Créditos

    Los Diarios del Hongo (versión gratuita en español. Prohibida su venta)

    Traducción y Edición: Artifacs, octubre 2020.

    Publicada en artifacs.webcindario.com

    Obra Original: The Mushroom Diaries

    Copyright © 2009 de Dominic Lyne. Todos los derechos reservados. www.dom-lyne.co.uk

    Publicada gratuitamente por Degraded Discord, 2014, en Smashwords: The Mushroom Diaries

    Diseño de Portada: Artifacs.

    Diseño de Portada Original: Dominic Lyne © 2013.

Licencia Creative Commons

    Muchísimas gracias a Dominic Lyne por autorizar esta tradución al español y por compartir con el mundo Los Diarios del Hongo bajo Licencia CC-BY-NC-SA 4.0 https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/legalcode.es

    Si quieres hacer una obra derivada, por favor, incluye el texto de la sección de Créditos de este eBook.

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    • III. En el Bosque Durleston de Michael Graeme (In Durleston Wood)

    Richard Hunter, romántico de mediana edad, vuelve al pueblecito inglés de su niñez para escapar de California, de una esposa infiel y de dos hijos adolescentes a los que ya apenas conoce. Perdidamente enamorado de Davinia, (la directora de la escuela primaria donde él trabaja como profesor), dedica las noches a pasear taciturno por el bosque de Durleston. El lugar que tanto frecuentaba con su padre siendo niño.

    El bosque es ahora para él un ente vivo que alberga los fantasmas del pasado, pero que también da cobijo a algo más. Una misteriosa mujer se oculta allí con la esperanza de que alguien la libere de sus cadenas, literalmente. Richard cree que liberarla podría ser lo único que pueda salvarle de la profunda depresión. Pero hacerlo puede meterle en graves problemas con los vecinos del pueblo, las autoridades y, por supuesto, el hombre que reclama a esa mujer como algo de su "propiedad".

    También sabe que su relación con Davinia solo puede ser profesional, pues si aceptara la peculiar amistad que ella le ofrece, el escándalo en un pueblo de tan anticuadas costumbres resultaría desastroso para ambos. Richard tendrá que resolver un creciente rompecabezas de sentimientos al que se añaden nuevas y extrañas piezas a medida que él resuelve los misterios del Bosque Durleston.

    • II. El Camino Desde Langholm Avenue de Michael Graeme (The Road From Langholm Avenue)

    Una historia de amor no correspondido, de amor inesperado, de amor perdido y reencontrado.

    Con el divorcio a la vista, nuestro héroe Tom Norton se enfrenta a la madurez de sus cuarenta años con la sensación de haber hecho un giro equivocado en algún lugar de su pasado. Comienzan entonces a perseguirle los recuerdos de Rachel, una chica de la que él estaba enamorado en la escuela.

    Con las emociones emergiendo a la superficie, Tom percibe que el viejo asunto con Rachel nunca ha quedado olvidado y que; antes de poder encontrar un camino para superar la crisis, tendrá que viajar en busca de su pasado más profundo.

    Tom se propone así encontrarla y hacer lo único que no se atrevió a hacer un cuarto de siglo atrás: invitarla a una cita.

    • I. La Tercera Persona de Stephanie Newell (The Third Person)

    Novela brutal, trágica y de humor oscuro sobre el crecimiento, la rivalidad entre hermanas y la familia disfuncional definitiva. En una serie de anotaciones de diario, Lizzie, de catorce años, comparte sus secretos sobre cómo aceptar la ruptura de sus padres, luchar con su hermana menor y su obsesión con el hombre con el que está destinada a casarse.

    

Los Diarios del Hongo

por

Dominic Lyne

UNO

14 de Mayo

Dos Mil Seis

    Sentado en mi habitación, sobre la cama encorvado junto a la cabecera. Estoy rodeado de páginas de notas, una colección de palabras esbozadas sobre papel de esquinas arrugadas. Cigarrillo en la boca, botella de agua sobre la mesita de noche, una píldora de diazepam se disuelve dentro de mi estómago, su relajante calma entra en el sistema, un lento río de paz fluyendo por mi cuerpo.

    El cigarrillo de mis labios cuelga apagado. Liado a mano y sujeto entre esa tierna piel seca durante media hora. Su papel se torna uno con la carne, fundido por la humedad reseca. Mientras lo suelto, el dolor desgarrador recorre mi consciencia. El sabor metálico de la sangre fresca ligero en mi lengua, rojo en el papel. Clic, llama, inhala. Mis pulmones se llenan de humo eufórico. Cierro los ojos e imagino el humo extiendiéndose muy dentro antes de ser forzado a salir por la nariz. Exhalo todo ese canceroso encanto a la atmósfera.

    Tengo una tarea que hacer. Recojo la primera página del texto garabateado y dejo que sus concisas palabras enciendan recuerdos en las profundidades de mi cabeza, forzándolos hacia la superficie en una explosión de glorioso Technicolor. Sonidos, colores y olores reolidos por primera vez en dos años, espectros fantasmas del pasado siendo revividos dentro del teatro de la mente. Dos años es mucho tiempo, esos años contienen sus propias memorias, sus propios cuentos de drogas, archivados, esperando pacientemente ser redespertados como este.

    Paro para permitir que la nube de emociones se despeje. La explosión trae consigo rastros de un futuro desconocido para la memoria. Un futuro de amor perdido, de rabia, dependencia, el sonido de voces olvidadas. La visión se aclara; mi mente una televisión de cristal líquido. Clara, crujiente. Una repetición de un programa. Doy una calada al cigarrillo y levanto el bolígrafo. Palabras fluyen. La novelización de un guión personal. Frase a frase la historia crece. Vive. Respira. Todos esos hermosos colores.

DOS

Trece de Noviembre

Dos Mil Cuatro

I

    Estamos dentro de uno de los túneles que forman la estación de metro Mornington Crescent, una estación entre la galaxia de conocidos y desconocidos andenes dentro de este universo subterráneo de cavernas hechas por el hombre. El "estamos," para el registro, somos Sam y yo. Sam, mi amigo, mi compañero en este viaje, mi compañero en todo lo que hago. El centro de mi mundo. Sam, mi novio. Estamos ahí de pie, esperando un tren. Cualquier tren. No sabemos adónde vamos, nuestro viaje sin mapa. Desconocido. Planeamos ir adonde esta fantasía nos lleve.

    Llevamos en esta estación de metro un cuarto de hora o así. Los contenedores vacíos que antaño contenían los hongos acechan en otro andén como plásticas conchas de caracol, vacías una vez que la fuerza vital ha sido extraída de ellas y devorada por un depredador alado. Descartadas. Olvidadas. Miro a mi derecha. Sentado en un banco está un crío. Bueno, cuando digo crío me refiero a adolescente. Está ahí sentado, libro en mano. Intento mirar el libro desde esta distancia, trato de concentrarme en él. Por lo que veo, sus páginas contienen imágenes, ilustraciones entrelazadas con las sombras de bloques negros de texto. El diseño parece familiar. Me recuerda algo que he visto antes, su diseño desencadena recuerdos y me lleva al pasado. Un clic, la respuesta correcta se desliza fuera del dispensador. Me giro hacia Sam. "Apuesto a que es un libro de Games Workshop."

    "¿Por qué dices eso?"

    "Solo una sensación." Me muevo hacia la figura sentada, sintiendo que Sam me sigue de cerca. Es de hecho como yo había adivinado, confirmado también por la bolsa colocada entre sus pies que reza Citadel Miniatures. Junto a esta bolsa hay otra, esta etiquetada como Mega City Comics. Miro hacia Sam. Sus ojos están en llamas de alegría mientras mira esta bolsa y caminamos.

    "Tiene una bolsa de Mega City Comics," dice, la emoción brota de cada poro de cada palabra que pronuncia.

    "Ya, ¿y?"

    "¿Vamos a ver si todavía está abierta?"

    "¿Por qué no?" Digo mientras nos damos la vuelta y salimos de la estación. Miro atrás y contemplo la figura por última vez, viendo cómo salta al tren que acaba de detenerse en el andén. Por alguna razón, me recuerda a mí mismo hace seis años. Yo esperando para llegar en autobús a casa con mi bolsa de Games Workshop que contiene mis figuras de Lizard Men, leyendo la tira cómica de la revista Doctor Who que acababa de comprar en Startrader, la tienda de ciencia ficción con un nombre en constante cambio. Sin embargo, todo eso fue hace mucho tiempo. Otra ciudad. Otra vida. Vuelve al presente. El tiempo pasa, cada segundo más toxinas ingresan al torrente sanguíneo, corriendo como grandes tiburones blancos nadando en un mar rojo; orcas gigantes encerradas dentro de la pecera de mi cuerpo.

    Siento la mano de Sam apretar la mía, los dedos entrelazados tan íntimamente como nuestros cuerpos. Él está tirando de mí, avanzando con entusiasmo, un cachorrillo con correa por primera vez. Caminamos, tomamos el ascensor cuyas puertas estaban abiertas, engulléndonos dentro de él con la impaciencia del uso. Riendo, sonriendo. La felicidad, un batido amargo en nuestros estómagos, pero saboreada en nuestra boca. Salimos a la calle a trompicones. Nuestras piernas vuelven caminando por donde habíamos venido cuando los hongos se habían posado en sus contenedores, guiándonos hacia Mega City Comics.

    La calle no se ve diferente, solo más oscura desde el inicio de la noche. Qué rápido cae la noche en esta época del año. Días lúgubres y, en un abrir y cerrar de ojos, noches oscuras. Largas noches oscuras. Millones de historias y aventuras nocturnas que tienen lugar al mismo tiempo que las nuestras. Independientes unas de otras pero vinculadas a un nivel subconsciente.

    Nos movemos velozmente, nuestros cuerpos se deslizan sobre piernas que nos están guiando a un destino al cual no tenemos ni idea de si podremos tener acceso o no. Todo lo que sabemos es que queremos estar ahí. Necesitamos estar ahí. Somos hiperactivos, mientras nos movemos nuestros cuerpos nunca se alejan el uno del otro. Así es como somos en el mundo real, así es como somos ahora. Nuestros hombros se rozan con frecuencia, cuando soltamos risitas funciona en tándem. Estamos funcionando con anticipación. La anticipación del viaje que podemos sentir llegar. Los hongos digiriéndose lentamente dentro de nuestras barrigas, su magia se libera gradualmente; un veneno para el cuerpo pero una visión para el cerebro. Transformando el mundo que nos rodea en lo que ellos vean oportuno. El escenario pasa a toda velocidad, un borrón en el rabillo del ojo aún cuando no estamos corriendo. Andamos, hablamos.

    "¿Sabes lo que de veras me encantaría hacer?" Pregunto a Sam.

    "¿Qué?"

    "Pegarle un enorme mordisco a alguien."

    "¿Que tú qué?" Sam se vuelve hacia mí. No deja de moverse, camina hacia atrás, vivo interés en sus ojos.

    "Pegarle un mordiscoa alguien como lo harías con un pedazo de carne." Sonrío, seguro que eso tiene sentido.

    La risa de Sam se intensifica. "¿Qué les dirías después?"

    "Mmm, sabes nutritivo."

    Risa, risa histérica. Risa que viene de lo más profundo de nosotros, burbujeando hasta la superficie antes de estallar desde nuestras bocas. Sam niega con la cabeza. Se da la vuelta. Tras algunos latidos su cabeza se balancea hacia atrás. "Estás chiflado," dice. "Pero ¿adivina que?"

    "¿Qué?"

    "Me gustaría darle un enorme mordisco a alguien también."

    Avanzo deprisa y paso los brazos alrededor de su cuello, acercándole antes de darle un fingido mordisco. "Mmm," digo. "Sabes nutritivo."

    Se ríe mientras gira, invirtiendo los roles. Siento su aliento en mi cuello. Cálido. Sus dientes empujan suavemente mi piel, un cosquilleo de placer me recorre. "Mmm," dice. Sabes a mierda y mugre. Se aparta con una risita.

    Una sonrisa estalla en mi rostro. "Jodida perra," grito tras él mientras se va corriendo. La sonrisa arde más profundamente en mi rostro mientras mi cerebro realiza una rápida repetición. Corro para alcanzarle. Sé que lo amo, sé que él me ama.

    El juego continúa mientras nos movemos. Nos acercamos lo más posible a la gente y les decimos que saben nutritivos, o a mierda y mugre. Las palabras se filtran de nuestros labios y se funden con el ruido de una ciudad que se desacelera. "Sabes nutritivo. Sabes delicioso. Sabes a mugre."

    Nuestros pies se detienen, haciendo retroceder nuestras mentes. Estamos aquí. Llegamos al destino sin pensar siquiera en la dirección a la que nos dirigíamos. Caminamos hacia el resplandor de la tienda, el resplandor creado por las luces que brillan a través de sus ventanas, un resplandor que ofrece calidez desde la calle oscura. La puerta reza tal como esperábamos. Abierto. Estamos de pie con los brazos a los lados. Una respiración profunda, nuestros dedos se rozan entre sí para mayor comodidad y seguridad. Ponte derecho. Mirar hacia adelante. Actua normal. Nos componemos. Alzo una mano y empujo la puerta. Esta hace lo que dice el letrero. Se abre, entramos.

    El calor nos golpea acariciando los rostros y provoca un hormigueo en las manos. No había notado el frío en el aire de la noche hasta que se demostró que había uno. El hombre detrás del mostrador nos mira, su rostro muestra claramente sus pensamientos. Obviamente, no sabe qué hacer con las dos formas que han irrumpido en su tienda con risitas histéricas. Ha elegido vigilarnos mientras empezamos a caminar por el pasillo. Sam camina delante de mí, mientras lo hace, se inclina hacia uno de los clientes de la tienda y murmura: "Mmm, sabes nutritivo."

    El hombre salta, al no esperar que le hablen. Mira fijamente a Sam y luego vuelve su atención hacia mí brevemente antes de volver a mirar a Sam, que ahora está de pie frente a la colección Spawn de la tienda, abriéndose paso con fuerza a través de esta en busca de nada. Yo le dejo y doblo una esquina. Sam es pronto en seguirme. Esto le golpea mientras lo hace.

    Observo cómo se detiene de repente, se detiene como si chocara con una pared de ladrillos. Da un paso tentativo hacia adelante, cruzando la línea de la normalidad a una llanura más alta. Sus ojos se abren de asombro, su rostro se llena de intriga. Exclama una ráfaga de aire antes de decir "Mira todos estos colores."

    "¿Qué?"

    "Todos estos preciosos colores." Su voz resuena soñadora a través de un paisaje iluminado que solo él puede ver. De pie como un niño en una fábrica de chocolate, asombrado por la amplia variedad de placeres y colores que lo rodean. Gira en círculo completo, nada más abandona sus labios.

    Un cambio. Un resplandor. Un vívido rojo en la esquina de mi visión. Muevo arriba los ojos. Normal. Lentamente, más colores resplandecen, la cortina de la realidad se abre, su apagada presencia se desvanece para dejar entrar el verdadero brillo del mundo. Mis ojos ruedan en sus órbitas, mirando a mi alrededor sin mover mi cuerpo. La tienda se está convirtiendo gradualmente en un arcoíris viviente, los colores se fusionan, luchando entre sí por el dominio. Estrellas en tecnicolor que luchan por ser las más brillantes de esta galaxia, una galaxia en la que Sam se encuentra en su centro. Un sol contemplando sus planetas con asombro. Extiendo la mano hacia él, mi mano agarrando su muñeca. Camino lentamente y él me sigue, nos guio a través del laberinto de color y hacia la calle oscura y el aire frío de la noche.

    "Te han echo efecto por completo, ¿no es así?," Pregunto. Silencio, la respuesta. "¿Sam? Han echo efecto, ¿no?

    Sam se queda ahí parado con la cara pegada a la ventana, ojos en blanco inexpresivos, contemplando todos los cómics. "Quiero volver a entrar," dice finalmente.

    ¿Estás seguro de que vas a estar bien ahí dentro? ¿Como, no vas a hacer nada estúpido?

    "Quiero volver dentro."

    "Sí, lo haremos, pero una vez que sepa que estás bien."

    Sam se gira y me mira. "Te amo." Sonríe mientras sus ojos brillan con un fulgor de aventura. "¿Podemos volver a entrar?"

    Así lo hacemos. Reentrando. El hombre detrás del mostrador nos mira de nuevo con ojos suspicaces. Hay algo diferente en nosotros, él puede verlo. Sus ojos dicen "problemas," pero sé que nosotros existimos en un plano diferente para él, vemos el mundo con otros ojos. Una vez más se resigna a vigilarnos mientras pasamos andando.

    Estamos nadando en un mar de colores. Rojos, azules, verdes. Me descubro frente a una línea de cómics. Mi mano se extiende y toma uno. Mientras leo la portada, un escalofrío recorre mi espalda. He encontrado ausentemente el ejemplar que, hasta ese momento, me ha estado eludiendo. Me giro hacia Sam y él ve mi alegría.

    "¡Oh, Dios mío! Ese es el que querías."

    "Lo sé. Lo voy a comprar"." Nos dirigimos al mostrador y lo coloco encima. El hombre observa con sospecha. Saco el dinero de mi billetera y se lo entrego, todo el tiempo Sam detrás de mí entre risitas, moviéndose con entusiasmo como un cachorrillo esperando para salir a paser. El cómic es embolsado y entregado. Sin una razón para estar aquí, la tienda ha perdido su interés, sus colores vivos son solo el preludio de lo que está por venir. Lo sé, Sam lo sabe. Giramos. Salimos.

    La oscuridad exterior es un agudo contraste con lo que acabamos de experimentar. Caminamos y giramos al final de la calle hacia la carretera principal. Vemos una tienda y somos atraídos de inmediato por su brillante fulgor, como polillas hacia la luna. Esta luz es áspera, clínica, su tinte azul lo altera todo en su resplandor. Recogemos dos botellas de Coke y nos unimos a la cola. Pagamos. Sam compra un paquete de cigarrillos, Marlboro Lights. Salimos.

    Torsión, efervescencia, trago. Bebo un poco de Coke. Su frescor enfría el interior de mi garganta. Siento que recubre los tubos mientras cae hacia el estómago. Clic, llama, inhala. El humo de mi cigarrillo fluye a través de diferentes conductos corporales, golpeando mis pulmones, haciéndolos sangrar. Buena sensación. Miro a Sam. Está sonriendo, inmóvil, constante sonrisa de dientes como el gato de Cheshire. Otra calada a nuestros cigarrillos, seguida de una pregunta: "¿Qué hacemos ahora?"

    Sam me mira y se encoge de hombros. "No se. ¿Volvemos a mi casa, dejamos las maletas y luego decidimos?"

    Suena a buen plan. Tiro la colilla al suelo, la aplasto con el pie y dio otro trago de mi botella. Sam toma posición a mi lado y comenzamos a caminar hacia la estación de metro más cercana.

II

    Colores por todas partes, rojos brillantes que relucen en la envolvente oscuridad de este mundo subterráneo. Retumbando, vibrando. El movimiento de la vida por la ciudad. Gigantes ratoneras recorriendo por debajo un ajetreado paisaje. Caminamos hacia el andén manteniéndonos cerca de las paredes, asegurándonos de que las brillantes franjas amarillas a lo largo de su borde no nos atraigan como el azul de un matamoscas. El amarillo aquí es una advertencia; una que debemos recordar.

    Estamos todavía riendo mientras caminamos. Felicidad, una explosión química de venenosas toxinas. Paramos, de pie, esperamos. Cada segundo una vida. Todo a nuestro alrededor enjambres de gente de camino a casa, sus propias aventuras nocturnas están a punto de comenzar. Retumbar, ráfaga de aire. Frío aire se precipita sobre nosotros, silba atravesando los oídos. Un tren se detiene en el andén. Subimos.

    Veo a Sam estrechar los ojos y siento los míos hacer lo mismo. El brillo fluorescente quema, un ardiente fulgor llueve gigantes gotas de luz ácida por todo el vagón. Buscamos un asiento y nos sentamos. Las puertas se cierran, el tren se agita a la vida, arrastrándonos hacia el oscuro abismo sin luz entre las estaciones.

    "Dom," susurra una voz a mi lado, seguida de un codazo. Es Sam. Le miro y él asiente hacia el chico a mi lado, con una amplia sonrisa en su rostro. Yo miro. Los brazos del tipo son un bosque de pelaje, largos mechones oscuros que se levantan desafiantes sobre su piel, un ejército de pelo que no permite ver carne. El pelo crece, se vuelve más grueso. Sigo los brazos hasta el rostro. Gruesas masas de cabello bajan por el lado. Sus ojos, aunque miran adelante, se llenan de un fulgor antinatural. Su cara está mutando, la boca se disloca, avanza, un hocico se forma ante mis propios ojos.

    Miro de nuevo a Sam. Él también está paralizado por la visión que veo. "¿Es un hombre lobo?," Le escucho susurrar mientras devuelvo la mirada a la forma cambiante.

    Las orejas son puntiagudas, sobresalen ligeramente del cabello. Los dedos de su mano se estiraran, gruesos mechones de pelo rodean los nudillos. Él permanece quieto. Esos ojos antinaturales siguen embobados en la ventana, todavía mirando hacia la oscuridad más allá de ellos.

    "Creo que lo es," le susurro a Sam. Un hombre lobo por el truco del ácido fulgor de luz artificial.

    El tren se agita hasta parar y nos levantamos. El hombre lobo hace lo mismo. Elevándose sobre nosotros, su ropa se tensa por las alteraciones de su cuerpo. Él se mueve, movimientos fluidos. Le seguimos, embobados en él. Un hombre lobo en Londres. Una bestia antinatural que camina bajo la capital y su populosidad— demasiado consumida por sus propias vidas—ni siquiera se fija en él. Pero nosotros le vemos, le seguimos de cerca. Se detiene, levanta el hocico en el aire y olisquea. Mira alrededor, se lame los labios mientras saborea algo en el aire. Luego se gira bruscamente y nos mira con ojos fríos y calculadores. Siento que se me congela la sangre, nos ha visto. Siento que Sam me agarra del brazo. La bestia está de pie, observándonos, examinándonos. Luego, con movimientos tan elegantes como el de cualquier animal salvaje, corre. Acelera en la distancia sin mirar atrás, entrando y saliendo ágilmente de la multitud, tan ágil que nadie para cuando pasa. Un depredador silencioso escapa hacia la noche.

    Miramos a nuestro alrededor, confundidos por un momento. Nuestra localización y nuestros planes perdidos para nosotros a raíz del hombre lobo. Mis ojos se disparan a mi alrededor, examinan la escena, buscan pistas que delaten nuestra ubicación. A mi alrededor, masas de personas no identificables entre sí. Su único ruido es el sonido de sus apresurados pasos.

    "¿Dónde estamos?" Pregunta Sam.

    Me encojo de hombros como respuesta.

    "No, en serio, Dom, ¿dónde estamos?"

    "Esto es Euston." Una voz incorpórea hace eco por los pasillos. "Esto es Euston, Euston, Euston"." El nombre del lugar repetido, cada vez más vaga que la previa.

    Ojos de Sam sobre mí. "¿Qué coño?" Confusión evidente en su voz.

    "Esto es Euston." La voz se ralentiza, su tinte metálico se comprime y ondula mientras se precipita sobre nosotros. Miro a mi alrededor. Hay una nueva sensación en el lugar. El túnel en el que nos encontramos se inclina ligeramente. Foco se hace borroso, un rápido acercamiento seguido de un rápido alejamiento. Hay un nuevo ruido a nuestro alrededor. Como un enjambre de avispas alzándose sobre el sonido de pisadas. A medida que las personas caminan en cantidades infinitas, lanzan un murmullo al pasar. Atención. Mira sus bocas.

    "Esto es Euston," la voz autoritaria retumba desde la nada, sus moribundos ecos apoyados por cientos de zánganos a nuestro alrededor, mueven las bocas, sus cuerdas vocales lanzan una palabra a la atmósfera. "Euston," dicen. "Euston." Un interminable torrente de nombre. Fluye y refluye como olas en un océano. "Euston, Euston, Euston."

    Caminamos en dirección a nuestro próximo andén, nuestras piernas nos guían, el monótono susurro de "Euston" aún merodea a nuestro alrededor. Mientras caminamos lo notamos. La gente se mueve al unísono, cada movimiento brusco se refleja en la manada. Cada paso, cada movimiento de brazo, cada giro de cabeza, una copia al carbón de una copia al carbón. Nuestro movimiento parece demasiado fluido para ser parte de ellos. Aceleramos nuestro ritmo. Intentamos llevar nuestra velocidad hasta la de los autómatas obsesionados con Euston. Siento a Sam cerca de mí. No es miedo lo que lo acerca, es para poder experimentar esto juntos. Dos amantes viendo un mundo tal como es una vez eliminadas las intermitentes luces de la realidad. Nos descubrimos en el andén, el tren espera con las puertas abiertas. Subimos, está lleno, vamos de pie, o más bien yo voy de pie y Sam agachado a mi lado. Las puertas se cierran, estamos en movimiento de nuevo.

    Ojos sobre nosotros. Ojos desaprobadores. Me agacho junto a Sam. Voces, voces desaprobadoras. Una palabra golpea mis oídos. Drogatas. Miro en dirección a la voz, el hombre que lo ha pronunciado se aparta bruscamente de mi mirada, mejillas inflamadas de un hermoso escarlata, quemadas por el resplandor de mis ojos, láseres psíquicos que le calientan la cara con nerviosa vergüenza.

    Mis ojos escanean el tren, observan lentamente todo lo que nos rodea, se congelan, embobados en una figura. Puedo sentir la risa brotando de las profundidades. Le doy un codazo a Sam, asintiendo a su atención en dirección a la figura. Él mira, un jadeo. Reimos. Todas las miradas están puestas sobre nosotros, pero no nos importa, estamos a salvo en la burbuja que nos rodea, creada por nuestras visiones. Desde ahí nos reímos. Separados del mundo real, nos reímos de la china gorda en la segunda mitad del vagón.

    Ella está sentada allí, su masa envuelve un asiento entero. Gruesos pliegues de carne le cruzan el cuello de forma poco natural. Estáa sentada, ajena a su propio efecto en quienes la rodean. Los brazos caídos se elevan hacia su rostro, sus dedos regordetes se hunden en los pliegues de piel. Ella se rasca, sus papadas aletean como un perro sacudiéndose para secarse. Se palpa, masajea exceso de piel con los dedillos. Parece contenta, felicidad que fluye asquerosamente de una masa de carne en movimiento. Rasca, acaricia, masajea. Con cada movimiento transforma el rostro en una forma diferente.

    Las puertas se abren y salimos en tropel. Hemos llegado.

III

    Entramos en la casa de Sam, golpeados por un amistoso calor nos dirigimos hacia su habitación. Caminando con cuidado, lentos movimientos silenciosos. El ruido de la televisión escaleras arriba se filtra hasta nosotros. Los colores de la pared fulguran, reflejando la calidez de la casa, un santuario protector, nada puede tocarnos aquí.

    Abro la puerta de la habitación de Sam, cruzo el umbral y cierro la puerta detrás de mí mientras Sam va al baño. Me quedo en silencio. La habitación está iluminada, los números LCD parpadeantes y las luces de su equipo de alta fidelidad envían una galaxia de estrellas a través de las paredes y el aire, su propio sistema solar donde esto es el centro. Me adentro en la habitación, a las profundidades del vacío de su espacio. Las paredes son un tapiz tridimensional de carteles que cubren todas las superficies. Rostros de estrellas del rock sobresalen, rostros y ojos que siguen cada uno de mis movimientos. Me siento como una estrella, me siento importante. Rostros que me siguen, atraigo la atención de los ricos y famosos.

    Dejo de moverme. Mis pies se arraigan en el sitio. Me estoy viendo a mí mismo. Mientras me inclino para una inspección más cercana, también lo hace la otra figura. De pie ante un espejo gigante, veo el mundo alternativo que solo se fusiona con el nuestro cuando se le presta atención. Miro a sus profundidades, contemplando las galaxias y luces de este otro universo. Está más oscuro al otro lado del espejo. Siento un escalofrío en la columna. Una sombra, hay una alta sombra negra y demacrada en un rincón de la habitación reflejada. Doy media vuelta, en mi mundo no hay nada, pero ahí está dentro del espejo. De pie. Puedo sentir sus ojos sombríos sobre mí. Nos hemos encontrado antes, en un viaje anterior en una vida diferente a la actual. Nos hemos encontrado antes, cuando la oscuridad había tratado de envolverme, pero yo la había mantenido a raya. Un quemazón. Siento que mis dedos buscan debajo de la camiseta la fuente del dolor. Llegan a descansar en las cicatrices de mi estómago, los restos de mi último enfrentamiento con el mundo del espejo. Se desliza un poco hacia adelante, una frialdad se alza con ello, tocando los talones de mis pies. La última vez la extirpé, la destrocé y la corté hasta que se fue. Ahora ha vuelto, cuatro años hasta el día exacto en que quiere tocar lo que le habían negado. Más cerca aún se mueve. Mis dedos se hunden en las cicatrices, las hacen sangrar. Desgarran las viejas heridas y terminan el trabajo, cierran el vínculo entre ese mundo y el mío. Arañazos más cercanos, fríos y duros.

    Luz brillante. El brillo lo envuelve todo, enviando a la oscuridad en una fuga de la vista, el mundo del espejo es tan brillante como el nuestro. Los rostros retroceden hacia la pared, sus ojos siguen mirando, divididos entre Sam y yo. Miro a Sam, su dedo sigue en el interruptor de la luz, sonrisa infantil en sus labios. Nos acercamos el uno al otro. Estoy sonriendo, puedo sentirlo. Verle siempre me hace sonreír.

    "¿Por qué tenías la luz apagada?" Pregunta.

    "¿No lo has visto?" Parece confundido ante mis palabras. "¿Las estrellas? ¿Las luces?" Apago la luz y las galaxias vuelven a emerger al instante, extendiéndose hacia nosotros en azules y amarillos intermitentes. Sam está sonriendo. Nos abrazamos, tirando cerca el uno del otro. Mira las estrellas, cuán intensamente brillan. Me alejo, necesito ir al baño. Nuestro abrazo se rompe, el amor permanece, un vínculo entre nosotros. Giro y salgo. Oigo a Sam cerrar la puerta detrás de mí.

    El baño está fresco, estoy de pie en la oscuridad. Cierro los ojos. Imagenes Contornos. Todos los rincones de la habitación se trazan tras ojos cerrados. Abiertos, oscuridad. Líneas íntimas, parpadeantes azules que revelan dónde está todo. Abiertos, las líneas permanecen. Puedo ver en la oscuridad. Cruzo hacia el baño, levanto la tapa y saco. Líquido fluye, cae en cascada hacia la taza. Todo el tiempo miro a mi alrededor. Saco el teléfono del bolsillo. Lo abro, brilla como una antorcha, lo ilumina todo. Sacudo, escondo, cierro. Bajo la palanca, descarga. Me giro. Un espejo. Me siento atraído hacia él. De pie delante miro profundamente a los ojos que me devuelven la mirada. Pupilas anchas, me gusta lo que veo. Muy sombreado e iluminado, aúm así tengo buen aspecto. El reflejo sonríe, sabe lo que estoy pensando. Felicidad en la oscuridad.

    Un golpe sordo, pesado. Un ruido en mi cabeza. Palpitando. Miro al espejo, la imagen se vuelve borrosa. Explosión estática, parpadeo. Interferencia en un canal de televisión. Normal. Otro parpadeo, la luz del teléfono se apaga. Bajo la vista, pulso un botón, la luz vuelve. Alzo la vista al espejo.

    Oscuridad. Formas largas y negras saliendo de las esquinas, arrastrándose en unidades. Un parpadeo, la imagen se oscurece. El teléfono en la mano del reflejo rezuma una luz tenue, intenta desafiar la batalla perdida con la oscuridad. Parpadeo, desenfoque, reenfoque. Una sombra se erige alta y demacrada en la esquina tras de mí. Sé que si doy media vuelta no habrá nada allí. Se mueve, está avanzando. Quiero que avance. Quiero ver eso, aunque mi mente me esté diciendo que si veo su rostro me consumirá entero.

    "Vamos," me oigo murmurar. "Muéstrate. ¿Quién eres?"

    La figura ahora en mi hombro. Frialdad cae por mi cuerpo como olas por una playa. Se inclina más cerca. Estoy sonriendo. Más cerca, la luz casi lo bastante intensa como para revelar rasgos. Me atraviesa una emoción. Llevo mucho tiempo esperando este momento. Ha tardado cuatro años en mostrarse. Un segundo más. Los detalles empiezan a formarse, una visión borrosa de nada, aunque en transformación, tomando forma.

    Luz brillante. La luz del baño aparta de una explosión todas las sombras con su omnipresente resplandor. "¡Joder!" Murmuro.

    "¿Todo bien ahí dentro Dom?" Una voz. La voz de Sam. Abro la puerta y él está allí de pie. "¿Por qué no has enciendido la luz?"

    "No me hacía falta," respondo emocionado, su ansioso entusiasmo de cachorrito vigoriza el mío.

    "¿Qué?"

    “Podía ver en la oscuridad. Es tan guay."

    Regresamos a su habitación y nos sentamos en la cama, entrelazamos nuestras extremidades. Estos se extienden, se envuelven, atándonos en un agarre como un vicio. Nos besamos. Todas las miradas sobre nosotros, superestrellas mirándonos afectuosamente. Estamos juntos, estamos felices. Nuestros labios se mueven en una conversación sin palabras.

    "No quiero que esto pare," dice Sam después de un rato. "Quiero vivir así para siempre, sin venirme abajo nunca."

    Sonrío. "Yo también." Lo digo en serio. Es tan pacífico ver el mundo con otros ojos. Felicidad con todo. Desechar la figura. Esta solo existe en ese mundo invertido.

    "Consigamos más," continúa Sam.

    "¿Más?"

    "Sí, prolonguemos este viaje el mayor tiempo posible."

    "Vale, entonces. Vamos ahora antes de que sea demasiado tarde. ¿Si?"

    ""Si."

    Nos desenredamos, desatándonos de los nudos que hemos creado. Nos levantamos, yo me estiro. Nos ponemos las chaquetas y empezamos a salir. Fuera de la habitación, por el pasillo, salimos por la puerta principal. Salimos al interior de la noche.

    Clic, llama, inhala. Siento el cigarrillo incómodo en los dedos. Un tubo gigante de cáncer, nocivos gases entran en mi sistema a cada calada. Sin sabor, sin calidez, sin efecto. Es como respirar aire a través de un filtro. Inhala, exhala. Atravesando los movimientos. Dejo caer el cigarrillo al suelo. Lo doy por muerto. Permito que la naturaleza humee su ardiente cadáver.

    Nos movemos, danzamos al interior de la noche impulsados ​​por una nueva anticipación. La gente avanza hacia nosotros, disfrutan su velada de una manera diferente a la nuestra. Personas que avanzan, envejecen a medida que se acercan. Me paro. Me seco los ojos con las manos y miro de nuevo. Personas que avanzan, envejecen a medida que se acercan, sus delicados rasgos se apergaminan a cada paso. La piel se exfolia, se descama, los rasgos se están desgastando, diez años a cada pisada. Cuando pasan, no son más que vainas secas. Al pasar miran, inclinan la cabeza hacia la izquierda, este movimiento al unísono con el brazo izquierdo, que se extiende ligeramente hacia fuera, la marchitada mano en su extremo con la palma hacia arriba, pulgar, índice y medio extendidos, los otros dos doblados. cuidadosamente hacia el interior de la mano. Todos lo hacen, cada criatura desperdiciada envejece igual, gesticula igual.

    Miro a Sam. Dejo de moverme. Él continúa. Pronto se detiene, gira y camina hacia mí, envejeciendo a medida que se mueve. Diez años a cada paso. Pasa andando sin gesto hecho con sus esqueléticos brazos. Giro en redondo para mirarle. Sus rasgos son normales. Frescos. Hermosos. Asiento en señal de que deberíamos seguir moviéndonos. Continuamos.

    Personas que avanzan, envejecen mientras se aproximan. Por el rabillo del ojo veo pelarse la piel de Sam, decolorarse, envejecer. Sin embargo, cuando miro correctamente, él permanece el mismo. Fresco. Hermoso. Su piel resplandece de vida.

    Estamos caminando junto a un edificio con enormes ventanas de espejo, recuerdo a Sam decir una vez que todo el mundo se mira en estas. Sam se acerca. Contempla intensamente. "Joder," dice. "Mira el tamaño de mis pupilas." Una risita brota de él mientras se acerca el dedo al ojo.

    Me uno a él y miro mi reflejo. Pupilas tan negras como la noche expulsan el color del ojo.

    "¿Para qué las necesitamos?" Oigo preguntar a Sam.

    "¿Qué quieres decir?"

    "Quiero decir, si podemos ver en la oscuridad con los ojos cerrados, no las necesitamos."

    "Ya, pero aún así las necesitas para ver a través de los párpados."

    "Hmm, puede ser. ¿Vemos qué pasa?

    "¡No!" Un no agudo que sobresalta a Sam en posición de firmes. Asiente despacio al notar la implicación de su idea. Puede que no las necesitemos ahora, pero en cuanto esto termine, bueno, estaríamos bastante jodidos sin ellas. Él continúa contemplando su reflejo.

    Yo vuelvo a mirar al mundo espejado. Una figura, una demacrada figura alta escondida en las sombras. Vigilando. Esperando. Anticipando. Oscuridad rezumando a su alrededor, espesos rastros de humeantes olas extendidas como zarcillos a sus pies.

    "Vamos a movernos," me oigo decir.

IV

    La tarjeta de viaje es succionada de mi mano, tirada dentro de la maquinaria, validando mi entrada. Las barreras se abren, retiro el boleto que aguarda y cruzo andando, con permiso para reingresar en las cavernas de abajo. De pie en una puerta de entrada a un mundo subterráneo. Millas de pista, diferentes profundidades. Viaje que penetra profundamente en la tierra, una red de movimiento bajo una ciudad gigante. Ratoneras humanas. Hechas por el hombre. Un orgullo para la ciudad.

    Caminamos. El andar de Sam es de feliz zancada. Le encanta esta estación, me acaba de decir. Ojos observan. Ojos digitales. Cámaras que siguen cada movimiento proyectándolo en las parpadeantes pantallas que vemos mientras pasamos. Gente por todas partes, la cámara capta su esencia, un fulgor azul que los sigue. Un aroma, un recuerdo de su presencia, de breve vida pero ahí. Todos lo tenemos, un rastro que muestra el sendero de nuestro viaje. Millones de memorias implantadas en nuestro entorno. Para no volver a ser visto nunca, pero siempre presente.

    Pie en la escalera mecánica. El ritmo constante de una ciudad moderada en su mayoría por maquinaria. Bajando. Más profundo, reingresando en la Tierra, protegidos de sus elementos por hormigón y acero. Bajamos en la parte inferior y continuamos, respirando rancio aire caliente.

    Mientras nos movemos, los carteles de las paredes cobran vida. Cabezas de modelos se asoman hacia fuera y nos observan con silencioso interés, observando nuestro propio paso silencioso por el mundo. Sam y yo no decimos una palabra. Dejamos que nos guíen nuestros pies. Caminan una ruta que hemos caminado juntos muchas veces, dejando nuestra espectral presencia para que vivan junto a nuestros recuerdos previos. Impresiones de nuestra vida en común.

    Silencio. Cuando amas tanto a alguien, no necesitas palabras, ¿sabes? Un vínculo psíquico que une a dos personas. Sam me mira, sonríe y luego me da la espalda. Siempre en mi mente, para siempre en mi corazón.

    Llegamos al andén y caminamos por este, brillantes líneas amarillas nos advierten que nos mantengamos alejados del borde. Camina, para, siéntate. Espera el tren. Mira a la parpadeante pantalla electrónica, pantallas LCD naranja muestran los movimientos de los trenes, ofreciendo números como medida preventiva a la inquietud de la gente por lo desconocido. Programando una nación programada. Usted quiere. Nosotros servimos. Espere el tiempo que nosotros queramos mientras le servimos como mejor nos parezca. Humanos programados por cuerpos gubernamentales. Gordos gatos en oficinas de planificación y estructuración. Un tren llega según lo programado, sus puertas se abren según lo diseñado. Subimos.

    Este es más silencioso que en el que hemos estado antes. La gente aún está ahí, pero tan consumidos con ellos mismos que nos prestan escaso interés. Nos sentamos, quietos, en silencio. Sam se sienta frente a mí. Nos contemplamos intensamente el uno al otro. Mi pensamiento despierto. Pensamientos sobre ti me mantienen adelante durante el día. Cuando el silencio cae pienso en ti. Eres mi número uno. Nadie está más alto que tú. Tú. Sam. Mío. Una sonrisa. Estos sentimientos son para siempre, yo lo sé. Sé que este amor es real para mí.

    Sam sonríe, sus pensamientos son desconocidos para mí. En mi cabeza sueño que estos reflejan los míos. Creo que lo hacen. Idiota. Él puede conseguir algo mucho mejor que yo, pero no lo hace, me quiere a mí. Eso me trae más felicidad de la que puedas imaginar. No importa qué, sé que yo siempre voy a estar ahí para él. Vigilando. Protegiendo. Yo crearía mundos para ti.

    El tren para. Nos levantamos, salimos y caminamos por el andén. Euston, nuestro viejo amigo. Otro lugar donde nuestras energías han manchado los alrededores. Personas. Montones de ellas anhelando subir o bajar del tren, la presión nos rodea, nos bloquea el paso. Sam se tensa a mi lado. Yo tiro de él hacia un túnel desierto y escapamos del bullicio. Podemos respirar.

