Título: Juego de suma cero
Autor: SL Huang (slhuang.com)
Copyright © 2019 - 2023 SL Huang (CC-BY-NC-SA, algunos derechos reservados)
Versión gratuita. Prohibida su venta.
Traducción: Artifacs, 2019.
Reedición y portada: Artifacs, junio 2023.
Imágenes de portada tomadas de Max Pixel bajo licencia CC0.
Ebook publicado en Artifacs Libros en junio 2023
Titulo original: Zero Sum Game
Copyright © 2014 SL Huang (CC-BY-NC-SA, algunos derechos reservados)
Juego de suma cero se publica bajo Licencia CC-BY-NC-SA 4.0 https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/legalcode.es
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SL Huang es una autora ganadora del premio Hugo y superventas en Amazon que justifica un título del MIT usándolo para escribir una excéntrica ficción matemática de superhéroes.
Huang es la autora de las novelas de Cas Russell de Tor Books, que incluyen Zero Sum Game, Null Set y Critical Point, así como las nuevas fantasías Burning Roses y The Water Outlaws. En ficción corta, las historias de Huang han aparecido en Analog, FSF, Nature y otras, incluidas numerosas antologías de lo mejor.
Huang también es especialista en acrobacias de Hollywood y una experta en armas de fuego, con créditos que incluyen Battlestar Galactica y Top Shot. Conecta con SL Huang en línea en www.slhuang.com o en Twitter como @sl_huang.
Originalmente, la serie de Cas Russell (antiguamente la serie del Ático de Russell, aunque a nadie le gustan mis juegos de palabras matematemáticos, excepto a mí) consistía en estos libros, con otros más en camino:
• Libro 1: Juego de Suma Cero (Zero Sum Game).
• Libro 2: Vida Media (Half Life).
• Libro 3: Raíz de la Unidad (Root of Unity).
• Libro 4: Sonrisa de Plástico (Plastic Smile).
• Libro 5 (nunca autopublicado, en realidad): Medida Áurea (Gold Mean).
• Relato: Rio Adopts a Puppy.
• Relato: Ladies’ Day Out.
¡Y entonces Tor la recogió para su republicación! ¡Yuju! Por tanto, lo que está disponible y en camino ahora mismo es:
• Libro 1: Zero Sum Game.
• Libro 2: Null Set (reescritura de lo que fue originalmente Sonrisa de Plástico, el libro 4 de la serie autopublicada).
• Libro 3: Critical Point (Totalmente NUEVO, el que habría sido el libro 5: Medida Áurea).
Si no has leído ninguna de las versiones autopublicadas, pues lee las ediciones de Tor según salgan y punto.
Si has leído algunas de las versiones autopublicadas, notarás que la serie no sólo se ha editado, sino que se ha reordenado; con el libro 4 publicado como el libro 2 y el que escribí como libro 5 como libro 3 (los antiguos libros 2 y 3 saldrán más adelante). Resumiendo, esto es lo que deberías leer a continuación si no quieres releer algo:
• Si sólo has leído Juego de Suma Cero, lee Null Set después.
• Si has leído Juego de Suma Cero y Vida Media, lee Null Set después.
• Si has leído Juego de Suma Cero, Vida Media y Raíz de la Unidad, lee Null Set después.
• Si has leído todas las novelas de la serie autopublicada: Juego de Suma Cero, Vida Media, Raíz de la Unidad y Sonrisa de Plástico, lee Critical Point después.
Por supuesto, puedes leer las nuevas ediciones como han salido aunque hayas leído las versiones autopublicadas. Hay un montón de edición y, personalmente, creo que las nuevas molan significativamente más ahora, pero para los lectores que no quieran releerlas, me he esforzado por asegurarme de que no te pierdas si pasas de las antiguas a las nuevas.
Fuente: www.slhuang.com (explicación de la serie de Cas Russell).
Sólo me fiaba de un tipo en todo el mundo. En aquel momento me estaba dando puñetazos en la cara.
Números solapados se desbarataban con cada puño de Río mientras cada golpe impactaba contra mí como un cohete. Los valores se desordenaban como locos, la acción de los cálculos pasaba ante mis ojos. Él no refrenaba sus puñetazos lo más mínimo, el muy bastardo. Podía ver exactamente cómo me golpearía y que la fuerza del golpe me fracturaría la mandíbula.
Bueno, si yo le permitía hacerlo.
Ángulos y fuerzas. Sumas de vectores. Sencillo.
Apreté la espalda contra la silla en la que estaba atada, moviendo las muñecas contra las cuerdas, e incliné la cabeza un pelo menos de la distancia que necesitaba para transformar la pegada en una palmada amorosa. En lugar de permitir que Río me rompiera la mandíbula, le permití que me abriera el labio.
El impacto hizo que me golpeara la nuca contra la pared y me salió sangre de la boca. Empecé a ahogarme. Tosí y escupí en el suelo de cemento.
Maldición.
—Dieciséis hombres —dijo un voz despectiva con acento inglés a pocos pasos frente a mí —contra una chica horrible. ¿Cómo? ¿Quién eres tú?
—Diecinueve —corregí yo, la palabra tropezó en mi boca mientras me ahogaba en mi propia sangre. Ya estaba lamentando el labio roto—. Comprueba tu perímetro otra vez. Maté a diecinueve de tus hombres.
Y habrían sido más si Río no hubiera aparecido de la nada y me hubiera atrapado mientras estaba distraída con los colombianos.
Jodido hijo de perra.
Fue él quien me había conseguido este trabajo. ¿Por qué no me dijo que estaba infiltrado en el cártel de droga?
El colombiano que me interrogaba inhaló con fuerza y sacudió la cabeza hacia uno de sus subordinados, que se giró y salió de la habitación. Los tres camellos restantes se quedaron donde estaban, con los índices en sus Micro-Uzis en lo que claramente pensaban que eran expresiones intimidantes.
Tontos del culo.
Puse a trabajar mis muñecas contra el grueso cordel a mi espalda. Río me había atado y me había dejado bastante espacio para jugar y escurrirme si me daban medio segundo.
Los números y vectores se disparaban en todas direcciones: desde mí hasta el colombiano que tenía delante, desde mí hasta sus tres subordinados carentes de seso, desde mí hasta Río. Un sexto sentido de juego matemático que existía en alguna parte entre la visión y el tacto; que enmascaraba el mundo con cálculos constantes, que amenazaba con arrastrarme a una sobrecarga de datos sensoriales; me decía cómo matar.
Fuerzas. Movimientos. Tiempos de respuesta.
Podía neutralizar a aquel idiota narco ahora mismo debido al modo en que estaba bloqueando la línea de fuego de sus chicos, pero concentrarse en los colombianos le daría a Río el instante que necesitaba para reducirme. Yo era perfectamente consciente de que él no estaba dispuesto de romper su cobertura por mi causa.
—Si no me cuentas lo que quiero saber, lo lamentarás. ¿ves a mi perro? —el colombiano movió la cabeza hacia Río—. Si le dejo suelto, estarás llorando para que matemos a tu propia madre. Y a él le gustará hacerte gritar. Oh, eso le hará muy feliz. —se inclinó hacia adelante a modo de mofa, agarrándose a los brazos de mi silla para que su aliento fuese caliente en mi cara.
Bueno, en aquel momento, el tipo me había cabreado oficialmente.
Parpadeé mis ojos hacia Río, que permanecía impasible, alto y majestuoso, con su típico pañuelo pardo como una especie de vaquero asiático cabronazo, imperturbable. Los insultos no servían con él. Pero me daba igual. A las personas cabreantes como Río me daban ganas de enterrarlas, aunque eso a él le importaba poco. Aunque todo eso fuese cierto.
Relajé mi nuca y luego lancé la cabeza hacia adelante llevando mi frente justo hasta la nariz del colombiano con un tremendo crujido. Hizo un sonido como un asno electrocutado, chillando y rebuznando mientras se echaba hacia atrás. Luego echó mano a la espalda para sacar una pistolita automática de bolsillo.
Tuve tiempo de pensar, Oh mierda, mientras me apuntaba con el arma.
Pero antes de disparar, el capullo gesticuló furiosamente hacia Río para que saliera de en medio y, en ese instante, las matemáticas se realinearon, encajaron en su sitio y florecieron las probabilidades en un margen de fracción de segundo. Antes de que Río diera su tercer paso, antes de que el colombiano pudiera llevar su dedo hacia atrás sobre el gatillo, yo ya me había liberado las manos de las cuerdas. Me eché a un lado justo cuando el arma rugió su fuego automático. Giré hacia dentro agachada y lancé un pie contra la silla de metal, la patada fue perfectamente medida para equilibrar la energía de mi giro: momento angular, momento lineal.
¡bang!.
Lo siento, Río.
El colombiano trató de seguirme con su arma vomitando fuego, pero me impulsé como un cohete para chocar contra él, atrapar sus brazos y llevarnos a los dos al suelo en un arco exactamente calculado para conducir su línea de fuego por toda la pared del fondo. La cabeza del hombre se partió contra el suelo, se le cayó el arma de los nerviosos dedos y esta corrió deslizando por el cemento. Sin mirar hacia el fondo de la habitación, yo ya sabía que los otros tres hombres habían caído a tierra, interrumpidos por el fuego de su jefe antes de que pudieran obtener un disparo limpio.
Río estaba helado junto a la puerta, su frente sangraba alegremente, la silla estaba caída a su lado.
Se lo merecía por pegarme en la cara tantas veces.
La puerta se abrió de golpe. Hombres gritaban en español portando Uzis y AKas. Momentos, velocidades, objetos en movimiento. Vi las estelas mortíferas de sus balas antes de que apretaran los gatillos, las vi trazando líneas de movimiento y fuerza que llenaban mis sensaciones, convertían la habitación en un caleidoscopio de diagramas de vectores en movimiento. Las armas empezaron a maldecir pero corrí hacia la pared y salté.
Golpeé la ventana con el ángulo exacto que necesitaba para evitar cortarme, pero el cristal inmóvil me envolvió cuando se rompió. El ruido fue directo a mi oído y fue más ensordecedor que el cañoneo. Mi hombro se aplastó en el duro suelo de hormigón del exterior, rodé hasta notar apoyo en los pies y empecé a correr directa a la dirección adecuada.
Aquel complejo tenía su propio ejército a pequeña escala. El movimiento más inteligente era salir de allí más pronto que tarde, pero yo había irrumpido allí para hacer un trabajo, maldita sea, y no lo había terminado.
Y sin trabajo no hay paga.
El sol del crepúsculo enviaba altas sombras que se partían entre los edificios. Derrapé hasta un cobertizo metálico y derribé la puerta de un golpe. Mi actual dolor de cabeza de misión, más conocida como Courtney Polk, se echó hacia atrás todo lo que pudo al verme. Yo la había esposado a un conducto antes de que me reconociera y me delatara. Después la había encerrado aquí temporalmente cuando los colombianos habían empezado a cercarme. Recogí las llaves de las esposas donde las había tirado junto a la puerta y la liberé.
—Hora de escapar.
—Apártate de mí. —me siseó, echándose hacia atrás.
Yo atrapé uno de sus brazos y lo retorcí, la física de la palanca es tan sencilla que da risa. Polk gimió.
—Estoy teniendo un día muy malo —le dije—. Si no te estás quieta, te dejaré inconsciente y te sacaré a rastras de aquí. ¿Lo comprendes? —ella me miró.
Doblé una fracción de centímetros más, tres grados antes de los necesarios para sacarle el hombro de sitio.
—¡De acuerdo, basta! —ella intentó escupir las palabras, pero su voz subió hasta el final, una octava de dolor.
La solté. —Pues venga.
Polk era toda larguirucha, brazos y piernas, y parecía demasiado delgada para tener mucha resistencia, pero estaba en mejor forma de lo que parecía y conseguimos llegar hasta el perímetro en menos de tres minutos. La empujé para agacharla tras la esquina de un edificio. Mis ojos rondaban en busca de la mejor salida.
Los movimientos de las tropas se tornaban vectores, números que se dispersaban y concentraban en la empalizada. Los cálculos giraban por mi cerebro en infinitas combinaciones. Me decían que íbamos a conseguirlo.
Y entonces, una figura se alzó entre dos edificios, andando en zigzag para acecharnos. Un hombre negro, alto, fornido, guapo y con una chaqueta de cuero. Su placa no era visible, pero no hacía falta: el modo de moverse me decía todo lo que necesitaba saber.
Permaneció a la vista como un completo poli en el complejo de narcos. Yo empecé a tirar de Polk, pero fue demasiado tarde. El poli se giró, alzó la vista encontrando mis ojos a veinte metros de distancia y supe que nos había pillado. El tipo fue rápido. Apenas habíamos cruzado miradas y su mano ya estaba dentro de su chaqueta en un borrón. Mi bota resbaló un poco y toqué una piedra. Desde la perspectiva del poli, aquello debió de haberle parecido el colmo de la mala suerte. Apenas había llegado a sacar la mano del interior de la chaqueta cuando el misil enviado por mi bota salió como un cohete de la nada y le impactó en la frente. Su cabeza retrocedió por el impacto, él giró de lado y colapsó en el suelo.
Dios bendiga las Leyes de Newton del Movimiento.
Polk retrocedió. —¡Quién demonios era ese!
—Ese era un poli —la interrumpí.
Cinco minutos con esta niña y mi irritación ya estaba al límite.
—¿Qué? ¿Entonces por qué has...? ¡Nos podía haber ayudado!
Yo resistí la urgencia de darle un capón. —¡Eres una narcotraficante!
—¡Pero no a propósito!
—Ya, perdona, gran diferencia. Creo que a las autoridades les importará mucho saber que estos colombianos ya no estaban felices con tus servicios. Eres lo bastante lista como para jugártela y burlar al personal, pronto estarás en una lejana isla cuando esto acabe. Ahora, cierra el pico.
El perímetro estaba a distancia de esprint y las rocas servirían para los guardas del complejo también. Yo recogí unas cuantas, mis manos leyeron al instante sus masas.
Trayectoria de proyectil: mi altura, sus alturas, aceleración de la gravedad y una rápida corrección para la resistencia del aire.
Seleccioné la correcta velocidad inicial para que la desaceleración de tal masa contra un cráneo humano proporcionara la fuerza correcta para derribar a un hombre adulto.
Uno, dos, tres.
Los guardias cayeron en pilas muy armadas sobre la tierra. Polk hizo un sonido ahogado y se apartó de mí un par de pasos. Yo rodé mis ojos hacia arriba, la cogí por una muñeca y tiré de ella. Menos de un minuto más tarde, estábamos conduciendo a salvo lejos del complejo en un jeep robado.
La noche del desierto de California, rica en púrpuras, caía a nuestro alrededor y las luces y gritos de un cártel de droga crecientemente agitado susurraba en la distancia.
Hice algunos zigzags por el camino del desierto para evitar que alguien tratara de seguirnos, pero estaba bastante segura de que los colombianos aún estaban persiguiendo sus propios culos. Estuvimos acelerando solas por el desierto y la oscuridad. Mantuve las luces apagadas por si acaso, usé la luz de la luna y las extrapolaciones matemáticas para delinear las rocas y evitar chocar con algo.
No me preocupaba chocar. Los coches sólo son fuerzas en movimiento.
En el jeep abierto, los cortes de mi cara me picaban cuando azotaba el viento y el aburrimiento crecía en mí a medida que la adrenalina retrocedía.
Menudo trabajo.
Había pensado que sería un paseo. Me había contratado la hermana de Polk y me había dicho que Río la había contactado en frío y le había sugerido que si no me pagaba para sacar a su hermana de allí, no la vería nunca más.
Yo no había hablado con Río en meses, no hasta que me había usado hoy como su saco de boxeo personal, pero podía unir los puntos: Río había estado operando como infiltrado, habría visto a Polk, habría decidido que merecía ser rescatada y me había pasado el encargo.
Por supuesto, yo estaba agradecida por el trabajo, pero me hubiera gustado haber sabido que Río estaba infiltrado en el cártel desde el principio.
Maldecí la mala suerte que nos había hecho encontrarnos. Los colombianos nunca me hubieran atrapado ellos solos.
En el asiento del pasajero, una triste Polk se abrazaba con cada salto del jeep en nuestro viaje de excursión.
—No me voy a mudar a una isla desierta —dijo ella de pronto, interrumpiendo la quietud de la noche.
Yo suspiré. —No dije desierta. Y ni siquiera tiene que ser una isla. Probablemente podemos llevarte a la Argentina rural o algo así.
Ella cruzó los brazos, abrazándose para evitar el frío de la noche.
—Lo que sea. Pero no me voy. No voy a dejar ganar al cártel.
Resistí la urgencia de estrellar el jeep a propósito. Tampoco es que hubiera gran cosa contra lo que estrellarlo allí fuera, pero me las podía haber arreglado. El ángulo correcto contra uno de aquellos montículos de matas y…
—Te das cuenta de que ellos no son los únicos que quieren un pedazo de ti, ¿verdad? Porque, por si nuestros adorables amigos narcos descuidaran decírtelo antes de que te lanzaran a un sótano, las autoridades han alertado al estado de California para buscarte. Tráfico de narcóticos y asesinato, he oído. ¿Qué estaban haciendo allí todos aquellos chavales?
Ella apartó la mirada en una mueca, encogiéndose en el asiento. —Juro que yo no sabía que estaban usando los cargamentos para el contrabando de droga. Sólo llamé a mi jefe cuando me detuvieron porque eso es lo que ellos contaban que hiciera. No es culpa mía.
Sí, claro. Su hermana me había enseñado entre lágrimas una copia del informe de la policía: conductora detenida por circular sin luz, drogas encontradas en el vehículo, otros miembros de la banda aparecen y disparan a los polis, recuperan tanto el cargamento como a la conductora. El informe había implicado seriamente a Courtney en cada cargo. Cuando me contrató, Dawna Polk había insistido en que su hermana no haría daño a una mosca.
Personalmente, a mí me daba igual si la niña era culpable o no. Un trabajo era un trabajo.
—Mira, sólo quiero que me paguen. —le dije—. Si tu hermana dice que puedes tirar tu vida e ir a prisión, eso a mí me va bien.
—Yo sólo era un chófer —insistió Courtney—. Nunca miraba lo que llevaba detrás. No pueden decir que soy responsable.
—Pues si pensabas eso, eres idiota.
—¡Pues preferiría que me atrapara la policía a estar aquí contigo! —me disparó en respuesta—. ¡Al menos con los polis sé que tengo derechos! ¡Y ellos no son una especie de trastornados asesinos friquis del Feng Shui! —se reclinó en el asiento, mordiéndose el labio, probablemente preguntándose si se había pasado de la raya.
Ojalá hubiera practicando Feng Shui con ella, también.Mierda.
Respiré hondo. —Me llamo Cas Russell. Hago recuperaciones. Eso significa que recupero cosas para la gente. Ese es mi trabajo. —tragué—. Tu hermana me contrató de verdad para sacarte, ¿vale? No voy a hacerte daño.
—Me volviste a encerrar.
—Pero sólo para dejarte a salvo hasta que pudiera volver a por ti —intenté tranquilizarla.
Courtney aún seguía de brazos cruzados y había empezado a morderse el labio inferior.
—¿Y qué hay de todo eso otro que hiciste? —me preguntó al final—. Con los guardas del cártel, y las piedras, y ese poli…
Escaneé las constelaciones y viré el jeep hacia el Este con intención de intersectar la autopista. Las estrellas ardían en mis ojos. Sus altitudes, azimuts y magnitudes aparentes aparecían en mi mente como si estuvieran escritas en el cielo junto a cada brillante puntito ardiente. Un satélite entró a la vista y el tiempo de su trayectoria me decía su altura sobre la Tierra y la velocidad de su órbita.
—Se me da muy bien las mates —le dije. Demasiado bien—. Eso es todo.
Polk soltó un bufido como si le estuviera tomando el pelo, pero luego su cara mostró un fruncimiento de ceño y la sentí observarme en la oscuridad.
Oh, demonios. Me gusta más cuando mis clientes me contratan para recuperar objetos inanimados. La gente es tan molesta.
Por la mañana, mi loco circuito sólo nos había conducido a medio camino hasta Los Angeles.
Cambiar de coche dos veces y de dirección tres, podría no haber sido estrictamente necesario, pero a mi paranoia le hacía sentirse mejor.
La noche del desierto se había vuelto fría. Afortunadamente, ahora estábamos en una vieja camioneta destartalada en vez de un jeep abierto, aunque el calentador del coche sólo conseguía expulsar un flujo delgado de aire caliente. Polk tenía sus huesudas rodillas levantadas y había enterrado la cara entre ellas. La niña no había hablado en horas. Me sentí agradecida por ello. Este trabajo ya había tenido bastantes giros inesperados sin necesidad de tener que dar explicaciones a una cría ingrata a cada minuto.
Polk se sentó erguida mientras conducíamos hacia el sol naciente. —Dijiste que haces recuperaciones.
—Sí —le dije.
—Que recuperas cosas para la gente.
—Eso es lo que significa recuperación. —asentí.
—Quiero contratarte. —su rostro juvenil se configuró con líneas de obstinación.
Estupendo.
Tenía ella suerte de que yo no fuese caprichosa con mi clientela y que necesitase otro trabajo después de este. —¿Para qué?
—Quiero recuperar mi vida.
—Tu hermana ya me paga para eso —le recordé—. Pero hey, puedes pagarme dos veces si quieres. No me quejaré.
—No. Quiero decir que no quiero volar a Argentina. quiero recuperar mi vida.
—Espera, ¿me estás pidiendo que robe tu registro policial para dejarte limpia? —Esta niña no sabía lo que era la realidad—. Chica, eso no...
—Tengo dinero —me interrumpió. Sus ojos cayeron hacia sus rodillas.
—Me pagan muy bien, más que a alguien que conduce un paquete de entrega —bufé a modo burla—. ¿Cómo están las tasas de ruta para una mula de droga hoy en día?
—No me importa lo que pienses de mí. —dijo Polk, aunque el color rojo estaba subiendo por su cuello hasta las mejillas. Agachó la cabeza, dejando caer su coleta sobre la cara—. La gente comete errores, ya sabes.
Ya. Llórame un río.
Ignoré la voz que me narraba que tenía que conseguir un jodido empleo. —Rescatar a los desafortunados no está en mi lista. Lo siento, niña.
—¿Ni siquiera lo vas a considerar? Y deja de llamarme niña. Tengo veintitrés.
Parecía de unos dieciocho. Ojos como platos, crédula y con roña detrás de las orejas. Pero claro, supongo que no podía juzgarla. La gente aún asumía a veces que yo era una adolescente. En realidad, yo apenas era mayor que Courtney. Claro que la edad se puede medir de otros modos además de los años. A veces había puesto un .45 en las caras de las personas para recordarles eso. Me acordé de pronto que mi mejor 1911 se había perdido en el complejo cuando fui capturada.
Maldición. Dawna iba a verlo en su lista de gastos.
—¿Y bien? ¿Te lo estás pensando?
—Estaba pensando en mi arma favorita.
—No tienes que ser tan borde todo el día —susurró Courtney a sus rodillas—. Sé que necesito ayuda, ¿vale? Por eso te pregunté.
Oh, joder. Courtney Polk era una jaqueca y media, y limpiar los nombres de crías idiotas que se mezclaban con cárteles de droga no estaba en la descripción de mi empleo. Había estado planeando dejarla en el umbral de la puerta de su hermana y marcharme.
Aunque una vocecilla en mi cabeza seguía susurrando: ¿marcharte adónde?
No tenía trabajos haciendo cola después de aquel contrato. No hago caridad tampoco cuando no estoy trabajando.
Si, de acuerdo. Entre trabajos eres un jodido desastre.
Aparté la voz de nuevo y me concentré en el dinero. Me gusta el dinero.
—Sólo por curiosidad, ¿cuánta pasta tienes?
—¿Lo harás? —Su cara se iluminó y su cuerpo entero se enderezó hacia mí—. ¡Gracias! ¡De verdad, gracias!
Yo repetí algo no tan entusiasta y manejé la furgoneta hacia el alba de la vacía autopista. Descubrir cómo robar la reputación de alguien no era mi idea de pasar un buen rato. La voz de mi cabeza reía burlonamente.
Como si tuvieras el lujo de andar escogiendo.
Aparqué la furgoneta en un cutre motel de carretera cerca de Palmdale, del tipo con un agrietado letrero de plástico con letras bailadas que no escribían bien la palabra LIBRE.
Yo me había desviado otra vez y habíamos ido en círculos el tiempo suficiente para entrar a LA desde el Norte, atravesando las polvorientas ciudades de mierda del territorio de la banda del metano. Los amigos de Courtney, de mano en mano, habían estado traficando con coca, lo que supuse que les hacía narcos con estilo.
Yo no necesitaba descansar, pero sospeché que Courtney sí y quise pensar que yo tenía cierta idea sobre dónde demonios iba a ir para abordar su caso.
El plan obvio era encontrar suficientes pruebas sobre sus antiguos patrones para darle a la DEA algún tipo de arresto aplastante, dejar que Courtney se llevara el crédito de ello y hacer un trato para borrar su expediente. Aunque eso envolvía lidiar con la policía y sonaba tan apetecible como meterme astillas de diez centímetros bajo las uñas.
Acompañé a Courtney hasta la recepción del motel. Sus mandíbulas se abrieron con un bostezo cuando entró. El recepcionista estaba parloteando por teléfono. Yo crucé los brazos, me apoyé en la pared y esperé. El recepcionista siguió con su llamada durante diez minutos más y no dejaba de lanzarnos miradas de creciente nerviosismo, como si esperara que le montara una bronca por no atendernos de inmediato.
Supuse que tenía sentido, considerando el desarreglo de ropas de estilo fatiga y mi cara hecha polvo, que debía ya de estar mostrando unos arcoiris espectaculares a estas alturas. O quizá vio la piel marrón y pensó que yo era una terrorista. Me habían dicho que yo parecía venida de Oriente Medio.
Maldita clasificación racial.
Intenté sonreirle, pero el gesto resultó más como un reproche. El recepcionista por fin colgó el teléfono y nos dio una habitación en la primera planta. Se le cayó la llave dos veces al tratar de dármela y luego se le cayó el dinero que le entregué cuando intentó contarlo sobre el mostrador. Si el tipo hubiera sabido que había sacado el dinero de una sucesión de coches robados esa misma noche, probablemente habría estado aún más nervioso. Conduje a Courtney al interior con la luz del sol a mi espalda, entramos por la puerta de la derecha y nos permitimos una barata habitación de motel del tipo con mobiliario hecho de láminas de cartón pegadas.
Aparentemente aliviada por mi promesa de ayudarla, Courtney quedó marmota total casi antes de que su rizada cabeza golpeara la almohada en las sórdidas camas. Yo le lancé encima una sábana con quemaduras de cigarrillo y empujé la puerta del pequeño baño.
El cañón de un arma apareció en mi cara.
—Vaya —dijo el poli negro del complejo sentado en el tanque del inodoro—. Creo que tenemos que hablar tú y yo.
Bueno, mierda. Da igual cuántas matemáticas sepa y da igual lo rápido que mi cuerpo esté entrenado a responder automáticamente a ella, sigo sin poder moverme más rápido que una bala.
Por supuesto, si el poli hubiera estado al alcance, podría haberlo desarmado antes de que hubiera podido disparar, pero el baño era lo bastante pequeño para que el error matemático cayese de mi lado, considerando que ya había sacado el arma y la apuntaba a mi centro de masa.
—Siga con lo suyo —le dije avanzando unos centímetros y tratando de embaucarlo—. Sólo voy a usar...
Su mano se movió ligeramente y yo me congelé.
—Bien —me dijo—. permanece quieta ahora, encanto. Si te mueves te pondré una bala en el riñón.
Yo supe dos cosas sobre él en aquel momento.
Primero, era inteligente: no sólo porque nos había seguido hasta aquí y había entrado en nuestro cuarto de baño antes de que nosotras llegáramos a la habitación, sino también porque no me estaba subestimando.
Segundo, no le importaba una mierda de rata el procedimiento policial. Eso significaba que, o era un poli muy peligroso o uno muy corrupto, o ambos. Permití a mis manos moverse hacia arriba para mostrar que no estaba llevando un arma.
—No me estoy moviendo.
—Pítica —me dijo—. Habla.
—Me confunde con otra —le dije.
Las matemáticas emergieron a mi alrededor en estratos sobre sí mismas, las posibilidades subían y se derrumbaban mientras todas las soluciones aparecían demasiado cerca del tiempo que el guapo poli necesitaba para apretar el gatillo.
—Habla —dijo el poli—. O disparo y tengo una charla con tu mascota de ahí fuera.
Courtney. Mierda. Tablas.
—Vale —le dije—. ¿Qué quiere saber?
Por el espejo del baño vi el sol creciente asomar por el umbral y a través de las casi descorridas cortinas.
Reflejo especular. Ángulos de incidencia.
Perfecto. Mientras el poli no disparase a ciegas, le tenía.
Con las manos aún levantadas en el aire en aparente rendición, giré la muñeca de la izquierda. A la velocidad de la luz, el fulgor del amanecer entró por la ventana, golpeó el espejo del bañó y reflejó un fino haz hacia la cara pulida del reloj de pulsera de mi mano derecha en los ojos del poli.
Él se movió rápido, parpadeando y agachando la cabeza, pero yo me moví más rápido. Esquivé hacia un lado mientras avanzaba. Con mi mano derecha barrí el aire para apartar el arma de mi línea de tiro. Mis dedos se cerraron en su muñeca y tiré, los números variaron hasta darme el perfecto fulcro mientras equilibraba mi agarre sobre su mano para saltar y darle un rodillazo de rotación al lado de la cabeza. El poli colapsó a plomo, su cara golpeó el asqueroso suelo del baño de un modo nada elegante.
Comprobé el arma. Iba cargada del todo con una bala en la recámara, tal como yo había esperado. Le concedí puntos al poli por tener una bonita y fuerte .45 con un cargador ampliado, pero se los quité de inmediato por ser una Glock.
Típica de poli. Odio las Glocks.
Le registré rápidamente y encontré tres cargadores llenos y un Smith & Wesson de cañón corto metido en la bota. Sin cartera ni móvil y, más importante, sin placa o ID de ninguna clase.
Yo tenía razón. El tipo era corrupto.
Le arrastré hacia la habitación, quité la sábana de una de las camas y empecé a rasgar largas tiras de ella. En la cama de al lado, Courtney se estremecía y me entornaba los ojos somnolienta. Cuando me vio atando a un hombre alto inconsciente al radiador, se despertó de golpe y dio un bote en la cama.
—¿Qué ha pasado?
—Nos siguió hasta aquí —le expliqué.
El tipo debió de haber recuperado la consciencia lo suficiente rápido para seguir nuestra escapada del complejo y debió de haber sido quien hablaba por teléfono con el recepcionista del motel cuando llegamos, quizá para asegurarse de que le dejaba entrar en la habitación antes de que nos diera la llave. Esta vez me aseguraría de que no pudiera rastrearnos. Para cuando despertara y se soltara, nosotras ya estaríamos muy lejos.
—¿Quién es? ¿Está con los colombianos?
Yo le fruncí el ceño desde donde estaba asegurando los nudos. —Pues el poli del complejo. ¿No te acuerdas? En cuanto a si está con el cártel, no lo sé. Creo que es corrupto.
—¿Cómo sabes que es un poli en primer lugar?
—El entrenamiento policial te hace moverte de un cierto modo.
Eso me llegaba en números, claro, los sutiles ángulos y líneas del paso y la postura. Pero no me apetecía explicarlo.
—Oh. —las manos de Courtney se habían cerrado en puños sobre la sábana, sus nudillos estaban blancos. Acabé mi trabajo y me moví hacia la puerta.
—Vamos, niña. Tenemos que salir de aquí.
Courtney se levantó y permaneció tras de mí mientras yo comprobaba el exterior.
El sol brillaba reflejado en los coches, el polvoriento aparcamiento estaba totalmente despejado. Si nuestro amigo de la policía estaba sucio, era improbable que hubiera un compañero cercano.
Miré para localizar su coche, imaginando que podría tener algunos bonitos juguetes dentro, así como su ID y su placa, que podría darnos alguna ventaja, pero ningún vehículo destacaba como prometedor. En vez de eso, guié a Polk hacia una camioneta GMC negra, tan cubierta de polvo y mierda que parecía gris.
En mi negocio, entrar en un coche y hacer un puente son habilidades tan necesarias que literalmente podía hacerlo con los ojos cerrados. En catorce segundos tenía el motor tosiendo a la vida.
Abandonamos el motel en una nube de polvo. Pisé el acelerador y el desierto pasó corriendo a nuestro lado. El sol de la mañana destellaba en el polvo, la arena y la roca. Dibujé en mi cabeza un rápido mapa de aquella parte del condado, calculando el mejor camino para viajar por si el poli despertaba rápidamente y usé el algoritmo de búsqueda más eficiente que pudiera llevar las probabilidades de que nos encontrara de nuevo hacia cero, confiando en que el poli no tuviera una suerte sobrenatural.
La voz intimidada de Courtney interrumpió mis cálculos. —¿Iba el poli tras de mí?
—Sí —le dije. Pensé durante un rato—. ¿Qué sabes sobre algo llamado Pítica?
Ella agitó su cabeza rizada. —Nunca he oído esa palabra.
—¿Estás segura? ¿Nunca has oído murmurarla a tus patrones? Piensa bien.
Courtney hizo una mueca a mi aspereza. —No. Lo juro. ¿Por qué?
No respondí.
¿Qué demonios estaba pasando? ¿Por qué un oficial de la paz perseguía a Courtney Polk?
Ella había sido una mula de droga, por decirlo claro, una que el cártel había terminado por encerrar en un sótano. No había estado en lo alto de la cadena alimenticia, precisamente.
¿Y qué demonios era Pítica?
No fui directa hacia LA. Preferí continuar en zigzag por el desierto marrón de los arrabales del norte y cambiar coches dos veces en tres horas. No sabía si nuestro sucio poli podía ponernos una orden de busca y captura. Hasta podría tener suficientes recursos para hacer que sus colegas bloquearan las carreteras. Mejor errar hacia el lado de ser imposible de encontrar sin importar cómo. Una vez que llegamos a una hora decente de la mañana, detuve en una tienda de electrónica barata y compré un móvil disponible. Permanecí bajo la marquesina de la tienda, observando a Courtney donde se sentaba a la espera dentro del coche y llamé a Río.
—Pítica —le dije tan pronto como respondió. Hubo una pausa larga.
Luego Río dijo —No te metas en eso.
—Ya estoy metida. —le dije, mi estómago daba vueltas.
Otra pausa. —No puedo hablar ahora.
Claro. Aún estaba infiltrado. Yo había asumido que él era el justiciero que desmontaba toda la banda a patadas, pero ahora…
—¿Cuándo y dónde? —le dije, impaciente.
—Que dios te guarde —dijo Río y colgó.
Debería haberlo sabido, pensé.
La infiltración no era el estilo de Río. Su modus operandi era entrar, herir a la gente que había que herir y salir. Si desmontar la banda hubiera sido su único objetivo, una bonita explosión habría iluminado el desierto de California hacía semanas y no quedaría de la banda más que un cráter y los cuerpos de varios narcos eviscerados.
Ese era el estilo de Río.
¿Y por qué había recomendado a Dawna que me encargara yo de Courtney como primera opción? ¿Por qué no hacerlo él mismo? Era más que capaz de eso, de hecho, yo estaba segura de que podría haberlo hecho sin comprometer su cobertura. A menos que las cosas fueran mucho más complicadas de lo que yo pensaba y aquello no fuese un sencillo asunto de drogas.
—¿A quién has llamado? —preguntó Courtney al salir del coche, entornando los ojos por el brillo del sol sureño de California.
—Un amigo —le dije. Bueno, más o menos—. Alguien en quien confío. —esa parte era cierto.
—¿Alguien que puede ayudarnos?
—Quizá.
Río estaba claramente trabajando en lo suyo y no quería ayuda, ni siquiera de mí. Eso me dolía un poco, a decir verdad. Yo era buena en lo que hacía. Río no pretendía hacerme daño, por supuesto. A él no le importaban mis sentimientos de un modo u otro. Nunca le importaban los sentimientos de nadie. Le pregunté lo que se decía sobre mí de que él era lo más cercano a un amigo que yo había tenido.
Apesta, Cas.
Río no era el único recurso que tenía. Contemplé mis números un momento, luego llamé a otro número.
—Garaje de Mack —dijo una voz grave al otro extremo de la línea.
—Anton, soy Cas Russell. Necesito alguna información.
Gruñó. —Tarifa normal.
—Sí. Necesito todo lo puedas obtener sobre la palabra Pítica.
—¿Cómo se escribe?
—No estoy segura. Podría tener alguna relación con narcos colombianos. Y las autoridades podrían estar investigando.
Gruñó otra vez. —Dos horas.
—Recibido. —colgué.
Anton era uno de los muchos informantes de la ciudad, y yo había contratado sus servicios infrecuentemente desde el último par de años. Siempre sabía más que una búsqueda estándar en Internet.
Si "Pítica" tenía una estela en el papel, apostaba a que él podría encontrarla.
—Vamos —le dije a Courtney, pastoreándola de vuelta al coche—. Que vamos a pillar hora punta.
—¿Tienes pasta o todo tu dinero está en el banco? —le pregunté a Courtney mientras avanzábamos lentamente por el eterno aparcamiento de la autovía 405.
La pulsación del calor caía a través del parabrisas y nos cocinaba lentamente. La temperatura se catapultaba hasta unos treinta y cuatro grados Celsius con el sol creciente cuando por fin entramos en la ciudad: Los Angeles en todo su esplendor. Nuestra chatarra de coche actual no tenía aire acondicionado y el aire inmóvil y el atasco del tráfico que requería ir con las ventanillas bajadas no ayudaba en nada. Courtney jugaba con las puntas de su coleta conscientemente.
—Me pagaban en metálico. Yo no... impuestos, ya sabes, pensaba que era mejor si…
—Oh, vale —le dije, tratando de no reírme de ella—. No había ningún indicio de que no fueran legales. Puedo entender por qué pensabas que era una entrega de servicio legítimo. —yo sólo manejaba dinero en metálico, por supuesto, pero yo no era exactamente un criterio de legalidad—. ¿Dónde está, bajo el colchón?
Ella hizo una mueca, le subían los colores por los pómulos de nuevo. —Una tabla en el suelo.
—De acuerdo. Nos pasaremos por allí. Esperemos que los polis no lo encuentren.
Yo tenía una buena suma de mi propio capital líquido escondido en varios lugares por la ciudad, pero prefería usar el suyo. Se suponía que ella era la cliente del pago, después de todo.
—¿Crees que han registrado mi casa? —preguntó Courtney poniéndose tensa y enderezándose en el asiento del pasajero.
—Eres sospechosa de homicidio —le dije.
—¿Lo crees? —Toda su cara estaba roja—. Yo... yo no... tengo algunas cosas...
—Relájate, niña. A nadie le importa tu colección de pornografía. —Se ahogó e irrumpió en una oportuna tos—. A menos que sea de niños —enmendé—. En tal caso tendrías un gran problema. Muy grande, quiero decir. No se trata de porno infantil, ¿verdad?
—¿Qué.. ? Yo no..., Ella tartamudeaba—. ¡No, por supuesto que no! —Su piel estaba rojo tomate, desde su cuello hasta las raíces de su pelo mojado por el sudor. —¿Por qué ibas tú... ? Yo ni siquiera...
Me reía con ganas cuando el tráfico empezó a avanzar despacio de nuevo.
Ella era tan fácil.
La casa de Courtney sólo estaba a unas millas de la de Anton y decidí dejarme caer a ver al informante primero. El garaje de Anton era una constante del universo. Un destartalado taller mecánico, el lugar nunca había cambiado en todas las veces que yo había estado allí. Las palabras Garaje de Mack apenas se veían a través de las capas de aceite de motor de décadas de espesor y mugre en un letrero de metal doblado hacia arriba, y los talleres en las bahías contenían los mismos vehículos abandonados que yo había visto la última vez. No había clientes a la vista. Anton entendía de coches, pero no era conocido por arreglarlos.
Llamé a la puerta de la oficina y Anton la abrió vistiendo un mono de trabajo gris descolorido sobre su considerable volumen. Anton era grande, un gran hombre en todos los sentidos: dos metros de altura y gordo por todos lados, tenía un cuello grueso, cara cuadrada y un pelo gris rapado hasta un estricto centímetro (que por alguna razón le hacía parecer incluso más grande). Considerando que yo ya era bajita, tendía a sentirme una persona de juguete junto a él. Pero por mucho que estuviera segura de que él podría ganar una pelea con cualquiera si quería, siempre pensé que tenía la candidez de un osito de peluche. Un hosco y taciturno osito de peluche que nunca sonreía, pero un osito de todos modos.
Gruñó cuando nos vio. —Russell. Entra.
Courtney y yo le seguimos por el fondo de la oficina y entramos al taller de Anton. Ordenadores y partes de ordenadores estaban esparcidos por cada centímetro del lugar. Había alguno intacto pero la mayoría eran pedazos de circuitos y maquinaria en varias etapas de reparación que yo no podía identificar y que zumbaban constantemente por toda la habitación. Había tambaleantes montañas de papeles y archivos apilados en cada superficie plana. Una enorme silla de oficina, justo para el tamaño y volumen de Anton, se erguía como un trono en medio del caos y, posada en sus profundidades, había una niña de doce años.
—¡Cas! —gritó la hija de Anton, saltando y lanzando sus brazos alrededor de mi cintura. Para tener doce, era diminuta y de cutis oscuro. Yo siempre había imaginado que su madre debía de ser una mujer asiática o latina de metro y medio que Anton podía haber recogido con su dedo meñique.
—Hey, Penny. ¿Qué tal te va? —le dije alborotando su pelo oscuro.
—¡Bien! —trinó ella—. ¡Hemos conseguido un archivo de inteligencia para ti!
—Gracias. Hey, y yo he traído un regalo para ti. —saqué el pequeño Smith & Wesson del poli de mi bolsillo—. Mira, es justo de tu tamaño.
—¡Wow! ¡Cas! ¡Gracias! —Con los ojos brillando, ella tomó el arma sosteniéndola con el cañón hacia abajo—. ¡Papi, mira lo que Cas me ha dado! ¿Qué calibre es?
—Treinta y ocho especial para una niña especial —le dije—. Cuida bien de ella. Te durará un buen tiempo.
¿Qué puedo decir?, tengo un punto blando por las niñas.
—¿Le estas entregando una arma? —graznó Courtney detrás de mí—. ¿Un arma que le has robado a un poli?
—Ella sabe cómo usarla —gruñó Anton.
Courtney se encogió. —¡Eso no es lo que yo...!
—¿Piensas que no cuido bien de mi hija? —dijo Anton tranquilamente —¿Eso es lo que estás diciendo, chica?
Courtney alzo la vista hacia él. Luego, le dijo —No, señor —muy mansamente.
—Eso pensaba —resonó el gran hombre—. Russell, he conseguido algo para ti. No hay gran cosa para ir tirando, te aviso.
—Aprecio cualquier cosa que puedas conseguirnos —le dije.
Él sacó un archivador de entre las máquinas.
—Hay cosas sospechosas aquí. Podría haber más que no hemos alcanzado aún. No te preocupes, Penny y yo seguiremos excavando sobre eso.
—Claro —le dije sorprendida.
Era la primera vez que me había dicho algo así en todas las veces que le había contratado. —Si piensas que hay más que encontrar, adelante. Tarifa usual. —yo abrí el archivo y le eché una mirada superficial.
El contenido era misteriosamente variado. Tendría que sentarme a leerlo más tarde.
—Apuesto a que obtenemos más —dijo Penny optimista, saltando de vuelta a la silla de su papi y girándola hacia un teclado de ordenador—. ¡Hey, Cas! Abrí una grieta en la base de datos de Hacienda ayer. ¡Yo solita!
—Tiene talento —murmuró Anton en su quietud de un modo grave, pero cualquiera podría ver que estaba resplandeciendo de orgullo.
—Buen trabajo —le dije a Penny—. Lástima que tú no pagues impuestos.
—Bueno, papi sí, pero él me dijo que no cambiara nada. Quiero probar luego algunos sistemas de la Casa Blanca.
Me giré hacia Anton sorprendida—. ¿Pagas impuestos?
—Uso los servicios de este país —me dijo—. Les pago las tasas a la gente que elegimos que debo pagarlos. Sólo es justo.
Wow.
—Tú mismo, supongo.
Me soltó uno de sus gruñidos marca registrada. —Quiero educar bien a mi hija.
Courtney emitió un sonido estridente. Decidí que era mejor sacarla de la vista antes de que Anton sintiera la urgencia de estirar el pulgar y aplastarla como un bicho
Además, la referencia de Anton sobre que había cosas raras estaba amplificando las campanas de alarma que llevaban estado sonando en mi cabeza desde que el poli nos había acorralado en el motel.
La sensación empeoró cien veces cuando llegamos a la casa de Courtney.—Eso... eso es mi…—se quedó muda, su mano temblaba mientras señalaba.
Dos hombres blancos en trajes negros estaban de pie en su umbral. Charlaban frente a la puerta delantera entornada. Mientras nosotras observábamos, uno de ellos abrió la puerta y entró. El otro sacó un cigarrillo y le siguió un minuto después.
—¿Qué están haciendo en mi casa? —susurró Courtney.
Estábamos a un bloque de distancia. Aparqué el coche y apagué el motor. El lugar de Courtney era una pequeña casa del tipo cabaña para huéspedes. La mayoría de las persianas estaban cerradas, pero una de las ventanas laterales era del tipo de tablitas de vidrio que no se cerraba del todo. A través de ella podíamos ver otros trajes y que estaban atareados desordenando el salón.
Eficientemente.
—¿Quiénes son? —preguntó Courtney—. ¿Son la policía?
—No.
Algunos se movían como si pudieran tener historial militar, pero yo no estaba segura. No teníamos buena vista y, de todas formas, yo no tenía memorizados los perfiles numéricos para cada tipo de entrenamiento táctico. Aunque no eran polis, eso estaba claro.
—¿Crees que... son los colombianos?
—Posiblemente.
Los hombres eran de la etnia incorrecta para ser del lado colombiano del cártel, pero quizá tenían conexiones americanas. ¿Por qué iba el cártel a registrar la casa de Courtney? Si iban tras la chica, estarían a la espera, no revolviendo el interior de las habitaciones. —¿Es que les robaste algo? ¿Dinero, drogas, información? ¿Algo?
—¡No! —Courtney sonaba horrorizada—. Tengo dinero ahí como te conté, pero es el que ellos me pagaban. ¡No soy una ladrona!
—Sólo una traficante de droga. —Alguien que se mete en lo que se podría llamar "robar", cuando pagaban bien por hacerlo, yo resentí su indignación un poco—. Mantengamos nuestra pauta de buena conducta, ahora.
—Yo no lo sabía —repitió Courtney desesperada.
Yo moví el brazo hacia la manecilla de la puerta del coche. Quizá estos hombres sólo eran rateros buscando el escondite de los pequeños ahorros, pero yo no iba a apostar por ello.
—Voy a acercarme. Quédate aquí y que nadie te vea.
—¿Y si vienen hacia aquí? —Courtney estaba pálida, sus pecas destacaban en sus pómulos.
—Escóndete —le dije y salí del coche.
Aún no había tenido ocasión de limpiarme la cara y, a pesar de que esta no era la mejor parte de la ciudad (descuidados jardines de césped, cunetas llenas de basura y casas con fachadas agrietadas y pintura pelada), algunas personas en la calle me lanzaban miradas mientras paseaba hacia la cabaña de Courtney. Me pasé la mano por el corto pelo para peinarme un poco, pero lo tenía como una enredada masa rizada y el gesto no hizo sino empeorar su aspecto. El trabajo de infiltración nunca había sido mi fuerte. Caminé casualmente por la acera manteniendo una visión oblicua de la casa de Courtney. Los hombres de trajes oscuros se tornaron puntos en movimiento, mi cerebro extrapolaba a partir de lo poco que podía ver y oír, asignaba probabilidades y las traducía en valores esperados. Mientras yo dibujaba la casa, los altos y bajos de la conversación apenas eran audibles, pero yo recorría algunos números aproximados para descifrar las palabras. Tendría que acercarme tanto que mi figura parecería la de la mayor fisgona del mundo. La zona de hierba entre la calle y la casa no tenía ninguna cobertura que pudiera usar para acercarme furtivamente.
Pasé mis ojos por el escenario circundante, creció un modelo 3D en mi cabeza. Una pared de piedra giraba justo detrás de la casa de Polk y terminaba abruptamente en una zona desocupada con forma cónica.
Las ondas de sonido son curiosas. Se persiguen unas a otras sobre las superficies cóncavas, crean concentraciones reforzadas de acústica en el foco de una elipse arquitectónica o parábola. Algunos espacios eran famosos por susurrar una palabra en un lado y oírla con perfecta claridad en el otro.
Yo sólo necesitaba unas cuantas tablas sonoras más.
Volví a la calle y di una patada a un cubo de basura para girarlo un poco mientras pasaba. Pasé la mano por la empalizada del vecino, cerrando la puerta con un clic. Le di la vuelta con el pie a un cuenco de metal que había para los gatos callejeros hasta que quedó apoyado en una boca antincendios. Tiré con disimulo una piedra a un comedero de pájaros para que cambiara de orientación. Deambulé por la calle dos veces más, golpeando el detritos a mi paso, haciendo pequeños cambios. Luego pasé lo ojos por la casa, escuchando en un nivel de decibelios de conversación normal humana.
Casi.
Todo lo que necesitaba era un paraguas.
No estaba lloviendo, pero había muchos coches aparcados en el calle y encontré lo que necesitaba tras una rápida inspección por las ventanillas traseras. Forcé la puerta y entré, retiré el paraguas del asiento de atrás y dejé la puerta del coche entornada en un ángulo bien medido. Luego me encaminé hacia un árbol al borde del patio, uno que estaba justo en el foco de mi puzzle acústico manufacturado. Coloqué el paraguas y escuché. Las voces en la casa de Courtney sonaban como si estuvieran justo a mi lado.
—... ompletas tonterías, eso es lo que son —estaba diciendo un hombre con acento británico—. La FIFA no tiene derecho a culpar a Sir Alex. Sería un escándalo, es su maldita culpa.
—Vosotros y vuestros jugadores de fútbol —añadió una voz americana—. Estáis en la jodida América, ¿sabéis? Mirad algo de fútbol real.
—Oh, ¿te refieres a ese aburrido programa donde hacen cabriolas por ahí y se toman un descanso cada cinco minutos?
—Bah, que te jodan. Al menos nosotros apuntamos más de una vez por partido.
—Caballeros. Concentración. —Esta voz era grave y rezumaba carisma. Interrumpió toda réplica del americano como si hubiera pulsado un interruptor.
—No creo que esté aquí, jefe —dijo un cuarto tipo con voz nasal y acento que yo no podía ubicar—. Creo que lo ha escondido en otro sitio. O tal vez...
—¿Escondido? —cortó el inglés—. ¿Dónde? No tiene caja fuerte, lo planearon, de modo que ella no tiene amigos..."
—Pues lo enterró en el patio delantero o lo escondió dentro de una pared —dijo el americano—. ¿Quién sabe lo que ella estaba pensando?
—El único lugar modo de comprobar lo que nos queda aquí es volviendo con una almádena y una pala —coincidió el hombre nasalmente.
Sus palabras cesaron mientras esperaban a que el líder tomara una decisión. Me encontré aguantando la respiración.
—Hey, mamita, ¿te parece que llueve?
Yo pasé de escuchar a ver a un arrogante chaval adolescente llevando demasiado lejos el reírse en mi cara.
—¿Esperas lluvia hoy? ¡Ja! ¿Qué le has hecho a tu cara?, ¿o es que naciste así?
Mi primer instinto fue golpearle en la cabeza y apartarlo de mi camino. Pero sólo era un chaval. Un renacuajo adolescente hispánico, probablemente miembro de una banda, considerando la zona y el pañuelo colorado anudado alrededor de su bíceps. Estaba bacilándome para probarse a sí mismo. Había escogido a una mujer pequeña que parecía una indigente perturbada en ese momento.
—¿Estas intentando empezar una pelea conmigo? —le pregunté con tono tranquilo mientras me apoyaba contra el árbol y dejaba que el mango de la Glock del poli asomara por el cinturón.
Los ojos del chaval se abrieron como platos y tropezó al dar un paso atrás. Yo alcé la vista hacia la casa de Courtney. Los hombres con trajes negros estaban saliendo en fila por la puerta delantera. O se marchaban de verdad o planeaban regresar con una almádena. En cualquier caso, yo me había perdido ese detalle.
Suspiré y me giré hacia el miembro de la banda. —Hey, chaval. Mira esto.
Me agaché, recogí una vieja pelota de tenis semienterrada bajo el árbol y la lancé bien lejos hacia un lado. Sonó una serie de rebotes por la calle detrás de nosotros. El chaval miró a su alrededor, confundido. Luego, la bola de tenis llegó como un cohete desde la otra dirección y le rebotó ligeramente en la cabeza.
—¡Uau! —se me quedó mirando—. ¡Joder, mamita! ¿Cómo has hecho eso?
—Aprende suficientes matemáticas y lo descubrirás —le dije manteniendo un ojo en los Trajes.
Convenientemente, esta conversación con el chaval me proporcionaba una buena cobertura si se les ocurría mirar hacia aquí. Yo ya no parecía estar fisgando.
—¡No faltes a la escuela, ¿vale?
—Sí, vale. Vale. —asintió rápidamente, ojiplático. Luego se dio la vuelta y se alejó corriendo mirándome por encima del hombro.
Como he dicho, tengo un punto blando por los niños.
Los Trajes Negros se habían ido al mismo tiempo en una apropiada furgoneta oscura. Miré la calle a mi alrededor y caminé casualmente hacia la puerta delantera de Courtney. El quicio ya estaba astillado junto al cerrojo. Abrí la puerta con el codo. El salón parecía como si hubieran invitado a un rebaño de bulliciosos chimpancés para destruirlo. Los cojines estaban rajados, destrozados y vaciados, su relleno de polyester se diseminaba por el suelo como nieve en copos de peluche. Habían volcado todas las sillas y mesas. Los cajones y los armarios estaban abiertos y vacíos. La ropa estaba mezclada con cajas de DVD y platos rotos en confusas pilas entre el caos. Sin embargo, dado que los Trajes Negros no tenían una maza, las paredes y el suelo aún estaban intactos. Yo dudé en el umbral, preguntándome cuáles eran los riesgos de que los Trajes Negros, o cualquier otro, pudiera haber dejado dispositivos de vigilancia. Aunque, si lo hubieran hecho, probablemente ya habían grabado mi infiltración. Me abrí camino a través de la destrucción hasta la esquina de la que Courtney me había hablado. Una sensación de creciente urgencia me hizo darme prisa.
¿En qué demonios estaba metida Courtney Polk?
No tenía herramientas, pero romper tablones es todo cuestión de fuerza aplicada justo con el ángulo apropiado. Con un buen colocado golpe de mi bota, el tablón de suelo se partió, inspeccioné bajo los pedazos y acabé con una bolsa de papel llena de limpias pilas de billetes sueltos. Mi mirada barrió la habitación mientras me preguntaba en qué otro lugar podría Courtney haber ocultado algo… algo lo bastante pequeño como para embutirlo dentro de una pared. Pero la única opción que podía ver era romper cada uno de los tablones del suelo y luego echar abajo todo el cartón yeso. Eso llevaría demasiado tiempo. Si Courtney aún insistía en afirmar no saber nada, quizá pudiera esconderla en alguna parte y volver luego con herramientas antes de que los Trajes Negros lo hicieran.
Y quizá pudiera obtener de otro modo algunas respuestas a mis preguntas para entonces.
Con la bolsa de papel bajo el brazo, me encaminé hacia la puerta sacando el teléfono móvil por el camino. Llamé a Anton.
—Garaje de Mack' —trinó la voz de una chica.
—Penny, soy Cas. ¿puedes poner a tu papi al teléfono?
—¡Claro! —llamó animadamente a su padre.
En un momento, Anton le gruñía a mi oído. —Anton, soy Cas Russell de nuevo. Necesito que busques algo para mí.
Gruñido.
—Esta clienta que estaba hoy conmigo. Courtney Polk. Compruébala por mí.
—¿Algo más?
—No, sólo... —una ensordecedora explosión irrumpió a través de la línea.
Oí el chillido de una chica y a Anton gritando y luego, todo sonido humano fue engullido por el caos de otras explosiones múltiples al unísono..
Y la llamada se cortó.
¡Mierda mierda mierda mierda mierda!
Volví por la calle oyendo el golpeteo de mis botas contra el asfalto, las matemáticas se dispersaban y toda idea se evaporaba mientras iba directa hacia el coche. Abrí la puerta e ignoré las preguntas de pánico de Courtney cuando encajé la transmisión con una marcha y salimos hacia el tráfico chirriando ruedas. Una cacofonía de bocinas nos ensordecían mientras otros conductores giraban bruscamente y pisaban a fondo sus frenos, pero yo sólo oía el grito de Penny, resonando interminablemente, alto y aterrorizado, en mi cabeza
Teníamos que movernos... más rápido rápido rápido rápido rápido.
El tráfico de LA estaba jodido como siempre, pero ayuda conocer el cálculo para los objetos en movimiento y poder conducir como una maníaca. Cambiaba entre carriles pasando frente a otros coches a la distancia de un cabello, tan cerca como decían los números que era posible y cuando empezaba a encontrarme los semáforos en rojo, hundía la mano en el botón del claxon y subía las ruedas al bordillo para circular por toda la acera. Peatones horrorizados se apartaban saltando de mi camino y traumatizados ciudadanos aullaban exclamaciones a mi paso. Courtney hacía ruiditos en el asiento del pasajero, empujando el salpicadero para tratar de sujetarse. Esta parte de la ciudad no tenía una enorme presencia policial, pero si hubiera visto luces azules detrás, me hubiera dado igual, no habría parado. En minutos, estaba derrapando para doblar la última esquina hacia el garaje de Anton. Una gran ola de calor, luz y humo chocó sobre el coche sobrecargando todos los sentidos, estallando, abrumando. Aún estábamos a un bloque de distancia, pero clavé el pie en los frenos, enviando a Courtney contra el salpicadero.
El edificio de Anton era un infierno rugiente, las llamas subían como torres hacia el cielo, un humo negro surgía del fuego y rodaba espeso y agrio por la calle. Eché mano a la maneta de la puerta y salí corriendo. El calor me golpeó incluso a esta distancia, una pared opresiva de aire ardiente. Me ardió la piel al quedar seca de pronto y cada respiración me escaldaba los pulmones como si estuviera tragando agua hirviendo. El edificio se estaba derritiendo ante mis ojos, colapsando sobre sí mismo. Las paredes y el techo se plegaban con lenta gracia entre masivas llamas y ascuas. Mi cerebro catalogó materiales, calor, velocidad de propagación… este horror había usado ayuda química, no podía ser de otro modo.
Hice un rápido cálculo, aguantando la respiración y cerrando los ojos que me picaban por el humo que obstruía el aire. Revisé los números de tres formas diferentes y sólo tuve éxito en torturarme. Incluso con las más generosas estimaciones, nadie había sobrevivido.
Jodidas matemáticas.
Volví tambaleante hacia el coche. El metal de la puerta ya estaba caliente. Me deslicé hasta el asiento del conductor. Moví el volante para un giro en U y aceleré de vuelta al camino por el que había venido. Dejamos el coche a un bloque o dos de distancia en caso de que alguna cámara de tráfico hubiera registrado mis maniobras de especialista de cine, luego puse alguna distancia antes de que llegaran las autoridades.
—¿Han… están ellos…? —preguntó Courtney tímidamente.
—Muertos. —Me picaban los ojos y la garganta por el humo.
Se le escapó un pequeño sollozo.—¿Estás segura?
—Estoy segura.
No podía evitar preguntarme si era culpa suya. O mía. Me zumbaba la mente. Había contactado con Anton hacía poco menos de cinco horas. El tráfico que entraba en la ciudad nos había retrasado un buen tiempo, pero luego yo había ido directa hasta allí. Cinco horas. Amplio tiempo para prepararlo, Para que alguien hubiera descubierto la búsqueda de Anton si ese alguien estaba lo suficiente motivado. Traté de decirme a mí misma que el trabajo de Anton había consistido en una multitud de otros proyectos, Cualquiera de ellos podría haber generado enemigos. Quienquiera que le había escogido como objetivo se había asegurado de la hostia de sacarlo de circulación junto con todos sus datos e información, pero aún así, un caso de hace meses o años podría haberlo provocado. Algún antiguo cliente resentido. Esto no podía haber sido por lo que yo le había pedido.¿
¿Creía yo esto realmente? Las opciones se arremolinaban en mi cabeza. Cristo Jesús. Se suponía que esto iba a ser un trabajo fácil. Rescatar a la niña, sacarla del país, estar en casa para la cena. Nadie debería haber muerto y menos aún dos personas sentadas frente a un ordenador buscando cosas para mí.
Apreté con fuerza el volante hasta que me dolieron los dedos. Estudié a Courtney por el rabillo del ojo. Estaba abrazándose las rodillas, sus hombros temblaban, su coleta caída escondía parte de su cara. Estaba implicada en esto de alguna manera.
—¿Qué es lo que no me estás contando? —Las palabras salieron demasiado bruscas. No me importó—. Esos hombres en tu casa estaban buscando algo. ¿Qué era?
Ella levantó una llorosa cara y me miró. —Yo no... no lo sé. Te juro que no.
De acuerdo. Mi clienta podría estar mintiéndome. Mi clienta, que ya estaba huyendo no sólo de las autoridades, sino de un cártel de la droga que la quería muerta, hombres en trajes negros del gobierno, un poli corrupto y, ahora, un jugador desconocido dispuesto a cometer asesinato y un incendio para cubrir sus huellas. Y, por encima de todo, yo había perdido a mi informante. Traté de no pensar en Penny, la niña hácker de doce años a la que le habían enseñado a pagar impuestos.
Courtney lloró en voz baja en el asiento del pasajero todo el camino hasta el escondite al que conduje. Si ella estaba jugando una parte en esto, lo apostaba todo en las esperanzas que yo tenía de creerme su lacrimosa fachada. Se merecía un Oscar. Quizá sólo era una cría ingenua que había ido demasiado bajo, demasiado asustada o demasiado estúpida para decirme lo que estaba pasando. Aún así, el llanto me cabreaba. ¿Qué derecho tenía para llorar por gente que apenas conocía y que había juzgado desde el momento uno?
—¡Por amor de Cristo! —rugí mientras giraba el coche dentro de un mugriento callejón—. ¡Ni siquiera los conocías!
—¿Cómo puedes ser tan fría? —me susurró temblorosamente.
Di un golpe a la palanca de cambios del coche al aparcar. —¿Te estas sintiendo culpable? ¿Es eso?
Las lágrimas inundaban sus ojos hinchados. —¿Culpable? ¿Por qué iba yo...? —Su cara se contorsionó de horror. ¿Podía alguien fingir aquello? —¿Eso pasó por nosotras? Oh, Dios... ¡todo en una única mañana!
Quizá podía sacar ventaja de su culpabilidad, pensé. Abordarla con rodeos, manejarla para que revelara lo que estaba ocultando. La idea era agotadora. No se me daba bien la gente y estaba claro que no se me daban bien las sutilezas. Podía amenazarla, pero…
Courtney se pasó la punta de las mangas por la cara, respirando. ella solo era una cría. Recogí el archivo de Anton y la bolsa de papel del dinero y salimos del coche. El callejón terminaba en una oxidada puerta trasera. La conduje subiendo una estrecha escalera negra que llegaba hasta un apartamento de la dilapidada segunda planta. El mobiliario era básico: colchón en la esquina, algunas cajas con comida y agua y poco más. Rebusqué por uno de los cajones en el área de la cocinita donde recordaba haber dejado suministros médicos y desenterré una botella de pastillas para dormir caducadas. Se la lancé a Courtney. —Toma. Trágate una y descansa un poco.
—No me gustan las drogas —me dijo tristemente.
No comenté sobre la ironía de eso. Ella se tragó en seco unas píldoras y se tumbó sobre el jergón de la esquina. —¿Dónde estamos? —habló arrastrando las palabras, las drogas ya estaban actuando.
—En un lugar seguro —le dije—. Tengo unos cuantos por la ciudad. Los reservo en caso de que necesite ponerme a cubierto.
Me inclinó la cabeza durante un largo rato, manchando su manga por la cara de nuevo, sus ojos brillaban—. Estás espantosa.
Su franqueza me impactó. —Me contrataste para sacarte de todo esto, ¿recuerdas?
—Si, supongo —susurró—. Deseo…
Ya estaba empezando a caer en el sopor, extenuación combinada con las píldoras.—¿Qué es lo que deseas?
Quizá en su estado semiconsciente pudiera sonsacarle lo que no podía en el otro.
—Deseo no haber necesitado a alguien como tú —me dijo cerrando los párpados.
Ya. Seguro. Yo era la mala aquí. Dejé a mi clienta dormir dócilmente sobre las mantas, agradecida por el respiro. Mi estúpido cuerpo estaba empezando a resentirse por las últimas treinta horas, pero escarbé por los cajones otra vez y encontré una caja de píldoras de cafeína. Habría dado un mundo por una ducha y un sueño rápido, pero primero necesitaba saber si podía reunir algunas piezas de lo que Anton había encontrado... por lo que Anton podía había muerto.
El archivador era fino. Acerqué el solitario taburete del piso hasta el mostrador de la cocinilla y abrí la carpeta. Salté las primeras hojas de información inconexa y me preguntaba cómo podría a darles un sentido cuando eso me golpeó de lleno en la cara. Era un modesto documento: una memoria de financiación del Comité de Inteligencia del Senado Electo. Me senté y lo leí sintiendo como si alguien me hubiera arrancado las piernas a patadas.
Pítica era un proyecto. Posiblemente un proyecto gubernamental altamente secreto. Cerré los ojos tratando de captar la idea. Podía ser cualquier cosa. Los Estados Unidos tenían numerosas operaciones de las que la población no tenía ni idea. Podía tratarse de cualquier cosa.
Cualquier cosa…
Vi blancas batas de laboratorio y baldosas rojas con el ojo de mi mente. Susurros de armas sobre un futuro mejor. Aplasté la visión antes de que mi imaginación huyera conmigo. Podía ser cualquier cosa. Había una razón por la cual yo permanecía fuera del radar del gobierno. Por la cual no me gustaba la policía, ignoraba la ley y no tenía número de la Seguridad Social. Por la cual, a diferencia de Anton, me negaba a pagar impuestos. El gobierno me asustaba. Demasiados secretos. Demasiadas tramas oscuras, yo había visto pistas de ellas durante años. La gente con todo ese poder era demasiado grande. Demasiado peligrosa. Demasiado real. ¿En qué me estaba metiendo? Me obligué a seguir leyendo los otros documentos.
La memoria del Senado sólo mostraba la palabra "Pítica" incidentalmente, como si la mención se hubiera colado por accidente. No incluía detalles sobre la misión del proyecto o sobre quién podría estar al mando. Hojeé el resto de las páginas: un informe de una investigación sobre las condiciones laborales de los trabajadores del muelle de California, marcada con una nota que decía que había surgido en una referencia cruzada; una transcripción de una transmisión de radio con la mitad del texto en negro, sin dar claros puntos de referencia; otra memoria con la frase "Alabarda y Pítica". Alabarda debía de ser otro proyecto, pero no encontré otras menciones a la palabra y el resto de documentos resultaron iguales trozos de información frustrante. El archivo probaba que Pítica existía, o había existido. El documento más reciente tenía fecha de hacía más de cinco años. No había más.
Bajo la última página había una nota con la letra de Anton: "Debería de haber más. Caminos sin salida. ¿Limpiado? Seguiremos buscando."
Los papeles no hacían referencia a cárteles de droga colombianos ni nada conectado con Courtney Polk. No había ninguna pista de por qué la LAPD, o cualquier otro departamento de policía de la fuerza local estaba metida en esto.
Me senté a pensar. ¿Qué es lo que sabía?
El poli corrupto que nos perseguía creía que yo tenía información sobre Pítica. Nos había seguido desde el complejo, lo que implicaba que el cártel estaba involucrado de algún modo. Y el poli también dijo que si no hablaba, esperaba que Courtney fuese capaz de responder a sus preguntas. ¿Por qué? Hasta donde llegaba la cadena de mando del cártel, Courtney Polk había estado en la base de roca. ¿Qué pensaba el poli que ella sabía? Si esto iba sobre drogas, ¿por qué la siguió el poli a ella en vez de a alguien de mayor rango? ¿Y quienes eran las personas que habían ido a la casa de Courtney? Por los trajes y por el modo en que operaban, habían gritado gobierno a los cuatro vientos. Eso encajaba con lo que había revelado la inteligencia de Anton, pero no del todo. Al menos dos de ellos eran europeos. ¿Qué habían querido de Courtney?
Cada pieza del puzzle apuntaba de vuelta a mi delgaducha de veintitrés años y a la suerte de su difícil historia. O Courtney Polk me había mentido desde el primer momento o un grupo entero de personas, desde el poli sucio hasta los Trajes Negros, estaban confundidas sobre su importancia. Y yo conocía a alguien que podía sacarme de dudas. Alguien que podía darme una idea sobre si debía proteger mi nueva carga o apuntarle con una arma en la cara y demandar respuestas. Alguien que, si Courtney no era más que la inocente niña que parecía, podría haber tenido ulteriores motivos para enviarme a mí como primera opción en esta loca persecución.
Saqué el teléfono y llamé.
—Te dije que no te metieras. —dijo Río en tono neutro a modo de saludo.
—Respóndeme a una pregunta. —Miré hacia la esquina donde mi potencial clienta se acurrucaba en una bola y gemía levemente en sueños—. ¿Tenías alguna otra razón para enviarme tras Courtney Polk?
Pesado silencio mortal en la línea.
Luego, Río dijo —¿Quién?
Yo imaginé que la línea donde estábamos era insegura, que Río era consciente de ello y estaba respondiendo como tal.
De lo contrario… de lo contrario alguien había estado jugando conmigo como una jodida marioneta.
—Tenemos que hablar —le dije—. Ahora.
—Camarito —dijo Río—. Principal y El Zafiro. A media noche.
El Camarito era una pequeña ciudad cerca del complejo del que yo había sacado a Polk la noche antes.
—Allí estaré —le dije y colgué.
Me picó la piel de pronto como si miles de ojos ocultos me estuvieran observando. Río se había mostrado dispuesto a reunirse conmigo, lo que implicaba que nuestra llamada de teléfono no estaba comprometida, al menos que él supiera. Pero si él no contactó con Dawna, ¿quién lo hizo? Dawna Polk era una encargada media de una empresa contable. No es que tuviera contactos en el inframundo criminal, precisamente. Era más probable que Río hubiera decidido que la hermana necesitaba escapar. Río juzgaba a la gente, decidía lo que merecían y hacía que eso sucediera. Y a mí no me resultó difícil creer que él había acudido desinteresadamente al rescate de una niña asustada que sufría las consecuencias de una mala decisión. Si Río no había llamado a Dawna, entonces alguien tenía un motivo para rescatar a Courtney. Este conspirador misterioso había evitado mis suspicacias por el trabajo al usar el nombre de Río. Esta persona desconocida no sólo sabía demasiado sobre Río, sobre mí y nuestra extraña amistad, sino que estaba cien por cien al tanto de la cobertura de Río.
Río estaba comprometido.
Me sentí enferma. Nuestra conversación telefónica le habría informado y ahora Río podría tomar precauciones, pero aún así...
Cogí el teléfono de nuevo y llamé al número del trabajo de Dawna. Respondió su secretaria, me soltó escusas sobre que su jefa estaba en una reunión pero, aparentemente, Dawna se preocupaba mucho más por su hermana que por lo que fuera que estaba haciendo en el trabajo, porque escasos segundos más tarde me llegó su voz rápida y sin aliento por la línea.
—¿La encontraste? ¿Está bien? Oh Dios mío... ¿le han hecho daño? ¿La...?
—¡Está bien! —levanté mi voz para interrumpir sus frenéticas preguntas—. Está durmiendo ahora mismo.
—Oh... Srta. Russell, yo no sé cómo agradecerle. Es que... es mi hermana pequeña. No puedo ni... gracias... muchísi...
—Sí, vale, vale. —me resultó difícil soltar una palabra con sentido—. Dawna, tenemos que reunirnos. Tu hermana... bueno, puede que se haya metido en algo más gordo de lo que se imaginaba.
—No lo entien... ¿qué ha pasado? ¿Aún está en peligro?
—Hablaremos en persona —le dije. No quería revelar demasiado. Tal y como estaba yendo este caso, probablemente alguien estaba escuchando a Dawna. O siguiéndola—. ¿Recuerdas la cafetería donde nos encontramos antes? Ve allí en una hora.
—Yo... claro, por supuesto... claro. Iré. ¿Vendrá Courtney? ¿Puedo verla?
—Aún no. —No permitiría que Courtney saliese al mundo antes de que tuviera la situación por el mango—. Es mejor que ella permanezca aquí por ahora. Está más segura aquí. Te veré en una hora.
—Oh... sí, por supuesto —dijo Dawna atropellando las palabras unas con otras—. Estaré allí... y gracias por...
Colgué.
Courtney estaba inmóvil y dormida. Resolví una rápida ecuación diferencial, mis ojos midieron su masa corporal e imaginé que dormiría como una marmota durante unas tres horas como mínimo, probablemente mucho más tiempo. El tiempo suficiente para que yo llegara hasta Dawna y volver.
Aún así…
Un par de tuberías recorrían la base de la pared junto al colchón. Saqué las esposas de mi bolsillo, cerré un extremo alrededor del conducto y el otro lado alrededor de la flaca muñeca de la chica. Luego me metí algo de dinero y otras provisiones en los bolsillos y saqué un SIG Sauer calibre .40 de la pared falsa de unos de los armarios de la cocina. Metí el archivador de Anton y el resto de la bolsa de papel con el dinero de la casa de Polk.
Pedí prestada una motocicleta de un aparcamiento cercano, una con una capa de polvo que me decía que el dueño la había usado por última vez cuarenta y dos días atrás, horas más, horas menos. Probablemente un tipo rico que la sacaba para dar una vuelta al mes. No la echaría de menos. Descubrí que el casco que iba abrochado a la moto me venía dos tallas grande. No iba a estrellarme, pero tampoco podía permitirme tener a la patrulla de la autopista en mi cola. La estúpida California y sus estúpidas leyes del casco fascistas.
Las motocicletas son un gozada en el tráfico de LA. Yo enhebraba entre los coches, pasando largos carriles de vehículos parados y tumbando en una curva cerrada para subir volando la rampa hacia la autovía. Los frustrados motoristas ociosos en el carril quedaban atrás. Las anchuras, velocidades y movimiento danzaban frente a mis ojos mientras aceleraba la enorme moto deportiva por los espacios no lo bastante anchos para que pasara un gato. Sorteaba y adelantaba al resto de conductores surcando el asfalto entre ellos como un punto intocable en movimiento. En moto atravesé a ciudad en treinta y cuatro minutos, cosa imposible en un coche. También conseguí encontrar aparcamiento en la calle Santa Mónica, que hubiera sido un ejercicio fútil para un vehículo más grande. Derrapé en la curva tras una pequeña Honda sin preocuparme sobre las finuras de un espacio de aparcamiento legal. El amigo que me había prestado la moto sería quien pagase las multas.
Llegué temprano, pero mi cliente ya se sentaba en una mesa esperándome. Parecía aliviada y tensa al mismo tiempo, jugueteando con la correa de su bolso e ignorando la taza de café frío frente a ella. Dawna Polk no se parecía en nada a Courtney y con su altura, finos huesos y color mediterráneo podría haber sido hermosa… excepto por que no lo era. Estaba desgastada y parecía alguien que observaba vítreamente al tedioso minutero todo el día en una insulsa oficina donde permitía que le drenaran su personalidad lentamente.
Sí, dijo una burlona voz en mi cabeza, hacer camino en la vida bebiendo es mucho mejor, ¿verdad? Hipocresía, el nombre es Cas.
Dawna saltó al verme, casi tirando el bolso de la mesa. —¡Srta. Russell!
—Dawna —la saludé—. Vamos a dar un paseo.
