Créditos

    RAÍZ de la UNIDAD

    Serie Ático de Russell: Libro Tres

    Obra Original: Root of Unity (Copyright © 2016 by SL Huangs. Publicada bajo Licencia CC-BY-NC-SA, Algunos derechos Reservados)

    www.slhuang.com

    Traducción y Edición: Artifacs, may-2019, sep-2019.

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    Diseño de Portada: Artifacs (fotos extraídas de maxpixel bajo licencia CC-0)

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    Raíz de la Unidad: serie Ático de Russell #3, se publica bajo Licencia CC-BY-NC-SA 4.0 https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/legalcode.es

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Sobre SL Huang

    SL Huang se licenció en Matemáticas en el MIT. El programa no incluía entrenamiento para convertirse en alguien del tipo asesino con superpoderes. Una pena.

    Puedes descubrir más de lo que has querido saber jamás sobre SL Huang visitando www.slhuang.com o siguiéndola en Twitter: @sl_huang . .

Serie Autopublicada Ático de Russell

    • Juego de Suma Cero #1: (Zero Sum Game, 2014)

    • Vida Media #2: (Half Life, 2015)

    • Raíz de la Unidad #3: (Root of Unity, 2016)

    • Sonrisa de Plástico #4: (Plastic Smile, 2017)

    Raíz de la Unidad

    Serie Ático de Russell #3

Capítulo 1

    La pequeña carga explotó y abrió la caja fuerte con un satisfactorio "pop".

    Lo único que contenía era la tarjeta de memoria que yo había venido a buscar. La metí en el bolsillo de mi chaqueta pensando de modo idiota que este trabajo había resultado muy sencillo. Después me di la vuelta y me encontré de frente con tres rifles de asalto.

    «Bueno, mierda»

    —Tenemos en poca estima a los ladrones en esta casa, - dijo el hombre que no sostenía un M16.

    Abrió la tapa de un encendedor de plata y encendió un cigarrillo, interpretando el cliché de villano malvado a la perfección, con su traje caro y postura caballerosa. Probablemente era uno de los hermanos Grigoryan.

    —Eso tiene gracia, - dije yo, —considerando que vosotros lo robasteis primero. Yo sólo lo estoy... desrobando.

    —Muy altiva y poderosa, - dijo el hombre Grigoryan. Chasqueó la lengua en un tono condescendiente. —Extraña actitud para alguien que he oído que acepta cualquier trabajo al precio adecuado.

    Por tanto, el tipo me conocía.

    Me encogí de hombros. —Nunca dije que no fuera así.

    Repasé a sus matones con los ojos. Los cañones de sus rifles no dejaban de apuntarme, sus ojos no dudaban.

    «Bien entrenados... o quizá sólo bien prevenidos.»

    Maldición, yo era buena, pero no era más rápida que una bala.

    El malvado jefe movió un dedo hacia mí, sonriendo como si yo fuera un misterio.—¡Oh, tú! Me intrigas. Cas Russell, ¿estoy en lo cierto si he oído que eres una señorita con superpoderes? Al menos, eso es lo que me han contado, ¿eh? - extendió los brazos expansivamente. —Tal vez puedas hacernos una demostración.

    —Superpoder, - le corregí. —Sólo uno.

    —¿Y cuál es? - Su sonrisa era indulgente.

    —Cálculos matemáticos, - le dije. —Muy, muy rápidos.

    Su sonrisa dudó, como alguien que intenta entender la gracia de un chiste. Uno de los matones parpadeó, el cañón de su arma osciló durante una preciosa fracción de segundo.

    Yo ya estaba preparada. Las líneas, ángulos y centros de giro se arremolinaron a mi alrederor como una cuarta dimensión, como un sexto sentido. Funciones trigonométricas y cálculos de fuerza fluían en cascada a través de mi cerebro más rápido que el pensamiento.

    El problema de hoy era relativamente simple: ¿era el número de matones dividido por el ritmo al que podía golpear cabezas de matones menor que el tiempo que le llevaría a uno de los matones dispararme?

    Lo era. Asumiendo que los hombres sólo tuvieran tiempos de reacción humana normal.

    Se me da muy bien golpear cabezas de matones.

    Si había una posibilidad de que uno de ellos tuviera algún tipo de habilidad inesperada como la mía, no le di mucho peso.

    Esperanza matemática: la probabilidad de que alguno de los matones fuese sobrenaturalmente rápido, la probabilidad de que uno de ellos pudiera alcanzarme con un disparo de herida no trivial, bien merecía el riesgo.

    Antes de que Matón #3 hubiera terminado de parpadear, yo pivoté hacia él, girando para impulsarme con una bota en la pared con el ángulo exacto calculado para obtener la fuerza que necesitaba. Le golpeé en el lado, lanzando la pierna para conectar con su cara con un nauseabundo crugido mientras apartaba el M16. Desafortunadamente, la inercia de ese movimiento llevó el rifle de asalto hacia los Matones #1 y #2 con el guardamano por delante, sin tiempo para girarlo y alinear un disparo, pero dio igual. Mientras Matón #2 aún se estaba dando la vuelta para verme, yo seguí moviendo mi M16 en arco para que chocara con su arma y mi cuerpo se movió con él, lanzándome en una voltereta. El Matón #1 disparó una salva de fuego automático que se dispersó sobre mi cabeza. Yo rodé sobre mi espalda y apreté el gatillo.

    Aquel M16 también estaba configurado en ráfaga.

    El arma tartamudeó en mis manos y Matón #1 se sacudió como la marioneta de un mal títiritero antes de caer de espaldas y sin elegancia sobre la vitrina de cristal de una librería.

    Acabé la voltereta de pie con mi prestado M16 apuntando al hermano Grigoryan. El Matón #2 había conseguido recuperar su apaleada arma y me apuntaba con ella, pero yo le ignoré.

    —Impresionante, - dijo el Grigoryan, su voz temblaba un poco.

    «Maldición, ya podía serlo. Tres matones neutralizados en unos dos segundos y medio. Yo era buena.»

    —Pero ahora quedamos en tablas.

    —Nah, encasquillé el arma cuando la golpeé, - le dije moviendo la cabeza hacia el Matón #2. —Gracias por armar a tus hombres con M16, por cierto. Los AK son mucho más robustos.

    Las oscuras cejas del Grigoryan se juntaron furiosamente y el tipo miró hacia el Matón #2, que intentaba apretar el gatillo.

    Una espectacular cantidad de nada salió del cañón.

    —Ahora, adios, - le dije a Grigoryan, y me deslicé con cuidado fuera de la habitación, manteniendo un ojo sobre él todo el tiempo.

    Me contempló mientras me iba. Su cigarrillo colgaba olvidado de una esquina de la boca.

    Eso me alegró el día. Me gustaba impresionar a la gente.

    Por supuesto, ahora tenía que salir de la finca. Probablemente, Grigoryan había activado todas las alarmas del lugar antes de poner un pie en aquella habitación.

    Giré la palanca selectora del M16 en semiautomático. El fuego automático era para los que se preocupaban más por impresionar y masticarse el mobiliario que por ser letales. Yo no necesitaba el rocía y reza, necesitaba precisión. Si hay algo que los M16 hacen muy bien es conservar la puntería. Si eres buen tirador, puedes darle a una diana a seiscientos metros de distancia. Y yo era mejor que un buen tirador. Cuando se trataba de armas, yo era un jodido programa de ordenador.

    Algunas personas (aquellas que yo podría sentirme tentada a llamar buenas personas) preferían una buena pelea. Disparar a un objetivo a larga distancia sin avisar en absoluto les perturbaba. Matar les perturbaba.

    Yo no era una de esas personas.

    Con cada sonoro ladrido del M16 en mis manos, el movimiento de proyectil se representaba perfectamente y otra nueva pequeña diana caía en la distancia, despejando con eficiencia mi camino hacia la salida de la propiedad de los Grigoryan.

    Era como leer una demostración matemática particularmente artística: cada etapa tal y como debería ser, cada parte siguiendo sin costuras la anterior sin desperdiciar movimientos.

    Los chillidos y gritos se multiplicaban exponencialmente, emanando por toda la abatida mansión. No dejaba que ninguna de la partidas de búsqueda se me acercaran ni remotamente. En vez de eso, jugaba mi propio juego del gato y el ratón con ellos, uno en el cual el ratón resultaba ser una asesina invisible con un rifle del asalto que nunca fallaba.

    Llegué a la verja y coloqué una carga de diez segundos. La explosión les atraería a todos hacia esa dirección pero, para cuando cualquiera de ellos llegara hasta allí, yo ya me habría ido mucho tiempo antes.

    Al día siguiente entregaría la mercancía, me pagarían y aquel trabajo se habría terminado. Esa era la parte que no estaba deseando.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Dos días más tarde, me hundía muy predeciblemente en un bar tratando de ahogarme yo misma con whiskey barato.

    También muy predeciblemente, no estaba funcionando.

    Hice señas al barman para la decimoquinta ronda. Me miró ceñudo. Yo no era una mujer grande y el tipo nunca me había visto antes. No suelo ir a un mismo local a propósito y sabía que se estaría preguntando si debía cerrarme el grifo. No ayudó el que, aunque tenía edad legal, probablemente podía haber pasado por una adolescente si lo intentaba.

    —No estoy borracha, - le dije malhumoradamente. Aunque ese era el objetivo.

    —¿Conduces? - me preguntó.

    —No, - le mentí.

    Desafortunadamente, yo era tan buena en matemáticas tanto borracha como sobria. Nunca había tenido un accidente de coche. Al menos, no uno involuntario.

    —Ahora, ponme otra.

    —Hey, encanto, - interrumpió un voz sobre mi hombro derecho. —¿Te invito a una copa?

    Fruncí el ceño sin levantar la vista. La gente no trataba de ligar conmigo en los bares. Primero de todo, yo no era atractiva. Cualquiera que fuera mi mezcla de genes, me daba la apariencia aproximada de un pequeño troll marrón, y la forma en que vestía tampoco ayudaba: estrafalaria ropa ancha y botas de combate, sin maquillaje y pelo corto que semejaba el enmarañado nido de un pájaro. Segundo, yo emitía vibraciones de "mantente alejado" lo bastante fuertes para clavar en la pared al hombre más grande.

    Lo que implicaba que el orador o ya iba ciego o me conocía, aunque las oscilaciones vocales ya habían resuelto el misterio.

    —Arthur, - dije sin girarme. Yo necesitaba más alcohol.

    Un negro alto apareció en mi visual junto a mí. Estaba en sus cuarenta y tantos, apuesto, con una mandíbula cuadrada que tenía una corta barba bien afeitada y, a diferencia de mí, siempre vestía impecable... bueno, vestía como si esperase que la gente le viera cuando salía de casa. Se balanceó sobre el taburete junto al mío.

    —No tomaré lo que ella toma, - le dijo al barman. —Sírvenos a cada uno un chupito de lo que esté dos escalas por encima de eso.

    —No sabes lo que estoy bebiendo, - le dije.

    —Conociéndote, no tengo muy claro que quiera.

    —¿Desde cuándo tienes ese paladar de gourmet? - demandé.

    —No lo tengo. Tengo papilas gustativas.

    «Ouch.»

    El barman sirvió dos chupitos y yo apuré el mío, la combustión del whisky bajó por toda mi garganta.

    «Maldición.»

    Tenía razón. Aquello sabía mejor. Tampoco es que yo fuera admitirlo.

    —Te llamé, - dijo Arthur girando su vaso vacío sobre la barra.

    —Lo sé, - le dije.

    —¿Cómo te ha ido?

    —Oh, ya me conoces.

    —Hey. Russell. - apoyó una mano en mi hombro y me empujó despacio para encararle desde mi taburete. —Pensé que se suponía que íbamos a vigilarnos el uno al otro. No puedo hacerlo si desapareces de mi vista.

    Moví el hombro para quitarme su mano. —Ya han pasado dos años desde Pítica. No estoy preocupada.

    —No se trata de eso. ¿Qué está pasando?

    Le miré directamente a los ojos. —Me bajé del tren, - le dije.

    Él lanzó una mirada a mis quince vasos de chupito. —¿Es que te habías subido siquiera?

    —No de ese tren. - le llevó un minuto entenderlo.

    Luego dijo, —Oh.

    Hice señas al barman de nuevo. —No me mires como si hubiera pateado a tu perro. ¿Ves?, sabía que reaccionarías así.

    —¿Quieres hablar de ello? - dijo Arthur.

    Aquello no era lo que yo había esperado que dijera.

    —No. No, no puedo. El asunto es que, me he dado cuenta de... no es que no me pueda importar. Realmente no me importa. No consigo sentirme mal por ello. No me siento diferente. Y así es mucho más fácil.

    —Vale, - dijo Arthur.

    —‘¿Vale?’ ¿Te digo que voy a volver a matar gente a mi bola de nuevo y eso es todo lo que tienes que decirme?

    El barman sirvió dos vasos tan apresuradamente que se derramó algo sobre sus muñecas antes de darse la vuelta y salir de nuestra vista. Arthur me hizo un gesto para que bajara la voz y miró alrededor del casi vacío bar para ver si yo había asustado a alguien más.

    —No digo que me alegre por ello, pero… bueno, no creo que el "a tu bola" sea tu primera opción. Lo que digo es que, Russell, puede que digas que no te importa, pero yo sé de veras que no eres una asesina. No me gusta que vuelvas a tomar cursos de acción sin compromiso, pero aún tengo fe en tu buen juicio.

    —¿Y si no lo tengo?

    Giró su taburete para apoyarse sobre la barra. —Bueno, para eso estoy aquí, ¿no?

    Traté de mantener una fachada beligerante, pero nunca se me había dado bien farolear.

    La expresión de Arthur se suavizó. —Aunque tampoco digo que vaya a intentar convencerte. Conseguimos, qué, ¿un año sobrios?

    «Un año, dos meses, tres semanas, dos días, diecisiete horas, cuarenta y tres minutos y siete segundos, dependiendo de la cantidad de tiempo que haga falta para que el cerebro de alguien se apague después de que el tipo se desangre.»

    —Sí, - le dije.

    —¿Vas a dejar de evitarme ahora?

    —Quizá. - recordé lo tranquila y satisfecha que me había sentido al cargarme al ejército de seguridad de los Grigoryans y cogí uno de los vasos que había dejado el barman.

    Lo dejé vacío de nuevo y robé el de Arthur también.

    —¿Cómo me encontraste, por cierto?

    —Soy un DP, encanto. Me dedico a esto.

    Gruñí. Arthur era una de las pocas personas que podía salir indemne por llamarme "encanto".

    —Inspector rastreó mi teléfono, ¿verdad?

    —Estaba preocupado.

    Inspector era el socio de Arthur, amigo y maestro de todo chisme electrónico. Yo suponía que, técnicamente, también era mi amigo. En cuanto dejé de devolverle los mensajes algunas semanas atrás, había empezado a invadirme con un texto tras otro, desde "BOTLLÓN Y MARATÓN DE BSG[1] STA NOXE NO FALTS" y "PILAR Y YO VMOS A BR NUEVA PELI BATMAN DEBRÍAS BNIR" hasta "¿¿¿STÁS BIEN??? EN SERIO, MNDME UN TXT" y finalmente, "SÉ KE STÁS VIVA, LO HE CMPRBADO. ÚLTMA OPRTNIDAD O T MNDO A ARTHUR."

    Los ignoré todos. No estaba de humor para tener compañía.

    Arthur se aclaró la garganta. —Bueno. Entiendo que no tienes ningún caso ahora mismo.

    —Acabo de terminar uno, - le dije. —Estoy de vacaciones.

    —Tú no puedes tomarte unas vacaciones.

    —El trabajo está yendo lento, - admití.

    Los trabajos me pagaban más dinero del que yo sabía qué hacer con él, pero el tiempo muerto intermedio estaba resultando un problema. —Creo que…

    —¿Qué pasa?

    —No tengo pruebas, pero creo que la familia Lorenzo está hablando mal de mí aquí y allá. Mama Lorenzo no puede romper las apariencias para perseguirme abiertamente, y quizá dijera que estábamos en paz, pero he recibido rumores de que me guarda un galón o así de resentimiento desde el año pasado.

    —Y va en plan sutil, - coincidió Arthur. —Mierda. Bueno, entonces estoy de suerte, porque yo podría tener un empleo para ti y parece que estás disponible.

    —Ja. No necesito tu caridad.

    —No es caridad. El cliente sabe que necesito un ayudante con esto. Tu tarifa quedará cubierta.

    Le miré entornando los ojos, pero su cara era seria. —¿Y vas a dejarme trabajar a mi modo?

    —Ni de coña. ¿Te apuntas?

    —Por qué no.

    Tampoco es que tuviera nada mejor que hacer. La mano de Arthur se tensó sobre el borde de la barra.

    —Antes de que digas sí. Ocurre que necesito más que un arma extra.

    —Te he dicho que jugaría a tu modo, ¿vale? Nada de C4, recibido. - me mofé con un saludo militar.

    —No me refiero a eso. Russell… nunca hemos hablado realmente sobre esto, pero… - se había puesto tenso. —En este caso, el cliente es una amiga mía. Es muy importante para mí. Se trata de su trabajo y… mi amiga es profesora. - se humedeció los labios. —Profesora de Matemáticas.

    —No. - La negativa se escapó de mis tensos labios antes que notara haberle oído y me deslicé fuera del taburete camino a la puerta.

    La sala me daba vueltas un poco. Casi esperaba estar más borracha de lo que pensaba, pero podía notar la maldita ecuación diferencial. Sabía que no lo estaba.

    —Russell, espera. - sentí que Arthur me cogía del brazo cuando mi pie falló al tocar el suelo. —Hey. ¿Estás bien?

    —Suéltame. - intenté apartar su mano moviendo el hombro, el techo se deslizó hacia los lados de nuevo.

    —No tienes por qué aceptar este trabajo, - dijo Arthur desde alguna parte arriba y a mi derecha. —Olvídalo. No hay problema.

    Al menos, eso era lo que dijeron sus palabras.

    Pero su voz era tensa y desesperada, como si la lista de personas que él pensaba que podían ayudar a su amiga empezara y terminara conmigo.

    —De acuerdo, - trituré las palabras. —Ayudaré.

    La tension salió de él donde aún me estaba tocando el brazo y me odié a mí misma.

    —Encanto, podría besarte ahora mismo, - me dijo.

    —No tientes tu suerte.

    Aún con una mano apoyada en mi codo, Arthur sacó su billetera y lanzó un puñado de billetes sobre la barra. —Venga, deja que te lleve a casa. Te lo contaré por el camino.

    —Tengo el coche aquí, - le dije.

    Sus ojos se volvieron hacia mis diecisiete vasos de chupito alineados en bonitos grupos sobre la la barra.

    —Soy expoli. Compláceme.

    —Odio a los polis.

    —Yo también.

    Algo oscuro parpadeó en los ojos de Arthur. Yo nunca había sabido por qué dejó el cuerpo y; aunque yo, La Reina de la Desgracias Sociales, hubiera indagado eventualmente; no debería preguntar sobre ello.

    —De acuerdo, - dije.

    De todos modos, la sala aún me daba vueltas un poco. Arthur echó otro vistazo hacia mis vasos limpiamente agrupados mientras nos encaminábamos hacia la puerta.

    —¿Serie de Fibonacci?

    Miré atrás hacia la barra.

    —Secuencia, - le corregí.

    No me había percatado de que lo había estado haciendo.

    —Me gustaría ver el mundo del modo en que lo haces, alguna vez, - dijo Arthur.

    Los vectores se estiraron a mi alrededor en un millar de variaciones, reformándose constantemente, alargándose, sumándose en infinitas combinaciones como si yo estuviera en medio de alguna jodida partida de ajedrez y no pudiera evitar ver veinte pasos por adelantado en todas direcciones. Deseé encarecidamente haber podido tomar más alcohol.

    —No, - le dije a Arthur. —No te gustaría.

    [1] NdT: BSG = Battlestar Galactica.

Capítulo 2

    La profesora Sonya Halliday, célebre luminaria en los campos de la criptografía y la teoría de la complejidad, nos recibió la mañana siguiente en la puerta de su oficina del campus. Con su expansiva arquitectura californiana y avenidas de palmeras, la universidad era uno de esos lugares que se esforzaba tanto por ser acogedor y alegre que me hizo sentir automática y rebeldemente deprimida.

    La profesora Halliday era una alta y delgada afroamericana, probablemente en sus medianos cuarenta, que aparentaba más edad. Estaba vestida con mucha precisión, con una falda correcta y una blusa seria. Su pelo cano estaba peinado hacia atrás, muy tenso. Nos observó a través de sus gafas sin montura y me estrechó la mano formalmente cuando Arthur nos presentó.

    —¿También es usted detective privado? - me preguntó.

    —No, - le respondí mordiendo la palabra "señora" que quiso salir después. La profesora Halliday producía ese efecto. —Hago recuperaciones.

    —No sé lo que eso significa, - dijo Halliday en un tono que demandaba más explicación.

    Resistí la urgencia de decirle que buscara "recuperación" en el diccionario. —Significa que la gente me contrata para que encuentre objetos de valor para ellos y se los devuelva a salvo. Normalmente son cosas que les han robado.

    «Normalmente.»

    A veces quien las robaba era yo, pero no incluí esa parte.

    —Sonya, - dijo Arthur con un tono mucho más bajo del que yo estaba acostumbrada a oírle, —Dijiste que necesitabas a alguien que pudiera entender los aspectos más técnicos. Cas puede hacerlo. Ponla al corriente.

    Halliday se giró para mirarle por encima de las gafas y la mirada no fue agradable, hasta yo podía ver eso. Arthur había dicho que eran buenos amigos, pero Halliday lo miraba como si fuera un bicho sobre un mantel limpio.

    —Lo dudo, - dijo ella antes de rodear su escritorio.

    Se sentó en su silla de la oficina y empezó a consultar archivos en su ordenador. Yo intenté que Arthur me mirara, pero él me rehuía obstinadamente.

    —Sonya, - probó de nuevo, —Solo quiero ayudarte, ¿vale?

    Ella se concentró en su monitor. —Te dije que me dejases en paz.

    —Me llamaste tú, - alegó él.

    —Fue un momento de debilidad. Creo que dejé muy claro que no quiero ninguna ayuda tuya.

    —¿Arthur? - le dije. Él me hizo el gesto con la mano de "no te metas".

    —Necesitas ayuda. Me dijiste que yo no lo comprendería. Bueno, pues he traído a alguien que sí. Habla con ella. Por favor.

    —¿Cuál es su área de especialización? - dijo Halliday.

    No había levantado la mirada y me llevó un segundo darme cuenta de que me estaba hablando a mí. Yo no era una experta en leer los tonos de la gente, pero aquel tono no habría resultado más obvio si alguien tratase de ponerme una trampa para que cayese.

    «Oh, que te den.»

    Me dejé caer en una de las sillas frente a la mesa de Halliday en una nada elegante postura perezosa. —¿Sabes?. Hago un poco de todo.

    —No pretendo ser grosera, - dijo Halliday, —pero Arthur no capta el nivel de profundidad y complejidad en mi campo...

    —Mentirosa, - le dije. —Sí pretendes ser grosera. Continúa, di lo que estás pensando.

    Ella finalmente se giró para mirarme, juntando sus manos sobre el escritorio frente a ella. —Srta… Srta Russell, - me dijo, el titulo sólo sono ligeramente cuestionado,— Conozco personalmente a todos en mi misma línea de investigación. Debe usted comprender lo especializadas que son las áreas de las matemáticas superiores. Incluso los doctorados en la misma área general requirirían un enorme esfuerzo de estudio para comprender lo que...

    —Me leí todos los documentos que has publicado hasta la fecha ayer por la noche, - le dije. Ella cerró el pico. —Maravilloso invento el de Internet, ¿verdad? - continué, malinterpretando deliberadamente su sorpresa. —Buen trabajo con el algoritmo de encriptación que usa raíces primitivas de la unidad para aproximar la aleatoriedad. Es un truco astuto.

    La voz de Halliday se tensó. —Una comprensión elemental de...

    —Por amor de Dios, Sonya, - dijo Arthur detrás de mí en tono bajo y áspero. —Me dijiste que necesitabas a alguien que entendiera tu trabajo. Deja que te ayudemos.

    Y así de repente, la profesora Halliday se derrumbó. No de un modo dramático (yo dudaba de que ella supiera hacer algo dramáticamente), pero agachó la cabeza, sus hombros se encorvaron y se quitó las serias gafas sin montura para pasarse por la cara unos temblorosos dedos.

    Arthur rodeó el escritorio y puso un brazo sobre los delgados hombros de Sonya. —Tranquila. Todo irá bien. Sólo cuéntanos lo que está pasando

    Su voz sonó grave a través de sus manos. —Creo que ahora comprendo lo que decías sobre que se te mete en la cabeza, lo sencillo que era... cómo no veías lo que estaba pasando hasta que era demasiado tarde.

    Arthur se tensó a su lado.

    Yo intervení. —Espera, ¿Arthur hizo algo mal?

    Arthur y Halliday se congelaron y la habitación se tornó intensamente incómoda de un modo que yo tendí a encontrar perversamente entretenido.

    —Hablad. Esto no me lo pierdo.

    —No, - dijo Arthur, tan tranquilamente que casi no oí la palabra, sus ojos se concentraron en la nada. No sonó enfadado... sonó como si le doliera algo. La tension en la habitación de pronto se hizo mucho menos entretenida.

    «Mierda. Te has lucido, Cas.»

    Me incliné hacia adelante y traté de volver a ser profesional. —Profesora. Arthur me dijo que le habían robado cierto trabajo. ¿Por qué no empieza por ahí?

    Halliday miró hacia Arthur, que le apretó los hombros para darle apoyo y asintió. Ella se apoyó en él casi imperceptiblemente.

    —No... no cierto trabajo. Todo mi trabajo. - había extendido una mano y se agarraba a las manos de Arthur tan fuerte que le sobresalían los tendones de la muñeca. —Toda mi investigación actual. Todos mis cuadernos, los de casa y los de aquí en la oficina... han desaparecido.

    Arthur respiró entre dientes.

    —Vale, - le dije. —Entiendo que la policía no es capaz de ayudar

    —No he... - miró de nuevo a Arthur y luego a mí, dudando.

    —Le confiaría a Cas mi vida, - le dijo él, sorprendiéndome.

    —Necesito que lo digas en serio.

    —Lo prometo, - repondió Arthur. —Puedes confiar en ella.

    Cierta clase de confusa sensación de hormigueo se acurrucó en mi pecho por la serena confianza de Arthur. Intenté no exteriorizarla.

    Los ojos de Halliday se movieron hacia mí, hacia Arthur y de nuevo hacia mí. —Podría estar... estoy en problemas. Tal vez... muchos problemas. Arthur… lo siento. Lo siento mucho.

    —Tranquila, - dijo Arthur de nuevo, casi demasiado firmemente. —Estamos aquí para ayudarte. Sólo dinos qué ha pasado.

    Ella cerró los ojos durante un buen rato, luego los abrió y se concentró en mí. —He encontrado un algoritmo eficiente de factorización de enteros.

    Me quedé mirándola, las implicaciones rebotaban en mi cerebro. —¿Que has qué?

    —¡Yo sólo pensaba en ello como matemáticas! - levantó una mano en señal de disculpa o defensa de sí misma. —Ciertamente, nunca me permití creer que lo resolvería en realidad. Regodearme en las consecuencias de un sueño ilusorio... me parecía demasiado arrogante, y ahora…

    —¿Cómo es de eficiente? - le pregunté. —Aunque estuviéramos hablando de tiempo polinómico, si hay una constante lo bastante grande ahí dentro...

    —Es lo bastante rápido, - dijo. —Creo. La parte de programación no es mi área. Pero es lo bastante rápido.

    —Mierda, - dije, aunque no pude evitar que la palabra saliese con cierta admiración. —Uau. - Y entonces, el propósito de nuestra reunión regresó como un trueno. —Espera, ¿alguien te lo robó? ¿Por qué demonios nos llamas a nosotros en vez de a la policía o el FBI o, yo que sé, cualquiera? Normalmente estoy a favor de actuar fuera de la ley, pero cuando se trata de arruinar la economía global entera...

    —¡Lo sé! - gritó Halliday. —Sé que debería haberlo hecho. Intenté hablar con un amigo mío que trabaja para la NSA... sólo hipotéticamente, como si estuviera considerando trabajar en un problema así, y me habló de... - ella respiró hondo, tragó. —... de la cantidad de supervisión que querían si empezaba a trabajar en el problema, del cuidado que me dijo que tuviera si me estaba acercando a algo… si ellos descubrían que yo...

    —Ya, - le dije. —Sí, vale. Lo capto. - la cara de Arthur era un estudio de la confusión. Me giré hacia él y traté de explicárselo. —Imagina que construyes una bomba nuclear por diversión y alguien te la roba. No sé si hay una ley escrita para esto, pero si deciden acusar a la profesora Halliday, probablemente podrían encontrar una. Demonios, los algoritmos criptográficos solían estar clasificados bajo la ley de los EEUU... hace pocos años podías ir a prisión por enviarle a alguien tres líneas de un script en Perl. Se toman esta mierda en serio.

    —Debería haber acudido a las autoridades, - dijo Halliday. —Fui egoista. Yo... confieso que estaba asustada. Tengo un puñado de amigos consultores en la NSA, matemáticos, y yo podía haberlo hecho, debería haberlo contado en el mismo momento. Y ahora... ahora me temo que podría ser demasiado tarde.

    —¿Por qué dices eso? - dijo Arthur aún cogiendo su mano.

    Halliday bajó su otra mano y abrió un cajón de su escritorio. Sacó una carpeta azul y se la entregó. —Encontré esto en mi oficina al día siguiente.

    Arthur abrió la carpeta y su expresión cambió, los músculos de su cara se tensaron. Me pasó la carpeta. Había una hoja de papel dentro. Papel blanco con letras negras impresas: "no estamos planeando la destrucción. Pero finja que esto nunca ha sucedido, de lo contrario."

    —Ja, - dije. —Supongo que podría ser peor.

    —¿Cómo? - dijo Halliday incrédula, perdiendo algo de su control.

    —Quienquiera que robó tu prueba no planea destruir el mundo, sólo aprovecharse de ella ... probablemente hacerse rico. A menos que se sientan amenazados, al parecer. Esto nos da algún tiempo.

    —¿Tiempo para qué? - demandó Halliday. —¡Tanto si encontramos a quien lo robó como si recuperaremos la demostración... la información está ahí fuera ahora!

    —No entres en pánico, - le dije. —O, al menos, ve a algún otro sitio para hacerlo después de que nos entregues el resto de la información. - cerré la carpeta. —Nos quedaremos con esto. Ahora, ¿quién más sabe algo de la prueba?

    —Nadie, - dijo, normalizando su voz con obvio esfuerzo. —Era mi proyecto personal. Mi Último Teorema de Fermat. Me avergonzaba decirle a nadie siquiera que estaba trabajando en ello. Me parecía demasiado fantástico.

    —¿No tenías colaboradores?

    —No, en esto no. Salvo... sólo Rita. Le hablaba de ello a veces, pero le hice jurar su discreción. Y ella no sabía que la había acabado.

    —¿Quién es Rita? - le pregunté.

    —¿Hablas de la Dra. Martínez? - preguntó Arthur. —¿Tu tutora doctoral?

    Halliday asintió. —Colaboradora ahora, y muy íntima amiga. Pero ella no podría estar implicada.

    —No lo sé, - le dije. —Me suena a que hay un motivo para robar la demostración secreta de una colega y publicarla con su nombre.

    Halliday se burló. —Antes creería que Rita es capaz de cometer un asesinato.

    Arthur y yo intercambiamos una mirada por encima de su cabeza, pero la mirada de Halliday se había perdido en la distancia y no nos vio.

    —¿Cómo sucedió el robo? - presionó Arthur gentilmente después de un momento.

    —El miércoles cuando llegué a casa... y no había signos de que alguien hubiese entrado por la fuerza, nada, - respondió Halliday. —Pero todos mis cuadernos habían desaparecido, sencilla y llanamente .

    —¿Qué hay de tu ordenador? - le pregunté.

    Ella negó con la cabeza. —Trabajo escribiendo a mano. Ahora sólo estaba revisando la prueba para reescribirla para su publicación... tantos años, tantos callejones sin salida y notas, y… se lo llevaron todo. Regresé a mi oficina inmediatamente y descubrí que mi trabajo aquí había desaparecido también. Aún cuando nada de eso era relevante para el problema de factorización, aún así se lo llevaron todo. Y a la mañana siguiente encontré la nota.

    —Me pasaré por tu casa en unas horas con algo de equipo, - dijo Arthur. —Y después volveremos y examinaremos tu oficina de nuevo. No toques nada que no hayas tocado aún.

    Halliday hizo un gesto abortivo a los libros y papeles a su alrededor. —Tengo que… mi trabajo...

    —Puede esperar, - dijo Arthur.

    —Tiene razón, - añadí. —Tómate el día libre, ve a tomar una copa o tres. Te llamaremos.

    —Yo no bebo.

    «Pues claro que no.»

    —Pues siéntate en un parque y lee algunos papeles de combinatoria o algo. ¿Qué otras cosas hace la gente para relajarse? - le pregunté a Arthur.

    Él me lanzó una mirada divertida, pero se dirigió a la profesora Halliday. —Sonya, ella tiene razón. Tómate un café, intenta calmarte. Nosotros resolveremos esto.

    —Las cosas no siempre se resuelven, Arthur. Tú deberías saberlo mejor que nadie.

    Arthur no respondió, aunque sus movimientos se apresuraron durante un segundo antes de convertirse en el amigo tranquilizador una vez más, ayudando gentilmente a Halliday a levantarse.

    —Dame tus llaves, ¿vale, cielo? Te llamaremos dentro de poco. - ella obedeció, Arthur nos guió fuera de su oficina y cerró la puerta.—¿Estarás bien? - le preguntó Arthur.

    Ella vaciló. —Mi mayor temor es... no sé si puedo recrearlo. Mi mayor logro y ni siquiera sé… ¿Y si ha desaparecido?

    Arthur la cogiò por los hombros. —No voy a hacerte promesas que no puedo mantener, pero Russell es la mejor que hay y yo no estoy demasiado oxidado. Vayamos día a día, ¿vale? Te llamaremos.

    Ella asintió.

    —Vamos. Tenemos mucho trabajo que hacer, - le indiqué a Arthur.

    Él apretó los hombros de Halliday una vez más.

    Mientras salíamos al trote, él miró atrás varios veces hacia donde ella estaba, delgada y despojada, en el pasillo.

    «Bueno, aquello a Arthur le afectaba.»

    Por supuesto, eso no implicaba que no fuera a arrancarle la cabeza en cuanto estuviéramos fuera de vista.

Capítulo 3

    Al final, me comporté muy bien. Esperé hasta que estuvimos en el coche.

    Arthur estaba saliendo del aparcamiento para visitantes y tuvo la frialdad de decirme siniestramente, —Bueno, creo que este es un caso importante. ¿Puedes contarme el resumen para legos?

    —Tú primero, - le dije y los pingüinos podrían haber sufrido hipotermia conmigo.

    Él vaciló. —¿Yo primero qué?

    —Que de ten, - le dije, aunque no pude verter tanto vitriolo en ello como quise. —¿El cliente pagará mis tasas?

    —Se te pagará...

    —Ella no me quería en esto. Ni siquiera te quería a ti en esto.

    —Lo superará, ¿vale? Yo sabía que ella nos permitiría ayudar si...

    —Me mentiste.

    —Vale, sí, pero yo no sabía si...

    —¿Si qué? - gruñí. —¿Si iba a aceptar sin que me pagaras?

    —Tienes que entender... ella es demasiado importante para mí. Yo no quería... te necesitaba. Pensé...

    —¿Pensaste que si decías: hey, Cas, ayúdame; te hubiera dicho que no? - Al decirlas, las palabras apuñalaron. Yo me mordí el labio.

    —Bueno, a decir verdad, el dinero es lo que tú siempre... y no te pongas así conmigo, Russell, si este no fuera un trabajo oficial para ti, ¿podrías aceptarlo de todas formas?

    Esa era una buena pregunta.

    Después de todo, Arthur sabía lo que me pasaba cuando yo no estaba trabajando, él era uno de los pocos. Aunque eso no significaba que yo quisiera ceder.

    —Podías haberme preguntado. Y para que conste, estaré bien.

    —Lo siento, - me dijo, aunque yo no oí mucho arrepentimiento en su tono. —Esto era demasiado importante. ¿Lo entiendes? ¿Me perdonas? Lo siento. De verdad.

    —¿Y quién es ella?

    Respiró hondo. —Sonya y yo... crecimos juntos. Somos amigos de la infancia.

    —¿Y luego?

    —Y luego, ¿qué? Pues cosas de la vida. Nos separamos. No significa que no me preocupe por ella. - él mantenía sus ojos pegados a la carretera frente a él, como alguien que no te cuenta todos los detalles de la historia. —Bueno, uh. Este asunto de las matemáticas. Ayuda a este viejo, anda... ¿por qué es el final del mundo?

    —Esto no ha terminado, - le gruñí, aunque le dejé cambiar de tema.

    «Por ahora.»

    Me hundí en el asiento del pasajero y apoyé las botas en el salpicadero. —¿Sabes algo de encriptación?

    —Ni una palabra

    —Vale. Bueno, un infierno entero de nuestra cripto actual depende de la idea de que factorizar números enteros grandes es un problema realmente difícil. En términos simples, encriptamos información multipicando números primos muy grandes y como no se puede deshacer esa multiplicación fácilmente, todo se mantiene seguro. Y todo significa todo... desde tus tarjetas de crédito hasta el Departamento de Defensa.

    Arthur dejó salir un silbido.

    —Sí, - le dije.

    —Entonces, ¿Sonya ha roto la cripto?

    —Más o menos, - le dije. —La verdad es que siempre hemos pensado que la factorización era un problema difícil, pero nunca se ha demostrado que fuera realmente complicado.

    Arthur frunció el ceño. —¿Por qué la usan todos, entonces? Parece un poco temerario.

    —No tan temerario. Un montón de personas realmente inteligentes han trabajado en el problema de la factorización de enteros durante muchísimo tiempo y a nadie se le ha ocurido un modo rápido de hacerlo. La clave es la palabra rápido... se puede hacer, pero requiere años, demasiado tiempo para que sea útil en el descifrado de códigos. Por eso construir un algoritmo de encriptación basado en ese hecho de que nadie ha descubierto nunca un modo de descifrarlo rápidamente, bueno, en realidad fue toda una genialidad.

    —Salvo por que Sonya ha encontrado un modo, - dijo Arthur.

    —Sí. - yo aún no podía creerlo. Tan grave como era la situación, una parte de mí estaba ansiosa por leer su prueba. —Sí, ella cree que lo hizo.

    —¿Y dices que todo funciona con estas matemáticas?

    —Sí. Inspector sabrá mejor que yo dónde se usan, pero estoy convencida de que está en todos los ámbitos. En cada transacción financiera que envía la gente electrónicamente. En toda nuestra economía y seguridad nacional, en todo.

    —Jesús, María y José, - susurró Arthur. —Así que, si el que se llevó su prueba decide que se ha aburrido de hacerse rico…

    —Apocalipsis moderno, - le dije. —Es posible. Aunque creo que tenemos un pequeño respiro. La profesora Halliday dijo que estaba revisando décadas de notas y reescribiendo la prueba para su publicación. Eso les llevará tiempo para organizar y absorber todo su trabajo. Y es probable que necesiten a alguien en el campo para ayudarles con ello. Además, tendrán que escribir el código informático que quieran utilizar. Tendré que hablar con Inspector y ver si él puede estimar cuánto tiempo requerirá eso.

    —Espera, - dijo Arthur. —¿Acabas de decir que necesitan a un matemático aunque tengan sus notas?

    —Sí, - le dije. —Probablemente más de uno.

    —Mierda, - dijo Arthur dando un volantazo hacia la siguiente salida, —Sonya... no está a salvo...

    Un coche nos impactó por detrás. El metal aulló y el cinturón de seguridad me presionó el pecho. El coche giró más de 180 grados y patinó atravesando los cuatro carriles de la autovía. El tráfico frenaba de modo estridente y pasaba en dirección contraria. Estiré el brazo y pegué otro volantazo, la mecánica de Newton surgió en mi cerebro como una fuente.

    —¡Acelera! - gruñí a Arthur en el oído. Él soltó el volante de inmediato y pisó a fondo el pedal.

    —¡Cámbiame el sitio! - le grité mientras me soltaba el cinturón con la otra mano y maldecía por la insistencia de Arthur en que me lo pusiera.

    Los cláxones ensordecían el aire con una cacofonía a nuestro alrededor y una estridente colisión estalló por encima del ruido como si estuviera justo en mi oído: dos coches que nos evitaban se habían aplastado mutuamente y uno había quedado volcado sobre la mediana. Yo giré el volante hacia el otro lado con un sólido golpe de inercia, enviándonos a toda velocidad (casi sin control) entre un semirremolque y una minivan y saliendo del derrape. El conductor de la minivan pegó un volantazo y se puso directamente en el camino de un deportivo azul brillante.

    Creo que grité... tampoco es que pudiera haberlo oído por encima del ensordecedor impacto de metal y energía cinética.

    —¡No iba a chocar contigo! - aullé de pura frustración.

    Apreté mi pie sobre el de Arthur y él trató de salir del asiento por detrás de mí, pero acabé medio sentada encima de él.

    «Esto servirá.»

    Miré por el espejo retrovisor... no resultó difícil localizar el coche que nos había embestido. Un SUV negro con su frontal aplastado y que viraba demencialmente a través del tráfico, un monstruo loco en modo "embestir a todo para cazar a su presa".

    —¡Agárrate! - grité.

    «Posibilidades. Probabilidades.»

    El modo más rápido de perderlo era saltar la mediana de cemento.

    «Un juego de niños, solo hay que llegar con el ángulo correcto y...»

    ¡Bam!

    Salimos zumbando por la transitada autovía en dirección contraria. Habíamos escapado limpiamente, pero yo sabía por experiencia que un montón de conductores girarían fuera de control al tratar de esquivarme, ignorando por completo que yo era perfectamente capaz de evitarles a ellos. A mí podía no quitarme el sueño el daño colateral, pero Arthur estaba en el coche y a él, definitivamente, sí podía.

    Si iba a intentar minimizar las bajas civiles como fuera posible, tenía que salir de la autovía en ese momento.

    Miré a la derecha, los coches me adelantaban en mi vision como sus vectores velocidad, flechas de celeridad me chillaban desde los carriles. Tiré del freno de mano para bloquearnos y giré el volante para llevar el coche en un derrape oblicuo de nuevo, atravesando tres carriles de tráfico a toda velocidad como si fuéramos Super Frogger[2]. Los coches pasaron sin darnos por poco. Tronaron los cláxones, pero no oí ninguna otra colisión.

    Tiré del volante en la otra dirección para enfilar el sedán de Arthur sobre la rampa de salida, mi mente ya corría adelantada.

    La autovía había estado bien, pero el tráfico de LA no es una posibilidad, es una inevitabilidad.

    Una vez llegáramos a las calles tendría un aparcamiento con el que lidiar.

    Miré por el retrovisor de nuevo. La SUV estaba virando sobre la rampa detrás de nosotros y alguien estaba asomando por la ventana con...

    «No te lo pierdas.»

    ... un lanzagranadas.

    «¡Qué. De. Mo. Nios!. Opciones, opciones... ¿En qué parte de la ciudad estamos?»

    Yo no había estado prestando mucha atención, pero recordé haber visto brevemente unas señales de direción en la Interestatal 5…

    «El río. Podemos llegar al río.»

    Alcanzamos el final de la rampa de salida y apunté hacia el borde de la carretera, agradeciendo al destino que Arthur hubiera estado conduciendo el viejo tanque de un sedán. Giré el volante cuando sentí el salto sacudemandíbulas del bordillo y nos pusimos a dos ruedas, comprimiendo el coche sobre el lateral izquierdo mientras avanzábamos por lo que quedaba del final de la rampa hasta la calle. Había atasco, como siempre, pero volamos por la intersección y apunté el coche hacia la acera, bajando nuestras ruedas derechas sobre ella para que circuláramos a horcajadas por el bordillo.

    Arthur gruñó detrás de mí y la gente gritó. Apreté el claxon y pisé el acelerador para saltar todo el bordillo y salir de la carretera hacia un estacionamiento. Estábamos en algún tipo de zona industrial. Pasé en zigzag por las hileras de vehículos aparcados tratando de llevarnos hacia el Este.

    «Ya no puede estar muy lejos.»

    Otro vistazo al espejo me mostró que el SUV había reducido en el cruce, pero aún nos seguía con su artillero tratando de alinear un disparo con el dichoso lanzagranadas...

    Llegamos a una serie de vías ferroviarías y rebotamos sobre ellas. El sedán casi parecía desmontarse con la vibración y luego el río apareció al frente.

    Durante el verano, El Río de Los Angeles sólo se puede llamar así siendo generosos. En mitad del alto calor, es un chorrito de agua que surca una ancha zanja de altas paredes de hormigón. En vez de un río parece más algo construído en un polígono industrial para evitar que un delgado caudal de desperdicios tóxicos lo contamine todo.

    Hundí mi pie en el pedal del gas hasta que golpeó el suelo y navegamos por encima de la alta zanja de hormigón. Las ruedas del coche giraron inútilmente en el momento de ingravidez antes de que la gravedad tomara el control. Luego caímos en plancha sobre las cuatro ruedas en el puro cemento al fondo del canal.

    Yo había estado haciendo cálculos de estrés, pero puse ciertas conjeturas en ello. No sabía lo bastante sobre el coche de Arthur y tampoco es que me viniera bien pararme ahora a mirar bajo el capó.

    Afortunadamente, la dura bestia del sedán despegó como un disparo y zumbó hacia el Norte a lo largo del río. Yo aún estaba medio comprimida contra Arthur detrás de mí. Podía sentirle moverse y luchar por agarrarse.

    Detrás de nosotros, el SUV voló hacia el borde y no pudo parar a tiempo. Quienquiera que estaba al volante tomó la idiota decisión de intentar frenar. El ponderoso vehículo se inclinó en una zambullida y se precipitó de morros contra un inolvidable suelo de cemento.

    La persona con el lanzagranadas debió de haber pensado rápido (a punto de experimentar una muerte de carne aplastada) y se las arregló para apuntar y apretar el gatillo en el aire.

    Las granadas no son tan rápidas como las balas. Yo tuve un precioso milisegundo para ver cómo iba a impactarnos. Vi la explosión, la onda expansiva y la contusión perfiladas en círculos concéntricos de fuerza como si fuese una gráfica sobre un mapa de impacto. Vi los patrones superpuestos de la muerte según el tipo de granada y lo rápido que tendríamos que movernos para salir del radio de peligro. Vi las infinitas opciones de cómo podía mover el coche en la fracción de segundo que tenía y descubrí que ninguna de ellas sería suficiente.

    Di un último volantazo a la derecha, rebotamos contra la pared de hormigón del canal y sentí cómo se inclinaba el coche. El metal gritó y los cristales se hicieron pedazos cuando el coche se elevó sobre su lado izquierdo y avanzaba a dos ruedas siguiendo la ribera del río. Me aferré a la columna del volante como un mono para evitar arañarme con los paneles leterales. Detrás de mí, Arthur empujaba el techo con los puños.

    La granada impactó a nuestra derecha.

    Yo la había eclipsado con los bajos del coche para protegernos. El impacto explotó contra el muro del río y la conmoción se lanzó contra los bajos de nuestro transporte como la bala de un cañón y con mucha, mucha, pero mucha más fuerza de la que yo había anticipado. Incluso con las estimativas más generosas. Incluso para munición altamente explosiva.

    La forma del estallido se imprimió matemáticamente en mi cerebro cuando tocó el sedán y nos empujó rodando por el cañón.

    Aunque las ecuaciones no me servían de nada. Yo encontraba elegantes formas de obedecer las leyes de la física, pero no podía sobrescribirlas.

    Un coche rodando es pura masa.

    Su momento era tan masivo que no podría detenerse, tan masivo que la fuerza de gravedad lo aplastaría contra la tierra como una muñeca de trapo, tan masivo que una persona, independientemente de su fuerza, habilidad o conocimiento matemático... una persona no podría pararlo.

    Los laterales y techo del coche implosionaban alternativamente mientras chocábamos con el hormigón una y otra vez, y no había nada que yo pudiera hacer. Intenté abrazarme a mí misma, pero sólo conseguí una optimimización local (me salvé de morir aplastada pero no evité la paliza en giros de trescientos sesenta grados del retorcido y sobresaliente metal. El coche se tambaleó en lo que sabía que sería su última vuelta, balanceándose de lado en un infinito momento de indecisión.

    Luego aterrizó sobre el techo.

    Mi cuerpo golpeó el cemento, el metal y el cristal dentro del retorcido agujero donde había estado el parabrisas y todo se detuvo.

    Me pitaban los oídos en el silencio.

    Traté de rodar sobre el crugiente cristal debajo de mí. Arthur estaba cabeza abajo colgando de su cinturón de seguridad. La sangre manaba de su piel en cortes leves, pero no había heridas graves visibles. Estaba luchando para liberar el cinturón, gritando algo.

    Gritando mi nombre.

    —Hey, - le dije. —Mira. Nos he salvado. - me desmayé.

    [2] NdT: Super Frogger = nombre de un viejo juego de ordenador en el que controlas a una rana gigante que tiene que cruzar una autopista de varios carriles evitando el tráfico.

Capítulo 4

    —Hey, chica. ¿Estás conmigo de verdad esta vez?

    Me debatí débilmente con el paño húmedo que me pasaban por la cara.

    —Iba a ser eso, - balbucé.

    —¿Russell? ¿Ibas a ser qué?

    Me desperté del todo y traté de sentarme. La habitación me dio vueltas de inmediato. Líneas de espacio y tiempo se entrecruzaban mareándome, se retorcían en modos imposibles. No hubo aviso antes de que girara hacia un lado y vomitara toda la comida y, luego, todo el revestimiento del estómago. Al menos así fue como lo sentí.

    —¡Wow! wow, encanto. Túmbate.

    Dejé los ojos cerrados y escuché la voz de Arthur mientras sus manos me guiaban. El olor del mareo llenó el aire.

    —Lo limpiaré. No te muevas durante un rato.

    Le oí empezar a moverse por ahí y traté cautamente de abrir los ojos de nuevo. Todo era aún retorcido y extraño, pero al menos ya no estaba tan mal.

    Vi que estaba metida en un jergón en la esquina de alguna clase de almacén industrial vacío. Arthur acabó lo que estaba haciendo y volvió para inclinarme la cabeza y verter un vaso de agua en mi boca.

    —Despacio, amiga. Tómatelo con calma.

    Di algunos sorbos y luego lo aparté de un empujón. —Status.

    —Te saqué, cogí otro coche, te traje aquí. No vi que nadie nos siguiera.

    «Dios bendiga al pésimo tráfico de LA y los horribles tiempos de respuesta policiales.»

    —¿Dónde estamos?

    —En un escondite. Mío.

    —Espera, ¿desde cuándo tienes tú escondites?

    Yo le había estado dando la lata a Arthur para que mantuviese casas seguras desde hacía años. Me chocó que pudiera haberme hecho caso de verdad. Él tendía a pensar que yo era una paranoica.

    Arthur se aclaró la garganta. —Sólo uno.

    —Gracias a Dios, - resoné. —¿Ves? Te lo dije. Vale la pena estar preparado.

    —Deja de alardear.

    —Lo que tú digas. ¿Qué hay de Halliday?

    —Me puse en contacto con ella. Le dije que se escondiera. Va a ir a casa de su amiga, la Dra. Martínez... dice que está a salvo.

    —Bien.

    «Bueno, a menos que la Dra. Martínez sea la responsable de todo esto.», me recordé a mí misma.

    «Joder.»

    Me apreté las pulsantes sienes con los dedos. La violencia había aumentado demasiado rápido…

    —¿Por qué no mataron a Halliday en primer lugar?

    Arthur retrocedió un poco. —Por lo que dijiste sobre descifrar las matemáticas, tal vez sabían que podrían necesitarla. Además, las autoridades investigarían un homicidio. Deben de haber pensado que la intimidación funcionaría mejor.

    —Y si nos matan, no se conectaría con Halliday pues nadie sabe nada sobre la prueba, porque hay un millar de otras buenas razones por la que la gente nos querría muertos. Matarnos todavía la intimidaría más, - le dije pensando en voz alta.

    Una jugada así podría haberles venido muy bien, si no hubieran fallado en la parte en la que nos mataban.

    —¿Cómo se han enterado que habíamos hablado con ella?

    —No exagero al pensar que la están vigilando. Basta rastrear mi número de licencia para descubrir que soy un DP…

    —Entonces, se imaginaron que podían quitarte de en medio y que ella se mostraría muy reluctante a contratar a nadie más, - concluí.

    Me impulsé para quedar en posición sentada y mi estómago se combó y agitó de nuevo. Tragué con insistencia contra la náusea y casi me ahogo.

    «El estúpido cuerpo y sus estúpidas limitaciones.»

    —Deberíamos ir a recogerla, - le dije.

    —Sólo te estaba esperando. ¿Estás bien?

    No lo estaba, en realidad... cada vez que intentaba meditar sobre una idea coherente, mi cerebro se dispersaba en bucles como si quisiera hacer lo que mi estómago no podía.

    «Contusión, de las muy malas.»

    Un montón de otras cosas querían hacer daño también. Yo las aparté todas y me levanté, ignorando con obstinación el modo en que oscilaba el mundo.

    —Yo siempre estoy bien. Vamos. Hey, ¿tienes un teléfono sin quemar?

    Arthur sacó un desechable de su bolsillo y me lo entregó.

    —Ya he hablado con Inspector. Creo que fui capaz de explicarle lo esencial. Está investigando lo que puede.

    Quizá alguien había dejado huellas electrónicas en los emails de Halliday o algo así. Valía la pena probar.

    —¿Aún quieres examinar su casa como escena del crimen?

    Él vaciló. —Ahora podría ser demasiado peligroso. Pongamos a Sonya a salvo primero, ya pensaremos qué hacer después.

    Había dos coches aparcados dentro del almacén: uno era, presumiblemente, el coche robado que nos había traído aquí (empecé a hacer apuestas mentales sobre si Arthur buscaría a su dueño y se disculparía) y el segundo era un viejo ataúd compacto. Yo avancé hacia la puerta del conductor.

    —Ni lo pienses, - dijo Arthur. —Estás herida.

    —Pero también conduzco mejor que tú.

    Me miró entornando los ojos. —¿Vas a empezar a rechistar?

    «Jesús.»

    Ya me dolía lo suficiente la cabeza sin discutir con él. —Sí y sigo conduciendo mejor que tú. ¿Y si nos intentan echar de la carretera otra vez?

    —¿Y si los polis te ven hablando por teléfono? Este coche no tiene registro. No pueden pararnos.

    Sentí un breve momento de placer ante un Arthur quebrantando la ley. Se le estaba pegando mi paranoia.

    «Excelente.»

    Pero aquello quedó eclipsado por la frustración. —No nos van a parar. Nunca me han parado por eso.

    —¿Quieres correr el riesgo?

    —¿Quieres correr el riesgo de que nos ataquen otra vez?

    Se tensó un músculo en la mandíbula de Arthur. —Pues usa el manos libres, - me dijo dando la vuelta hacia el lado del copiloto.

    —De acuerdo, - gruñí.

    Llamé a Inspector en cuanto descubrí a dónde estaba yo yendo y manejé la vieja tartana por la autovía. Arthur no dejaba de lanzar miradas al velocímetro pero, por una vez, no me dijo que redujese. Probablemente estaba demasiado preocupado por su amiga.

    Inspector atendió a la primera llamada. —¿Arthur?

    —Soy Cas.

    —¡Cas! ¿Estás bien? Arthur me dijo...

    —Estoy bien, - le corté. —¿Te ha dicho Arthur lo que está pasando?

    —Uh, sí. Y Cielo Santo. Estoy comprando oro mientras hablamos.

    —Con suerte no llegará tan lejos. ¿Has encontrado algo?

    —Algo, - me respondió. —Los ordenadores del trabajo y la casa de la profesora eran lamentablemente inseguros... a pesar del hecho de que ella trabaja en criptografía... Impactante, créeme. Me he leído todas sus comunicaciones recientes... - Arthur emitió un ruído incómodo.—¿Eso era Arthur?

    —Sí, sales por el altavoz, - le dije a modo de disculpa.

    —Genial, - dijo Inspector. —Uh. Perdón, Arthur... necesitamos los datos, ¿no?

    —¿Encontraste algo? - dijo Arthur tristemente.

    —¿Aparte de que estoy convencido de que quienquiera que robó sus notas clonó sus discos duros, porque sería tan fácil que, por qué no hacerlo? Sí, lo encontré. Ante todo, la nota que os mostró se la enviaron por email primero, probablemente justo después del robo.

    —Ella no mencionó eso, - le dije.

    —Porque no la vio. Fue directa a su carpeta de spam. Por eso, probablemente, no encontró la nota hasta el día siguiente.

    «Hmm. ¿Cómo sabían los perpetradores que su email había entrado en spam? Quizá habían dejado un software espía en su ordenador. No parecía probable que tuvieran que volver a allanar su oficina a menos que supieran que era necesario.»

    —Otra cosa, ¿sabéis del email que le envió a su amigo de la NSA? - continuó Inspector. —El motivo del email no fue que a ella la habían robado. Le empezó a hablar sobre la prueba hace algunas semanas, mucho antes del robo. Supongo que ella tenía en mente empezar a consultar con él las posibilidades de la NSA después de que acabara la prueba, pero quizá quisiera repasar el resultado durante un tiempo antes de presentarla. El asunto es que es una grande y bella coincidencia.

    —¿El qué? - le dije.

    —El momento, - dijo Arthur. —¿Crees que la NSA le robó la prueba?

    —Creo que la NSA probablemente está escuchando esta conversación, pero no creo que intenten echaros de la carretera con equipo militar, - dijo Inspector. —No. Yo creo que otra persona leyó ese email y sacó la conclusión correcta. Ella no le había hablado a nadie de esta demostración, ¿cierto? Entonces, ¿cómo supieron de ella los ladrones? Por muy atractivas que sean las matemáticas superiores, dudo de que estuvieran espiando al azar matemáticos teóricos por si acaso descubrían algo con aplicaciones.

    —Deberíamos hablar con su amigo de la NSA, - dijo Arthur.

    —¿Y cómo lo hacemos sin delatar a Halliday? - les pregunté.

    —Bien pensado, - dijo Arthur. —Pensaré en ello. Mientras tanto, ¿puedes investigar a fondo a ese amigo? - le preguntó a Inspector.

    —Y averigua quien pudo tener acceso a los emails de Sonya. - añadí yo.

    —Ya estoy en ello.

    —Hey, Inspector, - le dije, —Si tú tuvieras su prueba, ¿cuánto tiempo te llevaría que empezara a funcionar para ti?

    —¿Te refieres al tiempo para codificarla en un algoritmo? - Inspector rumió durante unos segundos. —Oh, jesús. Um… suena a que sería bastante tiempo, incluso si consiguiera entenderla... y también está el asunto de descubrir el mejor modo de ataque... yo diría que unas semanas como poco. Tal vez más.

    —Bien, - le dije.

    —Pero no será tanto, - se contradijo Inspector. —Porque, en serio, ¿qué plan tenemos aquí? Ellos ya tienen los datos. Probablemente han hecho copias digitales de todas sus notas a estas alturas, si es que no comprenden la prueba. Aunque recuperáramos el trabajo original, ni siquiera podríamos estar seguros de haber recuperado el verdadero conocimiento... de hecho, podemos estar casi seguros de que no.

    —A ver, un pasito cada vez, - dijo Arthur. —Descubramos quién la tiene.

    —Bueno, Pilar está de camino hacia aquí. Vamos a tamizar todos los datos al que podamos meterles mano.

    Pilar era la administradora de la oficina de Arthur e Inspector y una condenadamente buena investigadora, aunque ella no se deslizaba a través de los cortafuegos como papel de seda como hacía Inspector.

    —Descubriremos quién está detrás de esto, Arthur. Lo prometo.

    —Hey, - le dije. —Quizá deberíais instalaros en otro sitio. Si han averiguado quién es Arthur, podrían llegar hasta vosotros.

    —Improbable, - dijo Inspector después un suspiro. —No estoy conectado a Arthur digitalmente ni de cualquier otra forma. Mantengo esa vía totalmente limpia.

    —¿Ah sí? - pregunté.

    —Sí. Arthur ya tiene bastante interacciones con, uh, gente insulsa. Quiero decir que la mayoría de la gente que conoce personalmente sabe que trabajo con Arthur, pero cualquiera que pueda hacer la conexión en la dirección opuesta, probablemente, es alguien a quien tendría que sacar de la circulación para estar seguro de evitarla y, a menos que sepamos que hay peligro, creo que lo más importante ahora mismo es que tenga acceso a todo mi equipo. Y dudo que yo fuera la primera prioridad si quisieran… uh…

    —Si quisieran llegar hasta mí, - dijo Arthur pesadamente.

    —Los tengo vigilados, - le aseguró Inspector. —A todos... uh... ya sabes. Estoy rastreando el teléfono de la profesora Sonya también. Ella ha estado portándose bien.

    —Bien. Gracias, - dijo Arthur.

    —Te aseguro que huiré si parece que estamos en peligro. Huir es una excelente y noble opción que vosotros deberíais usar más a menudo. Oh... ha llegado Pilar. ¿Algo más? Si no, nos pondremos a ello.

    —Llámanos si encuentras algo, - le dije.

    —Por supuesto. Lo haré. - él dudó. —Hey. Arthur.

    —¿Sí?

    —No puedo creer que vaya a decir esto, pero este podría un trabajo para las autoridades. Especialmente cuando los malos, probablemente, no van a poder hacer buen uso de la nota de amenaza todavía. Sé que quieres proteger a la profesora y todo eso, pero una agencia como la NSA tiene recursos con los que nosotros sólo podemos soñar y son capaces de colocar salvaguardas en su sitio, al menos en la mayoría de sistemas sensibles del gobierno. Puede que me guste decir que favorezco la anarquía, pero cuando en realidad nos enfrentamos con la expectativa de un desastre económico...

    Arthur cerró los ojos con fuerza. —Lo sé. Lo sé.

    —Probablemente podrían tanto reclutarla como meterla en una celda, ya sabes. Uh, perdón. Supongo que esto no suena alentador.

    —Sonya nunca quiso... - susurró Arthur entre dientes. —Bueno, supongo que eso ahora no supone ninguna diferencia. Tienes razón. Pero dijiste que llevaría semanas para que descifraran sus notas, ¿cierto? Danos veinticuatro horas. Si no podemos contenerlo, yo mismo haré la llamada.

    —Veinticuatro horas, - repitió Inspector. —Entendido. Supongo que es mejor ponerse a crackear, entonces. Pronto os diré algo.

    Inspector colgó. Arthur se pasó una mano por la cara y se apoyó sobre el reposacabezas del asiento.

    —Hey, - le dije. —Cabeza alta. Somos condenadamente listos.

    No respondió durante un tiempo. Luego dijo: —No me gusta. No me gusta nada de esto. Hay gente que ha intentado matarnos... e Inspector y Pilar, estoy preocupado...

    —Tranqui, Pilar tiene un arma, - le dije.

    —¿Qué? - Arthur se giró para encararme, tan rápido que se clavó el cinturón de seguridad. —¿De dónde demonios ha sacado ella...?

    —Yo le di una, - le dije. —¿No te lo dijo? Me suplicó que le enseñase a disparar porque tú te negaste... muchas gracias por apoyarme con eso, por cierto.

    —Yo no me negué, le dije... - se interrumpió con una maldición. —¡Le dije que lo haría!

    —Ya, bueno, a mí me dijo que parecías un poco reluctante al respecto. Tu gerente administrativa tiene que ir armada, Arthur.

    Él maldijo de nuevo. —¡Ese no es el mundo en el que quiero vivir!

    «Que bella hipocresía para un hombre con permiso de armas.»

    —Bueno, cuando termines de arreglar el mundo, me avisas.

    —Al menos dime que le enseñaste a estar a salvo con ella. La disciplina del cañón y el gatillo...

    —Le dije que apuntara el chisme hacia lo que quería ver muerto. - recordé. —Es una chica inteligente. No va a dispararse a ella misma.

    —¡Qué coñ... mierda Russell! ¡Ese no es modo de adiestrar a alguien en las armas de fuego! ¡La seguridad en el manejo ha de ser instintiva!

    —Pues ya puedes empezar a darle clases, - le dije.

    «Excelente..

    Enseñar a Pilar a disparar no había sido tan dolor de muelas como yo había esperado pero, aún así, no iba a dejar escapar la oportunidad de pasarle la obligación a otro.

    —Ahora, ¿me vas a dejar concentrarme en la carretera? - La contusión me estaba confundiendo la vision periférica, pero tampoco es que fuera a admitirlo.

    Hicimos buen tiempo hasta Pasadena. La urbanización de la Dra. Martínez era un moderno y agradable edificio lleno de amplias ventanas y balcones. Yo tenía mi mano bajo mi chaqueta, sobre mi Colt, cuando salimos del coche, sólo por si acaso.

    Arthur sacó su móbil mientras subíamos la escalera. —Mejor será hacerles saber estamos aquí para no sorprenderlas. - llamó. Y escuchó con la preocupación usurpando su expresión. Nadie atendió el teléfono.

    —Quizá su teléfono se quedó sin batería, - le dije. —O, yo qué sé, tal vez se está echando una siesta. - saqué un par de centímetros el Colt de mi cinturón.

    —Quizá, - dijo Arthur, pero se metió el teléfono en el bolsillo y deslizó una mano hacia su pistolera. Subimos hasta lo alto del porche y yo pulsé el timbre.

    Sin respuesta.

    —Mierda, - dijo Arthur suavemente.

    Saqué mi arma, manteniéndola detrás de mi cuerpo, oculta desde la calle . —¿Llevas las ganzúas encima?

    —Cúbreme, - me dijo sacándolas.

    Deslizó las placas y giró el pomo.

    —Detrás de mí, - le dije cuando abrió la puerta. Luego me colé dentro con la mira del arma por delante.

    Arthur se había quedado atrás para que yo pudiera apuntar y para cerrar luego la puerta con cuidado detrás de nosotros con un click. El recibidor conducía a un salón de tono tierra en total desorden. La mesilla del café y varias sillas estaban volcadas, con algunos bordados esparcidos por el suelo y fotografías colgando torcidas. Un juego de estantes había caído hasta quedar inclinado precariamente en el respaldo del sofá. Había libros y papeles desparramados por el mobiliario. El desarreglo no era calamitoso... sólo lo suficiente para contar la historia de una lucha.

    —Oh, - dijo una débil voz.

    Arthur maldijo y pasó a mi lado hacia la cocina sujetando su Glock. Yo le seguí y vi un par de achaparradas piernas extendidas sobre la losa de cerámica, unidas a una mujer abatida contra el refrigerador.

    «Una mujer que no era Sonya Halliday.»

    Era una ancianita con piel color cobre y una cara tan arrugada que me recordó a una nuez. Un gorrillo de pelo cano aún con tiras negras le devolvía algunos años, aunque, en aquel momento, el pelo estaba sucio y mojado, y el paño lleno de hielo que sujetaba contra el primero estaba empapado de rojo intenso.

    —Hey. Tranquila. Deje que la ayude, - dijo Arthur agachándose junto a ella.—Arthur Tresting. Soy un amigo de Sonya.

    —Lo sé, - dijo la mujer. Yo no podía decir si era el dolor o la edad lo que le daba esa voz ronca. —Me dijo que te esperara. Pero no a los otros hombres. Eran cinco. Se la llevaron. No pude impedirlo. - levantó unas enormes gafas de culo de vaso del suelo a su lado y se las colgó sobre la nariz. Le daban la apariencia de un enorme insecto. —La Humanidad es Incompleta, ¿sabes? Incluso más que las matemáticas. A veces nos esforzamos buscando la corrección y nos encontramos a nosotros mismos fuera de los axiomas, independientes, libres para volar en el viento. Luego definimos nuevos axiomas y reconocemos el mal dentro de nosotros. No sé qué camino es mejor. Ella me dijo lo que pasó entre vosotros.

    Arthur se endureció ligeramente, pero no respondió. Estaba examinando cuidadosamente su cabeza herida con el paño húmedo. —No creo que sea demasiado grave. Russell, registra la casa y encuéntrame todo lo que tenga para los primeros auxilios.

    Dos minutos más tarde, yo había despejado todas las habitaciones y comprobado que estaban libres de Sonya Halliday y sus secuestradores. Arthur había instalado a la Dra. Martínez sobre el sofá y estaba vendando la herida superficial de su cabeza. No dejaba de sugerir gentilmente que le permitiera llevarla al hospital o, al menos, avisar a su amiga doctora y comprobara si necesitaba puntos.

    —No necesito puntos. Nos dicen en los hospitales que necesitamos muchas cosas, pero están equivocados.

    Martínez había recogido un bolígrafo y estaba jugueteando con él, pero no del modo en que la mayoría de la gente jugueteaba. Estaba desatornillando las partes y separándolas, luego disponía los pedacitos sobre su regazo en una colección arreglada antes de recogerlos y montarlos de nuevo. Después de lo cual, empezaba todo el proceso desde el principio.

    —Estoy bien. Sonya es la única que necesita ayuda. Me contó que habías aceptado ayudarla. Es culpa mía, ¿sabes?

    —Claro que no, - Arthur intentó tranquilizarla al mismo tiempo que yo decía, —¿Por qué? ¿Le contó a alguien en lo que ella estaba trabajando?

    —¿Yo? No. Pero ella no habría estado trabajando en ello si no hubiera sido por mí. Yo la guié hacia su catástrofe. Hacia el final de las cosas. Todo el camino desde el inicio... yo la recluté, ¿sabes? Me recordaba demasiado a mí misma. Oh. Estoy hablando demasiado. - volvió a atornillar el boli, pulsó el botón para sacar la punta, pulsó para esconderla y luego empezó a desmontarlo otra vez.

    De vez en cuando, su mirada tras las enormes gafas se disparaba hacia a Arthur o a mí, pero nunca el tiempo suficiente para hacer contacto ocular.

    Arthur sacó su teléfono del bolsillo y me lo lanzó. —Haz que Inspector mire las cámaras de seguridad. A ver si puede rastrear quienquiera que la raptó. Dra. Martínez, deje que la vea un doctor, ¿vale? Es más seguro.

    —"Más seguro" es una expresión divertida. No bien definida. Pues lo cierto es que todos moriremos. "Más seguro" no me parece a mi que tenga mucho sentido.

    —No sea idiota, - interrumpí, prestando más atención a aporrear los botones del teléfono que a ella. —Se puede definir mediante la probabilidad de muerte o herida en el momento inmediato o en el futuro cercano.

    «Dios, si había algo que odiaba era la gente que trataba de complicar las matemáticas.»

    Una sonrisa floreció en la cara de la Dra. Martínez. —Tienes razón, por supuesto. - y añadió a Arthur. —Ella tiene razón. - volvió a dirigirse a mí.— Aunque yo discutiría que el grado del significado deviene menos acorde a la distribución de probabilidad según el tiempo que a una le queda. Si una es vieja y cerca de la muerte…

    Me desconecté de ella cuando Inspector atendió y le entregué tan rápidamente como supe un resumen de la situación.

    —Ya estoy buscando, - me dijo de inmediato. —¿Cuánto tiempo hace? ¿Intervalo?

    —Hey. Martínez, - la llamé. —¿Cuánto tiempo hace que entraron? - Ella hizo una pausa como si calculase.—Estime, profesora, - le pedí.

    —No tengo lindes, - me dijo con desamparo. —No, eso es incorrecto. Pero no fueron horas, seguro. Sí, eso es. Y yo estuve aquí fuera cuando se marcharon. Donde me dejaron. Así que, más del tiempo que usé para moverme de aquí hasta la cocina después.

