Créditos

    Titulo: Sonrisa de plástico

    Copyright © 2019 - 2024 SL Huang (CC-BY-NC-SA, algunos derechos reservados)

    Versión gratuita. Prohibida su venta.

_______________

    Traducción: Artifacs, 2019.

    Reedición y portada: Artifacs, junio 2024.

    Imágenes de portada tomadas de Max Pixel bajo licencia CC0.

    Ebook publicado en Artifacs Libros en junio 2024

_____oOo_____

    Titulo original: Plastic Smile

    Copyright © 2017 SL Huang (CC-BY-NC-SA, algunos derechos reservados)

_______________

Licencia Creative Commons

    Sonrisa de plástico se publica bajo Licencia CC-BY-NC-SA 4.0 https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/legalcode.es

    Si quieres hacer una obra derivada, por favor, incluye el texto de la sección de Créditos de este eBook.

Licencia CC-BY-NC-SA

    

    Esto es un resumen inteligible para humanos (y no un sustituto) de la licencia, disponible en castellano.

    Advertencia:

Usted es libre de:

    • Compartir: copiar y redistribuir el material en cualquier medio o formato.

    • Adaptar: remezclar, transformar y crear a partir del material.

    • El licenciador no puede revocar estas libertades mientras cumpla con los términos de la licencia.

Bajo las condiciones siguientes:

    • Reconocimiento: Debe reconocer adecuadamente la autoría, proporcionar un enlace a la licencia e indicar si se han realizado cambios. Puede hacerlo de cualquier manera razonable, pero no de una manera que sugiera que tiene el apoyo del licenciador o lo recibe por el uso que hace.

    • No Comercial: No puede utilizar el material para una finalidad comercial.

    • Compartir Igual: Si remezcla, transforma o crea a partir del material, deberá difundir sus contribuciones bajo la misma licencia que el original.

    • No hay restricciones adicionales: No puede aplicar términos legales o medidas tecnológicas que legalmente restrinjan realizar aquello que la licencia permite.

Sobre la autora

    SL Huang es una autora ganadora del premio Hugo y superventas en Amazon que justifica un título del MIT usándolo para escribir una excéntrica ficción matemática de superhéroes.

    Huang es la autora de las novelas de Cas Russell de Tor Books, que incluyen Zero Sum Game, Null Set y Critical Point, así como las nuevas fantasías Burning Roses y The Water Outlaws. En ficción corta, las historias de Huang han aparecido en Analog, FSF, Nature y otras, incluidas numerosas antologías de lo mejor.

    Huang también es especialista en acrobacias de Hollywood y una experta en armas de fuego, con créditos que incluyen Battlestar Galactica y Top Shot. Conecta con SL Huang en línea en www.slhuang.com o en Twitter como @sl_huang.

Sobre la serie

    Originalmente, la serie de Cas Russell (antiguamente la serie del Ático de Russell, aunque a nadie le gustan mis juegos de palabras matematemáticos, excepto a mí) consistía en estos libros, con otros más en camino:

    • Libro 1: Juego de Suma Cero (Zero Sum Game).

    • Libro 2: Vida Media (Half Life).

    • Libro 3: Raíz de la Unidad (Root of Unity).

    • Libro 4: Sonrisa de Plástico (Plastic Smile).

    • Libro 5 (nunca autopublicado, en realidad): Medida Áurea (Gold Mean).

    • Relato: Rio Adopts a Puppy.

    • Relato: Ladies’ Day Out.

    ¡Y entonces Tor la recogió para su republicación! ¡Yuju! Por tanto, lo que está disponible y en camino ahora mismo es:

    • Libro 1: Zero Sum Game.

    • Libro 2: Null Set (reescritura de lo que fue originalmente Sonrisa de Plástico, el libro 4 de la serie autopublicada).

    • Libro 3: Critical Point (Totalmente NUEVO, el que habría sido el libro 5: Medida Áurea).

    Si no has leído ninguna de las versiones autopublicadas, pues lee las ediciones de Tor según salgan y punto.

    Si has leído algunas de las versiones autopublicadas, notarás que la serie no sólo se ha editado, sino que se ha reordenado; con el libro 4 publicado como el libro 2 y el que escribí como libro 5 como libro 3 (los antiguos libros 2 y 3 saldrán más adelante). Resumiendo, esto es lo que deberías leer a continuación si no quieres releer algo:

    • Si sólo has leído Juego de Suma Cero, lee Null Set después.

    • Si has leído Juego de Suma Cero y Vida Media, lee Null Set después.

    • Si has leído Juego de Suma Cero, Vida Media y Raíz de la Unidad, lee Null Set después.

    • Si has leído todas las novelas de la serie autopublicada: Juego de Suma Cero, Vida Media, Raíz de la Unidad y Sonrisa de Plástico, lee Critical Point después.

    Por supuesto, puedes leer las nuevas ediciones como han salido aunque hayas leído las versiones autopublicadas. Hay un montón de edición y, personalmente, creo que las nuevas molan significativamente más ahora, pero para los lectores que no quieran releerlas, me he esforzado por asegurarme de que no te pierdas si pasas de las antiguas a las nuevas.

    Fuente: www.slhuang.com (explicación de la serie de Cas Russell).

SONRISA DE PLÁSTICO

SL Huang

Ático de Russell 4

Capítulo 1

    Mi nombre es Cas Russell. Seis meses atrás descubrí que no lo es.

    Seis mese atrás descubrí que todos los demás tienen recuerdos.

    Recuerdos de haber sido pequeña, de crecer, de una vida anterior a convertirme en una especialista en recuperaciones sobrenaturalmente matemática que pasa de un trabajo a otro bebiendo alcohol.

    Sí. Esa era yo. Cas Russell.

    Ahora mismo, sin embargo, yo estaba sufriendo de una desafortunada carencia de embriaguez. Ahora mismo tenía a una musculosa mujer extremadamente atada y excepcionalmente sucia debatíéndose en el suelo frente a mí, lanzando funestas miradas por encima de la cinta de embalar que tenía aplastada contra su boca. Sus muñecas y tobillos también estaban atados con cinta. Ella era mi mejor pista para averiguar dónde estaban un puñado de niños asustados y yo iba a hacer que ella me lo dijera.

    Pero tenía que hacerlo sin torturarla. La tortura cabrearía al alto hombre negro que había decidido convertirse en mi conciencia y que actualmente estaba ganduleando, apoyado en una pared de la habitación y complicando este trabajo con su brújula moral.

    Yo le había estado dando una oportunidad últimamente a eso de intentar ser una mejor persona. Y eso dificultaba las cosas.

    —He tenido unos cuantos meses muy malos —le dije a la mujer en el suelo—. En serio. Una mierda. Por favor, créeme cuando te digo que necesito desquitarme con alguien.

    Moví hacia abajo el arma en mi mano en un movimiento casual y disparé al suelo justo al lado de su cabeza, tan cerca que la bala le rozó la mejilla. Le apareció una línea roja en el rostro y ella se congeló, le sobresalían los ojos de la cara mugrienta.

    Vi a mi conciencia agitarse en la esquina de mi ojo. A Arthur no le gustaba que yo fuera descuidada con las armas, aunque sabía que yo podía ver las matemáticas con perfecta precisión, que podía predecir exactamente donde impactaba, probabilidad uno.

    Nuestra cautiva, sin embargo, no lo sabía.

    —Ey, menuda suerte —dije—. La próxima vez mi puntería podría no ser tan buena.

    Ella permaneció muy quieta. Avancé unos pasos, me agaché y tiré de la cinta en su boca.

    —Eres una de los matones de Pourdry —dije—. No malgastes tu aliento tratando de negarlo. ¿Dónde se han llevado a los niños?

    —¡No lo sé! —gritó ella.

    Disparé de nuevo, esta vez rozando su muslo. Dejé que la bala se llevara un poquito más de carne con ella, y la mujer aulló.

    —Russell —dijo Arthur.

    Lo ignoré y apunté el arma a la cara de nuestra prisionera. Pourdry era la escoria de la tierra, pero en cierto modo inspiraba devota lealtad entre sus filas, por eso tenía que conseguir que esta mujer tuviera más pánico de mí que lealtad hacia él. Mantuve el cañon justo entre sus ojos y apreté mi dedo índice contra el gatillo con sólo un poco menos de la fuerza necesaria para el martillazo.

    —No me gusta que le pasen cosas malas a los niños —dije en voz baja—. Dime dónde están. Ahora mismo.

    —Russell —dijo Arthur de nuevo, con más urgencia.

    Mi visión se nubló durante un momento, el perfil de la mujer se hizo confuso. Intenté alejarlo parpadeando, pero algo surgió en mi interior y me transportó en una burbuja a otro lugar, a otro tiempo, a otro secuestrador. El rostro de la mujer se convirtió durante un momento en el de un hombre, luego regresó de golpe a la mujer original.

    Noté la mano del arma resbaladiza por el sudor.

    —¡Dime dónde están! —Las palabras salieron revelando más pánico y más peligro que las de un momento antes—. Si no me dices dónde están ahora mismo, te reventaré la jodida cara. ¡Lo digo literalmente! ¡Te arrancaré a disparos trozos de la nariz y mejillas hasta que tu cabeza parezca que ha pasado por una astilladora de madera y luego te...

    —¡Cas! —Arthur había cruzado la sala hasta mí. Colocó una cauta mano en el brazo del arma y lo apartó del objetivo—. Date un respiro, Cas.

    Mi campo visual se enfocó de nuevo.

    —¿Estás bien? —murmuró Arthur.

    La habitación parecía demasiado cerrada y demasiado cavernosa al mismo tiempo.

    —Yo…

    Había estado en otra parte durante un momento, algún lugar que era no allí, un lugar en una sauna con un hombre diferente junto a mí y había estado apuntando un arma a otra persona y había dicho: Dime dónde están los niños...

    ¿Un sueño? ¿O un recuerdo?

    Dejé que subiera el gatillo y apreté la empuñadura del Colt con la mano para evitar que temblara. Estaba trabajando ahora. No podía distraerme trabajando. Yo no me distraía trabajando.

    Me giré hacia la mujer. Su cara se había vuelto gris y pálida. Restos de sudor se mezclaban con el reguero de sangre del arañazo que yo le había hecho y el miedo inundaba sus ojos.

    Miedo no. Terror. —Tú eres Cassandra Russell —me susurró.

    —Sí —dije—. Experta en recuperaciones. He oído que tengo una reputación bastante buena, muchas gracias —Tragué. Me noté tranquila de nuevo—. Ahora dinos dónde están los niños.

    Ella empezó a temblar. —Yo... lo siento —tartamudeó—. Sé lo que le hiciste al Zorro... por favor...

    —¿Qué?

    —El puerto —jadeó ella, sus ojos rodaban en su cabeza como un caballo asustado—. Están cerca del puerto. Todavía están allí, te lo juro. Te... te daré la dirección, pero, por favor no...

    —Ah, bien —dije conquistada—. De acuerdo. Y, uh, nosotros sólo vamos a entregarte a la policía... siempre que tu consejo sea sólido —enmendé apresuradamente.

    Su pánico remitió un poco. —Vale vale, gracias.

    La gente no solía darme las gracias por enviarla a prisión. —Claro —dije, aunque, para ser justos, entregarle el caso a la policía había sido decisión de Arthur, no mía—. Tomaré esa dirección ahora.

    La dijo rápidamente con un voz temblorosa. Arthur sacó un móvil quemado y se movió al otro lado de la habitación. Yo guardé el arma de vuelta al cinturón. —Te dejaremos para que la LAPD te recoja —dije—. No recomiendo que busques a Pourdry. Voy a encontrarle después de que hayamos terminado aquí y cuando lo haga no querrás trabajar para lo que quede de él.

    La mujer movió la barbilla en un frenético asentimiento, la jactanciosa devoción de la matona de Pourdry se evaporó como si nunca hubiese existido.

    Aún me estaba mirando con ojos enervantemente abiertos, todavía considerando que la había disparado.

    Me aparté de su mirada, incómoda, y me uní a Arthur al otro lado de la habitación. Él acababa de colgar.

    —¿Hecho? —le pregunté.

    —Hecho —Abrió la tapa del teléfono, sacó la batería y se metió los pedazos en un bolsillo de su chaqueta de cuero—. Vámonos antes de que lleguen para recoger a nuestra amiga.

    —¿Sabes?, podías haberle dado a la policía la localización de los niños y luego llamar de nuevo desde la carretera una vez que hubiéramos salido de aquí.

    —Pensé que sería mejor para nosotros que nos fuéramos ahora de todos modos. Vamos, te invito a una copa.

    Rodé los ojos hacia arrriba. Arthur estaba haciendo su rutina de padre preocupado de nuevo. Me recordé por milésima vez que estaba intentando esforzarme en serio por ser mejor persona estos días, gran parte de ello consistía en no pasar de Arthur.

    —De acuerdo —crucé hacia la puerta, tratando de ignorar la aterrorizada mirada de nuestra cautiva, luego me giré de nuevo hacia ella—. No nos has visto, ¿entendido? Nadie coincide con nuestra descripción. Y piensa bien para quién haces de matona después de esto, o la próxima vez no seré tan simpática.

    Ella asintió de nuevo. —Sí, gracias gracias, lo siento...

    Vale, aquello era totalmente inusual.

    Arthur me miró interrogativamente. Yo me encogí de hombros y lideré el camino hacia la puerta.

    La noche estaba lo bastante avanzada incluso para que el preternaturalmente frustrante tráfico de Los Angeles hubiera muerto. Arthur aceleró por la autovía hacia el Valle. En vez de conducir para dejarme en mi escondite actual en Santa Clarita, callejeó hasta parar delante de la tenue luz de un bar. Aún estaba abierto a pesar de tener sólo un cliente, un hombre de pelo moreno rizado y encorvado sobre su bebida a una mesa de la esquina.

    —¿Vas a darme una de tus clases? —le pregunté a Arthur.

    —Nop. Voy a invitarte a una copa —me respondió—. Vamos.

    Me escondió en un reservado que daba al lado opuesto de la sala desde la barra y luego volvió un minuto más tarde con una cerveza para él y un vaso de algo más fuerte que colocó delante de mí.

    Me lo bebí de un golpe. La quemadura sentó bien.

    —Gracias por la asistencia —dijo Arthur después unos minutos—. Hoy hemos hecho algo bueno.

    —He estado orgullosa de ti por aceptar hacere el Vigilante y todo eso —Arthur había sido el que me había llamado para ese trabajo, cuando no había podido infiltrarse en el tráfico clandestino por sí mismo. Había hecho eso un sorprendente número de veces los últimos meses—. ¿Qué ha pasado con la ley y el orden?

    —Excepciones —murmuró—. Parece que hay cada vez más de esos hoy en día.

    —¿Insinuas que es culpa nuestra?

    Giró su botella de cerveza un poco. —Tal vez haya algo de eso, también.

    La culpabilidad que oía en su voz sonaba demasiado familiar. Unos dos años y medio atrás habíamos sido responsables colectivamente de neutralizar una conspiración internacional que intentaba hacer del mundo un lugar mejor (aunque usando el homicidio y el lavado de cerebro), y, como nos temíamos, sin su influencia el crimen había estado brotando lentamente desde entonces. El último año había explotado. Los Angeles nunca había sido una ciudad particularmente amistosa, pero ahora se estaba convirtiendo en un centro nervioso para violencia de bandas, crimen organizado, niños escuálidos con sobredosis y tiroteos desde el coche en barrios que hacía poco se jactaban de su seguridad y revitalización. Los Angeles no era el único lugar, tampoco. Pero en LA, lo veíamos de cerca y en persona.

    Yo estaba convencida de que todo era más difícil para Arthur que para mí. A él le importaba mucho más.

    —¿Has hablado con Inspector últimamente? —preguntó Arthur.

    Ese era una tema que definitivamente no quería discutir. —No.

    —Le estás matando, ¿sabes?

    Yo salí de pronto del reservado. —Voy a por otra.

    Persuadí a la mugrienta barman de que me diera la botella entera, principalmente al agitar un billete de cien delante de ella por una botella de whiskey de catorce dólares. Cuando regresé, me deslicé por el banco del reservado y bebí de la botella. Arthur me observó con lo que probablemente era desaprobación, pero no dijo nada. Dejé con un golpe sobre la mesa la botella de whiskey medio bebida.

    —Si Inspector quiere que seamos amigos de nuevo, puede hacer lo que le dije y no meter las narices en mi pasado.

    —Es un cabezota. Y está preocupado por ti. No es el único tampoco.

    —Estoy bien —le solté. Arthur me estudió con expresión inexcrutable—. ¿Qué?

    —¿Qué ha pasado ahí dentro hoy?

    —¿A qué te refieres, qué ha pasado?

    Habló lentamente, eligiendo su frases. —No siempre estoy de acuerdo con tus métodos, pero…nunca te he visto perder el control.

    —No lo perdí.

    Aunque Arthur no me conocía tan bien como yo, Soy una mentirosa abismal. Las palabras sonaron tan huecas como si se hubieran caído de mi lengua.

    —Habla conmigo, Russell —me dijo suavemente.

    Engullí un poco más de whisky, agradecida por el ligero vigor que retiraba de mis sentidos y apoyé los codos sobre la mesa para poder apretarme la cabeza con las manos, enterrando convenientemente mi cara detrás de mis antebrazos y evitando la mirada de Arthur. —Creo que he estado recordando —mascullé. Lo podía sentir sentado frente a mí—. No se lo digas a Inspector —dije.

    —No voy a hacerlo.

    —Es por su causa, en realidad —dije—. Desde que él… el estúpido hijo de una perra.

    —Russell —dijo Arthur reprovadoramente.

    —No quería decir eso.

    Y no lo había querido decir. Había sentido una punzada de verguenza por el apelativo incluso mientras lo decía. Yo podría estar cabreada como el infierno con Inspector ahora mismo, pero él aún era probablemente mi mejor amigo.

    Si es que yo sabía lo que significaba tal cosa.

    —Yo estaba bien antes —insistí, tanto para mí misma como para Arthur—. Todo iba bien. Y entonces él tuvo que ir y convencerme.

    Daba igual lo mucho que tratara de ignorarlo y desviar sus indagaciones, Inspector había insistido en hacerme mirar, en hacerme ver. En hacerme intentar recordar y luego, descubrir que no podía.

