahawk en la cara. Era un «Sucker», un hombre de Illinois, llevaba un rifle Kentucky que casi le llegaba al hombro.

    Otto Wegner, un veterano del ejército del rey de Prusia, de dos metros de alto y hombros anchos, llevaba un espeso bigote marrón que crecía sobre sus mejillas hasta unirse a sus patillas.

    Hodge Hode; quien, como Eli, era un «Tostado» de Missouri; enorne como un oso pardo. Vestía con pieles de ciervo con flecos. Bajo la gorra de piel de mapache, el cabello rojo, salvaje y anudado, le colgaba sobre los hombros, y la barba roja le ocultaba tres cuartos de la cara.

    Además de sus largos rifles, Eli, Levi, Hodge y Otto tenían pistolas metidas en los cinturones, cuernos de pólvora colgados al hombro y cuchillos de caza enfundados en bolsillos en la parte delantera de sus camisas de ciervo.

    Raoul les permitió a cada uno tomar un vaso de whisky, de su buen whisky "Old Kaintuck", de una jarra de piedra envuelta en lienzo, no el licor de maíz de sabor terrible que él dispensaba del barril en la taberna. Luego los cinco salieron a montar en los caballos en el patio del puesto comercial. Raoul montaba su semental castaño, Estandarte.

    Mi dominio, pensó Raoul con orgullo mientras miraba a su alrededor. El puesto comercial era una empalizada de siete metros de altura hecha de troncos dispuestos verticalmente, con una pasarela en el perímetro y una torre de guardia en cada esquina. Desde un poste encima de la torre suroeste ondeaba la bandera de los Estados Unidos, trece rayas y veinticuatro estrellas, y bajo esta, la bandera de la Compañía de Pieles Illinois de Marion, una flecha y un mosquete cruzados tras una piel de castor.

    Dominando los edificios dentro de la empalizada había un fuerte, piedra caliza a nivel del suelo, con una segunda planta de troncos en voladizo y puestos de tiro para los rifles alrededor de todo. Raoul lo había construido para fortalecer el puesto de comercio tras sus recuerdos de Checagou. Pierre y Papá podrían haber pensado que era una idiotez de gasto y esfuerzo, pero ¿dónde habían estado ellos cuando él los había necesitado?

    Cerca del lado este del fuerte estaba la posada que acababan de abandonar, una casa de troncos, comida y bebida en la planta baja y alojamientos arriba. En el lado oeste, la tienda de pieles. En la esquina noroeste estaba el polvorín, un cubo de bloques de piedra caliza sin ventanas rodeado por su propia pequeña empalizada de la altura de un hombre. Aquí se almacenaban las bolsas y barriles de pólvora que pasaban por el puesto comercial.

    Raoul tiró de la cabeza de Estandarte y dirigió a su tropilla al trote por la cresta que corría hacia el Este. Ahora Victoire apareció a la vista, el chateau que su padre y su hermano habían construido al borde de la pradera; su primer piso era, como el del fuerte, de piedra; sus dos pisos superiores de madera tallada cuadrada Algún día, pensaba Raoul mientras cabalgaba pasando la colina coronada por la gran casa, él entraría en Victoire como maestro.

    Cabalgaron pasando grandes graneros de troncos y cobertizos de animales que Raoul había ayudado a construir. Siguieron por un camino estrecho a través de maizales y trigales, a través de huertos. Los árboles solo eran auuun un poco más altos que un hombre, pero ya producían manzanas y melocotones. A lo lejos, el ganado y los caballos pastaban en los pastizales que se extendían hacia el Este como las olas del océano.

    A ocho kilómetros del Mississippi llegaron a la piedra fronteriza con una M tallada que marcaba la extensión más oriental de Victoire. Desde allí, Raoul podía ver, a unos dieciséis kilómetros o más de distancia, señales de los indios, un largo dedo de humo gris que se inclinaba hacia el Noreste entre las blancas nubes de algodón. La entrada de la mina estaba en el parte inferior de un barranco excavado en la pradera junto al Río Peach, y el humo indudablemente significaba que los indios estaban fundiendo plomo.

    Después de una larga cabalgada llegaron al pequeño río. Los cinco hombres frenaron y ataron sus caballos a favor del viento del humo. Un indio, se decía, tenía un sentido del olfato tan agudo como el de un perro. Raoul guió a su hombres hacia el borde del barranco.

    Caminaron en silencio por el barranco hasta ver indios abajo en el fondo. Eran Sauk o Zorro, notó Raoul al reconocer sus cabezas rapadas con mechones de pelo en el centro. Uno de los salvajes estaba de pie en la entrada de la mina sosteniendo un saco de piel que parecía lleno de trozos de galena, mineral de plomo. Los otros dos estaban agregando troncos al fuego de la fundición. Sus seis caballos (tres para montar y tres para llevar plomo) estaban a la orilla del río a unos tres metros de la fundición.

    La fundición de los indios era simplemente un hoyo cuadrado excavado en la ladera, alineado con rocas en el fondo y lleno de troncos y matorrales. Estaban fundiendo la galena, dejándola fluir a través de las rocas en una zanja inclinada que conducía a un molde cuadrado excavado en la tierra. Raoul contó cinco lingotes de plomo ya formados, enfriados y apilados al lado del molde. Probablemente llevaban en esto desde el final de invierno, pensando que la mina estaba tan lejos de la ciudad que ningún hombre blanco lo notaría.

    El plomo se vendía a treinta y siete dólares por cada mil kilos en el pozo al norte en Galena, la nueva ciudad en auge llamada así por el mineral, y si estos indios llevaban trabajando desde el principio de las nieves, podrían haberle robado a Raoul hasta doscientos dólares.

    Raoul creía reconocer a los dos salvajes en la fundición. El pasado otoño habían acudido a él mientras estaba al mando del equipo al que había puesto a trabajar para expandir la mina antes de cerrarla durante el invierno. Los indios habían reclamado que aquella era su mina. Él les había dicho que se fueran, y como no se movieron lo bastante rápido, él y sus hombres les había amenazado con disparar. Debería haberlos matado entonces.

    Raoul agarró la culata dorada de la pistola de postas que colgaba en la cintura y la sacó de la funda.

    "¡A por ellos!" Gritó poniéndose de pie de repente. Estiró el brazo, apuntó mirando por el largo del cañón de su pistola y disparó al indio de pie más cercano junto a la fundición.

    Cuatro rifles se dispararon a la vez, Raoul quedó envuelto en el amargo olor a pólvora y en una nube de humo. El indio al que Raoul había apuntado se sacudió, cayó de rodillas y luego se desplomó de cara junto a la fundición. El otro en la fundición corrió hacia su caballo y saltó sobre el lomo. Todos debían de haber apuntado al mismo, pensó Raoul, maldiciéndose a sí mismo por no pensar en señalar objetivos a cada hombre.

    El tercer indio había desaparecido. El saco de piel de galena yacía junto a la entrada de la mina.

    "Maldita sea", dijo Raoul. "Si ese piel roja a caballo se escapa vendrán partidas de asalto hasta aquí. Quien esté excavando aquí tendrá que tener ojos en la nuca".

    "Yo le haré un ojo en su nuca", dijo Eli mientras vertía pólvora de su medida por la boca de su rifle. Sonrió a Raoul, le faltaban dos dientes frontales superiores y uno inferior. ¿Sabía lo de Clarissa? Raoul todavía no podía saberlo.

    Los otros hombres también estaban recargando. Raoul comprimió pólvora y bajó la boca de la pistola, luego sacó un tapón de percusión de una bolsa en su cinturón y lo presionó sobre el pezón en la brecha. Para cuando estaba listo para disparar, el indio galopaba por el cauce del río y había desaparecido en una curva.

    Hodge Hode, Levi Pope y Otto Wegner corrieron a por sus caballos. Eli se quedó donde estaba, sonriendo al rifle en sus manos como si estuviera sosteniendo un bebé.

    "Si todos perseguimos al que va a caballo", dijo Eli, "el que que se esconde se irá en la otra dirección".

    "Cierto", dijo Raoul. Para entonces, Hodge, Levi y Otto habían salido a caballo.

    "Otra cosa", dijo Eli. "Nuestros muchachos están en el lado equivocado del barranco. Cuando salga el inyo, saldrá por el lado sur. Para cuando ellos bajen y entren, y suban y salgan de nuevo, estará a un kilómetro de distancia".

    "¿Y qué hacemos?" preguntó Raoul.

    "Todo es tierra plana por aquí".

    Antes de que Raoul pudiera exigir una explicación a eso, vio al indio que huía en su montura salir del barranco y cabalgar hacia el Sur, tal como Eli había predicho. Raoul observó a sus hombres cuando estos se detuvieron, la perplejidad era evidente en sus gestos. Hodge disparó contra el indio, que siguió cabalgando ileso, aunque Raoul no habría sabido qué otra cosa hacer, despreció a sus dos hombres por su inutilidad.

    Pronto, el indio, cabalgando bien agachado hacia el Sur, fue una pequeña silueta oscura en la pradera amarilla. Eli levantó el cañón de su largo rifle Kentucky. Era un disparo imposible, pensó Raoul, pero no dijo nada. Eli parecía estar apuntando un poco alto, no directamente al piel roja. Raoul escuchó al Mulato respirar hondo a través del hueco entre los dientes delanteros.

    El rifle tronó. El fogonazo en la boca del arma hizo que Raoul parpadeara, y una nube de humo blancoazulado flotó a través del cañón.

    Largo tiempo pareció pasar sin que sucediera nada, pero tal vez fue solo un suspiro o dos. Luego la figura oscura y distante alzó los brazos al aire y cayó de lado del caballo. El caballo siguió corriendo y desapareció en el horizonte un momento después.

    "Blanco en el bobo", dijo Eli. "No podría haber hecho este disparo si él no hubiese estado huyendo hacia el Sur. Demasiado difícil seguirle y arquear la bala bien".

    Eli lo hacía parecer una simple cuestión de habilidad, pero Raoul sintió como si hubiera visto un milagro.

    Las caras de los otros hombres, mientras bajaban de sus caballos, mostraron tanto asombro como la de Raoul.

    "Muy buen disparo, para ser un Mulato", dijo Levi Pope.

    "Mejor que cualquier Sucker", respondió Eli genialmente.

    Raoul dijo: "Otto, ve a buscar el cuerpo de ese indio y tráelo aquí".

    Otto Wegner se giró de inmediato para volver a montar su caballo. A Raoul le gustaba la forma en que el prusiano obedecía cada orden al instante.

    Pero Hodge Hode fulminó con la mirada a Raoul. "Pérdida de tiempo. Los coyotes y los buitres ya han probado la carne de inyo".

    Molesto por ser cuestionado, Raoul dijo: "No quiero que nadie sepa qué pasó con estos pieles rojas".

    Mientras Otto se alejaba, Eli dijo, señalando la entrada de la mina: "Aún tenemos uno vivo. Al menos uno".

    "Yo me ocuparé de él", dijo Raoul.

    Eli, Hodge y Levi lo miraron sorprendidos.

    El buen disparo de Eli no solo lo había impresionado; lo había hecho sentirse inquieto, como un desafío. La ley estaba ausente en el Condado de Smith, que era justo como a Raoul le gustaba. Esto daba una ventaja al hombre que podía manejar un rifle tan bien como Eli, pero ahora, para asegurarse de que su propia palabra seguía siendo lo más parecido a la ley en estas regiones, Raoul sintió que tenía que igualar el logro de Eli.

    Comprobó la carga en la pistola. Agarró la empuñadura del cuchillo de treinta y dos centímetros en su cinturón y lo soltó de su funda. Un herrero en St. Louis lo había hecho para él, asegurándole que era una réplica exacta del cuchillo diseñado un par de años atrás por el famoso fronterizo de Arkansas Jim Bowie.

    La boca de Raoul estaba seca. Su corazón latía tan fuerte que pensó que sus hombres podían ver su abrigo de lana temblando. Sus manos estaban frías y sudorosas.

    "No hay más que una salida de esa mina, ¿verdad?" dijo Eli. "Si entramos los cuatro juntos no podrá pasar y, demonios, es mucho más seguro".

    "Yo me ocuparé de él", repitió Raoul. Cada palabra de Eli en contra de que él entrara solo en la mina le hacía aún más decidido a hacerlo. Tenía que mantener a Eli a raya, especialmente si resultaba que el hombre sabía lo de él y Clarissa.

    "Podría tener un rifle", dijo Eli. "Podría dispararte cuando entraras andando allí".

    "Si todos entramos, uno de vosotros podría recibir un disparo", dijo Raoul. "Esta es mi propiedad".

    Y luchar por ella hará que sea mi propiedad más que cualquier concesión del gobierno.

    Pero ese indio allí dentro... ¿con qué iba armado? ¿Rifle, cuchillo, arco, tomahawk? ¿Era muy fuerte, muy rápido, muy hábil luchando cuerpo a cuerpo?

    Soy un idiota por hacerme pasar por esto.

    "Podría haber más de uno ahí dentro", dijo Eli.

    Raoul sintió la sangre bullendo por sus venas mientras pensaba en el hijo bastardo de Pierre, en Salmón Negro, en los Potawatomi que violaron y asesinaron a Helene. Sus hombres habían matado a dos indios hoy, pero había un tercero esperando dentro de esa mina y Raoul de Marion pretendía ser su muerte.

    Ignorando las advertencias de Eli, se movió hacia el cuadrado negro de la entrada a la mina.

    Caminaba lentamente, pistola a la altura de la cintura. Necesitaba sacar su cuchillo también, decidió. Aunque era diestro, sería mejor tener una segunda arma lista que tener la mano izquierda vacía. Sacó el cuchillo notando su bien equilibrado tacto.

    Pasó bajo los troncos que había colocado el otoño pasado para montar la entrada. ¿Debía encender una vela? No, eso lo haría aún mejor objetivo. Intentó perforar la oscuridad con los ojos; esta era densa como una cortina de lana.

    Esto es una locura, pensó. Si todos entraran juntos, como había dicho Eli, un par de hombres podían llevar velas, y podían expulsar al indio en poco tiempo. De esta manera iba a conseguir que lo mataran. Si el indio tenía un rifle, Raoul estaba muerto seguro. Sintió la necesidad de retroceder y llamar a los demás para que lo ayudaran. Se quedó allí un momento con las piernas temblando.

    No, tenía que matar a su indio él solo, tenía que demostrarlo ante Eli y los demás.

    Obligó a sus pies a deslizarse hacia adelante tan silenciosamente como pudo. Su vacilación le había dado a sus ojos la oportunidad de acostumbrarse a la oscuridad. Intentó recordar el diseño de la mina. En la penumbra, desde la entrada, distinguió la pendiente descendente del largo túnel. A unos seis metros de distancia, otro túnel se bifurcaba a su izquierda. Le dolían los ojos mientras estos trataban de encontrar al enemigo escondido en algún lugar delante de él.

    No podía ver nada más que paredes negras bordeadas de troncos que apuntalaban el techo, un suelo cubierto de trozos de roca. Mientras avanzaba, el túnel se iba estrechando, el techo era más bajo. Casi podía sentir el peso de la roca y la tierra sobre él; estos troncos podían ceder de repente y la pradera caer sobre él como una bota sobre un bicho. Comenzó a tener más miedo de la mina que del indio oculto.

    Llegó al cruce del túnel y espió por él.

    Con un chillido agudo, el indio saltó como un resorte sobre él.

    Raoul vislumbró un filo de acero tomahawk viniendo a por su cabeza. Apretó el gatillo de la pistola y apuñaló con el cuchillo en la mano izquierda para bloquear la cuchilla del hacha.

    El estallido de la pistola ensordeció a Raoul y en el momentáneo resplandor de luz vio el rostro de un joven indio distorsionado por la ira y el miedo.

    Era una cara que él odió nada más verla: piel oscura, estrechos ojos negros, plana salvo por una nariz picuda, cráneo afeitado. Una cara como las de sus pesadillas se mantuvo vívida en el ojo de su mente cuando se apagó el destello de luz.

    El grito de guerra del indio terminó en un grito de dolor.

    ¡Tengo al hijo de perra!, se regocijó Raoul. Había estado sujetando la pistola por bajo, debía de haber disparado al indio en las tripas.

    El destello lo había cegado temporalmente, pero los reflejos, pulidos por docenas de peleas frente al río, tomaron el control. Enfundó la pistola y cambió el cuchillo a su mano derecha. Cada fibra de él estaba hambrienta por matar. Se abalanzó con el cuchillo justo delante. Podía sentir sus labios estirarse en una sonrisa.

    El cuchillo golpeó algo sólido pero doblegado. Con un grito de triunfo metió más la punta, fue recompensado con un grito de agonía. Estaba empezando a ver de nuevo. La sombra frente a él levantó el tomahawk. Raoul liberó el cuchillo y lo balanceó; este se ensartó en el brazo del indio como el cuchillo de un carnicero. Oyó el sonido del tomahawk repicar en el suelo de roca.

    Raoul se arrojó sobre el indio, apuñalando y apuñalando. El cuerpo de su enemigo, más pequeño y liviano que el suyo, quedó arrugado bajo su peso. Los dedos de su mano izquierda se clavaban en la piel lisa y el músculo duro. Sintió unas manos presionando contra él, pero los esfuerzos eran débiles, eran la lucha de una criatura moribunda. Los gritos y gemidos de dolor le dieron ansias por herir más al indio. Estaba demasiado oscuro para ver por dónde estaba entrando el cuchillo, pero él lo bajaba una y otra vez. Notaba las manos húmedas. Algunas de sus embestidas se hundían profundamente, otras eran detenidas por hueso.

    Un pulso batió en su cerebro. No importaba que estuviera luchando en la oscuridad, la furia lo cegaba de todos modos. Se olvidó de todo salvo el cuchillo en su mano y el cuerpo blando y sangriento debajo de él. Él gritaba de rabia y triunfo, ahogando con los suyos los agonizantes chillidos de su enemigo.

    Después de un rato, no más gritos. El cuerpo debajo de él ya no se movía. Raoul yacía encima del indio, jadeando.

    Comenzó a pensar de nuevo. Deslizó cuidadosamente la mano sobre el pecho del indio, por la camisa de ciervo resbaladiza por la sangre tibia. No había latidos de corazón, los pulmones no se alzaban.

    ¡Por Dios, lo he hecho, lo he matado! Sintió que salían cohetes dentro de su cabeza y rió bien alto, había luchado por su mina y derramado la sangre de su enemigo para hacerla suya.

    Ningún maldito indio va a volver a robar lo que me pertenece.

    Se puso de pie. Le temblaron las rodillas violentamente bajo su peso.

    Le dolía tanto la cabeza que sentía como si le estuvieran presionando los ojos fuera del cráneo. Se dio cuenta de que en la pelea había perdido por completo el control de sí mismo. Se había convertido en algo salvaje, una criatura sin mente. Esto le había sucedido varias veces antes, en peleas que habían terminado con él asesinando a un hombre.

    Pensamientos de triunfo de que había matado a su enemigo y de terror al darse cuenta de que esta pelea podría haber terminado de otro modo, se perseguían el uno al otro en su cerebro, pero él se sentía aún más vivo y más feliz que la noche pasada con Clarissa.

    Una súbita luz lo deslumbró. Una flecha de miedo lo atravesó. ¿Más indios?

    "¡Raoul!" Era la voz de Eli Greenglove.

    Sus ojos se ajustaron y pudo ver a Eli, a Hodge Hode y a Levi Pope de pie en la entrada del túnel lateral. Vieron el cuerpo a sus pies y el cuchillo ensangrentado en su mano, y luego alzaron la vista hacia él con ojos muy abiertos y labios separados.

    Esas miradas valen tanto para mí como toda la mina entera.

    "Lo has dejado hecho carne picada", dijo Eli. "Tendré que conseguir uno de esos palillos de dientes de Arkansas".

    "Traed los otros dos cuerpos aquí", dijo Raoul haciendo un esfuerzo para mantener su voz firme. "Vamos a buscar un lugar para enterrarlos".

    "Mejor busca en toda la mina, asegúrate de que no haya más pieles rojas" dijo Eli.

    Raoul estuvo de acuerdo, pero estaba seguro de que este que había matado era el único en la mina. Miró a la cara muerta. El indio no tenía más de quince o dieciséis años. Bien, pensó él. Este no había tenido tiempo suficiente de hacer mucho daño.

    Pero, ¿por qué, se preguntó Raoul, este joven salvaje había tirado su vida al atacarlo cerca de la entrada a la mina? Habría tenido más posibilidades de escapar si se hubiera escondido en las profundidades.

    Tal vez creyó que había al menos un poco de luz para ver y pelear cerca de la entrada. Si hubiera vencido a Raoul, de alguna manera se las habría arreglado para escapar, probablemente habría reclamado el derecho a usar una pluma de valiente.

    El pensamiento de sí mismo yaciendo muerto en la oscuridad y su cuero cabelludo colgando de un poste frente a una cabaña en Saukenuk hizo que Raoul se estremeciera.

    Pero había sido Raoul quien se había ganado su pluma. Ningún indio mataría jamás a Raoul de Marion.

    Y toda furcia piel roja y todo bastardo mestizo que mostrara su cara por Victoire tendría que lidiar con un hombre que había matado indios tan fácilmente como mataba a cualquier otro tipo de alimañas.

    Hora de comentarle esto a Pierre.

***

    Pierre quería llorar al ver lo que estaba a punto de suceder. Avanzó corriendo y extendió la mano para detener a Raoul.

    "¡El jarrón no!" él gritó. Maman lo había adorado tanto.

    Raoul estaba demasiado cerca de la repisa para que Pierre lo alcanzara a tiempo. Llegó hasta ella en dos pasos y, tal como Pierre había esperado, se apoderó del jarrón que había estado en la familia durante cuatro generaciones, que había estado en la repisa desde la construcción de este chateau.

    "¡Raoul!" gritó Papá. "¡Piensa lo que estás haciendo!"

    Raoul se giró sosteniendo el jarrón sobre su cabeza. Se fijó en Pierre, con la mirada de un loco, con los ojos abiertos, su bigote negro en una mueca de furia.

    Lanzó el jarrón al suelo de losas de piedra. La blanca forma ovoide se desvaneció con un crujido hueco y se esparcieron los fragmentos, algunos golpearon las botas de Raoul, otros volaron hacia el enorme hogar de piedra.

    Un repentino silencio llenó el gran salón de Victoire. Pierre sintió como si su corazón se hubiera quebrado con el jarrón.

    Mataste a Maman, quiso chillar él , ahora quieres matar su recuerdo.

    Pero contuvo su lengua y se odió a sí mismo al pensar que casi había llegado a decirlo. ¡Qué maligno pensamiento! ¿Cómo podía él culpar a Raoul de que Maman hubiera muerto al darle a luz?

    ¡Piensa lo que estás haciendo!, había chillado Papá. Eso era precisamente lo que Raoul nunca hacía. El pensamiento era para después, para escapar de las consecuencias de sus acciones. Ahora él funcionaba con ira, había perdido todo gobierno de sí mismo porque, de alguna manera, se había enterado de lo de Mujer Sol y Nube Gris.

    Pierre tenía que tratar de ganarse a Raoul, encontrar una manera de atravesar la ira que lo separaba de su hermano menor. Raoul tenía que ser persuadido de que era justo que Mujer Sol y el chico fuesen traídos aquí a Victoire. Si Raoul no aceptaba eso, su ira destrozaría a su familia.

    Pero ¿cómo, en una tarde, derribar un muro que se había ido construyendo durante los últimos doce años?

    Pierre notó que todavía estaba de pie con la mano extendida hacia Raoul. La bajó lentamente sintiendo que los hombros se desplomaban al mismo tiempo. Él había estado leyendo con Papá cuando Raoul había entrado. Ahora se quitó las gafas y las puso en el estuche de plata, que colgaba de su cuello por un cordón de terciopelo, y dejó caer el estuche en el bolsillo del chaleco.

    Elysée de Marion agarró los brazos de su sillón de cuero con las manos como garras, medio levantándose de él, Raoul se quedó mirando a ambos, jadeando y temblando.

    Elysée dijo en voz baja: "¿Por qué has hecho eso, Raoul?"

    "Para hacerte escuchar", la voz de Raoul era profunda y fuerte, y resonó poderosamente en el techo de vigas y en las paredes de piedra del gran salón. Pero en sus tonos Pierre escuchaba los gritos de aquel chico histérico cuyos berrinches y pesadillas, después de que por fin él había logrado rescatarlo de los Potawatomi, había desgarrado los corazones de toda la casa y renovado su dolor por la pérdida de Helene.

    Pero ahora ese niño dolorosamente delgado y asustado era un hombre de hombros anchos, un hombre de más de dos metros de altura, con un cuchillo tan grande como una espada y una pistola atada a la cintura. Un hombre muy peligroso. Un hombre quien, decían, habían matado a media docena o más de oponentes en peleas arriba y abajo del Mississippi.

    "Hemos estado escuchando", dijo Elysée.

    "Pierre no", dijo Raoul con resentimiento "Díselo , Papá. Dile que será mejor que deje a su maldita squaw en el bosque donde pertenece".

    Maldita squaw. Las palabras perforaron el pecho de Pierre como flechas.

    "Venid aquí los dos", suspiró Elysée.

    Esperando que su padre pudiera reconciliarlos donde él había fracasado tristemente, Pierre fue a pararse frente al sillón de Elysée. Después de un momento de vacilación, Raoul se acercó también, pero Pierre vio que estaba manteniendo intencionadamente más de un brazo de distancia entre los dos.

    Elysée dijo: "Eso está mejor, no puedo veros cuando estáis lejos. Estos ojos son buenos para muy poco salvo para leer, y cuando ya no pueda leer, me pegaré un tiro y si no puedo ver lo bastante para cargar la pistola, uno de vosotros deberá hacerlo por mí".

    Como solía hacer, Elysée intentaba usar el humor para apagar el fuego. Pierre miró a Raoul para ver si su padre le había sacado una sonrisa, pero Raoul estaba de pie con los brazos cruzados, la boca estaba escondida bajo su bigote negro y los ojos entornados. Excepto cuando sonreía, y hoy estaba lejos de estar risueño, el bigote le daba el aspecto de parecer perpetuamente enojado.

    "Raoul", dijo Elysée. "Ten por seguro que te estamos escuchando. Cuéntanos qué te ha llevado a destruir uno de nuestros tesoros familiares".

    "¿Solo porque Pierre se revolcó con una squaw", exigió Raoul, "tenemos que vivir con lo que salió de ello?"

    Pierre sintió que le ardía la cara. Quiso abofetear a Raoul.

    Mi vida con Mujer Sol fue tan honorable como mi vida con Marie-Blanche.

    Se obligó a controlar su temperamento, si se enojaba tanto como Raoul, este día seguramente sería la ruina de la casa de Marion.

    Pierre sintió una repentina punzada de dolor en el vientre. Luchó contra el impulso de frotarse allí. No quería que nadie supiera de su enfermedad. Peor que el dolor era el miedo que este provocaba, la escalofríolante sospecha de que él era un hombre moribundo.

    Se preguntó temerosamente cómo sería la muerte. Aunque Père Isaac decía que tales nociones eran tontas, él no podía evitar ver al Dios Padre como un enorme juez de barba blanca, sentado entre las nubes. ¿Y cuál sería la sentencia del Padre si Pierre de Marion daba la espalda a una esposa y un hijo?

    Deseaba poder decirle a Raoul que creía que se estaba muriendo. Entonces, tal vez, su hermano entendería por qué tenía que hacer su deber respecto a Mujer Sol y al niño. Pero temía que si Raoul era consciente de su debilidad, trataría de hacerse cargo de toda la propiedad de inmediato.

    Orando para que su hermano entendiera, dijo: "Desde que Marie-Blanche murió he estado pensando en Mujer Sol. Después de los cinco años de vida juntos, la dejé a ella y a nuestro pequeño hijo. Últimamente he estado viéndola a ella y a mi hijo, Nube Gris, en sueños, sé que Dios quiere que enmiende mis actos".

    Pierre sintió el sudor manar de la frente y del labio superior. ¿Por qué Raoul tenía que provocar tanta agitación con su odio? ¿No podía Raoul entender que no todos los rojos eran como los que él había encontrado? Pierre vio a Mujer Sol en su mente, tan fuerte y sabia, sosteniendo la mano de su grave chico de ojos marrones. Qué hermosos estaban.

    Elysée dijo: "No creo que Le Bon Dieu anuncie su intenciones en sueños, Pierre".

    Siempre el Papá cínico, había leído demasiado a Voltaire.

    Elysée se volvió hacia Raoul: "Pero, Raoul, esto parece justicia simple, lo que Pierre quiere hacer".

    "¿Qué pasa con la justicia para mí?" respondió Raoul. "¿No es esta mi casa tanto como la de Pierre?"

    Picado por la bravuconada de Raoul, Pierre dijo: "Raoul, vives más en tu puesto comercial que en esta casa".

    Para sorpresa de Pierre, la cara de Raoul se enrojeció, haciendo que Pierre se preguntara qué, exactamente, estaba haciendo Raoul en el puesto comercial. Había parecido natural que él pasara la mayor parte del tiempo allí, ya que Papá le había dado la Compañía de Pieles Illinois cuando dividió su propiedad entre los dos, pero quizá no era solo trabajo lo que mantenía a Raoul en el puesto comercial noche tras noche. ¿Una mujer? Pierre se encontró confiando en que pudiera ser eso. Una mujer podría ser buena para Raoul, civilizarlo un poco.

    Él había dormido allí anoche. ¿Cómo, entonces, podría haber sabido de los planes de Pierre para Mujer Sol y Nube Gris?

    ¿Alguien en nuestra casa me está espiando?

    Pierre se volvió hacia Raoul: "¿Cómo te enteraste de esto? Yo te lo iba a decir, pero lo descubriste antes de que pudiera".

    Pierre se sintió algo satisfecho al ver que las mejillas de Raoul se sonrojaban de un rojo más profundo, al ver su vacilación. Había entrado asaltando aquí sin haber preparado una explicación sobre cómo había sabido de los planes de Pierre.

    Raoul dijo: "Os oí a ti y a Papá hablando de eso".

    "¡Absurdo! Nosotros no hablamos de esto hasta esta mañana. Tú no estabas aquí".

    ¿Podía Armand haberlo escuchado y transmitido a Raoul?

    Armand ciertamente debía saber lo de Marchette, pensó Pierre, pero sabía que Armand nunca le atacaría directamente. Los antepasados de Armand ​​habían venido a América cuando esta parte del país era todavía Nueva Francia, y esas personas conservaban una perspectiva feudal. El pobre hombre sin duda lo consideraba muy superior por nacimiento y estirpe, pero era capaz de buscar algún tipo de venganza, como por ejemplo, volver a Raoul contra él.

    Pierre abrió la boca para reprender a Raoul por poner a uno de los sirvientes para espiarlo, pero volvió a cerrarla cuando vio la mirada de reproche de justicia propia en la cara de Raoul.

    Su hermano también se sentía traicionado. Nunca había dejado de sentirse traicionado desde la masacre en Checagou. ¿Cómo podía Pierre esperar que Raoul se conciliara con lo que debía hacerse ahora?

    Quizás sería mejor dejar a Mujer Sol y Nube Gris donde estaban. Él podía enviarles regalos. Sin duda eso les alegraría. Sus propios años con los Sauk y los Zorro le habían mostrado lo que era una buena vida, tan simple, tan en sintonía con la naturaleza, tan constantemente consciente de las cosas del espíritu. Aquellos años habían sido los más felices de su vida.

    No, enviar regalos desde la distancia no sería suficiente. Sería como si estuviera escondiendo a su esposa e hijo indios, ocultando su pecado en el desierto. Como había estado haciendo todos estos años, para su vergüenza. El chico, Nube Gris, era carne de su carne, el único hijo que tenía en el mundo. Él era un Marion tanto como era un indio Sauk. Tenía derecho a venir aquí y conocer cuál era su herencia. Tenía derecho a conocer a su padre, en el tiempo que su padre le había dejado.

    No puedo enfrentar a Dios y decirle que le di la espalda a mi hijo.

    Y esa hermosa forma de vida Sauk, ¡qué frágil era! Fuerzas se estaban concentrando, sabía Pierre, para expulsarlos de su tierra natal, para obligarlos a elegir: exiliarse en el Gran Desierto Americano o la aniquilación. El conocimiento podría ayudar a Nube Gris a enfrentar esa amenaza.

    Desde las profundidades de su sillón, Elysée dijo: "Pierre, es bastante obvio lo que está en el fondo de esto. Es desagradable hablar de testamentos y herencias, pero es mejor ser sincero. Raoul teme que te cases con esa mujer india y hagas de su hijo tu heredero en lugar de él. ¿Puedes dar descanso a su mente?"

    Pierre miró a Raoul. Diez años atrás, el día de la boda de Pierre con Marie-Blanche Gagner, Papá anunció que estaba avanzando en años y que iba a transferir la propiedad de Marion a Pierre, el mayor de sus hijos. Este enero, la tisis se había llevado a la pobre y frágil Marie-Blanche, todavía sin hijos. El lugar de Raoul, catorce años menor que Pierre, en la línea de la herencia ahora era una certeza.

    Estaba claro que Raoul no podía temer que Pierre tomara a un chico indio Sauk, quien no conocía otra vida que la de los bosques, y lo hiciera heredero de la fortuna de Marion. La idea era tan extraña que a Pierre nunca se le había pasado por la cabeza. Papá, sentado en su sillón junto al fuego día tras día, leyendo y leyendo, a veces se entretenía con las fantasías más ridículas.

    Pierre observó que Raoul parecía igualmente sorprendido.

    Entonces Pierre vio que la expresión de Raoul cambiaba de sorpresa a creciente. ira. Papá, sin darse cuenta, le había dado a Raoul una nueva razón para estar enojado.

    Con la esperanza de arrancar la sospecha antes de que arraigara, Pierre dijo rápidamente: "Dios mío, Raoul, no tengo intención de cambiar mi testamento. El chico, cuyo nombre es Nube Gris, es mi hijo natural, eso es todo. Puesto que no tengo hijos legítimos, tú eres mi heredero. Seguramente entiendes esto".

    El bigote negro de Raoul se retiró de sus dientes: "Lo que no entiendo, hermano mío, es por qué demonios no pudiste tener un hijo normal tras casi diez años de matrimonio con Marie-Blanche. ¿Es que esa squaw te dejó seco?"

    Nuevamente, Pierre sintió ganas de golpear a Raoul. Se le encendió el rostro.

    Elysée preguntó: "¿Qué edad tendría ahora este... Nube Gris?"

    Pierre frunció el ceño mientras restaba fechas: "Nació en 1810. Así que ha cumplido quince años". Se volvió de nuevo hacia Raoul. Quizá saber lo que él realmente tenía en mente para Nube Gris calmara un poco a su hermano.

    Él dijo: "Père Isaac, el jesuita, visita la Banda Británica regularmente. Yo hago ofrendas a la misión jesuita en Kaskaskia, y he pedido que le enseñe al chico un poco de inglés, algunas letras y cifras elementales. Ahora quiero ver a Nube Gris por mí mismo. Ver en qué clase de persona se ha convertido Y quiero que me conozca. Y si creyese que él podría beneficiarse de ello, podría ayudarlo a ser educado. Podría enviarlo a esa escuela secundaria en Nueva York donde el esposo de nuestra prima Emilie es el director".

    "¿Educarlo para que pueda hacerse con el control de la propiedad?" Exclamó Raoul, y el corazón de Pierre se hundió. Quizá no debería haber dicho nada sobre educar al chico. Había olvidado momentáneamente lo desastroso que había sido el año de Raoul en Nueva York, con las prostitutas, la bebida, dinero tirado a las cartas, peleas con los matones callejeros y la policía. El esfuerzo por educar a Raoul había terminado cuando este le dio tal paliza a su profesor de latín que el hombre pasó un mes en el hospital de Nueva York. Le había costado una fortuna a Papá convencer al maestro de que no presentara cargos. Por supuesto, Raoul se sentía insultado ante la sugerencia de que un chico indio salvaje pudiera tener éxito donde él había caído en desgracia.

    "No, Raoul". Pierre negó vigorosamente con la cabeza. "Como mucho me gustaría que su madre y él tuvieran un pequeño legado. Ni siquiera tanto como el que irá para Nicole. Sería tan poco que no lo echarías de menos. No irás a dejar que la codicia por la riqueza y la propiedad se interponga entre nosotros, ¿verdad?"

    "¡Vine aquí hoy para proteger el honor de nuestra familia y me llamas codicioso!" El amplio pecho de Raoul empezó a agitarse.

    "¡Lo que propongo es honorable!"

    "¿Cómo puedes considerar honorable que los indios sean parte de nuestra familia después de lo que nos hicieron?"

    Le dolió a Pierre volver a aquellos horribles recuerdos. Sí, tal vez si hubiera estado allí y sufrido como Raoul, y hubiera visto a Helene violada y asesinada, podría odiar a los indios como lo hacía su hermano.

    Pierre dijo: "Raoul, cuando estuve con Mujer Sol yo no sabía nada de lo que os había pasado a Helene y a ti. En cuanto estalló la guerra en 1812, quedé prisionero y no tuve noticias del mundo blanco. Los Sauk me retuvieron durante tres años desde el comienzo de la guerra. Y luego, cuando lo descubrí... ¿por qué crees que abandoné a Mujer Sol y a Nube Gris? ¿Y nunca regresé, solo envié mensajes mediante el cura y nunca traté de verlos? Después se saber lo que os hicieron a Helene y a ti, ni siquiera YO, Raoul, pude ya estar con los indios. Me ha llevado todos estos años poder mirarles a la cara de nuevo".

    Elysée dijo con el ceño fruncido: "Raoul, no dejas de mencionar que esta mujer y su hijo, a quienes tu hermano desea ayudar, son indios, como si eso en sí mismo los hiciera intolerables. Ahora bien, podrías estar bastante de acuerdo si fueran ingleses".

    Raoul habló con un gruñido grave y constante: "Ser indios los hace intolerables. Son animales".

    Pierre sintió que la ira crecía dentro de él. Estaba tratando de entender a Raoul, pero los insultos de este se estaban volviendo más provocativos de lo que podía soportar.

    "¿Animales?" dijo Elysée incrédulo. "Venga ya, Raoul, no puedes creer eso. Los rojos son tan humanos como nosotros".

    Raoul rió amargamente: "Pues claro que tú dices que son humanos. De lo contrario, el apareamiento de Pierre con una de ellss sería como el de un palurdo granjero montando a una de sus ovejas".

    Algo explotó en el cerebro de Pierre y él oyó su propio grito de angustia como desde muy lejos. Sintió lágrimas manando de unos ojos cegados por la furia.

    Y cuando sus ojos se aclararon, lo único que podía ver era la sonrisa burlona de Raoul. Él ardía por aplastar el puño contra esos dientes tan blancos bajo ese bigote negro, por silenciar esa sucia lengua. Se abalanzó con el puño retirado hacia atrás.

    Raoul atrapó el brazo en un férreo agarre, pero la fuerza del arrebato de Pierre arrojó a su hermano contra la gran chimenea. Pierre estiró la mano y le estampó la cabeza contra la piedra.

    "¡Parad!" Chilló Elysée.

    El viejo se levantó más rápido de lo que Pierre le había visto hacer en años y se metió entre ellos a empujones.

    Temeroso de pronto de que su padre pudiera resultar herido, Pierre se obligó a soltar a Raoul. Cada músculo de su cuerpo estaba tenso y él temblaba de pies a cabeza.

    "Debéis controlaros", dijo Elysée. "Pierre, has levantado la mano contra tu hermano".

    Pierre dio un paso atrás, todavía temblando ¿Cómo podía este padre reprenderle a él después de lo que Raoul acababa de decir?

    La voz de la Razón, pensó Pierre amargamente. Él no sabe que hay ciertos sentimientos con los que no se puede razonar.

    Pierre notó que aún estaba llorando. Raoul, después de haberle soltado el brazo, lo miraba con asco.

    "Yo amé a Mujer Sol", tartamudeó Pierre. "Y él habla de ella así... habla así... de nuestro amor".

    "Está claro que", dijo Elysée, "Raoul habló en el calor de la ira".

    "No retiro ni una palabra", dijo Raoul con voz severa y plana.

    Pero aunque resultaba difícil leer los rasgos tras ese feroz bigote negro, Pierre pensó haber visto incertidumbre en la cara de Raoul. Como si Raoul por fin entendiera que había ido demasiado lejos.

    Me ha provocado hasta el punto de tratar de pegarle. Nunca me ha llevado tan lejos antes.

    Quizá, pensó Pierre, Raoul se disculparía ahora. Horrorizado por sus propias palabras, él podría tratar de reconciliarse.

    No haré más tentativas. Él responde a cada intento con insultos.

    Pierre esperó. Podía ver a Raoul luchando dentro de sí mismo. Quizá la sugerencia de Papá de que él podría perder su herencia le había hecho darse cuenta de las consecuencias que podía tener una riña entre ellos.

    Por supuesto, yo nunca desheredaría a Raoul. No queda nadie que pueda administrar la propiedad después de mi muerte. Y puede que yo me vaya antes de lo que nadie espera.

    Pierre vio que el ancho pecho de Raoul se hinchaba mientras respiraba profundamente. Ahora, pensó Pierre, seguramente Raoul iba a disculparse y pedir perdón, y resolverían de alguna manera que Mujer Sol y Nube Gris podrían ser traídos aquí sin agitar antiguos odios.

    Raoul dijo: "No traigas indios a esta casa, Pierre, te lo advierto. Si algún indio trata de decirme que es miembro de mi familia, le haré desear no haber nacido".

    El dolor, que algún día podría matarlo, hundió profundamente sus dientes. Las palabras de Raoul le quemaron como un marcador de hierro al rojo vivo. Sintió que le flaqueaban los hombros.

    Raoul le dio la espalda a su hermano y a su padre, y el batir de sus duras botas de cuero resonaron en el gran salón.

    "¡Raoul!" gritó Elysée. Quedó con la mano extendida, como había hecho Pierre cuando Raoul estaba a punto de romper el jarrón de Limoges.

    Al bajar la vista hacia esos brillantes fragmentos blancos esparcidos por las losas de piedra, Pierre se preguntó qué pasaría cuando Raoul heredara la fortuna de Marion ¿La destruiría en una de sus furias como ya había hecho con este hermoso objeto que había formado parte de los tesoros de la familia? ¿O usaría su poder como usaba sus puños, pistola y cuchillo, para destruir a los demás?

    La fortuna de Marion antaño había sido una gran extensión de tierra en el noreste de Francia dominada por el chateau de los Condes de Marion, ocupado por ellos tanto tiempo que nadie sabía cuándo o cómo lo obtuvieron por primera vez. Al igual que el origen de los propios Marion, era todo un misterioso.

    Convertido en oro, la fortuna de Marion había navegado; con Elysée, el último Conde de Marion, su condesa y sus hijos; al otro lado del Atlántico, Elysée, a principios de la década de 1780, había previsto la sangrienta agitación que barrería al rey y a la nobleza de Francia. Se había hecho amigo del embajador estadounidense en Francia, Thomas Jefferson, y había pensado mucho en la nueva nación de Jefferson. Su revolución había terminado y la fortuna de Marion podría prosperar en aquellos Estados Unidos.

    Y en la pradera americana la fortuna de Marion había comprado una vasta nueva propiedad y construído un nuevo chateau.

    Elysée suspiró y dio un paso hacia su sillón. Pierre giró el sillón hacia la chimenea para que sus alas captaran el calor del pequeño fuego y lo mantuvieran alrededor del cuerpo de su padre.

    "¿Considerarías no traer a esta mujer y a este niño aquí?" Dijo Elysée mientras se sentaba. "¿Para mantener la paz en nuestra familia?"

    Pierre dudó. Durante diez años, Mujer Sol y Nube Gris habían vivido en su mundo y él en el suyo. ¿Por qué provocar tanta contienda ahora al intentar cambiar eso?

    Pero Nube Gris era el único hijo que tendría, y si dejaba las cosas como estaban, moriría sin conocerlo.

    "Ella es mi mujer, en realidad, mi esposa, y el chico es mi hijo". Dijo Pierre. "Raoul tiene mucho. Ellos tienen poco. Raoul está equivocado al aferrarse a este odio. Ceder ante él significaría abandonar a estas dos personas a las que debo mucho. En cuanto el clima sea un poco más cálido, Papá, quiero ir hasta Saukenuk. Y temo de veras lo que puede pasar, pero sí, todavía quiero volver con mi esposa y mi hijo".

Capítulo 5

Flecha de la Estrella

    Oso blanco. Mi nombre es Oso blanco.

    El sol, brillando a través de ramas salpicadas de hojas en ciernes, le calentaba la espalda. Llevaba el cuchillo que su padre le había dejado enfundado en la cintura. Sus ojos buscaban entre las ramas de los árboles. No sabía exactamente lo que estaba buscando, pero Tallador del Búho había dicho que lo sabría cuando lo encontrara. Se detuvo en la base de un roble y miró hacia arriba.

    Creyó oír algo moviéndose a través de los arbustos en el lado río arriba de la isla. Dejó de mirar las ramas y miró al cielo.

    Los troncos negros de los robles y los nogales se alzaban sobre él. Sentía como si estuviera de pie en un círculo de sabios ancianos que estaban allí para aconsejarlo y protegerlo. Desde que había estado sentado en la cueva sagrada cuando su alma había salido de su cuerpo, siempre que estaba solo nunca se sentía solo, sentía la presencia de los espíritus en todas las cosas: árboles, pájaros, plantas, rocas, ríos.

    Después de escuchar un momento, no oyó nada extraño y volvió a su búsqueda. Había elegido esta isla porque había venido aquí muchas veces en diferentes estaciones con su madre, a recolectar plantas medicina. Hoy estaba buscando una única cosa. En algún lugar de esta isla crecía la rama de la que él tallaría su bastón medicina. Tallador del Búho le había instruido cuidadosamente.

    Te llamará desde el bosque. Puede ser de roble o arce o fresno o cedro o incluso nogal. Lo sabrás porque no será como cualquier otra rama que veas, y tu ojo será atraído hacia ella.

    Una nube flotaba sobre el sol, y él sintió los brazos y hombros repentinamente fríos. La frialdad parecía extraña, y recordó que su guía espiritual, el Oso Blanco, se decía que vivía en un lugar muy frío. Él quedó muy quieto. Sintió que debía esperar a que ocurriera algo.

    Un rayo de sol cayó sobre el tronco negro de un árbol a poca distancia delante de él. Donde la luz golpeó el árbol, una rama estaba creciendo, apuntando hacia él. Podría no haberla notado si la luz no hubiera caído de esa manera.

    Al final de la rama, tres brillantes hojas de roble estaban creciendo. Esta era la Luna de los Brotes, y las ramas de la mayoría de los árboles solo tenían las muchas hinchazones redondas que, a medida que los días se hicieran más cálidos, se abrirían y extenderían en las primeras hojas.

    Pero las tres hojas de roble al final de esta rama estaban completamente desarrolladas, hojas gordas con lóbulos profundos e irregulares.

    Era como había dicho Tallador del Búho. Esta rama lo llamaba desde el bosque.

    Se acercó hasta el árbol y, como Tallador del Búho le había enseñado, dijo: "Abuelo Roble, por favor, deja que tome tu brazo, que lo lleve conmigo para hacer medicina fuerte para nuestra tribu. Prometo que no te lastimaré y dejaré tus otros brazos intactos para que puedas crecer fuerte en este lugar".

    Era una nueva ramita que crecía del árbol al nivel de los ojos. Cuando se cortara y deshojara, sería del tamaño adecuado para un bastón medicina. Él secaría las hojas y las conservaría también, decidió, como parte de su paquete de medicinas.

    Con su cuchillo cortó con reverencia la rama del tronco del árbol.

    Una voz detrás de él dijo: "Hijo mío".

    Él saltó, sorprendido.

    Al instante reconoció la voz de Mujer Sol. Como siempre, un calor lo inundó al escucharla.

    Aun así, estaba enojado consigo mismo. ¿Cómo podía dejar que alguien se le acercara así?.

    Se giró. Miró a los ojos marrones de su madre, a la altura de los suyos. No hacía mucho, recordaba él, tenía que levantar la vista para mirarla a los ojos.

    Vio dolor tensando los músculos de su rostro. Sus labios temblaron cuando se separaron. Solo unas pocas veces la había visto tan angustiada, y su corazón latió más fuerte. ¿Qué iba mal?.

    "Debes volver a Saukenuk, hijo mío", dijo ella.

    "He encontrado mi bastón medicina, Madre, pero ahora debo recortarlo aquí y pelar la corteza en el lugar donde lo encontré. Tallador del Búho me ha dicho cómo debe hacerse".

    Ella se pasó una mano por el cuerpo para decir que no a eso: "Es Tallador del Búho quien dice que debes venir ahora. Deja el palo aquí. Los espíritus lo protegerán y tú puedes volver a él más tarde. Un hombre ha venido a nuestra aldea. Debes conocerle".

    Las lágrimas en sus mejillas marrones reflejaban el sol brillante.

    "¿Qué pasa, madre? ¿Quién es este hombre?".

    Nuevamente el gesto con la mano, rechazando su pregunta: "Es mejor que lo veas por ti mismo".

    "Pero estás triste, Madre. ¿Por qué?".

    Ella dio media vuelta, el fleco de su falda de piel dorada giró sobre sus espinillas.

    Él puso la rama de roble cortada en la base del árbol del que la había cortado y, dando gracias al Abuelo Roble, dio media vuelta.

    Desconcertado y aprensivo, siguió a Mujer Sol a través del bosque hasta la linde de la isla, donde vio la pequeña canoa de corteza de olmo de su madre varada junto a la suya.

    Silenciosamente remaron en sus canoas, lado a lado, a lo largo del estrecho tramo de agua verdinegra que separaba la isla de la orilla del río. El Río Roca estaba en su inundación primaveral. Remar contra la poderosa corriente tensaba los músculos de Oso Blanco. Él miró a un lado a su Madre y vio con envidia lo fácil que ella manejaba su remo. Parecía saber cómo hacerlo todo bien, pero una expresión de tristeza estaba congelada en su rostro.

    Dejaron atrás la isla, y pronto Oso Blanco vio las cien chozas de Saukenuk a través de los sauces llorones, almeces, arces y robles que crecían a lo largo de la rivera.

    Vararon sus canoas sobre las raíces de los árboles que crecían al borde del río. Mujer Sol le hizo una seña, le dio abrupamente la espalda y comenzó a caminar por el bosque junto a la orilla. Oso Blanco la siguió.

    Pasaron dos tumbas recién hechas en el refugio de los árboles, montículos de tierra, cada uno marcado con una varita de sauce con una tira de piel de venado unida a él. Saliendo del bosque, caminaron, entre los caballos pastando de la banda, a través del prado de hierba azul que rodeaba la aldea. Más allá de los prados, tan arriba y abajo del río como Oso Blanco podía ver, campos cercados con empalizadas se extendían donde los primeros brotes de maíz, alubias, calabaza y batatas salpicaban la tierra recién ennegrecida como estrellas verde pálido en un cielo nocturno.

    Oso Blanco siguió a Mujer Sol hasta los anillos concéntricos de largas chozas de altos techos, construidas con postes de madera y amuralladas con láminas de corteza, dispuestas en el patrón circular sagrado. Aquí, los Sauk venían todo el verano, tres o cuatro familias en una choza, pero hoy las afueras de Saukenuk parecían vacías. Oso Blanco se sorprendió al no ver a nadie en la orilla del río ni por las chozas.

    Mujer Sol pasaba junto a las cabañas con la espalda recta, las piernas tensas, los brazos rígidos a los lados y la cabeza alta Ni una vez le miró de nuevo.

    Al llegar al corazón de Saukenuk, él vio que todas la gente estaba reunida en el claro central que rodeaba la choza medicina de Tallador del Búho. Mientras Mujer Sol se acercaba a la multitud, un niño la vio y tiró de la falda de su madre. La madre miró primero a Mujer Sol, luego a Oso Blanco, luego le susurró a otra mujer que estaba a su lado. Esa mujer se volvió, y luego los susurros se extendieron en todas direcciones y más y más personas miraron. La multitud se separó, haciendo un camino a través del cual Mujer Sol caminaba con su andar tenso. Oso Blanco la siguió.

    Al final del camino a través de la multitud, Tallador del Búho y otro hombre estaban sentados uno al lado del otro en la puerta de la choza sagrada. El largo cabello blanco de Tallador del Búho se extendía como un abeto cubierto de nieve. Su pecho estaba desnudo salvo por su collar de conchas de megis, y estaba pintado con rayas diagonales de azul y verde, los colores de la esperanza y el miedo.

    Oso Blanco redujo la velocidad de sus pasos, estudiando al hombre sentado al lado de Tallador del Búho. Su corazón latió con fuerza cuando vio quién era.

    Este era el hombre que él había visto en su visión con el Oso Blanco y la Tortuga. Se quedó quieto, con la boca abierta.

    El hombre de la visión tenía el pelo negro con mechas blancas, atado con una cinta en la parte posterior. Su rostro estaba dominado por una poderosa nariz en pico. Debía de haber pasado mucho tiempo al sol; su piel era bronceada, aunque no tan rica y oscura como las pieles del pueblo de Oso Blanco.

    Un amado rostro llamó la atención de Oso Blanco. Pájaro Rojo estaba de pie entre la gente, no mirando al extraño, sino a Oso Blanco. Sus ojos se encontraron, y los de ella estaban muy abiertos por la preocupación. Él quiso tomar la mano de Pájaro Rojo y correr con ella hacia el bosque, lejos de todas estas personas y de lo que fuese que hacía que Pájaro Rojo y su madre pareciesen tan miserables.

    Y especialmente lejos del hombre delgado y pálido que ahora lo miraba tan atentamente como un cazador con arco en la mano miraba un ciervo.

    Y, sin embargo, el extraño ojos pálidos había sido parte de la visión que le había dado a Oso Blanco su nuevo nombre y lo había encaminado a convertirse en chamán.

    Debe de ser un buen hombre si se me apareció con el Oso Blanco y la Tortuga. Y debe de ser importante para mí.

    "Siéntate aquí, Oso Blanco", dijo Tallador del Búho, y Oso Blanco caminó lentamente hacia él. Tallador del Búho hizo un gesto para que se sentara junto al ojos pálidos. Oso Blanco sintió que su corazón revoloteaba mientras se sentaba. Tallador del Búho señaló a un lugar a su lado para Mujer Sol. Los cuatro formaron un semicírculo, de espaldas a la choza medicina, mirando hacia la multitud de personas curiosas.

    Como era costumbre de los Sauk, los cuatro se sentaron durante mucho tiempo sin que nadie hablara. El cuerpo de Oso Blanco se enfriaba cada vez más y él tuvo que luchar para evitar temblar.

    Después de un tiempo, Oso Blanco se volvió hacia el extraño y vio en la demacrada cara una mezcla de dolor y alegría. Las pupilas del hombre eran de un extraño color azul grisáceo, casi aterrador. De esos ojos, Oso Blanco sabía que los Sauk habían tomado su nombre para el pueblo de este hombre.

    Mientras el hombre miraba a Oso Blanco y luego a Mujer Sol, parecía que su corazón brillaba de felicidad. Pero era una felicidad teñida por el arrepentimiento, el fulgor de un crepúsculo.

    El sentido interno de Oso Blanco le decía que algo estaba lastimando más que al espíritu del ojos pálidos, le estaba drenando la vida. Oso Blanco deseó de inmediato poder curar el cuerpo de este buen hombre.

    Pero ¿por qué Mujer Sol era tan infeliz? ¿Y por qué estaba asustada Pájaro Rojo?.

    Tallador del Búho le susurró algo a un niño pequeño que estaba a su lado. El chico salió corriendo.

    Ahora el chamán se sentó asintiendo lentamente con la cabeza. Oso Blanco pudo ver que Tallador del Búho estaba parado en la ramificación de varios caminos y estaba tratando de decidir cuál tomar. El miedo de Oso Blanco creció.

    Tallador del Búho se volvió hacia Oso Blanco: "Este hombre es tu padre".

    ¡Sí!.

    Instruido por Tallador del Búho que, en lugar de confundirse por una visión, es mejor dejar que esta revele su significado a su debido tiempo, Oso Blanco había elegido hacía meses no reflexionar sobre quién podría ser el ojos pálidos de la choza de la Tortuga. Tallador Búho debió de haberlo sabido cuando Oso Blanco le describió la visión, pero pensó que era mejor no decírselo.

    Oso Blanco se volvió y miró de nuevo al hombre sentado a su lado, quien levantó los brazos tentativamente, como si quisiera acercarse a él. Oso Blanco mantuvo las manos en el regazo, y el hombre bajó los brazos nuevamente.

    Oso Blanco sintió algo extraño, algo como nunca había sentido antes. Este hombre lo miraba con amor. Estaba seguro, ahora, de que debido a que este hombre había venido hoy, todo iba a cambiar.

    "Tu padre se llama Flecha de la Estrella", dijo Tallador del Búho. Se volvió hacia Flecha de la Estrella y dijo: "Tu hijo se llama Oso Blanco".

    "Te saludo, Oso Blanco", dijo Flecha de la Estrella, Oso Blanco se alegró de escuchar a este hombre hablar la lengua Sauk.

    Él habló en el inglés que Père Isaac le había enseñado "Buenos días a ti, Padre".

    "Hijo mío", dijo Flecha de la Estrella en la misma lengua. Oso Blanco vio ahora que las lágrimas corrían por la cara de su padre, tal como lo habían hecho en la visión.

    Escuchó una conmoción detrás de la multitud. La gente se estaba haciendo a un lado.

    Una extraña sensación se apoderó de Oso Blanco cuando vio a Halcón Negro viniendo hacia ellos. La abatida cara del líder relucía como si estuviera viendo a un hermano largo tiempo perdido. Cambió su garrote de guerra adornado con plumas a su mano izquierda y levantó su vacía mano derecha en saludo a Flecha de la Estrella. Oso Blanco estaba asombrado. No podía recordar haber visto a Halcón Negro sonreír tan felizmente.

    Flecha de la Estrella levantó la mano en respuesta. Oso Blanco se sintió rodeado de gigantes: Halcón Negro, Flecha de la Estrella, Tallador del Búho. Recordó el círculo de árboles en el que había estado cuando Mujer Sol lo había llamado.

    "Flecha de la Estrella ha vuelto a nosotros", declaró Halcón Negro. "Eso está bien".

    Zarpa de Lobo, el hijo mayor de Halcón Negro, ahora caminaba por la línea de personas. Su presencia, como siempre, inquietó a Oso Blanco.

    Mujer Sol dejó espacio para que Halcón Negro se sentara al lado de Tallador del Búho. El jefe entregó su garrote de guerra emplumado a Zarpa de Lobo, quien se sentó detrás de él y descansó el garrote frente a sus rodillas.

    Otros tres hombres se abrieron paso entre la multitud. Cuando llegaron al frente, Oso Blanco vio que eran tres jefes, miembros del consejo que dirigía los asuntos del día a día de los Sauk y los Zorro en tiempos de paz. Uno, Pez Saltador, era mayor que Halcón Negro. Otro, Caldo, era un hombre de pecho profundo y un orador muy conocido. El tercero, Jefe Pequeña Cuchillada, era un miembro destacado de la tribu Zorro.

    Con un gesto cortés, Halcón Negro invitó a los tres jefes a unirse al círculo de asientos.

    Los nueve quedaron en silencio durante un tiempo ante su pueblo mientras una brisa silbaba sobre los tejados de corteza de Saukenuk.

    Halcón Negro rompió el silencio: "Nuestros padres y nuestros abuelos han conocido muchas clases de ojos pálidos Los ojos pálidos franceses comerciaban con nosotros. Los ojos pálidos británicos nos hicieron sus aliados en la guerra. Pero los ojos pálidos americanos nos expulsan de nuestra tierra y nos matan cuando nos resistimos. Los ojos pálidos americanos no son nuestros amigos. Pero a este hombre, Flecha de la Estrella, le llamamos amigo. Confiamos en Flecha de la Estrella".

    "Hace trece veranos, los cuchillos largos británicos hicieron la guerra a los cuchillos largos americanos. El gran jefe Shawnee, Estrella Fugaz, guió a valientes y guerreros de muchas tribus a luchar del lado de los británicos contra los americanos. Nosotros de entre los Sauk y los Zorro que siguieron a Estrella Fugaz hemos sido conocidos desde entonces como la Banda Británica. Este hombre vivía entre nosotros entonces, buscaba comerciar con nosotros y conocernos mejor. Cuando comenzó la guerra, algunos dijeron: Él es un enemigo. Matadlo. Y yo podría haberlo dicho también, pero no lo hice porque ya sabía que era un buen hombre. No podíamos enviarlo de regreso a los americanos, sino que lo dejamos vivir entre nosotros. Incluso lo dejamos compartir la cama de Mujer Sol".

    "Después de la guerra, cuando Flecha de la Estrella regresó con su propio pueblo, nos dejó a este chico, Oso Blanco", Halcón Negro se volvió hacia Oso Blanco y, cuando sus ojos se encontraron, Oso Blanco tembló bajo la mirada de Halcón Negro. Los ojos del jefe eran infinitamente negros, como una noche sin estrellas.

    "Nos dejó otro regalo", dijo Halcón Negro.

    Metió la mano en una bolsa de cuentas que colgaba de su cinturón. Sacó un disco de metal brillante en una delgada cadena plateada y lo sostuvo para que la gente pudiera verlo.

    "Dentro de este disco de metal hay una flecha que siempre apunta hacia el Norte. Incluso en un día en que no puedo ver el sol, en una noche en la que no puedo ver las estrellas, sé dónde debería estar el sol y sé donde está la Estrella de Fuego del Consejo, la estrella que no se mueve en toda la noche. Él nos dio este regalo mágico y por eso le dimos su nombre entre los Sauk, Flecha de la Estrella. Su corazón es tan constante como la Estrella de Fuego del Consejo y tan verdadero como la flecha".

    Hubo un murmullo de asentimiento entre la gente.

    Halcón Negro levantó la mano: "Deja que Flecha de la Estrella ahora nos diga por qué regresa", Halcón Negro cruzó los brazos.

    Oso Blanco, con el corazón latiendo tan fuerte como un tambor en un danza, se volvió hacia el ojos pálidos. Flecha de la Estrella volvió la cabeza para mirar larga y gravemente a Mujer Sol, luego a Oso Blanco.

    Flecha de la Estrella dijo: "Jefe Halcón Negro, viví con Mujer Sol como su esposo, y luego la dejé con un hijo, este joven, Oso Blanco. Hize mal a Mujer Sol y Oso Blanco. Él debería haber tenido tanto un padre como una madre. Yo volví con mi gente y me casé con una mujer ojos pálidos. El Hacedor de la Tierra me ha castigado al no darme hijos con mi segunda esposa y, al final, quitándomela. Por eso mi corazón es como las cenizas de un antiguo fuego".

    Extendió los brazos hacia Mujer Sol "Ahora quiero hacerlo bien".

    Tallador del Búho se inclinó hacia el círculo de oradores: "¿Quieres venir a vivir con nosotros otra vez, Flecha de la Estrella?".

    Al pensar que Flecha de la Estrella regresaba a la banda, el corazón de Oso Blanco dio un salto de felicidad. Toda su vida había esperado encontrarse con su padre, esperando el regreso de su padre, pero nunca creyendo que fuera posible. Para que su padre, al volver, pudiera estar complacido con él, incluso había dejado que Père Isaac le enseñara cosas que él nunca podría usar.

    Tener a este extraño y nuevo hombre, que era tan respetado por los Sauk, viviendo con él y Mujer Sol, esto era casi tan emocionante como su sueño de convertirse en un gran chamán.

    Flecha de la Estrella dijo: "No, no puedo quedarme entre vosotros. Creo que nada me haría más feliz, pero tengo muchas cosas que hacer entre mi propio pueblo. Poseo mucha tierra".

    Tallador del Búho dijo: "Si tu tierra te impide hacer lo que quieres, entonces ella te posee a ti".

    Flecha de la Estrella sonrió con tristeza: "Tallador del Búho dice verdad, pero no puedo cambiar eso, debo cuidar mi tierra yo mismo porque no hay nadie que pueda hacerlo por mí".

    Nuevamente, Oso Blanco sintió la presencia de una muerte con garras que tenía el control sobre el cuerpo de Flecha de la Estrella. Debía hablar con Tallador del Búho. Quizá Tallador del Búho pudiera decirle cómo ayudar a su padre.

    Tallador del Búho dijo: "Sabemos de tu tierra, Flecha de la Estrella, cambiaste honorablemente con nosotros y nos diste muchos bienes valiosos, para que tú y tu familia pudiérais vivir en esa tierra al Norte y cultivarla y pastar animales en ella".

    "Así es", dijo el Jefe Pez Saltador, "Flecha de la Estrella me dio un buen rifle e hizo a nuestra tribu rica con lo que nos pagó".

    Oso Blanco sintió un escalofrío de miedo cuando escuchó que Flecha de la Estrella vivía hacia el Norte. Al parecer, había peligro en el Norte. Tres hombres Zorro, incluido Pez Sol, un joven de su misma edad que había sido compañero de juegos, había ido al Norte hacía dos lunas para trabajar en una mina de plomo y no se había oído nada de él.

    Flecha de la Estrella dijo: "He venido a pedirle a Mujer Sol y Oso Blanco que vivan conmigo en mi casa".

    Oso Blanco escuchó un murmullo asombrado de la multitud, y él mismo sintió que su corazón caía como si se desplomara en un pozo profundo.

    ¿Dejar la tribu? No podía imaginarlo. No tenía sentido. Estar sin la tribu sería como tratar de vivir sin sus brazos o piernas.

    Los ojos de Oso Blanco se encontraron con los de Pájaro Rojo. Los rasgados ojos de esta estaban llenos de miedo, y él trató de decirle con una mirada que no quería esto. Ahora entendía por qué parecía ella tan infeliz. Mujer Sol debía de haber adivinado lo que pediría Flecha de la Estrella.

    Abandonar a Pájaro Rojo. No aprender más de Tallador del Búho. Renunciar a la esperanza de ser un chamán. Abandonar del bosque. Abandonar Saukenuk. Había oído que no había espíritus viviendo entre los ojos pálidos. En la tierra de los ojos pálidos la alta pradera se quemaba y se cortaban los árboles.

    Halcón Negro y Tallador del Búho se miraron el uno al otro. En las miradas que pasaron entre ellos, Oso Blanco vio sorpresa, interrogación, pero no desaprobación. Sintió que sus esperanzas se hundían ¿Tendría que luchar esta pelea solo?.

    No, su madre diría que no a Flecha de la Estrella.

    Ella se puso en pie para hablar, alta y majestuosa. Se volvió hacia Flecha de la Estrella y Oso Blanco vio que el amor se mezclaba con el dolor en sus oscuros ojos marrones.

    "Estoy feliz de llamar a Flecha de la Estrella esposo. Él no me ha hecho mal. Es cierto que un hombre debería vivir entre su pueblo".

    Oso Blanco pensó: Ahora dirá que debemos quedarnos con nuestro pueblo y que no podemos ir con él.

    "Me alegra que Flecha de la Estrella se acuerde de mí y de Oso Blanco, que venga a pedirnos que vivamos con él. Pero no puedo ir. Tengo mi trabajo, la recolección de medicinas, la curación, la enseñanza de lo que sé". Se volvió hacia Pájaro Rojo, quien sonrió insegura.

    Mujer Sol siguió hablando: "No podría mirar ojos pálidos todo el día. Mi corazón se secaría".

    En el largo silencio que siguió, Oso Blanco esperó inquieto ¿Por qué su madre no había hablado de él?

    Flecha de la Estrella desplegó sus largas y delgadas extremidades, se acercó y se paró ante Mujer Sol. Puso las manos sobre sus hombros. Una súbita brisa sacudió las paredes de corteza de Saukenuk.

    "Entiendo lo que dice Mujer Sol".

    Tanto Mujer Sol como Flecha de la Estrella miraron a Oso Blanco. Él sentía que el suelo temblaba bajo él. Deseaba que se abriera y se lo tragara.

    "Este joven", dijo Mujer Sol. "Tu hijo, Oso Blanco. La mitad de él eres tú. Es correcto que vea a los ojos pálidos que también son su pueblo".

    La tierra se estaba inclinando. Oso blanco estaba cayendo.

    Su propia madre, traicionándolo. Enviándolo lejos.

    "Siempre he creído que el Hacedor de la Tierra tenía un destino especial para Oso Blanco", dijo Mujer Sol.

    El grito estalló desde dentro de Oso Blanco: "¡No!" Él ni siquiera recordaba haberse levantado, pero ahora estaba de pie.

    Las cabezas se volvieron hacia él. Los ojos se abrieron de par en par. Vio a Halcón Negro levantar una mano para silenciarlo y luego bajarla nuevamente. Los tres jefes lo miraban con enojo.

    Las palabras salieron de él. Le habló a su madre, quien se había vuelto contra él.

    "El Hacedor de la Tierra quería que yo fuese un chamán. ¿Cómo puedo aprender a ser un chamán si vivo entre los ojos pálidos? Si paso muchos veranos e inviernos lejos de la tribu, ya no seré un Sauk".

    Oso Blanco podía ver las líneas tensas en la cara de Mujer Sol. Esto la estaba lastimando, él lo sabía, pero su ira por ella ardía en su pecho. Ella estaba cambiando su vida por la de ella. Ella se quedaría aquí en Saukenuk, pero le daría a Flecha de la Estrella parte de lo que quería: su hijo. ¿Por qué debería él sacrificarse para hacer feliz a Flecha de la Estrella? Fue ella quien decidió aceptar a este ojos pálidos en su choza.

    Mujer Sol se volvió hacia Tallador del Búho: "Necesitamos aprender mucho más acerca de los ojos pálidos si queremos protegernos de ellos. Algunos de nosotros debemos vivir con ellos y llegar a comprenderlos desde dentro de su tribu. Tal persona debe ser lo suficientemente joven como para aprender nuevas maneras y debería ser especialmente talentoso, un favorito de los espíritus".

    Entonces Tallador del Búho se puso en pie para hablar, mirando a Oso Blanco.

    "Oso Blanco, escucha las palabras de tu maestro. Hay más de una forma de convertirse en chamán. Aquí en Saukenuk viven muchas personas Zorro y algunas de las tribus Winnebago, Piankeshaw y Kickapoo. ¿Quién dice que sus vidas han terminado porque viven entre los Sauk? Si vives con la tribu de los ojos pálidos, te convertirás en un hombre de mayor conocimiento. Vivir entre ellos requerirá el coraje de un guerrero y más. De conocimiento, de coraje, es de lo que un chamán está hecho".

    Tallador del Búho se giró hacia Halcón Negro: "Mujer Sol tiene razón. Deja que el chico vaya con Flecha de la Estrella. Sé que el Hacedor de la Tierra ha abierto este camino para Oso Blanco". Se cruzó de brazos y se sentó de nuevo.

    Oso Blanco buscaba palabras desesperadamente que respondieran a Tallador del Búho. Se sentía impotente para luchar contra la corriente que lo arrastraba.

    "Si el Hacedor de la Tierra quiere esto para mí, ¿cómo es que yo no lo sé?", chilló él. Se enfrió por dentro, dándose cuenta de que, en su desesperación, estaba desafiando a Tallador del Búho ante toda el pueblo. Estaba cuestionando los poderes de Tallador del Búho.

    Quiso decir que esperaba ser el gran profeta Sauk después de que Tallador del Búho partiera a la tierra de los espíritus, pero no se atrevió a decir tal cosa. El Hacedor de la Tierra podría castigarlo por tal presunción.

    "¿No volví a vosotros desde la cueva sagrada con las palabras de la misma Tortuga?", dijo extendiendo sus manos en apelación. "Seguramente os traeré otras grandes visiones si me quedo con vosotros entre los Sauk. He crecido hasta ser un hombre. ¿Por qué este hombre viene ahora para separarme de la única tribu que he conocido?".

    Se sorprendió al ver que Flecha de la Estrella le sonreía cálidamente.

    "Este hombre es tu padre", declaró Tallador del Búho. "Tú eres un Sauk. Un Sauk nunca rehúye las demandas de honor. Un Sauk es leal y respetuoso y obediente hacia su padre".

    "Estoy orgulloso de mi hijo", dijo Flecha de la Estrella. "Habla con poder ante la gente".

    Ante eso, un sentimiento desesperado se apoderó de Oso Blanco. Flecha de la Estrella no estaba luchando contra él, no más que el agua contra un hombre que se ahogaba, Flecha de la Estrella era una corriente que lo arrastraba lejos de su pueblo, su aldea.

    Y el pueblo no estaba tratando de retenerlo. Mujer Sol, Tallador del Búho, Halcón Negro, lo estaban expulsando, como harían con un hombre tan malvado que no se le podía permitir vivir con el pueblo. Se sentía completamente solo.

    ¿Qué sabía él de los ojos pálidos? Solo lo poco que Père Isaac le había enseñado y que eran grandes ladrones de tierras. Siempre estaban planeando quitarle la tierra a las personas que la habían tenido desde que el Río Grande había comenzado a fluir del pecho de la Tortuga. ¿Por qué debía él vivir entre los enemigos de su pueblo?.

    Tallador del Búho saltó de su asiento. Saltó hasta Oso Blanco y se agachó ante él. Sus ojos se abrieron de par en par como los de su pájaro tótem. Oso Blanco se sintió arrastrado hacia sus centros negros, como si fueran remolinos en el Río Grande. El largo cabello blanco de Tallador del Búho se desplegó como alas a cada lado de su cabeza.

    "¡Tú escucharás!", dijo Tallador del Búho con una voz suave de terrible intensidad "¡Tú oirás!".

    En silencio, Oso Blanco se quedó mirando al chamán.

    "Eres el hijo de mi espíritu tanto como eres el hijo del cuerpo de Flecha de la Estrella. Yo te digo que vivas con este hombre como te dije que fueras a la cueva sagrada durante la Luna de Hielo. Esta es una prueba mucho mayor para ti. Ir a vivir con los ojos pálidos será como viajar a otra cueva sagrada. Y traerás al volver otras visiones".

    Oso Blanco vio en la oscuridad de los ojos de Tallador del Búho que si desafiaba esta decisión, perdería su lugar en la tribu. No había forma de liberarse de la corriente que lo estaba arrastrando fuera de Saukenuk.

    Oso Blanco sintió como si algo en él se hubiera roto. Tenía la cara inexpresiva. No quería mostrar su dolor ante la tribu. Pero sabía que pronto sería incapaz de evitar llorar.

    Entre las personas presentes, vio angustia y determinación luchando en el rostro de Mujer Sol. Los demás solo lo miraban con curiosidad, no simpatía. En todas las personas a su alrededor, la única cara que compartía su miseria sin alivio era la de Pájaro Rojo. Su mirada encontró la de ella y el dolor que sentían juntos profundizó su desesperación.

    Halcón Negro le habló en voz baja por encima del hombro a Zarpa de Lobo, quien se puso en pie. Al salir del círculo ante la choza medicina de Tallador del Búho, Zarpa de Lobo miró a Oso Blanco, y Oso Blanco pudo ver la luz del triunfo en sus ojos.

    Halcón Negro le tendió la mano a Flecha de la Estrella: "Si te permitimos llevarte a Oso Blanco, algún día debes dejar que regrese con nosotros, trayendo su nuevo conocimiento para ayudar a los Sauk".

    Tallador del Búho se movió de su posición en cuclillas ante Oso Blanco y se sentó, nuevamente, frente a Flecha de la Estrella: "Este joven es muy preciado para nosotros. Los misterios le han sido revelados y ha visto visiones del pasado y del futuro".

    En esto, el corazón del Oso Blanco se alivió un poco. La tribu quería que regresara.

    Soy tanto rojo como blanco.

    Y tanto su tribu como los ojos pálidos lo querían.

    Ir entre los ojos pálidos te convertirá en un hombre de conocimiento , había dicho Tallador del Búho, y Halcón Negro había aceptado. Quizás pudiera convertirse en una Flecha de la Estrella y señalar el camino para su pueblo en los días difíciles que la Tortuga había vaticinado.

    "Prometo mantenerlo conmigo solo por un tiempo", dijo Flecha de la Estrella.

    Él no tiene mucho tiempo de vida. Por eso puede prometerlo.

    Y eso significaba que el tiempo de exilio de Oso Blanco de los Sauk sería corto. Pero saber eso no traía consuelo a Oso Blanco, no quería que su padre, a quien acababa de conocer, muriera tan pronto.

    "Pido una cosa más", dijo Flecha de la Estrella. "Será más difícil para el chico aprender las formas de los ojos pálidos si siempre siente la atracción de su pueblo Sauk durante los primeros veranos e inviernos que esté con nosotros, le pido que no vuelva a vosotros ni siquiera para una visita, y que no le envíen ningún mensaje y él no envíe ninguno".

    "Eso es mucho pedir", dijo Tallador del Búho. "Eso es duro. El chico puede morir de tristeza por su pueblo".

    Flecha de la Estrella negó con la cabeza: "Yo nunca dejaría que eso sucediera. Si veo que es insoportable para él, lo enviaré de regreso con vosotros. Pero haré todo lo posible para hacerlo feliz, y si él no ve a la Banda Británica ni escucha nada sobre ellos, el dolor de la despedida desaparecerá antes".

    "Entiendo lo que dice Flecha de la Estrella", dijo Halcón Negro. "Está garantizado".

    Oso Blanco se sentó despacio, sintiendo como si hubiera sido herido de muerte. Nunca tener noticias de su madre ni de Pájaro Rojo... ¿cómo podría soportarlo?.

    Flecha de la Estrella continuó: "Él irá a una buena escuela en el Este y cuando haya aprendido todo lo que puede aprender, lo enviaré de vuelta a vosotros".

    "Que se haga", dijo Halcón Negro.

    Zarpa de Lobo atravesó la multitud, sosteniendo en ambas manos un calumet, una pipa sagrada. Su tallo de nogal era tan largo como el brazo de un hombre, envuelto en bandas azules y amarillas, y su cuenco alto y delgado era de piedra de pipa rojo oscuro, extraída en un valle muy al Oeste.

    Halcón Negro tomó la pipa de Zarpa de Lobo y llenó el cuenco con tabaco de una bolsa de cuentas en la cintura. Tallador del Búho entró en su choza y trajo una ramita ardiente que Halcón Negro usó para encender la pipa.

    Halcón Negro dijo: "Al fumar el tabaco sagrado, que se sellen todas estas promesas".

    Oso Blanco se enfrió al ver el humo gris claro elevándose de la pipa de Halcón Negro y olió su dulce aroma. Una vez que se acercara la pipa a los labios y se llevara el humo a la boca, seguramente iría con Flecha de la Estrella tan firmemente como estaba atado a la tribu Sauk.

    Sosteniendo el tallo de la pipa con una mano en el medio y la otra al final, Halcón Negro fumó ceremoniosamente y dejó salir una nube de humo de su boca. Le entregó la pipa a Flecha de la Estrella, quien fijó su mirada en Oso Blanco e hizo lo mismo. Luego, la pipa fue hasta Tallador del Búho, quien tomó el humo que lo unía al acuerdo. Tallador del Búho llevó la pipa a su vez a Pez Saltador, Caldo y Jefe Pequeña Cuchillada. Cada uno fumó llevando testimonio.

    Entonces Tallador del Búho se acercó a Oso Blanco y le entregó la pipa.

    Temblando de miedo de que lo que estaba a punto de hacer pudiera ser su ruina, Oso Blanco tomó la pipa en sus manos. Sus dedos sintieron las envolturas surcadas y la piedra suave y cálida del cuenco. Nunca había fumado de una pipa sagrada antes.

    Podía devolverle la pipa a Tallador del Búho y rechazarla. Pero sabía que esto había llegado tan lejos que, si hacía eso, no solo no sería aceptado como chamán, sino que incluso podría no ser aceptado como Sauk.

    Quiso mirar a Pájaro Rojo, pero no se atrevió. Miró a Mujer Sol y vio sus ojos cálidos con el deseo de que fumase de la pipa.

    Se llevó el calumet a los labios y el humo caliente a la boca. Este le quemó la lengua y el interior de las mejillas. Apartó la pipa y retuvo el humo durante un momento, luego lo sopló y un suspiro surgió de los observadores.

    Halcón Negro estaba de pie delante de él, Oso Blanco le entregó la pipa.

    "Que recorras este camino en el que te enviamos con coraje y honor", dijo Halcón Negro.

    Se dirigió a la gente: "Este consejo ha llegado a su fin".

    Oso Blanco sabía que no podía contener más las lágrimas. Se puso en pie de un salto y se arrojó a ciegas hacia la multitud que ya comenzaba a dispersarse. Sintió una mano en su brazo, pero se apartó de ella.

    Comenzó a correr. Corrió a través de Saukenuk, a través de la pradera, hacia los árboles de la orilla del río. Pasó corriendo por las tumbas. Corrió con el paso contínuo y firme de alguien que llevaba un mensaje.

    Excepto que un mensajero no corría sollozando, con lágrimas cayéndole por el rostro.

Capítulo 6

El Antiguo Soto

    Pájaro Rojo observaba, con un vacío espacio de dolor en su pecho, cómo Oso Blanco desaparecía en el bosque al borde del Río Roca.

    "¡Qué idiota!" Agua Fluye Rápido, de pie, había hablado. "Los ojos pálidos tienen cuchillos y mantas de acero y grandes chozas robustas que siempre están calientes y nunca gotean. Siempre tienen suficiente comida. Me encantaría ir a vivir con los ojos pálidos si él me lo pidiera".

    "¿Tu lengua charlatana nunca está quieta, mujer?", dijo su esposo, Tres Caballos.

    "Fue mi lengua charlatana la que acordó que me casara contigo".

    Pájaro Rojo no tenía coraje para escucharlos pelear.

    "¡Dejadme pasar!" chilló, y la multitud se separó ante ella.

    "¿Adónde vas?", gritó su madre. "Es vergonzoso correr tras él". Agarró la manga de Pájaro Rojo. "Todos se reirán de ti".

    "¡Suéltame!".

    Mientras Viento Dobla la Hierba tiraba de ella, los ojos de Pájaro Rojo se encontraron con los de Zarpa de Lobo, de pie junto a su padre, el jefe de guerra. Él la fulminó con la mirada. Ella sabía que él también quería decirle que no corriera tras Oso Blanco. Pero si mostraba que ella le importaba tanto, la gente se burlaría de él.

    Ella les dio la espalda a todos: Viento Dobla la Hierba, Zarpa de Lobo, Halcón Negro, Tallador del Búho, y comenzó a correr.

    Cuando llegó a la orilla del río no vio ninguna señal de él. Por un momento de pánico pensó: ¿Se ha arrojado al río?

    Luego, río abajo, vio una canoa deslizándose sobre el agua reluciente. Remaba con fuerza y estaba ​​casi fuera de vista en una curva.

    Su propia pequeña canoa de corteza, en la que había pintado el ala de un pájaro en rojo, yacía a poca distancia de la orilla del río. La empujó hasta el agua, saltó a la parte trasera y se sentó en medio. El fondo de la canoa arañaba el orilla del río mientras ella empujaba con su remo.

    Se mantuvo a cierta distancia detrás de Oso Blanco, lo bastante cerca como para mantenerlo a la vista. Él no querría que ella lo siguiera y ella no podía adivinar lo que él pensaba en este momento.

    ¿Qué haría ella cuando lo alcanzara? Había esperado casarse con él, si no este verano, el siguiente. Desde que era una niña pequeña lo había encontrado infinitamente fascinante. Más que nunca desde su regreso de su viaje espiritual. Nada, pensó, la haría más feliz que vivir con él, Mujer Sol le había contado todo lo que sucede cuando un hombre y una mujer se acuestan juntos (conocimiento que Viento Dobla la Hierba había insistido en que ella aún no necesitaba). Parecía doloroso, placentero, aterrador y emocionante acostarse con Oso Blanco.

    Pero ahora lo iba a perder. ¿Cómo podía Mujer Sol enviar a su propio hijo lejos de la tribu?

    Y enviarlo lejos de mí , Pájaro Rojo se sentía más herida que si su propia madre se hubiera vuelto contra ella.

    ¿Y Oso Blanco quería ir de verdad con los ojos pálidos? Había fumado el calumet. Debía.

    La corriente llevó su canoa a través del agua marrón, con limo atrapado en las inundaciones de primavera, casi más rápido de lo que ella podía remar. Al frente el río se dividía, fluyendo alrededor de una isla cerca de la orilla derecha, densa con árboles. Oso Blanco giró en el estrecho canal que corría entre la isla y la costa, y ella remó hacia atrás para reducir la velocidad y observar.

    La canoa de Oso Blanco rodeó un inmenso árbol caído cuyas raíces expuestas se aferraban a la orilla de la isla como los dedos de un hombre ahogado, y desapareció detrás del tronco.

    Ella dejó que su remo se arrastrara en el agua, primero de un lado y luego del otro, reteniendo su canoa hasta que él tuviera tiempo de varar la canoa. Luego ella se deslizó por el estrecho canal y rodeó el árbol muerto.

    Él había levantado su canoa hasta una pequeña ensenada arenosa y había desaparecido. Ella varó la suya en el trozo de arena al lado de la canoa de Oso Blanco y sacó parcialmente su canoa del agua.

    Escuchó y, por un momento, no oyó sino el viento en los árboles. Un pájaro rojo, su tocayo, trinó largo y fuerte, y otro respondió desde un árbol más distante.

    Entonces oyó una voz humana. Sin palabras, solo un clamor. Un grito de dolor.

    Ella se adentró en el bosque que cubría la isla, abriéndose paso entre los arbustos hacia el sonido de su voz.

    Él estaba sollozando tan fuerte que ella estaba segura de que no podía oírla venir. Había oído a un hombre sollozar así una vez, un cazador moribundo cuya pierna había sido hecha pedazos por un oso.

    Se movió a través de unos árboles y lo vio. Estaba sentado con la espalda apoyada en el gran tronco negro de un roble. Estaba en un soto de árboles tan grandes y tan viejos que poco crecía a su espesa sombra, y había un espacio libre para sentarse. La estación era tan joven que las ramas aún estaban casi desnudas, y ella podía ver a Oso Blanco claramente a la luz del sol de la tarde. Él sostenía una rama de árbol cortada en su regazo. Sus ojos estaban cerrados con fuerza, sus labios retirados hacia atrás, mostrando los dientes, y sus llantos de dolor llegaban uno tras otro.

    Ella salió de los arbustos hacia el bosque. Él levantó la vista, y la cara que le mostró estaba tan retorcida que ella no podía saber si la había visto. Él siguió sollozando ásperamente.

    Le dolía el corazón de verlo sufrir, así que se sentó a su lado.

    Durante mucho tiempo lo escuchó llorar, esperando la oportunidad de hablar con él.

    Observó la rama que sostenía. Era casi tan larga como su brazo y, sorprendentemente, tenía hojas en la punta, a pesar de que era solo la Luna de los Brotes. La agarraba como un niño agarra una muñeca en busca de consuelo.

    Gradualmente, su llanto disminuyó. Ella extendió la mano con mucho cuidado y le dio unas palmaditas en el hombro suavemente. Como él no se apartó, ella apoyó la mano sobre él. Se fue acercando más hasta que quedaron presionados uno al lado del otro, y ella deslizó su brazo alrededor de sus hombros y lo abrazó con fuerza.

    Al principio no sintió ningún movimiento de respuesta. Él parecía solo medio vivo. Se preguntó si él sabía que ella estaba allí. Luego, su cabeza le cayó sobre el hombro. Sintió el peso de su cuerpo ceder hacia ella.

    Ella puso su otro brazo alrededor de él. Lo sostuvo como si fuera su hijo. A pesar de su dolor y el de ella, era una gran felicidad sostenerlo así.

    Él suspiró y se limpió la cara con la mano. Ella le acarició la mejilla, secándole las lágrimas.

    Ella quería hablar con él, pero esperó a que él hablara primero.

    "No hay nada que pueda hacer", dijo él. "Debo ir con Flecha de la Estrella, mi padre".

    Ella estudió su rostro mientras él tenía la mirada perdida hacia el bosque. Ahora podía ver los rasgos de su padre en él. Siempre había habido algo extraño en sus ojos, pero ella nunca había sido capaz de decidir qué era. Ahora veía que eran más redondos que la mayoría de las personas. Tenían la forma de su padre. Su nariz era delgada y huesuda, con un arco alto, y afilada al final, como el pico de un pájaro. Sus cejas eran gruesas, negras y rectas. Su barbilla era puntiaguda. Ella amaba la extrañeza de su rostro.

    Ella dijo: "Cuando oscurezca podríamos volver a la aldea y llenar nuestras canoas con comida, mantas, herramientas y armas. Habrá un banquete esta noche para Flecha de la Estrella. Todos dormirán profundamente después de eso. Podríamos cruzar el Río Grande esta noche y mañana podríamos estar muy lejos ".

    Él la miró. "Pero yo no quiero abandonar a mi pueblo".

    Ella no había pensado con tanta antelación, sobre cómo sería estar lejos de Tallador del Búho, Cuchillo de Hierro, Mujer Sol, sus hermanas, su madre, todos los demás. Sí, sería una gran pérdida, pero ella podría soportar el dolor, pensó, si estuviera al lado de Oso Blanco.

    "Pero nos tendríamos el uno al otro ¿No te dolería menos si me tuvieras contigo?".

    Él no respondió de inmediato, y eso la hizo sentir como si una áspera mano le hubiera apretado el corazón. Pero luego él le sonrió y ella se sintió mejor.

    "Sí, si pudiera compartir mi vida contigo, el dolor de dejar Saukenuk sería menor". Luego su rostro se oscureció. "Pero no podríamos vivir solos. Un hombre o una mujer separados de su tribu ya no puede ser feliz, igual que una flor después de ser recogida no puede seguir creciendo. Y yo habría deshonrado la promesa que hice con el tabaco sagrado. Los espíritus me darían la espalda. Mi madre y Tallador del Búho dicen que si voy con Flecha de la Estrella, puedo aprender cosas que ayudarían a nuestro pueblo".

    Ella se sorprendió al darse cuenta de que él realmente quería ir con Flecha de la Estrella. Entonces, ¿a qué se debía todo este llanto?

    A él ella no le importaba tanto como él a ella. Eso la puso furiosa. Se apartó un poco de él.

    "Veo que he sido una tonta por perseguirte, tal como dijo mi madre. Significa más para ti ir a vivir con los ojos pálidos que tener a Pájaro Rojo como tu mujer".

    Sus ojos se abrieron: "Nunca antes habíamos hablado de esto, tú y yo".

    "¿Teníamos que hablar?" Ella se sentía cada vez más enojada. "¿Por qué crees que fui a buscarte cuando hiciste tu búsqueda de visión? ¿Por qué crees que te he seguido desde la aldea hoy? ¿Y por qué dije que iría contigo a través del Río Grande? Sí, yo quería ser tu mujer, pero tú no me quieres. Quieres irte con ese padre ojos pálidos tuyo, y tal vez quieras tomar una mujer ojos pálidos para ti".

    Su boca y sus ojos se abrieron con asombro: "Nunca he visto a una mujer ojos pálidos ¿Cómo podría querer una? Quiero que Pájaro Rojo sea mi mujer. Y lloro al dejar Saukenuk porque debo dejarte".

    Nuevamente ella se acercó a él, poniendo sus manos sobre sus brazos: "Prefiero ser expulsada de nuestra tribu que perderte".

    Él sacudió la cabeza: "No tenemos que perder a nuestra gente ni a los demás. Parte de la promesa sellada con el tabaco sagrado es que debo regresar. Si nos fuéramos ahora, El Hacedor de la Tierra se enojaría con nosotros".

    Se acercó a él. Ella había visto al Hacedor de la Tierra en sueños. Era más alto que el árbol más alto, y llevaba un gran garrote de guerra con una roca en forma de bola al final y se parecía mucho a Halcón Negro, con un largo y negro mechón de cabello enrollado desde la parte superior de una cabeza afeitada.

    "Desearía poder conocer y hablar con los espíritus, como tú", dijo ella. "A veces creo que sí los encuentro, en sueños".

    "Puede ser peligroso encontrarse con los espíritus", dijo él. Sus ojos parecían mirar a lo lejos. Había visto tantas cosas que ella no. Era injusto, pensó ella con tristeza.

    Ella había salido a buscarle en el frío cuando el mundo era un interminable yermo blanco. Podría haber muerto congelada. Podría haber sido castigada con ahogarse en el río helado. Había arriesgado casi tanto como él.

    "No digo que yo sea tan fuerte como Oso Blanco, o tan digna de hablar con los espíritus", dijo, "solo desearía tener la oportunidad de hacerlo".

    Él tomó sus manos entre las suyas y la miró profundamente a los ojos.

    "El verdadero peligro de la visión de un chamán no es para el cuerpo".

    "¿Cuál es el verdadero peligro?".

    "Yo no quería volver".

    Ella sintió un viento frío soplando sobre su cuello, como si los espíritus hubieran entrado silenciosamente en este bosque con ellos y estuvieran de pie a su alrededor, escuchándolos, juzgándolos.

    "Es tan maravilloso", dijo él en voz tan baja que ella tuvo que esforzarse para escucharle mientras el viento susurraba en las ramas de los árboles. "Estás allí con ellos. El Oso Blanco, la Tortuga. Los ves, hablas con ellos. Ves el Árbol de la Vida, la choza de cristal de la Tortuga y los espíritus de todos los seres vivos. ¿Por qué querría alguien volver?".

    Pájaro Rojo se estremeció, pero aún así le envidiaba.

    "Tienes las manos frías", dijo Oso Blanco, y la rodeó con el brazo y la acercó para que se acurrucara en su pecho. Ella deslizó las manos bajo el chaleco de cuero que él llevaba y sintió el suave calor de su piel y la firmeza de sus músculos. Cuán poderosos eran sus brazos alrededor de ella. Agradeció al Hacedor de la Tierra que Oso Blanco hubiese encontrado la fuerza interior para regresar de esa otra tierra.

    Se le ocurrió un nuevo pensamiento: "¿Y si descubres que la tierra de los ojos pálidos te retiene? Entonces nunca volverás a mí, y para los Sauk estarás muerto".

    Él sonrió suavemente y le dio unas palmaditas en el hombro. Ella se acercó a él.

    "¿Puede la tierra de los ojos pálidos, totalmente sin espíritus, retenerme, cuando los espíritus mismos no pueden?".

    "No lo creo".

    "¿Puede la tierra de los ojos pálidos retenerme, cuando Pájaro Rojo no está en ella? Yo no lo creo".

    El cuerpo de Pájaro Rojo pareció derretirse. Quería fluir junto con Oso Blanco como el Río Roca desembocaba en el río Grande.

    Sus brazos se apretaron alrededor de ella. Luego él levantó la mano para apartar un mechón de cabello que le caía sobre la frente.

    Ella se movió junto a él hasta que la mejilla tocó la suya. Lentamente, deslizó un lado del rostro hacia el de él, luego el otro lado. Un hambre la llenó. Era casi como si quisiera devorar a Oso Blanco, pero lo único que pudo hacer fue tocarle la suave mejilla con la punta de los dedos.

    Las fosas nasales de Oso Blanco se dilataron y sus labios se abrieron y ella pudo escuchar su respiración. Sus manos estaban recorriendo su cuerpo, despertando poderosos sensaciones allí donde la tocaba, haciéndola querer más.

    ¿Cómo habían acabado tumbados? Debían de haberse movido sin darse cuenta. Ella solo podía ver, sentir y pensar en Oso Blanco. Su cabeza estaba apoyada sobre su brazo y su cara presionada contra la de él. Con su mano libre la acariciaba, buscando su carne bajo su chaqueta y su falda. Su mano se volvió más audaz, tirando de los cordones que mantenían su ropa unida, dejando al descubierto lugares que solo un marido debería mirar como la estaba él mirando ahora. Y tocando esos lugares, enviando ondas de deleite a través de ella.

    Y ella quería que él hiciera eso. No sentía vergüenza ni miedo, solo felicidad. Ella le dejaba hacer lo que él quisiera. Ella lo ayudó. También movió sus manos, para tocar más de él. Su mano encontró la rama de roble que él había estado sosteniendo justo antes de sentarse con él. Apartó la rama a un lado y dejó que sus dedos sintieran la dureza que empujaba en su taparrabos. Él estaba listo para entrar en ella de la manera que Mujer Sol le había explicado.

    Ella todavía podía detenerlo si quería. Lo conocía y confiaba en que él no haría nada que ella no quisiera.

    Pero ella quería esto. Ella quería que su mano continuara preparando hábilmente el camino para él. Ella quería que este brillo dorado dentro de ella la llenara cada vez más. Esto era felicidad, y ella estaba subiendo hacia una felicidad cada vez mayor. Lo sentía moverse, y de repente su mano no estaba sobre su taparrabos, sino sobre su carne caliente. Ella quería abrirse a la parte de él que sostenía con tanta fuerza.

    Luego él estaba sobre ella, y ella sintió un repentino dolor punzante. Ella gritó. Casi de inmediato, el grito de placer de él siguió al de ella y sus caderas empujaron hacia adelante violentamente y ella sintió que la llenaba. Él dejó escapar un largo suspiro y se relajó, yaciendo encima de ella, descansando todo su peso sobre ella.

    Soy como la Tortuga que sostiene la tierra, pensó ella.

    Había habido un placer creciente hasta su momento de dolor. Ahora había un dolor y un vago recuerdo de las buenas sensaciones. Ella quería más placer. Mujer Sol le había dicho que le dolería solo la primera vez y que a partir de entonces sería cada vez mejor.

    Él se retiró lentamente de ella y se acostaron de lado, mirándose. Sus ojos eran enormes justo delante de su rostro.

    "Por un momento", dijo él suavemente, "me sentí como cuando caminaba por el puente de las estrellas".

    Ella pensó en preguntarle si esto le hacía tan feliz que él se quedaría con ella ahora en lugar de ir al país de los ojos pálidos con su padre. Pero sabía cuál sería su respuesta, y que él lo dijera solo los lastimaría más a él y a ella.

    Ella dijo: "Fue Mujer Sol, tu madre, quien me habló sobre esto, sobre lo que los hombres y las mujeres hacen juntos".

    Él se echó a reír "También fue ella quien me lo dijo a mí". Se ruborizó. "Me siento como si mi madre estuviera aquí mirándonos".

    Fue el turno de reír de Pájaro Rojo: "¿Qué iba ella a ver que ya no supiera?".

    Él negó con la cabeza: "No quisiera que nadie nos viera haciendo eso".

    "Los espíritus nos miran".

    "No es lo mismo. Ellos lo miran todo, así que esto no es especial para ellos".

    "¿Es especial para ti?", le preguntó ella.

    "Oh, sí Algo ha pasado entre nosotros. Te he dado una parte de mí. Y yo tengo una parte de ti también. Ahora, aunque deba dejarte, seguiremos estando juntos".

    Ella no quería oírle hablar de dejarla. Quería quedarse aquí con él en este bosque de árboles centenarios para siempre. Cuando le había dicho de salir y estar juntos ellos solos, así era como ella había imaginado que sería. Pero entonces un pensamiento oscuro cruzó por su mente.

    "Oso Blanco, han podido enviar a alguien a buscarnos. Podrían pillarnos juntos así". Ansiosa, comenzó a ponerse la ropa.

    Él se sentó derecho a su lado y puso la mano sobre la de ella: "No creo que nadie vaya a venir". Parecía tan seguro que ella pensó que debía de estar hablando como un chamán.

    "Saben que volveré a la aldea", agregó. "Me vieron fumar el calumet y en unos días me iré con Flecha de la Estrella".

    Lo dijo con tal finalidad como si dijera que el sol había salido.

    "Y hay tiempo", dijo él, "si quieres", y guió la mano de ella para tocarle. Para su alegría, ella notó al tacto que él estaba dispuesto a estar dentro de ella otra vez. Esta vez, estaba segura de que no dolería. Conocería todo el deleite del que Mujer Sol le había hablado. La luz del sol de la tarde que se inclinaba a través de las ramas en ciernes volvía a ser cálida, la bañaba y la hacía sentirse alegre y libre.

    Su fluir juntos duró más esta vez, y le dio a ella toda la felicidad que había esperado.

    Y se le ocurrió, mientras yacían plácidamente uno al lado del otro, que esto podría haber sucedido algún día, pero no habría sucedido hoy si Flecha de la Estrella no hubiera venido a reclamar a su hijo.

Capítulo 7

La Marca de Raoul

    En la mañana del cuarto día de su viaje hacia el Norte desde Saukenuk a lo largo del Río Grande, cuando el sol estaba a medio camino del cielo, Oso Blanco y Flecha de la Estrella emergieron de un bosque hacia una pradera. A la derecha habían suaves colinas tapizadas de nueva hierba verde de búfalo y flores de pradera de todos los colores. A la izquierda las colinas se alzaban más altas, luego, repentinamente, caían hacia el Río Grande. Oso Blanco vio un gran bote con grandes alas blancas sobre el Río para viajar por este.

    Flecha de la Estrella detuvo repentinamente su alto semental negro y bajó haciendo un gesto a Oso Blanco para que desmontara de su pony marrón y blanco.

    "Mira esta piedra", dijo Flecha de la Estrella señalando una gran roca gris que se erguía en el borde de un acantilado con vistas al río.

    Oso Blanco vio la talla en la roca y, recordando las lecciones de Isaac, reconoció que era la letra "M" de los ojos pálidos.

    "M de Marion", dijo Flecha de la Estrella. "Ahora estamos en tierras que pertenecen a la familia Marion. No ves cercas aquí porque no pudimos cortar suficiente madera para cercar toda nuestra tierra. Hay tanta".

    Extendió el brazo y apoyó la mano sobre el hombro de Oso Blanco, sus dedos apretaron la camisa de piel de ciervo: "Pero antes de llegar al lugar donde vivo, y donde vivirás, debemos hablar de nombres. Entre los ojos pálidos yo me llamo Pierre de Marion. Mi nombre completo es Pierre Louis Auguste de Marion".

    Hizo que Oso Blanco repitiera "Pierre de Marion" después de él.

    "Según nuestra costumbre, deberías llamarme Padre", dijo Flecha de la Estrella, diciendo la palabra en inglés que Oso Blanco ya conocía.

    "Ahora te diré cuál será tu nombre entre los ojos pálidos".

    Oso Blanco se liberó de la mano de Flecha de la Estrella y dio un paso atrás.

    "Yo ya tengo un nombre. Nací como Nube Gris porque no soy ni blanco ni rojo". Podía escuchar el reproche en su voz, aunque no tenía la intención de sonar así. "Pero ahora soy Oso Blanco. Ese es el nombre que me dio el chamán Tallador del Búho después de mi viaje espiritual, debo mantener ese nombre".

    "Y mantendrás ese nombre, hijo. Siempre serás Oso Blanco. Pero, así como yo soy feliz de que la Banda Británica me llame Flecha de la Estrella, tú puedes tener un nombre de ojos pálidos. Uno que le dice a los ojos pálidos, cuando vas entre ellos, quién eres, que eres miembro de la familia de Marion, que eres mi hijo".

    Está orgulloso de que yo sea su hijo. La ira de Oso Blanco se desvaneció y sintió una calidez hacia este hombre que quería darle un nombre. Decidió que si Flecha de la Estrella podía tener dos nombres, él también podría.

    "¿Cuál es mi nombre de ojos pálidos, Padre?"

    Flecha de la Estrella puso la mano sobre el hombro de Oso Blanco: "Deseo que te llames Auguste de Marion. Auguste es un nombre muy antiguo. Significa 'consagrado', una persona sagrada, y ese es un buen nombre para alguien que ha tenido una visión y tiene deseos de ser un chamán. Repite después de mí, Auguste".

    "O-guse".

    Mientras cabalgaban por las tierras de Marion, la gente llamaba desde las cabañas. Hombres montados, que saludaban a Pierre con un gesto de las manos, cabalgaban entre rebaños de ganado y caballos.

    ¡Docenas de caballos!, pensó Auguste, notando que estaba viendo riqueza que sorprendería a cualquier hombre de la Banda Británica.

    Más adelante pasaron por campos cercados con troncos partidos en dos y apilados uno encima del otro. Las ovejas vagaban por las bajas colinas y recortaban el césped de la pradera hasta las mismas raíces. Dentro de una pequeña parcela, inmensos cerdos grises y rosas entraban en el barro junto a un estanque.

    Ambos pasaron campos sembrados con cultivos. La aldea entera de Saukenuk, con todas las tierras de cultivo a su alrededor, cabría en uno de esos campos. Oso Blanco reconoció un cultivo: maíz. Maíz hasta donde podía alcanzar su vista. ¿Cuánto maíz podían comer los de Marion? Debían de ser una gran tribu.

    Mientras cabalgaban, Pierre dijo: "Una cosa más debes saber, Auguste. Hoy conocerás al resto de tu familia: a tu abuelo y a tu tía, mi hermana". Detuvo su caballo. Auguste tiró de las riendas de su pony y esperó. La infelicidad arrastró hacia abajo las arrugas de la cara de Pierre.

    "Debo decirte que yo también tengo un hermano, tu tío, quien..." Dudó. "Quién puede que no sea amigable contigo".

    "¿Por qué?" Preguntó Auguste.

    "Hace trece veranos otra hermana mía y él fueron capturados por los Potawatomi durante la guerra entre los británicos y los americanos. Mi hermana fue asesinada por ellos. Raoul, mi hermano, sufrió mucho hasta que lo encontramos y lo rescatamos. Él no odia solo a los Potawatomi, sino a todos los hombres rojos. Él no quería que te trajese de vuelta aquí a nuestra casa".

    "No entiendo", dijo Auguste. ¿Cómo podría un hombre odiar a todas las tribus por lo que los hombres de una tribu le habían hecho? De nuevo se dio cuenta de lo misteriosos que eran los ojos pálidos, y sintió miedo.

    Pierre dijo: "Probablemente él no estará allí cuando lleguemos. Tenía que hablarte de Raoul, pero no quiero que le tengas miedo".

    Pero él tenía miedo, se dijo a sí mismo mientras cabalgaban. Sintió el vientre hueco, y su corazón latía más rápido que los cascos al trotre de su pony. Temía a los ojos pálidos y sus extrañas maneras. Sentía más miedo ahora que cuando había caminado por el puente de estrellas con el Oso Blanco.

    "¡Ahí!" Pierre extendió la mano. Los ojos de Auguste siguieron el gesto y su boca se abrió.

    Lo que al principio pensó que veía era un bosque de árboles cubiertos de nieve. En medio de ellos, algo se levantaba como una gran colina gris ¿Nieve en la Luna de los Brotes? Quizás los ojos pálidos tenían su propia magia.

    Mientras se acercaban, la nieve en los árboles se convirtió en flores. Había visto manzanos silvestres en flor y sabía que muchos árboles florecían por esta época. Pero todos estos árboles estaban plantados en hileras rectas, y cada uno era una masa de flores blancas.

    Lo que había pensado que era una colina gris era la choza más grande que había visto en su vida. Tiró de las riendas de su caballo para detenerse, para poder quedarse sentado y preguntarse qué estaba viendo. Sintió que Pierre se detenía a su lado.

    La gran choza parecía estar hecha de tres o cuatro chozas, todas unidas con un edificio central más alto que todos los demás. Su techo alto era de troncos divididos por la mitad con los lados planos hacia afuera. La parte inferior de la choza estaba hecha de piedras, la parte superior de troncos.

    El temor lo abrumó al ver que estas personas podían hacer tanto. Podían tener tanta tierra que un jinete necesitaba medio día para cruzar de borde a centro. Podían hacer que la tierra obedeciera sus deseos, cercarla, llenarla de animales, plantar enormes campos con cultivos, disfrutar de un bosque de árboles en flor. Y en el centro de todo esto podían hacer una choza tan gigantesca como para albergar a cien familias.

    Los ojos pálidos podían hacer cualquier cosa. Eran magos tan poderosos que hacían que un chamán como Tallador del Búho pareciera infantil. ¿Cómo podía él esperar saber todo lo que ellos sabían?

    La desesperación lo aplastó. Ya no quería ver más.

    Pierre le dio unas palmaditas en el cuello al pony de Auguste, y el caballito comenzó a avanzar de nuevo. Aturdido, Auguste sintió que lo conducían hacia la gran choza, los cascos de su pony caían suavemente sobre pétalos blancos.

    Pierre señaló con orgullo: "Llamamos a nuestra casa: Victoire".

    Cada vez más cerca, llegaron hasta que la casa bloqueó parte del cielo. Esta era gris, los troncos con la que estaba construida se habían desgastado. Auguste vio que había muchos edificios más pequeños esparcidos alrededor de la choza gigante, más pequeños solo en comparación con la inmensa en el centro. Algunas de las casas más pequeñas estaban conectadas a la grande por pasarelas protegidas. La más pequeña era mucho más grande que la choza más grande de Saukenuk.

    Tras un momento, emergieron de entre los árboles en flor. Auguste vio una cerca de troncos delante. La cerca rodeaba una baja colina, llena de hierba muy cortada, que conducía a la casa. Un gran arce viejo daba sombra al lado sur. Él detuvo su pony No podía ir más lejos.

    "¿Qué pasa?" le preguntó Pierre.

    "No puedo", dijo Auguste. "No puedo ir allí" Sintió un temblor en su voz, le temblaban los labios y él se mantenía rígido.

    "¿Por qué no, Auguste?" dijo Pierre suavemente.

    "No sé qué hacer aquí. Nunca he visto un lugar como este. Haré tonterías. Toda esa gente se reirá de mí. Tú no me querrás como hijo".

    "Ya veremos", dijo Pierre. "Baja del caballo".

    Mordiéndose el labio, Auguste desmontó.

    "Nos sentaremos aquí", dijo Pierre. Se sentaron uno frente al otro. Auguste veía gente acercándose a través de las rectas hileras de árboles. Pierre también los vio y los saludó.

    Ambos quedaron sentados en silencio durante mucho tiempo mientras sus caballos pastaban cerca. Auguste contuvo dentro su miseria hasta que se sintió más tranquilo.

    Miró a Pierre y asintió con la cabeza para decir que tenía el control de sí mismo. Pierre asintió con la cabeza. Auguste miró el suelo cubierto de pétalos, sintiéndose aplastado.

    "Todo esto es extraño para ti", dijo Pierre.

    "Sí", dijo Auguste.

    "Y no es una tontería tener miedo. Hay gente aquí que te odiará solo porque eres un hombre rojo. Hay gente que te temerá. Pero hay peligros en la vida de la que vienes: fuego e inundaciones, enfermedades, osos y lobos, los Sioux y los Osage, enemigos de tu pueblo. Tú temes a esas cosas, pero te han enseñado a vivir con esos peligros. Aquí hay otras personas, personas como yo, que se preocuparán por ti, te protegerán y te enseñáran a vivir con los peligros del mundo de los ojos pálidos. Debes llegar a conocer a estas personas que van a ayudarte. Quiero que te alegres de haber venido de Saukenuk a Victoire".

    Auguste no respondió. Quedaron en silencio durante un rato. Luego Pierre volvió a hablar.

    "Los ojos pálidos están aquí, Auguste, y debes aprender a vivir con nosotros".

    Auguste suspiró y se calmó de nuevo. Escuchó el zumbido de las langostas alzarse y caer.

    Si mi visión de este hombre significaba algo, entonces ven a mí ahora, Oso Blanco, y dime qué debo hacer .

    Él llevaba un puñado de hongos mágicos en una alforja, pero varias veces desde su viaje espiritual, el Oso Blanco le había hablado sin la ayuda de los hongos y sin que su mente abandonara su cuerpo. Lo único que necesitaba hacer, a veces, era quedarse sentado en silencio y escuchar. Él esperó ahora, a veces mirando a Pierre, a veces mirando las ramitas, el musgo y la hierba en el suelo.

    Quizá ningún espíritu pueda alcanzarme aquí en la tierra de los ojos pálidos .

    Estaba a punto de darse por vencido y ponerse en pie. Le rogaría a Pierre que lo dejara volver con los Sauk.

    Entonces una voz habló, profunda y clara, en su mente, y no era su voz.

    Ve y conoce a tu abuelo.

    Una calidez se extendió desde el centro de su cuerpo hasta las manos y los pies, los cuales hacía un momento habían estado helados de miedo. Saber que no había dejado atrás a su ayudante espiritual al abandonar Saukenuk le dio nueva confianza.

    Extendió las manos, con las palmas hacia arriba: "Vamos a conocer a mi abuelo".

    La sonrisa en el largo rostro de Pierre reflejó el brillo que Auguste sentía dentro de sí mismo.

    Volvieron a montar y rodearon hasta una puerta en el lado oeste de la cerca que rodeaba la casa. Auguste, con su fuerza recién descubierta, soportó las miradas curiosas de los hombres y mujeres reunidos en la puerta para recibir a Pierre.

    "Mira, tu abuelo te está esperando", dijo Pierre, su voz resonó de alegría.

    Ante una entrada protegida por su propio techo de madera, un anciano, una joven muy robusta y un joven regordete los esperaban.

    Los ojos del anciano eran azules como los de Pierre, pero parecían brillar y ver profundamente dentro de Auguste. Era alto, delgado y ligeramente encorvado por la edad. Su ropa era simple: una chaqueta negra sobre camisa blanca y pantalones negros, atados bajo las rodillas, que terminaban en correas que bajaban hasta unos brillantes zapatos negros. Se apoyaba en un palo negro con una cabeza de plata.

    Con el corazón agitado por la emoción, Auguste bajó del caballo y dio un paso tentativo hacia adelante. El viejo se acercó a él con una expresión tan feroz como la de un halcón. Miró fijamente la cara de Auguste.

    El anciano le habló en la lengua de los ojos pálidos tan rápido que Auguste no podía esperar entenderlo.

    Pierre dijo: "Tu abuelo dice que ve de inmediato que eres miembro de nuestra familia. Lo ve en la forma de tus ojos. Lo ve en tu nariz, en tu barbilla. Él ve que, como todos los hombres de Marion, eres muy alto".

    "¿Cuál es el nombre de mi abuelo?" Preguntó Auguste.

    "Él es el Chevalier Elysée de Marion".

    "El-isay", dijo Auguste, y su abuelo aplaudió y sonrió.

    "Pero tú deberías llamarle Abuelo", concluyó Pierre.

    "Abuelo" Esa era otra palabra que Piérre Isaac le había enseñado.

    El abuelo soltó una carcajada de anciano, abrió los brazos y abrazó a Auguste. Auguste le devolvió el abrazo, con bastante cautela, temiendo romperle los huesos. A Auguste se le ocurrió una idea y soltó a su abuelo. Se apresuró a volver a su caballo. y sacó de la alforja la bolsa de tabaco que había empacado junto con su paquetito de medicinas.

    Volvió hasta Elysée y sostuvo la bolsa con ambas manos.

    En su mejor inglés, dijo: "Por favor, le doy tabaco al Abuelo".

    Elysée tomó la bolsa y la abrió, olisqueó y sonrió apreciativamente. Él y Pierre intercambiaron palabras.

    Pierre dijo: "Le he dicho que entre los Sauk, el tabaco se ofrece a amigos honrados, a hombres de alto rango y a grandes espíritus. Esto le complace".

    "Gracias, Auguste", dijo Abuelo. "Lo fumaré en mi pipa después de comer juntos". Esta vez habló lo bastante lento como para que Auguste lo entendiera.

    El abuelo ahora tomó a la robusta mujer por el brazo y la llevó hacia adelante.

    "Esta es tu tía, mi hermana, Nicole Hopkins", dijo Pierre.

    Nunca entre los Sauk había visto él a una mujer con caderas tan anchas y un busto tan vasto. Ella dio un paso adelante y colocó sus labios, para sorpresa de Auguste, en su mejilla, haciendo un pequeño ruido. Él no estaba seguro de qué hacer, Auguste puso los brazos alrededor de la mujer como lo había hecho con su abuelo. Ella tenía un tacto blando, cómodo y nada frágil, y él la abrazó con fuerza. Sintió músculos poderosos bajo la amplia carne. Su tía le devolvió el abrazo con brazos fuertes. Ella olía a flores.

    De repente, Auguste sintió que había un bebé creciendo dentro de la mujer que le abrazaba. No porque ella fuera tan grande; esto no tenía nada que ver con la forma de su apariencia. Era un presentimiento, y le complació saber que, junto con el Oso Blanco, no había dejado atrás sus poderes en Saukenuk.

    Pierre dijo: "Ahora conoce a Frank Hopkins, tu tío por matrimonio".

    Ante el gesto de Pierre, el hombre de pelo rubio se acercó a Auguste. Auguste abrió los brazos para abrazarlo, pero el hombre extendió la mano derecha. Los dedos del hombre eran negros. Eso era extraño; nunca antes había visto dedos pintados. ¿Era esta otra costumbre de los ojos pálidos? Auguste decidió que se esperaba que extendiera su propia mano derecha. Frank la agarró con fuerza y ​​la sacudió hacia arriba y hacia abajo.

    "Frank hace los documentos de conversación de los cuales la gente puede leer y aprender cosas", dijo Pierre. "También construye cosas de madera. Ha construido algunos de los edificios más nuevos aquí en nuestra tierra. Frank, Nicole y sus hijos viven junto al río en un pueblo llamado Víctor. Él construyó muchas de las casas allí también".

    La gente había sido tan amable que Auguste había superado gran parte de su miedo, pero cuando vio que Pierre le indicaba con la mano hacia la puerta, la cual bostezaba sobre él como la enorme boca de una cueva, sintió frío una vez más.

    Pero siguió a Pierre por la puerta, y su aliento abandonó su cuerpo por el asombro.

    Era como estar en el claro de un bosque donde los árboles se alzaban sobre ti y sus ramas se unían en lo alto bloqueando el cielo. En una choza Sauk podía tocar el techo sin estirar el brazo. Aquí el techo estaba oculto en las sombras y enormes maderas de corte cuadrado cruzaban el espacio abierto sobre su cabeza.

    Colgadas por cuerdas de esas maderas había grandes círculos de madera que Piérre Isaac había dicho que se llamaban ruedas. Estas ruedas giraban sobre sus costados, y sobre ellas había docenas de pequeños palitos blancos de cera que los ojos pálidos solían usar para hacer luz. Algunas de las familias Sauk más prósperas a veces usaban tales palos de cera para iluminar sus chozas.

    Auguste miraba a su alrededor con asombro. La inmensa habitación estaba llena de objetos cuyo propósito no podía adivinar. Las puertas conducían a otras partes de esta casa o a casas adjuntas. Un olor a cocina de muchos tipos de buena comida llenaba el aire.

    Ojos pálidos, hombres y mujeres estaban de pie en el salón y vieron entrar a Auguste y a su padre y a su abuelo.

    Dos niños pequeños y una niña corriendo por el pasillo se detuvieron y se quedaron mirándole. Frank Hopkins los llamó y ellos se aproximaron lentamente.

    "Estos son Thomas, Benjamin y Abigail, los hijos de Nicole y Frank", dijo Pierre.

    Sus otros hijos, pensó Auguste, preguntándose si la propia Nicole sabía lo que él sabía de ella.

    Abigail estaba cerca de su padre, con la boca y los ojos bien abiertos.

    Thomas, el mayor de los tres, dijo: "¡Dios todopoderoso, tengo un inyo de verdad como primo!".

    Benjamin caminó lentamente hacia Auguste, extendió de pronto la mano y agarró el mango de ciervo del cuchillo en el cinturón. Auguste se tensó.

    Pero Benjamin alzó la vista, sonrió a Auguste y soltó el cuchillo sin tratar de sacarlo de su funda. Luego corrió hacia su padre.

    El abuelo Elysée hizo una seña, y cuando Auguste caminó hacia él notó que las suelas de sus mocasines golpeaban una superficie dura. Bajó la vista y vio que el suelo de la choza estaba cubierto de piedras planas. Auguste y los demás siguieron al abuelo por la sala hasta un hogar de piedra tan grande que un hombre podría quedar de pie dentro.

    Pasaron tres largas plataformas cubiertas de tela que se elevaban tan alto sobre el suelo como las plataformas para dormir en las chozas de verano de los Sauk y los Zorro.

    "Eso son mesas", dijo Pierre. Auguste recordaba la palabra de un libro de palabras e imágenes que Piérre Isaac le había mostrado. Sobre las mesas había una confusión de objetos brillantes.

    Un hombre de pie junto a la chimenea, que parecía tan viejo como Elysée, dio un paso adelante e hizo una reverencia. Tenía una nariz roja, redonda y brillante y bigotes blancos que sobresalían a ambos lados de su rostro.

    "Este es Guichard, nuestro mayordomo", dijo Pierre.

    "Ma-ja domo", repitió Auguste.

    "Guichard vino de Francia con nosotros hace treinta años".

    Guichard dijo: "Te zaludo, Auguzte". Auguste se sorprendió al oírlo hablar en la lengua Sauk. Sin embargo, hablaba con un ceceo, y Auguste notó cuando él abrió la boca que no tenía dientes frontales.

    Pierre le dio una palmada en el hombro a Guichard. "No sé cómo hace estas cosas, pero siempre nos sorprende con lo que ha aprendido y con su cuidado por nosotros".

    Guichard dio un paso atrás con otra reverencia y Pierre se volvió hacia un hombre bajo y una mujer regordeta que también estaba de pie ante el hogar. Los labios carnosos de la mujer se curvaron en una sonrisa de saludo para Pierre. Luego se tiró de las faldas, las levantó un poco, dobló las rodillas y agachó la cabeza.

    "Esta es Marchette Perrault", dijo Pierre, y Auguste notó que el rostro de Pierre, normalmente pálido, estaba sonrojado. "Ella reina en nuestra cocina". Auguste no necesitaba confiar en su sentido especial para ver que había un secreto amoroso entre Marchette y su padre.

    El hombre de pie junto a Marchette, bajo y de aspecto poderoso, con una barba marrón erizada, miraba a Pierre con odio en la cara, con ojos entornados. Su boca era invisible en su barba, pero Auguste sabía que tenía los labios apretados. Él apretó los dientes también. Sabía que este hombre bajo era tan fuerte como un búfalo.

    La mirada que el hombre de barba marrón le dio a Pierre asustó a Auguste, y se preguntó si él era el único que podría verlo.

    "Armand Perrault, aquí, es el supervisor de nuestra propiedad", dijo Pierre, al parecer ajeno a la expresión del hombre. "Hace florecer los cultivos, que los árboles den fruto y el ganado engorde. Él y Marchette provienen de familias francesas que se establecieron aquí hace muchas generaciones".

    Armand hizo una reverencia, un rápido movimiento de cabeza y hombros, a Pierre. Para alivio de Auguste, el hombre enojado ni siquiera lo miró. Le dio la espalda abruptamente y cruzó el pasillo hacia una puerta lateral.

    Pierre dijo: "La mayoría de los que viven y trabajan aquí en Victoire son gente de Illinois de ascendencia francesa. La ciudad, Víctor, creció después de que construyeramos nuestra casa aquí. La mayoría de las personas allí son americanos de Missouri, Kentucky o del Este. Todos los que hay en América son de otro lugar".

    Mi pueblo no, pensó Auguste.

    Marchette hizo otra reverencia a Pierre y también se fue para ir a otra casa conectada en la que Auguste veía un fuego ardiendo debajo de una enorme olla de metal en otra chimenea. Había mucho humo y vapor en esa choza y él no podía verlo todo, pero los buenos olores venían de allí, y recordó que hoy no había comido nada más que un poco de carne seca de venado.

    Pierre tomó a Auguste del brazo y lo llevó a un lugar en la mesa cerca del abuelo. Guichard empujó un asiento de madera hecho de palos hacia él. Una "silla", recordó Auguste, del libro ilustrado de Piérre Isaac.

    ¿Por qué se sientan en lo alto y elevan su comida? se preguntó Auguste. Quizás los ojos pálidos no mantenían sus suelos lo bastante limpios para sentarse y comer. Aunque estos parecían muy limpios.

    "Esta es una comida especial en tu honor", dijo Pierre. "La mayoría de las personas que trabajan en nuestra tierra comerán aquí con nosotros". Hombres y mujeres estaban sentados en las otras mesas.

    ¡Una fiesta!, pensó Auguste. Quizá después haya danza.

    "¿Cuántas personas viven en tu tierra, Padre?", preguntó él en Sauk.

    "Alrededor de un centenar de hombres, mujeres y niños viven y trabajan aquí", respondió Pierre. "Más allá de las colinas al Oeste, junto al río, se encuentra el asentamiento llamado Víctor, donde viven otras cien personas. Muchas de ellas trabajan para nosotros también. Nicole y Frank viven en Victor".

    Doscientas, pensó Auguste. No eran tantos después de todo. Había casi dos mil personas en la Banda Británica.

    Auguste había visto cuentas y otros objetos pequeños hechos de vidrio en Saukenuk, pero aquí el vidrio estaba en todas partes ¿Qué era el vidrio y cómo los ojos pálidos hacían cosas de él?

    Mientras se preguntaba por el vidrio, vio a su padre sacar del bolsillo de su abrigo una caja ovalada de plata que colgaba de un cordón púrpura alrededor de su cuello. Pierre abrió la caja y sacó dos pedazos redondos más pequeños de vidrio en un marco de metal. Para asombro de Auguste, se los puso sobre los ojos, como una máscara transparente. Él sonrió cuando vio a Auguste mirándole embobado.

    "Gafas. Tengo problemas para ver cosas que están cerca de mí, y esto me ayuda a ver lo que estoy comiendo".

    Anoche, mientras Auguste yacía junto a Flecha de la Estrella dormido en la alta pradera, había pensado subir en silencio sobre su pony y huir de regreso a Saukenuk, a pesar de la promesa sellada de tabaco. Ahora estaba contento de no haber huído. Toda la gente parecía amable con él, excepto ese Armand, y había tantas maravillas que ver que podía sentir su corazón latir con fuerza y ​​sus manos temblando de emoción.

    Cuando Guichard llenó su vaso con el líquido rojo, Auguste bebió de él. El líquido estaba frío y ardía al mismo tiempo. Era amargo y él frunció los labios, pero daba un sabor dulce en la garganta. Tenía sed, así que bebió más.

    "Vino", dijo Pierre "¿Lo has probado antes?"

    Esto debe de ser como esa agua de fuego que los ojos pálidos llaman whisky y que probé en el consejo la última Luna de las Hojas Caídas al otro lado del Río Grande. Los jefes, valientes y guerreros habían bebido mucho del agua de fuego de un barril, recordaba él, y se habían vuelto cada vez más felices. A las mujeres y los niños se les permitía un pequeño sorbo y a las niñas nada en absoluto.

    "Lo he probado", dijo. Pierre frunció el ceño y parecía a punto de hablar, pero no dijo nada cuando Auguste le tendió su vaso vacío para pedir más vino a Guichard, que estaba dando vueltas con la jarra.

    Hombres y mujeres trajeron comida a la mesa en platos grandes y en tazones. Había pavo, pato, carne de venado fresca, pan plano y pan redondo, pan oscuro, pan blanco y pan de maíz amarillo, fruta cocida y fruta cruda, hogazas de azúcar de arce, fruta cocida dentro de costras, montones de verduras machacadas. Había rebanadas de pescado quemadas, casi negras, y montones de langosta hervida. La comida, veía Auguste, provenía de la choza conectada donde Marchette había entrado, donde estaba la olla grande con todo el humo y el vapor.

    Auguste observó la forma en que comían las personas en la mesa con él. Trató de usar su cuchillo y tenedor como lo hacían ellos y vio a Pierre sonreír con aprobación. La vista y el olor de la comida hacían que se le hiciera la boca agua y su estómago gruñiera. Pero cuando se puso una rodaja de carne en la boca, esta estaba inesperadamente muy caliente al gusto. No solo caliente por haber sido cocinada. sino caliente por algo cocinado en ella.

    Pimientos , pensó él. Su madre guardaba algunos, intercambiados del Sur, en su colección de plantas medicina, y él había probado su fuego.

    El propio Pierre, notó Auguste, ponía porciones muy pequeñas de comida en su plato y comía poco de lo que había allí. Auguste se entristeció. Si hubiera algo que pudiera hacer por su padre. Había consultado a Tallador del Búho antes de abandonar Saukenuk, pero el viejo chamán solo había dicho con tristeza que, según su experiencia, un espíritu tan malvado en el vientre era generalmente fatal.

    La comida picante dejó sediento a Auguste y este bebió más vino. Cada vez que sujetaba su copa, Guichard, sonriendo sin dientes, parecía estar allí con la jarra.

    Todavía hambriento, se impacientó con el cuchillo y el tenedor y comenzó a recoger la comida con las manos. Trató de tomar trocitos con los dedos y comer rápidamente para que la gente no se diera cuenta, pero luego pilló a los dos niños y a la niña, al otro lado de la mesa, mirándolo y riéndose y susurrándose unos a otros. Su rostro se puso caliente.

    Nicole, sentada a su derecha, le hizo preguntas cortas y simples sobre cómo vivían los Sauk y los Zorro, y él respondió con el poco inglés que sabía. Ella sonreía y asentía muchas veces mientras él le decía los nombres de los Sauk para las cosas, y ella los repetía después de él. Ella pareció encontrar que pronunciarlos era fácil.

    Las otras personas hablaban mayormente entre ellas en su propio idioma. Los ojos pálidos nunca dejaban de hablar, al parecer. ¿Nunca habría un momento de silencio pensativo? Las voces; todas hablando tan rápido, balbuceando como una bandada de pavos; lo mareaban.

    Una sensación extraña lo invadió. Escuchó un pitido en los oídos, como langostas en la pradera. Sintió el rostro entumecido. Levantó la mano y se tocó las mejillas con las yemas de los dedos, y fue como si se tocara el rostro a través de una delgada tela invisible.

    Su estómago comenzó a revolverse. Sintió, con repentino pánico, que no podía contener toda la comida que había comido. Los pimientos y el vino ardían juntos en su estómago. Se puso en pie, balanceándose de lado a lado. La vasta sala parecía girar como una canoa en un remolino, y las voces a su alrededor se desvanecieron.

    Sintió que Nicole se puso en pie rápidamente con él, con la mano firmemente sobre su brazo, estabilizándolo.

    Él cerró los ojos y se tapó la boca con la mano, con ganas de morir de vergüenza y embarazo. Su vientre se sacudió como un pony salvaje. El líquido caliente brotó entre sus dedos.

    "Aquí, hijo, aquí", dijo una voz. Abrió los ojos y vio la cara de su padre, lleno de dolor por él. Pierre sostenía un gran balde de madera bajo su barbilla. A su otro lado Nicole mantenía un fuerte agarre en su hombro.

    Auguste se quitó la mano de la boca y dejó que su barriga abandonara lo que había retenido. Manchada de rojo por el vino, la comida que acababa de comer se vertió en el balde. El olor a vómito llenó sus fosas nasales, haciéndolo sentir aún más enfermo.

    Cayó de rodillas, tosiendo, ahogándose, las lágrimas brotaban de sus ojos. Pierre se arrodilló a su lado, aún sosteniendo el balde para él. El estómago de Auguste se revolvía una y otra vez, obligando a los restos de comida a atravesar su garganta y salir de sus laxos labios.

    Cuando se recuperó un poco, escuchó a alguien reír discretamente en una parte distante de la habitación, y otro hablaba en la lengua de los ojos pálidos. El tono de desprecio era inconfundible.

    Él estaba abrumado por la vergüenza. Se había puesto en ridículo ante toda su familia de Marion y toda su tribu. Había deshonrado a los Sauk y había avergonzado a su padre.

    Fue como él había temido. No podía quedarse aquí. Era demasiado doloroso.

    Esta noche, se prometió a sí mismo agarrándose el vientre dolorido. Esta noche dejo la tierra de los ojos pálidos para siempre.

***

    Reprochándose a sí mismo, Pierre se arrodilló junto a Auguste, intentando presionar con la mano la espalda del chico para decirle a Auguste que lo amaba.

    Dijo que había probado el vino, pero debería haber sabido que no podía beber tanto. El pobre muchacho debe de estar muriéndose de vergüenza, y todo es culpa del estúpido Pierre.

    Auguste tosió y se pasó la mano por la cara. Pierre le dio unas palmaditas suaves en la espalda.

    Nicole, arrodillada al otro lado de Auguste, giró la cabeza de pronto hacia la puerta y respiró asustada. Pierre alzó la vista para ver qué pasaba.

    Una figura ocupaba todo el umbral, recortada en el rectángulo amarillo de la luz del sol de la tarde.

    Pierre reconoció de inmediato la truculenta constitución de los anchos hombros de Raoul, el impulso hacia adelante de su cabeza bajo el sombrero de ala ancha.

    Pierre tuvo tiempo para un nuevo pensamiento angustiado de autorreproche mientras su hermano menor caminaba hacia ellos.

    Para esto, también, debería haber preparado mejor a Auguste .

    Las botas de Raoul sonaban en el suelo enlosado.

    Pierre tiró del brazo de Auguste y le ayudó a ponerse de pie. Oyó a Nicole alejar el balde.

    "Bueno, ¿este es el pequeño mestizo?" La voz profunda de Raoul retumbó en la cavernosa sala de troncos.

    "Raoul", dijo Pierre, "este es tu sobrino, Auguste".

    Pierre se volvió hacia Auguste y en Sauk le dijo: "Este es tu tío, Raoul. Él vive aquí conmigo y tu abuelo. Él habla con rudeza, pero no le temas".

    ¿Cómo podría el chico no temer a un hombre como Raoul?

    "Auguste, ¿verdad? Elegante nombre francés para una piel roja". Raoul colocó los puños en sus caderas, echó hacia atrás su chaqueta azul para mostrar su pistola de mango dorado y su enorme cuchillo en su vaina. Al ver las armas, el corazón de Pierre latió con fuerza.

    Raoul se acercó a Auguste y lo miró a la cara mientras Pierre se ponía tenso.

    Raoul dijo: "Bueno, hermano, lo conseguiste de verdad. Conseguiste un hijo".

    "Me alegra que lo admitas", dijo Pierre.

    "Oh, admito que tiene de Marion escrito en toda su sucia cara, pero no lo llames mi sobrino, reservo ese título para parientes legítimos".

    Pierre esperaba que el conocimiento de inglés de Auguste no fuera suficiente para hacerle comprender cómo lo estaban insultando. El chico miró de Pierre a Raoul mientras hablaban, sus grandes y oscuros ojos eran vigilantes y su rostro inexpresivo.

    "Raoul, detén esto". Era Nicole, volviendo tras deshacerse del balde. "Soy la tía de Auguste y tú eres su tío, y es mejor que te acostumbres".

    "Y estás arruinando nuestra cena, Raoul", dijo Elysée. "Siéntate y come con nosotros como un hombre civilizado o déjanos en paz".

    "¿Arruinando vuestra cena?" Raoul soltó una carcajada. "¿Me estás diciendo que no te arruina la cena ver a este salvaje vomitando en nuestro gran salón? ¿Me estás diciendo que el civilizado es él es?"

    Pierre miró por encima de la mesa a su padre y a Frank Hopkins, quienes se habían puesto de pie. Los ojos de Elysée ardían de ira. Frank tomó la mano de su pequeña y miró sombríamente a Raoul. Los dos niños Hopkin miraban a su tío.

    Ruego a Dios que no lo admiren. Los niños tienen una tendencia de admirar a los hombres que se comportan como brutos.

    Raoul se volvió hacia Nicole, sus blancos dientes brillaban debajo de su grueso bigote negro: "¿De verdad quieres un sobrino indio? ¿Has olvidado lo que los indios le hicieron a tu hermana?"

    "Tú no viste morir a tu hermana", dijo Raoul. "de un modo que ver a un indio te haga querer matar".

    Pierre vio que Raoul se estaba enfureciendo por momentos. Se pondría a hablar y hablar y toda palabra que dijera lo enfurecería más, hasta que, al final, explotaría. Un espasmo de dolor atravesó el estómago de Pierre.

    Ahora no, rogó. Dios, deja que la enfermedad me deje en paz hasta que pueda estar a solas con ella.

    Las mejillas de Nicole eran de un rojo aún más brillante de lo normal para ella, pero habló suavemente: "Raoul, tienes una hermana viva. Si hubiera estado yo en el Fuerte Dearborn en lugar de Helene, si hubiera sido violada y asesinada, estaría mirando hacia abajo desde el cielo y esperando que tu herida se curara. Rezaría para que dieras la bienvenida al hijo de Pierre, a tu sobrino, a tu casa".

    Pierre sintió una oleada de orgullo al ver a Auguste de pie erguido y esbelto, mirando a Raoul. ¿Salvaje? A pesar de haber estado enfermo solo un momento antes, Auguste se mantenía tan regiamente como un joven príncipe.

    "En cuanto a ti, Nicole", continuó Raoul, "no se te ocurra pensar que puedes hablar por Helene. Ella puede estar en el cielo ahora, pero llegó allí pasando por el infierno. Ninguna mujer decente podría imaginar lo que ella sufrió".

    Pierre casi gritó cuando el dolor en su vientre lo apuñaló de nuevo. Se aferró al estómago. ¡Justo cuando necesitaba toda su fuerza!

    Auguste lo miró a los ojos, luego bajó la vista hacia su mano.

    "Te duele, Padre", dijo Auguste en inglés. "Debes sentarte".

    Elysée habló de pronto en voz alta, "Mis amigos, aquellos que fueron invitados a cenar con nosotros aquí hoy. ¿Podrían disculparnos y darnos privacidad? Tenemos asuntos familiares que discutir".

    En silencio, con las cabezas gachas, los treinta y tantos sirvientes y trabajadores de campo que habían sido invitados a celebrar la llegada del hijo de Pierre salieron del salón.

    Pierre pensó: En tantas cosas he fallado hoy.

    "Raoul", dijo Elysée, "No he perdonado a los asesinos de Helene, pero no soy lo bastante estúpido como para odiar a todos los indios, y tú tampoco deberías serlo. ¿Crees que los blancos nunca han torturado y asesinado mujeres indias?"

    Raoul mostró los dientes nuevamente: "Si no puedes odiar a los indios por lo que le hicieron a tu hija y a mí, entonces nunca nos amaste a ninguno de nosotros".

    Pierre sintió una repentina oleada de ira: "Raoul, te prohíbo que le hables así a nuestro padre. Eres cruel e injusto".

    "Me debéis a justicia, Pierre. Tú y Papá. ¿Dónde estaba él cuando me abandonasteis con los indios? ¿Dónde estabas tú?"

    Las piernas de Pierre temblaron. Podía sentir la rabia que irradiaba Raoul; era como estar demasiado cerca de una estufa al rojo vivo.

    Auguste dijo: "Padre".

    Pierre se giró y miró a los jóvenes ojos oscuros.

    Auguste habló en Sauk: "Padre, yo soy la causa de la ira de este hombre".

    "Hay mucho que explicar, hijo", dijo Pierre. "Sé paciente y callado, y todo saldrá bien".

    Pierre vio el miedo luchando con resolución en la cara de su hijo. Una palidez en la fina piel verde oliva lo revelaba. Auguste aún no había superado su malestar. Auguste cuadró los hombros y dio un paso hacia Raoul. Levantó la mano derecha para saludar.