    "Necesito sentarme," dice. "Me duelen las piernas." Se sienta pesadamente. Mientras me siento a su lado, se inclina en mí, me frota el pecho con la cabeza. Pongo el brazo alrededor de sus hombros, él se presiona más profundamente. Podemos tener este descanso, lo merecemos. No tenemos prisa, no hay nada que necesite que hagamos. No seguimos un calendario. Me aprieto más a él. Pasa una pareja, nos miran acurrucados juntos, a nuestras caras y nuestro amor. Nos dan un amplio nacimiento y siguen caminando, dejándome proteger el centro de mi mundo. No le vendrá daño alguno mientras yo esté aquí. Apoyo la barbilla en su cabeza, cabello áspero en mi piel. Dejo que mis ojos se cierren, un momento de paz en una vida caótica.

    Un mordisco. Presión en mi dedo. Abro los ojos. La boca de Sam está cerrada en mi dedo, royendo ligeramente, blando rechinar del diente contra la carne. Cálido, húmedo, excitante. Su cuerpo contra el mío, siento una erección creciendo en los vaqueros. Bombeo de sangre. Tensando. Mi brazo tira de Sam con más fuerza, nuestros cuerpos se mecen suavemente. Me inclino para besarle la frente. La masticación continúa.

    "¿Estás bien?" Pregunto. Sin respuesta. La masticación de mi dedo continúa. "¿Sam? Le empujo el cuerpo suavemente. "¿Sam? ¿Estás bien?"

    La boca deja de molerme la carne momentáneamente. Con el dedo todavía en su lugar, Sam habla. "Estoy teniendo un ataque."

    "¿Qué?" Preocupación.

    "Que estoy teniendo un ataque."

    Toda excitación para, mi pene colapsa de vuelta a su flácido estado normal. Una sensación de profundo hundimiento dentro de mí. Saco el dedo de su boca. "¿Que estás qué?"

    "Estoy teniendo un ataque," dice con la misma voz inexpresiva.

    Miedo. Pánico. Miro a mi alrededor. Nadie. Luego una pareja entra en el túnel, miran nuestras formas de manera extraña pero pasan sin decir palabra. Mi mente está flipando. Destellan imágenes ante mis ojos. Sentado ahí, acunando a Sam mientras convulsiones recorren su cuerpo, invisibles para mí, mi mente visualiza felicidad inducida por las drogas mientras el mundo real emprende un viaje hacia la tristeza.

    Atención. Concentración. ¿Siento vibraciones innaturales para mi visión? No. Tiro de Sam más fuerte. Si muere, muere en mis brazos. No. No morirá, él está bien. ¿Qué hacer? ¿Debería gritar? ¿Pedir ayuda? Llevo el dedo hacia su boca, la masticación continúa. Respiro. Pienso. Quizá está teniendo un ataque en su realidad inducida. Una falsa visión con intención.

    Le zarandeo suavemente. Él me mordisquea el dedo. "¿Sam?"

    Mordisqueo.

    "¿Sam? ¿Estás bien?"

    Mordisqueo.

    Me pongo de pie de un salto. Busco gente girando en redondo. Empiezo a moverme. Si está teniendo un ataque, necesito ayuda.

    Movimiento seguido de una voz infantil. "¿Adónde vas?"

    Doy media vuelya y veo a Sam. Está cayendo de rodillas lentamente. Corro hacia él, caigo de rodillas y le rodeo con los brazos. "Estás bien," digo con ganas de llorar. Me muerdo las lágrimas.

    "¿Qué quieres decir?"

    "Nada. No importa." Me aferro fuerte a esa delgada barrera entre mi mundo y la lucha real por la verdadera emoción. Calma. Respira. La frecuencia cardíaca se ralentiza. Un latido en mis oídos. Alivio.

    "No creo que debamos seguir más," dice lentamente. "¿Nos vamos a casa? Pero por el camino largo. Calmarnos un poco."

    "¿Estás seguro?" Lo siento asentir contra mí. Un rápido asentimiento, su asentimiento usual.

    Nos ponemos de pie, súbito cansancio en nuestras extremidades. Miro alrededor, los colores parecen desvanecerse ligeramente a nuestro alrededor. Un embotamiento de los sentidos. Sonreímos. Nos dirigimos al tren que nos llevará a Angel y luego caminaremos hasta casa. El aire fresco debería hacernos bien. Llegar a casa y dormir. Tal vez.

V

    Hay cola en las escaleras mecánicas, hordas de personas esperando ser transportadas a un ritmo mecánico. Dos escaleras mecánicas, una a cada lado de un tramo de escaleras, bloqueadas, inmóviles, normales. "Míralos todos," dice Sam. "Todos esperando. Siguiendo a la multitud. Seamos diferentes. Vamos por las escaleras."

    Yo miro las colas. Personas mecánicas se siguen unos a otros como una manada de ganado, siguiendo a la vaca Judas hasta el matadero. ¿Unidos o separados? ¿Rebaño o individual?"Vamos," digo.

    Avanzamos por el centro de la multitud hacia las escaleras. Ojos sobre nosotros. Mirando, calculando. Un pie tras otro subimos. Cada vez más alto. No hay vuelta atrás ahora. Personas a cada lado de nosotros, observando nuestro progreso de ritmo designado.

    Interminable. Estamos avanzando, pero parece que no llegamos a ninguna parte, el final, siempre a la misma distancia. Las piernas duelen pero no podemos parar. Miro atrás. La cara de Sam dice lo mismo. Detrás de él, las escaleras se pierden en la distancia. Escaleras por todas partes. Una escalera al espacio. Purgatorio atrapado en perpetua escalada. Paso a paso, un camino hacia la nada.

    Junto a nosotros la gente sonríe. Nos sonríe, burlándose de nosotros al pasar. Este es el precio que pagamos por atrevernos a oponernos a la norma, pero no sucumbiremos, no tenemos ninguna intención de ceder o rendirnos. Las piernas protestan. Un paso tras otro.

    Espacio. Brisa fresca. Casi tropiezo hacia adelante. Sin darme cuenta, la montaña de escalones ha llegado a su fin. Ignoro el dolor que se retuerce dentro de mis piernas. Yo esperaba un aplauso, o al menos cierto reconocimiento por nuestro logro, por nuestro escapada del purgatorio, pero nada. La gente se alza desde las profundidades, camina en filas, cruza barreras. Una línea de fábrica de humanidad. Hemos sido olvidados por los extraños que entreteníamos.

    Caminamos. Dejamos la estación sin pausa para recuperarse. Nos alejarnos de las multitudes y los niveles subterráneos lo más lejos posible.

    Así que esto es Angel, el Cielo después del Purgatorio que conduce al Infierno. Las calles están vivas. Gente de fiesta. Ebria. Feliz como yo solo que con diferentes químicos recorriéndolos. Feliz con sus amigos, sus parejas, como yo estoy feliz con Sam. Él está a mi lado, ojos muy abiertos, como si viera nuestro entorno por primera vez, a pesar de que contienen recuerdos para él, recuerdos de él, recuerdos de antes de que supiéramos la existencia del otro, nuestro encuentro, un evento aleatorio, o tal vez un diseño cósmico. Un destino para encontrarse y dejar un impacto duradero en la vida del prójimo, pero juntos estamos. Una cálida sensación por este hecho. Me encantan los poderosos químicos alienígenas. Una sonrisa. Parece que lo único que hago es sonreír, bueno, al menos es mejor que fruncir el ceño.

    Noche. Todos libres para divertirse después de haber sido liberados de los grilletes del trabajo, una libertad momentánea antes de que sus vidas vuelvan a ser controladas por otros. Todavía nos sentimos separados de las masas, podemos ver cómo operan, podemos ver cómo existen. Podemos ver que están felices en su ignorancia. Me pregunto, ¿qué pasó con los despreocupados niños que fueron alguna vez? ¿Qué les sucedió cuando crecieron? ¿Por qué tenemos que cambiar las fantasías infantiles por plazos fijos? La necesidad de dinero sobrepasa la necesidad de sueños. ¿Cómo podía perderse la inocencia con tanta libertad? Envejece, trabaja, muere. Me estremezco. Rezo para que nunca pierda de vista lo que soy. Quiero seguir siendo el mismo, seguir mirando el mundo como lo hago. Independiente de la multitud. El día en que los sueños se detengan será el día en que yo muera.

    A nuestro alrededor hay luces iluminadas, un mundo ebrio, aire tenso con la posibilidad de peleas. Me paro. Mis pensamientos riman. Entre risitas, me paro, doy la vuelta. Un tic, un toc, memorias cronometradas.

    "¿Sam?" digo. Él se detiene y mira. Yo doy vueltas, deseo volar.

    "¿Qué estás haciendo? ¿No deberíamos irnos?"

    "Sam, ¿no lo ves? He empezado a oír en poesía."

    Él ríe. Sonrie. "No seas estúpido. La gente no habla en poesía."

    "Puede que yo no la hable, pero puedo oírla. Si escuchas con atención, oirás las rimas de esta ciudad."

    Sam escucha. Sam oye. Un ritmo oculto bajo las profundidades. Un lenguaje secreto. Su sonrisa se amplía. "¿Sabes que? Puedo oír gente hablando sobre el amor y el miedo."

    "Y tú rimando como yo"

    "Somos mágicos, que observan pasar el mundo."

    Dos amantes avanzan, sus vidas son una mezcla de carcajadas y canciones. Hablan en acertijos, sin huecos en sus medios, felicidad, ternura, almas por siempre entrelazadas.

    El aire de la noche es fresco y calmado. El bullicio de una ciudad, dinero sobre la palma. Pagos duplicados. Uno para el cuerpo, uno para un alma tan perdida, tan pequeña. Nos apartamos de esto. La redención no vendrá de la felicidad alcohólica. Tenemos uno y otro, arrebatamos la oferta del destino. Una fortuna preordenada en las estrellas.

    Miro a mis pies. Pasos gigantes que caen sobre el pavimento que encuentra, silenciosos para nuestros oídos, atravesando un mundo sin miedos. Sam a mi lado, lealtad. Un príncipe deslizándose, realeza. Cigarrillo en mis dedos ardiendo. Lo alzo, inhalo. Euforia por el sangrado. Si pudiera cambiar el mundo, no lo haría, todo está sucediendo por una razón, tocar su orden caótico es como una traición. Un aleatorio paso a través. Una búsqueda constante de lo que es verdad. Verdad para ti, verdad para mí, sé verdad para ti mismo.

    Un rojo brillante, tres puntas de fuego unidas al negro, un descartado elemento de diversión de hace unas semanas. Sam agarra, Sam levanta, Sam sostiene. Yo observo, sonrío, siento moldear los recuerdos. Un recuerdo desechado, recuperado para vivir de nuevo. La horca del diablo alzada en alto. Gente sonriendo mientras pasar junto a nosotros, felicidad a través de nuestra felicidad. Se extiende, largo en la mano de Sam. Empujada contra la gente, la sensación del Infierno en esta tierra.

    Somos animadores. Estamos aquí para tu diversión. Tus sonrisas, tus bromas, nos dan plenitud. Andamos, hablamos. Hacia las profundidades de la noche. Cruzamos la calle, atravesamos las puertas. Salvación a la vista. Un traqueteo, una torsión, un empujón. Una entrada abierta haciendo señas. Entramos, sonreímos, nos quitamos los zapatos. La calidez de la casa nos da la bienvenida.

    Estamos en casa.

VI

    Caemos sobre la cama de Sam. Las rimas han parado. Nuestras mentes son libres para empaparse de ese paseo. La gente, la sensación. Un mundo diferente, oscuro pero armonioso. Se pelan las visiones de la realidad para ver la superficie debajo. Un mundo sacado de una película. Un paseo por Halloween Town, una aventura por el paraíso nocturno de Suburbia. Tim Burton creó el mundo y se nos permitió ver su paraíso a través de las grietas del Infierno. La infernal y aburrida realidad de diversión controlada en la que existimos es solo una ficción impuesta por falsos ídolos. Tim Burton creó el mundo y nosotros lo experimentamos. Cuánto mejor era, un mundo de sueños, fantasías, de despreocupado abandono. Una tierra de aventuras oscura y retorcida. Paraíso para almas perdidas.

    Ruedo sobre los pies y camino hacia el escritorio de Sam. Él me sigue pero permanece en la cama, se tumba en el extremo más cercano a mí. Necesito escribir. Abro el diario, palabras fluyen hacia la página. El lápiz escribe.

    Todo rima en mi cabeza.

    Oh, Dios mío, basta, debería estar muerto.

    Toda esta mierda pasando por mi cabeza.

    Que alguien me dispare, necesito estar muerto.

    Oh, mierda, pero al leer este cuento;

    La historia simplemente entra en bucle y comienza de nuevo.

    Han vuelto a mi cabeza.

    Oh, debo de estar muerto.

    Pero entonces me doy cuenta...

    ...Yo soy Dios.

    Un flash. Sam armado con una cámara. Hace otra foto y luego lee lo que he escrito.

    "¿Eres Dios?" Dice. "Oh, Dios mío, eres Dios."

    Asiento emocionadamente.

    Sam sonríe. "Estoy saliendo con Dios. ¿Por eso sabes tanto?"

    Levanto la mano para silenciarlo. Él regresa andando a la cama. El lápiz golpea la página de nuevo.

    ¿Pero no lo ves?

    No soy Dios, pero ambos somos iguales.

    Yo soy el Diablo y Dom es mi nombre.

    Pero si ambos somos iguales.

    Y Dios es el Diablo.

    Entonces solo hay un nombre.

    Si yo soy ambos y ellos son ambos yo,

    Significa que yo soy el mundo.

    Y Dom es solamente yo.

    Tiro el lápiz, el libro se cierra y yo giro hacia Sam. Puedo sentir la expresión de satisfacción en mi rostro. Levanto la cámara y hago una foto de él.

    "¿Por qué eres tan sabio?" Pregunta.

    "No sé." Un encogimiento de hombros.

    "No, en serio Dom, ¿por qué eres tan sabio? Tú eres Dios, ¿no?"

    "Solo para ti." Sonrío y miro de reojo al espejo, el reflejo espejado me devuelve la sonrisa. Ahora no hay sombras en ese mundo. El reflejo asiente hacia mí con complicidad. Mi sonrisa es más profunda. Miro de nuevo a Sam. Él yace ahí con aspecto perplejo. Elijo no decírselo. Mi boca se mueve, las palabras fluyen. "En tu mundo, yo soy Dios. En el mío, tú eres Dios. Eso es todo lo que importa."

    "No, yo no puedo ser Dios si lo eres tú. No seas estúpido." Vuelvo a sentarme en el escritorio y él continúa: "Dom, ¿no te parece extraño que dentro de nosotros haya todos un montón órganos y sangre moviéndose por ahí? Ojalá pudiera abrirme y verlo. ¿No sería eso genial?" Se levanta la camiseta, pasa el dedo por su vientre. Por una fracción de segundo yo también quiero verlo. Qué fácil tomar su cuchillo Stanley y rebabar, cortar, tirar. Observar. Sería tan simple, pero ¿por qué arruinar lo que es perfecto? ¿Por qué arruinar a mi Sam?

    Me paro. Sam sonríe y se mueve, dejándome espacio. Me siento con la espalda en la pared. Duro. Sólido. Apoyo. Sam se acurruca en mí. Le rodeo con mis brazos y le abrazo con fuerza. Él alza la vista. Yo beso sus labios, él besa los míos. El mundo de la fantasía se desvanece lentamente, de manera imperceptible. El velo se está cerrando. Aprieto a Sam. "Te amo."

    El sonrie. "Yo también te amo."

TRES

Catorce de Noviembre

Dos Mil Cuatro

I

    Casas nos rodean perdiéndose en la distancia. Grandes terrazas que bordean ambos lados de la carretera. Estamos sentados contra una pared, cuando la gente pasa, mira sin interés, somos solo dos jóvenes relajándose en la calle. Tengo las piernas cruzadas, sobre mi regazo hay un recipiente de plástico, los hongos se sientan dentro, mirándonos. Es temprano en el día. Acaban de pasar las once y aquí estamos de nuevo, de cara al portal de otro reino. Una botella de agua se encuentra junto al recipiente, aromatizada para eliminar el sabor.

    Miro a Sam a los ojos. Estamos listos, a la cuenta de tres comenzaremos. Uno dos tres. Se levanta el primer hongo. Masticar. Sabor rancio saliendo, una advertencia de que estos pequeños hongos son tóxicos. Un trago de agua, el leve sabor a fresa solo toca las esquinas del amargor del hongo. Muerde, mastica, traga. Uno tras otro, los hongos desaparecen en nuestro estómago, psicosomáticos dolores de cabeza intentan hacernos detener este envenenar nuestros cuerpos. Me atraganto. Trago agua. Aprisiono el contenido en el vientre. Dejo que la naturaleza tome el control. Digerir, liberar, aventura.

    El contenedor está vacío. Nos miramos el uno al otro, dejamos que nuestros dolores de cabeza se desvanezcan antes de movernos. Nos levantamos y caminamos. Nuestro viaje es más deliberado hoy, bueno, solo el comienzo. Hemos planeado el punto de partida inicial, dejaremos que la magia nos guíe desde allí. Casas adosadas moviéndose a nuestro lado, largos e inidentificables edificios llenos de artefactos de vida. Doblamos una esquina, regresamos al bullicio de la calle Camden High, el pacífico camino queda atrás, descartado de nuestros recuerdos como los contenedores de plástico. Ido, olvidado, su propósito cumplido.

    Nos movemos, nuestros pies saben exactamente adónde llevarnos a pesar de que este es un camino que nunca hemos recorrido. Cerebro aturdido de ayer, emocionado por el presente, nos dejamos llevar por un guía cósmico. Configure la ubicación, cambie a piloto automático, siéntese y disfrute del viaje.

    Las puertas del tren se abren, se cierran, nos sentamos. Observamos la oscuridad exterior mientras nos transportan a través de una ciudad sin tener en cuenta las limitaciones del mundo en la superficie. Los edificios no significan nada aquí, nos movemos a través de ellos como fantasmas. Millones de vidas ajenas a nuestro fallecimiento. Todo a nuestro alrededor cambia constantemente, nada es estático. En cada estación la gente se levanta y se va para ser reemplazada por caras nuevas. Rostros que nunca volveremos a ver, olvidados en segundos. Nosotros, como ellos, somos lo mismo, rostros vistos, estudiados y reemplazados por la siguiente entrada. Vida en rotación. Solo cuando eres famoso los desconocidos recuerdan tu rostro. Ponle un nombre a la imagen y se almacenará de por vida. Ser una de esas caras. Constantemente recordado. Visto una vez y reconocido para toda la vida. Conocido por personas que, por lo que a ti respecta, no existen. Una reputación que procede de tu presencia. Una superestrella en los labios del hombre.

    El tren se detiene de nuevo. Esta vez nos levantamos. Dejemos atrás todas estas personas, nuestros lugares llenos de nueva vida. El fantasma de un recuerdo que se desvanece en segundos, olvidado tan pronto como nuestros pies golpean este andén en la estación de Southwark. La vida continua. Nos movemos, nuestro destino cada vez más cerca.

    La estación es tranquila, lo cual nos conviene. Todos los que están alrededor caminan en parejas. Parejas, hombres y mujeres. Sam y yo destacamos ante esta imagen. Una escalera mecánica, moviéndonos al mismo ritmo que todos por los niveles subterráneos de la capital. A medida que subimos, junto a nosotros descienden una pareja. Se mueven con movimientos espasmódicos, como si se hubieran recortado fotogramas de la película de su vida. Brazo en la boca, ahora a un lado, sin movimiento en el medio. Están sonriendo, sonrisas falsas, risas falsas. Robots siguiendo una rutina programada. Fríos ojos sin emoción se vuelven hacia nosotros. Mi mano en la espalda de Sam. Masculino y masculino. Labios se curvan con disgusto antes de soltar una risita, el fotograma de una risita. Veo los ojos de Sam mirándolos, observando. Él me mira. Sonreímos. Ha comenzado.

    Dejamos la estación y doblamos una esquina, la calle está anormalmente tranquila. Muerta. Londres después de un holocausto. Un plató de cine, coloreado. Personajes de una película, nuestra película se proyecta para el entretenimiento de millones. Un ruido, distorsionado, una sirena de policía chillando en la distancia, acercándose. El coche pasa a toda velocidad, corriendo hacia la escena de un crimen. Nos paramos en el cruce, la costumbre nos hace esperar al hombre verde, sus pitidos un eco extraño en el ambiente silencioso. Cruce la calle y alto.

    Londres muerto, desprovisto de ruido, movimiento, vida. Miro a Sam. "¿Qué coño?" Mis palabras suenan alto.

    "Es como el escenario de una película," se ríe. "Dom, somos estrellas de cine."

    Dos actores siguiendo un guión, a la espera de que la horda de zombies ataque pronto. El silencio antes de la tormenta de acción. Esperamos. Giro en círculo completo. Nada. Ningún nave de guerra extraterrestre se eleva en el horizonte, se yergue sobre los edificios en busca de supervivientes. Nada.

    "No me gusta esto," dice Sam.

    "¿Donde está todo el mundo?"

    "Dom, estamos solos." La voz de Sam llena de miedo fingido. "Somos los últimos supervivientes."

    Me río, aprieto su lado con las manos. "Y no me gustaría estar con nadie más." Él sonríe, yo continúo: "Vamos a movernos." Tenemos un destino al que llegar."

    Doblamos una esquina, ruido. La escena cambia al instante, transferida de una película a otra. Oscuros, colores apagados. Un sórdido paisaje de suciedad, profundos ritmos graves que nos golpean. Oscuro ruido industrial es la banda sonora de esta película. Un Londres devastado, postapocalíptico y moribundo. Los rivet-heads formaron su propia colonia y la estamos invadiendo. Caminamos hacia adelante, ojos al suelo. No estamos aquí en busca de problemas.

    El ruido se hace más fuerte. Nos acercamos a un callejón protegido por el puente que se eleva sobre él, una línea de tren sobre un pozo olvidado. Personas. Gente oscura y cutre. Cabello grasiento y rastas, ropa rota y sucia. En nuestro lado de la carretera, la tribu vampírica observa cada uno de nuestros movimientos mientras se sientan en el suelo, al otro lado, mujeres de pie contra la pared, brazos cruzados y un pie apoyado en esta. Furcias en minifalda, feas brujas que proporcionan servicio a gente con alma ennegrecida. Sus cuerpos una cloaca de infecciones sexuales, su legado una ristra de enfermedades. Devastadas criaturas sifilíticas orando en un altar de pecado. Siento sus ojos observándonos con interés. Mantén los ojos al frente. No estamos aquí buscando problemas. Asegúrate de que Sam esté bien, me aseguraré de que no sufra ningún daño.

    Salimos pasando por debajo del puente al aire libre, la música decrece en volumen. Respira, comprueba que no nos siguen, sigue adelante.

    Doblamos una esquina. Un nuevo camino, una nueva película. Sofisticación. Artístico. Edificios altos, cubos gigantes de color. Un Londres pintado, momentos de tiempo atrapados en trazos artísticos, su gente pausada en poses al azar. La vida en Londres, un arte andante. Momentáneo, en constante movimiento. Gente de arte aproximándose a un centro de arte, aproximándose al mismo destino que nosotros. Una galería de arte. Gente moderna visitando arte moderno.

    The Tate Modern, un almacén agujero para bloques de pintura brillante, esculturas de mierda y salas llenas de hombres de pan de jengibre de cartón. El supremo arte moderno, gente pagada con millones por lo que puede hacer cualquiera. Ocultos conceptos en la nada. Caminamos de una sala a otra, mirando el trabajo que a un artista le ha llevado meses, meses para hacer lo que un bebé podría hacer en minutos. Nada aquí nos emociona, nuestros sentidos se embotan por lo que vemos. Ningún color nos llama la atención. Rodeados de pretenciosos nos sentimos aislados. Encuentra la salida y sal, al mundo cinematográfico. ¿Por qué encerrarse en un edificio, vagando sin rumbo con falsos jadeos de asombro, cuando podrías quedarte fuera y vivirlo? Vive el arte de la naturaleza, deja que tu cerebro pinte el cuadro y luego cuélgalo en la galería privada de tu mente. Camina, siéntate, mira.

    Tómate un momento como nosotros lo estamos haciendo. Siéntate y observa pasar el mundo. Vida de la gente reproducida ante tus ojos, su propia proyección privada de la película del mundo. La Vida del Hombre, una película extranjera sin subtítulos. Ten tu propia opinión, fraséala como quieras. Para, espera, escucha. Nadie habla un mundo de inglés. Me esfuerzo por captar una palabra reconocible, pero nada es detectado. Miro a Sam. Creo que él también lo ha notado. "¿Por qué nadie habla inglés?" Hago la obvia pregunta.

    "No se. Esto está jodido. Podrían estar insultándose entre sí con diferentes palabras que solo ellos entienden."

    "¿Pero cómo puede haber entendimiento si todos hablan un idioma diferente?"

    "Tal vez no estamos destinados a entender," dice Sam mientras se pone de pie. "Sigamos, no me gusta estar aquí, todas estas voces me confunden."

    Me levanto y retomanos nuestra ruta anterior a la inversa. Mientras caminamos observamos, escuchamos a la gente, tratamos de escuchar sus conversaciones pero no somos capaces de captar una sola palabra que entendamos, sintiéndonos turistas en nuestro propio país, en nuestra propia capital, en nuestro propio hogar. Frustración. Intento taparme los oídos del ruido, pero las palabras bombardean mis sentidos. Quiero abrir la boca y gritar "¿Por qué nadie habla inglés?" Sam y yo tenemos miedo de hablar porque sabemos que todos pueden escuchar nuestras palabras, todo el mundo sabe inglés, simplemente se niegan a hablarlo.

    Doblamos una esquina. Oscuro, lúgubre, cutre. Sabemos dónde estamos por el escenario de película que nos rodea. En unos pocos pasos volveremos a ver el inframundo vampírico. El aire llenándose de los pesados ​​bajos de la música industrial, tema de incomodidad para aquellos ajenos a la tribu. Esta vez, sin embargo, nos sentimos más confiados, mientras caminamos vemos. La pared de prostitutas es una fila de gente que espera entrar por una puerta cortada en la pared, un arco de ferrocarril reconvertido. La casa de la música. Un reino escondido donde las criaturas de la noche pueden pasar las horas diurnas. La vida a la inversa, un cuento de hadas de oscuridad. Las brujas enfermas son las Blancanieves de este mundo, sirviendo a los siete enanos de la única manera que saben. Este mundo el producto de los abortos del Hada Madrina.

    Sentimos los ojos sobre nosotros nuevamente, ignora la aprensión en el aire. Podrían abalanzarse sobre nosotros en cualquier momento si así lo desearan y seríamos impotentes contra ellos. Sin embargo, me siento atraído, atraído por el ruido, quiero saber qué hay detrás de la pared, a través de la puerta. Si estuviera solo, ignoraría mi propia seguridad e investigaría, me zambulliría en este mundo sórdido, abrazaría la oscuridad y me destacaría en ella, pero no estoy solo, tengo a Sam conmigo. Debo protegerlo, mantenerle fuera de peligro. Si le pasa algo, nunca me lo podría perdonar, una vida sin él una visión de pesadilla, sería vivir sin un centro. Le observo constantemente por el rabillo del ojo, puedo ver que se siente nervioso, incómodo, al límite. Quiero extender la mano y tomarlo en mis brazos, pero hacerlo aquí sería un beso de muerte. Bajo su inquietud puedo detectar interés, sé lo que está pensando, sus palabras reflejan mis pensamientos mientras salimos de la sombra del negro cuento de hadas.

    "Quiero saber cómo es el interior de la pared," dice.

    "Lo sé, yo también."

    "¿Volvemos? ¿Entramos allí?"

    "¿Crees que eso sería lo mejor que puedes hacer?"

    El piensa por un momento. "Nop."

    "Exactamente." Sonrío, su seguridad es mi felicidad.

    Seguimos, dejamos que nuestros pies nos guíen por el brillantemente colorido pero muerto Londres, cruzamos la carretera donde el único sonido que resuena en el aire es una sirena lejana y el pitido del hombre verde. Sí, el hábito nos hizo esperar. Para, mira, escucha. Sigue siempre el código verde del cruce. Regresamos al metro, elegimos un destino y esperamos un tren.

II

    Las puertas se abren, salimos al andén de la estación de Leicester Square. A nuestro alrededor la gente hace lo mismo. Sam y yo nos movemos en silencio. A nuestro alrededor conversaciones, ninguna en inglés. Todavía estamos observando. Hicimos una observación en el tren, las conversaciones basadas en el andén prueban que es correcta. Las personas se comunican más con los ojos que con las palabras que usan. Los ojos delatan la verdad detrás de las palabras. Portales al alma. La boca puede mentir, los ojos nunca. Lo veo en Sam, estoy seguro de que mis ojos me delatan. Mis ojos sobre Sam siempre llenos de un amor. Es igual para todos, ojos que delatan emociones. Las inseguridades de todos brillan a través de dos orbes mientras sus cuerpos cuentan historias diferentes, la confianza es solo un espectáculo, todos tienen equipaje. El dolor, la angustia y los sentimientos de la vida una carga sobre nuestros hombros que nos aplasta en el suelo.

    Nos movemos entre la multitud como fantasmas. Observando, mirando. Sintiéndonos desconectados de un mundo que se reproduce a velocidad normal, sin cambios de color, sin caminar desarticulado. Nada. Un mundo con el que simplemente no podemos conectar, las toxinas que recorren nuestro torrente sanguíneo crean una barrera invisible que no podemos cruzar, forzándonos a vivir en el limbo. Observando. Aprendiendo los caminos del mundo. Estamos desanimados. "Nada está ocurriendo," oigo decir a Sam.

    "Lo sé. Es una jodida mierda. "

    "¿Disfrutamos el día como de costumbre?"

    "También podríamos, es decir, no hay nada más que podamos hacer, ¿verdad?" Sonrío a una pareja que cruza la calle. Femenino y femenino. La única pareja del mismo sexo que he visto en todo el día. Cruzamos la calle.

    "Digo que miremos por aquí un rato y luego volvamos a mi casa," continúa Sam. "Quiero acurrucarme."

    Le miro y sonrío. Él me sonríe. Amor en nuestros ojos. "Suena a un buen plan." Miro adelante, cruzamos la calle. Sonrío a una pareja que cruza la calle. Femenino y femenino. La única pareja del mismo sexo que he visto en todo el día. Paro, frunzo el ceño. Los hemos pasado dos veces, eso no es posible. Doy la vuelta y los veo moverse en la distancia. Sam está haciendo lo mismo. "¿Lo has...?" Respiro.

    Sam asiente. "¿Qué coño?"

    "Esto es extraño. ¿Podrían haber dado la vuelta dos veces?"

    "No a menos que nosotros estuviéramos moviéndonos muy lentamente."

    Me encojo de hombros. "Oh, bueno." Cruzamos otra calle, atravesamos las puertas y entramos en Forbidden Planet, una tienda que contiene muchos recuerdos para nosotros. Siempre terminamos aquí en nuestros viajes cuando estamos conectados con el mundo. Nuestras piernas nos han guiado aquí ahora. Siento que la barrera se debilita un poco. Sonrío a Sam. Lo único que quiero hacer es abrazarle, abrazarle fuerte, pero no podemos, en público no. Está mal visto.

    Dentro está tranquilo, gente alrededor, pero no en grandes hordas. Bromeamos con los juguetes del piso superior antes de descender al reino de los cómics y la fantasía del nivel inferior. Caminamos, todavía sintiendo una barrera que nos separa del mundo. Observando, asimilando todo. Me detengo. Me río. Sam se detiene. Él se ríe. Nos miramos el uno al otro y reprimimos las carcajadas. Frente a nosotros, un hombre con parches en los ojos está leyendo. De pie, sosteniendo un cómic en su cara y leyendo su contenido, obviamente a través de algún vínculo psíquico. Lo vemos hojear algunas de las páginas. Nadie más le presta atención, todos están atrapados en sus propias obsesiones. El hombre vuelve a colocar el cómic perfectamente en su lugar antes de seguir adelante, alejándose de nosotros, su segunda vista le impide caminar como un ciego. Dejamos que se pierda de vista antes de continuar nuestro viaje por la tienda.

    Doblamos una esquina y paramos en seco. "¿Qué coño?" Murmura Sam a mi lado y yo me encojo de hombros en respuesta.

    Una mujer. Una enorme masa de mujer sentada en un asiento leyendo, su exceso de piel se derrama a su alrededor como la cera fundida en una vela. El libro en sus manos empequeñecido por sus dedos gordos. Ojos porcinos se mueven de un lado a otro mientras su cerebro digiere las palabras en las páginas. Miro la portada del libro, su imagen es la opuesta a la escena. Una mujer delgada, su esbelta figura erguida y apoyada en un edificio. Por alguna razón, la imagen es inquietante. Gorda que fantasea con la delgada. Sentada con confianza para que todos la vean mientras lo hace. Nadie le echa una segunda mirada, demasiado absortos en sus propias obsesiones. Sam y yo nos sentimos como voyeurs, viendo a alguien envuelto en su propia fantasía privada.

    Sacudo la cabeza y giro, otra vista golpea mi visión. "¿Qué coño de verdad?," Exclamo en voz baja. Los ojos de Sam siguen mi mirada. Su boca se afloja, una mezcla de interés y diversión.

    Dos figuras altas y delgadas. Un macho, una hembra, ambos con largos rizos de hermoso cabello rubio cayendo sobre sus cabezas y hombros, las puntas puntiagudas de sus orejas asomando ligeramente. Rostros delicados sobre cuerpos delicados realizando movimientos delicados. Élfos de corazones puros. Continúo observando, viendo una especie en peligro de extinción que existe en un territorio extraño. Siento una sonrisa cruzar mi rostro cuando el hombre toma un libro. Un elfo leyendo un libro sobre elfos. Un amor pretencioso por los de su clase, la sensación de estar en casa en un mundo diferente.

    Están absortos, mirando las imágenes del libro como si se estuvieran mirando en un espejo. Su amor mutuo madura en sus movimientos corporales.

    Sam los sigue. Nos movemos detrás de la pareja de elfos y regresamos a los niveles superiores de la tienda. Moviéndonos por el mundo, observando, como hacemos fuera de la tienda, hacia el mundo en general.

III

    Nuestros pies nos han llevado a HMV, un paseo autopilotado, sin asimilar nada pero observándolo todo. La luz azul eléctrica nos inunda cuando entramos en la tienda.

    A nuestro alrededor hay personas que caminan sin rumbo y sin propósito, sus ojos nunca miran un título, sus brazos nunca alcanzan un CD. Simplemente caminan. Pausar, mirar, cierto. No caminan, se deslizan. La vida en una cinta transportadora se mueve a velocidad designada en una ruta designada. Personas mecánicas que se mueven a un ritmo mecánico, aquí, sin otro motivo que dar vida a un edificio inanimado. Caminamos por la tienda, la gente se desliza todo el tiempo. Consumido e inconsciente.

    "¿Por qué no podemos seguir adelante?" Dice Sam a mi lado.

    "¿Qué quieres decir?"

    "¿Por qué no podemos subirnos a la cinta transportadora?" Se detiene para enfatizar. "Mira, se mueven en orden y yo me quedo inmóvil."

    "Pero, ¿por qué querrías seguir sus caminos? ¿Por qué querrías moverte a una velocidad designada?"

    "No sé, parecen tan contentos."

    "¿Contentos o no saben que está sobre ella?"

    "No he pensado en eso." Mira a su alrededor. "Parece poco natural, como..."

    "¿Que están aquí sin ningún motivo?" Termino la frase por él. Él asiente y yo continúo: "No me gusta. Me pone enfermo."

    La mano de Sam roza mi hombro. "¿Salimos?"

    Asiento mi respuesta y comenzamos a movernos por el laberinto de estantes. Miles de emociones grabadas en un disco, las voces de los vivos y los muertos grabadas en plástico. Un cementerio gigante de recuerdos, almacenados para siempre, pero que siguen influyendo en las almas de las masas.

    Está oscuro afuera, la noche ha caído sobre nosotros sin decir una palabra. ¿Cómo puede ser tan tarde? Durante todo el día no hemos tenido el concepto de tiempo. Pensar. ¿Qué hemos hecho todo el día? ¿Dónde hemos estado? ¿Cuántas caras han pasado junto a nosotros sin darnos cuenta? Caras en una multitud, invisibles, inexistentes en los caminos de nuestra vida, pero que aún existen. Imágenes que vuelven a mi mente. Sam mascando chicle, colocando paquetes enteros en su boca, saboreando, disfrutando. Hablamos. Es imposible que este día haya sido tan silencioso como parece. No, tuvimos largas conversaciones, bromeamos, pero todo esto se ha olvidado, eso estuvo en el segundo lugar del tema controlado del día. Las toxinas que corrían a través de nosotros tenían su plan y nos obligaron a eso, permitiéndonos solo recordar nuestras observaciones. Todo el amor y la diversión que pudiéramos haber mostrado hoy se pierden en los cambios de escena y en los caminos del mundo.

    Miro a mi alrededor mientras caminamos. Cinta transportadora de gente deslizándose, siguiendo las rutas del día a día.

    "¿Dom?" La voz de Sam me devuelve la atención. "Dom, mírame?"

    Vuelvo la mirada hacia él. Él se desliza, movimientos mecánicos a un ritmo mecánico. Mi corazón se hunde. "¿Qué has hecho?"

    "He conseguido subir en una. ¡Mira, es genial!"

    Extiendo la mano y le agarro el brazo, sacándolo de la cinta transportadora y de regreso al piso estático e inmóvil.

    "¿Por qué has hecho eso?" Voz infantil.

    "¿Quieres ser parte de la multitud? ¿Quieres hacer lo que se espera de ti?" Mis palabras suenan ásperas, duras pero correctas. “Piensa en lo que hemos visto hoy. ¿Quieres ser así?"

    "Diablos, no."

    "Entonces bien," sonrío, Sam siempre me hace sonreír. Juntos hacemos "clic" como uno, nuestras almas son irregulares piezas de rompecabezas que encajan entre sí. Dos mitades del mismo rompecabezas. Yo le protegería con mi vida.

    Otro recuerdo. Sam siguiendo policías, con la boca llena de chicle, masticando como un loco. Llamando la atención sobre nosotros. Mi brazo lo aparta, llevándolo en una dirección diferente. La mente pasa a otra escena. Yo parado fuera de una tienda, cigarrillo en la mano, Sam no a mi lado. Está en la tienda comprando agua, puedo verlo. Nunca permitas que mis ojos lo pierdan de vista. Cuando lo hacen, me siento solo. Solo sin nadie. Perdido y sin rumbo.

    Vuelvo bruscamente al presente. Los recuerdos de lo que hemos hecho fuera de la magia solo pueden significar una cosa. Miro a mi alrededor, la gente camina normalmente. Paso a paso se ocupan de sus asuntos de la tarde. El ruido de una ciudad madura en mis oídos. Me vuelvo hacia Sam, está sonriendo.

    "Creo que se acabó," dice.

    "Sí, lo mismo aquí. Fue un poco extraño, ¿no?

    "Dímelo a mí."

    "¿Sabes que?"

    "¿Qué?"

    "Me muero de hambre. ¿Vamos a comer?" Sonrío ampliamente, mis ojos realizan una mirada perfecta de cachorro.

    Sam se ríe. "Me lees la mente. Pillemos algo barato y simple."

    "¿McDonalds?"

    "Sí, me apetece un poco eso."

    Nos alejamos atravesando Chinatown. "Te amo."

    Sam sonríe. "Yo también te amo."

IV

    Arcos dorados brillando en la noche, llamando la atención de todos. Una compañía global que vende la misma comida en todo el mundo, familiaridad sin importar dónde te encuentres.

    Sam y yo nos reímos, disfrutamos el resto de la noche juntos, felices en la compañía del otro. Nadie más importa, solo nos necesitamos a nosotros. Nuestros estómagos retumban, vacíos, no hemos comido en años, bueno, al menos eso parece. Nos unimos a la cola y miramos a nuestro alrededor. Sam está sonriendo, yo estoy sonriendo. Todo el mundo está sonriendo. Todos comiendo felizmente la misma comida, cocinada al mismo tiempo. La sonrisa de Sam cae de repente. Él asiente en una dirección, mis ojos lo siguen.

    Una mujer. De piel negra con el pelo muy rizado, riendo, una bolsa de papel marrón en las manos. La risa es inconexa, sus movimientos bruscos, los fotogramas cortados de la película de su vida. Ella se va, cada paso la lleva adelante la distancia de dos. Cuando se va, es reemplazada por una pareja que se une a la cola, sus risas dislocadas, sus movimientos entrecortados.

    Miro a Sam, asentimos. Sabemos.

    "¿Cómo puedo ayudarle?" Dice una voz detrás de nosotros.

    Damos vuelta, no hemos pensado en lo que queremos. Solo sabíamos que queremos. Miro a Sam con nerviosismo. "Yo... erm..." No sé qué decir, me siento como un niño pidiendo por primera vez. Nervioso, inseguro, indeciso. "Yo..." Una risita me abandona.

    "¿Sí, señor?"

    Presión. "Err... me gustaría..."