    «Cristo, sálvame de los literalistas.»

    —En algún momento entre diez minutos y hace dos horas, - le traduje al teléfono con una buena ración de sarcasmo. —Pero apuesto a que puedo reducir esa marca.

    Regresé con unas zancadas a la cocina y observé los paños sangrientos llenos de hielo derritiéndose que Arthur había vertido en el lavabo. Entalpía de fusion, el calor probable fluye de la temperatura corporal de Martínez hasta los cubitos de hielo (si es que ella había llegado directa a la cocina después de que los secuestradores se marcharan).

    —Estoy suponiendo que no nos cruzamos con ellos por veinte minutos o media hora.

    —Recibido, - dijo Inspector. —Vale, he encontrado un filón. Cinco hombres. Se han llevado a la profesora Sonya. La conducen a una furgoneta... Dios, menudo cliché. La estoy rastreando. Te llamo ahora.

    —Gracias. - colgué y volví al salón.

    Arthur estaba intentando que una vendada Martínez se sentara, pero ella se movía ausentemente por la habitación recogiendo cosas y colocándolas correctamente.

    —Doc, acaba de abrirse la cabeza...

    —Las cosas materiales no deberían suponer una diferencia, - murmuraba mientras recolocaba sus libros en los estantes. —Una debería ser capaz de aislarse de los estímulos externos. Pero nunca es tan simple, ¿verdad? Entornos sanos para sanar físicamente.

    —No cuando ha recibido una herida hace quince minutos, - dijo Arthur. —Siéntese, Doc. Yo recogeré un poco si es tan importante para usted...

    —Lo pondrás todo mal, - dijo ella serenamente, recuperando algunas tallas de animales de piedra y colocándolas con cuidado delante de los libros. —Mi madre creía que estos me guardarían. Me protegerían. Creo que estaba tanto cierta como equivocada al respecto.

    —Russell, - dijo Arthur con alivio al verme. —¿Qué ha dicho Inspector?

    —Está rastreando la furgoneta. Nos llamará .

    —Bien. Eso está bien. - se giró entre Martínez y yo, frotándose la nuca con una mano.

    Yo, prácticamente, podía verle tratando de ponderar todas las opciones, preguntándose si debíamos llamar a las autoridades, preguntándose si sólo nos retrasarían más.

    Me acerqué un paso y le pasé el móbil quemado. —Llama con este. Te seguiré. Pero soy mejor que un equipo táctico y conmigo no tienes que esperar una orden judicial.

    Él bajó la miraba hacia mí durante un segundo y asintió. —Hey, Doc. - se despejó la garganta. —¿Puede contarnos algo más sobre quien podría saber de la prueba de Sonya? Tampoco es que ella estuviera amistada con criminales. ¿Cómo se filtró esto fuera?

    —Es sencillo espiarnos, ¿sabes? - dijo Martínez, aún concentrada en ordenar sus animales de piedra. —Teléfonos, email. Se puede escribir un programa que escanea las teclas muy fácilmente, me imagino. No es paranoia, sólo son hechos. O los aceptas y vives en el mundo moderno o no.

    Arthur había pasado junto a ella mientras ella hablaba. —Doc. ¿Le falta algún libro? - gesticuló hacia la estantería inferior. Martínez había recogido la mayoría de los libros, pero la estantería del fondo aún estaba vacía, una leve silueta de polvo mostraba donde había estado su contenido.

    —Faltar es una palabra tan mal definida, - dijo Martínez después de una ligera indecisión. —Nada falta si yo digo que no, o todo falta si yo digo que sí. He estado reorganizando.

    —Doc, - dijo Arthur inexorablemente. —Los hombres que se llevaron a Sonya. ¿Se llevaron algo de su trabajo también?

    —No. Excepto dentro de la cabeza de mi amiga. - apretó con sus palmas los libros recolocados y su voz tembló. —Las matemáticas me hacen un dios. Yo comprendo los secretos del universo. Pero no pude detenerles.

    No podía decir que no supiera cómo se sentía.

Capítulo 5

    —Arthur, - dije. —Llama.

    Su cara se tensó durante un buen rato, luego asintió y se acercó al teléfono del apartamento. Descolgó el inalámbrico y se giró para ponerlo en las manos de Martinez. Ella miró el aparato muy desconcertada, como si no supiera qué hacer con él.

    —Llame a la policía, - dijo Arthur. —Cuénteles lo ocurrido. Dígales que estuve aquí y que me marché. ¿Has tocado algo? - añadió hacia mí.

    Hice memoria.—No.

    —No diga nada de ella, ¿de acuerdo? - le dijo Arthur a Martinez señalándome. —Diga que vine solo, que vine a ayudarla y que ahora estoy investigándolo por mi cuenta también. Si me quedo, querrán hacerme preguntas, retenerme aquí, y no hay nada que yo pueda contarles que usted no sepa. - Apretó la mandíbula y oí lo que no estaba diciendo... que necesitaba estar ahí fuera buscando a los secuestradores de Halliday y no perdiendo el tiempo con la policía durante horas, respondiendo a un interrogatorio. —Lo capta, ¿profesora?

    —La policía raramente cuida con empeño los mejores intereses de los ciudadanos, - divagó Martinez. —Contradictorio, ¿no es cierto? Aunque prefiero pensar que se ven a sí mismos como cuidadores de los intereses del Estado. Las metas del colectivo no son siempre las metas de una persona dentro del mismo. Y la competencia a menudo se predica con el deseo.

    —Ya, bueno, pero tendrán deseo en este caso, ¿verdad? - dijo Arthur impacientemente. —Querrán la prueba lo suficiente como para ayudar a encontrar a Sonya.

    —Su seguridad es sólo un axioma, - dijo Martinez. —Es sorprendente lo confusas que puede hacer las cosas.

    —No es confuso, - dijo Arthur. —No es confuso en absoluto. Sonya está en peligro, profesora. Haga la maldita llamada.

    Ella toqueteó el teléfono. —No me gusta hablar con la gente.

    Sospeché en ese instante que Arthur estaba mostrando un soberbio autocontrol por no soltar una ristra de blasfemias delante de una ancianita.

    —Pero lo haré, - dijo Martinez. —Lo hago por Sonya. Por Sonya. Por su seguridad.

    —Sí, - dijo Arthur, inhalando profundamente. —Sí.

    Me indicó que le siguiera y dio zancadas hacia la puerta, ya pulsando la pantalla de su móbil. —Martinez está a punto de llamar a la policía, - le dijo a Inspector mientras bajábamos la escalera. —Asegúrate de que lo hace, por favor. - escuchó durante un momento y luego miró atrás hacia mí. —Te está borrando de la grabación de seguridad de aquí fuera.

    «Dios bendiga a Inspector y a sus muchos talentos.»

    —Nos pondremos en contacto cuando llame Martinez y haremos planes, - le dijo Arthur al teléfono y colgó mientras entrábamos en el coche.

    —¿Crees que no va a llamar? - le pregunté.

    Arthur dudó. —No estoy seguro.

    —¿Sospechas que está implicada en esto?

    —Creo que es más probable que tenga una perspectiva diferente de la mayoría de la gente. ¿Una mujer de su edad montando una escena en la que se golpea en la cabeza? No me cuadra.

    —Quizá el plan le salió mal, - le dije cerrando la puerta y ajustándome el estúpido cinturón para apaciguar a Arthur.

    —Quizá, - dijo Arthur, —pero mi instinto me dice que se preocupa de veras por Sonya. Recuerdo que ella era más que una asesora. Era la mentora de Sonya. Y parece que eso no ha cambiado. Son casi familia, puedes verlo.

    Yo no podía verlo, pero las interacciones humanas no eran muy fuerte precisamente. —¿Adónde ahora, entonces?

    —Bueno, después de lo de esta mañana, primero averigüemos si tenemos una pista y... espera.

    Me congelé, la llave se suspendía junto a la ignición.

    —Los asientos están diferentes, - dijo Arthur. —No pises los pedales, pero dime si tengo razón.

    Estiré el pie junto al pedal del freno. Tenía razón. El asiento se había movido hacia atrás casi dos centímetros.

    —Bueno, mierda, - le dije.

    Arthur levantó el brazo y clavó una llave en el portaespejo retrovisor para desmontarlo. Sacó el espejo entero y cayó entre sus pies. Lo empujó con el lateral de una bota para poder tener una vista bajo su propio asiento.

    —Estoy limpio.

    Muy despacio y con cuidado, se inclinó frente al salpicadero y metió la cabeza entre mis pies para poder ver debajo del mío.

    —Sip. Coche bomba.

    —Genial, - le dije. —¿Cómo está instalada?

    Lo último que necesitaba era quedarme ahí atrapada hasta que llegara la policía. Y aún menos... bueno, reventar por control remoto. Eso probablemente sería peor.

    Arthur hurgó en su chaqueta para sacar un linternita y la encendió con un clic.

    —No soy un experto, pero esto me parece un detonador de inclinación, - me dijo tras un momento. —Al menos son los más comunes hoy en día.

    —¿Qué es un detonador de inclinación? - yo tampoco era una experta, aunque había desmontado alguna bomba que otra en mis tiempos, guiada por las matemáticas. Esos chimes tenían una lógica, después de todo.

    —Mercurio en un tubo. El coche pilla un bache y... buum.

    —¿Y cómo salgo? - le dije.—¿Con cuidado?

    —Russell, - dijo Arthur, asomando la cabeza para mirarme seriamente a los ojos. —No soy un experto. Podría haber un sensor de presión que no consigo ver. La policía viene de camino... ellos pueden llamar a los artificieros.

    Traté de decidir si la experiencia en explosivos valía la pena el riesgo de mezclarme con la poli.

    —Russell, - dijo Arthur como si me leyera el pensamiento.

    —Hazle una foto para verlo, - le dije.

    —No voy a...

    —Que le hagas una foto o salgo ahora mismo.

    Yo no estaba segura de que fuera a salir, pero Arthur no lo sabía. Maldijo en voz baja mientras sacaba su teléfono y se agachaba con extremo cuidado.

    «Es estupendo tener a un amigo capaz de acercar la cara a una bomba por ti.», reflexioné.

    El flash se disparó dos veces. Arthur se levantó y me entregó el teléfono. La maraña de cables en la oscuridad de los bajos de mi asiento no parecía demasiado complicada en realidad. Dejé que mis sentidos se relajaran en su lógica.

    «Si A, entonces B. Si no B, entonces no A...»

    —No hay peligro, - le dije.

    —Russell, esto no merece que arriesgues tu vida. No puedes estar segur...

    —Estoy lo bastante segura, - le dije. —Pero sal del coche y aléjate un poco… - entorné los ojos mirando la carga explosiva.

    «No es grande, justo la suficiente para reventar el coche, con igual probabilidad de explosión secundaria del tanque de gasolina.»

    —A unos diez metros de distancia.

    «Más vale prevenir.»

    —Russell... - empezó Arthur, reluctante.

    —Sal, - le dije poniendo la mano en la maneta de la puerta del coche. Me maldijo de nuevo y se movió hacia la puerta abierta para deslizarse fuera del coche. Trotó por la calle con la cabeza oscilando a un lado y otro de la carretera... probablemente para asegurarse de que no había nadie cerca.

    Respiré hondo y empujé la maneta de la puerta hasta que hizo clic y la liberé.

    Nada ocurrió.

    Abrí la puerta despacio. Saqué un pie sobre el borde y lo apoyé en el mismo pavimento. Luego, en vez de transferir mi peso poco a poco (sólo en caso de que me hubiera equivocado sobre la ausencia de un sensor de presión), me levanté fuera del coche toda de una vez, rápida y limpiamente, sin mover nada. Luego salté sobre la acera con una zambullida que pasó de una voltereta a una carrera. Alcancé a Arthur al otro lado de la calle, jadeando.

    —Eres una idiota, - me dijo, su voz tembló un poco.

    —De grado superior, - le respondí mirando a mi alrededor en busca de una piedra. —Aunque los dos lo somos. Sabíamos que intentaban matarnos. Nos merecíamos que nos reventaran con esto.

    —Yo pensé que habrían dejado a alguien para seguirnos, - dijo Arthur, con aspereza en la voz. —Aunque sabía que no se arriesgarían a aparecer con armas, pues no podían saber si llamaríamos a la policía. Pero no pensé en un coche bomba.

    «Vale. así que la única idiota era yo. Maldición.»

    No me gustaba que Arthur me hiciera sentir estúpida. No era capaz de hacerlo a menudo, pero sí más a menudo que la mayoría de la gente.

    Arthur sacó el teléfono. —Tengo que informar a las autoridades de que hay una bomba en esta calle. Creo que será mejor que me quede y hable con ellos después de todo. Asegurarme de que no pasan niños ni nadie.

    —Oh, pero yo no tenía pensado dejar un artefacto activo, - le dije.

    —Me alegra que pienses así, pero intentar desactivarlo es demasiado peligroso. Hasta los técnicos experimentados usan robots si pueden. Los polis...

    —¿Quién ha dicho nada de intentar desactivarlo? - dije recogiendo una piedra suave del decorativo paisaje que rodeaba un árbol ornamental. Era pequeña, pero pequeña incluso podría ser mejor en este caso. —Tápate los oídos.

    —¡Russell... ! - gritó Arthur y luego tuvo que agacharse y llevarse las manos a la cabeza cuando yo lancé la piedra.

    La lancé con efecto Magnus, un impulso en línea recta hacia la puerta abierta del coche que le daba un perfecto ángulo de reflexión para rebotar en el suelo bajo el asiento y aplastar el tubo de mercurio.

    La bola de fuego fue decepcionante.

    Solo engulló el coche dentro del chasis, sin prender el tanque de gasolina. Una bonita explosión contenida. El lanzagranadas de antes me hizo pensar que aquellos tipos tendían al exceso, pero quizá no. Talvez sólo era que sabían de explosivos. La granada había resultado mucho más poderosa de lo que yo esperaba, recordé.

    «Mierda.»

    Aún así, al menos ahora no tenía que preocuparme por las huellas que había dejado ahí.

    Tiré a Arthur del brazo. —Vamos. La poli está llegando, ¿recuerdas?

    Me lanzó una mirada de odio y caminamos deprisa calle abajo.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    —Creí haber oído que haríamos las cosas a mi modo, - me dijo Arthur cuando estuvimos sentados en otro coche robado, alejándonos de la escena por la carrera.

    No habíamos oído sirenas detrás de nosotros, pero estaba segura que aunque Martinez no hubiera hecho esa llamada, a estas alturas yo la había hecho por ella.

    —Correcto. Perdón. - le dije. —¿Ahora qué?

    Como agua de mayo, el teléfono de Arthur zumbó.

    —¿Sí? - dijo él poniéndolo en manos libres.

    —Hemos visto la explosión, - dijo la voz de Inspector, no del todo tranquila. —¿De qué mierda van esos tipos...?

    —Inspector, - dijo Arthur.

    Él se despejó la garganta. —La poli acaba de llegar. Y los artificieros.

    —Bien, - dijo Arthur. —¿Qué más has conseguido para nosotros?

    —¿No quieres decir nada sobre el hecho de que acabamos de ver en la grabación de una cámara urbana cómo casi os hacen volar hasta el otro barrio? Esa gente es...

    —Hemos rastreado al amigo de la NSA de la profesora Halliday, - interrumpió la voz de Pilar, como si ella pudiera presentir la creciente impaciencia de Arthur. —Su nombre es Dr. Xiaohu Zhang. Tiene un doctorado en Berkeley y todo el buen crédito. Creo que él y la profesora Halliday se conocen desde entonces. Y él ha estado trabajando como matemático para la NSA durante casi veinte años. Hasta donde sabemos, es un buen tipo. No hay nada irregular en sus cuentas bancarias, Tiene una esposa y tres hijos, es voluntario en el plantado de árboles y entrenador infantil de béisbol de la Little League… en general el típico papá todo americano.

    —Que trabaja para una organización espía del gobierno que tiene demasiado poder y demasiado pocos descuidos, - añadió Inspector malhumoradamente.

    —Lo que estoy intentando decir es que no pensamos que esté implicado, - dijo Pilar. —Arthur, si quieres... creo que es una persona a la que podrías acudir en busca de ayuda.

    Yo me quejé con una mueca. —Aun cuando Zhang sea un tío legal, no va a ser él quien lleve el mando. Sus jefes van a quitárselo de las manos.

    —¿Puedo señalar que ya habéis llamado a la policía? - dijo Inspector. —La NSA se va a implicar tarde o temprano y os recuerdo que es probable que queramos que se impliquen... y sin la poli local retrasándoles, si es posible. Vamos a tener muchos más recursos para encontrar a la profesora Sonya que el Dpto. de Polícia de Pasadena y, además, ¿olvidáis que hay un posible apocalipsis económico? Robaron la prueba antes de que entráramos en escena siquiera, y no hay modo de meter ese genio de vuelta a la botella.

    Arthur exhaló. —Ahora mismo, la seguridad de Sonya es mi única preocupación... pero tienes razón, mejor que tenga problemas con los federales que resulte herida.

    —Si alguna vez tienes que venir a rescatarme, no asumas esas prioridades, - le dije.

    Arthur me lanzó una mirada siniestra. —Esto es lo que haremos. No puedo correr el mínimo riesgo. ¿Dónde está Zhang ahora? ¿En el trabajo?

    —No, se ha tomado el día libre hoy, - dijo Pilar. —Está de acompañante en el viaje de clase de su hija a los pozos de alquitrán en Rancho La Brea.

    —Aún mejor. Pilar, ve tú a hablar con él.

    Ella dudó. —Vale.

    —Lo harás bien, - dijo Arthur. —Sólo sé honesta sobre lo que está pasando. Inspector tiene razón, tenemos que poner toda la carne en el asador aquí, ya no tiene sentido andarse por las ramas. Hasta puedes decirle que voy de camino pero que te envio a ti primero. Deja a Russell y a Inspector fuera de esto... los quiero libres, no quiero que venga el gobierno llamando a la puerta. Dile que sólo estoy yo. Pero no escondas nada más, ¿entendido?

    —Entendido, - dijo Pilar.

    —Yo voy a investigar esto un poco más antes de separarnos y reunírme con los federales. Inspector, ¿tienes algo más?

    —El SUV que intentó mataros ha sido confiscado por la policía, - dijo Inspector.

    Arthur asintió. —Tiraré de algunos hilos, le echaré un vistazo.

    —Mientras haces eso, - añadió Inspector.—¿puedo quedarme con Cas? Me vendría bien su ayuda para el rastreo de la furgoneta. La extrapolación es lo suyo,

    —Hecho, - dijo Arthur.

    Me pregunté si había oído una señal de alivio en su voz por no tener que discutir mis diferencias de método durante un tiempo y luego me pregunté si estaba siendo paranoica.

    Había sido él quien me había pedido ayuda en esto, ¿no?

    «Como último recurso. Porque no había nadie que supiera bastantes matemáticas. No porque que me quisiera en el trabajo con él.»

    —Vas a enviar a Pilar al cubil del león. Lo sabes, ¿verdad? - la acusación se vertió sólidamente cuando Arthur colgó.

    No fue aquello lo que quise decir.

    —Si la NSA cree que está implicada o si sencillamente cree que esconde algo, podrían enterrarla.

    Se frotó la cara con la mano y no respondió. Algo horrible me presionó para seguir hablando.

    —A Inspector también. No va a poder borrar suficientes conexiones contigo como para ocultársela a la NSA. Los estás dejando a ambos vulnerables.

    —¿Qué quieres de mí, Russell? en vez de replicarme con un estallido, su tono fue tranquilo. Desesperado. —No sé qué es lo correcto. No sé lo que hacer.

    «Joder.»

    Medité en silencio durante unos minutos, odiándome a mí misma.

    —Tengo una moto cerca de aquí en uno de mis escondites, - le dije finalmente. Una oferta de paz. —Por si no quieres robar otro coche.

    —¿Qué? Sí. - habló como si su mente estuviera a un millón de kilómetros de distancia.—Bien. Cógela. Yo no tengo permiso de moto.

    —Vale.

    Yo tampoco lo tenía, pero es que tampoco tenía ningún permiso real de conducir.

    —Sólo rezo para que los de la NSA sean los buenos en esto, - murmuró Arthur. —Creo que lo son pero he visto demasiada corrupción para... aunque no tengo elección.

    Yo no estaba de acuerdo, pero apreté los labios. Él no quería mi opinión.

    —Espero que la Dr. Martinez esté bien, - murmuró. —Va a pensar que estamos muertos. Que nos alcanzó la bomba.

    El non sequitur me espoleó. —Igual que los tipos malos. Por eso lo hice.

    —Y para mantener la calle segura, - añadió ausentemente.

    Él siempre tenía una buena opinión de mí que daba por cierta pero, en aquel preciso momento, quise tumbarlo de un puñetazo por ello.

    En vez de eso, simplemente, no le corregí.

Capítulo 6

    Me separé de Arthur y salí como un cohete con mi moto deportiva hacia Van Nuys, un barrio en el Valle ligeramente menos glamuroso, donde las personas que no eran estrellas de cine no se podían permitir vivir. Aparqué la motocicleta a algunas manzanas de distancia de la casa de Inspector y me infiltré hasta su bloque y por su patio de atrás, solo en caso de que ya hubiera ojos vigilándole. Tampoco es que sirviera de algo si los hombres de negro hacían una visita.

    «Jodida NSA.»

    El cúmulo informático y puesto de trabajo de Inspector era un garaje reformado que él llamaba con afecto La Guarida. Empujé la puerta de entrada lateral para encontrar una agitada actividad. El espacio ya estaba atestado con montones de torres de ordenador y monitores cubriendo las paredes por todos lados, y en el pequeño espacio del medio estaba Inspector vagando en su silla de ruedas de un lado a otro y lanzando tablets informáticas a Pilar mientras trataba de contarle cosas que ella obviamente ya sabía.

    —Y asegúrate de que...

    —¡Ya lo sé! - le interrumpió Pilar.

    —Y si dicen...

    —¡Ya lo sé! ¡Ya lo he entendido! - metió las tablets en un maletín. —Hola, Cas. - me saludó con una amplia sonrisa.

    Pilar era perpetuamente amistosa, una joven con curvas perpetuamente enérgetica, y atractiva y cálida y exactamente el tipo de persona que la mayoría de gente querría tener cerca. En otras palabras, lo opuesto que yo.

    —Patea unos culos por nosotros con los federales, - le dije. —Has hecho el equipaje, ¿no?

    Su oscura piel se ruborizó un poco y echó mano hacia la espalda autoconscientemente. —Sí. La noto rara. Um, ¿crees que tendré que...?

    —Mejor estar preparada, - le dije. —Y recuerda, en un tiroteo, la persona que vive es la persona que está más dispuesta a apretar el gatillo.

    Pilar arrugó la cara como si acabara de chupar un limón.

    Inspector se aclaró la garganta y habló. —¿Puedo decir sólo... que eso no me suena al enfoque más... uh, cuerdo para el uso seguro de armas?

    —Los que se niegan a aprender a usar armas de fuego no tienen permiso para hablar, - dije cruzando los brazos.

    —Por última vez, las armas no son mi... - empezó él.

    —¿No tenías que ir a alguna parte? - le dije a Pilar en voz más alta que el molesto cacareo de Inspector.

    —Sí, uh... sí, tengo que irme. Estaré bien, - añadió en la dirección de Inspector. —Que tengáis buena suerte vosotros, ¿vale? - me lanzó otra sonrisa, no tan grande como la anterior, y se escurrió entre mi y la puerta al salir.

    Inspector reordenó sus variadas tablets y portátiles a su paso, luego se agarró al gran escritorio y acercó su silla hasta un monitor de pantalla grande.

    —Por última vez, no creo en las armas, ¿vale? - era una discusión que habíamos tenido durante meses. —Fin de la historia.

    —Ya verás lo rápido que crees el día que alguien te dispare, - le dije. —¿Dónde estamos?

    Rodó los ojos y empezó a aporrear un teclado mientras hablaba. Delgaducho e hiperactivo, Inspector rivalizaba en energía con Pilar, aunque la suya era de una variedad más maníaca y espeluznante.

    —Tienes ahí un puesto de trabajo, - me dijo señalando a un monitor que acababa de encenderse solo. —A ver si puedes seguirle el rastro a la furgoneta, yo quiero seguir con el reconocimiento facial de los matones. De momento no ha salido nada útil, pero aún tengo un montón de locales que probar.

    —No sé cómo funcionan tus programas, - le gruñí dejándome caer en la silla que Pilar había dejado vacía.

    —¿En serio? ¿En serio? Tú, con el superpoderoso cerebro matemático que puede descubrir la abstracción detrás de un programa indocumentado en una noche, ¿no puedes manejar los cálculos via una interfaz gráfica de usuario? Deja de llorar y hazlo. - me señaló otro monitor. —Avanza y restringe la propagación. Esto es para Arthur, recuerda.

    Tenía razón, maldición... ya tendría tiempo más tarde de ser borde. Me dije a mí misma que debía de tratarse de los vestigios de la conmoción que aún me hacían gruñona. Me froté los ojos y eché un vistazo a la configuración del programa. Tuve una sensación matemática al instante, el cálculo de objetos en movimiento, la red de cámaras y demás vigilancia que él podía hackear, el algoritmo de búsqueda siempre expansiva y, sí... la propagación restringida. Trasteé con ello durante unos cuarenta segundos, añadiendo diferentes valores y estrechando empíricamente su heurística hasta casi tocar los límites.

    —Se puede hacer mucho mejor, - dije. —Más rápido para los datos más probables. Si lo haces probabílistico...

    —Por eso te quería aquí, - me interrumpió. —Hazlo y ya está. Cuando todo haya terminado me puedes ayudar a reprogramar la búsqueda. Te pagaré en tequila.

    Empezamos a trabajar. Inspector estaba hecho un manojo de nervios, dando golpecitos con un lápiz contra el monitor de lo que fuera que estaba trabajando cuando sus dedos no se movían sobre el teclado a un kilómetro por minuto, y comprobando su teléfono cada cinco minutos.

    —Arthur tiene tu número, - le dije. —Y Pilar ni siquiera ha llegado allí todavía.

    —Lo sé pero, ¿y si...? - suspiró y se quitó las gafas. Las lanzó junto al teclado por la frustración y volvió a teclear.

    Yo no tenía ni idea de qué quería de mí. Igual que Arthur. Seguí trabajando, mezclando comprobaciones manuales de los mapas de la zona y consultando datos escogidos alegremente de los algoritmos del programa para añadir a mis cálculos.

    —Arthur ha perdido a un montón de gente, - dijo Inspector de pronto algunos minutos más tarde. —Que me condenen si voy a dejar que pierda a una persona más, ¿vale?

    —No he dicho nada, - dije mordiendo las palabras. —Estoy ayudando, ¿o no?

    —Lo sé. Lo sé. Perdona.

    Aunque Arthur tampoco había pensado que yo iba apuntarme a esto. Seguramente sólo se había visto obligado a llamarme porque estaba dispuesto a ir al infierno y volver por aquella mujer. Dispuesto a probarlo todo. Incluso a mí.

    —¿Qué hay entre él y Halliday, por cierto? - gruñí.

    —¿Qué quieres decir? - preguntó Inspector. —Él haría lo mismo por ti o por Pilar o... o por cualquiera próximo a él. Ya lo sabes.

    Yo dudaba sinceramente de la parte sobre mí. Me froté los ojos de nuevo y me reapliqué a mí misma con el ordenador, odiando a todo el mundo. Aún me zumbaba la cabeza.

    Inspector dejó de teclear durante un momento y se reclinó en la silla. —Fueron mejores amigos desde los cinco años, ¿vale? Hasta, uh, algunos años atrás. Han pasado juntos por muchas cosas de niños. Al menos, como yo lo entiendo.

    —Oh, mejores amigos, - dije con desprecio. —¿Ahora lo llaman así?

    —¿Qué edad tienes, trece años? - se burló Inspector y volvió a su teclado. —Sé que soy la última persona que esperas que diga esto, pero el sexo no lo es todo. Me sorprendería mucho que hubiera habido algo entre ellos.

    Yo nunca había oído hablar sobre Sonya Halliday antes de la noche anterior y aquí estaba Inspector contándome toda la historia de su vida. Todos sabían lo que estaba pasando aquí, antes de que Arthur me hubiera destinado para la boba comprensión computacional, y ni siquiera se había fiado de que yo estuviera de acuerdo con ello. Empecé a pulsar con fuerza el teclado.

    —Hey, - dijo Inspector. —Este podría ser el momento más inapropriado para preguntarlo pero, ¿estas bien?

    Yo seguí apuñalando el teclado. —Bien. Sólo es una conmoción.

    —No me refiero ahora, aunque me alegra oír que "conmoción" se incluye en tu definición de bien. Me refiero en general. Hasta hoy, llevo semanas sin verte. Has estado ignorando todos mis mensajes...

    Intenté quitarle importancia. —Estaba con un trabajo.

    —Uno, eso nunca te ha impedido burlarte de mí por SMS antes y dos, no, no estabas con un trabajo, al menos no todo el tiempo. Lo comprobé.

    —¿Me has estado espiando? - añadí a las palabras un poco de justo enfado, aunque yo ya me había imaginado que lo había estado haciendo.

    —¡Por supuesto que sí! ¡Quería asegurarme de que no estabas muerta! ¿Por qué ya no te pasas por aquí a tomarte unos tequilas? Hay una nueva temporada de Expediente X suplicándonos que hagamos juegos de bebida con ella.

    —No me apetecía tener compañía, - dije aún concentrada en mi pantalla.

    O tal vez estaba harta de intentar vivir con sus estándares y los de Arthur, harta de esforzarme tanto por convertirme en el ser humano que veían en mí.

    Harta de fracasar.

    —Lo entiendo, - dijo Inspector ausentemente. —Es que pareces... lo sé, lo sé, contusión. Pero… sabes que si necesitas cualquier cosa, que yo... es decir, que puedes…¿vale?

    Me salvé de tener que responder a eso, gracias a Dios, al tocarme el premio gordo.

    —Hey. He encontrado la furgoneta.

    Inspector estaba en mi hombro de inmediato. —¿Dónde?

    Como no sabía hacer ninguna clase de elegante enfatizado informático, tracé un tosco círculo con el dedo sobre el monitor, ignorando las escrupulosas muecas de Inspector. No le gustaba que tocaran sus pantallas.

    —Desapareció dentro de esta zona hace casi una hora y no ha salido.

    —¿Estás segura? ¿No es posible que pudiera haber...? - le lancé una de mis miradas y cerró el pico.—Vale, lo capto, estás segura. Dos posibildades, entonces: su base está en la zona o han cambiado de vehículo. ¿Puedes revisar la grabación de seguridad de la frontera de tu zona y... no importa, ya lo haré yo, - dijo apresuradamente a mi mirada en blanco.

    Empezó a pulsar teclas. —¿Sabes?, podrías aprender estas cosas en tres segundos si te importara media mierda.

    No respondí.

    Inspector y yo bebíamos juntos viendo malas películas regularmente antes de que yo empezara a evitarle. Era estúpido pensar que ya no lo vería nunca más si no le necesitara para la parte de chatarra informática.

    «Estúpido.»

    —No es sencillo, pero podemos crear una lista de vehículos probables que han cruzado la frontera, - dijo Inspector ausente, concentrado en la pantalla. —La mayoría de los coches que salen dentro del margen adecuado estarán registrados a personas estadísticamente improbables de estar implicadas, especialmente cuando robar un coche seguramente les pondría bajo el radar de la policía más rápida y conspicuamente. Aunque no creo que eso funcione... Apuesto a que no es una coincidencia que hayan parado fuera de la vista de las cámaras de seguridad. Estos tipos son buenos escondiéndose.

    —Claro, no hay nada tan discreto como perseguirnos a mí y a Arthur con un lanzagranadas, - le dije.

    —Puedes pensar eso, pero te aseguro que llevo toda la mañana intentado rastrear ese SUV sin éxito. Es como si hubiera salido de la nada. Espero que al menos Arthur pueda conseguirme un Número de Identificación de Vehículo parcial. No, puede que les vaya lo dramático, pero de la forma en que desaparecen... - sus manos se congelaron sobre el teclado.

    —¿Qué? - dije.

    Inspector se giró sin responder hacia otra de sus máquinas y empezó a teclear muy rápido.

    —¿Qué pasa?

    —Creo... - sus dedos redujeron el ritmo. —Creo que sé de quién se trata.

    —¿Qué? ¿A qué te refieres? ¿Has encontrado a quien se llevó a Halliday?

    —Bueno, no puedo encontrarles. Pero creo que sería capaz de hacerlo si no los hubieran borrado del mapa.

    —Hey. - chasqueé mis dedos hacia él. —Habla con sentido.

    —Creo que es Lancero.

    —¿Qué es eso?

    —Un hácker de sombrero negro. Uno bastante infame. Mucho de lo que he intentado rastrear ha sido borrado y me acabo de dar cuenta de que... es exactamente su estilo. El modo en que ha desaparecido la información es como una sombra. Su sombra.

    —Espera un segundo, - le dije. —¿Significa eso que alguien podría rastrearme a partir de unos datos que has borrado? Porque entonces no me hace sentir terriblemente segura...

    —Oh, te reto a que averigües algo sobre ti. Vamos, Cas. Soy el mejor. Y quienquiera que... - se interrumpió con una tos. —Es diferente. Este tipo deja huellas.

    «Pero el tipo se sentía seguro de haber borrado todo su rastro. Exactamente igual que Inspector. Y con los ojos espía de la NSA vueltos hacia nosotros ahora mismo…», mis ideas manaban.

    —Tampoco es que pueda saber que lo hizo él, - continuó Inspector. —Es más como... que puedo saber que faltan cosas y el trabajo tiene la marca registrada de Lancero. Pero claro, sólo estoy suponiendo. Si Lancero no es una de las personas que la raptó, entonces o está próximo a los que lo hicieron o trabaja para ellos

    Supuse que no había nada que pudiera hacer respecto a mi propia huella digital de todos modos.

    «Jodida era de la información.»

    —¿De qué nos sirve eso?

    —Para rastrearle. No hasta su ubicación, es demasiado bueno, sino hasta sus actividades, buscando su sombra, por así decirlo. Puedo descubrir qué está haciendo.

    —Ya sabemos qué está haciendo, - le dije. —¡Está creando el código para el algoritmo de la prueba de Halliday y luego va a robar al mundo sin que nadie se entere.

    «Mierda.»

    Habíamos asumido que la programación llevaría un tiempo, pero estos hombres ya tenía la mitad de la ecuación: un experto informático que podía hacer el trabajo.

    —Pero al menos tenemos algo, - discutió Inspector. —Quizá podamos… no sé, ¿sacarle con un cebo?

    La idea me apareció plenamente formada... algo que les daría una lección tanto a Arthur como a la NSA, que me permitiría resolver toda esta catástrofe de una vez por todas.

    —No, - le dije. —No le sacamos con cebo. Nos metemos con un cebo.

    —¿Uh? ¿Te refieres a que quieres, qué... atraparle y usarle como intercambio?

    —No. Aunque le echáramos el guante, esos tipos no cambiarían a la profesora por él. Es prescindible. Pueden encontrar a otro informático.

    —¡Hey!

    —Sabes que es cierto. Halliday es la única persona que realmente necesitan. A menos que Lancero sea el que está al mando, nunca aceptarían el cambio.

    Inspector se reclinó y cruzó los brazos. —De acuerdo, me parece que tienes una idea. Vamos a oírla.

    —No se trata de hacer que suelten a Halliday. Se trata de que hacer que me secuestren a mí.

    —¿Qué?

    —Hay que convencerles de que ella no puede hacerlo sola. Que yo escribí parte de la prueba. Da igual qué parte. Tienes que soltar pistas electrónicas que les lleve a pensar eso. - ignoré el filo de inconsideración que describía mi cerebro. El plan era perfecto. —Funcionará. Puedo infiltrarme.

    —Claro que puedes. ¡No se trata de eso!

    —¿De qué se trata, entonces?

    —Que... que vas a ofrecerte como cebo a la gente que casi os mata a ti a Arthur esta misma mañana, dos veces. Y esos tipos ya han secuestrado a una persona. ¿Y qué te hace pensar que querrían mantenerte con vida una vez que hubieran terminado contigo? ¡Esta idea es malísima!

    —Vanga ya, ¿es que no me conoces? - le dije.

    —¿Qué...? Yo no...

    —Nadie puede encerrarme en una caja. Me atrapan, me llevan junto a Halliday, nos saco a las dos. Pan comido.

    —No. No, no, no, no, no. No pretendo dudar de tu francamente imposible conjunto de habilidades aquí, pero ni siquiera tú puedes escapar en un segundo una vez que te encierren en una celda. Has admitido antes que hay muchos modos en los que esta idea puede salir mal. Para empezar, ¿y si te convertirmos en un señuelo y te matan en lugar de secuestrarte? ¿Y si matan a la profesora Sonya porque piensan que ya no la necesitan porque te tienen a ti? ¿Y si...?

    —Tranquilo, les retendremos con las matemáticas hasta que yo pueda idear una vía de escape, - le dije. —Y puedes soltar las pistas electrónicas para que piensen que aún necesitan a la profesora. Tengo total fe en ti.

    Se quejó. —¡No estoy a favor de esta idea!

    —Terco, - dije.

    —Maldita sea. ¿Dónde está Arthur? ¿Dónde está Pilar? ¿Donde está la cordura? ¿Por qué estoy constantemente rodeado de gente que quiere arrojar su vida como los mátires? No voy a ayudarte a convert...

    —¡No intento ser una mártir! - insistí. No se trataba de autosacrificio, se trataba de ganar. —¡Tú eres el que dice que lo hacemos por Arthur! - se quedó sin palabras con eso.—Podrían estar torturando a Halliday mientras discutimos y este es el mejor plan que tenemos. - me levanté de la silla. —Empieza a colocar las pistas para ese Lancero.

    —¿Adónde vas? - preguntó Inspector infelizmente.

    —Voy a encontrar la furgoneta. No es una zona de búsqueda tan grande... una vez que llegué allí, no debería llevarme mucho tiempo.

    Era una buena idea y tal vez fuera capaz de seguir la pista hasta su base y entrar directamente para rescatar a Halliday. Además, ya no quería quedarme en la Guarida por si la NSA decidía hacer una visita... probablemente Pilar ya había encontrado a Zhang a estas alturas.

    —Vamos a rescatar a la profesora de un modo u otro. - le dije.

    «Y Arthur me dará las malditas gracias.»

Capítulo 7

    Viajé en la motocicleta camino al Este hacia los arrabales de LA.

    Tenía un camino euleriano planificado en mi cabeza para la zona de búsqueda. Tracé una espiral por las polvorientas calles mirando a todas partes, buscando cualquier señal de la furgoneta. A un cuarto del camino, localicé el blanco vehículo sin ventanas abandonado al fondo del aparcamiento de un local de comida rápida, vigilado por un atroz letrero de hamburguesas con llamativos dibujos de cómic. Aparqué junto a la furgoneta, forcé la puerta y salí conduciendo con ella. Escudriñé por las esquinas hasta que encontré una zona de carretera vacía bajo un paso elevado donde me podía tomar mi tiempo sin peligro de parecer sospechosa a los viandantes curiosos. Tras aparcar, me puse a trabajar.

    Maldije a Arthur entre dientes por separarnos. Yo no era ni de cerca tan buena como él examinando escenas del crimen.

    Recogí un puñado de fina tierra del bordillo de la carretera y la extendí sobre varias superficies dentro de la furgoneta, soplando suavemente en busca de huellas dactilares que pudiera fotografiar y enviarle a Inspector (había recogido un teléfono desechable propio), pero los tipos malos habían sido cuidadosos. La furgoneta estaba limpia y sólo acabé cubriendo de tierra mi problema. Miré los neumáticos, pero nada reconocible en los dibujos me decía algo. Las matemáticas podrían servir para muchas cosas, pero no me daban la pericia de observación de Arthur. Supuse que podía hacer fotos, en caso de que Arthur o Inspector pudieran encontrar algo útil en ellas más tarde. Puse el teléfono en mi mano sintiendo lástima por haber llegado a un punto muerto. Quizá debía conducir la furgoneta hasta la Guarida como prueba.

    Rompió el silencio un chirrido de neumáticos sobre el pavimento contra las paredes de cemento del paso elevado y me escondí detrás de la furgoneta justo cuando tres SUV negros derrapaban doblando la esquina. Al principio pensé que la NSA iba de caza y que también había seguido la furgoneta hasta aquí. Luego, el fuego de las armas automáticas rasgó el aire, fragmentando mi audición, y las ventanas de la cabina de la furgoneta estallaron en una cacofonía de trozos de vidrio.

    «Cielo Santo. ¡Han seguido el rastro de su propia furgoneta!»

    Me agaché junto al neumático, trazando las trayectorias en mi cabeza y asegurándome de que el bloque del motor estaba alineado entre las armas y yo. Ya tenía el Colt en la mano. Me quedaban ocho balas antes de recargar.

    «¿Cuántos hombres son?»

    Con tres SUV, al menos serían seis tipos y posiblemente más, como doce o dieciocho.

    Escuché con atención el tiroteo... cinco personas disparaban en ese momento, pero no significaba que no hubiera más.

    «A la porra.»

    Conté de treinta a cero, me asomé mientras recargaban y disparé al primer humano con el que se cruzó mi arma. El tipo aún estaba sentado en el asiento del conductor del SUV. Una pistola rugió justo cuando yo apreté el gatillo y una línea de fuego me perforó con fuerza el hombro como una lanza. Me sentó en la acera del empujón. Una bala me había rozado la piel entre el hombro y el cuello por el lado derecho. Unos centímetros más y me hubiera alcanzado la yugular.

    «Mierda.«

    Bueno, al menos me había cargado a uno y había echado un vistazo. Ocho personas como mínimo y quizá más que no había podido ver.

    Hubo una pequeña pausa. Luego un cóctel Molotov golpeó la tierra a mi derecha. Mi vista lo registró un instante antes de que aterrizara y me puse de pie de un salto en una fracción de segundo. Abrí la puerta de pasajeros delantera de la furgoneta y pivoté entrando en el vehículo. Una explosion impactó contra mi escudo improvisado y el metal me empujó como si quisiera aplastarme. Mi cabeza rebotó y asomó por fuera de la furgoneta. Me tembló la visión y no podía oir.

    Había perdido el arma.

    «¡Qué demonios, los cócteles Molotov no explotan!»

    Excepto aquel.

    Mi audición iba y venía entre zumbidos apagados y mal sintonizados. Gritos. Puertas cerrándose. Botas aplastando la terra.

    Me moví hacia la puerta que me había protegido, su parte exterior estaba ardiendo como buena parte del pavimento donde yo acababa de estar sentada junto al capó. Una especie de napalm o similar cubría cada superficie con grumos llameantes que se extendían espectacularmente por todo el lateral del paso elevado. El calor me chamuscaba la piel y me oprimía los pulmones con cada respiración como si alguien me estuviera cociendo al vapor.

    Alguna parte de mi cabeza registró que aquello debía de ser su propio modelo de arma incendiaria modificada, una buena bombita para ayudar a rociar el napalm por todas partes. Mil veces más letal que un cóctel Molotov normal.

    «Genial.»

    Un tartamudeo de fuego automático rasgó la furgoneta de nuevo y me agaché a cubierto bajo una lluvia de cristales. No podían verme... ¿sabían que aún estaba viva?

    Un leve clic.

    No estaba segura de cómo lo había oído, (todo sonido estaba amortiguado todavía y me pitaban los oídos), pero mi cerebro lo supo de inmedio: un mechero.

    Otra botella llameante surcó el aire hacia el techo de la furgoneta. El mundo se detuvo para mostrar el movimiento parabólico del proyectil. La botella fue cayendo sin parar de dar vueltas, la llama en el trapo empapado ardía mientras la azotaba el viento a su paso.

    Yo giré el brazo en círculo y lo saqué por la ventana justo debajo de la bomba como si mi brazo fuese un maldito palo de golf. La alcancé con la palma de la mano y la seguí con infinita suavidad para desviarla con creciente velocidad hasta dejarla volar hacia el otro lado de la furgoneta. La resistencia de la botella estimaba que rebotara sobre mi cabeza con deceleraciones máximas porque lo único que no quería de ningún modo era que la botella se rompiera en mi mano.

    Sentía la transferencia de momento resonar por mi brazo mientras me abrasaba la llama y, de pronto, la botella estaba volando por donde había venido. Exactamente del modo en que había venido.

    El mundo se aceleró de nuevo. Mi manga se había incendiado. La aplasté contra mi cuerpo para sofocarla mientras me agachaba.

    Las matemáticas de la caída libre me decían exactamente en qué lugar golpearía el suelo la botella. Una altura igual a cero permite despejar el tiempo.

    No oí romperse la botella porque la explosión fue demasiado sonora. La furgoneta se balanceó como si la hubiera pateado un gigante, el metal se combó y se rasgó cuando la onda expansiva pasó de largo. Mi audición quedó en completo silencio durante un instante antes de regresar con un pitido. Los gritos llenaban el aire, gritos de hombres empapados en grumos ardientes de napalm, hombres siendo devorados por quemaduras de tercer grado.

    El otro lado de la furgoneta seguía ardiendo. El napalm había pringado todo el metal. Las llamas encendieron lo que quedaba de la ventana del lado del conductor y subieron en hambrientas espirales sobre el techo de la furgoneta.

    Me dejé caer al suelo y tanteé a rastras hasta que encontré mi Colt. El aplastante calor me oprimía, me mareaba y me ahogaba. Las moléculas de aire me quemaban la tráquea. Mis enemigos se debatían entre el caos, gritando y retorciéndose. Rodé bajo la furgoneta... la estrecha banda de tierra visible frente a mí estaba llena de sangre y fuego y espasmódicos miembros que encogían ennegrecidos mientras ardian. Algunos de los hombres habían escapado a la carnicería y aún se mantenían en pie. Les disparé a todos en las piernas y no les disparé para herir. Disparé a las arterias. Los pies se separaron y los cuerpos colapsaron sobre ellos. La sangre brotaba junto a algunos disparos tentativos de arma de fuego. Los cuerpos golpearon el asfalto y las armas cayeron mudas sobre la tierra.

    Otras personas gritaban. Era difícil ver nada entre las llamas. Resultaba complicado respirar. Las bocanadas de aire seguían ahogándome. Había contado seis cuerpos ardientes en el suelo y tres más abatidos con el Colt. Eso hacían nueve, más el que había matado en el SUV hacían diez.

    «¿Han enviado más de doce?»

    Quizá ya me los había cargado a todos. Su quedaba alguno, probablemente estarían tratando de contener en vano las hemorragias de sus amigos o estarían ardiendo hasta la muerte… O habrían puesto la mira en la furgoneta, preparados para abatirme de un disparo en cuando me mostrara.

    Traté de pensar sintiendo el cerebro cocinándose en mi cráneo. Me picaban y lloraban los ojos. Parpadeé varias veces para despejarlos.

    «Opciones», pensé, pero, ¿qué opciones tenía?

    Sólo un cuarto del negro panel de la furgoneta estaba intacto. Rodé en esa dirección y salí de debajo, luego me escabullí hacia la puerta de atrás quitándome la chaqueta mientras lo hacía. Metí la mano del arma debajo, como el mástil de una tienda de campaña, y asomé el arma tapada con la chaqueta por la parte de atrás de la furgoneta.

    Nuevos disparos me ensordecieron y retiré el brazo por el golpe que había rasgado la tela de mi Colt. Había un agujero en ella.

    «Un agujero.»

    Habían disparado catorce tiros en dos segundos con aquellos dichosos rifles automáticos y sólo habían acertado una vez.

    «Los idiotas y sus armas automáticas.»

    Yo no tenía tiempo para esto: ya no estaba detrás del bloque del motor, este calor me estaba deshaciendo y si aquellos tipos se volvían locos, una de las balas atravesaría eventualmente la furgoneta y me alcanzaría. Pero tampoco necesitaba tiempo porque el tiroteo había indicado sus ubicaciones. Tenía una única posibilidad entre catorce de que me arrancaran la mano de un disparo, dependiendo de lo rápido que apretara el gatillo. Trece de catorce a mi favor. Esa era una apuesta bastante buena.

    Cerré mis llorosos ojos, dibujé las trayectorias en mi cabeza y saqué el Colt de nuevo, esta vez con el cañón apuntado sin la cubierta de la chaqueta. Mi dedo apretó el gatillo dos veces. El segundo tipo disparó una salva de cuatro balas. Luego oí dos golpes sordos.

    «Mejor de lo que esperaba.»

    Tomé una bocanada de asfixiante aire y me apoyé en el lateral de la furgoneta.

    «Tienes que moverte», no dejaba de decirme a mí misma. «Tienes que moverte.»

    Me alejé con un impulso hacia un ángulo que aún me mantenía oculta de los SUV y de la majoría de los hombres que me había cargado. Sólo por si había más. Llegué corriendo al muro de cemento del paso elevado y me agaché jadeando. El cemento estaba frío. Me apreté contra él. Me zumbaba la cabeza (o quizá fueran los oídos, o una combinación de los dos) y me moví de nuevo.

    Me concentré.

    Tengo una percepción muy sintonizada con mi propio cuerpo, lo bastante sincronizada con las matemáticas para cargarme a unos cuantos ceporros, pero también es terriblemente conveniente para las heridas. Por supuesto, eso asumiendo que pueda concentrarme. Me llevó unos minutos, pero lo resolví. Trauma auditivo y otra contusión.

    «Fantástico.»

    Y estaba sufriendo daño térmico por el calor, mi sistema me disparaba una docena de señales leves. Pulmones. Piel. Ojos. Tráquea. Se me revolvió el estómago como respuesta, como si pensara que pudiera vomitar todo lo que iba mal. También sangraba la parte superior del hombro, aunque no era grave.

    Apreté mi agujereada chaqueta contra la herida y me concentré en respirar. Sentía punzadas al inhalar, el aire me arañaba la tráquea como si quisiera cortarme dentro y sacarlo fuera. Ah, y me dolía mucho la mano izquierda.

    «Abrasada. Algún trauma dérmico. Debido al fuego, claro.»

    Mantuve los ojos abiertos y los oídos atentos (hice lo mejor que pude entre las lágrimas y el pitido), pero la calle estaba en calma y, aparte del suave crepitar de las llamas que seguían ardiendo, no oía nada.

    «Bien.»

    No me apetecía investigar hasta que me hubiera librado por fin de los caballeros a los que había disparado en las piernas hacía ya bastante tiempo para desangrarse. Aún había riesgo de que uno de ellos tuviera la suficiente fuerza para apretar un gatillo.

    «¿Por qué tentar al destino?»

    Eché mano al bolsillo en busca de un cargador nuevo y recargué mi Colt. El metal era pesado. Mis dedos tropezaron antes de conseguir ajustar la nueva munición con un clic. Desde allí podía ver los a dos de los últimos hombres que había disparado. Los cuerpos seguían inmóbiles sobre un brillante charco rojo a su alrededor, sus rifles caídos sobre sus pechos.

    «AK-47. Baratos y fiables como un cóctel Molotov.»

    Me pregunté lo que habían metido en las botellas para añadir la explosión. Era un buen truco. Pero claro, a ellos no les había funcionado muy bien.

    Esperé unos minutos más de la cuenta. Me decía a mí misma que valía la pena prevenir, pero lo cierto es que ponerme en pie parecía un poco difícil en ese momento. Por fin me impulsé en la pared para levantarme y avancé cautamente con el cañón del Colt por delante hasta rodear la parte trasera de la furgoneta.

    La carnicería era macabra incluso para mis estándares. Los cuerpos alcanzados por el napalm se habían ennegrecido en un caos humano. La mayoría aún estaba ardiendo. El olor en el aire me ahogaba. A su alrededor, la zona entre la furgoneta y los SUV se había tornado una río de sangre carmesí reluciendo a la luz bajo el paso elevado. Uno de los hombres al que había disparado en la pierna había improvisado un torniquete. No había funcionado. Otro al que había disparado se había prendido fuego después de caer. No podía saber si había muerto antes de que sucediera.

    Me mantuve a distancia de la masacre. Uno de los hombres se movía. Resultaba difícil creer que aún siguiera vivo. Su tronco inferior estaba ennegrecido y pequeñas llamas aún sobresalían de la masa. Le disparé en la cabeza cuando pasé. Era lo más piadoso que había hecho en todo el día.

    La mitad de la furgoneta aún estaba en llamas, como lo estaba el SUV más cercano. El vehículo junto a él tenía una tela de araña de agujeros de 0.45 pulgadas en el parabrisas y el conductor estaba caído sobre el volante con su propio diseño en rojo. Era el primer hombre al que había disparado. El tercer SUV estaba detrás de los otros dos y había escapado más o menos intacto. Pensé en registrar los otros dos vehículos, pero no me había ido muy bien con la furgoneta e incluso siendo el lugar tan aislado como era, habíamos hecho un montón de ruido. La poli podría estar en camino. Ya me había entretenido demasiado tiempo allí.

    Deslicé mi Colt por mi cinturón a la espalda, entré en el tercer SUV y me alejé conduciendo.

Capítulo 8

    Los malechores (quienquiera que fuesen) habían colocado un rastreador en su propia furgoneta.

    Seguramente también podían encontrar el SUV en el que yo estaba. Me paré a unas cinco calles de una ruinosa zona residencial y robé una tartana oxidada aparcada frente a una casa cuyo césped era demasiado largo y que tenía ladrillos de cemento dispersos por el patio. Luego llegué a la autovía, me salté tres salidas, paré en una zona de grandes almacenes y pillé un discreto Honda. Estaba muy lejos del mismo LA y de cualquiera de mis escondites. Me detuve en una farmacia y compré gasas, antisépticos y algunas otras provisiones de primeros auxilios usando el auto servicio para no tener responder preguntas de ningún cajero. Luego volví al Honda, me senté en el asiento del conductor y me curé yo misma, poniendo una venda sobre la herida de mi hombro y envolviendo la mano quemada.

    La quemadura era un poco incómoda, medio dolorosa y medio insensible, con una sensación punzante por debajo.

    Me la quité de la cabeza.

    Había recogido un teléfono nuevo un junto las provisiones médicas. El que tenía se me había caído en alguna parte durante la refriega y me había olvidado de buscarlo.

    «Idiota.»

    Envié a Arthur un texto con los nuevos dígitos y luego llamé a Inspector mientras apretaba la gasa de la mano. Puse el móbil en manos libres y corté la cinta adhesiva con los dientes mientras esperaba que atendiera.

    —¿Hola?

    —Soy Cas.

    —Supongo por el nuevo número de teléfono que algo no ha salido según lo planeado. ¿Qué ha pasado?

    —Emboscada, - le dije.

    —Dios. ¿Estás bien?

    —Claro, - le dije con voz ronca. —Aunque dejé la calle en llamas. ¿Saben algo los polis?

    —Que has dejado la calle... ¿qué...?

    —Hey, no fue culpa mía, - me defendí. —Llevaban napalm. O algo como napalm. ¿Ha avisado alguien ya?

    —Comprobando, - me dijo. —Oh, Arthur estaría orgulloso, tú llamando a las autoridades. En esta época del año, LA es un juego de construcción de madera. No es mala idea.

    Eso no era lo que yo había querido decir, pero no le corregí. —Está justo al Norte de la 263, en la salida de Sunset.

    —Lo encontré. Sí, tenemos a los bomberos. Y la policía y… - las últimas palabras fueron perdiendo fuerza.

    —¿Qué?

    —Por lo que veo, los polis están siendo remplazados por alguien. No puedo ver quién.

    —¿La NSA?

    —No lo sé. ¿Quién te ha atacado? ¿Quién eran esos tipos?

    —Los mismos que nos sacaron a Arthur y a mí de la carretera, estoy segura, - le dije.

    Acabé mi rudimentaria cura de primeros auxilios, me recliné en el asiento y flexioné la mano contra el vendaje. Doloroso, pero tenía espacio para completar todo el movimiento.

    —¿Has conseguido sus fotografías? ¿Alguna matrícula?, me preguntó.

    Joder, ni siquiera se me había ocurrido hacer eso. Como siempre le decía Arthur, yo era una detective de mierda.

    —No pasa nada, - dijo Inspector al ver que no le respondía. —Puedo sacar cosas de los registros policiales, aunque pasarán algunas horas antes de que la Unidad de Escena del Crimen llegue al sistema. ¿Puedes creerlo? Pensaría uno que en esta era moderna todo estaría conectado instantáneamente, pero no. - como no dije nada, él me azuzó, —¿Cas? ¿Sigues ahí?

    Yo estaba pensando en el MO de esos tipos. Los AK y los cócteles Molotov eran comunes para el perfil del malo. Pero los cócteles Molotov improvisados para estallar como lo habían hecho era algo más inusual. Y antes nos habían equipado con un coche bomba bastante ingenioso, sin olvidar el lanzagranadas.

    —¿Cas? ¿Estás bien?

    Cerré fuerte los ojos. Sentía la cabeza como un enmarañado ovillo de acero, afilado y punzante, y la náusea aún me atacaba un poco. Estar en medio de una hoguera del tamaño de una calle durante demasiado tiempo, al parecer te dejaba mareada.

    «Quién lo hubiera pensado.»

    —Estoy aquí.

    —¿Por qué no vuelves a la Guarida? Ahora tenemos más datos que investigar. Quizá podamos...

    —No. - me zumbaba el cerebro, tratando de funcionar lo mejor que podía.

    Yo no había llevado la furgoneta muy lejos antes de parar y registrarla… Intenté recordar. Resultaba complicado concentrarse.

    «No más de quince minutos conduciendo, no más de siete registrando la furgoneta antes de que llegaran los SUV. Veintidós minutos. No habrían querido superar el límite de velocidad, no con la ferretería que llevaban encima. Más un par de minutos para percibir que la furgoneta se estaba moviendo y ponerse en marcha. No estarían todos fuera y era improbable que estuvieran esperando a que alguien encontrase la furgoneta, de modo que no había razón para que tuvieran hombres cuidándola.»

    Apostaba a que podía encontrar su escondite.

    —Cas, habla conmigo. ¿Qué piensas?

    —Voy a encontrar su base, - le dije.

    —¿Cómo?

    —Necesito un mapa, - le dije.

    —¿Qué?

    —Un mapa físico de papel. ¿Dónde se compra uno de esos hoy en día?

    —Um, no sé. Si fuese tú, me pasaría por algún local con Internet e imprimiría uno.

    —Tú eres el que está sentado a un ordenador, - le dije con la irritación sangrando en mi voz. —Mira dónde puedo comprar un jodido mapa. De papel.

    —¿Aparte de Amazon?

    —Deja de hacerte el listillo.

    —Vale, vale. - él vaciló. —¿Seguro que estás bien? Te noto, uh, un poquito más cortante de lo normal.

    —Estoy muy bien.

    —Pues de acuerdo. Um, parece que tu mejores apuestas son librerías, agencias de viaje, gasolineras o tiendas 24 horas. Puedo consultar a ver quién tiene alguno. Sí, sí, el antediluviano metódo de las consultas telefónicas... podría destrozar sus inventarios, pero llevaría mucho más trabajo, lo creas o no...

    —Estoy en una farmacia, - le dije. —Miraré aquí primero.

    Silencio.

    —¿Hola? - dije.

    —¿Por qué estás en una farmacia?

    Traté de improvisar una rápida respuesta, pero no podía. Mis pensamientos se restregaban incómodamente unos contra otros.

    —Cas, no estarás herida.

    Salir de la conversación era más fácil que responder. —No, - le dije y colqué.

    La farmacia tenía, en efecto, un bastidor con callejeros locales. Compré uno y volví a mi coche robado para desplegarlo. No sabía cuándo se habían puesto en marcha los malos, pero…

    «Estimación. Probabilidades.»

    Cerré los ojos.

    «¿Por qué insistía todo en ser tan confuso?»

    Radio interior y exterior de búsqueda. Círculos concéntricos de probabilidad decreciente. Todo ajustado a la métrica del acceso por carretera y velocidad, en vez de a la distancia euclídea en línea recta.

    Surgió un anillo irregular en mi cabeza, toscamente centrado en la ubicación donde había sido atacada.

    Examiné el mapa más detenidamente. Desde la dirección por la que habían llegado... no intentaban ocultar nada. Habían intentado matarme. Si hubieran estado viajando al Este por la autovía, habrían llegado desde el otro lado del paso elevado.

    La mitad del círculo desapareció.

    Tenían una flota de al menos cuatro SUV y la furgoneta sin ventanas. Estimé unos 5 metros cuadrados sólo para esos vehículos... que era el tamaño de una casa pequeña. Y seguramente había más. Esos tipos tenían una tonelada de equipo, pero no era de alta gama ni exótico, era barato y efectivo. No iba a ser el enemigo más inusual al que me había enfrentado. No era Dawna Polk con su reluciente precisión militar y decorada base secreta. Ni era Vikash Agarwal con su absurda pistola de rayos y ridículo cubil en la montaña. Estas personas eran más como yo: todo por los negocios. Lo que implicaba que yo estaba buscando un edificio que ya había existido, no un domo metálico que no salía en los mapas en mitad del desierto ni una zona especial subterránea.

    Las partes no habitadas de mi anillo de búsqueda desaparecieron también. Y supe lo que estaba buscando.

    Un gran edificio, probablemente un almacén industrial de alguna clase. No quedaban muchos lugares donde buscar. Hacer un recorrido a través de todos los más probables sólo me llevaría unas cinco horas, dependiendo de lo mal que estuviera el tráfico en hora punta aquí fuera.

    Por supuesto, había un modo más rápido.

    Hice una mueca como una niña con un berrinche y volví a llamar a Inspector.

    Lo cogió al primer tono. —Cas, hey.

    Ignoré el peso de todas las preguntas de preocupación que no me estaba preguntando. —Necesito que compruebes algunos lugares, - le dije. —Estoy buscando algún lugar con mucho espacio... más de cien metros cuadrados... y alejado de ojos curiosos. Mi corazonada es un almacén o polígono industrial en un lugar sin mucho acceso al tráfico. Voy a leerte algunas intersecciones... ¿puedes escanear las fotografías satélite o lo que sea para las áreas circundantes?

    —Hoy en día hasta un mono puede hacer eso, - me dijo con animado sarcasmo. —Ni siquiera requiere habilidad. Dispara.

    —Empieza en la salida 55 hasta Hollins Road. a tres kilómetros de la autovía. ¿Ves algo?

    Hizo una pausa durante un minuto. —Parecen mayormente ranchos.

    «Ranchos. Montones de tierras, poco espacio interior. Sin espacio para flotas de vehículos que alguien quisiera ocultar de viandantes curiosos... o de imágenes satélite, venido al caso.»

    —De acuerdo. Muévete hasta la salida 56.

    Recorrimos así todo mi anillo de búsqueda. En menos de veinte minutos lo habíamos estrechado a tres posibilidades.

    —¿Quieres que pida refuerzos con Arthur o Pilar? - preguntó Inspector. —Si enviaron a una docena de tipos a por ti con napalm...

    —No, - le dije. —Si la NSA intenta entrar al tiempo mismo, vamos a hacer que nos maten a todos. Y soy mejor que ellos.

    Por no mencionar que lo último que quería era que la NSA supiera algo sobre mí. Y no quería tomarme tiempo para esperar a Arthur... al menos, eso es lo me dije a mí misma. —Yo la encontraré.

    —Cas...

    —¿Qué? - la palabra quizá me salió un poco más brusca de lo necesario.

    —No estás sola en esto. Hay gente que te dará apoyo. Lo sabes, ¿verdad?

    —Suenas como Arthur, - le dije sin pensar.

    —¡Pues, por algo será!

    Me detuve por la pasión en su voz. Era cierto que Arthur había estado intentando, durante más de un año, meterme en la cabeza que yo ahora contaba con apoyo. Que podía pedir ayuda a la gente si lo necesitaba y quería. Cuando me lo decía, siempre parecía que era buena idea. En el momento no pensaba en ello ni encontraba una buena razón para ir sola. Después de todo, yo siempre tenía razones muy lógicas para lo que hacía, ¿no?

    «¿No las tenía? Como ahora.»

    Arthur estaba ocupado siguiendo su otra pista y podíamos encontrar a su amiga más rápido si trabajábamos en paralelo. Además, le llevaría años llegar hasta donde yo estaba... No es que yo estuviera siendo quisquillosa, que no lo estaba. Y aunque no estuviera a horas al Este de la ciudad, ¿a quién más podía llamar?

    Conocía a un francotirador de la Mafia que aún afirmaba que me debía el ochenta por ciento de un favor, pero no me fiaba de él más que del valor de un níquel de diez centavos. Ni lo más mínimo, porque su jefa llevaba un año tratando de congelarme el negocio en los bajos fondos.

    Conocía a un falsificador que no me había vendido cuando tuvo la oportunidad, pero aquello no cambiaba el hecho de que era un falsificador, no alguien a quien podía incluir en un tiroteo por mucho que hubiera querido.

    Para ser perfectamente honesta, la única persona de cuyas habilidades verdaderamente me fiaba para vigilarme la espalda había recorrido medio mundo zurrando cabezas de corruptos señores de la guerra y estaba incluso más lejos que Pasadena.

    —Podría llamar a Rio, - le dije, sólo para que Inspector diera un bote en la silla.

    —Si crees que deberías, - dijo Inspector después de un momento, muy rígidamente.

    Casi suelto una carcajada. Él estaba luchando por evitar decir algo sobre lo que pensaba de esa idea. Sospeché que sería una rajada sobre vender tu alma al diablo para matar a una araña... aunque una venenosa.

    —Tal vez debería llamarle, - continué. —Después de todo, estamos hablando del potencial colapso de la economía global. Podría ser bueno contar con toda mano armada disponible.

    Pero aunque los aviones pudiesen volar tan rápido, yo no estaba por la labor de dejar pasar otras veinticuatro horas. Y no estaba inclinada a apartar a Rio del golpeo de cabezas en el que se hubiese comprometido sólo para que llegara y descubriera que no quedaba nada que hacer. Tener mi orgullo no era ser quisquillosa. Y yo era perfectamente capaz de hacer el trabajo para Arthur, sin Rio ni la NSA ni nadie.

    —Mira, estos tipos no tienen nada de especial, - le dije a Inspector. —No son psíquicos ni robots. Ni siquiera son espeluznantes miembros internacionales de operaciones especiales. Sólo son secuestradores criminales del montón con armas automáticas baratas.

    «Vale, y algunos explosivos ingeniosos», pero no le mencioné eso. —Puedo encargarme de ellos, ¿vale?

    —Bueno, - dijo Inspector, la palabra sonó arrastrada y frágil.

    —Te llamaré cuando haya rescatado a Halliday.

    —Bueno. Tú entiendes más de esto.

    No sabía por qué encontraba su preocupación tan irritante.

Capítulo 9

    Llevé el viejo pequeño Honda al primer polígono industrial que Inspector y yo habíamos identificado.

    Era un extenso complejo de almacenes con una red de caminos de entrada entre ellos que conectaban amplias zonas de aparcamiento. A través de la verja de entrada podía ver hileras de cabinas de camiones blancas y hombres con vaqueros y barriga cervecera gritándose unos a otros en los muelles de carga, metiendo y sacando cajones. El lugar era una colmena de actividad. Varios letreros promimentemente colocados indicaban que aquello podría ser una planta de empaquetado de hielo... o quizá gambas. Era difícil saberlo por la imagen del letrero. Inspector había dicho que había investigado a las personas cuyos nombres estaban en el registro de la propiedad que yo estaba comprobando, pero me había advertido que no serviría de mucho si los malechores usaban corporaciones fantasma o simplemente eran ocupas.

    Parecía que aquel no hacía falta investigarlo.

    Conduje hasta la siguiente ubicación. El segundo barrio estaba mucho más vacío. Reduje cuando la carretera se estrechó y disminuyó el tráfico. Los edificios que asomaban más allá de los mugrientos bordillos estaban todos hechos pedazos o entablados. Aquello parecía el lugar que yo elegiría para ocultarme. Apostaba a que la gente que tenía a Halliday pensaba del mismo modo. En esa localización habíamos identificado una gran fábrica abandonada como el lugar de base más probable para nuestros malechores, dado que tenía el espacio y la carencia de tráfico a pie.

    Me acerqué con el coche y me picó la espalda incómodamente cuando llegué al mismo nivel de la fábrica.

    «No es probable que te reconozcan», me recordé a mí misma.

    Después de todo, había matado a todos los que me habían visto. Y no iban a disparar a los conductores que hacían una excursión por las calles circundantes al azar (hacerlo sería una forma demasiado buena de llamar la atención). La fábrica era un racimo de inmensos edificios sin ventanas. Un sólido y alto muro de cemento delineaba los bordillos en los huecos entre las estructuras, evitando la entrada de vándalos desde la calle, pero los mismos edificios eran el volumen de la barrera. Graffiti errático decoraba la pared aquí y allá, pero era viejo e incompleto, como si hasta los artistas graffiti perdieran lo que sea que tenían en cuanto llegaban aquí fuera.

    «Sí. Este lugar era perfecto.»

    La entrada principal tenía una sólida puerta de metal bloqueada con una oxidada cadena y un candado. Pasé delante de ella. Otras dos entradas estaban barricadas de forma similar y tres persianas de metal corrugado parecía que conducían directamente al interior de los edificios o a muelles de carga subterráneos. Si tenían medidas de vigilancia, probablemente estaba en esos puntos (y quizá a lo largo de la pared para ver si alguien saltaba el muro). Esconderse en un enorme complejo abandonado como aquel significaba que probablemente no tendrían todo el lugar conectado a la seguridad.

    «Probablemente.»

    Bueno, sólo había un modo de averiguarlo.

    Di la vuelta al complejo hasta el extremo más alejado de la autovía. Los edificios que lindaban con la calle aquí estaban dilapidados: todos los ladrillos desmoronados y sucios, el hormigón agrietado, hasta el contrachapado de madera estaba desclavado en algunos lugares, las altas ventanas sucias y rotas. Considerando lo enorme del lugar, nuestros malechores casi ciertamente tendrían la base en la parte más solida.

    Yo tenía que entrar por aquí, pero todas las ventanas que daban al exterior se encontraban en la tercera planta en adelante y el estúpido de Arthur me había dicho que me olvidara de la C4 (ignoré tercamente el hecho de que no había querido tomarme la molestia de recogerla de todos modos), pero había otras formas de entrar.

    Hice un cálculo del ruido. Gruesos muros, los niveles de decibelios de los ladrillos explotando y el metal chirriando me indicaban que probablemente me habrían oído donde quiera que estuvieran, pero para que cuando llegaran a comprobar el origen del ruído y se dieran cuenta de lo que había pasado, con suerte yo ya tendría a Halliday. Una vez localizara a la profesora, salir del complejo y robar otro coche (o uno de los SUV de los mismos villanos, si viniera el caso), sería la parte fácil.

    Saqué un cuchillo, abrí el volante del Honda y corté el airbag. Los airbag eran demasiado impredecibles, con demasiadas variables relacionadas. Luego me abroché el cinturón de seguridad y ajusté mi arma para que no quedara en mi espalda, metí marcha atrás y retrocedí con el cochecito. Lo giré trazando un bonito donut cerrado para encarar la pared de ladrillo.

    «La Segunda Ley de Newton.»

    Necesitaba suficiente aceleración contra la pared, multiplicada por la masa del coche, para generar suficiente fuerza. Sustraer a esa cantidad lo que sería absorbida al deformarse el capó (jodidas medidas de seguridad) y revisar la ecuación para despejar la velocidad de impacto necesaria.

    Ah, y comprobar mi propia deceleración contra el cinturón de seguridad para no matarme estampándome contra la pared.

    Tampoco me apasionaba la idea de quebrarme una costilla o dos. Los números cayeron satisfactoriamente, siempre que golpeara con la mínima celeridad necesaria.

    «Sólo unos rasguños.»

    Rasguños que pudiera encajar.