Ella movió a cabeza en un rápido asentimiento y recogió sus pertenencias para trotar detrás de mí, tropezando ligeramente al intentar correr con tacones estúpidamente altos.
—¿Dónde vamos?
—A otro sitio. Tengo que asegurarme de que no te han seguido.
Los ojos de Dawna se abrieron como platos y vino conmigo sin más preguntas. La conduje por las calles vigilando las multitudes de compradores modernos del mediodía que pasaban por todas direcciones. Me mantuve alerta buscando mirones y perritos falderos. Pasados algunos bloques, giré a la derecha para entrar en otra cafetería con una sección de mesas casi vacía. Un hípster con un portátil en la esquina del fondo era el único otro cliente. Conociendo Los Angeles, seguramente estaba trabajando en el próximo Gran Guion Americano.
—Siéntate —le dije a Dawna dejándome caer sobre una de las sillas de una mesita alejada del otro cliente. El rico aroma del café mezclado con bollería caliente despertó a mi rugiente estómago vacío. Saqué una barra energética del bolsillo y la abrí con avidez. Un joven empleado hizo un movimiento indeciso hacia mí como si fuese a decir algo, pero miré al chaval de mala manera y se dio la vuelta sumisamente a limpiar las mesas.
Saqué un pequeño chisme electrónico que había recogido al dejar a Courtney y apreté un botón mientras masticaba. Se encendió una luz verde que indicaba que no estaba captando ninguna interferencia electrónica, como un micro o similar. Recorrí el espacio con los ojos, midiendo distancias y calculando las rutas de propagación del sonido en el aire. El solitario empleado había regresado detrás del mostrador y el hípster del portátil no estaba lo bastante cerca para oír por encima de la música pop de fondo.
Excelente.
Dawna me observaba nerviosamente sin hacer preguntas. No era de las curiosas.
—¿Cómo está Courtney? —dijo ella al final.
—Estaba bien cuando he hablado contigo —le dije—. Bueno, durmiendo, diría yo.
Sus dedos se cerraban unos con otros en preocupados movimientos reflejos. Me di cuenta de que se estaba literalmente estrujando las manos. Yo lo tomé como una forma de diálogo.
—¿Cuándo puedo verla? —me preguntó.
—Cuando sepa lo que está pasando aquí —le dije en tono neutro.
—¿Qué quieres decir? —Sus ojos eran grandes, asustados.
—Dawna. —bajé mi voz, aunque ya estábamos hablando bajo—. Cuentámelo todo sobre cómo conseguiste contactar conmigo.
Su frente se arrugó por la confusión, pero obedeció de todas formas. —Un... un hombre me llamó. —tragó, sacando la historia de su interior como la primera vez que me la había contado. Dawna Polk no era una mujer hecha para tiempos inciertos—. Sabía mi nombre. Me habló de Courtney.... —bajó la mirada hacia sus manos nerviosas, pestañeando rápidamente—. Él decía que si quería a mi hermana viva, necesitaba... yo tenía que sacarla de allí. Era muy convincente. —ahora ella temblaba—. Me dio tu número de teléfono, dijo que te llamara y te dijera que me enviaba Río.
—¿Cómo era su voz? —Hasta el momento no me había dicho nada que no me hubiera contado en nuestra primera conversación. Ella se encogió de hombros—. ¿Era una voz de hombre?
—¿Qué... qué me estás preguntando?
—¿Tenía acento? ¿Algún tono distintivo? ¿Cualquier cosa? —Jesús, necesitaba algo. Si Dawna no podía darme una pista, me quedaba en un punto muerto.
—No. Era una voz muy plana.
Como la de Río, pero también como la de cualquiera.
—¿Puedes recordar que te dijese algo más específico? ¿Algo que pudiera ser útil?
—Me dijo... me dijo que matarían a Courtney si no... —empezó a llorar.
Honestamente, mujer, mantén la compostura.
—Me dijo que eras muy buena, que eras la única que podía salvar a mi hermana. Decía que te pagara lo que pidieras. —Bueno, eso había sido un detalle de parte del No-Río—. Yo sabía que se la habían llevado. —susurró Dawna—. La policía, me interrogaron sobre lo que había ocurrido. Las noticias cuentan historias sobre los cárteles, sobre lo que le hacen a la gente... la policía no podía ayudar. La policía ya pensaba que ella... —Su voz se quebró—. Yo tenía miedo de acudir a ti, pero si no lo hacía y Courtney había... no podía soportarlo.
Sí, sí, yo era una persona intimidante. Dawna me había dado exactamente cero información nueva.
—Aparte del asunto de la droga, ¿estaba Courtney mezclada en algo más?
—¡Por supuesto que no! —El fuego inundó los ojos de Dawna—. ¡Mi hermana es una buena persona! ¿Cómo puedes siquiera pensar...?
—Vale, vale, lo capto.
Esta entrevista había resultado inútil. La mujer no sabía una maldita cosa.
—Srta. Russell. —Dawna extendió el brazo cogiéndome por sorpresa y cubrió mis manos en las suyas de pajarillo—. Por favor. ¿Qué está pasando? Yo pensaba que Courtney estaba a salvo.
—Y lo está. Ahora. Pero —suspiré— ... resulta que mi amigo Río no fue quien te llamó. Puede haber más aquí de lo que nosotras pensábamos.
—¿Qué vas a hacer?
A pesar de mí misma. Sentía lástima por ella. —Voy a reunirme con Río esta noche —le dije, probando un tono tranquilizador—. Veré si él sabe algo. Y después averiguaremos por qué está todo el mundo buscando a tu hermana.
Los ojos de Dawna se agrandaron. —¿Todo el mundo? ¿Buscando?
—Bueno, nosotras sabemos por qué la busca el cártel y los polis, pero pienso que hay alguien más que… —fruncí el ceño—. Dawna, ¿has oído alguna vez algo llamado Pítica?
Ella negó con la cabeza. —No. ¿Qué es eso?
—Aún no lo sé. Pero alguien cree que Courtney está involucrada en ello
—¿Quién? ¿El cártel?
—Los polis. O, al menos, un poli con el que… nos tropezamos. No sé si también el cártel.
—Y este asunto de Pítica, ¿es… malo? —preguntó Dawna con ansiedad.
—Considerando que la gente parece dispuesta a matarla por ello, sí.
Ella empezó a llorar de nuevo.
Oh Jesús.
—Mira, Dawna, voy a sacarla de esto.
Intentó asentir, pero se estremeció por el esfuerzo de no derrumbarse. Se cubrió la cara con las manos, respirando convulsivamente. No se me da muy bien la gente, pero traté de calmarla poniendo una mano sobre su hombro delgado. El movimiento pareció muy meditado.
—Hey, no te preocupes. vamos a descubrir qué es eso de Pítica y por qué creen que Courtney está relacionada con ello. Y después vamos a cerrarles el pico.
Ella consiguió asentir con la cara aún entre sus manos.
—Venga, te invito a un café.
Finalmente conseguí calmar a Dawna, que bebía su capuchino con dignos sorbitos y corrigiendo su arruinado maquillaje con una servilleta.
—Lo siento, Srta. Russell —me susurró con voz ya no tan temblorosa—. Es tan sobrecogedor.
—Lo comprendo. —Yo no lo comprendía pero, ¿cuál era la diferencia?
—Yo, ah, tengo que volver al trabajo. —dijo Dawna en voz baja.
Me pregunté dónde trabajaba para que no pudiera tomarse un descanso ahora mismo. Bueno, quizá necesitaba la distracción. Tampoco es que aquello me fuera desconocido personalmente.
—Para reunirte con, uh, el Sr. Río... ¿vas a volver al... a donde encontraste a mi hermana? —me preguntó en voz baja, con voz temerosa, mientras se limpiaba la cara.
—Sí —le dije—. A una ciudad pequeña cercana.
—Tenga cuidado, Srta. Russell. Por favor.
—Lo tendré —le aseguré.
No fue hasta que hube dejado que Dawna volviera al trabajo y estuve sobre mi moto prestada que me di cuenta de que me había olvidado pedirle su abono. Ja. Eso era impropio de mí... nunca me olvidaba del dinero. Este caso me estaba afectando más de lo que yo pensaba.
Cuando volví al desván, Courtney aún estaba durmiendo, su pálida y tersa piel tenía ojeras bajo los ojos. Yo vacilé, luego la dejé esposada al conducto, cerré la puerta, sellé el pomo de la puerta, y me puse en marcha hacia Camarito.
Tomé una ruta más directa; bueno, ligeramente más directa; esta vez. Para cuando llegué al desierto ya era noche cerrada y cuando tomé la salida hacia Camarito, ya pasaban las once. Esto estaba lejos de la civilización, la negrura engullía la carretera. El haz del faro de la moto alcanzaba una pared de cavernosa oscuridad a escasos metros frente a mí, unas fauces de vacío que amenazaban con tragarme entera. Revolucioné el motor y aceleré hacia ella. Había dejado el casco en el apartamento y el viento me golpeaba con fuerza, llevándose todo salvo el pensamiento. El sonido destellaba contra mis sensaciones, un grave eco justo al límite de mi audición. Las neuronas en mi cerebro se activaron con ¡Cuidado! ¡Peligro! y yo salí de la carretera antes de identificar siquiera el ruido de otras motocicletas, muchas motocicletas. Una grieta separó la oscuridad y mi cerebro sufrió un espasmo de jodido escepticismo, ¡minas en la carretera! Cuando la carga alcanzó el borde de la moto y el carenado se contorsionó y saltó como algo vivo, yo me retorcí con él. Las fuerzas y variables saltaban y estallaban en todas direcciones hasta que irrumpí en la alineación y contraequilibré para inclinar la pesada motocicleta en un derrape controlado. El metal gimió mientras la moto despegaba la capa superior del desierto rocoso. El intermitente brillaba en la oscuridad y los obsequios estallaron en una cacofonía explosiva. Equilibré las matemáticas y conduje la moribunda motocicleta hasta parar chocando en mitad de las rocas, ajustando el ángulo justo antes de que la inercia me hiciera volar. Golpeé la tierra pétrea con el hombro para rodar y detenerme de rodillas con la Glock del poli en una mano y el SIG que había cogido en LA en la otra. Recorrí la oscuridad con los ojos, entornando la vista para ajustarla al tono negro de la noche sin la luz de la moto.
Alguien había minado la jodida carretera en un esfuerzo por asesinarme... qué demonios... y eso sonaba a que estaban esperando cerca para acabar el trabajo.
Los motores que yo había oído aproximarse emitían un tronar abrumador. Haciendo algunas asunciones seguras respecto al tamaño del motor, calculé que tenía cuatro segundos antes de que se acercaran. Mi mente recorrió opciones y encontró algunas valiosas: estas personas conocían mi ubicación, me habían estado esperando, sin duda estaban armados. No podría rebasarlos a pie. Tenía que luchar, lo que implicaba encontrar alguna cobertura e intentar derribarlos con las pistolas. Considerando mi puntería, el plan no era tan estúpido como podría sonar. El único fallo era la severa carencia de cobertura en el desierto, y la total oscuridad no es el mejor lugar para buscarla. Sin mejor opción, me parapeté tras la moto derribada mientras una docena de motocicletas pesadas rugían por la carretera en mi dirección. La negrura aún era total. Debían de haber apagado la conexión de los focos y miraban con equipo de visión nocturna, lo que presagiaba algo incluso peor para mí. Pero yo había estado escuchando y empecé a disparar primero antes incluso de llegar hasta la tierra compacta detrás de mi improvisada cobertura. Un grito y un chirrido de metal me recompensó. Escuché y disparé nuevo, y otra vez, el brillante destello del cañón frente a mis ojos me cegaba en la oscuridad. Estallidos de luz iluminaban la noche frente a mí mientras los atacantes devolvían el fuego. Luego, un destello blanco me quemó las retinas y una conmoción ensordecedora me empujó tan fuerte que me partí la barbilla en una placa doblada de la motocicleta.
¡Cielo Santo, un petardo, ¿tienen granadas? ¡Mierda!
Me concentré ignorando el pitido en mis oídos mientras mantenía en alto las pistolas de nuevo, pero la Glock era un bulto inerte. Debía de haberse golpeado contra algo con el impacto de la granada y se había encasquillado.
¡Maldición, típico de las Glock!
Barrí con la SIG la onda de atacantes, disparando una y otra vez. Podía derribar un enemigo por disparo, pero había demasiados de esos cabrones. Y, de pronto, había menos. Un destello de luz blanca pasó por la escena con un rugido, cegándome. Tuve la vaga impresión de masivas siluetas voluminosas en monstruosas Harleys mientras el caos desgarraba a la banda. Los chillidos y gruñidos se tornaron gritos de pánico cuando las sombras a las que yo no había apuntado se retorcían y caían. Sin gastar tiempo en sorprenderme; gracias, Río; derribé uno más. Luego entreví una confusa forma lanzar otra granada hacia mí y disparé sin pensar. La bala encontró su objetivo en el pequeño bulbo y la granada rebotó fuera de rumbo para detonar a medio camino entre mis enemigos y yo. La contusión nos impactó a todos. Yo me agaché tras la cobertura de la moto justo a tiempo y sentí más que el calor de la fragmentación explosiva mientras aquello se masticaba el metal. Me asomé de nuevo y disparé otra vez, pero la pelea casi había terminado. Un último aspirante a escapar puso una moto en marcha balanceándose locamente. Disparé poco antes de que otra arma rugiera y moto y hombre se vinieron abajo juntos. El motor de la Harley tartamudeó durante unos segundos antes de morir, dejando el desierto tan quieto y silencioso como un cementerio. Los faros deslumbradores de una camioneta proyectaban los perfiles de los cuerpos ataviados con cuero. Me pitaron los oídos en la súbita inmovilidad. Me levanté con cautela desde detrás de mi moto y salí al paso con el arma por delante. Mis botas aplastaban la grava arenosa y los trozos destrozados de la motocicleta. Había esperado ver a Río caminando hacia mí, en su lugar, la silueta de mi asistente era más corta y oscura, y estaba cambiando la dirección de su arma desde el derrotado motorista hacia mí. Mi propio SIG se alzó al mismo instante y me encontré encarando al poli que me había encontrado antes ese mismo día, que aparentemente era jodidamente bueno siguiéndome y que se estaba convirtiendo rápidamente en la ruina de mi existencia. Permanecimos apuntándonos durante un rato.
—Alguien te quería muy súper muerta —dijo el poli finalmente, casi con diversión.
Sus ojos repasaron los cuerpos y volvieron hacia mí.
—¿Has cabreado a algunos uno por ciento?
¿Uno por ciento? Busqué en mi memoria. Eso era jerga de poli para una banda de forajidos en motocicleta, ¿verdad? La respuesta a su pregunta era no, No tenía problemas con nadie en el gremio de criminales motorista, de hecho, había tenido algunos clientes entre ellos antes y se habían comportado como perfectos caballeros. Yo tenía enemigos que podían haber contratado a estos tipos, pero… bueno, si este ataque no estaba relacionado con Courtney Polk, yo me comería el arma.
Seguí apuntando al poli con la SIG y no dije nada.
—Esto no es criminalidad aleatoria. —musitó el poli—. Esto fue un asalto. Un asalto real fueraborda. O estos colegas tenían un viejo asunto contigo, encanto, o alguien ahí fuera quie....
Estaba a punto de resarcirme por llamarme encanto con justo castigo en forma de una bala calibre .40 a alta velocidad cuando alguien tosió espesamente detrás del poli. Me moví antes de que el sonido fuese registrado. Con dos amenazas posibles y una única arma, un traspié rápido al lado colocaba al poli y a la tos en la misma trayectoria, de modo que formaban una línea limpia delante de mi arma. El poli dudó durante medio instante. Luego, aparentemente haciendo una evaluación de fracción de segundo de que yo no le dispararía por la espalda, comprobó si uno de la banda de motoristas aún estaba vivo. Se giró hacia el ruido con el arma por delante.
—Regla número uno —amonesté, molesta—. Asegúrate de que están muertos cuando los matas.
—No se va a levantar —dijo el poli, aunque en vez de sonar defensivo, sólo sonaba severo.
Me deslicé con cautela a su lado. Tenía razón. Para empezar, una Harley de trescientos sesenta kilos clavaba al tipo sólidamente a la tierra. Aún así, había que considerar que era un espécimen espectacular de miembro de banda de motoristas criminal, tan enorme como un trol de la montaña y con bíceps tatuados tan grandes como mi cintura, literalmente, lo que resultaba un poco espeluznante. Podría haber sido capaz de escapar salvo por el doble impacto de bala en el centro de su pecho que soltaba un flujo negro pringoso a través del cuero.
La típica técnica policial, pensé burlonamente, aunque la puntería me impresionó. Si el tipo no hubiera tenido el tamaño de un Yeti, ya habría estado muerto. Como lo tenía, iba de camino con dedos nerviosos que arañaban débilmente el metal que le atrapaba. Sabía las matemáticas, pero aún era fascinante que dos agujeritos comparativamente diminutos pudieran tumbar a tal gigante. Hice un examen visual rápido de la carnicería para asegurarme de que nadie más había sobrevivido. Sabía que todos los míos estaban muertos, nunca me equivoco con centros de masas como esos. Luego, pasé al lado del Yeti para encarar a mi antiguo atacante y le puse el cañón de mi SIG en la cara.
—¿Para quién trabajas?
Me miró con ojos brillantes llenos de odio. —Coño —me susurró con burbujas de sangre en la esquina de su boca.
Sofoqué la urgencia de bromear sobre que había advertido mi género. Ya podía ver el estertor de la muerte en esa única palabra.
—¿Quién te contrató? —repetí.
—Nadie —espetó—. Quisimos hacerlo
Bueno, esa era nueva. Gente que me quería muerta por diversión.
—¿Quién te dijo que ella iba a estar aquí? —preguntó el poli a mi lado.
—Que… eh jodan… —consiguió sisear el miembro de la banda y luego, se ahogó en su propia sangre y quedó inmóvil con el odio desenfocado en sus ojos. La sangre aún le manaba de la boca y el pecho.
La muerte nunca es hermosa.
—Un tipo encantador —comentó el poli.
Ya no estábamos apuntándonos con las armas y reiniciar esa situación parecía mala idea. No obstante, mantuve la SIG a mano y apuntando a una dirección neutra mientras giraba para encarar al hombre que había amenazado mi vida y probablemente la había salvado el mismo día.
—¿Y tú quién eres?
—Arthur Tresting.
—Un poli.
—Ya no —me dijo y yo no pude leer su mirada—. Soy un Detective Privado, Damisela, creo que podríamos estar en el mismo bando en esto.
Resistí la urgencia de levantar la culata y golpearle por llamarme Damisela. —No pensabas eso esta mañana.
Miró la carnicería que nos rodeaba. —Eso fue antes de que Pítica intentara matarte.
Pítica de nuevo.
Pensé en Anton. Dos personas que me caían bien estaban muertas y este Arthur Tresting sabía el porqué. Y él iba a contármelo.
—¿Qué tiene Polk que ver contigo? —dijo Tresting.
Yo dudé. Como regla general, no entregaba información, ninguna información, a nadie y, en particular, no a una persona de la que tenía todo motivo para desconfiar. Pero quería que siguiera hablando y el valor del intercambio de inteligencia era bajo.
—Puramente fiscal —respondí—. Alguien me contrató para protegerla.
—¿Quién?
—Quid pro quo —le respondí—. ¿Qué te interesa?
—Supongo que se podría decir que el dinero también me pone en marcha. Una mujer me contrató para averiguar quién mató a su marido y padre de su hijo de once años.
—¿Qué tiene eso que ver con Polk?
Tresting me estudió. —Bueno, fue ella.
¿Qué demonios? El silencio del desierto nos envolvió.
—Eres uno de los polis durante el arresto de la droga —adiviné.
Pero la policía ya había culpado a Courtney por esos homicidios. ¿Por qué sentiría la viuda la necesidad de contratar un DP?.
—No —dijo Tresting, totalmente casual. La palabra se suspendió entre nosotros, baja, final, incriminante—. Es una joven muy ocupada, nuestra Courtney Polk.
Yo ya había sabido que ella no iba de legal, pero había estado asumiendo alguna combinación de miedo e ingenuidad. Quizá ella no se había dado cuenta de dónde se había metido, o había estado demasiado asustada para afrontarlo.
—Ella no parece de esas —le ofrecí.
—Nah, no lo parece, ¿verdad? —dijo Tresting—. Fue un tipo extraño de crimen. Igual de extraño que el modo en que estos adorables motoristas descubrieron un perpetuo odio por ti. Te hace pensar que no fue idea suya.
—Quizá pensaban que era una noche para divertirse —le dije tercamente, sin pensar en las minas de la carretera o las granadas o el hecho de que todos los motoristas que yo había conocido tenían un código contra el asesinato sin base.
Vale, algo sospechoso había con los motoristas y muy bien podría tener algo que ver con Courtney Polk, ¿pero una teoría de mente maestra que la proyectaba como una asesina a sueldo entre ellos?, eso no encajaba.
—Podría coincidir contigo si no hubiera un patrón —dijo Tresting.
—¿Un patrón de qué?
—Asesinatos. Y otras cosas.
—No tengo tiempo para acertijos —le dije, me picaba la mano del arma.
—Bueno. Hipotéticamente, digamos que Polk y tus nuevos amigos de aquí no son los únicos que actúan fuera de su personaje. Digamos que hay más. Muchos más. —se despejó la garganta—. Y digamos que hay senadores y abuelos y el vecino de la puerta de al lado.
Entorné los ojos. —¿Te estás oyendo? Qué, ¿todo asesino que no encaja con el perfil es parte de alguna conspiración en la sombras? Últimas noticias, Einstein: a veces la gente es violenta. Muchas veces quieren hacer daño a las personas sin motivo alguno.
—Muchas veces. —él me dio un encogimiento de hombros nada comprometedor—. Quizá no siempre.
Aquello era demasiado fantástico para mí. —¿Y Pítica?
—Hasta donde sé, son ellos los que mueven los hilos. No puedo encontrar una palabra mejor. —él pareció tomar una decisión de repente y enfundó su arma—. Bueno. ¿Y qué hay de ti? ¿Puedo llevarte a la ciudad? ¿Quizá compartir algo de información?
Mi primera impresión fue que el DP estaba chiflado al cien por cien. Pero, ¿qué más sabía de él? Tresting era una pista y yo necesitaba toda la información que pudiera obtener.
—De acuerdo. —guardé la SIG en mi capa.
Podría matarle en una fracción de segundo si tenía que hacerlo, mientras no me apuntara con un arma. Tresting indicó con el pulgar la fuente de la luz blanca.
—Mi camioneta. Y fingiré que no he visto el cargador ampliado.
—Es legal doscientas millas al este de aquí. Además, mira quién habla.
—Ya, hablando de eso, ¿dónde está?
Hice un gesto hacia el matorral del desierto. —Por ahí atrás en algún sitio.
Rodó los ojos y caminó hacia donde mi moto se había venido abajo, iluminando con el haz blanco de una linterna. Unos minutos después, regresó, Glock en mano.
—Me temo que tu moto es una causa perdida —me dijo.
—No era mía.
Él me lanzó una mirada. —No he oído eso tampoco.
—Creí que ya no eras un poli.
—Viejos hábitos, bla bla.
Examinando su pistola encasquillada, soltó el cargador y tiró del percutor unas cuantas veces, despejando la cámara, luego se la guardó en la espalda del cinturón sin recargar. Observé con cierta aprobación. Yo tampoco me habría fiado de una arma que hubiera caído en el polvo del desierto, no si tenía otra alternativa.
Dio un golpe a su Beretta. —Por suerte para ti, tenía otra de repuesto.
—Ya, ¿nueve milímetros? —me burlé—. ¿Te la dio una niña como regalo en una fiesta?
—La mejor arma es la que llevas contigo —citó serenamente—. Y alguien me robó mi .45. ¿Puedo recuperar mi .38 también, por cierto?
—No puedes —le respondí animadamente—. Se la di a una niña como regalo en una fiesta.
Algo en mí sintió una punzada y la ocurrencia quedó hueca al recordar lo que les había ocurrido a ambos, a Penny y a su nuevo regalo.
—Vámonos.
Hicimos un último repaso a los motoristas para buscar algo fuera de lo ordinario, pero salvo algunas gafas de visión nocturna de espantosa alta tecnología y armamento; que no había esperado que poseyera estas clases de bandas, tampoco es que yo fuera una experta ni nada, pero... ¿explosivo plástico?; no encontramos nada. Ninguna pista que indicara lo que podría haberles traído aquí, aparte de que que ciertamente me querían muerta. Por diversión. Desenganché una bolsa lateral de una de las Harleys y la cargué con algunos juguetes. Un chica nunca tiene demasiadas granadas, después de todo. Tresting me lanzó una mirada severa, pero no dijo nada, por suerte para él.
La camioneta de Tresting era una vieja tartana apaleada que parecía haber salido de las peleas no sólo vencedora sino alardeando de lo resistente que era.
Yo guardé la bolsa de mis juguetes en el suelo del asiento de pasajeros y subí.
—Cinturón —dijo Tresting mientras luchaba con la ignición que tosía y vibraba.
No le expliqué que yo sería la primera en ponérmelo si calculase que eso ayudaba en algo. Tresting ya había visto demasiadas de mis pericias.
Me abroché el cinturón murmurando un —Sí, mamá.
Tresting aceleró el motor, los neumáticos rotaron contra la tierra arenosa antes de que encontraran suficiente agarre para disparar la camioneta hacia adelante con un poderoso tambaleo. Rebotábamos sobre la polvorienta autopista mientras los faros rebanaban la oscuridad vacía.
—Bueno —le dije—. ¿Sistema GPS?
Las cejas de Tresting saltaron de sorpresa y sus dientes destellaron en una sonrisa de vergüenza.
Metió una mano en un bolsillo de la chaqueta y sostuvo el diminuto artefacto entre dos dedos. —Chica lista.
—En la moto —adiviné yo, seguro que estaba resolviendo bien esto—. Lo recuperaste cuando conseguiste la Glock. Y sabías rastrear la moto porque… tenías otro rastreador en Courtney.
Me miró sorprendido de nuevo. —Aprendes rápido, también.
—Así es cómo nos encontraste en el motel. Y has estado observando dónde estaba Polk en LA. Cuando volví en la moto antes de salir, pegaste otro GPS en esta. Inteligente.
—Gracias.
—A menos que tu torpe vigilancia no haga que maten a mi cliente, en cuyo caso, no lo encontraré divertido. De hecho, estaré tan triste que te meteré una bala dentro.
—Auch. Y justo ahora que empezábamos a conocernos.
—Hablo en serio. Si alguien descubre que la estás rastreando, todo lo que tiene que hacer es seguir la misma señal
Se quedó en silencio durante un rato. —Ella es tu cliente —me dijo al fin—. Sólo quiero ver dónde conduce.
Me burlé: —Qué compasivo. —Cree el ladrón..., era cierto, pero él no me conocía lo bastante bien para señalarlo.
Los nudillos de Tresting se tensaron contra el volante. —Prefiero que ella no termine muerta. Pero asesinó al marido de mi cliente y voy a encontrar a quien la incitó a ello.
A su favor estaba que él tuviera una distante consciencia, quizá más culpable por haber puesto a Courtney en peligro que la mía propia, si nuestras posiciones se hubieran invertido.
—Una cosa que no comprendo. Si conseguiste acercarte lo suficiente para plantar el rastreador, ¿por qué no la interrogaste entonces? ¿Por qué apuntarme a mí tan torpemente con una arma en el motel?
Él no mordió el cebo, sólo soltó un siseo frustrado a través de los dientes. —No llegué a acercarme lo suficiente. Aproveché la oportunidad de dejar uno en su comida cuando los narcos la cogieron.
Y había pensado que un GPS cubriría todas las bases en caso de que tuviera que seguir a Courtney hasta… bueno, hasta sus amos, si es que Tresting estaba en lo cierto.
—Tu turno. —dijo Tresting—. ¿Quién eres?Había olvidado que no me había presentado. —Cuéntame más sobre Pítica.
—Hey, yo te he contado lo del GPS.
—No me lo has contado, lo he adivinado. Y considerando que lo estuviste usando para rastrearme, pienso que sólo era cuestión de tiempo que lo descubriera.
—Lo que tú digas —masculló—. De perdidos al río, supongo. Pítica es un proyecto del gobierno o algo así.
—Ya lo sé. ¿Qué más? —él me miró con sospecha—. Hice una indagación después de que me lo mencionaras mientras me apuntabas con el cañón de un arma en la cara —le expliqué impacientemente—. ¿Qué más?
—Está bien enterrado. Tenía un amigo, una especie de técnico. Sólo pudo encontrar partes, pero se acercaba a algo. Resulta que el marido de mi cliente era un periodista que empezó a investigar algunas cosas. Decisiones políticas, ese tipo de cosas, unas que no tenían sentido. Picos de crímenes locos. Es posible que ellos pudieran haberle dejado vivo. No pienso que él viera nunca la conexión.
—¿Qué conexión?
—Pítica. Sólo la palabra. Enterrada hondo. No encontró que enlazaba con todas las cosas que él había estado analizando, pero fue suficiente para ser, uh, una correlación estadísticamente significativa. O eso dice mi especie de técnico.
Su técnico debe de ser bueno. Anton no había sido capaz de encontrar casi nada. —Y crees que Pítica le mató. Al periodista.
—Suena a locura, pero sí. Algo de lo que encontramos era un patrón. Es demasiado similar, el modus operandi de su homicidio. No puedo probarlo, aún no, pero su muerte huele a Pítica por todos lados.
—Entonces, Courtney Polk es... qué, ¿una especie de agente secreto del gobierno?
—Siempre lo son los que menos te esperas, ¿verdad? Ella es la única que podría haberlo hecho. Conseguimos averiguar que ella lo vio el día de autos.
—Espera. Entonces, ¿no tienes ninguna evidencia sólida? —entorné los ojos hacia él—. Si puedes probar que Polk cometió asesinato a sangre fría, ¿por qué los polis no la están investigando por eso? —yo había visto su expediente policial. No había nada sobre ser persona de interés por un crimen anterior.
Tresting mantuvo los ojos sobre la vacía autopista. —Había una nota de suicidio.
Casi solté una carcajada. O grité. Una de las dos. —Genial. Sencillamente genial. Has resuelto el caso. ¿Has oído alguna vez algo llamado La Navaja de Occam?
—No se suicidó —concluyó Tresting. —Su esposa...
—Seguramente estaría en fase de negación. —le interrumpí—. Esto me suena a que te has inventado una conspiración...
—Él no se suicidó —repitió Tresting más alto—. Y Polk es la única que pudo haberlo hecho. Además, de lo contrario, ¿qué hacía ella allí? La niña era una migrante en caravana que acabó traficando con coca. ¿Por qué estaba ella allí?
—Quizá tu especie de técnico creyó que la entrevistó para otra historia —le indiqué sarcásticamente—. Puesto que era, ya sabes, un periodista.
—Sí, se pasa uno las horas antes de drogarse hasta la muerte tratando de encontrar un titular. Eso tiene sentido.
—El asesinato aún es estirar demasiado el asunto. Lo estiras como una cuerda de hacer puenting. No me lo creo.
—Porque te estoy entregando la versión corta. Hay muchos otros detalles que no he añadido. Toda la escena era sospechosa. La mejor parte es que no pienso que sea esta la primera vez que Polk lo hace.
Aquello era demasiado increíble.
—Espera, ¿ahora piensas que es una asesina en serie?Jesús. Yo conocía algunos asesinos en serie. Courtney no era uno de ellos.
—Quizá —dijo Tresting tercamente—. O quizá ella sea la marioneta de alguien. Te lo digo, he pasado meses reconstruyendo este caso. No empezó siendo una locura, te lo prometo.
—De repente viste la luz brillante en el cielo y te diste cuenta de que tu cliente había sido abducida por los aliens.
—No me vas a creer —me dijo—. No importa, encanto. Pero es la parte relevante de lo que tengo.
—Crímenes misteriosos que tú dices que forman un patrón.
—Sí.
—¿Tiene este grupo fantasma de Pítica un motivo? ¿O sólo van por ahí convenciendo a bandas de motoristas y niñas sin rumbo de veintitrés años para que maten gente al azar?
—Ahora mismo ellos están protegiéndose, obviamente —dijo Tresting—. Y no tengo ni idea lo que tratan de hacer. Todo lo que sé es que hay demasiadas evidencias que se extienden durante la última docena de años o así. Esto es real.
—Ya. De acuerdo.
—Como te dije, hermana. No ibas a creerme. —castigó las marchas de la camioneta mientras rebotábamos en una curva. La furgoneta se rebeló con una fuerte sacudida como respuesta.
—Tu turno. —le dije.
El sumario de Tresting era demasiado extravagante para ser útil, pero él tenía una cosa que yo no: datos, y muchos. Aunque ahora mismo los estaba usando para decorar su fantasía con falaces "patrones".
Humanos, nos gusta ver patrones. Los vemos a todas horas hasta donde no existen.
No estaba segura de si estaba repitiendo lo que alguien me había contado una vez o si era una observación. Yo no podía trabajar a partir de las imaginarias conclusiones de Tresting. Necesitaba los datos en bruto. Intenté pensar desde un ángulo cuyo mínimo diálogo con un DP chiflado podía poner en peligro mi caso o a mi cliente, y decidí algunas cautas palabras que eran bastante seguras. Además, el mundo subterráneo tenía una larga cadena de cotilleo con la eficacia de Internet. Probablemente, él podía haber preguntado por ahí sobre una nena de piel marrón, pelo rizado, mirada airada y que podía patear culos, y descubrir quién era yo bastante pronto.
Suspiré internamente. No me gusta regalar información. Nunca.
—Mi nombre es Cas Russell.
—Hey —dijo Tresting—. He oído hablar de ti. Recuperas cosas. —Oh. ¿Tenía una reputación? —Y eres buena en ello —reconoció—. La definición es que terminas lo que empiezas. —Bueno, eso fue agradable de oír—. Aunque nadie mencionó que hablabas con tanto descaro. ¿Eso es nuevo?
Lo miré con incredulidad. —¿Descaro? ¿Tú quieres ver descaro? ¡Aún estoy armada!, ¿sabes?Tresting estaba riendo. —No esperaba que fueras tan joven, tampoco.
—Soy mayor de lo que parezco —me mordí el labio. Odio que me paternalicen.
—Bueno, ¿cómo pasaste de estar secuestrada a hacer de guardaespaldas, entonces? No es tu rollo usual, ¿verdad?
—Me contrataron para sacara a Polk del cártel —le expliqué tensa—. Admito que era una suposición, pero me imaginé que viva y desarmada estaba implícito en el contrato.
—¿Lo ves? Descarada.
Cuando le disparé una mirada que podía haberle astillado el cráneo, el apartó una mano del volante y la levantó en señal de burlona rendición.
—¡Lo siento, chica, perdona! Me burlo porque yo, uh, porque te respeto. Por tus increíbles habilidades de recuperación. ¿Feliz?
—Sólo porque desde aquí podría matarte en menos de medio segundo. —Vale, quizá no era el alarde más inteligente, pero valió la pena sólo por ver aquella mirada y titubeo de sus ojos de incomodidad y por que la camioneta quedó en bendito silencio.
Cuando Tresting habló de nuevo, su tono volvió a los negocios. —Bueno, ¿quién te contrató ?
Yo no estaba del humor para cooperar. —Privilegio del cliente.
La ira nubló sus rasgos. —Hey, yo te he contado...
—Un gran saco entero de sinsentido —le corté—. Este es el trato. Me muestras todos tus datos valiosos. Si yo coincido que hay algo ahí, entonces podemos trabajar juntos y te digo todo lo que sé. No antes.
—¿Que pasó con el quid pro quo? —demandó Tresting.
—Soy joven y descarada —le disparé en respuesta—. Todo esto es sólo un juego para mí.
—Venga ya, yo no quise decir...
—Hey mira, hemos llegado.
El sucio puñado de edificios que formaban Camarito emergieron irregularmente de la oscuridad a nuestro alrededor.
—Aquí es donde iba. Puedes soltarme por aquí.
Tresting pisó el freno un poco más fuerte de lo que necesitaba y nos sacudimos al parar.
—Me debes una —me dijo firmemente.
Había olvidado lo peligroso que podía volverse su tono.
—Ya te lo he dicho —le dije.
Me preguntaba si me había permitido a mí misma salir de la sartén para caer en las brasas y si aquello era sabio, pero era demasiado tarde para cambiar de idea ahora.
—Quiero ver tus datos. Pruébame que lo que me contabas no es el delirio de un chiflado y compartiré lo que yo sé.
Me desenganché en el asiento del ridículo cinturón, recogí mi completa bolsa de juguetes y salí de la camioneta. Tresting también salió, aparentemente decidido a ser pesado. Rodeó el capó para encararme.
—Puedes encontrame aquí. —Me lanzó una tarjeta de negocios, probablemente con la intención de que cayera al pavimento, pero yo la atrapé en el aire sin pensar... movimiento de proyectil con una bonita mezcla de resistencia del aire.
Por favor, si vas a desafiarme, hazlo de verdad.
—Creo que aún necesitas lo que conseguí sobre esto. Y me debes una. Hoy te he salvado el culo.
Encogí el hombro izquierdo. —Quizá.
—No tenemos por qué acabar siendo enemigos. No creas que tú y yo queremos eso. —se cepilló la chaqueta de cuero con una mano no muy lejos de la funda del arma.
No iba a desenfundar. Todo el movimiento estaba mal. Era el postureo de la calle, un recordatorio nada sutil de que era lo bastante bueno e inteligente para ser una amenaza para mí si quería serlo. Además, si él hubiera intentado sacar el arma, yo le habría matado o incapacitado antes de que su arma saliera del todo. Estaba demasiado cerca para salir ileso del intento. Yo holgazaneaba, inclinando mi peso, contenta de dejarle posturear.
Otro no lo estaba.
Un paso aplastó la grava detrás de Tresting y Río dijo —Las manos lejos del arma, despacio y sin tonterías.
El DP no necesitaba ver la escopeta de Río que le estaba apuntando a la nuca a dos metros de distancia. Conocía el peligro cuando lo oía. Especialmente cuando estaba detrás de él. Muy despacio, sin hacer ningún otro movimiento, levantó su mano lejos del arma.
—¿Todo bien? —me preguntó Río sin apartar los ojos de Tresting.
—Qué detalle por tu parte —le dije —pero tenía esto bajo control.
Río asintió, aunque no bajó la recortada. Tresting me estaba mirando, sus ojos eran inescrutables y yo ablandé la situación un poco.
—Además, él no me iba a apuntar. No pasaba nada.
Río dudó un momento más y luego la recortada desapareció susurrando rápido en su funda. Rodeó a Tresting con cautela, aún manteniendo un ojo sobre él.
—Llegas tarde —me dijo Río.
—Hubo algunas complicaciones.
Río inclinó a cabeza hacia Tresting. —¿Es una de ellas?
—Más o menos.
—Creo que el escuadrón de asalto de la banda de la motocicleta del que te ayudé a escapar me supera. —dijo Tresting.
Podría decir que él estaba intentando aligerar la situación, pero su tono era tenso y se movía un músculo en su mejilla cuando sus ojos iban de un lado a otro entre Río y yo. Río, no se tiene ni idea de lo que Río es capaz, de lo peligroso que es. La gente me subestima a veces. A Río, por otro lado... la única razón por la que la gente subestima a Río es por carencia de imaginación.
—Este es Arthur Tresting, DP —le dije—. Me ha estado siguiendo.
—¿Y aún sigue vivo? —preguntó Río suavemente.
Tresting tragó.
—No parecía ser digno. —admití—. Además, creo que tiene información.
—¿Qué tipo de información?
Abrí la boca.—Hey —interrumpió Tresting—. Compartí mis datos contigo, Russell. Contigo. —Sus ojos pasaban de mí a Río y de vuelta a mí—. No tienes por qué creerme, pero te lo he contado a ti, si lo extiendes por ahí harás que nos maten a los dos.
—Me fío de este hombre —respondí, añadiendo hacia Tresting una fruslería rimbombante —pero deberías saber que no es el mejor modo de mantener algo en secreto, de decirle a una chica que acabas de conocer todo sobre ello.
Él miró a Río de nuevo. —Quizá no.
—Además, tú eres el que quería trabajar en equipo. Si trabajas conmigo, trabajas con mi... con la gente que confío. —Tresting dudó—. Tú eres quien no deja de decirme que podríamos estar todos en el mismo bando en esto.
Aún así, vacilaba, y se me ocurrió que Tresting podría ser un excelente DP, pero en lo que respectaba a este caso…
Recordé que me había dicho que había estado trabajando durante meses y yo notaba que, a pesar de toda su bravata, estaba desesperado. Lo bastante desesperado para salir cojeando y tratar de aliarse con alguien que él tuviera la mínima razón de creer que no iba a venderle al mejor postor. Probablemente no se fiaba ni de ofrecerme una botella de agua en una tormenta, pero tenía una oportunidad de romper lo que fuera que era ese bloqueo en el que se encontraba. Y eso me ponía en una posición definitiva de ventaja en esto.
Excelente.
Tresting se lamió los labios y avanzó un paso tendiéndole la mano a Río. —Arthur Tresting. Lamento que hayamos empezado con mal pie, hermano. Como dice la Srta. Russell, pienso que podríamos tener algunas metas similares.
Su voz era tensa pero educada. Río se quedó mirando la mano y luego me miró interrogativamente. Yo no sabía si me estaba llamando idiota o aceptaba a Tresting. Volvió a mirar al DP sin estrecharle la mano.
—Río —dijo—. Yo trabajo solo, aunque Cas acepta la compañía que....
Al menos, eso es lo que empezó a decir. Tan pronto como le dijo su nombre, la cara de Tresting se retorció y antes de que Río hubiera terminado la frase, el hombre junto a él había ido a por su arma. Yo fui más rápida, pero Río estaba más cerca. Tresting podría ser un pistolero absurdamente rápido, pero su arma no había salido del todo cuando gritó y vio que su arma estaba de pronto en la mano derecha de Río mientras la izquierda le golpeaba la cara. Yo oí un nauseabundo crujido cuando Tresting tropezó hacia atrás, pero yo ya estaba saltando para intervenir.
Llegué junto a Río y giré con su movimiento mientras él levantaba la Beretta. Los vectores de fuerza y movimiento se alinearon y encajaron en su sitio. Después, la nueve milímetros estaba en mi mano en vez de en la suya. La levanté y apunté a Tresting yo misma. Tampoco es que pensara de verdad que Río hubiera disparado; al menos, no sin haber obtenido toda la información primero. Pero actué sólo porque no pensaba que él iba a apretar el gatillo aún… bueno, ya se sabe, me habría sentido mal si lo hubiera hecho.
Río me había dejado coger el arma en el mismo instante en que notó que yo estaba yendo a por ella, cosa que, la verdad sea dicha, no ocurrió hasta que ya se la había quitado. Pero todo el asunto sucedió tan rápido que no suponía gran diferencia.
Río se relajó y se quedó mirándome tranquilamente, que era justo lo que yo había esperado que hiciera. Río y yo nunca habíamos chocado los cuernos y yo no podía imaginar un escenario en que eso sucediera. No estaba segura de lo que pasaría si lo hiciéramos algún día. Yo era mejor que él, pero Río estaba más... dispuesto.
—Vale —le dije apuntando a Tresting con su propia arma mientras se acurrucaba contra el lateral de su camioneta.
Se llevó las manos a la cara, la sangre manaba entre sus dedos. Apostaba a que Río le había golpeado lo bastante fuerte para no, bueno, matarle. Sabía que él podía golpear lo bastante fuerte para hacerlo.
—Habla, Tresting. ¿Qué ha sido todo eso?
Él trató de enfocar los ojos hacia Río. —Sé quién eres —gruñó espesamente a través de la sangre—. También he oído cosas de ti.
—Pues ahora ya lo sabes —dijo Río.
—Sé lo que eres. —escupió Tresting—. Sería hacerle un favor al mundo volarte esa cabeza tuya maldita de Dios.
—Preferiría —dijo Río — que no tomaras el nombre de El Señor en vano. Particularmente cuando se habla de volar cabezas. Me parece una pobre elección para tu alma.
Tresting se quedó mirándole. Aquella no era, en términos generales, la clase de frase que la gente esperaría oír de Río, a menos que lo conocieran.
—Y yo preferiría —le dije con toda la amenaza de alguien que apunta un arma a la cara de otra persona —que no insultaras a la gente que me cae bien.
—Caballeroso, pero innecesario —me dijo Río aparte.
—Oh, no sé. Creo que es bastante necesario. —levanté mis cejas a Tresting por encima del arma—. Conoces a un tipo, desenfundas el arma hacia él... o bueno, lo intentas... y luego le insultas… Sr. Tresting, eso es de mala educación.
—Russell —consiguió decir Tresting y su voz era amenazante y desesperada—. Russell, tú no sabes lo que es. Deshazte de él. Por favor.
—Le conozco —le dije —y confió en él. Si me quieres de tu lado, supéralo.
Me contempló un buen rato, la sangre aún manaba de su cara. Luego se incorporó con obvio esfuerzo, pasando por la cara una ensangrentada mano en un esfuerzo infructuoso de limpiarse. El hombre tenía acero, tuve que admitirlo.
—Yo nunca —me dijo —estaré del mismo lado que alguien así—. escupió en la tierra, una masa sangrienta, pero el mensaje estaba claro.
Aún usando su furgoneta como apoyo, la rodeó hasta el lado del conductor, se metió dentro y salió de allí con el vehículo rugiendo.
—Esto pasa a menudo —me dijo Río —Conocerme no es la mejor decisión para tu red social.
—Que le den a mi red social —le dije.
Camarito apenas era más que una parada para camiones, una ruinosa colección de edificios que fingía ser una ciudad.
La gasolinera que iluminaba Main Street trataba con mucho esfuerzo de ser un centro para viajeros y casi lo consiguió antes de rendirse. Un par de camioneros se inclinaban sobre sus cafés en las mesas casi desiertas del exterior. Río y yo nos sentamos en una, lejos de todo el mundo. Me recliné en la silla y observé la noche mientras Río iba dentro a por unos cafés. La parte infantil de mi cerebro quería borrar a Arthur Tresting por entero. Nadie que amenazaba y menospreciaba a mis amigos, o mis no amigos, merecía mi ayuda, ni siquiera merecía mi reconocimiento. Pero una vocecilla insistente me indicaba que la desconfianza de Tresting en Río no era ultrajantemente irracional y quizá era hasta una señal de que Tresting podría ser un buen tipo o algo así. Nunca tuve muy claro dónde terminaba el gris y empezaba el blanco y negro, pero no era una exageración ponernos a Río y a mí entre los condenados. En cuanto a Tresting, yo no estaba segura. No me gustaba, pero por mucho que quisiera, no podía despacharle a él o a la información que podría tener sólo por lo que había dicho sobre Río. Después de todo, él no estaba equivocado.
Río… Río entró en este mundo no muy bien. Él no siente emoción como la gente normal. No empatiza. Honestamente, no le importan las personas. Lo único que le impulsa es infligir dolor. Le apetece. Lo necesita. Algunas personas nacen para ciertas carreras en este mundo. El talento de Río es modelarse para la excelencia de ser lo peor de todos ellos, el hombre con su bandeja de plata con instrumentos cuya mera presencia en una habitación causará que la gente grite y confiese, el hombre que sonreirá ante el chorro de la sangre que revela lo bueno que es en su trabajo. No me hago ilusiones sobre Río. Como una cierta extraña broma del universo, sin embargo, él fue criado religiosamente. Al carecer de su propia brújula emocional, la había sustituido con la cristiana y se había transformado en un instrumento de Dios. Es retorcido, por supuesto. Yo misma lo admito. Cualquier cristiano que paras por la calle palidecería de horror por el modo en que Río sigue la Biblia, porque no le detiene de hacer daño a la gente. Como un cristiano, busca a la gente que él juzga que merece la venganza de Dios y no se molesta con los pecados veniales, los maridos infieles o los ladronzuelos. Río busca a la gente como él, o peor, y luego les presenta a Dios. Río no tiene amigos. Ni forma parte de su maquillaje. Alguien le contrata, normalmente personas que no son muy simpáticas y pueden vivir consigo mismas tras contratar a alguien como Río. Río elige bien los trabajos que acepta y, entre trabajos, trabaja por su cuenta. Para él la recompensa nunca es el dinero, al fin y al cabo. Río y yo nos habíamos conocido hace mucho tiempo. Hasta donde sé, él me tolera porque no le molesto de forma activa y en cuanto a mí, bueno… yo le comprendo.
Demonios, era mucho más sencillo de entender que la mayoría de la humanidad.
Prácticamente, tenía axiomas. Y puesto que le comprendía, podía confiar en él. Era la única persona en quien yo confiaba. Y aunque no podía engañarme a mí misma sobre el tipo de persona que era Río, esa confianza había engendrado lealtad. Aunque las habladurías no molestaban al hombre en sí, las personas que hablaban mal de Río hacían que empezara a picarme el dedo en el gatillo y no importaba quién lo hiciera: no se toca a mis no amigos delante de mí y se espera salir andando ileso.
Río regresó y puso dos tazas de café sobre la mesa. Cogió una silla de metal para él que le permitía ver casi todos los ángulos. Normalmente yo habría ocupado ese asiento, pero siempre sentía que Río me superaba en la jerarquía paranoica, de modo que le cedía esa posición de ventaja.
—¿Cuál era la información de Tresting? —me preguntó cuando se sentó.
Le pasé todo lo que el DP me había contado, desde los métodos que él había usado para rastrear a Polk y a mí, hasta sus nebulosas teorías sobre Pítica, sin reservar el juicio sobre la credibilidad de la última. Río escuchaba en silencio.
—Bueno, ¿qué es lo que pasa, entonces? —le demandé—. tú has oído algo de este asunto de Pítica.
—Te dije que no te involucraras —dijo Río.
—Exacto —coincidí—. Lo que significa que tú sabes algo.
Dio un sorbo a su café. —Sobre ello, yo sé muy poco. Mucho menos de lo que me gustaría. Lo que yo sé sugiere que Arthur Tresting está más en lo cierto que menos.
—¿Sobre qué?
—Yo también he seguido algunos patrones inusuales. Lo que más me interesa —continuó —es saber quién hizo tanto esfuerzo concertado para arrastrarte a ti dentro de esto. Eso, pienso, es una pregunta digna de respuesta.
Yo aún estaba tratando de asumir el hecho de que él no pensaba que Tresting fuese un lunático rabioso.
—Entiendo que tú nunca llamaste a Dawna Polk —le dije despacio.
—No. De hecho, no tengo ni idea de quién es.
—Courtney Polk —le expliqué—. La chica que te mencioné antes, la que saqué. La niña que dice que se convirtió ‘accidentalmente' en una mula de droga para los colombianos. La pillaron, los colombianos la llevaron a un sótano y luego su hermana Dawna contactó conmigo y me dijo que tú la llamaste y le dijiste que me contratara.
—Yo nunca hice tal llamada. Interesante.
—¿Viste a Courtney allí dentro?
—Recuerdo haber pensado que era bastante estúpida. —Su voz sonaba a afirmación incuestionable—. No se me ocurrió que mereciera arriesgar mis otros objetivos.
—Bueno, cualquiera que sean tus objetivos, suena a que tú has quedado comprometido.
—Así parecería. —dio otro sorbo al café.
Se lo estaba tomando muy al paso, aunque claro, yo nunca había visto a Río agitado por nada.
—Alguien allí te vigila —continué sintiendo que yo alzaba la voz —Conocía tu relación conmigo y llamó a Dawna haciéndose pasar por ti. No sé por qué, pero pretendo averiguarlo.
Río inclinó la cabeza ligeramente, como si lo considerara. —Esa es una teoría.
—Es la única teoría posible —le contradije. Río sólo siguió mirándome—. ¿Qué? ¿Tienes algo mejor? No hay nada más que encaje con todos los hechos.
—Extraño —me dijo—. normalmente eres mejor en esto.
—¿Mejor en qué?
—Tú dices que la única posibilidad es que alguien contactó con Dawna Polk usando mi nombre.
—Bueno, sí. —Busqué el fallo en esa lógica, intrigada—. Esa es la única posibilidad.
—A menos que ella... te mintiera.
—¿Quién? —Río me miró como si yo hablara otro idioma—. ¿Dawna? —rompí a reír—. Ella no me estaba mintiendo. Jesús, si la hubieras visto... estaba prácticamente histérica por todo el asunto.
—¿Has comprobado su trasfondo?
Yo fruncí el ceño. Siempre compruebo a mis clientes si tengo tiempo. Pero…
—No me hizo falta. En serio. Estás siendo ridículo. Concentrémonos en las posibilidades reales.
—Cas. Estás actuando de modo extraño.
—¿Qué quieres decir con extraño? ¿Es porque no estoy sospechando de la persona menos probable en este enredo?
—No. Porque estás ignorándola como una opción.
—¿Y?
—Y, eso es muy raro en ti.
Me sorprendí al sentirme molesta. Cosa inaudita... no podía recordar haberme molestado nunca con Río. ¿Por qué estaba insistiendo en ser tan capullo en este asunto de Dawna?
—Oh, así que tienes mis procesos deductivos axiomatizados y memorizados, ¿no es cierto? —le dije.
—¿No reconocerás su engaño como una posibilidad?
—¡No!
Se reclinó en la silla. —Extraño.
No me gustó el juicio que entendía en esa palabra. —¿Qué se supone que significa eso?
—Ordinariamente, reconoces cada posibilidad. Es parte de lo que te hace buena en tu trabajo —dijo Río tranquilamente y si yo no hubiera estado sintiendo tanta hostilidad hacia él en aquel momento, podría haberme sentido halagada por ello. —Lógica, ¿sí? Es cómo estás conectada.
—¿Cómo estoy conectada?
—No lo digo como un insulto.
—Bueno, ¡quizá me lo estoy tomando como uno! —le disparé—. ¡Se me permite tener instinto sobre las personas, sabes!
—Cas, tú detestas basarte en el instinto.
—¡Y quizá tú no lo sepas todo sobre cómo trabajo! —Mi voz estaba subiendo de tono, una mordiente furia se edificaba en mi interior a cada segundo—. ¿Tan malo es no sospechar de una mujer inocente? Oh, perdona, lo olvidaba... tú no tienes ni idea de evaluar a otros seres humanos...
—Esta no eres tú tampoco —observó Río calmado—. Algo te está afectando.
—¿Algo me está afectando? —grité de incredulidad—. ¡Bueno, sí, genio, las cosas me afectan! ¿Te has vuelto un experto en las emociones de repente? ¿Tú? ¿Has pensado siquiera que quizá esté reaccionando como un ser humano normal?
—Cas... —trató de interrumpir Río, pero yo no iba a tolerar nada de aquello.
—La pobre mujer no ha hecho sino preocuparse por su hermanita y está siendo arrastrada en todo este turbio asunto violento con narcos y polis y ahora descubrimos que alguien muy peligroso la llamó y mintió, ¿y tú quieres echárselo todo encima a ella? ¡Quizá mientras estamos haciendo eso, la gente que deberíamos haber estado investigando se tome su tiempo para ir y matarla a ella y a Courtney!
—Cas, siéntate...
—¡No, que te jodan, Río! —le corté. No estaba segura de cuándo me había levantado, pero seguía asomada sobre él tan furiosa que sentía que se me abría la piel, que se enredaban mis entrañas—. ¡No te debo una maldita cosa de Dios! ¡Qué, ¿arruina tus enfermizas fantasías masturbatorias el que yo me pudiera preocupar por lo que le sucede a otras personas? ¡Es una lástima! ¡Porque a diferencia de cierta gente jodida de la cabeza, yo tengo emociones y moral y un sentido del bien y del mal que no viene en ninguna versión demente de la Biblia!El color rojo estaba nublando las esquinas de mi visión. Quise golpearle, pegarle tan fuerte que no hubiera marcha atrás. Las matemáticas apresaron mis sentidos por completo susurrándome todos los modos posibles que tenía para golpear. Lisiar. Matar. —¿Y tú? Tú osas sermonearme sobre cómo debería o no actuar, bueno, ¡pues que te jodan, porque no soy una jodida psicópata!
Mis últimas palabras sonaron en el aire entre nosotros, retumbando en el espacio entre la confianza y la historia.
—Oh, Dios… —susurré.
—¿Me crees ahora? —preguntó Río secamente.
—Oh, Dios, Río… —no podía moverme.
—No estoy enfadado —dijo Río—. Siéntate.
Por supuesto que no estaba enfadado. En cierto modo, deseé que lo estuviera, que se levantara y me golpeara, que se defendiera, porque yo… yo le había apuñalado tan efectiva y despiadadamente como sabía, y no importaba que él estuviera apartando el cuchillo y despachándolo como una herida reciente, porque yo había cruzado la línea, esa línea...
—Siéntate —dijo Río de nuevo, su voz era tranquila y equilibrada, sin sentirse dolido.
Yo no podía sentarme, pero me estuve apoyando en la mesa para evitar caerme.
—Río, no pue... lo siento mucho…
—Normalmente no eres tan franca —dijo Río —pero ambos sabemos lo que soy.
—Pero esto ni siquiera era cierto, yo... —me resultaba difícil hablar. Todo era erróneo y retorcido y vil—. Te debo la vida, te lo debo todo…
—Y sobre eso hemos de coincidir o disentir, pero yo insistiré en darle el crédito al Señor. —Me mostró una pequeña sonrisa—. Ten cuidado, Cas. Quizá no sea bueno que me otorgues un ego.
Me reí antes de poder detenerme. Salió como un hipo. Eso no fue divertido. Río sin límites era la cosa menos divertida que yo podía imaginar, por no mencionar espeluznante y absolutamente aterrador, pero era o reírme o salir corriendo y nunca hablar con Río de nuevo porque no podría lidiar con lo que le había dicho y, por tentador que aquello sonara, también sonaba a completa jodida idiotez.
Así que, me senté con la cara enterrada en las manos y dije —Río, creo que algo me está afectando.
—Una observación astuta —respondió con cara normal—. Considerando el contexto, sugiero que investiguemos a la Srta. Dawna Polk.
Aún me sentía fuertemente contrariada con la idea, hasta el punto de ponerme a la defensiva, pero ahora aparté la emoción a un lado con rabia. Algo había interferido con mi lógica, me había hecho desatar la irracionalidad contra la única persona en mi vida de la que podía depender.
La persona.
Pensé en que tenía que averiguar lo que estaba pasando aquí aunque fuese la última cosa que hiciera. Descubriría quién me había hecho esto: Dawna Polk o Pítica o alguna sombría organización del gobierno con tipos en trajes negros. Iba a derribar a esos bastardos con tanta fuerza que se registraría en la escala Ritcher. Me dí cuenta que estaba literalmente gruñendo, profundo en mi garganta, con un grave sonido animal.
—Tengo una conjetura sobre lo que podría estar sucediendo —dijo Río—. Dime, Cas. ¿Le contaste tú a Dawna Polk que ibas a encontrarme aquí?
—Sí, yo... —Mi cabeza empezó a pitar de pronto como si hubiera sido ofuscada y sentí como si estuviera viendo doble. Se lo dije a ella… Pero aquella no era yo tampoco. Difícilmente le contaría nada a nadie. ¿Por qué le contaría a Dawna que iba a encontrarme con Río? ¿Y dónde?
Bueno, ella estuvo llorando y quería saber si ibas a hacer algo por Courtney y tú eres torpe con las personas, de modo que empezaste a hablar para decir algo…
No sabía lo que me chocaba más: que mi cerebro estuviera racionalizando esto o que este tipo de racionalización podría haber funcionado hace unos minutos. Brotó un profundo autodesprecio en mi interior. Le había contado todo a Dawna porque ella me había preguntado. Y luego me habían atacado.
—Cristo —susurré dentro de mis manos—. ¿Qué demonios?
—Creo que Dawna Polk podría responder algunas preguntas para nosotros —dijo Río.—Se cómo encontrarla.
El impacto y horror estaban coalesciendo en rabia en el pozo de mi estómago. Dawna me había hecho algo. ¿Una droga? Yo no había bebido nada con ella, sólo había comido una barra energética que yo misma había traído conmigo, pero había otros medios.
Dawna Polk, vas a darme algunas respuestas. Y después de eso… Bueno. No soy una persona que perdone.
—Creo que, quizá, sería mejor si acepto esa parte del trabajo —dijo Río suavemente—. Parece que no puedo volver a mi agujero aquí y existe la posibilidad de que aún estés... afectada.
Emití un sonido de enfado.
—Mantendré la guardia.
—Aún así. Déjame encargarme de Dawna. Puedes invertir tu tiempo más provechosamente hablando con tu amigo detective.
Casi suelto una carcajada. —¿Tresting? Creo que podrías no tener un concepto correcto de la palabra amigo.'
Río sonrió ligeramente y sentí ruborizarme por la verdad no intencionada.
—Incertidumbre —me dijo —Pero Tresting tendrá otros contactos. Y está bastante claro que no hablará conmigo. Tú puedes averiguar más sobre lo que sabe. Yo rastrearé a la Srta. Polk.
Lo que estaba diciendo tenía demasiado sentido como para no estar de acuerdo.
—Supongo que esto significa que estamos trabajando juntos en esto, ¿eh?.
—Parece que te has involucrado a mi pesar.
—Sí, estoy furiosa por eso. Supongo que no hay modo de superar el hecho de que Tresting podría ser útil.
—Parece que no.
Gruñí y me levanté. —Mejor superarlo, entonces. Le llamaré por la mañana. ¿Quieres que arregle una reunión con Dawna para ti?
—Puede, pero aún no. Por ahora, cualquier información de contacto que tengas será suficiente.
Le di todo lo que tenía sobre ella. Para mi vergüenza, era de poco valor, mucho menos de lo normal en mi. Río no lo comentó, cosa que le agradecí.
—Hay que hablar con la gente, supongo —le dije—. Deséame suerte.
Río se tocó la frente en un breve saludo. —Ve con Dios, Cas.
—Sí. Tú también.
—Oh, y Cas. —Me giré—. No te preocupes por defender mi honor. No servirá de propósito alguno.
—La, la, la —canté—. No puedo oírte. —Le lancé una sonrisa, confiando en que pareciera remotamente genuina y salí andando.
Robé un coche deportivo para el viaje de regreso a LA. Quería ir rápido, sentir el viento en mi pelo y mirar el desierto pasar demasiado rápido para verlo. Dawna Polk ne había atacado. Lo que fuera que me había hecho había excavado su camino hacia mi cerebro y retorcido mis pensamientos, me había manipulado. Bajo mi furia acechaba una enferma sensación de violación, una aceitosa mancha en mi alma. Dawna Polk iba a caer por esto.
Cuando llegué al barrio donde estaba mi escondite, pisé el freno y giré enviando el bólido derrapando de lado en el espacio entre dos SUVs con menos de veinte centímetros de margen.
Sip, se me dan bien las mates: puedo aparcar en paralelo en Los Angeles.
A pesar de la rabia, el agotamiento me sobrecogió cuando subía las escaleras del apartamento, llevaba dos días sin dormir. Necesitaba descansar un poco, descansar de verdad y no podía llamar a Tresting hasta por la mañana de todos modos. Bueno, podía, pero imaginaba que molestarle de madrugada no sería el movimiento más brillante en este punto. Corté el sello que había asegurado en el pomo y abrí la puerta silenciosamente para no despertar a Courtney si ella aún estaba acostada. El apartamento estaba a oscuras y en silencio.
Mierda.
Mi subconsciente supo que algo iba mal antes de que registrara los cálculos que me indicaban que el silencio era demasiado absoluto. Encendí las luces temiendo lo que ellas me estaban mostrando. La única habitación del apartamento estaba vacía. El pequeño baño también estaba abierto y desierto. La otra parte de las esposas yacía abierta e impotente sobre el colchón.
Courtney Polk había desaparecido
No dejan que la gente duerma.
Yo había tirado mi viejo teléfono camino a casa, había quemado el número al llamar a Dawna, pero tenía uno nuevo en uno de los cajones de la cocina. Saqué la tarjeta de Tresting y llamé.
Respondió al segundo tono. —Sí.
Engullí algo que estaba bastante segura que era mi orgullo. —Tresting, soy Cas Russell. Polk ha desaparecido.
Hubo una pausa en la línea. Luego: —Mierda —me dijo elocuentemente.
Yo no estaba segura de que el mismo Tresting no hubiera abducido a Polk u ordenado a alguien que lo hiciera mientras estábamos en Camarito, pero sonaba tan sorprendido y derrotado que relegué la posibilidad a una menor probabilidad.
—Justo lo que pensaba. ¿Le pusiste un GPS?
—Sí. Dame un segundo. —sus palabras sonaban amortiguadas.
Me sentí un poco culpable al recordar que acaban de romperle la cara. Su noche tampoco estaba yendo muy bien. Un minuto más tarde, la voz de Tresting volvió—. La tengo. Sur de LA y moviéndose.
—Voy tras ella. ¿Dónde estás?
—El receptor no te ayudará.
Mi sospecha golpeó en respuesta. —¿Te das cuenta de que también te interesa que la encuentre, verdad? Entonces ayúdame, si no me das la...
—Uoo, hey, no es lo que quería decir. Me refiero a que no puedes atraparla. Se mueve demasiado deprisa para ser un coche.
—¿Tren? —pregunté con nervios en el estómago.
—Más rápido. Adivina de nuevo.
Mierda.
—No podré hacer nada hasta que aterricen. Pero hey… —él vaciló—. Escucha, si aún quieres compartir información, ven a verme. Podríamos adelantar algo.
Si tenía a Courtney, imaginé que la propuesta de un cara a cara sería improbable.
Por otro lado…
—Estás muy tranquilo por ello —le dije.
Él suspiró y cuando habló de nuevo sonaba abatido. —No me sorprende. Este caso lleva jodido más allá de toda reparación de seis formas diferentes desde que lo cogí. Me habría dado un infarto si algo saliera bien.
Se me cerraban los ojos. Necesitaba dormir, incluso una hora sería bueno, pero el tiempo no estaba de mi parte. Decidí que no importaba si Tresting se había llevado a Polk o no. De un modo u otro tenía que reunirme con él.
—De acuerdo. ¿Dónde?
Él nombró una intersección en una parte de la ciudad que me era vagamente familiar. —Y, Russell, por favor, ven sola.
Lo que quería decir era: No traigas a Río.
Yo solté un bufido. —Tu delicada sensibilidad está a salvo. Está trabajando desde otro ángulo. —me detuve—. Aunque no iré desarmada.
Respiró aliviado. —No hay problema. Bien. Gracias.
—Lo que tú digas. Me sorprende que aún quieras trabajar en equipo después del numerito que montaste.
—No estoy seguro si quiero —admitió francamente—. Pero hice unas llamadas. Como te dije, había oído hablar de ti. Tu reputación es sólida.
Bueno, es bueno saberlo. Me pregunté con cuál de mis clientes había hablado. Deseé que hubiera un modo de comprobarle a él, pero yo había perdido a mi informante y no había hecho muchos amigos en el último par de años con quien pudiera comprobar una referencia y fiarme de su respuesta. Por lo que yo sabía, podría estar metiéndome en una trampa. No lo parecía, pero no tenía modo de saberlo.
Tresting me estaba esperando cuando llegué, una silueta destacada en la oscuridad. Se había limpiado la cara y el daño no parecía tan grave gracias a la oscuridad de la noche y el tono oscuro de su piel, pero yo aún podía saber que le habían golpeado con un camión con la forma de la palma de Río.
—Por aquí —me dijo.
—Quiero ver el receptor primero.
—Eso pensé —me dijo sacándolo de su bolsillo y entregándomelo.
Estudié la pantalla. Nada decía que no pudiera ser falso, pero apoyaba lo que Tresting ya me había dicho. El punto rojo indicaba que Courtney avanzaba sobre alguna parte de Nuevo México.
Medí su velocidad con los ojos y miré la escala. Ligeramente más rápida que la mayoría de aviones comerciales.
Un jet privado.
Suponiendo que yo estaba satisfecha, Tresting comenzó a andar dejándome estudiar la pantalla mientras le seguía a su lado. Extendí la trayectoria del avión en la mente para resolver probables destinos, pero había demasiadas variables.
Suspiré y le devolví el receptor en un pequeño gesto de cooperación.
—¿Dónde vamos?
—Mi oficina. A conocer a mi especie de técnico.
Quedé gratamente sorprendida. Había estado sintiendo la pérdida de Anton cada vez que este caso había dado un giro siniestro. Por lo que me había dicho, el tipo de Tresting era bueno.
—¿Se puede confiar en él?
—Con mi vida.
Yo aún no estaba segura de poder confiar en el DP, pero me gustó como sonó esa respuesta.
Tresting me condujo colina arriba hasta un grupo de edificios que se apoyaban unos con otros en la oscuridad. Las tiendas en las fachadas atestaban los antiguos apartamentos de ventanas de barrotes y oxidadas cerraduras de seguridad. Giramos por una callejuela en alto de la colina que conducía a un alto edificio de ladrillo y un almacén reformado con muros de bloques de cemento. Las ventanas también tenían barras aquí, incluso las de la segunda planta. Tresting subió el primero por una estrecha escalera de metal que ascendía por el lateral del almacén y se detuvo en el segundo piso frente a una puerta con plancha de metal.
Un rótulo de claras letras profesionales rezaba: "Arthur Tresting, Investigaciones Privadas".
Desbloqueó el cerrojo de la puerta y la abrió de un empujón. Una parte de mí aún seguía sospechando que aquello era una trampa.
Resultó ser una estilosa oficina amueblada con un macizo escritorio amplio. Había varias plantas decorativas.
Plantas.
Era absurdamente normal. Lo único que no indicaba que no era la oficina de un abogado era una alta caja fuerte junto a unos armarios de archivadores en una pared.
—Entra —dijo Tresting caminando hacia su mesa y retirando una de las sillas para los clientes frente a ella. Me hizo un gesto para que me sentara. Encendió un pulcro ordenador de sobremesa con monitores duales que inició alguna variante de sistema operativo basado en Unix.
Entorné los ojos hacia él, sorprendida.—Mi especie de técnico se está preparando —me explicó.
—Hablando del mismo, ¿cuando va a venir?
—Ahora mismo —dijo Tresting abriendo un enlace de vídeo-chat.
La clara imagen de una habitación apareció enfocada en un monitor y mi inmediata impresión decía que era el cubil de alguien mezcla de hácker, supervillano y coleccionista. Montones de cables y de hardware que yo no reconocía llenaban toda la vista y múltiples monitores mostraban abstractos salvapantallas retroiluminando el espacio oscurecido, apilados unos sobre otros para crear una pared de pantallas. La lúgubre silueta de un hombre se sentó presidiendo su nido de ordenadores cuando el enlace de la charla empezó a transmitir.
Se giró para encararnos, elevando un lado de lo que noté que era una silla con ruedas, y se acercó a la cámara. Era sorprendentemente joven, unas dos décadas más joven que Tresting, y uno de los hombres más delgados que yo había visto nunca. Tenía una raquítica cara con una estrechita perilla y largos dedos que apoyó bajo la barbilla mientras sus ojos se movían hacia nosotros.
Una sonrisa maníaca iluminó su estrecha cara. —Bueno bueno bueno, Arthur —le dijo. —¿Qué me traes hoy para estimular mi genio?
Tresting hizo un gesto hacia mí. — Inspector, te presento a Cas Russell.
Asentí hacia él. —¿Tienes datos sobre el asunto de Pítica?, le pregunté directamente.
Inspector me entornó los ojos mientras se ponía unas gafas de fino marco. —Sí.
—Quiero verlos todos.
Él mostró sorpresa. —¿Qué?, ¿todo? ¿Y ni siquiera me has traído una bebida primero?
—Te pagaré tus honorarios —le aseguré, extrañada por su frivolidad.
La mayoría de los tratos de negocios eran rápidos y sencillos intercambios de dinero y servicios. Yo no estaba acostumbrada a un jocoso preliminar.
—Cobro el doble a los nuevos clientes. —dijo Inspector animadamente. —Hago descuentos a las bellezas y a cualquiera que pueda citar al Doctor Who original. Veo que no vas a escoger lo segundo, pero si me ofreces un chupa chups te rebajo un diez por ciento.
—Hey —dijo Tresting. —Compórtate. ¿Nadie te ha enseñado a no insultar el aspecto de una mujer?
—No estoy insultando su aspecto, sólo su conducta —dijo Inspector. —Pero como me gusta un buen espectáculo, al menos estoy dispuesto a ofrecer incentivos financieros por él. —me guiñó un ojo. —¿Quieres volver con algo más ajustado y preguntarme de nuevo?
—¿Estás de jodida coña? —le solté encendida. —No tenemos tiempo para payasadas, y además, resulta… desagradable, no es un hecho objetivo que mi apariencia caiga en el lado carente de cualquier escala antiestética.
Simetría y proporciones... ¿a quién le importaban?
Inspector puso una cara que le hacía parecer un niño de cinco años. —No sé si le gusto, Arthur.
—Corta el rollo —dijo Tresting. —Hemos tenido una mala noche. —Se aclaró la garganta y dijo cuidadosamente —Ella podría tener algunas piezas del puzzle.
Inspector se enderezó al instante. —Bueno, ¿por qué no lo has dicho antes? —Se frotó las manos y las extendió para empezar a trabajar en uno de sus muchos teclados.
Sus dedos golpeaban las teclas con rapidez casi indistinguible.
—¿Qué tienes para nosotros, Cas Russell? —me dijo
Yo parpadeé, había entendido de modo equivocado la relación de Tresting con este tipo. Inspector no era sólo su informante. Esto no era sólo un asunto de negocios. Los dos eran amigos. Inspector estaba investigando este caso tanto como el mismo Tresting. Lo que implicaba... Ops. Por supuesto que ellos estaban mucho más interesados en lo que yo podría traer a la mesa en términos del caso que en mi dinero. Aquello era nuevo. Supuse que este era el momento de soltarlo. Si quería sus recursos, tenía que formar parte de ese... ese esfuerzo de equipo.
Aquello me parecía completa y horriblemente erróneo.
Después de todo, me recordé a mí misma, Arthur Tresting se me había presentado con amenazas de muerte y de torturar a mi cliente, y había intentando apuntarme con un arma, tres veces nada menos. No estaba segura de si quería contarle a este hombre y a su amigo nada en absoluto. Salvo que mi cliente se estaba alejando de mí en un avión privado y una banda de moteros acababa de intentar borrarme del mapa en el desierto en un asalto de alta tecnología y Río estaba muy raro por todo este caso... y, ensombreciendo todo lo demás, le había contado mis planes a una mujer que apenas conocía y atacado del peor modo que sabía a la única persona en que confiaba.
Necesitaba información.
Estaba desesperada por ella. Sentí una simpatía distinguida en el instante en que Tresting tomó la decisión de confiar en mí. Quizá pensando en seguir la misma pauta, el DP se había compadecido de mí.
—Empieza por lo básico —sugirió él. —¿Quién te contrató para proteger a Polk?
Dawna había anulado su privilegio de cliente cuando me había drogado, o lo que fuese, de todos modos.
Me solté la lengua y dije —Su hermana. Dawna Polk.
Tresting miró extrañado a Inspector. Inspector me miró extrañado. —Ella no tiene ninguna hermana —declaró autoritariamente el delgaducho informático.
—¿Qué? Sí, si la tiene —le dije.
Inspector ya estaba negando con la cabeza y volviendo a sus teclados. —Hice un historial completo de esta chica. Muy minucioso, para Arthur aquí presente. Ella no tiene una hermana.
Me agarré al borde de la mesa, combatiendo una masiva y casi desesperada sensación de mal presentimiento. —¿Que hay de una medio hermana o algo así? ¿Alguna con la que ella no haya crecido?
—Nop. No salvo que la persona esté completamente fuera de la red, lo cual es casi imposible. —respondió Inspector. —De otro modo habría pruebas de paternidad o papeles de adopción o certificados de nacimiento o... o algo. No se puede desaparecer completamente, a menos que tus padres sean hippies que salieron de la red antes de que nacieras y te criaran con los lobos en el bosque. —Arrugó su nariz. —Los padres de Courtney, por otro lado… y si recuerdo bien, tuvieron un aburrido romance de instituto que resultó en una aburrida boda y murieron en un accidente múltiple. ¿Cierto, Arthur? —estaba tecleando rápidamente con su atención sobre una pantalla que yo no podía ver mientras hablaba. —Sí, un accidente múltiple. Hey, ¿te puedes creer que aún ocurren? Pensaba que estos accidentes eran de los tiempos de Laura Ingalls o algo así. De cuando aún había granjas.