    "Saludo a tío", dijo solemnemente en inglés.

    "Mantén a este mestizo alejado de mí, Pierre", dijo Raoul.

    "Frank", dijo Nicole, "saca a los niños de aquí".

    Frank levantó a Abigail y la llevó, con Tom y Benjamin siguiéndoles detrás. Se dirigió hacia la cocina y miró por encima del hombro a Nicole.

    Elysée dijo: "Recuerda, Raoul, que este es mi nieto".

    "¡Tu nieto!" Espetó Raoul.

    Auguste le tendió la mano derecha a Raoul: "Yo lamento tú enojado. Quiero ser amigo".

    En cualquier momento, pensó Pierre, él tendría que interponerse entre ellos. Pero le dolía tanto el estómago que apenas podía moverse.

    "Si quieres ser mi amigo, mestizo bastardo, aléjate de esta casa y de mí tanto como puedas", dijo Raoul.

    Auguste dio otro paso hacia Raoul, aún tendiéndole la mano. Él ha aprendido a estrechar la mano de Frank Hopkins hace un momento, recordó Pierre.

    "¡Auguste, no!" chilló Pierre.

    "No intentes tocarme, piel roja".

    Raoul extendió su propia mano y golpeó la de Auguste. Agarró la camisa de Auguste, retorciendo la piel de ciervo en su gran mano.

    Raoul había perdido todo el control. La furia estaba en él. Pierre se olvidó de su propio dolor y trató de lanzarse entre Raoul y Auguste. Su pecho golpeó el brazo de Raoul, duro como una barra de hierro.

    "Suéltale, Raoul", dijo Pierre.

    "¡Raoul, basta!" Gritó Elysée.

    "Muy bien". Raoul golpeó el pecho de Auguste con el puño y lo soltó, enviando al chico tambaleándose hacia atrás hasta caer al suelo.

    La ira estalló en el interior de Pierre. La visión de su hijo tirado en el suelo barrió toda restricción. Al diablo eso de tratar de razonar con Raoul. Corrió hacia Raoul y batió el brazo con todas sus fuerzas, poniendo su palma contra la boca de Raoul.

    Aunque con la mano abierta, fue un golpe que habría derribado a muchos hombres. Raoul solo retrocedió medio paso.

    Pero un hilo de sangre apareció en la esquina de su boca.

    "Todavía peleas como un francés, Pierre", dijo Raoul con una sonrisa, limpiándose la boca. "Abofeteando a un hombre. ¿Crees que aún eres un conde o algo así? Pelea como un americano".

    Se lanzó contra Pierre. Pierre apenas vio, por el rabillo del ojo, el puño que iba hacia él. Un cañón se disparó en el lateral de su cabeza.

    Estaba en el suelo, plano sobre su espalda.

    Nicole gritó: "¡No! ¡No, Auguste!".

    Pierre giró la dolorida cabeza a un lado y vio a Auguste de pie sobre él con la mano en la empuñadura de ciervo del cuchillo que colgaba en su cinturón, el cuchillo que Pierre le había dejado cuando era un bebé. Nicole le sostenía el brazo con ambas manos.

    "¿Quieres pelear con cuchillos?" Dijo Raoul. Deslizó su enorme cuchillo de caza fuera de la funda y lo blandió en posición vertical, con la punta brillando a la luz de las velas.

    "¡Vamos, piel roja!", gritó Raoul, pero mientras hablaba, cargó contra Auguste mientras este luchaba por liberarse de Nicole. El cuchillo de Raoul destelló y Pierre escuchó un grito de dolor. Nicole estaba entre Auguste y Raoul, y Auguste tenía la mano en la cara y la sangre corría entre sus dedos.

    Raoul se alejó de Auguste y limpió el cuchillo sobre un mantel blanco.

    "¿Qué has hecho?" Gritó Pierre.

    "Fui amable", dijo Raoul con una sonrisa de dientes blancos.

    Pierre corrió hacia Auguste. La sangre manaba de un largo corte vertical que recorría la mejilla, justo bajo el ojo hasta la esquina de la boca. La camisa de ciervo marrón de Auguste estaba manchada de rojo.

    "Si hubiera sacado ese cuchillo, le habría sacado el ojo", dijo Raoul suavemente. "Le he dejado una marca para que no se olvide de mí".

    "Suéltame, padre", dijo Auguste en Sauk con una voz grave y terrible. "Tengo que matarlo".

    "¡No!" dijo Pierre sujetando a Auguste con más fuerza.

    Eres un chico valiente, pero me temo que serías tú quien sería asesinado, hijo mío.

    La sangre batía en la cabeza de Pierre. Quería tomar el cuchillo de Auguste, el cuchillo que él le había regalado hacía tanto tiempo, y clavarlo en el pecho de Raoul.

    Si fuera como Raoul, haría exactamente eso. O intentaría hacerlo.

    "Raoul, nunca te perdonaré por esto".

    "¿Perdonarme?" Gritó Raoul. "¿Puedo yo perdonarte por traer a este salvaje aquí para burlarte de mí?"

    Nicole tomó a Auguste de los brazos de Pierre. Presionó una servilleta blanca sobre el rostro sangrante y lo llevó hasta una silla para sentarse. Mientras se sentaba, Auguste se giró para lanzar a Raoul una mirada de puro odio.

    "¿Burlarme de ti? ¿De qué estás hablando?"

    Pierre sintió las palabras de Raoul como si ese filo se hubiera hundido en su corazón. Como si su propio hermano lo deseara muerto.

    Pierre fue junto a Auguste, sentado en una silla, con Nicole limpiándole la cara cortada.

    Pierre dijo: "En el testamento que escribí hace años, te nombré como mi heredero. Nunca pensé que cambiaría eso hasta hoy".

    Raoul, aún limpiando el cuchillo, resopló: "Ningún tribunal de Illinois dejaría que un hombre desheredara a un hermano blanco legítimo en favor de un bastardo medio indio".

    Pierre dejó que su mano descansara sobre el hombro de Auguste. Los ojos del chico ardieron hacia él. Pierre miró la servilleta empapada en sangre que Nicole presionaba contra la mejilla de Auguste.

    Auguste, hablando en la lengua Sauk, rompió el silencio que siguió a las palabras de Raoul: "Aunque él es tu hermano y mi tío, este hombre es nuestro enemigo, Padre, estaré junto a ti contra él". Auguste puso la mano sobre la mano que yacía sobre su hombro.

    Raoul enfundó el cuchillo con un golpe. "Me has echado de mi casa, Pierre. No voy a vivir con un indio bajo el mismo techo. No volveré hasta que pueda volver como amo de esta casa".

    Se dirigió hacia la puerta y se giró de nuevo: "Y luego traeré a mi propia familia conmigo".

    "¿Qué quieres decir con tu propia familia?" llamó Elysée a través del largo pasillo.

    Pero Raoul se había ido dejando la puerta abierta tras él y la luz del sol entrando.

    Pierre miró miserablemente a Auguste y pensó: Espero que tus habilidades de chamán te hagan predecir mejor el futuro que yo, hijo mío.

LIBRO 2

1831

Capítulo 8

Regreso al Hogar

    Regocijándose ante la vista de Víctor, Auguste se subió a la pasarela de la rueda de remos Virginia y se detuvo un momento para mirar a su alrededor. No podía evitarlo: sonreía ampliamente. El asentamiento que abrazaba el acantilado no era su hogar, pero era lo más cercano a casa de lo que había estado en mucho tiempo.

    Y este verano había decidido que volvería a su verdadero hogar. Acabaría con la tristeza de haber sido separado de su pueblo.

    Esta era la sexta primavera desde que Pierre de Marion había aparecido y lo había llevado a Victoire, y, como todas las primaveras anteriores, extrañaba terriblemente Saukenuk. Languidecía por su madre, por las enseñanzas de Tallador del Búho, los brazos de Pájaro Rojo, a quien había perdido casi en cuanto la había hecho suya.

    Durante seis años (había aprendido a contar años como lo hacían los blancos) había obedecido a su padre y la promesa hecha con el calumet, y ni siquiera había tratado de enviar un mensaje a la Banda Británica. Incluso pensaba que aquella había sido una sabia regla. Comunicarse con sus seres queridos lo habría partido en dos. Pero más de un mes atrás en la ciudad de Nueva York, paseando entre el aire cálido de la tarde por las concurridas calles adoquinadas, pasando por los patios donde florecían las lilas, había tomado la decisión de que, cuando regresara a Illinois, visitaría brevemente Victoire y luego regresaría a Saukenuk. Tenía veintiún años ahora, y entre los blancos eso significaba que era el dueño de su propia vida.

    Alzó la vista hacia el acantilado. Había más casas allí arriba que la última vez que había venido aquí, hacía dos años. Algunas habían sido construidas sobre el mismo pie, a pesar del peligro de inundación.

    Vio la empalizada y las banderas y las torres del puesto comercial de Raoul de Marion en la cima del acantilado, y sintió que su alegría se desvanecía. Tendría que enfrentarse a los insultos y amenazas de Raoul, como lo hacía siempre que volvía a Víctor. Su vientre se tensó al recordar, como si acabara de suceder, aquel primer encuentro seis años atrás, la sensación de hielo ardiente de la punta del cuchillo rebanándole la mejilla, su mano agarrando su propio cuchillo, tía Nicole y Padre sujetándolo.

    Al parecer con voluntad propia, su mano fue hasta la cicatriz y su dedo trazó la cresta que iba del ojo a la boca.

    Bajó la mirada desde lo alto del acantilado y vio una vista más bienvenida: Abuelo, tía Nicole y Guichard en un negro carruaje sin capota en la propiedad, esperando para llevarlo a Victoire. Él corrió por la pasarela y se acercó a ellos.

    "¡Auguste! ¡Dios mío, estás hermoso!" Exclamó Tía Nicole, y luego su rostro se enrojeció y bajó la vista.

    Él pensaba que tenía buen aspecto, aunque "hermoso", tal como él entendía el inglés, no era una palabra adecuada para que una mujer describiera a un hombre. Pero él supuso que ella admiraba su ropa nueva, el abrigo y el chaleco de color beige, la camisa de seda con volantes, los pantalones ajustados verde botella. Deseó no tener ya su alto sombrero de castor en la mano, para poder inclinarlo hacia ella con el movimiento elegante que había aprendido observando a los "dandies" de Broad Way.

    Abuelo se inclinó hacia él en el carruaje y le abrazó. Su abrazo fue fuerte y él tenía los ojos brillantes. Auguste estaba feliz de verlo con buena salud.

    Pero ¿dónde está Padre?

    Auguste estrechó la mano de Guichard, quien había bajado rígidamente del asiento del conductor.

    "¿Su baúl, Monsieur Auguste?".

    Auguste señaló el gran cofre de madera con accesorios de latón que había sido descargado en el muelle de Víctor junto con balas y barriles de la bodega del Virginia.

    Guichard se acercó a dos hombres vestidos con piel de vacuno que descansaban junto a una pila. Señaló el baúl como lo había hecho Auguste.

    "¿Para él?" dijo uno de los hombres, mirando ceñudo a Auguste por debajo de su gorro de piel de mapache. "Los blancos no atienden a los malditos indios". Escupió jugo de tabaco a los pies de Guichard y se dio la vuelta, al igual que el otro hombre.

    Auguste quiso arrojar al río al hombre que había escupido a Guichard. No tenía dudas de que podía hacerlo, aunque, como la mayoría de los hombres que vivían en Víctor, el hombre iba armado con un cuchillo y una pistola. Auguste había sido adiestrado a luchar como un Sauk, y había sido campeón de boxeo, lucha y esgrima en la Escuela de San Jorge, pero no iba a entrar en una pelea en sus primeros minutos en tierra. Bastante tiempo habría para eso si se encontraba con Raoul.

    "Vamos, Guichard. El baúl es bastante ligero. No necesitamos ayuda". El viejo sirviente tomó un extremo y Auguste el otro, lo cargaron en la parte trasera del carruaje.

    "Me alegro de verte de nuevo, Abuelo", dijo Auguste mientras se dejaba caer en el asiento frente a Elysée y Nicole, de espaldas al conductor. "Tía Nicole, eres tú quien está hermosa. Pero ¿dónde está papá?".

    Abuelo le dio unas palmaditas en la rodilla. "No se siente bien, me temo que te envía sus disculpas. Iremos con él de inmediato".

    Abuelo intentaba hacer que su voz sonara indiferente, pero Auguste escuchó un tono de tristeza, la angustia de un padre que había perdido a uno de sus hijos años atrás y pronto perdería otro.

    Con comprensión, el dolor se hundió en la médula de Auguste. Padre (y Flecha de la Estrella) había aguantado estos últimos seis años, cada vez más enfermo, el mal en su vientre se hinchaba como un sapo venenoso. Ahora el final estaba cerca.

    Auguste se encontró mirando profundamente en los ojos de tía Nicole, lleno de tristeza compartida.

    Guichard agitó las riendas y el carruaje partió alejándose del muelle, pasando los almacenes y traqueteando por el largo camino blanco y polvoriento que conducía a través de los campos de tierra baja hacia el acantilado. Debía de haber sido una buena primavera aquí, aunque ahora era solo a principios de julio, el maíz ya estaba hasta la cintura de un hombre.

    Auguste sintió que se vería mejor usando su sombrero de castor mientras avanzaban. Se lo puso en la cabeza, tirando hacia abajo del ala curvada con ambas manos, y lo colocó en su lugar con una palmada en la coronilla.

    "Bueno, ¿ahora eres un graduado de la Escuela de San Jorge?" Dijo Elysée con una sonrisa. "Monsieur Charles Winans ha enviado largas cartas llenas de buenos informes sobre ti".

    Tía Nicole le cogió la mano y la apretó "Estamos orgullosos de ti, Auguste" Su mano suave y carnosa era cálida, y sus ojos brillaban hacia él. Él sintió un sentimiento en ella que era más que el afecto de una tía para un sobrino. Ella tenía ahora ocho hijos, él lo sabía, y cada vez que los había visto a ella y a Frank juntos, parecían estar muy enamorados. Pero tía Nicole era una mujer grande. Tenía espacio en su gran corazón, quizá, para más de un amor.

    Avergonzado por lo que sentía irradiando de ella, Auguste se volvió hacia Elysée.

    "Si aprendí algo en San Jorge, se lo debo todo a la forma en que me preparaste, Abuelo. Cualquiera que pueda llevar a un chico que apenas podía hablar inglés y, en dos años, meterle suficiente conocimiento en la cabeza para ir a la escuela secundaria en la ciudad de Nueva York, ese hombre no es un maestro ordinario".

    "Tú no fuiste un pupilo ordinario, muchacho", dijo Elysée recostándose en el carruaje, con las manos apoyadas una sobre la otra sobre su bastón con cabeza plateada. "Y Père Isaac dejó una sólida base en esa cabeza tuya. Esos jesuitas son buenos en eso, al menos, aunque pueden ser pícaros de corazón negro en la mayoría de los demás aspectos".

    "¡Papá!" Nicole le dio a Elysée un ceño de reprobación.

    Elysée rápidamente le dio unas palmaditas en la rodilla. "Perdóname, hija mía. No dejes que tambaleé la fe que te sostiene".

    "Se necesitaría más que tu perversa lengua para perturbar mi fe, Papá", dijo Nicole con una sonrisa irónica.

    Era divertido escuchar a Abuelo y a la tía Nicole discutir sobre lo que los blancos llamaban "fe". Mientras el carruaje avanzaba, Auguste recordó las numerosas conferencias que había escuchado sobre Jesús y la Trinidad en la escuela de San Jorge, la cual estaba afiliada a la Iglesia Episcopal. Pero Auguste había caminado con el Oso Blanco y hablado con la Tortuga. Él los conocía como nunca había conocido al Dios de los blancos, y lo que sucedía en sus lúgubres iglesias con olor a cera no tenía atracción para él.

    Sabía que los cristianos, en su mayor parte, veían sus creencias sobre el mundo de los espíritus como basura surgida de la ignorancia o, lo que es peor, inspirado por el Maligno. Los esfuerzos de Père Isaac para persuadirlo a caminar por El camino de Jesús lo había preparado para eso. En la escuela, él no hablaba de cosas sagradas para él para no exponerlas al desprecio blanco. Cuando los maestros y los compañeros intentaban persuadirlo para que aceptara instrucción en el cristianismo, él era educado y evasivo.

    Y cuando sentía que se estaba asfixiando con el ruido, la aglomeración y la suciedad de la gran ciudad de Nueva York, pedía prestado un pony a la señora a la que llamaba tía Emilie (la prima de su padre, en realidad) y cabalgaba fuera de Nueva York por un sendero que conducía al extremo norte de la isla de Manhattan. Allí, en una cueva forestal que había encontrado, masticaba un poco del hongo sagrado que le había dado Tallador del Búho y restablecía su vínculo con el mundo de los espíritus. Al viajar con el Oso Blanco a lo largo de estos seis años, su fe había permanecido fuerte.

    Nicole interrumpió sus pensamientos: "¿Sigues estudiando medicina?".

    "Solo como principiante: eí algunos libros, asistí a algunas conferencias, ayudaba a un cirujano, el Dr. Martin Bernard, en el Hospital de Nueva York. Me compré una caja de instrumentos de cirujano, la llevo en el baúl. Pero si alguien sufriera algo peor que una uña encarnada, me daría miedo hacer algo al respecto".

    Elysée dijo: "¿Puedes sacar dientes, espero, como cualquier cirujano adecuado?".

    Auguste se encogió de hombros: "Tengo una llave para eso, pero en realidad nunca la he usado".

    "La única persona en la ciudad que sabe algo sobre el tratamiento de los enfermos es Yaya Medill, la partera", dijo Nicole: "Tom Slattery, el herrero, saca los dientes. Necesitamos un médico de verdad".

    Auguste sintió un revoloteo en el estómago mientras se preguntaba cuándo debería decirle a su familia blanca que quería abandonarles. Nicole estaba pensando que él se iba a quedar aquí en Victoire.

    Las ruedas de madera reforzadas de acero del carruaje chocaban sin piedad sobre el camino lleno de baches, y Auguste esperaba que Nicole no estuviera embarazada en este momento. El hecho de que sus sentidos de chamán no se lo indicaran le recordó que había estado demasiado lejos de Sauk. Cuando comenzaron a subir el camino que subía por el acantilado, Nicole le señaló a Auguste que las casas más nuevas estaban hechas de tablas en lugar de troncos porque Frank había instalado un aserradero y un taller en el Río Peach. Frank era ahora un maestro carpintero, con cuatro trabajadores para ayudarlo cuando había que construir una casa.

    "Pero vendería el aserradero en un minuto si la imprenta por sí sola le permitiera ganarse la vida", dijo ella. "Ahí es donde está su corazón".

    Elysée dijo: "Pierre y yo le ofrecimos a Frank un ingreso regular para que pudiera dedicar todo su tiempo al periódico y a la imprenta, pero no quiso escuchar. Se puso un poco altivo cuando le presioné y me informó que el sistema de mecenazgo feudal estaba muerto. Le aseguré que yo estaba al tanto de eso y que por eso estaba yo aquí y no en Francia ".

    "Frank es orgulloso, papá", dijo Nicole.

    Elysée asintió: "Me temo que es un papá orgulloso demasiado a menudo".

    Auguste rugió y Nicole, aunque sonrojada, no pudo evitar reírse.

    "La ciudad crece cada año", dijo Auguste. Nicole asintió con simpatía. Ella parecía haber adivinado lo que él estaba pensando: cuán numerosos eran los blancos, como había visto por sí mismo en el Este, y cuánto estaban llenando inexorablemente esta parte del país, como un río desbordado. El año pasado los periódicos de Nueva York había informado de los resultados del censo de 1830. Los Estados Unidos superaban los doce millones, había leído Auguste, un número que ni siquiera podía imaginar. Y 150,000 de ellos estaban aquí en el estado de Illinois, frente a los seis mil Sauk y Zorro. La gente de Halcón Negro, la Banda Británica, sumaban solo dos mil. Sin esperanza.

    "Víctor tenía un centenar de personas o así el año que llegaste aquí", dijo Elysée "Ahora hay más de cuatrocientas. Como puedes ver, el acantilado está completamente lleno de casas y tenemos muchas industrias y oficios nuevos. Un predicador, un tal reverendo Hale, ha erigido una iglesia en la pradera al este de aquí. No estoy seguro de si su trabajo cuenta como industria o artesanía. Está el aserradero de Frank, como ha dicho Nicole. También hay un molino de harina y una cervecería. Y un albañil trabaja en una cantera de piedra caliza cercana. Y tu padre planea instalar un horno en la finca, para que podamos construir una nueva Victoire de ladrillo".

    "¿Cómo de enfermo está mi padre?" preguntó Auguste abruptamente, temiendo la respuesta que obtendría.

    "Ah, Nicole, ahí están tus hijos esperando para recibirnos", gritó Abuelo como si no hubiera escuchado la pregunta de Auguste.

    Donde el camino hacía un giro brusco y comenzaba a subir un nivel más alto, se alzaba un edificio de dos plantas pintado de blanco. Un letrero sobre la puerta decía: EL VISITANTE DE VICTOR, F HOPKINS, PUBLICACIÓN IMPRESIÓN TALLADO Y CARPINTERÍA.

    Auguste podía oír la prensa sonando dentro de la casa mientras se acercaban. Los tres niños más pequeños, John, Rachel y Betsy, estaban en fila junto a la puerta. Rachel sostenía en sus brazos a un bebé, que debía ser el más nuevo de Nicole y Frank. Los mayores, Benjamin, Abigail y Martha, se asomaron por la ventana para saludar a Auguste desde la segunda planta. Auguste se sintió orgulloso de sí mismo al poder recordar todos sus nombres y quién era quién.

    Mientras Guichard frenaba el caballo y empujaba la palanca del freno del carruaje, el sonido de la prensa se detuvo y Frank salió por la puerta abierta secándose las manos manchadas de tinta en el delantal de cuero. Su frente estaba brillante de sudor. El hijo mayor, Thomas, le seguía moviendo las manos por su delantal con el mismo gesto.

    Auguste bajó del carruaje y tomó la mano de Frank, luego la estrechó con Thomas y las tres niñas. El bebé era Patrick, le dijeron. Él frotó ligeramente el fino cabello de Patrick.

    "No es de extrañar que la población de la ciudad crezca tan rápido, tía Nicole", dijo Auguste con una sonrisa. "¿Cuántos más crees que habrá para ti y Frank?".

    Pero mientras hablaba, su placer por la hermosa familia de su tía se vio atenuado por la idea de que si todas las familias blancas eran tan fértiles como esta, no habría ninguna esperanza para los rojos.

    "Ninguno, espero", dijo Frank con firmeza. "Ya tenemos una tribu demasiado grande tal como está".

    La cara de tía Nicole se enrojeció de nuevo, y Auguste se recordó a sí mismo que las mujeres blancas generalmente eran reacias a hablar sobre el embarazo y el parto. Auguste recordó a su madre, Mujer Sol, hablando de un tipo de té que evitaba que una mujer quedara embarazada. Cuando él volviera a Saukenuk, podría averiguar más sobre ello. Seguramente volvería de visita y se lo podría contar a tía Nicole. Si las mujeres blancas supieran de ese té, tal vez habría menos blancos en los años venideros, y no tendrían tanta hambre de tierra.

    Mientras conducían por el camino hacia la cima del acantilado, Auguste vio que la cara de Nicole se iluminaba, y él se volvió para ver lo que ella estaba mirando. Un cochecito negro tirado por un viejo caballo gris se acercaba a ellos. Al acabar de girar en la curva del camino, en la empalizada del puesto comercial, Auguste vislumbró trenzas rubias bajo un sombrero a cuadros rojo y blanco.

    Nicole dijo: "Auguste, aquí hay una recién llegada a nuestro condado, creo que te gustará conocerla".

    "Ah, sí", dijo Elysée "El reverendo Hale y su hija, Mademoiselle Nancy. Él vino hace más de un año, Auguste. Declaró que el pueblo era demasiado corrupto para su iglesia y comenzó a ofrecer servicios a los granjeros en la pradera. Le construyeron una iglesia a unos ocho kilómetros de la ciudad. Pintada de blanco, con un campanario que se puede ver a kilómetros. Su simplicidad la hace hermosa".

    Nicole dijo: "Se podría decir lo mismo de Nancy".

    Curioso, Auguste trató de ver la cara bajo el gorro rojo y blanco. Todos los días, y muchas veces al día, él pensaba en Pájaro Rojo y en la alegría que compartieron tan brevemente, pero muchas de las jóvenes blancas que había visto en los últimos seis años habían acelerado su corazón. El invierno pasado había ido con un grupo de compañeros de clase a una elegante casa antigua en la calle Nassau, donde descubrió que el cuerpo de una mujer blanca, bajo su vestido de muchas capas, era en todos los aspectos importantes, tan interesante como el cuerpo de una mujer de su propio pueblo. Aunque planeaba abandonar Victoire lo antes posible, estaba ansioso por conocer a la hija del nuevo ministro.

    Los dos carruajes se detuvieron uno al lado del otro, y los conductores, Guichard y el reverendo Hale, un hombre con cara de losa y vestido de negro, se detuvieron para el habitual intercambio de saludos.

    "Reverendo Hale, señorita Hale", dijo Elysée, "puedo presentarle a mi nieto, Auguste de Marion".

    El reverendo miró a Auguste por un momento desde debajo de las cejas pobladas antes de gruñir un comentario. Auguste sospechaba que él había oído sobre su parentesco y que estaba buscando señales de sangre india.

    Indio. Auguste nunca había escuchado esa palabra antes de irse a vivir entre los blancos. Su pueblo era Sauk, la Gente del Lugar de Fuego. Y sus aliados eran Zorro. Además de estos había Winnebago, Potawatomi, Chippewa, Kickapoo, Osage, Piankeshaw, Sioux, Shawnee, cada uno un pueblo separado. Y además de estos, cientos más, cuyos nombres él ni siquiera sabía. Pero los blancos tenían un nombre para todos estos pueblos: Indios. Y ese nombre, le había explicado Abuelo con gentil ironía, era un completo error. El explorador Colón había pensado que había desembarcado en las Indias.

    Ni siquiera nos respetan lo bastante como para llamarnos con un nombre honesto.

    Pero la visión de Nancy Hale hizo desaparecer la amargura de su mente. Sus trenzas; que emergían de su sombrero rojo y blanco y se posaban a cada lado de su cuello de encaje blanco; eran amarillas como el maíz maduro, y su rostro, aunque demasiado largo para belleza ideal, era rosa y claro. Su boca era amplia y sus dientes eran blancos cuando sonrió a Nicole y Elysée. Miró a Auguste por un instante, luego miró hacia abajo, pero en ese momento él vio los ojos de un tono azul vívido, como la piedra turquesa del Suroeste que él llevaba en su bolsa medicina.

    "¿Visitando a los miembros de su rebaño, reverendo?" Preguntó Elysée. Auguste notó que una ligera inflexión humorística en la palabra "rebaño".

    Las gruesas cejas grises de Hale se juntaron cuando él asintió con acidez: "Tratando de llevar la Palabra a este desierto que llamáis ciudad".

    Aquí había un hombre infeliz, pensó Auguste, cuya vida se ha dedicado a persuadir a quienes lo rodeaban para ser igualmente infelices.

    "Ah, sí", dijo Elysée con una amplia sonrisa. "Toda una población de ovejas extraviadas en Víctor".

    "En todo el condado de Smith", dijo Hale.

    Debe de escandalizarlo pensar que mi madre es una mujer india y que mi padre, a la luz de este hombre, ni siquiera está casado con ella.

    Auguste de repente quiso desafiar la desaprobación que sentía el reverendo. Saltó del carruaje y en un instante estaba de pie en la carretera junto al cochecito del ministro. Se quitó el sombrero con la floritura que había visto en Nueva York y se inclinó profundamente.

    "Señorita Hale", dijo él. "Auguste de Marion a su servicio".

    La sangre subió a las mejillas de Nancy Hale.

    "Es un placer, señor de Marion", murmuró ella. Sus grandes ojos azules parecían asustados y su rubor se profundizó, pero ella no apartó los ojos, y su mirada se clavó en la de ella. Su corazón latía tan fuerte como lo había hecho la primera vez que vio al Oso Blanco.

    "La obra del Señor nos espera en Víctor", dijo el reverendo Hale en voz alta. "Debéis disculparnos". Y sin esperar una respuesta, agitó las riendas de su cochecito y el viejo caballo se alejó.

    Auguste quedó de pie en el camino esperando a ver si Nancy lo miraba. Ella lo hizo. Incluso a distancia y a través del polvo pudo ver el azul de sus ojos.

    Elysée dijo: "Bueno, Auguste, cierra la boca, ponte el sombrero y vuelve aquí arriba".

    Voy a verla de nuevo, pensó Auguste.

    Seguía queriendo volver con su pueblo. No había olvidado a Pájaro Rojo. Aunque a estas alturas, ella probablemente le habría olvidado. Por tanto, ¿qué daño podría haber en conocer un poco mejor a esta jovencita blanca?

    Luego su carruaje pasaba por el muro de troncos alrededor del puesto comercial. Una sombra cayó sobre el gozo de conocer a Nancy Hale. Se pasó el dedo por la cicatriz en su mejilla.

    "¿Está él ahí?" le dijo bruscamente a Nicole.

    El rostro de ella palideció. "Está río abajo. Tú sabes lo que está sucediendo en el país del Río Roca, ¿no?".

    Auguste se tensó: "¿Le ha pasado algo a mi pueblo?".

    Vio a Nicole cerrar los ojos y suspirar cuando él dijo "mi pueblo".

    "Ha habido problemas", dijo Elysée "¿No te llegaron noticias en Nueva York?".

    Oh, Hacedor de la Tierra, que no hayan sufrido ningún daño.

    Girando las manos sobre el regazo, Auguste dijo: "Los periódicos de Nueva York solo informan sobre lo que sucede en la costa este". Recordaba los comentarios de algunos de sus compañeros de viaje en el Virginia sobre el «Problema Inyo». Pero él se lo había guardado para él en el viaje desde San Luis.

    ¡Atravesamos la desembocadura del Río Roca, y ni lo pensé! .

    Elysée asintió: "Bueno, tu padre insistió en que nadie te escribiera al respecto. Temía que eso te distrajera de tus estudios".

    Auguste sintió un repentino destello de ira hacia Pierre de Marion. Él quiere que olvide que soy un Sauk. Ni siquiera me avisa cuando mi pueblo está en peligro.

    Agarró el brazo de Elysée: "¿Qué ha pasado?".

    Nicole dijo: "Frank tiene un corresponsal que le escribe regularmente desde el Fuerte Armstrong".

    El Fuerte americano, recordó Auguste, estaba en la desembocadura del Río Roca, a nueve kilómetros río abajo de Saukenuk.

    Continuó Nicole: "La banda de Halcón Negro cruzó una vez más el Mississippi hacia Saukenuk en la primavera, a pesar de que el Ejército le había dicho una y otra vez que la tierra ahora pertenece al gobierno federal y que no debían volver a ella. Encontraron colonos viviendo en algunas de sus casas y cultivando sus campos. Halcón Negro los expulsó. Los guerreros de Halcón Negro destruyeron las cabañas de los colonos cercanos, dispararon a sus caballos y vacas, les dijeron que se fueran o que los matarían. Ahora el gobernador Reynolds ha llamado a la milicia para expulsar a Halcón Negro y su gente de Illinois. Su proclamación dice: Vivo o muerto".

    El corazón de Auguste pareció lleno de hielo a su alrededor.

    Elysée dijo: "Y Raoul y la mayoría de sus amigos se han unido a la milicia".

    Auguste susurró: "Oh, Hacedor de la Tierra, mantén a mi pueblo a salvo". El carruaje había llegado a la cima de la colina y estaba pasando la puerta principal del puesto comercial, cerrado y bloqueado con una cadena. Tembló al pensar en Pájaro Rojo, Mujer Sol, Tallador del Búho, Halcón Negro, todas las personas que había conocido y amado toda su vida, enfrentando los rifles de hombres como Raoul.

    "Debo ir allí ahora", dijo en voz baja.

    "No puedes", dijo Nicole rápidamente. "No puedes atravesar las líneas de la milicia. Te dispararían".

    Auguste, con los puños apretados en su regazo, sacudió la cabeza: "Si están en tal peligro, ¿cómo puedo quedarme al margen? Debo estar con ellos".

    Elysée le agarró la muñeca con tanta fuerza que lo sobresaltó: "Escúchame. No puedes ayudarles. Simplemente no puedes llegar allí antes de que se resuelvan las cosas, de una forma u otra. Y estoy seguro de que cuando tu jefe Halcón Negro vea el tamaño de la fuerza de la milicia, volverá pacíficamente a cruzar el Mississippi. Los Sauk y los Zorro tienen muchos hombres jóvenes. Tú eres el único hijo de tu padre. Él te necesita ahora".

    El corazón de Auguste le dolió al ver la súplica en los ojos de Abuelo. ¿Cómo podía negarle eso al viejo? Y la necesidad de su padre por el amor de su hijo en sus últimos días.

    Pero la idea de miles de blancos armados y enojados que iban a expulsar a su pueblo de Saukenuk lo hería como un garrote de guerra. Abuelo no conocía a Halcón Negro. No era probable que Halcón Negro se rindiera pacíficamente. Y tanto si Auguste podía ser útil en Saukenuk como si no, tenía que estar allí.

    Nicole dijo: "Al menos ve a tu padre y habla con él antes de decidir qué hacer".

    Auguste asintió: "Por supuesto". Él vio más dolor en el rostro de su tía del que podía soportar mirar. Se volvió para mirar las colinas mientras el carruaje los llevaba a Victoire.

    Ahora podían ver Victoire, la gran casa de piedra y troncos que se levantaba de la pradera en su baja colina. A Elysée y a Pierre les gustaba llamarla chateau, pero Auguste había aprendido que no se parecía en nada a los castillos de la tierra de la que habían venido y, por mucho que se había maravillado de Victoire al verla por primera vez, había visto casas aún más grandes y elegantes en Nueva York. Pero seguía siendo la casa más grande al norte de la desembocadura del Río Roca, y Auguste no podía evitar sentirse orgulloso cuando supo que la sangre de los hombres que la construyeron fluía por sus propias venas.

    Su carruaje traqueteó a través de la puerta de entrada en la cerca de troncos divididos. Auguste vio con placer que el arce que daba sombra al lado sur de la casa era más grande que nunca.

    La mayoría de los sirvientes y los campesinos estaban reunidos delante de la puerta principal para recibir a Auguste. Recordó cómo se habían reunido de esta manera hacía seis años, cuando Flecha de la Estrella lo había traído aquí desde Saukenuk.

    Cada vez que pensaba en Saukenuk, en su asediada gente rodeada por un ejército enemigo, su respiración se volvía rápida y breve.

    Pero también estaba asustado por el silencio de la casa. Este le susurraba la muerte de su padre. Debía enfrentar la muerte de Pierre y sufrir con él. Auguste quería subir corriendo hasta Pierre y abrazarlo. Pero también no quería ir a la habitación de Pierre en absoluto.

    Auguste y Elysée subieron la escalera desde el gran salón del chateau a la habitación de segundo piso de Pierre, Nicole les siguió. En la puerta, Auguste dudó, y Elysée dio un paso adelante y golpeó con firmeza. La voz de una mujer les dijo que entraran.

    Cuando Abuelo abrió la puerta, Auguste cerró los ojos. Temía lo que estaba a punto de ver. Su corazón latía ansiosamente. ¿Habría algo, se preguntó, que él pudiera hacer por su padre?

    Ahora la puerta estaba completamente abierta, y vio la figura larga y delgada tendida bajo una sábana sobre una cama con dosel. Marchette estaba sentada con un recipiente con agua sobre las rodillas. Había estado limpiando la cara de Pierre con un paño húmedo.

    Un destello rojo brillante llamó la atención de Auguste. En el suelo, junto a la cama, había una segunda tina parcialmente cubierta por una toalla que, según sospecha Auguste, Marchette debía de haber arrojado sobre ella apresuradamente, pero parte de la toalla se había caído dentro y la sangre empapaba el lino blanco.

    Un nudo de dolor llenó la garganta de Auguste, bloqueándola para que no pudiera hablar. Él se apresuró hacia la cama.

    Pierre yacía de espaldas, con la cabeza alzada por varias almohadas, su larga nariz apuntaba directamente a Auguste, sus ojos se volvieron hacia él. Sus manos huesudas parecían muy grandes porque sus brazos eran muy delgados. Los cabellos grises de Pierre, los que quedaban, se extendían sobre la almohada.

    Pierre levantó un poco la cabeza.

    "Hijo. Oh, me alegro de verte".

    Levantó las manos, y Auguste, mordiéndose el labio, se inclinó sobre la cama y puso las manos bajo los hombros de su padre. Acercó a Pierre y sintió las manos de Pierre descansar sobre su espalda, ligeras como hojas de otoño. Quedaron así durante un momento.

    Su padre era tan liviano, como si se estuviera muriendo de hambre. Auguste lo soltó y se sentó al borde de la cama. Dijo lo primero que le vino a la mente.

    "¿Comiste hoy, Padre?".

    La voz de Pierre era como el viento entre ramas muertas: "Marchette me mantiene vivo con sopas ligeras. Son lo único que puedo contener".

    Un tazón de caldo medio vacío, veía ahora Auguste, se encontraba en una mesa junto a la cama. Junto a la sopa había una Biblia forrada en cuero negro y el estuche plateado de Pierre con su cinta de terciopelo.

    ¿Qué harían Mujer Sol y Tallador del Búho por un hombre tan enfermo? ¿Qué le darían de comer?

    "Tal vez pueda ayudarte, Padre", dijo él.

    "No creo que nadie pueda ayudarme, hijo", dijo Pierre. "Pero está bien. Solo tenerte aquí me hace sentir mejor".

    Auguste había aprendido lo suficiente sobre el cáncer para asegurarse de que la enfermedad de Pierre no tenía remedio, el Dr. Bernard, cualquiera de los otros médicos blancos en el Hospital de Nueva York, diría que no se podía hacer nada más que el paciente se sintiera cómodo, quizá darle láudano y esperar el final.

    Pero eso solo era lo que la medicina blanca le había enseñado a Auguste. Los médicos blancos tenían lancetas afiladas para extraer sangre, escalpelos para cortar los cuerpos de las personas enfermas, sierras para cortar las extremidades infectadas. Tenían enormes libros gruesos que enumeraban cientos de enfermedades y prescribían tratamientos para ellas. Pero después de pasar muchas horas tratando a los enfermos en Nueva York, Auguste había visto que había muchas cosas que los médicos blancos no sabían y ni siquiera habían pensado en hacer. Quizá había mayor esperanza para Pierre en el camino del chamán.

    Como mínimo, Auguste, como Oso Blanco, podía hablar con el alma de Pierre. Podía convocar la ayuda de los espíritus, especialmente su propio ayudante espiritual y el del enfermo, para curarlo si era posible; si no, para aliviar su sufrimiento, ayudarlo a aceptar lo que le sucedería y preparlo para caminar hacia el Otro Mundo.

    Con una sacudida, el pensamiento lo golpeó de nuevo: Si me quedo aquí con mi padre, ¿qué pasará con Saukenuk?.

    Pierre dijo: "Dios me ha mantenido vivo porque debo hablar contigo sobre nuestra tierra, Auguste".

    A Auguste no le gustó el sonido de eso. Los miles de acres que poseían los de Marion no tenían nada que ver con él, y él quería mantenerlo así.

    Marchette se puso de pie, tiró de una silla hacia atrás: "Tal vez el resto de nosotros debería dejaros a ti y al señor Auguste a solas".

    Auguste vio en su rostro la angustia de una mujer que estaba perdiendo a un hombre que amaba. Auguste había sospechado durante mucho tiempo, al ver las miradas que pasaron entre Pierre y Marchette, y la forma en que su esposo, el Armand de barba marrón, miraba a ambos, que había, o al menos una vez hubo, algo entre el maestro de Victoire y la cocinera.

    Pierre levantó una mano temblorosa "Au contraire. Quiero que vosotros tres, Papá, Nicole, Marchette, escuchéis lo que digo. además, vosotros sois los tres en quienes más confío. Quiero que sepáis mis deseos, mis verdaderos deseos, porque después de que me haya ido habrá quienes mentirán sobre mí".

    Auguste tomó la mano de Pierre, tan grande y, sin embargo, tan débil, en la suya, fuerte y marrón.

    "Padre, debes creer que vivirás".

    Auguste escuchó a los demás acercarse a la cama. Nicole fue a pararse a los pies de la cama. Elysée en un viejo sillón de traído de Francia, con el bastón frente a las rodillas.

    Pierre señaló con un esquelético dedo por encima de su cabeza a un estante montado en la pared de yeso pintada de blanco, donde yacía una pipa india, cuenco tallado en piedra roja, tallo de nogal pulido.

    "Baja el calumet", dijo Pierre. "Déjame sostenerlo".

    Auguste tomó la pipa con reverencia, con una mano en cada extremo de su metro de largo. Dos plumas negras con puntas blancas revolotearon del cuenco mientras ponía la pipa en las manos de Pierre. Desde el momento en que tocó la pipa, las manos de Auguste estaban temblando tanto como las de Pierre. Solo él y Pierre entendían cuánto poder había en esta pipa, poder para unir a los hombres de por vida con lo que prometían cuando fumaban el tabaco sagrado.

    Pierre dejó que la pipa descansara sobre su pecho, sus dedos la tocaban ligeramente.

    "Esta pipa me fue dada unos años después de que nacieras, Auguste, por Pez Saltador, quien incluso entonces era uno de los jefes civiles de los Sauk y los Zorro. Es el símbolo de un acuerdo entre nuestra familia y los Sauk y los Zorro, completamente entendido y libremente suscrito por ambos lados".

    Auguste miró maravillado de Pierre a Elysée, y el abuelo asintió solemnemente.

    Elysée dijo: "Habíamos pasado años explorando las partes más inóspitas del Territorio de Illinois, y habíamos decidido que aquí estaba la tierra que queríamos como nuestro asiento familiar en el Nuevo Mundo. En 1809 compramos esta tierra por un dólar por acre en la oficina federal de tierras en Kaskaskia. Treinta mil dólares. El gobierno federal afirmó que los Sauk y los Zorro habían firmado un tratado unos años antes con el gobernador William Henry Harrison, vendiendo cincuenta y un millones de acres, incluyendo todo el norte de Illinois, a los Estados Unidos por poco más de dos mil dólares, una suma sorprendentemente insignificante".

    Pierre dijo: "Pero sabíamos que los Sauk y los Zorro disputaban esa afirmación".

    Auguste dijo: "Sí, Halcón Negro dice que Harrison engañó a los Sauk y a los Zorro. Dice que los jefes que firmaron el tratado estaban borrachos y no podían hablar inglés ni leerlo ni escribirlo, y no sabían qué estaban acordando mientras hacían sus marcas. Dice que, de todos modos, esos jefes no tenían permiso de la tribu para vender ninguna tierra".

    "Exactamente", dijo Elysée. "Y nosotros queríamos vivir en paz con los Sauk y los Zorro. Y por eso tu padre fue a Saukenuk. Confiábamos en hacer pagos razonables por la tierra en la que viviríamos por aquellos a quienes había sido arrebatada".

    Pierre dijo: "Yo todavía estaba allí con tu madre, por elección propia, cuando estalló la guerra en 1812, y luego me pidieron que me quedara con ellos. Tú ya tenías dos años. Después de la guerra, y después de marcharme, les envié a los jefes Sauk y Zorro lo que pidieron, treinta mil dólares, parte en monedas y parte en bienes comerciales: cuchillos, hachas de acero, ollas y calderas, mantas y pernos de tela, rifles y barriles de pólvora, bolsas de balas. Luego pagamos por esta tierra dos veces. A pesar de eso, creo que es mucho más valiosa que todo el dinero que gastamos por ella. Los jefes reconocen nuestro derecho a vivir en la tierra y usarla. Y Pez Saltador me dio este calumet, y yo le di un buen rifle largo Kentucky con incrustaciones de latón y plata en el cañón y la culata".

    Auguste asintió ansiosamente: "Sí, sí, lo he visto. Pez Saltador lo usa para disparar al primer búfalo cada invierno para comenzar la caza".

    "Y le di a Halcón Negro la brújula que tu jefe de guerra aún atesora, de la cual recibí mi nombre Sauk".

    "Sí".

    Auguste miró hacia Pierre y por las ventanas de caro vidrio transparente enviado desde Filadelfia, que daba una vista al Sur a través de la pradera cubierta de hierba. Antaño toda la pradera perteneció a mi pueblo, pensó él.

    Como si conociera sus pensamientos, Pierre dijo: "No he dicho que los Sauk y los Zorro nos vendieran la tierra. He dicho que reconocieron nuestro derecho a usarla. ¿Entiendes?".

    Auguste asintió, repitiendo lo que tantas veces había escuchado decir a Halcón Negro en las reuniones tribales: "La tierra no es algo para comprar y vender. Así lo creemos nosotros".

    Pierre cerró los ojos de cansancio, las yemas de sus dedos aún descansaban sobre el calumet que yacía sobre su pecho. Auguste se afligió. El padre que lo había abandonado cuando era un niño y luego había regresado por él lo estaba abandonando otra vez. Marchette limpió la cara de Pierre con un paño húmedo.

    El labio inferior de Nicole tembló cuando dijo: "Mi hermano mayor, siempre has estado a mi lado".

    La cara de Elysée estaba arrugada por una insoportable tristeza. Deseaba, pensó Auguste, ser él quien yacía allí muriendo, en lugar de su hijo.

    Pierre abrió los ojos y levantó la cabeza para mirar a Auguste. Auguste posó suavemente la mano contra la frente calva de su padre.

    "Descansa, padre, descansa".

    "No hasta que hayamos terminado. Sabes que tu abuelo me entregó la propiedad cuando yo tenía cuarenta años. Ahora debo transmitirla. Hasta hace pocos años había pensado que la tierra iría a Raoul cuando yo muriera".

    "Pero la enemistad entre Raoul y yo se ha vuelto más y más profunda. Algunas veces él, yo y papá nos hemos reunido para tratar de llegar a un acuerdo. Cada vez las palabras que pasaban entre nosotros eran más crueles. Luego, hace un año, incluso se jactó de haber matado a tres indios Sauk que se estaban llevando el plomo de la mina en la que ha estado trabajando, la cual ellos creen que es de ellos".

    Auguste jadeó.

    ¡Pez Sol y los demás! Eso debió de haber sido lo que les sucedió.

    Pierre dijo: "¿Qué pasa?".

    "Creo que conozco a esos tres. Uno de ellos era de mi edad y un amigo mío". Su odio por Raoul ardía más fuerte que nunca.

    Pierre dijo: "Durante mucho tiempo no ha habido palabras entre Raoul y yo".

    Auguste dijo: "Fue mi llegada aquí lo que os enfrentó el uno con el otro".

    Nicole dijo: "Tú no, Raoul ha tenido rencor contra Pierre desde que yo tengo memoria".

    Elysée dijo: "Sí, Raoul tiene muchas disputas conmigo, sobre la tierra y cómo se va a usar, sobre nuestra paga a los Sauk y a los Zorro por ella, sobre la masacre del Fuerte Dearborn. Sí, tú eres parte de la disputa, Auguste, pero hay mucho más detrás".

    Auguste sacudió la cabeza: "Pero antes de que yo viniera, Padre y Raoul se hablaban entre ellos y la cuestión de quién obtendría la propiedad estaba resuelta. Y todavía puede estarlo. Padre, después de que te hayas ido, yo volveré con mi pueblo. Puedes decirle a Raoul eso, y habrá paz entre vosotros".

    Con un dolor que lo atravesó como un rayo que atraviesa un árbol, Auguste se dio cuenta de que se había comprometido a quedarse aquí mientras su padre viviera con su familia Sauk y sus seres queridos corrían un peligro terrible a cuatro días de viaje, y quería estar con ellos, pero no podía dejar a Pierre ahora. Su miedo por Mujer Sol y Pájaro Rojo y los demás en peligro, su vergüenza de no ayudarlos, sería un tormento terrible, pero tendría que soportarlo. No podía dejar que su padre diera sus primeros pasos en el Sendero de las Almas solo.

    Pierre extendió la mano de repente y lo agarró por la muñeca.

    "No debes irte, incluso después de que me haya ido, debes quedarte aquí como mi heredero".

    Auguste jadeó cuando la enormidad de lo que decía Pierre lo golpeó. ¡Heredero! Trató de ponerse en pie, pero el agarre de Pierre lo retuvo. Así como esta enorme casa y toda la tierra a su alrededor lo retendrían cautivo, separado para siempre de su pueblo.

    "¡No!".

    "¡Escucha, por favor, Auguste, no puedo darle la tierra a Raoul".

    Auguste levantó su mano libre suplicante.

    "No puedes dejármela a . Yo no sé nada sobre administración de granjas ni la cría de ganado. No sé nada de negocios. Raoul ha sido entrenado desde la infancia para hacer todo el trabajo de esta propiedad que yo ni puedo ni quiero hacer".

    Miró alrededor de la habitación, esperando que los demás lo ayudaran a persuadir a Pierre de que lo que quería era imposible. Nicole y Marchette tenían los ojos y la boca muy abiertos. Elysée estaba inclinado hacia adelante en su silla, con los ojos fijos en Auguste.

    Pierre dijo: "Una vez que la tierra sea tu responsabilidad, harás lo que sea adecuado con ella. Sé que lo harás. Yo quería entregarte la propiedad ahora, como Papá hizo conmigo, mientras aún estoy vivo. Yo estaré aquí para ayudarte, por breve tiempo. Tu abuelo te aconsejará como él me ha aconsejado todos estos años. Habrá otros que te ayudarán, Nicole, su esposo, Marchette, Guichard".

    Auguste dijo: "Abuelo, dile que no puedo hacerlo".

    Elysée, que había estado sentado desplomado y miserable en su sillón de aspecto frágil, se levantó y dijo: "Sabía que tu padre te iba a proponer esto hoy, Auguste. Esto es lo que él quiere. No es un mero capricho. Lleva pensando en ello durante mucho tiempo. Y no es imposible. Tú te has mostrado capaz de aprender rápidamente. Solo puedo prometerte que si asumes la carga que te ofrece tu padre, estaré a tu lado para ayudarte en todo lo que pueda".

    Por un momento, las palabras de Elysée hicieron que la resolución de Auguste flaqueara. Treinta mil acres, pensó. Y los Estados Unidos le habían robado cincuenta millones de acres a mi pueblo. ¿No debería un Sauk recuperar algo de eso?

    Pero tenía cierta idea de la aplastante responsabilidad que conllevaba una gran propiedad. Era absurdo pensar en sí mismo ocupando tal lugar.

    "Pero Raoul también es tu hijo, Abuelo", dijo: "¿No quieres que herede tu tierra?".

    Elysée negó con la cabeza: "Raoul es un asesino múltiple que ha escapado del castigo solo porque el condado de Smith está en la frontera, donde no hay ley. Odia a los indios con una pasión cercana a la locura. Es un hombre rudo, violento y codicioso. Él avergüenza a nuestra familia. Es mucho menos digno que tú".

    Auguste sintió ira hirviendo bajo su consternación. Padre y Mujer Sol y Tallador del Búho y Halcón Negro le habían prometido que viviría entre blancos solo durante un tiempo y que luego regresaría con los Sauk. Todos habían fumado de la pipa, haciendo sagrado el acuerdo. Él había vivido para ese regreso a casa durante estos seis años. Liberó su muñeca del agarre de Pierre y extendió las manos, suplicando comprensión.

    "Pero no puedo quedarme aquí con los blancos durante el resto de mi vida".

    Pierre dijo: "No eres la misma persona que eras cuando te saqué del bosque. Te han educado. Aún puedes ser médico".

    "Sí, y quiero ser médico para mi pueblo".

    "Puedes hacer más por ellos si te quedas aquí, hijo mío. Los Sauk necesitará amigos entre los blancos que tengan conocimiento, riqueza y poder".

    Auguste sacudió violentamente la cabeza, como para expulsar las palabras de Pierre: "Nunca seré feliz viviendo como un hombre blanco, debo volver con mi pueblo, te ruego que me dejes ir".

    Pero mientras hablaba, notó una repentina punzada de que estos seres queridos, Pierre, Abuelo, Nicole, también eran su pueblo.

    Los ojos hundidos de Pierre brillaron hacia Auguste: "Ya he escrito mi nuevo testamento, Auguste. Hay una copia en manos del secretario de la ciudad, Burke Russell, y una copia en poder de tu abuelo. Este te nombra mi único heredero. Todo lo que poseo, toda la propiedad de Marion. Si aceptas lo que te estoy ofreciendo, tendrás que luchar contra Raoul. Todo estará sobre tus hombros. Solo puedo rogarte con este último aliento que aceptes lo que voy a darte. Debes decidir".

    Una voz dentro de Auguste gritó: No debes hacerme esto, Padre, me destruirás.

    Se quedó mirando a su padre con los brazos colgando a los costados, los hombros rectos y la cabeza inclinada. Al final no podía decir que no tan bruscamente a su padre moribundo. Necesitaba tiempo para liberarse de esta trampa.

    "Padre, sabes que los Sauk nunca decidimos rápidamente. Cuando es una decisión muy importante, pensamos, seguimos con nuestro trabajo, caminamos por el círculo solar, esperamos en silencio a que llegue la respuesta. Debes darme tiempo".

    Auguste se apartó de la cama. Sus ojos se encontraron con los de Nicole. Él vio simpatía por él en su rostro, pero solo otro chamán podía saber el dolor que él estaba sintiendo por dentro.

Capítulo 9

Legado

    Oso Blanco se agachó sobre la manta marrón que había traído de su habitación y la desenrolló. Con el torso desnudo, descalzo, con los pantalones blancos de marinero que había comprado en Nueva York, sacó de la manta desenrollada su poderoso collar de conchas de megis y se lo colgó alrededor del cuello. Luego abrió su bolsa medicina de cuero blando.

    Apoyado en el gran arce viejo en el lado sur de Victoire, Pierre yacía sobre su colchón con la cabeza y los hombros descansando sobre unas almohadas. Su manta de algodón, lo único que necesitaba en este cálido día de septiembre, le envolvía el pecho dejando los brazos libres. Él había rogado que llevaran a Pierre fuera. Hacía muy buen tiempo. Tan pronto como los criados cargaron a su Padre y los dejaron a este y a Oso Blanco a solas, Pierre había quedado dormido. En estos días, Pierre dormía la mayor parte del tiempo, como lo haría un bebé. Pero un bebé dormía para aumentar su fuerza. Pierre porque estaba perdiendo fuerza.

    Oso Blanco (ahora no se consideraba a sí mismo como Auguste) extendió los objetos de su bolsa medicina sobre la manta desenrollada y los contempló. Representaban las siete direcciones sagradas. Primero el Este, recogió una roca blanca brillante y la colocó al lado este del árbol. El color del Este era el blanco y, por lo tanto, era el color de Oso Blanco. Luego el Sur. Tomó la piedra verde en la que los constructores de montículos habían tallado la figura de un hombre alado y la tendió en la tierra al lado del colchón en el lado izquierdo de Pierre. El suelo bajo el arce estaba despejado, y una lluvia matutina lo había dejado húmedo y blando.

    Ahora el Oeste. Los espíritus de los hombres y las mujeres iban al Oeste cuando morían, y el color del Oeste era el rojo. Colocó la piedra roja, con marcas oscuras hexagonales que parecían haber sido pintadas en su muy pulida superficie, en el suelo a los pies de Pierre. En el lado norte del colchón colocó una piedra negra, la misma del norte que Tallador del Búho había tallado con la imagen de un búho. La quinta dirección, Arriba, era el azul, y puso una piedra azul, el color de los ojos de Nancy Hale, sobre la almohada al lado de la cabeza de Pierre. Colocó un trozo de piedra de arenisca marrón para la sexta dirección, Abajo, junto a los pies de Pierre cubiertos por las mantas.

    Ahora, para la séptima dirección sagrada (aquí recogió el último y más grande artículo de su bolsa medicina) la garra de un oso pardo matado por el propio Halcón Negro hacía muchos años, después de que Oso Blanco hubiera regresado de su primera búsqueda espiritual con la predicción de que Halcón Negro mostraría actos de coraje y que su nombre nunca sería olvidado, el jefe de guerra le había regalado la garra grisácea. Oso Blanco puso la garra con forma de sable en el pecho de Pierre, sobre el corazón, con la punta marrón hacia el canceroso bulto en el vientre que lo estaba matando.

    Volvió a su manta y sacó una calabaza seca pintada de blanco y negro. Golpeó la calabaza contra la palma de su mano para hacerla sonar, danzó en círculos alrededor de Pierre y del arce, en dirección de Este a Sur, de Oeste a Norte y de regreso al Este, manteniendo a Pierre a su derecha, cantando en voz baja, casi para sí mismo:

    "Hacedor de la Tierra, tú hiciste a este hombre,

    Ahora te pedimos que le ayudes.

    Es un jefe y su pueblo le necesita.

    Todavía tiene mucha distancia que caminar.

    Levántalo, Hacedor de la Tierra.

    Devuélvele la vida".

    Cuando Oso Blanco danzó en el círculo nueve veces, dejó la calabaza. Había sacado del chateau una tetera de reciente té de corteza de sauce y una taza de porcelana. Eso aliviaría el dolor en el estómago de Pierre y le daría fuerza. Cada vez que Pierre comía alimentos sólidos, la sangre brotaba de cada abertura de su cuerpo y él se debilitaba y palidecía. Sangraba lentamente y moría de hambre.

    Oliendo el té mientras lo vertía en la taza, Oso Blanco recordó el encuentro con Nancy Hale cuando estaba recogiendo la corteza ayer a lo largo de la orilla de la Ensenada Roja. Ella había estado recogiendo arándanos. Era la cuarta o quinta vez que él la había encontrado durante el verano en la pradera cerca de Victoire. Los encuentros no eran accidentales por parte de ninguno de los dos, pero él se sentía tan inseguro sobre lo que haría cuando Pierre muriera que solo podía hablar con Nancy sobre cosas sin importancia.

    Levantó la vista y vio los ojos de su Padre abiertos. Se habían hundido tanto en la calavérica cara que parecían brasas brillando en cuevas.

    Oso Blanco sopló la taza humeante y la acercó a los labios de Pierre. Él bebió el té en pequeños sorbos.

    Pierre sonrió débilmente mientras sus ojos viajaban sobre su tierra. El terreno cercano, cubierto de hierba cortada por las ovejas y cabras, se inclinaba hacia la cerca que rodeaba el patio interior de la casa. Al Oeste, Oso Blanco podía ver las dos banderas que ondeaban sobre el puesto comercial de Raoul en el acantilado que dominaba el río, y más allá de esa parte del río y la oscura ribera oeste, el país de Ioway. En otras direcciones había huertos, tierras de cultivo, pastos y pradera, amarillentos por el otoño. extendiéndose hasta el borde del cielo.

    Cuando Pierre bebió la mayor parte del té, Oso Blanco dejó la taza. Recogió sus piedras sagradas y las volvió a guardar en su bolsa medicina.

    Pierre dijo: "Hiciste un ritual Sauk para mí ahora mismo, ¿no?".

    "Sí", dijo Oso Blanco. "Fue para curarte. O, si no, para darte fuerzas para soportar el dolor".

    "Me siento mejor hoy", dijo Pierre, "pero también debo tener un cierto rito de la Iglesia si quiero ser aceptado por el amor de Dios. Envié hace una semana a Kaskaskia en busca de tu antiguo maestro, Père Isaac. Debería llegar aquí cualquier día de estos. He sido un gran pecador, Oso Blanco".

    Alegró el corazón de Oso Blanco que su Padre lo llamara por su nombre Sauk.

    "Eres un buen hombre, Padre mío", dijo él en la lengua Sauk.

    Pierre alzó la cabeza y Oso Blanco vio que el esfuerzo le dolía. Los ojos ardientes y hundidos se volvieron hacia Oso Blanco.

    "Hijo, debo tener mi respuesta ahora. Hacedor de la Tierra me ha permitido vivir todo el verano para que tú tuvieras tiempo de decidir. Ahora debes contestarme".

    "¿No puedes dejarme volver con mi pueblo, Padre? ¿Por qué me pides que me quede aquí y luche por algo que no quiero?".

    "Porque he visto en lo que se ha convertido Raoul y no quiero que él sea el maestro aquí. Estoy orgulloso de ti y avergonzado de él. Quiero que seas tú el futuro de los Marion, no él. ¿Y qué hay de esta tierra que hemos amado juntos, la tierra que el pueblo de Mujer Sol ha atesorado por generaciones? ¿Ha de caer en manos de Raoul?".

    Oso Blanco recordó lo que Tallador del Búho le había dicho a Pierre en Saukenuk: Si tu tierra te impide hacer lo que quieres, entonces ella te posee a ti.

    "¿Por qué no podrías darle la herencia a Nicole? Ella es una de Marion".

    "Nicole no puede luchar con Raoul teniendo ocho hijos que cuidar. Su esposo es un hombre excelente, pero no un luchador, Oso Blanco, tú eres el indicado".

    "Todavía pienso como un Sauk, Padre Entre los Sauk, un hombre no puede ser dueño de la tierra, y reclamar tanto sería un gran crimen".

    "En ti, la herencia de los de Marion y el reclamo de los Sauk de esta tierra están indisolublemente unidos. Harás esto por los Sauk, así como por mí y por ti mismo. Creo que fue el plan de Dios llegar a engendrarte, que pasaras los primeros quince años de tu vida entre los Sauk y los últimos seis como blanco. Ahora tienes la oportunidad de ser rico y poderoso. Puedes aprender a usar tu riqueza para proteger a tu pueblo. Puedes hacer mucho por ellos si te quedas aquí y luchas por lo que te doy".

    De pie junto a su Padre, Oso Blanco levantó la cabeza y contempló la gran casa de piedra y troncos en la cima de la colina. Se preguntó si no estaba siendo neciamente terco, rechazando Victoire y la tierra que el chateau gobernaba.

    Pierre parecía triste, débil y muy viejo. Durante todo el verano, Oso Blanco, con el corazón roto, lo había visto sufrir y disminuir. Sabía que no podía hacer nada para curar a su Padre y que su negativa a darle la respuesta que él quería escuchar estaba prolongando su dolor, Oso Blanco sintió que estaría de acuerdo con cualquier cosa si eso le iba a dar paz.

    Al mirar la cara suplicante de su Padre, él vio que Pierre estaba usando sus últimas fuerzas. Oso Blanco no podía dejar que la última palabra que Pierre iba a escuchar de él fuese no.

    Oso Blanco ya no podía separar su propia angustia de la de Pierre.

    Respiró hondo por la nariz: "Sí, Padre, aceptaré lo que me ofreces".

    La mirada en el rostro de Pierre era como un amanecer. Oso Blanco vio un cálido color rosa que fluía hacia las pálidas mejillas.

    Pierre tomó la mano de Oso Blanco. Su tacto era frío, pero su agarre firme.

    "Gracias, hijo mío, caminaré por el Sendero de las Almas con un corazón feliz".

    Sí, tú irás en paz, pero yo debo quedarme para luchar y sufrir, pensó Oso Blanco, aunque estaba contento de poder hacer feliz a su Padre. Se recostó en el árbol y observó enorme nubes blancas se desplazan sobre el río distante.

    "Hagamos de esto un acuerdo sagrado, hijo", dijo Pierre, "Trae el calumet y fumemos juntos".

    "Sí, Padre" Oso Blanco suspiró y se levantó despacio. Como si estuviera arrastrando cadenas, caminó por la ladera tapizada de hierba hasta la puerta principal de la casa.

    Al pasar por el gran salón vio a Armand Perrault, que parecía casi tan ancho como alto, mirándolo. Los ojos de Armand eran tan pequeños y tan llenos de odio como el de un jabalí arrinconado. Sintiendo un escalofrío y notando que este hombre era uno contra los que tendría que luchar cuando llegara el momento, Oso Blanco asintió con la cabeza al subir las escaleras hacia la habitación de Pierre. Armand permaneció inmóvil.

    Poco tiempo después, Oso Blanco estaba de vuelta junto a Pierre con el calumet adornado con plumas y una vela encendida protegida por un farolillo de vidrio. Desde su propia habitación había bajado la bolsa de piel de ciervo que contenía su pequeño suministro de tabaco turco, comprado en Nueva York. Serviría. Todo tabaco era un regalo sagrado del Hacedor de la Tierra.

    Él esparció los húmedos granos marrones a través de las yemas de los dedos en el estrecho cuenco de la pipa y compactó el tabaco suavemente. Los desteñidos ojos azules de Pierre, el blanco de un color amarillo enfermizo, le observaban atentamente.

    Sostuvo la llama de la vela sobre el tabaco y aspiró una serie de bocanadas rápidas, sintiendo el humo quemándole la boca. Cuando la pipa estuvo bien encendida, la giró y acercó la boquilla a los labios de Pierre.

    Pierre dio una larga calada, retuvo el humo en la boca y lo dejó salir. El corazón de Oso Blanco dio un vuelco de miedo cuando Pierre comenzó a toser. Con una mano en la garganta, Pierre hizo un gesto con la otra mano para que Oso Blanco fumara de la pipa.

    La visión de gotas de sangre en los labios de su Padre horrorizó a Oso Blanco. Tomó una esquina de la manta de Pierre y limpió las brillantes gotas rojas. Luego tomó la pipa de las manos de su Padre.

    Afligido por la libertad a la que estaba renunciando, fumó el humo caliente hasta llenarse la boca. Dejó que su amargor se hundiera en su lengua mientras la amargura se hundía en su corazón, la comprensión de que esta promesa lo separaría para siempre de Pájaro Rojo, de Mujer Sol, de Tallador del Búho, de la vida a la que anhelaba regresar. Dejó salir el humo con un largo suspiro y dejó la pipa. Sintió como si su vida hubiera terminado.

    Pero también sentía cierto alivio, porque ya no estaba desgarrado por la indecisión. Ahora Pierre y él estaban contentos de hablar de cosas vanales, cuán llenos estaban los contenedores de maíz este año, lo que Oso Blanco había visto y oído en la Ciudad de Nueva York, si volvería a llover mañana.

    La voz de Pierre se hizo más y más suave, y poco a poco se fue quedando dormido. Su agarre en la mano de Oso Blanco seguía siendo fuerte. Oso Blanco descansó la cabeza en el tronco del árbol y regresó a su pasatiempo favorito de la infancia, intentar ver formas de animales en las nubes.

    No se sorprendió cuando el Oso apareció a su lado. La enorme cabeza, cubierta de pelaje blanco como las nubes, pasó junto a él, empujando con el hocico negro el hombro de Pierre. De alguna manera, Oso Blanco sabía que Pierre no sentiría miedo cuando despertara, a pesar de que Pierre nunca había visto antes al Oso.

    Los ojos de Pierre se abrieron, miró al Oso y, como esperaba Oso Blanco, simplemente suspiró y sonrió.

    "Eh bien, je suis content". Y Pierre se puso de pie tan fácilmente como si nunca hubiera estado enfermo.

    Pierre no dijo adios, pero Oso Blanco no esperaba que lo hiciera. Ellos ya se habían despedido. Oso Blanco se quedó donde estaba, sentado de espaldas al arce.

    Con la mano izquierda levantada para descansar sobre la alta chepa en el hombro del oso, Pierre bajó la cuesta que veía Oso Blanco, elevándose del borde de la colina, el arco de un arcoiris.

    Pierre caminó por el sendero del arcoiris con el paso largo y vigoroso de un joven. El Oso lo acompañó con un andar rodante, pareciendo el perro más grande que haya caminado jamás junto a un cazador. Oso Blanco sonrió al mirarlos.

    Ellos subieron el arco de color que salvaba el Río Grande hasta que finalmente desaparecieron en el deslumbrante disco del sol.

    La cabeza de Oso Blanco cayó hacia atrás contra la corteza del árbol, y él cerró los ojos.

    Cuando los abrió de nuevo, su Padre yacía a su lado, todavía sujetándole la mano. Pero el agarre de Pierre no tenía fuerza. Yacía con la cabeza hundida en la almohada, la boca abierta, el blanco de los ojos entre párpados medio cerrados. Pierre no respiraba.

    Las lágrimas de Oso Blanco cayeron. Escuchó una voz (su propia voz) elevándose en su pecho.

    "Hu-hu-húu Whu-whu-whúu" Eran los sonidos de duelo que se hacían en los funerales Sauk.

    Se envolvió las rodillas con los brazos y se balanceó de un lado a otro, sollozando y lamentándose a la manera de su pueblo. Pronto tendría que levantarse y entrar en el chateau y decirle a la gente que Pierre de Marion estaba muerto. Él debía ser primero en llevar la noticia al pobre Abuelo. Pero durante un tiempo se quedó sentado solo con su Padre y se lamentó por él.

    Sentado en el suelo bajo el arce, bajó la mirada y no se sorprendió al ver marcas en la tierra húmeda. Las huellas de amplias almohadillas, dos veces el tamaño de los pies de un hombre. Al final de cada huella, agujeros profundos dejados por cinco garras.

***

    Raoul no creía que pudiera soportar mucho más de este funeral. Tenía que esperar hasta que todo terminara para poder declararse maestro de Victoire, y quería actuar ya desesperadamente. Intentó calmarse recordando a los indios que él había acechado y asesinado en Saukenuk en mayo y junio pasados.

    Raoul y los cincuenta hombres que él había reclutado para representar al condado de Smith en la milicia estatal habían llegado al Río Roca con estilo, transportados Mississippi arriba desde Victor hasta el Fuerte Armstrong, en la desembocadura del Río Roca, en el nuevo vapor de Raoul, el Victoria. Pagado con las ganancias de la mina de plomo, el Victoria era impulsado por dos ruedas de paletas laterales, y podría hacer el viaje de ida y vuelta San Luis-Galena en exactamente una semana.

    El grupo había venido a cazar indios y Raoul se había asegurado de que lo hicieran, acampando en el bosque en el lado sur del Río Roca frente a la aldea india y disparando a pieles rojas cada vez que tenían la oportunidad. Complacía a Raoul pensar: «me he cargado media docena, tal vez más».

    Harto de hablar al final, el general Gaines había ordenado un asalto general a la ciudad de Halcón Negro a finales de junio. La milicia estaba ansiosa por matar a todos los indios de Saukenuk, y se habían infiltrado en el territorio

    Y los malditos y furtivos pieles rojas se habían ido. Al verse superados en número, se habían escabullido de la aldea por el Río Roca hacia el otro lado del Mississippi la noche antes. Los muchachos del condado de Smith, junto con los otros milicianos, estuvieran furiosos de frustración. Tuvieron que contentarse con la poca satisfacción de quemar la aldea india hasta los cimientos.

    Para gran molestia de Raoul, en lugar de perseguir a Halcón Negro, Gaines envió un mensaje al jefe pidiéndole otro parlamento. Halcón Negro y algunos de sus valientes volvieron a cruzar el río en son de paz. Del mismo modo que él no había mostrado a todo mundo lo cobarde que era realmente, el obstinado viejo indio había marchado a la tienda de Gaines caminando como un pavo real, con plumas en el pelo.

    Cuelga al hijo de perra piel roja, fue lo que pensó Raoul. En cambio, Gaines simplemente lo hizo firmar otro estúpido tratado (como si los indios hubiesen honrado alguna vez algún tratado) e incluso prometieron enviarles maíz porque no habían tenido tiempo de plantar ninguno.

    Los milicianos disgustados lo llamaron el Tratado del Maíz. El Viejo Gaines debía de ser casi tan cobarde como Halcón Negro.

    Raoul y los muchachos del condado de Smith merodeaban por el Río Roca, atacando a los indios en canoas hasta que se agotaron sus provisiones. Embarcaron en el Victoria en su siguiente viaje hacia el Norte y viajaron a casa.

    Casa, donde lo que estaba sucediendo hizo que Raoul se enojara más que nunca. Pierre estaba muriendo y el mestizo (de la misma tribu contra la que Raoul había estado luchando en el Río Roca) se pavoneaba como si ya fuera el dueño de Victoire.

    Eso terminaría hoy si Raoul podía lograrlo.

    Raoul ojeó a Nancy Hale, de pie a solo unos metros de él entre los doscientos asistentes en el gran salón de Victoire. ¿Qué pensaría ella, se preguntó Raoul, cuando él jugara su mano hoy? Se imaginó el aspecto de la alta y rubia mujer desnuda debajo de él en la cama.

    Oh, la haría sudar y gemir y darle las gracias por ello.

    Pero primero, por supuesto, tenía que triunfar hoy. Tenía que echar al mestizo antes de poder cortejar a Nancy. Tanto si su Padre predicador le aprobaba o no, el hombre no podía rechazar a uno de los mayores terratenientes de Illinois.

    Y eso es lo que él sería después de hoy.

    No veía cómo podía fallar. Seguro que los sirvientes y la gente del pueblo no se iban a poner de parte del mestizo.

    Aún calentándose observando la espalda recta de Nancy Hale, Raoul le agradeció a Dios que nunca hubiera podido reunir coraje para casarse con Clarissa.

    Sintió una punzada de inquietud al recordar que enfrentarse a Nancy significaría echar a Clarissa de su cama, y ​​eso podría significar problemas con Eli. Para su alivio, Eli había aceptado que Raoul no se casara con Clarissa, aún después de haberle dado dos hijos, pero solo porque Eli pensaba que el casamiento sucedería eventualmente, tal vez después de que Raoul obtuviera el control de la propiedad.

    Bueno, en cuanto tuviera la propiedad, se consoló él mismo, podría procurar que Clarissa y sus dos hijos fuera del matrimonio estuvieran bien atendidos.

    A Raoul le molestaba ser tan dependiente de un hombre como Eli, tener (y él odiaba admitirlo) miedo de él. Un montón dependía de que Eli hiciera su parte hoy para ayudarle a tomar el control de la propiedad. Hoy, Eli lideraría a los muchachos del condado de Smith, quienes habían estado en el Río Roca en junio pasado. Después de que les ofrecieran un buen día de paga, harían un poco más de lucha india.

    Raoul sentía que iba a estallar. No podía soportar esta espera, mientras el sacerdote seguía cantando en latín a la mesa cubierta de lino colocada como altar ante la chimenea. Que comience la lucha. por el amor de Dios.

    Los indios son todos cobardes de corazón. Cuando me haga cargo aquí, el precioso pequeño bastardo rojo de Pierre se escabullirá como hizo Halcón Negro el verano pasado.

    Un escalofrío pasó por la espalda de Raoul al preguntarse: ¿y si Auguste no se escabullía? Podría intentar reunir a los sirvientes y a algunos de los ciudadanos para que lucharan a su lado.

    No lucharían al lado de un bastardo mestizo. La gente odiaba a los indios. Mira cuántos hombres se apresuraron hacia el Río Roca para luchar contra Halcón Negro.

    Pero mucha gente había amado a Pierre. Esta sala estaba llena, y había más personas fuera que no podían entrar porque falta de espacio. Todos ellos le estaban mostrando sus últimos respetos. Y sabían que Pierre quería que Auguste ocupara su lugar ¿Alguno de ellos lucharía para que se cumpliera la voluntad de su hermano?

    Se iba sintiendo más frío mientras consideraba las probabilidades. Casi todos los hombres del condado de Smith tenían su propio rifle o pistola. Y Raoul y los hombres que había reclutado para hoy estaban muy superados en número. Deseó haber contratado a más hombres, pero demasiados arruinaba el secreto y alertaba a Auguste contra él.

    Raoul intentó calmarse. Todos en el condado de Smith podían estar armados, razonó, pero no todos querían usar sus armas. Muchos hombres no lucharían a menos que estuvieran contra la pared. Eran los que estaban dispuestos a pelear los que daba órdenes a los demás. Los hombres que Raoul había elegido, Eli y Hodge y el resto habían nacido luchadores.

    Habrá quienes le condenarán, pensó, por apoderarse de la tierra el mismo día del funeral de su hermano. Era algo indecente, admitió para sí mismo, pero tampoco tenía otra opción. No podía permitir que Auguste plantara firmemente los pies. No podía permitir que el testamento de Pierre se leyera en voz alta.

    Se sintió mejor cuando recordó que, con Pierre muerto, los sirvientes estarían a las órdenes de Armand. Miró alrededor del pasillo buscando al capataz. Allí estaba, cerca de la puerta, la mayor parte de su rostro enterrado por su espesa barba marrón. Su esposa Marchette estaba a su lado... ¡con un ojo morado!, vio Raoul con diversión.

    Armand Perrault era uno que no amaba a Pierre.

    Ese hipócrita santurrón de Pierre. Primero la squaw, la madre del mestizo. Luego se casa con Marie-Blanche, y en cuanto ella se muere, se tira a la cocinera.

    Raoul respiró profundamente aliviado al ver que Père Isaac por fin había terminado con la misa fúnebre. El viejo jesuita estaba rociando agua bendita sobre el ataúd pintado de negro, colmado de coronas de rosas y crisantemos que yacían en caballetes en el centro del salón. Frank Hopkins, sabía Raoul, había construido ese ataúd de tablones de roble.

    El viejo Guichard de nariz roja se acercó a Raoul: "Tu Padre te pide que seas uno de los que lleven el ataúd de tu hermano hasta la carreta".

    Raoul sintió una sacudida momentánea de miedo. ¿Ayudar a cargar el ataúd de Pierre y llevarlo, cuando estaba a punto de deshacerse del hijo de Pierre? Si ponía una mano sobre el ataúd, Dios podría fulminarlo de golpe o el fantasma de Pierre levantarse contra él.

    Sacudió la cabeza. La idea de un idiota.

    "No esperaba otra cosa, Guichard".

    Se enojó al ver a Auguste frente a él cuando fue hasta la cabecera del ataúd. Era irritante ver las facciones de Pierre en esa cara de piel marrón. El mestizo llevaba una chaqueta verde con una banda negra de seda alrededor del brazo izquierdo.

    Sus brazos y espalda se tensaron al izar el peso de la esquina del ataúd. Un coro de gruñidos surgió de Raoul, Auguste, Armand, Frank Hopkins, Jacques Manette y Jean-Paul Kobell mientras levantaban el ataúd sobre los hombros. Caminaron con dificultad al cruzar la puerta y dejaron el féretro sobre la cama de un carro de granja adornado con flores. Guichard ayudó a Elysée a subir al carro. Un chasquido del viejo látigo del siervo hizo que los dos caballos se movieran, mientras las cintas negras atadas a sus arneses se agitaban.

    Raoul caminó solo, siguiendo a la carreta un kilómetro al Sur a lo largo de los acantilados hasta el cementerio. Algunos de los trabajadores habían cortado un sendero a través de la pradera para que la procesión fúnebre lo siguiera. El violinista del Registre Bosquet marchaba justo detrás del carro tocando himnos y los sirvientes cantaban en francés.

    Raoul echó un vistazo atrás sobre la larga fila de personas que seguían el ataúd. Su mirada se deslizó más allá de Nicole y Frank y su grupo de niños. Con un sentimiento de satisfacción, vio a dos de sus hombres clave caminando cerca del final de la procesión, Justus Bennett, el comisionado de tierras del condado, y Burke Russell, el secretario del condado. Una copia del testamento de Pierre estaba bajo custodia de Russell, y Raoul ya le había dicho lo que hacer. La esposa de Russell, Pamela, caminaba a su lado, una hermosa mujer de pelo castaño que no lo trenzaba como la mayoría de las mujeres, sino que dejaba que cayera en suaves ondas bajo su sombrero de ala ancha. Fuertemente atraído por ella, Raoul se preguntaba cómo un debilucho con gafas como Burke Russell había sido capaz de atraer a una mujer tan bella. Y lo que haría ella si recibiera una educada propuesta de un hombre igualmente guapo.

    Estaban en el cementerio ahora. A Raoul le gustaba esta ladera que se elevaba desde los acantilados, donde la esposa de Pierre, Marie-Blanche, yacía con vistas al fondo y al río. Las tumbas de una docena de personas que habían trabajado y muerto en Victoire estaban rodeadas por a una valla de postes. Los altos cedros daban sombra a las lápidas blancas. Los marcadores planos con sus puntas redondeadas, nombres, fechas e inscripciones, habían sido cincelados por Warren Wilgus, el albañil que se había mudado recientemente al área. Auguste ya había hecho arreglos para que tallaran la lápida de Pierre.

    La vista de un sólido cubo de piedra caliza en el centro del cementerio le dio a Raoul una punzada de culpa, como siempre. Esa era la primera piedra que se había colocado en el cementerio y era un monumento a su madre, Estelle de Marion, enterrada no aquí sino en Kaskaskia, donde había muerto en 1802 al darle a luz.

    ¡No fue culpa mía!.

    Helene también estaba recordada, aunque no enterrada aquí. Los indios habían arrojado su cuerpo mutilado al lago Michigan. Su lápida conmemorativa estaba junto a la piedra de Maman. Un ángel tallado de alas extendidas sobre el nombre y las fechas de Helene: «HELENE DE MARION VAILLANCOURT, Amada Hija y Hermana 1794-1812. Ella canta ante el trono de Dios.» A continuación estaban inscritos el nombre y las fechas de su esposo, Henri Vaillancourt, cuyo cuerpo tampoco fue encontrado nunca.

    Y un acto de venganza tendría lugar hoy, cuando el mestizo medio Sauk, cuya presencia era una afrenta a Helene, fuera expulsado de esta tierra.

    Le daba a Raoul una sensación incómoda estar trabajando con Auguste, levantando el ataúd de Pierre de la carreta. Podría haber mala suerte, pero aún no había llegado el momento de atacar, por lo que tenía que caminar junto a Auguste llevando el ataúd a la tumba recién cavada. Allí, agachándose al unísono, los seis portadores pusieron el ataúd sobre una cuna de dos cuerdas, cada extremo sostenido por dos sirvientes, sobre el hoyo oblongo. Al doblarse para dejar caer su carga, Raoul se lastimó la espalda y miró a Auguste, esperando verlo con similares problemas. Pero la cara oscura del mestizo era impasible.

    Cuando Raoul vio a Elysée arrastrando los pies por la puerta, apoyado en su bastón con cabeza de plata, sintió un nuevo hormigueo de temor ¿Cómo recibiría su Padre el movimiento que iba a hacer? Excepto por algunas breves y amargas reuniones en las que él, Papá y Pierre habían intentado, y no conseguido, resolver sus diferencias, no había vuelto a hablar con su Padre en seis años. Armand a menudo traía enfurecedoras noticias del creciente afecto del viejo por el mestizo, lo cual hacía a Raoul odiar aún más al bastardo de piel roja. Elysée difícilmente estaría contento con lo que él haría hoy, por supuesto. Pero ¿intentaría Papá luchar contra su único hijo vivo? Si lo hacía, Raoul tendría que defenderse, y entonces podría ser castigado por Dios.

    Tonterías. Dios no se pone del lado de los indios. Lo que voy a hacer es correcto porque Pierre fue seducido y engañado.

    Pero no estaría de más tratar de llevarse bien con el viejo. Raoul caminó rápidamente hacia él.

    "Toma mi brazo, Papá".

    Elysée le miró con los ojos inyectados en sangre, la cara en blanco y cara de arrugado pergamino.

    El anciano sufría lo suyo. Lástima que no pudo encontrar razón para estar feliz conmigo. Pero eso su culpa suya.

    Con voz baja y ronca, Elysée dijo: "Gracias, hijo. Ha sido muy amable de tu parte venir hoy".

    Raoul sintió una acusación.

    "¿Por qué no iba a asistir al funeral de mi propio hermano?".

    "Porque lo odiabas", dijo Elysée en voz baja.

    Al menos el viejo no parecía sospechar que había otra razón para estar aquí hoy. Con su enojo, Raoul ayudó a su Padre a caminar hacia la tumba. Allí dejó a Elysée con Guichard y dio la vuelta para quedarse mirando hacia el Norte, donde podía ver el chateau.

    Su persistente miedo disminuyó un poco. Hasta el momento no había visto ninguna señal de que fuese a encontrar oposición. Resultaba difícil creer que el mestizo y sus partidarios pudieran estar planeando algo en secreto. Aun así, sabía que su corazón no se detendría hasta que todo esto hubiese terminado.

    Père Isaac se paró a la cabeza de la tumba de Pierre, junto a la lápida de Marie-Blanche. Una leve brisa del río no perturbó su cabello negro grisáceo ni su barba, pero hizo susurrar las borlas de la estola púrpura que llevaba alrededor del cuello, las mangas en forma de ala de su sobrepelliz blanca y su sotana negra hasta el tobillo.

    Intentando quedarse quieto mientras su corazón latía con fuerza y ​​sus manos temblaban, Raoul observó cómo Isaac salpicaba el agua bendita sobre el ataúd, el cual ahora estaba en el fondo de la tumba. El sacerdote le dio su rociador a uno de los muchachos que le asistían, abrió un libro de oraciones encuadernado en cuero negro y comenzó las oraciones junto a la tumba.

    ¿No se va a acabar nunca esto?.

    Raoul estaba de pie con la cabeza gacha. Le intrigaba lo qué había dicho Elysée sobre odiar a Pierre.

    Papá siempre amó a Pierre más que a mí. Pensaba que yo era una especie de salvaje porque no tengo todas esos modales franceses como él y Pierre. Soy el miembro más americano de esta familia y él debería estar orgulloso de mí.

    Yo no le odiaba. Todo fue por este maldito asunto de Pierre. De preocuparse más por los pieles rojas que por su propia gente.

    Y él no estuvo allí cuando lo necesité.

    Raoul se encontró deseando poder hablar con Pierre por última vez, tratar de hacerle entender por qué sentía él lo que sentía y hacía las cosas que hacía. Mirando hacia el ataúd en la tumba, Raoul pensó en la última vez que había visto a Pierre a principios de la primavera, después de que la última nieve se hubiese derrertdo en el suelo, cabalgando a Estandarte por la pradera, solo, se había encontrado con Pierre, también cabalgando solo. Se habían mirado el uno al otro y pasado sin decir una palabra.

    Yo no sabía entonces que esa sería mi última oportunidad para hablar con él.

    Los ojos de Raoul recorrieron a las personas que estaban junto a la tumba. Auguste estaba entre Elysée y Nicole, mirando hacia la fosa. A Raoul le agradó ver que, al parecer, Auguste no tenía idea de lo que le iba a pasar.

    Pero, ¿cómo podría estar seguro de que Auguste no estaba preparado?

    Raoul miró por encima de las cabezas de los asistentes, y su corazón latió más rápido de impaciencia. Allí, a través de la llanura de la pradera, vio pequeñas figuras que rodeaban el chateau.

    Las uñas de Raoul se clavaron en sus palmas al apretar los puños para contenerse. ¿Y si el secreto había salido a la luz? Si Auguste supiera lo que estaba a punto de suceder, seguramente habría preparado algún tipo de contraataque. Los indios eran condenadamente astutos.

    Père Isaac cerró su libro de oraciones y lo guardó en el bolsillo del abrigo.

    "Este hombre al que consigamos a suelo americano nació, como muchos de nosotros, al otro lado del océano", dijo el sacerdote. "Venía de una de las familias más antiguas y nobles de Francia, huyendo de la revolución sin Dios que atormentaba su patria, que también era mi patria. Los de Marion entregaron alma y cuerpo a esta nueva tierra donde tuvieron que abrirse camino. Aquí los títulos y el antiguo linaje no significaban nada".

    ¡Acaba con ello, maldita sea!.

    "Dios consideró oportuno ponerles gravemente a prueba después de llegar aquí a Illinois. La madre de la familia murió en el parto. Una hija murió horriblemente a manos de los indios, y un hijo; hizo un gesto a Raoul, quien le devolvió la mirada, manteniendo su rostro inexpresivo; cautivo, esclavo de los indios durante dos años".

    Estaba bien que Père Isaac hubiera mencionado eso. Prepararía a las personas para aceptar lo que estaba a punto de suceder.

    "Pierre de Marion era un buen hombre, pero también era un pecador, como todos nosotros. Cayó en el pecado de la lujuria y ese pecado dio sus frutos. Pero Pierre no ocultó su pecado como otros tantos hombres. Llegó hasta su hijo a través de mí y yo le ayudé. Al final reconoció a su hijo y lo sacó de los bosques para que fuera educado para la civilización".

    Raoul miró a Auguste al otro lado de la fosa abierta. El rostro marrón del mestizo estaba enrojecido de un color aún más oscuro, pero seguía mirando fijamente hacia la tumba.

    Hora de comenzar.

    Fue un alivio inmenso empezar a moverse. Primero, tenía que regresar al chateau antes que la procesión fúnebre y unirse a sus hombres allí. Despacio, para no llamar la atención, Raoul se retiró de la tumba.

***

    Auguste sentía los pies pesados ​​y confinados en sus botas de cuero de vaca mientras crujían sobre el bajo rastrojo. Caminaba solo por el sendero recién cortado hacia la gran piedra y la casa de troncos. Oyó el sonido de las palas mordiendo el montículo de tierra junto a la tumba de Pierre y la tierra golpeando su ataúd.

    Auguste lideró la procesión de los asistentes. Los demás le dejaron caminar aparte, para estar solo con su dolor. Detrás de Auguste, sabía él, iban Nicole y Frank y Nancy Hale y Père Isaac, y luego una larga fila de sirvientes y los trabajadores de la granja y la gente del pueblo. Cerca del final de la procesión, el músico del Registre Bosquet tocaba una melodía alegre, como era costumbre entre los franceses de Illinois, una forma de decir que la vida continúa. En la parte trasera iba la carreta que había llevado el ataúd de Pierre, con Elysée y Guichard.

    Mientras Auguste caminaba, reflexionó acerca de Père Isaac llamándolo el fruto del pecado ¿Por qué el sacerdote había tenido que deshonrar tanto a su madre como a su padre? A los ojos del pueblo Sauk, él no era un "bastardo", como sabía que algunos ojos pálidos le llamaban. Aún así, se alegró de que el sacerdote dijera que Pierre había hecho lo correcto al traerlo aquí. Quizás la gente recordara eso cuando Raoul intentara quitarle la propiedad.

    Como seguramente haría.

    Auguste sabía, con una hundiente sensación en el estómago, que solo era cuestión de tiempo antes de que Raoul le atacara.

    Se sintió deseando que Halcón Negro y Cuchillo de Hierro y los otros guerreros Sauk, incluso Zarpa de Lobo, estuvieran aquí para apoyarlo. Y Tallador del Búho y Mujer Sol para aconsejarle. Ahora deseaba no haber aceptado, ante la insistencia de su Padre, no tener contacto con la banda. Mientras estaba siendo educado, estar separado de ellos le había ayudado a convertirse más rápidamente en una parte del mundo blanco. Pero ahora que Pierre se había ido, se sentía terriblemente solo.

    Un estremecimiento cayó sobre él como un frío aguacero. Al mirar hacia arriba, vio hombres apostados justo fuera de la cerca que rodeaba el chateau, formando una línea a lo largo del lado oeste, donde estaba la puerta de entrada. Él los había visto mientras abandonaba el cementerio, pero había pensado que debían de ser trabajadores, con tareas de campo de algún tipo lo bastante importantes como para mantenerlos alejados del funeral. Ahora estaba lo bastante cerca para ver que llevaban rifles. Auguste reconoció al mismo Raoul parado en la puerta. ¿Cómo había llegado allí? Auguste había creído que él estaba con la procesión fúnebre.

    Un hueco frío se abrió en su estómago cuando comprendió lo que estaba sucediendo.

    En el momento en que mi padre fuese enterrado. Qué tonto he sido al pensar que Raoul esperaría un tiempo.

    Oyó personas murmurando detrás de él.

    "Oh, Dios mío", dijo Nicole. "Ahora no".

    "¡Auguste!" Era la voz de Nancy, estridente de miedo. Él negó con la cabeza, tratando de decirle que no daría marcha atrás, y siguió caminando.

    En un momento, pensó Auguste, podría estar uniéndose a su Padre en el Camino de las Almas. Escuchó pasos detrás de él crujiendo sobre la hierba seca. Era un consuelo saber que había otros cerca de él, aunque sabía que nadie podía ayudarlo.

    No tenía idea de lo que haría. Le pidió al Hacedor de la Tierra que le mostrara cómo recorrer este camino con valentía y honor.

    Manteniendo su paso firme y constante, Auguste rodeó la cerca para acercarse a la puerta, mirando hacia el arce bajo el cual Pierre había muerto.

    Cuando Auguste se acercó, Raoul abrió su chaqueta, mostrando su pistola de mango dorado enfundada en una cadera, su enorme cuchillo, el que había marcado a Auguste, enfundado en la otra. Su negro sombrero de ala ancha daba sombra a sus ojos y el bigote negro escondía su boca. Su rostro era una máscara.

    Cuando estuvieron a unos tres metros de distancia, Raoul habló: "Ahora que mi hermano está bajo tierra, puedo hablar con claridad. Se acabó para ti. Eres el hijo natural de Pierre, y este es el día de su entierro, así que no te mataré a menos que me obligues a hacerlo. Quiero que salgas de la tierra de Marion ahora mismo. Quiero que salgas del condado de Smith al atardecer. Vuelve al bosque de donde viniste".

    No sabes lo feliz que me haría hacer eso, Raoul. Auguste estaba con los pies plantados firmemente en el rastrojo. No trató de pensar. Confiaría en los espíritus para obtener ayuda. Esperó a que llegara el conocimiento de lo qué hacer para llegar hasta Raoul.

    Sintió que la gente se paraba a su lado. Escuchó el crujir de las ruedas de los carros y el suave golpeteo de los cascos de los caballos cuando la carreta que transportaba a Guichard y Elysée pasó junto a la procesión fúnebre y se detuvo junto a él. Él miró a la gente parada a su lado; a su derecha, Frank y Nicole, sus hijos detrás de ellos, a su izquierda, Nancy Hale y Père Isaac.

    Auguste se enfrió aún más cuando vio a Eli Greenglove, que había estado de pie junto a la puerta en la valla que rodeaba el chateau, caminar por el espacio abierto, con la cola de su gorra de piel de mapache oscilando de un lado a otro. Greenglove llevaba un largo rifle Kentucky. Auguste había oído muchas historias sobre la precisión mortal de Greenglove. El Missouriano tomó posición a un lado, entre Raoul y Auguste.

    Ni siquiera necesitará ser un buen tirador para matarme a esa distancia.

    Las palabras llegaron repentinamente a la mente de Auguste. Él habló en voz alta, para que todos pudieran oír, y le alegró de que su voz fuera fuerte. Miró a Raoul a los ojos mientras hablaba.

    "Estoy orgulloso de ser hijo del pueblo Sauk, pero mi Padre me dijo que yo era su heredero. Está en su testamento. Me dio esta casa y toda esta tierra. No tienes derecho a obligarme a marchar".

    Raoul se echó a reír y golpeó la pistola y el cuchillo: "Estos me dan la razón". Agitó una mano hacia los hombres que estaban en una línea a lo largo de la cerca. "Y ellos".

    Frank Hopkins se aclaró la garganta y dijo: "Raoul, tal vez no haya una ley aquí y ahora para hacerte honrar la voluntad de Pierre, pero hay tribunales en Illinois, hay una legislatura, hay un gobernador".

    Raoul hizo un sonido a medio camino entre una risa y un gruñido: "Lleva a tu amigo mestizo al gobernador. A John Reynolds le gustan tanto los indios de Illinois como a cualquiera. Él estuvo allí con la milicia en el Río Roca el pasado junio. Demonios, acude al presidente. Me gustaría oír lo que le diría un viejo asesino de indios como Andy Jackson".

    Muy cierto, pensó Auguste con tristeza. En Nueva York estaba enterado de la política de "expulsión" de Jackson, con objetivo de llevar a todos los rojos al lado oeste del Mississippi. El trabajo de los jefes blancos era quitarles las tierras a los indios, no ayudarles a quedárselas.

    Père Isaac dijo: "Robar al huérfano es un pecado que clama venganza al cielo. Si vinieras a mí en confesión, yo no podría darte la absolución".

    "Mi conciencia está limpia", dijo Raoul, "Victoire es mi herencia legítima. ¿Sabes que este chico indio por el que lo sientes tanto ni siquiera es cristiano? Yo soy, Padre, católico".

    "Uno muy malo", dijo Père Isaac. "Conozco a Auguste desde que era un niño pequeño. Se comporta más como un cristiano que tú".

    La voz de una mujer, la de Nancy Hale, sonó sobre el campo: "Raoul de Marion, si no escuchas a tu propio sacerdote, aún tendrás que enfrentar a mi Padre. Cuando escuche lo que has hecho, él predicará en tu contra y animará a la gente a obligarte a hacer lo correcto".

    La cara de Raoul cambió. Parecía dolido.

    "Vamos a ver, señorita Nancy. No es apropiado que una mujer como usted se preocupe por lo que le sucede a una basura como esta. Usted sabe muy bien que su Padre puede tener una baja opinión de mí, pero tiene una opinión aún más baja de los indios. No se pondrá del lado de este bastardo indio".

    De repente, Nicole pasó corriendo a Auguste.

    "¡Tú eres la basura, Raoul!" Chilló ella, y corrió por el espacio intermedio y agitó la mano para abofetear a su hermano. Raoul la agarró del brazo y la apartó bruscamente. Frank corrió a su lado para sostenerla, sus dedos manchados de tinta hundidos en las mangas.

    "No me gustaría pelear contigo, Nicole", dijo Raoul con una sonrisa cruel. "Creo que tienes ventaja de peso".

    "Eres un asesino y un ladrón, Raoul", respondió ella. "Y llegará el día en que la gente esté tan harta de ti que te eche de este condado".

    Olas de calor y frío recorrieron el cuerpo de Auguste, y cuando apretó los puños sintió el sudor en sus palmas. Tenía que hablar. Le debía a su Padre luchar, de alguna manera, por esta tierra. Pero ¿cómo podía él expulsar a veinte hombres armados?

    Se le ocurrió una idea de pronto: "Raoul, te desafío a que luches por la tierra con pistolas o cuchillos o con las manos desnudas, como quieras".

    Raoul sonrió, dientes blancos aparecieron repentinamente debajo del bigote negro: "Te has vuelto grande en los últimos seis años, pero soy mejor que tú, y te rebanaría en pedazos con mi cuchillo. En una pelea con las manos, te arrancaría las orejas de un mordisco y te las metería en la garganta. No necesitamos una pelea para demostrar lo que todos ya saben".

    "Si no quieres pelear conmigo, eres tan cobarde como ladrón".

    Los ojos de Raoul se entornaron y sus hombros se encorvaron hacia adelante, como si estuviera a punto de atacar.

    "El duelo también es un pecado grave", dijo Père Isaac. "Y va contra la ley de este estado. Yo os prohíbo luchar".

    Raoul se echó a reír y levantó las manos vacías. "Lástima, mestizo. El Padre no nos deja pelear".

    Auguste se volvió hacia Père Isaac: "¿Cómo puedes quitarme la única forma que tengo de luchar por esta tierra?".

    "Si Dios quiere que la tengas, hará que la cosigas sin obrar mal", dijo Père Isaac con calma.

    La cara de Halcón Negro apareció en la mente de Auguste, y de repente entendió la ira que siempre parecía arder justo bajo la piel del jefe de guerra. Así es como se había sentido Halcón Negro cuando los ojos pálidos le dijeron que ya no podía volver a Saukenuk. Por eso Halcón Negro había llevado a su gente de regreso a Saukenuk año tras año. No quería rendirse.

    Y Auguste tampoco.

    Debo pelear, le prometí a mi Padre que pelearía por esta tierra, fumé el calumet con él.

    Recordó las palabras de Pierre: Ahora tienes la oportunidad de poseer tierras, ser rico y tener poder. Puedes aprender cómo usar tu riqueza para proteger a tu pueblo.

    Y él estaba perdiendo esa oportunidad. Cuanto más veía que le estaban arrebatando estas ricas hectáreas, más sentía que las deseaba.

    ¿Pero cómo luchar por la tierra? Cargar contra la pistola de Raoul y los rifles de sus hombres significaría simplemente la muerte. Seguramente no era eso lo que Pierre había querido para él.

    Una voz desconocida dijo: "¿De verdad es así como se resuelven las disputas de tierras en el condado de Smith?".

    Auguste se giró y vio a David Cooper, un hombre delgado y de ojos severos que él había conocido varias semanas antes cuando Cooper había visitado a Pierre para presentarle sus respetos.

    Raoul dijo: "¿No te gusta cómo hacemos las cosas aquí, Cooper?".

    La expresión fría de Cooper no cambió: "Solo estoy solicitando información, Sr. de Marion. Eso es todo".

    Cooper había traído a su familia a Víctor desde algún lugar de Indiana hacía tres años. Había comprado una parte selecta de tierras bajas de Pierre. Auguste había sabido que él era un veterano de la Guerra de 1812.

    Justus Bennett, el comisionado de tierras del condado, que Auguste sabía que era una de las mascotas de Raoul, dijo: "Sr. Cooper, llevo leyendo leyes la mayor parte de mi vida adulta, y puedo asegurarle que el Sr. Raoul de Marion tiene un caso tan fuerte, según el derecho consuetudinario y el precedente inglés, como no he visto nunca".

    Auguste dudaba que alguien aquí supiera lo que eso significaba, por muy impresionante que pudiera sonar.

    Los blancos saben cómo torcer cualquier ley en su beneficio.

    Cooper no dijo nada más.

    Estas personas podrían sentir lástima por él, pensó Auguste, y resentirse por lo que estaba haciendo Raoul. Pero él no iba a recibir ayuda de ninguno de los hombres tras él. Raoul y sus hombres iban armados y estaban decididos, y el resto de las personas aquí no estaban listas para renunciar a sus vidas por ayudar a un mestizo.

    Pero Auguste había aprovechado la distracción de Raoul con Cooper y Bennett para reducir la distancia entre él y su tío a la mitad. Si pudiera acercarse a Raoul lo suficiente, podría tener la oportunidad de alcanzarlo con su cuchillo. Él había llevado hoy el cuchillo con mango de ciervo solo porque su Padre se lo había regalado.

    Mientras dudaba, oyó pasos en la hierba y se giró para ver a Abuelo caminando hacia Raoul con pasos lentos pero firmes, golpeando su bastón en el suelo.

    "¡Abuelo, no!" gritó Auguste.

    "Este es mi hijo, lamento mucho decirlo", dijo Elysée. "Y debo administrar la corrección".

    Auguste comenzó a seguir a Elysée, pero Raoul dejó caer amenazadoramente la mano hasta la pistola.

    "No te acerques, mestizo".

    "Me diste la compañía de pieles cuando dividiste la propiedad entre Pierre y yo hace años", dijo Raoul. "Así que mi propio buen hermano no me dejó nada. Treinta mil acres de la mejor tierra en el oeste de Illinois van para un indio mestizo, ¿y dices que su mente estaba cuerda? Eso te hace más loco".

    "¡Eres una bète!" gritó Elysée. "Eres una prueba de que no hay un Dios justo. Si lo hubiera, te habría llevado a ti y dejado que Pierre viviera".

    "¡Señor de Marion!", gritó el sacerdote. "Piensa lo que estás diciendo, precisamente en este día".

    Raoul dijo: "Siempre supe que tú amabas a Pierre y no a mí, Papá".

    "¡Haces imposible amarte!", respondió Elysée: "Ahora escúchame, Victoire es mi casa. Yo construí este lugar. Aquellos que amo están enterrados aquí. Y yo te ordeno que te marches de inmediato. Sal de esta tierra".

    Raoul, una cabeza más alta que el viejo, dio un paso hacia su Padre: "Si querías que fuese tuya, no deberías habérsela dado a Pierre. Ahora no tienes nada, viejo idiota".

    Elysée balanceó el palo en la cabeza de Raoul. El golpe resonó sobre el campo, y Raoul se tambaleó hacia atrás, su sombrero de ala ancha cayó al suelo.

    Raoul mostró los dientes, retiró el puño y lo estrelló contra la cara de su Padre. El golpe impactó a Elysée con fuerza contra uno de los troncos verticales de la puerta de entrada. Él gritó y cayó pesadamente al suelo con la cabeza de lado a lado en agonía. El sacerdote corrió hacia él cayendo de rodillas.

    Con un grito, Nicole se arrojó junto a su padre.

    Una cortina roja cubrió los ojos de Auguste, cegándolo momentáneamente. Cuando pudo ver de nuevo, solo vio la cara de un hombre, Raoul, mirando a Elysée con triunfo y desprecio.

    Cuchillo en mano, Auguste se arrojó sobre Raoul.

    La pistola de Raoul estaba afuera. Sus ojos oscuros brillaron de triunfo mientras apuntaba el cañón hacia el pecho de Auguste.

    Estaba esperando que yo lo atacara, se dio cuenta Auguste, sabiendo que nunca llegaría hasta Raoul antes de que este disparara la pistola.

    Un repentino movimiento a su lado le llamó la atención. De soslayo vio a Eli Greenglove balanceando la culata de un rifle hacia su cabeza.

Capítulo 10

Desposeído

    Auguste despertó.

    Estaba en una habitación que nunca había visto antes. Una simple cruz negra colgaba en lo alto de una pared de yeso blanco. Yacía en una cama con un colchón lleno de paja, encima de la colcha. No llevaba puesto el abrigo ni sus botas de ojos pálidos.

    El dolor palpitaba en su cabeza y, con cada pulso, su visión se volvía momentáneamente borrosa.

    Giró la cabeza sobre la almohada y vio a Nancy Hale sentada a su lado. Sus largas trenzas rubias brillaban a la pálida luz que entraba por la ventana de papel aceitado.

    La forma en que ella le miraba lo sobresaltó. El azul de sus ojos ardía como el centro azul de una llama. Sus labios parecían más rojos y llenos de lo normal, y estaban ligeramente separados. Así era como ella lo había estado mirando mientras él yacía inconsciente, notó él y lo había percibido solo porque había despertado repentinamente y la había pillado por sorpresa.

    "¿Qué ha pasado?" preguntó él.

    "Ese hombre de tu tío, Eli Greenglove, te golpeó con el rifle. Tu tío dijo que te mataría la próxima vez que te viera despierto. Así que te llevamos aquí a la rectoría de mi padre".

    "¿Cuánto tiempo he estado dormido?" dijo él.

    "Mucho tiempo. Horas. Me alegra muchísimo verte despierto, Auguste. No sabía si lo harías alguna vez. Greenglove te golpeó como para haberte matado".

    Él recordó a Elysée tendido en el suelo, retorciéndose. La ira hirvió dentro de él de nuevo al pensar en Raoul derribando al abuelo.

    "¿Cómo está mi abuelo?" Trató de sentarse derecho y la habitación comenzó a sacudirse y girar. El dolor le batía en la cabeza como un garrote de guerra con púas. Nancy le puso una mano en el hombro y él se recostó en la almohada. Cerró los ojos momentáneamente para recuperar el equilibrio.

    "No lo sabemos, puede que se haya roto la cadera. Pero intenta no preocuparte, Auguste. Nicole y Frank lo llevaron de regreso a su casa".

    Esa abrasadora mirada en ella de hacía un momento había desaparecido, pero aún había una cálida luz en sus ojos.

    Oyó unos pasos al otro lado de la cama. Se giró, recuperando el dolor en su cabeza con toda su fuerza, y vio la alta figura del reverendo Philip Hale de pie en la puerta de la pequeña habitación. Hale, vestido de negro, abrigo y pantalones negros con un collarín de seda blanca envuelto en el cuello, con los brazos cruzados, mirando a Auguste con los labios fruncidos y un profundo pliegue entre sus pobladas cejas.

    "Puedes agradecer a la misericordia del Señor no haberte lastimado más, joven. Supongo que querrás ponerte en camino pronto".

    "¡Padre!" exclamó Nancy. "Acaba de despertarse. Podría tener una fractura de cráneo".

    "Creo que estoy bien", dijo Auguste. Intentó sentarse derecho de nuevo. Lo logró, pero se sintió mareado de pronto y con el estómago revuelto. Se tapó la boca con la mano. Nancy recogió un cazo de porcelana al lado de la cama y se lo sostuvo, pero después de un momento el espasmo de náuseas pasó y, con cautela, él negó con la cabeza hacia ella. Su primera tarde en Victoire, cuando había vomitado la cena delante de todos en el gran salón, parpadeó en su memoria.

    Levantó la vista y vio a Hale mirándolo con un disgusto aún más profundo. Estaba bastante claro que al reverendo no le gustaba que Nancy cuidara de él.

    El abuelo está herido y yo soy el único por aquí con instrucción médica.

    Auguste volvió a levantar la cabeza, decidido a levantarse a pesar del dolor. "Debo ir con mi abuelo. Puede morir si no lo tratan adecuadamente".

    Una lanza de horror le atravesó. Su paquete de medicinas, que contenía sus piedras preciosas y la garra del oso, todavía estaba en la casa. Todo su poder espiritual estaba en esa bolsa. Pese al riesgo, debía regresar y recogerla. Y también quería la bolsa de instrumentos quirúrgicos que había traído de Nueva York.

    "Saldré de aquí tan pronto como pueda levantarme, señor", dijo él. "Tengo mucho que hacer".

    "¡No!" gritó Nancy. "Auguste, no estás bien para ir a ninguna parte. Y, padre, te dije lo que sucedió en el funeral. Tenemos que ayudar a Auguste. Si hablas, la gente escuchará".

    "No conozco lo correcto o incorrecto de todo esto", dijo Hale con aspecto irritado, se le había presentado un problema que él no quería tratar de resolver.

    Auguste dijo: "Mi padre quería que yo heredara Victoire. Hay testigos. Hay dos copias de su testamento, si Raoul no las ha destruido".

    El reverendo Hale fulminó con la mirada a Auguste: "¿Y si los hombres de Raoul de Marion vienen a buscarte?"

    De repente, como cuando se había enfrentado a Raoul en la puerta de entrada de Victoire, Auguste se sintió terriblemente solo. Nancy haría cualquier cosa que pudiera por él; después de ver su mirada amorosa cuando despertó, él estaba seguro de eso; pero había poco que ella pudiera hacer, especialmente por los obvios sentimientos de su padre por él.

    "Me iré lo más rápido que pueda, reverendo Hale".

    "Si vienen mientras Auguste está aquí, tendrás que decirles que no está y negarte a dejarlos entrar", dijo Nancy con firmeza.

    "¿Mentirles? No soy jesuita".

    "¡Padre! ¿Vas a dejar que asesinen a Auguste?"

    La palabra "asesinen" desencadenó una tormenta de espantosos pensamientos girando en la cabeza de Auguste. La pistola de Raoul había sido apuntada directamente a su pecho y Greenglove había tratado de descerebrarle. Esos no se detendrían hasta que lo hubieran matado. Solo entonces Raoul estaría seguro de su posesión de Victoire. Aturdido y herido como estaba, Auguste tenía que salir del condado de Smith para vivir otro día.

    Hale dio media vuelta y regresó a su habitación, negando con la cabeza.

    "Tu padre no es amigo mío", dijo Auguste.

    La cara de Nancy era como un lago con la superficie turbada por el viento: "Es muy estricto. No fue al funeral de tu padre porque era un servicio católico. Pero si sucede algo, hará lo correcto. Puedes contar con él para eso".

    Auguste no dijo nada, pero no compartía su confianza.

    Temprano esa noche, Auguste, Nancy y el reverendo Hale estaban sentados en el salón de la casa de planta única de los Hale. Habían comido un estofado de conejo con patatas, cebollas y alubias del jardín de los Hale, y sémola casera al lado, que Nancy había machacado con maíz. Lo habían acompañado con sidra de manzana recién exprimida.

    "No permito licores espirituosos en mi casa", dijo el reverendo Hale.

    Ahora que estaba oscuro, Auguste quería desesperadamente ir a la casa de Nicole y Frank para ver al abuelo. El anciano había resultado gravemente herido. Podría estar muriendo.

    A la luz de las velas, Hale leyó la Biblia en voz alta para Nancy y Auguste. Era su costumbre nocturna, explicó Nancy.

    Auguste escuchó el suave golpeteo de los cascos de un caballo y el crujido de las ruedas de un carro, y levantó una mano para alertar a los demás.

    Llevándose un dedo a los labios, Nancy fue hacia la puerta. La abrió un poquito, luego la abrió más y salió.

    "¿Quién es?" llamó Hale con ansiedad.

    Con el corazón palpitante, Auguste se levantó buscando un arma o un lugar para esconderse.

    No hubo respuesta de Nancy, pero un momento después ella regresaba con un brazo alrededor de los hombros de otra mujer, sosteniéndola. Un pañuelo azul cubría la cabeza de la mujer.

    "¿Quién es esta?" demandó Hale de nuevo.

    "Bon soir, reverendo Hale, perdone las molestias".

    Pasó un momento antes de que Auguste reconociera la golpeada cara hinchada de Marchette. Uno de los ojos había estado ennegrecido esta mañana, pero ahora había feos hematomas en ambos ojos, toda su cara estaba hinchada y sus labios estaban cortados e inflamados.

    Con el corazón roto al verla, Auguste corrió hacia la cocinera y tomó sus manos entre las suyas.

    "¡Marchette! ¿Qué te ha pasado?"

    "Lloré mucho cuando usted y Monsieur Elysée fueron lastimados hoy, Monsieur Auguste. A Armand no le gustó esto y me golpeó. Tiene muy mal aspecto, pero no me golpeó fuerte, Monsieur. A quien Armand golpea fuerte, se muere. Pero resolví hacer algo por usted. Monsieur Raoul tenía barriles de whisky Kaintuck en el chateau. Muchos invitados y sirvientes se emborracharon mucho. Después de un rato, Armand estaba en el suelo junto al mesa, así que fui a buscar sus cosas. Su baúl estaba abierto y recogí su ropa y libros. Los puse dentro y cerré el baúl. Hice que Bernadette Bosquet; la esposa del violinista, ella es mi amiga; me ayudara a llevar su baúl hasta el carro".

    Auguste sintió como si una repentina luz brillante hubiera inundado la habitación. Su paquete de medicinas estaban en el baúl. Y sus instrumentos quirúrgicos estaban a salvo.

    Saltó de la mesa. Una punzada de dolor le atravesó la cabeza, se sintió mareado y tuvo que agarrarse a la mesa para apoyarse. Los ojos de Marchette se abrieron alarmados y ella le tendió las manos.

    Recuperado tras un momento, y sintiéndose mucho mejor ahora que hacía unas horas, tomó las manos de Marchette entre las suyas.

    "No puedo decirte cuánto significa esto para mí, Marchette. Había cosas en mi baúl, cosas sagradas, muy importantes para mí. Muy valiosas, te lo agradezco mil veces".

    Sus labios hinchados se abrieron en una media sonrisa. Metió la mano en un bolsillo de su delantal y sacó un gran reloj de bolsillo que relucía en un oro mate. Luego sacó una familiar caja ovalada de plata con una cinta de terciopelo.

    "Esto era de su padre, señor, creo que él desearía que usted lo tuviera".

    Auguste abrió el estuche y vio las lentes redondas, solo durante un momento, pues sus ojos se nublaron. Se tapó la cara con la mano y la mantuvo allí hasta que ya no sintió ganas de llorar. Luego miró el grabado en el reloj: «Pierre Louis Auguste de Marion, AD 1800» y sus ojos se llenaron de lágrimas. Esto, pensó, debería ir en su paquete medicina con los demás objetos sagrados.

    "¿Dónde estaban Raoul y Greenglove cuando llevaste mi baúl y las cosas al carruaje?"

    "Antes de que Armand se emborrachara, Monsieur Raoul lo puso a buscar por la habitación de Monsieur Elysée el papel que dice que usted debe heredar la propiedad. Armand lo encontró y se lo dio a su tío, y él lo arrojó al fuego mientras Armand y Eli Greenglove miraban y se reían. Luego Monsieur Raoul tuvo una discusión muy furiosa con Eli sobre la hija de Greenglove. Casi pelean, pero creo que tienen miedo el uno del otro. Ambos son grandes asesinos. Así que al final fueron al pueblo. Monsieur Raoul acordó llevar a su mujer, la hija de Greenglove, y a los dos niños al chateau".

    "¡Vergonzoso!", resopló el reverendo Hale. "Viviendo públicamente en pecado".

    "¿Me pregunto por qué no los trajo al funeral?" Dijo Nancy.

    Auguste pensó que sabía por qué. Clarissa Greenglove había sido una chica bonita y colmada de pechos cuando llegó por primera vez a Victoire. Pero en los años durante los cuales le había dado dos niños a Raoul, se había convertido en una chica de cabello lacio y desaliñado. Años atrás, Raoul había dicho que se iba a casar con Clarissa, pero nunca lo había hecho. Y Auguste había visto a Raoul mirar a Nancy con una mirada hambrienta durante la misa fúnebre esta mañana. La idea de que Raoul le pusiera una mano encima a Nancy lo enfureció. Esto enfurecería a Eli Greenglove también, aunque por razones diferentes.

    Eli Greenglove, se decía, podía quitarle las alas a una mosca una a una disparando a cincuenta metros, y era buscado en Missouri por más de una docena de asesinatos. Puede que recibiera órdenes de Raoul, pero Raoul no haría nada que ofendiera a tal hombre. Así que, si Eli persistía, Raoul probablemente llevaría a Clarissa al chateau.

    Auguste sintió un nudo en el estómago al tocarse con los dedos un poco la cabeza palpitante. Estaba vivo solo porque Greenglove había elegido golpearle en lugar de dispararle, o en lugar de dejar que Raoul tuviera ese placer.

    "¿Te quedarás a pasar la noche, Marchette?" Preguntó Nancy.

    "No, debo volver al chateau antes de que Armand se despierte. De lo contrario, me pegará más".

    "Voy contigo", dijo Auguste.

    "No", dijo Nancy. "Te matarán".

    Auguste miró por encima de la mesa a una Nancy de ojos redondos y azules llenos del mismo anhelo (ahora mezclado con miedo) que él había visto en ellos antes. «Ojos pálidos», el término Sauk para su gente, no hacía justicia al color de sus ojos, del color de la piedra turquesa que él guardaba en su bolsa medicina. El cabello rubio de Nancy hacía que su sangre se acelerara. Sus dedos hormiguearon con el deseo de tocar la piel blanca de su mejilla.

    Aunque la misma diferenciación de Nancy lo hacía desearla, sabía que él y ella nunca podrían pertenecer el uno al otro tan completamente como él y Pájaro Rojo. Él podía tener una unión profunda y duradera con Pájaro Rojo, una unión que lo haría sentirse completo.

    Pero habían pasado seis años desde que había visto a Pájaro Rojo, y ninguna mujer Sauk querría pasar tanto tiempo sin un hombre.

    Mi madre pasó más tiempo, se recordó a sí mismo.

    Pero Pájaro Rojo probablemente se habría rendido a Zarpa de Lobo y se habría casado con él. Después de todo, ella no había recibido una palabra de Oso Blanco en todo ese tiempo.

    El tono urgente de Marchette reenfocó sus pensamientos: "Monsieur Raoul se puso de pie sobre la mesa y levantó una bolsa llena de dólares españoles. Dijo que había cincuenta y que se los daría al hombre que le disparara a usted. Y hubo muchos hombres que aplaudieron y se jactaron de que serían ellos los que ganarían la plata".

    Auguste imaginó a hombres dispersándose por todo el condado de Smith, buscándolo. Casi podía sentir la bola del rifle destrozándole el cráneo.

    "No puedo esconderme en tu casa para siempre, Nancy. Tarde o temprano vendrán a buscarme y no quiero que eso caiga sobre vuestras cabezas".

    El reverendo Hale no dijo nada, pero Auguste vio alivio en su cara cuadrada, y también reluctante respeto. Pero el respeto de Hale, pensó, le haría poco bien cuando yaciera muerto en la pradera.

    Los labios llenos de Nancy temblaron cuando dijo: "¿Vas a ir al chateau y dejar que te disparen?"

    Auguste notó que tenía las manos frías de miedo, y se las frotó para calentarlas. La casa de Hale estaba a unos quince kilómetros en la pradera al otro lado del Mississippi. ¿Podría cubrir toda esa distancia sin ser visto ni disparado?

    "No voy a ir al chateau, solo me aseguraré que Marchette llegue allí de manera segura. Viajando de noche, debería hacer que alguien regrese con ella. Luego iré a la ciudad, a casa de Nicole y Frank. Debo ver al abuelo". Se giró hacia la cocinera y sintió una punzada en el estómago al ver su rostro magullado. Ella había sufrido tal castigo por amor a su padre, pensó, y también por amor a él.

    "Si te ven, te dispararán", dijo Hale.

    ¿Cree que no lo sé?, quiso gritarle al ministro. ¿Qué opción tenía? Era como un conejo rodeado de lobos. Se obligó a calmarse y habló con sarcasmo.

    "Seguramente sabe, reverendo, que los indios son buenos pasando desapercibidos".

    Sintió que su miedo se convertía en una creciente emoción al recordar las lecciones de sigilo y astucia que había aprendido como Sauk de niño.

    "¿Pero qué harás entonces?" preguntó Nancy. "¿Cómo vas a volver aquí?"

    Auguste dudó. Al recordar que era un Sauk, había movido sus pensamientos en una nueva dirección.

    He sido desposeído. Así como mi pueblo ha sido desposeído.

    Nancy estaba esperando que él hablara.

    "Raoul me dijo que volviera al bosque con los otros indios. Aunque el consejo vino de él, creo que eso es lo que debería hacer".

    Nancy jadeó como si la hubiera golpeado. Hubo silencio en la cabaña por un momento.

    "¿Cómo vas a volver con tu gente?", dijo ella. "¿Cómo los encontrarás?"

    Él sonrió, tratando de que ella le devolviera la sonrisa. "Sé exactamente dónde están. Cruzaron el Mississippi hasta sus terrenos de caza en el Territorio de Ioway. Pasé los primeros quince inviernos de mi vida allí con la Banda Británica".

    Auguste recordó su sueño de convertirse en chamán. Había vuelto a la vida un poco con su esfuerzo por curar a Pierre. Entre los ojos pálidos no había lugar para la magia. Pero ahora sentía que podía volver con su propia gente y encontrar la magia de nuevo.

    Hale dijo: "Una decisión imprudente, me parece a mí. Has sido educado. Has tenido la oportunidad de aprender sobre la civilización blanca cristiana. Tu tío no puede quitarte eso y tú no debes tirarlo a la basura".

    Auguste dijo: "Reverendo, sabe lo que estoy dejando atrás, pero no sabe a lo que estoy regresando".

    Nancy comenzó a hablar rápidamente, como si estuviera tratando de contener las lágrimas: "Bueno, ¿qué hay de estas cosas tuyas que Marchette trajo aquí? Es imposible que puedas llevar un baúl a pie, incluso tan lejos como la casa de Nicole y Frank ¿Te gustaría que guardemos tus cosas aquí para ti? Quizá algún día, después de que te hayas establecido con tu tribu...", ella tragó saliva, "... podrías enviar a alguien a por ellas".

    Auguste escuchó la angustia en su voz, pero decidió tomar sus palabras al pie de la letra: "Sí, estaría realmente agradecido si me las guardaras. Lo único que quiero llevarme ahora es mi paquete de medicinas".

    El reverendo Hale apretó los labios y resopló, pero Auguste le ignoró.

    Auguste pensó un momento: "Y me vendrían bien los instrumentos quirúrgicos. Y al menos un libro".

    "Que sea una Biblia", dijo Hale. Auguste no respondió a eso.

    Cuando Eli Greenglove le había golpeado, Auguste recordó que él estaba atacando a Raoul con el cuchillo en la mano.

    "¿Qué pasó con mi cuchillo?"

    "Lo recogí", dijo Nancy en un tono recortado. Se puso en pie y se acercó a un aparador de roble elaboradamente tallado, un hermoso mueble que parecía fuera de lugar en esta sencilla cabaña, y sacó el cuchillo de Auguste de un cajón. Se lo entregó y él lo deslizó en la funda de cuero de su cinturón.

    "Gracias, Nancy. Mi padre me lo dio hace mucho tiempo". Sus ojos se encontraron y sintió que un calor se extendía por él. Sería duro dejarla.

    Nancy permaneció de pie: "Salgamos hasta la carreta y veamos lo que Marchette ha traído, puedo ayudarte a cargar el baúl dentro".

    Marchette y el reverendo Hale dijeron al mismo tiempo: "¡Yo puedo hacer eso!" La coincidencia hizo que todos se rieran nerviosamente.

    "No", dijo Nancy con firmeza "Marchette, tú estás herida y cansada. Padre, ¿por qué no ves qué consuelo puedes ofrecer a esta pobre y maltratada. El baúl de Auguste que no puede ser tan pesado. Vamos, Auguste".

    Antes de que Hale o Marchette pudieran responder, Nancy hizo que Auguste saliera por la puerta. Él miró hacia la habitación justo antes de que la puerta se cerrara y vio los puños de Hale apretados a ambos lados de su Biblia abierta.

    Auguste se quedó de pie por un momento, dejando que sus ojos se adaptaran de la luz de la lámpara interior a la oscuridad de aquí. Una gorda luna se suspendía sobre sus cabezas; él juzgó que estaría llena dentro de dos noches. Con tanta luz estaría en mayor peligro aún esta noche. El campanario pintado de blanco de la pequeña iglesia del reverendo Hale, al lado de la cabaña donde vivían este y Nancy, brillaba a la luz de la luna.

    Junto a él en la oscuridad, Nancy susurró ferozmente: "No quiero que te vayas".

    Tristemente dijo: "Lo sé". Tomó su mano y la apretó. Quizá era un error hacer eso, pero no pudo evitarlo.

    "Alejémonos de la casa", dijo ella.

    Ahora podía ver la carreta en la que Marchette había venido, el caballo atado a un poste de la cerca al lado del jardín de los Hale en el lado sur de la casa. El caballo se movía de un pie a otro y dejaba escapar el aliento a través de sus labios.

    Sosteniendo con fuerza su mano, Nancy lo condujo a la parte trasera de la casa, más allá de la cual se alzaban hileras de maíz, sus trenzas plateadas brillaban a la luz de la luna.

    "¿Tú y tu padre cultiváis todo este maíz?" Preguntó Auguste.

    "Es nuestra tierra, pero un vecino hace el trabajo. Él lo vende en Víctor y nosotros compartimos las ganancias". Ella lo condujo al maizal, pasando las crepitantes hojas. La ocultación de las hojas y los tallos lo hicieron sentirse más cerca de ella. Él quiso extender los brazos hacia ella.

    Pero el maíz también evocó otro sentimiento.

    Ella no puede saberlo, pero este campo me recuerda los fondos de maíz alrededor de Saukenuk. Me hacen querer volver aún más.

    Cuando hubo tallos frondosos a su alrededor, ocultándolos de la casa, ella se giró hacia él y le dijo: "Por favor, Auguste, no quiero que te vayas para siempre". Sus ojos brillaban a la luz de la luna.

    Su cercanía era emocionante. Él quiso olvidar las preocupaciones que lo hacían dudar y tomarla entre sus brazos.

    "No querrás que me quede aquí y corra el riesgo de que me maten", dijo él.

    "Podrías ir a Vandalia", dijo ella. "Cuéntale al gobernador Reynolds lo que pasó. Si él no puede hacer nada por ti él mismo, tal vez pueda ayudarte a encontrar a un abogado que pelee por ti contra Raoul en los tribunales".

    Qué inocente era ella, pensó con amargura: "Fue el gobernador Reynolds quien llamó a la milicia para expulsar a mi pueblo de Saukenuk. Tal como dijo Raoul, él sería el último hombre en querer ayudar a un indio a luchar por la tierra contra un hombre blanco".

    "Tu padre te envió a la escuela en el Este porque quería un futuro diferente para ti que pasar tu vida cazando y viviendo en una tienda india. Vas a tirar todo eso".

    Sintió un destello de ira hacia ella. Ella no entendía en absoluto la forma de vida Sauk. Simplemente estaba repitiendo lo que su padre había dicho.

    Recordó la forma en que los ojos de Nancy brillaban cada vez que se habían encontrado en la pradera el verano pasado. Sabía que si le hablaba a Nancy sobre el matrimonio, ella le querría sin importar cuánto enfureciera eso a su padre. Pero el matrimonio con Nancy sería la unión de dos extraños, de dos personas cuyos mundos eran completamente diferentes. En los últimos seis años había aprendido mucho sobre el mundo de ella, pero eso no significaba que perteneciera a ese mundo. Y ella no sabía casi nada de él.

    Dolía contenerse; se sentía poderosamente atraído por ella, pero lo que sentía era imposible. Imposible de cumplir.

    "Puedo usar mi educación para ayudar a mi pueblo a tener una vida mejor para sí mismos. El regalo que mi padre me dio es un regalo que yo les daré a los Sauk y puede valer más que la tierra que Raoul me ha robado".

    "Yo no quiero perderte", sollozó ella, se arrojó hacia él y le envolvió con los brazos. Su mejilla húmeda se apretó con la Auguste. Su rostro era cálido, como si tuviera fiebre. Ella le quería; él lo sentía ahora, tal como lo había visto horas atrás en sus ojos descuidados.

    "Nunca me ha importado un hombre como me importas tú, Auguste", dijo ella "Todo lo que dices puede ser cierto, pero si vuelves a tu tribu, nunca volveré a verte".

    A Auguste le dolía admitirlo, pero era casi seguro que nunca volverían a encontrarse.

    "Si quieres, podrías venir conmigo". Incluso al decirlo, estaba seguro de que nunca funcionaría. ¿No había valorado ella el modo de los Sauk como «cazar y vivir en una tienda india»?

    ¿Y si Pájaro Rojo lo estuviera esperando? ¿Qué haría él con Nancy entonces?

    "No", dijo ella. "Si fuera contigo, mi padre nos cazaría y Raoul le ayudaría. Y además..." Ella dudó.

    "¿Qué?"

    Ella negó con la cabeza: "Me temo que los indios me asustan, tú no, los Verdaderos Indios".

    ¿Verdaderos Indios?

    La ira latía en su cabeza. Quiso alejarse de ella entonces, pero ella no lo soltaba. Los brazos de Nancy estaban apretados en un abrazo y ella movió el cuerpo hacia él.

    "Auguste, ¿sabes lo que dice en la Biblia, 'Adán conoció a Eva, su esposa'? Yo quiero conocerte, de esa manera".

    Sus suaves palabras lo emocionaron y él olvidó su ira. Se sintió exaltado y la abrazó con fuerza. Había deseado a Nancy desde que la había conocido en junio pasado. Todo el verano, deseándola, había luchado contra su deseo.

    Él presionó su boca en la de ella, aplastándo sus labios suaves y llenos. Ella estaba tirando de él ahora, tirando de él hacia abajo. Tirando de él para que se acostara con ella entre las hileras de maíz.

    No debo hacer esto.

    Abruptamente, estabilizó sus pies y apartó el rostro del de ella.

    La vaga forma de un futuro diferente al que él planeaba brilló en su mente. Podrían tenerse el uno al otro aquí y ahora, y él podría renunciar a su decisión de regresar con los Sauk. Podía huir temporalmente a algún condado cercano, encontrar trabajo, estudiar hasta poder comenzar a practicar medicina, casarse con Nancy, tal vez incluso tratar de recuperar la propiedad en los tribunales de los ojos pálidos.

    Se convertiría, más o menos, en un ojos pálidos. Sería el final de él como Sauk.

    Y el Oso Blanco surgió en su mente, tan claramente como si de pronto se hubiera levantado aquí entre los tallos de maíz.

    El Oso Blanco dijo: Tu pueblo te necesita.

    "Auguste, por favor, por favor", susurró Nancy. "Esto no está mal. Está bien para nosotros. No hay otro hombre sino tú que sea el correcto para mí. No quiero terminar siendo una seca y vieja solterona que nunca ha conocido al hombre que realmente amaba".

    Ella se deslizó a lo largo de él, cayendo de rodillas en el surco arado. Presionó su mejilla contra el duro bulto en los pantalones de Auguste, enviando una emoción por todo su cuerpo.

    "Por favor".

    Él quiso dejarse caer al suelo con ella. Cerró los ojos y vio al Oso Blanco más vívidamente en su mente. Parecía brillar.

    Se mantuvo tenso luchando contra la presión dentro de él que lo hacía querer ceder ante ella. Se dijo a sí mismo que podía darle a Nancy este momento de amor que ella quería y luego regresar con los Sauk. Si no la tomaba ahora como ella quería ser tomada, él lo lamentaría amargamente más tarde.

    Pero si él hacía esto con ella, los uniría en un vínculo que estaría mal romper. Si le daba lo que ella quería y luego se iba, le haría daño, incluso podría matarla.

    Dio un paso hacia atrás, luego otro. Sentía las piernas como de madera; apenas podía moverlas.

    Nancy lo soltó, se llevó las manos a la cara y sollozó arrodillada entre las hileras de maíz.

    Él se quedó allí un momento, sintiéndose desvalido. Luego se acercó a ella, la tomó de los brazos y la ayudó a ponerse de pie.

    "Te quiero, Nancy", dijo, "pero si te conociera como Adán conoció a Eva, seguiría teniendo que dejarte y eso nos lastimaría a los dos mucho más".

    Los sollozos todavía sacudían su cuerpo. Él ni siquiera sabía si ella lo había oído. Pero ella dejó que él la condujera fuera del maizal, rodeando la iglesia cerrada y silenciosa, y de vuelta al carro donde yacía su baúl. Mientras caminaban, ella sacó un pañuelo de la manga, se limpió la cara y se sonó la nariz.

    Auguste sentía el corazón pesado como el plomo. Seguro como estaba de que esto era lo correcto, estaba casi igual de seguro de que era incorrecto.

    Cuando llegaron al carro, él todavía sostenía su brazo. Suavemente, ella se liberó de él.

    "Eres un buen hombre, Auguste, me temo que siempre te amaré. Tanto si me quieres como si no".

    "¿Estás bien?" le preguntó él. Quería hacerla feliz y se sentía terriblemente inútil.

    "Lo estaré", dijo ella.

***

    Mientras volvía en la carreta a la casa de campo con Marchette, la nuca de Auguste le hormigueaba. Imaginaba cazadores silenciosos agazapados en la pradera, con sus largos rifles Kentucky preparados y su mente fija en cincuenta piezas de plata. Sus ojos se movían inquietos sobre las colinas bajas que los rodeaban. La luna casi llena se hundía ante ellos en el Oeste como una linterna al final de su camino. En algunas partes, la pradera se cerraba alrededor del caballo y el carro, tan alta como la grupa del caballo y las ruedas del carro, y a Auguste le pareció que se estaban abriendo paso a través de un lago iluminado por la luna.

    El sonido más fuerte que escuchaba era el constante coro de grillos, más numerosos que todas las tribus del hombre. De alguna manera parecía que siempre cantaban más fuerte en esta época del año, como si supieran que las heladas y la nieve vendrían pronto a silenciar su canción.

    El techo en pico del chateau se alzaba negro ante las estrellas. Antes de llegar a los huertos, Auguste rodeó con su brazo a Marchette y le dio un beso en la mejilla. Saltando del carro, se ató a los hombros las correas de bruto cuero de la mochila que contenía su paquete de medicinas, sus instrumentos y su libro.

    "Adiós y gracias, Marchette", susurró antes de lanzarse hacia la hierba alta.

    "Dios te guarde", le gritó ella suavemente.

    Observando a los acechantes cazadores de Raoul, pronto pasó el chateau y se deslizó por el borde del camino que conducía a la ciudad a través de las colinas.

    Se congeló. Vio una luz delante de él, una linterna oscilante que se alejaba. Se oían fuertes voces en el aire tranquilo de la noche.

    Esos debían ser algunos de los hombres de Raoul. Él estaba asustado, pero necesitaba saber lo que Raoul estaba haciendo. Permaneciendo bien en las sombras de los árboles que crecían a lo largo del borde del camino, se movió rápida y silenciosamente hasta estar lo bastante cerca para distinguir las palabras.

    Los tipos se tambaleaban elogiando la generosidad de Raoul con el Old Kaintuck. Auguste veía a tres en el resplandor amarillo de la linterna, cada uno portando un rifle.

    Se mordió el labio inferior y el miedo formó un hueco frío en su pecho. Si estos hombres lo veían, le dispararían en el acto.

    O lo intentarían. Él dudaba que pudieran disparar a algo, borrachos como parecían. Con ese pensamiento, sus músculos tensos se relajaron un poco.

    Los hombres cruzaron una estrecha cresta que conectaba una colina con el acantilado en el que se encontraba el puesto comercial. Auguste se estremeció, sobresaltado por un grito y un gemido, seguido por el choque de un cuerpo que caía a través de los arbustos y un fuerte traqueteo metálico, probablemente un rifle, contra las rocas.

    Desde la cresta surgió una ebria carcajada. Dos de los hombres se burlaron de su camarada que había rodado hasta el pie de la colina. No lo ayudaron a subir de nuevo. Duerme ahí abajo, le dijeron. Las maldiciones flotaban débilmente desde abajo, luego hubo silencio.

    "¿Y si ese indio está al acecho por aquí?" dijo el hombre que llevaba la linterna. "Podría encontrarse con Hodge en la oscuridad y rebanarle la cabellera o algo así".

    Auguste pensó: Cómo me encantaría eso. Reconoció el acento prusiano del hombre que hablaba. Era Otto Wegner, uno de los hombres que trabajaban en el puesto comercial de Raoul.

    El otro hombre dijo: "Demonios, si ese inyo no está muerto por la forma en que Eli lo golpeó con la culata del rifle, está a medio camino de Canadá. Sabe que tendrá su piel roja llena de agujeros si se queda cerca del Condado de Smith".

    "En cuanto a mí, yo no disparo a indios desarmados", dijo Wegner. "Cincuenta dólares españoles o no, tengo mi orgullo de haber servido con von Blücher en Waterloo".

    "Waterloo, ¿eh? Bueno, que me aspen si no eres un infierno de amigo. Raoul te desollaría vivo y te pondría un sombrero si te escuchara hablar así".

    "No lo haría, soy su mejor fusilero, después de Eli Greenglove. Él sabe que mi valor y mi honor como soldado valen más para mí que cincuenta piezas de ocho".

    Agachado en los arbustos, Auguste sacudió la cabeza con asombro. Había cierto sentido de lo correcto y lo incorrecto incluso entre los pícaros de Raoul.

    Pero eso no había detenido a Wegner de ser uno de los hombres que habían respaldado a Raoul con su rifle esta mañana.

    Esperó a que los hombres cruzaran la cresta. No oyó ningún sonido más del que había caído; probablemente había seguido el consejo de sus camaradas y se había puesto a dormir.

    Cuando la linterna se perdió de vista en una esquina de la empalizada del puesto comercial, Auguste avanzó como una flecha. Con gran discreción, recorrió un amplio círculo a través de la ladera boscosa sobre Víctor. Bajó corriendo hacia la carretera donde se encontraba la casa de los Hopkins. Un perro negro de orejas largas ladró y corrió hacia él cuando pasó por una de las casas a lo largo del camino. Su corazón se detuvo mientras esperaba que las puertas se abrieran y los rifles le dispararan. Pero él siguió caminando, y el perro dejó de ladrar cuando él se alejó del camino de la casa que el perro estaba vigilando.