    El coche tenía caja de cambios. Pisé a fondo el embrague y revolucioné el motor esperando a que aumentaran las RPM.

    «Dos mil, tres mil... acercándose al intervalo de potencia...»

    Si la jodía, o me estampaba en una ilesa pared de ladrillo y dejaba el coche en siniestro total sin mayor resultado o entraba demasiado rápido y me enviaba a mí misma al hospital.

    «Quizá Inspector tenía razón sobre lo de pedir apoyo. Bueno, demasiado tarde ahora.»

    Solté el pedal de embrague y el coche saltó hacia adelante como si lo hubiera disparado un cañón. El muro apareció gigantesco en mi vision durante un instante.

    El choque fue ensordecedor.

    El metal chilló como algo vivo y el ladrillo cedió con un estruendo como si se hubiese abierto la tierra, rindiéndose en pedazos al paso del coche y enterrándome con enormes bloques de escombros en una granizada del demonio. El cinturón de seguridad tiró de mí hacia atrás con unas 30G de aceleración, me separó en dos desde la cadera hasta el hombro y aplastó el aire vaciando mis pulmones. El parabrisas reventó en mi cara. Agaché la cabeza y cerré los ojos cuando el cielo cayó sobre el techo del Honda.

    El coche se sacudió en una súbita parada y la avalancha sobre mi cabeza se completó con una ducha de fina grava y polvo.

    Me quité el cinturón de seguridad y me dolió el esternón como si alguien lo hubiese golpeado con una barra de hierro.

    Quizá los rasguños no habían sido tan buena idea.

    La puerta del coche estaba atascada en el derrumbe de bloques de ladrillo y cemento, así que salí subiendo por el parabrisas roto, poniéndome de pie sobre el capó abollado. El metal estaba mellado y doblado, contorsionado en una escultura de acero de puntas afiladas, profundas indentaciones y cubierta de ladrillo roto.

    Salté del capó y mis botas resonaron en el suelo de cemento del amplio espacio abierto.

    El interior del edificio estaba oscuro y vacío bajo un alto techo... y era inmenso, la cavernosa nada se perdía en la oscuridad. Hileras de gigantes pilares de apoyo recorrían el espacio como masivos centinelas congelados en el tiempo.

    Corrí. Mis pisadas eran sonoras sobre el suelo vacío. Me latía el pecho a cada paso y lo sentía como si tuviera un elefante sentado en los pulmones cuando intentaba respirar profundamente.

    «Maldición. Jodido cinturón de seguridad.»

    Con gran fuerza de voluntad, dejé a un lado las heridas. Había sacado el Colt sin pensarlo, antes incluso de haber salido del coche, y lo mantenía preparado mientras me colaba en una entrada lateral del edificio.

    Hora de averiguar dónde se escondían los secuestradores.

    «Si es que estaban de verdad aquí», me recordé a mí misma.

    Me iba a cabrear mucho si el Destino Número Tres resultaba ser el ganador.

    Las sombras se alargaban a medida que se consumía el día, convirtiendo la fábrica abandonada en un extraño juego de muros acechantes y profunda oscuridad. Avancé con amplias zancadas hacia el otro lado del complejo donde los edificios me habían parecido más robustos. Tenía que empezar allí mi red de búsqueda.

    Por supuesto, registrar edificios requería un montón de tiempo y yo era una cabrona impaciente. Además, podría trabajar a mi favor sacudir la colmena un poco más.

    Encontré una derrumbada maraña de chatarra y otros escombros apilados en el hueco de una escalera y saqué algunos trozos de metal y hormigón del tamaño de una mano. Acunando mis proyectiles provisionales en un brazo (hice una mueca al registrar el peso con mi mano y muñeca quemada, pero no había modo de evitarlo), metí el Colt entre mi cinturón y la espalda y me asomé por la esquina de la primera hilera de edificios, manteniéndome pegada a la pared. Aquí dentro del complejo, la mayoría de las ventanas aún tenían cristal y yo había estado atenta a toda pauta de visión posible y a los puntos de ventaja que pudieran contener francotiradores.

    Sopesé un pedazo de ladrillo en mi mano derecha, calculé el arco (distancia X, distancia Y, dos soluciones posibles) y lo lancé.

    El trozo de escombro rompió la ventana de la tercera planta, el tintineo del cristal resonó en vano. Me pegué a la pared, fuera de la vista.

    «Nada. Sin matones con AK, sin napalm.» Rompí la ventana de la segunda planta. Luego una de la planta baja.

    «Aún nada.»

    Continué por la primera hilera de edificios y pasé a la segunda.

    Quizá me había equivocado... quizá no era este el lugar y debería ir a la tercera ubicación. No había visto indicio de seguridad de ningún tipo, ninguna respuesta a mi agitación.

    Lancé una roca a la tercera planta del siguiente edificio y la planta explotó.

    Me escondí doblando la esquina, soltando mis proyectiles de escombro y cubriéndome la cabeza. El estallido acabó con una pesada lluvia de ladrillo y hormigón cayendo sobre la calle y casi a la altura de la tercera planta.

    Me asomé por la esquina para espiar.

    El edificio aún seguía mayormente intacto, pero la tercera planta parecía arrancada de un mordisco por algún monstruo, con sólo una esquina de las paredes aún en pie. El resto había volado por los aires en cascotes y el desastre cubría el pavimento circundante en un derrumbe de bloques cenicientos y encofrado.

    Y nada se movía.

    «¿Qué demonios?»

    ¿Por qué una medida de seguridad haría saltar por los aires su propio edificio? ¿Y por qué no había activado ningún tipo de seguridad activa, a las tropas con AK o con sus mejorados cócteles Molotov…?

    «Ah. Pues porque no estaban aquí.»

    Sopló una brisa y el polvo se posó acariciando mi piel. Quienquiera que estuvo ahí dentro, yo había llegado tarde para verlo. Se habían llevado a Halliday a otro lugar y habían dejado explosivos para cualquiera que intentara investigar lo que habían abandonado. Probablemente se habían marchado con prisa y tal vez planearan volver, pero imaginé que si no podían volver para llevarse el resto de su base, entonces nadie lo haría.

    Por supuesto, no se habían esperado que yo viniera. La seguridad explosiva que habían puesto en la tercera planta ya se había disparado, eso estaba claro, pero no creía que todas sus operaciones hubieran estado ahí arriba. Después de todo, ¿dónde guardaban su flota de vehículos? Tenía que estar en la planta baja y habría mucho equipo que les gustaría tener cerca de su ruta de escape.

    Apostaba a que si hubiera intentado entrar andando por la planta baja, el edificio entero habría saltado por los aires con un efecto dominó, pero empezar en la tercera planta sólo había activado esas medidas de seguridad. Después de todo, ¿por qué iban a pensar que nadie entrara directamente por la tercera planta?

    Que era exactamente lo que yo iba a hacer.

    Me acerqué a la puerta del siguiente edificio. Era más alto y estaba separado cinco metros y medio del otro. Lancé piedras a las ventanas por si acaso, pero no explotó nada. Arranqué de una patada una puerta de metal para entrar en el nuevo edificio y merodeé hasta encontrar una tosca escalera ascendente. La planta superior no tenía en realidad acceso al tejado, pero no dejé que eso me detuviera. Reuní una pila de chatarra, salté encima de ella e irrumpí en el sistema del ventilación del podrido techo. Aquel edificio estaba en terrible estado y no llevó mucho tiempo antes de que los conductos de aire se desplomaran junto a un gran pedazo del techo, regalándome una improvisada vista del cielo. Subí al conducto agarrándome a los bordes del agujero y me abrí camino arañando hasta que salí sobre la techumbre de asfalto. La misma techumbre estaba un poco blanda donde pisaba cuando me puse en pie, pero aguantaba mi peso. Me acerqué deprisa hasta el borde de la azotea.

    La tercera planta abierta por la explosíón estaba mucho más cerca y despejada desde allí. Los mellados bordes de hormigón se movieron hacia atrás como si estuviera observando la explosión a cámara inversa, mostrándome exactamente cómo se habían preparado las cargas. Romper una ventana las había detonado, pero yo había tenido razón al pensar que una explosión en la segunda planta también habría disparado las otras. Los escombros parecían el tercer acto en una cadena Rube Goldberg. Lo que implicaba que la primera y segunda planta también estaban armadas. El edificio en el que habían estado operando tenía una planta cuadrada masiva, una gran caja cuadrada de tres pisos de altura (bueno, inicialmente tres) con cornisas y pintura pelada bajo las ventanas. Completamente discreto y lo suficiente gande para albergar flotas de vehículos y lo que fuese que esa banda pudiese necesitar.

    «Ahora sólo tengo que llegar hasta allí.»

    Tenía que saltar cinco metros y medio entre los edificios y, si era posible, evitar los bordes mellados de pared destruída y la escombrera que se había montado. Por suerte, yo estaba una planta por encima y tenía tiempo de sobra para recorrer volando la distancia X mientras caía. La distancia vertical apenas eran cuatro metros y yo había caído de distancias mucho mayores un montón de veces. Por supuesto, la diferencia de altura implicaba que tenía que encontrar una vía de escape diferente una vez hiciera el salto, pero ya podría resolver eso cuando inspeccionara la demolida estructura más de cerca.

    Caminé a lo largo del borde de la azotea buscando el punto de aterrizaje más suave en medio de los cascotes del edificio de enfrente y me centré en una zona probable del suelo. Lancé algunos pedacitos de techo encima de ella por si aún estaba armada, pero mi área del aterrizaje no mostró evidencia de querer desintegrarme.

    «Bien.»

    Me retiré del borde hasta la mitad de la longitud del techo para darme una carrera inicial. Hice los cálculos finales y empece a correr directa hacia el borde. No podía ver mi punto de aterrizaje mientras corría, sólo cielo azul y púrpura, despejado y vacío, como si estuviera a punto de despegar y volar más allá del fin del mundo.

    Alcancé el final del techo y salté.

    Mis músculos me equilibraron en el aire y volé en una perfecta parábola. Un instante de ingravidez en la cima (mi propia suspensión personal óptima sobre la tierra) y luego descendí acelerando cada vez con mayor velocidad. La ruinosa tercera planta del otro edificio se multiplicó en mi vision hasta devenir el universo entero. Caí exactamente donde había calculado y rodé.

    «Auch.»

    Me quedé sentada durante un minuto. ¿Por qué me había hecho daño?

    «Ah. Claro. El napalm y las hogueras de tamaño urbano y el disparo en el hombro y conducir un coche en colisión intencionada.»

    Tosí.

    «Maldición.»

    Me puse en pie con esfuerzo y miré los alrededores. Ahora que estaba en el edificio parecía más vasto, un amplio bosque de escombro y nubes por paredes. Empecé a abrirme paso por la planta. De vez en cuando veía algo que podría haber sido parte de la base de la banda (algunos papeles sueltos aplastados bajo los bloques de hormigón, un monitor de ordenador roto, una silla de oficina desmembrada), pero mayormente eran restos no identificables. Avancé atenta a cualquier artefacto explosivo que pudiera no haber saltado en el estallido original, pero la tercera planta había tenido una muerte valiente y se había autodestruído por completo.

    Por fin encontré una escalera... bueno, era más una escalera en un tragaluz. Bajé con mucho cuidado. Me hormigueaba la piel cuando transfería el peso de escalón en escalón.

    ¿Y si habían armado toda la segunda planta, en vez de sólo el perímetro como esperaba? ¿Y si empujaba el pedacito incorrecto de muro o pisaba en la zona incorrecta de suelo?

    Llegué abajo sin que nada estallara. Tomé una profunda respiración y lo lamenté de inmediato cuando me dolieron las costillas. Miré a mi alrededor, manteniendo baja mi escala y mis sentidos en alerta. La segunda planta se había preparado como unos barracones. Las literas ocupaban bastantes habitaciones, una encima de otra sin ninguna privacidad. Una ruinosa cocina estaba repleta de cajas de comida precocinada. Yo no creía que la instalación de fontanería funcionase. Un mayor porcentaje de habitaciones resultaron estar vacías. Aquel edificio, al parecer, era demasiado grande incluso para los propósitos de esos tipos. Vagué entre las habitaciones mientras la luz se filtraba por las ventanas pintadas y creaba un extraño juego de sombras. Tanto si las habitaciones habían estado en uso como si no, todas estaban preparadas para explotar. Aunque, por suerte, la disposición era mucho más clara de la que me había temido.

    El cableado reptaba por todo el perímetro exterior acoplando la segunda planta en un circuito cerrado mortal. Lo que parecía explosivo plástico de grado militar estaba pegado en todos los pilares de apoyo. El cable aislante trazaba una tela de araña sobre las ventanas (eso debe de haber sido lo que había tocado la piedra en la tercera planta) y unos felpudos delineaban el espacio de marcha junto a las paredes. Cualquier presión en los felpudos giraban un relé y hacía que detonara todo el circuito, yo estaba segura de eso.

    También vi ahora por qué la tercera planta había volado sin activar las otras: habían armado esta como una trampa de demolición, con las dos primeras plantas activándose primero para empezar la implosión y luego activando los explosivos sobre ellas casi instantáneamente, llevando a la implosión completa del edificio de un lindo modo matemático.

    «Que, en realidad, ni siquiera era necesario.»

    Destruir la primera planta de este modo hubiera provocado el colapso de los niveles superiores de todas formas, de modo que podían haber armado sólo la primera planta y conectado toda brecha en el sistema de seguridad a esa, pero no lo habían hecho así.

    «A alguien le gustaba el exceso.»

    Caminé con cuidado, atenta donde ponía cada pie, aunque habían preparado las cargas para que se pudiera vivir y tabajar ahí dentro. La seguridad letal debió de haberse montado por adelantado, puesto que era demasiado trabajo para hacerlo en un santiamén después haber enviado los SUV a por mí.

    El explosivo plástico era bastante estable para dejarlo a largo plazo.

    Habían montado aquello desde el inicio, como un plan de contingencia y luego lo habían armado antes de salir corriendo.

    Evité los rincones de las habitaciones y comprobé que cada paso aterrizaba en madera despejada en vez de algún chisme que pudiera ocultar una placa de presión. Bajé a la primera planta. Aquí era más obvio que habían salido con urgencia. Los restos esparcidos de una precipitada huída cubrían el suelo (una extraña mochila, un cinturón de munición, mesas volcadas cuando se hubo dado la orden de evacuación. La mitad de la planta baja era una amplia extensión de cemento que habían usado obviamente como garaje. El olor de aceite de motor y goma quemada aún se preservaba en el aire, pero todos los vehículos habían desaparecido. También encontré un puñado de almacenes y una habitación que estaba claro que había sido su arsenal. Habían recogido mucho de su contenido en su huída, pero aún había cajas de munición, pilas de cartuchos y chalecos, y grandes cajas sin etiquetas que probablemente contenían muchas cosas que hacían buum.

    «Podría estar bien saquear algo esto, ya que estoy aquí.»

    Las cargas en la planta baja eran más numerosas que en las otras dos, cada pilar y estructura de apoyo estaba cubierta densamente con plastico y cableado que reptaba por el techo. La secuencia pretendida de explosión seguía representándose en mi mente. Las matemáticas extrapolaban los avances para mí y hacían caer la estructura limpiamente en forma de escombros sobre sus cimientos. Excesivo o no, aquello era una obra de arte.

    Sentí un escalofrío.

    Entre el tal Lancero y los expertos en explosivos, aquellos tipos tenían a ciertas personas muy inteligentes trabajando para ellos.

    «Inteligentes y despiadadas.«

    Habían hecho un trabajo muy meticuloso para asegurarse de que el artístico colapso ocurriera encima de cualquiera que viniera aquí.

    Una gran sala servía como cúmulo informático: montones y montones de máquinas, algunas viejas y cubiertas de polvo, otras parcialmente en pedazos. Una sala más pequeña al fondo parecía funcionar como la oficina del encargado, con algunos ordenadores, un muro de carpetas llenas de papeles y varios armarios archivadores grandes. Una caja fuerte a prueba de incendios yacía atornillada al suelo, su pesada puerta colgaba abierta mostrando un interior vacío. Me senté al escritorio de la oficina, a uno que parecía haber pertenecido al jefe y me incliné para encender un ordenador.

    Ya estaba encendido.

    «Ja.»

    Había esperado que faltara el disco duro y que la máquina estuviera inerte. Pulsé el botón de encendido en el monitor. Apareció un código de programación, blanco sobre pantalla negra. Lo revisé... y luego me puse en pie muy, muy rápido. La gente de aquí no había estado planeando hacer saltar por los aires este lugar sólo cuando viniera alguien. No habían planeado volver si alguien encontraba su base. Ya habían activado la autodestrucción. Los explosivos se dispararían en treinta y seis minutos.

    Y yo no tenía una vía de escape todavía.

    «Joder.»

    No podría evitar que ocurriese. Podía ver las matemáticas del circuito y predecir la física de la explosión, pero no era una experta en bombas. Tenía media hora para despejarme una salida o la implosión enterraría lo que quedaba de mí.

Capítulo 10

    «Despejar una salida.»

    Más sencillo decirlo que hacerlo... no era algo que yo había esperado tener que hacer bajo un límite de tiempo.

    Me concentré en el perímetro y filtré las cargas en patrones en la siguiente conexión de mi cerebro.

    «Circuito cerrrado, bien. Elegante, pero no complicado.»

    Un rápido y sucio modo de asegurarse de que nadie irrumpía allí... rápido y sucio como los cócteles Molotov y los AK, pero activado con la inteligencia y competencia necesarias para armar un edificio entero de ese modo… Empecé a tener una idea de cómo eran esos tipos.

    «Inteligentes pero perezosos.»

    Totalmente minuciosos en ciertos sentidos pero tomando atajos en otros. Dispuestos a trabajar en lo que pensaban que era guay, pero aburridos con las tareas en general. Hambrientos de poder pero revelando su arrogancia desde las sombras.

    Me aclaré las ideas.

    «Circuito cerrrado.»

    Lo que implicaba que, mientras no lo interrumpiera, todo me iría bien.

    «Probablemente.»

    Mantuve mis sentidos en el patrón de conexión, en su progresión lógica, las capas de explosivos me llevaban de regreso al garaje y a las amplias persianas que conducían fuera del edificio. Ahí estaba el punto débil. Habían necesitado sacar los vehículos. El circuito no cruzaba las puertas como lo hacía con las ventanas, sino que fluía sobre el marco... Me concentré en mi visión normal en vez de en mi conciencia matemática y encontré unos sencillos sensores magnéticos. Imanes en la conexión, imanes en la persiana. Si se subía la persiana, el conmutador se dispararía y rompería el circuito.

    «Vale.»

    Podía hacerlo. Lo único que necesitaba era un imán. Bueno, eso era sencillo.

    La electricidad del edificio tenía que estar funcionando si lo estaban los ordenadores, así que disponía de electricidad, y había mucha chatarra dispersa por toda la base. Por no mencionar que probablemente tendrían herramientas y suministros en los almacenes con todo lo que necesitaba.

    Volví corriendo hacia el arsenal y los almacenes junto a él y empecé a excavar a través de cajones y cajas de herramientas.

    Estaba de suerte: no sólo encontré clavos, cable y cinta aislante casi inmediatamente, sino que también encontré una caja de pilas, que me ahorraría el problema de improvisar un limitador para el voltaje del enchufe de la pared.

    «Veintiocho minutos.»

    Empecé a respirar con más tranquilidad. Transporté todo al garaje y lo lancé en una pila junto a una de las persianas. Me senté en el suelo de cemento mientras ovillaba el cable tan rápido como podía. La fatiga me pesaba en los músculos y aún me dolía el pecho y la cabeza por mucho que intentara con esfuerzo ignorarlos. Me picaba la mano izquierda cada vez que tiraba una nueva espira de cable alrededor de un clavo. El vendaje sobre la quemadura estaba manchado de polvo y empezaba a caerse.

    Lo ignoré también.

    Conecté las baterías al clavo envuelto en cable y me levanté. Puede que necesitara hacerlo rápido, pero necesitaba más hacerlo con cuidado. Acuné la batería y la bobina del clavo en la palma de una mano y acerqué mi primer electroimán a uno de los sensores, probando la fuerza del campo muy, muy lentamente.

    No era lo bastante bueno.

    Retiré el cable de las baterías y enrollé en el clavo algunas espiras más antes de sostenerlo en alto de nuevo y ponderar el ligero tirón contra mis dedos.

    Si el imán era demasiado débil, no haría una mierda, pero el diagrama del vector con igual módulo y sentido opuesto, esta vez quedó alineado, diciéndome que estaba listo.

    Sujeté con cinta aislante mi imán sobre el marco en el estrecho espacio entre la conexión del explosivo y la misma puerta, colocando el clavo a modo de cuña junto al sensor. Luego repetí el proceso tres veces más para los otros sensores en la puerta y me eché hacia atrás.

    Había tiempo de sobra: me quedaban más de diecinueve minutos. Mis bobinas asomaban vivamente junto a los imanes de la puerta.

    «Debería poder abrirla ahora.»

    Mientras no hubiera pasado por alto algún sensor o un dispositivo a prueba de fallos.

    Examiné la puerta una vez más deseando poder ver campos eléctricos y magnéticos en vez de sólo tener su pauta concéntrica apareciendo matemáticamente una vez que sentía su fuerza empíricamente...

    «¿Qué demonios? ¿Quién puede ver campos EM?»

    Una carcajada resonó en mi memoria con un toque de malicia, una mestiza chica delgaducha que giraba con arrogancia un voltímetro entre sus dedos...

    «Maldición. Deja de perder el tiempo.»

    Recomprobé la conexión tratando de estimar un cálculo de la probabilidad de que me estuviera olvidando de algo, pero había demasiadas incógnitas.

    «Es inútil.»

    Tenía que intentarlo.

    Puse la mano sobre la cadena. Di una profunda respiración.

    «Probablemente no va a explotar. ¿Probablemente... qué demonios estás haciendo?»

    Por un instante, la peregrina idea pareció como otro fragmento inútil en mi memoria, una voz del pasado intemporal. Pero no. La vasta red de explosivos que me rodeaba de pronto se burló de mi abandono, aplastándome con el peso de lo que yo no sabía, de lo mucho que podría haber pasado por alto, de que el más mínimo error me haría estallar en sangrientos pedazos fundidos con gravilla y hormigón. Los cálculos brutales giraban por mis sentidos extrapolando como estaba a punto de morir.

    Detuve la mano derecha que agarraba los fríos eslabones de la cadena de la puerta. El metal se hacía resbaladizo con el sudor de la palma.

    «¿Este es un trabajo como cualquier otro», me conté a mí misma. «Siempre corro riesgos en los trabajos.»

    «¿Un trabajo? ¿Ni siquiera te pagan y estás a punto de hacerte volar por los aires? Esto es ridículo.»

    Tuve la furtiva sospecha de que la voz tenía razón, pero eso era discutible. Necesitaba un modo de salir de allí y aquel era uno sólido.

    «Probablemente.»

    «Además...», pensé con lástima, «... si me exploto, quizá Arthur se dé cuenta de que debería haberme apreciado.»

    La voz de la precaución (o cordura) en mi cerebro negaba con la cabeza, disgustada.

    Tensé mi agarre en la cadena y, antes de que pudiera pensarlo dos veces, apoyé todo el peso del cuerpo sobre ella y tiré.

    La puerta chirrió en sus raíles con una violencia que me subió los niveles de adrenalina en sangre. Miré mis cuatro pequeños electroimanes para asegurarme de que seguían en su sitio, aunque no habría tenido mucho tiempo para mirar si no lo hubieran estado. Liberé mi húmedo agarre de la cadena y di unos pasos atrás. Una polvorienta brisa entró desde la calle manchando el sudor de mi cara. Sin previo aviso, la urgencia de vomitar se duplicó y mis piernas quisieron derretirse mientras mi mano izquierda empezó a dolerme como una cabrona.

    Al parecer, mi cuerpo sabía lo tonta que era, aunque yo no lo supiera, y no quería nada más que salir andando sin mirar atrás.

    Pero aún tenía unos dieciocho minutos y medio y, joder, la parte peligrosa se había acabado. Tenía mi salida y las baterías no se agotarían antes de que el mismo edificio se pulverizara. No había razón para no aprovechar la oportunidad.

    Me tragué la náusea y volví corriendo al laboratorio informático. Como había esperado, le habían quitado los discos duros a todas las máquinas del fondo de la habitación y no pensaba tocar la que ejecutaba el código de detonación, pero sí volví a la oficina interior. Parecía el lugar donde trabajaba el jefe y cualquier información que pudiera usar probablemente estaría aquí. Mi principal interés era cualquier indicador que me ayudara a averiguar dónde se habían llevado a Halliday. No había visto ninguna pista de su presencia aquí pero, claro, no había tenido oportunidad de registrar cada habitación.

    «Quién sabe, tal vez la habían mantenido en la tercera planta.»

    El primer armario archivador se abrió suavemente (no estaba cerrado con llave y era obvio el porqué), habían sacado el contenido. Ni siquiera quedaban carpetas vacías.

    «Maldición.»

    Había confiado encontrar una lista de corporaciones fantasma o holdings inmobiliarios, pero debería haber sabido que no resultaría tan fácil. Comprobé el resto de los cajones, pero todos estaban vacíos.

    «Catorce minutos.»

    Me giré hacia el banco de carpetas junto a la pared y saqué algunas del estante para abrirlas sobre el escritorio.

    «Mates», comprobé. «¿Qué demonios?»

    Alguien había imprimido resultados de publicaciones matemáticas y los había puesto en las carpetas. Resultaba obvio por qué habían abandonado aquellas: no eran ningún secreto y sería muy sencillo acceder a ellas de nuevo, imprimirlas y ponerlas en otras carpetas.

    Pero, ¿por qué las tenía una banda de malhechores que portaba rifles AK? Habían querido a Halliday. Habían querido su prueba. Pero yo había asumido (y aún asumía) que la querían para hecerse ricos.

    Las matemáticas que yo estaba viendo no servían para eso ni de cerca. Me eran familiares esas demostraciones y muchas de ellas eran lo bastante abstractas para ser insignificantes desde cualquier punto de vista práctico.

    ¿Cuántas personas, incluídas personas inteligentes, elegían documentarse sobre la computabilidad de los subshifts[3] en su tiempo libre? ¿Quiénes eran aquellos tipos?

    Comprobé más carpetas y encontré lo mismo: la oficina interior tenía una pared entera dedicada a los avances en las matemáticas modernas. Seguí curioseando, tratando de encontrar un patrón sobre lo que se había estado estudiando allí, pero los temas de los documentos daban tumbos sin enfoque, tocando subcampos y saltando a otros diferentes. En algunas hojas había notas escritas a lápiz en los márgenes con ideas conectadas, como si el lector estuviera tratando de comprender la demostración, pero la mitad de las anotaciones eran claramente despistes, irrelevantes bosquejos sin comprensión del tema en discusión.

    Dada la extensión de las matemáticas, lo que me asustaba no era que alguien no fuese capaz de entenderlo todo, sino que fuese tan audaz como para intentarlo. Quienquiera que fuese esa persona, había aprendido algunos niveles de matemáticas superiores, pero ahora estaba determinada a jugar y entender cada mínimo detalle del campo tanto si el intento tenía sentido como si no.

    Halliday había hablado sinceramente cuando desdeñó que tal cosa fuese posible siquiera... bueno, excepto para alguien como yo. Y ciertamente eso no estaba funcionando para esta persona de aquí. Lo único que la escritura me decía era que las carpetas eran todas para un individuo: las peculiaridades matemáticas de los enfoques subjetivos y bucles y raras conclusiones del trabajo escrito me decían qué sólo había una mano responsable de todas las notas. Arranqué algunas páginas y me las guardé en el bolsillo, dejando el resto.

    «Poco menos de ocho minutos.»

    Abandoné la oficina y volví al extremo de la planta baja donde aún no había caminado. Yo era extremadamente buena calculando el transcurso del tiempo. No me preocupaba tener que esperar hasta el útimo minuto.

    Recorrí el pasillo y atravesé una serie de amplias puertas dobles a mi izquierda.

    —Dios todopoderoso, - dije en voz alta y me quedé en el sitio.

    Me había tropezado con su laboratorio de explosivos. Una sala entera llena de proyectos y experimentos y marañas de cable y dinamita y Semtex y Dios sabía qué más.

    «Cielo Santo, alguien tiene un hobby.»

    Algunos de esos chismes podían activarse cuando se viniera abajo el edificio. Anoté mentalmente estar muy lejos de allí para darme un margen de error y empecé a salir hacia la puerta.

    Una sombra se movió a mi izquierda. Giré al instante, Colt en mano, y apunté antes de ver quién estaba allí.

    —Alto, - dijo la alta mujer de cara seria que apuntaba su propia pistola directamente a mi centro de masas. —Deja el arma en el suelo y pon las manos sobre la cabeza. Lentamente.

    [3] NdT: subshift = (espacio de desplazamiento) término matemático sin traducción propia en español. La wiki dice que un subshift es un conjunto infinito de elementos que representan la evolución de un sistema discreto. Se considera que un subshift es un sinónimo de un sistema dinámico simbólico.

Capítulo 11

    —Te podría decir lo mismo, - dije igualmente.

    La postura de la mujer al apuntar gritaba "fuerzas del orden", que resultaba ser ambas cosas: bueno y malo. Probablemente no quería matarme pero, por otro lado, seguro que le encantaría meterme en prisión.

    —Agente federal, - dijo ella confirmando mis sospechas. —Arma al suelo ya.

    Al parecer yo tendría que ceder eventualmente, pero aún tenía seis minutos y medio.

    —¿NSA? - me arriesgué.

    «Malditos Pilar y Arthur.»

    —Suelta el arma, - me repitió.

    «Wow, realmente es de ideas fijas.»

    —Suéltala y podremos hablar.

    —Prefiero hablar en este momento, - le dije.

    Ella echó unas rápidas miradas por el laboratorio de explosivos.

    —No soy una de las personas que ha montado todo esto, - le aseguré. —Los he estado siguiendo, igual que tú.

    —Identifícate.

    Debería haberme sentido más suspicaz por su súbita disponibiilidad para charlar, pero lo pasé por alto. —Tú primero.

    —Departamento de Seguridad Homeland. Si estamos del mismo lado, baja el arma.

    «DSH.»

    Yo no estaba muy segura si era mejor o peor que la NSA. No sabía mucho sobre fuerzas del orden federales. Tampoco sabía lo dispuesta que estaría esta tipa a dispararme si no obedecía.

    —No nos conviene disparar aquí dentro de todos modos, - le dije cambiando mi peso para moverme hacia la puerta unos centímetros. —¿Quién sabe lo que podría activarse?

    —He dicho alto. - dejé de moverme. —Eso es un .45, - observó la agente.

    El non sequitur me chocó. —Los diecinueve once lo son, usualmente.

    —Acabo de venir de una escena con doce personas muertas con un .45.

    Técnicamente, yo sólo había matado a siete con el arma, las otras cinco la habían napalmado ellas solas.

    Tragué.

    Como pensaran que yo era la responsable de un homicidio en masa se iban a complicar las cosas…

    Yo apuntaba el arma en una postura a dos manos, pero mi mano izquierda de pronto empezó a ponerse rígida e insensible y de mala leche. La flexioné en la empuñadura tratando de que no resultara demasiado obvio.

    —A mi me pareció más defensa propia, - le dije a la agente para mi sprpresa. —Pero también fue una sensacional desorganización durante una investigación activa. - me humedecí los labios. —Supongo que "perturbación del orden" es lo que te ha conducido aquí.

    Además de la puerta que les había dejado convenientemente abierta. Intenté sentirme molesta conmigo misma por ello, pero si hubieran intentado entrar por otro sitio, yo también estaría muerta.

    —Supongo que aún estarías persiguiendo una carencia de pistas si no fuera por aquello.

    —Y yo supongo que aquello es lo que les ha indicado que debían dejar este sitio como trampa mortal sin salida.

    Lo que decía tenía sentido.

    No me gustó.

    —Bueno, si viste lo que le pasó a esos tipos, ya sabes lo buena que soy. Probablemente quieras apuntar esa cosa hacia otra parte.

    —Si lo hiciera, tú podrías escapar, - me dijo.

    —Suelta el arma lentamente y coloca las manos sobre la cabeza, - dijo una voz masculina detrás de mí.

    «Oh, mierda. Así que por eso me me había entretenido charlando. Tenía un jodido compañero.»

    Empecé a bajar el Colt cuando un clic resonó a través de la habitación, demasiado alto en el quieto espacio lleno de tensión.

    Mi cerebro identificó el sonido antes de que yo hubiera acabado de detectarlo (se conectó de inmediato cierto recuerdo muy remoto: ¡peligro, precaución, alto, estás perdida!) pero la reacción de la agente lo confirmó. Su expresión devino inmóbil y pálida y tensa y apartó de verdad los ojos de mí. Su compañero había pisado algo que iba a hacer bum.

    «Joder.»

    —Patoso, - dije en voz alta.

    —¡Que sueltes el arma! - me gritó la mujer, al parecer incapaz de reaccionar a ambas muertes inminentes: la de su compañero y la mía. —¡Suelta el arma o te acribillo de agujeros! Traeremos artificieros aquí dentro...

    —No hay tiempo, - le dije. —Este sitio va a saltar por los aires justo en menos de cinco minutos.

    —¡Pues detenlo! - gritó la mujer. —Apágalo o te juro que tú tampoco sales de esta!

    —¿Qué? ¡La bomba no es mía! - protesté. —Ya te lo he dicho, yo no voy con estos tipos... ¡la bomba ya estaba armada cuando llegué! - me giré ligeramente para poder ver al compañero.

    Aún apuntaba el arma vagamente en mi dirección, aunque ahora no dejaba de mirarse los pies y el sudor asomaba por toda su cara pálida. Era jóven.

    «Ni siquiera tiene treinta», pensé. «Compañero junior, quizá hasta sea un novato.»

    Y estaba encima de una especie de placa de presión. Examiné la maraña de cables y equipo y material explosivo a sus pies... No estaba segura pero, por lo que sabía, aquello no sólo tenía corriente, sino que respondía con activarse si su infeliz víctima cambiaba su peso. El tipo había tenido suerte. La mayoría de los activadores de suelo no se armaban en el instante en el que pasabas sobre ellos, normalmente detonaban. Menudos artefactos... bueno, todos era muy de Hollywood. Recordé mi transitoria idea de antes, la de que estos malechores tenían "lo guay" como máxima prioridad.

    La agente aún me estaba dando la murga sobre poner las manos encima de la cabeza y teniéndome en la mira de su arma mientras escarbaba para sacar un teléfono móbil.

    —No hay tiempo, - le dije reforzando las palabras con mis propias acciones y enfundando el Colt en mi cinturón mientras se cristalizaba el puzzle matemático. Peso, presión... yo sabía lo que hacer, —Y aparta eso. Una señal de móbil podría disparar una detonación aquí dentro. Ve al arsenal... cruza recto el zaguán unos cuarenta metros, gira a la izquierda y lo verás a la derecha. Trae tanta munición como puedas cargar.

    Sin esperar una respuesta, examiné las largas mesas del laboratorio en busca de materias primas. La mayoría de lo que quedaba estaba conectado de un modo que no me apetecía perturbar, pero localicé en el suelo un bloque naranja de Semtex que se habían dejado durante la apresurada huída. Me acerqué para coger eso y un detonador. La agente del DSH dudó demasiado tiempo para mi gusto hasta que se giró y echó a correr por las puertas dobles. Yo la seguí al instante, rebanando el Semtex con un cuchillo mientras corría. Crucé a través el laboratorio informático vacío y volví a la oficina interior. Allí aplasté una lonchita de mi explosivo plástico sobre la gran cerradura de la rechoncha y pesada caja fuerte del suelo mientras la energía cinética y fuerzas de fractura se superponían en mi mente con una rápida estimativa. Conecté el detonador, me escondí detrás del escritorio y pulsé el botón. El estallido disparó pedazos de metal y suelo y escombros contra las paredes de la oficina. Volví hasta la caja fuerte, quité los restos de la cerradura de una patada y levanté el bloque en mis brazos. La puerta abierta me dio en la cadera, me tambaleé y casi se me cae todo al suelo...

    «Joder»

    El chisme era pesado. Cuarenta y siete punto dos kilos.

    «Perfecto. Tres minutos y catorce segundos.»

    Fui dando cortas zancadas por el pasillo tan rápido como pude mover los pies sin perder el agarre de la caja fuerte. La quemadura de mi mano izquierda me hacía sentirla como si la estuviera atravesando un cuchillo donde la esquina del chisme se me clavaba en la palma. Conseguí volver al laboratorio de explosivos y desplomé la caja en el suelo tan suavemente como pude, con la parte abierta hacia arriba. La mujer del DSH llegó sólo unos segundos después que yo empujando un carrito con pilas de latas y cajas de munición.

    «Bien.»

    Me había temido que no hubieran dejado bastantes.

    «Ocho gramos para una bala de calibre 7.62... y multipica.»

    —Setenta y cuatro kilos, ¿cierto? - le dije al hombre sobre la placa de presión, que estaba sudando tanto que parecía estar hirviendo por dentro.

    «Setenta y cuatro kilos punto… siete», pensé, incluyendo su equipo.

    —Algo así, - conseguió decir. —Esto no va a funcionar. No es tan simple como...

    —Entonces no tienes nada que perder, - le dije empezando a abrir los paquetes de munición.

    «Dos minutos y medio.»

    —Vi algunos escudos blindados allí también, - le solté a su compañera sin dejar lo que estaba haciendo. —Ve a coger algunos.

    Esta vez no dudó antes de alejarse esprintando.

    Las matemáticas del asunto no serían complicadas. Sólo una simple división: peso y volumen. Y vista de halcón para ver dónde mi querida víctima estaba colocando su peso para que yo pudiera imitarlo. La parte masivamente difícil sería el propio acto de malabarismo.

    Y joder, yo probablemente tendría que echarle músculo.

    «Qué se le va hacer. Se trata de la vida del hombre y todo eso.»

    Arthur era una mala influencia.

    Levanté y acerqué la primera caja de munición. Las dimensiones de la caja fuerte le daban un volúmen de poco menos de dieciocho litros, que sería suficiente. Derramé la munición del paquete dentro, con mis sentidos en alerta para comprobar bien el peso y llevar la cuenta que se acumulaba. Las balas tintineaban unas sobre otras mientras llenaban el fondo de la caja fuerte..

    —Te repito que no va a funcionar, - me dijo el agente de nuevo, su joven voz era ronca y seca. —Iros. Marchaos y ya está.

    Le ignoré. Estaba demasiado ocupada actualizando los cálculos y permaneciendo alerta por posibles irregularidades de peso en la munición mientras entraban en cascada.

    La otra agente regresó con un par de escudos blindados. —¿Qué puedo hacer?

    —Deja uno de esos aquí y sal del edificio, - le dije sin levantar la vista de la munición.

    —Ni lo pienses. Cliff...

    —Hazlo, - dijo su compañero. —No quiero que mueras aquí también.

    —Qué noble de tu parte, - le dije, luego le dije a ella, —Noventa segundos, vete.

    Ella dio unos pasos atrás, luego se giró y salió corriendo.

    «Gracias a Dios.»

    Me concentré en Cliff mientras lanzaba las últimas balas en la caja una por una.

    Tink. Tink. Tink.

    —Vale, esto es lo que vamos hacer. Cuando te diga "ya", vas a empezar a transferir tu peso fuera de la placa muy, muy lentamente. Tan suavemente como puedas. ¿Lo pillas?

    —Lo pillo, - graznó Cliff.

    Enfundó el arma y puso a funcionar sus manos a ambos lados, abriendo y cerrando sus sudorosos puños. Junté las piernas y levanté la caja fuerte llena de munición. Era demasiado pesada para mí. Mis músculos protestaron y mi mano izquierda chilló.

    —Ahora, - le gruñí.

    Cliff levantó una bota como si estuviera saliendo de un cubo de melaza.

    —Más rápido, - le dije jadeando. —Pero hazlo suave.

    Su pie tocó el suelo. El equilibrio centelleó por mis sentidos mientras yo dejaba el borde del fondo de la caja rozar la placa, liberando la más ligera cantidad de peso, luego más y más y más y... mierda... menos, cuando el tipo se tambaleaba, recuperando la pesada caja metálica hacia mí...

    Equilibré la caja fuerte llena de munición sobre la placa con el mayor de los cuidados, haciéndola coincidir con él poquito a poco, soltando o levantando diminutos incrementos de peso cuando se tambaleaba, mientras la munición tintineaba suavemente con cada movimiento. Las tensas fibras musculares de mis tendones empezaban a rasgarse, las vértebras de mi baja espalda crugían y pinchaban, y el dolor me subió corriendo por el brazo izquierdo hasta que ya no pude sentir la mano.

    «Joder»

    Y después, Cliff quedaba fuera de la placa, la caja fuerte quedaba sobre ella y a nosotros nos quedaban veintiún segundos.

    —Vamos, - le dije medio ahogada, y recogí el escudo blindado para seguirle en un tambaleante sprint con el cuerpo temblando y los músculos sin responder correctamente a las neuronas que los activaban. Aunque no importaba porque todo lo que tenía que hacer era correr, correr, tropezar, correr... descontando tiempo en mi cabeza mientras girábamos para entrar en el garaje.

    «Once... diez...», entramos pisando el cemento, la puerta abierta llenó mi visión como un espejismo con la promesa de la supervivencia.

    «Ocho... siete... seis...», llegamos a la puerta.

    «Cuatro... tres... Aún en la zona del estallido, aún demasiado dentro de la zona de estallido.»

    «Dos...»

    Me lancé y embestí al tipo del DSH llevándonos a ambos al suelo y a cubierto del ángulo de la onda expansiva.

    La contusión nos golpeó como si hubiéramos sido atropellados por un tren.

    Aplastante. Ensordecedora. Poniendo el mundo del revés..

    Los escombros batieron contra el escudo como si el edificio se sintiese burlado y quisiera extender un vengativo brazo para enterrarnos. Cuando por fin todo se detuvo, sentí que mi alrededor había quedado en silencio tras la sobrecarga sensorial. El polvo, los escombros, la calle, el escudo blindado que tenía encima, el hombre sobre el que estaba tirada... todo se sentía mortecino y sordo.

    Alguien tiró de nosotros. La otra agente. Vocalizaba palabras hacia Cliff. Yo rodé a un lado y me obligué a levantarme. Me cabreó que me llevara un tiempo hacerlo. La agente (cubierta de polvo, pero por lo demás, ilesa), estaba ayudando a su compañero a ponerse en pie. Él casi se cae. Le temblaban las manos allí donde buscaba apoyo para agarrarse.

    Les dejé con sus cosas y me alejé renqueando.

    —¡Hey! - gritó la mujer con el audio amortiguado, como si me estuviera llamando desde muy lejos, pero yo no me giré.

    «No van a dispararme por la espalda.»

    Al menos fue eso lo que pensé. Me llamaron a gritos pero yo no podía oir lo que decían, lo cual también estaba bien.

Capítulo 12

    Giré la esquina para encontrarme un SUV negro con las luces de policía aún destellando. Yo había jodido el Honda al irrumpir allí dentro, asi que les robe el suyo.

    «Eso por hacer que casi saltara por los aires.»

    Acababa de dejar en la cuneta el coche del gobierno en favor de otro más anónimo cuando me vibró el móbil con el número de teléfono de Arthur.

    —Habla alto, - le dije. —Encontré su antigua base, pero la reventa…

    Arthur estaba hablando desde muy lejos y era un infierno descifrar lo que decía. Subí a tope el volumen del teléfono, pero el campanilleo en mis oídos aún era demasiado constante para concentrarme en anularlo.

    Necesitaba un amplificador.

    Localicé un vasito de café en la basura del suelo frente al asiento del pasajero de mi nuevo transporte y lo recogí. Unos cuantos recortes y dobleces después obtuve algo que hacía rebotar mis ondas sonoras en una interferencia constructiva. Rasgué una ranura en la base y deslicé dentro el altavoz del teléfono, luego mantuve la boca del amplificador improvisado pegada al oído.

    —…no voy a dejarte ir, - decía la voz de Arthur, tranquila e inexorable.

    —Tú estás jodido, tío. Estás jodido de la cabeza. ¿De verdad que quieres morir por esto? - se oyó de fondo.

    —No me voy a marchar. - dijo Arthur.

    Dejé caer el vasito y moví los dedos lo más rápido que pude para enviar un texto: "Posición de un helicóptero y de Arthur AHORA".

    Inspector tendía a hacer demasiadas preguntas, pero reconocía una emergencia cuando la veía. Trece segundos más tarde yo ya tenía la salida de la autovía para el hospital más cercano.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    La seguridad de un hospital es efectivamente inexistente. Al menos cuando se trata de alguien como yo. Yo ya estaba despegando del heliopuerto de la azotea hacia un cielo que se oscurecía antes de que nadie detectara que lo estaba robando. Para entonces había recibido otro texto de Inspector con una dirección y un par de coordenadas. Esto último era lo que yo necesitaba...

    «Gracias a Dios por la gente inteligente y su previsión.»

    Piloté el helicóptero hacia el crepúsculo color sangre del Oeste, llevándolo a su punto de ruptura hasta que intentó agitarse como si fuese a desmontarse en pedazos a mi alrededor. Corcoveaba y se debatía, pero yo lo mantenía al límite. No podía oír el murmullo de voces del móbil abierto sobre el rugido de las hélices, pero lo dejé encendido y lo guardé en el bolsillo con mi parte de la conversación silenciada. El pesimismo de las matemáticas me presionaba hacia la urgencia... Arthur había vuelto a la ciudad y mi velocidad tope sólo era poco menos de ochenta kilómetros por hora. Aunque me saltaba el tráfico por las rutas de vuelo de los cuervos, aún necesitaba casi media hora para llegar a la ubicación que Inspector me había enviado. En media hora podían pasar muchas cosas. Demasiadas.

    El transporte aéreo me dio demasiado tiempo para pensar. Quizá debería haber llamado a la poli o haberle dicho a Inspector que llamara. Llevar a la jodida DSH allí dentro. Pero no, ¿acaso no habría llamado Arthur en primer lugar si hubiera querido policía? A menos que me hubiera llamado porque yo era la última persona que le había enviado un texto. A menos que yo fuese el primer contacto que había pulsado al intentar llamar a escondidas. A menos que sólo me hubiera llamado porque era conveniente.

    El helicóptero vibraba debajo de mí, las aspas acoplaban los diferenciales de presión y era casi como volar en un torbellino. Yo maltrataba el aparato para que recuperara el rumbo. La noche reptaba por el cielo mientras volaba. La ciudad apareció iluminada debajo de mí como una manta de amarillo y blanco, bordada por raudas luces rojas traseras. La posición que Inspector me había enviado estaba en el límite norte de la ciudad. Dejé que las líneas de latitud y longitud se desplegaran como una red en el globo a mis pies, una malla que se hacía cada vez más fina hasta que encontré el punto cero sobre el edificio: un ancho bloque de techo plano con un acre de coches brillando como escarabajos en los focos detrás de él.

    «De acuerdo.»

    Arthur había ido a buscar el SUV. Aquello debía de ser un centro de procesado de vehículos y aparcamiento de confiscados. Bajaba yo el helicóptero hacia la amplia azotea del edificio principal, buscando el mejor sitio para aterrizar, cuando el techo entero se plegó sobre sí mismo debajo de mí en un atronador derrumbamiento. El helicóptero se debatía en mis manos, peleando con el aire cuando la conmoción nos agarró y abofeteó.

    Por un vertiginoso instante, pensé que el aparato se doblegaría por el impacto y caería de cabeza hacia la implosión. Combatí con los controles, corrigiendo cada variable que podía, pero iba en caída Navier-Stokes y de cabeza, y en aquel momento, sinceramente creí que estaba a punto de morir. Pero una fracción de segundo más tarde, los números colapsaron en una solución y las barras de aterrizaje desviaban bloques desmoronados de cemento y escombros voladores mientras yo salía a un claro. Sólo estaba a siete metros de altura y aterrizar suavemente estaba fuera de cuestión: lo mejor que podía hacer era caer en vez de estrellarme. Las barras golpearon el asfalto en ángulo, haciéndome chirriar los dientes cuando cayó el resto de la máquina y se paró con una sacudida, aún cuando el mundo afuera continuaba saltando por los aires. El mismo derrumbamiento terminó con un retumbar de tierra molida. Los rotores reducían en un feo whop whop whop sobre mí.

    Whop. Whop. Whop.

    Se me bloquearon las articulaciones.

    Estaba frágil.

    Quería mucho toser pero, para toser, tenía que respirar y respirar iba a doler.

    «Tengo que salir... hacer algo... Arthur.»

    Tenía la mano izquierda agarrotada en el colectivo. Me aparté los dedos con la otra mano. Sentí como si me estuviera pelando la carne y dejara la piel allí pegada, como si hubiera tocado el poste congelado de una farola.

    Metí torpemente la mano derecha en el bolsillo en busca del teléfono. La llamada de Arthur había terminado un minuto atrás. Medió me tiré fuera del helicóptero hacia el asfalto. El polvo se coagulaba en el aire, cayendo lentamente hasta posarse por todo el aparcamiento.

    Tosí y me dolió.

    Pulsé los botones de mi teléfono para llamar a Arthur con manos temblorosas. Saltó el buzón de voz. Mi cerebro estaba en blanco. Me obligué a pensar. Las coordenadas que Inspector me había enviado tenían hasta cinco cifras decimales. Un error de medio centenar de milésimas de grado de latitud era menos de sesenta centímetros... lo cual me daba un cuadrado dos por dos. Cuatro metros cuadrados en el que Arthur podía estar. Pero lo más probable era que Inspector hubiera obtenido esas coordenadas mediante rastreo del teléfono móbil y yo no sabía lo precisos que eran sus métodos... aunque él encontrara la ubicación dentro de pocos decímetros cuadrados, unos cuantos decímetros más de imprecisión empezaban a multiplicar el área de búsqueda hasta hacerla desesperada. Por no mencionar la posibilidad de que Arthur se hubiera asustado o huído o intentado ponerse a cubierto...

    «Por favor, que se haya puesto a cubierto.»

    Anduve hacia lo que quedaba del edificio, las suelas de mis botas se torcían sobre los escombros. Caminé por encima de la pila de cascotes en que se había convertido el lugar tratando de no pensar. La red geográfica se superponía ante mí.

    «Allí.»

    Aquel era el lugar de donde había salido la señal de su teléfono móbil. Al menos desde donde había salido hacía media hora. Cerré los ojos a mi pesar e hice la última cosa en el mundo que quería hacer: recordé la estructura en mi mente como la había visto desde el aire y rebobiné la explosión. Mi memoria no era perfecta, pero una cascada de cálculos se había tornado un torrente en mi cabeza cuando había intentado mantener en alto el helicóptero y podía recordar suficientes números para reconstruir cómo había implosionado el edificio.

    La posición de las cargas se resaltaron solas en mi cerebro. También el modo en que habían caído las paredes, el modo en el que el techo había colapsado. Dónde se podrían haber formado bolsas de aire.

    Empecé a cavar.

    Perdí la noción de los siguientes minutos. Mi cerebro seguía embotado. No podía haber sido mucho más tiempo, pues las sirenas aún no habían llegado. Fue tiempo suficiente para ensangrentarme las manos y arrancarme parte de la piel y las uñas. Suficiente para sufrir rotura muscular en la espalda. Suficiente para pensar que aquello era desesperado. Aún así, no me detuve.

    Mis sentidos volvieron a alinearse cuando una llamada apagada pugnó por salir a través de las rocas unos metros a la izquierda de donde yo estaba excavando. Me abrí paso hasta allí, obligando a los trozos de cemento a salir de mi camino con una mano como manía fija. Tenía una larga barra retorcida en la otra. No recordaba de dónde la había sacado, pero la usaba como una palanca frenética, levantando escombros que eran más grandes que yo.

    —¿Arthur? ¡Arthur! - tenía la voz ronca.

    ¿Cuánto tiempo había estado yo gritando?

    —¿Russell? - se había refugiado bajo… algo… que era grande y metálico.

    No podía ver lo que era desde la esquina que yo había descubierto, pero me daba igual. Excavé el borde, bajando hasta el triángulo oscuro debajo, y la mano de Arthur apareció cubierta de polvo y buscando agarre. La cogí y tiré. Él gruñía y tosía mientras se exprimía a través del hueco, medio cayendo. Le agarré por la cintura, le icé y nos caímos juntos sobre el ripio.

    —Que te jodan, - grazné cuando conseguí hablar.

    Respirar dolía. Todo dolía, pero yo no podía sentirlo. Estaba demasiado enfadada. O algo parecido. No estaba segura.

    —Gracias, - dijo Arthur.

    Me resultaba difícil formar pensamientos. —Que te jodan, - le dije de nuevo. —¿Qué... demo... nios?

    —Enviaron a alguien para destruir la prueba. Según parece. - él respiró y se pasó una mano por la cara, dejando franjas de polvo y sangre. —Parece que se pasaron un poco.

    Quise pegarle, pero aquello requería moverse.

    —Te ofrecieron la oportunidad de irte. Lo oí.

    Él apartó la mirada. —Le tenía a punta de pistola. No iba a dejar que nuestra mejor pista saliera andando de ahí y destruyera las pruebas.

    —Qué bien te ha salido el plan.

    Él retrocedió y dijo tranquilamente, —Se llevaron a Sonya.

    Me levanté empujando las rocas, tambaleante, mis botas resbalaban en las profundidades melladas del ripio. —¿Y tú estás dispuesto a hacerte saltar por los aires por eso? ¿Estás dispuesto a arrastrarnos a todos al hoyo contigo? Inspector, Pilar y yo, todos acabaremos enterrados en los edificios o enterrados por el DSH, y a ti te parece bien, ¿no es cierto?

    No pude ver su cara en la oscuridad.

    —Lo siento, Russell. Debería haber acudido a las autoridades desde el principio, esto era demasiado grande...

    Aquello era la peor cosa que podía haber dicho.

    —Vete con los polis, entonces, - le espeté. —Espero que tú y Seguridad Homeland seáis muy felices juntos.

    Dejé a Arthur sentado en la oscuridad y me abrí paso bajando el montón de cascotes. Afortunadamente, un aparcamiento de coches incautados me daba una amplia elección para un vehículo nuevo. Esperé oír sirenas al salir, pero no había nada. El centro de procesado estaba en su propio aparcamiento, fuera de la vista de sus vecinos más próximos... quizá la gente pensara que la implosión había sido un terremoto. Aunque los polis no tardarían en llegar allí.

    Arthur podía irse al infierno con ellos.

Capítulo 13

    Llamé a Inspector mientras le hacía el puente a otro coche, cuando ya había recuperado gran parte de mi audición.

    —¿Cómo va el plan? - le pregunté.

    No necesitábamos a los federales. Se lo había demostrado a Arthur. Se lo había demostrado a él, también.

    —En marcha... creo..., - me dijo en voz baja.

    —¿Por qué susurras?

    —Porque mi peor pesadilla me ha hecho una visita. El apocalipsis. El fin de los tiempos...

    —¡Inspector!

    —Hay agentes de la NSA en mi casa.

    «Vale, por esta vez no iba acusarle de exagerar.»

    —Mierda, ¿qué quieren? ¿Necesitas que me acerque ahí y...?

    —¿Qué? ¡No! Es decir, no creo. No estoy bajo arresto ni... ni... lo que sea que hacen los extraesmerados tipos de sombrero blanco que son lo bastante creativos para salir de angostas cajas de confinamiento prescritas por nuestro miope sistema legal. Ni siquiera parecen terriblemente interesados en lo que hago, sólo en lo que sé sobre el caso de la profesora Sonya, y créeme, no estoy defraudando su noción de que soy un pez pequeño. - se detuvo tristemente y la hipérbole salió de su voz. —Es que… simplemente no quiero que ronden por mi casa.

    Era comprensible.

    —¿Qué pasa con Arthur? - preguntó Inspector. —¿Está bien? No quise llamarle por si tú...

    —Está bien. Se le había caído un edificio encima.

    Seis segundos completos pasaron antes de que Inspector chisporroteara, —¿Que le qué? ¿Pero está bien?

    —¿Estás sordo o qué? He dicho que está bien. - Inspector no respondió.—Ni te atrevas a sentir lástima por él. Se lo buscó él mismo. - Inspector tenía que defenderme en esa parte. —Además, se metió debajo de algo. Está bien.

    —¿Se metió debajo d…?

    —A alguien en todo este lío le gusta de verdad jugar con explosivos. A mí casi me vuelan por los aires también.

    —¿Que a ti casi te…? - se quedó sin voz.—Yo uh, tengo que hablar con Arthur.

    Tampoco es que hubiera esperado que me preguntase si yo estaba bien. En realidad no me importó... normalmente me lo preguntaba.

    —Arthur estará acudiendo a las autoridades, - le dije amargamente. —A la NSA o a Seguridad Homeland o a quienquiera que se encargue ahora de esta mierda. Si me queréis en el equipo, esto es lo que hay.

    —Creo que es una operación local, - me dijo distraídamente. —La NSA no tiene agentes de campo. Yo... uh... Cas...

    —Bueno, pues sea el DSH o quienquiera que sea, voy a superarlos. ¿Has plantado las pruebas para Lancero ya?

    —Sí... casi todas. Escucha, yo... no sé si...

    —Salgo ahora mismo.

    —¿Qué? Oh, uh, sí. Bien. Cas, sobre lo de mi peor pesadilla y fin de los tiempos, me refería... es decir...

    A mi eso no me interesaba. —Prepara la trampa para que Lancero crea que voy a una reunión y que puede rastrearme. Que sea en alguna parte sin concurrencia, no quiero que nadie se interponga en el camino. Envíame un texto con la ubicación.

    —Yo... vale. - sonó muy desanimado.

    Suspiré. — Le patearemos a este caso en las bolas y rescataremos a la profesora. Ya verás.

    Arthur lo vería.

    —No es eso lo que... está bien. Vale. Lo prepararé todo.

    Colgué.

    Tiré el teléfono sobre el asiento del pasajero del coche que estaba robando y apoyé la cabeza en el volante con las manos en el regazo. El vendaje de la mano izquierda se me había soltado en algún momento. Aunque una no parecía peor que la otra. Ambas manos estaban cubiertas de sangre y polvo.

    «Debería conducir hasta uno de mis escondites y curarme. Y dormir.»

    Dormir hasta que Inspector me enviara un texto con una ubicación. Una donde, con suerte, la pandilla de Lancero apareciese para atraparme y llevarme hasta Sonya Halliday.

    Me llevó cuatro intentos poner el coche en marcha. Mi tacto era demasiado torpe con los cables.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Un hombre alto asiático asomó sobre mí.

    Río.

    —No tienes elección, - me dijo. —Tampoco la tuvo él.

    —Siempre hay elección, - respondió alguien.

    Las palabras resonaron por mi pecho y cabeza como si fuese yo una de las que hablaba.

    —Él prefirió matarme antes que dejarme morir.

    Río cerró la distancia entre nosotros con un paso, amenanzante de pronto, y extendió el brazo hacia mí. Su palma se cerró en mi nariz y boca... yo quería luchar, salvarme, pero si Río quería matarme, entonces debería morir, ¿no?

    «¿No?»

    El pánico animal me dominó y me debatí golpeando la barra de hierro que era su brazo, pero había esperado demasiado tiempo y mis movimientos eran débiles, frágiles, las células en mi cerebro se apagaron una a una, parpadeando como las luces de una ciudad moribunda... hipoxia y muerte celular... y desde muy lejos oí a alguien decir, —Es la única opción.

    Me desperté con una sacudida. Estaba sobre un fino colchón en el cuchitril de apartamento al que había conducido. Había vendas polvorientas y ensangrentadas esparcidas por el suelo, las que sobraron tras vendar de nuevo mis acumuladas heridas. Me empezó a doler la mano, espalda y costillas, pero yo sabía que no había sido eso lo que me había despertado. Dormir nunca había sido particularmente descansado para mí pero, en los dos últimos años, las pesadillas eran cada vez peores. Más detalladas y más lesivas. Cuando no tenía un trabajo pendiente no podía permanecer dormida más de media hora antes de despertar, confusa y sudorosa e hiperventilada. Beber alcohol hasta perder el conocimiento era lo único que me ayudaba. Pero ahora tenía un trabajo y, aún así, estaba teniendo problemas. El trabajo siempre me mantenía concentrada, cuerda, pero ahora… Yo no era estúpida. Sabía por qué estaba sucediendo aquello. Dos años atrás habíamos ido contra Pítica, cuando una psíquica se había enraizado en mi cerebro como si fuese su propia venta benéfica personal. Yo no creía que ella hubiera tomado especial cuidado en no romper nada. Así estaban las cosas.

    «Simplemente algo con lo que tenía que lidiar ahora», suponía.

    Comprobé mi teléfono, pero yo apenas había conseguido planchar la oreja durante noventa minutos e Inspector no había enviado el texto todavía. Pensé en recoger algo más de armamento, pero al tratarse de intentar que me capturaran lo mejor que podía, probablemente ni siquiera me convenía llevarme el Colt conmigo. De todos modos acabarían quitándomelo.

    Me levanté y continué limpiando y remendando mis heridas abiertas. Ninguna era muy seria, ni siquiera la quemadura. Era el efecto acumulativo lo que resultaba problemático. Me vendé ambas manos y el rasguño en mi hombro, del que casi ya me había olvidado... no era tan doloroso y, aún más importante, no me impedía el movimiento. Las costillas magulladas y roturas musculares eran más difíciles de ignorar. Al menos sentía la cabeza y pulmones mejor que el día anterior. Eso era bueno.

    «Dios aprieta, pero....»

    Mastiqué algunas barras de proteínas que sabían a arena y esperé a que Inspector se pusiera en contacto. Se tomó más tiempo del que yo esperaba. Eran las cinco de la mañana cuando me envió el texto de una dirección con una reunión a las nueve en punto junto a un breve mensaje: "NO SÉ SEGURO SI APARECERÁN". También había incluído nombres falsos para mí y mi supuesto contacto de negocios... Inspector era eficiente. Un instante más tarde, recibí otro conjunto de textos que detallaban todo lo que Lancero podría saber sobre mí a partir de las pistas falsas... no era gran cosa.

    Inspector había mantenido las especificaciones al mínimo... y un mensaje final que añadía, "PODRÍA HABR SILENCIO DE RADIO SI LA NSA STÁ x AQUÍ. ARTHUR STÁ CON ELLOS AHORA".

    Ya. Pues claro que estaba. Me amargó el humor y sentí la súbita necesidad de salir del apartamento, aunque aún faltaban cuatro horas para ponerme en marcha. La reunión de negocios imaginaria que Inspector había filtrado resultaba ser en un restaurante abandonado en las montañas. No era un luar que yo hubiera escogido... demasiados sitios donde ocultarse, demasiado fácil para tender una emboscada. Aunque yo suponía que emboscarme era de lo que trataba todo el asunto.

    Giré por una sinuosa carretera de montaña hasta un descuidado jardín frente al dilapidado restaurante. El lugar parecía haber sobrevivido a sus días, con paisajes nivelados dispuestos en la pendiente y varios edificios separados con escaleras exteriores entre ellos, rodeando difuntos patios. Fue menos un restaurante y más un excéntrico comedero yupi. No me extrañaba que hubiera cerrado el negocio.

    Subí hasta el edificio principal. Ni siquiera tuve que forzar la puerta, no la habían cerrado con llave. En el interior, la luz del sol se filtraba por las mugrientas ventanas para iluminar un largo mostrador y taburetes de cena que en su día habían sido rojos. Al parecer también hubo mesas una vez, pero o se las habían llevado los antiguos dueños o las habían robado. Apostaba por lo último, considerando los extraños graffitis y la usada parafernalia de droga que alguien se había dejado a plena vista sobre la barra. También vi un condón descartado en una esquina.

    «Encantador.»

    Me senté en uno de los polvorientos taburetes y me apoyé en el mostrador a esperar. Pasaron las horas. Me pregunté si todo aquello era inútil. ¿Cómo sabíamos siquiera que era Lancero quien estaba comprobando a Sonya Halliday, que vería las pistas que Inspector había dejado? ¿Y si Inspector había sido demasiado sutil o demasiado obvio? ¿Y si Lancero era lo bastante bueno para descubrir quién era yo en realidad (para ver más allá del engaño de Inspector sobre una genio en matemáticas itinerante que colaboraba con una profesora de universidad) y había ordenado a sus hombres meterme una bala en vez de secuestrarme?

    «En su momento me había parecido todo una buena idea.»

    Me obligué a calmar esos recelos, a recordarme que si aquello tenía alguna probabilidad de funcionar, yo no podía parecer sospechosa, tenía que parecer alguien que podía ser capturada fácilmente.

    Según se acercaban las nueve, me forcé a concentrarme en la superficie del mostrador en vez de investigar cada ruido que venía de fuera. El desgastado laminado rosa tenía una textura con un patrón en serpentinas blancas... Tracé la gráfica parámetrica de las serpentinas y luego la trasladé a coordenadas rectangulares, sólo para pasar el rato.

    La puerta basculante de la cocina se abrió de golpe y varios hombretones con AK atestaron el restaurante. Al parecer habían entrado por la parte de atrás. Yo había empezado a moverme antes de poder contener los reflejos y acababa de saltar del taburete.

    «Dios bendiga a Inspector.»

    Había funcionado.

    —Hola, - dije absurdamente.

    «¿Qué es lo que decía una persona cuando aparecían un puñado de extraños armados y aquello no era exactamente lo que dicha persona había estado esperando que pasara?»

    —¿Quiénes sois?

    —Venga con nosotros, - dijo uno de los matones.

    Me pregunté si debía aparentar estar asustada.

    «Probablemente.»

    Aunque yo no era muy buena en esas cosas.

    —Vale, - le dije tratando de parecer intimidada y empecé a avanzar.

    Graznó un megáfono afuera. Todos nos quedamos quietos. Las armas de los malechores se movieron hacia la puerta delantera.

    —Agentes federales, - llegó una voz. —Les tenemos rodeados. Suelten las armas y salgan con las manos en alto.

    «Oh, Joder»

    No sabía si el DSH me habían rastreado o si habían estado siguiendo a los malos, pero se activaron los reflejos...

    «Cuando hay redada durante una reunión, asegúrate de que todos saben que no eres tú la que ha dado el chivatazo o puede que no salgas viva para ser arrestada.»

    —¡Jodido Straczynski ¡Me ha vendido! - grité ultrajada antes de que pudiera pensar sobre ello, usando el nombre falso de mi contacto de negocios.

    Uno de los matones me agarró por la solapa de la chaqueta y le permití que me arrastrara hasta el centro de la sala. Y luego oímos el grito desde el frontal del restaurante (algo sobre la libertad) y alguien empezó a disparar.

    Varios alguien.

    Los cálculos de acústica se resolvieron solos al instante... gente que disparaba desde fuera del restaurante, los malos disparando a los federales. Una fracción de segundo más tarde, los federales empezaron a devolver el fuego y así sin más, de pronto me encontré en medio de un tiroteo del demonio.

    La prioridad de mantenerme con vida barrió de mi cabeza todo lo demás: la reunión interrumpida, los malechores, Sonya Halliday.

    Tenía que salir de allí.

    Intenté escuchar, pero había demasiados federales, demasiados ángulos diferentes... las matemáticas no podían darme el mapa de ningún camino seguro. Y como prueba, una bala atravesó la pared y se hundió en la barriga del tipo que estaba a mi lado. El tipo gritó y se tambaleó, y uno de sus amigos le ayudó a tumbarse y apretó con fuerza la herida. El resto corrió hacia posiciones defensivas en las ventanas, donde podían espiar y, en teoría, ayudar a sus colegas de fuera.

    Me agaché corriendo hacia el mostrador, haciéndome un objetivo tan pequeño como podía. Lo que las matemáticas podían darme era una estimación de cuántos federales había ahí fuera y la respuesta era «demasiados muchos». Los hombres del interior podían no saberlo, pero estaban todos muertos. Y yo iba a morir con ellos si no hacía algo al respecto.

    Miré a los tipos parapetados bajo las ventanas (todos estaban mirando a otra parte) y luego lancé la mano hacia adelante para golpear la cabeza del aspirante a doctor contra la esquina del mostrador. Cayó encima de su amigo disparado en el vientre. El amigo no se movió, ya inconsciente por la pérdida de sangre. Robé un bonito AK bullpup[4] del tipo que acababa de matar y me avié con todos los cartuchos que pude agarrar fácilmente de sus bolsillos. Luego, manteniendo la cabeza agachada, corrí hacia la puerta basculante de la cocina como si me persiguieran los perros del infierno.

    La estrecha cocina tenía un pasillo trasero que seguramente conducía afuera, pero yo estaba cien por cien segura de que los federales tendrían gente cubriendo esa salida. En vez de usarla, giré hacia un lado y espié por una ventana para confirmar lo que ya había recordado: el tosco entablado que solía servir como asientos exteriores lindaban con este edificio y conducía sinuosamente hasta las verandas y escaleras que subían hasta el siguiente edificio..

    Abrí el podrido bajo armario empotrado, comprobé que el AK estaba seleccionado en ráfaga (lo estaba, idiotas) y disparé. El cargador se vació solo en menos de tres segundos. Recargué y repetí. En poco tiempo había perforado un bonito agujerito en la base de la pared. Quité el yeso y madera restante a patadas, me agaché y lo crucé metiendo la cabeza.

    El sonido del tiroteo se amortiguó momentáneamente mientras atravesaba a empujones la densa pantalla de plantas que habían crecido a la vida junto a la pared interior por la luz solar de una grieta. Irrumpí bajo el entablado, estaba frío y oscuro ahí abajo. Olía a moho y finas franjas de luz tocaban la suciedad. Arrastré el resto de mi cuerpo y salí llevando el AK conmigo por si acaso. Aún había riesgo de que me alcanzara alguna bala perdida ahí abajo, pero mucho menor, considerando que los federales estarían concentrados en el edificio principal. El espacio no era lo bastante alto para que pudiera gatear, pero me las arreglé razonablemente con un rápido balanceo de tripa y codos. Llegué al final del primer patio y me escurrí bajo la escalera. Desafortunadamente, habían construído sobre una parte rocosa. Espié desde abajo en la oscuridad...

    «Nop, no iba a ser capaz de pasar por debajo.»

    Lo que me daba dos opciones: arriesgarme a dejar mi cobertura o agacharme allí y esperar a que el DSH no encontrara mi agujero de escape cuando tomara control del edificio. Bueno, la probabilidad de que eso sucediera estaba cerca de cero. Si no quería que me atraparan los federales, tenía que salir totalmente al claro.

    El zumbido de un helicóptero surgió en el límite de mi audición, mezclándose con el ensordecedor staccato del tiroteo.

    «Mejor salir ahora que cuando tenga al pájaro encima.»

    Afortunadamente, el descuidado lugar tenía tantas matas que estaría camuflada por indomables arbustos y enanos árboles a medio crecer en mi subida hasta el siguiente patio.

    Me impulsé sobre el borde del entablado y salí hacia los arbustos apartando las ramas en una carrera agachada hasta los siguientes cinco pasos de mi siguiente cobertura. Estaba a dos pasos de mi destino cuando reventó el edificio detrás de mí. Una cascada de reacciones pasó volando por mis pensamientos antes de que la explosión se hubiera completado del todo: empezando con «qué demonios» y «¿cuántos explosivos lleva esta gente encima?» y «suena a que las cosas no les van muy bien» y saltando de inmediato a «¿a quién le importa una mierda?, es la distracción perfecta, sigue avanzando sigue avanzando...»

    Luego mis rodillas chocaron con las rocas y mi cara rebotó contra las ramas y tallos y ya no podía moverme. El dolor surgió en mi lado izquierdo, respondiendo a la pregunta que no había tenido ingenio de hacer todavía.