Yo negué con la cabeza, tratando de volver al tema. —Pero Dawna dice que Courtney es su hermana y Courtney dice que Dawna es su hermana, ¿por qué demonios iban a mentir ambas sobre eso?
Tresting se encogió de hombros y miró a Inspector. Inspector levantó las cejas. —¿Me lo preguntas a mí? Porque sí, soy todopoderoso, pero hay algunas preguntas que...
—Quizá sean, no sé, amigas íntimas de la infancia —interrumpí. —Y empezaron a llamarse hermanas entre ellas o algo.
—Pero dijiste que ambas usan el nombre de Polk —indicó Tresting. —Una coincidencia improbable para amigas sin parentesco, a menos que estén jugando a algo.
Tenía razón. Mierda. Ya sabías que no iban de legal, idiota. ¿Por qué estás aún buscando explicaciones honestas?
Me empezó a doler la cabeza, un dolor pulsante tras los ojos.
Lo ignoré. —¿Qué más encontraste sobre Courtney?
—Nacida y criada en la Nebraska rural, se mudó a Los Angeles hace unos años —recitó Inspector. —Sobre el papel, aburrida total hasta la orden de arresto por asesinato. Creció con sus tíos en Nebraska tras la muerte de sus padres. Sus tíos no tenían hijos que pudieran haber sido hermanas tampoco. —añadió previendo la pregunta que mi boca abierta iba a preguntar. —Y junto a ellos, todos sus parientes vivos son de la variedad lejana.
—¿Hay algún informe psicológico de ella? —le pregunté.
—¿Qué parte de aburrida total no has entendido? —dijo Inspector.
—Tenemos que indagar sobre Dawna —dijo Tresting. —Quienquiera que sea.
El dolor zumbante empeoró, una insistencia extraña de error que decía "no, ¡Dawna tiene toda la razón!", aún tiraba de mi consciencia. Vencí aquella idea con una palanca mental.
¿Qué demonios me estaba pasando?
—Sí —me forcé a decir. —Estoy de acuerdo.
Inspector movió una de las ruedas de su silla y giró hacia un teclado diferente. Luego, miró hacia la cámara expectante. —Vale, Cas Russell. Dame lo que tienes sobre ella.
Respiré hondo, ignorando la jaqueca y recité toda la información sobre el contacto que tenía, de nuevo con un rubor de vergüenza por lo poco que era. Apenas tenía poco más que sus números de móvil, personal y del trabajo. Una exigua pausa siguió a mi narración, como si los hombres esperaran algo más. Una parte de mí quiso defenderse y dar explicaciones...
¡Ella me había hecho algo!
...pero mi humillación por haber sido superada fue más fuerte que la mortificación de no haber hecho una buena comprobación del historial del cliente y me mordí esa información.
Los dedos de Inspector danzaban por sus teclados. —El móvil es descartable de prepago —anunció. —Y el número del trabajo es.... también descartable de prepago.
Evité mirarles, me subió el rubor por la cara.
—Probemos otra cosa —dijo Inspector. Yo traté de no sentirme como si él trabajara para evitarme el bochorno.
Golpeó unas cuantas teclas más y el segundo monitor de Tresting se iluminó para mostrar una colección de fotografías. La mayoría eran pobres fotos de carnet. Percibí que eran fotos de permisos de conducir, mujeres de apellido Polk con nombre Dawna o Donna. Ni siquiera sabía cómo se deletreaba.
—¿La ves? —preguntó Inspector. —Si apoyó su alias con papeleo, podría ser capaz de rastrearla.
Ochenta y siete fotos coincidían en su búsqueda y me llevaría un buen tiempo revisarlas todas, aunque no necesité tanto. Después de todo, las estructuras óseas sólo son medidas y las medidas sólo son matemáticas. Ninguno de los autovectores de los conjuntos del rasgo estaban cerca del Dawna, pero comparé los invariantes isométricos de todos modos, retrasando la conclusión que ya sabía cierta.
La cara de Dawna no estaba allí.
Negué con la cabeza.
—Que me aspen —murmuró Tresting.
Mi vergüenza se tornó en fría furia. La rabia me dio un foco que me facilitó pensar.
—¿Qué tal con una fotografía? —le dije. —¿Ayudaría eso?
Inspector se iluminó. —¡Claro! Tengo el mejor software de reconocimiento facial del mundo. Lo sé porque lo escribí yo.
—Abre un mapa de Santa Mónica.Una pantalla sobre otra, Tresting frente a mí, antes de que hubiera acabado las palabras.
Moví la mano hacia el ratón y pasé el cursor por las calles. —Me encontré con Dawna aquí sobre las cuatro p.m. de ayer. Caminamos por aquí. —seguí la ruta de la marcha que habíamos tomado. —Luego nos sentamos y hablamos aquí durante… —me paré a pensar. Soy capaz de medir el tiempo hasta fracciones de segundo si quiero, pero no había estado prestando atención. —Una media hora.
Inspector había empezado a sonreír cada vez más. —Oh, Cas Russell, buena idea. ¡Buena idea!Sus dedos hicieron su loco baile de nuevo y el mapa de uno de los monitores de Tresting desapareció para ser remplazado con un mosaico de imágenes granuladas en blanco y negro. Una foto en color de mi propia cara apareció en la esquina, un rostro ceñudo delante del fondo de la bonita oficina de Tresting. Claramente, una cámara había grabado nuestra sesión de vídeo charla y unas líneas digitales recorrían y medían mi testuz, pómulos, nariz, barbilla.... La grabación de la cámara de seguridad en blanco y negro destellaba junto a ella cada vez más rápido y, finalmente, desapareció dejando tres instantáneas dispuestas en la parte superior de la pantalla.
—Totalmente espeluznante, ¿cuántos las ven? —dijo Tresting.—¿De qué estás hablando, Arthur? Las cámaras de seguridad nos mantienen a salvo —dijo Inspector sarcásticamente. —Pero están bien. Mientras pueda usar su poder para el mal.Nos llevó un buen rato analizar las tres fotos que mostraban claras imágenes de Dawna y de mí.
—Es suya —le confirmé.
—Ella —dijo Inspector.
Parpadeé —¿Qué?
“Predicado en nominativo. Deberías decir: es ella. Aunque admito que se puede ser permisivo porque suena raro decirlo así.
Tresting pasó un dedo por la pantalla del ordenador. —Vuelve a ser un genio de los ordenadores. —
—Soy un pangenio —dijo Inspector sobradamente. —Además, es culpa tuya por darme la investigación de Kingsley.
Me quedé mirándoles totalmente confundida. —Esa es Dawna —repetí.
—Sí, sí, lo sé, supergenio al rescate —murmuró Inspector quitando importancia con un gesto de la mano a un inexistente comentario mío.
La cara de Dawna remplazó a la mía en la pantalla de Tresting. Las marcas digitales medían ahora sus finos pómulos mediterráneos.
—Empezaré con el Departamento de Vehículos a Motor de California. —Las fotos pasaban demasiado rápido para verlas. Un minuto o así de suspense más tarde, Inspector suspiró. —No hay coincidencias, chicos. Vamos al nacional. Esto podría llevar un tiempo.
—Empiezo a dudar de que tenga permiso de conducir —dijo Tresting.
Me hundí en mi silla. —Entonces, estamos de vuelta al punto muerto.
—No tan rápida, Cas Russell —graznó Inspector. —¡Me has dado una foto! ¿Tienes idea de lo puedo hacer con una foto? Si ella no aparece en una foto del DVM, o una foto de pasaporte, o un ID de seguridad privada o de estudiante o en un álbum de fotos del instituto... bueno, da igual, porque mientras hablamos la estoy rastreando desde el momento de vuestra reunión. —me lanzó otra sonrisa maníaca. —¿Ves? ¡No puedes desaparecer de mí! —Y luego —Que Dios me ayude —Echó hacia atrás la cabeza y soltó una maligna carcajada de manual.
—Eres un maníaco. —dijo Tresting con afecto.
—¿En serio? —Inspector aún estaba sonriendo. —¿Por qué lo dices?
Para ser honesta, yo estaba un poco incómoda sabiendo que el hácker tenía ahora mi fotografía y mi registro de voz, pero no había gran cosa que pudiera hacer al respecto.
Intenté permanecer concentrada en el caso. —Vale. ¿Qué podemos hacer mientras tanto?
Tresting se estiró, bostezando. —¿Esperar y dormir un poco? A menos que sepas algo que podamos perseguir.
Pensé en la humillante habilidad de Dawna para meterse en mi cabeza. Pensé en los hombres de trajes negros en la casa de Courtney Polk. Pensé en el taller de Anton ardiendo en llamas, en el calor abrasando mi piel. Pensé en lo mucho que aún desconocía sobre Arthur Tresting y su especialista en información.
—Nada más me viene a la mente —le dije.
Mi dolor de cabeza continuaba latiendo detrás de los ojos.
—Espera —le dije cuando Tresting se movió para cortar la conexión. —Aún quiero ver vuestros datos, ¿recuerdas? Lo que fuese que os condujo a creer en toda esa conspiración de Pítica en primer lugar.
Inspector soltó una carcajada. Cuando le contemplé petrificada, me dijo —Espera, ¿en serio?
—Sí, en serio. ¿Qué tiene de gracioso?
Él movió los brazos dejando las manos inertes. —Es que, ¿sabes?, hay un montón.
—¿Y? —respondí sin entender.
Él miró a Tresting. —Vale.
—Y quiero tus algoritmos también.
Se cruzó de brazos. —Eso es propiedad intelectual.
—Pues muéstralos en la máquina de Tresting —le dije. —No tengo memoria fotográfica.
—No son muy comprensibles, ¿sabes? —me disparó en respuesta. —Me niego a documentar mi código.
—Soy muy inteligente. —le respondí.
La mandíbula de Inspector se abrió y pensé que iba a seguir discutiendo, pero rompió contacto ocular y pulsó algunas teclas. —De acuerdo. Vuélvete loca tú misma.
El otro monitor se llenó con denso código de programación. Lo consulté dejando que mi cerebro se relajara en ello. Mi jaqueca por fin se disipaba mientras las matemáticas emergían entre sombras fantasmales, los límites de los algoritmos se destacaban y enfocaban en las siluetas de un esqueleto. El código no era un lenguaje que reconocía, seguramente lo había inventado Inspector, pero la estructura era familiar. El texto se filtraba a través de mis sentidos y se solidificaba. Los comandos hacían bucles y se entrelazaban en abstracción capa a capa, las elegantes construcciones eran un profundo rompecabezas dentro del programa. Inspector me observaba de cerca. Yo le ignoré y seguí recorriendo la pantalla.
—Bueno, voy a dormir un poco —dijo Tresting a nadie en particular. —Vosotros chicos, divertíos. —se tumbó sobre el sofá que había junto a una pared de la oficina y se estiró, quedando inconsciente casi al instante.
Inspector aún me estaba observando desde su pantalla. Yo fingí estar demasiado absorta para darme cuenta. Tras unos minutos, él volvió su atención a sus propias máquinas y empezó a trabajar en algo en un monitor fuera de vista, aunque dejó el enlace de video abierto y seguía mirando de vez en cuando hacia la cámara.
Yo me negué a darle la satisfacción de preguntarle nada. Inspector no decía nada, pero aparecieron otras ventanas en mi pantalla con notas sobre el homicidio del que acusaban a Courtney, seguidas por archivos de tablas de datos. Los números se clasificaron solos en mi cabeza y quedaron en su lugar, emparejados con las variables de los algoritmos hasta que el análisis estadístico se desplegó ante mí. Otro documento apareció corto tiempo después, este registraba instancias de la referencia a Pítica que Tresting e Inspector habían encontrado durante la investigación del periodista. Reginald Kingsley se consideraba importante en la comunidad del periodismo, Premio Pulitzer y todo. Había puesto sus dedos en un montón de historias diferentes y en cierto punto, había empezado a guardar un registro de misterios que no tenían mucho sentido, eventos que no encajaban o sin explicación sólida. Había estado investigando un artículo en Los Angeles cuando informó de su decisión de que la vida ya no valía la pena. El suicidio de Kingsley había supuesto un bombazo en los círculos periodísticos, los titulares exagerados por la insistencia de su esposa Leen sobre que el suicidio de Kingsley era cien por cien falso. Salvo por su declaración jurada, su marido no se habría quitado la vida, ella citaba dos errores gramaticales en la supuesta nota de suicidio como prueba. Los errores no eran nada que yo hubiera reconocido como tales, y comprendía por qué segmentos de la prensa habían empezado a burlarse de la firme afirmación de la Dr. Kingsley sobre que su marido nunca habría separado un infinitivo ni en un billón de años y que esto debería ser prueba de una infame farsa. Resultaba que el suicidio (o asesinato) casi había sucedido hacía seis meses y había conducido a una mayor tragedia que la de una esposa que pierde a su marido. La Dr. Kingsley, que había sido una profesora de estudios asiáticos en Georgetown y acababa de ser ascendida a Oficial del Servicio de Extranjería por la Casa Blanca cuando golpeó la tragedia, desarrolló la reputación de estar ligeramente loca y su ilustre carrera previa se fracturó y estancó. Ella se obsesionó por resolver el misterio de la muerte de su marido, mudándose permanentemente con su hijo fuera de Los Angeles tras perder su comisión del Departamento de Estado y reafirmar su profesorado. Una vez que la LAPD la definió como una distraída chiflada bastantes veces, ella contrató a múltiples investigadores privados pero, por el registro, entendí que Tresting era el único que se había quedado y daba crédito a su historia. Tresting había revisado cada historia en la que el Kingsley esposo había estado trabajando, analizando sistemáticamente listas de posibles enemigos y eliminando uno por uno a todos los sospechosos de su homicidio. Y después, con Inspector como compañero informático, pasó a evaluar las inconsistencias en el diario de Kingsley.
Yo repasé los accesos.
Un senador que toma una decisión repentina sobre un asunto clave. El FBI descargando un testigo estrella y salvando el culo por un titánico arresto en una operación de Organizaciones Corruptas e Influenciadas por la Delincuencia Organizada. Un totalmente notorio anillo de tráfico de personas simultáneamente decide entregarse a la policía. Las notas de Tresting mostraban una masiva cantidad de registros: llamadas de teléfono, reuniones y rastreo de gente. Pero no había alcanzado ninguna conclusión distinta a que había tropezado con la Dimensión Desconocida. Los extraños casos se remontaban años atrás y, en un porcentaje estadísticamente significativo, la indagación de Inspector había encontrado un hilo común: la palabra Pítica. Retales de memorias, partes de conversaciones, el rumor de un rumor con seis grados de separación del evento actual… pero ninguna conexión. Inspector había investigado la palabra y, como Anton, había descubierto algunas referencias (que podías pasar por alto si pestañeabas) a un sombrío proyecto del gobierno en dispersos documentos secretos. Al contrario que Anton, también había encontrado unos cruces con el papeleo de la CIA, incluyendo una comparación con una operación encubierta de nombre en código Negro Gamma, con una nota en la colorida hipérbola de Inspector que explicaba que era famoso por "colapsar espectacularmente en las caras de sus creadores".
¿Había resultado fallido el proyecto Pítica también, entonces?
Aquello no parecía coincidir con el resto de los datos, con el fantasmal alcance de Pítica que parecía afectar a los eventos de lo local a lo nacional hasta lo global. Me recliné en la silla y me froté los ojos. La loca conspiración de las teorías de Tresting estaban llegando a ser mucho más difícil de ignorar.
Inspector juró en voz baja, interrumpiendo mis ideas. —Arthur. Despierta —dijo.
Me giré para llamar a Tresting, pero el DP se había despertado al oír su nombre.
Volvió a la mesa detrás de mí. —¿Qué pasa?
Inspector movió el brazo y golpeó el lateral de una pantalla que yo no podía ver. —El rastreador GPS. Hemos perdido la señal.
Tresting maldijo y echó mano al bolsillo, sacó el receptor para comprobarlo él mismo. Maldijo de nuevo. —¿Qué ha pasado?
—Ni idea —dijo Inspector. —Quizá un fallo. Quizá interferencia. Quizá bajaron hasta el Golfo de México.Su atención aún estaba en uno de sus monitores, sus dedos pulsaban tan rápido los botones de un ratón que parecía un operador de telégrafo.
—Yo apostaría por el lado cínico. Aunque a nuestra chica se le cayese el rastreador y aterrizara en un inodoro, debería mantener la señal en el avión.
Tresting se hundió en su silla. —Después de todo esto, ella desaparece.
Me pregunté si mi cliente estaba muerta. Intenté no pensar en ello.
—No hay archivo de plan de vuelo, pero la enorme trayectoria circular les habría conducido sobre Colombia —dijo Inspector. —Por decir algo. Podría ser donde iban.
—Colombia —murmuró Tresting.
—De acuerdo, por supuesto. —toqué la pantalla llena de datos frente a mí. —Aún no he terminado de ver esto. ¿Encontraste la conexión entre Pítica y los cárteles de droga?
Inspector se reclinó en la silla, por primera vez parecía cansado. —¿Quién sabe? A veces parece que quieren acabar con los cárteles. A veces evitan que los acaben. Estoy empezando a creer que sólo son Caóticos Neutrales.
—Eso no ayuda mucho ahora de todos modos. —dijo Tresting en voz baja. —Un país es un lugar horrorosamente grande para encontrar algunos fantasmas. —levantó la cabeza hacia me. —Tu chica mató al Sr. Kingsley. No tengo duda sobre eso. Pero yo quiero a quien la incitó a ello. —cerró los ojos, hundiendo su cuerpo.
—Hey, anímate, Detective —dijo Inspector. —Antes de que te desesperes, podría tener otra pista para ti aquí en la ciudad de Los Angeles. Mientras estabas durmiendo, he estado trabajando con un impresionante grado de éxito para rastrear a Dawna Polk.
Tresting y yo nos sentamos rectos en la silla al unísono.
—¿Qué? —gritó Tresting.—Sí sí, podéis adorarme. —Inspector adoptó una pose escultural con una mano en el aire. —La cola para los autógrafos empieza por la derecha...
—¡Inspector! —dijo Tresting.—¿Ni siquiera me vas a dejar disfrutar el momento? Qué hombre horrible,Inspector le reprendió amigablemente. —La rastreé hasta un coche sin registro y rastreé ese coche hasta un aparcamiento en un garaje de un parque de oficinas. Te ha llegado al teléfono ahora mismo, Arthur.
Yo agité mi móvil hacia la pantalla. —¿Y qué hay de mí?
Inspector me lanzó una penetrante mirada como si me evaluara. Yo le devolví la misma mirada. —De acuerdo —me dijo pulsando un botón.
Vibró el teléfono en mi mano con un mensaje de texto. No mostré lo incómoda que estaba por que ya supiera mi número. Después de todo, había llamado a Tresting desde este teléfono. Era la explicación más sencilla. Inspector no era omnisciente. ¿Verdad?
—No conozco esa oficina, pero lo haré pronto —dijo Inspector. —Aunque tengo mucha grabación de seguridad que avanzar y todas las cerraduras y fondos de los asuntos del edificio. Dame unas horas y estrecharé la búsqueda.
—¡Vaya chico! —La vida volvió al cuerpo de Tresting. Saltó con demasiado entusiasmo y agarró la pantalla de Inspector con ambas manos. —Eres brillante. ¡Brillante!
—Lo sé —dijo Inspector con una sonrisa.
Tresting se giró para mirarme. —¿Cómo quieres que juguemos esto?
Una parte de mí estaba sorprendida de que no tratase de mantenerme fuera de esto. Tampoco es que hubiera tenido éxito, aún así... —Digo que entremos a saco, sacudamos una cuantas cabezas y descubramos qué está pasando aquí.
Tresting levantó las cejas. —No eres detective, ¿verdad?.
—Nop —le dije. —Ese no es mi empleo. La gente me dice dónde está algo y yo se lo devuelvo, no hay que detectar nada.Casi era cierto. De vez en cuando tenía que investigar para un caso, pero muy raramente. Los clientes me contrataban para la parte de la extracción.
—Supongo que la fuerza bruta tiene cierta elegancia a veces —añadió Inspector.
No podía contar con que estuviera siendo sarcástico.
—¿Por qué lo preguntas, qué harías tú ? —demandé a Tresting.
—¿Normalmente? Agitarlo primero. Poner micros en el lugar. Recoger información sin ser visto, hacer que Inspector piratee sus sistemas. Ir de infiltrado si hace falta.
—Como la delicada aproximación que usaste conmigo —le dije indicativamente.
—Totalmente diferente. ¿Mujer sola llevándose a mi objetivo? Hasta donde sabía, yo tenía las de ganar.
—Hasta donde sabías —le dije.
Tresting se encogió de hombros tristemente.
—Dawna aún podría estar allí. —indiqué. —Y hasta ahora han ido por delante de nosotros. Han tratado de matarme, se han llevado a Courtney, la señal de GPS ha desaparecido... no podemos jugar este juego despacito y a salvo. —pensé en la muerte de Anton y en los Trajes Negros en la casa de Courtney y empecé a preguntarme si deberíamos dejar la oficina de Tresting por otro lugar más seguro.
Tresting respiró hondo entre dientes apretados. —Trato hecho. Tan pronto como Inspector ordeñe toda la información que pueda, mi voto es que entremos por la puerta delantera.
—Con armas —le dije.
—Claro —dijo Tresting. —Con armas.
Habiendo visto suficientes de los datos de Inspector para dar a Tresting el beneficio de la duda sobre si era un severo chiflado delirante, por no mencionar que me sentía muy preocupaba por este caso y con lo que me había tropezado, elegí dormir unas horas mientras esperábamos la logística de Inspector.—Creo que pillaré turno en tu sofá —le conté a Tresting.
Quería estar presente por si había cualquier novedad.
—Seguro —dijo el DP. —Tengo que hacer algunas llamadas de todos modos
—¿Cómo fueron mis programas? —preguntó Inspector con un indicio de desafío en su voz mientras yo permanecía despierta. —¿Lecturas divertidas? Me esforcé con la elegancia.
Fingí que no me estaba provocado. —Sí, impresionante. Método Monte Carlo usando cadenas de Márkov, inteligente modo de hacerlo.
Ambos se quedaron mirándome. La mandíbula de Inspector había caído ligeramente.
—Cas Russell, tu nivel de atractivo acaba de aumentar un treinta por ciento —me dijo finalmente.
Un punto para Cas, pensé. —Leo artículos de estadística en mi tiempo libre. Hey, Tresting, ¿dónde tienes el lavabo?
Él señaló, aún sin palabras. Usé mi momento de privacidad para enviar a Río un mensaje de texto con una actualización abreviada. Le envié la dirección del parque de la oficina hasta el que Inspector había rastreado a Dawna y unos titulares rápidos sobre nuestro plan de entrada. Cuando volví, Inspector y Tresting estaban conversando en voz baja. Yo no estaba segura, pero me pareció oírles cambiar de tema cuando reentré en la habitación. Pensé que habían estado hablando sobre mi.
Es satisfactorio cuando pongo a la gente nerviosa.
Me estiré sobre el sofá de Tresting con la mano bajo la chaqueta, cómodamente cerca de mi arma y tuve una fracción de segundo para registrar que mi jaqueca había regresado antes de quedar dormida.
Desperté con un concurso de gritos. La luz del día se filtraba por las inmóviles persianas cerradas de la oficina. Los monitores del ordenador de Tresting estaban a oscuras. Él estaba de pie tras su escritorio teniendo una riña vocinglera con una rechoncha mujer bajita que yo nunca había visto. Ella tenía una cara redonda; que yo podría haber llamado querúbica si sus ojos no hubieran estado encendidos por la ira; y estaba bastante bien cuidada, con estiloso cabello moreno, maquillaje impecable y un abrigo que reconocí como de los caros. Me resultó difícil descubrir su edad. La imaginé en sus cuarenta pasados pero de apariencia más joven. Me senté y ejercité el cuello, avergonzada por no haber despertado cuando ella había llegado.
Normalmente tengo sueño ligero, pero claro, normalmente no paso dos días sin descansar.
—¡Le pago para que me mantenga informada! —estaba gritando la mujer.
—Eso es lo que estoy haciendo ahora, doctora. —respondió Tresting, tratando obviamente de mantenerse calmado.
—¡La encontró y la perdió! Usted sabía dónde estaba y en lugar de perseguirla...
—No es eso lo que... —Tresting trató de interrumpir.
—¡Mató a mi marido! —gritó.
Oh. Leena Kingsley.
—Creí que se suponía que eras diplomática —le dije sin pensar.
Kingsley se giró para mirarme con total peso de su atención y que me maldigan si no retrocedí unos centímetros de la furia que radiaba. Recordé con retraso que ella había visto toda su carrera del Servicio de Extranjería reducirse a cenizas por las llamas.
Ups.
Kingsley se giró de vuelta a Tresting. —Y por traer a alguien...
—Es otra profesional que tenía información...
Qué amable de su parte añadir ese giro al asunto.
—¡La ley de California prohíbe expresamente que un investigador privado comparta información relacionada con un caso sin consentimiento previo del cliente! —soltó Kingsley.
—La ley de California también prohíbe que un DP allane propiedad privada o apunte armas de fuego a ciudadanos desarmados o que finja ser algo diferente a un DP para obtener información —dijo Tresting, cruzando los brazos. —No recuerdo que me haya expresado ninguna reclamación por eso antes.
Yo no conocía esas leyes. Uau, Arthur Tresting era un pícaro DP.
—Mataron a Reg —disparó Kingsley, su voz temblaba por la furia. —Intente recordar eso. Puede que no sea personal para usted, pero averiguar lo que ocurrió es lo único y más importante en el mundo para mí. ¿Ha amado alguna vez a alguien, Sr. Tresting? En ese caso, intente ponerse en mi lugar. —ella giró sobre sus tacones y salió andando de la oficina.
Tresting se dejó caer en su silla con la cabeza laxa. Pensé que Kingsley estaba siendo un poco dura con el pobre hombre. Era obvio que él había estado removiendo cielo y tierra para investigar esto.
—Menos mal que no le contaste que hablaste de su caso mientras nos apuntábamos con las armas el uno al otro —le dije.
—De todos modos, yo no debería haberlo hecho, realmente —admitió. —Todo va al revés y cuesta arriba. La doctora también. La primera vez que la conocí era el alma de la diplomacia. Pensé que nunca vería nada que perturbara esa pose. Y ahora ella está…
—¿Desquiciada?
—Ha estado intentando seguir con el caso —me dijo.
—Es muy… dedicada —le ofrecí.
—Eso no es ni un décimo, ¿sabes?, ambos empezamos a recibir amenazas anónimas de muerte, después de que todo esto empezara... no estoy seguro de si debería sentirme insultado de que nadie haya intentado llevarlas a cabo por aquel entonces...y ella siempre se reía. Decía que si alguien la mataba, podrían empezar a tomarse en serio la muerte de su marido.
—¿Eso decía?
—Sí. Un tipo incluso amenazó a su hijo una vez. Ella le puso un guardaespaldas y no miró atrás.
—Uau.
—Ya. —Tresting se reclinó en su silla y cerró los ojos. —Ella es todo un viaje. Ni siquiera puedo decir si es el cliente más loco que he tenido, tampoco, aunque este es, de lejos, el caso más loco. La glamurosa vida de un detective privado, ¿eh?
—Hablando de eso, ¿qué te permite hacer una licencia DP? —le pregunté, curiosa.
—Pueees, bueno… roncear.
—¿Ya está?
—Más bien.
Sentí una fuerte urgencia de suprimir una carcajada.
—Aunque a veces la gente ve la licencia y piensan que tienen responder preguntas —enmendó Tresting. —La figura de la autoridad y todo eso.
—Por eso tengo una licencia falsa —le dije.
—No he oído eso.
Me fui para usar el baño y aproveché el tiempo para salpicarme agua sobre la cara y enjuagarme la boca. Cuando regresé, los monitores de Tresting estaban encendidos y él estaba hablando con Inspector.
—Muy oportuna, Russell —me dijo Inspector. —Creo que he estrechado tu búsqueda. Su frente es una agencia de viaje, lo que lo hace una buena tapadera para toneladas de llamadas internacionales. Pero la seguridad de sus intranets es ridículamente intensa. Es...
—¿Has abierto brecha? —le interrumpí.
Él se removió en la silla. —Lo haré. Un poco más de tiempo y...
—¿Sabemos que es la oficina correcta? —pregunté.
—Estadísticamente, la actividad sospechosa...
—Sí —dijo Tresting por encima del parloteo de Inspector, que se mostró molesto al ser interrumpido de nuevo. —Ese es su modo de decir Sí.
—Pues vamos.
—Me siento apreciado. —refunfuñó Inspector.
—Gracias —le dije con amable sarcasmo y me giré hacia Tresting. —Ahora, vamos.
Inspector nos mostró un franco dedo medio y cortó la conexión.
—Estará esperando para cuando entremos —me aseguró Tresting. —En caso de que podamos conseguirle acceso remoto. ¿Podemos?
—¿Puedes hacer que corte las cámaras de seguridad primero? —no era probable que yo olvidara la facilidad con la que Inspector había sido capaz de encontrarnos a Dawna y a mí en la grabación de Santa Mónica.
—Ya le he preguntado. Por alguna razón, el sistema de seguridad del edificio está desconectado hoy. Lleva apagado desde las últimas horas.
Estudié su siniestra cara. —¿Piensas que tienen algo estropeado?
—Sólo hay un modo de averiguarlo. ¿Te importa devolverme mi arma?
Tresting conducía. Yo me sentaba en el asiento del pasajero y trataba de evitar moverme nerviosamente. Nunca había ido a un lugar con otra persona. Me sentía rara, inquieta, era como encontrar una variable sobre la que no tenía control. Ignoré tanto esa idea como mi jaqueca, que había reaparecido con un continuo latido mientras conducíamos.
Este no era el momento de estar distraída. Afortunadamente, yo tenía bastante practica con las resacas para ignorar dolores de cabezas fácilmente.
Una vez llegamos al bloque adecuado, Tresting aparcó su camioneta en la calle para no acabar encerrados en un garaje de nueve dólares la hora, y caminamos por la puerta delantera del edificio de oficinas. Un portero en el vestíbulo asintió moderadamente al vernos, probablemente porque ambos parecíamos haber salido del mismo club de lucha o compartir el hábito de entrar caminando juntos por las puertas, pero Tresting le devolvió el saludo de modo amistoso, subió al directorio como si trabajara allí y el portero volvió a su crucigrama. Tomamos el ascensor hasta salir en la tercera planta sin decir una palabra. Nos orientamos siguiendo un alfombrado pasillo con puertas anónimas hasta la suite 3B. Yo levanté mis cejas a Tresting y metí una mano bajo el abrigo. Nos separamos a cada lado de la puerta y él extendió el brazo para abrirla. El pomo de la puerta se negó a ceder bajo sus dedos.
Cerrada.
Nos miramos el uno a otro. Claramente, la agencia de viajes no era un frente activo si dos potenciales clientes no podían entrar. Tresting me hizo gesto para que me quedara en mi lado de la entrada y levantó un puño para llamar sonoramente.
—Mantenimiento del edificio —gritó.
Nada.
Lo intentó de nuevo. Aún nada. Yo no oía el mínimo movimiento en el interior. Imité el gesto de patear la puerta.
Soy excelente pateando puertas.
Tresting, sin embargo, alzó una mano para detenerme y sacó un conjunto de ganzúas. Su modo era menos conspicuo, tuve que admitirlo. Quedé alerta en caso de que los ocupantes de la oficina pudieran oírnos y estuvieran preparados en silencio. Tresting forzó la cerradura con sorprendente velocidad, casi como si hubiera insertado una llave en lugar de unos pedazos de metal, y me miró a los ojos para avisarme. Asentí en respuesta, él giró el pomo y abrió la puerta de un empujón.
Mi arma saltó hacia mi mano, pero no tenía nada a lo que apuntar. Nos contemplamos estupefactos. Una mujer que parecía representar el papel de recepcionista estaba tumbada justo delante de la puerta. Tenía un corte en la garganta tan profundo que casi estaba decapitada. La sangre saturaba la alfombra en un masivo charco a su alrededor. Tresting sacó el arma también y pasamos dentro de la habitación cubriendo cada ángulo, con cuidado de evitar la alfombra empapada. Tresting cerró la puerta tras él con el codo y avanzamos de puntillas hacia la suite de la oficina. Se me encogió el estómago mientras pasábamos por una hilera de mesas. Un joven de pelo pardo frente a un ordenador había sido destripado. Las mujeres en los dos cubículos siguientes parecían que habían intentado huir corriendo. Una había caído bocabajo, pero su cabeza estaba vuelta hacia atrás y sus ojos ciegos contemplaban el techo en un horror congelado. Giramos la esquina y encontramos la sala de conferencias. La sangre la había convertido en un grotesco cuadro de arte moderno. Los hombres y mujeres que se sentaban a la mesa de conferencias habían sido corporativos bien vestidos y de mayor edad. Todos salvo uno estaban atados a sus sillas con trozos de trapo ahogando sus cuellos, la solitaria excepción era un hombre de mediana edad con un agujero de calibre .22 en la sien. Ese había tenido mejor destino que el resto. Las matemáticas se ajustaron solas en brillantes arcos de línea rojas. El patrón de salpicaduras me mostraba exactamente cuánto habían sufrido todos.
No soy escrupulosa, pero cerré mis ojos brevemente.
—Toma —me dijo Tresting al tenderme un par de guantes de látex que había sacado de un bolsillo. Había encontrado algunas bolsas de plástico en un arcón en algún sitio, también. Sacudió pedazos de papel destruido de ellas y se las puso sobre las botas. Me entregó dos más para las mías.
—Los forenses son buenos. Prefiero que no me pillen por esto.
Metí el plástico mecánicamente por las puntas de mis botas y cautamente nos aproximamos a la escena. Intenté deducir algo útil de la carnicería, pero mi mente estaba en blanco. Sólo podía ver parábolas de sangre manando y terminando en tosca trigonometría, una infinita repetición desde demasiados puntos de convergencia, ángulos de impacto, velocidad de cortes, una y otra vez. Podía verlo todo. Aquello no significaba nada. Tresting se enganchó un Bluetooth en el oído. No era difícil averiguar a quién estaba llamando. Describió la escena y empezó a sacar con cuidado carteras de aquellos alrededor de la mesa de conferencias, leyendo sus nombres. Me forcé a desconectar, a observar recorriendo con los ojos a las infelices víctimas y tratando de ignorar la maldita repetición matemática, pero nada podía mejorar esta escena. Veía miembros doblados en impías direcciones, cortes superficiales, cortes que tallaban terribles diseños en la piel. Una mujer había sido desollada parcialmente. El hedor del espeso aire me embotaba las nasales, ahogándome. El bruto horror aquí no me decía nada útil.
Escapé dentro de las oficinas externas evitando lo mejor que podía mirar a los cuerpos y las cabinas atacadas, abriendo los cajones de las mesas y armarios archivadores. No quería ser molestada. Archivador tras archivador, revelaban hileras de carpetas de archivos colgadas, indicándome toda ristra de papel que había estado aquí, pero todas estaban vacías. Hasta las etiquetas rotuladas en el papel de las carpetas habían sido retiradas. Los cajones de las mesas se burlaron de mí con más de lo mismo. A continuación, probé con los ordenadores. Cuando el primero se negó a encenderse, gateé hasta la parte de atrás para descubrir que faltaba el disco. Los conectores inmóviles colgaban sueltos. Me llevó un tiempo comprobar la parte trasera de cada ordenador del puesto, pero todos habían sido destripados. Las oficinas privadas mostraron mucho de la misma historia salvo por la ausencia de cuerpos. Aparentemente, toda persona importante había estado en la sala de conferencias. Pedazos de papel de un triturador ensuciaba el suelo aquí y allá, mientras yo atravesaba la suite. Eventualmente, encontré el triturador en cuestión, un behemoth de fuerza industrial, pero el arcón bajo él había sido limpiado. Descubrí por qué cuando encontré la cocina de la oficina. Un gran armario archivador de metal yacía tumbado de lado contra el umbral. Tenía bolsas de basura sujetas con cinta de embalar para crear un sello y el improvisado dique retenía una pulposa pasta blanca que ahogaba la cocinilla entera hasta el nivel de mi cintura. El cáustico olor de los químicos atacaron mis sensaciones, tosí y alcé un brazo para cubrirme la nariz, parpadeando con ojos llorosos. Aunque el grifo ya no estaba abierto, los trapos en el sumidero del lavabo me mostraron cómo había sido inundado todo tan fácilmente. Algún tipo de loca mezcla química se había tirado junto al papel triturado. Alguien había querido estar muy, muy, muy seguro de que nadie reconstruiría los datos de esta oficina.
Demonios, tampoco es que la mayoría de la gente pudiera reconstruir un documento pasado por un triturador de papel en primer lugar. Ciertamente, nadie podía hacerlo fácilmente... excepto yo, claro está, pero parecía muy egotista y demasiado coincidencial asumir que esta destrucción era por mi causa. ¿Por qué se tomaría alguien tanto trabajo?
—Hey, Russell —llamó Tresting.
Evité con cuidado los cuerpos en la oficina del fondo y regresé a la cámara de la tortura de la sala de conferencias. Tresting estaba de pie en el extremo del fondo examinando una silla vacía.
—Mira esto —me dijo,
Yo pasé rodeando para complacerle. Chorros de sangre cruzaban los bordes de la silla en múltiples lugares, pero el asiento y el respaldo estaban limpios.
—Alguien estuvo sentado aquí. —le dije..
—No he visto a Dawna Polk por ningún sitio. ¿Podría ser ella?
Entorné los ojos mirando el asiento de la silla, tratando de recordar las medidas de las caderas de Dawna. No había estado prestando demasiada atención, pero estimé midiendo en mi memoria.
—No. Esto es demasiado ancho. Estoy deduciendo un hombre o una mujer grande.
Entorné los ojos hacia el salpicado de sangre que rodeaba la silla vacía, los números giraban en espiral para encontrar su origen en mitad del aire, el perfil con forma de persona delineada en rielante rojo.
—Quienquiera que fuese fue torturado también.
—¿Cómo lo sabes?
—La salpicadura —le respondí sin querer explicar más.
—Creo que nuestros perpetradores se convirtieron en secuestradores —dijo Tresting. —Querían información... obligaron a hablar a las víctimas mientras torturaban o mataban a sus compañeros de trabajo.
Se movió sobre la mujer más cercana y levantó el lateral del trapo de la mordaza con un dedo enguantado. —Echa una mirada.Tenía razón.
La sangre manchaba la piel bajo la mordaza y en ningún otro lugar cerca de sus propias heridas. El manchado complicaba juzgarlo bien, pero por el ángulo descubrí que había llegado desde el hombre frente a ella. Quizá este asunto investigativo resultara útil después de todo. Le dije a Tresting lo que yo había encontrado en el resto de la oficina.
—A menos que tengan datos en un servidor externo en algún lado, está todo limpio.
—Creo que es mejor que nos vayamos, entonces —me dijo siniestramente.
—Podemos echarle un ojo a la investigación de la policía. —le dije.
—¿Cuándo piensas que encontrarán esto?
—Justo después de que nos marchemos, cuando deje un aviso.—No se puede, Russell —rezongó Tresting. —Esto es demasiado grande.
Era un buen argumento.
Por supuesto, considerando lo que sabíamos de Pítica, esto era probablemente demasiado grande para los polis, también.
Conducimos en silencio casi todo el camino de regreso.
Cuando Tresting encontró un espacio en la calle a pocos bloques de distancia de su oficina, llevó la camioneta hacia él, cambiando marchas con tanta fuerza que me rechinaron los dientes. Mientras apagaba el motor, moví la mano hacia el mango de la puerta, pero Tresting me detuvo.
—Russell.
—¿Sí?Él no hacía movimiento para salir. —He estado pensando. Aquello no lo hizo Pítica. No es su estilo. Y no harían esto a los suyos.
—¿Un nuevo jugador, entonces? —pensé en el garaje de Anton, en los hombres de trajes negros en la casa de Courtney.
Vi la masacre en el edificio de la oficina de nuevo, mi mente absorta de los detalles. Quizá este desastre había llegado al punto en que debería tomarme a Tresting en serio, compartirlo todo. Abrí la boca.
Tresting golpeó el volante con las manos. —¡Maldición, Russell!
Me mordí mi otra información.
—¿Qué? —La mirada que me disparó era positivamente veneno, yo no podía comprender el motivo.—¿Qué? —repetí.
—Se lo contaste, ¿verdad?.
—¿Le conté qué a quién?
¿Cuándo se le había ocurrido a Tresting que tenía voz y voto en mis asuntos? Tampoco es que yo tuviera un montón entero de amigos con los que cotillear información de todos modos. La única persona con la que yo había estado en contacto era...
Oops.
—Espera... ¿crees que Río hizo aquello?
Me lanzó una larga mirada de reojo con la mandíbula tensa, sus ojos reflejaban el dolor y rabia de las víctimas en el edificio de la oficina.
Yo tragué.
¿Había sido Río? ¿Y qué si lo había sido?
Tropezarse con esa clase de... obra..., bueno, mentiría si afirmara que había sido placentero, pero lo que Río era capaz de hacer no era nuevo para mí. Yo era muy consciente de sus métodos. Y si alguien los merece, es Pítica, ¿no?
Tresting aún me estaba mirando como si le hubiera traicionado. Intenté ignorar cierta sensación de cosquilleo en mi estómago que me hacía sentir notablemente culpable. Pues claro que le había contado a Río que íbamos a entrar, me insistí a mí misma. Él estaba rastreando a Dawna, si nos encontrábamos trabajando en propósitos cruzados… ¡Demonios, así es como la gente consigue que la maten!
Yo empecé a refrenar el juicio de Tresting. Él no tenía el mando aquí, me dije. No lo tenía.
—Te lo dije —le respondí. —Si trabajas conmigo, trabajas con la gente en quien confió No sé si Río ha tenido algo que ver en esto, pero...
—Fuera.
—Aún podemos trabajar jun...
—Fuera de mi camioneta.
Salí. Tresting bajó por el otro lado y dio un portazo con mucha más fuerza de la necesaria.
Decidí intentar ser profesional. —Le llamaré —me ofrecí. —Si entró allí, veré si ha obtenido alguna información de la oficina. Te lo haré saber.
La tensión en la postura de Tresting aumentó y lanzó su brazo dando un puñetazo en el capó de su camioneta tan fuerte que la abolló. —¿Cómo puedes quedarte ahí y decir...? Después de lo que hemos visto... —él agitaba su cabeza una y otra vez, como si rechazara al diablo. —No no. No me llames, Russell. No. Resolveremos esto sin tu ayuda o no lo resolveremos. —se aclaró la garganta. —No merece la pena.
Sentí una punzada en mi pecho, un afilado dolor desconocido. Él no pensaba que Río era el único monstruo.
—Lo comprendo —le dije. Sentí los labios extrañamente rígidos. —No te molestaré más.
La condena de Tresting me inundó cuando se dio la vuelta y; con el disgusto, menosprecio y horror brillando a su paso; se alejó caminando.
El punzante sentimiento empeoró. Respiré hondo y me dije a mí misma que no importaba. Esperé a que Tresting desapareciera por la calle y luego seguí la dirección de su oficina, buscando el coche deportivo que había conducido hasta aquí la noche antes, pero alguien lo había robado. Nada sorprendente, considerando que era demasiado bonito para la zona y yo ya había hecho la mitad del trabajo para cualquier aspirante a ladrón de coches. Pero aún así, era un fastidioso fin para una mala mañana. Consideré brevemente llevarme la camioneta de Tresting, pero eso era demasiado bajo hasta para mí. Un grupo de adolescentes estaba usando la calle en la que yo había aparcado originalmente para prácticas en monopatín. Suspiré y volví andando por la acera buscando un bonito lugar libre de testigos para robar un medio de transporte.
Sonó un disparo seguido de cerca por varios más. Mi mente trianguló en menos de medio segundo.
La oficina de Tresting.
Volé por el camino por donde había venido. El ruido de disparos trazó un tatuaje irregular en mi mente. Un arma automática y tres... no, cuatro semiautomáticas o revólveres. Las personas en la calle gritaron y corrieron para entrar en sus casas, sacaron teléfonos móviles. La poli estaría de camino en breve, pero añadí los tiempos de respuesta y viaje en mi cabeza... demasiado tiempo, demasiado lento. Mis botas golpearon el cemento al ritmo del staccato del cañoneo mientras desaparecía doblando la esquina que daba al callejón de Tresting. Mi cerebro estallaba con ecos y trayectorias y me decía exactamente dónde estaban los pistoleros: uno, dos, tres, cuatro, cinco.
Dos tiradores contra la pared cerca de las escaleras de la oficina, tres más a distancia del otro lado de la habitación. Uno podía ser Tresting, pero ni con los ojos cerrados tenía modo de averiguar cuál. Tenía que entrar.
Oficina en la segunda planta. Muros grises de cemento, puerta cerrada y blindada, ventanas con barrotes. Era poco tiempo, pero con el cálculo adecuado podría irrumpir por cualquiera de los tres, pero... ¿cuál?
¿Cuál era el camino más rápido?
La ventana, tenía que ser la ventana. Las estimaciones de profundidad y fuerza del muro rebotaron en mi cabeza. Arrancar las barras. Atravesar rompiéndolas. Sí. En vez de correr hacia la escalera del exterior hasta la puerta, cambié de dirección hacia el lado opuesto del callejón y giré de pronto en un salto atrapando el peldaño de abajo de la escalera de incendio del edificio de al lado con la mano extendida. El hierro me mordió en la palma cuando el peso de mi cuerpo tiró contra ella. Luego me balanceé sobre el metal. Saqué mi SIG mientras subía al comienzo del descansillo y alcancé el siguiente vuelo de escaleras. En el callejón, la ventana de Tresting estaba en el edifico de enfrente, integrada en la pared donde la escalera terminaba en la puerta de su oficina, había una caída de dos pisos bajo ella. Mientras subía a la misma altura, disparé a la ventana sin disminuir la velocidad.
Bang-bang-bang-bang.
Quería saltar y aterrizar en la ventana. Me impulsé sobre la barandilla y salté para cruzar el espacio entre los edificios. El brinco me llevó en un alto arco sobre el pavimento diez metros más abajo, un largo momento de ingravidez antes de que mi hombro golpeara la pared de hormigón sobre la ventana de Tresting. El tiempo pareció detenerse. Estaba a punto de caer en centésimas de segundo. Mi margen para el error era casi inexistente. Miré hacia abajo a la altura de dos pisos debajo de mí, las ecuaciones se resolvían en mi cabeza, la aceleración de la gravedad se añadía en cada encarnación, en cada asignación posible de las variables. Arrastré el brazo contra los ladrillos de cemento para que la fricción me retrasara ligeramente. Los diagramas vectoriales de la fuerza normal, tirón gravitatorio y fricción cinética rugieron por mis sentidos. Justo antes de que ganara la gravedad y me succionara en un tirón de dos pisos de altura hacia el callejón, solté el SIG. Eso me desequilibró durante una fracción de segundo y mientras el arma quedaba encajada entre las barras y la cornisa superior de la pared sobre la ventana, disparé mi pie izquierdo y lo apoyé sobre el SIG con todo el peso de mi cuerpo. El marco del arma chocó contra las barras de un lado y contra la cornisa de la ventana en el otro, con toda la fuerza que podía reunir una sencilla máquina. Me convertí en mi propia pata de cabra improvisada. Cuando había disparado antes desde el otro lado del callejón, había estado apuntando a los cuatro cerrojos que fijaban las barras a la pared. Un bala de arma de mano no era lo bastante fuerte para romperlos, pero hacía una buena perforación. Con los cerrojos perforados y la maciza palanca, las barras salieron de sus zócalos y chillaron por la parte exterior de la pared. No tuve tiempo de agarrarme. Mi pie izquierdo, apoyándose contra las barras caídas, era lo único que evitaba que cayera y me aplastara contra el pavimento. Di una patada alejándome de ellas e impulsé mi cuerpo hacia arriba para entrar por la ventana desnuda. No había modo de evitar los cortes. Necesitaba todas las matemáticas que tenía para generar la fuerza suficiente y romper el cristal desde esa dirección. Entré en la habitación con los hombros por delante, la entrada me cegó con una ducha de cristales rotos. Mientras me desplomaba, moví las piernas para atrapar a la tiradora que había estado más cerca de la ventana.
Ella no era Tresting.
Hice un movimiento de cizalla con mis piernas y le rompí el cuello antes de que yo golpeara el suelo. Ya no tenía armas, pero recogí un pedazo de ventana rota en cada mano al girar mientras me levantaba.
No era Arthur, usé el cristal de mi mano izquierda.
Tampoco era Arthur, el otro pedazo de la ventana encontró su objetivo. El chico dejó caer su arma y se agarró la garganta mientras caía.
Vislumbré a Tresting al fondo de la habitación, a cubierto tras su caja blindada y giré para encarar al último objetivo hostil, que gritó inarticuladamente mientras trataba de disparar su Glock. Me lancé al aire y rodé por encima del escritorio, agarrando una de las altas plantas mientras lo hacía. Al rodar, trasladé la aceleración centrífuga hacia la planta y la dejé volar como una hondanada. La pesada maceta de barro le golpeó en la cara antes de que tuviera tiempo de disparar.
Pesada maceta de barro gana por KO.
Dejé que mi cuerpo entero rodara por la mesa y aterricé sobre mis pies.
—¿Tresting?
Salió temblorosamente desde detrás de su caja fuerte y me miró ojiplático con la Beretta vibrando en su mano.
—¿Estás bien? —le pregunté. Él mantenía la mirada en mí sin pestañear. —¿Te. Han. Dado? —articulé.
¿Era eso lo que llaman shock postraumático? Yo nunca había pensado que Tresting entraría en shock, siendo un ex-poli y todo eso.
—Esa ventana tiene dos pisos de altura. —me dijo.
—Correcto —coincidí. —Buen trabajo, supongo que por eso te llaman Detective. Venga, en serio, ¿estás bien?
Se tocó el bíceps derecho, la sangre brillaba entre sus dedos. —Un roce. Suerte, supongo.Sus ojos se movieron por la escena. Cuatro cuerpos. Ventana rota y cristales por todas partes.
—La ventana tenía barras —susurró.
No voy a mentir: me gusta impresionar a la gente. Especialmente a la gente que huye de mí en la calle y me dice que nunca querrá hablar conmigo de nuevo.
—Sip —le dije. —Soy así de buena.
—Estoy sangrando —dijo Tresting una vez que hubo encontrado su voz de nuevo.
—Y yo —le dije.
Tengo una hiperconsciencia de mi propio cuerpo. Todas las matemáticas del mundo no me ayudan si no puedo comparar los cálculos con la realidad. Puedo hacer estimaciones sobre la anatomía de otras personas, pero conozco cada detalle de la mía en todo momento y sabía que había recibido cinco cortes superficiales en mi cara, cuello y manos, y que ninguno de ellos era digno de preocuparse.
—Como tú —añadí.
Tresting se encogió de hombros y mantuvo su mano izquierda presionada en su herida. Caminó aplastando cristales del suelo hasta agacharse frente al cuerpo más próximo. Cogió con dos dedos la muñeca del chico.
—Están muertos. —le informé.
Yo no estaba totalmente feliz por ello. Solamente ahora estaba percibiendo lo joven que eran... cuatro adolescentes, una chica y tres chicos. Probablemente de unos quince o dieciséis. Niños. Odio que le pasen cosas malas a los niños. Especialmente cuando esa cosa mala soy yo.
También noté algo más. —Todos son asiáticos. —Parecía extraño. —¿Has robado en un restaurante chino o algo así?
—Son coreanos —corrigió Tresting.
Le hice una silenciosa mueca sacando la lengua. Yo no podía ver la diferencia.
—Y miembros de una banda. —Señaló un tatuaje en la mano manchada de sangre del chico mientras se levantaba.
Casi dije, ¿Y?, pero algo sonó en mi memoria sobre los coreanos y los afroamericanos y los disturbios raciales. Hice una nota mental para preguntar en Internet.
—Oh —le dije.
Tresting se acercó a la ventana. Miró por los paneles destrozados y luego a mí. El escepticismo aún bocetaba sus rasgos. Me sentí algo satisfecha. Se agachó de nuevo para tocar la muñeca de la chica. Comprobó si había pulso, yo sabía que no estaría allí. Aparté la mirada. El sonido de la calle se filtraba por la ventana rota: ruido de tráfico y bocinas y gente. Una ligera brisa los acompañaba, agitando el aire de la oficina y escociendo los cortes en mi cara.
—Gracias —dijo Tresting de pronto.
La palabra se tradujo extrañamente, como pronunciada por un estudiante extranjero, y supe que no había salido del modo pretendido.
—No hay de qué —le dije.
Tresting se puso de pie y me miró con un ligero fruncimiento, como si yo fuese un misterio con un nuevo acertijo.
—Iban a matarme —me dijo. —En este barrio la poli habría sido demasiado lenta
—Ya —coincidí.
—Pero no lo hicieron… gracias, me dijo de nuevo.
Miré por la oficina arruinada. Mi satisfacción fue remplazada limpiamente por depresión. —Son niños —susurré. Quizá yo fuese el monstruo que él creía que era después de todo. —Son niños.
—Lo sé —me dijo pesadamente, y sonó como si lo pensara.
Respiré profundamente. —¿Ahora qué?
Él dudó. —No lo sé. Algo. Es la primera vez que Pítica me ataca.
—¿Crees que esto fue Pítica?
—Miembros de una banda coreana tratando de matar a un DP en un mal vecindario —recitó Tresting. —La poli lo escribiría como un crimen de odio.
—¿Y? Quizá lo fue.
—Ya viste los datos, Russell. Demonios, tú misma has sido atacada.
Esperé, pero no dijo nada más, como si me desafiara a deducirlo yo misma. Pensé sobre los casos del diario de Kingsley. Algunas de las extrañas muertes habían involucrado violencia de bandas, seguro... tiroteos desde un coche o gente atrapada en el fuego cruzado en lugares donde las bandas no deberían estar activas. Pero Inspector había conectado muchas otras muertes del archivo con Pítica que no tenían nada que ver con bandas: suicidios, accidentes extraños, asaltos que salieron mal...
Me quedé en blanco.
—No lo van a investigar. —dije al final.
Tresting me señaló con un dedo, como diciendo: Bingo.—Están matando gente en modos que la policía puede explicar fácilmente —percibí. —Para cerrar el caso.
—Tragedias sin sentido —coincidió él.
—No sé cómo Polk consiguió que Kingsley escribiera esa nota, pero si no hubiera sido por Leena... —empecé a decir.
Él me interrumpió. —Mierda. Leena.
Volvió a su caja de seguridad, giró la combinación para abrirla y empezó a recargar su Beretta. —¿Estás armada?
—Lo estaré en un segundo. —Miré por los escombros y quité armas de los inanimados dedos adolescentes de los atacantes de Tresting. La chica de la ventana tenía una TEC-9 ilegalmente convertida en automática. Los otros tenían dos Glocks y un feo y barato Smith & Wesson semiautomático.
Jesús, era triste que tuvieran que ser tan jóvenes pero, ¿no podían al menos tener la cortesía de llevar ferretería decente?
Tresting tenía el teléfono en su oído mientras recargaba. Dejó un conciso mensaje para que la Dr. Kingsley recogiera a su hijo, para que lo llevara a algún lugar anónimo y luego le devolviera la llamada. Colgó y se enfundó la Beretta, luego echó mano a su caja para sacar una escopeta. No me hizo falta la matemática para advertir que era demasiado corta para ser legal. La envolvió en una camisa de repuesto como un fardo y me ignoró del todo cuando levanté las cejas hacia él.
—Tus huellas y ADN están aquí —me dijo. —¿Eso supone un problema?
—Necesitan algo con lo que compararlo —respondí. —¿Qué hay de ti?
—Despertaré en un callejón más tarde, alegaré amnesia.
—¿No vas a quedarte como un buen ciudadano y ayudarles con la investigación?
—No cuando la doctora puede estar en peligro. —Cerró su caja fuerte y recogió un macuto de detrás de su mesa para meter dentro la escopeta envuelta. Aún asomaba un poco, por suerte no era demasiado obvia.
Las sirenas sonaron en la distancia.
—Mejor abrirse —dijo Tresting.
—Para ser un ex-poli, eres muy arrogante con la ley, ¿no te parece? —le comenté yendo hacia la puerta.
Algo oscureció su cara. —La ley nunca me ha servido de mucho.
Bajamos deprisa la escalera exterior. Recogí del suelo mi mellado SIG y fuimos hasta la camioneta de Tresting a paso rápido. El motor se encendió con una reluctante vibración. Tresting entró al tráfico y aparcó inmediatamente para dejar paso a los coches de policía: sirenas sonando y luces girando. Los observé pasar al lado e intenté poner cara de póquer. Tresting volvió al tráfico y movió el brazo para sacar de la guantera un móvil, aún en su embalaje de plástico.
Me lo lanzó al regazo. —Haz una llamada anónima para avisar a la doctora de que se reúna con nosotros. Te daré su dirección.
—¿En serio?
—Cuarenta minutos de tráfico. Llama.
Busqué a mi alrededor algo afilado que pudiera usar con el paquete de plástico cerrado al vacío, las matemáticas decían que no iba a abrirse de otro modo, y encontré un boli en el suelo de la camioneta.
—Llama tú, entonces.
—Yo estoy conduciendo. No es seguro.
—¿En serio?
—¡Por el am... no podemos permitirnos que nos paren! ¡Simplemente haz la maldita llamada!. Y ponte el cinturón.
—¿Ahora quieres respetar la ley? —murmuré, pero hice lo que me pidió.
Pulsé los botones un poco más fuerte de lo necesario. Repetí la dirección que Tresting me había dado y colgué cuando ella trató de preguntarme mi nombre.
—¿Aún tiene su hijo un guardaespaldas? —le pregunté.
—Por lo que sé, sí. Y estará en la escuela ahora mismo. Dios. No creo que se arriesguen a atacar en una escuela.
—Aún no sabemos quiénes son ellos —le indiqué. —Ni a quién persiguen.
—Hay una agenda —dijo Tresting, su mandíbula estaba tensa. —No sé cuál, pero tienen una seguro y nosotros estamos en ella, mala suerte para nosotros. —me mostró una breve sonrisa, casi calculada. —Para ti especialmente, creo.
—¿De qué estás hablando? Yo sólo he entrado tropezando en este asunto, muchas gracias. Tú eres el que lleva trabajando en ello desde hace meses.
—Sí, pero creo que eran más felices de ver cómo me perseguía mi propia cola. Se entretenían, probablemente, con todo el ridículo avance que estábamos haciendo. Pero apareciste tú y... —Apretó el freno demasiado fuerte en la luz roja y el estúpido cinturón trató de engarrotarme. —Yo seguí a Polk durante meses, y ellos la dejaban a su aire hasta que tú la salvaste. Después de que fueran a por ti, ¿ella desaparece y un día más tarde, tengo una diana pintada con mi nombre también? No creo en las coincidencias. —él tenía razón.
Maldición. Después de todo, no había evaluado exactamente las probabilidades de este desastre. Las palabras de Río resonaron en mi mente: Lo que más me interesa es quién hizo tanto esfuerzo para meterte en esto…
—¿Tienes algo que quieras compartir? —dijo Tresting. Su tono no era hostil pero no era neutral tampoco.
—Hey, yo he estado jugando a ponerme al corriente desde el inicio —le dije. —Aún sabes muchísimo más de esta mierda que yo.
—Bueno, quizá tú sepas algo, quizá ni. O quizá quieren algo de ti.
—Yo no soy especial —objeté.
Sonaba estúpido. Tresting no era un hombre poco observador y mi pequeña actuación mientras le rescataba no había sido lo que se podría llamar discreta. Él giró hacia la derecha, cambiando marchas con intención y clavando el acelerador para cruzar rudamente hacia la autovía. Luego me dijo lo que yo había estado temiendo.
—En mi oficina. No es que no te esté agradecido pero, ¿cómo demonios…?
Suspiré. Mi respuesta habitual, que realmente soy buena en matemáticas, no iba a ser suficiente para saciar a un tipo como Tresting. Parecía del tipo que se preocupa por algo hasta que le saca el último núcleo de verdad.
—Salté —le dije, deliberadamente obtusa.
—¿Hasta dos pisos de altura?
—No, estúpido. Desde la escalera de incendios.
Digirió eso. —¿Y arrancaste las barras?
—Con mi SIG. Es una buena palanca. Estructura de metal, ya sabes. —estaba orgullosa de mí misma por no haber hecho una broma sobre el polímero barato de las Glock de mierda.
Soy el alma del tacto.
Tresting parecía como si estuviera buscando otra pregunta. —Maldición. Si no hubiera estado allí mismo para verlo…
—Entreno mucho —le mentí.
—¿Para ser Spider-Man?
—Entre otras cosas.Al menos no me había visto saltar el callejón. Yo era mucho más rápida de lo que la mayoría de la gente imaginaba.
—Maldición —me dijo Tresting de nuevo. Luego se puso serio —¿Militar?
Yo parpadeé —¿Qué?
—Tu historial. ¿Ex-militar?
—¿Te parece que tengo pinta de militar?
—Vale, no eres militar.Hubo una incómoda pausa.
—Escuela de la vida —proporcioné, optando por la inteligencia.
—Hey, esa fue mi universidad, también —dijo Tresting. —Pero, al parecer, tú te graduaste summa cum laude.
—Gesundheit —le dije. —¡Hey, para de detectarme, detective, o la próxima vez, no estaré ahí para salvar tu lamentable culo!
No esperaba que eso lo detuviera pero, por alguna razón, lo hizo. Se quedó en un cauteloso silencio.
Aliviada, aproveché la oportunidad de dispararle a Río un críptico texto para ver si tenía alguna actualización. Los cuerpos sangrientos jugaban por mi visión de nuevo, junto con el rastro en el aire, pesado, metálico y hastiado. Aquellas personas estaban muertas de todas maneras.
¿Estaba siendo una hipócrita por desear que no hubiera sido Río? ¿Quién si no?
Pensé en Anton. Había asumido que Pítica era la única que venía tras de mí, pero el fuego explosivo no encajaba con su modus operandi habitual. Un bombazo como ese no volaría escapando del radar. Sería investigado. Igual que la masacre en la suite de la oficina, supuse. Río no habría ido tras Anton, estaba segura de eso. A él no le molestaba el daño colateral a la gente inocente, pero provocar un asalto concertado contra un hombre decente y su hija de doce años... Eso era imposible. Él mismo podría ser capaz de tal acto, pero su Dios no.
¿Quién fue?
Un hecho era ineludible. Daba igual quien fue detrás de Anton, de los trabajadores de la oficina, de mí, Tresting, o Courtney Polk. Tresting tenía razón: nada de eso había sucedido antes de que yo entrara en escena. La correlación no implica causalidad... pero era también posible que yo fuese el beso de la muerte.
Tú sabes algo, había dicho Tresting. O quizá quieren algo de ti.
Repasé a mis clientes de recuperación, pero solamente llevaba haciendo eso algunos años, y no pude estar en ninguno de los últimos casos que habían sido lo bastante raros o inusuales para tener una conexión con Pítica. Ciertamente, yo no sabía nada por lo que valiera la pena matarme. Y lo único especial sobre mí era mi habilidad matemática. Era una habilidad genial, seguro y ocasionalmente me hacía volar al estilo ardilla sobre las ramas pero, en el esquema de las grandes cosas, ni siquiera era tan presuntuosa para pensar que era digna de tanto problema como algunas personas estaban presentando para detenernos. Las cosas no tenían sentido. Y para alguien con un sobrepotenciado cerebro matemático, las cosas que no tenían sentido significaban un problema serio.
Llegamos a la casa de Leen Kingsley en cincuenta y dos minutos después de dejar la oficina de Tresting. El viaje había transcurrido mayormente en silencio. Tresting estaba perdido en sus propias ideas y, por mi parte, imaginé que nuestro trato era demasiado sensible y frágil, y no era tiempo de entrar en una situación posiblemente hostil.
Tresting condujo por primera vez sin reducir. Un coche de la poli estaba en el exterior de la calle, pero sólo uno, y sus luces no estaban centellando. La casita estaba tranquila, sin signos de nada raro, sin vecinos asomando las caras por las ventanas. No parecía que hubiera habido aquí un tiroteo. Por supuesto, eso no significaba nada. Este era un buen barrio residencial con jardines bien cuidados, vallas de madera y rosales, y a Pítica le gustaba la sutilidad. Tresting rodeó el bloque y luego aparcó a unas casas de distancia de la casa de la Dra. Kingsley. Echó mano al fardo donde había metido la escopeta, sacó una mira telescópica y la levantó hacia un ojo.
—No puedo ver mucho —me dijo tras un rato. —Pero hay movimiento. Creo que ella y los polis están hablando.
— ¿Crees que habrían ido tras ella con la policía aquí?
—Parece estúpido.
— ¿Esperamos, entonces?
—Eso creo.
Nos quedamos en la camioneta, tensos y en silencio. Unos veinte minutos después, se abrió la puerta y dos oficiales de la LAPD uniformados salieron al porche. Leena Kingsley los despidió, charlando educadamente. Los polis le dieron un último saludo, un adiós y volvieron a su coche patrulla. Pero en vez de quedarse en la calle y vigilar la casa como yo había esperado, el coche arrancó y se alejó por la curva.
—¿Se van? —grité. —¡Hice una amenaza de muerte!
Tresting se encogió de hombros. —La policía está ocupada.
Cuando el coche patrulla pasó zumbando a nuestro lado, sin pretenderlo, aparte la cara de su línea de visión.
—Deja de apartarte —dijo Tresting. —Eso es una buena forma de ser descubierta.
—No me estaba apartando —protesté.
Tresting negó con la cabeza en señal de disgusto. Yo abrí mi boca, sintiéndome absurdamente defensiva, pero él ya estaba saliendo de la camioneta. Me dije a mí misma que podría darle un repaso en una pelea cualquier día (de hecho ya se lo había dado) y comprobé las armas metidas en mi cinturón bajo mi abrigo antes de seguirle hacia la acera. Sólo habíamos llegado al camino de la puerta cuando un hombre en traje salió de un sedán negro y empezó a caminar hacia la casa de Kingsley. Ambos nos paramos una fracción de segundo y luego empezamos a caminar más rápido simultáneamente.
—¿Un vendedor puerta a puerta? —mascullé.—No creo que sea una coincidencia.
—Ha estado esperando hasta que se fueron los polis —respondió Tresting .
El tipo del traje llegó hasta el porche y pulsó el timbre de la puerta. Cuando la Dra. Kingsley la abrió, Él echó mano dentro de la chaqueta del traje y yo ya tenía una arma fuera y apuntando antes de que viéramos que sólo le estaba enseñando una placa con un ID. Leena Kingsley nos vio por encima de su hombro en ese mismo momento.
—¿Qué pasa? —preguntó ella, llevando los ojos a un lado y otro entre la cara de Tresting y mi arma.
El Traje se giró, un tipo blanco larguirucho con una barba desaseada, y vio el cañón de mi recientemente adquirida Smith & Wesson en su cara. El tipo dio un paso atrás, levantando las manos inmediatamente.
—Señorita, por favor, baje ese arma.
Yo había pensado que el tipo me era familiar cuando se había girado, pero ahora lo reconocí definitivamente: el Sr. Voz Nasal, uno de los finos ejemplos de humanidad que había estado saqueando la casa de Courtney.
Oh, demonios.
Tresting cogió el portaplacas de cuero de la mano del tipo y lo sometió a escrutinio.
—¿FBI? —dijo Tresting
El hombre asintió. —Agente Finch. Ahora, por favor, baje el arma.
¿FBI? Eso no encajaba para nada, no con lo que yo le había visto hacer.
—No —dije, dudando.
—Vamos dentro. —dijo Tresting quien, o coincidía conmigo o quería presentar un frente unido.
Le gesticuló a Finch para que fuera delante de él y Leena Kingsley dio un paso atrás aprensivamente para dejarnos entrar. Yo miré atrás hacia la calle cuando entré, pero no había nadie agitado. Con suerte, nuestro pequeño numerito vaquero habría pasado desapercibido. Cerré la puerta con el pie detrás de mí. Tresting ya estaba cerrando las persianas del salón.
—Siéntate —le pedí a nuestro nuevo amigo.
Lo hizo hundiéndose sobre una silla tapizada y aún con las manos levantadas.
—¿Qué quieren? —nos preguntó calmadamente.
—Saber quién demonios eres, para empezar —le dije.
Podía ver los ojos de Tresting sobre mí, interrogándome. —Diez a uno a que la placa es falsa —le dije. —Ahora, ¿quién eres?
—Soy el Agente Especial Gabriel Finch —repitió el hombre. —Estoy aquí para hablar con la Dra. Kingsley...
—Regístrale —le indiqué a Tresting.
Él avanzó y cacheó al hombre rápida y eficientemente, encontrando un teléfono móvil en su bolsillo y una Glock en una sobaquera.
Glocks. ¿Porqué a todo el mundo les gustan las Glocks?
—Por favor, —interrumpió Leena Kingsley —¿Qué ocurre?
Tresting pasó junto a ella. —Me han atacado —le dijo aparte en voz baja. —Estaba preocupado por usted y Ned. ¿Está en la escuela todavía?
—Sí... sí. —Kingsley se acercó a Tresting, con la postura tensa mientras observaba mi careo con Finch. —¿Cree que no es quien dice?
—Es posible —dijo Tresting neutralmente, mirándome.
—Les aseguro que soy del Bureau Federal de Investigación —repitió Finch, mucho más tranquilo de lo que yo quería. —Ahora si baja el arma, estoy seguro de que podemos solucionar esto...
—Courtney Polk —le corté. —Delgaducha, pelo rizado. ¿Qué sabes de ella?
—Nada —dijo Finch con una cara de póquer por la que yo mataría.
Sonreí lentamente. —¡Anda!, ¿ves? Me acabas de mentir. Eso es una mala idea.
—No estoy mintiendo —dijo Finch pícaramente. —No tengo ni idea de lo que está hablando.
—Miss Polk mató al marido de su mujer —dijo Tresting, inclinando la cabeza hacia Leena. —Si tienes cualquier información sobre ella, este no es el momento para reservarla.
—Muy cierto —le dije. —No tendrás que preocuparte de que te haga unos agujeros. La Dra. Kingsley atravesará una pared con tu cabeza.
—Yo, uh… —empezó Kingsley miserablemente, su voz se perdió.
Eso me sonó totalmente erróneo, considerando lo incendiaria que había sido esa mañana. Por la esquina del ojo podía ver a Tresting observando su confusión. Extrañamente, también lo hacía Finch, el primer signo de aprensión que había mostrado en todo este tiempo.
—Por favor, termine, Dra. Kingsley —dijo el supuesto agente del FBI, su voz nasal sonaba tensa de pronto. La cara de Leena se tensó como si se sintiera acusada.
—Iba a llamarle a usted —le dijo a Tresting.
Él movió el brazo y tocó su codo para que continuara. —¿Sobre qué?
La Dra. empezó a girar su anillo de boda de un lado a otro en su dedo.—Yo… quiero cancelar la investigación.
¿Qué demonios? La Dra. Kingsley no abandonaría esta investigación voluntariamente...
—¿Qué ha pasado? —preguntó Tresting gentilmente.
—Nada —dijo Kingsley, despachándolo. —Es que... he estado pensando mucho hoy. Ya no puedo seguir con esto. —se irguió y se giró hacia Finch y hacia mí. —Quienquiera que sea, Agente Finch, si esto es sobre Reginald, hemos terminado. Me llevo a mi hijo y me mudo de regreso a Washington.
El Agente Finch se quedó blanco como una sábana.
—Será mejor que alguien empiece a explicarse rápido —declaré rompiendo el silencio. Como nadie habló, agité mi arma un poco. —Hey. Kingsley. Esta mañana nos arrancabas las cabezas a mordiscos diciendo que esto era lo más importante en el mundo para ti.
—Aquello fue... es... eso aún es,ella se debilitaba.—Pienso que eso tiene que cambiar. Yo lo necesito… por el bien de mi hijo. Por mi bien. No puedo seguir haciéndonos esto. —respiró profundamente.—Esto ha durado demasiado. Necesitamos reconstruir nuestras vidas, seguir adelante. Lo he intentado.
No me tragué aquello ni por un segundo.
—Dra. Kingsley —dijo Finch muy tenso —¿Puedo preguntar si ha tenido alguna visita hoy?
Se le arrugó la frente.—Um… dos oficiales de policía. Decían que había habido otra amenaza. He recibido un montón de amenazas desde el comienzo de esto. —no lo explicaba a nadie en particular.—Esa es una de las razones…
Tresting cruzó los brazos. —Doctora, la primera vez que usted recibió una amenaza de muerte, me llamó y me preguntó qué clase de escopeta comprar. Y luego me pidió que pinchase su teléfono y me dijo que esperaba que le llamaran para que se delataran de algún modo.
—¿Lo ve? Por eso tengo que parar esto —alegó ella. —Es una locura. Ha sido como una adicción. No puedo...
—Por favor, —interrumpió Finch. —¿Ha tenido hoy alguna otra visita?
—Bueno, usted, supongo. —ella miraba a Tresting como si pidiera ayuda, pero sus ojos no me decían nada. Agitaba las manos débilmente. —Ya está. Nadie más.
—Dra. Kingsley —dijo Finch. —Esto es muy importante. ¿Puede repasar su día entero para mí?
Sin obtener ayudar de Tresting, Kingsley me miró a mí. Yo le entregué un ligero encogimiento de hombros. Era enervante ver que Finch parecía haber tomado todo el control mientras aún le apuntaban con un arma, pero yo deseaba ver a dónde estaba yendo todo aquello.
—¿Mi día entero? —repitió finalmente.
—Usted vio a estas personas esta mañana, ¿sí? —dijo Finch, asintiendo a Tresting y a mí. —Puede empezar después de eso.
Ella nos miró de nuevo, como preguntándose cuando se había vuelto loco el mundo. —Bueno, yo llegué a casa y luego supongo que dormí un poco. Luego alguien llamó a la puerta... unos oficiales de policía... y hablé con ellos durante un rato y justo cuando se fueron llegaron ustedes.
—Aunque dijo que estuvo pensando mucho sobre todo esto hoy —dijo Tresting.
Su expresión cambió, la confusión dominó sus rasgos. —Sí. No. Eso es, sí, pero no... ha sido entre todo eso.
—¿Recuerda usted acostarse para dormir un poco? —preguntó Finch.
—Bueno, sí —dijo Kingsley. —Supongo que lo hice…? —parpadeó y apartó la mirada, sus palabras quedaron en silencio.
—Sigue usando la palabra —supongo —dijo Finch en un impulso.—¿Está segura, Dra. Kingsley?
Un rubor rojo empezó a subirle por el cuello.—No tengo que responder estas preguntas.
—Por favor, Doctora —dijo Tresting. —Coopere con nosotros. Algo extraño...
Ella enderezó su espinazo, recobrando algo de su fuego imperioso previo. —He dicho que he terminado. Lo siento, Sr. Tresting, pero esta loca cruzada ha acabado. Salgan de mi casa, por favor. Todos ustedes.
No sabía Tresting, pero yo no iba a irme hasta que tuviera algunas respuestas. Y pensaba que sabía quién podía dármelas. Me acerqué a Finch, agitando mi Smith & Wesson en su cara, justo entre los ojos. —Hey, tú sabes lo que está pasando aquí, ¿no?.
Finch respiró. —Por favor, saque esa arma de mi cara.
Yo dudé, luego bajé el arma. Tampoco es que la necesitara de todos modos. —Ahora, ¿qué infiernos está pasando?Él se mojó los labios. —Alguien a embaucado a la Dra. Kingsley. Eso es todo lo que tengo libertad de decir.
Que me maldigan si yo iba a dejarle pararse ahí. —¿Quién?
—Pítica —dijo Tresting.
Mi mano se tensó en el mango de la Smith & Wesson.
La moví despacio para tener una diana de nuevo pero, ¿quién era mi enemigo? ¿O qué?
—Lo repetiré —me dirigí a la habitación en su conjunto. —¿Qué demonios está pasando?