    —No me importaba cuando no lo sabía —murmuré a la mesa—. Y ahora no puedo parar de pensar en ello. Y me vienen esos destellos, a veces... nunca solía notarlos antes, pero ahora no dejo de pensar.

    —¿Piensas que estás recordando algo? —preguntó Arthur.

    —¿Cómo voy a saberlo? —repliqué—. Y sé que no debería pensar. Me dejé a mí misma un maldito mensaje avisándome de no hacerlo y ni siquiera quiero hacerlo. Pero ahora que lo sé, no puedo evitar intentar...

    —¿Darle un sentido?

    —Sí —era como pellizcarme una costra y, cuanto más lo hacía, más parecía rezumar y sangrar la herida de mi memoria, dejando escapar imágenes a medias de ella—. A veces sueño. Muchas veces. Tengo... siempre pensé que eran pesadillas —Todo había empezado con sueños y, durante un largo tiempo, todo había quedado confinado allí. Hasta hace poco.

    —Estos sueños, ¿piensas que podrían ser cosas reales, cosas que te sucedieron?

    —No lo sé. Los sueños y los destellos se han vuelto mucho peores desde el asunto con Dawna. Pensaba que quizá ella dejó algún tipo de… marca mental o algo así, pero ahora me pregunto si ella liberó algo.

    Dawna Polk, telépata funcional, me había atacado psíquicamente en un último esfuerzo de salvar su organización global de titiriteros. Casi me mata con el asalto.

    —Cristo Jesús —dije de pronto.

    —¿Qué?

    —Lo que ella me dijo, cuando ella estaba...

    El ataque aún era confuso en mi cabeza, un caos de luz y formas, pero algo acababa de volver hasta mí, algo que había olvidado. O quizá enterrado.

    —Ella dijo... ella me dijo...

    —¿Russell? ¿Qué te dijo?

    —Me dijo: "recuerda".

Capítulo 2

    Arthur me acompañó a la Guarida, probablemente porque se temía que yo me echara atrás.

    El sol acababa de salir, bañando la ciudad con la pálida luz de la mañana mientras el día descubría si quería seguir siendo frío o abrasador. Acabábamos de dejar atrás la versión invernal de Los Angeles, lo que implicaba que aún hacía tiempo de chaqueta, pero mezclado ahora con incrementalmente frecuentes oleadas de calor de veintiséis grados.

    La Guarida era técnicamente el garaje de Inspector transformado en cueva, pero a esta hora de la mañana era marginalmente más probable que él estuviera en cama en su casa que online. Subimos la rampa sobre el porche y golpeé a su puerta tan fuerte que probablemente desperté a varios de sus vecinos.

    Como no respondió en el momento, golpeé de nuevo.

    Yo estaba aquí, pero no estaba feliz al respecto.

    Tardó seis minutos y medio, pero finalmente oímos resbalar el cerrojo y un tipo blanco flacucho con perilla abrió la puerta. Parpadeó mirando hacia arriba desde su silla de ruedas a la luz de la mañana mientras se empujaba las gafas hacia la cara. Tenía el pelo despeinado y vestía pantalón de pijama y una camiseta con una fotografía de la Vía Láctea con las palabras: "Usted está aquí".

    —Cas —dijo estúpidamente después unos buenos ocho segundos.

    —Hola —dije.

    Él no parecía poder pensar qué responder. Me crucé de brazos tensa, miré las gastadas tablas de madera del porche y traté de no pensar sobre el tiempo que había estado negándome a hablar con él.

    —¿Podemos entrar? —dijo Arthur después otros altamente incómodos quince segundos.

    Me alegré supremamente de que él estuviera allí. Arthur también era amigo de Inspector, amigo y socio. Su presencia hacía que fuese mucho menos probable que Inspector y yo acabáramos en un combate de gritos que concluiría cuando yo me marchase cabreada.

    —Uh, claro —dijo Inspector, y se retiró de la puerta, abriendo para nosotros. Lo seguimos hasta su salón. Arthur se sentó en el sofá. Yo permanecí de pie, moviendo el peso de un pie a otro.

    —Bueno, ¿qué pasa? —dijo Inspector.

    —Cas tiene algo que decirte —respondió Arthur.

    —Sí —dije—. Creo… que he estado teniendo…

    —Tienes algo que decir antes de eso —interrumpió Arthur firmemente.

    —¿Sí?

    —Sí.

    —¿El qué?

    Arthur sólo se me quedo mirando significativamente.

    La incomodidad subió un par de muescas más.

    —¡Oh, por el amor de Tesla! —dijo Inspector—. Arthur, basta. Está intentando que te disculpes —me dijo a mí.

    —Ah —dije.

    —No tiene que hacerlo. No pasa nada. Ahora, ¿qué está pasando?

    Se drenó algo de la tensión en la habitación. Me acerqué y me senté junto a Arthur en el sofá.

    —El asunto de mi memoria —le dije—. Creo que… podría haber un problema —me preparé para un sarcástico "te lo dije".

    —¿Qué ha pasado? —dijo Inspector en su lugar.

    Él no era una persona que yo habría caracterizado generalmente como gentil. Brillante, animado, voraz, ligeramente loco, pero no gentil... aunque sonó de ese modo ahora. Como si quisiera protegerme.

    Lo cual resultaba ridículo, por supuesto, dado que yo podía patearle el culo a él y a Arthur juntos sin sudar mucho. Pero recordé súbita e incongruentemente lo mucho que echaba de menos pasar el rato con él.

    Me despejé la garganta y traté de concentrarme. —No sé si investigarlo mejora las cosas o no —dije triturando las palabras—, pero me siento como… no sé. Siento que me estoy volviendo loca.

    Inspector digirió eso.

    —Podemos ir más despacio —sugirió.

    —Me dije a mí misma que no —discutí.

    La nota había tenido mi escritura, con mi firma, el preciso análisis matemático de la escritura no dejaba duda de que la había escrito yo.

    No intentes recordar bajo ninguna circunstancia, había dicho.

    —Aún así no creo que debiera.

    —Ha estado teniendo pantallazos —dijo Arthur—. Desde lo de Dawna.

    Los ojos de Inspector se abrieron como platos. —Oh. Mierda.

    —Ella lo sabía —susurré—. Ni siquiera lo sabía yo, pero ella debió de haberlo visto de algún modo, y... creo que liberó algo. Y ahora que pienso en ello, muchas gracias —no pude evitar un matiz acusatorio en mi tono.

    —Lo siento —balbuceó Inspector.

    —Ya, bueno, deberías sentirlo.

    Arthur emitió un ruidito a mi lado.

    —Voy a preparar algo de café —dijo Inspector abruptamente—. No puedo pensar tan temprano sin café. ¿Quién quiere un poco?

    —Cas tomará un poco —dijo Arthur.

    —No bebo tanto café —le objeté, aunque café sonaba estupendo.

    Arthur se levantó para seguirle. —Deja que te ayude.

    No soy increíble leyendo el lenguaje corporal, pero como era imposible que Inspector necesitara ayuda para hacer café, Arthur claramente quería hablar sobre mí.

    Me levanté y crucé el salón para apoyarme tras el umbral de la cocina.

    —Tú no deberías disculparte —estaba diciendo Arthur—. Debería hacerlo ella.

    —Tal vez ambos deberíamos —dijo Inspector, con un irritado encogimiento de hombros en su voz, inhaló con fuerza—. No estoy seguro de haber entendido todo eso, pero... ¿crees que la activé yo? —sonó horriblemente culpable.

    —No es culpa tuya, hijo —dijo Arthur.

    —A menos que quizá lo sea, al menos parcialmente. ¿Está ella… es muy grave?

    —No lo sé. ¿Crees que me mataría si le digo que vaya a ver a alguien?

    —¿A quién, como a un psicoterapeuta? —el tono de Inspector llegó desde detrás de su mano—. No soy la persona más adecuada para responder a esa pregunta, ¿sabes?

    —Tiene que haber buena ayuda ahí fuera —dijo Arthur moderadamente—. No lo entiendas como si fuera una mala idea.

    —¿Acaso crees honestamente que un psicólogo sería capaz de resolver esto? Estamos hablando de psíquicos, recuerda. Por no mencionar el tema de las matemáticas de Cas. Si ella intentase ser honesta con ellos a todos los niveles, la llamarían delirante y la acusarían de leer demasiados cómics.

    Sonó la cerámica, más alto de lo necesario, y hubo un suspiro de silencio.

    —Adelante —dijo Arthur—, puedo sacar yo el tema.

    Me retiré y volví lanzándome sobre el sofá justo a tiempo para que regresara Inspector. Nos quedamos sentados en silencio durante un minuto. El rico aroma del café hirviendo vagaba desde la cocina.

    —¿Qué te gustaría hacer? —preguntó Inspector.

    La pregunta me sorprendió. —¿Qué, no vas a seguir presionarme para que trate de averiguar quién fui?

    Dio una respiración. —No debería haber hecho eso.

    Y yo probablemente no debería haber mantenido un resentimiento de meses de duración solo porque él insistía en preocuparse por mí, pero yo me estaba sintiendo demasiado borde para admitirlo.

    —Sí —dije—. Estoy de acuerdo.

    Él tragó. —Te… te lo pregunto, entonces. ¿Qué te gustaría hacer?

    —Quiero aplastar esta oleada de crímenes —dije.

    Frunció el ceño. —¿Qué?

    —Dawna no es la única con un superpoder. Si ella podía hacerlo, yo debería ser capaz también.

    Él bufó una carcajada. —Sólo tú decidirías combatir el crimen porque no quieres exhibirte.

    Luego, él pareció dudar, como si no estuviera seguro de si podía tomarme el pelo todavía. Fingí no notarlo.

    —¿No era eso todo el MO del tío del traje rojo de robot? ¿No estar expuesto?

    —El tío del traje rojo... ¿te refieres a Iron Man? —graznó.

    —Sí —dijo. Inspector había estado adoctrinándome en la ciencia ficción desde hacía casi tres años, con éxito parcial—. Ese. Me gustó.

    —Te gustó.

    —Sus matemáticas estaban todas mal, por supuesto...

    Inspector se puso rápidamente las palmas en los oídos. —¡No oigo nada!

    —... era todo un fracaso completo en la comprensión sobre cómo funciona la física...

    Arthur eligió ese momento para reaparecer con el café. Solo y sin azúcar para mí. El de Inspector parecía crema azucarada con sabor a café.

    —¿Habéis resuelto algo? —preguntó Arthur, demostrando su entusiasta habilidad en poner un amortiguador en cualquier conversación.

    —¿Qué os parece esto? —dijo Inspector, aparentemente envalentonado por mi disponibilidad de hablar con él de nuevo—. ¿Qué tal si investigo por ti? Te haré preguntas y veré si descubro algo. Y si encuentro una buena razón para no decirte lo que he encontrado, no lo haré.

    A pesar de haber aceptado venir aquí, yo aún me sentía inclinada a rechazar su sugerencia. Pero entonces tendría que responder a su pregunta sobre por qué no quería.

    —Suena a buen compromiso —dijo Arthur, con voz tan sedante que me hizo querer darle un puñetazo.

    —Creí que insistías en investigar mi pasado, sin preguntar —le dije a Inspector, con sólo un poquito de desprecio.

    —Lo tomo como que ya has fallado.

    —¿Qué te hace pensar que ahora llegarás a alguna parte?

    —Porque no sabes la parte sobre cómo voy a hacerte preguntas, genio. ¿Aceptas o no?

    —No conseguiré decirte nada —le recordé—. No tengo memorias, ¿recuerdas?

    —Russell —murmuró Arthur. Yo estaba convencida de él que practicaba para decir mi nombre de ese modo.

    —¡Qué!

    —Deja que te ayudemos, chica.

    Poner mi historia en manos de Inspector me hacía sentir vulnerable, demasiado confianza, incluso para alguien a quien conocía razonablemente bien. Aunque había estado intentando hacer la consciente elección de confiar más en la gente, obligarme a creer en los que llamaba amigos.Demonios, esto es pedir mucho.Pero me sentía horriblemente acorralada: Inspector por un lado, Arthur por el otro y mi propio maldito cerebro en el tercero. Me incliné en el sofá mirando a mi taza de café.

    —Me reservo el derecho de parar esto en cualquier momento —dije.

    —A menos que... —empezó Inspector.

    —No no. Si yo digo basta, lo paras.

    Esperó hasta que levanté la vista y luego encontró mi mirada seriamente. —Bien. Trato hecho.

    Me sentí tentada en ese momento de tirarlo todo, de decirle que no estábamos yendo a ningún sitio con esto. De hecho, algo en mí ya estaba gritando sobre la mala decisión que era, cierta intuición me balaba que era mala mala mala.

    Inspector dejó su taza de café sobre una bandeja y recogió una tableta informática de una mesa del fondo.

    —Empezaremos despacio. ¿Qué es lo primero que recuerdas?

    —¿Quieres hacer esto ahora?

    —Sí —dijo.

    —Bueno, no puedo responder a eso. Mis memorias no son un conjunto bien ordenado.

    —¿Quieres decir que no tienes definida una primera memoria?

    —No —contemplé mi café, dejando que el vapor me escaldara la piel.

    —¿Puedes recordar algo de antes de vivir en Los Angeles?

    —No —eso no era estríctamente cierto—. sólo tengo de cuando creo que era pequeña, veo que... toda la gente que se parece a mí —admití malhumorada—. Piel marrón, pelo negro. Luces. Colores brillantes. Y luego alguna otra imagen, un aula, creo. Eso es todo.

    —No creo probable que seas de los EEUU —dijo Arthur—. Por como hablas. Mezclas tu dialecto.

    —No tengo acento —objeté.

    —Bueno, lo tienes... hablas inglés americano general, o algo próximo a él. Pero no estoy hablando de acento. Tu vocabulario es una mezcla.

    Inspector me miró ceñudo. —Sí, creo que también he advertído eso. No me pareció raro porque veo mucha televisión británica... pero Arthur tiene razón, usas palabras como móvil y elevador —añadió hacia mí.

    —Apartamento —dijo Arthur—. Cuarto de baño. Planta Baja.

    —¡Vale! —interrumpí, sintiéndome incómodamente bajo escrutinio.

    —Pero las versiones americanas también —continuó Arthur—. Como si tuvieras sinónimos extra o algo así. Me pregunto si sabes otros idiomas.

    —No.

    —¿Cómo lo sabes? —preguntó Inspector. Sin esperar mi respuesta, hizo una nota en su tableta—. No importa, lo descubriremos.

    —Esa mujer de hoy —Arthur sonó deliberadamente casual—. Dijo algo sobre alguien llamado el Zorro. ¿Alguien que conozcas?

    —No —dije—. No tengo ni idea de lo que estaba hablando.

    Arthur miró significativamente hacia Inspector, que seguía escribiendo con su lápiz.

    —¿Sabemos quién es este tipo? —preguntó Inspector mientras escribía.

    —Probablemente un criminal de algún tipo —dijo Arthur—. Oí decir que Cas podría haberle… dado una lección.

    —Espera, ¿crees que es alguien que no recuerdo? —dije.

    —Podría ser —dijo Arthur.

    —Creí que decías que yo debía haber tenido un nombre diferente —le indiqué—. Ella me conocía como Cas Russell.

    —Cassandra —corrigió Arthur.

    —Bueno, esa es la versión completa de "Cas" —dije con una gran ración de sarcasmo—. Simplemente no me gusta mucho.

    Arthur y Inspector intercambiaron significativas miradas de nuevo e Inspector escribió algo más.

    —Suficiente —estaba cordialmente harta de esto—. He terminado por hoy —me levanté y dejé mi café sin beber sobre la mesita de Inspector. Él la movió sobre una bandeja sin comentar—. Y voy emborracharne y a desmayarme —anuncié. Señalé a Inspector—. Tú. Cuando despierte quiero un análisis estadístico del reciente incremento del crímen.

    —Pues sí que eres específica. ¿Qué tipo de análisis estadístico? Ilumíname.

    —Cualquier dato al que puedas echar mano. Consígueme los datos y ejecuta tus programas estocásticos.

    —¿Te das cuenta de que no es tan sencillo de...?

    —Tengo toda la fe puesta en ti —dije, y salí por la puerta sin mirar atrás.

    No esperé a que Arthur me llevara a casa. En vez de eso, robé un coche de la calle de al lado.

    Las sombras se abrían y estiraban a mi paso como si un millón de ojos me taladraran la espalda, pero no les presté atención.

Capítulo 3

    No dormí bien. Como era costumbre últimamente, mis sueños fueron una masa confusa de colores e imágenes. Realidades que pensaba poder ser capaz de comprender si tuviese un segundo para mirarlas con atención.

    Vi a un chico oscuro de pelo rizado y una chica negra delgada. Vi montañas y algún tipo de aeronave, y un desierto, y una jungla, y gritaba y moría.

    Cuando desperté enredada en mantas y botellas vacías de licor, no me sentía descansada. Desafortunadamente, me sentía sobria y no podía satisfacerme con más alcohol porque me había asignado a mí misma aquel estúpido trabajo para combatir el crimen.

    Al menos sabía exactamente cuál sería mi primera parada.

    Me peleé con el tráfico hasta la oficina de investigaciones privadas de Arthur, un limpio y respetable cubículo en una zona terrible de la ciudad. Sabía que Arthur e Inspector podían permitirse una ubicación mejor para los negocios. A Inspector se le había escapado una noche que deseaba que Arthur se mudase a Beverly Hills, pero que el idiota insistía en que prefería luchar por la gente que lo necesitaba, lo que fuese que eso significaba. Inspector nunca iba a la oficina, hacía su trabajo de búsqueda de información remotamente, así que Arthur tenía poder de veto sobre la ubicación.

    Ese día, no obstante, algo me picó en la conciencia todo el camino. Permanecí de pie en la calle durante un minuto después de salir del coche y dejé que los alrededores se filtraran por mis sentidos. Los datos dejaban resultados en forma de funciones, causa y efecto. Todo lo sentía dentro de los márgenes de error, mundano y seguro.

    Eché un último vistazo a mi alrededor antes de despachar esa mala vibración que había tenido como un mensaje subliminal y subí la escalera exterior hacia la pesada puerta rotulada con "Investigaciones Privadas Arthur Tresting".

    Empujé la puerta hacia una oficina agradable y profesional. En el escritorio delantero una joven con una brillante blusa chillona levantó la vista y me brindó una enorme sonrisa una genuina, que yo supiera.