    Confiando en que ninguno de los vecinos lo hubiera escuchado, llamó a la puerta de los Hopkins para despertarlos.

    Frank Hopkins, con una vela en la mano, se paró en la puerta con una larga camisola de dormir. "¿Quién demonios es? Tenemos un hombre enfermo aquí", miró con más atención. "¡Dios mío, Auguste! Entra, rápido".

    Extendió la mano, arrastró a Auguste por la puerta y la cerró rápidamente detrás de él.

    "Pensé que estabas en la casa de los Hale". Ambos estaban en el taller de la planta baja de Frank. La imprenta de hierro se alzaba sombría a la luz de las velas.

    "He venido a ver al abuelo. Frank, voy a volver con mi pueblo, necesito tu ayuda".

    "Ven escaleras arriba", Frank ayudó a Auguste a desatarse la mochila.

    Las escaleras conducían a un corredor del segundo piso y Frank llevó a Auguste a una habitación donde una lámpara de aceite con una alta pantalla de cristal ardía junto a una gran cama. Nicole estaba sentada allí. La luz de la lámpara revelaba el agudo perfil de Elysée ante el blanco de la almohada.

    Nicole se puso en pie: "¡Oh, Auguste! ¿Estás bien?"

    "Estoy mejorando. ¿Cómo está el abuelo?"

    "Solo estuvo despierto la mitad del tiempo que Gram Medill lo atendió. Dijo que se había retorcido la cadera al caer y que tenía hematomas graves, pero que no se había roto ningún hueso. Yo he estado sentada con él. ¿Qué hay de ti? ¿Cómo está tu cabeza?"

    Auguste sintió como si las cadenas se hubieran desprendido de su pecho ante la noticia de que el abuelo no se estaba muriendo. Luego, le comenzó a doler la cabeza. En la emoción de burlar a sus enemigos, Auguste había olvidado su dolor. Ahora se frotó el lugar sobre el oído derecho donde el rifle de Greenglove le había golpeado. Sentía un doloroso bulto al tacto, pero pudo sonreírle tranquilizadoramente a Nicole.

    Habló en voz baja para no molestar a Elysée: "No podré ponerme mi elegante sombrero de castor con este chichón, pero no voy a llevarme el elegante sombrero de castor allá donde voy".

    "Traeré más sillas", dijo Frank. "Podemos hablar aquí. El viejo caballero ya está profundamente dormido. ¿Te apetece un dedo de brandy, Auguste?"

    Auguste asintió: "Eso podría aliviar el dolor". Pensó no solo en el dolor del rifle, sino en el dolor en su corazón por haber perdido Victoire a pesar de su promesa a su padre. Y en el dolor de separarse de Nancy.

    Él y Frank quitaron en silencio las sillas de las otras habitaciones escaleras arriba donde dormían los hijos de los Hopkins. Frank bajó a la cocina y regresó con una bandeja con tres vasitos de cristal en forma de cuenco y una jarra de vidrio tallado que centelleaba a la luz de la lámpara.

    "Hermosa cristalería", dijo Auguste sentándose y colocando cuidadosamente la mochila entre sus pies.

    "De la época de Luis XV", dijo Nicole. "Una de las cosas que Papá trajo del viejo chateau de Francia. Y nos lo dio a Frank y a mí como regalo de bodas. Al menos Raoul no pondrá sus manos en esto".

    Auguste dijo: "Pero Raoul tiene todo lo demás, porque mi padre me lo dejó todo. Le dije que debería habértelo dejado a ti, debí haber insistido". Su rostro ardía de vergüenza.

    Frank dijo: "Dudo de que hubiéramos retenido la propiedad más tiempo que tú. Y, francamente, no la quiero más que tú, no sé lo que piensa Nicole".

    Ahora que la tierra estaba irrevocablemente perdida para él, Auguste ya no estaba tan seguro de no quererla. Se movió inquieto en su silla, enojado consigo mismo por su incertidumbre.

    Nicole negó con la cabeza: "Soy una esposa y una madre. No estoy preparada para ser una châtelaine. Especialmente si tengo que luchar contra ese... esa bestia".

    Mientras Frank vertía un dedo del cálido líquido ámbar en cada uno de los vasos, Auguste notó que sus dedos estaban, como siempre, ennegrecidos. Nunca debía de conseguir quitarse las manchas de su comercio de las manos.

    Frank dijo: "Voy a escribir en el Visitante sobre lo que ha sucedido hoy, voy a contar lo que vi para que todo el condado sepa lo que sucedió".

    Auguste miró a Nicole. Vio miedo en sus ojos, pero ella no dijo nada.

    "¿Por qué escribir sobre eso?", dijo Auguste: "Raoul te haría daño de alguna manera y no cambiaría nada. Yo ni siquiera estaré aquí para leerlo". Lo último que quería era que estas personas que le importaban se metieran en problemas por su culpa.

    Frank sonrió levemente: "Tú sabes que, a diferencia de casi todos los demás hombres en el condado de Smith, yo no llevo un arma". Señaló hacia abajo, en dirección a la prensa en la planta bajo ellos. "Esa es mi forma de pelear".

    Por un momento, Auguste se sintió avergonzado de estar huyendo de esa misma pelea.

    "Porque hoy me apoyasteis, mi corazón siempre cantará vuestras alabanzas. ¿Crees que el espíritu de mi padre estará triste si no me quedo y lucho por la tierra hasta que muera?"

    "Casi te mueres, Auguste", dijo Nicole.

    Y aún podría antes de escapar de aquí.

    Tomó un sorbo de brandy. Le quemó la lengua y la garganta y encendió un fuego en el vientre. Lo hizo sentirse más fuerte.

    Frank dijo: "Nadie dice que deberías quedarte, yo no quiero ver cómo te matan".

    Nicole dijo: "Y tu padre Pierre quería que tuvieras la propiedad, pero tampoco quería que murieras por ello".

    "Amén ​​a eso", dijo Frank.

    , pensó Auguste despreciándose a sí mismo, pero creo que esperaba que mantuviera la tierra durante más de un día.

    Frank continuó: "Pero si vuelves con tu gente, tienes que hablarles. Ellos no pueden seguir luchando contra los Estados Unidos por su tierra más de lo que tú podrías luchar contra Raoul".

    Un calor feroz se elevó en Auguste mientras tomaba otro sorbo de brandy: "En la escuela de San Jorge leí que el indio no hace un buen uso de la tierra. Los blancos necesitan la tierra. Por tanto, el indio debe ceder". Apretó el vaso en la mano. "¡Nosotros vivíamos en esta tierra! ¿No significa eso nada?"

    Frank dijo: "Auguste, sabes mejor que cualquiera de tu gente cuánto poder tienen los Estados Unidos. Tienes que hablar con ellos".

    Auguste guardó silencio durante un momento.

    Los cuchillos largos, pensó. Así era como su pueblo llamaba a los soldados estadounidenses. Pero la Banda Británica no tenía idea de cuántos cuchillos largos había. Él debía hacer entender a Halcón Negro.

    Bebió un poco más de brandy y su fuego fluyó por su sangre.

    Suspiró y asintió: "Hablaré con ellos, Frank, necesito un bote".

    Nicole dijo: "Se te cierran los párpados, Auguste. Estás cansado y todavía estás herido. No puedes irte esta noche".

    Cierto. Y él quería quedarse el tiempo suficiente para ver al Abuelo cuando estuviera despierto.

    El último recuerdo de Auguste esa noche fue dejar que Frank lo guiara por el pasillo hacia una habitación oscura, donde cayó boca abajo sobre una cama vacía.

    Cuando volvió en sí, estaba acostado en la misma cama, todavía completamente vestido, excepto por las botas. La habitación no estaba tan oscura como recordaba, estaba en una especie de crepúsculo. La única ventana estaba cerrada. Una cortina cubría la puerta. Miró por la habitación, vio ropa de los niños colgada en perchas y apilada en el suelo, había otra cama, cubierta con sábanas arrugadas, vacía. Sus propias botas y sus mochila estaban colocadas cuidadosamente a los pies de su cama.

    Una presión urgente en su interior le dijo que había estado durmiendo mucho tiempo. Vio un orinal en una esquina. Inteligente por parte de ellos dejar el orinal aquí, pensó mientras lo llenaba. No se atrevía a ir a la letrina durante luz del día.

    Se acercó a la ventana y miró con cautela a través de la persiana. La ventana miraba hacia el Sur y él no podía ver el sol, solo las sombras negras que este pintaba en los surcos del camino inclinado colina arriba más allá de la casa de los Hopkins. Debía de ser avanzada la tarde.

    Se preguntó si Raoul y sus hombres estarían allí afuera, buscándole. ¿Viviría él para ver otro anochecer?

    Le dolía menos la cabeza que la noche anterior... hasta que la tocó. Entonces el dolor fue como si alguien le clavara un clavo en el cerebro. El chichón parecía tan grande como el huevo de una gallina.

    Abrió su mochila, sacó su bolsa medicina y las piedras una por una, frotando los dedos sobre cada una. Se abrió la camisa y tocó con la punta de la garra del oso las cinco cicatrices en su pecho.

    Luego, en un impulso, tocó la vieja cicatriz en su mejilla.

    Una bolsa de cuero negro contenía sus instrumentos quirúrgicos: dos sierras, una grande para piernas y otra más pequeña para brazos; cuatro escalpelos; lancetas para sangrado; unas tenazas para sacar dientes; una sonda y pinzas para extraer balas; un tarrito de opio. Cualquiera de esas cosas podría ser necesaria adonde iba.

    Por último sacó un libro, elegido casi al azar de su pequeña colección. En el lomo de la cubierta de cuero marrón estaba estampada en oro: «J. Milton. El Paraíso Perdido».

    El reverendo Hale le había recomendado que se llevara una Biblia. Este largo poema que da al cristiano un relato de la creación era lo más parecido a una Biblia. Pero lo había leído en San Jorge y le había gustado. Y su título y su historia de Adán y Eva siendo expulsados del Jardín del Edén le hacía pensar en cómo había sido él desposeído. Quizá encontrara algo de sabiduría o guía en el libro.

    Hoy pensó: ¿El Paraíso Perdido? Puede ser que esté regresando al paraíso.

    Pero luego recordó lo mucho que Nancy había querido "conocerlo" como Adán había conocido a Eva. Él estaba dejando atrás lo que podría haber sido una gran felicidad.

    Abrió el libro y leyó el primer verso que vio:

    Alto en un Trono del Real Estado, que de lejos,

    Eclipsaba la riqueza de Ormus y de Ind,

    O donde el precioso Oriente con la mano más rica.

    Mostraba los suyos en sus Reyes Barbaros Perla y Oro,

    Satanás exaltado se sentó.

    Aquello sonaba a Raoul, con sus cincuenta dólares españoles y su barco de vapor y mina de plomo y puesto comercial. Raoul estaba mejor preparado para ser Satanás que para ser el ángel a las puertas del Edén que mantenía alejados a los pecadores.

    Escuchó voces cercanas. Una, débil pero inconfundible, era la del abuelo. Su corazón dio un salto. Rápidamente volvió a embalar sus tesoros.

    Empujó la cortina a un lado y se apresuró a cruzar el pasillo. Fue una alegría ver los ojos de Elysée mirándolo, abiertos y brillantes.

    "Por regla general, no creo en los milagros", dijo Elysée sonriendo a Auguste, "pero ciertamente es un milagro que pudieras cargar contra un hombre apuntándote con una pistola al pecho y salir con nada más que un golpe en la cabeza".

    "El chichón ya duele bastante, abuelo", dijo Auguste arrastrando la silla en la que se había sentado la noche anterior y acercándola a un lado de la cama. "Desearía poder quedarme y curarte".

    "Nuestra comadrona local dice que yo también sanaré", dijo Elysée. "Puedo mover los brazos y piernas sin dolor extremo, creo que la peor lesión fue en mi cadera". Se tocó el lado derecho suavemente. "Me la magullé al caer. Tengo una hinchazón, pero puedo mover la pierna. La cadera no está rota". Cerró los ojos y Auguste supo que el viejo sentía un dolor más agudo en el corazón que en los huesos. "No deberías planear quedarte aquí, me temo que Raoul es perfectamente capaz de asesinarte".

    Un hijo muerto y el otro, enemigo. Y ahora debo abandonarle. ¿Cuánto más puede soportar?

    Nicole estaba sentada junto a la cama de Elysée, tal y como había estado la noche anterior cuando llegó Auguste. Él se preguntó si ella había dormido algo.

    Nicole le sonrió: "Envié a los niños a jugar junto al río. Tener dos adultos heridos que cuidar ha sido muy tranquilo para mí".

    Elysée se sentó un poco más erguido, Nicole rápidamente agarró las almohadas detrás de él y dirigió una mirada aguda y de ojos azules a Auguste.

    "Nicole y Frank me han hablado acerca de tu plan de regresar con los Sauk. Puedo entender por qué deseas hacerlo, pero esa no es la única opción abierta para ti. Podrías considerar ir a lugares donde las personas son mucho más civilizadas que las que hay por aquí, al Este, donde te educaron. Emilie y Charles estarían encantados, estoy seguro, de llevarte allí de nuevo durante un tiempo. Y yo podría ayudarte. Tengo dinero depositado en Irving e Hijos en Wall Street. Podrías continuar tu educación y seguir la profesión médica en Nueva York".

    Deseando no tener que rechazar al viejo, Auguste dijo: "Abuelo, debo acudir a las únicas personas que amo en el mundo tanto como os amo a ti y a tía Nicole".

    Elysée emitió un pequeño suspiro: "Entiendo que la lealtad te devuelva al pueblo de tu madre. Eso te viene de familia, supongo que tu padre debe de haberte hablado sobre el misterio en torno al origen de nuestro apellido".

    "Sí, abuelo" Queriendo que conociera a sus antepasados ​​franceses, Pierre había pasado horas con Auguste contando sus nombres y hechos. Y él le había dicho que, extrañamente, los registros de Marion se extendían solo hasta finales del siglo XIII, aunque la familia ya era rica y poderosa por aquel entonces. Según una turbia leyenda, el hijo de un antepasado había cometido traición contra el Rey, y ese hijo había abandonado a su esposa e hijos, simplemente desapareció. Sintiendo que el nombre original, cualquiera que este había sido, estaba irreparablemente empañado, el primer Conde de Marion conocido había destruido todo registro de su antiguo nombre, al parecer con la aprobación y ayuda de las autoridades reales, y había adoptado el nombre de la familia de su madre. La historia había dejado a Auguste deseando poder usar sus poderes de chamán para aprender más, pero dudaba que los espíritus Sauk pudieran ver claro al otro lado del océano.

    Elysée dijo: "Nosotros los de Marions a veces mostramos una sobreabundancia de lealtad, como si todavía estuviéramos tratando de expiar esa antigua culpa".

    Perplejo, Auguste dijo: "No hay nada malo en la lealtad, ¿verdad?"

    "Ciertamente no, pero recuerda esto, si yo hubiera permitido que la lealtad me retuviera en Francia, no estaríamos aquí en este prístino paraíso".

    Él ve esta tierra como un paraíso también. Pero la tierra no ha sido amable con él.

    "Al mirar atrás, abuelo, ¿crees que habrías hecho mejor quedándote en Francia?"

    Elysée dio una carcajada, un sonido corto y sin humor: "En absoluto, seguramente habría perdido la cabeza con el maravilloso invento del Dr. Guillotine. Nuestras tierras habrían sido confiscadas, y ese habría sido el fin de la familia".

    "Pero ahora, con la mayor parte de la riqueza en manos de Raoul..."

    Elysée alzó una mano y negó con la cabeza: "Esto no es el final, no creo en la intervención divina, pero sí creo que hay una ley de la naturaleza que dice que a un hombre malvado le irá mal al final".

    Auguste estaba a punto de responder cuando escuchó pasos viniendo por el camino hacia la casa, recordándole lo tranquilo que había estado desde que había despertado. Sospechaba que buena parte de la ciudad estaba durmiendo debido al Old Kaintuck de Raoul.

    Oyó que la puerta se abría y se cerraba debajo. Un momento después, Frank entró en la habitación con un largo rifle, una bolsa de municiones y un cuerno de pólvora colgado al hombro.

    "Bueno, te he comprado un pequeño bateau que te llevará a cruzar el Mississippi", dijo Frank, "por cinco dólares, de un viejo trampero que no tiene ganas de salir este invierno. Y por otros veinte dólares he conseguido que incluyera en el lote su segundo mejor rifle y un buen suministro de municiones". Sonrió sombríamente a Auguste. "Espero que encuentres esto útil en Ioway".

    Auguste asintió: "Comeré mejor. Pero, veinticinco dólares, Frank, eso es demasiado para que lo gastes en mí". Sintió una cálida gratitud hacia el regordete de cabello arenoso que estaba arriesgando tanto por ayudarlo. El periódico de Frank, su imprenta y su carpintería en conjunto difícilmente podrían ganar veinticinco dólares en un mes, lo suficiente para alimentar a una familia de diez.

    Elysée dijo: "Te dije que tenía algo de dinero, Auguste. Deja que el bote y el rifle sean mi regalo para ti".

    Auguste extendió la mano y apretó la mano huesuda de su abuelo.

    Frank dijo: "He movido el bote aproximadamente a medio kilómetro de la ciudad y lo he escondido. Deberíamos poder bajar allí sin ser vistos después del anochecer".

    Nicole dijo: "Si Auguste se va como Raoul quiere, ¿por qué no le iba a dejar marchar sin más?"

    Frank dijo: "No podemos arriesgarnos, creo que Raoul no quedará contento hasta haber matado a Auguste".

    Auguste se estremeció por dentro al pensar que había en el mundo un hombre que no estaría satisfecho hasta que él estuviera muerto. No podía vivir con ese tipo de miedo. Le pidió al Oso Blanco, su guía espiritual, que le diera coraje.

    Trató de sacar el miedo de su mente. Se puso en pie para volver a la habitación donde había dormido. Limpiaría y volvería a empacar las cosas que llevaba. Decidió que se ocuparía preparándose y que no se daría tiempo a pensar sobre el miedo.

    Pero la noche parecía muy lejana.

    A las nueve en punto de la noche, (según el reloj Seth Thomas en la imprenta de Frank, que él ponía en hora todos los días al atardecer), estaba lo bastante oscuro y la ciudad lo bastante tranquila como para que Auguste se fuera. Sostuvo el amplio cuerpo de Nicole en un fuerte abrazo y la besó, estrechó la mano de los niños y besó a las niñas. Su abuelo se había quedado dormido nuevamente, pero el anciano lo había besado en ambas mejillas y se había despedido esa tarde.

    El camino que bajaba por el acantilado desde la ciudad hasta el fondo estaba vacío. La mayoría de las personas de Víctor se acostaban poco después del atardecer, y los que no lo hacían estarían en la taberna del puesto comercial.

    Auguste vio la luz de las velas parpadear en una cabaña de madera de una habitación por la que pasaron. Una silueta apareció en la ventana justo cuando él miraba. Un hombre extendió la mano y cerró los postigos.

    "Qué mala suerte que tuviéramos que pasar por esa casa justo cuando él cerraba la ventana", dijo Frank, "Es uno de los hombres de Raoul, pero es muy probable que todavía esté medio borracho".

    Frank y Auguste siguieron el camino pasando maizales listos para la cosecha, iluminados por la luna casi llena.

    Más adelante, los lados boscosos del acantilado descendían hasta la orilla del agua. Frank condujo a Auguste a una calita cubierta de arbustos.

    No fue hasta que estuvo casi encima del bateau que Auguste vio que Frank lo había sacado del agua, lo había cubierto con ramas y lo había atado a las raíces de un árbol que se había caído al agua, socavado por el río.

    Con el corazón hundido, Auguste vio que, aunque el bote era pequeño, sería más pesado y más difícil de remar que una canoa. Bueno, Frank había hecho todo lo posible, y ahora tendría que hacer él lo mejor posible.

    Su corazón dio un vuelco de miedo al escuchar cascos de caballo.

    Jinetes, viniendo por la carretera de Víctor.

    Frank dejó de trabajar en el bote y levantó la cabeza. "¡Maldición! Esa mofeta debe de haberte visto después de todo".

    Los latidos se acercaban rápidamente. El corazón de Auguste latía tan rápido como los cascos que se acercaban. Vio a los jinetes a la luz de la luna: cinco, corriendo a través del alto maizal.

    Frank y Auguste empujaron primero la proa del pequeño bote hacia el agua, con la popa puntiaguda descansando en la orilla. Auguste puso la mochila en la popa y el rifle y las municiones en la proa, donde tenían más probabilidades de permanecer secos. La corriente tiró de la proa río abajo, el fondo plano estaba triturando el barro.

    Auguste vio un destello y escuchó un fuerte estallido. Algo silbó a través de las ramas desnudas de un arbusto a su lado.

    Él saltó dentro del bote.

    "Toma. Carne de res y galletas". Frank arrojó una bolsa a Auguste, quien la dejó en el asiento junto a él. Frank empujó la popa del bateau para liberarlo.

    "¡Ahora rema por tu vida!".

    Remando tan fuerte y rápido como podía, Auguste viró diagonalmente en el Mississippi, tratando de ir más allá del alcance de la pistola sin gastar toda su fuerza en luchar contra corriente.

    "¡Hopkins, maldita sea, te mataré a ti si se escapa!".

    La voz de Raoul. Auguste deseó tener tiempo para cargar su rifle y disparar, pero si dejaba de remar, seguramente le atraparían.

    Cinco brillantes destellos rojos y cinco disparos rugieron uno tras otro desde la orilla.

    Si uno de esos hombres es Eli Greenglove, estoy muerto seguro.

    Auguste escuchó un golpe seco en el lateral del bote y salpicaduras en el agua a su izquierda. Se sentía desnudo sentado en el bote, tirando frenéticamente de los remos. Podía dejar de remar y tumbarse para usar el costado del bote como escudo, pero entonces permanecería dentro de alcance, a la deriva hacia el Sur a lo largo de la orilla del río, y Raoul y sus hombres podrían seguirle y dispararle a su antojo. Apretó los dientes y siguió remando, con los músculos de los hombros como si estuvieran a punto de rasgarse y soltarse de sus huesos.

    Escuchó una bola de plomo pasar sobre su cabeza. Debían de haber dejado de cabalgar para recargar y apuntar mejor.

    Otra bola se estrelló contra el bote justo delante del remo de madera.

    Su cuerpo estaba cubierto del sudor frío del miedo. No había nada que pudiera hacer sino quedarse ahí sentado, una diana a la luz de la luna, y jalar los remos con todas sus fuerzas. Si fallaba una palada, podría ser su muerte.

    Hacedor de la Tierra, no dejes que Raoul se vengue de Frank.

    Postas de pistola salpicaron agua dentro el bote.

Capítulo 11

El Tipi de Pájaro Rojo

    Oso Blanco remaba río arriba en el río Ioway, pasando rodales de sauce llorón cuyas frondas amarillentas caían en el agua verdinegra. A pesar de que la corriente era más débil ahora, sentía los brazos y los hombros como si le hubieran apaleado. Ojalá Frank hubiera podido encontrar una canoa para él, en lugar de este pesado bateau que había tenido que impulsar a través del Río Grande y ahora por el Ioway.

    Su corazón latía en su pecho como un pájaro atrapado cuando sintió que se acercaba al campamento de caza de invierno de la Banda Británica. Había pensado que estaría contento por este regreso a casa, pero estaba aterrorizado.

    ¿Cómo le recibirían? Después de seis años debían de pensar que él se había olvidado de ellos. ¿Le despreciarían? Tal vez se burlarían de él.

    ¿Y en qué estado encontraría a la Banda Británica? Habían tenido que pasar el verano sin los cultivos que siempre levantaban. ¿Habían disparado algunos francotiradores blancos durante el asedio de Saukenuk? ¿Cuántos, debilitados por el hambre, podrían estar enfermos o muertos? ¿Estaría viva su madre?

    ¿Y qué habría sido de Pájaro Rojo?

    Ya se había encontrado por casualidad con un miembro de la banda, Tres Caballos, quien había estado pescando en las aguas poco profundas en la costa de Ioway del Río Grande. Y Tres Caballos ciertamente se había alegrado de verlo en su pony y había dicho que volvería al campamento con la noticia de que Oso Blanco había regresado. Estaba tan emocionado que no esperó a que Oso Blanco hiciera preguntas sobre cómo le había ido a su gente.

    De modo que todos le estarían esperando cuando él llegara allí. La idea lo asustaba aún más.

    Más adelante, una hilera de canoas de corteza y talladas descansaba en un terraplén de tierra.

    Vio un destello rojo en los árboles cerca de las canoas. Por un momento pensó, con un alegre salto de su corazón, que podría ser Pájaro Rojo. Luego, un hombre con una manta rojo profundo salió del bosque sobre las canoas varadas con los brazos cruzados.

    Zarpa de Lobo.

    Sus ojos eran como astillas de carbón y los círculos negros que había pintado a su alrededor le daban un aspecto aterrador. La cresta de pelo de ciervo teñido de rojo que brotaba de su cráneo afeitado le pareció extraña y salvaje a Oso Blanco, después de seis años apartado de los Sauk.

    Oso Blanco remó cerca de la orilla del río sin saber cómo saludar a Zarpa de Lobo. El bravo no decía nada, no hacía nada. Una rama de arce se balanceaba en el viento. Hojas rojas cayeron y la luz del sol brilló desde un tomahawk con cabeza de acero que Zarpa de Lobo estaba blandiendo.

    El vientre de Oso Blanco se hizo un nudo.

    Deslizó el bote para detenerse en la orilla, a poca distancia río abajo de Zarpa de Lobo. Salió por la parte delantera, tiró del bote hacia la orilla, lo descargó y lo volteó.

    Zarpa de Lobo observaba en silencio mientras Oso Blanco se colgaba la mochila y las bolsas a la espalda, levantaba el rifle y se lo apoyaba en el hombro. Al ver la cresta roja de Zarpa de Lobo, la manta y los pantalones de ciervo, Oso Blanco se dio cuenta de lo extraño que era. Él mismo debía de parecerle extraño a Zarpa de Lobo, con la chaqueta verde que había llevado en el funeral de su padre.

    Ahora ambos estaban cara a cara.

    Esperaré a que se mueva, aunque tenga que quedarme aquí hasta el atardecer y durante toda la noche. Él eligió esta extraña forma de encontrarse conmigo. Dejemos que me muestre lo que piensa.

    Oyó crujir las ramas en el viento que lo rodeaba. El agua del río ondeaba sobre las piedras a lo largo de la orilla. Oyó un pájaro rojo silbando a lo lejos.

    Zarpa de Lobo respiró hondo, abrió la boca y soltó un grito de guerra.

    "¡Whoowhoowhoowhoo!".

    El corazón de Oso Blanco dio un fuerte latido y él retrocedió un paso. Oyó rabia y frustración en el grito de Zarpa de Lobo. Estaba enojado con él. ¿Por qué? Tal vez por volver simplemente.

    Zarpa de Lobo sostenía el tomahawk en alto. Correosos músculos con venas oscuras sobresalían en su brazo rígido. Dos plumas teñidas de rojo bailaban justo debajo de la cabeza de acero. Repitió su grito de guerra y luego sus labios retrocedieron para mostrar unos dientes blancos apretados.

    Zarpa de Lobo dio media vuelta y se internó corriendo en el bosque, dejando a Oso Blanco alterado y boquiabierto. Se quedó quieto; escuchando a Zarpa de Lobo chocando entre los árboles y arbustos, pateando montones de hojas; hasta que el ruido se apagó en la distancia. Ningún Sauk corría ruidosamente por el bosque de esa manera a menos que fuera impulsado por alguna locura.

    Oso Blanco suspiró. Curiosamente, se sentía menos asustado ahora que antes de encontrarse con Zarpa de Lobo. Antes no sabía qué esperar. Ahora se sentía preparado para cualquier cosa.

    Se adentró en el bosque siguiendo las instrucciones de Tres Caballos. Mientras caminaba, comenzó a escuchar los sonidos de las voces y los perros que ladraban. Poco a poco estos iban sonando más cerca hasta que, por fin, él irrumpió de entre los árboles en un claro.

    La vista hizo que sus ojos se llenaran de lágrimas.

    Cien o más mujeres con faldas marrones y con flecos estaban frente a él, y cuando él se adelantó, se apresuraron a formar un anillo a su alrededor. Su visión se volvió borrosa al reconocer rostros que no había visto en seis años.

    Más allá de las mujeres, pudo ver el campamento de la Banda Británica. En su alegría, le pareció que los tipis estaban bañados por una luz dorada. Anillos de cúpulas grises comenzaban cerca de los árboles donde el estaba y se extendían por la alta pradera amarilla. Ante los tipis podía ver en qué habían estado trabajando las mujeres, tareas abandonadas por el momento, ropa reparada, pieles estiradas, carne y pescado limpios y puestos en marcos para secar.

    "¡Oso Blanco está aquí!" chilló una mujer y él reconoció a Agua Fluye Rápido, la regordeta esposa de Tres Caballos.

    Tres Caballos, un hombre bajo con hombros anchos, estaba de pie junto a su esposa. Tenía la nariz chata y extendida. Oso Blanco no lo recordaba de esa manera. Algo debía de haberle sucedido a Tres Caballos mientras él había estado fuera.

    Mucho les ha pasado mientras yo estaba fuera.

    "Os dije que Oso Blanco había regresado", decía Tres Caballos una y otra vez.

    Oso Blanco respiró los olores familiares de humo de fogata y carne asada, de cuero y madera recién cortada y humo de tabaco. Sus ojos encantados captaron las plumas y los abalorios y la pintura, las mantas y las cintas, los cuerpos revestidos de piel de ciervo con flecos, las cálidas caras marrones, ojos oscuros y amigables.

    Murmurando saludos, buscó en la multitud rostros especialmente amados.

    "¿Dónde está Tallador del Búho?" , preguntó él. Después de tanto tiempo, la lengua Sauk llegaba torpemente a sus labios.

    Tres Caballos dijo: "Tallador del Búho visita los campamentos del Zorro y los Kickapoo, para invitarlos al consejo de Halcón Negro".

    ¿Qué está planeando Halcón Negro ahora?

    A Oso Blanco no le gustó el sonido de las noticias, pero habría tiempo para pensar en ellas más tarde.

    "¿Dónde está Mujer Sol, mi madre?"

    Agua Fluye Rápido habló: "Ella ha ido a recoger plantas medicinales". Ella parecía tan alegre como siempre, pero sus ojos le penetraban.

    "¿Nadie va a ir a buscarla y decirle que estoy aquí?"

    Agua Fluye Rápido dijo: "Pájaro Rojo debería ir y decirle a Mujer Sol. Pájaro Rojo vive con Mujer Sol ahora".

    ¡Pájaro Rojo!

    Se sintió casi mareado ante el sonido de su nombre, un nombre que no había escuchado en voz alta en seis años.

    Tan pronto como Agua Fluye Rápido habló, ella comenzó a reírse, tapándose la boca con las manos. Muchas de las otras mujeres del grupo también se rieron. Oso Blanco quiso ocultar su rostro ardiente. Había olvidado lo doloroso que podía ser que se burlaran aquellos que lo conocían tan bien.

    Pero la alegría estalló en su pecho. ¿Pájaro Rojo viviendo con Mujer Sol? Quiso gritar de felicidad, aún cuando Zarpa de Lobo había gritado de rabia. Eso solo podía significar que ella no había tomado un marido.

    Luego respiró hondo y endureció su cuerpo para ocultar sus sentimientos. Miró las caras risueñas a su alrededor, especialmente los brillantes y curiosos ojos de Agua Fluye Rápido. Si veían lo excitado que estaba, se reirían de él mucho más.

    Intentando mantener la voz firme, preguntó: "¿Dónde está el tipi de mi madre?"

    Ella se giró, su falda con flecos se meció. Las mujeres se separaron para abrir un camino. Con el rifle al hombro, Oso Blanco siguió a Tres Caballos que caminaba a su lado. Oso Blanco escuchó el susurro de muchos mocasines y el murmullo de muchas voces detrás de él.

    Agua Fluye Rápido marchó hasta un tipi cerca del centro del campamento. El oscuro refugio redondo de hojas de corteza de olmo y ramas de árboles era pequeño, justo lo bastante grande para dos personas, tres como máximo.

    El corazón de Oso Blanco batía como un tambor de danza. La solapa de piel de búfalo estaba echada sobre la entrada, mostrando que si alguien estaba dentro, quería privacidad.

    "El tipi de Mujer Sol", dijo Agua Fluye Rápido. "Y de Pájaro Rojo". Ella lo miró expectante.

    "Aquí no hay nadie", dijo Oso Blanco.

    Esto provocó gritos de risa de las mujeres que lo rodeaban. Él deseó que todas se fueran.

    "Yo vi entrar a Pájaro Rojo", dijo Agua Fluye Rápido, "y no la vi salir".

    La incomodidad de Oso Blanco aumentó cuando vio su rostro enrojecerse y sus mejillas hincharse. Parecía que la alegría la haría estallar.

    Cada latido de su corazón pareció sacudir todo su cuerpo. Miró a su alrededor lentamente, tratando de calmarse. Aunque Pájaro Rojo lo hubiese esperado, su repentino regreso debía de haberla sorprendido. Ella necesitaba tiempo para prepararse y encontrarse con él. Y, como él, ella no quería que todas estas mujeres vieran su reunión y se rieran. Él tendría que esperar hasta que Pájaro Rojo estuviera lista para saludarlo.

    Un estante de estacas de madera, entrecruzadas para secar pieles, estaba junto a la entrada cerrada. Lenta y deliberadamente, él caminó hacia el estante, apoyó su rifle en él y dejó su mochila y bolsas.

    Luego, dándole la espalda al tipi, se sentó con las piernas cruzadas en el suelo.

    Agua Fluye Rápido lo miró con la boca abierta.

    "Gracias por mostrarme el camino", dijo él. Ocultando su vergüenza, se obligó a sonreír a las cien o más mujeres reunidas para mirarlo.

    "¿Qué vas a hacer?" preguntó Agua Fluye Rápido.

    "Voy a descansar y agradecer al Hacedor de la Tierra por verme aquí a salvo".

    "Oso Blanco es un hombre sensato", dijo Tres Caballos sonriendo con aprobación.

    "¿Eso es todo?" preguntó Agua Fluye Rápido.

    "Voy a esperar a Mujer Sol, mi madre".

    "¿Y eso es todo?"

    "Eso es todo", dijo Oso Blanco.

    Tres Caballos, que no era más alto que su esposa, agarró firmemente su regordete brazo. "Deja en paz a Oso Blanco".

    "Pero..." Agua Fluye Rápido comenzó a protestar y su esposo la sacudió del brazo.

    "Vamos a dejar a este hombre en paz", dijo.

    Con el labio inferior sobresaliendo, Agua Fluye Rápido dejó que Tres Caballos la alejara entre la multitud.

    Oso Blanco se quedó sentado con los ojos cerrados para disuadir a la gente de hablar con él. Poco a poco, el resto de la multitud se dispersó.

    La parte de atrás de su cuello se erizó. Sabía que Pájaro Rojo estaba en el tipi detrás de él. Tarde o temprano ella debía salir.

    Tenerla tan cerca después de todo este tiempo, saber que estaba allí y no escuchar nada más que ese terrible silencio, y aún así estar sentado con la espalda a esa cortina de piel de búfalo, todo eso era un tormento para él. La urgencia de levantarse de un salto y arrancar la cortina luchaba contra su resolución de mantenerse quieto. Pensó que iba a explotar como un barril de pólvora.

    Se obligó a respirar lentamente y fingió estar escondido entre los arbustos con un arco y una flecha, en busca de un ciervo.

    Después de un tiempo (no podía saber cuánto), una cara se asomó espiando la suya. Oscura y cuadrada. Los ojos marrones llenos de lágrimas.

    Él abrió más los ojos. Mujer Sol estaba arrodillada ante él.

    "Hijo mío". Ella se acercó a él, y él se apresuró a abrazarla. Cuando los fuertes brazos de su madre le abrazaron, él volvió a sentirse como un niño pequeño.

    Ella se echó hacia atrás para mirar su querido rostro, mojado por las lágrimas. Descansando a su lado en el suelo estaba la familiar cesta con cubierta de tela azul que ella usaba para recolectar hierbas.

    Él miró a su alrededor buscando el sol. Estaba bajo y rojo en el horizonte occidental. Había estado alto cuando él se había sentado aquí. Pensó que habría estado en un paseo espiritual.

    "Sabía que sería así", dijo Mujer Sol "Que llegaría un día cuando menos lo esperara y mi hijo volvería otra vez".

    Él suspiró profundamente: "Ver a mi madre hace que mi corazón sea tan grande como la pradera".

    Sentados uno frente al otro, ella lo agarró por los hombros: "Ahora eres un hombre, un hombre muy guapo". Le pasó la mano por la mejilla y todo su rostro se tornó cálido. Él mantuvo la mirada fija en sus ojos.

    Ella dijo: "Has aprendido mucho. Te han lastimado. Tu cara está marcada". Siguió la línea de la cicatriz con el pulgar, inclinándose hacia delante para mirarlo aún más de cerca. "Veo tristeza en ti. Tu padre está muerto. Por eso has vuelto".

    Ella se recostó y cerró los ojos durante un momento de silencio. Luego comenzó una canción para los muertos.

    "Hacedor de la Tierra, muéstrale el camino.

    Guíalo sobre el puente de estrellas y rayos de sol,

    A lo largo del Sendero de las Almas hacia el Oeste.

    Lleva su alma hasta tu corazón".

    Después de terminar la canción, Mujer Sol se limpió las lágrimas de la cara con sus fuertes dedos. Extendió la mano y le acarició las mejillas. Él no se había dado cuenta de que estaba llorando.

    Pero el duelo por Pierre le recordó que metiera la mano en su bolsa medicina.

    "Tengo un regalo para ti, madre". Sacó la caja plana de plata con su cordón de terciopelo, la abrió y le mostró las gafas que Marchette le había traído desde Victoire. "¿Conoces esto?"

    "Tu padre llevaba círculos de vidrio como estos para ver las marcas en el papel parlante".

    "Sí, Son las mismas". Cerró el estuche y lo apretó contra la mano de Mujer Sol. "Ahora tienes algo que estuvo cerca de Flecha de la Estrella".

    Ella dijo: "Estuvo conmigo solo durante cinco veranos, pero en espíritu, desde ahora me sentiré aún más cerca de él". Se deslizó la cinta sobre la cabeza y dejó caer el estuche por la parte delantera de su vestido de piel.

    Él vio las huellas de más lágrimas en sus suaves mejillas marrones a la luz tenue Esta vez no las limpió.

    "Dime todo lo que te ha pasado", dijo ella.

    Mientras Oso Blanco hablaba, alzaba la voz deliberadamente para que Pájaro Rojo dentro del tipi pudiera escuchar.

    Cuando terminó de contar su historia, se sintió abrumado por la culpa.

    "Huí, madre, aunque le prometí a mi padre que cuidaría la tierra y fumé tabaco con él para sellar la promesa ¿Debería haberme quedado?"

    Ella le puso la mano en el hombro y lo apretó: "Cumpliste tu promesa tanto como pudiste. Eso es todo lo que requiere el calumet. Tu padre no quería que murieras luchando por esa tierra. Es mejor que vuelvas aquí y seas un Sauk de nuevo".

    Oso Blanco bajó la vista, incapaz de mirar a los ojos de Mujer Sol. Sintiendo un dolor profundo en el centro de su cuerpo, recordando la gran piedra y la casa de troncos, la tormenta de flores en los huertos, los campos de maíz verde y trigo dorado, los rebaños que oscurecían las laderas, quiso agarrar su pecho donde sentía como si lo hubieran desgarrado. No podría olvidar Victoire tan fácilmente.

    Cuando estaba en Victoire, ansiaba volver con mi pueblo. Ahora estoy con mi pueblo y extraño Victoire. ¿Mi corazón nunca estará en paz?

    Nancy le había deseado tan desesperadamente antes de separarse... Pájaro Rojo ni siquiera le dejaba verla.

    Oso Blanco vio que, una vez más, las mujeres habían comenzado a acercarse en grupo, entre ellas Agua Fluye Rápido de cara redonda. Y ahora Oso Blanco vio otra cara familiar que no había visto antes, la madre de Pájaro Rojo, Viento Dobla la Hierba. Ella le miraba como siempre hacía, con los puños en sus anchas caderas.

    ¡Oh, Hacedor de la Tierra! ¿Por qué Pájaro Rojo no quiere salir y hablar con él?

    Una docena de cuervos graznando volaron sobre el campamento. Riéndose de él.

    Escuchó un movimiento detrás de él, el susurro de la cortina de piel de búfalo. Él no se atrevió a mirar.

    Una voz a su espalda dijo: "¡Vete, Oso Blanco!".

    Un arroyo fresco y dulce brotó de su corazón como un manantial de la montaña al oír la voz de Pájaro Rojo. Desdobló las piernas, rígido por horas de estar sentado, y se puso en pie. Se dio la vuelta.

    La debilidad se apoderó de él, pensó que podría caer al suelo. Pájaro Rojo estaba frente a él con las mejillas sonrojadas, sus almendrados ojos brillando de ira. Su rostro era más delgado de lo que él recordaba, sus labios más llenos. Todavía llevaba un mechón de pelo sobre la frente.

    De pie en silencio y boquiabierto, él sintió que debía de parecer un completo idiota.

    "Vete", dijo Pájaro Rojo de nuevo. "No te queremos aquí".

    "Verte es un amanecer en mi corazón, Pájaro Rojo".

    "¡Verte es un mal día en mi estómago!".

    Al retroceder de tal ira, Oso Blanco vio a un muchachito de pie en la entrada tras ella.

    Tenía el pecho desnudo y la piel morena. Llevaba un taparrabos de franela roja y unos leotardos de piel de ciervo con flecos. Pisaba incómodamente de un mocasín al otro y se aferraba a sí mismo debajo del taparrabos.

    Ahora Oso Blanco entendía por qué Pájaro Rojo finalmente había salido. Ella y el niño debían de haber estado dentro del tipi todo este tiempo mientras él había sentado aquí, y el niño estaba a punto de estallar.

    Esto habría sido divertido de no ser por un descubrimiento mucho más importante.

    Miró con más atención a los urgentes ojos del niño. Ojos azules.

    Los ojos de Oso Blanco eran marrones, pero los de Pierre eran azules. ¿Podría pasar el color de los ojos en la sangre de abuelo a nieto? Alrededor de sus ojos, en la forma estrecha de su cabeza, su largo mentón llegaba a un punto agudo, Oso Blanco pudo ver que este chico era un de Marion.

    ¡Este es nuestro hijo! ¡De Pájaro Rojo y mío!

    La alegría ardió en su cuerpo como un fuego que calienta pero no quema.

    Él preguntó: "¿Cómo se llama, Pájaro Rojo?"

    Ella miró por encima del hombro al chico: "¿Por qué estás ahí parado? ¡Si tienes que ir, ve!" El niño corrió hacia el bosque. Oso Blanco le observó. Corría bien, aunque era muy joven y estaba muy incómodo.

    Oso Blanco quiso acercarse y tomar a Pájaro Rojo entre sus brazos.

    Ella le dio la espalda, puños apretados a los lados y las fosas nasales dilatadas por la furia.

    "Ahora. Quieres saber cómo se llama ahora, cinco inviernos después de haber nacido".

    Él se giró hacia Mujer Sol: "¿Tiene ella marido?"

    Mujer Sol arqueó las cejas: "Hubo muchos valientes que desearon casarse con ella. Zarpa de Lobo fue muy insistente. Le ofreció a Tallador del Búho diez caballos. Jefe Pequeña Cuchillada de los Zorros la buscó. Hubo otros, además".

    Zarpa de Lobo había querido casarse con ella. Ese debía de haber sido el significado de aquel extraño encuentro fuera del campamento. Zarpa de Lobo probablemente quería matarlo.

    "Por favor, Mujer Sol, no le hables a este hombre sobre mí", dijo Pájaro Rojo. "Eres su madre y una madre para mí, pero no puedes hacer las paces entre nosotros".

    "Cierto", dijo Mujer Sol recogiendo su cesta de hierbas y corteza: "Solo tú puedes hacerlo, hija".

    Se volvió hacia Oso Blanco: "Si Pájaro Rojo no te da la bienvenida a este tipi que comparto con ella y Pluma de Águila, yo no puedo invitarte a entrar".

    Con eso, Mujer Sol giró bruscamente y se dirigió hacia el río.

    ¡Pluma de Águila!

    Pájaro Rojo lanzó una mirada exasperada a Mujer Sol.

    La ira de Pájaro Rojo hizo que Oso Blanco sintiera como si una de las largas balas de cañón de los cuchillos largos le hubiera aplastado el pecho. Quizás si pudiera abrazarla, ella recordaría cómo lo había amado. Dio un paso hacia ella y extendió los brazos.

    Ella dio un paso atrás rápidamente, se inclinó y recogió una piedra: "¡Vete! ¡Ahora!"

    Qué gracia hay en todos sus movimientos.

    La roca era gris y algo más grande que su puño. Tenía bordes afilados e irregulares y parecía haber sido utilizada para cortar puntas de flecha.

    Él dijo: "No estarías tan enojada conmigo si no me quisieras de vuelta. ¿Por qué rechazaste a todo hombre que te preguntó?"

    Su rostro se retorció de ira y ella arrojó la piedra.

    Por un instante él quedó cegado cuando esta le golpeó la mejilla, aturdiéndolo, y su cabeza se echó hacia atrás.

    Sintió un dolor punzante en la parte posterior de su cráneo mientras su visión se aclaraba. El dolor de ser golpeado con la culata de un rifle había regresado.

    Escuchó gritos de consternación de algunas de las mujeres que observaban, carcajadas de otras.

    Viento Dobla la Hierba gritó con desdén: "Me da vergüenza llamar a esta tonta mi hija. La eché de mi choza porque no quería aceptar pretendientes. Por fin llega el que la arruinó por todos los demás y ella le echa con una piedra. Creo que deberíamos tirarle piedras a ella".

    La risa de la multitud fue más fuerte, aunque Oso Blanco vio que Viento Dobla la Hierba no pretendía ser graciosa.

    Su pómulo izquierdo palpitaba, la mejilla del cuchillo de Raoul había cicatrizado, y sintió un reguero de sangre. Pero no se permitió levantar la mano para limpiarla.

    La mano de Pájaro Rojo subió a su propia cara, como si la roca la hubiera golpeado a ella. Sus oblicuos ojos se abrieron con una mirada de horror.

    Ella dio la vuelta y se agachó al entrar por la oscura entrada de su tipi.

    "¡Entra detrás de ella, Oso Blanco!" gritó una de las mujeres.

    El no haría eso. No entraría en su tipi hasta que ella le invitara. Y a pesar de la pesadez en su corazón, a pesar del dolor en su pómulo y los golpes en su cabeza, creía que tarde o temprano, ella le invitaría.

    Dio la espalda a la entrada vacía y volvió a sentarse.

    El muchachito de ojos azules y piel morena estaba parado frente a él. Un brillo dorado llenó el pecho de Oso Blanco.

    "Estás herido", dijo el niño.

    "No es nada, Pluma de Águila. Un hombre debe soportar el dolor sin quejarse".

    "¿Mi madre te hizo eso?"

    "Ella quería castigarme por estar lejos de ti y de ella por tanto tiempo. Mi nombre es Oso Blanco".

    "Sé cómo te llamas".

    Cuando escuchó eso, estuvo seguro de que él la recuperaría.

    El niño le rodeó corriendo.

    Apoyando las manos sobre las rodillas, Oso Blanco cerró los ojos y dejó que su mente se detuviera en una vasta figura de pelaje blanco. Tallador del Búho había dicho que cuando un hombre deseaba enviar su espíritu a un viaje en el otro mundo, solo necesitaba pensar en su otro yo.

    Vio los enormes ojos dorados, la cabeza masiva y de hocico largo, el cuerpo imponente.

    Pronto él y el espíritu del Oso caminaban juntos hacia el sol.

***

    Pájaro Rojo no se entendía a sí misma. Odiaba a Oso Blanco, pero cuando vio que le corría la sangre por la cara, se odió a sí misma. Se sentó en la oscuridad, mordiéndose los labios para no gritar.

    Se arrastró hasta la entrada y empujó la cortina para abrirla. Podía verlo sentado de espaldas a ella, con los hombros anchos dentro del abrigo verde de ojos pálidos.

    Retrocedió de vuelta al interior del tipi y vio el cuchillito de acero que ella usaba para cortar la comida brillando cerca de las brasas de su fuego. Lo recogió y sostuvo su filo contra su febril mejilla.

    La última luz del día cayó sobre ella cuando la cortina de la entrada se alzó. Ella casi se corta por el sobresalto. Dio la vuelta para ver a Pluma de Águila mirándola. Tiró el cuchillo al suelo lleno de paja.

    Pluma de Águila le dirigió una mirada inquisitiva, pero no dijo nada.

    Ella lo atrajo a su lado y comenzó a contarle la historia de por qué las hojas cambian de color y caen al suelo en otoño.

    Estaba oscuro afuera cuando Mujer Sol regresó del río, donde había estado lavando las plantas que había recogido. Pájaro Rojo temía que Mujer Sol le pidiera que perdonara a Oso Blanco, pero la mujer mayor no dijo nada.

    Ellas pasaban lo que parecía una noche normal, hablando y contando historias y cantando, pero Pájaro Rojo no podía olvidar esa figura sentada como un tocón de árbol justo detrás de la cortina de piel de búfalo.

    Mucho más tarde ella salió y, a la luz de la llena Luna de Hojas Caídas de esta noche, miró a la cara de Oso Blanco. Él estaba inmóvil, como tallado en madera.

    Él no parecía verla. Debía de estar en un viaje espiritual. Caliente de rabia, ella le dio una patada en la rodilla. ¿Qué derecho tenía él de emprender un viaje espiritual dejando su cuerpo para atormentar su tipi?

    El impacto de su pie en el mocasín lo sacudió ligeramente, pero fue como patear un manojo de pieles.

    El aliento de Pájaro Rojo salió en una nube, iluminada por la luna llena. Recogió unas ramitas, las llevó al tipi y las agregó al fuego. Mujer Sol salió con una manta. Pájaro Rojo la vio cubriendo los hombros de su hijo.

    No necesita eso, pensó Pájaro Rojo al recordar cómo Oso Blanco había regresado, al parecer congelado, de su búsqueda de visión en la Luna de Hielo.

    Bien envuelta en sus propias mantas, con Pluma de Águila acurrucado en el refugio de su cuerpo, Pájaro Rojo yacía despierta, pensando que nunca en su vida había dormido con un hombre. Eso había sido culpa de Oso Blanco y ella apretó los dientes en la oscuridad mientras pensaba en el mal que él le había hecho.

    Me dejó en la Luna de los Brotes y regresa en la Luna de las Hojas Caídas... seis veranos más tarde.

    Una tarde habían sido amantes y luego se había ido a vivir con los ojos pálidos. Durante nueve lunas había ella llevado a su hijo y luego dado a luz. Él no había estado allí para darle al bebé un nombre de nacimiento, Tallador del Búho, el abuelo del bebé tuvo que hacer eso, avergonzado por la necesidad, quejándose de que la gente se reía de su familia. Sabía que Flecha de la Estrella había requerido que no pasaran mensajes entre Oso Blanco y la tribu. Pero si Oso Blanco realmente la amaba, ¿no podría haber roto esa regla, aunque hubiese fumado el calumet con Flecha de la Estrella, al menos una vez? Durante seis veranos, Oso Blanco había estado tan silencioso, ausente, como si estuviera muerto.

    Hasta los muertos envían a veces una señal.

    Al día siguiente, el cielo estaba nublado y el aire más cálido que la noche anterior. Durante toda la mañana, las mujeres pasaron junto al tipi de Pájaro Rojo, mirando con curiosidad al hombre que estaba sentado inmóvil. Como Pájaro Rojo misma, nunca antes habían visto a un hombre mientras su espíritu se había ido a caminar por el puente de las estrellas. Cuando los hombres realizaban viajes espirituales, siempre se retiraban al bosque o a las cuevas.

    Por la tarde, El Que Se Sienta en Grasa, un valiente Zorro, vino hasta Pájaro Rojo cuando ella y Mujer Sol estaban sentadas frente a su entrada trenzando cestas, a poca distancia de Oso Blanco. El valiente llevaba una robusta avutarda con plumas marrones rayadas, blancas y negras. Se agachó frente a ella y puso el pájaro delante de ella.

    Sus gruesos labios se movieron nerviosamente: "Esto es para Oso Blanco", dijo él. "Para cuando despierte. Es la más gorda de las tres que maté esta mañana. Dile que El Que se Sienta en Grasa le da este regalo. Quiero pedirle al Hacedor de la Tierra que haga que los animales vengan a mí más voluntariamente cuando los cazo".

    Antes de que Pájaro Rojo pudiera protestar, el valiente se levantó y retrocedió, con los ojos tímidamente apartados de la figura que se encontraba fuera de la entrada.

    ¡Se piensa que Oso Blanco es sagrado! El pensamiento la enfureció más que nunca con Oso Blanco. Quiso darle otra patada, pero las mujeres les observaban desde la distancia y ella sabía que se burlarían de ella.

    "Levántate", dijo en voz baja a Oso Blanco. "Vete", dijo apretando los dientes.

    Deseaba que Tallador del Búho volviera de visitar los otros campos para detener a Oso Blanco de torturarla de esta manera.

    Pero él podría obligarme a aceptar a Oso Blanco como mi hombre.

    Sorprendentemente, sintió un impulso en su corazón ante este pensamiento. Ella misma nunca podría perdonar a Oso Blanco, pero si Tallador del Búho, su padre y el chamán de la Banda Británica, se lo ordenaba, la decisión sería tomada por ella.

    Entonces, al menos, este tormento terminaría.

    Mujer Sol recogió en silencio la avutarda, se sentó y comenzó a arrancar las plumas, amontonándolas en una cesta para usarlas como adornos y ropa de cama.

    Para escapar de que le restregaran la presencia de Oso Blanco, Pájaro Rojo salió al bosque a lo largo del río Ioway, como lo había hecho Mujer Sol ayer, para recolectar hierbas. Las plantas medicina estaban en su punto más poderoso ahora porque habían estado ganando fuerza durante todo el verano.

    A última hora del día, el cielo se oscureció rápidamente. Las nubes de color gris púrpura parecían volar tan bajo que podía alcanzarlas y tocarlas. Escuchó las primeras gotas golpeando las ramas sobre ella. Mientras la lluvia comenzaba a caer más rápido, tamborileando sobre su cabeza y hombros, ella suspiró por tener que renunciar a este trabajo reconfortante, puso una tapa en su canasta, se levantó y comenzó a regresar al campamento.

    Su camisa y falda de piel no dejaba caer la lluvia en su cuerpo, pero su cabello estaba empapado y su cara estaba chorreando cuando regresó al tipi. Encendería el fuego y se secaría. Su calor la haría sentirse bien. Esperaba que Pluma de Águila y Mujer Sol ya estuvieran dentro.

    Ella se detuvo ante la figura silenciosa sentada fuera del tipi. La manta marrón estaba levantada sobre su cabeza. Mujer Sol debía de haber hecho eso. La manta estaba empapada por la lluvia, y él parecía una roca que crecía del suelo.

    El golpeteo de la lluvia llenaba sus oídos.

    Ella se puso en cuclillas y lo miró a la cara. El agua corría en riachuelos desde la manta hasta sus ojos entornados. Él ni siquiera parpadeaba.

    Ella tiritó. La lluvia fría caía con tanta fuerza que no podía ver la mayor parte del campamento. Un nudo le bloqueó la garganta.

    "Entra", dijo ella. Tuvo que levantar la voz para que él la oyera sobre el tamborileo de la lluvia.

    Oso Blanco ni habló ni se movió.

    "Entra. Está lloviendo, hace frío. Morirás aquí fuera". Se dio cuenta de que le estaba chillando.

    "¡Oh!" gritó ella impotente.

    Se sentó en el suelo, mirando a la cara de tez luminosa, de nariz fuerte y mandíbula larga que había amado hacía mucho tiempo. La cara en la que había pensado tantas veces y había visto tantas veces en sueños. Una costra negra de sangre se había secado sobre el lugar donde su roca le había cortado la mejilla. En la misma mejilla, una línea blanca elevada corría justo debajo de su ojo hasta la comisura de su boca.

    Intentar despertar a un hombre en un viaje espiritual podría ser peligroso para él.

    Pero sus manos parecían tener voluntad propia. Ella tenía que tocarlo. Extendió los brazos y le agarró por los hombros a través de la manta empapada, sin prestar atención a la lluvia que caía por su propia cara, corriendo bajo el cuello de su camisa de piel,su espalda y pecho. Ella le zarandeó.

    "¡Levántate! ¡Entra y sal de la lluvia!".

    Su cuerpo parecía sin vida cuando ella lo zarandeó, pero ¿había visto un destello en sus ojos?

    "¡Por favor, Oso Blanco, por favor!".

    Él parpadeó.

    Ella lanzó los brazos alrededor de él.

    "¡Oh, Oso Blanco! Sí te quiero de vuelta".

    Ella se arrastró más cerca de él, empujando su cuerpo contra su forma rígida.

    Ella sintió una presión en su espalda acercándola a él. Su mano.

    Luego su otra mano.

    Ella sintió que el pecho de él subía y bajaba contra el de ella.

    Fuertes brazos la estaban abrazando.

    Ella le miró a la cara y el color había aparecido en las pálidas mejillas. Los ojos marrones la miraban, cálidos de amor. Ella olvidó la lluvia y el frío y se acurrucó entre sus brazos.

    Ella vio lágrimas salir de sus ojos, mezclándose con la lluvia en su rostro. Ella también estaba llorando. Había estado llorando desde que se había sentado con él. Ella lo abrazó con fuerza.

    Mirando más allá de él, vio en la entrada del tipi la pequeña forma de Pluma de Águila, observándoles.

Capítulo 12

El Grito de Guerra

    Tallador del Búho levantó el reloj por la cadena; su sonrisa de aprobación mostró que había perdido un diente en el frente desde que Oso Blanco se había ido con Flecha de la Estrella.

    "Un hermoso regalo, te lo agradezco. ¿Pero a qué te refieres al decir que nos marca el tiempo? ¿No sabemos nosotros el tiempo?"

    Oso Blanco buscó en su cerebro una forma de explicarlo.

    Sentado cerca del viejo chamán, Oso Blanco vio que la edad lo había doblado un poco más y tallado líneas más profundas en su cara marrón. Además del collar de conchas de megis que recordaba Oso Blanco, Tallador del Búho llevaba un nuevo collar hecho de pequeñas cuentas formando un diseño floral rojo, amarillo, azul y blanco, del que pendía un colgante de rayos de sol.

    Estaban sentados uno frente al otro frente al tipi del chamán en el centro del campamento de invierno de la Banda Británica. En el corral cercado, docenas de caballos golpeaban sus cascos y lanzaban remolinos de aliento al cielo gris. Los cazadores habían regresado con faisanes y gansos, con ciervos colgados de los postes, con carcasas de búfalos y ciervos montados a través, arrastrando detrás de sus caballos. Oso Blanco sintió que sus fosas nasales se dilataban al percibir los olores de las carnes asadas y guisos. En pocos días, todos los jefes Sauk y Zorro, junto con representantes de los Winnebago, Potawatomi y Kickapoo, se reunirían aquí por invitación de Halcón Negro.

    Aunque antes de eso se llevaría a cabo una ceremonia que significaría mucho más para Oso Blanco. Mañana por la noche, él y Pájaro Rojo por fin se casarían. Y él había acudido hoy al padre de Pájaro Rojo para darle el único regalo que tenía para ofrecer.

    Oso Blanco señaló la esfera del reloj "Padre de mi novia, si quieres saber cuándo saldrá el sol mañana, mira dónde están estas dos flechas al amanecer hoy. Cuando estén en el mismo lugar de nuevo, será la mitad del tiempo hasta el próximo amanecer. Cuando estén en el mismo lugar después de eso, será el amanecer del día siguiente". Se sorprendió a sí mismo, su explicación sonaba a la vez inútil y ridículamente complicada. "Casi cierto, el sol no sale a la misma hora todos los días", concluyó vagamente.

    Tallador del Búho lo miró como si hubiera dicho una tontería: "El sol sale al amanecer".

    Oso Blanco recordó cómo Frank Hopkins siempre ajustaba su reloj al atardecer. "Sí, pero en verano los días son largos y en invierno los días son cortos. Aunque las flechas de este reloj no pueden seguir el ritmo del sol".

    Tallador del Búho sacudió la cabeza: "Muchas cosas que hacen los ojos pálidos son útiles, pero no entiendo el uso de esta cosa".

    ¡Qué lucha!

    Oso Blanco tuvo una inspiración repentina: "Es cierto, este reloj no puede decirte tanto como el sol, pero puede decirte una cosa".

    "¿Qué cosa?" Tallador del Búho frunció el ceño y sopesó el reloj que tenía en la mano.

    "Puede decirte cuándo un ojos pálidos hará algo".

    Tallador del Búho gruñó: "Bueno, es bonito de ver. Y se mueve y hace sonidos".

    Oso Blanco abrió bruscamente la parte posterior de la caja, donde se guardaba la llave, y le mostró a Tallador del Búho cómo dar cuerda al reloj, impresionándole la necesidad de manejarlo muy suavemente. Luego, el chamán se metió en su tipi para poner el reloj en su paquete medicina.

    Oso Blanco suspiró. Echaba de menos hablar con Elysée, echaba de menos la biblioteca de Victoire, de la que había conseguido llevarse un único libro.

    Bueno, este mundo de cielo, árboles, ríos y animales también es una biblioteca. Tallador del Búho sabe leer en él y me ha enseñado.

    El viejo chamán salió con una pipa de tallo largo. La llenó y la encendió con una ramita del fuego en su tipi y fumó pensativamente durante un momento antes de hablar. Oso Blanco, sintiendo que Tallador del Búho tenía algo importante que decirle, esperó en silencio.

    "Necesitamos saber más sobre los ojos pálidos de lo que podemos aprender de ese marcador de tiempo", dijo Tallador del Búho. "Necesitamos saber qué harán si cruzamos el Río Grande hacia Saukenuk la próxima primavera".

    Oso Blanco sintió que su corazón se aceleraba.

    "¿Es eso lo que planea Halcón Negro?"

    "Si puede conseguir suficientes guerreros Sauk y Zorro y sus familias para seguirlo. En el consejo, todos los jefes escucharán a Halcón Negro. El Profeta Winnebago, Nube Que Vuela, viene al consejo desde su ciudad arriba del río Roca a sumar su voz a la de Halcón Negro. Pero los jefes también escucharán la voz de serpiente de El Que se Mueve Alerta". Escupió despreciativamente.

    Oso Blanco sabía bien por qué Tallador del Búho despreciaba a El Que se Mueve Alerta. Durante lo que los ojos pálidos llamaban la Guerra de 1812, mientras que Halcón Negro y sus guerreros peleaban en el lado británico, los jefes civiles habían designado a El Que se Mueve Alerta como jefe de guerra en caso de que los americanos atacaran las aldeas Sauk en el Río Grande. No solo el nuevo jefe de guerra nunca había luchado, sino que habló de la necesidad de hacer las paces con los americanos. Tenía tantos seguidores entre los Sauk y los Zorro como Halcón Negro, gente que creía que a las tribus les iría mejor si hacían lo que demandaban los ojos pálidos. Después de la guerra, El Que se Mueve Alerta se dio a conocer rápidamente a los americanos como un amigo. A su vez, los jefes cuchillos largos lo colmaron de regalos y honores, incluso llevándolo a él y a sus esposas a la ciudad de Washington para visitar al Gran Padre, James Monroe. Él había estado, de hecho, en el Este cuando Flecha de la Estrella había venido a Saukenuk para llevar a Oso Blanco a Victoire.

    "¿Por qué El que se mueve Alerta dice que no debemos volver a Saukenuk?", preguntó Oso Blanco con cautela. No quería enojar a Tallador del Búho al decirlo, pero él mismo estaba seguro de que cruzar el Río Grande solo podía conducir a la calamidad.

    Tallador del Búho dijo: "El Que se Mueve Alerta siempre ha sido amigo de los cuchillos largos, y lo tratan como si fuera un gran jefe y le dan regalos. El verano pasado, cuando fuimos a plantar maíz en Saukenuk, él fue entre los seguidores de Halcón Negro y persuadió a muchos de ellos a huir de regreso al otro lado del río". El viejo chamán sonrió a Oso Blanco. "Pero ahora te tenemos a ti, que también has estado en el Este y conoces las maneras de los ojos pálidos para responderle".

    Pero lo único que puedo decir es que él dice la verdad.

    Las palabras temblaron en sus labios: Los cuchillos largos son más poderosos de lo que puedes imaginar. No podemos enfrentarnos a ellos.

    Y, sin embargo, no quiso hablar. Temía que Tallador del Búho lo considerara un traidor, como consideraba a El Que se Mueve Alerta y, en cierto modo, él se sentía igual que Tallador del Búho y Halcón Negro. Se enojaba cada vez que pensaba cómo la tribu había sido expulsada de su tierra natal.

    Tallador del Búho resopló en su pipa: "Contestarás a El Que se Mueve Alerta no solo como quien ha estado entre los ojos pálidos. Pasado mañana, debes ir a la cueva de los ancestros ​​y buscar otra visión".

    El corazón de Oso Blanco se hundió: "Pero tengo que casarme con Pájaro Rojo mañana por la noche ¿Quieres que la deje al día siguiente para buscar una visión?"

    Tallador del Búho extendió las manos: "El consejo comienza dentro de tres días". Sonrió mostrando el espacio donde había estado el diente. "Y tampoco es que tú y Pájaro Rojo nunca hayáis conocido la alegría de la cama matrimonial".

    Oso Blanco sintió que le ardía la cara y bajó los ojos. Desde su regreso, ellos habían tratado de acumular en algunas noches todos los placeres que se habían perdido en los últimos seis años.

    "No estarás lejos de ella durante mucho tiempo", dijo Tallador del Búho.

    "Pero ¿por qué no profetizas tú?", preguntó Oso Blanco. "Tú has sido el chamán desde mucho antes de que yo naciera".

    Tallador del Búho asintió con tristeza: "Lo he intentado. Parece que los espíritus no tienen nada que decirme".

    Quizá porque no quieres escuchar lo que dicen.

    Mientras pensaba en la búsqueda de visión, Oso Blanco comenzó a sentirse más esperanzado. Es posible que no tuviera que desagradar a Tallador del Búho y Halcón Negro al hablar de la fuerza de los cuchillos largos y sonar como El Que se Mueve Alerta. La Tortuga, en aquella cueva sagrada que oteaba el río, le diría lo que debería decir. Seguramente sería un consejo más sabio que cualquier cosa que pudiera pensar él mismo.

    Recordó el sueño de su infancia de ser un profeta para los Sauk. Ahora podría decirles dónde yacía su futuro.

    Pero luego recordó las palabras que el mismo Tallador del Búho le había dicho una vez. Estas se habían quedado en su memoria porque le habían incomodado mucho.

    Muchas veces la gente no quiere escuchar al chamán. Cuanto más verdaderas sus palabras, menos lo escuchan.

    La noche siguiente, Oso Blanco y Pájaro Rojo se sentaron uno frente al otro en el lado opuesto del fuego de boda ante el tipi de Tallador del Búho, la camisa con flecos y los pantalones de piel suave, trabajados hasta quedar casi blancos, fueron un regalo de un valiente cuya esposa Mujer Sol había ayudado con un parto difícil.

    El vestido de Pájaro Rojo también era de piel blanca. De su cuello colgaba el collar de pequeñas conchas de megis a rayas que habían pertenecido a Mujer Sol.

    Oso Blanco miró más allá del fuego. Cientos de hombres y mujeres estaban de pie en las sombras observando la ceremonia. Los del Clan del Águila de Pájaro Rojo estaban del lado del fuego de la novia; el Clan del Trueno, parientes de Mujer Sol y él, del otro lado. La hija del chamán se casaba con el hijo de un padre ojos pálidos y una curandera, y Oso Blanco había regresado de un largo viaje entre los ojos pálidos y era un chamán. Era una boda que la gente quería ver.

    Viento Dobla la Hierba, de pie detrás de Pájaro Rojo, habló del carácter de su hija. A pesar de haber pasado toda su vida regañándola, esa noche la exaltó hasta el cielo. Ella era hermosa, amorosa, hábil, obediente. Después Viento Dobla la Hierba instruyó a Pájaro Rojo en sus deberes de esposa, haciendo un pequeño cambio con respecto al discurso habitual (en lugar de decirle que le diera hijos a Oso Blanco, le dijo que le diera más hijos a Oso Blanco).

    Curiosamente, en este momento Oso Blanco se encontró pensando en Nancy Hale. ¿Todavía estaría ella languideciendo por él en algún lugar al otro lado del Río Grande?

    Si Raoul no le hubiera expulsado de Victoire, su promesa a Pierre podría haberlo mantenido allí. Es posible que nunca hubiera regresado aquí. Al no saber hasta mucho después que había tenido un hijo, nunca se habría unido a Pájaro Rojo como estaba haciendo esta noche. En verdad, esto era un regreso a casa. Se sentía tan en paz que casi podría estar agradecido con Raoul.

    Oso Blanco se sentía especialmente honrado de tener como apoyo en su boda al miembro más destacado del Clan del Trueno, el mismísimo Halcón Negro.

    Halcón Negro se dirigió a Pájaro Rojo y a sus parientes con su voz áspera y sombría: "Conozco a este joven desde que nació. Su padre, Flecha de la Estrella, tenía los ojos pálidos, pero era un francés pálido, y los franceses siempre han sido buenos amigos de los Sauk y los Zorro, incluso más que los británicos. Oso Blanco ha sido entrenado en la forma del chamán y él ha vivido entre los ojos pálidos y también ha aprendido sus secretos".

    ¿Qué he aprendido que mi pueblo pueda usar de verdad?, se preguntó Oso Blanco con tristeza. Lo único que puedo decirles es que no pueden ganar una guerra contra los cuchillos largos.

    "Debes apreciar a Pájaro Rojo y protegerla", dijo Halcón Negro a Oso Blanco. "Debes darle el beneficio de tu sabiduría. Y como tú mismo eres un chamán, tu responsabilidad hacia ella es aún mayor".

    Tras esto, Tallador del Búho se paró frente al fuego, entre la novia y el novio, y levantó los brazos: "Oh, Hacedor de la Tierra, bendice a este hombre y a esta mujer. Que puedan caminar con honor en el camino que siguen como uno".

    Pájaro Rojo le cantó una canción de boda a Oso Blanco. Su voz se elevó clara y pura en el aire nocturno, y le pareció a Oso Blanco que incluso el crepitante fuego se había callado para escuchar.

    "Construiré una choza para ti,

    Moleré el maíz para ti.

    No tengo hogar salvo dónde tú estás,

    El sendero que caminas también es el mío".

    Entonces Oso Blanco se levantó y rodeó el fuego hacia Pájaro Rojo. Le entregó a Pájaro Rojo un ramo de rosas rosadas que Mujer Sol había recogido, secado y preservado cuidadosamente. El brillo anaranjado del fuego bailaba en los ojos negros de Pájaro Rojo, y Oso Blanco sintió que un correspondiente amor ardía dentro de sí mismo.

    Él era más alto que Pájaro Rojo y tuvo que doblar las rodillas profundamente para que Pájaro Rojo pudiera echarle sus trenzas sobre los hombros, y escuchó algunas carcajadas y risitas de la gente que miraba. Pero cuando sus trenzas cayeron ligeramente sobre él, Oso Blanco pensó que nunca en su vida había sido más feliz que en este momento.

    Juntos caminaron hacia el sol rodeando el fuego de boda, manteniéndolo a la derecha: y al Este, Sur, Oeste y Norte, Oso Blanco dijo en voz alta: "¡Pájaro Rojo es ahora mi esposa!".

    Ojos brillaron hacia él desde la oscuridad cuando Oso Blanco regresó al lado Este. De pie a un lado, y justo un poco más atrás de Halcón Negro, estaba Zarpa de Lobo. Oso Blanco no pudo resistir sentir una pequeña emoción de triunfo al notar que había sido él quien había ganado a Pájaro Rojo a pesar de los mejores esfuerzos de este poderoso guerrero, el hijo de este jefe, este hombre que poseía muchos caballos.

    No porque yo lo merezca, se recordó a sí mismo Sino porque Pájaro Rojo así lo dispuso.

    Y ahora, por haberlo ella querido así, estaremos juntos para siempre.

    Tallador del Búho les ordenó partir con los buenos deseos de la tribu, y Oso Blanco y Pájaro Rojo caminaron hacia el nuevo tipi que habían construido en el borde del campamento, Pluma de Águila viviría allí con ellos, pero esta noche Pluma de Águila se quedaría con su abuela, Mujer Sol.

    Esta noche la tendrían para ellos solos.

***

    Al día siguiente, a media tarde, Oso Blanco volvió al centro del campamento con la misma piel de oso negro que había llevado seis años atrás. Tallador del Búho hizo una danza arrastrando los pies alrededor del sol, agitando un sonajero de calabaza y cantando:

    "Sal y danza con los espíritus,

    Conviértete en espíritu tú mismo,

    Trae un regalo para la gente,

    Trae de vuelta las palabras de los espíritus".

    Halcón Negro, de pie dentro del círculo que se había reunido para mirar, lo miraba con una intensidad que lo asustó. Mujer Sol y Pájaro Rojo estaban de pie con una sonrisa de silencioso orgullo. Esta vez, Pájaro Rojo no tenía que temer que él se congelara hasta la muerte durante su viaje espiritual.

    Sería doloroso estar alejado de Pájaro Rojo, pensó él mientras la miraba a los ojos, dándole un adiós silencioso. Ahora, después de una breve fiesta de amor, debía pasar hambre otra vez. Pero solo durante una noche o dos.

    Oso Blanco le dio la espalda al declinante sol. Su ceremonial piel de oso se balanceaba pesadamente sobre su cabeza y hombros mientras él salía trotando del campamento hacia el sendero que recorría la orilla del río. Al entrar en el bosque, otro par de ojos, hostiles, suspicaces, encontraron los suyos. Zarpa de Lobo de nuevo, de pie con los brazos cruzados.

    Zarpa de Lobo sigue amando a Pájaro Rojo. Y odiándome a mí.

    Se sintió mucho más fuerte que cuando había llegado al campamento. Caminando y corriendo alternativamente, se movió rápida y seguramente junto al río Ioway, y recordaba el camino hacia el acantilado de la cueva sagrada. Varias veces se encontraba con guerreros Sauk y Zorro. Estos reconocían la piel de oso sagrado, con el cráneo de oso cubriendo el suyo como una máscara parcial, y daban un paso a un lado apartando los ojos cuando él pasaba.

    El sol se había hundido tras él cuando llegó al final del casi imperceptible camino hasta la cima del acantilado. Se quedó allí un momento a observar a través de la transparente capa de agua azul que era el Río Grande. Contempló la costa de Illinois, las ricas tierras bajas y planas en la orilla del río, los acantilados boscosos, muy parecidos donde él estaba ahora, formando una pared más allá de la cual se extendía la pradera interminable bronceada de otoño.

    Una tierra hermosa y fértil, de la cual su pueblo (y él mismo) habían sido exiliados. ¿Su visión le mostraría un modo de regresar?

    Bajó por la cara del acantilado hasta la cueva y giró para cruzar la entrada.

    En las sombras apenas podía distinguir el búho de madera de Tallador del Búho sobre la hilera de calaveras con sus collares de piedra. Ni la estatua del oso blanco que protegía las desconocidas profundidades de la cueva.

    Se acomodó frente a la entrada y masticó algunos trozos de hongo sagrado que Tallador del Búho le había dado. No quedaba más que hacer ahora salvo sentarse y esperar. Seguramente ningún reloj hecho por los ojos pálidos podría medir el paso de esta clase de tiempo.

    Escuchó un chirrido y un gruñido desde las profundidades de la cueva. No sintió miedo ahora, solo un calor, ya que al acercarse a un viejo amigo, el Oso Blanco, entendía ahora, él mismo estaba en forma de espíritu.

    El enorme y resoplante oso estaba a su lado y él se levantó confiante para salir de la cueva, el oso lo acompañaba con su andar rodante. Él puso el pie sobre unas nubes, violetas y doradas, blancas y suaves como la nieve bajo sus pies.

    El camino a través del cielo giraba hacia el Norte. A través de las grietas en las nubes, él miró abajo y vislumbró el río, una brillante serpiente azul. Delante pudo ver nubes apilándose sobre otras nubes, atravesadas con los colores claros y mezclados del arco iris, como los ornamentos tallados en conchas recogidas a lo largo del mar del Este.

    Luego entró en la torre nebulosa, mirando más allá del Árbol de la Vida a la Tortuga en su saliente de cristal. Gota a gota y desde el corazón de la Tortuga fluían las aguas del Río Grande.

    "¿Qué quieres preguntarme, Oso Blanco?", dijo la vetusta voz como un trueno distante.

    "¿Está mi padre contigo?"

    "Tu padre camina por el Sendero de las Almas lejos en el Oeste", dijo la Tortuga. "Regresará a la tierra pronto y será un gran maestro de la gente".

    "Tallador del Búho y Halcón Negro me han enviado a preguntar, ¿debería la Banda Británica volver a Saukenuk?"

    La arrugada voz dijo: "Contempla".

    Las nubes cambiaron para formar las paredes de una habitación, lo bastante grande para albergar un campamento Sauk, donde ventanas acortinadas alternaban con espejos en marcos dorados. Bajo cada espejo había una chimenea. Tres brillantes candelabros colgaban del alto techo. En el centro de una vasta alfombra con patrones floridos se encontraba Halcón Negro.

    Para asombro de Oso Blanco, Halcón Negro llevaba el uniforme azul de un cuchillo largo, con cuerdas de oro en los brazos y flecos de oro en las mangas y los hombros. Pero no llevaba armas. Su rostro, como siempre, era lúgubre.

    Había otros hombres en la habitación, pero Oso Blanco solo podía ver claramente a uno de los ojos pálidos.

    Era extremadamente alto y delgado; su cabello era blanco y sus brillantes ojos azules miraban penetrantemente a Halcón Negro. Llevaba chaqueta negra y pantalones ajustados negros con relucientes zapatos de cuero negro; y una banda blanca, una tira de seda, enrollada alrededor del cuello.

    Oso Blanco había visto a este hombre antes y lo reconoció de inmediato.

    Era conocido por los hombres rojos como Cuchillo Afilado, Andrew Jackson, presidente de los Estados Unidos.

    El hombre que Raoul había llamado «un buen y viejo asesino de indios».

    Halcón Negro estaba hablando y Cuchillo Afilado estaba escuchando, pero Oso Blanco no podía escuchar lo que Halcón Negro decía.

    La habitación cambió. Halcón Negro y Cuchillo Afilado desaparecieron y, donde Cuchillo Afilado había estado, ahora había otro hombre alto y delgado. También vestía de negro, pero tenía una cinta negra en el cuello. Una barba negra le cubría la barbilla y la expresión en su rostro bronceado por el sol era de dolor inconsolable. Su tristeza le recordó a Oso Blanco a la de Halcón Negro.

    Inmediatamente después, Oso Blanco estaba en un amplio campo cubierto de baja hierba, dividido por muros de piedra y cercas de madera, con grupos de árboles que crecían aquí y allá. El terror se aferró a su estómago cuando vio venir miles de cuchillos largos de uniformes azules con rifles y bayonetas. Buscó frenéticamente un lugar para esconderse, pero no había ninguno. Estaba atrapado a la intemperie.

    Pero antes de que los hombres pudieran alcanzarlo, comenzaron a morir.

    La sangre brotaba de sus atuendos azules. Dejaban de correr, daban unos pasos tambaleantes y caían al suelo soltando los rifles. Las caras se desvanecían en ráfagas de vapor rojo. Los brazos, las piernas y las cabezas volaban por los aires. Destellos de llamas y humo y fragmentos de hierro hacían volar cuerpos en pedazos.

    Pero no importaba cuántos murieran, más y más hombres blancos con sus chaquetas y pantalones azules marchaban por el horizonte esgrimiendo sus bayonetas delante de ellos. No había fin para ellos.

    Oso Blanco sintió como si su corazón pudiera detenerse. Se tapó los ojos con las manos.

    Y cuando volvió a mirar estaba de nuevo en el nebuloso salón de la Tortuga.

    "¿Qué me has mostrado?" preguntó él.

    Fue doloroso escucharlo. La Tortuga estaba expresando pensamientos que se le habían ocurrido a Oso Blanco muchas veces; y él siempre había tratado de apartarlos de su mente. ¿No podía olvidar sus años entre los ojos pálidos y convertirse en un Sauk por completo?

    Remolinos de nubes flotaban alrededor del cuerpo escamoso de la Tortuga. Oso Blanco oía el goteo de agua del corazón de la Tortuga hacia el estanque azulado, negro y lleno de peces, que alimentaba el Río Grande. El sonido era como el tintineo de un martillo sobre un yunque, reverberando a través del vasto espacio en el que se encontraban.

    La Tortuga habló de nuevo: "El Hacedor de la Tierra ha querido que los ojos pálidos llenen este mundo nuestro desde el mar oriental hasta el mar occidental".

    "¿Por qué?", gritó Oso Blanco angustiado.

    "El Hacedor de la Tierra otorga mal y bien a sus hijos. La enfermedad, el hambre y la muerte provienen del Hacedor de la Tierra así como los cuerpos fuertes, y las cosas buenas para comer y amar".

    "¿Morirán todos los hijos rojos del Hacedor de la Tierra?"

    "Grandes números morirán, y los que permanezcan serán conducidos a tierras hostiles".

    "¿Qué pasa con los Sauk?" Preguntó Oso Blanco temblando.

    "Los muchos que siguen a Halcón Negro a través del Río Grande serán pocos cuando lo crucen en su regreso".

    ¡Oh, no!

    Esto era lo que había venido a aprender aquí, pero escucharlo era como ser arrojado desde este refugio en las nubes para estrellarse contra la tierra.

    "¿Entonces la Banda Británica no debería volver a Saukenuk?"

    "No puedes detenerlos. Para ti, como para toda mi gente, este será un momento de prueba y dolor. Te ordeno que procures que aquellos que lastimen a mis hijos no se beneficien de ello. Serás el guardián de la tierra que ha sido emplazada a tu cuidado".

    "Pero ya perdí esa tierra", gritó Oso Blanco.

    Como si no hubiera escuchado a Oso Blanco, la Tortuga dijo: "Has de saber que mucho después de que todos los que viven ahora hayan caminado por el Sendero de las Almas, mis hijos volverán a ser muchos, y deja que este conocimiento eleve tu corazón". La Tortuga tocó con sus propias garras la profunda grieta en su caparazón bajo la cual el agua goteaba perpetuamente.

    Oso Blanco supo que era hora de irse.

    Cuando despertó en su cuerpo, estaba afligido. No veía nada más que un dolor intenso y sin fin ante él y sus seres queridos.

***

    Halcón Negro se levantó despacio. Un manto de piel de búfalo sobre sus hombros y una corona de plumas rojas y negras atadas en su cabellera le hacían parecer aún más grande y alto de lo que era.

    Oso Blanco se sentó cerca del fuego en busca de su calor. El día era frío y nublado, y el aire húmedo a su alrededor y el frío que sentía debajo de él lo hacían temblar. Vestía la camisa blanca de piel que había usado en su boda. Debido a que Tallador del Búho le había pedido, en nombre de la banda, que buscara una visión, ahora podía considerarse completamente un chamán. Se había ataviado en consecuencia: tres rayas rojas pintadas en la frente, tres más en cada pómulo, discos plateados pendían de sus orejas, un collar de tres hebras de conchas de megis alrededor del cuello, cierres de plata en los brazos y pulseras de plata en las muñecas. Todas estas cosas habían sido suministradas por Tallador del Búho o comerciadas por Mujer Sol. Si tenía que hablar, al menos podía confíar en que sus palabras serían recibidas con respeto.

    Pájaro Rojo estaba apretada contra él, y su cercanía le calentaba. Las llamas bailaban sobre el montón de troncos ennegrecidos en el centro del campamento de invierno de la Banda Británica. Un humo gris claro se alzaba del fuego, del mismo color que la capa de nubes que ocultaba el sol de la tarde.

    El miedo retorció su cuchillo dentro del estómago de Oso Blanco. Él no quería decirle a esta asamblea lo que sabía. La mayoría de ellos le odiarían. Los jefes y valientes y guerreros de la Banda Británica, Halcón Negro y todos los demás, nunca le perdonarían. Tallador del Búho se sentiría traicionado.

    Deja que resuelvan esto sin mí.

    Pero sabía que era una triste esperanza. Cuando Tallador del Búho le había preguntado qué es lo que había aprendido en su visión, él había respondido evasivamente y ahora Tallador del Búho contaba con él.

    Alrededor del fuego se sentaba el consejo de siete jefes que gobernaban las tribus Sauk y Zorro, incluidos Pez Saltador, Caldo y jefe Pequeña Cuchillada. Junto a ellos se sentaba El Que se Mueve Alerta, el amigo de los cuchillos largos, el jefe de guerra que nunca había hecho la guerra. Deatacados valientes como Zarpa de Lobo estaban sentados con ellos. Los chamanes mayores y más jóvenes de la Banda Británica también estaban sentados allí, Tallador del Búho y Oso Blanco.

    Y también había otro chamán junto al fuego, Nube Que Vuela, más conocido como el Profeta Winnebago. Era un hombre ancho con una piel de lobo sobre los hombros. A diferencia de casi todos los hombres de las tribus que vivían a lo largo del Río Grande, este tenía un bigote negro y espeso que le caía por las comisuras de la boca. Un anillo de plata en la nariz descansaba sobre el bigote. Era el jefe de una aldea de Winnebago llamada Ciudad del Profeta, a un día de viaje por el río Roca desde Saukenuk.

    En el silencio que recibió a Halcón Negro, Oso Blanco oyó sobre el crepitar del fuego el traqueteo de las pulseras de hueso del jefe de guerra mientras extendía la mano.

    "Solo quiero volver a la tierra que me pertenece y morar allí y cultivar maíz allí. No seré engañado. No seré expulsado".

    Halcón Negro no tenía una agradable voz de orador, que era ronca y chirriante, pero la asamblea escuchaba atentamente porque durante más de veinte veranos no había habido un guerrero más grande entre los Sauk y los Zorro".

    "Con esta mano he matado a setenta y tres de los cuchillos largos. Cada valiente Sauk y Zorro, cada Winnebago y Potawatomi y Kickapoo, pueden hacer lo mismo. Sí, sabemos que los cuchillos largos nos superan en número, pero podemos demostrarles que si quieren robarnos Saukenuk, tendrán que cambiar demasiadas vidas de sus jóvenes para eso".

    "El verano pasado los cuchillos largos nos rodearon y nos expulsaron de Saukenuk. Pero eso fue porque no estábamos listos para pelear y algunos de nosotros no estábamos dispuestos a pelear".

    Halcón Negro miró fijamente a El Que se Mueve Alerta, quien permanecía inexpresivo, como si no fuera consciente de la mirada de desaprobación de Halcón Negro. Su rostro era redondo y rojizo como la luna llena cuando aparece por primera vez sobre el horizonte. Llevaba el pelo largo y negro brillante bajo un impresionante tocado de búfalo con relucientes cuernos, y se había envuelto en una túnica de piel de búfalo pintada con rayos de sol.

    Halcón Negro dijo: "El próximo verano será diferente. He recibido mensajes de Winnebago y Potawatomi que prometen ayudarnos si los cuchillos largos nos atacan. Los Chippewa, en el Norte, dicen que quieren ayudarnos".

    Un tronco ardiendo se partió en dos con el ruido como un disparo, y las mitades cayeron más profundamente en el fuego con una lluvia de chispas.

    Mirando por encima de las cabezas de aquellos sentados cerca de él, Oso Blanco vio columnas de humo de una docena de fogatas o más que se elevaban hacia el cielo verpertino. Alrededor de esas fogatas, festejando y cotilleando, se sentaba la mayoría de la gente de la Banda Británica y sus invitados de otras bandas Sauk y Zorro, así como algunos valientes Winnebago, Potawatomi y Kickapoo. Lo que se decidiera aquí ahora significaría vida o muerte para todos los que escogieran seguir a estos líderes.

    Halcón Negro dijo: "Los ojos pálidos dicen que nosotros vendimos nuestra tierra. Yo digo que la tierra no se puede vender. El Hacedor de la Tierra da tierra a aquellos que la necesitan para vivir, cultivar alimentos, cazar, como él nos da el aire y el agua".

    "La tierra ha sido buena con nosotros. Nos ha dado caza y pesca, frutas y bayas. Nos ha permitido cultivar calabazas, alubias y maíz, y enterrar a nuestras madres y padres en ella. Los ojos pálidos están destruyendo la tierra, cortando los árboles, cercando la pradera y arándola. La tierra es la madre de todos nosotros. Cuando la madre de un hombre es deshonrada, este debe luchar. El Hacedor de la Tierra nos dará esta victoria porque él es nuestro padre y nos ama".

    Con un escalofrío que no venía del aire, Oso Blanco recordó las palabras de la Tortuga: El Hacedor de la Tierra otorga mal y bien a sus hijos.

    Oso Blanco rezó su propia oración a Hacedor de la Tierra: que no se le pidiera hablar en esta reunión.

    Halcón Negro alzó su ronca voz en un grito "¡Yo, Halcón Negro, levanto el grito de guerra!".

    Sacó pecho, levantó la cabeza y soltó un ululante grito que pareció atravesar las mismas nubes que se suspendían sobre el campamento. Zarpa de Lobo, Cuchillo de Hierro, Pequeño Cuervo, Tres Caballos y una docena de otros valientes Sauk y Zorro se levantaron de un salto agitando rifles, hachas, arcos y flechas, desenfundando cuchillos, gritando sus gritos de batalla. Tallador del Búho golpeó furiosamente un tambor pintado con la imagen del espíritu del Halcón.

    El Profeta Winnebago se puso en pie y se unió al griterío, sus gestos eran tan salvajes y sus gritos tan fuertes que casi parecía estar compitiendo con Halcón Negro.

    Pájaro Rojo habló en voz baja cerca de la oreja de Oso Blanco: "Están borrachos de guerra".

    El griterío fue muriendo. Halcón Negro cruzó los brazos sobre el pecho para mostrar que había terminado de hablar. El Profeta Winnebago permaneció de pie y levantó los brazos.

    "He venido a prometerle a Halcón Negro y a sus valientes que si él va a Saukenuk y los cuchillos largos le atacan, los guerreros de Ciudad del Profeta les ayudarán a defenderse".

    Los jefes y los valientes sentados alrededor del fuego saludaron esto con mucho pisoteo y aplausos. Oso Blanco miró a El Que se Mueve Alerta, sentado a un cuarto de distancia del círculo. La cara bajo el tocado de búfalo estaba tan quieta como tallada en madera.

    Nube Que Vuela dijo: "He enviado mensajes a todas las tribus que viven cerca del Río Grande: Winnebago, Potawatomi, Kickapoo, Piankeshaw, Chippewa. Cuando Halcón Negro levante el tomahawk, ellos también levantarán el tomahawk. Y hemos recibido un mensaje de nuestros antiguos aliados, los británicos en Canadá, que dicen que los americanos nos han hecho un gran mal y que no debemos cederles más tierras. Si los cuchillos largos americanos nos atacan, los cuchillos largos británicos vendrán en nuestra ayuda con barcos, con grandes cañones, con rifles, pólvora y disparos y comida para nosotros, con cientos de soldados de capa roja. Ahora es el mejor momento para decirles a los cuchillos largos que no pueden presionarnos más. ¡Que todos los que sean verdaderamente hombres emprendan el camino de la guerra con Halcón Negro!".

    Oso Blanco sintió una falsedad mortal en las palabras de Profeta Winnebago. Cuando Oso Blanco había estado en la ciudad de Nueva York, había escuchado muchas veces que la enemistad entre americanos y británicos era cosa del pasado. Oso Blanco no creía que los británicos allí en Canadá tuvieran la intención de entrar en una guerra entre blancos e indios en Illinois. Pero ¿cómo podría probar que lo que Nube Que Vuela había dicho no era cierto?

    Con un grito de "¡Ei! ¡Ei!" Zarpa de Lobo agitó su rifle sobre la cabeza. Se lo apoyó en el hombro y lo disparó con un estallido ensordecedor, un destello rojo y una gran nube de humo blanco.

    Algún día deseará no haber desperdiciado esa pólvora.

    Mientras Oso Blanco y Pájaro Rojo seguían sentados en silencio, los valientes a su alrededor gritaban, agitando rifles y hachas de guerra, empujando brazos y piernas con los movimientos de una danza de guerra. Tallador del Búho y algunos de los jefes batían con las manos la tensa piel de ciervo pintada de sus tambores.

    Unos pocos hombres no se unieron a los gritos de aprobación, entre ellos el rostro redondo de El Que se Mueve Alerta.

    Oso Blanco estaba sentado con los puños apretados en su regazo, preguntándose si alguien notaría que el más joven de los tres chamanes entre ellos no estaba gritando en busca de guerra. Sintió la mano de Pájaro Rojo apretar su brazo con fuerza, ayudándolo a sentirse más fuerte.

    Solo a Pájaro Rojo le había contado Oso Blanco toda su visión. Ella compartía su temor de que, si la Banda Británica seguía a Halcón Negro a la guerra, serían destruidos, y había insistido en sentarse con él junto al fuego del consejo. Oso Blanco sabía que no era costumbre que una esposa se sentara con su esposo en un consejo, pero ella había argumentado y rogado hasta que él se había rendido y la había traído con él.

    Su presencia junto a él, al mismo tiempo le consolaba y lo hacía sentir incómodo. Tallador del Búho, cuando había llegado al fuego, había mirado a su hija, fruncido el ceño y apartado la vista. Zarpa de Lobo los había mirado y sonreído con desprecio.

    Mientras el tumulto inspirado por el Profeta Winnebago se calmaba, El Que se Mueve Alerta miró alrededor del círculo de jefes y valientes, sus ojos se detenían en todo aquel que no se había unido al clamor de guerra. Su mirada se encontró con la de Oso Blanco por un instante y Oso Blanco asintió casi imperceptiblemente. Tenía la extraña sensación de que El Que se Mueve Alerta sabía lo que él tenía en su mente.

    El jefe que favorecía a los cuchillos largos se puso en pie.

    Un hosco murmullo se extendió por los hombres alrededor del fuego del consejo. La mayoría de los que estaban de acuerdo con El Que se Mueve Alerta se habían mantenido alejados de este consejo. Oso Blanco sentía admiración por cualquiera que pudiera parecer tan confiado, de pie ante una multitud en la que tantos estaban en contra de él.

    Su voz era profunda y agradable, y él sonreía como si cada hombre allí fuera su amigo.

    "¿Cuándo es adecuado que un valiente vaya a la guerra? Cuando debe vengarse de aquellos que le han hecho mal. Halcón Negro dice que deberíamos luchar contra los ojos pálidos porque nos han robado tierras. Pero yo he visto los papeles con las marcas de nuestros jefes en ellos. Siete veces diferentes, los jefes Sauk y Zorro han dejado su huella en los papeles acordando renunciar a todo derecho de la tierra al este del Río Grande. Los cuchillos largos dicen que a nuestros jefes se les pagó en oro por la tierra".

    Cuando su mirada benigna barrió la asamblea, dijo: "Es correcto que un valiente vaya a la guerra cuando es lo bastante fuerte para hacer la guerra. No va porque quiere ser asesinado, no va porque quiere dejar a sus mujeres y niños desprotegidos. Él sabe que puede morir, pero no busca la muerte".

    El Que se Mueve Alerta ya no sonreía. Se llevó las yemas de los dedos a los ojos, luego levantó los brazos hacia el cielo: "Que el Hacedor de la Tierra me deje ciego si no digo la verdad".

    "No somos lo bastante fuertes para hacer la guerra contra los cuchillos largos. Yo he viajado por las tierras de los americanos hasta el mar oriental. He visto tantos cuchillos largos que no podría contarlos a todos".

    Oso Blanco se sentía cada vez más incómodo mientras escuchaba. Halcón Negro y todos los otros valientes de la Banda Británica miraban a El Que se Mueve Alerta como un enemigo. Pero Oso Blanco sabía que el jefe del tocado de búfalo decía la verdad. Quizá no sobre los tratados, pero sí sobre la gran cantidad de cuchillos largos.

    Oso Blanco vio de nuevo a los miles de soldados uniformados de azul que había visto marchando en Nueva York el cuatro de julio hacía un año, y a los otros miles que había visto en su visión, luchando y muriendo, pero aún así avanzando sobre un extraño campo de batalla.

    El Que se Mueve Alerta dijo: "Tallador del Búho y Halcón Negro dicen que los Potawatomi y Winnebago ayudarán a la Banda Británica, y otras tribus más lejanas. Yo digo que ninguno de ellos ayudará. Esta disputa sobre Saukenuk no es su disputa, y ellos han hecho las paces con los cuchillos largos.

    "El Profeta Winnebago dice que los británicos nos enviarán armas y municiones, incluso hombres, yo digo que eso es charlatanería. Os llamáis a vosotros mismos Banda Británica y pensáis que los británicos son vuestros grandes amigos. Hace muchos veranos sí, los británicos estaban en guerra con los americanos y consiguieron que los Sauk y los Zorro y muchas otras tribus les ayudaran. Pero cuando terminó la guerra, nuestro pueblo no ganó nada y perdió mucho. Muchas tribus tuvieron que renunciar a tierras para pagar la lucha en el lado británico. Ahora los británicos no se preocupan por nosotros. Los ojos pálidos británicos y los ojos pálidos americanos están en paz".

    "Os digo a los que me escuchen, venid conmigo, os llevaré hasta las profundidades de este país de Ioway, donde no habrá agricultores ojos pálidos que nos molesten. El Gran Padre ojos pálidos mostrará su gratitud a aquellos que no luchen contra él. Él nos dará dinero y comida y nos ayudará a encontrar buenas tierras ¡Viviremos!"

    "Por aquellos que sigan a Halcón Negro, yo me lamento. Ellos no vivirán".

    Las últimas palabras de El Que se Mueve Alerta resonaron. Él cruzó las manos sobre el pecho y se sentó en medio del silencio del crepitar del fuego.

    Oso Blanco escuchó en su mente la voz retumbante: Los muchos que siguen a Halcón Negro a través del Río Grande serán pocos cuando lo crucen en su regreso. Él tembló internamente.

    Las nubes en lo alto se habían separado y los rayos del sol, a punto de ponerse, caían sobre muchas caras llenas de ira y desprecio. Pero Oso Blanco también veía meditantes labios fruncidos y miradas bajas.

    Oso Blanco podía encontrar poco de erróneo en lo que había dicho El Que se Mueve Alerta, pero no le gustaba la forma hacia donde eso señalaba. Admitir que los cuchillos largos podían hacer lo que quisieran con los Sauk, esperar como niños que si obedecían al Gran Padre en la ciudad de Washington, este sería amable con los Sauk y daría regalos de comida, ropa y refugio... ¿no era eso simplemente una clase de muerte más lenta?

    El Que se Mueve Alerta no parecía ver que si los Sauk dejaban que los blancos los empujaran hacia el Oeste, el proceso no tendría fin. Eventualmente, los ojos pálidos ocuparían toda la tierra que había.

    Expulsar a un pueblo de su hogar es hacer que sea presa del hambre, la enfermedad y las tribus enemigas. Es destruirlo aunque no se dispare un solo tiro.

    Si debemos morir, ¿no sería mejor vengarnos de los ojos pálidos por su crueldad con nosotros? ¿No es mejor morir con orgullo que renunciar sin más a nuestras buenas tierras de caza y agricultura y entrar dócilmente en el desierto?

    Sintió a Pájaro Rojo presionada contra él. De pronto, sintió una fuerte sensación de que debían seguir a El Que se Mueve Alerta más allá en el país de Ioway. De esa manera, seguramente vivirían. ¿Cómo podría él, Oso Blanco, exigir o permitir que su esposa e hijo soportaran los sufrimientos y el peligro que enfrentarían los que seguían a Halcón Negro?

    Pero ante la idea de abandonar la Banda Británica, sintió una angustia insoportable. Hacía un invierno había encontrado una trampa que había saltado. En la trampa estaba la pata trasera y parte de la pata de un mapache, la cual terminaba en una sangrienta masa. El animal se había arrancado la propia pierna a mordiscos para escapar. Había visto un rastro de sangre que conducía al bosque. El mapache había cojeado hasta morir, pero para morir libre.

    Lo que El Que se Mueve Alerta ofrecía era una trampa. Lo que ofrecía Halcón Negro era libertad, pero con perspectiva de muerte.

    Él y Pájaro Rojo podían empacar sus pertenencias e irse después de que terminara este consejo. Oso Blanco estaba seguro de que otras familias harían eso.

    ¿Pero podría darle la espalda a Halcón Negro, que acababa de hablar a favor de él en su boda; a Tallador del Búho, el padre de su esposa? ¿A Mujer Sol, quién estaba seguro de que se quedaría con la Banda Británica? ¿A las personas que habían formado parte de su vida desde que podía recordar?

    Quedarse significaba enfrentarse a las armas de los cuchillos largos. Significaba inanición. Significaba dolor. Aquellos que habían gritado junto a Halcón Negro esta noche no veían eso. O tal vez lo veían pero aún así lo abrazaban. Pero verlo claramente y aceptarlo; no solo para sí mismo, sino para Pájaro Rojo y Pluma de Águila; dolía como morderse una de sus propias extremidades. Pero él no abandonaría a su gente. Había escapado de su última pelea por la tierra. No huiría de esta.

    Tallador del Búho, sosteniendo su bastón medicina con cabeza de búho de plumas rojas, se levantó frente al fuego del consejo: "El Que se Mueve Alerta cree que es el único que conoce a los americanos, pero uno de nuestra propia Banda Británica ha estado en las grandes ciudades del Este y él es un chamán a quien la Tortuga le ha dado visiones especiales. Le pido a Oso Blanco que nos cuente lo que ha visto".

    Al oír su nombre, Oso Blanco sintió una frialdad desplegándose desde la base de su columna vertebral. Vio la mirada de sincera invitación en el rostro de Tallador del Búho, vio la expectativa de Halcón Negro. Él iba tanto a escupir a estos dos hombres que respetaba como a decepcionarlos profundamente. Pero ahora él debía hacerlo.

    Los dedos de Pájaro Rojo se clavaron en su brazo. Sus rasgados ojos estaban muy abiertos.

    "Habla con la verdad", susurró ella.

    Despacio, él se levantó. Sufrió al apartar gentilmente el brazo del agarre de Pájaro Rojo, como si se estuviera quitando la piel del brazo. Sus ojos se encontraron momentáneamente con los de El Que se Mueve Alerta, quien le miraba intensamente.

    Como Tallador del Búho había hecho, él levantó la vara medicina que había cortado para sí mismo después de su primera visión, decorada con una sola cuerda de cuentas rojas y blancas. La sostuvo en alto con incertidumbre. Esperaba que sus adornos de chamán, la pintura, los aretes, collares y pulseras, los impresionarían.

    También estaba preparado de otra manera, nunca había hablado ante los líderes de su banda; pero en la Escuela de San Jorge todos los chicos tenían que dar un breve discurso a los miembros de su clase una vez por semana y uno más largo ante toda la escuela dos veces al año. Esos discursos tenían que ser escritos y memorizados, y ahora Oso Blanco debía hablar tal y como el espíritu le había motivado. Pero él sabía cómo estar de pie, cómo proyectar la voz, cómo medir sus palabras. En su corazón, agradeció al Sr. Winans por enseñarle todo eso.

    "Las grandes ciudades americanas en el Este son más grandes que las ciudades más grandes jamás construidas por ningún hombre rojo", comenzó Oso Blanco. "En esas aldeas los ojos pálidos pululan como abejas en un árbol de miel".

    "Cada verano, los americanos tienen una gran fiesta para celebrar el día en que le dijeron al Gran Padre de los británicos que ya no serían sus hijos. Fue en un verano en una gran ciudad llamada Nueva York donde vi cuchillos largos caminando en largas filas para honrar este gran día. Cada hombre tenía un nuevo rifle. Ocho a la vez caminaban uno al lado del otro, y les llevaba medio día ir de un extremo a otro de la línea. Tras ellos marchaban más cuchillos largos a caballo, tantos como una manada de búfalos. Y detrás de ellos, caballos tiraban de grandes cañones de trueno sobre ruedas que disparan bolas de hierro del tamaño de la cabeza de un hombre".

    "Los cuchillos largos estaban liderados por su Gran Padre, Cuchillo Afilado, quien estaba de visita en Nueva York. Es muy delgado, con una cara cruel y cabello blanco. Se sienta derecho sobre su caballo y usa un cuchillo largo en su cinturón".

    "Después de que todos esos cuchillos largos hubieron caminado por la ciudad, llegaron a un campo abierto donde dispararon todas sus armas de trueno. El ruido hizo temblar la tierra".

    Permitiendo que también a él le temblaran las piernas y las manos, como estas exigieron hacer, Oso Blanco hizo una pausa y dejó que su mirada recorriera las caras en el gran círculo alrededor del fuego.

    El resplandor rojo de la puesta de sol cayó sobre el rostro ligeramente sonriente de El Que se Mueve Alerta. Halcón Negro estaba de espaldas al sol y su rostro en la sombra. Pájaro Rojo miraba a Oso Blanco con ojos brillantes y llenos de amor. Otros podrían odiar lo que él decía, pero él estaba contento de que Pájaro Rojo escuchara lo bien y sincero que él hablaba.

    Enojadas palabras sisearon y chisporrotearon como troncos ardiendo. Oso Blanco vio a Zarpa de Lobo empujar a Pequeño Cuervo, uno de los principales valientes, que estaba sentado a su lado, y hablarle con voz apagada pero gestos urgentes. El valiente se levantó y se alejó del fuego.

    Tallador del Búho, sentado al lado de Halcón Negro, levantaba la cabeza. Oso Blanco vio el desconcierto en la cara de su maestro y él mismo se encogió ante tal visión.

    Tallador del Búho dijo: "Oso Blanco es a la vez ojos pálidos y Sauk. Hasta ahora solo nos habla con los ojos pálidos en la mitad de su cabeza. Dejad que Oso Blanco nos diga qué visión le ha dado la Tortuga".

    Oso Blanco sintió una pequeña oleada de esperanza. Lo que había visto como viajero entre los ojos pálidos podría no desanimar a la Banda Británica de hacer la guerra, pero su visión podría conmoverlos más.

    "La Tortuga me mostró a Halcón Negro hablando con Cuchillo Afilado", dijo señalando al jefe de guerra, quien levantó la cabeza coronada de plumas al oír su nombre. "Estaban en la casa del Gran Padre de los Americanos en la aldea llamada Ciudad de Washington".

    Escuchó murmullos asombrados a su alrededor. Alentado, él continuó.

    "Entonces vi una gran cantidad de cuchillos largos corriendo hacia mí sobre un campo. Disparaban y disparaban. Vi a muchos de ellos golpeados y cayendo y muriendo, pero seguían apareciendo. Vi a un hombre alto y delgado, con barba, un hombre triste a quien nunca antes había visto, llorando por los cuchillos largos caídos".

    El sol se había puesto. Ahora podía ver los oscuros rostros escuchando solo por el resplandor amarillo del fuego.

    Tallador del Búho dijo: "La visión de Oso Blanco nos trae esperanza. Él ve nuestra propia reunión de Halcón Negro con Cuchillo Afilado en la casa de Cuchillo Afilado. Halcón Negro irá a la casa de Cuchillo Afilado para establecer los términos de paz para los americanos".

    ¡Eso no es lo que esto significa!, pensó Oso Blanco sorprendido.

    Tallador del Búho continuó: "Oso Blanco vio cuchillos largos muriendo. La visión de Oso Blanco predice la victoria de la Banda Británica".

    De todas partes alrededor de la fogata escuchó gruñidos de aprobación ante las palabras de Tallador del Búho. El corazón de Oso Blanco se sintió perdido, hundiéndose como una piedra arrojada al Río Grande.

    "¡Escuchad!" gritó él. "Tallador del Búho es mi padre en espíritu, pero no vio esta visión ni sintió su tristeza. Yo lo hice. Estuve allí ante la Tortuga y sé que lo que me mostró fue una advertencia. Si la Banda Británica toma el camino de la guerra, Halcón Negro será el prisionero de Cuchillo Afilado".

    Gritos de protesta estallaron a su alrededor. Vio a Pequeño Cuervo regresar al fuego con un paquete de tela roja y azul brillante en las manos.

    Oso Blanco habló por encima del clamor: "¡Escuchad! Cuando vi morir a los cuchillos largos, muchos más avanzaban y su número era interminable. No estaban luchando contra nuestros guerreros. Estaban luchando contra otros cuchillos largos. La visión decía que habría muchos, muchos cuchillos largos en los veranos e inviernos por venir, tantos que lucharían entre ellos".

    Tallador del Búho dijo con una voz lo bastante fuerte como para que Oso Blanco oyera: "No digas más. Haces mucho daño".

    "Debo decir más. Me has pedido que hable. Ahora debo decir lo que sé. Debes escuchar. La Tortuga también me habló. Me dijo: «Los muchos que siguen a Halcón Negro a través del Río Grande serán pocos cuando lo crucen en su regreso»".

    Después de un momento de duda, Tallador del Búho levantó las manos: "Serán pocos porque recuperaremos nuestra tierra del otro lado y nos quedaremos allí".

    Antes de que Oso Blanco pudiera responder, Halcón Negro se puso en pie con su rostro a la luz del fuego en una máscara de ira. Oso Blanco tembló.

    "¡Halcón Negro nunca será prisionero de Cuchillo Afilado!" rugió el jefe de guerra "¡Halcón Negro morirá primero!".

    Otra persona estaba de pie ante el fuego. Una mujer.

    Pájaro Rojo.

    Oso Blanco se sintió atrapado en una pesadilla. ¿Se había vuelto loca su esposa? Ella no podía hablar en un consejo de jefes y valientes. Su corazón latía furiosamente, extendió la mano para silenciarla. Pero ella ya estaba hablando.

    Sus palabras fueron recibidas no con ira sino con gritos de risa despectiva. Oso Blanco sabía que a los jefes y valientes no les importaba lo que ella dijera; simplemente se divertían porque una mujer se había atrevido a tratar de hablarles. Él ardió de vergüenza por sí mismo y por Pájaro Rojo.

    Más allá del círculo de la luz del fuego, vio las sombras de hombres y mujeres de pie en el crepúsculo. La palabra de la disputa en el fuego del consejo debía de estar extendiéndose por el campamento y atrayendo a cada vez más personas para escuchar, tal vez para decir lo que pensaban, como era su derecho. Él vislumbró a Mujer Sol corriendo hacia él, abriéndose paso entre los hombres sentados.

    Zarpa de Lobo se dirigió hacia Oso Blanco, sosteniendo en sus manos el paquete de tela roja y azul que Pequeño Cuervo le había traído. Miró a Pájaro Rojo.

    "Es mala medicina que las mujeres hablen en el consejo".

    Pájaro Rojo se plantó delante de Oso Blanco para enfrentar a Zarpa de Lobo: "Es una curandera quien te habla: las palabras de Oso Blanco son buena medicina".

    La ira disparó a Oso Blanco hacia adelante como la flecha de un arco, con los brazos extendidos para lidiar con Zarpa de Lobo. Levantó su bastón medicinal como para golpear al valiente de cresta roja.

    Manos se apoderaron de sus brazos. Él se debatía, ciego de furia, agitando los brazos y pataleando. Zarpa de Lobo, con los dientes al descubierto, arrancó el bastón medicina de las manos de Oso Blanco.

    "¡No dañes el bastón medicina!", gritó Tallador del Búho.

    Sin mirar al viejo chamán, Zarpa de Lobo le entregó el bastón medicina a Oso Blanco. Dos grandes guerreros sujetaban a Oso Blanco cuando Zarpa de Lobo se acercó a él, estirando los labios en una sonrisa.

    Cada vez más hombres se ponían en pie y reían a carcajadas ante la burla de Zarpa de Lobo.

    Mujer Sol había entrado en el anillo interior alrededor del fuego y ahora sujetaba a Pájaro Rojo.

    "¡Mirad!" gritó Zarpa de Lobo "Ahora tiene a su esposa y a su madre en el fuego del consejo".

    Sacudió la tela roja y azul. Era un vestido de mujer.

    "Habla como una mujer", dijo Zarpa de Lobo. "Dice lo que las mujeres le dicen que diga. Las mujeres hablan por él. Que se vista como una mujer. Una mujer ojos pálidos".

    Zarpa de Lobo arrojó el vestido sobre la cabeza de Oso Blanco, y los dos hombres que lo sujetaban se lo pusieron a su alrededor. Oso Blanco se sintió envuelto en la desesperación mientras la tela le cubría la cabeza.

    Y él había querido ser un profeta para los Sauk.

    Cuanto más verdaderas sus palabras, menos lo escuchan.

    Luchó a medias. Ya no le importaba lo que le hicieran. Su propio fracaso y la destrucción segura de su pueblo lo tenían encadenado y apenas podía moverse. Los guerreros tiraron del vestido hacia abajo sobre sus brazos, sujetándolos a los costados. Su cabeza emergió a través del cuello, las carcajadas batían en su rostro. Los dientes brillaban a la luz del fuego.

    Vio a Mujer Sol sujetando a Pájaro Rojo. Vio las lágrimas apretadas bajo los párpados fuertemente cerrados de su esposa. El rostro de su madre estaba lleno de dolor.

    Demasiado desesperado para resistir, dejó que Zarpa de Lobo y sus hombres lo empujaran y lo arrastraran lejos del fuego del consejo y lo llevaran por el campamento. Estaba ciego a las caras risueñas a su alrededor, sordo a los gritos burlones.

    Pero presenció una visión que lo mataba del todo, observándolo desde algún lugar entre la multitud, los ojos dolidos y desconcertados de su hijo Pluma de Águila.

Capítulo 13

Los Voluntarios

    Nicole y Frank habían caminado hasta la mitad de la sala principal del fuerte del puesto comercial cuando Nicole escuchó la voz de Raoul desde la oficina de contabilidad con paredes de piedra en la esquina del fondo.

    "¡Tú y los niños os quedaréis en Victoire!".

    Nicole tocó el brazo de Frank y ambos se detuvieron. Retrocedieron un poco, de pie junto al largo y negro cañón naval de seis libras que Raoul había instalado en el fuerte. Era mejor no entrometerse en los asuntos de Raoul cuando él estaba en medio de una disputa.

    "Pero ninguno de los franceses allí es como yo", respondió una mujer alta con voz nasal, acento de Missouri: "Estaré francamente sola". Nicole reconoció la voz de Clarissa Greenglove.

    "Yo estaré fuera y tu padre vendrá conmigo ¿Dónde demonios te vas a quedar si no?"

    "Con mi tía Melinda en San Luis. Esa sería la casa perfecta. Podrías enviarme en el Víctoria".

    Su voz se elevó hasta un grito "¿Lo entiendes ahora, maldita sea? Pues vete de aquí, demonios".

    Un momento después, Clarissa salió corriendo por la puerta reforzada de hierro de la sala de contabilidad de Raoul. Los dos niños pequeños que ella había llevado hasta Raoul corrían junto a su falda calicó hasta el suelo.

    Clarissa asintió: "Señor, señora Hopkins".

    "Buenos días, Clarissa", dijo Nicole. Llamarla por el nombre no parecía muy respetuoso, pero llamarla "Señorita Greenglove", especialmente con sus dos hijos allí con ella, parecía cruel.

    Clarissa le dirigió a Nicole una mirada desconsolada que parecía estar pidiendo algo, Nicole no estaba muy segura de qué. Luego ella agachó la cabeza y su sombrero ocultó sus ojos.

    Phil, el niño de cinco años, miró a Nicole. Tenía el pelo rubio muy claro, casi plateado, y ojos grandes que parecían fijos en su rostro pálido y delgado. Un fantasmita.

    "Mi papá va a luchar contra los inyos".

    "Qué bien". Nicole no supo qué otra cosa decir. Clarissa, que había dado unos pasos adelante, se echó hacia atrás y sacudió el brazo de Phil con tanta fuerza que él gritó.

    Raoul, cuando ambos entraron en su oficina, no parecía perturbado por su discusión con Clarissa, pero sus ojos se abrieron y brillaron con ira momentánea al ver a Nicole. Luego sonrió con los dientes blancos bajo su negro bigote.

    "Vaya, ¿Nicole y Frank vienen a enterrar el hacha? ¿Ahora que los indios agitan las suyas?"

    "Por eso estamos aquí, Raoul", dijo Frank.

    "Sí, he leído tus párrafos en el Visitante", dijo Raoul con un lado de la boca torcido en una sonrisa despectiva. "Parece que te encantaría devolverle a Illinois los indios".

    "Nada de eso", dijo Frank bruscamente.

    Qué injusto, pensó Nicole. Frank solo había escrito que si el acuerdo de tierras de 1804 se hubiera obtenido mediante fraude, sería mejor negociar un nuevo tratado con los Sauk y los Zorro en lugar de ir a su encuentro con fuerza armada.

    La cara bronceada de Raoul se enrojeció y sus fosas nasales se dilataron: "Devolverles Illinois", insistió él, "tal y como querías entregar Victoire al bastardo mestizo de Pierre".

    Nicole no vio ningún rastro de culpa en esa ancha cara y dura por lo que le había hecho a Auguste. Apretó los puños. Debía intentar contener su ira.

    Frank habló: "No saques el tema de Auguste ahora, Raoul. Él es lo que nos divide y no deberíamos estar divididos ahora. Queremos hablar contigo sobre la protección de Víctor".

    Un rayo de calor parpadeó en los ojos de Raoul, cambiando rápidamente a un brillo burlón: "Bueno, eso debería ser fácil, Frank, con tu actitud. Puedes hacer una bandera blanca con cualquier sábana".

    Nicole pensó: Está usando nuestra visita aquí como una oportunidad para echarnos barro a la cara.

    "No nos hagas esto tan difícil, Raoul", dijo ella. "Nos necesitamos unos a otros".

    "¿En serio? ¿Para qué os necesito?" Sus ojos eran fríos.

    Muchas respuestas llenaron la mente de Nicole, pero pensó un momento antes de hablar.

    "Necesitas a la gente de esta ciudad para tener éxito en la propiedad, ahora que la has tomado, en tus huertos y granjas, en tu línea de transporte, en tus negocios comerciales. La mayoría de las personas que viven en Víctor trabajan para ti, directa o indirectamente. Y los estás dejando desprotegidos".

    Antes de que Raoul pudiera responder, Frank se unió a ella: "Por lo que he visto, planeas enviar marchando lejos de aquí a todo hombre que sepa disparar un rifle, para luchar contra los indios junto al río Roca. Si alejas a todos los luchadores, ¿quién va a defender Víctor y Victoire?"

    Raoul echó la cabeza hacia atrás y rió a carcajadas: "Dios, no puedo creer que te haya escuchado bien. Desde el otoño pasado has deseado que yo desapareciera de la faz de la tierra y ahora acudes a mí suplicando protección".

    "No es por nosotros por quien lo estamos pidiendo", dijo Nicole. "Solo queremos que dejes suficientes hombres para defender a las mujeres, niños y no combatientes que se queden aquí".

    Los ojos de Raoul se entornaron hacia Frank: "¿No combatientes como tú, Frank? Tú no vas a empuñar un rifle, pero quieres que algunos de mis hombres se queden y te protejan".

    Frank devolvió la mirada con firmeza: "Estoy aprendiendo a disparar. Tu padre me está enseñando". Nicole sintió una oleada de amor por Frank, además de orgullo por su disposición a aprender a hacer algo que él odiaba, solo porque tenía que hacerlo.

    Raoul extendió las manos: "Bien por ti y bien por Papá". Bajó la vista y su rostro se enrojeció levemente. Cuando levantó la vista, sus ojos oscuros se encontraron con los de Nicole.

    "¿Cómo está Papá?"

    Nicole controló la necesidad de recordarle que casi había matado a su padre y dijo: "Está tolerablemente bien. La casita que Frank le ha estado construyendo está terminada y ya puede caminar. Guichard cuida de él".

    Raoul juntó las manos: "¡Bien, bien! Entonces serán dos fusileros los que tenéis justo ahí. Y apuesto a que el viejo Guichard podría incluso disparar si fuera necesario. Y tendréis a David Cooper, un veterano de la guerra del Doce. Él va a vigilar el puesto comercial para mí, junto con Burke Russell, estoy seguro de que habrá algunos otros. En cuanto al resto de los hombres, si no los llevo yo al río Roca, irían de todos modos. Están ansiosos por cazar pieles rojas".

    Nicole recordó la cola de hombres que acababa de ver en el patio del puesto comercial para inscribirse en la milicia voluntaria del condado de Smith. Debía de haber más de un centenar de ellos, algunos con gorros de piel de mapache y chalecos de ciervo con flecos, otros con sombreros de paja, camisas calicó y pantalones de lino, dos docenas más o menos con pañuelos en la cabeza, favorecidos por hombres de ascendencia francesa. Habían estado muy animados, riendo y hablando sobre traer cabelleras.

    Frank dijo: "Por supuesto, no estarás pensando que habrá un ataque indio contra Víctor mientras estás fuera. Lo que quieres es ir al país del río Roca con la milicia y ganar una gran victoria sobre los indios o algo que se pueda llamar una gran victoria".

    Raoul extendió las manos: "Frank, tú mismo imprimiste la proclamación de Reynolds en tu maldito periódico".

    Señaló por encima de su hombro, donde una copia de la llamada a las armas del gobernador de Illinois, arrancada del Visitante de Víctor del 17 de abril de 1832, estaba clavada en la pared. Los ojos de Nicole recorrieron las líneas iniciales.

    «AMIGOS CIUDADANOS.

    Vuestro país requiere vuestros servicios. Los indios han asumido una actitud hostil y han invadido el Estado en violación del tratado del verano pasado.

    La Banda Británica de Sauks y otros indios hostiles, encabezados por Halcón Negro, están en posesión del país del Río Roca para gran terror de los habitantes fronterizos. Considero que los colonos en las fronteras están en inminente peligro.»

    Raoul dijo: "Él no dice que te quedes en casa y defiendas la ciudad. Dice que te agrupes en Beardstown. Eso está mucho más cerca de Halcón Negro que de Víctor".

    Frank dijo: "Esa proclamación es para ciudades que están en territorio seguro. Nosotros somos los colonos en la frontera, somos quienes Reynolds dice que están en peligro. Ayer hablé con un hombre de Galena, Raoul. Allá arriba, los voluntarios han formado una compañía de milicias, pero se quedarán donde están en caso de un ataque indio. No se espera de nosotros que suministremos tropas para perseguir a Halcón Negro".

    Raoul sacudió la cabeza: "Tenemos que golpear a Halcón Negro fuerte y rápido con todos los hombres que podamos reunir. Una vez que lo hagamos, no habrá peligro para Víctor".

    Frank dijo: "Si sucede algo como lo que sucedió en el Fuerte Dearborn aquí, en Víctor, los inocentes pagarán por tu decisión. ¿Quieres eso en tu conciencia?"

    Ante la mención del Fuerte Dearborn, la cara de Raoul se tornó inexpresiva. Se quedó allí sentado y miró a Frank durante un momento, luego se levantó abruptamente.

    "Mi conciencia está limpia", dijo él.

    Tú no tienes conciencia, pensó Nicole, quien miraba con tristeza los brillantes ojos azules que ahora la miraban a ella tan inexpresivamente. Ella se preguntó adónde había ido su sonriente hermanito de tantos años atrás. La sonrisa aún acudía fácilmente a su cara, pero ahora solo como burla y escarnio. ¿Aquellos años de cautiverio con los indios explicaban completamente a Raoul o era él descendiente de algún barón ladrón ancestral cuya única ley era la espada?

***

    "Cuando un hombre va a la guerra, señorita Nancy, significa mucho para él saber que tiene a alguien a quien volver".

    Raoul sonrió desde Estandarte, su semental castaño, a Nancy Hale en el asiento del conductor de su cochecito negro. A los diecinueve años, ella era una mujer en plena floración. Probablemente ella se habría casado hacía mucho tiempo si se hubiera quedado en el Este. Había muchos hombres aquí en la frontera, pero pocos lo bastante buenos para cortejar a una mujer como ella.

    Sería una tonta si no tomara en serio mi oferta. Es la mejor que obtendrá nunca.

    Nancy miró primero el polvoriento camino sobre las colinas cubiertas de hierba entre Victoire y Víctor, con el sol de la mañana cayendo sobre este, luego hacia él. El azul profundo de sus ojos era una maravilla.

    "Usted ya tiene a alguien a quien volver a casa, señor de Marion. E hijos".

    Hijos, sí, pero la mezcla de su sangre de Marion con la línea indescriptible de Greenglove difícilmente podría producir los hijos que él quería. Nancy, por otro lado, de una vieja familia de Nueva Inglaterra que probablemente se remontaba hasta una base inglesa aún mejor, era justo el tipo de mujer con la que a él le gustaría criar.

    "Clarissa y yo nunca nos hemos plantado delante de un sacerdote o un ministro, señorita Hale. Solo he estado pasando el tiempo con ella hasta que apareciera la dama adecuada".

    La mirada de ella fue fría y altiva: "En lo que a mí respecta, usted está tan casado como cualquier casado, y no tiene derecho a hablarme de esta manera".

    "La necesidad hace que tus compañeros de cama estén aquí fuera en la frontera".

    "No la mía". Ella sacudió la cabeza, con las trenzas rubias balanceándose. Él pudo imaginar todo ese cabello, dorado como la miel, extendido sobre una almohada, y sintió un pulso latir en su garganta.

    Nancy continuó: "Debe saber cuán incorrecto es por su parte hablarme de esta manera, de lo contrario no me habría tendido usted una emboscada aquí fuera".

    "Llevo días esperando la oportunidad de hablar con usted en privado".

    Josiah Hode, el hijo de Hodge Hode, había ido rápidamente al puesto comercial esta mañana para decirle a Raoul que la señorita Hale estaba conduciendo su cochecito a la ciudad y viajaba, por una vez, sin su padre. Era la noticia que Raoul había estado esperando desde que la proclamación del gobernador había llegado a Víctor. Sabiendo que la señorita Nancy estaba indignada por el trato que él le había dispensado al mestizo, Raoul había demorado su acercarmiento a ella. Ahora no podía demorarlo más.

    "Me voy con la milicia el próximo lunes", dijo él. "Eso le da tres días para pensarlo. Espero llevarme su respuesta favorable conmigo cuando salga a defenderla de los salvajes".

    Ella sonrió, pero la sonrisa carecía de humor o calidez: "Llévese esta respuesta con usted si lo desea: No". Ella sacudió las riendas y su caballo gris moteado aceleró hasta un trote.

    Raoul espoleó su propio caballo para seguir el paso: "Tómese tiempo para considerarlo".

    "La respuesta siempre será no".

    Una ira candente explotó dentro de él. Sus puños se apretaron en las riendas de Estandarte.

    "¡Terminarás siendo una vieja profesora de escuela!" gritó él. "Nunca sabrás lo que es tener un hombre entre las piernas".

    El rostro de Nancy se tornó blanco. Él la había herido y eso lo hizo sentirse mejor.

    Raoul dio un fuerte talonazo a los costados de Estandarte, el semental emitió un silbido enojado y galopó dejando a Nancy Hale y a su cochecito envueltos en polvo.

    Él deseaba que el campo por aquí no estuviera tan malditamente abierto. Si pudiera haberla sacado de ese cochecito y haberla llevado al bosque, darle a probar el verdadero asunto, ella habría cambiado de opinión acerca de él.

    ¿Aún sigue ella suspirando por el mestizo?

    Bueno, pensó cuando las paredes grises de troncos del puesto comercial aparecieron a la vista en una curva en el camino de la cresta, él se llevaría esa respuesta a la guerra y los indios sufrirían más por ello.

***

    Ciudad del Profeta estaba desierta. Halcón Negro y sus aliados habían huido.

    Raoul ató a Estandarte en el mismo centro de los anillos de las oscuras y silenciosas casas indias. Armand Perrault, Levi Pope, Hodge Hode y Otto Wegner se detuvieron a su lado. Él no sabía si estaba aliviado o decepcionado. Pistola de bolas desenfundada y amartillada, respiró con rabia y miró a su alrededor. Se sentía expuesto al notar que, en cualquier momento, una flecha dirigida a su corazón podría salir volando de una de esas largas chozas Winnebago de cortezas en forma de barra.

    Debido a la experiencia de Raoul en las escaramuzas por Saukenuk el año pasado, el general Henry Atkinson le había nombrado coronel y lo había puesto al mando de la vanguardia, conocida como el batallón de espías. Él disfrutaba del prestigio de liderar a los espías, pero sentía una opresión constante en el vientre.

    Echó mano hacia la cantimplora en la bolsa de tela india atada a su silla de montar, la destapó y tomó un trago rápido del Old Kaintuck. Este bajó calentando y extendió el calor de su estómago por todo el cuerpo. Raoul enfrió la garganta con agua de una segunda cantimplora.

    Desde hacía tres semanas, ralentizada por las fuertes lluvias de primavera, que hacían que los arroyos se convirtieran en torrentes casi intransitables, la milicia había seguido el rastro de Halcón Negro por el río Roca. Para desilusión de los blancos, los indios habían evitado Saukenuk, sin duda conscientes de que la milicia había salido contra ellos. En su lugar, la banda de Halcón Negro había marchado treinta y cinco kilómetros río arriba, según los informes, deteniéndose en Ciudad del Profeta. Pero tampoco estaban aquí.

    Raoul odió la aldea india nada más verla. Construida en un terreno que se inclinaba suavemente hacia la orilla sur del río Roca, la aldea le rodeaba, le amenazaba, yacía oscura, huraña y siniestra bajo un cielo gris cargado de lluvia. También le recordaba vívidamente a las aldeas piel roja donde había pasado esos dos peores años de su vida.

    No veía fuegos de cocina, ni carne seca ni montones de verduras junto a las oscuras entradas, ni postes que hicieran alarde de plumas, cintas y cabelleras enemigas. El olor característico de las aldeas indias, una mezcla de humo de tabaco y harina de cocina, se suspendía en el aire. Pero este era muy débil. Supuso que los indios se habían marchado de aquí hacía días.

    "Otto", dijo Raoul, "regresa hasta el General Atkinson e informa que el enemigo ha abandonado la Ciudad del Profeta".

    Wegner le dio a Raoul un extenuante saludo prusiano, giró la cabeza de su caballo gris y se alejó cabalgando.

    Los doscientos hombres del batallón de espías se estaban infiltrando detrás de Raoul, con los cascos golpeando la tierra desnuda. En sus gorros de piel de mapache y polvorientas camisas grises y chaquetas de ciervo, los hombres no parecían soldados, pero habían hecho el juramento y estaban bajo disciplina militar hasta que su período de alistamiento terminara a finales de mayo.

    Los hombres hacían comentarios unos a otros y se echaban a reír mientras miraban las chozas vacías. Se divertían muchísimo, pensó Raoul. En esta época del año, la mayoría de ellos se estaría rompiendo el lomo arando y plantando en primavera. Ahora podían ganar veintiún centavos por día mientras realizaban algo parecido a un viaje de caza prolongado.

    La mayoría de los hombres prefieren pelear que trabajar.

    Eli Greenglove, sobre un pony marrón y blanco, trotó junto a Raoul. Sus plateadas rayas bordadas de capitán brillaban en la parte superior de los brazos de la túnica azul que Raoul le había comprado. Un largo sable de caballería colgaba de su cinturón de cuero blanco.

    Eli sonrió y Raoul tuvo que mirar hacia otro lado. Parecía que le faltaban todos los dientes de la cabeza y los que quedaban estaban manchados de marrón debido a años de mascar tabaco.

    Y ahora Clarissa había empezado a fumar en pipa, lo que hacía aún más difícil para Raoul disfrutar al acostarse con ella.

    Ojalá Nancy...

    Pero Nancy había dejado claro que le despreciaba.

    Una maldita lástima. Por supuesto, el viejo Eli le cortaría la garganta si tuviera la menor idea de lo que Raoul estaba pensando.

    Eli dijo: "¿Piensas que los indios de Ciudad del Profeta se han unido al grupo de Halcón Negro?"

    "Por supuesto", dijo Raoul. "Y eso significa que Halcón Negro ahora tiene unos mil guerreros con él".

    Un movimiento en el borde sur de la aldea, en los bosques circundantes, llamó la atención de Raoul. Él giró en esa dirección, apuntando con su pistola.

    "Eli, prepara el rifle", dijo él.

    "Cargado y preparado", dijo Greenglove sacando su nuevo y brillante rifle de percusión Cramer, otro regalo de Raoul, de la alforja en su silla de montar, controlando su pony fácilmente solo con las rodillas.

    Los indios salieron andando del bosque, cuatro hombres. Levantaron las manos vacías sobre sus cabezas y avanzaron lentamente.

    "Míralos", dijo Eli. "Quizá solo estén intentando acercarse lo bastante para saltarnos encima".

    Raoul estudió a los cuatro hombres que avanzaban. Dos tenían la cabeza envuelta en turbantes, uno rojo y otro azul. Los cuatro llevaban leotardos de ciervo con flecos y camisas grises de franela. No vio armas.

    Luego vio más figuras sombrías en los árboles más allá de los indios. Instantáneamente, enderezó el brazo en esa dirección y apretó el gatillo. Su pistola se disparó con un estallido y expulsó una nube de humo gris. Raoul se la entregó a Armand para recargarla mientras recogía su nuevo rifle, un Hall de carga múltiple.

    El indio con el turbante rojo estaba gritando algo, Raoul reconoció el idioma, Potawatomi. El sonido hizo que la sangre le batiera en las sienes.

    Raoul tenía ganas de dispararles a todos, solo por ser Potawatomi, pero mantuvo el impulso bajo control. Tenía que averiguar todo lo que pudieran decirle.

    Se dirigió a los indios en su idioma, grabado indeleblemente en su memoria por los ácidos del miedo y el odio: "Diles a todos que salgan. Mataremos a cualquiera que se esconda de nosotros".

    El indio con turbante rojo llamó por encima de su hombro y lentamente un grupo de mujeres y niños pequeños salió del bosque.

    Raoul tomó su pistola recargada de Armand y llevó a Estandarte a paso lento hacia el pequeño grupo. Los indios comenzaron a bajar las manos.

    "Las manos arriba". Hizo un gesto con la pistola. Lentamente, los hombres de piel cobriza enderezaron los brazos de nuevo, mirándose unos a otros tristemente.

    Probablemente pensaban que les daríamos la bienvenida con palabras amables y regalos. Los músculos de su cuello y hombros estaban tan rígidos que le dolían, y su estómago estaba hirviendo. En su mente volvió a ver la cara llena de cicatrices de Salmón Negro, el puño marrón levantado sujetando un látigo para golpearle. Los sonidos del discurso Potawatomi lo evocaban todo de nuevo.

    Le entregó las riendas del caballo a Armand, quien ató a Estandarte a un poste vertical frente a una choza cercana.

    "¿Quién eres tú?" Exigió Raoul.

    "Soy Pie Pequeño", dijo el indio que llevaba el turbante rojo. "Soy el jefe del Clan Ciervo. Vivimos aquí en la Ciudad del Profeta Winnebago".

    La piel de Pie Pequeño era oscura y él tenía una nariz ancha y plana. No llevaba plumas en la cabeza, probablemente no quería parecer un guerrero. El cabello negro tenía mechas blancas aquí y allá; colgando bajo el turbante, dos trenzas hasta los hombros. Raoul juzgó que estaba en sus cincuenta años.

    Él podría haber estado en Fuerte Dearborn hace veinte años.

    Una cosa era segura, Pie Pequeño era un Potawatomi. Raoul sintió que sus dedos apretaban su pistola mientras la sostenía a la altura de la cintura.

    Raoul se giró hacia Levi Pope y algunos de sus otros muchachos del condado de Smith que estaban sentados a caballo cerca: "Atadlos".

    "Poned a sus familias en una de las chozas y vigiladlos". Se le ocurrió otra cosa: "Eli, toma algunos hombres y busca en estas chozas. Asegúrate de que no haya más indios escondidos en ninguna parte de esta ciudad".

    Levi fue hasta el indio con turbante rojo y le bajó bruscamente los brazos a los costados. En un momento tenía las manos de Pie Pequeño bien atadas a la espalda, mientras que otros sonrientes muchachos del condado de Smith habían hecho lo mismo con los otros tres hombres indios.

    "Los tobillos también", dijo Raoul, y Levi y sus hombres cortaron trozos de cuerda y se arrodillaron para amarrar a los indios.

    Con su mano libre, Raoul tomó otro trago de la cantimplora de whisky que colgaba de su silla.

    Se acercó a Pie Pequeño y lo miró a los ojos. No le gustó la forma en que el indio le miraba. No veía miedo.

    Con un súbito movimiento, hizo una zancadilla con la bota detrás de los tobillos del indio y lo empujó con fuerza. Pie Pequeño cayó a plomo al suelo de espaldas con una mueca de inesperado dolor.

    Mientras él se impulsaba torpemente hasta una posición sentada, no había duda del odio en la forma en que miraba a Raoul.

    "¿Por qué os habéis quedado aquí?" Preguntó Raoul.

    "No creemos que Halcón Negro pueda ganar. Esperamos que los cuchillos largos traten amablemente a aquellos que no les hacen la guerra".

    Raoul dijo: "¿Dónde ha ido Halcón Negro? ¿Qué está planeando? ¿Dónde están las personas que vivían en esta ciudad?"

    "Le prometí al Profeta de Winnebago que no diría nada sobre adónde habían ido. Quedaré maldito si rompo mi promesa".

    "La maldición del Profeta Winnebago no es nada. Deberías tener más miedo de mí".

    Pie Pequeño permaneció con cara de piedra y en silencio.

    Qué placer tener un montón de Potawatomis justo donde él podía hacer lo que quisiera con ellos.

    Una lluvia ligera comenzó a golpear los techos de corteza y la tierra compacta.

    Mientras Raoul había estado hablando con los indios, más milicianos habían llegado a la Ciudad del Profeta. Columnas de hombres a caballo, cuatro por lado, se detuvieron en el prado al sur del pueblo, a las órdenes de sus oficiales bajaron de los caballos y los llevaron de las riendas a pie.

    Otto Wegner llegó y desmontó: "El general Atkinson acampará con el resto del ejército en las afueras de Ciudad del Profeta, señor", dijo dándole a Raoul su vigoroso saludo marcial habitual, casi desalojando el gran cuchillo de caza en el bolsillo de su camisa de cuero.