—Entrevisté hace tiempo al asistente del senador Hammond —dijo Tresting. —Lo conocí por Kingsley, por las notas de Reginald Kingsley. El senador decía lo mismo, casi palabra por palabra. El asistente recordaba que el senador decía que "suponía" que se había acostado. Y que más tarde había tomado una decisión totalmente contraria sobre un tratado de armas nucleares.
—De modo que alguien de Pítica le está diciendo a ella que diga esto —dije.
Tresting estaba observando a la Dra. Kingsley muy de cerca. —O algo así.
Kingsley se apartó de él. —¿Qué quiere usted decir? —Tresting no respondió.
—¿Qué dices tú, Agente Finch? —pregunté
—Desgraciadamente, esto tiene que saberse —dijo Finch. —¿Qué conexión tienen ustedes dos con la Dra. Kingsley?
—Desgraciadamente, esto tiene que saberse —le repetí como un loro y levanté mi arma de nuevo. —Tú sabes algo sobre Polk y sobre Pítica, ¿no es cierto? Vas a contárnoslo.
—Esto ha ido lo bastante lejos —dijo Kingsley. Su voz era firme de nuevo, con el fuerte carisma de autoridad, y era difícil de creer que no pensara lo que decía. —Salgan, todos ustedes o llamaré a la policía.
Tresting extendió los brazos y la cogió por los hombros. —Por favor, doctora. Hable conmigo. ¿Qué ha pasado hoy que le ha hecho cambiar de idea?
Ella se giró hacia él con la furia nublando sus rasgos. —¡Suélteme! Es decisión mía. ¡Mía, no suya ni de nadie más! ¿Cómo osa insinuar que alguien me ha convencido de ella?
—¡Porque no tiene sentido! —gritó Tresting. —Doctora, usted ha estado en mi oficina casi todos los días desde los últimos seis meses presionándome sobre este caso. Usted se movió por todo el país, le consiguió a Ned un guardaespaldas, por amor de Dios... ¿y ahora dice que se rinde?
—¡Exactamente por eso lo hago! Esta... esta obsesión está destruyendo mi vida. ¡Tengo que escapar de ella!
—Pero tenemos una pista ahora —discutí señalando a Finch. —Este tío sabe algo. Lo vi en la casa de Courtney Polk. ¿No quieres saber...?
—¡No!
La absoluta negación sonó por toda la habitación, incalificable y definitiva.
Algo resonó en mi memoria.
Kingsley respiró recuperando su compostura. —He terminado. Por favor, salgan ahora.
—¡Cielo Santo! —dije atónita.
—¿Qué pasa? —preguntó Tresting.
Le ignoré y me giré hacia Finch. —Vale, ¿qué tal esto? Si tú no nos dices lo que está pasando, te llevaré a algún sitio, te ataré y llamaré a alguien que puede hacer realidad tus peores pesadillas. —busqué sus ojos sin importarme que el terror creciera en mi interior y mi jaqueca hubiera regresado con un golpeteo atronador. —Entonces sí que vas a escupirlo todo.
—Espera —dijo Tresting con voz rápida y de pánico.—No lo hagas...
El hombre realmente tenía que hacer algo sobre su fijación con Rio.
—Deja de meterte en lo que no te llaman. No lo decía en serio. —yo estaba a punto de saltar por un precipicio y el vértigo era abrumador. Aquello era un poco como disparar a oscuras, pero yo tenía razón. Yo sabía que tenía razón.—Tengo un número de teléfono —le dije a Finch,—El de Dawna Polk.
Finch palideció.
Pensé que había palidecido antes, pero ahora toda la sangre se había drenado de su cara, como si hubiera sido succionada y le dejara tan gris como un cadáver detrás de su barba desaseada. Eso me desequilibró. Yo intentaba mantener mi bravata.
—No miento —presioné. —Te dejaré en algún sitio y la llamaré.
—No quieres hacer eso —graznó Finch. —No sabes con lo que estás lidiando.
—Oh, ¿en serio? ¿Por qué no me lo cuentas entonces, Sr. AE Finch?
El sudor había empezado a manar por su cara, exacerbando su tono gris. Llevó su mirada desesperadamente hacia Tresting, pero la expresión del DP era inescrutable.
—Le... yo puedo conseguirle una reunión con mi supervisor —ofreció finalmente. —Por favor. —yo empezaba a estar más que un poco enervada por su reacción.
El hombre estaba arrugado como cartón mojado.
¿Quién demonios era Dawna Polk? Cristo, me duele la cabeza.
—De acuerdo —le dije. —Vamos.
—Te vienes con nosotros. —añadió Tresting mirando a Finch. —Prepararemos un encuentro en un lugar neutral.
—Sí, de acuerdo, vale. —Finch sonaba tan desesperado que no me hubiera sorprendido si hubiera empezado a ofrecer amigos y familia como sacrificio humano para nosotros. —Podemos hacer eso.
Sonó el timbre de la puerta. Todos dimos un salto. Tresting fue hacia la ventana y espió por la persiana.
Maldijo en voz baja. —Polis.
Miré hacia Leena. —¿Puedes salir y decirles que no pasa nada?
Tresting negó con la cabeza. —Hay demasiados. Mierda. Ya piensan que pasa algo aquí dentro. Alguien debe de habernos visto sacar un arma.
Finch alzó una mano débilmente. —Me puedo ocupar de ellos.
Yo bufé, escéptica. —No me fiaría ni de que me dieras una tirita para un corte con un papel.Él dejó escapar una carcajada estrangulada sin humor en ella. —Créame cuando le digo que actualmente la estoy viendo como una cría jugando con un misil nuclear. Esto está por encima de mi escala salarial y no me importa quién empuñe el arma, pero no voy a dejar de vigilarla si puedo evitarlo. Incluso si es arrestada. —él extendió una mano hacia Tresting. —Mi placa, ¿por favor?
—¿Qué te propones hacer? —le demandé.
—Es muy libre de escuchar —me dijo cogiendo una octavilla sobre una pila de cartas encima de la mesa del café. Escribió OPERACIÓN ENCUBIERTA EN PROGRESO en la parte de atrás. La plegó dentro de su portaplacas y se giró, algo de su ecuanimidad previa había regresado. —Ahora, sugiero que todos permanezcan fuera de la vista.
Sin esperar nuestra respuesta, se movió hacia la puerta. Parecía que, o bien le dejaba intentar aquello, o las cosas se iban a poner violentas.
Normalmente estoy a favor de la violencia como respuesta fácil, pero con polis... joder.
Seguí con el arma en la mano y preparada, pero di unos pasos hacia atrás. El salón estaba separado del vestíbulo de la casa por un amplio umbral abierto. Me quedé en la esquina justo al otro lado de la arcada de la puerta, donde podría oír cada palabra.
Tresting llevó a Leena al lado opuesto del salón, donde también estaba fuera de la vista desde el porche.
Oí que desbloqueaba la puerta y la abría.
—¿Ocurre algo? —Su voz nasal tenía el tono de un dueño de la casa preocupado.
El poli de la puerta dudó demasiado tiempo. Yo le imaginaba tomando la placa de Finch y la octavilla escrita, tratando de descubrir lo que decir.
—Uh, hemos recibido un aviso de disturbio —oímos por fin. —¿Vive usted aquí, señor?
—Sí, vivo aquí. Uh, mi esposa me estaba gritando un poco hace un rato por romper unos platos. Quizá los vecinos lo hayan oído.
—Muy bien, señor —dijo el oficial. —Disculpe por haberle molestado.
—No hay problema, oficial. —yo podía oír gente moviéndose en el exterior.
—Que tengan todos un buen día —les despidió Finch y cerró la puerta. Volvió corriendo al salón. —Tenemos problemas —dijo. —Que alguien me devuelva el móvil, ahora.
Tresting entornó los ojos, pero hizo lo que le pedía.
Finch golpeó algunos números. —Índigo —le dijo al teléfono. —Solicito verificación, Departamento de Policía de los Angeles. Ocho cinco cero tres dos bravo. —se detuvo, luego añadió —Y Saturno. Redowa utilizada como amenaza. Quieren una reunión.
Chasqueé mis dedos en su cara. —Eh, corta el rollo en código, súper espía. ¿Qué pasa ahí fuera?
Se giró furiosamente. —Mira, niñita, pasa que están los SWAT ahí fuera. No se van a ir sólo por que les he saludado con una placa. Y mientras, tú y tu amigo jugáis como una pareja de críos con algo de lo que no tenéis ni idea y vais a conseguir que muera un montón de gente a menos que que yo limpie vuestro desastre, así que, ahora sería un buen momento para estar callada. —se giró de vuelta a su teléfono. —Sí, señor. Sí. Ninguna objeción. Se lo haré saber. Gracias, señor.Colgó el teléfono y le di un puñetazo.
—¡Pero qué demonios te pasa! —gritó Finch. Su nariz era una fuente de sangre. Empezaba a mancharle todo el traje.
—Eso ha sido por llamarme niñita —le dije. —Y cambiando de asunto, claramente tienes como una especie de superpoderes para mover los hilos, por eso ya no estoy muy preocupada por esa policía de ahí fuera. Como dijiste, es tu desastre ahora, tienes mi beneplácito. Con lo que estoy preocupada es que te piensas que este juego lo diriges tú. No es así. Así que te agradecería que te dirigieras a mí como la altamente armada persona que soy.
Finch me miró tratando de restañar su nariz sangrante.
Tresting me tocó el brazo. —Eso no nos ha llevado a ningún lado —me susurró.
—Quizá —le dije.— Pero, qué bien me he quedado.
Tresting negó con la cabeza hacia mí, la reprimenda me hizo sentir cierto resentimiento. Él no tenía autoridad para decirme cómo comportarme. Este juego no era suyo tampoco.
—Que todo el mundo se calme —dijo Tresting a la habitación. —Una crisis cada vez. Averigüemos de qué va todo esto. —sacó su teléfono y pulsó un botón. Tan pronto como alguien atendió, dijo —Estamos en la casa de los Kingsley. Todo está bajo control, pero me gustarían algunos datos.
Hubo una ligera pausa y luego la persona en el otro extremo maldijo copiosa y creativamente lo bastante alto para que todos pudiéramos oírlo por el altavoz. Tresting hizo una mueca y apartó un poco el teléfono del oído.
—He dicho que todo está bajo control. —intentó insistir sobre la letanía de Inspector. Tresting nos miró y dijo —Ahora mismo vuelvo —fue hacia el vestíbulo y entró en la cocina de Leena, tratando de entender las palabras a distancia.
No cerró la puerta y se le podía ver apoyado sobre el mostrador desde el salón. Me pregunté si quería mantenerme vigilada para asegurarse de que no se me ocurría dar más puñetazos. Los demás quedamos incómodamente allí de pie y traté de no pensar en Dawna Polk y en lo que le podría haberle hecho a Leena Kingsley.
En lo que podría haberme hecho a mí. Joder.
Mi cabeza latía como si alguien me hubiera tirado un cubo de hielo por la espalda. Finch aún estaba sangrando sobre la alfombra de Kingsley.
—¿Quiere una toalla? —preguntó ella dudando.
—No quiere —le dije yo.
La Dra. Kingsley se acercó a la ventana y espió por los agujeros de la persiana.—Parece que la policía se marcha.
Yo la estudiaba. Ella caminaba, hablaba y funcionaba como un ser humano normal. Pero claro, yo también había funcionado así.
—¿Vas a llamarles para que vuelvan después de que nos marchemos? —le pregunté.
Ella negó con la cabeza sin mirarme a los ojos. —Sólo quiero que no me molesten de nuevo. Quiero acabar con esto.
Pítica nunca quiere una investigación, recordé.
No podían someter a Leena Kingsley con amenazas. Matarla para mantenerla callada podría haber llamado la atención sobre la muerte de su marido. De modo que alguien le había hecho otra cosa para silenciarla. Algo que parecía haberle hecho cambiar de idea por su propia voluntad.
Algo que Dawna Polk también me había hecho a mí en la cafetería cuando me preguntó dónde iba.
¿Drogas? ¿Hipnosis? ¿Estaba yo bajo su influencia?
Yo tenía la sensación de que Finch lo sabía. Y me lo iba a contar por las buenas o por las malas. El hecho de que Pítica hubiera actuado ahora me asustaba. Kingsley llevaba meses en esta cruzada... ¿y hoy había decidido de pronto despedir al DP que ella misma había contratado y rendirse? Venga ya, quizá la investigación de Tresting había empezado a acercarse a algo importante, pero Tresting tenía razón: todo esto estaba sucediendo desde que habían empezado a ir conmigo. Dawna me había atacado al ir tras Courtney y en la carretera hacia Camarito y yo sería tonta si no asumiera que no me estaba fijando como objetivo ahora.
Sólo que yo no sabía el porqué.
Tresting volvió al salón, cerró su móvil y le entregó a Finch un rollo de toallitas de papel, que lo cogió torpemente y empezó a limpiarse la cara.
—¿Qué pasa? —le pregunté.
—Problemas. —dijo Tresting, dudó y miró a Finch antes de continuar, pero probablemente decidió que este tipo tenía bastantes contactos para averiguarlo todo él solo, de todos modos. —Resulta que los vecinos no han visto nuestro baile del rehén. Los polis que estuvieron aquí antes volvieron a la comisaría y vieron retratos robot de dos sospechosos de un brutal homicidio múltiple en un edificio de oficinas. Sucede que recordaron haber visto en una camioneta a dos personas sospechosas de similar parecido a los bocetos en la dirección de la que acababan de informar. Te dije que no te apartaras —añadió hacia mí.
—Espera ¿todo esto es por mi culpa, señor Informemos De Todo A Las Autoridades Pertinentes?
Me disparó una expresión de velado disgusto. —La buena noticia es que no nos han identificado, sólo tienen bocetos de la descripción del tipo del vestíbulo del edificio. —se giró hacia Leena. —Doctora…
—Ya se lo he dicho a tu nueva amiga, no voy a decir nada más. —ella sonaba exhausta. —Haz que todos se vayan, por favor —él vaciló, luego asintió.
Yo supuse que no había gran cosa que él pudiera hacer sino confiar en ella.
—Supongo que es mejor navegar mientras hay buen viento —le dijo a Finch y a mí—. ¿O es que los polis van a descubrir que no eres un verdadero agente del FBI y volver? Fue el turno de Tresting de recibir miradas siniestras.—Tomare eso como un ‘tal vez,’ —dijo el DP, imperturbable
Se acercó y tocó a Leena en el hombro. —Doctora. Si necesita algo, cualquier cosa que se le ocurra o si empieza a notarse… no sé, extraña, o si algo la asusta... llámeme, ¿vale?
Ella pareció recomponerse ligeramente. —Se… lo agradezco. Por apoyarme mientras lo hizo. Quizá pueda relajarse ahora también.
Y quizá las vacas vuelen, pensé. Tresting nunca iba abandonar este caso, tanto si había un cliente activo como si no. Pareció que iba decirle algo a Leena Kingsley, pero al final sólo asintió con la cabeza una vez antes de dejarla. Comprobó la situación por la ventana para asegurarse de que la costa estaba despejada y luego abrió la puerta delantera.
—Vale, amigos, salgamos todos andando de forma normal —nos murmuró mientras le seguíamos.
Considerando que nos habían pegado a todos en la cara recientemente, tendríamos que haber presentado todo un panorama, pero los vecinos cotillas parecían haber vuelto a sus casas. Tresting iba delante y yo detrás, vigilando a Finch por cualquier movimiento inesperado. Él estaba ocupado poniendo un grupo de toallitas de papel en su nariz y no parecía muy inclinado a intentar nada raro.
—Iremos en mi camioneta —dijo Tresting.
—Mi coche sólo tiene aparcamiento para dos horas —protestó Finch con voz apagada. —Deje que...
—Oh, Dios mío, una multa de aparcamiento no te va matar —dijo Tresting, convirtiéndose oficialmente en mi nueva persona favorita. —Ahora, entra.
Embutimos a Finch y a su nariz cubierta de sangre entre nosotros.
—Entiende algo —le dije a mientras Tresting ponía la camioneta en marcha. —Vas a mantener las manos a la vista en todo momento. Soy más rápida que tú, soy más fuerte que tú y la mano que ves bajo mi abrigo está sobre un arma que te está apuntando. Si intentas cualquier...
—Sí, sí, capto el mensaje —gruñó.
—Bien. Me alegro que estemos todos en la misma página.
Mientras conducíamos, Tresting le indicó a Finch que llamara a sus superiores por el teléfono quemado y lo pusiera en altavoz.
—Hablaré yo —dijo el DP en un tono que no sugería discusión. La voz que emanó del móvil era la de tranquilo basso con carisma y lo reconocí de inmediato como el jefe de Finch en el saqueo de la casa de Courtney. —¿Puedo preguntar con quién estoy hablando? —inquirió la voz.
—No, no puedes —dijo Tresting y siguió dando direcciones detalladas hacia un área de pícnic en el Parque Griffith.
—Puede llevarme algún tiempo llegar allí —advirtió el hombre.
—Una pena —dijo Tresting —puesto que sólo esperaremos media hora. Te veo pronto.Tresting asintió hacia mí y yo pulsé el botón de terminar la llamada. Estábamos girando por las calles adyacentes al parque para entonces y Tresting paró en la zona de aparcamiento.
—Vamos andando desde aquí.
Él guió el camino por una carretera en espiral hacia el parque. Animada gente paseaba y los corredores pasaban a nuestro lado con frecuencia, la mitad de ellos con enérgicos perros y la mayoría de ellos en equipo atlético espantoso que parecía el uniforme escogido por los activos Californianos del Sur. Nuestro estado actual recibía casi siempre una segunda mirada de los curiosos, particularmente hacia la obvia nariz sangrante de Finch, pero como verdaderos Angelenos, todos decidían ocuparse de sus propios asuntos. Llegamos a una gran zona de pícnic con mesas rojas de piedra, escasamente poblada por una extraña familia que peleaba por snacks y sándwiches. Tresting guió el camino hasta una mesa alejada e hizo gesto para sentarnos. Finch se sentó y yo pasé sobre la mesa para encarar el camino opuesto a Tresting y vigilar sobre sus cabezas para escanear el área arbolada detrás de la zona de pícnic, mi mano siempre bajo mi chaqueta. El martilleo en mi cabeza no se había ido, pero me forcé plenamente a ignorarlo.
Unos veinte minutos después de llegar, Finch se despejó la garganta. —Ahí está.
Traté de mantener mi mirada tan amplia como pude mientras me giraba para captar al tipo con mi visión periférica. No lo habría reconocido de inmediato con sólo un vistazo en la casa de Polk. Esta vez vestía casuales pantalones vaqueros y sudadera y no parecía fuera de lugar en el parque. Combinaba su apariencia como un blanco de cincuenta en buena forma, aunque no lo bastante atractivo para girar la cabeza de nadie. Era, en todo sentido, alguien que podía pasar totalmente desapercibido. Mantenía sus manos fuera de los bolsillos y ligeramente apartadas del su cuerpo mientras se aproximaba.
Hombre listo. Tresting se levantó cuando él llegó a la mesa.
—Sr. Tresting —dijo el hombre como saludo.
Miré astutamente a Tresting, pero él ya estaba asintiendo para concederse el nombre.
—Pensé que no tendrías problema con eso
—Tu identidad fue bastante sencillo de deducir. La de tu socia, sin embargo… —me extendió una mano. —¿Puedo preguntar a quién tengo el placer de dirigirme?
Yo bufé —Lo puedes preguntar. ¿Y quién eres tú?
—Llámame Steve.
Al menos mostró obviamente que era un alias.
Yo sacudí mi cabeza hacia Tresting. —Bueno, Steve. Ahora que ya sabes quién es, ¿vas a darle problemas a Arthur?
—Bueno, supongo que eso depende.
—¿De qué?
—De si vosotros dos tenéis intención de darme problemas a mí. —se sentó apoyando las manos encima de la mesa de pícnic deliberadamente... y sobreactuando, en mi opinión.
—Dejadme ser franco. No me podía importar menos los problemas con la policía en los que vosotros dos os habéis metido. Sería un desperdicio de mi tiempo tener problemas con las fuerzas de la ley locales en sus gordianas prácticas investigativas. Eso está bastante por debajo de mis interés. Sin embargo, me importa muy mucho cualquier relación que podáis tener con la organización conocida como Pítica.
—¿Por qué? —dijo Tresting.
—Antes de que pueda responder a esa cuestión, debo saber el grado de implicación que tenéis con sus agentes.
Tresting entornó los ojos. —De acuerdo —dijo tras la indecisión del momento. —Tengo la sensación de que vas a saber todo esto tarde o temprano de todas formas, así que podría contarlo. Me contrató la Dra. Leena Kingsley para investigar la muerte de su marido. Me caí en el agujero de la madriguera del conejo y aquí estoy.
Steve se giró hacia mí. —¿Y tú?
—Yo le ayudé a caerse —le dije.
—Me temo que eso no es suficiente.
—Ella es la que me dijo que llamaría a Dawna Polk —se chivó Finch aunque, con su nariz sangrienta, el nombre sonó más como Dada Po. —Me amenazó, Jefe. Lo sabe.
¿Sé qué?
—Algo por el estilo entendí de tu mensaje —le dijo Steve a Finch.
Se giró para fijar su atención en mí de un modo que me hizo querer darme la vuelta y correr... después de dispararle.
—Bueno. O eres uno de los agentes de Pítica, o verdaderamente no tienes ni idea con lo que estás lidiando.
Sentí los ojos de Tresting cambiar hacia mí. —No trabajo para Pítica —le dije, más para beneficio de Tresting que por la agencia de nuestros amigos. —De hecho, intentaron matarme.
—Y ahora no solamente sabes el número de la misma Dawna Polk, sino que sabes que ella es peligrosa. Una combinación de conocimientos que te hace muy, muy especial.
—¿Por qué?
El hombre que se llamaba a sí mismo Steve dudó muy deliberadamente. Yo empecé a pensar que el tipo practicaba delante de un espejo ser deliberado.
—Porque la gente que habla con Dawna Polk sólo ve lo que ella desea que vean.
—Ya, bueno, claramente no soy la única que ha descubierto eso. Tú y tu pequeña banda parecen saber exactamente de qué va ella.
—Porque no he hablado con ella. —La ligera brisa del parque de pronto pareció muy fría.—Tampoco lo ha hecho el Sr. Finch —continuó Steve. —Así como, rezo a Dios, que ninguno de las personas que trabajan con nosotros porque, si lo hicieran, ya estaríamos perdidos.
—¿No confías en tu propia gente? —le pregunté con la boca seca.
—No es un asunto de confianza —me dijo. —Dawna Polk es… a falta de una palabra mejor, lo que uno podría llamar una telépata.
Hubo un momento de silencio. Luego se me escapó una carcajada. —Te estás quedando conmigo.
—Te aseguro que no.
—Eso es ridículo. La telepatía no existe —le informé.
—Por favor, explicate —dijo Tresting.
Steve abrió la boca y el golpeteo en mi cabeza resurgió... esta vez junto a un visceral terror frío. Más que nada en el mundo, yo no quería que lo explicase. Quería reírme de él y llamarle idiota, porque lo que él estaba diciendo no tenía sentido, aquello no podía tener sentido... mi cuerpo quedó tenso. Yo tuve que aguantarme para no carcajearme en su cara y dejarlo plano antes de que pudiera hablar o, si eso fallaba, ponerme las manos en los oídos y canturrear en voz alta, porque no quería saberlo...
—Algunas personas nacen en este mundo con ciertos talentos —dijo el barítono Steve tan calmado y deliberado como siempre. —Personas que son… uno podría llamarlas genios emocionales. Con brillante carisma en el extremo de la curva de Gauss. Bajo circunstancias normales, algunas se convierten en los hombres de negocios de más éxito. Otras son artistas. Otras estrellas de cine o líderes cultistas o los políticos más grandes de su tiempo. Creedme cuando os digo que solamente un puñado de gente de cada generación tiene esta capacidad al nivel del que estoy hablando.
No. Yo no iba a tomarlo en serio. No me importaba lo emocionalmente adepto que alguien fuera. Ella aún era humana. Asignarle un sobrenatural poder mental era tan extravagancia imposible que...
—Entró en los prodigios de la tecnología —continuó Steve. —Alguien, en alguna parte, encontró un medio de refinar esta capacidad y afilarla. Nosotros no sabemos cómo. Antes, una persona como Dawna Polk podía haber tenido el potencial de liderar naciones e inspirar a millones. Ahora, ella ha sido alterada. Mejorada. Puede observar el más ligero movimiento de tu cara, captar la más pequeña aceleración de tu respiración, frasear una pregunta en exactamente el modo correcto y si ella lo lee a partir del tirón de tu ceja o te delatas voluntariamente, ella sabrá exactamente lo que estás pensando. Más que eso, con cada idea que ella planta en tu cerebro, caminarás confidencialmente por el mundo, determinado a que ellos son de los tuyos. Ella es, a todo efecto y propósito, una telépata, capaz de tomar cualquier información que tú sabes y modelarte a su voluntad en cualquier forma que ella desee. Por lo que sabemos, sus habilidades son absolutas y no existe defensa.
Absurdo, me dije a mí misma, tratando de ignorar el goteo de sudor frío en la nuca. Aquello era absurdo. Respiré hondo para negar su historia categóricamente, para anunciar ni completo escepticismo sobre algo tan fantástico.
Pero entonces, algo en el fondo de mi cerebro hizo clic y el mundo dio vueltas, quizá girando bocabajo o quizá aclarándose instantáneamente hacia una nitidez imposible…
No tenía ni idea de lo que sabía o por qué, pero alguna profunda chispa en mi memoria, quizá en la red subconsciente de conocimientos interrelacionados que nosotros llamamos instinto, había conectado y encajado y, que Dios me ayude, pero le creí. Más que creerle: sabía con fría certeza que tenía razón.
Dawna Polk era una jodida psíquica. Joder.
—Eso es Pítica —concluyó nuestro narrador. —Ellos contratan a otros agentes también, por supuesto, que han sido tan indoctrinados por aquellos con estos poderes mentales que son seguidores más fanáticos, pero la gente como Dawna Polk son el corazón de lo que hacen. Nuestra organización se opone a ellos. Te cuento esto porque necesitas una comprensión básica de nuestro dilema aquí.
—¿Qué dilema? —dijo Tresting.
Steve extendió los dedos, presionando la superficie de la mesa de piedra. —La única razón por la que es capaz de existir es que Pítica no sabe lo que nosotros hacemos. No pueden saberlo. Hemos conseguido mucho contra ellos tomando rápidas y meticulosas medidas contra cualquiera que pudiera delatarnos.
Oh, mierda. me enderecé en el sitio, cada terminación nerviosa disparaba un estado de alerta.
—Vosotros, o como objetivos de Pítica o como gente que ha… interactuado… con ellos... —la boca de Steve se retorció en esa palabra... —sois un obvio inconveniente para nosotros, ahora que sabéis de nuestra existencia.
Su tono tranquilo no había cambiado. De hecho, hablaba como alguien al que le importa un pimiento que hubiéramos escogido esta reunión y esta localización, al que ni siquiera le importaba si nos íbamos caminando por el parque hoy, porque daba igual donde fuéramos, dispensando el peligro que presentábamos, tan trivial para él como apartar una mosca molesta de su brazo. Mi mano se tensó en mi arma bajo el abrigo y Tresting se movía intranquilo a mi lado, equilibrándose sobre la hierba. Si surgía una pelea aquí y ahora, ganaría yo, pero matar a Steve no significaba nada.
¿Quién más de su organización estaba aquí? ¿Hasta dónde llegaban?
—No obstante —continuó Steve, girando su foco sobre mí —es también del mayor interés para nosotros saber cómo conseguiste escapar ilesa de Dawna Polk con el conocimiento de que ella no era quien representaba. Eso es... asombroso, en una palabra. Casi increíble. Sería un gran activo para nuestra tarea si pudiéramos descubrir cómo fuiste capaz de tal cosa. —se inclinó hacia adelante sobre los codos, juntando sus dedos y hablándome por encima de ellos. —Si aceptas cooperar con nosotros plenamente, en todos los sentidos, te ayudaremos; y también al Sr. Tresting y a cualquier persona que haya estado envuelta en esto contigo: para desaparecer y empezar una nueva vida donde quieras.
—¿Entregando nuestros datos, entonces? ¿Sin quid pro quo? —le hablé en tono más tranquilo que como me sentía. —¿Y si no queremos entrar en tu demente programa de protección de testigos?
—Por favor, créeme cuando te digo que si ves a Dawna Polk de nuevo, te entregarás a ella. Sabiendo eso, ¿qué esperas que hagamos? —él extendió las manos, como diciendo, lo siento pero, ahí lo tienes. —La oferta para ayudarte a desaparecer es generosa sobremanera. Serás retirada completamente de la civilización y supervisada por algunos de los nuestros de forma constante para evitar cualquier intento de contacto con Pítica bajo alguna sugerencia integrada por ellos. Aunque supone un consumo inefable de nuestros recursos y no es generalmente una oportunidad que nosotros expidamos. Te sugiero encarecidamente que la aceptes.
—Normalmente sólo los matáis, ¿eh? —dijo Tresting.
Sonó brusco pero las palabras crujían en los bordes y ya lo conocía lo suficiente para oír el ultraje bajo su tono casual.
—Nosotros no tomamos riesgos. Nunca. —la cara de Steve se tensó, su mandíbula latía. —Nosotros existimos en el subterfugio y la oscuridad. Sólo actuamos cuando se fuerza nuestra mano.
—Todo unos caballeros. —dijo Tresting.
Steve apoyó las manos sobre la mesa. —Nos contaréis lo que sabéis sobre Pítica y desapareceréis —nos informó con su calmado tono carismático tan ominoso como un toque a muerte de difuntos.—Si lo hacéis voluntariamente o no, es decisión vuestra, pero ambas cosas sucederán, de un modo u otro.
—Uau —le dije. —Vosotros y Pítica os merecéis unos a los otros.No me había emocionado todavía, pero la adrenalina se estaba bombeando hacia mi cerebro, desconectando las revelaciones sobre Dawna Polk para tratar con ella más tarde y concentrarme en cómo escapar vivos de nuestra situación actual. Lo más inteligente podría haber sido aceptar su oferta y seguirle el juego, descubrir lo que pudiéramos y luego escapar de la prisión que ellos llamaban protección. Pero yo era horrible mintiendo... y además, no tenía buenas vibraciones sobre nuestras probabilidades una vez ingresáramos bajo su custodia.
La siguiente solución obvia era neutralizar a los dos hombres y correr. Pero en cuanto lo hiciéramos, ya no podríamos dejar de correr. Tendríamos que esquivar los puntos de mira de esta organización para el resto de nuestras vidas.
¿Podíamos tomar a Finch y a su jefe como rehenes y usarlos para negociar nuestro borrado en la lista de objetivos? Desafortunadamente, yo tenía la distinguida sensación de que sus patrones tenían una amplia definición de perdidas aceptables que llegaba incluso hasta los suyos. Apreté la mandíbula y el metal de la Smith & Wesson se clavó en la palma de mi mano.
Tenía que haber una mejor opción. Tresting tenía su cabeza inclinada, aún con apariencia casual. —Estoy pensando que sois un grupo internacional —le dijo a Steve. —Una unión para proteger la dinámica energía global de la influencia de Pítica, o algo así. Fuera de la red, ni siquiera respondéis a las personas que os ponen en esta cruzada vuestra. ¿estoy en lo cierto?
—Me temo que no puedo decirte nada más sobre nosotros, aunque aceptes nuestra oferta. —dijo Steve, aún demasiado tranquilo —Cuando menos sepas, menos serías capaz de entregar. Bueno, debo tener una respuesta.
—Bueno, ¿ves?, eso es un problema —dijo Tresting y sentí una oleada de buena voluntad hacia él.
¿Tenía acaso un plan?
Quizá este trabajo en equipo no resultara tan malo después de todo.
El hombre llamado Steve suspiró. —Por favor, no haga esto más difícil, Sr. Tresting. No sea un hueso, esto ni siquiera es decisión suya.
—Oh, tengo un problema, también —le dije inmediatamente. —Justo aquí. Problema. Si buscas "problema" en el diccionario, encontrarás una fotografía mía apuntándote con un arma en la cabeza, que es lo que estoy considerando hacer en unos tres segundos.
—¿No he sido lo suficiente claro? Si no...
—Oh, has sido perfectamente claro —dijo Tresting. —Perfectamente. Pero, hay un problema. Uno pequeñito, resulta que... tengo a un tipo en el exterior que sabe todo lo que nosotros sabemos, incluyendo el encuentro con el Sr. Finch de aquí. Si él no sabe nada de nosotros, bam, todo se hace público. Todo. Incluyendo a tu gente.
Steve se movió en el asiento. —Estás mintiendo.
—¿Y tú estás dispuesto a correr el riesgo? —dijo Tresting.—Si empiezas a mostrar el nombre y la cara de Dawna Polk abiertamente, nosotros seremos el menor de tus problemas. —La ominosa inflexión en la voz de Steve se había oscurecido, era más mortal. —Además, el Sr. Finch ha estado contigo desde que descubríste nuestra relación. Nunca tuviste una oportunidad...
—Hizo una llamada de teléfono, Jefe —interrumpió Finch con un respingo. —Y ella me identificó en la casa de Courtney Polk. Es posible que nos hayan cogido ahí.
Su jefe le lanzó a Finch una mirada que prometía repercusiones posteriores y tomó aire profundamente antes de moderar su tono. —Te dije que nuestra oferta se extiende a la gente con quien has estado trabajando. Créeme, quienquiera que sea, podemos encontrarle también y puede desaparecer con vosotros dos... del modo que elijáis.
Ignoré el verdadero miedo que se asentaba en el fondo de mi estómago y decidí seguir la otra sensación visceral que me decía que saliera de allí ahora.
—Suena que da miedo —le dije al tipo cuyo nombre no era Steve, complacida por lo despreocupada que conseguí sonar. —Pensaremos en cómo ayudarte, pero es seguro como que arde el infierno que no va a ser en esos términos. Nosotros ya tenemos tu número de teléfono... no nos llame, ya le llamaremos. —le dije.
—Estás cometiendo un error.
—Si me dieran un dólar cada vez que alguien me dice eso —medité. —Y ahora, adiós —miré hacia Arthur pero, por una vez, parecíamos estar en completo acuerdo.
Salté de la mesa de pícnic y nos alejamos lentamente marcha atrás. Finch y su jefe nos observaron sin moverse de la mesa. Su tranquilidad era enervante. Implicaba que no habían estado preocupados.
Nos encaminamos hacia la carretera. Yo vi un grueso palo nudoso al lado del pavimento y lo recogí, girándolo experimentalmente. Miré hacia atrás.
Perfecto.
La zona de pícnic estaba casi fuera de vista. Nadie aquí en el camino descubriría a alguien que lanzase una rama y nadie allá en el otro lado me conectaría a mí con ella. La giré una vez más para acumular la correcta aceleración centrípeta y la dejé volar. En la zona de pícnic, apenas visible ahora, el extremo de la rama golpeó la sien de Finch y rebotó con el ángulo exacto para impactar a su jefe en el oído. Ambos cayeron al suelo.
—Podría darnos algo de tiempo —le dije a Arthur, que empezaba a poner esa mirada asustada de mi-ventana-tenía-barras de nuevo.
Sus ojos bajaron hasta mi pecho y se abrieron como platos antes de decir —Oh no.
Bajé la vista para ver el puntito rojo de una mira láser danzando allí.
—Oh. Demonios.
—Por favor, vengan con nosotros —dijo una sosa mujer que apareció con un hombre igualmente soso justo a nuestro lado.
—¿Miras láser? ¿En serio? —le dije a ella disgustada. —¿Qué esto, una peli de acción de serie B?
Ella sonrió ligeramente. —Están más por ustedes que por nuestra gente. Un incentivo para que nos acompañe, si lo desea. Estoy segura que les han explicado que preferimos no matarles.
—Es que cuesta tanto tomaros en serio ahora —le dije.
Yo sentía la brisa en mi mejilla y calculé la velocidad del viento. Las trayectorias daban vueltas en mi cabeza. Asumiendo que los francotiradores estuvieran situados correctamente… Disimuladamente, mecí mi peso hacia atrás. La brillante luz roja tardó varios segundos en corregirse.
—Creí que ya habíamos resuelto esto con tu jefe —dijo Tresting. —No vamos a lugar alguno y si intentas obligarnos, las cosas se van a poner feas para vosotros. Me pareció que tu jefe lo había entendido.
—No nos dio la señal para dejarles marchar.
Tresting me miró enfadado.
—Ups —le dije. —Culpa mía.
—Preferiríamos que vinieran voluntariamente con nosotros, sin embargo, he sido autorizada a tomar alternativas —nos informó la mujer.
—Tengo una alternativa —le dije. —Dile a tus francotiradores que se retiren y vivirán.
Tresting y yo recibimos un punto láser adicional uniéndose al primero.
Dos para cada uno de nosotros. Genial..
—Recomiendo que vengan conmigo —dijo la mujer.
Ella no tenía arma visible, pero su ropa casual podría haber estado ocultando una y lo mismo valía para su compañero. Ambos permanecían con el peso equilibrado y su manos libres. Estaban preparados para una pelea. Por supuesto, yo también. Las últimas horas no habían sido sino subterfugios y conspiraciones y profundos secretos y oscuras amenazas. El hecho de que por fin tuviera un enemigo apuntándome con un arma de nuevo era glorioso.
Aquel era un enemigo que yo podía combatir.
Eché un último vistazo a la danza de los cuatros puntos láser. Para el observador cercano eran elipses ligeramente elongadas y el ángulo de su proyección se resolvió automáticamente ante mí, se extendía hacia arriba infaliblemente. Cuatro líneas de miras telescópicas hacia cuatro francotiradores.
Excelente.
Confié en que algunos de los payasos delante de nosotros tuviera una cámara de alta velocidad porque, de lo contrario, se iban a perder una hazaña espectacular.
—Bueno, te lo advertí —le dije.
Deslicé hacia atrás un pie y eché las manos hacia mi cuerpo por debajo del abrigo. Desenfundé antes de que nadie pudiera reaccionar y disparé dos disparos con cada mano. Los puntos rojos desaparecieron de nuestros pechos. Uno de los transitorios paseantes gritó. Se armó el Pandemónium. La mujer y su compañero trataron de sacar sus propias armas, pero nunca tuvieron una oportunidad. Tresting le dio a la mujer un tremendo uppercut que la tumbó como un saco de patatas y yo llevé el arma de mi mano derecha hacia el hombre y disparé, pero la arma no funcionó, así que lancé una patada giratoria y le impacté en la cara. Grité a Tresting y le di un empujón con el hombro para empezar a correr por la pista del parque. Los peatones chillaban a nuestra espalda... alguien pedía ayuda a gritos, otro llamaba a la policía.
Grité a para que Tresting me siguiera a través del bosque. Enfilé una trayectoria en mi mente con la información espacial que recordaba de nuestra llegada y avanzamos sobre hojas secas por un atajo hacia la zona de parking por la que habíamos pasado. Al menos, confiaba que estuviéramos yendo hacia la zona de aparcamiento... mi memoria no era perfecta, pero podía estimarlo. Tracé líneas y ángulos a través del bosque y sí, ¡allí!.
Nos encontrábamos entre los coches.
Guardé las armas bajo mi chaqueta y corrí hacia una furgoneta con generosas ventanas tintadas. La robé tan rápido que, para cuando Tresting se reunía conmigo, la puerta del pasajero ya estaba abierta y el motor se encendía vibrando. Aceleré por la calle hacia la salida del parque incluso antes de que él hubiera cerrado la puerta y traté lo mejor que pude de conducir tranquilamente a pesar del martilleo de mi pulso cardíaco a ciento sesenta y tres latidos por minuto (bueno, fueron ciento sesenta y tres punto cuatro, pero, ¿quién estaba contando?).
Por segunda vez en ese día, paramos para dejar a la policía pasar aullando en su camino hacia el parque. No empecé a respirar normalmente hasta que estuvimos junto al tráfico en Los Feliz y nos dirigíamos a la autovía.
La noche caía y encendí los faros de la furgoneta mientras nos fusionábamos con el tráfico de la 5. Junto a mí, Tresting hacía una llamada rápida para dejarle un mensaje a Leena Kingsley. Le dijo que no pensaba que ella estuviera en peligro, pero los riesgos estaban aumentando y tal vez debiera marcharse por si acaso. Tecleó un par de mensajes de texto antes de quitar las baterías de su smartphone y el teléfono quemado que habíamos usado para llamar al jefe de Finch.
Tipo listo.
Mi teléfono ya estaba desmontado en mi bolsillo, aunque sólo Tresting, Inspector, y Río tenían el número.
Menos rastreable es siempre mejor.
—¿De verdad le contaste a Inspector lo de Finch? —le pregunté.
—Le pedí que comprobara el nombre, eso es todo.
Me reí. —Buen espectáculo montaste.
—Me aseguraré de que se de prisa. Parece una buena póliza de seguros e Inspector es meticuloso. No le resultará fácil superarlo. —él hizo una pausa y su voz se hizo grave. —Por supuesto, no tengo toda la historia.
Me sentí un poco mal por eso. —Llevé a Courtney a su casa para coger un dinero. —le expliqué. —Un montón de hombres en traje estaban buscando algo. Dos eran Finch y nuestro amigo Steve.
—¿Encontraron lo que estaban buscando?
—Creo que no. Pero así es como supe que no era un federal... no me pareció exactamente que fuera un procedimiento del FBI. Además, uno de los tipos era británico y Finch tenía un acento distinto también. Solo empezó a sonar americano cuando nos encontramos en la casa de Kingsley.
—Sí, me pareció que no era americano —dijo Tresting. —No paraba de usar la palabra móvil para su teléfono celular. Supe que tenías razón sobre él por eso.
Fruncí el ceño. —¿Tan raro es? Yo digo móvil a veces.
—Ya me he dado cuenta —dijo Tresting, sin elaborar. Cambió de tema. —¿Y lo de Dawna Polk?
Las cartas sobre la mesa, supuse.
Dawna Polk… hasta la idea de su nombre era suficiente para agarrotarme amargamente la garganta y para que mi estúpida jaqueca empezara a pulsar de nuevo.
Tragué. —Ella me hechizó la última vez que hablamos. Le conté exactamente mi próximo movimiento y ni siquiera me di cuenta.
—Pero llegaste a descubrirlo después.
—Sí. Me costó mucho. Río me conocía lo bastante para verlo y sugerirlo hasta que pude atar cabos de que algo iba mal. —vacilé, luego añadí —Ella me montó un numero. Me tenía completamente convencida de que era inofensiva.
—No mencionaste nada de esto antes.
—Bueno, no. Estaba avergonzada. Pensaba que me había drogado. No empecé a reunir las piezas hasta que hablamos con Kingsley.
—Pero reuniste las piezas. Parece que nuestros amigos nuevos creen que eso es un hecho improbable.
Fruncí el ceño de nuevo, observando la carretera. —Ellos dicen que es cierto, no sé por qué iba a ser yo capaz de eso. O cómo. Todo lo que sé es que resistirse a ella parece incluir un efecto secundario de jaquecas crónicas. —hice una pausa. —Y por eso, definitivamente no querría hablar con ella de nuevo.
Tresting se reclinó y digirió eso. Yo me sentía como si me deprimiera a mí misma. Todo aquel asunto superaba todo con lo que yo lidiaba normalmente. Teníamos otra organización global persiguiéndonos ahora... otra con tremendos recursos y sin compulsión contra la violencia. Por no mencionar todo ese Funcionamiento Psíquico de Dawna Polk…
El crepúsculo se había vuelto oscuridad total mientras avanzábamos lentamente con el tráfico, antes de que Tresting hablara de nuevo.
—¿Dónde vas?
—Tengo algunos lugares por la ciudad en caso de que necesite salir de la circulación, pero imaginé que teníamos que seguir conduciendo y cambiar de coche unas cuantas veces primero —le respondí.
Ánimo Cas, siempre preparada.
—Russell —dijo Tresting —No creo que pueda trabajar contigo.
Maldición. Otra vez no.
Tal vez pudiera hacerle entender. —Mira, sé que no te gusta Río...
—No. —se frotó la frente con una mano, como alguien que empieza a notar una migraña. —Bueno, sí, eso es un problema. Pero no es sólo por él, Russell. Eres tú.
Algo se encogió en mi interior. —¿Qué quieres decir?
Dio una profunda respiración. —La vida es barata para ti.
Empecé a enfadarme. —Aquellos francotiradores tenían rifles apuntándonos. Fue defensa propia.
—Ya, ¿y por qué hiciste eso? ¿El truquito con el trozo de madera? La violencia no es siempre la mejor elección, ¿sabes? Si no hubi...
—No sabemos si él iba a decirles que nos dejaran marchar —me opuse, erizada. —Tal vez fuese a dar la orden de disparar a discreción. ¿Has pensado en eso?
—Tal vez —dijo Tresting —y tal vez pudiéramos haber salido de allí sin que nadie resultase herido si sencillamente nos hubiéramos marchado andando. Sin que nadie muriera. Y sin otra docena de testigos señalándonos por un crimen.
—Tú no puedes saberlo —discutí. —Nada de eso podía haber salido de ese modo tampoco. ¡Y yo acababa de salvarnos la vida... de nuevo... así que mostrar un poco de gratitud no estaría de más!
—¿Gratitud? —él se movió en su asiento para encararme. —¡Fuiste tú quien provocó toda la maldita situación en primer lugar! ¡Y disparar en un parque atestado...! ¿y si le hubieras dado a un inocente?
—Sabía que no le daría a un inocente. —intenté defenderme. —Soy realmente buena en lo que hago...
—¿Que es qué? —me retó Tresting. —¿Matar gente? ¿Amenazar a las personas con armas? ¿Golpearles cuando te insultan? ¿Es eso en lo que eres buena?
Yo eché humo en silencio durante un rato, acelerando bruscamente el motor y pisando con fuerza los frenos cada vez que el tráfico se movía unos centímetros.
—Hay bien en ti —dijo Tresting con voz tranquila —Lo hay. Pero también me das mucho miedo.
Normalmente disfruto asustando a la gente, pero por alguna razón, oír a Tresting decir eso me dio una incómoda sensación interna. No me gustó.
—Y eres una chica inteligente, mierda, quizá seas brillante, pero tu primera solución siempre es apretar el gatillo. —continuó Tresting tras un rato. —Y yo no puedo trabajar así. No puedo.
—No voy por ahí matando gente inocente —le dije rígidamente.
—Ese tipo de antes en el parque —dijo Tresting. —Ibas a dispararle.
—La mierda del arma falló —le dije. —Mira, él estaba intentando atraparnos o matarnos, una de las dos...
—Ya, y esa es otra buena razón para evitar esa clase de situaciones Jodidas Más Allá de Toda Posibilidad de Reparación en primer lugar: ¿y si se hubieran atascado mientras atacabas a aquellos francotiradores? ¿O si había más de cuatro? Pero no me refiero a eso. Intentaste dispararle primero y luego... no sé donde aprendiste a luchar, pero le diste una patada muy fuerte… —él tragó.—Mierda. Casi me pongo enfermo allí mismo en la calle.
Recordé. Yo había estado bajo los efectos de la adrenalina es ese momento, pero ahora podía recordar la sensación de la cara del tipo colapsando contra mi bota... Interrumpí esa línea de pensamiento.
—Era una amenaza —insistí tercamente.
—Y ahora está muerto, ¿no lo está? —dijo Tresting. Yo no respondí. —¿Qué hay de nuestro colega Finch y su jefe? ¿También están muertos?
—No —le dije. —Habría sido demasiado complicado obtener tal impulso desde esa distancia.
—Escucha lo que dices —dijo Tresting, su voz se hizo estridente.
Son enemigos, me dije a mí misma. Abatir a un enemigo no es incorrecto.
—¿Qué hay de mí, en aquel cuarto de baño del motel? —dijo Tresting. —¿Tampoco pudiste obtener el impulso? —Tampoco respondí.—Supongo que no había espacio. Qué suerte tuve.
—Me estabas amenazando con un arma —le indiqué airadamente.
—Por el ritmo en que te haces eso a ti misma, debería contar como una afición. —Aceleré y pisé los frenos una par de veces más. —Déjame en alguna parte del Este de LA —dijo Tresting.
—Pítica va a por ti —le recordé, tratando de mantener neutro el tono. —Y la policía. Y ahora esos tipos... si no voy contigo y sin lo que sea que ellos quieren de mí, te matarán.
—No me pasará nada.
De acuerdo. Salí de la autovía y encontré el barrio de apariencia más cutre en el que pudiera aparcar la furgoneta. Los dos salimos.
—Supongo que es un adiós, entonces —le dije. Nos quedamos mirando incómodamente.
Luego Tresting habló con obvio esfuerzo. —Gracias de nuevo por salvarme la vida en mi oficina.
Me encogí de hombros. —Estamos en paz.
—Russell.
—¿Sí?
—Piensa en lo que he dicho, ¿vale? Eres una buena chica. No tienes que actuar siempre así.
—Me gusta bastante cómo soy —le dije.
—Cuídate. —él se giró y se alejó andando dejándome en la grafitada esquina de una calle que olía vagamente a orina humana. Mi adrenalina se había disipado hacia una apática fatiga.
Bueno, supuse que era hora de robar otro coche y poner rumbo a uno de mis escondite.
Cas Russell, siempre preparada.
Suspiré. ¿Por qué tenía que ser la gente tan complicada?
Pensé en la superpoderosa habilidad social de Dawna Polk y sentí una chispa de envidia. Dawna Polk habría sabido decir exactamente lo necesario para que Arthur la entendiera. Lo habría tenido comiendo de su mano. Yo, por otro lado... bueno, yo podía haberle matado en menos de medio segundo, pero eso no ayudaba en absoluto. De hecho, una diminuta voz en mi cabeza me recordó que esa actitud era lo que él consideraba problemático en primer lugar.
¿Por qué estoy molesta siquiera? me pregunté.
Estaba acostumbrada a ir por mi cuenta. Nunca me había preocupado por lo que alguien pudiera pensar de mí antes.
¿Por qué me había empezado a importar ahora? Joder.
En alguna parte en todo este lío, había empezado a importarme Arthur... a importarme si vivía o moría, lo que él pensaba... Jesús, hasta había empezado a sentirme amigable hacia él.
Bueno, había una solución fácil para eso, clara y simple: que dejara de importarme.
Sería mejor que hiciera una nota mental sobre nunca cometer tan estúpido error de nuevo.
Decidí caminar durante un rato mientras me aclaraba la cabeza. El aire nocturno era agradable y, no voy a mentir, esperaba que alguien tratara de asaltarme, pero nadie lo hizo. Eventualmente terminé en una estación de metro y, en un antojo, elegí viajar legalmente por una vez. Tendía a olvidar que LA tenía un sistema de metro. Tomé la línea hasta la Union Station, donde me paré en un quiosco para turistas para comprar una gran y detestable camiseta de "I ? LA", una gorra de béisbol, gafas de sol, y una bolsa con asas, y después busqué un baño para cambiarme. Las gafas de sol cubrían la mitad de mi cara, incluyendo la mayoría de los moratones que me hacían parecer como si tuviera ojos de mapache, y con la gorra de béisbol, llamativa camiseta y sin alto tipo negro a mi lado, estaba segura de que nadie me vería parecida a las descripciones de los testigos. La camiseta era delgada, así que enrollé la mayoría de mi ferretería en mi chaqueta y la metí en la bolsa, dejando solamente una de las Glocks metida en mi cinturón bajo la ropa.
Viajé por el metro durante un rato después, recorriendo en zigzag la ciudad y dejando en blanco la mente. No quería pensar en Arthur ni en Leena Kingsley, ni en Dawna Polk ni en lo que ella podría ser capaz de hacer. No había gran cosa que yo podía hacer sobre nada de eso de todos modos.
Courtney Polk probablemente estaba muerta. Tal vez yo debiera dejar el caso y desaparecer del mapa... no vivía precisamente en la red. Podía obtener un conjunto nuevo de identidades y empezar en una ciudad nueva y, sencillamente, dejar Pítica y al resto que intentaran rastrearme. Podía dejar que Steve y su gente persiguiera a Dawna Polk y la policía los persiguiera a ellos, y deja que Arthur e Inspector hicieran lo que fuera que quisieran y que Pítica pudiera continuar jugando a su alegre juego...
Realmente, me importaba un bledo.
Y que le jodan a Courtney. De todas formas Dawna me había contratado para rescatar a su falsa hermana bajo mentiras y ni siquiera me había pagado. La idea de abandonar a Courtney me produjo una sensación más extraña que otra cosa. Yo nunca había roto un contrato antes. Mis prioridades, probablemente, probaban la opinión de Tresting sobre que yo era una mala persona.
Traté de no pensar en eso tampoco, ni en lo que Tresting me había dicho.
Tu primera solución siempre es apretar el gatillo…
No sé qué tenía eso de malo, me insistí a misma. Implicaba que yo sobrevivía y que seguiría sobreviviendo. Necesitaba seguir recordándome eso porque las palabras de Arthur seguían resonando en mi cabeza, tediosas y horribles e irritantes.
La vida es barata para ti.
Descansé la cabeza contra la oscura ventana del tren, exhausta. Mi sendero era claro, hasta donde yo sabía, algo de sueño no podría estar mal. Quizá todo pareciera mejor por la mañana. Y quizá las vacas vuelen. Más probablemente todo sería aún más apocalíptico por la mañana, cuando ya no estuviera destemplada por la fatiga.
Demasiado drenada para molestarme en robar otro coche y conducir una gran distancia, conmuté trenes para volver a Chinatown. Tenía un escondrijo en un apartamento pagado a unos bloques del exterior del barrio. Me derrumbé en un sopor de camino hacia allí y casi me paso la parada.
Era medianoche cuando por fin salí del metro hacia mi agujero y me temía que no recordaría dónde estaba. Pero no, encontré el feo edificio ruinoso y la puerta del exterior que conducía hacia la habitación que mantenía allí. Estudié la dirección y me concentré. Yo tenía un algoritmo para el lugar donde ocultaba la llave. La fórmula utilizaba como datos el número de la casa y la cuenta de la letra de la calle. Lo medí con los ojos y levanté el ladrillo apropiado... ah, ahí estaba.
Apenas entré en la habitación me derrumbé sobre el delgado colchón en una esquina y me quedé dormida.
Al menos, no soñé nada.
Desperté a mitad de la mañana siguiente. La habitación aún estaba a oscuras. Las pesadas cortinas colgaban sobre la ventanita, demasiado mugrienta para ver a través de ella, aunque podía oír el tráfico en la calle y a alguien voceando en chino. Mi reloj me indicó que eran más de las diez.
Joder. Había dormido mucho tiempo.
Me senté en el fino colchón y comí un frío desayuno de lata mientras intentaba pensar. Tenía a un montón de gente tras de mí. Afortunadamente, ninguna de ellas sabía quién era y yo estaba tan preparada como una loca paranoica podría estar por necesidad de permanecer fuera de la vista. Por eso tenía lugares como este que yo mantenía y abastecía de comida y suministros médicos.
Allí había alguna caja que otra para las necesidades, también, ocultas en un rincón excavado en la pared: un fajo de dinero y otra pistola como poco. Mis escondrijos variaban por los suministros que había escondido en ellos, pero todos tenían lo básico. Por tanto, en potencia, podía hacer lo que había pensado la pasada noche y desaparecer. El modo más sencillo de salir sería permanecer a cubierto aquí indefinidamente, luego meter un manojo de dinero en mis bolsillos y salir echando leches de LA. Cambiar mi base de operaciones a otra gran ciudad no supondría una diferencia para mí. No había razón en el mundo para no irse y todas las razones del mundo para correr tan rápido como fuese posible de un lugar donde un montón de personas parecía querer matarme o revolverme los sesos como una tortilla.
Como Dawna Polk.
Me entró un escalofrío y me envolví en la manta de la cama, bien apretada. El dolor crónico de cabeza había resurgido como un monótono latido. Dawna Polk... una mujer que podía mirarte y leer de ti todo lo que quisiera, sin límites, indoloro mientras la complaces. Una mujer que podía sacar a relucir tus secretos más profundos. Una mujer que podía compelerte a hacer cualquier cosa, a creer cualquiera cosa.
Recordé cómo me había sentido después de haber hablado con ella, cuando yo la estaba defendiendo de Río hasta el punto de la irracionalidad. Me había sentido perfectamente normal. Cada pensamiento, cada reacción, había parecido seguir la lógica de la anterior. Hasta donde a mi cerebro le concernía, Río había sido la persona que actuaba de modo extraño. Ese comportamiento había llevado a que Río me presionara y, como resultado, me había llevado a mí hacer algo enteramente fuera del personaje hasta percatarme de que algo iba mal... y si se podía dar crédito a Steve, incluso eso no habría sido posible para la mayoría de la gente.
Por supuesto, la cuestión más obvia era también la más terrorífica: aparte de conseguir que le dijera mis planes inmediatos y asegurarse de que yo no la miraba demasiado de cerca, ¿me había sugerido Dawna Polk alguna otra cosa? ¿Cómo podía yo saber si mis decisiones eran propias después de haber hablado con ella? ¿Cómo podía siquiera estar segura de que yo no había estado contactando con ella antes y que luego lo había olvidado voluntariamente? Leena Kingsley era la prueba de que Dawna era capaz de borrar o alterar cualquier memoria que yo pensaba que tenía. Toda la realidad era sospechosa. No podía estar segura de nada. La sensación era paralizadora. Intenté recordar todo lo que había sucedido hasta ese momento. Todos los recuerdos me sonaban a mí misma y no había puntos en blanco, pero si yo ya estaba comprometida, entonces eso no significaba nada. Sentí una urgencia desesperada de hablar con alguien que supiera cómo se suponía que yo era para comprobarme a mí misma y descubrir qué maldito modo era el correcto. Necesitaba hablar con Río de todos modos. Teníamos que reunirnos y comparar notas y al darme la espalda Tresting, necesitaba toda pista que pudiera obtener... y Río podría tener nueva información. Por supuesto, él también había estado rastreando Dawna Polk. Si había hablado con ella... de pronto me sentí estrangulada, como si estuviera teniendo problemas para conseguir aire. Si Dawna Polk había medrado con la fe de Río en Dios... si ella había agitado su brújula de la moral lo más mínimo... Joder.
—Agárrate fuerte, Cas —dije en voz alta.
No podía quedarme ahí sentada revolcándome en la indecisión. Aquello mismo podría ser lo que ella quería. Yo tenía que hacer elecciones y confiaba de verdad que fueran propias.
Haz los cálculos, me dije a mí misma. ¿Cuántas variables? ¿Cuántos caminos posibles? Ella no puede tener control microscópico. No es práctico. La idea me dejó respirar un poco. Dawna Polk podía tener algún pie de apoyo en mi cabeza, pero era imposible que pudiera haber anticipado cada evento, cada cosa que podía sucederme, e implantado su reacción preferida para el mismo.
Al menos, eso esperaba yo.
¿Eres realmente tan egocéntrica que piensas que mereces su control de titiritera a tiempo completo? Eso dependía de lo que ella quería conmigo, supuse yo, lo que llevó de vuelta a preguntarme por qué me había llamado a mí en primer lugar.
Estaba claro que Pítica ya tenía los recursos para sacar a Courtney fuera de las garras del cártel si hubiera querido. Entonces, ¿por qué a mí?
Medité sobre ello durante un rato, pero no tenía ni idea. La única posibilidad que podía pensar era lo que Steve había dicho... que yo había mostrado algún tipo de inusual resiliencia a las técnicas de Dawna. Tal vez Pítica lo sabía de algún modo y quería probarme. ¿Era esto un elaborado juego para ver si yo era capaz de quitarme de encima su influencia? O tal vez... Steve había dicho que Pítica tenía algunos agentes normales humanos, ¿podía todo haber sido un extraño modo de reclutarme? Quizá cada interacción se hizo para edificar en mi mente alguna red de fe en Dawna y Pítica hasta que yo me transformara completamente en una domesticada chica de los recados.
Me estremecí de nuevo.
Aunque eso no tenía mucho sentido tampoco. Si era ese el caso, Dawna Polk habría fallado miserablemente en su esfuerzo de indoctrinación. Pítica no había hecho sino intentar matarme (o lavarme el cerebro) a mí y a la gente con la que yo había estado trabajando desde que había rescatado a Courtney. Temía y desconfiaba de ellos ahora más que nunca, particularmente a Dawna. Estaría bien asumir que ellos cometían errores, pero eso parecía una idea caprichosa. No, yo estaba pasando algo por grande.
Maldición.
No estaba segura de cómo empezar a desentrañar todo este caos... Como le había contado Tresting, yo no era una investigadora. No tenía usualmente necesidad de averiguar nada aparte de cómo cruzar una puerta cerrada con llave. Definitivamente tenía que ponerme en contacto con Río. Y mejor pronto que tarde.
Dejé la mayoría de mi pequeño arsenal bajo el colchón, desdeñando las armas de pacotilla por el Ruger que había escondido en la pared, y me puse en marcha para buscar una tienda de electrónica. Estaba llegando el mediodía cuando volví por fin al escondite con una pareja de nuevos teléfonos de prepago. Metí uno en mi escondite de la pared como repuesto y llamé con el otro.
Río atendió a la primera llamada.
—Soy Cas —le dije.—Cas —dijo Río, y yo podía haber jurado que sonaba aliviado. Qué raro. —He intentado hablar contigo.
—Quemé el teléfono —le dije. —¿Qué pasa?
—¿Has visto el diario esta mañana?
—¿Un periódico?
—Sí, Cas, un periódico.
—No hace falta ponerse sarcástico —le dije. —Formo parte de la generación de Internet. No, no lo he visto. ¿Por qué?
—Sales en él.
Eso me hizo dar un salto. —¿Qué?
—O mejor dicho, un magullado, aunque preciso, retrato de ti.
—Yo no lo hice —le dije, sintiéndome enferma.
Río hizo una pausa demasiado larga. —Lo sé.
—¿Qué se supone que significa eso ? —le demandé.
—¿Disculpa?
—Ese tono —le dije. —Dudaste. ¿De qué hablaba el periódico?
—De nada. También dice que eres sospechosa de un tiroteo en el Parque Griffith.
—Oh, eso sí lo hice. ¿Tienen pistas de ellos?
—No que se mencionara. Cas, tienes que evitar llamar la atención.
Me sentí juzgada injustamente. —¡No lo busqué yo! —le recordé. —Alguien me arrastró, ¿recuerdas? ¡Y ahora hay gente que intenta matarme! ¡La policía sólo me persigue porque intenté matarles como respuesta!
Silencio en la línea.
Luego Río dijo —Cas, ¿Cuál es el problema?
—¿Qué, aparte de gente que intenta matarme? —El miedo pasó a través de mí cuando recordé una de las razones por las que había querido llamar a Río en primer lugar. —Espera, ¿estoy actuando extraña? ¿Te parezco rara?
—Estás muy defensiva.
—¿Inusualmente defensiva? —insistí.
—Cas, ¿Qué pasa?
—Se trata de Dawna Polk. Descubrimos por qué ella montó ese numero… cuando habló conmigo. Ella puede… —yo no quería decirlo. Decirlo lo hacía real. —Nos encontramos a un grupo que trabaja contra Pítica. Río, ellos dicen que ella es una telépata de verdad. Dicen que puede hacer que creas cualquier cosa.
Mis palabras sonaban a locura a mis propios oídos. —Probablemente piensas que estoy loca. Yo pienso que estoy loca.
—No —dijo Río. La palabra fue lenta y deliberada. —Te creo.
Yo digerí eso. —¡Tú lo sabías! —le dije finalmente.
—Sí.
—Cuando empecé a actuar rara la otra noche... tú ya sabías lo que ella era.
—Lo sospechaba.
—¿Lo sabías y no me lo contaste?
—Cas, he estado intentando, usando mi mejor capacidad, mantenerte fuera de esto.
—¿Por qué?
—No se puede bromear con esas personas.
—Soy muy buena bromeando —le dije.
—Hablo en serio.
—¿Y yo no?
—Cas, créeme cuando te digo que tú no estas preparada para lidiar con ellos.
Primero Arthur, ahora Río. ¿Es que todo el mundo pensaba que era una niña?
—Ya les he vencido —le recordé. —Varias veces.
—Tú no has sido su objetivo. Y has tenido suerte. —él respiró hondo en el silencio. —Por favor, Cas. No te metas en esto.
Fruncí el ceño. Río nunca me había hecho una solicitud así antes.
—Tú eres quien me dijo que fuera a consultar a Tresting —le indiqué.
—Para ser perfectamente honesto, no tenía ni idea de que él demostraría tanta competencia.
—De modo que intentaste enviarme a una caza del ganso salvaje.
—Sí.
—¿Por qué?
—Ye te lo he dicho, Cas. Pítica es un asunto demasiado peligroso. Ahora sabes parte del porqué.
—Entonces es cierto, lo de Dawna. —tragué con la garganta seca. —Ella puede hacer esa... eso que me hizo a mí..
—Sí.
—¿Qué más puede hacer?
—Podría hacerte creer que el negro es blanco. Podría hacer que una madre matara a su hijo por diversión.
Las palabras se descifraban en mi cabeza, pero no tenían sentido.
—¿Cómo? —pregunté atónita.
—Ella juega con las emociones. Es una experta en las pequeñas influencias, pero sus víctimas eventualmente sienten y creen cualquier cosa que ella desee.
—¿Pequeñas influencias que pueden inducir a la personas a cometer asesinato?
—Mediante un acto que desafía la psicología de su víctima al extremo, aunque eso tomaría su tiempo, no sólo una conversación. Meses, tal vez, dependiendo de la persona.
—Pero estas diciendo que incluso una persona fuerte no puede...
—La fuerza no influye en esto —corrigió. —Es la... supongo que se diría, psicología. Lo que tú llamarías una mente más débil podría prevalecer más tiempo, simplemente porque puede estar más cómoda con las contradicciones mentales que produciría su influencia. O podría rendirse inmediatamente. Cada psicología es única y cada voluntad misma responde de modo diferente según lo que ella intente.
—¿Y no hay modo de combatirlo? —dije.
—Ninguno que yo sepa.
Tiré de la manta de la cama y me enrollé con ella de nuevo. Sentí frío —¿Cómo puedo saber si he sido afectada?
—Es casi imposible de saber, porque racionalizas lo que te ha hecho creer. ¿Estás preocupada?
—Pues claro que estoy preocupada.
—Explícame el curso de los eventos desde que te vi. No es fiable, pero te diré si observo alguna inconsistencia.
Y eso le venía bien a él, pues tendría mis datos en cualquier caso. Respiré hondo y empecé con Courtney Polk cuando fue declarada desaparecida, luego describí la noche con Tresting, el encuentro con los trabajadores de la oficina, el cambio abrupto de Leena y el encuentro con Finch y Steve. Río escuchaba en silencio. Yo lo compartí todo, hasta mi discusión con Tresting y mi conversación final.
—Creo que por eso me siento tan defensiva —concluí infelizmente. —A menos que Dawna Polk haya estado confundiéndome de nuevo. Pero él era tan... él fue tan condescendiente.
Y desde que él había querido decir que yo no era solamente una chica descuidada sino una que iba por ahí matando gente…
—Río, ¿soy... tú crees que estoy verde? ¿Actúo como una inmadura?
Él pareció pensarlo un momento. —En algunas circunstancias. Puedes ser impulsiva.
Quería acurrucarme en una esquina y desaparecer del mundo. Y todo por ser buena en lo que hacía.
—Eres joven —continuó Río. —Se me ha dado comprender que la impetuosidad ha de perdonarse en la juventud.
—¡No soy tan joven! —protesté. —Deja de inventar excusas por mí. Tresting tiene razón. Parte de mi trabajo... es hacer daño a las personas. ¡No puedo liarla y luego llamarlo una experiencia de aprendizaje!
—Estás, tal vez, preguntando a la persona incorrecta sobre eso —dijo Río. —Yo mismo he aprendido muchas cosas matando a las personas equivocadas.
Sujeté el dobladillo de la manta. Por mucho que confiaba en Río, no quería ser él. No quería que las personas como Arthur Tresting pensaran en mí de esa forma. No quería vivir siendo esa clase de persona.
—Río… ¿hiciste tú lo del edificio de la oficina?
Apenas dudó. —Sí.
—¿Después del texto que te envié?
—Sí. —Tragué.—Cas, si eso ayuda, aquellas no eran las personas equivocadas.
Pensé en lo joven que había sido la recepcionista. Cualquier error que ella hubiera hecho, su juventud no la excusó de la dañina venganza del Dios de Río.
—¿Cas? —me dijo.
—¿Has aprendido algo? —le pregunté en voz baja.
—Sí. Muchas cosas.
—No vas a decirme cuáles, ¿verdad?
—Difícilmente habría yo recorrido tales distancias para protegerte de ellas si fuera a divulgarlas después —respondió.
Recordé el triturador de papel.
—De acuerdo.
—Lo que has compartido hoy conmigo también es valioso —dijo Río. —Haré buen uso de ello. Y aunque no puedo saberlo con seguridad, yo no creo que Dawna Polk te haya influenciado.
—Oh…bien. Gracias.
— Por supuesto.
—¿Estás intentando acabar con Pítica? —le pregunté.
—Sí.
—Y quieres que me quede al margen.
—Sí. ¿Lo harás?
Cerré los ojos. No tenía pistas. Tresting ya no me hablaba. Courtney había desaparecido. Río no me ayudaría. No tenía aliados ni nada por lo que seguir.
—De acuerdo —le dije.
El tono de Río cuando respondió sonó terriblemente aliviado, aunque yo sabía que eso no era posible.
—Gracias, Cas. Dios te bendiga.
Colgué el teléfono con Río y encontré que no tenía nada que hacer. Abandonar la investigación de Pítica implicaba que tenía cero obligaciones. No me sentía mal por dejar el caso de Courtney, pero entre Dawna enmascarada como su hermana y la evidencia de Tresting de que ella había matado a Reginald Kingsley, parecía claro que la chica había sido embaucada sin remisión por Pítica y sus maquinaciones tanto como era posible estarlo. Lo que significaba que yo no me sentía demasiado mal. De modo que había seguido adelante con la obvia decisión: me quedaría a cubierto aquí durante una semana o dos hasta que se curaran las contusiones y cortes de la cara, lo que ayudaría a cambiar mi apariencia en la calle, y luego saldría de la ciudad.
Me preguntaba donde iría, ninguna ciudad parecía más atractiva que cualquier otra.
¿Chicago? ¿Nueva York? ¿Detroit?
Tal vez debería abandonar el país. México estaba solamente a un corto salto de distancia.
Me tumbé en el colchón, contemplé el techo y el mayor problema me impactó.
Estaba sin empleo. Ya no estaba trabajando y no me iba bien cuando no trabajaba. Los números ondularon a mi alrededor. Intenté hacerles caso, en su lugar miré al espacio y busqué algo de alcohol.
¿Cómo es que no había creído necesario guardar algún licorcillo en mis escondites? ¿O algo más fuerte incluso?
Esa perspectiva de quedarme encerrada allí durante días sin medicación líquida, con solamente yo misma contra mi cerebro… ups...
Me di a mi misma un guantazo mental. Idiota. Puedes pasar aquí unos cuantos días. ¡Sólo son unos cuantos días!
La tranquila habitación parecía burlarse de mí. Si permanecía aquí una semana... una semana eran siete días...168 horas...10,080 minutos...604,800 segundos... permanecería hiperconsciente de cada respiración, cada una descontando otro de esos segundos antes que todo colapsara, antes de que yo cayera ...no, no contando otro segundo, contando otros 2.78 segundos, 2.569 segundos. 2.33402. 2.1077001. 1.890288224518154…
Cerré las temblorosas manos en dos puños y traté de reducir la velocidad de mi respiración, de refrenar la marea del creciente pánico. Técnicamente, yo aún tenía un trabajo, me dije a mí misma: ocultarme y después escapar de la ciudad.
Concéntrate en eso.
Por unos momentos confié en que podría engañarme a mí misma. Traté de desenfocar mi mirada, de no concentrarme nada, pero mis ojos se fijaron en una grieta del techo de escayola donde algo había chocado contra el sórdido trabajo de pintura. Los números empezaron a reptar por fuera y a través de la tela de araña de grietas. Surgió un obstinado y bullicioso desfile de masas, fuerzas, ángulos, el lapso de tiempo mismo de la entropía hacia el futuro y el pasado. Las siluetas matemáticas del impacto, fractura y deterioro se refinaban solos cada vez más, los términos correctivos se apilaban en capas unos sobre otros hasta que las unidades eran tan pequeñas que perdían su significado físico y llenaban mi cerebro, desbordándolo...
Cerré los ojos con fuerza y me acosté sobre un lado.
Un instante de bendita oscuridad.
La bocina de un coche sonó en el exterior. El nivel de decibelios subió en mi cabeza, la gráfica del osciloscopio se expandía y vibraba en mis pensamientos. Mi ritmo cardíaco latió a través de mí, cada pulso se aproximaba a la periodicidad. Las ondas se separaron, chocando y acoplándose unas sobre otras, cada amplitud subía en pico por separado y añadía otro término a la serie de Fourier, senos y cosenos se repetían y corregían en iteraciones a cada minuto.
Mi piel se estiraba con demasiada tensión hipersensible, cada neurona registraba fuerzas y presiones, gravedad y atmósfera aplastándome entre ellas, actuando sobre mi, sobre mi ropa y a través del colchón por debajo donde la Ley de Hooke me empujaba hacia arriba con un centenar de pequeñitos muelles...
Salté de allí y me moví azogadamente por la habitación. Cada paso era un millar de interacciones matemáticas diferentes. Intenté canalizarlo, desgastarlo: me subí corriendo por las paredes, di vueltas en el aire, luego hice el pino con una mano sobre la alfombra gastada. Las fuerzas se equilibraban solas inmediata y automáticamente, los vectores se desplegaban en todas direcciones como incontables líneas invisibles. Empecé a moverme, pataleando con mis piernas de un lado a otro tan rápido como podía, girando en el sitio, cambiando de una mano a otra, inclinándome lejos de mi centro de masas tanto como lo permitía la física, los cálculos eran un maelstrom a mi alrededor.
Dos horas más tarde (dos horas, diecisiete minutos, cuarenta y seis segundos punto ocho siete cinco tres nueve dos seis cero nueve ocho dos tres uno uno uno cinco siete…) yo estaba frente al mostrador de la tienda de comestibles más cercana comprando tantas botellas de alta graduación alcohólica como pude encontrar.
—¿Organizando una fiesta? —dijo el melenudo chaval con acné de la caja registradora.
Le lancé el dinero desesperadamente. El chaval lo contaba con agonizante lentitud. Yo estaba teniendo dificultades para concentrarme en él. La imagen de su larguirucha constitución se movía de un lado a otro con las diferentes longitudes de onda de la luz visible y en un infinitamente complicado embrollo de movimiento y fuerzas, una figura de palo de vectores.
—Quédese el cambio —le dije y salí de la tienda.
Él me gritó por la espalda algo sobre que necesitaba un DNI, pero yo ya estaba fuera en la calle y entrando en un aparcamiento.
Ya me había tragado la mitad de la primera botella, la quemadura alcohólica encendió mi esófago con fuego, antes de ser consciente de la multitud de ocupados transeúntes que me rodeaban y de que el sol de la tarde me apuñalaba en los ojos. Mi diafragma subía y bajaba, pero el alcohol estaba haciendo su trabajo: mitigar la actividad. Sus efectos depresivos calmaron los números hasta que volvieron a su manejable zumbido usual de fondo.
—Disculpe, ¿señorita? No puede hacer eso aquí. —Un guarda de seguridad con chaleco reflectante naranja se estaba acercando, un viejo blanco con un corte erizado, su tripa sobresalía por encima del cinturón.
Respiré profundamente. —Voy bien —intenté quitármelo de encima. —Voy bien.
—Señorita, voy a tener que pedirle que abandone el edificio —me dijo, su tono de superioridad ya me rallaba los nervios. —¿Ha llegado aquí conduciendo?
—No. Caminando. Voy bien. —Y Tresting pensaba que mi primera respuesta era siempre pegar a la gente. ¿Ves? Me puedo comportar. —Voy bien. Ya me voy.
Otro guarda de seguridad salió a grandes zancadas de la tienda, una mujer alta y fuerte como un ladrillo.