    —¡Cas! ¡Me alegro de verte! Arthur no ha llegado todavía. ¿Quieres quedarte un rato y esperar?

    Pilar Velásquez era la gerente administrativa de Arthur e Inspector. Casi tan bajita como yo, pero un poquito más pesada, Era encantadora y alegre y una de esas personas que básicamente personificaban la palabra "mona". Se había cortado su luminoso pelo moreno en un exacto estilo bob[1] hacía poco. Le quedaba bien.

    —En realidad, he venido a verte —dije tirando de una silla frente a su mesa y dejándome caer en ella.

    —¡Oh! —Ella colocó los papeles que había estado leyendo en una limpia pila sobre la mesa para poder dedicarme su plena atención—. ¿Qué pasa?

    —Todavía tienes todos los archivos pirateados de Arkacite, ¿verdad?

    —Sip. Arthur e Inspector no quisieron tirar nada ¿sabes? ¡Gracias al cielo por los ordenadores! ¿Sabes cuántos armarios de archivo habría necesitado si...?

    —Mencionaste algo —dije— hace un par de años. Sobre que Arkacite estaba trabajando en cierta tecnología para ayudar a las fuerzas del orden.

    Las cejas de Pilar serpentearon. Prácticamente podía verla rebobinar su memoria. Pilar había sido auxiliar administrativa en Tecnologías Arkacite antes de que yo hubiera conseguido accidentalmente que la despidieran en mitad de una enorme batalla con la compañía por su IA. Puesto que Arkacite había sido un maligno conglomerado tecnológico salido para comerse el mundo, y dado que Arthur e Inspector pagaban mejor y no la acosaban sexualnente, yo estaba convencida de que ella no blandía aquello contra mí.

    —Era algo sobre un generador de frecuencia que disolvía la violencia de un disturbio —dije—. Lo mencionaste cuando...

    —¡Ah! De acuerdo. Ya sé de lo que estás hablando. Los Dispositivos Signet.

    —¿Los qué?

    —Signet. Ese era el nombre del proyecto, el nombre en código, quizá. No sé cómo lo habrían llamado si hubiera entrado en desarrollo alguna vez.

    —¿Puedes darme todos los archivos sobre eso?

    —No estoy segura de que los tengamos todos —dijo ella—. Ese proyecto era bastante secreto y no cruzamos los cortafuegos militares porque no era, ya sabes, necesario en aquel momento. De todas formas me sería más fácil contárterlo... yo participaba en ese. Bueno, es decir, no estaba enterada de todo, pero necesitaban a alguien para mantener los registros de todo el fiasco, así que me hicieron firmar un puñado de Acuerdos de Confidencialidad y asistía unos minutos a todas las reuniones. ¿Qué quieres saber? —me brindó otra gran sonrisa como si su vida consistiese en violar acuerdos de confidencialidad de Arkacite.

    —Vale —le dije. Aún tendría que conseguir las especificaciones de algún modo, pero al menos Pilar podría darme un resumen—. ¿Qué es lo que hace eso? ¿Calmar a las personas o algo así? ¿Las hace menos agresivas?

    Inclinó la cabeza hacia un lado y pensó durante un minuto. —No exactamente. O sea, ese es el resultado, eso seguro, ese era el fin que estaban persiguiendo, creo yo. Pero lo que realmente hacía era separar la, el... no me acuerdo de todos los nombres ahora. Traían a un montón de psicólogos sociales que usaban otro montón de lenguaje académico para explicarlo. Te enviaré los archivos que hemos conseguido, pero... ¡ah! ¡Deindividualización!, ese era el término. Separa a la gente mediante la deindividualización. Que en la práctica significa...

    —Que estaban intentando interrumpir las mentalidades del tumulto —adiviné.

    —¡Sí! O al menos esa era una parte importante de ello. La frecuencia que se emitía detiene la sensación del cerebro, bueno, ya sabes cómo se ponen las personas en las multitudes, pierden el control, se quedan abrumadas y absorbidas por el grupo, reciben una especie de bucle de refuerzo de… ¡Ah, psicología de masas!, esa es otra cosa que decían todo el tiempo, ahora me acuerdo. Pero no era sólo para usarlo en los disturbios enfurecidos... en cualquier parte donde la gente se sientiese engullida por las masas y perdiese todo sentido de responsabilidad personal o, um, personalidad, supongo. Encontraron una frecuencia o algo que evita que suceda eso. La idea era que cuando las personas se ven desbordadas en esas situaciones, hacen todo tipo de cosas horribles que no harían ordinariamente si fuesen capaces de pensar en ello.

    Pensé en los disturbios que había sufrido LA. Un montón de gente que normalmente no era violenta, subían en la escala capa a capa hasta la destrucción salvaje. Por lo que Pilar había dicho, los Dispositivos Signet podían evitar tal caos antes incluso de que surgiera la chispa. Podrían ser capaces de calmar zonas de guerra. O neutralizar cultos. O, demonios, hasta acabar con el poder del acoso escolar.

    —La policía y el ejército estaban muy interesados en eso —continuó Pilar—. Muy interesados. O sea, Arkacite tenía un trillón de reuniones con gente importante del gobierno. Esos tipos prácticamente les lanzaban dinero.

    —¿Y por qué no está ahí fuera? —la frase sonó exactamente como yo quería. Pero ella había dicho que el proyecto era un fiasco— ¿Qué salió mal?

    —No podían calibrarlo bien —explicó Pilar—. No importaba cuánto dinero apilaba el Departamento de Defensa. Resultaba que los sesos de la gente son muy sensibles a él. Muy sensibles. O estaba demasiado bajo para funcionar, o demasiado alto y... bueno, al parecer hacía a los sujetos de prueba demasiado individuales, si es que eso tiene sentido. Los hacía desconfíar unos de otros y se peleaban entre sí por eso, en vez de pelear juntos como un grupo. Así que, la idea era terminar con la agresión y acababa causando la agresión por motivos diferentes. Y era una bonita idea cuando funcionaba, pero nunca pudieron mantenerlo fiable y no podían usarlo en una área grande.

    Hmm.

    —¿Tenemos al menos algunos de sus datos de pruebas?

    —¿Sabes?, creo que podríamos tener algo —dijo Pilar—. Espera, bueno, ¿lo tenemos? Cuando les mantenía los registros no estaba autorizada a ver los detalles técnicos ni nada, pero podía ver todos los datos y los informes, así que es probable que esté enterrado en las cosas que tenemos. Inspector copió el servidor entero de Arkacite. Es acaparador hasta lo ridículo —sonrió cariñosamente—. Me llevará un rato revisarlo, pero si lo tenemos te lo enviaré. ¿Para qué lo quieres?

    —La calibración sólo son matemáticas —le dije—. Apuesto a que puedo resolverlo.

    —Espera, ¿quieres construir uno? —chilló.

    —No —dije—. Quiero construir un montón de ellos. ¿Para qué crees que te he estado preguntando todo esto?

    —¿Para qué?

    —El crimen en la ciudad últimamente —dije—. Voy a buscar un modo de darle un hachazo y éste parece más que un buen comienzo.

    Las posibilidades seguían expandiéndose en mi cabeza. Combatir la deindividuación sería un profundo golpe potencial contra las bandas y el crimen organizado, como poco. Pensé en los matones de Pourdry y su ciega lealtad y me enfurecí de nuevo. Los dispositivos como ese no podrían detener a alguien como Pourdry, pero si le destripaban la organización, ¿cuán poderosos serían entonces?

    —Veamos lo valientes que son esos gilipollas sin ejércitos tras los que ocultarse.

    —¿Es que quieres poner esas cosas por ahí en LA? —la cara de Pilar se alargó en una extraña combinación de incredulidad y horror—. Cas, no me entiendas mal, ¡pero esa es una idea terrible!

    —¿Por qué? No voy a hacerlo a menos que pueda conseguir la calibración correcta, que seguro que puedo.

    —¡Apenas hicieron pruebas en humanos! —protestó ella—. Ni siquiera sabían si era algo que la gente pudiera soportar a largo plazo. Podrías empeorar las cosas...

    —Y podría mejorarlas mucho —dije.

    Ella se apartó un poco de la mesa negando con la cabeza una y otra vez. —Es demasiado arriesgado. Esto es muy peligroso. Estás hablando de...

    —Esto podría salvar un montón de vidas.

    —No sé —dijo—. Quiero hacer de LA un lugar más seguro también, de verdad, más que nadie. Pero si esto saliera mal... piensa en lo mal que podría salir. Si no lo ajustas bien, la gente empezaría a destrozarse unos a otros. Gente normal. Lo vi en los resultados de las pruebas.

    Crucé los brazos. —¿Significa eso que no vas a darme los archivos?

    Pilar flaqueó. Sus músculos faciales tiraban en todas direcciones. —Sé que sabes lo que te haces —me dijo—. Lo sé. No pretendo decir lo contrario.

    Puesto que yo no estaba segura de saber lo que me estaba haciendo esta vez, su confianza superaba a la mía. Pero eso servía a mi causa, así que no discutí.

    —Soy muy buena —dije, lo cual era cierto—. Un problema de calibración es un juego de niños.

    —Lo sé —dijo levantando un suspiro—. Parece que haces lo imposible como si fuera normal. Inspector y yo tenemos conversaciones sobre eso, ¿sabes? ¿De verdad cogiste con un lazo el ala de un caza a reacción hace unos meses y...?

    —Soy buena en matemáticas —la interrumpí—. Eso es todo.

    —¡Eso es lo que dices siempre! Si me lo pidiera otra persona, y me refiero a cualquier otra… —ella frunció los labios y pensó durante un rato—. ¿Prometes que no vas a hacer nada hasta que estés segura de que va a fucionar?

    —Palabrita de honor —dije.

    Jugó con los bordes de su limpio montón de papeles y dijo suavemente: —Tengo un montón de familia aquí, ¿sabes?

    —Lo sé —dije confundida por el non sequitur.

    Pilar mencionaba mucho a su familia. —Uno de mis primos se unió a una banda hace un par de meses —me dijo—. Mi tía está devastada. No había motivo, ¿sabes? Es un buen chaval, buena familia, un chico muy simpático. Y el hijo de mi hermano aún está en el instituto, y ya sabes cómo es la escuela pública en LA. Ya era una jungla cuando yo la terminé y ahora… —sus palabras perdieron fuerza y se aclaró la garganta—. Mi mamá me dijo que llega a casa con los ojos morados a veces. Llega así del instituto. ¿Puedes creerlo? No es justo. Mis parientes ni siquiera viven en una mala zona de la ciudad. Pero así es como está ahora. Y todas las ciudades están empeorando. Mi hermana está en la Universidad de Pensilvania, y ella y sus amigos tienen miedo de salir por la noche. Espero que mi hermano se apunte a la universidad de alguna ciudad pequeña en medio de ninguna parte.

    Por mucho que Pilar hablara sobre su familia, yo tendía a olvidar que, en realidad, existían como personas. Pero, ey, si iban a ayudar a mi causa, a mí me parecía bien.

    —Por eso quiero hacer esto —le dije.

    —Lo sé —me dijo ella con sincera confianza en su voz, asignándome más bondad de la que probablemente merecía—. Te buscaré esos archivos. Mientras prometas que no harás nada a menos que puedas hacer que funcione correctamente, que no hará daño a nadie. ¿Prometido?

    —Lo prometo —dije de nuevo.

    —Si tienes la menor duda de que vaya a funcionar, ¿lo dejarás entonces? ¿No seguirás adelante con ello?

    —He dicho que no seguiré con ello.

    Ella tomó una profunda respiración. —De acuerdo. Muy bien, te enviaré lo que pueda encontrar.

    —Bien —dije y me levanté.

    —Ey, Cas.

    —¿Sí?

    Ella se movió incómoda en su silla y jugueteó con sus papeles de nuevo. —Inspector te echa en serio de menos, ¿sabes? —lo dijo muy rápido, sin mirarme—. No me contó por qué os peleasteis. No me ha contado nada, pero veo que se está deprimiendo de verdad por eso. Te lo digo por... no pretendo ser... yo sé que no es asunto mío, pero es que... pensé que deberías saberlo.

    —Ya, sí —dije—. Nos volvemos a hablar otra vez —la culpabilidad creció en el fondo de mi cerebro, como un subidón de conciencia.

    —¿De verdad? —la cara de Pilar se iluminó con una de sus enormes sonrisas—. ¡Eso es genial! Es... es realmente, realmente genial. Me alegro. Vale, olvida que dije nada. Excepto la parte buena. Eso esta muy bien —aleteó con las manos como si buscase algo que hacer con ellas—. Vale, ahora mismo voy a... voy a trabajar en eso —aún sonriendo, se giró de vuelta a su ordenador.

    Me fui hacia la puerta sintiéndome malhumorada. Cuando la abrí me topé con dos chavales de unos desciséis años subiendo la escalera. Estaban ambos un poco casposos y no particularmente bien vestidos y, cuando me vieron, se congelaron y me miraron como ciervos asustados.

    —Tienes visita —avisé.

    —¿Son Katrina y Justin? —vino la voz de Pilar detrás de mí—. ¡Cas! Deja de mostrarte tan amenazante. Están aquí para ver a Arthur. Entrad, chicos.

    Justin era un chico negro de piel clara, Katrina una asiática sin sonrisa con flequillo curvo y pecas. Me exprimieron contra el umbral al pasar por mi lado, agachando las cabezas. Yo me comprimí un poco más para dejarles pasar. No había pretendido ser intimidante. Pilar le dio un abrazo a Justin (Katrina se quedó detrás) y luego hizo un gesto a ambos jóvenes hacia las sillas de las visitas. Sintiéndome claramente como una quinta rueda, me escabullí y bajé la escalera.

    Aún me picaba la sensación de ser observada. Miré arriba hacia la oficina de Arthur, luego miré por la calle. La acera estaba vacía salvo por los peatones: un hombre de pelo negro pasó a mi lado sin mirarme. Aquello empezaba a molestarme. No la idea de que alguien pudiera estar siguiéndome, sino la sensación de ello. No tenía sentimientos, veía datos cuantificables que traducía en probabilidades.

    Tal vez estuviera nerviosa. No era de las que estaba nerviosa sin motivos numéricos, pero, claro, todo se había vuelto jodido y del revés últimamente.

    Suspiré, volví a mi coche y conduje hacia Van Nuys.

    Esta vez encontré a Inspector en la Guarida. El garaje reformado detrás de su casa daba la impresión de estar modelado como la cueva de un pirata informático sacado de un cómic. Los monitores llenaban las paredes y una ciudad de torres de ordenador rodeaban su nido de teclados en el medio de todo. Normalmente él no dejaba de teclear cuado yo entraba pero, cuando abrí la puerta, sus dedos tartamudearon hasta parar y él se giró para encararme.

    —Hola —me dijo.

    —Hola.

    La incomomidad de la mañana creció sobre nosotros de nuevo.

    Tosió un poco. —Yo uh, he empezado el análisis estadístico que me pediste. No me diste muchos detalles de lo que querías, así que estoy inspeccionando un montón de datos diferentes de un montón de lugares diferentes. Seguiré enviándote más según acabo.

    —Uh. Sin prisa —dije. Me levanté para posarme sobre una parte de la mesa entre las torres de ordenadores—. Tengo que averiguar algo antes de poder usarlo de todas formas.

    —¿Qué estás planeando? —preguntó Inspector con curiodad—. ¿Necesitas otra ayuda con ello?

    —Ahora que lo pienso, datos de población —le dije—. Tan tamizados como se pueda sobre LA.

    —Oh, vale, Eso es fácil —se giró hacia uno de sus teclados y empezó a repiquetear—. No hay problema. te lo enviaré junto al primer montón de datos. ¿Para qué lo vas a usar?

    —Arkacite estaba desarollando un generador de frecuencia que interfería con los sesos de la gente para que no sucumbieran al pico de presión y se volvieran una avalancha —dije—. Quiero terminarlo y luego distribuirlo por LA —Con suerte, el problema del chisme sólo sería matemático—. No lo resolverá todo, pero confio en que disuelva al menos algo de la violencia ciega.

    Inspector se congeló. —¿Así es como planeas combatir el crimen?

    —Inteligente, ¿eh?

    Inspector habló como si eligiera las palabras con mucho cuidado. —¿Quieres trastear en la cabeza de la gente?

    —Sólo cuando queden absorbidos por el pensamiento de grupo —le dije—. Piensa en cuánta violencia hay debido a las bandas o debido a la gente que se deja llevar y activa sus centros de placer al unirse al rebaño. Confío en poner oposición a eso —Inspector no parecía tan emocionado como yo esperaba—. ¿Qué?

    —Pues que... estás trasteando con el cerebro de la gente, ¿sabes?

    —Para hacerles menos peligrosos.

    —Excepto que no puedes cambiar la química cerebral de la gente para hacerlos más pacíficos... es, eso no está bien. Por favor, no te enfades conmigo por decirte esto, ¿vale?, pero pensemos en otra cosa.

    —Venga ya —le dije—. Si puedo hacer que funcione, esto será perfecto. ¿Cómo si no podemos marcar la diferencia en todas partes al mismo tiempo?

    —Está mal —discutió tranquilamente, negando con la cabeza—. Vamos, ¿no es esto exactamente lo que estaba haciendo Dawna Polk? Y nosotros mismos decidimos que ella no tenía ese derecho.

    Luché con con su lógica durante un momento. —Pero ella estaba matando o lavando el cerebro de gente inocente. Lo hacía por eso del efecto del caos. A ella no le importaba si estaban siendo violentos, mientras sus muertes batieran suficientes alas de mariposa para causar el huracán que ella quería. Yo sólo quiero afectar a las personas cuando se estén volviendo agresivas.

    —Pero aún así no está bien.

    —¡Nosotros causamos esta situación! —grité—. Tenemos que hacer algo al respecto.

    —Te escucho —me dijo—. Pero esta no es una solución.

    —No necesito tu aprobación —afirmé.

    —No lo hagas.

    —Hablemos de otra cosa —no quería pelear tan pronto después de habernos empezado a hablar de nuevo—. Ni siquiera he examinado los datos de las pruebas todavía y aún tengo que ponerle las manos encima a las especificaciones de alguna forma. Hasta donde sé, el maldito chisme podría incluso no ser funcional.