    Raoul devolvió descuidadamente el saludo, giró hacia Estandarte y echó otro trago de la cantimplora de whisky.

    Era sorprendente que Atkinson hubiera decidido establecer el campamento aquí, cuando el día había terminado a la mitad. Bueno, Henry Atkinson tenía reputación de ir despacio. Raoul había oído de amigos entre los oficiales regulares que Atkinson ya había recibido una carta redactada con afiladas palabras. El Secretario de Guerra en la ciudad de Washington lo había reprendido por no moverse lo bastante rápido para aplastar a los indios.

    Si tengo la oportunidad de echarles el ojo, que el demonio me lleve si yo soy lento.

    Los que habían llegado temprano ya habían montado sus tiendas. Las tiendas de los oficiales eran de lona blanca, dos metros desde el suelo hasta la parte superior de los picos. Los hombres alistados montaban tiendas con el tamaño justo para cubrir a dos hombres tumbados. La mayoría de los hombres no se molestaba en cargar tiendas y dormía al raso, enrollados en las gruesas mantas que todos llevaban.

    Los hombres deambulaban por la Ciudad del Profeta espiando por el interior las chozas. Caminaban despacio y con precaución, con los rifles preparados.

    Raoul vio a Justus Bennett, en la vida civil el comisionado de tierras del condado de Smith, quien ordenó a dos soldados vestidos con piel de ciervo y gorros de piel de cerdo que le montaran una tienda de campaña. Bennett siempre intentaba instalarse lo más cómodamente posible. Su caballo de carga llevaba su tienda de campaña, un gran bolsa llena de ropa elegante y un par de pesados libros de leyes. Para qué demonios pensaría él que necesita tales cosas en el desierto, Raoul no tenía idea.

    "¡Bennett!" llamó Raoul. "Hazte cargo de la guardia de esos indios".

    Bennett pareció molesto, pero dio algunas instrucciones finales a los hombres que levantaban su tienda y se encorvó hacia los cuatro indios. Un hombre de hombros redondos y de constitución delgada, él parecía decididamente poco militar, pero le había explicado a Raoul que para cualquiera que quisiera salir adelante en política, un registro de guerra era un regalo del cielo.

    Raoul gritó: "Levi, deja de vigilar a los indios y monta mi tienda".

    Un grupo de hombres se había reunido en un círculo alrededor de los indios. Tal vez querían darles a los pieles rojas alguna tunda por su cuenta.

    "Buenas tardes, coronel".

    Raoul estaba acostumbrado a mirar altivamente a otros hombres, pero tuvo que bajar la vista un poco al hombre que se había dirigido a él. Su delgadez era como la de Pierre, pero este hombre era mucho más feo que el hermano de Raoul. Parecía una jaca medio muerta de hambre.

    Apuesto a que se tropieza él solo cuando camina y cuando monta arrastra los pies por el suelo.

    Raoul hizo un gesto hacia el Potawatomi sentado: "Chicos, ¿habéis visto indios tan de cerca antes?"

    "De la forma en que los tiene amarrados y protegidos, Coronel", dijo el hombre alto, "Yo diría que deben de ser personajes bastante desesperados".

    Raoul escuchó la sonrisa en la arrastrada voz y sintió que el calor le subía por la nuca. Miró más de cerca al hombre. No podía tener más de veinte años, pero parecían unos veinte años bastante curtidos. Rostro de granjero oscurecido por el sol. Ojos grises en profundos huecos bajo espesas cejas negras, se arrugaban humorísticamente. Pero Raoul veía frío juicio en la profundidad de esos ojos.

    Como la mayoría de los voluntarios, el alto hombre vestía ropa de civil. Un pantalón gris metido en botas de granjero y una chaqueta gris sobre una camisa azul con estampado de flores blancas. El sable de un oficial colgaba de un cinturón alrededor de su cintura.

    Raoul dijo: "Bueno, creo que te inscribiste en la milicia para luchar contra los indios, así que echa un buen vistazo a tu enemigo".

    El hombre alto caminó para pararse frente a Pie Pequeño, se agachó y dijo: "Holita".

    Pie Pequeño no le devolvió la mirada, sino que miraba hacia adelante con una cara en blanco.

    El hombre delgado se enderezó: "Un cliente poderoso y perverso, señor".

    Algunos de los otros hombres en el anillo alrededor de los indios se rieron ante eso. Incluso Justus Bennett se rió.

    Raoul se sentía cada vez más enojado. Tenía ganas de interrogar a Pie Pequeño y al otro Potawatomi, ansiaba que se resistieran y así derribar su resistencia con miedo y dolor. Incluso había esperado que pudieran darle razones para dispararles. Estos extraños milicianos se estaban convirtiendo en una molestia.

    "Pareces pensar que esto es bastante gracioso ¿Quién demonios eres?" Raoul puso amenaza en su voz.

    "Soy el Capitán Lincoln de la compañía del Condado de Sangamon, señor. Estamos con el Segundo Batallón".

    Raoul dejó que su mirada viajara sobre los otros hombres del condado de Sangamon.

    "¿Alguno de ustedes es capaz de hablar?"

    Un hombre se echó a reír: "Cuando Abe está cerca, mayormente le dejamos hablar a él".

    "¿Ah, sí? Si dejas que otro hable por ti, puede meterte en sitios donde no quieres estar".

    Abe dijo: "Oh, siempre me aseguro de decir lo que los hombres quieren decir, señor". Eso provocó otras carcajadas.

    La ira de Raoul hacia el Potawatomi encontró un nuevo objetivo en este huesudo voluntario. El calor del whisky corría por su torrente sanguíneo.

    Había una manera simple de mostrarle a este advenedizo quién era el maestro aquí, y al mismo tiempo seguir su camino con los pieles rojas.

    Raoul sacó su pistola y la levantó en su mano.

    El alto capitán miró a Raoul con cautela y no dijo nada.

    Raoul dijo: "Voy a darle a este Potawatomi una oportunidad para decirme ahora adónde ha ido Halcón Negro, y si me desobedece otra vez, lo mataré de un tiro".

    Se paró frente a Pie Pequeño y apuntó la pistola a su cabeza.

    En Potawatomi dijo: "Dime qué planea hacer Halcón Negro. ¿Está montando una emboscada más arriba en el camino? ¿Tiene un campamento secreto para sus squaws y papooses? [NdT: «papoose» «bebé» o «hijo joven» en ciertas lenguas indias norteamericanas.]. Dímelo o te disparo". Moviendo el cañón de la pistola hacia el hombre del turbante azul al lado de Pie Pequeño, dijo: "Y luego le preguntaré a este hombre, y si no me lo dice, le mataré también".

    El joven huesudo dijo: "Con el debido respeto a su rango y experiencia, señor, debo decir que lo que propone hacer está mal".

    La ira de Raoul amenazaba con hervir y desbordarse. La tension agitaba su brazo derecho. Para no arriesgarse a perder un tiro, quitó el dedo del gatillo.

    Con una voz suave, pero en cierto modo penetrante, el hombre de Sangamon dijo: "Le diré por qué esto está mal, señor, si me lo permite".

    La cortesía del hombre era irritante. Raoul giró hacia él y dejó que la pistola cayera a su lado.

    "Continúe, Capitán. Sermonéeme".

    "Si tuviera un prisionero blanco a su merced, usted no le dispararía por negarse a traicionar a sus camaradas. Pensaría que sería honorable por su parte responder a sus preguntas con silencio. Pero este hombre rojo es un ser humano con el mismo derecho a la vida dada por Dios que usted y yo tenemos".

    Raoul se dio cuenta de inmediato de que la manera campestre de hablar del delgado capitán se había desvanecido como una capa innecesaria. Parecía un abogado o un ministro.

    "Yo fui un prisionero de los Potawatomi durante dos años, puedo decirle por experiencia que no son humanos en absoluto".

    Qué enojado había estado Pierre cuando Raoul había dicho que los indios eran animales. Pero era la verdad.

    "¿Le trataron mal? ¿Le hicieron un esclavo?"

    "Malditamente cierto".

    El joven capitán miró con calma a Raoul: "Si retener a los esclavos y tratarlos mal marca a un hombre como menos que humano, entonces debéis marcar a todo blanco rico en los estados del Sur".

    Algunos de los hombres que estaban alrededor rieron: "¡Este Abe! ¡Tiene respuesta para todo!"

    De nuevo, la mano de Raoul apretó convulsivamente la empuñadura de la pistola. Ya había desperdiciado bastante saliva con aquel esqueleto andante del condado de Sangamon. Estaba temblando de ira.

    Había una forma rápida de poner fin a la discusión.

    Raoul giró y se acercó un paso hasta Pie Pequeño, sosteniendo la pistola a menos de treinta centímetros de la cabeza con turbante rojo. Con la mano izquierda retiró el martillo hacia la mitad, luego hasta el fondo. El doble clic sonó alto en un repentino silencio de asombro.

    Y los brazos de Pie Pequeño, desatados, se dispararon hacia arriba. Agarró el cañón de la pistola con las dos manos y dio un tirón hacia un lado. A punto de apretar el gatillo, Raoul congeló el dedo cuando el cañón se apartó de su objetivo.

    Y supo con un súbito hundimiento de su corazón el error mortal que había cometido en ese instante.

    El poderoso agarre a dos manos del Potawatomi le había arrancado la pistola de los dedos.

    Debería haber disparado. Ahora soy hombre muerto.

    Raoul vio un rollo de cuerda yaciendo en el suelo al lado de Pie Pequeño. El indio debía de haber estado soltándose las muñecas mientras la atención de todos estaba en la discusión.

    Pie Pequeño ya había girado la pistola cargada y armada en sus manos y apuntaba al corazón de Raoul. Raoul miró a los ojos negros que no tenían piedad de él.

    Una figura borrosa pareció volar ante la visión de Raoul.

    La pistola se disparó con un trueno.

    Tosiendo, cegado, Raoul vio débilmente a través del humo de pólvora que el flaco capitán se había lanzado hacia Pie Pequeño y había desviado la pistola a un lado. Ahora Lincoln y Pie Pequeño estaban luchando, debatiéndose como dos animales salvajes.

    Cuando el humo se disipó, el hombre delgado tenía el control total de los tobillos de Pie Pequeño, Raoul vio que todavía estaban atados, y los brazos de Lincoln se habían enrollado como una serpiente bajo los del indio. Las grandes manos del hombre del condado de Sangamon estaban detrás de la cabeza de Pie Pequeño, empujándole la barbilla hacia abajo sobre el pecho. Sus largas piernas envolvían el centro de Pie Pequeño, sujetándole en una aplastante presa de tijera.

    Raoul estaba temblando, le lloraban los ojos por el humo de la pólvora que había respirado. Su corazón le batía el esternón frenéticamente.

    "¡Bien hecho, señor!" le dijo Justus Bennett a Lincoln.

    ¿Y qué demonios estabas tú haciendo? pensó Raoul furioso con Bennett.

    Con mano temblorosa, Raoul le quitó la pistola a Bennett.

    Los cuatro guardias tenían sus rifles apuntando a Pie Pequeño. Cualquiera de ellos podría haber salvado la vida de Raoul disparando, pero ninguno de ellos había reaccionado lo suficientemente rápido.

    Solo Lincoln se había movido a tiempo.

    Los camaradas del larguirucho capitán le vitoreaban: "El viejo Abe es el mejor luchador de este ejército, Coronel, ya lo ha visto usted mismo con sus propios ojos".

    Raoul se secó los ojos y gritó: "Aparta a un lado, Lincoln. Voy a volarle el cerebro a este piel roja". El temblor que escuchó en su propia voz lo enfureció aún más.

    Detrás de Pie Pequeño llegó una respuesta tranquila: "Voy a pedirle que no haga eso, señor".

    "Ha tratado de matarme. Levántate y apártate, ¡Dios te maldiga!".

    "No, señor".

    Lincoln desenvolvió los brazos de la cabeza y los hombros de Pie Pequeño, pero aún lo sostenía con las piernas. El indio permaneció inmóvil, como si su esfuerzo por matar a Raoul le hubiera quitado todas las fuerzas. Murmuraba entre dientes. Probablemente su canción de muerte, pensó Raoul.

    Lincoln reató rápidamente al indio, luego se puso en pie, colocándose entre Raoul y Pie Pequeño. Le tendió la pistola vacía a Raoul, la culata por delante.

    "Coronel, creo que es usted un hombre justo, y estará de acuerdo en que acabo de salvarle la vida".

    Raoul recuperó su pistola y se la entregó a Armand, dándose cuenta de que el hombre alto le estaba maniobrando hacia una difícil posición. Demasiados hombres habían visto lo había sucedido.

    "Sí, me has salvado la vida". Las palabras le dolieron en la garganta, como si la bala de esa pistola le hubiera golpeado y se hubiera alojado allí. "Y te lo agradezco. Tienes mi más profunda gratitud".

    "Siendo así, y dado que le he hecho lo que se podría pensar, un favor, ¿me concedería una vida por una vida?"

    Por un momento, Raoul no pudo pensar en nada que decir o hacer.

    Lo único que tenía que hacer era apartar a un lado este Lincoln, poner el cañón de su pistola en la cabeza de Pie Pequeño y apretar el gatillo.

    También notó que cuanto más dudaba, más idiota parecía.

    ¿Qué derecho tenía el capitán de exigir que perdonara la vida a Pie Pequeño?

    Raoul vio que la multitud que los rodeaba se había convertido en quizá un par de cientos de hombres. Aquellos que él podía ver mostraban sonrisitas. Quienquiera que saliera ganador, estos lo estaban pasando muy bien observando.

    Raoul era más ancho y quizás más fuerte que Lincoln, pero qué ridículo haría si tuviera que luchar contra el hombre para pasar por encima y dispararle a Pie Pequeño.

    ¿Y si esta bolsa de huesos le daba una paliza?

    El viejo Abe es el mejor luchador de este ejército, Coronel.

    La verdad era amarga como el vinagre, pero el único curso que preservaba su dignidad era dejar que Lincoln se saliera con la suya.

    Notó que su mano todavía temblaba un poco cuando le devolvió la pistola a Bennett. Tomó la suya, recargada, de Armand y la enfundó confiando en que nadie pudiera ver su temblor.

    "Trato hecho", dijo él extendiendo la mano derecha, deseando que esta se mantuviera firme.

    El agarre que encontró en el suyo fue aplastante. Aunque había visto al joven huesudo inmovilizar a Pie Pequeño, Raoul estaba sorprendido.

    Sintió que los hombres esperaban que él hiciera más para mostrar su gratitud.

    "Ven a tomar una copa conmigo, Abe".

    "Un placer, señor".

    Armand había terminado de montar la tienda de Raoul. Dentro de la tienda, Armand descorchó una jarra y se la entregó a Raoul, quien se la ofreció a Lincoln. El joven enganchó su dedo en el anillo en el cuello de la jarra y se la llevó a la boca. Raoul observó la prominente manzana de Adán subir y bajar mientras él daba un largo trago.

    "Normalmente no toco el whisky, señor", dijo Lincoln devolviéndole la jarra a Raoul. "Lo he visto arruinar a muchos buenos hombres, pero lo aprecio. No todos los días se agarra una pistola mientras esta se dispara, se lucha contra un indio y se desobedece a un coronel".

    "Bueno, ese es el mejor whisky que hay, Old Kaintuck... OK".

    "Tres cosas que Kentucky hace mejor que en cualquier otro lugar", dijo Lincoln. "Edredones, rifles y whisky. Yo debería saberlo. De allí es de donde vengo".

    Fue debido a hombres como este, pensó Raoul con cierto desdén, que los habitantes de Illinois recibieron su apodo de "Suckers". Los débiles brotes de la planta de tabaco que tenían que ser deshojados y desechados se llamaban suckers, y se decía que Illinois estaba en gran parte poblada por «nunca buenos» emigrantes de los estados productores de tabaco como Kentucky.

    "Pues esta por Kentucky", dijo Raoul odiando al hombre alto y feo por estropear su venganza.

    Se llevó la jarra a los labios y dejó que el líquido ardiente le rodara por la lengua y se deslizara por su garganta, agradecido por el calor que derretía el frío de la muerte que aún sentía en su corazón.

    Unos cuantos tragos más y Raoul se encontró con ganas de comvencer a Lincoln sobre su forma de pensar. El hombre, después de todo, le había salvado la vida.

    "Sabes, te molestas mucho por ese indio", dijo "Es una pérdida de tiempo. Tendremos que matarlos a todos más tarde de todos modos".

    Lincoln hizo una mueca, como si las palabras de Raoul le hubieran herido: "¿Por qué dice eso, señor?"

    "Tengo una gran finca en el condado de Smith, al lado del Mississippi, kilómetros y kilómetros de tierra maravillosa y fértil rogando que la aren. Y en gran parte está creciendo nada más que flores de pradera porque no puedo tener suficiente gente que venga a trabajar para mí. ¡Tienen miedo de los indios!".

    "Trate a los indios de manera justa y no habrá nada que temer", dijo Lincoln.

    "Trátalos de manera justa y seguirán atacando nuestros asentamientos".

    "Me gustaría pensar que está equivocado, señor de Marion".

    "¿Por qué demonios te presentaste voluntario para la milicia si no te gusta matar indios?"

    Lincoln sonrió levemente: "Bueno, un registro de guerra no hará daño cuando me postule para la legislatura".

    Otro viscoso político. Igual que Bennett.

    Un panzazul, un oficial de uniforme azul del Ejército Federal, pasó empujando la solapa de la tienda. Se quitó su alto y cilíndrico sombrero militar

    "Felicitaciones del general Atkinson, coronel de Marion. Estamos levantando el campamento y avanzando río arriba en busca del Halcón Negro y su banda. Y él le pide que tome una vez más el liderazgo".

    "¿Cómo sabe el general dónde están los Sauk?" preguntó él irritado.

    "Un par de Winnebagos conocidos por el general entraron al campamento y se ofrecieron a guiarnos, señor. Dicen que Halcón Negro y el Profeta Winnebago están guiando a su gente río arriba para tratar de persuadir a los Potawatomi de que se unan a toda la banda de Halcón Negro, excepto por los guerreros, todos van a pie. El general piensa que si cabalgamos duro podemos atraparlos".

    Lincoln extendió la mano y volvió a estrechar la de Raoul.

    "Gracias por el whisky, señor".

    "Gracias por desviar esa pistola".

    Lincoln sonrió "Coronel, gracias por perdonar la vida de ese hombre rojo. Me iré ahora o, para cuando hayamos terminado de darnos la gracias mutuamente, Halcón Negro llegará a Checagou".

    Cuando Raoul salió de su tienda vio que los prisioneros Potawatomi se habían ido. Sintió una oleada de furia porque alguien los había soltado sin su permiso. Todavía anhelaba poner una bala en el cráneo de ese furtivo Pie Pequeño.

    El próximo indio que caiga en mis manos no tendrá tanta suerte.

    Cuando los hombres de su batallón de espías hubieron recogido sus tiendas y montado, había decidido tomarse una media venganza. Sentado en Estandarte, levantó en la mano un palo en llamas.

    "Muy bien, hombres, los Winnebago que vivieron aquí se han unido a Halcón Negro. Están corriendo delante de nosotros. No les dejemos nada a lo que volver".

    Echó el brazo hacia atrás y lo empujó hacia adelante. La antorcha voló girando y aterrizó en el techo de corteza de la choza Winnebago más cercana. Un círculo de llamas anaranjadas se extendió rápidamente. Aún estaba lloviendo, pero no lo bastante como para sofocar mucho el fuego.

    Los hombres de Raoul vitorearon. Eli y Armand lideraron el camino lanzando palos en llamas a las chozas indias marrón oscuro.

    Armand, sonriendo, le entregó a Raoul un largo poste que había soltado de la pared de una choza en llamas en un extremo. Agitando su sombrero de ala ancha, Raoul atravesó la ciudad tocando con el poste en llamas las endebles paredes de cada choza por la que pasaba. Los hombres del batallón se dispersaron, incendiando por todas partes. Más allá de la ciudad, los milicianos restantes dejaron de levantar el campamento para mirar.

    Pronto, el rugido de las chozas en llamas tronó en los oídos de Raoul como una gran cascada.

    Si podían atrapar a Halcón Negro, pensó, qué gloria sería esa. No importaba cuántos combatientes tuviera Halcón Negro, Raoul estaba seguro de que su batallón podía aplastarlos. Las chozas en llamas, el whisky en su sangre, el odio en su corazón, todo ello corría en su interior y Raoul se sentía como en una carrera incendiaria por la pradera en busca de la Banda Británica.

Capítulo 14

Primera Sangre

    Oso Blanco trataba solo de pensar en guiar a su blanco pony con motas pardas sobre los pastizales y observar a sus dos compañeros. Intentaba apartar el miedo de su mente.

    Ni siquiera he tenido ocasión de decirle adiós a Pájaro Rojo.

    Pájaro Rojo estaba a un día río Roca arriba desde aquí en el campamento que los Potawatomi habían permitido establecerse a la gente Halcón Negro. El cuerpo de Oso Blanco se enfrió ante la idea de que él podría ser asesinado hoy y ella se quedaría sola y perseguida por enemigos.

    Debería haberle pedido a Zarpa de Lobo que fuera su protector si yo muero. Él me odia, pero se preocupa por Pájaro Rojo.

    Era por Pájaro Rojo y Pluma de Águila, y por el bebé que crecía dentro de Pájaro Rojo, que él estaba arriesgando su vida hoy. Su familia estaba pasando hambre. Habían pasado más de seis semanas, según el cálculo de los ojos pálidos, desde que Halcón Negro les había guiado cruzando el Río Grande hacia Illinois. Oso Blanco y Pájaro Rojo, al igual que otras familias de la Banda Británica, podían llevar poca comida con ellos, y la mayor parte de esta ya se había acabado. Con los cuchillos largos presionando detrás de ellos, Oso Blanco no había tenido tiempo de cazar o pescar, ni Pájaro Rojo de recolectar comida de los bosques.

    Ella no debía pasar sin comida, especialmente mientras llevaba a su hijo. Los hijos de la Banda Británica caminaban con ojos huecos. El llanto de los bebés hambrientos se alzaba en cada parte del campamento. Las personas mayores, con aspecto casi moribundo, yacían en el suelo tratando de dominar sus fuerzas.

    En una reunión secreta anoche, los jefes Potawatomi, a pesar de la profecía de Nube Que Vuela, se habían negado a unirse a Halcón Negro en la lucha contra los cuchillos largos, ni siquiera para dar suministros a su gente o dejarlos permanecer mucho tiempo en territorio Potawatomi. El mismo Halcón Negro se había visto obligado a admitir que la única manera de evitar más dificultades a la banda sería regresar cruzando tranquilamente el Río Grande.

    Para hacer eso, tenía que hacer las paces con los cuchillos largos. Aunque estaba muy asustado, Oso Blanco, como el único miembro de la tribu que hablaba inglés con fluidez, sintió que debía ir con los emisarios de Halcón Negro.

    Los hombros de Oso Blanco estaban desplomados por el desánimo al pensar cómo Halcón Negro y el resto de la banda habían sido dejados de lado. Ninguna de las otras tribus estaban dispuestas a aliarse con la Banda Británica. No había habido ninguna verdad en absoluto en la charla del profeta Winnebago sobre la ayuda de los británicos en Canadá.

    Una delegación encabezada por Caldo, el mejor orador de la tribu, había ido al fuerte británico en Malden, cerca de Detroit, para pedir ayuda. Los habían enviado de vuelta con el consejo de que los Sauk deberían aprender a vivir en paz con los americanos.

    La gente de Ciudad del Profeta había abandonado sus hogares con la banda de Halcón Negro más por miedo a los cuchillos largos que se acercaban que por deseo de ayudar a Halcón Negro a luchar por Saukenuk. A medida que las perspectivas de Halcón Negro empeoraban, la mayoría de ellos se iba marchando, aún cuando el propio Profeta permanecía al lado de Halcón Negro.

    Halcón Negro había creído al Profeta porque sus promesas le daban a la Banda Británica el coraje de desafiar a los cuchillos largos. Para disgusto de Oso Blanco, incluso ahora, cuando estaba claro que Nube Que Vuela simplemente se lo había inventado todo, Halcón Negro había perdonado al Profeta.

    Oso Blanco ardía de resentimiento.

    Se burlaron de mí cuando les dije la verdad. Ese sapo gordo impostor les mintió y aún lo colman de honores. Está claro que un falso chamán es un mentiroso de la peor clase.

    Oso Blanco cabalgaba a la derecha de Pequeño Cuervo. Como el de más edad de los tres hombres, Pequeño Cuervo llevaba la bandera blanca. Arrancada de una sábana que los valientes habían encontrado en la choza apresuradamente abandonada de un colono, la bandera estaba atada a un asta de lanza a la que le habían quitado la punta. A la izquierda de Pequeño Cuervo montaba Tres caballos.

    Como no estaban cabalgando hacia la batalla, no habían tomado ninguna de las sillas de montar con estribos del suministro de la banda, sino que estaban montados solo con mantas entre ellos y los lomos de los caballos. Los tres se habían pintado la cara de negro porque podrían estar yendo a la muerte, pero era difícil de creer que los hombres pudieran ser asesinados en esta hermosa tarde en mitad de la Luna de Brotes. Soplaba una cálida brisa sobre el pecho y los brazos desnudos de Oso Blanco. Flores de pradera rojas, azules y amarillas crecían esparcidas por el tierra, tan incontables como las estrellas, deleitaban su ojo a pesar de su miedo. A su alrededor oía mirlos de alas rojas cantando sus desafíos primaverales.

    Oso Blanco le había dejado a Tallador del Búho todo lo que él valoraba: su bastón medicina, su bolsa medicina Sauk y su otra bolsa de instrumentos médicos de los ojos pálidos, su collar de conchas de megis, sus adornos de bronce y plata, su Paraíso Perdido, el cuchillo con mango de ciervo que su padre le había regalado hacía mucho tiempo. No tenía nada más que la ropa que llevaba, unos leotardos de ciervo con flecos y un chaleco de ciervo decorado con plumas azules y verdes y motivos de rombos.

    Miró atrás y vio a cinco valientes montados al vuelo de una flecha de distancia detrás de él en la pradera. Incluso a esta distancia podía distinguir que el alto del medio era Cuchillo de Hierro. Ellos vigilarían desde su escondite e informarían a Halcón Negro sobre cómo los cuchillos largos habían tratado a sus mensajeros de paz. Halcón Negro mismo, con Tallador del Búho, el Profeta Winnebago, Zarpa de Lobo y unos cuarenta valientes, esperaban unos kilómetros más arriba del río Roca en el lugar donde se había reunido con los jefes Potawatomi.

    Oso Blanco vio una pequeña zona de bosque delante. Exploradores habían informado que más allá de esos bosques, a través del Arroyo del Viejo, los cuchillos largos habían montado un campamento. Brillando detrás de bisoñas hojas verdes aleteando en la brisa, el sol del crepúsculo dejaba caer pecas de oro sobre los ennegrecidos rostros de los dos compañeros de Oso Blanco. Sería casi de noche cuando se encontraran con los cuchillos largos.

    Tres Caballos dijo: "Un hombre debe ser más valiente, creo yo, para hacer esto que para cabalgar hacia un enemigo en la batalla y darle el primer golpe". Su nariz se curvaba hacia adentro donde debería haber estado el puente. Oso Blanco se había enterado de que un garrote de guerra sioux se lo había hecho mientras Auguste estudiaba latín y geometría en la Escuela de San Jorge.

    "Preferiría luchar contra los cuchillos largos que tratar de hacer las paces con ellos", dijo Pequeño Cuervo. "No me fío de ellos".

    Oso Blanco trató de tranquilizarlos a ellos y a sí mismo: "Debemos hacer esto. Es la única forma de que podamos conseguir que nuestra gente vuelva a cruzar el Río Grande de manera segura".

    Pequeño Cuervo dijo: "Parece que tú tenías razón y los que queríamos tomar el tomahawk estábamos equivocados".

    A pesar de su miedo, Oso Blanco sintió un satisfecho resplandor ante las palabras de Pequeño Cuervo. Pequeño Cuervo había sido quien había traído el vestido de mujer que Zarpa de Lobo le había puesto esa miserable noche del consejo.

    No me escucharon esa noche. La Tortuga me dijo que no sería capaz de persuadir a la gente de que no cruzara el Río Grande, pero yo hice lo mejor que pude.

    Entraron en el bosque por un sendero estrecho, cabalgando en una sola fila. Pequeño Cuervo bajó la bandera blanca para evitar que quedara atrapada en las ramas.

    Mientras cabalgaban entre los árboles, la tensión del miedo en el pecho y el estómago de Oso Blanco empeoró hasta que tuvo que luchar por respirar. Le sudaban tanto las palmas que las riendas se le resbalaban en las manos.

    Se giró y se despidió con la mano de Cuchillo de Hierro y los otros cuatro valientes que los seguían, que habían detenido a sus ponis en el borde del bosque y habían desmontado. Ellos le devolvieron el saludo. Un momento después, Oso Blanco miró atrás y ya no pudo verlos.

    Al menos si muero hoy, Cuchillo de Hierro puede contarle a Pájaro Rojo cómo sucedió.

    Trató de adivinar cómo los cuchillos largos los recibirían. Podrían dispararles a pesar de la bandera blanca. Él confiaba en que se alegraran de saber que Halcón Negro quería rendirse y regresar en paz a Ioway. Después de todo, eso era lo que estaban tratando de obligarle a hacer, ¿no? Pero algunos de los cuchillos largos, sin duda, querían matar "inyos", como Raoul.

    Cuando salieron del borde sur del bosque, se encontraron en una colina cubierta de hierba que se inclinaba hacia un sinuoso arroyo llamado Arroyo del Viejo. El sol estaba más bajo ahora y directamente en los ojos de Oso Blanco. Al otro lado del arroyo había una vista que lo hizo querer dar la vuelta de un tirón a la cabeza de su pony y regresar a los árboles lo más rápido posible.

    En tierra alta vio siluetas de tiendas de campaña y muchos hombres, algunos a caballo y otros a pie, rifles en mano. El humo de las fogatas flotaba como plumas grises en el cielo azul pálido. Oyó voces que se llamaban en inglés. Un hombre gritó y señaló en su dirección.

    Oso Blanco dijo: "No esperéis aquí al borde de los árboles o pensarán que somos atacantes. Avanzad despacio agitando la bandera".

    Los hombres al otro lado del arroyo gritaban emocionados ahora. Fuego de rifle tronó y el humo onduló. Una bala pasó junto a Oso Blanco y rompió la rama de un árbol tras él. Él se mantuvo rígido.

    Cuchillos largos cabalgaron hacia ellos, instando a sus caballos a que bajaran al otro lado del riachuelo. Oso Blanco y sus compañeros cabalgaron hacia el riachuelo para encontrarse con ellos.

    En un momento, rostros blancos barbudos, ojos furiosos, gorros de piel de cerdo y sombreros de paja giraban alrededor de los tres emisarios en medio del arroyo. Rifles y pistolas apuntaban desde cada lado. Pequeño Cuervo, con la cara tensa, sostenía la bandera blanca en alto con ambas manos.

    "¡Nos rendimos!" gritó Oso Blanco: "No estamos armados. Hemos venido a hablar con el general Atkinson".

    "Escucha eso, habla inglés", exclamó un muchacho rubio.

    Otro hombre gritó: "Dispárales. Luego deja que se rindan".

    Las rodillas de Oso Blanco temblaban golpeando los flancos de su caballo. Estos no eran soldados regulares del gobierno de EE. UU., sino voluntarios, colonos armados que habían respondido a la llamada de su gobernador. Estos no atendían a las órdenes de sus comandantes. Hacían lo que les venía en gana.

    Un hombre de barba roja acercó mucho la cara a la de Oso Blanco: "¡Baja de ese caballo, indio! ¡Ahora!" Su grito sopló un olor a whisky en la cara de Oso Blanco.

    Otros se unieron al clamor: "¡Bajad de los caballos!".

    "Debería meterles una bala aquí en el arroyo".

    "Mírales las caras negras, pensé que eran negros al principio".

    "Ni siquiera sirven como negros, malditos pieles rojas".

    El hombre de la barba roja agarró el brazo de Oso Blanco y lo sacó a medias de la silla. Oso Blanco bajó resbalando del caballo.

    Se puso de rodillas en el agua fría y apresurada del Arroyo del Viejo.

    "Queremos rendirnos", dijo de nuevo. "Queremos hablar con vuestros oficiales".

    "¡Cierra el pico!" Rugió el hombre de barba roja con los ojos girando ebriamente.

    Oso Blanco sintió que un hombre lo agarraba por detrás. Una cuerda le arañó las muñecas y las apretó hasta que los huesos se juntaron.

    Se giró para ver si Pequeño Cuervo y Tres Caballos estaban bien. Los milicianos también los habían atado. Las caras pintadas de negro de ambos valientes eran inexpresivas, pero Oso Blanco leía el miedo en sus ojos y en la boca, el mismo miedo que él sentía e intentaba no mostrar.

    El hombre de barba roja se inclinó desde su silla y agarró un puñado del largo cabello de Oso Blanco. Tiró de él y lo arrastró hacia la orilla. Oso Blanco tropezó en el pedregoso arroyo y se magulló los pies dentro de los mocasines.

    "¿Quieres ver a nuestros oficiales? ¡Pues camina!".

    ¿Qué le había pasado a la bandera blanca? Sin ella, ¿qué llevaban para demostrar que habían venido en son de paz?

    "¿Vas a traer nuestra bandera blanca?" llamó desesperadamente a un hombre bien afeitado con gafas, que parecía un poco más tranquilo que los demás.

    La cara del hombre se torció en un gruñido y el corazón de Oso Blanco cayó.

    "¡Te van a meter la bandera blanca por el culo, piel roja!".

    Caballos salpicando agua, barro y guijarros sobre ellos, cuchillos largos que gritaban maldiciones y amenazas, los tres Sauk salieron a trompicones del arroyo y atravesaron la pradera hasta el campamento de la milicia.

    Los últimos rayos del sol cayeron sobre enrojecidos rostros blancos y sudorosos, sobre brillantes barriles de rifle. Para Oso Blanco, la mayoría de los hombres parecían más jóvenes que él.

    La única esperanza de los tres Sauks, pensó Oso Blanco, era que el oficial al mando pudiera estar más dispuesto a escucharlos que sus hombres.

    Los Sauk y sus captores se pararon en un círculo donde la hierba había sido pisoteada. A poca distancia se encontraban carros y tiendas de suministros. La pradera los rodeaba.

    Algunos milicianos fueron hasta una carreta en la que se encontraban cinco barriles con grifos, llenaron tazas de estaño de los barriles y bebieron de ellas. Whisky, pensó Oso Blanco, parecía ser tan importante para estos hombres como la comida.

    El sol ya se había puesto y los tres estaban parados en el crepúsculo, en medio de la multitud que gritaba.

    "¡Espabilad, hombres! ¡Es el coronel!".

    La multitud se abrió y entraron dos hombres.

    Uno de ellos, bajo, flaco, con una gorra de piel de mapache y un abrigo azul de oficial, se acercó a Oso Blanco y lo miró.

    "¡Te conozco!"

    La mitad de sus dientes estaban podridos y el resto faltaba. Oso Blanco también lo reconoció. Era Eli Greenglove.

    "¡Por Dios, Raoul! Seré un hijoperra si no es este ese sobrino mestizo tuyo".

    Y allí estaba Raoul de Marion, charreteras doradas brillando sobre sus anchos hombros.

    Al ver esa cara ancha con bigote negro, visto por última vez mirándolo por encima del cañón de una pistola, Oso Blanco supo que su vida estaba a punto de terminar.

    ¿Podría mi suerte ser peor?

    Toda esperanza se desvaneció mientras la luz se desvanecía del cielo.

    Raoul se plantó ante Oso Blanco con los pulgares enganchados en el cinturón de cuero blanco que ceñía el abrigo azul de su uniforme. Su enorme cuchillo, el que le había cortado la cara a Oso Blanco años atrás, colgaba de su lado izquierdo, una pistola a su derecho. Raoul sonrió a Oso Blanco.

    "Bueno, estaba deseando encontrarme contigo, me hubiera gustado más en el campo de batalla, pero aquí estás, en mi campamento ¿Qué estabais haciendo? ¿Espiando?"

    Oso Blanco suspiró. Algo se derrumbó dentro de él.

    "¿Conoces a este cuchillo largo?" dijo Pequeño Cuervo en Sauk.

    "Sí, es el hermano de mi padre". Un atisbo de esperanza apareció en los ojos de Pequeño Cuervo, pero desapareció cuando Oso Blanco agregó: "Y mi peor enemigo".

    "¡Hablad inglés en mi presencia!" gritó Raoul. "Basta de farfulleo indio".

    "Halcón Negro nos ha enviado", dijo Oso Blanco, "No quiere pelear. Hemos venido a hacer la paz".

    "¡Al diablo con eso!" gritó uno de los hombres de Raoul. "Hemos salido a luchar contra los inyos".

    "¡Bueno, espera un minuto!" gritó otro. "Si vienen pacíficos, eso significa que todos podemos ir a casa sin que nadie salga herido".

    Raoul se volvió hacia el hombre. "Yo seré quien decida por qué están aquí".

    Oso Blanco notó que los hombres que estaban con Raoul apenas estaban bajo su control. No había esperanza de hablar con Raoul, pero podría haber otros en esta multitud, como el hombre que acababa de hablar, que quisieran escuchar. Debía seguir intentándolo.

    Alzando la voz, Oso Blanco dijo: "El jefe Halcón Negro sabe que los milicianos superan en número a sus guerreros. No quiere pelear contra vosotros. Lo único que quiere es que se le permita volver a bajar el río Roca y cruzar el Mississippi. Él nunca volverá".

    "¿Dónde ha aprendido este piel roja de cara negra a hablar inglés tan bien?" dijo uno de los milicianos.

    "Es un renegado", dijo Raoul, "El mestizo de un blanco. Debe ser ahorcado como traidor. No creas una palabra de lo que diga".

    "Vinieron con una bandera blanca", dijo uno de los hombres.

    "¡Al demonio la bandera blanca!" gritó Raoul. "Están tratando de pillarnos desprevenidos". Pasó un dedo señalador sobre un grupo de hombres que incluía a Armand Perrault de barba marrón. Entre ellos, Oso Blanco reconoció a Levi Pope y Otto Wegner, el prusiano de bigote grueso que trabajaba en el puesto comercial. Recordó que Wegner no había querido matarlo cuando Raoul le ofreció una recompensa por su muerte, y sintió un pequeño temblor de esperanza.

    "Subid a los caballos", dijo Raoul a sus hombres. "Salid por el arroyo y mirad. Si no encontráis indios merodeando por esos bosques, quedaré poderosamente sorprendido".

    Mientras los hombres de Raoul se alejaban, Oso Blanco estaba desgarrado por la indecisión. ¿Debería decirle a Raoul que otros valientes los habían seguido hasta aquí, para ver cómo eran tratados? ¿O eso pondría en peligro la vida de Cuchillo de Hierro y los demás?

    Utilizará todo lo que le diga en mi contra.

    Los ojos de Raoul miraron directamente a Oso Blanco: "Halcón Negro es un maldito mentiroso. Ha roto todos los tratados que hicimos con vosotros. Solo hay una forma de tratar con los de vuestra clase. Si no se puede confiar en que respetéis los tratados, debéis ser exterminados". Sacó su pistola. "Comenzando aquí".

    Espíritu Oso, camina conmigo por el Sendero de las Almas.

    Pequeño Cuervo dijo: "¿Qué dicen, Oso Blanco? ¿Nos van a matar?"

    "Es nuestro destino haber caído en manos de un mal hombre", dijo Oso Blanco. Tener que decírselo le hería aún más. Le dolía que estos dos buenos hombres murieran junto con él, sus vidas perdidas debido a un poco de mala suerte.

    "Fuimos tontos al venir aquí", dijo Tres Caballos.

    "Tontos no, valientes", le aseguró Oso Blanco. "Un hombre que da su vida para proteger a su pueblo nunca es un tonto, tenga éxito o no".

    "Eres todo un profeta, Oso Blanco", dijo Pequeño Cuervo.

    Raoul estaba mirando el pecho de Oso Blanco. Oso Blanco se preguntó si su corazón latía con tanta fuerza que Raoul podía verlo martilleando.

    "Mira esas cicatrices. Parece que un oso intentó atraparte hace mucho tiempo. Lástima que no haya acabado contigo, me habría ahorrado el problema".

    Oso Blanco no quería hablar de nada sagrado con Raoul. Le devolvió la mirada en silencio.

    "Supongo que no sabes todo lo que hay que saber sobre tu sobrino", se rió Eli Greenglove.

    "¡No lo llames mi sobrino!" Gritó Raoul.

    Oso Blanco vio a algunos de los hombres de Raoul intercambiar miradas de desconcierto.

    "Bueno, sea lo que sea, creo que deberíamos enviarlo a él y a estos otros de vuelta a la línea. Déjalos parlotear con el general. No nos corresponde a nosotros decidir".

    "¿Qué demonios quieres decir?" tronó Raoul.

    El estallido del fuego de un rifle al otro lado de Arroyo del Viejo interrumpió la discusión. Oso Blanco se volvió para mirar.

    Un momento después, Perrault, con las patas de su caballo goteando agua del arroyo, llegó al trote.

    "Tenía razón, señor coronel", jadeó "Estos bosques están llenos de indios. Se estaban acercando sigilosamente al campamento".

    "Se suponía que estos tres nos iban a distraer con conversaciones de paz mientras los demás nos atacaban", gritó Raoul a sus hombres. "Primero dispararemos a estos indios y luego cazaremos al resto".

    "¡No fue una emboscada!" gritó Oso Blanco. "Sólo había cinco y estaban allí para ver qué nos pasaba".

    "Bueno, ¿y por qué no nos dijiste que estaban ahí afuera?" dijo Raoul sonriendo. "Los hubiéramos invitado a tomar un whisky".

    Los hombres con gorros de piel de mapache que estaban parados cerca de él resoplaron unas risitas.

    Los labios de Raoul se estiraron en una mueca: "Eli, Armand, disparad a estos tres pieles rojas".

    Greenglove dijo: "Raoul, Coronel, sigo diciendo que deberías pensar esto bien".

    "¡Cállate y haz lo que te digo!" gruñó Raoul. "Quiero terminar con esto y seguir a esos otros indios".

    Hombres estaban corriendo hacia los caballos, saltaron a sus sillas de montar blandiendo rifles. Sin líderes ni órdenes, cabalgaron por el arroyo con ebrios gritos en la dirección que Armand había señalado.

    Oso Blanco se sintió enfermo al ver que muchos de los hombres que quedaban sonreían con avidez. ¿Cómo, se preguntó, podrían sus muertes dar tanto placer a estos hombres?

    Desesperado por encontrar ayuda, buscó en el anillo de hombres que lo rodeaban una cara a la que apelar. Ya estaba demasiado oscuro para ver expresiones claras. La desesperanza tornó su corazón en plomo cuando vio a Otto Wegner girarse y alejarse de la multitud. Aunque Wegner siempre había sido un hombre de Raoul y no un amigo suyo, se sintió traicionado.

    "Muy bien", dijo Raoul mirando fijamente a los ojos de Oso Blanco. "Yo dispararé al mestizo. Eli, tú disparas al bajito de la nariz chata. Armand, cárgate al otro".

    "Vec plaisir", dijo Armand mostrando el blanco de los dientes en la barba marrón mientras se llevaba el rifle al hombro.

    Oso Blanco sintió una punzada de náuseas en la tripa. Solo el orgullo le impidió doblarse y vomitar lleno de terror.

    "No hagas esto, por favor", se lamentó. "Hemos venido para hacer las paces".

    "Tienen intención de matarnos", dijo Pequeño Cuervo. "No les hables más, Oso Blanco. No ruegues. Es impropio de un Sauk". Oso Blanco sintió una oleada de admiración por la fuerza y ​​la calma en la voz de Pequeño Cuervo. Aquí, verdaderamente, había un valiente.

    Pequeño Cuervo levantó la voz en una canción.

    "En tu manta marrón, Oh, Hacedor de la Tierra,

    Envuelve a tu hijo y llévatelo.

    Pliégalo otra vez dentro de tu cuerpo.

    Que sus huesos se conviertan en rocas,

    Que su carne se convierta en hierba.

    Dale sus ojos a los pájaros,

    Dale sus orejas al venado.

    Haz brotar flores con su corazón".

    Oso Blanco y Tres Caballos se unieron al canto. No había nada más que hacer. Oso Blanco quería morir cantando, no llorando.

    ¡Aunque qué muerte tan miserable era esta! Y aún así, descubrió que la canción hacía que su corazón se sintiera fuerte y su terror cediera a una ira severa. Asesinado por la simple y estúpida mala suerte de que la banda de milicianos de Raoul fuese la vanguardia de los cuchillos largos. Rodeado de salvajes borrachos, sí, ellos eran los salvajes, no él mismo ni Tres Caballos ni Pequeño Cuervo.

    Irritado al pensar en el amor y la educación que su padre le había prodigado, todo desperdiciado ahora. Todos los años de seguir el camino del chamán terminaban con una bola de plomo antes de que él hubiera logrado nada.

    Y Pájaro Rojo y Pluma de Águila y el bebé que vendrá... Si no fuera por ellos, él podría aceptar el inevitable Paso sobre el Sendero de las Almas con gracia y dignidad. Pero, aún más por el bien de ellos que por el suyo propio, él no quería morir.

    Frenético de miedo e ira, buscó una forma de escapar. El campamento estaba en medio de la pradera, casi tan alto como la cabeza de un hombre. El sol se había puesto y el crepúsculo se estaba haciendo más profundo. Pero Raoul caminaba hacia él, sosteniéndose la pistola en alto. Y más allá de él, entre Oso Blanco y la hierba, había un anillo de hombres con rifles.

    Lo único que le quedaba era morir con honor.

    Levantó la voz para cantar más fuerte.

    Debo poner toda mi fuerza en esto. Es la última canción que cantaré sobre la tierra.

    "¡Basta de malditos maullidos!" Gritó Raoul.

    Oso Blanco observó aturdido cómo Armand Perrault se llevaba el rifle al hombro, se acercaba a Pequeño Cuervo, acercaba el cañón del rifle a la cabeza del valiente y apretaba el gatillo. El pedernal chasqueó y la pólvora chisporroteó en la cámara. El rifle se disparó con un rugido, envolviendo la cabeza del valiente en una nube rosa de humo, sangre, trozos de carne y hueso.

    Oso Blanco se tambaleó hacia atrás, mareado por la conmoción y el terror.

    Tres Caballos gritó: "¡No moriré así!" Se liberó de los hombres que lo sostenían y se zambulló en la hierba, con las manos aún atadas a la espalda. Corrió hacia el río Roca.

    Rifles tronaron.

    En su pánico, Oso Blanco sintió como si le hubieran dejado sin aliento. Tres Caballos podían tener una oportunidad. Era un hombre bajo, y la hierba era alta y la luz se desvanecía a cada momento.

    Si Oso Blanco se quedaba donde estaba un instante más, estaría muerto. Esta era su única oportunidad. Nadie le estaba sujetando. Nadie le apuntaba con un arma. Todos, incluso Raoul, miraban a Tres Caballos. Muchos de los hombres habían disparado y necesitarían tiempo para recargar.

    Todos los músculos de su cuerpo temblaron. Sacudió las manos. La cuerda seguía tensa alrededor de las muñecas. Correr sería incómodo. Pero Tres Caballos habían demostrado que podía hacerse.

    ¡Corre!

    Oso Blanco escuchó la voz en su mente ¿Su propia voz o la del espíritu del Oso? No importaba.

    Corrió.

    Lanzó toda la fuerza a sus piernas en una súbita salida, lejos de los distraídos cuchillos largos. Se zambulló en la hierba huyendo del río, en dirección opuesta en la que había ido Tres Caballos. Con los brazos a la espalda, corría con la cabeza y los hombros hacia delante. Las hierbas y las plantas altas le golpeaban en el rostro. Sus pies batían en la tierra. Sus piernas bombeaban furiosamente. Su aliento rugía en su pecho.

    "¡Ey, el otro inyo se está escapando!".

    "¡Maldita sea, matadlo!" La voz de Raoul, estridente de furia salvaje.

    Los pies con mocasines de Oso Blanco parecían volar sobre el suelo. Sintió que el espíritu del Oso le daba fuerzas. Una cortina de hierba de pradera caía delante de él y se cerraba detrás de él. Incluso la hierba le estaba ayudando. Era casi lo bastante alta para esconderlo mientras corriera agachado, mientras sus muñecas atadas lo obligaban a hacerlo.

    Ya estaba en lo profundo de la pradera cuando escuchó la voz tranquila de Eli Greenglove cortando el aire fresco y claro.

    "Alto el fuego a todo el mundo. Este es mío, tengo una cuenta sobre él".

    Un momento después, un rayo golpeó el lateral de la cabeza de Oso Blanco, repentino y aturdidor. Escuchó el rugido del rifle justo un instante después de que la bala lo golpeara. Golpeó tan fuerte que no le dejó fuerzas para gritar. Sintió el oído derecho como si se lo hubieran arrancado del cráneo. Un resplandor de agonía lo cegó. Se tambaleó.

    Pero estaba vivo.

    ¡Hazte el muerto!

    Era la misma voz en su mente que le había dicho que corriera. Ahora estaba seguro de que era el espíritu del Oso.

    Cerró los ojos, se arrojó al suelo de inmediato. La tierra subió y lo golpeó en la cara con la fuerza de un puño en la mandíbula. Aturdido por un momento, aspiró el aire en su pecho y lo dejó salir lentamente, yaciendo perfectamente quieto. Sentía el oído como si alguien le hubiera puesto una antorcha encendida.

    "Pillé al hijoperra", llegó la voz plana de Eli Greenglove desde muy cerca.

    Pero él seguía vivo y nadie le estaba disparando. Su cuerpo quedó flácido de alivio.

    No podía creer que siguiera vivo y consciente.

    Tal vez estoy muerto. Tal vez mi espíritu se levante en un momento y comience a caminar hacia el Oeste.

    Se suponía que Greenglove era el mejor tirador en el condado de Smith. ¿Podría él pensar equivocadamente que había dado de lleno a Oso Blanco en la cabeza? Sus ojos eran mejores que eso.

    Oso Blanco escuchó disparos distantes.

    ¡Hacedor de la Tierra, deja que Tres Caballos viva!

    Si Tres Caballos no hubiera corrido cuando lo hizo, Oso Blanco no estaría vivo ahora. Pero Oso Blanco recordó con angustia que había visto morir a Pequeño Cuervo.

    ¡Oh, hermano mío! Aunque estaba medio muerto de dolor y terror, lloró al valiente que había muerto ante sus ojos.

    La sangre golpeaba en la cabeza de Oso Blanco. La noche se hacía cada vez más profunda. Al no moverse y al respirar solo un poquito, podría parecer muerto. Estaba recostado con la oreja derecha mutilada en la parte superior. Sentía chorros de sangre corriendo como líneas de hormigas sobre su cuero cabelludo y mejilla. Le hacía cosquillas en el cuello. Estar perfectamente quieto era una agonía.

    Oso Blanco escuchó la voz de Raoul decir: "Asegúrate, Eli".

    "¡Maldita nación del fuego del infierno!" respondió Eli. "¿No sé yo cuándo me he cargado a un hombre?"

    "Está oscuro y has bebido mucho whisky. Asegúrate".

    "Pura pérdida de tiempo", dijo Greenglove.

    Oso Blanco escuchó pasos crujiendo a través de la hierba hacia él. El esfuerzo de evitar moverse amenazó con arrancarle los músculos de los huesos. Su corazón latía con más fuerza mientras los pasos se acercaban. Seguramente Greenglove podía oír sus latidos. Pero se congeló y contuvo a respiración cuando los pies se detuvieron a su lado. La quietud era su única esperanza. El dolor latía en su oído.

    Verá que solo me ha dado en la oreja, y ese será el final.

    ¿Debería levantarme de un salto y correr por mi vida? No, Greenglove no fallaría una segunda vez. Deja que el espíritu del oso atenúe los agudos ojos de Greenglove. Deja que se engañe pensando que Oso Blanco está muerto. No había otra forma de escapar.

    Esperó el disparo que se estrellaría contra su cerebro.

    "Justo a través del cráneo", gritó Greenglove: "No queda ni siquiera lo suficiente para quitarle la cabellera".

    El asombro inundó a Oso Blanco. Eso no podía ser lo que Greenglove estaba viendo, a menos que estuviera borracho o cegado por el Oso.

    O que no quiera matarme.

    ¿No había tratado de convencer a Raoul de no dispararles a los tres?

    Oso Blanco recordó a Greenglove golpeándole con el rifle el día del funeral de su padre. Si Greenglove no le hubiera derribado, Raoul le habría disparado.

    Estaba demasiado asustado para tratar de entenderlo. Estaba vivo, eso era lo único de lo que podía estar seguro. Vivo por un poquito más de tiempo.

    "Está en el feliz campo de caza" La voz de Greenglove se desvanecía poco a poco mientras se alejaba. "¿Quieres que cavemos un hoyo para él?"

    "Nosotros no enterramos indios muertos", dijo Raoul. "Deja que se pudran. Deja que se ceben los buitres". Alzó la voz. "Que todos los hombres monten y persigan a los que están en el bosque al otro lado del arroyo. Esta puede ser nuestra oportunidad de terminar con Halcón Negro".

    "¿Qué le ha pasado a ese otro indio que ha escapado?" preguntó Greenglove.

    "Lo alcanzamos", dijo un miliciano, "casi llegó al río, pero ahora tiene suficiente plomo para comenzar su propia mina".

    El dolor inundó el cuerpo inmóvil de Oso Blanco, Pequeño Cuervo y Tres Caballos, ambos asesinados. La muerte de Tres Caballos le devolvió la vida. Tres Caballos, el primer Sauk en saludarlo a su regreso a la tribu. Sus dos camaradas seguramente merecían escapar de la muerte tanto como él. ¿Por qué se había salvado él solo? Quería llorar mientras la pena por sus camaradas caídos lo atravesaba, pero atrajo su labio inferior, lo mordió con fuerza, apretando los dientes en su carne hasta que no sintió dolor en ningún otro lado, ni en la mente ni en el cuerpo.

    Adiós, Tres Caballos. Adiós, Pequeño Cuervo. Quemaré tabaco a los espíritus por vosotros.

    Botas se agruparon a través de la pradera a su alrededor. Golpes de cascos batían a su lado. Temía que lo pisotearan y le costó mucho esfuerzo mantenerse quieto. Pero los caballos evitaron su cuerpo.

    Gradualmente, el paso atronador de los hombres de Raoul se desvaneció hacia el Norte.

***

    Durante mucho tiempo, Oso Blanco no oyó nada más que el riachuelo ondulando sobre su lecho de piedras, el viento en los árboles, los grillos cantando en la pradera. Para ellos él ya se había convertido en parte de la tierra.

    El ardor en su oído se convirtió en un dolor entumecido.

    Escuchó el estallido de los disparos de un rifle muy lejos de los hombres de Raoul, persiguiendo a los exploradores de Halcón Negro. ¿Debían morir más de sus hermanos esta noche?

    Abrió los ojos. Ahora estaba muy oscuro, había caído la noche cerrada. Él yacía sobre su lado izquierdo en la alta hierba. Aprovechó la oportunidad y levantó la cabeza un poco. Raoul había dicho que no quería que ningún hombre se quedara atrás, pero podría haber alguien cerca.

    Bajó la cabeza y tensó las manos y los brazos. La cuerda alrededor de sus muñecas se había aflojado. Pudo torcer las muñecas hasta que los dedos de su mano derecha llegaron al nudo. Los ojos pálidos sabían poco sobre atar nudos seguros. Después de trabajar pacientemente durante mucho tiempo, se liberó las manos.

    Todavía se sentía enfermo de dolor y no tenía la fuerza para alejarse de este lugar donde habían muerto sus camaradas. ¿Por qué no simplemente quedarse aquí y esperar a que los cuchillos largos volvieran y lo mataran?

    Pero pensó en Pájaro Rojo y en Pluma de Águila y en la plenitud que había aparecido en el vientre de Pájaro Rojo antes de cruzar el Gran Río desde Ioway a Illinois. Usando sus rodillas y codos para impulsarse a través de la hierba, comenzó a avanzar.

    Reptando como una serpiente, con el cuerpo y las extremidades pegados al suelo, se retorció a lo largo del borde del arroyo hasta que estuvo seguro de que cualquier hombre que pudiera estar cerca no pudiera verlo; luego se deslizó por el terraplén. El lateral de la cabeza le palpitaba con cada movimiento.

    Cruzó el arroyo a cuatro patas, las rocas le mordían las palmas y rodillas. Donde el agua rápida y fría era más profunda, bajó la cabeza al agua para lavarla. La agonía explotó en su cerebro y estuvo a punto de desmayarse. Obligó a los músculos de su cuello a levantar la cabeza, y a sus brazos y piernas a empujarle fuera del arroyo.

***

    Pronto estuvo en el refugio del bosque. Se puso en pie y se renqueó entre los arbustos. Ahora que estaba más seguro, el dolor en la oreja derecha desgarrada latía más fuerte que nunca.

    Recordó que Raoul y sus cientos de cuchillos largos montados habían cabalgado hacia el lugar donde Halcón Negro, con solo cuarenta valientes, esperaba saber cómo les iba a sus emisarios de paz.

    Se había mantenido vivo hasta ahora por suerte, pero no tenía ninguna esperanza real de escape para su gente. Probablemente algunos de los cuchillos largos que habían cabalgado con Raoul se encontrarían con él, y ese sería el final. Al otro lado del bosque, una media luna recién levantada, como un tipi blanco en un campo negro, le brillaba a través de los árboles que tenía delante.

    Estaba a punto de salir a la pradera cuando escuchó el ruido de cascos que venían hacia él. Se detuvo en el refugio de los árboles. Escuchó disparos, gritos de dolor y terror.

    Contra la hierba de la pradera más clara, los hombres a caballo eran formas oscuras que se precipitaban hacia él desde el horizonte.

    Sus voces eran agudas, temerosas. Gritaban en inglés.

    "¡Montad un puesto en el bosque!".

    "¡No! ¡Hay demasiados!".

    "Sigue corriendo. Sigue el río".

    Oso Blanco buscó un escondite a su alrededor. La luna le mostró que estaba de pie junto a un viejo roble grande, con ramas lo bastante bajas como para saltar encima.

    Abuelo Roble, ¿me darás refugio?

    Justo antes de saltar hacia una rama, notó que un hueco se había podrido en la base del árbol. Era lo bastante grande como para esconderse, pero entonces estaría al mismo nivel que los milicianos.

    Obligó a sus cansadas piernas a saltar, logró asir la extremidad más baja, una mano a cada lado, arañándose las palmas. Apretó las plantas de sus mocasines contra el tronco y caminó hacia arriba, jadeando hasta que pudo levantarse sobre la rama y alcanzar la siguiente. Las ramas eran gruesas y estaban juntas, y pronto estuvo por encima del suelo del bosque.

    Hiciste una escalera para mí. Gracias, Abuelo Roble.

    Docenas de milicianos montados estaban pasando sin parar junto a su árbol, galopando justo debajo de él. Los cascos de los caballos y los gritos de los hombres entre sí, enardecidos por el terror, rompieron el aire nocturno.

    Vio las formas negras de más caballos y jinetes vadeando por la hierba de la pradera. Sus gritos eufóricos eran gritos de guerra Sauk.

    Los valientes de su tribu, corriendo hacia él como para rescatarlo. Un sol salió en su pecho.

    Los fusiles retumbaron y las flechas silbaron en el aire detrás de los milicianos que huían, y él agradeció estar tan alto. Escuchó gritos. En algún lugar cercano, un cuerpo se estrelló contra los arbustos.

    Vio que algunos cuchillos largos intentaban rodear el bosque, pero la mayor distancia que tenían que recorrer les daba tiempo a los jinetes Sauk a alcanzarlos. Los disparos de los fusiles brillaban como relámpagos en la oscuridad.

    Dos sombrías figuras a pie, tan juntas que parecían una, renqueaban en la hierba alta y se abrieron paso hacia el bosque, ausentes al ruido que hacían, Oso Blanco contuvo el aliento, esperando que no le descubrieran sobre ellos.

    Una voz debajo de él dijo: "Tienes que seguir adelante. Te atraparán y te pasarán por el tomahawk seguro".

    Ahora los dos hombres estaban parados junto al árbol en el que él se había refugiado. Aguzó el oído para escuchar.

    "Sálvate tú", dijo otra voz, raspando de dolor. "Yo no puedo correr. La flecha está debajo de mi rótula, me quedaré aquí y trataré de contenerlos".

    Conozco esa voz, ese acento. Es el prusiano, Otto Wegner.

    Oso Blanco recordó cómo Wegner lo había decepcionado en el campamento de Raoul. Ahora su vida estaba en peligro; se lo merecía.

    "¿Contenerlos? Hay cientos". Había escuchado la voz del otro hombre antes, pero sonaba como tantos otros cuchillos largos, Oso Blanco no podía estar seguro de si le conocía.

    "Bueno, tal vez si disparo a algunos, puedas escapar".

    Ante eso, Oso Blanco sintió que la ira se calentaba en su pecho. De modo que a Wegner le gustaría dispararle a algunos indios, ¿verdad? Sin embargo, estar dispuesto a quedarse y pelear mientras su compañero se escapaba, eso era digno de respeto.

    "¡Maldición! No me gusta dejarte, Otto".

    "Tienes esposa e hijos".

    "Tú también".

    "Pero tú tienes la oportunidad de escaparte, yo no. ¿De qué sirve que nos maten a los dos? ¡Vete!".

    Oso Blanco escuchó un suspiro: "Muy bien. Aquí está toda mi pólvora y bolas. No pienso detenerme para usarlas. Recuerda, manté la cabeza baja para poder verlos por encima del horizonte. Si no llevan sombreros, puedes deducir que son inyos".

    "Por favor, Levi, mi esposa y mis hijos, cuéntales cómo morí".

    El otro hombre era Levi Pope, otro de los hombres de Raoul.

    "Les diré que fuiste valiente. Asegúrate de que no te atrapen vivo, Otto. Sabes lo que los indios le hacen a los blancos. Usa tu última bola para ti".

    Oso Blanco sintió que sus mejillas ardían de vergüenza. Para él, la idea de torturar a un prisionero era impensable, y no creía que Halcón Negro lo permitiera. Pero no podía estar seguro. Muchos hombres y mujeres de la Banda Británica, supuso, disfrutarían haciendo sufrir a uno de los temidos cuchillos largos.

    Oso Blanco escuchó a Pope escabullirse a través de la maleza mientras Wegner, jadeando de dolor, se acomodaba en posición en la base del árbol.

    El estallido del rifle de Wegner debajo de él sorprendió tanto a Oso Blanco que casi se cayó de su rama. Oyó un grito agonizante en la pradera, vio a un valiente cayendo de un caballo.

    Ha matado a uno de mis hermanos. No puedo permitir que esto suceda.

    Escuchó rápidos y metálicos sonidos de chasquidos y arañazos debajo de él, los sonidos de un hombre cargando su rifle.

    En un momento, otro guerrero Sauk caerá.

    La desgarradora congoja que Oso Blanco había sentido desde que las muertes de Pequeño Cuervo y Tres Caballos se transformó a la vez en un torbellino de ira. Recordó a Pequeño Cuervo, atado e indefenso, con la cabeza destrozada. Imaginó el cuerpo de Tres Caballos destrozado por las balas En toda su vida hasta ahora nunca había matado a un hombre, pero seguramente ahora, después de lo que había sufrido y visto, tendría que matar.

    ¿Matarlo cómo? Él está armado y yo no.

    Pero Wegner tenía un dolor terrible. Oso Blanco podía saltar del árbol sobre la espalda del prusiano y golpear con fuerza con el pie en la rodilla con la flecha en ella. Eso debería doler a Wegner lo suficiente como para aflojar el rifle, de modo que Oso Blanco podría quitárselo y dispararle con él o aplastarle el cráneo.

    Otros valientes Sauk se acercaban cabalgando y Wegner debía de estar apuntando en la oscuridad allí abajo. Oso Blanco bajó por la escalera de las ramas de los árboles que había trepado.

    Cuando llegó a la rama inferior, la luz de la luna mostró a Wegner rodando sobre el cuerpo, con los ojos brillantes. El cañón del rifle giró hacia él.

    Me ha oído.

    Oso Blanco saltó.

    El destello lo cegó por un instante. Entre una sofocante nube de humo de pólvora, él golpeó a Wegner en el pecho con las rodillas y las manos, un impacto que le quitó el aliento. Wegner gritó de dolor, un alto sonido mujeril y agudo que hizo que a Oso Blanco le pitaran los oídos más que con el disparo.

    El prusiano debajo de él, le golpeó con el rifle tratando de girarlo para poder darle con la culata. Oso Blanco tenía ambas manos en la culata e intentó patear la rodilla de Wegner mientras sus cuerpos se mezclaban y forcejeaban en la base del roble.

    Oso Blanco recordó que los milicianos a menudo llevaban cuchillos de caza en los bolsillos de la camisa. Agarrando el rifle de Wegner con una mano, echó mano a la parte delantera de la chaqueta de cuero del prusiano. Los ojos de Wegner se abrieron de miedo y se debatió frenéticamente con el rifle. Oso Blanco sintió el tacto del mango de un cuchillo y tiró de él para liberarlo. La ancha hoja de acero centelleó reflejando la luna y las estrellas.

    Ahora. Un empujón en la garganta de su enemigo.

    Oso Blanco deslizó la punta bajo el pañuelo alrededor del cuello de Wegner y lo presionó contra el lugar blando justo encima de la clavícula. Los ojos del hombre parecían a punto de salir de la cabeza. Su bigote oscuro y grueso se retiró de sus dientes apretados.

    Tratando de obligarse a matar al hombre, Oso Blanco se sintió tan mal del estómago como cuando había esperado la bala de Raoul.

    Y recordó de nuevo, la noche después de que Raoul lo expulsara de Victoire y le ofreciera al hombre cincuenta piezas de ocho por su muerte, lo que le había oído decir a Otto Wegner.

    No empujó más el cuchillo, pero notó que Wegner aún quería matarle si tenía una posibilidad. Él se contuvo, preparado para atacar.

    "Suelta el rifle", le susurró Oso Blanco. "Tíralo lejos de ti. Haz un movimiento repentino y te cortaré la garganta".

    Wegner hizo lo que Oso Blanco le había dicho.

    Él dijo: "Me vas a mantener con vida para torturarme".

    Si llevaba a Wegner de regreso a los Sauk, pensó Oso Blanco, los guerreros querrían matarlo lentamente. De nuevo sintió esa ardiente vergüenza.

    "¿Sabes quién soy?" le preguntó Oso Blanco.

    "Eres el sobrino de Raoul de Marion, Auguste. ¿Cómo puedes seguir vivo? Vi a Greenglove dispararte".

    Oso Blanco ignoró la pregunta: "Tres de nosotros acudimos a vosotros bajo una bandera blanca para hablar de paz y nos disparasteis".

    "Eso estuvo mal".

    "Y lo dices ahora, cuando tengo un cuchillo en tu garganta. ¿Por qué no hablaste entonces?"

    "El coronel de Marion es mi oficial al mando. Mátame, maldita sea. ¿No es ese tu deber?"

    "Un guerrero hace lo que quiere con sus cautivos".

    Oso Blanco escuchó a su alrededor. En la pradera y en el bosque, gritos de guerra y silbidos de los valientes Sauk. No pasaría mucho tiempo antes de que alguien descubriera a Oso Blanco agachado encima de este hombre, sosteniendo un cuchillo apuntado a su garganta.

    Wegner dijo: "Si pudiera, yo te mataría".

    "Sin embargo, si me hubieras atrapado la noche en que mi tío ofreció cincuenta dólares españoles por mi muerte, me habrías dejado ir".

    "¿Cómo sabes eso?"

    Le divertió responder la pregunta de Wegner diciendo: "Soy un chamán, un curandero. Nosotros sabemos cosas".

    "Dummes Zeug", murmuró Wegner. "Tonterías", dijo más alto, pero sus ojos vacilaron.

    Oso Blanco dijo: "Soy un sanador. Ese es mi trabajo. No te mataré a menos que tenga que hacerlo. Dame tu palabra de que no me atacarás y te quitaré el cuchillo de la garganta".

    Wegner cerró los ojos y suspiró: "Tú eres civilizado. Tal vez pueda confiar en ti".

    Oso Blanco no pudo evitar reírse: "Has visto hoy lo que los hombres civilizados hacen a sus prisioneros. Si puedes confiar en mí es porque soy un Sauk".

    "¿Y por qué confías tú en mí?"

    "Porque creo que eres un hombre de honor".

    "De acuerdo, tienes mi palabra".

    Oso Blanco retrocedió lentamente y se levantó sobre Wegner. El prusiano se incorporó y luego gimió. A la luz de la luna, Oso Blanco vio lágrimas que fluían incontrolablemente de sus ojos. Oso Blanco le hizo sentarse de espaldas al árbol hueco. Acercó su rostro a la rodilla Con los ojos ajustados a la oscuridad, los rayos de media luna fueron suficientes para mostrarle que Wegner había roto el extremo de la flecha y el resto sobresalía de la rótula. La flecha había entrado en la articulación. Le dolió a Oso Blanco solo de mirarlo.

    "Puedo intentar sacarla", dijo Oso Blanco.

    "Adelante".

    "Dame esa tela que tienes alrededor del cuello".

    Con el pañuelo de Wegner, Oso Blanco limpió la sangre de la flecha para hacerla menos resbaladiza. Hubiera sido más fácil si Wegner no hubiera roto la flecha. El extremo sobresaliente solo era lo bastante largo como para dejar que Oso Blanco la agarrara con una mano izquierda, alrededor de la derecha para darle un mayor agarre. Él tiró con todas sus fuerzas.

    Wegner cayó de lado desmayado.

    Gracias al Hacedor de la Tierra que no ha gritado.

    La flecha no se movió en absoluto.

    Cuando Wegner despertó, Oso Blanco dijo: "No hay nada que pueda hacer por ti. Tienes que volver con tu propia gente".

    Los ojos de Wegner se abrieron: "¿Me dejarías ir?"

    "Tengo que hacerlo. O si no matarte. Si nuestros guerreros te atraparan, yo no podría evitar que te mataran. Sube a este hueco en el árbol y quédate allí hasta la mañana. Para entonces, creo que nuestros valientes estarán lejos de aquí.".

    Ayudó a Wegner a ponerse de pie y lo empujó para subirlo de su escondite. Wegner dejó escapar un gemido mientras metía la pierna herida dentro de la abertura.

    Cuida de este ojos pálidos, Abuelo Roble.

    "Nunca olvidaré esto", dijo Wegner.

    "Entonces recuerda a mi pueblo".

    Tomó el cuchillo y el rifle de Wegner. Pudo haberle dejado al prusiano un arma para defenderse, pero pensó que eso iría más allá de la bondad hacia la idiotez.

    Escuchó gritos de victoria de los Sauk provenientes del otro lado de Arroyo del Viejo, donde el campamento de Raoul había estado. Aunque de mala gana quería regresar allí, parecía el camino más seguro. Cargando el rifle con una mano y el cuchillo en el cinturón, se abrió paso por el bosque hasta el arroyo.

    Pronto estuvo de vuelta en el centro de lo que había sido el campamento de los cuchillos largos, justo en el lugar donde casi había muerto. Ardía una pequeña hoguera aquí. Cerca de él yacían dos cuerpos estirados. La cabeza de uno estaba tapada con una tela que, pensó Oso Blanco, debía ser Pequeño Cuervo. Junto a él yacía Tres Caballos, una manta tapaba su corto cuerpo, el rostro con la nariz aplastada estaba descubierto. De pie alrededor de los cuerpos había media docena de guerreros.

    Por todo derecho, él debería yacer allí también. Se llevó una mano a la oreja, olvidada en la emoción del encuentro con Otto Wegner. El dolor se había asentado en un latido sordo. Con cuidado, tocó la herida. la oreja había desaparecido. Las partes superior e inferior intactas estaban llenas de sangre entre costras. Había lavado la herida una vez en el arroyo. Debía lavarla de nuevo y vendarla.

    Greenglove me hizo eso para que la sangre fluyera y le parecería a cualquiera que me viera en el crepúsculo que me habían disparado en la cabeza. Había tratando de salvarme la vida ¿Por qué?

    Un día, confiaba Oso Blanco, se encontraría con Greenglove y descubriría por qué le había salvado.

    Y esa otra vez, cuando me golpeó con el rifle justo cuando Raoul estaba a punto de dispararme, ¿también lo hizo para salvarme la vida?

    Un guerrero solitario estaba sentado delante del fuego, una larga cabellera adornada con plumas le colgaba a ambos lados de la cabeza. La luz del fuego relucía en la cabeza afeitada y chispeaba en las cuentas en los lóbulos de las orejas. El cuenco de la pipa que fumaba era parte de la hoja de acero de un tomahawk. El tallo de la pipa era el mango de tomahawk. Levantó la vista y abrió mucho los ojos cuando Oso Blanco salió a la luz del fuego.

    "¡Oso Blanco!" llegó la voz grave de Halcón Negro. "¿De verdad estás vivo o volviste del Sendero de las Almas?"

    Oso Blanco sintió un inmenso calor cuando la luz del fuego le mostró los dientes de Halcón Negro en una de sus raras sonrisas.

    "Estoy vivo", dijo Oso Blanco.

    "¡Me alegro! ¡Estoy sorprendido!" Gritó Halcón Negro agitando su pipa. "Pensé que los tres estabais muertos".

    La euforia repentina mareaba a Oso Blanco y la carne de su espalda se erizó al darse cuenta de lo que significaba ver a Halcón Negro sentado tranquilamente fumando su pipa en el centro del campamento de Raoul. ¡Víctoria! Los cuchillos largos puestos en ruta ¿Cómo había sucedido? Halcón Negro podía haber cometido un terrible error al conducir a los Sauk a través del Río Grande, pero en este momento, Oso Blanco le amaba.

    Tallador del Búho salió de las sombras llevando un paquete de productos que había estado recogiendo de las tiendas de los cuchillos largos. Dejó caer su paquete para abrazar a Oso Blanco.

    "Mi hijo me ha sido restaurado".

    Oso Blanco se sentó junto al fuego.

    "¿Cómo escapaste?" Preguntó Halcón Negro.

    Oso Blanco explicó cómo se había hecho el muerto cuando Eli Greenglove afirmó haberle disparado. No dijo nada sobre el encuentro con Otto Wegner. Se sintió bien por haberle salvado la vida a Wegner, pero no estaba seguro de que Halcón Negro lo entendiera. De hecho, Oso Blanco no estaba seguro de entenderlo él mismo.

    Tallador del Búho hizo que Oso Blanco mantuviera la cabeza cerca de la luz del fuego mientras examinaba la herida, murmurando.

    "En verdad, las cosas que hacen los cuchillos largos superan toda comprensión", dijo. "Estaba oscuro. Estabas en la hierba. Tal vez falló".

    "Falló a propósito. Tiene gran fama como tirador. Ve muy bien. Llegó y se quedó de pie sobre mí. Debió de haber sabido que yo estaba vivo".

    Tallador del Búho buscó en el paquete del saqueo, encontró un pañuelo francés y lo ató alrededor de la cabeza de Oso Blanco para proteger la oreja herida.

    Unos escalofríos de júbilo ondularon en la columna vertebral de Oso Blanco cuando miró a su alrededor y vio a los valientes de Halcón Negro saqueando el campamento donde los hombres de Raoul habían invadido y matado a sus dos compañeros al anochecer.

    "El Hacedor de la Tierra nos ha dado una poderosa victoria", dijo.

    "Nunca nos la esperábamos", dijo Tallador del Búho. "Estábamos acampados en el río Roca al norte de aquí cuando Cuchillo de Hierro entró después del atardecer para decir que vosotros tres habíais sido asesinados, y también dos de los valientes que habían ido con él. Nos dijo que todo un ejército de cuchillos largos cabalgaba hacia nosotros".

    Halcón Negro dijo: "Yo me enojé. Habían matado a mis mensajeros de paz. No me importó que hubiera cientos de ellos y solo cuarenta de nosotros. Quería venganza por la sangre que habían derramado".

    Oso Blanco se echó a reír. "Los escuché chillar mientras huían de tu ataque. Creían que había cientos de vosotros".

    "El espíritu del Halcón voló con nosotros, cegándolos y aterrorizando sus corazones", dijo Halcón Negro.

    Tallador del Búho dijo: "Y los espíritus en su whisky también los confundieron".

    Halcón Negro dijo: "Me sorprendió verlos girar y correr, pensé que los americanos eran mejores tiradores y luchadores más feroces. Nos superaban en número muchas veces, pero no presentaron pelea en absoluto".

    El Profeta Winnebago salió pesadamente de la oscuridad y se sentó junto al fuego frente a Halcón Negro. El anillo de plata de la nariz que descansaba en su bigote brillaba en rojo.

    Oso Blanco se dio la vuelta con disgusto. Después de que el Profeta Winnebago hubiera engañado a Halcón Negro, ¿cómo podían seguir confiando en él?

    Una voz ronca dijo: "Mira, Padre, he arrancado más cabelleras de nuestros enemigos". Oso Blanco alzó la vista. Zarpa de Lobo estaba de pie sobre ellos levantando dos mechones de pelo, cada uno con una mancha de sangre. Oso Blanco confió en que ninguno de aquellos cueros cabelludos perteneciera a Otto Wegner.

    Halcón Negro se puso en pie y agarró los hombros de Zarpa de Lobo: "Mi corazón es grande cuando veo que mi hijo es un guerrero tan poderoso".

    Sentado junto a su padre, Zarpa de Lobo miró a Oso Blanco, y Oso Blanco tuvo que explicar de nuevo cómo consiguió salir vivo.

    Después de un momento de silencio, Halcón Negro habló: "Hasta esta noche, no se había derramado sangre entre los cuchillos largos y nosotros. Pero cuando tratamos de rendirnos, dispararon a nuestros mensajeros". Hizo un gesto hacia los cuerpos cerca del fuego y hacia Oso Blanco. "Y ahora hemos matado a muchos de ellos".

    Oso Blanco sintió que temblaba de ira. Recordó a Raoul acercándose a él, sonriendo con la pistola levantada... y justo en este lugar. Rezó para que ahora su tío pudiera estar muerto en algún lugar de la pradera, muerto con una flecha en la mientras huía de los guerreros de Halcón Negro. Muerto con un agujero en su cuero cabelludo y su cabellera colgando del cinturón de un valiente.

    ¡Oh espíritu de Oso, oh, Tortuga, oh, Hacedor de la Tierra, que así sea!

    Entonces su furia se desvaneció y esta devino miedo al notar lo que acababa de hacer en su mente, algo más terrible que el asesinato. Un hombre podía pedir a los espíritus la fuerza y ​​la habilidad para luchar contra un enemigo, pero dirigir el poder de los espíritus contra otro hombre, sin importar cuán malvado fuese, estaba prohibido. Rezó para que ningún daño acudiera a él por ello.

    Halcón Negro dijo: "No tenemos otra opción ahora. Los cuchillos largos me han obligado a la guerra".

    Oso Blanco habló rápidamente, antes de que Zarpa de Lobo o Nube Que Vuela pudieran llamar a la guerra, como seguramente harían.

    "Fue mi tío, el hermano de Flecha de la Estrella, quien ordenó que nos mataran a los tres. Él ha odiado a nuestra gente toda su vida. Especialmente a mí. Un jefe de guerra diferente podría habernos abierto los brazos. Ahora que Halcón Negro ha demostrado a los cuchillos largos que se lastimarán si vienen contra nosotros, ofrezcamos paz de nuevo. Estoy preparado para acudir de nuevo con una bandera blanca para hablar de rendición con otros jefes de guerra cuchillos largos".

    Halcón Negro hizo un gesto de rechazo con la mano plana: "Has visto lo que sucedió. Los guerreros ojos pálidos no te dejarían acercarte lo suficiente como para hablar con sus jefes".

    Un guerrero se acercó al fuego, sosteniendo una taza de estaño y se la ofreció a Halcón Negro.

    "Los cuchillos largos dejaron cinco barriles de whisky, pero están casi vacíos".

    Halcón Negro dio la vuelta a la taza, dejando que el whisky se derramara sobre la tierra.

    "Vierte ese veneno en el suelo", dijo él. "El whisky hizo que los cuchillos largos fueran tan tontos que cuando miraron a uno de nuestros valientes vieron diez".

    Zarpa de Lobo dijo: "Abandonaron las carretas de comida y municiones, incluso algunos rifles".

    "Los necesitaremos", dijo Halcón Negro. "Sin más provisiones no podemos continuar".

    Después de que el guerrero se hubo marchado, Halcón Negro le dio su pipa de hacha a Zarpa de Lobo para que fumara. Tallador del Búho y Profeta Winnebago sacaron sus propias pipas. Tallador del Búho ofreció la suya a Oso Blanco, quien la rechazó. Después de lo que había pasado este día y preocupado por el temor de que Halcón Negro estuviera decidido a sumir a su gente en peores calamidades, Oso Blanco sentía que su estómago no podría soportar el humo del tabaco.

    Nube Que Vuela rompió el silencio pensativo: "Si cuarenta guerreros Sauk han podido ahuyentar a doscientos cuchillos largos, entonces todos los guerreros Sauk pueden ahuyentar a todo el ejército de los cuchillos largos. Digo que llamemos a los seiscientos guerreros que esperan en nuestro campamento principal. Expulsaremos a los cuchillos largos hasta cruzar el Río Grande".

    Oso Blanco quiso responder al Profeta Winnebago con palabras de enojo, pero se sentía mareado y con náuseas. Decidió esperar y ver qué decían los demás.

    Por supuesto, pensó Oso Blanco.

    Tallador del Búho dijo secamente: "Auyentamos a unos pocos ojos pálidos, y borrachos, que apenas merecen ser llamados cuchillos largos. No desperdiciemos más la vida de nuestros jóvenes. Sigamos la curva hacia el norte del río Roca hasta el nacimiento de sus aguas, mucho más allá de cualquier asentamiento ojos pálidos, luego viajemos hacia el Oeste, hacia el Río Grande. Si podemos cruzar el Río Grande con seguridad, no creo que los cuchillos largos nos persigan más".

    Él dijo ansiosamente: "Podemos escapar de los cuchillos largos yendo hacia el Norte. La mayoría de los cuchillos largos que nos persiguen fueron llamados por el Gran Padre del país de Illinois. Una vez que estemos fuera de Illinois, tal vez no nos sigan".

    Zarpa de Lobo gruñó, claramente insultado ante la idea de no persiguir a sus enemigos.

    El Profeta se animó a sí mismo: "Muchos de mis hermanos Winnebago viven en ese país al Norte. Se unirán a nosotros en la lucha contra los cuchillos largos".

    ¿Como hizo tu gente en Ciudad del Profeta, que nos abandonó?, pensó Oso Blanco.

    Un guerrero colocó una larga alforja de cuchillos frente a Halcón Negro, quien la abrió. El jefe de guerra sacó un traje de lana negra de aspecto caro y algunas camisas de seda blanca con volantes. Finalmente sacó dos libros encuadernados en cuero rojo y blanco. Oso Blanco se inclinó para mirar más de cerca.

    "Paquetes de papel parlante ojos pálidos", dijo Halcón Negro.

    Zarpa de Lobo dijo: "No valen nada, Padre. Guarda la ropa y echa el papel parlante al fuego".

    Pero Halcón Negro le entregó uno de los libros a Oso Blanco: "¿Qué te dicen a ti los papeles parlantes, Oso Blanco?"

    Oso Blanco recogió un libro y leyó el lomo, Alegatos, Vol I. Lo abrió y vio una cerrada tipografía con los ojos desorbitados al pasar sobre los muchos términos legales en latín. Oso Blanco se preguntó si el abogado que poseía estos libros todavía estaba vivo. Al ver los libros, su corazón dio un vuelco inesperado. Sintió un deseo de no estar en un campo enemigo saqueado en la pradera, sino en una biblioteca con libros, bolígrafo y papel. La sensación lo tomó por sorpresa. Habían pasado muchos meses desde que había extrañado el mundo de los ojos pálidos. Algunas páginas del Paraíso Perdido de vez en cuando habían satisfecho todo anhelo por lo que llamaban "civilización".

    "Estos documentos hablan sobre las leyes de los ojos pálidos", dijo Oso Blanco. "A veces se dice que no tienen magia, pero hay magia poderosa en sus libros y en sus leyes. Esta es la magia que los mantiene unidos".

    El Profeta dijo: "El papel de los ojos pálidos es mala medicina".

    Halcón Negro extendió la mano y Oso Blanco le dio el libro. Le dolió a Oso Blanco pensar que Halcón Negro pudiera arrojarlo al fuego.

    Oso Blanco había visto a muchos líderes blancos; alcaldes, congresistas, oficiales militares, incluso el mismo Cuchillo Afilado, Andrew Jackson, el presidente de los Estados Unidos. Había aprendido sobre ellos en la escuela y leído sobre ellos en los periódicos. Halcón Negro era equivalente a cualquiera de ellos. Más que equivalente en algunos aspectos; él era más fuerte y saludable que cualquier hombre blanco de su edad que Oso Blanco había conocido. ¿Qué ojos pálidos, con casi setenta años, podrían liderar personalmente una carga de caballería contra un enemigo que lo superaba en número diez veces y derrotarlo? La gran debilidad de Halcón Negro era una que compartía con la mayoría de las personas, independientemente de su raza o su posición en la vida: si quería que algo fuese cierto, lo creía. Por eso el invierno pasado había escuchado al Profeta Winnebago y no a Oso Blanco.

    Ahora Oso Blanco esperaba que Halcón Negro mostrara su inteligencia al respetar el valor del libro. Halcón Negro frunció el ceño ante el volumen encuadernado en cuero, sopesándolo en la mano. Recogió el otro libro con la otra mano.

    "Son pesados, pero como hay magia en ellos, guardaré estos paquetes de papel parlante y los llevaré conmigo cuando hable en el consejo".

    Oso Blanco soltó un pequeño suspiro de satisfacción.

    Halcón Negro dejó los libros, uno a cada lado de él, y puso una mano sobre cada libro. Se sentó así por un momento, mirando al fuego.

    "Estoy harto de intentar rendirme a los cuchillos largos", dijo, y le pareció a Oso Blanco que su rostro se convertía en una máscara temible a la luz del fuego. "No me dejaron otra opción. Sí, nos retiraremos de ellos. Pero no correremos como ciervos cazados. Enviaremos grupos de guerra, grandes y pequeños, en todas las direcciones. Tenderemos una emboscada en cada sendero. Caeremos sobre cada asentamiento. Atacaremos a cada grupo de viaje de los cuchillos largos. El río Roca estará a salvo de nosotros. Hasta que hayamos cruzado el río Grande, no daremos paz a los ojos pálidos".

    Ante las palabras de Halcón Negro, Oso Blanco sintió que una mano helada se había posado sobre su espalda entre sus omóplatos. Con esas palabras, Halcón Negro estaba condenando a cruel muerte a cientos de personas, tanto ojos pálidos como a los suyos.

    Y uno de los asentamientos más grandes al norte del río Roca era Víctor.

    "¿De qué sirve seguir matando?" dijo Oso Blanco: "Eso solo enfurecerá a los cuchillos largos. Vendrán a por nosotros hasta que nos hayan destruido".

    "He decidido", dijo Halcón Negro: "Debemos luchar. Debemos vengarnos. Nos robaron la tierra. Quemaron Saukenuk. Quemaron la Ciudad del Profeta. Les pedimos paz y nos mataron. Halcón Negro les mostrará que no pueden hacer esto y quedar impunes".

    "¡Así será!" gruñó el Profeta Winnebago.

    Y después de eso, los cuchillos largos a su vez tendrán que vengarse.

    La desesperanza yacía como una pesada manta empapada sobre Oso Blanco. Vio la determinación del viejo guerrero y no dijo nada más.

    Solo podía rezar para que el Hacedor de la Tierra perdonara a los que Oso Blanco amaba. En ambos lados.

    Halcón Negro se puso en pie: "Volvamos a nuestro campamento".

    Zarpa de Lobo dijo: "Padre, quiero quedarme aquí hasta mañana con una partida de guerreros. Hay cuchillos largos esparcidos por toda la pradera, pero no podemos encontrarlos en la oscuridad. Por la mañana podemos quitarles las armas y las cabelleras".

    Sus palabras detuvieron a Oso Blanco cuando estaba a punto de alejarse del fuego. Otto Wegner aún podría estar escondido en ese árbol hueco, esperando el amanecer.

    A toda prisa, Oso Blanco dijo: "Yo también me quedaré, ayudaré a Zarpa de Lobo a registrar a los muertos".

    ¿Qué podría hacer si Zarpa de Lobo y sus hombres capturaban a Wegner? Quizá no salvar la vida del prusiano, pero al menos convencer a los guerreros para que lo mataran limpiamente y no lo torturaran.

    ¿No he hecho lo suficiente por Wegner? Quiero volver con Pájaro Rojo.

    Pero sus impulsos eran los impulsos de un chamán, y cuanto más difíciles de explicar eran, más confiaba en ellos. Era importante, por alguna razón, que se quedara en el Arroyo del Viejo durante más tiempo.

    Tallador del Búho pareció sorprendido: "Después de todo lo que has sufrido, ¿no quieres volver con tu familia?"

    Oso Blanco pensó rápidamente: "Existe la posibilidad de que ese asesino de mi tío sea uno de los que yacen en el suelo en algún lugar de aquí. Sería bueno verlo muerto".

    Tallador del Búho gruñó: "Le diré a Pájaro Rojo que estás a salvo".

    El miedo y el esfuerzo habían agotado a Oso Blanco más allá de la fatiga ordinaria, y ahora apenas tenía suficiente energía para enrollarse en una manta junto al pequeño fuego. La inconsciencia lo golpeó instantáneamente.

    A la mañana siguiente observó, asqueado, que Zarpa de Lobo no solo le cortaba la caballera a un cuchillo largo que yacía muerto en la hierba alta, sino que cortaba los pantalones de lana del hombre y sus partes masculinas. La sangre salpicaba las inocentes flores de violeta y amarillo de la pradera, y un enjambre de moscas zumbaba alrededor de Zarpa de Lobo, esperando posarse en el hombre muerto cuando se alejara.

    "¿Por qué haces eso?" demandó Oso Blanco. "Los Sauk nunca han hecho esas cosas a un enemigo muerto".

    "El Profeta de Winnebago dice que los cuchillos largos planean matar a todos los Sauk y luego criar hombres negros del país del Sur para aparearse con nuestras mujeres. De esa manera esperan criar una raza de esclavos. Esta es nuestra respuesta a eso".

    La historia sonaba absurda a Oso Blanco. Los ojos pálidos de Illinois ni siquiera tenían esclavos negros. Aquello solo eran más balbuceos del Profeta Winnebago. Pero Zarpa de Lobo lo creía firmemente.

    Ante un repentino golpeteo de cascos, Zarpa de Lobo y Oso Blanco miraron hacia el Sur, hacia el Arroyo del Viejo. Un guerrero Sauk salpicaba cruzando el arroyo y agitaba el brazo.

    "¡Vienen cuchillos largos!" él gritó.

    Zarpa de Lobo recogió dos rifles, el suyo y el del hombre muerto. Habían encontrado once cuerpos diseminados a lo largo del río Roca, ninguno de ellos el de Raoul.

    Oso Blanco estaba decepcionado, pero no sorprendido, de que Raoul hubiera logrado escapar. Seguramente él merecía la muerte más que cualquiera de sus seguidores que habían muerto, pero Oso Blanco no se había quedado solo para ver a Raoul muerto.

    De hecho, fue un alivio que los espíritus no hubieran respondido a la oración prohibida de Oso Blanco.

    Siguió buscando movimiento por el rabillo del ojo, tratando de ver si Otto Wegner estaba en alguna parte, pero no vio señales de él.

    "¿Cuántos cuchillos largos?" dijo Zarpa de Lobo al explorador mientras este se acercaba a caballo. "¿Podemos luchar contra ellos?"

    La mano del explorador cortó el aire en un no: "Demasiados. Cincuenta al menos. Todos a caballo y tienen una carreta".

    "Vienen a recoger a sus muertos", dijo Zarpa de Lobo. "No les va a gustar lo que encuentren". Sonrió al cadáver que acababa de mutilar.

    "Mejor montar y alejarse de aquí", dijo el explorador. "Si nos ven, nos perseguirán".

    "No nos perseguirán", dijo Zarpa de Lobo. "Temerán una emboscada". Su sonrisa se amplió. "Quizá les tendamos una".

    A la orden gritada de Zarpa de Lobo, los seis guerreros que se habían quedado con él se movieron hacia los árboles al norte de Arroyo del Viejo, los mismos árboles donde Oso Blanco se había refugiado la noche anterior. Oso Blanco intentó encontrar el árbol donde había escondido a Wegner, pero el bosque parecía diferente a la luz del día.

    Zarpa de Lobo ordenó a su grupo que montaran en los caballos atados entre los árboles y cabalgaran hacia el Norte, hasta el campamento de Halcón Negro. Pero aunque él se subió a la silla de montar, no cabalgó con ellos. Se quedó sentado en su poni gris con manchas blancas mirando hacia la dirección de donde vendrían los cuchillos largos. Una pantalla de ramas de arce bajas y vides silvestres le ocultaban. Oso Blanco, sobre una yegua marrón capturada en el campamento de Raoul anoche, se detuvo a su lado.

    "¿Por qué te quedas?" Preguntó Oso Blanco.

    "He contado solo once cuchillos largos muertos", dijo Zarpa de Lobo. "Quiero doce". Puso el martillo de su rifle a la mitad, vertió compacta pólvora de fino grano del cazo de un pequeño matraz y cerró el percutor sobre esta.

    Oso Blanco sintió que algo muy importante estaba a punto suceder y que debía esperar con Zarpa de Lobo.

    "¿Por qué esperas tú?" exigió Zarpa de Lobo. "Tú nunca matas a nadie".

    "Aquí vienen", dijo Oso Blanco eligiendo no responderle.

    Los dos caballos tiraban de la carreta. Esta tenía una cama plana con barandas a los lados. Los caballos se detuvieron en el arroyo. La mayoría de los cuchillos largos desmontaron y comenzaron a buscar entre los restos del campamento de Raoul. Algunos cruzaron el arroyo. Zarpa de Lobo levantó el rifle.

    Los cuchillos largos se gritaban unos a otros y maldecían al encontrar los cuerpos mutilados de sus camaradas.

    Ahora nos odian más.

    Los cuchillos largos tenían mantas enrolladas atadas a las espaldas de sus caballos. Abrieron las mantas y las usaron para recoger a los muertos. Un par de hombres a pie ya cargaban un cuerpo envuelto en una manta a través del arroyo hasta la carreta.

    Un cuchillo largo cabalgaba despacio hacia ellos. Era tan alto que sus piernas colgaban de su caballo casi hasta el suelo. Llegó hasta el cuerpo que Zarpa de Lobo acababa de desnudar y bajó del caballo. Se quitó el sombrero gris de ala ancha y lo sostuvo con ambas manos mientras bajaba la vista hacia el cuerpo.

    Oso Blanco escuchó el chasquido de un martillo de chispa al ser retirado en posición de disparo. Zarpa de Lobo miraba a lo largo del cañón.

    El miliciano levantó la cabeza y Oso Blanco vio lágrimas brillando al sol de la mañana correr por sus mejillas.

    Oso Blanco conocía a ese hombre.

    Una cara morena demacrada con huesos fuertes, ojos grises profundos, una cara joven envejecida por el dolor. En la visión de Oso Blanco del invierno pasado, este hombre tenía una barba negra, ahora estaba bien afeitado, pero este era el hombre que la Tortuga le había mostrado.

    Un repentino grito desde el bosque hizo que Oso Blanco y Zarpa de Lobo saltaran con sorpresa.

    "¡Ayuda! ¡Ayudadme, por favor!".

    Oso Blanco vio a Otto Wegner salir cojeando desde los árboles a unos treinta metros a su derecha. Estaba tratando de correr hacia el hombre alto.

    Cojeaba gravemente y dejaba escapar un "¡Oh!" de dolor con cada paso.

    El hombre alto volvió a ponerse el sombrero en la cabeza y corrió hacia el prusiano, quien cayó de bruces sobre la hierba a poca distancia de la linde del bosque.

    Zarpa de Lobo giró el rifle hacia Otto, pero antes de que pudiera disparar, Otto cayó y quedó casi oscurecido por la hierba alta. El cañón del rifle negro azulado se alzó hacia el hombre que iba en su ayuda. Oso Blanco escuchó a Zarpa de Lobo respirar hondo por la nariz y vio que su dedo se tensaba en el gatillo.

    Mientras el martillo caía y la chispa hizo que el polvo chisporroteara en el cazo, Oso Blanco extendió la mano en el instante entre el apretar el gatillo y el disparo del rifle. Oso Blanco apartó el cañón fuera del objetivo.

    El rifle se disparó con una explosión y un destello y una nube de humo azul.

    El larguirucho giró la cabeza y miró a los árboles donde Zarpa de Lobo y Oso Blanco estaban escondidos sobre los caballos. El hombre gritó y señaló. Los cuchillos largos, dispersados entre el arroyo y el bosque, se llevaron los rifles a los hombros. Algunos de ellos saltaron sobre sus caballos.

    "¿Por qué has hecho eso?" gritó Zarpa de Lobo. Ya no importaba que los cuchillos largos pudieran oírle.

    Levantó su rifle como para golpear a Oso Blanco con la culata, como lo había hecho Eli Greenglove hacía muchas lunas.

    "Vamos", dijo Oso Blanco ignorando la amenaza y pateando los costados de su caballo para iniciar un galope por el bosque. Zarpa de Lobo, quien no tenía tiempo de recargar, tronaba detrás de él, gritando alaridos de furia inarticulada.

    Oso Blanco estaba seguro de que Zarpa de Lobo le golpearía con la culata de un rifle o un hacha de guerra o un cuchillo antes de que salieran del bosque, pero Zarpa de Lobo estaba ahora totalmente decidido a escapar.

    ¡Ahora lo entiendo!

    La comprensión golpeó a Oso Blanco tan repentina y sorprendentemente que se sentó erguido sobre su silla de montar. Una rama de árbol que volaba hacia él casi lo golpeó en la cara. Se agachó bajo esta en el último momento.

    Por eso había querido quedarse con Zarpa de Lobo, aún a costa de retrasar su reunión con Pájaro Rojo, aún a riesgo de su vida. No era solo para proteger a Otto Wegner. La Tortuga, o tal vez incluso el mismo Hacedor de la Tierra, se lo había ordenado. Si no hubiera estado allí, Zarpa de Lobo habría matado a ese hombre alto y delgado que había venido a enterrar a sus camaradas caídos.

    Oso Blanco recordó el resto de su visión: cientos de cuchillos largos de azul cargando y muriendo. ¿Enviaría este hombre a esos cuchillos largos o a sus enemigos a la batalla?

    Era imposible descifrarlo. Quizá nunca sabría la respuesta.

    Ambos cabalgaban sobre la pradera, al otro lado del bosque, en dirección al campamento de Halcón Negro. Los cuchillos largos que los seguían se habían quedado atrás, sin duda temerosos, como Zarpa de Lobo había predicho, de una emboscada.

    Aún esperando sentir que el filo de un tomahawk le partiría la columna, Oso Blanco redujo la velocidad.

    "¡De modo que...!" gritó Zarpa de Lobo. "¡Todavía eres un ojos pálidos!".

    "No", Oso Blanco intentó explicar. "Fue una visión que tuve. Tenía que salvar a ese hombre".

    "Una visión", se burló Zarpa de Lobo. "Debería matarte ahora mismo. Si no fueras un chamán... Un guerrero necesita toda su suerte, pero, dado que esos ojos pálidos tuyos son tan preciosos para ti, los mataré a ellos. Ya escuchaste lo que dijo mi padre. Yo dirigiré el grupo de guerra que va a la casa de tus ojos pálidos. Y esta vez no podrás salvar a nadie".

    No hablaron más. Aunque el cielo de la mañana era brillante, una nube de temor se apoderó de Oso Blanco. ¿Qué sería de Nicole, el abuelo, Frank y toda la gente de Victoire y Víctor que habían sido sus amigos? A instancias de algún espíritu, había salvado al hombre alto y delgado, un extraño para él. Y había salvado a Otto Wegner, uno de los hombres contratados de Raoul.

    ¿No había nada que pudiera hacer por sus propios seres queridos?

Capítulo 15

El Fuerte

    El hedor de la pólvora del diablo abrasaba las fosas nasales de Nicole. Flechas volaban sobre la empalizada del puesto comercial y caían en el patio, algunas temblaban erguidas sobre el suelo. Nicole escuchaba los penetrantes chillidos de los indios sobre el estallido constante del fuego de rifle.

    Estaba en la puerta abierta del fuerte con el cuerpo tenso por el miedo mientras miraba a Frank, que estaba en la pasarela sobre la puerta principal. Él estaba agachado tras los puntiagudos troncos de la empalizada. Frunciendo el ceño de concentración, recargando lentamente su rifle.

    "Mira a Frank allá arriba", le dijo Nicole a Pamela Russell, que estaba a su lado. "Oh, Dios, odio verle al descubierto. ¡Frank!", dijo ella, aunque sabía que él no podía oírla. "¡Entra en una de las torres!".

    "Burke también", dijo Pamela "¿Por qué lo hacen?" Señaló el lado Este de la empalizada donde su esposo, un hombre fornido con gafas, estaba de pie en la pasarela. Con los indios atacando la puerta principal, le habían dejado solo para proteger el parapeto Este. El resto de los hombres, diez de ellos, estaban en la parte delantera de las empalizadas, disparando.

    Doce hombres. Doce hombres que saben usar rifles. Eso es todo lo que tenemos.

    Y cuatro eran el esposo de Nicole, dos de sus hijos y su padre.

    Ella jadeó.

    Vio un lazo de cuerda volar por el aire sobre el muro oriental y amarrarse a uno de los troncos afilados. Un momento después apareció una cabeza oscura coronada de plumas sobre la empalizada. Y Burke Russell estaba mirando hacia otro lado.

    "¡Burke, cuidado!" chilló Pamela.

    Burke la oyó y se dio la vuelta llevándose el rifle al hombro.

    "¡Por favor, Dios!" gimoteó Nicole.

    El indio saltó el parapeto. Parecía el doble de alto que Burke, con músculos abultados que relucían con aceite. Llevaba solo un taparrabos y su cuerpo marrón como la nuez estaba pintado a rayas rojas, amarillas y negras. Su cabellera ondulaba por detrás mientras se apresuraba hacia Burke blandiendo un garrote de guerra con una brillante punta de metal que sobresalía de su extremo grueso.

    El rifle de Burke se disparó con un destello naranja, una explosión y una nube de humo.

    El indio no se detuvo. El garrote de guerra cayó sobre la cabeza de Burke. Nicole oyó un ruido sordo y se oyó a ella misma gritar.

    Pamela gritó "¡Oh, no, oh, Dios, no! ¡Burke! ¡Burke!".

    Las gafas de Burke salieron volando del rostro, golpearon la pasarela y cayeron al suelo. Con la mano libre, el gigante indio agarró el rifle mientras Burke se desplomaba. Levantó ambos brazos sobre su cabeza, el rifle en una mano y el garrote manchado de sangre en la otra, y gritó su triunfo.

    El estómago de Nicole se revolvió.

    Pamela cayó sobre ella, desmayada. Nicole echó un brazo alrededor de Pamela y la dejó caer al suelo. Y vio a otra media docena de indios, agitando rifles y hachas, sortear de un salto el parapeto oriental y aterrizar en la pasarela cerca del cuerpo de Burke Russell.

    "¡Frank! ¡Detrás de ti!" gritó ella.

    Frank se volvió, apuntó y disparó contra los indios. Corrió hacia la torre de la esquina más cercana.

    Nicole no vio si él había alcanzado a alguno de los indios. Arrastró a Pamela fuera de la puerta con la ayuda de Ellen Slattery, la esposa del herrero. Sentaron a Pamela en un banco junto a la pared. Su grueso cabello castaño caía hacia adelante mientras Nicole empujaba su cabeza hacia abajo para reanimarla.

    No sé por qué estoy haciendo esto. Es una misericordia que esté inconsciente.

    ¡Frank!

    Con el corazón en la garganta, Nicole se puso en pie y corrió hacia la puerta. Una flecha zumbó al cruzar la puerta abierta y golpeó el cañón de hierro que estaba en el centro del pasillo del fuerte.

    Soy un gran objetivo para esos indios, pensó Nicole, la bromita irónica ayudó a evitar que llorara de terror.

    Espió por el borde de la puerta y vio una furia de cuerpos marrones en la pasarela sur donde Frank había estado apostado. En el centro de la pasarela, un valiente con una cresta de gallo teñida de rojo gritaba y blandía un tomahawk con cabeza de acero, ordenando a otros grupos a martillear en las puertas de las torres de las esquinas con garrotes, tomahawks y culatas de rifle. Los anillos negros pintados alrededor de los ojos y las rayas amarillas en los pómulos le daban una mirada aterradora.

    Incluso en medio de su miedo y odio, ella pudo apreciar que su cuerpo era magnífico. El cuerpo masculino más hermoso que ella había visto jamás.

    Para su alivio, Nicole no vio hombres blancos muertos en ninguna parte, excepto el de Burke Russell, que permanecía inmóvil, con la cabeza hecha un desastre rojo brillante y un brazo colgando por el borde de la pasarela oriental. Le echó una rápida mirada y luego apartó la vista, sintiéndose mareada otra vez.

    Lo que hacía que fuera aún más vergonzoso que Burke hubiera muerto en la empalizada era que los hombres nunca habían planeado defenderla. Solo querían retrasar un poco a los indios. Aquí, en el fuerte, era donde ellos esperaban poder resistir.

    Con la ayuda de Dios.

    "¡Oh, Burke! ¡Oh, mi Burke!" Pamela Russell estaba despierta y chillando. Ellen Slattery miró impotente a Nicole.

    Nicole se sintió desconsolada por Pamela, pero tenía que dejarla estar. Había demasiado que hacer. Corrió a través de las personas apiñadas en la sala principal de la planta baja del fuerte. Debía de haber cuatrocientas personas aquí, en su mayoría mujeres y niños, pensaba ella.

    Y Raoul tiene más de cien hombres de Víctor con él. Dios sabrá dónde.

    Aquí tenían más rifles que hombres. Dos docenas de rifles estaban apoyados en el muro de piedra. Muchas familias poseían dos o tres rifles, y la gente los había cogido según huían hacia el puesto comercial.

    Bueno, una mujer también puede meter una bola por un agujero y apretar un gatillo.

    Y fallar el tiro, pensó ella. Su corazón era una bola de hielo. Todavía no había visto a un indio recibir un disparo.

    Nicole habló en voz alta a las mujeres que la rodeaban: "Los indios dispararán desde la pasarela a nuestros hombres cuando ellos traten de volver con nosotras". Comenzó a cargar un rifle. "Tenemos que disparar a los indios y obligarlos a cubrirse".

    Ella no había tenido un rifle en sus manos desde que se había casado con Frank, quien no quería armas en la casa. Pero Elysée de Marion había enseñado a su hija a disparar, y ella no lo había olvidado.

    Apiladas junto a los rifles había bolsas de franela.y cuernos de pólvora y cinco pequeños barriles, todos llenos de pólvora. En ese amanecer frenético, después de huir hasta aquí, los hombres y las mujeres habían formado una hilera de relevos para sacar las bolsas y barriles de pólvora del polvorín de piedra de Raoul hasta el fuerte.

    Sintiéndose un poco más esperanzada, Nicole vio lingotes de plomo junto a la munición, probablemente de la mina de plomo que Raoul había cerrado justo antes de partir de Víctor. Y vio moldes de bala en forma de tijera. Tenían algunas de las cosas que necesitaban.

    Ojalá supieran cómo usar estas cosas.

    "¿Quién sabe cómo moldear balas?" le preguntó al grupo de mujeres que habían estado de pie en silencio, observándola.

    "Yo sé", dijo Elfrida Wegner. Por supuesto, pensó Nicole, su esposo había sido soldado en Europa.

    Elfrida y otras dos mujeres llevaron los lingotes de plomo y los moldes a la gran chimenea en la parte trasera del salón.

    De los cientos de mujeres que se agolpaban en el salón, Nicole reunió a diez voluntarias que sabían algo sobre rifles, cinco para disparar y cinco para cargar.

    Llamó a dos de los muchachos más grandes para que llevaran cestas de bolas arriba. Pero llevar la pólvora, eso era peligroso. Ella no pudo reunir coraje para pedirle a otra persona que hiciera eso.

    Llenó una cesta con sacos de cartuchos, agregó un cuerno de pólvora en la parte superior, se lo subió al hombro y subió las escaleras, aterrorizada en todo el camino.

    "Por Judas, es usted fuerte, Señora Hopkins", dijo uno de los muchachos que cargaba bolas. Nicole sintió una cálida sensación al escuchar eso; supuso que la mayoría de la gente la consideraba gorda sin más.

    Aún no podía creer lo que iba a hacer. Intentar matar personas. Escogió una ranura en la pared de troncos y sacó el cañón de su rifle. Podía ver un poco del patio debajo. Hombres blancos volvían de las torres, los indios venían hacia ellos. Todos ellos se movían despacio. Blancos retrocediendo un paso a la vez. Indios imitándolos paso a paso. Un baile. El valiente de la cresta roja aún estaba de pie en la pasarela sobre la puerta principal, balanceando su tomahawk y gritando órdenes. El Jefe.

    Nicole abrió el cordón de una bolsa de cartuchos, mordió el extremo de un cartucho de papel y vertió el polvo negro por la boca del rifle. Separó la baqueta de la culata del rifle y envolvió una bala en un paño engrasado, colocándola en el fondo por el apretado y estriado cañón. Agradeció al cielo no haber olvidado cómo hacerlo.

    Dejó caer los finos granos de cebado en polvo del cuerno en el cazo, apuntó con su rifle al valiente de cresta roja y divisó el cañón negro en el centro de su pecho.

    Su dedo tembló en el gatillo. No podía matar a un hombre. Se le nubló la vista.

    Si ella no lo mataba, él podría matar a Frank o a Tom o a Ben o a papá. Recordó el destrozado y sangriento cráneo de Burke Russell.

    Tenía que hacerlo. Su visión se despejó.

    Respiró hondo, estabilizándose.

    Oyó el chasquido del martillo al apretar el gatillo. El martillo avanzó percutiendo, encendió el pedernal y la chispa alcanzó el cazo. El rifle se disparó con un trueno que hizo pitarle los oídos, y su objetivo fue oscurecido por un humo color crema delante del rifle.

    Cuando el humo se disipó, el valiente seguía en pie en la pasarela.

    Ella apretó el puño y susurró: "¡Maldición!".

    El indio de cresta roja miró a su derecha, como si hubiera escuchado una bola impactar en la pared de la empalizada allí, luego la miró a ella directamente. Nicole sabía que en realidad él no podía verla. Ella estaba escondida detrás de una pared de troncos y les separaba una treintena de metros o más. Aun así, le pareció que su malévola mirada se encontraba con la suya.

    Le dio el rifle a Bernadette Bosquet, una cocinera del chateau, y esta le devolvió uno cargado.

    En el patio, los indios estaban asaltando la tienda de pieles y la posada. Los hombres blancos, que se retiraban, estaban convergiendo hacia la puerta principal del fuerte.

    Vio a Elysée y a Guichard emerger de detrás de la posada. Los dos ancianos se movían lentamente. Elysée cojeaba pesadamente, ambos caminaban hacia atrás. Guichard disparó a los seis o más indios agazapados que venían hacia ellos. Elysée, con el bastón en la mano izquierda, levantó su pistola. Guichard operó rápidamente el cuerno de pólvora y la baqueta para cargar el rifle. Elysée disparó y derribó a uno de los indios. Ambos hombres retrocedieron unos pasos cuando el humo de pólvora envolvió a sus atacantes. Los indios se abalanzaron sobre ellos y Guichard levantó su rifle. Los indios dudaron. Elysée dio un paso detrás de Guichard y, con el bastón bajo un brazo, empezó a recargar la pistola. A una palabra de Elysée, Guichard disparó y uno de los rojos con un rifle se desplomó allí mismo. Guichard, echando mano a su cuerno de pólvora, retrocedió unos pasos detrás de Elysée, quien ahora mantenía a los indios a raya.

    Nicole sintió que le temblaban las piernas y se le formó un nudo en la garganta al observar la intrépida precisión con la que su padre, y su criado de toda la vida, realizaban su retirada. Esos dos viejos no deberían tener que luchar, pero hoy todos los hombres eran necesarios.

    Ella vio a Frank y a sus dos hijos mayores, Tom y Ben, corriendo por el patio hasta la puerta principal. Se desvanecieron bajo el alero de la segunda planta del fuerte, hecha de troncos. ¡Gracias a Dios que se habían salvado! Ella se sintió débil y respiró hondo.

    Le entregó el rifle a Bernadette: "Toma, dispara tú, yo tengo que ver a mi esposo e hijos".

    "Merci, madame, pensé que nunca me iba a ceder el turno".

    Cuando Nicole bajó las escaleras, Frank y los otros hombres se habían congregado en el pasillo. La pesada puerta principal del fuerte estaba cerrada y bloqueada con tablas, arrojando casi completa oscuridad sobre la planta inferior de paredes de piedra. Dos hombres estaban disparando rifles por los puestos de tiro a ambos lados de la puerta. Las mujeres encendieron lámparas de aceite y velas y las colocaron en estantes por la habitación.

    Las mujeres cuyos hombres estaban aquí los abrazaban con fuerza. Nicole lanzó los brazos alrededor de Frank, luego los amplió para incluir a Tom y a Ben cuando ellos corrieron para reunirse con su madre y su padre.

    Ella examinó a sus hijos. Sus rostros estaban rosados ​​y los ojos de Nicole brillaron de emoción. Serían hombres dentro de un año o dos. Y después de hoy, pensó ella, a Frank le costaría mucho mantenerlos alejados de los rifles.

    Si vivimos este día.

    Mientras sentía a Frank fuerte y vivo apretado en su abrazo, un repentino e intenso deseo de hacerle el amor la invadió. Se sorprendió a sí misma.

    Pero ella ya había visto a un hombre abatido y sabía que antes de la puesta del sol, ella o Frank podrían estar muertos. La comprensión de lo precioso que era Frank para ella había llevado a su cuerpo a una vida apasionada.

    Nicole escuchó los chillidos y alaridos de los indios en el patio del puesto comercial.

    Un David Cooper de ojos severos dijo: "No podemos detenerlos solo disparando desde la planta baja. Necesitamos tiradores en todos los puestos de tiro de arriba".

    Asintió con aprobación al ver a Elfrida Wegner y otras tres mujeres moldeando balas junto al fuego que acababan de encender.

    Él exclamó: "De acuerdo, cuatro hombres y cuatro de las mujeres que tomen puestos de tiro aquí abajo. El resto que venga conmigo a la segunda planta".

    Recogiendo rifles adicionales, cinco hombres y treinta mujeres o más siguieron a Cooper escaleras arriba, donde él los organizó para disparar, cada tirador tenía a alguien que recargaba y llevaba la munición.

    Nicole podría haberse ofrecido voluntariamente para disparar a través de uno de los puestos de tiro de arriba, pero eligió cargar rifles para Frank. Sentía que podría ser importante para Frank que él fuera quien disparara y ella se quedara a ayudarle. Prefería estar a su lado, de todos modos, que disparando en el otro lado de la habitación.

    Frank sacó el cañón de su rifle octogonal por su puesto. El hueco tenía solo quince centímetros de ancho y siete centímetros y medio de alto, y la pared de troncos tenía treinta centímetros o más de grosor, pero Nicole aún temblaba ante la idea de que un indio pudiera llegar y golpear a Frank con una flecha o una bala. Trabajando para cargar su segundo rifle, Nicole trató de no pensar en eso.

    Gracias a Dios que tenían a David Cooper aquí, alguien que parecía saber lo que hacer. Nicole recordaba lo que Cooper había dicho el día que Raoul había obligado a Auguste a salir del chateau: ¿Es así como hacéis las cosas en el condado de Smith? Fue Cooper quien había abierto el puesto comercial a los primeros refugiados del ataque indio, gente de Victoire, poco después del amanecer. Él y Burke, Russell Burke. El corazón de Nicole se hundió.

    Los temores de Nicole se volvieron hacia Victoire y hacia las granjas periféricas. Los indios habían atacado tan repentinamente, a caballo a través de la pradera, que solo había habido tiempo para que la gente de Víctor y algunos del chateau se apiñaran en el puesto comercial. Muchos de los niños y algunas de las mujeres reunidas en la sala principal todavía estaban en camisón, pero faltaban entre la multitud de abajo personas que Nicole conocía: el reverendo Philip Hale y Nancy Hale, Clarissa Greenglove y los dos hijos de Raoul, Marchette Perrault y muchos otros. El miedo le retorció el vientre al pensar en lo que los indios podrían haberles hecho.

    Cooper se había asignado a un puesto de armas en la pared Este del fuerte. Nicole fue hacia él.

    "Sr. Cooper, ¿podría echar un vistazo desde aquí?"

    "Ciertamente, madam" Suspiró él. "Esa solía ser su casa, esa mansión en la colina, ¿verdad?"

    El pobre Burke Russell, vio ella, todavía estaba tumbado en la pasarela oriental. Aunque tres indios muertos estaban ahora tendidos allí para hacerle compañía. Ella estaba un poco más endurecida ante esas visiones que ella había visto en tan poco tiempo. Pero lo que vio en el alegre cielo de junio, más allá de la empalizada, hizo que su cuerpo se congelara como el hielo por el horror.

    Una cuerda de denso humo negro se ascendía enroscándose, retorciéndose de un lado a otro, extendiéndose hasta parecer que manchaba todo el cuarto oriental del cielo. La empalizada era demasiado alta para que ella viera el fuego, aunque lenguas rojas de fuego se disparaban de vez en cuando en medio del humo. Ella no tenía ninguna duda sobre dónde estaba el fuego.

    "¡Están quemando Victoire!" Ella comenzó a llorar.

    Sintió que la mano de Frank le acariciaba el hombro y ella se giró.

    "Confiaba en que la gente de Victoire pudiera resistir", dijo ella.

    Frank la rodeó con el brazo: "Nicole, lo siento, es muy probable que las únicas personas que queden vivas en Victoire ya estén aquí. Afortunadamente, la mayoría de ellas pudieron escapar de los indios y llegar aquí".

    "Pero, Frank, ¿qué ha pasado con los demás...? con con Marchette, con Clarissa... ¿están todos muertos?"

    Frank no respondió. Simplemente se quedó allí abrazándola.

    El dolor pesó sobre ella como una manta de hierro. Si no hubiera tenido a Frank en quien apoyarse, seguramente se habría caído al suelo. Miró de nuevo y vio otras columnas de humo más distantes. Los indios debían de haber venido del Este y atacado cada una de las granjas que encontraron en su camino. ¡Seguramente habían destruido la iglesia de Philip Hale! ¡La pobre Nancy!

    David Cooper dijo: "A veces las personas logran esconderse. Los indios no pueden ver en todas partes".

    El peso sobre su espalda y hombros pareció aligerarse con esa idea.

    "Sí, la mina de plomo, por ejemplo", dijo Frank. "Un lugar perfecto".

    "Oh, no pueden haber matado a todas esas personas", dijo Nicole.

    Por favor, que Marchette y Clarissa y Nancy y el reverendo Hale estén vivos.

    Ella quería desesperadamente rezar. Quería creer que un Dios amoroso estaba bajando la vista hacia Victoire y Víctor, y protegiendo a sus amigos y a las personas con las que había crecido.

    Durante la siguiente hora o más, Nicole no pensó en nada y no hizo nada más que morder cartuchos y echar pólvora, meter balas caseras, poner un rifle en las manos manchadas de tinta de Frank, tomar otro rifle y cargarlo. Su boca estaba dolorida de morder el rígido papel. Le dolían los brazos y las manos de hacer los mismos movimientos una y otra vez. El incesante tiroteo a su alrededor la ensordecía, el hedor, y lo que era peor, el sabor de la pólvora le revolvía el estómago, y sus manos estaban más negras que como nunca habían estado las de Frank por su imprenta.

    Frank disparaba cada vez con menos frecuencia. Se apoyaba contra la pared de troncos y se pasaba el brazo por la frente.

    "No paramos de verter plomo en el patio. Eso los mantiene a cubierto, pero han abierto agujeros en las paredes de la torre de la esquina y nos están disparando desde allí". Un grito indio llamó su atención y él se asomó de nuevo.

    "¡Ahora, mira eso!" dijo él. Nicole puso la cabeza junto a la suya en el puesto de rifle.

    Una tormenta de nieve en el patio del puesto comercial. Manchas blancas llenaban el aire entre la posada y el fuerte. Vio brazos marrones sacudiendo colchones cortados y almohadas por las ventanas. Las plumas flotaban hasta el puesto de armas. Más plumas caían lentamente para salpicar la fresca hierba de junio. Ella escuchó gritos y risas desde la posada.

    Me cortarían las tripas tan rápido como destripan una almohada y piensan que eso es muy divertido.

    "Se están emborrachando", dijo Frank, "De todo el licor de la taberna de Raoul. Deben de estar saqueando la ciudad también".

    Quemarán nuestra casa. Todo quedará destruido, las camas y los platos, los espejos, las oficinas, la rueca, el reloj, la plata y los cubiertos, nuestra ropa, nuestros libros y antiguas cartas, los juguetes de los niños, las especias, la cuna en la que mecí a todos nuestros bebés. Las máquinas y herramientas de carpintería, y, ¡oh, por favor, Dios, no! ¡La imprenta de Frank no!

    ¡Basta, Nicole, has sido bendecida! Bendecida por que atacaron al amanecer cuando todos los niños estaban en casa, y no dispersos por todo el campo, y ahora están a salvo aquí. Bendecida por que tu esposo está a tu lado y no muerto en el parapeto de la empalizada como Burke Russell.

    Pero mientras pensaba en cosas por las que estar agradecida, recordó lo que podría pasarles en las próximas horas.

    Un indio cargó desde la puerta principal de la posada. Estaba agitando un machete curvado de la Marina. Corría hacia el fuerte, gritando. Sus pasos vacilaban, y Nicole supuso que debía de estar lleno de whisky.

    Aún así ella seguía aterrorizada. ¿Y si todos fallaban el tiro y él, de alguna manera, entraba aquí y otros lo seguían?

    "Cuidado", dijo Frank, y la apartó suavemente del puesto de tiro. Sacó su rifle y disparó.

    "Le di, pero no se ha caído".

    Volviendo a la rutina, Nicole tomó el rifle de Frank y lo cargó. Los rifles estaban tronando a lo largo del frente del fuerte mientras los hombres intentaban detener al indio con el puñal. El segundo rifle de Frank se disparó.

    "No quiere morir", dijo Frank. "Está lleno de balas". Ella oyó dolor en su voz y, cuando le entregó su rifle recién cargado, Nicole vio que tenía el labio superior con perlitas de sudor. Ella sufría por él. Él odiaba matar y ahora se veía obligado a intentar una y otra vez matar a ese hombre.

    Frank apuntó y disparó de nuevo. "Ahí lo tengo. Ha caído".

    Frank sacó el rifle y se lo entregó a Nicole. Mientras ella comenzaba a recargarlo, él se apoyó en la pared. Lentamente, sus rodillas se doblaron y se él cayó resbalando hasta quedar sentado en el suelo. Ella dejó el rifle y se agachó a su lado, acariciándole el brazo, a ella le dolía el corazón.

    Él se tapó la boca con la mano. Su cuerpo se convulsionó, pero él logró contener el vómito. Después de un momento, respirando con dificultad, se quitó la mano de la boca.

    "¡Oh, Jesús! ¿Qué estoy haciendo?"

    Nicole lo abrazó y la cabeza de él cayó entre sus pechos.

    "Disculpe, Señora Hopkins", dijo una voz tras ella. Nicole soltó a Frank cuando David Cooper se puso en cuclillas junto a ellos y descansó la mano en la rodilla de Frank. "

    "Hopkins, has hecho bien. Yo estuve con Harrison en la Aldea Tippecanoe, y cuando los indios salieron del bosque, no creo que más de la mitad de los hombres dispararan sus rifles. En realidad pocos hombres encuentran sencillo matar. Hay veces que tenemos que hacerlo".

    Cooper dijo: "Si todavía te sientes mal, solo piensa en lo que le harían a tu esposa e hijos si entraran aquí".

    "¡Aquí vienen de nuevo!" gritó una mujer en la línea de tiro.

    Una y otra vez Nicole escuchaba el golpe de balas en la pared de troncos cerca de la cabeza de Frank mientras este disparaba constantemente a los indios que cargaban desde los edificios de los puestos comerciales que habían capturado.

    Frank giró desde el puesto de tiro para entregarle a Nicole un rifle vacío y tomar uno cargado. Una flecha atravesó la estrecha abertura, fallando su cabeza por centímetros.

    ¡Gracias, Dios!

    Los defensores mantuvieron un fuego constante hasta que los indios se retiraron nuevamente a los edificios capturados. Nicole y Frank se turnaban para mirar por el puesto de tiro. ¿Qué le estaría pasando a su casa en este momento?

    La calma se extendió. Nicole bajó las escaleras para buscar a sus hijos, comenzó a abrirse paso entre la multitud sentada en el suelo del salón del fuerte.

    Estirada en un banco había una mujer cuyo nombre Nicole no conocía, una recién llegada al asentamiento. El lado derecho de su vestido a cuadros estaba empapado en sangre desde el hombro hasta la cintura. Gimiendo débilmente, la mujer parecía medio consciente.

    "Flecha", dijo Ellen Slattery, que estaba presionando un paño doblado en el hombro de la mujer.

    Nicole se estremeció, le dio unas palmaditas a Ellen en la espalda y continuó. Vio a Tom y Ben ocupando dos puestos de tiro en la planta baja. Abigail, Martha y John estaban jugando junto al cañón, fingiendo disparar a los indios. Los tres más jóvenes, Rachel, Betsy y Patrick, estaban con un grupo reunido en la habitación trasera de paredes de piedra que Raoul usaba como su oficina. Cantaban himnos. Pamela Russell, vio Nicole, también estaba con los cantantes de himnos, las lágrimas corrían por su rostro. Cuando Nicole se acercó a la chimenea para reunirse con las mujeres moldeando balas, escuchó:

    "Dios mío, cuántos son mis miedos,

    ¡Qué rápido aumentan mis enemigos!

    ¡Su número, cómo se multiplica!

    Qué fatal para mi paz".

    Esta debe de ser la primera vez que estas paredes han escuchado un himno.

    Nicole tomó un turno en la fabricación de balas. Vertía el plomo fundido plateado de una tetera sobre el fuego en el agujerito del molde ahuecado, abriendo el molde con los mangos de tijera y dejando caer la bola aún caliente en una gran cesta. Otra mujer tomaba cada bola y limpiaba la parte de metal residual que se formaba en el orificio a través del cual se vertía el plomo.

    "¡Inyos!" gritó un hombre. Las mujeres y los niños se agacharon en el suelo y Nicole corrió escaleras arriba para ayudar a Frank.

    Después de que el fuego de los rifles de ambos niveles hiciera retroceder el último asalto, Frank dijo: "Abatimos a algunos cada vez que atacan, pero no es suficiente, estoy seguro de haber visto más de cien cuando estaba en el parapeto".

    "No tenemos comida y queda muy poca agua", dijo Nicole. "Podrían esperar y no duraríamos mucho" La única agua que tenían estaba en baldes que la gente del pueblo había traído al fuerte con ellos.

    David Cooper dijo: "Tenemos que estar preparados para un gran ataque al fortín. Intentarán incendiarlo, así que será mejor que ahorremos toda agua que podamos".

    El cuerpo de Nicole estalló en un sudor frío al pensar en el fuego, recordó toda la pólvora que habían transferido al fuerte.

    Suficiente para hacernos explotar a todos.

    Y entonces recordó también lo que le había sucedido a Helene hacía veinte años en el Fuerte Dearborn.

    Quizá volar en pedazos sea una mejor manera de irse.

    "Y aquí está el hombre perfecto encargado de racionar el agua", dijo Cooper.

    Nicole se volvió y vio a su padre subir las escaleras, erguirse junto a la barandilla y apoyarse en su bastón. Al llegar a la parte superior de las escaleras, Frank lo tomó del brazo y lo ayudó a sentarse en una caja de madera cerca del puesto de tiro.

    Elysée dijo: "Una de las mujeres, la señora Russell, insistió en usar mi rifle y hacer guardia en mi lugar. Me alegra no tener que disparar a ningún hombre rojo durante un tiempo. No paro de pensar que podría este disparándole a Auguste".

    Nicole jadeó: "¡Auguste! Papá, él nunca estaría ahí afuera".

    "Quizá no. ¿Has hablado con alguien que tuviera noticias de mis nietos?" le preguntó Elysée.

    Nicole estaba a punto de decir: «Todos están aquí», cuando se percató de a quién se refería.

    "¿Los hijos de Raoul y Clarissa?" Ella negó con tristeza: "No, papá, todos los de Victoire que no están aquí... no sabemos qué les ha pasado".

    Elysée suspiró: "Pobrecillos. En todos estos años desde que nacieron, apenas he tenido ocasión de hablar con ellos solo una o dos veces".

    El grito de: "¡Aquí vienen los inyos!" irrumpió entre ellos nuevamente.

    David Cooper le dio a Elysée breves instrucciones sobre el racionamiento del agua, y el anciano bajó cojeando las escaleras cuando los disparos comenzaron de nuevo.

    Nicole, cargando y recargando los rifles de Frank, con los brazos y la mente entumecidos, escuchó disparos a su alrededor. Los indios venían desde todas direcciones. Flechas y alguna bala ocasional silbaban a través de los puestos, pero nadie fue alcanzado. Humo atravesó la segunda planta del fuerte, haciendo llorar los ojos.

    Los indios se retiraron de nuevo. Cuando cesaron los disparos, Nicole agradeció ver que el humo de la pólvora que había llenado la segunda planta voló hacia el techo y desapareció. Al mirar hacia arriba, vio que había un espacio de casi treinta centímetros de alto entre la parte superior de la pared de troncos y el techo El techo descansaba sobre grandes vigas verticales, su voladizo cubría la abertura. Hombres podían trepar allí, supuso ella, y disparar hacia abajo. Los atacantes tendrían que estar directamente bajo ellos para devolver el fuego.

    Había un montón de cosas que ella no conocía de este fuerte. En los años transcurridos desde que Raoul lo había construido, casi nunca había tenido motivo para entrar. La última vez había sido cuando ella y Frank le habían pedido a Raoul que dejara hombres para proteger la ciudad. Ahora su vida dependía de lo bien que Raoul lo había construido, y eso era una amarga píldora que tragar.

    David Cooper abandonó su puesto de tiro para hablar con Frank.

    "Solo faltan unas pocas horas para la puesta del sol", dijo Cooper en voz baja, "y tengo el presentimiento de que intentarán un gran ataque para tomar este lugar antes del anochecer. Si vienen todos a la vez, no tendremos suficientes rifles para detenerlos".

    Su tono era realista, pero sus palabras aterrorizaron el corazón de Nicole. Ella tomó la mano de Frank y la apretó. Notó la mano de su marido fría como la de un muerto.

    Cooper continuó: "Sigo pensando en el cañón de abajo. ¿Sabéis?, digamos lo que digamos sobre Raoul de Marion, montó este lugar para ser defendido. Me imagino que ese cañón debe de estar preparado para funcionar".

    "¿Sabes tú cómo disparar un cañón?" preguntó Frank.

    Cooper se encogió de hombros: "He estado cerca de los artilleros una o dos veces y los he visto, pero nunca pensé en memorizar lo que vi. Ni siquiera podría saber cuánta pólvora usar. Si ponemos muy poca, desperdiciamos nuestra oportunidad. Si invertimos demasiada, podríamos irnos todos al infierno con una explosión".

    Nicole dijo, "Prefiero eso que enfrentar el infierno que los indios nos tienen preparado".

    Cooper la miró con ojos severos y asintió: "Los indios no la atraparán, señora Hopkins, eso se lo prometo. Vamos a echar un vistazo a ese chisme".

    Frank, Cooper y Nicole, asustados pero sombríamente tranquilizados por el comentario de Cooper, despejaron a los niños que estaban a horcajadas sobre el cañón negro de metro y medio de largo y las mujeres que estaban sentadas en su carro de madera. Cooper examinó el arma frunciendo el ceño.

    El hombre suspiró y le sonó a Nicole como el suspiro de un hombre a punto de bajar de un alto acantilado.

    "Bueno, vamos a cargarlo".

    Se acercó al lado de la habitación donde se apilaban las bolsas de franela de pólvora, y recogió una, sosteniéndola con el brazo extendido como si fuese una serpiente de cascabel. La llevó hasta el cañón y la deslizó dentro del hueco. Del carro desenganchó la baqueta, un palo con un trapo de tela envuelto en un extremo, y la usó para empujar la pólvora hasta el fondo.

    "Vamos a añadir otra bolsa de pólvora", le dijo a Frank.

    Las mujeres y los niños formaron un círculo para observar. Nicole imaginó lo que haría el cañón a todas estas personas de la habitación si explotaba, y cerró los ojos.

    Después de empujar una segunda bolsa de pólvora por el hueco, Cooper dijo: "Lo que necesitamos ahora es un disparo que se extiendia por todas partes y perfore a muchos indios. Recuerdo que había un cartucho así en el polvorín, pero no parecía tan importante esta mañana y no tuvimos tiempo de trasladarlo hasta aquí. Ahora tendremos que conformarnos con lo que tenemos. Dadme un montón de balas de fusil".

    Alguien le entregó una cesta llena de bolas de plomo y él las vertió en la garganta del cañón y las empujó hasta el fondo con la baqueta.

    Dentro de las fauces del cañón fueron dos cadenas, un candado, un puñado de cuchillos y tenedores y una docena de soldaditos de plomo, enviados a la guerra por los niños pequeños que los poseían.

    "Tenga, Sr. Cooper, use esto". Pamela Russell se abrió paso entre la multitud sosteniendo una bolsa de lona. Tenía los ojos inyectados en sangre, los párpados hinchados y rojos.

    Cooper frunció el ceño: "¿Qué es eso?"

    "Una bolsa de piezas de ocho de la caja de seguridad de Raoul de Marion. Cuando Burke supo que iba a participar en el combate, me dio las llaves del puesto comercial para que se las guardara". Ella se detuvo, con la cara roja y asfixiada, luego continuó. "Burke no sabía nada de combatir contra los indios. Mi esposo está muerto porque de Marion nos dejó casi indefensos. No merece tener esta plata".

    Sintiendo la agonía de Pamela, Nicole se acercó a ella, le pasó un brazo por la espalda y la abrazó. El cuerpo de Pamela estaba rígido, ella no respondió.

    "Siempre usamos dólares españoles aquí en la frontera", dijo Elysée con una sonrisa. "El gobierno de Estados Unidos no acuñó suficientes monedas, estoy seguro de que los indios las aceptarán".

    "Bueno, esa defensa servirá por ahora", dijo Cooper, sonriendo mientras cortaba la bolsa con su cuchillo de caza y vertía los brillantes discos plateados en el cañón. "Voy a hacer ricos a algunos indios hoy", dijo. "Ahora, necesitamos algo con lo que encenderlo, no veo ninguna barra de encendido por aquí".

    "¿Una vela?" Frank encontró una larga vela blanca que ardería durante aproximadamente una hora y la encendió con otra montada en una pared.

    "Eso debería funcionar", dijo Cooper. "Mantén una vela encendida junto al cañón en todo momento. No hay forma de saber cuándo los indios decidirán hacer su gran ataque".

    Pamela Russell se liberó de Nicole y agarró el brazo de Cooper.

    "Déjeme encender el cañón", dijo ella.

    Había algo aterrador, pensó Nicole, en la ávida luz de sus ojos.

    ¿Es así como estaría yo si hubieran matado a Frank? se preguntó Nicole ¿Tan completamente vengativa?

    Cooper dijo: "¿Seguro que puede hacerlo?"

    Pamela susurró con los labios apretados, "¡Oh, sí. Sí, seguro!".

    "De acuerdo", dijo Cooper, "puede usted encenderlo. Pero tenga cuidado de que los indios no le disparen cuando abramos la puerta".

    Frank, Cooper y otros dos hombres quitaron de una patada los calzos de debajo de las cuatro ruedas de madera del cañón. Los hombres empujaron con sus cuerpos el cañón y, por un momento, Nicole tuvo miedo de que no pudieran moverlo. Luego, reluctante, el cañón retumbó sobre el suelo de tablones hasta que Cooper volvió a colocar los cuatro calzos bajo las ruedas. El cañón descansaba a unos pocos pasos de la puerta principal.

    Mirando a través de un puesto de tiro en el lado oeste del pasillo, Nicole vio el sol todavía alto en el Oeste. Este era el mes en que los días eran más largos.

    Y este ha sido el día más largo de mi vida, pensó ella.

    Mientras transcurría la tarde con agonizante lentitud, Pamela Russell tuvo que encender una segunda vela, y luego una tercera. Estaba sentada rígida en una silla al lado del cañón, sosteniendo la vela en posición vertical, sin decir nada, mirando fijamente la puerta del fuerte.

    Nicole notó un rayo de sol procedente de un puesto de tiro orientado al Oeste iluminando el humo y el polvo que flotaba en el vestíbulo principal del fuerte. El rayo de luz parecía una barra de oro sólido. Ella miró por el puesto de tiro y quedó casi cegada por el sol justo encima de las gibosas siluetas de las colinas al otro lado del Mississippi.

    Oyó a los indios gritar y su estómago dio un vuelco.

    "¡Flechas de fuego!" gritó alguien.

    El corazón de Nicole se detuvo. Si los indios lograban prender fuego al fuerte, los cientos de personas que se habían refugiado aquí serían obligados a salir para acabar masacrados.

    Ella corrió hasta la ranura en el muro de piedra donde Tom estaba apostado con el rifle preparado. Mirando más allá de la cabeza de su hijo, vio una flecha con una tela envuelta y la punta ardiendo volando desde el patio. La flecha desapareció y ella pensó que debía haber golpeado el muro de troncos del segundo piso en algún lugar encima de ella.

    "¡Arriba!" gritó Cooper. "Llenad baldes en los barriles de agua". Su dedo señalador incluyó a un grupo de emocionados chicos que le siguieron por las escaleras. Nicole se apresuró a seguirlos.

    Cooper y los otros hombres impulsaron a los niños con baldes hasta la parte superior de las paredes de troncos. Los niños se detuvieron en el espacio abierto que Nicole había notado antes bajo el alero del techo. Asomados, protegidos, los niños podían ver dónde se habían clavado las flechas de fuego y arrojar agua sobre ellas.