—Señora, el cajero dice que no le ha mostrado un DNI para la compra de alcohol. —ella se percató de la botella medio vacía en mi mano. —Señora, no puede beber eso aquí.
—Sí, lo he oído —le dije malhumoradamente. —Ya me lo han dicho, ya me voy.
—Señora, ¿podíamos ver alguna identificación, por favor?
Dejé en el suelo las botellas y me toqué por los bolsillos, los de los pantalones y luego en mi chaqueta. Y busqué otra vez desde el principio.
Mierda.
Siempre llevaba algunos carnets falsos. Nunca sabía cuando podría necesitar uno. Pero junto con mi Colt, los colombianos me vaciado los bolsillos cuando me habían capturado tres días atrás, y se me había olvidado del todo remplazar mis IDs.
Mis dedos encontraron que durante los últimos días yo había acumulado un cuchillo, varios cargadores de repuesto, algo de munición suelta, un par de granadas de la otra noche y un fajo de billetes, pero ningún ID.
—Yo, uh, me lo he olvidado. —le dije. —Mire, dejaré las bebidas, todas.Ya me había automedicado suficiente para estabilizar el mundo por el momento. Podía volver y comprobar el apartamento de Chinatown para ver si tenía un ID en mi escondite de la pared. Probablemente habría alguno.
Levanté las manos en un gesto de rendición y di algunos pasos atrás. Los dos guardas de seguridad miraron hacia la botella medio vacía en el suelo.
Luego me miraron a mí.—Juro que tengo más de veintiuno —les dije razonablemente. —Me iré, ¿vale?
—Señora, por favor quédese ahí —dijo la guarda de seguridad.
Sacó una radio y empezó ha hablar por ella.
Vale, esto no va estupendo. Si aparecía la policía, yo iba a tener un montón de problemas, empezando con el Ruger ilegal metido en mi cinturón a la espalda y las granadas en mis bolsillos y acabando con ser acusada de asesinato en masa una vez que alguien notara que yo coincidía con su sospechosa.
Por supuesto, estos imbéciles no eran capaces de evitar que me fuera. Ni siquiera estaban armados. Pero yo no estaba teniendo exactamente mucho éxito en mantener un perfil criminal bajo. Suspiré y eché un vistazo buscando el mejor camino para salir.
Alguien gritó.
Me giré para ver una mujer de piel oscura y pelo rizado con sus manos frente a la boca.
—¡Atrapadla! —ella le chillaba a los guardas de seguridad. —¡Es la psicópata del periódico! ¡Cogedla!
Un montón de gente se nos quedó mirando de pronto. Los guardas de seguridad parecían abatidos, como si aquello fuese más de lo que ellos habían esperado cuando habían tenido la sensatez de detenerme por sospechosa de beber sin la tener la edad permitida.
—Que todo el mundo se calme —declaró la guarda.—Oh Dios mío —jadeó su colega, la sangre desapareció de su cara cuando analizó mis rasgos. —Se parece a ella.
—¿Se parece a quién? —demandó nerviosa la guarda.
—La la... la mujer que asesinó a toda esa gente...
Los dos guardas empezaron a dar pasos hacia atrás, alejándose de mí, considerando claramente que sus deberes de poli de alquiler no eran dignos para arriesgar sus vidas con una maníaca homicida. La mujer se llevó el walkie a la boca de nuevo y empezó hablar muy rápido. Podría haber sido una coincidencia, pero yo oí sirenas no muy lejos. Una buena multitud de mirones me rodeaba ahora en un radio de distancia segura. Algunos tiraban frenéticamente de sus hijos y se alejaban muy deprisa. Otros me miraban descaradamente. Vi al menos dos personas sacando móviles disimuladamente. Esta situación no iba a mejorar.
Hora de salir de aquí.
Miré a mi alrededor. La muchedumbre... ¿cómo había crecido tan rápido?... implicaba que una escapada a través del aparcamiento sería muy complicado. Pero a mi espalda estaba el edificio y eso era un juego de niños.
Me di la vuelta y empecé a correr.
Fui hacia unos maceteros de rosas justo en la pared que había detrás de mi. Corrí subiendo como si fueran escaleras y me lancé hacia el techo, evitando la cornisas en una zambullida y rodando por la azotea hasta ponerme de pie. Se oían gritos detrás de mí mientras corría.
¡Demasiado fácil!
Me lancé hacia el techo del supermercado sin detenerme y aterricé con otra voltereta en el callejón detrás de él, cuando me levanté como un resorte empecé un trote rápido.
¿Ahora a dónde?
Esa era una buena pregunta. El asunto era claramente propicio para que gente aleatoria en la calle me reconociera, tanto si tenían pruebas firmes sobre el edificio de la oficina como si no...
Pruebas. Oh no.
Había dejado una botella de alcohol medio vacía frente a la tienda de comestibles. Una que tenía mis huellas y ADN por todo el cristal.
¡Idiota! Ahora podían meterme en el sistema. Me conectarían con las muertes de los chavales coreanos en la oficina de Tresting y quién sabe cuántos otros lugares donde yo había dejado algún remanente de evidencia forense sin saberlo.
Tranquila. ¿De verdad que eso significaba algo? Aún tenían que encontrarte. Pero estaría en el sistema, mis huellas y ADN tendrían una cara. ¿Cuánto importaría eso? Mi información probablemente ya estaba en alguna parte del sistema de un modo u otro, razoné, sólo con el incidente de la oficina de Arthur. ¿Supondría una diferencia que ya no fuese anónima? ¿Podrían conectarme con la masacre de Río de la oficina?
Tenía que volver, decidí. Solo por si acaso. Después de todo, ¿quién sabía cuáles podrían ser las consecuencias?
Podría lamentarlo durante toda la vida si no lo hacía y sería muy sencillo volver, coger las botellas y salir corriendo de nuevo.
Giré en redondo para salir disparada hacia la calle por donde había venido. Un rápido esprint me llevó de vuelta a la pared trasera del supermercado...
Observé atónita.
El lugar ya estaba lleno de polis. ¿Desde cuándo tenía LA tiempos de respuesta tan buenos?
Volví a doblar la esquina hacia el callejón y me escondí entre dos contenedores de basura cuando tres coches de policía derraparon dentro del callejón detrás de mí, cortando inesperadamente mi ruta de escape a nivel del suelo.
Mierda. ¿Por qué siempre se complican tanto las cosas?
Y justo entonces, un grave zumbido empezó a oírse en el límite de mi audición y siguió aumentando y aumentando y aumentando y vibrando por el aire cada vez alto.
Un helicóptero.
¿En serio?
Vale, esto podría ser… malo.
Podría estar en verdaderos problemas aquí.
Mi cerebro iba en zigzag recorriendo mis opciones. A diferencia de la mayoría de personas que terminan en el lado equivocado, usar a las fuerzas de la ley como diana nunca me había parecido jugar limpio.
Bueno, a menos que fuesen unos capullos, pero aquellas personas sólo estaban haciendo su trabajo.
¿Ves, Tresting? No siempre voy por ahí matando gente. ¡Y eso que tengo granadas también!
Si soltaba unas cuantas de esas, produciría suficiente caos para escapar. Era tentador, ahora que pensaba en ello. Vale, entonces el Plan B era reventarlo todo y abrirme camino a disparos para salir de aquí.
Necesitaba un Plan A.
Los uniformes se multiplicaban como si el supermercado fuese un hormiguero al que le habían dado una patada. No sólo necesitaba un Plan A, necesitaba un Plan A rápido. Un cosquilleo de nerviosismo me inundó. Esto podía ser malo. La mayoría de las situaciones violentas en las que yo terminaba no sucedían en concurridas calles del centro con montones de viandantes inocentes y, en cuanto a la policía, nunca había hecho más que dar alguna patada en la cabeza a algún extraño de uniforme mientras hacía alguna loca escapada. La idea de un gran número de bajas en las fuerzas de la ley me hacía sentir... incómoda.
Por no mencionar que era el peor modo del mundo de cubrir mi identidad. Si hacía volar por los aires tantos polis probablemente pondrían a la Homeland Security detrás de mí.
Me vibró el móvil en el bolsillo. Sólo una persona tenía este número. Tenía que ser Río.
—No es el mejor momento. Luego te llamo. —respondí en un murmullo.
Hubo una pausa. Luego oí una voz al otro extremo. —Soy Inspector.
—¡Per... este es un teléfono nuevo! —siseé. —¿Cómo...?
—Hey, soy todopoderoso —me dijo. —Yo... —le colgué.
No tenía tiempo para esto en este momento. El teléfono vibró inmediatamente con un mensaje de texto:
NECESITU AYUDA
Lo que necesitaba era aprender a deletrear correctamente. Moví el pulgar para apagar el maldito teléfono totalmente.
PFV MUY IMPORTANTE
Suspiré. Inspector era la persona más molesta que había conocido.
—Evadiendo arresto. Te llamo luego —le envié por texto, y me embolsé el teléfono de nuevo volviendo mi atención hacia el problema entre manos.
Recuperar las pruebas que había dejado probablemente era demasiado complicado ahora.
Maldición. Podría haberme escapado si me hubiera ido andando y ahora estaba encajada, incluso escapar parecía difícil. Mi escondite se hacía más transparente a cada segundo y no se me ocurría ninguna vía de escape que no implicara un tiroteo.
Un tiroteo del que saldría victoriosa... pero, ¿a qué coste?
Subir a un techo implicaba quedar expuesta al helicóptero... a los helicópteros ahora, un segundo se había unido al primero... y tratar de colarme por el callejón me haría el objetivo de los tres billones y contando de polis en tierra.
En serio, ¿todo este jaleo sólo por mí? Me pregunté si debería sentirme halagada o frustrada de ver que por fin alguien no me subestimaba.
Vibró el móvil distrayéndome de nuevo. Con coloridas maldiciones hacia ciertos háckers de ordenadores en mi cabeza, saqué el móvil para apagarlo.
¿QUIERES AYUDA?
Me quedé mirando las palabras. Sentí la sensación de que él quería hacer un chiste verdaderamente malo, uno en el que siguiente texto dijera: —ja ja ja, era broma, estúpida.
Las letritas computerizadas me ardían en los ojos.
¡Cas! ¡Para! ¡No hay tiempo!, me chillé a mí misma. Pero, ¿y si iba en serio? ¿Por qué un tipo con el que apenas había tenido contacto quería ayudarme? Quizá no fuese tan inverosímil. Después de todo, parecía que me necesitaba para algo. Podía estar tratando de ofrecerme algún quid pro quo, un Te Ayudo y Luego Estás Obligada A Ayudarme. O tal vez él asumía que me cobraría por ello y que luego arreglaríamos cuentas. Cualquiera de aquellas explicaciones se correspondía mucho más razonablemente con mis expectativas sobre la naturaleza humana… en cierto modo daba igual, porque ¿qué podía hacer él para ayudarme?
Salvo que… tal vez pudiera falsificar algo... alguna orden, alguna directiva, que pudiera despejar la policía de la zona sin que nadie resultase herido.
Valía la pena intentarlo.
Pulsé el teléfono con el pulgar en el botón de llamada.
Inspector lo cogió al primer tono. —Entrégate —me dijo inmediatamente.
El mundo tembló. Ya está, así acababa el chiste. Primero Tresting, ahora Inspector.
—¿Qué? —jadeé.
—Que te entregues. Es el modo más fácil. Te sacaré en cuanto pueda mover algunos papeles.
Me llevó un momento entenderlo y cuando lo hice, me corrió por la espalda la autocompasión y el resentimiento. Lo que yo había empezado a edificar casi me da un latigazo, dejándome confundida, avergonzada y furiosa por haber sentido algo tan patético como las emociones.
Por no mencionar que el plan de Inspector simplemente apestaba.
—¿Esa es tu solución? —aunque aún estaba cabreada, mi voz me mostró más furiosa de que lo que pretendía. —¿Entregarme y esperar a que falsifiques una orden de libertad? ¡No!
—Aún no estás en el sistema, ¿cierto? ¡Entonces te digo que yo me ocupo de esto! Pero no digas nada a nadie mientras te interroguen. Ni una palabra, ¿vale?
—¡No voy a dejar que me arresten!
—Te lo prometo, ¡Te sacaré! ¡Ahora ve!
—¿Y dejar que las autoridades me abran un expediente?
—Te borraré —insistió.
—¡Ni de coña!
—¡Por el amor de Dios, eres increíble! —exclamó. —¿Tienes idea de la clase de situación en la que estás? La estoy viendo en tiempo real desde aquí y no sabía que LA tuviera tantos recursos policiales. O Tokyo ha avisado de que se les ha escapado un lagarto gigante o creen que eres una terrorista casera que...
—¿No puedes hacer que se vayan? —demandé.
—Claro, moveré mi varita mágica y ah no, espera, no vivimos en una mística tierra de gnomos. Pero afortunadamente para tu humilde persona, sí vivimos en una mística tierra de burocracia y te lo estoy diciendo, sal y ríndete. Te juro que yo me ocupo.
—Gracias pero no gracias —le dije. —Encontraré otro modo.
—¿Otro modo? ¡Están llegando los SWAT! Ya he hecho una llamada falsa al 911 desde unos bloques de distancia diciendo que te han visto y tienen bastante gente en la zona para cubrirla. Se echaron encima de una pobre chica pakistaní por error y a mí no me hubiera gustado estar en su pellejo cuando ocurrió. ¡Estás en problemas hasta el cuello! ¿Estás viendo...?
—Estoy justo en el centro, gracias —le corté en un murmullo. —Mira, ¿no puedes simplemente emitir algunas órdenes falsas o algo así? Todo lo que necesito es una distracción.
—No puedo simple... no. ¡No puedo! ¡No a esta escala! ¡No tan rápido!
—Ser arrestada no es una opción —le bufé como un gato. —Fin de la discusión. Si no tienes nada más que decirme...
—¿Harás qué? ¿Teleportarte?
Me alegré de poder contar conmigo misma, al menos. —Puedo escapar liándome a tiros si tengo que hacerlo.
—¿Salir disparando...? ¿Pero qué...? Ni siquiera sé por qué te estoy ayudando —gruñó.
—Pues entonces no lo hagas,Una pausa y colgué apagando mi teléfono del todo.
Llamarle había sido una mala idea después de todo. Si salir a tiros era el Plan B, dejar que me arrestaran era el Plan YY coma cinco, como poco.
Pero te había dicho que podía sacarte, dijo una vocecilla en mi cabeza.
Aunque él no pudiera despejarme el paso, yo tenía que escapar en poco tiempo de todos modos… y dejar a la policía con un informe más completo sobre mí, pensé.
Que me arrestaran era un mal plan. Por no mencionar que implicaba depender de un tipo que apenas conocía, de ponerme en un gambito complicado. Yo nunca me había fiado que nadie me cubriera la espalda aparte de Río y no iba a cambiar ese hábito en aquel momento. No, se me daba mucho mejor depender de mí misma, aun cuando eso significara violencia.
Llegaba la hora de las granadas.
Tu primera solución siempre es apretar el gatillo, dijo la voz de Arthur en mi cabeza, tristemente.
—Cállate —susurré.
Empecé a medir vías de escape y el radio de explosión con los ojos.
La vida es barata para ti.
¡Cierra la puta boca!
Tenía una mano sobre una de las granadas en mi bolsillo, el peso y solidez de la empresa Ruger a mi espalda. No podía depender de nadie, me recordé.
Yo, mis pericias, mi arma... eso era en lo que podía depender. Eso era todo lo que siempre tenía.
Pero en este caso, alguien me había ofrecido otra salida. Un loco modo incómodo que yo odiaba realmente, pero una salida. Una que no requería hacer daño a nadie.
Eres una buena chica. No tienes por qué actuar siempre así.
—Mierda —dije en voz alta y soné lamentable hasta para mí misma.
Me quité la chaqueta y envolví las granadas, arma y cartuchos de repuesto con ella. Luego me aplasté por la pared llena de carbonilla que había detrás del bloque de mi escondite entre los contenedores de basura y avancé lentamente hacia la salida del callejón hasta que pude rodar hasta un coche cercano aparcado y meter el paquete por el tubo de escape. Medí tensiones y presiones con la vista: no se caería a menos que alguien empezara a desmontar la carrocería inferior. Tomé nota de la matrícula para poder rastrear el coche y recuperar mis juguetes cuando se terminara todo. Regresé agachada hacia los contenedores, me giré y me arrastré pegada a la pared hacia la parte de atrás del supermercado alejándome de mi ferretería escondida.
Ahora estaba desarmada y no era una buena sensación.
Joder. No puedo creer que esté haciendo esto.
Me agaché durante un rato en el extremo de la pared, aún fuera del camino lleno de oficiales de policía, a un coche aparcado de distancia entre ellos y yo. Intenté reunir la voluntad para salir, pero era como saltar por un precipicio. Más difícil incluso, porque probablemente podía usar las matemáticas lo bastante rápido para sobrevivir al salto por un precipicio.
No puedo hacerlo, pensé. Si Inspector no viene a por ti, siempre puedes sacarte tu misma, me recordó otra voz en mi cabeza. Todo esto tampoco es tan difícil. No estarás en una situación peor que en la que estás ahora aquí.
¿No es tan difícil? ¡Tenía que dejar que me arrestaran! Tenía que ponerme en el poder de otro. En el poder de las autoridades. Voluntariamente. Podrían quitarme lo que quisieran. Era una locura.
Tal vez, si lo haces, él y Arthur trabajarían contigo de nuevo.
No estaba segura de dónde había surgido esa última idea pero, de pronto, supe lo mucho que lo quería... porque ellos aún estaban trabajando en el caso de Pítica. Yo le había dicho a Río que lo había dejado, pero en aquel instante supe que no podría: tenía asuntos sin resolver con Dawna Polk y Courtney aún podría estar ahí fuera... y Pítica… Pítica tenía que responder por muchas cosas y yo iba a seguir en el caso hasta que lo hiciera.
La resolución me dio la certeza.
—Cristo, será mejor que esto valga la pena —murmuré y me puse de pie, levanté las manos en el aire.—¡Hey, vosotros, gentes oficiales! ¡Uh, no disparen estoy desarmada!
Botas golpearon sobre el pavimento a mi alrededor y oí una o dos acciones tácticas de toma de posiciones a mi izquierda. En segundos, estaba rodeada por un anillo de uniformes azules con chalecos antibalas, una erizada pared de policías con semiautomáticas, mayormente Berettas y Glocks.
Suspiré y levanté las manos más alto.
Odio las Glocks.
Me recordaron lo malo que era ese plan cuando tuve que dejar que una pareja de excedidos oficiales gigantescos me apretaran las esposas en las muñecas y me metieran en un coche de policía.
Obligarme a mí misma a aceptar la indefensión me hacía sentirme expuesta, como si fingir ser vulnerable en cierto modo me hiciera serlo. Suprimí la urgencia de patearles la costillas y deseé que supieran el enorme autocontrol que requería. Decidí ablandarme calculando rutas de escape. Particularmente las que requerían lesión permanente a ciertos polis descerebrados. Me llevaron a una comisaría junto a una caravana de coches de policía y me empujaron dentro del edificio. Alguien me empujó... de nuevo... y me tomaron las huellas y me hicieron fotos. Yo no dejé de apartarme y sobresaltarme involuntariamente de ello, de esas personas que pensaban que eran amos del poder que tenían sobre mí, de esta gente que estaba empujando y grabando y guardando un pedazo de mi, aquí para siempre.
Mejor sería que Inspector cumpliera su promesa.
El oficial de registro seguía intentando conseguir mi nombre e información, pero yo le ignoraba. Al final me llevaron a una salita de interrogatorio, me esposaron a la mesa y me dejaron sola, aunque yo estaba segura de que alguien me espiaba desde detrás del gran espejo con un lado transparente.
—Hey —grité unos minutos después de esperar. —Tengo que ir al baño.
No hubo respuesta durante unos diez minutos, y luego, dos mujeres policía entraron en la habitación; una negra bajita y una alta hispánica, con idénticas expresiones disciplinadas; y me llevaron sin hablar.
En realidad no tenía que ir, pero necesitaba deshacerme del alcohol y quería tener un mejor apoyo sobre el suelo de todas formas en caso de que necesitara escapar.
Sí, podía hacerlo, concluí. Es más difícil sin granadas, pero nunca afirmé que no estuviera dispuesta para un reto.
Me pregunté cuánto tendría que esperar antes de tener las situación bajo control. Inspector ya estaba tardando demasiado para mi gusto. Se me ocurrió pedir mi llamada de teléfono para meterle prisa. Después de esperar en la aburrida salita de interrogatorio durante un rato más, me llevaron junto a una hilera con un puñado de otras mujeres morenas bajitas y di un paso al frente y atrás cuando me lo ordenaron. Luego me llevaron a la sala de interrogatorios y esperé un poco más.
En serio, era una ridícula cantidad de espera... me habría sentido tentada de hacer un chiste sobre los dólares de mis impuestos si hubiera pagado impuestos. El chiste me hizo pensar en Anton, un fuerte brote de dolorosos recuerdos.
Otro marcador que corregir.
Me recliné en la dura silla de metal y traté de relajarme. Bueno, al menos había recuperado el empleo y no estaba metida en mi piso de Chinatown sin ninguna ocupación. Irónicamente, esperar esposada la mejor oportunidad de escapar de la custodia policial era mejor para mi cabeza que estar en libertad: este era el tipo de situación que mi mente podía manejar, incluso después de que hubiera metabolizado todo el alcohol que había empezado todo el fiasco.
Mejor esto que estar a solas con mi cerebro. Sí, vale, tenía un problema.
Por fin se abrió la puerta y una oscura detective estatuaria entró en la habitación.
—Soy la detective Gutiérrez —me dijo y se sentó frente a mí para abrir una carpeta con papeles. —Estás metida en un montón de problemas. Si puedo, me gustaría ayudarte.
Me pregunté si su implicada oferta significaba que no habían encontrado ninguna firme evidencia forense. Tal vez su plan era incitarme a una confesión y posterior trato porque no estaban seguros de que tuvieran un caso... al menos, ninguno que un buen abogado no pudiera destrozar indicando cómo todas las mujeres de piel marrón y corta estatura se le parecerían a la mayoría de las personas. O quizá pensaban que Arthur era un mejor truco. En el tema de perfil racial, él tenía la imagen del negro espantoso que le encajaría a todo el mundo como el perpetrador jefe. O tal vez ella no estaba haciendo ninguna oferta en absoluto, sino empleando una táctica de coacción para hacerme hablar.
—Tenemos un testigo que te vio en el 19262 Wilshire Boulevard ayer por la mañana —continuó la detective Gutiérrez. —¿Qué estabas haciendo allí?
Permanecí en silencio, dejando la mente a la deriva, jugueteando con la idea de si debería darle a Inspector algunas horas más o decidir arbitrariamente que su tiempo había acabado hacía diez minutos. Gutiérrez continuó haciendo preguntas durante bastante rato, las mismas una y otra vez. Yo desconecté de ella. Ella me habló agresiva cerca de mi cara para cambiar de ritmo, luego se levantó y salió de la habitación. Llevaba sentada durante casi una hora cuando ella regresó. Esta vez con un compañero más joven que interpretó el papel del detective condescendiente y que luego jugó al poli bueno conmigo cuando Gutiérrez se empezó a poner agresiva, pero yo era tan receptiva como una piedra. Pensé en pedir un abogado, pero imaginé que si lo hacía, me tendrían enlatada en una celda hasta que llegara uno y la salita de interrogatorio probablemente era más cómoda... y más fácil para escapar si Inspector no aparecía. Además, no me importaba que me hablaran. No había estado contando el tiempo, pero tuvo que haber sido avanzada la tarde cuando un tipo llamó a la puerta. Gutiérrez se levantó, mirándome pétreamente antes de salir fuera. Su compañero se echó hacia atrás en su silla y me sonrió como si eso me molestase o algo. Un minuto después, la detective Gutiérrez volvió con algunos papeles y un sabor agrio en su boca.
—Puedes irte —me dijo.
El decreto fue tan repentino y sin la menor fanfarria que a mi cerebro le llevó varios segundos asimilarlo.
El otro detective salió de golpe de su total parsimonia, igualmente atónito. —¿Qué?
—No es ella. —Gutiérrez cerró de golpe la carpeta entre sus manos. —Señorita, uno de los oficiales de ahí fuera la acompañará hasta la salida. Nos disculpamos por el inconveniente.
Confusa, me pregunté si esto no era sino lo que significaba ser una persona civilizada: que ellos rendían el poder sobre alguien sólo porque que la evidencia lo decía. Gutiérrez me quitó las esposas y yo asentí hacia ellos cuando me llevaron hacia la puerta.
—¿Qué quieres decir con que no es ella? —oí al detective demandar a su compañera mientras salía. —No podemos dejarla...
—Debe de haber sido una identificación falsa. Tienen una coincidencia de esta chica y han confirmado su paradero durante todo el día de ayer. Ninguno cerca de la escena de crimen.
—¿Y por qué ella no dijo nada?
—Al parecer ella no está bien del todo. Su hermano cuida de ella —dijo Gutiérrez.
—Aún podemos retenerla por...
—No. Mira quién es su familia. —después de eso, no oí nada más.
Cielo Santo. ¿Tan fácil era esto? Me hicieron firmar algún papel y dejé un garabato en el informe, interpretando el personaje mentalmente incapacitado que Inspector había creado para mí.
—¿Necesita que llamemos a alguien para usted, Srta. Holloway? —me preguntó uno de los oficiales.
—No, estoy bien —le dije, sintiendo que esto estaba excediendo el anticlimax.
—Vale. Está a salvo ahora —me dijo y metí mi teléfono celular y mi dinero en los bolsillos y salí de la comisaría como ciudadana libre.
Suprimí la necesidad de correr, me alejé andando de la central a un paso moderado y pensando que debería alejarme cierta distancia de un edificio lleno de policías antes de robar un vehículo.
La noche había caído y era lo bastante tarde. Los coches pasaban veloces dejando estelas ardientes de luz roja. Una luna casi llena se suspendía sobre la ajetreada ciudad, mirando hacia abajo cono un gigante ojo blanco.
Vibró mi móvil mientras paseaba por la acera.
¿YA FUERA?
Pulsé el botón de llamar.
—Hey, soy bueno, ¿no lo soy? Dime que soy bueno —graznó Inspector en mi oído.
—Un poco lento —le dije, apática.
—¿Lento? ¿Lento? ¿Tienes alguna idea del papeleo que tuve que falsificar? Esto ha sido un nuevo récord. Yo nunca soy lento a menos que haya abrazos después.
—¿Eres tú mi hermano? —le pregunté.
—Dios, espero que no, considerando lo que me pone tu conocimiento de estadística. Pero podría haber fingido serlo. Tenemos padres muy importantes, por cierto. ¿Todo va suave?
—Muy suave. Diferenciabilidad infinita, de hecho —le aseguré, quizá sólo para ser un poquito graciosa.
Él se rió —Sabía que me caerías bien.
Me aclaré la garganta. —¿Qué hay de... me tomaron las huellas y todo…—
—Todo desapareciendo mientras hablamos.
¿Era eso posible siquiera?
—Uau. Uh, gracias —le dije.
Inspector, decidí, era una buena persona que conocer.
—No hay de qué. Lo hiciste fácil, al no tener nada en el sistema me diste una ventana con la que trabajar. Bueno, ¿qué se siente al ser una mujer libre?
Respiré profundamente, intentando decir algo sobre que un arresto en el mundo civilizado es un poco decepcionante, pero la verdad era que me sentía bien por no estar atrapada en la comisaría. E Inspector lo había conseguido sin que yo no tuviera que hacer daño a nadie esta vez. La copia de Tresting que había tomado residencia en mi cabeza empezaba a dejar huella.
—¿Cuánto te debo por esto? —le pregunté para cubrir el hecho de que yo estaba sintiendo emociones.
—Oh, invita la casa —me dijo. —Te debía una por salvar a Arthur de todas formas y además...
—Nosotros ya estábamos en paz.
—Quizá él sí, pero te agradezco que le ayudaras a seguir respirando, también, así que, no te cobro.
—Oh. —Medité sobre si me sentía bien por ello.
No me gusta deber favores a la gente.
—Pero no se lo digas a Arthur. A él no, uh, no le gusta cuando hago cosas como esta.
La mención de la rectitud de Tresting me caló. Que mi consciencia decidiera adoptar su persona ya era bastante frustrante. No necesitaba la versión de la vida real arponeándome más de lo que ya lo hacía.
—No lo entiendo —me quejé. —Lo he visto quebrantar más leyes de las que puedo contar y él se cabrea por las cosas más nimias.
—Hey, el es buena gente —dijo Inspector astutamente.
—Gente inconsistente —murmuré.
—Cas Russell, puede que me impresiones con tu conocimiento de la probabilidad bayesiana, pero no insultes a Arthur en mi presencia, ¿vale? No lo hagas.
Aparentemente, yo había tocado un nervio. Oh, hermano.
—Uh, vale. —Como no dijo nada, yo tanteé —¿Estás ahí?
—Sí.No pude leer su tono. Mejor volver a los negocios. —¿No necesitabas mi ayuda para algo?Le ayudaría como pago a su favor, pensé. Luego estaríamos en paz.
Él suspiró —A Arthur no le va a gustar que te pida esto, tampoco.
—¿Pedirme qué?
—Necesita apoyo.
Oh, bien. Puedo servir de apoyo. —Claro —le dije. —¿Con qué?
Si Inspector me estaba invitando a volver al caso de Pítica, eso ni siquiera era un favor... yo saltaría hacia el riesgo con los ojos cerrados. Aunque implicara trabajar con Tresting de nuevo. Inspector dudó, luego dijo con urgencia —El rastreador de Polk ha vuelto a emitir señal.
—¿En serio? ¿Dónde está ella?
—La señal está aquí en Los Angeles.
—¿Por qué iba ella a volar hasta...? —me detuve. —¿Crees que han descubierto que le habíamos puesto un GPS?. ¿Que encontraron el rastreador?
—No tiene otro sentido. ¿Por qué se apagaría y encendería de nuevo? ¿Aquí?
—¡Pero eso tampoco tiene sentido! Si lo hacen tan obvio es una disposición, ¿por qué pensarían que somos tan estúpidos para...?
Inspector emitió un extraño sonido ahogado.
Gruñí. —Tresting va a investigarlo, ¿verdad?
—Así es.
—Sabe que le están esperando y va de todas maneras.
—He aquí la necesidad de el apoyo.
—Vale. ¿Cuándo y dónde?
Hubo un corto pulso de silencio, como si Inspector hubiera esperado una respuesta diferente, pero se recobró rápidamente.
—Te estoy enviando por texto todos los detalles, incluyendo ubicación y frecuencia del rastreador. La imagen de satélite desafortunadamente no ayuda, sólo muestra algunos edificios en mitad del desierto. En cuando a cuándo… él va esta noche.—
Alcé la vista hacia las estrellas. —Uh, ya es de noche.
—Sí.
—Pues entonces, creo que tengo prisa, ¿no?.
—Él me dejó hace unas horas —dijo Inspector. —Intenté detenerle.
Sus palabras se habían vuelto graves por la preocupación. Me hicieron sentir extrañamente aislada... a nadie le importaba una mierda si yo decidía hacer una misión suicida. Ni siquiera me echarían de menos. Yo había desaparecido en el tejido de la clandestinidad de Los Angeles como si nunca hubiera existido.
—Entonces será mejor que me ponga en marcha. —le dije empezando a andar más rápido. —¿Hay algo más que debiera saber? ¿Hay alguien más con él?
—Lo juro, intenté que pidiera ayuda. Me soltó ese idiótico complejo de nobleza sobre que no quería involucrar a nadie más.
Eso podría explicar por qué Tresting no había telefoneado a sus otros contactos, pero yo estaba bastante segura de que tenía una razón diferente para no llamarme. Eso me dejaba perversamente ansiosa por salvarle el beicon de nuevo. Quería restregárselo por la cara.
—Lo pillo. ¿Algo más?
—¿Es cierto? —preguntó Inspector. —¿Lo que Dawna Polk puede hacer?
Yo tragué. —Sí. Estoy bastante segura de eso. —Él no dijo nada.—¿Estás ahí? —pregunté.
—Sí.
—Hey, escucha —le dije intentando que su preocupación por Arthur no me irritara. —Deja de preocuparte. Estoy en camino.
—Gracias. En serio... gracias. Te debo una grande. Cualquier cosa que necesites, palabra, sólo dímelo.
Bueno, eso podría ser un favor útil algún día. Pero primero tenía que sobrevivir a la noche. Después de ir derecha a una trampa de Pítica. Maldito Tresting.
—Y ten cuidado, ¿vale? —añadió Inspector.
Yo parpadeé. No había esperado que se preocupara por mí también. Dudaba de que me echara de menos si pasaba algo, pero aún así, fue … un detalle de su parte.
—Oh, no seas estúpido —le dije, un poco bruscamente. —No me pasará nada.
Tenía que moverme rápido. La localización que Inspector me había enviado estaba fuera de la Base de la Fuerza Aérea Edwards, muy lejos al norte del desierto de Mojave. No había gran cosa allí, pensé... nada salvo rocas y dunas y cielo interminable. Buen lugar para una emboscada. El coche con mi Ruger y granadas bajo él probablemente habría desaparecido a estas alturas. Tendría que usar la ayuda de Inspector para rastrearlo más tarde, si es que vivía para entonces. Aún estaba cerca del apartamento de Chinatown. Todo lo que había dejado allí eran las armas de mierda del día antes y un cuchillo, pero eso era mejor que nada. Me armé en menos de cinco minutos, recogí algunas barras de proteína y una chaqueta ligera de la maraña de ropas que tenía allí y partí hacia el Noroeste en un coche deportivo robado.
Llamé a Río desde la carretera y saltó un buzón de voz. Le di todos los detalles, luego dudé, preguntándome si debería disculparme por romper mi palabra de quedarme fuera del caso. Después de todo, yo le había contado que me mantendría al margen antes del espectacular esfuerzo de hacer exactamente lo opuesto.
—Tengo que hacerlo —le dije finalmente a el grabación. —Yo, uh... espero que esto no interfiera con ninguno de tus planes o algo así.
Aunque no tenía elección. El estúpido Arthur Tresting había forzado jugarlo todo a una carta.
Conduje bien por debajo del límite de velocidad todo el camino, pero aún faltaban casi tres horas antes de que el GPS del coche me dijera que estaba aproximándome a las coordenadas que inspector me había enviado. La localización estaba fuera de cualquiera carretera, pero tracé un círculo y apenas distinguí las siluetas de una pista medio pavimentada que conducía hacia el desierto. Paré el coche, apagué los faros y dejé que mis ojos se ajustaran a la oscuridad. El móvil se había quedado sin cobertura unos kilómetros antes. Estaba sola ahí fuera, conducida hacia lo que casi ciertamente era una emboscada.
Mierda. Yo podía aguantar más golpes de los que Pítica esperaba, pero si hacían saltar una trampa antes de que la viera, estaría tan muerta como cualquiera que no supiera matemáticas. Mientras tuviera un instante para reaccionar, tendría una margen.
Y Tresting no tenía ni una oportunidad sin mí, me recordé a mí misma.
Respiré hondo, cada sentido alerta y encaré el coche por la carretera provisional.
El GPS decía que aún estaba a algunas millas de distancia. El coche aplastaba la grava y la noche vacía rodaba en silencio a ambos lados. Pronto un puñado de edificios emergió más adelante. Una ciudad fantasma asomaba en el horizonte del desierto: un par de edificios, una gasolinera llena de grafittis, una cadena de almacenes que probablemente habían propiciado la construcción de la ciudad aquí en primer lugar. La oscuridad camuflaba los edificios, que yacían pesados con la inmovilidad del prolongado abandono.
Dejé el coche deportivo rodar hasta pararse y observe desde la distancia. Nada se movía. La Luna prestaba su luz gris a la futilidad y solamente mostraba inmensos edificios en sombras, oscuros y vacíos. Me quedé sentada un momento midiendo los lugares probables de donde podía venir el peligro, extrapolando amenazas probables.
¿Fancotiradores? Posible, aunque no tenían muchos puntos de ventaja aquí, la línea de visión danzaba por mis sentidos y se cruzaba en los pequeños ángulos.
¿Minas en la carretera, como la banda de la motocicleta? ¿Una bomba que llevara al olvido la ciudad entera, una que ya estuviera lista para detonar, que explotara antes de verla siquiera?
Aunque todo eso era más dramático que el modus operandi preferido de Pítica. Quizá no les importara cómo me eliminaran, después de todo, yo vivía fuera de la red y nadie me echaría de menos. Pero, ¿no querrían ellos una mejor explicación para la defunción de Arthur? ¿Cuánto les importaría disfrazarla? Yo no estaba muy inclinada a averiguarlo.
Mi objetivo actual era encontrar a Tresting y salir. Podíamos regresar con un plan mucho mejor que escabullirnos torpe y separadamente en la oscuridad.
Avancé despacio con el coche, los neumáticos crujían en la grava del asfalto. Cuando llegué a los arrabales de la ciudad, una forma familiar surgió de la oscuridad y se distinguió sola: la camioneta de Tresting. Paré el coche y salí sacando la Smith & Wesson. Extendí mi otra mano para tocar el capó. El motor estaba frío. Llevaba aquí un buen rato. Oí un ligero roce en la oscuridad. Me giré y me agaché hacia un lado, apuntando la Smith hacia adelante... reconocí la silueta y aparté el dedo del gatillo.
—Tresting. Mierda.
Él bajo su arma al mismo tiempo que yo.
—¿Russell? ¿Qué estás haciendo aquí?
—Soy tus refuerzos. —me enderecé. —Inspector me avisó.
Él aspiró entre los dientes. —Cómo no.
—¿Cuál es la situación? —le pregunté sin apartar los ojos de los oscurecidos edificios.
Él se giró hacia la ciudad. —No estoy seguro. No hay nada aquí.
Me cosquilleó la espina dorsal. —¿Qué quieres decir con nada?
—He recorrido el lugar tres veces —dijo Tresting. —Parecía lleno de sorpresas la primera vez, pero… nada.
Eso no tenía sentido. —¿Qué hay del rastreador?
—Todavía no lo he encontrado. Parece estar en el almacén del segundo edificio de allí... —indicó con la cabeza hacia los inmensos edificios.—... pero la señal no es lo bastante precisa para localizarla. He registrado el lugar de arriba abajo y no consigo encontrar nada.
—Llévame allí —le dije.
Dejé que Tresting fuera delante, siguiéndole hasta el almacén. Mantuve mi arma lista y mis sentidos conectados, pero la calle permanecía vacía. Tresting entró primero abriendo una puerta metálica de persiana con un agudo chirrido de acero. Miré a mi alrededor meticulosamente, pero nuestros alrededores no nos indicaban una respuesta. Entré en el almacén, mis ojos se ampliaron en la plomiza oscuridad del interior. Algunas claraboyas mugrientas permitían entrar la escasa luz de la Luna, pero no proporcionaba más contraste que perfiles de gris sobre gris. Alguien había intentado restaurar el interior del almacén de mala manera y nunca había terminado... las paredes intentaban dividir el vasto espacio del suelo y formaba un laberinto de habitaciones a medias sin techo, como si un gigante se hubiera aproximado a una oficina de cabinas en la jungla con paredes baratas de aglomerado.
—Podría estar en cualquier parte —dijo Tresting suavemente, su voz resonó en el espacio. —Podría ser imposible encontrarlo.
—Creo que podemos estrechar la búsqueda —le dije.
Yo había tomado gran cuidado en prestar atención a las coordenadas que inspector me había dado y a lo que el GPS había leído cuando paré el coche. Hice una rápida extrapolación mental con la precisión del rastreador...
Tenía que estar en la esquina del nordeste. —Por ahí —susurré, partiendo en esa dirección.
Tresting parecía tan nervioso como yo, incluso después de haber registrado todo el lugar. Esta vez se quedó atrás mientras yo guiaba, vigilando nuestras seis en un semicírculo mientras yo descifraba el camino a través de los amplios pasillos entre las paredes.
—Tiene que estar en alguna parte más allá —le dije, y después noté que ya no oía las pisadas de Tresting detrás de mi.
Di un paso lateral y me giré con el arma delante. Tresting había desaparecido.
En su lugar, una esbelta silueta estaba saliendo de una de las inconclusas habitaciones y levantó unas delicadas manos en el aire. Todo se volvió frío. Incluso en la oscuridad reconocí a Dawna Polk.
—Hola, Srta. Russell —me dijo. —Mi gente tiene al Sr. Tresting. Por favor, baje el arma, o desafortunadamente, él será quien sufra por ello.
Él dijo que había registrado el edificio. ¡Dijo que había registrado el edificio! ¿Dónde se habían estado ocultando? ¿Y por qué?
—Tienes preguntas —reconoció Dawna. —La razón de que no nos mostráramos antes es que la estábamos esperando.
¿Cómo sabían ellos que yo vendría?
—Hicimos algunas suposiciones sobre la naturaleza humana —respondió con una pequeña sonrisa. —Somos muy buenos en ello.
Pero ¿qué quieren de mí? ¿Y por qué no nos matan simplemente?
—Lo explicaré todo a su debido tiempo —dijo Dawna. —Pero tiene mucha razón: deseamos que nos acompañe entera y desarmada por ahora. Su nuevo amigo, el Sr. Tresting, es más prescindible así que, por favor, ponga sus armas en el suelo.
Cielo Santo. Me estaba leyendo la mente. Y para empeorar las cosas varios órdenes de magnitud, habían capturado a Arthur tan rápida y silenciosamente que yo no había oído ni un murmullo. Algún serio cerebro debe de estar acechando en las sombras... Yo había peleado junto a Tresting y no era un endeble. Pero Pítica le había atrapado.
Baje la Smith & Wesson lentamente y la coloqué el suelo de cemento, alejando las manos de mi cuerpo mientras me levantaba, preguntándome lo lejos que llegaba el poder de Dawna Polk.
—¿Eso es todo, Srta. Russell? —dijo Dawna con un indicio de humor en su voz.
—Tenía que intentarlo —le dije en voz alta, saqué la Glock y el TEC-9 de mi cinturón y los dejé en el suelo también
—Todo —dijo Dawna.
—Debo decir que casi parece que dudes de mí. —saqué el cuchillo de mi bota y lo dejé con las armas.
Dawna bajó las manos. —Eso está mejor —declaró y sentí un afilado espasmo de frustración.
Río me había advertido, pero algo en mí había esperado que su rígida descripción fuese una exageración. La lectura mental había parecido demasiado absurdo, demasiado increíble. Pero aquí estaba Dawna Polk, capaz de ver exactamente lo que yo estaba pensando como si me hubiera abierto una grieta en el cráneo para mirar dentro y saber...
—Sí, así es —dijo Dawna vigorosamente. —Bueno, sabemos que usted puede ser… una persona efectiva, incluso desarmada. Por favor, crea que el Sr. Tresting continuará como rehén según su buen comportamiento. —ella levantó su voz ligeramente. —Llevadla, por favor.
Más sombras salieron de las habitaciones circundantes, cuerpos ataviados de negro. Si hubiera estado aquí sola, podría haber buscado una vía de escape incluso con Dawna leyéndome... podría haber intentado escapar incluso si la expectativa matemática leía muerte.
Pero si yo hacía un movimiento… maldito Arthur.
Cerré mi mente al calculo de rutas de escape y dejé que manos con guantes tiraran de mis muñecas hacia mi espalda. El mordisco del corte de una presa de plástico en mi piel.
Por eso no debería preocuparme sobre el bienestar de otras personas, pensé.
—Oh, Srta. Russell. Preocuparse por los demás es lo que hace que la vida valga la pena —me reprendió Dawna.
Entorné los ojos hacia ella. Yo podría no ser psíquica, pero no pude oír ninguna ironía en sus palabras. Parecía creerlo de verdad.
—Lo creo —me dijo. —Ahora, me disculpo por el menos que ideal trato que está a punto de recibir. Pero usted y yo tenemos mucho de que hablar.
Ella asintió a su gente y sentí un suave empujón de una mano fuerte en mi hombro. Seguí la indicación y caminé entre la prensa de cuerpos altamente armados hacia la noche y dentro de una furgoneta blanca que se había materializado de la nada. Mientras la furgoneta vibraba a la vida y se alejaba rodando de la fantasma, intenté no pensar sobre lo que Dawna había dicho. Ella quería hablar conmigo. Quería hablar conmigo. Sentí tensión en el pecho y no podía respirar bien. Dawna Polk quería hablar conmigo. Un terror primordial empezó a reptar limitando mis ideas.
Cálmate, me ordené. Piensa una estrategia..
Dawna no estaba aquí ahora, solamente su gente sin rostro ataviada de negro que me rodeaba en silencio, armados con rifles M4 en sus manos y armas de mano en sus muslos. Ocho personas no eran nada cuando yo tenía las matemáticas de mi lado. Pero el seguro conocimiento de que Tresting estaba en una similar furgoneta sin ventanas rodeado por guerillas igualmente armadas me impactó. Dawna me había dicho que le mataría si no cooperaba y yo la creía.
Necesitaba una vía de escape para los dos. Pero si yo no podía encontrar una, ¿cuánto tiempo le tomaría a Dawna vaciarme, destruir todo lo que yo era y remplazarlo con la personalidad que ella quisiera? ¿Cuánto tiempo antes de que rebañara el cerebro de cualquier opinión errante y me convirtiera en un loro para las metas de Pítica? Si su previa influencia servía como indicación, yo no notaría cuando sucediera, me convertiría en un títere que seguiría pensando ciegamente que era un ser humano normal.
Aumentó el pánico, inundando mi cerebro de estática, sofocando todo intento de planificación. Una nueva y desconocida emoción me arrastró... indefensión. Yo nunca había estado indefensa antes. Nunca había enfrentado ninguna amenaza que no hubiera confiado de superar eventualmente, no con mis habilidades matemáticas...
Mis habilidades. ¿Sabía Dawna lo que yo podía hacer? ¿Podría yo ocultarlas?. Tal vez podría obtener el margen que Arthur y yo necesitábamos para escapar. ¿Tenía alguna posibilidad? ¿Me había delatado ya a ella? Dawna podía leer cualquier pensamiento mirándome a la cara. Yo no confiaba en poder enmascarar ninguna información que ella pudiera buscar en mí. Pero ella no estaba viendo cada último trozo de conocimiento en mi cerebro, ¿verdad? Eso sería imposible. Si supiera cada hecho reciente en la cabeza de todo el mundo en todo momento, el diluvio de información la sobrecargaría .
¿Podría apantallarme de ella usando mi proeza matemática si, simplemente, no pensaba sobre ello?
Idiota, ¿qué ocurre siempre que se trata de no pensar en algo?
Suprimí el pánico y busqué en mi cerebro algunas ideas. Si Dawna preguntaba si yo era una superpoderosa genio en matemáticas que podía servir como un ejército de una única mujer, un tirón de mi ojo le diría que sí, pero a menos que ella sospechara tal cosa, no tendría motivo para preguntar, ¿cierto? La cuestión estaría más allá de sus suposiciones fundamentales. No se le ocurriría a menos que yo me delatara. Yo no podía desconectar la visión de los números, pero si refrenaba los cálculos tanto como podía, ¿sería posible? Las conexiones matemáticas se me aparecían a todas horas. Dejar ese sentido latente sería tan insuperable como desconectar mi audición... o, para ser más precisa, tratar de ignorar todo lo que oía.
¿Podía esconder todo eso? Espera. ¿Y si hacía lo opuesto?
Dawna probablemente no sabía mucho de matemáticas. No podría conocer la extensión de mis habilidades a menos que yo las conectara con la realidad. Si me concentraba interiormente... bueno, no pensar en algo podría ser casi imposible, pero pensar en algo era una estrategia mucho más fácil y concentrarme en inocuas trivialidades podría inundar cada idea que no quisiera tener. La computación desordenada proporcionaría la estática perfecta y no tendría que enmascarar mi capacidad matemática...
Ocultaría mis planes a simple vista.
Por no mencionar que si proporcionaba suficiente ruido blanco en mi cerebro, no sólo podría tener una oportunidad de camuflar mis pericias matemáticas, sino también evitar que mis otras ideas perdidas salieran a la superficie. Si Dawna preguntaba lo que estaba intentando ocultar, la respuesta sería tan verdadera como pudiera serlo. Ella podría verlo en el mismo instante, por supuesto. Pero al menos ahora yo tenía algo para probar.
Sobre una hora más tarde, cuando la furgoneta paró tras rodar varios minutos pendiente abajo por lo que parecía la estructura de un parking subterráneo, yo había llenado mi cerebro con interminables cálculos de los ceros no triviales de la función Zeta de Riemann. Si aquello dejaba de ocupar mi concentración, me lanzaba a construir un circuito conexo y calculaba un camino Hamiltoniano para él al mismo tiempo, y también trataba de mantener funcionando la factorización de una cadena de números de doscientos dígitos, uno tras otro. Eran matemáticas... pero eran matemáticas normales sin interés, pesados cálculos que esperaba que llenaran de tedio a Dawna en el momento en que los viera, secas manipulaciones de números que la frustrarían como obvia estrategia para ocultar otra cosa.
La mayoría de los ojos de la gente saltan las ecuaciones en el instante en que entran en escena.
Yo confiaba en que Dawna Polk no fuese diferente.
Mantenía el ruido blanco computacional mientras las tropas paramilitares me sacaban de la furgoneta, negándome a llevar a las matemáticas hacia rutas de escape pese a mi interés y llevando mi concentración hacia mi interior. Me obligué a mí misma a ignorar las matemáticas que empapaba todo mi cerebro, pero aunque Dawna misma no pudiera haberlo advertido todavía, yo estaba segura que las cámaras de seguridad grababan cada una de mis microexpresiones. Mi trabajo tenía ese riesgo laboral, no quería cejar en mi esfuerzo ni un instante. Los guardas me llevaron marchando por varios vuelos de escaleras y por una serie de pasillos de cemento hacia una puerta con el peso y espesor propios de la cámara de seguridad de un banco. La abrieron con esfuerzo para revelar un bloque de celdas con una hilera de jaulas vacías. Los bloques de hormigón gris formaban la pared a mi espalda, pero barras de hierro separaban las celdas una de otra y de la libertad, sin dejar privacidad a los prisioneros. Mis captores me empujaron al interior de una celda cerca del medio de la hilera y me sorprendieron al cortarme las agarraderas de mis muñecas antes de deslizar las barras y encerrarme dentro. Luego se marcharon; no muy lejos, estaba segura; salvo un guarda que quedó vigilando al fondo del bloque de celdas.
Espié matemáticamente y pronto descarté cada opción de fuga, incluso estando en desventaja encerrada en una celda sin recursos. Me senté apoyada en la pared de hormigón y volví a mis cálculos de la Zeta de Riemann, ajustando algunos lugares decimales para la parte imaginaria del último s que estaba contemplando.
La puerta al fondo del bloque de celdas estaba abierta y mis altamente armados amigos reentraron, esta vez con Tresting entre ellos. Tenía más moratones púrpura en la cara que antes y un goteo de sangre marcaba un labio partido. Las magulladuras me parecieron extrañas, pero en vez de intentar calcular el porqué, me enterré a mí misma en el análisis de un camino Hamiltoniano y me levanté.
—Hey, ¿estás bien? —llamó Tresting.
—Sí —le dije, manteniendo mi mente girando en mi circuito conexo y otra raíz de la Zeta de Riemann de fondo. —¿Y tú?
—Sí —él dejó de hablar durante de un rato mientras los guardas le llevaban dentro de la celda al lado de la mía. Le cortaron las ligaduras de las manos como habían hecho conmigo y le encerraron. Una vez que se hubieron marchado de nuevo, Tresting se giró hacia mí frotándose las muñecas.
—Lo siento —me dijo, todo abatido e indudablemente sincero. —Lo siento mucho. Es culpa mía, todo esto.
—En realidad no —le respondí. Honestamente, yo no le culpaba. Yo había sabido muy bien lo que arriesgaba cuando fui a por él. —Deben de haberse ocultado hasta que llegué allí. Obviamente ella había planeado esto.
—No es lo que quería decir —me dijo. —Sabía que era una trampa. no debería haber… es que me desesperé. No quería perder la pista, ¿sabes?
—Ya lo sé —le dije. —No pasa nada.
—No, he oído lo que ella dijo. Te prepararon una trampa, pero tú sola no podrías haber sido tan tonta para caer en ella. Fui yo quien hizo que nos atraparan.
—Ella jugó con todos nosotros —le dije. —Naturaleza humana, dijo ella, ¿cierto? Puede predecir cuándo seremos estúpidos.
—Tal vez.
—Fue culpa mía tanto como tuya —le dije. —Vine sin que me invitaran en primer lugar, ¿recuerdas?
Él exhaló tristemente. —¿Sabes algo de lo que quieren de ti?
Era una buena pregunta. Dos noches atrás habían intentado matarme sin hacer preguntas y ahora me habían preparado una trampa. La única suposición buena que se me había ocurrido era que aquello tenía algo que ver con mi mínima habilidad para escapar al lavado de cerebro de Dawna. Por supuesto, considerando la facilidad con que ella me había engañado durante nuestro encuentro en la cafetería, y la profundidad del efecto que había perdurado antes de la insistente intervención de Rio, yo no había confiado mucho que la supuesta resistencia me fuese muy útil.
—Supongo que lo descubriré —le dije.
—Sí. —Arthur estaba mirando sus manos, frotándolas reflexivamente. —¿Sabes?, podías haber huido cuando me amenazaron.
—No, no podía.
Me miró y asintió, como si comprendiera lo que yo quería decir.
Absurdamente, me sentía como si hubiera superado alguno tipo de prueba.
—Además, tú habrías hecho lo mismo por mí —le señalé, avergonzada.
—Sí, pero yo tengo una reputación de idiotez de auto sacrificio que mantener.
—Bueno. Todos tenemos nuestros defectos.
Resopló algo que casi sonó a una carcajada, y toda tensión restante desde que nos encontramos esa noche pareció disiparse de golpe. Arthur se sentó en el suelo apoyando la espalda contra la pared, y yo me uní a él en el otro lado de las barras que separaban nuestras celdas mientras factorizaba otro centenar de enteros. La mayoría de ellos eran sencillos, pero acababa de llegar a uno que podría ser un semiprimo.
—¿Qué crees que va a pasar aquí? —preguntó Arthur después de un rato.
—Creo que Dawna Polk va a venir a hablar con nosotros —le dije. —Y luego haremos todo lo que ella quiere.
—¿Tenías un plan?
El algoritmo euclídeo saltaba hacia cada resto subsiguiente, sustrayendo y dividiendo y sustrayendo. —Resistir tanto como pueda, supongo.
Por supuesto, Dawna podía hacerme pensar que yo estaba resistiendo cuando, en realidad, estaba haciendo exactamente lo que ella quería.
¿Qué había dicho Rio? ¿Que la conversión llevaría tiempo, si su meta iba fundamentalmente contra la personalidad de la víctima? ¿Meses, incluso, para un resultado opuesto a la psicología de una persona?
¿Cómo era mi psicología? Axiomática, probablemente, pero ya había presenciado su habilidad para reescribir esos axiomas que me hacían racionalizarlo todo. No tenía defensa contra ella. Ninguno de nosotros la tenía.
—Nunca he sido de los que consideran el suicidio una solución apropiada —dijo Tresting junto a mí —pero en este caso…
Giré mi cabeza bruscamente para mirarle. Quitarme la vida no se me había pasado por la cabeza. —Bueno, supongo que es un modo de evitar su influencia —me las arreglé a decir.
—Evitarla, y asegurarse de que ella nunca me obligará a hacer nada a mis... a nadie que me importe. Ni a cualquier otra persona.
Si su principal preocupación era ser utilizado como una herramienta para hacer daño a los demás, entonces él era definitivamente una mejor persona que yo.
—Yo... si quieres hacerlo, puedo hacerlo rápido —me ofrecí con palabras en una boca seca.
—Gracias,me dijo en voz baja. —Te dejaría hacerlo, ¿sabes?
Nos quedamos en silencio.
Eventualmente yo me levanté del suelo de cemento y traté de dormir un poco. Uno de los guardas nos traía comida y agua cada pocas horas y Arthur no tuvo problema en darse la vuelta cuando yo necesitaba usar el inodoro de acero fijado a la pared.
La espera era humana, si no tediosa.
Percibí que mis jaquecas crónicas habían desaparecido. En vez de suponer un alivio, su súbita ausencia sólo espoleaba mi ansiedad. Los dolores de cabeza habían aparecido cuando nunca había podido resistir la influencia de Dawna... ¿significaba eso que yo ya no las sentía?
Joder.
Me enterré en mi madriguera matemática. Era todo lo que podía hacer. Mantenerme ocupada con mi flujo constante de monótona aritmética mental, no me molestaba en medir el tiempo pero, al menos, había pasado un día entero antes de que se abriera de nuevo la puerta del fondo del bloque de celdas para revelar una rizada figura y familiar cara pecosa.
—Hola —dijo Courtney Polk, caminando por el pasillo del bloque de celdas hacia nosotros.
Arthur y yo avanzamos hacia las barras de nuestras celdas.
—Hola —le dije cautelosamente.
El asombroso número de interrogantes que rodeaba a Courtney surgía delante de mi cerebro. ¿Estaba ella aliada con Pítica y Dawna? Si así era, ¿cuánto de ella lo estaba por libre voluntad y cuánto por el lavado cerebral psíquico de Dawna? ¿Realmente había matado a Reginald Kingsley?, ¿Lo había hecho bajo la influencia de Dawna? ¿Cuánto podía soportar? ¿Quién era ella, mi clienta o una enemiga? ¿Qué demonios podía yo hacer por ella?
—Siento que hayáis pasado por todo esto —dijo Courtney, saludando con una mano a las celdas. —Es por vuestro propio bien y todo eso pero, aún así, lo siento.
—¿Qué quieres decir con que es por nuestro propio bien? —le dije cautamente.
—Bueno, mi hermana. os está ayudando. —La esquina de su boca se tensó en una sonrisa amistosa.
Arthur y yo nos miramos.—¿Nos está ayudando ahora? —le dije.
—Os pondréis mejor. —ella hablaba como si fuese la cosa más obvia del mundo.
—¿Qué te hizo ella, encanto? —preguntó Arthur.
La sonrisa de Courtney floreció. —Es su tarea, la de mi hermana. Es impresionante. La persona más impresionante del mundo. Yo estaba tan perdida antes de que me ayudara.
Aquella conversación era surrealista.
—Ella no es tu hermana, ¿sabes? —le espeté.
Courtney no pareció molesta. —Ella es todo lo que importa.
—Pues no la vi por allí cuando el cártel te secuestró —le dije.
—Por supuesto que sí. ¿No te contrató ella?
Me quedé en blanco. Bueno, suponía que ese era un modo de ver las cosas si Dawna no fuese una jodida psíquica.
—Ella no podía sacarme de allí, pero después, me encontró tan rápido como pudo —explicó Courtney.
Me sorprendí diciendo: —Déjame ponerte un poco al día —le dije. —Tu hermana puede hacer todo lo que quiera. Podía haber entrado caminando en aquel complejo y sacarte paseando en las narices de los guardias del cártel si hubiera querido pero, por alguna razón, no lo hizo. Lo siento, pero todo lo que eres para ella es un peón en algún gran juego que está jugando. —respiré hondo. —Mira, te dije que te ayudaría. Aún estoy dispuesta a hacerlo.
—Eso es muy amable de tu parte —dijo Courtney delicadamente, en el mismo tono transparentemente falso que yo podría haber usado si algún instituto me hubiera ofrecido la plaza de profesora de aritmética. —En serio, lo aprecio mucho. Pero Dawna lo ha arreglado todo, como siempre. Sin isla allende los mares. Sin tener que huir. Y mi vida va a tener un significado. Un verdadero significado.
—¿Haciendo qué? —le dije.
—Ayudarla. —La sonrisa había vuelto, sus ojos chispeaban.
Arthur se aclaró la garganta. —Encanto, ¿que quiere hacer tu hermana?
—¿Qué iba a ser? Cambiar el mundo.
Me mordí la lengua para no soltar una exclamación de incredulidad sobre verdades vacías. —¿Cambiar el mundo cómo? —le presioné.
—Pues hacerlo mejor. ¿Qué iba a ser? —Courtney casi soltó una carcajada por mi torpeza. —Hay tantísimas cosas horribles sucediendo en el mundo. Como los cárteles de la droga. Pero no sólo ellos. La gente hace cosas crueles y terribles unos a otros. La gente muere por el hambre y la guerra, y Dawna y todos los demás están trabajando para detener todo eso. Vamos a hacer muchas cosas buenas. Y yo voy a ayudarles, y confió en que vosotros también.
—Espera. A ver si lo entiendo. —Mis ideas daban vueltas. —¿La meta de Dawna es hacer del mundo un lugar mejor?
Courtney parpadeaba al mirarme. —¿Que iba a ser si no?
Yo había estado pensando en la pauta de que ella era una mente maestra maligna y que esclavizaría a todo el mundo. Aunque tal vez tal distopía estaba ciertamente en su mente, si ella forzaba a todos sus esclavos a comportarse amablemente entre sí y asegurarse de que tuvieran todos suficiente comida y demás… después de todo, pensé irónicamente, ¿no haría de ese modo un mundo poderosamente más pacífico?
Alguna parte desconectada de mi cerebro se preguntaba cómo había sido Courtney antes de encontrarse con Dawna Polk. Si ella había sido algo parecido a esta Courtney o si la chica original había desaparecido ya para siempre.
—Si todos estáis tan ansiosos por ser tan buenas personas —investigué —entonces, ¿por qué estamos Arthur y yo aquí encerrados? ¿No deberías dejarnos salir?
Courtney se mordió el labio. —Me... me gustaría... hacerlo. Tú intentaste ayudarme mucho, a tu modo. Pero las personas como tú… no deberían estar en las calles. —ella me observó con tristeza. —Tú haces daño a la gente. Lo he visto. Y has matado gente y robas a la gente, y... Vamos a intentar cambiar el mundo a mejor, apartar a las personas que causan todo el caos, y ahora mismo, tú eres una de ellas. —arrugó su cara incómodamente, luego añadió a Arthur,—Y no te conozco, lo siento, pero estoy segura de que Dawna tiene una buena razón por tenerte aquí también. Ella siempre la tiene.
—Pero dijiste que confiabas en nosotros, que trabajaríamos contigo.. con todos vosotros —protesté, sabiendo que había perdido la pelea antes de empezar.
—Sí, lo haremos, después de que te apartes de todo eso. Dawna os ayudará. —ella estaba sonriendo otra vez.
Era extraño.—¿Y si ya lo ha hecho? —yo intentaba entrar desesperadamente. —¿Apartarme del lado oscuro y todo eso? Tú lo has explicado, uh, realmente bien, y yo, yo quiero cambiar y unirme a vosotros. He visto la luz, lo juro. ¿Nos dejarás salir?
Las palabras sonaban tan ridículamente artificiales en mis propios oídos que no me sorprendí cuando Courtney empezó a reír gentilmente. Por lo visto, que te lavaran el cerebro no te dejaba estúpida.
—Cuando sea de verdad, cuando realmente quieras unirte a nosotros, yo sé que estaremos encantados de aceptaros. Yo estaría encantada de acogeros. Y Dawna, ella es tan compasiva, y... bueno, ella es realmente la mejor hermana del mundo. —Su sonrisa era brillante y esperanzadora. —Creo que va a venir a hablar con vosotros muy pronto. Ella será capaz de ayudaros. Ya veréis . ¿Os podré visitar después?
—Claro —conseguí decir.
Yo quería enfadarme con ella, perder los nervios, pero todo lo que podía reunir era compasión. Pena por Courtney y miedo por mí misma. La cara de Courtney se iluminó aún más. —¡Estupendo! Os veré luego, entonces, ¿vale? Fue un placer conocerle —añadió a Arthur a pesar de no haberse presentado.
A continuación, ella se giró y salió del bloque de celdas.
—En cierto sentido, tiene razón —dijo Arthur mientras sonaba el metal de la puerta al cerrarse tras ella. —Sobre las personas como tú y yo. En una sociedad perfecta, nosotros no existiríamos .
Yo no estaba de humor para filosofar. —Cuando vivamos en una sociedad perfecta, házmelo saber. —le dije.
Él apoyó su espalda contra las barras frente a mí. —Bueno, a veces ni siquiera estoy seguro de que haga algún bien. El Señor sabe que lo intento pero …bueno. hago muchas cosas estos días de las que no estoy orgulloso. Sospecho que no salgo bien parado en la balanza del juicio. Tal vez tenga razón.
Me giré hacia él incrédula. —¿Realmente piensas que lo que Dawna hace es...?
—No estoy diciendo que esté justificado —me interrumpió, aún con un tono contemplativo. —Pero si realmente está intentando mejorar las cosas... No sé, podía haber peores objetivos que tú y yo.
—¿Qué me dices de Courtney? —le dije cáusticamente. —¿Qué hay de la Dra. Kingsley? ¿Y Reginald Kingsley? Y todos esas personas en su archivo? ¿Y quién le dio a Dawna Polk el derecho de elegir en primer lugar?
—Cálmate. No estoy diciendo que coincido con todos los métodos aquí. Pero un bien mayor que no se escapa de las manos... bueno, da que pensar, ¿o no? Y si estamos hablando del bien mayor, no estoy seguro de que tú y yo estemos en el lado correcto, eso es todo.
Yo no sabía lo que me chocaba más... que Arthur pareciera poder ver el punto de vista de la mujer que actualmente le tenía encerrado bajo pena de lavado cerebral o que se estaba incluyendo en el mismo nivel ético que el mío. Después de amonestarme por mi inmoralidad relativa el otro día, oírle tan inseguro sobre sus propios principios inconsistentes era ligeramente impactante. Tal vez por eso le dije lo que le dije a continuación. Quizá era la certeza inminente de que me iban a retorcer la mente lo que me hizo ser más franca de pronto. O quizá imaginé que no importaba lo que le dijera de todas formas, dado que su mente estaba a punto de de ser exprimida también
.—Cualquiera que sea el juicio de tu balanza, lo verán mucho mejor que el mío —admití, mi voz se agrietó un poco. —Tú al menos lo intentas. Yo sólo... sobrevivo. —tragué. —He estado pensando en ello y tenías razón antes. No pienso mucho en las personas a las que hago daño y matar a alguien que me amenaza... siempre he creído lo más inteligente que hacer. Me lo señalaste tú mismo... También te habría matado, allá en el motel. —me sentía como si estuviera haciendo una confesión en el lecho de muerte. Quizá fuese así. —No creo que sea una buena persona —añadí en voz baja.
—Pero estabas equivocada en una cosa —dijo Arthur—. No me mataste.
—Sólo porque tú estabas en lo cierto... no tenía suficiente impulso.
—No. Hablo sobre lo que ocurrió después de eso. Me dejaste inconsciente y luego me dejaste con vida.
—Ya no eras una amenaza.
—Sí, lo era —me corrigió—. Y sabías que podía serlo.
Fruncí el ceño. Tenía razón.
La expectativa matemática había sido que yo estaba a salvo, pero él me había apuntado con una arma y la probabilidad de que él hubiera podido venir a por mí de nuevo había sido definitivamente no igual a cero. De hecho, él me había perseguido otra vez.
¿Por qué le había dejado con vida?
—Creí que eras un poli en aquel momento —recordé. —Asesinar a un representante de las fuerzas de la ley... trae demasiadas complicaciones.
—¿Y por eso no lo hiciste?
—Bueno, no. —La idea de despacharle una vez que no había amenaza inmediata ni siquiera había pasado por mi mente, algo que parecía extrañamente ilógico por mi parte al recordarlo. —Supongo que lo inteligente habría sido considerarlo.
Se rió. —¿Tú estás en esta cruzada por hacerme pensar mal de ti?
—De acuerdo —le concedí displicentemente. —Así que es cierto que no mato gratuitamente. Eso es una alta recomendación. Estoy segura de que la cabina de admisión, Dios diría ¿por qué debería dejarte entrar en el cielo?
—No te menosprecies, Russell. El mundo es un lugar grande y has zurrado a un montón de gente.
—¿Me estás diciendo que soy demasiado violenta e inmoral?
—Bueno, sí. Pero tal vez yo también. Ninguno de los dos somos angelitos, supongo. Y no sé, pienso que hay alguna esperanza ahí para ti. Quizá hasta para mi también.
—Eso anima —le dije. —¿Eso opinas, entonces? ¿Que no somos los buenos pero que Pítica aún debería soltarnos porque tampoco somos los peores de los malos y que podría haber alguna esperanza de redención? —Él sonreía por mi fraseología. —Sólo estoy rumiando aquí, en serio. Quizá todos somos tonos de grises... tú, yo, Dawna Polk y su intento del bien mayor… —pensé en lo que Dawna Polk me había hecho a mí, a Leena Kingsley, a tanta otra gente... y en lo que le haría a Arthur y a mí muy pronto.
—No, estoy bastante segura de que hay que matar a Dawna tan pronto como podamos —le dije —La redención se puede ir al infierno.
Arthur rió de nuevo.
Probablemente no se dio cuenta de que yo hablaba en serio.
Cuando por fin llegó Dawna, vino a por mí.
Dos de sus soldados de negro entraron en el bloque de celdas y cortésmente me pidieron que les acompañara.
Yo miré a Arthur, su expresión era grave de preocupación. Me tomé un instante para mirar desde detrás de mi escudo de tediosa aritmética para evaluar la pesada puerta cerrada al fondo del bloque de celdas y preguntarme si podía saltar la guardia (probable) y sacarnos a Arthur y a mí atravesando la puerta de una pieza antes de que llegara un ejército de soldados (improbable). Por mucho que prefería pelear, cometer suicidio vía una probabilidad casi cero de intento de fuga me atraía tanto como lo hacía estrujarme los sesos en la celda. Esperar la oportunidad a su debido tiempo era la respuesta obvia… aunque podría ser arrogante pensar que yo podía sobrevivir a una entrevista con Dawna y permanecer intacta.
Regresé al ruido blanco aritmético en mi cerebro, llenando cada neurona con un jaleo de cálculos, tantos que yo tenía problemas para hacer malabarismos con todos. Los soldados me llevaron por varios pasillos descendentes y a través de otras tantas puertas metálicas, y luego subimos en un largo viaje de ascensor que se abrió a un recibidor de lo que parecía ser un estado de lujo. La alfombra era tan gruesa bajo mis botas que no sólo amortiguaba todo sonido de nuestro paso sino que tenía sus propios muelles y las tropas paramilitares parecían extrañamente fuera de lugar en la minimalista decoración y estilosas pinturas enmarcadas. Me guiaron por varios pasillos acolchados antes de cruzar finalmente un conjunto resplandeciente de dobles puertas talladas que conducían a una biblioteca. Allí uno me hizo un gesto para que me sentara a una larga mesa. Hileras de librerías se extendían a cada lado, cada estante estaba lleno de volúmenes en prístino estado.
—Por favor, espere aquí —dijo una de las soldados, una mujer con corte de pelo militar. —Mientras tanto, se nos ha instruido a recordarle, con disculpas, que el bienestar de su amigo depende de sus elecciones.
—Ya, lo pillo. —le dije.
Me preguntaba lo lejos que Dawna pensaba que podía empujarme usando esa influencia.
Demonios, probablemente ya lo sabía exactamente.
Espié en las matemáticas de nuevo... las probabilidades oscilaban hacia un conjunto mucho más favorable, atormentándome con escapar, pero yo no creía que Dawna fuese una amenaza inmediata y ellos herirían Arthur si yo intentaba algo. No estaba preparada para correr ese riesgo.
Me senté en una cómoda silla bien tapizada y esperé, contando el tiempo, sobrecargando mi cerebro con trabajo bruto matemático sin sentido. Mis acompañantes se retiraron hasta la puerta pero se quedaron dentro de la habitación, presumiblemente preparados para dispararme o persuadirme si yo intentaba algo.
La pequeña parte de mi mente que no estaba realizando ciclos de repetitivos NP-fuertes y algoritmos de clase de complejidad EXPTIME se preguntaba:
¿Por qué demonios tenía Pítica una biblioteca aquí? ¿Qué era este edificio para ellos?
Como en los pasillos, la decoración de aquí me parecía tan lujosa como impersonal. Tal vez la habitación solamente era para alardear... aunque, por qué necesitaba alguien una biblioteca para eso, yo no tenía ni idea.
—No es una pretensión —dijo una voz articulada de mujer.
Yo di un brinco, saliendo por acto reflejo de mi interferencia aritmética mental. Dawna había ingresado en la habitación, el espeso alfombrado amortiguaba sus elegantes tacones de aguja. Estaba de pie con sus manos a la espalda en una aproximación de ligero descanso de pasarela, levando un tema crujiente de falda y blusa. Su glamour me hacía sentir positivamente la versión trol de un ser humano.
—Tengo una biblioteca aquí porque me gustan los libros —continuó con una pequeña sonrisa. —Tengo una proclividad particular por las primeras ediciones.
—Irónico —le dije, mi voz salió un poco ronca. —Creo que Courtney Polk ya va, al menos, por la tercera.
Dawna se giró y asintió a sus guardas. Ellos se dieron la vuelta y abandonaron la habitación cerrando las puertas suavemente tras ellos. Dawna se acercó y se sentó frente a mí juntando las manos delante de ella sobre la mesa.
—Courtney…— apretó sus labios. Cuando encontré a Courtney, ella estaba… rota. Más allá de la depresión. Drogas, píldoras, sin empleo y sin habilidades para conseguir uno.
—Por eso le conseguiste uno como una mula de droga —le dije, saltando a otra raíz de la Zeta de Riemann mientras hablaba.
—Gran mejora —ella sonreía ligeramente. —Los cárteles presentan un buen frente, pero en general, les hemos descolmillado. En casi todos los sentidos, trabajan para servir a nuestros fines ahora, no los suyos. Al trabajar para ellos, La Srta. Polk estaba verdaderamente trabajando para nosotros.
—Espera, ¿vosotros controláis los cárteles de la droga?
—Sí —dijo Dawna. —Eventualmente, los controlaremos totalmente, por supuesto, pero por ahora nos proveen con medios, en muchos sentidos, para cumplir nuestros objetivos. Sus recursos, las redes que ya tienen emplazadas... nos han sido muy valiosas.
—Vuestros objetivos —repetí. —¿Que son?
Ella levantó sus cejas. —La paz mundial. ¿No habló Courtney con vosotros?
—Sí —le dije lentamente. —ella lo mencionó.
¿Y bien?— abrió sus manos, invitadora. ¿Qué piensas?
Factoricé otro entero. ¿Que qué pienso?
Pues pensaba que no era así como me había esperado que fuese esta entrevista. Yo había estado anticipándome al...
—‘Lavado de cerebro es una palabra muy fea, Russell. Vamos, eres una persona inteligente. ¿Por qué desperdiciaría yo esfuerzos obligándote a hacer algo cuando puedes ver fácilmente la lógica por ti misma? Todo lo que quiero es explicarte lo que hacemos aquí. Una vez que lo comprendas, creo que querrás unirte voluntariamente.
—Nos encerraste —le indiqué.
—Míralo desde mi perspectiva —me dijo razonablemente. —Tú y el Sr. Tresting habéis estado operando sobre la suposición de que nosotros somos una especie de monstruo de la conspiración, cuando nada podía estar más lejos de la verdad. Admito que, una vez, empezasteis a causarnos ciertos problemas. Quería explicarte lo que somos de verdad.
—Y si yo no estoy de acuerdo en beber el veneno entonces, ¿nos dejarás marchar?
—Bueno, difícilmente tendrá sentido hacer eso si vais a trabajar contra nosotros, ¿no es cierto? No cuando nuestro afán es mejorar tantas y tantas vidas. —ella hablaba con sencillez, articulada y seriamente. —Russell, nosotros salvamos un número incontable de personas de la pobreza y el hambre todos los días. Estamos acabando con el crimen violento de forma global, efectuando cambios drásticos en ciudades que nunca han conocido otra realidad. Hemos encaminado acuerdos para acabar con las crisis nucleares y domado peligrosos grupos insurgentes, hemos convertido brutales señores de la guerra en individuos impotentes o ayudado a las revoluciones contra ellos. Millones de personas sufren menos todos los días gracias a lo que nosotros hacemos... gente real, tangible que puede trabajar y amar y vivir sus vidas ahora... gracias a nosotros.
Tuve que agitar la cabeza para disipar su magia, para envolverme en mis matemáticas internas y usarla para repeler su hechizo.