    Él masculló algo en voz baja que yo elegí ignorar, luego dijo exactamente lo que yo estaba esperando que no dijera. —Vale. Hablemos un poco más sobre ti, entonces. Háblame de la nota que encontraste.

    —¿Qué quieres saber? —no quise retirar la agresividad en mi tono. Él no dijo nada, sólo me miró pacientemente—. Tú la viste —le dije—. Ni siquiera sé lo que hiciste con ella después de eso.

    Llevó la mano bajo su escritorio y abrió un cajón para sacar un papel en una bolsita de plástico. —La dejaste aquí.

    Bajé la vista hacia el papel arrugado, la inclinada escritura en staccato era indudable y matemáticamente la mía.

    No intentes recordar bajo ninguna circunstancia.

    Mi firma iba debajo: Cassandra Russell.

    Mis sentidos se embotaron. Noté que tropezaba y tanteé con la mano buscando la puerta. Oí vagamente a Inspector llamándome detrás de mí, pero el sonido estaba silenciado, como sofocado por estratos de espacio y tempo.

    Me tambaleé hacia la luz del sol, era una punzada de brillo en mis retinas. Cerré los ojos con fuerza y me incliné apoyando las manos en las rodillas, jadeando. Vi mis propias manos doblando la nota, el papel crujiente y blanco.

    —Sólo por si acaso —dijo una voz de hombre—. No la necesitaremos —me giré para entregársela.

    —¿Cas? —Inspector me tocó el brazo muy suavemente, con la menor de las presiones sobre mi manga—. Olvídalo por ahora, ¿vale? Entremos en la casa.

    Le dejé guiarme por la puerta trasera hasta la cocina, donde me empujó suavemente en dirección al salón.

    —Ve a sentarte. Te traeré un poco de agua.

    En vez de eso, me apoyé en la pared, moviéndome irritablemente, incómoda en mi propia piel... como si estuviera encerrada en el cuerpo de otra persona, obligada a mirar su mundo a través de ella. Inspector colocó un vaso de agua entre mis manos, con la condensación ya creando perlas en el vaso incluso con el aire acondicionado.

    —Estaba en un cementerio —dije.

    Mis ojos no se enfocaban bien. Sentía, más que veía, la atención de Inspector hacia mí.

    —¿Perdón?

    —La nota. Estaba en un cementerio. Escalofriante, ¿verdad?

    Las dos últimas palabras salieron con un ligero ardor de histeria.

    —No hace falta que… —se detuvo, claramente atrapado entre estar ansioso por oir lo que yo tenía que decir o sacarme de ésta.

    —Me has preguntado tú. ¿Qué, no quieres escuchar las respuestas?

    Las palabras oscilaron, sarcásticas y burlonas. Una parte de mí quería más que nada meterme con él, mi resentimiento se tornó sádico.

    —Cas… —Inspector consiguió compactar suficiente preocupación en mi nombre para que una buena ración de culpabilidad me abofeteara.

    Bastardo.

    Aquello me irritó aún más, anudó mis emociones en un embrollo contradictorio.

    —Me lo hiciste prometer, así que voy a responder a tus preguntas —dije demasiado sonoramente.

    Él permaneció en silencio. Yo dejé el vaso de agua sobre la mesa, sin beber. —Tenía mi propia tumba, ¿lo sabías?

    —No —me dijo después de un rato.

    —No una tumba, realmente. Una de esas estanterías en la pared detrás de una placa. Donde ponen cenizas.

    —Un nicho —me dijo el Sabelotodo.

    —No sé por qué supe llegar hasta allí —dije—. No tengo ni idea. Simplemente fui. Y luego estaba allí de pie, delante de una pared toda llena de nombres…

    Yo había esperado subsconscientemente que aquello hiciera que alguna conclusión matemática saltara fuera de mí. Algunos vectores de confluencia, algún fascinante cúmulo numérico que me dijera por qué demonios había ido allí.

    En su lugar, había visto mi nombre.

    —No todos los días ves tu propia tumba, ¿verdad? Y que me jodieran si yo iba a dejarla en paz. La aplasté hasta abrlrla. Dentro, una bonita urna de metal, pero en vez de de mis cenizas, había una nota, porque al parecer soy una persona excesivamente morbosa. Al menos eso es lo que he sacado de todo este asunto.

    —Me suena más práctico que morboso —dijo Inspector.

    —Me dejé a mí misma una nota en un cementerio —dije condescendiendo, consiguiendo girar los ojos y enfocarlos sobre él.

    —¿Dónde si no podrías dejar algo imperturbado durante años o décadas? —indicó Inspector—. La mayoría de los espacios de almacén requieren algún tipo de pago regular. Cualquier otro lugar tendría el riesgo de ser reconstruido o demolido. Y una caja de depósito de seguridad requiriría identificación, además de saber qué nombre habías usado. Si quisieras realmente dejar algo en algún sitio sin que lo pertubaran, y que supieras que podría estar un tiempo muy largo y que podrían pasar toda suerte de cosas antes de volver a por ello, un columbario en realidad es un lugar muy inteligente.

    —Morbosa —insistí. No iba a concederle que él sonara con una espeluznante cantidad de sentido.

    —¿Qué nombre decía la lápida? —preguntó.

    —Ya te lo he dicho —dije—. Mi nombre.

    —¿Cas Russell? —investigó.

    —Cassandra.

    —¿No decía nada más?

    —La fecha de la muerte. ¿Ves?, morboso.

    —¿Cuándo era la fecha?

    —¿Mi falsa fecha de muerte? ¿Por qué demonios querrías saber eso?

    —Porque —dijo con una voz muy paciente— nos dará alguna idea de cuándo fue puesta esa nota dentro de la pared. Levantaría demasiadas cejas que la fecha de la muerte hubiera sido del futuro, ¿verdad? Supongo que habría sido una fecha aleatoria poco antes de que la nota fue emparedada ahí, para evitar preguntas.

    —Oh —dije—. No lo recuerdo. Era de hace años. Eso si lo advertí.

    —No hay problema; iré a verlo. Dime en qué cementerio.

    —Ya te lo he dicho, la rompí.

    El surrealismo de mis alrededores se disipaba, llevándome de vuelta a la realidad y dejándome un monótono dolor de cabeza. Mi visión aún se enfocaba muy bien, era borrosa, como si un destello de luz me hubiera dado en la cara.

    —La piedra —clarifiqué impacientemente—. La tapa. O como se llame. El chisme con mi nombre. Lo rompí para entrar.

    —Bueno, probablemente lo han reparado —dijo Inspector.

    Cierto.

    —Podría ser útil en realidad —añadió—. Podemos preguntarles sobre el vandalismo e insistir en que permitan a Arthur examinar la escena del crimen. Ver si hay algunas huellas dactilares dentro, aparte de las tuyas propias.

    —Eso parece un estúpido montón de trabajo.

    —Cas. Esto es importante para nosotros.

    —Aún no sé por qué.

    Él me empujó suavemente el brazo. —Si piensas en ello mucho de verdad, quizá descubras por qué.

    _________

    [1] NdT: bob = El bob es un corte recto popular en las mujeres de la década de 1920 que se extiende hasta la altura de la mandíbula, generalmente con flequillo. Se lo llama también "¾" porque representa tres cuartas partes de lo que se considera un peinado de cabello largo. (Fuente: Wikipedia)

Capítulo 4

    Comprobé el correo electrónico en cuanto llegué a mi apartamento actual, pero ni Pilar ni Inspector me había enviado nada.

    Me giré sin rumbo sobre un taburete durante algunos minutos. Luego consulté una nueva demostración de álgebra moderna que había sido muy comentada. Iba por la página veintitrés y estaba dividida entre la schadenfreude[1] y la exasperación, cuando sonó el teléfono.

    —¡Qué!

    —Srta. Russell, soy Sonya.

    Gruñí internamente.

    La profesora Sonya Halliday era una amiga de Arthur a la que yo había ayudado el año pasado. Desafortunadamente, al ser una teórica computacional, ella había entendido lo buena que yo era en matemáticas y había insistido en mantener el contacto, el cual había evolucionado en la forma de partidas de cartas ocasionales durante las cuales ella recurría a mi cerebro para su última investigación.

    Por supuesto, quería que yo hiciera mucho más con ella. Explorar nuevas investigaciones. Escribir publicaciones. Colaborar. La mujer no sabía que mi superior intuición matemática estaba consumida en mi cerebro, que, en cierto modo, en algún punto me la habían arrebatado. El vacío supuraba, un ardiente agujero que yo nunca sería capaz de saltar. A veces las conversaciones con Halliday empeoraban el dolor exponencialmente. A veces sentía que el dolor era lo único que me habían dejado.

    Yo no le contaba ninguna de estas cosas.

    Al parecer, yo había aceptado seguir viéndola a condición de que ella invirtiera igual cantidad de tiempo en reparar su fracturada relación con Arthur. Después de la ayuda que le habíamos dado el año pasado, probablemente lo habría hecho de todos modos, pero fingir que tenía alguien a quien culpar por aceptar ayudarla era una ficción placentera.

    —No te habrás rendido, ¿verdad? —gruñí.

    —No cuando se trata de matemáticas. ¿Has terminado tu trabajo con Arthur?

    —Sí —dije—. Aunque estoy con otro.

    —Ya veo. No estarás dándome largas, ¿no?

    —Te aseguro que lo sabrás cuando lo haga. Soy una mentirosa terrible —mi correo electrónico sonó con un mensaje de Pilar—. Cuando acabe este trabajo. ¿Vale?

    —Nada me haría más feliz. Te llamaré en unos días.

    Gruñí. —Si no fuese por Arthur, habría pasado de ti, ¿sabes?

    —No tengo duda de eso —respondió con perfecta sequedad.

    —¿Te estás riendo de mí?

    —Me has informado en varias ocasiones de que no tengo sentido del humor.

    —Pues deberías recordar eso más a menudo. Sabes que voy a patearte el culo —yo podía contar cartas como un tiburón.

    —Como siempre —Eso no parecía molestarla—. Hablaré contigo pronto.

    Pinché con fuerza el teléfono al colgarlo y volví mi atención a mi correo electrónico.

    Pilar me había enviado el enlace a una carpeta en el servidor, en vez de enlaces o adjuntos en el correo electrónico, y cuando ingresé pude ver por qué.

    Cielo Santo.

    Halliday tendría que esperar más de algunos pocos días para perder la paga de una semana conmigo.

***

    Cuando Arthur llamó a mi puerta esa noche, yo había imprimido y dispuesto imágenes de satélite ampliadas por todo el suelo hasta que un enorme mapa de la mayor zona de Los Angeles alfombraba el espacio.

    Mi escaso mobiliario estaba apartado a un lado y yo estaba encima de la mesa mirando hacia abajo. Pilar no sólo me había conseguido los informes cualitativos, había encontrado gigas y gigas de datos de pruebas, números reales que yo podía manipular y ajustar y usar para responder a la pregunta de si yo sería capaz de adaptar la tecnología en realidad. Ella también había rastreado la ubicación de dónde habían acabado los prototipos después de que Arkacite se hubiera desintegrado.

    Entrar y robar uno sería la parte fácil, siempre que las matemáticas me dijeran que una superposición suave de la influencia de los artefactos fuese posible en un principio.

    Miles de datos.

    Una función de superficie de dos dimensiones que ondulaba sobre la variedad diferenciable de Los Angeles, mapeando y combinando. Los colores se estriaban y luego se suavizaban cuando yo pellizcaba cada punto fuente. Una delicada tela de araña sobre la ciudad, cada hebra tirando de las demás en un masivo problema de satisfacción de restricción contínua.

    —¿Russell? ¿Estás ahí? —llamó Arthur.

    Bajé de la mesa y descorrí el cerrojo. —Entra.

    Abrió la puerta para pasar dentro y se detuvo en el umbral al percibir mi suelo lleno de papeles. —Ey. ¿Qué estás haciendo?

    —Geometría diferencial.

    —No sé por qué pregunto —caminó pegado a la pared para evitar pisar ninguna de las hojas—. Tenemos otro.

    Levanté la vista de golpe. —¿Otro qué?

    El terror se encharcó en mis tripas. Estaba bastante segura de saberlo. Arthur tenía las manos en los bolsillos, los hombros inclinados por la fatiga. —Creo que es Pourdry de nuevo.

    —Qué demonios. Dime que no son niños esta vez.

    Mis manos se había cerrado en puños, las uñas se me clavaban en las palmas. Yo había querido ir a buscarle y cargármelo después de la última vez.

    Se me había olvidado.

    —Aún no lo sé —dijo Arthur—. ¿Te apuntas?

    —Sí, por supuesto. Deja que me equipe.

    Diez minutos más tarde estábamos acelerando por la autovía en el SUV de Arthur. El bicho estaba construído como un tanque, probablemente Arthur se había dado un capricho después que de sus últimos coches hubieran saltado por los aires o los hubieran disparado.

    La mayoría de esas veces había sido por mi culpa.

    Un grupo de faros asomaron por mi consciencia en uno de los espejos retrovisores, una pauta de conducción que no estaba aprovechando adecuadamente el tráfico.

    Fruncí el ceño.

    —¿Qué te pasa? —preguntó Arthur.

    —Nos están siguiendo.

    Él redujo y cambió de carril como si fuese a tomar una salida. El coche pasó a gran velocidad.

    ¿Qué demonios me pasaba? Al menos esta vez había sido algo cuantificable, pero el conductor probablemente sólo estaba borracho o algo así

    —Cuéntame la información relevante. ¿Qué sabes?

    —No mucho. Sólo una ubicación. Oí que Pourdry está intentando reemplazar su cargamento de la última noche.

    Su cargamento de gente. Niños. Adolescentes. Arthur claramente estaba siguiendo la misma pauta. —Nadie quiere admitir que aún haya esclavitud en este país.

    —El fuerte siempre deprederará al débil —dije—. Es la naturaleza humana.

    —Entonces, ¿qué? ¿Tenemos que aceptar que tengan el poder?

    —No. Los hacemos débiles —Empecé a revisar mis cargadores de repuesto para asegurarme de que estaban todos a tope.

    Arthur hizo un ruido que no sonó del todo como estar de acuerdo. Salimos de la autovía y aparcamos a una manzana de distancia. La ubicación de Arthur era un puente de múltiples arcos que se extendía por el río y la autovía, así como algunas manzanas de la ciudad, elevando la ciudad en tres dimensiones.

    Las calles laterales corrían paralelas, en rampa hasta el nivel elevado de la autopista o pendiente abajo fuera de ella. Las carreteras locales de abajo devenían una jungla de hormigón en la oscuridad, una tierra de nadie de pilares y túneles y sombras.

    Mantuvimos nuestras pisadas silenciosas mientras avanzábamos trotando y nos ocultamos bajo la oscuridad del puente. Ambos habíamos sacado las armas: yo, mi fiel Colt; Arthur, una Glock .45. Yo llevaba años criticándole por llevar una Glock, pero él seguía insistiendo que nunca le había dado ningún problema en campo. Yo también portaba una carabina HK416 sujeta a mi alrededor con un hatillo.

    Mejor estar preparada.

    Arthur levantó una mano.

    —¿Qué? —susurré.

    —Oigo algo.

    Dio pasos laterales hacia las sombras con el arma preparada. Lo seguí. El sonido creció y cayó, rozando el límite de mi audición. Un irregular sonido angustiado. El sonido del llanto de un chaval.

    Delante de mí, Arthur se movía contínuamente hacia él.

    —Espera —le dije.

    Él se congeló.

    Arriba y abajo. Arriba y abajo. Llanto, respiración, llanto.

    —¿Russell? —la voz de Arthur reverenciaba la tension, tensa como la cuerda de una guitarra.

    Llanto, respiración, llanto.

    Las mismas frecuencias, tan claras como si estuvieran graficadas sobre un osciloscopio.

    Periodicas.

    —Es un bucle —le dije.

    Él no intentaba escuchar para encontarlo, probablemente no podía discernirlo de todos modos. Los sollozos no eran lo bastante distintivos para que resultase obvio a una persona normal.

    Pero Arthur se fió de mí. —¿Una grabación?

    Me giré para cubrir nuestras seis. —¿De dónde sacaste esta información?

    —De los señores del crimen, tampoco es que hable con gente con toneladas de verificación. ¿Crees que es una trampa?

    —Pues —dije—... sí.

    —¿Volvemos por donde hemos venido?

    Lo consideré.

    Si yo estuviera preparando una trampa aquí y tuviera un número infinito de matones a mi disposición, lo primero que haría sería cortar la vía de escape.

    —Atajemos por los lados —dije. No hacia atrás, hacia donde ya habrían cerrado el cerco; ni hacia adelante, donde estarían esperándonos.

    Arthur giró en el sitio y me siguió mientras yo tomaba posición. Me encaminé siguiendo el puente por debajo, el callejón en el que estábamos se tornaba un túnel. El aire apestaba de desperdicios rancios y a orina humana.

    —Si seguimos por aquí, llegamos a la autovía —murmuró Arthur.

    —Esstoy contando con eso —respondí.

    Arthur pensaba que el muro de la autovía nos dejaría encajados. Con suerte, los malhechores también pensarían lo mismo y no se molestarían en cortarnos ese camino. Si podíamos llegar allí antes de que saltara la trampa, nunca sabrían cómo nos habíamos escapado de su lazo.

    —¿Cómo vas en alpinismo? —le dije

    —¿Estás de broma?

    —Te daré un empujoncito.

    Caminamos de lado en la oscuridad hacia el engañosamente distante sonido del veloz tráfico, pasando rápidamente de una cobertura de sombras a otra. Arthur mantenía su visión y el cañón del arma barriendo un ampio arco detrás de nosotros mientras me seguía, y yo permanecía alerta ante cualquier murmullo de movimiento y cualquier golpe de metal.

    Casi lo habíamos conseguido.

    Resulta complicado ganarme en un tiroteo si sé dónde estás, pero si eres inteligente, si eres de los que dispara antes de revelar tu posición siquiera…

    Un disparo con supresor resonó contra el hormigón al mismo tiempo que Arthur se vino abajo como si hubiera sido pateado en el pecho por un mulo.

    Yo no dudé.

    El tiempo entre el disparo y la muerte del tirador fue menor de un cuarto de segundo. Mi Colt rugió y me golpeó en la mano y, en alguna parte en la oscuridad, había un matón menos.

    —¡Arthur! —me quedé cubriéndole, sin atreverme a apartar los ojos de nuestros alrededores para bajar la vista.