    Cooper sonrió: "De Marion lo construyó bien. La piedra de la planta baja y el techo está cubierto con láminas de plomo. Los Inyos se cansarán pronto de este juego".

    Las flechas de fuego eran menos numerosas. Dejaron de llegar, y hubo un silencio de respiración contenida en el que el tiempo pareció no pasar. Luego, Cooper lideró el camino de regreso a la planta baja.

    Los agudos alaridos de los indios provocaron un nuevo escalofrío en Nicole.

    Un rifle tronó: Tom, en el puesto de armas a la izquierda de la puerta principal.

    "¡Alto el fuego, chico!" avisó Cooper mirando desde el otro lado de la puerta "Deja que vengan".

    Nicole volvió junto a su hijo mayor y miró hacia afuera. La puerta delantera de la empalizada estaba abierta y los indios corrían con los cuerpos marrones pintados con barras amarillas, rojas y negras, brazos que agitaban cuchillos, garrotes, hachas, arcos y flechas, rifles. Más indios salían por la puerta principal de la posada. Un destello de luz roja llamó su atención. Llamaradas salieron disparadas por la puerta principal abierta de la tienda de pieles. Estaban quemando todas esas pieles valiosas. Raoul perdería mucho hoy.

    Y no solo dinero, pensó ella recordando la quema de Victoire. El dinero sería la menor pérdida de Raoul. Para su sorpresa, sintió un momento de tristeza por el hermano que ella había llegado a despreciar.

    Veinte indios o más venían hacia la puerta con un enorme tronco negro, con su extremo delantero en llamas. El resto de los indios se reunieron a su alrededor. Todos juntos corrían hacia la puerta del fuerte con la punta brillante y humeante del tronco en primer plano.

    "¡Que todos se alejen lo más posible de este maldito cañón!" gritó Frank. La gente se alejó, dejando un espacio vacío alrededor del "seis libras" en el centro de la sala. Algunos corrieron hacia la habitación oficina y otros corrieron escaleras arriba. Solo Cooper, Frank y Pamela Russell se quedaron junto al cañón. Nicole se quedó donde estaba, movió el cuerpo para quedar entre Tom y el cañón.

    Lo que suceda ahora será lo que Dios quiere que suceda.

    "¡Abre la puerta!" ordenó Cooper.

    Tom Slattery, el herrero, abrió la puerta y Nicole vio que algunos de los indios dudaron, luego se apresuraron hacia adelante. Se preguntó si ellos podían ver el cañón en el oscuro interior del fuerte.

    "¡Dispare!" chilló Cooper.

    Con cuidado, deliberadamente, Pamela Russell bajó la vela hasta el agujero de disparo del cañón.

    "¡Fuego!" avisó Cooper.

    Nicole escuchó el chisporroteo de la pólvora desde donde estaba parada.

    El estallido del cañón golpeó el cráneo de Nicole como un mazo. Una inmensa nube blanca salió vomitada por la puerta abierta y el fuerte olor a pólvora quemada llenó el aire. El arma saltó sobre los calzos colocados detrás de las ruedas y voló hacia atrás dos metros.

    Tras el rugido del cañón llegaron gritos de deleite de casi cien niños pequeños dentro del fuerte.

    Nicole escuchó a los indios gritar de nuevo, pero ahora eran gritos de agonía, no gritos de guerra. Una feroz alegría se elevó en ella cuando se paró en la puerta abierta y vio el patio del puesto comercial transformado en una visión del Infierno. A través de la bruma vio cuerpos oscuros en el suelo. Algunos de los indios se retorcían en el polvo del patio, otros estaban inmóviles. Otros retiraban frenéticamente a los caídos, arrastrándolos por los brazos o las piernas. El tronco que ellos iban a utilizar para golpear la puerta yacía humeante y abandonado en el patio del puesto comercial.

    Mientras asimilaba poco a poco la visión de sangre, cuerpos desgarrados y extremidades amputadas, Nicole sintió vergüenza de haberse regocijado al principio. Mareada por la náusea, se dio la vuelta.

    "¡Disparad los rifles!" gritó David Cooper. "¡Fuego, fuego, fuego! Mantenedlos en retirada y cerrad esa maldita puerta".

    "Déjame en el puesto, Má", exigió Tom.

    Los fusiles tronaban sonando insignificantes en los oídos de Nicole después del rugido del cañón. Finalmente, Cooper ordenó el alto el fuego.

    "Si dejamos que saquen a sus muertos de aquí, puede que estén de humor para marcharse".

    Nicole esperó aterrada, preguntándose si los indios volverían otra vez. Los rayos del sol que fluían a través de los puestos en el lado oeste del fuerte se desvanecieron lentamente, dejando oscura la sala principal. La gente encendió más velas. David Cooper dirigió la recarga del cañón.

    El grupo en la oficina de Raoul estaba cantando himnos de nuevo, y muchas personas sentadas alrededor de la sala se unieron a ellos. Nicole se sentó junto a Pamela Russell en un banco y tomó su mano, y pronto Pamela comenzó a hablar en voz baja. Le contó a Nicole cosas sobre Burke, los libros que le gustaba leer, sus platos favoritos, chistes que solía contarle.

    "Siempre te envidié, Nicole, con tantos hijos. Nosotros queríamos mucho niños y nunca tuvimos ninguno. Y ahora nunca los tendremos..."

    Nicole trató de pensar en algo que decir, pero lo único que se le ocurría le parecían tonterías. Al mirar a Frank, allí de pie junto a un puesto, pensó: Yo he sido bendecida y Pamela no. ¿Por qué? Aquello tenía que significar algo. Ella no conseguía saber qué.

    "Me ayuda, cuando la vida es difícil, creer que Dios tiene un plan", dijo Nicole acariciando la mano de Pamela. "Su plan es como una pintura tan grande que solo podemos ver manchas oscuras o brillantes sin saber qué significa todo. Pero creo que un día nos llevará con él, donde podremos ver la imagen completa y comprenderla".

    "Nicole", llamó Frank. Ella le dio un apretón a la mano de Pamela y fue a ver qué estaba mirando Frank a través del puesto de armas.

    Incluso a esta distancia podía escuchar el rugido de las llamas. Las chispas se disparaban más allá de la empalizada, y un resplandor rojo llenaba el cielo.

    "Están quemando la ciudad", dijo él "Nuestra casa. Nuestra tienda".

    Ella se giró para ver a Pamela, sentada en el banco con la mirada perdida en su rostro pálido. Nicole pensó en las personas que no habían logrado llegar al refugio del puesto comercial. Rodeó la cintura de Frank con el brazo y apretó el cuerpo contra el de él.

    “Tü y yo estamos vivos y todos nuestros hijos están vivos," dijo ella. “Dios nos ha bendecido".

LIBRO 3

1832

Capítulo 16

Pelo Amarillo

    "¡Zarpa de Lobo ha vuelto!".

    Oso Blanco sintió un vacío en el estómago cuando el grito corrió por el campamento. Zarpa de Lobo había prometido traer muerte y destrucción a los ojos pálidos como nunca antes habían conocido.

    Antes de irse, Zarpa de Lobo había celebrado un banquete de perro ritual para asegurar el éxito. Había colgado por las patas traseras a uno de sus propios perros de un poste pintado y lo había destripado vivo, pidiendo la bendición al Hacedor de la Tierra sobre el grupo de guerra. Luego, sus esposas Venado Corredor y Pino Ardiendo habían cocinado al perro y servido trozos de carne a los valientes y guerreros que seguirían a Zarpa de Lobo en esta incursión. Si Zarpa de Lobo había eligido a uno de sus queridos perros para ser sacrificado, ¿qué no haría a la gente de Víctor?

    Durante días, Oso Blanco se había mantenido rígido, casi incapaz de comer, despierto por la noche, esperando que volviera el grupo de guerra de Zarpa de Lobo. ¿Qué horrores tendría él que enfrentar ahora?

    Las mujeres y los niños corrieron para rodear a los valientes y guerreros que regresaban. Oso Blanco vio a Cuchillo de Hierro a caballo elevándose sobre la multitud, con sus enormes brazos levantados triunfalmente. De cada puño colgaba una cabellera roja de sangre. A su lado estaba Zarpa de Lobo con un ropaje azul manchado de sangre envolviéndole el hombro izquierdo. La mano derecha de Zarpa de Lobo estaba en alto agarrando tres largos mechones de cabello con discos de carne blanca colgando de ellos. Otros valientes cabalgaban detrás de ellos, también sosteniendo cabelleras. Cabelleras, cabelleras, cabelleras.

    Oso Blanco se tambaleó. No podía quitarles los ojos de encima. El cabello era de muchos colores diferentes: marrón claro, gris, marrón oscuro, negro. Algunos de los mechones eran muy largos y debían de haber sido tomados de las cabezas de las mujeres.

    ¿Podría Zarpa de Lobo estar sujetando el cabello de Nicole o el de Frank? ¿Podría ser el del abuelo?

    Con el corazón palpitante, Oso Blanco se obligó a abrirse paso entre la multitud. Escuchó ganado mugiendo y caballos relinchando en la distancia. Gritos interrogantes y alaridos de saludo.

    Un grito de agonía lo congeló. Una voz de mujer. Y luego otra, de otra parte de la multitud, perforando sus tímpanos. Y más gritos todavía. Se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Las mujeres estaban sabiendo que sus hombres no habían regresado.

    Cabelleras y gritos. Los obsequios de Zarpa de Lobo a la Banda Británica. Oso Blanco se abrió paso entre las mujeres que hacían preguntas ansiosas.

    De pronto se encontró con su madre que sacaba de la multitud a una llorosa mujer embarazada.

    "Ha oído que su esposo fue asesinado y se ha puesto de parto", dijo Mujer Sol con el rostro hueco por su propio dolor. Oso Blanco le apretó el brazo brevemente cuando ella pasó junto a él.

    Cuando se acercó a Zarpa de Lobo, vio el cuerpo de una mujer atada boca abajo sobre la parte posterior del pony gris del valiente.

    Ella llevaba un rasgado vestido azul. Iba descalza, sus pies estaban sucios y llenos de arañazos. Ella no se movía. A este lado del pony Oso Blanco no podía verle el rostro. Una repugnante sospecha se apoderó de él, y él dudó, no queriendo confirmar su miedo.

    Zarpa de Lobo, frunciendo el ceño con enojo, todavía llevaba su pintura de guerra amarilla y roja, descolorida por el viaje de varios días.

    "Asalté el pueblo donde vivías, Oso Blanco, tomé cuarenta cabezas de ganado y veinte caballos de tus familiares ojos pálidos".

    "Me alegra oír lo del ganado", dijo Oso Blanco. "Nuestra gente se muere de hambre".

    Queriendo, y no queriendo, saber quién era la cautiva de Zarpa de Lobo, caminó alrededor del caballo del valiente para ver mejor a la mujer atada.

    "Matamos a muchos ojos pálidos", dijo Zarpa de Lobo, "Nunca olvidarán la incursión de Zarpa de Lobo. Esta noche tendremos una danza de cabelleras para los guerreros que se han convertido en valientes".

    Oso Blanco dejó de caminar. Gente que conocía y amaba en ambos lados había muerto; tenía que saber quiénes.

    Después de un momento se recompuso: "¿Y vas a danzar por los valientes y guerreros que no has traído?" Fue algo cruel decirlo, pero Zarpa de Lobo se lo merecía. Zarpa de Lobo no respondió.

    Oso Blanco tuvo que luchar para no llorar en voz alta con angustia. Ya no tenía ninguna duda de quién era la mujer cautiva que colgaba de cabeza sobre el poni manchado.

    Una trenza amarilla todavía estaba atada con un lazo azul. La otra se había soltado y caían mechones sueltos de cabello rubio, casi rozando el suelo.

    Él se inclinó y vio la cara inconsciente de Nancy.

    Al acercarse a él, Pájaro Rojo preguntó en voz baja: "¿Conoces a esta mujer?"

    "Sí", dijo. Todo volvió a él: el verano pasado en Victoire, las reuniones en la pradera, aquella noche en el maizal junto a la casa de su padre cuando ella le rogó que la «conociera». ¿La extrañaba? Si, tenía que admitirlo. ¿La amaba? No estaba seguro, pero feliz como había estado con Pájaro Rojo, a menudo pensaba en Nancy y se preguntaba si ella todavía languidecía por él como había hecho cuando él la había dejado.

    ¿Cómo, sin herir a Pájaro Rojo que estaba junto a él mirando mientras él miraba a Nancy, podría explicar lo que esta mujer blanca significaba para él?

    Extendió la mano para desatar la cuerda que rodeaba la espalda de Nancy y que la sujetaba al caballo de Zarpa de Lobo.

    "No la toques", gruñó Zarpa de Lobo "Ella es para mí y solo para mí".

    No, pensó Oso Blanco, no podía dejar que Nancy fuera secuestrada y violada por este hombre. Cualquier masacre que se hubiera hecho en Víctor, esto debía evitarlo. Se preparó para luchar contra Zarpa de Lobo si era necesario.

    ¿Y cómo le explicaría esto a Pájaro Rojo?

    Zarpa de Lobo bajó resbalando del caballo y, con una mano, desató a Nancy. La sangre fresca estaba empapando la tela alrededor del hombro del valiente, una tira de guinga azul arrancada del vestido de Nancy, veía Oso Blanco ahora.

    Débil por su herida, Zarpa de Lobo no podía levantar a Nancy y cargarla. A pesar de la advertencia de Zarpa de Lobo, Oso Blanco no la dejó caer. La tomó de Zarpa de Lobo y la dejó en el suelo. Los párpados de Nancy aleteaban. Pájaro Rojo, inclinándose torpemente con su barriga hinchada, le ayudó. Sus ojos se encontraron y ella miró inquisitivamente dentro de los suyos.

    La voz de una mujer gritó: "La squaw ojos pálidos no es para ti, Zarpa de Lobo, no la aceptaré en mi tipi". Venado Corredor, la mayor de las dos esposas de Zarpa de Lobo, se acercó hasta Zarpa de Lobo, empujando el rostro contra el suyo. Detrás de ella llegó igualmente determinada Pino Ardiendo, la esposa más joven, con un papoose atado a la espalda.

    "Mis esposas harán lo que yo diga", se quejó Zarpa de Lobo, pero no había fuerza en su voz.

    Pino Ardiendo dijo: "Tus esposas e hijos tienen hambre. Estamos comiendo raíces y corteza. No tenemos comida para ninguna ojos pálidos".

    Por ahora, la banda de Halcón Negro estaba escondida en una isla de tierra seca en el corazón de un gran pantano al norte del nacimiento del río Roca, bien adentrado en el territorio de Michigan, pero aquí apenas había caza o pesca, y no podían quedarse en este lugar mucho más tiempo.

    Zarpa de Lobo dijo: "He traído ganado".

    "Entonces la gente comerá bien gracias a mi esposo", dijo Venado Corredor. "Pero la mujer ojos pálidos no necesitará comer". Venado Corredor se volvió hacia la multitud. "Muchas mujeres perdieron a sus maridos en el ataque de Zarpa de Lobo. Es correcto que las mujeres cobren venganza de esta ojos pálidos".

    La piel de la espalda de Oso Blanco se le erizó. Venado Corredor quería que las mujeres de la banda torturaran a Nancy hasta la muerte.

    Mientras pudieran hacer que su sufrimiento durara, eso apartaría sus mentes del hambre, la enfermedad y la tristeza. Y de su propio miedo a la muerte.

    Eso no debía suceder. Pero, ¿cómo podría él evitarlo?

    Sintiéndose como un hombre ahogado siendo arrastrado por los rápidos, Oso Blanco observó cómo Venado Corredor y Pino Ardiendo levantaban a Nancy del suelo y se la llevaban arrastrando los pies. Zarpa de Lobo y la mayoría de los valientes que habían regresado con él las siguieron.

    Las esposas de Zarpa de Lobo llevaron a Nancy a través de la serie de tipis y cobertizos construidos apresuradamente. La llevaron a un olmo alto que crecía en el centro del campamento. El árbol estaba muriendo. Le habían quitado la corteza para cubrir un tipi.

    Cuando Oso Blanco se encontró con la multitud que rodeaba a Nancy, tenía los ojos bien abiertos, pero una borrosa Venado Corredor, empujó a Nancy contra el tronco del olmo y sacó un cuchillo. Con veloces y enojados cortes, la esposa mayor de Zarpa de Lobo le arrancó el vestido y la camisa a Nancy. Nancy estaba desnuda ante la tribu. Los ojos de Oso Blanco aún estaban abiertos y sin ver. Ella no hizo ningún intento de cubrirse. Parecía no saber lo que le estaba sucediendo. La piel de Oso Blanco se inundó de vergüenza ante tal degradación.

    Las mujeres se rieron: "¡Su piel es como la tripa de una rana!".

    Los hombres contemplaban con avidez.

    Venado Corredor tomó un rollo de cuerda de cuero rudo y amarró a Nancy al árbol, y Oso Blanco sintió que se le anudaban los músculos del cuello y los hombros hasta que le dolieron. Apenas podía soportar mirar a Nancy, que colgaba de sus ataduras con los ojos cerrados de nuevo.

    A él no le importaba si le mataban. No les dejaría hacer esto. No permitiría que durara ni un instante más.

    Puso la mano sobre las cinco cicatrices de garras en su pecho y le habló a su espíritu: Oh, espíritu de Oso, dame el poder de conmover misericordia a la gente.

    Sintió que la fuerza le subía por el pecho y los brazos y, levantando su bastón medicina, avanzó caminando.

    Cuando estaba a solo un paso de distancia de Nancy, los ojos de la chica se abrieron de repente, enormes y turquesa, mirándolo fijamente.

    "¡Auguste!" Su voz y rostro estaban llenos de terror.

    Él descubrió impactado que su aspecto debía de parecerle aterrador a Nancy. El hombre al que ella amaba se había transformado en la visión del salvajismo: cara pintada, melena hasta los hombros, pendientes de plata, collar de conchas, pecho marcado con cicatrices, sosteniendo en alto un palo pintado y adornado con plumas y cuentas ¿Y qué pensaría ella de su oreja derecha, rasgada en dos por la bola de rifle de Eli Greenglove? Después de lo que ella ya había pasado, verlo así debía de ser otro impacto imposible.

    "Voy a ayudarte", dijo él en inglés. "Trata de no mostrar que estás asustada". Consejos inútiles, pensó él. Aun así, sería mejor para ambos si la gente la respetaba. No había nada que un Sauk despreciara más que una muestra de miedo.

    Apuntó su bastón medicina a Venado Corredor y dijo severamente: "Hazte a un lado". Ella lo fulminó con la mirada pero dio un paso atrás.

    El invierno pasado, Zarpa de Lobo le había arrebatado este bastón de la mano, pero eso había sido antes de que Oso Blanco casi fuera asesinado al llevar el mensaje de paz de Halcón Negro a los ojos pálidos. Antes de que comenzaran a ver por sí mismos que Oso Blanco había dicho la verdad al advertir que la esperanza de Halcón Negro de una gran alianza para vencer a los cuchillos largos era una ilusión. Y eso fue antes de que muchas personas sintieran su toque curativo. Él sabía cómo hacer cosas, debido a su entrenamiento con médicos ojos pálidos, que Tallador del Búho y Mujer Sol no sabían.

    Ahora el bastón medicina de Oso Blanco tenía mucho más poder que hacía unas lunas. Incluso en este momento en que la ansiedad por Nancy lo corroía, él se sintió orgulloso de su poder.

    Se giró para mirar a la multitud, permaneciendo protectoramente frente a Nancy.

    Los valientes y guerreros lo contemplaban perplejos y furiosos.

    "¿Es así como mostráis vuestra fuerza y ​​coraje? ¿Torturando a una mujer indefensa?" exigió él.

    Zarpa de Lobo dijo: "Ella es un trofeo honorablemente tomado en la batalla".

    Oso Blanco señaló a Venado Corredor: "Zarpa de Lobo tenía la intención de llevar a la mujer ojos pálidos a su tipi para su placer, pero su esposa no lo deja. Así que finge que es un placer dejar que las mujeres la torturen".

    Sintiéndose más fuerte que nunca, Oso Blanco observó que la cara de Zarpa de Lobo se oscurecía. El valiente podía vencer a cualquier hombre de la tribu con las manos desnudas o con las armas, pero no con las palabras. Este momento, pensó Oso Blanco, comenzaba a cobrarle a Zarpa de Lobo la vergüenza del invierno pasado ante el consejo.

    Y tendrá que dejarme atender su herida. Eso también se le cobrará.

    Zarpa de Lobo miró ceñudo a Oso Blanco, con los ojos vidriosos y el aliento entrecortado. Debía de estar a punto de desmayarse por el dolor, pensó Oso Blanco.

    "Yo capturé a la mujer ojos pálidos", dijo Zarpa de Lobo. "Yo la entrego a la tribu".

    "¿Estamos luchando contra los ojos pálidos para robarles a sus mujeres?" amonestó Oso Blanco. "Mientras torturamos y matamos a su gente, los cuchillos largos nos considerarán animales salvajes que deben ser destruidos. Yo he vivido entre los ojos pálidos y os digo que debemos demostrarles que somos dignos de su respeto".

    Zarpa de Lobo se quejó, "Ganaremos su respeto al matarlos, yo he matado a muchos".

    Muchos en Víctor, sin duda, pensó Oso Blanco, sintiéndose enfermo mientras Zarpa de Lobo le miraba, odiándolo por su ignorancia.

    Se dirigió a toda la asamblea: "Dado que Zarpa de Lobo ha entregado a esta mujer a la tribu, que la tribu la trate honorablemente", dijo Oso Blanco. "Llegará el día en que tendremos que sentarnos con los cuchillos largos y hablar".

    "¡No si ganamos!" gritó Zarpa de Lobo.

    "¿Ganar?" Oso Blanco se rió con desprecio: "¿Zarpa de Lobo todavía imagina que miles de cuchillos largos se rendirán a nuestros pocos cientos de guerreros Sauk y Zorro? Podemos ganar solo si deciden dejar de luchar contra nosotros. Si hacemos que nos odien, nunca dejarán de pelear hasta que todos estemos muertos".

    Probablemente ya sea demasiado tarde para hablar con los cuchillos largos, pero si mantengo la esperanza de la paz, puede que salve la vida de Nancy.

    Dejó que su mirada recorriera a las personas que se encontraban en el anillo a su alrededor. Los ojos oscuros que lo miraban eran en su mayoría hoscos y suspicaces, porque su chamán les decía lo que no querían oír. Nadie parecía dispuesto a desafiarlo, pero sabía que si tres o cuatro valientes le superaban y mataban a Nancy, la multitud lo dejaría pasar. Los músculos de su vientre se anudaron por la tensión.

    Pero, como Zarpa de Lobo había dicho, ellos necesitaban toda su suerte, y sería mejor no tentar la ira de los espíritus desafiando a su chamán.

    Pájaro Rojo, no debes fallarme. Le dirigió a su esposa una mirada de apelación antes de hablar. Detrás de Pájaro Rojo, Cuchillo de Hierro estaba plantado como un gran roble. Al menos no había ninguna amenaza para él en la cara de Cuchillo de Hierro.

    Oso Blanco respiró hondo y su corazón revoloteó. Su vida y la de Nancy dependían de lo que sucediera a continuación.

    "Yo tomo a la mujer ojos pálidos bajo mi protección", dijo él. "Pájaro Rojo, desátala".

    Pájaro Rojo dudó por un momento, con los ojos muy abiertos, y Oso Blanco contuvo el aliento. Si, movida por los celos, se negaba a obedecerlo y se ponía del lado de Venado Corredor, no había esperanza para Nancy.

    Ante ese pensamiento, surgió una resolución en él, oscura y poderosa como una tormenta en el Río Grande, y se llenó los pulmones y cuadró los hombros.

    Si intentan matarla, primero tendrán que matarme. Si ella está condenada, yo también lo estoy.

    Si él se hacía a un lado y dejaba que la gente torturara a Nancy hasta la muerte, se odiaría a sí mismo para siempre.

    Pájaro Rojo bajó los ojos y comenzó a desatar la soga que rodeaba a Nancy. Cuchillo de Hierro ayudó a su hermana. El alivio brilló en Oso Blanco como la luz del sol en el río después de una tormenta. Alivio y una oleada de amor por su esposa. Con Cuchillo de Hierro poniéndose al lado de él y Zarpa de Lobo debilitado por su herida, ningún valiente se atrevería a desafiarlo.

    Pluma de Águila estaba de pie frente a la multitud, y Oso Blanco se sintió orgulloso de que su hijo estuviera viendo a la gente tratarlo con respeto. Eso podría equilibrar el recuerdo de aquella vergonzosa noche del vestido de mujer.

    "Pluma de Águila, corre y trae una de nuestras mantas".

    Nancy miraba a Oso Blanco con ojos enormes y asustados, sin decir nada. El terror debía de haberla dejado boquiabierta. Pero él se sintió aliviado al ver que Nancy podía mantenerse en pie ella sola. Pájaro Rojo le puso una mano en el hombro para estabilizarla.

    "Todo te irá bien", dijo Oso Blanco en inglés "Vamos a llevarte a mi tipi".

    Se volvió hacia Zarpa de Lobo: "Ven conmigo, veré tu herida". La piel marrón de Zarpa de Lobo parecía húmeda y sin sangre. Había cabalgado durante cuatro días con una bala en el hombro. Debía sacarla de inmediato o le mataría. Aunque a Oso Blanco le complació darle órdenes a Zarpa de Lobo.

    Pluma de Águila llegó con una manta y Pájaro Rojo envolvió Nancy con ella.

    La mayoría de la gente se dispersó, muchos para llorar a sus muertos, otros para escuchar las historias de los valientes y guerreros que habían regresado con el grupo de guerra, y otros para ver los caballos y para matar el ganado que habían traído. Una pequeña multitud siguió a Oso Blanco, a la prisionera Pelo Amarillo y a Zarpa de Lobo.

    Mientras Pájaro Rojo y Cuchillo de Hierro ayudaban a Nancy, ahora sollozando suavemente, hasta la estructura baja de ramas y corteza, Tallador del Búho se acercó a Oso Blanco.

    "Yo estaba preparado para aterrorizar a las personas si se volvían contra ti, pero no has necesitado mi ayuda. Tú hablaste con ellos y, contra su voluntad, te hicieron caso".

    Los elogios de Tallador del Búho deleitaron a Oso Blanco. Pero cuando vio una vez más cómo había declinado el viejo chamán, parte de la alegría se desvaneció.

    Los ojos de Tallador del Búho estaban llorosos y sus mejillas hundidas. Sus brazos y piernas eran delgados como astas. La caminata por el río Roca no había sido buena para él. Oso Blanco y Mujer Sol habían asumido la mayor parte del trabajo del cuidado de heridos y enfermos, aunque Tallador del Búho había hecho todo lo que había podido.

    "Eres un Gran Chamán, como predije que serías", dijo Tallador del Búho. "Predijiste exactamente lo que sucedería si Halcón Negro conducía a la Banda Británica a través del Río Grande. Pero estoy triste de que tu grandeza deba ser probada por el sufrimiento de nuestra gente".

    Oso Blanco sintió que su pecho se expandía y un calor se extendió a través de sus extremidades ante estas palabras de su maestro.

    "Puede que necesite tu ayuda todavía", dijo Oso Blanco. "A la gente no le gusta que proteja a esta mujer ojos pálidos".

    Tallador del Búho asintió: "Pero te respetan y te respetarán más cuando les demuestres que tienes poderes mágicos".

    "Yo no tengo poderes mágicos".

    "Los tienes. No fui yo quien puso la marca del oso en tu pecho".

    "¿Qué quieres decir?"

    "Quiero decir que el Oso Blanco es tu espíritu y puede actuar en este mundo. La marca de sus garras es la marca de su favor".

    Mientras Oso Blanco dejaba que esta revelación calara, Zarpa de Lobo se acercó con una caminata tambaleante, Venado Corredor y Pino Ardiendo lo seguían.

    De su tipi, Pájaro Rojo trajo una manta, la bolsa medicina Sauk de Oso Blanco y su bolsa negra de instrumentos quirúrgicos.

    "Siéntate en el tipi con la mujer ojos pálidos", le dijo Oso Blanco a Pájaro Rojo. "Está muy asustada".

    "Yo también estoy asustada", dijo Pájaro Rojo cuando lo dejó.

    Oso Blanco se mordió el labio. El tono de su voz decía: ¿Quién es esta mujer?.

    Cuando Oso Blanco estableció los marcadores para las siete direcciones, colocando cuatro piedras alrededor de Zarpa de Lobo, dijo: "Esto dolerá mucho y Zarpa de Lobo no debe moverse".

    Mantener en su sitio las dos piedras y la garra del oso que Oso Blanco había puesto sobre el pecho de Zarpa de Lobo obligaría a los valientes a quedarse quietos.

    "Tú no puedes hacerme daño", dijo Zarpa de Lobo como si fuera un cautivo y Oso Blanco estuviera a punto de torturarlo.

    Oso Blanco se volvió hacia las personas que estaban a su alrededor.

    "Que todos unan sus manos y le pidan al Hacedor de la Tierra que sane la herida de Zarpa de Lobo".

    La cara de Ciervo Corredor, que había estado severa de ira, ahora se derretía en lágrimas, Pino Ardiendo miró esperanzada a Oso Blanco.

    Oso Blanco hizo un gesto a Cuchillo de Hierro para que levantara ligeramente el hombro de Zarpa de Lobo. Con cuidado, suavemente, desató y desenvolvió el trapo azul empapado en sangre arrancado del vestido de Nancy. El reciente sangrado había suavizado la costra, de modo que la tela se desprendió fácilmente de la herida, entre la axila izquierda de Zarpa de Lobo y la clavícula. Su forma sorprendió a Oso Blanco: no era un agujero de bala redondo, sino una herida larga y estrecha, rodeada de carne magullada e hinchada.

    "¿Cómo te sucedió esto?" preguntó: iba a tener que lastimar a Zarpa de Lobo aún más porque la herida no había sido tratada durante cuatro días.

    "Cuando los valientes atacaron el fortín todos juntos al final del día, los ojos pálidos abrieron la entrada y dispararon un gran arma".

    Oso Blanco quiso desesperadamente que Zarpa de Lobo le contara todo lo que había sucedido, pero ahora no había tiempo para eso. Y después de escuchar la historia de Zarpa de Lobo, podría querer lastimarlo aún más de lo necesario.

    Raoul guardaba un "seis libras" de la marina en el puesto comercial, había oído Oso Blanco. Probablemente esto era una parte de lo que los cuchillos largos llamaban tiro de contención o tiro de racimo en el hombro de Zarpa de Lobo. Pero entonces, ¿por qué no un agujero redondo?

    Oso Blanco deslizó la varilla de acero que usaba para explorar la herida de Zarpa de Lobo a través de un lazo en el extremo de las pinzas. Para ver cómo se lo estaba tomando el valiente, levantó la vista hacia su rostro. Zarpa de Lobo lo miraba fijamente: ojos negros y severos mientras él empujaba la sonda dentro de la herida con una mano, la otra sujetaba las manijas de las pinzas. Cuando la punta redondeada de la sonda se había extendido aproximadamente medio dedo, tocó algo duro. No era un hueso, Oso Blanco estaba seguro. Movió la sonda hacia arriba y hacia abajo y de lado a lado. El único signo de dolor que Zarpa de Lobo dio fue una respiración más profunda y pesada.

    ¡Qué extraño! El objeto era definitivamente plano y debía de haber golpeado a Zarpa de Lobo de canto. Yacía enterrado en un músculo. Unos centímetros más arriba y lo que fuese aquello le habría roto el hombro a Zarpa de Lobo. Oso Blanco movió las pinzas en posición dentro de la carne desgarrada, un extremo en cada lado del objeto plano. Le dolía la mano mientras apretaba las pinzas. Había aprendido a agarrar bien las balas, pero la sangre hacía resbaladizo este misil plano.

    Zarpa de Lobo no respiraba ahora. Oso Blanco no se atrevió a mirarle a la cara. Para ambos, Oso Blanco comprendió que este era un momento de prueba.

    Conteniendo el aliento, rezando a Hacedor de la Tierra para fortalecer su agarre en las pinzas, Oso Blanco comenzó a tirar.

    Zarpa de Lobo dio el más leve gemido. Probablemente otro hombre ya estaría chillando.

    La pieza plana de metal llegó casi a la superficie de la carne ennegrecida de Zarpa de Lobo, pero resbaló del agarre de las pinzas justo cuando Oso Blanco estaba a punto de sacarla. Apretó los dientes con ira.

    Zarpa de Lobo suspiró. Oso Blanco lo miró a la cara y vio que solo el blanco de los ojos se mostraba debajo de los párpados medio cerrados. Por misericordia (para ambos), se había desmayado.

    Oso Blanco volvió a mirar el objeto que estaba tratando de sacar del hombro de Zarpa de Lobo. Podía ver un borde corrugado cubierto de sangre. Con un poco de tela limpió la sangre y vio un brillo plateado brillante.

    Dio un pequeño jadeo de asombro.

    Una moneda de plata. Lo último que alguien esperaría encontrar cargado en un cañón o incrustado en el cuerpo de un hombre. Esas personas en Víctor debían de haber estado desesperadas.

    Eso le dio a Oso Blanco una inspiración. Nadie estaba lo bastante cerca para ver lo que él había visto en la herida. Recordó lo que había dicho Tallador del Búho sobre mostrarle a la gente poderes mágicos.

    Esperó hasta ver los párpados de Zarpa de Lobo revolotear y luego dijo: "Zarpa de Lobo, porque has permitido que la mujer ojos pálidos viva, los espíritus te recompensarán".

    Zarpa de Lobo, con los labios comprimidos, le frunció el ceño.

    "Los espíritus me permitirán cambiar la bola de plomo que los ojos pálidos te dispararon por una de sus monedas de plata". Él habló en voz alta para que todos los que lo observaban pudieran escucharlo.

    Zarpa de Lobo lo miró fijamente, mientras Oso Blanco le pasaba tres veces el bastón medicina en un círculo en sentido de sol sobre el hombro sangrante.

    Una vez más, Oso Blanco introdujo las pinzas en la herida. Pasó los extremos más allá de la moneda, para obtener un buen agarre, Zarpa de Lobo gimió y Oso Blanco tiró.

    La alegría brotó en él cuando sintió que la moneda de plata se liberaba. La tenía esta vez. Los espíritus podrían no haber cambiado el plomo a plata, pero sí le habían hecho habilidoso. Las pinzas salieron sujetando una pieza de plata de ocho reales goteando con sangre. Oso Blanco la sostuvo para que todos la vieran.

    Los ojos de Zarpa de Lobo se agrandaron. La gente gritó de asombro. Incluso Tallador del Búho parecía asombrado.

    Encantado con el efecto, Oso Blanco limpió cuidadosamente la sangre del dólar español con el trapo del vestido de Nancy. Brillaba a la luz del sol de la tarde, la cabeza del Rey de España a un lado junto con una inscripción en latín y la fecha de 1823. Por el otro lado, un escudo de armas.

    ¡Perfecto! Ahora, pensó con placer, los valientes y guerreros y sus esposas serían más reacios a desafiarlo. Y eso significaba que Nancy estaría más segura.

    Sostuvo la moneda ante la cara de Zarpa de Lobo: "La forma es la forma de una moneda de los ojos pálidos, pero esto es un regalo de los espíritus".

    Zarpa de Lobo, sentándose lentamente, tomó la moneda y dijo: "La usaré alrededor de mi cuello. Tal vez sea un encantamiento contra más heridas".

    "Deja que esto te recuerde que es honorable tratar a los prisioneros con amabilidad", dijo Oso Blanco. Mantuvo su rostro serio, pero dentro estaba lleno de triunfo.

    Después de rellenar la herida con zopilote y darle a Zarpa de Lobo té de hierbas, Oso Blanco lo despachó. El valiente se alejó renqueando, apoyado en Ciervo Corredor. Oso Blanco se levantó, estiró los cansados brazos y piernas y se giró hacia la entrada de su tipi.

    Un doloroso momento de duda lo asaltó. ¿Era este el camino del chamán? ¿Astucia? Quizás sus visiones también eran solo sueños. No, el espíritu de Oso Blanco era real. Él había visto la huella de la zarpa al lado del cuerpo de su padre. Él llevaba las marcas de las garras en el pecho.

    Tuvo que obligarse a agacharse para atravesar la baja entrada y enfrentarse a Nancy. Se sintió tembloroso por dentro debido a los horrores que Nancy había visto y soportado, seguramente ella le culparía a él de ellos. Con toda su pintura y adornos, él era demasiado obviamente un Sauk.

    ¿Y cómo se sentiría Pájaro Rojo ante sus esfuerzos por proteger a Nancy y ganar su confianza? ¿Cómo podía hacer que ella realmente entendiera lo que había entre él y Nancy... y lo que no?

    Ni él mismo estaba seguro de entenderlo.

    A la luz de la entrada abierta vio a Nancy agachada en el lado opuesto de la choza redonda, temblando, todavía envuelta en la manta que Pájaro Rojo había puesto sobre ella. Pájaro Rojo y Pluma de Águila estaban sentados en silencio junto a la pared curva.

    Él se sentó frente a Nancy y ella se alejó, temblando.

    Él dijo: "No tengas miedo de mí, Nancy. Sé que te parezco extraño. Soy el chamán, el hombre medicina de mi pueblo".

    "¡Tu pueblo!" ella estalló "¡Tu pueblo asesinó a mi padre!".

    Él se había temido eso. Inclinó la cabeza y cerró los ojos.

    "Oh, Nancy, lo siento".

    Qué palabras tan ridículas e inútiles.

    Debo saber lo que sucedió en Víctor. El padre de Nancy fue asesinado. ¿Quién más?.

    Oso Blanco dijo: "Nancy, no te pido que me perdones por lo que mi pueblo te hizo. Pero yo intenté evitar que todo esto sucediera. Te ruego que me dejes contarte cómo intenté firmar la paz. Y ahora estás a salvo mientras te quedes conmigo".

    "¿A salvo contigo? ¿Aquí?" Ella se estremeció. "Si significo lo más mínimo para ti, tienes que ayudarme a escapar".

    Su corazón se hundió. Lo único que estaba seguro de no poder hacer era liberarla.

    "Eso será difícil".

    "Te he oído hablar con ellos. Les ordenaste que me dejaran en paz y lo hicieron. Diles que me dejen marchar. Auguste, ¡me volveré loca de lo asustada que estoy!".

    Ella se aferró a su brazo. Él podía sentir su miedo vertiéndose en su brazo hasta su corazón. Puso la mano sobre la de ella y la sostuvo firmemente. Quería tomarla en sus brazos para consolarla, pero los ojos de Pájaro Rojo estaban encima de él, y ella no lo entendería. Así que él solo acarició la mano de Nancy y la soltó.

    Le contó a Pájaro Rojo lo que le había estado diciendo a Nancy.

    "¿No ve ella que los valientes te matarán si intentas liberarla?" preguntó Pájaro Rojo.

    "Está demasiado asustada para ver nada", dijo él y se volvió hacia Nancy.

    "El único hombre que puede liberarte es Halcón Negro. Intentaré convencerlo de que debería hacerlo, pero ahora está fuera en un grupo de guerra".

    "¿Matando a más hombres, mujeres y niños inocentes?" Sus dientes y ojos brillaron en la tenue luz dentro del tipi.

    Sus palabras dejaron un dolor hueco en su pecho, pero él siguió hablando obstinadamente.

    "Cuando él regrese, iré hasta él. Mientras tanto, pídele a tu Dios que te ayude a ser valiente".

    Ella le soltó el brazo abruptamente: "¿Qué sabes tú de mi Dios, con tu pintura y tus plumas y tu varita mágica?"

    Sus palabras le hicieron daño y él estuvo a punto de responder con enojo, pero se dijo a sí mismo que ella estaba medio loca de terror y aflición.

    "Debido a que tengo estas cosas, he podido ayudarte", dijo gentilmente. "Pero quiero saber qué pasó en Víctor ¿Puedes soportar decírmelo?"

    Ella lo tomó del brazo otra vez: "Me acababa de vestir para salir y alimentar a los animales cuando vi a los indios cabalgando hacia nuestra casa. ¡Eran tantos! Supe de inmediato que tenía que correr dentro de la casa y despertar a Padre. Cuando llegaron a la casa él estaba parado en la entrada. Ni siquiera había cargado su rifle, Auguste. Antes de que pudiera moverse, tenía una flecha en el pecho".

    Oso Blanco sabía que al reverendo Hale nunca le había caído bien; pero él era el padre de Nancy, y ver a su padre asesinado... ¡cómo debió de lastimarla!

    "Era un buen hombre", dijo él. "Nunca le hizo daño a nuestra gente. Está mal que haya muerto".

    Nancy continuó, sollozando suavemente: "Debí de haberme desmayado. Recuerdo un paseo, me arrojaron sobre el lomo de un caballo, luego estábamos en Victoire. Auguste, ellos... simplemente arrasaron Victoire".

    "¿Alguien se escapó?"

    "Creo que la gente de Victoire debió haber visto arder nuestra iglesia y las granjas, por lo que tuvieron cierto aviso. Yo no podía ver gran cosa. Me dejaron atada al caballo mientras atacaban. Los vi perseguir a una mujer y atravesarla con una lanza. Todo terminó muy rápido. Le prendieron fuego a Victoire".

    Oso Blanco tragó saliva.

    Vio el chateau con su magnífica salón y su gran techo. Allí había vivido y aprendido tanto del abuelo y de Padre. Sus esperanzas, sus vidas, habían entrado en esa gran casa y los hombres y mujeres de Victoire, gente amable, alegre y trabajadora: Marchette Perrault, Registre y Bernadette Bosquet. Puede que ellos no hubieran tratado de evitar que Raoul se apoderara de la propiedad, pero la mayoría de ellos habían amado a Elysée y a Pierre y a Auguste de Marion.

    El dolor en su pecho se extendió hasta que pareció llenar todo su mundo, golpeándolo hasta volverlo del revés.

    Nancy dijo: "Luego cabalgaron hacia Víctor, llevándome con ellos".

    Se ahogó cuando preguntó: "¿También quemaron Víctor?"

    "Sí, cuando se marcharon".

    Una voz pareció resonar dentro de él como un grito en un gran salón vacío.

    ¡Nicole! ¡Frank! ¡Abuelo!.

    "¿Puedes decirme... mi familia... alguno de ellos resultó herido?"

    Nancy dijo: "Creo que la gente de Víctor entró en el puesto comercial antes de que llegaran los indios. Había hombres en la empalizada disparando a los indios. El líder, el que tenía la cresta roja en la cabeza, me ató a un árbol y tuve que verlo todo".

    "Se llama Zarpa de Lobo. Es el hijo de Halcón Negro".

    "Espero que el Ejército lo atrape y lo cuelgue de la horca más alta de Illinois. Me dejó atada a ese árbol todo el día mientras intentaban tomar el puesto comercial".

    Las palabras salieron cada vez más rápido. Cuando ella había recuperado la consciencia por primera vez, apenas podía hablar. Ahora sus ojos brillaban y movía las manos violentamente. La histeria había quebrado su entumecimiento anterior.

    "Pude verlos usando cuerdas para subir a la empalizada y entrar cruzando la entrada principal. De vez en cuando sacaban a algunos muertos o heridos. Justo antes del atardecer, el que llamas Zarpa de Lobo les dio un discurso. Luego se pusieron en marcha. lanzaron flechas y dispararon al fuerte, y todos entraron corriendo por la entrada principal, pensé que sería el final, pero luego escuché una tremenda explosión, pensé que tal vez alguien había volado el fuerte. Una gran nube de humo se alzó sobre la empalizada. Zarpa de Lobo salió herido. Un hombre muy grande lo ayudó a ponerme en su caballo y atarme allí. Luego cabalgamos durante cuatro días hasta que llegamos aquí".

    Auguste comenzó a respirar mejor. Sintió cierto alivio, algo de esperanza, a pesar de su dolor por la pérdida de Victoire y por las personas que habían muerto allí. Parecía que muchas de las personas de Víctor, tal vez Nicole y su familia, tal vez el Abuelo, podrían haber salido ilesas.

    Pero otro miedo se apoderó de él: "En el camino hacia aquí, ¿Zarpa de Lobo te lastimó, Nancy?"

    "No, creo que estaba demasiado cansado y demasiado herido para querer hacer algo así. Cabalgamos sin parar y él me mantuvo atada a su caballo todo el tiempo. Nos detuvimos para dormir mucho después del anochecer y comenzamos a montar nuevamente antes del amanecer. Siempre había al menos un hombre despierto para vigilarme".

    Todo el tiempo que ella había estado hablando, Nancy le había agarrado fuertemente del brazo. Ahora él se apartó suavemente de ella y se puso de pie.

    "Nancy, debo dejarte durante un momento".

    "¡No!" Su voz tenía la estridencia del miedo.

    "Debo hacerlo. Hay muchos heridos que me necesitan".

    Temeroso de cómo reaccionaría ella a lo que él iba a decir a continuación, dudó. Luego habló rápidamente para terminar pronto, como hacía cuando tenía que lastimar a un paciente: "Esta es mi esposa, Pájaro Rojo. Ella cuidará de ti".

    "¿Tu esposa?" Incluso en la penumbra del tipi, Oso Blanco pudo ver dolor en sus ojos.

    "Sí" Ahora no tenía tiempo para aliviar su sufrimiento sobre ello.

    Él se giró hacia Pájaro Rojo y le dijo en Sauk: "Haz lo que puedas por ella. Ha visto a su padre y a muchos otros de su gente asesinados".

    "Debo saber quién es ella", dijo Pájaro Rojo mirándolo con sus ojos rasgados.

    Él puso una mano tranquilizadora sobre su hombro: "No temas, te lo contaré todo esta noche. Procura que ella coma. Dale azúcar de arce. Ayúdala a descansar".

    Oso Blanco pasó el resto del día moviéndose por los tipis bajo los árboles con su bolsa medicina Sauk y su bolsa de instrumentos quirúrgicos de los ojos pálidos. Zarpa de Lobo había traído a muchos valientes heridos hasta Mujer Sol y Tallador del Búho, Oso Blanco trataba a los que podía o hacía que la muerte fuese más cómoda. Fue a las familias de los valientes y guerreros que habían sido asesinados e intentó consolarlos, realizando rituales que los ayudaran a dejar a sus seres queridos caminar hacia el Oeste por el Sendero de las Almas.

    A última hora de la tarde, Oso Blanco estaba mareado por el disgusto, por el sufrimiento y por la muerte que esta guerra había traído, y no quería nada más que estar solo y llorar por su pueblo. La incursión de Zarpa de Lobo había traído ganado y caballos, pero casi dos docenas de hombres habían muerto y un número igual había resultado gravemente herido.

    ¿Y todo para qué? Para hacer que los cuchillos largos nos odien más.

    Al anochecer entró otro grupo de guerra, esta vez liderado por el propio Halcón Negro, con el Profeta Winnebago cabalgando a su lado y más hombres heridos para tratar.

    Al fresco de la noche, un delicioso aroma se deslizó por las fosas nasales de Oso Blanco, uno que ni él ni ninguno de la Banda Británica había olido durante demasiado tiempo: carne asada. Ahora que estaba oscuro y el humo del fuego no podía verse, la gente estaba asando el ganado que Zarpa de Lobo había traído de Victoire. Había tantos vientres vacíos que alimentar, que probablemente habían matado a todos los novillos.

    Por derecho, esos son mis novillos, pensó Oso Blanco con ironía. Raoul me los robó a mí y Zarpa de Lobo se los robó a Raoul.

    Oso Blanco vio muchas fogatas por todo el campamento. En tiempos de paz, una fiesta como esta exigiría un gran fuego, pero eso generaría un resplandor que podría verse desde la distancia.

    Sintió una oleada de resentimiento cuando vio lo tranquilo y contento que parecía Halcón Negro sentado ante al fuego frente a su tipi, masticando tiras de carne de res que su esposa había puesto ante él sobre una estera.

    Hasta hoy, la gente había estado al borde de la hambruna y los exploradores habían informado que un ejército de más de dos mil cuchillos largos avanzaba río arriba hacia ellos. ¿Cómo podía Halcón Negro asumir la responsabilidad de traer tanta angustia sobre su pueblo?

    Para decepción de Oso Blanco, el Profeta Winnebago estaba sentado junto a Halcón Negro. Al ver a Nube Que Vuela con su cabello largo y grasiento, y el bigote que se parecía al de Raoul, los hombros de Oso Blanco cayeron. Sintió el impulso de alejarse y hablar con Halcón Negro en otro momento.

    Los seguidores del Profeta Winnebago se habían ido hacía mucho tiempo, pero el Profeta mismo todavía estaba prediciendo poderosas victorias sobre los cuchillos largos. Oso Blanco recordó una lectura de las escrituras que había escuchado en San Jorge, que falsos profetas surgirían en el fin del mundo. Este bien podría ser el fin del mundo para los Sauk; y ciertamente tenían su falso profeta.

    Pero una conversación con Halcón Negro sobre Nancy era demasiado importante para posponerla. Oso Blanco, se sentó y miró a Halcón Negro en silencio. Esperó a que el líder de la guerra le hablara.

    Se sentía hambriento al ver a los dos hombres masticar su carne. Él mismo no había tenido tiempo de comer.

    La mano fuerte de Halcón Negro acarició la cubierta de cuero de uno de los libros de leyes que había capturado en el Arroyo del Viejo.

    "Curaste a mi hijo y sacaste el espíritu de plata de su cuerpo", dijo Halcón Negro. "Acepta mi agradecimiento".

    "Me alegra haber hecho feliz a Halcón Negro".

    Halcón Negro hizo un gesto hacia la carne: "Comparte mi comida".

    Oso Blanco tomó una tira de carne, aún caliente. La saliva parecía inundar su boca. Masticó ferozmente, cerrando los ojos durante un instante de placer. Halcón Negro sonreía levemente mientras Nube Que Vuela, sin prestar atención a Oso Blanco, mordisqueba una costilla.

    Después de un tiempo, durante el cual Oso Blanco no pudo pensar en nada más que la carne caliente y jugosa, Halcón Negro lo llamó a su razón para venir aquí.

    "Me han dicho que tienes una mujer ojos pálidos prisionera".

    "He venido a hablarte de ella", dijo Oso Blanco, y silenciosamente le pidió a su espíritu que lo ayudara a persuadir a Halcón Negro para que la dejara marchar.

    Le dijo a Halcón Negro cómo había convencido a la gente de que no la mataran.

    "Hiciste bien", dijo Halcón Negro, "Debemos hacer que los cuchillos largos nos respeten, no solo que nos teman. Los guerreros no deben torturar y matar prisioneros. El gran Estrella Fugaz nunca quiso dejar que sus hombres torturaran prisioneros".

    Oso Blanco sintió un resplandor de placer ante la aprobación de Halcón Negro. Se sintió más esperanzado de que Halcón Negro pudiera escucharlo. Decidió seguir adelante con su solicitud.

    "Si devolvemos a esta mujer a los ojos pálidos, tal vez hablarán de paz con nosotros".

    El Profeta Winnebago dejó de comer el tiempo suficiente para decir: "Mejor mantenerla. Si los cuchillos largos nos atacan, podemos amenazar con matarla".

    Consciente de que el argumento de Nube Que Vuela tenía un cierto sentido brutal, Oso Blanco sintió un hundimiento en el pecho.

    Halcón Negro frunció su amplia boca pensativamente: "El Profeta habla sabiamente. Es una tontería darle la mujer como regalo a los cuchillos largos. Deberíamos retenerla hasta que estemos listos para cambiarla por algo". Volvió su mirada sombría hacia Oso Blanco. "Debes conservarla. No debes dejarla escapar".

    Oso Blanco ahora tendría que regresar para decirle a Nancy que los Sauk no la dejaban marcharse. La idea de su terror y miseria lo puso enfermo de tristeza por ella.

    Y también temía por ella. Todos los días que los Sauk sufrían hambre y enfermedades, cada vez que mataban a más hombres, las mujeres querrían lastimar aún más a los ojos pálidos que estaban en su poder. Y los hombres tendrían hambre de tomar placer con su belleza rubia. No podía protegerla en todo momento. ¿Cómo, entonces, podría mantenerla a salvo?

    Quedaron en silencio otra vez. El Profeta Winnebago parecía satisfecho consigo mismo. Halcón Negro estaba sombrío, probablemente preocupado por el progreso de la guerra.

    Desesperado por proteger a Nancy, Oso Blanco solo pudo pensar en una forma.

    Dijo: "Quiero hacer de la mujer ojos pálidos mi esposa".

    Las cejas de Halcón Negro se alzaron: "¿Por qué debería hacer eso Oso Blanco?"

    "La gente no matará a la esposa de un chamán".

    El Profeta Winnebago estalló: "¡Eso está mal! Los espíritus me han dicho que nuestra gente no debe aparearse con los ojos pálidos".

    Halcón Negro dijo: "El padre de Oso Blanco era un ojos pálidos".

    "La descendencia de un apareamiento impuro no debería ser un chamán", se quejó Nube Que Vuela.

    Oso Blanco sintió arder sus mejillas, el Profeta Winnebago también podría haberle abofeteado.

    Recordó; mucho tiempo atrás parecía ahora, aunque en realidad solo habían sido nueve meses; cuando Père Isaac, hablando en el funeral de Pierre, había llamado a Oso Blanco: «el fruto del pecado». Entonces había pensado que ningún hombre rojo hablaría tan degradantemente de su parentesco, y aquí estaba un chamán de los hombres rojos haciendo eso.

    Halcón Negro dijo: "Oso Blanco siempre ha sido uno de nosotros. Ha visto visiones. Ha salvado muchas vidas. La marca del oso, uno de los espíritus más poderosos, está en él. Déjale hacer lo que mejor le parezca".

    El Profeta dijo: "Los espíritus me han dicho que un hombre no debe tener más de una esposa".

    Halcón Negro lo fulminó con la mirada: "Eso es una tontería, yo me he contentado con tener una esposa, Pájaro Cantor. Pero mi hijo, Zarpa de Lobo, tiene dos esposas, y muchos de nuestros jefes y valientes tienen dos o tres esposas. Y cuando muchos hombres mueren en la batalla, muchas mujeres deben ser atendidas".

    Nube Que Vuela gruñó y guardó silencio.

    Oso Blanco se despidió de Halcón Negro y se abrió paso entre los refugios y más allá de las pequeñas fogatas donde la carne seguía asándose en los espetos.

    Pájaro Rojo tenía que aceptar su plan antes de poder contárselo a Nancy. Él tenía miedo; miedo de que ella dijera que no y miedo de que su solicitud la lastimara.

    Cuando llegó a su tipi, llamó a Pájaro Rojo y ambos caminaron juntos por el campamento.

    "Mujer Sol está con la mujer de pelo amarillo en el tipi", dijo Pájaro Rojo. "Mujer Sol le habla en la lengua de los ojos pálidos que aprendió de tu padre. Creo que Pelo Amarillo ya no está tan asustada".

    "Eso es bueno", dijo Oso Blanco con tristeza, "porque Halcón Negro dice que debe permanecer prisionera".

    Pájaro Rojo suspiró: "Temía que dijera eso".

    Subieron una colina baja al norte del campamento y se sentaron en una enorme roca semienterrada con vistas a un pequeño lago. Una luna creciente recién nacida se reflejaba en las tranquilas aguas negras.

    Oso Blanco puso la mano en el vientre de Pájaro Rojo y sintió el movimiento del niño dentro de ella.

    Pájaro Rojo dijo: "¿Qué es esta mujer para ti?"

    Oso Blanco se puso rígido ¿Lo entendería? ¿Le creería ella?

    Oso Blanco buscó en su mente una forma de explicarlo: "Ella era una amiga para mí cuando yo vivía en Víctor".

    "¿Era ella tu mujer?" preguntó Pájaro Rojo.

    "No, ella quería serlo, pero yo no quise permitir que sucediera porque sabía que algún día tendría que abandonarla".

    Y temí que, si me permitía a mí mismo amar a Nancy, nunca volvería con mi pueblo ni contigo.

    "¿Ni siquiera te acostaste con ella?"

    "No".

    "Sería una idiotez creer eso".

    "Te lo diría si hubiera hecho lo que yo quería y ella quería, pero no lo hice. ¿Te hace odiarla saber que ella quería eso de mí?"

    La cabeza de Pájaro Rojo estaba inclinada para que él no pudiera verle el rostro: "Eres un hombre que muchas mujeres desearían, no puedo odiarlas a todas".

    "Cuando te pedí que desataras a Nancy hoy y la llevaras a nuestro tipi, podrías haberme rechazado, como lo hizo Venado Corredor con Zarpa de Lobo. Entonces las mujeres la habrían cortado en pedazos. Yo no habría podido detenerlas. Gracias, gracias por honrar mis deseos".

    Pájaro Rojo dijo: "Hubieras intentado detenerlas y te habrían lastimado. No quería que eso sucediera". Ella lo miró de repente, sonriendo. "Y supe que la gente diría: Mirad, la esposa de Oso Blanco hace lo que le pide, pero la esposa de Zarpa de Lobo hace que él parecezca idiota. Me sentí bien al hacer que Zarpa de Lobo pareciera idiota después de lo que nos hizo".

    Escucharla decir "nos" le llenó de calor.

    "Ahora quiero hacer algo más por ella", dijo él, "pero solo puedo hacerlo si tú dices que sí". Contuvo el aliento.

    Pájaro Rojo dijo: "Si la hicieras tu esposa, nadie en la banda se atrevería a lastimarla".

    Oso Blanco dejó escapar un profundo suspiro. Debería haber sabido que sus pensamientos se moverían tan rápido como los suyos. Se había preguntado cómo decírselo y ella lo había dicho por él.

    "Solo para protegerla. No para ser mi esposa de verdad. ¿Tú consentirías?"

    Ella le acarició el dorso de la mano: "Creo que sería bueno que la mantuviéramos a salvo. Tú y yo no queríamos que nuestra gente peleara y matara a los ojos pálidos". Ella presionó la cálida mano en la de él. "Al menos podemos evitar que maten a esta".

    Las ondas en el lago reflejaban fragmentos de luz de luna. Oso Blanco sintió que podía ver su amor por Pájaro Rojo y que este parecía como lo que tenía ante él: un lago de plata. Se apoyó en ella y ella descansó la espalda en su brazo.

    "Te prometo que no me acostaré con ella".

    Ella le sonrió de nuevo: "¿Por qué prometer eso?"

    La pregunta lo sorprendió: "Eres mi verdadera esposa y la única esposa que quiero". Recordó la lealtad de Halcón Negro hacia Pájaro Cantor. Esa era la forma correcta de vivir.

    Pájaro Rojo dijo: "Si vas con ella en la noche, lo entenderé. Especialmente ahora que soy tan grande y no podemos estar juntos tan fácilmente. Te creo cuando dices que me amas más que a ella. Pero ella es alta y tiene el pelo como el oro y la piel muy blanca, y yo soy pequeña y tengo la piel marrón. Quizás el ojos pálidos en ti la prefiera a ella".

    "Creo que el ojos pálidos en mí y el Sauk en mí son uno y ese te prefiere a ti".

    Ella le tomó la mano y la movió por su cuerpo hasta que sintió el lugar cálido y suave de donde, en poco más de una luna, su bebé emergería.

    "Quiero hacer esto contigo ahora", susurró ella. "Creo que podemos hacerlo si entras en mí solo un poco".

    Cuando Pájaro Rojo y Oso Blanco regresaron a su tipi, la luna creciente había alcanzado el punto más alto de su camino a través del cielo. Dentro del sencillo refugio que él y Pájaro Rojo habían construido, estaba demasiado oscuro para ver a nadie.

    La voz de su madre susurró: "Pluma de Águila y Pelo Amarillo están durmiendo. Ella está terriblemente asustada, pero ha pasado por tanto que está exhausta".

    "Te agradezco que la ayudaras", susurró Oso Blanco. "Por la mañana debo decirle que Halcón Negro no la dejará marcharse".

    "Eso me entristece por ella", dijo Mujer Sol. "Está en tal miseria que siento una fuerza en ella, pero este es un mal momento para ella. No debes dejar de ser amable con ella, ni siquiera por un momento".

    Mujer Sol se escabulló por la entrada del tipi.

    Nancy estaba durmiendo en la cama de Pájaro Rojo. Pájaro Rojo y Oso Blanco se acostaron juntos en su catre de juncos y mantas, con la espalda de ella junto al pecho de él, y los dos durmieron.

***

    Cuando los ojos de Oso Blanco se abrieron, la tenue luz que se filtraba a través del techo de corteza sobre su cabeza le permitió ver una figura sentada frente a él. Escuchaba fuera los sonidos del campamento agitándose, hombres y mujeres llamándose unos a otros, caballos en estampida.

    Sintió una oleada de pena cuando reconoció a Nancy. ¡Lo que ella debe de estar sintiendo en este momento!

    "Oh, Dios mío", la oyó decir. "Señor Jesús, ayúdame". Debía de haberle tomado un momento darse cuenta de dónde estaba.

    "Nancy", dijo él tratando de mantener su voz tranquila y agradable, ven conmigo y hablemos".

    Dejaron el tipi y ella caminó por el campamento con los ojos en el suelo, demasiado asustada, supuso él, para mirar a su alrededor. La gente observaba fijamente, pero Oso Blanco tenía una mirada prohibitiva y las personas mantenían la distancia.

    Ella llevaba un vestido de piel que Mujer Sol le había regalado, y se había arreglado las dos trenzas rubias de la forma en que ella siempre hacía. Él sintió un pequeño nudo en la garganta cuando la miró y recordó esas reuniones no accidentales en la pradera cerca de Victoire.

    De vez en cuando, mientras caminaban, ella retorcía los hombros dentro del blando cuero y se frotaba los brazos con incomodidad. Pasaron junto a un grupo de guerreros que habían talado un gran roble y estaban quemando y raspando el interior para hacer una piragua. Los hombres dejaron de trabajar para verla pasar.

    Al ver la forma en que la miraban, Oso Blanco pensó: Sí, ella debe casarse conmigo. Esperaba poder persuadirla de que esa sería la única forma en que ella estaría a salvo.

    La condujo al borde occidental del terreno elevado en el que la banda había hecho su campamento. Se detuvieron cuando la tierra bajo los pies se volvió blanda y húmeda. Ante ellos había una extensión de juncos que se desvanecían en la niebla de la mañana.

    "¿Hablaste con Halcón Negro?" le preguntó ella con voz temblorosa. ¿Puedo escapar de aquí?"

    Oso Blanco recordó la advertencia de Mujer Sol de ser amable con Nancy en todo momento. Intentó pensar en la mejor manera de contarle las malas noticias, cómo agregarle la menor cantidad de miedo posible a su carga.

    "Halcón Negro se alegra de haber impedido que la gente te lastimara ayer", comenzó tentativamente. "Dijo que los hombres blancos desprecian a los indios cuando matan a sus prisioneros".

    Sus labios temblaron: "No me va a dejar marchar, ¿verdad?" dijo ella, y los sollozos comenzaron a sacudir su cuerpo. Cuando pudo, se volvió suplicante hacia él "¿No podrías tú hacer algo por mí?"

    Oso Blanco extendió las manos, impotente: "Hablé con él lo mejor que pude". Trató de decirle algo alentador. "Solo quiere retenerte hasta que pueda hablar con los soldados y hacer algún tipo de tregua".

    Ella se apartó de él, con los ojos enrojecidos y de par en par: "¿Una tregua? ¿De verdad piensa Halcón Negro que puede hacer una tregua? ¿No te das cuenta de lo que tu gente, tus valientes indios, han estado haciendo en toda la frontera? Quemando y masacrando en todas partes. Te conté lo que hicieron en Víctor. ¿Crees que los soldados van a estar dispuestos a hablar de paz con Halcón Negro ahora?"

    Oso Blanco había escuchado las historias de victorias sobre los cuchillos largos de los guerreros que regresaban del Soto de Kellogg, del Arroyo del Indio, a lo largo de la carretera Checagou-Galena. Desesperado, notó que lo que los Sauk veían como batallas en una guerra para defender su patria, para los blancos de Illinois eran crímenes sangrientos y abominables ¿A quién, después de todo, habían matado los grupos de guerra de Halcón Negro? A algunos soldados, sí, pero en su mayoría, a agricultores y a sus esposas e hijos.

    Esto lo atormentaba ahora como lo hacía día y noche. Nadie podía ver el derramamiento de sangre como él, con los ojos de un hombre blanco y un Sauk. Para él, lo que los Sauk estaban haciendo era horrible, pero se hacía por una desesperada necesidad de aferrarse a la tierra que significaba la vida para ellos.

    Y la captura de Nancy le mostraba cuánto le habían cambiado sus años entre los ojos pálidos. Incluso si Zarpa de Lobo hubiera traído de vuelta a una mujer cautiva extraña para él, habría tratado de salvarla. Tampoco podía sentir que las personas dispuestas a torturar a muerte a cualquier mujer fuesen completamente su pueblo.

    Nancy sacudió la cabeza: "No habrá tregua, Auguste. Vienen a destruiros".

    "Nosotros pedimos la paz", comenzó él, "Antes de que comenzara todo este asesinato yo mismo fui con una bandera blanca y ..."

    El pecho de ella se hinchaba y bajaba y su cara estaba moteada de rojo y blanco.

    "Ellos no quieren la paz con vosotros. Tus valientes me matarán cuando se den cuenta de eso. O me matarán los soldados cuando maten a toda tu gente".

    "¡No!" chilló él sabiendo la verdad en sus palabras y luchando contra una agonía interior.

    "¡Déjame escapar!" gritó ella.

    Nancy se alejó de pronto de él y se arrojó entre los juncos. Ella intentó correr y, momentos después, estaba en el agua hasta las caderas golpeando frenéticamente las altas hierbas en el agua, luchando por avanzar. La niebla estaba comenzando a engullirla.

    Demasiado sorprendido para moverse, Oso Blanco se quedó mirándola durante un momento. Seguramente moriría allí en el pantano y ella ni lo sabía. Él se lanzó al pantano tras ella. Impulsó las piernas a través del agua fría. El barro le succionó los mocasines. Cuando la alcanzó, estaba descalzo.

    Él lanzó los brazos alrededor de ella. Ella se revolvió, se giró y le golpeó en la cara con los puños. Tenía los ojos salvajes, como los de un zorro atrapado, las mejillas sonrojadas, la boca torcida y temblorosa.

    "¡Tengo que escapar!".

    "Nancy, no puedes". Estaban hundidos hasta la cintura en el agua y él sintió que sus pies se hundían en el barro.

    La agarró por los hombros y la zarandeó lo más fuerte que pudo. "¡Escúchame!".

    Ella se relajó en sus brazos, y él tuvo que sostenerla.

    "¡No puedo quedarme aquí, no dejaré que me maten!".

    La atrajo hacia tierra seca mientras la fría agua se arremolinaba a su alrededor, el fango viscoso tiraba de sus pies.

    Cuando estuvieron fuera del agua, goteando, él dijo: "Si hubiera alguna forma de escapar de aquí, te ayudaría. Si tratas de escapar, morirás. Hay kilómetros de pantanos en todas direcciones. Solo Halcón Negro y algunos valientes conocen la salida. Te ahogarías o quedarías enterrada viva en arenas movedizas. O los guerreros te atraparían y te matarían sin importar lo que yo hiciera. Y me matarán si te ayudo a intentar escapar".

    "Moriré si me quedo aquí". Ella tenía los ojos apagados por la desesperación.

    "No, no lo harás. Yo cuidaré de ti. Mi familia te protegerá: Pájaro Rojo, Mujer Sol, Tallador del Búho, Cuchillo de Hierro. Estarás a salvo conmigo".

    Ella se apoyó en él: "Auguste, no puedo soportar estar tan asustada. Mi corazón está tan lleno de miedo que estallará".

    "La banda no te liberará, pero no te lastimarán. Me respetan. Hablo con los espíritus por ellos y los curo".

    Ella lo miró largamente y habló con más calma: "Tu aspecto es tan extraño, vestido como un... como un..."

    "¿Como un verdadero indio?" Intentó hacerla reir un poco. Por un instante, un poco de vida volvió al rostro de Nancy.

    También puedo curar su miedo, si ella me deja.

    Sintió un resplandor interno cuando ella logró devolverle una temblorosa sonrisa.

    Ella dijo: "Pero sigues siendo ese buen joven caballero que me hechizó tanto en Víctor, ¿verdad?"

    "Sí, también soy ese hombre". Él miró a sus pies descalzos. "Has perdido los mocasines. Tenemos que conseguirte otro par". Y suerte había ella tenido de no tener una sanguijuela o dos aferradas a los pies. Y él también. Sus mocasines también se habían perdido. La ropa era difícil de encontrar, con la banda huyendo en un país extraño, pero él no necesitaba hacerla sentir peor diciéndole eso.

    "Tengo que resignarme a quedarme con tu gente, ¿no?" preguntó ella: "Gracias a Dios que estás tú aquí, Auguste. Tal vez fue providencial que tu tío te robara la propiedad".

    Sí, el camino del Hacedor de la Tierra es sorprendente, pensó él.

    "Una cosa que debo pedirte, Nancy Para tu protección, tú y yo debemos pasar por una ceremonia de boda. Entonces nadie podrá molestarte".

    "¡Una boda!" Ella lo soltó y se alejó rápidamente.

    El latido de su corazón se aceleró con ansiedad por su aparente sorpresa.

    "No hay nada que temer. Es una ceremonia simple". Recordó su boda con Pájaro Rojo el otoño pasado. Puede que fuese un chamán, pero no había tenido la menor premonición de que pasaría por la misma ceremonia con una mujer diferente menos de un año después.

    "Pero tú ya tienes una esposa. Esa linda mujercita que espera un hijo". Se enrojeció. "Me dijiste que ella era tu esposa". Empapada, le dio la espalda tristemente.

    "En nuestra tribu, los hombres pueden tener más de una esposa".

    Esperaba ver desprecio en sus ojos, la ultrajada moralidad de los ojos pálidos.

    En cambio, ella dijo con tristeza: "¿Es ella la razón por la que no hiciste lo que yo quería la noche que dejaste Víctor? ¿Estabas casado con ella entonces?"

    Tuvo que forzar las palabras: "No, pero yo la amaba entonces. Y ella... ese muchachito de ojos azules que has visto en nuestro tipi es nuestro hijo. Él nació después de que mi padre me llevara a Victoire".

    Ella sacudió la cabeza, las trenzas rubias se balanceaban: "Fuiste honesto conmigo. No me hablaste de Pájaro Rojo, pero no me engañaste como otro hombre podría haber hecho... un hombre como tu tío. Pero ¿cómo se siente tu esposa respecto a mí?"

    ¿Qué quería ella decir con un hombre como tu tío? ¿Se había acercado Raoul a ella? Puso esa pregunta a un lado mientras enmarcaba una respuesta a su pregunta.

    "Pájaro Rojo acepta esta boda. Ella también quiere ayudarte. Si eres parte de nuestra familia, estarás protegida. Ella quiere eso".

    Ella lo miró fijamente: "¡Pero soy cristiana! No puedo pasar por una ceremonia de boda pagana para ser tu segunda esposa. ¿Cómo podría hacerle eso a mi padre, un ministro?".

    Intentó sonar tranquilizador: "Todos sabremos, tú y yo y Pájaro Rojo, que no es un matrimonio real, sin duda tu Dios cristiano lo verá y lo entenderá. Y tu padre, si te está viendo, seguramente él quiere que vivas".

    No, Philip Hale, tal como lo recuerdo, bien podría esperar que ella muriera por su fe. Él podría querer que su hija se uniera a él en el otro mundo. Pero eso daba igual.

    Continuó rápidamente: "Por supuesto, no tendrás que «conocerme», como dice tu Biblia. A los ojos de la tribu serás mi esposa, eso es todo. En nuestro tipi tu virtud será respetada".

    Ella soltó una triste carcajada, pero las lágrimas corrían por sus mejillas. "Oh, Auguste, ¿recuerdas cómo te rogué que te casaras conmigo? Incluso recé por eso, ¿te lo habrías imaginado? Y ahora mi oración ha sido respondida. Solo que no ha resultado exactamente como yo había esperado, ¿verdad?".

    El corazón de Oso Blanco se llenó de un oscuro presentimiento. Nada había resultado como ninguno de ellos había esperado, pero mucho había sucedido como habían temido.

Capítulo 17

Los Hombres del Tío Sam

    Las lágrimas llenaron los ojos de Raoul, nublando el periódico y la carta sobre la mesa del campamento a la luz de las velas. Tenía las manos frías como un cadáver mientras las presionaba en las sienes.

    ¡Oh, Dios! ¡Una bebida! ¡Necesito un trago!.

    Echó mano a la jarra junto a la carta. Una mano levantó la solapa de la tienda, Greenglove se agachó al entrar.

    Verlo asustó a Raoul ¿Lo sabía él ya?

    No hay muchas posibilidades de que haya una carta para Eli en el saco de correo de dos semanas que acababa de llegar al batallón de Raoul. Probablemente, nadie en Víctor iba a escribir a Eli ahora.

    La boca de Eli se endureció. Era una noche calurosa, no llevaba chaqueta, solo una camisa de trabajo marrón claro, con una pistola, cuchillo en su ancho cinturón marrón.

    "Levi Pope ha recibido una carta de su señora. Hubo un ataque inyo contra Víctor. ¿Tú has oído algo?" La voz de Eli era tan plana como la pradera. El hombre se sentó en el baúl de campamento de Raoul.

    "Sí", dijo Raoul ahogándose ante la sola palabra. "Un grupo de guerra atacó Victoire".

    Tomó un trago de la jarra. Un espacio frío y doloroso le crecía en la boca del estómago. El whisky se asentó en medio del dolor como una pequeña fogata en medio de una cellisca.

    Le entregó la jarra a Eli. Eli dio un sorbo, volvió a poner la jarra sobre la mesa.

    "Maldita sea, no te quedes ahí sentado mirándome" Eli mostró sus dientes arruinados mientras su labio se curvaba en un gruñido. "¿Qué demonios ha pasado?"

    Raoul tomó la carta con una mano temblorosa leyó en voz alta las horribles palabras, escritas en una fluída escritura negra.

    "'Es mi triste deber como hermana enviarte la noticia de que Clarissa Greenglove y tus dos hijos han perecido a manos de los indios'".

    "Oh, Señor Dios y Salvador", gimió Eli. Su cabeza cayó hacia atrás sobre el cuello, con la boca abierta. Su manzana de Adán sobresalió.

    "'También que nuestra querida Victoire se ha incendiado hasta los cimientos'".

    Raoul continuó:

    "Clarissa y Andrew y Philip, junto con otras personas que vivían en Victoire y Víctor, fueron asesinados en la mañana del 17 de junio".

    "En su dolor, que lo consuele saber que su puesto comercial fortificado, donde nos refugiamos y defendimos, salvó la vida de la mayoría de nosotros. El cañón que colocó en el fortín fue empleado con buenos resultados, incluso aunque al principio dudábamos de usarlo, ya que aquí nadie sabía cómo disparar tal arma. Sin embargo, disparamos y rompimos la última carga de los indios y los expulsamos".

    "El Sr. Burke Russell, a quien usted puso a cargo del puesto comercial, fue asesinado mientras luchaba en el parapeto. El Sr. David Cooper, a quien también designó como cuidador, nos dio el liderazgo y fuerza que tanto necesitábamos para ayudarnos. Él era el único combatiente experimentado entre nosotros".

    "No puedo soportar escribir más. Las vistas que vimos cuando salimos del fortín atormentarán mis sueños para siempre".

    "Aunque los indios no pudieron poner las manos sobre nuestros cuerpos, destruyeron nuestra propiedad. Nuestra casa fue incendiada y nuestra imprenta y máquinas de carpintería arruinadas".

    "Cuando todo terminó, Frank cabalgó hacia Galena, aunque le rogué que no lo hiciera por temor a que todavía hubiera indios al acecho. Pero él debe publicar su periódico. Organizó una edición impresa del Visitante en la imprenta de La Gaceta de los Mineros de Galena, y trajo las copias de vuelta aquí en una carreta. Te envío una copia del periódico debajo de esta portada. El artículo de Frank le dirá todo lo que hay que saber acerca del ataque, y quizás más de lo que desearías saber.

    "Nuestro padre está bien. Él y Guichard lucharon valientemente en nuestra defensa".

    "No te reprocho nada. Mi corazón está contigo, hermano, porque sé que debes estar sufriendo. Recuerda que todo sucede como Dios ordena. Que Él te conceda paz".

    ¿Qué demonios quiere decir «Todo sucede como Dios ordena»? ¿Dios quería que mi mujer y mis hijos fueran asesinados por los indios?.

    "Oh, Cristo Jesús", dijo Eli. Sacudió la cabeza, luego apoyó los codos sobre las rodillas y presionó las manos sobre la parte superior de la cabeza.

    Hasta Papá tuvo que luchar.

    El corazón de Raoul se sintió magullado, como golpeado con un martillo.

    No te reprocho nada. Eso ya era suficiente reproche. Él se había llevado a todos los hombres que se habían inscrito en la milicia. Les había prometido que sus esposas e hijos estarían a salvo. Los había llevado a perseguir a Halcón Negro, a perseguir venganza y gloria.

    Eli alzó la vista: "¿Qué dice en el periódico?"

    Raoul comenzó a dárselo.

    "Leémelo".

    Raoul había olvidado que Eli no sabía leer. Clarissa tampoco sabía. Ahora ella nunca aprendería, ni los niños tampoco.

    Sacudió la cabeza y se pasó la mano por la frente: "no puedo leer esto en voz alta".

    Los ojos de Greenglove eran duros como balas: "Límpiate los malditos ojos y lee ese maldito periódico".

    Raoul se frotó los ojos y dio otro trago de la jarra. Greenglove extendió la mano y Raoul le pasó la jarra.

    Raoul recogió el periódico, odiando verlo, y comenzó a leer la columna encabezada con una sola palabra, ¡MASACRE!

    El artículo de Frank relataba cómo la gente en el puesto comercial había contenido a los indios todo el día y finalmente los había hecho huir disparando el cañón. Luego había llegado la penosa tarea de encontrar y enterrar a aquellos que no habían tenido tiempo de ponerse a salvo.

    Luego, para Raoul, las líneas más terribles de todas:

    «En las cenizas de Victoire, parecía tras examinar los restos carbonizados, que los cráneos de los hombres y las mujeres habían sido partidos por golpes de tomahawk. Partes de los cuerpos de los niños estaban esparcidos por las ruinas como si hubieran sido cortados en pedazos antes de que los indios incendiaran la gran casa.»

    ¿Por qué Clarissa no se había escapado? Ella había estado bebiendo mucho en el último año, tanto que él había tenido que golpearla más de una vez por dejar que los chicos corretearan por ahí sin echarles un ojo. Probablemente había estado acostada en un estupor borracho mientras todos estaba huyendo del chateau, los chicos durmiendo en la habitación con ella. ¿Nadie había tratado de despertarlos?

    A esos fieles sirvientes franceses que amaban tanto a Elysée y a Pierre, no les había importado un bledo la puta de Raoul y sus hijos bastardos. Después de todo, él había frustrado los últimos deseos de Pierre y había golpeado a su anciano padre con el puño delante de toda aquella gente de Victoire.

    Aún así, habrían sido lo suficientemente humanos como para tratar de hacer algo si hubieran tenido tiempo. Habrían gritado y golpeado la puerta. Habrían intentado despertarlos. Pero no habría habido tiempo. Cien o más indios galopando por el chateau. Los sirvientes que los vieron venir apenas habrían tenido tiempo de escapar. Algunos de ellos no habían sobrevivido. Algunos de ellos habrían muerto con Clarissa y los niños; tal vez los que se quedaron para tratar de advertirles.

    Así fue como debió de haber sido.

    El artículo de Frank en el Visitante decía que algunas de las personas en las granjas distantes se habían salvado escondiéndose en los sótanos o en los bosques cercanos. Los indios tenían demasiada prisa por llegar a Víctor para molestarse en buscar con cuidado. Una familia, los Fleming, se habían ocultado en la mina de plomo cerrada. Algunos indios los habían perseguido hasta la mina, pero no los habían seguido al interior. Los Fleming se habían escondido tan profundamente en la mina que tuvieron problemas para encontrar la salida de nuevo, pero habían sobrevivido.

    Pero una persona ni se había escondido ni había sido asesinada:

    «Mientras que el cuerpo del reverendo Philip Hale, M, fue encontrado entre los restos quemados de su casa, su hija, la señorita Nancy Hale, no fue hallada. Se teme que la señorita Hale haya sido secuestrada por los indios. Tanto la iglesia como la casa que el reverendo Hale había construido en la pradera quedaron arrasadas en el incendio.»

    Mientras Raoul leía en voz alta la lista de los muertos, pensó en Nancy y luego en su hermana Helene. ¿Le hicieron eso a Nancy? ¡Los Diablos Rojos! Probablemente sí. ¡Horrible!

    Vio el cuerpo desnudo, rajado y violado yaciendo en la pradera, el cuerpo de Nancy Hale igual que el de Helene.

    Pero también podría ser que ella estuviera viva. Y si él seguía a Halcón Negro, él podría ser quien la rescatara. Había consuelo en ello.

    Un poco de consuelo.

    Y luego una bilis negra de odio hacia sí mismo chorreó subiendo hasta su garganta.

    Gran Dios en el Cielo, este hombre con el que estaba sentado... él había tenido a la hija de este hombre en su cama durante seis años. Y ahora que ella había sido asesinada, él ya estaba pensando en cómo reemplazarla.

    Quizá soy un hombre tan malo como Papá decía.

    Eso es lo que Nicole quiso decir con «Todo sucede como Dios ordena.» Esto fue para castigarme.

    Echó un trago para lavar ese pensamiento.

    Hizo una mueca cuando llegó al nombre de Marchette Perrault en la lista de muertos. Tal vez ella había muerto tratando de ayudar a Clarissa. ¿Ya lo sabía Armand?

    Eli se puso en pie: "Bueno, pobre Clarissa. Pobres niños. Fue un día negro en nuestras vidas cuando Clarissa y yo nos encontramos contigo, Raoul de Marion".

    Las palabras desgarraron una herida que estaba fresca y sangraba.

    "Mira aquí, ahora, Eli ¿No sabes que me siento tan mal como tú?"

    "No, eso no lo sé. Clarissa era todo lo que yo tenía en el mundo. Esperaba que encontraras en tu corazón el deseo de casarte con ella, pero nunca la trataste bien. Nunca te importó lo suficiente para que los niños tuvieran tu nombre. Tu hermano, él hizo más por ese hijo medio inyo suyo que tú por los dos que eran todo blancos".

    Todo blancos eran, pero medio Vómitos, pensó Raoul sintiendo su desdén por el hombre que estaba parado ante él.

    Vómito, un buen apodo para la raza de Greenglove. Missouri vomitó lo peor de su gente y esta aterrizó en Illinois, los senos de Clarissa se aplanaron y se hundieron, sus hombros redondos, sus dientes manchados por el humo de la pipa. Tan desaseada llegó a ser que apenas le importaba llevarla a la cama, y ​​Phil y Andy crecieron con ese mismo aspecto desvaído y de huesos débiles de los Greenglove.

    ¿Cómo puedo pensar de esa manera sobre mis propios hijos? ¿Qué tipo de hombre soy yo? Y ahora que han sido asesinados aún sigo despreciándolos.

    Tenía que dejar esto. Se estaba torturando a sí mismo. ¿No era ya suficiente castigo? Era a los malditos indios a los que debía odiar.

    "Tendremos nuestra venganza, Eli. Mataremos a cien indios por cada uno de los nuestros que murieron".

    "Igual que asesinaste a esos tres en el Arroyo del Viejo. Te advertí que no lo hicieras. Eso fue lo que mató a Clarissa y a tus hijos. No le ayudaré a vengarse, Coronel Raoul de Marion. Porque si me quedara por aquí con usted, tarde o temprano yo querría sangre por la sangre mía que se ha derramado".

    Raoul sintió un escalofrío al enfrentar el implacable odio de ojos lúgubres de Greenglove, pero que le condenaran si iba a retroceder ante este rastrojo humano.

    "Saldrás de esta compañía cuando termine tu período de alistamiento y ni un maldito día antes. Eres el capitán de la Compañía del Condado de Smith".

    La boca de Greenglove se curvó en una fría sonrisa.

    "Para mañana no habrá compañía. Los muchachos del condado de Smith se han enterado de lo que ha sucedido en Víctor. La mayoría de ellos estará renunciando".

    Raoul sintió el calor elevándose en su cuello y cabeza.

    "¡Y un infierno que lo harán! Mis muchachos del Condado de Smith querrán sangre india como yo. Y como la querrías tú si no hubieras tomado la noción de culparme de la muerte de Clarissa".

    Auguste. El mestizo. Raoul sintió que su sangre hervía al ver la cara de piel verde oliva de los rasgos de Pierre mezclada con apariencia india. La cara que nunca había dejado de odiar desde el momento en que la vio por primera vez. Auguste estaba muerto. El mismo Eli aquí presente le había disparado. Su cuerpo se estaba pudriendo en algún lugar de la pradera detrás de ellos.

    Pero los indios de la Banda Británica estaban vivos, la gente de Auguste. Se habían infiltrado en Victoire, la casa de Raoul. La habían calcinado. Habían pasado a su mujer por el tomahawk. Mutilado a sus hijos, sus dos muchachos, Andy y Phil, en pedazos.

    En pedazos.

    Él vio eso, por un momento, demasiado vívidamente, y casi gritó. Agarró la jarra y quemó la sangrienta imagen fuera de su mente con un trago.

    La banda de Auguste, merodeando río arriba en alguna parte.

    ¿Por qué? Auguste podría haberles dado la idea. Les había contado todo sobre Victoire y Víctor. Muchas mujeres y niños indefensos allí. Un rico puesto comercial. La casa de un gran hombre blanco para quemar.

    Mi tío me echó de la tierra, Auguste podría haber dicho. Vengarme, id a matar a su mujer y a sus hijos y quemad su casa y ya que estáis, matad a cada uno de esos perros blancos del condado de Smith.

    Claro, probablemente él les metió la idea en la cabeza a esos demonios antes de que le dispararan.

    No era suficiente con matar a Auguste. No era suficiente.

    Tenía que matar a todos y cada uno de los indios de Halcón Negro. Exterminar a toda la banda: salvajes, squaws y papooses.

    Y dispararía a cualquier gandul que se negara a ir con él.

    Greenglove se encogió de hombros: "Ve a perseguir indios entonces, si ese es el deseo de tu corazón". Luego sonrió sabiamente. Raoul lo encontró extrañamente perturbador. "Pero tal vez encuentres una sorpresa esperándote allí en el Territorio de Michigan. Casi me hace querer quedarme contigo, solo para poder ver la expresión en tu cara".

    Raoul sintió un escalofrío ¿Por qué demonios sonreía así Greenglove?

    "¡Maldita sea, no puedes irte, Eli! Hiciste un juramento. Te inscribiste por otros treinta días cuando tu alistamiento terminó en mayo. Puedo hacer que te fusilen por deserción".

    "Adelante. Dispárame tú mismo".

    Eli levantó lentamente la solapa de la tienda y se quedó allí un momento, girado para mostrarle a Raoul una última sonrisa extraña y poco alegre. Raoul miró la pistola en el cinturón de Eli. Probablemente toda cebada y cargada. Su propia pistola, descargada, colgaba del poste de la tienda detrás de él.

    Si fusese a por mi pistola, le daría una excusa para meterme una bola. Y él lo haría antes de que yo pudiera levantar el martillo.

    Eli le mostró a Raoul un último asentimiento, como si supiera lo que Raoul había estado pensando, y dejó que la solapa de la tienda cayera detrás de él.

    Raoul tomó la jarra. La notó ligera en su mano y la agitó. Vacía.

    ¡Todo! ¡Vacío, vacío, vacío!

    Se levantó, trastabillando ligeramente, y caminó hacia la abertura de la tienda.

    "¡Armand!" gritó.

    Dios mío, ahora tendré que darle a Armand las noticias sobre Marchette.

***

    Raoul despertó sudando. Un lado de su tienda estaba blanco reluciente. El sol caía sobre él. Había estado durmiendo en un horno. Se sentó derecho, su visión se volvió negra y la cabeza le daba vueltas. Balanceó los pies, todavía con sucios calcetines grises, sobre el lateral de su catre. Casi pisó a Armand, quien yacía sobre la espalda en el suelo cubierto de paja, su barba ondeaba mientras roncaba con la boca abierta.

    De pie, Raoul vio la carta de Nicole y el Visitante de Víctor sobre la mesa del campamento junto a una vela quemada y cuatro jarras vacías. Recordó lo que había sucedido en Víctor. Cayó de nuevo sobre el catre y se dio un puñetazo en el pecho tratando de adormecer el dolor en su corazón.

    ¡Dios maldiga a los Sauk! ¡Malditos sean! ¡Malditos sean!.

    Armand, cuando se enteró de lo que había sucedido en Victoire, no culpó a Raoul como había hecho Eli. Había llorado por Marchette, a quien golpeaba casi a diario cuando ella estaba viva, y había jurado vengarse de sus asesinos, la banda británica; y se había sentado con Raoul hasta que ambos estuvieron lo bastante borrachos para dormir.

    Raoul sentía la cabeza y el cuerpo como si estuvieran ardiendo. Con los dedos curvados agarrando el aire vacío.

    Se abrochó el cinturón con su pistola y su cuchillo Bowie, salió a trompicones de su tienda y se plantó a su lado a mear en la hierba alta.

    Estaba encarando el río Roca, de menos de cuatrocientos metros de ancho aquí, una sábana de agua azul brillante rodeada por un bosque que seguía la orilla. Frente a él había una docena de grandes botes planos en forma de caja. Las tiendas de su propio batallón de la milicia y de otros dos se extendían sobre los pastizales a su alrededor.

    Sintió de pronto que algo andaba mal. No había escuchado al corneta tocar las docenas de notas que indicaban el comienzo del día. Ahora vio que los hombres no estaban reunidos, sino que deambulaban sin rumbo por el campamento.

    ¿Qué demonios había dicho Greenglove?

    Para mañana no habrá compañía.

    Abajo, cerca de los botes planos, estaba reunida una gran multitud. Un hombre, de pie sobre un barril, se dirigía a ellos. Su voz, aguda e insistente, llegaba hasta Raoul en el cálido aire de junio, pero él no podía distinguir qué estaba diciendo el hombre.

    A Raoul no le gustó esto. No le gustó en absoluto.

    Comenzó a caminar hacia el río y encontró a Levi Pope y a Hodge Hode de cuclillas frente al fuego, preparando café simplemente hirviendo agua con café molido.

    "Lamento su pérdida, Coronel", dijo Pope.

    Escuchar a Pope hablar de lo que había sucedido en Victoire fue como ser pateado en un lugar ya magullado. Raoul tuvo que hacer una pausa durante un momento antes de poder hablar.

    "Gracias. ¿Tu familia salió bien?" Temió lo que podría escuchar como respuesta.

    "Su hermana escribió una carta para mi señora", dijo Pope. "Salieron tolerablemente gracias a la forma en que usted fortaleció el puesto comercial. Eso fue muy previsor, Coronel".

    El pecho de Raoul se expandió y se sintió un poco mejor. Así esperaba que reaccionaran los hombres, sin culparlo de la tragedia como había hecho ese bastardo de Greenglove.

    "La carta de Levi contaba cómo mi hijo Josiah también llegó al puesto comercial", dijo Hodge, "el Sr. Cooper incluso lo dejó disparar a los pieles rojas".

    ¿El Sr. Cooper? ¿Desde cuándo David Cooper había llegado a ser tan alto y poderoso?.

    "Necesito un poco de ese café", dijo Raoul. Hodge exprimió los granos del café vertiéndolo a través de un pañuelo en una taza de lata y le entregó la taza a Raoul.

    El líquido negro escaldó los labios y la lengua de Raoul, y no lo trató mejor cuando le mordió el estómago quemado con whisky.

    "¿Algo para comer?"

    Con un gruñido amargo, Levi Pope sacó una galleta cuadrada de una envoltura de papel y la sostuvo: "Estos pasteles de lombriz están bastante vivos, pero sumérjalo en el café un par de veces y hervirá a los bichillos hasta la muerte".

    Raoul cerró los ojos y apartó con la mano la galleta llena de gorgojos.

    "¿Qué demonios está haciendo ese grupo junto al río?"

    Hodge Hode sonrió: "Lo llaman una reunión pública de in-dig-nación". Pronunció las palabras divertido. "Dicen que no cruzarán el río en el territorio de Michigan. Que quieren irse a casa".

    "¿Alguno de nuestros hombres habla de esa manera?"

    "Oh, un montón de ellos, Coronel", dijo Levi.

    "Ya lo veremos".

    "Hodge y yo no vamos a renunciar. No nos iremos a casa hasta que nos hayamos matado un poco de esa basura de inyos". Levi acarició amorosamente los mangos de sus seis pistolas enfundadas, tres a cada lado de su cinturón.

    Pero Levi y Hodge no hicieron ningún movimiento para levantarse y unirse a Raoul. Irían con él al otro lado del río, entendía él, pero no estaban dispuestos a ayudarlo a disciplinar a los otros hombres. Pensó en ordenarles que lo acompañaran, pero decidió no poner a prueba su lealtad. Eli lo había abandonado. No sabía en quién podía confiar.

    Demonios, él podría seguir sin estos dos de todos modos.

    Para tranquilizarse, Raoul agarró el mango de su cuchillo Bowie mientras se acercaba a la multitud. ¿Podría intimidar a docenas de hombres si estaban decididos a no obedecerle?

    Claro. Tal vez tengas que rajar algunas barrigas, pero el resto entrará en línea.

    Así era como él dirigía el Condado de Smith.

    El hombre parado en el barril decía: "¿Sabéis cómo llaman los inyos a ese país allá arriba? Las Tierras Temblorosas. Es todo pantano, agua y arenas movedizas. Sacas un caballo en lo que parece tierra firme y, antes de que puedas pestañear, se hunde hasta la panza".

    Ese tipo de conversación hizo que Raoul quisiera usar su cuchillo, pero eso probablemente solo irritaría aún más a estos bastardos rebeldes.

    Tengo que detener esto. Ponerlos en fila junto a los botes. Decirle al primer hombre que entre en la fila. Si no quiere, disparar. Luego pasar al siguiente. Eso les hará cambiar de opinión rápidamente..

    Se dijo a sí mismo con disgusto que dejara de soñar. Ni siquiera en el Condado de Smith podría él salir impune después de disparar a hombres blancos solo porque no querían obedecerle. No a plena luz del día, al menos.

    El hombre parado en el barril dijo: "Si Halcón Negro se ha escondido en ese país, eso significa que ha terminado en el infierno, su gente morirá de hambre allí arriba. ¿Para qué tenemos que seguirlo?"

    Mientras se abría paso entre la multitud, Raoul escuchó a un hombre cerca de él gritar: "Voluntarios es lo que somos. Eso significa que servimos a nuestro propio gusto. Bueno, ya no me ofrezco como voluntario".

    Un coro de "¡Correcto!", "¡Si!", "¡Yo tampoco!", "¡Así se habla!" se levantó alrededor de Raoul, irritándole como un enjambre de moscas enloquecería a un caballo.

    Vio a un tipo familiar de hombros encorvados entre la multitud: Justus Bennett. Desde Arroyo del Viejo, Bennett había estado quejándose sobre el elegante traje y los dos caros libros de leyes que había perdido, exigiendo que el estado de Illinois pagara por ellos. Ahora estaba aquí alentando a los posibles desertores con solo escucharlos.

    Raoul lo agarró del hombro y tiró de él "Tú eres abogado. Sabes muy bien que esta reunión es ilegal. Ve allí con Pope y Hode o ya no eres un teniente en mi batallón".

    Bennett lo miró con ojos pequeños y brillantes: "Eso es irrelevante, viendo que todos nos vamos a casa".

    "Nadie se va a casa", dijo Raoul lo bastante fuerte para hacer que los hombres a su alrededor se volvieran para mirar. "Vuelve a ponerte el maldito uniforme".

    Le dio un empujón a Bennett. El abogado lo fulminó con la mirada, pero se alejó.

    Raoul se abrió paso hacia el frente entre la multitud. Los hombres retrocedieron para dejar paso a su chaqueta azul con las franjas doradas de oficial. Pero el sol le batía en la cabeza. Se dio cuenta de que había olvidado ponerse el sombrero y de que no estaba afeitado y de que su chaqueta estaba desabrochada.

    Y, nada. Demonios. Él sabía manejar a los hombres. No tenía que vestirse bien para eso. Sacó el cuchillo y se enfrentó al hombre de pie sobre el barril.

    "Baja de ahí".

    "Escuche, Coronel, esta es una reunión pública".

    Raoul agitó el cuchillo: "Ya has dicho lo querías. Salta".

    El hombre miró desafiante a Raoul. Raoul pensó que podría tener que cortarle un poco y se preguntó si estaba dispuesto a ello. Los ojos del hombre vacilaron desde Raoul hasta la hoja de treinta y dos centímetros. Y saltó.

    Pero no había terminado de hablar: "Este es un país libre, Coronel. El hombre tiene derecho a decir lo que piensa".

    Raoul dijo: "Dile eso a Halcón Negro".

    No estaba muy seguro de lo que quería decir con eso, pero escuchó varias risas y se animó.

    Se subió al barril de un metro de alto. Este se balanceó debajo de él, y los restos de whisky que chapoteaban en el cuerpo marearon a Raoul un poco. Decidió, después de poner los pies cerca del borde del barril, que estaría más seguro si envainaba el cuchillo.

    "Vuestro plazo de alistamiento no ha terminado. Todo hombre que no cruce ese río es un cobarde y un desertor, y me encargaré de que le traten como tal".

    "¡Vete al infierno!" gritó un hombre.

    "Habla de cobardes", exclamó otro hombre. "¿No huyó corriendo todo su batallón desde Arroyo del Viejo hasta el Ferry de Dixon, por unos cuarenta inyos?"

    "Ya no lo llaman Arroyo del Viejo", gritó una voz ronca "Ahora es la Huída de Marion".

    Raoul sacó el cuchillo de nuevo.

    "El hombre que ha dicho eso sobre la Huída de Marion que suba aquí arriba y lo diga otra vez". Sacudió el cuchillo.

    "Deja de agitar ese pincho de cerdo y baja del barril, de Marion. Estamos hartos de oírte". Raoul vio un rifle apuntando hacia él. La sangre que bombeaba por su cuerpo pasó de pronto del calor al frío.

    Una nueva voz irrumpió.

    "¡Baja ese rifle!".

    El tono era profundo, fácil y seguro al mando. No ofrecía alternativa. El rifle cayó tan rápido como si respondiera a la orden de un sargento de instrucción.

    Un oficial bajo y regordete con gruesas cejas negras avanzó hasta plantarse al lado del barril de Raoul. Llevaba un manchado sombrero de lana de ala ancha y una chaqueta azul militar sobre pantalones de ante con flecos. Las franjas doradas en la parte superior de su brazo lo identificaban como coronel. El sable al lado casi se arrastraba por el suelo. Podría haber tenido un aspecto cómico, pero de alguna manera no lo tenía. Raoul había visto al oficial en las reuniones de mando y sabía que, a pesar de su mezclada vestimenta, él era del Ejército Regular. Aunque esta mañana Raoul no conseguía recordar su nombre.

    Movimiento en la distancia llamó la atención de Raoul. Una larga fila de tropas uniformadas de azul marchaba por la pradera a unos cien metros de distancia, sus gorras militares se balanceaban. Se detuvieron, se volvieron y se enfrentaron a los milicianos. Quedaron en descanso con un rifle al lado. El sol de la mañana brillaba en las bayonetas.

    Algunos milicianos miraron por encima de los hombros a la línea de soldados federales, y un murmullo nervioso de "¡Panzazules!" se propagó entre la multitud.

    "Puede bajar ahora, Coronel de Marion", dijo el oficial. "Le agradecería que me dejara manejar esto".

    Raoul odiaba admitirlo, pero se sintió aliviado. Se agachó lentamente y con cuidado, para no caer de culo, se bajó del barril.

    "Ese es Zachary Taylor", oyó Raoul decir a alguien en la multitud mientras se movía, ahora sin ser notado, para mantenerse aparte en la orilla del río. Raoul se sintió tonto por haber olvidado el nombre de Taylor, especialmente cuando Taylor sabía el suyo.

    En lugar de subirse al barril, Taylor se alzó y se sentó sobre él, haciendo un gesto amigable a los hombres para que se reunieran a su alrededor.

    Hablaba con un sencillo acento sureño, pero proyectaba la voz para que se oyera.

    "Vamos a ver, hombres, no me considero su superior, a pesar de que soy un oficial federal. Todos somos americanos iguales aquí". Asintió como si pensara en algo. "De hecho, muchos de vosotros sois hombres importantes en la vida civil, y no tengo dudas de que algunos de vosotros ocuparéis cargos públicos y me daréis órdenes a mí algún día".

    Los ojos de Raoul recorrieron la multitud, y notó una figura más alta que la mayoría, ojos graves mientras escuchaba atentamente a Taylor. Era ese Lincoln, que había sido una molestia en Ciudad del Profeta. Raoul se preguntó si el joven estaba a favor o en contra de cruzar el río Roca hoy.

    Taylor dijo: "La mejor garantía que tenéis de que obedeceré vuestras órdenes cuando llegue vuestro turno es que estoy obedeciendo las órdenes que tengo ahora. Os diré en un momento cuáles son esas órdenes, pero dejad que os refresque la memoria sobre lo que Halcón Negro y sus salvajes le han hecho a la gente que vosotros y yo hemos jurado defender".

    Sacó un papel doblado del bolsillo lateral de su chaqueta azul y lo leyó.

    "Un hombre asesinado en el Arroyo del Bureau. Un hombre en Soto del Búfalo, otro en el río Zorro. Dos en la carretera de Checagou. Una mujer y dos hombres asesinados en las afueras de Galena. El Fuerte de río Manzana asediado, cuatro muertos. Siete hombres masacrados en el Soto de Kellogg. Tres familias enteras, quince personas, aniquiladas en el Arroyo del Indio. Víctor sitiada y diecisiete hombres, mujeres y niños masacrados".

    Raoul vio las miradas de vergüenza de los hombres que le conocían cambiar de semblante. Él bajó enojado la vista hacia el suelo. No quería que estos hombres se compadecieran de él.

    Pero una imagen de carne quemada y huesos dispersos emergió de pronto en su mente. Le mordió como una serpiente de cascabel. Casi vomitó. Apretó los puños y se mantuvo rígido.

    Un hombre gritó: "Coronel Taylor, por eso no queremos cruzar la línea estatal. Los indios están atacando por todas partes y queremos volver a casa para proteger a nuestra gente".

    Taylor asintió con la cabeza: "Eso es comprensible. Pero yo llevo luchando contra los indios durante mucho tiempo. Me topé con el viejo Halcón Negro hace casi veinte años en la guerra contra los británicos. Tengo una cuenta pendiente con él porque él me fustigó entonces, y os prometo que no nos fustigará a nosotros esta vez. Sí, es un país salvaje el de allá arriba, sin duda. Pero tendremos una banda de exploradores Potawatomi dirigidos por uno de sus jefes, Billy Caldwell, para guiarnos. Y el general Winfield Scott cruza los Grandes Lagos con quinientos soldados federales más. Con toda esa ayuda, terminaremos con Halcón Negro".

    "Y debemos acabar con él. Los asesinatos y las masacres no se detendrán mientras Halcón Negro y su tribu estén sueltos. Si regresáis a vuestras granjas y asentamientos, habrá una docena de vosotros en un lugar y veinte en otro y una mañana o una noche os encontraréis frente a un grupo de guerra de ciento ciento cincuenta valientes, como les pasó a las personas en el río Manzana y en Víctor. Nuestra fuerza está en nuestro número y mientras seamos tres mil y más, tenemos que buscar la Banda Británica de los Sauk y los Zorro y destruirlos".

    Raoul escuchó un murmullo de asentimiento. Su corazón se alzó. El pequeño coronel se los estaba ganando y la guerra continuaría.

    "En inglés sencillo, caballeros y conciudadanos, mis órdenes de la ciudad de Washington son perseguir a Halcón Negro donde quiera que vaya y llevarme a la milicia de Illinois conmigo. Quiero hacer las dos cosas. Ahora bien, están las lanchas planas en el orilla". Hizo una pausa, luego bajó resbalando por el barril y, de pie muy recto, señaló sobre sus cabezas. "Y aquí están los hombres del Tío Sam, avanzando de puntillas detrás de vosotros en la pradera".

    Taylor era tan bajo que solo los hombres que estaban cerca de él podían ver hacia dónde señalaba. Primero se giraron, y luego, en un anillo cada vez más amplio, los hombres que se encontraban en los confines de la multitud se volvieron para mirar la larga línea de uniformes azules detrás de ellos, estirada como una cadena.

    Raoul escuchó resignación en las voces de los milicianos.

    "Muchachos, yo elijo las lanchas planas".

    "Yo también me inscribí para luchar contra los indios, no con los americanos".

    Un hombre gritó: "Diablos, coronel, todos somos hombres del Tío Sam".

    Taylor sonrió, extendió la mano para colocarse el moteado sombrero en la cabeza y dijo: "Entonces estaré orgulloso de guiarte".

    Taylor paseó entre la asamblea.

    Al borde de la multitud, se volvió y alzó la voz: "Oficiales, reúnan a sus hombres. Primero tomaremos las tropas, luego los caballos. Quiero a todo el mundo al otro lado al mediodía".

    Taylor se acercó a Raoul, lo miró y lo olisqueó audiblemente.

    "Parece usted la parte trasera del infierno, señor. ¿Ha estado bebiendo tan temprano?"

    "No he tocado whisky esta mañana", dijo Raoul, sin agregar que, cuando había despertado, todas las jarras de su tienda estaban vacías.

    "Bueno, pues ha estado bebiendo hasta malditamente tarde anoche. Aparecer frente a estos rebeldes pareciendo un mocoso no es forma de hacer que le obedezcan".

    Raoul observó las partes de diferentes uniformes del coronel y se preguntó de dónde había sacado el descaro de criticar. Pero quería llevarse bien con este hombre.

    "Mi esposa y mis dos hijos fueron asesinados por los pieles rojas en Víctor. Llevan muertos dos semanas y yo me enteré anoche".

    Taylor extendió la mano y lo agarró del brazo: "¡Maldita sea! Lo siento, Coronel de Marion. Debí haberme dado cuenta de que podría haber perdido a sus seres queridos allí. Procuraré que usted reciba permiso para ir a casa".

    ¿Volver a Víctor? Raoul tembló ante la idea de tener que ver las ruinas de Victoire y la ciudad... las tumbas de Clarissa, Phil y Andy. Tener que enfrentar a personas que, como Eli, podrían creer que él las había puesto en peligro. Además, tenía la misión de matar indios y no había indios que matar en Víctor ahora.

    "No, coronel, no", tartamudeó él. "Quiero ir tras la gente de Halcón Negro. No podemos dejar que se escapen".

    "Tampoco yo. El general Atkinson y yo estábamos hablando de eso ayer, y resulta que sobre usted también. Tiene usted un barco de vapor en el Mississippi, ¿verdad?"

    Perplejo, Raoul respondió: "Sí, el Víctoria hace una ruta regular de San Luis a Galena".

    "Estamos seguros de que si no alcanzamos a Halcón Negro, donde sea que se esté escondiendo en el Territorio de Michigan, tratará de llevar su banda al Oeste, al Mississippi. Si lo cruza, pasaremos un infierno de tiempo atrapándolo". Los ojos de Taylor brillaron como canicas de vidrio. "Estamos decididos, Coronel, a no permitirle hacer una retirada con éxito. Tenemos que mostrarle a todas las tribus que no pueden asesinar a los blancos y encender el país indio y salir libres sin pagar".

    Las palabras de Taylor, ahora que había terminado el motín, levantaron el corazón de Raoul. Había partido de Víctor en abril con la esperanza de vengar a Helene y sus propios sufrimientos de años atrás. Pero ahora había más inocentes sacrificados que vengar, y ahora tenía el ejército de los Estados Unidos para ayudarle a hacerlo.

    "Haré cualquier cosa para pillar a esos pieles rojas".

    "Con su barco patrullando el tramo del río donde es probable que crucen, podemos estar seguros de que Halcón Negro no se nos escapará".

    "¿Quiere que regrese y prepare el Víctoria?" Se sintió temblar de nuevo.

    "Por ahora usted nos acompañará al territorio de Michigan", dijo Taylor. "Pero si parece que Halcón Negro está huyendo hacia el Mississippi, se encargará de cortarles la retirada. El Víctoria, ¿eh? Llamado adecuadamente".

    El corazón afligido y vengativo de Raoul se regocijó. Cuando llegara el momento, tendría el cañón del puesto comercial montado en la proa del Víctoria y luego dejaría que cualquier maldito indio intentara cruzar el Mississippi. Les devolvería lo que le habían hecho a Victoire.

    Pero recordó a Nicole y Frank acudiendo a él y diciendo que la milicia era necesaria para proteger Víctor. Se había reído de sus miedos. Si los hubiera escuchado, Clarissa, Andy, Phil y esas otras personas podrían estar vivas. Victoire y Víctor aún estarían de pie ¿No había él tenido algo que ver con la muerte y la destrucción en su hogar?

    No, todo eso había sido acto de los indios.

    Te atraparé, Halcón Negro. Aunque tenga que seguirte todo el camino hasta la Bahía de Hudson. No quedará nada de tu condenada Banda Británica cuando haya terminado.

    Los haría sufrir. A partir de este momento, solo tenía una cosa en que pensar y solo una cosa que hacer: matar indios.

Capítulo 18

Las Tierras Temblorosas

    Pájaro Rojo pensó: Nuestra tierra junto al río Roca fue muy buena con nosotros, y ahora mira a lo que hemos llegado.

    Solo los muy hambrientos intentaban hacer comida con semillas de totora y la viscosa corteza interna de olmos y sauces.

    Con un cuchillito de acero, Pájaro Rojo cortaba totoras, dejándolas caer en una cesta que llevaba sobre el brazo. Recogería miles de semillitas, cuidadosamente recogidas de la pelusa blanca y luego las molería en una comida para hacer un panecillo a compartir entre cinco personas.

    Pájaro Rojo se movía lentamente, empujando su vientre hinchado frente a ella. Tanto le dolía la espalda como los pies, estaba decidida a pasar todos los días buscando comida hasta que naciera el bebé. Por el bien del bebé, tenía que comer tanto como pudiera, pero no quería tomar esa porción extra del resto de su familia sin contribuir al suministro común.

    Ella cantaba mientras caminaba, pidiéndole a las Tierras Temblorosas que produjeran frutas y bayas. No encontraba ni frutas ni bayas, pero el canto mantenía el ánimo y pensó que eso también ayudaba a los demás. Pelo Amarillo sonreía y asentía para mostrarle que le gustaba la canción.

    El sudor le chorreaba por la espalda y por dentro del vestido de piel. Nubes grises cubrían las Tierras Temblorosas y el aire era cálido y húmedo. A pesar de que el agua del lago era oscura y fangosa, Pájaro Rojo estaba ansiosa por bañarse en ella.

    Y estaba esperando una charla privada con Pelo Amarillo. Pelo Amarillo llevaba con ellos muchos días y noches. Era hora de que ella se fuera a la cama con Oso Blanco.

    Pelo Amarillo caminaba a su lado por la orilla del lago. Delante de ellas corría Pluma de Águila con un muchacho cautivo ojos pálidos llamado Woodrow. Cuchillo de Hierro había traído a Woodrow de un asalto y Oso Blanco también lo había tomado bajo su protección.

    Woodrow, unos años mayor que Pluma de Águila, se lanzaba de un lado a otro, arrancando plantas y tirándolas, probando bayas y escupiéndolas, Pájaro Rojo lo miraba con diversión. Ella ya se había encariñado con él.

    Woodrow le dijo algo a Pelo Amarillo, quien sonrió y se volvió hacia Pájaro Rojo.

    Hablando lentamente la lengua de los ojos pálidos, agregando las pocas palabras Sauk que ella conocía y usando gestos, Pelo Amarillo logró explicarle a Pájaro Rojo que Woodrow no estaba contento porque no sabía qué recoger.

    "Si parece bien, recógelo", dijo Pájaro Rojo usando el poco inglés que Oso Blanco le había enseñado. "No comer. Si yo digo bueno, entonces comer".

    Woodrow sonrió y asintió con la cabeza a Pájaro Rojo para mostrarle que entendía. Corrió tras Pluma de Águila, que estaba buscando pájaros y ardillas para disparar con su pequeño arco y flecha. Woodrow había estado cautivo solo la mitad del tiempo que Pelo Amarillo, pero a diferencia de ella, él parecía feliz con su suerte.

    Pájaro Rojo dudaba de que Pluma de Águila y Woodrow encontraran ardillas o pájaros. Poca cosa comestible, vegetal o animal, vivía en este pantano, y más de mil personas llevaban más de una luna buscando comida en el área. La última vez que la Banda Británica había comido bien fue cuando Zarpa de Lobo había traído el ganado y, entre tanta gente, ese ganado no había durado mucho. Muchas personas estaban cavando en el suelo en busca de gusanos y larvas, asándolos y comiéndolos a puñados. Algunos incluso mataban y comían caballos en secreto, aunque Halcón Negro había decretado la muerte para cualquiera que fuera sorprendido haciendo eso.

    En cuanto a la propia Pájaro Rojo, ella sentía un vacío en el estómago desde el momento de despertar hasta el momento de ir a dormir, y se encontraba con ganas de dormir cada vez más a medida que su fuerza disminuía. Le preocupaba constantemente que el bebé dentro de ella no se alimentara lo suficiente y muriera o quedaría atrofiado. Las personas a su alrededor comenzaban a parecer esqueletos andantes.

    Llegaron a un punto de tierra cubierto de arbustos de color verde pálido que se adentraban en el lago. Pájaro Rojo llamó a Pluma de Águila.

    "Ve a nadar al otro lado de este punto y llévate al chico ojos pálidos contigo".

    Los ojos azules de Pluma de Águila brillaron: "Tal vez pueda dispararle a una rana".

    Una vez que los chicos se fueron, ella le dijo a Pelo Amarillo: "Nos bañamos". Pelo Amarillo sonrió agradecida.

    Mientras vadeaban desnudas el agua verdosa y turbia, Pájaro Rojo observó el cuerpo de Pelo Amarillo, tan diferente del de una mujer Sauk. Recordó cuán hambrientos habían mirado los valientes a Pelo Amarillo cuando la esposa de Zarpa de Lobo la había desnudado ante la tribu.

    Sin embargo, era fácil imaginar que una piel tan pálida era señal de enfermedad. La cara y las manos de Pelo Amarillo estaban algo bronceadas, pero todas las demás partes de ella eran blancas como la leche. Sus costillas mostraban la señal del hambre que todos ellos estaban sufriendo. Aún así, sus senos eran redondos, con bonitos pezones rosados. Sus piernas eran largas y sus nalgas se curvaban hacia afuera afiladamente, las de las mujeres Sauk eran más planas. A pesar de que el pelo bajo los brazos y entre las piernas era de color claro, tenía abundante, mucho más que los finos mechones de pelo negro que Pájaro Rojo tenía en esos lugares. Pelo Amarillo se había deshecho las trenzas y su cabello caía como una cortina dorada por la espalda hasta la cintura.

    ¡Qué hermosa criatura es!.

    Qué cosa tan malvada y estúpida hubiera sido si a Venado Corredor y a las demás les hubieran permitido cortarla en pedazos y quemarla.

    Un hombre podría encontrar atractivas las diferencias entre Pelo Amarillo y las mujeres Sauk. Un hombre como Oso Blanco.

    Ella no sentía miedo de que la mujer ojos pálidos le quitara a Oso Blanco. Él mostraba muchas veces todos los días, con su mirada, con sus movimientos, con sus palabras, que Pájaro Rojo, y no Pelo Amarillo, era la primera en su corazón.

    Pájaro Rojo se metió en el lago hasta que el agua le llegó hasta los senos y sus pies se hundieron en el cieno. Luego se impulsó hacia adelante y nadó a través de los juncos. Era maravilloso dejar que el agua soportara el peso de su vientre, fuera de sus caderas y piernas, un alivio sentirse tan fría.

    En la noche en el tipi a menudo escuchaba a Pelo Amarillo moviéndose o gimiendo en voz baja. Y eso significaba que Pelo Amarillo debía de haber escuchado a Oso Blanco y Pájaro Rojo amándose el uno al otro en la cama. Esto era de esperar. Cuando las familias dormían juntas en las chozas y tipis, los niños pronto llegaban a saber cómo sus padres tenían placer juntos durante la noche, y no se avergonzaban cuando crecían y les llegaba su turno. Pero ¿cómo los sonidos de Oso Blanco y Pájaro Rojo juntos hacían sentir a Pelo Amarillo?

    Oso Blanco había dicho que Pelo Amarillo lo había querido cuando él vivía entre los ojos pálidos. Y últimamente Pájaro Rojo y Oso Blanco habían estado durmiendo separados en sus mantas separadas con mayor frecuencia, porque Pájaro Rojo, en la incomodidad de la luna final de llevar a este bebé, rara vez quería a Oso Blanco dentro de ella.

    Y así, Pájaro Rojo había buscado en su corazón y sabido que estaba dispuesta a compartir a su esposo con Pelo Amarillo.

    Oso Blanco y Pelo Amarillo podrían ir a la cama el uno con el otro.

    Y deberían.

    Sería bueno para Pelo Amarillo si su anhelo por Oso Blanco pudiera satisfacerse, al menos durante un tiempo. El placer del apareamiento era algo sanador. Devolvía la salud a los enfermos y los hacía bien fuertes y felices.

    Pájaro Rojo podía ver en los ojos de Pelo Amarillo (qué azul tan brillante) cuánto languidecía ella por Oso Blanco. Estar cerca de él, pensaba Pájaro Rojo, ayudaba a Pelo Amarillo a olvidar que era una cautiva.

    Unos días atrás, no mucho después de que Oso Blanco hubiera acogido a Woodrow, Pájaro Rojo le había dicho a Oso Blanco que no le importaría si él aceptaba a Pelo Amarillo en su cama. Él se había reído y le había acariciado el vientre e insistido en que podía esperar hasta que ella le quisiera a él de nuevo.

    ¿Por qué debería él tener que esperar cuando una mujer que lo deseaba estaba justo allí en su tipi?

    Fue bueno que ella le hubiera hablado, a pesar de que él afirmaba que no quería a Pelo Amarillo. Al menos sabía que si Pelo Amarillo acudía a él por la noche, ambos tendrían la bendición de Pájaro Rojo. Pero ella dudaba de que Pelo Amarillo se acercara a Oso Blanco de esa manera alguna vez. No sin una incitación.

    Ella paró de nadar y dejó caer los pies dentro del lodo para quedar parada al lado de Pelo Amarillo. Aquí el agua del lago casi llegaba hasta los hombros de Pájaro Rojo, pero los pechos de Pelo Amarillo estaban muy por encima. Se sonrieron la una a la otra.

    Pelo Amarillo se agachó en el agua hasta que le llegó al cuello. Se sumergió el pelo en el agua, luego levantó la cabeza y se sacó el agua del pelo con las manos.

    El agua era buena y fría, dijo ella, pero deseaba tener un poco de jabón.

    Oso Blanco le había explicado qué era el jabón y Pájaro Rojo había sonreído y sacudido la cabeza. Si el agua no quitaba la suciedad, un Sauk se frotaba con arena. En cuanto al cabello, Pájaro Rojo había dejado el suyo trenzado. Una vez al comienzo del verano y otra vez al final, era suficiente para que el agua tocara su cabello suelto.

    Ahora que había decidido hablar con Pelo Amarillo, Pájaro Rojo sintió un nudo en la garganta. ¿Y si la idea de compartir a Oso Blanco enojaba a Pelo Amarillo? Compartir un compañero no era, sabía Pájaro Rojo, costumbre de los ojos pálidos.

    Solo había una forma: comenzar, a pesar de su temor.

    Ella dijo: "¿Sabes acerca de la mujer y el hombre? ¿Qué hacen?" Señaló con los dedos para que el significado fuera claro, y vio que había tenido éxito cuando la cara de la mujer ojos pálidos se tornó de un rojo intenso. Pájaro Rojo deseó que Pelo Amarillo estuviera de pie en el agua para poder ver si el resto de su cuerpo se volvía rojo también.

    Pelo Amarillo dijo que sabía un poco sobre lo que hacían los hombres y las mujeres, pero que su madre había muerto hacía mucho tiempo y su padre nunca hablaba de esas cosas.

    "¿Quieres que yo enseñe?" preguntó Pájaro Rojo.

    Pelo Amarillo volvió a ponerse roja, bajó la vista al agua y asintió.

    Entonces, mientras caminaban de regreso a la orilla del lago, Pájaro Rojo intentó con muchos gestos y algunas palabras enseñarle a Pelo Amarillo, como Mujer Sol se lo había enseñado a ella hacía muchos veranos. Cuando salieron del agua, Pájaro Rojo cogió un palo y trazó un dibujito en el banco de lodo. Cuando terminó, soltó una risita. Pelo Amarillo echó un buen vistazo y volvió a ponerse roja, desde la cabeza hasta la cintura, notó Pájaro Rojo. Ella se dio la vuelta, pero Pájaro Rojo notó para alivio suyo que ella estaba riendo. Pájaro Rojo borró el dibujo.

    Se sentaron en la orilla donde habían dejado la ropa, dejando que el aire secara sus cuerpos. De una bolsa que había traído con ella, Pájaro Rojo sacó una calabaza con tapón de madera que contenía aceite de almizcle. Ella y Pelo Amarillo se frotaron el aceite en sus cuerpos para mantener alejados a los mosquitos.

    Pelo Amarillo quería saber si la primera vez con un hombre dolía mucho.

    "Algunas mujeres duele mucho. Otras mujeres poco".

    Ella le dio unas palmaditas en la muñeca de Pelo Amarillo para tranquilizarla: "Creo que a ti duele poco. Después de eso, sensación muy, muy bien". Se dio unas palmaditas entre las piernas para aclarar de qué estaba hablando. Pelo Amarillo se sonrojó de nuevo.

    "La mejor sensación", agregó Pájaro Rojo sonriendo. Era sorprendente, pensó Pájaro Rojo, que Pelo Amarillo pudiera haberse convertido en una mujer adulta y aún así tener su primera vez con un hombre que deseaba.

    Quedaron sentadas en silencio durante un rato, Pájaro Rojo volvió a asustarse porque ahora tenía que dar el siguiente paso.

    Pero antes de que pudiera hablar, las lágrimas comenzaron a caer por las mejillas de Pelo Amarillo. Hablaba entrecortadamente, y fue difícil para Pájaro Rojo seguirla. Parecía estar diciendo que esperaba morir antes de conocer esos buenas sensaciones sobre las que hablaba Pájaro Rojo con un hombre que ella amaba. Ella ya había vivido veinte veranos, y ahora parecía que no podría vivir mucho más. Y ella nunca tendría un hombre.

    Era cierto. Había un gran peligro para Pelo Amarillo. Si algo le sucedía a Oso Blanco, ella no tendría protector. Muchos Sauk odiaban a los ojos pálidos. Uno podría ir a por ella. O su propia gente podría incluso matarla por error.

    Pelo Amarillo se había perdido tanto. Tan alta y hermosa, pero no tenía nada que mostrar para su vida, ningún hombre, ningún hijo, Pájaro Rojo sintió pena por ella.

    "¿Tú amas a Oso Blanco?" preguntó ella, abrazándose a sí misma al decir la palabra «amas» para mostrar lo que quería decir.

    Ahora Pelo Amarillo se puso pálida (incluso más pálida de lo normal) y se apartó de Pájaro Rojo. Sacudió la cabeza violentamente, su brillante cabello dorado se agitó salvaje y suelto y ella decía: "¡No, no, no!".

    Pero ella miraba fijamente a Pájaro Rojo, demasiado fijamente, y Pájaro Rojo pudo ver que ella no quería decir lo que decía.

    Oso Blanco quería a Pelo Amarillo, pero él había dicho que no la quería. Pelo Amarillo amaba a Oso Blanco, pero ella decía que no lo amaba.

    Oso Blanco y Pelo Amarillo estaban siendo tontos. Esto venía por ser Pelo Amarillo una ojos pálidos y Oso Blanco por ser una parte ojos pálidos.

    Y ahora Pájaro Rojo respiró hondo y dijo: "Cuando dormimos esta noche, tú vas a la cama con Oso Blanco. Él te hace feliz".

    Los ojos de Pelo Amarillo se agrandaron y su rostro brilló con una gozosa maravilla. Tartamudeó y jadeó cuando le preguntó a Pájaro Rojo si realmente lo decía en serio, si realmente dejaría que tal cosa sucediera.

    "Yo estoy feliz cuando tú estás feliz. Oso Blanco feliz", dijo Pájaro Rojo.

    Pájaro Rojo había llegado a ver a Pelo Amarillo como una hermana menor que necesitaba su ayuda y orientación. De hecho, le gustaba mucho más Pelo Amarillo que Uva Silvestre o Nido de Petirrojo. Sus hermanas siempre se habían burlado de Oso Blanco, y Pelo Amarillo veía lo buen hombre que él era.

    Pelo Amarillo de repente pareció asustada. Se puso en pie abruptamente, recogió su vestido de piel con flecos y luchó contra él para ponérselo. Cuando su cabeza apareció por el cuello del vestido y se sacudió el pelo, ella estaba llorando de nuevo.

    No, insistió ella, no podía hacer eso. Estaría mal.

    Pájaro Rojo pensó que comprendía. Estos hambrientos y peligrosos tiempos era un momento terrible para que una mujer llevara un bebé.

    "¿No quieres un bebé? Mujer Sol hace té que evita mujer tenga un bebé".

    Pelo Amarillo habló durante mucho tiempo. Pájaro Rojo se esforzó por seguir lo que ella decía, haciendo preguntas y haciéndola repetir palabras. Tenía que ver con Jesús, el espíritu ojos pálidos del que Père Isaac siempre hablaba. Ella decía que a Jesús no le gustaría ques Pelo Amarillo se fuese a la cama con Oso Blanco.

    Pájaro Rojo recordó a Oso Blanco diciéndole que Pelo Amarillo era la hija de un chamán ojos pálidos. El espíritu de Jesús podría ser un espíritu especial para ella entonces.

    Pero yo también soy hija de un chamán y puedo enseñarle lo que creemos nosotros.

    "Jesús no está aquí", señaló Pájaro Rojo. "Nosotros hijos del Hacedor de la Tierra".

    Pero también, explicó Pelo Amarillo, según la costumbre ojos pálidos, una mujer que dormía con el marido de otra mujer era una mujer mala.

    "Oso Blanco es tu esposo", dijo Pájaro Rojo. "Mi padre chamán. Él casa a ti con Oso Blanco". Seguramente eso era más importante que lo que muchos ojos pálidos, que ni siquiera estaban aquí para ver, pudieran pensar. Entre los Sauk, muchos llamarían a Pelo Amarillo una mala mujer por no dormir con Oso Blanco.

    "Nosotros, los Sauk. Lo que haces con mi hombre Sauk es bueno".

    Pelo Amarillo suspiró y se limpió las lágrimas con los dedos. Tal vez ella fuese hasta Oso Blanco por la noche y tal vez no. Ella extendió las manos, impotente. No sabía qué hacer.

    Pájaro Rojo veía que ya no podía decirle nada más a Pelo Amarillo. Los ojos pálidos tendrían que decidirse ellos solos.

    Pelo Amarillo le mostró a Pájaro Rojo una sonrisa triste y le agradeció su amabilidad. Y después de que Pájaro Rojo se hubiera puesto su vestido y sus mocasines, Pelo Amarillo le dio un besito en la mejilla.

    Con un peine de madera que Pájaro Rojo le había dado, Pelo Amarillo peinó sus largos mechones rubios y comenzó a trenzarlos nuevamente.

    Se reunieron con Pluma de Águila y Woodrow y pasaron el resto de la tarde buscando comida. Regresaron al campamento cuando las nubes de arriba se tornaron moradas y el sol hizo una breve aparición, ardiendo como un fuego de pradera en el plano horizonte de la marisma.

    Pájaro Rojo se mordía el labio ansiosamente mientras caminaban de regreso al campamento. Si Pelo Amarillo decidía no irse a la cama con Oso Blanco, ella podría pensar, según la costumbre se los ojos pálidos, que Pájaro Rojo era una mala mujer por decir que ella debería hacerlo. Pero ¿y si Pelo Amarillo se iba a la cama con Oso Blanco y él llegara a amar a Pelo Amarillo más que a Pájaro Rojo? Ella había pensado que eso no podría suceder, pero ahora que había hablado, no estaba tan segura.

    Esa noche, Pájaro Rojo se acurrucó en su solitaria manta sobre una estera de juncos a un lado del tipi. Pelo Amarillo yacía en su lugar para dormir, y los niños estaban en el lugar que compartían. Oso Blanco todavía estaba de visita tratando a las personas enfermas. Muchas personas, especialmente los muy viejos y los muy jóvenes, estaban enfermando en las Tierras Temblorosas. Había habido muchas muertes desde que habían cruzado el Río Grande. Poco a poco la banda estaba perdiendo la sabiduría de los viejos y la promesa de los jóvenes.

    Oso Blanco entró mucho después de que las dos mujeres y los niños se hubieran acomodado para pasar la noche. Él se fue a su propia manta en el lado este del tipi.

    Ahora que Pájaro Rojo estaba preparada para dormir, el bebé dentro de ella se despertó y sus patadas, junto con los ardientes sentimientos que se elevaban desde su estómago hasta su garganta, la mantuvieron despierta.

    La quietud fue perturbada solo por el croar de incontables ranas.

    ¿Dónde estaban esas ranas hoy cuando buscábamos comida? Debemos pedirle al espíritu Rana que nos permita atrapar algunas.

    Entonces oyó otro movimiento. Alguien se estaba arrastrando por el suelo cubierto de juncos del tipi. Ella contuvo el aliento. El lugar donde dormía Pelo Amarillo estaba al lado opuesto al de Oso Blanco, y el movimiento era inconfundiblemente desde su cama hasta la de él.

    Un poco más tarde oyó otros sonidos que también eran fáciles de reconocer: el crujido de la estera de la cama, susurros, pequeños jadeos y gemidos, respiración fuerte y rápida.

    El grito de dolor de Pelo Amarillo sonó como si hubiera salido con los dientes apretados. Ella aún no quería que nadie lo supiera. Pájaro Rojo sonrió para sí misma.

    Mientras escuchaba los fuertes jadeos de Oso Blanco, Pájaro Rojo recordó el dolor agudo dentro de ella cuando lo recibió por primera vez en la isla cerca de Saukenuk.

    Oso Blanco suspiró ruidosamente, y luego todo estuvo quieto por un tiempo, y Pájaro Rojo escuchó las ranas una vez más. Probablemente se estaban apareando también. Qué sabio por parte del Hacedor de la Tierra convertir a sus criaturas en mujer y hombre para que pudieran darse entre ellos un placer tan maravilloso. El Hacedor de la Tierra lo sabía todo, pero era difícil ver cómo pudo haber inventado Él al hombre y a la mujer sin haber visto algo que le diera la idea.

    ¿Él? Pájaro Rojo siempre se había imaginado al Hacedor de la Tierra como un hombre, un guerrero gigante, pero ahora se preguntaba si el espíritu que le daba vida al mundo y a todas las cosas en él podría ser Ella. O, mejor aún, tal vez había dos Hacedores de la Tierra, un él y una ella.

    Como había hecho otras tantas veces antes, ahora deseaba que la costumbre de la tribu le permitiera convertirse en chamán para poder ver estos misterios con sus propios ojos, como lo habían hecho Oso Blanco y Tallador del Búho.

    Los sonidos comenzaron de nuevo desde la cama de Oso Blanco, los movimientos, los susurros. Pájaro Rojo pensó en lo bueno que era que su hombre la llenara sólidamente, dándole deliciosos sentimientos mientras entraba y salía. Y ella se sintió cálida con deseo.

    Sonrió tristemente en la oscuridad.

    Ahora lo quiero y no puedo tenerlo, porque envié a Pelo Amarillo a su cama.

    Espero que este bebé nazca pronto, para poder volver a acostarme con Oso Blanco. Por supuesto, aun así dejaré que Pelo Amarillo lo tenga, a veces.

    Cuando Pájaro Rojo se despertó al amanecer y se levantó para comenzar a buscar alimento, Pelo Amarillo estaba durmiendo en su propio lugar. En la tenue luz que se filtraba a través de la piel de corteza de olmo del tipi, su boca rosa parecía suave e infantil.

    Oso Blanco estaba sentado con las piernas cruzadas en su cama, cargando el rifle que había traído con él cuando había regresado a la tribu. Con comida tan escasa, incluso el chamán tenía que salir y tratar de cazar para abastecer a su familia. Las personas que él trataba no tenían regalos para darle. Ella se quedó mirándolo, esperando que él le hablara, pero él mantenía la vista en su rifle con idiota timidez.

    ¿Pensaba él que ella estaba enojada con él, o que iba a burlarse de él como haría Agua Fluye Rápido?

    Pobre Agua Fluye Rápido, ella hacía pocas bromas desde que habían matado a su esposo, Tres Caballos, en el Arroyo del Viejo.

    Pájaro Rojo dijo: "Sé lo que pasó anoche, me alegro de que haya sucedido. Fue bueno para ella y para ti".

    Ahora los ojos oscuros de Oso Blanco se encontraron con los de ella, preocupados: "Sí, es bueno para mí y Nancy... Pelo Amarillo, pero solo por ahora".

    "¿Qué te preocupa?" le preguntó ella.

    "Un día, cuando Pelo Amarillo deba abandonarnos y volver con su propia gente, creo que estará muy triste. Por eso no me acosté con ella cuando ella quería que lo hiciera en Víctor. Yo sabía que tendríamos que separarnos".

    "Ahora ella tiene lo que quiere, al menos mientras se quede con nosotros. Ahora tendrá algo en qué pensar además de lo asustada que está".

    Él le sonrió "Y tu hiciste que sucediera. Sé que me la enviaste tú. Eres una gran alborotadora".

    Él se puso en pie y le acarició la mejilla con la yema de los dedos, y ella sintió un resplandor en su interior, segura ahora de que hablar con Pelo Amarillo había sido lo correcto.

***

    El sol de la tarde calentó el interior del tipi de nacimieto hasta que pareció una choza de sudor.

    Pájaro Rojo gritaba. No era un bebé, era un caballo salvaje lo que había allá abajo abriéndose camino a patadas. Ella se sentía a punto de desmayarse.

    El dolor fue muriendo. Gruñendo, Pájaro Rojo se quedó sin fuerzas entre Viento Dobla la Hierba y Pelo Amarillo, que la sujetaban por los brazos. Mujer Sol estaba agachada ante Pájaro Rojo, observando el progreso del nacimiento a la luz de una única vela.

    Con la piel pegajosa de sudor, Pájaro Rojo estaba desnuda de cuclillas sobre una pila de mantas en el centro del tipi. Le dolía la espalda y las piernas insoportablemente.

    "No grites tan fuerte", dijo abruptamente Viento Dobla la Hierba. "No duele tanto".

    Pájaro Rojo deseaba que su madre pudiera sentir este dolor y saber cuánto le dolía. Estuvo a punto de decirle a Viento Dobla la Hierba que saliera el tipi de nacimiento.

    Mujer Sol dijo gentilmente: "Nadie sabe cuánto sufre otra persona".

    No recuerdo todo este dolor cuando nació Pluma de Águila. Quizá es que voy a morir.

    Mujer Sol se levantó y limpió la frente de Pájaro Rojo con un pañuelo frío y húmedo, luego le limpió debajo donde goteaba un poco de sangre.

    "Puedo ver la parte superior de la cabeza del bebé", dijo Mujer Sol. "Será un buen nacimiento. Ya casi has terminado ahora".

    Pájaro Rojo alzó la vista hacia la cola de yegua teñida de rojo que colgaba sobre la puerta del tipi medicina para facilitar el parto.

    Que termine pronto, rezó ella. Sus dolores habían comenzado al amanecer, y ahora era pasado el mediodía. Mujer Sol había usado cuatro velas y en toda la banda apenas quedaban velas. Ella no había tardado tanto con Pluma de Águila.

    Pelo Amarillo frotaba el brazo que sujetaba, y Pájaro Rojo logró mirarla y sonreír. Aunque Pájaro Rojo había querido honrar a Pelo Amarillo al pedirle ayuda aquí, ahora no estaba segura de haber hecho lo correcto. La cara de la mujer ojos pálidos era blanca como el hielo, y ella no dejaba de morderse los labios como si tratara de no vomitar. Probablemente nunca había visto algo así antes.

    Viento Dobla la Hierba había insistido en que daba mala suerte tener presente a Pelo Amarillo, pero Pájaro Rojo la había ignorado.

    Llegó el siguiente dolor y Pájaro Rojo, para mostrarle a su madre cuánto le dolía, gritó aún más fuerte y durante más tiempo de lo necesario. Esta vez el dolor apenas le dio descanso antes de volver a aparecer. Y otro vino pisándole los talones. Y otro.

    Sus gritos eran continuos ahora, y estaba ronca y tosía y no tenía que fingir. Sus ojos estaban cegados por las lágrimas. Clavó las uñas en los brazos de Viento Dobla la Hierba y de Pelo Amarillo, y se inclinó hacia adelante empujando con toda la fuerza que podía.

    Sintió que una enorme masa se desprendía de ella y volvió a encontrar su voz en un grito que podía abrir el cielo incluso mientras el bebé la estaba rasgando en dos.

    Le pitaban las orejas. Se sentía rota e inútil, como una cáscara de huevo vacía. El dolor era terrible, pero un gran peso había desaparecido de su interior.

    Viento Dobla la Hierba dijo: "Lo has hecho muy bien, hija mía".

    Pájaro Rojo comenzó a llorar, de dolor, de alivio y porque por fin había complacido a su madre.

    Desde el suelo oyó una tos diminuta y luego un llanto prolongado. Miró hacia abajo y vio la brillante figurita roja en los brazos de Mujer Sol, con los ojos cerrados, la boca abierta, en la unión de sus piernas. la grieta otorgadora de vida. Un reluciente cordón azul que se enrollaba desde el vientre del bebé la unía al cuerpo de Pájaro Rojo.

    Sintió otro dolor ahora, y se impulsó fuera de la zona de parto con un gemido. Viento Dobla la Hierba y Pelo Amarillo la ayudaron a tumbarse en la cama junto a la pared del tipi. La envolvieron en una ligera manta mientras Mujer Sol cortaba el cordón y lo dejaba a un lado para secarlo y ponerlo en la bolsa medicina del bebé. Viento Dobla la Hierba bañó primero el cuerpecito con agua, luego con aceite y puso a su nieta en los brazos de su hija.

    "¿Cómo la llamarás?" le preguntó ella.