—Matáis gente —le recordé tercamente. —Arthur y su colega relacionaron una larga lista de asesinatos con vosotros. Y tú lavas el cerebro de la gente. Vi lo que le hiciste a Leena Kingsley y estoy muy segura de que le lavaste el cerebro a Courtney para que matara al marido de Kingsley y hacer que pareciera un suicidio. Oh, y has intentado matar a Arthur... y a mí, por cierto. No es el mejor modo de convencerme de que sois todo arcoiris y rayos de sol.
Dawna inclinó su cabeza. —No negaré nada de eso. Pero yo te urjo. Russell, creo que eres lo bastante inteligente para percibir una fotografía más grande. Lo que nosotros hacemos... es usar golpes quirúrgicos. Precisión. Una vida, comparada a los miles más a quienes salvamos de la ejecución. O un único oficial del gobierno que cambia de idea sobre un asunto que ni siquiera entiende plenamente, y así disipar tensiones que provocarían una guerra mundial en el plazo de un año. Son la mariposa que causará el huracán y nosotros cortamos sus alas para salvar millones... ¿puedes decirme verdaderamente que esto está mal?
—¿Y qué te da derecho a decidir quién vive y quién muere? —la desafié.
—Todos nosotros tenemos ese derecho. Russell —me dijo tristemente. —Cada uno de nosotros. Sólo nos distingue el poder que empuñamos. Pítica tiene gran poder, como yo y otros como yo... adivinamos conexiones que otros no pueden y tenemos la fuerza para alterarlas. Si eligiera la inacción, estaría eligiendo la muerte para todas esas personas que salvamos. Toda decisión que hago condena a algunos y no a otros. —se inclinó hacia adelante. —Puedo ver la persona racional que eres, Russell. Tú tienes que ver la lógica aquí. Si no avanzo, estaría haciendo una elección en favor de todo el sufrimiento que podría prevenir, tan segura como si lo hubiera causado yo misma. De modo que has de preguntar, ¿qué me daría el derecho de rechazar esta responsabilidad cuando puedo ayudar a tantos?
—No —le dije débilmente.
Me daba vueltas la cabeza. Su filosofía parecía tan lógica, tan matemáticamente correcta, pero tenía que ser inconsistente en alguna parte. Tenía que serlo. —No. Eso no puede justificar lo que haces.
Ella asintió como hubiera esperado esa respuesta.
Demonios, probablemente la había esperado.
—En ese caso, me gustaría proponerte una pregunta. Si observas la agresión como injustificada por un bien mayor... perdóname si te ruego que consideres una inconsistencia. —ella esperó un instante antes de retomar la palabra. —Nos calificas como malvados, aún así, parece que tú aceptas el mismo comportamiento que tu amigo.
Casi me reí. —¿De qué estás hablando? —La mitad del problema de Arthur era que él no estaba dispuesto a ser lo bastante violento, incluso en caso de defensa propia.
—No me estaba refiriendo al Sr. Tresting —corrigió Dawna gentilmente.
Un súbito nudo se condensó en mi estómago y por un instante, osciló el curso de mi trabajo matemático interno.
—No es mi amigo —le dije, ignorando algo en mi interior al que no le gustaba decirlo en voz alta.
—Tal vez no —dijo Dawna. —Pero eres amiga suya.
El nudo se intensificó. No le dije nada. Dawna parecía estar esperando algo. Me miraba con sus ojos ligeramente entornados... Me aseguré que mi cerebro aún estaba tan ocupado como podía con sus mundana letanía algorítmica, preguntándome lo que ella vería, lo que ella veía... pero tras un momento de silencio, ella rompió la tensión y se reclinó en su silla.
—Russell, me gustaría que confiarías en mí. Sé que eso no es fácil para ti, pero quizá yo pueda ayudar. Te lo ruego, pregúntame cualquier cosa, te juro que responderé honestamente.
Recuperé la voz. —Como si eso significara algo, ¿que garantía hay en la prometas de no mentir?
—Cierto, no tienes modo de estar segura de mi palabra. Sin embargo —añadió con un leve indicio de una sonrisa conspiratoria —al menos sabrás qué respuesta elijo darte.
Cielo Santo.
Me quedé mirándola, mi boca se abrió ligeramente. Me conocía mejor que yo misma. Por mucho que me opusiera a seguirle el juego, yo era constitucionalmente incapaz de desaprovechar tal oferta Más información era siempre más información, da igual lo poco que confiara en la fuente...después de todo, podría al menos ser capaz de cotejar la respuesta particular que elegía darme con la respuesta que Dawna Polk elegiría darme.
Y eso podría decirme algo, ¿cierto?
Ridículo.
¿Honestamente creía que podía competir en ingenio con una psíquica literalmente?
Y aún más, me estaba ofreciendo decirme todo lo que yo quisiera, y eso tenía que preguntarlo. Tenía que saber.
Oh, demonios.
—De acuerdo —le dije, redoblando mi furioso batido cerebral con matemáticas mentales mientras intentaba disipar la certeza de que estaba a punto de caer en el juego y las manos de Dawna. Casi podía sentir la tierra cediendo bajo mis pies, pero no podía detenerme.
—Para empezar, vuestras aspiraciones y poderes y motivos están todos muy bien, pero quiero saber qué clase de juego has estado llevando conmigo en particular y por qué. Dices que tratar de matarme o encerrarme es todo por el bien mayor porque yo había ocasionado problemas, pero tú eres la que me arrastró en todo esto en primer lugar, ¿recuerdas? Si posees los cárteles, ¿por qué dejar que alguien al que le habías lavado el cerebro, a tu peón, fuese capturado por ellos? Y por qué fingir el contacto de Río para contratarme para cubrirte las espaldas? No tiene sentido.
—Ah. Sí, eso necesita alguna explicación. No se trataba de dejar que capturaran a la Srta. Polk sino de ingeniarlo.
¿Qué? ¿Lo había preparado ella?
—Sí. Courtney Polk... bendita sea, ya la habíamos tenido trabajando para los cárteles, y era perfecta para este papel. ¿Ves?, necesitábamos a alguien que pudiera ser tomada cautiva convenientemente. Y que pudiera ser digna de rescate.
Ser digna de… Las piezas empezaban a encajar. Hasta con la mitad de mis ideas ocupadas en aritmética inútil.
—Era una prueba. —al decirlo, ya estuve segura. —Courtney no lo sabía, pero ella y el cártel, se trataba de vuestra gente todo el tiempo. Me estabais probando.
Dawna vaciló, quizá avergonzada. —No. Nosotros, ah, no te estábamos probando.
Y de pronto; lo comprendí. —Estabais probando a Río.
Ella inclinó la cabeza ligeramente. Yo no les había importado en absoluto. Fui sólo un peón más. El juego siempre había sido sobre Río.
—Querías ver si Río la rescataría —le dije lentamente, asimilándolo sobre la marcha. —Tú ya sabías que él estaba trabajando infiltrado. Y como no lo hizo…
—Eres inusual, Russell —dijo Dawna. — No consigues percibir gran cosa. La relación que tienes con el Sr. Río es... bueno, de hecho, eres la única persona que hemos encontrado que tiene una relación con él. Cuando te envié tras la Srta. Polk, queríamos ver hasta dónde llegaría él... por ti.
El puzzle tomaba forma, encajaba tan limpiamente como los circuitos hamiltonianos que había llevado en mi cabeza. —Le contaste al cártel que yo estaba llegando. Te aseguraste de que atraparan. Pensé que todo era demasiado casual. —ella me sonreía. —A decir verdad, fuiste mucho más habilidosa de lo que habíamos anticipado. Por eso empezamos a discutir reclutarte también.
—¿En vez de mandar unos motoristas extremadamente bien armados para matarme después? —le pregunté placenteramente.
Su rubor aumentó un toque. —Debo disculparme por eso. Calculamos mal ese ataque. estaba destinado a calibrar la respuesta del Sr. Río para sacarte del peligro.
De acuerdo. Pensé que presumiblemente tampoco les había importado mucho si mordía el polvo...especialmente después de que hubiera dejado caer el nombre de Pítica a Dawna en la cafetería.
—Entonces, todo esto de llamarme en primer lugar... estabais... ¿qué, estudiando a Río?
—Sí.
—¿Y qué aprendisteis? —le pregunté.
—Que nos sorprendía. Permitió que te fueses.
Levanté las cejas. —Tuve que tumbarlo con una silla.Nos miramos durante un segundo. Maldición.
—De acuerdo. Si Río no hubiera querido que me escapara, probablemente no lo habría hecho. Vale, ¿por qué Río? ¿Por qué estás tan interesada en él?
Me escudriñó un instante antes de responder. —Necesitamos a alguien como él.
—Parece que ya tienes tu propio ejército privado —observé.
—Russell —dijo Dawna delicadamente —No estoy segura de que seas plenamente consciente de las pericias del Sr. Río. Su capacidad de ser efectivo... raya lo irreal. Ha destruido gobiernos enteros. Equilibrado ejércitos. Encontrado y aniquilado células terroristas que las agencias de inteligencia de varios continentes se volvían locas para perseguir. Ha alterado el curso de naciones. Un sólo hombre.
Su voz era tranquila, factual y muy seria.
Ja. Así que era eso lo que hacía Río con su tiempo libre. No tenía ni idea se que fuera tan impresionante.
No voy a mentir. Estaba celosa.
Me obligué a rumiar las matemáticas de un problema de caminos y no respondí.
—Él, a veces —continuó Dawna —ha vuelto su considerable conjunto de habilidades contra organizaciones similares a Pítica. No salieron muy bien paradas contra él. —las comisuras de su boca se elevaron en la sombra de una sonrisa torcida. —Puedes imaginar por qué no hemos querido ser su último objetivo.
—Pues creo que el barco ya ha zarpado —le dije.
—Aún confiamos en hacerle cambiar de idea.
Cambiar su mente. Joder. Si Dawna podía confiar en decir algo, era que podía cambiar la mente de cualquiera.
Excepto... Espera un minuto.
Si habían perforado la cobertura de Río en el cártel y sabían dónde estaba entonces, ¿por qué no era él ya la herramienta forzada de Pítica? Él no había sabido quién era Dawna hasta que me hubo puesto el hechizo a mí. No la habría reconocido como una amenaza. Ella podía haber entrado caminado y haber hecho su cosa PES sobre él sin levantar la mínima sospecha.
A menos que... sentí que mis ojos se agrandaban.
Dawna sonreía. —Tu deducción es correcta. Mi penetración... esa que nos ayuda a relacionarnos tan bien con las personas... nos falló aquí. El Sr. Río es, como estoy segura que sabes, un caso especial.
¡Cielo Santo, Marty! No podían controlar a Río.
¡Ellos no podían controlar a Río! Nota personal: para evitar ser vulnerable a un telépata, hazte un psicópata. No, mala idea, Cas.
—He aquí el porqué de la experimentación —susurré. —Estabas intentando entender cómo había reaccionado.
—Precisamente —dijo Dawna. —La ciencia nos diría lo que nuestras intuiciones no podían.
Me aclaré la garganta, casi temiendo preguntar. —¿Y qué os dijo la ciencia?
—Nuestra investigación podía llenar tres libros de texto —me dijo, aún sonriendo. —Pero te contaré la versión corta. Nuestras observaciones... vemos las emociones de la gente. Lo que sienten, lo que desean; lo vemos y empatizamos con ello. La psicología del Sr. Río era simplemente extraña para nosotros, pero creemos que tenemos una mejor comprensión de él. No está impulsado por la emoción como los demás, pero tiene… necesidades.
No. No, no, no, no, no. Río es inmune. ¡Acabas de decir que Río es inmune!
—Russell, por favor, ¡insistes demasiado en esa visión dramática de nosotros! Te aseguro que todo lo que deseamos es hablar con el Sr. Río, como estoy hablando contigo ahora. Discutir nuestros puntos de vista con él. Sus metas son muy similares a las nuestras. Creo que una vez que vea nuestro punto de vista, coincidirá en crear una relación laboral mutuamente beneficiosa.
Si atrapaban a Río… incluso descontando los dementes logros que Dawna afirmaba que él tenía a su nombre, yo sabía lo que Río podía hacer, lo que era capaz que la mayoría no, y aquello no tenía nada que ver sus pericias. Si Pítica reclutaba a Río, yo no estaba segura de que hubiera nadie capaz de detenerlos.
—Russell —dijo Dawna, con esa sincera pasión de nuevo en su voz —Sé que aún no estás enteramente convencida de nuestros motivos en esto. Pero, ¿no crees que podía ser bueno para el Sr. Río tener otro chequeo sobre sus… inclinaciones? Tú le conoces... sabes que le ayudaríamos a ser un hombre mejor. Como su amiga, debes querer eso.
Como todos los argumentos de Dawnla, riñas de a Polk, parecía muy razonable, un compromiso perfecto. Pero por alguna razón... tal vez debido a que yo había conocido y confiado en Río durante mucho tiempo, y era Río en quien yo confiaba, no en Río aliado con Pítica... no podía estar de acuerdo. Ni siquiera estaba segura de por qué.
—Tienes una relación muy especial con él —observó Dawna.
Sí, bueno, yo confiaba en Río y por su parte, a él no le molestaba yo activamente. Era una bonita simbiosis. Generoso de ella por llamarlo una relación. Por segunda vez en nuestra charla, Dawna parecía estar esperando algo, pero yo no tenía ni idea del qué.
Dejé a un lado mi perplejidad un momento y reordené mis ideas con el campo de números que llevaba de fondo... y la siguiente pregunta que quise preguntar a Dawna. —Vale. Intentabas realizar experimentos psíquicos con Río y a mi me pilló en medio. De acuerdo. ¿Qué hay del otro grupo que trabaja contra vosotros... ese internacional? ¿A qué juegan esos? ¿Y qué estaban buscando en la casa de Courtney?
—¿En casa de Courtney? Oh. —ella pensó durante un rato. —No estoy segura de lo que buscaban, pero supongo fue algo que yo le entregué. Era algo de pequeña importancia, pero admitiré que guié a Courtney para creer que necesitaba protegerlo.
—¿Por qué?
—Quería que confiara en mí. Hay muchos modos de ganarse tal confianza, y entregar la tuya propia es una de ellas.
Entonces, lo que fuera por lo que ellos habían ido a la cabaña era superfluo. Una nimiedad estúpida que Dawna le había dado a Courtney para dar sensación de confianza. —¿Qué hay de Anton Lechowicz? ¿Estuvo Pítica relacionada con su muerte?
—Lo ignoro. Me temo que no conozco ese nombre.
—¿Y Reginald Kingsley? ¿Todo lo de su archivo?
Dawna se movió de pronto. Disculpa.— sacó un pulcro móvil y lo examinó brevemente. Pido disculpas, Russell. Tengo un asunto urgente que debo atender. Tal vez podamos continuar esta entrevista más tarde
Tenía tanto que preguntar… tanto que necesitaba saber…
—Y prometo que te daré esa oportunidad la próxima vez que hablemos —dijo Dawna con una triste sonrisa. —Russell, tengo que decir que verdaderamente ha sido agradable tener este diálogo. Es tan raro que pueda discutir nuestras metas de modo tan franco con otra persona de mente abierta. Confió al menos que pensarás sobre lo que he dicho aquí.
—Oh, estoy segura que pensaré sobre ello —le respondí. —Pero no se haga muchas ilusiones.Esa última réplica me dio ánimos. Tan molestamente lógica como lo habían sido sus ideas. Yo había sobrevivido a nuestra charla y aún estaba instintivamente pasando de ella.
Eso tenía que ser buena señal, ¿no? Y también había tenido mi capa de ofuscación mental aritmética funcionando. Quizá era mi ligera resistencia a su ración.
—Realmente tienes una impresión bastante falsa sobre lo que hacemos —me dijo Dawna con paciente exasperación mientras se levantaba. —Te aseguro que mis comprensiones en la naturaleza humana no funcionan del modo que pareces creer. Acabamos de terminar una conversación muy civilizada, ¿no estás de acuerdo? Y no te sientes diferente a como te lo hacías antes.
Era cierto. Yo sentía un pequeño clavo de autoduda.
—Por favor, cuestiona tus suposiciones sobre nosotros, Russell. No sé de dónde sacas tales ideas, pero no somos los monstruos que tú piensas. Hablaremos de nuevo en breve.
Y con eso, Dawna Polk me sonrió y abandonó la biblioteca.
—¿Qué hizo? —preguntó Arthur en voz baja después de que los guardas me hubieran... educadamente como siempre... escoltado de vuelta a mi celda junto a él.
—No estoy segura. —le miré ceñuda. —Me… habló. Y supongo que yo le hablé. Tuvimos una conversación.
Tan sólo unas horas, la idea había sido aterradora, pero ya no parecía tan mala. Después de todo, no había pasado nada realmente, ¿o sí? No podía saberlo.
—¿Sobre qué? —preguntó Arthur.
—Ya sabes, que Pítica está salvando el mundo, toda esa mierda que nos contó Courtney. —no le mencioné a Río.
No hacía falta subir a Arthur a su caballo de nuevo. Arthur se apoyó contra la pared y se quedó mirando al techo.
—¿Crees que podría ser cierto? —sentí el mismo pinchazo de duda que sentí durante mi conversación con Dawna, junto a un enfado hacia Arthur por reforzarla.
—No lo sé,
Quedamos en silencio. Los guardas trajeron comida y agua. La luz no cambiaba, pero yo intenté dormir. El sonido de la puerta de metal al fondo del bloque de celdas me despertó. Registré un par de golpes sordos y el golpeteo de rifles contra el suelo. Me incorporé de un salto y miré hacia las barras de la celda.
Río estaba de pie delante de mi celda como un sueño viviente, dos guardas de negro estaban muertos o inconscientes tras él. En vez de su paño pardo, vestía uniforme negro de combate que coincidía con el uniforme de las tropas de Dawna, completado con el mismo rifle de asalto y armas de mano. Sacó una pequeña carga explosiva de un bolsillo del chaleco, lo colocó en la cerradura de mi celda y dio un paso atrás. La cerradura reventó con un pop y un golpe de metal y Río movió la cabeza amistosamente diciendo: ya podemos irnos.
—A él también —le dije mientras empujaba la puerta de la celda, señalando a Arthur.
Río miró a Arthur, luego me miró a mí.
—Podría estar del lado de ellos.
—Ella nunca habló con él —le dije rápidamente. —Sólo conmigo. Río, él viene con nosotros.
Si él hubiera vacilado, yo hubiera tenido que empezar a liberarle por mí cuenta, pero si amaba una cosa de Río era que nunca perdía tiempo discutiendo o dudando. Menos de cinco segundos más tarde, Arthur también estaba fuera y corríamos los tres por el bloque de celdas. Me detuve brevemente mientras pasábamos por los guardas caídos para recoger uno de sus M4 y una pistola. Arthur hizo lo mismo con el cuerpo del otro. Estaban muertos, advertí. Muertos definitivamente. Me rearmé y seguimos a Río por el corredor a trote rápido.
—¿Hay sistemas de seguridad? —pregunté—. Comprometido —me dijo. —Cuando funcione ya estaremos fuera de aquí.
—Qué sutil de tu parte —observé, un poco sorprendida: sutil no lo describía usualmente.
—Esto fue una trampa, Cas —me explicaba Río sin girarse hacia mí. —La ira del Señor tiene paciencia.
Oh, demonios. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida? Dawna ya me había dicho que todo esto era por Río. Internarnos aquí no tenía nada que ver conmigo o con Arthur o reclutarnos para Pítica... solamente fuimos un cebo para atrapar al pez más grande.
Lo que implicaba, joder, que Río había caído justo en sus manos al venir a por mí…… cosa que, por lo visto, él ya sabía y había descubierto un modo de entrar y salir sin que ellos tuvieran tiempo de hacer saltar la emboscada. Me imaginaba que el martillo de venganza de Río caería sobre este lugar una vez que estuviéramos bien lejos.
Río desbloqueó la puerta que conducía a una lúgubre escalera y nos indicó que bajáramos delante de él hasta el subsótano.
—¿Tienes una vía de escape? —preguntó Arthur nerviosamente.
Río no se dignó a responderle. Descendimos dos niveles más. Nos encaminábamos por otro corredor cuando Río levantó un puño para detenernos
—Saben que estoy aquí. —había sacado de un bolsillo un artefacto pequeño del tamaño de un teléfono y lo estaba examinando. —Nos han localizado. Tres grupos se aproximan. —me miró—. ¿Estás lista para esto?
Sopesé el M4, sorprendida de que tuviera que preguntar. —Por supuesto.
—Quédate aquí, nos estorbas —instruyó Río a Arthur lanzándome una bolsa de granadas.
Arthur intentó balbucear algo pero Río y yo ya estábamos avanzando. No era una competición.
Hay algo hermoso en las matemáticas de alta velocidad de un combate con armas de fuego. He oído a otra gente opinar que las peleas con armas son confusas y desorientadoras. Para mí, siempre suceden con perfecta claridad: cada impacto de bala conduce hasta su origen, cada barrido de cañón hasta su propia trayectoria exacta. Después de todo, un arma de fuego sólo puede disparar en una dirección cada vez. Yo podía ver exactamente dónde se apuntaba, pues los cálculos predecían los disparos como si fuesen haces visibles de láser y podía moverme lo bastante rápido para salir de su camino.
Con el M4 en una mano y las granadas de Río como islas de destrucción fragmentada al tirarlas en la otra, yo disparaba mientras corría, con cada músculo de mi cuerpo coordinado en precisión para enviarme por el camino proyectado saltando entre las siempre peligrosas líneas cruzadas.
Un disparo, una baja.
Tenía treinta balas en el M4. No las necesité todas.
Menos de un minuto después, atravesábamos la carnicería andando hacia otra escalera. Me colgué al hombro la bolsa con las granadas restantes y desenfundé el arma de mano de donde la había escondido en mi cinturón, agachándome mientras corríamos para pescar de los cuerpos algún cargador de repuesto para el M4.
Arthur nos seguía con aspecto un poco turbado. Se detuvo en seco.
—Hey —avisó con voz ronca. —Hey. Tenemos que parar.
Me di la vuelta. —Tresting, qué demonios...
Sus palabras salieron estranguladas. —Va a reventar el edificio entero.
Le miré categóricamente. Noté que tenía un teléfono en la mano.
Un teléfono. ¿Desde cuándo tenía Arthur un teléfono? No lo había visto quitarle ninguno a los guardas…
Se lo tendió a Río. — Quiere hablar contigo. —La cara de Río era inescrutable. —Ah —me dijo.
—Ya veo. —respondí.
—Lo siento —me susurró Arthur. La mano que sostenía el teléfono temblaba. —Lo siento mucho.
El horror cortocircuitó mi cerebro. —No —le dije. —No.
—Cas... —empezó Río.
—¿Has estado trabajando para ellos todo el tiempo? —le pregunté.
Arthur dijo.—No... no es eso...
Grité —¡Nos traicionaste! —Mi M4 se movió para apuntar a Arthur. —¡Tú...!
Río posó con cautela una mano sobre mi arma, apartándola de su objetivo. —Cas, no es culpa suya. Dawna Polk habló contigo, ¿verdad? —le dijo a Arthur.
—Lo siento —me dijo de nuevo. —Lo siento, Russell.
Tuve que contenerme para no golpearle.
—Dame el teléfono —dijo Río.
Pulsó un botón y sostuvo el teléfono frente a nosotros alzando su voz ligeramente. —Adelante.
Reconocí al instante la meliflua voz de Dawna Polk por el altavoz. —Debo decir que estoy impresionada. —Río estaba silencioso.—Evadiste extensas medidas de seguridad. Pero sabíamos que vendrías aquí gracias a nuestra amistad con el Sr. Tresting.
Quise gritar.
—Espero que lo entienda como un gran cumplido, Sr. Río. Estábamos extremadamente preparados para su visita y ha entrado sin ser detectado. La participación del Sr. Tresting fue una contingencia que nunca pensamos que tendríamos que usar. ¿Puedo preguntar cómo se ha infiltrado con tanta eficacia?
—Estoy seguro de que eso se sabrá eventualmente —dijo Río con tono neutral.
—Parece que también es más efectivo de lo que esperábamos al evadirse de nuestra gente... —Yo bufé.—... nos hemos visto forzados a terminar nuestro juego abruptamente.
—Aniquilación de tu propia base —confirmó Río. —No es propio de usted.
Hubo un corto silencio en el otro extremo.
—Estoy segura de que lo comprende —dijo Dawna por fin. —Nos ha causado muchos problemas. Preferimos disuadirle, pero fracasamos, ahora debemos reducir nuestras pérdidas. Es lamentable el daño colateral, pero sería un buen trato a cambio de acabar con las dificultades que insiste en presentarnos.
—Me halaga usted —dijo Río.
—La modestia no va con usted, Sr. Río —respondió ella con el indicio de una sonrisa en su voz.
—Deje que Cas se vaya. —le miré sorprendida. También lo hizo Arthur. La expresión de Río era tan vacía y llana como siempre. —Deje que Cas se vaya y me entregaré a su custodia voluntariamente.
—Pido disculpas si le he dado la impresión de que esto era una negociación —respondió Dawna. —Por favor, depongan las armas y salgan del edificio. Los tres. De lo contrario… bueno. Admito no conocer los detalles técnicos, pero mis asesores me aseguran que no sobrevivirá nada a la explosión, no en un amplio radio. Recomiendo que no tarden mucho en decidirse. —colgó.
—Podía ser un farol —sugerí débilmente sin creerme a mí misma.
—Tal vez —dijo Río —pero no dudaría de que Pítica tuviera los recursos para tal movimiento, aunque extremo. Sugiero que operemos bajo la suposición de que ella puede llevar a cabo su amenaza.
—¿Ahora qué, entonces?
—Nos ha ganado la mano. Creo que hay que hacer lo que pide.
—¡No puedes entregarte! —grité.
—Cas —me dijo poniendo una mano en mi hombro. —Confía en el plan de Dios.
Una náusea me inundó. Si Dios había planeado esto, no deberían haberlo puesto al mando de nada, nunca.
Separaron a Río casi de inmediato y nos metieron a Arthur y a mí juntos en una celda en nuestro antiguo bloque de celdas.
Me negué a mirarle siquiera.
—Lo siento, Russell —probó Arthur de nuevo una vez que los guardas se marcharon.
Uno de ellos se había quedado de cuartelero en la puerta, como antes. Los cadáveres ya no estaban.
—¡Qué demonios eres! —me mordí el labio.
Había sido yo quien insistió en que viniera con nosotros. Río y yo podríamos haber escapado si él no hubiera interferido. O quizá Dawna hubiera destruido el edificio con nosotros dentro.
Aparté esa idea. —¿Qué te ofreció? ¿Te prometió dinero? ¿Un lugar en su nuevo orden mundial?
Él jadeó. —No es así. Ella sólo... me explicó que nos necesitaban, pero me prometió no hacerte daño, lo juro.
—¿De qué estas hablando?
—No sé si Pítica tiene razón o si... no lo sé más que tú —me dijo angustiado. —Quizá ellos no sean ni el bien ni el mal. Algunas cosas no son grises en este mundo, Russell... algunas cosas no lo son.
Él no decía nada con sentido. —Ya, te lavó el cerebro —le dije sarcásticamente.
—Ahora lo veo así. —Eso no me hizo sentirme menos furiosa.—No, en serio, no es lo que... —Tresting me imploraba.
—¿Cuándo te hablo? —le interrumpí.
Él pareció incluso más afectado. La pregunta estaba fuera de lugar, estaba irritada, pero luego repasé las palabras.
Te necesitaban, pero me prometió no hacerte daño, lo juro.
Y: Nada aquí. He registrado el lugar de arriba abajo.
¿Cómo un un detective privado extremadamente observador pasó por alto el ejército paramilitar de Dawna?
—Hijo de perra —susurré. Dawna había hecho que Tresting volviera a la ciudad y él nos había guiado a Río y a mí directa a sus manos desde el principio, voluntariamente. Porque…
Algunas cosas no son grises en este mundo, Russell... algunas no lo son.
—Serás hijo de perra —rezongué. —Estabas intentando ayudarla a atrapar a Río.
—Russell —me rogó. —Tenía que ayudar... el hombre es...
Le golpeé entonces tan fuerte que su cabeza se sacudió y su cuerpo chocó contra las barras al otro lado de la celda. Luego me giré y sujeté las barras de hierro frente a mí tan fuerte como pude para no darme la vuelta y matarle.
Nos abandonaron dentro de la celda durante días. Yo no podía evitar sino preguntarme lo que Dawna quería de nosotros. Después de todo, sólo habíamos sido su cebo para atrapar a Río. Tal vez haría que nos mataran cuando se saliera con la suya o tal vez quería reclutarnos de verdad pero daba prioridad a Río.
Pensé mucho sobre lo que había dicho sobre que Pítica trabajaba por el bien mayor. No sabía lo que creer, pero no me importaba mucho en aquel momento. Ella tenía a Río y eso me hacía decidir.
Que me aspen si iba a permitir que mis dudas sobre Pítica evitaran que sacara a Río de allí.
Desafortunadamente, toda idea de fuga aparecía computacionalmente. Con el guarda al fondo del bloque de celdas, todo lo que intentara tendría que ser lo bastante rápido para evitar los disparos y para neutralizar al guarda, primero necesitaba algo con masa y tamaño suficientes para lanzar. Toda opción que pensaba, ya la había considerado, calculado y descartado durante nuestro encierro previo.
Era una lástima que no hubiera sabido nada del móvil secreto de Arthur antes, pensé sarcásticamente.
Un móvil habría servido como perfecto proyectil. Daba igual. Eventualmente habría algún cambio, algún descanso. Dawna vendría para hablar conmigo o uno de los guardas tendría un ataque de pereza o algo ocurriría y, cuando se abriera la ventana de la oportunidad, yo estaría preparada.
Tres días después del intento de rescate abortado de Río, Dawna Polk vino a vernos.
Permaneció frente a nuestra celda y me habló tan cortésmente como siempre. Yo había levantado mis cortafuegos de niebla matemática, aunque a estas alturas no estaba segura de que sirvieran de algo. Ella nunca pareció molesta por ellos. Esta vez no fue una excepción. Su mente parecía estar concentrada enteramente en el motivo que la había traído y apenas hacía contacto ocular.
—Russell —me dijo muy formalmente y sin signos de ironía —Quiero disculparme por lo que está a punto de suceder aquí.
—¿Qué se supone que significa eso? —le pregunté. —¿Nos vais a matar por fin?
—No soy una sádica —dijo Dawna calladamente, evitando la pregunta. —Quiero que sepas que lamento sinceramente haceros esto.
Arthur se inclinó hacia adelante. Yo lo ignoré. No habíamos intercambiado tres palabras en todos esos días. —¿Qué pasa? —preguntó.
Se agarró a las barras como si planeara doblarlas. —Prometiste no hacer daño. Lo prometiste.
Ja. El motivo primario del Arthur con el lavado de cerebro podría no ser salvar a Río, pero él aún estaba preocupado por mi bienestar, o eso parecía. ¿Quién sabía?
Dawna asintió al DP. —Lo dije. Me temo que no se puede evitar. Mis disculpas a ti también.
—No puedes... me lo juraste...
Los ojos de Tresting se disparaban de un lado a otro como los de un animal acorralado. —Llévame a mí en su lugar —se ofreció de pronto.
Yo parpadeé atónita. No había notado que le preocupara tanto. ¿O era esto sólo uno de sus tics de "toda vida es valiosa"? Cualquiera que fuese la razón, Tresting estaba hiperventilando, la tensión acordonaba su cuerpo.
—Lo que planees, lo que tú necesites, llévame a mí. —le imploró a Dawna. —Lo hice yo, mi acción, La dejé... fuera de esto. Por favor.
—Desafortunadamente, eso no es posible. —ella se giró hacia mí. —Tú, Russell, eres la anomalía, por eso debemos usarte para nuestra prueba. Me disculpo, otra vez.
La anomalía. ¿Estaba diciendo que mi relación con Río era su anomalía?
—Te crees que le tienes —le susurré fría de pronto. —Crees que encontraste un modo.
Ella inclinó la cabeza. —Por lo que te estoy muy agradecida. Su fe en Dios fue la clave para nuestra comprensión. Nadie más podría haber sabido tal cosa sobre él.
—Yo nunca te mencioné eso —le dije.
Ella sonreía piadosamente. —Oh, Russell, ya sabes cómo soy. No te hizo falta. —Por supuesto. —El Sr. Río, de hecho, ha aceptado trabajar para nosotros —continuó. —Esperaba que eso ocurriera, considerando la vasta superposición de nuestras metas mutuas, pero fuiste tú quien nos puso en la pista, de nuevo, gracias, Russell. Creo que seremos capaces de satisfacer sus… necesidades, y el bien que hará con nosotros salvará muchas vidas.
Tresting emitió un sonido estrangulado. —Espera, ¿lo querías para que trabajase para ti?
Quise reírme en su cara, aunque nunca me había sentido menos divertida. —¿No me digas que ella no te lo contó? No quiere evitar que Río deje de ir por ahí matando gente, ella quiere ponerle sus bridas. ¿Por qué creías que le querían vivo?
—Yo pensé... —Su cara se congeló en el horror.
Oh, la ironía. Él confiaba que Dawna le parase los pies a Río, no reclutarlo. Bueno, ¿no es gracioso?, casi me daban ganas de gritar.
Dawna le ignoró. —Espero en que te consolará, al final —continuó diciéndome —pensar en el bien que tu amigo hará con nosotros y la parte que has jugado en ello. Pero confió que lo comprendas... tenemos que asegurarnos.
—Quieres decir que aún no lo puedes leer —traduje. —Quieres asegurarte de que le controlas, pero no puedes aún. Y yo soy la única persona con la que ha tenido una respuesta previsible.
—Control es una palabra fea —dijo Dawna. —Digamos que queremos saber si está verdaderamente de nuestro lado. Lo siento.
—¿Y si no lo está? —la desafié.
—Oh, dudo de que sea ese el caso, Russell. Pero… bueno. En tal caso sería hora de reducir nuestras pérdidas. Si te ayuda, puede que te conforte la idea de que tu amigo se sacrificó por ti.
—¡Mentirosa! —gritó Tresting, encontrando su voz. —¡Retorcida... no puedo... no te creo!
Dawna le sonrió. —Descanso asegurado, Sr. Tresting, si tengo el tiempo o las ganas, estoy segura de que puedo hacerle ver nuestro punto de vista de nuevo fácilmente. Hacemos lo que es mejor, después de todo.
—Nunca creeré ni una palabra tuya —declaró Tresting acaloradamente.
Una hebra de frustración entró en la voz de Dawna. —Oh, por supuesto que lo hará. Por amor de Dios, volverá a nosotros en un suspiro en cuanto yo.... —ella se detuvo y se llevó una mano a la sien. —Lo siento mucho, Sr. Tresting. Ha sido unos días de prueba. Se lo aseguro, hay que hacerlo, pero podemos discutirlo después. ¿Prefiere estar en otra habitación?
—No —gruñó Arthur.
—Como lo deseé —dijo Dawna.
Ella se despidió de nosotros con un movimiento de cabeza y recuperó la compostura. —Volveré en breve.
Arthur giró sobre mí. —Oh, Dios —gritó frenéticamente. —Oh, Dios. ¿Qué va a hacer?
Había creído que eso era obvio. —Va a hacer que Río me mate —le dije. Arthur se congeló.—Bueno, podría haber cierta tortura previa o algo así, pero sólo si Dawna tiene el estómago de pedirla.
Arthur vomitó.
—Esto es culpa mía —seguía mascullando Arthur doblado y con arcadas. —Yo... me convenció, oh, Señor... la escuché...¿por qué la escuché? Oh, Dios, confié en ella...
—Al menos sabemos que cuando nuestra adorable Dawna Polk seduce a alguien, puede hacer que vuelva al otro bando si quiere —le dije. —Felicidades, parece que has sido deslavado cerebralmente. Aunque si vendes a Río de nuevo, voy a matarte.
Su expresión era azorada. Ni siquiera estaba segura de que me oyera.
Suspiré. —Además, ¿no debería ser yo quien tendría que estar volviéndose loca aquí? Tú sólo sufres un ataque de complejo de culpabilidad. A mi me espera la muerte.
—¿Cómo puedes ser.. hacer chistes sobre esto? —él sonaba abatido.
—¿Qué quieres que haga? —pregunté. —¿Entrar en pánico?
Para ser honesta, no sabía por qué no entraba en pánico. Si Dawna había controlado a Río, bueno, entonces me mataría. Pero en cuanto descubrí la implicación de sus palabras, fue como si me hubiera explicado que pi era igual a tres elevado al dolor de la muerte y esperar que me lo tomara en serio.
Confiaba en Río totalmente.
Que Dawna me dijera que iba a matarme era como insistir con perfecta seriedad que el negro era blanco, o que uno era igual a dos o que los teoremas de la geometría euclídea no se deducían de sus axiomas. Y dadas sus pericias, probablemente podía hacerme creer cualquiera de esas cosas antes de convencerme de que Río me mataría. La idea no era computable.
Y como si la misma hubiera causado un mensaje interminable de error en mi cerebro, yo no reaccionaba a ella en absoluto.
La puerta del fondo del bloque de celdas se abrió de nuevo y Dawna reentró. Esta vez con Río tras ella, vistiendo el mismo uniforme negro y con las manos esposadas delante de él. Aunque caminaba normalmente y, para mi alivio, parecía ileso.
Tras él le seguían un grupo de seis soldados de Dawna, todos con sus armas apuntando a Río. Dawna no quería riesgos: si Río se negaba a matarme, ya había anunciado que lo borraría del mapa, y yo creía plenamente que ella ordenaría a sus tropas que lo abatieran sin retraso ni remordimiento.
Arthur pasó frente a mí. ¿Qué demonios?
—¿Qué estás haciendo? —demandé.
—Yo nos entregué —me dijo, su cara era un rictus de culpabilidad desesperada. —Lo hice. Pensé que... da igual. Russell, esto es cosa mía y no van a matarte sin pasar por encima de mí primero.
Yo miré al cielo y pasé un brazo alrededor de su plexo solar. Arthur salió volando literalmente y cayó contra las barras de separación al otro lado de la celda, saliendo amablemente de mi camino.
—Ser estúpidamente heroico va a conseguir que te maten —le dije y luego procedí a ignorarle.
Necesitaba concentrarme.
Habíamos llegado al momento clave, un momento para que mi ventana de fuga se abriera y yo saliera de allí. Las variables fluctuaban y Río había acudido a apoyarme. Encontraría una vía de escape y lo haría ahora.
Los seis soldados permanecían alerta y concentrados en Río y Dawna estaba observándole atentamente también, sin mirar hacia Arthur o hacia mí. Río no era más rápido que una bala, no con seis M4 ya apuntándole, pero si le daban la distracción suficiente…
—Hola, Cas —me dijo.
—Hey, Río —respondí.
Velocidad inicial, tiempos de reacción de los soldados… todo demasiado rápido, todavía demasiado rápido.
Maldición.
—Cas, sabes lo que tengo que hacer, ¿no? —Río podía encargarse de seis hombres, pero no esposado y si todos le vigilaban. Y atrapada al otro lado de las barras, daba igual cómo lo jugara, yo necesitaría algunos deltasegundos antes que poder escapar y ayudarle. Si él atacaba a Dawna o a sus tropas, todos moriríamos.
Observé, hice los cálculos y observé de nuevo, aunque daba igual como compusiera cada ecuación, no encontraba ventana ni apertura.
Imposible. ¿Cómo había pasado esto? Yo siempre tenía opciones. Siempre. Repetí cada ecuación, restablecí mis marcos de referencia y los calculé una vez más.
Nada. No había forma de avanzar excepto una.
Río tenía que dispararme. Joder.
—¿Cas? —dijo Río.
—¿Qué? —le dije. La palabra salió ahogada. —Sí, lo sé.
—Preferiría no hacerte daño —dijo Río tranquilamente.
—No pasa nada —susurré.
Seguí buscando desesperadamente, pero los valores que nos rodeaban alcanzaban constantemente un nuevo equilibrio en el que todo acababa en jaque mate. Matemáticamente, no había otra elección.
Oh, Jesús, Ojalá la hubiera.
Dawna sacó un revolver y se lo entregó a Río...un .38 Especial. Río lo cogió entre las manos esposadas y abrió el cilindro.
—Una bala —observó él.
Dawna no dijo nada. Todos sabíamos que no necesitaría más.
Cerró el cilindro de nuevo, echó hacia atrás el martillo y levantó el arma. Incluso esposadas, sus manos se afirmaban seguras alrededor del mango y el cañón permanecía fijo como una roca mientras inclinaba mortalmente su negrura hacia mi corazón. Mis ojos lo rastrearon y lo midieron, los números encajaron en su sitio.
No tenía mucho tiempo para prepararme. Respiré profundamente, miró hacia la bostezante boca del arma, me ajusté minuciosamente y encontré los ojos de Río. Me dio un leve asentimiento, un movimiento apenas visible. Y disparó.
La explosión del arma fue ensordecedora, más alta que cualquier disparo que yo hubiera oído. Todo subía y bajaba, vibraba y se mezclaba. Estaba contemplando el techo. Estaba en el suelo.
¿Cómo había acabado en el suelo?
Alguien estaba gritando y una oscura cara frenética me agitaba sobre mí. Y entonces algo se desbordó en mi interior, una combustión llevándose toda sensación con el ... dolor ...
—Estoy comprometido con tu causa —dijo la voz de Río, remota e irrelevante.
Alguien le respondió, pero no podía oír lo que me decía y no parecía importante.
Surgió el dolor, inimaginable, abrumador... aumentó y me envolvió, sofocándome. Me ahogaba en sus nubes rojas hasta que estas fueron todo lo que podía ver, todo lo que podía sentir...
Una mano me abofeteó en la cara. Yo apenas la sentí. El aire oscilaba, ondulando en largas y lentas frecuencias que colisionaban y se enturbiaban. Alguien me estaba pegando. Intenté decirle que parase, pero mi boca no respondía.
—¡Russell, vamos chica! ¡Quédate conmigo!
Si no me voy a ninguna parte. La idea me hizo gracia por alguna razón, pero las cosas no iban tan bien como para reírme
En alguna parte, o muy cerca o muy lejos, o posiblemente ambos, oía movimiento. Una voz daba indicaciones y la gente empezaba a dispersarse por ahí. Dawna despachando a sus tropas, supo un hilo de lucidez final en mí. Las sombras se movían y mutaban mientras se trasladaban. Y entonces todo explotó en una cacofonía de ruido. Era atronador, terrible y amenazaba con aplastarme. Fuego de armas cortó el aire, cada estallido se introducía en mi cabeza y había demasiada luz y gente gritando y chillando y chocando y cayendo y el grito de una mujer y mi cabeza pareció estallar en pedazos y el mundo se fracturó y giró, desgarrándome por la fuerza inercial…
La tierra cedió. Alguien me estaba levantando. Traté de defenderme, pero no podía, y entonces el dolor aumentó y me partió de nuevo, redoblando y blanqueando todo lo demás.
No capté gran cosa después de aquello.
Parpadeaba entrando y saliendo de la consciencia. Captaba la vaga noción de ser cargada, de movimiento rápido, de parar con una sacudida y varias voces gritando. Cada nueva porción de momento consciente se acumulaba sobre un nuevo espasmo de agonía hasta que mis ideas tartamudeaban incoherentemente como una radio mal sintonizada. El chirrido abrumaba cualquier otro sonido hasta que solamente quise apagarlo...
El suelo empezó a vibrar. El aire, demasiado ruido... tan sonoro que me sacudía y me preguntaba si era lo que se sentía en la muerte hasta que la palabra helicóptero flotó entre las hebras de dolor. Luego el tiempo se detuvo de nuevo y la vibración de un vehículo diferente retumbó a través de mí, un coche, y dos hombres discutiendo dentro, gritando:
¡La disparaste!
Ella me apuntó a mí
No espero que lo comprendas.
Y parte de mi cerebro oyó la voz de Río y pensó, ¡Bien, lo consiguió!, porque si no lo hubiera hecho, yo no hubiera estado viva para pensarlo.
La vez siguiente que volví a la semiconsciencia yacía tumbada inmóvil sobre algo blando y podía notar que yo estaba muy, muy drogada.
Me debatí durante un momento contra las capas de enredo mental antes de rendirme. La cordialidad de la inconsciencia sobrevolaba justo por encima de mí, haciéndome señas para que volviera.
La cara de Arthur asomó a la vista. Yo tuve la suficiente consciencia para pensar...
Ja, extraño,
... antes de que el mundo se disolviera de nuevo.
Mis sentidos permanecieron embotados durante un buen tiempo. Seguía viendo la cara de Arthur durante mis brotes intermitentes de consciencia, que mi inmóvil cerebro pensaba que era extraña, pero que eventualmente se arregló. Río estaba cerca también. Oía vagamente a Arthur armando jaleo por permitir a Río estar cerca de mí, cosa que no tenía ningún sentido. Río y yo habíamos vuelto. Arthur no debía de ser consciente de eso. También debía de haber olvidado cómo Río nos había salvado la vida a todos. Y había mantenido su mano firme, lo cual me había salvado. Si no hubiera sido tan buen tirador, disparando exactamente donde apuntó… la idea me pareció tan graciosa que empecé a soltar una risita, aunque dolía demasiado.
Extraño era que Arthur se olvidara de todo eso. Él había estado allí. Ocasionalmente registraba la presencia de una tercera persona, una mujer negra de mediana edad que sería una doctora. Intenté alejarla de un empujón la primera vez que descubrí que estaba allí, pero ni siquiera pensaba que esas señales salieran de mi cerebro.
El tiempo parecía resbaladizo, demasiado esfuerzo que soportar. La mitad del tiempo pensaba que estaba despierta, pero luego me percataba de que la realidad no era un espacio de Hausdorff y ¿en qué clase de topología estaba si se permitían los Pastelitos? Y la función indicatriz de Euler era unos arcoiris, unos arcoiris hermosos y el mayor descubrimiento matemático de todos los tiempos pero, si ponías una banda de Möbius en la cuarta dimensión, ¿podía aún un conejo saltar hacia el otro lado?
Me tornaba más lúcida lentamente, tal vez me estaban destetando de las drogas, aunque no dejaba de pensar que yo era la siguiente Erdos cada vez que los pingüinos daban sus pasitos por mis sueños en un mapa de cuatro colores.
Yo dormía o flotaba, aún en un mundo de niebla pero sólido ahora, lo que era una gran mejora sobre el oscilante. La desorientación se despejó lo suficiente para ver la cara de Río mientras me cambiaba de ropa. Sus movimientos eran ágiles y precisos, y sus labios se movían en la susurrada letanía de un rezo.
—Río —gruñí. —Eres un buen amigo.
—Yo no soy tu amigo, Cas —me dijo tranquilamente. —Ya lo sabes. Nunca pienses lo contrario.
Lo sabía. Los amigos se preocupan por ti. Pero los amigos también te conocían lo suficiente para comunicarse sin palabras, y hacer cosas como salvarte la vida y luego quedarse a tu lado y cuidar de ti mientras estabas herida. ¿Importaba que Río no se preocupara por mí mientras actuara siempre como si lo hiciera? ¿Importaba que lo hiciera por otras razones, por sus propias grandes razones religiosas, en lugar de por sentir algún afecto por mí? Muchas personas sólo eran generosas y amables y entregadas por que creían que ese era el camino de Dios. No dejaban de ser buenas personas por ello.
¿Qué era la amistad, después de todo?
Me quedé poco a poco dormida.
La primera vez que estuve lo bastante despierta para tener una conversación real, Arthur había vuelto.
—Hey —gruñí con voz raspada.
Él estuvo atento al instante. —Hey, Russell. ¿Cómo te sientes?
—Mareada —le respondí. —¿Dónde está Río?
Sus labios se tensaron. —Fuera.
— ¿Aún no te gusta Río? —le fruncí el ceño, tratando de hilar las palabras. —nos salvó la vida. Me salvó. Otra vez.
—¡Te disparó! —estalló Arthur.
—Porque yo se lo pedí.¿Cómo podía no entenderlo?
—Yo sabía que podía alinearme con un disparo no letal.
—¡No letal...! ¡Russell, ¿tienes idea de cómo funcionan los disparos? —respiró profundamente y se calmó de forma visible. —Aquel fue absoluta y claramente un disparo letal. Cualquier disparo puede ser letal. Uno en la pierna puede matarte. —Su voz se hizo aguda. —Russell, te disparó en el pecho y casi mueres, y si la bala no rebotó y alcanzó tu corazón...
—Yo la hice rebotar —le conté con la voz espesa. —rebotó porque yo se lo dije.
Arthur parecía como si quisiera gritar. Acabé por volver de nuevo en ese momento, pero la vez siguiente que abrí mis ojos, sintiéndome mucho más alerta, Arthur aún estaba a mi lado, casi como si él no se hubiese emocionad.
Aquello daba un poco como miedo.
—¿Cómo te sientes? —me preguntó de inmediato. —¿Hay ganas de comer algo?
—¿No tienes trabajo? —le dije.
—Pítica era el único caso en el que estaba trabajando.
No podía evitar pensar en que era extraño que siguiera por allí. Lo último que recordaba era que nos habíamos lanzado a por la garganta del otro y él había estado oscilando entre tratar de vender a Río como esclavo y tener una sólida crisis de culpabilidad por conseguir que me mataran.
—No tienes por qué estar aquí —le dije. —Puedes irte si quieres.
—No pienso dejarte sola con un… con alguien que te pegó un tiro —me dijo oscuramente.
Empecé a suspirar, pero dolía demasiado. Noté que habían retirado las drogas.
—Ya hemos pasado por esto —le dije. —Era el plan.
—Hacer que te disparen no es un plan.
—Permitía a Río sacarnos de allí —discutí. —Cualquier otra opción nos habría matado a todos.
—¡Este casi consigue que te maten!
—Pero no lo hizo. —Él me estaba agotando y me dolía el cuerpo entero. —Hablaste de comida —le recordé aunque no estaba hambrienta.
—Podría ocuparme de eso. —Arthur se apresuró a hacerme alguna sopa y yo caí dormida.
Cuando por fin desperté de nuevo estaba hambrienta, pero Arthur no estaba en su lugar habitual junto a mí. Aunque podía oír su voz. Me asomé para verle al otro lado de la habitación, dejando un tranquilo pero intenso mensaje de voz a alguien. Me incorporé unos centímetros y miré a mi alrededor.
Estaba en un espacioso estudio apartamento que no reconocía. Debía de estar en casa de Arthur o de Río. Un gotero estaba junto a mi cama con un largo tubo transparente que serpenteaba hasta finalizar en un catéter sujeto al dorso de mi mano. De camino pasaba sobre una arrugada almohada y una manta en el suelo... alguien había estado durmiendo lo bastante cerca para vigilarme. Probablemente Arthur. Jesús. El hombre en cuestión colgó el teléfono y vio que estaba despierta.
—Hey. Tienes mejor aspecto.
—Me siento mejor —le dije. —¿Qué ha estado pasando? ¿Entiendo bien que escapamos limpios?
—Tu, uh, tu colega nos sacó... neutralizó a las tropas y tomó a Dawna Polk como rehén. Resultó que ella es tan valiosa que conseguimos negociar un trato para escapar. Me llevé la impresión de que sólo un puñado de ellos pueden hacer el jazz mental. No querían perderla.
—Supongo que ella es la matriarca de Pítica , entonces, ¿no?.
—Sí —me dijo, sonando triste e inseguro.—¿Dejasteis que ella se marchara?
—Tu amigo lo intentó, pero no hubo mucha elección.
—Él no es mi amigo —le dije automáticamente.
Arthur hizo una mueca. —¿Qué es, entonces? ¿Te debe dinero? ¿Le debes dinero? ¡No puedo adivinarlo!
—Pues pregunta cuando puedas contarme por qué debería ser asunto tuyo.No había la menor oportunidad de que yo fuera a contarle cómo nos habíamos encontrado Río y yo. No era algo que él necesitara saber.
La puerta del apartamento se abrió en aquel momento y el mismo Río entró en su acostumbrado guardapolvo pardo y el agua puntaba la tela en parches oscuros. Aparentemente, estaba lloviendo fuera... no podía oírla. Eso me hizo preguntarme cuánto tiempo había estado inconsciente: la estación lluviosa en Los Angeles normalmente no empieza hasta diciembre o enero, aunque a veces ocurría meses antes.
—Hola, Cas —me saludó Río, cuando vio que yo estaba sentada sobre la cama. —¿Cómo te sientes?
—Como si me hubieran pegado un tiro —le respondí.
Él asintió. —Comprensible, dadas las circunstancias.
Arthur levantó las manos en lo que yo podía haber descrito como un aleteo.
—Pero estoy mejorando —le dije a Río, ignorando a Arthur.
Me sentía más enérgica y estaba despierta, lo que ya era un cambio, y los números que me rodeaban no eran tan lentos como solían, sabía la respuesta de la velocidad a la que yo metabolizaba las drogas, de modo que las cosas eran admirables.
—Gracias a Dios —dijo Río.
Él se acercó y comprobó las bolsas del gotero que colgaban sobre mi cabeza. Pensé que los agradecimientos eran para Río y para mí misma... oh, de acuerdo, para Arthur también... pero yo estaba lo bastante sensibilizada por las creencias de Río para no decirlo en voz alta.
En cambio, le dije —He oído que hiciste un osado rescate.
Arthur murmuró algo sobre prepararme comida y se retiró al área de la cocina al fondo de la habitación.
—No fue difícil una vez que previste la oportunidad —respondió Río.
—Dawna Polk es así de importante, ¿eh?
—La gente con sus pericias son el núcleo de Pítica. Son raros y valiosos para la organización. Es su recurso y mayor debilidad. —saboreé esa golosina informativa.
A priori, esto significaba que yo podía no haber necesitado la ayuda de Río en absoluto. Podía haber tomado a Dawna como rehén en su biblioteca sin pestañear. Demonios, podía haberla tomado como rehén en la ciudad donde nos habían capturado.
¿Por qué no lo había intentado al menos? Todo lo que podía recordar haber pensado era que tenían Arthur y por lo tanto no habían otras opciones…
—Pude habernos rescatado —le espeté.
—No —dijo Río.
—Yo pude. Tuve muchas oportunidades con Dawna...
—No te castigues, Cas. ella puede ponerse a salvo de cualquiera.
Oh. De acuerdo. Yo nunca habría considerado atacar a Dawna como una opción porque ella se había asegurado de que yo no pensaba en ello.
Me pregunté si había tenido otras opciones de fuga también. Era complicado recordar. Había estado tan segura en aquel momento. Río retiró la silla que normalmente ocupaba Arthur.
—Dijiste antes que ella habló contigo. ¿Me hablarás sobre ello?
Bueno. Al menos ella no me había frito la mente durante esa parte. Casi deseaba que lo hubiera hecho ... haría mis dudas más sencillas de tragar.
—Habló sobre Pítica —admití en voz baja.—Sobre que quieren mejorar las vidas de la gente. Que quieren hacer del mundo un lugar pacífico y maravilloso para todos.
—¿La creíste?Me subí la manta por las rodillas. —No estoy segura.
—Ya veo —me dijo.
—No me lavó el cerebro —insistí. —No es por eso. Lo recuerdo todo. Es que… tenía muchos argumentos realmente lógicos.
—Cas —dijo Río —Tenía argumentos lógicos porque tú respondes a argumentos lógicos.
Estaba confundida. —¿A qué otro tipo respondería alguien?
—Está claro que tú no conversas a menudo con otras personas —dijo Río con un indicio de ironía.
—Oh, ¿y tú sí?
—Touché —me dijo. —Cas, ella usaba el método de argumento que te atrajera más. Con otra persona podría haber usado atracción emocional o hechos irrelevantes o falacias de cualquier tipo. —estaba omitiendo el asunto.
—No importa lo que ella usara sobre nadie —le dije. —tenía argumentos lógicos. La lógica en ellos no desaparece sólo porque no lo hubiera mencionado a alguien-que-no-es-yo.
—Tenía lo que parecía argumentos lógicos —corrigió Río. —La gente puede fingir ser lógica para simular casi cualquier realidad.
—Salvo cuando se excava lo bastante hondo, ese tipo de ‘lógica' siempre tiene fallos deductivos —contesté. —Esto era diferente. Creo que yo sabría distinguirlo.
—¿Estás segura? —preguntó Río.
—¡Por supuesto que estoy segura! Soy perfectamente capaz de diferenciarlo... —me detuve. Río estaba sonriendo.—¿De qué te ríes? —le pregunté molesta.
—Podemos seguir hasta que me empieces a insultar de nuevo —me dijo.
Mi cerebro derrapó en la frenada. Había estado sulfurándome por él de nuevo, y sin ningún motivo excepto... —Oh —susurré. —Lo siento. —me tapé la cara con una mano.
El familiar latido... y de pronto bienvenido... de una jaqueca empezó en mi cráneo. —Me lavó el cerebro, ¿verdad?
—Sólo al principio. Si te mantienes fuera de su camino de ahora en adelante, no habrá consecuencias. Si no pueden encontrarte, no podrán hacer nada. ¿Te apartarás del caso esta vez?
Pero ella tenía argumentos lógicos. ¡Argumentos lógicos! ¿Había algún defecto? ¿podía yo encontrarlo? Río, aunque no era psíquico, parecía saber lo que yo estaba pensando.
—Cas. A veces es mucho más difícil aplicar la lógica a la moralidad de lo que crees.
—Eso es una estupidez —mascullé, aunque sin vitriolo y sin creer realmente en mis palabras. —Deberías ser capaz de axiomatizarlo todo. ¿Cómo sino puedes distinguir el bien y el mal?
Río estaba sonriendo de nuevo. —Si me lo preguntas personalmente, ya sabes cómo. Sumasampalataya ako sa iyong tsarera.
—¿Qué significa eso? —él no me respondió, pero yo ya lo sabía. —No soy una persona de Dios —le dije.
—Eso no importa —se opuso. —Tanto si crees como si no, permanece el que no haya respuestas mortales a estas preguntas y, cualquiera que afirme lo contrario, debe de estar mintiendo. —él sonaba tan calmado, tan seguro.
Nunca había tenido una charla filosófica con Río antes. Siempre había asumido que su fe ciega significaba que no pensaba mucho y usaba los versos de la Biblia como su versión argumental… pero al parecer, estaba equivocada. La inminente migraña remitía, Empezaba a sentirme mejor respecto a mis sensaciones enmarañadas sobre Pítica como organización. Estaba menos segura que nunca de cuál era la respuesta correcta, pero si Río tenía razón y una respuesta correcta ni siquiera existía, entonces yo no necesitaba cavilar sobre la lógica de Dawna. Al menos no en aquel momento.
—Gracias —murmuré y noté algo. —Tú crees en la bella idea de Pítica, ¿verdad?
—Sí.
—¿Por qué?
—Cas, el Señor podría obligarnos a todos hacia la paz y la justicia si lo deseara. Nuestro mundo no tendría guerras ni dolor. En su lugar, nos entregó el libre albedrío.
Ja. No es mal modo de verlo.
—Pero podrías discutir la forma en que Dawna usa su libre voluntad. —le señalé. —Sobre todo cuando la usa para quitar la de los demás.
—Y como todos esos que usan su libertad para hacer daño a los demás, ella peca al hacerlo.
—Oh. —medité sobre ello.
Río era la única persona religiosa que yo conocía. Tendía a olvidar que el asesinato en masa no estaba en el manual del juego. Excepto… que Dawna estaba haciendo exactamente lo mismo que Río: herir gente para hacer el mundo un lugar mejor.
—¿Pero qué hay de lo que haces tú? Pensé que... tu Dios…
—Cas, soy un hombre condenado a los ojos del Señor —me dijo. —He pecado demasiado.
El impacto me hizo estremecerme. ¿Río creía en Dios y también creía que iba directo al infierno?
—Pero tú… —Me faltaron las palabras.
—No pienses en mí como una figura trágica, Cas. Soy demasiado débil para mis deseos. Lo mínimo que puedo hacer es usarlos para hacer el trabajo de Dios.
Yo estaba aturdida. Tampoco es que yo creyera en el cielo o el infierno, pero el hecho de que Río lo hiciera y aún pensara, sin importar lo creyente que fuera, que se estaba acercando a este último... no podía imaginar poder vivir así. Río me había dado mucho sobre lo que pensar.
Era tan extraño... Dawna había parecido tener razón, su lógica parecía absolutamente ineludible. Río sólo había levantado más preguntas y ni siquiera eran preguntas consistentes.
Yo estaba desarrollando una jaqueca asesina, pero al menos sabía que el enredo turbio eran mis propias ideas sobre el asunto.
—¿Discutió algo contigo nuestra amiga la Srta. Polk? —preguntó Río.
—No realmente. Mayormente se ofreció a responder a mis preguntas.
Río parecía más serio sobre aquello de lo que habría esperado.
—Ya veo —me dijo de nuevo.
Y el descubrimiento ardió en mi interior con dolor visceral, mi herida recuperaba el calor con agonía y cada terminación nerviosa estaba en llamas. Al hacer las preguntas había estado contándole voluntariamente a Dawna todo lo que ella quería saber. Le había preguntado sobre lo que yo había pensado que era importante y al hacerlo, yo había pensado en ello y al pensar en ello…
¡Cielo Santo!
Si ella hubiera permitido que yo continuara, le habría preguntado sobre cualquier cosa, delatando hasta el más mínimo detalle de todo lo que yo sabía, lo que yo podía recordar.
Aunque no le interesó nada de eso. Había detenido nuestra sesión aunque yo seguía dispuesta a soltar más y más información. Al recordarlo, noté con horror que ella sólo se había tomado el tiempo para conversar conmigo sobre un tema: Río. Había llevado la conversación hacia él desde el inicio y luego recuperado toda mi información.
—Oh, Dios —le dije. —Lo siento muchísimo, Río, ella solamente quería hablar de ti...Dawna era una gran psíquica y yo le había todo lo que sabía sobre Río en aquella conversación. Estaba segura de ello.
La traición de Tresting no era nada comparado con lo que yo había hecho.
—Se lo conté…Se lo conté todo...
Fui tan estúpida.
La única persona en el mundo en quien podía confiar y yo había derramado mis tripas sobre él a la primera oportunidad.
—Cas, cálmate —dijo Río. —Ya me lo esperaba. No pienso que pudieras haber revelado nada que me perjudicara. Dime de qué hablaste, lo que puedas recordar.
—Eso no importa —le dije desesperadamente. ¿Por qué no podía odiarme? —¡Puede leer mentes, entenderlo todo!
Río levantó sus cejas. —Me tuvo prisionero y no pudo usar nada con lo que le diste. ¿Qué te dice eso?
Daba igual si ella no le había herido con ello, yo aún le había traicionado. Aparté la mirada.
Río suspiró. —Te prometo que esto no supone consecuencias para mí. El melodrama no va contigo, Cas.
¿Melodrama? ¿Yo acababa de probar no ser del todo digna de confianza y él lo llamaba melodrama?
—De hecho, considerando por qué soy insensible a su influencia, ¿Habías sido capaz de resistirla?.
Aún me sentía abatida, pero eso casi me hizo soltar una carcajada.
—Bueno, ríete de mí, Cas. Inclúyeme en tu discusión con ella. No creo que haya motivo de preocupación.
Ahora que estaba despierta, las horas pasaban lentamente. Descubrí que detestaba la convalecencia. Era extremadamente aburrido. Lo único que se salvaba era que aún estaba técnicamente en un empleo, al menos lo bastante para satisfacer a mi confuso cerebro. A pesar de Río y mi discusión sobre lo que había pasado con Dawna, aún no había hablado con él o con Arthur sobre cuál sería nuestro siguiente paso respecto a Pítica. Por supuesto, Río aún me quería fuera del caso. De ordinario, algunas objeciones de más no me detenían, pero tenía una furtiva sospecha de que tenía razón, de que lidiar con Pítica verdaderamente estaba más allá de mi categoría. Nunca me había sentido así antes y no me gustaba. Presuntamente, Río aún iba a por Dawna, pero no nos hablaba de ello. Arthur, por su parte, investigaba alguna clase de disonancia cognitiva culpable entre cómo le había convencido Dawna al principio y lo que inherentemente le había convencido después al hacer que me mataran delante de él y parecía perfectamente alegre de estar a mi lado mientras me recuperaba. Pasaba mucho tiempo al teléfono, aunque yo nunca sabía con quién hablaba.
En cuanto a mí, decidí postergar mi decisión respecto a qué hacer sobre Pítica. Me conformaba con engañar a mi cerebro durante un poco más, con hacerle creer que seguía trabajando. Aún no sabía si quería ir en busca de Dawna Polk con todo lo que tenía o huir tan lejos como fuese posible y confiar en que nunca me encontrara. Por no mencionar que una parte de me aún pensaba que su lógica podría ser correcta y que Pítica podría encumbrar la rectitud moral y que yo debería hacer todo lo que pudiera para ayudarles.
Era confuso. Y tenía una jaqueca siempre que trataba de pensar seriamente en ello.
Río me había dado un ordenador portátil seguro y yo pasaba las horas lectivas ocupada en los documentos de la última teoría de recursión para concentrarme en algo. Era marginalmente interesante.
Al cuarto día tras despertar y ser capaz de llevar la cuenta del tiempo efectivamente de nuevo, recordé mi email y entré. No lo usaba mucho. La única persona con la que hablaba era Río y él era estrictamente una persona por teléfono. Yo sólo usaba el email para recibir mensajes de posibles trabajos, aunque la mayoría de la gente que contactaba conmigo lo hacía vía buzón de voz.
Tenía tres posibles trabajos, todos de antiguos clientes o de gente referida por ellos. La mayoría de mis nuevos contactos me encontraba de ese modo. Dos parecían muy aburridos, el otro vagamente intrigante, pero al menos me mantendrían ocupada si dejaba lo de Pítica.
Si es que me quedaba en LA, pensé... Podría tener que volver a considerar un acto de desaparición si decidía huir. Mi respuesta automática ya se había ocupado de los mensajes y ninguna de las circunstancias sonaba urgente, pero me tomé un tiempo para mandar mis respuestas, indicando que actualmente estaba ocupada con un empleo pero que me interesaba y me podría en contacto.
Pinché en el último mensaje de una dirección que no reconocía. Estaba encriptado. Le había pasado mi llave pública a todo el que la quisiera, pero no sabía cuanta gente podía haberla averiguado, por no hablar de usado.
Desencripté el texto y mi cuerpo entero quedó helado, como si un fantasma hubiera tocado mi alma. El mensaje era de Anton. Me quedé mirándolo. Los segundos pasaban y yo seguía mirando, principalmente, porque Anton nunca me enviaba emails. A pesar de ser un informante que tenía más ordenadores que yo armas, nunca había estado a la moda del mundo moderno. Ni siquiera tenía un teléfono móvil Yo siempre contactaba en persona, y aunque siempre había asumido que eso tenía algo que ver con que gran parte de su información le llegaba de lugares inaccesibles desde enlaces URL, también pensaba que a Anton simplemente le gustaba tratar con el mundo mediante folios y fotocopias.
Por otra parte, él estaba muerto. Esa parte aún era cierta.
Miré la fecha y recordé, luego me estremecí... Lo había enviado unos tres minutos antes de la primera explosión. Respiré hondo y lo leí. El email sólo tenía una línea:
penny está muy emocionada. quiere que te envíe esto. ha enco....anton p.s. p = pítica, pensamos.
Había un archivo adjunto. Lo abrí. Me temblaban los dedos. El archivo era un texto y parecía una respuesta a alguien:
—Para: 29814243
Asunto: Memoria flash perdida>> su esposa, debe de tener un escondite irrompible. ¿Causa perdida en este punto? Todas las fuentes confirman que P. no la ha encontrado. Si aún están buscando, nosotros también. H. sugiere que puede haber sido retirada de la escena pero no ha sido entregada. Es improbable, salvo los zombis que usan, es posible. Investigar esa línea.
La adrenalina había empezado a cosquillearme. Leí el mensaje de nuevo. La mención de una esposa… ¿podía significar…?
—Arthur —llamé. Estaba junto a mí en un suspiro. —Arthur, ¿faltaba algo de la escena del crimen de Kingsley?
—Sí. Una memoria USB que siempre llevaba colgada al cuello, pero nunca la encontraron. Fue una de las cosas que la doctora alegó como extrañas, ella decía que nunca se la quitaba.
El email hablaba sobre Kingsley. Había algo en esa memoria, y Pítica se había vuelto loca tratando de encontrarla. Y aparentemente también alguien más, el que había escrito ese mensaje…
Mis ideas se comprimieron por el horror. El único grupo que operaba contra Pítica era el de Steve. Y él nos había dejado claro que se cargarían a cualquiera que les descubriera para protegerse de Pítica.
Oh, Dios. Anton. Penny.
—Encontré la memoria —dijo Arthur morosamente. —Lástima que fuese inútil.
Le llevó a mi cerebro varios segundos procesar sus palabras y luego grité —¿Qué?
—La encontré en la casa de Polk, cuando pensaba que ella era la asesina. Fue hace unas semanas.
—¿Qué había en ella?
—No lo sé, estaba codificada.
—¿Cómo sabes que estaba encriptada?
Su cara era tenía mirada desesperada. —Se lo pregunté a Dawna Polk. Me dijo que no era nada.
¡Cielo Santo!
—Arthur, ¿dónde está ahora?
—La tiene Inspector. Voy a decirle que...
—¡Arthur! ¡Arthur, no, no eres tú ... no estás hablando tú... olvídalo. ¿Has hablado con Inspector sobre esto?
Suspiró. —No puedo localizarle.
De pronto me costó respirar. —¿No puedes localizarle?
—No. Es raro, ¿verdad? Normalmente responde. No puedo local… a nadie.
Oh, caca. Oh, joder. ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Mierda, le había mencionado lo de Inspector a Dawna durante mi generosa confesión y acaba de conocerle. Arthur trabajaba con él.
—Arthur —le dije con cuidado. —No te asustes pero, ¿te preguntó Dawna algo sobre Inspector?
¿Importaba aquello?
—No —respondió Arthur. —Bueno, no hasta que yo se lo mencioné. Pareció muy interesada. Es todo un personaje, ¿sabes?
—Oh, no. —retiré las mantas y me levanté. —Oh, Dios.
—¡Russell, para! ¿Qué haces? ¡No puedes levantarte!
—¿Quieres apostar?. —me arranqué la cinta médica del dorso de la mano y saqué la vía intravenosa ignorando la sangre oscura que manaba. Ya se coagularía. —Tenemos que encontrarle. Ahora.
Arthur negó con la cabeza. —No se te permite encontrar a Inspector. Es parte de su seguridad, ya sabes... los clientes no conocen dónde está la Guarida.
—Arthur, esto es muy importante. —le cogí por los hombros. —¿Dónde vive Inspector... dónde está lo que llamas la Guarida? —respiré hondo. —¿Sabes dónde esta o no? No te lo pregunto para que me lo digas. ¿Sabes. Dónde. Está?
Me miró como si lo considerara. Era locamente desconcertante, como observar a un chico de cinco años en un cuerpo adulto. —Por supuesto que sí. Pero no voy a decírtelo, así que no me preguntes.
Le zarandeé. —¡Arthur! ¡Tenemos que encontrarle, ahora! ¡Si lo sabes, Dawna lo sabe y enviará a Pítica a por él!
Ya podría ser demasiado tarde. Arthur negó con la cabeza de nuevo, impasible. —Ella no le haría daño. Sólo estaba interesada.
—¡No! ¡Definitivamente le hará daño! Te mintió una vez, ¿recuerdas? ¿Sobre Río? ¿Sobre no hacerme daño?
Se le nubló la cara. —Sí.
—Y te hizo dudar con sus motivos, ¿no? ¿Recuerdas?
—Sí…
Menos mal que Dawna no le había hablado después de deshacer su propio trabajo. Lo habría convertido en un robot leal a Pítica.
—Arthur, escúchame. No tienes que creerme, ¿vale? Pero tienes que ir a ver a Inspector, ahora. En persona.
Me miró ceñudo. —¿Puedes quedarte sola?
Oh, Jesús, siempre. —¡Sí! ¡Lo prometo! ¡Ahora vete, ya !
Se apartó de mí. —No sé por qué estás tan agitada, pero bueno. Me preocupa que no conteste al teléfono. —Cogió su abrigo que colgaba en una silla. —Y puedo traerte la memoria también.
Oh, hermano. ¿Tan mal estuve yo bajo la influencia de Dawna? ¿Cómo demonios iba yo a arreglar eso? Río siempre parecía capaz de disuadirme de ello, pero Steve había sugerido que yo era altamente inusual en ese sentido y aún no sabía por qué. Temblaba al pensar en lo que Arthur se habría convertido si Dawna no hubiese ordenando que me disparan.
.—Acuéstate —me regañó Arthur, señalando hacia mí mientras caminaba hacia la puerta.
—Cross mi corazón —grité a su espalda.
Cerró la puerta. Encontré mi chaqueta y me la abroché rápidamente. Si aún estaba lloviendo, probablemente no era bueno que los vendajes se mojaran. Mis botas estaban junto a la puerta.
Llovía continuamente, un chubasco típico del contraste de la estación húmeda de la California del Sur. El apartamento en el que estábamos resultó estar en la zona de congestión misma de Los Angeles y Arthur, como tipo honesto que era, subió a un autobús. Puesto que yo robé un coche, fue sencillo seguirle incluso a través de kilómetros y kilómetros de semáforos en rojo y paradas. Después de dos horas y tres trasbordos de línea, Arthur bajó del autobús en la última parada cerca de Panorama City y empezó a andar. Dejé el coche en la cuneta y le seguí acurrucada en el abrigo contra la lluvia y levantando el cuello de la chaqueta en el diluvio. Arthur era una de esas personas que siempre miraba a su alrededor y comprobaba su entorno... probablemente era deformación profesional de todo DP... y sus pericias de observación habrían captado muchas pistas, pero soy muy buena siguiendo a la gente.
Me llevó hasta una calle residencial, donde se metió en una casa de única planta con una rampa instalada en la escalera del porche. Arthur pasó de largo frente a la casa y la circundó hasta una entrada en el garaje. Mientras se acercaba, paró y se tambaleó como si le hubieran apuñalado.
Mi cerebro se cortocircuitó.
Avancé corriendo a su lado al instante.
—¿Qué te pasa?
Él me miró parpadeando en la lluvia. —¡Russell! ¡Qué demonios...? no deberías... ¿cómo...? —Su voz era ronca, como si ya no supiera formar las palabras.
Me giré hacia el garaje.
El pomo junto a la cerradura estaba astillado y la puerta quedaba abierta unos centímetros, permitiendo al viento y la lluvia colarse hacia la oscuridad interior.
Arthur no parecía capaz de moverse. Extendí el brazo y empujé la puerta para abrirla del todo y entrar en la oscuridad.
Mis botas rechinaban sobre la alfombra mojada. El interior del garaje estaba reformado, y era la habitación que yo había visto durante nuestra conexión de video con Inspector. Un mostrador alrededor del pequeño perímetro servía como una larga mesa de ordenadores y unos soportes emergían de una pared secundaria con más monitores y torres. Inspector probablemente tenía en similar espacio tantos ordenadores como Anton, pero el racimo de Inspector estaba mucho más fastidiosamente organizado.
Al menos, así fue una vez. Alguien había destrozado el lugar. Habían destripado los ordenadores y arrancado todos los discos duros. Vi numerosos adaptadores sueltos en espacios vacíos donde habían estado los portátiles. Todos los monitores estaban apagados y una pantalla LCD estaba destrozada.
Tragué. Cerca del fondo, el hollín ennegrecía el escritorio en varios lugares y los marcos de metal se retorcían en las partes del perímetro donde habían ocurrido pequeñas explosiones.
Me agaché para mirar de cerca en la tenue luz. Una oscura mancha marrón me contaba su propia historia.
Arthur entró en la habitación detrás de mí. —Oh, Señor —susurró. —Oh Dios mío…
—Comprobemos la casa —le dije.
La puerta trasera de la casa aún estaba cerrada. La abrí de una patada, ignorando la punzada de mi herida en el pecho. Alguien se nos había adelantado aquí también: múltiples pisadas negras llevaban hasta cada habitación. Los cajones estaban abiertos y el mobiliario tumbado con signos evidentes de un registro con tan poca consideración por el salón de Inspector como habían mostrado los hombres de Steve en la casa de Courtney.