    Saqué la carabina con mi otra mano y solté una salva de fuego de supresión hacia la oscuridad mientras observaba. Allí: una oscura agitación, un destello de piel. Disparé de nuevo y esta vez vi el cuerpo caer tendido fuera de las sombras. —¡Arthur, levántate!

    Arthur era un expoli. Yo estaba convencida de que llevaba un chaleco antibalas y que le habían impactado en la parte cubierta.

    Gilipollas. Será mejor que esté llevando un chaleco.

    Solté otra asombrosa ráfaga de supresión de nuevo y dos más supuestos asesinos sin suerte delataron sus posiciones al tratar de devolver el fuego. La puntería de esos tipos era pésima y firmaron sus propias sentencias de muerte al intentarlo.

    Grité de nuevo a Arthur y él por fin repondió para unirse a la pelea. Su Glock ladró mientras él se esforzaba por ponerse en pie. Su arma oscilaba en amplias cifras de ocho y él casi se cae encima de mí, pero alguien detrás de uno de los pilares del puente gritó cuando una de las balas de Arthur encontró su diana.

    —¡Atrás! —convertí las palabras en acción mientras retrocedíamos trastabillando. Llegar a una cobertura decente nos llevaría hacia nuestros asaltantes y la pared de la autovía sólo era un corto espacio abierto detrás de nosotros; pero ahora seríamos dianas fáciles durante los segundos que tardaríamos en cruzarla. Y Arthur sería más lento después de recibir la energía cinética de una bala.

    Mierda.

    —¡Cambio de planes! —grité las palabras entre estallidos de armas de fuego cuando llegamos a la pared, de espaldas a la barrera—. Tú me das el primer impulso. ¡Cúbreme!

    Yo había estado contado y sabía cuándo necesitaban recargar. Dejé salir unas cuantas balas más mientras él metía de un golpe un nuevo cargador, luego dejé la carabina pender de la honda y dije: —¡Agárrate! —Y giré de un salto.

    Una de mis botas hizo palanca en la pared, lanzándome como un cohete lo bastante alto como para colocar la otra bota sobre el hombro de Arthur. Él gruñó y se dobló un poco, pero no soltó el arma y mantuvo el fuego de cobertura.

    Mi mano libre palmeó la rugosa superficie en lo alto de la pared, y mis dedos se cerraron dolorosamente y sirvieron de pivote. Todo mi momento angular fue para balancear mis pies en un cuarto de círculo y permitirme rodar sobre mi estómago al subir y equilibrarme. La barrera de quince centímetros de espesor me golpeó en el esternón.

    Auch.

    Viré para sentarme y me puse en pie con ambas armas de nuevo. Mi mano izquierda sangraba encima de la carabina, dejando el gatillo resbaladizo.

    —¡Agárrate! —le grité a Arthur bajando mi bota por encima de su cabeza.

    —¿Estás de broma? —me gritó en respuesta, pero ya estaba enfundado su Glock.

    Arthur no dudaba durante un tiroteo, ni cuando yo le decía que escalara a través de mí como una liana en una jungla para acabar en medio del tráfico.

    La pared podría hacernos un blanco fácil, pero también me daba una buena posición de ventaja. Incluso con un hombre de setenta y cinco kilos usando mi pierna como una escalera, me cargué a otros matones que había localizado por el sonido durante la escalada. Luego solté la carabina de nuevo y extendí la mano para ayudar a subir a Arthur a la cima del muro. Él se dobló sobre el borde de forma poco elegante, moviendo las piernas contra la piedra para no caer de cabeza por el otro lado.

    El tráfico en la autovía era un rugido debajo de nosotros, atrayéndonos hacia el vórtice. Un hombre se incorporó desde las sombras en mi visión períferica, mi visión podó mis sentidos.

    Le disparé, pero demasiado tarde: al mismo tiempo que yo apretaba el gatillo, Arthur se sacudió y casi resbala del muro. Lo levanté para que su peso no pudiera arrastrarnos hacia el camino por donde habíamos venido, pero en vez de eso, caímos ambos por el otro lado hacia la rugiente oscuridad de los faros. Entre el enredo de miembros, solté el Colt para poder tantear con mi mano derecha mientras caíamos. El muro se llevó cinco capas de la palma de mi mano y dos uñas cuando arrastré la mano en busca de una grieta de agarre y forzar así una caída medio vertical. Nos controlé lo bastante como para que yo golpeara primero, las compresiones de la fuerza me aplastaron la carne con magulladuras, pero evité toda fractura de huesos. El torso de Arthur aterrizó encima de mí y yo me aferré a su chaqueta en un agarre mortal para evitar que él rodara hacia el tráfico.

    No había casi espacio aquí. Los cláxones bramaban a medida que pasaban los coches, la estela de aire de su paso era un violento maelstrom.

    —¡Arthur! —nos hice rodar hasta la pared, lejos del tráfico.

    Joder joder joder joder...

    —Arthur, ¿es grave el disparo?

    Sus párpados aletearon. —Toy bien... estoy bien.

    El alivio me impactó con tanta fuerza que casi me ahogo. Lo examiné: el lateral de sus pantalones estaba empapado en rojo (que era casi negro en la oscuridad), pero no lo bastante como para implicar una arteria.

    Herida superficial. Gracias a Dios.

    —Levántate. Tenemos que movernos —Si yo fuese la banda de Pourdry, estaría corriendo hacia un coche para girar hacia la rampa más próxima y atropellarnos hasta dejarnos como sangrienta gelatina en la carretera.

    ¿Cuánto tiempo les llevaría?

    Hice estimativas, los márgenes de error se expandieron en mi cabeza. No el tiempo suficiente

    Supe sin mirar adónde había ido a parar mi Colt: la gravedad sólo tiraba en dirección negativa. Lo recogí y puse un hombro bajo el brazo de Arthur.

    . —Vamos. Arriba.

    Entre yo y la pared, él consiguió ponerse en pie, pero apoyaba todo su peso en su pierna izquierda.

    Mierda.

    Con ambos en la pasarela, no habría problema de que nos atropellaran los coches.

    Ahora…

    Un semirremolque venía a toda velocidad por el carril derecho, sus luces nos cegaban.

    —Quédate aquí —dije, y empecé a correr paralela a la autovía.

    Cuando la camioneta pasó como un rayo, salté. Golpear contra la puerta de la cabina fue como estamparse de morros con un tornado. Un viento de ciento diez kilómetros por hora trató de arrancarme y mis sangrientas manos casi resbalan. Encontré agarre donde pude meter una bota y establecer un equilibrio inestable, equilibrando el diagrama vectorial para tener espacio para moverme. Llevé una mano al mango de la puerta y usé la otra para equilibrar mi carabina hacia el cristal de la ventana del pasajero. El camión dió un giro brusco cuando estalló el cristal, pero para cuando el camionero se dio cuenta de lo que había pasado, yo ya tenía la puerta abierta y estaba cayendo dentro. La misma carabina le apuntó directamente en la cabeza.

    —Luces de emergencia y para —le dije.

    —¡Vale vale vale! —Sus manos lucharon por encontrar los intermitentes y él pisó a fondo el pedal del freno con una prontitud que me complació.

    Era un tipo más viejo, probablemente alguien con familia y mucho que perder.

    Bien.

    Los frenos de la camioneta chirriaron. La velocidad al cuadrado sobre el doble de la deceleración: la distancia de la frenada aún nos llevaría cien metros por la autovía. Con una herida en la pierna, Arthur tardaría demasiado tiempo en alcanzarnos.

    —Quédate parado un minuto, luego te puedes ir —dije al camionero—. Si empiezas a moverte antes del minuto, te juro por todo lo que es sagrado que te dispararé en la nuca. ¿Lo pillas?

    Asintió tan rápido como había pisado el freno. —Entendido. Entendido.

    —No te hagas el héroe. Un minuto.

    Medio salté de la cabina mientras la camioneta aún estaba en movimiento. El tráfico de Los Angeles es benditamente predecible, incluso en mitad de la noche. El semirremolque había empezado a causar un atasco en cuanto había empezado a reducir. Los coches detrás de él encadenaban un staccato de paradas mientras intentaban sortearlo hacia el tráfico en movimiento, y el carril derecho se demoró rápidamente hasta una lenta marcha, el carril de al lado se coagulaba mientras los conductores detrás de la camioneta se movían hacia allí y lo atascaban.

    Volví hasta Arthur, que había empezado a cojear detrás de mí, pero no había llegado lejos.

    Volví en menos de diez segundos y patiné contra el vehículo más cercano, una bonita camioneta Ford grande que ahora estaba rodando a dos kilómetros por hora. Ni siquiera tuve que romper la ventana. El conductor levantó las manos y frenó, medio desviándose de su carril antes de detenerse. Para cuando me acerqué al lado del conductor, él ya estaba saliendo del vehículo, tratando de mantener sus manos absurdamente altas todo el tiempo.

    Un gran afroamericano en ropas de hospital, farfullaba: —¡Llévatelo! ¡Llevátelo, mami! —una y otra vez.

    Me lo llevé.

    El tráfico estaba cerca de detenerse, pero no lo bastante; y la gente tendía a mostrarse placenteramente dispuesta a salir de tu camino cuando los embestías con una F-150 sin remordimiento por aplastarles hacia un lado si no se apartaban primero.

    Me abrí camino cargando por el pantanal, parando el tráfico antes de Arthur hubiera conseguido cerrar la puerta del pasajero, y aparecimos en el carril rápido donde salí como un cohete hasta pillar velocidad de autovía.

    En segundos habíamos pasado el semirremolque (con sus luces aún parpadeando) y dejábamos detrás de nosotros el enredo de tráfico que yo había causado.

    Arthur no dejaba de mirar los espejos. —Bueno. Alguien lo recogió —dijo él.

    —Y yo que pensaba que estabas vigilando nuestras seis —dije—. ¿Alguna señal de ellos?

    —No creo que eso importe. Bastante atasco ahora, es imposible pasar por allí.

    —El tráfico de LA es mejor que una barricada —dije. La broma sonó sin gracia—. ¿Es grave el disparo?

    —No lo sé.

    Arthur tenía ambas manos apretadas bajo la parte superior de su pierna, y cada arruga de su semblante estaba tensa de dolor. —Creo que sólo es carne.

    —¿En la escala de "hospital" hacia "Dra. Washington" hasta "te echo whiskey en la herida y te coso", dónde estamos?

    —Herida de Arma de Fuego en un hospital significa un montón de explicaciones que hacer a los polis —dijo Arthur—. Los conductores van a acordarse de ti. No me voy a escapar diciendo que estaba solo.

    Yo ya sabía todo eso.

    —Lo que tú digas. Inspector y yo podemos manejarlo. Ahora, ¿me vas a responder de una jodida vez? ¿Necesitas ir a Urgencias?

    Arthur lo pensó durante otro minuto. —Mi ADN está en la escena de todos modos, y estoy en el sistema como regla de exclusión. Mejor informar ahora mismo sobre esto. Puedo decirles que eras uno de los malos.

    —Genial.

    —O quizá una Buena Samaritana. Ya se me ocurrirá algo. Escóndete durante un tiempo mientras preguntan por ahí.

    Buena Samaritana probablemente encajaba menos que Matona de Alquiler. Seguí las señales de la siguiente rampa de salida y salimos a las calles locales.

    Pourdry pagaría por esto.

    Jesus.

    Confié en que Arthur estuviera bien. Por muy buena que fuese la Dra. Washington, una parte de mí se alegraba de que él hubiera escogido el hospital. Arthur sacó su teléfono, su pantalla era un rectángulo brillante manchado de rojo.

    —Sigue recto. Derecha en unas cinco manzanas —Asintió al volante pintado de sangre—. ¿Estás bien?

    —Sólo son las manos —me picaban como unas cabronas, pero las abrasiones siempre parecían peores de lo que eran. Todo los pedacitos que me importaban estaban intactos. Sólo deseaba que fuera igual de cierto en su caso. La ansiedad se me enrollaba en la garganta.

    Traté de ignorarla. —¿Giro aquí?

    Aparqué fuera de la rampa de la salida de ambulancias de la sala de emergencia. Arthur salió con un gruñido, saltando un poco cuando aterrizó sobre su pierna buena. Sentí que debería decir algo, pero todo lo que se me ocurrió fue: —Lo cogeremos, Arthur.

    —Sí —dijo él.

    Esperé a que llegara cojeando a la acera antes de salir disparada para abandonar la camioneta.

    Dios, mejor que él estuviera bien.

    Si no lo estaba, lo mataría.

    Llamé a Inspector mientras cambiaba de coche, mis aún sangrantes manos dejaban pringosas las teclas de mi teléfono quemado.

    —¿Cas? ¿Va todo bien? —no sonaba como si lo hubiera despertado.

    —No.

    Algo se movió detrás de mí, fuera de lugar, y yo giré brúscamente, la carabina apareció de nuevo. Pero sólo eran sombras.

    Me estaba volviendo loca.

    —¿Cas? Cas, ¿qué está pasando? ¿Tíos, estáis bien?

    Maldita sea. Concéntrate.

    —Voy para allá —le dije a Inspector, aplastando las palabras hasta la dureza del diamante—. Y quiero todo lo que puedas darme sobre Jacob Pourdry.

    _________

    [1] NdT: schadenfreude = término alemán que designa el sentimiento de alegría o satisfacción generado por el sufrimiento, infelicidad o humillación de otro. (fuente Wikipedia)

Capítulo 5

    —Jacob Pourdry —dijo Inspector, plenamente vestido y alerta cuando ingresé en la Guarida una hora y media más tarde—, es un pedazo de basura de orden superior. Las fuerzas del orden los saben todo sobre él, pero no han sido capaces de tocarlo porque mantiene limpias las manos sobre el papel. ¿Por qué los guantes?

    Me había pasado por una tienda de conveniencia para comprar algunos guantes de trabajo y no dejar sangre por todas partes. —No es nada. Sanarán. Sigue, pero dime primero cómo está Arthur.

    —Tendrá problemas para sentarse durante unas semanas, pero si te disparan, al parecer el gluteus maximus es el mejor sitio. Le sacaron la bala y lo curaron. Yo estoy inspeccionando la investigación de la policía. ¿Seguro que tú estas bien?

    —Sí. Sigue con lo de Pourdry. Sé que es escoria. Todos lo saben. Dime lo que no sé —Pourdry era un nombre para el que ni siquiera yo había estado dispuesta a trabajar mucho tiempo antes de que Arthur y yo hubiéramos empezado a interponernos en su camino. Pero si esto se convertía en una guerra, necesitaría más que conocimiento común y rumores urbanos.

    Mucho más.

    —Vale, bueno, ¿quieres su historia? —Como siempre, Inspector trabajaba mientras hablaba, consultando documentos que yo no reconocía mientras recitaba la letanía de memoria—. Jacob Pourdry es tu privilegiado sociópata básico de toda la vida que se aburre haciendo millones en Wall Street. No bromeo. Nació de la crémme y clase media de Toronto, venció a todos sus colegas académicamente y terminó en la Escuela Empresarial de Harvard, que al parecer era tan poco desafiante para él que empezó a organizar un negocio de drogas con todos los musculosos estudiantes de graduación sobrepresionados. Presuntamente quedó a medio camino de ser un gilipollas en el sector financiero, exprimió lo que pudo de Nueva York, luego decidió que no era bastante patio de juego y expandió su negocio hasta una de las mayores empresas criminales que se extienden por el suroeste de los Estados Unidos.

    —¿Todo eso es de domimio público?

    —Si sabes donde mirar. Te lo estoy diciendo, este tío es como Al Capone: el único modo de que lo pillen es que encuentren un decimal descolocado en sus impuestos. Todo el mundo sabe lo que hace, pero nadie puede presentar cargos.

    —Eso no importa. Voy a meterle una bala en el cerebro —La piel alrededor de los ojos de Inspector se tensó y él tragó, aún estudiando su pantalla—. Venga ya —dije—. Ese tío trafica con niños. No tiene segundas oportunidades.

    —Ya, es que... no puedo evitar dar a mi conciencia cierta negación plausible, por favor.

    Yo no tenía paciencia para tales escrúpulos. —Sus matones dispararon a Arthur anoche. Podían habernos matado a ambos. Necesito saber dónde puedo encontrarlo y lo que ocurrirá con su red si hay un repentino vacío de poder.

    Si era sólo Pourdry quien tenía el encanto y la habilidad de sujetar a los siguientes en el rango, quizá decapitando a la serpiente fuese lo único que yo necesitaba.

    Inspector dejó salir un suspiro. —No puedo ayudarte con eso. No escriben esa clase de cosas en el papel ni, ya sabes, en archivos digitales. Pero puedo decirte que dirige las cosas por medio de un montón de frentes y empresas fachada, y puedo darte una lista de sus direcciones. Primero quiero asegurarne de que la investigación de la policía no está siguiéndote los talones. ¿Puedo enviarte un email con eso?

    —Hazlo. Y recuerda que aún me debes los datos estadísticos.

    —De acuerdo —las palabras sonaron frágiles.

    —Por eso necesitamos un mejor modo de combatir —dije—. Coger a estos gilipollas de uno en uno nunca va a ser bastante —Inspector apretó los labios—. ¿Qué demonios te pasa? —Una parte de mí me estaba picando para empezar una pelea, e Inspector estaba tanto disponible como enfureciéndome—. ¿Acaban de disparar a Arthur y aún no quieres ayudarme?

    —¿Podemos hablar de esto más tarde?

    —¿Cuándo? ¿Después de que me peguen un tiro? ¿Después de que te disparen a ti? ¿Después de que Pilar vaya caminando por la calle hacia la oficina y la asalten?

    —Eso no es justo.

    —¡Pues claro que no es justo! ¡Esa es la razón por la que necesitemos hacer esto!

    Pues claro que no es justo, imitó una voz que no era la mía en mi cabeza. Hemos nacido para esto.

    Aparté el fantasma.

    ¿Qué demonios estaba pasando con mi cerebro?

    —Intento que sea justo y tú no me ayudas.

    —Porque estoy en contra de esto. Influenciar el patrón de pensamiento de la gente está mal, es incorrecto y es malvado y yo no voy a ayudarte a hacerlo.

    —¿Qué? ¿Ahora la malvada soy yo?