    Pájaro Rojo había pensado en un nombre en el lago donde ella y Pelo Amarillo se habían estado bañando hace varios días "La llamaré Lirio Que Flota".

    "Un buen nombre", dijo Mujer Sol.

    La voz de Lirio que Flota ya era fuerte, hambrienta, y solo había estado en el mundo unos momentos. Pájaro Rojo le presionó la boquita en su pecho. Rezó para que tuviera leche. Había comido tanto como había podido, ahora ella debía amamantarla.

    Sintió el rítmico tirón en su pecho. La boca del bebé estaba llena de leche, no más llanto. Una cálida sensación se extendió por el cuerpo de Pájaro Rojo.

    Después de que Pájaro Rojo hubo alimentado a Lirio Que Flota, ambas durmieron. Estaba cerca del anochecer cuando las tres mujeres que la atendían la ayudaron a renquear con el bebé hasta su propio tipi. Cada vez que ella daba un paso, sentía como si un garrote la golpeara entre las piernas, pero su corazón se regocijaba de que la ordalía hubiera terminado.

    Pelo Amarillo dijo que iría a buscar a Woodrow y a Pluma de Águila. Ella estaba llorando. Pájaro Rojo no estaba segura del porqué.

    En el tipi, Oso Blanco la estaba esperando. Cuando ella se acostó en la cama con Lirio Que Flota, los ojos de él se iluminaron de alegría al ver a su hija. Él levantó al bebé, lo cual la hizo llorar, y el dio una carcajada y se la devolvió a Pájaro Rojo.

    "No estuve contigo para ver nacer a nuestro hijo", dijo él, "nunca he sido más feliz en mi vida de lo que soy en este momento".

    La cortina de cuero sobre la entrada del tipi se abrió a un lado y Tallador del Búho entró sosteniendo el bastón medicina con la cabeza de búho en una mano y un humeante tazón de hierbas aromáticas y virutas de madera en la otra. Su pelo blanco se estaba volviendo cada vez más escaso. notaba Pájaro Rojo, y su padre caminaba con una inclinación permanente. Él sopló el humo sobre Pájaro Rojo y Lirio Que Flota para bendecirlas.

    "Que ella siga su camino con honor", dijo él poniendo la mano sobre la cabezita de Lirio Que Flota. Luego se marchó con el humo perfumado persistiendo detrás de él.

    Cuando Pájaro Rojo descubrió su pecho, Oso Blanco se inclinó y le besó el pezón, sus labios atraparon una gota de leche que se había formado allí. Ella puso a Lirio Que Flota en su pecho y se quedó en contento silencio con su marido sentado a su lado.

    Él tomó su libro y leyó en voz alta:

    "Desde donde saluda a vos,

    Eva, justamente llamada Madre de toda la Humanidad,

    Madre de todo lo que vive, puesto por vos.

    El Hombre es vivir, y todo vive para el Hombre".

    "¿Qué significa eso?" le preguntó ella.

    Tradujo las palabras al Sauk y dijo: "Significa que toda la vida proviene de la mujer".

    La cabeza de Cuchillo de Hierro apareció de repente en la puerta con los ojos grandes y la boca abierta.

    "¡Oso Blanco! Cuchillos largos vienen en esta dirección, miles de ellos!".

    El cuerpo de Pájaro Rojo se enfrió y aferró al bebé cerca de ella. ¿Cómo podría mantener a salvo esta tierna nueva vida en medio de la huída y la lucha?

    "Quizá no sean capaces de encontrarnos", dijo Oso Blanco.

    "No, los exploradores dicen que tienen guías Potawatomi cabalgando con ellos. Ellos saben dónde buscarnos. ¡Perros Potawatomi! ¡Ponerse del lado de los cuchillos largos contra nosotros!"

    "Los Potawatomi deben de haber sido obligados a ayudarles", dijo Oso Blanco en voz baja.

    Cuchillo de Hierro dijo: "Halcón Negro dice que debemos romper el campamento ahora mismo. Nos dirigiremos al Oeste lo más rápido posible hacia el Río Grande".

    Pájaro Rojo abrazó a Lirio Que Flota con tanta fuerza que el bebé lloró de dolor. Al instante relajó su agarre, pero en su mente vio venir los cuchillos largos con sus crueles y peludos rostros, asesinándolos a todos con sus rifles y sus espadas. Ella vio a las personas que amaba muertas en el barro de las Tierras Temblorosas. Oso Blanco le había dicho que los grupos de guerra de Halcón Negro habían matado a muchos ojos pálidos, incluso mujeres y niños. Ahora los cuchillos largos se vengarían terriblemente. Incluso mientras ella acariciaba al bebé y le susurraba para calmarla, su corazón latía con fuerza en su pecho.

    Sería difícil viajar por delante e incluso más sin comida, pensó Pájaro Rojo. Intentar caminar después de dar a luz, el dolor la mataría.

    Por un instante, odió a Halcón Negro por haberlos llevado a este sufrimiento. Si la Banda Británica hubiera escuchado el invierno pasado a Oso Blanco y a ella. Luego el odio dio paso a una enfermiza desesperación. Ella moriría antes de llegar al Río Grande. Lirio Que Flota, que acababa de llegar al mundo, también moriría.

    Cuchillo de Hierro los dejó. Oso Blanco se volvió hacia Pájaro Rojo y ella vio en sus ojos la misma desesperación que ella sentía. Pero si él también se rendía, entonces estaban realmente perdidos. ¿Por qué, entonces, pasar por la agonía de huir de los cuchillos largos? También podrían quedarse aquí y dejar que los cuchillos largos llegaran y los mataran.

    Oso Blanco dijo: "La Tortuga me dijo: «Los muchos que siguen a Halcón Negro a través del Río Grande serán pocos cuando lo crucen en su regreso.»" Un escalofrío la atravesó al ver cómo esas proféticas palabras se hacían realidad.

    El pequeño bulto en los brazos de Pájaro Rojo se agitó. La ira se elevaba en ella. A pesar del torpe error de Halcón Negro, a pesar del odio mortal de los cuchillos largos, ella y su esposo y su hijo y su hijita no se dejarían matar.

    "Entonces, si no cruzamos el Río Grande, escaparemos en otra dirección", dijo ella con firmeza. "Ve y busca a Pluma de Águila y a Woodrow, comenzaré a empacar nuestras pertenencias".

    Él le sonrió agradecido, extendió los brazos y la abrazó. Ella sintió que ganaba fuerza entre esos fuertes brazos.

    "Durante unos días no podré caminar ni cabalgar. Tendrás que atarme a un través y arrastrarme como hacemos con los ancianos".

    "Si tengo que llevarte en mis brazos", dijo Oso Blanco, "lo haré".

    Ahora que estaba decidida a luchar para mantenerse con vida, sonrió a Oso Blanco y se presionó contra él. Ella era amor. El poder de un gran espíritu, tal vez la Hacedora de la Tierra en la que ella había pensado una vez, la llenaba.

    La Tortuga, pensó ella, había dicho que muchos morirían, pero también había dicho que unos pocos vivirían.

    Ella, su esposo y sus hijos vivirían.

Capítulo 19

La Banda Dividida

    El crepúsculo, calentando la tierra llana al pie de una colina al lado del Río Grande, proyectaba sombras profundas en los huecos de los rostros de Pájaro Rojo y Nancy. Qué delgados se estaban volviendo. Temeroso por ellas, se enroscaba como una serpiente el estómago vacío de Oso Blanco.

    ¿Ha abandonado a su pueblo el Hacedor de la Tierra? No, peor, este es el destino que él ha elegido para nosotros. Él otorga tanto el mal como el bien a sus hijos.

    Pájaro Rojo dijo fatigadamente: "¿Qué ha decidido el consejo?" Se desabrochó el hatillo en el que llevaba a Lirio Que Flota a la espalda y acunó al bebé en sus brazos, frunciendo el ceño ante la carita marrón. Oso Blanco sabía lo que estaba pensando. Lirio Que Flota estaba demasiado callada.

    Oso Blanco dijo: "Halcón Negro quiere ir al Norte y buscar refugio con los Chippewa. Se llevó la brújula que mi padre le dio de su bolsa medicina y se la mostró a los jefes y valientes. Dijo que debemos seguir su flecha hacia el Norte. Pero Cuchillo de Hierro no estuvo de acuerdo con él".

    Los ojos de Pájaro Rojo se abrieron: "Mi hermano nunca está en desacuerdo con Halcón Negro. Halcón Negro ha vivido tres veces más que él".

    "Cuchillo de Hierro habló por muchos de los valientes más jóvenes", dijo Oso Blanco. "Quieren cruzar el Río Grande aquí, ahora, y poner fin a la guerra. Halcón Negro les recordó que solo tenemos tres canoas. Cada canoa pueden contener solo seis personas, y dos de esos seis deben remar a la orilla y volver. Tendrían que transportar a casi mil personas. Dijo que los cuchillos largos nos alcanzarían mucho antes de que cruzáramos. Cuchillo de Hierro dijo que harían más balsas y más canoas. Al final, los tres jefes y la mayoría de los valientes dijeron que cruzarían el río. Solo unos pocos acordaron ir al Norte con Halcón Negro".

    Se había necesitado una luna entera cruzar de Este a Oeste, desde su campamento en las Tierras Temblorosas hasta este lugar donde el río Mal Hacha desembocaba en el río Grande. La tierra por la que pasaban, siguiendo un antiguo sendero Winnebago, había sido una extensión de praderas al principio. Luego se sumergieron en un país que era cada vez más salvaje y más montañoso mientras avanzaban hacia el Oeste. Al final tuvieron que atajar su propio camino. Marcaban su paso con calderas, mantas, postes de tiendas y otras posesiones demasiado pesadas para transportarlas, y sus ancianos moribundos que ya no podían caminar, y sus hijos muertos. Lo único bueno de esta tierra escarpada era que reducía la velocidad de los cuchillos largos aún más que la de la gente de Halcón Negro, quien supo cuando llegaron al Río Grande que sus perseguidores iban dos días detrás de ellos.

    Oso Blanco le contó a Nancy en inglés lo que acababa de contarle a Pájaro Rojo sobre el consejo.

    "Si la banda se está dividiendo, ¿a dónde iremos nosotros?" Preguntó Nancy.

    "Le pedí a Halcón Negro, le supliqué, que os dejarán marchar a ti y a Woodrow" La ira se arrastró en la voz de Oso Blanco al recordar la terquedad de Halcón Negro. "Todavía se niega. Él quiere llevaros a ambos al Norte con él".

    Pájaro Rojo dijo: "Pero los prisioneros ojos pálidos no son buenos para Halcón Negro ahora". Oso Blanco se alegró de ver que ella había aprendido a cogerle el ritmo a las conversaciones en inglés entre él y Nancy. No le gustaba sentir que estaba dejando a Pájaro Rojo ignorante de nada, especialmente desde que ahora él conocía a Nancy.

    "Cierto", dijo Oso Blanco a Pájaro Rojo en Sauk. "Y si nos encontramos con los cuchillos largos nuevamente dispararán primero y no pensarán en buscar ojos pálidos entre nosotros. Quiero alejar a Pelo Amarillo y Woodrow del tribu antes de que haya otra batalla".

    Había habido una gran batalla con los cuchillos largos durante su caminata, en la orilla sur del río Ouisconsin. Muchos habían muerto en ambos lados, pero Halcón Negro había logrado alejar a la mayoría de su gente después del anochecer. Ahora mismo Oso Blanco casi podía oír el enorme ejército de cuchillos largos que avanzando a través de los bosques detrás de ellos.

    Pero Nancy sacudió la cabeza violentamente: "Me siento más segura con vosotros". Sus ojos brillaban con lágrimas.

    Desde que Pájaro Rojo había alentado a Nancy a buscar su cama, Oso Blanco había temido que cuando llegara el momento de su separación, eso la lastimaría gravemente.

    Y a él también. En la luna justo antes de que él y Nancy hubieran unido cuerpos y corazones muchas veces. Ahora le abrasaba la garganta decir en voz alta su decisión de que Nancy debía abandonar la Banda Británica.

    Él se sentó en el tronco de un árbol caído y se acercó a ella. Nancy se acercó, le tomó las manos y se sentó a su lado.

    "Con la banda yendo en dos direcciones diferentes, esta es tu mejor oportunidad para escapar. Tú y yo nos hemos amado, pero aún así eres una mujer blanca, y mi gente asesinó a tu padre. ¿Por qué deberías compartir nuestro destino? ¿Y qué hay de Woodrow? Si tú y él os vais juntos, tienes más posibilidades de llegar a un lugar seguro".

    Ella se inclinó, sus hombros temblaban por los sollozos: "Si tú vas a morir, quiero morir contigo".

    Hace una luna, pensó él, ella había querido desesperadamente escapar de la Banda Británica. Ahora su propio corazón la retenía cautiva.

    Las palabras de Eva a Adán cuando salieron del Paraíso surgieron sin querer en su mente: Contigo, irse es quedarse aquí; sin ti aquí, quedarse es irse, he aquí que no deseo irme.

    "Pero nadie quiere morir", dijo él suavemente. "Que te quedes ahora cuando puedes escapar sería una locura".

    Era una locura lo que él sentía. Había una parte de él que quería mantenerla con él, dejarla quedarse, sin embargo, todo esto podría terminar. Tuvo que obligarse a seguir su plan para ayudarla a escapar.

    Pluma de Águila y Woodrow vinieron del bosque a lo largo de la orilla sur del río Mal Hacha, con brazadas de ramas para el tipi que ahora no se molestarían en construir.

    Oso Blanco se agachó delante de Woodrow y lo agarró por los hombros.

    "Esta noche te ayudaré a ti y a la señorita Nancy a alejaros de nuestra banda y volver a la gente blanca". Él lamentaría perder al chico.

    Pluma de Águila, parado cerca, no dijo nada, pero su rostro lleno de dolor le decía a Oso Blanco que lo había entendido.

    "Supongo que la señorita Nancy y yo podríamos encontrar nuestro camino hacia los blancos si seguimos el río", dijo Woodrow con incertidumbre. Con la diadema de cuentas que Cuchillo de Hierro le había dado alrededor de su alta frente y su cara dorada por el sol estival, parecía un muchacho Sauk, excepto por su cabello castaño claro. No parecía mucho más feliz que Nancy de abandonar la banda.

    "No voy a enviaros para que encontréis el camino solo", dijo Oso Blanco. "Yo iré con vosotros hasta que os vea en buenas manos. Prairie du Chien y Fuerte Crawford están al sur de aquí en el río. Si vamos en esa dirección, estamos obligados a encontrar algunas de sus gentes".

    "Yo no tengo más gente que vosotros", dijo Woodrow. "Me tratasteis mejor que mis padres".

    Oso Blanco sintió un nudo en la garganta. Recordó cómo, siete años atrás, había luchado contra ser alejado de la tribu cuando Flecha de la Estrella había venido a buscarlo.

    Los ojos azules de Pluma de Águila se posaron gravemente en Oso Blanco: "¿Qué pasa con mamá y Lirio Que Flota y conmigo? ¿Vamos a cruzar el Río Grande ahora?"

    Oso Blanco recordó de nuevo lo que la Tortuga le había dicho en su visión. Miró hacia el río teñido del rojo del crepúsculo y sintió un escalofrío. La calamidad, le decía su sentido de chamán, esperaba a aquellos que intentaran escapar cruzando el río de nuevo.

    "No", Oso Blanco miró a Pájaro Rojo, quien sostenía a Lirio Que Flota cerca del pecho. "Pasado mañana a más tardar, los cuchillos largos estarán aquí. Quiero que vayáis con Halcón Negro. Aunque creo que Halcón Negro nos ha guiado imprudentemente, aún así, ir al Norte es más seguro. Tres chozas, unas cincuenta personas, van con Halcón Negro. Tallador del Búho, Nube Que Vuela, Zarpa de Lobo, le seguirán".

    Él sacudió la cabeza tristemente.

    "¿Qué pasa?" preguntó Pájaro Rojo.

    "Ni siquiera Zarpa de Lobo está de acuerdo con Halcón Negro sobre ir al Norte. Él mismo permanecerá al lado de su padre, pero está enviando a sus dos esposas y sus hijos al otro lado del río. Cree que estarán más seguros, yo creo que está equivocado".

    Él miró hacia el enrojecido río y volvió a sacudir la cabeza.

    "Zarpa de Lobo tomó la decisión correcta para su familia", dijo una voz profunda detrás de él. Oso Blanco se giró para ver la enorme figura de Cuchillo de Hierro, recortada por el sol poniente. Tras él caminaba una sombra mucho más pequeña, que Oso Blanco reconoció de inmediato: Mujer Sol.

    Oso Blanco se apresuró hacia su madre, le rodeó los hombros con el brazo y la llevó al árbol caído para sentarse. Podía sentir sus huesos debajo de su vestido de piel.

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    "¿Cómo está mi madre?"

    Ella le dio unas palmaditas en la mano "Muy cansada pero viva".

    "¿Tienes hambre?"

    "Lo bueno de hacerse vieja es que no quiero tanta comida".

    Oso Blanco sintió un alivio inmediato por no tener que compartir sus pocas raíces hervidas y sus trozos de pastel, y luego se odió a sí mismo por ratear comida a su propia madre.

    Hacerse vieja, había dicho. Ella no era una anciana. Por lo que ella le había dicho, él supuso que su edad era inferior a los cincuenta veranos, pero la mujer que tenía delante estaba terriblemente demacrada y encorvada. Las privaciones de las lunas recién pasadas la habían envejecido más allá de sus años.

    Él sintió que una piedra le bloqueaba la garganta al pensar que su madre podría no tener mucho más tiempo para vivir.

    Cuchillo de Hierro se inclinó y abrazó a Pájaro Rojo, luego le dio unas palmaditas en la cabeza a Woodrow con una gran mano mientras el niño lo miraba con ojos brillantes. Era Cuchillo de Hierro, que lideraba el grupo de guerra que había capturado a Woodrow, quien había insistido en que al chico se le permitiera vivir.

    Al igual que todos los demás en la banda, Cuchillo de Hierro era mayormente piel marrón estirada sobre un esqueleto, pero el suyo era un esqueleto muy grande, una cabeza más alto que Oso Blanco. Estudiando a Cuchillo de Hierro, Oso Blanco se preguntó si podría pedirle ayuda para alejar a Woodrow y Nancy de forma segura.

    Cuchillo de Hierro dijo: "No es seguro seguir a Halcón Negro. Dijo que los británicos y los Potawatomi y Winnebago unirían fuerzas con nosotros y no lo hicieron. Ahora dice que los Chippewa nos ayudarán. Seguro que se equivocará otra vez. Y antes de llegar a Chippewa, debe viajar por el país de Winnebago durante muchos días, y ahora la mayoría de los Winnebago están ayudando a los cuchillos largos a cazarnos".

    Mujer Sol dijo: "Halcón Negro sabe que si nos unimos al resto de la tribu en Ioway, él ya no será líder. Sin duda, aquellos que aceptaron a Quien se Mueve Alerta como su jefe han prosperado tanto como hemos sufrido nosotros. Halcón Negro tendrá que ocupar el segundo lugar bajo Quien se Mueve Alerta. Eso se le clava en la garganta como una espina de pescado. Preferiría liderarnos eternamente hasta que todos muramos".

    Y las cabezas de los cuchillos largos estarían llenas de nombres como Soto de Kellogg, Arroyo del Viejo, Fuerte del Río Manzana, Arroyo del Indio y Víctor, y sus corazones estarían hambrientos de venganza.

    Cuchillo de Hierro se sentó en el tronco del árbol al lado de Mujer Sol y señaló el río: "Si nos atacan antes de que podamos cruzar, podemos defendernos en esa isla".

    Oso Blanco siguió el gesto de Cuchillo de Hierro. El sol se acababa de poner detrás de las colinas del Oeste, y el Río Grande ahora reflejaba un azul pálido en el cielo. Una isla larga y baja cubierta de abetos y cicutas sobresalía oscuramente a distancia del vuelo de una flecha desde la orilla. Oso Blanco se estremeció. Sus sentidos de chamán le decían que aquel era un lugar de dolor y horror, una isla de muerte. No le gustaba el nombre de este río en cuya desembocadura estaban acampados: el Mal Hacha.

    Tratando de ignorar el rápido latido de su corazón, Oso Blanco se preparó para hablar con Cuchillo de Hierro sobre Woodrow y Nancy. Odiaba tener que revelar su plan. Si Cuchillo de Hierro estaba en contra de dejar escapar a los dos ojos pálidos, todo estaría perdido. Abrió la boca, dudando.

    Pero necesitaba la ayuda de Cuchillo de Hierro para conseguir caballos y evitar a los guerreros que custodiaban el campamento. Se recordó a sí mismo que el hermano de Pájaro Rojo siempre le había brindado ayuda cuando la había necesitado. Decidió seguir adelante y hablar con él.

    Él dijo: "No sería bueno para Pelo Amarillo y el muchacho cruzar el río o ir con Halcón Negro. Los he aceptado a mi cuidado y ahora tengo miedo por ellos. Si hay una batalla, los cuchillos largos pueden matarlos por error".

    Cuchillo de Hierro gruñó: "Lamentaría ver que eso sucede".

    El latido del corazón de Oso Blanco se estabilizó. Ahora se sentía más seguro de sí mismo.

    Respiró hondo y dijo: "He estado pensando en ayudarlos a escapar".

    Cuchillo de Hierro sonrió a Oso Blanco, extendió la mano frente a Mujer Sol y le dio a Oso Blanco unas palmaditas en la rodilla: "Eso está bien".

    "Te honra, hijo mío", dijo Mujer Sol.

    Oso Blanco sintió nudos en su pecho y hombros: "Confiaba en que verías esto como yo lo veo".

    "Me ofreceré para vigilar los caballos esta noche", dijo Cuchillo de Hierro. "Ven cuando estés listo y tendré tres elegidos para ti".

    Mujer Sol dijo: "Si los cuchillos largos te ven con Pelo Amarillo y el muchacho, intentarán dispararte".

    Oso Blanco puso un brazo alrededor de sus huesudos hombros y la atrajo hacia sí: "Hay peligro a nuestro alrededor, Madre, creo que los que siguen a Halcón Negro hacia el Norte estarán más seguros. Pájaro Rojo y los niños irán por ese camino. Creo que tú también deberías. No intentes cruzar el Río Grande".

    "Ya he caminado lo suficiente", dijo Mujer Sol. "Me duelen las piernas y tengo los pies magullados. Si sigo a Halcón Negro, terminaré como los viejos que se sientan en el camino y esperan la muerte".

    "Te hablo como chamán", dijo Oso Blanco, "Tengo un mal presentimiento sobre este cruce del río".

    Mujer Sol se puso en pie: "Y yo te hablo como curandera, he visto muchos tipos de muerte, y preferiría ahogarme o recibir un disparo que morir poco a poco de hambre y cansancio".

    Oso Blanco abrazó a su madre nuevamente: "Sé que nos volveremos a encontrar en el Oeste", dijo él. Eso, como ambos sabían, podría significar cruzar el río o llegar al otro lado del Sendero de las Almas.

    Mujer Sol dijo: "Hijo mío, has alegrado mi corazón. Cada día de tu vida has recorrido tu camino con valentía y honor. Que siempre camines de la misma manera".

    Pájaro Rojo abrazó a Mujer Sol y a Cuchillo de Hierro, cada uno a su vez, durante mucho tiempo. Y después de que se hubieron ido, Oso Blanco y Pájaro Rojo se adentraron juntos en los espesos bosques a lo largo del borde del Río Grande.

    Lejos de los demás, Oso Blanco se dio cuenta del chirrido estridente del coro de grillos que llenaba el aire nocturno. Los mosquitos zumbaban alrededor de sus orejas y le picaban en las manos y la cara. Él y Pájaro Rojo habían usado el aceite que los repelía. Pero los arañazos y las magulladuras del duro camino que habían recorrido estas lunas pasadas habían endurecido sus pieles y sus espíritus para que las picaduras de mosquitos significaran poco.

    Oso Blanco encontró un lugar despejado en medio de un grupo de arces jóvenes y se acostaron uno al lado del otro. Él puso la mano sobre el pecho de ella, más lleno de lo que nunca había sentido, hinchado de leche para Lirio Que Flota. Ella se deslizó el vestido de los hombros y dejó que él tocara su piel desnuda. Muy gentilmente, sabiendo que ella estaba sensible por la lactancia, le acarició el pezón con la yema de los dedos.

    "Antes de irme esta noche, te daré el cuchillo con mango de asta de ciervo que me dio mi padre", dijo él en voz baja. "Debo ir desarmado para que los cuchillos largos no me maten si me atrapan. Guárdamelo hasta que regrese".

    "Tengo miedo", susurró ella. "Cuando tú y Pelo Amarillo y Woodrow os hayáis ido, Halcón Negro sabrá que los ayudaste a escapar. ¿Qué te hará cuando regreses?"

    "Para cuando haya regresado contigo, él no estará enfadado, se habrá dado cuenta de que en realidad él no los necesitaba".

    Y también, Oso Blanco podría ser capturado o asesinado. La última vez que había acudido a los cuchillos largos casi lo matan. La imagen de la cabeza de Pequeño Cuervo estallando, la sangre volando por todas partes cuando la bala de Armand Perrault la destrozó, nunca dejaría su memoria.

    Si eso le sucediera a él, la ira de Halcón Negro no importaría.

    Pájaro Rojo se movió más cerca de él, la mano le acariciaba su pecho mientras él acariciaba el de ella: "No creo que ningún guerrero Sauk esté dispuesto a robarle prisioneros a su jefe. Creo que haces esto porque has vivido mucho tiempo con los ojos pálidos".

    Oso Blanco sintió el deseo por ella creciendo en él. Se habían unido dos veces desde que había nacido Lirio Que Flota. Él le levantó la falda para poder acariciarle el vientre y el suave interior de los muslos.

    "Por lo que vi entre los ojos pálidos", dijo él con amargura aunque buscaba el gozo de Pájaro Rojo, "son más obedientes a sus jefes que nosotros. Y aunque haga que nuestros corazones lloren, si nuestra gente no debe desaparecer, debemos aprender a obedecer a nuestros líderes como lo hacen los ojos pálidos. Pero esta noche debo desobedecer a nuestro jefe de guerra".

    Ella le soltó el taparrabos, y su respiración se aceleró cuando las yemas de sus dedos jugaron un rato con él; luego ella agarró su carne dura con firmeza. Él suspiró al sentir sus dedos apretándolo. Debería ahorrar su fuerza, pensó, porque estaría despierto y viajando toda la noche, y probablemente todo el día mañana, con Nancy y Woodrow. Pero él y Pájaro Rojo tal vez nunca más volvieran a estar juntos así. Se dio la vuelta sobre ella y dejó que su mano pequeña y gentil lo guiara hacia ella mientras él gemía en voz alta con el placer de ello.

***

    La astillita de una nueva luna había surgido justo encima de las colinas a este lado del río. Oso Blanco, Nancy y Woodrow se dirigieron al sur del campamento de la banda hasta un prado en un hueco entre colinas.

    Aquí la banda había dejado sus pocos caballos restantes para pastar y dormir. Desde el extremo norte del campamento, junto al río Mal Hacha, llegaba el sonido de las voces de los hombres y la luz de los fuegos. Los hombres estaban quitando la corteza de los olmos para hacer sencillas canoas y atar troncos de madera a la deriva para hacer balsas.

    Oso Blanco, Nancy y Woodrow se abrieron paso por el borde de la pradera. Los caballos eran formas oscuras de pie en silencio. Oso Blanco podía escuchar a Nancy sofocar un sollozo de vez en cuando. Había estado llorando toda la noche.

    Él quiso tomarla entre sus brazos y abrazarla y decirle que ella no tenía que abandonarle. Él era la causa de su dolor y no podía hacer nada al respecto. Podría, posiblemente, salvarle la vida, pero no podía hacerla feliz.

    Una alta sombra se interpuso de pronto en su camino.

    "Tengo tres caballos listos para ti", dijo Cuchillo de Hierro. "Incluso encontré sillas de montar para que te sea más fácil cabalgar. Pertenecían a hombres que murieron en la batalla del río Ouisconsin".

    Oso Blanco llevaba el rifle y el cuerno de pólvora que Frank le había dado. Se los lanzó a Cuchillo de Hierro.

    "Quiero que tengas este rifle. Un tío mío ojos pálido (un buen tío) me lo dio. Si me encuentro con los cuchillos largos ahora, un rifle no me ayudará".

    Con el corazón dolorido, Oso Blanco abrió la boca, queriendo decirle a Cuchillo de Hierro nuevamente que fuera con Halcón Negro, que no se quedara aquí en la boca del Mal Hacha. Pero sabía que Cuchillo de Hierro había decidido. El hermano de Pájaro Rojo era fuerte, no solo en cuerpo, sino en hacer lo que había decidido.

    En lugar de hablar, Oso Blanco extendió la mano y agarró los anchos hombros de Cuchillo de Hierro y apretó con fuerza.

***

    Oso Blanco, Nancy y Woodrow condujeron sus caballos a pie y en silencio a lo largo de la orilla del río, encontrando lugares donde los arbustos eran lo bastante delgados para permitir el paso. Oso Blanco no dejaba de mirar por encima del hombro, y cuando ya no pudo ver los fuegos de la banda hacia el Norte, susurró a Nancy y a Woodrow que montaran.

    Él dejó que su caballo encontrara su propio camino junto al agua ondulante. Muchas veces, mientras cabalgaban hacia el Sur, se quedó dormido, fatigado no solo por el esfuerzo y la falta de sueño, sino por el hambre. Observó la luna en forma de pulgar deslizarse por el cielo sobre el río. Mientras esta se hundía en el Oeste, él hizo un alto y les dijo a Nancy y a Woodrow que podían descansar hasta el amanecer.

    Ataron sus caballos a los jóvenes árboles y se metieron bajo las ramas de un gran abeto. Woodrow se durmió de inmediato, pero Nancy se deslizó hasta los brazos de Oso Blanco.

    Por sus movimientos ella le decía que lo quería.

    "Perdóname", dijo él. "Estoy tan cansado" Ella le acarició la mejilla de manera tranquilizadora, pero su cara contra la de él estaba húmeda por las lágrimas.

    Ella se durmió con la cabeza sobre su pecho.

    La luz del día y un fuerte coro de trinar de los pájaros los despertó. Poco después de comenzar a cabalgar pasaron por una aldea vacío de chozas cubiertas de corteza. Winnebago, él estaba seguro, junto al río. Amigos Winnebago de Halcón Negro habían dicho que los cuchillos largos habían ordenado a todos los Winnebago que acamparan a la vista de los fuertes para demostrar que no estaban ayudando a Halcón Negro.

    Un sendero claro conducía hacia el Sur desde la aldea siguiendo la orilla del río, y Oso Blanco, Nancy y Woodrow lo recorrieron. Al final del día, deberían estar cerca del asentamiento de Prairie du Chien y el Fuerte Crawford de los cuchillos largos.

    Cuando el sol estuvo alto sobre el río, Oso Blanco oyó un sonido que envió terror crujiendo por su espalda, los prolongados gritos de los líderes cuchillos largos dando órdenes. Los gritos venían de algún lugar hacia el Sur.

    Con horror, lo vio de inmediato en su mente: un gran ejército de cuchillos largos viniendo del Este. Ahora otro que marchaba desde el Sur. Ambos se dirigían a la boca del Mal Hacha, donde su gente intentaba desesperadamente cruzar el río.

    Poco después oyó el ruido de muchos cascos.

    Quiso dar media vuelta y galopar para advertir a la banda. Ellos no tenían idea de que este segundo ejército, mucho más cercano a ellos, estaba llegando.

    Nancy dijo: "Será mejor que nos dejes aquí. Te dispararán".

    Miedo por sí mismo y por su gente lo tentó a aceptar, pero él negó firmemente con la cabeza.

    "Debo quedarme con vosotros hasta estar seguro de que estáis a salvo. Es solo cuestión de minutos".

    Pronto, Oso Blanco vislumbró las barras y estrellas aleteando entre árboles lejanos y el sol del mediodía brillando sobre botones de latón. Tropas federales. En un lugar despejado en el camino, donde Nancy y Woodrow serían visibles desde la distancia, él pidió el alto.

    "Vosotros dos seguid el sendero, Nancy, échate las trenzas hacia delante para que puedan verte el pelo rubio. Woodrow, quítate la diadema. Tenéis que aseguraros de que vean que sois blancos. Mantened quietos los caballos y cuando veáis a los primeros soldados, levantad las manos sobre las cabezas y grítadles en inglés".

    Oh, Hacedor de la Tierra, mantenlos a salvo. Esto era todo lo que podía hacer por ellos.

    Nancy le besó con fuerza en la boca.

    "Te amo tanto", dijo ella con voz quebrada. "Y sé que nunca te volveré a ver. ¡Continúa, vete de aquí!".

    Oso Blanco condujo a su caballo de regreso al bosque entre el río y los acantilados. Ató el caballo y luego se escondió entre los arbustos para observar a Nancy y a Woodrow.

    Aterrorizado por la idea de poder verlos abatidos ante sus ojos por soldados descuidados, contuvo el aliento.

    Escuchó unos cascos acercándose al galope.

    Escuchó a Nancy gritar: "¡Ayúdenos, por favor! ¡Somos blancos!".

    Bien.

    Dos hombres vestidos con altos sombreros militares negros y cilíndricos, y chaquetas azules con cinturones blancos se acercaron a Nancy y Woodrow, que bajaron las manos. Después de una breve conversación, los cuatro se alejaron por el camino.

    En un estallido de alivio, Oso Blanco dejó escapar el aliento. Por un momento no pudo moverse, tan entumecido le había dejado el miedo por Nancy y Woodrow. Susurró una oración de agradecimiento al Hacedor de la Tierra.

    Regresó a su caballo y caminó hasta encontrar un sendero de ciervos que el caballo podía seguir, luego montó y trotó hacia el Norte.

    Regresaba cabalgando por el sendero cuando una flecha, zumbando, enterró su punta en la tierra justo delante de él. Esto le sobresaltó y a punto estuvo de caerse de la silla de montar. Tiró de las riendas de su caballo.

    Hombres a lomos de caballo emergieron de los árboles ante él. Cabalgaban hacia él en silencio, cinco de ellos. Dos rifles apuntando hacia él, los otros tres con arcos y flechas. Eran hombres rojos, pero vestían camisas y pantalones de ojos pálidos. Su pelo era largo, atado por bandas de tela de colores brillantes, y crecía por completo, sin parte de la cabeza afeitada como hacían la mayoría de los Sauk.

    Suspiró y extendió las manos a los costados para mostrar que estaban vacías. Los Winnebago podían haberlo tirado del caballo de un disparo sin avisar, así que supuso que tenían la intención de dejarlo vivir.

    El hombre al lado derecho del sendero que sostenía un arco con una flecha apuntando al corazón de Oso Blanco, dijo en Sauk: "Me llamo Wave. Estamos buscando a Halcón Negro ¿Dónde podemos encontrarlo?"

    Oso Blanco decidió hacer una broma: "¿Queréis ayudarle a luchar contra los cuchillos largos?"

    Wave se echó a reír y tradujo eso para sus compañeros, que también se rieron. Él llevaba las plumas rojas y blancas de un valiente colgando de los pendientes, con dos más verticales en el pelo.

    Le dijo: "Los cuchillos largos han ofrecido caballos y oro a quien capture a Halcón Negro. No somos enemigos de los Sauk, pero queremos la amistad de los cuchillos largos". El hombre hablaba Sauk con fluidez y sin acento.

    "Lástima que los Winnebago luchen del lado de los cuchillos largos", dijo Oso Blanco, "Un día os quitarán la tierra, como nos han quitado la nuestra".

    Wave se encogió de hombros: "Mira lo que ha pasado a quién luchó contra ellos".

    El hombre rojo traiciona al hombre rojo, y solo los blancos ganan. Es como le dije a Pájaro Rojo. Si queremos vivir en esta tierra, nosotros mismos debemos llegar a ser como los blancos.

    "Ven", dijo Wave. "Debemos llevarte al jefe de guerra de los cuchillos largos".

    Oso Blanco se desplomó de desesperación al saber que ya no era un hombre libre. Miró a su alrededor. Los árboles, los pájaros, el Río Grande, todo era libre, pero estaba en poder de sus enemigos. El mundo era un lugar más oscuro. La guerra de Halcón Negro, para él, había terminado. Desearía haber advertido a su pueblo sobre el ejército de cuchillos largos que se aproximaba. Y también, le dolía el corazón por los Sauk a los que no podría advertir sobre el segundo ejército de cuchillos largos. Un anhelo por Pájaro Rojo y por Pluma de Águila y por Lirio Que Flota pareció casi arrancarle el corazón del cuerpo. Rezó porque ya hubieran abandonado el campo de Mal Hacha y se dirigieran al Norte con Halcón Negro. Probablemente nunca los volvería a ver. Probablemente los cuchillos largos le matarían. Suspiró, giró la cabeza de su caballo en la dirección que Wave había señalado.

***

    Mientras su regimiento pasaba a caballo, el jefe de guerra cuchillos largos, un hombre fornido con una cara larga, cejas gruesas y severos ojos azules, estaba de pie a un lado del sendero frente a Oso Blanco. Era el coronel Zachary Taylor, le había dicho a Oso Blanco. Un soldado corpulento y de cara roja con los tres galones de sargento en el antebrazo estaba junto a Taylor mirando a Oso Blanco con evidente odio.

    "Soy Sauk, Coronel. Mi nombre es Oso Blanco. Mi padre era blanco y me llevó a educarme entre los blancos durante varios años".

    "Bueno, Oso Blanco, ¿qué estabas haciendo en este camino? ¿Persiguiendo a la mujer blanca y al niño que acabamos de recoger?"

    "Fui yo quien los trajo hasta ustedes".

    Taylor resopló "¿Esperas que me crea eso?"

    "La señorita Hale le dirá que es cierto".

    "Bueno, ya la hemos enviado a ella y al chico de regreso al Fuerte Crawford con una escolta, así que eso tendrá que esperar. Pero sabes su nombre correcto. ¿Dónde están los demás Sauk? ¿Intentando cruzar el Mississippi?"

    "No puedo ayudarle, Coronel. No más que usted daría información a los Sauk, si lo capturáramos".

    El sargento de Taylor dijo: "Señor, déjeme a mí y a un par de mis hombres llevar a este mestizo a dar un paseo por el bosque. Descubriremos lo que usted quiere saber".

    "No, Benson, no". Taylor despachó la sugerencia con un irritado gesto de la mano. "Mostrar hasta dónde pueden resistir la tortura es un juego habitual con los indios. Simplemente cantará canciones indias hasta que muera, y escuchar eso sería peor agonía para ti que cualquier cosa que tú pudieras hacerle a él".

    "Bueno, pues disparemos al bastardo, señor, y terminemos con él. La milicia no toma prisioneros. ¿Por qué deberíamos nosotros?"

    Taylor echó la cabeza hacia atrás y, aunque era más bajo que el sargento, logró mirarlo por encima de la nariz. "Somos soldados profesionales, sargento. Confío en que sabemos cómo comportarnos mejor que la milicia estatal. No, lo llevaremos con nosotros. Un indio que habla tanto Sauk como inglés podría sernos útil vivo. Veo que tienes todo el pelo y no llevas plumas, Oso Blanco. Eso significa que no has matado a nadie. ¿O simplemente que no quieres que se sepa tal hecho?"

    "No he matado a nadie". Oso Blanco pensó en agregar que había salvado más de una vida blanca. Pero no podía esperar que le creyeran. No quería exponerse a su escarnio.

    Él dijo: "Soy un hombre medicina, un chamán".

    Taylor lo miró con gravedad: "Educado como un hombre blanco y educado en el camino de los espíritus, ¿eh? ¿Y con todo ese aprendizaje no has podido advertir a Halcón Negro de este desastre?"

    Oso Blanco negó con la cabeza "Él escucha otras voces".

    Los ojos de Taylor se entornaron: "Bueno, cualquiera que sea el consejo que le diste, todo ha terminado para tu jefe ahora. Que Dios se apiade de tu gente".

    Oso Blanco dijo: "Lo único que quieren ahora es volver a cruzar el Mississippi y vivir en paz. Los que quedan".

    Taylor le lanzó una mirada enojada: "Es demasiado tarde para eso. Las cosas han ido demasiado lejos. Tendréis que sufrir por lo que habéis hecho".

    Oso Blanco sintió que sus extremidades se enfriaban cuando escuchó el acero en la voz de Taylor. Este no era un mal hombre, Oso Blanco lo sentía, no era un hombre como Raoul. Sin embargo, toda piedad que había en él, sin duda había sido lavada muchas veces por la sangre derramada por los grupos de guerra de Halcón Negro.

    Sin duda, mientras habla de hacer sufrir a mi gente, se considera un hombre bastante civilizado.

    "¿Venganza, Coronel?" dijo Oso Blanco. "Pensé que eran soldados profesionales".

    El sargento apretó los puños: "Por favor, señor, déjeme enseñarle algo de respeto".

    Taylor ladeó la cabeza al oír un sonido distante, luego se giró para mirar río abajo.

    "Él ya tiene una lección mucho más amarga que aprender, sargento. Al igual que toda su gente".

    Oso Blanco lo oyó también. Un sonido chirriante. Había pasado un buen tiempo desde que había escuchado un ruido como ese. Siguió la mirada de Taylor río abajo. Lo único que podía ver era una columna de humo gris en el cielo hacia el Sur. Pero él sabía lo que era.

    Un barco de vapor.

    Dado que no podía cabalgar para advertir a su gente, quiso llorar de agonía. Vio lo que sucedería, esas pocas canoas frágiles, el barco de vapor cayendo sobre ellas, dos ejércitos de cuchillos largos marchando inexorablemente hacia la boca del Mal Hacha.

    Los muchos que siguen a Halcón Negro a través del Río Grande serán pocos cuando lo crucen en su regreso.

Capítulo 20

Río de Sangre

    Raoul descorchó la jarra que estaba sobre la mesa de cartas de navegación y se la tendió a Bill Helmer, capitán del barco de vapor Víctoria. Un hombre corpulento con barba de chivo y las manos firmemente agarradas al pulido timón de roble. Helmer negó silenciosamente con la cabeza.

    Raoul levantó la jarra en un brindis simulado: "Que tengamos un feliz día de combate indio". Tomó dos largos tragos y decidió que se sentía fuerte y feliz.

    Helmer negó con la cabeza: "Sr. de Marion, no hay nada divertido en el combate indio".

    "Si esa es su opinión, Capitán, le agradeceré que se la guarde", dijo Raoul. Quería un poco de calor ahora mismo además del que estaba obteniendo de la jarra, y despreció a este hombre adusto por no dárselo.

    Helmer se encogió de hombros e inclinó la mirada hacia el río.

    Raoul se anudó los dedos detrás de la espalda y descubrió que el esfuerzo aliviaba la tensión en su vientre. Se puso de pie junto a la ventana de la caseta del piloto y miró hacia la boscosa orilla donde el río Mal Hacha desembocaba en el Mississippi.

    Los milicianos estaban vadeando el Mal Hacha de Sur a Norte, sosteniendo los rifles sobre la cabeza, con las bayonetas caladas. El Mal Hacha era más un arroyo que un río. Poco profundo ahora en agosto, serpenteaba a través de un canal lleno de relucientes juncos verdes. A medida que los hombres avanzaban por la orilla norte, nivelaban los rifles y se lanzaban hacia los árboles.

    Un caos azul de humo de pólvora ya flotaba entre los pinos y los abetos al norte de la boca de Mal Hacha. El estallido de los rifles llevaba a Raoul a través del agua sobre los resoplidos y el ruido metálico del motor de vapor del Víctoria, alimentado con roble y pino partidos.

    Raoul se preguntó qué estaba pasando en esos bosques. ¿Estaban luchando los indios, defendiendo a sus mujeres y niños? Confiaba en que los milicianos siguieran matando hasta exterminar a toda la banda. Después de cuatro meses persiguiendo a los indios por Illinois y el Territorio de Michigan, después de todos los inocentes asesinados, Clarissa, Phil, Andy, seguramente los milicianos no serían blandos.

    Sintió un comienzo de lágrimas y rápidamente dio otro trago a la jarra. Deseaba poder estar en la matanza en lugar de estar aquí en el río.

    Quiero su sangre en mis propias manos.

    El teniente Kingsbury, al mando de la tripulación de artillería asignada a Raoul desde el Fuerte Crawford, subió las escaleras desde la cubierta de proa hasta la cubierta de huracanes y entró en la caseta del piloto. Se secó la frente mientras colocaba su gorro cilíndrico, con su penacho rojo y la dorada insignia de artillería de cañones cruzados, en la mesa de cartas.

    "Hace un calor malditamente pegajoso en el río en agosto".

    Raoul le ofreció su jarra: "Te ayuda a olvidar el calor".

    Kingsbury sonrió, agradeció a Raoul y tomó un gran trago. Sus mejillas se enrojecieron y se limpió el grueso bigote marrón con la punta de los dedos.

    "No oigo muchos disparos en la orilla", dijo devolviendo la jarra a Raoul, quien tomó un trago antes de dejarla.

    "Justo lo que estaba pensando", dijo Raoul. "¿Dónde demonios están todos los pieles rojas? Me imagino que quedan unos mil. No todos pueden haber cruzado el Mississippi antes de que llegáramos aquí, a menos que tuvieran una flota completa de canoas".

    El Víctoria se había topado con una canoa en medio de la corriente cuando había llegado a la escena. Los francotiradores de la milicia de Raoul la habían llenado de fuego de rifle, matando a los seis indios a bordo, y la canoa volcada había sido arrastrada río abajo fuera de la vista.

    Raoul recogió un telescopio de latón de la mesa de cartas y estudió la orilla del río moviendo el campo circular de un punto a otro. Vio muchos milicianos, pero no había señales de indios.

    "Mire", dijo Kingsbury. "Milicianos regresando del bosque".

    Raoul movió el telescopio por la orilla del río. Hombres con piel de ante arrastraban las culatas de sus rifles por el suelo, se sentaban en la orilla del río y se salpicaban agua a la cara, sacudiendo la cabeza con rabia, moviendo las colas de mapache en las gorras.

    Un hombre emergió de los árboles con una gran sonrisa, con tres cabelleras ensangrentadas colgando de sendos mechones de pelo negro. Otro hombre guiaba dos ponis indios. De modo que los Sauk todavía tenían algunos caballos con el ellos.

    Kingsbury dijo: "Parece que solo encontraron con un puñado".

    Raoul tamborileó con los dedos sobre el alféizar de roble pulido: "Una retaguardia. El resto podría haberse dirigido al Norte, pero no creo que lo hicieran. Su objetivo es cruzar el Mississippi".

    Su telescopio amplió una isla al norte de la boca de Mal Hacha, a unos cincuenta metros de la orilla este del Mississippi, densamente cubierta de abetos y cicutas. Vio dos canoas de corteza con fondos excavados en el extremo sur de la isla. Entre la isla y la orilla del río el agua tenía un aspecto verde pálido que decía que allí era poco profunda.

    "Tengo la sensación de que la mayoría de los indios se están escondiendo en esa isla". Su pulso y su respiración se aceleraron.

    Su primer pensamiento fue desembarcar en la isla con sus hombres y expulsar a los indios, pero aún podrían quedar un par de cientos de guerreros en la banda. No, primero tendrían que usar el "seis libras".

    "Capitán Bill, navegue a lo largo del lado oeste de esa isla, quiero verla más de cerca".

    Los radios volaron bajo las manos de Helmer, y las paletas laterales del Víctoria agitaron el agua.

    Raoul, seguido por Kingsbury, bajó apresuradamente las escaleras hasta la cubierta de proa, donde su propia docena de milicianos, todos los muchachos del condado de Smith que se habían realistado, lo vieron caminar a zancadas hasta el "seis libras". El cañón había salvado a la gente del pueblo en Víctor, ahora, montado en la cubierta de proa del Víctoria, acabaría con los Sauk.

    El sol de la mañana golpeaba sin piedad en la cubierta sin techo, y el sudor goteaba de las axilas de Raoul. Quiso quitarse la chaqueta y usar solo la camisa, pero el azul militar, la trenza dorada y los botones de latón le daban autoridad que había encontrado necesaria, no tanto en el trato con sus propios hombres como con otros oficiales.

    Hodge Hode dijo: "Ahora los tenemos cercados por árboles, Coronel".

    "Pero permanecen a cubierto", dijo Raoul. "Esos mapaches devolverán el fuego". Sus ojos trataron de agujerear la espesa vegetación de la isla.

    Los muchachos del condado de Smith se agacharon detrás de los fardos de heno alineados a lo largo de las barandas y levantaron los cierres de chispa.

    Raoul acarició cariñosamente el morro negro del cañón y los tres artilleros de chaquetas azules sonrieron y asintieron con la cabeza. Habían dejado los sombreros a un lado y envuelto trapos alrededor de las cabezas para mantener el sudor fuera de los ojos. Al lado del cañón había apilados contenedores de metralla y bolsas de franela con pólvora. En unos minutos, pensó Raoul con placer, la metralla enviaría un montón de demonios rojos al Infierno.

    Mientras el Víctoria navegaba por el extremo afilado de la isla, Raoul buscaba en el bosque con el telescopio. Supuso que la isla tendría unos cuatrocientos metros de largo. Era lo bastante boscosa para ocultar a cientos de indios.

    A mitad de camino, vio un destello de sol sobre piel marrón en los arbustos cerca de la orilla del río. Giró el telescopio de nuevo hacia ese lugar. Nada ahora, pero la presa estaba allí, sin duda. Sus labios se retiraron mostrando los dientes.

    "Capitán Bill", llamó a la caseta del piloto. "Gire nuestra proa hacia la isla Kingsbury, prepárese para disparar".

    Kingsbury saludó y dio órdenes a la tripulación de artillería. Un artillero deslizó una bolsa de pólvora en el morro del "seis libras" y la embistió hasta el fondo. Otro empujó una contenedor de metralla tras esta. El tercero mantuvo preparado el quemador de pólvora.

    Raoul llamó al puente: "Capitán, mantenga la posición". El capitán saludó en reconocimiento detrás del cristal y Raoul lo escuchó tocar una campana para transmitir sus órdenes a las cubiertas de abajo. Un momento después, se oyó unas palancas y Raoul sintió que la cubierta temblaba cuando las ruedas de las paletas a ambos lados del barco se invirtieron solas.

    "Dispare cuando esté preparado, Teniente", dijo Raoul.

    ¡Dios, cómo amo esto!

    Kingsbury gritó: "¡Fuego!".

    El arma tronó, ensordeciéndolo, y saltó hacia atrás en su cuna de aparejos. Raoul observaba con ansia el bosque mientras una nube de humo blanco se extendía sobre el agua. En la isla, las ramas volaban en todas direcciones. Un gran árbol cayó. Oyó un grito seguido por una serie de lamentos de llanto. Raoul casi chilló de placer.

    Un indio salió tambaleándose tras el tronco de un alto pino. Arrastraba una pierna, una masa inútil de carne ensangrentada, y cayó pesadamente al suelo. Sostenía un rifle. Sacudió el puño ante el Víctoria, luego apuntó el rifle desde su posición prona.

    Con súbito miedo, Raoul estaba a punto de agacharse detrás de un fardo de heno cuando una docena de disparos surgieron de las barandas a su lado. Sangrando por el pecho y la cabeza, el indio se derrumbó y rodó hacia el Mississippi. Asintiendo felizmente, Raoul observó la corriente arrastrar su cuerpo. Este iba lentamente a la deriva río abajo dejando un rastro de sangre.

    "¡Siga disparando!" rugió Raoul. Un cañonero pasó una escoba por el interior del cañón para enfriarlo y poder meter más pólvora. En un momento, el cañón retumbó de nuevo. Más árboles se astillaron, pero no salieron más indios.

    Raoul escuchaba los clics mientras los artilleros usaban puntas de mano para levantar el cañón en su carro.

    Después de ese disparo de cañón, la tierra y las ramas de los árboles salieron volando del bosque y Raoul escuchó chillidos que esperaba fueran los gritos de los indios.

    El cañón retumbaba una y otra vez. Con señales manuales al Capitán Bill en la caseta del piloto, Raoul hizo que la proa del Víctoria virara a estribor y luego a babor, de modo que el disparo de metralla golpeara la isla en un amplio arco. Los árboles iban cayendo lentamente y los gritos de dolor, rabia y desafío perforaban el silencio entre los rugidos del cañón.

    Raoul se imaginó las bolas de plomo entrando en los aullantes indios, arrancándoles la carne. Recordó el cuerpo de Helene en el lago Michigan. Recordó el latigo de Salmón Negro en su espalda. Vio, como había visto dos semanas atrás, el montón de troncos ennegrecidos y partidos que había sido Victoire, su hogar, el lugar donde Clarissa, Phil y Andy habían muerto. Vio el montículo de tierra en el cementerio familiar donde yacían juntos. Lo poco que había quedado de ellos.

    El calor del cañón era su ira. El estallido del cañón era su rugido. El disparo de metralla era su venganza. Él lanzaba su odio sobre el agua entre los árboles, haciendo pedazos los cuerpos de los indios.

    Oyó que algo zumbaba más allá de su cabeza y chocaba en la caseta del piloto tras él. Veía humo saliendo de la oscura base de un grupo de piceas. Otra bocanada y otra. Los estallidos de fusiles que llegaban del otro lado del agua.

    "Señor!" La mano de Kingsbury se apoderó de su hombro hundiendo los dedos.

    Raoul se percató de que había estado momentáneamente distraído con sus pensamientos de furia. Respirando pesadamente, concentró sus ojos en el teniente de bigote marrón.

    "Agáchese, señor, antes de que le alcancen".

    De mala gana, porque quería ver dónde estaba golpeando la metralla, Raoul se agachó detrás de un fardo de heno. Cuando salió por primera vez a cubierta, temía que le dispararan. Ahora estaba seguro de que no podían darle.

    El seis libras castigó repetidamente el área de la costa donde había aparecido humo de pólvora, Raoul no vio signos de cuerpos indios, pero los disparos desde los árboles se detuvieron.

    "Dios, odiaría estar del lado furioso de este cañón", dijo Levi Pope.

    Una docena de indios o más salieron de los árboles y se lanzaron al agua. Algunos de ellos comenzaron a nadar hacia el Víctoria; otros giraron hacia el Sur siguiendo la corriente. Algunos simplemente chapoteaban impotentes.

    "¡Disparen!" Gritó Raoul.

    Alegremente, corrió hacia la caseta del piloto y recogió su rifle Hall de carga múltiple. Se apresuró hacia la barandilla. Apuntó al indio más cercano en el agua. Escuchó que su respiración se hacía pesada, como cuando estaba en la cama con una mujer.

    Solo la cabeza afeitada del guerrero, la melena fluyendo tras él, ya estaba lo bastante lejos del agua como para presentar un objetivo claro. El indio parecía estar tratando de nadar más allá del Víctoria, hacia la distante orilla opuesta. Raoul se tomó su tiempo al apuntar a la brillante coronilla marrón y apretó el gatillo. Vio un salpicar rojo, luego los brazos y piernas del indio dejaron de moverse y el cuerpo vagó hacia el Sur con la corriente.

    Empujando balas envueltas en tela por los apretados y estriados orificios de los rifles con practicada velocidad, los hombres de Raoul podían disparar fácilmente tres disparos o más por minuto. El azul celeste del río pronto se tornó rojo con la sangre de los cuerpos que se alejaban flotando rápidamente.

    "¡Yíi-Ja!" gritó Hodge Hode. "Esto es más divertido que cazar gansos salvajes".

    Era cierto, la orilla opuesta del Mississippi estaba demasiado lejos y esta costa estaba rodeada por tropas federales y milicias estatales que dispararían a cualquier piel roja que vieran. Los indios debían de haber sabido que estaban condenados, pero aun así seguían llegando pequeños grupos que saltaban al agua, probablemente con la esperanza de escapar con vida. La mayoría de las cabezas que Raoul vio en el agua tenían el pelo negro; debían de ser mujeres y niños, no guerreros de cabeza afeitada.

    Pero daba igual lo que fueran en realidad.

    Mataron a mi mujer y a mis hijos.

    Vio una cabeza arrastrando un largo cabello negro y sangre en el agua a menos de tres metros de la proa de estribor. Lo bastante cerca para ver que era un muchacho. Estaba tratando desesperadamente de nadar con un brazo, con el rostro distorsionado por la agonía. Raoul apuntó el rifle entre los ojos abiertos y aterrorizados que miraban los suyos. Apretó el gatillo. La cara marrón se hundió bajo el agua.

    Eso es por Phil y Andy.

    Grupos de indios se arrojaban al río desde las partes distantes de la isla, pero el barco de vapor giraba rápidamente río arriba y río abajo, una y otra vez, para perseguirlos. Por su parte, los francotiradores de Raoul aniquilaban a cada grupo de nadadores. El Capitán Bill podría no disfrutar con este trabajo, pero lo hacía bien.

    Raoul se escuchó reír entre dientes al pensar en todos los indios que morían ante sus ojos debido a su barco y a su cañón y a sus fusileros.

    Luego, el Víctoria reanudó el vapor lentamente a lo largo de la isla, deteniéndose a intervalos para que los cañoneros castigaran el bosque. Kingsbury cambiaba de elevación en cada disparo, de modo que la lluvia de metralla cubriera la isla de lado a lado.

    Finalmente, Raoul decidió que habían hecho todo lo posible desde el barco. Toda esa sangre en el agua era buena señal, lo hacía anhelar aún más mojarse las manos de sangre.

    Al volver a subir a la caseta del piloto, dijo: "Vamos al extremo sur de la isla, Capitán Bill, lo más cerca que pueda. Vamos a desembarcar".

    Helmer lo miró fijamente, pero no dijo nada.

    Mejor será no decir nada.

    Raoul sacó la pistola de su funda y comprobó que estaba cebada y cargada. Desenvainó su réplica del cuchillo de Bowie. Lo sopesó en la mano, pesado como un cuchillo de carnicero, y probó el filo con el pulgar. Cortaría. Por Dios que cortaría. Lo enfundó de nuevo.

    Abrió la boca y tragó aire en su emoción. Sentía cosquillas en las manos y le pareció que todo su cuerpo se hacía más grande. Quería matar indios. Quería vadear en su sangre. Quizá encontrar al propio Halcón Negro y arrancarle la cabellera con el gran cuchillo Bowie. Esperaba que hubiera cientos de pieles rojas aún vivos acobardados en esa isla. Necesitaba matarlos a centenares.

    El progreso del barco por la costa de la isla parecía tardar una eternidad.

    Trató de calmarse. Después de ese bombardeo de metralla, después de que tantos indios hubieran recibido un disparo tratando de nadar, probablemente no quedarían muchos vivos en la isla. No sería un combate en realidad; estarían próximos a la indefensión.

    "Después de bajar a tierra", le dijo a Helmer, "acerca el barco a las tropas en la orilla del Mississippi y dile al General Atkinson que hemos encontrado el grueso principal de los Sauk. Dile que envíe tantos hombres como el Víctoria pueda cargar".

***

    El poco calado del barco de vapor le permitió acercarse para que Raoul y sus doce muchachos del Condado de Smith pudieran saltar al agua hasta las rodillas, con rifles, bayonetas caladas y pistolas y cajas de cartuchos y munición sobre las cabezas. El agua estaba fría y húmeda a través de los pantalones de franela de Raoul y le chapoteaban los pies dentro de las botas.

    El Víctoria se alejaba con el batido de su motor y sus densas bocanadas de humo negro sobre sus dos chimeneas. La simple visión de ese barco de vapor debería haber sido bastante para infundir un miedo del demonio a los indios, pensó Raoul.

    Él y sus hombres treparon por escarpadas rocas para llegar a un área despejada de terreno llano, justo donde comenzaba el bosque. La mitad superior de un indio yacía sobre su espalda, arrastrando largas y sangrientas cintas de tripa. Los ojos estaban abiertos y miraban fijamente.

    Bueno, esto es lo que yo quería ver.

    "Recordad que no tomamos prisioneros", dijo él.

    Hodge Hode dijo: "Bueno, venga, vamos a sacarlos de los árboles".

    Una flecha atravesó el cuello de Hodge de delante a atrás.

    El corazón de Raoul se detuvo, luego se aceleró con tanto miedo que pensó que este podría abrirle el pecho.

    Hodge soltó el rifle y cayó al suelo, jadeando.

    Raoul se arrodilló junto a Hodge, agarró la flecha justo bajo la punta de pedernal afilada como un cuchillo y la sacó empujando. Mientras el extremo emplumado le atravesaba el cuello, Hodge emitió un sonido de arcadas con la lengua fuera de la boca.

    Raoul maldijo entre dientes mientras se inclinaba sobre Hodge. Esto no podía estar sucediendo.

    Más flechas volaron sobre de ellos. Los hombres de Raoul dispararon una salva irregular hacia el bosque y las flechas se detuvieron.

    La flecha había cortado una arteria y atravesado la tráquea de Hodge. La respiración del hombre silbaba por el agujero en su garganta, la sangre brotaba y le empapaba la barba roja.

    "Se está yendo", dijo Armand arrodillándose junto a Raoul.

    "Oh, no", logró murmurar Hodge.

    Raoul sintió náuseas al ver que la sangre llenaba la boca de Hodge y se derramaba por ella. Luego el corpulento hombre flaqueó y puso los ojos en blanco.

    "¡A por los bastardos!" gruñó Raoul. La muerte de Hodge lo asustaba como el infierno, pero que le condenaran si iba a mostrarlo.

    Avanzaron sobre grandes ramas derribadas por el cañón del Víctoria y corrieron entre los árboles, Raoul tomó la delantera. Las ramas de abeto le azotaban en la cara.

    Debo de estar loco, cargando en el bosque así. Todos podríamos acabar como Hodge.

    Agudos gritos de guerra salieron de las sombras del bosque y nuevas flechas silbaron hacia ellos.

    Sabiendo que era solo suerte que ninguna de ellas le diera, Raoul quiso desesperadamente disparar el rifle hacia el bosque, pero se obligó a no disparar hasta poder ver un objetivo.

    Figuras marrones se precipitaron hacia él, corriendo como flechas de árbol en árbol. Él disparó contra un guerrero que saltaba entre los gruesos troncos de dos pinos. El indio desapareció, pero Raoul estaba seguro de que había fallado. Abrió la recámara del rifle y metió otro cartucho de bolas y pólvora con velocidad frenética.

    El mismo indio reapareció detrás de otro árbol a solo tres metros de distancia. Raoul levantó el rifle y disparó. El indio cayó hacia atrás.

    Otro valiente saltó hacia él desde un lado, balanceando un tomahawk. Raoul movió el rifle a su mano izquierda y sacó su cuchillo Bowie. Los ojos del indio eran enormes, blancos y salvajes. Sus brazos levantados dejaban su pecho descubierto, las costillas eran tan afiladas que se podía contarlas. Raoul se abalanzó apuñalando con el cuchillo. La carrera del indio lo llevó hasta la hoja. Su tomahawk cayó sobre el antebrazo de Raoul. Le dolió, pero ni siquiera le golpeó con suficiente fuerza como para cortar la manga. Raoul plantó su pie en el vientre del indio muerto y sacó el cuchillo de su cuerpo.

    Cuando el guerrero se derrumbó, Raoul notó que su rostro era de piel marrón sin pintura. Hasta se habían quedado sin pintura de guerra, pensó. En medio de esta batalla, eso le dio un momento de placer.

    Los rifles se disparaban a ambos lados de él. Levi Pope disparó contra las ramas superiores de un olmo y vitoreó cuando el cuerpo de un guerrero se desplomó. El aire estaba lleno de cegador humo amargo.

    Luego, silencio. Inmóviles indios yacían en el suelo del bosque.

    Pero también lo hacían otros dos hombres de Raoul. Uno yacía boca abajo completamente quieto. El otro estaba de espaldas con la cabeza apoyada en el tronco de un árbol. Una flecha con plumas blancas y negras sobresalía de su pecho. Sus ojos estaban abiertos pero no miraban nada. Agitaba débilmente brazos y manos vacías, los movimientos eran menos los de un ser humano que los de un insecto moribundo. Raoul sintió que la bilis le subía por la garganta y se mordió los labios con fuerza para evitar vomitar.

    Ese fácilmente podría haber sido yo.

    Otro hombre tenía una flecha en el brazo. Armand se la quitó con un poderoso tirón. El hombre gritó y Armand le tapó la boca con una gran mano.

    Los nueve hombres restantes de Raoul miraron a los dos hombres muertos, los brazos del segundo hombre habían dejado de agitarse. Luego miraron hacia Raoul. ¿Estaban esperando órdenes o le estaban acusando?

    "Los inyos se están preparando para otra carga", dijo Levi Pope. "Puedo verlos escabulléndose por ahí fuera".

    "¡Retirada!" ordenó Raoul. "Recoged los rifles de esos hombres muertos". Su voz sonó extraña en el quieto bosque.

    Recargando y caminando hacia atrás, con los fusiles apuntando al frente, Raoul y sus hombres se retiraron a la punta de la isla. Armand llevó los rifles adicionales. Apilaron árboles caídos para hacer una apresurada barricada.

    Raoul yacía tras los troncos de los árboles el tiempo suficiente para que el sudor se enfriara en su cuerpo. Los mosquitos y las moscas negras le picaban sin cesar. Se preguntó si los indios atacarían alguna vez. Se había metido él mismo en un lugar pésimo.

    Rifles tronaron y las balas cayeron en la barricada de los árboles. Cuerpos marrones llegaban saltando desde el bosque. Raoul recordó de pronto que los indios habían salido corriendo desde detrás de las dunas del lago Michigan hacía veinte años, y por un momento se sintió como un niño aterrorizado. Le temblaban tan violentamente las manos que casi dejó caer el rifle.

    Con agudos alaridos y chillidos, los indios se les acercaban. Flechas y balas zumbaban sobre las cabezas de los hombres de Raoul mientras estos se agachaban detrás de su refugio. Raoul se obligó a concentrarse en disparar. Pasó su rifle a través de una abertura entre las ramas rotas de los árboles, apuntó a un indio corriendo y disparó.

    Los dos compañeros cercanos que le quedaban en esta guerra, Levi y Armand, estaban disparando a ambos lados de él. Hodge estaba muerto, su cuerpo yacía a unos pocos metros detrás de ellos, y eso por sí solo llevó a Raoul al pánico. Siempre había sentido que el gran leñador pelirrojo nunca podría ser lastimado.

    Las flechas volaban rápidas y en gran número. Raoul y sus hombres, recargando de las cajas de munición y cartuchos que habían llevado a tierra, mantenían un constante fuego de respuesta.

    Raoul sintió la vergüenza ardiendo en su columna vertebral y en sus extremidades. Qué maldito tonto había sido. Había estado tan seguro de que la tormenta de metralla del Víctoria había acabado con los indios que había esperado que esto no fuese más que un paseo por el bosque para contar a los muertos y matar al indefenso remanente. En cambio, parecía que quedaban muchos guerreros Sauk, muy vivos, feroces como glotones [NdT: «wolverines» en el original)]. Gulo Luscus. Mamífero carnívero de la familia de los mustélidos, más grande que un tejón. Se dice que es muy voraz, de ahí su nombre]. Y él y sus hombres estaban atrapados en la punta de esta maldita isla sin lugar para retirarse excepto el río. En el río estarían indefensos bajo las flechas y balas enemigas como lo habían estado los pieles rojas que habían intentado antes escapar nadando.

    Los gritos de guerra Sauk se habían quedado en silencio, y los disparos y las flechas se habían detenido. Raoul miró a través de una grieta entre los troncos apilados ante él. Lo único que podía ver eran ramas de color verde oscuro sin signos de movimiento.

    "¿Qué crees que están haciendo ahora?" preguntó Levi con sus seis pistolas dispuestas sobre un tronco ante él.

    "Probablemente se están preparando para cargar sobre nosotros", dijo Raoul.

    ¿Cuánto tiempo pasará antes de que el Víctoria regrese? Desde aquí, en el extremo sur de la isla, podía ver el barco de vapor blanco anclado en la orilla del río, sus dos pilas negras emitían pequeñas bocanadas blancas, sus ruedas de paletas laterales estaban inmóviles. Parecía muy pequeño y muy lejano. Era imposible que Helmer o Kingsbury pudieran ver que Raoul y sus hombres estaban luchando por sus vidas aquí.

    ¿Qué estaban pensando los hombres, Levi y Armand y los demás? Al parecer, una y otra vez, sus decisiones costaban vidas. Recordó Arroyo del Viejo (la Huída de Marion) y sintió que le ardía la cara de vergüenza.

    Y luego estaba la amargura de Eli Greenglove esa noche cuando se separaron, acusándolo de poner en peligro a Clarissa y a los chicos. Y el cierto impacto que Raoul descubriría, ¿qué había querido decir Eli con eso?

    Escuchó un chapoteo y se giró para mirar a su espalda. Su corazón se detuvo. Un indio casi desnudo salía corriendo del agua hacia él con el cuchillo de cortar cabelleras en alto.

    Con las manos temblorosas, Raoul apenas tuvo tiempo de darse la vuelta y disparar el rifle al guerrero que gritaba. La luz del sol brilló en la larga hoja de acero. Hubo un momento de negro terror después del disparo del rifle. Pareció que nada sucedía. Sus manos había estado temblando demasiado, pensó, para apuntar bien.

    Pero entonces el Sauk cayó de rodillas y se desplomó de lado. El cuchillo cayó de su mano. Al ver que estaba a salvo en este instante, Raoul sacó otro cartucho de bolas y pólvora de su estuche y lo metió en la recámara.

    El indio rodó en el suelo y se levantó sobre manos y rodillas, con una larga cadena de sangre y saliva colgando de la boca. Más tranquilo ahora, Raoul apuntó con cuidado y le metió una bala en el afeitado cráneo marrón.

    Dos indios más salieron goteando del agua. Rifles se dispararon junto a Raoul. Un Sauk cayó y luego el otro, justo cuando balanceaba su tomahawk contra un hombre en el extremo derecho de la línea de Raoul.

    El miliciano gritó. La cabeza de acero del tomahawk estaba enterrada en su pierna vestida con piel de ciervo.

    "Atiéndelo, Armand", dijo Raoul.

    Armand, agachado, corrió hacia el hombre herido. Pero primero atendió al indio caído a su lado. Agarró la cabeza del valiente y la giró. Raoul escuchó el crujido de los huesos.

    "Para estar bien seguro", dijo Armand, con los dientes brillando en su barba marrón.

    Tres hombres muertos, dos heridos. Quedaban ocho hombres. Tal vez cien guerreros Sauk por ahí, quizá más.

    Qué momento tan estúpido para morir, justo cuando la guerra casi ha terminado.

    Raoul se mordió las puntas del bigote y miró hacia el impenetrable bosque. Él y sus hombres iban a morir, él estaba seguro de eso. Sentía miedo, pero más doloroso que el miedo era un dolor en su corazón por todo lo que iba a perder, todo lo que se le debía que la vida no le había pagado como se merecía. Quería tanto vivir.

    Una línea de indios salió de los árboles, algunos con rifles, otros con arcos y flechas. Debía de haber veinte o treinta. No estaban gritando como solían hacer. Estaban en silencio, con los ojos grandes y las bocas apretadas en líneas sin labios. Eran como muertos caminando, viniendo hacia él. Eso era lo que eran. Sabían que iban a morir, pero iban a llevarse a esta pequeña banda de hombres blancos con ellos.

    Raoul hizo todo lo que pudo para evitar acurrucarse tras la barricada de su árbol con la cabeza entre los brazos y gemir de pena y miedo. Se obligó a apuntar y disparar. El indio que había elegido como objetivo seguía acercándose.

    Estamos acabados, pensó una y otra vez Estamos acabados.

    Despacio, (no parecía capaz de moverse rápidamente), insertó otro cartucho en la recámara del rifle. A su alrededor, los rifles se disparaban con ensordecedores estallidos.

    Y tras él había más estallidos.

    Él alzó la vista. Los indios estaban cayendo. Uno aquí, uno allá, luego tres, luego dos más. Su línea se estaba rompiendo.

    ¡Dios, los hombres están disparando bien!

    Escuchó voces detrás de él y miró a su alrededor.

    Al mismo tiempo, Levi Pope dijo: "Bueno, aquí hay una vista a la que dar la bienvenida".

    A tres metros más o menos detrás de él, una fila de hombres con gorros de piel de topo y camisas grises disparaban metódicamente sobre su cabeza. Raoul había estado tan perdido en el pánico y la desesperación que no los había oído llegar.

    Volvió a mirar a los indios. Los cuerpos marrones yacían en el suelo a unos pocos metros de su barricada. Los que estaban de pie retrocedieron y se mezclaron en el castigado bosque.

    Por un momento, Raoul no pudo moverse. Yacía aferrado a su rifle con tanta fuerza que le dolía las manos. Jadeaba con dificultad.

    "Ahora es seguro", dijo Levi Pope en voz baja, levantándose.

    Raoul se puso en pie. Le temblaban tanto las piernas que apenas podían sujetarle. Miró a su alrededor y vio a los milicianos cruzar la isla desde la orilla este del Mississippi.

    Los hombres de la escaramuza en el bosque al norte del Mal Hacha debían de haber visto los combates en la isla.

    Demasiado aturdido incluso para sentirse feliz, Raoul se irguió respirando hondo y observó llegar a los milicianos.

    Nunca en su vida había necesitado un trago más que ahora y había olvidado traer el whisky.

***

    El extremo sur de la isla pronto se llenó de fusileros. Los tres muertos de Raoul yacían bajo las mantas, y un corpulento médico de caballos del campo minero estaba vendando la pierna del hombre con herida de tomahawk.

    "Coronel Henry Dodge", dijo un oficial alto y delgado con un sombrero de bicornio. Le estrechó la mano a Raoul: "Somos casi vecinos, soy del asentamiento de Dodgeville, un poco más al norte de Galena".

    "Me alegro mucho de que haya venido, Coronel", dijo Raoul, sintiéndose como un idiota por haberse quedado atrapado. "Los Sauk parecen tener poder de combate todavía para luchar contra los hombres".

    "Me alegra que nos haya guardado algunos. Solo había unas dos docenas de pieles rojas en el lado norte del Mal Hacha. Nos dejaron verles para alejarnos, supongo yo, del grueso principal que se escondía aquí. Pero por la forma en que estaba usted volando esta isla con metralla, me temía que no tuviéramos nada que hacer más que enterrar indios. O pedazos de ellos ".

    Dodge ordenó a sus hombres que se extendieran en dos líneas, una detrás de la otra, a lo ancho de la isla. Raoul colocó a su grupito en el centro de la línea de vanguardia.

    "¡Avanzad, mis valientes Suckers!" clamó Dodge, y los hombres se rieron del apodo de los habitantes de Illinois. Blandiendo en alto un largo sable de caballería, Dodge dirigió la línea de la milicia, con las bayonetas niveladas, hacia los quebrados árboles.

    Raoul buscó el Víctoria río abajo. Habían dejado caer una rampa de madera a la orilla del río y los regulares de uniforme azul estaban embarcando. Cuando llegaran allí, habría suficientes soldados en la isla para acabar con los indios diez veces.

    Ese debía de ser el regimiento de Zachary Taylor del Fuerte Crawford. Raoul había oído que las quinientas tropas federales enviadas desde el Este habían sido diezmadas por el cólera, aunque su comandante, Winfield Scott, todavía estaba de camino aquí.

    Raoul se giró y avanzó por el bosque, tropezando con troncos de árboles, apartando ramas con el rifle, los músculos rígidos por las flechas que, se temía, saldrían silbando de las sombras que tenía delante. No veía indios vivos, sino muchos cadáveres destrozados. Se tropezó con una pierna amputada marrón. Un mocasín, con solapas decoradas con cuentas onduladas rojas, blancas y negras, todavía estaba en el pie.

    Tres indios, balanceando tomahawks y garrotes de guerra, surgieron de detrás de una pila de abedules, Raoul y los hombres que lo flanqueaban comenzaron a disparar. Los indios fueron acribillados antes poder avanzar tres metros.

    Raoul estaba seguro de que había matado a uno de los guerreros. Fue hacia el cuerpo, sacó su cuchillo Bowie y agarró la larga cabellera negra. Hizo un círculo con la punta afilada en la piel afeitada alrededor del cuero cabelludo, soltó el parche de piel, la mancha redonda se llenó rápidamente de sangre.

    La cabellera era lo bastante larga como para dejarla atada en el cinturón. El cabello parecía más grueso que el de un hombre blanco.

    Siguieron avanzando hacia el bosque, una y otra vez encontraban pequeñas bandas desesperadas de hombres rojos, que eran rápidamente abatidos por una lluvia de bolas de plomo. Raoul oía el constante golpeteo de muchos rifles en otras partes del bosque.

    Y a veces escuchaba los gritos de mujeres y niños. Y después de los gritos, silencio.

    Raoul sonrió para sí mismo. Así era como él lo quería. Sin prisioneros.

    Matar ya no parecía peligroso. Ya no parecía un deporte. Simplemente se había convertido en trabajo bajo el calor del día. Y era un trabajo agotador, pero era bueno. Con cierta sorpresa, Raoul se dio cuenta de que la línea de tropas había barrido la mayor parte de la isla y ahora se acercaba al extremo norte. Podía ver indios más adelante entre los árboles. Esto bien podría ser lo último de ellos. Ansioso, con el rifle listo, se apresuró hacia adelante.

    Irrumpió en un claro y se encontró frente a un semicírculo de casi una docena de salvajes con las cabezas afeitadas y el pecho desnudo brillante por el sudor. Detrás de ellos se encogía acobardada una pandilla de squaws y pequeños.

    Los guerreros gritaron a Raoul y a sus hombres y les hicieron señas. Justo en el centro había un hombre, mucho más alto que el resto, con las plumas rojas y blancas de un valiente atadas a la melena. Miró a Raoul a los ojos y le gritó directamente.

    Raoul sintió un escalofrío de miedo. La carne del indio estaba maltrecha, pero su esqueleto era enorme. Parecía tan difícil de detener como un tornado. Y sostenía un rifle en brazos y manos tan grandes que el arma parecía pequeña.

    Los otros guerreros no tenían rifles, ni siquiera arcos. Debían de haberse quedado sin pólvora, bolas y flechas. Sostenían garrotes, cuchillos y tomahawks.

    Quieren que peleemos cuerpo a cuerpo. Eso es lo que hacen los indios para mostrar su coraje.

    Al diablo con eso.

    Con un movimiento casi despectivo, el gran indio dejó caer el rifle al suelo, se agachó y recogió un garrote de guerra, pintado en rojo y negro, con un enorme pincho en la punta.

    "¡Vamos a devolverles lo suyo, muchachos!" gritó Raoul. "Por todos los nuestros que mataron".

    "¡Oui! Por Marchette", dijo Armand levantando su rifle. Su primer disparo dio a un guerrero en el pecho y lo derribó.

    Ante eso, los indios corrieron hacia Raoul y sus hombres.

    Raoul sintió que temblaba incontrolablemente cuando el óseo gigante del centro se dirigió directamente hacia él. El gran indio blandía el garrote de guerra ante a él como si pudiera desviar las balas.

    Obligando a sus brazos a mantenerse firmes, Raoul apuntó el rifle a la cabeza del indio y disparó.

    Y falló.

    Debería haberle apuntado al pecho.

    Raoul maldijo su mano temblorosa mientras soltaba el rifle y sacaba su pistola.

    El gigante marrón lanzó un largo y gutural grito de guerra.

    Raoul apretó el gatillo. Vio una chispa, oyó el bang del percutor, pero no hubo nada más. Él gritó de furia. El sudor debía de haber humedecido la pólvora.

    El garrote cayó sobre la pistola y Raoul, para su horror, sintió que esta caía de su mano. De nuevo, el gran indio gritó su grito de guerra que helaba la sangre y levantó el garrote en alto.

    La mano vacía de Raoul buscó el cuchillo Bowie. Lo sacó con un agarre mortal en la empuñadura. Se abalanzó sobre su enemigo. Una sacudida le recorrió el brazo hasta el hombro cuando la punta del cuchillo se hundió profundamente entre dos gruesas costillas.

    El indio lanzó un profundo gemido y retrocedió tambaleándose. Había balanceado el garrote, pero demasiado tarde. Raoul sintió entonces un golpe entumecedor justo donde el cuello se encontraba con el hombro, y cayó de rodillas.

    Estaba mirando a los oscuros ojos marrones del indio, quien también había caído. Los ojos no parpadeaban, muertos. El masivo cuerpo colapsó contra él.

    Raoul gritó, un grito de rabia sin palabras, y una cortina roja le cubrió los ojos. Sacó el cuchillo liberando una catarata de sangre. Con un esfuerzo que le hirió los brazos, apartó al gigante marrón lejos de él.

    Tomar una cabellera no era suficiente después de una pelea así, Raoul agarró firmemente el grueso y rígido mechón de pelo negro en el centro de la cabeza de su enemigo y bajó el cuchillo sobre la garganta marrón. cortando y aserrando, como si matara un novillo, Raoul cortó el grueso cuello hasta que por fin la cabeza quedó libre.

    Levantó la cabeza con la mano izquierda para mirar los ojos muertos aún abiertos.

    "¡Ahí lo tienes, maldito hijo de perra piel roja! Pensabas que podías matarme, ¿eh?"

    La estridente voz de una mujer irrumpió su triunfo.

    Él se giró y vio a una bruja envuelta en una manta. La mujer le apuntaba con el dedo. Su voz sonaba y sonaba, chillándole.

    Era alta, pero el hambre le había quitado la carne de los huesos. Sus ojos hundidos parecían brillar en su cara con forma de calavera. Él sintió como si enfrentara algún espectro horrible.

    Bajó la cabeza del guerrero. ¿Le había maldecido ella? Él gruñó como un lobo enojado mientras iba hacia la mujer. Ella ni siquiera intentó alejarse. Raoul la agarró del flaco cuello y la atrajo hacia él, llevando la punta del cuchillo Bowie hacia su garganta.

    Ella comenzó a cantar, un extraño y agudo canto. Él había escuchado algo así antes ¿Cuándo?

    Fue cuando había estado a punto de dispararle a Auguste y a esos otros dos indios en Arroyo del Viejo. Ellos habían cantado así al final.

    Los oscuros ojos de la mujer le mantenían la mirada. No estaban nublados por la ira ni el terror, sino despejados, con la plena comprensión de que él la iba a matar. Ella no tenía miedo. Él quería poder asustarla, obligarla a arrastrarse, pero alguien podría intentar evitar que él la matara. Su voz seguía y seguía cantando, arriba y abajo.

    Él la silenciaría ahora. Perra piel roja.

    Le clavó el cuchillo en la garganta y tiró hacia un lado. Su canción terminó con un repugnante sonido gutural.

    Y aun así los ojos marrones estaban fijos en él. La sangre brotaba de la herida que él había abierto, salpicada en la hoja del cuchillo, se derramaba sobre su mano. Se extendió sobre su vestido y sobre el encaje dorado en su manga. Él bajó la vista hacia su mano roja y sintió cierta fuerza dentro de él estirar los labios y mostrar los dientes.

    Apartó a la mujer de un empujón. Aún tenía los ojos abiertos, pero no miraba a nadie ni a nada. Cayó al suelo como un montón de palos. Yació de espaldas, la profunda herida en su garganta se abrió ampliamente. Los ojos miraban hacia arriba.

    Se puso de pie sobre ella y vio que algo brillante había caído de la parte delantera de su vestido. Atada alrededor del cuello con una cinta morada había una caja de metal ovalada salpicada de sangre.

    Él había visto ese estuche, o uno similar. Estiró la mano con el cuchillo y cortó la cinta. Limpió el cuchillo con la chaqueta y lo guardó dentro de la funda con un golpe. Luego recogió el resbaladizo estuche y lo abrió.

    Unas gafas. Redondas, monturas doradas, lentes de vidrio grueso.

    Parecían exactamente los viejos anteojos de Pierre ¿Era eso posible? ¿Cómo podría haber los conseguido esta mujer india? ¿Robado de Victoire cuando los Sauk la quemaron?

    ¿O había obtenido el mestizo de alguna manera las gafas de su padre y se las había llevado con él al huir de Víctor? El reloj de Pierre había desaparecido entonces; Raoul estaba seguro de que Auguste lo había robado. Y si esta mujer tenía las lentes de Pierre ahora, ¿podría ella ser la mujer Sauk con la que Pierre había vivido, la madre de su hijo bastardo?

    A pesar del calor de agosto que caía sobre el claro, el aire alrededor de Raoul de repente pareció frío inviernal. Durante todo el día, mientras luchaba contra los indios, había lidiado con el miedo a ser asesinado. Ahora un miedo aún pero lo tenía entre las garras, un temor a algo peor que la muerte, a haber invocado sobre él una venganza que lo seguiría más allá de la tumba.

    ¡Dios mío! ¡Acabo de matar a la squaw de Pierre!

    Las gafas lo miraban como ojos acusadores. Se le erizó la piel de la espalda.

    Cerró el estuche y lo dejó caer en su bolsillo. Si era de Pierre, no podía tirarlo.

    Los pocos indios restantes eran un grupo de mujeres y niños, acurrucados y sollozando, de espaldas a un gran árbol, abrazados unos a otros. Algunos ya estaban heridos y se quejaban de dolor.

    Cansado, Raoul se dijo a sí mismo que debía recargar el rifle y la pistola y continuar con la matanza. Pero su ira se había agotado. Se sentía vacío, agotado.

    Desde algún lugar detrás de él llegó el grito de "¡Alto el fuego!".

    Esto era bienvenido. Él ya había hecho suficiente.

    "Por allende vienen las campanillas", dijo Levi.

    "Ah, merde", murmuró Armand levantándose con una bayoneta goteando en rojo sobre una pila de cuerpos.

    Raoul miró a su alrededor. La orden de detener el fuego había venido desde atrás, de un oficial bajito y corpulento quien, como Dodge, avanzaba sable en mano. El Coronel Zachary Taylor.

    Taylor miró por del humeante claro hacia los muertos, cuerpos grandes y pequeños, carne marrón y piel de ciervo canela salpicada de rojo brillante, ojos fijos, un caos de extremidades.

    "Jesucristo". Se giró hacia Raoul con dolor en sus brillantes ojos azules.

    Raoul sintió que su rostro se calentaba "Coronel", dijo, "entiende usted que teníamos que..."

    La expresión de Taylor cambió de tristeza a cansancio: "Llevo en la frontera más de veinte años. No veo nada aquí que no haya visto antes". Se dio la vuelta antes de que Raoul pudiera responder y gritó: "¡Teniente Davis!".

    Un alto y joven oficial con una apuesta cara angulosa se le acercó y lo saludó.

    Taylor dijo: "Jeff, adelántate y asegúrate de que los indios que quedan en esta isla tengan la oportunidad de rendirse". Se volvió hacia Raoul negando con la cabeza.

    "¿Por qué dejarles rendirse?" Dijo Raoul.

    "Solo quedan unos pocos vivos", dijo Taylor. "Y nosotros no los vamos a matar. Y si necesita usted una razón, la razón es que no me sentiría bien al respecto, y conozco a muchos hombres que no se sentirían bien al respecto".

    Taylor se volvió hacia uno de sus hombres, un soldado con la cara roja y un bigote rubio y espeso: "Sargento Benson, tráigame a ese hombre Sauk que capturamos. Necesitaremos hablar con los indios. Queremos saber qué ha pasado con Halcón Negro".

    Raoul era dolorosamente consciente de que los ojos de Taylor se habían desplazado hacia su mano derecha, cubierta de sangre. Quiso esconderla detrás de su espalda.

    Miró a Raoul de arriba abajo: "Dios mío, hombre ¿Sabes que tienes sangre por todas partes?"

    "Sangre enemiga", dijo Raoul.

    "Veo que tienes una cabellera atada al cinturón", dijo Taylor, "el general Atkinson emitió una orden contra la mutilación de enemigos muertos".

    "¿Y esto?" preguntó Taylor señalando la cabeza cortada del gran valiente que yacía a unos metros de las botas manchadas de rojo de Raoul. "¿Esto fue para vengar a su amigo también? Será mejor que regrese a su barco de vapor, Sr. de Marion. No creo que tengamos más necesidad de sus servicios aquí".

    No fueron tanto las palabras de Taylor, como el desdén mezclado con la piedad en su voz lo que enfureció a Raoul. Su puño se apretó alrededor del mango del cuchillo.

    Taylor llevaba una pistola y un sable, pero era un hombre mucho más pequeño que Raoul, y su robusto cuerpo, vestido hoy con una chaqueta azul y botas de ante con flecos hasta la rodilla, parecía invitar al ataque.

    Los tranquilos ojos azules de Taylor se dirigieron a la mano de Raoul, luego de vuelta a su rostro. Permaneció inmóvil, esperando.

    ¡Dios! ¿En qué estoy pensando? Los regulares me dispararían en cuanto sacara este cuchillo.

    Raoul hizo señas en silencio a sus hombres y comenzó a atravesar los quebrados árboles por donde habían venido.

    Después de caminar una corta distancia, Raoul vio al sargento que Taylor había enviado tras las líneas viniendo hacia él con un indio caminando a su lado.

    Raoul miró al indio y se detuvo en seco.

    Sintió como si la flecha que había estado esperando y temiendo todo el día lo hubiera golpeado por fin.

    Los fantasmas no existen.

    Pero Auguste no podía estar vivo. Lo habían matado a tiros en Arroyo del Viejo.

    ¿Era esto lo que matar a la squaw de Pierre le había traído?

    El hombre que tenía delante había pasado hambre durante mucho tiempo. Su rostro, casi en forma de calavera, era un escalofriante recordatorio de la mujer cuya garganta Raoul había cortado. Pero su debilidad también lo hacía parecer más a Pierre que nunca. Los indios que Raoul acababa de matar estaban sucios y llenos de arañazos y agujeros, pero la raya de la pálida cicatriz que le recorría la mejilla y esas cinco cicatrices paralelas en su pecho desnudo no dejaban duda a Raoul de quién era. Los oscuros ojos de Auguste ardían sobre Raoul, encendidos con un odio feroz.

    El sargento tiró de Auguste por el brazo. Cuando el mestizo se giró, Raoul vio de pronto que le faltaba la mitad de la oreja, el espacio vacío estaba rodeado por carne roja parcialmente curada.

    Aturdido y sin palabras, Raoul miró a Levi y a Armand, quienes le devolvieron la mirada. Tampoco podían hablar. Estaban igual de conmocionados.

    Todavía ardiendo por la altiva y poderosq despedida de Taylor, Roul estaba asombrado hasta la conmoción de este encuentro, pero una cosa veía clara. De acuerdo, Auguste seguía vivo. Eso significaba que la venganza de Raoul contra los Sauk estuviera completa. Auguste era un traidor. Auguste era un asesino. Y Raoul iba a trabajar día y noche para conseguir que le ahorcaran.

Capítulo 21

La Manta Roja

    Anhelando escuchar que Oso Blanco estaba a salvo, Pájaro Rojo no podía dejar de pensar en él. Estaba sentada con las piernas cruzadas en el suelo, con Lirio Que Flota envuelta en una manta en el regazo. Contemplaba el pequeño lago donde Halcón Negro y los pocos seguidores que quedaban habían montado el campamento. Este era un lugar pacífico, pero con Oso Blanco desaparecido y el temor por lo que podría haberle sucedido a sus seres queridos en Mal Hacha, ella no podía sentir paz.

    "Un lugar adorable, este lago", dijo Tallador del Búho al sentarse a su lado.

    Pero está lejos de Oso Blanco.

    La idea de que Oso Blanco tuviera que atravesar territorio Winnebago la atormentaba. Ella ansiaba mirar hacia el bosque de abedules tras su choza y verlo caminando hacia ella entre los blancos troncos de los árboles.

    También echaba de menos a Pelo Amarillo y a Woodrow. Eran para ella otra hermana, otro hijo. Esperaba que a estas alturas ambos estuvieran fuera de peligro.

    Había dejado a tantas personas en el Mal Hacha, personas que siempre habían formado parte de su vida: Mujer Sol, Cuchillo de Hierro, sus dos hermanas. En los siete días desde que Halcón Negro había llevado a su pequeño grupo al Norte por el sendero del risco que conducía territorio Chippewa, no había habido noticias del resto de la banda.

    El miedo de Pájaro Rojo por las personas que amaba era como un hurón devorándola por dentro.

    De su bolsa medicina, Tallador del Búho sacó el contador de tiempo de los ojos pálidos que Oso Blanco le había dado y abrió su capa externa dorada. Pájaro Rojo vio marcas negras en su superficie interna y dos flechas negras.

    ¿Podría eso decirme cuándo volverá Oso Blanco?

    El viejo chamán suspendió el contador de tiempo por la cadena de oro sobre la cabecita de Lirio Que Flota. El disco de oro emitía un sonido regular, como el latido de un corazón de metal. Los ojos marrones de Lirio Que Flota se abrieron y sus labios como pétalos de flores se curvaron en una amplia sonrisa desdentada.

    Pluma de Águila, sentado al lado de Pájaro Rojo, dijo: "¿Abuelo? ¿Es correcto usar algo sagrado solo para hacer sonreír al bebé?"

    Tallador del Búho sonrió. Su cara en estos días parecía haberse socavado. Todos sus dientes frontales habían desaparecido y su boca estaba tan hundida como la de Lirio, mientras su barbilla y su nariz sobresalían.

    "La sonrisa de un bebé también es algo sagrado".

    Pájaro Rojo dijo: "¿Has preguntado a los espíritus qué ha sido del resto de nuestro pueblo?"

    De un cordón alrededor de su cintura, Tallador del Búho desató una bolsa medicina decorada con cuentas con forma de búho. La abrió, dejó que pequeños trozos grises se filtraran entre sus dedos y suspiró.

    "Anoche mastiqué trozos de hongo sagrado", dijo Tallador del Búho. "Vi cosas de ojos pálidos, chozas que viajan por el suelo en senderos de metal, barcos humeantes con fogatas en sus barrigas, aldeas tan grandes como praderas. Multitudes de ojos pálidos parecía que me vitoreaban. No tenía sentido. Eso no me decía nada sobre lo que había sucedido en el Mal Hacha. Quizá tomé demasiado".

    Pájaro Rojo miró a Pluma de Águila. Su boca era un círculo y sus ojos azules, mientras este mantenía alzada la vista hacia Tallador del Búho, eran tan amplios que podía ver el blanco por encima y por debajo de ellos. Se esforzó por entender a Tallador del Búho, su anhelo por seguir a su padre y abuelo en el camino del chamán se mostraba en cada línea de su cuerpo.

    Ella siempre había sentido ese mismo anhelo.

    "Deja que yo pruebe tus hongos sagrados", dijo Pájaro Rojo. "Mujer Sol dice que a veces las mujeres pueden ver lugares que los hombres no pueden ver".

    Tallador del Búho colocó la bolsa medicina entre él y Pluma de Águila. Cortó el aire con la mano, con la palma hacia abajo en señal de rechazo.

    "La magia podría entrar en tu leche y ser mala para el bebé".

    El resentimiento era un sabor amargo en la boca de Pájaro Rojo, pero tenía que admitir que no se sabía lo que los hongos podrían hacerle al espíritu no formado de Lirio Que Flota. Aún así, sabía que Tallador del Búho agradecía esa excusa porque no quería darle hongos a una mujer.

    Pluma de Águila gritó: "¡Mira!" Señaló hacia el cielo.

    Tallador del Búho y Pájaro Rojo levantaron la vista. Al estudiar el despejado cielo del mediodía durante un momento, ella vio dos pequeñas formas negras en lo alto, dando vueltas lentamente.

    "¡Águilas!" dijo el niño. "Mis espíritus guardianes".

    Pájaro Rojo entornó los ojos. Sí, esas eran alas de águila, extendidas ampliamente. Los pájaros buscaban presas. Como los cuchillos largos y sus aliados Winnebago. Sus despiadados círculos la aterraron.

    Esos brillantes ojos azules de Pluma de Águila veían más lejos que los de ella, pensó Pájaro Rojo. Ella lo miró con orgullo, mientras él se pasaba la mano por la boca y le sonreía. Su puntiaguda barbilla le recordaba a Oso Blanco.

    "Si los Winnebago nos encuentran aquí, ¿nos matarán?", preguntó ella a su padre.

    Tallador del Búho agitó los manos: "No son nuestros enemigos, pero harán lo que los cuchillos largos demanden".

    Con una voz extraña, Pluma de Águila dijo: "¿Madre?"

    Asustada por su tono plano, ella extendió un brazo hacia él, pero con el bebé en su regazo no pudo agarrarlo antes de que Pluma de Águila cayera de lado con los ojos cerrados.

    Ella gritó.

    Puso a Lirio Que Flota en el suelo y recogió a Pluma de Águila. Él yacía inerte en sus brazos, con la cabeza colgando y la boca abierta.

    Después de todo por lo que habían pasado, esto era más de lo que ella podía soportar. Rompió a llorar, su corazón latía como un tambor de piel de ciervo.

    "¿Qué le pasa?" Ella se giró hacia Tallador del Búho. "Ayúdalo".

    El chamán se agachó sobre su nieto, mirándolo a la cara, inclinándose para olfatearle el aliento.

    "Pájaro Rojo, guarda mucho silencio. No debemos despertarle".

    "¿Qué le ha pasado?" susurró ella temblando.

    "Esto". Hizo un gesto hacia la bolsa medicina abierta que yacía donde él y Pluma de Águila habían estado sentados. "Debe de haber tomado un trocito de hongo mientras estábamos mirando las águilas".

    El terror cayó en cascada sobre ella "¿Qué le va a hacer eso?"

    Tallador del Búho vació los trozos grises en su mano y luego los volvió a poner en la bolsa: "Qué tonto soy por dejar esa bolsa abierta a su lado".

    Pluma de Águila había emprendido un viaje espiritual. Y la propia sensibilidad de Pájaro Rojo hacia el otro mundo le decía que él estaba destinado. Sentía por él el temor que había sentido por Oso Blanco en aquella larga Luna de hielo.

    "No", dijo Pájaro Rojo con tristeza. "No fuiste tonto. Era el camino del Hacedor de la Tierra. Él envió esas águilas para que nos quitaran los ojos de la bolsa medicina".

    Con infinito cuidado para no molestarlo, Pájaro Rojo llevó a Pluma de Águila a la choza y le apoyó la cabeza en el rollo de manta que contenía todo lo que ella había podido cargar.

    "Me quedaré contigo hasta que vuelva Pluma de Águila", dijo Tallador del Búho. Pájaro Rojo recogió a Lirio Que Flota y la abrazó con fuerza.

    Cuando el sol cruzó sobre el lago, se sentaron a observar el pequeño y tranquilo cuerpo que Pájaro Rojo apenas podía ver. El estrecho pecho de Pluma de Águila subía y bajaba en la oscura sombra. Hubo momentos en que ella estuvo segura de que estaba muerto.

    El amanecer había convertido el pequeño lago en una lámina de oro cuando Pluma de Águila se incorporó de repente, con los ojos muy abiertos.

    "¡El Mal Hacha!" chilló. Era la voz de un niño que luchaba con una pesadilla.

    "¡Pluma de Águila!" gritó Pájaro Rojo.

    Tallador del Búho puso la mano en la rodilla de su hija: "Silencio".

    "¡El Mal Hacha!" Pluma de Águila volvió a chillar mirando algo que nadie más podía ver. "¡El Río Grande se pone rojo!" Cerró los ojos y cayó hacia atrás.

    Pájaro Rojo se sintió como si estuviera temblando entre una cellisca. Las palabras de Pluma de Águila parecían abrir una puerta en su propia mente, revelando una visión horrible de cuerpos flotando en el agua teñida de rojo.

    Oyó un sonido detrás de ella. De repente aterrorizada, se dio la vuelta. En el bosque de abedules vio a un hombre cabalgando hacia ellos en un pony gris. El sonido de los cascos sonaba hueco entre los árboles.

    Sintiéndose al borde de la locura, ella soltó un grito. Había deseado tanto que Oso Blanco se acercara a ella de esa manera, que pensó por un momento que era él, como la de Oso Blanco, su cabeza estaba sin afeitar, su cabello era largo.

    Pero mientras él se acercaba entre los blancos troncos de los árboles, con una mano levantada en señal de saludo, ella vio que él no era Oso Blanco. En el cabello tenía atadas las plumas de un valiente. Un Winnebago. Ella vio a un segundo jinete tras él. ¿Un ataque? Pero ambos se acercaban despacio con las manos vacías.

    El Winnebago desmontó y condujo a su pony hasta que estuvo sobre ellos.

    Llevaba cuatro plumas rojas y blancas, una colgando de cada arete de plata, dos atadas a su cabello. Un líder de guerreros. Con el corazón batiendo, ella se acercó protectoramente a la choza donde estaba Pluma de Águila. Tallador del Búho se puso lentamente en pie. Ella le miró de soslayo, y cuando vio lo sombrío que era su rostro, su propio terror aumentó.

    Otro Winnebago salió del bosque, desmontó y se paró junto a su compañero.

    El primer hombre se giró para sacar algo de su silla de montar.

    Con Lirio Que Flota en sus brazos, Pájaro Rojo se levantó para dar la alarma. El valiente extendió una mano restrictiva.

    "¡Espera! Solo somos dos y venimos a hablar de paz" El hombre habló en Sauk.

    Él la encaró, sonriendo tentativamente, y levantó un hermoso calumet, el cuenco rojo de la pipa brillaba al atardecer, su tallo de nogal pulido era tan largo como el brazo de un hombre.

    Tallador del Búho se incorporó con toda su majestad de chamán de pelo blanco: "¿Quién eres?"

    "Me llamo Wave", dijo el hombre que sostenía el calumet. "Este es El Que Enciende el Agua, pero no habla Sauk".

    Pájaro Rojo miró hacia la choza para asegurarse de que Pluma de Águila estaba bien.

    "¿Quién está en la choza?" preguntó Wave un poco suspicaz mientras El Que Enciende el Agua se adelantaba para mirar dentro.

    "Mi nieto", dijo Tallador del Búho. "Está enfermo".

    "Muchos debéis de estar enfermos y hambrientos", dijo Wave. "Es hora que vuestros líderes se apiaden de las mujeres y los niños y terminen esta guerra".

    Más hombres y mujeres Sauk venían ahora a ver a los recién llegados. Los dos Winnebago eran hombres valientes, pensó Pájaro Rojo, al venir solos, ya que habían entrado en un campamento de cincuenta personas desesperadas o más.

    La madre de Pájaro Rojo se paró al lado de Tallador del Búho. Preguntó qué le pasaba a Pluma de Águila y Tallador del Búho se lo explicó con un susurro.

    "Los niños se comen todo lo que cae en sus manos", se quejó Viento Dobla la Hierba. "Ahora probablemente crecerá hasta convertirse en un loco". Pájaro Rojo contuvo un chillido de furia.

    Halcón Negro y el Profeta Winnebago se abrieron paso entre la multitud reunida para enfrentar a los recién llegados. Halcón Negro llevaba bajo un brazo uno de esos pesados ​​paquetes de papel parlante capturados en Arroyo del Viejo. Miró a Pájaro Rojo, y ella pensó ver reproche en sus ojos, a pesar de que él había dicho que la perdonaba por haber formado parte en la fuga de Pelo Amarillo y Woodrow.

    Nube Que Vuela se dirigió a Wave en una lengua extraña.

    "Este valiente Winnebago es el hijo de mi hermana", dijo pomposamente el Profeta en Sauk.

    ¿Cree que eso significa que estamos a salvo? se preguntó Pájaro Rojo, harta del Profeta Winnebago, que siempre afirmaba que la victoria esperaba solo un poco más allá en el camino, cuando estaba muy claro que el camino conducía solo a la muerte.

    Wave dijo en Sauk: "Mi padre es un Sauk que se casó con una Winnebago. Así que vengo a ti como uno unido a vosotros por sangre. Fuimos enviados por el jefe de nuestra banda, Halcón".

    "¿Cómo nos encontraste?" Preguntó Halcón Negro.

    "Uno de nuestros cazadores estaba pasando por aquí y vio tu campamento. Tenía miedo de acercarse a ti, pero me lo dijo a mí. Yo te había estado buscando durante muchos días".

    Zarpa de Lobo, con la cara tan profundamente marcada que parecía tan viejo como su padre, se paró junto a Halcón Negro: "¿Tienes noticias de nuestra gente que intentó cruzar el Río Grande?" preguntó. Tocó la moneda de plata que colgaba de su cuello, como para darle suerte.

    El temor fluyó frío por los brazos y piernas de Pájaro Rojo.

    Ahora lo sabremos.

    Wave y El Que Enciende el Agua se miraron durante un largo y silencioso momento.

    "¿Qué ha pasado?" Halcón Negro los presionó.

    "Los cuchillos largos los alcanzaron", dijo Wave. "La mayoría de las personas estaban escondidos en una isla en el Río Grande. Los cuchillos largos tenían un bote de humo que disparaba un arma de truenos en la isla y mató a muchas personas. Luego los cuchillos largos entraron en la isla y mataron a casi todos los que quedaron".

    Pájaro Rojo se tambaleó, aturdida.

    ¡Mujer Sol! ¡Mi segunda madre! ¡Cuchillo de Hierro! ¡Oh no! ¡Oh Hacedor de la Tierra, que no sea así!

    El frío se apoderó de ella cuando recordó el grito de Pluma de Águila: ¡El Mal Hacha! ¡El Río Grande se pone rojo!

    Halcón Negro lanzó un grito de angustia. Su paquete de papel cayó al suelo con un ruido sordo. Se sentó en el suelo, recogió un puñado de cenizas de la fogata de Pájaro Rojo y las arrojó sobre su cabeza. La gente a su alrededor gritaba y lloraba y se abrazaban en su dolor.

    Viento Dobla la Hierba cayó contra Tallador del Búho y ambos se hundieron en el suelo llorando. Pájaro Rojo vio a Zarpa de Lobo parado e inmóvil, con los brazos colgando indefensos a sus costados, su cara gris. Él había insistido en que tanto sus esposas como sus cuatro hijos intentaran cruzar el Río Grande en el Mal Hacha pensando que estarían más seguros.

    Sollozando y agarrando a su bebé, Pájaro Rojo vio desaparecer el sol naranja detrás de las copas de los afilados árboles en la orilla occidental del pequeño lago. Pensó: Cuchillo de Hierro, tan fuerte y siempre allí cuando lo necesitaba, debe de haber desaparecido. Sus dos hermanas con sus nuevos maridos, probablemente muertos.

    La gente lloraba, algunos sentados en el suelo, otros caminando sin rumbo, otros de pie, abrazados unos a otros.

    Y ahora Pluma de Águila estaba afectado. Ella no podía sacar el frío de su cuerpo.

    Cuando estuvo oscuro, ella reencendió su fuego. Lirio Que Flota se despertó y lloró, y Pájaro Rojo la sostuvo junto a su pecho. Luego se inclinó en la choza para mirar a Pluma de Águila. Sus ojos aún estaban cerrados. No se había movido desde su grito, y su respiración era superficial.

    No puedo soportar ver a Pluma de Águila aquí yaciendo como muerto. Oso Blanco desaparecido, la mayoría de mi gente está muerta.

    ¿Por qué me he librado yo de sufrirlo también?

    Halcón Negro comenzó a llorar en voz alta por su gente perdida:

    "Hu-hu-hu-u-u-u-u Whu-whu-whu-u-u-u-u".

    El resto de la gente se unió al llanto. Pájaro Rojo notó que Wave y El Que Enciende el Agua también lloraban, y las lágrimas corrieron de sus ojos. A ella le gustaron por unirse al luto.

    Tallador del Búho estaba sentado a su lado, cogido de la mano con una llorosa Viento Dobla la Hierba. Sus propios rasgos, tanto como ella podía verlos en el crepúsculo, estaban quietos y encogidos, socavados por la tristeza.

    Pájaro Rojo pensó, los Sauk eran conocidos como un pueblo que nunca eludía las demandas de honor. Si un hombre del grupo de Halcón Negro fumaba el calumet con Wave, eso obligaría a Halcón Negro y a sus restantes valientes a rendirse a Winnebago y hacer la paz.

    Pájaro Rojo dijo: "Ahora, con tantos muertos, ¿podemos tener paz? ¿Fumarás la pipa con estos dos hombres?"

    Tallador del Búho dijo: "Si estuviera solo, fumaría la pipa con ellos, pero no iré contra Halcón Negro".

    "Somos todo lo que queda de la banda", dijo ella, "Alguien debe tomar el calumet y fumar de él".

    Y por esa odiosa costumbre Sauk, pensó ella apretando la mandíbula, ese alguien tenía que ser un hombre.

    Cuando la oscuridad se hizo más profunda, el lamento se calmó. Wave y El Que Enciende el Agua hicieron un pequeño fuego en la orilla del lago cerca de la choza de Pájaro Rojo.

    Una por una, las últimas personas de la banda de Halcón Negro se acercaron al fuego de Wave.

    El valiente Winnebago se paró frente al fuego sosteniendo la pipa de la paz. El crepúsculo se demoraba en el cielo tras él mientras la luz del fuego delante iluminaba sus pesados ​​rasgos.

    Sentada cerca de Pluma de Águila, Pájaro Rojo miró a su alrededor y vio silenciosas figuras de pie en las sombras mientras la gente esperaba escuchar lo que Wave tenía que decir. Gravemente, él sacó el tabaco de una bolsa que llevaba a la cintura y llenó el cuenco de la pipa. Luego tocó el fuego con un palo seco y llevó la llama a la pipa. Esta se encendió de color amarillo brillante sobre el cuenco mientras él soplaba sobre ella.

    Wave se aclaró la garganta y habló con voz fuerte: "El Hacedor de la Tierra nos dio el tabaco sagrado como un medio para hacer las paces entre nosotros. Nadie puede romper una promesa sellada con tabaco. Nuestro jefe, Halcón, me pide que os diga esto:"

    "Halcón Negro, has asustado mucho a los cuchillos largos, les has traído mucha tristeza y les has obligado a perseguirte por ríos, pantanos y montañas. Halcón Negro, tu honor ha quedado satisfecho. Halcón te ofrece este tabaco y te pide que pongas fin a esta guerra, por el bien de tus mujeres, que están hambrientas y enfermas, y de tus hijos sin padres".

    Sí, que se haga. Que esta guerra termine antes de que todos estemos muertos.

    El corazón de Pájaro Rojo dio un salto de esperanza cuando vio a Halcón Negro acercarse a la pipa que Wave le tendió. ¡Estaba a punto de tomarla y fumarla! Pero su mano, en lugar de agarrarla, solo señaló la pipa.

    "No fumaré esta pipa, creo que los Sauk deberían luchar hasta que ya no puedan luchar".

    Por favor, Hacedor de la Tierra, deja que al menos un hombre se conmueva para defender la paz.

    Wave agregó más tabaco a la pipa y volvió a soplar. Se paró ante el Profeta Winnebago.

    "Muestra tu sabiduría, tío, fuma el tabaco sagrado".

    Nube Que Vuela retrocedió un paso y levantó ambos brazos: "Está mal que Winnebago se vuelva contra nosotros en nuestro momento de necesidad. Regresa y dile a tu jefe Halcón que si no se une a nosotros para hacer la guerra a los cuchillos largos, le quitarán su tierra como nos quitaron la nuestra". Cruzó los brazos delante del pecho.

    Desesperada, Pájaro Rojo se dio cuenta de que el Profeta Winnebago no podía fumar en pipa porque hacerlo era admitir que todos sus consejos hasta ahora habían sido equivocados.

    "¿Qué vas a hacer tú, chamán Sauk?", le dijo Wave a Tallador del Búho. "¿No te dicen los espíritus que fumes el calumet?"

    "Por favor, hazlo, Padre", susurró Pájaro Rojo.

    Quiso gritarlo en voz alta, pero contuvo la lengua. Recordó con dolor la burla de Zarpa de Lobo y los demás cuando ella había hablado en el consejo de guerra.

    Ella se mordió el labio. Tal vez, al hablar en aquel momento, ella había alejado a la gente del camino que quería que tomaran. No volvería a cometer ese error.

    Tallador del Búho dijo: "Halcón Negro siempre ha sido mi jefe, yo le sigo adónde me lleva".

    Pájaro Rojo gimió. Ahora deseaba haber hablado.

    Pluma de Águila se agitó junto a ella. El corazón de Pájaro Rojo se congeló, ella lo miró pero él estaba inmóvil de nuevo.

    Wave se volvió hacia Zarpa de Lobo, quien cerró los ojos, inclinó la cabeza y no hizo ningún movimiento para aceptar la pipa. Pájaro Rojo vio que la cresta roja de su cabeza estaba descolorida y flácida.

    Ella sólo podía contemplar cómo los dos Winnebago iban de hombre en hombre en el círculo de la luz del fuego, sosteniendo la pipa, todos los hombres se negaban.

    "Por favor", suplicó Wave, "¿no hay un hombre aquí tan sabio y lo bastante fuerte para fumar el calumet y salvar la vida de su gente? Por favor, más dolor y muerte son innecesarios".

    En un día o dos, una banda de guerra Winnebago vendría a por el grupo de Halcón Negro. Superarían en gran medida a estas cincuenta personas. Tendrían rifles con mucha pólvora y munición, que les darían los cuchillos largos. Matarían a los hombres y llevarían a las mujeres y los niños al cautiverio.

    Hacedor de la Tierra, te lo ruego, no permitas que tus hijos mueran.

    Escuchó un crujido a su lado. Jadeó asustada y sus manos se enfriaron.

    Pluma de Águila estaba levantado sobre las manos y rodillas.

    El niño salió de la choza, se puso en pie y se enderezó.

    Una media luna colgaba sobre el pequeño lago, y ella podía ver la cara de Pluma de Águila, un lado rojo con luz de fuego y el otro blanco pálido a la luz de la luna. Sus brillantes ojos azules se fijaron en Wave, el muchacho se adelantó, una pequeña y determinada figura.

    Perpleja, Pájaro Rojo solo pudo levatarse y observar. ¿Cómo podía estar pasando esto?

    Pluma de Ágila se paró frente a Wave y levantó las manos. Por un momento se hizo el silencio en el campamento, perturbado solo por el crepitar del fuego y el susurro de las hojas de abedul alrededor de ellos.

    "¡No!" Gritó Halcón Negro, su voz ronca estaba llena de angustia. "¡No lo hagas!".

    "¡Alto!" El Profeta Winnebago se acercó a Pluma de Águila. Tallador del Búho le bloqueó rápidamente el camino.

    "No debes tocarlo. Regresa del camino espiritual".

    Solemnemente, Wave le entregó la pipa a Pluma de Águila.

    Otros echaron el grito al cielo: "¡No! ¡No!" Pero nadie puso una mano sobre Pluma de Águila.

    Y muchos guardaban silencio, y Pájaro Rojo sabía que ella no era la única en el campamento que quería que Pluma de Águila fumara la pipa.

    Impresionada, Pájaro Rojo se dio cuenta de que los espíritus se cernían sobre Pluma de Águila, guiándolo. Su hijo había sido elegido para salvar al resto de la banda, aunque solo habían pasado seis veranos desde su nacimiento. Ella sintió que le temblaban los labios.

    Pluma de Águila se llevó la boquilla de la pipa a los labios y tomó una profunda bocanada. Aunque solo tenía seis años y nunca había fumado antes, ni mostró dolor cuando el humo caliente llenó su tierna boca, ni tosió. El corazón de Pájaro Rojo se llenó de orgullo.

    Pluma de Águila sopló el humo de nuevo. Una sola bocanada, según la costumbre.

    Las gruesas facciones de Wave se suavizaron en un llanto de alivio.

    Pluma de Águila había sabido exactamente lo que hacer. Y no podía haber ninguna duda en la mente de nadie de que él había tenido intención de hacer lo que acababa de hacer. Él levantó la pipa hacia Wave.

    Un nuevo grito de dolor surgió de Halcón Negro y el Profeta Winnebago se unió a él en voz alta.

    Pero el corazón de Pájaro Rojo estaba feliz. Abrazó a Lirio Que Flota.

    Su larga agonía había terminado por fin.

    Pluma de Águila se volvió y caminó hacia ella, recto y firme, como si no hubiera estado acostado todo el día inconsciente. Rápidamente, ella entregó a Lirio Que Flota a Viento Dobla la Hierba, se arrodilló y le tendió los brazos a su hijo. Él corrió hacia ellos y ambos se abrazaron con fuerza.

    "Estuvo bien que fumaras la pipa. Muy bien".

    Pluma de Águila dijo: "Cuando las águilas llegaron al lago, mi espíritu me susurró que comiera de la bolsa medicina del abuelo. Luego fui a muchos lugares extraños y vi muchas cosas muy malas. Los cuchillos largos mataron a muchas personas. Al final me recosté en la choza y escuché una voz que decía que si alguien fumaba el calumet habría paz. Y el espíritu de mi padre, el Oso Blanco, vino a mí y me dijo que fumara".

    Si Oso Blanco hubiera estado aquí, habría fumado el calumet. Sé que él lo habría hecho.

    Tallador del Búho puso la mano sobre el hombro de Pluma de Águila.

    "El niño es nieto de Tallador del Búho y de Mujer Sol. Es hijo de Oso Blanco. Su primera visión. Está predestinado a ser un Gran Chamán".

    Pájaro Rojo sintió llamas ardiendo bajo la piel de su rostro.

    "También es el hijo de Pájaro Rojo", dijo ella con voz temblorosa.

    Tallador del Búho puso la otra mano sobre el hombro de Pájaro Rojo: "Sí, él es tu hijo".

    De repente su viejo rostro se desmoronó: "Y todos mis otros hijos se han ido", lloró. "Pájaro Rojo, eres la única que queda".

***

    Pájaro Rojo tembló al ver el Fuerte Crawford, una gran plaza formada por largas chozas de piedra conectadas por una empalizada de troncos. Cuchillos largos con cara severa y chaquetas azules rodeaban a los Sauk, apuntando los rifles hacia ellos. Pájaro Rojo echó el hatillo en el que llevaba a Lirio Que Flota a su espalda para sujetarla con fuerza, tiró de Pluma de Águila hacia ella, que tropezó con un pesado manto enrollado cerca de ella.

    "Todos acamparéis en el campo al lado del fuerte", dijo Wave. "Si alguien trata de escapar, los que queden atrás serán castigados".

    Pájaro Rojo escuchó un grito sin palabras detrás de ella. Se giró y se sorprendió al ver un grupo de sombras grises de pie en un prado fuera del fuerte. Vio que eran mujeres Sauk, algunas con bebés, otras con niños pequeños de pie a su lado.

    Pájaro Rojo giró a Lirio sobre su espalda y corrió hacia las silenciosas mujeres, rezando para que entre ellas pudiera ver a Mujer Sol o a sus hermanas. Se movió más lentamente al darse cuenta de que los ojos de cada cara silenciosa en la que miraba no tenían vida y las bocas eran laxas.

    Estas pocas, comprendió ella con horror, era todo lo que quedaba de las personas que habían tratado de cruzar el Río Grande en el Mal Hacha, tal como Oso Blanco había predicho.

    Ella llegó hasta Agua Fluye Rápido, casi incapaz de reconocerla. Ella había cambiado terriblemente, un cambio que había comenzado cuando los cuchillos largos había matado a su esposo Tres Caballos en el Arroyo del Viejo. El rostro de la mujer mayor había perdido su redondez. Sus mejillas estaban hundidas y su cabeza se sacudía con un temblor constante.

    "¿De verdad eres tú, Pájaro Rojo? ¿En carne y hueso? ¿No estoy en el Sendero de las Almas?"

    Pájaro Rojo atrajo a Agua Fluye Rápido hacia ella.

    "Pájaro Rojo, mataron a todos. Continuaron matando, matando y matando. No pararon. Ni siquiera por los bebés. No sé por qué sigo viva. Mis hijos están muertos. Intentaron alejarse nadando y los cuchillos largos les dispararon en el agua".

    Uva Silvestre, la hermana menor de Pájaro Rojo, corrió hacia ella. Cayeron una en los brazos de la otra, llorando, Pájaro Rojo nunca había amado a su hermana tanto como lo hacía en este momento.

    Uva Silvestre dijo: "Vi morir a Nido de Petirrojo. Ella se paró frente a un cuchillo largo. Estaba sujetando a su bebé. Le rogó por su vida. Él solo sonrió y le disparó. Ella dejó caer el bebé y el cuchillo largo le disparó en el suelo. Me habrían matado, pero un jefe de cuchillos largo vino y lo detuvo".

    "¿Y Cuchillo de Hierro?" preguntó Pájaro Rojo. "¿Qué sabes de Cuchillo de Hierro?"

    Uva Silvestre retrocedió y miró a Pájaro Rojo con ojos enormes: "Pájaro Rojo, uno de ellos le cortó la cabeza a Cuchillo de Hierro".

    Pájaro Rojo gritó mientras Uva Silvestre seguía hablando entre balbuceos.

    "Sí, con un cuchillo así de grande" Ella mantuvo las manos bien separadas. "Y Mujer Sol invocó sobre él la ira del Hacedor de la Tierra, y con el mismo cuchillo él le cortó la garganta".

    Pájaro Rojo cayó de rodillas sollozando: "¡Oh, no más! ¡No más!" Agua Fluye Rápido y Uva Silvestre se arrodillaron con ella y la abrazaron, y lloraron juntas.

    Pájaro Rojo lloró hasta que Lirio Que Flota comenzó a llorar. Pájaro Rojo le dio a su hija el pecho y un calor se extendió de los labios succionadores de su bebé, amortiguando el dolor y tranquilizándola un poco.

    Uva Silvestre dijo: "He visto a Oso Blanco".

    El cuerpo de Pájaro Rojo se puso rígido. Lirio Que Flota apartó la boca del pecho de Pájaro Rojo y comenzó a llorar de nuevo.

    "¿Oso Blanco? ¿Vivo?"

    Uva Silvestre asintió: "Cuando los cuchillos largos nos estaban matando en el Mal Hacha, él vino. Era el prisionero del jefe de guerra cuchillos largos. Habló con el jefe cuchillos largos, nos dijo que no tuviéramos miedo. Pero luego vio a Mujer Sol tumbada en el suelo con el cuello cortado. Cayó a su lado y gritó y se arañó la cara. Los cuchillos largos tuvieron que sujetarlo. Pensé que iban a matarlo o que él iba a suicidarse. Se lo llevaron a rastras. Creo que está prisionero allí mismo, en ese fuerte".

    O tal vez está muerto, pensó Pájaro Rojo con amargura. Como todos los demás.

    En un silencio miserable, ella hizo una pequeña tienda con su manta en el campo junto al fuerte, usando palos que Pluma de Águila encontró para ella. Ella y sus hijos se acurrucaron bajo la manta, con un dolor en el vientre como un lobo dentro de ella tratando de salir royendo y arañando.

    La idea de que Oso Blanco pudiera estar al otro lado de esas paredes de piedra caliza blanca era más de lo que ella podía soportar. No podía moverse ni hablar. Cuchillos largos estaban de pie alrededor de los límites del campo, observando lo que quedaba de la Banda Británica con sus fríos y pálidos ojos. Pájaro Rojo casi deseó que uno de ellos le disparara y terminara con su dolor. Pero entonces, ¿qué harían sus hijos? Ella no quería que Pluma de Águila y Lirio Que Flota murieran.

    Más tarde ese día, Tallador del Búho se acercó cojeando hacia ella seguido de un cuchillo largo de finos labios con un rifle.

    "Adiós, hija mía". Parecía muy viejo y cansado. Era un milagro que hubiera sobrevivido a esta guerra. Ella notó que sostenía en su mano la bolsa medicina decorada con búhos.

    "¿Adónde vas, Padre?"

    "El Profeta Winnebago, Halcón Negro y yo debemos ir al fuerte para encontrarnos con los jefes de guerra ojos pálidos. Supongo que nos dispararán o nos colgarán. Ya no puedo ver el futuro. Wave me dice que el resto de vosotros debéis caminar hacia el Sur hasta el río Roca. Los cuchillos largos os mantendrán en su fuerte allí hasta la próxima primavera. Luego os dejarán cruzar el río para uniros a Aquel Que se Mueve Alerta en el país de Ioway. Cuida de tu madre y tu hermana. Tú eres la más fuerte y sabia de mis hijos".

    Él empujó su bolsa medicina hacia ella.

    "Si llevo esto al fuerte, puede perderse para nuestra gente para siempre. Tú eres mi hija. Debes ser el caminante espiritual de la Banda Británica".

    Un resplandor dorado se extendió por su cuerpo. Ella tomó la bolsa, era muy ligera en sus manos, y la sostuvo contra el pecho. Intentó hablar, pero su garganta se cerró sobre ella.

    Tallador del Búho dijo: "Recuerda siempre, todas las personas, incluso los ojos pálidos, son hijos del Hacedor de la Tierra. Cualquier poder que te dé el Hacedor de la Tierra, nunca lo uses contra otra persona. Si los cuchillos largos te lastiman, tú puedes pedir fuerza para luchar contra ellos, pero nunca invocar a los espíritus para atacarlos".

    "Sí, Padre".

    Aunque hayan matado a Oso Blanco, no usaré el poder de los espíritus contra ellos.

    "Adiós, hija mía".

    Pájaro Rojo tomó la mano de Tallador del Búho: "Si encuentras a Oso Blanco allí en el fuerte, dile que estoy viva y que Pluma de Águila y Lirio Que Flota están vivos, y que algún día estaremos todos juntos".

    Zarpa de Lobo estaba de pie junto a ella, observando a Halcón Negro, al Profeta Winnebago y a Tallador del Búho entrar en la plaza de los edificios. Les seguían seis cuchillos largos de azul apuntando con rifles y una delegación de jefes y valientes de Winnebago.

    Ella agarró la bolsa medicina con fuerza.

    Sus ojos se nublaron. Vio una multitud de ojos pálidos con la boca distorsionada que gritaba. El terror la atenazó y trató de llorar en voz alta, pero no pudo. Los rostros blancos se disolvieron y vio un montón de tierra en un bosque. Sobre esta había una varita de sauce con un jirón de manta roja atada a ella. La oscuridad se cerró a su alrededor.

    Sintió unas manos fuertes agarrándola por los brazos. Su vista se aclaró y notó que Zarpa de Lobo la abrazaba.

    "Te estabas cayendo", dijo él.

    "Tengo miedo", dijo ella. "He visto la muerte en el camino ante nosotros".

    Zarpa de Lobo la miró con ojos serios. ¡Había envejecido tanto! Se había desatado la cresta roja de la cabeza, algo sabio que hacer, porque había ojos pálidos que podrían reconocerlo como un líder valiente Sauk y desear venganza. Ahora solo tenía un corto e irregular crecimiento de cabello negro en el centro de la cabeza. Su cabellera y barba crecía a su alrededor, pero aún llevaba la moneda de plata alrededor del cuello.

    Él dijo: "Sea lo que sea lo que debemos enfrentar, tienes más coraje que cualquiera de nosotros. No lo he olvidado. Hace muchos inviernos, cuando el espíritu Oso vino a nuestro campamento, yo me di la vuelta y corrí mientras tú te quedabas erguida".

    Ella agitó una mano "Solo era Oso Blanco".

    "Pero nosotros no sabíamos eso. Desde ese día cuando yo corrí y tú te quedaste de pie, siempre he deseado que un hijo mío posea tu coraje y sabiduría".

    Ella recordó cómo él la había apartado de un empujón la noche en que ella se había puesto del lado de Oso Blanco y advertido a la tribu de que no fuera a la guerra. Recordó el vestido de mujer que le había puesto a Oso Blanco a la fuerza. Pero el hombre que veía ante ella estaba perdido y afligido. Había perdido su guerra. Había dejado que mataran a sus esposas e hijos. Se había fallado a sí mismo. No tenía nada en qué creer.

    Entonces ella solo dijo: "Sé como un padre para los niños que tengo, ayúdame a protegerlos".

***

    El sol castigaba sobre su cabeza y el polvo del sendero la asfixiaba. Esta era la Luna de los Ríos Secos, el momento más caluroso del verano. Cada paso lastimaba su corazón porque cada paso la llevaba más lejos. Lejos de aquel fuerte donde los cuchillos largos podían estar reteniendo a Oso Blanco, Podía ser. Ella nunca había podido descubrirlo.

    Al tercer día de su viaje hacia el Sur a lo largo del Río Grande, las suelas de los mocasines de Pájaro Rojo se habían desgastado. Ella tropezaba con surcos excavados en el ancho camino por las ruedas de las carretas de los ojos pálidos. El sol había cocido la tierra del camino hasta dejarla dura como la piedra.

    Cuando los cuchillos largos les permitieron descansar al mediodía, ella sacó de su manta el cuchillo de Oso Blanco. Con el cuchillo cortó tiras de su vestido de piel y las ató a sus pies. Cortó la camisa de Pluma de Águila y envolvió su mocasines para que duraran más.

    Un cuchillo largo con un grueso bigote rubio estaba parado sobre ella con la mano extendida.

    "Dame eso. Nada de cuchillos".

    Él hablaba en lengua de los ojos pálidos, pero ella sabía lo suficiente para entenderlo, pero no podía abandonar el cuchillo. Era lo único que le quedaba de Oso Blanco. Su mano aferró el mango de cuerno de ciervo y pensó que apuñalaría al cuchillo largo, o a ella misma, antes de entregarlo.

    Ella trató de decirle que esto era precioso, que pertenecía a su esposo, que era un chamán. Pero ella no sabía las palabras americanas para decir eso.

    Él seguía diciendo: "Nada de cuchillos", y su rostro se puso rojo intenso. Su mano descansaba sobre la culata de la pistola.

    Zarpa de Lobo se acercó. La tomó de la muñeca con fuerza, ​​le quitó el cuchillo de la mano y se lo entregó, con el mango primero, al "abrigo azul".

    Ella entendía por qué Zarpa de Lobo la había obligado a abandonar el cuchillo, pero estaba enojada con él.

    "Ese era el cuchillo de Oso Blanco, de su padre", dijo ella.

    "El cuchillo largo te habría matado", dijo Zarpa de Lobo, "No podemos luchar contra ellos". Ella vio la desesperanza en sus ojos y le puso la mano sobre el brazo de manera tranquilizadora. Cuando los cuchillos largos les ordenaron que se levantaran y comenzaran a caminar, él caminó a su lado.

    Estuvo hambrienta todo el día. Un carro de comida seguía al grupo. Tres veces al día, los soldados sacaban carne y pan, pero a los Sauk solo les daban puré de maíz en platos de hojalata, que lavaban en el río y devolvían a la carreta de la comida. Varias veces al día se les permitía detenerse y beber del río. Pájaro Rojo rezó para que su leche nutriera a Lirio Que Flota.

    Ella cantó una canción para caminar, para tratar de olvidar su dolor y ayudarla a poner un dolorido pie frente al otro.

    "Recorremos este sendero, siguiendo al ciervo.

    ¡Cantad mientras camináis, oh, valientes y squaws!

    Anoche soñé que mis mocasines,

    Encendían fuegos cuando tocaban el suelo".

    Cuando ella alzó la voz, otros se unieron. Después de un rato, incluso Zarpa de Lobo comenzó a cantar con voz grave.

    Cinco cuchillos largos de azul cabalgaban ante los Sauk y otros cinco detrás. Pájaro Rojo miró a su alrededor, un centenar, en su mayoría mujeres y niños. Los hombres eran unos veinte. Cansados, hambrientos, enfermos, rotos de espíritu. Todos de ellos a pie ahora, el último de sus caballos fue llevado al Fuerte Crawford.

    Recordó las palabras de despedida de Tallador del Búho para ella: Debes ser el caminante espiritual de la Banda Británica. Y Zarpa de Lobo había dicho que ella tenía el coraje y la sabiduría para enfrentar la muerte en el camino.

    Fuese cual fuese lo que aquel remanente de su gente tuviera que enfrentar ahora, se prometió a sí misma que usaría toda su fuerza para ayudarlos a superarlo.

    Llegaron a un río más pequeño, el río Fiebre que desembocaba en el Río Grande. Un bote plano para cruzar a los viajeros fue arrastrado hasta la orilla. Los cuchillos largos cambiaron algunas palabras de enojo con los hombres que empujaban el bote. Pájaro Rojo entendió que los barqueros no querían llevar a su gente. Déjenlos nadar, decían sus gestos. Pero el río era demasiado profundo y su corriente demasiado rápida para estas personas medio muertas de hambre y exhaustas.

    Mientras los cuchillos largos discutían con los barqueros, más ojos pálidos acudieron para mirar. Debían de tener una ciudad cercana. Pájaro Rojo sintió un escalofrío de miedo ante el odio que vio en sus rostros. Cuán aterrados debían de haber estado de la Banda Británica tan solo una luna o dos atrás. Ahora tenían lo que quedaba de la Banda Británica a su merced.

    El líder cuchillo largo gritó y sacó su pistola y la agitó. Sacudiendo la cabeza, el jefe de los barqueros hizo un gesto furioso hacia la lancha plana. El cuchillo largo tomó monedas de su alforja y se las entregó al barquero. Los cuchillos largos comenzaron a reunir a la gente de Pájaro Rojo para subir a bordo.

    Se necesitaron tres viajes para llevar a todos los Sauk a través del río Fiebre. Para entonces, cientos de ojos pálidos, hombres, mujeres y niños se habían reunido en la orilla del río.

    Pájaro Rojo y sus hijos estaban en el último grupo en cruzar. Escuchó gritos de enojo. Los ojos pálidos arrojaban vegetales podridos, montones de tierra y piedras. Ella giró a Lirio Que Flota al frente para sujetarla entre sus brazos. Un tomate blando golpeó a Pájaro Rojo en la oreja. Oyó risas. Ella quería mantener ambas manos sobre el bebé, así que no se limpió la pulpa y las semillas que le caían por el cuello. Subió corriendo a bordo del bote.

    Cuando llegó al otro lado del río, jadeaba, sin aliento de alivio. Sintió una mano limpiando la pulpa de tomate de su cuello, Zarpa de Lobo. Era bueno saber que él estaba cerca.

    A la mañana siguiente, cuando salieron, Zarpa de Lobo cogió en brazos a Pluma de Águila, cuyos mocasines se le habían caído de los pies. Lo levantó sobre la cabeza y lo sentó sobre los hombros. Pájaro Rojo le sonrió agradecida y Zarpa de Lobo le devolvió una mirada triste antes de suspirar y bajar la mirada al suelo. Durante todo el día caminó él a su lado con Pluma de Águila sobre la espalda. Esa noche durmió cerca de Pájaro Rojo y sus hijos.

    Al día siguiente el sendero conducía a campos llanos, en su mayoría plantados con maíz, que se extendían hasta el borde del Río Grande. Durante un momento, recordando los campos de maíz alrededor de Saukenuk, el corazón de Pájaro Rojo se animó. Luego recordó que a partir de ahora solo los ojos pálidos plantarían maíz en este país.

    A su izquierda, los acantilados se alzaban mirando al río como las estatuas de los espíritus. Por delante ella podía ver muchas chozas de ojos pálidos construidas a la ladera de una colina. En la cima de la colina había un fuerte rodeado por una pared de troncos verticales. Ella vio una masa oscura de gente esparcida por el sendero más adelante.

    No estaban de pie en un lado, como los de la última ciudad, sino que estaban bloqueando el camino.

    Ella sintió que conocía este lugar, aunque nunca antes había estado aquí. Después de un momento entendió por qué Oso Blanco y Pelo Amarillo le habían hablado muchas veces sobre el pueblo donde Oso Blanco había vivido con su padre, Flecha de la Estrella. La gran cabaña en la que habían vivido debía de estar en algún lugar más allá de esa colina. Y el edificio amurallado en la cima de la colina debía de ser el puesto comercial del tío de Oso Blanco, el que lo había echado de aquí y que había intentado matarlo en el Arroyo del Viejo.

    Cuando se acercó, escuchó voces de enojo. De nuevo tomó a su bebé en brazos. Miró a su alrededor y buscó a Zarpa de Lobo y dio gracias por verlo a su lado. Él dejó a Pluma de Águila y el niño se agarró a la falda de Pájaro Rojo.

    Pero si este era el pueblo donde había vivido Oso Blanco, aquí era donde el grupo de guerra de Zarpa de Lobo había matado a muchos hombres, mujeres y niños. Aquí era donde el gran arma había disparado al cuerpo de Zarpa de Lobo la moneda de plata que aún colgaba alrededor de su cuello ¿Y si estas personas le reconocen? Ella se alegró nuevamente de que él se hubiera quitado la cresta roja. La moneda, notó, también había desaparecido dentro de su camisa de piel de ciervo.

    Pero tanto si reconocían a Zarpa de Lobo como si no, estas personas odiaban a su gente.

    El terror la invadió cuando recordó su visión en el Fuerte Crawford, la muerte en el camino. Intentó dejar de caminar, pero la gente detrás de ella la empujaba. Los cuchillos largos montados detrás de ellos empujaban a todos hacia adelante.

    Más cerca de los ojos pálidos, de pie en el sendero, ella vio que la mayoría de los que estaban delante eran hombres y sostenían palos y rocas. Sus piernas se volvieron agua y sintió que iba a caerse. No tenía la fuerza para continuar, para caminar hacia la muerte que había visto días atrás. Su propia gente la empujaba. Los cuchillos largos estaban gritando órdenes, tratando de hacer que los Sauk avanzaran, pero nadie quería ser el primero en acercarse a esa multitud enojada.

    El cuchillo largo con bigote amarillo se adelantó y habló a la multitud, agitando su mano para despejar el camino. Le respondieron con gritos.

    La multitud avanzó corriendo.

    Y los abrigos azules entraron cabalgando en los campos a ambos lados del sendero.

    Ella no podía ver a los aldeanos porque Zarpa de Lobo se había puesto delante de ella.

    El frenético agarre de Pluma de Águila le estaba lastimando la pierna. Ella apretaba a Lirio Que Flota con fuerza entre sus brazos, esperando que si una piedra la derribaba, su cuerpo protegería a su bebé.

    Nos van a matar a todos.

    Los gritos de los ojos pálidos batían en sus oídos. Rocas, muchas más grandes que el puño de un hombre, se precipitaron por el aire. Pájaro Rojo vio mujeres y niños cayendo a su alrededor.

    Escuchó un ruido sordo que le hizo pitar los oídos y, de repente, Zarpa de Lobo se desplomó en el camino lleno de baches frente a ella.

    Hombres cargaban contra el derribado Zarpa de Lobo con rocas y palos en alto. Pluma de Águila soltó de pronto a Pájaro Rojo y se lanzó entre la multitud de Sauk detrás de ella. Ella lo vio desaparecer mientras él se enterraba entre las piernas de las mujeres y los hombres.

    "¡Pájaro Rojo!".

    Apretando a Lirio Que Flota contra su pecho, Pájaro Rojo miró frenéticamente a su alrededor al oír su nombre.

    Entre la multitud vio trenzas amarillas y ojos azules, brazos saludando. Pelo Amarillo, su rostro retorcido por la angustia, estaba tratando de abrirse paso hacia ella.