    Algo (un pedacito de escombro, un pedazo de metralla, algo afilado e irregular y epantoso) había salido disparado y había entrado en mí, algo lanzado por la explosión como una honda, algún lamentable proyectil nefasto que ni siquiera iba destinado a mí.

    «Oh Jesus joder eso duele.»

    Aquello me había rasgado justo por debajo del riñón izquierdo y aún estaba ahí dentro, una caña maciza de fuego que me perforaba el abdomen, cortando todo lo que había encontrado a su paso hasta la parte delantera y se había alojado solo. Intenté moverme y mis músculos se tensaron sin respuesta. Respirar era doloroso y un esfuerzo colosal, como si mis tripas estuvieran tan revueltas que ya no tuvieran espacio para el aire. Tenía que estar sangrando un montón. Traté de empujarme sobre los codos. El arbusto debajo de mí estaba rojo y pegajoso.

    Gritos y movimientos resonaban desde el bosque alrededor del restaurante.

    Las escaleras que había junto a mí llevaban a una pasarela que rodeaba el siguiente edificio hasta una veranda abierta. Si podía llegar hasta el edificio, tal vez pudiera ponerme a cubierto dentro en alguna parte y encontrar algo para curarme la herida.

    «Tal vez.»

    Me agarré a las plantas, empujé la tierra y conseguí avanzar a gatas. Para cuando subí a la pasarela y llegué a la puerta, mi visión se oscurecía en los bordes y sentía el costado izquierdo como una bola de fuego.Levanté el brazo y empujé la puerta para abrirla, percibiendo sin mucho interés las manchas escarlata y huellas de manos que estaba dejando a mi paso. Me apoyé contra la pared justo dentro de la puerta y me concentré en respirar. Tenía la mano derecha presionada contra el lado delantero de la herida y sentí como si se me estuviera ahogando en sangre. Levanté la mano izquierda y encontré el borde de una mesa (este edificio aún las conservaba, polvorientas y difuntas... y volcadas). El mundo se inclinó y el suelo casi se aparta debajo de mí pero, de algún modo, conseguí incorporarme y ponerme de pie (bueno, apenas apoyada) contra la pared.

    Ser capturada por el DSH no era una opción. Inspector ya me había sacado de custodia policial antes, pero no iba a apostar a favor de sus pericias contra los recursos de la seguridad nacional. Por no mencionar que no me convencía que este nivel de agencia federal se sintiese inclinado a dejarme marchar por muchos archivos que destrozara él para hacerme parecer el Papa de Roma. Y si el DSH me conectaba con cualquiera de mis otras actividades no del todo legales o, aún peor, si la NSA descubría mis habilidades matemáticas… No me tirarían simplemente a un agujero, me tirarían a un laboratorio. Aún tenía una pequeña pero finita posibilidad de escapar. La parte trasera de aquel edificio daba a la pendiente arbolada de la montaña. Los federales se estarían moviendo en su propio perímetro a esas alturas, concentrados en lo que fuera que había provocado la explosión del edificio. Si salía por una ventana trasera, tenía una oportunidad de escalar la pendiente mientras estaban distraidos y escurrirme fuera de su red sin ser vista, o abrirme paso peleando con cualquier agente cogido por sorpresa.

    Una posibilidad diminuta, pero una al fin y al cabo.

    Me aparté de la pared con un impulso y cojeé hacia el fondo de lo que había sido la zona de salida del edificio. Mis piernas casi cedieron bajo mi peso, pero las obligué a sujetarme. Llegué a la pared del fondo (bueno, me dejé caer contra ella). Hurgué con el cerrojo de una de las ventanas con la mano izquierda, pero el chisme estaba cerrado y oxidado y mis dedos estaban pegajosos por la sangre. Había perdido el AK en algún sitio, pero saqué el cuchillo y golpeé la ventana con la empuñadura. Cayeron grandes fragmentos de cristal. Empecé a usar la hoja para despejar cualquier trozo afilado que hubiera quedado en el marco. No sentía deseo alguno de cortarme más de lo que ya estaba.

    —Manos arriba, - surgió una voz del silencio detrás de mí.

    Me giré lentamente.

    La misma jodida agente del DSH de antes estaba de pie al otro lado de la habitación, su alta silueta ocutaba la luz en la puerta. Me apuntaba con un arma. De nuevo.

    —Sabía que eras tú, - me dijo tranquilamente. —Manos arriba. Esta vez no te escapas.

    Aún con todo, ella sólo era una agente del DSH. Aunque tuviera un arma apuntándome, lo único que yo necesitaba era una distracción de fracción de segundo...

    «En circunstancias normales», me recordaron las matemáticas.

    Eso era lo malo de las matemáticas: no iban a flaquear por mucho que yo quisiera modelar la realidad. Normalmente me decían cómo podía ganar pero, esta vez… esta vez las vías de escape se alejaban temblorosas y coaguladas, apabulladas por la desinteresada lógica. Mi debilitado estado reducía las posibilidades, causaba que cada movimiento que yo pudiera hacer, la agente podría contrarrestarlo. Ella podía cometer un error... pero claro, también podía no cometerlo y aunque consiguiera pasar por encima de ella, aún tenía a todos sus amigos ahí fuera. Si alguien me veía corriendo, sería yo la responsable de llevarme un disparo, y aunque sabía que me estaban apuntando en ese mismo momento, probablemente no tenía un porcentaje mejor que un cuarenta por ciento de poder evitarlo.

    «Esperanza matemática... la probabilidad de que me disparara uno de sus colegas si yo intentaba escapar de ella, multiplicada por el verdaderamente espantoso resultado de morir…»

    La respuesta ni siquiera tenía la deferencia de estar cerca.

    «Jodidas matemáticas.»

    Levanté la mano libre, la que no evitaba que me desengrara, y dejé caer el cuchillo al suelo.

    Quise decir que me rendía, pero las palabras se agarrotaron en mi garganta.

    —Al suelo bocabajo, - dijo la mujer avanzando un paso. —Manos sobre la cabeza.

    No quería hacer lo que me pedía... prefería darle una elegante réplica. Pero la tierra vino a mi encuentro de todos modos. Quizá fue la adrenalina fluyendo fuera de mí, pero me doblé de rodillas y luego hasta el mugriento suelo del restaurante. Había dejado de sujetarme la herida. Sentí liberarse una especie de horrorosa presión junto a una paralizante sacudida de dolor. Traté de evaluar su estado como siempre hacía pero, por alguna razón, no me sentía capaz. Algo similar al miedo mordía el límite de mis pensamientos. Mis manos no parecían funcionar muy bien, pero conseguí tocarme la nuca.

    —Rápido, - mascullé contra la losa polvorienta. Pude oír a la mujer (la agente del DSH) acercarse lentamente. Probablemente esperando refuerzos.—Estoy sangrando, - dije reuniendo la suficiente energía. Quise decirlo en voz bien alta, pero tuve suerte de que salieran las sílabas siquiera. —Un montón. De hecho… creo que voy a desmayarme en unos veinte segundos.

    Mi autoevaluación no me decía gran cosa en aquel momento, pero las matemáticas de la pérdida de sangre ondulaban a través del caos. Un último vestigio de inteligente autopreservación me sugirió añadir: —No me dejes morir. Tengo la prueba que quieres.

    Ella vaciló, y luego oí que llamada por radio a los paramédicos.

    —Diez, - le dije mareada. —Nueve…

    Sus pisadas corrieron hacia mí. —Nada de movimientos bruscos.

    —No creo que tengas que preocuparte por eso, - le dije, y me desmayé

    [4] NdT: bullpup = término sin traducción en español. La wiki dice que una arma bullup es un formato de arma de fuego en el cual los mecanismos y el cargador se encuentran detrás del disparador. Esto incrementa la longitud del cañón respecto al largo total del arma, permitiendo tener armas con la misma longitud del cañón, ahorrando peso y aumentando la maniobrabilidad en espacios estrechos.

Capítulo 14

    Desperté en una habitación de hospital, esposada a la barra de la cama. Estaba un poco mareada, pero los números me cantaban lo fácil que sería quebrarme el pulgar y deslizar la mano. Mi cerebro se puso al día: «debo de estar sintiéndome mejor.»

    Hice una rápida observación interna... mi lado izquierdo aún estaba cortado, pero alguien lo había puesto todo en su sitio y cosido la herida. Sanaría lentamente si no la forzaba. También habían limpiado y vendado mis otros cortes y arañazos varios. Había sido un bonito detalle del DSH curarme, pero tenía que salir de allí.

    Abrí un poco los ojos y miré la habitación a mi alrededor. Habitación blanca y brillante. Y una alta figura de pie en la puerta en una aproximación de la posición de descanso.

    —Bienvenida de vuelta al mundo, - dijo la agente del DSH que me había traído.

    No estaba sonriendo.

    Parpadeé mis ojos al abrirlos del todo, cediendo a toda pretensión de salir de allí. —Hola.

    —¿Quién eres? - preguntó la mujer.

    —¿Yo? Yo no soy nadie, - le dije probando mi mano derecha en las esposas. —Sólo soy la intermediaria.

    —De Sonya Halliday.

    —Quizá. ¿Qué queréis de ella? - Ella soltó un bufido. Supuse que tenía razón: su interés era obvio.

    —DSH, - le dije exteriorizando mis pensamientos. No podía recordar exactamente cuántas ramas de Seguridad Homeland había, pero… —¿Servicio Secreto? - se encargaban de los crímenes financieros y protegían la economía de los EEUU, si no recordaba mal.

    La agente no respondió. —Dijiste que tenías la prueba. Creo que estabas mintiendo. Estás intentando encontrarla igual que nosotros.

    No tenía una respuesta... podía permanecer callada. Por supuesto, si lo hacía, probablemente tendrían que asumir que yo iba tras la prueba con nefastos propósitos para destruir el mundo.

    —No estoy buscando la prueba. Estoy intentando salvar a la profesora.

    —Sí, claro. - las frase estaba llena de ironía. —Llevas meses reuniéndote con ella. ¿Trabajabas intentando encontrar un comprador para su trabajo? ¿Salió mal la compra?

    Me quedé perdida durante un minuto.

    «¿Meses? Cielo Santo, deben de haber encontrado la pista que Inspector había preparado para Lancero.»

    ¿Debía decirle la verdad? ¿Había algún modo de usar aquello a mi favor?

    —No intento ayudarla a vender la prueba, - le dije arrastrando las palabras.

    —Entonces, ¿qué? Las personas como tú no visitan profesoras de matemáticas sin motivo. ¿Qué estabais discutiendo?

    Inspector había (con suerte) hecho pensar a Lancero que estábamos de hecho discutiendo sobre matemáticas, pero si el gobierno no sabía esa parte, yo no iba a contárselo. Si lo supieran, me encerrarían para siempre. Puertas negras, agujas plateadas, baldosas rojas, batas blancas...

    —Ella quería protección, - le espeté. —Una guardaespaldas. Yo no dejaba de decirle que ella no necesitaba ninguna. Me equivoqué... obviamente. Encontrarla es un asunto de orgullo profesional. - me mordí el labio para detener el flujo de palabras.

    Hablo demasiado cuando miento.

    La agente me estudió.

    —¿Estoy bajo arresto? - le pregunté al final.

    —Quizá. Eso depende.

    —Depende de qué.

    Pareció estar considerando con cuidado su siguiente afirmación. —¿Eres consciente de que estamos bajo amenaza de seguridad nacional si la prueba no se contiene antes de que podamos adaptar nuestros sistemas?

    —Soy consciente, - le dije.

    —Para tal fin no dudamos en oponernos a todo lo que se interponga en nuestro camino. Y tú has probado ser notablemente eficiente en seguir a este grupo.

    Traté de traducir sus palabras. Aún me daba vueltas la cabeza, pero ella no podía saber lo que yo pensaba sobre lo que estaba diciendo.

    —¿Qué?

    —Asumiendo tu plena cooperación y que tu identidad y tu historia es cierta, nos gustaría usarte.

    —¿Queréis contratarme?

    Apretó los labios. —No he dicho contratarte. He dicho usarte.

    Sentí un escalofrío en la nuca.. —Tú no eres del Servicio Secreto.

    Era de alguna rama muy extraoficial del Departamento de Seguridad Homeland, una investida para tomar cualquier decisión necesaria para proteger el país. Una para la que los crimenes insignificantes de una mercenaria experta en recuperaciones eran insignificantes siempre y cuando pudieran ponerle una correa como a un sabueso. Una desvinculada de las finuras de los debidos procesos y abogados. Todo parecía tan extraño con la habitación blanco brillante y las arrugadas ropas civiles de la mujer y estilo de pelo corto.

    —No me vais a dejar salir andando de aquí, - le dije.

    —No.

    Un brote de pánico se sumó al escalofrío.

    —Que te jodan, - le dije. —Quieres que sea una versión demencial de Informante Confidencial, pon tus jodidas cartas sobre la mesa ahora mismo.

    Su expresión no cambió, pero tuve la clara impresión de que mi respuesta era precisamente lo que ella me había manipulado a decir y aquello no me gustó.

    —Te estaremos rastreando, - me respondió con calma.

    —¿Qué?

    —Ya te hemos implantado el rastreador. Llévanos hasta la profesora Halliday y su prueba, junto con alguna garantía de que has contenido la información, y te contaremos cómo desactivarlo. O cómo conseguir que un cirujano lo retire, como prefieras.

    Moví y retorcí la mano, mi pulgar se partió audiblemente... mi mano salió arañándo el acero con un estallido de dolor y me eché sobre un lado hacia fuera de la cama. Vi un gotero junto a mí y, en un movimiento fluído, envolví mi otra mano a su alrededor y giré, lanzándolo hacia la agente. Ella lo esquivó más rápido de lo que yo esperaba y echó mano a su pistola al mismo tiempo, pero yo usé la preciosa fracción de segundo para avanzar más allá del pie de la cama y golpearla con la barra, atrapando la mano del arma. Me doblé mientras la golpeaba y nos llevé a ambas al suelo. Mi mano siguió el mismo movimiento para sacar el arma de su funda. Me alejé rodando y me levanté con el arma por delante. La agente abortó un intento de lanzarse a por mí y quedó inmóbil.

    —Mejor, - le dije.

    —No te conviene hacer esto. - ella ni siquiera estaba jadeando.

    Noté un calambre en la herida del costado. —Dame la información del rastreador. Ahora.

    —No estoy en posesión de esa información, - me dijo. —Y si intentas tomarme como rehén, el resultado será tu arresto o tu muerte. Trabaja con nosotros.

    —¿Trabajar con vosotros? ¿Bajo amenaza? Va a ser que no.

    —¿Crees que esto es una amenaza? - se rió. El sonido fue feo. —Es un regalo. La única razón por la que no irrumpen cinco agentes por esa puerta ahora mismo es que la decisión de mis supervisores me obliga a mantener esto extraoficialmente. ¿Tengo que deletreártelo?

    Policía secreta, gente con batas blancas... Excepto que no se trataba de una base secreta o un laboratorio. Era una habitación de hospital, con una ventana sin barrotes y una TV atornillada a la pared sobre nosotras.

    —No tenéis mucho tiempo, - le dije. Su expresión dudó un poco. —Me habéis transportado en helicóptero hasta el hospital más cercano y ni siquiera me habéis llevado a algún sitio seguro después. ¿Por qué arriesgarse a mostrarle a alguien una base de operaciones cuando va a salir andando de todos modos? - le dije entornando los ojos. —¿Por qué no dejar que escapara, en vez de engañarme para pensar que conseguía el mejor de vuestros pequeños tratos?

    —No es un truco, - dijo ella. —He sido muy directa contigo.

    —Para que supiera que no podía huir y vender la prueba después de encontrar a Halliday. Para que supiera que me habías puesto una correa. - ella ni parpadeó. —Aparta de mi camino, - le dije. —O que dios me ayude, te dispararé.

    Ella se irguió y se movió a un lado. Mis ropas estaban en una silla junto a la puerta. Las recogí con la mano que no empuñaba el arma... mi pulgar roto se quejó. Luego, con la mareante sensación de que estaba haciendo exactamente lo que ellos querían, salí de la habitación, apuntando a la agente todo el tiempo.

    Ella no intentó detenerme. Después de todo, había ganado.

Capítulo 15

    Salí tambaleándome del edificio (un hospital normal) hacia la brillante luz del día. No había ninguna otra seguridad. Me había cambiado de ropa en el hueco de una escalera y salido andando por la puerta. El DSH había sido lo bastante cortés para dejar intacto el contenido de mis bolsillos, aunque me faltaba la camisa. Probablemente la había cortado un cirujano. Me había enfundado en la chaqueta (parecería extraña con el calor de la California sureña, pero esa era la menor de mis preocupaciones en aquel momento).

    Me dolía el costado como si el rastreador estuviera liberando un veneno tóxico en mi flujo sanguíneo, controlándome, haciéndome suya.

    «¿Adónde voy?»

    ¿Importaba acaso?

    «Lejos.»

    Tenía que alejarme. Esa era la primera prioridad. Poner algo de distancia.

    Robé el primer coche que me encontré, preguntándome si el DSH me arrestaría por ello.

    «Como si eso supusiese alguna diferencia ahora.»

    Conduje rápido, más rápido de lo que debiera, hacia el desierto, pasando los arrabales de LA hacia donde la civilización era sustituída por gasolineras y polvo. Luego saqué el coche de la carretera hacia la nada vacía, y paré. El sol golpeaba a través del parabrisas, cociéndome. Me dolía horriblemente la herida en el costado. Me había recolocado en su sitio el pulgar roto al salir del hospital, pero aún me enviaba espasmos que me subían por el brazo derecho, y la quemadura de la mano izquierda había empezado a picar de nuevo bajo el vendaje que me habían puesto.

    Ignoré el dolor y eché mano a los bolsillos. Había dejado mi cuchillo principal en el restaurante cuando me habían detenido, pero tenía en el bolsillo una navaja multiuso con cuchilla. La saqué y la abrí. Me recliné en el asiento y cerré los ojos con fuerza.

    Tenía que ser capaz de hacerlo.

    La misma hiperconsciencia de mi cuerpo que me permitía poner en práctica el cálculo matemático ultrarrápido también me decía cuándo estaba herida, dónde y si era grave. Las capas de músculo y piel y carne me cantaban una exactitud numérica.

    «¿Qué tamaño tiene un microchip?»

    «Tenía que ser capaz de sentirlo, ¿no? Tenía que...»

    Durante unos largos momentos, todo lo que podía sentir en el lado de la herida era un ardiente dolor constante. Lo aparté a un lado con impaciencia, sondeando en busca de otra cosa fuera de lugar.

    Puntos. Los irregulares extremos de una costura que no se había cerrado del todo.Y allí. Un punto de materia extraña. Algo que no me pertenecía.

    «Ahí está. Debe de ser eso.»

    Cogí la navaja con la mano izquierda, apreté los dientes y me subí la chaqueta. Para cuando hube extraído el microchip, un pedacito del tamaño de un grano de arroz se me resbaló de entre los sangrientos dedos hasta la compacta tierra del desierto. El lado del conductor estaba manchado de sangre y mi herida reabierta sangraba en el costado.

    No era peligroso... aún no; no hasta que se asentara la infección... sabía bastantes matemáticas de anatomía para estar segura de eso.

    Y el microchip estaba fuera. Esa era la parte importante.

    Di una respiración, sintiéndome de pronto mucho más limpia.

    ¿Sabría el DSH... o la NSA, o quien fuese... que me lo había quitado? ¿Vendrían a por mí?

    Y aún más importante, ¿y si habían puesto otro chip en otra parte? ¿Colocado dentro con una aguja entre los dedos de mis pies o plegado en las puntadas de la herida donde yo no podría identificar una materia extraña de la siguiente? ¿Podía buscar por todo mi cuerpo de esta forma? ¿Desgarrarme entera?

    La sensación de limpieza se disolvió. Traté de expandir mis sentidos, de sentir el resto de mi cuerpo, pero no estaba segura. Aún podían estar rastreándome. O quizá les había vencido. En tal caso, podrían saber que me había extraído sus ojos espías. Tenía que olvidarme del chip y salir de allí. Rápido.

    Puse en marcha el motor y conduje hasta que encontré una gasolinera, luego cambié de coche y repetí el proceso siete veces. No había nada más que pudiera hacer. Había tirado mi teléfono en medio de la nada junto con el microchip, de modo que puse rumbo hacia LA y aceleré a través del desierto hasta encontrar una zona comercial con una tienda de electrodomésticos. Compré un móbil de prepago y llamé a Arthur.

    Sin respuesta.

    «Mierda.»

    Llamé a Inspector. —¿Hola? - dijo la voz de Pilar.

    Me quedé demasiado confundida para responder durante un segundo. —Este es el teléfono de Inspector, - le dije estúpidamente.

    —¡Cas! - dijo Pilar efusiva. —¿Cómo te va? ¿Has salido? ¿Dónde estás? ¿Encontraste a la profesora?

    —No, - le dije. —¿Dónde está Inspector?

    —Le di un somnífero y le obligué a dormir un poco. Le dije que le despertaría si había novedades. ¿Las hay? ¿Novedades?

    —Creí que estabas con la NSA, - le dije. —¿Qué ha pasado?

    —Bueno, estuve, pero no tenía mucho que hacer una vez que Arthur se entregó.

    —¿Se entregó? ¿Arthur está bajo arresto?

    —¿Qué? ¡No! Uh, no creo. ¿Por qué iba a estarlo?

    Supuse que Arthur había sido capaz de dar la vuelta a las cosas si no había quebrantado ninguna ley. Especialmente una vez que se había separado de mí. Yo estaba furiosa con él otra vez desde el principio.

    Pilar seguía parloteando. —Y bueno, Inspector me llamó pidiendo ayuda, creo que estaba teniendo algún problema tipo DPT con lo del edificio cayendo encima de Arthur, así que...

    —¿Qué?

    —Bueno, no sé si es desorden postraumático lo que tiene, realmente, pero uno de mis primos estuvo en los Marines y...

    —¡Pilar!

    —Al parecer no es la primera vez que Inspector y Arthur se han visto envueltos con alguien a quien le gusta volar edificios por los aires. - me dijo. —Inspector ha estado trabajando en ello, tratando de ver si se trataba de la misma persona. Dicen que no es un MO muy común.

    No lo era.

    —¿Encontró algo?

    —Um, no creo. Todavía no.

    Lo que significaba que estaban en un punto muerto y yo estaba en un punto muerto también... podía decirle a Inspector que filtrara otra reunión, pero con los federales vigilando, seguro que la recogían y venían a joderlo todo como la primera vez. ¿Había descubierto el DSH mi trampa en el restaurante porque ya me habían estado rastreando o porque habían seguido la pista a los hombres que trabajaban con Lancero? Me picó la piel como si sintese la presencia de un millar de perseguidores. ¿Por qué demonios habíamos metido al gobierno en esto en primer lugar?

    «Maldito Arthur.»

    —...y tal, por cierto, Cas, ¿qué querías? ¿Despierto a Inspector?

    Cerré los ojos. Necesitaba saber él si me había mantenido en la sombra. Que no había nada que la NSA pudiera encontrar salvo las pistas que había plantado para preparar nuestra trampa, que me había mantenido lo bastante oculta para que el DSH no lo averiguase todo sobre mí con unos cuantos clics de un botón… que era imposible que los federales pudieran encontrarme y ponerme un collar de nuevo. Yo no tenía la métrica de lo poderosos que eran, no del todo. ¿Cómo la iba a tener? Y al pensar en ello, Inspector no podría tener mejor idea que yo. Podía darme todas las garantías del mundo, pero yo no sabría la verdad si me encontrarían o no.

    Estaba demasiado cansada.

    —¿Cas?

    Me dolía el costado. Mi chaqueta empezó a mancharse con una creciente humedad roja que relucía en el polvo y sangre seca que ya había en ella. Tenía que encargarme de eso.

    —¿Cas? ¿Sigues ahí?

    —Solo dile que me llame, - le dije y colgué.

    Aún estaba aparcada en la zona de comercios donde había comprado el teléfono. Inspeccioné las otras tiendas... la mitad de ellas estaban cerradas.

    Claro, era fin de semana, ¿verdad? Domingo, probablemente, dependiendo del tiempo que hubiera estado en el hospital.

    Examiné los letreros, confiando encontrar una lavandería automática o de limpieza en seco.

    No hubo suerte.

    Restaurante, pizzería, restaurante, banco, tienda de vídeo, fachada vacía, dojo de karate, salón de manicura, la tienda de electrodomésticos donde había comprado el teléfono y otros tres locales de comida.

    Si hubiera querido un bocata, dulces o yogurt helado, estaba servida, pero una leve náusea flotaba sobre mí ante la idea de comer algo. Probablemente me habían estado bombeado algún tipo de anestésico en el hospital.

    El dojo de karate tenía varias camisas y uniformes en el escaparate de su ventana tintada. Conduje a la parte de atrás de la zona y entré en el gimnasio. Ni siquiera tuve que correr el riesgo de ir al escaparate... la habitación trasera tenía cajas de ropas de escuelas afiliadas, algunas con elegantes letras de caligrafía y otras sin ellas, y un arcón con la etiqueta "objetos perdidos" hasta arriba de abrigos y zapatos. Un armario también contenía un botiquín rudimentario.

    «Perfecto.»

    Extendí un montón de colchonetas en la habitación y me tumbé de lado lo mejor que pude. Estrujé sin reparos un puñado de paquetes de pomada antibacteriana sobre el lado cortado antes de aplastar una compresa encima de todo. También me vendé el pulgar derecho para fijarlo al resto de la mano. Había empezado a hincharse, un blando bulto alrededor del dedo que se estaba coloreando en un precioso tono púrpura, pero no había nada más que pudiera hacer por él. Enrollé mi sangrienta chaqueta para llevármela y tirarla en un contenedor y cogí una gran camiseta seriagrafiada con "Kárate Cinco Espíritus de Valley" tanto en inglés como, al parecer, en japonés. Luego excavé en objetos perdidos y encontré otra chaqueta. Hacía suficiente calor para salir sin una, pero me gustaba poder esconder las armas. Para cuando encontré una holgada sudadera ya me faltaba el aliento. Me senté de nuevo sobre las colchonetas y me tumbé presionando una mano contra el vendaje del costado. El dolor era tolerable, pero toda mi energía parecía haberse ido con la sangre en el suelo del restaurante abandonado.

    «Joder.»

    Odiaba estar débil.

    Aunque en realidad no era importante en ese momento, ¿no? Yo estaba fuera de todo. Podía abandonar la búsqueda de Halliday y dejarle la economía global a la NSA y a Seguridad Homeland. Ellos encontrarían a la mujer y arreglarían las cosas o no, pero de un modo u otro, había alguien en este caso. No tenía por qué ser yo. Podía enterrarme en cualquier parte e intentar dormir con una espectacular cantidad de nárcoticos hasta curarme.

    Sentí de nuevo la mano de Arthur en mi codo en el bar, oí la tensión en su voz cuando me pidió ayuda. Aquello había ocurrido antes de que acudiera a las autoridades.

    «Ya no te quiere en esto.»

    ¿Y si yo pasaba del caso y Halliday moría? ¿Y si pasaba del caso y el DSH encontraba a Halliday y la enterraba junto a Arthur y a Inspector y a Pilar tan hondo que nadie los volvía a ver nunca de nuevo?

    Me sequé el sudor de la frente con otra camiseta de Kárate Cinco Espíritus de Valley. De todos modos, ¿qué podía hacer yo? A menos que a Inspector se le ocurriera otro enfoque, me había quedado sin pistas que perseguir. Todo se me había escurrido de las manos. No tenía responsibilidad aquí.

    «Asúmelo, sólo estás involucrada en este trabajo porque quieres algo con lo que estar involucrada.»

    Probablemente era cierto.

    Que así fuese, entonces. Estaba harta.

    «Que le den a esa idea», dijo algo dentro de mi mente. «No estas harta. Arthur te pidió ayuda... deja de lloriquear y ayuda.»

    Tenía que volver a casa de Inspector. Lo que fuese en lo que estaba trabajando para rastrear al experto en explosivos o a Lancero, probablemente yo podía ser útil. Podía apretar los dientes y tolerarlo si Pilar le llevaba después los datos a la NSA... lo que importaba era que alguien encontrase a Halliday. O quizá pudieramos descubrir lo suficiente para ir en su busca yo misma, una vez que hubiera recobrado un poco de energía. Eso era un curso de los acontecimientos mucho más preferible. Era mejor para mí estar concentrada en algo, al menos.

    Me levanté de la pila de colchonetas usando unas estanterías de metal como apoyo. Después de un tosco y torpe trabajo de limpieza, renqueé hacia la puerta trasera y la abrí con el hombro. Una pistola apareció en mi cara.

    —Bueno, bueno, - dijo la voz de un hombre. —Te hemos estado buscando.

Capítulo 16

    Mis reflejos eran un pelín más lentos de lo normal. Afortunadamente, porque me llevó una fracción de segundo decidir no retorcer el arma de la mano del tipo y girarla hacia él. Mi reacción abortada me llevó a un ligero traspié. Era espantosamente sencillo hacerme la débil.

    —Es un error eso de ir a cualquier parte donde grandes ojos pueden verte, - dijo el hombre que me apuntaba.

    Era un tipo grande, atezado, que parecía demasiado ufano en gesticular hacia arriba con una alegre sonrisa.

    «De acuerdo. Mierda.»

    La zona de comercios tenía cámaras de seguridad y, al parecer, Lancero era casi tan bueno como Inspector. Había estado buscando mi cara desde que habíamos plantado la pista falsa. Y, bien pensado, yo tendría suerte si la NSA no estaba haciendo lo mismo.

    A menos que ya estuvieran en camino también...

    El hombre con la pistola tenía cinco amigos con él, ninguno de los cuales había sacado armas de momento, pero escondían las manos en sus chaquetas y en los bolsillos de sus sudaderas. Iban indudablemente armados.

    «Un equipo de secuestro más discreto, como el del apartamento de Halliday... sin AK que la gente pudiera ver.»

    Presioné una mano en mi vendaje del costado. Había querido que me capturaran, pero aquel no era el mejor momento.

    —¿Sois los que se llevaron a la profesora Halliday? - dije tratando de sonar asustada.

    —Vas a venir con nosotros, - dijo el hombre del arma. —Tenemos un trabajo para ti.

    Pasé la vista por sus corpulentos amigos. —Sí, vale.

    Para ser perfectamente honesta, casi me alegré de que parte del plan fuese no pelear con ellos justo en ese momento. Por supuesto, toda la trama dependía de poder escapar peleando, una vez que encontrara a Halliday... Uno de los otros hombres me empujó desde atrás y casi me caigo. No había notado que se me había acercado tanto.

    «Mierda. Bueno, al menos no estaba teniendo ningún problema en fingir ser una desvalida matemática de la calle.»

    Me quitaron el arma que le había robado a mi amistosa vecina agente del DHS, junto con el móbil quemado y todo lo demás que había en mis bolsillos. Les seguí dentro de una furgoneta.

    «Deben de tener una jodida flota entera de furgonetas y SUV, por amor de Dios.»

    Uno de ellos me esposó a la puerta. Otro tipo se sentó detrás de la furgoneta, fuera de vista de las cámaras de seguridad. Era de mediana edad, cara larga, mandíbula cuadrada de piel bronceada y pelo castaño engominado que rodeaba una zona calva y le caía sobre los hombros. Tenía un juego de esas bolas de meditacion que puedes conseguir en Chinatown y que daba vueltas y vueltas con una mano, clac, clac, clac, y un bastón de paseo intrincadamente tallado apoyado en la rodilla. Una tablet se equilibraba en su regazo.

    —¿Qué te ha pasado? - me dijo mirando la chaqueta sangrienta que yo sujetaba en la mano.

    Su mirada era intensa. Penetrante.

    Imaginé que sólo podía ayudarme contar una pequeña versión de la verdad. —Parece que hay un montón de gente que va detrás de mi, - le respondí.

    —¿Y sabes por qué?

    —Porque ayudé a Halliday con su prueba. - tragué. —Por si te interesa, no valió la pena.

    Uno de los hombres sofocó una carcajada. Se apilaron todos allí dentro con nosotros. Uno deslizó la puerta para cerrarla y, con un ligero tambaleo, la furgoneta empezó a moverse.

    Clac, clac, clac, hacían las bolas de meditación.

    —¿Eres Lancero? - le pregunté.

    Quizá era su jefe.

    Las bolas de meditación se detuvieron. La vista penetrante se levantó hacia mí.

    «Oh, Jesús. ¿Dónde he podido oír ese nombre?.

    —La NSA mencionó que intentaban atraparme. Pensaban que yo trabajaba para ti, - me inventé rápidamente.

    Los ojos permanecieron sobre mí un poco más de tiempo, evaluando, y luego las bolas de meditación empezaron de nuevo.

    Dejé escapar un lento suspiro.

    —Tengo muchos nombres, - se dignó a decir el hombre con una burla. —La Agencia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos y sus estúpidos juegos. Se piensan que lo saben todo. - le dijo algo a uno de sus hombres en un idioma diferente y ambos rieron.

    —Sí, - le dije, demasiado relajada para mantener la boca cerrada como una adecuada víctima de secuestro. —Estúpidos. Intentaron ofrecerme un trato.

    —¿Y lo rechazaste? Eso parece improbable.

    El Lancero me evaluó como un ave de presa considerando al roedor que sería su próximo almuerzo.

    —No ofrecían suficiente, - le dije temerariamente.

    Probablemente debería haber pensado mejor cómo quería jugar mis cartas. Lacero levantó sus pobladas cejas. —Ya veo.

    Clac, clac, clac.

    —¿Qué te parece esta oferta? Tú nos ayudas y nosotros no te matamos.

    Como que me iba a creer eso.

    El tipo quería asegurarse de que era el único que se quedaba con la prueba. Quería matarnos a Halliday y a mí una vez le ayudáramos a entenderla, aplicarla no requería seso. Yo tenía en la punta de la lengua aceptar (seguirle el juego, dejarle pensar que me tenía) cuando recordé a una mujer que se había marcado el farol de contar con un supervolcán al enfrentarnos a un villano. Le había presionado sin ceder demasiado fácilmente y eso había hecho que el tipo se creyese nuestra actuación.

    —No es lo bastante buena, - le dije. —Págame.

    —¿Qué has dicho?

    —Halliday me pagaba para ayudarla. Yo no hago esto por salud, ¿sabes? Lo hago por dinero.

    La proclamación casi sonó real, probablemente porque esta clase de historias estaba justo en mi zona de confort. Lacero se reclinó en el asiento con aspecto satisfecho. Probablemente porque planeaba matarme para recuperar todo su dinero.

    —¿Cuánto?

    Jesús, en ese momento tuve que pensar. —Vas a usar esta prueba para ganar millones, - le dije. —Billones, si lo haces bien. ¿No es cierto?

    «¿Cuánto valía una cosa así? ¿Qué pediría yo si fuese un trabajo normal?»

    —Si resuelves el trabajo, - me dijo. —Puede que sea demasiado lenta para que resulte práctica, incluso en tiempo polinómico.

    «¿Tiempo polinómico?»

    Aquel hombre al menos sabía algo de lo que estaba pidiendo, aunque no lo bastante para comprender la misma prueba sin Halliday y sin mí. Pensé en las carpetas llenas de papeles con matemáticas.

    —No es demasiado lenta, - dije en voz alta.

    —Entonces, ¿qué es lo que quieres?

    «Hmm.»

    Si de verdad estuviera haciendo ese trabajo… él no tendría todavía el dinero que valía la prueba. Sólo lo conseguiría después de que yo trabajara para él.

    —Quiero participar.

    Él ladeó la cabeza, estudiándome de nuevo. Había conseguido sorprenderle.

    Clac, clac, clac.

    —Quiero una regalía, - le presioné. —Un porcentaje. De todo lo que saques con esto.

    —Hecho, - me dijo. —A ser negociada después de que veamos que tu trabajo lo vale.

    —¿Cómo sé que vas a ser justo? - le demandé, preguntándome si no le estaba presionando demasiado.

    —Podría dispararte ahora mismo, - me dijo lánguidamente. —Por otro lado, siempre soy justo con los que se unen a mí.

    «Ja.»

    Aquí había una muy remota posibilidad de que quisiera reclutarme permamentemente y no matarme sin importar lo que yo hiciera. Era toda una lástima que mi alergia a la autoridad me impidiera ser tentada. Lacero volvió a sentarse, autocomplacido, haciendo clac clac con sus bolas meditación.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Nos dirigimos al Norte, un poco más al Norte y después de muchos kilómetros y unas cuantas paradas, aparcamos junto a unas ruinas de hormigón llenas de matas junto a un faro que oteaba el Pacífico. Uno de los hombres me quitó las esposas de la puerta y me las volvió a colocar, no del todo bruscamente. Quizá estaba siendo respetuoso ante la idea de que yo podría algún día ser una de ellos. Lancero salió después que nosotros. Era un hombre alto y corpulento con una leve cojera que mitigaba con un bastón.

    —Cumple tu parte, - me dijo libremente, —o te mataremos.

    —Vale, - le dije mirando a mi alrededor.

    Aquel lugar debía de haber sido una vieja colección de búnqueres de guerra o algo así. No estaba segura. Me limpié la frente con la manga. Estaba sudando y mi autoinflingida cirugía no había dejado de sangrar. El vendaje que había atado se había puesto pesado... podía sentirlo cuando me movía.

    Mis secuestradores me empujaron hacia un gran cubo gris más alto que el resto, un edificio asentado sobre el acantilado con agujeritos cuadrados en vez de ventanas. La base estaba agrietada y una maraña de enredadera ascendía por el lado sur. Rodeamos una oxidada escultura de metal de chatarra descartada mientras nos aproximábamos a la pesada puerta.

    Alguien se catapultó fuera del edificio.—Hey hey, habéis vuelto, encontrasteis a la chica, jodidamente brillante. Ahora tengo que enviar a algunos de esas obesas mascotas domésticas a por suministros, porque nos has llevado a un reto, y no es que no me guste un reto, pero si voy a hacer que este lugar haga bum, necesito muchas muchas muchas más cosas que hacen bum. Tengo que conectar todo esto más apretado que el esfínter de una cabra. Si tus zoquetes no hubieran sido tan cabronamente nenazas para no traerse mi laboratorio con ellos...

    Lacero despachó al personaje con un movimiento de su mano y con lo que yo entendí que era una genuína sonrisa.

    —Estamos aquí de paso. No hace falta nada de eso.

    El charlatán experto en explosivos hizo pucheros con los labios. Por fin pude echarle un vistazo al tipo... ¿o a la tipa? No estaba segura. Piel oscura como el carbón, moño a lo rasta y una cara redonda asentada en lo alto de un cuerpito redondo que cambiaba su apoyo constantemente como si se meciera de un lado a otro.

    —Pero es un reto, - se lamentó esa persona. —Me gustan los retos. Y ahora vas a cagarte en mis "Hasta la Vista".

    —Un poco, - dije Lancero poniendo una mano el hombro de su hiperactivo amigo.

    —Serás cabronazo, - dijo la personita amigablemente. —Hey, estoy trabajando en la base. Tienes que ver lo que he montado. Es guay de pelotas, te lo juro…

    Los dos desaparecieron en la oscuridad del búnquer.

    —Ese es D.J., - dijo uno de mis escoltas, el que tenía una mano sobre mi brazo y una Glock apuntanto disimuladamente a mi cabeza. —Te metería un cartucho de dinamita por el culo sólo para ver cómo salpica la mierda.

    Y que, al parecer, era un pequeño sociópata con espíritu afín al de Lancero.

    «Maravilloso.»

    —No tengo claro por qué los aguantas, - pinché a mi captor mientras seguíamos a Lacero y a su amiguito hacia la fría oscuridad. —Han matado a un montón de los vuestros en este trabajo.

    El tipo se encogió de hombros. —Más dinero para el resto cuando se divida el pastel.

    Ya, eso parecía lógica hermética.

    El matón me llevo a subir una escaleras de metal con otro tipo siguiéndonos detrás. Sus dedos en mi brazo cavaban zanjas en mis músculos cansados. Mi respiración entraba y salía demasiado rápido para cuando alcanzamos la cima. Intenté reducir el ritmo de las inhalaciones, respirar por la nariz, pero sólo tuve un éxito moderado. Nos encaminamos por un oscuro pasillo de hormigón hasta una pesada puerta de metal con una ranura en ella. El segundo guarda la abrió y me empujaron dentro. Tropecé, me dolió el costado y caí contra una mesa. La puerta se cerró de golpe antes de que detectara el brazo que intentaba sostenerme por la axila.

    —Oh, Dios mío, - dijo Sonya Halliday. —¿Qué te han hecho? ¿Estás bien?

    —Hey, - le dije. —Te encontré.

    —Por amor de Dios, siéntate. - me ayudó a bajar hasta una silla.

    La celda estaba oscura. Una tenue luz fluorescente le daba algo de fría iluminación, pero las paredes y techo sólidos la convertían en una caja de hormigón. Me senté en la solitaria silla a una tosca mesa cubierta de páginas escritas y pilas de impresos de documentos matemáticos. Había un colchón en el suelo junto a una de las paredes. Y un cubo.

    Bueno, eso explicaba el olor.

    —¿Dónde estás herida? ¿Qué puedo hacer? - Halliday aún estaba de pie junto a mí.

    Su pulcra apariencia se había vuelto desaliñada, su ropa tenía franjas de polvo y el tenso nudo de su pelo estaba suelto, pero no parecía herida.

    Eso era bueno.

    —No pasa nada, - dije arrastrando las palabras.

    El mareo estaba remitiendo. No había notado que estaba mareada.

    «Mierda.»

    —Estoy bien. No amenaza mi vida, sólo resulta inconveniente.

    Especialmente considerando que mi propio maldito plan predicaba con la idea de que era capaz de sacarnos a las dos de allí. Observé la sala decepcionantemente inexpugnable.

    «No hay muchas opciones.»

    Tendríamos que cambiar algunas variables... pero, ¿cuáles?

    —El, uh, el alojamiento era mejor en el primer lugar al que me llevaron, - dijo Halliday secamente. —Creo que nos mudaremos pronto.

    Traté de alzar sutilmente una ceja, indicando hacia la puerta. Me pareció un gesto de lo más complicado, pero ella pareció entenderlo.

    —¿Nos están observando, estás preguntando? No lo creo. Al primer lugar donde me llevaron sí... era una especie de prisión acondicionada que habían hecho. Pero no creo que nos vigilen aquí. Tuve un episodio de azúcar en sangre cuando llegamos aquí por primera vez ... soy hipoglucémica, pero había estado bien antes de eso. - se aclaró la garganta. —No me oyeron y no lo notaron durante algún tiempo, y luego se enfadaron bastante. Así que no creo que nos estén observando. Tengo la sensación… creo que las cosas no les van muy bien. No parecen felices.

    —Sí, fuimos nosotros, - le dije. —Hemos estado pinchando al oso. Si lo haces bastantes veces, el oso corre hacia la trampa.

    —Perdona por decirlo, - dijo Halliday, bajando un poco su nariz como había hecho en su oficina, —pero el oso no me parece atrapado.

    Por alguna razón, la inseguridad de Halliday de divirtió esta vez. La mujer tenía coraje... «excelente».

    —Oh, eso es porque no me conoces, - le dije confiando en que fuese verdad. —Soy muy buena.

    —¿En qué?

    —Matemáticas.

    Halliday parpadeó hacia mí, luego dijo con una cara perfectamente derecha, —Y yo también. Pero no creo que eso me dé una solución para escapar atravesando paredes sólidas.

    —Ya se me ocurrirá algo, - le dije.

    Me apoyé en la mesa y me empujé para levantarme ignorando el hecho de que tuve que apoyarme con fuerza en ella y que necesité un momento para recuperar el equilibrio. Las páginas que cubrían la mesa estaban llenas de densa escritura matemática con lo que sólo podía asumir que era la precisa mano de Halliday. Enmascaré mi falta de equilibrio dedicando un fruncimiento de ceño a los papeles. Los impresos apilados a un lado no eran el trabajo de Halliday, que yo supiera... sólo referencias de fondo. Y las páginas a mano…

    —¿Son estas las notas que te habían robado? - Las partes del algoritmo sólo coincidían accidentadamente, faltaban las conexiones entre las comprensiones. —Lo siento, profesora, pero esto no es que parezca exactamente completo.

    —Lo sé. - La frustración manó de su voz. —No consigo... esto pasó tras décadas de trabajo. No puedo recrear cada... - tomó una profunda y tartamudeante respiración.

    No estaba hablando con sentido. No me había imaginado que yo estuviera tan fuera del tema.

    —Pensé que ellos ya tenían la prueba y que sólo te necesitaban para interpretarla. ¿No trataba de eso todo el asunto? ¿Que te la habían robado?

    —Sí, excepto que quienquiera que la robó... - respiró de nuevo y moderó su tono, como si estuviera en la universidad a punto de dirigirse a una clase llena de estudiantes. —No fueron ellos. No parecen estar en posesión de la prueba.

    —Espera, ¿es que hay alguien más ahí fuera con tu prueba? - Me volví a sentar en la silla, con dificultad. Quizá necesitara otro minuto antes de levantarme después todo. —Dilo otra vez.

    —No son los que la robaron, - repetió. —Creo que son las personas que os atacaron a ti y a Arthur para evitar que se supiese de mi trabajo... deben de haber estado observando, o escuchando. Sospecho que intensificaron la orden de atacar a quienquiera que tuviera mi trabajo, pero no son ellos quienes la cogieron. Al principio no dejaban de arengarme, insistiendo en que les contara quién la había robado o acusándome de mentir y demandando saber dónde lo había ocultado todo.

    —Eso no tiene sentido, - le dije.

    —¿Que haya otra parte interesada? - me preguntó. —¿Por qué no? Yo creo… olvido a veces que las matemáticas no son sólo un juego de ideas, sino que se intersecta con el mundo real de modos profundos.

    —O sea, ¿tenemos que salir de aquí y descubrir todavía quién se llevó tu prueba y recuperarla?

    Eso sonaba a un montón de trabajo adicional, trabajo que yo no estaba en forma de emprender.

    Al demonio. Sacar a Halliday del peligro era la primera prioridad. Ya pensaría luego en el resto del trabajo.

    —El hombre que me capturó... está obsesionado con el problema P-NP y con las soluciones eficientes para cada pregunta que pudiera conducirle allí, - dijo Halliday. —Aunque creo que pretende usar mi trabajo para la ganancia económica, entiendo que su mayor sueño es que le conduzca a una prueba de que P es igual a NP.

    —Eso es una idiotez, - le dije. —La factorización no es NP-completo. No hay motivo para que tu prueba pudiera...

    —Lo sé, - dijo ella. —Pero el asunto es que... dijo que me mantendría aquí hasta que generalizara mi trabajo a un problema NP-difícil, lo cual no tiene el mínimo sentido, pero dijo que me hará ... me hará cosas si no puedo… - su voz se perdió al final.— No dudará en hacernos daño. Creo que delira.

    Delirar era la palabra.

    Halliday tenía un resultado fantástico, pero sonaba como si Lacero fuera detrás del Santo Grial de las matemáticas. Recordé la estantería de carpetas con notas. Alguien con un mediocre talento para las matemáticas que se había obsesionado... obsesionado con un sueño que nunca sería lo bastante competente para alcanzar. Me apreté las sienes con la mano tratando de pensar.

    —Supón que hay un experto en ordenadores y, uh, digamos que se cree un matemático y se vuelve un fanático obsesionado con la complejidad algorítmica. Vale. Así que probablemente se pega a los profesionales que están haciendo este trabajo, quizá hackeó tu correo electrónico junto con los correo electrónicos de cualquier otra persona que trabajaba con eso, y escribió un programa para escanear a quienquiera que pudiera estar cerca de resolverlo.

    Las palabras de la Dra. Martinez acudieron a mí: «Se puede escribir un programa que escanea las teclas muy fácilmente, me imagino. No es paranoia, sólo son hechos. O los aceptas y vives en el mundo moderno o no.»

    —Su programa le dio un aviso cuando enviaste el correo electrónico a la NSA y hablaste con tu amigo Zhang. Así empezó a espiarte, preparó tu secuestro. Si pinchó tu teléfono también en aquel momento... debería haber captado tu primera conversación con Arthur, cuando le contaste que te habían robado el trabajo. Cuando hizo que sus hombres nos sacaran de la carretera, apuesto a que no estaba tan preocupado en saber lo que estaba pasando, pues ya sabía que también íbamos tras la prueba desaparecida, y él habría ido todo lo lejos que fuese necesario para impedir que la consiguiéramos primero.

    «Eso encaja. Jesús.»

    Tuvimos suerte de que Lacero no hubiera pinchado la oficina de Halliday. Si lo hubiera hecho, habría sabido que yo acababa de conocerla entonces, y no habríamos sido capaces de fingir que la había estado ayudando todo el tiempo.

    —Esto aún no nos dice quién robó tu trabajo.

    —La peor parte es que no creo que pueda hacerlo. - Halliday se agachó para sentarse en el colchón. —No creo que pueda recrearla. Lo he estado intentando... despacio, porque sabía que Arthur estaría en camino, pero el hombre que me... nos capturó... sabe bastante para verificar mi trabajo, así que no puedo demorarlo demasiado. Y la mayoría de mi indecisión… no ha sido fingida.

    Yo podía ver que ella intentaba hablar tranquilamente, pero encorvaba los hombros y sus dedos se clavaban en el colchón como si luchara por mantener su compostura.

    —No creo que pueda hacerlo. Creo… creo que la he perdido. Eso es lo peor de todo.

    Personalmente, yo creía que nuestro potencial daño corporal y la potencial amenaza económica mundial de quienquiera que tuviera la prueba era mucho peor que el hecho de que Halliday no fuese capaz de recrear sus notas, pero no dije nada. En su lugar, me incliné sobre las notas y hojé algunas páginas.

    «Interesante.»

    La estructura de la prueba era dispersa pero aparente... yo podía verla, una deducción que debería saltar a la siguiente, pero con la escalera de en medio en blanco e inarticulada. Bueno, sólo era un poquito más difícil que leer un ensayo particularmente denso. Los saltos intuitivos ya estaban allí.

    —No dejes que eso te deprima. Creo que puedo acabarla a partir de aquí.

    Ella se me quedó mirando con cara muy rígida y quieta. —Estás de broma.

    —No. Ya tienes hecha la mayor parte.

    Era un resultado asesino, para ser honesta. Creativo y brillante, ponía del revés la teoría de la complejidad antes de invertirla de nuevo en su sitio. Yo estaba impresionada, pero no iba a decírselo a Halliday y arruinarme la diversión. Pasé las hojas de los papeles de nuevo.

    —Sólo hay que unir los puntos. Juego de niños. - fue difícil saber si en ese momento la profesora Halliday habría preferido dispararme o abrazarme.

Capítulo 17

    —Lo primero es lo primero, - le dije. —Tenemos que sacarte de aquí. Ya nos preocuparemos de la prueba luego. - seguí sentada y señalé hacia la puerta. —¿Cuándo abren eso?

    —¿Desde que yo estoy aquí? Nunca. Excepto por mi episodio de azúcar en sangre. Y cuando te metieron dentro.

    «Maldición»

    Si hubiera estado en forma, podría haberme cargado a los guardas en cuanto vi a Halliday y luego sacarnos a ambas. No había estado pensando lo bastante rápido.

    —Finge un ataque, entonces, - le dije.

    —¿Crees que funcionaría?

    Lo ponderé. Probablemente no.

    En realidad, si eran inteligentes mirarían por la ranura de la puerta hasta que yo estuviera a distancia segura al otro lado de la habitación y entrarían apuntándonos con las armas.Ordinariamente eso aún podría cambiar bastantes variables para que yo encontrara una apertura y sacarnos a las dos. Pero en mi estado actual y con Halliday que proteger…

    —¿Qué hay de la comida? - pregunté. —Tienen que traer comida.

    Ella señaló a la ranura en la puerta. Definitivamente bastante espacio para una bandeja.

    —Necesitamos una razón para que entren, - le dije pensando en voz alta. —Algo que les sorprenda. Que les distraiga. Que entren en pánico.

    —¿Y luego qué? - la oscura piel de Halliday tenía un leve brillo verdoso a la luz fluorescente. —Nunca pasaremos. Moriremos .

    —No seas aguafiestas, - le dije. —Profesora, puedo protegerte. Lo prometo.

    —Apenas puedes ponerte en pie tú sola.

    Las palabras podían haber sido crueles, pero su voz era vacía y fáctica.

    Su escepticismo me hizo incluso más determinada.

    —Créeme, no estamos tan mal. Yo me encargo. Además, ¿qué otra elección tenemos? ¿Prefieres quedarte aquí?

    Ella no respondió, sólo apretó los labios durante un momento. —¿Dónde está Arthur? - me preguntó finalmente.

    —Con la NSA. Les vencí, te encontré antes que ellos. - mostré los dientes en algo similar a una sonrisa.

    —¿Qué? ¡Entonces deberíamos esperarles!

    Sabía que la opinión de Halliday no importaba, pero aún así sentí su reacción como un clavo en mi pecho.

    — No sabemos si nos encontrarán, - discutí, —Estos tipos son buenos, quizá lo bastante buenos para evadirse de la NSA y esta situación podría empeorar mucho en cualquier momento. ¿Y si deciden matarnos y huir? ¿Y si los federales nos rastrean y estos tipos nos vuelan a todos por los aires hasta el otro barrio para evitar el arresto? ¿De verdad quieres que nos sentemos sobre nuestras manos y recemos para que salgan del bosque los jinetes del gobierno sobre caballos blancos?

    —Si Arthur dijo que vendría, llegará hasta aquí, - dijo Halliday. —Vendrá a por nosotras.

    —Yo preferiría que nosotras viniéramos a por nosotras.

    Ella inclinó la cabeza al mirarme. —Tú no confias en él.

    —¿Qué? ¡No, sí confío! - protesté, sorprendida y desconcertada por el siniestro giro de la conversación. —Pero confiar en Arthur no implica... venga ya, hay un millar de cosas que él no puede controlar. Sólo porque quiera ayudarnos no significa que sea capaz de conseguirlo.

    —Él confia en ti, - dijo suavemente. —Puedo verlo.

    —Pero yo... escucha, Arthur es útil con un arma, pero yo soy mucho, mucho mejor que él. Él confia en mí para hacer lo necesario de su parte porque sabe que puedo.

    —Porque él sabe que lo harás, - insistió ella.

    —Realmente no sé a dónde quieres llegar, - le dije con un hormigueo en mis emociones. —Lo que dices no supone ninguna diferencia. No importa lo que él quiera hacer o cuánto confies en que lo quiera, porque a veces da igual lo mucho que lo intentes, aún hay cosas que no puedes hacer que ocurran.

    —Lo sé, - me dijo ella con el peso del universo en esas palabras.

    Yo empecé a enfadarme.

    —¿Entonces…?

    —Lo que dices es... es racional, pero confío mucho en Arthur, a pesar de todo. Por muy ilógico que parezca. Y pienso… creo que es una lástima que tú no. Eso es todo.

    La única persona en la que yo confiaba para guardarme las espaldas hasta ese nivel era Rio, y por una buena razón.

    —Pues no sé que decirte, - le dije a Halliday rígidamente. —No estás hablando de confianza, estás hablando de fe.

    —Quizá, - dijo ella. —¿Tan mala es la fe?

    —¡La fe por definición es creencia insustancial! - intenté mantener la voz lo bastante baja para que cualquiera que acechara afuera no pudiera oírme tras la puerta de metal. Apenas conseguí ese nivel de decibelios. Me dio un tirón la herida en el costado. —Por amor de Dios, ¿tú no eras matemática?

    —Las matemáticas no excluyen la fe.

    —¡Claro que la excluyen!

    —Pues lo siento por ti, - me dijo.

    Cerré los ojos y respiré hondo. No necesitaba el visto bueno de Halliday para sacarnos. Lo único que necesitaba era una razón para que nuestros captores entraran allí sin pensar mucho en ello.

    Con un clang del metal, una bandeja con dos pequeñas comidas apareció por la ranura de la puerta. Halliday se apresuró a cogerla.

    —Desde que tuve el ataque han estado trayendo comida cada hora o así, - me explicó. —Más de lo que he necesitado, así que si quieres un poco de la mía…

    Tenían suerte de que ella no hubiera intentado empezar una huelga hambre.

    —¿La has estado almacenando?

    Su cabeza se giró hacia mí en sorpresa mientras ponía la comida sobre la mesa. —No. ¿Para qué iba a hacerlo? Dejé las sobras en la bandeja.

    —Bueno, empieza a hacerlo, - le dije. —Come lo que necesites y métete el resto en los bolsillos. Mi mitad también.

    —¿Qué vas a comer tú?

    —No vamos a estar aquí dentro tanto tiempo para que eso importe, - le dije.

    De todos modos, pensar en comida aún hacía que la náusea royera las esquinas de mi estómago.

    —Las comidas podrían ser mucho menos regulares una vez estemos en fuga y no quiero que te desmayes encima de mí. Ahora dime. ¿Vienen exactamente cada hora, todas las veces?

    Comprobé el reloj. La bandeja había aparecido treinta y tres segundos pasadas las dos p.m. Si ese horario era consistente, podría ser bastante exacto para usarlo en la ejecución de nuestra fuga.

    —No lo sé, - dijo Halliday. —Me quitaron el teléfono.

    —Mediremos el tiempo la próxima vez, entonces. Y la vez siguiente después de esa será cuando salgamos de aquí. Antes de que se haga oscuro.

    —Aún creo que deberíamos esperar a Arthur, - dijo Halliday. —Esto es una locura. Es temerario.

    —Temerario es donde vivo. - intenté sonreir y fracasé. —Es demasiado peligroso esperar, profesora. No te estoy dando una elección.

    —¿Cuál es tu plan, entonces? - ella dirigió la pregunta como si estuviera dando un examen oral, uno que esperaba que yo suspendiese.

    Yo aún no había resuelto cuál iba a ser nuestra mejor jugada, pero no se lo dije. Ignoré a la profesora y me tomé un momento para pensar. Las comidas regulares nos daban oportunidades programadas de contacto con nuestros captores, lo que implicaba que podía intentar algo sincronizado.

    ¿Y qué les pondría en mayor pánico que el riesgo de perder los recursos de sus jefes? Siendo esos recursos la prueba a medio terminar, la profesora Halliday y yo.

    Ella iba a matarme.

    —Sólo necesitamos que abran esa puerta, - le dije lentamente, —y entrarán deprisa para salvarnos si estamos en peligro. De, por decir algo, un incendio.

    —¿Un qué?

    —¡Tenemos mucho combustible aquí mismo! - le dije asintiendo a los papeles sobre la mesa.

    La mirada de horror en su cara fue casi comica.

    —Oh, no pongas esa cara de espanto, - le dije. —Puedes reescribirla.

    —Sólo recrear todo eso ha sido...

    —Por eso la segunda vez será más fácil, - le dije. —Cristo, te ayudaré yo.

    —¡Este es el trabajo de mi vida!

    —Ya, ya, - le dije. —En realidad no. El trabajo de tu vida está en otra parte que será mejor que encontremos. Pero no queremos dejar a estos tipos con una copia y eso implica que no podemos llevarla con nosotras. Ganar y ganar.

    —¡Esto es demencial! - Halliday levantó las manos en lo que pareció un clamor a los cielos. —¿Cómo vamos a encender nada? ¿Y qué impide que el incendio no nos mate antes de que alguien entre aquí?

    —Oh, la ignición es fácil. Sólo son matemáticas. - quizá estuviera pinchándola deliberadamente. —En cuanto a nuestra muerte, ¿crees de verdad que esta habitación puede arder? - gesticulé hacia todo el hormigón que nos rodeaba. —El único problema será la inhalación de humo.

    Pensé en la ciencia de la combustion, luego en la difusión, la liberación de partículas en el aire. Si prendíanos todo aquello, ardería bien, los papeles, la mesa y la silla, nos ahogaríamos ambas si no acudían lo bastante rápido. Por otro lado, si no lo quemábamos todo y abrían la puerta, nos arriesgábamos a que pudieran apagar el fuego antes de que todos los papeles se consumieran. Quemarlo todo haría el fuego lo bastante grande para quitarles limpiamente las matemáticas de las manos.

    —Demencial, - reiteró Halliday.

    Era posible que la profesora tuviese razón, pero yo no estaba dispuesta a echarme atrás ahora.

Capítulo 18

    La siguiente bandeja de comida llegó sólo un puñado de segundos después de las tres.

    «Perfecto.»

    Yo quería que el fuego fuese lo bastante bien para que no pudieran recuperar la prueba aunque la cubrieran con el contenido de un extintor. Después de eso tendríamos unos dos minutos de margen antes de que aquello resultara peligroso para nosotras.

    No le conté a Halliday esa parte.

    Lo primero que hice, por si los guardas estaban acechando y escuchando, fue coger la silla y estamparla contra una pared de hormigón. Las juntas se partieron y las patas de la silla cayeron al suelo. Halliday y yo miramos hacia la puerta, pero no acudió nadie corriendo. Amontoné los papeles de la prueba y los diarios matemáticos en el lado de la habitación más alejado de la puerta y empecé a arrugarlos y plegarlos en una bonita torre de fogata. Halliday observó con un expresión de compungida tragedia antes de apartar la vista. Luego me agaché bajo un extremo de la mesa (mis músculos rotos protestaron, auch) y la levanté reuniendo bastante momento para golpearla contra la pared también. Yo no tenía forma de partir el tablero de la mesa, pero las patas servían como buenos troncos, y las llevé junto con la silla destrozada.

    Lo pensé dos veces y sopesé en las manos una de las patas de la mesa.

    «Equilibrada de forma decente con un centro de masas en el punto perfecto para un buen bateo. Serviría como arma.»

    El resto de la madera se destinó a construir mi pequeña pira. Halliday había empezado a mirarme de nuevo, con la abominable fascinación de alguien que observa un choque de trenes a cámara lenta.

    —Estás herida, - intentó de nuevo mientras yo apilaba la madera alrededor de los papeles. —Si esperamos un poco quizá haya un mejor modo...

    —Ahora es demasiado tarde, - le dije con la suficiente locuacidad para que sonara como un hecho.

    Comprobé mi reloj. Aún teníamos algo de tiempo, y si empezaba antes el fuego, podría matarnos.

    —No están a distancia de un grito o ya habrían oído todo esto. En cuanto traigan la comida, tu trabajo es empezar a gritar sobre el fuego. Estate preparada para agacharte junto a la ranura de la comida.

    Medio esperaba que ella se negara, pero fue y se quedó junto a la puerta. Cada uno de sus movimientos arrastrado con escepticismo mientras obedecía.

    «No voy a hacer que la maten. Voy a sacarla de aquí.»

    Esperamos, Halliday junto a la puerta y yo junto a la pila de la hoguera. Pasé el rato rasgando hebras de mi ropa para hacer un mullido bultito incendario y fingiendo no ver las desaprobadoras miradas que Halliday echaba en mi dirección. Yo aún esperaba que me declarara que no iba formar parte de tal disparate, que el modo adecuado de escapar era esperar a las autoridades del gobierno, pero no ofreció más discusiones.

    Se descontaron los minutos hasta que estuvimos casi en la hora.

    «Por fin.»

    Metí con el pie mi pila del hebras dentro de una cuna de papel arrugado y recogí un estrecho palo cónico y pieza plana que había sido parte original del respaldo de la silla.

    —Prepárate, profesora.

    Yo nunca había probado aquello antes, pero sabía la idea general, y el método sólo era fricción... y la fricción sólo era física, y la física sólo eran matemáticas. Sabía cómo tenía que hacerse. Una delicada operación, pero con la presión adecuada y el periodo correcto, se resolvía todo.

    Me fiaba de los números.

    Pisé con una bota el trozo plano, lo coloqué contra la caña, apreté las palmas planas a ambos lados y empecé a girar el palo entre mis manos, apretando hacia abajo en la madera al mismo tiempo. Las fuerzas se equilibraron perfectamente en un complaciente diagrama vectorial de presiones y fuerzas normales lo bastante cómodo para ignorar el dolor de mi mano izquierda vendada y mi pulgar derecho roto mientras frotaba cada vez más rápido.

    Las matemáticas lo hacían todo bien. Yo podía comprender todo aquello, terminar lo que necesitaba hacer.

    El palo empezó a desgastarse dentro de la madera de abajo, el serrín se amontaba mientras giraba... serrín que empezaba a ennegrecerse a medida que mantenía la fricción, la caña rotaba despiadadameme. El fuerte olor a humo en el aire fue una bendición. Estaba funcionando. El serrín ennegrecido se convertía en diminutas ascuas de carbón y paré de girar. Me hormigueaban las palmas dormidas. Recogí el trozo de madera y con mucho cuidado llevé mi pequeña ascua dentro de mi pila de ropa. Luego lo apoyé en el suelo y soplé muy, muy suavemente.

    La estoquiometría de la combustión se filtró a través de mí mientras añadía O2 a la ecuación, alimentando a mi delicado carboncillo junto a la maraña de hilo. El humo empezó a subir revoloteando en un fino zarcillo, cosquilleando en mi nariz. Seguí soplando. Algunas de las hebras empezaron a oscurecerse cerca del ascua, crepitando hasta hacerse cenizas y, entre un instante y el siguiente, surgió una llamita. La llama engulló la bola de hilo y lamió el papel que la rodeaba. Acerqué rápidamente plieges de páginas arrugadas a su alrededor hasta que tanbién se encendieron sus bordes. Luego llevé los trozos de papel ardiendo a cada esquina de la pila de la hoguera.

    No necesité comprobar mi reloj de nuevo. Había seguido el paso del tiempo de cerca y estábamos justo a un minuto antes de la hora...

    «Justo a tiempo.»

    Me acerqué a un lado de la puerta con mi garrote de pata de mesa preparado. Halliday se había agachado bajo la ranura de la comida y apretaba su mandíbula. Al otro lado de la habitación, las llamas se lanzaban hacia arriba desde los papeles ardientes, iluminando la madera.

    Llegó la hora. La madera empezó a prender, la peste a barniz quemado hacía amargo el humo. La torre de papeles arrugados estaba disminuyendo rápidamente y colapsó. El humo había empezado a rodar por el techo y bajaba a través de nuestro precioso espacio respirable.

    Halliday tosió. Los ojos se me llenaron de lágrimas. Yo parpadeaba tozudamente, envolviendo mi boca con el brazo y respirando a través de la manga.

    «Un minuto después de la hora.»

    Se estaban retrasando.

    El humo en la habitación estaba formando una nube en el aire que dificultaba la visión. Empecé a sentir mareos. Me reubiqué en posición agachada, lista para levantarme como un cohete hacia el primer guarda en entrar, pero incluso la posición agachada no parecía ayudar mucho. Junto a mí, Halliday había empujado la ranura de la puerta para abrirla y estaba respirando por ella. Golpeó el metal junto a ella y gritó.

    Nadie vino.

    «Mierda.»

    Los gritos de Halliday se volvieron toses. Cedió en su afán y se sentó apoyada junto a la ranura. Había sacado un pañuelo y lo tenía presionado contra su nariz y boca, Sus ojos le lloraban a mares.

    «¿Quién lleva pañuelos hoy en día?», pensé medio mareada.

    «Dos minutos después de la hora.»

    Mis pulmones entraban en una tos espasmódica a cada respiración. Intenté parar, absorber el aire más despacio para estar preparada, pero había demasiado humo. Me dolía la herida en el costado.

    «Dos minutos y medio.»

    «Dos minutos cuarenta segundos.»

    «Cuarenta y uno.»

    Alguien fuera gritó, alto y profano y el sonido más dulce que yo había oído nunca. Pisadas de botas y algo hizo clang...

    —Ayuda, - graznó Halliday.

    No pensé que la hubieran oído, pero a estas alturas no hacía falta. El humo ondulaba por la habitación y se vertía por la ranura de la puerta. La conmoción continuó al otro lado, más gritos y golpes y luego el arañar de las llaves en la cerradura…

    La puerta se abrió de golpe, me disparé sobre mis pies y bateé al primer hombre con mi garrote en el cerebro. Yo no tenía puntería ni equilibrio y el golpe fue sólo de refilón, derrumbando al hombre pero sin matarlo. Lo dejé pasar como golpe bastante bueno y llevé mi codo como un cohete hacia el hombre detrás del primero.

    Vagas siluetas tosían y vociferaban órdenes a través del humo en una confusa gresca. Cuando el hombre cuya cara yo acababa de aplastar se vino abajo, me lancé hacia el arma que sabía que debía llevar, la silueta de un aparente AK apareció en cuanto mis manos se cerraron alrededor de la madera y el metal. Cerré los ojos con fuerza, me di la vuelta dejando que las matemáticas fuesen mis ojos y disparé.

    El arma estaba ajustada en ráfaga, (cómo no) pero controlé el cañón y conseguí apuntar. Desperdicié dos balas, pero cinco cuerpos cayeron ante mí. Entorné los ojos. El aire empezaba a despejarse hacia el pasillo, pero el humo aún rodaba a mi alrededor en oleadas, sofocando mis sentidos y difuminando mi visión en una mancha gris. Tanteé detrás de mí y encontré el puntiagudo codo de Halliday para levantarla. Ella empezó a caerse hacia un lado y me agaché bajo su brazo, tirando de su torso más alto y obligándola a apoyarse en mí mientras salíamos tambaleándonos. Nos apesuramos absorbiendo aire más limpio dentro de unos arañados pulmones. Halliday estaba hecha una ruina por la tos. Más gritos resonaron por el corredor. Más matones armados que venían por nuestro camino. Mi pierna izquierda casi cede debajo mí cuando me pinchó la herida del costado.

    «Mierda.»

    Me obligué a enderezarme, arrastré a Halliday conmigo hacia la escalera y bajamos entre tropiezos, medio saltando algunos de los escalones y casi cayendo de cabeza escaleras abajo.

    Al llegar abajo, más hombres con armamento irrumpieron doblando la esquina del pasillo. Yo había cambiado la palanca selectora a fuego semiautomático y disparé antes de que ellos pudieran apuntar. Un AK no es tan preciso como un M16, pero a aquella distancia tampoco hacía falta.

    Nadie tuvo tiempo de disparar.

    Allí en el pasillo, el tiroteo atronaba y resonaba por las paredes hasta llegar a ser dos veces más ensordecedor. Halliday se chocó contra mi hombro.

    «Bueno, disculpe, profesora.»

    Llegamos a la entrada principal antes de que nos acorralaran. El mismo lugar donde yo había seguido a Lancero y a D.J. desde la luz del día. Un bloque cuadrado de resplandor nos tentaba con la libertad, pero estaba muy, muy lejos. Los matones salían desde todas direcciones, cargando las armas mientras llegaban. Tres granadas de humo se acercaron volando a nuestra izquierda y aterrizaron siseando delante de nosotras. Sólo era más humo. Los músculos de mis piernas cedieron de nuevo. Nadie había disparado, («deben de estar intentando recapturarnos vivas») pero mi cuerpo me estaba abandonando más rápido de lo que había esperado y había respirado mucho más humo de lo que había querido. Las matemáticas me mostraban una fusión de líneas oscilantes a mi alrededor y el AK temblaba en mi mano. No estaba segura de que pudiera combatirlos a todos y ganar. A través del humo, a través de mis inundados ojos, capté algo que serpenteaba pared arriba.

    «Hey, estoy trabajando en la base», había dicho el demente D.J. «Tienes que ver lo que montado. Es guay de pelotas.»

    El tipo había estado preparando esta base para la implosión, para que las paredes se agrietaran, se derrumbaran y se enterraran unas a otras. Una bala no podía activar los explosivos plásticos, pero el mecanismo de detonación era otra cosa... si ocurría que alguien era una muy buena tiradora...

    Reuní todas mis fuerzas, levanté el AK y disparé.

    La explosión perforó hormigón y piedra, y yo tiré de Halliday conmigo, corriendo, corriendo, esperando que una bala 7.62 me impactara en la espalda en cualquier momento. Pero todos los hombres estaban gritando a nuestro alrededor, corriendo para salvarse a sí mismos... incluso los que habían estado más cerca que nosotras de la salida necesitaron preciosos segundos para descubrir lo que estaba pasando, girarse y salir en carrera afuera, y nosotras esprintamos pasando a su lado hacia la luz y la libertad.