    —No es eso lo que he dicho —se defendió—. Pero yo no querría que trastearan con mi cerebro y no voy a ayudarte a hacérselo a cualquier otro. Punto.

    —Oh, ¿piensas que probablemente nunca te pillarán en un disturbio, verdad?

    —No tiene nada que ver.

    —Joder, tiene mucho que ver —dije—. Porque si estuvieras y perdieras temporalmente tu capacidad de razonar, te garantizo que lo que más querrías en el mundo sería algo que anulase esa sensación —Supe que iba a empezar una discusión y no traté de sacar el egoísmo de mi cara.

    —La psicología de masas es como una droga. Esto va a ayudar a la gente a que no le afecte algo que de otro modo les haría bárbaros y amorales contra su voluntad. Y tú no quieres ayudar —Él dudó—. No se trata de un chupete, y no va a trastear con los sesos de la gente —insistí—. Se trata de evitar que la deindividualización lo haga.

    Inspector apoyó los codos en su escritorio y dejó caer la cara en las manos. —Que te den, Cas.

    —Ya deberías saberlo a estás alturas. Siempre tengo razón.

    —Eso ni siquiera está cerca de ser cierto —Se sentó bien de nuevo, quitándose las gafas para frotarse los ojos—. Quiero que salgas de la Guarida. No me importa lo que pienses. No quiero que esto me afecte el cerebro.

    —De acuerdo —dije—. Tus delicadas neuronitas quedarán a salvo.

    —Y si este chisme empieza a hacer tan pacífica a la gente que quieran tumbarse y morir, te voy a hacer a ti personalmente responsable.

    —Tú ves demasiadas películas —dije—. Te lo aseguro, sólo va a afectar a las personas a las que el pensamiento de grupo ya les ha pulsado los botones.

    —Aún así, estoy en contra de eso.

    —Y aún así yo estoy en contra de que te metas en mis asuntos, así que estamos en paz.

    De pronto sentí cada centímetro de las magulladuras de anoche. Me senté rígida en la mesa de Inspector, entre los monitores, y apoyé la espalda en una torre de ordenador. Sentí a Inspector acercarse a mí. Levantó un teclado de la mesa y lo colocó encima de una de las torres para poder apoyar los codos junto a mí.

    —Cas. Ey.

    Coloqué mis manos enguantadas laxas contra mis rodillas. La sangre estaba empezando a filtrarse a través de las costuras. Inspector me empujó las piernas con su hombro.

    —¿Sabes?, sólo tú te asignarías el problema de combatir el crimen intentando una solución general.

    —Las soluciones generales son las únicas que valen la pena —dije.

    —Nah —respondió—. Por ejemplo, creo que vamos a encontrar una solución particular al problema de recombinación de Cas Russell.

    Solté el aire en algo similar a una carcajada.

    —Háblame de algunos de tus clientes —me dijo suavemente—. Los habituales o los antiguos.

    —¿No tenías una investigación policíal que inspeccionar?

    —Estoy esperado a su Unidad de Escena del Crimen. Tenemos un minuto.

    Dios, me duele todo.

    Quería ir a dormir, pero moverse dolía demasiado. —No puedo decirte lo que hago para ellos —le dije a Inspector—. La discreción es parte del trabajo.

    —Eso no importa. Sólo dime cómo los conociste.

    Suspiré.

    —Yamamoto supo mi nombre por Anton. No sé lo que Anton le dijo, pero llenó un ridículo muro la primera vez que nos encontramos. Enorne despliegue de poder, montones de guardias armados, un despliegue que prácticamente era un banquete. Nunca he conocido a nadie que tratase de impresionarme con tanto empeño.

    —Por lo que he oído de Yamamoto, no me sorprende —dijo Inspector con una sonrisa fantasma en su voz.

    —Sí. Es todo un personaje.

    —¿Cómo conociste a Anton?

    —Por Tegan, creo. Anton era... él y yo nos conocimos hace mucho —tragué.

    La muerte de Anton aún me apuñalaba. No lo había conocido muy bien a nivel personal, pero el gran hombre gruñón había dejado un agujero más amplio del que yo había esperado. Y su muerte había sido culpa mía: la suya y la de su hija.

    —Necesitaba una información y le pregunté... no, no fue así. Tegan lo mencionó y le pedí una referencia porque sabía que necesitaría a alguien.

    —¿Cuánto hace de eso? —preguntó Inspector.

    —Oh, uh… cinco años o así. Quizá un poco menos.

    —¿Tenías informador antes de Anton? —continuó Inspector.

    —No, yo misma hacía la mayoría de las búsquedas antes de eso. Pero necesitaba a alguien... no puedo hacer mucho más allá que usar motores de búsqueda básicos.

    —Créeme, lo sé —dijo Inspector.

    —Cierra el pico.

    —¿Y qué hay de Tegan? ¿Cómo lo conociste?

    Fruncí el ceño un poco al pensar en Tegan. Le había pedido otra referencia medio año atrás e inmediatamente después yo lo había jodido. Desde entonces, me había acobardado demasiado ver si aún aceptaba mis llamadas. Al menos no había hecho que lo mataran como a Anton.

    —Lo conocí cuando hice un trabajo para él —le dije a Inspector, con voz un poco alta—. Él necesitaba... no, espera, cuendo él me llamó para contratarme, ya lo conocía —pensé durante un rato—. Eso es, yo lo contraté primero.

    —¿Por documentos?

    —No lo sé. Es... confuso. es decir, sí, obviamente por documentos, ¿para qué si no ibas a contratar Tegan? Pero no recuerdo para qué. Río y yo fuimos... no puedo recordar para qué era el paquete, o en qué trabajo. No creo que sea el mismo problema de memoria, creo que sólo es porque ha pasado tiempo y no era importante.

    —Tal vez —dijo Inspector—. ¿Podía haber sido para ti el paquete de documentos? ¿Tienes algún documento de identidad?

    Cassandra, ¿verdad? Encantado de conocerte.

    —Sí, por supuesto —obligué a que la respuesta anulara la voz en mi cabeza—. Tenía veinte años o así. He pedido a Tegan que me haga documentos nuevos como cosa normal. Aunque ninguno de ellos a mi nombre.

    —Por supuesto que no —dijo Inspector con fundada ironía—. ¿Y que hay de, uh, Río? ¿Desde cuándo lo conoces?

    —Oh, desde siempre —dije—. Mucho tiempo.

    —¿Cuánto es mucho tiempo?

    —No lo sé, años. Siempre.

    Hizo una pausa durante un momento. —¿Cómo lo conociste? —sonó sorprendentemente neutral y me pregunté si la indecisión había sido para asegurarse de haber filtrado el juicio de su voz.

    Ni a Inspector ni a Arthur les gustaba Río. No podía decir que les culpara. Río no era… un hombre simpático.

    Habían pecado a los ojos de Dios.

    El eco se acompañó con sangre y muerte.

    —Me salvó la vida.

    —¿De qué?

    —De… —Comprimí los parpados al cerrarlos, mi cerebro se esforzaba detrás de los ojos—. No quiero hablar de eso —tragué—. Jesus, me han disparado y casi atropellado anoche, por si no lo recuerdas. ¿Podemos no hacer esto ahora?

    Inspector quedó en silencio durante tanto tiempo que yo no podía saber si quería decir no. —Claro. Ya seguiremos más tarde. Gracias, Cas, esto ayuda.

    —¿Ayuda a quién? —Él me ignoró.

    —Duerme algo. Yo, uh. yo empezaré a enviarte los datos que me pediste, ¿vale? Lo prometo.

    Gruñí. Necesitaba dormir. Mi cuerpo se había entumecido tanto que pensé en preguntarle a Inspector si podía dornir en su sofá, pero imaginé que debería quitarne los guantes antes de que empezaran a quedar pegajosos y cuidar adecuadamente de mis estúpidas manos.

    La derecha me picaba con un contínuo latido. Me impulsé en la mesa de Inspector y dejé la Guarida.

    En la acera frente a su casa me detuve. La noche se mostró en números y estructuras de datos. Los respiré lentamente. Algo iba mal. Había dejado mi carabina en el coche, pero el modelo tridimensional de mi Colt se arrastró hacia mi cabeza, perfilado donde descansaba entre la espalda y el cinturón. Lo había comprobado después de dejar a Arthur y la caída había arruinado el acabado de un modo que me dolía más que mis manos, pero todas las tolerancias aún eran tensas y sólidas.

    Mi cerebro y músculos me impulsaban a desenfundarlo y disparar a la amenaza que sabía que estaba ahí fuera.

    Ojalá pudiera situarla.

    —Por favor —dijo una voz—. No.

    Me giré y desenfundé, la conjetura se hizo realidad cuando el Colt salió de mi cinturón hacia mis dedos enguantados.

    —¡Por favor! —gritó el hombre, el de piel bronceada y pelo rizado que yo había visto en el bar y fuera de la oficina de Arthur, el hombre que me había estado siguiendo... desde hacía días.

    El hombre que yo había visto incluso antes que eso, incluso antes de todas las veces que había advertido y olvidado su presencia… una y otra vez, atormentando mis sueños.

    Levantó las manos vacías, con las palmas hacia mí y dio un paso atrás.

    —No quiero hacerte daño, Cassandra.

    Mantuve el arma apuntando justo entre sus ojos. —¿Quién coño eres tú?

Capítulo 6

    —Cassandra, por favor —dijo—. Baja el arma.

    —Me has estado siguiendo —Nadie era capaz de seguirme. No de ese modo—. ¿Y cómo acabas de llamarme?

    El hombre moreno dio un lento y cauto paso adelante, pero no como si estuviera asustado, más bien como podría uno acercarse a un cachorro asustado. Sentí como si viera su silueta adecuadamente por primera vez: una cara apuesta con rasgos bien definidos, de constitución media, con ropas casuales normales, un poco más alto que la media, pero no lo bastante para ser notable.

    —Cassandra —dijo—. Ese es tu nombre, ¿recuerdas?

    ¿Qué demonios?

    —Ya lo sé —dije—. Quiero saber cómo lo sabes tú.

    Dejó salir una respiración que sonó aliviada. —Eso no importa. Nos conocimos hace mucho tiempo. No lo recordarías.

    Rebusqué en la desordenada confusión de mi cerebro cada recuerdo que podía reunir. En los últimos días había sentido que estaba siendo observada, había visto su forma borrosa en la esquina del ojo, las impresiones se mezclaban con mis sueños hasta que no sabía qué había sucedido en realidad.

    El hombre oscuro corriendo conmigo a través de un bosque, agachándonos juntos en un escondite, temerosos…

    —Cassandra, ¿qué te pasa?

    Intenté recordar más atrás, sujeta por algo sólido, y de pronto él parecía horriblemente familiar, alguien que yo había conocido en otra vida. Pero seguía sin recordarlo.

    —¡Cassandra, basta! ¡Deja de intentarlo! —Él había ocupado la distancia entre nosotros y me sujetaba por los hombros, el arma estaba ahora en su cara.

    Y yo... yo no le había visto hacerlo. De algún modo había pasado por alto el movimiento de una amenaza potencial mientras estaba en un punto muerto .Me aparté de él, lejos, tensando el agarre en el Colt, asegurando mi puntería.

    —No me toques. ¡Joder, no me toques!

    —Cassandra...

    —¡Deja de llamarme así!

    ¿Quién era este hombre, esta… aparición? Y la única persona que yo había conocido que solía usar mi nombre así en toda frase era Río.

    Río.

    Vi a Río y a este hombre de pie juntos, hablando, con el profundo crepúsculo tras ellos.

    —¡Cassandra! ¡Basta! ¡Vuelve conmigo! —Se había acercado y me había cogido por la muñeca esta vez, empujando para bajarme el arma.

    Me zafé de su agarre empujándole hacia atrás. El corazón me golpeaba el pecho, mi adrenalina se disparó.

    —¿Qué demonios me estás haciendo?

    No pareció haber oído mi pregunta. Sus ojos pasaban lentamente por mi cara como si estuviera inspeccionando el mobiliario de una casa. — Oh... oh Dios... ¿qué ha pasado?

    —¿Qué quieres decir, qué ha pasado? ¿Quién eres?

    Parpadeó muy rápido, frunció el ceño y sus ojos se fijaron de nuevo en los míos. Su mirada era cautivadora, un magnetismo oscuro que amenazaba con atraerme. Me ahogaba en él.

    —Cassandra —dijo suavemente—, tengo que preguntarte algo.

    —Dime quién coño eres primero.

    —Mi nombre es Simon. Como te he dicho, te conozco. Desde hace mucho tiempo.

    —Eso no me dice una mierda.

    —Quizá no —dijo—, pero tengo que pedirte algo. Puede... puede parecer de locos.

    —¿Cómo has conseguido seguirme? —mi voz era ronca. No me molesté en tratar de levantar el arma de nuevo

    —Cuando quiero no ser visto, la gente no me percibe normalmente. No es nada maligno, te lo juro.

    —Me estás haciendo algo. Mis pensamientos. Mi memoria.

    Joder, me había encontrado otras personas como él antes... o al menos, una persona.

    Dawna Polk.

    Dawna Polk, psíquica extraordinaria que me había hecho traicionar a Río. A Arthur traicionar a Inspector. Y sus siervos con lavado de cerebro creían totalmente en su causa.

    —Mierda —dije—. Por eso no puedo... tú eres de Pítica. ¡Teníamos un trato!

    —¡No! No, no estoy con Pítica, lo juro.

    Un zumbido llenó mi cerebro, como si no le llegara bastante oxígeno. —Dices que no estás con ellos, pero sabes quiénes son, conoces ese nombre.

    —Sí. Y veo que tú también —Él buscaba mi cara.

    —Tú, tú eres…eres como ellos.

    Un psíquico. Otro maldito psíquico.

    Nos contemplamos el uno al otro. Necesitaba escapar o matarlo o romperle los huesos hasta que me contara todo lo que sabía sobre mí que yo desconocía.

    No iba a hacer ninguna de esas cosas.

    Mierda. Mierda mierda mierda.

    —Cassandra, no estoy intentando... no haré que hagas nada contra tu voluntad, Yo no haría eso. Lo prometo. Yo no he sido y no estoy haciéndolo ahora. He intentado pasar desapercibo, lo admito, y soy efectivo en eso, pero no estaba haciéndote nada. Lo juro.

    —Eso suena a una distinción sin una diferencia —dije. Levanté mi Colt de nuevo, lentamente, cautamente—. Si no me estás haciendo nada, ¿por qué siento que no podría dispararte por mucho que lo intentara?

    Echó la cabeza hacia atrás y levantó más las manos. — Hay algunas cosas... no estoy haciendo nada conscientemente, pero... Cassandra, por favor, esto no es una ciencia exacta.

    —Es sólo que no podéis evitar lavarle el cerebro a todos a vuestro alrededor, ¿es eso?

    —¡No! No es eso... no estoy haciendo eso.

    —Probablemente voy olvidar toda esta conversación, ¿verdad? —dije.

    —No —abrió mucho los ojos, escandalizado—. Cassandra, yo no haría eso. No lo haré. Por eso estoy aquí rogándote, no me haría falta si —Su expresión mostró preocupación—... Cassandra. Hubo un tiempo en que confiabas en mí. Por favor.

    Eso parecía improbable.

    Se pasó una mano por su pelo rizado. — Cassandra, te lo ruego. Estás en peligro y no sé qué, o cómo, no a menos que me dejes... —Se mordió el labio, haciéndose un corte..

    —¿Que te deje qué?

    —Necesito... mirar más de cerca. Por favor.

    —Te refieres a leerne la mente.

    Cerró los ojos. —Sí, pero...

    —Ni de coña. Olvídalo.

    —Sólo para descubrir en qué tipo de peligro estás. Eso es todo lo que buscaré, lo juro.

    —La única persona de la que estoy en peligro ahora mismo eres tú y de tus poderes retuercecerebros.

    Respiró hondo. —Entonces dime, ¿qué pasó con Pítica? ¿Cómo conoces esa palabra?

    —¿Cómo la conoces tú? ¿Cómo es que me conoces?

    —Cassandra...

    —Deja de llamarme así.

    —¡Por favor! —extendió la mano para atrapar mi brazo—. Por favor, déjame...

    Atrapé su muñeca con la mano esta vez, tan rápido que fue un movimiento borroso, y la retorcí. Simon chilló, su cuerpo siguió su brazo hasta inclinarse cuando le solté. —Te he dicho que no me toques —le dije—. Y nunca, nunca nunca te quiero dentro de mi jodida cabeza.

    La adrenalina y el miedo se dispararon por mi sistema. Si él era de verdad como Dawna, podía hacerme darle permiso (cualquiera que fuese el motivo para el que sintiera que lo necesitaba) y creer que yo lo había hecho gustosamente.

    ¿Quién sabía si no me había forzado a hacerlo ya?, pero las maquinaciones de Dawna habían sido juegos dentro de otros juegos, me había retorcido los procesos lógicos hasta hacerme olvidar qué era arriba o abajo.

    Retrocedí hacia donde había dejado el coche.

    —¡Cassandra! —llamó de nuevo.

    —¿Qué te he dicho?

    Apuntarlo con el Colt probablemente era inútil, pero lo hice de todos modos. —Aléjate de mí y permanece lejos. No me sigas. Ni siquiera te acerques de nuevo. Nunca.

    Entré en el coche, me alejé y seguí conduciendo. Cambié de coche y conduje un poco más. Recorrí la mitad de la ciudad una docena de veces antes de ir a un escondite en el que no había estado en algunos meses. No sentí a nadie detrás de mí, pero eso no significaba nada.

    Joder.

    Paré por fin y apoyé la cabeza en el volante. Me dolía cada músculo y los guantes de trabajo me arañaban las manos cada vez que movía los dedos.

    Probablemente debería decirle a Inspector lo que acababa de pasar. Que un hombre de mi pasado había aparecido. Que un hombre de mi pasado había aparecido y era uno de ellos.

    Demonios.

    Probablemente debería avisar a ambos, a Inspector y a Arthur. Y a Pilar y a Río... a cualquiera a quien Simon pudiera aproximarse y atacarlo con sus poderes.

    Río... Prueba con Los Angeles. Es una ciudad bastante grande de Norteamérica en la que sería fácil desaparecer.

    Cerré los ojos y traté de moderar mi respiración.

    Mierda.