    Había otras personas junto a Pelo Amarillo. Una mujer muy fuerte estaba empujando y tirando de los hombres y mujeres enojados a su alrededor, gritándoles que dejaran de hacer lo que estaban haciendo. Y un hombre con cabello del color de la arena también estaba luchando contra los otros aldeanos.

    Oso Blanco tenía una tía y un tío en este pueblo.

    Pero la multitud seguía avanzando y ella ya no podía ver a los pocos que intentaban ayudar a su gente.

    Los hombres estaban golpeando a Zarpa de Lobo. Un hombre de aspecto poderoso, con hombros y pecho anchos y una espesa barba marrón levantó un palo con intención de pegar a Zarpa de Lobo en la cabeza.

    En la lengua de los ojos pálidos, Pájaro Rojo gritó: "¡No! ¡Por favor!".

    El hombre se giró y la miró con locura en los ojos.

    "¡Vosotros matasteis a mi esposa!" rugió él. Su saliva mojó el rostro de Pájaro Rojo. Él fue a por ella.

    Ella gritó y gritó. La mano del hombre agarró el cuerpecito de Lirio Que Flota, y el bebé chilló de dolor y terror. Pájaro Rojo intentó morderle y patearle para zafarse de él. Él giró el palo hacia ella y le golpeó en el lateral de la cabeza. El golpe la aturdió, debilitando su agarre sobre su bebé.

    El hombre de barba marrón le arrancó a Lirio Que Flota de los brazos.

    Los gritos de Pájaro Rojo le rasgaban la garganta. El hombre giró alejándose de ella y levantando a Lirio Que Flota sobre la cabeza. La multitud lo envolvió y el bebé desapareció en medio de ellos. Gritando, golpeando y pateando, ella luchó para llegar hasta Lirio Que Flota, pero la gente la empujó hacia atrás y la arrojó al suelo.

    Ella se quedó sin voz. Se arrastró por las piedras y la tierra. Vio las piernas de los hombres y las faldas de las mujeres ojos pálidos, y en medio de ellos, en el suelo, un cuerpecito inmóvil envuelto en una manta empapada en sangre.

    La gente salió en estampida en una dirección diferente y ella se arrastró por el sendero hasta que pudo alcanzar y tomar a su hija entre sus brazos. Se sentó sujetando el bulto en su regazo. Tenía las manos húmedas por la sangre. Bajó la vista hacia la diminuta carita arrugada, sangre salía de la boca del bebé. Sin movimiento. Brazos y piernas flácidos. Sin sonido. Sin aliento.

    La mente de Pájaro Rojo quedó en blanco. Un manto de negrura cubrió sus ojos.

    Cuando despertó, Pelo Amarillo estaba sentada a su lado sujetándola entre sus brazos y sollozando. La gorda ojos pálidos estaba de pie ante ambas con lágrimas en la cara. Sostenía una manta roja en las manos, ofreciéndola a Pájaro Rojo.

    Ante la vista de una cara blanca extraña, Pájaro Rojo gritó y retrocedió presionando al bebé en sus brazos contra el pecho. Se apartó de Pelo Amarillo, que quedó sentada en el suelo y enterró el rostro entre las manos.

    La gorda puso la manta en el suelo y se alejó rápidamente de Pájaro Rojo. Tras alejarse un poco más, la mujer comenzó a vomitar, tosiendo y sollozando. El hombre de cabello de arena se acercó a la mujer y la abrazó.

    Pájaro Rojo observó la angustia de Pelo Amarillo y la aturdida mujer gorda. Ella sufría demasiado como para sentir algo por otra persona. Comprendió que la mujer le había dado la manta para envolver a Lirio Que Flota. Se acercó a la manta, la recogió y envolvió el bulto sangriento con ella sin mirarlo.

    El rojo brillante de la manta, pensó ella, mantendría a Lirio Que Flota caliente.

    Desde cierta distancia, los gritos de angustia de otras personas llegaron a los oídos de Pájaro Rojo. Otros debían de haber sido lastimados por los aldeanos ojos pálidos.

    Pelo Amarillo, que seguía llorando tanto que no podía hablar, se colocó junto a Pájaro Rojo y puso la mano sobre la manta.

    La multitud que había atacado a los Sauk se reunió en un campo junto al sendero. Los diez cuchillos largos a caballo habían formado una línea y los habían hecho retroceder. Demasiado tarde.

    La mujer gorda parecía haberse olvidado de Pájaro Rojo. Se alejó tambaleándose de los Sauk, gritando a la gente en el campo. Era imposible que Pájaro Rojo entendiera sus palabras, pero su voz estaba llena de ira. Algunas de las personas respondieron, pero con voces hoscas. Pájaro Rojo apenas podía oír.

    Pájaro Rojo no podía ponerse en pie. No sentía fuerza en sus temblorosas piernas.

    "¡Pluma de Águila!" chilló. Llamó a su hijo una y otra vez.

    Él chico vino y se paró delante de ella: "¿Está muerta Lirio Que Flota? ¿La mataron?"

    "Sí", dijo Pájaro Rojo.

    Pluma de Águila comenzó a llorar: "¿Por qué han matado a mi hermanita?"

    Pájaro Rojo sintió un toque en el hombro de la mano de Zarpa de Lobo. Tenía un corte en la frente y la sangre corría por un ojo hinchado y cerrado.

    "Pensé que te habían matado", dijo ella.

    "Hubiera sido bueno si lo hubieran hecho".

    "No", dijo ella, "no desees eso".

    Pájaro Rojo sintió un silencio y se dio cuenta de que Pelo Amarillo ya no estaba llorando. Ella y Zarpa de Lobo se estaban mirando el uno al otro.

    Ahora, pensó Pájaro Rojo, Pelo Amarillo podría vengarse por la muerte de su padre, por su propio sufrimiento. Lo único que tenía que hacer era decirle a los aldeanos quién era Zarpa de Lobo, el líder de la banda de guerra que había atacado Víctor. El valiente que la había secuestrado. Los cuchillos largos no podían, no querrían, impedir que la gente lo matara en el acto.

    Pelo Amarillo suspiró y rodeó los hombros de Pájaro Rojo con el brazo. Quizá ella no quería vengarse. Pájaro Rojo estaba demasiado enferma de congoja como para preguntarse mucho al respecto.

    Zarpa de Lobo dijo: "Otros cuatro están muertos y muchos más están heridos. Llevaremos a nuestros muertos lejos de este lugar. Creo que los cuchillos largos nos permitirán enterrarlos más adelante de este camino".

    Sosteniendo el cuerpo de Lirio Que Flota con fuerza, Pájaro Rojo dejó que Zarpa de Lobo la tomara por los codos y la pusiera en pie. Sintió el brazo de Pelo Amarillo todavía alrededor de sus hombros. Ella comenzó a llorar en silencio.

    Zarpa de Lobo dijo: "Aunque llores por tu bebé, las personas que están heridas necesitan tu ayuda. Mujer Sol te enseñó y tú eras la esposa de Oso Blanco y la hija de Tallador del Búho. Eres la única que sabe lo que hacer".

    "Apenas me quedan medicinas", dijo ella.

    "Puedes rezar por aquellos que están heridos", dijo Zarpa de Lobo, "y cuando enterremos a los muertos, puedes hablar con sus espíritus por nosotros".

    Debes ser el caminante espiritual de la Banda Británica.

    Un cuchillo largo se acercó y le habló a Pelo Amarillo. Pájaro Rojo entendió que le estaba diciendo que no podía quedarse con los prisioneros Sauk.

    En la forma en que habían aprendido a hablar entre ellas, Pelo Amarillo le dijo a Pájaro Rojo que gratamente habría ella muerto para salvar a Lirio Que Flota. Prometió hacer lo que pudiera por las personas que quedaban.

    "Tú, yo, hermanas", dijo Pájaro Rojo.

    Pelo Amarillo rodeó a Pájaro Rojo con sus brazos, presionó a Lirio Que Flota entre ellos. Se inclinó y besó a Pájaro Rojo en la mejilla, sus lágrimas mojaron la cara de Pájaro Rojo.

    Pájaro Rojo levantó la vista hacia el cuchillo largo que le había hablado a Pelo Amarillo. Su boca bajo el bigote amarillo se retorció en desprecio.

    Pelo Amarillo comenzó a sollozar de nuevo y sus brazos se apretaron alrededor de Pájaro Rojo. Pájaro Rojo sintió a la tía y tío de Oso Blanco tratando suavemente de alejar a Pelo Amarillo de ella.

    El cuchillo largo montado gritó enojado. ¿Dispararían a Pelo Amarillo si ella no se iba?

    Asustada por Pelo Amarillo, Pájaro Rojo retorció los brazos y hombros y se liberó de ella.

    La mujer gorda y el hombre de cabello como la arena apartaron a Pelo Amarillo, pero sus sollozos se volvieron más fuertes y se convirtieron en gritos.

    "¡Mi bebé!".

    Pájaro Rojo conocía esas palabras de ojos pálidos. Y era cierto, pensó ella, ¿no había estado Pelo Amarillo en el tipi de nacimiento con Pájaro Rojo? ¿No había estado presente en cada instante de los primeros años de Lirio Que Flota? ¿No era ella también la esposa de Oso Blanco?

    Ella siente el mismo dolor que yo.

    Los gritos de Pelo Amarillo fueron muriendo cuando la tía y el tío de Oso Blanco la alejaron por el camino. Sus gritos quedaron ahogados por los gritos de los cuchillos largos que ordenaban a los Sauk que se pusieran en pie y comenzaran a caminar de nuevo.

    Mientras Pájaro Rojo, sosteniendo a Lirio Que Flota, requeaba por el sendero, miró a la multitud en el campo. Ahora no gritaban ni arrojaban piedras. Solo miraban. Quizá estaban satisfechos.

    Sus ojos se encontraron con los del hombre de barba marrón que había arrancado a Lirio Que Flota de sus brazos. Él la vio sosteniendo a su hija muerta y su rostro seguía rojo y rígido de odio.

    Ella había aprendido lo suficiente de su lengua para entender lo que él le había gritado: Vosotros matasteis a mi esposa.

    Ante la visión del hombre, se sintió pesada como una piedra. No había nada que pudiera hacer para traer de vuelta a Lirio Que Flota. Los piececitos de su bebé estaban en el Sendero de las Almas. Solo la muerte liberaría a Pájaro Rojo del dolor.

    Zarpa de Lobo, una vez más cargando de Pluma de Águila, caminaba a su lado. Ella sintió que alguien caminaba al otro lado y se giró para mirar. Vio a una mujer encogida y marchita, con cara triste. Le llevó un momento darse cuenta de que era su madre, Viento Dobla la Hierba.

    Muchos pasos después, cuando el sendero pasó por el bosque, los cuchillos largos les permitieron detenerse. Sacaron pequeñas palas de sus monturas y se las dieron a algunos de los hombres. Los hombres Sauk cavaron cinco tumbas profundas y estrechas, y colocaron los cuerpos; tres mujeres, un hombre y un bebé; en vertical dentro de estas.

    Zarpa de Lobo cavó la tumba de Lirio Que Flota, dejando que Pluma de Águila hiciera parte del trabajo.

    Antes de cubrir a Lirio Que Flota con tierra, Pájaro Rojo arrancó una pequeña tira de la manta roja que la mujer gorda le había dado y la colocó junto a la tumba.

    Cuando los cinco fueron enterrados, Pájaro Rojo vio que los ojos de todas las personas se volvían hacia ella, y supo que esperaban que ella, a pesar del dolor que la estaba matando, completara el rito.

    Primero, ella cantó.

    "En tu manta marrón, Oh, Hacedor de la Tierra,

    Envuelve a tus hijos y llévatelos,

    Pliégalos otra vez dentro tu cuerpo".

    Cuando terminó la canción, habló a los muertos.

    "Vosotros, inocentes de todo mal", dijo ella, "no tenéis deudas que pagar, no tenéis promesas que cumplir. Habéis mantenido la fe y caminado con honor el camino que conducía a estas tumbas. No os demoréis aquí con la esperanza de vengaros de los que os mataron. Os espera una gran felicidad en el Oeste. El espíritu Búho os mostrará cómo poner los pies en el Sendero de las Almas. Marchad ahora, comenzad vuestro viaje".

    Después de que ella hubo hablado, la gente rompió las varitas de sauce de los árboles que crecían junto al agua y las pusieron de pie sobre los montículos de tierra. Pájaro Rojo tomó el pedazo de manta roja y lo ató al extremo de la varita sobre la tumba de Lirio Que Flota.

    Tu camino en esta tierra fue corto, hija mía. Pero la tierra no es un buen lugar para nuestra gente en este momento. Y muchos, muchos de tus hermanos y hermanas Sauk viajarán contigo en el Sendero de las Almas. Camina ahora al Oeste, y tu padre y tu hermano y yo te seguiremos algún día y todos estaremos juntos de nuevo.

    Cuando se alejó de la tumba, recordó que, dos días atrás muy al norte, había visto esta tumba en su mente y se había desmayado. Con el corazón hundido, comprendió lo terribles que eran los poderes de chamán que ella había anhelado toda su vida.

    Los cuchillos largos se habían sentado en silencio junto al camino, dejando que sus caballos pastaran mientras la gente enterraba a sus muertos. No parecían preocupados de que alguien pudiera intentar escapar. Después de todo, ¿a dónde podría ir un Sauk en este país? Antaño podían haber caminado libremente a cualquier parte a este lado del Río Grande. Ahora todos los que vivían en esta tierra los odiaban.

    Pájaro Rojo no podía saber si los cuchillos largos estaban avergonzados de haber dejado que mataran a estas personas. Quizá estaban contentos, tal vez no les importaba. Cuando la gente salió del bosque, los cuchillos largos se pusieron de pie, silenciosos e inexpresivos, y montaron nuevamente en los caballos para el viaje hacia el Sur.

    Zarpa de Lobo caminó junto a Pájaro Rojo y Pluma de Águila. Pájaro Rojo extrañaba el familiar peso del bebé sobre la espalda y comenzó a llorar de nuevo. Sus senos, llenos de leche que no sería succionada, comenzaron a dolerle.

    Después de haber caminado mucho tiempo en silencio, Zarpa de Lobo dijo: "Te he fallado, Pájaro Rojo. Me pediste que protegiera a tus hijos. Envié a mis propias esposas y a mis hijos a la muerte, y ahora no salvé a tu hija. No soy un hombre".

    Los ojos pálidos no habían matado a Zarpa de Lobo, pensó Pájaro Rojo, pero habían matado su espíritu. Ella trataría de curarlo. Nada le devolvería a Lirio Que Flota, pero tal vez ella pudiera darle una nueva vida a este hombre.

    Cuando se detuvieron a dormir esa noche, ella se acostó en el suelo de espaldas para mirar al cielo. Pluma de Águila se acurrucó cerca de ella, Zarpa de Lobo y Viento Dobla la Hierba yacían cerca.

    Un pájaro apareció en la rama de un árbol sobre su cabeza.

    Aunque era de noche, de alguna manera ella podía ver que el plumaje del pájaro era de un rojo tan brillante como la tira de manta que había dejado en la tumba de Lirio Que Flota. Alrededor de sus ojos había una máscara negra, y en su cabeza una cresta de plumas color rojo.

    El pájaro voló hacia la rama de una árbol más distante y ella sintió que la llamaba para que lo siguiera. Se puso en pie y ninguna de las personas dormidas la oía. Pasó junto a un cuchillo largo en guardia con un rifle y él miró a través de ella.

    El pájaro brillante se lanzó hacia una abertura negra en la ladera sobre el río, y Pájaro Rojo lo siguió. En la cueva, lo único que podía ver era el brillo de las alas rojas muy por delante de ella. Tras muchos giros y vueltas, ella descendió un largo camino.

    Comenzó a ver luz delante. Aparecía tan gradualmente que sus ojos se acostumbraron a ella fácilmente, y cuando llegó a una cámara brillantemente iluminada, ella ni estaba deslumbrada ni cegada.

    Las paredes de la cámara se elevaban muy por encima de ella, sólidas, lisas y transparentes como el hielo, y brillaban con una luz que parecía estar en todas partes tras ellas. Oyó un murmullo y un crujido, y vio en los nichos esculpidos de la pared muchos tipos de criaturas, plantas, animales y pájaros. Observó a los peces que nadaban inquietos en un oscuro estanque que formaba la mayor parte del suelo.

    En el centro del estanque había una isla, y en la isla una enorme y vetusta Tortuga sobre cuatro arrugadas patas gris verdoso.

    Bienvenida, hija, dijo la Tortuga.

Capítulo 22

Renegado

    Raoul se sentó en el borde de su silla en la sala de reuniones del Fuerte Crawford esperando que los guardias trajeran a Auguste. En una fila junto a él se sentaban otros siete oficiales de la milicia, todos ellos habían sido testigos contra los líderes indios.

    Raoul descubrió de pronto que estaba temblando de impaciencia.

    Que hoy sea el día, fue casi una oración, pero no sabía quién escucharía esa oración, que le cuelguen hoy.

    Que yo pueda ver a ese maldito mestizo morir.

    Hoy, los comandantes del ejército que habían derrotado a Halcón Negro les dirían a los líderes Sauk y Zorro su destino. Los indios menos importantes debían ser tratados primero, por lo que Auguste vendría ahora.

    Raoul observó con avidez cómo Auguste entraba entre dos soldados con las muñecas esposadas y una bola de hierro al final de una cadena atada a los tobillos. La vista del mestizo encadenado era más satisfactoria que un buen trago del Old Kaintuck.

    Raoul no había visto a Auguste desde el día en que se habían enfrentado, demasiado brevemente, en aquella sangrienta isla en la boca del Mal Hacha. De nuevo Raoul vio que la oreja derecha de Auguste, parcialmente cubierta por sus largos mechones negros, estaba dividida en dos mitades superior e inferior, con un parcialmente curado hueco rojo entre ellas.

    La bala de Eli debió de haberle atravesado la oreja en lugar de la cabeza. Y, conociendo a Eli, eso no fue por accidente. Por eso dijo que me encontraría una sorpresa en el Territorio de Michigan.

    Los dedos de Raoul se movían en su regazo. Ese viejo bastardo con dientes huecos le había mentido deliberadamente sobre la muerte de Auguste. ¿Por qué? ¿Qué podría ganar él manteniendo vivo a Auguste?

    Los oscuros ojos de Auguste se abrieron cuando se encontraron con los de Raoul, y desde el otro lado de la habitación su odio golpeó a Raoul como un puñetazo. Raoul recordó a la mujer cuya garganta había cortado.

    Su madre. Pero matarla no es suficiente para compensarme por Clarissa, Phil y Andy, y por la quema de Victoire.

    Auguste le dio la espalda a Raoul y encaró a los tres comandantes, que estaban sentados a una larga mesa tras la cual una gran bandera estadounidense estaba clavada en la pared de yeso.

    En el centro estaba el General Mayor Winfield Scott, por fin llegado desde el Este para hacerse cargo de lo que quedaba de la guerra. Raoul confiaba en que Scott hubiera venido aquí con las órdenes del presidente Jackson de enviar a esta manada de salvajes al patíbulo. El general había escuchado atentamente todo lo que Raoul tenía que decir contra el mestizo. Raoul desconfiaba del elegante uniforme de Scott, de sus pesadas charreteras trenzadas de oro y el penacho blanco en el sombrero ladeado, pero las facciones de Scott eran severas, sus cejas rectas y negras, su nariz afilada y con la boca apretada. Raoul no veía lástima en la mirada que el general le dirigía a Auguste.

    Flanqueando a Scott estaban el coronel Zachary Taylor y el General de Brigada de barba blanca Henry Atkinson, quien había comandado la milicia y las tropas hasta la batalla en el Mal Hacha.

    Winfield Scott miró un documento ante él y dijo: "Auguste de Marion, por algunos también llamado Oso Blanco, se te nombra en el informe del Coronel Taylor como uno de los líderes del levantamiento de Halcón Negro. Hemos escuchado el testimonio de que eres un renegado y un asesino".

    Auguste miró a Raoul y luego dijo: "¿Tengo derecho a escuchar lo que se ha dicho en mi contra?"

    Scott negó con la cabeza: "Esto es solo una audiencia, no un tribunal militar. ¿Qué tienes que decir en tu defensa?"

    "Aconsejé a mi gente que mantuviera la paz", dijo Auguste, "y la Banda Británica no siguió mi consejo, así que no soy un líder. Y nunca he matado a nadie, así que no soy un asesino. En cuanto a ser un renegado. Nací como Sauk. No soy más renegado que cualquier otro miembro de mi tribu que haya seguido a Halcón Negro".

    La voz de Auguste sonó fuerte y clara. Raoul notó que su habla parecía tener más acento del que recordaba. Probablemente por haber vivido con indios y hablar solo su lengua durante casi un año.

    ¿Hace solo un año que lo expulsé de Victoire? Parece que ha pasado toda una vida.

    Scott echó una mirada de reojo a Taylor y Atkinson.

    "Nos han dicho que eres ciudadano americano", dijo Zachary Taylor.

    Auguste dijo: "Señor, mi padre era Pierre de Marion, ciudadano americano y, porque ese fue su deseo, viví como un hombre blanco durante seis años. Pero mi madre era Mujer Sol de la tribu Sauk y permanezco siendo un Sauk en mi corazón".

    Scott dijo: "Tu corazón no le importa a la ley. ¿Cuál fue tu conducta durante la guerra?"

    Raoul escuchaba con la sangre martillando en el cráneo, el relato de Auguste sobre Arroyo del Viejo. Auguste lo nombró, se giró y lo señaló.

    "Luego vino hacia mí para dispararme. Corrí hacia la hierba alta. Eli Greenglove, uno de sus hombres, me disparó". Se tocó la oreja destrozada. "Estaba oscuro y los hombres estaban borrachos, y pude permanecer vivo fingiendo estar muerto. Cuando Halcón Negro descubrió que habían disparado a sus emisarios, creyó que no tenía más remedio que seguir luchando. Fue entonces cuando la Banda Británica comenzó a atacar a los blancos".

    La ira llevó a Raoul a ponerse en pie: "Señor, debo responder a eso".

    Scott volvió sus ojos azules hacia Raoul: "Eso no será necesario, Coronel. Ya he tenido un informe completo de lo que sucedió en Arroyo del Viejo". Raoul escuchó un leve desdén en el elegante acento de Virginia de Scott y sintió que su rostro se sonrojaba.

    Scott consultó entre murmullos con Taylor y Atkinson. Raoul se sentó lentamente y tamborileaba con los dedos en la rodilla. Levantó la vista y vio a Auguste mirándolo fijamente, con las manos esposadas apretadas en puños. Raoul se obligó a mantener la mirada de Auguste.

    Chamán. Me pregunto si tiene algún poder para dañarme.

    Tonterías.

    Pero, ¿qué está pensando, qué está planeando?

    Scott dijo: "Hemos leído las declaraciones de la señorita Hale y el muchacho Woodrow Prewitt que afirman que Auguste y su squaw les protegieron y cuidaron mientras eran cautivos de los Sauk y que Auguste eventualmente los condujo a un lugar seguro".

    Raoul apretó la mandíbula y el aliento le bullió por la nariz. Deseó poder darle a Nancy Hale con el dorso de la mano en su cara engreída. Los pieles rojas habían asesinado a su padre. La habían secuestrado. Probablemente la habían violado, aunque eso ella nunca lo admitiría. ¿Cómo demonios podía defender a este mestizo?

    Scott dijo: "Me parece que no tenemos evidencia de que este hombre haya hecho ningún daño a los Estados Unidos ni a ninguno de nuestros ciudadanos. Sin embargo, hay serias acusaciones contra él, como el cargo de instigar la incursión de los Sauk sobre Víctor. Si él no es legalmente un indio, lo cual esta junta de investigación no tiene competencia para determinar, entonces cualquier acto de guerra en el que participó fueron crímenes contra el pueblo de Illinois. Su culpabilidad o inocencia debe decidirlo un tribunal civil. Y el lugar apropiado sería el condado donde vivía con su padre, donde habría registros y testigos".

    Raoul apenas pudo contenerse para saltar y gritar por el triunfo. Se obligó a mirar a otro lado que no fuera Auguste, sabiendo que lo que sentía sería demasiado fácil de leer para los demás.

    "Es mejor que me cuelgue usted mismo, general", dijo Auguste en voz baja, señalando a Raoul. "Él dirige todo el condado. Ningún testigo se atreverá a presentarse a mi favor, y él ha hecho destruir todos mis registros".

    "Sin registros, nada se puede probar contra ti", dijo Scott.

    Raoul sintió que se le abría un hueco en el estómago. ¿Qué demonios había hecho Burke Russell con los registros de adopción de Auguste y el testamento de Pierre? Los malditos indios habían matado a Russell y esa bella esposa suya se había negado a hablar con Raoul.

    Auguste dijo: "Pero, señor, no creo que haya un tribunal en el Condado de Smith para juzgarme".

    Zachary Taylor barajó algunos papeles: "Sí, lo hay. El Condado de Smith tuvo una elección especial un mes después de ese ataque indio. Comisionados electos del condado, y un hombre llamado Cooper es juez del tribunal de circuito. Creo que podemos garantizarle a Oso Blanco, o a Auguste de Marion, un juicio adecuado".

    Raoul apretó los puños. Las cosas se habían puesto mal en el Condado de Smith mientras él había estado fuera luchando contra los Sauk.

    El general Atkinson dijo: "No sé respecto a esos diecisiete hombres, mujeres y niños que fueron asesinados en ese ataque. Enviar a este hombre a ser juzgado allí podría simplemente condenarlo a muerte por la ley de Lynch".

    Ojalá fuera así de simple. Al recordad la fría recepción que había recibido de Víctor cuando había ido allí para equipar el Víctoria para la guerra, Raoul comenzó a tener dudas sobre si las cosas saldrían bien.

    Tendré que reunir a mis muchachos del Condado de Smith y asegurarme de que Cooper lleve ese juicio correctamente.

    Raoul echó un vistazo a Auguste y vio que su rostro estaba en ese molde duro e inexpresivo que los indios adoptaban cuando no querían mostrar lo que estaban sintiendo.

    Scott dijo: "Envíe a un buen oficial y a un par de hombres a Víctor para escoltar a este hombre y asegurar un juicio justo".

    "Correcto, señor", dijo Zachary Taylor, haciendo una nota. "El teniente Jefferson Davis y dos hombres alistados lo acompañarán".

    ¡Maldita sea!. Taylor había aprovechado la oportunidad para enviar al teniente Davis fuera del fuerte, pensó Raoul con fastidio. El rumor por el Fuerte Crawford era que Davis estaba cortejando a la linda hija de Taylor, y Taylor no lo aprobaba.

    Scott volvió su mirada hacia Raoul; "Y usted, Coronel de Marion. Según todos los informes, usted es un ciudadano muy prominente en esa comunidad. Es obvio que hay mala sangre entre usted y su sobrino. Lo responsabilizaré a usted si hay violencia contra él".

    "Entendido, señor", dijo Raoul con bastante calma, pero odiando oír referirse al mestizo como su sobrino. La amenaza de Scott era vacía; una vez que el general regresara al Este, no le importaría el destino de un mestizo en la frontera.

    Scott se volvió hacia Auguste con una sonrisilla: "Mientras estés en juicio, negociaré un tratado con los Sauk. Y después de eso, si no te ahorcan, creo que el presidente Jackson estaría de lo más interesado en conocerte".

    ¿Un tratado? ¿Una reunión con Jackson? Raoul tembló de ira y pudo evitar por poco soltar un grito. ¿Significaba eso que Scott no iba a colgar a Halcón Negro y a los demás? ¿Estaba llevando a los líderes Sauk a reunirse con el Presidente?

    Bueno, si lo hace, el mestizo no estará con ellos, pensó Raoul, consolándose con la imagen de una cuerda de cáñamo alrededor del cuello de Auguste.

***

    ¡Mi bebé!.

    Auguste se sintió tan pesado como si se hubiera convertido en piedra. Se sentó encorvado sobre el lecho de tablones bajo un colchón de hojas de maíz, en su celda en el ayuntamiento de Víctor, agarrándose el estómago mientras las lágrimas le caían de los ojos.

    Después de lo que Frank Hopkins le acababa de decir, ya no le importaba lo que le sucediera aquí en Víctor. Esas personas habían matado a Lirio Que Flota. Que le mataran a él también. No quería vivir en un mundo que había matado a su hijita.

    Sintió una reconfortante mano en el hombro. La miró y vio los dedos ennegrecidos de tinta de Frank presionando la camisa azul que sus captores en el Fuerte Crawford le habían dado.

    Él alzó la vista y vio los ojos tristes del abogado Thomas Ford sobre él, pero los gestos y miradas amables no significaban nada para él ahora. ¿Cómo podía la gente arrancar a una niña de los brazos de su madre y golpearla hasta la muerte?

    Pero los grupos de guerra Sauk también habían matado niños. Todas las personas son crueles, blancas y rojas.

    "Estaría mejor caminando el Sendero de las Almas", dijo en voz baja.

    Mi madre y mi hija, Mujer Sol y Lirio Que Flota, ambas muertas.

    "Nancy, Nicole y yo intentamos detenerlos", dijo Frank con los ojos húmedos, "pero la multitud era demasiado grande. No pudimos pasar hasta que fue demasiado tarde. Nancy nos dijo que el bebé era tu hija. Nicole y Nancy intentaron todo lo que pudieron para consolar a tu esposa".

    Por lo que él sabía, Pájaro Rojo podría pensar que él estaba muerto. Le había pedido a sus guardias del Fuerte Crawford que le comunicaran que estaba vivo, pero no tenía idea de si alguno de sus mensajes le había llegado.

    Ford, el abogado de Vandalia que Frank había contratado para defender a Auguste, dijo: "Lo que sucedió muestra cuán enojados están los habitantes de Víctor contra los Sauk. Sigo creyendo que tenemos que pedir un cambio de lugar". Ford era un hombre bajito y esbelto con cara redonda y ojos brillantes e inteligentes. Apoyado en la pared de troncos toscamente tallada de la celda de Auguste, llevaba un levita marrón oscuro de cuello alto que le llegaba hasta las orejas.

    Frank dijo: "Mucha gente aquí siente una gran pena por Auguste. Y muchos de nosotros decidimos, después de sobrevivir al asedio, que no soportaríamos más la ilegalidad que representan Raoul y su personal".

    Pero Raoul está de vuelta ahora, pensó Auguste. Comenzará a tomar el control de nuevo.

    Ford dijo: "Bueno, Auguste debería decirnos lo que piensa. Es su cuello".

    Auguste respiró hondo. El olor limpio de la madera recién cortada le llenó las fosas nasales. Un buen olor, pero le recordaba que este ayuntamiento había sido reconstruido recientemente, que en junio pasado la incursión de Zarpa de Lobo lo había quemado todo en Víctor, excepto el puesto comercial de Raoul ¿Cómo podía él tener un juicio justo aquí?

    Auguste dijo: "Al menos aquí tengo algunas personas que me conocen y se preocupan por mí".

    Ford suspiró: "Así sea. Frank, quiero una lista de todos los hombres que estaban en la multitud que atacó a los prisioneros Sauk. No queremos que ninguno de ellos se siente en el jurado".

    Mientras Frank y Ford discutían las tácticas del tribunal, Auguste por esta pequeña cámara oscura en el segundo piso del ayuntamiento. Podría ser su último hogar en la tierra. La única ventana era un cuadrado enrejado en la pared sur. demasiado pequeño para dejar entrar mucha luz, o para que un hombre escapara. Esta mañana una lluvia ligera caía salpicando por la ventana y la celda era húmeda y fría.

    Cuando Frank había construido esta celda, no imaginaba que su propio sobrino sería un prisionero en ella.

    "Tenemos mucho trabajo por hacer, Auguste", Ford interrumpió sus pensamientos. "Hasta ahora no puedo encontrar a nadie que confirme tu historia sobre lo que sucedió en Arroyo del Viejo. Este Otto Wegner cuya vida salvaste, él y su familia se mudaron al país de Texas en México".

    Frank dijo: "Tenemos dos personas que testificarán que los protegiste y que nunca participaste en ningún grupo de guerra mientras ellos fueron prisioneros de la Banda Británica: la señorita Hale y el muchacho Woodrow".

    Ante la mención del nombre de Nancy, Auguste sintió que su corazón se comprimía. Sabía que ella se había quedado en Víctor a enseñar en una nueva escuela que Frank había construido para ella en el solar de la iglesia de su padre. Su ausencia durante la semana que él había estado aquí le había dolido profundamente.

    "Frank", dijo él, "¿por qué Nancy no ha venido a verme?"

    Thomas Ford dijo: "La señorita Hale es una joven muy brillante, y en lugar de apresurarse a visitarte cuando llegó, esperó hasta que yo llegara y me preguntó qué debía hacer. Le dije que no debía haber el menor indicio de que existía algo entre vosotros dos. Si la gente creyera que ella había sido íntima contigo, la considerarían una mujer libertina, y doblemente pues tú eres indio. La gente no escucharía una palabra de lo que ella dijera".

    "Entiendo", dijo Auguste sintiéndose amargado, pero también sintiendo que la carga de dolor que él había soportado desde su llegada a Víctor se había aliviado un poco. Nancy no le había olvidado, como él había temido que haría después de regresar con los blancos. Sintió vergüenza de haber imaginado que ella se volvería contra él. Y cuando comenzara el juicio, al menos la volvería a ver.

***

    El olor a madera recién cortada impregnaba la sala del tribunal en el primer piso del ayuntamiento, igual que la celda de Auguste, Frank debió de haber trabajado siete días a la semana desde el junio pasado, pensó Auguste. A pesar haber contratado a media docena de asistentes, era un milagro que Frank hubiera encontrado tiempo para escribir y publicar su periódico.

    El juez David Cooper, un hombre de rostro cuadrado y musculoso y ojos azules penetrantes, estaba sentado a una larga mesa con las banderas de los Estados Unidos y el estado de Illinois en las gradas detras de él. Había un mazo de carpintero sobre la mesa, probablemente prestado por Frank. Auguste pensó tener un vago recuerdo de la presencia de Cooper y de decirle algo a Raoul el día que fue expulsado de Victoire. Auguste se puso de pie cuando Cooper leyó los cargos de complicidad en el asesinato de 223 ciudadanos del estado de Illinois por la Banda Británica de las tribus indias Sauk y Zorro.

    Detrás de Auguste estaban sentados tres abrigos azules, el teniente Jefferson Davis y sus dos cabos. El fiscal Justus Bennett y su asistente ocupaban una tercera mesa. La sala del tribunal aún no estaba terminada, los doce miembros del jurado se sentaban a un lado de la sala en dos bancos prestados de la iglesia presbiteriana.

    Auguste solo conocía a tres de los jurados. Robert McAllister, un agricultor cuya familia había sobrevivido a la incursión de Zarpa de Lobo escondiéndose en su sótano. Tom Slattery, el herrero; y Jean-Paul Kobell, un mozo de cuadra de Victoire. No tenía razón para pensar que alguno de los tres le causara ninguna mala voluntad especial, aunque ellos podrían tener una buena razón para odiar a cualquier Sauk. A los otros no los conocía en absoluto, lo que implicaba que se habrían mudado a Víctor después de que él se hubo marchado.

    Detrás de los participantes del juicio, unos cincuenta ciudadanos del Condado de Smith se apiñaban para entrar en la sala del tribunal, sentándose en sillas o en bancos que habían llevado ellos mismos al salón del pueblo. La mayoría estaba de pie junto a la pared.

    Durante la primera hora del juicio declaraba Raoul de Marion, el primer testigo de la acusación. Él se dejó caer en una silla junto a la mesa del juez.

    Auguste se sentó con fría furia cuando escuchó, por primera vez, un relato de la guerra entre la Banda Británica y el pueblo de Illinois, ya que muchos ojos pálidos debían de haberla visto. Una banda asesina de salvajes había invadido el estado. Los valientes voluntarios les habían perseguido, resistido la pérdida de camaradas, pero eventualmente triunfaron, administrando una justa represalia al exterminar a la mayoría de los invasores.

    Bennett, un hombre delgado cuyos hombros redondos le daban una mirada serpentina, se giró hacia Thomas Ford: "Su testigo, señor".

    Ford, muy erguido en contraste con Bennett, se levantó y caminó hacia Raoul: "Sr. de Marion, ¿por qué la noche del 15 de septiembre de 1831 ofreció una recompensa de cincuenta piezas de ocho a cualquiera que matara a su sobrino Auguste de Marion?"

    "Protesto", exclamó Bennett desde su asiento "Esto no tiene nada que ver con la conducta del acusado en la Guerra de Halcón Negro".

    "Al contrario, Su Señoría", dijo Ford "Esto explica cómo mi cliente acabó involucrado en la guerra".

    "Protesta denegada", dijo David Cooper.

    Después de que Ford repitiera su pregunta, Raoul dijo: "No recuerdo haber ofrecido ninguna recompensa".

    "Puedo presentar al menos diez testigos que le oyeron y le vieron sostener en alto una bolsa de dinero".

    "Bueno, él me provocó. Había intentado quitarme la herencia".

    "Al parecer usted ya tenía el control de la propiedad. Por la fuerza de las armas. ¿Era necesario proseguir e incitar a los hombres a matarlo?"

    "Me imaginé que él podría hacer exactamente lo que hizo: agitar a los Sauk contra nosotros e intentar usarlos para quitarme la tierra".

    Ford se giró hacia el jurado y los espectadores pudieron ver la expresión incrédula en su rostro. Auguste sintió una calidez por Ford. Parecía saber lo que estaba haciendo, pero le inquietaba saber que su vida estaba en manos de otro hombre, por muy competente que fuese.

    "¿Y por qué quiso disparar a Auguste cuando acudió hasta usted con una bandera blanca en el Arroyo del Viejo?"

    "Estaba tratando de llevarnos a una emboscada".

    Ford suspiró, juntó las manos a la espalda y se alejó unos pasos de Raoul. Lanzó una mirada exasperada al jurado, como diciendo: ¿Qué voy hacer con este hombre?

    Luego se giró de repente y dijo: "Sr. de Marion, en 1812, cuando usted solo era un niño, ¿no estuvo presente en el incidente conocido como la Masacre del Fuerte Dearborn?"

    "Protesto", dijo Bennett. "Es evidente que esto no tiene nada que ver con el hombre que está siendo juzgado".

    "Va dirigido al carácter del testigo, Su Señoría", dijo Ford.

    "Le dejaré hacer la pregunta", dijo Cooper "Por favor, responda, señor de Marion".

    Raoul se encorvó y su rostro se oscureció: "Dios sabe que estuve en el Fuerte Dearborn".

    "¿Y no vio a su hermana horriblemente asesinada por los indios? ¿No fue usted sometido a dos años de cautiverio y esclavitud?"

    "Sí, lo fui". Las palabras salieron en un ronco susurro.

    Ford dijo: "Sr. de Marion, después de esas terribles experiencias de la infancia, que su hermano intentara traer a un indio a la familia debió de haberle parecido un supremo insulto. Le achaco que sus acusaciones contra Auguste no provienen de ninguna fechoría del acusado, sino por su odio hacia él por ser indio".

    Justus Bennett se puso de pie: "Protesto. El honorable abogado defensor no hace preguntas. Está haciendo un discurso que difama al testigo".

    Cooper asintió con la cabeza, "Se acepta la protesta". Se giró hacia el jurado y dijo: "El jurado olvidará todo lo que acaba de decir el abogado defensor".

    Auguste negó con la cabeza. ¿Cómo puede un hombre olvidar algo que acaba de escuchar tan claramente? En todos sus años de vida entre los ojos pálidos, nunca había asistido a un juicio. Ahora, en el juicio por su propia vida, veía que las costumbres de los ojos pálidos eran aún más extrañas de lo que jamás había imaginado.

    El siguiente testigo del fiscal fue Armand Perrault.

    Al ver a Armand, Auguste estalló en un sudor frío de furia. Fue este hombre, le había dicho Frank, quien arrancó a Lirio Que Flota de los brazos de Pájaro Rojo. Al caminar hacia la silla del testigo, Armand evitó los ojos de Auguste. Siempre, antes de haber disparado a Auguste, le había mostrado miradas de odio. Hoy estaba mostrando su culpa.

    Dolorosos nudos se extendieron por todos los músculos de Auguste. Si estuviera solo con Armand, se arrojaría sobre él y trataría de matarlo con sus propias manos. Pero en esta sala llena de gente estaba indefenso. Sus manos tensaron los eslabones de la cadena hasta que le dolieron.

    Sintió un firme agarre en su antebrazo; Ford, sentado a su lado, haciéndole saber que sentía su dolor.

    Conducido por las preguntas de Bennett, Armand repitió la afirmación de Raoul de que los tres mensajeros de la paz eran en realidad la vanguardia de un ataque Sauk.

    "¿Por qué siguen insistiendo en esto?" le preguntó Auguste a Ford en un susurro.

    "Te convierte en un asesino", dijo Ford por el costado de su boca, "si intentaste llevar a los milicianos blancos a una trampa en Arroyo del Viejo".

    Cuando fue el turno de Ford de interrogar a Armand, dijo: "Usted apretó el gatillo sobre uno de los mensajeros de paz de Halcón Negro, ¿no es cierto?"

    "Sí", dijo Armand con los dientes brillantes en su barba marrón. "Y no fallé".

    "Y usted mató a un bebé indio en el camino que atravesaba la ciudad hace unas tres semanas, ¿no es cierto?"

    "No lo recuerdo".

    Ford levantó las manos hacia el techo con vigas: "Vamos, señor Perrault. Más de cien personas le vieron arrancar el bebé de los brazos de su madre".

    "Aquellos eran los mismos indios que vinieron aquí y asesinaron a mi esposa, Monsieur Légiste".

    "Ese bebé probablemente ni siquiera había nacido cuando asesinaron a su esposa, Sr. Perrault".

    Si alguna vez quedo libre, te mataré, Perrault. Por el espíritu de Oso Blanco, lo juro..

    Un escalofrío se apoderó de Auguste ante su propio pensamiento. Recordó la advertencia de Tallador del Búho sobre intentar dirigir el poder de los espíritus contra cualquier otro ser humano. Le esperaban terribles consecuencias al chamán que lo hacía.

    Probablemente me van a colgar. ¿Qué más me puede pasar?

    Auguste escuchó la voz de Raoul desde algún lugar detrás de él, entre los espectadores: "¡Ey, Bennett! ¿No vas a decir nada? ¿Qué tiene que ver esto con el mestizo?"

    "¡Orden!" Cooper golpeó la mesa con un mazo de carpintero.

    Bennett se levantó un poco inseguro: "Con su permiso, Señoría. Llamé a declarar al Sr. Perrault para testificar sobre lo que sucedió en el Arroyo del Viejo. No veo por qué el abogado de la defensa está planteando este otro incidente".

    "De acuerdo, Señoría", dijo Ford. "No tengo más preguntas para este asesino de bebés". Auguste vio una palidez repentina en la parte de la cara de Armand no cubierta por la barba.

    "¡Protesto!" gritó Bennett.

    Ford pareció dolido: "¿Qué hay de malo, en el nombre del cielo, en llamar a una espada, una espada?"

    Cooper dijo: "Bueno, trate de mantener un lenguaje un poco más elevado, señor Ford".

    "Ciertamente, Señoría, no tengo más preguntas para este infanticida".

    Cuando Ford dio la vuelta para sentarse, Auguste vio una sonrisilla arrugando la cara del juez Cooper, luego esta desapareció. Él comenzó a sentir la esperanza agitarse en un corazón que había estado pesado desde su llegada a Víctor. Este juicio no sería conducido por la ley de Lynch.

    Pero seguía ardiendo de odio hacia Armand Perrault. Se giró para ver a Perrault volver a su asiento.

    Y su piel cosquilleó. Justo detrás del tenue rostro del teniente Davis, Nancy estaba sentada a solo dos filas de sillas de distancia. Sus profundos ojos azules se abrieron al mirarlo. Su sonrisa era, como la de Cooper, solo una breve sombra. pero su rostro se sonrojó y sacudió la cabeza casi imperceptiblemente.

    Auguste entendió. Como Ford había dicho, si Nancy testificaba en su nombre, la gente no debía saber lo que habían sido el uno para el otro. Todo el odio de la gente por los hombres rojos llegaría a ebullición y colgarían a Auguste por haber tenido relaciones íntimas con una mujer blanca, como poco. Él asintió ligeramente y apartó los ojos de los de Nancy.

    Woodrow estaba sentado junto a ella, sosteniéndole la mano. Él no tenía necesidad de ocultar sus sentimientos y le mostró a Auguste una gran sonrisa. Auguste le devolvió la sonrisa, pero al ver a Woodrow, el anhelo por Pluma de Águila fue un cuchillo en su corazón..

    Ni siquiera sé si Pluma de Águila sigue vivo.

    Y la tristeza por la pobre y pequeña Lirio Que Flota lo aplastó.

    Allí estaban Frank y Nicole sentados juntos con Patrick, uno de sus hijos más pequeños retorciéndose en el regazo de Nicole. La vista del bebé le hizo querer llorar.

    Allí estaban Elysée y Guichard, dos ancianos sentados uno al lado del otro. El abuelo tenía su propia casa ahora, se lo había contado a Auguste cuando había ido a visitarlo, una casita en una ladera al norte de la ciudad, también construida por Frank. y un joven doctor llamado Surrey que acababa de mudarse al condado revisaba a Elysée regularmente.

    Es bueno que tengan un nuevo doctor aquí.

    Lástima, sin embargo, que Gram Medill había muerto de una infección, había oído Auguste, ella se habría negado a dejar que el Dr. Surrey tratara a los pacientes.

    Auguste vio muchos más espectadores a los que no reconocía, personas que le devolvían una mirada de hostilidad o, en el mejor de los casos, curiosidad.

    Una joven atractiva con sombrero y vestido negros llamó su atención. Había una extraña intensidad en su mirada, pero su boca estaba tensa, y él no podía saber si ella sentía odio o simpatía por él. Entonces recordó quién era, Pamela Russell, viuda del secretario municipal cuyos sesos habían sido destruidos por un garrote de guerra Sauk durante el ataque contra Víctor. Nicole, en una de sus visitas al ayuntamiento, le había descrito la muerte de Russell y le había contado que Pamela había insistido en encender el cañón que rompió el ataque del grupo de guerra.

    Probablemente ella querrá ser la que me ponga la soga al cuello.

    El fiscal llamó a Levi Pope al estrado. El tembloroso hombre de los bosques sostenía en la mano su gorro de piel de mapache mientras se acercaba a la silla del testigo. Esta era la primera vez que Auguste podía recordar haberlo visto sin un rifle. Tal ausencia lo hacía parecer extraño.

    Bennett llevó a Levi Pope a través de un relato del Arroyo del Viejo. Luego Thomas Ford se levantó para interrogarlo.

    "De acuerdo, Levi. Cuando los tres indios, incluido Auguste, llegaron a su campamento con la bandera de la paz, ¿cómo supo usted que se trataba de una traición?"

    Levi frunció el ceño y sacudió la cabeza: "Bueno, cuando vimos que el bosque estaba lleno de inyos".

    "Veamos, hemos escuchado muchas veces durante este juicio que «el bosque estaba lleno de inyos» ¿Cuántos indios vio usted?"

    "'No fui yo quien los vio. Fueron los exploradores que el Coronel Raoul envió".

    "¿Entonces no vio usted ninguna señal de que los indios estuvieran intentando conducirles a algún tipo de trampa?"

    "Bueno... no, señor".

    "Y cuando cabalgó usted al bosque en el lado norte del Arroyo del Viejo, ¿vio algún indio?"

    "No, señor. Debían de haber huido para entonces".

    "¿Cuándo se encontró usted con los indios por primera vez?"

    "Oh, cabalgamos tal vez una hora por el río. Estaba completamente oscuro entonces, y ellos bajaron de una colina frente a nosotros, chillando y gritando".

    "Un ataque frontal, entonces. Si los indios planeaban una emboscada, ¿qué ganaban enviando tres hombres a su campamento alegando que querían hablar de rendición?"

    La cara de Levi Pope pareció alargarse mientras contemplaba la pregunta de Ford: "No lo sé correctamente".

    "¿Cree usted que los indios son estúpidos, señor Pope?"

    "Bueno, fueron estúpidos por comenzar esta guerra". Levi le sonrió a Ford pareciendo complacido consigo mismo. Auguste escuchó algunas risas apreciativas de los espectadores. Él se giró y vio a la esposa de Levi Pope, una mujer delgada y pálida, frunciendo el ceño a su marido, como si su testimonio la hubiera hecho enojar.

    Ford asintió e hizo una pausa para responder mientras paseaba por el espacio abierto frente a la mesa del juez y dejaba que su mirada tranquila recorriera a todos los espectadores y jurados. Esperó hasta que el salón estuvo en silencio.

    "Quizá los indios pensaban también que esta era una guerra estúpida, señor Pope. Quizá esa fue la verdadera razón por la cual Halcón Negro envió a esos tres valientes a su campamento".

    "Protesto", exclamó Bennett, "el Sr. Ford solo está especulando".

    Ford dijo: "Señoría, la afirmación del Coronel de Marion y otros de que el intento indio de hacer la paz, en el cual participó Auguste de Marion, fue una especie de horrible truco es, en sí misma, meramente especulación".

    El juez Cooper gruñó: "Bueno, vamos a ceñirnos a lo que la gente sabe, no a lo que cree saber".

    "Me parece bien, Señoría", dijo Ford, "siempre y cuando la acusación se ciña al mismo estándar".

    El estómago de Auguste se tensó al escuchar a Ford hablar bruscamente con el juez. Había visto algo de esperanza en Cooper. Él no quería que el juez se enojara. Luego se desplomó, dejando que sus manos esposadas colgaran. ¿Qué diferencia había? No había esperanza para él de todos modos.

    Ford regresó a su asiento sonriendo sombríamente a Auguste, y Levi Pope, un tanto perplejo, regresó a su lugar entre los espectadores. El juez Cooper declaró que los procedimientos habían terminado ese día y que la defensa llamaría a sus testigos mañana.

    Sin esperanzas, Auguste se puso de pie y se inclinó para recoger la bola de hierro encadenada a su pierna. Tal vez, pensó, la ley de Lynch fuese mejor. Al menos no prolongaría su sufrimiento, no le haría revivir momento a momento todo lo que él y aquellos que amaba habían sufrido durante el año pasado. Y tarde o temprano terminaría en el mismo lugar: una tumba.

    Al día siguiente, Nicole estaba sentada en la silla de los testigos, respondiendo las preguntas de Ford con una voz suave y melodiosa.

    Ford preguntó: "¿Está de acuerdo, señora Hopkins, con la acusación de su hermano de que Auguste es un renegado y un asesino?"

    La cara de Nicole se enrojeció de ira: "¡Dios mío, no! Auguste nunca se volvió contra nosotros. Salió del condado de Smith porque Raoul lo habría asesinado si se hubiera quedado. Auguste nunca ha hecho daño a nadie".

    El siguiente testigo de Ford fue la Sra. Pamela Russell. Al escuchar a los espectadores murmurar preguntas después de que Ford gritara su nombre, Auguste se preguntó con ansiedad qué podría decir una mujer cuyo marido había sido asesinado por la incursión de Zarpa de Lobo sobre Víctor que pudiera ayudarlo. El vestido negro y el sombrero hacía que el rostro de la mujer pareciera aún más pálido. Ella agarraba una bolsa de cuero negro en el regazo.

    Ford dijo: "Señora Russell, ¿su difunto esposo le confió algún documento sobre Auguste de Marion?"

    "No exactamente, pero él guardaba esos documentos en nuestra casa y me habló de ellos. Yo los mantuve a salvo después de su muerte".

    "¿Qué eran?"

    "Un certificado de adopción y un testamento".

    "¿Por qué su marido los guardaba en su casa en lugar del ayuntamiento?"

    Los ojos oscuros de Pamela Russell brillaron al registrar por la sala del tribunal; buscando, sospechaba Auguste, a Raoul.

    "Raoul de Marion, quien nunca dejó que mi esposo olvidara que le debía su trabajo a él, le ordenó a Burke que destruyera ambos documentos".

    "¡Eso es mentira!" llegó el grito de Raoul desde el fondo de la sala.

    Justus Bennett miró hacia Raoul y dijo: "Coronel de Marion, por favor, lo que esta mujer dice podría incluso ayudar a nuestro caso".

    "De acuerdo", exclamó Raoul. "Pero vigila lo que estás haciendo".

    "Ahora, Sra. Russel, decía usted..." comenzó Ford de nuevo.

    "Burke sabía que lo que Raoul de Marion le pidió que hiciera estaba mal. De modo que en lugar de destruir el certificado de adopción y el testamento, los llevó a casa y los guardó en la caja fuerte en nuestro sótano. Cuando los indios quemaron nuestra casa, los documentos sobrevivieron al incendio". Hizo una pausa para mirar por encima de la cabeza de Ford. "Los papeles sobrevivieron".

    "¿Los tiene ahora, señora Russell?"

    Ella desabrochó la correa que cerraba la bolsa de cuero en su regazo y sacó dos pedazos de papel doblados. Se los entregó a Ford, quien los desdobló con un gesto y se volvió hacia el juez.

    Ford preguntó: "Señoría, ¿puedo leer estos documentos en el tribunal?"

    "Adelante", dijo el juez Cooper.

    "Primero, el certificado de adopción", dijo Ford.

    Auguste sintió un nudo en el cuello que le bloqueó la garganta cuando Ford leyó la declaración de que Pierre de Marion, el dieciséis de agosto de 1825, declaraba que su hijo natural, en adelante conocido como Auguste de Marion, sería su hijo legítimo, otorgándole todos los derechos y privilegios a los que ese estado podría hacerle titular.

    Auguste se tapó los ardientes ojos con la mano.

    Yo significaba mucho para él.

    "Ahora", dijo Ford, "el testamento: 'Yo, Pierre de Marion, residente en la finca llamada Victoire, en el Condado de Smith y el estado de Illinois, hago de este mi testamento y revoco todos los testamentos y codicilos anteriores".

    Era la voluntad contra la que Auguste había luchado hasta que Pierre finalmente le había persuadido fumando el calumet; el testamento que le daba el chateau y la tierra a Auguste. También había obsequios monetarios para varios sirvientes, incluido uno de doscientos dólares para Armand y Marchette Perrault. Auguste escuchó un furioso zumbido de abeja entre los espectadores. Al apoderarse de la finca y ocultado el testamento, Raoul había eliminado estos regalos. Él tendría que enfrentarse a algunos sirvientes enojados hoy, pensó Auguste con satisfacción. Incluyendo a ese puerco de Perrault.

    "La fiscalía quiere ver esos documentos", dijo Bennett cuando Ford terminó de leer.

    "Por supuesto", dijo Cooper. "Puede echar un vistazo en cualquier momento. En mi presencia".

    Después de que Ford les diera los dos documentos a los miembros del jurado para que los vieran y los devolviera a la mesa de Cooper, se giró hacia Bennett.

    "Su testigo".

    Bennett se dejó caer en el área abierta ante la mesa del juez. "Sin duda, la Sra. Russell, viuda por esos salvajes, ya ha sufrido suficiente".

    Pamela Russell se quedó sentada en la silla al lado de la mesa del juez, agarrando su bolso de cuero. Su pecho, vio Auguste, subía y bajaba con una poderosa emoción.

    "Eso es todo, Pamela", dijo David Cooper suavemente "Puedes irte ahora".

    Ella se puso en pie, parecía una mujer en trance, y se movió lentamente hacia la puerta en la parte trasera de la sala del tribunal. Auguste se giró en su asiento para mirarla. Ella se detuvo ante Raoul, quien estaba sentado cerca del fondo. Él se le quedó mirando mientras ella le señalaba con el dedo.

    "¡Cómo te atreves a llamarme mentirosa, Raoul de Marion! Cuando eres tú quien mintió sobre lo que le dijiste a mi esposo. Mi esposo nunca había disparado un arma en su vida y tuvo que defenderse y ser asesinado porque tú te llevaste a todos los hombres que sabían disparar. Espero que esos papeles sean tu ruina".

    Manchas en rojo destacaron en las mejillas de Pamela. Ella se tapó la cara con una mano y salió corriendo de la sala del tribunal.

    "¿Cómo es que no la hiciste callar, juez?" gritó Raoul después de que ella saliera.

    "Imaginé que merecía expresarse", dijo Cooper con calma.

    Ford dijo: "La defensa llama a la señorita Nancy Hale".

    El corazón de Auguste comenzó a latir más fuerte mientras observaba a Nancy; alta y recta, con un vestido violeta pálido; caminar hacia la silla del testigo. Justo lo que él había temido un año atrás, cuando Nancy le había pedido por primera vez que le hiciera el amor, había sucedido. Él sentía un amor por ella, un amor imposible, ahora... este era tan fuerte a su modo como el amor que sentía por Pájaro Rojo.

    En respuesta a las preguntas de voz suave de Ford, Nancy contó cómo había sido capturada y cómo Auguste había intervenido para protegerla y, más tarde, para proteger a Woodrow. Ella contó cómo él había arriesgado su vida para escoltarla a ella y a Woodrow a un lugar seguro, y había terminado siendo capturado.

    Bennett se levantó para hacer preguntas cruzadas.

    "Señorita Hale, esta puede ser una pregunta difícil de responder en una audiencia pública, pero es importante para este juicio. Es bien sabido que los indios no respetan la virtud de las mujeres blancas. Entonces, lo que le pregunto es..." Hizo una pausa y se inclinó hacia ella. "¿Fue usted sometida a algo de naturaleza vergonzosa mientras fue prisionera de los Sauk?"

    "Protesto", exclamó Ford. "La pregunta es, en sí misma, vergonzosa. No tiene ninguna relación con este caso".

    El juez Cooper miró a Bennett: "¿Qué motivo tienes para preguntarle eso?"

    "El abogado defensor nos ha llevado por muchos caminos sinuosos, Señoría, estoy tratando de determinar los hechos sobre el carácter del acusado".

    "Protesta denegada", dijo Cooper en voz baja y reluctante, y Bennett se volvió con una mirada de satisfacción hacia Nancy y repitió su pregunta.

    Nancy lo miró fríamente a los ojos: "Ya he dicho que Auguste de Marion me protegió. Nunca se me hizo daño".

    Bennett entornó los ojos. Raoul había elegido bien al hombre para sus propósitos, pensó Auguste, odiando a Bennett por atormentar a Nancy.

    "Bueno, pero ¿qué hay del propio Auguste de Marion? ¿No vivió usted en una de sus tiendas con él? ¿Alguna vez se le acercó él con intenciones lascivas?"

    "¡Ciertamente no!" dijo Nancy. "Sí, yo vivía en su... la palabra es tipi, Sr. Bennett, pero la situación fue perfectamente decente. Su esposa e hijo estuvieron con nosotros todo el tiempo".

    Desde el fondo del pasillo, Raoul resopló: "Probablemente lo pasó bien, ella siempre le había echado el ojo al mestizo".

    Auguste sintió que le ardía el cuello. Quiso matar, pero alguien lo detendría antes de llegar hasta Raoul; e incluso tratar de atacarle solo confirmaría el cuadro que Bennett intentaba retratar de él, el de un salvaje asesino. Se obligó a quedarse quieto.

    Y, sin embargo, pensó, mientras respiraba profundamente para calmarse, era Nancy quien estaba ocultando la verdad y Bennett y Raoul quienes sospechaban lo que realmente había sucedido, aunque sus propias palabras para ello: «vergonzoso» e «intenciones lascivas» convertían lo verdadero en una mentira.

    Él y Nancy se habían proclamado su amor con honor ante la Banda Británica. Ahora él sentía como atado en el suelo de un bosque y comadrejas y cuervos le mordían y picoteaban. ¿Por qué él y Nancy tenían que ocultar su amor a aquellas personas llenas este odio?

    Escuchó indignados murmullos provocados por el arrebato de Raoul.

    "¡Bochornoso!" dijo alguien.

    "Ningún caballero hablaría así".

    Auguste escuchó al teniente Davis sentado tras él decirle a uno de sus hombres: "Si no estuviera de servicio, le daria una lección a ese sinvergüenza".

    Alguien con acento de Victoire gritó: "¡Raoul, tu padre tiene razón! ¡Eres un sauvage!".

    Cooper golpeó la mesa con el mazo de madera hasta que se hizo el silencio.

    Thomas Ford llamó: "Maestro Woodrow Prewitt, ¿quiere salir al estrado, por favor?"

    Woodrow pasó junto a Auguste, quien sintió un calor por él y, de nuevo, una punzada de anhelo por Pluma de Águila.

    Bajo las preguntas de Ford, Woodrow contó cómo Oso Blanco y Pájaro Rojo le habían tratado como un hijo adoptivo, y cómo Oso Blanco les había ayudado a escapar.

    Cuando fue el turno del fiscal, Bennett se plantó amenazadoramente ante Woodrow ¿Has olvidado, joven, que tenías un padre y una madre cristianos, blancos y reales? ¿Has olvidado lo que les hicieron los indios?"

    "No, señor", dijo Woodrow con tímida voz.

    "Bueno, entonces, ¿cómo puedes entender que este medio indio y su squaw eran tan buenas personas? ¡Te tenían prisionero!".

    "Señor, mi padre solía azotarme antes del desayuno y después de la cena. Mi madre yacía borracha en la cama la mayoría de los días. Oso Blanco, el Sr. Auguste, fue amable conmigo. Y también su señora. Vivir con ellos era brillar".

    "¡Brillar!" Bennett pareció disgustado.

    Woodrow se encogió de hombros: "Bueno, lo hubiera sido si los soldados no nos hubieran estado persiguiendo siempre".

    Auguste escuchó ruido de botas. Se giró y vio a Raoul irrumpir desde el fondo de la sala.

    "¡Ese chico miente!" rugió Raoul. "Los indios me hicieron prisionero cuando yo tenía su edad. Sé de primera mano lo amables que son, tengo las cicatrices para demostrarlo. La squaw blanca del mestizo ha hecho que el niño mienta. Deje que le ponga las manos encima, le sacaré la verdad".

    "¡Siéntese, señor!" El teniente Davis saltó de su asiento detrás de Auguste y bloqueó el camino de Raoul. Auguste se giró para ver la gran figura de Raoul a solo unos metros de él, lo bastante cerca para oler los vapores de whisky.

    "Esto no es asunto tuyo, Davis," gruñó Raoul.

    "El general Winfield Scott y el coronel Zachary Taylor me ordenaron que este hombre recibiera un juicio justo", dijo Davis con voz tranquila y firme.

    El juez Cooper dio un mazazo: "De Marion, no permitiré que perturbe en este tribunal".

    Raoul le gritó a Cooper sobre del hombro de Davis: "No olvides, Cooper, que cuando no lleves esa túnica negra, solo eres un granjerito que me compró su tierra a mí y me vende su cosecha a mí".

    Cooper estaba de pie ahora, con la mandíbula apretada: "Ya es suficiente, de Marion. Siéntate".

    La cabeza de Raoul se giró lentamente de un lado a otro. Por un momento miró a Auguste con los ojos llenos de odio. Auguste sintió el correspondiente desprecio subirle hirviendo por el pecho.

    Raoul y el teniente se quedaron uno frente al otro durante un largo y silencioso momento. Luego Raoul se giró bruscamente y regresó a su asiento. Auguste, cuya atención se había centrado en Raoul y Davis, se dio cuenta de que había hombres sentados por toda la sala del tribunal. se preguntó si eran hombres de Raoul.

    Auguste sintió que se le retorcían las tripas al percatarse de la delgada barrera que protegía el final de este juicio. Raoul podía llamar a su equipo de pícaros para sacarlo y colgarlo de inmediato. El juez y los tres soldados federales podrían no ser capaces de detenerlos.

    Ford llamó a Auguste a la silla de testigos. Auguste se había quedado rígido durante tanto tiempo que ponerse de pie lo hizo tropezar, y Ford puso una mano firme sobre su brazo.

    Cuando se sentó, sintió que temblaba al ver docenas de caras de ojos pálidos, severas, solemnes e inexpresivas, mirándolo. Hombres barbudos arrojando jugo de tabaco en escupideras de latón. Mujeres mirándolo por bajo sus sombreros. Buscó caras amistosas en la sala, Nancy, Woodrow, Elysée, Guichard, Nicole, Frank.

    Ford dijo: "Hemos escuchado fragmentos de tu historia de muchas personas diferentes, Auguste. Si fueras solo otro indio Sauk, no estarías en juicio aquí hoy. Estarías con tu gente, lo que queda de ellos. Pero como has vivido con blancos y tu padre era blanco y tienes derecho a la propiedad de un hombre blanco, te acusan de ser un traidor y un asesino. Quiero que nos hables de tu vida. ¿Cómo es que eres tanto indio como blanco?"

    Mientras Auguste hablaba, olvidó las caras que le observaban y vio de nuevo a Mujer Sol y a Flecha de la Estrella, a Halcón Negro y a Tallador del Búho, a Pájaro Rojo y a Nancy. Vio Saukenuk y Victoire, el Arroyo del Viejo y el Mal Hacha.

    Cuando terminó, Ford le dio las gracias en voz baja y se sentó. Era el turno de Bennett.

    Este arrastró los pies hacia Auguste, mirándolo con ojillos que brillaban con malicia.

    "Tenemos que aceptar su palabra de que habló buscando la paz en los consejos de los indios Sauk y Zorro, ¿no es cierto? Y tenemos que aceptar su palabra de que fue al campamento del batallón espía del Coronel de Marion en una misión de paz, ¿no es cierto?"

    "Así es", dijo Auguste con amargura. "Porque todos mis testigos están muertos".

    "No intentes que sintamos lástima por ti", dijo Bennett con voz ronca. "Esta sala de tribunal está llena de personas que han visto a sus seres queridos apuñalados, disparados, escaldados, cortados en pedazos, quemados hasta las cenizas. A manos de tus indios". Alzó la voz para gritar. "¡Y mientras eso sucedía, tú estuviste detrás de los demonios rojos! ¡Instándolos a matar y matar a algunos más!" Se dio la vuelta con la cara torcida de disgusto. "No tengo más preguntas para ti".

    Cooper dijo: "¿La defensa tiene más testigos?"

    "No, Señoría", dijo Ford, y el corazón de Auguste se hundió mientras caminaba de regreso a su asiento. Imaginaba que las pocas oraciones de Bennett recordando a la gente lo que los Sauk les habían hecho habían terminado con él.

    Auguste se giró hacia Ford, cuya cara redonda era vacía, ilegible. Sin esperanza en ella. Ford había hecho todo lo que había podido, Auguste estaba seguro. Pero él no tenía más posibilidades contra el odio aquí en Víctor que la banda de Halcón Negro contra los ejércitos de los Estados Unidos.

    Voy a ser ahorcado.

    "¡Aguanten ahí!" llamó una voz desde la puerta de la sala del tribunal. Él tiene dos testigos más".

    Auguste vio a un hombre alto y con bigote que entraba desde el fondo de la sala con la ayuda de una muleta y una pierna de madera. A su lado, un hombre flaco de pequeña cabeza y sonrisa de dientes huecos avanzaba sobre el suelo de tablones con un rifle colgado de un largo brazo.

    Le tomó un momento reconocer a Otto Wegner y a Eli Greenglove.

    Alerta, cauteloso, los observó acercarse por el pasillo entre las sillas de los espectadores.

    Cooper levantó una mano en señal de advertencia y dijo: "Señor Greenglove, tendrá que dejar ese rifle antes de dar otro paso".

    "Que así sea", dijo Greenglove, entregándole el rifle a uno de los cabos de Jefferson Davis que se había levantado para bloquearle el camino. "Solo lo necesitaba para asegurarme de llegar hasta aquí".

    Ford se acercó a Auguste y le dijo en voz baja: "Supongo que estos hombres se ofrecen a testificar en tu defensa. ¿Los aceptas?"

    "Creo que Wegner debe de estar aquí para ayudarme", dijo Auguste. "Pero no sé por qué Greenglove está aquí" Recordó su convicción de que Greenglove había fallado el disparo a propósito y se encogió de hombros. "No tengo mucho que perder".

    Ford comenzó con Wegner, preguntándole cómo es que estaba ahora en Víctor cuando se decía que había emigrado a Texas.

    "Mi familia y yo solo llegamos a Nueva Orleans, donde estamos comprando provisiones para unirnos a la colonia en San Felipe de Austín. Entonces este caballero viene a mí". Wegner señaló a Greenglove, ahora sentado en la primera fila de espectadores. "Me dice que Herr Auguste debe ser juzgado en Víctor. De inmediato tomamos el barco de vapor. Yo pago tanto por su pasaje como por el mío, usando el dinero que necesita mi familia. Le digo esto no para alabarme a mí mismo, sino para mostrar cuánto significa ese hombre para mí". Ahora Wegner señaló a Auguste, quien miraba hacia el suelo con la cara caliente y la garganta ahogada.

    Ford asintió con gravedad: "Entiendo que estuvo usted en Arroyo del Viejo, Sr. Wegner ¿Qué le pasó?"

    Wegner relató la historia tal como Auguste la recordaba, terminando: "Y perdí la pierna, pero todavía tengo mi vida, gracias a Auguste de Marion, por quien yo nunca hice ni una sola cosa buena".

    Si hubiera podido llevarle de regreso al campamento Sauk, incluso podría haberle salvado la pierna.

    Ford dijo: "Sr. Wegner, hemos escuchado que Auguste de Marion es un asesino y un traidor a su país".

    "¡Mentiras!" dijo Otto Wegner con firmeza: "Según las reglas de la guerra, él tenía todo el derecho a matarme y no lo hizo. Es el hombre más cristiano que he conocido".

    Me pregunto si Wegner sabe que nunca he creído en ningún espíritu sino en el Hacedor de la Tierra y la Tortuga y el Oso.

    Al regresar de la silla de testigos, Wegner se detuvo para tomar la mano de Auguste en las suyas. "Estoy muy contento de poder venir a hablar por usted. Es usted un gran hombre, Herr Auguste".

    Auguste, luchando por contener las lágrimas, murmuró su agradecimiento. Quizás Elysée pudiera reemplazar el dinero que Wegner había gastado para llegar aquí, si el prusiano no era demasiado orgulloso para aceptarlo.

    Ford comenzó a interrogar a Eli Greenglove sobre Arroyo del Viejo.

    "Diablos, no había inyos emboscados en el bosque", dijo Greenglove arrastrando las palabras. "Estaba claro como el día lo que estaba pasando. Eran unos pocos exploradores que venían a ver lo que les sucedía al grupo de paz. La mayoría de nuestros hombres iban muy cargados de whisky. Algunos vieron a los exploradores escondidos en el bosque y se pusieron nerviosos. El Coronel Raoul lo usó como una excusa para ordenarnos acabar con los inyos de la bandera blanca".

    "¿Y usted le disparó a Auguste?" preguntó Ford.

    "Yo le dejé la oreja así" Greenglove señaló en la dirección general de la oreja derecha de Auguste. "Yo esperaba que él fuese lo bastante inteligente para hacerse el marmota después de ser alcanzado".

    "¿Por qué decidió usted no matar a Auguste? ¿Pensó que sería un asesinato?"

    Greenglove se rió despectivamente: "Diablos, eso nunca me ha detenido antes. No, la razón fue realmente simple" Hizo una pausa y la sala del tribunal quedó inmóvil. "Salvé la vida de ese chico porque quería que el Coronel Raoul se casara con mi hija Clarissa".

    Y de repente. Eli Greenglove comenzó a llorar. Las lágrimas corrían por sus huesudas mejillas y los sollozos sacudían su cuerpo delgado.

    Ford se quedó con los ojos muy abiertos, se giró para mirar a Auguste, quien también estaba estupefacto, y nunca había visto a un hombre como Eli Greenglove llorar.

    Bennett rompió el silencio avergonzado: "Su Señoría, no veo qué tiene que ver la hija de este hombre con el caso".

    Los ojos húmedos de Greenglove se redujeron a rendijas enojadas "Cállate un minuto, abogado, y te diré que mi hija vivió con Raoul de Marion durante siete años y le dio dos hijos, pero él no se quiso casar con ella porque ellos no eran lo bastante buenos para él. No, él tenía que tener a la hija del predicador. Esa dama, la señorita Hale". Señaló entre los espectadores. "Pero ella era dulce con el hijo del señor Pierre, Auguste, y pude ver que él también le echaba el ojo. Mientras Auguste estuviera vivo, pensé que habría una posibilidad de que la señorita Hale se fuera con él, así que me aseguré de mantenerle con vida".

    El corazón de Auguste se hundió. Si el jurado creía lo que Greenglove estaba diciendo ahora, ¿no les haría pensar que debía de haber habido algo entre él y Nancy cuando estuvo secuestrada por los Sauk?

    Los labios de Greenglove se apartaron de sus dientes manchados: "Pero entonces ese hijo de perra de Raoul tuvo que ir y matar a los hombres de Halcón Negro que trajeron la bandera blanca. No había una guerra real antes de que eso ocurriera. Si hubieran enviado mensajeros al General Atkinson, todo habría terminado en mayo. Cada uno de los blancos, soldados y granjeros, hombres, mujeres y niños, fueron asesinados por ese hombre de ahí". Señaló con un flaco dedo en dirección a Raoul. "Incluidos mi hija Clarissa y mis dos nietos".

    "Tu hija era una golfa, Greenglove", gritó Raoul. "Nunca me habría casado con tu hija aunque ella viviera hasta los cien años". Auguste se volvió y lo vio de pie en el fondo de la sala del tribunal, Perrault y algunos más de sus matones lo flanqueaban.

    "¿Oh?" dijo Greenglove en un susurro que, de alguna manera, fue lo bastante fuerte para que todo el tribunal lo escuchara. "Tiene mucha suerte de que me hayan quitado el rifle, Coronel Raoul".

    Ford dijo: "Creo que eso es todo. Sr. Bennett, ¿desea interrogarlo?"

    Raoul, desde atrás, interrumpió: "Juez, este hombre es un desertor de mi batallón de la milicia. Lleva huyendo durante los últimos tres meses. Lo que ha dicho aquí no vale nada".

    Cooper frunció el ceño ante Greenglove y luego ante Raoul. "No veo qué diferencia hay. Se llama a los criminales condenados en las celdas de la prisión para que testifiquen".

    Ford dijo: "De hecho, si este hombre se arriesga a ser arrestado por venir aquí, eso hace que su testimonio sea aún más creíble. Por no mencionar el ir a Nueva Orleans para traer al Sr. Wegner".

    "No, eso no le hace más honesto", dijo Bennett. "Simplemente significa que quiere vengarse de Raoul de Marion".

    Cooper golpeó con el mazo. "El testimonio se acepta. El jurado decidirá su valor. Teniente Davis, haga que sus cabos procuren que el Sr. Wegner y el Sr. Greenglove llegan a los límites de la ciudad a salvo. Y luego, Teniente, me gustaría tener unas palabras con usted. Mientras tanto, los abogados de cada parte pueden hacer resumen".

    Flanqueados por los dos cabos de azul, Greenglove y Otto Wegner comenzaron a andar hacia la puerta de la sala del tribunal, con la pierna de madera de Wegner golpeando el suelo de tablones.

    "¡Vete al infierno, Eli!" gruñó Raoul cuando Greenglove pasó al lado.

    Greenglove se echó a reír "¡El viejo Otto me ha dado una idea mejor. ¡Me voy a Texas!".

    Los dos hombres salieron por la puerta cuando un silencio cayó sobre la sala del tribunal.

    Auguste se preguntó si el testimonio de ambos le habían salvado. Habían dicho la verdad sobre lo sucedido en Arroyo del Viejo, pero ¿desde cuándo la verdad había significado algo para los ojos pálidos? Si esos doce hombres, sentados en bancos de iglesia a la derecha de la sala del tribunal, decidían que querían colgarlo, lo colgarían aunque el espíritu de su Jesús mismo entrara en la sala y dijera la verdad sobre él.

    Y después de haber visto la masacre en Mal Hacha, ¿podía Auguste dudar de que matar a todos los rojos era lo que todos los ojos pálidos querían hacer?

    Cooper y el teniente hablaron en voz baja en la mesa del juez. Cuando Cooper llamó a Bennett para resumir, el fiscal se levantó y se acercó al jurado.

    "Sobre los supuestos documentos de adopción y la supuesta voluntad de Pierre de Marion, la afirmación de la Sra. Russell de que el Sr. Raoul de Marion ordenó la destrucción de estos documentos es un rumor. Ella no tiene conocimiento directo de que el Sr. de Marion diera tales instrucciones a su esposo. Y más importante, si Pierre de Marion adoptó a Auguste, eso convierte a Auguste en ciudadano americano y su participación en los actos de guerra de la nación Sauk contra los Estados Unidos es traición. Auguste hizo la guerra bajo su propia bandera".

    "Tanto si Raoul de Marion hizo bien o mal al sacar a su sobrino de Victoire, caballeros, una cosa es segura: Auguste regresó a la Banda Británica con un poderoso rencor contra este lugar y estas personas. Decidió que si no podía ser un terrateniente blanco, destruiría a los terratenientes blancos".

    "Y él tuvo el poder para hacerlo porque los indios le escuchaban. Lo conocían como un doctor brujo, y también sabían que él había sido educado entre blancos y por eso usó su poder para empujar a Halcón Negro hacia la guerra. Es cómplice del asesinato de todos los hombres, mujeres y niños blancos asesinados por sus compañeros de tribu".

    "Auguste de Marion u Oso Blanco o como quiera llamarse a sí mismo", Bennett señaló con un dedo acusador a Auguste. "debería ser ahorcado como traidor y carnicero de su propia pueblo".

    Auguste escuchó murmullos de aprobación por la sala del tribunal y un fuerte "¡Cierto, maldición!" de Raoul. Su sensación de que este juicio era inútil se hizo más profunda. Bennett le había dicho al jurado lo que ellos querían escuchar. La versión de la verdad que les permitiría hacer lo que quisieran con él.

    Ford se levantó secándose la frente. Hacía calor en la sala a finales de septiembre. Cruzó la parte delantera de la sala del tribunal para plantarse frente a las dos filas de jurados en los bancos prestados de la iglesia.

    "Tienen ustedes que decidir dos cuestiones: una, al viajar y vivir con la Banda Británica de los Sauk y los Zorro desde septiembre de 1831 hasta agosto de 1832, ¿cometió Auguste de Marion traición contra los Estados Unidos? Dos, ¿es Auguste de Marion culpable del asesinato de algún ciudadano de los Estados Unidos o del estado de Illinois?"

    "¿Es Auguste un traidor a su país? Bueno, me parece que, en todo caso, Auguste tiene doble ciudadanía, tanto en los Estados Unidos como en la nación Sauk y Zorro. Y, lejos de ser un traidor, intentó hacer las paces entre ellas. Lo único que llevó contra Estados Unidos fue una bandera blanca".

    "¿Ha cometido Auguste un asesinato? Lo único que sabemos es que nadie le ha visto levantar una mano violenta contra otro ser humano. Otto Wegner les ha relatado cómo Auguste tuvo oportunidad de matarlo, y en su lugar lo ayudó a escapar enfrentando gran peligro para sí mismo".

    "Han escuchado el testamento de Pierre de Marion, lo que explica por qué Raoul de Marion, quien se apoderó ilegalmente de la gran casa conocida como Victoire, ha estado tan ansioso por acosar a este joven hasta su muerte".

    "Este hombre ha perdido todo lo que un hombre aprecia. Su padre y su madre. Su hogar aquí en Víctor. Su hogar entre los Sauk".

    "Casi toda su gente, sus seres queridos y amigos de su juventud, han sido asesinados. Todos los que viven en Víctor saben con tristeza lo que le sucedió a su pequeña hija. Su esposa y su hijo también están cautivos, y él no puede estar con ellos ni proveer para ellos. ¿Cuál de ustedes, si les hubieran quitado tanto tan cruelmente, no se volvería loco de aflición?"

    "Él ha perdido mucho. Lo único que le queda es su vida. No se la quiten también, se lo ruego".

    Ford se sentó en medio de un denso silencio. Auguste trató de enviar sus sentidos de chamán hacia el futuro para que le dijeran qué decidiría el jurado, pero su espíritu se encontró con un muro en blanco.

    Echó un vistazo por una cercana ventana cerrada y vio el cielo azul de la tarde con algunas nubes blancas. Dentro de las paredes de madera de esta sala, el cielo y el sol, la pradera y el río parecían muy lejanos.

    El juez Cooper dijo: "Señores del jurado, hemos preparado una habitación en el piso de arriba para ustedes. Les enviaremos comida y bebida según lo requieran. Hay catres en caso de que no pueda decidirse hoy".

    Mientras observaba a los doce hombres subir las escaleras tras la mesa del juez, Auguste no pudo evitar que su mente divagara hacia lo peor. Pensó en cómo sería ser ahorcado, el agarre áspero de la cuerda en su cuello, la sangre estallando en su cabeza, el mundo ennegrecido, su cuerpo sacudiéndose en una lucha desesperada, su respiración interrumpida, los pulmones doloridos, el silenciamiento final de su corazón.

    Oyó una risa áspera al fondo de la habitación. Se giró y vio a Raoul en medio de un grupo de hombres cerca de la puerta de la sala del tribunal. Al lado de Raoul estaba Armand Perrault. Raoul miró a Auguste y sonrió. Auguste supo lo que significaba esa sonrisa.

    Independientemente de lo que decidiera el jurado, para él no habría escapatoria de la muerte.

Capítulo 23

Cuchillo Afilado

    A última hora de la tarde, el teniente Davis llamó a Auguste en su celda y lo llevó a la sala del tribunal.

    "El juez me envió por usted, creo que el jurado ha llegado a un veredicto".

    Al entrar por la puerta trasera de la sala del tribunal, Auguste se encontró con los ojos de Raoul y su ansia de venganza hizo que su sangre fuera metal fundido en sus venas.

    Los miembros del jurado entraron por una puerta lateral. Robert McAllister, portavoz del jurado, miró de soslayo a Auguste antes de entregar un papel doblado a David Cooper.

    "Te ha mirado", susurró Ford. "Se dice entre los abogados que si los miembros del jurado han encontrado culpable al acusado, no le miran".

    Cooper leyó la nota y suspiró ruidosamente, como si encontrara el mensaje una pesada carga. Luego tomó la pluma de oca y la tinta y escribió una nota propia. McAllister lo observaba escribir mirando por encima del hombro, suspiró tan fuerte como Cooper, miró a Auguste otra vez. Tras un rato asintió y se llevó la nota del juez escaleras arriba.

    "Bueno", dijo el juez Cooper a la sala del tribunal en general, "parece que el jurado está bastante lejos de llegar a un veredicto. No pueden ponerse de acuerdo en muchas cosas. De modo que he dado órdenes de que se queden arriba y sigan drliberando. Parece que no tendremos un culpable o inocente hasta mañana. El prisionero volverá a su celda. El tribunal abrirá a las nueve de la mañana".

    Auguste oyó que la puerta trasera de la sala se cerraba de golpe y supo sin tener que mirar a su alrededor que Raoul se había ido.

    Esa noche, Auguste yacía en su colchón de hojas de maíz preguntándose si debería intentar huir cuando le sacaran de la celda. Que le dispararan intentando escapar podría ser más honorable que acabar ahorcado. Deseó poder ver a Pájaro Rojo y a Pluma de Águila una última vez. Deseó que Nancy viniera a visitarlo, o al menos, Nicole, el abuelo o Frank, pero el teniente Davis dijo que, para la seguridad del prisionero, a nadie se le permitía entrar al ayuntamiento esta noche.

    Escuchó una llave girando en la cerradura de su puerta. Él se puso en pie.

    "Vamos", dijo Davis rápidamente "Te sacaremos de aquí".

    Han venido a matarme, pensó Auguste. No sería la primera vez que un indio inconveniente fue "muerto mientras intentaba escapar", pero su visión de chamán le decía que Davis era tan de fiar como otro Sauk.

    "¿Por qué? ¿Antes del veredicto?"

    "Han llegado a un veredicto hoy. Usted ha sido declarado inocente".

    ¡Inocente! La alegría lo inundó y quedó tan asombrado que no podía moverse, se quedó mirando la puerta abierta de la celda.

    Cuando se recuperó lo suficiente para moverse, Auguste siguió a Davis fuera del ayuntamiento, donde los dos cabos esperaban con caballos en la calle silenciosa. El río ondulaba negro y plateado a la luz de una luna en tres cuartos. Los acantilados de Ioway delante eran negras formas de bisonte bajo un cielo salpicado de estrellas.

    La luz de la luna ayudó a Auguste a guiar su caballo por la escarpada carretera de la salida del pueblo. Davis iba delante seguido por Auguste, los dos cabos cerraban la retaguardia. Después de semanas de encarcelamiento, Auguste se deleitó con el aire fresco de la noche que le soplaba en el rostro.

    Pasaron el puesto comercial. La carretera era más ancha aquí y los tres soldados se agruparon para rodearle. Raoul seguramente estaría allí emborrachándose, riendo mientras esperaba ver a Auguste balanceándose al final de una cuerda.

    Trotaron siguiendo la cresta que conducía al corazón de Victoire. El corazón de Auguste comenzó a latir más fuerte mientras se acercaba al lugar que había sido su hogar.

    Los restos de la mansión se extendían sobre la cima de la colina como el esqueleto de un animal enorme, maderas ennegrecidas que se alzaban a la luz de la luna. Gente había muerto con sangrienta y horribles muertes ¿Estaba el lugar embrujado ahora? ¿Estaba maldito?

    Un anhelo lo invadió por volver a escalar esa colina, barrer esa ruina y reconstruir la mansión. Levantar una hermosa casa nueva como las que había visto en el Este.

    Podría hacer mucho con esta tierra, pero estoy huyendo de ella otra vez. Dejándosela a Raoul otra vez.

    Habían dejado atrás Victoire, pero el anhelo se aferraba a él como el olor de un amante.

    "Por la mañana estarás bien lejos del alcance de tu tío", dijo Davis cabalgando a su lado.

    El corazón de Auguste se hinchó en su pecho con la idea de que él era un hombre más libre de lo que había sido en semanas.

    "Si soy inocente, ¿por qué debo huir?"

    "Seguramente te has dado cuenta de que tu tío y sus compinches estaban planeando llevarte directamente de la sala del tribunal al árbol alto más cercano si el tribunal no te sentenciaba a muerte. El portavoz le entregó al juez Cooper una nota indicando su veredicto. El juez escribió una respuesta diciéndoles que diría que no habían llegado a un veredicto, y que quería que permanecieran recluidos durante la noche mientras te sacábamos de la ciudad. Estuvieron muy dispuestos a soportar las molestias. Después de todo, ¿quién iba querer declarar inocente a un hombre para ver cómo lo sacan a rastras y lo ahorcan?"

    Auguste sentía que su corazón era una copa a punto de desbordarse. El jurado le había comprendido; le habían creído.

    "No he tenido la oportunidad de darles las gracias al Sr. Ford".

    "El principal agradecimiento que él querría es saber que has escapado sano y salvo".

    Mientras avanzaban, la felicidad de Auguste se desvaneció. El pueblo que había sido su hogar durante seis años lo había exonerado, pero seguía teniendo que huir por la noche, por segunda vez en su vida. Odiaba hacer esto.

    Esto era otra cosa más que Raoul le había quitado, su momento de vindicación.

    El dolor palpitaba en el pecho de Auguste con el movimiento del caballo bajo él. Recordó el cuerpo de su madre, como una muñeca desertada, con los ojos patéticamente abiertos, la herida en la garganta, la salpicadura de sangre en su vestido de piel. Ella debe ser vengada. ¿Cómo podía él dejar que el hombre que la había asesinado siguiera caminando libre? En silencio, llamó al espíritu del Oso para vengar a la Mujer Sol.

    Nuevamente recordó que estaba mal pedirle a un espíritu que lastimara a otra persona. Aunque él no podía lastimar al mismo Raoul, sí lo quería lastimado, sin importar el precio que pudiera pagar.

    Y una vez más estaba huyendo de las personas que amaba, Elysée, Nicole y Frank.

    Y Nancy.

    "Debo volver pronto", dijo.

    Davis volvió la cabeza para mirarlo fijamente "¿Volver? En nombre del gran Jehová, ¿para qué?"

    Fue el turno de Auguste de sorprenderse. Parecía tan obvio por qué tenía que regresar a Víctor y enfrentar a Raoul.

    "Pertenezco a Víctor tanto como pertenezco con los Sauk".

    No podía, decidió, darle la espalda a Víctor por segunda vez.

    "¿Por qué vamos hacia el Este?" preguntó.

    "Te han encontrado inocente en Víctor, pero sigues siendo prisionero de guerra, Auguste. Tu futuro está en manos del Presidente de los Estados Unidos".

    Auguste recordó ahora que el general Winfield Scott en la audiencia en el Fuerte Crawford había dicho: si no te ahorcan, creo que el Presidente Jackson estaría de lo más interesado en conocerte.

    Un escalofrío se extendió por su espalda al pensar en encontrarse con el mismo Andrew Jackson. ¿Qué tendrían que decirse él y Cuchillo Afilado?

***

    Auguste se asomó a una ventanita recortada en el grueso muro de piedra del Fuerte Monroe. Miró a través de una rejilla de hierro a una extensión de agua azul grisácea. Hacia el Este en el horizonte yacía tierra baja al otro lado de la Bahía Chesapeake. Si presionaba la frente en los barrotes, podía ver la bahía que se abría hacia el Sur en ese vasto océano abierto que los ojos pálidos habían cruzado en su incesante búsqueda de nuevas tierras.

    Una leve brisa refrescó la frente perlada de sudor de Auguste. Era la Luna de las Hojas Caídas, pero aún hacía calor como el verano.

    Halcón Negro había dicho poco desde su llegada. Sin duda, pensó Auguste, el viejo líder de guerra estaba comparando esta enorme fortaleza de piedra con los fuertes de troncos de los cuchillos largos que él había asediado en su propio país. Debía de estar absorbiendo la lección que enseñaba sobre la verdadera magnitud del poder de los cuchillos largos. Pero cuando habló, sonó tan desafiante como siempre.

    "¿Por qué tengo que usar la ropa de mis enemigos?" Halcón Negro se levantó en taparrabos mirando el uniforme que un soldado había tendido en su cama. Auguste admiró el cuerpo delgado y musculoso de Halcón Negro. Era difícil de creer que había visto sesenta y siete veranos e inviernos mientras miraba el sombrero alto de plumas rojas, la chaqueta azul oscuro con el cuello dorado, los galones de encaje dorado en la parte superior de los brazos y los botones de latón, los pantalones azules más claros, el cinturón de cuero blanco.

    "Cuchillo Afilado desea mostrarte su respeto al darte la ropa de uno de sus jefes de guerra", dijo Auguste.

    También es su forma de recordarte que estás sometido a él.

    Tallador del Búho dijo: "Es una marca de hospitalidad, así como el Jefe Halcón nos dio nuevas prendas de piel cuando nos rendimos a los Winnebago".

    Auguste sintió una emoción de orgullo al recordar la increíble historia que Tallador del Búho le había contado sobre la parte de Pluma de Águila en esa rendición. Un niño que aún no tenía siete veranos y cuya visión lo había conmovido y mostrado cómo poner fin a la guerra seguramente estaba destinado a grandes cosas.

    Tallador del Búho parecía extraño con su largo cabello blanco y su collar de conchas de megis, con un abrigo azul celeste y pantalones ajustados grises. Auguste también llevaba un traje de ojos pálidos con una chaqueta marrón oscuro. El Profeta Winnebago estaba vestido del mismo modo, en tonos verdes y gris. Auguste había mostrado a Tallador del Búho y a Nube Que Vuela cómo ponerse la ropa de los ojos pálidos, y ahora estaban rígidos e incómodos en la habitación que compartían, esperando que Halcón Negro se pusiera su atuendo militar.

    Tallador del Búho dijo: "Y los ojos pálidos americanos ya no son tus enemigos. Has dejado tu marca en el papel del tratado".

    "Esta vez para siempre", dijo Auguste poniendo el corazón en su voz, recordando que Halcón Negro había firmado y roto tratados antes.

    Halcón Negro suspiró: "Los espíritus de cientos de muertos en el Mal Hacha me gritan que los americanos siguen siendo nuestros enemigos".

    Ese fue siempre el modo de Halcón Negro, pensó Auguste reflexionando sobre viejos errores, lamentando los acuerdos hechos con los ojos pálidos. Irreconciliable.

    Él nunca cambiará. Pero nosotros debemos cambiar.

    Una esperanza había preocupado a Auguste durante todo el viaje de un mes al Este; en barco de vapor a Cincinnati, donde se había encontrado con el grupo de Halcón Negro; en un carruaje tirado por caballos y, finalmente, por el asombroso nuevo invento de los ojos pálidos, el ferrocarril. Auguste debía encontrar una manera para que los Sauk vivieran en un mundo donde los ojos pálidos gobernaban absolutamente. Él fue el único que entendía tanto a los Sauk como a los ojos pálidos. Dependía de él.

    "¿Quieres repetir las palabras que hablarás a Cuchillo Afilado?" Preguntó Auguste.

    "Sí", dijo Halcón Negro "¿Se sorprenderá al escucharme hablar con él en su propia lengua?"

    "Se sorprenderá mucho. Él sabrá que eres un hombre muy inteligente".

    De forma vacilante, Halcón Negro repitió su discurso en inglés, que Auguste, a pedido del jefe, le había estado enseñando. Halcón Negro le había dicho a Auguste lo que quería decir. Auguste lo había traducido, y el viejo líder lo había aprendido palabra por palabra.

    Sonriendo, Tallador del Búho dijo: "Esto es justo lo que tu visión predijo, Oso Blanco, que Halcón Negro hablaría con Cuchillo Afilado en la propia choza de Cuchillo Afilado".

    Sí, y también te dije que eso no significaba que Halcón Negro conquistaría a Cuchillo Afilado.

    Pero Auguste no tuvo el corazón para recordarle a Tallador del Búho la triste realidad. Ayudó silenciosamente a Halcón Negro a vestirse.

    Deseaba ahora poder tener otra visión del futuro más allá de este momento.

***

    Halcón Negro y sus acompañantes tardaron dos días en viajar en barco de vapor desde el Fuerte Monroe hasta la ciudad de Washington. A medida que se acercaba la reunión con Cuchillo Afilado, Auguste se tornaba cada vez más temeroso. Si Jackson y Halcón Negro se peleaban, el Presidente podría decidir meterlos a todos en la cárcel de por vida. Incluso podría matarlos discretamente. Era el hombre más poderoso entre los dos océanos.

    Pasaron la noche en la cabina de la nave. Auguste soñó que estaba indefenso mientras Raoul lo atacaba con una gran daga.

    Al día siguiente, alrededor de las nueve de la mañana, Halcón Negro y sus tres asesores viajaron en un carruaje sin cubierta por la avenida Pennsylvania, con columnas a caballo de cuchillos largos de cuatro delante y detrás. Auguste se sentía desconcertado al escuchar el traqueteo de los cascos. Hacía solo unas lunas que los cuchillos largos habían cazado a Halcón Negro y a su banda. Ahora escoltaban a Halcón Negro con honor. El cambio había sido vertiginoso.

    Auguste miró a su alrededor con curiosidad hacia la capital de los Estados Unidos. Era una extensión de grandes casas de ladrillo y madera, y la Avenida Pennsylvania era una calle fangosa, llena de surcos, tan ancha como un campo de maíz. Detrás de ellos en la colina estaba el Capitolio, una inmensa estructura de piedra cuadrada coronada por tres cúpulas. El aire era espeso, húmedo y caliente, y nubes grises cargadas de humedad yacían por encima. Auguste lamguidecía por el clima más seco de Illinois.

    Ojos pálidos, y muchos de sus esclavos de piel negra de pie bajo los álamos que bordean los lados de la avenida, saludaban y aplaudían alegremente a Halcón Negro. De vez en cuando Halcón Negro levantaba una mano en solemne saludo.

    Auguste había esperado tener que soportar abucheos y gritos de odio cuando pasearan por la ciudad de Washington, pero, sorprendentemente, la gente los recibía como si fueran héroes. Esto le dio una sensación de esperanza. Su pueblo podría aprender a vivir con estas personas.

    Auguste estaba impresionado por el tamaño de la Casa del Presidente, tres o cuatro veces más grande que Victoire. Estaba detrás de una verja de hierro en el extremo occidental de la Avenida Pennsylvania. Todo esto para el Gran Padre, pensó Auguste. Parecía aún más impresionante porque todo el edificio estaba pintado de blanco.

    Entre los Sauk, los colores siempre significaban algo. Auguste le preguntó a Jefferson Davis, que había viajado con su escolta montada, qué significaba el blanco de la Casa del Presidente.

    Davis sonrió con ironía: "Eso es para ocultar las marcas de las quemaduras de los abrigos rojos en 1814".

    Pero qué apropiado parecía que el Gran Padre de los blancos viviera en un palacio blanco. Auguste sintió un cosquilleo de emoción cuando los oficiales vestidos de azul llevaron a su grupo hasta los escalones de la entrada.

    Tallador del Búho metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó el reloj de oro que había sido de Pierre de Marion. Mostró una sonrisa desdentada a Auguste.

    "Me dijiste que podía usar esto para saber cuándo los ojos pálidos harán las cosas. Mira ahora. Uno de los jefes de cuchillos largos me dijo esto". Señaló la esfera del reloj. "Cuando la flecha larga está aquí y la corta la flecha está aquí, nos encontraremos con Cuchillo Afilado". Había señalado los números XII y XI, las once de la mañana.

    Esperaron a Cuchillo Afilado en la Sala Este de la Casa del Presidente. Un oficial les dijo a los cuatro Sauk que se pusieran de pie en fila, con Halcón Negro en el extremo derecho de la fila y Auguste a la izquierda. La disposición le decía a Auguste que los cuchillos largos le consideraban el miembro menos importante de la delegación Sauk, una estimación con la que estuvo de acuerdo. Una docena cuchillos largos: coroneles, mayores, capitanes, tenientes, todos con chaquetas azules y orlas doradas, se encontraban en dos grupos que flanqueaban a los Sauk.

    Aunque nunca había tenido ningún motivo para dudar de la visión de su chamán, Auguste se sorprendió de cómo había visto exactamente la habitación en la que se encontraban: su hilera de ventanas con cortinas azules y amarillas, sus tres candelabros brillantes y los cuatro enormes espejos en marcos dorados uno frente al otro siguiendo una inmensa alfombra azul y amarilla con borde rojo. Bajo cada espejo había una chimenea Cuatro chimeneas, para mantener una habitación caliente en invierno.

    La flecha larga en el reloj de Tallador del Búho se había movido del XII al VI, y el anciano estaba dudando de su poder para decirle algo cuando un sirviente negro abrió una puerta en el otro extremo de la sala y todos los cuchillos largos en la sala se levantaron rígidamente, juntando los talones con un golpe. Cuchillo Afilado entró lentamente en la sala.

    Andrew Jackson en persona parecía exactamente como en la visión de Auguste, solo que más aterrador. Cualquier hombre rojo desconocido que lo llamara Cuchillo Afilado había elegido acertadamente. Con su rostro largo y estrecho y su cuerpo extraordinariamente alto y delgado, parecía una filo que hanía cobrado vida. Un mechón de pelo blanco se erguía tan rígido como la cresta de Zarpa de Lobo sobre su cabeza, y unas cejas blancas y espesas ensombrecían ojos brillantes como astillas de acero.

    Las palabras de Raoul de hacía más de un año volvieron a Auguste: Me gustaría ver qué te diría un viejo asesino de indios como Andy Jackson.

    Auguste sintió que estaba cara a cara con el poder que había destruido a los Sauk. Este hombre, con su propia mano, había matado a cientos de indios, había desarraigado naciones enteras y las había llevado hacia el Oeste. Este era el líder de esos enjambres interminables de asesinos ojos pálidos que, territorio por territorio, expulsaban a las personas rojas de sus hogares. Este era el hombre que quería que los blancos llenaran toda la tierra de océano a océano.

    Pero Cuchillo Afilado también era frágil como un carámbano. Se movía un paso por vez, como si sufriera un gran dolor, y Auguste sintió que estaba afligido de muchas dolencias y preocupado por muchas viejas heridas. Auguste vio en él un espíritu inconmensurablemente poderoso que le mantenía a pesar de tanta enfermedad y dolor.

    "¿Cuál de ustedes sabe hablar inglés?", le preguntó Jackson a Auguste que había esperado que su voz sería como un trueno, pero sonó como un cuchillo sobre una piedra de afilar.

    Sintiendo un hueco doloroso en el vientre, Auguste dijo: "Yo, señor Presidente". Solo esta mañana, Davis le había dicho que esa era la forma de abordar a Jackson: "Soy Oso Blanco, también llamado Auguste de Marion".

    Cuando Jackson giró la mirada hacia él, Auguste la sintió con la fuerza de un vendaval helado.

    "El coronel Taylor me escribió una larga carta sobre usted. Quiero hablar con usted más tarde. Ahora, dígale al jefe que me alega recibirle como amigo. Dígale que siempre habrá paz entre mis hijos rojos y yo mientras crezca la hierba y corran los ríos".

    ¿Una charla después? ¿Qué tenía Jackson en mente para él? se preguntó Auguste mientras traducía para Halcón Negro.

    "¿Le hablo ahora en su lengua?" Preguntó Halcón Negro.

    "Este sería un buen momento", dijo Auguste.

    Halcón Negro dio un paso adelante, dejando a Tallador del Búho, a Nube Que Vuela y a Auguste de pie tras él. Auguste vio que Halcón Negro era más bajo que Jackson, pero más ancho en el pecho y los hombros. Y, pensó Auguste, más fuertes y saludables aunque ambos eran más o menos de la misma edad.

    Halcón Negro levantó la mano derecha en señal de saludo y dijo en inglés: "Soy un hombre. Y usted es un hombre como yo".

    Jackson pareció sobresaltado, luego se puso muy erguido y miró atentamente la cara de bronce de Halcón Negro mientras el líder de guerra pronunciaba las palabras memorizadas lentamente, una a la vez.

    "No esperábamos conquistar a su pueblo. Tomé el tomahawk para vengar grandes errores que ya no podíamos soportar. Si no hubiera estado dispuesto a luchar, los jóvenes habrían dicho que Halcón Negro es demasiado viejo para ser jefe. Habrían dicho que Halcón Negro es una mujer. Habrían dicho que no es un Sauk. Por eso levanté el grito de guerra. Usted es un líder de guerra y me entiende. No necesito decir nada más. Le pido que me estreche la mano en amistad y que nos deje que regresemos con nuestra gente".

    "Un discurso muy bueno", dijo Jackson "No me dijeron que hablaba usted inglés, Jefe".

    Auguste repitió el comentario del Presidente en Sauk.

    Halcón Negro dijo: "Dile que me enseñaste a decir lo que quería decir en la lengua de los ojos pálidos".

    Jackson gruñó: "Ya veo. Sí, Oso Blanco, tú y yo tendremos que hablar. Bueno, dile que le enviaremos de regreso con su gente cuando estemos seguros de que no tendremos más problemas con ellos".

    Auguste quiso decir: Casi todas las personas que te causaron problemas están muertas. Pero simplemente tradujo las palabras de Jackson para Halcón Negro.

    ¿Por qué Jackson quiere hablar conmigo? A Auguste no le gustaba cómo sonaba eso. ¿Tenía Cuchillo Afilado en mente alguna traición contra Halcón Negro?

    Halcón Negro dijo: "Dígale al Gran Padre que los Sauk estarán tranquilos mientras los ojos pálidos no les hagan más daño". Auguste tuvo la sensación de hundirse, mientras traducía esto, que bien podría estar reabriendo las hostilidades aquí mismo en la Casa del Presidente.

    Jackson respondió: "Nunca le hemos hecho nada malo a tu tribu. Cuando compramos tierras a la gente, esperamos que cumplan sus acuerdos".

    Dos hombres tercos, pensó Auguste. Halcón Negro tenía razón al decir que eran iguales.

    Cuando le contó a Halcón Negro lo que Jackson había dicho, el jefe respondió: "Dígale que he pensado mucho en esto. No creo que se pueda comprar y vender tierra. El Hacedor de la Tierra la puso allí para nuestro uso. Si la gente deja su tierra, otro puede tomarla y usarla. Pero no es algo como una manta o una olla, que pueda ser cargado por el dueño. Pertenece a todos los hijos del Hacedor de la Tierra".

    Las palabras de Halcón Negro preocuparon a Auguste, al darle la sensación de que una tormenta estaba a punto de estallar. Jackson, sabía él, era hombre de mal genio, un hombre que había matado a otros en duelos. Halcón Negro podría estar causándole más problemas a sí mismo, a todos ellos, hablando tan sinceramente con Cuchillo Afilado.

    Consideró cambiar las palabras de Halcón Negro a un discurso que sonara más agradable. Pero eso sería una especie de traición. Por lealtad a Halcón Negro, debía transmitir su significado exacto a Cuchillo Afilado. Jackson frunció el ceño y sacudió la cabeza, había traducido fielmente.

    Jackson miraba directamente a Auguste, no a Halcón Negro, mientras respondía.

    "Ustedes, indios, no entendéis que la tierra es la fuente de todos los bienes de la civilización. Por eso el hombre blanco es mucho más rico y poderoso que el hombre rojo. Entre nosotros, cada pedazo de tierra es propiedad de un hombre en particular y ese hombre hace un buen uso de su tierra para producir riqueza. Pero no importa, no traduzcas eso", ordenó. "Está igual de bien que el jefe y yo no tengamos más palabras sobre este asunto en este momento".

    Auguste sintió un profundo alivio porque las palabras de Halcón Negro no habían enojado a Jackson. Sin sonreír, el Presidente dio un paso firme hacia Halcón Negro y extendió la mano. Halcón Negro se acercó a él, y se estrecharon las manos solemnemente, mirándose a los ojos. Él sintió un escalofrío al ver ese apretón de manos. Ahora la guerra de Halcón Negro con los ojos pálidos había llegado a su fin.

    Los oficiales blancos que estaban de pie a ambos lados de Jackson y Halcón Negro aplaudieron, y después de un momento de vacilación, Auguste, Tallador del Búho y el Profeta Winnebago también aplaudieron.

    Jackson dijo: "Teniente Davis, lleve al jefe y a estos dos hombres medicina mayores en un recorrido por la Casa del Presidente y los jardines". Volvió sus ojos azules a Auguste. "Oso Blanco, Sr. de Marion, me gustaría que me acompañara a mi oficina para hablar en privado".

    Ahora el corazón de Auguste latía con fuerza mientras seguía a Jackson acompañado por dos soldados, subiendo un tramo de escaleras. Sintió que Jackson debía tener demandas en mente, y lo supo por lo que él había sido un viejo asesino de indios. No ayudarían a los Sauk no ceder a esas demandas. ¿Pero qué podría significar el rechazo? ¿Encarcelamiento? ¿Muerte?

    La oficina de Jackson era una habitación grande, bien iluminada por grandes ventanas de vidrio, donde el escritorio de roble pulido del Presidente estaba lleno de papeles. Los dos soldados se apostaron a ambos lados de la puerta, y cuando Auguste entró detrás de Jackson vio a un guardia, con la bayoneta montada en el rifle, como una estatua de madera en una esquina de la habitación, Auguste se preguntó si siempre había un guardia allí o solo cuando Jackson tenía un visitante indio. Jackson dobló su alto cuerpo centímetro a centímetro dolorosamente en una gran silla de caoba. Con un gesto invitó a Auguste a sentarse frente a él en una silla cómoda con brazos y piernas de madera curvada.

    "Quiero que considere quedarse aquí en la ciudad de Washington, señor de Marion", dijo Jackson abruptamente "Creo que puede ser de gran servicio para su pueblo indio y para los Estados Unidos. Estoy impresionado por la forma en que preparó ese discurso para Halcón Negro. Zack Taylor me ha escrito que es usted un tipo notablemente erudito. Hay muchos hombres y mujeres que se encuentran a horcajadas en la frontera entre las razas blanca y roja, pero la mayoría de ellos son basura, analfabetos y borrachos que merodea por los puestos del ejército. Usted parece ser un hombre importante tanto en el mundo blanco como entre sus compañeros de tribu".

    El cuerpo de Auguste se congeló. Jackson quería que él trabajara para él. Se sintió resentido por la aparente expectativa del Presidente de que él podría ser tan fácilmente conquistado. Pero temía que si se negaba directamente, Jackson pudiera desquitarse con los Sauk.

    Él sacudió la cabeza: "Me sobreestima, señor Presidente. No tengo importancia en el mundo blanco. Tenía una casa, pero me la quitaron. Entre los Sauk sí, soy lo que usted llamaría un hombre medicina, pero les rogué que no fueran a la guerra contra los blancos y no me escucharon".

    Jackson quitó importancia a eso con el movimiento de una mano larga y huesuda: "Puedo ver que es usted capaz de lograr mucho. Tengo un puesto para usted en mi Oficina de Asuntos Indígenas. Si lo hace bien en ese puesto, algún día podría dirigir la oficina como Comisionado, como responsable del bienestar de todas las tribus indias bajo la protección de los Estados Unidos".

    Auguste se sintió abrumado. La propuesta de Jackson iba mucho más allá de lo que él había imaginado. ¿Estaba equivocado al pensar que debía negarse?

    No, él debía rechazar la oferta de Jackson. El Presidente tenía la intención de usarle contra su propia gente.

    Auguste miró directamente a los entornados ojos de acero de Jackson: "Espera más problemas con los indios, ¿verdad, señor Presidente?"

    Jackson frunció el ceño: "¿Por qué dice eso?"

    "Hasta ahora ha estado asegurando a los hombres rojos que podrían vivir en paz en el lado oeste del Mississippi, pero ahora ya no puede prometerles eso".

    "Usted es de verdad un hombre medicina, de Marion. ¿Cómo ha adivinado eso?"

    Auguste sintió que estaba caminando sobre hielo y que en cualquier momento podría atravesarlo y ahogarse. No debía ser tan audaz con este hombre todopoderoso.

    "Sé que el general Scott ha firmado un tratado con El Que se Mueve Alerta por el cual los Sauk renuncian a una franja de tierra de cincuenta millas de ancho a lo.largo del Oeste del Mississippi".

    Jackson apretó el puño hasta que los nudillos se mostraron blancos: "Se suponía que debería saber sobre ese tratado hasta que regresara al territorio de los Sauk".

    "Hemos recorrido más de mil kilómetros, señor Presidente. Hemos hablado con muchas personas y nos han contado cosas".

    "Y con alguien que habla inglés tan bien como tú en el grupo, estaba usted obligado a enterarse. ¿Sabe Halcón Negro algo de esto?"

    "No, señor".

    La sonrisa de Jackson fue significativa. Cree que estoy dispuesto a traicionar a Halcón Negro.

    Antes de que Jackson pudiera hablar, Auguste dijo: "Él se enojaría si lo supiera. Protestará contra usted y eso no serviría de nada. Eso solo estropearía la reunión entre usted y él".

    La sonrisa de Cuchillo Afilado se amplió: "Exactamente el tipo de decisión discreta que esperaría de usted. Justo por eso quiero que me ayude".

    Auguste estaba asustado, pero sintió que debía dejarle claro a Jackson su posición.

    "Señor Presidente, cuando obliga a la gente roja a renunciar a la tierra al oeste del Río Grande, ¿cómo van a vivir? Pronto no habrá suficiente tierra para ellos en la que cazar".

    Jackson extendió las manos: "Si su suministro de alimentos se queda corto, nuestros agentes indios pueden darles suministros hasta que encuentren otros medios de subsistencia".

    ¿Depender de los agentes del gobierno por la comida que se llevan a la boca? Eso sería una especie de prisión.

    Con el corazón galopando, Auguste decidió hablar aún más audazmente: "Usted está buscando a alguien que reconcilie al hombre rojo con el robo de sus tierras, señor Presidente".

    "Señor de Marion, Estados Unidos no es un ladrón". Una mirada feroz iluminó los ojos de Jackson.

    Debo tratar de ser audaz sin ser grosero.

    "No quise insultarle, señor Presidente. El hombre rojo cree que le están robando su tierra".

    Jackson frunció el ceño a Auguste como si no estuviera seguro de si estaba siendo sarcástico y, de hecho, al escuchar sus propias palabras, Auguste no estaba muy seguro de lo que había querido decir con ellas.

    "Exactamente", dijo Jackson "El hombre rojo no entiende lo que está sucediendo. Puede ayudar a ver que esto debe ser así".

    Auguste dudó. No había tenido tiempo de pensar. No estaba preparado para decidir su futuro entero y, tal vez, negociar el futuro de su gente en un momento. Quedarse aquí en la ciudad de Washington podría ser lo mejor que podía hacer por los Sauk. Trabajar para y con Jackson, podía proteger a su gente, advertirles del peligro, evitar ataques contra ellos.

    Pero su decisión de rechazar a Jackson no fue el resultado de un impulso momentáneo. Toda su vida le había llevado a este lugar en su camino. El camino podía ser sinuoso; su dirección a veces podía perderse en las sombras, pero no conducía hasta Cuchillo Afilado. Jackson era un hombre mucho mejor que Raoul, pero ambos estaban del mismo lado, del lado de los desposeedores.

    "Lo que los hombres rojos no entienden, señor Presidente, es a cuánto están renunciando".

    "Halcón Negro dijo que la tierra no se puede comprar ni vender", dijo Jackson. "Entonces pertenece a quien puede hacer el mejor uso de ella".

    Todo hombre posee su propia tierra y la defiende contra todos los recién llegados, pensó Auguste, ese era el eje central de la forma de vida blanca.

    "Entiendo que usted siente una responsabilidad hacia su gente para proporcionarles tierras", dijo Auguste. "Pero tanto si es legal o ilegal, justo o injusto, no puedo ayudarle a trasladar a mi gente, ni a ninguna tribu roja, fuera de la tierra en la que viven".

    La cara de Jackson pareció agudizarse: "Podría haber hecho mucho por los indios trabajando para mí. Me sorprende que un hombre de su inteligencia y educación prefiera correr por el bosque llevando un taparrabos".

    Auguste recordó las palabras de Nancy, cazando y viviendo en chozas.

    Jackson metió la mano en el bolsillo interior de su chaqueta negra y sacó unas gafas. Para Auguste, se parecían un poco a las de Pierre. Auguste pensó con tristeza en Mujer Sol y se preguntó qué había sucedido con las gafas que le había dado. Jackson se inclinó hacia adelante y recogió una hoja de papel de una de las pilas sobre su escritorio.

    "Pídale a uno de los soldados de la habitación contigua que le ayude a reunirse con el resto de su grupo".

***

    Pocos días después, Jefferson Davis fue a ver a Auguste en su nueva habitación, una pequeña cámara en forma de cuña en una de las torres del Fuerte Monroe.

    "Veo que le han trasladado", dijo Davis con una sonrisa.

    Auguste asintió: "Creo que el Presidente Jackson prefiere que ya no me asocie con Halcón Negro y su grupo".

    "Eso parece", dijo Davis, "el Presidente Jackson planea enviar al Jefe Halcón Negro, a Tallador del Búho y al Profeta en un recorrido por nuestras grandes ciudades para que Jackson sea reelegido el próximo mes y, por supuesto, quiere que Halcón Negro vea de primera mano lo que está enfrentando. El Presidente ha dejado en claro que usted no debes acompañarles".

    Auguste se encogió de hombros: "Me ofreció un puesto, lo rechacé".

    Una sonrisa calentó el rostro pálido y demacrado de Davis: "La gente normalmente no dice que no al Presidente de los Estados Unidos. Bueno, estará usted en casa cuanto antes. Halcón Negro y los demás no volverán a la reserva Sauk en Ioway hasta algún momento del año que viene. Pero yo me voy mañana para reunirme con el comando de Zachary Taylor en el Fuerte Crawford, y debo llevarle conmigo para devolverle a tu gente".

    Auguste no respondió. Se sentó pesadamente en su cama, que había empujado hasta la pequeña ventana de su habitación con vistas al estrecho llamado Hampton Roads.

    ¿Quería volver con su gente? Recordó un pensamiento que se le había ocurrido mientras hablaba con Andrew Jackson. Todo hombre era dueño de su propia tierra. Esa era la clave del estilo de vida blanco.

    Pero ansiaba ver a Pájaro Rojo y a Pluma de Águila de nuevo. ¿Estaban bien o enfermos? Quería sujetar a Pájaro Rojo entre sus brazos, llorar a Lirio Que Flota con ella. Oír esa maravillosa historia que había escuchado de Tallador del Búho sobre Pluma de Águila y el calumet. Quería decirle a Pluma de Águila que había hecho bien.

    Pero, ¿volver con los Sauk? Ahora sabía, especialmente después de hablar con Jackson, cuál sería el futuro de los Sauk. Nunca volverían a ver el Río Grande. Perderían sus tierras poco a poco. Serían confinados en una extensión de tierra en Ioway mucho más pequeña que el territorio en el que se encontraban antes. No se les permitiría cazar donde quisieran. Tendrían que suplicarle comida a un agente indio, como Jackson había dicho. Ya no elegirían a sus propios jefes como siempre habían hecho, sino que tendrían jefes elegidos por los blancos, hombres como El Que se Mueve Alerta, quien sabía cómo utilizar tanto a los ojos pálidos como a su propia gente para avanzar. Una vida miserable, una vida en prisión, la vida de un esclavo.

    Los recuerdos llenaron su mente. Las palabras de la Tortuga: Serás el guardián de esa tierra que ha sido guardada. Los ojos marrones sin vida de Mujer Sol mirándolo fijamente en el Mal Hacha Las carbonizadas costillas de Victoire bajo una luna de tres cuartos.

    Pensó en los acres interminables de granjas y tierras de pastoreo que se extendían alrededor de Victoire. Recordó el veredicto, inocente. Los ojos de David Cooper, severos pero honestos.

    Si pudiera quitarle Victoire a Raoul.

    Entonces tendría algo que ofrecer a Pájaro Rojo y a Pluma de Águila. Si recuperara la tierra que le correspondía en el mundo que estaban construyendo los blancos, podría traer a su esposa e hijo para compartirla con ellos.

    "¿Qué pasa?" dijo Davis interrumpiendo sus pensamientos. "¿La idea de volver con tu gente no te hace feliz?"

    Auguste negó con la cabeza: "No".

    "¿Qué otra opción tienes?"

    "Podría hacer más por mi gente quedándome en el mundo blanco. No como el Judas de Jackson, sino como el maestro de Victoire".

    Davis dio un paso atrás, asombrado: "¡Maestro de Victoire! ¿Has perdido el sentido, hombre? Apenas conseguimos sacarte vivo del condado de Smith".

    "¿Me llevarías allí en lugar de ir con los Sauk en Ioway?"

    Davis negó con la cabeza: "No estoy autorizado para hacer eso".

    "¿Todavía soy un prisionero?"

    "Eres un invitado del Tío Sam, pero eso no significa que yo pueda gastar el dinero del Tío Sam llevándote a donde quieras". Davis frunció el ceño pensativo "Pero podría dejarte en Galena en lugar de llevarte todos el camino hasta Ioway. Eso no supondría ninguna diferencia, monetariamente hablando. Tampoco es que yo esté dispuesto a aceptar esto, pero ¿podrías lograr llegar a Víctor desde allí?"

    "Le escribiré a mi abuelo y le pediré que envíe un caballo a Galena para mí".

    "Si tu abuelo tiene un mínimo de sentido, te dirá que cruces el Mississippi hasta la reserva Sauk".

    "Mi abuelo tiene sentido común, pero también me ama y querrá volver a verme".

    "Si muestras la cara en Víctor, estarás meciéndote de la rama de un árbol antes de que se ponga el sol".

    "No si puedo pillar a Raoul por sorpresa".

    Davis negó con la cabeza: "Esto está mal, te estaría permitiendo que fueras a tu muerte".

    Asustado, viendo su plan a través de los ojos de Davis, Auguste se sintió tentado a cambiar de opinión. Sí, volver a Ioway, vivir a salvo en el cálido corazón de la tribu. ¿Por qué enfrentarse a una multitud de matones con rifles dirigidos por Raoul? Era inútil. Seguramente moriría.

    Pero volvió a ver esa extensión de acres, la gran casa reconstruida, la riqueza y lo que podría hacer con ella. Si le daba la espalda a eso, estaría atrincherado el resto de su vida con arrepentimiento y anhelo.

    Él dijo: "No es suicidio. Estoy arriesgando mi vida, sí, pero si no trato de corregir el mal que me han hecho, la vida no valdrá la pena".

    Davis suspiró: "Un hombre tiene que defender lo que cree, aunque parezca una causa perdida, supongo que eso es lo que tú y Halcón Negro y toda tu gente habéis estado haciendo todo el tiempo".

    Ahora que Auguste estaba comprometido, volvió el miedo. Tendría que enfrentarse a los hombres de Raoul, docenas de ellos, solo. Ni siquiera el espíritu del Oso podía darle la fuerza y ​​la habilidad para hacerlo.

    Debía de haber una manera de encontrarse con Raoul a solas. ¿Emboscarlo? Pero de esa manera, aunque lograra matar a Raoul, la ciudad y los amigos de Raoul nunca le aceptarían como maestro de Victoire.

    El hombre que acababa de conocer, Andrew Jackson, era bien conocido como duelista. En sus años en Victoire, Auguste había oído más de una vez que Raoul se encontraba con hombres en combate individual, Pierre y Elysée habían hablado con disgusto de la docena o más de asesinatos de Raoul.

    Un duelo. Esa sería la forma de hacerlo. Si lograra matar a Raoul en un duelo, nadie trataría de evitar que recuperara Victoire. Sin Raoul, sus hombres quedarían sin líder.

    Por supuesto, Raoul había matado a muchos hombres y Auguste no había matado a ninguno. Pero el espíritu del Oso pelearía del lado de Auguste. Y si fallaba, preferiría morir luchando por lo que era legítimamente suyo que pasar la vida bebiendo el agua amarga de la derrota.

    Unos días antes de abandonar Fuerte Monroe, Auguste persuadió a Davis para que le permitiera pasear por el patio de armas al mismo tiempo que Tallador del Búho. Una tristeza se apoderó de él al ver al viejo chamán, con una manta gris del ejército sobre los hombros a pesar del calor del día, caminando con pasos rígidos sobre la hierba. Los ojos de párpados pesados ​​no se iluminaron con reconocimiento hasta que Auguste se acercó a él.

    Entonces, Tallador del Búho tomó las manos de Auguste entre las suyas, y Auguste notó algo que nunca había visto antes. El repentino descubrimiento lo sorprendió.

    ¡Sus ojos se parecen tanto a los de la Tortuga!.

    Preguntándose qué pensaría Tallador del Búho de lo que iba a hacer, le dijo: "Voy a volver a la ciudad de los ojos pálidos. De vuelta a la casa de Flecha de la Estrella, quiero intentar recuperar la tierra de mi tío".

    Tallador del Búho cerró esos ojos antiguos. Habló después de un momento de vacilación, y cuando lo hizo su voz asustó a Auguste. Era la voz espeluznante que cantaba cuando profetizaba para la tribu.

    "Cuando un hombre o una mujer sufre una lesión demasiado grande para soportarlo, un espíritu maligno nace en ellos, un espíritu de odio. El espíritu maligno arruina a quien lo alberga. El espíritu maligno ocupa a un hombre y lo impulsa a hacer cosas a los demás que les hacen odiar a su vez, y así el espíritu continúa. Creo que tu tío ha estado llevando tal espíritu malvado".

    Auguste irrumpió en un sudor frío al escuchar la advertencia en las palabras de Tallador del Búho. Recordó el odio que surgía en él cada vez que pensaba en Raoul. ¿El espíritu de odio que se había encendido en Raoul en el Fuerte Dearborn, había pasado ahora a él?

    "Le prometí a mi padre, fumando el tabaco sagrado, que me quedaría con la tierra que me dio", dijo Auguste, tanto para animarse como para persuadir a Tallador del Búho. "El tabaco te unió a ti y a Halcón Negro por honor a rendiros cuando Pluma de Águila lo fumó. Yo debo cumplir mi promesa".

    Pero aún sentía frío en su interior, mientras Tallador del Búho, con los ojos pálidos y graves, le apretaba la muñeca con fuerza: "No dejes que el espíritu maligno de tu tío cruce hacia ti. Procura que sea tu promesa, y no la avaricia como la avaricia de los ojos pálidos, lo que te lleva de vuelta a esa tierra. Y sobre todo, no uses tu poder de chamán para dañar a tu enemigo, o sufrirás por ello".

    "No lo haré", dijo Auguste, pero se sentía inseguro de sí mismo. Después de todo el mal que había soportado, ¿cómo iba él a saber que no desataría sus mayores poderes si ese era el único modo de poder destruir a Raoul?

    El agarre de los huesudos dedos en su muñeca se tensó: "Pon tu corazón, Oso Blanco, no en regresar a esa tierra, sino en andar por tu camino".

    Las profundas líneas en la cara de Tallador del Búho estaban arrastradas hacia abajo con dolor, y Auguste sintió el peso aplastante de la aflición al darse cuenta de que ambos estaban pensando lo mismo: que ellos nunca se volverían a ver.

Capítulo 24

Desafío

    Siguiendo las tenues figuras de Guichard y su caballo, Auguste trepó sin aliento por un camino estrecho y empinado que subía y bajaba por la colina empinada y boscosa. Caminando su caballo por las riendas, llegó a un lugar plano, un claro abierto. Auguste olía a humo de madera. Las ventanas de una cabaña brillaban en amarillo con la promesa de seguridad.

    Mientras Auguste esperaba en la oscuridad, Guichard establó a los caballos y llamó a la puerta de la cabaña.

    "Hemos llegado, señor", avisó, y empujó la puerta hacia adentro.

    Auguste parpadeó a la luz de una docena de velas en un candelabro circular. Al otro lado de la habitación, junto a la chimenea, un libro cayó sobre la alfombra, un edredón de Kentucky fue retirado y un par de largas y delgadas piernas envueltas en una camisola de dormir se balancearon al lado de un sillón.

    "Abuelo, no te levantes" Pero Elysée ya estaba cojeando por la habitación hacia los brazos extendidos de Auguste.

    Elysée enterró su cabeza blanca en el pecho de su nieto. Auguste abrazó a su abuelo con fuerza; el abrazo de respuesta no fue tan fuerte como lo había sido unos meses atrás, cuando el anciano lo había visitado en su celda. La fragilidad y la debilidad entristecieron a Auguste.

    Pies descalzos asomando por debajo de otra camilosa de dormir, bajaron una escalera del desván del segundo piso. Antes de llegar abajo, Woodrow saltó y se apresuró a abrazar a Auguste.

    "Me he quedado aquí desde que descubrimos que vendrías, así podía avisar a la señorita Nancy de inmediato cuando llegaras aquí".

    Nancy. Su corazón se aceleró al recordarla en la silla de testigos defendiéndolo y enfrentándose al abuso de Raoul. Tenía muchas ganas de verla, de sostenerla entre sus brazos.

    Pero ¿podría permitirse sentir tanto por Nancy cuando esperaba traer a Pájaro Rojo aquí?

    Eso es mirar muy lejos en el camino. Quizás no viva para ver a Pájaro Rojo de nuevo.

    Allá afuera en la oscuridad, el enemigo podría estar reuniéndose ahora mismo.

    "¿Todavía vives con la señorita Nancy, Woodrow?"

    "Ella me adoptó". El niño bajó la vista hacia la alfombrita china de Elysée. "Supongo que eso me convierte en tu hijo también".

    Auguste entendió a qué se refería Woodrow. Auguste había tomado a Nancy como esposa según la costumbre Sauk, y Woodrow lo sabía. Vio la mirada perpleja de Elysée, y supo que podría tener dificultades para explicarlo más tarde. Pero no debía dudar ahora. Apretó el hombro huesudo de Woodrow.

    "Estoy orgulloso".

    "Y yo estoy orgulloso de ti, Oso Blanco, me alegra que hayas vuelto. Me voy a casa de la señorita Nancy en cuanto me ponga los pantalones". El niño volvió a subir la escalera.

    "Guichard, ve a buscar a Nicole y a Frank", dijo Elysée mientras llevaba a Auguste por la habitación y lo empujaba suavemente hacia una silla.

    "Estarán durmiendo, abuelo", protestó Auguste.

    "Se pondrían furiosos si no los despertáramos", dijo Elysée con su cara de halcón severa. "Y es más seguro que nos encontremos tarde en la noche".

    Auguste se preguntó, ¿había algún momento seguro? ¿No tenía el enemigo ojos y oídos durante la noche?

    Auguste se quitó el abrigo que Guichard le había dado en Galena y se sentó en una recta silla de madera junto al sillón cerca del calor del fuego. Notó una pistola y un rifle, montados sobre unos soportes en la repisa de la chimenea, con dos cuernos de pólvora colgando a su lado. Guichard llenó tres vasitos con un dedo de brandy cada uno, bebió de uno rápidamente y dejó los otros dos y la jarra en una mesita al alcance de la mano.

    "Rejuvenecí diez años al ver la cara de Raoul ponerse púrpura cuando entró en el tribunal con sus pícaros y oyó que te habías ido como un espíritu". Elysée se limpió las mejillas húmedas con un pañuelo azul. "Lloro tan fácilmente. Me estoy haciendo viejo".

    "Yo también estoy llorando, Abuelo".

    Elysée le dirigió una mirada severa pero todavía húmeda. "Basta de llorar entonces. Cuéntame todo lo que has visto y hecho desde el juicio".

    Auguste le describió su viaje a la ciudad de Washington y la reunión con Andrew Jackson.

    Woodrow, vestido ahora para montar, se demoró para escuchar mientras Auguste repetía el discurso de Halcón Negro a Jackson. Luego el muchacho estrechó solemnemente la mano de Auguste y salió.

    "Ten cuidado ahí afuera", exclamó Auguste a su espalda.

    Elysée dijo: "El Presidente Jackson, ¿qué clase de hombre es?"

    "Su apodo, Viejo Hickory, es adecuado. Es duro, muy duro" [NdT: El «hickory» es un árbol americano del género Carya con corteza muy dura.]

    Auguste relató su rechazo a la oferta de Jackson de un puesto y su exclusión de la gira del grupo de Halcón Negro.

    Elysée sacudió la cabeza dubitativamente: "Aceptar un puesto en el gobierno podría haberte abierto una excelente carrera".

    Auguste sacudió la cabeza: "Sabía que Jackson quería usarme para que el espíritu del Oso me desgarrara el corazón si alguna vez consintiera".

    Elysée levantó una ceja: "¿Todavía crees en esas cosas, espíritus oso y todo eso?"

    Auguste pensó en su determinación de triunfar como un hombre blanco. Aun así, el espíritu del Oso era tan real como su abuelo.

    "No solo creo, abuelo, lo sé".

    La respuesta de Elysée se interrumpió cuando Nicole abrió la puerta llorando, seguida por Frank y Guichard. Auguste sostuvo a su tía entre sus brazos, regocijándose por la fuerza que sentía en su amplio cuerpo. Guichard trajo más sillas de una habitación trasera. y las puso cerca del fuego. Se sentaron en círculo de espaldas a la oscuridad exterior.

    "Todo esto de ir de casa en casa no es seguro", dijo Nicole. Raoul probablemente nos está vigilando a todos. No sentirá que es el verdadero dueño de Victoire mientras Auguste esté vivo".

    Frank dijo: "Él podría saber que el presidente Jackson lo envió de regreso desde la ciudad de Washington. Hemos estado recibiendo informes regulares del Este sobre la gira del Jefe Halcón Negro, y tu nombre no fue mencionado".

    "¿Tienes alguna noticia sobre el resto de mi gente?" Preguntó Auguste.

    Nicole dijo: "Los prisioneros Sauk que pasaron por aquí están detenidos en Rock Island".

    Auguste dijo: "Debo ir allí y encontrar a Pájaro Rojo y a Pluma de Águila".

    Al enterarse de que ella seguía en Illinois, quiso más que nunca rescatarla del hambre, el miedo y el cautiverio, traerla a ella y a Pluma de Águila aquí a Victoire.

    Si vivo para hacerlo.

    "¿Te unirás a los otros Sauk en Ioway después de encontrar a tu familia?" preguntó Frank.

    Auguste negó con la cabeza: "No, debo ocupar el lugar que me corresponde aquí. Ya no puedo vivir como un Sauk. Si queremos vivir y prosperar, debemos vivir como lo hacen los blancos, todo hombre mantiene y cuida de su propia tierra. Quiero mostrarle a mi gente cómo se puede hacer eso. Quiero recuperar Victoire".

    Un silencio llenó la habitación. Un tronco en el fuego se partió en dos con un fuerte crujido, salpicando chispas en la pantalla.

    Auguste los miró a cada uno por turnos. Había preocupación en los ojos de Elysée. La cara llena de Nicole estaba pálida por el miedo, y Frank parecía desconcertado. Guichard, de pie contra la pared, sorbía brandy.

    Frank dijo: "Pero Raoul... va a intentar matarte".

    "Tengo intención de permitirle que lo intente. Tengo intención de desafiarlo".

    "No puedes", la voz de Nicole era estridente. "Tiene docenas de hombres detrás de él".

    "Tendrá que luchar contra mí de hombre a hombre. Raoul puede mantener la casa solo mientras sus seguidores piensen que es el más fuerte y valiente. No lo respetan como solían hacerlo. Cometió demasiados errores y algunos de esos errores le han costado la vida a sus propios hombres. Si trata de matarme sin pelear conmigo, se debilitará aún más ante los ojos de sus hombres. Y si pierde el respeto de sus hombres, lo pierde todo".

    Nicole dijo: "Pero te enfrentas a alguien que ha matado muchas veces".

    Cierto. Y había matado a Cuchillo de Hierro, el valiente más grande y más fuerte de la Banda Británica.

    "Debo hacerlo", dijo Auguste. "Nunca he matado, pero sé cómo usar las armas. Debo hacerlo por mi madre. Por todos los Sauk que él ha matado. Y para que se haga la voluntad de mi padre. Creo que el espíritu del Oso me ayudará".

    Esperaba sonar más seguro de lo que sentía. Si dejaba que estas personas lo persuadieran, podría darse por vencido y huir.

    Elysée gimió: "El espíritu del oso de nuevo. Auguste, piensa en cuántos hombres han ido a la batalla creyendo que Dios y los santos y los ángeles los ayudarían. Y han muerto".

    Auguste deseaba poder explicarlo. Quizás para los hombres blancos los espíritus no existían, pero él sabía que sus visiones eran reales. El espíritu del Oso no era solo otra parte de su mente. Tenía vida propia. Había dejado las huellas de sus garras en su cuerpo. Había dejado su huella en la tierra al lado del cuerpo de Pierre cuando se había llevado su espíritu.

    "Si estuviera equivocado al tratar de luchar contra Raoul, Abuelo, recibiría una advertencia".

    Elysée sacudió la cabeza con tristeza, incrédulo. Auguste también estaba triste, pensando en cuánto más había en el mundo que el abuelo jamás se permitiría saber.

    El reloj Seth Thomas en la repisa de la chimenea sonó una vez, haciéndolos saltar a todos. A la una de la mañana, Auguste; al final de un viaje por ferrocarril, barco de vapor, diligencia y caballo, que había tomado semanas; sentía el dolor del agotamiento hasta los huesos. Pero esto era solo fatiga corporal. Ahora que estaba en Víctor, estaba emocionado y su mente estaba completamente despierta.

    Frank puso una mano manchada de tinta sobre el hombro de Auguste.

    "Escucha, Auguste. Aunque lograras matar a Raoul, no recuperarías Victoire".

    "¿Por qué no?"

    "Las cosas han cambiado por aquí. La gente no se aferra a la idea de que todo hombre debería llevar un arma y llevar la ley en sí mismo. Han visto que eso solo conduce a una pandilla como Raoul y sus pícaros a manejar cosas. Han decidido que quieren que el condado lo dirijan aquellos que ellos han elegido. Y hombres como David Cooper y Tom Slattery se presentaron. Slattery es nuestro nuevo sheriff".

    Elysée dijo: "El Visitante de Víctor ha tenido mucho que ver con este cambio".

    Frank se encogió de hombros modestamente y continuó: "Justo después de tu juicio, un grupo de hombres en Víctor y en las granjas de por aquí, en su mayoría recién llegados, formaron una organización llamada Reguladores. Dijeron que era una vergüenza que el Ejército tuviera que protegerte durante el juicio y que tuvieras que huir de la ciudad al termino de este. Están decididos a mantener el orden en el condado de Smith, y Slattery los ha hecho jurar a todos como ayudantes para que hagan que se cumpla la ley. Las cosas están tensas ahora entre los Reguladores y los hombres de Raoul, pero los Reguladores tienen más número y más espíritu".

    "Bueno, entonces", dijo Auguste exasperado, "¿por qué estos Reguladores no me apoyarían si mato a Raoul?"

    "Porque los duelos van contra la ley. Volverías a ser juzgado por asesinato. Y, por Dios y por mucho que le duela, Cooper te ahorcaría".

    "Y si no matas a Raoul", dijo Nicole, "morirás y él seguirá con Victoire".

    Auguste sintió como si estuviera luchando dentro de una red de fuertes cuerdas. Le dolían las manos y el corazón con deseo de venganza de Raoul, aunque no recuperara a Victoire.

    Pero eso era una locura, matar a Raoul y ser ahorcado por ello.

    "¿Qué puedo hacer entonces?" preguntó en voz baja.

    Nicole dijo: "David Cooper aún tiene los documentos que prueban que Pierre te adoptó y te dejó Victoire a ti".

    Por un momento, Auguste sintió que su carga de miedo se hacía más ligera. Pelearía contra Raoul en la sala de un tribunal. Nadie necesitaba morir.

    Pero no, rechazó la idea.

    "Me absolvieron de asesinato, pero no es probable que un jurado de nuevos colonos en Illinois convierta a un indio en el mayor terrateniente del condado".

    Nicole dijo: "Lo harían, porque sabrían que si te respaldaran a ti contra Raoul, respaldarían a toda la familia, no solo a ti".

    Auguste dijo: "Aún cuando pudiera conseguir un juicio justo, yo no viviría para escuchar el veredicto".

    "Sí, lo harías", dijo Frank. "El miedo a los Reguladores evitaría que Raoul te asesinara".

    Auguste sintió que la red rocosa se tensaba. Tres lunas atrás su vida había estado en manos de doce hombres blancos. Ahora Frank le estaba pidiendo que confiara en hombres blancos desconocidos de nuevo. Y de nuevo, parecía que no tenía otra opción.

    "¿No hay nada más que pueda hacer?" Las palabras salieron como un grito de dolor.

    "Dijiste que quieres vivir como los blancos", dijo Frank. "Entonces debes comenzar a pensar y actuar como un hombre blanco civilizado. Busca el remedio en la ley".

    Más de una vez, pensó Auguste, había visto que los hombres blancos civilizados ignoraban la ley tan rápidamente como buscaban remedio en ella. Pero resignado, se desplomó en su silla con las manos colgando entre las rodillas.

    "Seguiré vuestro consejo".

    Nicole se le acercó y le acarició el pelo: "Estaremos a tu lado en todo momento, Auguste".