Los hombres de Steve. Podían haber sido ellos de nuevo. O Pítica. O ambos.
—¿Hice yo esto? —balbuceó Arthur. —¿Lo provoqué?
—Yo que sé —le dije.
Los adaptadores y conectores Ethernet huérfanos nos decían que Inspector había tenido muchos ordenadores en la casa, pero se lo habían llevado todo, desde portátiles y tabletas hasta lectores ebook.
Vagué por el salón. Una pantalla plana de TV colgaba en la pared y una nevada de papeles de un vaciado armario archivador cubría el suelo.
Parecía que Inspector había tenido una casa agradable, antes de ser abducido.
—Russell —avisó Arthur.
Le encontré en el baño, mirando el lavabo.
—¿Qué pasa? —le pregunté.
—Cepillo de dientes —me dijo. —Falta el cepillo y la pasta de dientes.
—¿Y?
—¿No te parece extraño? Ni los secuestradores ni los asesinos se llevan cepillos de dientes.
Medité sobre ello. Parecía extraño.
—Dios mío —dijo Arthur de pronto.
Se alejó del baño, corrió hacia la puerta delantera y la abrió para lanzarse hacia el porche, su cabeza se movía de lado a lado como si intentara ver en todas direcciones al mismo tiempo.
Le seguí fuera. —¿Qué pasa?
—Un Nissan azul. ¿ ves un Nissan azul en alguna parte?
Entendí lo que quería decir de inmediato.
Esto era Los Angeles, obviamente, Inspector poseía un coche, pero el aparcamiento frente a la casa estaba libre y el garaje era la cueva de un hácker.
¿Dónde estaba?
Espié a través de la lluvia que apantallaba la calle. No era difícil aparcar en este barrio y los coches eran escasos. No veía ningún Nissan azul.
—Escapó —le dije. Tal vez.
Arthur apoyó una puño mojado contra uno de los pilares del porche. Luego se sentó en el porche y apoyó la cabeza en sus manos.
Tuve una idea. —Hey. ¿Dónde le dejas tus mensajes?
—Tengo varios números suyos —murmuró Arthur. —Los he probado todos.
—Usa el más seguro, llámale ahora.
Me senté junto a él mientras sacaba su móvil Llamó y me entregó el teléfono. Sobre el sonido de la lluvia oí un buzón de voz con una mujer británica que me decía que el número no estaba disponible y que dejase un mensaje.
—Soy Cas Russell —le dije. —Estoy, uh… aquí con Arthur y esperamos que no estés muerto. —tragué y pensé de nuevo en Anton. —Dawna Polk nos embaucó a los dos, pero ya estoy bastante normal. Al menos eso dice alguien de fiar. Arthur aún está un poco chiflado, pero creo mejora.
Arthur extendió el brazo y trató de quitarme el teléfono, pero le esquivé y dancé hacia atrás. —Llámanos, ¿vale? Y hagas lo que hagas, no le des a Arthur la memoria flash. Dawna le dijo que no tiene importancia, yo opino lo contrario. —Colgué.—No me ha devuelto la llamada. Arthur sobaba triste.
—¿Qué te hace pensar que te va a devolver las llamadas? Ya veremos —le dije. —¿Deberíamos esperar dentro? Para secarnos, al menos.
No respondió. —¿Puedo tener mi teléfono ahora?
—No.
—¿Por qué no?
—Porque si Inspector llama, no quiero que respondas tú.
Arthur se encorvó. —¿Crees de verdad que está bien?
Miré hacia la lluvia. Esperaba en que tuviéramos razón pero, ¿siendo realistas?
—No lo sé —le dije. Me empezó a doler mucho el pecho —Volvamos, ¿vale? tengo un coche.
—¿Y de dónde ha salido ese coche?
—Lo he comprado.
—Mentirosa.
Me dejó que volviéramos en el coche de todas formas.
Sólo unas calles después de dejar la casa de Inspector giré a la derecha y dije —No mires ahora, pero nos están siguiendo
Arthur pasó los ojos por el retrovisor. —Yo no veo nada —me dijo tras algunas calles más de observar la tragicomedia de los conductores de LA que intentaban navegar a través del diluvio —¿Cómo lo sabes?
—Teoría de juegos —le dije. —El sedán blanco no conduce de forma egoísta.
—Vigilaban la casa de Inspector —supuso Arthur. —En caso de que nosotros volviéramos.
—No hay problema —le aseguré. —No nos persiguen a nosotros. Quieren que les llevemos hasta Río. Puedo perderlos.
Tiré del volante a un lado y apreté el acelerador. Salimos disparados por el cruce justo cuando cambió el semáforo. Arthur gritó. Por el espejo trasero, una SUV chocó espectacularmente contra el lado del pasajero del sedán blanco y se oyeron ruido de ruedas frenando cuando otros tres coches derraparon en las calles húmedas, girando y bloqueando del todo la intersección detrás de nosotros.
—¡Sapristi! —gritó Arthur.
—Será mejor que cambiemos de coche —le dije.
—¡Podías habernos matado!
—Venga ya. Fue un juego de niños.
—¡Podías haber matado a otras personas!
—¿A esas velocidades?, pues habría sido culpa de ellos por comprar trampas mortales.
Aunque aquello fuera cierto, yo no había pensado mucho las palabras. Decidí no decírselo a Arthur. —Deberíamos cambiar nuestro escondite a algún lugar fuera de LA.
Arthur se tapó los ojos con una mano. Casi sentí pena por él. Para cuando llegamos al apartamento, podía saber que mi temperatura corporal era levemente febril. Entramos al apartamento y fui a por algunos vendajes secos. Arthur, daba igual lo irritado que pudiera estar con mis métodos, empezó a amonestarme de nuevo y sacó otra bolsa de antibióticos para el gotero. Cuando sonó el teléfono en mi bolsillo, los vendajes limpios cayeron al suelo mientras yo buscaba en mi chaqueta. Arthur estaba exprimiendo la bolsa de IV en su mano tan fuerte que parecía a punto de estallar. Por fin saqué el teléfono, casi se me cae por la prisa por pulsar el botón antes de que saltara el buzón de voz.
—¿Hola?
—¿Cas Russell? ¿Eres tú?
—Si, Inspector, soy yo. —le lancé una sonrisa a Arthur. —Me alegra oír tu voz.
Estaba ansioso por responder. —Dijiste que Dawna Polk te embaucó. A los dos.
—Sí. resultó que ir a una emboscada conocida fue una idea espectacularmente mala —le dije señalando en la dirección de Arthur.
—No lo tomes mal pero… ¿cómo sé que estáis bien?
Esa era una muy buena pregunta. Me senté en la cama y pensé en ello. —Ja. Sí, supongo que yo no me fiaría de mí ahora mismo tampoco.
Se oyó una carcajada desesperada. —Eso me hace sentir mejor. El mensaje de Arthur no sonaba a él. He estado flipando un poco. ¿Está bien? Escapasteis, ¿no?
—Sí, escapamos, luego Arthur nos traicionó y me dispararon y escapamos de verdad. —yo tenía que saltar arriba y abajo para evitar a Arthur, que intentaba quitarme el teléfono de nuevo. —Dawna hizo que me dispararan delante de Arthur, por eso está un poco chiflado por su hechizo. Está en ese estado.
Inspector estaba chisporroteando. —¿Te dispararon? ¿Estás bien?
—Sí, bien. Arthur me ha estado cuidando. Creo que se siente culpable. Porque fue, ya sabes, culpa suya. —yo espié a Arthur, que me miraba preparado para asesinarme.
—Parece estar bajo la influencia un poco —le conté a Inspector. —Pero está lúcido y aún no ha llamando a Dawna para que venga a atraparnos. Creo que se repondrá.Yo ya había descubierto que el motivo por el que Río había permitido que Arthur se quedara era que había necesitado una mano extra para ayudarme a escapar del borde de la muerte... por regla general, a Río no le gustaba trabajar con otras personas... pero me imaginaba que le hubiera dado una buena tunda si hubiera juzgado que Arthur aún era una peligrosa herramienta de Dawna. Eso me hacía sentir mejor sobre los riesgos de Arthur.
—Oh —dijo Inspector es un voz baja. —Vale.
No era sólo que Arthur nos hubiera traicionado e Inspector le hubiera conocido mucho más tiempo que yo. —No pudo evitarlo en realidad —le dije, añadiendo un brote de honestidad,
—Uh, ninguno de nosotros pudo. Yo le habría traicionado también, si hubiera sabido cómo. —pensé en Río y me llené de vergüenza de nuevo. —No le culpes.
—Oh, lo sé —me dijo Inspector. —Fuisteis tras una lectora de mentes , auch, por supuesto, yo tuve que ponerme a salvo. Es Arthur de quien estoy preocupado...
—Espera, ¿No estabas en casa cuando entraron? Pero... vimos sangre, y pareció que hubo una lucha...
—Sí, uh, lamento haberos asustado. Me imaginé que con múltiples grupos en juego, quienquiera que viniera primero pensaría que el otro habría venido antes y así se perseguirían unos a otros en vez de ir a por mí. Creo que funcionó. Tuve que burlar mi propio sistema de seguridad y, por cierto, esos tipos fueron verdaderamente malvados por como destrozaron mis bonitos ordenadores que nunca les habían hecho nada...
—Espera, ¿escenificaste tu propio secuestro? ¿Fuiste tú?
—Bueno, la Guarida era mi trabajo, mayormente, hasta que alguien saqueó todo lo que quedaba. ¡Mi pobre red! Tendré que reconstruirla desde cero. Y no tenía ni idea de que sentirían la necesidad de destrozarme la casa. Eso estaba de más.
—Probablemente buscaban la memoria —le dije. —Todos saben que la tienes tú.
—Sí, ¿qué pasa con eso? Arthur, me dejó siete mensajes sobre eso...
—¿Ah sí? —alcé la vista del teléfono para buscar a Arthur. —Tresting, ¿en serio? No me sorprende que no te devolviera la llamada.
—¿Qué? —demandó Arthur, todo inocente.
—Dawna intentó convencerle de que no significaba nada, pero una fuente me dijo que Pítica aún quería recuperarla. Creo que es importante. ¿La tienes?
—Sí, desde hace unos días. Sólo son números. ¿Qué tal está Arthur, se pondrá bien?
—Está, uh... bueno, No soy una experta ni nada. —quise saber qué responder.—Creo que sólo está influenciado. Parece tan pesado como siempre. Creo que tal vez no hay que fiarse de nada de lo que diga sobre Pítica…
—¿En serio se pondrá bien? —Su voz sonaba diminuta a través de la línea. —¿Volverá a ser... él mismo?
—Es muy probable. —no era una respuesta tranquilizadora pero, ¿qué otra cosa podía decir? Hasta donde sabía, Dawna había retorcido la mente de Tresting permamentemente. —Volviendo a la memoria. ¿Tenía números?
Él se aclaró la garganta. —Sí. Listas de números... gigabytes enteros. No he encontrado un patrón todavía.
Números.
—Se me dan bien los números —le dije. —Pásalos por email.
Hubo una pausa. —Hecho.
—Espera, ¿cómo sabes mi email?
Un indicio de su humor regresó. —Soy todopoderoso, Cas Russell. ¿No te lo dije?
Yo miré al cielo. —Sí, lo mencionaste un par de veces.
—Soy como el Oráculo, Míster Universo y Elaine Roberts todo en uno. ¡Nada puede esconderse de mí! Oh, uh, hablando de eso, creo que he encontrado a Dawna Polk.
—Espera, ¿qué? —me aparté de Arthur y bajé mi voz. —¿Qué dices, la encontraste?
—Perdón, no su localización, quiero decir que sé quién es. Arthur dejó un nombre en uno de sus mensajes... Saio, me dijo. Hice una búsqueda. Bueno, muchas búsquedas...
—Inspector. Escúpelo.
—Pasó hace décadas. Una Daniela Saio. Sus padres eran adivinos psíquicos famosos... aquí viene la parte interesante —dijo Inspector.—Cuando ella tenía diez años o así, Daniela se hizo más famosa que sus padres. Una psíquica extraordinaria. La mejor de Europa. Era brillante.
—Brillante es que la gente creyera su jerigonza —le dije.
—Te sigo, pero no lo entiendes. Ella hacía eso con diez años.
El aire de la habitación se hizo pesado de pronto. —¿Y después?
—Eso es lo extraño. Desapareció de la faz de la tierra.
—¿Y después?
—Después nada, te lo estoy diciendo. Encontré otros dos alias en otros países, ambos tan artificiales como el de Polk, y quién sabe cuántos otros muchos podría haber ahí fuera...
—¿No dijiste que nada podía escapar de ti?
Siseó de frustración. —Estoy en ello.
—¿Y después… qué, se entrenó? ¿Se inyectó superpoderes psíquicos?
—No sé —dijo Inspector.
—¿Crees que Pítica la reclutó?.
—Encontrar genios y reclutarlos jóvenes —me dijo. —Es una teoría. Con la habilidad que ya tenía, bueno, podrían haber potenciado su psicología. Alguien estaba pensando en el futuro.
Un extraño pitido me sonó en los oídos. —Sólo era una niña.
—¿Eh?
—La cogieron cuando sólo era una niña.
—¿Y?
Cerré los ojos y respiré hondo. —No me gusta que le pasen cosas malas a las niñas.
—De acuerdo, bueno, seguiré buscando. Tal vez pueda encontrar algo que nos ayude a combatir la versión adulta.
—Sí —le dije. —Vale. Y yo comprobaré esos números. A ver qué puedo hacer con ellos.
—Perfecto —me dijo. —Hey, dile a Arthur…que estoy preocupado por él. Y dile que no debería preocuparse porque cuidaré de todo. —y colgó abruptamente.
Me quedé mirando el teléfono.
—No quería hablar conmigo, ¿eh? —dijo Arthur.
Tenía las manos en los bolsillos, su expresión era miserable.
—No es personal —le dije.
—Eso es difícil.
—Sí. —no sabía qué decirle. —Dijo que está preocupado por ti. Y, uh, también que no te preocuparas porque el cuidaba de esa otra cosa. ¿Qué otra cosa?
Su cuerpo entero se relajó, la tensión abandonó cada línea en su cara.
—Nada. No tiene que ver con el caso. —Su tono gritaba que era algo privado.
—Pensé que no tenías otros casos.
—Es personal, Russell.
—De acuerdo. —tendría que molestar a Inspector para que me lo dijera más tarde si me acordaba. Cambié de tema. —Vamos a comprobar esa lista de números, ¿vale?
—No significarán nada... —trató de insistir Arthur, pero le interrumpí.
—Venga... cállate —le instruí cansinamente. —Voy a malgastar mi tiempo estudiando todo el absurdo archivo. ¿Vale?
Me miró como si quisiera discutir, pero desistió. Saqué el portátil y lo abrí. Un nuevo email apareció en mi bandeja de entrada encriptado con mi llave pública. Suspiré. Descomprimí el archivo y el ordenador buscó durante dieciséis segundos mientras se abría. Era muy largo y, como Inspector había dicho, consistía mayormente de números sin contextos, algunos de ellos arreglados en tablas, otros girando en listas. Navegué por páginas y páginas. Desenfoqué los ojos. Relajé mi cerebro. Los números se agrupaban, se realineaban. Algunos en ejércitos, otros destacaban y gritaban llamando la atención. Los patrones se cruzaban y contrastaban.
Números. Números. Números…
—Cas.
Alcé la vista. Río permanecía frente a mí, su mano sobre mi hombro. Arthur, me observaba con cierta preocupación. Noté que yo estaba bastante seca y fría, y que me dolía el cuerpo entero y quería empezar a tiritar. Pero daba igual.
—Cas —dijo Río —Mantener limpias y secas las vendas es médicamente importante.
—Sí —le dije. —Río, sé como acabar con Pítica.
—¿Cómo? — preguntó Río.
Mis labios trazaron una sonrisa de montaraz. —Usando matemáticas. Vamos a destruirlos económicamente.
—Espera —dijo Arthur—. Repite eso
—Los números que tenía Kingsley —le dije. —Son de todo menos inútiles. Son patrones de las finanzas de Pítica. Todas las cuentas de lavado de dinero...
—Dawna me dijo que no eran nada... —trató de insistir Arthur.
—¿Cómo completar esta información? —dijo Río.
—Está asombrosamente completa. —miré de nuevo al archivo, a las pequeñas hileras de tipos, páginas y páginas y páginas y páginas...
Tragué. —Río, su operación es mayor de lo que yo... no tenía ni idea. Él no comentó. Tuve una clara sensación de que él ya lo sabía. —Y la economía lo impulsa todo.
La idea aún era vaga, pero la solidez de las matemáticas me llenaba de confianza. Aquellos números brillaban de poder, estaban llenos de explotación. Por no mencionar que el martilleo en mi cabeza esta comenzando de nuevo y la jaqueca solamente me hacía más segura de ello.
—La cantidad en bruto de recursos que Pítica necesita... si podemos interrumpir su flujo de rédito… asumiendo que podemos obtener información precisa —añadí en voz alta, pues parecía que Arthur iba a discutir la veracidad del contenido de la memoria de nuevo —Podemos segarlos por las rodillas.
—Ya, pero ¿no pueden pedir más dinero? Cualquiera se lo daría —indicó Arthur. —podían pedírselo a un rico...
—Pítica opera en las sombras —dijo Río. —Por eso han construido tal diversificación elaborada de recursos.
—Sí, pero es más que eso. —discutí. —Las cantidades de aquí, sus ingresos anuales son equivalentes al PIB de un país pequeño.
Arthur hizo una mueca. —¿Cómo podían ocultar todo eso?
—De ahí que su estructura de recursos sea tan complicada —le dije. —El lavado de dinero y el número de cuentas que deben haber tenido durante los años para construir todo esto es asombroso. Es como mirar el código de un sistema operativo.
Río y Arthur me miraron sin entender. Yo deseé estar hablando a Inspector. —Complicado —aclaré. —Es muy complicado. Y quienquiera que creó este documento fue... bueno, un idiota colosal, pero por otro lado, no pienso que Reginald Kingsley supiera lo que tenía entre manos. Apostaría que sólo sabía que era algo loco o importante. Y fue esto lo que probablemente hizo que le mataran. Si él no hubiera encontrado la memoria, Pítica ni siquiera se habría fijado en él, sus actividades son demasiado masivas. Ellos no se afanan por asuntos pequeños. Son demasiado grandes para preocuparse por la mayoría de nosotros. —Asentí hacia Río. —Deberías sentirte halagado, supongo.
—Pero fueron a por Leena —dijo Arthur—. Y a por ti y a por mí...
—Sólo después de que encontráramos a Dawna —le recordé. —Y ella sólo me abordó debido a mi conexión con Río. Arthur, tú y yo somos hormigas comparados con esto.
La escala me dio vértigo, como mirar desde abajo unos rascacielos.
—Pero estamos de suerte. Pítica es tan masiva y extensa que por eso han cometido errores. Primero, hicieron una chapuza con el homicidio de Kingsley... Courtney fue conveniente porque le habían lavado el cerebro y estaba en la zona, pero perdió la memoria o no la entregó o algo. Tendrían que haber enviado a alguien competente o, demonios, Dawna debería haber ido en persona, aunque Kingsley pareciera una jugadora menor. Tal vez no supieron lo de la memoria hasta más tarde.
—Si hubiera ido Dawna, su nota de suicidio podría haber sonado a él. —dijo Arthur.
—Demonios, era cierto. —coincidí. —Courtney probablemente... no sé, amenazó con hacer daño a su esposa o a su hijo o algo, si él no la escribía. Le obligó de algún modo. Pero Kingsley consiguió dejarle una pista a su esposa y ella te contrató, y dudo que estuvieras siquiera en sus radares, no te ofendas, y luego me encontraste...
—Y conociste a Dawna —concluyó Arthur.
—Pero yo no habría sospechado de ella si no hubiera sido por ti —le dije a Río. —Y creo que ese es el segundo error... Dawna fue a por Río. No sólo se tomaba a Río como una amenaza, sino que salimos con más información sobre ella y Pítica.
—¿Y crees que puedes usar esta información? —dijo Río.
—Sus números —le dije —Creo que sí. Con una ayudita. —recogí el teléfono de Arthur.
Inspector respondió al tercer tono. —¿Cas? —me dijo.
—Sí —le dije. —He descubierto lo de los números. Es el imperio financiero de Pítica.
Silbó bajito. —Estás de broma.
Por fin alguien me entendía.
—Nop.
—Me siento como un hombre muerto al saber eso
—Bueno, tenemos que usarlo antes de que nos cojan —le dije.
—¿Cómo? ¿Robar todo el dinero?
—Lo recuperarían.
—¿Cuál es el plan, entonces?
—Aquí hay una idea. ¿Y si alertamos a todos de que el robo de ese dinero no va hacia donde ellos piensan? Entonces ellos abren las tapas en los flujos de rédito y podemos enviar un centenar de miles de alertas de seguridad al mismo tiempo con pulsar un botón. ¿Qué piensas? ¿Es ejecutable?
Inspector pensó un rato. Arthur aún se frotaba las sienes. Yo no podía leer a Río, pero parecía pensativo. Sus opiniones no importaban, yo necesitaba la evaluación de un experto en ordenadores.
—Puede ser —dijo Inspector al final. —No es tan sencillo como suena. Especialmente si todos los frentes diferentes canalizan dinero en modos diferentes, pero quizá podamos construir algoritmos para clasificar las categorías de ataque...
—El espacio de muestra no es tan grande a nivel computacional —le recordé.
—Cierto. La pregunta es si tenemos bastante sentido común aquí para hacer un trabajo limpio y rápido.
—Lo tenemos —le dije.
Yo ya tenía una comprensión intuitiva de las matemáticas. Se manifestaba destacando patrones en mi cerebro como un hermoso tejido de artesanía.
—Estoy segura. Si tú puedes escribir el código, yo puedo hacer los cálculos.
—Bueno... podemos probar. Pero no prometo nada. —Su respuesta podría no ser el eco entusiasta que yo había esperado, pero al menos había dicho sí.
—Ya verás. Podemos hacerlo.
Inspector se despejó la garganta. —Cas, coge el teléfono de reserva, por favor.
Evité mirar a Arthur mientras lo hacía. Me incorporé fuera de la cama, haciendo una mueca cuando mi ropa húmeda tiró de mi piel y mi herida del pecho se retorció, y caminé entre Arthur y Río hacia las ventanas.
—Puedes hablar —le dije al teléfono.
Fue directo al tema. —No puedo fiarme de ti ni de Arthur.No le culpé por ello. —Pues lo haremos remotamente —le dije.
—¿Qué? —emitió un siseo. —Será mucho más rápido si estamos en la misma habitación. —él tenía razón.
No estaba segura de lo que quería que dijese... no podía darle ninguna garantía por mucho que me hubiera gustado. —Y, uh, hay otro problema. Creo que necesito más capacidad de proceso del que tengo, y no me queda bastante dinero... No puedo hacer una retirada mientras Pítica intenta de localizarme, y...
—Lo capto —le dije. —Dame una lista de la compra. Y que esto te sirva como lección para tu equipo de supervivencia.
—Ya —me dijo fervientemente. —No estoy tan preparado para el apocalipsis zombi como debería. Aunque probablemente los zombis conllevan caos y escasez e inflación masiva, de modo que el dinero no necesariamente...
—Hey. Lista de la compra.
—De acuerdo. Te la envío por email. Uh, gracias. te lo debo, asumiendo que sobrevivamos a esto.
—Considéralo como pago por sacarme de prisión —le dije.
—Aquello no fue nada. Ya tenía puertas traseras en esos sistemas. Sólo, ya sabes, por si acaso. No se lo digas a Arthur —añadió como coletilla.
—Ya se lo he dicho.Él podría no estar preparado para reconstruir sus ordenadores, pero Inspector tenía algunos niveles de paranoia que yo aprobaba cordialmente. Me pregunté cuál era su historia.
—Bueno, ¿cuál es el veredicto? ¿Quieres que yo elija el equipo?
—Oh, te estoy enviando lo que necesitamos para eso —me dijo. —También podríamos hacer esto en persona. Aquí es donde yo tomo el salto, supongo. —Su voz se había tornado alta e incierta. —¿Cómo sabes si estás… curada?
Miré por los agujeros de la persiana cerrada. El tráfico de Los Angeles zumbaba en las calles abajo, los coches salpicaban miserablemente por la lluvia que velaba desde un cielo húmedo. Aún me dolía la cabeza, me gustaba pensar que me estaba resistiendo a algo, pero no podía estar segura.
—No lo estoy —admití.
Oí a Inspector respirar varias veces. Luego me dijo —No dejo de preguntarme. ¿Cómo sabemos que esto no es algún elaborado Gambito de Xanatos?
Dejé de mirar el tráfico. —¿Algún elaborado qué?
—Algún plan complicado. quiero decir, ¿cómo sabemos que no es exactamente lo que ella quiere que hagamos?
Era una pregunta muy legítima. —No lo sé.La conversación quedó varada en un incómodo silencio. Yo tenía una buena idea de lo que Inspector podría estar pensando: Dawna no lo había encontrado aún. Él podía seguir corriendo tan rápido como pudiera, en vez de colgarse con nosotros y enfrentar la posibilidad real de devenir otro de los peones de Pítica.
—Si eso ayuda —le dije. —Me siento como si estuviera combatiéndola. Además, Río realmente parece ser inmune y él piensa que estoy bien. —Inspector no dijo nada. —¿Hola?
—¿Quién? —La palabra sonó lenta y suspicaz.
Me dolió el pecho de un modo que no tenía nada que ver con la curación de la herida o los vendajes húmedos, y mi jaqueca de pronto pareció el doble de fuerte. Me apoyé contra la pared junto a la ventana. —Arthur olvidó mencionarte que yo trabajo con Río, ¿no?.
—¿Ese Río?
—Asumo que es el mismo.
Emitió un sonido ahogado. —Algunas de las cosas que Arthur dijo tienen ahora mucho más sentido. Voy a matarle.
—Entiendo que has oído algo sobre Río, entonces.
—¡Oír...! —él se interrumpió.
Yo podía oírle mentalmente reordenando su impresión de mí a la luz de los trabajos conectados al sádico asesino en masa.
Cerré los ojos, cordialmente cansada de aquello.
—Ese nombre —susurró Inspector. —Una de las personas menos que reputadas que yo he conocido, antes de conocer a Arthur... los aterrorizaba, más allá de la razón. Es como el hombre del saco. La gente invoca su nombre como si fuera un demonio a algo así. Cas Russell, me caías bien hasta ahora, pero…
—Confío en él —le dije,
Una milésima de segundo después. —¿Para hacer qué?
Esa era una buena pregunta. ¿Qué significaba confiar, exactamente?
—Para cubrirme las espaldas —le dije.
—Tengo que pensarlo.
—¡Nos sacó a Arthur y a mí de allí!
—¿Sí?
—Sí. te lo he dicho, confió en él. —intenté ser paciente, pero las palabras salieron drenadas.
—¿Está contra Pítica?
—Sí.
—Tengo que pensarlo —dijo Inspector de nuevo. —Yo... ya te llamo luego.colgó el teléfono y apoyé la cabeza contra la pared.
El golpeteo de la lluvia resonaba a través de ella continuamente. Hacía un momento yo había estado tan esperanzada. Tan segura de que teníamos una oportunidad, de que podíamos hacerlo, pero por primera vez que yo pudiera recordar, necesitaba ayuda para continuar, y nadie quería saltar conmigo. ¿Por qué todo lo que involucraba a la gente tenía que ser tan difícil?
Río se acercó. —Otros planes, deberíamos cambiar de lugar —me dijo. —Tresting me dijo que habías terminado.
—Los perdí —le dije.
—No obstante, ahora que estás bien para viajar, deberías abandonar Los Angeles. Los otros planes pueden esperar. Pítica te localizará aquí eventualmente.
Había pensado lo mismo cuando perdimos nuestro rastro tras ir a casa de Inspector.
—Aquí hay una idea —le dije. —Déjales. Prepararemos una trampa propia, descubriremos un modo de defendernos.
—Cas —dijo Río.
Arthur se le unió. —Dejar LA no es un mal plan, Russell. Esto demasiado. Aunque la información que crees que encontraste sea legítima...
Le gruñí. Arthur levantó las manos aplancante. —Huir podría ser una idea mejor para nosotros. Por lo que dices, no te causamos problemas, quizá ellos nos dejen hacerlo.
Río se giró un poco hacia él. —Tu ayuda durante el caso ha sido apreciada, no obstante, tú no irás con ella. Aún estás comprometido.
—¡Lo dice el hombre que la disparó!
—Eres libre de seguir tu camino —dijo Río.
—¿Puedo? ¡Vaya, muchas gracias por el permiso!
—Cas —dijo Río — Tenemos que irnos a un lugar más seguro inmediatamente. Preferiblemente fuera del país.
—No —le dije.
—Cas...
—Sí, vete y dile a todos lo que haces... —añadió Arthur.
—Cas, no puedo decirte el peligro de...
—¡No me fio que contigo esté segura!
—¡Hey! —El grito envió picos de dolor por mis aún dañados pulmones, pero no importaba. Era como intentar acorralar furiosos gatos mojados. Río pensaba que Arthur era inútil, Arthur pensaba que Río era una abominación, Inspector ya no confiaba en nadie y Río tampoco, nunca, aparentemente yo incluida. Al gritar, yo era la única que quería un juego en equipo, lo cual era tan risible que me cabreaba. Por no mencionar la ridícula caballerosidad chovinista que aparentemente venía de serie con un cromosoma Y... yo era capaz de barrer el suelo con ambos Río y Arthur a la vez, ¿y pensaban que tenían derecho a dictar lo que debería hacer? No me sorprendía que yo prefiriera trabajar sola.
—Estoy harta de esto —interrumpí y pulsé el botón del teléfono para rellamar a Inspector, poniéndolo en altavoz de nuevo. —Vale, vosotros tres, escuchad con atención —les dije en cuanto descolgó. —Pítica viene a por todos nosotros. Han intentado matarnos, han intentado lavarnos el cerebro y han destrozado nuestro mundo en modos que probablemente no sabemos. Dos de vosotros les habéis perseguido durante meses. Río, tú llevas tras ellos desde siempre. Creo que nosotros podemos hacer la diferencia y acabar con ellos y ¿tú eliges rendirte ahora?
—Me gustaría discutir tu descubrimiento —dijo Río —pero primero debemos asegurar que estás a salvo...
—¿Qué? ¿Fuera del caso? ¡Eso no puedes decidirlo tú! Entiendo que estás intentando cuidarme, pero no es tu obligación. Estoy enfadada... furiosa... y ¿sabes qué? Voy a pelear. Si los tres no queréis, pues, que Dios me ayude, Y vosotros... —gesticulé hacia ellos como loca. —... podéis ir y hacer lo que queráis con vuestras pequeñas vidas insensatas, corred si queréis, me da igual, pero estoy harta de intentar trabajar juntos en esto. He terminado. Os deseo unas bonitas vidas.
La lluvia sonaba contra la pared, casi ahogando el ruido de la ciudad. Nadie habló.
—¿Era un discurso motivacional? —dijo Inspector finalmente al teléfono.
—No —le dije, bastante enfadada.
—Bien, porque no me siento motivado. Voto contra ti como oficial de la moral del equipo.
Los labios de Arthur se retorcieron. —¿Somos un equipo?
—Bueno, yo tengo una amplia franja autodestructora de un pársec que alimentar —dijo Inspector. —Y la guerra, extraños compañeros de alcoba…uh, compañeros de algo. Supongo que me apunto, es decir, ¿voy a decir siempre no a esto? pero, Arthur...
—¿Si? —dijo Arthur.
—Aún creo que no deberías saber dónde hacemos esto. Hay riesgo de que delates a Cas de nuevo... Sólo es sentido común.
Arthur encorvó los hombros ligeramente. —Está bien.
—¿Río? —le dije.
Río extendió sus manos. —Si tú estás determinada en este curso de acción, yo te asistiré. —no podía leer su expresión. —Sin embargo, debo aún insistir que dejemos la ciudad.
—Mientras eso no nos retrase mucho —concedí.
—Dejar el país aún sería mejor...
—Pero llevaría tiempo —discutía.
—¿Hay algo que pueda decir para disuadirte? —dijo Río.
—Nop,respondí.
—Puedes contar conmigo tanto si estoy jugando en sus manos o yendo hacia una trampa o haciendo eso que podría ser el adorable programa de Dawna Polk, pero no vas a mantenerme fuera de esto. ¿vale?
—Claro que te alertaré si pareces comprometido.
—Y confiás en él para... —empezó Arthur.
—Río —le dije —¿sueno como yo o como que hago lo que Dawna quiere?
—Suenas distinta, desinfluenciada —dijo Río secamente. —Una lástima.
—Puedo salir en una hora —dijo Inspector.
—Vale. Conseguiremos el equipo mientras tanto —le dije. —Te diré dónde encontrarnos.
—Asegúrate de que no es un paseo —dijo Inspector. —Os veo.
—Nos hablamos luego —ofreció Arthur.
Hubo una breve pausa y luego un clic cuando colgó Inspector. Sonreí a Arthur y a Río. —Vale. ¿A quién le apetece ir de compras electrónicas?
Río, con un turno desaprobador en su boca que decía que ciento ochenta kilómetros no era suficiente, ofreció una casa segura a las afueras de Twentynine Palms.
Me entregó la dirección después de que Arthur hubiera salido del apartamento. —Toma el camino hasta la la puerta trasera —me dijo. —No entres por delante.
—¿O qué? —le pregunté curiosa.
—He colocado ciertas medidas de seguridad mínimas.
—Bien —le dije. —Es bueno saberlo.
Arthur había salido primero siguiendo mis indicaciones apresuradas para recuperar copiosas cantidades de dinero en varios lugares de Los Angeles para comprar equipo informático.
—Espera, ¿recuerdas dónde están tus escondites con ecuaciones? —había demandado incrédulo cuando le daba las indicaciones.
—Es más sencillo que memorizarlos —intenté explicarle.
El plan era que Río se reuniese con él y luego sacar el equipo y recoger a Inspector en un punto de reunión a cierta distancia de la casa segura. Río no confiaba que nadie, salvo en él o en mí, para seguir un rastro. Mejor que arriesgarse a activar accidentalmente una señal LoJack, recuperé una vieja tartana de un depósito que yo había adquirido casi legítimamente algunos años atrás... junto con unas armas en el maletero... y peleé contra el tráfico de LA hasta la 405, donde conduje hacia el norte en medio de la lluvia. Imaginé que había llegado a la 14 y atajé tomando una ruta de rodeo vía Victorville. Si conseguía llegar a la primera, la suposición sería que conducía hacia Las Vegas, o tal vez al Mojave. Vigilaba los retrovisores todo el camino, pero salí limpia de la ciudad y eventualmente dejé atrás el tumulto de LA hacia el desierto. Llegué a Yucca Valley y seguí hacia el Este siguiendo las direcciones de Río hacia la autopista.
Había abandonado la lluvia con la ciudad, y el viento levantaba nieblas de polvo del asfalto, los granos diminutos de arena chocaban contra mis parabrisas y oscurecían los escasos intentos de civilización del camino.
Pensé que era demasiado generoso para llamarlas ciudades. Finalmente ascendí una ventosa pista de tierra hacia la dirección de Río. Las ruedas botaban y aplastaban la roca, no lo bastante pequeña para considerarlo grava. El cochecito subió con esfuerzo la pendiente, los neumáticos derrapaban por la pista hasta que alcancé una pequeña casa a lo alto de la meseta. Su altura proporcionaba una vista de kilómetros de desierto.
Caía el crepúsculo sobre el pesado paisaje púrpura cuando salí del coche y las formaciones de roca y nudosos árboles de yuca proyectaban largas sombras sobre el suelo del desierto. Los últimos rayos del sol calentaban mi piel, pero ya estaba frío y mordía en las sombras. Después de sacar algunas armas y un montón de pads legales del maletero, hice caso a Río y entré por la puerta trasera.
El lugar era pequeño pero bien provisto. Cajas de MRE, paquetes herméticos etiquetados como raciones de emergencia y bolsas selladas de agua potable dominaban la mayoría del espacio del depósito y estaban apiladas contra las paredes de las habitaciones, con un respetable número de latas de gasolina para hacerles compañía. Incluso había un armario lleno con licor fuerte al que miré extrañada pues Río no bebía.
La Templanza era uno de los valores cristianos después de todo. Quizá el alcohol tenía algún propósito en la supervivencia. También encontré una pesada puerta de metal cerrada sólidamente. Imaginé que Río almacenaba el armamento de reserva ahí. O quizá era un pequeño búnker. O ambos.
Encendí las luces para expulsar las sombras que se acumulaban en las esquinas y apoyé mis armas totalmente cargadas contra una pared cercana... una chica tiene que sentirse segura, después de todo. Luego recogí la primera libreta y saqué una pluma estilográfica. Me dolía el pecho y la cabeza, y el largo viaje largo me había extenuado, pero nada de aquello importaba. Empecé a escribir páginas y páginas. Cuando terminaba cada una las separaba y las extendía para que ocupasen cada superficie posible. Al llegar la mañana, el suelo estaba alfombrado de papeles amarillos, las paredes tenían post-its pegados en el papel decorativo y la última hoja de cartón de cada libreta yacía descartado en una esquina mientras garabateaba una sexta. Cuando oí ruedas sobre la carretera de tierra, dejé la pluma, me colgué un rifle a la espalda y cogí la escopeta Mossberg de acción de bombeo junto a él. Sabía que serían Río y Inspector, pero era mejor prevenir que curar.
Salí por la puerta trasera hacia la oscuridad de la noche del desierto, el cielo atestado de estrellas. Los faros delanteros cortaban la negrura en lo alto del camino. Era Río en una enorme furgoneta blanca con Inspector en el asiento delantero. Tras reconocer mi sombra con la cabeza... Río siempre estaba atento de sus alrededores... salió para pulsar un interruptor exterior y encendió varios focos blanqueando de luz la escena. Bajé la escopeta y salí de la casa mientras Río rodeaba la furgoneta para empezar a descargar cajas.
Inspector deslizaba su silla hacia atrás en el asiento, se ajustó con movimientos practicados y salió del vehículo.
Me miró y dijo. —Este ha sido el viaje más largo de mi vida,
Me acerqué y alcé mis cejas. Él retrocedió al recordar que estaba hablando con alguien que conocía a Río.
Yo suspiré. —Ya te he dicho que confió en él.
—Cas Russell, no estoy desdeñando tu recomendación ni nada, pero me perdonarás si pienso que estás rematadamente loca —me siseó.
—Probablemente no deberías llevarme la contraria, entonces —le dije con mucha moderación.
Parpadeó dos veces, abrió la boca y la cerró de nuevo.—Cielo Santo, solo era una broma.
Yo no estaba segura de si me gustaba que estuviera nervioso por la idea de que yo podría hacerle daño. —Mira, ¿por qué no entras? Te pondré al día de lo que he conseguido. He estado escribiendo las matemáticas en papel específicamente para poder guiarte.
Cogió un portátil de la furgoneta antes de entrar en la casa, y en minutos sus dedos estaban tecleando mientras yo le hablaba y ayudaba a Río a sacar el equipo informático. Inspector, o pudo superar su aversión por Río o conseguía ignorar todo lo demás cuando trabajaba con los ordenadores... yo sospechaba lo segundo... porque pareció entrar en modo multitarea, mandando al personal con la autoridad de quien sabía exactamente cómo quería que tomase forma su red de ordenadores personales, señalando por la estrecha habitación y configurando la red de cables del modo correcto y los zócalos correctos de los discos duros mientras consideraba que estábamos siendo demasiado lentos o demasiado torpes para que pudiera terminar su programa a tiempo. Había traído un montón enorme de hardware, sacado originalmente de la Guarida junto con unos siete portátiles y monitores dispersos por la mesa y mostradores que se encendieron mostrando su sistema operativo personalizado.
Para cuando el sol empezó a cocinar la pequeña casa el día siguiente, el rédito de las fuentes Pítica se desplegaba para nosotros capa a capa. Los nombres de los bancos y localizaciones florecían rápida y furiosamente en un archivo de texto gracias a mis algoritmos y código de Inspector. El delgaducho hácker también tenía un nivel francamente sorprendente de conocimiento financiero que aceleró el proceso considerablemente. Yo no podía creer lo rápido que se estaba agregando información.
Por supuesto, nada eran tan sencillo como todo aquello.
Río, que había estado preparando el lugar para la acción, probablemente instalando un fusil Barrett M82 en el techo de la casa o algo así... regresó mientras estábamos en mitad de una furiosa riña.
—¡Te he dicho que sé cómo funciona esto! ¡La notificación necesita venir de los bancos y estamos hablando de al menos quince agencias gubernamentales diferentes de una docena de países! Ni siquiera sé la mitad de hilos que tenemos que mover...
—¿por qué no puedes tú destriparlos todos y averiguarlo?
Inspector lanzó las manos al cielo. —¡No soy una máquina tragaperras! ¿Tienes idea de lo seguros que son estos sistemas? ¿Y la frecuencia de las comprobaciones? ¡No puedo hackear los cerebros humanos!
—¿Qué pasa? —preguntó Río mientras me lanzaba una barra energética.
Genial. Comida.
Tendía a olvidarme de eso. La abrí para zampar.
—¡Hey! ¡No comas cerca de mis máquinas! —graznó Inspector.
Me alejé unos pasos. —Inspector subestima mi género. —respondí a Río..
—¡Subest...! Primero, la discriminación de género no mola, Cas Russell, y segundo, me estás pidiendo algo imposible. Mira, rastrear es una cosa, pero para diferenciarnos de un millar de estafas de robo de capital tendríamos...
—Explica —dijo Río, apoyándose en la entrada y cruzando los brazos.
Inspector tragó y luego respondió mientras evitaba contacto ocular, concentrándose en sus monitores en vez de en Río. —La idea de Cas tiene dos partes. Rastrear las cuentas resulta ser... bueno, no fácil, pero realizable. Las matemáticas de Cas y la unicidad de formato en la información de cuenta son bastante espectaculares, aunque solamente tenemos números y cantidades, es...
Río se despejó la garganta e Inspector se detuvo como un animal frente a los faros. La sala no era lo bastante grande y había demasiado equipo para que él pudiera esconderse de Río con efectividad, aunque ciertamente parecía que lo intentaba.
Me dio pena. — Podemos conseguir una hermosa lista completa de cuentas —expliqué. —Es una asombrosa cantidad de datos... rastreamos el dinero a través de capas y capas de bancos y negocios tapadera... pero al final del día, tendremos una enorme lista de los caminos de los flujos de rédito exactos de Pítica. Estamos hablando de miles de fuentes
—¿Pero? —dijo Río.
Respiré hondo. —Mi idea es enviar pistas masivas —le dije. —Avisar a la gente de que les están robando o que su dinero no va donde ellos creen que va, la idea es que Pítica no puede tener más de un par de personas clave convertidas a la causa. Y podemos hacerlo, pero Inspector indicó que...
—No nos tomarán en serio —terminó Inspector. —No se trata de estafar a un único banco y convencerle de que estamos enviando advertencias legítimas. Nuestra lista de cuentas... su red viene de todo el mundo.
—Y las fuentes de rédito son diversas —le dije. —Todos son bancos diferentes y negocios y organizaciones diferentes. Podíamos enviar una comunicación en masa, pero sería auditado en menos de tiempo cero. Probablemente ni siquiera pasaría los filtros de spam.
—Carecemos de legitimidad —dijo Inspector. —¿Qué tal esto? ¿Y si envío algún tipo de Troyano que… no sé, haga algo con esas cuentas de modo que cuando ellos lo comprueben vean que está pasando algo...
—Pero si tienes razón, nadie lo comprobará aunque les digamos que lo hagan. Al menos, no por un tiempo y no todas a la vez. Necesitamos que todo el mundo salte de miedo y mueva el dinero simultáneamente... si la transición es demasiado lenta, Pítica podrá corregirla... —las palabras frustradas de Inspector se solaparon con las mías. —Se trata de verificar el mensaje, no de enviarlo. Sin ningún papel físico virtual que nos garantice autoridad...
—Espera —le dije.—Qué boba he sido. —Sentí el inicio de una sonrisa. —Si sabemos de una sombría organización multinacional que puede mover todos los hilos del registro.
—¡Qué... mala idea! —gritó Inspector.—¿No tienes una mejor? No tenemos tiempo para discutir esto. Pítica sabe que estamos ahí fuera, saben que tenemos esta información... se trata de tener tiempo antes de nos rastreen y cambien su estructura de rédito.
Me giré hacia Río. —¿Tienes un móvil que se pueda tirar?
—Sí, me dijo.
—Yo tengo que quedarme a trabajar. ¿Te importa viajar y hacer una llamada?
Inspector gruñó.
—¿Por quién pregunto? —dijo Río.
—Un hombre llamado Steve —le respondí. —Dile lo que estamos haciendo.
—Necesitaremos enviar alertas de alto nivel a varias organizaciones gubernamentales —dijo Inspector, rindiéndose. —Aquí en los Estados Unidos. eso debe ser el Servicio Secreto... puedo hacer una lista, pero con todo ese asunto de la organización multinacional, podría saber más que nosotros.
—Querrán que les demos la información —advertí a Río. —Hagas lo que hagas, no hagas tratos con ellos.
—No hay problema —dijo Río. —No es mi costumbre.
Eso me hizo esbozar una sonrisa. No me hubiera querido estar al otro lado de su llamada de teléfono.
—Inspector, ¿tienes una dirección de email segura que podamos darles para coordinarnos? ¿Alguna que no se pueda rastrear?
Él masculló algo ininteligible sobre firmar nuestra propia sentencia de muerte, pero escribió una. Yo añadí el número de Steve y le entregué el papel a Río.
Lo plegó y lo metió en su bolsillo. —Volveré dentro de unas horas. Cas, hay armamento en el techo.
—Bien —le dije, y me giré hacia Inspector, cuya cara tenía un tono de blanco extraño. —Vale, acabemos esto.
Cinco horas después, Río aún no había regresado e Inspector y yo casi habíamos terminado con nuestro algoritmo de notificación.
Y estábamos en terribles problemas.
Inspector había desenterrado el alcohol de la cocina de Río. Lo había considerado necesario después de encontrarlo.
—¿Qué ha pasado con tu norma sobre nada de comida ni bebida? —le pregunté, tampoco es que pudiera culparle.
—El tequila no cuenta —me dijo tomándose otro pelotazo. —Es tequila.
A decir verdad, el alcohol no parecía impedimento alguno para su pericia informática. Sus dedos no eran más lentos sobre el teclado.
—Casi tienes mi tolerancia al alcohol —le dije.
—¡Bueno, entonces deberías estar bebiendo, también! Necesito compañía en el paroxismo de mi miseria con esto.
—No bebo cuando trabajo —le dije. —Bebo entre trabajos.
—¿Entre trabajos, dices? —tomó otro chupito de tequila. —Estás lista, Cas Russell.
—¿Lista para qué?
—Tú y yo. Concurso de bebida. Cuando todo esto acabe. Apuesto a que te gano.
Yo dudaba eso, pero aquel no era el momento para un concurso de burlas.
Hice una tijera con los dedos. —Hey. Concéntrate o te corto el suministro.
—¡Estoy concentrado! —protestó y, para ser justos, sólo mis habilidades matemáticas podrían detectar la pequeña elisión en las palabras. —No puedo hacer esto sin beber. Demasiado deprimente.
Con eso no podía discutir con él. Hacía tres horas ya desde que habíamos notado... bueno, Inspector había notado con su inusual sapiencia sobre las finanzas y operaciones de lavado de dinero, que las fuentes de las empresas de Pítica no eran únicamente organizaciones sin rostro. Para asegurarse, algunos eran inocuos o eran negocios tapadera o extraños fondos gubernamentales o donaciones falsas. Pero otros… Una vez que descubrimos de donde venía una parte del dinero, empezamos a buscar más a fondo. Y luego un poco más a fondo. Resultaba que parte de el león de rédito de Pítica venía de… bueno. De lugares que podrían haber estado en la lista de objetivos de Río.
Me quedé mirando el monitor, sintiendo náuseas. —Dawna decía que Pítica poseía básicamente los cárteles de la droga —murmuré. —Al parecer no mentía.
—Ya, bueno, ¿te mencionó el tráfico humano? ¿Venta de armas? ¿Posesión de gobiernos corruptos? Cielo Santo. —los dedos de Inspector aporrearon las teclas y una pauta de código salió en la pantalla.
Estaba ejecutando sus programas predictivos de nuevo, los mismos algoritmos que había usado con los datos de Kingsley para perseguir a Pítica desde el principio. Los mismos que habíamos estado ejecutando durante horas, esperando diferentes resultados desde que Inspector había sospechado lo que estábamos mirando.
—Esto no es bueno, Cas Russell. Esto es… no es bueno.
El modelo económico de Pítica era ingenioso. Querían mejorar el mundo y lo hacían. No habían escogido robar a cualquiera. Su contabilidad de apariencia benigna se lucraba de (y estrangulaba lentamente a) algunos de los mayores sindicatos criminales del mundo. Los cárteles servían como un buen frente, había dicho Dawna, pero en conjunto los hemos descolmillado… eventualmente los haremos desaparecer totalmente, pero por ahora nos proporcionan medios para cumplir nuestros objetivos... Daba igual cuántos modelos matemáticos ejecutáramos, si permitíamos a las víctimas de Pítica mantener su propio dinero, tendrían que usarlo. Y la violencia, la esclavitud y sufrimiento humanos iban a salirse de las tablas después. Si destruíamos Pítica de esta forma, íbamos a crear todo un infierno para un montón de gente inocente con ellos.
—Les va realmente bien —dijo Inspector. — No lo decían por decir. ¿Quién sabe cuánto más han estado haciendo? Probablemente están usando todo este dinero para ayudar a más gente.
Tragué.—No voy a discutir sobre que no son Malvados con M mayúscula —dijo Inspector. —Pero... supongo... ¿lo son? Sí, ellos manipulan a las personas y casi os matan a ti y a Arthur, pero… tampoco van por ahí iniciando guerras. Más bien, las previenen.
—Las previenen retorciendo la mente de la gente. —le dije.
—Sí —dijo Inspector. —Pero tal vez es lo que hace el Profesor X, ya sabes. Apostaría que, a sus ojos, ellos son los héroes.
—¿Qué hay de lo que hacen a los niños? ¿Los niños que reclutan?
—¿Te refieres como a Daniela Saio? ¿Qué pasa con ellos? Ni siquiera sabemos...
—Tenía diez años —le dije. —Sabemos bastante.
—Sí, y ¿que le hicieron? ¿Darle superpoderes telepáticos? Tío, yo me habría alistado en un suspiro.
Apenas me contuve de darle un capón. —Retira eso.
—¡Uujaa! —Se apartó un poco de mí. —Hey, perdona. Uh, no sabía que te importaba tanto, huh.
—Son niños —le dije. — Sólo niños.
—Creí que esos chavales eran nuestros tipos malos.
—Ahora tal vez —le dije. —Pero no tenían que serlo. —Inspector quedó durante un momento, mirando a sus pantallas de ordenador. —¿Sabes?, hacen daño a esos niños por el tráfico de droga también. Y con el tráfico humano, muchos de sus hijos. Esclavitud. Prostitución y porno infantil. No está... bien.Se paso una mano por la cara. —Es un juego de suma cero. Quitamos un monstruo y ellos ponen otro.
—Eso no es un juego de suma cero —le corregí. —Si fuese cierto, eliminar los cárteles de la droga incrementaría el poder de Pítica, no al contrario
—Deja de ser precisa cuando intento ser dramático. —gruñó Inspector.
—Bueno, sólo te lo estoy diciendo. Si pudiéramos encontrar un modo de eliminar la corrupción en el mundo simultáneamente, Pítica se quedaría sin recursos, no los ganaría, lo que implica que es un juego teórico de recompensas donde mueren ambos monstruos...
—Oh, genial —respondió. Cuando puedas erradicar todos los sindicatos del crimen y arreglar todos los problemas de injusticia social en todos sitios al mismo tiempo, házmelo saber. No estoy seguro, pero creo que te podrían dar un Premio Nobel de la Paz, si es que necesitas ese incentivo.
Dejé caer la cabeza en mis manos. —Si destruimos Pítica, la gente de todas partes sufrirá. Si permitimos que las cosas sigan como están... —me sentí enferma y ni siquiera había bebido.
—Nunca he conocido a Dawna ni su truco mental pero aún estoy dudando de hacer esto —murmuró Inspector, jugando con la etiqueta de la botella de tequila.
—¿El fin justifica los medios, entonces?
—¿Qué? Hey, huua, ¡eso es una pregunta con trampa!
—No —le dije. —No lo es.
Inspector me miró ceñudo, considerándolo. —Tienes razón —me dijo finalmente. —¿Crees que deberías decir ‘no,' a esto, ¿verdad? Si dices no, los fines no justifican los medios. Salvo... cuando enfrentas verdaderamente la elección...
—Les dije que ellos no tienen ese derecho —le dije tranquilamente. —Salvo que tal vez lo tienen. Las matemáticas… —recordé las palabras de Dawna sobre el equilibrio de más vidas inocentes salvadas a cambio de otras pocas. Los números coincidían con Pítica, era incuestionable. Las matemáticas estaban de su lado. Pero ¿y si pensaba sólo por la influencia de Dawna? ¿y si sólo quería vencerla porque quería estar segura de que no había influenciado, para sobrecompensar... el desembolso de gente inocente? Pero, ¿y si quería que yo pensara esto? Me dolía la cabeza.
—No voy tener una clara coincidencia, no importa qué camino elegimos —dijo Inspector. Se quitó las gafas y se reclinó en la silla frotándose los ojos. —¿Qué hay de ti? ¿Aún crees que deberíamos seguir adelante con esto?
Pensé sobre lo que había dicho Río. Sobre el libre albedrío y la libertad de la humanidad para pecar, y sobre cómo nadie debería quitarnos eso. El camino elegido por Río estaba claro: él iba a por Pítica, y mierda, si otro villano se ponía en su camino, él iría a por él también. Pítica podría salvar gente. Podría estar salvando el mundo. Pero lo que estaban haciendo aún estaba mal.
—Déjame que te pregunte algo —le dije. —¿Te gustaría conocer a Dawna?
Inspector respondió reflexivamente.
—Sí,Yo le dije. —Estoy de acuerdo.
Apartó la mirada.—No importa cuáles sean los resultados. Ellos rigen el mundo del modo que creen mejor y manipulan las mentes de la gente para hacerlo, y asesinan a quien sea que se ponga en su camino. Tenemos que detenerlos.
—Me gustaría que… —murmuró Inspector —... Darwin me ayudara, ojalá esta fuera la decisión de otra persona.
—Bueno —le dije —si eso ayuda, recuerda que tú y Arthur empezasteis pirque estabais intentando encontrar quien asesinó a un hombre inocente.
Inspector recogió su botella y la contempló durante un momento, luego la alzó hacia mí. —Por Reginald Kingsley, entonces. —sonó como la voz de un hombre en su propia ejecución. —Vamos a destruir el mundo por ti.
—Y salvarlo —le dije.
Salvarlo de aquellos que lo saquean. Inspector tenía razón. No era una decisión que yo quería hacer. Recordé lo que había dicho Dawna sobre la carga de hacer la elección, una vez que se tiene el poder... la decisión de quién vive para salvar es mejor que tenga un tono gris de moralidad. Encarábamos esa elección ahora. Y tendríamos que vivir con los resultados.
Sonó un tono en uno de los ordenadores más cercanos. Inspector se movió hacia él. —Es la cuenta de email que le dimos a Quien Dice Llamarse Steve. —me dijo. —Parece que tu chico llegó. con… cielo santo, hay un montón de detalles.
Me acerqué para mirar sobre su hombro. Estaba navegando por páginas y páginas de instrucciones, detalles sobre cada tipo de notificación y autenticación para enviar a cada tipo de banco, agencia de gobierno, fondo monetario o negocio.
—Nos han dado exactamente lo que necesitamos... todo lo que tenemos que hacer es incorporarlo. Estaremos preparados para desplegar en algunas horas.
Un toque de un botón y todo estaría en nuestras manos. Un crujido en la grava del exterior indicó el regreso de Río.
Salí para recibirle totalmente armada, pero estaba solo e imperturbable La noche caía de nuevo, con nubes rojas y rosadas por el amplio cielo de Morongo Basin.
—Steve ha contestado —le informé. —Acabamos de recibir el email. ¿Te dio algún problema? —Me miró—. Bien hecho —le dije.
—Bueno. Parece que puedo inspirar cierto miedo.
Considerando que yo había conseguido meter a Arthur e Inspector en la mima habitación que él y el hecho de que Dawna Polk estaba saboteando su organización entera para capturarle, pensé que Río merecía el premio de Comprensión del Año.
—¿Cómo progresa el trabajo? —preguntó Río, siguiéndome dentro.
La mayoría del tiempo que él había estado fuera yo había estado ensayando nuestra incomprensión de la moral... en comparación, la programación había resultado sencilla.
—Hemos terminado. Casi todo. Sólo tenemos que instalarlo y formatear los mensajes según lo que Steve nos había dado hacía un minuto. Terminaremos en unas horas como máximo. ¿Han desplegado alertas a todas las agencias?
—Steve dijo que estaría hecho en dos horas después de nuestra conversación. Ese tiempo ya ha pasado. Tus notificaciones serán tomadas en serio.
—Hey, Inspector —llamé mientras entrábamos. —Listos para irnos. Steve ha enviado todas las alertas. En cuanto estemos preparados, podemos...
Las luces se apagaron. Simultáneamente, todos los monitores de Inspector murieron, su brillo led se perdía en la oscuridad, y todo el zumbido de la prevaleciente electrónica se interrumpió dejándonos en súbito silencio. Inspector gritó algo inarticulado y posesivo. Empezó a hacer aspavientos por ahí en la oscuridad, tratando de reiniciar sus portátiles. Río desapareció de mi lado como si se hubiese teleportado. Yo salí afuera corriendo, mi pie golpeó la cornisa de una ventana para llegar hasta el techo de un salto. Río ya estaba agachado en la zona junto a una colección de armamento, espiando por una mira telescópica para escanear el valle.
—No estamos solos —me dijo.
Al principio pensé que quería decir que nos habían encontrado... Escaneé el paisaje, el desierto vacío surgía como un nítido campo de interacciones matemáticas... antes de notar que Río no estaba reaccionando de modo ofensivo.
—¿Qué quieres decir?
Él bajó la mira telescópica y me la entregó, señalando hacia el Sur. —Pítica no nos ha localizado. Este ataque es de ancho espectro.
Me tomó un segundo, pero encontré la gasolinera y un pequeño grupo de edificios visibles en la dirección que Río había indicado, pequeños hasta a través de la mira. La gente estaba de pie en el exterior deambulando en un modo no muy normal, algunas hablaban, otras se gesticulaban ampliamente unas a otras. El ocaso estaba lo bastante avanzado para que algunas luces debieran estar encendidas, pero todo estaba oscuro.
—¿Qué demonios? —le dije. —¿Un corte de energía?
Río sacó de su bolsillo el teléfono quemado, reinsertó la batería y pulsó el botón de encendido.
Nada.
—No —me dijo. —No es un corte de energía.
—Entonces, ¿qué?
Se giró hacia el horizonte. —Un ataque PEM. Pítica ha sido avisada por las alertas. Se está protegiendo.Río saltó del techo, yo le seguí de cerca y entramos en la casa.
—¡Explícate, Río! —le demandé. —¿Cómo demonios han...?
—¡Tíos, todo está frito! —llegó la voz en pánico de Inspector. —Deben de habernos golpeado con un PEM. Es lo único que podría haber...
—¡Eso es lo que dijo Río! —le interrumpí. —¡Que alguien me explique algo!
—PEM —dijo Inspector. —Pulso Electromagnético, eso fríe toda electrónica en el radio...
—Ya lo sé —le corté. —No soy idiota. Olvidaste la parte del ‘cómo'.
—La detonación nuclear a gran altitud es el modo más sencillo —dijo Inspector.
Me sentí mareada. —¿Es más sencillo?
—Claramente no estás al día de los blogs de los chiflados de los cazas —dijo Inspector. —Una nuclear a gran altitud puede cargarse toda la electrónica en los Estados Unidos. La buena noticia es que no hay pérdida de vidas humanas, excepto por toda esa gente que depende de equipo médico electrónico, claro está...
—Coches —le dije. —¿Qué hay de los coches?
—No creo... no lo sé. La mayoría de los coches están computerizados hoy en día... los más viejos podría haber sobrevivido, pero no sé...
—Necesitamos salir del radio —le dije. —Inspector, tienes una copia de seguridad en la nube, ¿verdad? Si podemos llegar a un lugar que no esté frito, la red podría...
—Computación distribuida, eso debería funcionar, bueno, depende... ¿y si han apagado el país entero? —dijo Inspector.
—¿Pueden hacerlo? —pregunté. —Lo último que sabían es que estábamos aún en LA. Además, si los provocó este grupo de Steve...Un ruido me interrumpió.
Río había estado excavando dentro de una caja de metal y apareció con una radio en funcionamiento. Aparentemente todo verdadero superviviente guardaba equipo electrónico de emergencia dentro de una jaula de Faraday.
Voces en pánico se solapaban en las ondas. Río por fin encontró una frecuencia en la que una voz de mujer informaba que lo que fuera que había sucedido…
—Está sin verificar si se trata de un ataque o del resultado de un fenómeno natural… el Presidente está pidiendo que las personas se ayuden unas a otras en estos momentos de crisis y para evitar el pánico… tenemos informes de FEMA y la Guardia Nacional se está desplegando a las zonas afectadas…
…estaba localizado al menos en el sur de California y partes de Arizona, Nevada, y México.
—Esto no es su última jugada —dijo Río.
—Tienes razón. —Mierda. Yo lo veía también. —Esto es una táctica para ganar tiempo, rastrearnos y detenernos.
—Tendrán algún plan de escalado —dijo Río. —Son muy eficientes cuando usan sus recursos.
—¿Pues qué hacemos? —preguntó Inspector.
—Nada —le dije. —Tú sal de aquí. yo vuelvo a LA.
—Cas —dijo Río.—Tenemos que darles un cebo,
Yo insistí. —Tienen que creer que tienen nuestro rastro hasta que podamos sacar las notificaciones. Eso es todo lo que importa ahora.
—Abortad —dijo Río.
—No. —me giré hacia él, hablando muy rápido. —¿Qué va a pasar si lo hacemos? ¿Si huimos? ¿Cuál será su siguiente paso? ¿Bombardear el área metropolitana de LA y confiar en que nos maten en algún lugar del interior? Mientras seamos una amenaza, no dejarán de perseguirnos. Lo que deja sólo dos opciones.. o vamos a por ellos y les ahorramos la molestia, o seguimos a tope con nuestra amenaza, o hacemos las dos cosas antes de que se carguen a alguien más a su paso —Hice una pausa por falta de aire.
.—¿Tienes un plan? —dijo Río, su voz de barítono resonó en la oscuridad.
Una idea se estaba formando en mi cabeza mientras hablábamos. Era peligrosa. No, borra eso, era una locura. Y podría no funcionar. Pero ya sabía que iba a llevarla a cabo de todos modos.
—Sí. de hecho, lo tengo. Y creo... que tenemos una oportunidad de derrotar a Dawna Polk al mismo tiempo. —Respiré hondo. —Pero os advierto. No os va a gustar. —y se la conté.
A ellos no les gustó.
Mi plan dependía de encontrar un coche en funcionamiento. Si no podíamos hacer eso, estábamos fritos.
Afortunadamente, tanto la furgoneta como mi abollado sedán arrancaron al primer intento. Ambos eran coches viejos. Decidí que no importaba por qué funcionaban. Río e Inspector subieron a la furgoneta.
—Sácale a salvo —le dije a Río, apoyada en la ventanilla abierta del pasajero. Él asintió. —¿Cuánto tiempo crees que necesitarás? —le pregunté a Inspector.
Él estaba de brazos cruzados. —No lo sé. El tráfico podría estar congestionado, pero una vez que pueda ponerle las manos encima a un portátil que funcione... dos horas. Puedo acabar en dos.
—Me vale con dos —le dije.
—Buena suerte. Todo depende de ti ahora. —él se estremeció. —Cas.
—¿Sí? —él no conseguía encontrar las palabras. —Suéltalo de una vez —le dije.—Tenemos que irnos.
—Dime que crees que puedes hacerlo —me dijo en voz baja sin mirarme —Dime que tú y Arthur no vais a morir por esto.
¿Era eso lo que le estaba incomodando? Oh.
—Se me da muy bien mantenerme no muerta —intenté asegurarle —Es mi talento especial.
—En serio —dijo Inspector. —Por favor.
Tal vez se estaba empezando a preocupar. Después de todo, reflexioné, yo iba tras una organización que acaba de neutralizar una zona metropolitana entera para cazarme e iba a ponerme voluntariamente en su punto de mira. Junto con un buen amigo de Inspector. Cuando lo veía de ese modo, el plan era una fruslería más intimidante.
—Hey —le dije torpemente. No se me daba bien reconfortar a la gente. —Soy realmente buena en lo que hago. Pregúntale a Río.
—A él no le gusta tu plan tampoco.
—Muy cierto —añadió Río.
Yo no sabía qué decir. No estaba acostumbrada a que se preocuparan por mi bienestar —Vale, estás listo —les dije.
Inspector por fin me miró con su frente arrugada por la confusión. —¿Listo para qué?
—Ese concurso de bebida. Cuando esto acabe, no sabes en lo que te has metido, te lo prometo.
Eso le sacó una sonrisa. —¿Prometes vigilar la espalda de Arthur?
—Lo prometo. Ahora, fuera de aquí. —di un golpe en el capó de la furgoneta y volví a mi cacharro mientras Río hacía un precario giro de tres puntos antes de bajar la pendiente.
Puse mi coche en marcha y bajé sobre la grava tras ellos. Los indicadores me parpadeaban sin sentido. Di un golpe al salpicadero, pero no sirvió de nada. Bueno, todo iría bien mientras funcionara el motor... tenía suficiente gasolina para llegar hasta LA cinco veces y volver.
Mientras me acercaba a la ciudad, la autovía se congestionaba incrementalmente hasta que el tráfico se varó en un atasco. La oscuridad completa había caído y no todos los faros de todos los coches funcionaban, lo cual dejaba los carriles como un extraño juego de sombras y siluetas de vehículos. Esperé en el coche durante diez minutes con el motor ocioso, la pauta de coches no se movía ni un centímetro. Salí del coche, fui al maletero donde saqué unas armas para colgarme al hombro. La conductora de la minivan junto a mí se quedó mirando en congelado horror, su cara era un círculo pálido en su ventana, luego se agachó hacia el asiento delantero sobre su hija, que trataba de defenderse para poder ver qué es lo que había asustado tanto a su madre. Yo las ignoré. pasé la correa de una bolsa de munición por una par de bidones de gasolina, me las colgué en la espalda también y comprobé las dos pistolas en mi cinturón. Luego subí al techo de mi coche y oteé el aparcamiento de vehículos. En minutos oí una leve vibración y vi el faro de una motocicleta sorteando el tráfico parado al otro lado de la mediana en dirección a la salida de LA. Corrí saltando de coche en coche ignorando los insultos y gritos de los conductores debajo de mí cuando mis botas abollaban sus techos y toqué el pavimento justo a tiempo para que la moto clavara sus frenos. La motorista chilló hasta parar en el margen antes los faros de un coche para revelar a una mujer totalmente equipada en rosa de arriba abajo, sobre una moto rosa, con un casco negro con llamas rosas. Deslicé la escopeta Mossberg en mi hombro y la apunté directamente hacia ella.
—¡Necesito tu moto! —grité por encima del rugido del motor de la motocicleta. Ella dio un golpe para apagarlo y levantó sus manos enguantadas. Le gesticulé con la escopeta. Ella pataleó frenéticamente a la pata de la moto para apoyarla y desmontó tropezando contra el lateral de un Jeep. Arranqué las maletas rosas en la parte de atrás de la moto y se las lancé a ella, pero no extendió las manos lo bastante rápido para cogerlas. Pasé una pierna sobre la moto, me senté, la encendí y salí cortando entre dos camiones para girar la moto y volver hacia LA en dirección contraria por la atascada autovía. No me molesté en robar el casco, la policía tenía cosas más importantes de las que preocuparse en aquel momento. En el espejo lateral pude ver a la motorista rosa mirándome como una torpe estatua brillante ante los faros del Jeep mientras el humo de los tubos de escape nublaban su imagen. Encaré un largo carril hacia Westside. El carril 10 estaba totalmente parado y cuando bajé el hombro de una rampa, llegué a las calles medio desiertas de vehículos. Sin casco puesto podía oír gritos y colisiones por encima del motor de la motocicleta y unas sirenas sonaban desde tres direcciones diferentes. Los Angeles no era célebre por la cooperación de sus residentes en tiempos de dificultad. Ya había empezado el saqueo de tiendas. La ciudad estaba a oscuras. Era extraña: todas las farolas asomaban muertas y silenciosas, todo edificio era una oscura silueta vacía en la noche. Se había abandonado muchos de los coches y los residentes que habían tomado las calles eran los monstruos que salían en tales tiempos.
Un encapuchado recorrió el pavimento gritando y estampaba una palanca contra las ventanas de los coches. Corría directo hacia mi moto, balanceando el bate mientras yo zumbaba entre los vehículos parados, aullando un grito de guerra. Aparté mi mano izquierda del manillar, aceleré al máximo con la derecha, saqué una de las pistolas y le disparé en la cabeza. Se desplomó en el espacio entre los coches girando su cuerpo en la caída, las matemáticas me daban bastante espacio. Estaba a dos calles de distancia del apartamento donde habíamos dejado a Arthur. Las luces rojas intermitentes de la policía bañaban el último bloque y su brillo se reflejaba en el pavimento aún húmedo por la lluvia reciente. Podía ver oficiales con bastones luminosos, gritando y tratando de acorralar alborotadores beligerantes. Ninguno de ellos me prestaba la mínima atención. Aparqué la moto, subí corriendo la escalera del edificio y atravesé la puerta para encontrar el apartamento oscuro y vacío.
Arthur no estaba allí.
Sin teléfono no tenía forma de contactar con él. Pero a pesar de mi falta de proeza observadora cuando se trataba de la condición humana, en el corto tiempo que había conocido a Arthur había averiguado algunas cosas sobre él y tenía la leve sospecha de que, en momentos de crisis, habría intentado encontrar algún lugar donde pudiera ser de utilidad. Después de eso, no me llevó mucho tiempo encontrarle. Simplemente fui al centro de urgencias más cercano.
El lugar era un caos. La unidad de urgencias entera era un desorden de gritos, empujones y llantos de gente que había atestado el hospital totalmente hasta que la suplicante masa se extendía sobre la acera. El hospital estaba a oscuras como todo lo demás... al parecer sus generadores se habían frito... pero la gente había traído linternas y algún foco operado con baterías y veía algunas enfermeras batallando en la conmoción con cintas brillantes alrededor de sus cuellos.
El retrato robot de Tresting aún podría ser el de los más buscados por la policía, pero eso no parecía importarle. Él se había lanzado a la crisis con autoridad y estaba actualmente rescatando el bastión de urgencias de ahogarse en un completo desorden... manteniendo a la gente en orden para el diagnóstico médico rápido, tranquilizando gritos, sosegando a padres histéricos. El personal iba a odiarme por sacarle de allí.
Pasé a empujones entre la muchedumbre de personas sangrando y tosiendo.
—¡Tresting!
Él se giró y sus ojos se agrandaron. —¡Russell! ¡Saca eso de aquí!
Me había olvidado de que aún llevaba varias armas grandes colgadas a la espalda. Miré a ambos lados para encontrar que se había formado a mi alrededor un espacioso círculo de gente acobardada y mirones atónitos. Los danzantes haces de las linternas convertían a la empujante multitud en un puro nudo de carne y sombras, ocultando su humanidad en la oscuridad.
Agarré a Arthur por el brazo y tiré de él. —Vámonos, entonces.
Afortunadamente, Los Angeles tenía otras cosas en la cabeza que ocuparse de una ciudadana que no usaba las armas que llevaba y nadie trató de detenernos al volver anónimamente hacia la noche.
—Russell, ¿qué demonios está pasando? —demandó Tresting mientras le arrastraba por la acera. —No funcionó, ¿verdad? Lo que tú estabas intentando hacer con la maldita memoria?
—Lo iniciamos —le dije. —Es un largo relato, Pítica se olió el asunto y decidió que la vía rápida para detenernos era desconectar todo ordenador en LA.
—¿Ellos hicieron esto…? —la boca de Arthur quedó abierta. Estaba agitado. —Creí que habías abandonado LA. No esperaba verte como mi respaldo aquí.
—Bueno, no queríamos que lo supieras... por el lavado de cerebro de Pítica y todo eso... pero LA es una ciudad lo bastante grande en la que desaparecer.
Asintió sin cuestionarlo. —¿Inspector bien?
—Le protege Río. —La expresión de Tresting se agrió.—Hey, está más seguro que cualquiera que conozco —le dije severamente. —Mira, tengo que terminar el envío de nuestro programa. Necesito tu ayuda.
—Creí que yo era una desventaja —me dijo.
—Tiempos desesperados, medidas desesperadas. Necesito respaldo.
Era una suerte que él no me conociera mejor. Tampoco me preguntó. Sólo suspiró y asintió de vuelta a su modo crisis.
—¿A dónde?
—La Base de la Fuerza Aérea de Los Angeles —le dije llevándole a un trote rápido. —Es donde hay más probabilidad de que haya gente con ordenadores que aún funcionan. Sube. —habíamos alcanzado la moto rosa.
Arthur me miró desde la moto. —Vaya color.
—Tenemos transporte que funciona, ¿qué más quieres?. —Deslicé la Mossberg del hombro y se la entregué junto con una pistola. —Avísame antes de disparar con esa escopeta.
—Lo haré —me dijo, aceptando las armas y saltando detrás de mí sobre la moto.
—Y agárrate —le instruí. —Tengo intención de tomar las curvas un poco cerradas.
No estábamos lejos de LAX ni de la base de las Fuerzas Aéreas. Al menos, no del modo en que yo conducía. En cuanto la señalización verde de aeropuerto empezó a aparecer y a decorar las paredes de las calles, dejé la moto en la cuneta.
—¿Cuál es el plan? —preguntó Arthur, bajando de la moto.
—Infiltración —le dije. —Encontrar equipo que funcione. Terminar el trabajo. Elegante en su simplicidad, ¿no te parece?
—¿Qué hay de todo esto? —Arthur movió una mano hacia las violentas calles oscurecidas.¿Acaso podemos arreglarlo? ¿Restaurar la energía?
—La energía no es el problema —le dije. —Es un PEM. Han frito cada placa de circuitos desde aquí hasta Phoenix. Todo que funcione mediante un chip tiene que ser remplazado para que funcione de nuevo, incluso después de restaurar la energía.
Pareció entenderlo. —Por eso los teléfonos están apagados también.
—Sí. estoy calculando líneas terrestres que aún podrían funcionar siempre que no sean elegantes teléfonos inalámbricos con una conexión de energía... bueno, asumiendo que algo en alguna parte del camino de la red telefónica no se inicie por control informático. Y la radio de onda corta aún funciona.
Eso era el total de la suma del conocimiento de Inspector y el mío y las suposiciones sobre comunicación de emergencia postapocalíptica. Yo confiaba en que la base tendría una cosa u otra.
Y confiaba en que Arthur me estuviera escuchando.
—No puedo creer que Dawna... —Su boca se retorció y se pasó una mano por la cara.
Era exactamente el comienzo que yo necesitaba. —Bueno, ella tendrá más que suficiente de lo que ocuparse pronto. Río le administró un veneno, ¿sabes?. Cuando nos capturaron a todos. Era un veneno nocivo. Ya estará empezando a sentir los efectos a estas alturas y estará muerta dentro de dos días. Cristo, qué alivio. —me mordí el labio.
Estaba hablando demasiado, pero claro, soy muy mala mintiendo. Arthur no pareció notarlo.
Se quedó de piedra. —¿Qué?
—Sí. Hay un antídoto, pero una vez que empiece a mostrar síntomas, ya será demasiado tarde. Venga, vamos.
Le observé por el rabillo del ojo, preguntándome si giraría la escopeta hacia mí para demandar el antídoto y llevárselo a Dawna. Pero no parecía estar tan ido.