    Los bloques de hormigón se aplastaron cuando empezó a caer el techo. Estábamos muy cerca de la puerta (teníamos que conseguirlo, podíamos conseguirlo, podíamos conseguirlo) salimos en estampida hacia la luz, las descuidadas matas nos golpeaban en las espinillas. Tiré de Halliday todo el camino, lejos, más lejos, el desplome del edificio fue un trueno a nuestra espalda. Cambié el selector del AK a ráfaga de nuevo y rocié una salva sin mirar detrás de nosotras para disuadir toda persecución.

    Nadie devolvió el fuego.

    La mayoría de los matones había estado demasiado lejos de la puerta.

    Corrimos.

    Los pensamientos rebotaban por mi cerebro en confusión. Teníamos que conseguir un vehículo. No todos los matones habrían muerto y el resto podía seguir viniendo a por nosotras, disparando mientras corríamos. Pero no veía señal alguna de sus furgonetas o SUV.

    «¿Dónde los habrían guardado?»

    Seguimos corriendo con el vasto y azulado y demasiado brillante cielo sobre nosotras. Casi dejábamos atrás el faro del Pacífico. Halliday me dio un tirón, tropezando. yo había vislumbrado el oleaje chocando contra las lejanas rocas, muy abajo. Unos neumáticos derraparon detrás de nosotras y tiré de Halliday hacia abajo. Golpeamos con nuestras panzas en la hierba seca y espiamos por donde habíamos venido. Pero el SUV no iba a por nosotras. Se estaba alejando, derrapando por la prisa. Le siguió otro y otro, virando y derrapando como si huyeran del diablo.

    —Están huyendo, - dijo Halliday con voz ronca y arañada. Tosió hacia su hombro.

    «Eso hacen.»

    Y me chocó... si estábamos cerca de alguna otra marca de civilización, esta explosión atraería a las autoridades, sin duda. Este area podría estar bien desierta, pero nada en la California del Sur estaba en medio del Yukon, y a diferencia de la gente con la que yo me había vista envuelta, estos tipos no tenían a las fuerzas del orden en el bolsillo, no podían permitirse llamar la atención cuando ya había una investigación federal ladrando en sus talones. No tenían tiempo de quedarse y darnos caza y asesinarnos, no cuando eso podría implicar arriesgar sus propias pieles, no cuando no sabían si las fuerzas del orden se habían enterado de aquello. Su extralimitado experto en explosivos la había fastidiado.

    Le di un toque a Halliday y reptamos hasta que llegamos a la parte de atrás de una loma redonda al pie del faro, justo al borde del acantilado, con nuestros pies prácticamente colgando por el borde. Nos sentamos allí y respiramos con el sol en nuestros ojos mientras los malos huían. Mantuve el AK listo por si acaso, pero para un hombre, nuestros captores ponían su propia preservación primero. Nos quedamos sentadas durante largo tiempo después de que hubimos oído salir pitando el último de los motores, con el húmedo océano al sol frente a nosotras. Luego me levanté con esfuerzo agarrándome a algunas duras matas detrás de nosotras.

    —Será mejor que nos pogamos en marcha, profesora. Podrían volver si determinan que nadie acudió por esto.

    Ella asintió, rodó hasta ponerse a cuatro patas para alejarse gateando del borde antes de intentar enderezarse. Me acerqué cojeando para unirme a ella y empezamos a desandar por donde habíamos venido a paso renqueante, ebrio, hacia los búnqueres. Con el receso de adrenalina, me temblaban las piernas y amenzaban con doblarse a cada paso, y yo estaba casi segura de que la herida en el costado estaba sangrando de nuevo. Y mucho.

    —Puede que tengas que conducir tú, - le dije, me rascaba la voz tanto como la de Halliday, cada palabra apenas conseguía salir entera.

    —No estoy segura de que hayan abandonado ningún vehículo, - respondió examinando nuestros polvorientos alrededores.

    Habíamos regresado caminando más allá del edificio que habíamos reventado, hacia donde las marcas de neumáticos acanalaban el camino por una pista de tierra que se alejaba de la orilla, pero nada de su flota de transporte quedaba a la vista.

    —Oh. Bueno. Supongo que eso lo hace todo más fácil.

    Un extraño vértigo me picoteó la consciencia. Me pregunté si aquello debería preocuparme.

    —No sabemos dónde estamos, - indicó Halliday.

    —Es California del Sur, no el Yukon, - le dije dando voz a mis ideas de antes.

    —¿A qué distancia estaremos de una carretera principal?

    Pregunta errónea, considerando el estado en que estábamos ambas, pero por alguna razón lo encontré divertido. Me mordí el labio para evitar sonreir y me giré para orientarme por la pista de huellas de neumático.

    —Deberíamos seguir andando. No quiero que te dé un colapso de bajada de azúcar. Hablando de eso, come algo.

    Halliday cojeaba detrás de mí, rasgando obedientemente el envoltorio de algo que había sacado de su bolsillo y masticándolo.

    —¿Y si regresan antes de que consigamos llegar a una carretera?

    —Para eso he traído esto, - le dije, levanté un poco el AK. Un pequeño y avergonzantemente débil izado, pero ignoré eso último. —No van a atraparnos otra vez.

    Halliday vaciló, luego asintió. No parecía particularmente feliz con mis métodos.

    «Cuánta gratitud de tu parte.»

    Empezamos a bajar la carretera de tierra. El sol quedó detrás de nosotras, pero aún era demasiado brillante, el cielo estaba abrasadoramente despejado. Mi herida sangraba a cada paso, el rifle se volvía más pesado en mi mano. Ni siquiera habíamos dejado de ver los búnqueres cuando una docena de SUV negros subió por la pendiente.

    «Oh, Dios. Mierda.»

    Halliday tenía razón. Habían regresado. Enderecé mi postura y nivelé el AK, asegurándome de que el selector estuviera en semiauto y contando cuántos disparos me quedaban. Quería cargarme al conductor del SUV en cabeza para causar que los que iban detrás chocaran.

    «Máximas bajas posibles por disparo.»

    —¡Espera! - chilló Halliday. —¡Espera, espera, no dispares!

    Dudé por un instante con mi dedo ya en el gatillo y vi las luces parpadeando desde los SUV.

    «Rojo y azul. Luces de policía.»

    Y otro golpeteo en el límite de mi audición...

    «Helicópteros. Cielo Santo. Los federales nos han encontrado de verdad. O quizá acudan por la explosión como se habían temido los malos.»

    Cualquiera que fuese la razón, estaban allí.

    Sentí el AK excesivamente pesado de pronto y dejé que la culata se apoyara en la tierra. Algo iba mal con mis piernas. Me senté con dificultad después de ello, con el arma caída cruzada sobre el regazo. Agentes bien armados salían de los vehículos. Halliday lanzó las manos al aire. Alguien señaló y gritó. Halliday empezó a avisarles, balbuceando algo sobre que no quedaba nadie allí salvo nosotras. Una figura se separó de las filas y se acercó a grandes zancadas.

    La misma jodida agente del DSH que me había capturado. Por supuesto que ella tenía que estar allí.

    —¿Cuál es el status aquí? - demandó.

    —Huyeron como liebres, - le dije. —O murieron. La mayor parte del búnquer explotó cuando escapábamos.

    —¿Escapar?

    —Sí, - le dije sin elaborar. No hacía falta decirle que ser capturada había sido parte del plan. —Yo no enviaría a nadie ahí dentro antes del pelotón de artificieros.

    —Soy consciente de eso, - me dijo con una buena dosis de sarcasmo. —¿Necesitas atención médica?

    —No de vosotros, - le dije.

    —No estaba hablando contigo.

    Se me ocurrió que estaba cabreada conmigo.

    «Bien.»

    —Haremos que le practiquen una prueba de Electroestimulación, - continuó ella hacia Halliday.

    —Yo... yo creo que estoy bien...

    —Aún así.

    —¡Arthur! - dijo Halliday.

    Miré. Arthur había pasado a empujones por la multitud de tropa y estaba trotando hacia nosotras.

    «Maldición.»

    Yo casi le había disparado.

    —Ve, - le dije a Halliday.

    Yo misma evité mirar hacia Arthur. Mejor no hacer saber al gobierno que yo estaba conectada con él de algún modo, si podía evitarlo. Al parecer, con esperar que alguien lo descubriera era suficiente. Halliday despegó con una renqueante carrera en busca de su amigo.

    —Tú no tienes ninguna autoridad aquí, ¿sabes? - dijo la agente del DSH desde arriba.

    —No veo por qué no, - le dije. Yo aún estaba sentada en la tierra, pero daba igual. —Considerando que os he hecho el trabajo y todo eso.

    —¿Nuestro trab...? ¡Estábamos intentando atrapar a Lancero! Ponerle a él y a sus hombres tras los barrrotes. Contener la prueba. ¿Tienes alguna idea de lo que has hecho aquí?

    «Wow, estaba cabreada de verdad.»

    —Rescaté a la mujer para la que estoy trabajando, - le dije. —Yo llamaría eso una victoria.

    Su cara se retorció con desprecio. —Eres una idiota corta de miras. Y estás bajo arresto.

    —¿Por qué?

    —Interferir en una investigación federal.

    —¿Porque me extirpe vuestro rastreador? - le dije. —¿De verdad quieres ponerme a prueba en un tribunal por eso?

    —¿Quién dice que esto pasaría siquiera por un juzgado?

    Bueno, no lo haría porque yo no lo permitiría, pero aún así, esa asunción por su parte resultó un poquito aterradora.

    —Tus jefes, entonces. ¿En serio quieres hacer un informe que diga que me atrapaste, trataste de retorcerme el brazo para jugar a tu modo y luego me perdiste inmediatamente después? Yo no querría parecer tan tonta si fuese tú.

    Su labio se arqueó. Pensé de veras que quería darme un puñetazo. O bueno, arrestarme.

    Me sujeté al AK. Por si acaso. —Además, le salvé la vida a tu compañero, - le dije.

    —Si piensas que eso te da licencia para demoler y destruir...

    —Mira, - le dije. —Estoy realmente cansada. ¿Podemos seguir con esto más tarde?

    — Lo haremos en una habitación de interrogatorio, - me dijo. —Después de lo cual decidiré si presento cargos. Levántate. Suelta el arma.

    Supuse que no había modo de evitar hablar con ellos, como muy poco. Quizá debería dejar de cabrearla y provocar que me arrestara por odio. Dejé el AK en el suelo y me empujé para levantarme. Mis músculos habían empezado a ponerse rígidos y a temblar de forma extraña, complicando mi postura erguida. Me obligué a no balancearme. Había perdido la pista de dónde estaban Halliday y Arthur.

    «Mierda.»

    Me había olvidado de avisar a Halliday de que no contara ningún detalle a los federales sobre mí.

    «Vale, eso podría complicar las cosas.»

    —Quiero hablar con mi cliente, - le dije.

    —Olvídalo. - la agente del DSH sacó un par de esposas. —Realmente no me opondré a usar esto. Ven conmigo. Ahora.

    El resto de los agentes se había dispersado, el pelotón de artificieros avanzaba primero centímetro a centímetro y enviaba a sus robots como avanzadilla de los humanos. Mi amiga agente, probando que tenía un jirón de humanidad, me llevó primero a ver a su personal médico de campaña. Yo observaba como un halcón mientras los paramédicos me curaban y comprobé mentalmente la zona después.

    «Jodida NSA y sus jodidos microchips.»

    Pero al parecer, los médicos de campo no estaban cualificados para implantar dispositivos de rastreo... o eso o simplemente no les apeteció hacerlo mientras estaba despierta. La agente me metió en uno de sus SUV junto a varios federales equipados hasta los dientes. Intenté pedir hablar con mi cliente de nuevo y ella cerró la puerta de golpe en mi cara.

    «Joder.»

    Bueno, lo que fuese que iba a suceder sucedería. Si tenía que escapar de la custodia federal de nuevo, lo haría. Debería haberme importado mucho más que me arrestaran, pero es que no tenía la energía.

Capítulo 19

    Mi amiga agente de cara larga había dicho que su nombre era Jones. Yo no sabía si sospechar que era un alias o no... no tenía pinta de Jones, pero claro, ¿eligiría un federal un nombre falso tan obvio? Supuse que no importaba.

    Me dejó esperando y encerrada en una pequeña habitación, sentada a una mesa de metal. El lugar carecía del clásico espejo transparente por un lado, tan popular en televisión y en las comisarías de policía, pero yo estaba segura de que ojos ocultos me observaban desde cámaras que no podía ver. Apoyé la cabeza en la mesa e intenté dormir, pero en cuanto empezaba a dormitar, me sacudía el sueño con la sensación de que algo grande y oscuro me observaba esperándome.

    «Jodida mente insconsciente.»

    Supuse que debería estar haciendo algún cálculo a contrarreloj de cómo escapar, pero estaba condenamente cansada. Y además, con Arthur y Pilar y Halliday e Inspector todos enredados en aquello, estimaba la probabilidad de salir de allí andando muy cercana a cero.

    «¿Cómo habíamos acabado trabajando con el gobierno? Oh, claro. Arthur.»

    Tras dejarme sentada y tranquila durante algunas horas, Jones entró y se apoyó en la pared frente a mí.

    —Cas Russell,me dijo.

    «Bueno, joder.»

    Tampoco es que hubiera habido muchas opciones de que pasaran eso por alto. Aún cuando Halliday hubiese mantenido la boca cerrada, lo cual probablemente no había pensado hacer, eso suponía un pequeño gran salto para que empezaran a hacer algunas cuantas llamadas de teléfono sobre mí a ciertas personas de escasa reputación. Ojalá yo fuese un tío blanco de dos metros... habrían tenido una lista de nombres demasiado larga para comprobarla. Ser una mujer bajita y marrón significaba que un par de preguntas en las esquinas adecuadas les daría una identificación correcta, incluso de personas con las que nunca me había encontrado.

    «Mala suerte para mí.»

    Jones sopló el aire de sus pulmones. —Ahora, ¿cuál es tu verdadero nombre?

    Vale, eso no era lo que me había esperado. —¿Qué quieres decir?

    —Tú debes de pensar que soy una aficionada.

    —Parece que has estado preguntando por ahí sobre mí, - le dije con placentero sarcasmo, llevando mentalmente la cuenta de la probabilidad de que ella no fuese realmente una Jones. —No sé en qué puedo contribuir.

    —¿En serio quieres hacer esto? - su postura devino más agresiva. —Ahora mismo nos importas un carajo tú y lo que hagas en tu tiempo libre. Pero estás a la anchura de una uña de pasar de testigo a perpetradora. Así que, qué tal si empezamos de nuevo y, o empiezas a actuar como si estuviéramos del mismo lado en este lío de Halliday, o voy a adelantarme y decir que no lo estamos.

    Medí mis respiraciones pensando en cómo había cambiado el paisaje. Yo había asumido que estaba a punto de lanzarme el libro. Pero si Jones estaba diciendo la verdad, yo estaba en mucha mejor forma aquí de lo que había supuesto. Si a los federales sólo les importaba yo en referencia a Halliday, eso podría ser algo muy bueno.

    —Cas Russell es mi verdadero nombre, - le dije cautamente.

    —Tonterías.

    La negación instantánea fue un guantazo en la cara.

    —Que te jodan, - le dije. —Conéctame a un jodido polígrafo si no me crees.

    Yo podía controlar mis respuestas fisiológicas para engañar a la máquina de todos modos, pero en este caso estaba diciendo la verdad. —Quieres que coopere, tal vez quieras guardarte esas acusaciones para ti misma.

    Ella se apoyó en la pared, evaluándome, apretando los labios.

    —Ya sé que vosotros sois estúpidos, - le dije demasiado molesta para ser educada, —pero sabéis el tipo de trabajo que hago. Si quemara un alias en cada trabajo nunca sería capaz de crear una base de clientes.

    —Entonces Cas Russell es tu nombre laboral.

    Perdí la paciencia. —De acuerdo. Mi nombre es Bridget PalabreríaEstúpida. Mete eso en vuestros super ordenadores.

    Su mirada se estaba tornando intensa. Yo fingí no notarlo y estudié el techo.

    —¿Qué pasó allí dentro? - preguntó Jones. Demandó, en realidad, pero al menos habíamos avanzado con el asunto del nombre.

    —Seguí la pista de la profesora Halliday y la rescaté, - le respondí.

    —Y tu culo sabio va a darme una cuenta detallada de cada aspecto de esa declaración o voy lanzarte a un agujero tan profundo que la luz no podrá llegar al fondo, ¿me captas?

    Sí, lo captaba, a pesar de su estrafalaria metáfora física.

    —¿Y si hago eso?

    —Entonces ya veremos .

    Me la jugué. —Quiero alguna garantía.

    Ella bufó una carcajada. —Grande.

    —Para empezar apuesto a que puedo encontrar a quien robó la prueba de Halliday, - le dije. Notablemente eficiente, me había llamado. —Dijiste que podemos estar del mismo lado. Estoy dispuesta poner eso en marcha.

    Su mejilla tembló. —Porque fuiste toda una jugadora de equipo desde el principio.

    —¡Me implantasteis un rastreador!

    Ella negó con la cabeza. —Así es como va a funcionar esto. Tú nos cuentas todo lo que sabes sobre Halliday y nos das tu verdera identidad y cualquier alias. Si nosotros sentimos que podrías ser un recurso a partir de ahí, hablaremos . Si no… tendremos una charla diferente.

    Mi boca se había quedado seca, pero la parte de mi cerebro que controlaba el habla no pareció haber detectado que pudiera ser un problema real.

    —¿Qué, tus superiores te llenaron de mierda cuando me solté de tu correa? ¿O han despedido al idiota de tu compañero por ser lo bastante tonto para pisar algo que debería haberos matado a los dos? Tal vez te despidan a ti también por no ser lo bastante rápida en encontrar a la misma mujer inteligente que se suponía que había que rescatar y posiblemente por condenar la economía global en el proceso...

    —Tú deberías estar detrás de unos barrotes, - me interrumpió tan malignamente que apoyé la espalda en la silla, muda. —Le haríamos al mundo un jodido favor encerrando a alguien como tú y si tengo algo que decir al respecto, eso es exactamente lo que ocurrirá. Lo único que te salva de eso ahora mismo, lo único, es que estamos en una jodida crisis de seguridad nacional que no parece que te importe el culo de una rata. - hizo una pausa, respirando fuerte, con el desprecio escrito en cada línea de su cara. —Me das asco. El mundo podría acabarse para todos nosotros, pero tú, es tu jodido billete de lotería. Y ni siquiera te importa una mierda.

    La acusación me apuñaló en lo más hondo, allí donde esta agente del DSH no me conocía, donde no sabía ni una cosa de mí... donde ella no podía ver. Y yo comería trozos de cristal antes de permitírselo.

    —Tal vez me importe dos mierdas., - le dije locuazmente.

    Se le hincharon las nasales, su color era creciente y me pregunté si acababa de firmar mi propia orden de arresto.

    Alguien golpeó en la puerta. Jones lo ignoró durante un largo momento. Luego salió de la habitación sin decir otra palabra. Me hundí en mi silla tratando de permanecer inexpresiva para las cámaras ocultas, pero no creo que lo consiguiera. Estaría bien si pudiera aprender a mantener mi maldita bocaza cerrada a veces. Me parecía tener cierto tipo de salida aquí por la que no podía descubrir cómo colarme. Tenía la meridiana sospecha de que un gramo de gracia social por mi parte habría envuelto mi implicación en todo este caso con un bonito lazo para los federales y me habría asignado a su lista de gente que era insípida pero un engranaje necesario en la sociedad, una No Vale Nuestro Tiempo. En lugar de eso me había meado en la investigadora jefe hasta el punto de hacerla querer que me pudriera en prisión para siempre.

    Descansé los codos sobre la mesa y me apreté los ojos con la palma de las manos.

    «Mierda.»

    Resultaba tan difícil pensar en aquel momento. Sentía la cabeza llena de algodón y la herida del costado, a pesar de estar ahora vendada adecuadamente era una persistente quemazón creciente. Y había un tipo diferente de retorcida incomodidad mezclado con todo lo demás, cierto enrededo caótico sobre Arthur y este caso y la supuesta Agente Jones encima de mí.

    Había esperado que Jones volviese a entrar en pocos minutos para continuar su interrogatorio, pero no lo hizo. Después de un rato, apoyé la cabeza sobre la mesa de nuevo e intenté dormir, pero funcionó tan bien como antes. Tenía que beber algo de alcohol para ayudarme, una vez que estuviera fuera de este trabajo. Mucho alcohol. O algunas buenas píldoras. O ambos.

    Entró un agente diferente unas horas más tarde con la bandeja de la cena, una hamburguesa, una bolsa de patatas y un refresco. Comí mecánicamente mientras consideraba la eficacia de las bandejas como armas, pero no estaba preparada para una tentativa de fuga todavía.

    ¿Cuál era la probabilidad de que hubiera torpedeado mis opciones de librarme de esa? No podía saberlo. El mismo agente volvió para llevarse la bandeja cuando hube terminado. Archivé ese plan por el momento.

    Finalmente, después de una muy, muy larga espera, la Agente Jones volvió. Mi reloj decía que era casi la mañana siguiente y esperaba frívolamente que Jones hubiera sido obligada a quedarse despierta toda la noche por mi culpa... llevaba la misma ropa y las bolsas bajo sus ojos se habían hundido y oscurecido. Luego noté que probablemente se habría quedado despierta toda la noche de todos modos debido a la continuación de la crisis de seguridad nacional y todo eso, y yo sólo era la gilipollas que lo hacía todo más difícil.

    Jones se apoyó en la pared frente a mí en la misma postura que había tomado el día antes.

    —Tu cliente demanda verte, - me dijo después de largo tiempo..

    «¿Y se lo iban a permitir?»

    —Creí que vosotros nos érais de los escuchaban demandas, - le dije neciamente.

    Dios, no podía simplemente quedarme callada.

    Afortunadamente, Jones me ignoró. Me llevó a otra habitación, una con más o menos la misma decoración que la mía pero más grande. Halliday estaba sentanda a la mesa y Arthur estaba de pie apoyado en ella, aparentemente casual pero con cierto aire de peligro en él. Como una pantera en una rama. Arthur tendía a imitar esa mirada muy bien... estaba muy segura. Yo, por otro lado, siempre parecía una hiena particularmente agresiva.

    —Profesora, - le dije. —¿Va todo bien?

    —Sí, - dijo ella.

    —¿Qué está pasando?

    Arthur extendió la mano. —Arthur Tresting. Nos conocimos antes. Soy un amigo de Sonya.

    —Claro, - dije estrechando su mano rígidamente. —Sí. ¿Y que está pasando?

    —Primero es mejor que asumamos que nos están grabando, - dijo Arthur, sin animosidad al respecto. —Sólo para que ustedes, señoras, lo sepan.

    —Sí, - dije. Era un recordatorio inteligente. —Bien. Vale. ¿Cómo han conseguido que acepten que hablemos?

    Había dirigido la pregunta a Arthur, pero fue Halliday quien respondió.

    —Les he dicho que era el único modo de que consiguieran la prueba. En un mundo perfecto, descubrirían quién la robó y contendrían la información, pero si no, necesitan tenerla también... lo más rápido posible... para que puedan trabajar y contrarrestar cualquier amenaza en la seguridad. Y el único lugar donde existe ahora es dentro de mi cabeza. Ellos lo saben y yo sé que ellos lo saben y ellos saben que yo sé que ellos lo saben.

    —Bonito dilema recursivo para tenerlos entretenidos, - dije. —¿Qué propone, entonces?

    —Yo propongo que yo les entregue la prueba. - movió sus ojos hacia mí.

    ¿Me lo estaba imaginando o había oído un ligero énfasis en el segundo "yo"? Se me ocurrió que Halliday sabía protegerme. O lo había descubierto o se lo había contado Arthur.

    «Cielo Santo. Qué bueno era estar rodeada de gente inteligente.».

    —Propongo entregarles la prueba, - repitió Halliday como si se reafirmara a sí misma. —A cambio de ciertas consideraciones.

    «Excelente idea.»

    —Que nos permitan a todos marcharnos. - dije. —Sin futuros intereses. Tendremos que averiguar un modo de cogerlos con eso una vez que usted haya entregado las matemáticas. - podría haber inclinado en exceso el pronombre también.

    «Maldición.».

    Con un poco de suerte, la NSA o quienquiera que fuese no analizaría aquello demasiado de cerca.

    —He sido reclutada antes, - dijo Halliday. —Nunca se me solicitó. Pero la expectativa de consultar con ellos... también estaría abierta a negociar eso.

    «Más fichas para regatear. Qué detalle por su parte.»

    —Les he dado un informe completo y honesto de lo que sucedió, - me dijo Halliday. —Que mi trabajo fue sustraído y que la contraté a usted para encontrarlo. Que fui secuestrada, que algunas personas desconocidas me retuvieron para trabajar en la prueba, y que usted encontró un modo de infiltrarse y sacarnos. Ellos saben que alguien más ahí fuera tiene una copia de la prueba y estarán buscándola. Por tanto, es de extrema urgencia que les diga lo que contiene.

    Un informe completo y honesto. Ja. Me sentí agradecida.

    —¿Te amenazaron? - dijo Arthur.

    Halliday tenía las palmas de las manos contra la mesa. Bajó la mirada hacia ellas. —Creo que estaba implícito. Pero eso no significa que fuera su curso de acción preferido. Aunque seríamos idiotas si no protegiéramos nuestros intereses, nuestro gobierno no es el enemigo aquí y yo no creo que ninguno de nosotros desee que lo sea.

    —¿Cuál es el plan, entonces? - dijo Arthur.

    —Estudiamos nuestras demandas, - respondió Halliday. —Las presentamos. Y hacemos un trato. Rápidamente, para asegurarnos de que la NSA tiene toda la información matemática que necesita para prevenir ataques antes de que empiecen a suceder.

    —Apuesto a que harán un trato, - dijo Arthur.—Tienes razón en que ellos no son los malos.

    Me pregunté si ese comentario iba dirigido más a mí que a las cámaras ocultas. Luego me pregunté si estaba buscando motivos para estar molesta con Arthur. Halliday sacó una libreta y un bolígrafo.

    —Entonces, ¿qué es lo que queremos?

    Traté de organizar mis ideas. —Tengo que protegerla. Nada de NSA ni DSH fisgando por encima de su hombro mientras trabaja. No me fio de ellos. Soy su línea de defensa mientras esté escribiendo la prueba.

    Ella vaciló y luego asintió, empezando a escribir un manuscrito real. Comprendió enseguida lo que yo estaba diciendo: yo tenía que protegerla porque también tenía que ayudarla a escribir la prueba.

    —Sin cargos, - dijo Arthur. —Para ninguno de los aquí implicados.

    —Y si les pillo espiándola a usted o a mi o husmeando por ahí sobre mis negocios, - añadí a Halliday, —o si deciden que usted es una desventaja debido a lo que sabe…

    —Mantengamos una copia, - dijo Arthur.

    «Inteligente.».

    Era una jugada que ya nos había funcionado antes... asegurarnos un modo de que la información saliese al público si alguien sentía que era más profesional matarnos que preocuparse en dejarnos con vida y con el potencial de transmitir el conocimiento.

    —Y quiero poder hablar libremente donde trabajemos, - dije. —Nada de espías, me refiero. Yo traeré al técnico para inspeccionarlo.

    —Creo que es razonable, - dijo Arthur.

    —¿Algo importante más? - Halliday le entregó la lista.

    —Creo que lo tenemos todo.

Capítulo 20

    Lo único que los federales rechazaron fue que nos quedáramos con una copia de la prueba.

    Afirmaban que no se fiaban de que pudiéramos mantenerla a salvo. Yo señalé que, considerando que aún estaba perdida y sin contener, Halliday les ayudaría a propagar revisiones de seguridad por todas partes de todos modos. Ellos indicaron a cambio que la revisión de seguridad implicaba que nosotros no fuéramos una amenaza para ellos y, por tanto, no había necesidad para tal ventaja. A mí no me gustó, pero considerando que podía escribir después todo el maldito tema sin que pudieran detenerme, permití que se salieran con la suya.

    No estaba demasiado feliz de que ellos no supieran que yo era capaz de publicar la prueba, (de eso se trataba la ventaja, después de todo) pero quizá pudiera decírselo más tarde.

    Los federales montaron una casa segura para Halliday en las montañas. Era un tipo de propiedad abandonada, vieja pero limpia y en buen estado. La NSA montó un campamebto a una distancia respetuosa, controlando el acceso a la casa. Pudimos dictar que Arthur y yo tendríamos libertad de movimiento para entrar y salir, como señal de lo irrelevantes que pensaban que éramos o de la posición complicada en la que les teníamos; no estaba segura de cuál. A la misma Halliday no se le permitía salir hasta que hubiéramos acabado y, después de eso, prepararíamos nuevas previsiones para su protección. Pero en aquel momento todo lo que preocupaba era plasmar en papel su prueba.

    La primera vez que conduje fuera del perímetro, esperaba que alguien me siguiera y cambié tres veces de coche por si acaso. Pero nadie me siguió el rastro y cuando regresé con una colección de escáneres de micrófonos ocultos y revisé la casa entera con aparatos de escucha electrónica, determinamos que los federales habían mantenido su palabra en eso también. No estaba segura de si estar complacida o sentir suspicacia. Quizá usaban tecnología que no podía detectar. Quizá tenían algún tipo de dispositivos de escucha a larga distancia que podía oír dentro de la casa, aunque yo había hecho todos los cálculos de parabólicas estándar y las matemáticas indicaron que estábamos a salvo.

    Quizá yo era una paranoica.

    Maldición, odiaba tener que fiarme de gente de la que no me fiaba.

    El ostensible papel de Arthur para andar por allí era formar parte de la protección de Halliday en la casa conmigo, pero también acabó sirviéndonos de enlace con la NSA y los agentes del DSH. Se le daba mejor hablar con ellos que a mí, eso era obvio. Allí donde yo iba y venía y me los encontraba, fruncía el ceño y esperaba que ellos no intentaran hablar conmigo. Halliday pidió que su amigo Xiaohu Zhang fuese su contacto oficial en la NSA, especialmente por ser un matemático y todo eso. Él resultó ser un hombre con gafas, predilección por sudaderas y pajaritas perpetuamente desaliñadas. Era un tipo genial que hablaba bajito, con una ligera barriguilla, sonrisa fácil y estrellas en los ojos siempre que hablaba de matemáticas con Halliday. Yo me sentaba en la esquina y limpiaba mis armas mientras ellos charlaban sobre su prueba y lo excitante que sería para el mundo matemático una vez fuese finalmente revelada al público. Zhang no dejaba de preguntar si ella había escrito ya su discurso para el Premio Abel. También nos contó que la NSA no había hecho ningún avance en la investigación sobre quién había robado la prueba en realidad, lo cual era ligeramente preocupante. Afortunadamente, no sólo no había aparecido en ninguna parte, sino que no había surgido ningún rumor de que alguien pudiera estar usando sus métodos. La perspectiva pendía sobre nosotros, una espera de que cayera el yunque. Por supuesto, yo pensaba que Zhang podría estar mintiendo. No pensaba que él tuviera el duplicado... pero claro, la NSA podría estar mintiéndole a él. Zhang nos dijo que ya tenía una modernización de seguridad informática funcionando entre bambalinas por el país. Halliday intervenía de vez en cuando para ayudarle con los detalles finales de la misma y asegurarse de que los conceptos de su prueba no pudieran usarse contra ella del mismo modo. Y con vertiginoso alivio, (bueno, lo que pasaba como vertiginiso para ella) parecía confiar en que se había impedido la crisis. Todas las preocupaciones vitales de seguridad nacional habían cambiado tranquilamente a los protocolos de encriptado con impresionante celeridad y todo lo que pudiera conducir a drásticas consecuencias económicas también fue lentamente solucionado. Quienquiera que tuviera la prueba aún tendría mucho poder una vez la descifrara, pero la NSA al menos había impedido el apocalipsis.

    Probablemente.

    Tuvo gracia que las autoridades cambiaran la factorización de semiprimos al usar el propio trabajo de Halliday sobre encriptado vía raíces principales de la unidad. Supuse que no era irónico que su propio trabajo saliera por encima, considerando la poca gente que había en su campo. Había rumores en los círculos de seguridad que se preguntaban sobre todos los cambios, Zhang nos lo dijo, pero la NSA había conseguido mantenerlos lo suficiente tapado para que las principales cadenas de noticias no hubieran detectado nada todavía y la gente tendía a no escuchar a los teóricos de la conspiración.

    Incluso cuando tenían razón.

    Tras la parte de alivio por ello, Halliday sintió un ataque de culpabilidad después de que Zhang revelara, (a su modo ausente y ligeramente alocado) lo rápido que la NSA había sido capaz de mitigar el posible desastre.

    —Debería haber acudido a ellos desde el principio, - nos contó a Arthur y a mí esa noche, dejando intacta su comida mientrss cenábamos sobre los papeles de la prueba en progreso. —Estaba demasiado asustada. Pero mira lo rápido que… fui una estúpida. Y egoísta.

    —Come, - dijo Arthur.

    —Sí, no quiero tener que ocuparme de tu desmayo, - le dije. Arthur me disparó una mirada. —¿Qué?

    —Sonya, - continuó él, ignorándome, —todos cometemos errores, ¿vale? Tú lo sabes. Ninguno de nosotros fue lo bastante consciente para saber que era la acción adecuada. Yo tampoco te dije que lo hicieras.

    —Y yo ni siquiera quería que Arthur acudiera a ellos cuando fuiste secuestrada - dije yo, removiendo en mi estofado mientras hablaba.

    Arthur no era mal cocinero.

    —Pero debería haberlo sabido, - dijo Halliday. —Este es mi mundo. Debería saber cómo funciona. Podía haber hablado con Xiaohu o con cualquiera de mis otros amigos que consulto ocasionalmente. Me dejé llevar con demasiada facilidad por las historias que me asustaban.

    —Bueno, hay un montón de ellas, - dije yo. —La NSA da miedo.

    —Eso no ayuda, Russell, - dijo Arthur.

    —¿Por qué no? Pienso que actuaste de modo perfectamente razonable,le dije a Halliday.—Yo me hubiera recomendado contratarme antes de acudir a la NSA.

    Ella me fijó una mirada de soslayo. —No tome esto del modo incorrecto, Srta. Russell, pero su aprobación de mis elecciones de la vida no es la mejor forma de tranquilizar las opiniones de una.

    «De acuerdo.»

    —Cometiste un error, - dijo Arthur abiertamente, poniendo una mano sobre su hombro. —Eres humana. ¿Vale? Tómate un descanso. Ahora come algo. Por favor.

    Ella finalmente obedeció, sorbiendo delicadamente de una cucharada de caldo de estofado. —Comprendo lo que dices, pero para ser perfectamente honesta con los dos... no estoy segura de merecer este trato que tenemos. Manejé mal todo esto desde el inicio.

    —Puedes tener tu crisis de confianza después de que hayamos terminado tu prueba , - dije yo. Me metí una cucharada de mi último bocado de estofado y aparté los platos vacíos para recoger sus últimos papeles, los que ella y Zhang habían estada escribiendo durante su visita de hoy . —Éstás cerca con esto, pero vas en círculos. Venga ya, todo el asunto del lema de la teoría grafos te estaba dando con claridad una función reductora para el f-bar[5].

    Halliday soltó la cuchara, salpicando caldo en las páginas y me quitó las que yo estaba sujetando, boquiabierta. —¡Sí... por supuesto! ¡Cómo no hemos visto eso!

    —¿En qué estabas pensando?

    Me ignoró y cogió un bolígrafo, pero Arthur lo recogió primero y lo movió lejos de su alcance. —Come, Sonya. La prueba va a seguir aquí.

    —Arthur, no, no lo comprendes... tengo que escribir esto... - Ella tanteó a su alrededor en busca de otro utensilio de escritura y empezó a garabatear en el reverso de una de las hojas de la prueba.

    Arthur se rindió y me lanzó una mirada. —Russell, se acabó eso de hablar de matemáticas en horas de comida. Vosotras, chicas, tenéis que cuidaros.

    —¿De que estás hablando? - pregunté tan inocentemente como pude. —Yo he comido.

    Nos llevó a Halliday y a mi un poco más de dos semanas completar las matemáticas y algunos días más para redactarla en algo coherente y legible. Yo limitaba mis contribuciones a cribar y a las explicaciones orales para que toda la escritura fuese suya. Arthur intentó que la NSA permitiera entrar a Pilar para escribir el TeX, pero los federales se negaron a dejar que otro civil posara sus ojos en la prueba, así que Halliday lo hizo ella misma. Trabajamos en un ordenador sin conexión de red, imprimimos la prueba y luego magnetizamos el disco duro del ordenador.

    —Quién hubiera pensado que querrían la copia digital, - dije yo.

    —Creo que es cosa de la seguridad, - Arthur respondiía. —Probablemente no la querían digital hasta que estuviera detrás de suficientes grupos de puertas cerradas. Demasiado fácil para que alguien lo copie.

    A mí no me importaba realmente. Todo aquel fiasco se había terminado... bueno, terminado para nosotros. Nunca habíamos descubierto quién había robado el trabajo de Halliday en primer lugar, pero los federales habían sido muy claros al decir que era su investigación ahora y que tratarían cruelmente a cualquiera que hubiera participado en el robo. El peligro inminente tanto del país como del bienestar de Halliday había terminado, habíamos coincidido en dejar pasar aquello, lo que implicaba que habíamos terminado el trabajo. Lancero y D.J. aún estaban ahí fuera en alguna parte (sus cuerpos no fueron hallados enterrados bajo el edificio que habíamos derrumbado), pero los federales nos habían ayudado con eso también. Habían continuado persiguiendo a Lancero con la furia de un millar de ángeles vengadores y lo último que habíamos oído fue que la Interpol había informado a inteligencia que el tipo estaba en alguna parte de Croacia. Yo no estaba convencida de que no volveríamos a verlos, pues probablemente ansiaban alguna violenta venganza contra nosotros, como poco. Pero la prueba de Halliday era de mucho menos valor ahora, de modo que quizá nosotros ya no fuésemos dignos de tantos problemas.

    La tarde que pusimos los toques finales, Halliday y yo nos sentábamos a la mesa del porche de la casa segura, contemplando la limpia y completada prueba apilada entre nosotros. Yo estaba bebiendo tequila de la botella y apreciando el hecho de que mis recientes heridas variadas se habían curado en su mayoría. Ella tomaba un vaso de ginger ale.

    —¿Cuando sucederá el cambio? - le pregunté.

    Yo estaba agotada, pero sentía cierta… me sentía bien por terminar aquello. Completada. Como si hubiera sido un trabajo que significara algo.

    —Xiaohu viene mañana por la mañana y se la entegaré. - Halliday sonreía. —Estaba animado como un colegial cuando me contó que le habían autorizado a tomar la custodia de la prueba. Creo que una promoción podría esperarle en el futuro.

    —Parece un buen tipo, - dije yo.

    —Sí. Y me recuerda… - ella se levantó y se acercó al pasamanos. —Me recuerda por qué hacemos esto. Lo asombroso que es que formemos parte, lo que podemos construir. Me recuerda por qué amo mi trabajo. En algún momento entre el secuestro y la custodia del gobierno yo había perdido eso.

    Me levanté y me uní a ella, aún cubierta de buenas sensaciones. —Bueno, lo hiciste tú. Yo... es un resultado maravilloso. No creo que te haya dicho eso nunca. - tintineé con la botella en su vaso. —Enhorabuena, profesora.

    —Es maravilloso, ¿no crees? - Sus ojos estaban brillando. —Gracias, Srta. Russell, por… por darme esto. Bueno, por todo, pero... especialmente por esto, - ella resopló una carcajada.—¿Está mal que reconstruir mi trabajo sea la parte más importante para mí?

    Yo me encogí de hombros. —Son matemáticas, ¿no?

    —Son matemáticas, - repitió ella reverentemente.

    Sorbimos durante un momento en silencio.

    —Me gustaría que me permitieras añadir tu nombre como autora, - me dijo Halliday mirando hacia el bosque. —Esto hará historia algún día y también es tu trabajo.

    —Que amable de tu parte, - dije yo, —pero no lo es. Yo sólo llené los huecos, pero aquellos eran tus saltos, cada uno de ellos. - levanté la botella. —Por un trabajo bien hecho.

    Ella no brindó, se puso a hablar muy rápido. —Colabora conmigo.

    Yo escupí todo el tequila frente a mí, mis buenas sensaciones se evaporaron como una pompa de jabón explotando.

    —¿Qué?

    —Trabajamos bien juntas. Sigue colaborando conmigo.

    Me encogí apartándome de ella. La fría tarde en las montañas quedó de pronto demasiado cálida y cerrada. —¿Qué estás diciendo? ¡No!

    —Yo... no lo comprendo, - ella se debilitó.

    —Yo no trabajo en esto, ¿vale? - la corté. Me aparté de ella hasta que llegué al otro pasamanos. —Está bien para ti, pero esto no es para mí. Ni lo será nunca. No.

    —Pero, ¿por qué no? - elevó la voz, molesta y herida. —Le pregunté a Arthur... me dijo que no tenías trabajo, no que él supiera... tú no publicas... ¿por qué no?

    —¿Por qué no? - grité. —¿Y por qué sí?

    Ella se acercó y literalmente me habló en la cara. —Por la clase de talento que tienes... ¡no usarlo es trágico!

    —¡Lo uso!

    —Ya sabes lo que quiero decir. - Su rostro se tensó, su enfado devino algo personal. —Cuando pienso en lo que podrías dar... los avances... sé que no es problema de interés. Te mantienes al día en el campo. Si es dinero lo que necesitas, puedo conseguirte una plaza de investigación...

    —No es dinero, - dije yo.

    —Por favor. - su voz se agrietó en la palabras. —Te lo estoy suplicando. Lo que podrías contribuir a las matemáticas... tú no puedes marcharte así, no puedes.

    —Es mi vida, - dije golpeando en la baranda con la base de la botella.—Está claro como el infierno que puedo. - me giré, aparté la mesa de un empujón, bajé la escalera del porche y me alejé de la casa.

    [5] NdT: f-bar = Si no me falla la wikipedia, se trata del nombre de un método computacional, creado en 2008, (como extensión del método b-bar) en el contexto del Análisis Isogeométrico. Utiliza funciones NURBS para representar la geométría y los campos solución. Básicamente, este método conduce a una formulación simétrica del b-bar, por la cual el operador consistente linearizado para la plena elasticidad no lineal se deriva y se utiliza en un procedimiento iterativo Newton-Raphson que encuentra las raíces de una función.

Capítulo 21

    Las palabras de la profesora Halliday resonaron en mis oídos todo el camino de regreso hasta mi actual apartamento, como si mi cráneo estuviese vacío con sólo su voz parloteando por dentro.

    «Colabora conmigo. Trabajamos bien juntas.»

    Sacudí mi cabeza violentamente como si las palabras pudieran salir volando, como si pudiera hacerme olvidar lo que acabábamos de conseguir.

    Entré en mi agujero y me senté a la mesa. Yo tenía algunos impresos sobre ella, algunos papeles de la publicación que había estado leyendo antes de que empezara aquel caso una vida entera atrás. Recogí una hoja. Uno de los últimos avances en teoría de números. La miré por encima. Ya la había leído hasta el final. La conclusión final incluía unas preguntas sobre la futura investigación.

    «Teoría de números.»

    La teoría de números era fácil.

    «Un juego de niños», me dije a mí misma, la afirmación temblaba incluso en mis pensamientos. Miré a las preguntas, cogí un bolígrafo y giré la página. El reverso en blanco se quedó mirándome, listo para envolverme. Apoyé la punta del bolígrafo en el papel. Consideré la primera pregunta de la sección de futura investigación.

    «¿Son los límites superior e inferior demostrados aquí para g(k) ciertos para todo n?»

    Podía responderlo. Debería ser capaz de responderlo. El papel en blanco se burlaba de mí. El vago perfil de la tinta negra del anverso se transparentaba: palabras, fórmulas, lemas, ecuaciones... unas que yo no había escrito. Un texto tan modesto y, de pronto, tan monumentalmente inalcanzable. Yo había derribado una conspiración global usando las matemáticas. Había sobrevivido al disparo de un francotirador usando matemáticas. Por el amor de... joder, acababa de ayudar a la profesora Halliday a completar la prueba de uno de los mayores resultados fundamentales en la teoría de la complejidad moderna. Yo era increíble e imposiblemente buena. El bolígrafo se hundió en la página clavando un agujero, indentando y oscureciendo el tablero de la mesa debajo. Podía ver los patrones, construir estructuras a partir de ellos. Podía computar más rápido de lo que nadie debería ser capaz. Podía unir los jodidos puntos cuando otra persona presentaba las conjeturas frente a mí. Pero las mismas conjeturas … las que Halliday había trazado, los brillantes saltos que ella había hecho, las ideas que había pensado usar… El salto a la inspiración, el trozo de mi cerebro que me hacía una matemática en vez de un ordenador, intenté alcanzarlo y, y nada. Yo tanteaba a ciegas como si buscara un miembro fantasma y me encontraba perdida, sin hito, sin matemáticas.

    «Se supone que la inspiración no llega a cada segundo», me recordé a mí misma.

    ¿Era demasiado paranoica? ¿Solía ver las cosas tan rápido que llegaba a la conclusión de que algo iba mal si las matemáticas requerían sólo un poquito más de trabajo?

    Supe la respuesta incluso mientras formulaba lla pregunta. Porque yo no había sido siempre así, ¿verdad? Yo sabía que no. Una memoria fantasma pasó susurrando. Yo recordaba la sensación de hacer conexiones tan rápido como podía escribirlas. Había tenido la pericia.

    Había tenido ese poder. Y ahora... no lo tenía. Yo estaba rota y ni siquiera me había dado cuenta hasta ese momento. Podía comprender, podía calcular, pero no podía crear. No tenía la habilidad más importante que me convertía en una matemática humana en vez de… en vez de un ordenador muy astuto.

    Me temblaba la mano mientras apretaba el boli, mientras excavaba un surco en la mesa, rasgando el papel, y luego mandé volando el bolígrafo lejos de mí con tanta fuerza que dejó un tajo negro en la pared antes de caer al suelo. Recogí las páginas frente a mí, las rompí, las rasgué en pedazos. Lancé lejos los papeles arrugados como si me quemaran. Respiraba rápido. Sentí un vértigo como si la tierra acabase de abrirse y me tragara hacia la oscuridad, y me quedé flotando, desorientada.

    Perdida.

    Las matemáticas eran quien yo era. Si no tenía matemáticas… entonces no tenía nada. Los papeles dispersos por mi mesa y suelo se tornaron monstrous, burlándose de mí. Salí escopetada del apartamento, bajé la escalera, tratando ciegamente de escapar de la rotura que portaba dentro de mí.

    Había empezado a llover, el plano chubasco de LA que caía un puñado de veces al año se metió inmediatamente en mi ropa y pelo, empapando la ropa y aplastándola contra mi piel. La lluvia combinaba, en cierto modo, la calada me inundaba al tiempo que sentía desesperadamente que todo lo demás dentro de mí se lavaba. Saliendo de mí gota a gota. Dejándome vacía.

    Desolada.

    Ya no sabía quien era.

    Me encontré de pie bajo la lluvia, fuera de la casa de Inspector sin recordar cómo había llegado allí. El tono gris de la pantalla de lluvia combinaba con el gris de la tarde, pero el salón de la ventana de Inspector era un brillante cuadrado amarillo entre las sombras;. Él no estaba en la Guarida por una vez. Subí andando la rampa de su porche y llamé al timbre de la puerta. Tenía los dedos dormidos.

    —¡Cas! ¿Estás bien? - Inspector había abierto a puerta.

    Vestía un jersey verde oscuro y estaba retroiluminado por una entrada brillante y cálida.. Yo permanecí en el porche, temblando.

    —Dios mío, entra... pareces una rata ahogada. Pasa. ¿Estás bien? ¿Hay algunos malechores ahí fuera persiguiéndote o algo? - echó un rápido y ligeramente nervioso vistazo hacia la calle detrás de mí mientras me acompañaba dentro y cerraba la puerta.

    Me sacudí el agua de la cabeza y quedé inmóbil. Estaba goteando por todo su suelo. Probablemente era grosero hacerlo.

    Me tocó en el brazo. —¿Qué está pasando? ¿Estás bien? - seguí goteando. —Hey, um, deja que te traiga una toalla... y algo de ropa... aguanta un segundo...

    En segundos, me había lanzado una gruesa toalla y puesto algunas sudaderas dobladas en mis manos y me empujaba gentilmente hacia el cuarto de baño. —Sécate. Date una ducha si quieres.. estás llena de barro... estás bien, ¿verdad? Fisicamente, quiero decir. ¿No necesitas un botiquín ni nada?

    —No, - le dije.

    —Bien, bien, vale, entonces, uh, sécate, y yo, uh, yo haré un té o algo, ¿vale? ¿Necesitas algo más?

    —No, - le dije y cerré la puerta.

    Me di una larga ducha, el vapor me hervía a piel en bruto. No sabía por qué había ido allí. No sabía lo que hacía. Cuando salí envuelta en la cordialidad de gruesas ropas secas, Inspector me puso inmediatamente un tazón caliente en las manos. Un aroma medio dulce medio picante subió en espiral junto al vapor de su contenido.

    —Es sidra, - dijo Inspector. —Con, uh, un pelín de whisky. Me pareció que te podía venir bien. Pero si lo quieres sin, tengo de eso también. Y tengo algo de sopa. Aunque eso tardará unos minutillos.

    Conocía Inspector más de dos años y no tenía ni idea de que era capaz de ser tan doméstico. Me quedé estúpidamente de pie con el tazón caliente de sidra en las manos.

    —Cas. - tiró gentilmente de la muñeca. —Ven a sentarte, ¿vale?

    Le seguí hasta el salón y le permití escoltarme hasta el sofá. Salió de su silla para sentarse junto a mí, frente a nosotros se reproducía un Western en blanco y negro en una pantalla plana, sin volumen. Altos y desapacibles hombres blancos se entornaban los ojos unos a otros y posaban intencionadas manos sobre sus revólveres de seis tiros.

    «Puedo desenfundar más rápido que ellos», pensé

    Pero no conseguía hacer lo que realmente importaba.

    —¿Qué pasa? - dijo Inspector suavemente.

    Bajé la vista hacia la sidra. El vapor que salía me ardía en la cara y me hacía llorar los ojos.

    —Creo que he perdido algo, - le dije. Él esperó. —No sé si puedo explicarlo. - mascullé. —Al trabajar con Halliday… no me había dado cuenta antes. No puedo… antes podía hacerlo.

    —¿Hacer qué? - preguntó Inspector gentilmente.

    —La… la chispa.— yo no estaba segura de cómo llamarlo. El salto… la inspiración o la intuición o... no puedo… no consigo hacerlo. No puedo… hacer matemáticas. No verdaderas matemáticas. No del tipo que cuenta.— Mi voz se agrietó en los bordes.

    Él digirió aquello. No estaba segura de lo que haría si él me decía simplemenrmte que persistiera, que él sabía que yo podía hacerlo o alguna tontería de esas. O aún peor, si me decía que aquello no era importante, que mucha gente no podía hacerlo, que era algo leve, una nadería... porque no importaba que otras personas no pudieran. Otras personas tenían maridos y esposas e hijos y aficiones y pasiones y vidas, pero las matemáticas eran lo único que yo tenía, lo único que me hacía digna de algo entre todo. Y la parte de ello que me hacía una persona… había desaparecido.

    —¿Estás segura? - dijo Inspector finalmente.

    —Sé que yo solía ser capaz de hacerlo, hace mucho tiempo. - La admisión requirió gran esfuerzo para obligarla a salir. —Y ahora sé que… no puedo. Yo... yo estoy dañada, de algún modo.

    Inspector extendió un brazo y separó una de mis manos del tazón para apretarla en la suya. —Lo siento mucho, - me dijo. Yo también lo sentía mucho. —No tienes que responderme, - dijo. —Pero tú sabes que... del modo en que estás hablando, lo que estás diciendo, suena… suena como si hubiera sucedido algo. A ti.

    Cerré los ojos con fuerza. Mis memorias se mezclaban unas con otras, unos caos de emoción caleidoscópica.

    —Sí, - le dije. —Sucedió algo.

    —¿Quieres hablar de ello?

    —No.

    De eso estaba muy segura.

    —Vale, - me dijo.

    Di un sorbo de sidra. Aún estaba demasiado caliente, pero la quemadura combinaba con mi humor. El whiskey se extendió a través de mis sentidos, una bendita pausa.

    —Me gustaría poder hacer algo, - dijo Inspector con palabras en voz baja y con el peso de quien no quería nada más en el mundo en ese momento. —Ojalá pudiera arreglarlo para ti.

    —Yo también, - le dije.

    Emociones que no quería tener rebotaban dentro de mí, sofocando, estrangulando.

    Inspector pasó un brazo sobre mi hombro y me aparté un poco. Me tensé durante un momento y luego le dejé. La sensación era extraña. Era una bélica mezcla de alivio y extrañeza que alguien me tocara así sin tratar de hacerme daño. Me apoyé en la extrañeza, intentando dejar la mente en blanco, divorciarme a mí misma de la desolación sólo por un momento.

    Un tiempo más tarde, un leve ding sonó desde la cocina. —Vuelvo ahora mismo, - murmuró Inspector. Me apretó la mano y me besó en lo alto de la cabeza antes de cambiarse de vuelta a su silla y dirigirse hacia la cocina.

    «Espera. ¿Qué? La gente no me mostraba gestos de afecto.»

    No sabía cómo interpretar uno. No sabía lo que se suponía que tenía que hacer en respuesta. Me quedé sentada y esperé, rumiando sobre ello, pero mi cerebro se varaba en un pantano de depresion y autocompadecimiento. Me acabé la sidra en vez de pensar. Ahora estaba templada pero aún agridulce, el whisky era bueno y fuerte. Inspector regresó después de unos minutos equilibrando una bandeja con cuencos de sopa humeante. La deslizó sobre la mesa del café y se movió para sentarse a mi lado de nuevo. Se inclinó hacia adelante para servir la comida.

    —Toma. Deberías comer algo. Está bueno, lo prometo.

    —Me has besado, - le dije.

    No estaba segura de por qué lo dije, salvo por que él me había dejado confusa y yo estaba demasiado drenada, demasiado vacía para tratar de traducir pistas sociales del modo en que probablemente se suponía que debía.

    —¿Perdón? - él levantó la vista y yo casi pude ver cómo rebobinaba sus ideas. —¡Oh! Yo no estaba... perdón. Yo no quería dar la impresión... no es que no te encuentre atractiva, por supuesto, pero yo no estaba intentando...

    —No, No pasa nada, - le aseguré. —Espera. ¿Atractiva?

    Él pareció confundido. —Bueno, sí.

    Le miré entornando los ojos. Esta clase de revelaciones se suponía que te hacían sentir feliz o enfadada o decepcionada o desconcertada …o algo así, pero yo no sentía nada de eso. No me importaba si Inspector quería saltar a la cama conmigo o lo que fuese que él podría querer. Porque nada importaba.

    —No fue mi intención que te sientas incómoda, - dijo Inspector seriamente. —No es que quiera... bueno, nada. Yo sólo lo he dicho, ya sabes, en el semiobjectivo sentido de una mujer que yo encontraría atractiva, siendo que yo soy yo, quiero decir… que estás en la lista. No es, uh, no es que quiera nada de ti.

    —No estoy incómoda, - le dije. —Sólo estaba confusa.

    —¿Sobre qué?

    —Tú flirteas con todas, - le remarqué mecánicamente. —Pero no lo haces comigo.

    Su cara se arrugó en una sorpresa. —Bueno, lo hice, cuando nos conocimos por primera vez, pero tú nunca respondiste con un flirteo. Intento no atosigar.

    —Oh, - le dije.

    —¿Cas? - me tocó el brazo.

    Yo nunca había tomado nota antes de lo táctil que era Inspector. La mezcla de alivio y extrañera regresó inundándome, una sensación casi peligrosa. Desafiándome.

    —No quiero nada de ti, tampoco, - le dije. Deslicé la mano hacia abajo para tocar la suya, muy levemente. Era la sensación más extraña del mundo.

    —Pero quiero… no pensar durante un rato. ¿Te va bien? ¿Podemos hacer eso?

    Él giró su mano bajo la mía, rotándola para entrelazar nuestros dedos.

    —Sí, - dijo. —Claro que podemos hacer eso.

    Dejamos que la sopa se enfriara sobre la mesa del café.

Capítulo 22

    La respiración de Inspector era lenta y regular junto a mí, pero permanecí mirando hacia arriba en la oscuridad.

    No había bebido lo bastante para desmayarme y en ese momento ni siquiera estaba segura de si había bebido suficiente. Además, me sentía… extraña. No mejor, no exactamente, pero menos… desconectada. No debido al sexo. No creía que esa fuese la parte importante. Todo lo que sabía era que me sentía menos desolada, allí, con la cordialidad de otra persona junto a mí, una persona que se preocupaba lo bastante para dejarme entrar en un día de lluvia y ser… cualquier cosa que yo necesitara.

    «Extraño.»

    No me había dado cuenta de que había dicho la palabra en voz alta hasta Inspector se removió a mi lado.

    —¿Extraño? - me dijo adormilado con un toque de humor en su voz. —Bueno, he estado con chicas que han dicho cosas peores.

    Le di un leve golpe en el pecho. —No, quería decir… - no estaba segura de lo que había querido decir.

    Ni siquiera estaba segura de lo que estaba sintiendo, ni por qué, ni siquiera sabía si la intimidad física había significado algo. ¿Qué sentía normalmente después del sexo? Hice memoria, pero los recuerdos eran confusos, como espejismos que sólo estaban allí si los miraba desde la esquina del ojo. Quizá ni siquiera eran reales en absoluto.

    —No te preocupes por eso, - murmuró Inspector, moviéndose para acomodar un brazo a mi alrededor bajo la manta. Su perilla me hacía cosquillas en el hombro y su cuerpo era muy calido. Y olía bien, como plástico ligeramente quemado.

    —Es por las piernas, lo sé. Es diferente.

    Pude sentir cómo me ruborizaba en la oscuridad y traté de explicarme demasiado rápido, mi súbita incomodidad por lo que él había pensado hizo que las palabras tropezaran unas con otras.

    —No es eso lo que yo... ni siquiera era... ¿vale? Todo es demasiado extraño para mí. Eso es lo que quería decir. No tú, sino, "esto".

    Ni siquiera estaba segura de lo que quise decir con "esto"... intimidad, amistad, la idea bizarra de que alguien pudiera estar ahí para recogerme cuando me caía... pero no sabía como articular nada de aquello, así que salí con la opción más fácil.

    —Sexo, - troné hacia el techo. —No recuerdo si yo alguna vez... creo que esta podría haber sido la primera vez, para mí.

    Inspector no dijo nada.

    —Cristo, - dije. —No pretendía dejarte incómodo.

    —No lo estoy. Sólo estoy… confuso, -me dijo y yo era precisa y torpemente consciente de que estábamos volviendo a nuestra conversación de la noche anterior. ,—¿Què quieres decir, qué piensas?

    —Es una de esas cosas, - le dije, ya cansada de discutir aquello. —Creí que lo había hecho, pero no puedo precisarlo… ¿sabes?

    —No, - me dijo después de un momento. —No lo sé.

    —Probablemente lo he olvidado, eso es todo, - mascullé a la almohada.

    —¿Lo… olvidaste? - repitió.

    —Sí.

    Él no dijo nada más, pero el silencio era demasiado pesado, lleno de presión y preocupación y expectación.

    —Mira, - exploté, —No es tan grave. Quizá simplemente me emborraché una noche y lo olvidé.

    —Tú estás incapacitada para emborracharte hasta ese punto. Tendrías que habértelo inyectado en vena.

    —Pues tal vez fue con algo distinto al alcohol. O algo. Mira, hay cientos de explicaciones posibles. Te lo aseguro, no es importante.

    —¿Crees que alguien podría haberte drogado y dices... dices que no es importante? - Inspector se movió para apoyarse sobre el codo a mi lado. —Cas, Me estás preocupando. Los Roofies te hacen olvidar. Podría haber sido... - se mordió la lengua al final de la frase.

    —¿Violación? - le suministré. —¿Y qué?

    —¿Y qué?

    —Si lo fue, es asunto mío. Es mi vida, y yo digo que no es nada. Olvídalo.

    —Es tu vida, pero... Cas, por favor.

    —¡Oh, venga ya! - grité.

    La exclamación salió rasgando de mí demasiado pura, las emociones de las últimas veinticuatro horas se expulsaron en un torrente.

    —¿Por qué le estás dando tanta importancia a esto? ¿No te has olvidado nunca de nada? ¿Como... quién fue la primera persona a la que besaste? ¿Cuál fue tu primer ordenador? ¿El primer tío que viste interpretar al Doctor Who? ¿Ves?

    —Charlene Gilligan, un IBM 286 en el sótano mis padres adoptivos... y el primer actor que vi como el Doctor fue Peter Davison, - dijo Inspector.

    Digerí aquello. No había esperado que pudiese contestar.—Debes de tener una buena maldita memoria.

    —No la tengo.

    —Pues claramente tienes un torcido sentido de las prioridades, si es para eso para lo que usas el espacio de tu cerebro. - puse tanta malicia irónica en las palabras como pude.

    —¿Para qué usas el tuyo, entonces? - no sonó ofendido, sólo un poco peculiar.

    —Cosas importantes. - me aparté de él dándome la vuelta. —Detalles laborales. Cosas que podría necesitar de verdad.

    —¿Y qué hacías antes de trabajar en recuperaciones? - preguntó Inspector aún con esa voz de sonido extraño.

    —Cosas de críos, supongo. Olvídalo.

    —¿Supones?

    —Fue hace mucho tiempo, - rezongué. —Y te he dicho que lo olvides.

    —Si no quieres contármelo, lo entiendo. De verdad, - dijo Inspector. —Pero dime sólo una cosa. Este asunto de que no recuerdas tu primera vez... ¿no es una fachada? ¿De verdad no te acuerdas?

    Parpadeé.

    Mis emociones estaban regresando en espiral desendente hacia la depresión y yo estaba muy cansada. No tenía la energía para aquello. —Te he dicho que no me acuerdo.

    —Entonces no es una fachada por, uh, por lo que sea que hiciste antes.

    Me burlé. —No seas idiota. Si quisiera tener una fachada para algo de mi pasado sería una buena historia. No afirmaría tener mala memoria.

    —Eso es lo que pensé, más o menos - aún sonaba raro.

    Enterré la cara en la almohada. —Cristo todopoderoso, Inspector. No tengo ni idea de qué demonios estás hablando.

    —¿Cómo te llamabas? - me dijo. —Antes de ser Cas Russell.

    Me sentí como si hubiera estado caminando en la oscuridad y me hubiera saltado un paso, aunque aún estaba tumbada en la cama. La entrevista con el DSH me vino en retrospectiva, La Agente Jones agresiva y en mi cara: «¿Cuál es tu verdadero nombrel?»

    —Ese ha sido mi nombre de siempre, - le dije.

    —Yo creo que no. - la voz de Inspector fue muy baja.

    —Tú vas ciego de crack, - le solté. —¿Me vas a decir ahora cuál es mi nombre?

    —¿Quién fue? - dijo Inspector. —¿Quién te borró?

    —¿Quién qué?

    —Previamente a algunos años atrás, tú no existes. Soy bueno, Cas. ¿Quién te borró?

    —¿Has comprobado mi historial? - le grazné.

    —¡Oh, no te hagas la sorprendida! Por supuesto que he comprobado tu historial. Arthur llega con una nueva persona que trabaja para ya sabes quién y... por no mencionar que soy un paranoico, Russell, como bien sabes. ¡Inspecciono el historial de todo el mundo, igual que tú! Y tú no existes más allá de algunos años atrás. - soltó una risita, pero no había mucho humor en ella. —Siempre quise preguntarte quién lo hizo. Era bueno, tenía que serlo para ocultarte de mí...

    —¡No me ha borrado nadie! - le corté. —Tal vez lo hiciste tú por diversión y se te olvidó, ¿eh? ¿Has pensado alguna vez eso?

    —¡No, porque es estúpido!

    —¿Ahora me llamas estúpida?

    —¡Qué... no! Cas, habla conmigo...

    Salí de la cama cayendo sin gracia hacia el estrecho espacio al lado de ella y empecé a recoger airadamente mis cosas.

    —Mi infancia no es tan interesante. Fin de la historia. Yo... ¡auch! - grité al golpearme la espinilla con algo duro y afilado en la oscuridad.

    —Luces, - ladró Inspector.

    Las luces parapadearon brillantemente durante un momento, explotando dolorosamente contra mis retinas, antes de que Inspector gritara, —¡Tenue! - y se retiraran hasta un cómodo gris, dejando manchas púrpura danzando en mi visión.

    —Cas, - me dijo más tranquilamente y casi sonó suplicante. —Cuéntame sólo algo. Algo de tu infancia. Una película que te gustó. El nombre de tus padres. La mascota que tenías. no sé. Algo. Por favor.

    —Me voy, - le dije.

    —Algo, - repetió. —Compláceme. ¿Por favor?

    —No. Esto es una bobada.

    —¡Por amor de Dios! ¡Dime algo o te juro que te daré la lata en persona y por medio de cada aparato electrónico que tengas hasta que lo hagas!

    Intenté mirarle, pero los borrones púrpuras aún estaban flotando delante de mí y sólo podía ver vagamente su silueta sentada en la cama. No podía imaginar por qué era aquello tan importante para él. Recurrí a la estupidez sentimental que él estaba buscando, sólo para terminar aquella conversación para siempre. Era una de esas cosas que parecía que debería ser fácil pero no lo era una vez que empezabas a pensar en ello, como si me hubiera dicho que pensara en cinco personas con ojos azules de pronto. Yo sabía que me había encontrado cinco o, al menos, las había visto en las películas pero, ¿hacerlo en el mismo instante?

    —Venga ya, - le dije después de un momento. —Es una bobada de niños pequeños. ¿A quién le importa?

    —Cualquier cosa, - insistió Inspector. —Un libro que leíste. Una profesora que tuviste. El nombre de una amiga...

    —Ya, como que tenía montones de amigas.

    —¡Pues el nombre de una enemiga! ¡Algo!

    Hice una pausa un poco más de tiempo y entonces me encogí de hombros. —No sé. Tendré que pensar sobre ello, supongo. ¿Por qué demonios te importa tanto?

    —¡Porque alguien borró todos tus registros y tú no recuerdas si has tenido sexo antes y ninguna de esas cosas te molesta cuando deberían asustarte como el demonio!

    —¿Qué? - Las manchas púrpuras estaban desapareciendo de la vista y pude ver la cara de Inspector. Estaba… decepcionado. Agitado. —Simplemente no quiero hablar de esto, ¿vale? Olvida que he dicho nada.

    —Olvidar, - dijo él amargamente. —¿Como tú?

    La rabia surgió en mi interior, ardiente y negra y con intensidad inesperada —Sólo porque no recuerdo algunos detalles menores...

    —¡Cas! - Con un gruñido, Inspector se había equilibrado hacia adelante hasta el borde de la cama y de pronto me estaba agarrando, su agarre era sorprendentemente fuerte. —¡Escucha lo que estás diciendo! ¡Algo va mal aquí!

    Moví el hombro y me zafé de él. —¡No pasa nada raro conmigo!

    —¡Sí, pasa! ¡Y deberías ser capaz de saberlo por el hecho de que ni siquiera consideras la posibilidad! Adelante. Prueba que me equivoco. Eres matemática... pruébalo y no diré nada más.

    —No soy matemática, - le dije fríamente. —Como mucho soy una computacionalista.

    —Tonterías. Prueba que me equivoco.

    Le contemplé aturdida, el peso de mi confesión de la noche anterior nos comprimía, pero él me devolvía la mirada desafiante, y algo en mí era alocadamente feliz de que él aún pensara en mí como una matemática después de lo que le había contado. Aunque aquel era un ejercicio sin sentido para mí, dado que yo ya sabía que estaba equivocado. Y podía probarlo en cuanto pensara en algún inocuo hecho trivial que dejara satisfecha su estúpida demanda.

    —¿Fuiste a una escuela elemental? - presionó Inspector. —¿Instituto?

    Gruñí.

    —¿Familia? ¿Algún pariente?

    Me encogí de hombros, irritada. —Ha pasado mucho tiempo.

    —¿Desde cuándo?

    —Desde que les he visto, obviamente.

    —¿Eras muy pequeña, entonces? - No respondí. —¿Cuándo te mudaste a LA?

    —Hace unos años. ¿Podemos dejarlo ya?

    —¿Desde dónde?

    —He vivido en un montón de lugares. Todos se mezclan después de un tiempo.

    —¿Como dónde?

    —Otras ciudades, - me burlé. —¿Quién se acuerda de los nombres?

    —Cas, - dijo Inspector. Su voz era ahogada. —Escúchate. No puedes recordar.

    —Las cosas estúpidas, - coincidí yo.

    —No. Nada. Tu memoria ha desaparecido.

    Casi solté una carcajada, la emoción rayaba la fragilidad. —No ha desaparecido.

    De todas las cosas que me estaban jodiendo la cabeza en ese momento.. aquello era lo más ridículo. Yo habría sabido si mi memoria había desaparecido. Fue el turno de Inspector de no decir nada.

    —¡Recuerdo cosas! - Las palabras salieron separadas de mí, casi alcanzando la histeria, El guante arrojado de Inspector se suspendía entre nosotros. —¡Recuerdo muchas cosas! Es perfectamente normal que los detalles se disipen. No me pasa nada malo. Es normal, es... apuesto a que tú no recuerdas nada de cuando tenías cinco años. ¿Ves?

    —El nombre de mi profesora del jardín de infancia era Srta. Farrow, - dijo Inspector. —El primer día de clase intenté convencer a los otros chavales de que se unieran a mí en una rebelión en masa contra la autoridad y acabé sentado en la esquina durante el resto del día. También intenté comerme un pastel amarillo. No era tan sabroso como parecía.

    Me quedé mirándole, con el miedo y el shock inundándome, sofocándome.

    —Mis padres adoptivos en aquel tiempo se llamaban Millie y Bruce, - continuó Inspector inexorablemente, —y tenían dos hijos reales llamados Claude y Jeannette que eran perfectamente aburridos y me delataban por intentar prenderle fuego a las cosas. Bruce eventualmente hizo que el jefe de bomberos se sentara conmigo y tratara de explicarme que jugar con cerillas estaba mal. Mi réplica, que el fuego era espectacularmente guay, no le sentó bien y tuve que mudarme poco después.

    Yo aún le estaba mirando. Era la primera vez que Inspector me había contado tanto sobre su infancia. Yo había pensado... había asumido... que todos debían recordar sus pasados del mismo modo confuso y desconectado que yo, porque eso era lo normal, tenía que serlo, tenía que ser... Pero ahí estaban los detalles en technicolor de Inspector.

    —No me acuerdo de todo de cuando tenía cinco, - concluyó suavemente. —Pero siempre recuerdo algo.

    —Yo…

    Traté de pensar tan lejos en el pasado y obtuve la misma vaga imagen de siempre, gente de piel marrón, ladrillos y colores brillantes y la indistinta impresión de estar junto a muchos otros niños en un aula de algún tipo. Aquellas eran las únicas memorias que yo había asociado con la infancia.

    —Basta, - mascullé con labios dormidos. —Basta…

    —Por favor. Déjame ayudarte a investigar esto. Puedo ayudarte a resolverlo.

    —No. - Ya no le estaba mirando pero podía sentir su confusión.

    —¿Qué?

    —He dicho que no. Déjalo. - Mi voz tembló, pero yo no tenía dudas.