    Había dejado a Simon frente a la casa de Inspector. Ni siquiera había pensado en ello. Y lo había visto fuera de la oficina de Arthur. El tipo conocía a todos con los que yo estaba asociada, podría llegar hasta cualquiera de ellos, descubrir lo que quisiera, convertirlos en sus títeres.

    ¿Era la inane cruzada de Inspector para descubrir mis secretos ya una parte del plan maestro personal de Simon? ¿Cómo podía fiarme de nadie?

    Quizá quiere que no cuentes con nadie. Quizá su plan sea ese, convencerte de manenterlo a él en secreto, como un árbol caído sin nadie para oírlo, una partícula inobservada, hasta conseguir lo que sea que quiere de ti.

    Éste era el problema con los psíquicos. Nunca sabía qué decisiones era las mías propias.

    Pero, venga ya, ¿qué iba yo a decirle a Inspector de todos modos? ¿Que un psíquico de mi pasado me había seguido, probablemente durante semanas, y que luego me había pedido permiso para leerme la mente?

    Estaba empezando a sonar como una loca.

    Esto no es una broma... Cassandra, escúchame, por favor, te volverás loca..., aparté la idea.

    —Estás en peligro —oí decir a Simon de nuevo, solapado con la memoria de Inspector: Podrías estar en peligro. Podrías tener otros enemigos ahí fuera .

    Enemigos.

    Que yo supiera, Simon podía ser uno de ellos.

    Cristo, yo no tenía tiempo para este lío.

    Envié un texto a Inspector para asegurarme de que estaba bien y él lo confirmó en el momento, lo cual supuse que podía confiar en ello tanto como en todo lo demás a estas alturas. Luego jugueteé con el teléfono, meditando, sopesando los pros y los contras sobre lo que hacer con Simon sin jodidos cambios de idea. Pero depués de menos de tres minutos, fui interrumpida por Inspector al enviarme otro texto: BS AL HOSPTL JP VA A x ARTHUR

    No esperé para preguntarle cómo lo sabía.

    Aceleré tan rápido que desgasté una capa de goma de los neumáticos.

    Joder joder joder.

    Esto nos pasaba por ir a un hospital, por informar a la policía como buenos ciudadanos. Pourdry no sólo jugaba a evadir a las fuerzas del orden, tenía informantes. Si le ocurría algo a Arthur, yo iba a quemar Los Angeles hasta los cimientos para pillar a Pourdry.

    Demonios, iba a hacerlo de todos modos. Se me estaba acabando la paciencia.

    Quienquiera que fuese Simon, él y sus estúpidas, extrañas y espeluznantes súplicas podían esperar.

Capítulo 7

    Los hospitales no tienen una gran seguridad, pero tienden a mirar ceñudos a la gente con armas.

    Dejé mi carabina y me llevé el Colt escondido.

    Entré deprisa en Urgencias con el móvil al oído. Inspector había estado intentando hablar con Arthur sin éxito, no sabía si Arthur estaba aún en mitad de algún tratamiento o si el hospital tenía mala cobertura como para estar rastreando actualizaciones médicas en tiempo real.

    —Está en la sala de examen cuatro. Sigue recto por el zaguán de la entrada, cruza la puerta de la esquina derecha del fondo de la sala de espera, pasa la recepción de enfermería, tercera sala a la izquierda.

    Fijé rápido mis sentidos en la superposición matemática de campos de vision. Había demasiada gente atestando la zona de Urgencias para hacerme del todo invisible, pero al menos podía esquivar al personal.

    La gente que no tenía autoridad no decía nada generalemente. Me colé por los campos de vista periféricos como si estuviera esquivando láseres, agachándome y deslizándome por la puerta y luego andando pegada a la pared de la enfermería. Para detenerme tenían que verme y ni una sola persona en bata blanca lo hacía. Un par de pacientes captó mis travesuras y frunció el ceño a mi paso, pero luego miraban a los que estaban al mando, asumiendo que deberían haberme visto, y se encogían de hombros volviendo a sus propios asuntos.

    Escapé de las áreas concurridas y corrí por el pasillo.

    Sala de Examen 4, tercera puerta a la izquierda.

    Irrumpí en ella con el arma levantada. Arthur alzó la vista. Estaba de pie, aún en bata de hospital, y se apoyaba pesadamente sobre la mesa de examen. Un nervudo tipo caucásico estaba tendido en el suelo con una aguja clavada en el cuello.

    —Oh —dije—. Buen trabajo. ¿estás bien para salir de aquí?

    —Demonios, sí —dijo él—. Sólo tengo que vestirme. Dos minutos.

    Le di la espalda mientras Arthur se vestía, manteniendo medio ojo en el matón del suelo, que respiraba, pero lentamente.

    —Probablemente no vale la pena esperar y pedir una muletas —musitó Arthur—. ¿Me echas una mano?

    Me metí bajo su brazo y él se apoyó pesadamente en mi hombro. Entorné la puerta y espié fuera. En cuanto el pasillo tuvo una pausa de tráfico, abrí la puerta y ayudé a Arthur a salir renqueando. Llegamos con pasos cortos hasta la sala de espera con sus muchos ojos, luego hasta la salida de emergencia al fondo del zaguán, la etiquetada como: "Solo Salida de Emergencia. Sonará la Alarma."

    —¡Espere! ¿Señor? —la voz de una mujer lo llamó detrás de nosotros.

    —Empieza el baile —dije y empujé la puerta de emergencia. Bramó la alarma a nuestra espalda mientras salimos hacia la noche.

    —Tengo las placas de los detectives —dijo Arthur—. Puedo llamarlos y arreglar este asunto en cuanto estemos a salvo.

    Nos embutimos en el coche y salí zumbando hacia uno de mis escondites. Desde que conocía a Inspector, yo había adquirido gradualmente algunos sin escaleras, por si acaso. Ahora resultaba útil.

    Conduje hasta la dirección más oscura de todas, la que era menos probable que un acosador telépatico hubiera encontrado dentro de mi cerebro.

    ¿Podía él hacer eso? ¿O el tipo me había engañado para decírsela mientras yo pensaba que hacerlo había sido idea mía?

    Quizá se la había dicho y lo había olvidado.

    —Mantente alerta —advertí a Arthur, innecesariamente.

    Él levantó un dedo hacia mí mientras hablaba por teléfono con Inspector —¿Hablaste con... están a salvo? ¿Seguro? Vale. Buen hombre. No, mejor que no lo sepa por ahora. Gracias… Todavía no lo sé. ¿Hablarás con Pilar? Sí, mejor prevenir. Dile a ella que lo siento.

    —Pilar sabía dónde se estaba metiendo —le dije. Mantener la cabeza agachada de los malhechores a veces estaba en la descripción del empleo, que yo supiera.

    Arthur me disparó una mirada molesta y siguió hablando al teléfono. —Sí, estaré en contacto. Ten cuidado también, hijo —colgó.

    —¿Todo arreglado? —dije.

    —Nadie debería recibir un tiro sólo porque trabaja conmigo.

    —Probablemente nadie debería recibir un tiro, punto —dije—. Eso en un mundo perfecto. En el que vivimos, los adultos creciditos toman sus propias decisiones.

    —No me gusta.

    —No he dicho que te gustara —dije—. No te compliques tergiversando lo que digo, Tresting. No soy yo quien intenta matarnos.

    Él suspiró—. ¿Cuál es el plan? Parece que Pourdry ha pasado a la ofensiva.

    Bueno, eso era obvio. —¿Qué piensas?

    —Que podría no ser el único. Hemos cabreado a un buen número de infames paisanos los últimos meses. Como empiecen a hablar entre ellos...

    —Tatraré de obtener algunos datos —dije—. Mientras tanto, Inspector está haciendo una búsqueda sobre los negocios de Pourdry. Cuando termine, nos toca a nosotros pasar a la ofensiva.

    —Tu MO siempre tan elegante —dijo Arthur—. ¿Cuándo empezaste a ser sarcástica?

    Jesus, ojalá fuese más elegante. Me encantan las soluciones elegantes.

    —La elegancia sería contraatacar en la raíz. Perseguir a los malos uno a uno es ir de culo cuesta arriba.

    Arthur era un tipo inteligente. —¿Eso es en lo que estabas con todos esos mapas? —me preguntó.

    —Sí —estudié la carretera.

    No había un motivo en particular por el que debiera contarle a Arthur en lo que yo estaba trabajando. De hecho, había muchas buenas razones para no hacerlo, La primera y más importante era que había una probabilidad mayor del 50% de que él tomara el lado de Inspector y tratase de detenerne.

    Arthur había intentado detenerme un par de veces en el pasado y yo siempre había embestido su postura moral con un bonito "que te jodan" y lo había hecho a mi modo. Una de esas veces había provocado la muerte de alguien. La otra vez no, pero sólo conseguí evitarla haciendo que me torturaran con una batería de coche. A Arthur eso no le había hecho gracia, era un hombre difícil de leer, pero yo estaba convencida de seguir aún en periodo de prueba con él. Le había prometido intentar dejar de hacer esa mierda.

    Me lamí los labios. —Creo que tengo un modo de reducir la tasa del crimen.

    —¿Sí?

    Se lo expliqué.

    Arthur me dejó hablar sin interrupción mientras yo delineaba el plan: tecnología de Arkacite, mis matemáticas y Los Angeles metropolitana como punto de pruebas.

    Yo mantenía los ojos en la carretera, enmarcando continuamente su reacción. —Y creo que Pilar tiene razón. La tecnología funcionaba, pero era sólo asunto de las matemáticas —terminé mi sumario.

    —¿Cómo funciona?

    Pude saber por su tono lo que pensaba. —Bueno, todavía no tengo las especificaciones, pero puedo resumirte los informes —puse ni mejor voz de persona razonable—. Primero descubrieron el patrón único del cerebro que viene del estado de deindividuación. ¿Sabes algo de ondas cerebrales?

    —Sé que existen.

    —Hemos podido clasificar ondas cerebrales desde hace un tiempo: el aspecto que tienen en el estado despierto normal, cómo son durante el sueño profundo, cosas así. Pero su investigación descubrió la serie de Fourier única o, debería decir, el alcance estrecho de la serie de Fourier.

    —En inglés, Russell.

    —Lo que digo es que consiguieron registrar lo que hace el cerebro cuando llegas al estado de la deindividualidad. las características matemáticas de las ondas del cerebro.

    —¿Y luego qué?

    —Pues resulta que nuestro entramado cerebral ha estado ahí durante mucho tiempo —dije—. Es fascinante, en realidad. La gente ha descubierto toda clase de formas de clasificar las, um, las frecuencias del cerebro de un sujeto para alinearlas con una frecuencia impuesta. Como si reprodujesen ritmos en los oídos del sujeto y pasaran sus frecuencias al cerebro para reducirlo a un estado más meditativo.

    —Sujeto —dijo Arthur—. Te refieres a un ser humano.

    —Sí —dije—. Gente. Todos somos matemáticas por dentro.

    Él se movió incómodo en su asiento. —Continúa.

    —Sólo hace poco los psicólogos sociales y los neurólogos han empezado a cruzar charlas unos con otros cada vez más. Hicieron investigación más serias en la neurociencia de diferentes estados psicológicos y en alguna parte del camino alguien con financiación pilló el viento de cara.

    —Arkacite.

    —Sí, o subenciones militares, o alguna combinación de eso. Da igual, la parte importante es que descubrieron cómo usar, cuando alguien está en un lugar deindividualizado, una combinación de audio y frecuencias electromagnéticas para realinear el cerebro con ellas.

    —¿Efectos secundarios? —preguntó Arthur—. ¿Es peligroso?

    —No más peligroso que escuchar música.

    Eso no era estríctamente cierto. Después de todo, como había dicho Pilar, cuando no había funcionado bien, había causado cierto… comportamiento inesperado.

    Suspiré —Mientras funcione del modo pretendido, no es peligroso. Toda la acción está en realinear las frecuencias cerebrales hasta un nivel más normal, sacarlas de ese estado. Es como volver normal a la gente.

    —¿Qué hay de las personas que no están participando en el tumulto? ¿Qué efectos tiene en esas?

    —Ninguno.

    —¿Estás segura?

    —Sí. Es matemáticamente imposible que el aparato saque del estado normal el cerebro de la gente.

    —Creí que dijiste que teníamos más de un estado cerebral normal. Como cuando dormimos o meditamos.

    —A esos tampoco les afectará. Es, um —pensé en cómo explicarlo—... Está demasiado lejos. ¿Has visto alguna vez a una persona romper una copa con una frecuencia de resonancia?

    —¿Como los cantantes de opera? ¿Eso sucede de verdad?

    —Claro —dije—, pero no lo hace cualquier frecuencia. Tiene que ser resonante con el vaso. Un vaso no es exactamente lo mismo, pero, matemáticamente, lo que el aparato pueden producir está demasiado lejos para que algo pueda afectar el resto de estados en ese rango particular de ondas.

    —Entonces, ¿dónde está el truco?

    Le hablé sobre que no habían sido capaces de descubrir un modo de cubrir equitativamente una gran zona.

    —Básicamente, podían hacerlo si el sujeto experimental era una persona quieta. Lo probaron con gente que jugaba videojuegos y esas cosas, por ejemplo; pero, en escenarios de disturbio del mundo real, nunca iba a ser ese el caso. Siempre habría mucha gente en una zona grande y no pudieron conseguir que la combinación justa de frecuencias permaneciese constante sobre una área lo bastante grande. Cuando la gente se movía fuera del punto activo y entraba en lugares donde las bandas de frecuencia ya eran correctas se reveló que ahí era donde se inciaban los problemas. Y nosotros queremos, bueno, queremos eso a una mayor escala. queremos un impacto consistente y lo queremos en todas partes. No queremos que la gente entre y salga de los efectos.

    —¿No? —dijo Arthur secamente.

    —Por dos razones —discutí—. Esto no tendrá un impacto a gran escala si la gente que está en situaciones vulnerables: los chicos de las bandas de barrio, por ejemplo —me apoyé en eso, pensando en Katrina y Justin— resultan adoctrinados una vez que vaguen fuera del radio hasta otra manzana del barrio. Segundo: queremos ver si en realidad hay un efecto estadísticamente significativo y, para eso, necesitamos probarlo en una área grande.

    —¿Y qué? ¿Estás sugiriendo todo LA? Eso es un montón infiernal de terreno que cubrir.

    —Sí —dije—. Lo es. Pero hice una estimación. Será factible mientras podamos construir los chismes y ajustar el calibre del modo que necesito. Colocar bastantes chismes llevará algún tiempo, pero será factible. Especialmente si Inspector y Pilar me ayudan.

    —Y dices que las matemáticas lo harán funcionar —habló como si estuviera pensando bien las cosas. Digiriéndolas.

    —Sí. Cada vez me acerco más. Creo que voy a ser capaz de ajustar esos chismes y colocarlos por la ciudad de un modo que funcionen. Podré cubrir toda la zona metropolitana entera equitatiamente, más o menos; al menos todas partes estarán dentro de la banda de frecuencia necesaria.

    —Así que una operación como las de Pourdry o como cuando a los chavales en LA Sur les exprimen la vida…

    —Voy a hacer que Inspector haga algunas simulaciones, pero debería haber un impacto no trivial.

    Mi corazón latía más rápido. ¿Estaba Arthur en realidad de acuerdo conmigo?

    —De acuerdo. Vale. Russell. Sé que no me has pedido permiso, pero me preocupa, ¿sabes? Sobre la parte que no tenemos pensado —se aclaró la garganta— Pero si esto tiene una posibilidad de ayudar... Dices que sólo va a afectar a la gente que ya está alterada, ¿verdad? A nadie más.

    —A nadie más.

    —Siendo así el caso, entonces, no creo que tengamos derecho a no hacerlo, si no hay temor a lo que podría pasar, pero quiero que pensemos esto paso a paso, ¿de acuerdo? Sin prisas. En cuanto surjan complicaciones, lo cancelamos.

    —Ya, claro —dije, difícilmente osando creerlo.

    —Y quiero que me lo expliques con más detalle. Quiero ver esos estudios y demás.

    —Claro.

    —Después, si parece que va a hacer lo que tú dices, quiero ayudar.

    Cielo Santo. Excelente.

    —No sé si yo sería de mucha ayuda ahora mismo, por supuesto… —añadió.

    —Oh, tonterías —dije—. No te necesito como pistolero. Tengo eso cubierto. Serás útil para las cosas que a mí se me dan mal —Descriptivamente: cualquier tarea de investigación o infiltración—. Ey, um, por el espíritu de cooperación y todo eso, hay… hay otra cosa que deberías saber —Conduje más rápido—. Esto no se lo he contado a Inspector todavía.

    —¿Qué ha pasado?

    De algún modo, Arthur siempre era capaz de ese tono abierto y sin prejuicio que te hacía confiar en él. Lo cuál era ridículo, porque él era una de las personas más morales y honradas que yo conocía.

    Tragué saliva y le hablé de Simon.

Capítulo 8

    Arthur estaba más preocupado que yo.

    —Necesitamos averiguar más sobre ese tipo —dijo mientras yo lo ayudaba a andar hasta un apartamento en la planta baja—. ¿Cuál es tu estatus?

    —Yo no estoy demasiado preocupada. El tipo parecía inofensivo —ejecuté el algoritmo para el plano de la ubicación de la llave con apenas pensarlo y estabilicé a Arthur durante un minuto para sacar la llave de debajo de una tabla del recubrimiento torcido del edificio—. Era irritante y rarito, pero era un tallarín mojado.

    —Russell —Arthur sopló un suspiro y volvió a poner la mano sobre mi hombro para entrar cojeando—, piénsalo bien.

    Cerré la puerta detrás de nosotros. ¿Qué…? Oh oh.

    —¿Estás insinuando que podría haberme hecho pensar que era inofensivo? —dije.

    —Aunque haya hecho lo que dijo y no te haya estado leyendo, si nos hacía eso a nosotros sin que notáramos que lo intentaba, probablemente puede dejar algún tipo de... no sé, impresión positiva.

    O al menos una impresión razonablemente inocente. Yo era una persona suspicaz por naturaleza, pero cuando se trataba de alguien que podía manipular mentes… Arthur tenía razón. Si tomaba de buena fe el comentario de Simon de "esto no es una ciencia exacta", cada corazonada que tenía sobre él probablemente era manufacturada.

    Me hundí en el gastado futón, que era el único mobiliario del estudio. —Odio a los psíquicos.