    "Le gustaría papas fritas y una hamburguesa." La voz de Sam me atraviesa. Su tono ansioso e infantil. "Yo quiero lo mismo." Me mira sonriendo ampliamente. Le devuelvo la sonrisa.

    "¿Eso es todo?"

    "Sí." Asiento con entusiasmo. Ansioso por la comida. Nos la entregan en una bolsa marrón. Pagamos y nos vamos rápidamente, no queremos comer con toda la gente mecánica.

    Senados en el suelo afuera, piernas cruzadas y espalda contra las ventanas. La noche iluminada de un amarillo dorado. Abro la bolsa y como la comida. Sabe bien, una nueva experiencia como nunca antes habíamos comido en un McDonalds. Dos niños ansiosos devorando una golosina de sus padres. Bocados gigantes de comida entran en nuestros estómagos vacíos. Todo a nuestro alrededor huele, flotando sobre nosotros en la brisa nocturna, desde Chinatown, desde los restaurantes de los alrededores. Mezcla de fragancias en la noche. Delicioso. Alimenta nuestra hambre mientras continuamos devorando nuestra comida. Dos niños experimentando Londres de noche, solos por primera vez.

    Gente a nuestro alrededor. Grupos de personas pasando. Observo sus formas oscurecidas mientras pasan, sintiendo una mezcla de aprensión y emoción. La comida ha curado los ruidos del estómago. Satisfechos, nos miramos, sonriendo mientras lo hacemos. "¿A casa?" Me oigo decir. Hemos estado fuera todo el día, quiero pasar un rato a solas con él.

    "Sí, ¿vamos?"

    Asiento con entusiasmo y nos levantamos. Recogemos la bolsa, la tiramos a la basura y caminamos hasta la estación de metro más cercana.

V

    Hemos tenido una pequeña discusión. Bueno, en realidad no, era una de esas bromas. Dije algo que lo molestó y ahora Sam se está caminando enfurruñado delante a mí. "Sam," me río tras él.

    Se detiene, golpea el suelo con dos pies y me mira por encima del hombro, los labios fruncidos. "No te hablo." Me da la espalda.

    "De acuerdo." Paso junto a él. Con los brazos a los lados, el labio fruncido, me giro y miro por encima del hombro. "Pues yo sí te hablo a ti."

    Nos abrimos paso hasta el andén y nos sentamos, mirándonos de reojo antes de apartar la mirada rápidamente. Los pies de Sam se arrastran hacia los míos. "Lo siento," susurra. Puedo oír que tiene el labio en un puchero, sé que está poniendo cara de cachorrillo.

    "Yo también lo siento," murmuro antes de mirarle. Nuestros ojos hacen contacto, mientras la risa histérica sale de nuestros labios. El tren se detiene. Nos subimos.

    Nos sentamos uno frente al otro. Junto a mí hay dos figuras. Viejas, profundas arrugas cortan sus rostros, los ataques de un terremoto en la piel. Las puertas se cierran. Estamos encerrados con ellas.

    Están acurrucados juntos, la mujer hurgando en su bolso antes de sacar una bebida. Ella atraviesa el sello de aluminio con la pajita y se la da a su esposo. Sus manos temblorosas aceptan. Amor, se nota que están enamorados. Felicidad entre nosotros en la vejez. Es una vista agradable y cálida, pero algo en ellos me perturba, sus formas marchitas y frágiles por las presiones de una larga vida. Un amor gastado lleno de desesperación. Desesperación por el futuro. Desesperación por saber que con cada día que pasa se acercan al final, que pronto estarán solos. Uno fallecerá dejando al otro sin la mitad de su rompecabezas. Solitarios hasta que puedan unirse de nuevo mediante la muerte. La vida en sus etapas finales, un amor que desgarrará a uno de ellos.

    Se acurrucan más cerca. A mis ojos parecen cadáveres. Salto a través del vagón y me siento junto a Sam, reconfortado por su presencia. Me miran y fruncen el ceño antes de continuar con sus asuntos. Sentado enfrente es aún más perturbador. Ver sus arrugas moverse, sabiendo que ambos vieron cómo se formaban. Vivieron juntos, se amaron juntos, se vieron envejecer juntos antes de morir solos. Mirarlos es como mirar un futuro posible. Sam y yo sentados como ellos, dos jóvenes mirándonos. Tener tanto amor por alguien, sentir tanto amor por alguien. Miro a Sam y lo sé. Sé que no amaré a nadie más. El amor que siento es real. Yo masacraría naciones solo por ti.

    El tren para. Salimos. Lo único que quiero hacer es tomar a Sam entre mis brazos, pero no puedo. Me duele ver a todas estas parejas demostrando su cariño y saber que, si hiciéramos lo mismo, sería mal visto con miradas de disgusto. El verdadero amor se volvió sórdido en la mente de los demás.

    Sam quiere un trago, así que paramos en una tienda. Yo espero fuera con un cigarrillo entre los dedos. Inhala, exhala. Me siento solo sin la presencia de Sam a mi alrededor, aunque sé que solo está en la tienda de atrás. Vuelve a mi lado. Completo. Doy un trago de su bebida y regresamos.

    Entramos por la puerta, nos quitamos los zapatos y colgamos los abrigos. Nos duelen los pies, hemos estado caminando todo el día sin descanso. Nuestras piernas estarán rígidas por la mañana. Camino hasta el baño y meo en el inodoro. Me miro a los ojos, las pupilas aún grandes pero encogidas, volviendo a la normalidad. Enrojezco, me lavo las manos y abro la puerta de la habitación de Sam.

    Caigo en la cama junto a él. Nos abrazamos, nos besamos. Le abrazo con fuerza, le acerco lo más que puedo a mí. Finalmente puedo hacer lo que quería hacer todo el día. Lo siento frotar su cabeza en mi pecho. Me encanta cuando hace eso. Aprovecho esto, tengo que irme en unas horas. Nos besamos, un beso largo y apasionado. Cuando nuestros labios se separan, el mundo ha vuelto a la normalidad. Yacemos allí, Sam acunado en mis brazos, cabeza en mi pecho. Feliz. Siento la primera lágrima rodar por mi mejilla.

CUATRO

Quince de Noviembre

Dos Mil Cuatro

    Este patito nunca se convirtió en un hermoso cisne. Se mantuvo sin cambios y fue odiado...

    Odiado por los demás y odiado por él mismo...

    Entonces llegó un hermoso príncipe e hizo que el patito se sintiera bien consigo mismo...

    Pero ese día no funcionó y el patito lloró en sus brazos...

    El patito quiere ser un cisne.

CINCO

Diecinueve de Noviembre

Dos Mil Cuatro

I

    Estamos en la línea Victoria, llegamos en la hora punta. Me encontré con Sam en Waterloo hoy y de allí fuimos directamente a Camden, compramos los hongos y ahora estamos regresando a su casa. De regreso a mi segundo hogar, la mitad del tiempo que paso en el suyo y la otra mitad en el mío. Siempre juntos, rara vez separados. Aplastado uno al lado del otro en este tren, froto suavemente mi dedo contra su costado. Felicidad. Aprovecha este momento y recuérdalo para toda la vida, otro para agregar al catálogo de recuerdos previamente almacenados.

    El tren para y partimos, recorriendo una ruta familiar. ¿Cuántas veces hemos caminado juntos por estos túneles? No las cuento, existo. Feliz con todo. ¿Quién cambiaría el amor de una persona por otra cosa?

    Estamos caminando rápido, ansiosos por regresar, ansiosos por deshacernos de nuestras maletas y su carga, ansiosos por la aventura. Sin siquiera darnos cuenta llegamos a casa de Sam, abrimos la puerta y entramos. Nos quitamos los zapatos y entramos en la habitación de Sam. Nos sonreímos, nos besamos y luego, Sam se apresura a tomar un poco de zumo, puré de fruta aguado en una bebida. El fuerte sabor de los zumos naturales para eliminar el amargor. Estamos preparados.

    Cambiamos de posición y nos sentamos en el suelo junto a su escritorio. Colocando los recipientes frente a nosotros, el zumo junto a ellos. Es como si estuviéramos preparando un ritual, presentando todos los artefactos necesarios para una experiencia religiosa. Nos sentamos con las piernas cruzadas, uno frente al otro, respiramos profundamente y comenzamos. Comemos los hongos bocado a bocado. Sentados en silencio, torturando nuestros cuerpos. Un mordisco, traga zumo para asegurarte de que no salga nada. Tenemos una ley, cualquier cosa que salga tiene que volver a entrar, la idea de comer es lo bastante enfermiza como para calmar el estómago. Muerde, mastica, traga. Un ritual que nos permite ver el mundo de manera diferente, separarnos del resto para que podamos existir en un plano superior.

    Los contenedores están vacíos. Bebemos el resto del zumo y quedamos sentados. Sam recoge las cáscaras vacías y las desliza debajo de su cama. Pruebas ocultas a la vista. Viene y se sienta a mi lado. Le rodeo con el brazo mientras nos apoyamos en su almohada gigante. Sonrío, su cabeza contra mi pecho. "¿Preparado?" Le pregunto. Lo siento asentir. "¿Nos vamos?"

    "Sí," responde mientras se levanta lentamente. Lo sigo, vamos a buscar nuestras zapatillas y nos las ponemos. Haga una pausa en el espejo del pasillo, nuestra última oportunidad de comprobar nuestra apariencia con ojos verdaderos durante las próximas horas. Felices, nos vamos, Sam se pone el abrigo a medida que avanzamos. Salimos al mundo que ya se está oscureciendo.

    El día se está desvaneciendo, nuestra aventura comenzará pronto.

II

    Subterráneo, generalmente comienza aquí. En estas vastas catacumbas nos encontramos caminando, a nuestro alrededor los colores se intensifican. Ardiendo a través del tejido de la realidad, marcándose en nuestros ojos. Rojos y amarillos, información y advertencias. Nos sentamos y esperamos.

    Contemplo el cartel que tengo delante. Una mujer gigante cortando hierba con una hoz. Ella permanece inmóvil mientras la hierba se balancea con la brisa. El cielo de la imagen claro como el cristal, un día de verano, diseñado para tentarte y que te alejes de la frialdad de este país. Visítanos y corre a través de un campo, el aire cálido te roza con suaves brisas. Sea despreocupado, pero solo si puede permitírselo. Si no tiene dinero, no nos importan sus experiencias mundanas de vientos fríos y lluvias amargas. El dinero no puede comprarlo todo, pero puede proporcionar libertad imaginaria.

    La hierba sigue balanceándose frente a mí. Atrayendo. Ojalá pudiera levantarme y saltar a través de la imagen hacia el paisaje. Romper el cartel como Alicia a través de su espejo. Existir en ese otro mundo, lejos de esta vida de plazos y presiones. Ojalá pudiera. Sin embargo, la línea amarilla es una advertencia. Vaya más allá y con toda certeza sólo le aguardará la muerte. Así, de igual manera, un salto te alejaría de todo, solo que no habrá regreso una vez que hayas cruzado.

    Un viento nos atraviesa, demasiado fuerte para ser la brisa del cartel. Alzo la vista, Sam está de pie. Ha llegado el tren. Subimos.

    "¿Alguna idea de dónde vamos?" Pregunto.

    "Mi abuelo dice que tienen las luces de Navidad encendidas en la calle Oxford. Yo digo que deberíamos ir a verlas." Me sonríe.

    Yo sonrío. "Sí, eso estaría genial."

    El tren sigue moviéndose y nosotros esperamos. La emoción nos invade.

    Para, se abre, nos movemos. Nos unimos a la multitud que espera salir de la estación, está tan llena que no tenemos más remedio que hacerlo, no hay espacio para pasar. La espera alimenta nuestra emoción y se suma a la tensión en el aire. Las toxinas en nuestro sistema avisan que no hay necesidad de claustrofobia, estas masas de personas no tienen sentido para nosotros.

    Viajamos al nivel del suelo a un ritmo mecánico en una serie de escaleras mecánicas. Pronto el aire fresco de la ciudad se precipita sobre nosotros, sintiéndolo fresco en los pulmones después del aire viciado y polvoriento de los niveles subterráneos. Paramos, de pie, respiramos. Dejamos que entre en nuestros cuerpos y aclare nuestras mentes. Clic, llama, inhala. Respiro eufórico humo canceroso. No sabe a nada, pero siento el humo fluir por los pulmones. Aire inhalado a través de un filtro de muerte. Sam a mi lado, un cigarrillo entre los dedos. Adicto a la muerte, irremediablemente adicto a Sam. Podría vivir sin cigarrillos; la vida sin él, sin embargo, no soporto pensarla. Doloroso, sin dirección y sin amor, un mundo fuera de órbita, un planeta sin un sol que circular.

    Sam alza la vista hacia el aire. Boca abierta ampliamente, cigarrillo ardiendo hasta la colilla en sus dedos. Este cae en cámara lenta, golpeando el suelo con una chispa de color naranja. Sam avanza. De pie en medio de la carretera, se detiene aún mirando hacia arriba. "Es hermoso," le oigo decir. Un susurro de palabras flotando en la noche.

    Me coloco a su lado y miro hacia arriba, permitiendo que mi mirada comparta el mismo espacio que la suya. Luces en el aire, largas columnas blancas que se adentran en el cielo. Penetrantes, vertiginosas, hermosas. Estamos allí paralizados ante ellas. De pie en medio de la carretera ajenos a todo lo que nos rodea. El ruido de la ciudad se desvanece en un zumbido distante en mis oídos. El silencio me consume mientras las luces cruzan el cielo como la luz de una antorcha atravesando el alma. Una belleza en la oscuridad.

    Estoy avanzando, ambos lo estamos. Nuestros cuerpos se deslizan por la calle, atraídos hacia las luces. Levitando como fantasmas, invisible para todos. Fantasmas atraídos por la luz celestial del más allá. La luz del Juicio Final arroja almas benditas al cielo o a los abismos del infierno. Entre en la luz y sea limpio de todo pecado. Nuestras piernas nos están guiando hacia la redención, pero no nos estamos acercando. Simplemente nos deslizamos. Mi atención se desvanece y me doy cuenta de lo que estamos haciendo, embobados en los haces nos estamos poniendo en peligro. Un vehículo a alta velocidad podría reemplazar una luz por la otra. Nuestra redención, nuestra distracción, sería en realidad nuestro Juicio Final.

    Agarro a Sam por el brazo y le arrastro conmigo hasta la seguridad de la acera. Sus ojos se apartan de las luces y me miran nublados. "¿Qué pasa?" Pregunta.

    Me río. "Íbamos caminando por una carretera principal."

    Sam mira y se ríe. "¿De verdad? Ja, siempre hago tonterías como esa." Me sonríe. "¿No son preciosas esas luces?"

    "Demonios, si. Nos habían absorbido, ¿no?" Sonrío, mi mano roza la parte baja de su espalda, una pequeña muestra de amor en una gran ciudad. Sostengo la mano allí durante un rato mientras miramos las luces de nuevo. El mundo que pasa junto a nosotros, dos almas contentas, felices en la compañía del otro. Todo lo que necesito está a mi lado, si las luces nos guían hacia la redención, entonces están apuntando en la dirección equivocada. El salvador de mi alma está en este mundo, no hay necesidad de que espere una segunda venida. Sam, mi amante, mi amigo, mi compañero del alma. Así, en el mundo debe haber un alma compañera para cada uno de nosotros, una persona esculpida de la misma arcilla y a quien estamos destinados a conocer. En mi corazón sé que he encontrado la mía. Un alma, cortada en dos y esparcida, ahora juntas mirando hacia el cielo nocturno. Unida y completa. Mirando hacia los cielos, mi mente pronuncia una oración silenciosa, agradeciendo a Dios por permitirme por fin encontrar un pedazo de felicidad.

    Aparto los ojos de las luces de nuevo y contemplo la escena. Gente alrededor, como siempre. La vida siempre en estas calles. Vidas vividas independientemente de las nuestras. Tantas caras, vistas una vez y nunca más.

    Los ojos de Sam están sobre mí. Mirando mi cara. "¿Qué estás pensando?" Pregunta.

    "No mucho, en realidad, solo me concentro."

    "A veces me gustaría poder meterme en tu cabeza y ver lo que pasa ahí dentro."

    "Eso es algo que realmente no querrías hacer." Sonrío. "Está bastante jodido ahí dentro."

    "Aún así estaría bien ver cómo ves tú el mundo," sonríe.

    Dejo que mis ojos vaguen. Les dejo asimilar a las personas que me rodean. Buscan, encuentran, se fijan. "Bueno, si quieres, Sam, puedes decirme si esa persona realmente existe," señalo.

    Sam se gira y sigue el dedo. Un rayo láser que se extiende desde la punta del dedo hasta el objetivo. Una guía a seguir por los ojos de Sam. Un bufido de risa a mi lado. Los ojos de Sam se clavan en la misma persona. "¿Qué carajo?" Respira. Yo había predicho esa reacción.

    Nuestros ojos han vuelto a ser atraídos por la grasa. El más fácil de elegir entre la multitud. La señora se ha detenido frente a un escaparate, mientras busca con los ojos su contenido sin rumbo fijo, su mano se lleva una hamburguesa a la boca. Movimientos lentos y decididos. Ejercicio para ella, importante para su existencia, su forma de levantar pesas, intercambiar pesos por comida. Su trasero es enorme, sin duda existe una raza olvidada de humanos allí dentro, oculta de los depredadores por sus carnosas barreras. Su ropa le cuelga ceñida mostrando sus curvas, aunque también sus bultos, protuberancias y piel flácida... y dicen que el negro adelgaza.

    Otro mordisco a su hamburguesa y ella pierde interés en la ventana. Lentamente y con mucho esfuerzo se reincorpora a las masas en movimiento, el peso que lleva es una carga que la obliga a hacer movimientos lentos, casi glotones. Ojos como de cerdito examinan el mundo, lanzando amargas miradas de desdén a las hordas de delgados que la rodean. Poco a poco se aleja de nuestra vista, envuelta por el movimiento de la vida de la ciudad. Siento que me duelen las costillas, me he estado riendo abiertamente sin darme cuenta, sin darme cuenta de que nuestra burla ha sido muy obvia. Riendo abiertamente de los monstruos del espectáculo secundario mientras el circo desfila por la ciudad. Decidimos caminar, viajar sin destino por un lado de la carretera. Nuestros pies caminan, los seguimos. La risa trata de morir dentro de nosotros, pero es incapaz.

    Dondequiera que miremos hay rostros y figuras que llaman nuestra atención, trayendo consigo ataques de risa histérica. Las caras parecen modeladas en plastilina, colores suaves sin sombras naturales, suaves pero modeladas en las formas más divertidas. Hombres altos y delgados con brazos tan delgados como cerillas pasan a grandes zancadas, rostros demacrados, Jack Skellington en el mundo real. Junto a ellos figuras de diferentes tamaños y proporciones. Los naturalmente tímidos corriendo de un lado a otro, su cabello cubriendo sus rostros como una barrera natural contra las miradas de las personas. La belleza obsesionada marchando como muñecas Barbie vivientes, cabello teñido, labios de pez y bótox. Las diferentes caras de Londres diseñadas por Tim Burton, un colorido circo donde todos pueden ser un bicho raro sin importar su aspecto. La vida convive pacíficamente, unida en armonía por sus inseguridades.

    Sam y yo cruzamos la calle y volvemos andando por donde hemos venido. Es lo mismo en este lado. Londres caricaturizado. Todos felices en sus propios mundos, su apariencia creada por sus propias manos para permitirles existir de una manera que los haga sentir cómodos. Peinado, ropa escogida a mano y maquillaje para ocultar las imperfecciones que odian. Algunos logran su objetivo, otros fracasan abismalmente, pero a pesar de todo, todos piensan que se ven bien. Todos lo hacemos, con estilo propio para proyectar nuestra propia personalidad o para instalarnos en un grupo. ¿Escena o ser visto? ¿Individualidad o manada? Todas las elecciones que hacemos, lo sepamos o no, caminan por esta calle, puedo verlo. Grupos de jóvenes deprimidos vestidos de negro que se reflejan entre sí con rostros pálidos, una obsesión social con la morbilidad de la muerte, que miran con ojos malvados a aquellos que en realidad pueden estar divirtiéndose. Brillantes pavos reales que destacan del resto, luchando entre ellos inconscientemente por la mayor atención. La vida, una lucha constante por el reconocimiento. Cómo Sam y yo encajamos en todo esto, no lo sé. Él se ha vestido con vaqueros azules, camiseta negra y chaqueta marrón, un marcado contraste conmigo vestido con vaqueros azules, cinturón naranja y sudadera con capucha verde brillante. ¿Proyecto yo la imagen de un pavo real, vestido de manera brillante para destacar entre la multitud? ¿Llama Sam la atención por sus colores apagados? Parece que siempre es así entre nosotros, vestidos como el Ying y Yang. Oscuridad y luz. El pavo real y su esposa.

    Ahora mi cerebro está pensando, tratando de posicionarme en esta escena. ¿Qué personaje interpreto en esta animación modelada de Londres? El agarre de Sam me devuelve la atención. Casi había pasado por la entrada de la estación de metro. Le sonrío, su rostro siempre me hace sonreír, incluso en su estado de plastilina. Entramos en la estación dejando atrás los campos de batalla de la atención. Estamos de camino a Waterloo.

III

    "Sam, ¿viste eso?" Me paro en seco.

    "¿Ver qué?"

    "Mira cómo caminan todos."

    "¿Qué pasa con eso?"

    "Tú mira."

    Él lo hace. "¿Qué coño?"

    Frente a nosotros todos se pavonean, en una esquina se detienen, hacen una pose y luego siguen pavoneandose.

    "Es como si estuvieran en una pasarela o algo así," continúo.

    La muchedumbre avanza, un ejército de modelos, procedentes de un desfile de Milán. Lo seguimos, nuestros ojos mirando, medio divertidos, medio intrigados. Llegamos a un andén y nos sentamos en un extremo desierto. A nuestra izquierda, un grupo de personas, de sexo mixto, todos hablando, sus cuerpos arqueados en posturas falsas. Luego uno de los machos se separa del grupo y se pavonea en nuestra dirección. Espalda recta, un exagerado balanceo de cadera añadido a su andar. Lo vemos pasar, lo vemos detenerse. Él adopta una pose, piernas en jarras, cadera hacia afuera, brazo descansando sobre la extremidad amartillada. Mantiene la pose durante cinco segundos, deja que todos se vean el estilo, imagina destellos de cámara, luego desbloquea esa cadera, gira y pavonea todo el camino hacia atrás. Fluido pero exagerado. El macho se reincorpora al grupo, sus conversaciones continúan, las posturas permanecen falsas.

    Miro a Sam. "¿Qué coño ha sido todo eso?"

    Él se encoge de hombros a cambio. "No se. Extraño, ¿no?

    Miramos atrás hacia la multitud, siguen siendo los mismos. Personas falsas en posiciones falsas como una foto en grupo de una revista. El tren llega a la estación, subimos. Se pierden de vista en otro vagón.

    Dejamos que el tren nos lleve a nuestra próxima estación. Cuando se detiene nos levantamos y bajamos, mientras miramos a lo largo del andén vemos un ejército de modelos saliendo de cada puerta. Corrijen la postura, mueven el cabello por si acaso y luego posan. Todos luchando por llamar la atención. En todas partes hay una pasarela, una oportunidad para hacer fotografías. Clic, Clic, flashes de cámara imaginaria. Juegan con los cientos de cámaras de CCTV que observan todos tus movimientos aquí abajo.

    Sam y yo nos encontramos siguiéndolos a todos. Embobados tras un catálogo de ropa viviente, no el estatus de supermodelo sino todos luchando por el glamour. Pronto llegamos a otro andén, se extiende en la distancia frente a nosotros. A lo largo de este hay filas de personas de pie individualmente o en parejas. Estilos de ropa que combinan.

    Caminamos.

    Abrigos gruesos y cuellos de piel sintética, marrones y negros. La colección de invierno.

    Nuestros pies siguen caminando.

    La introducción de un color vago. Amarillos que brillan con marrones como nuevos brotes en árboles durmientes. La colección de primavera.

    Caminamos aún más, seguramente el andén no puede ser tan largo.

    Una explosión de colores, brillante, extravagante. Vaqueros azules y blusas blancas. Rosas y amarillos, azules y verdes. Una gloriosa variedad de flores que luchan por llamar la atención. La colección de verano.

    Y el andén sigue y sigue.

    Todo el mundo está volviendo a sus marrones, colores descoloridos. Rojos y naranjas. Colores quemados para hojas muertas. La colección de otoño.

    El andén llega a su fin.

    Para, gira, posa. Sacudimos la cabeza, no hay forma de regresar por esa pasarela gigante. Miramos atrás. Grupos de modelos que se unen en sus temporadas. Un año de moda alineada y en exhibición. Maniquíes vivientes en un escenario del inframundo.

    Llega el tren. Subimos.

IV

    Salimos por las puertas abiertas y bajamos del brillante tren hacia una aburrida estación. Oscura, sombría. Naturalmente, a lo largo del andén, las únicas personas que se bajan en esta estación son las vestidas de marrón oscuro y negro. Morbosamente vestidas para una estación morbosa. Este andén es obviamente uno de la línea Bakerloo. Malhumorado, opresivo. Caminamos por el andén, la multitud ya se ha ido. Me siento fuera de lugar con mi blusa de colores brillantes, los colores resplandecen, más brillantes de lo que recuerdo, el tono marrón y grisáceo de la estación enfatiza el color.

    Sam se para, no me sigue. Se queda ahí parado con una mirada de desconcierto en su rostro.

    "¿Qué pasa?" Pregunto.

    "Dom, ¿por qué eres tan brillante?"

    "¿Qué?"

    "Tu ropa. ¿Por qué te vistes tan brillante? Brillas por encima de todos."

    "¿En serio?" Sabía que mi ropa era brillante, pero no puede ser tan impresionante.

    "Sí, mira a tu alrededor."

    Mientras caminamos por la estación, echamos un vistazo a los pocos que están esperando en el andén. Todos ellos están vestidos con los mismos colores que los que bajaron del tren cuando lo hicimos nosotros. Una película filmada en sepia, conmigo mejorada digitalmente en un glorioso Technicolor. Un faro de color que brilla en la oscuridad.

    Miro a Sam. "¿Por qué soy tan brillante?"

    "No lo sé, pero es increíble."

    Dom, el brillante pavo real con su plumaje de verdes, naranjas, azules y rosas. Las bandas de plástico de mis brazos irradian un brillo rosa fluorescente frente a la palidez de mi piel. Salimos del andén y subimos por las escaleras mecánicas hasta la entrada de la estación, nuestro viaje iluminado por mi resplandor, quemando la oscuridad con mis colores.

    Llegamos a las barreras, metemos nuestros boletos en las máquinas y caminamos hacia la estación principal. Seguimos caminando unos pasos antes de detenernos. Me vuelvo hacia Sam, la confusión cruza mi rostro. "Esto no es Waterloo."

    La confusión se refleja en el rostro de Sam. "Lo sé, ¿dónde diablos estamos?"

    "Ni puta idea." Doy la vuelta en círculo completo y me fijo en todo lo relacionado con la estación. Su contenido y diseño me son totalmente ajenos. Nunca había estado aquí antes.

    Comenzamos a explorar, asimilando la mayor parte de lo que nos rodea, buscando pistas que puedan desencadenar nuestros recuerdos. No vemos nada. La estación está abarrotada de ancianos, todos sentados en los bancos. Los más jóvenes quedan en posiciones esporádicas a nuestro alrededor. Todos allí sentados sin hacer nada. Sin ojos moviéndose hacia los tableros de mensajes, sin gente corriendo hacia los trenes. Nada. Solo un contento silencio mientras la gente aparentemente no espera nada. Los ancianos esperan un tren para encontrarse con su salvador, los jóvenes esperando lo mismo. Viejo, envejecido, esperando.

    Hay un aire extraño en la estación. Seguimos caminando, la inquietud aumenta dentro de nosotros. Me froto los hombros, siento la necesidad de sentarme, de descansar. Parece como si estuviera envejeciendo, como si la estación me estuviera absorbiendo la energía. Mis ojos miran hacia Sam, sus movimientos se han vuelto muy lentos. El caminar de la depresión, ningún esfuerzo queda dentro de nosotros, un deseo de sentarse y esperar. Esperar como los que nos rodean. Esperar por nada.

    "¿Podemos salir de aquí?" Le pregunto a Sam.

    "Sí, es raro aquí arriba. No están haciendo nada."

    "Esto está jodido. Panda de perezosos." Me río, Sam se ríe conmigo. A medida que la risa vibra a través de nosotros, parece que los grilletes se sueltan. Seguimos riendo, volviendo a las barreras, las figuras que esperan nos lanzan miradas malvadas por perturbar la morbilidad con el trivial sonido de la felicidad. En esta estación, obviamente, la diversión no está permitida.

    Boleto succionado, escupido, las barreras se abren. De vuelta a la caverna subterránea podemos respirar de nuevo. Los sentimientos opresivos de la estación principal se levantan de nuestros hombros cuando el aire viciado entra en nosotros. Aunque los colores deprimentes se extienden por estos túneles, el aire es fresco, el movimiento constante de la vida es una visión, un sentimiento de esperanza. El aire de pasar. Cada recuerdo de estos túneles es fugaz, un momento aquí antes de seguir adelante.

    Llegamos a un andén y esperamos el tren. Pronto llega y subimos a bordo dejándonos que nos lleve a nuestro próximo destino. Estamos contentos por el único motivo de compartir esto juntos. Inseparables. El tren para. Edgware Road.

    "Mierda," exclama Sam mientras salta del asiento y corre hacia la puerta.

    "¿Qué?" Salto tras él y salgo al andén. El tren avanza sin nosotros.

    Sam se está riendo. “Vamos en la dirección equivocada. Aquí es donde salgo para ir a la universidad."

    "Joder, ¿tan difícil es llegar a Waterloo? Quiero decir, hemos hecho ese viaje muchas veces."

    Sigo a Sam mientras nos dirigimos a otro andén, el que con suerte nos permitirá llegar a nuestro destino. Mientras caminamos hacia el andén, un tren nos espera. Subimos y nos sentamos uno al lado del otro.

    Un codazo. El codo de Sam golpeando mi brazo. Alzo la vista. Sentado frente a mí hay un hombre joven. Mezcla de agitado y contemplativo. Mirándome fijamente. Vuelvo la atención a Sam, pero está paralizado mirando al macho. Muevo los ojos hacia atrás. El tipo se está meciendo. Un ligero movimiento adelante y atrás, sus ojos siguen miráandome. Le sonrío. Un cambio de expresión facial, una mirada de sorpresa. Algo en su actitud me hace sentir que no estoy destinado a estar allí, que soy un producto de su imaginación, la cual no debía estar interactuando con él. Su balanceo se vuelve más fuerte.

    Ojos de vuelta a Sam. "¿Qué coño?" Susurro.

    "No sé," la respuesta.

    Miro atrás a la forma oscilante. Siento que mi cuerpo comienza a mecerse. Adelante y atrás, adelante y atrás. Una nueva mirada en sus ojos, confusión. Se supone que no puedo hacer eso.

    "Dom, no hagas...," susurra Sam a mi lado.

    Me balanceo más rápido, sin apartar mis ojos de los suyos. Él se balancea más rápido, sus ojos clavados en los míos.

    "Dom, no."

    Más rápido voy yo. Más rápido va él. Su rostro es de preocupación, el mío es el opuesto en su fría claridad. Él es una visión de la demencia, la mía una visión de la cordura. Cordura burlándose de la locura. Oigo abrirse las puertas del tren, me pongo en pie de un salto y Sam me sigue. El hombre sigue meciéndose, mirando. Bajamos del tren, las puertas se cierran detrás de nosotros. Me quedo quieto, mirando por la ventana a la figura que se balancea. Un producto de su imaginación que no desaparecerá. El tren parte. Sam y yo estamos solos.

    "¿Por qué hiciste eso?" Pregunta.

    "Bueno, ¿por qué no?"

    "Estaba chiflado, podría haberte atacado."

    "Bueno, no lo hizo ¿verdad? Así que no tiene sentido pensar en lo que podría haber sido, ¿no?"

    Sam se ríe y comienza a burlarse del tipo que acabamos de ver. Balanceándose adelante y atrás en el acto. Nos reímos y avanzamos hacia la salida del andén.

    "Bueno, ¿dónde estamos ahora?" Le pregunto a Sam.

    "Eh, no sé. Déjame ir a ver." Él se aleja. Pasan unos segundos y regresa con expresión de confusión.

    "¿Qué problema hay?"

    "Estamos en la misma estación."

    "¿Qué?" Confusión.

    "Que estamos en la misma estación."

    "Pero, ¿cómo?" Voy a comprobar el nombre de la estación. Edgware Road. Estoy boquiabierto. "¿Qué coño?"

    "Esto es muy extraño." Suena asustado.

    "Cierto. Vamos a sentarnos a esperar el próximo tren. Saldremos de aquí."

    Buscamos un asiento y esperamos. La monotonía de los colores de la estación nos abruma. Parece como si todo se estuviera oscureciendo, las luces controladas por un regulador de intensidad, disminuyen gradualmente. Cada vez más oscuro.

    Ráfaga de viento. Salvación. El tren se detiene en el andén, brillantemente iluminado, ofreciendo refugio de la depresión de la estación. Subimos y buscamos un asiento. Las puertas se cierran. Movimiento. Intentémoslo de otra vez.

V

    El tren para y bajamos. Gente por todas partes, un marcado contraste con donde acabamos de estar. Gente multicolor, gente brillante, moda para todas las estaciones moviéndose por el andén iluminada. Waterloo.

    "Mira a toda esta gente," oigo decir a Sam a mi lado.

    "¿Que pasa con ellos?"

    “Bueno, piénsalo, cada uno tiene su propia vida independiente de la nuestra. No los conocemos, ellos no nos conocen a nosotros." Mira a un lado y otro del andén. "Quiero decir, ¿nunca te preguntas qué hacen?"

    "Sí, a veces." Lo cual es cierto, a menudo me he preguntado cómo vive la gente. Vive experimentando diferentes emociones y situaciones, la vida existente en muchas rutas. El dolor, la felicidad y la pérdida se reflejan en diversos grados en una ciudad, un país, el mundo. No hay una vida igual. Todos ven el planeta con ojos diferentes, pero estamos demasiado absortos en nuestra propia existencia para pensar en la de los demás. Cuando las personas abandonan nuestros caminos dejan de existir, imposible contemplar lo que están haciendo en ese preciso momento. Sin embargo, un rostro pasajero, visto una vez y olvidado, sigue existiendo como el centro de un mundo en otro lugar con personas que no conocemos. Billones de mundos existentes en uno.

    Miro a Sam, su rostro sumido en sus pensamientos, su boca se abre. "¿No te gustaría poder experimentar la vida de otra persona? ¿Ver los lugares a los que van? ¿Caminar por los mismos caminos que ellos?"

    "Creo que todo el mundo desea ser otra persona en algún momento de su vida, Sam. Es parte de la naturaleza humana querer algo mejor de lo que cree que tiene."

    Sam señala a un hombre de negocios que pasa, comienza a seguirlo y siento que yo hago lo mismo. Sam continúa, "Como este tipo, ¿cómo terminó de esa manera? ¿Adónde va? ¿Es feliz con lo que tiene?"

    Seguimos al hombre. Los pensamientos corren por mi mente, creando toda una vida para el desconocido. ¿Se va a casa con su esposa y su familia? ¿Acaba de llegar del trabajo o de casa de su amante? No importa cómo lo percibas, su vida siempre estará basada en tus valores, en tu impresión de él. Creas para él una vida de emoción y aventura cuando en realidad podría ser simplemente una mórbida vida de rutina, la misma todos los días. Una serie de eventos planificados hasta el día de su muerte.

    Veo a una chica, de pelo largo y bonita. "¿Qué hay de ella?" Pregunto. Sam mira. La seguimos.

    ¿De donde es? ¿A qué se dedica? ¿Mujer de negocios por el día, stripper de noche? ¿Construye imperios a la luz antes de ofrecer excitación en habitaciones oscuras y sórdidas, pasando todo el día con hombres de negocios desesperados tratando de darse placer a sí mismos de la única manera que saben? Todo eso es un producto de mi mente, basado en la vida que creo que debería llevar. Su vida podría estar protegida, la esposa de un maltratador, le permite salir de casa solo para trabajar. Esclava del sistema durante el día, esclava del hogar por la noche. Su confianza es falsa y está magullada, dentro de una niña inocente que intenta escapar. No puedes imaginar cómo viven otras personas con precisión. Existen como tú quieres en tu mente. Tu cerebro escribe las vidas de los demás a medida que pasan por la tuya como jugadores de bit. Ellos son opiniones de ti también basadas en su percepción. A tu alrededor, la gente te juzga por tu opinión, apariencia, reputación. Crean vidas para ti. Cientos de vidas y escenarios para una vida que solo tú conoces. La única persona que puede saber cómo vive eres tú mismo. Una existencia solitaria con sus propias cargas sobre tus hombros, pero ¿querría alguien ver de verdad el mundo con otros ojos? Yo no, tendría miedo de lo que vería.

    Y así sigue. Siguiendo a diferentes personas. Creando vidas diferentes para las que ya se están viviendo. Un recorrido en zigzag por las cavernas subterráneas de la estación, subiendo poco a poco, acercándonos al aire puro. Irrumpimos en la superficie y nos encontrarnos en la explanada principal de la estación de Waterloo. Una masa de actividad, cientos de vidas viviendo al mismo tiempo, diferentes emociones sentidas cada segundo por diferentes personas. En constante movimiento, actualizándose con una nueva afluencia de personas cada minuto.

    Caminamos viendo pasar la vida. Nadie nos presta atención, solo somos rostros entre la multitud. La estación parece diferente. Amplia, mucho más amplia, un anfiteatro de la vida. Una multitud de personas en el centro, con los ojos mirando fijamente los tableros en constante cambio, esperando que aparezca un número que los dirija a un andén al ritmo programado. Aquí están, esperando, anticipando. Personas totalmente ajenas a quienes las rodean, solo preocupadas por un número, rezando por que no haya demoras que alteren sus agendas.

    Por los lados de la estación, movimiento, rápido, decidido. Gente apresurada hacia sus andenes, moviéndose en constante carrera. Una carrera alrededor de espectadores ciegos que miran pantallas azules. Aparece un número y corren, uniéndose a la carrera, corriendo en busca de los mejores asientos, corriendo para llegar allí uno o dos segundos antes que el resto. Compiten durante el día, compiten al volver a casa, sus vidas son una competencia constante para superar a los demás. Aparece otro número, el próximo lote de galgos son liberados de sus jaulas, corriendo y persiguiendo un conejo imaginario, ansiosos por llegar a casa y volver a una existencia acogedora.

    Continuamos por la estación, pie tras pie dejamos que nuestros pies nos guíen. Hay un perro, un perro gigante. Masivo. Su cara es del tamaño de un humano. Me acerco, Sam me sigue. Me encantan los perros. "¿Puedo acariciarlo?" Les pregunto a los propietarios.

    "Sí, claro," responden.

    "¿Qué clase de perro es?" Pregunto pasando la mano por su melena.

    "Un Akita japonés."

    Me agacho frente a él. "Es precioso." Le froto la cara. Grandes ojos sabios me miran, si pudiera hablar podría contarte los secretos del universo. La respuesta a la armonía mundial encerrada en esos ojos profundos.

    "Le gustas. Eso es un honor. Son perros muy distantes."

    Miro a la mujer y sonrío. Le doy al perro una última caricia y me pongo en pie, sintiéndome extrañamente feliz de haber ganado la aprobación de una criatura tan majestuosa. Sonrío a los dueños y nos alejamos.

    "¿No era bonito ese perro?" Le pregunto a Sam.

    "¿No era grande?" Se ríe. "Tengo sed, vamos a beber algo."

    Entramos en WHSmith y compramos dos botellas de Coke, cambiando torpemente dinero con el tendero mientras lo hacemos. Salimos de la tienda y nos sentamos. Uno al lado del otro, vemos pasar el mundo. Abro la botella y me la llevo a la boca. Risitas. Un ataque de risa me recorre, lo mismo para Sam. Me compongo, levanto la botella, risitas. Por fin, el líquido se vierte en mi boca. ¿Qué hacer ahora? Hago una pausa y pienso. Siento las burbujas estallar dentro de mi boca. Las escupo de la risa. Miro a Sam. "He olvidado cómo beber."

    Sam se ríe. "¿Tú también?"

    Intento de nuevo. Me compongo, levanto, bebo. Bien, hasta ahí llego, ¿qué sigue? Recuerda. Traga. Coke cae por mi garganta, saciando una sed que no sabía que tenía.

    Una mujer se sienta a nuestro lado. Piel sintética y colorete. Una estrella envejeciendo. Reimos. No podemos evitarlo, es que fluye de nosotros. Lo único que podemos ver es el pelo rizado y estos labios. Labios que sobresalen de la nada. Aguanto la respiración para parar la risa. No funciona, veo el cabello temblar de indignación. La mujer se levanta y sigue adelante.

    Tres figuras nos miran. Todos hombres, rostros llenos de desaprobación. Nos miran luchar por beber, nos ven acurrucados y riendo, nos ven reír sin razón, reírnos de la gente. Observan nuestras pupilas dilatadas que se burlan del empresario que deja caer su maletín. Con cada racha de felicidad que nos abandona, que hace que nuestros cuerpos sufran espasmos, sus rostros se tensan más de desdén. Nos miran bajando las narices hacia nosotros.