    —Pero...

    —Quizá haya una razón por la que mi cerebro no quiere recordar, - le dije. —Mi cerebro es muy inteligente, ¿sabes?

    Inteligente y roto, y que empezaba a tartamudear salvajemente de un modo que me era del todo demasiado familiar. A tartamudear y a quejarse y a demandar que me encerrara a mí misma en un cuartito oscuro y me quedara en blanco...

    Intenté hacer una salida enfadada, pero no estaba segura de si lo conseguiría. No miré atrás hacia Inspector para averiguarlo.

Capítulo 23

    Cuando volví a mi apartamento, quedé de pie en la cocina asiendo una benditamente llena botella de whiskey en mi pecho antes de que pudiera pensar en ello. Luego dudé. Mi mente giraba enfermizamente, los números danzaban a mi alrededor, filos burlones de emoción que ya eran puras y rojas, y las estúpidas, estúpidas punzadas de Inspector daban vueltas y vueltas en mi cabeza, una letanía insensata que de algún modo me enfurecía.

    «¿Y esto?, esto no va a ser suficiente.»

    Aparté la botella violentamente sobre el desordenado mostrador y acudí al armario, lanzando cosas fuera en un frenesí. Necesitaba apagar el cerebro.

    «Apágalo apágalo apágalo.»

    Algún tiempo más tarde descubrí que estaba tumbada en el sofá, el mundo rotaba perezosamente sobre mí, oscilando en tontos patrones y haciéndome querer soltar risitas. Las matemáticas ya no eran una ardiente masa sofocante, sólo bonitos numeritos que se habían vestido con trajes de fiesta para desfilar a mi alrededor. Di algunas risitas.

    La vez siguiente que desperté me sentía muchísimo peor, menos brillante y feliz, y alguien estaba golpeando la puerta del apartamento. Intenté taparme la cabeza con una almohada, pero era demasiado pequeña y el golpeteo no paraba. Me acerqué renqueando y arrastré la puerta para abrirla.

    —Lárgate, - le dije a Arthur cayendo hacia él y estrellándome en el suelo del pasillo.

    Me senté en el suelo. La madera del parqué tenía una textura curiosa.

    «¡Nuevo descubrimiento!»

    Solté una risita.

    —Ni lo pienses, - oí decir a alguien encima de mí, y unas manos fuertes estaban bajo mis brazos, levantándome. —Arriba que vas.

    —Estás fuerte, - balbuceé, pero me pregunté por qué me estaba levantando hacia un lado cuando la gravedad estaba tirando de mí hacia abajo. Me tambaleé.

    —¡Jesús, María y José! - Las manos me atraparon antes de que golpeara el suelo de nuevo. —Chica, mírame. ¿Qué has tomado?

    —Mi medicina, - le dije automáticamente.

    Esa era la respuesta correcta, ¿o no?

    —Dios bondadoso, - oí decir a Arthur siniestramente desde alguna parte al noroeste de mí. —Vamos a tumbarte otra vez.

    Me encontré de vuelta sobre mi sofá cubierta por una manta, vagamente consciente de Arthur moviéndose por mi apartamento rebuscando entre mis cosas. Regresó justo cuando el brillo empezaba a atenuarse un poco más.

    —Necesito más, - mascullé. —Debería ser más bonito.

    —Tú no vas a tomar nada más de nada, encanto. Excepto agua.

    Pude sentir un sollozo brotando, un berrinche que coronaba todas las rabietas infantiles que había en mi pecho.

    —¡Pero yo quiero que sea bonito! - insistí.

    Arthur no se molestó en responder.

    En vez de eso se sentó junto a mí e hizo una llamada de teléfono mientras yo lanzaba mi berrinche. Recordé que estaba enfadada con Arthur, muy furiosa... y dejé que saliera todo, que le llovieran en la cabeza las blasfemias más creativas que podía construir. No parecía que me estuviera oyendo. De hecho, estaba gritando también... cosas como "qué demonios ha pasado" y "para ser un tipo tan listo puedes ser realmente tonto a veces", al teléfono. En alguna parte allí dentro, las cosas se volvieron locas de nuevo y yo no estaba segura de cuándo la confusión de la realidad se convertía en la confusión de sueños caóticos, sueños llenos de hombres con armas que se convertían en agujas.

    Cuando desperté con una división entre una jaqueca y un estómago que quería volverse del revés y exprimirse hasta quedarse seco, estaba tumbada en mi sofá y Arthur e Inspector estaban en mi salón. Arthur me dio un vaso de agua.

    —Toma. Bebe.

    Me sabía la boca a calcetines y sólo di un sorbo o dos antes de que se rebelaran mis tripas y dejara apresuradamente el vaso para vomitar a un lado del sofá. El desastre salpicó en el suelo. Decidí que me sentía demasiado mareada para preocuparme de ello y escupí, tratando de enfocar los ojos.

    —Inspector, - observé borrosamente, aún con sabor a calcetines. —¿Cómo has llegado aquí arriba?

    —Tiempos desesperados, Cas, - me dijo levemente.

    —Espera. estoy enfada contigo, - recordé en un balbuceo confuso.

    —Esto es una intervención, Srta Russell, - dijo Arthur en un tono más serio.

    —¿Enviarme a rehabilitación, tú vas?

    Él bufó. —Casi tentado... de cronometrar el tiempo que tardarías en escapar.

    —No tienes problemas con drogas, - dijo Inspector.

    —Bueno, no. Lo tienes... - corrigió Arthur.

    —No es uno grave, - dijo un Inspector malhumorado.

    Arthur le disparó una mirada. —Soy ex-poli, ¿recuerdas? Pero estoy muy seguro de que es algo para lo que puedes aceptar ayuda, y no creo que seas un peligro para ti misma. Normalmente. ¿tengo razón?

    Suspiré. Yo quería que se largaran. La conversación era demasiado alta, batía al ritmo del golpeteo en mi cráneo.

    —Entonces, ¿por qué estáis aquí? - yo no podía hablar tan enérgicamente como quería.

    Mi estómago aún seguía determinado a rebelarse y yo tenía que mantenerlo en calma.

    —Porque has perdido grandes fragmentos de tu memoria, - dijo Inspector, —Y queremos ayudarte a investigarlo.

    Mi estómago dio un giro salvaje extra y traté rápidamente de tragar contra la náusea. Gané la batalla por poco.

    —He dicho que no.

    —Pensamos que algo podría estar obligándote a decir eso, - dijo Arthur, y pude saber que habían ensayado aquello. —¿Puedes darnos una buena razón de lo contrario?

    —O cualquier razón, - añadió Inspector, con horrible jovialidad.

    —Porque, primero de todo, estáis equivocados y segundo, es mi vida y yo digo que no.

    —No es bastante buena, - dijo Inspector.

    —Que te jodan, - le disparé elocuentemente como respuesta.

    —Esto no está abierto a discusión, - dijo Inspector en su tono "mira como aprieto la mandíbula". —Voy a descubrir lo que te sucedió. Si quieres participar, esa es la parte opcional.

    —Eso es una violación de mi privacidad, - le solté, pero no había mucho vitriolo que lo respaldara. Intentaba sentirme violentada y traicionada por la insistencia de Inspector, pero no estaba saliendo bien del todo. Estaba demasiado mareada y agotada. —No voy a ayudarte.

    —Vale, - dijo Inspector. —Pues lo haré yo solo.

    —Russell, - dijo Arthur de un modo cuidadoso que sugería que estaba apuntalando para algo, —Lo hemos visto antes, gente que puede… manipular. Que puede hacer que digas cosas, que pienses cosas que no existirían de otro modo.

    La memoria centelleó... una esbelta mujer de aspecto mediterráneo, finos rasgos de pajarillo y serenos. Dawna Polk. Pítica. Un grupo de personas entrenadas para ser tan emocionalmente manipuladoras que eran, por todo derecho y propósito, psíquicos entrenados. La última vez que yo había visto a Dawna me había dejado casi catatónica mientras escapaba, martilleándonme tranquilamente con una barrera de palabras y cuestiones que yo no podía recordar muy bien. La memoria no ayudó con mi náusea.

    —Nadie ha trasteado en mi cabeza, - solté airadamente.

    —Serás idiota, - disparó Inspector. —¡Claramente alguien lo hizo!

    —Inspector... - empezó Arthur con una nota de reproche en su voz.

    —¡No! ¡Lo siento, Arthur! ¡Esto es como los imbéciles que no creen en la evolución ni con infinita cantidad de evidencias bajo sus propias narices! ¡Cas Russell, estás en fase de negación hasta rozar la estúpidez!

    —Vete al infierno, - mascullé.

    «Epítome de las réplicas brillantes.»

    —Fuera de mi casa.

    —Si lo quieres de ese modo, - dijo Inspector.

    Por alguna razón, el tono en que lo dijo me dolió, me revolvió las tripas hasta ponerlas encima de la retractacción.

    —Vamos, Arthur. - dio la vuelta a su silla y se movió hacia la puerta.

    —Tú también, Arthur, - dije sonora e insensiblemente, tratando de estampar brutalmente el sello sobre el sentimiento herido. Por alguna razón, me sentía como si hubiera sido yo la que lo había causado.—Fuera.

    Él permaneció reluctantemente. —Volveré en una hora para ver cómo estás, - me advirtió. —Bebe algo de agua.

    —Gracias, Mamá, - dije.

    Arthur miró atrás hacia mí una última vez, su expresión era de preocupación. Inspector no miró atrás. Me puse la almohada sobre la cara y la envolví con los brazos, medio confiando que me ahogaría yo sola accidentalmente; y traté de no pensar. Consideré levantarme y merodear en busca de algo que me hiciera sentir mejor, pero Arthur me habría dejado limpia. No es que no pudiera conseguir más, pero parecía demasiado esfuerzo.

    «Más le conviene que al menos me haya dejado alcohol.»

    Yo estaba ahora sin contrato y él tenía que saber el jodido estado en que me quedaba si no lo tenía.

    Me sonó el móbil, el tono alto y penetrante justo en mi oído. Me lancé contra los cojines del sofá y saqué el teléfono de un tirón, preparada para dejarlo volar contra la superficie dura más próxima con el ángulo exacto para que se rompiera en cinco partes al menos. Mientras echaba atrás el brazo para el lanzamiento, capté el número del identifcador de llamada.

    «Halliday. Mierda.»

    Dudé. El teléfono seguía taladrando su urgencia de alta frecuencia en la resaca de mi cerebro. No tenía que responder. Técnicamente, ya no trabajaba para ella. El trabajo había acabado. Salvo que, por alguna razón, no hubiera acabado. Pinché en el botón de conectar la llamada.

    —Mejor que sea importante.

    —Xiaohu... cuando nosotras... él no... - sus palabras se atropellaban unas a otras.

    —Escúpelo, profesora. ¿Fue Zhang a recoger la prueba?

    —Sí, acaba de venir aquí, pero... ¡él no era quien se suponía que debía llevársela! - soltó ella de pronto. —Ni siquiera había notificado a la NSA que la habíamos acabado. Me dijo que le habían autorizado para tomar custodia, pero acabo de hablar con uno de los agentes y me dicen que nunca consideraron hacerlo de ese modo.

    Me senté demasiado rápido y mi estómago y cabeza quisieron hincharse y estallar. La sala se sacudió hacia un lado y me mareé tanto que perdí el sentido de la realidad durante un momento. Combatí brutalmente en busca de coherencia.

    —¿De qué estás hablando?

    —Xiaohu era quien mantenía al día a sus superiores, pero él no les dijo que habíamos completado la prueba. Y dicen que nunca le autorizaron para ser el que la recogiera. Ahora no devuelve las llamadas de nadie. No pueden encontrarle...

    —Quizá está en un atasco de tráfico, - le dije.

    —¿No me estás escuchando? Los otros agentes dicen que tenían un protocolo muy específico para esto. Deberíamos haberlo notado, ¿no es cierto? Fuimos demasiado inocentes...

    —¿Piensas que Zhang trabaja para Lancero? - me froté los ojos, tratando de sincronizarme con la realidad.

    —No. Le conozco. Él no lo haría. - ella tenía demasiada fe en la gente.

    Zhang iba por su cuenta, igual que todos los demás. Halliday tenía razón en una cosa: yo había sido una tonta por permitir fiarnos de él. Me levanté como pude y busqué mis botas. Sentía la boca como si estuviera llena de musgo. Musgo podrido.

    —¿Cuándo se destapó todo esto? ¿Cuánto tiempo hace que lo descubrieron?

    —Sólo han sido unos minutos... te llamé en cuanto pude salir. Creo que están enviando personal ahora.

    La geografía se extendió en mi cerebro. Si Zhang estaba en su oficina, la NSA ya le tendría rodeado. Pero mi ubicación actual estaba sólo a unos minutos de su casa... y considerando la congestion de Los Angeles, eso me daba una ventaja masiva.

    Por supuesto, si el tipo era inteligente no estaría en ninguno de esos lugares, pero su casa podría darnos una pista de lo que tramaba realmente.

    —Llama a Arthur, - le dije. —Dile que voy de camino a la casa de Zhang.

    Los agentes probablemente estarían escuchando aquella llamada, pero tendríamos que inventarnos una historia para ellos de todos modos. En ese momento, sólo quería llegar hasta Zhang primero.

    Colgué, arrastré la manga por mi lengua, (no sirvió de mucho) y salí corriendo del apartamento.

    El Dr. Zhang vivía en una casa colonial muy bonita de dos plantas en los suburbios... o bueno, Burbank, que estaba tan cerca de LA como los suburbios. Matas de rosales bien arregladas alineaban el paseo y algunos juguetes de los chavales estaban dispersos por el césped. La casa hasta tenía una jodida vallita blanca de madera. Paré el coche subiéndome al bordillo y corrí para aporrear la puerta. Como nadie respondió, la abrí de una patada.

    La puerta trasera se estaba cerrando justo en el momento en que yo irrumpía dentro de la cocina. Zhang estaba junto a la mesa con la misma apariencia de profesor chiflado de mente distraída de siempre, con su jersey y su pajarita ligeramente ladeada.

    —¡Qué has hecho! - demandé.

    —¡Esto es demasiado importante!, - dijo. —El mundo tiene que saberlo.

    Corrí hasta la puerta trasera y la abrí. El agrio olor de humo y fluído inflamable me dio en las narices de inmediato.

    —¡Qué! - Zhang volvió a la vida como un resorte y me empujó al pasar por mi lado hacia el patio, donde las llamas surgían de una hoguerita en el suelo del patio. El viento azotaba el calor hacia nuestras caras. Un maletín plateado vacío estaba abierto junto al fuego, ya revestido de carbonilla.

    —¡No! - gritó Zhang. —Ella me dijo ... ¡no! - me apartó de un codazo para volver a la cocina, regresó como una excavadora un momento más tarde con un extintor.

    Tiró de la cadenita, lo dejó funcionando dosificando polvo en las llamas y volvió a su desarreglada apariencia académica. Yo me quedé de pie observando. Zhang estaba excavando a través de los empolvados restos como un loco. Sacó un pedacito de papel oscurecido entre dedos temblorosos. Se desmenuzó en cenizas en su mano.

    —No…no… - gritó y empezó a gimotear.

    Aparecí detrás de él y me crucé de brazos. —Creo que tienes que empezar a hablar.

    —Se ha ido, - respiró las lágrimas pasándo una manga por la cara. se le pegó polvo blanco en las gafas, cuello y pelo. —Ha desaparecido…

    —¿La prueba? - le dije. Él asintió. —¿Y qué demonios ibas a hacer con ella? ¿Venderla al mejor postor?

    La ofensa explotó en sus rasgos. —¡Nunca!

    —¿Entonces qué?

    —¿No entiendes lo que era esto? Era... la magnitud de este resultado... no podía guardarlo para nosotros. Y el modo en que ella lo hizo... podía conducir a tantos avances en el mundo matemático...

    Arthur salió corriendo a través de la puerta trasera. —¿Qué está pasando?

    —El Dr. Zhang quería ser altruísta, - dije. —Quería compartir la prueba con el mundo, pero al parecer alguien no estaba de acuerdo. ¿Quién te la jugó?

    Él gimió con la cabeza entre sus manos. —Ella me dijo que era una amiga de Sonya. Decía que guardaría la prueba a salvo hasta que todos los protocolos de encriptado estuvieran ajustados, me dijo que mi nombre podría quedar al margen de esto... que tenía que hablar con Sonya y que todos teníamos que decir que había sido robada... ella la quemó. ¿Por qué la quemaría? Quería públicar el resultado tanto como yo. Más, incluso. Ella creía como yo. Ella creía.

    Una horrible certeza me estaba inundando. —¿Ella quién?

    —Rita Martínez. Es una teórica... bastante conocida... ¿por qué ella, por qué me dijo que…?

    —Mierda, Lancero no robó el trabajo de la profesora Halliday, - dije. —Fue Martínez. Fue ella todo el tiempo.

    —Pero, ¿por qué? - Arthur sonaba perdido.

    Y yo también, para ser honesta. —Ni idea, pero creo que tenemos que averiguarlo.

    —Tenemos que encontrar a Sonya, - dijo Arthur sacando el teléfono.

    —¿Qué voy a hacer? - Zhang levantó su cara cubierta de polvo hacia nosotros, su voz apenas por encima de un murmullo. —¿Qué he hecho?

    Arthur lo consideró. —Tus jefes, ¿dónde piensan que estás?

    —En el trabajo... me marché sin pasar la tarjeta...

    —Oh, estoy seguro que están en camino, - le dije. —Fue casualidad que nosotros estuviéramos más cerca. Preveo que esta casa estará rebosante de agentes federales en unos oh, tres minutos o así.

    Zhang parpadeó rápidamente y algunas lágrinas más se escurrieron de sus ojos detrás de sus gafas. —Pensé que yo... estaba haciendo algo bueno... lo mejor para...

    —Mierda, - dijo Arthur suavemente.

    Yo sabía lo que él estaba pensando: Zhang acabaría en la ruina por eso. No sólo sería despedido... sino arrestado. Lanzado a una prisión durante mucho, mucho tiempo. Yo no estaba segura de que aquello debiera preocuparnos, francamente. Excepto… que sabía que molestaría a Halliday. Y del modo en que Arthur estaba mirando a Zhang con una intensa expresión del tipo arresto me decía que estaba a punto de entrar en modo salvador total.

    «Que me jodan.»

    —Lo que sea que vayamos a hacer, tiene que ser ahora, - le dije.

    Arthur asintió con decisión y agarró a Zhang por el codo, apresurándole de vuelta a la casa. —Te vienes con nosotros hasta que solucionemos esto. Aún podrías salir de esta, ¿me sigues? Pero tenemos que resolver esto.

    —Yo... yo no comprendo...

    Arthur se detuvo y le miró a los ojos. —Eres padre, ¿cierto?

    —Sí... el mayor tiene trece...

    —Pues no dejaremos que los federales te entierren antes de que lleguemos al fondo de esto primero, y quizá ni siquiera después, ¿lo oyes? Hiciste una estupidez de cabeza de leño, pero con buena intención, y eso no me basta para dejar a tres chavales sin su padre.

    —Arthur, "ahora" quiere decir "ahora", - le dije.

    —Yo... uh... ¿gracias? - consiguió decir Zhang.

    Su expresión era más miedo desesperado que gratitud, pero Arthur sólo apretó los labios y apresuró al hombre a venir con nosotros.

Capítulo 24

    Conducimos juntos. Yo iba al volante en el coche alquilado de Arthur.

    Él no sacó la conversación suya y de Inspector conmigo, por lo que le estuve agradecida. Yo había empujado toda ella, (mis descubrimientos, las estúpidas acusaciones de Inspector, nuestra pelea, todo) en una caja en el fondo de mi cabeza para lidiar con ello más adelante, limpiamente compartimentalizada. Había vuelto a tener empleo y tenía que conseguir concentrarme. Engullí mi resaca y conducí.

    Lo primero que hicimos fue prender a Dr. Zhang en uno de mis escondites con Pilar para vigilarle. Luego conducimos hasta la casa segura. Arthur no le había dado a Halliday ningún detaile por teléfono... nuestra suposición de que la NSA era un tercero oyente de sus llamadas implicaba que cualquier detalle sobre Martínez les habría enviado tras ella en un suspiro Arthur probablemente quería solucionarlo todo primero, asegurarse de que le entregaba el objetivo correcto a la gente adecuada.

    Si es que podíamos solucionarlo.

    Halliday nos estaba esperando, prácticamente vibrando de tensión. Algunos agentes del DSH que yo no conocía estaban en la casa con ella.

    —Demos un paseo, - dijo Arthur brevemente.

    Uno de los agentes se levantó. —Sr. Tresting. La situación está...

    —Bajo control, - dijo Arthur. —La prueba está contenida. Le entregaré un informe completo, pero quiero hablar con mi amiga en privado primero. No tomará mucho tiempo.

    —Todo lo que quiera decirle a ella...

    —Lo siento, - dijo Arthur. —En realidad no voy a hablar con ustedes hasta que comparta unas cosas con Sonya en privado primero. Cuanto antes lo hagamos, antes podré contarles todo a ustedes.

    Ellos se miraron el uno al otro, claramente desaprobándolo, pero luego asintieron y nos dejaron continuar.

    «Jodido Arthur y sus buenas relaciones con la gente.»

    Si yo hubiera intentado decirles algo tan agresivamente autoritativo, esos tipos habrían sacado las esposas.

    Salimos caminando por detrás de la casa, bajando a través del bosque hasta un lago. El perímetro de los federales no era visible todavía y la casa lo era apenas, a través de los árboles detrás de nosotros.

    —Hemos descubierto lo que sucedió - dijo Arthur cuando llegamos al lago. —La mayor parte.

    —¿Qué está pasando? - las palabras de Halliday tenían el sonido de alguien que volvía a controlarse con mucha tensión... y al límite de no ser capaz de conseguirlo. —¿Está bien Xiaohu?

    —Está bien , - respondió Arthur. —Bueno, hasta que los federales le atrapen. No creo que entienda la magnitud de lo que ha hecho aquí al robarles la prueba.

    Halliday dejó de pasear. —Entonces... él… la robó… - ella no pareció capaz de terminar.

    —Creo que pensaba que estaba haciendo algo bueno, - dijo Arthur suavemente. —Quería presentarla al público. Algo sobre que el mundo matemático necesitaba saberlo. - él intercambió una mirada conmigo, claramente incómodo por sacar el tema de Martínez. —Aunque le salió mal.

    —¿Qué pasó? ¿Él está bien?

    —Hasta que se mantenga el truco con sus jefes, sí, - dijo Arthur.

    Halliday se llevó una mano a la boca. — Tiene familia,dijo suavemente.

    —Bueno, debería haberlo pensado dos veces antes de robar a la dichosa NSA, - dije yo. —O al menos, haber planeado su robo un poco mejor.

    «Mal oficio de espía.»

    Yo no sentía ninguna simpatía por ello.

    Arthur me disparó una mirada.

    —¿Lo saben? - preguntó Halliday. —El gobierno, ¿Lo saben ya?

    —No sé lo que saben, - dijo Arthur. —Pero van a descubrirlo. ¿Qué les has contado hasta ahora?

    —No mucho... sólo que la cogió para entregársela. Pero cuando dijeron que él no estaba autorizado a ser el correo, dejé de hablar inmediatamente. Arthur, tenemos que poder hacer algo. Decirles que él nunca llegó a recoger la prueba o que alguien nos la robó... no sé. Pero tenemos que hacerlo. Arthur, conozco a sus hijos.

    Yo había predicho esa reacción, pero aún así resultó exasperante.

    —¿Por qué demonios quieres protegerle? - le dije. —Te traicionó.

    —Es tan idealista. - algo como una risa hueca se filtró de la voz de Halliday. —En retrospectiva, tiene mucho sentido lo que has dicho sobre que quería publicarla. Querer hacer algo bueno. Lo que sea que le hagan por esto, no lo merece.

    —La mayoría de la gente no merece las cosas malas que les pasan, - dije yo.

    —¿Y qué? Al menos en este caso en realidad hizo algo por lo que será castigado. - Halliday giró hacia mí con una expresión tan profundamente trágica que me sentí como un tacón.

    —Sonya, - dijo Arthur. —Hay algo más. ¿Podrías dejar de preocuparte por Zhang ahora mismo?

    —¿Por qué? ¿Qué ha pasado?

    —Intentó darle la prueba a otra persona. Alguien que iba a publicarla, le dijo ella, después de un pequeño tiempo para que los expertos en cripto pusieran las salvaguardas en su sitio. Pero esa persona la quemó.

    Halliday no estuvo rápida al entenderlo... o quizá lo sabía en el fondo, pero no quería creerlo.

    —¿Quién? - dijo ella. —¿A quién se la entregó?

    Arthur juntó los labios, dudando. —Tu amiga. Rita Martínez. Ahora está desaparecida.

    Una de las rodillas de Halliday cedió. Ella extendió el brazo y se apoyó en un árbol.

    —Pensamos que es la que robó tu trabajo desde el principio, - dijo Arthur con mucho tacto.

    —No, - dijo Halliday. Pero no lo dijo en fase de negación, simplemente lo dijo como si declarara un hecho. —Eso no es cierto.

    —Quizá Zhang esté mintiendo, - se permitió decir Arthur.

    —Oh, venga ya, ¿por qué iba a mentir? - dije yo. —Además, tiene sentido desde el principio. Martínez sabía que ella estaba trabajando en ello y...

    Arthur me lanzó dagas de odio con la mirada y yo cerré el pico.

    «Ah, vale, él sólo intentaba hacer que ella se sintiese mejor.»

    Halliday se bajó ella misma a tierra y se sentó apoyada en el árbol. La tierra y hierba aún estaba húmeda por la lluvia reciente. La empapaba a través de sus pantalones, pero ella no parecía notarlo. Arthur se agachó a su lado.

    —Sonya. ¿Estás bien? Tómate un minuto.

    —Y luego habla, - dije yo. —Nos contrataste para recuperar la prueba y ya sabemos quién la robó. ¿Dónde iría ella?

    —Pero la quemó. - Halliday no sonaba como si me estuviera oyendo . —Dijiste que la había quemado.

    —Es nuestra versión, sí. Porque ella ya tendrá su propia versión, - indiqué yo. —Está claro que no quiere que nadie le ponga las manos encima. Ahora, ¿dónde iría?

    —No lo sé.

    —¿Tiene familia? ¿Otros amigos cercanos? - la presioné.

    —Toda la familia que le queda aún está en la reserva. En Nuevo México.

    —Ja, - dijo Arthur. —La reserva india, ¿no está fuera de la jurisdicción de la NSA? Podría ser un buen lugar donde huir.

    —Estoy bastante segura de que la jurisdicción de la NSA está donde la NSA diga que está su jurisdicción, - dije yo. —Son así de gilipollas. Lo mismo va para el DSH y para cualquier rama secreta de operaciones especiales que tengan sobre este caso.

    —Ella no volvería allí de todos modos . - Halliday hablaba en un monotono y sin hacer contacto ocular con nosotros. —No tiene padres ahora. No hay nadie que quede cercano a ella. Pero…¿por qué? ¿Por qué haría ella esto?

    —Estoy más interesada en el dónde que en el porqué, - dije yo.

    —Pero el porqué podría decirnos dónde, - dijo Arthur meditadamente. —Sonya, ¿estaba ella en algún problema financiero? ¿O prefesional? ¿Algún tipo de motivo?

    —No. Ninguno. Ella tenía titularidad docente. Ambas la teníamos. Acababa de sacar dos documentos revolucionarios aceptados para su publicación. ella aún iba fuerte. - dejó salir un suspiro. —Confieso cierta envidia... sus dos últimas publicaciones no eran de su campo y ella no había tenido colaboradores. Ella simplemente los sacó, uno después del otro. Era así de inteligente. No necesitaba mi trabajo.

    Entorné mis ojos hacia ella. «¿Todavía no lo veía? —O robó ambas pruebas también.

    —¿Qué? - la cabeza de Halliday giró hacia arriba para mirarme. —No, ¿por qué ningún autor dio un paso al frente, entonces? Si la escribió otra persona, lo habrían comunicado. No es mundo tan grande.

    —O quizá las compró, - dijo Arthur.

    Halliday abrió la boca, pero no pareció poder pensar nada que decir.

    —Podría haber muchas razones por las que los autores nunca dieran ese paso al frente, - añadió Arthur, aunque no las enumeró.

    —Además, - dije yo. —Tu prueba era la importante. Iba a cambiar el mundo. Era un descubrimiento mayor... harías historia con ella. Para algunas personas, vale la pena robar por eso.

    Halliday quedó sentada durante un minuto, entornando los ojos hacia la distancia. Yo no estaba segura de si estaba considerando lo que habíamos dicho o ignorándonos, hasta que ella negó con la cabeza.

    —Aún no tiene sentido lo que decís, ninguno de vosotros. Si Rita estaba comprando pruebas, o, Dios lo prohíba, haciendo algo aún peor... ella no haría eso en este caso.

    —Bueno, probablemente te conocía lo bastante para... - empecé.

    —Déjame acabar, - dijo Halliday con mucha firmeza. — Tenéis razón, me conocía lo bastante bien para estar segura de que yo nunca habría estado de acuerdo en publicarla. ¿Y cuál es su plan, entonces? Si la publicara, yo habría podido delatarla. Ella tenía que saber eso.

    —Bueno, entonces quizá estaba planeando otra cosa, - dijo Arthur con peso en su voz .

    —¿Qué... matarme? - Halliday se apartó de él. —Eso es ridículo. Rita es inteligente y ella tenía todas las oportunidades del mundo para no tener que hacer algo tan despreciable. Y si hubiera querido disponer de mí, hay muchas formas de hacerlo sin dejar a todos sospechando, sin dar siquiera a otras personas la oportunidad de pensar que estaba involucrada o interesada. Lo que decís no tiene sentido.

    Arthur y yo quedamos en silencio durante un minuto. Luego, él dijo, —Los crímenes no siempre tienen sentido.

    —Los de Rita los tendrían, - insistió Halliday. —Me estás preguntando por qué lo hizo... no lo sé, pero te aseguro que su razón tendría sentido. Si hay algo que sé de ella, es eso. - ella estiró las piernas delante de ella y posó las manos sobre ellas, recentrándose a sí misma. —¿Crees que… el gobierno irá tras ella?

    —Bueno, sí, - dije yo con una pesada dosis de sarcasmo. —Eso parece probable.

    —Russell, - me amonestó Arthur, antes de girarse hacia su amiga. —Sonya, chica. ¿puedes pensar en una terriblemente forzosa razón por la que no debieran? Robó tu trabajo.

    —Lo sé. Pero… no quiero que lleguen hasta ella hasta que tengamos toda la historia. Su parte de la historia. Ella tendría una razón. Debía de tenerla.

    «Halliday y su fe.»

    Ella extendió el brazo y colocó la mano en el brazo de Arthur. —Siento que no tengo derecho para pedirte esto. Pero Xiaohu y Rita son buenas personas. Buenas personas que podrían haber cometido errores. Tú puedes comprenderlo, ¿no es cierto? - él no dijo nada.—Tenemos que ayudarles. Por favor. El gobierno no puede… por favor, Arthur.

    Arthur dejó escapar un suspiro.

    —Espera un segundo, - dije yo. —Nos comisionaste para recuperar tu trabajo. ¿Ahora quieres proteger a la persona que lo robó

    Ninguno de ellos me respondió. Como si yo fuese invisible.

    —De acuerdo, - dijo Arthur finalmente hacia Halliday. —De acuerdo. Dices que son buenas personas, voy a creerte. ¿Vale? Veremos lo que podemos hacer por Zhang y haremos lo mejor que podamos para llegar hasta Martínez primero.

    —Gracias, - dijo ella, y tuve la meridiana sensación que allí estaba pasando algo más entre ellos de lo que yo sabía.

    Arthur se levantó. —Russell, Tenemos trabajo que hacer.

    Yo nunca había dicho que sí a nada de aquello.

    —No sé lo que quieres de mí, - dije yo. —Si estás planeando darle un giro a la historia para los federales, la última persona que quieres tener ahí soy yo.

    —Veamos, - dijo Arthur a Halliday, como si yo no hubiera hablado. —Ya les has dicho que le entregaste la prueba al Dr. Zhang, ¿verdad? Al menos, ¿está bastante cerca de lo que saben que ha pasado? - Ella asintió. —Bueno, lo prepararemos para que suene que le robaron la prueba a él. Ya decidiremos quién. Lo peor es que pueden probar que él no siguió el protocolo, quizá digamos que él sólo quería echar un vistazo antes de entregarla, ¿quién podría culparle por eso? Podrían despedirlo, pero no arruinaría su vida. ¿Parece bien?

    —Gracias, - repitió ella.

    —No me lo agradezcas aún, - dijo Arthur siniestramente. —Esto va a ser compicado de montar y todo un juego para que se lo crean. Y si lo hacen, seguro que Dr. Zhang cometió un grave crimen sólo por llevarse el documento. Pero lo mejor que podemos hacer es ceñirnos a la historia. Tú... - señaló a Halliday. —Te ciñes exactamente a la verdad, excepto por esta conversación. Entregaste la prueba a tu amigo y no sabes nada más. Lo mismo contigo, en realidad, - me dijo asintiendo hacia mí. —No sabes nada excepto que se suponía que él tenía que recogerla. Pero intentaremos mantenerte fuera de esto. Vale, lo siguiente, voy a hablar con Zhang. Los federales habrán estado en su casa a estas alturas. Podemos decir que llevó la prueba a su casa para verla, sólo durante una hora, y alguien llegó y la robó y fue él quien la quemó para evitar que cayese en sus manos. Luego huyó porque se sentía demasiado culpable por robarla y perderla después.

    Aquello era… en realidad una decente bonita historia. Hasta dejaba a Zhang como una especie de héroe, aunque un héroe culpable. Por supuesto, aquello implicaba más trabajo para nosotros.

    «Maldito Arthur.»

    —Yo hablo con Zhang, - continuó Arthur. —Intentaremos darle la vuelta a esto para que apunte a Lancero... eso tendría sentido. Russell, voy a necesitar a Inspector durante unas horas para descubrir qué huellas pudieran haber dejado los profesores, pero después de eso, tu y él poneos a buscar a Martínez. Por ahora, no le diremos a los federales ni una palabra de que ella esté implicada. ¿Entendido?

    Lo último que yo quería hacer en aquel momento era trabajar con Inspector. Supuse que no podía evitarlo, no a menos que le diera la espalda totalmente a todo el caso, y por muy tentador que eso sonara…

    «Maldito Arthur.»

    —Arthur, - dijo Halliday. él bajó la vista hacia ella y ella asintió hacia él, un gesto significativo y deliberado.

    Él respondió de igual modo. —Llegaremos al fondo de esto, Sonya. Lo prometo.

Capítulo 25

    Arthur entró para darles su historia a los agentes del DSH, presumiblimente con un gran canta y baila sobre cómo había querido decirle con tacto a Halliday él primero que su amigo Zhang era un ladrón.

    Yo me senté en la oficina de fuera y esperé. Probablemente, habrían querido interrogarme a mí también y yo planeaba decir que no sabía una maldta cosa. Arthur se tomó un buen tiempo para contarlo... o tal vez fuesen ellos quienes se tomaron un buen tiempo haciéndole preguntas, o él se tomó un buen tiempo negándose a decirles dónde estaba Zhang. Si es que les había revelado siquiera que sabía dónde estaba. Yo no tenía claro de qué lado estaba jugando sus cartas, pero tanpoco me preocupaba particularmente. Arthur podía cuidar de sí mismo cuando se trataba de lidiar con los federales. Era él quien había querido tratar con ellos en primer lugar de todas formas.

    Tras un rato me empezaron a picar los pies. Literalmente. Me picaban las plantas de los pies como si hubiera pisado hiedra venenosa. Culpé de ello a estar en la misma casa que el DSH. Había sido más sencillo ignorar su presencia cuando habían permanecido en su propio perímetro…

    El porqué había aceptado volver allí con Arthur, yo no lo podía comprender.

    Traté de seguir sentada y no pensar en cosas. Ahora que estaba en calma, todo lo que había compartimentalizado estaba golpeando en la tapa de la caja, demandando que lo dejaran salir. Especialmente cuando yo tenía que ir a trabajar con Inspector después de que Arthur terminara lo suyo... trabajar con él para intentar rastrear y proteger a la mujer que había robado la prueba que me habían contratado para buscar. Casi di una carcajada. El mundo se había vuelto del revés.

    Me picaban los pies.

    Había pensado que aquel trabajo había acabado. Había creído que podría ignorar a Inspector hasta que decidiera contratarle de nuevo. Quizá me tomara primero algún tiempo libre de calidad y hacer amigos con algunos niveles peligrosamente altos de narcóticos. Normalmente intentaría trabajar, pero ¿quién decía que tenía que hacerlo? Sabía bastantes matemáticas para no acabar con una sobredosis.

    «¿Acaso era tan malo flirtear con la línea letal?»

    Imaginé a Arthur encontrándome fría en el charco de mi propio vómito y sentí un perverso cosquilleo de placer por la imagen. Podía culpar a Inspector por haberme impulsado a ello, culparle a él y a sus insistentes, latosas y equivocadas preguntas.

    «Auch, mis pies.»

    Me levanté y empecé a pasear por la oficina. Además, el olvido eterno implicaba que nunca tendría que pensar en el hecho de que las matemáticas...

    Salí disparada de la oficina y caminé por la casa, rodeando a los agentes del salón aún sentados con Arthur y Halliday, evitando sus ciertas demandas de querer tomarme declaración también. Querrían mantenerme a la vista hasta que trajeran a Zhang de vuelta, pero mis pies y yo no estábamos dispuestos a dejar que eso ocurriera.

    Robé el coche de Arthur. Se iba a cabrear, él tenía que ir a preparar a Zhang una vez que los federales le dejaran salir, y necesitar un tansporte del gobierno primero haría las cosas más difíciles, pero no me importaba.

    En el perímetro, tuve mucha, mucha suerte: los agentes de la casa no sabían que yo me estaba marchando, así que no habían avisado a los agentes de la puerta de que me pararan y ellos ya estaban acostumbrados a que mi cara entrara y saliera de la casa. Me dejaron pasar con un saludo.

    Ya alegaría ignorancia más tarde: no tenía ni idea de que queríais que me quedara y os diera una declaración con información del caco más grande de la historia desde los Rosenbergs. No señor, no madam, ni idea en absoluto.

    El sol se estaba poniendo, sofocando la ciudad con su tierno crepúsculo. Conducir a través de las montañas me hundía en una profunda sombra antes de catapultarme de vuelta a los últimos rayos del día. Habría resultado bonito si no hubiera estado con la mentalidad de no preocuparme por tales cosas.

    No supe adónde estaba yendo hasta que llegué allí.

    Un cementerio.

    Dejaron de picarme los pies.

    Apagué el motor deI coche y me quedé sentada durante un rato. ¿Qué demonios estaba pasando?

    La noche era oscura y silenciosa.

    Se suponía que aún tenía empleo. Tenía que esperar hasta que Arthur hiciera su parte y luego ir a trabajar con Inspector para econtrar a Martinez. Y, en alguna parte de en medio, hacer otra declaración para el DSH. Y probablemente ayudar a Halliday a reescribir la prueba de nuevo, a menos que, después de hacerla dos veces, ella ya la hubiera memorizado.

    ¿Qué demonios estaba yo haciendo en un cementerio?

    Salí del coche de Arthur y cerré la puerta con fuerza. La verja del cementerio estaba cerrada, pero eso no era un problema. Un par de vectores de fuerza me llevaron sobre la verja de hierro hasta aterrizar en la hierba húmeda del interior. Un aspersor apareció en mi cara.

    Por supuesto, LA no tenía rocío precisamente, y aunque había llovido la noche antes, el sol había quemado toda la humedad residual de un césped a campo abierto como aquel.

    Un césped. En un cementerio.

    Me aparté de la rociada tropezando, me sacudí el agua y recuperé mi paso sobre uno de los caminos de asfalto que conducía a través de las lápidas.

    «¿Por qué estoy aquí?»

    Pensé en volver al coche, pero cuando intenté dar la vuelta hacia la puerta, mis pies quedaron fijos al cemento y algo en mi interior me atenazó. Se me cerró la garganta. Me agaché durante un momento con las manos en las rodillas, dando pequeños sorbos de aire por la boca.

    «Cielo Santo.»

    Me erguí de nuevo y di un cauto paso hacia el cementerio, y la sensación se aligeró. Paré de nuevo.

    «¿Pero qué demonios...?»

    Algo me estaba manipulando. No me gustaba ser manipulada y era seguro como el infierno que no iba a hacerle caso.

    Me senté en el camino. El asfalto estaba mojado. La única persona que había podido meterse en mi mente para… hacer cosas como aquella... era Dawna Polk.

    Empecé a tiritar, la sensación de sus zarcillos invadía un eco visceral en mi cerebro, incluso años más tarde. Pero ella los había hecho sin costuras, ¿verdad? La mayoría del tiempo yo ni siquiera había podido saber cuándo estaba haciendo lo que ella quería. Para ser totalmente honesta conmigo misma, aún no sabía del todo lo que me había hecho hacer y qué decisiones había hecho por mí misma. Estaba muy segura de que nunca lo sabría.

    «¿Qué estaba pasando aquí?»

    Podía obligarme a salir de allí sí quería, ¿verdad? Estaba segura de que podría. Pero si lo hacía, nunca descubriría por qué mi cerebro (o alguien) quería que estuviese allí. A menos que fuese una racionalización. A menos que fuese el extraño modo psíquico de ordenarme que continuara. A menos que alguien, Dawna Polk o alguien como ella, contara con que yo pensara exactamente de ese modo…

    «Mierda. ¿Por qué Dawna Polk o cualquiera otro querría que viniera sin más hasta un cementerio?»

    Me senté otro rato más. Al final, no era una elección. Tenía que averiguar adónde me estaba conduciendo esta sensación, si quienquiera que me había preparado aquello contaba con eso. Me levanté y caminé por el camino con el arma en la mano.

    El asfalto se curvó pendiente abajo entre las bien tendidas sepulturas, como un río de tinta entre los blancos huesos de las lápidas. Lo seguí hasta una zona arbolada y luego subí a una colina coronada por un edificio redondo adornado. Me paré delante a observarlo. Tenía que entrar ahí. Afortunadamente, resultó sencillo. La puerta recientemente rota golpeó en la pared detrás de mí cuando entré caminado. El edificio estaba lleno de placas en las paredes... cuadraditos con nombres grabados en ellos, dispuestos uno sobre otro, persiguiendo al siguiente en la oscuridad. Las piedras grabadas de los restos cremados, noté, las columnas de lápidas de pesada piedra con la historia del muerto. Di unos pasos con cuidado entre las paredes del tiempo y la memoria.

    ¿Para qué había venido aquí?

    Los nombres surgían unos sobre otros, uno después otro. Pierre Boswell. Leticia Cooper. Adrian Clark López. Ninguno de ellos significaba nada.

    Más y más y más. Cecil James Rosen. Kate Ouyang. Nanette Marie Wyman.Cassandra Russell.

    Me paré. Me quedé mirando.

    «Qué. Demonios.»

    Había una placa con mi nombre y presumiblemente había una urna llena de cenizas detrás de esa placa y... ¿por qué demonios había allí una lápida de piedra con mi nombre en ella?

    Quizá fuese otra Cassandra Russell. Las fechas de nacimiento y muerte sólo mostraban años. Uno casi un cuarto de siglo antes... eso encajaba, al menos a grandes rasgos. El otro sólo algunos años atrás. Antes de que lo hubiera considerado, ya había agarrado uno de los puntales de la barrera, sujeto a una cuerda de terciopelo, lo arrastré hacia adelante para que el resto de sus compañeros colapsara en el suelo detrás de él en una cacofonía, y estampé su base en la piedra como un ariete. El crugido resonó por todo el edificio, disonante entre toda la quietud de las otras lápidas de piedra. Aplasté el puntal en mi nombre una y otra vez hasta que se agrietó la piedra, hasta que las fisuras se extendieron como una tela de araña por las lápidas de piedra vecinas. Luego lancé al suelo la maza improvisada y excavé en los pedazos, arañándolos hasta que me sangraron los dedos, apartándolos del camino hasta que pude ver el interior.

    Una urna posada en la oscuridad. Era una urna sencilla de metal, sin adornos. La arranqué de la base y quité la tapa.

    Estaba vacía. No. Vacía no.

    Yo había esperado encontrar cenizas... esperaba cenizas humanas detrás de una tapa de piedra con mi nombre en ella en un cementerio al que alguna orden inconsciente me había conducido. Esperaba mórbidamente estar sujetando lo que portaba mis propios restos. Pero el interior de la urna estaba limpio y libre de cenizas, aún nuevo y pulido, con un único trozo de papel doblado en el fondo. Incliné la urna para sacarlo.

    Lo desdoblé. Me temblaban las manos. Lo leí. No era largo. Seis palabras. Ocho, contando mi firma.

    Salí tambaleante hacia la noche. Apenas había recordado limpiar mis huellas del puntal y la urna. Abandoné el resto de las pruebas de mi crimen dispersas por el suelo de piedra pulida bajo los ojos cenicientos de todos los muertos. La nota resonaba en mi cabeza, repicando por las entrañas de mi cráneo una vez y otra y otra:

    No intentes recordar bajo ninguna circunstancia.

Capítulo 26

    «No intentes recordar bajo ninguna circunstancia.»

    Las palabras circulaban entonando un bucle que se repetía hasta que estas perdian todo significado y devenían sílabas sin sentido, una burlona letanía interminable.

    Seis palabras. No intentes recordar bajo ninguna circunstancia. Seis feas, insignificantes palabras jodementes. La rápida caligrafía inclinada había sido indudable y matemáticamente la mía propia, con mi firma debajo.

    No recordaba haber escrito la nota. No recordaba haberla escondido. No recordaba por qué había querido hacerlo.

    «No intentes recordar bajo ninguna circunstancia.»

    Sólo sabía que mi cerebro había tenido razón al no querer recordar. Yo había tenido razón y ahí estaba la prueba.

    No envié un texto a Inspector para decirle que estaba llegando. En su lugar, irrumpí en la Guarida con la suficiente fuerza para que la puerta se estampara contra las torres de ordenadores detrás de ella, el metal arañó la pintura.

    —Cas, - dijo Inspector fríamente, apartándose hacia atrás de su teclado y cruzando los brazos, con una mirada ya instalada en su cara.

    Por alguna razón, yo no había esperado que estuviera molesto conmigo. Había esperado que aún entrara en ese modo de irritante súplica sobre investigar mi pasado, preocupado y pelmazo. Yo era la que tenía justa rabia por cómo había desafiado violar mi privacidad y mi vida. El era el que ignoraba mis sentimientos...

    «¿No era así?»

    De pronto recordé cómo había abandonado mi apartamento antes. Lo rígido que había sonado. Lo mucho que eso había dolido, por alguna razón que yo no podía explicar. El sólido muro de furia que yo había construído contra él se tambaleó.

    Saqué la nota del bolsillo de la chaqueta y la tiré sobre uno de sus teclados. —Toma.

    Él no se movió para recogerla. —¿Qué es eso?

    —Una nota. Una que he encontrado, dirigida a mí.

    «Más o menos.»

    Él se acercó y desplegó el papel. Lo leyó. Miró de nuevo hacia mí.

    —Espero que sea suficiente para convencerte de que abandones tu pequeña cruzada, - dije yo con desprecio. Entornó los ojos, estudiándome. —¿Qué? - demandé.

    —Estoy decidiendo si soy bastante buena persona para no decir "te lo dije",' - dijo él. —No, al parecer no. Te lo dije.

    —¿Me dijiste qué, capullo?

    Un ligero fruncimiento apareció entre sus cejas. —Te dije que habías perdido la memoria y tú no me creíste. Tienes la cabeza hecha un lío por eso, Cas.

    Mis pensamientos frenaron en seco. Yo había pasado de la vehemente negación meticulosa hasta un "Ya, algo de mi pasado ha desaparecido, pero nadie va a investigarlo", sin percibirlo. Algo iba mal conmigo, sí, pero era algo que obviamente yo no quería cambiar.

    —Bueno, al parecer mi cerebro sabía lo bastante para intentar evitar que investigaras, - le solté intentando devolverle cierto nivel de dignificante furia. —A mí me suena a que hay una razón para que no lo investigue. Siento respeto por mi subconsciente por haber protegido eso.

    Inspector me estaba mirando como si acabara de anunciarle que la velocidad de la luz sería de ahí en adelante de cien kilómetros por hora.

    —¿Cómo puedes decir eso? - me gritó. —¡Se trata de ti, Cas! ¿Desde cuándo no saber es mejor que saber?

    —Desde ahora, - dije yo. —Ya puedes considerarme totalmente informada. Y te aseguro que si...

    Vibro su móbil. —Es Arthur. - lo recogió dejando mi rabia revoloteando impotente en el aire. —¿Que pasa?… Vale, sí… Sí, por supuesto.— alzó la vista hacia mí. Ella está aquí, en realidad.

    —¿Ya ha terminado de hacerse el simpático con los federales? - le pregunté.

    Inspector me ignoró. —Ya, entendido. Se lo haré saber. - colgó. —Dice que deberías ponerme al día, presumiblemente para no tener que hablar desde donde la NSA pudiera estar escuchando la red de telefonía móbil, y luego tienes que llevar tu culo allí otra vez y hacer una declaración al DSH antes de que decidan que eres digna de sospecha. ¿Qué infiernos está pasando?

    Di un suspiro. Jesús, ¿qué iba mal conmigo? Se suponía que debía estar trabajando. Nunca había permitido que mis problemas personales se mezclaran con un trabajo antes.

    «Nunca dejes…»

    —Cas. - Inspector movió tentativamente el brazo para tocar el dorso de mi mano. —Ya resolveremos esto, ¿vale? Dejemos esto sobre la mesa de momento y llévales lo que sea que la gente del gobierno quiere descubrir antes de que irrumpan aquí buscándote. ¿Vale? Ahora, ¿qué está pasando?

    Me esforcé por devolverlo todo de vuelta a su caja compartimentalizada, ignorando las aristas y esquinas que sobresalían irregularmente y atascaban la tapa que yo intentaba cerrar de golpe sobre ellas, y le di a Inspector el sumario de las últimas horas.

    Él buscó de inmediato toda grabación de seguridad cercana a la casa de Zhang, pero no había señal de la Dra. Martínez. O había sido muy lista o había tenido suerte... en ambos casos hacía las cosas más fáciles para Arthur y su historia.

    —Probablemente van a taladrarte con la línea temporal, - dijo Inspector. —Para asegurarse de que tú, Arthur y la profesora Sonya, todos coincidis. Aseguráte de tener claro cosas sobre las veces que tuviste una llamada de teléfono con cualquiera y sobre cuándo te reuniste con Arthur y sobre lo que sea que podrías haber atestiguado. Te ayudaré. ¿Cas?

    —Sí. - tensé con más fuerza mi chaqueta alrededor de mí. Aún tenía las ropas mojadas por los aspersores. —Sí. Vale.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    La historia de Arthur funcionó... bueno, al menos a priori mientras los federales decidieran eventualmente que yo no sabía nada de valor. Arrestaron al Dr. Zhang, pero Arthur le había contado la película antes de entregarlo y él se ciño a esa historia con extraordinario éxito. El jaleo evolució rápidamente a una lucha de miraras entre Halliday y los federales, ella negándose a reescribir su prueba de nuevo a menos que ellos dejaran salir al doctor, y ellos acordando no estar de acuerdo esta vez.

    A mi me daba igual todo eso. Yo permanecía tan lejos de la casa segura como era posible. Pensé en dejar aquel trabajo interminable definitivamente... abandonar, dejar que Arthur siguiese investigando por su cuenta a Martínez si quería bend over backward para Halliday. Ella no quería recuperar la maldita prueba de todos modos y encontrar a alguien sólo para pedir una explicación y, luego, posiblemente ayudarla a esconderse del gobierno federal, (pro bono, nada menos) sonaba la comisión más sinsentido del mundo. Pero siempre que pensaba en abandonar, un impulso en mi cerebro me recordaba lo que pasaría exactamente en cuanto dejara de trabajar. Aquello no iba a ser como la mayoría de periodos en paro, donde sólo temía por su desconcentrada monotonía empapada en alcohol.

    Esta vez… esta vez estaba asustada.

    Asustada de lo que pasaría una vez que perdiera la concentración en el empleo. Asustada de lo que haría mi propio cerebro.

    Seguí con el trabajo.

    Inspector y yo habíamos firmado una frágil tregua. Manteníamos nuestras conversaciones estríctamente sobre el caso y nunca nos desviábamos de él. Pero los días se alargaron en semanas sin señal de Martínez... era como si hubiera desaparecido de la faz de la tierra.

    Establecí un ciclo de trabajo hasta el agotamiento, con Inspector en la Guarida y luego cayendo dormida sobre el sofá de su casa cuando mis músculos ya no me sostenían.

    La extrema fatiga no detuvo las pesadillas, sólo las habían empeorado: atestadas de peligrosas siluetas y una sensación horrible de urgencia y fracaso, y un hombre oscuro que yo no reconocía y que aperecía una vez y otra y otra y otra para suplicar: Basta, Cassandra, para, tienes que parar.

    Aquello no era descanso.

    Arthur eventualmente se sintió lo bastante a salvo para registrar el apartamento y la oficina de Martínez. Me trajo lo que pudo encontrar de su trabajo (no era gran cosa, y sólo necesité unos pocos vistazos para ver que todo eran notas viejas, investigaciones que se habían vuelto circulares). Toda verdadera revelación que encontramos fue las que Martínez ya había publicado.

    —Parece como si le faltaran cosas, - dijo Arthur de pie detrás de mí en la mesa de la cocina de Inspector donde habíamos extendido sus notas. —Quizá se llevó las notas actuales con ella.

    —Quizá sea una vieja matemática sin ideas que ya no puede hacer sus propias investigaciones y empezó a robar las de otras personas, - dije yo, hojeando por la pila de libretas claramente recreativas.

    A Martínez, al parecer, le divertían los juegos criptográficos con la gente... largas cadenas de patrones de equivalencia que se reducían a claves páginas más adelante, y tenía una libreta de disparatadas ideas de código y otras llenas con hojas de letras. Yo sospechaba encarecidamente que esto último era una libreta de claves criptográficas con bloques de un sólo uso de perfecta seguridad para compartirla sólo entre dos personas. Arthur observaba mientras yo pasaba páginas. Después de unos minutos él excavó en su bolsillo y sacó una hoja de papel blanco plegada tantas veces que había quedado arrugada en un cuadradito.

    —También encontré esto sobre la mesa. Es una nota para Sonya.

    La desdoblé. La escritura de Martínez era estrecha y sinuosa. No permanecía en líneas horizontales sino que escribía en ángulos inclinados y se curvaba alrededor de los bordes del papel.

    "Mi querida Sonya," empezaba la nota. "He hecho algo terrible… destruí todo por lo que has trabajado. El mundo es polvo, hice polvo las matemáticas, tus matemáticas, nuestras matemáticas… ojalá supiera si puedes perdonarme. No sé si seré capaz de perdonarme a mí misma. El perdón es un término tan emocional, ¿no te parece? Cuando digo que no sé si seré capaz de perdonarme a mí misma, quiero decirlo en los términos más literales, pues no sé si perdón es la palabra correcta: Tengo carencia de definiciones, y yo misma me encuetro perdida. Pero estoy divagando… quizá aún pueda pedir disculpas en ausencia de culpa, por haber roto tu mundo. Lo siento."

    La nota seguía parloteando en la misma línea, sin pausas entre párrafos y se recorría toda las hoja hasta la esquina del fondo de la página. Allí estaba firmado, "Con amor", también poco definido pero aquí aplicable por hipótesis, "Rita".

    —No le encuentro ni pies ni cabeza a la mayoría de esto, pero suena como si pidiera perdón, - dijo Arthur. —¿Crees que significa que tiene algo que ver con la publicación de la prueba de Sonya después de todo?

    —O ya la ha publicado y por eso se está disculpando, - indiqué yo. —Puede que no hayamos visto las consecuencias todavía

    Él suspiró pesadamente y plegó la nota de nuevo para meterla en su bolsillo. —Se la llevaré a Sonya. - se giró para irse, luego volvió y se apoyó en la mesa. —Hazme un favor.

    —Creí que ya te estaba haciendo uno, - dije yo, no totalmente sin amargura. —¿No es todo este trabajo un favor?

    Él resopló el aire. —Habla con Inspector - La furia me hincó sus garras, sorprendentemente calientes, embotando mi cabeza hasta que me picó la coronilla con ella. Arthur se apartó un poco. —No sobre eso, Russell. No hablar sobre ti. Te lo juro.

    Clavé mi mandíbula para evitar que saliera lo que había estado a punto de decir. —Entonces, ¿qué? - rezongué entre los dientes.

    Arthur dudó, sus dedos se movían con urgencia contra el laminado de pino del tablero de la mesa. —Sobre el asunto de Lancero. Fue duro para él.

    —¿Que fue duro para él? - repetí. —Disculpa, ¿le dispararon y le encerraron y casi revienta en pedazos tres veces diferentes también?

    —Le vendría bien un amigo, eso es todo lo que estoy diciendo. - hizo un vago gesto y se encaminó hacia la puerta.

    Me giré y apoyé la cabeza contra la pared. Arthur tenía expectativas demasiado altas sobre mí, como siempre. yo no estaba en condición de ser amiga de nadie. Nunca había sido muy buena siendo amiga de nadie. Fragmentos de memoria centellearon por las últimas semanas. Inspector poniéndome al día de los informes de la Interpol. Inspector haciendo preguntas indirectas sobre el laboratorio de explosivos que yo había visto. Inspector contándome que lo había comprobado y que Lancero había emitido docenas de pruebas falsas del problema P versus NP (todas con conclusiones diferentes) a varios lugares, confirmando así su obsesión. Yo me había imaginado que las actualizaciones se debían sólo a que sentía curiosidad, o para mantenernos localizados a nosotros mientras lo hacía. O, demonios, no me lo había imaginado en absoluto... ni siquiera había pensado en ello.

    «Joder.»

    Me impulsé en la pared y salí hacia la Guarida.

    —Hey, Cas. - Inspector tenía oscuros círculos bajo los ojos y su pelo estaba alborotado y puntiagudo por el sudor. No lo había advertido hasta ese momento, pero él había mantenido mi horario, hora por hora, en nuestro esfuerzo por encontrar a Martínez. Y no era que yo estuviera teniendo cantidades saludables de sueño precisamente.

    Miré sobre su hombro y el apagó la pantalla, preguntando, —¿Qué ha dicho Arthur?

    —Europa del Este. - le respondí a lo que yo le había visto mirar en lugar de a su pregunta. —No hay motivo para pensar quel Martínez esté allí. Arthur tiene razón, aún estás buscando a Lancero.

    Él quedó en silencio durante un momento. —¿Y qué si lo estoy? Es peligroso. Muy bien podría venir tras de ti y de la profesora Sonya de nuevo.

    Muy lentamente, fragmentos de una conversación con Pilar llegaron del pasado hasta mí. Los sentí como si los estuviera desenterrando desde hacía toda una vida atrás.

    —Lancero, - dije yo. —O… el tipo bajito que reventaba todos los edificios. D.J. ¿Te has enfrentado a ellos antes?

    La mano de Inspector se congeló sobre su ratón. —¿Quién?

    —Lancero tenía un experto pirómano. Bajito, negro, rotundo, demasiado emocionado por la dinamita. ¿Te suena? - Inspector aún no se había movido. —Eso no me lo habías dicho.

    —Pues, uh, entonces se me pasó. - tragué.

    Me mordió la culpa. Tuve la clara impresión de que Inspector había intentado decirme algo sobre ello antes, y Pilar ciertamente lo había dicho, y yo... bueno, nunca se me ocurrió que debería intentar ser el apoyo de un amigo.

    —¿Necesitas una mano? No estamos haciendo muchos avances con Martínez; si tú quieres que...

    Inspector movía las manos demasiado rápido y el teclado golpeaba contra el escritorio. —¿Te ha dicho Arthur que hagas esto?

    —¿Qué? ¡No! - rebobiné lo que ya se me había escapado. —Bueno, él dijo...

    —Dios, típico. - se quitó las gafas y se frotó los ojos. —Arthur y su maldita necesidad to arreglarlo todo.

    Me quedé confundida. Y dolida. —Si necesitas ayuda...

    —Arthur piensa que si todos compartimos cosas y creamos vínculos acabaremos cantando kumbaya y todo será bonito, cielo azul y los pájaros cantan. - interrumpió Inspector en voz alta. Se estaba mirando las manos, no alzó la vista hacia mí. —Cas, yo no sé quién eres y eso no debería ser un problema si no fuese por que tú no sabes quién eres, y eso me aterroriza. - Di un paso atrás. —Te pasó algo y no tenemos ni idea de qué, o... que sepamos, bien podrías ser una bomba de tiempo, tictac. No tenemos ni idea si...

    —Eso no es justo, - dije yo. — No puedes decirme que sepas cada detallito que te ha afectado... y si estamos hablando de Pítica, Arthur estuvo allí tanto como...

    —¡No he terminado! No se trata de que tenga miedo de tí por mí o por Arthur o por cualquiera, aunque Dios sabe que lo tengo. Tengo miedo por ti, Cas. ¿Puedes comprender eso? ¿Puedes? ¡Tú no puedes pedirme que sea amigo tuyo y que vea cómo ignoras esto!

    —¿Quién te ha dicho que tienes que serlo? - Las palabras salieron antes de que pudiera pensar en ellas, feas y con dientes de sierra. —Si no te gusta ser mi amigo mío, de acuerdo. Nadie te obliga.

    —Oh, que te jodan, Cas. - sonó amargado y abatido y exhausto. —¿Sabes siquiera por qué puedes hacer lo que haces? Tú no eres posible. Y no puedes recordar por qué, o cómo acabaste aquí, o si hay algun tipo de razón relacionada con que dispares a la gente sin hacer preguntas o tener una dependencia al alcohol y las drogas que Bane envidiaría...

    —Si tienes algún problema con el modo en que hago las cosas...

    —¡Tú deberías tener un problema con el modo en que haces las cosas! ¡O como poco con el hecho de que no tienes ni idea de por qué las haces! ¿Qué es lo que vas a hacer, saltar de trabajo en trabajo mientras buscas narcóticos más peligrosos hasta matarte haciendo lo uno o lo otro? ¿Esa es tu meta en la vida?

    Mis puños estaban cerrados con tanta fuerza que se me clavaban las uñas en las palmas. —¿Quién te ha preguntado? ¡Quizá me guste mi vida justo del modo que es!

    —¡Y quizá lo que sea que te hizo perder la memoria tiene algo que ver con por qué ya no puedes hacer matemáticas!

    Todo se detuvo. La réplica que yo había estado a punto de escupir se arrugó y me ahogó. Las palabras de Inspector se suspendieron en el aire, como un eco.

    Él respiró hondo, enderezándose y parpadeando rápidamente como si acabara de oir lo que había dicho. Pero apretó su mandíbula y dejó en pie las palabras, encontrando mis ojos desafiantemente.

    —¿Qué has dicho? - susurré finalmente.

    Peligrosamente.

    —Lo siento, - dijo él. —Lo siento. Pero...

    No esperé a oír el resto. Salí disparada de la Guarida. Mis neumáticos chirriaron contra el asfalto mientras me alejaba a toda velocidad.

Capítulo 27

    Todo iba mal. Se desmoronaba. Se desintegraba. Suficientes emociones emergían para tragarme, ahogarme. Aquel trabajo no era nada, mi vida no era nada… Yo no era nada. Una mota de polvo en un huracán. Impotente.

    No podíamos encontrar a Martínez y ni siquiera sabíamos por qué había robado la prueba. Yo estaba matemática y mentalmente rota, y encima de todo aquello, ni siquiera podía terminar una maldita comisión y localizar a un anciana de setenta años.

    E Inspector (¿qué había dicho Inspector?) decìa que no podía importarme menos mi memoria. Mi cerebro se alejaba intimidado de ella. No recordar me iba bien. Aunque las matemáticas... las matemáticas lo eran todo. Ojalá pudiera arreglar eso, entonces nada más importaría. Ni los puntos ciegos de décadas de tiempo en mi cabeza, ni el hecho de fracasar tan miserablemente en mi trabajo, ni el hecho de haberme dejado a mí misma una nota en un jodido cementerio como una especie de espeluznante adivina sádica… ni el hecho de que a mis supuestos amigos parecía importarles yo un rábano mientras sirviera a sus propias necesidades. Ni el hecho de que algo en mi cabeza me había prevenido de descubrir siquiera lo tullida que estaba hasta que hice el trabajo con Halliday.

    «Joder. Sólo arregla las matemáticas... »

    Sonaba todo tan simple cuando lo ponía de esa forma. Muy simple para ser algo tan fundamentalmente inasequible. Podría también desear ir a Marte. Había mayor probabilidad de ir a Marte. Después de todo, podía hacer las jodidas matemáticas.

    Conduje por la ciudad durante un rato con una venganza sin direccionar, vagando en círculos como si mi misión fuese desgastar el coche. Me quedé sin gasolina, rellené el tanque y continué.

    ¿Dónde estaba Martínez? Ese era el único problema que parecía tener alguna posibilidad de resolver en aquel momento. Lo único en lo que yo no podría ser inútil, aunque hubiera tenido un éxito menor que cero a esas alturas.

    Conduje hasta su apartamento. No sabía por qué fui allí. Arthur era más observador que yo. No iba encontrar nada relevante que él no hubiera encontrado ya.

    Entré y recorrí caminando las habitaciones, buscando algo, cualquier cosa que pudiera darme una pista sobre dónde había huído. Pasé por su estantería del salón, recorriendo con mi mano a lo largo del polvo, tanteando los espacios vacíos. Ella había negado que faltara algo, pero estaba claro que había mentido.

    «¿Por qué? ¿Qué significaba?»

    No tenía ni idea. Salí por la puerta de atrás. El edificio tenía una pequeña zona adoquinada detrás de él, había plantas en parcelas prescritas alrededor del cemento que casi lo convertían en un jardín trasero. Había una valla alta que daba la sensación de falsa privacidad y soledad, algunos muebles de jardín y un quemador portátil en la esquina del patio. Todo era agradable y bien cuidado y totalmente genérico. Me giré para volver dentro.

    —¿Eres amiga de Rita? - un ancianito había aparecido.

    Un ladeo permanente le inclinaba sobre su bastón y tenía despeinado pelo cano y una cara que era más pecas que piel. Se apoyaba en el bastón mientras daba un tímido paso hacia mí.

    —Sí, - dije yo, y me moví hacia él.

    —¿Está en algún tipo de problema?

    —No, - dije yo automáticamente, y luego hice una pausa. —¿Por qué dice que lo tendría?

    —Bueno, por esas personas del gobierno que estuvieron aquí preguntando por ella. Cuando se llevaron a la otra señorita. Yo no les he contado nada. - me sonrió. Le faltaban la mitad de los dientes y la otra mitad eran amarillos. —¿Eres su hija? Nunca hablaba de la familia. Doloroso, sí que lo fue. Lo sabré yo. Creo que el gobierno los asesinó.

    —¿Por qué piensa eso?

    —Porque no me fio de ellos, nos vigilan, ¿lo sabías?.

    Bueno, ya, pero yo aún pensaba que era altamente improbable que el gobierno hubiera asesinado sin más a la familia de Martínez.

    —Yo no soy su hija, - dije yo. —Sólo soy una amiga.

    —Oh, - dijo. —Tengo mucho respeto por su gente, ¿sabes?. Tan sintonizados con la naturaleza a todas horas.

    Me pregunté lo que Martínez habría pensado de eso. Para ser justos, yo suponía que las matemáticas eran la mayor ley natural de todas.

    —Al gobierno no les gusta los de su clase. Creo que por eso ella estaba en problemas. Quizá por eso lo quemó todo.

    —Espere, ¿qué? - dije yo, mi cerebro se engrasó con la convincente pieza de información. —¿Ella lo quemó todo? ¿A qué se refiere?

    Él empujó su bastón hacia el quemador portátil en la esquina del patio. —Noche tras noche. Yo la veía hacerlo. Pensé que algo iba mal: "bien por ti, quema todas las pruebas, enséñales cómo se hace". ¿Tú eres su hija?

    —No, - dije de nuevo, y luego deseé haberle mentido. —Yo soy, uh, una muy buena amiga. ¿Cuándo fue eso?

    —¿La semana pasada? ¿Hace dos semanas? ¿O fue más tiempo?… me confundo a veces. ¿En qué clase de problema está metida?

    —En grandes problemas, - dije yo ausente, caminando hacia el quemador. —¿Sabe lo que estaba quemando?

    —Papeles. - tosió poderosamente, asmático. —Le pregunté una vez. Me dijo que era el trabajo de su vida. Debe de estar en algún gran problema serio.

    «¿Martínez había quemado su propio trabajo también? ¿O era otra cosa?»

    Me agaché junto al quemador y escarbé con un dedo en la ceniza. Estaban frías y se desmoronaban con mi toque. Sólo encontré algunos bordes de papel que era parcialmente legibles. Sendos parecían contener lenguaje matemático... partes con letras griegas y paréntesis y las palabras "para todo" y "luego existe un único". Definitivamente matemáticas. Con la letra de Martínez.

    «¿Por qué había quemado su propio trabajo?»

    —¿Dijo ella por qué lo hizo? - le pregunté.

    El vecino de Martínez cojeó estridentemente hasta mi lado y miró por encima de mi hombro. —Me dijo que era demasiado peligroso. Dijo que haría, uh. ella dijo que rompería el mundo. Yo le dije que ya habíamos adelantado un buen maldito trabajo con el calentamiento global y la economía y la colocación de chips alienígenas en nuestras cabezas. Ella dijo que no, que eso era diferente, que ella estaba salvando a todo el mundo.

    —¿Salvando a todo el mundo de qué?

    Si había quemado la prueba de Halliday con lo misma idea... quizá pensara que alguien nefasto la cogería, inevitablemente, y que la persona derrumbaría la economía entera. Quizá pensaba que si la tenía la NSA ya sería bastante malo.

    «¿Podía ella haber descubierto una prueba similar simultáneamente con Halliday y quemarla también, quemarlo todo?»

    —Ella me dijo que era su mayor deseo y que eso arruinaba su vida, - dijo el anciano. —Se sentía sola, creo. Su vida era su trabajo. Su trabajo, su vida. Entonces hacía el mundo feo, dijo, y yo creo que eso la rompía.

    Me llevó un tiempo desenredar esa afirmación y cuando lo hice, no sonaba cierta. Si Martínez hubiera descubierto el mismo atajo de factorización que Halliday, debería haber estado extasiada, aunque decidiera últimamente guardárselo para ella. Algo no encajaba. Rebusqué en las cenizas de nuevo, frustrada.

    —Maldición.

    —Cogí un trozo, - soltó el anciano. —No dejaba de decir que era el fin del mundo y yo quería cercar mis apuestas, ¿sabes? Pero no pude entender ni pizca de eso. Creo que a ella quizá se le había pasado la rosca del tornillo. Pobre mujer.

    Me levanté tan rápido que casi volqué el quemador. —¿Cogió algo? ¿Dónde está?

    —¿Eres su hija, verdad? ¿No del gobierno?

    —No estoy con el gobierno, - dije yo. —Lo juro.

    —Nos están espiando, ¿lo sabías?

    —Sí, - dije yo irónicamente. —Lo sé. ¿Dónde está lo que cogió? ¿Aún lo tiene?

    —Aún lo tengo. - entornó sus ojos reumáticos hacia mí, golpeando una de sus piernas con el bastón. —Te la doy si prometes que vas a venir a visitarla más. Rita nunca recibe a nadie de la familia. Le debes eso.

    —Claro, - dije yo, rindiéndome.

    —Y me lo tienes que explicar.

    —¿Explicar?