    La amenaza de la soga, la bala o el cuchillo pareció desaparecer un poco, cuando Guichard puso otro tronco en el fuego y comenzaron a hablar sobre ir a Vandalia, encontrar un abogado, tal vez Thomas Ford otra vez, y presentar demanda contra Raoul. Aún existía la posibilidad, la probabilidad, de fracaso Pero al menos podría salir vivo.

    El reloj dio las dos.

    Un fuerte golpe en la puerta sobresaltó a Auguste. Todos se callaron, temiendo lo que pudiera haber allí afuera.

    Guichard fue a la puerta, la abrió un poco y luego la abrió del todo.

    Auguste vio el destello de un cabello rubio bajo un sombrero y ojos de un azul profundo. El repentino salto de su corazón lo levantó de su silla. Apenas oyó caer la mesita de servicio a su lado, derramando su brandy.

    Corrió con los brazos extendidos hacia Nancy.

***

    Las gafas en el escritorio miraban acusadoramente a Raoul.

    ¿Por qué sigo sacándolas y mirándoloa?

    Era como pellizcar una costra y hacer que sangrara una y otra vez, de modo que la herida nunca cicatrizara.

    Con una mano gentil, cerró el estuche plateado. Lo había limpiado y pulido hacía mucho tiempo, pero aún lo recordaba como lo había visto por primera vez, veteado con la sangre de la mujer india que acababa de matar. Metió el estuche en el cajón de su escritorio.

    Armand Perrault, sentado frente al escritorio de Raoul, gruñó con disgusto.

    Ignorándolo, Raoul tomó su vaso de whisky y dio un sorbo, pasando la punta de la lengua por las puntas del bigote.

    "¿Por qué no te deshaces de esas malditas gafas?" dijo Armand mientras volvía a llenarse el vaso de la jarra de Raoul.

    Cuando Armand recogió su vaso, dejó un anillo húmedo manchando la superficie pulida de arce. Ya había muchos anillos en el escritorio, a pesar de que este había sido enviado desde Filadelfia hacía solo dos meses. Parecían ojos de búho, mirando fijamente como las gafas.

    Pero Raoul no podía conseguir preocuparse por el aspecto de su escritorio, de igual modo que no le importaba del todo comenzar a reconstruir Victoire. Prefería vivir en el puesto comercial. No había tenido ganas de hacer nada desde la segunda escapada de Auguste de Víctor. La próxima primavera, se dijo a sí mismo, comenzaría las obras.

    Y así se quedaba levantado hasta tarde todas las noches en su cuarto de contabilidad con Armand y bebían y se contaban las mismas historias sobre la guerra contra la banda de Halcón Negro. Había hombres con los que beber en la taberna, pero a él no le caían bien la mayoría de ellos. Armand había estado con él más tiempo que nadie. A Raoul tampoco le caía muy bien, pero estaba acostumbrado a él.

    Armand aceptó a regañadientes la explicación de Raoul de que no había leído con atención su copia del testamento antes de echarla al fuego. Agradeció a Raoul los tardíos doscientos dólares y despachó la generosidad de Pierre como un intento de soborno desde más allá de la tumba.

    Raoul miró su escritorio manchado. El cajón todavía estaba abierto y el estuche plateado aún era visible: "Eran las gafas de mi hermano".

    "Ya lo sé. ¿Por qué las guardas? Tú odiabas a tu hermano".

    Raoul dejó caer la palma de la mano sobre el escritorio: "¡Calla! Tú no entiendes nada de eso".

    ¿Cómo me siento respecto a Pierre? ¿Todavía lo amo de alguna manera? ¿Por eso me he quedado con sus gafas?

    Indispuesto de pronto a consignar la caja plateada a su escritorio, la dejó caer en el bolsillo de su chaqueta. Armand probablemente quería que la tirara para poder recuperar la caja y venderla por la plata.

    Armand dijo: "¡Tu hermano me hizo un cornudo y sus amigos indios mataron a mi esposa. Mon Dieu, cómo quise ver a ese hijo bastardo suyo ahorcado por eso!".

    Raoul estaba cansado de escuchar a Armand hablar sobre su Marchette muerta, a quien no le había dado más que golpes y desprecio cuando estaba viva. Irse a la cama con Pierre fue lo único bueno que le había sucedido a esa pobre mujer. Pero no dijo nada; después de todo, él mismo se había preocupado muy poco por Clarissa cuando estaba viva.

    "Ya tendrás la oportunidad de matarlo", dijo Raoul, "Volverá por aquí".

    Ya había pasado casi una semana desde que el sargento del Fuerte Crawford, a sueldo de Raoul, había pasado la noticia de que Andrew Jackson había enviado al mestizo de regreso al Oeste. ¡Y pensar que esa alimaña se había reunido con el Presidente!

    Si Auguste viajaba tan rápido como las noticias, debía estar cerca de aquí. El informante de Raoul había dicho que se suponía que Auguste debía ser enviado con una escolta militar a la nueva reserva Sauk en Ioway. Raoul estaba seguro de que Auguste vendría a Víctor.

    Cuando Auguste regresara a Víctor, iría de inmediato a la cabaña de Nancy Hale, o la llamaría. Seguramente ella había mentido en la corte sobre lo que ella y Auguste eran el uno para el otro. Los muchachos que Raoul había enviado para vigilar su cabaña le harían saber de la llegada de Auguste.

    Armand asintió vigorosamente: "Que le Bon Dieu me conceda la oportunidad de matarlo. Pero ¿qué te hace estar tan seguro de que vendrá aquí?"

    "Porque sabe que puede probar que Pierre le dejó Victoire a él. Cooper tiene esos documentos y Cooper le ayudó a escapar, por lo que tiene a Cooper de su lado".

    Armand dijo: "Dos hojas de papel. Muy fácil hacerlas desaparecer".

    "¿Cómo demonios voy a quitárselas a Cooper? ¿A él y a sus Reguladores?".

    Mirando con rabia a Raoul, Armand se reclinó en su silla haciendo que crujiera. Cruzó las manos sobre la gran barriga que estiraba su camisa llana.

    "Mata a Cooper y no habrá más Reguladores".

    Ya me gustaría poder hacer eso.

    Sirviéndose otro trago, Raoul dijo: "Armand, eres casi tan estúpido como un indio".

    Los ojos de Armand se entornaron y, por un momento, Raoul vio un destello de odio que le recordó la forma en que el tipo solía mirar a Pierre.

    "Tenga cuidado de cómo me habla, mon coronel", dijo Armand con una voz que sonó como piedras de molino moliendo, "Soy tu único amigo. Otto Wegner y Eli Greenglove se volvieron contra ti. Hodge Hode está muerto. Levi Pope se ha unido a los Reguladores".

    Es verdad que no tengo otros amigos salvo Armand. No tengo familia ¿Qué me ha pasado?

    "Maldita sea, es una estupidez hablar de luchar contra los Reguladores, Armand. Mata a Cooper y tendríamos una guerra en todo el condado".

    "Creo que podríamos asustar a los Reguladores para que retrocedan, señor coronel... si nosotros mostramos algo de coraje".

    Eso es una puñalada para mí.

    El whisky y la ira casi desataron que Raoul arremetiera contra Armand, pero sintió un repentino temor de que Armand se volviera contra él y él se quedara solo del todo.

    Raoul reflexionó un momento, luego habló por fin.

    "Espera hasta que abra la mina de plomo la próxima primavera. Iremos a Galena tú y yo, y reclutaremos a los mineros más rudos y mezquinos que podamos encontrar. Y les dejaremos claro que tendrán dos trabajos, buscar plomo y luchar contra los Reguladores. Cuando tengamos suficientes aquí, nos enfrentaremos a Cooper y a su partido en las próximas elecciones. Repartiré whisky y dinero. Nuestros muchachos le darán una paliza a todo el que diga que no votará a nuestro partido. El Condado de Smith nos pertenecerá otra vez, Armand".

    Oyó apresurados pasos resonando en el suelo de troncos de la habitación principal del fuerte. Alguien llamó a la puerta de su oficina como un nadador que sube del fondo de un lago después de una inmersión. Raoul se levantó de su cómoda bruma de whisky.

    "¿Quién está ahí?" gruñó.

    Josiah Hode; un flaco pelirrojo con oscura camisa calicó y pantalones de trabajo, gran cuchillo de caza en la cintura; abrió la puerta. El hijo huérfano de Hodge.

    Así es como mis Andy y Phil habrían crecido. El pensamiento lastimó a Raoul porque Andy y Phil estaban muertos y porque él nunca los había amado en realidad.

    "¿Qué pasa, Josiah?"

    "Alguien se acercó a la puerta de la «Sita» Hale y llamó a la puerta. Me escabullí hasta la cerca. Cuando salieron, vi que era ese chico Woodrow que vive con ella. Y ella sacó su propio caballo y se cabalgó hacia la ciudad con el muhacho".

    "¿Los seguiste?"

    "El tiempo suficiente para ver que subieron a la casa del viejo señor de Marion".

    "¡Él está allí!" dijo Raoul. Se sintió como si estuviera cazando en una mañana helada y acabara de ver un ciervo de astas extendidas. Apretó el puño y lo dejó caer sobre su escritorio con fuerza. Abrió el cajón nuevamente, sacó una bolsita de monedas y cerró de golpe el cajón.

    Contó nueve dólares españoles: "Josiah, divídelos entre vosotros tres por mantener una buena vigilancia". Dejó caer una decena de piezas de ocho en las ahuecadas manos del chico. "Eso es para ti, por traerme las buenas noticias".

    Josiah sonrió, con todos los dientes. "Montón de gracias, señor De Marion".

    "Armand, quiero unos veinte hombres. Vete y búscalos para que se reúnan conmigo en la puerta del puesto comercial".

    "Très bon, mon coronel".

    Raoul pensó un momento. Él había planeado ahorcar a Auguste, pero no podían dejar un cuerpo y que los Reguladores lo encontraran.

    "Lo llevaremos a la mina principal y acabaremos con él allí. Conozco partes de esa mina donde nadie encontrará nada".

    "¿Puedo ir yo, señor de Marion?" preguntó Josiah. El brillo de admiración en sus ojos dio calidez a Raoul.

    Raoul le sonrió al chico: "Claro, Josiah, trae el rifle de tu padre. Te mostraré cómo se encarga el Condado de Smith de su Problema Indio".

***

    "¿Nicole y el Abuelo saben lo nuestro?" le preguntó Auguste a Nancy mientras se sentaban uno al lado del otro en la baranda que Guichard había construido alrededor del jardín de Elysée.

    "Se lo conté a Nicole", dijo ella. "Tenía miedo de que ella me condenara, pero yo tenía que confiar en alguien. Fue muy amable conmigo, ni el menor reproche".

    "Nicole lo entiende". Su voz sonó ahogada. No sabía cómo conocía a Nicole tan bien, por miradas, por pistas en su voz tal vez, pero estaba seguro de que los propios deseos de Nicole eran tan grandes como ella. Y su generosidad aún más grande. Ella no sentiría sino buena voluntad hacia el anhelo de otra mujer por un hombre.

    Nancy puso la mano sobre la de Auguste, y la respiración de este se aceleró. El rostro de Nancy parecía atraerle la mirada, y él la miró a la luz de la luna creciente. Ella estaba más hermosa esta noche que nunca. Sus mejillas estaban más redondas ahora: no se había dado cuenta de lo demacrada que había estado como cautiva de los Sauk.

    Todos parecíamos comida para los buitres. Pero incluso entonces me encantaba mirarla.

    En este momento sintió que la sangre palpitaba en su cuerpo. Quiso llevarla de la mano al bosque más allá de la casa y yacer sobre ella. Como cualquier saludable esposo y esposa Sauk se saludarían después de un largo tiempo de separación. Muy consciente de su hambre por Nancy y la de ella por él, apenas podía pensar en otra cosa. La necesidad de ambos iluminaba el jardincito con un fulgor más brillante que el de la luna.

    ¿Pero qué hay de Pájaro Rojo? Aunque ella había aceptado a Nancy como su verdadera esposa, tanto como ella misma, de alguna manera no parecía correcto que él amara a Nancy ahora. Había sido correcto cuando vivían con la Banda Británica; aquí en Víctor no estaba bien.

    "Sabía que volverías", dijo Nancy, sintiendo el deseo en él pero no su vacilación, acercando los labios a los suyos tanto que él casi podía saborearlos.

    Él se alejó de ella para no ser vencido completamente por su cercanía.

    Decidió hablar de otras cosas. Le contó el plan con el que había venido, para desafiar a Raoul. Le contó cómo Frank lo había persuadido para que intentara recuperar Victoire con la ayuda de la ley.

    "La Tortuga ha dicho que debo ser el guardián de la tierra y asegurarme de que ningún ojo pálido prospere robando a los Sauk", dijo él. Si puedo arrebatarle Victoire a Raoul, mi gente tendrá un lugar al que ir en la tierra que alguna vez fue suya".

    "¿Te refieres a que la tribu regrese y viva en la propiedad?"

    "No, ellos nunca podrían volver a Illinois como tribu, pero las familias podrían venir a vivir aquí durante un tiempo, podrían enviar a sus hijos aquí, podrían aprender nuestros costumbres y la riqueza de la propiedad podría ayudarles, donde quiera que estén".

    "¿Traerías a Pájaro Rojo y a Pluma de Águila aquí?" preguntó ella apretándole la mano.

    ¿Quiere que le diga que no lo haré? No, ella también se preocupa por ellos. Éramos una familia.

    Él dijo: "Sí, si puedo quitarle Victoire a Raoul, los traeré aquí".

    Él la vio cerrar los ojos y supo que la estaba lastimando, y eso profundizó aún más su propio dolor.

    Ella le soltó la mano y juntó los dedos en el regazo. "Por supuesto, Pájaro Rojo es la primera en tu corazón, pero ¿cómo podrá ella vivir aquí contigo? Donde su bebé fue arrancado de sus brazos y asesinado por una multitud de blancos".

    "Me lo he preguntado muchas veces. Tendré que escuchar lo que dice Pájaro Rojo".

    Recordó lo que Mujer Sol había dicho cuando Pierre le pidió que lo acompañara a Victoire :No podría ver ojos pálidos todo el día. Mi corazón se secaría. Y seguramente Pájaro Rojo tenía más razones para odiar la visión de caras blancas que Mujer Solsiete años atrás.

    ¿Podría él mismo vivir aquí? Hablaba de recuperar Victoire, de vivir como un hombre blanco, pero recordó las pilas de muertos que había visto en aquella isla empapada en sangre del río Mal Hacha. ¿Podría él vivir entre las personas que habían hecho aquello?

    Nancy dijo: "¿Aún desearías vivir en Victoire si Pájaro Rojo dijera que no vendría contigo?"

    Vio el pequeño rostro de Pájaro Rojo, sus ojos rasgados, el mechón de cabello negro que le caía ante la frente. Sintió sus delgados brazos rodeándolo como le habían abrazado tantas noches en su tipi. Vio el amor y el miedo en los ojos de Pluma de Águila cuando se habían separado para poder llevar a Nancy y a Woodrow a un lugar seguro. El dolor de estar lejos de ellos casi lo hizo querer llorar.

    "No sé la respuesta a eso. El camino que sigo es oscuro, debo ir paso a paso".

    El aire frío de la noche transportó un sonido a sus oídos. A lo lejos, en el acantilado al sur de esta colina, la voz baja de un hombre había pronunciado algunas palabras, luego otra voz respondió. Oyó el ruido de una bota en la grava. Un portazo.

    Se le erizó el vello de la nuca.

    Levantó la cabeza y sintió que sus oídos se extendían con mayor alcance para captar todo lo que venía hacia él. Los ruidos eran débiles; ningún ojos pálidos los habría visto.

    "¿Qué pasa?" dijo Nancy.

    Los sonidos parecían venir del pueblo. ¿Quién estaba levantado tan tarde después de la medianoche?

    "Hay unos hombres hablando, muy lejos" Escuchó durante algunas respiraciones. "No escucho nada ahora".

    Víctor, decidió él, le estaba volviendo demasiado temeroso.

    Nancy dijo: "Si Pájaro Rojo viene a vivir contigo, ¿qué será de ti y de mí?" Ella tomó su mano entre las suyas, acariciando sus dedos. "Te amo, Auguste. Ahora más que nunca. Antes, mi vida dependía de ti. Ahora sé que te amo por mi propia voluntad".

    "Y yo te amo a ti, Nancy".

    "Pero también amas a Pájaro Rojo. Más que a mí".

    "No más que a ti. De otro modo. A veces parezco ser dos personas".

    "Entre los Sauk podías tenernos a mí y a Pájaro Rojo como esposas. Y cuando yo era una cautiva, y pensaba que podría morir en cualquier momento sin haberte amado, entonces acepté vuestras costumbres. Pero si Pájaro Rojo viviera aquí, tú y yo tendríamos que estar juntos en secreto. Y yo no podría vivir toda mi vida de esa manera".

    Él sabía que vivir así sería doloroso. Esa era la razón por la que él había intentado una y otra vez renunciar al amor de Nancy.

    "Lo entiendo", dijo, y las palabras le quemaron la garganta.

    Pero ahora no renunciaría a cada instante que pudiera pasar con ella, ni siquiera para escapar de este dolor.

    Le dolía poner los brazos alrededor de Nancy y sentir que ella lo abrazaba. Pero él se sentó rígido, hundiendo los dedos en sus propios muslos.

    Nancy habló, y él pudo oír el hierro del dolor en su voz. "Si Pájaro Rojo viene aquí como tu esposa, yo me iré de aquí. Tal vez regresemos al Este, Woodrow y yo".

    Ella se detuvo abruptamente, demasiado ahogada por las lágrimas para hablar. La barandilla en la que estaban sentados temblaba con sus sollozos.

    Algo se rompió dentro de Auguste y sintió que le ardían los ojos mientras el agua le goteaba por las mejillas. Bajó de la barandilla y le tendió los brazos.

    "Verte de nuevo y oírte decir que me dejarás para siempre", dijo él. "Eso duele demasiado".

    Ella se enterró entre sus brazos, presionando su rostro mojado contra el de él. Los labios de Nancy giraron para tocar los suyos, ardiendo, devorando. Sus brazos se deslizaron a su alrededor, sus manos le acariciaban el cuello. Él podía sentirla tirando de él mientras la abrazaba y las piernas cediendo camino.

    Él sabía que iban a tenerse el uno al otro y que no podían contenerse.

    El puso la mano sobre el pecho de Nancy, amando su suavidad, sintiendo el erizado pezón presionar su palma a través de la seda y el calicó.

    Pisadas crujieron en los arbustos al pie de la colina.

    Él se congeló, todos sus sentidos se tensaron.

    La sangre caliente en sus venas se convirtió en un instante en agua helada.

    "Auguste, por amor de Dios", susurró ella.

    "Alguien viene", dijo él. Sintió que ella temblaba sobre él.

    Él oía a muchos hombres. Estaban intentando moverse en silencio, filtrándose colina arriba por el bosque, pero pocos ojos pálidos podían caminar sin ser oídos entre arbustos y árboles y montones de hojas caídas, especialmente de noche.

    Junto al miedo, sintió un súbito enfado consigo mismo que le hizo querer darse un puñetazo. Había escuchado las voces antes, más lejos, en el pueblo. Debería haber estado escuchando. Habría sabido quiénes eran y lo que querían.

    Sus oídos le decían que los hombres que se acercaban habían formado un semicírculo que se cerraba lentamente mientras ascendía hacia la cabaña de Elysée. El corazón le latía en la caja torácica saltando batidos, y luego latiendo con fuerza.

    Nancy le agarró la mano.

    "¡Dios nos proteja, Auguste!" susurró ella. "Yo también los oigo. Tu tío debe haber descubierto que estás aquí. Tienes que escapar".

    "Entra en la casa. Deprisa".

    En la habitación delantera de la cabaña de Elysée, Frank y Nicole estaban sentados junto a las brasas del fuego. Los demás se habían ido a dormir. Nancy voló hacia los brazos de Nicole.

    "Tenemos que ponerlo en conocimiento de los Reguladores", dijo Frank cuando Auguste le habló sobre los hombres que subían la colina. Zarandeó a Woodrow, quien había estado durmiendo en el diván.

    "Ve por el barranco al otro lado de esta colina", le dijo Frank al muchacho. "Dile al juez Cooper que Raoul y sus hombres han venido a matar a Auguste". Volvió los ojos preocupados a Auguste. "Quizás sea mejor que vayas con Woodrow Estarías a salvo en la casa de Cooper".

    "No", dijo Auguste. "Si huyo y me atrapan, seguramente me matarán. Voy a hacer lo que vine a hacer. Cuando Raoul llegue aquí, le desafiaré". Su corazón latía con fuerza. tan fuerte que su voz temblaba.

    "¡Oh, Auguste, no!" chilló Nancy.

    Woodrow estaba vacilante junto a la puerta, escuchando: "Ya casi están aquí".

    "¡Ve!" le espetó Frank. Woodrow salió corriendo.

    "Ve con cuidado, Woodrow", exclamó Nancy.

    "Desafiar a Raoul es simplemente... una locura", dijo Frank. Fue a la repisa y echó mano a la pistola de Elysée.

    "¡Frank, no puedes!" chilló Nicole.

    "¿Qué otra opción tenemos?" dijo él. Tomó uno de los cuernos de pólvora y se sentó a cargar y preparar la pistola.

    Auguste dijo: "Frank, hay demasiados. Si intentas luchar contra ellos, solo dispararás esa pistola una vez, y luego estarás muerto".

    Frank dijo: "En unos minutos, Cooper y los Reguladores estarán aquí. Lo único que tenemos que hacer es retener a Raoul y sus hombres un poco".

    "Por favor", dijo Auguste. "Déjame salir y encontrarme con Raoul solo".

    Elysée dijo: "Absolutamente no". Él se había levantado, con su larga camisa de dormir. Estaba en la puerta de su habitación. Hizo un gesto a Guichard, quien lo había seguido.

    "Cárgame el rifle, Guichard".

    "¡Abuelo, no!" chilló Auguste. Quiso abrazar al anciano y protegerlo.

    Elysée se encogió de hombros. "Tal vez, como Frank dice, podemos enfrentarlos sin disparar. Tú mantente fuera de la vista, Auguste. No puede estar seguro de que estés aquí".

    "No dejaré que esto suceda", dijo Auguste. "Me iré ahora, seguiré a Woodrow". Se dirigió hacia la puerta.

    Podrían estar ahí fuera.

    Si lo están, entonces podré enfrentar a Raoul como lo planeé en un principio.

    Abrió la puerta de golpe y vio a Raoul sonriéndole, su cara era amarilla a la luz de las velas de la cabaña.

    Y más allá de Raoul, llenando el claro, una multitud de hombres con rifles.

***

    Raoul no podía ver la cara del mestizo. La luz que se derramaba de la casa de Elysée dejaba a Auguste en la sombra. Pero sí vio la oreja derecha, parcialmente oculta por el largo cabello negro de Auguste. Él alzó la pistola de bolas sostenida laxamente en su mano derecha. Esta vez no faltaría.

    Ahora. Apunta la pistola y aprieta el gatillo. Ni siquiera está armado.

    Pero detrás de Auguste, Raoul vio a Frank Hopkins con una pistola y a Papá con un rifle. Si le disparaba a Auguste, no tendría tiempo para recargar. Ellos descargarían sobre él. E incluso si no disparaban, testificarían contra él.

    Al mirar a Frank, vio a Nicole y Nancy Hale mirándolo con los ojos muy abiertos. Al ver a Nancy, tensó los músculos de la mandíbula y apretó la mano en la empuñadura de la pistola.

    ¿Cómo ha podido ella darme la espalda a mí y volver con ese bastardo piel roja?

    "Ven fuera, mestizo", le dijo a Auguste. "Puede que un jurado te haya declarado inocente, pero sabemos que eres culpable como el infierno. ¡Tú enviaste a ese grupo de guerra Sauk aquí". Alzó la voz. "Y vosotros, Papá, Frank... sois unos idiotas por defenderle. Sus indios intentaron mataros a vosotros también".

    Auguste dijo: "Raoul, tú fuiste la causa de que los Sauk vinieran a Víctor. Eres un mentiroso, un loco y un cobarde, un ladrón y un asesino".

    Auguste dio un paso adelante y abofeteó a Raoul.

    El golpe fue demasiado repentino para que Raoul reaccionara. Ni siquiera fue lo suficientemente fuerte como para hacerle daño. Simplemente fue un gesto de desprecio.

    Y la ira de Raoul se encendió como un incendio forestal. Levantó la pistola. El pecho desprotegido de Auguste estaba a menos de un paso de distancia.

    Pero Auguste habló de nuevo antes de que Raoul pudiera disparar: "¿Vas a disparar a un hombre desarmado ahora, Raoul? Adelante, demuéstrate a ti mismo que eres un cobarde. Cuando me quitaste Victoire, no quisiste pelear conmigo en Arroyo del Viejo, la Huída de Marion. Me planté ante ti con las manos vacías y tú intentaste dispararme. No tienes la arena dentro para enfrentarme con justicia".

    Raoul sintió que las palabras de Auguste no estaban dirigidas a él, sino a los hombres detrás de él. Se sintió enojado, atrapado.

    ¡Dispara, maldita sea! Hazle callar.

    No, es demasiado tarde. Todos estos hombres han oído lo que ha dicho.

    "Tienes miedo de pelear conmigo de hombre a hombre. Te desafié el día que me expulsaste de Victoire y te echaste atrás. Te desafío de nuevo, Raoul".

    Una respuesta surgió en la mente de Raoul: "Acepto. Que las armas sean tu soga y cuello".

    Pero incluso mientras hablaba tuvo una sensación de inquietud y hundimiento.

    No oyó a ninguno de sus hombres reír.

    Armand dijo: "¿Qué demonios, Raoul? Has matado a cientos de indios, algunos de ellos mucho más grandes que este. Dale su duelo".

    Por un momento, Raoul sintió ganas de girar la pistola a Armand. El antiguo supervisor se estaba cobrando, se dio cuenta él, el desprecio que había soportado.

    "Estoy preparado para enfrentarme contigo ahora o en cualquier momento, mestizo. Que sea esta noche, pero donde no haya testigos para acusar de asesinato al ganador".

    Auguste dijo: "Estaría loco si confiara en ti y en tus hombres".

    "Tienes que hacerlo", dijo Raoul. "No te voy a dar ninguna otra opción. Los hombres se encargarán de que sea una pelea justa. Eso es lo que quieren". No pudo evitar la amargura de su voz. "Ven con nosotros o te desplomo de un tiro aquí en esta misma entrada".

    Frank Hopkins, con la pistola apuntando a Raoul, se apiñó en la puerta junto a Auguste.

    La O negra del morro de hierro apuntó a un Raoul helado. Había oído que Frank había disparado contra los indios durante el ataque al puesto comercial. Al parecer ese día le había cambiado. Ahora era un hombre como cualquier otro, levantaba un arma como cualquier otro.

    Frank dijo: "Auguste no se va contigo. No habrá duelo. Aléjate de esta casa ahora".

    Al ver el bobo desafío de Frank frente a más de veinte hombres armados, Raoul casi dio una carcajada.

    Pero esa pistola en la mano de Frank podría acabar con su vida. No podía dispararle a Auguste mientras Frank la mantenía apuntada sobre él.

    Raoul giró el cañón de su propia pistola para cubrir el pecho de Frank.

    "Vuelve dentro, Frank", dijo poniendo un filo de acero en la voz.

    En vez de obedecer, con un súbito movimiento que casi hizo que Raoul apretara el gatillo, Frank se adelantó y se plantó delante de Auguste.

    Raoul vio otro movimiento en la puerta, y lo siguiente que vio fueron los brillantes ojos de su padre, el rifle de Elysée, el largo cañón, temblando ligeramente, apuntado hacia él.

    Raoul decidió que el mejor ataque era reírse de ellos: "Contemplad a los protectores del mestizo. Un débil que nunca ha querido llevar pistola y un viejo cojo en camisola".

    Escuchó algunas risitas entre los hombres tras él y se sintió animado.

    Pero, pensó con furia, seguía atrapado. Su pistola apuntaba a Frank, pero la pistola de Frank y el rifle de su padre le apuntaban ambos a él. Si disparaba a Frank, ¿Le dispararía Elysée?

    Con la palma de la mano echó atrás el martillo de su pistola, el morro todavía apuntaba a bocajarro al pecho de Frank.

    "Papá, Frank, salid los dos de en medio, o Frank es hombre muerto".

    Pero Raoul sintió como si la amenaza le cayera del estómago al mirar a los dos hombres. Ni Elysée ni Frank respondieron. Raoul veía resolución en los ojos azul claro de Frank. El hombre que nunca había querido matar estaba preparado para morir.

    Tengo que disparar primero.

    Escuchó a Nicole gritar cuando su dedo se tensó en el gatillo.

    Apartó a Frank y a Elysée de un empujón. Raoul estaba ahora mirando a los ojos de Auguste, que ardían con un fuego oscuro.

    Mata al mestizo ahora y termina con él para siempre.

    Apretó el gatillo con fuerza. El martillo cayó, la pistola tronó y brotó fuego rojo y humo blanco.

    La pistola y el rifle que apuntaban a Raoul se dispararon, arrojándole una cegadora nube amarga a la cara.

    Permaneció ileso.

    Elysée y Frank habían disparado, pero al empujarlos inesperadamente para llegar hasta Auguste, había arruinado su puntería.

    El humo se disipó. Raoul vio una mancha negra en el lado izquierdo de la camisa blanca de Auguste. En un instante era una creciente mancha escarlata.

    Los ojos de Auguste estaban cerrados. Cayó atrás sobre Nicole, sus rodillas se doblaron y se desplomaba en el suelo. Nicole, con las faldas ondulantes, echó los brazos alrededor de Auguste y lo bajó despacio.

    Raoul sintió una oleada de triunfo.

    ¡Por fin! ¡He matado al hijo de perra!

    Pero bajo el triunfo, como el agua fría y negra bajo fino hielo, yacía el miedo a lo que podría pasar ahora. Le temblaron las rodillas.

    Raoul vio a Nancy Hale mirándole con unos ojos llenos de odio.

    Bueno, si yo no podía tenerte, tampoco él lo hará.

    "Fuiste tú quien me condujo hacia él, Nancy", dijo sonriendo mientras veía que la boca de la chica se retorcía de angustia. "Cuando llegaste aquí, sabíamos que él estaría aquí".

    "¡Rezo para que ardas en el Infierno por toda la eternidad, Raoul de Marion!".

    "Bonitas palabras para la hija de un ministro", se rió él.

    "¡Mon coronel!" avisó Armand. "Hemos oído hombres corriendo hacia aquí. Deben de ser Reguladores. Vamos a emboscarlos. Tenemos tiempo para encontrar escondites".

    "No", dijo Raoul "Tendríamos que silenciar a esta pandilla".

    Hizo un gesto hacia Frank, Elysée, Guichard y Nicole, que estaban levantando el cuerpo de Auguste hacia el interior de la casa.

    ¿De verdad van a juzgarme por asesinato? ¿A mí? Nunca me han juzgado antes.

    Miró hacia la entrada vacía. ¿De verdad había acabado con Auguste? Será mejor que vaya allí y lo vea. Pero había tres hombres armados allí, y si había matado a Auguste, nada iba evitar que trataran de matarle a él.

    De hecho, podría ser una buena idea salir de aquí. Con toda su familia encendida y los Reguladores en camino, una muy buena idea.

    Escuchaba a Nancy gritar una y otra vez. Nicole apareció de pronto en la entrada.

    "Ya no eres mi hermano, Raoul, testificaré contra ti y también lo harán Papá y Frank". Ella rompió a llorar y sollozó, luego se contuvo. "Te ahorcarán por este asesinato, y después, como Nancy ha dicho, arderás en el Infierno".

    Si ella dice que es asesinato, entonces el mestizo debe de estar muerto.

    Raoul sintió un gran alivio. Por fin se había quitado de los hombros la carga que lo había aplastado desde que Pierre había sacado al muchacho salvaje del bosque.

    Pero el alivio duró solo un momento. El miedo regresó. Sus piernas aún temblaban. Quiso huir de inmediato, subir a un caballo y salir del Condado de Smith y seguir cabalgando.

    No era solo que él hubiera matado a un hombre. Este asesinato no era como otros asesinatos. Ere no era algún indio desconocido ni una rata de río apuñalada en una pelea de taberna. Era el hijo de su hermano. La gente de esta casa había amado a Auguste.

    Recordó, y fue como algo respirando un frío aliento en su cuello, el miedo que había sentido al mirar a Auguste a los ojos en el Fuerte Crawford. El Hombre Medicina. ¿Tenía Auguste medios para hacerle daño? ¿Podría Auguste, incluso en la muerte, atacarle?

    Raoul se sacudió a sí mismo, se sacudió de encima los inquietantes y aterradores pensamientos como un perro que se sacude el agua.

    Nunca había tenido la intención de dispararle a Auguste delante de testigos. Ahora los Reguladores vendrían y encontrarían el cuerpo en la casa, y a él con el humo prácticamente saliendo del cañón de su pistola. Y no estaba preparado para luchar contra ellos. El juicio no duraría tanto como el de Auguste.

    Tenía que esconderse en algún lugar hasta que pudiera reunir más hombres.

    La mina de plomo.

    Aunque vinieran a buscarlo allí, él conocía la mina mucho mejor que nadie en el Condado de Smith. Nunca le encontrarían. Solo dos o tres hombres que habían trabajado en la mina antes de la guerra india seguían viviendo en Víctor, y esos no ayudarían a los Reguladores. De hecho, estaba seguro de que él era el único que conocía algunas partes de la mina.

    "¡Háblenos, mon coronel!" exigió Armand "¿Luchamos?"

    "No", dijo Raoul "Nos superan en número".

    Tiró de Armand hacia el borde del claro que rodeaba la casita de Elysée.

    "Voy a huir. Puedo salir del condado al amanecer. Regresaré en un par de semanas, tal vez un mes. Para entonces, las cosas se habrán calmado y traeré conmigo los hombres que necesitamos para ocuparnos de estos Reguladores".

    Que piensen que él iba a salir del condado directamente. Que los Reguladores le persigan por la carretera a Checagou, la carretera a Galena y la carretera hacia el Fuerte Armstrong. Mientras tanto, él estaría escondido en la mina hasta que dejaran de buscarlo. Luego saldría del condado, pero sería mejor que nadie supiera exactamente lo que había planeado.

    "¿Qué haremos nosotros, mon coronel?" Había una acusación en los ojos de Armand. Probablemente sentía que Raoul los estaba abandonando. ¿Qué demonios esperaba Armand que hiciera? Estaba haciendo todo lo que podía por ellos; si los conducía a un combate, los matarían a todos.

    Como la muerte de los hombres que él había causado en la Huída de Marion y ​​en Mal Hacha.

    "Por ahora, dispersaos, Negad que hayáis tenido parte en esto. Esperad a que yo regrese".

    "Eso no va a resultarnos sencillo, coronel", gruñó Armand.

    "Volveré", dijo Raoul "Y cuando vuelva, Víctor será como en los viejos tiempos".

    Se sumergió entre los árboles tras la casa de Elysée. Mientras los Reguladores subían la colina, no tendría problemas para encontrar el camino de regreso al puesto comercial a la luz de la luna.

    Solo, moviéndose rápidamente a través del bosque que había conocido desde su infancia, se sintió repentinamente alegre. Puede que estuviera huyendo, pero había hecho lo más importante. Había matado a Auguste. Tenía un invierno que superar, tal vez un duro invierno, pero para la próxima primavera las cosas volverían a ser como eran en los días en que él había sido mucho más feliz. Antes de haber oído que Pierre tenía un hijo. Cuando él gobernaba como un rey en el Condado de Smith.

Capítulo 25

El Otro Mundo

    Para Nancy, el joven Dr. Surrey parecía un descerebrado sastre de maniquíes con su levita negra y camisa blanca con volantes. Aunque Woodrow lo había sacado de la cama a las tres de la mañana y el hombre había pasado más de una hora trabajando en Auguste, no parecía cansado. Si no estaba cansado, ¿qué en nombre de Dios había estado haciendo? Ahora se marchaba y Auguste seguía inconsciente.

    Una impotencia en la cara de Surrey, redonda y en blanco como una corteza de pastel sin hornear, convertía la pena y el miedo de Nancy en furia. Quiso agarrarle por los hombros y zarandearlo hasta que le prometiera que podía salvar a Auguste.

    "La bala le atravesó el pulmón izquierdo", dijo Surrey. "Pero, por suerte, fue un disparo limpio, así que no he tenido que cavar hasta ahí y sacarla. Más de un doctor ha matado de esa forma a un hombre disparado con una pistola".

    Nancy dio un paso hacia el médico. Él era su única esperanza y no le quería dejar escapar.

    "Aparte de no matarle, doctor, ¿qué ha hecho usted por él?"

    "Empaqué la herida con algodón, por delante y por detrás, para detener el sangrado. Le he puesto vendajes. Le he dicho a la Sra. Hopkins cómo cambiar el algodón y los vendajes. Y ahora está en manos del Todopoderoso".

    El Hacedor de la Tierra, diría Auguste.

    "Espero que el Todopoderoso haya guiado su mano, Doctor".

    "Sabiendo que su padre era un hombre del Señor, estoy seguro de que sus oraciones por Auguste serán escuchadas. Él debe quedarse donde está, en la cama de su abuelo, y luchar por su vida. Espero que le suba una fiebre, tal vez neumonía. El pulmón perforado no le sirve de nada. Tomará aliento con el otro. Delirará y tendrá que darle algo de comida: la sopa es lo mejor, porque probablemente él pueda tragar eso. Su cuerpo luchará mientras su mente duerme. Volveré a verlo todos los días".

    Con los labios apretados, ella dijo: "Dígame la verdad, doctor. ¿Cree que mejorará?"

    "Un hombre de cada cuatro sobrevive a tal herida, señorita Hale".

    Los hombros de Nancy se desplomaron. Este hombre no podía hacer nada más.

    "Buenas noches, entonces, Dr. Surrey".

    De vuelta al dormitorio, Nancy podía oír el crujido de la respiración de Auguste mientras la sangre burbujeaba en su pulmón perforado. Su rostro era amarillo como la cera de abejas a la luz de las velas. Yacía bajo el dosel de cuatro postes de Elysée, cubierto hasta el pecho por una colcha Sus brazos yacían estirados a ambos lados, sus dedos ligeramente curvados.

    Su respiración es tan ruidosa, al menos sabremos si deja de reapirar.

    Nancy se sentía como si ella misma estuviera siendo arrastrada por una marea negra de tristeza.

    Elysée, sentado junto a la cama mirando el rostro de su nieto, parecía casi tan cerca de la muerte como Auguste. Guichard estaba tras él, con una mano en forma de garra sobre el hombro de su señor.

    Nicole, con los ojos redondos y oscuros de sufrimiento, preguntó: "¿Qué podemos hacer por él?"

    Nancy dijo: "El médico dice que depende de Auguste y de Dios".

    Elysée gruñó: "¿Dónde estaba Dios cuando sucedió esto?"

    Si Auguste estuviera consciente, pensó Nancy, estaría pidiendo ayuda al Hacedor de la Tierra. En territorio de la Banda Británica, Nancy nunca había visto a Auguste renunciar a una persona enferma o herida. Él aplicaba sus remedios, entraba en trance, bailaba y cantaba para invocar el auxilio de sus ayudantes espirituales, luchaba con el dolor hasta que o bien el alma del hombre dejaba su cuerpo o la curación comenzaba bien. Al principio, sus prácticas le habían parecido a ella tontas y salvajes. Pero Auguste hacía su trabajo con tanta devoción que ella había llegado, observándole, a amarle aún más. Y, por ese amor, a respetar lo que él hacía.

    Pero él no es el único que practica esos remedios.

    Tal vez eso era lo que él necesitaba ahora. Uno de su propia gente para invocar a los espíritus por él.

    Ojalá Auguste estuviera despierto, él podría decirle lo que hacer.

    Pájaro Rojo había ayudado a Auguste con su trabajo.

    Recordó la última vez que había visto a Pájaro Rojo, pequeña, demacrada, sosteniendo el cuerpo roto de Lirio Que Flota en los brazos. Pájaro Rojo estaba probablemente más en necesidad de ayuda que capaz de prestarla.

    Y sin embargo Nancy había visto que ella tenía un maravilloso conocimiento de la curación. Además, le había dicho a Nancy que ella misma quería ser un chamán, como Oso Blanco y Tallador del Búho.

    Era mejor acudir a Pájaro Rojo que quedarse aquí sentada y ver morir a Auguste.

    "Me voy con su gente", dijo Nancy. "Para encontrar a alguien que creo que pueda ayudarle".

    "Ningún Sauk estará dispuesto a venir aquí", dijo Frank. "No después de lo que estas personas les hicieron".

    "Este sí", dijo Nancy.

***

    Una lluvia fuerte y fría repicaba en el toldo de cuero de la calesa de Nancy. Conducido por un sargento, el pequeño carruaje entró salpicando en el campamento Sauk acurrucado junto a las paredes de madera del Fuerte Armstrong. Una docena de puntiagudas tiendas del ejército, con sus lienzos blanco grisáceos hundidos bajo la lluvia sobre un campo fangoso, era todo lo que Nancy podía ver. No había personas a la vista. "No sé cómo va a encontrar a nadie aquí, madam", dijo el sargento. Nancy juzgó él era unos años mayor que ella. Se llamaba Benson. Tenía las mejillas rojas como el tomate y un bigote rubio tan grueso que le ocultaba por completo la boca.

    Caras oscuras comenzaron a aparecer tras las solapas de las tiendas. Ella quiso llorar al ver la miseria de las mujeres y los niños que salían lentamente, algunos de ellos con mantas sobre la cabeza, para pararse en el barro y mirarla.

    ¿No debería estar contenta de ver a los Sauk caer tan bajo?

    ¿No le debía a su padre, se preguntó Nancy, alegrarse por el destino de las personas que lo habían asesinado? ¿Y qué hay de las cosas horribles que le habían hecho a ella? Qué orgullosos habían estado con sus caras con rayas amarillas y rojas y las plumas en el pelo el día que Zarpa de Lobo los condujo a quemar y matar en Víctor. Ahora estaban encorvados, lo que quedaba de ellos, bajo la lluvia en un campo fangoso de tiendas de campaña del ejército hechas jirones.

    Pero ella no sentía placer al ver a los Sauk en la derrota final. A través de Auguste, ellos habían llegado a ser su gente.

    De pronto se sintió incómoda sentada al abrigo de la parte superior de la calesa, contemplando las figuras empapadas bajo la lluvia. Si ellos podían quedarse bajo la lluvia, decidió, ella también. Bajó de un salto.

    "¡Madam!" exclamó el sargento sonando alarmado, pero no hizo ningún movimiento para seguirla.

    En un instante su gorro, su chal, su vestido, todo estaba empapado. Pero a ella no le importaba, porque las personas que estaba mirando también estaban empapadas. Buscó rostros familiares. Las personas que estaban frente a ella parecían hechas de barro de pies a cabeza eran de un color marrón opaco.

    "¡Es Pelo Amarillo!" Ella entendió las palabras Sauk y miró a su alrededor para ver quién había hablado, pero lo único que veía eran ojos negros muy abiertos por el miedo repentino. Por supuesto, todos la recordaban como la mujer ojos pálidos que había sido secuestrada y casi asesinada, y que había escapado. Ellos debían de pensar que ella había venido a acusar y a castigar.

    Sí, ahora que la reconocían estaban retrocediendo, agachándose dentro de sus tiendas.

    "No... esperad" chilló Nancy. Quería decirles que no tuvieran miedo, pero no sabía cómo. Pájaro Rojo era la única con quien ella podía hablar. Y miedo no era una palabra que Pájaro Rojo le hubiera enseñado.

    Un hombre estaba parado frente a ella. Sus ojos estaban vacíos, su cara delgada y sucia. Parecía familiar. Extendía las manos y parecía decir: "Aquí estoy. Llévame".

    De inmediato Nancy reconoció a Zarpa de Lobo.

    Le había crecido el pelo, colgaba en mechones negros alrededor de la cabeza. Pero al fin reconoció esa cara noble que, aunque ella había odiado al principio, siempre le había recordado los grabados que ella había visto de estatuas romanas.

    Ella entendió lo que él estaba tratando de decirle. Si ella había venido a buscar al asesino de su padre, el hombre que la había secuestrado, aquí estaba. Él estaba a su merced.

    Parecía haber perdido todo lo demás, pensó ella, pero no su coraje.

    "¿Le está amenazando ese inyo, madam?" exclamó al sargento desde el refugio de la calesa.

    "En absoluto", dijo ella y sonrió a Zarpa de Lobo. Se sintió angustiada al ver cómo el espléndido guerrero se había convertido en un raquítico espectro.

    Trató de decirle a Zarpa de Lobo, en la mezcla Sauk, inglés y gestos que había usado con Pájaro Rojo, que no había venido para vengarse de él, que lo único que quería era encontrar a Pájaro Rojo.

    Y entonces, Pájaro Rojo estaba de pie delante de ella.

    Igual que Zarpa de Lobo, ella había cambiado tanto que, por un momento, Nancy no estaba segura de si era Pájaro Rojo. Estaba tan delgada como una baranda, y esas cosas coloridas que Nancy recordaba que llevaba puestas, las plumas y los abalorios, las plumas teñidas, las figuras pintadas en su vestido, todo había desparecido. Ella aferraba una gruesa manta marrón sobre los hombros. Su cabeza estaba al aire. El agua goteaba del mechón de pelo ante la frente y se derramaba de sus trenzas. Ella vestiia, no la ropa de piel de ciervo que Nancy recordaba, sino un vestido de algodón gris desgarrado demasiado grande para ella, y muy sucio en el borde inferior. Al bajar la vista, Nancy vio que los pies de Pájaro Rojo estaban descalzos, sus dedos se hundían en el barro.

    Nancy sintió cálidas lágrimas mezclándose con la lluvia fría en su rostro cuando vio a Pájaro Rojo sonriéndola.

    "Pájaro Rojo, me alegro de ver a mi hermana", dijo Nancy en su lengua especial "¿Dónde está tu tipi?"

    Pájaro Rojo habló con Zarpa de Lobo en palabras Sauk demasiado bajas y rápidas para que Nancy pudiera seguirlas. Él gruñó asintiendo y caminó penosamente por el barro hacia una tienda distante. Al observarlo, Nancy sintió lástima por sus hombros redondeados y el arrastre de pies de viejo.

    Pájaro Rojo le hizo señas a Nancy para que la siguiera a la tienda de donde ella había salido.

    "¿A dónde va, madam?" exclamó el sargento.

    "Estaré bien", avisó Nancy por encima del hombro, alzando la voz sobre el tamborileo de la lluvia. "Esta es la mujer que vine a buscar".

    Ella pudo ver al joven soldado sacudiendo la cabeza. ¿Por qué una joven mujer blanca entraría en las sucias tiendas plagadas de enfermedades de estos indios?

    Que el Señor le abra los ojos y el corazón.

    Al principio, el interior de la tienda parecía negro como una noche sin luna para Nancy, y el olor a cuerpos húmedos y sin lavar le revolvió el estómago. Tomó la mano de Pájaro Rojo y la sostuvo para tranquilizarse. No demasiado fuerte pues notó los huesos delicados.

    Pájaro Rojo explicó que no tenían leña seca para el fuego. Los cuchillos largos habían prometido traer leña, pero aún no lo habían hecho. El aire era tan frío en la tienda como afuera y Nancy oía toser a mujeres y niños. tos.

    Se quedaron en silencio durante un tiempo. Los ojos de Nancy se ajustaron a la tenue luz que se filtraba a través del lienzo hasta que pudo ver la cara de Pájaro Rojo. Vio a Pluma de Águila mirándola desde las sombras con enormes ojos azules, un pequeño esqueleto cuya cubierta de piel se parecía a cuero marrón estirado. Sufriendo por dentro, ella le saludó con una palmada en el brazo. Ojalá pudiera ella hacer por él lo que había hecho por Woodrow. Ahora podía ver a otras cuatro mujeres y dos niñas acurrucadas juntas al fondo.

    Nancy rompió el silencio "Pájaro Rojo, Oso Blanco te necesita".

    Con una mueca de dolor, Pájaro Rojo entornó los rasgados ojos. Preguntó qué le había pasado a Oso Blanco.

    Pájaro Rojo, supo Nancy, no había tenido noticias de Auguste desde el día en que salió del campamento de Halcón Negro para llevar a Woodrow y a Nancy de regreso a los blancos. Auguste le había dicho a Nancy que había intentado comunicarse con Pájaro Rojo, ahora ella maldecía en silencio a los soldados por no molestarse en pasar los mensajes. Sin duda, pensaron que no valía la pena la molestia.

    Cuando Nancy le dijo a Pájaro Rojo que había dejado a Oso Blanco hacía cuatro días inconsciente con una herida de bala en el pecho, vio el brillo de las lágrimas en las mejillas de Pájaro Rojo.

    No, le dijo Pájaro Rojo en voz baja, ella era un chamán. La declaración sorprendió a Nancy.

    "Me dijiste que los hombres no querían dejarte serlo".

    En su lengua privada, Pájaro Rojo dijo que durante mucho tiempo no había entendido lo que significaba ser un chamán. Había pensado que un chamán debía ser creado por otro chamán. Pero ahora sabía que si la gente se acercaba a una persona en busca de ayuda, esa persona era un chamán. Y la gente acudía a ella.

    "Yo he acudido a ti", dijo Nancy, "Tú puedes ayudar a Oso Blanco".

    Pájaro Rojo lanzó un gruñido de impotencia que decía que no podía. Los soldados no la dejarían irse.

    Pájaro Rojo se sentó en la paja húmeda y se miró las manos cruzadas en el regazo. Nancy esperaba ansiosamente que hablara.

    Después de un momento, con su voz llena de dolor e incertidumbre, Pájaro Rojo preguntó: ¿Había querido Oso Blanco ver a Pájaro Rojo?

    La pregunta impactó a Nancy. No se le había ocurrido que Pájaro Rojo pudiera dudar del amor de Auguste por ella.

    Al recuperarse de su sorpresa, Nancy dijo: "Antes de que su tío le disparara, Oso Blanco me dijo que iba a venir a buscarte a ti y a Pluma de Águila. Tú eres la primera en su corazón, Pájaro Rojo".

    ¡Y, Dios mío, cómo desearía poder ser yo!

    Pájaro Rojo miró con tristeza a Nancy. Ella no era la primera en el corazón de Oso Blanco, le dijo ella. La tierra que le habían robado lo era.

    Impactada, Nancy comenzó a balbucear una negación, pero notó que no podía. Auguste había ido a Víctor antes de ir a cualquier otra parte.

    ¡Pero se está muriendo!

    "¿Quieres salvar su vida?" Preguntó Nancy.

    Oh, sí, Pájaro Rojo quería, si el Hacedor de la Tierra la ayudaba. En las sombras de la tienda, Nancy podía ver el destello de lágrimas en la mejilla de Pájaro Rojo.

    "¿Entonces vendrás conmigo?"

    Pájaro Rojo bajó su rostro retorcido por el dolor ¿Debía ella regresar al lugar donde habían matado a su bebé?

    Al recordarlo, Nancy rompió en sollozos y abrazó a Pájaro Rojo, como había hecho aquel terrible día.

    "Siempre recordaré a Lirio Que Flota", dijo Nancy, "luché por salvarla. Yo pensaba en ella como mi bebé también".

    Se mantuvieron en silencio durante un rato, y luego se le ocurrió a Nancy que incluso un pequeño retraso podría significar la diferencia entre la vida y la muerte de Auguste. Nancy sintió un escalofrío más profundo que el aire frío y húmedo de la tienda.

    "Pájaro Rojo, él morirá si no vienes. Tienes que venir".

    Pájaro Rojo suspiró. Era cierto; ella iría con Pelo Amarillo.

    El corazón pesado de Nancy se sintió un poco más ligero. Si había alguna esperanza para Auguste, esta yacía con Pájaro Rojo.

    Una cosa debían llevar con ellas, le dijo Pájaro Rojo. Cuando los Sauk marchaban hacia este lugar, un soldado le había quitado a Pájaro Rojo el cuchillo con mango de cuerno de ciervo de Oso Blanco. Era el mismo soldado que había venido hoy con Pelo Amarillo. uno con la cara roja y el bigote amarillo. Sería bueno si Pelo Amarillo pudiera recuperarlo para que pudieran devolvérselo a Oso Blanco. Eso le daría fuerza.

    "He traído dinero", dijo Nancy, "se lo compraré si es necesario".

    Lo recuperaré aunque tenga que matarle.

***

    Los ojos de Pájaro Rojo se nublaron al contemplar la cara de Oso Blanco, tan pálida como la luna. Ella quiso gritar, arrojarse llorando sobre su forma. Su anhelo de verlo abrir los ojos, escuchar su voz, era tan fuerte que la hacía sufrir. Recordó la noche de su búsqueda de visión, cuando estuvo segura de que moriría congelado. Pensó en los veranos que habían estado separados, las noches que habían estado juntos. Pensó en la pobre Lirio Que Flota muerta y en Pluma de Águila de ojos azules, que se había quedado bajo la custodia de Zarpa de Lobo.

    ¡Oh, vuelve a mí, Oso Blanco!.

    Nunca había tratado de curar a nadie tan cerca de la muerte. Cuando ella y Pelo Amarillo habían llegado, el abuelo había dicho que Oso Blanco a veces había abierto los ojos y hablado. Pero cada día se había mantenido despierto menos tiempo.

    Pájaro Rojo vio que Oso Blanco ya estaba vagando por el otro mundo. Un hilo no más fuerte que una hebra de seda de araña unía su espíritu con su cuerpo.

    Dejó que el amor que sentía por Oso Blanco fluyera a través de ella, dándole fuerza. Sintió los ojos de Pelo Amarillo, el abuelo y el viejo sirviente sobre ella, pero ella los ignoró a todos. Se agachó en el suelo junto a la cama de Oso Blanco y desenrolló la manta en la que llevaba sus medicinas y suministros, y las posesiones que Oso Blanco le había dejado en Mal Hacha.

    Su mirada se posó en el paquete de papeles parlantes que Oso Blanco había apreciado tanto, que él decía que se llamaba algo así como «La Perdida Tierra de la Felicidad». Había poder en aquel montón de palabras. Suavemente lo colocó en su lado izquierdo, cerca de la herida. A su derecha colocó el cuchillo que Pelo Amarillo había podido recuperar para ella.

    Disponiendo las tres bolsas medicina en el suelo, tomó pedazos de corteza de olmo de la más grande y se los dio a Pelo Amarillo.

    "Hazle un té con esto. Le dará fuerza cuando despierte".

    Pájaro Rojo se obligó a darle la espalda a Oso Blanco y salir de la casa. Con ella llevó la manta y la bolsa medicina adornada con las cuentas de búhos. Cruzó el pequeño claro alrededor de la casa y entró en el bosque. Aquí, donde nadie podía verla, abrió la bolsa medicina y sacó cinco trocitos grises del hongo mágico. Se los llevó a la boca, masticó y tragó lentamente.

    Luego se puso de rodillas y extendió la manta. Las hojas de roble, arce y olmo, marrones, rojas y amarillas, yacían en grandes cantidades en el suelo. Recogió hojas echándolas sobre la manta, hizo un montón con ellas y volvió a entrar en la casa.

    Extendió cuidadosamente las hojas sobre la cama, sobre el cuerpo de Oso Blanco. Oyó al abuelo decirle algo a Pelo Amarillo.

    Pelo amarillo le habló en voz baja, diciéndole que el abuelo temía que las hojas no estuvieran limpias y enfermaran a Oso Blanco.

    ¿Cómo podrían las hojas no estar limpias, se preguntó Pájaro Rojo, cuando vinieron del bosque, fuera de cualquier morada?

    Pero ella respondió: "Debo hacer lo que sé. Si parece mal a él, debo hacerlo de todos modos o no puedo hacer nada".

    Escuchó a Pelo Amarillo hablando en voz baja con el abuelo mientras ella se instalaba en el suelo al lado Este de la cama. No podía entender las palabras, pero oyó aceptación en el suspiro del anciano.

    El dolor y el miedo de que Oso Blanco muriera temblaban dentro de ella. Respirando profundamente, dejó que la fuerza de esos sentimientos entrara en su espíritu, instándola a comenzar el viaje que ella debía hacer.

    Ella debía ir al otro mundo y encontrar a su guía. Comenzó el canto de la mujer medicina que Mujer Sol le había enseñado:

    "Déjame caminar por el lugar oscuro.

    A la luz del otro mundo.

    Oh, mi rojo espíritu Pájaro, vuela hacia mí,

    Cántame desde el otro mundo.

    "Déjame caminar por el círculo en el sentido del sol.

    Dentro de la noche que esconde a este hombre.

    Oh, mi rojo espíritu Pájaro, cántame.

    Y vuela conmigo al otro mundo.

    "Canta y vuela,

    Canta y vuela,.

    En el círculo del sentido del sol.

    Hacia el otro mundo,

    Dentro de la noche".

    Ella permitió que el canto se asentara en un zumbido simple y repetitivo que lentamente, con la ayuda del hongo mágico, le sacó el alma del cuerpo.

    Ella se levantó. Las tres personas reunidas a los pies de la cama no la vieron ponerse en pie. Estaban mirando su cuerpo sentado. Ella miró a Oso Blanco. Vio a través de las hojas que había extendido sobre él y justo a través de su piel.

    Cinco rayas brillantes le recorrían el pecho desde la clavícula hasta el vientre. Las marcas de garras de su guardián.

    Ella vio el agujero en su pecho, cómo pasaba entre sus costillas. En los ocho días que había estado acostado aquí, la herida se había cerrado. Si vivía lo suficiente, se curaría lentamente. Pero había agua acumulada en su pecho y cuanto más tiempo permaneciera inconsciente, más agua llenaría su pecho hasta que se ahogara.

    Su espíritu debía ser persuadido gentilmente a regresar del otro mundo.

    Ella comenzó a caminar el círculo del sentido del sol alrededor de la cama de Oso Blanco, de Este a Sur, manteniendo a Oso Blanco a su derecha. Ella pasó junto a Pelo Amarillo, el abuelo de Oso Blanco y el viejo sirviente. Estaban como estatuas talladas, sin verla. Caminó ella rodeando el lado Oeste de la cama. La cabecera de la cama estaba en la pared Norte de la habitación, pero ella atravesó la pared sin más desde un lado de la cama, dio unos pasos por el lado norte de la cabaña, luego volvió a entrar en la pared y continuó su círculo.

    Cuando completó su noveno circuito de la cama, vio la boca de una cueva en la pared Este de la habitación. Sin dudarlo, entró en la abertura negra y circular.

    No podía ver de dónde venía la luz de la cueva, pero sus paredes curvas eran claramente visibles para ella. Aquí y allá ella dejaba atrás pinturas que ya había visto en su primer viaje al otro mundo, después de enterrar a Lirio Que Flota. Vio al Lobo, al Coyote, al Alce y al Búfalo. Cerca del suelo de la cueva pasó pinturas de la Trucha, el Lucio, el Salmón y otros peces. Alzó la vista y vio al Búho, el espíritu guardián de su padre.

    El pasaje se inclinó hacia abajo y se hizo más estrecho hasta que su cabeza rozó el techo de la cueva y sus hombros tocaron las paredes. Luego dobló una curva y la brillante luz azul la recibió.

    La cueva se abría en lo alto sobre una ladera. Estaba mirando la alta hierba amarilla extendida en olas hacia colinas distantes.

    Una nube negra de cuervos salió aleteando de la hierba y voló sobre su cabeza, riendo roncamente.

    Luego oyó un canto maravilloso.

    Lo reconoció de inmediato, la canción de su espíritu guardián, el Pájaro Rojo. Vio un destello color sangre, y luego el Pájaro posado en una rama de abeto azul en la ladera. Le miraba de lado con un ojo brillante dentro de un anillo negro. Su cresta roja se erguía sobre la cabeza como la de Zarpa de Lobo en sus mejores días.

    "¿Puedo curarle?" preguntó Pájaro Rojo.

    El deslumbrante Pájaro pitó un sí: "Está perdido. Está vagando con su otro yo, el espíritu del Oso. No abandonará el mundo espiritual hasta que el Oso encuentre a su tío".

    Pájaro Rojo se estremeció: "¿Qué le hará el guardián de Oso Blanco a su tío?" Recordó que tanto Tallador del Búho como Mujer Sol decían que el poder de un chamán nunca debe usarse para dañar a ninguna persona.

    "Lo que debe suceder, debe suceder", cantó el Pájaro. "Si Oso Blanco ha de ser libre para regresar a su cuerpo".

    Pájaro Rojo todavía se sentía incómodo. Una sombra, como una repentina tormenta de pradera, pareció caer sobre el paisaje.

    La raya escarlata se extendíia sobre la interminable hierba y Pájaro Rojo corrió colina abajo hasta que las borlas ondearon bien alto por encima de su cabeza. No podía ver nada en todos los lados excepto lanzas amarillas de paja. Sobre su cabeza había una brillante zona azul enmarcada por borlas. En el centro de lo azul se suspendíia el espíritu Pájaro con las alas rojas borrosas. Ella se abrió paso entre los tallos mientras el Pájaro la guiaba.

    Siguió y siguió volando su espíritu guía. Pájaro Rojo no se cansaba tampoco, como habría hecho en el mundo ordinario, caminando penosamente por la hierba. No podía ver el sol, pero la luz parecía no cambiar nunca. Y sin importar cuánto tiempo caminara, el mismo pedazo de cielo despejado se suspendía en lo alto.

    Y Oso Blanco estaba ante ella.

    Llevaba solo un taparrabos de piel de ciervo y mocasines. Su largo cabello estaba atado con una banda de cuentas. La cicatriz en su mejilla destacaba blanca en su piel bronceada. Ella le miró el pecho desnudo y vio las cinco brillantes marcas de garras, y las marquitas en forma de ombligo de la herida de bala.

    Ella miró profundamente a sus ojos oscuros. El amor de él fluyó hacia ella, y Pájaro Rojo quedó inundada en él, como en un río cálido. Supo sus pensamientos, lo feliz y sorprendido que él estaba de verla.

    Yo estaba perdido aquí. Tú has venido a mí.

    Él extendió los brazos y ella se precipitó hacia ellos. Ella sintió sus brazos a su alrededor, a pesar de que él era un espíritu y ella era un espíritu. Apoyó la cabeza en su pecho lleno de cicatrices y escuchó su corazón palpitante, ¿Volvería ella, al volver al mundo de carne, a abrazarle así?

    Una enorme cabeza de pelaje blanco se estrelló contra la pared de hierba que los rodeaba, y enormes ojos dorados la miraron. Oso Blanco le había descrito su espíritu guardián, pero ella nunca se había imaginado que el Oso fuese tan grande. Ella contempló esos labios negros que mostraban dientes amarillos más largos que sus dedos, observó las garras que aplastaban la hierba y se hundían en el césped de la pradera. Se estremeció al pensar en lo que podría pasarle al tío de Oso Blanco si este espíritu le encontraba.

    Posado sobre la cabeza del Oso estaba el pequeño y rojo espíritu Pájaro.

    Estamos buscando al hermano de mi padre, llegó el pensamiento de Oso Blanco. Él mató a mi madre y a muchos hermanos tuyos y míos. Él me disparó.

    El Pájaro cantó a Pájaro Rojo: "Yo sé dónde está el tío, pero solo puedo guiar al Oso hacia él si tú dices que debo hacerlo".

    "Yo digo que debes hacerlo entonces", dijo ella con la voz justo encima de un susurro. Lo que fuese necesario para salvar la vida de Oso Blanco, ella tenía que hacerlo. Lo que fuese a lo que ella debía renunciar a cambio.

    El Pájaro saltó al aire, su cresta era una sangrienta punta de lanza. El Oso levantó un hocico negro del tamaño del puño de Pájaro Rojo, y el cuerpo blanco giró para seguirle, pasando delante de ella como una montaña de nieve.

    De la mano, Oso Blanco y Pájaro Rojo los siguieron. El Pájaro voló mucho más adelante y no pudieron verlo, pero el Oso pisoteaba la hierba y dejaba un camino fácil de seguir.

    Pensamientos amorosos pasaron entre Oso Blanco y Pájaro Rojo. Si siempre se encontraran así, pensó Pájaro Rojo, ambos podrían saber lo que había en el corazón del otro y su amor sería más profundo.

    Entonces ella recordó a Zarpa de Lobo y la nueva vida que solo ella sabía que estaba creciendo en su vientre. La vida que cumplía el deseo de Zarpa de Lobo de tener un hijo con ella.

    Se sintió como una estatua tallada en hielo. Y en ese mismo momento, Oso Blanco le soltó la mano. De alguna manera supo que él se estaba retirando de ella, no porque hubiera sentido su pensamiento sobre Zarpa de Lobo, sino porque estaba preocupado por algún pensamiento propio Pero al instante hubo un espacio entre ellos y ella ya no conocía su mente.

    Él aún seguía caminando a su lado. Caminaba en línea recta, sin mirarla. Ella giró la cabeza hacia adelante e hizo lo mismo.

    Ella sintió como si la hubieran apartado de un empujón con fuerza y eso dolía.

    Le pareció a ella que habían caminado durante días a través de la hierba invariable, pero el sol permanecía fijo en algún lugar más allá de la cortina de borlas.

    Amarillo y azul, amarillo y azul, el mundo entero se había reducido a esos colores y a un solo sonido, susurrante hierba.

    El Oso dejó de caminar. Pájaro Rojo y Oso Blanco rodearon al inmenso animal, Pájaro Rojo a la derecha y Oso Blanco a la izquierda.

    Ella se encontró al borde de una gran grieta en el suelo, tan profunda que su fondo estaba a la sombra. Zigzagueaba desde algún lugar, apareciendo entre la hierba, y continuaba hacia algún otro lugar, desvaneciéndose de nuevo en la pradera. Un arroyo de agua azul brillante cruzaba el fondo oscuro del barranco; el agua había cortado esta herida en la pradera. El espíritu Pájaro voló en picado y se lanzó dentro de la grieta como una flecha viviente de fuego.

    "El tío de Oso Blanco se esconde ahí", trinó el Pájaro.

    Ella escuchó un gruñido a su lado como un trueno distante y el suelo pareció temblar.

    El Pájaro subió volando, cayó en picado para revolotear sobre la cabeza del Oso y luego se zambulló en el cañón. Bajó hasta una entrada en la tierra enmarcada por dos postes de madera verticales y una viga colocada sobre ellos.

    Junto al cuadrado de oscuridad había carritos de madera abandonados y una colina de grava gris que bloqueaba parcialmente el arroyo. Esto era una mina, comprendió Pájaro Rojo, donde los ojos pálidos excavaban metal del suelo.

    El espíritu del Oso puso una zarpa delante de la otra y, con gracia y equilibrio asombroso para una criatura tan grande, caminó por un estrecho sendero, que Pájaro Rojo no había visto antes, hasta el oscuro fondo del barranco. Luego caminó pesadamente hasta la boca de la mina.

    Ella abrió la boca para chillar de miedo, pero el Oso había desaparecido.

    Hay un hombre allí dentro.

    Y su espíritu guía, el Pájaro Rojo, había conducido a ese oso gigante hacia él. Y ella lo había ordenado. No había querido usar sus poderes de chamán para lastimar a nadie, ni siquiera a uno que odiaba tanto como este tío de Oso Blanco. Oso Blanco había salvado muchas vidas y nunca había matado a nadie.

    Aunque ella era un espíritu y esta gran pradera estaba soleada, sintió frío y se le hizo un nudo en el estómago.

    Perderé algo por haber hecho esto. Solo lo hice para devolver a Oso Blanco a su cuerpo. Pero sufriré por ello, aún así.

    Y Oso Blanco sufrirá también.

    Permite que Oso Blanco viva, rezó ella a los poderes que traían vida al mundo.

    Oso Blanco se giró hacia ella. Está hecho, dijo la voz espiritual de Oso Blanco. Mi otro yo ha encontrado a Raoul de Marion.

    Ahora puedes venir conmigo, le respondió ella, De vuelta a tu cuerpo.

    De vuelta a mi casa, llegó su susurro y ella se estremeció incluso cuando se giró para seguir al espíritu del Pájaro mientras este revoloteaba sobre su cabeza. Cuando había pensado en su casa, se había referído a la gran choza ojos pálidos llamada Victoire.

    Pájaro Rojo abrió los ojos en la habitación donde yacía Oso Blanco, y se encontró una vez más sentada en el suelo junto a la cama. Las tres personas la estaban mirando: Pelo Amarillo con lágrimas corriendo por sus mejillas, la cara marchita del abuelo más pálida que el pelaje del espíritu guardián de Oso Blanco, los ojos inyectados en sangre del viejo sirviente estaban abiertos de par en par.

    Ella recordó que el sol había estado bajo en el Oeste cuando había llegado a esta casa. La luz del sol todavía se inclinaba a través de la ventana oeste cubierta de papel y caía sobre la capa de hojas que cubría la cama de Oso Blanco.

    Pero cuando ella intentó moverse, un dolor la golpeó como cuchillos clavados en las rodillas y los codos, como si hubiera estado sentada en la misma posición durante días.

    "¡Sus ojos!" chilló Pelo Amarillo señalando a Oso Blanco. Desde el suelo, Pájaro Rojo no podía ver lo que Pelo Amarillo estaba viendo. Obligó a sus doloridas piernas a levantarla.

    Oso Blanco miró a Pájaro Rojo, luego a Pelo Amarillo. Sonrió débilmente.

    Ella lo había conseguido. Él había vuelto a su cuerpo.

    Una fuente de pura y dulce gozo emergió en su interior. Un sollozo brotó de sus labios. Ella avanzó torpemente hacia Pelo Amarillo y sintió que iba a caer. Los brazos de Pelo Amarillo la levantaron.

    Ella vio la boca abierta, oyó que le susurraba: "Me trajiste de vuelta. Siempre te amaré".

    "Y yo siempre te amaré", dijo Pájaro Rojo. Su voz era ronca, como si no hubiera hablado en días.

    Se volvió hacia Pelo Amarillo: "Ahora él vivirá".

    Riendo y llorando a la vez, Pelo Amarillo agradeció a Pájaro Rojo una y otra vez en su lengua común, invocando a su Dios para que bendijese a Pájaro Rojo.

    ¿Bendecirme? Pero ¿qué hay de ese hombre en la mina?

    "Dale a Oso Blanco el té de corteza de olmo ahora. Más tarde, poca comida, solo poca", dijo Pájaro Rojo. "Comida fácil de comer. Maíz hervido bueno. Más tarde, sopa con carne".

    Pelo amarillo asintió con entusiasmo.

    "Debo dormir", dijo Pájaro Rojo. Susurró las palabras, demasiado agotada para hablar con claridad.

    Ella podía acostarse en otra habitación, dijo Pelo Amarillo, apartándola de la cama con dosel donde el lloroso abuelo se inclinaba sobre Oso Blanco, sujetándolo por los hombros.

    "¿Me fui muchos días?" preguntó Pájaro Rojo.

    Los profundos ojos azules de Pelo Amarillo se ensancharon. Sacudió la cabeza ante la palabra "días". Le aseguró a Pájaro Rojo que había estado en silencio solo por un instante. Había estado cantando, luego había cerrado los ojos y, un momento después, los había abierto otra vez. Oso Blanco había abierto los suyos. Pelo Amarillo la abrazó con tanta fuerza que le hacía daño.

    ¿Solo un instante?. Siempre que Pájaro Rojo se embarcaba en un viaje de chamán, aprendía algo nuevo.

    Pelo Amarillo, con su brazo alrededor de los hombros de Pájaro Rojo, la condujo a una cama en otra habitación. Pájaro Rojo nunca se había acostado en una cama de ojos pálidos, pero se sentó en el borde y se echó hacia atrás. Si no estuviera tan cansada no habría podido dormir en esta cama. Era demasiado blanda. Pelo Amarillo le levantó las piernas sobre la cama por ella.

    Eso fue lo último que Pájaro Rojo recordó.

***

    Después de un día y una noche de sueño, Pájaro Rojo se despertó renovada y hambrienta. Una cura para eso fue producida rápidamente para ella; y ahora estaba sentada en una silla de ojos pálidos a una mesa de ojos pálidos, devorando rebanadas de carne de cerdo frita y pasteles esponjosos que le había traído el viejo sirviente.

    Sentada frente a ella había una mujer gorda y sonriente que ella había encontrado una vez antes. Esta mujer había tratado de consolarla el día que mataron a Lirio Que Flota. Esta, ella sabía, era la tía de Oso Blanco.

    Pelo Amarillo, con lágrimas en sus ojos color turquesa, apareció en la puerta de la habitación donde yacía Oso Blanco.

    Oso Blanco, decía ella, quería que Pájaro Rojo fuera hasta él.

    El hambre de Pájaro Rojo desapareció. Ella se puso rígida.

    Pelo Amarillo llora ahora, pero yo lloraré para siempre.

    Ella había oído el sufrimiento en la voz de Pelo Amarillo y supo que le dolía el corazón porque creía que Pájaro Rojo iba a quitarle a Oso Blanco.

    Pájaro Rojo sabía más. Ella había contaminado sus poderes al usarlos para destruir al tío de Oso Blanco, y ahora debía pagar por ello.

    Una lanza se retorció en su corazón cuando se levantó de la mesa.

    La mujer gorda se levantó cuando Pájaro Rojo lo hizo, rodeó la mesa y la abrazó. Olía a pan recién horneado.

    Pájaro Rojo pasó junto a Pelo Amarillo para entrar en la habitación. Oso Blanco estaba reclinado en la cama con almohadas detrás de la cabeza. La misma cama donde había estado acostado durante tantos días. Su pecho estaba desnudo, excepto por los vendajes blancos que protegían su herida. Los vendajes hacían que su piel verde oliva pareciera más oscura y sobre la tela Pájaro Rojo podía ver el comienzo de las cinco cicatrices brillantes que le recorrían el pecho.

    Las hojas habían sido retiradas del edredón que lo cubría. Su paquete de papeles parlantes que contaban la historia del primer hombre y la primera mujer y de cómo perdieron su tierra de felicidad estaba en la mesa junto a su cama. Junto a él estaba el cuchillo que Flecha de la Estrella le había regalado cuando era un niño pequeño.

    Cuando él la vio, su rostro brilló y le tendió los brazos. Ella corrió hacia él y oyó un sollozo de dolor tras ella. La puerta de la habitación se cerró suavemente.

    Ella se lanzó sobre la cama, deseando abrazar a Oso Blanco. Sus brazos alrededor de ella no eran tan fuertes como los recordaba, pero su abrazo era firme.

    "Viniste a mí mientras mi espíritu vagaba por la pradera", dijo él.

    "El Pájaro Rojo me guió hacia ti".

    "Antes de que vinieras vi muchas cosas".

    "¿Qué cosas?"

    Dijo: "Los ojos pálidos se extenderán por el Río Grande e incluso hasta el Gran Desierto. No quedará lugar para nuestra gente".

    "Si vamos lo suficientemente al Oeste..." comenzó ella,

    "No", dijo él. "Irán tan lejos como el océano occidental. La Tortuga me advirtió sobre esto". Él le acarició suavemente el cabello y ella apoyó la cabeza en su hombro.

    Ella sintió la desgarradora sensación de que nunca más volvería a yacer así con él.

    "Estás mucho mejor hoy", dijo ella.

    "Tú también conoces el camino del chamán ahora. Me has sanado".

    Ella levantó la cabeza y lo miró a los ojos. Este era el momento en que ambos debían decidir.

    "Soy el único chamán que nuestra gente tiene ahora", se obligó ella a decir: "Los pocos que quedan me necesitan, debo volver con ellos".

    Los ojos de él se cerraron de repente, como si su herida le doliera.

    "Quédate aquí conmigo", dijo él.

    Sus palabras la golpearon y la atravesaron como la bala de su tío lo había atravesado a él.

    "Yo nunca podría quedarme aquí. Cuando estés lo bastante bien, ¿no vas a volver con tu gente?"

    Él negó con la cabeza: "No podemos luchar contra los ojos pálidos y no podemos huir de ellos. Nos destruirán a menos que aprendamos a vivir como lo hacen los ojos pálidos".

    "Eso nos destruye también".

    "¡Eso nos salva!" Sus fosas nasales se dilataron y sus ojos oscuros brillaron. "Puedo usar el poder que esta riqueza y esta tierra me dan para luchar por nuestra gente. Y tú puedes hacerlo conmigo. Y Pluma de Águila. Le mostraré a la gente cómo hacer uso de las costumbres de los ojos pálidos. Compartiré mi tierra con ellos".

    Ella sintió el corazón como si estuviera siendo aplastado entre piedras. Esto, ella entendía, era lo que ella debía sufrir por haber usado sus poderes de chamán para hacer daño a otro. Iba a perder a Oso Blanco. Lo había salvado de la muerte. Él iba a vivir, pero no con ella.

    Las garras de ese Oso gigante que era su otro yo parecieron apuñalarla en el pecho y partirla en dos. Ella no podía vivir con este dolor. Debía rendirse a Oso Blanco.

    Sí, debo quedarme con él. No puedo dejarle. Pluma de Águila lo necesita. Estaremos a salvo aquí, cómodos y en paz.

    Ella enviaría a alguien a por Pluma de Águila. La tía gorda y el abuelo les amarían y les cuidarían.

    Intentó verse a sí misma viviendo aquí con Oso Blanco. Por un momento, la imagen quedó clara en su mente. Luego se disolvió en la oscuridad al darse cuenta de que salir de la tribu Sauk sería como arrancar una planta medicina por la raíz sin su consentimiento.

    Ella moriría. Sería una muerte lenta que sería peor que el dolor que estaba sufriendo ahora.

    Y luego otro pensamiento la golpeó.

    ¡Hijos!

    Sintió el corazón pesado como una montaña.

    Recordó cómo Tallador del Búho había dicho, después de que Pluma de Águila fumara la pipa de la paz con los Winnebago, que él podía ser un chamán más grande que cualquiera de ellos, pero eso solo sucedería si lo criaban como un Sauk.

    Lirio Que Flota estaba muerta. Pájaro Rojo no podía vivir con las personas que la habían asesinado.

    Y... se tocó la barriga... este no era el hijo de Oso Blanco.

    Ella comenzó a llorar en voz alta.

    Sollozó hasta que creyó que se le partirían las costillas. Le ardía la garganta; su voz era ronca. Presionó la frente en el pecho se Oso Blanco. Lo escuchó gruñir de dolor, pero él la estaba lastimando más de lo que ella podía lastimarlo a él.

    "¿Cómo puedes pedirme que me quede donde mataron a Lirio Que Flota? ¿Cómo puedes quedarte aquí?"

    "¿Qué quieres que haga?"

    Se le ocurrió una idea repentina: "Los ojos pálidos dan oro por tierra. Acepta el oro de los ojos pálidos por esta tierra, y puedes llevar el oro contigo al país de Ioway y compartirlo con nuestra gente".

    "No, Pájaro Rojo", dijo él con tristeza. "¿Qué íbamos a hacer con oro allá afuera en Ioway? A veces los cuchillos largos le han dado oro a nuestros jefes a cambio de tierra, sí. En poco tiempo el oro se derritió. En sí mismo es como la semilla de maíz. Sin el terreno adecuado para plantarlo, pronto se agota y desaparece. La única forma en que puedo utilizar la riqueza que me dejó mi padre, Flecha de la Estrella, es permanecer aquí y trabajar con ella".

    Ella había dejado de llorar. Esto dolía demasiado para las lágrimas. Solo cuando mataron a Lirio Que Flota había sentido más dolor que esto.

    Durante un momento no pudo reunir coraje para decir las palabras que tenía que decir.

    Desde algún lugar convocó a la fuerza para hablar.

    "Entonces debo dejarte".

    Cada palabra, ella sentía, era una flecha disparada contra él.

    Sus brazos se tensaron alrededor de ella: "Te suplico que te quedes".

    Espíritu del Pájaro Rojo, ayúdame a hacer lo que debo.

    Dolería menos si ella actuaba de inmediato. Se apartó de él. Se levantó y cruzó la habitación hacia la puerta cerrada.

    "Que camines siempre con honor, Oso Blanco".

    "¡No, Pájaro Rojo, no!" Él estaba llorando amargamente ahora, y rodó para hundir la cabeza en las almohadas, golpeando la cama con los puños apretados.

    Ella no podía soportar dejarlo llorando así, como un niño que estaba siendo abandonando. Preferiría verlo enfadado.

    Entonces, el espíritu Pájaro, a quien había pedido ayuda, le envió un mensaje. Ella vio a Zarpa de Lobo con el aspecto que tenía cuando estaba orgulloso e invicto, con la cresta roja en la cabeza, envuelto en una manta roja y pintura negra alrededor de los ojos.

    ¿Por qué nunca lo vi antes?

    Vivir su vida con Zarpa de Lobo y no volver a ver a Oso Blanco era como que le dijeran que nunca volvería a ver un día soleado.

    Pero fue como el espíritu Pájaro le había cantado: Lo que debe suceder, debe suceder.

    Ella respiró profundamente. Odiaba tener que hablarle a Oso Blanco sobre Zarpa de Lobo. Si él hubiera estado dispuesto a venir con ella, no habría tenido que decir nada. Zarpa de Lobo no habría tratado de abrazarla. Y si ella hubiera dado a luz una luna o dos antes de lo previsto, Oso Blanco la habría perdonado. Pero ahora tenía que usar a Zarpa de Lobo para lastimar a Oso Blanco.

    Hacerle daño para curarlo.

    Pero cuando me haya ido de aquí, ¿quién me curará a mí? ¿Debe el chamán sufrir heridas que no pueden curarse nunca?.

    Sí, si ella ha provocado tales heridas.

    Él levantó la cara llena de lágrimas de la almohada y la miró: "¿Qué estás diciendo?"

    "Zarpa de Lobo perdió a sus esposas y sus hijos en el Mal Hacha. Él era como un hombre muerto. Yo quería curarlo y lo curaré viviendo con él".

    Los ojos de Oso Blanco se abrieron. Ella podía ver la ira oscureciendo sus mejillas.

    Él dijo: "Después de que mi padre me llevara a vivir aquí, me esperaste seis veranos mientras Zarpa de Lobo te cortejaba. ¿No pudiste mantenerlo alejado unas lunas?"

    Ella extendió las manos implorante: "Antes, cuando él era un guerrero honrado y tenía a su familia, no me necesitaba. Él me quería como quería otra pluma para colgar en su cabellera. Pero ahora me necesita. Sin mí él bien podría estar muerto Y él es el último valiente de nuestra banda".

    "Yo te necesito".

    Ella se tapó el vientre con las manos. Todavía estaba plano, pero ella sabía lo que había allí.

    "Llevo dentro el hijo de Zarpa de Lobo".

    Él empujó la cama hasta quedar sentado de golpe, y se golpeó la rodilla con el puño. Todavía estaba gravemente herido. Podía lastimarse ¿Y si intentara levantarse de la cama y desgarrar la herida?

    Pero cuando él la miró, sus ojos eran grandes y oscuros de tristeza.

    "Yo aún te amo, da igual lo que hicieras con Zarpa de Lobo. Y amaré a cualquier bebé que tengas".

    Ella sintió que las manos de Oso Blanco se apoderaban de su corazón arrancándoselo del pecho, aplastándolo. Ella chilló de dolor y se tambaleó hacia atrás.

    Ella gritó: "¡Me lo ofreces todo menos lo único que quiero: que regreses con nuestra gente!"

    "Lo que hago, lo hago por nuestra gente". Su voz era tan baja que ella apenas pudo escucharla. "Un Sauk, al menos, recuperará la tierra que nos robaron los ojos pálidos".

    El mundo se volvió más y más oscuro para ella. Con cada palabra que él decía, le estaba perdiendo un poco más.

    Ella hizo el gesto de la mano plana del «no». "Los ojos pálidos aquí en esta tierra son demasiado fuertes para las personas rojas. Y dentro de ti tienes tanto de ojos pálidos como de hombre rojo, y los ojos pálidos son más fuertes que los rojos".

    Los hombros de Oso Blanco flaquearon. Ella vio una opacidad en sus ojos que le hizo pensar en Zarpa de Lobo cuando él se había enfrentado a la gente de Víctor que habían matado a Lirio Que Flota.

    ¿He lastimado tanto a Oso Blanco que volverá a ponerse enfermo? Un miedo repentino la inundó.

    Pero luego él levantó la cabeza y la miró, y había fuerza en su rostro demacrado.

    "Siempre te amaré. Y mientras este lugar sea mío, habrá un hogar aquí para ti, para Pluma de Águila, para cualquier hijo tuyo. Para cualquier Sauk. Cuando regreses, diles eso".

    La aflición la aplastó mientras miraba al hombre que amaba, sabiendo que ambos se separarían para siempre.

    Él extendió los brazos hacia ella, y ella volvió a tumbarse junto a él en la cama. Se sentía tan bien al ser abrazada por él, y dolía tanto saber que esta era la última vez que tendrían corazón contra corazón. Pensó que iba a gritar de agonía por eso.

***

    Adiós, Lirio Que Flota, hija mía. Tal vez nunca pueda volver aquí otra vez. Espero que hayas comenzado tu viaje hacia el Oeste. Pero si tu espíritu permanece aquí, ten en cuenta que tu padre está cerca.

    Pájaro Rojo se detuvo un momento a mirar el montículo de tierra, ahora cubierto de hojas, la tira de manta roja atada a la varita de sauce ahora descolorida. Se mecía de un lado a otro en los zapatos de ojos pálidos hechos de cuero pesado que Pelo Amarillo le había dado. Ella gimió suavemente en su dolor por Lirio Que Flota.

    Luego se giró hacia Pelo Amarillo, que estaba bajo un arce cercano.

    "Tú traes a Oso Blanco aquí y le muestras".

    Pelo Amarillo asintió.

    Regresaron al carruaje de Pelo Amarillo. La calesa estaba cargada de comida y mantas, y Pájaro Rojo llevaba consigo una pesada bolsa de monedas de oro que le había dado el abuelo de Oso Blanco. Usado sabiamente, el oro compraría mantas y comida, rifles y municiones de los comerciantes para ayudar a los Sauk a pasar el invierno. Ahora no tendrían que pasar el invierno en el Fuerte Armstrong, pero podrían cruzar de inmediato para unirse al resto de la tribu en Ioway.

    La herida en el corazón de Pájaro Rojo dolía constantemente, y ella se sentó doblada hacia adelante en el asiento de la calesa, con las manos abrazando las rodillas. Mientras avanzaban por el camino hacia el Fuerte Armstrong, sintió un pequeño alivio al abandonar el lugar donde había perdido tanto. Trató de decirse a sí misma que estaba en el camino a una nueva vida.

    Pelo Amarillo dijo que no entendía por qué Oso Blanco no iba con ellos. Quería saber si seguiría a Pájaro Rojo cuando él estuviera mejor.

    Ella lo entiende, pero no se atreve a creer que él se vaya a quedar con ella. Ella piensa que es demasiado esperar.

    Pájaro Rojo dijo: "Él es aún tu marido, Pelo Amarillo. ¿Le quieres?"

    Los labios de Pelo Amarillo temblaban cuando preguntó, "¿no volvería Pájaro Rojo para estar con Oso Blanco?"

    Pájaro Rojo apretó los dientes. Era doloroso tener que explicáeselo a Pelo Amarillo.

    Pájaro Rojo hizo el movimiento de mano plana: "Él no me sigue, yo nunca vuelvo aquí".

    Ahora los ojos de Pelo Amarillo brillaron como turquesas en plata, pero puso una mano reconfortante en el brazo de Pájaro Rojo.

    Ella quería saber por qué. ¿Cómo podía Pájaro Rojo separarse de Oso Blanco y él de ella? ¿No dolía eso demasiado?

    "Sí, duele mucho", dijo Pájaro Rojo suavemente, viendo pasar el camino de tierra bajo las ruedas de la calesa.

    Pero Pelo Amarillo la presionó. ¿Cómo podía Oso Blanco separarse de los Sauk?

    "Familia ojos pálidos ahora su gente".

    Pero su hijo... ¿cómo podía él renunciar a su hijo?

    Pelo amarillo negó con la cabeza, agitando las trenzas. Ella repitía una y otra vez dos palabras en inglés que Pájaro Rojo entendía, pero hacía una pregunta que ella nunca podría responder.

    "¿Por qué?".

    Una vez más, Pájaro Rojo luchó con las palabras en inglés: "La tierra de su padre y su abuelo lo retiene. No quiere irse".

    Pero, ¿qué pasa con el tío que casi lo mata?

    "Ese tío no más problema", dijo Pájaro Rojo.

    Y por eso, yo debo perder a Oso Blanco.

    Entonces, ¿cuándo Pájaro Rojo volvería a ver a Oso Blanco? La pregunta de Pelo Amarillo se enterró en el corazón de Pájaro Rojo como la punta de una flecha de acero.

    "¡Nunca!" gritó ella.

    Pelo amarillo se encogió hacia atrás con los ojos muy abiertos por la sorpresa. Pájaro Rojo suspiró y dejó abatirse su cuerpo.

    Continuaron viajando en silencio. Pájaro Rojo escuchó pequeños sonidos a su lado que le decían que Pelo Amarillo estaba llorando.

    Pájaro Rojo se acercó y tomó la mano de Pelo Amarillo.

    "Hazle feliz".

    Pelo Amarillo lanzó un sollozo más fuerte y giró la cabeza hacia otro lado.

    Pero Pájaro Rojo ya no estaba llorando. Con los ojos secos, miraba hacia el Sur. Su dolor era demasiado profundo para las lágrimas.

Capítulo 26

Sangre Sobre la Tierra

    Raoul François Philippe Charles de Marion despertó temblando en húmeda negrura y preguntándose si era de día o de noche afuera. Su corazón latía con tanta fuerza que le dolía. Por un momento no podía pensar qué le había asustado tanto. Entonces recordó el sueño.

    Luchó para salir de la vieja manta en la que se había envuelto y se sentó derecho, jadeando.

    Un oso blanco viniendo hacia él aquí abajo en la mina. ¿Por qué demonios soñaría con una criatura como esa? Había osos blancos en Canadá, había oído, pero él nunca había visto uno.

    Oso Blanco, ese era el nombre indio de Auguste. ¿Había estado soñando que Auguste venía a por él?

    Bueno, Auguste se está pudriendo bajo tierra ahora que lo he matado.

    Seguía odiando a Auguste incluso después de su muerte. Debido a Auguste tenía que permanecer escondido aquí, con la negrura apretandole los globos oculares. Sus ojos estaban muy abiertos y él observó hasta que le dolieron, pero no podía ver nada, nada en absoluto. Era como estar ciego.

    Deseó haberle dicho a alguno de sus hombres dónde encontrarle. Quería mucho tener noticias de lo que estaba sucediendo en Víctor. Pero si hubiera hablado con alguien, habría sido con Armand, y no se podía fiar de ese bastardo. Armand podría dejarse seguir estúpidamente hasta aquí. O ceder ante amenazas, o incluso venderle si Papá ofrecía una recompensa lo bastante grande.

    Armand lo haría. Seguro que lo haría. Pude ver en sus ojos lo resentido que estaba conmigo. Él odiaba a Pierre y también me odiaba a mí.

    A Raoul solo le quedaban dos velas. ¿Debería encender una ahora? Podía reservarla porque iba a salir de esta mina hoy, o esta noche. Ya había esperado lo suficiente.

    Ya no estaba seguro de cuánto tiempo llevaba escondido aquí abajo en la oscuridad. Cuando dormía, no tenía idea de cuánto tiempo dormía. Un reloj era una de las muchas cosas que había olvidado llevar consigo, al salir con tanta prisa. Y sin embargo, había traído estúpidamente el estuche de plata con las gafas de Pierre dentro. Se la había guardado en el bolsillo cuando había salido del puesto comercial para cargarse al mestizo. La sentía ahora, un óvalo duro en el bolsillo del abrigo.

    ¿Cuánto tiempo?

    Los hombres que lo perseguían habían buscado en la mina, como él había imaginado que harían. Días habían pasado, estaba seguro, ya que había escuchado sus voces en la mina y el eco de sus pasos. Estaba seguro de que él era el único hombre en Víctor que conocía el túnel en el que se escondía, su entrada, lo bastante grande para entrar arrastrado, estaba tapada por una pila de grava que parecía no tener más que una pared detrás. Había tratado de mover la grava lo menos posible mientras gateaba, y había reemplazado cuidadosamente lo que había apartado.

    Pero podía haber dejado algún rastro en el otro lado. Se había sentado en la negrura a esperar, a escuchar sonidos de excavación, con la espalda contra la pared de húmeda roca, las rodillas dobladas hasta la barbilla. Las manos, frías como si las hubiera sumergido bajo una nevada, se apoyaban en su rifle cargado y su pistola. Y había sacado su cuchillo Bowie y lo había dejado a su lado. Pagarían caro llevárselo si no venían más de cuatro o cinco de ellos, él podría matarlos a todos y escapar.

    Pero los sonidos del grupo de búsqueda se habían desvanecido. Le había dado la bienvenida al silencio de algodón negro que había seguido. Se quedaría aquí todo el tiempo que pudiera. Había encontrado un lugar en su túnel donde el agua subterránea se había filtrado, y podía seguir llenando su cantimplora allí. Encontró otro pequeño túnel de ramificación a cierta distancia de donde dormía, donde podía mear y cagar. Pero había entrado en la mina con solo seis velas, y tenía miedo de usarlas, así que pasaba la mayor parte del tiempo sentado en la oscuridad, sintiéndose que se volvía alternativamente loco de preocupación y de hastío.

    Había traído su cantimplora de whisky hasta aquí con él, y eso había hecho que el tiempo pasara más fácil durante un rato. Pero ahora estaba toda vacía. Parecía haber pasado un tiempo del demonio desde que había echado un trago.

    Encendió una llama con pedernal, acero y algodón, encendió su penúltima vela y la colocó sobre un charco de su propia cera. La luz le hizo daño en los ojos durante un momento, y la visión de su propia sombra moviéndose en las paredes de roca gris oscuro le asustaban.

    Su vientre hueco seguía chirriando y refunfuñando, y las visiones de carne de res, pavo, pato y cerdo lo atormentaban. De una de sus alforjas sacó el paquete de galletas de maíz y carne seca que había echado juntos en el puesto comercial en su fuga. Mordió una galleta, dura y seca como un trozo de madera, y la hizo rodar en su boca hasta que su saliva la ablandó lo suficiente para masticarla y tragarla.

    Ahora subiría a la entrada de la mina y, si era de noche, se iría. Los Fleming tenían su cabaña a un kilómetro de aquí. Sus hombres se habían unido a los Reguladores, por lo que merecían que él les robara un caballo. Luego cabalgaría hacia el Norte hasta Galena.

    Levantó la otra alforja cargada con monedas de oro y plata y billetes del Banco de Illinois. Había tenido que dejar mucho en la caja fuerte de su oficina, y probablemente se lo robarían, pero lo recuperaría todo.

    Porque esto era suficiente para comprarle un ejército.

    Galena estaría llena de los hombres más rudos del Territorio del Noroeste en este momento. Seguramente más hombres de los que podrían ganarse la vida en las minas de allí, con auge o sin auge. Agrestes y hambrientos, justo lo que necesitaba.

    Todavía veré a ese poderoso engreído de Cooper balanceándose de un árbol. Y mearé en la tumba de Auguste.

    Mordió un trozo de carne seca. Estaba dura como el cuero, pero la obligó a bajar por el gaznate.

    Cuando esté dirigiendo las cosas en el condado de Smith, Nicole y Frank y ese grupo de gritones mocosos se irán. Ya he aguantado a Frank y a su maldito periódico el tiempo suficiente, solo porque está casado con mi hermana.

    Si Frank le causaba problemas, su nueva prensa, la que Papá le ayudó a comprar, terminaría en el fondo del Mississippi. O tal vez incluso él sería el compañero de baile de Cooper en ese árbol.

    He derribado a mi padre de un puñetazo. He matado a la cuadrilla de mi hermano y a su hijo bastardo mestizo. ¿Por qué aguantar a mi hermana y a su esposo? ¿Qué han hecho ellos siempre salvo odiarme?

    Y el viejo también tendría que irse, si es que seguía vivo, y esa bolsa de huesos macerada en brandy de Guichard. Hora de deshacerse de todos ellos. De Marion seguirá siendo el nombre más importante en el condado de Smith, pero con una nueva familia de Marion, no aquel viejo grupo amante de los inyos que no entendía nada.

    Nancy. ¿Qué hay de ella?

    La maestra necesitaba que le enseñaran un par de lecciones. Si ella no había dejado que Auguste la sirviera cuando fue capturada por los indios, probablemente nunca había tenido la polla de un hombre dentro de ella. En cuanto descubriera el placer que él podía darle, se olvidaría de Auguste. Todavía era lo bastante joven para tener hijos, hijos guapos e inteligentes.

    Ese mocoso de Woodrow que tenía viviendo con ella. E imaginar que dijo en el juicio que los pieles rojas lo trataban mejor que sus padres. A enviarlo a hacer las maletas, igual que a los Hopkins.

    Con el condado de Smith y con Nancy, todo suyo, sería hora de reconstruir Victoire.

    Había pospuesto eso porque quería hacerlo bien y había dejado las ruinas hasta ahora para recordarse a sí mismo y a todos en Víctor por qué los Sauk tenían que ser expulsados de Illinois.

    No, eso era una maldita mentira.

    Solo aquí, en la oscuridad, no pudo evitar que la verdad le picoteara el cerebro como el pico de un halcón ratonero: cada vez que se acercaba a las ruinas del chateau, pensaba en Clarissa y en los niños, y la culpa lo apuñalaba sin piedad. Había menospreciado a Clarissa y no había sentido por los niños lo que un padre debería.

    Los había dejado desprotegidos, los había dejado morir horriblemente, tal como había muerto Helene.

    Le hice a Andy y Phil exactamente lo que Papá y Pierre me hicieron a mí. Cuando mis chicos más me necesitaban, yo no estuve allí.

    Y los Sauk nunca habrían atacado Víctor si yo no le hubiera disparado a Auguste y a los otros dos pieles rojas en el Arroyo del Viejo.

    Se obligó a dejar de pensar en la familia que había formado sin querer y que luego había perdido. Su sangre estaba derramada y nada los traería de vuelta. Él había derramó mucha sangre india para vengarles.

    Recordó a la bruja india, la madre de Auguste, el cuchillo Bowie cortando la garganta, la sangre caliente en su mano. ¿Qué maldición le había echado antes de matarla?

    La sacó de su mente y pensó en Victoire. Cuando reconstruyera Victoire, no sería solo otro fortín, sino una mansión de piedra que se podría ver desde el río. Sería el centro del nuevo imperio de Raoul de Marion: barcos de vapor, ferrocarriles, ganado, tierras de cultivo, minas. Ahora que los indios se habían ido para siempre, ahora que el bastardo de Pierre había muerto, no había límite para lo que Raoul podía hacer con la riqueza de la familia.

    Los sueños lo alentaron. Hora de moverse. Metió el pequeño bulto de carne y galletas en una alforja. Se echó las alforjas al hombro, la ligera con comida colgando al frente, la pesada con el dinero atrás Aflojó el cuchillo Bowie en su vaina en su cadera izquierda. Revisó las cargas en su pistola y su rifle nuevamente.

    Mientras se echaba atrás el abrigo para enfundar la pistola, sintió las gafas de Pierre en el bolsillo.

    ¿Por qué demonios estoy llevando eso?

    A veces sospechaba que guardaba las gafas de Pierre porque realmente amaba a su hermano mayor, a pesar de todo lo que Pierre le había hecho.

    El estuche de plata, se dijo, era valioso, pero las gafas no valían nada. Los ojos que las necesitaban habían dejado de ver hacía un año.

    ¿No lo habían hecho?.

    Abrió el estuche. Las gafas brillaban a la luz de las velas como si hubiera ojos tras ellas.

    "¡Maldita sea!" gritó y dio la vuelta al estuche, dejando caer las gafas al suelo de piedra. Se hicieron añicos con un chasquido que sonó fuerte como un disparo de pistola. Él las pisoteó con fuerza, aplastó el vidrio hasta convertirlo en astillas brillantes y retorció la montura fuera de forma con la suela de su bota.

    Tiró el estuche sobre una pila de fragmentos de roca. Valioso o no, ya no quería el maldito chisme.

    "¡Espero que estés en el Infierno, Pierre!".

    No amaba a Pierre. Lo odiaba. Él nunca lo había amado. Siempre lo había odiado, desde lo del Fuerte Dearborn.

    Sosteniendo el trozo de vela en la mano izquierda, el rifle en la derecha, subió por el túnel en pendiente. Era una larga subida; los sacos de monedas en la alforja en su espalda tiraban de él hacia atrás.

    Se detuvo en la pila de grava que bloqueaba la entrada a este túnel. Escuchó y no oyó nada más que su sangre siseando en sus oídos. Raspó trozos de piedra de la pila hasta que pudo pasar arrastrado.

    Después de mucho caminar y escalar a través de túneles y pozos, ya no tenía idea de cuánto tiempo había pasado desde que había salido de su escondite. Vio delante un cuadradito en gris en el centro de todo el negro a su alrededor. Y entonces pudo distinguir los muros y el suelo del túnel. La luz de la luna o la luz de las estrellas debían de estar iluminando la entrada de la mina. Noche, entonces. Bien, podría irse de inmediato.

    A unos seis metros de la entrada vio una abertura donde otro túnel se bifurcaba de este. Lo recordaba. Este era el túnel lateral donde se había escondido el indio que había matado siete años atrás.

    Cuando se acercó a esa abertura, escuchó un ruido retumbante.

    El gruñido de un animal.

    Sintió como si le hubieran empapado con agua helada.

    Retrocedió unos pasos de la abertura del cruce de túneles, curvó el dedo alrededor del gatillo del rifle y lo levantó con una sola mano. No quería soltar la vela.

    No había sido solo un sueño. Había algo en esta mina.

    Tal vez un lobo o un oso quisiera una mina desierta como esta como guarida.

    Escuchó ruidos de resoplidos y gruñidos. Luego un rugido tan grave que pareció sacudir la piedra bajo sus pies. Sintió que su estómago se tensaba y casi perdió el control sobre sus entrañas.

    Garras raspaban en la roca. Con dedos temblorosos colocó la vela en uno de los nichos de pared que los mineros habían tallado para sus linternas y levantó el rifle hasta el hombro.

    El oso salió del cruce de túneles. Al principio vio la enorme cabeza blanca y puntiaguda desde un lado, con un ojo dorado que lo fulminaba con la mirada. Un oso perfectamente blanco.

    Como en su sueño.

    La cabeza giró hacia él, una boca abierta llena de dientes como dagas de marfil.

    Surgió todo el cuerpo blanco, más grande que un bisonte toro.

    Rugió, ensordecedor como el estallido de un cañón. Se alzó sobre sus patas traseras llenando el túnel como una avalancha blanca. Después del rugido, retumbaba constante y profundamente en su pecho. Aunque estaba a más de tres metros de distancia, Raoul podía oler su aliento a carne podrida.

    Apretó el gatillo. Su rifle tronó, los ecos le golpearon los laterales de la cabeza. El humo oscureció el vasto cuerpo blanco. Le pitaban los oídos.

    Sintió el súbito terror de que el disparo pudiera iniciar un derrumbe.

    Pero no fue así.

    Tampoco detuvo al oso. Este entró con las mullidas zarpas arañando el suelo del túnel, balanceando las garras como hileras de hoces.

    No he podido fallar. Oh, Jesús, oh Dios, no he podido haber fallado.

    Tiró el rifle, sacó la pistola de la funda y disparó de nuevo.

    Destello cegador, explosión ensordecedora, humo apestoso.

    Y el oso seguía viniendo.

    Estaba tan cerca que las bolas de plomo debían de haber entrado en él. Debía de ser tan grande que se necesitaban más de dos disparos para matarlo.

    Pero no había tiempo para recargar. El oso se alzaba sobre él, el cuerpo blanco llenaba todo el mundo, ojos, garras, dientes, todo brillaba en el resplandor de esa lastimosa vela que, de alguna manera, había permanecido encendida.

    Gritó y sollozó como un niño pequeño en su terror, pero logró sacar el cuchillo Bowie. Había matado a un gran indio con este cuchillo.

    Una zarpa del tamaño de su cabeza le quitó de un golpe el cuchillo de la mano.

    "¡Oh, por favor, no me mates!" lloró él. "¡Por el amor de Jesús!".

    La otra zarpa le golpeó en el pecho como un mazo. Sintió que sus costillas se hundían. Sintió que las garras le apuñalaban los pulmones.

    Su aliento salió volando de su cuerpo. Su fuerza se drenó. Ya no podía gritar. No podía rogar por su vida. Su voz había desaparecido. Solo sangre salía de su garganta. Lo último que vio fue una enorme boca abierta, llena de dientes puntiagudos de color blanco amarillento viniendo hacia él. Sintió que las garras le rasgaban de nuevo el pecho y el vientre y él supo que se estaba yendo.

***

    El bote de humo de los ojos pálidos era algo aterrador, disparaba nubes negras y chispas de dos tubos de hierro pintados de negro que se alzaban desde una gran choza en el medio. A cada lado del bote había una rueda con tablas de madera unidas, y las ruedas y tablas empujaban el bote por el agua. De pie en el suelo de tablones de madera en la parte delantera del bote, Pájaro Rojo trató de comprender cómo el fuego en el vientre del bote podía hacer girar las ruedas. Ella sentía aquella cosa monstruosa temblando bajo ella mientras navegaba por el río.

    Alrededor de un centenar de mujeres y niños con unos pocos hombres se amontonaban en la parte delantera del bote, viendo acercarse la costa de Ioway del Río Grande. Por acuerdo tácito, daban la espalda a la tierra que alguna vez había sido tan buena para ellos, la tierra que habían perdido para siempre.

    La Perdida Tierra de la Felicidad, pensó Pájaro Rojo.

    Al recordar a Oso Blanco, el dolor la apuñaló y tuvo que apoyarse en la baranda del bote. Sintió un doloroso vacío como si hubiera sido destripada, como un ciervo durante la matanza.

    En medio de ellos se alzaba una montañita de cajas, barriles, sacos y balas, los suministros que habían comprado con el oro del abuelo de Oso Blanco. Pero no tenían caballos, y cuando llegaran a la costa de Ioway tendrían que transportar estos bienes sobre sus espaldas. Un viaje de probablemente cuatro días a través de la franja de tierra por el río que El Que Se Mueve Alerta había cedido a los cuchillos largos. En algún lugar más allá de esa tierra encontrarían a los Sauk y los Zorro que habían sido lo bastante sabios para no seguir a Halcón Negro. Ella esperaba que no empezara a nevar antes de que llegaran a los campamentos de su gente.

    Zarpa de Lobo dijo: "He oído que este es el barco que mató a tanta gente en el Mal Hacha".

    Este bote había matado a sus esposas y sus hijos entonces, pensó Pájaro Rojo. Ella descansó la mano sobre el brazo de él.

    "Mira allí", dijo él señalando agujeros y marcas negras en la madera en el extremo delantero. "Se colocó una pistola de truenos allí. Disparó a nuestra gente y los hizo pedazos. Como el que mató a tantos de nuestros guerreros en el pueblo ojos pálidos". A través de su gastada camisa de ante, él se tocó la moneda de plata que aún colgaba de su cuello en una correa de cuero. Pájaro Rojo recordó el día en que Oso Blanco había sacado la moneda del cuerpo de Zarpa de Lobo, alegando que había cambiado una bola de plomo en una moneda.

    Puso la mano sobre su corazón dolorido ¿Alguna vez las cosas dejarían de recordarle a Oso Blanco?

    Miró fijamente el agua verde grisácea que corría al costado del bote y se mareó. Una canoa nunca podría viajar tan rápido, ni siquiera una grande y remada por muchos hombres. Y una canoa nunca podría cruzar recta el río sin ser empujada río abajo por la corriente, como lo estaba haciendo este bote vomitador de humo.

    ¿Se había equivocado ella al no quedarse con Oso Blanco, como él le había rogado? Lo echaba tanto de menos. Se le llenaron los ojos de lágrimas. Confió en que Zarpa de Lobo y Pluma de Águila no la vieran llorar y se limpió los ojos rápidamente.

    Sintió querer saltar de este bote y nadar de regreso a la orilla. Si se ahogaba en el Río Grande, incluso eso sería mejor que ser llevada lejos de Oso Blanco.

    Se dijo a sí misma que había tomado una decisión. Estaba decidida a ser una Sauk durante el resto de sus días y Pluma de Águila sería un Sauk.

    Oso Blanco está equivocado al quedarse atrás, incluso por toda esa tierra.

    Pluma de Águila la agarró del brazo: "No tengas miedo, madre. Los ojos pálidos no nos lastimarán hoy". Sus ojos azules estaban tristes. Debía de haber notado su miseria.

    Zarpa de Lobo sonrió levemente: "No, hoy solo quieren deshacerse de nosotros".

    Pluma de Águila dijo: "Un día, el Hacedor de la Tierra nos dará una medicina tan fuerte que las armas de los cuchillos largos no nos harán daño".

    Pájaro Rojo sonrió a su hijo: "Que seas tú quien encuentre esa medicina".

    Podemos tener esperanza en eso. Ahora que hemos perdido tanto, los espíritus podrían otorgarnos nuevos poderes que nos ayuden a resistir a los ojos pálidos.

    De una cosa estaba segura, el camino de Oso Blanco no era un sendero que la gente debía recorrer. Para un Sauk, convertirse en un ojos pálidos era una especie de muerte.

    Somos Sauk o no somos nada. Oso Blanco ya no es un Sauk. Mi esposo está muerto.

    Se volvió hacia Zarpa de Lobo y Pluma de Águila. No le gustaba ver el pelo de Zarpa de Lobo colgando suelto de la cabeza, ni los hombros caídos. Él siempre se había mantenido tan erguido antes de que la gente de Víctor matara a Lirio Que Flota.

    Puso la mano sobre la espalda de Zarpa de Lobo y la acarició con un movimiento circular, y él enderezó los hombros. Mientras la miraba, una luz apareció en los ojos de Zarpa de Lobo.

    Ella debía lograr que él volviera a afeitarse la cabeza para volver a colocarse la cresta roja. La gente necesitaba un nuevo líder, un verdadero líder. Halcón Negro se había equivocado demasiadas veces, y El Que se Mueve Alerta hacía todo lo que los ojos pálidos le decían. Zarpa de Lobo la ayudara a sanar a la gente.

    Cómo lo odié la noche en que se burló de Oso Blanco al ponerle un vestido de mujer. Pero él ha sufrido mucho desde entonces y ahora es un hombre más sabio.

    Pluma de Águila estaba de pie junto a la baranda, mirando más allá del río púrpura hacia las colinas de color gris invierno de la costa de Ioway. Pájaro Rojo se movió para quedar tras él y puso las manos sobre sus pequeños hombros cuadrados. Él se mantenía muy derecho.

    Pluma de Águila dijo de repente: "Me hubiera gustado haber visto a mi padre por última vez". Ella apenas podía escucharlo por encima del ruido del bote de humo y la corriente del agua.

    Cerró los ojos ante el dolor y se mordió el labio inferior para evitar que este temblara.

    Cuando pudo hablar, dijo: "Creo que algún día lo volverás a ver".

    Pero por ahora, Pluma de Águila y Oso Blanco debían separarse porque Pluma de Águila debía crecer como un Sauk. La gente también lo necesitaría en los veranos e inviernos por venir.

    Pero hasta que Pluma de Águila creciera, la gente acudiría a ella. Los hombres, como Zarpa de Lobo, habían perdido el corazón. Ella volvería a darles un corazón de nuevo.

    A pesar de los ojos pálidos, los Sauk encontrarían un buen sendero.

***

    La caminata desde la casa del abuelo hasta las ruinas de Victoire le pareció a Auguste tomar toda la mañana. Cuando se paró frente a la chimenea ennegrecida que se alzaba sobre él como un viejo ídolo, le dolían las piernas. Jadeaba, pero el aire fresco del invierno infundía vigor en sus fosas nasales y pulmones. Se sentó a descansar sobre una viga rota que una vez sostuvo el techo del gran salón.

    Todavía estaba débil por haber sido tan gravemente herido y por yacer en cama recuperándose. Incluso ahora su pulmón izquierdo no podía llenarse de aire, y probablemente nunca lo podría.

    Esto era lo más lejos que había caminado. Demasiado lejos, en verdad. Pero el brillante día de diciembre le había invitado a salir y quería ver su tierra.

    Mi tierra.

    Era suya ahora, sin duda. Ahora que el cuerpo de Raoul se había encontrado.

    Se alegró de que no hubiera marcas en el cuerpo. Me alegra que los hijos de Fleming, quienes lo habían encontrado anteayer mientras jugaban en el desfiladero, no hubieran tenido que ver un cuerpo humano hecho pedazos, como él temía que Raoul podría ser hallado.

    Ginnie, la chica del medio Fleming, había seguido a un pajarillo cardenal hasta la entrada de la mina. En cuanto la niña vio el cuerpo, el pájarillo rojo salió volando de nuevo y desapareció.

    El rifle de Raoul y su pistola, que aparentemente había disparado justo antes de morir, yacían a su lado. Su cuchillo Bowie se había caído a poca distancia, como si lo hubiera arrojado.

    Cuando Auguste y el abuelo fueron a ver el cuerpo tendido en la sala de examen del Dr. Surrey, Auguste se sorprendió al ver la mueca de terror congelada en la cara de Raoul. Las mandíbulas abiertas, los labios separados de los dientes, ojos abultados. Por suerte, la luz en la mina había sido tenue y la chica Fleming no había visto bien esa cara.

    Auguste y el Dr. Surrey habían examinado cuidadosamente el cuerpo y no habían encontraron ninguna causa de muerte. Surrey opinó que Raoul se había vuelto loco al esconderse en la mina y que había muerto de terror por sus propias alucinaciones.

    Auguste sabía lo que había matado a Raoul. Recordaba vívidamente sus andanzas en el otro mundo, en esa interminable pradera, con Pájaro Rojo.

    Auguste solo podía imaginar cómo habría sido el encuentro entre Raoul y el Oso Blanco. Este había tenido lugar en el otro mundo. El espíritu de Oso Blanco debía de haber atacado y destruido el alma de Raoul, si es que el alma podía ser destruida. Como los hombres que morían en los viajes espirituales porque sus almas nunca volvían a sus cuerpos, el cuerpo de Raoul había sido privado de la vida. El Oso Blanco podía dejar su huella en este mundo cuando así lo elegía, pero por lo general dejaba señales tangibles, como una señal de favor. Esta vez, la única marca que quedaba era esa expresión de terror en la cara muerta de Raoul.

    Y Auguste había pagado el precio por haber enviado el Oso Blanco contra Raoul: había perdido a Pájaro Rojo.

    Durante el resto de mi vida nunca veré a un cardenal sin que mi corazón se rompa de nuevo.

    Enterrarían a Raoul, con una misa, en el pequeño cementerio con vista al río, como cualquier otro miembro de la familia de Marion. No habría venganza después de la muerte. Père Isaac venía de Kaskaskia para oficiar.

    Y me temo que no pasará mucho tiempo antes de que el abuelo se acueste a descansar no lejos de Raoul.

    A pesar de que Auguste había comenzado a levantarse de la cama y caminar, Elysée parecía estar pasando cada vez más tiempo durmiendo. Un día, esperaba Auguste, simplemente no se despertaría en absoluto. Aunque él sentía el duelo por la espera del fallecimiento del anciano, este tenía la cálida sensación de que Elysée había hecho mucho, había recorrido un largo sendero con honor. Ahora era correcto que su espíritu avanzara y su cuerpo volviera a la tierra.

    Estoy pensando como un Sauk.

    Y luego todo se apoderó de él en una ola de angustia. Vio la felicidad que había perdido. Vio los jardines y las largas casas de Saukenuk, frescas y agradables en verano, los cálidos y nevados tipis de invierno en Ioway. La caza y la pesca, las fiestas, las danzas. Los rostros amados se acercaron ante sus ojos, Mujer Sol, Lirio Que Flota, Pluma de Águila, Tallador del Búho, Halcón Negro.

    Pájaro Rojo.

    Dio un grito agonizante que reverberó en la chimenea de piedra que se alzaba sobre él. Se golpeó el pecho con el puño, una y otra vez, hasta que un rayo de dolor lo atravesó donde la bala de Raoul lo había perforado. No quería dejar de lastimarse él mismo, pero ya no podía golpearse el pecho. Su cabeza cayó y él sollozó entrecortadamente.

    Había sacrificado demasiado. Había renunciado a todo lo que realmente amaba para convertirse en prisionero de este lugar. Estaba atrapado en esta tierra. La antigua riqueza de los De Marion lo tenía encadenado.

    Podría alejarme de todo esto, ahora mismo podría tomar un caballo y vadear con él el Mississippi, el Río Grande, y podría encontrar a los Sauk y vivir con ellos de nuevo. Yo podría ser libre.

    Pájaro Rojo había dicho que ella se había convertido en la mujer de Zarpa de Lobo. La ira lo hervía al pensar en eso, pero él sabía que había sido la curandera en ella quien había elegido ese camino. Como ella había dicho, Zarpa de Lobo era uno de los últimos valientes de la Banda Británica y, al curarlo, ella curaba al pueblo.

    ¿Y no se estaba mintiendo a sí mismo por pensar que podía hacer algo por los Sauk aquí? ¿Cómo podría él resistir el inmenso poder de hombres como Cuchillo Afilado, quienes, estaba seguro, estaban empeñados en exterminar a los Sauk, en exterminar a todas las personas rojas en este continente?

    Para hacer prosperar la propiedad de De Marion, tendría que aprender a realizar miles de tareas sobre las que no sabía casi nada. Debía entregar todo su corazón, mente y fuerza a este dominio para que floreciera. Esa era la carga que Flecha de la Estrella, Pierre de Marion, le había impuesto. Al asumir esa carga, ¿no podría él olvidar su otra atadura con los Sauk, tan lejos?

    Pero fue él como Sauk quien lo encadenó tan irrevocablemente a Victoire la tarde que fumó el calumet con Flecha de la Estrella, cuando la Tortuga lo llamó para que fuera el guardián de esta tierra.

    De alguna manera, debía intentar ser maestro de Victoire y cumplir su destino como Sauk.

    Esta tierra, aquí mismo, una vez perteneció a mi pueblo. Si la dejo, nunca más les pertenecerá.

    Dedicaré mis posesiones a ellos, les enviaré lo que necesiten, usaré la influencia que mi riqueza me da con los abogados y políticos para protegerles, para que nunca más sean expulsados ​​de sus tierras, nunca más ser masacrados de nuevo.

    Se puso en pie y se alejó de los restos carbonizados de Victoire hacia los campos que lo rodeaban. Los granjeros habían plantado maíz la primavera pasada, pero los asaltantes Sauk lo habían quemado y un poco de hierba de la pradera había regresado. Solo había tenido tiempo de crecer hasta el pecho antes de que la escarcha matara el maíz. Mientras él se abría paso a través del maizal pudo ver los campos más allá, donde el horizonte amarillo se unía con el cielo.

    Nancy compartiría esta tierra con él. Ella le amaría, y criarían a Woodrow juntos y tendrían sus propios hijos. Él amaba a Nancy, aunque había lugares en él que solo Pájaro Rojo podía tocar. Estos lugares estarían sellados ahora. De la mano, Nancy y él caminarían por el camino de ambos juntos.

    « El Mundo estaba entero ante ellos, donde elegir,

    Su lugar de descanso, y la Providencia su guía:

    Van de la mano con pasos tranquilos y lentos,

    A través del Edén tomaron su solitario camino.»

    Pero él nunca dejaría de echar de menos a Pájaro Rojo y a Pluma de Águila.

    Y nunca dejaría de desear poder vivir su vida como Sauk. Interiormente, siempre sería un Sauk. El espíritu Oso siempre estaría con él para guiarlo.

    Fallé a los Sauk cuando me necesitaban. Les advertí que no fueran a la guerra, pero no conseguí que me escucharan. Necesitan un chamán que los haga escuchar.

    Pensó en los muchos, más de un millar, que habían muerto siguiendo a Halcón Negro, y una aplastante aflición súbita lo golpeó hasta dejarle de rodillas.

    "Hu-hu-hu-úu", se lamentó élm estirando los brazos y levantando la cara para mirar largas y tenues rayas de nubes extendidas por el cielo. "Whu-whu-whu-úu".

    Se rasgó el abrigo y la camisa. Arrodillado con el pecho descubierto, solo podía ver una zona azul directamente en lo alto, enmarcado por las borlas de la pradera que se alzaba a su alrededor. Mirando hacia el azul, lloró por los muertos durante mucho tiempo.

    Sintió que algo mojado le corría por el pecho. Sintió la frío tenaza del miedo en su corazón. Cuando se había golpeado el pecho antes, ¿había vuelto a abrir el agujero que había hecho la bala de Raoul?

    Bajó la vista. Perlas de color rojo oscuro se abrían paso a través de las cinco cicatrices de las garras. Más abajo, en el pecho, corrían juntas como riachuelos. Cinco chorros de sangre le goteaban en el estómago.

    La visión de la sangre que fluía levantó su corazón. Era una señal de que el espíritu del Oso todavía estaba con él. Se inclinó y extendió las manos para agarrar la tierra en las raíces de la hierba de la pradera. Sus dedos se enterraron en las cenizas de los tallos de maíz y las raíces de hierba. Apareció una mancha roja brillante en el suelo entre sus manos y rodillas, y luego otra.

    Mi sangre gotea en el suelo y yo me entrego a esta tierra.

    "Reclamo esta tierra para la nación Sauk", dijo. Primero lo dijo en Sauk, luego lo repitió nuevamente en inglés.

    Se puso en pie y sacó de la vaina a la cintura el cuchillo que Flecha de la Estrella le había regalado hacía mucho tiempo.

    De pie podía ver por encima de la oscilante hierba. Él hizo florecer la hoja del cuchillo en la gran cúpula del cielo que cubría la pradera. Encaró hacia el Este, de donde vinieron aquellas oleadas de ojos pálidos que también habían expulsado a su gente de sus hogares. De donde, también, habían venido su padre y uno de sus abuelos.

    El último chamán Sauk a este lado del Río Grande levantó su cuchillo para que el sol brillara desde este.

    "¡Defenderé esta tierra!" gritó él.

    Mientras viviera, él daría su sangre a esta tierra.

FIN

Palabras Postreras

    El lector puede sospechar del autor un poco de exageración del estilo fronterizo, con un Presidente y tres futuros Presidentes (dos de los Estados Unidos y uno de los Confederación) formando parte en esta novela. Pero es un hecho histórico que el Colonel Zachary Taylor y el Teniente Jefferson Davis estuvieron entre los oficiales del ejército regular que persiguió a la gente de Halcón Negro. Los dos finalmente incluso fueron más íntimos. Cuando Davis se casó con Sarah, la hija de Taylor, Davis renunció del ejercito y llevó a su recién casada de vuelta a Mississippi, donde ambos se instalaron en una plantación. Pero la hija del Presidente de los EE.UU, Zachary Taylor, no fue la Primera Dama de la Confederación; ella murió de malaria pocos meses después de la boda. Y tras la Guerra Civil, Jefferson Davis vio el interior del Fuerte Monroe una vez más (como prisionero).

    La reunión de Andrew Jackson y Halcón Negro en la Casa del Presidente (el nombre de la Casa Blanca era conocido en 1832) también es un incidente histórico real. Cuando Cuchillo Afilado envió a los líderes Sauk en un recorrido por las mayores ciudades del Este, incluyendo Baltimore, Philadelphia y New York, las multitudes que acudieron a ver a Halcón Negro le recibieron como si fuese un héroe conquistador, para cierto disgusto de Jackson. Pero el "Rey Andrew," como sus oponentes político le llamaban, ganó hábilmente las elecciones de 1832. Durante los segundos cuatro años de su reinado, el Congreso enacted en una ley su política de obligar a todas las tribus de nativos americanos de los EE.UU. a mudarse al Oeste del Mississippi. Aún cuando los Winnebago y los Potawatomi permanecieron neutrales o ayudaban activamente a los norteamericanos, también ellos tuvieron que ceder sua tierras en Illinois y Wisconsin y mudarse hacia el Oeste.

    Abraham Lincoln, a la edad de veintitrés, se alistó a la milicia de Illinois en abril de 1832, y enseguida fue ascendido a capitán de la compañía de voluntarios del Condado de Sangamon. En mayo, Lincoln fue uno de aquellos que ayudaron a enterrar a los militares asesinados en el Arroyo del Viejo. Cuando se desbandó su compañía, los hombres que habían servido sus cuatro semanas, Lincoln se reenlistóo para otros dos cortos periodos. Sirvió en ellos como cabo y fue finalmente dispensado en julio. Le robaron el caballo y él y un amigo caminaron y viajaron en canoa cuatrocientos kilómetros hacia el Sur hasta sus hogares en New Salem, Illinois. Aunque veteranos de la Guerra de Halcón Negro tendían a hacer tales saqueos, a Lincoln le alegraba decir después que el único combate que él vio fue contra moscas y mosquitos. Thomas Ford, el abogado de Auguste, sirvió como gobernador de Illinois desde 1842 hasta 1846. Su Historia de Illinois, escrita en 1847, es una de las fuentes para esta novela.

    Aparte del mismo Halcón Negro, el Sauk más historicamente prominente en estas páginas es El Que se Mueve Alerta. Por motivos de consistencia he traducido al inglés todos los nombres nativos americanos en la novela. De lo contrario habrías conciido a El Que se Mueve Alerta bajo el nombre con el que es más conocido: Keokuk. Y yo tendría que haber referido a Estrella Fugaz, el jefe de guerra Shawnee mencionado en los Capítulos Cinco y Diecisiete, como Tecumseh. Pero entonces habría tenido que llamar a Halcón Negro por su nombre Sauk: Makataimeshekiakiak. No es de extrañar que Emerson llamara a la consistencia, un hobgoblin

    También un nombre nada familiar hoy es el Territorio de Michigan como un término para la tierra al norte de Illinois, a través de la cual Halcón Negro y su gente hizo su caminada final desde las Tierras Temblorosas hasta la boca del Mal Hacha.Esa tierra pronto llegaría a ser el estado de Wisconsin. Tras lograr convertirse en estado en 1848, Wisconsin pronto reclamó la próspera porción norteña de Illinois, incluyendo Chicago; pero los políticos de Illinois lo sabían todo sobre la influencia incluso entonces y vencieron a los Badgers.

    Grandes partes de Illinois y Wisconsin eran tierras previamente ocupadas por los Sauk y los Zorro. En el siglo XVII, los Sauk migraron desde Canada, impulsados por guerras con los Iroqueses, bajando hasta lo que es hoy Wisconsin Oriental. Durante el siglo XVIII formaron una confederación con los Zorro y entraron en la parte suroeste de Wisconsin y norte de Illinois. En los tiempos de Halcón Negro había unos cuatro mil Sauk y mil seiscientos Zorro viviendo en aldeas por Wisconsin (antiguamente escrito Ouisconsin) y los ríos del Mississippi hasta la desembocadura del río Roca.

    Con la Compra de Luisiana de 1803, los EE.UU. se hicieron cargo de las tierras nativas de los Sauk y lps Zorro. En 1804 colonos blancos atacaron a un grupo de hombres, mujeres y niños Sauk, y tres blancos resultaron muertos. Como demanda del Gobernador Territorial, William Henry Harrison, una delegación de cinco jefes Sauk y Zorro llevaron a uno de los asesinos acusados a St. Louis. Harrison aprovechó la occasión para negociar un tratado con los Sauk y Zorro en el que cedían a los EE.UU toda su tierra al este del Mississippi, incluyendo lo que es hoy el noroeste de Illinois y el sureste de Wisconsin, así como una porción de Missouri. En total, los Sauk renunciaron a 51 millones de acres. Por esto ellos recibieron 223.450 dólares y un pago anual de1000 dólares en bienes. Más tarde, uno de los jefes firmó el tratado del que se dice que la delegación había estado borracha todo el tiempo que pasaron en St Louis. El prisonero que los jefes habían enviado a Harrison fue "muerto mientras intentaba escapar".

    Halcón Negro nunca reconoció este tratado ni posteriores confirmaciones de este. Como desafío, dirigía a su gente de regreso a Saukenuk cada primavera.

    Hay una pintoresca área de juegos rural en el centro del sur de Wisconsin conocida como Wisconsin Dells, donde los paisanos locales muestran a los turistas una cueva en la que, ellos juran, Halcón Negro se estuvo escondiendo cuando fue capturado por dos guerreros Winnebago llamados Chaetar y Decorah Un Ojo. Pero la Dra. Nancy O Lurie del Museo Público de Milwaukee a desenterrado una historia diferente de la rendición de Halcón Negro, escrita por John Blackhawk, nieto de un jefe Winnebago y sin relación con el líder Sauk. Encuentro la versión de John Blackhawk mucho más probable que la historia de Wisconsin Dells, y es la que yo he seguido, añadiendo inevitablemente, mis propias elaboraciones ficticias. Sea notado que el incidente del muchachito que compromete al grupo de Halcón Negro a rendirse al fumar la pipa de la paz de Wave no es invención mía, sino que está presente en el manuscrito de John Blackhawk. El tabaco era así de sagrado para los nativos americanos de aquellos tiempos.

    Otra materia en la que los historiadores discrepan es el origen de la expresión "OK," que hizo su aparición en el idioma estadounidense en la década de 1830. Aquí yo propongo una explicación en la página 239 que no he visto en ninguna otra parte, pero eso, como la historia de John Blackhawk, tiene sentido para mí. La gente en aquellos tiempos añadía el adjetivo "old" a todos o a todo lo que les hacía sentir afecto (Old Glory, Old Ironsides, Old Hickory) Para cuando consiguió presentarse para Presidente, Zachary Taylor era el "Old Rough y Ready". La bebida alcohólica más popular a principios del siglo XIX en estados unidos era el whiskey, y el mejor whiskey se destilaba en Kentucky y era ampliamente conocido como "Old Kaintuck. Era una jarra de Old Kaintuck lo que Raoul compartió hurañamente con Abe Lincoln. Parece bastante probable que el apodo de Old Kaintuck fuese con el tiempo acortado a "OK" (más sencillo de decir después de haber tomado unas cuantas) y llegase a significar las cosas buenas en cualquier área de la vida.

Palabras Postreras

    El lector puede sospechar del autor un poco de exageración del estilo fronterizo, con un Presidente y tres futuros Presidentes (dos de los Estados Unidos y uno de los Confederación) formando parte en esta novela. Pero es un hecho histórico que el Colonel Zachary Taylor y el Teniente Jefferson Davis estuvieron entre los oficiales del ejército regular que persiguió a la gente de Halcón Negro. Los dos finalmente incluso fueron más íntimos. Cuando Davis se casó con Sarah, la hija de Taylor, Davis renunció del ejercito y llevó a su recién casada de vuelta a Mississippi, donde ambos se instalaron en una plantación. Pero la hija del Presidente de los EE.UU, Zachary Taylor, no fue la Primera Dama de la Confederación; ella murió de malaria pocos meses después de la boda. Y tras la Guerra Civil, Jefferson Davis vio el interior del Fuerte Monroe una vez más (como prisionero).

    La reunión de Andrew Jackson y Halcón Negro en la Casa del Presidente (el nombre de la Casa Blanca era conocido en 1832) también es un incidente histórico real. Cuando Cuchillo Afilado envió a los líderes Sauk en un recorrido por las mayores ciudades del Este, incluyendo Baltimore, Philadelphia y New York, las multitudes que acudieron a ver a Halcón Negro le recibieron como si fuese un héroe conquistador, para cierto disgusto de Jackson. Pero el "Rey Andrew," como sus oponentes político le llamaban, ganó hábilmente las elecciones de 1832. Durante los segundos cuatro años de su reinado, el Congreso enacted en una ley su política de obligar a todas las tribus de nativos americanos de los EE.UU. a mudarse al Oeste del Mississippi. Aún cuando los Winnebago y los Potawatomi permanecieron neutrales o ayudaban activamente a los norteamericanos, también ellos tuvieron que ceder sua tierras en Illinois y Wisconsin y mudarse hacia el Oeste.

    Abraham Lincoln, a la edad de veintitrés, se alistó a la milicia de Illinois en abril de 1832, y enseguida fue ascendido a capitán de la compañía de voluntarios del Condado de Sangamon. En mayo, Lincoln fue uno de aquellos que ayudaron a enterrar a los militares asesinados en el Arroyo del Viejo. Cuando se desbandó su compañía, los hombres que habían servido sus cuatro semanas, Lincoln se reenlistóo para otros dos cortos periodos. Sirvió en ellos como cabo y fue finalmente dispensado en julio. Le robaron el caballo y él y un amigo caminaron y viajaron en canoa cuatrocientos kilómetros hacia el Sur hasta sus hogares en New Salem, Illinois. Aunque veteranos de la Guerra de Halcón Negro tendían a hacer tales saqueos, a Lincoln le alegraba decir después que el único combate que él vio fue contra moscas y mosquitos. Thomas Ford, el abogado de Auguste, sirvió como gobernador de Illinois desde 1842 hasta 1846. Su Historia de Illinois, escrita en 1847, es una de las fuentes para esta novela.

    Aparte del mismo Halcón Negro, el Sauk más historicamente prominente en estas páginas es El Que se Mueve Alerta. Por motivos de consistencia he traducido al inglés todos los nombres nativos americanos en la novela. De lo contrario habrías conciido a El Que se Mueve Alerta bajo el nombre con el que es más conocido: Keokuk. Y yo tendría que haber referido a Estrella Fugaz, el jefe de guerra Shawnee mencionado en los Capítulos Cinco y Diecisiete, como Tecumseh. Pero entonces habría tenido que llamar a Halcón Negro por su nombre Sauk: Makataimeshekiakiak. No es de extrañar que Emerson llamara a la consistencia, un hobgoblin

    También un nombre nada familiar hoy es el Territorio de Michigan como un término para la tierra al norte de Illinois, a través de la cual Halcón Negro y su gente hizo su caminada final desde las Tierras Temblorosas hasta la boca del Mal Hacha.Esa tierra pronto llegaría a ser el estado de Wisconsin. Tras lograr convertirse en estado en 1848, Wisconsin pronto reclamó la próspera porción norteña de Illinois, incluyendo Chicago; pero los políticos de Illinois lo sabían todo sobre la influencia incluso entonces y vencieron a los Badgers.

    Grandes partes de Illinois y Wisconsin eran tierras previamente ocupadas por los Sauk y los Zorro. En el siglo XVII, los Sauk migraron desde Canada, impulsados por guerras con los Iroqueses, bajando hasta lo que es hoy Wisconsin Oriental. Durante el siglo XVIII formaron una confederación con los Zorro y entraron en la parte suroeste de Wisconsin y norte de Illinois. En los tiempos de Halcón Negro había unos cuatro mil Sauk y mil seiscientos Zorro viviendo en aldeas por Wisconsin (antiguamente escrito Ouisconsin) y los ríos del Mississippi hasta la desembocadura del río Roca.

    Con la Compra de Luisiana de 1803, los EE.UU. se hicieron cargo de las tierras nativas de los Sauk y lps Zorro. En 1804 colonos blancos atacaron a un grupo de hombres, mujeres y niños Sauk, y tres blancos resultaron muertos. Como demanda del Gobernador Territorial, William Henry Harrison, una delegación de cinco jefes Sauk y Zorro llevaron a uno de los asesinos acusados a St. Louis. Harrison aprovechó la occasión para negociar un tratado con los Sauk y Zorro en el que cedían a los EE.UU toda su tierra al este del Mississippi, incluyendo lo que es hoy el noroeste de Illinois y el sureste de Wisconsin, así como una porción de Missouri. En total, los Sauk renunciaron a 51 millones de acres. Por esto ellos recibieron 223.450 dólares y un pago anual de1000 dólares en bienes. Más tarde, uno de los jefes firmó el tratado del que se dice que la delegación había estado borracha todo el tiempo que pasaron en St Louis. El prisonero que los jefes habían enviado a Harrison fue "muerto mientras intentaba escapar".

    Halcón Negro nunca reconoció este tratado ni posteriores confirmaciones de este. Como desafío, dirigía a su gente de regreso a Saukenuk cada primavera.

    Hay una pintoresca área de juegos rural en el centro del sur de Wisconsin conocida como Wisconsin Dells, donde los paisanos locales muestran a los turistas una cueva en la que, ellos juran, Halcón Negro se estuvo escondiendo cuando fue capturado por dos guerreros Winnebago llamados Chaetar y Decorah Un Ojo. Pero la Dra. Nancy O Lurie del Museo Público de Milwaukee a desenterrado una historia diferente de la rendición de Halcón Negro, escrita por John Blackhawk, nieto de un jefe Winnebago y sin relación con el líder Sauk. Encuentro la versión de John Blackhawk mucho más probable que la historia de Wisconsin Dells, y es la que yo he seguido, añadiendo inevitablemente, mis propias elaboraciones ficticias. Sea notado que el incidente del muchachito que compromete al grupo de Halcón Negro a rendirse al fumar la pipa de la paz de Wave no es invención mía, sino que está presente en el manuscrito de John Blackhawk. El tabaco era así de sagrado para los nativos americanos de aquellos tiempos.

    Otra materia en la que los historiadores discrepan es el origen de la expresión "OK," que hizo su aparición en el idioma estadounidense en la década de 1830. Aquí yo propongo una explicación en la página 239 que no he visto en ninguna otra parte, pero eso, como la historia de John Blackhawk, tiene sentido para mí. La gente en aquellos tiempos añadía el adjetivo "old" a todos o a todo lo que les hacía sentir afecto (Old Glory, Old Ironsides, Old Hickory) Para cuando consiguió presentarse para Presidente, Zachary Taylor era el "Old Rough y Ready". La bebida alcohólica más popular a principios del siglo XIX en estados unidos era el whiskey, y el mejor whiskey se destilaba en Kentucky y era ampliamente conocido como "Old Kaintuck. Era una jarra de Old Kaintuck lo que Raoul compartió hurañamente con Abe Lincoln. Parece bastante probable que el apodo de Old Kaintuck fuese con el tiempo acortado a "OK" (más sencillo de decir después de haber tomado unas cuantas) y llegase a significar las cosas buenas en cualquier área de la vida.

Agradecimientos

    Estoy de lo más agradecido por la ayuda que me han prestado Paul Brickman, Julie Garriott, David Hickey, La Sociedad Histórica de Illinois, Jim y Paula Pettorini, George Weinard, Timothy J Wheeler, y La Sociedad Histórica de Wisconsin. Y unas especiales palabras de agradecimiento a mi bonnie esposa Yvonne Shea, que al tener buen ojo para un buen libro antiguo, trajo History of Illinois de Thomas Ford a nuestra casa.

    "El Río Roca era un hermoso país. Yo amaba mis ciudades, mis maizales y el hogar de mi gente. Yo luché por ellos."