    "¡BUU!," Grito en su dirección, Sam y yo seguimos esto con otra ronda de histéricas.

    El grupo comienza a moverse, pasando junto a nosotros. Mientras lo hacen, uno habla, su voz pomposa y farisaica. "Vamos a alejarnos de esos drogatas."

    "Ohh," dice Sam en un tono burlón.

    "Vamos a alejarnos de esos drogatas." Mi voz imita la voz pomposa. La risa nos desgarra. Componte, levanta, traga. Clic, llama inhala. Cigarrillo sujeto entre dedos temblorosos, un gordo y pesado tubo de muerte. Inhalo, exhalo. Siento el humo extraño, difícil de describir. No es desagradable, pero no exactamente normal. El humo cubre de pelaje la boca. Bebo para deshacerme de él, para limpiar la boca. Fumo hasta el filtro y luego arrojo el humeante cadáver a la distancia. Este explota en un despliegue de fuegos artificiales de color naranja, extrañamente satisfactorio. Hermoso a su propio modo. Qué muerte tan gloriosa.

    Hora de seguir adelante. Nos hemos cansado de Waterloo y de su constante cambio, la vida en movimiento. Rostros que nunca existen durante más de unos pocos momentos. Un bullicio de actividad. Queremos algo de tiempo a solas, solos Dom y Sam. Ser el centro de nuestro universo, no solo distantes satélites que orbitan a otros millones. Caminamos hacia la escalera mecánica. El perro sigue ahí, orgulloso, majestuoso. Camina hacia las escaleras mecánicas frente a nosotros. Abajo vamos. Pongo la mano en la espalda de Sam. Observamos la escena a cámara lenta. El perro se tambalea hacia adelante, la correa se desliza de las manos del dueño y se enrolla alrededor del cochecito de enfrente. Caos. El cochecito tira hacia adelante, cruzando las escaleras mecánicas. Yace devastado en el fondo, el presumido perro al lado. El rostro de los padres lleno de sorpresa. Agarran al niño en sus brazos con más fuerza, sus ojos agradecen a Dios su decisión de sacar al bebé del cochecito, su cerebro imagina el final alternativo. Sam y yo nos alejamos, reprimimos la risa. Una vida podría haber sido lastimada, perdida, y lo único que podemos hacer es reírnos de ello.

    "Quiero volver a la estación. No creo que pueda lidiar con ese perro," me susurra Sam.

    Bajamos, eludimos la discusión entre el dueño y la madre, y tomamos la escalera mecánica hasta la explanada principal, dejamos salir la risa. Esperamos cinco minutos y descendemos. Los hechos que han ocurrido ahora pasan a la historia, olvidados. Las caras nuevas que comparten la escalera mecánica con nosotros desconocen lo sucedido solo unos minutos antes. Un recuerdo entre los otros recuerdos encerrados en la estructura de esta guarida subterránea.

    Bjamos en la parte inferior y caminamos unos pasos. El galope de pies. Seguramente no. Doy media vuelta, corriendo hacia mí está el perro. Salta, luchando juguetonamente. Lo acaricio, le froto la cara con las manos. La dueña se une a nosotros. "Te ha estado esperando," dice ella. "No quiso andar hasta que te vio."

    "¿En serio?" Respondo desconcertado por la afirmación, el perro me mordisquea el brazo.

    "Una vez que te haces amigo de un Akita japonés, eres su amigo de por vida."

    Gente mirando con miradas perplejas en los ojos. Ven al perro saltar hacia mí. Busco a Sam y le veo en la distancia. Mis ojos lo llaman mientras mis manos y brazos continúan tirando al perro al suelo. Una imagen en mi cabeza, una imagen de que el perro me está atacando salvajemente y en mi mente me río y juego con él. Se arrancan enormes trozos de carne y, para el desconcierto de todos, yo estoy allí riendo y sonriendo. Me miro los brazos, no hay manchas rojas en el verde brillante. Juega a pelear. Hombre y perro jugando, nuevos amigos, amigos de por vida.

    Veo los ojos de Sam llamándome para seguir adelante, así que empujo al perro hacia abajo y le digo "adiós" tanto a la bestia de cara sabia como a su dueña hippy. Corro hacia Sam solo.

    "Aparentemente me esperó," digo con una gran sonrisa en mi rostro.

    "Parecía que te estaba atacando."

    "Tuve un breve momento de miedo de que así fuera." Me río. Seguimos.

    Caminamos en una dirección diferente a la del perro, Sam no quiere volver a encontrarse con él. Cruzamos las barreras de entrada y subimos a la escalera mecánica. Profundizando, más lejos del aire libre. Más cerca del Infierno que del Cielo.

    Al final nos unimos a la multitud. A mi lado escucho un gorgoteo. Un ruido sordo y glotón después de chocar accidentalmente con alguien. Giro la cabeza y miro. Ojos muertos le devuelven la mirada. Ojos muertos en un rostro de cera, mandíbula rajada y colgando flácida, lengua rodando hacia adelante, cayendo a la derecha de la boca cortada. El ruido continúa. Ira profunda y glotona. El sonido de un alma atormentada. Salto, miro a mi alrededor en busca de Sam, y cuando mis ojos regresan, no hay nadie allí. Sin criatura, sin ruido. Siento el corazón latiendo, siento mi mano agarrar el brazo de Sam. "¿Has visto eso?" Le pregunto.

    "¿Ver qué?" Obviamente no lo ha visto.

    Caminamos hacia el andén y nos sentamos. Espalda contra el frío acero. Esperamos el tren en silencio, la claustrofobia en aumento. No lo pienses. Audición amortiguada. Solo concéntrate en tu respiración. Ignora a todos los demás excepto a Sam. Él es todo lo que necesitas.

    Voces apagadas me coagulan los oídos. Una masa de ruido indistinguible. Pad, pad, pad. El sonido de pies acolchados cortando claramente. Seguramente no. Las vibraciones de un cerebro sabio en busca de un amigo. Toco el brazo de Sam. Mis oídos localizan el sonido, apunto en su dirección. Miramos. El perro se acerca lentamente por el andén, sus ojos buscan. Nos ponemos de pie despacio. Caminamos hasta la salida más cercana, retrocedemos y emergemos. Miramos atrás hacia el andén y vemos que nuestra fuga ha pasado desapercibida. El perro está sentado en el mismo punto en el que habíamos estado. Se sienta esperando. Me paro detrás de la gente, fuera de la vista. Espero en silencio a que llegue el tren. Pronto lo hace, subimos y seguimos. Un vagón diferente. Las puertas se cierran. Seguimos. Sin perro. Escapamos.

    Sentado frente a nosotros hay una pareja, hombre y mujer, obviamente enamorados. Se sientan muy cerca el uno del otro, mirándose con nostalgia a los ojos. Una mano agarrada a la otra. Sus cuerpos rodeados de un resplandor. Un cálido resplandor, un faro de amor. Echo un vistazo al vagón. Parejas sentadas juntas, cuerpos juntos, una mirada en sus ojos, un brillo que abarcaba sus cuerpos, un brillo cálido. Faros de amor que ofrecen esperanza y brillo a quienes los rodean sin amor. Me pregunto si Sam y yo tenemos ese brillo que nos rodea. Es imposible ver cómo nos ven juntos, ya que la vista siempre es unilateral, conectada. No puedes salir de tu cuerpo para mirar. Miro nuestro reflejo en la ventana de enfrente, pero no veo ningún resplandor a nuestro alrededor, no dejes que eso te deprima. Las imágenes reflejadas son solo reflejos de la verdad, lo que ves no es lo que ven los demás.

    Mis ojos vuelven a la pareja de enfrente. Sé que los ojos de Sam están enfocados en ellos, sé que está pensando en la dulce pareja que hacen. Nos esperan con ansias. El hombre tiene un ojo amoratado. ¿Cómo se ha hecho eso? Mi mente crea una vida para un desconocido.

    "Mira ese hematoma," le digo a Sam, obviamente demasiado fuerte cuando otra voz responde. La pareja nos habla.

    "Me asaltaron a principios de semana," dijo el hombre. Mientras habla, la hembra le mira, le aprieta la mano. Amor.

    "Nunca había estado tan preocupada," dice ella mirándonos. "Fue tan sin sentido, sin provocación."

    "Eso es horrible," la voz de Sam. Yo no puedo hablar. Sam continúa: "Pero estás bien ahora, ¿no?"

    "Sí," la mujer. "No sé qué habría hecho si hubiera sido más serio."

    Se miran el uno al otro, el amor en sus ojos, el amor rezuma de cada poro de sus cuerpos. Un amor el uno por el otro, uno el centro del mundo del otro.

    "Vosotros dos debeís cuidaros el uno al otro," dice el hombre mientras el tren frena hasta detenerse. Las puertas se abren y se bajan.

    Miro a Sam, él me mira a mí. Sonreímos. Amor en nuestros ojos, amor que rezuma de todos los poros de nuestro cuerpo. Yo siempre te cuidaré. Por primera vez creo poder ver el resplandor, un breve destello fugaz de un cálido naranjo. Un faro de amor nos acompasa.

    Siempre cuidaré de ti, no importa lo que pase, siempre estaré ahí para ti. Un extraño ha visto el amor que tenemos y, sin desdén por él, nos ha dicho que nos cuidáramos el uno al otro. Un extraño vio lo que tenemos, vio nuestro resplandor. Nuestro amor brilla para que todos lo vean. El verdadero amor es eterno. Mi alma es tuya. Estás encerrado en mi corazón. Sam, mi Sam. Nadie puede remplazarte.

    Otro vistazo, por el rabillo del ojo, aprieto rápidamente su mano y miro hacia adelante, con una sonrisa aún en mis labios. Un resplandor de calidez. Un faro de amor que ofrece esperanza y felicidad a quienes nos rodean.

    Estamos de vuelta en la habitación de Sam. Está oscuro, solo tenemos la lámpara de pie que nos da luz. Esta se encuentra en el rincón más alejado, sus rayos apenas nos alcanzan. Sombras largas y rincones oscuros por donde mires. Estamos tumbados en la cama, encerrados en un abrazo. La cabeza de Sam descansa en mi pecho.

    "¿Viste el brillo de esa pareja?" Le pregunto.

    Siento que mueve la cabeza, me está mirando. "Si. Fue tan genial. Se notaba que se preocupaban mucho el uno por el otro. Eso es lo que llamas amor." Una pausa. "Dom, ¿crees que tenemos un brillo a nuestro alrededor?"

    "Yo espero que sí. Quiero decir, algo tenemos que tener, parecieron adivinar que estábamos juntos."

    "Yo también lo espero." El cuerpo de Sam se eleva levemente mientras se acerca a mí. Nuestros brazos aprietan nuestro agarre el uno al otro. Sus labios rozan los míos.

    "Te amo, lo sabes, ¿no?"

    "Sí." Cuando la respuesta sale de los labios de Sam, la habitación que nos rodea se ilumina un poco y luego se desvanece. Sam siente que mi cuerpo se tensa. "¿Qué pasa?"

    "¿Has visto eso?"

    "¿Ver qué?" Me mira con leve confusión.

    "Mira lo que pasa cuando te digo que te amo."

    "Vale."

    "Te amo."

    La habitación se ilumina cuando las palabras fluyen de mis labios. Sam sonríe. Felicidad. "Tenemos un resplandor. Joder cómo te amo." Me aprieta con fuerza. La habitación se vuelve cada vez más brillante, un brillo de amor que emana de nosotros. Nos abrazamos, abrazamos, una representación física de nuestra emoción. Nos besamos. Felicidad. Hemos sido partes pequeñas en la vida de muchas personas esta noche, pero ahora, aquí solos, somos ambos centros. Solo enfocados el uno en el otro. Sam, el centro de mi mundo. Mi todo. Imposible imaginar una vida sin él.

    Una llamada desde escaleras arriba corta el aire. A medida que nos separamos, el brillo se desvanece. Sam sonríe. "Eso será la cena." Se va, escucho voces sofocadas por encima de mí, una felicidad ahogada flotando entre los niveles. Vuelve con dos cuencos en las manos. Arroz y curry de ternera. Olor cálido y apetitoso. Nos sentamos y nos llevamos la comida a los labios. Reímos y bajamos los tenedores.

    "¿Has olvidado cómo comer?" Digo entre risas.

    "Sip. ¿Tú?"

    "Sí."

    Nos abrimos camino lentamente a través de la comida, disfrutándola más con cada bocado. Nuestros estómagos se llenan, un hambre que va reconociendo gradualmente. Colocamos los cuencos vacíos en el suelo y volvemos a caer sobre la cama. Uno al lado del otro, rostros encarados uno hacia el otro. Sonrientes. Siempre estamos sonriendo.

    "¿Sabes qué?" Pregunto.

    "¿Qué?"

    "No me importa si la gente no puede ver nuestro resplandor. Te amo y eso es todo lo que me importa."

    "Yo también te amo." Se acurruca contra mí. "Siempre te amaré."

    "Lo sé. Yo siempre te amaré también." Una promesa expresada en el silencio, atestiguada por todos los rostros y figuras encerrados en los carteles que empapelan las paredes. Una promesa inquebrantable.

    "Lo sé."

SEIS

Seis de Julio

Dos Mil Cinco

I

    ¿Estoy soñando? Rara vez puedo saberlo a veces hoy en día. En cualquier caso, despiertos o dormidos, estamos en el metro. Sam y yo nos sentamos en un tren esperando, mirándonos sin decir nada. El tren para, nos levantamos y salimos. Nos paramos en la estación, no hay luces, pero a través de la penumbra podemos ver su arquitectura gótica. Hay un miedo silencioso que recorre a todos, multitudes de personas corriendo, empujando, gritando. Aire denso, ruido por todas partes resonando en la oscuridad, pero el miedo permanece en silencio, silencioso como la muerte.

    Seguimos a la multitud con calma mientras se apiñan en las escaleras mecánicas. Solo escaleras mecánicas hacia arriba en este lugar. Escaleras mecánicas abarrotadas de gente, ningún lugar adonde huir, ningún lugar para escapar. Subimos, las escaleras mecánicas son largas, atraviesan cinco niveles, cinco pisos que pasar. Cinco pisos vacíos. La gente para en cada uno solo para desaparecer en la oscuridad, abismos negros, dos pasos en la oscuridad y es demasiado tarde. La oscuridad miente, engaño de zarcillos negros. En estos niveles hay agujeros ocultos que conducen a los pozos del infierno, los gritos que se desvanecen perforan el aire, agitando al ganado temeroso con el que compartimos estas escaleras mecánicas.

    Nos estamos acercando a la cima, al último piso. Un gemido de pánico recorre la fila. Miramos hacia arriba para ver qué lo causa. Una pared enorme. Una pared de ladrillos macizos, nuestro destino a ninguna parte, sin escapatoria. Los agujeros negros en los otros niveles obviamente son la única forma de salvación. Ante nosotros cuerpos aplastan cuerpos, las vidas se extinguen como fichas de dominó, chocando unas contra otras. Salto, de alguna manera me las arreglo para saltar, de alguna manera me las arreglo para escalar la pared. El escape siempre depende de cuánto lo desees realmente. Ahora comienza el tormento.

    Me paro en la parte superior de la pared, que en realidad se extiende en la distancia como un vasto espacio vacío. Estoy aquí solo. Debajo de mí está el pandemonio y ni un atisbo de Sam. Lo he perdido. En mi pánico, corro, buscando el interruptor de control que puedo sentir que está en este espacio. Lo veo, un hombre está parado allí. Un asistente del metro. Vuelo hacia el interruptor pero él me detiene.

    "¿Qué estás haciendo?" Pregunta con calma.

    "Tienes que apagar las escaleras mecánicas, están muriendo allí abajo."

    "¿Qué estás haciendo aquí?"

    "¿No me oye? Apáguelas." Estoy a punto de llorar. "Apáguelas, están muriendo."

    La mano del hombre acciona el interruptor y el zumbido de la escalera mecánica se detiene, el griterío aún resuena en el aire. Me agarra del brazo y me conduce de regreso. "¿Qué están haciendo todos aquí?," Grita, su voz retumba por el túnel de la escalera mecánica, trayendo consigo un silencio instantáneo. "Esta estación está cerrada, no deberían estar aquí."

    A su orden, el ganado sale del túnel y se dirige hacia la salida designada. Me dejo llevar por la multitud. Afuera todo el mundo hace colas, esperando a sus parejas, cuando las ven se abrazan con alegría. Yo camino, buscando, buscando a Sam. No lo veo por ningún lado, una profunda soledad me recorre. Mis pies se ponen a correr. Corriendo entre la multitud, rezando a Dios para que lo encuentre. ¿Dónde diablos está? Por favor, no me digas que se ha caído.

    Un destello, un destello brillante, un destello de cámara. Paro. Otro. Me concentro en su dirección y localizo su origen. Un grupo de personas riendo y bromeando, sin una sola preocupación en el mundo, y ahí en su centro está Sam. Sam el centro físico de sus mundos. Camino hacia ellos y lo alcanzo.

    "¿Dónde diablos has estado? Te he estado buscando," digo, con mi mano agarrada a su brazo.

    "Oh, ya sabes, solo estaba aquí con mis amigos." Les sonríe.

    "No me esperaste como todos los demás hacen por sus compañeros."

    "Oh, lo siento," se ríe con sarcasmo. "Pero estaba echando unas risas aquí con mis amigos."

    "¿Y ni siquiera notaste que yo no estaba? Y además, ni siquiera conoces a esta gente."

    "¿Qué? Así que ahora estás celoso porque puedo hacer todo este montón de nuevos amigos."

    "Lo que tú digas, Sam. Me voy, ¿te vienes? No tengo tiempo para discutir."

    "Ya, vale," suspira.

    Doy media vuelta, no voy a empezar a gritar, aquí no, ahora no. La salida a la carretera principal es una colina, así que empiezo a subirla. Cuando llego a la cima estoy solo. Mis ojos se mueven hacia el destello de otra cámara. Allí está él, riendo y bromeando con el grupo. Ni un solo pensamiento sobre mí, nuestra conversación, olvidada en segundos. Me giro y sigo caminando.

II

    No tengo idea de cuánto tiempo he estado caminando, he dejado que mis piernas me guiaran mientras mi cerebro se dividía en zonas, tratando de no reproducir la conversación que acababa de tener lugar. Duele demasiado pensar en eso. Duele demasiado saber que él valoraba la compañía de extraños más que la mía, que ni siquiera se preocupaba si yo estaba bien o no.

    Miro a mi alrededor. Estoy en un callejón pequeño y sucio, a ambos lados del mismo burdeles y garitos de juego, el fondo del callejón bloqueado por una puerta de metal. Camino hacia esta, mi mente ajena a todo el ruido que sucede a mi alrededor. Ojos me miran, observando, deseando. Clientes que esperan que diga dos palabras, "¿Buscas servicio?" Deja que miren, estoy fuera de su liga, mi tarifa es demasiado cara para esta clientela. Mis ojos se posan en mi brazo, marcas de huellas viciosas en las venas, sombras oscuras, pinchazos de agujas salpicando la palidez de mi piel.

    Un gordo es expulsado de un club, me roza al tropezar. Mientras se pone de pie, me mira. "¡Corre!," Grita. "Vienen por ti."

    Me agarra por el hombro y me empuja a través de la puerta. Mientras tropiezo, pierdo el equilibrio, veo a dos gorilas calvos correr hacia nosotros, mientras se acercan, el gordo estornuda, un espeso moco verde sale de la nariz, cubriendo a los calvos, deteniéndolos en seco. Mi rostro frunce el ceño en confusión, conmoción, asco. El hombre se gira. "¡Corre!" Grita. "¡Corre!"

    Doy la vuelta y corro deprisa por lo que queda del callejón, los gritos del hombre se desvanecen en la nada cuando doblo la esquina.

III

    Estoy corriendo, paisaje casi borroso a mi alrededor. Paro sin aliento, conozco esta calle, está a cinco minutos de mi casa. Delante de mí, la acera se encuentra con una carretera, salto al llegar a ella. En este salto, abandono la carretera y aterrizo en la acera del otro lado. Por primera vez desde que comenzó todo esto, me siento libre. Liberado de todos los grilletes que me han atado. Libertad, tan ligera como una pluma. Elevada.

    Salto por dos carreteras más mientras hago el resto del viaje hasta la puerta de mi casa, en el camino me detengo en la tienda para comprar un paquete de cigarrillos. Mi llave en la puerta, subo las escaleras y entro en mi habitación. Suspiro mientras me acuesto en la cama.

    Abajo suena el timbre de la puerta, escucho a alguien quejarse mientras bajan a contestar. Estoy despierto y tumbado en la cama. Cojo el teléfono para comprobar la hora. Son las 6 de la mañana y hay un paquete sin abrir de Marlboro Lights en mi mesita de noche. Yo solo compro tabaco de liar.

SIETE

Seis de Diciembre

Dos Mil Cinco

I

    "Lo siento, el número que ha marcado está ocupado. Por favor, cuelgue e inténtelo de nuevo."

    Tiro mi teléfono sobre la cama y me giro hacia Sam. "¿Cómo puede estar todavía jodidamente ocupado? Llevo llamando cuarenta y cinco minutos." Cada marcación recibe el mismo mensaje, el número se graba a fuego lentamente en mi mente. Sam se queda callado. Cojo el teléfono y lo intento de nuevo. Suena, sonrío. Cuando falta un minuto para que se apague la línea, me pasan. Contestan.

    "Por favor, ¿puede pulsar el número de su clínica?" Dice la voz.

    Marco un número y ella me pone en espera. Mi corazón late con fuerza, siempre lo hace. ¿Ha funcionado esta vez?

    Ella vuelve con un clic. "Lo siento, señor, pero tendrá que volver para recibir otra inyección de refuerzo. Si vuelve a llamar el lunes, podremos hacerle una reserva." Se despide igual de inexpresiva y la línea se corta. El teléfono vuelve a caer sobre la cama.

    "¿Cómo ha ido?," Pregunta Sam moviéndose hacia mí.

    "Tengo que volver otra vez, otro pinchazo y luego otro análisis de sangre. Esto es interminable." Quiero llorar. Tres inmunizacioned es todo lo que se necesita, dijeron. Cinco inyecciones más y quiero chillar y gritar, desgarrarme el cuerpo para descubrir por qué no funciona. La interminable búsqueda de protección contra la hepatitis, un adicto a las vacunas con adicción a Energix B.

    Siento que unos brazos me rodean. "Lo siento, colega." Sam me estruja más fuerte. Su calidez es reconfortante. Le devuelvo el abrazo, cerrando los brazos detrás de su espalda. Nos besamos. El toque de sus labios sobre los míos derrite la mezcla de ira y malestar que me recorría. Con Sam en mis brazos no mr siento tan mal. ¿Qué es otra inyección? ¿Qué es otro análisis de sangre? ¿Qué son cuando en mis brazos tengo la perfección? Mi mundo es Sam, hago todo por él. Mi amor por él es más grande que cualquier otra cosa que haya sentido. Él es mío, y cómo agradezco a Dios por ello todos los días de mi vida.

    Me separo y le miro. El sonrie. Qué hermosa sonrisa. Podría quedarme aquí una eternidad mirándolo, sonriendo, chorreando felicidad. Perdido para siempre en un océano de ti. Hay tantas cosas que quiero decirle, pero sé que su valor disminuirá en la traducción del cerebro a la boca. "Te amo," le digo, eso es todo lo que hay que decir.

    "Lo sé, yo también te amo."

    "Bien." Salto en posición de firmes. Podría quedarme aquí toda la noche en una mezcla de miradas y abrazos, pero hay una tarea que hacer. "¿Lo hacemos?"

    La sonrisa de Sam se amplía. "Sí, hagámoslo."

    Caemos al suelo con las piernas cruzadas y Sam saca los recipientes de plástico, tenemos una botella de Sprite entre nosotros para lavar el sabor. Extiendo la mano para abrir el recipiente que me acaba de entregar.

    "Espera," la voz de Sam. "Quiero grabar esto con la cámara." Saca su nueva cámara de vídeo, un regalo de Navidad que logró conseguir antes de tiempo. Su nuevo juguete, puedes ver lo mucho que le gusta. La idea de documentar este momento de nuestras vidas es una burbuja de placer estallando en su cerebro. Yo sonrío. "Está bien, entonces, si es necesario." Supongo que será una visualización interesante, una memoria digital almacenada para siempre en una cinta. Re-vivible. Un momento que se puede volver a ver una y otra vez.

    Con una cámara de vídeo apuntándome, doy el primer bocado. Asco, todo mi cuerpo se estremece ante el sabor. Repugnancia capturada a 25 fotogramas por segundo. Muerde, mastica, traga, glup.

    Extiendo la mano y tomo la cámara de la mano de Sam, es su turno. Sus movimientos son grabados. Muerde, mastica, traga. Su cuerpo se estremece de repulsión. El giro constante de la cámara, su zumbido electrónico, es la banda sonora de nuestra refección tóxica.

    Uno a uno, los hongos desaparecen. Desgarrados por nuestros dientes y disueltos por nuestros estómagos. Desde ese primer bocado, las toxinas se liberan en nuestro sistema. No hay vuelta atrás, no importa cuánto proteste nuestro cuerpo, sigamos adelante. Sprite calma cada arcada, líquido que bloquea el puré de hongos en el estómago.

    "Creo que voy a vomitar," dice Sam.

    Me río. "No lo hagas, recuerda que tendrás que comértelo." Así funciona, lo que sale debe volver a entrar.

    Da unos tragos más de la botella y luego se la pasa a mi impaciente mano. El sabor lava el de los hongos.

    Los recipientes ahora estaban vacíos. Un recuerdo descartado. Empujamos estos pedazos de plástico vacíos y huecos fuera de la vista y apago la cámara. Es hora de moverse. Nos ponemos en pie, riendo y bromeando. Extiendo la mano hacia Sam y le abrazo. Sostener, besar, separarse.

    Mientras me pongo los zapatos suena el teléfono. Mierda, no necesito esto ahora. Es la madre. Responder, conversación rápida y luego despedirse. Tirar el teléfono a la cama. Ponerse el abrigo. Salir.

II

    Así que aquí estamos de nuevo. Nuestros pies dando golpecitos a un ritmo regular sobre suelos de cemento. Almas moviéndose bajo las calles de Londres, conviviendo con ratas y ratones en un mundo iluminado artificialmente. Siempre comienza aquí abajo. Se está creando un mundo alternativo en un artificial ámbito alternativo del mundo real.

    No parece diferente, no suena diferente. El azote de las zapatillas sobre el cemento, el sonido habitual de Sam y de mí. Cuando buscas cambios te das cuenta de lo aburrido y sin vida que es el mundo real. Blancos sucios, rojos polvorientos, suelos envejecidos que contienen los recuerdos de un millón de pies. Londres en constante movimiento, aire viciado por todas partes, signos de una ciudad que vive y respira con sobrepoblación.

    "¿Lo ves?" Pregunta Sam con voz ansiosa.

    "¿Ver qué?" Miro a mi alrededor, buscando con los ojos cualquier cosa que pueda ser digna de notar. No veo nada.

    "¿No lo ves?"

    "¿Ver qué?" Me río. "No hay nada que ver, no hay nadie por aquí."

    Sam suspira y se detiene, mirándome como si yo fuese estúpido. "Los colores."

    "¿Qué pasa con ellos?" Miro a mi alrededor de nuevo, todo se ve igual que siempre. Ningún cambio en absoluto.

    Se golpea la cabeza con la mano, da media vuelta y sigue caminando. Lo sigo, sentimiento profundo dentro de mí, un sentimiento de hundimiento. Por primera vez me siento desconectado de él, existencia en dos planos diferentes. Su viaje, obviamente, le está haciendo efecto mientras yo me quedo atrás, dejado atrás en un mundo sin cambios. ¿Por qué no se activa? ¿Por qué no puedo ver el glorioso cambio de color? ¿Por qué siempre tengo que esperar para todo? Siempre puesto en espera.

    Llegamos al andén. Está un poco ocupado, no hay demasiada gente, pero sí lo suficiente para comprobarlo. Miro, mis ojos inspeccionan la escena, deseando que suceda algo extraño. Nada. Gente normal que lleva su vida normal. La sensación de desconexión se profundiza, se amplía, lo único que puedo hacer es ver cómo la persona más importante de mi vida se aleja, se traslada a otro reino sin mí. Nunca me había sentido tan solo, viendo su vida como si fuera un espectador. Me duele tanto, a través de mi frustración siento que quiero llorar. ¿Es así lo que se siente cuando te arrancan el alma?

    El tren entra en el andén, las puertas se abren. La gente se amontona, empujando a los que esperan seguir adelante sin preocuparse, todos interesados ​​únicamente en sus propios mundos. Únete a la cola y espera tu turno, es el lema de este mundo subterráneo, el lema de la vida moderna en general. Subimos al tren y encontramos un asiento de alguna manera. Me siento frente a Sam, observando su cabeza balancearse de un lado a otro, mirando a su alrededor con gran interés, su cuerpo tiembla con risitas silenciosas. Desde donde estoy sentado veo a la gente mirándole, sus ojos son una mezcla de sentimientos, no saben qué pensar de él. Yo sé lo que están pensando, él parece un perturbado, como si la locura recorriese su mente. Todos piensan que él está viendo un mundo diferente, un mundo poblado por una serie de personajes jodidos. Creen que él lo es, yo sé que es un hecho. Le veo reír y desearía poder ver eso también, desearía poder conectarme con él, rezo a Dios para que estos malditos hongos se apresuren y envenenen mi sistema. Yo deseo...

    Yo solo desearía...

    Solo desearía no necesitar que echar una puta meada.

    Puedo sentirla, mi vejiga llena presionando hacia afuera, usa dolor para dejar su mensaje. No sé de dónde ha venido la súbita necesidad, estaba bien hace un segundo y luego, Bang, ahí está luchando por llamar mi atención. El balanceo del tren tampoco ayuda. Golpeo el pie de Sam con el mío. Nuestros ojos se encuentran, una sonrisa en su rostro. No puedo evitar sonreír en respuesta, pero mientras lo hago, mi vejiga envía una inyección de dolor a mi cerebro recordándome que, en este momento, ella es mi principal prioridad. Me inclino hacia adelante para hablar con él. "Tengo que mear."

    Él ríe. "¿No puedes esperar?"

    "No, necesito echar puta meada. Si espero más me voy a mear encima."

    El rostro de Sam frunce el ceño. Mira el mapa en la pared del tren, está profundamente concentrado. Sus ojos se posan en los míos. "Waterloo."

    Mi turno para reír. "¿Te estás meando?"

    "No, pero pero puedes en Waterloo. Tienen inodoros allí, ¿no?"

    "¿Por qué no podemos bajarnos en Euston? Está más cerca y sé que allí definitivamente tienen inodoros."

    "No," su voz firme. "Si bajamos en Waterloo, estaremos en un lugar mejor."

    Arrugo la frente. "¿Cual es la diferencia?"

    "Waterloo," es su única respuesta. El tren para en Euston, nos quedamos quietos, el tren sigue hasta la siguiente parada y Sam se levanta, yo le sigo con mi vejiga al borde de la explosión. Salimos del tren. Calle Warren.

    Me paro. Miro el letrero. ¿Por qué aquí? ¿Por qué en la calle Warren? Miro a Sam, desesperación en mi rostro. "Sam, tal vez no te hayas dado cuenta de lo mucho que necesito mear. Esto es alerta de código rojo."

    Me mira. "No te preocupes, puedes aguantar un poco más. Tomaremos la línea Northern desde aquí y estaremos en Waterloo en muy poco tiempo." Empieza a caminar. Le sigo sintiendo mi vejiga protestar a cada paso.

    No pienses en ello. Ignóralo. Tú tienes el control de tu cuerpo, él no puede mear sin tu permiso. Camina, un paso tras otro. Solo piensa en andar, cada paso un paso más cerca de un urinario. Concéntrate en Sam, deja que los pensamientos sobre él se apoderen de tu cabeza. Él va de tripi y tú solo necesitas echar una meada. Es más importante asegurarse de que él no sufra ningún daño.

    Paso, paso, paso. Atención. Hemos ido por este camino antes. Me paro. Es cierto, estoy seguro. "Sam, vamos en círculos."

    Se ríe y me mira tímidamente. "Creo que estamos un poco perdidos."

    "¿Cómo puedes perderte en una estación de metro?"

    "No sé."

    No puedo evitar reírme. Concentración, encontramos el andén correcto, seguimos las señales sin desviarnos y listo, aquí estamos. Un andén. El andén correcto. Paramos y esperamos el tren. Estará aquí en cinco minutos según las pantallas LCD naranjas. Para, espera, reza por tener fuerza en la vejiga. Los cinco minutos más largos de tu vida. Ojos mirando la pantalla contando minuto a minuto.

    Un retumbar en la distancia, cada vez más fuerte, más cerca. Ráfaga de aire frío a mi alrededor. Un tren llega a la estación, sus puertas se abren. Pasamos. Un paso más cerca de Waterloo. Sonrío a Sam. "Creo que voy a conseguirlo."

III

    Waterloo. Subimos lentamente desde el metro hasta la estación. Como era de esperar, hay ajetreo. Gente apresurada camino a casa. Habrá más actividad en las próximas horas, la hora punta aún está por llegar.

    Marchamos por la estación, nuestros pies tienen una misión. Una misión controlada por mi vejiga, pero no importa cuánto busquemos, los baños nos eluden. No podemos encontrarlos, cada segundo la vejiga envía ondas de choque a mi cerebro para obligarme a no rendirme. Y luego lo vemos. Un icono glorioso. La estrella que guía a los tres reyes al lugar de nacimiento de Cristo. Veinte peniques para hacer sus necesidades. Veinte peniques en una máquina y puedes atravesar las barreras. Nunca había estado tan feliz de estar en un baño, y qué baño, es enorme, una ciudad de urinarios alineados contra la pared, extendiéndose en la distancia. Elija dónde desea orinar.

    Camino hasta el final. Para, desabotona, saca. Alivio, siento que la vejiga encoge, el dolor y la presión se desvanecen a cada segundo que pasa, y aún viene, una fuente interminable que fluye directamente desde el origen y cae en cascada hacia el blanco inodoro reluciente. Nunca había visto un urinario brillar tanto, contento de tragarse el amargo fluido dorado del hombre. Miles de hombres lanzando lluvias doradas en su boca abierta. El flujo se ralentiza, llega a su fin, mi cuerpo ahora está libre de líquidos de desecho. Sacudir, guardar, abotonar. Doy media vuelta, mi cara se convierte en una de confusión. El baño no era tan grande cuando entré. A lo lejos se extienden urinarios y cubículos, algunas puertas abiertas, otras cerradas. Un silencio en mis oídos. Camino hasta el lavabo y me lavo las manos, sacudo el exceso de agua. Pienso. Mientras el aire caliente del secador se derrama sobre mis manos, mis ojos escanean los alrededores en busca de una salida.

    Camino, retomo mis pasos. Uno tras otro, pero no puedo ver la salida. Frustración. ¿Cómo puedes perderte en un baño? Pero recuerda que este no es tu inodoro promedio, no, este es un palacio para desechos humanos. Quiero gritar. No puede ir hasta detrás de alguien, tocarle el hombro y decirle "Hola, tengo un problemilla."

    Me lavo las manos de nuevo tratando de hacer que mi deambular tenga un propósito. Es desde aquí que lo veo, un asistente. Si alguien va a poder ayudarme a escapar, será él. Mis piernas me guían hacia él. Me ve acercarme. Yo sonrío. "Hola," digo. "¿Cómo se sale de aquí?"

    Su rostro cambia, me está mirando como si yo fuera simple, estúpido. Luego asiente. "Prueba a darte la vuelta, la salida está justo detrás de ti."

    "Oh," digo, no por la conmoción sino por una sensación de hundimiento en el estómago. Doy media vuelta y Sam me mira desde el otro lado de las barreras. Puedo leer sus pensamientos en su cara, ¿qué diablos estás haciendo? Camino hacia las barreras y me abro paso. Sintiéndome algo estúpido, camino con la cabeza gacha mientras subimos la montaña de escalones.

    "¿Por qué has tardado tanto?" Pregunta Sam girando la cabeza para mirarme.

    "Me perdí allí dentro." Intento mantener mi rostro sombrío, serio, pero la incredulidad es demasiado, una amplia sonrisa cruza mis labios. "¿No es estúpido? Me perdí en un baño."

    Sam se echa a reír, negando con la cabeza mientras lo hace. Llegamos a la cima de la escalonada montaña, vuelve a hablar: "Necesito beber algo."

    Caminamos hacia WHSmith. Sam toma un botellín de Coke y se dirige al mostrador, el dinero cambia de manos y nos vamos. Caminamos hacia la estación y buscamos un asiento frente a la entrada del metro. Sam me ofrece un cigarro. Clic, llama, inhala. Le oigo abrir la botella, da un trago y me la pasa. La acepto y bebo. Siento el líquido caer por el cuerpo, su sabor azucarado lubrica los secos pasajes de mi garganta. Veo una chispa de luz, Sam ha encendido su propio cigarro. Le devuelvo la botella. Siéntate, fuma, disfruta. Disfruta de este descanso, parecen horas desde que digerimos los hongos, pero no puede haber pasado tanto tiempo.

    Miro hacia las escaleras mecánicas, enjambres de personas se elevan en filas ordenadas antes de extenderse en diferentes direcciones. Ratas. Eso es lo que parecen, ratas saliendo de las alcantarillas. Hombres de negocios, alimañas de la humanidad, pestilencia en un traje de tres piezas. Se sabe cuando llegan los trenes muy por debajo de nuestros pies, se muestra por el constante flujo y reflujo de movimiento que se eleva desde las profundidades. Un enjambre de ratas, una breve tregua, otro enjambre, luego nada. Un ejército invasor que se extiende por todo el país. Acércate demasiado a ellos y te barrerán, todos empujándose e irrumpiendo entre sí, esforzándose por mantener su espacio personal, crúzalo y podrían atacarte, morderte con una ponzoñosa diatriba de veneno.

    Doy un trago de la botella de Sam, está cerca de su fin. El cigarro en mis dedos me quema hasta la colilla. Lo tiro y le devuelvo la botella a Sam, le dejo el honor de terminarla. El sonido de la botella golpeando el suelo indica que ha terminado. Al unísono, nos ponemos en pie y avanzamos hacia las escaleras mecánicas, los rezagados del último enjambre son la única vida cercana. Pisamos sobre el metal en movimiento y dejamos que nos adentre en la tierra a un ritmo mecánico. El metro, nuestro viejo amigo. No tenemos dirección, ni objetivos, ni ningún lugar adonde ir. Subimos al primer tren y dejamos que guíe nuestro viaje.

    Sam está feliz, puedo verlo en sus ojos, me pregunto qué verá para sonreír de esa manera, no puede ver solo sombras de gris. Una vida monocromática de aburrida rutina es lo que pasa ante mis ojos. Mundano. Ojalá pudiera ver los colores brillantes, aunque fuese uno solo, un rojo resaltando un cartel, un rayo de esperanza contra la monotonía, pero no hay nada, no importa adónde mire. El tren acaba de llegar, sube y siéntate. Algo va a empezar a suceder pronto.

IV

    Embankment. Una parada de Waterloo. ¿Por qué estamos aquí? No tengo ni idea, simplemente parecía un buen lugar para bajar. Un impulso, esa sería la mejor manera de describirlo. Teníamos ganas de bajarnos en esta estación, una voz interior nos decía que algo iba a suceder aquí. La voz de los hongos al mando de nuestros cuerpos; somos zombis para las toxinas.

    La estación me parece oscura, todo parece oscuro, el tenue velo de la mugre de la humanidad, una repugnante escoria de monotonía, horarios y agendas. Se adhiere a las paredes, un ser vivo que recubre la superficie, respirado, nos mantiene en jaque, nos hace remolcar la línea, nos mantiene vivos el tiempo suficiente para cumplir un propósito de Estado. Un invisible chute de heroína. Esto es contra lo que lucho todos los días ahora, protegido por las toxinas que me atraviesan, puedo verlo. Asqueroso, su presencia se aferra a toda la vida, un gris que apaga la vida de quienes toca.

    "¿Cuánto tiempo llevamos caminando?" La voz de Sam me atraviesa poniénndome en posición de firmes.

    "No sé." Me paro a pensar. No hemos doblado ninguna esquina, no hemos hecho cambios en nuestro viaje, pero aún no hemos llegado a un destino, solo un eterno paseo en línea recta.

    "Joder," continúa Sam. "¿Cuánto mide este túnel?"

    Frunzo el ceño y miro hacia adelante, se pierde inquebrantablemente en la distancia. Me doy la vuelta, se pierde inquebrantablemente en la distancia. "No puede ser tan largo."

    "Esto está jodido."

    Atrapados en un túnel, no hay modo de volver por donde hemos venido, la única forma de avanzar es seguir adelante. "Sigamos."

    Comienzan a dolernos las piernas, el final del túnel no se está acercando. La gente pasa a nuestro lado, sigue marchando con facilidad, se pierde en la distancia sin siquiera mirarnos por segunda vez. Es como si fuéramos invisibles, fantasmas atrapados en el limbo y buscando la luz divina, pero sin acercarnos nunca a la salvación.

    Paramos de nuevo. Enfocamos los ojos, el final parece estar más cerca. Tirando lentamente de nosotros, mirada sarcástica en el rostro. ¿Quieres llegar aquí? Bueno, joder, pues que se note.

    Miro a Sam, siento un ceño fruncido en mi rostro. "¿Qué coño? Es interminable."