    —Sí. Por qué no dejaba de decir que era el final. Ya hemos tenido terremotos y redadas de la policía y todas esas locuras del mundo en Washington enmierdando por ahí, imprimiendo dinero, y ahora salen estos papeles que harán caer nuestro país, yo quiero saber por qué.

    —Vale, - dije yo. —Trato hecho.

    Él respiró como si hubiera ganado. Luego se giró y empezó a volver hacia el edificio arrastrando los pies. —Vamos, entonces.

    Iba tan lento que tuve que resistir la urgencia de levantarlo del suelo y echármelo al hombro, pero finalmente sus pasitos por la escalera llegaron hasta la puerta trasera de la planta baja del apartamento y peleó con manos temblorosas con su llavero.

    Le seguí al interior de un tenue apartamento que bien podía rivalizar con el paraíso de un acaparador. Pilas de libros y revistas subían hasta el techo en amenazantes torres y toda suerte de chatarra estaba embutida en extraños ángulos, desde televisores rotos hasta pilas de ropa y al menos dos viejas bicicletas. Había también montañas de botellas de agua sueltas y en paquetes, y una hilera de bidones de gasolina de quince litros detrás de una confusión de maquetas de cohetes y pajareras. Yo estaba sorprendida de que el apartamento no se hubiera desmontado por las costuras.

    —Está aquí en alguna parte, - dijo el anciano.

    Empezó a mirar por las pilas. Yo suspiré al cielo y me acerqué a ayudar excavando en cúmulos de viejas recetas y moviendo latas de pintura seca para buscar algo vagamente de aspecto matemático. Y tratando de no respirar por la nariz, aquel lugar probablemente era peligroso para la salud (uno donde se necesitaba un catálogo de carta para encontrar algo).

    Cuarenta y tres minutos más tarde, el anciano aún estaba balbuceando, —Sé que está aquí en alguna parte… mis ojos ya no son lo que eran… - y yo estaba empezando a preguntarme si me había tomado el pelo.

    Aún así, era imposible que yo me marchara. Era lo más cercano a una pista que habíamos tenido sobre el asunto, y si tenía que quedarme allí durante una semana y excavar hasta la última pila de basura del lugar, yo estaba dispuesta a ello. Entonces levanté una copia de un National Geographic de los años 70 y vi algo debajo.

    Las páginas estaban embutidas bajo un gran radiocassete de los viejos tiempos. Lo levanté y la saqué suavemente. Reconocí la densa letra de Martínez por la nota que le había dejado a Halliday.

    La leí.

    Luego la leí de nuevo.

    «Cielo Santo.»

    Ya sabía por qué pensaba que había roto el mundo.

    Porque... lo había roto. Lo había hecho.

    Me moví hacia la puerta, aturdida.

    —¿Te marchas? - preguntó el anciano. Sonó triste. —Te puedes quedar a cenar. Tengo el género en bandejitas.

    —Tengo que irme. - le solté.

    —No hemos encontrado las notas de tu madre, - me dijo. Giró la cabeza de lado a lado, perdido. —Sé que estaban aquí en alguna parte. Me dijo que el fin estaba cerca. ¿lo sabías?

    Y había tenido razón. Mejor sería que almacenara más de esas cenas en bandejas. No le dije eso. No le dije nada. Sólo salí por la puerta.

    Una vez en la calle, se me durmieron las piernas y me senté en el duro bordillo de la acera. Martínez no había encontrado una prueba factorizadora. Había encontrado algo mucho más explosivo, mucho más mortal. Había probado el Santo Grial de las matemáticas. El sueño imposible. Había resuelto el problema P NP y había demostrado que eran iguales.

Capítulo 28

    No tenía bastantes notas para ver cómo lo había hecho. Pero tenía bastante contexto sobre los lemas, bastante explicación en su apretada escritura, para saber algo de lo que había estado haciendo. Había estado construyendo un algoritmo SAT-3 de tiempo polinómico. Había tenido razón: aquello rompería el mundo. Lo partiría en dos y haría pedazos la humanidad en el proceso. La civilización nunca sería la misma… si es que sobrevivía.

    Me quedé sentada en el bordillo de la acera durante largo tiempo. Todo a mi alrededor (el frío aire de la tarde, la brisa ligera, el crepúsculo profundizando y las matemáticas, especialmente las matemáticas) lo sentía diferente. No lo era, por supuesto... excepto que lo era, porque aquello cambiaba nuestra compresión del universo tan fundamentalmente que nada podría ser otra vez lo mismo.

    Finalmente me recompuse. Me levanté. Fui hasta el coche. Conduje hacia la casa segura de Halliday. Los coches pasaban a mi alrededor en la autovía como si fuera un día jodidamente normal.

    Arthur respondió a la puerta.

    —Tengo que hablar con la profesora Halliday, - dije yo. —Y contigo también. Vamos a dar un paseo.

    —Claro, - dijo Arthur. —Iré a avisarla.

    Desapareció durante un minuto y volvió con Halliday, que cogió un abrigo junto a la puerta y se lo puso. Caminamos por el lago. La noche había avanzado lo suficiente para hacer difícil vernos unos a otros. Saqué el pequeño escáner que llevaba sujeto a la cadera y pulsé el botón. Destelló en verde.

    —¿Qué ha pasado? - dijo Arthur. —¿Va todo bien?

    —He descubierto el motivo de Martínez. - sentí la lengua espesa en la boca. No sabía por dónde empezar.

    —¿Cuál es, Russell? - incitó Arthur al ver que yo no respondía, sonó preocupado.

    Debería estarlo.

    Saqué de mi bolsillo las arrugadas páginas que había conseguido en la visita al apartamento de Martínez y se las entregué a Halliday. Arthur pasó su linternita.

    —Quemó el trabajo de la profesora Halliday después de quemar el suyo propio, - expliqué con la boca seca, mientras Halliday leía. —Porque estaba asustada. Porque había encontrado algo.

    Halliday dejó escapar un jadeo.

    —¿Qué? ¿Qué encontró? - dijo Arthur.

    —Demostró que P es igual a NP, - dije yo.

    La frase no sonaba real. Sentí que estaba diciendo la línea de un guión, mintiendo, fingiendo que lo imposible era cierto. Halliday tenía los ojos fijos en los papeles, congelada. Yo estaba convencida de que ella había dejado de respirar.

    —Hey, - dijo Arthur, en voz baja y tensa mientras ponía una mano tranquilizadora en la espalda de Halliday. —Ayuda a un lego. ¿Qué significa eso?

    —Hay un… un problema en matemáticas,— dije yo. Se llama problema P versus NP. ¿Qué sabes de las clases de complejidad?

    —Nada, - dijo Arthur.

    Cerré lo ojos. Aquello parecía absurdo, en cierto modo, que el mundo estuviera acabando y yo tuviera que parar y explicar por qué. Absurdo y surreal.

    —Podemos clasificar los problemas según la dificultad computacional que tienen.— dije yo. Cualquier problema en el conjunto que llamamos P es algo que se puede resolver rápidamente. Decimos rápidamente en el sentido de que podemos resolverlo en tiempo polinómico con una máquina de Turing determinista, pero no te preocupes por eso. Cualquier problema en NP es algo que, si tenemos una solución, podemos verificar esa solución rápidamente... pero no necesariamente sabríamos como resolverlo rápidamente. - intenté recomponer mi voz. —Es como si tuvieras la solución de un laberinto, puedes caminar a través del laberinto y asegurarte de que la solución funciona. Pero si estás intentando encontrar la solución, eso es mucho más difícil.

    —Vale, - dijo Arthur. —Entonces, los problemas P se pueden resolver rápido, los problemas NP no tanto. ¿Es así?

    —Bueno, eso pensábamos,— dije yo. Nunca hemos... los matemáticos nunca han, - corregí, en voz demasiado alta, —sido capaces de demostrarlo, en un sentido u otro, si P es igual a NP, o si no son iguales, o si es algo imposible de demonstrar siquiera. Ha sido uno de los mayores problemas sin resolver de las matemáticas. Posiblemente el mayor... es la pregunta de si todo lo que podemos verificar rápidamente, también podemos resolverlo rápidamente.

    —Vale, - dijo Arthur de nuevo. —¿Y?

    —Y, la mayoría de la gente imaginaba que P no era igual a NP. Nunca habíamos podido encontar un modo de resolver un problema NP-completo rápidamente. Toda nuestra comprensión del mundo… - yo no podía explicarlo.

    —Mi prueba amenazaba la economía, - consiguió decir Halliday de pronto. —Esta prueba, la prueba de Rita... podría hacer mucho más. Es revolucionaria. Logística, plegado de proteínas... todo se tornaría de pronto muy sencillo. Tanbién el encriptado... - emitió un sonido ahogado. —Mucha encriptación funciona porque una vez que tienes el código, tienes acceso. Lo que implica que tienes la respuesta… puedes verificarla muy rápido.

    —¿Y si P es igual a NP, encontrar ese código es tan sencillo como ya tenerlo y comprobar que es correcto? - dijo Arthur. Dejó salir un bajo silbido.

    —Es posible que haya una constante bastante grande en su reducción para prevenir eso, pero la prueba es claramente constructiva. Parece que ella ha encontrado un algoritmo… - Halliday no pudo terninar la frase.

    —Profesora, incluso tú no estás entendiendo esto. - extendí mis manos. —P igual a NP no significa sólo que podemos visitar un puñado de ciudades rápidamente o romper códigos. Significaría que cualquier problema, cualquiera que pudiéramos poner en números, sería casi instantáneamente resoluble para cualquiera. Estamos hablando... estamos hablando de subir en globo la tecnología hasta la ciencia ficción de la noche a la mañana. Estamos hablando dejar fuera de control toda la sociedad, de la disolución de las funciones básicas de cómo interactuamos...

    —La implementación aún requeriría alguna inovación. No ocurriría de la noche a la mañana, - interpuso Halliday con voz reafirmada mientras se concentraba en la teoría. —Incluso con una prueba constructiva, tendríamos que traducir las matemáticas en programación. Pero, um... sí. Sí, creo… creo que tienes razón.

    —Espera, ¿estáis diciendo que ella está a punto de disolver la sociedad? ¿Con un problema matemático? - dijo Arthur. —¿Cómo? No me importa lo que encontró Martínez, el mundo está en el mismo sitio, ¿verdad?

    —Este es uno de los problemas matemáticos que reescribe nuestra comprensión de literalmente todo,— dije yo. No podemos imaginar lo que podría hacer. Todo el mundo sería de pronto capaz de usar un ordenador barato para descubrir... para descubrirlo todo. Ciencia, medicina, economía, sociedad... tiraría por la ventana todas las reglas de la noche a la mañana y cuando eso ocurriera… Arthur, no estoy exagerando. Todo detalle de la civilización podría tener que ser reformulado. Posiblemente reconstruído.

    —Rita pensaba así también, - dijo Halliday . —Su nota... ahora tiene mucho más sentido.

    Me había olvidado de la nota. Halliday la sacó de su bolsillo, la desdobló en el círculo de la linterna.

    —"El mundo es polvo,"— leyó. "He hecho polvo las matemáticas, tus matemáticas, nuestras matemáticas"...Yo pensaba que se estaba refiriendo a la destrucción de mis notas...

    —Sigue leyendo, - dije yo.—"No puedo romper el mundo. no puedo permitir que vivas en el mundo que veo. Es demasiado yermo, demasiado vacío. No hay lugar para ningún matemático. Particularmente ni para ti, Sonya."

    Las palabras tomaron nuevo significado.

    —No estaba hablando sobre el colapso de la economía, - murmuré. —Estaba hablando de la expectativa de saber la reducción de NP a P, porque... - quedé sin aliento. No me había percatado de ello.

    «¿Cómo no me había dado cuenta?»

    —¿Qué? - dijo Arthur.

    —Su prueba dejaría obsoletos a los matemáticos,— dije yo. —El software de solución de teoremas... ahora mismo no podemos replicar la... la creatividad, los saltos analíticos que hace un matemático humano… - me alegró que Inspector no estuviera aquí en ese momento. Yo quedaría demasiado transparente delante de él. —Pero lo podemos hacer, si lo pusiéramos en un lenguaje lógico apropiado.

    —Podemos verificar que una prueba es correcta, - dijo Halliday. —Ya podemos hacer eso, Arthur. Y si la prueba de Rita es cierta, si podemos verificarla...

    —Podemos resolverla, - dije yo.

    Si podíamos comprender, podíamos crear. Aquellos saltos de la intuición de los matemáticos ya no serían un misterio. Ya no sería algo incuantificable y fuera de mi alcance. Porque yo ya no los necesitaría. La prueba de Martínez podía romper el mundo, pero también podía permitirme hacer matemáticas de nuevo.

    «Dios Bendito.»

    Tenía que encontrar a Martínez. La encontraríamos y yo haría que me lo contara.

    —Ella intentaba protegerme, - dijo Halliday, aún contemplando fijamente la nota. —Las matemáticas son… lo son todo para nosotras. Si un ordenador puede replicar lo que hacemos, si hay algo especial sobre la intuición matemática humana… - yo no podía ver su cara en la oscuridad.—Ella debió de haber pensado que algo en mi propia prueba se estaba acercando, que me estaba guiando hacia el descubrimiento de la suya. Yo... creo que me sobrestimó, pues no veo cómo, salvo…

    —A ver si me aclaro, - dijo Arthur. —Ella resolvió esto, luego de pronto se enteró de lo que significaba, ¿y lo destruyó?

    —Ella creía que estaba salvando el mundo, - dijo Halliday. —Quizá lo hizo.

    —¿Pero que impide que aparezca otra persona y descubra lo mismo? - preguntó Arthur. —Si es cierto, alguien tendrá que descubrirlo eventualmente...

    —No lo entiendes, - dije yo, que había empezado a sentirme mareada. —La gente ha estado intentando resolver este problema desde siempre. Hay un premio de un millón de dólares para quien lo resuelva y esa ni siquiera es la razón de que todos estén tan obsesionados. Pero nunca nadie ha llegado cerca y algunos matemáticos empiezan a sospechar que podría no tener solución alguna en absoluto. Lo que Martínez encontró... bien podría pasar cientos de años antes de que otra persona piense el mismo descubrimiento, si es que se hace alguna vez. A menos que realmente hubiera algo en tu prueba de factorización, - añadí hacia Halliday. —Vosotras trabajabais juntas. Quizá algo que usaste fue la plataforma de lanzamiento para ella. Sonaba como si estuviera asustada de que hubieras llegado allí del mismo modo.

    —No sé lo que ella podría haber pensado, - respondió Halliday desventuradamente. —Rita a veces... ella pensaba demasiado bien de mí. Era el tipo de persona que podía hacerme sentir lenta. Ella siempre esperaba que yo hiciera la deducción con ella, pero yo tenía que pedirle que fuera hacia atrás y me lo explicara... - dio una carcajada sin humor. —Estoy entre el puñado de gente en la cima de mi especialidad y ella me hacía sentir a veces como una niña. Muy a menudo. Casi me producía un complejo.

    —No pasa nada,— dije yo. - No necesitaremos deducirlo de tu prueba porque no vamos a rendirnos hasta encontrar a Martínez.

    Deducir el contexto de la nota de Martínez me había dado una idea. Una idea brillante. Su había algo en el mundo que podría ser tan importante para Martínez como su prueba, sería Sonya Halliday.

    —Sabemos que le importas, profesora, a su, uh, a su propio modo. Podemos usar eso para atraerla. Podemos fingir que tienes algún problema, hacer que parezca que la necesitas. - yo estaba a todo gas. Aquello funcionaría. Sabía que lo haría. —Podemos extender el rumor de que estás enferma o que falleciste, si crees que puede ser lo bastante sentimental como para salir de su escondite para eso.

    —Que Dios la proteja, - murmuró Halliday. —¿Qué hará la NSA con ella si lo descubren?

    —Suena a que estamos hablando de asunto serio de seguridad nacional, - dijo Arthur. —No sé lo que pensarían.

    —Bueno, la encontraremos primero,— dije yo. Y podemos decidir si entregarla o dejar que les pase la prueba. Lo que te escribió, profesora... estaba intentando salvarte. Tendrás que entrar con nosotros.

    —No.

    Me giré rápidamente hacia Halliday. —¿Qué?

    Ella había apagado la luz con un clic, dejando sólo su silueta visible en la oscuridad. —No quiero encontrarla. Olvídalo.

    —¿Qué? ¿Qué mierda te has metido? - exploté tan duramente que Arthur puso una mueca. —¡Se trata de P versus NP! ¡Es El Problema! ¡Esto lo es todo! Es...

    —Y Rita tomó su decisión. - Halliday dio una respiración. — Fue claramente una decisión que no emprendió a la ligera.

    —¿Cómo puedes permitirle...? ¡Te fastidió! Te robó todo el trabajo. Como mínimo, ¿ya no quieres recuperarlo?

    «Si Halliday no ayudaba...»

    —Bueno, lo quemó, ¿no es cierto? - la voz de Halliday era un poco cáustica. —Tanto si la encontramos como si no, la prueba ya ha desaparecido. Podría reescribir la prueba de factorización de nuevo ahora, gracias a ti. El resto de sus papeles... eran suyos y podía destruírlos.

    —¿Y vas a aceptar eso sin más? - no podía creer lo que estaba oyendo.

    Tenía que ser impulsividad, locura momentánea... Halliday lo repensaría, lo vería ...

    —Tu amigo el Dr. Zhang tenía razón. ¡Esto es demasiado importante para dejarlo a los ojos de una única persona, especialmente cuando esa persona es una vieja senil!

    Halliday respiró con fuerza, pero cuando habló, su voz fue equilibrada. —Rita era tan astuta como siempre. Y quería resolver el problema P versus NP más que nada en toda su vida. Si el conocimiento la aterrorizó tanto… - las formas oscuras de sus manos se tensaron sobre el papeles que sujetaba, arrugándolos.—Tengo que confiar en ella.

    —No, - dije yo. —Realmente, realmente no tienes.

    —Pues déjame refrasearlo. Yo elijo confiar en ella. Si dice que esto rompe el mundo para ella, si dice que sólo intentaba protegerme...

    —¡No dices nada con sentido! - grité. —Si su prueba fuese válida, entonces P igual a NP será cierto tanto si has visto la reducción como si no. Además, ¿cómo podrías no querer saber? Su respuesta emocional es inmaterial... por amor de Cristo, el culto a Pitágoras pensaba que los números irracionales eran demoníacos y se negaban a aceptarlos, eso no significa... - tartamudeé las palabras, buscando modos de explicarlo. —No es correcta, la acción que ella tomó... El mundo debería saber. Aunque todo lo que se haga sea entregarlo a la NSA, el conocimiento debería estar ahí fuera. No puedes simplemente borrarlo del mundo. ¡Eso es incorrecto!

    Pero no me importaba el mundo, para ser honesta conmigo misma, yo necesitaba aquella prueba.

    Sin ella yo no era nada. Con ella, con el algoritmo que Rita Martínez afirmaba que tenía… podía descubrir cualquier resultado, hacer que las matemáticas se desplegaran ante mí, responder a la mayoría de cuestiones profundas del universo. Con ella podía hacer verdaderas matemáticas.

    Y eso era todo lo que jodidamente importaba.

    —Arthur, habla con ella para que entre en razón, - dije yo, desesperada y ya sin importarme.

    Ya habíamos intentado de todo para encontrar a Martínez. Ahora sabíamos que lo mejor, y quizá lo único, que podíamos usar para incitarla a salir era la misma Halliday y sabíamos que lo haría y...¿Halliday estaba diciendo que no?

    —La Dra. Martínez robó tu trabajo, - añadí a la profesora. —Te robó el trabajo y eso condujo a que te secuestaran, e incluso entonces no dijo nada. Si tenía una reducción de tiempo polínomico, podría haber reducido a la mitad el tiempo de búsqueda que necesitamos para encontrarte...

    Podríamos haber evitado del todo a los federales. Yo podría haber evitado que casi me mataran...

    —Ella no sabía lo que puedes hacer, - indicó Halliday. —Ella no sabía cómo estabas buscando.

    —¡Claro, porque un ciclo hamiltoniano no es uno de los problemas NP-completo más famosos de todos tiempos! ¡Te abandonó para dejarte morir! Si hubiera juntado dos neuronas, habría sabido que estábamos usando algún tipo de algoritmo de búsqueda y que sus matemáticas podrían haber ayudado...

    —Probablemente no se le ocurrió, - dijo Halliday. —Rita no… a veces ella no ve las cosas que tiene delante. Se pierde demasiado en las matemáticas. No puedo culparla por eso.

    —¿Ni por arruinar toda tu investigación?

    Ella se giró, apartándose de mi lieramente. —Intentaba hacer lo que era mejor para mí.

    —Arthur, - dije de nuevo, —Convéncela. ¡Convéncela!

    Se había metido las manos en los bolsillos. —¿Es esto lo que quieres? - le dijo a Halliday.

    Ella asintió.

    Arthur se encaró hacia mí. —No voy a controlar los deseos de Sonya. Tal como lo veo, la Dra. Martínez no le ha dado esa prueba a nadie, así que no es que el mundo esté en peligro. Si Sonya quiere respetar su elección, yo estoy con ella.

    Yo estaba aturdida.

    —¿Y si Lancero encuentra a Martínez? ¿Va a aceptar sin más el hecho de que ella no quiere revelarla nadie?

    —Muchas cosas pueden salir mal en este mundo, - dijo Arthur. —No me refiero a que no podamos todos tomar nuestras propias decisiones. No quiero decir que la Dra. Martínez no pueda tomar esta. - bajó la vista hacia Halliday. —Martínez no actuó bien contigo, pero entiendo por qué la perdonas. Yo no tengo nada contra ella más allá de eso.

    —¡Sólo lo dices porque no comprendes lo que significa esto! - acusé a Arthur. No podíamos rendirnos. No podíamos. Intenté temperar mi tono y jugar una última carta, —Profesora, si estás tan preocupada por ella, deberíamos buscarla. Si llegamos a ella primero, entonces podemos ayudarla a escapar de los federales. Ella no sabrá cómo vivir en la clandestinidad, pero esa es una de las cosas en las que soy excepcionalmente buena... puedo ayudarla.

    Halliday vaciló. Luego dijo, —No. Olvídalo. Ella es inteligente y claramente sabe cómo no ser encontrada. Si seguimos excavando en su busca… no. Que se vaya.

    «No.»

    Tan cerca de la salvación para ver cómo acababa destruída por gente sin entendimiento…

    Arthur giró hacia me, su cara era inescrutable. —El trabajo ha terminado, Russell. Gracias. Por tu ayuda.

    Medio esperaba que me ofreciera dinero. Creo que le hubiera dado un puñetazo si lo hubiera hecho.

    —El trabajo acabará cuando yo diga que se ha acabado. Joder. - dije.

    Giré en redondo y me alejé furiosa de vuelta al lago, lejos de la casa segura y de regreso a mi coche.

    Si Arthur no quería ayudarme a encontrar a Martínez, si Halliday no quería aprovechar su conexión...

    «Pues que les den.»

    Lo haría yo misma.

    Conduje en la dirección contraria a la que quería, cambié de coche y me aseguré de que nadie me estaba siguiendo. Tampoco es que la NSA no fuera capaz de pescarme de nuevo si les interesaba.

    «Maldición.»

    Sabían dónde vivía Inspector por mucho que Arthur había intentado dar la impresión de que no estaba en este caso.

    Por supuesto, cuando llegué a la Guarida, Arthur me estaba esperando.

    «Maldita sea.»

    —Russell, - me dijo.

    —¿Qué? - intenté pasar a su lado, ya comprobando mi detector de micros.

    —Ya he hablado con Inspector. - me detuve.—No persigas esto. Deja en paz a Martínez.

    —No, - dije yo.

    —Es lo decente que hay que hacer, Russell.

    —¿Decente? - estallé. —¡Decente! ¡Tiene una prueba que podría...! - amarré las palabras.

    —¿Revolucionar la humanidad?, ya lo sé, - dijo Arthur. —¿Qué vas a hacer? ¿Retorcerle el brazo hasta que la comparta contigo?

    —¡Tú no lo entiendes! - grité. —Dices "revolucionar" como si lo entendieras, pero no captas esto del todo. Esto es... es mayor que la división del átomo o el motor de combustión o... o la invención de la electricidad o cualquier otra revolución tecnológica que puedas pensar. ¡No comprendes lo que podría significar esta prueba!

    —Entonces quizá Martínez tenga razón al guardársela para sí misma, - dijo Arthur, —Quizá es la jugada correcta aquí.

    —¡Esa siempre es la acción correcta! - dijo Inspector abriendo la puerta de la Guarida y apareciendo. —Cas. Hey.

    —¿Tú estás de su parte en esto? - grité. —¿Tú? ¿El Señor Saber es Siempre Mejor Que No Saber?' ¿Te ha contado lo que he hemos descubierto?

    —Cas...

    —¡Esto es más importante que tú, que yo, que todos nosotros! - ignoré la punzada culpable al reconocer que no era esa la razón que yo quería destacar y clavé un dedo hacia Inspector. —¡Tú deberías comprender eso!

    Y debería comprender lo que aquello significaba para mí. Debería saberlo. El hecho de que él debiera haber entendido lo importante que era para mí, pero aún así siguiera del lado de Arthur... me hirió con un profundo y privado dolor que enterré despiadadamente bajo mi ira.

    —Lo hago... lo entiendo. Esto es… - Inspector quedó sin palabras y movió sus manos inertes, como si no pudiera acompasar algo tan enorme como que P era igual a NP. —Cas, ¿cómo puede no aterrorizarte? Si la prueba es correcta, si las máquinas de Turing son mucho más poderosas de lo que pensábamos... ¿significará algo la innovación humana? No sólo en matemáticas, sino en todo... ingeniería, nuevas tecnologías... no quedará nada que la inteligencia humana pueda ofrecer que supere a un ordenador. Nada. Y luego, ¿qué? ¿La humanidad se vuelve supérflua? La Dra. Martínez dijo que pensaba que esto rompería el mundo, ¿y si tenía razón?

    Si tenía razón me traía sin cuidado, porque en el paso del nuevo apocalipsis yo estaría entera de nuevo. Una verdadera matemática.

    «Demonios, sería más que una matemática... sería una diosa.»

    No dije nada de eso. —Cobarde - dije en su lugar. La palabra salió ácida. Con odio.

    —Sí, - admitió Inspector francamente. —Lo soy. Esto me asusta. Más allá de mi creencia.

    —¿Y cuándo te ha detenido eso?

    Él dudó. —Si fuese decisión mía, lo haría… tienes razón, probablemente cerraría los ojos y daría el salto, y habría gritado mientras lo hacía. Pero Arthur tiene razón. No depende de mí. yo no soy la matemática brillante que hizo el descubrimiento. Fue logro suyo y ella dejó su decisión bastante clara.

    Arthur hizo un ruidito aprobador.

    —Deja de repetir como un loro lo que él te ha dicho, - dije yo.

    Un rubor subió hasta la cara de Inspector. —No lo hago.

    Nunca se me habría ocurrido que Inspector no me respaldara en esto. Arthur no sabía de lo que estaba hablando, no captaba las ramificaciones, pero Inspector... él debería haberse unido a mí en su deseo de encontrar a Martínez. Debería estar gritando a Arthur que había que hacerlo, invertir en ello todos los recursos que tenía, insistir. El hecho que no lo hiciera… él estaba traicionando todas las matemáticas, traicionando a la ciencia de la computación... traicionándome a mí.

    —Si ella la encontró, otro lo hará, - dije yo, consciente de que estaba contradiciendo abiertamente lo que le había dicho a Arthur y Halliday antes, pero sintiéndome demasiado depravada para importarme. —Y estáis consiguiendo que rece para que esa persona haga tanto daño con la prueba como pueda, porque será culpa vuestra que no estemos preparados cuando ocurra. - me giré para salir de allí, luego di la vuelta y añadí hacia Inspector: —Y tú. Dejas que una anciana decida el destino del mundo entero sin pelear, pero no me dejas a mí decidir lo que es correcto para mi propia vida. Que te jodan. He terminado.

    Inspector intentó tartamudear una respuesta, pero yo ya me estaba alejando.

    No les necesitaba. Llevaba mucho tiempo trabajado sola antes de conocer siquiera a Arthur o a Inspector. Yo encontraría a Martínez de algún modo, con o sin la ayuda de Halliday.

    Y le preguntaría a Martínez por la prueba aunque tuviera que encerrarla en una habitación y extraérsela.

    Ya decidiría más tarde si me apetecía compartirla.

Capítulo 29

    Volví hacía mi coche y me quedé allí de pie en la calle oscurecida. No estaba segura por dónde empezar.

    «Estoy jodida.»

    En los dos últimos años había empezado a dar por seguro que tenía el apoyo de Arthur e Inspector. Tenía un ordenador seguro en mi apartamento, cortesía de Inspector, pero no sabía mucho más de lo básico sobre motores de búsqueda.

    «Inspector teniia razón, maldito sea... debería haberme tomado el tiempo para aprender. Los ordenadores son sólo matemáticas, ¿no?»

    Ignoré la vocecilla en mi cabeza que me recordaba que nunca había tenido la paciencia de ponerme al día con el último hardware, y no digamos memorizar cualquier tipo de lemguaje de programación. Y no tenía tiempo en ese momento de todos modos.

    «Jodida dos veces.»

    Antes de conocer a Inspector, yo había tenido a un informante llamado Anton Lechowicz. El último caso en el que le había implicado le había matado. Me picó la mano y quise atravesar la ventanilla del coche con el puño.

    Odiaba pensar en Anton.

    Y nunca había cultivado ningún contacto de repuesto. No me gustaba trabajar con gente que no conocía. Entré en el coche y conduje hasta casa, rumiando mientras lo hacía, tratando de recordar quién más había en mi gremio de quien me fiara remotamente. La lista no era muy larga. En cuanto llegué saqué un teléfono nuevo de un cajón (había quemado el antiguo, Inspector estaría rastreándolo y no quería que lo hiciera) y llamé a Ari Tegan, mi amistoso falsificador local. Era seriamente competente y había desistido de venderme a la Mafia el año pasado, cosa que yo realmente no comprendía pero que hizo que el tipo me gustara más. Era como yo también, por alguna razón. no tenía claro por qué.

    —Tegan, Soy Cas Russell, - le dije cuando atendió.

    —¡Cassandra! ¡Hola! ¿Cómo te va?

    Hice una mueca. El uso de Tegan de mi nombre siempre me había molestado, pero ahora era el eco del hombre de mis sueños, uno que no dejaba de llamarme y rogarme algo que yo no podía dar, rebotaba contra ese nombre en la lápida de piedra en un cementerio que me decía que había muerto y en la frma al final de la nota en su interior. Traté de olvidarme de aquello.

    —Bien, - le dije brevemente. —Necesito un tipo para darme información. Alguien bueno en seguimiento, búsqueda de datos y esa clase de cosas. ¿Puedes darme alguna recomendación?

    —Normalmente envío a la gente a Arthur hoy en día. Pensé que trabajabas con él también.

    Yo era una de las pocas personas que conocía a Inspector personalmente y que podía llamarle directamente... la mayoría de la gente sólo trataba con los servicios de recogida electrónica de datos del negocio de investigación privada de Arthur.

    —Está ocupado, - le dije. No hacía falta que Tegan supiese los detalles.

    —Hmm, - dijo él. —Mickey McTaggart es bastante buena. Pero ella trabaja para los Lorenzo. Entiendo que resolviste las cosas con Mama Lorenzo pero, ¿aún eres persona non grata para ellos?

    —No lo sé, - dije honestamente.

    —Entonces no estoy seguro. - pensó durante un momento. —Si prefieres sensibilidad a la discreción, no sé de nadie más de confianza, al menos nadie que yo recomendaría que tenga un alto nivel de habilidad. Conozco tal vez a un sorprendente número de personas que trabajan virtualmente que han sido clientes míos o que se han asociado con mis servicios ocasionalmente, y cuyas habilidades me impresionaron. Pero no conozco sus bona fides, sólo que han sido honestos en sus tratos conmigo y, que yo sepa, puedo decir que tienen la experiencia que necesitas.

    —Supongo que mejor eso que nada. - prefería encontrarme con la gente en persona, por si necesitaba rastrearles después por cualquier razón. Particularmente cualquier razón que implicara ponerle un arma en la cabeza. Pero había un dicho sobre los que pedían y los que elegían.

    —¿Alguien que pueda comprobar de otro modo?

    —Podrías ver si Arthur puede comprobar los nombres para ti si está demasiado ocupado para llevarte el caso, - sugirió Tegan.

    «Ya, claro. Eso no iba a ocurrir»

    —Me temo que trabajan seudoanónimamente, bajo nombres falsos, pero dependen de esos nombres para sus reputaciones. Déjame pensar, Grifo, Clave Dos, Doctor Yi, General Zafiro. Grep, Turno, Lancero, Hijack, un caballero nuevo llamado Lincoln...

    —Espera, - dije yo.

    «Lancero. Santo Dios.»

    —Vuelve atrás.

    —Te puedo enviar la lista por correo electrónico, - se ofreció Tegan, ausente. —Con su información de contacto, tal cual. Puedes darme el nombre, si quieres.

    —Te lo agradecería mucho, - dije yo.

    Colgué y miré la pantalla de mi ordenador, sin verla.

    Una de las golosinas que Inspector había dejado caer mientras buscábamos a Martínez era que Lancero se había pasado a la clandestinidad, sin querer hacer contacto con entidades desconocidas por temor de que alguien fuese de la NSA. Pero si tenía una referencia de Tegan… si Lancero estaba seguro de que yo no era una agente de Seguridad Nacional disfrazada…

    No se me daba bien hacer de espía, pero eso era en la vida real. Virtualmente, sería mucho más fácil mentir.

    «Cielo Santo.»

    Podría rastrear a Lancero incluso cuando ni Inspector ni la NSA podían. Como le había dicho a Arthur, este trabajo acabaría cuando yo dijera que había acabado, y yo le debía a Lancero romperle la cara.

    Por supuesto, nada de eso me ayudaba a encontrar a Martínez. Me pregunté si Lancero la estaría buscando también, si había descubierto lo que ella había demostrado de verdad. Quizá debiera contactar con él. Con su obsesión sobre el problema P versus NP, no se dentendría ante nada para encontrarla. A diferencia de Inspector.

    «Pero luego, ¿qué? ¿Dejar que Lancero pusiera sus manos en la prueba... o en Martínez?», me recordé culpablemente.

    No era la opción más atractiva. Salvo si él la publicaba. Ya lo había intentado muchas veces con sus trabajos de aficionado. No podría detenerse. Le sacaría el algoritmo a la Dra Martínez, lo robaría y lo publicaría por su cuenta y el mundo entero podría verlo.

    «El mundo entero. Yo incluída.»

    «Arthur no lo aprobaría» , dijo una voz en mi cabeza.

    Borra eso, Arthur no sólo no aprobaría que enviara a un secuestrador y asesino hasta una anciana ligeramente chiflada sino que, probablemente, habría ido tan lejos como para apuntarme con un arma o intentar detenerme. Yo le vencería, pero no se trataba de eso.

    «¿Verdad?»

    Arthur tenía razón al decir que todos debían tomar sus propias decisiones. ¡Bueno, pues yo debía tomar aquella! La justificación resonó en mi cabeza, sarcástica y burlona. Yo lo sabía que no era lo que él había querido decir. Pero Arthur se había retirado de todo el caso, así que yo podía jugarlo como si estuviera sola. Recordé mi sardónica promesa de dejar fuera los explosivos plásticos cuando trabajaba para él... bueno, pues ya no estaba trabajando para él y eso implicaba que él no tenía voz ni voto.

    Una nimia sensación me recordó que hacer que un asesino secuestrara a una matemática importante no era mi MO tampoco.

    —Se lo buscó ella misma, - dije en voz alta.

    Martínez se había negado a compartir la prueba y luego había robado todo el trabajo de su colega para controlar su decisión. No era inocente.

    «¿No puedo creer que estés considerando esto siquiera», dijo algún vestigio de consciencla con la voz de Arthur.

    Traté de ignorarlo y de imaginar lo que yo hubiera pensado dos años atrás, antes de conocerle. ¿Habría tenido dudas? Necesitaba esa prueba. La realidad de continuar sin ella cuando la tenía ahí fuera, cuando podía arreglar lo que estaba roto...

    —Encuentra otro modo, - rezongué.

    Mi jodido trabajo era recuperar cosas para la gente, y yo era real y jodidamente buena en ello. Podía recuperar esa prueba y podía usar a Lancero y podía jugársela y darle en los morros y asegurarme, no sólo de que no se cargaran a Martínez, sino de que me diera lo que yo necesitaba, costase lo que costase.

    Una extraña euforia me inundó y me sentí viva y temeraria.

    Podía conseguirlo.

    Y dependiendo de cómo resultara cuando estuviera hecho, el mundo podría no volver a ser el mismo. Yo podría ser uno de los cuatro jinetes del apocalipsis... o un heraldo del segundo advenimiento. El poder de aquello era impetuoso, casi como una droga. Me pregunté si era un sabor de lo que Martínez había sentido.

    Sonó mi correo electrónico. Era Tegan con la lista prometida.

    Bajé por la página hasta encontrar a Lancero. Tenía la dirección web de un foro e instrucciones para dejar una contraseña. Pulsé sobre el enlace y dejé el mensaje correcto. Tenía que darle mi nombre real esta vez, puesto que Tegan me estaba dando una referencia. No me importaría mientras Lancero no le preguntara qué aspecto tenía. No sabía cuánto tiempo tendría que esperar una respuesta.

    «Debería dormir algo.»

    Cerré el portátil.

    «Esta es una idea terrible.»

    No estaba segura de si la voz pertenecía a mí, a Arthur, Inspector, a al hombre de mis pesadillas.

    —Cierra el pico, - dije. —Encontraré un modo.

    Me dejé caer en la cama, pero no podía cerrar los ojos. Si lo hacía, soñaría

Capítulo 30

    Para cuando sonó mi correo electrónico de nuevo, ya tenía un plan. La respuesta de Lancero a mi propuesta fue corta y sospechosa, pero como Tegan había intervenido con la referencia prometida, estuvo dispuesto a hablar. Esperanzadoramente, la revelación de que alguien había resuelto P versus NP le atormentaría lo bastante para anular todo sentido común posterior. Sentí una breve punzada de culpa por arruinar el buen nombre de Tegan. Si aquello acababa del modo que quería, Lancero y cualquiera de sus hombres tendrían bastante mala suerte como para acabar muertos o en custodia de la NSA. Me apacigüe a mí misma con el hecho de que "muerto o amordazado por la NSA" significaba que no serían capaces de ir por ahí extendiendo el cotilleo de que Tegan no había estado al nivel.

    Envié a Lancero un muy claro correo electrónico con firmes palabras describiendo mi plan y luego conduje hacia la casa de Inspector y aparqué al final de la calle. Tuve que esperar una eternidad para que saliera. Ya casi estaba resignada a preguntarme si tendría que irrumpir estando él aún dentro cuando salió de la Guarida y entró en su coche. Incluso a aquella distancia parecía exhausto, arrastraba sus movimientos mientras plegaba su silla detrás del asiento. Quizá fue mi punto de vista de ventaja lo que le hacía parecer más delgado de lo normal. Se alejó conduciendo y esperé siete minutos... necesitaba bastante tiempo para perpetrar mi robo antes de volviera, si su sistema de seguridad alertaba a su teléfono de mi presencia. Aparqué frente a su puerta, inserté un código en el teclado del lateral de su casa que desconectaría las medidas de seguridad más rudas (me lo había dado por si alguna vez estaba en problemas) y abrí su puerta delantera. Después recogí todas las notas de Martínez que Arthur había encontrado en su casa y la oficina. Eso requirió dos viajes, pero aún así salí de allí y me alejé con el coche en muy poco tiempo. El código del teclado no desconectaba la parte de vídeo del sistema de seguridad, que se copiaba a la nube y, por lo tanto, no existían cintas ni discos duros que pudiera robar para borrar mi presencia. Inspector sabría que yo había estado allí. Sólo esperaba que, al llevarme todas las notas de Martínez, les confundiera completamente sobre lo que yo estaba tramando, considerando que podían usar la misma grabación de seguridad para rebobinar y verme a mí y a Arthur revisándolas. Quizá Inspector pensara que era mi modo de lidiar en mi cabeza sobre mi rota habilidad matemática, revisando notas matemáticas que masticar por mi cuenta. Me había llevado el ordenador portátil conmigo y en vez de conducir de vuelta al apartamento que había estado usando, esta vez pasé por otro escondite nuevo, uno del que ni Arthur ni Inspector sabían nada. Mis alojamientos eran todos intercambiables de todos modos.

    Una vez allí, Abrí el cuaderno con la libreta de un sólo uso de Martínez y empecé a trabajar en un mensaje, un mensaje que sólo ella sería capaz de leer. Las libretas de un sólo uso proporcionaban una seguridad teórica perfecta. Cualquier mensaje se podía decodificar sin que tuviera significado alguno, de modo que aunque tuvieras el texto original, no había modo de verificar su exactitud. Lo mismo valía para el nuevo mundo que pudiera surgir del descubrimiento de la Dra. Martínez, una libreta de un sólo uso era indescifrable.

    «Teóricamente.»

    Esta no lo era, por supuesto. Demasiadas personas habían visto la clave, (demasiadas significaba Arthur y el sistema de vigilancia de Inspector y Dios sabía quien más). Pero no pensé que estuviera lo bastante comprometida para que Lancero fuese capaz de ganar acceso y leer el contenido.

    «Estás poniendo en juego la vida de una anciana de setenta años», me detuve durante un momento, mi bolígrafo se posó sobre la hoja de papel que estaba redactando.

    «Bueno, venga ya, las probabilidades de que Lancero pueda ver este librillo son cercanas a la nada, ¿no? Incluso más baja», estimé, de que él fuese a por Rita Martínez de todos modos sólo debido a su conexión con Sonya Halliday.

    Valía la pena el riesgo.

    «Martínez no era inocente», me recordé a mí misma de nuevo... había robado a Halliday dos veces, la segunda complicándola con un crimen contra el gobierno de los EEUU que aún tenía el potencial de meter en problemas a otras personas. Y lo más importante, había huído con una prueba que debería, por todo derecho, pertenecer al mundo.

    A mí no me importaba quién lo hubiera descubierto. Ella no debería permitirse ese nivel de egoísmo. Me repetí esas ideas hasta que no pude oir las dudas rumiando a sus espaldas, y terminé mi mensaje.

    Luego arranqué la primera página de la libreta, la quemé y envié el texto ya codificado a Lancero con las instrucciones.Mi plan era simple. sabíamos por el segundo robo que Rita Martínez se había mantenido al corriente sobre Halliday y su trabajo con el gobierno... y eso tenía sentido, al menos considerando que el bienestar de Halliday parecía lo único de lo que Martínez se preocupaba en realidad. Yo había dado instrucciones a Lancero para que pareciera que Halliday había sido secuestrada de nuevo, esta vez fuera de la custodia del gobierno. Y le había dicho que plantara una demanda de rescate que, en realidad, sería mi carta codificada... un código cuyo contenido desconocería él mismo, uno que había diseñado para que lo entendiera Martínez. No era un plan a prueba de fallos.

    Primero de todo, yo dudé de que Lancero pudiera plantar siquiera la treta electrónica del secuestro, pero el tipo se había mofado de mí (tanto como se podría burlar uno online) y me dijo que estaría hecho. Aunque lo lograra, sin embargo, no sabía cómo estaba siguiendo Martínez la pista de lo que estaba pasando con los federales (si Zhang había sido su informante dentro, quizá ni siquiera pudiera ver mi nota publicada). O quizá la viera y no se hubiera llevado su propio librillo de libreta de un sólo uso con ella para decodificarlo. Quizá yo había supuesto que era su copia y otra persona tenía la otra parte.

    Pero demonios, habría valido la pena intentarlo. Y yo no me atrevía a decirle a Lancero a quién estábamos buscando o cómo estaba dando instrucciones a su contacto por mí. Si lo hiciera, no habría nada que le detuviera de cortar el contacto conmigo totalmente e ir a por Martínez por su cuenta, y eso sería desastroso. Todo lo que yo había divulgado era que había un matemático que había resuelto P versus NP, que yo quería la prueba y sabía que él también, y que el único lugar que yo sabía que este matemático estaba vigilando era la investigación de Halliday. Ese último dato tendría sentido incluso si Martínez y Halliday no fuesen amigas, dada la importancia del sujeto.

    Si aquello funcionaba, yo planeaba ponerle las manos encima a la misma Martínez y después montar una reunión falsa con Lancero... ostensiblemente para llevarla ante él. Pero en vez de eso, usaría la reunión para darle el guantazo en la cara que le debía. Halliday estaría a salvo, el DSH estaría feliz y todo el caso entero quedaría envuelto con un bonito y limpio lacito.

    Y yo tendría a Martínez.

    Recibí una respuesta de Lancero casi inmediatamente, igual de corta, de estilo sospechoso, diciéndome que me enviaría confirmación cuando hubiera hecho lo que pedía. No pensaba que le gustara mi plan, pero le había amenazado con buscar a un experto informático diferente si no estaba de acuerdo, y yo sabía que quería demasiado esa prueba para dejarla pasar. Todo lo que tenía que hacer ahora era esperar. Esperar a que Lancero plantara la evidencia, esperar a que Martínez la viera… y luego, esperar a que se rindiera a sí misma para salvar a su aamiga Sonya. En la nota codificada le había dicho que Halliday ya me había entregado la prueba de factorización y que había dejado bastantes especificaciones matemáticas para demostrarla. Y luego le había anunciado a Halliday que ya no nos servía, y que si Martínez contactaba conmigo y se ofrecía a cambio, soltaríamos a su querida Sonya... y si no, su amiga moriría.

    No se me daba muy bien la psicología humana, pero estaba convencida de que funcionaría.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Ni siquiera me molesté en intentar dormir de nuevo. Necesitaba preparar dos trampas. Primero necesitaba un lugar donde pudiera mantener a Martínez y asegurarme de que no había traído ninguna fuerza del orden con ella... tampoco es que pensara que lo haría; ella estaría demasiado preocupada con Halliday. Y luego tenía que planear una emboscada sólida para Lancero en alguna parte. Tenía que decirle que me reuniría con él, pero allí donde me lo cargaría.

    Puse en marcha a Martínez con un teléfono quemado pegado a la parte de atrás de una papelera tras una sala de conciertos de Hollywood. Tenía que mezclarme entre la copiosa multitud y observar remotamente mientras le entregaba sus instrucciones y la enviaba a través de una serie de coches hasta áreas incrementalmente desiertas y asegurarme de que nadie la estaba siguiendo. Pero también tenía que preparar un lugar para ella... un lugar de donde no pudiera escapar.

    Mi conciencia trató de rebuznarme de nuevo, pero le cerré firmemente el pico.

    La mayoría de edificios en California del Sur no tienen sótanos. La ausencia de clima frío implica que no se necesita plantar una casa firmemente en la tierra debajo de una línea de escarcha y combina eso con nuestra bonita colección de actividad sísmica y es más barato y seguro edificar una casa sobre láminas. Es una vergüenza, realmente, considerando que la mayoría de casas sobre el nivel del suelo no se construyen para aprisonar gente, así que un sótano es un lugar perfecto para mantener cautivo a alguien sin encadenarlo a una pared. Pero sólo porque la mayoría de edificios no tengan sótanos no significa que ninguno los tenga, y yo pensaba saber el lugar adecuado: una colección de edificios que solía ser la base de actuación de un cártel de la droga. Yo había sacado a una chica de un sótano allí dos años antes. Era el único que parecía encajar, Debería estar sin uso ahora.

    El complejo estaba de hecho abandonado, con el olor mohoso del largo desuso. Pasé todo el día almacenando suministros y haciendo mi prisión del sótano tan cómoda como pude. Y luego reforcé la puerta y añadí una cerradura nueva.

    Para cuando volví a Los Angeles ya tenía un mensaje encriptado de Martínez: "Deje marchar a Sonya. Acudiré."

    Noté que no había dicho nada sobre la prueba. Probablemente pretendía ganar la libertad de Halliday y luego no dejarme nunca echarle un vistazo. Tenía que encontrar un buen modo de hacerla hablar. Me aparté intimidada de esa idea.

    «Puentes, crúzalos, a toda costa.»

    Podía esperar y ver cómo se desarrollaba aquello primero.

    Respondí a su mensaje diciendo que recogiera el teléfono en Hollywood a las diez p.m. la noche siguiente. Luego le envié un mensaje a Lancero: "Todo está en marcha. ¿Cuándo puedes venir a Los Angeles?"

    Ahora venía la parte de llenar de trampas mi propio edificio para atraparle dentro.

Capítulo 31

    Regresé de una noche entera de hacer preparativos para encontrar dos mensajes esperándome.

    "En ruta", fue todo lo que dijo Martínez. El de Lancero era mucho más sospechoso, con preguntas cortas sobre mis planes y dejando claro que quería estar conmigo en el momento de la recogida desde el inicio.

    "No me la jueges. sé quiénes son tus asociados. Con el click de un botón podría arruinarte."

    Maldito el hecho de que tuve que usar mi nombre real.

    «¿Nombre real? Tú sabes que no es tu nom...», espanté esa línea de pensamiento.

    Lancero estaba amenazando implícitamente a Tegan y, probablemente, también a Arthur. No costaría mucho preguntar por ahí para averiguar que trabajábamos juntos a veces.

    «Cabrón.»

    Tenía que asegurarme de que nunca tuviera una oportunidad de vengarse de mí.

    Intenté tranquilizarle... dejando claro que no tenía otra elección sino fiarse de mí, y que se jodiera lo que él quisiera... y así andamos avanzando y retrocediendo unas cuantas veces más. Los mensajes de Lancero se hacían cada vez más largos, rajadas vituperosas disparadas por el narcisismo.

    Cristo, el tipo era un gilipollas.

    Empecé a ojear en vez de leer: "Estamos tratando con un resultado de tal importancia que no podrías posiblemente entender… si este matemático ha hecho progresos de verdad al probar lo que dices, entonces soy el único que podrá interpretar y completar este trabajo esencial… tú no sabrías cómo al no estar en el campo matemático, pero mi conocimiento de este problema no tiene comparación y ha sido una suerte extraordinaria que me la hayas traído a mí y no a otro. Así que no la jodas ahora… debes saber que mi experiencia en esta materia será extremadamente vital al tratar con este matemático, pero aún requiero alguna garantía tangible de que la estarás trayendo directamente hasta mí. Mis propios escritos en este área son incomparables y seré el único que puede dar fruto a esta prueba…"

    Solté un bufido. Sus propios escritos sólo eran incomparables en cantidad de pruebas falaces escritas.

    «Menudo capullo.»

    Empecé a responder copiando y pegando mis correos previos, los cuales le habían dado instrucciones sobre dónde encontrarme al día siguiente después de que Martínez estuviera lejos y recogida a salvo, (en otras palabras, donde yo me lo cargaría de verdad) cuando de pronto sentí como si me hubiera topado de morros con una pared de ladrillo. Subí por la página con la sangre corriendo en mis oídos.

    «debes saber que mi experiencia en esta materia será extremadamente vital al tratar con este matemático, pero aún requiero alguna garantía tangible de que la estarás trayendo directamente hasta mí»

    …La. Él había dicho la.

    «Joder. Oh, Jesús, joder.»

    Las mujeres en matemáticas eran la minoría y yo había sido cuidadosa de no usar nunca un pronombre femenino para no darle ninguna pista. Lancero sabía que íbamos detrás de Rita Martínez.

    «¿Cómo lo había descubierto?»

    Sólo Arthur, Inspector, Halliday y yo sabíamos que Martínez estaba implicada. Y Zhang, pero él no se lo habría contado a nadie. ¿Podía Lancero haber hecho una loca suposición basada en la amistad de Halliday con Martínez, y el hecho de que ambas estaban en el mismo subcampo? No, eso era ridículo, este problema tenía una posibilidad de uno entre infinito de ser resuelto y él sabría eso.

    En ausencia de más información, sería más probable que alguien a medio mundo de distancia lo hubiera resuelto y estuviera simplemente echando un ojo sobre cómo estaba respondiendo el gobierno de los EEUU a una prueba similar aquí en California.

    Lancero debe de haber usado sus pericias informáticas de algún modo. Quizá había irrumpido en las comunicaciones entre Halliday y Martínez, o entre Martínez y Zhang, y leído entre la pauta, (quizá había quedado convencido por la súbita desaparición de Martínez en Pasadena), demonios, quizá había irrumpido en el sistema de seguridad de Inspector, encontrado la libreta de un sólo uso y leído mis mensajes codificados para Martínez todo el tiempo. O quizá sólo conocía el campo así de bien y sabía que Martínez era una de las pocas personas que tenía una posibilidad de resolverlo.

    ¿Por qué sólo ahora parecían esas posibilidades tan probables, tan peligrosas? ¿Por qué las había yo pasado por alto el día anterior como remotas e implausibles?

    Recordé la facilidad de los hombres de Lancero para encontrarme en las cámaras de seguridad de la zona comercial. Probablemente lo único que nos había mantenido a Halliday y a mí a salvo desde entonces era que Halliday había estado en custodia federal y la investigación de búsqueda de Lancero aquí en los Estados se había calentado lo suficiente para obligarle a desaparecer. Pero a él ya no le importaba aquello. P versus NP era un golpe demasiado importante... habría regresado a Los Angeles y jugado al gato y al ratón con la NSA y el DSH si hubiera tenido la más ligera oportunidad de coger la prueba para sí mismo. Y ahora sabía que Martínez estaba viniendo aquí.

    «Joder, joder, joder.»

    Salté de mi silla y empecé a pasear por la habitación. Si Lancero ponía sus manos en Martínez… Cristo, no había palabras para lo que él le haría con tal de conseguir la prueba. El camino que ella ya había recorrido para ocultarse implicaba que no iba a entregarla fácilmente y quizá ella fuera capaz de fingir darle información durante un tiempo, pero Lancero sabía bastantes matemáticas para ver más allá. Ella no podía mantener el engaño por mucho tiempo.

    «Tranquila. Piensa. ¿Cuál sería el juego de Lancero?»

    Si la búsqueda de Inspector en la Europa del Este estaba cerca de ser correcta, Lancero había estado a continentes de distancia el día antes. Le habría llevado un tiempo descubrir a quién estaba yo persigiendo. Le habría llevado tiempo viajar hasta aquí. Incluso aún podría estar de camino. Le llevaría tiempo localizar a Martínez. Aunque ya le habría echado un vistazo a ella en alguna parte, (un terminal de la aerolínea, la cámara de un cajero automático) ella estaba en movimiento. Él no ganaba mucho persiguiéndola a todos los lugares donde ella había estado, no cuando sabía a dónde estaba yendo.

    «Joder, era como yo lo jugaría.»

    Ve directo a Los Angeles y luego recógela en el primer momento posible antes de que otro tenga oportunidad de llegar hasta ella. Aunque si Lancero podía encontrarla aquí saliendo de un tren o un autobús o avión o conduciendo al entrar en la ciudad, yo estaba dispuesta a apostar que Inspector también podía. Especialmente si le daba unas pistas para usar en la búsqueda. Y cuando la encontrara, Arthur correría inmediatamente a recogerla.

    No esperaba que me ayudaran en mi pasada de rosca, pero llegarían hasta Martínez. Todo lo que tenía que hacer era descolgar el teléfono, llamar y vendrían a salvarla del peligro en que la había metido. Probablemente nunca me volverían a hablar de nuevo después, pero vendrían.

    Y entrarían directos dentro de la vista de Lancero ellos solos. Imaginé como se desarrollaría la situación si Arthur fuese a recoger a Martínez al mismo tiempo que Lancero. Arthur atrapado en un tiroteo y protegiendo tercamente a una matemática importante en lugar de su propia vida. Arthur siendo disparado o capturado como un peón. Y todo porque yo le había arrastrado para limpiar mi desorden.

    Quizá podía advertirle de llevar al jodido DSH con él. O, que le jodan a eso, quizá aún podía yo limpiar mi propio desorden. Martínez se había estado ocultando eficazmente de la NSA y seguiría haciéndolo, pero yo sabía dónde iba a estar, así que tenía una vuelta de ventaja sobre todos los demás. No tenía que avisar a Arthur ni a Inspector. Lo cual era bueno, porque habría preferido descorcharme a mí misma el ojo antes que telefonearles. Y debería ser capaz de vencer a Lancero también, por las mismas razones. A menos que él hubiera estado decodificando nuestros mensajes de algún modo… Por supuesto, aunque llegara hasta Martínez primero, mi plan original estaba lanzado. Lancero estaría buscando su cara en todas las cámaras. Si intentaba hacerla desaparecer hasta mi prisión del sótano, a cada manzana que le dijera que viajara, la estaría destinando, cada vez con mayor probabilidad, a acabar en medio de un tiroteo o a ser raptada por un celote matemático que no tenía remordimiento moral sobre fisgarle la prueba.

    «En otras palabras, exactamente, ¿qué has estado planeando hacer?»

    Me dejé caer en mi silla y hundí las palmas de las manos en los ojos.

    Secuestrar a una anciana... había sido capaz de racionalizar eso. La causa era demasiado grande. Demasiado importante. Pero poner a la misma mujer en el punto de mira de alguien así de violento…

    «Lancero no querrá matarla. Sólo querrá llevársela, igual que tú, para sacarle la prueba y luego publicarla.»

    ¿Sería eso realmente tan malo, dejarle hacer el trabajo sucio?

    «El tipo no iba mostrarse quisquilloso al respecto. Tú probablemente lo harías más rápido.»

    «Cristo Jesús.»

    ¿Cuándo había empezado a pensar así? ¿Cuándo me había convertido en esa persona? ¿O había sido siempre esa persona y sólo estaba odiándome a mí misma en ese momento porque tenía a Arthur con quien compararme?

    Las palabras de Inspector resonaron en mi cabeza: «no sabes quién eres y eso me aterroriza». De pronto, aquello me estaba asustando también. Me sentía perdida, sin gobierno, mi brújula oscilaba como loca sin indicación de qué camino era el correcto. Golpeé la mesa con las manos.

    «Que le jodan a mi pasado.»

    No lo necesitaba. No lo quería. Podía decidir quién quería ser por mí misma. Y no iba a ser el tipo de persona que deja que un fanático homicida le pusiera las manos encima a una anciana. Daba igual lo que ella hubiera hecho. Podría encontrarla de nuevo más tarde yo misma, pero aquel plan tenía que cancelarse.

    Traté de enviar un correo electrónico a Martínez para abortarlo pero, después de treinta minutos sin respuesta, tuve que asumir que estaba viajando y no recibiría el mensaje.

    Ella aparecería exactamente en medio de Hollywood, donde habría mucha gente y muchas cámaras. Lancero no estaría lejos detrás de ella. Yo necesitaba sacar a Martínez de la red lo más rápido posible. Y luego tenía que sacar a Lancero de su estela antes de él pudiera atraparla. Lo que significaba…

    «Oh, joder.»

    El mejor modo de sacar a Lancero de la estela de Martínez sería ponerlo en la mía.

    «¿Qué tipo de persona dijiste que querías ser?», resonó la voz en mi cabeza, mofándose y cacareando.

    Si quería sacar a Martínez de esta, el mejor modo de hacerlo sería hacer de mártir yo misma.

Capítulo 32

    El fanatismo mártir no me era de interés. Eso le iba más a Arthur. Pero necesitaba una distracción para Lancero, robar la identidad de Martínez y correr en dirección contraria a la que ella estaba yendo. Usar tarjetas de crédito y dejar pistas era lo mejor en la que podía pensar.Por supuesto, exponerme intencionadamente de ese modo durante el tiempo suficiente implicaba que Lancero me atraparía eventualmente. Recogería todas mis identidades y descubriría que se la había jugado. Si ganaba al juego del gato y el ratón, probablemente me cortaría las piernas y me metería en un oscuro agujero hasta que reprodujera yo misma ambas pruebas, la de Halliday y la de Martínez. Y no podría esperar ningún apoyo esta vez. Río nunca sería capaz de llegar allí lo bastante rápido y Lancero ya había demostrado su habilidad para esconderse de Inspector, aunque Inspector y Arthur estuvieran dispuestos a venir a buscarme... y si sólo era yo la que estaba en el punto de mira, no creía que se sintieran probablemente muy motivados para hacer una maldita cosa. No cuando la causa de que todo aquello saliera mal fuese mi propia insistencia en seguir la pista de Martínez como un sabueso. No cuando había sido yo quien la había puesto en riesgo. No cuando todo aquello fuese por que yo la había jodido.

    Casi podía oír decir a Arthur algo sobre las consecuencias.

    «Que así sea.»

    Llamé a Tegan y le pedí tarjetas y documentos para cuatro identidades: un conjunto sólido de papeles para Rita Martínez con un nombre nuevo que ella pudiera usar para desaparecer, y luego algunas tarjetas con los nombres de Rita Martínez, Cassandra Russell y el alias que Inspector había usado para mí la primera vez que nos habíamos encontrado delante de Lancero. Tenía que imaginar las formas en las que una persona a la fuga usaría plausiblemente esas tarjetas. Quizá un reintegro de emergencia en un cajero automático en alguna parte, o una mezcla de pasajes de avión a ciudades diferentes como si intentáramos despistar a alguien de nuestra pista... sólo tenía que usar un terminal de la biblioteca que pudiera rastrearse y sellar cruces de la frontera con México al mismo tiempo. Más reintegros de cajero para conseguir dinero en metálico, quizá una tarjeta de crédito utilizada para reservar un coche de alquiler… no creía que tuviera que ser demasiado sutil, Lancero tendría que comprobarlo de igual modo.

    Con suerte, para cuando me localizara Martínez llevaría largo tiempo desaparecida.

    ¿Y luego qué?

    El mejor escenario era en el que yo vencía a los matones cada vez que dieran conmigo y eventualmente tenía una oportunidad para disparar al hombre mismo.

    El peor escenario…

    El peor escenario también era el escenario más probable: él no me subestimaría esta vez. El peor escenario era en el que me pescaba y aún iba tras Martínez y Halliday sin que nadie pudiera detenerlo. Después de todo, la NSA no había sido capaz de encontrarlo tampoco.

    Una idea descarriada destelló por mi cerebro y dejé de respirar. Sin importar lo que me pasara, podía asegurarme de que Lancero se viniera abajo. Podía asegurarme de nunca persiguiera a nadie de nuevo. Podía asegurarme absolutamente de que el DSH se cruzara con él, lo tomara por sorpresa y dejara caer el martillo sobre su jodida cabeza. Aquello significaba que tenía que llamar a Arthur y pedirle ayuda... no solo apoyo, sino ayuda. Y eso implicaba que tenía que joderme voluntariamente incluso más de lo que había planeado.

    Solté una carcajada hueca. No estaba segura de cuál de esas cosas temía más.

    Rodaba el teléfono de un lado a otro en mi mano. Para que aquello funcionara, tenía que dejarme atrapar de nuevo, en vez de conducir a Lancero a una alegre persecución. Y esta vez, ¿Quién sabía lo que me haría antes de que consiguiera abatirlo? ¿Y si me sacaba del país, me enterraba en algún sitio fuera de la jurisdicción de los EEUU, en algún lugar imposible de alcanzar? Si los federales mantenían a Halliday protegida y si Martínez desaparecía del mapa con éexito de nuevo, entonces Arthur y la fuerzas del orden del gobierno no tendrían urgencia alguna en cazarle. Yo me habría vendido río abajo sin albergar el mínimo incentivo de volver arrastrándome, ni hacia los federales ni hacia Arthur.

    «Tú no confias en él», dijo la voz de Halliday en mi cabeza.

    Por supuesto que no me fiaba. Pero no era culpa de Arthur, realmente, porque… bueno, mira la clase de persona que era. Había hecho al final lo contrario de lo que él me había pedido, perseguir a Martínez de cualquier modo, perseguirla con intención de encerrarla hasta que me entregara su prueba, y usar un hombre que ya sabíamos que era un asesino depravado para hacerlo.

    Si nadie más estaba en peligro, ¿por qué sentiría Arthur la necesidad de ayudar a limpiar lo que yo dejaba? ¿Por qué vería él como una prioridad salir de su camino para ayudar, para usar la influencia de su relación con los federales y extraerme de todo un escenario de mierda que me había montado yo sola?

    Ni siquiera se trataba de karma, era causa y efecto.

    «Juega con cerillas y te quemarás.»

    No esperaba que nadie entrara corriendo con un extintor y me salvara en el último acto.

    Quizá podía presentarlo como asunto de negocios. Un trato que tuviera sentido para Arthur de parte de Halliday, aunque yo sería la única en riesgo. Si decía que no, yo no tendría que hacerlo. No tendría que dejarme atrapar. Una vez sacara a Martínez del peligro, podía seguir corriendo sin más, haciendo de cebo para alejar a Lancero, esperando la oportunidad de devolver los diisparos.. Y si me atrapaban de todos modos…

    Bueno, ese era el peligro de jugar con cerillas, ¿no es cierto?

    Llamé a Arthur. El móbil saltó al buzón de voz. Colgué y me quedé mirándolo, mi mente quedó momentáneamente en blanco. Honestamente, no había envisionado eso como una posibilidad.

    Llamé a Inspector. Él casi siempre atendía el teléfono, pero su número también saltó al buzón de voz.

    «Mierda.»

    Le envié un texto a ambos con ni núnero de teléfono actual, diciendo que me llamaran urgentemente y salí en coche hacia casa de Tegan para recoger mis amablemente falsificados documentos y tarjetas.

    Ninguno había llamado para cuando regresé y me estaba quedando sin tiempo.

    Así que eso es lo que se sentía al ser una persona non grata.

    Como último recurso llamé al número de la oficina de Arthur, al teléfono fijo.

    —Investigaciones Arthur Tresting. - era Pilar.

    Por supuesto que era Pilar. Ella llevaba la oficina. Por alguna razón que no había considerado, ella sería la única en responder.

    —¿Hola? - dijo ella, pues yo no había hablado.

    —Soy Cas. - no estaba segura de si lo había dicho lo bastante rápido para pillarla antes de que colgara.

    —¡Cas! - gritó. —Oh, gracias a Dios. Hemos estado enfermos de preocupación.

    «¿Hemos?»

    —Intento encontrar a Arthur, - dije. —No atiende el móbil.

    «Porque me está evitando.»

    —Oh, claro, está fuera ahora mismo encargado de algo. Me advirtió que podría estar fuera de cobertura. Pero va a lamentar no haber hablado contigo.

    —Sí, claro - dije, casi bajo mi respiración.

    —¡Que sí! Acababa de preguntarme su había oído algo de ti. Todos están preocupados. ¿Estás bien?

    —No están preocupados, están enfadados conmigo, - dije.

    —¿Qué? ¡No, no lo están!

    —¿Por qué no atienden sus teléfonos, entonces?

    —Vale, quizá un poquito, pero...

    «¿Un poquito?»

    Si eso era cierto, sólo lo era porque no sabían lo que había hecho desde la última vez que los vi.

    —Pero... pero no es esa la razón... bueno, te lo prometo, Arthur está fuera y es probable que sea sólo una coincidencia si no puedes encontrar a Inspector. Quizá esté durmiendo por fin o algo... eso espero. Vamos, tú sabes que no son gente pasiva agresiva. ¡No te están ignorando! - me mordí el labio. —¿Cas? ¿Estás bien?

    —Sí.

    —Perdona, pero es que no suenas como bien. ¿Estás segura? ¿Algo va mal? - no dije nada. —Escucha. No importa si Arthur e Inspector está enfadados contigo, lo sabes, ¿no? Si estás en problemas, lo dejarán todo. Lo sabes.

    ¿Lo sabía?

    —Cas, ¿lo estás? ¿En problemas?

    La colgué pulsando el botón del teléfono tan fuerte que me dio un calanbre en la mano. Nunca había querido depender de otra gente porque cuando llegaba en momento, otra gente podía decepcionarme y yo no tenía control sobre ello. O haría algo, algo inimaginablemente horrible, como ayudar a un asesino a encontrar a una anciana, y luego… me darían la espalda y con una buena razón.

    Siempre había asumido que sucedería una de esas cosas, eventualmente. Estar subconscientemente preparada para ello, emocionalmente. Pero, ¿y si estaba equivocada? ¿Y si Pilar estaba diciendo la verdad?

    «No importa lo que ellos piensen de ti ahora, cuando oigan lo que hiciste…»

    Sería difícil de creer que Arthur no pensara que fuera justicia, por corregir lo que yo había hecho, por sacrificarme yo misma. Pensaría en ello como lógico. ¿No es cierto?

    «Fe», había dicho la profesora Halliday. Yo podría no ser muy buena leyendo a la gente, pero hasta yo podía ver los letreros de neón gigantes entre la pauta que ella y Arthur había estado enajenado durante años. Y aún así, cuando ella le había llamado, él había acudido. Cuando ella había intentado apartarlo de un empujón, él había insistido. Cuando ella le había pedido que confiara en ella, él había confiado.

    Por supuesto, él la conocía desde que tenían cinco años. ¿Merecía yo realmente esa clase de lealtad? Él e Inspector ya habían escogido a Halliday antes que a mí.

    «Eso no es justo», me reprendí a mí misma. «Tú sabes que no es justo.»

    Aquello había sido durante el trabajo de Halliday, El amigo de Halliday, el caso de Halliday. Pensé en Arthur conduciendo para recogerme herida del polvo del desierto un año atrás, después de haber provocado la muerte de alguien. Pensé en mí de pie fuera de la casa de Inspector, en la lluvia y pensé en el hecho de que él me había permitido entrar.

    «Fe», había dicho Halliday, «Fe.»

    Cogí el teléfono y llamé a Inspector de nuevo. Su móbil era más seguro y el buzón de voz no me interrumpiría.

    —Necesito ayuda, - susurré. Intenté reunir mis ideas, saber lo que decir. —Hice algo estúpido y necesito… Necesito ayuda.

    Hablé durante varios minutos después de eso, tropezando con la espesura en mi garganta. Luego colgué el teléfono, di una respiración y entré en el coche. Tenía una parada más que hacer antes de ir en busca de Martínez, antes de que la urgiera a volver a esconderse y luego, ponerme voluntariamente en las manos de un señor del crimen en bancarrota moral. Todo sobre el débil hilo de confianza de que Arthur e Inspector recibieran mi mensaje e hicieran lo que les había pedido.

    El vértigo me ahogaba, como si estuviera resbalando de una cornisa para caer a plomo sin promesa alguna de red. Hundí mi pie del acelerador hasta el suelo todo el camino hacia el desierto, con intención de no pensar en que me dirigía allí fuera para reparar mis actos.

Capítulo 33

    Entré en Hollywood unas horas antes. Lancero ya podría estar esperando y yo tenía que sacar a Martínez de allí en cuando apareciera.

    Me senté en una cafetería junto a una ventana y dejé que mi visión desenfocara la multitud. Sólo me había encontrado con Martínez una vez, pero estaba razonablemente segura de que aún sería capaz de reconocer las matemáticas de su postura y paso individuales entre la concurrencia. El sol se puso, pero el brillante ánimo de los tentadores escaparates iluminando la calle hacía tan sencillo ver como si fuese de día.

    Observé y esperé.

    Un poco antes de las ocho y media aparecía Rita Martínez. Tenía un jersey informal que cubría voluminosas capas de ropa, un pañuelo sobre el pelo, y enormes gafas de sol que disfrazaban sus rasgos. Vagó en dirección a la sala de conciertos, se sentó en un banco y comprobó su reloj. Yo me levanté y salí de la cafetería sin apartar los ojos de ella. El tráfico peatonal fluía a su lado. Ella miró a su alrededor y luego comprobó el reloj de nuevo. Cruzaba y descruzaba los tobillos. Luego, antes de que yo estuviera a medio camino de ella, se levantó y se acercó andando hasta la taquilla de entradas de la sala de conciertos, entregó algo de dinero y entró con pasitos cortos.

    Me detuve, frustrada. ¿Por qué demonios iba ella al concierto?