Con suerte, sólo estaría lo bastante ido para avisarla.
Abandonamos la motocicleta en un parque algunos bloques atrás y guié el camino al trote confiando en recordar la disposición de las calles correctamente en esta parte de Los Angeles.
No había memorizado la ciudad, pero había tenido bastantes escapadas para haber aprendido grandes porciones del mapa de carreteras, y la dura experiencia me había enseñado a tener especial cuidado en aprender las áreas cercanas a los aeropuertos. Por supuesto, en cuanto derrapamos al doblar la esquina en El Segundo, corríamos directos hacia una banda de saqueadores que gritaban como locos y lanzaban cócteles Molotov por las ventanas de una gran tienda de deportes. Nos vieron. Uno de ellos dio el avisó. Otro sacó un cuchillo. Le disparé antes de acabara el movimiento. El disparo detuvo los gritos como si los saqueadores enmudecieran al instante. Vi a otro tipo echar mano dentro de sus pantalones y también le disparé. Uno de sus colegas empezó a gritarme obscenidades y mi pistola ladró una vez más...
Tenía, de lejos, muchas más balas que paciencia. Todos los saqueadores se congelaron. La tienda de deportes empezó a arder, el rugido de las llamas aumentó y los retroiluminaba en agresivas siluetas. En ese momento, Arthur apuntó la escopeta a mi izquierda. —¡Fuera de aquí! —gritó.
La banda se dispersó. Yo empecé a avanzar, pero Arthur me cogió el brazo con fuerza. —La base de las Fuerzas Aéreas —me dijo. —No vamos a matar a nadie ahí dentro. Los saqueadores que nos ataquen es una cosa, pero no vamos a matar hombres y mujeres que sólo están haciendo su trabajo.
Su agarre fue lo bastante fuerte para dejar una contusión y dijo que defendería su posición hasta que yo le disparara a él también. Parte de mi cerebro anotó aquello como impresionante, considerando que, a este punto, él tenía que saber lo lamentables que sus pericias parecían ante las mías... por no mencionar que yo estaba aún sosteniendo una pistola con la que acababa de disparar a tres personas y un rifle de asalto G36 colgado en mi hombro.
Examiné su cara, sí, él habría muerto en combate por ello.
—Vale —le dije.
Sus dedos se tensaron, los músculos alrededor de sus ojos se estrecharon. —Promételo.
—¡He dicho que vale! —A mi espalda las llamas se alzaron en la tienda perforando la segunda planta, el calor chamuscaba mi piel expuesta. —Lo prometo, ¿de acuerdo? ¡Vamos!
Me soltó el brazo y desaparecimos de allí.
Mientras rodeábamos los límites de la propiedad de la base, capté los haces de unas linternas danzando en el interior de uno de los edificios del fondo en una colmena de actividad. Aquel edificio debía de ser el centro nervioso de la respuesta a algún desastre desconocido que estaban atravesando, pensé, buscando personal para ayudar a las autoridades locales a controlar los disturbios y coordinar la logística durante la crisis; mientas, confiaba yo, mantenían algún tipo de comunicación de emergencia con el mundo exterior. Nos apresuramos a entrar en el complejo. Con todo el personal concentrado en otros lugares, aquel extremo de la base estaba mayormente desierto. Sólo un joven de uniforme trató de desafiarnos, corriendo por la oscuridad y gritando. Yo saqué de mi bolsillo mi inútil teléfono y se lo lancé. El hombre se derrumbó sobre el pavimento como una marioneta a la que le hubieran cortado los hilos.
La expresión de Arthur se tensó.
—¿Qué? No está muerto —me defendí.
Corrimos hacia uno de los edificios centrales, un edificio blanco que probablemente albergaba las oficinas. Me tomé un momento para calcular mi rumbo, girando hacia el Sudeste.
Sí, era ese. Perfecto.
—Separémonos —le dije a Arthur. Gesticulé hacia los distantes movimientos de luces. —Cualquier equipo de comunicaciones que tengan probablemente está por allí en alguna parte, donde está toda la gente. Usa tu habilidad de DP, descubre si tienen una línea con el mundo exterior y cómo podemos acceder a ella.
él vaciló y yo aguanté la respiración.—¿Dónde vas a estar?
—Tengo que improvisar hardware que funcione. Voy a buscar una sala de servidores en una jaula Faraday, quizá pueda remendar un equipo intacto. Reúnete conmigo en la planta superior.
Antes de que pudiera responder, rompí el cristal de la puerta junto a mí con la culata del rifle, el panel se vino abajo con un estallido. Arthur se lamentó y miró a su alrededor, pero no sonó ninguna alarma. Como yo había sospechado, la seguridad estaba, al menos parcialmente, desconectada.
—Planta superior —le recordé a Arthur y atravesé la puerta rota.
Los pasillos del interior estaban oscuros y cavernosamente vacíos. No desperdicié el tiempo, entré en la primera oficina que vi, destornillé la parte de atrás de un ordenador muerto y arranqué todas las placas. Cuando le había preguntado a Inspector cuánto sabía Arthur de ordenadores, su respuesta había sido —Bueno, sabe usar un motor de búsqueda, cosa que es tristemente más de lo que puedo decir de mucha otra gente. —Yo misma no sabía mucho más que eso cuando se trataba de hardware, pero Arthur sabía mucho que yo no sabía.
Cargué sobre los brazos tantos componentes electrónicos como pude y me dirigí hacia la escalera. La planta baja estaba desierta, pero en la escalera me topé con una mujer civil con mirada sorprendida que acabó ocultando su conmoción en un oscuro cuarto de baño.
¿Ves, Arthur? estoy manteniendo mi palabra.
Afortunadamente, la planta superior estaban tan vacía como la otra. Siguiendo las instrucciones de Río, encontré la esquina sudeste, que resultó ser una sala de conferencias. Estaba menos iluminada que el resto del edificio en virtud de las paredes con doble ventana que dejaban entrar la luna y estrellas que la California del Sur tenían esa noche. Vertí de mi brazos las placas de circuitos y cables sobre la mesa y salí para buscar otra oficina cercana. En quince minutos había amasado una pila grande de hardware electrónico aleatorio, así como cuatro portátiles, unas tijeras, una navaja suiza, un rollo de cinta de embalar y un destornillador.
Inspeccioné mi escondite.—Hora de ser un puto genio —me susurré a mí misma y me puse a trabajar.
Me pregunté si Arthur pensaba volver a reunirse conmigo o si la gente que yo le había enviado a buscar me encontraría a mí primero.
¿Habrá hecho lo que le había pedido? ¿Lo habrá intentado al menos?.
Me pregunté si el personal de la base le habría capturado antes de que tuviera una oportunidad.
Pasé tanto tiempo en la lúgubre sala de conferencias que empecé a preguntarme cuánto tiempo debería darle antes de asumir que mi plan original había fallado.
¿Cuanto tiempo debía pasar hasta empezar a pensar en otras opciones?
Pero luego oí una leve llamada desde alguna parte del zaguán: —¿Russell?
Desenfundé mi arma por si acaso no venía solo y me quedé quieta.
—Aquí dentro —le avisé en voz baja.
Oí sus pisadas por el zaguán antes de que Arthur entrara bajando su arma al verme. —Tienen comunicaciones —informó. —Creo que he visto modos de entrar, pero será complicado. ¿Cuánto tiempo necesitarás allí dentro?
—No mucho —le dije. —Un par de minutos, como mucho. Te lo, uh, haré saber en un segundo.Bajé mi arma y recogí la navaja suiza. Mientras Arthur había estado fuera, había tenido time de preparar los cables para el jaleo de componentes y circuitos hasta que se enrededaron en una maraña como la que Inspector tenía sobre la mesa de su Guarida. Yo había abierto las cajas de dos de los portátiles y juntado sus tripas a la confusión. Ahora recogía un fajo de cables y empezaba a unir los extremos con confianza.
—¿Qué hago yo ahora? —dijo Arthur.
Yo quería saber si él había hecho la llamada, pero yo no podía preguntar. —Vigila la puerta —le dije.
Preparó la Mossberg y lo hizo. —¿Hay que mover hasta allí todo esto en lo que estás trabajando?
Mierda, no había pensado esa parte, dado que esto era un plan falso y demás. —Uh, sí —le dije. —O no, no hace falta. He conseguido encontrar aquí partes que aún funcionan. Algunas partes están más fritas que otras.
—Has podido hacer eso sin electricidad?
—Las baterías del portátil aún tenían algo —le dije rápidamente. Afortunadamente, pareció aceptar esa respuesta.
Monté componentes sin ton ni son durante otros veinte minutos, suficiente tiempo para resignarme a sospechar que habíamos subestimado a Arthur después de todo. Aunque luego se asomó por el umbral con un rugido de —¡Ya vienen! —y el pasillo retumbó con disparos de armas de fuego.
Avancé corriendo hasta el umbral, lancé una granada en el zaguán y tiré de Arthur para volver a la habitación conmigo. El estallido resonó en nuestros tímpanos, hizo temblar la habitación y apareció un bulto en una pared...
La había lanzado lo bastante lejos para no abrir una brecha en la sala de conferencias.
—¡Ponte detrás de mí! —le grité a Arthur por encima del pitido en mis oídos. Me arriesgué a echar un vistazo al pasillo. Voluminosas formas oscuras pululaban de pared a pared, las escaleras vertían cada vez más formas.
Los inútiles de Dawna.
Pude saber al instante que les habían ordenado no matarme. Para mi visión guiada matemáticamente, apuntaban tan lejos de la línea que daba risa, sus rifles se movieron hacia un lado casi cómicamente cuando saqué la cabeza. Después de todo, yo era quien tenía el fabuloso antídoto necesario para la vida de su jefa, de modo que su plan debía de buscar abrumarme físicamente o intimidarme lo suficiente para forzar mi rendición. También vi que algunos empuñaban Táseres y dos de ellos, al menos, tenían armas antidisturbios de fuerza, aparentemente, no letal.
A mí, por lo contrario, nada me evitaba matar a cualquiera de ellos, la promesa de Arthur sólo incluía al personal de la base de las Fuerzas Aéreas.
El G36 se movía locamente en mis manos, requería menos de medio cargador abatir a todo el mundo del zaguán.
Yo era demasiado buena tiradora como para fallar, especialmente cuando podía ver que las armas apuntadas en mi dirección ni siquiera apuntaban cerca de mí.
Arthur se quedó con la boca abierta al verme. Pero sólo durante un instante porque luego Dawna envió una segunda oleada. A la cuarta ofensiva, ya estaba claro que su nuevo plan era dejar que se me acabara la munición. Probablemente pensaba que aquello me obligaría a rendirme.
Bueno, pronto iba a descubrir lo equivocada que estaba.
Agoté las balas de calibre 5.56 y solté el G36 para cambiarlo por la escopeta de Arthur. Cuando agoté los cartuchos de esta, conmuté a las pistolas. Aún me quedaban granadas, pero lanzar una más probablemente comprometería el soporte estructural del edificio.
Arthur estaba haciendo un buen trabajo en cubrirme las espaldas, disparando por encima de mi cabeza y aunque su puntuación media no era de mil, estaba bien tener cobertura cuando tenía que recargar.
Aunque cuando echaba un vistazo a sus ojos, casi me sentía culpable: Arthur odiaba matar gente y gracias a mi perfecta puntería, los cuerpos se apilaban en el zaguán en un montón tan alto que proporcionaba una cobertura de carne y hueso para cada nueva oleada de soldados. La sangre que salía bajo ellos se expandía en negros charcos a la tenue luz. La Base de las Fuerzas Aéreas de Los Angeles se estaba convirtiendo en una fosa común. Y aún peor, ¿quién sabía cuántas de las tropas de Dawna estaban allí sólo porque ella les había hablado con palabras que no podían desobedecer.
Nunca había sentido antes ningún cosquilleo de remordimiento al defenderme.
Una de mis pistolas dijo basta, su cañón quedó retraído sin balas. Desaparecí del umbral, esquivando limpiamente el ataque de Táser que un secuaz me disparó desesperadamente. Di la vuelta a la pistola y le sacudí en la cabeza mientras disparaba las dos últimas balas del arma en mi otra mano.
Luego me lancé hacia el zaguán derrapando, las suelas de mis botas resbalaron por el suelo húmedo hasta que recogí una de las Berettas de los soldados muertos. Para cuando se quedó sin balas, yo había abatido los siete atacantes restantes en el zaguán.
Recogí algunas armas más de nuestros enemigos y regresé al umbral. Le entregué a Arthur una parte de los nuevos pertrechos. Mis botas dejaban húmedas huellas rojas tras de mí. El fuerte aroma a pólvora quemada coagulaba el aire y me picaba en las narices, el humo de la confusa refriega se arremolinaba por el pasillo.
—¿Cuál es el plan? —preguntó Arthur sin apartar la vista del corredor envuelto de muerte.
—Luchamos —le dije.
—No se puede luchar eternamente.
—Yo sí.
Sus ojos recorrieron los cuerpos, contemplando la sangre. —Que Dios me ayude, tal vez tienes razón. —susurró, tan suavemente que no estaba segura si él sabía que lo había pronunciado.
Yo tenía un M4 robado apoyado en el hombro, esperando. Pero esta vez el edificio quedó en silencio.
Un minuto. Dos minutos.
—Vuelve a la habitación —le dije, retirándome hasta la mesa.
—No tenemos una posición de ventaja —objetó Arthur. —Cuando lleguen...
—No van a venir —le dije.
—Espera, ¿qué? Russell...
—Puedes quedarte y esperar si quieres —le dije.
Pero yo debía. Si no lo hacía, podría comprometer todo el plan. Eché un vistazo a los componentes informáticos dispersos.
—Tengo que arreglar esto —le dije bajando el arma.
—Russell... —empezó Arthur de nuevo.
Su tono claramente sugería que me había vuelto loca. Me obligué a dar la espalda a la puerta.
—Es importante —le dije, y recogí una placa electrónica como si significara algo. Era una tarjeta PCI o algo así. Ni siquiera sabía qué hacía. Saqué la navaja y empecé a retirar microchips con ella. Plic plic plic, salían volando hacia el caos de componentes con diminutos plics. No eran tan sonoros para que no pudiera oír las pisadas en el zaguán.
Esta vez sólo eran pisadas de una persona: ligera, tranquila y silenciosa. Arthur estaba en silencio y no disparó.
Yo sostenía la navaja con tanta fuerza que mi mano estaba temblando. Tenía la tarjeta PCI en mi otra mano, pero mi cerebro estaba zumbando tan locamente por el terror que no recordaba que estaba fingiendo estar haciendo algo con ella.
Arthur se apartó del umbral. Las pisadas entraron en la habitación.
—Buenas noches —dijo Dawna Polk.
Mantuve la mirada en la placa electrónica en mi mano, como Río me había dicho.
—Tienes algo que necesito —dijo Dawna.
Río también había me había prevenido de no hablar, pero era imposible no responder. —¿Has venido sola?
—No me matarás —dijo Dawna, su voz era casi un ronroneo. —Por otro lado, eres inusualmente efectiva en despachar a mis soldados. Odiaría quedar atrapada en un fuego cruzado.
La oí dar pasos hacia el interior de la habitación. Sentí sus ojos en la nuca, perforándome, observando. estudiando.
Ella lo sabía. la voz de Río resonó en mi cerebro, diciéndome que bajo ninguna circunstancia le dejara verme la cara, haciéndome prometerlo, presionándome sobre que la probabilidad que teníamos de que el plan funcionara existía solo si yo mantenía agachada mi cabeza...
Sentí que mi cuerpo se daba la vuelta y traté de parar, traté de renegar a ella, de mantenerla limitada a mi lenguaje corporal. No levantes la mirada, aparta los ojos en todo momento y no lo estropees todo, estamos tan cerca...
Ninguna palabra, ninguna precaución, ningún plan suponía ninguna diferencia, no contra ella.
Me giré y miré a los ojos de Dawna.
En cuanto lo hice, ella lo supo todo.
Sabía que Inspector estaba muy lejos fuera del país, que fue él quien hackeó el sistema para enviar nuestro código, que yo lo había abandonado todo en sus manos. Sabía que ella nunca había sido envenenada, que Río y yo habíamos inventado la historia para que Arthur se sintiera obligado a llamarla y decirle dónde estábamos, porque el cerebro perturbado de Arthur aún era lo bastante fiel a ella para no desear su muerte. Ella sabía que habíamos escogido una historia para evitar que bombardeara el edificio y nos matara a todos una vez encontrara nuestra ubicación. Sabía que yo era un cebo porque podía abatir a cualquier secuaz que ella enviara contra mí hasta que se viera obligada a acudir en persona.
Y ella sabía que Río estaba en todo momento apuntándola con un rifle de alta potencia directamente a la cabeza.
Nada de eso debería haber importado. A ella no le quedaba lugar al que ir. Estaba desarmada y, aunque hubiera tenido un arma y la pericia de usarla, no hubiera presentado oposición contra un experto francotirador.
Podíamos vencerla de una vez por todas, por fin: Río era el único ser humano del planeta capaz de matarla mentalmente y nosotros la habíamos atraído hasta él.
Casi.
Yo no sabía con precisión dónde estaba Río, pero había vislumbrado las alturas de los edificios cercanos y podía trazar la colección de líneas que podría atravesar las ventanas para alcanzar a cualquiera dentro de aquella habitación. Incluso con las más generosas estimativas, Dawna Polk necesitaba dar medio paso más. Y puesto que yo lo sabía, una fracción de segundo de diferencia entre mirarme a los ojos y tener su cerebro desparramado por el suelo, Dawna Polk registró exactamente lo que estaba pasando. Supo todo nuestro plan y en ese momento, el.plan falló.
Ella sonrió, se detuvo y dio un paso atrás fuera del peligro. Miró hacia Arthur que giró con la velocidad de un héroe de acción y apuntó la Beretta en su mano exactamente a mi centro de masas. Y yo, alguien que podía haber convertido a Arthur Tresting en una mancha en la alfombra sin pensar mucho sobre ello, que podía haberlo desarmado e incapacitado en la fracción del tiempo de la reacción normal humana antes de que me apuntara siquiera... dudé.
No lo detuve. Dawna movió su cabeza hacia Arthur y hacia mí, y ambos nos acercamos hacia las ventanas hasta que la tenue luz ambiental nos perfiló claramente.
—Tranquilízale —me dijo.
No pensé en desobedecerla. Hice un gesto hacia las ventanas sin apartar los ojos del cañón del arma de Arthur e indicando a Río, a mil metros de distancia, el aborto del plan.
Río me había dicho que era una mala idea y yo no le había escuchado.
—¿Pensabas que podías atraparme? —dijo Dawna. Sonaba más sorprendida y divertida que furiosa.
Mi garganta estaba seca. —Había que intentarlo.
—Admito que hemos caído en la primera parte de tu engaño. —Su voz aún era tranquila, pero las palabras devenían peligrosas y amenazadoras como el sonido de una cobra reptando entre las hojas. —Has matado muchos buenos hombres y mujeres esta noche. No lo olvidaré.
Bueno, eso era un poco injusto. ¿Cómo podía culparme por defenderme? Su tono se tornó burlón. —Russell. En serio. ¿Preparaste una trampa para asesinarme y luego llamas a tu violencia defensa propia? Oh, llevas el absurdo irracional a un nuevo nivel.
Era la primera vez que no me hablaba educadamente. Aquello sonaba fuera de lugar y ligeramente chocante, como oír maldecir a un cura.
—¿Crees que soy incapaz de detectar tu ira? —se mofó Dawna. —Yo no estoy por encima de mi temperamento. Una gran cantidad de mi gente ha perdido su vida gracias a ti y me has causado una injusta pérdida de tiempo y recursos... demasiados para que valgas la.pena. Y si tu amigo programador tiene éxito aunque sea parcialmente, causarás incontables bajas. —Sus palabras me azotaron, frías y furiosas. —Tú nos condenas por jugar a ser Dios pero eres tú quien decide jugar con sus mismas fuerzas cuando no muestras desprecio por la muerte. ¿Tienes idea de toda la gente que morirá en el mundo si tu pequeño plan tiene éxito? ¿La tienes?
—Una persona, al menos. —le respondí, aunque una pequeña parte de mí se preguntaba si no tendría razón.
—Sabes que digo la verdad —respondió a mis ideas de nuevo. —Te consideras inteligente, pero estarías dispuesta a dejar que muchos millones sufran y mueran porque tienes el descaro de juzgar que deberían sufrir y morir, porque crees que somos malvados por ayudarles.
Oí un ruido en la puerta y miré, pero no era Río, sólo uno de las tropas paramilitares de Dawna.
—Encuentra al programador,le ordenó ella. —Al Oeste de Yucca Valley. Comprueba las tiendas de electrónica de la zona. Necesitará un ordenador. Esta es nuestra máxima prioridad... que todo el mundo se ponga a ello.
Él asintió astutamente y se marchó de nuevo.
Mierda. Inspector. Se me encogió el estómago.
—Oh, ahórrate el drama —dijo Dawna con disgusto. —No vamos a matarle. Tu co-conspirador tiene habilidades que serán útiles para nosotros.
Sentí un miedo frío de horror.
—Estoy harta de tu juicio. —dijo de pronto Dawna.
—Pues deja de leer mis pensamientos —le repliqué.
Ella quedó en silencio. Yo aún intentaba no mirarla, aunque eso ya no importaba gran cosa. Mantuve mi atención en Arthur. Miraba fijamente el arma en su mano mientras me apuntaba. Su mandíbula pulsaba, todos los músculos de su cara vibraban de tensión. Una gota de sudor resbaló por su cuello y se perdió bajo el chaleco.
Pobrecillo.
Río apareció en la habitación. Se materializó tan súbitamente que yo podía haber jurado que Dawna se sobresaltó ligeramente, pero se recuperó en menos de un suspiro.
—Me alegro de ver que estas siendo sabio —le dijo con voz fría de nuevo. —Si hubieras intentado matarme, Russell estaría muerta.
Río levantó un hombro diciendo: "tal vez, quizá no". Sus manos no portaban nada y las mantenía a ambos lados.
Dawna asintió, sus labios se movieron en una sonrisa. —Sí, quizá hubieras podido rescatarla y llevar a cabo tu asesinato. Parece que tenía razón al pensar que no te arriesgarías.
—Demasiado riesgo —le señalé a Dawna.
No pude evitar sentirme decepcionada; una parte de mí aún esperaba que Río pudiera sacar un conejo de la chistera y salvarnos a todos.
—No tan terrible —dijo Dawna. Giró hacia Río, ignorándonos. —Realmente eres predecible a tu propio modo. ¿Creías honestamente que esto iba a funcionar?
Río respondió tranquilamente. —Era un juego que valía la pena.
—No deberías haberle contado a Russell tu plan. Ella te delató.
—Triste inevitabilidad —dijo Río. —Fue idea suya.
—Pues otra persona debería haber hecho de cebo.
La mirada de Río se movió hacia la entrada, hacia los cuerpos que se amontonaban en el suelo fuera.
—Supongo que no —dijo Dawna. —Russell parece tener algunas habilidades impredecibles. ¿Por eso te gusta? —Río no respondió.—Bueno, el misterio continúa —dijo Dawna. —Me gustan los misterios en las personas. Son tan incomunes. Ella no lo sabe y tú no me lo cuentas.
Río no dijo nada.
Yo quería desesperadamente preguntarle de qué estaba hablando.
—Me encantaría saber lo que le has hecho... —murmuró Dawna. —...para inspirar tal lealtad. Por supuesto, la debilidad parece ir en ambos sentidos.
—Me has traído hasta aquí —dijo Río. —¿Qué quieres?
—A ti, por supuesto —dijo Dawna. —Aún tengo intención de controlar tu poder, pero desafortunadamente, mis colegas han considerado nuestra carencia de éxito en esa área… indicativa. Se ha decidido que eres una desventaja con poco potencial de ser un activo.
—En lenguaje simple, vas a matarme —dijo Río.
—No —dije yo.
La noche no podía desarrollarse de este modo. No podía permitirlo. Miré a Arthur de nuevo. Le empezaba a temblar la mano, el cañón del arma vibraba mientras me mantenía a raya.
Dawna aún me ignoraba. —Bueno, no seré yo quien te mate. No tengo estómago para tales cosas. —Se movió hacia la entrada y se agachó para recoger un Táser de uno de los soldados caídos. —Y el Sr. Tresting está ocupado en este momento. Creo que convencer a Russell me tomaría más tiempo y energía de la que tenemos aquí, ¿verdad? Aunque la ironía me fascinaría. No, sólo voy a incapacitarte y en cuanto uno de mis soldados quede libre, la voluntad del trabajo estará hecho. Lo siento.
—Perdona que no te crea —dijo Río.
—Oh, me malinterpretas —dijo Dawna. —No lo siento por tu muerte. Ni tú tampoco, diría yo. Ambos sabemos que es menos de lo que mereces. Pero has probado ser un sujeto de investigación de lo más fascinante. Y considero un fallo personal que nuestro reclutamiento haya fracasado en tu caso.
—Un fallo espectacular —coincidió Río.
—Me alegro de haber podido charlar contigo una vez más. —dijo Dawna. —Realmente eres fascinante y mundano. Esto puede ser una victoria en un sentido moral, pero en el científico, en el espíritu de la curiosidad, lamento que sea nuestra última conversación.
Río abrió la boca para responder, pero no hubo fanfarria, Dawna alzó su mano y disparó el Táser. Río se sacudió, se tensó cada músculo de su cuerpo y colapsó.
En ese momento, el arma en la mano de Arthur se inclinó. No muy lejos. No lo bastante para que supusiese una diferencia para cualquier otra persona. No lo bastante para que alguien normal pensara que ya no le estaban apuntando. Pero él ya me conocía a estas alturas. Había visto lo que yo podía hacer y el movimiento fue suficiente para mí.
Giré deslizándome a un lado y lancé el codo hacia adelante para impactar en la sien de Arthur. Mi mano izquierda tomó su Beretta en una fracción de segundo, las matemáticas fluían a través de mí en un torrente, cada movimiento era un millar de vectores en el espacio mientras la vista se alineaba en su lugar y apreté el dedo en el gatillo...
—¡Oh Dios mío! —gritó Dawna. —¡Sé lo que eres!
Cada músculo se detuvo. Mi dedo paró a medio milímetro del disparo. Dawna me estaba mirando, me estaba estudiando sin temor en el rostro con Río tumbado y olvidado a sus pies. Yo había pensado que ella ya me había descubierto antes, me sentía desnuda y transparente frente a ella, pero aquello no era nada comparado con lo que yo veía en sus ojos ahora. Ella me desnudaba hasta el nivel atómico, desgarraba cada capa de mi persona para examinarla y catalogarla... vio las partes de mí que yo no sabía que existían. Me leyó como tuviera delante un detallado manual de mi alma, me desmenuzó y me deshizo hasta que mi yo ya no tuvo sentido.
Hasta ese instante, yo sólo había tenido una leve sospecha de lo que podían hacer sus poderes... con el pleno peso de su perforación concentrada en mí hacia el núcleo de mi ser, yo no suponía el menor peligro para ella.
Probabilidad cero. Ella había ganado.
—Ahora lo veo —susurró, avanzando a pasos lentos hacia mí, ignorando mi arma que la apuntaba. —Todo tiene sentido. Debería haberte mirado más de cerca antes. ¿Cómo iba yo a imaginar siquiera…? —ella se acercaba a menos de un metro de mí ahora y entornaba los ojos ligeramente.
Yo podía ver su mente trabajando tras ellos, reuniendo las pistas, descubriendo, comprendiendo... encontrando todas las preguntas correctas y clasificando las respuestas igual de rápido. Conociéndome.
—Me lo has contado todo —jadeó ella más para sí misma que para mí. —Ya lo creo que está todo. Excepto lo que tú no sabías de ti misma. Lo oculto. Tan astutamente oculto incluso de ti.
—¿De qué estás hablando? —le susurré.
—Baja el arma —me dijo.
Yo bajé la arma.
Ella extendió una mano, casi para tocar mi cara pero no lo bastante. —Es un trabajo brillante —me dijo. —Sin costuras. Como uno de nosotros. Hay tanto con sentido ahora. Tu relación con el Sr. Río. Por qué eras tan resistente a mí. Todas tus… habilidades.
—Dime de qué demonios estás hablando —le demandé, pero mi voz fue un crujido sin fuerza.
Dawna me ignoró. —Sé de donde eres —me dijo, casi interrogativamente. —Me pregunto lo que pasaría si lo descubrieras. Si lo recordaras.
¿Recordar qué?
Dawna sonreía, fue una presentación de dientes depredatorios. —Empecemos por una más sencilla. Sonrió. El grado en que confías en él es francamente demente. ¿Dónde le encontraste? —ella hablaba como si ya supiera la respuesta.
—Me salvó —le dije con los labios rígidos.
Todo empezó a desequilibrarse, el mundo se inclinó como si quisiera marearme, los números que siempre me rodeaban me vertían una absurda masa borrosa.
—Te salvó, sí. —dijo Dawna. —¿Pero de qué?
—De… —Destellos luminosos chocaron en mi visión, como si estuviera en dos lugares al mismo tiempo. Baldosas rojas y gente en batas blancas. La habitación se inclinó, se invirtió, se estiraba y elidía, erróneamente.
Mis sentidos se arremolinaron, informando juntos y al mismo tiempo con total precisión. Mi consciencia de congelaba y quedaba inerte... El rugido de un helicóptero por fuera de las ventanas. Apenas era consciente de ello mientras el tronar del motor nos engullía, el haz de un foco de búsqueda lo blanqueó todo.
Dawna alzó la vista. El resonar amortiguado de un megáfono se coaguló en el aire, alguien gritaba cosas ininteligibles y por el rabillo del ojo veía materializarse unas tropas por la puerta... ¿por qué estaban allí? , ¿no los había ella enviado a todos a buscar a Inspector, ya le habían encontrado?... pero estaban enfadados y Dawna se giró hacia mí con la cara llena de furia.
¡Lo consiguió, Inspector lo había conseguido!
Y entonces Dawna se lanzó sobre mí, me agarró del cuello y me gritó con su cara a centímetros de la mía. —¡Morirán millones por tu culpa! ¿Es eso lo que querías? ¿Lo es?
Tras ella, Río se levantó del suelo como un Fénix, su pañuelo voló tras él. Huyó tan rápido que el resto del mundo pareció cristalizar a cámara lenta.
Las tropas de Dawna trataron de apuntar sus armas, pero ya era demasiado tarde. Dawna tuvo el tiempo justo para gritar una palabra con sus ojos ardiendo y su cara llenando toda mi visión...
—Recuerda.
El mundo se fracturó. Mis sentidos se hicieron pedazos como cristal, mi cerebro entró en una erupción de demasiadas ideas...
Vi a Río, en otro tiempo y lugar, mirándome frente al verdor húmedo de una jungla transformada en acero y cromo y una hilera de ventanas que mostraban un blanco cielo invernal.
Otro hombre, un joven con atractivas facciones oscuras, me llamaba insistente y seriamente... yo corrí hacia la oscuridad, el estallido de los disparos de armas automáticas tronaba a mi alrededor, trampas en cada esquina y yo las estaba evitando todas. Era estimulante, yo estaba ganando, pero no era suficiente, yo estaba fallando...
La cara de Río surgió sobre mí de nuevo frente a una fría noche clara. Yo olía hierba y había demasiadas ideas, demasiadas memorias, yo estaba gritando y sujetando mi cabeza y alguien me estaba arrastrando y gritando: demasiado tarde, demasiado tarde y yo podía ver las estrellas... Y luego volví a la habitación de la Base de las Fuerzas Aéreas, acurrucada en el suelo.
El helicóptero zumbaba justo fuera de las ventanas, las tropas de Dawna me rodeaban, pero Río tenía a Dawna y todas estaban inmóviles, unas tablas letales.
Pensé que tenía que ayudarle pero me estaba ahogando...
Ayúdala.
Río se sentó en la esquina y observaba mientras yo me lanzaba tan violentamente que mi cuerpo se convulsionaba entre espasmos... yo había fallado... yo había fallado e iba a morir, pero peor que eso era el conocimiento de que había perdido.
Estaba acurrucada sobre la cama dejando que el dolor de cabeza pulsara robándome la identidad... estaba escribiendo locamente, el papel se extendía a mi alrededor como en la casa de Río en Twentynine Palms, salvo que este era papel blanco y y yo tenía que llenarlo, llenarlo rápidamente, las matemáticas surgían con abrumadora urgencia porque algo... Yo estaba corriendo de nuevo... era oscuro... Y luego me estaba riendo. Estaba con otras personas, jóvenes, adolescentes, y nos estábamos riendo... Me zambullí en el agua... La luz era demasiado brillante... Sentí el impacto en la herida de mi pecho, caí sobre el hormigón... El viento pasaba a rachas... salté... grité... dormí...
Recuerda...
Recuerda… ¿Recuerda qué?
La idea escapaba a mi entendimiento, tan insustancial como el humo.
Alguien estaba hablando, pronunciando palabras, muchas palabras, demasiadas preguntas... silenciarlas silenciarlas silenciarlas...
Mi pecho vibraba arriba y abajo en cada respiración con demasiada fuerza. Mis manos flexionadas se aferraban al suelo. Me agarraba con fuerza a mí misma, acurrucada a mi lado.
¿Dónde estoy?… ¿qué soy?
Los sentidos regresaban en lentos intervalos. Era de noche y la habitación estaba tranquila. Las matemáticas relucían a mi alrededor, un zumbido de fondo tranquilizador. Dawna Polk y sus tropas y su helicóptero, habían desaparecido todos. También Río. La cara de Arthur apareció enfocada sobra mí. Su expresión era de preocupación, aunque sus ojos aún no estaban bien enfocados.
Contusión. Correcto. ¿Qué me había hecho Dawna?
Traté de invocar mis recuerdos, de reunirlos, pero mis memorias de los últimos minutos se habían vuelto confusas, imágenes extrañas que pasaban hasta marearme y cuanto más intentaba detenerlas, más imágenes se desplomaban y disipaban. Me aferraba futilmente a las conexiones y sus jirones hasta que el vértigo me dominaba mientras perdía mi rumbo...
—¿Russell? —alguien me estaba hablando. No podía recordar quién. —¿Russell? Hey, Russell, ¿estás bien?
—Arthur —susurré, recordé el nuevo aunque toda otra idea se me escapaba.
—El mismo. ¿estás herida?Me llevó un tiempo entender lo que me estaba preguntando. Tenía que concentrarme, deducirlo. —No.¿Era esa la respuesta correcta?
Le oí respirar en el silencio, un suspiro que sonó como aliviado.
—¿Qué ha pasado? —susurré.
—Inspector lo consiguió —dijo Arthur—. Parece que lo que fuera que estuvisteis montando vosotros dos, funcionó. Dejó a Pítica fuera de combate.Su voz dudaba como si no supiera si habíamos actuado bien o no. Yo tampoco lo sabía.
Traté de clasificar mis dispersas memorias de la pelea. —Dawna escapó —conseguí decir al final.
Arthur rió secamente. —Creo que sería más preciso decir que escapamos nosotros, encanto. Tampoco es que tuviéramos la sartén por el mango aquí.
—Río —recordé.
Un súbito temor me subió por la espalda. ¿Dónde estaba? Me senté tan rápidamente que mi cerebro estalló y se fundió dentro de la cabeza, la habitación daba vueltas. me habría caído de nuevo si Arthur no me hubiera cogido.
—Calma, calma. Te tengo. Sólo respira.
—Río —repetí urgentemente. —¿Dónde está... ¿qué le han...?
—Hey, encanto. Relájate. No pasa nada. No le atraparon. Nos... salvó. —Su voz sonó extraña en las últimas palabras, como si no encajaran en su boca correctamente.
—¿Cómo? —parpadeé tratando de aclarar mi visión borrosa.
La habitación estaba tan intacta como antes de que llegara Dawna. Sin cuerpos adicionales. Pero sin Río.
—Hizo un trato —dijo Arthur.
—¿Qué tipo de trato?¿Por qué no estaba aquí? ¿Qué le había dado Dawna?
—Hey. Hey, relájate. No pasa nada. —Arthur aún me sujetaba los hombros para que no me cayera y su agarre era firme y reconfortante.
—Les ofreció la inmunidad.
—¿Hizo qué? —gritó.
—Les prometió no ir a por ellos. Dejar de trabajar contra ellos. Mientras que Dawna nos dejara libres y no nos persiguiera tampoco. —él tragó. —Bueno. Nosotros y cualquiera que trabajara con nosotros. Fueron sus palabras.
—No lo entiendo. ¿Por qué haría él eso? —Mi respiración era irregular.
Nada de aquello tenía sentido.
—Nos salvó la vida, Russell.
—Pero…
Pero eso no era lo que Río haría. El podría ordenar sus metas para salvar más inocentes, vale, pero no a coste de combatir un mal mayor. Él era la única persona en el mundo con la capacidad de combatir efectivamente a Pítica y les había dado un salvoconducto. Para siempre. Para salvarnos a Arthur y a mí. No... para salvarme a mí.
—¿Te apetece moverte? —dijo Arthur—. Deberíamos irnos antes de que lleguen las autoridades.
De acuerdo. Intenté moverme en la dirección ascendente y ni siquiera conseguí despegar del suelo. Arthur me ayudó a apoyarme contra la pared.
—Necesito un minuto —admití.
Se quedó junto a mí. —Un minuto entonces. Me vendría bien.
Le lancé una mejor mirada e hice una mueca de culpa... incluso en la tenue luz, los efectos secundarios de su reciente desvanecimiento por KO eran obvios.
—Perdona por eso.
—Bueno, yo iba a matarte, creo que estamos en paz.
—¿Y se marcharon todos? —le pregunté.
—Sí. Tu amigo echó al ejército y luego insistió en acompañarla hasta la salida... dijo algo sobre no arriesgarse a que bombardearan el edificio. Aunque antes la obligó a que dejara de hacerte lo que fuera que te había estado haciendo. —se aclaró la garganta. —¿Seguro que estás bien?Recuerda.
—No lo sé.
—¿Te hizo un ataque psíquico o algo?
—O algo.Baldosas rojas y gente con batas blancas. Una jungla y un submarino y un rifle francotirador Dragunov en la cima de una montaña al sol, una delgada chica negra y un chico asiático y una veleta en un tejado bajo un cielo estrellado.
Parpadeé. No podía recordar en lo que estaba pensando.
—Tengo que decirte…— la voz de Arthur se había vuelto grave y reluctante. Le dejó hacernos otra cosa antes de marcharse como parte del trato. No ere yo mismo realmente en aquel momento, pero ahora creo… creo que le permitió que nos dijera que no la persiguiéramos tampoco, ni a ella ni a Pítica.
Yo recordé vagamente la cara de Dawna, suspendida sobre mí entre destellos de color y luz y caos. A ella diciéndonos que nunca atacáramos a Pítica de nuevo.
—¿Por qué lo hizo? —susurré. —¿Por qué le permitió hacerlo?
—No sé —dijo Arthur—. Como te he dicho, yo no estaba muy lúcido. Pero apuesto es una especie de pacto de no agresión, ellos no nos persiguen, nosotros no les perseguimos.
—Eso es una estupidez. —le dije.
Arthur soltó una risita. —Bueno, lo escojo antes que estar muerto.
Supuse que yo también, aunque no me gustaba.
El mundo se estabilizaba a mi alrededor. Me apoyé con la mano en la pared para incorporarme. Arthur también se levantó y me ayudó. él no estaba muy bien y nos apoyamos mutuamente.
Traté de recordar por qué me sentía tan cansada. Dawna me había hecho algo. De acuerdo.
¿El qué…? La memoria de su ataque colapsaba sobre sí misma hasta que se convertía en una maraña multicolor, deshaciéndose y fundiéndose como si estuviera recordándola desde una distancia de décadas.
Arthur y yo nos ayudamos a bajar las escaleras y a salir por la puerta rota. Mi acto de vandalismo parecía haber ocurrido una era atrás. El aire frío de la noche nos besó, me ancló, me ató al mundo. La base estaba ahora en silencio. La actividad había desaparecido. Me pregunté si eso era el resultado del trabajo de Pítica.
—¿A dónde? —preguntó Arthur.
—Tengo un escondite en el Valle —le dije.
—El Valle —murmuró Arthur. —Largo viaje desde aquí tal y como estamos.
—Me siento mejor —le dije, y era cierto.
Me enderecé un poco, dejé que Arthur inclinara más peso sobre mí. Recordé de nuevo el ataque psíquico de Dawna... o lo que fuera que aquello había sido... pero cuanto más intentaba alcanzarlo, más memoria se me escapaba. Recordé que me había dicho algo… y luego un borrón… y luego me había despertado viendo la cara de Arthur...
—Sirenas —dijo Arthur.
Me obligué a regresar al presente. Tenía razón. El agudo lamento aumentaba y caía en la distancia, acercándose.
Hice un rápido cálculo Doppler... menos de un kilómetro de distancia.
—Quizá no vengan a por nosotros —dijo Arthur.
—No nos quedemos a averiguarlo —le respondí. —Crees que puedes ir detrás de una motocicleta?
—Estoy dispuesto a probar. —se apoyó pesadamente sobre mi hombro y empezamos un paso semicoordinado por el pavimento.
Mientras nos alejábamos cojeando, mi cerebro trabajaba incómodamente, como si se me estuviera olvidando algo importante. Mi mente inició una búsqueda tratando de recordar…
Bah, ya me acordaría tarde o temprano de lo que fuera.
Se necesitó cuarenta y ocho horas para restaurar la mayoría de servicios vitales de California del Sur y casi dos semanas para que Los Angeles se acercara a algo similar a una situación normal.
Veintinueve muertos y centenares de heridos durante los disturbios. El número de personas bajo equipo médico que fallecieron como resultado del ataque PEM fue varias veces mayor. Cualesquiera numeritos que los de Pítica pensaban que estaba jugando, tenían mucho que hacer para enmascarar este último.
Y no serían capaces de hacerlo.
Al menos no durante un tiempo. Nos habíamos asegurado de ello. Yo aún no tenía certeza de si deberíamos estar orgullos de lo que habíamos hecho o no. Intentaba no pensar mucho en ello y me recordaba a mí misma a menudo lo que Pítica le había hecho a personas como Reginald y Leena Kingsley. Y a Courtney Polk, la clienta que yo no había sido capaz de rescatar al final. También me acordé de lo mucho que me gustaba ganar.
No voy a mentir, ganar ayudaba.
No conseguimos contactar con Inspector durante varios días, puesto que Arthur se negaba a dejarme robar un teléfono en funcionamiento vía satélite de los trabajadores que reconstruían la infraestructura. Resultó que Dawna, al no haber conocido nunca a Inspector, había juzgado mal lo que él haría y probablemente nunca le hubiera encontrado de todas formas.
Después de que Río le hubiera dejado solo en su coche, Inspector había conducido sin parar. Había llegado a una ciudad donde aún funcionaban las luces. Pero había ido, no a irrumpir en una tienda de electrónica en mitad de la noche, sino a un barrio residencial bien cuidado. Allí había llamado a una puerta de razonablemente pacífica apariencia, preguntado si sabían lo que estaba pasando en el sur de California y dicho que necesitaba acceso de emergencia a un ordenador con conexión a la red. Luego les había ofrecido todo el dinero que le habíamos enviado como pago por el uso de dicho ordenador. La misma familia de mediana edad que vivía en la casa había quedado impresionada por su seriedad (y la oferta de tanto dinero), había notado razonablemente que no era amenazante y le había invitado a instalarse en el salón con uno de los portátiles de trabajo de los padres.
Yo entendí que incluso le habían servido tortitas y beicon para el desayuno y le habían ofrecido una estancia en su habitación de invitados hasta que se solucionara el problema en LA. Inspector, sin certeza sobre si Pítica aún iba tras él, declinó educadamente la oferta Luego vendió su coche a un desguace para tener cierto capital de uso rápido y se instaló con identidad falsa. Encontró un trabajo temporal en un pueblecito de Arizona mientras esperaba que contactáramos con él.
Resultó ser un tipo de notable sapiencia callejera.
—¿Qué habrías hecho si nunca hubieras oído nada de nosotros? —le pregunté, curiosa.
—Llorar hasta que se me cayeran los ojos porque al parecer Cas Russell habría tenido una ignominiosa y horripilante muerte a manos de su propio estúpido plan —respondió.
Yo me reí y le hablé sobre el trato de Río. A pesar de lo que habíamos hecho, estaríamos a salvo de Pítica en el futuro. Inspector dijo que tenía que volver a LA en bus en cuanto pudiera encontrar una línea en funcionamiento.
—Y ahora que es seguro para mí usar una tarjeta de crédito de nuevo, Voy a llenar una maleta con portátiles para compensarme.
—¿No irás al circuito de mercado negro durante estos tiempos de crisis? —le dije.
—Cas Russell, ¿qué opinión tienes de mí? Tengo que reparar la Guarida. Una maleta llena de portátiles sólo es el comienzo.
No le mencioné que al reunirme con algunos viejos clientes de ciertas antiguas cazas, yo había aceptado cinco trabajos para conseguirle a la gente electrónica del mercado negro en los últimos tres días. Los desastres eran buenos para los negocios. La explicación oficial de las ondas sobre el impacto PEM durante la semana después del evento fue resuelto mediante una tormenta solar. Me preguntaba lo que Pítica había hecho para sacarse eso de la manga. Me impresionó lo que habían hecho, considerando la situación desesperada en la que tenían que estar después de lo que nosotros habíamos publicado. Pero ellos iban a ayudar a la humanidad hasta el mismo final y; aparentemente, eso incluía limpiar su propia mierda hasta cierto punto, que para ellos significaba al menos asegurarse de que nadie empezaba a relacionarles por ahí la palabra "terroristas" o señalara a un ataque nuclear como excusa para empezar una guerra con alguien. El país llevó a cabo recaudaciones de fondos y misiones de la Cruz Roja para ayudar a los pobres Angelenos golpeados por tal misterioso desastre natural, pero la política mundial no sufrió más que como lo hizo desde el último huracán.
Arthur estaba lo bastante severamente conmocionado para que permaneciera conmigo durante unos días en mi apartamento del Valle. Puesto que la conmoción fue culpa mía, no me importaba sacarle a pasear en mitad de la noche para preguntarle cuántos dedos veía y quién era el presidente. A cambio, él intentaba darme la lata sobre que me lo tomara con calma hasta que mi herida del pecho se curara del todo... decía cosas como que la adrenalina no era un sustituto para una convalecencia adecuada... pero yo le ignoraba mayormente. Cuando se sintió bien, aprovechó el caos en la ciudad para entrar en una comisaría e informar que se había despertado en un callejón con amnesia a corto plazo y que se había dado cuenta que había sido víctima de un crimen. Llenó un formulario policial sobre lo que había sucedido en su oficina afirmando no recordar nada sobre ello y todo fue apoyado por su reciente herida obvia en la cabeza. El LAPD, empantanado por una ciudad devastada y fracturada, archivó rápidamente el caso bajo violencia de bandas no resuelta. Para entonces, había aparecido en un hospital un hombre horriblemente torturado y sido identificado como el único superviviente de la masacre de la oficina de Wilshire. Considerando que él no podía dejar de mascullar galimatías sobre un diablo asiático y que no se había recuperado ningún cuerpo del tiroteo en el Parque Griffith a pesar de los contradictorios informes de los testigos sobre la violencia sucedida allí, los retratos robot de Arthur y míos fueron retirados del tablón de "Los Más Buscados".
Me pregunté si el superviviente de Pítica tenía alguna pista de que probablemente le debía su vida a Río, que había sacado magnánimamente a la poli de mi estela.
En cuanto al mismo Río, le rastreé una semana después del desastre PEM. Nos encontramos en un andén vacío de metro... los trenes aún no funcionaban y la estación estaba desierta, aunque alguien se había pasado por allí con copiosas cantidades de pintura antes y ya había grafitado cada superficie.
El tipo debía de adorar LA.
En vez de bajar desde el nivel de la calle, Río entró en la estación caminando casualmente por las vías, emergiendo de la bostezante oscuridad del túnel con su pañuelo enrollado y un ancho sombrero de felpa que sólo mejoraba su imagen de vaquero.
—¿Te presentas al casting para El Viejo Oeste? —le pregunté, saltando del andén para reunirme a él sobre las vías.
—La frontera americana pegaría conmigo, creo —me dijo. —¿Para qué querías verme?
—La policía ya no me persigue —le dije. —Gracias por no matar a aquel tipo. —él levantó un hombro fraccionalmente.
Como yo no decía nada más, me preguntó —¿Eso es todo?
—No. —yo había estado pensando mucho desde nuestra nuestra batalla final con Dawna.
Las memorias del ataque aún surgían borrosas a cada día que pasaba, los pedazos del puzzle que era capaz de reunir cada vez tenían menos sentido. Y cada frustrante contradicción no me conducía hacia Pítica ni hacia Dawna... sino hacia Río.
Río me estaba ocultando algo. Y yo iba a descubrir el qué. El problema era que no sabía cómo preguntárselo.
—¿Vas a mantener el trato con Dawna? —le pregunté al final.
—Sí —me dijo. —Nos neutralizó, ya sabes.Arthur y yo lo habíamos probado una noche y ninguno de nosotros parecía desear perseguir a Pítica de nuevo. No podíamos. No podíamos ni siquiera intentarlo.
—Nos dijo que no les persiguiéramos de nuevo y no podemos. Dudo que nos mantengan vigilados siquiera. Saben que no soy una amenaza para ellos. —crucé los brazos, abrazando mi chaqueta contra el frío del subterráneo.—¿Podrías convencerme de lo contrario? ¿Destruir su influencia? —él lo había hecho antes, después de todo.
—Probablemente —dijo Río.
—¿Lo harás?
—No.
—¿Por qué no? —estallé.
Esa posibilidad era lo único que daba sentido a su trato. Si es que había imaginado que yo podía hacer más daño a Pítica en el futuro y, por tanto, que hubiera valido la pena el intercambio de mi vida por la de Dawna.
—¿Por qué hiciste el trato, entonces?
—Ya sabes por qué hago lo que hago, Cas —me dijo tranquilamente. —¿Hemos terminado con esto?
—No. No me importa lo misterioso que sean tus métodos misteriosos... esto no tiene sentido. ¡Aquí hay algo que no me estás contando!
Alzó las cejas. —Hay muchas cosas que no te he contado. ¿Te gustaría saber lo que he desayunado esta mañana?
—Sarcasmo. Genial. —tragué. —Tú no eres amigo mío. Me lo estás confirmando al decir eso.
—Lo sé —me dijo.
—¿Y? Nada de esto tiene sentido. Intercambiaste mi seguridad por la de Dawna y no fue la primera vez. Cuando ella nos tuvo a Arthur y a mí... tú intentabas destruir Pítica y tuviste la oportunidad perfecta.
Recordarlo me hacía querer gritar de frustración, porque no la había aprovechado, pese a lo que habría implicado. Paradójicamente, recordé lo segura que yo había estado de que no haría aquella elección y eso me hacía dudar de mi propia cordura.
—Deberías haberme matado, asegurado la confianza de Dawna, y luego haberlos destruido desde dentro. ¡Dime que no soy un daño colateral aceptable para tal golpe! Habría sido perfecto.
Esperé. Él seguía en silencio.—Pero no lo hiciste —le dije. —En vez de eso, entraste para rescatarnos.
Una anomalía, me había llamado Dawna Polk.
De pronto me molestó intensamente que ella pareciera comprender la relación que Río tenía conmigo mejor que yo misma.
Pasó un buen tiempo antes de que Río hablara. —Tenía otras consideraciones. Tú no eras consciente de ellas.
—Pues hazme consciente de ellas.
—No.
—¿Por qué no? —él quedó en silencio.
Me quedé mirándole, toda inflamada.
La fuerza irresistible que encuentra el objeto inamovible.
—Esto se remonta de más atrás, ¿verdad? —le dije. —Debería haberlo visto de inmediato. Se remonta al inicio, cuando me dijiste que no me involucrara. ¿Por qué?
—Por que no quería que te implicaras.
—¿Por qué no?
De nuevo, no dijo nada. La expresión en su cara era la definición del sosiego.—Cualquiera diría que has estado intentando protegerme —le dije. —Cosa que yo sé que no es cierta. Por eso me gustaría tener algunas respuestas. Creo... —añadí, alzándome con mi poco intimidante estatura —... que tengo derecho a saber.
La diversión tocó los rasgos de Río. —Podrías no estar de acuerdo con eso.
Parpadeé. —¿Qué?
—Cas —dijo Río —No voy a responder a tus preguntas. Te aconsejo que pares de hacerlas.
—¿Por qué debería? ¡Lo grito a los cuatro vientos, no te estoy pidiendo que me digas algo que no sea asunto mío! Sabes algo y tiene que ver conmigo y yo no voy a...
Río me saludó tocándose el sombrero y se alejó andando por las oscuras vías del subterráneo.
Me dejó hablando al aire vacío. Respiré frustrada. —¡Esto no tiene sentido! ¡Río! —le grité. —¡No me gustan las cosas que no tienen ningún sentido!
Mis propias palabras que rebotaron de nuevo hacia mí fueron mi única respuesta.
Río había desaparecido.
Suspiré y volví a subir al andén.
Tenía otra reunión ese día y confiaba que fuera mucho más satisfactoria que esta.
Steve se reunió conmigo en un solar de construcción vacío. Parecía un poco peor vestido: una barba de varios días oscurecía su mandíbula cuadrada y las sombras púrpuras bajo sus ojos eran tan profundas que ahuecaban su mirada de la cara. Había perdido al menos dos kilos y cada sacudida en sus movimientos era la de un hombre perseguido, un hombre que lo había perdido en el mundo. Me gustó esa mirada en él.
—Recibimos vuestro mensaje —le dije.
Le había contado a Inspector que yo me ocuparía. —Demasiado para tu seguridad, ¿eh?Se pasó ambas manos por la cara. —Lo sabían todo. Ellos... cuando llegaron...
Según su desesperado email, cuando Pítica había puesto a la ciudad de LA de rodillas, lo primero que habían hecho fue descubrir de dónde venían las alertas. Luego habían procedido a destruir la organización de Steve sin cuartel... al menos, su célula de LA. Al parecer ya sabían perfectamente cada detalle que Steve y sus colegas habían intentado ocultar tan desesperadamente. El grupo de Steve no había sido más que un mosquito mordisqueando la punta del iceberg de Pítica.
—Dime, Steve —le dije. —¿Qué te molesta más? ¿Que a pesar de matar a todo el que contactaba contigo, tu alegre pandilla de hombres goteaba más que un queso suizo o que con toda vuestra oposición contra Pítica, tu gente nunca logró ni el nivel de fastidio de un anuncio repetitivo?
—Por favor. —Sus manos se movían a ambos lados, los dedos golpeaban contra cada palma. —Te lo ruego. Necesito ayuda.
—¿Para qué? ¿Amenazar a la gente?
—Han matado a todo el mundo —susurró medio ausente. —Todo el que aún podría estar trabajando en tu plan ha desaparecido. Intentaron detenerte.
—Pues fallaron —le dije. —Ganamos.
—No puedo confiar en nadie. —Se pasó las manos por la cara de nuevo. —Yo estaba viajando cuando sucedió y aún así... escapé a duras penas.Yo no iba a saltar de alegría por eso exactamente.
—Supieron demasiado y demasiado rápido —me dijo. —No puedo evitar pensar que... todo lo que hacíamos, miro atrás y ya no estoy seguro. Salvo lo que hicimos con vosotros, lo que estábamos pensando hacer... las órdenes que recibíamos...¿cómo puedo saberlo?
—¿Crees que Pítica podría haber estado dándoos órdenes desde el principio? —le aclaré una vez que hube clasificado su confusión.
Bueno, qué delicioso giro de la ironía.
—O quizá siempre fuimos un juguete en sus manos. Teníamos un sistema de células, teníamos cierta autonomía, pero… claramente no producíamos en efecto que deseábamos…
—Son muy buenos con eso de la mariposa y el huracán por lo que me han dicho —le dije. —Probablemente pulsaron un botón en Estambul y os hicieron saltar.
—Eso no me hace sentir mejor.
—Tampoco era mi intención.
Metió sus manos inquietas en sus bolsillos. —Supongo que ya nada importa ahora. Pero... os ayudamos, ¿no es cierto? Os dimos lo que necesitabais y sufrimos por ello. —se enderezó un poco entonces y me miró desde arriba.
Aquello me molestó de inmediato.
—¿Nos devolveréis el favor?
—Para el carro —le dije. —Os ofrecimos la oportunidad de formar una pequeña parte del mayor avance que ninguna de vuestras misiones produjo jamás. No te debo nada.
—Tal vez no, pero... quizá pueda serte de utilidad. Conozco mucha inteligencia sobre Pítica que...
—Deja que te aclare esto —le interrumpí. —No me interesa.
Me martilleó el corazón un poco más rápido. Lo cierto era que yo no podía haber dicho que sí aunque hubiera querido. Respiré hondo tratando de disipar la sensación de los grasientos dedos de Dawna en mi cerebro.
Maldito seas, Río, por no ayudarme.
Tampoco es que yo quisiera hacer un trato con Steve de todos modos. Aquello era demasiado Faustiano incluso para mí.
—Por favor —suplicó con toda la gracia de un jabalí salvaje. —¿Qué puedo ofrecerte? Necesito ayuda. Tengo que huir... vienen a por mí...
Yo dudaba seriamente que aquello fuera cierto. El movimiento de Pítica contra su grupo sólo había intentado detener el plan de Inspector y mío. Habían entrado barriendo y luego habían bajado el martillo donde pensaban que podría pararlo. Yo dudaba que fueran a perder el sueño por el daño colateral, pero me habría sorprendido mucho que aún destinaran recursos para perseguir a los disidentes. Especialmente ahora que no tenían nada que detener.
La venganza no era el estilo de Pítica.
Aunque no se lo dije a Steve. Estaba disfrutando de la mirada de hombre cazado de su cara.
—Sólo tienes una cosa que quiero —le dije.
—¿Qué? Lo que sea —me prometió abyectamente.
—Una respuesta.Se me secó la boca de pronto y tuve que forzar las palabras. —Anton Lechowicz. Y su hija.
Me miró confundido durante un instante, lo que hizo que aumentara un brote de furia en mi pecho. Él no merecía olvidarse de ellos. Pero luego parpadeó, me miró directamente y se ablandó.
Me pregunté que aspecto tendría mi cara.
—No podíamos arriesgarnos a que Pítica nos encontrara —intentó explicar, las palabras oscilaban.
—Mataste dos personas que yo quería —le dije.
Mi voz sonó como si llegase de muy lejos.
—Yo... lo siento —dijo Steve. —Fue una de nuestras contramedidas de rutina. No intentábamos. y yo sólo firmé la autorización. No fui yo quien...
Se detuvo abruptamente con la confusión y la culpa brillando en sus ojos, como si hubiera oído lo que acababa de decir y descubriera que estaba intentando excusarse por ser sólo el que había dado la orden, para limpiarse las manos. Su boca balbuceaba en silencio.
Luego se compuso, alzó la barbilla y me miró desde arriba con aquella mirada de la que parecía tan orgulloso.
—No voy a disculparme —me dijo con voz firme. —Pensamos que tenía que hacerse.
—Como esto —le dije.
No me moví tan rápido como podía haberlo hecho. Quería verle abrir los ojos una fracción de segundo antes de que descubriera con asombro que estaba muriendo.
El cuerpo cayó a tierra con un golpe sordo y yo inhalé lo que sentí que era mi primer aliento desde que todo había empezado.
La venganza no era el estilo de Pítica, pero era cierto como el infierno que sí era el mío.
Los extraños trabajos que había podido conseguir mientras LA se recuperaba se acabaron la segunda semana después del desastre.
La gente ya no estaba desesperada por contratarme. Aún seguían demasiado ocupados reconstruyendo sus vidas y rutinas para preocuparse por trivialidades. Arthur había vuelto a su propia casa, dejándome sola con demasiadas pensamientos sobre Pítica y Dawna, sobre lo que ella había sido capaz de hacerme, sobre Río y lo que fuera que no me había contado.
Yo dormía entre espasmos y a malas horas y el resto del tiempo bebía. Y mucho.
Una semana y media después de nuestra confrontación final con Pítica, recibí un email de Inspector diciendo que había estado siguiendo pistas y que, hasta donde sabía, más del setenta por ciento del rédito de las fuentes de Pítica se había movido fuera del alcance de la organización. Dawna y su gente necesitarían un buen tiempo para reconstruir aquellos recursos. Les habíamos dado un buen golpe.
Yo pasaba mucho tiempo mirando por las calles preguntándome cuando vería aumentar el crimen. Después bebía un poco más.
Despertaba sobria por las noches con vívidos sueños que perseguían una borrosa realidad, escenas tan reales que mi cerebro tardaba unos segundos en entender qué mundo era el correcto. Las pesadillas me atormentaban a todas horas, pero habían empeorado en el último par de semanas desde lo de Dawna. Bajo las mantas, trataba de aferrarme a los jirones de sueño con una intensa sensación de déjà vu que me abrumaba. Lugares, rostros... todos deambulaban fuera de mi alcance, el picor de la memoria olvidada dominaba mi cerebro y me anudaba el estómago hasta que saboreaba la bilis del fondo de la garganta.
Lo que fuera que reptaba por mi subconsciente esa noche, yo ya lo había visto antes. O lo había soñado antes.
La cara de Dawna era una intrusa en el ojo de mi mente, retroiluminada por formas y figuras que yo no quería ver, escenas medio olvidadas, visiones y memorias y un mundo solamente real a medias...
Mis doloridos nudillos alejaron las imágenes a golpes. Yo había atravesado con el puño la pared junto al colchón y el yeso me llenó de polvo el dorso de la mano. Me levanté de la cama en busca de más alcohol. Las botellas de la noche anterior... o, mejor dicho, de cuando estuve despierta la última vez... estaban vacías. Llenaban un bosque de cristal por la mesa y el suelo y me hacían la compañía usual.
Alabarda.
Recogí una botella con el estilizado dibujo de un hacha en la etiqueta. Alabarda. ¿Por qué había pensado eso? La palabra me resultaba familiar como un fragmento de otro sueño olvidado, un jirón medio enterrado de consciencia.
Alabarda y Pítica, ponía en aquella memoria, la que Anton me había dado hacía ya una vida atrás. Pero no, otra cosa... la palabra me empujó, picando como un roce irritante que no desaparecía, resonando contra los bordes de mi mente.
¿Un eco de la voz de Dawna?
Su imagen asomó en mi memoria, de pie y más alta que yo, borrosa en un millar de capas pixeladas. Sus manos sobre mi cara, alcanzado el interior de mi cerebro...
Pude oír su voz, pero las palabras se solapaban en una masa confusa.
¿Estaba recordando lo que me había dicho mientras estábamos combatiendo... como si me estuviera rompiendo? El miedo me atenazó. Empecé a escarbar por el desorden del suelo en busca de un pedazo de papel, apartando a un lado botellas, envoltorios de comida y ropa sucia mientras repetía la palabra en mi cabeza una y otra vez, temiendo que se me olvidara de nuevo antes de que pudiera escribirla.
Encontré un sobre viejo, un boli medio usado y escribí tan rápido como pude las palabras de mi cabeza:
ALABARDA. ESTO SIGNIFICA ALGO IMPORTANTE. INVESTIGAR.
Las frases flotaban frente a mi visión: locas, burlonas, absurdas.
No significa nada. Estúpida. Arrugué el sobre en mi mano.
Luego, por alguna razón, lo alisé y lo metí en un cajón. Alabarda tenía algo que ver con Pítica, después de todo. La memoria de Anton lo había dejado muy claro. Era idiota pensar que era algo más y, de todos modos, yo no era capaz de descubrirlo después de lo que Dawna me había hecho pero ¿quién sabía…? Tendría que significar algo. Por alguna razón, empecé a tiritar.
Necesitaba una bebida. Si. Grandes cantidades de alcohol parecía perfecto ahora mismo.
Algo en mi interior precisaba la borrachera de una reina y perder el conocimiento durante unos tres días.
Buen plan.
Cogí mis llaves y fui hacia la puerta. La abrí de golpe y allí estaba Arthur con la mano levantada para llamar.
—Arthur —le dije sorprendida. —Hola.
—Hola, Russell —me dijo.
Nos quedamos mirándonos incómodamente un rato.
Arthur movió una mano de disculpa. —Te llamé.
Teléfonos. De acuerdo.
Me palpé por los bolsillos y encontré el móvil en el último. Una pantalla negra me miró y recordé vagamente haberlo apagado tras acabar harta de oír el tono algunos días atrás. Aporreé el botón de encendido y vi un mensaje que proclamaba catorce llamadas perdidas.
Ops.
—Lo siento —le dije. —¿Quieres algo?
Para mi sorpresa, empezó a reír
Tenía una sonrisa muy bonita. —Russell, me recuerdas a alguien que conocí una vez. Alguien que era casi tan condenadamente inteligente como tú, y casi tan irritable.
—¿Ein?
—¿Te importa si entro un minuto?
—Claro, lo que sea. —dejé la puerta abierta y fui a dejarme caer en el sofá.
Arthur se sentó a mi lado. Se quedó mirando el bosque de botellas de licor vacías, pero no dijo nada y me dije a mí misma que su opinión no me importaba de todos modos.
—¿Y... qué tal? —le pregunté.
Pareció que estaba buscando las palabras. —Inspector ha vuelto —me dijo por fin. —Sólo pasaba para decir hola.
—Oh —le dije. —Bien.
—¿Estás bien? —me preguntó.
Extrañamente, sonó como si le importara la respuesta. De hecho, me dio la fuerte impresión de que él había venido hasta aquí para… bueno, para controlarme.
¿Qué demonios?
—Estoy bien —le dije.
—¿En serio? —se rió un poco bruscamente. —Porque yo no.
¿Me iba a contar una confidencia?
—Supongo que sólo estoy esperando a que la vida vuelva a lo normal —le dije.
En cierto modo, así era, para mí. Salvo por el sueños. Pero tal vez eso fuera normal también. Estaba teniendo dificultades para recordarlo.
—No he trabajado en ningún otro caso salvo este en seis meses —dijo Arthur—. Va a ser extraño, volver a hacer comprobaciones de historial e investigar casos de divorcio.
—¿La emocionante vida de un detective privado?
Chico, me alegraba de no tener su empleo.
Él bufó. —Ya, emocionante no es la palabra exacta. Normalmente, al menos, pero llena tiempo, ¿sabes?
Yo no estaba segura de por qué me estaba contando aquello.
—Claro —le dije.
—Aunque no puedo quitármelo de la cabeza —continuó. —Lo que nos hizo. No me entusiasma ser el títere de nadie.El filo de acero en esas palabras podría incluso haber hecho a Dawna pensarlo dos veces, si es que no nos había vencido ya.
—Ya —le dije. —A mí tampoco.
—No puedo… —se pasó una mano por su mandíbula. —Todo lo que recuerdo que pensaba tenía mucho sentido. Aún tiene sentido, para ser honesto. Pero hay algo en mí que sabe que todos esos pedazos… aún no estoy seguro de lo que son esos pedazos. Sólo sé que tienen que estar ahí. Creo que eso es lo que más me asusta, no saber aún lo que era yo y lo que era ella.
—Estoy muy segura de que tú apuntándome con un arma era todo Dawna —le dije.
—¿Cuál de todas? —Nos reímos un poco de eso aunque no era divertido.—No es mi costumbre, ¿sabes? —dijo Arthur—. Saludar a la gente con el cañón por delante. Me pillaste en mi mejor semana.
—Bueno, no es mi costumbre dejar a la gente inconsciente para presentarme, tampoco —le dije.
El fingió sorpresa. —¿Ah no? —Le di un puñetazo en el hombro. Sólo un poco más fuerte de lo necesario.
—¡Auch! —dijo de broma, frotándose el brazo y luego se puso serio de nuevo. —Escucha. He pensado en algo. Dawna... cuando nos tuvo prisioneros, habló con nosotros bastante tiempo.
—Sí —le dije. —Sí lo hizo.
—¿Cómo sabemos… cómo sabemos que no hay más?
—¿Quieres decir, como personalidades dormidas o algo así? ¿Que lo que pensamos podría ya no ser idea nuestra?
—Algo así.
Me miré las manos. No iba a decir que no se me había ocurrido.
—No creo que eso les sirviera de nada —le dije. —Ese nivel de control. Ella consiguió lo que quería de nosotros y... bueno, incluso al extremo de no estar ya bajo su control total, ¿no?
—Tú no lo estuviste —me dijo suavemente.—Ni tú tampoco —le indiqué. —No nos entregaste hasta que te obligamos. Y en el último minuto, apartaste el arma de mí... cuando más importaba.
—Apenas.
—Tú sabías que eso me daría ventaja.
Asintió, concediendo el argumento.
—Hey, hablando de eso. Lo que puedes hacer. Es bastante especial, ¿no?
La pregunta me cogió con la guardia baja. Intenté mantener mi cara neutral. —¿Qué quieres decir con lo que puedo hacer?
Se rió. —Tengo ojos, Russell.
—Se me dan bien las matemáticas —le dije. —Eso es todo. —entornó los ojos, aún sonriendo ligeramente. —Tienes que decirme alguna día cómo funciona eso.
—Algún día —coincidí vagamente.
El momento se levedad se disipó y Arthur bajó la vista de nuevo. —No podemos estar seguros realmente, ¿verdad? —me dijo.
—No —le dije. —Supongo que no podemos.
—¿Qué vas a hacer?
—Bueno, ¿Qué podemos hacer? —indiqué.
Arthur respiró profundamente. —Seguir tomando decisiones lo mejor que podamos, supongo.
Y esperar que nada se haya abierto camino hacia nuestros sesos, descontando como una bomba de tiempo, esperando a que nos traicionemos a nosotros mismos.
Tampoco yo me alegraba de ello. Pero no teníamos modo de saberlo.
—¿Y si nos vigilamos el uno al otro? —le dije de pronto. —No es infalible, pero es como... bueno, como cuando Río pudo detectarlo conmigo. Podemos mantener el contacto, avisarnos si nos volvemos locos.
—¿Buscar exceso de locura? ¿Cómo lo sabré yo ?
Le di otro puñetazo en el brazo de nuevo.
—¡Hey! —me dio un suave empujón a cambio. —No sé, parece una idea buena. Mejor que nada, eso seguro. ¿Tienes mi número?
—Sí.
—Estemos en contacto, entonces. Llámame y hazme saber que estás bien. También puedes responder cuando te llame yo. No podemos vigilar el exceso de locura si no charlamos regularmente. —me sonrió, luego extendió el brazo y me apretó el hombro. —Eres una buena chica, Russell.
Parpadeé.
Al proponer que nos vigiláramos, yo había estado pensando en términos de un trato de negocios mutuamente beneficioso, pero Arthur parecía haberlo tomado como una propuesta de amistad.
—Yo... eh...si tú lo dices —conseguí decir.
—Lo digo. —le dio un último apretón a mi hombro y se levantó. —Nos hablamos pronto, ¿de acuerdo?
Una especie de sensación tensa estaba atravesando mi pecho y garganta, el mismo tipo de incómoda presión que sentía en ciertas situaciones de vida o muerte. Salvo que esta era una buena sensación agradable, la cual no tenía el más mínimo sentido.
—Sí, vale —le dije.
—Te doy un toque mañana —dijo Arthur y se condujo hacia la salida.
Yo me quedé en el sofá contemplando el suelo y sintiéndome muy extraña.
No estaba acostumbrada a tener amigos. Los amigos implicaban obligaciones y complicaciones y esfuerzo...
Y gente que me controlaba, indicó otra parte de mi cerebro. Y que me apoyaba. Y que podía vigilarme en busca de signos de lavado cerebral psíquico.
Ja.
Pitó mi móvil Era un mensaje de texto de Inspector que acababa de regresar a LA. La extraña sensación efervescente en mi pecho se intensificó.
INMINENTE TORNEO DE BEBIDA ESTA NOCHE @ GUARIDA 8PM PUNTUALIDAD INSPECTOR
Luego, un instante después, un segundo:
LLEVA ALGO AJUSTADO
Me quedé mirando los mensajes. La invitación me pareció surrealista, como si estuviera observando la vida de otra persona: la de alguien que vivía en sociedad, de alguien que hacía eso de la "interacción humana", alguien que recibía mensajes de texto que no trataban sobre el trabajo o las amenazas de muerte. Alguien que hacía amigos y salía a tomar una copa con ellos.
¿Podía yo ser alguien así?
Pensé en la visita de Arthur. Bajé la miraba hacia los textos de Inspector de nuevo. Tal vez la gente no fuera mala del todo, pensé. Al menos no siempre. Tal vez… tal vez no fuera tan horrible no beber sola esta noche.
Pulsé responder.
Por mi nuevo Colt 1911 que nos vemos a las 8. Cas.
Cas Russell regresará en...
VIDA MEDIA
Gracias por leerme.
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En cualquier caso, espero que lo hayas pasado bien leyendo. Gracias por unirte en mi loco jugueteo enérgico de una matemática disfuncional con superpoderes.
Este libro no existiría sin un número de personas muy importantes.
Primero, a mi compañera de crítica y hermana: Esta serie te debe su alma a ti. Por las llamadas a altas horas de la noche cuando estaba atascada en un punto de la trama, por las sugerencias de ideas, por tus reacciones y recomendaciones mientras leías cada palabra, por el aliento ante mi propias dudas y tu fe en la historia. Gracias.
Intentar escribir sin ti en mi vida... Ni siquiera puedo pensar en ello.
Segundo, a mis increíbles e incomparables lectores beta, Bu Zhidao, Kevan O’Meara, Jesse Sutanto y Layla Lawlor: vuestra inteligencia y honestidad llevó esta novela a otro nivel. Vuestro entusiasmo por ayudarme a que esto sucediera ha sido un apoyo que no sé si merezco. Sois todos escritores y escritoras increíbles y me disteis la palabra con la genialidad y creatividad de vuestras propias obras...
Espero que todo el que lea esto se tome un momento para leeros a vosotros y se haga tan fan como yo.
Tercero, a David Wilson, el experto lingüista que editó el dialecto de Arthur para mí: Gracias por compartir tu asombroso nivel de conocimientos y habilidades conmigo para que pudiera estar segura de hacer las cosas bien. Tu inteligencia y generosidad me impresiona. Soy extraordinaria e inmerecidamente afortunada de que eligieras compartir tus talentos conmigo.
A mi diseñadora de portada, Najla Qamber: Fue pura diversión trabajar contigo y soy delirantemente feliz por cómo le diste vida a mi libro. (N. del T: Esta es la portada original de Zero Sum Game).
A mi editora, Anna Genoese: ojalá las palabras pudieran expresar lo emocionada que estoy con el pulido y brillo que le diste a mi pequeña novela. El nivel de profesionalidad en la publicación de mi libro es irremplazable y caminaré sobre el fuego contigo de nuevo tantas veces como me dejes contratarte.
A mis lectores del manuscrito: Gracias por tolerar mis niveles obsesivos de perfeccionismo. Gracias por ayudarme a asegurar que el producto que estaba publicando mostraría total respeto a la total amplitud de lectores en todos los dispositivos posibles.
A la comunidad entera y todos mis amigos de Absolute Write: no puedo imaginar pasar por todo el proceso de publicación sin vuestra sabiduría acumulada y generosidad y conocimiento respaldándome. Tiemblo al pensar en continuar escribiendo sin vuestro vivo humos, vuestro constante apoyo y vuestras asombrosas críticas.
Para cualquier aspirante a escritor o escritora ahí fuera, recomiendo encarecidamente que os paséis por www.absolutewrite.com/forums.
Y a mi delicioso grupo de escritores: gracias por vuestro aliento, opiniones y, sobre todo, tolerar mis neurosis mientras comenzaba la publicación. Puppy, Lusty, Hippo, Dragonface, Bats, Bunneh, Donkey, Snake, y kk, Os debo a todos una tarta. Y a Mr. Hippo por la ayuda británica, y a Margaret por tus ridículos niveles de constante apoyo y por responder a todas mis preguntas. Sois fantásticos y soy la escritora viva más afortunada por conoceros.
Por fin, a todos en mi vida que me han inspirado y apoyado en todo el camino, a los que rieron mis chistes matemáticos o disfrutaron y celebraron mi friquismo como un rasgo y no como un defecto... gracias.
Este libro nunca habría sido posible sin vosotros.