    "Tenemos que estar imaginando esto. Es imposible que tardemos tanto en cruzarlo. Solo hay que pensar en ello."

    Me río de él. "No hay que pensar en ello, hay que hacerlo."

    Le agarro del brazo y seguimos marchando. Tengo los ojos clavados en la salida, la intersección al final del túnel. Paso tras paso esta se salta hacia adelante, acercándose gradualmente. Nunca rendirse, nunca volver atrás, siempre avanzar. El secreto de la vida, esfuérzate siempre por lo que quieres y no lo pierdas de vista, no importa lo lejos que parezca, cada paso que das lo acerca más. Luego, cuando lo alcanzas, te encuentras con otra encrucijada, más elecciones que hacer, la vida siempre avanza, un objetivo conseguido tras otro. Nunca te rindas al seguir esos sueños, aunque acaben siendo pesadillas.

    Así que aquí estamos, en nuestra encrucijada. Finalmente logramos nuestro objetivo pero no tenemos ni idea de hacia dónde nos dirigimos. Nos quedamos sin destino, a nuestro alrededor la gente se apresura, empuja. Siempre tienen que estar en otro lugar, siempre moviéndose rápidamente, sin tiempo para asimilar nada.

    "¿Adónde vamos?" Dice Sam rápidamente.

    "No sé."

    "¿Adónde íbamos?"

    "He dicho que no lo sé."

    "¿Adónde estamos yendo?"

    "No sé." La frustración entra en mi voz.

    "¿Adónde vamos?" La voz de Sam, una rápida repetición de una pregunta, obliga a tomar una decisión.

    "No sé." Mi mente trata de concentrarse, de pensar en un destino y tomar esa decisión, pero hay tantas opciones.

    "¿Adónde vamos?"

    Mi cerebro me grita. Toma ya una decisión, no lo piense más, simplemente ve. Muévete, responde solo para evitar oír esa pregunta otra vez. Siento que mi brazo se levanta y señala en una dirección. "Por allí, allí es donde vamos."

    "¿Por qué?" Otra pregunta.

    "Solo porque sí." Mi respuesta es rápida.

    "¿Por qué?"

    "No sé, parece una buena idea."

    "¿Por qué?"

    "Porque me lo parece." Reprimo la frustración con una sonrisa amorosa.

    "¿Por qué?"

    "Sam, no hay una razón, simplemente vamos por allí. ¿Vale?"

    "Vale." Por fin, no hay más preguntas.

    Caminamos en la dirección aleatoria que he señalado, nuestros pies pisan superficies desconocidas. Una ruta nunca recorrida y que probablemente nunca se volverá a recorrer. Otro túnel, cada uno es igual que el anterior. Tubos largos de mugre blanca llenos de aire reciclado y de los rastros invisibles de la vida. Incluso un espacio vacío aquí abajo contiene espectros silenciosos del pasado, recuerdos de viajes realizados en la rutina, zombis con muerte cerebral que caminan sin prestar atención. Todavía puedo ver la escoria gris aferrada a las paredes, sigo desconectado de Sam. Pasos, uno junto al otro, que se mezclan, conectan, pero nuestros labios no se mueven. No puedes comunicarte cruzando reinos. Lo uunico que quiero hacer es extender la mano y tocarle, rezando para que me ofrezca un vínculo con su mundo, pero mi brazo se niega a moverse, ni siquiera está dispuesto a rozarle ligeramente la mano. Somos figuras solitarias caminando al unísono, unidas solo en la necesidad de protegerse mutuamente.

    Hay viento. ¿Por qué hay viento en este túnel? ¿Estamos cerca de un andén? El sonido de cientos de pasos apresurados nos obliga a detenernos y escuchar, algo dentro de nosotros nos dice que nos peguemos a la pared, que nos quedemos ahí. Es una buena decisión, los pasos son cada vez más fuertes, acelerando hacia nosotros, el viento sopla a través del túnel. Luego los vemos, una masa de vida en movimiento, cargando a través de estos pasajes subterráneos como ñus escapando de un depredador. Cuando el viento las alcanza, sus manos se levantan y pasan por el cabello, las mujeres reducen un poco la velocidad para mover la cabeza hacia atrás, dejando que la melena ondee a cámara lenta. Ñus humanos filmados por Vidal Sassoon. Un anuncio de cabello gigante, todo el mundo exibe el brillo de su champú, la fijación de sus productos de peinado, la efectividad de sus soluciones anticaspa. Todo el mundo tiene un cabello perfecto, no le falta un mechón, su espesa abundancia es exacta tal y como está peinada, ni un solo pelo fuera de lugar. Rizado, pegado, esculpido. A medida que la masa se desliza, sus ojos nos miran con desdén, viéndonos como especímenes imperfectos, nuestro cabello no tan perfecto como el de ellos, este se posa sobre nuestras cabezas en desorden natural.

    Luego, nada. La manada ha pasado, llevándose el viento con ella, para glorificar su cabello en otra parte. Sam y yo somos olvidados, espaldas contra la pared. Oigo un ruido a mi lado, el metal repiqueteando contra el suelo, chocando contra la superficie sólida. Miro hacia abajo. El llavero de Sam y su contenido yacen descartados, él está ahí, sonriéndome.

    "Se te han caído las llaves," yo afirmo lo obvio.

    "Me estaban agobiando, así que me deshice de ellas," responde alegremente.

    "Pero las necesitas, tienes ahí las llaves de tu casa."

    Él resopla y se aleja. Yo me agacho y recojo la masa de metal desechada. Ha destrozado el aro de conexión, lo ha hecho pedazos de alguna manera. Frunzo el ceño cuando siento una presencia cerca de mí. Levanto los ojos. La cara de Sam frente a la mía, lo bastante cerca para besarla. "¿Qué haces?" Dice.

    "¿Qué diablos le has hecho a esto?" Le pregunto sosteniendo el diezmado anillo. Sam se encoge de hombros con indiferencia, no creo que le importe. Mis ojos examinan el suelo buscando el clip, pero no puedo verlo por ningún lado. Eso significa una cosa. Echo mano a los vaqueros de Sam.

    "¿Qué estás haciendo?" Pregunta de nuevo. Le suelto el cierre de metal de la presilla del cinturón y se lo acerco a la cara. Sus ojos se fijan en él. Su boca repite "¿Qué haces?"

    "Voy a intentar arreglar esto." Cruzo las piernas y me siento contra la pared, una mano sosteniendo el clip, la otra las cadenas y el aro arruinado. "¿Cómo diablos has hecho esto?"

    "¿Qué estás haciendo?"

    Estoy intentando arreglar esto. Doblo el metal, tratando de conectar las dos piezas de forma correcta. Mi cerebro trata de concentrarse, normalmente esto sería lo más fácil del mundo, pero ahora mismo parece el jodido cubo de Rubik.

    "¿Qué estás haciendo?" Siento su aliento en la cara.

    "Tratando de arreglar esto."

    "¿Qué estás haciendo?"

    "Sam." Oigo la frustración en mi voz. Me compongo antes de continuar, mirar hacia arriba y sonreír. "Estoy tratando de reparar lo que sea que les has hecho a las llaves."

    "¿Por qué?"

    "Porque las necesitas, son importantes."

    "¿Por qué?"

    Suspiro profundo. No respondas. A pesar de la frustración no hay enfado, quiero reír.

    "¿Por qué?"

    Sin respuesta.

    "¿Por qué?"

    Sin respuesta. Me concentro en la tarea, ignoro el temblor en los músculos de mi estómago. Ya viene, lo sé.

    "Dom, ¿qué estás haciendo?"

    La risa me recorre el cuerpo. "Tratando de arreglar esto."

    "¿Por qué?"

    Niego con la cabeza, trato de controlar la risa, esta me está distrayendo. Enfócate. "Porque son importantes, fin de la historia."

    "¿Por qué?"

    Si doblo el aro de esa manera, debería poder sujetar las cadenas con suficiente seguridad para el resto de la noche.

    "Dom, ¿por qué?"

    Tiro para comprobar. Hecho, éxito. La risa estalla, una risa feliz, alegre. Por fin he completado la tarea después de unos cuantos siglos. Sostengo las llaves y miro la cara que me mira. Puedo sentir su respiración. Su boca se mueve. "¿Qué estás haciendo?" Me dice.

    Sonrío, me inclino y le doy un beso en los labios. Me pongo en pie de un salto y le tiendo las llaves. "Ahí tienes. Arreglado."

    "Pero no las quiero," dice. "Me agobian."

    "Pero las necesitas."

    Se encoge de hombros y sonríe. "Déjalas en el suelo, ya conseguiré otras más tarde."

    No va a tirarlas después del esfuerzo que acabo de poner en arreglarlo, y por mucho que lo que haya en su cabeza le esté diciendo que no los necesita, yo sé que es lo contrario. Suspiro. "¿Estás seguro de que no las quieres?" Sam asiente vigorosamente en respuesta. "De acuerdo," respiro mientras engancho el metal en el anillo que yo estoy usando. Meto las llaves en mi bolsillo trasero y dejo caer la cadena. Chocan contra los dos que ya cuelgan de mi pierna. Puedo sentir el peso extra arrastrándome hacia abajo, ralentizándome. Cuatro cadenas, el doble de mi carga habitual, pero una carga importante. Miro de nuevo a Sam. "Listo, ¿podemos salir de aquí?"

    "Si, vale."

    Es hora de escapar de estos niveles subterráneos. Necesito respirar aire nuevo, no el aliento descartado de hombres de negocios y civiles apresurados y, además, necesito mucho un cigarro.

V

    Esto se está mofando de nosotros. Estamos atrapados en esta estación, desde cada andén en el que estamos vemos luces naranjas que forman los horarios de los trenes, luego se distorsionan, nos muestran una serie de sinsentidos, una colección de letras ininteligibles que crean palabras de la nada. Las líneas naranjas pasan rápidamente por las pantallas. CORRECCIÓN, reza. Aparecen otras palabras al azar. Puedo ver un leve pánico en los rostros de las personas, perdidas sin sus tablas y horarios.

    No llegan trenes. Lo sabemos porque logramos descifrarlo de la voz que retumba ruidosamente por los túneles de la estación, haciendo eco y reverberando a nuestro alrededor. Atraviesa nuestros pensamientos de nuevo. "La línea Northern está experimentando problemas, actualmente está en opetación un servicio restringido."

    Miro a Sam, lo único que quiero hacer es volver a Waterloo, salir de este infierno subterráneo. Él asiente despacio hacia mí, sin usar palabras sabemos que estamos pensando exactamente lo mismo. Se está volviendo claustrofóbico aquí abajo. Cada respiración es más difícil de tomar. Enfócate. Si no hay trenes que vayan a Waterloo, vuelve al lugar donde entraste a esta estación y continúa desde allí.

    Volvemos sobre nuestros pasos lentamente. Paro. Creo que quiero llorar. El túnel infinito se extiende ante nosotros. No puede ser tan largo. La gente se apresura detrás de nosotros, empujando sin preocuparse por nadie más que por ellos mismos. A lo lejos se mueven. Se deslizan sobre la superficie, sus pies nunca tocan el suelo, sus piernas no se mueven mientras sus espaldas rígidas giran lentamente, mirando a su alrededor, asegurándose de que todos se mantengan alejados de su espacio personal. Rostros pomposos lanzando a todos miradas de desaprobación, nadie cumple con los estándares de los demás. Las figuras se desvanecen en la distancia, desplegándose al final a medida que se extienden y desaparecen por el andén que sabemos que yace más allá.

    Miro a Sam. "¿Preparado para esto?"

    Asiente. "Si."

    "Hagámoslo."

    Nuestros pies cruzan una línea invisible. No hay vuelta atrás ahora. Luchamos por el túnel, vista al frente, caminando por el centro. Figuras flotantes pasan a nuestro lado, se separan y se reincorporan después de haber evitado nuestra lenta obstrucción. Flotan, movimientos rápidos para hacer cola para el próximo tren en retraso, tratando desesperadamente de que sus viajes no se retrasen, rezando en silencio para que sus horarios no se interrumpan dramáticamente, preparando su amarga bilis para escupir en la cara del inocente que intente arruinarles los planes.

    Volver por el túnel no parece tan malo. Nuestro progreso es más rápido. Dos asistentes de pie al final, sus ojos miran con sospecha nuestro lento acercamiento. Por fin llegamos al andén pasando a los dos con sus chalecos de nailon naranja brillante, lo bastante brillantes como para convencer a la gente de que son personas importantes aquí en este mundo oculto. Sus ojos nos siguen siempre a medida que nos movemos hacia el contenedor de ganado de un matadero subterráneo.

    La estación está llena. Ni un solo lugar que llamar tuyo. Todos invaden el espacio de otro. Nos apretujamos atrás, lentamente por el andén, espalda pegada a la pared. Respira despacio y no te asustes, no va a pasar nada. El ganado se tensa, se acerca el tren hacia la libertad, pueden sentir las vibraciones. Entra lentamente en la estación. Se abren las puertas, comienza la lucha. Todos empujan hacia adelante luchando por subir a bordo. Dentro se apiñan evitando que las puertas se cierren hasta que todos suben. Los vagones se llenan, todo el espacio ocupado. Por fin llegamos nosotros a las puertas, se cierran ante nosotros. Rostros engreídos nos miran a través del cristal, sonriendo ante su propio egoísmo. Personas con trajes y egos que se sienten como dioses porque se las han arreglado contra toda adversidad para seguir en marcha. El tren se pierde en la distancia. Miro a un lado y al otro del andén, somos los únicos dos que no lo hemos conseguido. Los únicos dos que no han escapado a la matanza.

    Me siento más claustrofóbico ahora que el andén está vacío. Atrapados, todos consiguen la libertad excepto nosotros. Figuras flotan sobre el andén, empujándonos hacia atrás. No ha empezado el siguiente intento de fuga y ya tenemos la espalda contra la pared. No hay forma de que salgamos de esta estación desde este andén.

    "Que le follen." Agarro a Sam por el brazo y lo empujo hacia un túnel.

    "Pero ¿qué haces?" Pregunta Sam, genuina sorpresa.

    "Tengo que salir de aquí y no hay forma de que eso suceda desde ese andén."

    "Pero necesitamos la línea Northern para llegar a casa."

    "Que la follen, nos desviaremos, necesito aire. Este lugar me está asfixiando."

    Pero yo no sé ninguna forma de salir de aquí. Él me mira, ligera angustia en los ojos.

    "Bueno, eso podría ser un comienzo." Asiento detrás de él y él se vuelve, mira, luego gira la cabeza de vuelta a mí, amplia sonrisa en su rostro.

    Como salida de la nada, hay una escalera mecánica frente a nosotros, sus escalones suben. Escapar a otro nivel. Si la tomamos, estaremos un nivel más cerca de la superficie. Nos brilla, una luz en el mundo monótono gris con sus señores supremos revestidos de naranja. Nos llama, la luz celestial para dos almas perdidas. Caminamos hacia ella. Subimos y dejamos que nos lleve a la salvación.

    Un bip. Un ruido constante, agudo y penetrante. Miro a Sam. "¿Oyes eso?"

    "Sí, ¿qué es?"

    "No sé, ¿de dónde viene?" Miro a mi alrededor, busco la fuente.

    Sam hace lo mismo. "Tú."

    "¿Yo?"

    "Viene de ti." Su voz es plena diversión. "Dom, estás pitando."

    Yo escucho, tiene razón. "¿Qué coño?"

    "No serás una bomba, ¿verdad?" Su voz es alta, la gente se gira para mirarnos. "Dom, ¿vas a explotar cuando lleguemos arriba?"

    Estoy riendo. "Joder, espero que no." ¿De dónde viene este sonido? Piensa, enfócate, localiza. Levanto el brazo. El ruido se hace más fuerte. Me subo la manga. Mi reloj. Risas histéricas. "¡Es mi puto reloj!"

    Estamos riendo. El pitido para, llegamos arriba. No exploto. Son las seis en punto.

VI

    Leicester Square. Bueno, eso es lo que el tren nos había dicho, igual que las etiquetas en la pared. Así que hemos escapado de la estación Embankment, hemos avanzado en una dirección sin idea y aquí estamos. Aún bajo tierra pero capaces de escapar a una localización que conocemos bien.

    Llevamos encerrados bajo tierra la mayor parte de la noche. Esto destruye el alma, ver a todos deprisa con intención mientras nosotros erramos sin rumbo. Todos conocen el camino mientras que nosotros simplemente avanzamos en nuestro propio mundo. Nuestros propios mundos separados. En serio, ¿de qué sirve intentarlo? Todo lo que haga no me conectará con él. Esta escoria de normalidad está en todas partes, sin Sam, ¿por qué debería luchar contra ella? Deja que me trague, me cubra, se filtre en mis pulmones y adormezca mi individualidad. Deje que convierta mi creatividad en algo más beneficioso para los zánganos que hacen dinero en sus oficinas a gran altura.

    Sam se adelanta, esquiva a las multitudes y me deja atrás. Paso tras paso, mis pies imitan a los que tengo delante. Únete al grupo. ¿Por qué molestarme en resistir cuando lo único que tengo por lo que luchar son metas y sueños inalcanzables? Es mucho más fácil unirse a la manada. Trabajar en un empleo sin salida y celebrar un funeral por los sueños que una vez tuve. Será mucho más fácil de esa manera, mucha más confiabilidad. Vida programada en días, día de paga, día de la factura, pago de hipoteca, y con el dinero sobrante, ve a un bar y méate en tu vida. Sin patadas en los dientes, bajones ni decepciones. Nada de contemplar la distancia para ver que tu sueño aún está lejos de su alcance. La vida sin sueños no tiene dirección, avanza rodando en la rutina hasta el día en que mueres. En el momento eso parece placentero, no más necesidad de probar mi valía a nadie. No más presiones para tener éxito en miras imposibles.

    Alzo la vista, Sam es un punto en la distancia. Libre. No le importa, su cabeza va llena de sueños y suerte que tiene. Todos tienen éxito excepto yo. Dom, siempre derribado, descartado, olvidado. Dom, siempre esforzándose por recogerse del suelo y seguir intentando, pero ahora Dom no puede recoger los pedazos. ¿Por qué reparar algo cuando sabes que volverá a romperse? ¿Y si desapareciera yo entre la multitud, alguien me extrañaría? Obviamente no, Sam no ha vuelto para encontrarme. Incluso el centro de mi mundo seguiría avanzando para encontrar otro.

    Me enfoco en ese punto en la distancia. Nunca me había sentido tan desconectado de la persona que amo. Duele, duele más que cualquier dolor. Así que me quedo aquí, dejo que esta escalera móvil me suba al interior de la fila a su propio ritmo. ¿Por qué correr hasta la cima cuando no tienes adónde ir?

    Despacio, seguro y a la hora, llego a la superficie. Sam está ahí de pie esperando, un rayo de esperanza. Me acerco andando hasta él. Está fumando, sus labios se mueven, yo no escucho.

    "¿Me das un cigarro?" Pregunto. Tomo lo que se ofrece, saco mi encendedor y enciendo el extremo de una manufacturada máquina de suicidio legal. Miro alrededor. Observo. Todos lo están pasando bien, se divierten, ignoran mi presencia como yo si fuese invisible. Parejas que caminan del brazo, miradas amorosas en los ojos, cuerpos cerca, caricias tiernas. Cómo desearía que fuera así ahora, pero existe esa distancia entre Sam y yo, no solo mental sino física. Normalmente estamos muy cerca, una señal obvia de que somos más que amigos, todos pueden verlo, dos personas que brillan con ternura amorosa a través de sus movimientos, pero aquí estamos. Solos, como dos extraños. Nos quedamos en silencio, fumando. Inhala, exhala.

    "¿En qué piensas?" La voz de Sam.

    "En nada."

    "¿En qué piensas?" Repite, impaciente.

    "Nada."

    "¿En qué piensas?"

    ‘What you thinking?’

    Sin respuesta.

    No reply.

    "¿En qué piensas?"

    Me muerdo la frustración. Esta frustración debería estar haciéndome enojar, pero en cambio puedo sentir la risa creciendo en mí. "En serio Sam, no importa."

    "¿En qué piensas?"

    Normalmente este nivel de frustración me haría explotar y cerrar de un puñetazo la boca que me está molestando, pero no hay nada. No hay ira, no hay rabia, no hay arrebato violento. Solo una cálida sensación interior, un rayo de esperanza tratando de expulsar la escoria que he inhalado esta noche. Es en momentos como este cuando sé que nunca le olvidaré, que ningún daño podría hacerme odiarle.

    Fumo el cigarro hasta la colilla. Odio cómo me siento, esta morbosa falta de esperanza. A medida que estos pensamientos de renunciar a todo lo que me he esforzado por lograr se aceleran en mi cerebro, parece como si una parte de mí se estuviera muriendo. Una parte importante. Nuestros cuerpos están destinados a descomponerse a nuestro alrededor, pero nuestras mentes, nuestro carácter, están destinados a permanecer igual. Eso es lo que siento al morir. Siento como si lo que soy, lo que represento, estuviese siendo abortado dolorosamente, terminado antes de tener la oportunidad de alcanzar la plenitud. Solo quiero acurrucarme y rezar para que estos sentimientos desaparezcan.

    Dirijo mis ojos en dirección a Sam. "¿Podemos ir a casa?"

    "¿Por qué?" Sam se acerca, emocionado. Su rostro cerca del mío.

    "Me siento hecho una mierda."

    "¿Por qué?" Su rostro lo bastante cerca para besarlo.

    "No sé, simplemente no estoy bien."

    "¿Por qué?"

    Sin respuesta.

    "¿Por qué?"

    Me doy la vuelta, volvemos al metro, no hay otro camino.

    "Dom, ¿por qué?"

    "Yo me voy, Sam, ¿te vienes?"

    "¿Por qué?"

    Atravieso las barreras y bajo las escaleras mecánicas. Contengo la risa.

    "¿Por qué?"

    "Cállate, Sam." No hagas contacto visual.

    "¿Por qué?"

    "Por favor."

    Llegamos abajo y paramos en el andén. Pronto estaremos en la comodidad de la habitación de Sam y todo irá bien. Simplemente no te concentres en la presión claustrofóbica. Sonríe, trata de esforzarte por ser feliz, si no por ti, por Sam. Engullo la sensación de malestar, observo mi respiración. Calma.

    "¿Dom?" Sam me tira de la chaqueta.

    "¿Qué pasa? ¿Estás bien?" Él niega con la cabeza en respuesta. Preocupación anula mis pensamientos, continúo: "¿Qué pasa?"

    "Tengo que beber algo."

    "¿No puedes esperar? Quiero decir, no estamos muy lejos de tu casa."

    "De verdad necesito un trago."

    "Y yo necesito salir de aquí."

    "Dom, hablo en serio."

    Yo le miro. Sam, mi principal prioridad. Puedo ver el pánico en sus ojos. De acuerdo, deja a un lado tus necesidades y pon a Sam primero. Es hora de hacer lo que siempre hago, dejar mi vida a un lado y correr hacia Sam para asegurarme de que esté bien; su felicidad, mi felicidad. Pongo la mano en su espalda y regreso hacia la superficie. Respira despacio, no dejes que la claustrofobia se apodere. Subimos a la escalera mecánica. Sam a unos pasos delante de mí, cabeza escondida entre las manos. Creo que la claustrofobia le ha afectado. Eeechale un ojo, asegúrate de que no sufra ningún daño.

    Sam levanta la cabeza y me mira. "¿Dom?"

    "¿Qué?"

    "He olvidado cómo se respira."

    "¿Qué?"

    "Que he olvidado cómo se respira."

    "No seas estúpido, no puedes olvidar cómo respirar."

    "Dom, hablo en serio."

    Arrugo la frente. Él parece bien, debe de estar respirando si puede hablar. La gente que baja por el lado opuesto mira en nuestra dirección.

    Sam mira detrás de él, mira atrás con pánico en los ojos. "Voy a morir."

    "No te vas a morir, Sam, créeme."

    "Lo digo en serio, cuando lleguemos arriba, voy a morir."

    "Vas a estar bien."

    "¡¿No lo sabré yo?" Me grita. "Puedo sentirlo. Me voy a morir."

    "De acuerdo, lo que tú digas, Sam." No voy a entrar en una discusión, aquí no, ahora no. Me giro para mirar por donde acabamos de venir, la libertad se aleja cada vez más. Estoy cayendo hacia atrás, bruscamente, un tirón violento en mis cadenas. Sam tirándome hacia atrás, haciéndome perder el equilibrio. Me agarro a la barandilla mientras doy la vuelta. "¡Que te jodan!" Grito. Esto resuena a nuestro alrededor. La gente mira, rostros como retratos del desdén, la confusión, el interés. "¡Que te jodan!" Repito alejándome de él. Miro los desaprobadores rostros. Puedo leer sus mentes. Jodidos drogatas. Qué suerte tienen de no ir en la misma dirección que nosotros.

    La cima está ya casi sobre de nosotros. Asiento hacia Sam, lentamente se pone en pie. Me mira a la cara, viendo el ceño fruncido en mis rasgos. Sus labios se curvan hacia mí. "Bueno, entonces esto es un adiós," espeta, veneno de Sam. Me muerdo la conmoción, observo mientras él gira y baja de la escalera mecánica. No cae muerto. No muere de forma súbita e inesperada.

    "Joder, te lo dije," es todo lo que escucho salir de mis labios.

VII

    Estamos en la línea Victoria, por fin acercándonos a casa. No recuerdo cómo hemos llegado aquí, tal vez hicimos trasbordo en la calle Warren, quién sabe. Mi cerebro es solo un borrón de palabras. Un caos sin rumbo que presta escasa atención a nada ni a nadie.

    Así que aquí estamos sentados en el tren, meciéndonos lentamente. Sam sentado a mi lado, ambos sentados en silencio. Silencio, mi compañero constante. Parece que la mitad de mi vida la viviera en silencio. Nadie le habla a Dom, bueno, no más que unas pocas palabras fugaces. Cada día pasa sin que ningún ruido salga de mis labios. Si no fuera por las conversaciones con Sam, fácilmente podría inscribirme en un monasterio, al menos así habría una razón para el voto de silencio. A mí me encanta hablar, el problema es que nadie quiere oírme. Demasiado ocupados con sus propias vidas para contemplar hacer un hueco para Dom. Soy demasiado esfuerzo, alto mantenimiento hiperactivo. Destinado a estar eternamente solo. Y ahora, aquí en este momento, la única persona que tiene tiempo para mí no está hablando. No está haciendo ningún intento tampoco. Silencio, amigo mío, mi némesis, mi vida.

    Siento una lágrima caer. Mi visión se nubla. Ojos abiertos, sé que estoy llorando. Una tras otra las lágrimas caen. Llorando en silencio. Nadie te hace caso. Estoy sentado aquí, con lágrimas corriendo por mi rostro y nadie me pregunta si estoy bien. La mujer de enfrente mira fijamente, sus ojos me miran directamente, no ve nada. Una cara colocada como un maniquí de tienda, ojos muertos mirando fijamente, su cerebro en un lugar diferente, dividido en zonas como un automata viendo televisión. En una multitud de personas, la vida de alguien se desmorona y ellos no pueden verlo. A nadie le importa, su dolor siempre es más importante. Ignora al chico llorón, se habrá ido en unas cuantas paradas, borrado de tu mente.

    Mi cabeza grita, quiero hablar con Sam pero las palabras mueren en mi garganta. No seas una carga para nadie, Dom. Tu trabajo es escuchar y apoyar a los demás sin esperar nada a cambio, y recibir exactamente eso. Quiero chillar, gritar para ver si alguien me escucha, pero sé que hasta Dios ha subido el volumen de su radio. Miro directamente a los ojos de la mujer de enfrente, no se inmutan, no parpadean, no miran para otro lado. Mi mente trata de conectarse con la suya, intenta meterle los pensamientos en su cerebro. Espero que esta imagen queme, que se grabe a fuego en tu alma. En las peofundidades, oculta, esta imagen acechará, contaminándote como el cáncer. Una culpa que no podrás recordar por qué la sientes. Un rostro lleno de lágrimas atormentando tus sueños con su alarido silencioso. Espero que te pudras, que un día te desmorones y nadie te ofrezca su apoyo. Espero que experimentes lo que es estar solo. Solo en un lugar oculto a los ojos de tu Dios. Sin esperanza. Sin redención. Espero que esto queme.

    Sam me da un codazo, mis ojos rompen el contacto con los orbes vidriados delante de mí. Él se está levando. Llegamos a Highbury y a Islington. Casi en casa.

    Salimos de la estación, subimos y salimos al aire libre. Caminamos por calles abiertas por primera vez desde que entramos al metro esta noche. El aire fresco de la noche me roza la cara, se filtra a través de mis pulmones. Dejo que la libertad se apodere de mí. Intento dejar que se aclare la mierda en mi cabeza, pero no quiere desaparecer. Está allí, alojada. ¿Por qué molestarse en correr como Sam? ¿Por qué molestarse en poner todo ese esfuerzo? Llegarás al mismo lugar eventualmente.

    Con cada paso que doy, todo lo que oigo es el tintineo de las cadenas, una carga que me lastra y me frena. Las cadenas de nuestros pecados, unidas durante la vida, usadas en la otra vida, un castigo por vivir en el Infierno. Siempre pagando por los pecados de tu pasado. Clinc, clanc, Clinc. El ruido de cada paso, fuerte en el silencio. Sam sigue deprisa adelante, sin mirar atrás para ver si estoy cerca, él, como todos los demás, está demasiado consumido en su propia vida para preocuparse por mí. Déjame seguir en silencio, es lo que hago siempre.

    Eventualmente vuelvo a casa de Sam, él está esperando, paseando, impaciente. Por suerte para mí, tengo algo que él necesita. Las llaves. Si las hubiera tenido, ¿quién sabe si me habría esperado como lo haría yo por él? ¿O su vida simplemente habría continuado sin pensar dos veces en mí? Dom, esperando o siguiendo eternamente, la vida de todo el mundo continúa sin él. Ponme en espera y vuelve conmigo cuando tengas tiempo.

    Niego con la cabeza, tratando de quitarme todas estas ideas de mierda de la cabeza. Sam nunca me haría eso, ¿o sí? En este preciso momento no tengo ni idea. Entro andando en la casa, me quito los zapatos y entro en la habitación de Sam. Él ya está tendido en su cama, simplemente ahí. No dice una palabra. Me acerco y me siento a sus pies. Silencio. Empiezo a llorar. Necesito escribir. Recojo mi diario, busco un bolígrafo. Palabras sobre papel, pensamientos vertidos como tinta se derrama por la página. Captura la emoción para siempre.

    Caminando pienso para mí que solo hay un legado que hago en este mundo. No es nada importante, no es una cara hermosa que hace que todos se detengan y miren, no es una presencia enigmática, es Dom, esa pequeña nada que camina con sus cadenas tintineando. El único sonido que hace... el único sonido que escucha en el silencio. Entonces lo oye, esa vocecita amistosa que le llama por su nombre. Le llama, atrayéndolo... todo sería mucho mejor y placentero si él siguiera esa voz. La voz que llama a Dom.

    Y en su ausencia, ¿quién le extrañaría? ¿Quién extrañaría la marcha contínua de este soldado silencioso? ¿Y su traqueteo? Seguirá siendo un recuerdo lejano.

    Dejo el diario a un lado y el bolígrafo lo sigue de cerca. Todavía estoy llorando, Sam todavía está allí tumbado. Silencio. ¿Ha notado él siquiera que estoy llorando? ¿Le importa acaso?

    Que le jodan a eso. Salto de la cama, levanto mi teléfono y llamo a casa mientras estoy de pie. Suena, un ruido en el silencio. Sigue sonando y luego "La persona con la que está intentando comunicar no está disponible, cuelgue y vuelva a intentarlo." Una voz automática, un mensaje que conozco demasiado bien. Jodidamente típico. Quiero tirar el teléfono, pero en lugar de eso lo dejo. Este siempre es el caso, siempre que necesito hablar con alguien, siempre escucho un mensaje automático o pregrabado. La persona a la que llamas sabe que estás molesto, por lo que no le apetece que la jodas haciéndola oír tus problemas. Por favor, cuelga y vuelve a intentarlo cuando no tengas nada con que agobiarla.

    Me vuelvo a sentar en la cama. Sam se mueve, su rostro junto al mío. "¿A quién querías llamar? ¿Tu mamá? ¿La clínica? ¿Tu hermano?"

    "No importa."

    "¿A quién querías llamar? ¿Tu mamá?"

    "No importa, Sam."

    "¿La clínica?"

    Sin respuesta.

    "¿Tu hermano?"

    Caigo de espaldas sobre la cama, mirando al techo. Sam repta a mi lado y se queda ahí mirando.

    "¿A quién querías llamar?"

    Me río.

    "¿Tu mamá?"

    Carcajada.

    "¿La clínica?"

    Me froto la cara con las manos. Esto no puede estar sucediendo.

    "¿Tu hermano?"

    "No llamé a nadie."

    Silencio. Siento que mi pecho sube y baja con cada aliento que tomo.

    "¿Dom?"

    "¿Qué?" Aprieto los dientes, ¿qué serie de preguntas repetidas me harán ahora?

    "Te amo."

    Mi cabeza gira para mirarle. Sonríe, se inclina y me besa en los labios. Por primera vez esta noche, nuestros mundos se conectan. Aquí en este momento cruzamos hacia el mismo plano. El amor nos une. Nos abrazamos, besándonos mutuamente y con más fuerza, tirando para acercarnos. Nuestra ropa se derrite de nuestros cuerpos. El calor de la piel sobre la piel. Le quiero como siempre le quiero. Froto mis manos sobre su carne, lamo la piel, qué dulce sabe.

    Nos agarramos más fuerte, tirándo el uno al otro. Labios sobre labios. Intimidad desarrollada en este mundo jodido. Acércate y agárrale fuerte. Dos cuerpos lo más cerca posible. Tumbados de lado, conectados dentro y fuera. Aguanta el momento así, reza para que nunca termine. Amor, tierno amor. Esto no es solo follar, esto es hacer el amor, significa algo. En esta habitación, en este momento somos el centro del mundo del otro, nada más importa, nadie más importa. Demasiado consumidos el uno por el otro para pensar en otra cosa.

    "Te amo," vuelve a respirar Sam, girando para besarme.

    "Yo también te amo." Y en este momento, aquí, ahora mismo, sé que ambos lo decimos en serio.

    Retírate, relájate. Yacemos respirando uno al lado del otro, yo acurrucado alrededor de él, mi brazo acercándolo. Su calidez despeja mi mente. Casi ha terminado, un fundido hacia la realidad, todo es como debería ser. Sam en mis brazos. Amor. Sam y Dom conectados en el mismo mundo, en el mismo plano.

    Sam se mueve junto a mí, dejo que se suelte de mi agarre. Él sonríe, nos ponemos la ropa.

    "¿Adónde vas?" Le pregunto.

    "A coger la cámara." Otra sonrisa. "Quiero capturar nuestros pensamientos."

    Memorias, grabadas en cinta digital. Almacenadas para siempre. Re-vivibles. Un momento que se puede volver a ver una y otra vez. Amor grabado a 25 fotogramas por segundo.

OCHO

Quince de Octubre

Dos Mil Seis

I

    Estoy sentado aquí, tumbado de lado escribiendo. El bolígrafo rezuma demasiada tinta en la página, creo que eso no ayuda, especialmente cuando las lágrimas caen. Manchas. Líneas negras como telarañas de emoción. Estoy jugando con mi cadena. Me pasan recuerdos por la cabeza. No pasa un día sin que un pensamiento de Sam pase por mi mente. Recuerdos reproducidos con amor dentro de mi mente. Busque en el archivo y extraiga una cinta, introdúzcala en la máquina y presione reproducir. La mente retrocede más de un año y medio, observando como si fuera ayer.

    Viajar al pasado. A una fecha pasada. Febrero, mi mes de nacimiento. El cuatro de febrero de dos mil cinco.

II

    Estoy nervioso. Me he estado preparando para esto toda la semana, mantenerlo en secreto a Sam y a mis amigos ha sido lo más difícil que he hecho en mi vida. Pero aquí, ahora, es el momento que estaba esperando. Aunque no sé cómo se lo va a tomar. Aguanto la respiración y mantengo las manos en los bolsillos, no digo nada, no hago nada. Ahora es el momento. Ahora mismo, no hay escapatoria. Respira, calma, habla.

    "Cierra los ojos," le digo.

    El sonrie. "¿Por qué?"

    "Adelante, cierra los ojos."

    "No me fío de ti. ¿Por qué?"

    "Por favor, Sam, hazme el favor." Lo hace, pero no me fío en que los haya cerrado bien. "Date la vuelta."

    Él ríe. "¿Por qué?"

    "Creo que estás espiando. Quiero que esto sea una sorpresa."

    Está bien. Se vuelve. "Pero sigo sin fiarme de ti."

    Meto las manos en los bolsillos y saco las cajas, abriéndolas con los pulgares. Mi corazón late con fuerza. Golpes profundos resonando a través de mi cuerpo hasta mis oídos. Correcto. Ha llegado el momento. Un último suspiro. "Vale, date la vuelta, ya puedes mirar."

    Sam se vuelve lentamente. Está sonriendo. Sonriendo hasta que ve las cajas. Su boca se abre. Conmoción. No se mueve, paralizado en el sitio.

    Yo sonrío. Compré dos, ambos iguales. Quiero decir..."

    "No," respira, interrumpiéndome.

    Yo no me esperaba eso. "¿No?"

    "No. No. No. No. No. "La misma palabra se repite una y otra vez como un redoble en la cabeza.

    Mi corazón se hunde, cae al suelo. Parece haber mucho silencio en esta habitación. Yo trago. ¿Qué quiere él decir con "no"? No puedo decir nada.

    La palabra repetida continúa, cada una la acerca más a las lágrimas. Está llorando. Allí parado, los ojos clavados en los dos anillos. ¿Qué he hecho?

    "Si no te gustan, los devuelvo. Es que estuvimos hablando de eso y, ¿sabes?, pensé: ¿qué diablos?, voy a comprarlos." Estoy divagando, las palabras salen volando de mi boca en rápida sucesión.

    Sus ojos se alzan para encontrarse con los míos. Él salta hacia mí, envolviéndome fuerte con los brazos, su fuerza me empuja hacia la cama. Él yace ahí, abrazándome, llorando encima de mí. Yo no sé lo que hacer.

    "¿Estás bien, Sam?" Le pregunto.

    Su respuesta es un beso, un beso empapado de lágrimas. "Te amo," dice.

    "¿Te gustan entonces?"

    "Los amo, joder. No puedo creerlo."

    Me río. Alivio. "Entonces, ¿por qué lloras?"

    "Esto es lo más bonito que alguien ha hecho por mí."

    Mi corazón atraviesa la superficie del miedo y vuelve a su lugar. "Te amo. Quería una señal para mostrar lo mucho que significamos el uno para el otro."

    Otro beso. "Te amo."

    ¿Quieres probártelo? No sé si es de tu talla. Ambos son iguales, pero el mío está un poco flojo y tú tienes los dedos más gordos." Le entrego la caja.

    Lentamente, saca el anillo y se lo coloca en el dedo medio. Lo mira, sonríe y luego me abraza de nuevo. Yo entiendo que eso significa que le gusta.

    Le devuelvo el abrazo, sé que todavía está llorando. “Son una señal de nuestro amor, de lo que tenemos, de lo que somos juntos. Siempre que lo miremos, sabremos que el otro lo está llevando, así que aunque estemos separados, estaremos vinculados, sabremos que hay alguien que se preocupa por nosotros. Aunque tienes que hacer una cosa."

    Se aparta y me mira. Está sonriendo, eso me envía una cálida sensación por todo el cuerpo. "¿El qué?"

    "Una promesa."

    "¿Qué?"

    "Prométeme que pase lo que pase, siempre lo llevarás. Llévalo siempre en tu persona como símbolo de nosotros, de todo lo que hemos pasado." Sonrío. "Prométemelo."

    Me mira fijamente a los ojos. "Lo prometo."

    "¿Qué?"

    "Lo prometo, y tú también tienes que prometerlo."

    Sonrío, le abrazo. "Lo prometo."

III

    Bajo la vista hacia mi cadena. El anillo cuelga de esta. Yace sobre mi pecho, sobre mi corazón. Siento que empiezo a llorar.

NUEVE

Trece de Diciembre

Dos Mil Cuatro

I

    Así que aquí estamos de nuevo. El primer día de regreso en Londres después de visitar a mi madre en Preston y estamos sentados esperando en el metro con hongos masticados y semidigeridos en el estómago. Sé que habíamos decidido no volver a comerlos después del último viaje, pero ya sabes, solo uno más para dar suerte. Un adiós, por así decirlo.

    Pasamos toda la mañana en un tren, tres horas y media para ser precisos, atrapados en los asientos, con aire acondicionado y llenos de conversación. Ahora aquí estamos, preparados para pasar la tarde atrapados en un mundo alternativo, moviéndonos bajo la superficie de una ciudad. Un día de viaje, un día de trenes. Otro día en compañía de Sam. Mientras estábamos en casa de mi madre, pasamos dos semanas juntos, sin escapatoria, las veinticuatro horas del día. Un total de catorce días, 336 horas, 20.160 minutos. El tiempo más largo que hemos pasado juntos de una vez. Sin discusiones, sin aburrimiento. Todo ese tiempo juntos y yo aquí sentado deseando que nunca termine. Cada minuto que paso con él es precioso, se graba en mi mente. Le amo, sé esto como un hecho. No cambiaría nada. Este momento en el tiempo es perfecto, sentado junto a todo lo que necesito, con impaciencia por lo que va a suceder corriendo a través de nosotros, trazando la misma ruta que las toxinas que lo reemplazarán con un zumbido diferente.