    «Porque le dijiste que lo hiciera a sus diez p.m. y ha dejado demasiado margen de error y no quiere sentarse en un banco al aire libre a esperar una hora y media.»

    «Genial.»

    No pude encontrar un modo de colarme dentro, pero el camino de menor resistencia sería más rápido. Afortunadamente, siempre llevo una gran cantidad de dinero encima. Marché hasta la ventanilla.

    —Necesito una entrada para esta noche

    El ancianito detrás de la ventana hizo una pausa en el acto de cerrar. —Aún tenemos algunos asientos en el palco. Puedo venderle uno, pero… - sus ojos me miraron de arriba abajo, a mis pantalones cargo y botas de combate, y me pregunté si estaba a punto de citarme un código de etiqueta.

    Intenté recordar la última vez que me había duchado y no pude.

    —Pero la actuación ya ha empezado, - continuó —Tendrás que esperar a que un acomodador te siente.

    —Eso está muy bien, - dije lanzándole dinero.

    «Una entrada honesta por una vez.»

    Entré empujando la puerta a la sala de conciertos. Martínez no aparecía por ninguna parte.

    «Debe de haberse sentado ya.»

    Sólo quedaban asientos de palco, había dicho el asistente. Subí la amplia escalera frente a mí, mis botas no hacían ruido en el lujoso alfombrado. Una acomodadora hacía de centinela, de pie cerca de la parte superior de la escalera. Esperé hasta que apartara la mirada y pasé a su lado para colarme en el anfiteatro. La música clásica sonó cuando abrí la puerta, pero ya estaba dentro antes de que la acomodadora pudiese darse la vuelta. El palco estaba sólo escasamente lleno. Me deslicé en el asiento vacío más cercano y esperé a que mis ojos se ajustaran mientras la rica acústica de la sinfonía me envolvía. Luego estudié las filas de cabezas delante de mí, midiendo alturas y descartando peinados.

    «Allí. Allí estaba.»

    Martínez estaba unas hileras atrás de la sección más poblada en la parte delantera del palco, una pequeña silueta en la oscuridad.

    Me deslicé fuera del asiento y avancé agachada hasta su nivel, recorrí la fila hasta hundirme sobre el terciopelo rojo del asiento junto al suyo. Ella estaba posada con la espalda recta y alerta, pero sin mirar a nada, girando los dedos unos contra otros al compás de la música. Los movimientos eran bruscos y casi elegantes, como si fuese una bruja encantando un caldero inexistente.

    —Profesora, - dije suavemente. —¿Me recuerda?

    Ella me ignoró.

    La música aumentó, llegando hasta el clímax.

    —Yo trabajaba con la profesora Halliday, - dije. —descubrimos lo que ha demostrado. Lo sabemos.

    Chocaron los timbales. Los violines gritaron por la escala tonal.

    —Sonya, - dijo Martínez. Su voz era la voz de una abuela, raspada pero deleitada, cansada pero traviesa. —Siempre demasiado lista para su propio bien, así era Sonya. Siento mucho lo que le he hecho.

    —No somos los únicos que lo sabemos, - dije.

    «Gracias a mí.»

    Su cabezá osciló arriba y abajo, resignada. —¿La NSA?

    —No. Ninguno de nosotros se lo ha dicho al gobierno. Incluso el Dr. Zhang te mantuvo en secreto. Pero los hombres que se llevaron a Halliday antes... están de camino. Saben que tú estás aquí. Ellos... - tragué, preguntándome si o cómo debería revelar mi propia parte en ello. —En realidad no han capturado a Halliday de nuevo. Ella está a salvo con los federales. Sólo lo decían para que volvieras aquí.

    —Lo sospeché. - se le escapó el más ligero de los suspiros. —Pero en el cálculo de la esperanza, la vida de Sonya tiene un valor infinito. Tenía que venir.

    Aquello sonó tanto a como yo lo diría...

    Saqué el sobre de documentos en limpio deslizándolo fuera de mi chaqueta. —Toma. Usa esto para desaparecer otra vez. Habla con Halliday más tarde. Deja que sepamos que estás... haznos saber que estás a salvo.

    Cerré la boca de golpe. No debería haber dicho esa última parte. Pero aún con todo, no podía soportar la idea de que ella desapareciera totalmente de nuevo. Tenía que dejar una ventana abierta, un resquicio de esperanza de que podíamos encontrar otro modo, un mejor modo, para que ella me arreglara.

    —Ahora ve, profesora.

    Ella no hizo moviento de coger el sobre. La música se pausó, aguantando su respiración, luego se zambulló en un lento río suave de sonido.

    —El segundo movimiento, - susurró Martínez. —El andante. Mozart era un perfeccionista, ¿ves?. Haydn el inventor, Mozart el perfeccionista. La sinfonía perfecta. Casi medio centenar de ellas.

    Yo no tenía ni idea de lo que me estaba hablando. Arthur era el entusiasta de la música clásica.

    —Profesora, ¿has oído lo que he dicho? Saben que estás en Los Angeles. Están en camino...

    —Creo que podría hacerlo.

    Cerré los ojos y me obligué a tener paciencia.

    Podía sacarla de allí a rastras, pero montaríamos una escena.

    —¿Hacer qué? - mordí las palabas.

    —Escribir una, - respondió. —Escribir un Mozart. creo que podría cuantificar mi apreciación lo suficiente.

    Y entonces, se me ocurrió.

    «Si puedes verificar, puedes resolver. Así que si podías apreciar… podías crear».

    La prueba de Martínez le permitía potencialmente resolver cualquier problema del universo. Podía levantar el velo de cualquier chispa de inspiración humana, incluída la de Mozart.

    «Potencialmente.»

    —Creo que quizá debería hacerlo, - dijo ella tranquilamente. —Sólo una vez, antes de morir. Ver lo que se siente. El mundo podría tener otro Mozart. ¿Tú que crees?

    —Eso no importa ahora mismo, - dije en tono tranquilo, aunque nada habría importado más en el gran esquema de las cosas.

    Ella levantó las manos y me quitó el sobre, atesorándolo como si fuese algo frágil.

    —Si has estado usando alguna tarjeta de crédito, dámelas ahora y vete, - dije.

    Un pertubador escalofrío recorrió la orquesta. Martínez no pareció notarlo, pero yo sí. El ritmo matemático estaba mal, los agudos de antes eran tan ligeramente discordantes que sus frecuencias fracasaban al alinearse en fracciones placenteras.

    Algo iba mal.

    —Sal de aquí, ya, - le siseé agarrando a Martínez por el codo y poniéndola de pie.

    Hubo un movimiento de gente por debajo, en la sección llena de orquesta. Los planos de música que salían del escenario se estaban fraccionando, fuera de ritmo, las armonías se deshacían, cada vez más alejadas unas de otras. El movimiento de gente se hizo más sonoro. Alguien tosió una filas delante de nosotras y empezaron a oírse murmullos por el palco.

    Arrastré a Martínez hacia la puerta. La música colapsó finalmente, alcanzando el silencio irregularmente, los murmullos de abajo se tornaron gritos y alaridos.

    Alcanzamos la puerta y tiré de ella para descubrir que había una barra al otro lado.

    «No pasa nada», pensé. «No pasa nada. Aplicación de fuerza adecuada... arranca el pomo de la puerta, los tornillos saltarán...»

    Intenté retroceder para dar una patada y casi me caigo, mi pie impactó sin fuerza contra el gozne como una patata frita mojada.

    La gente del palco estaba subiendo por fases en ese momento, pasando unos sobre otros, una trepante masa sin rostro.

    —Nos a van a... aplastar… - la voz sonó como la mía, pero no recordaba haber hablado.

    Aunque la voz tenía razón. La audiencia iba a machacarnos al tratar de llegar hasta la puerta, la puerta que no se abría.

    Martínez holgazaneaba apoyada contra mí y empezó a sentarse. Yo la levanté otra vez y medio nos lancé dentro de la última fila de asientos, cubriendo su cuerpo con el mío. Alguien me pateó en la cabeza con un tacón alto cuando nos vinimos abajo. Otro me pisó la mano. Me encogí sobre la forma inerme de Martínez, llevándonos a empujones tan al fondo de la fila de asientos como podía. Las luces de la sala de conciertos estaban encendidas, pero por alguna razón las sentía más oscuras que antes. Quizá debido a que no podía abrir los ojos.

    Aquello era estúpido. Por supuesto que podía abrir los ojos. Por supuesto que podía. Sólo necesitaba dormir un rato primero...

Capítulo 34

    Clac, clac, clac.

    Desperté aún en el suelo, pero era un suelo diferente y no podía moverme.

    Clac, clac, clac.

    Me esforcé por tirar de mis párpados hacia arriba y conseguí una nebulosa franja de luz.

    Clac, clac, clac.

    Empujé con toda mi fuerza, deseando que se contrajeran mis músculos para moverme, pero no ocurrió nada.

    —Es un bloqueador neuromuscular, - dijo una voz por encima de mí. —Te paraliza. Y además, estás atada como un pavo en Navidad.

    Conseguí enfocar la vista un poco. Tenía las muñecas en el suelo delante de mí, con grilletes. parecían mis brazos, mis manos, pero todo lo sentía divorciado del cuerpo, como si fuesen los miembros de otro.

    En el fondo había dos grandes pies con botas y el extremo de un bastón intrincadamente tallado.

    Clac, clac, clac, hacían las bolas de meditación.

    Una pila de papeles cayó al suelo delante de los pies: los documentos y tarjetas de crédito que yo había pedido a Tegan.

    —Parece que estabas planeando jugármela, - dijo la voz de Lancero. —No es mi estilo.

    «Ya.»

    —Te habría matado de inmediato... Normalmente mato a la gente que me la juega. Pero aún tienes información que quiero.

    Clac, clac, clac.

    «La prueba de Halliday. Claro.»

    .—Será todo un placer hacerte hablar. - dio una risita como una hiena. —Pero confieso que no eres mi primera prioridad ahora mismo. Tendrás que esperar. Sólo quería decirte hola.

    «Oh. Oh, mierda. Martínez.»

    Tenía a Martínez también. Pues claro... No habíamos podido salir. Nos había cogido a ambas. Esa parte no estaba en el plan. Se suponía que ella debía haber escapado antes de que me atraparan. Se suponía que ella iba a poder escapar. Aquello era culpa mía. Tenía que protegerla.

    Empujé mis neuronas para mover un dedo, sin éxito. La impotencia me impactó. Tenía que poder hacer... hacer algo...conseguí emitir un sonido en mi garganta, algo como lo que haría un rinoceronte enfermo.

    —¿Oh? ¿Tienes algo que decir?

    «No le hagas daño. Oh, Dios.»

    —Las matemáticas deberían compartirse, ¿no estás de acuerdo? - dijo Lancero imprudentemente. —Oh, Lo olvidé. Sólo estás en esto por dinero. Juegas en ambos lados contra el del medio. No te importa.

    Las bolas de meditación se detuvieron y él estaba de pronto mucho más cerca, medio acuchillado medio sentado para tener su cara cerca de la mía.

    —La gente como tú es la escoria de la humanidad. No te importa el campo, lo que la humanidad puede descubrir. Sólo estás en esto por el cheque. Perelman lo lamentaría.

    Me habría gustado señalar que él también había estado planeando usar la prueba de Halliday para sus propios fines y que casi ciertamente iba a robar la fama y el premio del millón de dólares de Martínez al convencer al mundo (y quizá a sí mismo) de que era su propio trabajo. Era un hipócrita delirante. Eso sí, no se equivocaba del todo conmigo.

    Se levantó.

    Yo presioné mis cuerdas vocales hasta que pensé que me iba a ahogar, esforzándome hasta el punto de ruptura, y conseguí algunos sonidos ininteligibles.

    —¿Qué has dicho? - dijo Lancero.

    No podía saber si se estaba burlando de mí o no.

    —Corazón… débil, - conseguí decir.— Martínez… - Las consonantes eran borrosas. No estaba segura si eran comprensibles.

    —¿Ah, si?, - dijo Lancero, después de una pausa interminable. —¿Cómo lo sabes?

    —Ella mel-dijo, - conseguí decir.

    Él se agachó de nuevo. —Creo que estás mintiendo. Pero será bastante fácil de comprobar.

    «Claro. Habilidades Informáticas. Tenía sus archivos médicos. Demonios.»

    Martínez no era jóven; con suerte tendría realmente alguna enfermedad coronaria. Pero al menos había ganado algo de tiempo… tiempo para que funcionara mi plan. Tiempo para que Arthur viniera a por nosotros.

    «Fe.»

    Lancero se levantó y dio golpecitos con el bastón contra una bota. —Mientras tanto, si me estás contando la verdad, entonces ella cree que eres lo bastante colegui para compartir vuestra salud una con la otra. ¿Qué, le contaste que ibas a protegerla? - él bufó. —No hay nadie a quien no hayas traicionado, ¿verdad? - Tampoco estaba equivocado en eso. —Pero dudo que nuestra querida doctora sea tan sabia para eso. Parece del tipo confiada. Si quieres tanto que cuide de su corazón débil, si sois tan buenas amigas, conozco una solución excelente. - bufó una carcajada de nuevo y llamó a alguien en otro idioma.

    Unas rudas manos me levantaron por las axilas, arrastrándome. Me hacía daño, más de lo que debería... grupos de dolor extrañamente inespecifícos flotaron por las fibras de mi sistema nervioso. Me llevó unos minutos, pero conseguí superarlos para descubrir que alguien me había dado una patada en la cara y costillas mientras estaba incosciente. Para cuando hube resuelto esa conclusion, ya estaba siendo colocada en una silla de tacto muy sólido. Las cadenas sonaba metálicas mientras me abrochaban de arriba abajo.

    —Esperaremos a que pase un poco el efecto las drogas, - dijo Lancero desde alguna parte detrás de mí. —Después de todo, queremos un espectáculo.

    Luché por moverme de nuevo, concentrada como si estuviera intentando mover un músculo, y conseguí girar mi muñeca en el brazo de la silla. El metal me mordió en la piel, frío y rígido.

    Lancero había empezado otra vez con sus bolas de meditación. El sonido se disispaba a medida que él caminaba detrás de mí. Yo no estaba manteniendo buen registro del tiempo en ese momento, pero no pasó mucho antes de que sus hombres trajeran dentro a Martínez.

    Ella caminaba por sí sola y, aparte de estar esposada, no parecía llevarlo peor. Al parecer Lancero sólo había sentido la necesidad de liberar su rabia en la persona que le había jodido.

    «Gracias a Dios.»

    Martínez se dejó caer en una silla frente a mí y los matones la encadenaron tal y como habían hecho conmigo. Ella se las arregló de algún modo para sentarse principalmente en las esposas, como si estuviera a punto se tomar té y pastas.

    Mis músculos empezaron a responder un poquito, aunque al mover los dedos aún sentía como si estuvieran pegados con cola.

    El clac, clac, clac se acercó a mi hombro y sentí que Lancero se apoya en la silla detrás de mí.

    —Última oportunidad, - dijo. —¿De verdad no quieres que la toquemos?

    Yo sabía lo que venía despúes. Y podía soportarlo, eso esperaba. Mientras nos hiciera ganar tiempo.

    «Arthur vendrá. Lo hará.»

    —Si le da un ataque al corazón, nunca conseguirás su prueba. - aún sentía la lengua espesa y lánguida en la boca, pero las palabras tuvieron bastante forma para salir con sentido.

    —¿Te puedo contar un secreto? - se inclinó más cerca y sentí su aliento caliente en mi oído. —Dudo de que seas un incentivo muy bueno, pero en realidad no me importa. - se enderezó y se alejó caminando.

    Sí. Yo le había cabreado. Mucho. Y no iba a salir muy bien parada.

    —¿Está ella bien? - llegó la voz de abuela de Martínez.

    —Qué detalle que te importe, - dijo Lancero.

    Se había retirado hasta un punto entre nosotras, apoyado en su bastón, las bolas meditación rodaban en su otra mano.

    —Dra. Martínez, me han contado que no se separará usted de cierta información sobre una prueba que... - rebuznó su carcajada de hiena... —que yo sé que tiene. Pero creo que podemos hacer que cambie de idea. - señaló hacia mí. —Vamos a empezar a torturar a su amiga, que tan convenientemente se ha mostrado diponible. Si eso no funciona, saldremos y encontraremos a su familia, cualquier familia que tenga... hijos, nietos, bebés recién nacidos… ¿quiere que hagamos eso?

    — Martínez siguió en silencio.

    He dicho que si quiere que hagamos eso.

    —Asumí que la pregunta era retórica, - dijo ella. —Por supuesto que no quiero, sería una afirmación de lo más inhumana. Y si lo quisiera, me habría sentido impulsada a hacerlo yo misma, con toda probabilidad, así que aunque sospeche psicopatía violenta por mi parte, hay evidencia de lo contrario.

    Lancero avanzó un paso y le escupió. La baba golpeó contra su arrugada mejilla y bajó por su cuello dejando un reguero. Martínez se la apartó con una suave sacudida, como si no puediera creer la rudeza de los niños hoy en día.

    —Si no lo quieres, entonces nos contarás lo que sabes, - se burló Lancero.

    —Estás asumiendo que querer una cosa o..., en este caso, querer que suceda una cosa... excluye esperar o no esperar, más otra cosa. En mi jerarquía no hay lucha. Este poder me convierte en una deidad y ha sido toda una lucha decidir si compartirla con el mundo, pero compartirla con sólo aquellos que la usarían para el mal.. no hay decisión. No seré yo quien cree un dios malvado.

    —Poético, - dijo Lancero. —En ese caso, ¿hay algo que desees decirle a tu amiga? Está a punto de sentirse muy incómoda..

    Algo hizo un fuerte sonido de corte a mi izquierda, y un arco de chispas voló en el borde de mi visión periférica.

    «Oh, mierda.»

    Martínez miró detrás de mí. —Lo siento por las acciones de estos hombres, - me dijo. —Pero no por mis acciones. Ellas sólo son racionales.

    La parte irónica de aquello era que su lógica tenía sentido. En un cierto modo calamitoso y pronto extremadamente doloroso para mí.

    El sonido de corte chispeó de nuevo, más alto, justo en mi oído esta vez. Parte del calor me hacían cosquillas en la piel expuesta donde caían las chispas.

    —Última oportunidad, - dijo Lancero.

    No oí lo que respondió Martínez debido al golpe de dolor.

Capítulo 35

    Ya me habían disparado antes. Me habían dado una paliza antes. En mis impopulares trabajos varios pasados me habían echo saltar por los aires con misiles aéreos, casi me había ahogado y me había despeñado por la ladera de una montaña.

    Nunca me habían torturado con cargas eléctricas de quince mil voltios antes.

    No era sólo el dolor, que era inimaginable: una hoguera destrozadora de nervios hasta casi sacarlos del cuerpo que se negaba a localizar dónde se me aplicaban los cables. Sino más... cada carga ondulaba a través de mi piel como si quisiera desollarme, desgarrarme y rompeme como papel… el mundo se retorcía enfermizamente en formas imposibles, estirándose hasta que se quebraban y me destellaba el cerebro hasta freirlo y lo desmenuzaba hasta hacerlo polvo.

    Me llevó algún tiempo percibir que se habían detenido, la abrasante quemadura pulsaba a través de mí incluso después de que hubieran habían apartado los cables de la piel. Todo a mi alrededor seguía moviéndose a saltos como si alguien hubiese quitado puñados de fotogramas de una animación.

    Yo era consciente de que Lancero estaba hablando con Martínez, cada tercera palabra se apilaba sobre las anteriores como si fuese un mal collage. Tras unos minutos, Lancero y sus hombres se marcharon dejándonos encadenadas en nuestras sillas. Probablemente querían que le suplicara a Martínez que hablase o algo así. No habían readministrado el paralizador, pero no suponía diferencia alguna: mis músculos saltaban espámodicamente unos contra otros, desafiando mis intentos por gobernarlos. Aunque hubiera sido capaz de moverme con mi propia energía, las matemáticas de nuestro situación eran tristes. Las cadenas envolvían mis brazos y piernas con un nivel de redundancia depresivo. Lancero había querido asegurarse de que yo no escapaba de nuevo y había hecho un buen trabajo con el exceso.

    —No puedo decírselo, ¿sabes?, - dijo Martínez después de unos minutos. —Eso sería ... sería bastante malo. No sé lo que él sería capaz de hacer.

    Lo que él era capaz de hacer sin la prueba ya era bastante espeluznante. Lancero iba a salir y encontrar a cualquiera en la vida de Martínez para hacer daño... amigos, familia, otros matemáticos, la propia Martínez misma, una vez que supiera que podría ser necesario matarla... hasta que ella capitulara. Y capitularía, una vez nuestro captor llegara hasta la variable llamada Sonya Halliday. Martínez había rendido todo por Halliday y ella rendiría también la prueba, Yo estaba convencida. Su amistad era su axioma cero.

    Se trataba de una carrera, entonces.—Tranquila, - balbuceé. —Tengo un plan.

    Ella alzó las cejas. Advertí que no llevaba sus enormes gafas, sin ellas sus huesos parecían más delgados y pequeños.

    —Espero que tu plan implique estar encadenada, porque si no es así, es improbable que puedas llevarlo a cabo.

    —No lo implica, - dije.

    —Intrigante. - ella contempló el espacio, considerando si aquello era un acertijo: Dos prisoneras, A y B, están encadenadas en una habitación hasta que A confiesa una información. B le dice a A que no se preocupe, que ella tiene un plan para escapar. ¿Qué es?

    Yo estaba cansada. Muy cansada.—Hay que esperar, - dije. —Ese es el plan. Esperar…

    Frunció el ceño, sacó los labios hacia afuera tratando de descubrir el significado del chiste.

    —Personas vienen a rescatarnos. - yo no estaba segura si decía las palabras o sólo las pensaba. Estaba mareada.

    «¿Por qué dolía todo tanto?»

    —No diga nada, profesora… están en camino. Tiene que resistir…

    «¿A quién estaba yo hablando?»

    —Vendrán aquí.

    —¿Cómo lo sabes?

    —Fe, - mascullé.

    «Fe…», recordé mi resolución anterior, que no necesitaba mi pasado para decidir quién quería ser ahora. Podía ser el tipo de persona que confiaba, ¿cierto? ¿Por qué no podía yo decidir ser así? El tipo de persona que confiaba y que protegía del daño a una anciana mientras lo necesitara…

    —Yo no creo en la fe, - dijo Martínez muy segura. —Es a antíiitesis de la ciencia basada en evidencias.

    Tenía razón. Pero quizá no necesitaba creer en general... yo sólo necesitaba creer en ciertas personas.Podía lograr eso.

    «Ciertas personas.»

    Arthur. Inspector. Yo misma. Yo misma por encima de todo, tenía que creer que yo tenía eso en mí en alguna parte, hacer lo correcto hasta el último segundo. De lo contrario, ¿por qué seguir existiendo siquiera? Yo no tenía nada más de valor... no era nada más.

    —Profesora, - dije. —Actúe como si esto le molestara. ¿De acuerdo? Tenemos que alargar esto…

    —No entiendo qué quieres decir. Por supuesto que me molesta. Son hombres malvados, hacerte daño así.

    —Tienen que continuar, - intenté explicar —Continuar... conmigo y no otro. Diles que les entregarás algo si paran, suplícales y luego cambia de idea. Convénceles de que te tienen en sus manos...

    Hubo un sonido en la habitación de al lado. Lancero y sus hombres entraron. Me pregunté si nos habían puesto cámaras.

    «Demasiado tarde para preocuparse sobre eso ahora.»

    —¿Ha dedicido compartir con la clase, Dra. Martínez? - Lancero se apoyó en su bastón, clavando a Martínez su intensa mirada como una mariposa en una tarjeta. —¿O seguimos?

    Martínez le miró y luego me miró a mí. Yo habría cruzado mis dedos si hubiera sido capaz de moverlos. Sus ojos se habían agrandado y se concentraban en los míos. Era la primera vez que había hecho contacto ocular conmigo.

    Me chocó... no sabía lo que ella quería decir con ello.

    —Por favor, - le dijo a Lancero, muy lenta y suavemente. —Por favor, detenga esto.

    Dejé escapar un suspiro de alivio.

    «Buena chica. Convénceles.»

    —Está en tus manos, - dijo Lancero. —Dime lo que quiero saber, y lo detendremos.

    —Yo... yo no puedo...

    Lancero asintió a sus amigos detrás de mí.

    Pude haber gritado entonces. No estaba segura.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Una cara apareció frente a mí. Yo llamé el nombre de alguien, pero no era el correcto. La cara se resolvió en los rasgos pálidos de Lancero. Su mano se movió y golpeó contra algo. Contra mí. Me había golpeado en la mejilla. No podía sentirla. Todo mi cuerpo se convulsionaba, mil millones de diminutas catástrofes internas mientras los nervios y músculos no lograban descubrir qué hacer salvo retorcerse y gritar y morir.

    Intenté encontrar a Martínez, pero mis ojos no se enfocaban tan lejos. Me rendí. Alguien inclinó un vaso de agua en mi boca hasta que me ahogué con ella. Intenté tragar, pero los músculos apenas obedecían. Nada funcionaba en absoluto como se suponía. Mis sentidos habían colapsado sobre ellos mismos como si se hubieran invertido, toda x e y conmutaba hasta que ya no sabía dónde era arriba. Alguien me abofeteó de nuevo, aún más sonoramente. Lo sentí esa vez. Picaba. Podría haberme separado la piel. Ponderé eso. Lancero le estaba diciendo algo a Martínez. Algo sobre observarme morir. Sobre si realmente quería ser responsable de eso.

    «Creí que no querías matarme», intenté decir. Yo aún tenía algo que él quería. ¿No?

    Como si me hubiera oído, su cálido aliento vino hasta mi oído de nuevo. —Hubiera preferido no matarte, si hubieras sido tan amable. Pero la Dra. Martínez parece simpatizar sorprendentemente con tu estado y digamos que… lo que tú sabes es prescindible, si ella me da lo que sabe.

    «Prescindible.»

    No era la única que conocía la prueba de Halliday. La profesora Halliday la conocía, por ejemplo, así como el Dr. Zhang y probablemente un puñado de otras personas de la NSA a estas alturas Y si Lancero husmeaba el trabajo de Martínez, ni siquiera sentiría la necesidad de esa prueba de Halliday, porque tendría el mayor y mejor premio. Era sorprendente lo rápido que mi cerebro podía hacer aquellas conexiones. «Algún vestigio de inyección de adrenalina.»

    Intenté usarla para evaluarme, para ver lo cerca que estaba Lancero de… bueno, de matarme. Era un lugar surreal para estar.

    Mi mente vagaba demasiado rápido, sin embargo, no presentaba datos útiles. Lancero y sus hombres se habían marchado de nuevo. Me había tomado más tiempo darme cuenta de eso. La profesora Martínez estaba intentando decirme algo, pero sus palabras rebotaban en mis tímpanos como sílabas sin sentido.

    Al menos ella estaba bien.

    «Espera», recordé. Tenía que esperar.. ¿A qué estaba esperando?

    Lancero regresó.

    «No, no, no, no estoy preparada.»

    Yo tenía que esperar... Tiré de mis ataduras débilmente, involuntariamente. El paralizador se había agotado, pero difícilmente importaba eso.

    —¿Hay algo que a nuestra serpiente traidora le gustaría compartir para la posteridad? - Lancero estaba de pie sobre mí, burlándose, apoyado en su bastón con ambas manos. —¿Algunas palabras de sabiduría sobre hacer siempre dinero rápido?

    Un sonido se filtró a través de mi consciencia, un tipo de ruido golpe-roze muy específico. Un ruido corto muy específico.

    «Cielo Santo.»

    —Seis, veintiocho, cuatro noventa y seis, - dije en un extraño balbuceo cantarín.

    Me sentía atolondrada.

    —¿Qué dices? - demandó Lancero.

    Hubo otro golpe roce y un ruido rápido de metal más bajo.

    —Treinta, - murmuré. —Ciento cuarenta. Veintiocho ochenta…

    —Seis mil doscientos, - dijo la profesora Martínez, frente a mí. —Y cuarenta mil seiscientos cuarenta.

    —Sí, - dije. —Sí. Están aquí.

    —¿Quién está aquí? - la voz de Lancero se escaló, enervado. —¿De qué demonios estás hablando?

    —Números naturales con una abundancia común. - la voz de Martínez había desaparecio detrás de su primordial abstracción y casi me hizo reirme al oírla. —Cuando el cociente de la suma de los divisores por el propio numero es la misma para todos ellos. Los llamamos números amigos.

    —Tengo algunos también, - dije, y en ese momento, los agentes del DSH abrieron brecha en la habitación.

    Siguieron unos segundos verdaderamente terroríficos... alaridos y humo y disparos, y yo no podía moverme, no podía agacharme y Martínez tampoco... y luego, las únicas formas que navegaban a través del humo eran capas negras de blindaje y cascos que portaban MP5 y M4 listos para usar. Alguien estaba intentado hablarme, una especie de oficial agente con un rifle en una mano y su otra mano tocándome el cuello, buscando pulso. Gritó a alguien y luego se movió hacia Martínez. Había un montón de movimiento, un montón de gente corriendo y gritando "despejado" y yendo de un lado de otro y me alegré de que no tuviera que unirme a ellos, sino que pudiera quedarme allí sentada y estar quieta y sufriendo dolor y tosiendo de vez en cuando.

    Y entonces apareció Arthur junto a mí por arte de magia, llevando un chaleco antibalas y retirando suavemente las cadenas de mis muñecas.

    —Arthur, - balbuceé. —Recibiste mi mensaje.

    Él se inclinó hacia adelante brevemente para que su frente tocara la mía. —Sí. Recibimos tu mensaje.

    Traté de impulsarme hacia arriba en cuanto Arthur acabó de liberarme. Él intentó detenerme con algún disparate sobre esperar a los paramédicos, pero cuando quedó claro que yo estaba determinada a ignorarle, él pasó un brazo bajo mis hombros y me ayudó a ponerme en pie mientras me reprendía suavemente por ser estúpida. Yo balbuceé algo incoherente en respuesta. Su agarre alrededor de mis hombros dolía, mucho, pero no me importaba. Uno de los agentes del DSH estaba ayudando a Martínez a levantarse. La menuda profesora miró a través del aire lleno de humo a todos los hombres y mujeres de negro que nos rodeaban, sus ojos eran casi febrilmente brillantes.

    —Oh, - dijo ella. —Hola.

    Tuve un momento para preguntarme lo que ocurriría después, (si la NSA insistiría en tomarle la prueba a Martínez, si yo había fastidiado a la mujer al teminar en custodia de los federales) cuando ella se tambaleó como un agotado giróscopo y se derrumbó en el suelo. La agente que la ayudaba extendió los brazos, tratando de agarrarla, pero fue demasiado lenta. Gritó por ayuda y se agachó para aplicar primeros auxilios, presionando sus dedos en el cuello de Martínez, inclinándose hacia adelante para comprobar su respiración. Varios agentes más entraron corriendo, se agruparon a su alrededor y las ocultaron de la vista.

    —Jesús y María - dijo Arthur con su voz vacía en mi oído. —¿La hirió mucho?

    —No la hirió en absoluto, - le dije.

Capítulo 36

    Me negué a ir a que me curaran los paramédicos del DSH, aún cuando los agentes me amenazaron y me dijeron que necesitaban una declaración.

    —Nos capturaron. Me torturaron. Eso es todo, - dije yo. —Ahora me voy, y juro por Dios que dispararé a quien trate de detenerme.

    —Si necesitan algo más de ella, pueden preguntarme, - le dijo Arthur a alguien con firmeza.

    Vislumbré a la amigable Agente Jones dentro de un traje con equipo táctico completo. Para mi sorpresa, a las palabras de Arthur empezó a gritar a la gente y a despejarnos un camino. Aquello tendría que ser un misterio para otro día.

    Empujé a Arthur. —Ve con Martínez. Asegúrate de que está bien.

    —Russell, necesitas...

    —Estaré bien. Cuida de la profesora. Y dile al DSH que si intentan enterrarla a ella o a tí en un agujero, los destruiré.

    —No somos los malos, Srta. Russell, - dijo la Agente Jones junto a mí con una extraña expresión en su cara y luego desapareció.

    Arthur intentó discutir conmigo, pero insistí y finalmente se rindió y me ayudó a salir hasta su coche, desde donde Pilar salió de un salto y se acercó para sujetarme por el otro lado.

    —¡Cas! Oh, Dios mío. ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?

    —No, - le dije.

    —Llama a la Dra. Washington, - le dijo Arthur a Pilar. —Ha tratado a Cas antes. Cuéntale lo que ha pasado. ¿Estaréis bien vosotras dos?

    —Dame un arma, - dije a Pilar.

    Ella sacó su pequeña CZ y me la entregó.

    «Apuntando hacia abajo», advertí. «Arthur debe de haber hablado con ella.»

    Le quité el seguro y me la metí entre la espalda y ei cinturón.

    —Estaremos bien. Ya no nos persigue nadie, a menos que la NSA decida hacer honor a su reputación.

    —Creo que consiguieron lo que querían, - dijo Arthur suavemente. —No creo que estén interesados en ti. No eres importante para ellos.

    Algo en mi pecho se tranquilizó. Tampoco es que pensara que Arthur me hubiera entregado, pero aún así.

    —Gracias.

    Pilar me ayudó a caer sobre el asiento de pasajeros del coche alquilado de Arthur y luego dio la vuelta para conducir, tomándose un momento para llevar el asiento todo lo que daba hacia adelante y ajustar los espejos antes de ponerlo en marcha.

    —¿Adónde?

    Pensé durante un minuto. Si la NSA aún nos estaba rastreando, no quería entregarles ninguno de mis escondites.

    —Casa de Inspector. Si a él no le importa. La doctora de Arthur puede encontrarnos allí.

    Pilar se colocó un auricular de teléfono y llamó a Inspector primero... Él nos dijo que acercáramos nuestros culos hasta él ahora mismo antes de que yo zozobrara hasta morir (esas fueron sus palabras según relatadas por Pilar). Luego ella llamó a alguien que presumiblemente era la amiga doctora de Arthur.

    —Hola, soy Pilar Velásquez... sí, con Arthur. Sí, todo va bien. Aunque necesitamos su ayuda,... ¿Recuerda a Cas Russell? - Hubo una pausa, y luejo Pilar bufó una risita. —Sí, ella. No, No la han disparado esta vez. Um. No debería reírme. No parece en peligro inmediato, pero creo que la han golpeado bastante. Cas, ¿qué es lo que te habían hecho?

    —Quince mil voltios, - dije yo. —Fue vigorizante. Electrificante incluso.

    La sonrisa desapareció de la cara de Pilar. —Oh, Dios mío, - dijo ella. —Dra. W... ah, ¿ya lo ha oído? De acuerdo. ¿Puede encontrarnos en 10942 Venado Street en Van Nuys? Sí. Estupendo. Gracias. - colgó y se mordió el labio.

    Luego dijo —Lo siento por reirme. ¿Te dolió mucho?

    —Sólo por todas partes, - dije yo.

    —Todos estábamos realmente preocupados por ti, ¿sabes? - dijo sin apartar los ojos de la carretera. —Realmente preocupados. Inspector estaba fuera de sí. Tienes personas que se preocupan de verdad por ti.

    Nunca había podido entender a Pilar del todo. —¿Por qué me estás contando esto? - le pregunté.

    —Porque no creo que lo sepas, - me respondió.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    La amiga doctora de Arthur era una afroamerciana sin tonterías con el trato al paciente de un ingeniero sabelotodo. Entró barriendo y empezó de inmediato a calentarme la oreja sobre lo de ser electrocutada. Yo intentaba decirle que no lo había hecho a propósito, pero ella me interrumpía.

    —Al menos esta vez te has librado de las balas, - me reprendió. —Por amor del cielo, esas cosas no son buenas para ti.

    —Ya, - dije yo. —Eso he oído.

    Ella me remendó y también me ayudó a extirpar el transmisor de los federales, (el que yo había recuperado del desierto y metido bajo la piel de mi muslo para asegurarme de que serían capaces de encontrarme, bueno, una vez que Arthur les hubo contado lo que había pasado y les había dirigido para buscar la señal). Luego la doctora me dio algunos sedantes, perdió una pelea conmigo sobre ir al hospital para hacerme una Tomografía Computerizada y nos dijo que nos aseguráramos de que Arthur le pegara un toque. Se lo prometimos.

    —¿De verdad estás bien? - preguntó Inspector, que había estado en suspense a un lado del salón mientras me trataba.

    —Sí, lo estaré , - le dije.

    Sentía la piel dormida en muchos lugares y, de vez en cuando, un músculo se agitaba sin que se lo dijera. Pero mi habilidad para evaluar mis propias heridas parecia haber vuelto y, que yo supiera, nada de aquello era algo que no se curara después de algunas dolorosas semanas. Pretendía pasar ebria tanto de ese tiempo como pudiera.

    «¿Despues de que consigas la prueba de Martínez?»

    Cerré los ojos y aparté esa idea. Ya no debería quererla, ¿o sí?

    Aquello era como una de esas fábulas antiguas, las que tenían una moraleja. Yo había perseguido la prueba más allá de la razón y me había conducido a la ruina. Debería sentirme noble por olvidarme de ella y predicar el poder de la amistad sobre los deseos egoístas. O algo así.

    No pude hacerlo.

    La había jodido, y mucho, pero abandonar voluntariamente la oportunidad de conocer la prueba de Martínez era una penitencia demasiado alta. Era pedir demasiado. Era como la expectativa de serrarme voluntariamente uno de mis propios miembros. Algo en mí estaba roto, y que permaneciera roto para siempre no era algo que podía tolerar. Sin embargo, la culpabilidad me decía que quizá la mereciera. Aún necesitaba la prueba, daba igual lo que Martínez o la NSA o el DSH tuviera que decir al respecto.

    Pero para salvar mi conciencia culpable, me prometí mí misma que la conseguiría sin ir demasiado lejos esta vez. Podía esperar mi tiempo. Ver cuál era el juego de los federales.

    Se tensó un músculo en mi pierna, luego en mi mano derecha.

    «Estúpidos músculos.»

    Dios, necesitaba dormir.

    Oía vagamente a Inspector y a Pilar charlando entre susurros, pero sentía la cabeza envuelta en capas de algodón.

    «Narcóticos sedantes. Claro.»

    Un picor en mi cerebro... algo más, algo que tenía que acordarme de hacer. Me arrastré a través de capas de ovillos de algodón.

    —Hey. Inspector.

    Él extendió el brazo y me tocó la mano. —Estoy aquí.

    —El tipo pirómano, D.J. No creo que estuviera allí. No creo que le hayan pillado.

    Él se detuvo durante largo tiempo. —Vale. Gracias.

    —¿Quieres hablar de ello?

    Me apretó la mano brevemente. —Tal vez en otra ocasión. Ahora ve a dormir.

    Vagué hasta el sofá de Inspector y, por una vez, no soñé.

    «Dios bendiga las buenas drogas.».

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Cuando desperté, Inspector y Pilar no estaban, pero Arthur estaba sentando en la habitación del frente trabajando en un ordenador portátil. Cuando hice un ruido y me incorporé para sentarme, él se acercó corriendo y sacó la botella de sedantes y un vaso de agua de la mesita.

    —Toma. ¿Cómo te sientes?

    Rechacé las píldoras moviendo la mano. No era que no las necesitara, (me dolía todo y sentía rígidos los músculos en los huesos como si fuese una versión cutre de Pinocchio), pero quería estar despierta.

    —He estado mejor, - dije yo. —Aunque supongo que también he estado peor. - apoyé la espalda en el sofá. Estar sentada era todo lo que podía conseguir por el momento. —¿Qué ha estado pasando? ¿Qué problema tenía Martínez? ¿Está bien ahora?

    Arthur se metió las manos en los bolsillos y se quedó mirando a un punto en el suelo durante un largo segundo.

    —Tiene un tumor cerebral, - dijo él.

    No pude procesar las palabras. —¿Qué?

    —Parece que lo tenía desde hace un tiempo, - añadió Arthur. —Ella tenía… los doctores dicen que sólo tiene un poquito más de tiempo ahora... días, quizá semanas. No es probable que despierte de nuevo.

    —No, - susurré.

    La palabra me ahogó.

    «No. No.»

    Arthur ladeó la cabeza hacia mí en franca sorpresa y yo bajé los ojos. No había estado preocupada por Martínez, en realidad no. Incluso después de todo. La culpabilidad se inflamó en mis tripas, deseaba ser mejor persona. O una que no tuviera conciencia en absoluto, porque navegar por la vida sería mucho más sencillo sin ella y así podría decir que se jodiera el mundo y despotricar la pérdida de la prueba que me salvaría, quejarme por la injusticia del hecho con viciosa rabia vociferante. Quería acurrucarme de desesperación y beber hasta el estupor, porque aquello era el fin... el fin de la esperanza, el fin de una gran baliza brillante de conocimiento que una sola mujer retenía de forma egoísta y que había decidido ocultar unilateralmente y eso no era justo y, cuando pensaba en Martínez, no era aflicción lo que emergía, sino una furia en blanco térmico como si ella hubiera entrado en mi cerebro y me hubiera dejado tullida ella misma. Porque a todo propósito práctico, lo había hecho.

    Y que me jodieran si yo iba a pasar luto por ella y que le jodieran a mi idea de los amigos.

    Si no fuera por… Arthur. Él era el único que siempre me había hecho querer ser mejor. Yo había pasado mucho tiempo desde que había empezado este trabajo edificando un fuego lento de resentimiento, queriendo alejarme de él y luego, cuando le había llamado, él había acudido sin hacer preguntas. Y aquí estaba ahora. Incluso después de todo lo que yo había hecho.

    Recordé mi loca resolución mientras me torturaban, la eufórica sensación de que la decisión era muy sencilla, la de ser una mejor persona. Una que confiara.

    A la fría y sobria luz del día, eso me parecía risible. Pero mi loco cerebro ebrio de dolor había probado que era cierto al final, ¿no? Yo había metido de nuevo el transmisor en mi interior y Arthur había movilizado cielo y tierra en forma de agencias del gobierno para encontrarme sin saber siquiera que Martínez también había sido secuestrada. Mi confianza podría haber sido estúpida, pero también había sido correcta.

    Él había venido a buscarme.

    «Joder.»

    La prueba que me habría completado había desaparecido y en su lugar quedaban todas aquellas ilógicas relaciones humanas que no tenían ningún sentido, y que yo tanto había intentado derrumbar antes de esto.

    —Lo siento, - le solté antes de que pudiera repensar las palabras. —Por todo. - no era lo que yo quería decir, pero mi mundo se estaba desintegrando, toda esperanza se plegaba hacia el vacío y quizá lo único que podía hacer era intentar salvar lo que quedaba.

    Si es que podía salvarse.

    Si es que no había tenido éxito al destruirlo por montar un lío al excavar en busca de algo que una mujer moribunda insistía en llevarse más allá de mi alcance.

    Arthur se tomó un minuto para responder, usando el tiempo para acercar una silla y sentarse junto a mí.

    —No te voy a mentir, - dijo él tranquilamente. —Estaba enfadado. Es una calle de dos sentidos, Russell, y tú saliste deliberadamente para trabajar contra nosotros. Cuando las cosas te fueron mal, podías haber hecho que hicieran mucho daño a Martínez. - se despejó la garganta. —Pero no lo hiciste. Y yo te perdono. Porque eso es lo que hacen los amigos. Además, creo que ya has recibido todo el escarmiento que necesitas. Simplemente… no lo hagas de nuevo.

    Me miré las manos. No estaba segura de poder garantizar eso. No porque no quisiera, sino porque sabía que la jodería de nuevo, en algún momento, algún día. Probablemente antes que lo que yo misma apostaba.

    —Lo intentaré, - le dije.

    La promesa sonó hueca.

    Él dejó salir un suspiro. —Es un comienzo. Nos llamaste.

    «Lo hice», pensé.

    —Es la primera vez, ¿sabes? La primera vez que has pedido ayuda.

    Quise protestar sobre que eso no era cierto, que habíamos trabajado juntos muchas veces antes en varios casos. Pero él tenía razón... siempre había sido por conveniencia. Porque ocurría que él estaba cerca en el momento y era competente echarle una mano. No porque yo necesitara ayuda.

    —Lástima que necesitara llegar hasta este extremo, - dijo Arthur. —Pero es un inicio. Aún podemos hacer una verdadera persona de ti.

    La tension aún no había desaparecido, pero la sombra de una sonrisa había reptado por su voz. No sabía qué decir a eso, pero algo dentro de mi pecho se relajó. No mucho, pero un poco.

    —Arreglé las cosas con los federales, por cierto, - continuó Arthur. —El crédito es de Sonya, para ser honesto. Ella mantuvo su temple y en sus trece y creo que aún quieren que ella coopere lo suficiente para ayudarles a suavizarlo todo, mientras no hagamos daño a ninguno de los buenos. Les dijo que tenían que dejarte ir, sin peros al respecto, y tu amiga la Agente Jones dio el visto bueno, dijo que ella lo haría desaparecer todo sobre ti.

    Halliday me había protegido. A pesar de ir tras su amiga. Me pregunté si lo sabía todo, si sabía lo que yo había hecho. Quizá estaba intentando perdonar como Arthur. Él tenía ese efecto en la gente. O quizá sólo me había defendido porque aún quería que fuese a trabajar con ella, ayudarla a dar avances en su valioso campo. Ella no sabía que eso era imposible. Ella no sabía que yo estaba… dañada.

    Para siempre, ahora.

    —Martínez, - dije yo en voz baja. —¿Hay alguna posibilidad de que salga de ello?

    Dudó. —No tienen esperanzas. - dio una respiración. —Russell, dicen que… que uno de los síntomas son alucinaciones. Cambios de personalidad. Dicen que podría haber estado pensando cosas que no eran reales. - lo dijo muy gentilmente.

    No estaba segura de si Inspector le había contado lo que podría haber significado para mí la prueba... ni si el mismo Inspector había sacado la conclusión correcta, para ser honestos. Pero si Arthur era bueno en algo, era en ser perpicaz. Y con buenas corazonadas.

    «Alucinaciones.»

    Estaba diciendo que la prueba que Martínez había escrito, la prueba, podría haber sido sólo un sinsentido. Ella podría haber quemado todos sus garabatos sin sentido en un ataque de locura y luego robado el trabajo legítimo de su amiga porque su enfermedad había imaginado monstruos.

    Aquello era demasiado fuerte. Ni siquiera sabía qué sentir. Nada fue real.

    —No crees que tuviera alguna vez la prueba, - murmuré.

    Las palabras sonaron robóticas. Mecánicas. No le estaba mirando, pero le sentí encogerse de hombros.

    —No lo sé. Probablemente nunca lo sabremos.

    La habitación se hizo de pronto demasiado pequeña. Me impulsé para levantarme. Mi equilibrio titubeó mientras me tambaleaba sobre mis pies, pero me estabilicé.

    —Russell, - dijo Arthur levantándose también.

    —¿Sí?

    —La Dra. Martínez. Si quieres visitarla, te han dado permiso.

    —¿Qué sentido tiene? - le pregunté.

    —¿Despedirte?

    —No la conocía tan bien.

    Y ella me había destruido. Me había dado esperanza y luego me la había arrebatado.

    —Depende de ti, - dijo Arthur después de un rato.

    Le dije que vale. Pero sólo lo dije porque se lo debía a él.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Martínez parecía positivamente diminuta en la cama del hospital, vieja y disecada y casi extraña, como una momia desenterrada y envuelta en sábanas blancas. Yo estaba con Arthur al lado de la cama. Halliday estaba sentanda en una silla junto a su cabeza, sujetando una de sus manos aletargadas. Me había olvidado preguntar a Arthur lo que se suponía que yo debía hacer. Me pareció incómodo preguntárselo en ese momento.

    —Hey, - le dije a Halliday.

    Ella asintió. No parecía enfadada conmigo. Sólo triste. Quizá Arthur no le había contado lo que yo había hecho. Bajé la vista hacia Martínez.

    Si había tenido la prueba, habría destruido la única copia y ahora tendría la temeridad de llevársela con su muerte.

    Si nunca la había tenido…

    La montaña rusa de emociones sobre la que había estado montada los últimos días ondeó a través de mí como un eco, luego se drenó dejándome vacía.

    Si nunca había tenido la prueba, había un dios en alguna parte allí arriba riéndose de nosotros.

Capítulo 37

    Rita Martínez moría trece días más tarde, sin haber despertado siquiera.

    Fui al funeral porque tuve la sensación de que Arthur esperaba que lo hiciera. Lo archivé en la categoría de intento de ser mejor persona.

    Habló la profesora Halliday. No presté atención a lo que dijo. Dejé que las palabras navegaran hasta mí y rebotaran en las paredes de la iglesia.

    Reconocí a algunos federales en el servicio y me pregunté embotada si estaban allí para asegurarse de que nadie entregaba nada importante. La siempre útil Agente Jones se acercó a mí después, fuera sobre el césped, bajo un bosquecillo de árboles decorativos.

    —Srta. Russell, - me dijo asintiendo hacia mí.

    Llevaba un vaso de papel de ponche en la mano. Había refrescos dentro, pero yo había pasado de ellos en favor de la petaca en mi bolsillo y el cóctel de narcóticos del que aún iba hasta arriba.

    —Agente Jones, - respondí. No sabía ni me importaba lo que quería. Me sentía desvinculada de todo. Insensible.

    —Sólo quería que supiera, um… - miró detrás de ella y se alisó la chaqueta. Era un comportamiento muy extraño. La miré tranquilamente. —Quiero que sepa que he trabajado con uno de los suyos antes y no tiene que preocuparse. Cualquier agujero que había en su historia o la de sus colegas, me encargué por nuestra parte de ello.

    Abrí la boca, pero levantó una mano para prevenir que hablara.

    —Sé que usted no puede hablar de ello y no pasa nada. Es que no quería que se preocupase. Empecé a encargarme de todo en cuanto lo noté. Comprendo lo difícil que puede ser cuando se trabaja sin recursos. - se enderezó y me dio un firme asentimiento, casi como si quisiera saludarme militarmente.

    Yo me sentí vagamente ridícula.

    —Si necesita algo más, sólo hágamelo saber.

    —Claro, - le dije. —Gracias.

    Ella se quedó como si estuviese a punto de decir algo más, luego asintió de nuevo y giró sobre sus talones para alegarse andando.

    Bueno, eso había sido extraño.

    La profesora Halliday la reemplazó algunos minutos más tarde, acercándose paseando como si no hubiera escogido venirme a buscar. Extendió un brazo y pasó una mano por la corteza de uno de los árboles decorativos, como si se hubiese acercado expresamente a hacer eso en vez de hablar conmigo.

    Una persona normal probablemente habría comentado algo sobre el servicio, o elogiado su discurso. Parecía demasiado esfuerzo para mí.

    —Arthur me lo ha contado, - me dijo Halliday después de un minuto.

    —Oh. - no sabía lo que esperaba que yo dijese a eso.

    Si estaba enfadada conmigo, no había mucho que yo pudiera hacer para disuadirla. Ni siquiera tenía muy claro que fuese correcto disuadirla. Sus ojos brillaban con lágrimas no vertidas.

    —No fue ideal, pero... al menos murió aquí, con sus amigos, en vez de sola y a la fuga. Creo que yo estaba equivocada al decir que no debimos encontrarla.

    «Menudo sentimiento asombrosamente ilógico.»

    —Profesora, es consciente de que fui yo la responsable de que la drogaran y la secuestraran y amenazaran con torturarla, ¿cierto?

    Su expresión cambió. —Tú no pretendías que sucediera nada de eso.

    No podía creerlo. Su actitud era similar a decirle a un conductor ebrio que no era responsable que embestir un autobús lleno de escolares. Ciertas cosas tenían consecuencias predecibles, aunque no las pretendieras. Pero yo estaba demasiado cansada para discutir con ella sobre por qué debería odiarme.

    —Hay algo… - ella contemplaba intencionadamente el árbol.—Me gustaría revisar algo contigo, si no te importa. ¿Podemos encontrarnos mañana?

    No tenía ninguna buena razón para negarle eso, y decir que sí parecía la cosa amable que haría una mejor persona, así que que lo hice.

    Nos encontramos en una cafetería cerca de la universidad. Ella ya había reescrito su prueba de nuevo para la NSA y, con Lancero en custodia, el DSH había dado por concluído su servicio de escolta de seguridad. Sólo estábamos nosotras dos. Halliday pidió un té primero y pasó un largo tiempo removiéndolo.

    —Xiaohu confesó ser culpable de espionaje. Sentencia de dos años de suspensión. Está en su casa con su esposa e hijos.

    —Oh, - le dije. —Bien. ¿Cómo te va?

    Ella hizo un movimiento evasivo. Yo recordé las palabras de la Agente Jones en el funeral, sus garantías de ella iba a "encargarse de las cosas" de mi parte. Me dejaba incómoda, como lo mucho que yo ignoraba sobre lo que estaba pasando.

    —¿Tú crees… - Halliday dejó su taza, se enderezó y cruzó las manos sobre la mesa. —¿Crees que ella tenía la prueba?

    —¿Quién sabe?

    «Por amor de Dios, mejor que no sea esto de lo que quería hablar al invitarme a venir aquí.»

    —¿Lo crees tú?

    —No lo sé. Mi intuición siempre había sido que no son iguales, o tal vez que la pregunta es formalmente independiente. Nosotros en el campo tendemos a predecir... bueno, yo siempre había considerado casi cierta la no igualdad, aunque habría jugado con la idea de improbabilidad. Considerando que la posibilidad de igualdad es… - levantó una mano y luego la dejó caer en su regazo. —Sobresalta la mente.

    —Tanto si tenía la prueba como si no, - le dije. —no importa lo que sientas al respecto.

    —Lo sé. - ella hizo una pausa. —Lo gracioso sobre decir tal cosa es... toda su charla de racionalidad, Rita no quería la verdad en este caso. Quería un resultado particular con más fuerza que cualquier otro. Era una de las únicas personas que conocía que sentía que la igualdad era probable, y no digamos querer que fuese cierto con tanto fervor... ella fantaseaba con la idea y soñaba con ser quien encontrara la respuesta. Descubrir que no eran iguales o independentes cambiaría muy poco, descubrir que eran iguales rompería las matemáticas en pedazos y pienso que una parte de ella quería eso. La sensación. Ser un Gödel o un Zermelo.

    —¿Porque ella no obtenía sensación de ninguna prueba respecto a P versus NP? - le dije sarcásticamente.

    Halliday dio una carcajada. —Cierto. Nunca podía trabajar con moderación. Una persona de extremos, así era Rita. O sentía que la realidad era muy diferente, o…

    Algo en mi interior se plegó sobre sí mismo, se retorció y tensó.

    —No crees que ella lo resolvió, no de verdad. Crees que era su tumor el que hablaba.

    Halliday dudó. Luego, en vez de responder, echó mano a su bolso, sacó un montón de papeles y me los entregó.

    —¿Qué es esto?

    —Demostraciones EDP. Varias.

    Cogí el paquete de páginas y empecé a ojear la primera. Ecuaciones Diferenciales Parciales, como había dicho Halliday.

    —¿Qué tiene esto que ver con todo lo demás?

    —Estaban en una caja fuerte a nombre de Rita. Ella me dejó a mí la mayoría de sus cosas. He ido a buscarlas todas, pero sólo encontré esto ayer.

    —¿Son las cosas que ella no había publicado todavía? - no entendía por qué Halliday sentía tal necesidad de mostrarme aquello.

    —Las EDP no eran su campo. Ni el mío. ¿Son correctas?

    Giré la página, seguí leyendo por encima. —Sí. Que yo sepa.

    Ella asintió. —Eso pensaba. Pero no son su estilo, ¿verdad? Son…sinuosas. El trabajo de Rita siempre era directo. Denso.

    Alcé la vista. —Profesora, deje de andarse por las ramas. ¿Qué intentas decir?

    Sus manos estaban tensas en el borde de la mesa, su ceño fruncido. —Si de verdad encontró una prueba constructiva demostrando que P es igual a NP… es lo que ella temía por las matemáticas. Una de las consecuencias sería la habilidad de probar rápidamente lo que alguien podría verificar rápidamente, y así grandes franjas de las matemáticas como campo creativo quedarían obsoletas."

    El corazón empezó a latirme más rápido. —¿Estás sugiriendo que escribió un demostrador automático de teoremas.

    Lo cual sólo habría sido posible si su prueba hubiera sido correcta.

    La boca de Halliday se movió hacia arriba en la más leve de las sonrisas. —Ella nunca hacía ecuaciones diferenciales. Creo que esto le habría divertido, robado algo de protagonismo.

    La Dra. Martínez había luchado sobre si compartir su conocimiento con el mundo. Tenía sentido que al menos lo hubiera usado para ampliar otro conocimiento, aunque hubiera destruido los métodos que había usado para hacerlo

    Destruído.

    Y la propia Martínez estaba muerta. Si hubiera tenido la prueba alguna vez, había desaparecido con ella, un estado funcionalmente equivalente a aquel en el que ella nunca la había descubierto en absoluto.

    Aunque el resultado fuese verdadero, yo ni siquiera podía replicarlo y, sin él, estaba bloqueada.

    Para siempre.

    Atrapada en un lugar desnudo de intuición matématica. Una "idiot savant" que carecía de la única pericia que importaba.

    Halliday se levantó. —Voy a enviar las pruebas EDP por algunas universidades. Quizá las robó también y alguien quiera reclamar el crédito. O quizá ella sólo quería demostrar algo, aprender sobre el campo ella misma.

    Demostrar algo. Sonaba tan simple para algo tan totalmente fuera de mi alcance.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Fui a ver a Inspector pocos días después del funeral de Martínez. Yo había pasado dormida con buenas píldoras la mayor parte de las dos últimas semanas, hasta que se me acabó la prescripción de drogas del mercado negro que la Dra. Washington me había dado. Aún me temblaban las manos de vez en cuando, pero cada día menos. No había tenido ocasión de hablar con Inspector todavía. O quizá le había estado evitando. Le había visto en el funeral. Estuvo allí aunque ni siquiera había conocido a Rita Martínez... él y Pilar habían estado allí con Arthur, vestidos de negro y con aspecto convenientemente sombrío. Yo había hecho un chiste diciendo que no sabía que él tuviera un traje y él me había respondido con otro diciendo que no sabía que yo tuviera jabón.

    «Touché.»

    Le encontré en la Guarida, como siempre, y cerré la puerta para apoyar la espalda en ella con las manos metidas en los bolsillos de la chaqueta. Me había disculpado con Arthur, pero no con Inspector. Él se había enfadado conmigo también, pero por razones totalmente diferentes.

    Razones que eran mucho más complicadas. Razones que no desaparecían con una disculpa por mucho que Inspector compartiese la extraña y asombrosa profundidad de perdón de Arthur. Razones por las que yo, cuando pensaba en ellas, no creía que debiera disculparme en absoluto.

    No sabía por dónde empezar.

    —Vinisteis a buscarme, - le dije finalmente.

    Inspector sonreía ligeramente. —Pues claro que fuimos.

    —Gracias.

    Se apartó hacia atrás empujando su escritorio para encararme, como si estuviera actuando tan extraña que, si no me manejaba con cuidado, yo pudiera explotar.

    —Siempre lo haremos, ¿sabes?

    No podía recordar haber tenido amigos antes de Arthur e Inspector. Me pregunté si los había tenido. No tenía precedente que me guiara, no tenía confianza en mi capacidad para navegar por una relación que implicaba preocuparse por alguien.

    —Tenías razón, - le dije abiertamente. —Sobre mi memoria.

    —Lo sé. - la sonrisa desapareció y su voz se había vuelto cautelosa, neutral.

    —Lo estoy reconociendo sólo por esta vez, porque deberías saber que he tomado una decisión. - hablé muy tranquilamente. —No voy a investigarlo. Y te estoy pidiendo que no lo investigues tú tampoco.

    —¿Por qué? - me preguntó después de un suspiro.

    —No necesito una razón, - le dije. —Es mi memoria. Mi vida. Yo... te los estoy pidiendo. - me mojé los labios. —Deja eso en paz. Por favor.

    No podía leer la expresión de Inspector. Se tomó su tiempo para responder y, cuando lo hizo, sus palabras eran tranquilas y lentas, como si las colocara con cuidado, una después de la otra.

    —He escuchado lo que estás diciendo. Te escucho. Pero yo... no puedo. - su voz se agrietó. —Porque... lo que sea que te está pasando podría influenciarte a decir eso. Lo hemos visto antes e incluso la posibilidad... tenemos que averiguar por qué te ocurrió esto. Podrías estar en peligro. Podrías tener otros enemigos ahí fuera. No voy a quedarme sentado y dejar que ignores esto, aunque ... aunque me lo pidas. No puedo.

    Mantuvo mi mirada, suplicante, casi angustiada. Me quedé apoyada contra la puerta durante largo tiempo. No sabía qué hacer.

    —¿Vas a hacerlo incluso sin mi permiso, entonces? - le dije.

    —Cas, no hagas que yo...

    —No te estoy haciendo, - le dije tranquilamente.

    —¿Podemos hablar sobre esto? ¿Por favor?

    —No. - yo estaba segura.

    Sabía lo que quería. Lo que necesitaba. Lo que mi ya dañado cerebro roto necesitaba.

    Mantenerlo todo lejos y encerrado con llave.

    Le dije a Inspector, —Dime, ahora mismo, que vas a olvidarte de esto..

    Él cerró los ojos con fuerza durante un buen tiempo. —No puedo.

    Me sentí entumecida. Me giré y puse una mano en el pomo de la puerta.

    —Si estás en problemas, acudiré , - le dije sin mirar atrás hacia él. —De lo contrario, llámame sólo si cambias de idea.

    Abrí la puerta y salí de la Guarida sin mirar atrás. Inspector me llamó desde la puerta, implorante, frenético, pero no le hice ningún caso. Sus súplicas resonaron en mi cabeza haata que caí dormida esa noche y soñé con monstruos medio reales que me ahogaban en falsas memorias y realidades distorsionadas.

    Cuando desperté, sólo unas pocas horas más tarde, fui a tambalearme a través de oscuras calles en busca de los remedios químicos más fuertes que el dinero y los callejones de atrás podían ofrecer.

FIN

Notas y Agradecimientos

    Gracias por Leerme.

    Si te interesa algunas notas emocionantes sobre las matemáticas usadas por Cas en la última aventura, ¡da la vuelta a la página.!

    Sobre todo, muchísimas gracias por unirte a mí en Root of Unity. Ahora pasa la página para ver esas emocionantes notas, una lista de mis otras ficciones y un montón entero más de gracias que tienen que decirse…

Después: Una Nota sobre las Mates de este Libro

    Si P=NP, entonces el mundo sería un lugar profundamente diferente de lo que asumimos que es normalmente. No habría valor especial en los "saltos creativos", ni ningún hueco fundamental entre resolver un problema y reconocer la solución una vez que es conocida. Todo aquel que pudiera apreciar una sinfonía, podría ser Mozart. Todo aquel que pudiera seguir un argumento paso a paso, podría ser Gauss. Todo aquel que pudiera reconocer una buena estrategia de inversión, sería Warren Buffett. (Scott Aaronson, "Razones para Creer")

    Aún cuando yo sabía que este libro se centraría en criptografía y teoría de la complejidad, no estaba segura de si iba a usar P vs. NP para él hasta que leí un documento del Profesor Scott Aaronson. Después de todo, P vs. NP ya se ha presentado en los medios de ficción suficientes veces como para que empezara a parecer un cliché, y aunque el problema me fascina, (como lo hacen muchos otros), pensé que podría elegir algo un poco menos manido.

    Pero como indica el Profesor Aaronson en el documento, "Los Problemas NP-completo y la Realidad Física", la mayoría de las personas que hablan sobre la idea de P igual a NP sólo se centran en los resultados más leves de ello. Y aunque en la ficción es mucho más probable que P sea igual a NP que lo opuesto, (después de todo, como decía Halliday cerca del final de este libro, la no igualidad cambiaría muy poco, así que resulta una ficción menos interesante en cierto modo) el problema ya ha sido imaginado de un modo que explora todas las posibles consecuencias de la igualdad:

    Incluso muchos informáticos no parecen apreciar lo diferente que sería el mundo si pudiésemos resolver problemas NP-completo eficientemente. ¡He oído decir, con cara muy seria, que un prueba de P = NP sería importante porque permitiría a las aerolíneas programar mejor sus vuelos, o que las compañías de transporte meterían más cajas en los camiones! Una persona que lo entendió era Gödel. En su célebre carta de 1956 a von Neumann (ver [69]), en la cual comentó por primera vez la cuestión P versus NP, Gödel dice que un procedimiento de tiempo lineal o cuadrático para lo que ahora llamamos problemasNP-completo tendría "consecuencias de la más importante magnitud." Pues tan procedimiento "claramente indicaría que, a pesar de la irresolubilidad de un Entscheidungsproblem, el esfuerzo mental del matemático en el caso de la cuestión sí o no sería completamente reemplazado por máquinas."

    Pero indicaría incluso más. Si existiese tal procedimiemto, entonces podríamos encontrar rápidamente el circuito booleano más corto para el resultado (por decir algunos) de una tabla histórica de datos bursátilies o el genoma humano o las obras completas de Shakespeare. Parece totalmente concebible que, al analizar estos circuitos, podamos hacer una fortuna fácilmente en Wall Street, o rastrear la evolución hacia el pasado, o incluso generar la obra 38° de Shakespeare. En términos generales, lo que podemos condensar, se puede entender y que lo que podemos entender, se puede predecir.

    De hecho, en un libro reciente [12], Eric Baum discute que lo que llamamos "deducción’" o "inteligencia", simplemente significa encontrar representaciones sucintas para nuestros datos sensorales. Bajo esta perspectiva, la mente humana es ampliamente un paquete de tamices y heurística para estos problemas de representación sucinta, remendados juntos mediante un millar de millones de años de evolución. De modo que si podemos resolver el caso general (si saber algo fuese equivalente a conocer la descripción eficiente más corta para ello) entonces seríamos casi como dioses.

    Leí esto y envié un correo electrónico inmediatamente a mis compañeros de crítica.

    "‘¡Dioses, Elaine!", grité por email "¡DIOSES!"

    No estoy segura de si hice justicia al problema, pero ciertamente disfruté escribiendo sobre él, así que no me arrepiento.

    Debería indicar que la referencia sobre que la Dra. Martinez compusiera matemáticamente un Mozart es un homenaje directo por cuánto me inspiró Aaronson (leí todos sus escritos sobre P vs. NP después de encontrar aquel documento, incluyendo el post que contenía la cita al comienzo de este Después). Podría haber escogido cualquier campo artístico al que Martinez afirmara tener acceso, pero la comparación del Mozart del Profesor Aaronson era la metáfora más emocionante que me he encontrado jamás respecto al problema P vs. NP problema.

    ¡Emocionante y terrorífica!

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    También debo dar tremendas gracias a Aaron Koch, Nidhal Bouaynaya, Roman Shterenberg, y Radu F. Babiceanu por escribir un documento llamado, "Un Algoritmo de Encriptación Basado en las Raíces Primitivas de la Unidad" (IPCSIT vol. 31, 2012), en el cual proponen una forma alternativa de encriptación RSA que usa raíces de la unidad. En otras palabras, un método muy similar a la teoría atribuída a Sonya Halliday en este libro.

    Ya había escrito un poco sobre el trabajo de encriptación de Halliday usando raíces de la unidad... todo aleatoriamente y mayormente para poder usar mi título super chulo para un libro que es más sobre "unidad" en el sentido de la amistad que en el matemático. Luego, un día, estaba danzando por ahí leyendo documentos sobre mates cuando me topé con la obra de Koch, Bouaynaya, Shterenberg, y Babiceanu.

    Y casi me muero.

    Aquí tenía algo que yo había pensado que era jerigonza técnica para un algoritmo completamente ficticio... ¡y resultó que era parte de una demostración real!

    Estaba tan excitada por esto que retoqué el diálogo entre Cas y Halliday para que sonara más de acuerdo con los detallles de las matemáticas de verdad.

    Estoy en deuda con Koch, Bouaynaya, Shterenberg, y Babiceanu por su investigación y espero que no les importe que haya atribuído su demostración (o una prueba similar en el universo alternativo del Ático de Russell) a un personaje totalmente ficticio.

    Si alguien quiere leer su prueba, está online en http://www.ipcsit.com/vol31/011-ICIII2012-C0029.pdf.

Ficción por SL Huang

    La Serie Ático de Russel

    Novelas

    • Zero Sum Game (Juego de Suma Cero)

    • Half Life (Vida Media)

    • Root of Unity (Raíz de la Unidad)

    • Plastic Smile (Sonrisa de Plástico)

    • Golden Mean – estreno en 2017

    Historias Cortas

    • Rio Adopts a Puppy

    • Ladies’ Day Out

    Otras Obras

    • Hunting Monsters [Book Smugglers Publishing]

    • Fighting Demons [Book Smugglers Publishing]

Agradecimientos

    Una vez más, mi hermana sigue siendo mi mayor apoyo y la mayor fan de Cas Russell. La cantidad de tiempo que ella ha vertido en animarme con estos libros es demasiado importante para mí para que pueda retribuírla alguna vez.. el destino tiene que dejar un poni con alas de arcoiris en la puerta de su casa sólo para empezar a equilibrar las cuentas.

    También debo una increíble deuda a mis lectores beta, Bu Zhidao, Elaine Aliment, Kevan O’Meara, Layla Lawlor, y Jesse Sutanto. No tengo ni idea de qué les posee para presentar voluntarianente su tiempo en hacer mis libros eones y eones mejores, pero lo hacen. Soy la escritora viva con más suerte del mundo al tenerlos.

    La portada de Root of Unity (NdT: no la portada de Raíz de la Unidad, obviamente) es mi favorita hasta ahora de la serie y eso es gracias, una vez más, a mi brillante y asombrosa diseñadora de portada, Najla Qamber. Mi editora de libros sigue siendo la maravillosa Anna Genoese, que pule mis párrafos hasta un cegador brillo una y otra vez. Estas excelentes damas merecen todo el crédito del mundo por sus talentos.

    Por tercera vez, David Wilson se tomó un valioso tiempo de su muy ocupada vida para comprobar los diálogos y responder mis bobas preguntas linguísticas. Es una persona maravillosa con un asombroso intelecto y el mundo relamente necesita más "Davides" en él. No hace falta decir que todo lo que me salió bien es gracias a él y que cualquier error es sólo mío.

    Mis queridos amigos Vimal Bhalodia y Nancy McCrumb me ayudaron con la comprobación de hecho y revisaron varios pasajes para la plausibilidad en sus áreas de especialidad. Me asombro constantemente por la cantidad de amigos asombrosamente preparados y eruditos que tengo (y de lo generosos que son con su experiencia).

    ¡Gracias, gracias, gracias!

    Y una vez más, no podría avanzar como autora sin el ánimo, ayuda y amor de varias comunidades de escritura de las que formo parte. Gracias a mis amigos en Absolute Write, por Twitter y por cualquier otro lugar online... gracias a mis fans, Ni siquiera puedo creer que ahora tenga fans. ¡Sois increíbles! Muchísimas gracias a todos vosotros por leer, por recomendar y por reseñar y "retuitear"... esta serie no ganaría tantos lectores sin vosotros. Y muchas miríadas de gracias en particular a los de Barnyard, por lidiar con todo mi perfeccionismo obsesivo y mis "fricadas" sobredramáticas sobre edición. No sé cómo me toleráis, pero os estoy muy agradecida por todos los abrazos, los consejos... por dejar que me apoyara en vosotros, por resaltarne los inevitables puntos flojos y compartir las alturas conmigo.

    Finalmente, a todos mis amigos y familia que está constantemente en mi esquina del ring: sois lo mejor. Asumis mi éxito antes de que tenga opción de dudar siquiera y eso es absolutamente radical. Espero que sea la mitad de estupenda con vosotros como todos vosotros lo sois conmigo.