    Aqui estamos. Línea Victoria, segunda parada de Euston y luego trasbordo. Nuestra ruta habitual, seguida ahora. ¿Cuántas veces hemos hecho este viaje? ¿Quién sabe? ¿Quién está contando? Bueno, yo no, al menos. Es demasiado pronto para saber si los hongos están haciendo efecto, con cada viaje se vuelve más difícil definir la línea entre la realidad y lo inducido. No lo sé, tal vez nuestros cuerpos se estén acostumbrando, nuestras mentes permanecen abiertas por más tiempo, nuestra dosis aumenta en volumen cada vez. Cuando has visitado el otro reino con tanta frecuencia, te deja una huella. Tu cerebro solo puede aguantar hasta cierto punto antes de que no haya vuelta atrás. La locura es un estado mental, después de todo.

    Así que aquí estamos hoy por segunda vez. Euston. No tenemos ninguna intención de subir a la estación principal. Tenemos que cambiar de línea, tomar la línea Northern hasta Waterloo. Podríamos bajarnos en cualquier parada, pero no, hoy hemos vuelto a elegir Waterloo como destino. Sentado en el metro, ojos mirando a nuestro alrededor, buscando cambios. Trato de separar la ficción del hecho. Está el rockero, auriculares en los oídos, cabeza asintiendo al compás de la música, movimientos exagerados, pero tal vez ese sea su estilo. Allí frente a mí está la gorda negra agarrando el libro de la dieta Atkins en sus manos, leyendo intensamente. ¿Es ella realmente tan gorda? La única forma de comprobarlo sería tomar una foto, pero no tengo cámara. Supongo que podrías extender la mano y tocarla, agarrar los rollos de carne, pero eso es algo que no debes hacer, bueno, a menos que quieras un ojo morado.

    Cada vez es más difícil saber cuándo nos están engañando nuestros ojos. A mi lado puedo ver a Sam imitando al rockero, metiéndose los dedos en los oídos y moviendo la cabeza simultáneamente. Le doy un codazo y asiento hacia la gorda. Le oigo reír, esconde la boca tras la mano. Tal vez ella sea así de gorda de verdad o tal vez ambos estemos viendo un extremo alterado de la mente. En cualquier caso, al menos vivimos en las mismos planos. No hay desconexión aquí, Sam y yo somos un equipo, nos ayudaremos mutuamente en esto pase lo que pase.

    Llegamos a Waterloo, el viaje en tren parece interminable, un cambio constante de gente entrando y saliendo del tren abarrotado. El aire está lleno de anticipación, anticipación por el nuevo año, la oportunidad de hacer borrón y cuenta nueva, metafóricamente, una oportunidad de fingir que el cambio del último dígito del año aliviará el pasado. Mañana será la noche en que se contarán miles de millones de mentiras en todo el mundo, se harán miles de millones de promesas vacías. Miro por el tren, nada va a cambiar para ninguna de estas personas. Harán planes, se lo creerán por un día antes de volver a caer en las mismas viejas rutinas con las mismas viejas caras. Es un poco perturbador que la humanidad ponga sus esperanzas en un cambio de fecha.

    Gradualmente logramos bajar del tren y encontrarnos en el andén. Miro a Sam, él me mira del mismo modo. Es la mirada de "¿ahora qué?." ¿Qué podemos hacer para que esta vez sea diferente a la anterior? ¿Qué lugares nos quedan por explorar? Necesitamos aventura, algo para mantener la euforia que llevamos durante semanas, algo para drenar nuestra energía y hacernos reír abiertamente. Otro recuerdo que agregar a los cientos ya almacenados. Nevó el día de Navidad, mejora eso.

    La voz de Sam a mi lado. "Necesito mear."

    "¿En serio? Yo no sé si quiero todavía."

    "Bueno, podríamos ir ahora, eso evitará tener que ir más tarde."

    Tiene sentido. La risa abandona mis labios. "Bueno, al menos esta vez sabemos adónde ir, ¿no?"

    Sam también se ríe. Ambos nos reímos. Cuando me mira puedo ver el amor en sus ojos, estoy seguro de que él puede verlo en los míos. Paso a paso nos acercamos a la escalera mecánica. De pie, siendo elevado a los niveles superiores. Camino, pongo el boleto en la máquina, tómalo una vez que haya sido regurgitado, luego subo a la última escalera mecánica que nos llevará a la explanada. El evento con el Akita japonés queda olvidado por el entorno.

    Como de costumbre, dejamos que nuestros pies nos guíen. Ignoramos a todo el mundo, es como si fueran invisibles para nosotros, simples obstáculos en nuestro camino que deben evitarse. Los baños son nuestro destino. Sacamos veinte peniques de nuestros bolsillos. Veinte peniques, el precio a pagar para aliviar el cuerpo de desechos. Bajamos las escaleras, metemos el dinero en la ranura y giramos la puerta mientras caminamos. Una secuencia torpe de eventos, pero pronto se olvidan, no supone demasiado trauma soportar esto. El palacio de los desechos corporales. Es más grande y opulento de lo que recuerdo. Escucho a Sam tomar una bocanada de aire, sonrío, es su primera vez aquí. Camino por el pasillo para encontrar un urinario que se adapte a mis necesidades. Sam camina en dirección a la terraza de cubículos, buscando un espacio para hacer sus necesidades en privado. Se aleja y yo elijo mi urinario, me aburro de mirar.

    Bajar cremallera, sacar, apuntar. ¿O debería decir "esperar"? Estoy de pie frente a un urinario, pene en la mano y ninguna previsión. Ni siquiera sé si necesito mear. Piensa, enfócate. Convence al cuerpo de que expulse todo lo que pueda estar almacenado en esa vejiga. Persiste. Nada está saliendo. No mires a tu alrededor. Piensa en la tarea. En algún lugar de este palacio, Sam está meando detrás de una puerta cerrada, no puedo quedarme aquí y esperar, pues parezco un tipo de pie con la polla en la mano solo porque puede. Quiero decir, si no sale nada, ¿qué necesidad hay de sujetársela en público? Tampoco es que tenga intención de sacudirle a nadie en la cara con ella.

    Recoje, sube cremallera y gira. Ignoro al hombre que me está mirando. Camino hacia los lavabos y aprieto el grifo para que se active. Lávese las manos, pierda el tiempo. Sam todavía no ha salido de su escondite. Debía de estar meándose de verdad. Miro a mi derecha, el hombre está de pie a mi lado lavándose las manos, noto que le estoy mirando, sonríe con picardía y luego asiente. Sacudo las manos y me muevo hacia el secador de manos, él me sigue. Mantengo la calma, me seco las manos frotando en el aire caliente, puedo sentir lo cerca que está de mí. Doy un paso atrás, choco con él, miro, está sonriendo. Yo camino. No pienso esperar a Sam aquí. Miro al frente, por suerte esta vez conozco la salida, una salida rápida. Cruzo las barreras, paro. Espera. Piensa. No puedes esperar fuera de la entrada de un baño, es extraño. Subo las escaleras y espero a Sam en el vestíbulo principal. Mirando abajo ocasionalmente en busca de su presencia.

    El tiempo pasa y aún no hay señales de él. Pero ¿apremia el tiempo? ¿Ha sido alterado mi concepto del tiempo por las toxinas que atraviesan mi sistema? De hecho, ¿no es el tiempo un concepto divertido? Siempre está avanzando, pero puedes alterar la velocidad a la que lo hace. De acuerdo, tal vez no puedas alterarlo, pero ciertamente puedes cambiar la percepción del mismo, hacer que se acelere o dure para siempre. Quién sabe, tal vez este sea uno de esos momentos. Puedo sentir una sonrisa aparecer en mi rostro, tal vez Sam se ha perdido allí como yo en mi primera visita.

    Ahi esta. Le veo. ¿Qué diablos está haciendo? Está de pie apoyado en la pared con los brazos cruzados. De pie fuera de los baños como una jodida furcia. Siento un escalofrío por mi espalda. No puedo mover los pies. Mi media naranja está parado allí, pareciendo un chico de alquiler y yo ni siquiera puedo moverme hacia él. Congelado, vigilante, iracundo. Entonces le veo como quien ve la televisión en silencio y a cámara lenta. Un hombre acercándose a él, yo le había visto mirando y ahora está haciendo un movimiento. Ponte en marcha, irrumpe en la televisión y entra en el plató. Piso los escalones, a mitad de camino y el tipo está casi encima de Sam. Me oigo gritar el nombre de Sam. Él mira hacia arriba y me ve, se mueve en mi dirección. El chico ha hecho una pausa, él también me mira, su rostro me envía el mensaje de "cómo te atreves." Siento que mi ira hierve, a un paso de arremeter, bajo corriendo los escalones restantes y obligo a mi puño a bajar por su garganta a pesar de la barrera dentuda. Sam me alcanza, le agarro la muñeca y le arrastro delante de mí, le empujo por la espalda y lo alejo. Mi rostro lleno de rabia, ignorando las miradas de "¿qué coño?," Alejando a Sam de la situación. Llegamos a la explanada y Sam se gira.

    "¿A qué ha venido eso?" Pregunta.

    "¿Qué coño estabas haciendo?"

    "¿Qué hacía?"

    "¿Qué has hecho? Estabas de pie fuera de un baño como un chico de alquiler, eso es lo que hacías."

    "No lo estaba."

    "Entonces dime por qué te echó el ojo ese tío y se acercó a ti?"

    "¿Que tío? Yo no he visto ningún tío, te estaba buscando a ti." Su voz es suplicante.

    Una parte de mí le cree, la mayor parte, de hecho, pero la rabia sigue brotando de mí. "¿Qué ibas a hacer? ¿Dejar que te llevara a un urinario? Quiero decir, así es como les gusta a los maricas, ¿no?"

    "Dom, no lo hice a propósito."

    La gente está mirando, cejas levantadas, ralentizando el paso con interés, escuchando como cotillas. Yo continúo: "¿Qué será después? ¿Caminar por la calle y subirse al coche con un pajero?"

    "Dom, cálmate." Me agarra del brazo. "No estaba haciendo nada. Lo juro."

    Me quedo en silencio. La rabia se está desvaneciendo dentro de mí, necesito un cigarro. "Necesito un cigarro."

    "Vale." Sam sonríe. "Dom, de verdad que no estaba..."

    Levanto la mano para silenciarlo. Me estoy calmando, lo haré en silencio.

    Estamos caminando. Avanzando hacia una salida. Caminamos y dejamos que el aire fresco se precipite sobre nosotros. Sam saca el paquete de Marlboro Lights, me entrega uno, lo acepto en silencio. Saca otro para él.

    Clic, llama, inhala. Esto no me está calmando médicamente, aumentar los latidos del corazón no es calmante, pero; mentalmente, su beso venenoso derrite la rabia; me permite pensar. No es adicción, es medicación. Cosas que le hacemos a nuestro cuerpo para escapar del aburrimiento de la realidad. Le paso a Sam el encendedor. Lo toma, enciende, inhala. No sé por qué estamos afuera, se puede fumar en la estación.

    La voz de Sam. "Dom, no estaba tratando de alquilarme. ¿Por qué iba a buscar a otro cuando te tengo a ti? Tú eres todo lo que quiero."

    Sé que está diciendo la verdad. Una protectora cancelación en mi cabeza lo ha sacado de una problema. Tal vez estoy enojado porque he permitido que un extraño se le acercara de esa manera.

    "¿Dom?"

    "Sí, lo sé, pero debes entender lo que parecía desde donde yo estaba."

    "Sí, pero yo ni siquiera vi al otro tipo, así de insignificante era." Sonríe, se inclina y susurra: "Te amo."

    Le miro y sonrío. "Sé que lo haces, yo también te amo." Se decide que no volveremos a hablar de ello. Lo dejamos desaparecer en una neblina y lo olvídamos. No hay intención de dejar que esto arruine el colocón que hemos mantenido durante tanto tiempo. Un error, una falta de comunicación, una mal por mil bien.

    Los cigarros arden hasta convertirse en un muñón. Soltar, pisar, retorcer. Lo que pasa con los cigarros es que se olvidan muy fácilmente. Te los fumas, se quema, se acaba, te marchas. Existen solo durante un momento y luego se descartan una vez cumplido su uso, en cierto sentido es una buena metáfora de la vida. Enciendes tu pasión, ardes intensamente, caes al suelo y pronto eres olvidado por el mundo que te rodea.

    Miro a Sam, hora de seguir. Hora de una nueva localición, una nueva aventura. Hemos estado en Waterloo demasiadas veces. Es hora de explorar territorios desconocidos. Empezamos a movernos, reingresando a la estación y apuntando nuestros cuerpos en dirección al Metro.

    No hemos ido muy lejos cuando oigo reír a Sam. Él no me sigue, solo se queda ahí mirando. Sigo la dirección de su mirada. No puede ser. Me limpio los ojos y miro de nuevo. Lo es. Siento las risitas subiendo a través de mí. Estallando a la superficie. Me río, Sam se ríe, la gente nos mira.

    "Lo has visto, ¿verdad?," Dice Sam entre risitas.

    Asiento como respuesta, no puedo hablar.

    De pie entre la multitud, mirando los tablones de anuncios, está Osama bin Laden con el mismo aspecto de las fotos que nos han mostrado en todos los periódicos. Barba canosa, rostro demacrado. No es de extrañar que las tropas estadounidenses no hayan podido localizarlo, ha estado viviendo aquí en el Reino Unido. Mira nerviosamente a su alrededor, muestra la culpa de un hombre siempre en miedo perpetuo de un escuadrón de asalto saltando de la nada y llenando su cuerpo de plomo. A pesar de eso, ahí está. Uno de los rostros más infames del mundo, el terrorista más buscado del planeta en medio de una multitud y, al estilo puro y típico de Londres, todos están demasiado consumidos consigo mismos como para darse cuenta siquiera. Después de todo, nadie es más importante que uno mismo.

    De pie, le observamos esperar. Parece el Jesús del terrorismo con su vestidura blanca, el mesías del dolor y destrucción innecesarios. Aparece un número en una de las pantallas y él asiente para sí mismo antes de deslizarse en la dirección designada. El hombre que trastorna el mundo controlado y programado por los horarios de South West Trains. Le vemos desvanecerse en la distancia, obviamente de camino a casa a su harén de ciegos y equivocados seguidores. Mis ojos se mueven hacia Sam, su mirada hacia mí.

    "¿Qué coño?" Dice.

    Me río. "Y pensar que lo hemos dejado escapar."

    Sam se encoge de hombros. "Oh, bueno, no es problema nuestro."

    Damos media vuelta y caminamos. Yo paro. Todo se ejecuta a cámara lenta. Él está caminando hacia mí, dos hombres a su lado. Esto es de locos. Sus ojos me miran, me saluda con la cabeza mientras pasa, fotograma a fotograma, más lento, extendido. No, esto es de verdad una jodida locura. ¿Por qué iba estar él en Waterloo?

    Me vuelvo hacia Sam, el tiempo vuelve a ser normal. "¿Lo acabas de ver?"

    El asiente. Vemos cómo la figura se aleja, todos los demás ajenos a él. Saddam Hussein en Waterloo. ¿Qué estamos en el día del más buscado del mundo en Londres? Dictadores y terroristas se mezclan con la gente común y "libre" de Inglaterra. Es una locura, no puede ser. Ese anciano de allí, sorprendentemente se parece a Pol Pot. Me limpio la cara. Todavía está allí, sentado en un asiento de acero. "¿Qué coño?" Respiro.

    "Dímelo a mí." Sam se gira en el acto y busca en la estación, quién sabe a cuántos líderes mundiales ha visto. "Esto es demasiado jodido."

    "Pongámonos en movimiento," digo mientras Heinrich Himmler, con sus anteojos, avanza con pasos formales de autoimportancia personal.

    Paso a paso, tratamos de llegar a las escaleras mecánicas, intentando no distraernos con el quién es quién de los más famosos del mundo. Sam se para, un bufido de risa brota de él. Una vez más, se queda ahí mirando, rostro hundido en una expresión de incredulidad. Su boca trata de moverse pero no puede decir lo que quiere, así que simplemente levanta el brazo lentamente y señala. Yo miro. No, esto se está poniendo jodidamente estúpido. Siento mi expresión facial imitar a la de Sam. Dos personas paradas como zombis mientras observan la figura ante sus ojos. No puede ser real, no puede serlo. ¿Cómo es que nadie más puede notarlo? Está parado allí como un elefante rosa en una habitación, su espeso cabello brota por todas partes, el traje mal ajustado es incapaz de ocultar su verdadera identidad. De pie frente a nosotros, en la parte posterior de la pantalla, mirando a la masa de personas está Bigfoot, el Sasquatch. Nadie tiene tanto pelo en la cara. Lo único que ves es pelaje, una naricilla y ojillos que miran fijamente. Bosteza, una boca llena de afilados dientes caninos en exhibición durante un momento antes de que se oculten por la piel. Obviamente, incluso las criaturas que habitan en los bosques con cierta inteligencia han decidido comprar la visión de la vida de la humanidad, la libertad de la naturaleza intercambiada por la esclavitud de un salario. En cierto modo, ver a Bigfoot vestido para la oficina es una imagen triste, una señal de que el dinero lo conquista todo. Pague por las comodidades innecesarias del hogar, rodéese de basura innecesaria, beba suficiente alcohol y coma suficiente comida para que la pérdida de la libertad y los sueños parezcan una pérdida aceptable. La ceguera de la humanidad, vive divagando sin significado personal. Prefiero morir antes que renunciar a mis sueños. Prefiero dejar que Bigfoot me destroce antes que existir sabiendo que he dejado morir mis sueños.

    Un número en la pantalla y Bigfoot sale pisando fuerte en la dirección indicada. "Salgamos de aquí," digo después de un momento. La mirada de Sam me hace saber que él está pensando lo mismo.

II

    Estamos en la línea Jubilee. No recuerdo dónde estamos exactamente, pero sé que es la línea Jubilee, se nota por la sensación de la era espacial. Techos altos, barreras de vidrio que te impiden cruzar las líneas amarillas a menos que haya un tren atracado en el andén. Es imposible lanzarse en el camino de un tren que se aproxima en esta estación. Todo lo relacionado con los andenes es moderno, un diseño del pasado creado con el futuro en mente. Incluso ahora parece futurista, bueno, en este preciso momento, esperas ver criaturas de diferentes planetas compartiendo las escaleras mecánicas contigo. Probablemente no nos damos cuenta porque estamos acostumbrados a ellos, pero supongo que todo depende de tu percepción de "extraterrestre."

    De todos modos, aquí estamos, un túnel largo, un túnel muy largo, tan largo que decidieron poner un piso móvil. Una escalera mecánica plana, una cinta transportadora. Ponte encima y no te molestes en moverte, déjate llevar por el túnel a velocidad designada. Facilita la vida a las masas, qué concepto tan estúpido el de hacer que la gente camine hasta su destino. Quiero decir, podrías caminar por esos suelos, moverte al doble de la velocidad normal, es menos esfuerzo que caminar sin ayuda, pero si andaras de verdad harías algo de ejercicio al menos. Mirando a mi alrededor parece que nadie puede molestarse. Por favor, quédese a la derecha. ¿Para qué molestarse? Nadie camina, no estás bloqueando el camino, pero la gente obedece. Si nadie está caminando, entonces el "quédese a la derecha" es sin duda una orden redundante. Ellos dicen, tú obedeces. Obedece y sigue. Muévete al ritmo que te dictemos y trabaja lo suficiente para vivir, pero no lo suficiente para querer parar.

    Nosotros caminamos, cuando pasamos junto a la gente, levantan la nariz. Evidentemente, la idea de cierto desplazamiento les ofende. Sam a mi lado no podría estar más feliz, al diablo con lo que piensen. Somos como dos niños en una feria, un parque temático. Este suelo metálico forma parte de un viaje. Estoy medio esperando que caigan objetos del techo, que salgan volando brazos de la pared o, mejor aún, que el suelo deje de moverse hacia adelante y simplemente se agite adelante y atrás violentamente, derribando a la gente. Qué espectáculo tan glorioso sería ver a hombres y mujeres de negocios arrojados inesperadamente de sus amarres, viéndolos intentar ponerse de pie, con el esculpido cabello todo despeinado. Qué divertido ver la furia en sus caras porque no pueden aceptar una broma. Me estoy riendo abiertamente.

    Sam me mira. "¿Qué es tan gracioso?" Mira a su alrededor comi un cachorrillo emocionado. "¿Qué han visto?"

    Me recompongo. "No es nada, no te preocupes por eso. Solo una idea en mi cabeza."

    "Ah, vale," dice, luego, en broma, saca su labio inferior como diciendo: ¿esas tenemos? Gira, avanza unos pasos y mira atrás por encima del hombro. "Ya no te hablando."

    "De acuerdo," le digo desde atrás. Paso pisando fuerte hasta el final de la cinta transportadora. Saco mi labio inferior y mira atrás por encima del hombro. "Yo tampoco te hablo."

    Bang. Algo despierta un recuerdo en mi cabeza. Déjà vu. He estado aquí antes, ya he hecho todo esto. La sensación se desvanece cuando Sam llega al final de la pasarela y choca contra mí riéndose. Avanzamos a trompicones, permaneciendo de pie.

    "Por favor, no bloquee la salida," me dice Sam al oído.

    Me echo a reír, no puedo evitarlo. "Joder, eso quisieras," le susurro. Parece confundido, luego cae la ficha. Se une a mí en mi risa.

    Creo que hemos molestado a las masas, pasan junto a nosotros con miradas fugaces de desaprobación. Lo único que puedo hacer es seguir riendo. "Lo siento," oigo gritar a Sam a la masa en movimiento. "Lamento que nos estemos divirtiendo, por favor, perdónennos." Me mira y sonríe. Amo esa sonrisa, quiero acercarlo y besarlo. En cambio, nuestros pies nos guían en la misma dirección que los autómatas de la sociedad.

    La música flota sobre nosotros, sus notas se abren camino por encima y alrededor de las formas en movimiento de las personas que existen en este mundo subterráneo. Cuando te paras a pensar en ello, a menudo se escucha música aquí, músicos callejeros que ponen su corazón y su alma en una actuación. Se paran en sus lugares designados, rompiendo la monotonía de la vida cotidiana con su disfrute. Felices haciendo lo que hacen a pesar de que nadie les presta atención, nadie les agradece que llenen el aire de su pasión. Hay que preguntarse si las miradas pasajeras de despido y las quejas sobre la pérdida de tiempo nacen de los celos. Celos al ver a alguien disfrutar de una pasión, un sueño cuando el tuyo se ha convertido en polvo.

    Esta música es diferente. Me atrapa, me sacude. Notas rítmicas. Estos ritmos no provienen de una guitarra o una voz, son percusivos, encienden los deseos tribales dentro de nosotros. La palmada sobre las pieles tensas parece similar, a pesar de la magia que hace mientras flota hacia nosotros, todo esto parece como si hubiera estado aquí antes, como si lo hubiese soñado, ya lo hubiese experimentado. Me limpio la cara y sigo adelante, dejando a un lado la tentación de bailar entre la multitud al ritmo de los tambores, saltando como un niño tras el Flautista. Nos estamos acercando al origen, pronto veremos la causa de este sonido. Sam se echa a reír, no puedo evitar hacer lo mismo.

    Quiero que mi cuerpo no deje de moverse, que no pare y mire, pero no puedo, no tengo el control de él. Me paro y miro. Me quedo mirando al hombre mono que golpea con las manos dos congas. ¿Qué?, ahora crees que estoy siendo racista, burlándome del hombre negro de la jungla que toca los tambores tribales. Bueno, no podrías estar más lejos de la verdad. Este tipo parece un mono de verdad, sus brazos largos se agitan, sus ojos redondos miran a varios transeúntes. Su boca se abre en su excitación, mostrando sus dientes amarillentos.

    Espero que se dé cuenta de lo difícil que es quedarse aquí y no reír. Reprimir las risitas que, en su enojo por no haber sido liberadas, te provocan dolor de estómago. Trato de respirar y mantener el control al mismo tiempo. Obligo a mi cerebro a escuchar mis órdenes, le obligo a dar instrucciones a mis pies para que se muevan, le obligo a hacer que mi brazo se estire y agarre a Sam, lo alejo de su mirada y avanzo.

    Doblamos una esquina y nos soltamos. Dejamos que todo salga volando. La risa atraviesa nuestros cuerpos, amenazando con desgarrarnos si no podemos sacarla lo bastante rápido. Siempre hay un movimiento constante aquí abajo, siempre pasa gente, juzgando a las dos figuras que están de espaldas a la pared riendo sin motivo. Deberían alegrarse en realidad, quiero decir, ¿tan difícil es reír o es que se va agrietar la cantidad de producto apelmazado en sus caras?

    Respira hondo, control. Dentro, fuera, dentro, fuera. Lentamente, todo se calma. Los órganos internos dejan de moverse y la mandíbula duele. La frote con la mano, no me he reído tanto en años. Quiero decir, hoy todo parece estar muy alegre. Sam y yo existimos en el mismo plano. Si pudiera sentarme en la mano de la perfección por un momento, sería este. Un momento compartido en un túnel al que es poco probable que regrese, nuestra presencia encerrada en su tejido. Los ecos fantasmales de nuestra risa están condenados a rebotar silenciosamente para la eternidad.

    Respira, da un paso, camina. Por fin nuestros pies aterrizan sobre un andén. Es asombroso, bajo los pies de una ciudad hay kilómetros de túneles y andenes, pero ninguno se parece. Pasarelas de baldosas blancas, iguales en diseño pero todas únicas en su impronta, su atmósfera, ni una igual. En este andén no es diferente, único, por todas partes diferentes caras en exposición. Esta es la única vez que veremos esta estación de esta manera, sin importar cuántas veces regresemos. Así es la vida, nada permanece igual. Puedes caminar por la misma calle todos los días de tu vida y simplemente descartarla, pero si echas un vistazo, si te tomas el tiempo para observar, verás que las hojas están en diferentes lugares, que hay diferentes pájaros, diferentes personas. ¿Qué parte de nuestras vidas damos por sentado? ¿Alguna vez te has detenido a apreciar lo que tienes?

    Aquí estamos, caminando por un andén sin intención de subirnos al tren, aquí sin ningún motivo, solo estamos observando todo, bueno, vale, tal vez eso sea mentira. Estamos observando al grupo de adolescentes frente a nosotros. Amigos, cada uno viviendo momentos juntos como parte de una pandilla, lo que le pasa a uno les pasa a todos. Vida como tribu. Un grupo cerrado, para que te presenten tienes que ser muy hábil para captar su atención, las primeras impresiones cuentan para todo.

    Están cantando, su música es familiar, flota y golpea nuestros oídos, somos su única audiencia cautiva. Los imitamos, burlándonos de ellos mediante la imitación. Se dan cuenta y se ríen, disfrutando de la atención que reciben de los extraños. ¿Hemos roto su guardia? Obviamente les agradamos. El líder parece posado para decir algo, para saludarnos, pero luego ve nuestros ojos y las palabras se bloquean en su garganta. Pupilas empujando todos los colores fuera de la vista. Ojos virtualmente negros que no reaccionan al mirar fuera de los rostros, rostros que hacen sonrisas tontas y estúpidas y emiten risas sin control. Los pelos de punta del grupo se levantan, protegen al líder. Una palabra susurrada al pasar. Drogatas.

    Doblan una esquina y desaparecen de la vista. ¿Seremos una memoria que recuerden o seremos olvidados en pocos momentos? ¿Quién sabe? ¿A quién le importa realmente?

    Miro a Sam, nos quedamos ahí. ¿Qué hacer? ¿Por qué todo es tan aparentemente normal? Me froto la cara, esta observación indiferente parece demasiado familiar, ya hecha. Ya vista. Déjà vu. ¿Por qué no podemos ver la mierda jodida? ¿Por qué no hay águilas atravesando carteles o ratas parlantes? ¿Nos hemos acostumbrado tanto a ver el mundo de esta manera que las barreras se han roto? Mano en mi cara. No, esto ya lo he pensado hoy, ¿no?

    Sam me da un codazo. Miro, él asiente, miro. Un hombre frente a nosotros camina, vale, "camina" no es la palabra correcta, se pavonea. Movimientos tensos, apretados, un pie colocado grácilmente delante del otro. Llega a un punto y se detiene, hace una pose y luego retrocede. Un desfile sin sentido por una pasarela invisible.

    "¿Qué coño?" Dice Sam.

    "Otra vez no," digo yo.

    Regresamos al túnel con la cinta transportadora. De pie sobre esta, me apoyo contra el costado con los brazos sobre la barandilla en movimiento y la cabeza encima de estos. Sam hace lo mismo. A medida que avanzamos, observamos el otro lado, la gente se alinea como un desfile móvil de identificación de la policía. Cada uno es individual, trajes cortados de manera diferente, diseñados por diferentes estilistas. Mientras miramos, podemos ver los tipos de personas. El macho alfa marchando y girando la cabeza de la gente hacia él con sus feromonas. La mujer insegura escondida bajo la armadura de un traje, vestida de poder para escapar del tormento de su ser interior. Vemos a la gente ponerse de pie, hablar, tropezar con sus propios pies. Miramos, sin emociones. No hacemos ningún comentario. Luego me doy cuenta, he visto todo esto antes. De pie en la misma posición en esta misma cinta transportadora, viendo pasar a las mismas personas. Es demasiado familiar. Déjà vu. Cuando la sensación de hundimiento golpea mi estómago, me levanto y me giro, frotándome la cara con las manos. ¿Qué coño está pasando?

    "¿Qué problema hay?" Pregunta Sam con preocupación en su voz.

    "Ya hemos hecho esto antes."

    "¿Sí?"

    "¿No lo sientes? Esto es lo mismo que algo que ya hemos hecho." Le miro directamente a los ojos, algo acecha en ellos, un mensaje, un mensaje que no puedo leer. "Solo estamos repitiendo. Déjà vu. ¿No lo sientes?

    Mueve la cabeza en negación, ese mensaje en sus ojos otra vez. No puedo leerlo, pero sé que los míos están tratando de comunicar lo mismo. Un código secreto aún por descifrar. Le sonrío. "No importa, probablemente es mi estupidez. Pienso demasiado."

    "Sí, probablemente." Él sonríe a cambio.

    Volvemos la mirada hacia el otro lado, justo a tiempo para ver a una mujer tropezar, el alto tacón de sus zapatos se rompe. Ella cae hacia adelante. Reímos, la vista enceiende el humor sádico dentro de nosotros. No me esperaba esto. Uno de los espontáneos momentos de la vida teniendo lugar frente a nosotros. Nunca puedes tomarte nada demasiado en serio, el destino se asegura de ello. Un minuto te ocupas de tus propios asuntos, al siguiente el camino de tu vida irrumpe en el de los demás y no hay nada que puedas hacer para evitarlo.

    La cinta transportadora llega a su destino y bajamos. Riendo, bromeando, no importa en el mundo. Los mensajes del ojo quedan codificados, sin clausurar, sin importancia. Juntos caminamos por los túneles de la era espacial de esta estación. Juntos y conectados. Ignora la única desconexión, los ojos son los espejos del alma, ignora su mensaje. En el fondo sabemos lo que significan, pero tú sigue sonriendo. La felicidad nos ayudará a superar esto. Me paso la mano por la cara.

III

    La línea Northern. Siempre la línea Northern. Parece que donde quiera que vayamos, cada vez que miramos, estamos en este laberinto de túneles. Millas por debajo de la superficie, más lejos de la libertad del cielo abierto.

    Fuimos felices hasta que nuestros pies tocaron la entrada de los túneles. Como dos exploradores que ponen un pie en la guarida del Minotauro, la ansiedad reemplazada por la aprensión. Es tan rápido, riéndonos a través de las luces brillantes y la gente hermosa, nuestros pies haciendo el viaje, conspicuo pero necesario, hacia casa, y de pronto se para. Las luces aquí son más tenues, la oscuridad se arrastra por las esquinas, el movimiento aquí abajo es lento, perezoso, bestial. El aire también es diferente, es como si toda la felicidad hubiera sido absorbida, no es de extrañar entonces que esta ruta esté trazada por una línea negra. Esta noche prefiero quedarme atrapado en la deprimente línea de Bakerloo que aquí. Intentamos sonreír, estimular el humor, pero parece falso, forzado. Miro a Sam, ese mensaje sigue ahí, contradiciendo sus movimientos.

    Caminamos lentamente hacia el andén. No tengo ni idea de dónde estamos. Quizá todavía estemos en Waterloo. No tengo ningún recuerdo de haberme subido a un tren. Es solo un vacío negro que avanza lentamente, eliminando todos los recuerdos anteriores, una noche sin pasado. Un vacío espacioso. Pero dondequiera que estemos, nuestra libertad está oculta dentro de este reino, por lo que no importa cuánto no queramos, tenemos que avanzar y no dar marcha atrás.

    Es como otro mundo aquí abajo, un portal donde dos reinos chocan y se fusionan. El mundo del hombre y el mundo de la criatura coexisten uno al lado del otro. Mientras caminamos, las luces parpadean, se deforman, proyectando sombras temblorosas a través de las paredes como si sobre nuestras cabezas hubiera llameantes antorchas medievales en lugar de luces fluorescentes. Seguimos moviéndonos, nuestros pies dan pasos lentos y vacilantes. Está muerto, vacío, silencioso. Un silencio palpitante. Incluso los ecos distantes de cientos de pasos han sido absorbidos por esta atmósfera. Siento mi corazón latiendo en mi pecho, golpeando, enviando vibraciones a través de mi caja torácica. Mi cabeza se vuelve hacia Sam, él me está mirando. Sé lo que va a decir.

    "¿Qué coño?" Lo dijo yo.

    "No sé lo que está pasando, Sam." Por una vez, estoy perdido, hundiéndome fuera de control, fuera del alcance de los últimos hilos de la realidad. Mientras camino, por el rabillo del ojo, las paredes están hechas de piedra tosca, un túnel toscamente cortado a través de la tierra, el aire parece aún más diferente, más rancio, estancado. Un mundo oscurecido donde toda la felicidad y la esperanza son soles resplandecientes en la distancia, desvaneciéndose con cada segundo.

    Llegamos al andén. Es como si hubiéramos viajado profundamente hacia las profundidades de nuestro planeta, la ciudad sobre un mundo diferente, existente pero en otro lugar. El andén es oscuro, el más oscuro que jamás he visto. Sé que lo he visto antes, es familiar aunque su nombre todavía se me escapa. Estos sentimientos no son un déjà vu, son un hecho. Sin embargo, aquí estamos, parados en un mundo alternativo. El andén parece abandonada, vieja, descuidada, sucia. Los carteles cuelgan flojos y blandos de las paredes, pasta envejecida y descascarada. Las luces parpadean, su resplandor apagado brilla debajo, un naranja quemado se filtra a través de partículas de polvo, todas brillando como estrellas a través de esta galaxia muerta.

    No estamos solos en este mundo. El andén está poblado de figuras, criaturas. Humanoides en forma pero desfiguradas por su sobrenaturalidad. Vida directamente sacada de la peli Cristal Oscuro. Marionetas vivientes diseñadas por Brian Froud, modeladas por Jim Henson. Aquí existen, escondidas en las sombras, escondidas y persiguiendo sus propias vidas privadas. Crecimiento atrofiado por la falta de luz solar, salvación que aguarda en un fragmento de cristal.

    Caminamos mirando a aquellos con quienes compartimos este aire. Hocicos alargados y feos; cabello sin vida, lacio, sin peinado; ropas raídas, mal ajustadas y mal cuidadas. Un marcado contraste con los mimos altos y poderosos que habíamos visto durante esta noche. Y allí, acechando en las sombras al final de la andén, solo y demacrado, Skeksis de pico de cuervo, sus brillantes ojos negros moviéndose, buscando constantemente, un espía que se asegura de que no se comparta la felicidad, monitoreando la triste decadencia de un mundo moribundo.. Sus ojos se vuelven sospechosos hacia nosotros, observándonos, escudriñando. Tratando de decidir qué somos, quiénes somos y cómo hemos podido cruzar la fina barrera entre su mundo y el nuestro.

    Nuestros pies se han detenido, nuestros cuerpos nos dicen que no nos acerquemos más, que nos quedemos aquí y nos mantengamos a distancia de la figura sombría que nos frunce el ceño. El mal, el engaño y el disgusto rezuman de él hasta nuestros cuerpos inmóviles. No nos quiere aquí, hemos cruzado a un lugar en el que no tenemos derecho a estar. Los sentimientos que nos arroja se hacen cada vez más fuertes, un pitbull que acumula rabia para atacar a un intruso. Las figuras a nuestro alrededor evitan que sus ojos nos miren, visiblemente presionándose aún más contra las frías paredes de piedra. Tensión, opresión, ira. El aire polvoriento tan denso. La neblina naranja de la luz se atenúa, se desvanece. Tan pronto como la oscuridad rodee todo, sé que la figura hará su movimiento. Avanza y ataca. Mis ojos lo miran. Oculto por las sombras crecientes pierde su forma, transformando su figura. Se mantiene de pie en toda su altura, sin encorvar la espalda, el pico no se ve por ninguna parte, solo una sombra. Alto, demacrado, sin rasgos distintivos. Alrededor de sus pies se extienden espesas formas de oscuridad informe como zarcillos de humo. La estación se vuelve cada vez más oscura, las sombras se extienden, las luces parpadean como ráfagas estáticas. Estoy atraído, atraído hacia ell. Quiero correr directo hacia ella. Oscuridad, mi vieja amiga.

    "Dominic," una afilada voz corta el aire, llamándome a posición de firmes. Una voz femenina. Miro a mi alrededor, no hay nada, nadie que yo conozca. Sin embargo, conozco esa voz.

    "¿Has oído eso?" Le pregunto a Sam.

    "¿Oír qué?." Está sonriendo, con ese mensaje aún en los ojos. Sus dedos tiemblan, el pulgar raspa el dedo medio lenta e inconscientemente. Este se detiene.

    "Alguien acaba de decir mi nombre."

    "No lo he oído."

    "Esto está demasiado jodido." Miro hacia el andén. La neblina naranja ha vuelto a su brillo apagado inicial. No hay ninguna figura parada en las sombras. No hay nada en absoluto, solo un espacio vacío a lo largo de un andén envejecido.

    El tren llega por fin, sus puertas se abren ofreciéndonos refugio. Subimos, los únicos en hacerlo. Este tren pertenece a nuestro mundo, no al de ellos. Tomamos asiento y miramos por encima del hombro a las figuras fuera del tren. Continúan como siempre, moviéndose, ocupándose de sus asuntos. El tren se mueve y somos arrastrados al vacío entre estaciones. La barrera se ha vuelto a cruzar. El resplandor de neón del tren nos calienta, la opresión se desvanece. En nuestro vagón vacío nos echamos a reír.

IV

    Hay un hombre sentado frente a mí con su novia. Con un vagón completo para elegir, han elegido sentarse frente a nosotros. Se subieron en Tottenham Court Road y desde entonces hemos tenido que soportarlos. Intento mantener mis ojos en el suelo, mantenerlos alejados de su cara y sus manchas, pero es difícil, están por todas partes. Cada centímetro de sus rasgos está lleno de montículos de aspecto enojado, volcanes de pus esperando para entrar en erupción. Si su cara explotara bajo la presión de esos puntos, sería como el Krakatoa de nuevo. Mantéen la cabeza gacha y no mires, es de mala educación quedarse mirando. Mis piernas se mueven nerviosamente, brincando arriba y abajo con impaciencia, demasiada energía que liberar. Mano derecha, pulgar rasca el dedo medio. Para empeorar las cosas, necesito echar una jodida meada. Lo necesito y no sé si puedo controlarlo. Es decir, en un minuto nada, al siguiente voy a explotar. Instantáneo, sin acumulación. Hay un ligero alivio en la presión. Querido Dios, no me digas que me estoy meando. Miro, sin mancha húmeda, suspiro.

    Miro a Sam. Él mira fijamente adelante, el pulgar rasca el dedo medio. Sintiendo que lo estoy mirando, se gira y sonríe. Una sonrisa fría. Algo va mal para él. Todo está encajando, no vemos lo mismo. Ese era el mensaje en los ojos.

    Me inclino hacia adelante. He hecho todo esto antes. Es demasiado familiar, los aplastantes sentimientos de déjà vu siempre presentes. La vida atascada en un bucle que se repite, no hay forma de saltar de esta rotonda. Pasaremos por esto. Quiero reír, reír, pero sé que el cara de pizza se va a ofender. Me siento como un niño. Roles invertidos, Sam está actuando como yo y yo actuando como él. Sentado en este jodido tren, puedo verlo. Siempre en tren, siempre bajo tierra. Tantas caras con las que tener que lidiar, tantas caras de las que solo quieres reírte. Normalmente lo haría, pero no me gusta que me pateen esas botas que lleva este tipo.

    Oh, mierda, ¿me he meado encima? Miro, compruebo, no. Respiro. Tanto en lo que concentrarse. Si olvido cómo respirar, estoy jodido. Mierda, solo pensar eso me ha hecho ver mi respiración, y ahora estoy demasiado asustado para no concentrarme en eso. Si me desvío, mi cuerpo no seguirá respirando.

    Siéntate, enfócate, respira, mantén la calma. No mires al tipo, no le muestres a Sam que hay un problema, él está luchando contra sus propios demonios. Joder, necesito mear. ¿Alguna vez has tratado de enfocar un pensamiento en el mundo real cuando tu cerebro está bloqueado en otra parte? Esta es la realidad, cualquier decisión se basa en eso. Intenta no pensar, deja que todo te invada, pero aquí no hay imaginación, no hay escapatoria. Solo quiero saltar, correr, hacer que surjan nuevas visiones, pero no puedo. Mi cerebro está repasando todos los eventos, detectando todas las imágenes de déjà vu. Pero, ¿y si este es el único ahora? No ha existido nada más. Todo fue un sueño y ahora que despierto tengo que vivir todo lo que he soñado, vivir conociendo cada resultado, conociendo cada palabra y sin poder cambiarla. Seguramente eso volvería loco a un hombre, conocer el futuro, conocer los resultados de todo lo que harás, incapaz de hacer un cambio, ver cada fracaso, sabiendo que todo lo que haces terminará de esa manera. ¿Cómo debe ser construir un imperio sabiendo el momento preciso en que va a terminar? ¿Vivir cada día con el temor de que cada tic-tac del reloj acerca ese destino? No hay escapatoria, no hay salida. No puedo pensar en ninguna forma peor de tortura.

    El tren llega a Euston y podemos bajar. Siento el cuerpo tenso después del esfuerzo de contener todas las risas, después de todos los pensamientos que se han precipitado por mi cabeza. Dejo salir la risa, dejo que fluya de mí en espesos espasmos. Miro a Sam, él no se está riendo.

    "Tenemos que salir de aquí," dice, su voz es diferente, más parecida a la mía.

    "¿Por qué?" Mi respuesta es una pregunta rápida, ansiosa.

    "Esto no es bueno."

    "¿Por qué?"

    Sus ojos me miran fijamente, diciéndome un mensaje en desacuerdo con la sonrisa que se forma en su rostro. Evidentemente, mis ojos comunican el mismo mensaje. Él asiente, se gira. Caminamos.

    Siempre está ocupado el lugar donde terminamos, ninguno de nuestros viajes en su mayor parte se ha realizado solo. Rodeado constantemente de vida, movimiento, cambio. Nada nunca estático, nada permanece igual. Hoy no es diferente, a nuestro alrededor personas, personas planas, bidimensionales. Pasan caminando, recortadas de papel vivientes, tan anodinas y sin vida como una foto de revista. Mi mente las ha descompuesto, eliminado el fotograma que las hace tridimensionales. Al mirar, enfocarme, puedo ver este marco, una cuadrícula adjunta a todos sus cuerpos. Tres colores, rojo, azul, verde. Cuando veo este fotograma moverse, salta, tres dimensiones con un centro bidimensional. Expresiones faciales y rasgos mapeados y visibles con las líneas, pero el cuerpo que rodea contradice esto. El mundo visto sin gafas 3D. Imagina esas fotos que eran un desastre de color hasta que te pusiste esas gafas, así es, un lío de líneas. Confuso, intrigante, molesto. Miro mi mano y la agito de lado a lado. Carne bidimensional rodeada por una cuadrícula tridimensional, incluso los rastros de movimiento borrosos tienen cuadrícula, un borrón complejo de los tres colores. Tal vez los viejos cuentos de que el mundo es plano eran ciertos y esta es solo la cuadrícula que le da su volumen, su profundidad. Nuestros ojos actúan como las lentes rojas y verdes de las gafas 3D. Criaturas planas de dos dimensiones hechas tridimensionales mediante una ilusión de líneas bidimensionales de tres colores.

    Qué difícil es navegar precisar, sin una noción de profundidad. Mis dedos se agarran a la parte posterior de la chaqueta de Sam, ligeramente elevada pero lo suficiente para proporcionar una conexión. Si nos mantenemos unidos, superaremos esto, llegaremos a casa. Subimos, bajamos, cruzamos. Atravesamos esta ilusión, una serie de complicados trucos para confundir la mente cuando en realidad todo es tan plano como un tablero de juego. La forma más verdadera de Londres se acerca más a la de un tablero de Monopoly que los largos dedos de hormigón que llegan al cielo. Otro andén, otro tren controlado por dados. Pise el cuadrado equivocado y vaya directamente a la cárcel sin pasar por la salida.

V

    La línea Victoria, un rastro azul en el mapa. Nuestro destino a dos paradas de Euston. Traqueteo, sacudida, vibración. Tu cuerpo siempre se balancea, siempre un ruido en el aire. Así que nos sentamos uno frente al otro en un vagón casi disecado. Estamos sentados cerca de la puerta, a un paso más cerca de la libertad. Mi pulgar aparta lentamente mi dedo medio, rascando, tratando de buscar la realidad. Pellizcas para despertarte, pero ¿qué haces cuando ya está despierto? Los ojos de Sam miran hacia adelante, él se muerde el labio, mastica nerviosamente, estamos desconectados pero conectados, una yuxtaposición que existe a través de todo lo que va mal.

    Una voz, miramos. Un vagabundo se para con un simple vaso de plástico en la mano. Lo hace sonar, lanza un discurso designado y bien practicado destinado a tirar de los hilos del corazón de las personas que prefieren dar su dinero a un recaudador de impuestos que a un vagabundo. Muevo la cabeza en sentido negativo y me siento, él está a la mitad del vagón en un instante. ¿Cómo? ¿Qué ha pasado en esos breves momentos? Los ojos de Sam lucen sorprendidos. ¿Qué había hecho yo? Pérdida de memoria sin motivo. ¿Qué quería mi cerebro que olvidara? Sam sacude la cabeza y aparta la mirada.

    Hay un anciano sentado a mi lado, no sé de dónde se ha materializado, no estaba allí hace unos momentos. No recuerdo a nadie cambiando de asiento para sentarse a mi lado. Me habría hecho saltar al notar su presencia por primera vez, pero ahora mis ojos son atraídos hacia él, moviéndome hacia los lados solo para echar un vistazo. Se ve gracioso, quiero reírme. Probablemente se ve bastante normal para la mayoría de la gente, pero para mí se ve raro, no como un hombre elefante extraño, sino en la forma en que sus arrugas delinean su rostro, es asombroso. El hombre se sienta, sin movimiento, como una foto, una instantánea del tiempo, ni siquiera un parpadeo mientras sus ojos miran el negro abismo fuera de las ventanas. Las arrugas profundas nunca se mueven, nunca cambian, ni un solo movimiento, es como si estuviera paralizado por el rigor mortis. No tiene presencia, ni olor, nada que llame tu atención sobre él. Una figura solitaria que hace un viaje solitario. La vieja pregunta, ¿existes si nadie se da cuenta de tu presencia? ¿Puedes tener presencia cuando no existes? ¿Un par de ojos sobre ti justifica la existencia o simplemente te hace parte de su imaginación?

    El tren se detiene y nos levantamos. Casi en casa. El viejo no se mueve, sus ojos no reflexionan sobre nosotros mientras bajamos. En piedra, una estatua. Salimos y subimos a la andén, muy vivos y en existencia conjunta.

    Mierda, acabo de recordar algo, la razón por la que estamos aquí, la razón de este rápido escape al santuario del hogar. Agarro el brazo de Sam. "¿Estás bien?"

    "No," responde, sus ojos ardiendo en mí. Su boca por fin a punto de decir lo que los ojos han estado diciendo todo el tiempo. Todo encajando más en su lugar. Finalmente escucho las palabras que me había dicho en el tren, palabras que yo había ignorado mientras mi mente se preguntaba sobre la estatua sentada a mi lado. "Quiero irme. Quiero salir ya de este viaje."

    "Lo sé." Nuestros ojos se conectan y el mensaje ya no está oculto. "Yo también."

    Es hora de moverse, no hay necesidad de permanecer aquí, ahora sabemos lo que queremos, quedarnos sería como permanecer en el Infierno sin cruzar las escaleras hasta las puertas nacaradas que están a solo dos pasos de ti. Hablando de escaleras al cielo, me pregunto si se han modernizado de forma que cuando mueres, encuentras una escalera mecánica o tal vez un ascensor de vidrio. Es decir, si usamos artilugios tan perezosos en vida, ¿por qué no crearlos cuando morimos? Perezoso en vida, aún más perezoso en la otra vida.

    Así que aquí están los túneles, es difícil sentirse entusiasmado por algo que ves a diario. Los muros de aquí abajo nunca cambian, a diferencia del mundo sobre el suelo, aquí abajo siempre es el mismo, iluminado igual, no hay naturaleza que proporcione el cambio más que los rostros de las personas. Sin embargo, a pesar de esta monotonía, hay canto, alguien obviamente feliz con el mundo que lo rodea. Los ojos buscan, tratando de buscarlo. Identificar, localizar, fijar. Es un hombre, no, la palabra "hombre" niega su estatus enigmático. Este no es un hombre, es una estrella de rock envejecida. Nos acercamos a él mientras se pavonea con confianza, una chica de cabello rubio camina a su lado, brazos entrelazados. Vaqueros ajustados, blusa extravagante y cabello sin el polvo gris que se espera de un hombre de su edad. Por lo que puedo ver, su rostro está arrugado, maquillaje utilizado en un intento de ocultar la descomposición natural del cuerpo.

    Estamos justo detrás de él ahora, su canto se interrumpe con breves fragmentos de conversación con la chica que le presta a este hombre toda su atención, riendo en todos los lugares correctos. Mi pie se detiene en un paso, un error de juicio en mi nombre. Me tambaleo un poco hacia adelante, golpeando suavemente el bolso de la mujer. El impulso natural me dice que me ría, lo hago, y Sam también. El canto se detiene. ¿Qué he hecho?

    Mi cara risueña se vuelve de Sam y se balancea directamente hacia la cara de Mick Jagger. La anciana estrella de rock ha vuelto su atención para mirar a la persona que interrumpió su diversión. Seguimos caminando hacia adelante, pero su rostro enigmáticamente arrugado examina el mío, asimilando todos los detalles necesarios antes de mirar al rubio y las palabras "revisa tus maletas" se filtran de nuevo a mí. Nunca dejamos de caminar, con los pies en piloto automático, ya que existimos de cintura para arriba. Escena interesante, Sam y yo riéndonos mientras una estrella de rock y su amante registran sus maletas para asegurarse de que no me he llevado nada. Pero ¿se quedaría un ladrón y se reiría de la escena del crimen?

    La caminata continúa en silencio, un músico famoso que alguna vez fue alimentado por drogas y que fue silenciado por un músico desconocido actualmente drogado. Un silencio lleno de respeto, pasado y presente, una visión del futuro. ¿Me encontraría algún día en su posición? El círculo de la vida girando, creando escenarios, a diferencia de la humanidad, los sucesos naturales no tienen planes trazados o programados, tal vez por eso se ha vuelto tan común que nos veamos obligados a poner orden, un miedo a lo desconocido, el miedo de todas estas cosas aleatorias e inesperadas.

    Llegamos a la escalera mecánica, esta se extiende en la distancia, la pareja del rockstar todavía está frente a nosotros, aún aferra sus maletas con fuerza, todavía nos miran de reojo, incómodos en nuestra presencia. Llegamos a la cima y seguimos a la multitud hasta las barreras. Empujo el boleto en la máquina. La barrera se abre, cruzo. Bang, me choco con la barrera. Confundido, miro a Sam al otro lado. Se las ha arreglado para escapar, ¿por qué yo no puedo? He pasado el boleto, ¿no? Registro los bolsillos, están vacíos. ¿Y si lo he tirado en alguna parte y he seguido los movimientos y simplemente he empujado aire dentro de la ranura? ¿Y si estoy atrapado?

    "¿Hay algún problema señor?" Una voz, no sé de quién es la voz. Vuelvo a enfocar mi atención y veo a un asistente allí de pie.

    "Sí, he metido el boleto y no ha pasado nada. Tampoco lo ha devuelto."

    "¿Qué tipo de boleto compraste?"

    "Tarjeta de viaje."

    "A ver, déjame comprobar." El traqueteo de llaves y la máquina se abre, mi boleto regresa a mi mano. Él pasa su tarjeta por un sensor y las barreras se abren. Libertad. "Lo siento, señor," dice. "Que tenga buenas noches."

    Sonrío para agradecerle y corro para unirme a Sam. Tenemos un objetivo y es llegar a casa. Nos adentramos en el aire de la noche. Sin dar marcha atrás, sin desvíos, ignorado a todos. Los sentimientos momentáneos de felicidad no son reales, son una cortina de humo. Parecemos felices pero lloramos por dentro. Los ojos comunican más que las palabras.

VI

    Doblamos una esquina y ahí está, el hogar, el santuario. Menos de un minuto hasta la puerta, unos pasos más y ahí estamos. Hay rapidez en los pasos que damos, pero algo va mal. La forma en que todo está iluminado, la sensación en el aire ya se ha experimentado, hemos hecho todo esto antes. Déjà vu. Mientras nos paramos junto a la puerta, Sam busca las llaves, mi mente trata de señalar dónde se ha experimentado todo esto. Luego, en la frustración de Sam, "clic." La noche antes de irnos a visitar a mi madre, al volver del hospital después de ver a su abuelo, Sam entró en pánico de que su abuela estuviera enferma, el pánico se apoderó de él en este momento.

    Una patada contra la puerta, la ira de Sam. Me froto la cara con las manos, ¿las últimas dos semanas han sido un sueño? Una experiencia vivida en mi mente y ahora destinada a ser aliviada en realidad. Volver a experimentar todo sin poder cambiar nada. Eso sería una tortura, soportar todo esto en un bucle constante, repetido por el resto de la eternidad, sin avanzar nunca. El pasado, el presente y el futuro se fusionan, se repiten, no cambian. Nómbrame una tortura peor que esa.

    La luz me inunda, la puerta se abre. Sam marcha hacia su habitación, unos cuantos murmullos es todo lo que ofrece a sus abuelos. Ambos están mirando, felizmente diferentes.

    "Lo siento," explico. "Le entró el pánico al pensar que algo había sucedido." Con una sonrisa amistosa, sigo el camino de la vida de Sam. Entro en su habitación.

    Él está apresurado por la habitación buscando algo. Cierro la puerta detrás de mí y miro. "¿Qué estás haciendo?" Le pregunto.

    "Estoy buscando."

    "¿Buscando qué?"

    "Cualquier cosa que me saque de este viaje." Se detiene y me mira. Corre hacia adelante, agarrándome en un abrazo. Nos sentamos en la cama, tratando de concentrarnos. "Zumo de naranja," dice poniéndose de pie de un salto, corriendo a una esquina y regresando con zumo tropical. "Bueno," sonríe. "Es parecido."

    Bebemos sabiendo que no conseguiremos nada. Desde arriba, el ruido de los platos resuena hasta nosotros. Comida. La comida debería ayudar, debería reemplazar los hongos con otra cosa, obtener nutrientes saludables para el sistema. Sam desaparece, reaparece. "¿Quieres comida, verdad?"

    "Sí, acabo de decírtelo." Estoy seguro de que haber dicho que sí.

    "Sammy," llama su abuela desde arriba.

    "Vale." Desaparece, reaparece. "¿Quieres comida, verdad?"

    "Sí." ¿Qué coño?

    "Sammy," vuelve a llamar su abuela.

    "Vale." Desaparece, reaparece. Sé lo que va a preguntar. "¿Quieres comida, verdad?"

    "Sí." Su abuela va a llamar ahora.

    "Sammy." Su yaya.

    "Sam, esto se está repitiendo." Siento que mi cabeza se va a partir, mi cerebro busca furiosamente el arañazo que está haciendo saltar el disco.

    "Vale." Desaparece, reaparece.

    "No lo digas, ni siquiera lo preguntes. Solo trae la jodida comida."

    "Sammy." Su yaya.

    Continúo, "Ve a buscar la comida, te garantizo que será boloñesa." Sam frunce el ceño y se va, por fin lo oigo subir las escaleras. Conversación de lejos.

    Ella está ahí, puedo sentirla. No sé quién es ella, pero sé que está parada en la puerta mirando. Puedo verla por el rabillo del ojo, cabello largo y castaño, de un metro setenta y cinco. Está mirando, inspeccionando la escena. Siéntate, mira hacia adelante, no mires. No quiere que mire, solo que sepa que ella está allí, cuidando de alguien, cuidando de Sam.

    "Ahí tienes." Un plato en mi cara. Sam ha vuelto. "Es boloñesa."

    "Te lo dije." No puedo evitar bacilar, yo sabía lo que iba a ser.

    Así que aquí estamos sentados en la cama de Sam intentando comer. La boca mastica constantemente, sin sabor, ¿cuándo tragar? Arde a medida que baja, los músculos de la garganta determinan que no comamos, lo cual nos impide aumentar nuestro estómago. No sirve de nada aunque sigamos intentándolo, es como masticar aire, un movimiento interminable de la boca. Me duele la mandíbula, no puedo hacerlo. Dejo el tenedor en el plato y dejo todo en el suelo. Sam hace lo mismo.

    ¿Qué hacer? Nos sentamos uno frente al otro, tomados de la mano, el pulgar de Sam rechinando, rascando mi dedo medio, el mío haciendo lo mismo con el suyo. Siéntate así, mira a la persona que amas y confía en que la caída sea rápida. La habitación está en silencio, un ruido sordo silencioso en mis oídos. Los ojos de Sam se clavan en los míos. Sabemos que el final no está a la vista, sabemos que no está cerca. Ambos rezamos la misma oración.

    "Un baño," dice Sam en el silencio. "Un baño debería arreglarnos."

    "¿Un baño?"

    "Sí, un baño siempre te hace sentir mejor." Salta de la cama y sale de la habitación.

    Solo. Es horrible estar solo. Tu sentido del tiempo está jodido cuando tomas hongos, un segundo parece una hora, arrastrándose. Puedo escuchar el agua corriendo. ¿Cuánto tiempo se ha ido? Parece una eternidad, pero solo podrían ser segundos. Imágenes en mi cabeza, destellando ante mis ojos como si estuviera viendo la televisión. Imagenes de Sam tirado en el agua, un líquido transparente envolviendo su rostro. Ahogado. Ojos sin vida mirando hacia la nada. Todo lo que amo de él se ha ido, desvanecido, lo único que queda es su belleza. Puedo escuchar el agua corriendo. ¿Cuánto tiempo se ha ido? Parece una hora, pero solo pueden ser minutos. Imagenes No dejo nada al azar.

    Salto de la cama y entro en el baño. Él está de pie, mirándose al espejo. "¿Qué estás haciendo?" Le pregunto.

    "Cuando me miro en el espejo, solo me veo a mí mismo."

    "¿A quién si no vas a ver?"

    "Soy hermoso. Soy perfecto."

    "Sé que lo eres." Mantengo mis ojos lejos del espejo, asustado de lo que podría ver. "Vuelve al dormitorio, Sam."

    "Vale."

    Salgo, le oigo siguiéndome. Entro en su habitación y me giro, no hay nadie detrás de mí. Estoy solo. ¿Qué coño? Regreso al baño.

    Sam está allí de pie mirándose en el espejo. "Soy hermoso. Soy perfecto."

    "Sam, vuelve al dormitorio."

    "Vale."

    Salgo y le oigo siguiéndome. Entro a la habitación y me giro, no hay nadie detrás de mí. Estoy solo. ¿Qué coño está pasando aquí? Regreso al baño.

    Sam se está mirando en un espejo diferente. "Soy hermoso. Soy perfecto."

    "Sam, no creo que un baño sea una buena idea."

    "¿Por qué no?" Me mira.

    "Solo tengo un mal presentimiento."

    "Vale." Para el grifo del agua y saca el tapón, el baño no está ni a un cuarto de su capacidad.

    "¿Podemos volver al dormitorio?"

    "Vale."

    Empiezo a moverme pero me detengo. "Después de ti, entonces." Él sale, yo le sigo. Entramos en su habitación. Abrazo. Todo está jodido y no hay escapatoria. Sentados en la cama. Silencio. No puedo hablar, mis cuerdas vocales están bloqueadas, la boca se mueve pero no sale ningún sonido. ¿Qué coño?

    Entonces nada. Todo parece normal. Puedo estar de pie, caminar. Todo ha vuelto a la normalidad. Ha pasado el efecto. Luego mis ojos golpean el espejo. Las pupilas negras me devuelven la mirada, todo color desterrado. Todavía sigue. Mierda.

    Recojo mi diario. Cojo un bolígrafo. Mi voz no quiere funcionar, pero sé que lo hará. Escribo. Joder, quiero salir de este viaje.

    Sam observa. Le muestro la página y asiente.

    Quiero salir ya.

    Otro asentimiento.

    Las palabras fluyen más rápido. Quiero salir de este viaje. Sácadme de este viaje. Palabras más grandes. DéjaME. SÁCAME DE ESTE VIAJE. SAM, SÁCAME DE ESTE PUTO VIAJE.

    Un brazo sobre el mío. La cara de Sam mirándome. Ninguna palabra cruza el silencio. Sus ojos lo dicen todo. Pánico, labio mordido rápidamente.

    Sam, por favor.

    Sam pone la mano sobre el papel y se señala los ojos. Leo el mensaje encerrado allí.

    Pluma sobre papel. Sam, estoy tratando de salir de mi viaje. Está mal. Puedo ver en tus ojos que es lo mismo para ti.

    Sam asiente y me abraza. Nos quedamos allí en silencio. Miro el reloj y la pluma golpea el papel. Son las 8:06. Parecen 10 minutos para cada uno.

    Los ojos de Sam se mueven hacia el reloj. Niega con la cabeza.

    Arrugo la frente. Sam, ¿has salido?

    Sí. Su voz parece fuerte en el silencio. Suena normal, una voz de la realidad atravesando el brillante mundo de mis ojos. Esperanza, salvación.

    ¿Como totalmente 100% fuera?

    "Dom, estoy fuera." Voz autoritaria. Cuando dice la palabra "fuera," su cara de masilla se transforma en su cara real, su presencia atraviesa la barrera, un breve vistazo a la normalidad.

    Necesito que salgas..

    "Estoy fuera." Hay un rastro de preocupación en su voz. Las cortinas de la realidad se abren, mostrándome brevemente el lado del espejo en el que quiero estar.

    Sam, joder, necesito que estés fuera.

    Su boca va a hablar, pero se detiene y toma la pluma. Estoy fuera, escribe.

    Sonrío, cojo el bolígrafo y lo pongo sobre el papel. En serio Sam, ¿estás fuera?

    El libro es arrebatado de mi mano y arrojado al otro lado de la habitación. "No lo vas a recuperar," dice. "Te está arrastrando hacia abajo. Y sí, estoy fuera." Su rostro se desgarra en mi mundo haciendo a un lado los colores. "Estoy fuera." Se rompe de nuevo, antes de que los colores lo cubran, ocultando la realidad como el agua que cubre una piedra.

    Esperanza. Si está fuera, todo irá bien, pero necesito estar seguro. Miro sus ojos. Sigue fuera de ello, pero no digo nada.

    Entonces lo oigo, un leve chasquido. Algo dentro de mi cabeza. Los oídos se bloquean al escuchar el mundo real, los ojos quedan atrapados mirando estas brillantes visiones. Locura. Un miedo me recorre. ¿Es esto lo que se siente al estar loco? ¿Qué peor forma de locura podría haber? Saber que lo que ves es falso, pero tu audición es perfecta. Saber que estás loco y no poder hacer nada al respecto. ¿Y si esta habitación es una ilusión, un producto de mi imaginación, y en realidad estoy sentado en un pabellón mental, con Sam observando, sentado a mi lado, complaciéndome? Al menos no me ha dejado.

    Un tenedor contra mi boca. Mierda, mierda, mierda. Ahora me están alimentando. Lo agarro y trato de comer. Soso, nada, se tarda demasiado en masticar.

    "Dom, esto te ayudará si no estás de costado."

    Pero no lo estoy, estoy sentado erguido, tengo las piernas cruzadas, lo sé. Efócate. Estoy de costado. ¿Cómo? No me he movido. Puedo sentir que estoy de costado, pero mi visión dice que estoy de pie. Haz que el cuerpo se corrija solo. Inténtalo de nuevo.

    Estoy besando a Sam, él se está riendo. "Dom," dice. "No puedo besar con la boca llena de comida."

    "¿Lo está?"

    "Sí, y no puedo comer de lado tampoco."

    Pero no estamos del lado. Enfócate. Los ojos dicen que estoy erguido, el cuerpo dice lo contrario. Siento mis brazos abrazar una almohada. "Necesito dormir."

    "Dom, no duermas. Sigue comiendo."

    "Pero llevamos comiendo durante años. De verdad necesito dormir."

    "Dom."

    "Sam, si me quedo aquí, no voy a estar moviéndome por ahí, nada va a cambiar, puedo salir."

    "No funcionará, Dom, ojalá lo hiciera."

    Una idea, un plan, una salvación. Así que estamos desconectados de la realidad, mi cerebro se tambalea sobre la locura, ¿qué mejor manera de reconectarnos que mirando los recuerdos?"Sam, trae la cámara. Conéctala la tele."

    "¿Por qué?"

    “Nos centrará, nos traerá de vuelta a la realidad, le dará a nuestro cerebro algo en lo que enfocarse, algo que observar que no se puede alterar."

    El sonrie. "¿Por qué eres tan inteligente?"

    Yo sonrío. "La sabiduría de un hombre es la locura de otro."

    Un ceño fruncido mientras salta de la cama, trasteando con los cables, conectando y reconectando, luego una imagen. Nosotros, recuerdos de nosotros. Nos recostamos juntos en la cama, mi brazo alrededor de sus hombros y la otra mano en la suya. Su pulgar se clava en mi dedo medio, el mío en el suyo. Nevó el día de Navidad.

    A medida que las imágenes pasan por la pantalla, hablamos de lo que vemos, revivimos recuerdos y comentamos sobre ellos, lo que obliga a nuestro cerebro a concentrarse dentro de las barreras de la realidad. Está funcionando, los colores se desvanecen gradualmente, volviendo a la silenciada realidad gris. Y seguimos mirando, asegurándonos de que todo va a salir bien. El bajón, picor y rascarse, desaparecen, tomando conciencia de la tensión de nuestros músculos. El hambre y la sed corriendo dentro de nosotros.

    Recojo los platos, todavía están llenos de comida. Me apetece comer ahora, no parece tan abrumadora. Sam me mira con el tenedor sobre el plato. "Nunca más, ¿de acuerdo? Nunca los volveremos a hacer," dice.

    "Nunca más."

DIEZ

Uno de Octubre

Dos Mil Seis

    Le hice una pregunta al cielo.

    Decía: “Hay muchas estrellas en los cielos, muchas para elegir, pero solo una iluminará tu cielo. Puedes elegir una que te llame la atención, puedes elegir una que brille un poco más. Puedes elegir la que desees, pero recuerda que eliges a distancia. Cada una de ellas es el centro de un mundo que no te pertenece, un rayo distante de esperanza que se atenuará con cada día que pasa. Solo una de las estrellas brilla más y te proporciona todo lo que necesitas. Se encuentra en el centro de tu mundo y lo orbitas todos los días. Nacisteis de la misma creación, dos almas desgarradas. Para ti no puede haber otra, porque una vez que la has visto, lo sabes. Así que en silencio te rendirás y orbitarás para siempre."

ONCE

Quince de Enero

Dos Mil Cinco

I

    Estación de metro de nuevo. Diferente, totalmente diferente. Nunca me detuve en esta estación, lo sé de hecho. Knightsbridge, una estación de la línea Piccadilly, una estación antes de nuestro destino. Elegimos aquí para asegurarnos de que el viaje no nos nublara demasiado pronto, tentando a alejarnos de nuestro objetivo, atrayendo nuestros cuerpos en una dirección diferente. Esta fue una idea, bueno, fue concebida ayer, al menos. Para visitar uno de los primeros lugares que Sam y yo visitamos cuando caminamos por Londres por primera vez como pareja. Un lugar de recuerdos, recuerdos felices. No tenemos ninguna intención de hacer otro viaje subterráneo.

    Así que aquí estamos, sentados en la estación, esperando que se despeje de gente para poder comenzar nuestra tarea. Comiendo hongos en una estación de metro como lo hicimos en nuestro primer viaje, parece que fue hace mucho tiempo. Comer, masticar, hacer muecas, tragar. Uno a uno entran en nuestros sistemas. Desayuno y cena todo en uno. Si ayunas todo el día tienen un efecto mayor.

    El tren para en la estación y subimos, subimos sin pensarlo dos veces dejando atrás las conchas desechadas a la vista junto a la pared donde habíamos estado comiendo, devorando la fruta amarga que habíamos encontrado en el lado oscuro del Edén.

    Nos miramos mientras estamos en el tren, nuestros ojos lo dicen todo. ¿Qué hemos hecho? Ruido nuestro alrededor, niños y sus padres. Todos emocionados, todos yendo en la misma dirección. Sam se inclina. "Ya no quiero subir aquí," susurra.

    "Lo sé," respondo.

    Algo va mal, una sensación de hundimiento dentro de los dos. Esto no es bueno, no va a ser bueno. ¿Por qué estamos aquí? Siga el rumbo del plan, no se desvíe, no será tan malo como parece. Estamos entrando en pánico, malos recuerdos de la última vez que estuvimos abajo. Una vez que tu mente visita el otro lado del espejo y ve su verdadera locura, se resiste a volver allí. Sonríe. No dejes de sonreír, piensa en cosas felices, todo va a ir bien.

    El tren llega a la estación. Bajamos.

II

    Estamos caminando por un túnel, un túnel real, bueno, un tunel de metro para ser precisos. Un sendero excavado en el suelo y que solo conduce a dos direcciones. Es divertido, lo recorremos con entusiasmo, es largo pero sabemos que su final es nuestro destino. Qué agradable es tener un destino, un punto final y un punto de inicio enrollados en uno.

    La gente nos está mirando, tal vez estén celosos de la diversión que estamos teniendo, tal vez simplemente estén enojados porque no hay una ayuda mecánica que los ayude a llegar hasta el final. En este túnel tienen que caminar, una idea impactante que conozco, pero es ejercicio de todos modos. ¿Cómo puedes envidiar un túnel como este? Es una vista impresionante, un camino serpenteante a través del suelo. Sobre nosotros hay carreteras, tráfico, peligro; aquí abajo nada, gente, seguridad.

    Nos estamos aproximando algunos pasos, cada paso más cerca del final de este viaje. El concepto de la vida, cuando algo llega a su fin, algo se prepara para comenzar. La ola de la progresión, nada permanece igual.

    Estoy sin aliento, no por agotamiento de ningún tipo, sino por todo el aire que sale de mí al ver el edificio frente a mí. Impresionante, asombroso si ignoras la monstruosidad moderna construida a su lado. Estirándose ante nosotros está nuestro destino, más hermoso de lo que recuerdo. El Museo de Historia Natural, la historia de la Tierra almacenada y catalogada dentro de este lugar.

    Subimos los escalones hacia la entrada, nuestros cerebros tratan de asimilar el tamaño del edificio, de contemplar que dentro de este edificio hay tanta historia, no solo en los artefactos sino también en la gente. ¿Cuántas vidas han pasado por estos muros? ¿Cuántas mentes se llenaron de asombro y maravilla? Somos solo dos almas que emprenden un viaje realizado por miles de millones.

    Allí se encuentra, ocupando el centro del vestíbulo de entrada. El poderoso Diplodocus observando a todos entrar a través de las cuencas esqueléticas vacías de los ojos. El truco habitual de los museos de historia natural, sorprende a la gente nada más entrar, no solo con la arquitectura sino con el cadáver de un dinosaurio. Es tan difícil para el cerebro imaginar un reptil gigante de ese tamaño caminando por la Tierra. Parece tan imposible, tan improbable, pero allí, frente a mis ojos, hay un esqueleto de millones de años. Si los artefactos del pasado pudieran hacer retroceder nuestras mentes, ¿qué veríamos? Tocar algo tan antiguo y sentir ese momento en el tiempo, sentir el mundo de hace un millón de años. Sin embargo, cuando lo piensas, la misma tierra bajo nuestros pies se remonta en el tiempo, miles de millones de años. Ha visto el ascenso y la caída de civilizaciones, de la vida, y aún así su prolongada existencia es demasiado para que los cerebros destinados a una existencia comparativamente corta la contemplen. ¿Cómo se las arregla para imaginar la duración de mil millones de años cuando no puede contemplar la sensación de su propia vida? Tenemos recuerdos, pero ¿puedes explicar la sensación de la duración del tiempo?

    Estoy girando en el sitio, mirando a mi alrededor, tanto espacio. Es como estar parado en medio de una iglesia vacíada de todos sus bancos e íconos religiosos, las baratijas de la religión reemplazadas por las baratijas de la existencia ahora extinta. Una catedral de la naturaleza. ¿Qué ruta tomar? ¿En qué dirección llevar nuestros pies? Sé que Sam me está mirando, esperando una decisión. La lógica dicta que sigamos la ruta que la mayoría de las vidas aquí toman cuando se inspiran en el esqueleto que tenemos ante nosotros. Señalo en la dirección de la exposición de dinosaurios. Nuestros pies nos guían hacia ella.

    Confía en nosotros para elegir un día en el que se cierre parte de la exposición, un día en el que cientos de personas quieran ver a los dinosaurios y su historia. Es deprimente, un reflejo de la vida moderna, definitivamente no recuerdo que fuera así la última vez. Únete a la cola y camina en círculo, un bucle continuo de turistas. ¿Cómo se puede esperar que veamos algo cuando nuestra atención es atraída hacia este patrón monótono de humanidad, quienes a través de su entusiasmo y asombro no pueden comprender que pasan por los mismos puntos dos veces, mentes enfocadas solo en lo que se espera que se enfoquen?.

    "No me gusta esto," susurra Sam a mi lado.

    "Lo sé, va mal." Demasiadas conversaciones a mi alrededor. Demasiadas cosas en las que concentrarse. Demasiados rostros, gente, materia muerta.

    "Es solo un bucle. Caminamos en bucle, en fila y nadie se da cuenta." Se frota la cara con las manos.

    "No era así antes, tal vez sea solo porque han cerrado esa sección."

    "Tal vez. Quiero salir de aqui. No me siento bien."

    Está bien. Sé lo que siente, una claustrofobia vertiginosa descendiendo sobre nosotros. Demasiado que ver, demasiado con lo que lidiar, demasiado espacio pero no lo suficiente para sentirse solo, no lo suficiente para respirar.

    Salimos deprisa de la exposición. En su límite hay una sensación de alivio, la sensación de que todo estará bien. Esperanza. "¿Probamos otra exposición?" Sugiero.

    "Podríamos."

    "¿El cuerpo humano?"

    Él sonríe, una sonrisa tan hermosa. "Sí, eso debería ser de risa."

    Sonriendo, felices, nos acercamos a las puertas. Mi mano se extiende y agarra el mango. Temor. Un miedo inexplicable corre de mis dedos a mi cerebro. No lo hagas. No entres ahí. Nada bueno puede venir de ello. Congelado en el lugar, miro a Sam. Sus ojos se encuentran con los míos. Él asiente, lo sabe.

    "Salgamos de aquí," dice agarrándome del brazo y llevándome lejos de la puerta. "Esta ha sido una mala idea."

    "Sam, ¿cómo íbamos a saberlo?"

    "Somos jodidamente estúpidos, podríamos haberlo predicho."

    El salón de entrada. Mucho más grande que antes, los techos más altos, los límites más amplios, mucho más llenos de vida. El ruido es increíble, tantas voces que se fusionan, cientos de conversaciones diferentes que se cruzan e infringen entre sí. Una combinación de lenguaje donde todas las palabras son indistinguibles, indistinguibles excepto las palabras "no" y "vete." Flotan a nuestro alrededor, envolviendo sus dedos sobre nuestros cuerpos. El murmullo, luego "no" murmures "vete."

    "¿Qué coño?" Me paro, giro en redondo, perdido en un espacio abierto.

    "Dom, vamos."

    «No,» murmullo, «vete.»

    "¿Oyes eso Sam?"

    "¿Oír qué?" Obviamente no puede.

    Empezamos a movernos, lo más rápido que podemos. Demasiadas personas en nuestro camino bloqueando nuestra vía de escape. Ojos mirándonos, observándonos con desaprobación. ¿Cómo te atreves a venir aquí mostrando tu cara? Paso tras paso. Murmullo: "no." Murmullo: "vete." Me paso la mano por la cara. Trato de no dejar que todo el ruido me mantenga en un solo lugar como una prisión invisible. Murmullo: "no." Murmullo: "vete." Joder, ¿por qué tanta gente dice esas palabras tan pronto? Murmullo: "no" murmullo...

    Aire libre. El aire fresco de enero se precipita sobre nosotros, silencioso, relajante, libre. Un viento tan bendecido que se lleva el ruido de las multitudes que ahora nos rodean mientras marchamos con determinación por las escaleras y hacia las puertas. Parece un plató de cine, como si hubiéramos usado por la puerta equivocada y entrado en una película. ¿Cuántas veces la gente ha salido solemnemente del museo para encontrarse con una escena como esta? Mi mente retrocede, no puedo evitar imaginar cómo debió ser esta escena hace cien años. Los ladrillos de este museo permanecieron intactos y firmes durante décadas, con tantos ojos posados ​​en ellos y viendo lo mismo. Un lugar perfecto, un pedazo del pasado que alberga el pasado en beneficio del futuro.

    "Tengo frío." La voz de Sam.

    Yo le miro. "¿Frío?"

    "Sí, hace más frío desde que entramos."

    No estamos vestidos exactamente para un día de enero. Vaqueros azules, camiseta y sudadera con capucha, ambos con prácticamente los mismos colores, ambos sudaderas con calaveras. Bueno, las que estábamos llevando, pero de alguna manera, en algún momento durante nuestra estadía en el museo, la sudadera con capucha de Sam ha desaparecido. Está de pie frente a mí, su torso cubierto solo por su fina camiseta.

    "¿Adónde ha ido tu sudadera?" Pregunto.

    "Me la quité."

    "No me extraña que tengas frío." Me bajo las mangas remangadas de mi sudadera.

    "¿Frío?" Sonríe y le castañetean los dientes.

    Le devuelvo la sonrisa con picardía. "Un poco."

    Caminamos contra el borde del camino, asegurándonos de no bloquear el movimiento constante de personas. La bolsa de Sam se balancea fuera de sus hombros y se coloca en el suelo. Nuestros movimientos son lentos, tratando de concentrarnos en la tarea que tenemos entre manos. Parecemos dos ancianos acurrucados, no, no es una imagen cariñosa, parecemos dos adictos acurrucados, no por una muestra de amor, de cercanía, sino por la necesidad de proteger nuestros cuerpos debilitados de la atmósfera, buscando en nuestra bolsa, buscando cualquier narcótico escondido que nos ayude a hacer que el día sea más rápido. Saco la sudadera de Sam de la bolsa y se la doy, se la pone rápidamente.

    "¿Mejor?" Pregunto.

    "Un poco." Sonríe débilmente. "¿Sabes qué parecemos?"

    "Lo sé, no hablemos de eso y salgamos de aquí, ¿de acuerdo?"

    Camina, sigue caminando. Necesito un cigarro. Pregunto y Sam me abre el paquete. Mi mano va a tomar uno y luego se detiene a mitad de camino. "¿Que demonios?"

    "¿Qué?" Sam mira el paquete. "¿Qué coño?"

    "Eso es jodidamente enfermizo, no pueden verse así."

    Los cigarrillos nos miran cancerosamente. Sus filtros podridos, descoloridos por el moho que crece dentro de ellos. Diferentes colores, diferentes matices de muerte. Verdes, marrones, motas de negro. Fumarlos sería fumar por última vez, el cáncer se vuelve fresco antes de que encienda el fuego, inhalando esporas de muerte además del humo. Estamos viendo los cigarrillos mientras estos miran a los ojos de los muertos. El pequeño juego de la muerte. ¿De verdad necesitas fumar? Bueno, elige uno de estos.

    "No podemos fumar esto." Sam cierra la tapa del paquete. "Tiene que haber pasado algo con ellos."

    "Tal vez siempre sean así y nunca nos hemos dado cuenta."

    "Bueno." Deja caer el paquete al suelo. "No corramos riesgos."

    ¿Y ahora qué? Sin cigarrillos y frente a nosotros una carretera llena de tráfico constante, sin huecos, sin relajación en la congestión. "No vamos a poder cruzar por allí. Sam, veo que algo va mal."

    El asiente. "Pero eso solo deja una opción de escape."

    Nos miramos con pavor a los ojos. El tunel. La larga caminata por el túnel lleno de gente. Una ruta y sin escapatoria. Caminamos y buscamos un banco para sentarnos, retrasando lo inevitable.

    Sentado allí, Sam hurga en su bolsa. Habíamos traído provisiones, un débil intento de evitar que sucedieran cosas como esta. Agua y dos paquetes gigantes de patatas fritas. Sam abre un paquete, intentamos comer. Nada. Arde, rechina afiladamente contra nuestras gargantas. Beber agua, hidratar el cuerpo, es lo único que podemos hacer. Siéntate, relájate, mantén la calma. Saldremos de esta zona, llegaremos a casa. Confíe en nosotros para terminar en un lugar donde el único camino rápido a casa descansa bajo nuestros pies.

    "¿Qué es ese olor" Pregunto volviendo la cabeza para mirar los arbustos detrás de nosotros.

    Sam huele. "No puedes hablar en serio."

    "Hongos. Puedo oler jodidos hongos."

    Nos levantamos de nuestro asiento, el olor amargo nos desaloja de nuestra ubicación, obligándonos a seguir. En todas partes ese olor, repugnante, potente. Luego nada, el olor a aire. Estamos a la entrada del metro. Me alejo de eso. El olor a hongos me obliga a acercarme de nuevo. Esta es nuestra única esperanza de salvación e incluso la atmósfera nos lo dice, lo que nos obliga a movernos. Respira, mira, mantén la calma. Un pie tras otro se abre camino.

    Un túnel gigante e interminable que se extiende ante nuestros ojos. Una extensión del Tube, con el mismo estilo, se ve igual, huele igual, suelo desgastado por millones de pasos. Caminamos rápido, ignorándolo todo, reprimiendo todo miedo, todo malestar. Avanzamos por la claustrofobia, su presencia espesa en el aire, su agarre nos empuja hacia atrás, haciéndonos desear volver, pero no hay otra opción para nosotros, escapar es la única opción.

    El túnel sale hacia la estación de South Kensington, a solo unos pasos, únete a la cola que ingresa al metro, atraviesa las barreras y luego viaja a casa. Una serie de eventos fácil, fácil de decir, fácil de pensar. Fácil de esperar. Un problema, no podemos acercarnos a la entrada del metro, algo nos lo impide. No sé las razones de Sam, pero yo no puedo respirar cerca de ellas. Es como una mano agarrando mi garganta, otra apretando mis pulmones. Retrocedo de las máquinas, Sam está a mi lado. Yo le miro. No tengo palabras.

    "Tenemos que pasar por allí, Dom."

    "No puedo respirar cerca de allí."

    "Pero es el único camino. Yo no quiero cruzar tampoco."

    "Está bien, intentemos de nuevo."

    Nos acercamos, Sam se queda atrás, estoy casi en la máquina, casi ahí. Un estruendo profundo se eleva desde el otro lado de las barreras, el traqueteo de la maquinaria, rechinando, moviéndose como un reloj. La mecánica de la humanidad operando muy por debajo de la superficie. No puedo respirar, el mundo entero se ralentiza a mi alrededor, difuminado, señalando en la distancia. Los sonidos se fusionan en un único caos respaldado por el constante estruendo. No cruces, será el final si pasas. Retírate de nuevo con Sam.

    "No puedo hacerlo," digo rápidamente.

    Él mira desde las barreras hacia mí. "Lo sé, yo tampoco puedo hacerlo."

    Miramos a nuestro alrededor. No hay otras formas de escapar. El metro y el paso subterráneo, ambos el mismo mal, pero solo uno marca el camino a casa, el otro va hacia el pasado. Ninguno de los dos se abre ante nosotros, nuestros cuerpos no pueden acercarse tampoco. La salida final de la estación se abre al aire libre. Un lugar sin nada, sin medios para caminar hasta casa, podríamos tomar el autobús, pero eso sería peor que un tren. En el subsuelo no hay paisajes que distraigan, pero en un autobús, bueno, tantos edificios, lugares para distraer, confundir. Sabemos que subir a uno sería un error, están tan llenos como lo estarán los trenes. Colas por todas partes, gente esperando a ser desplazada a un ritmo decidido por ellos.

    "Necesitamos comida," dice Sam mientras mira a su alrededor.

    "Pero ya lo hemos intentado."

    "No, me refiero a buena comida, como un sándwich o algo así."

    Buena idea. "Aunque hay un problema."

    "¿Cuál?"

    "No tenemos dinero."

    "¡Mierda!"

    Esa es otra de nuestras reglas, sin dinero, sin teléfonos, sin artículos de valor. No llevamos nada que sea de importancia, nada que, si se pierde, causara preocupación. Ha funcionado hasta ahora, nos ha impedido gastar en artículos que no necesitamos, comprar más drogas o alcohol, nos ha impedido terminar en situaciones en las que podríamos ponernos en peligro. Ahora, sin embargo, nuestras escasas cargas de calderilla son insuficientes para comprar la comida que creemos que va a ayudar algo.

    Luego, después de nuestra exploración por la estación, las opciones siguen siendo patéticamente las mismas. Opciones. Más bien la única opción, no se puede ir a ningún lado más que al metro. Esa es la única salida que debemos tomar para asegurarnos de que este viaje no descienda más a los abismos de la desesperación. Cuanto más lo dejemos, peor se pondrá. Volvemos a entrar en la estación, marchamos hacia las barreras y cruzamos. Tan sencillo como eso. En teoria.

    Hay un hombre en la estación, ha hecho parar nuestra importante marcha, desviado nuestra atención de la tarea en cuestión. Seguramente nuestros ojos nos están engañando, esta debe ser una visión provocada por los hongos que residen dentro de nuestros estómagos. Visión o no, ahí está. No tengo ni idea de por qué o qué está haciendo, solo que es él quien me ha llamado la atención. De pie allí vestido de rosa de la cabeza a los pies, no de un rosa pastel, hablo de un rosa fluorescente, el rosa más brillante que jamás haya visto llevar en tan grandes cantidades. Simplemente está allí y todos los demás parecen totalmente ajenos a él, simplemente pasan sin una segunda mirada, como si no fuese más que un fantasma extravagante, solo visible a nuestros ojos. Seguimos adelante, apartamos nuestros ojos de él y volvemos a lo que estábamos haciendo. ¿Que era?

    Un estruendo proveniente de la nada, el profundo rechinar mecánico de las profundidades, los engranajes de la Tierra resonando hacia arriba y hacia afuera a través de las barreras. Ahí es hacia donde nos dirigíamos. Miro a Sam, mi expresión reflejada en la suya. Miedo. Caminamos por esos pasajes sin una sola preocupación, prácticamente, cada vez que corremos por Londres, pero ahora nos asustan, nos asustan hasta la médula, sacudiendo nuestros cimientos. Sé de dónde nace este miedo, sé por qué surge dentro de nosotros, es el miedo a quedar atrapado, otra tarde asomando nuestras caras y atrapados bajo tierra, atrapados en las profundidades de la superficie de nuestro planeta.

    Queríamos que esto fuera especial, que los dos pasáramos un buen día, y aquí estamos rodeados de mucha gente, demasiadas caras, tantas posibilidades. Queríamos ser el centro de nuestra atención, pero una vez más estamos orbitando en los extremos más lejanos de un universo. Aquí, en estas condiciones, podríamos salir volando de nuestras órbitas conjuntas y pasar las próximas horas desconectados y distantes.

    No puedo respirar, manos fantasmas alrededor de mi cuello. Los espectros de los recuerdos caminaban aquí oprimiendo mis pulmones, impidiéndome avanzar, obligándome a alejarme, a no ir más lejos. Quizá por eso todo parece obligarnos a quedarnos en la estación, quizá ese sea el único lugar donde estaremos a salvo, el santuario de este viaje. No hay forma de que podamos sentarnos durante horas en una estación, eso es aburrido, parece sospechoso, incómodo y sigue sin resolver la necesidad de estar solos.

    Piensa, enfócate, mantén la calma. Sam está de pie detrás de mí, tocándome, consolando. Tenemos que seguir adelante, estar lo más lejos posible de aquí, tratar de evitar que esto se agrave, evitar desvíos. Ignora la presión, no voy a caer muerto en cuanto cruce, no hay una razón lógica para ello, es irracional. Respira. Saca la tarjeta de viaje del bolsillo. Hace más calor, como si me estuviera acercando a la entrada del Infierno. Meto el boleto en la máquina. Tanto ruido, mecánico, constante. Las barreras se abren. No sigas adelante. Quédate fuera. Coge el billete y corre.

    Aire. Aire frío entrando en mis pulmones. Puedo respirar, la presión se ha ido. Libertad. Es como si acabara de escalar la cerca de un campo de exterminio y; ahora sin ser detectado desde el otro lado, puedo correr y terminar la escapada. Sam a mi lado, continuamos nuestro viaje hacia las profundidades de la Tierra. Encontraremos un andén, nos sentaremos y esperaremos. Cuando llegamos al andén está vacío, pero en segundos se llena. Gente acechándonos, multitudes rodeándonos con su ruido, decididas a permitir que Sam y yo no tengamos tiempo para nosotros. Estoy sentado en un banco mirando un cartel, su imagen se mueve, se balancea, vive. Un mundo impreso en dos dimensiones que coexiste con el nuestro, un portal al otro lado. Enfócate, deja que la esperanza de otro mundo te invada, si ellos pueden sobrevivir aquí, nosotros también. Siéntate, mira, espera, reza. Reza por que no haya retrasos, fallos de tren, estaciones cerradas. Espero que la oscuridad no descienda, que no me desvíe hacia otra dimensión. Mantente puramente conectado a tierra en el mundo real.

    Rumor, ráfaga de viento, chirrido de frenos. Llega el tren, subimos. Ningún lugar para sentarse, lleno de gente, todos violando el espacio de todos, todos intrusos en la zona privada del prójimo. No lo pienses, solo quédate cerca de Sam y espera. Bloquea todo. Pulgar rascando el dedo medio. Mis ojos se abren, estoy desplomado contra las puertas del tren, con un brazo sosteniendo el peso de mi cuerpo. Tengo espacio, todos se apretujan para poder mantenerse a distancia del drogata. Miradas de desaprobación. Mis ojos se mueven rápidamente hacia la ventana junto a mi cabeza, los dejo mirar, no me importa una mierda lo que piensen o hagan, solo quiero desaparecer hasta llegar a casa. Déjadme en paz. Piensa, no, no pienses, céntrate en la oscuridad a través del cristal. No va a suceder nada.

    Sam se aleja de mí. Liberándose de los dedos que mi mano había colocado suavemente sobre él. Le miro, confusión en mi rostro.

    "Deja de tocarme," espeta. "Siempre me agarras la ropa. Me estás arrastrando hacia abajo."

    No sé qué decir, mis labios no pueden expresar los pensamientos que intentan tener sentido en mi cabeza. Miro mi mano. Ha roto una conexión. Se ha apartado de mí. Me culpó por derribarlo.

    "Y levántate bien," continúa. "Pareces un jodido colgado."

    Vaya, gracias. No me levanto. No me importa mi aspecto, al menos la gente se mantiene a distancia. Estoy envuelto en mi propia burbuja y si Sam quiere alejarse, déjalo, déjalo luchar contra sus demonios por su cuenta. Hay demasiado ruido, demasiados sonidos en los que concentrarse y, para empeorar todo esto, hay un puto bebé llorando, maullando ruidosamente por el vagón. ¿Por qué no se calla? Quiero gritar, chillar, acurrucarme en el suelo y estar solo. ¿Por qué está tardando tanto este viaje? Se arrastra una y otra vez, la gente no sale en ninguna estación por la que pasamos. ¿Por qué cuando quieres un momento de tranquilidad uno nunca levanta la cabeza por encima de la superficie? Silencio incapaz de competir con el ruido, ensombrecido y descartado por murmullos y risas sin sentido. ¿Por qué no se callan todos? ¿Por qué esa madre no calla a su bebé? Métele un chupete en la boca y ya está.

    "Nos vamos." La voz de Sam.

    "¿Por qué?"

    "No puedo soportar estar en este tren más tiempo. Me está sofocando."

    "Siempre y cuando no nos quedemos atrapados bajo tierra toda la noche, ¿de acuerdo?"

    "Cambiaremos en la calle Warren por la línea Victoria, estaremos en casa en poco tiempo."

    Esperanza, salvación, libertad. Una vez más, todos ellos estaban en la calle Warren.

III

    Al aire libre, libertad, nunca había estado tan feliz de ver Highbury e Islington. Llegamos aquí sin errores ni desvíos, sin permitr que ninguna visión nos distrayera. Sentados en un tren hablamos, hablamos para no pensar en todo ello, lo máximo que hemos hablado mientras estábamos en un tren yendo de hongos. Sentados comiendo patatas fritas, intentando comerlas al menos. Ayudándonos el uno al otro, dejando de pensar en todo, haciendo que nos concentremos solo en los demás. Qué cosa eso de dejar de pensar en todo, sentarme y mirar a Sam, hacer retroceder la oscuridad inminente observando la belleza. Podría pasar todo el día mirándole, es todo lo que necesito para hacerme feliz. ¿Cuántas personas te valorarían tanto?

    El cielo es hermoso. A última hora de la tarde y seco. Un azul frío que se oscurece con el sol de invierno. Nubes, blanco titanio fluyendo en líneas, ordenadas, estructuradas, dibujadas seguramente por una mano humana. Ningún dios o divinidad podría haber pintado este cielo, su trabajo se asemeja al caos, esta precisión y atención al detalle muestra que esto solo podría ser el trabajo de un miembro de la humanidad. Paisajes falsos, estamos en un estudio, una nación de hormigas encerradas en un gigante reality show de TV, las cámaras que tomamos como CCTV de hecho transmiten sus imágenes a miles de millones de espectadores pacientes en otro mundo. Un escenario plano con sus falsos cielos giratorios, estructurado y perfectamente móvil en el tiempo.

    Las nubes se extienden, reglamentadas y alineadas como los antiguos caballeros en un campo de batalla, marchando lentamente hacia la guerra, las gotas de lluvia son la sangre de los muertos en el cielo. Cada atardecer, un holocausto nuclear distante, cada noche la formación de universos, cada amanecer un glorioso estallido de nueva vida. Todo pintado, proyectado, representado sobre nuestras cabezas y pocas veces lo apreciamos. Rara vez nos tomamos el tiempo para contemplar la belleza nacida del caos. Demasiado ocupados armando tablas y horarios como explicaciones, forzando el orden humano al caos divino que tanto tememos.

    El tintineo de las llaves, Sam tratando de decidir cuál usar. Sin apartar los ojos del cielo escucho palabras salir de mis labios. "La dorada."

    El tintineo se detiene, el sonido de una puerta al abrirse. Solo quiero quedarme aquí y mirar el cielo nocturno, recostarme en el suelo y mirar al espacio, pensar en la vida en los otros planetas. Cuando miras hacia el espacio, te das cuenta de lo pequeño que eres en realidad, un reino sin fin de posibilidades infinitas que se extiende ante tus ojos. En un planeta distante, alguien podría estar sentado mirando hacia ese golfo de negrura centelleante pensando lo mismo, señalando nuestro propio sol, una estrella distante para ellos, y preguntándose si es capaz de sustentar la vida.

    "¿Entras" La voz de Sam.

    "Sí, está bien." Aléjate de la noche. Cierra la puerta principal y camina hasta la habitación de Sam.

    Santuario. Todos los miedos se desvanecen. Subo a la cama y me siento, mirando a Sam mientras él se mira en el espejo. Está desabrochando las cadenas, sus ojos se vuelven hacia mí. "Todo lo que suene, nos lo quitamos."

    "¿Qué?"

    "Que todo lo que suene, nos lo quitamos."

    Le miro a los ojos y asiento, quitándome las cadenas. En su cabeza, el traqueteo del metal le molesta, le araña como las uñas en una pizarra. Coloca las cadenas en el suelo y alza la vista sonriendo. Señala mis orejas. Sonrío, él todavía señala. "Lo siento, nene," le digo. "No pienso quitarme los piercings." Él asiente, comprende.

    Desencadenado y sin cinturón sigo sentado en la cama. Sam enciende la televisión, la pantalla se enciende, un canal extraño, jodidas imágenes de accidentes en bucle constante. Un televisor en silencio que agrega iluminación adicional a la habitación.

    "¿No te encanta la televisión?" Dice Sam.

    "En realidad no." La odio.

    "Es tan genial." Él etá llorando, ¿por qué coño está llorando?

    "Sam, ¿qué pasa?"

    "Estoy llorando por la frialdad de la televisión. ¿No es eso patético?" Se ríe.

    Me levanto de la cama, le doy un abrazo antes de echarme en el suelo. Sé que si me siento me voy a encorvar, tensar mis músculos y sentir dolor más tarde, si me acuesto no hay presión, más comodidad.

    "Esta habitación es muy oscura." La voz de Sam, hablada desde su posición en la cama.

    "Nunca me había dado cuenta."

    "Quiero decir que son todas estas sombras de oscuridad."

    Me río. "Si es así." Mi brazo se mueve rápidamente y apunta a algo. "Explica ese rosa."

    "¿Qué coño?"

    No sé cómo lo he hecho, pero mi dedo señala una tira de color rosa fluorescente que brilla en la base del póster de la pared. No sé cómo supe que sería rosa, ni tampoco sé cómo sé que hay uno azul allí. Mi brazo apunta, Sam mira.

    "¿Qué coño?" Sam.

    "Bonitos, ¿no? Parecen alegres, pero aún así, es color." Sonrío.

    "¿Qué son?"

    "Quién sabe."

    Sam se baja de la cama. Son marcadores, recuerdos de un Sam más joven. Los arranca de la pared como un dios que arranca estrellas del cielo nocturno, se acerca al armario y los pega entre los cuadros que forman su pared de recuerdos. Una gran cantidad de elementos para ayudar a recordar el pasado, los buenos tiempos. Los mira por un momento.

    Un destello, un flash de cámara, brillante. Me ha tomado una foto. Otro destello. Vida expuesta en una película. Así que esto es lo que debe sentirse al ser una celebridad, momentos privados capturados sin que se los pidan y almacenados en una tarjeta de memoria. Sonríe, sé feliz, luce feliz mientras por dentro estás gritando para que pare. Sonrisa feliz que oculta la tristeza interna.

    ¡Para! Detente ahí mismo, ni siquiera pienses en convertir malo este viaje. Lo llevas intentado toda la tarde, no creas que no lo sé. No hay llanto por dentro, solo estás tratando de hacerme creer que sí. Si esto está causando daño, detenlo. Le digo a Sam que guarde la cámara y lo hace. Él sabe.

    "Solo voy al baño," dice.

    "Bueno."

    "Vuelvo en un segundo." Sale

    Camino por la habitación, me miro en el espejo, me gusta lo que veo. Hoy me veo bien. Esto va bien, en paz, a solas juntos. Sam y yo disfrutamos de la compañía del otro, pero...

    No, sin peros. "Pero" es malo.

    Me giro, la habitación es más oscura, más grotesca, más sórdida. ¿Y si esta es la realidad, que en realidad somos yonquis con un aspecto de mierda, viviendo como una mierda, consumiendo para escapar de la verdad? Afuera una sirena de policía. Mierda. Me miro los brazos, una huella, un hematoma. Esto no puede estar bien, no pueden existir. Esto es solo mi cerebro tratando de convencerme de lo contrario, tratando de romper esta felicidad. La habitación ciertamente parece más oscura, hay un olor dulce en el aire, tal vez lo único que necesitamos es otro chute.

    La puerta se abre y entra Sam, felicidad instantánea. La habitación se ilumina, vuelve a la normalidad. Me vuelvo a sentar en el suelo. Desde aquí lo veo regresar a su muro de recuerdos. Él está de pie embobado.

    "¿No desearías a veces poder saltar y entrar en una foto?" Pregunta. "¿Revivir ese recuerdo?"

    "Sí, pero a veces el recuerdo se recuerda de manera diferente a ese presente. Quiero decir que podría haber sido un día de mierda que odiaste en ese momento, pero te reíste de eso más tarde."

    "Supongo." Silencio. Un ruido sordo, le ha dado un puñetazo a la pared. Esto no es bueno. "Quiero saltar," susurra.

    "Sam, ven aquí."

    "Solo quiero atravesearlo de un salto."

    "Sam, ven aquí ahora." Mi voz es autoritaria.

    "Pero."

    "Sin peros, ven aquí ahora."

    Camina lentamente hacia mí y se sienta, se inclina hacia mí, permanece en silencio. Casi le ha salido mal, me las he arreglado para evitar que lo hiciera.

    "¿Por qué revivir el pasado cuando puedes vivir el ahora?" Pregunto.

    "No sé." Suspira, frotándo la cabeza contra mí. Me encanta cuando hace eso.

    "Cualquiera pensaría que no estás satisfecho con el presente."

    "No digas eso, yo no cambiaría nada."

    Oigo sonar mi alarma. Seis en punto. Sam se pone en pie y camina hacia su reloj, lo saca de la pared y quita la batería. Lo repite a todos los relojes. Tiempo congelado a las seis en punto. "¿Quién necesita tiempo?" Dice. "Lo único que oyes es el tic-tac."

    Vuelve a mi lado, un silencio dichoso. Nos acostamos en los brazos del otro. Mi audición ha vuelto a la normalidad, puedo saberlo, pero esta vez sé lo que significa. Ha comenzado la caída. Todo vuelve lentamente a la normalidad. El fin se acerca. Un alivio tan maravilloso.

    "Tengo hambre," dice Sam. "Salgamos a buscar comida."

    "No es buena idea."

    "¿Por qué no?"

    "Porque todavía estamos colocados."

    "Yo no lo estoy, a mí se me ha pasado."

    "Lo que tú digas, Sam." Yo sé que no está fuera.

    "Quiero comida, tenemos que comer."

    "Sí, y solo han pasado de las seis, mucho tiempo."

    Él se levanta. "Bueno, que te jodan, yo me voy, tú puedes quedarte aquí, como si me importara."

    Le sigo, le agarro y le empujo sobre la cama. "No te vas."

    Su voz se eleva, un grito. "No puedes detenerme, joder."

    "¿No puedo?" Gruño. "No se te ha pasado, ¿y quieres saber cómo lo sé? Sam mío, si estuvieras fuera del viaje de hongos, ¿intentarías arrastrarme sabiendo que yo estoy colocado?"

    El resopla. "Bueno, tu Sam ya no está aquí."

    "¿Y qué hay en su lugar? Un cabroncete rencoroso y egocéntrico que no se preocupa por nadie más que por sí mismo."

    "Vete a la mierda, no me llames egocéntrico."

    "No te lo llamaré cuando dejes de serlo." Me agacho y recojo la bolsa de patatas fritas sin abrir. Se las tiro. "Si tienes tanta hambre, cómete esto."

    "No quiero jodidas patatas fritas."

    "Compláceme, una vez que te las hayas comido, saldré a comer contigo." Echo un vistazo a mi reloj.

    Abre la bolsa y come, una serie interminable de patatas fritas entran en su boca. Silencio a excepción de su masticación, crujido. Se detiene y me mira.

    "¿En cuánto tiempo crees que te las has estado comiendo?" Le pregunto.

    Se encoge de hombros. "Siglos, he estado comiendo lentamente. Casi media hora."

    Sonrío, miro mi reloj. "Cinco minutos, eso es todo."

    "¿¡No!?" Sorpresa en su voz.

    "Síp, y eso que estás fuera."

    Sam simplemente se me queda mirando, observando. Se acerca y nos abrazamos. Solo siéntate y abraza.

    "¿Sammy?" Llama su yaya desde arriba.

    "Creo que nos ha preparado comida," dice.

    "Ve a ver."? Sonrío. "Así nos evitará tener que salir a buscar algo."

    Él sale y yo espero. La puerta se abre y él vuelve a aparecer, dos platos, sándwiches de tocino. Comida. Aún no podemos comer, lo sabemos, pero al menos estará allí para cuando estemos listos.

    Miro a Sam. "Te amo."

    El sonrie. "Yo también te amo."

    Nos abrazamos. Hasta ahora todo va bien, hemos logrado evitar que esto salga mal. Nos sentamos juntos, uno el centro del mundo del otro...

DOCE

Veinticinco de Noviembre

Dos Mil Seis

    El video se detiene en seco, la historia del recuerdo llega a su fin antes de su final. Las notas arrugadas se doblan y se vuelven a guardar en la caja violeta, la caja de los recuerdos, la caja de Sam.

    Recostado contra la cabecera, piernas cruzadas y el cenicero apoyado en la pierna. Estoy fumando, siempre estoy fumando. Un suicidio lento. Siento que mis ojos se cierran, siento que el bolígrafo deja un rastro incoherente de azul en la página. Escribo todo a mano, los recuerdos son demasiado importantes para recordarlos frente a la pantalla de un ordenador.

    Entonces, ¿por qué terminar? ¿Por qué no terminar el viaje? ¿Por qué terminar ahora? Eso duele, un recuerdo trae consigo otros recuerdos, obliga a recordarlo todo, todo sale a la superficie, el dolor revivido. El anillo alrededor de mi cuello descansa sobre mi corazón, siempre cae de esa manera. Los recuerdos pueden ser cosas gloriosas, hermosas, perfectas. La mayoría las compartes, pero algunas las guardas para ti, secretos que solo tú y los demás conocen. Lo he estado haciendo todo el tiempo, pequeñas cosas, eventos que permanecerán en silencio, personales, solo para Sam y para mí. El final de ese viaje será uno de esos recuerdos.

    Cuando has abierto tu mente con tanta frecuencia, permitido viajar al otro lado del espejo de la realidad con frecuencia, esta cambia. Cosas pequeñas, huecos que quedan visibles, una barrera delgada como una oblea es todo lo que separa ambos lados. He tenido pesadillas, frecuentes, todas las noches durante las últimas dos semanas. Visiones viviendo en mi cabeza, recuerdos extraídos del pasado y representados con claridad, confusiones pasadas resueltas dolorosamente en sueños. La realidad se divide dentro de mi cabeza. Al recordar lo has vuelto a abrir, los viejos cortes sangran de nuevo. Bienvenidos a mi mente.

    Caminando por un pueblo me cruzo con una mujer gorda. Ella no puede existir. Paro, giro, nadie. Gente por el rabillo del ojo. Salta, gira, nadie. Un destello, una luz blanca. Muevo los ojos en la dirección. Nada. Una lágrima, un desgarro, un agujero. Si lo capturo, lo alcanzo, lo toco, ¿podría abrirlo de par en par? Arrástrate a través de él como Alicia y el espejo. Cae por la luminosa madriguera del conejo hacia lo desconocido. La locura es solo un estado mental.

    Dientes de león arden al sol, los restos de batallas peleadas y que sobrevivieron a todo para el entretenimiento de los demás. Recojo uno y me lo cuelgo del cuello. Remembranza.

    El tiempo pasa. Se aleja, empujando constantemente hacia adelante. Si elige hacerlo, no hay ninguna ley que diga que no puede funcionar al revés. Una noción de pasado y futuro nos da sentido, el presente nos fundamenta. Vivir sin pasado es vivir sin recuerdos. Vivir sin futuro es vivir sin sueños. Solo los muertos no tienen presente que poder llamar suyo. Pero ¿qué pasa cuando los sueños y la realidad se fusionan? Es entonces cuando sabes que algo anda mal, cuando no puedes diferenciar entre estar despierto o dormido. Vivir con el miedo de que en cualquier momento te despiertes y todo esto no haya sido más que un sueño en coma.

    Gotas de ácido caen del cielo, corroyendo todo lo que la humanidad ha creado. Demonios que se aprovechan de las almas de los ya muertos. Vida en tedio. Sueños desvaídos, hastiados, desperdiciados. Todos los días siento que camino en el limbo, desconectado de todos, de todo. Vigilando, observando. En todas partes pautas estrictas, personas mecánicas que se mueven a un ritmo mecánico. Criaturas sobre sus hombros, controlando, dictando. La moral resplandecía como mensajes de texto en sus mentes. Cerebros conectados al servidor maestro, esclavos de analgésicos. El amor de uno despedido por la lujuria de muchos.

    A mi alrededor hay rostros. Cada rostro contiene siete, uno por cada pecado capital. Sus bocas cosidas, sus ojos vacíos, con agujas de tejer atravesando los oídos. Los monos sabios de la era moderna. Sin decir nada, sin oír nada, sin ver nada. Jodidos del cráneo y vacíos. Peones. Utilizables, desechables.

    Sentado en el suelo, el centro de una rotonda. ¿Qué hay de mi? ¿Dónde encajo yo? ¿Ha sido cumplido mi propósito y ahora lo único que me queda hacer es observar o unirme? ¿Aún me queda mi carta por jugar y esta es la espera? Mi halo, corona de espinas alrededor de mi cabeza. Creo que ciertas personas son elegidas. Piezas clave en un juego divino. Recoge mi pieza y juégala, mira cuán brillante arderé y luego mírame chocar contra el suelo una vez que haya terminado mi tarea.

    Te esperaré. Aquí de pie en la pared, colgando de un hilo plateado, sostenido por una telaraña. Un vagabundo en la cuneta, una carga para tu alma. ¿No puedes saborearme? Mi olor persiste como el cáncer. Estírpalo y aún así permanece. Vuelve a crecer. Una cicatriz en tu alma. Conozco tus sueños. ¿Todavía los sientes bien? ¿Te mantienen cálido? Desde esta pared me siento cerca del cielo. Madre, por favor, dime que puedo ser un ángel, así puedo cortarme las alas en protesta y caer de los cielos, romper el halo y cruzar a un jardín de nieve. Nieve de ébano manchada por mi sangre amarga. Rojo sobre negro. Naceré de nuevo.

    Sam dijo una vez que le gustaba mi escritura porque parece estar escrita desde el borde de la locura. La locura de un hombre es la sabiduría de otro. Los sueños de un hombre es la realidad de otro hombre. Mensajes escritos con palabras, ocultos en lo profundo de las imágenes. Amplía la grieta tirando. Si existes en el otro lado, no volverás más limpio.

TRECE

Cinco de Septiembre

Dos Mil Cinco

    "Me voy." Mis palabras cruzan la habitación, cortando la incomodidad. Dos figuras sentadas en lados opuestos, un silencio dentro de ellas durante todo el día.

    "¿Qué? ¿Ahora?"

    "Sí, no tiene sentido retrasar lo inevitable, ¿no?" Me levanto de la cama despacio, alisándome la ropa mientras me pongo de pie. Me estoy demorando, lo sé. No quiero irme, pero no tengo otra opción. "Así que esto es un adiós entonces."

    Sam se lanza hacia mí, saltando de su silla y corriendo hacia adelante. Extiendo mis brazos, mis palmas sosteniendo sus hombros, manteniéndolo alejado. Él no se rinde, se abre paso a través de la barrera, sus brazos encuentran su objetivo, se envuelven a mi alrededor con fuerza, su cabeza descansa sobre mi hombro. Está llorando, la primera vez que lo veo llorar desde que pasó todo esto. No hay lágrimas en mis ojos, ya las he derramado abiertamente.

    Así termina, un abrazo unilateral. Miro al frente hacia la pared, cara inexpresiva, brazos a los lados. El cuerpo de Sam es cálido junto a mí. "Me voy," digo.

    "Te acompañaré a la estación, ¿de acuerdo?" Su voz es amortiguada por mi hombro.

    "No."

    "Dom, por favor. Por favor deja que vaya."

    "No." Me duele cada vez que esa palabra sale de mis labios.

    "Por favor," su voz se empapa de lágrimas.

    Levanto los brazos, le aparto empujando, obligándolo a renunciar a su fuerte agarre. Así es lo que se siente al arrancarse el corazón. Verlo sujetado a distancia de un brazo antes de tirarlo. "No quiero que vengas conmigo."

    Sus ojos están empañados y las mejillas húmedas. "Vale."

    Mi garganta está seca, todo mi esfuerzo se utiliza para contener las aguas de la emoción. Recojo mi bolsa y la balanceo sobre el hombro. Me quedo quieto por un momento. Hora de seguir adelante, no queda nada por hacer. "Cuídate. No hagas nada estúpido." Él asiente, yo continúo: "Y no me importa lo que sientas o pienses al respecto, pero todavía te amo." Mi voz casi se rompe, casi se derrumba ante la mención de esas palabras. Amor. Ojalá supiera cuánto significa esa palabra para mí, tal vez lo sepa, tal vez que lo diga por última vez lo hiriera profundamente, es algo que nunca sabré. Amor. Lo que siento es mucho más que una palabra de cuatro letras, es amor verdadero, una conexión, un encuentro de almas que una vez se separaron y luego se unieron y ahora tan cruelmente desgarradas de nuevo. ¿Cómo puedes sentirte así por otra persona?

    "Yo también te amo," responde.

    Resoplo, no es la reacción que había planeado, pero ha salido sin pensarlo.

    "Dom, no seas... De verdad te amo."

    Sé que lo dice en serio. Quizá esto es lo más difícil que ha hecho, quizá le esté destrozando tanto como a mí, quizá sean solo palabras. Me vuelvo hacia la puerta. "Bien, me voy."

    Su abuela viene a despedirme con un abrazo, haciéndome decir esas palabras que sé que son mentiras.

    "¿Te volveremos a ver?" Dice ella

    "Creo que sí," respondo. Tal vez sea mi cerebro el que ofrece un rayo de esperanza a la situación, tal vez todo termine. Hay una finalidad en el aire, sé que saldré de esta casa por última vez.

    A solas bajo los escalones, no miro atrás, nunca miro atrás. Doblo la esquina y desaparezco del edificio que tantos recuerdos felices ha albergado para mí, para nosotros. No dejes de moverte, sigue caminando, deja que las lágrimas te nublen los ojos.

    Así termina. El suceso inconcebible, el final infeliz, el volumen de la vida cerrando un libro y abriendo otro nuevo. Las palabras resuenan en mis oídos, los recuerdos se reproducen ante mis ojos. Repasan los malos recuerdos por última vez. Sácalos del sistema antes de que devoren aquellos tan apreciados.

    Una escena repasada como fue filmada, a través de los ojos llenos de lágrimas. Sam y su yaya. Palabras presenciadas que me hirieron profundamente. "¿Cómo pudiste hacerle esto?" Pregunta ella.

    "Bueno, he tenido mi año de diversión, gracias y adiós," la respuesta de él. Un comentario desechable que parece mil hojas de cuchillo entrando en mi cuerpo y, sin embargo, a pesar de eso, no puedo cambiar la forma en que me siento, no puedo dejar de amar, de preocuparme, de querer.

    Todos construimos a nuestro alrededor muros de esperanza, visiones del futuro, y aquí, ahora, en este minuto, todos los míos se derrumban. Todo lo que quería lograr era haberlo logrado con él a mi lado, y ahora su ausencia no deja nada. Perdí lo único que tenía superior a nadie en el mundo. Este debe ser el mayor dolor de Dios, que el amor por una persona haya sido tan salvajemente socavado, marginado y eliminado. Sam era el centro de mi mundo, es el centro de mi mundo y ahora ha decidido seguir adelante. ¿Cómo vives sin tu centro?

    Desde diciembre, Sam y yo hemos pasado casi todo nuestro tiempo juntos, solo dos noches a la semana en las que estábamos separados, solo tres mañanas que no nos despertamos juntos en los brazos del otro. Inseparables, un amor por la constante compañía del otro. ¿Cómo vuelves a estar solo después de eso? ¿Cómo duermes sabiendo que nunca volverás a recostarte junto a él? ¿Cómo te despiertas sabiendo que nunca estará en tus brazos? Peor aún pensar en él despertando en los brazos de otro, eso quema más que cualquier fuego.

    Así termina. Solo. ¿Solo por qué razón? El atractivo de los amigos que una vez le abandonaron y ahora regresan. El atractivo de los amigos que ofrecen drogas gratis y malas palabras contra alguien de quien no saben nada. La gente me juzga por un vistazo en lugar de ver o pensar en lo bien que Sam y yo funcionábamos juntos. Celosos de que tuviéramos algo que ellos nunca podrían lograr. Una batalla por la influencia, deshazte del que tiene el control sobre él y será tuyo para siempre. Hazle creer que no soy el adecuado para él, juzga lo que tenemos por una mala noche e ignora todas las horas de felicidad que compartimos durante el tiempo que estuvimos juntos. Sé cómo seré recordado, cada pedacito de devoción cariñosa que puse en su altar será dejado de lado en favor de la única noche en que mis ebrios puños le golpearon en la cara. Es mucho más fácil pintar una imagen de mí como un violento maltratador que como un devoto cariñoso que fue desechado por algo tan trivial como una raya de cocaína.

    Una vez más volvemos al dolor de Dios, al desecho de la noción del amor por el otro. La incapacidad de colocar al que amas por encima de los amigos. El amor debería ser, como siempre lo es conmigo, más valioso que los amigos. Amar a una persona tan completamente, con tanta devoción, tanta pasión, supera con creces todo lo que la mera amistad puede ofrecer, incluso si esos amigos tienen un suministro infinito de narcóticos y una inclinación por acostarse entre ellos. En esta sociedad del desecho, hemos desechado lo único que nos da esperanza, desechado nuestra salvación, desechado el amor. Desechamos lo único que puede permitir la verdadera felicidad, desechamos ese vínculo con la parte separada de nuestras almas.

    Qué vida tan solitaria es saber que has amado y perdido a tu pareja del alma, a la que estabas destinado a conocer, a quien amarás sobre todos los demás hasta el día de tu muerte.

    Llegué a Waterloo y mis ojos escanearon las pantallas azules en busca de un tren a Guildford. Me siento tan vacío por dentro, tan usado y descartado. El bajón, el cerebro pesado y el frío por dentro, mi cuerpo ansiaba el siguiente golpe, la próxima toxina alteradora de la mente. Ahora sé en mi cabeza, mientras mis ojos continúan buscando, que se abusará de este cuerpo, que se introducirán químicos en él para alejar mi mente del dolor que sé que no puedo curar, un dolor que nunca desaparecerá. Sé que todo será una comparación aburrida. He probado la droga más dulce conocida por el hombre, mucho más dulce que la heroína. Amor. El amor por una persona, su adicción y la caída sin fin. No hay polvo, ni agujas, ni pastillas para tomar. El golpe está dentro de la persona, su alma, su esencia. Aquí, ahora mismo, en este minuto, todo está confirmado. No puedo amar a nadie más, seré incapaz de amar a nadie tanto como a Sam, mi adicción a él de por vida.

    Algunas personas te pondrán a prueba, caminando grandes distancias tan lejos solo para ver cuánto tiempo seguirás. Pero la elección de seguir es siempre tuya, si los dejas pasar por el punto sin retorno, ellos necesitan saber que desde allí seguirán solos.

    Te hice la promesa de estar siempre ahí para ti, es una promesa que no se romperá. Estaré a tu lado pase lo que pase, en espíritu, si no en persona. Nunca estarás solo, siempre habrá una persona que piense en ti por encima de todos los demás. Una persona que realmente te ama sin importar cuánto dolor e ira haya sentido. Aunque no quieras que te siga, allí estaré, siempre oculto en las sombras, asegurándome de que todo esté bien, asegurándome de que nunca renuncias a tus sueños.

    Protegí, escuché, me quedé al margen. Dediqué todo mi tiempo a ti. Acepté toda la mierda y nunca me fui de tu lado, nunca quise dejarte. ¿Quién más te ha dado eso? ¿Quién más podría construir mundos para ti después de toda esta mierda? Pero, claro, ¿qué mierda? Todo este mal será olvidado, perdonado sin una palabra. ¿Quién más haría eso por ti?

    Mis ojos miran por las ventanillas del tren, viendo el paisaje deslizarse, edificios bulliciosos, pronto reemplazados por tierras de campo, pequeños edificios salpicados de un mar de verde. A veces, lo más difícil es dejar marchar a alguien, dejar que siga la ruta que cree que le dará más felicidad aunque no te incluya a ti en ella. A veces, esa es la mayor señal de tu amor, ser tan desinteresado como para anteponer siempre su felicidad a la tuya.

    Me he hecho una apuesta a que dentro de un mes, Sam se habrá mudado, tendrá un nuevo novio, será el centro del mundo de otra persona. Sé que me dolerá, me quemará, me matará como una enfermedad lenta y dolorosa, pero debo dejar que suceda, debo dejarlo marchar y solo observar desde el margen. Siempre vigilando, siempre preocupado.

    Nunca te arrepientas, nunca olvides. Nunca dejaré de pensar. Nunca abandonarás mi mente. Siempre me preocuparé por encima de los demás, un cuidado desenfrenado sin interés propio. Un corazón de plata. Siempre serás el especial, un tatuaje en mi corazón. Mío.

    Hay un agujero en mi alma. No me siento completo y sé que completo es algo que nunca volveré a sentir. Destinado a vivir sin centro. Una vez que tu alma llora, nunca se detendrá.

FIN

Extras

Sobre el Autor

    

    Dominic Lyne nació en Essex (Inglaterra) en 1983.

    Siendo siempre alguien que piensa fuera de lo común y expresa lo que cree con honestidad, el trabajo de Dom Lyne tiene un enfoque sin restricciones. Es una patada visual, auditiva y mental en los dientes, un puñetazo en las tripas de la sociedad. Misántropo, directo y testarudo; un estilo acorde con el espíritu de Dom es que si no piensas por ti mismo, no estás pensando en absoluto, simplemente sigues como ganado. Es posible que una persona no sea capaz de cambiar el mundo, pero ciertamente intentará dejar una cicatriz en él. Ética punk para una generación digital y desperdiciada.

    A Dom se le ha diagnosticado trastorno esquizotípico, trastorno disociativo y trastorno límite de la personalidad. También sufre de psicosis desde los cuatro años. Todos estos problemas de salud mental se filtran en su trabajo a través de la creación de paisajes claustrofóbicos y ofrecen al lector una idea de su mundo, el mundo que ha creado y mutado en su realidad física.

    Dom Lyne vive actualmente en el corazón de Camden Town de Londres.

    Puedes saber sobre él y su obra como escritor, artista y músico en su web dominiclyne.com o en su canal de Youtube DomLyne.

Otras Obras

    Todas estas obras son gratuitas y las puedes descargar en idioma inglés desde el Perfil de Dominic Lyne en Smashwords.

    • The Mushroom Diaries (2009)

    • Transmissions (2014)

    • The Voice that Betrayed (2014)

    • And There An End, But Now They Rise Again (2015)