    —Al menos parecía que no es agresivo —dijo Arthur, estirando la pierna sobre su lado herido para hundirse en el colchón junto a mí—. A menos que no sea tan fuerte como Dawna. O a menos que tenga algún plan mayor.

    —Qué agradable eres.

    —Tenemos que encontrarlo de nuevo.

    Eso era la última cosa que yo quería hacer. —Probablemente me encontrará él a mí. Me dio la impresión de que no iba a aceptar un no por respuesta —Y quién sabía, la impresión de que no iba a rendirse podía incluso haber sido un pensamiento filtrado que él había proyectado accidentalmente, lo que implicaba que yo tenía definitivamente razón—. Pero incluso si lo veo de nuevo, no va a servirnos de mucho precisamente. No va a contarme nada que él no quiera.

    —Hmm. Como examinarlo sin mirar su cara. ¿sabes su apellido?

    —Ni siquiera estoy segura de que Simon sea su nombre real —dije.

    —¿Qué hay del modo en que te encontró?

    —Bueno, me conoce. Al parecer.

    Arthur se burló. —Russell, tú cambias de teléfono cada pocas semanas y ni siquiera tienes permiso de conducir. Conocerte no es lo mismo que encontrarte —Ese era un buen argumento—. ¿Cuáles son tus puntos de contacto con la red?

    —Tengo un buzón de voz permanente para los clientes y una dirección de email. Pero nada salió de ahí, a menos que me borrara la memoria de ello.

    —¿Qué hay de los clientes? ¿De los rondadores habituales?

    —Cualquiera de mis clientes normales sabe cómo localizarme, pero sólo me he sentido observada desde hace pocos días —dije—. Y las únicas personas que veo regularmente sois tú y… —estudié el suelo.

    —Podría ser uno de nosotros, a decir verdad —dijo Arthur—. Tampoco es que la lealtad signifique una maldita cosa cuando se trata de estos tipos. Pero dijiste que no dejaba de llamarte por tu nombre completo y pareció sorprendido de que fueses diferente a cómo te recordaba. Si hubiese hablado con uno de nosotros, si hubiese preguntado veinte cuestiones, ya habría tenído la información relevante —Arthur chasqueó los dedos—. Lo tengo. El cementerio. Inspector me contó la historia de tu nota, me pidió que llamara e hiciera un análisis forense.

    Así que los dos iban en realidad a seguir con aquello.

    Me sentí vagamente avergonzada. —Mis huellas son las únicas que vas a encontrar.

    —El asunto es que no recuerdas haber dejado ese mensaje. Esa es una conexión a un tiempo diferente. Ahora, supón que alguien estaba pendiente, comprobando, haciéndose pasar por un pariente afligido o algo así. Rompiste esa piedra el año pasado, cuando él llama para comprobar, el cementerio le dice que ha pasado algo. Quizá que encontraras la nota signifique algo para él, de modo que vuelve corriendo a LA y trata de averiguar un modo de localizarte.

    —Pero tenías razón al señalar que aún es imposible que él me pudiera haber rastreado desde...

    —No te acuerdas, eh. Me robaste el coche.

    Parpadeé.

    Oh. Claro. Lo hice.

    Estaba claro que necesitaba ser más paranoica sobre el cambio de coches.

    —Quizá este tipo seguía el rastro de lo que conducías cuando irrumpiste allí dentro, o de la seguridad o de alguna parte cerca —continuó Arthur—. Él espera fuera de mi oficina y te encuentra.

    Eso se sostenía. Vagamente.

    —También hay otros modos en que pudiera haber sucedido —añadió Arthur—. Inspector podía haberle dado la pista al investigarte, y este tipo lo rastreó a él a cambio. Aunque yo no pondría dinero en ello.

    Esto empezó a darme dolor de cabeza.

    —Voy a investigar en el cementerio —dijo Arthur—. Quiero ver quién pagó por tu tumba, descubrir toda la información que pueda.

    —Primero busquemos a Pourdry —dije—. Ese es el más peligroso.

    —Russell, no lo sabes.

    Jodidos psíquicos.

    —De acuerdo, pues pongamos a Inspector sobre Pourdry, tú sobre Simon, y yo voy con Pilar.

    —¿Qué vas a hacer? —preguntó Arthur.

    —¿Yo? Voy a entrar en un viejo almacén de Arkacite y robar un puñado de prototipos de alto secreto.

***

    Puede que Tecnologías Arkacite hubiese tenido una muerte ardiente como compañía después de que los eventos de un par de años atrás la hubieran llevado a la bancarrota (eventos en los que yo había estado bastante involucrada, para mi desgracia), pero el detrito de su imperio aún estaba por todas partes.

    Grandes pedazos de su tecnología habían sido comprados por otros mastodontes corporativos, todas sus viejas marcas ahora llevaban el subtítulo de quienquiera que fuese el nuevo amo, desde sus sistemas operativos hasta sus teléfonos inteligentes.

    Algo de la tecnología que había terminado en punto muerto se había comprado al por mayor junto con todo lo demás, pero otra había quedado vagando por el limbo, particularmente la investigación considerada lo bastante sensible como para quedar enfangada por las legalidades con el gobierno o con el ejército.

    Pilar había localizado los materiales del antiguo Dispositivo Signet encerrados en un almacén bien protegido por el que ya nadie quería pagar.

    —Necesitas a Inspector para eso —protestó Pilar cuando la llamé y le ordené su ayuda—. Yo no sé desconectarte cámaras ni sensores. O sea, él me ha estado enseñando algunas cosas, pero esto está muy muy muy muy lejos de mis posibilidades.

    —Llevo entrando en sitios desde mucho antes de conocer a Inspector —le dije.

    ¿Cuánto tiempo?, preguntó una voz.

    —No lo necesito —continué.

    —Pero ¿recuerdas lo fantástica que era la seguridad de Arkacite en la sede? Ni de milagro vas a poder usar mi tarjeta ID así otra vez y, además...

    —El nivel de seguridad de ese almacén no estará ni cerca del nivel de la sede —dije—. Es un difunto depósito de espacio que ha pasado por manos de gente que no lo quiere en su presupuesto. Sólo necesito alguna información. Planos de planta, especificaciones, cómo se activan las cosas. Tú puedes conseguirme todo eso, ¿no?

    —Um —dijo ella—, supongo que puedo intentarlo.

    Un día más tarde me encontró en la puerta de la casa de Inspector con una carpeta de quince centímetros de grosor, limpiamente organizada con etiquetas por colores.

    —Mierda —dije.

    Ella arrugó la nariz. —No he tenido gran cosa que hacer, con la oficina cerrada y todo eso.

    —¿Todo tranquilo en ese frente? —le pregunté.

    Pilar había estado durmiendo en el sofá de Inspector por si acaso Pourdry la relacionaba con Arthur. La conexión de Inspector con la compañía era ligeramente más oscura que la de ella, sólo un puñado de gente sabía en realidad que trabajaban juntos.

    —Todo tranquilo —confirmó Pilar.

    —Te he traído una escopeta —dije—. Está en el coche.

    —Yo casi, um, casi traigo la de Arthur de la oficina, pero ya conoces a Inspector. No le gustaría tener eso en la casa.

    —Él se las puede arreglar —dije—. Tú necesitarás más que una pistola si aparecen los matones de Pourdry. ¿Llevas tu CZ?

    Pilar se ruborizó y se palmeó conscientemente el jersey detrás de la cadera. —Sí.

    —Bien —sopesé la carpeta—. Ahora dime la versión corta de esta monstruosidad.

    Pilar se sentó y procedió a contarme dos horas de detalles que, en realidad, yo no necesitaba. Inspector entró desde la Guarida justo después de la undécima vez que le dije a Pilar que saltara a lo siguiente.

    —Ey —dijo él—. ¿Cómo os va?

    —¡Genial! —chirrió Pilar, al mismo tiempo que yo dije—. Mátame, por favor.

    Inspector se rió. —Cas, podrías probar con no aconsejar tu propia iniciativa por una vez.

    Ignoré la burla. —¿Qué has encontrado sobre Pourdry?

    —Tiene una empresa infiernal. La estoy desenterrando lentamente: siguiendo el dinero y todo eso.

    —¿Y qué hay de la poli? ¿Qué has conseguido del tiroteo?

    —Arthur está como testigo y van detrás de ti como otro también, pero nadie tiene una buena descripción tuya ni ninguna prueba forense... de nada, por cierto, dejaste huellas en algunos casquillos.

    —Para eso te tengo a ti.

    —Lo añadiré a tu cuenta. Podías ser un poquito más cuidadosa, ¿sabes?, no soy mago.

    —¿Estás admitiendo falibilidad electrónica? ¿Tú?

    —Disculpa mientras busco algo que lanzarte —se marchó hacia la cocina—. ¿Queréis algo de comer, vosotras?

    —No —dije, al mismo tiempo que Pilar gritaba—. ¡Sí, por favor!

    Imaginé golpearme lentamente la cabeza con la carpeta llena de etiquetas.

    —Gran parte de esto es un trabajo fácil. No hay infrarrojos y dejan las luces interiores encendidas, así que el único lugar donde no puedo evitar las cámaras de seguridad será sobre la valla. Es toda una lástima que mantengan registro de eso, de otro modo sólo habría que noquear al guarda que vigila los monitores.

    Inspector asomó la cabeza fuera de la cocina. —¿Necesitas un bucle de imagen con algo?

    —Es un sistema Rachnid —dijo Pilar—. Inalámbrico, pero con intranet.

    —Oh, eso no es problema. Si llevas un adaptador lo bastante cerca, puedo subirme a caballito sobre la señal y editar lo que queramos.

    —¿También puedes conseguirle los códigos de los teclados? —preguntó Pilar—. Esa es la única parte que yo no pude.

    —Puedo abrirlo por la fuerza —dije yo—. A menos que haya algo que no hayamos incluido en tu opus magnum de aquí, su seguridad no es lo bastante buena para sentir el daño.

    —Aunque, ¿no sería mejor que no sepan que has entrado? —preguntó Pilar—. O sea, para eso he comprobado todos sus procedimientos de inventario y demás. ¿No quieres ocultar lo que te vas a llevar? Porque entonces así nadie lo buscará ni buscará sus efectos.

    Inspector había regresado a la cocina, pero gritó desde allí: —Cas Russell, déjate de explosivos. Los códigos de teclado no son problema.

    Pensé durante un minuto. —¿Qué alcance tiene tu adaptador?

    —Cinco metros, más o menos —gritó.

    Hojeé hasta la etiqueta azul marcada con planos de planta y tracé mentalmente el radio que intersectaba la red de seguridad. —No, la infiltración total está descartada de todos modos. Tengo que ocuparme del guarda de seguridad o cruzaré múltiples cámaras antes de que la señal de Inspector esté a distancia de neutralizarlas.

    Inspector podía editar la grabación después del hecho, pero no la memoria de una persona.

    La memoria humana es infinitamente maleable, susurró alguien. Como pintar sobre un lienzo…

    —¿Por qué no distraes al guarda? —preguntó Pilar—. Luego pasas sin ser detectada y nadie tiene que sufrir una herida de la cabeza. ¡Doble premio!

    —Me gustabas más cuando te asustaba hablarme —gruñí—. Eso tampoco funcionaría. Matemáticamente, no puedo estar en dos lugares al mismo tiempo. No puedo atraer la atención del guarda hacia otra parte al mismo tiempo que me estoy acercando a la verja. A menos que use algo explosivo para hacerlo, y estamos hablando de no dejar pruebas, así que no hay avance.

    —¿Por qué no le pides a Arthur que lo haga? —sonrió Pilar.

    Lo consideré. Él se había ofrecido a ayudar. Y la fuerza del pensamiento podía ser más fácil, más eficiente, que mi bonito modo preferido de hacer las cosas. Pilar acababa de hacer una buena observación sobre infiltración que ayudaba a la causa, por mucho que yo odiara admitirlo.

    Inspector regresó al salón equilibrando una bandeja de sándwiches. —Ni se te ocurra pedirle a Arthur que haga trabajo de campo herido como está, Cas Russell. Ni te atrevas.

    —Tampoco es que su estado lo deje impedido para esto —dije—. Puede entrar y salir cojeando bastante bien.

    —¿Y si algo sale mal? Espera hasta que se cure. Me opongo enérgicamente.

    —Si la seguridad de Arthur es lo que te preocupa, poner nuestras manos en esta tecnología podría ser una ayuda contra Pourdry y contra el resto de la gente a quien hemos cabreado —dije—. Necesitamos que el acoplamiento funcione lo antes posible. ¿A alguno de vosotros le apetece apuntarse? Eso pensaba. Si no quieres que se lo pida a Arthur, entonces volvemos a la ruta sucia y rápida de entrar y salir. Ya puedes decirme algo más para robarlo de modo que no adviertan que falta el Dispositivo Signet.

    —Aún así lo notarán —dijo Pilar—. Si miras en la sección verde sobre inventario... —se interrumpió ella misma al ver la mirada de perro en mi cara—. Olvídalo. ¿Y si ayudo yo? ¿Necesitas que haga algo?

    —¿Qué? —dijo Inspector—. ¡No! —Las cejas de Pilar se juntaron ferozmente. Inspector se apartó hacia atrás en su silla—. ¡Sólo estoy diciendo que no tienes experiencia! —graznó él—. Estáis hablando de robar tecnología de alto secreto, si atrapan a Cas, conseguirás que te arresten, Pilar. ¡Esto no es un juego!

    —Gracias —dijo Pilar—. Eso ya lo sé.

    Yo apoyé la espalda en el sofá, poniendo los pies sobre la mesa de café de Inspector y disfrutando del espectáculo.

    —A diferencia del resto de nosotros, tú tienes un registro limpio, y a Arthur y a mí nos gustaría que siguiera así —dijo Inspector—. No te estamos pidiendo que hagas esto.

    —Tienes razón —dijo Pilar—. No me lo estáis pidiendo. Lo hago como voluntaria.

    —Espera —interrumpí—. Inspector, ¿tú y Arthur tenéis antecedentes criminales? ¿Desde cuándo?

    —Desde que no es asunto tuyo, desde eso —me disparó Inspector en respuesta. Se giró hacia Pilar de nuevo—. No quiero jugar la carta del jefe, pero cuando Arthur y yo te contratamos, ¡no fue para meterte en problemas como accesorio de robo con escalo! Tú no te vas a involucrar.

    —Esto no es parte de mi empleo —dijo Pilar—. Es para Cas, no para ti. Así que no puedes tirar de rango.

    —¿Quieres hacerlo tú entonces? —le pregunté a Inspector.

    —¡No puedo hacerlo si quieres que edite y pase un bucle en la grabación de seguridad a tiempo real! Y, además, no se me dan muy bien ese tipo de cosas, y soy lo bastante inteligente para saberlo. ¡Espera a Arthur!

    —Soy una chica —dijo Pilar—. El guarda no me verá como una amenaza. Le diré que he tenido un problema con el coche o algo así y charlaré con él. O con ella.

    —Ey, Pilar puede llevar el adaptador —dije—. Así yo no apareceré nunca en los monitores. Totalmente seguro. Sin opción a que alguien nos pille.

    —¡Siempre hay un riesgo! Que Newton me proteja, Pilar, ¿por qué demonios estás complaciendo a Cas en esto? Arthur estará mejor en unas semanas. ¡No hay necesidad!

    Pilar se encogió de hombros. —Pueden pasar un montón de cosas en unas semanas. La gente puede resultar herida en unas semanas. Si esto va a funcionar como piensa Cas…

    Uno de mis primos se unió a una banda hace un par de meses, había dicho Pilar.

    —Esto no va ser la panacea —De pronto sentí la necesidad de advertirla—. Ayudará, pero no va a resolver todos los problemas.

    —Pues quizá ayude bastante para que una buena familia equilibre las cosas —dijo Pilar, sin mirarnos a ninguno de los dos. Se levantó—. Voy a hacer algo de té. Cas, yo me apunto si quieres.

    —Quiero —dije.

    Ella asintió y entró en la cocina.

    —No lo hagas —alegó Inspector en un bajo murmullo una vez que Pilar hubo salido de la habitación—. No. Ella no sabe en lo que se está metiendo.

    —Sí lo sabe —le dije—. Lleva trabajando con vosotros desde hace año y medio. Lo sabe. Deja de protegerla.

    Él se ruborizó. —No la protejo. Es un asunto de experiencia.

    Pesqué medio sándwich de carne deli y le di un mordisco. —Ya, y respecto a eso —dije con la boca llena—, ¿en qué actividades ilegales os habéis enredado Arthur y tú? Aparte de las mías. Quiero poder burlarme de Arthur por eso.

    —Yo armé algún follón cuando era adolescente, eso es todo. En cuanto a Arthur, no es asunto tuyo. No debería haber dicho nada.

    —Oh, ¿y mi pasado es asunto tuyo? —dije.

    —Te lo estoy rogando en serio... no saques este tema con él —dijo Inspector mirándose las manos—. Aquello se acabó, fue hace algunos años y sólo le harías daño. Tú no digas nada.

    —De acuerdo. Pero me llevo a Pilar esta noche.

    —¿Esta noche?

    —¿Para qué esperar? ¿Qué pasa, tienes una cita caliente o algo así? ¿O sólo esperabas poder disuadirla de hacer esto?

    Se tapó los ojos con una mano, sin responder durante un momento. —No intento ser condescendiente con ella.

    —No lo intentas.

    —Aún creo que es un riesgo estúpido. Ella nunca ha hecho nada así antes.

    —Sólo hay un modo de aprender —dije—. Éste es un trabajo fácil. Además, ella representó su papel con éxito tanto frente a una jefa de la mafia como ante la NSA, ninguno de los cuales fuiste tú capaz de afrontar sin ser reducido a una confusión balbuceante.

    —Aquello no fue lo mismo. No me gusta esto.

    —Es que no tiene que gustarte.

    Nos quedamos sentados en tenso silencio durante un momento. Me acabé mi sándwich y me sacudí las migas, que cayeron sobre el sofá de Inspector. Él hizo una mueca. —¿Puedes al menos respetar el uso de la mesita del café?

    Dejé resbalar mis botas de vuelta al suelo. —Si estás pensando en retirarte de tu parte del trabajo de esta noche, aún podemos encontrar un modo de entrar sin ti. Aunque no será tan limpio.

    —¡Dios, Cas! Dije que ayudaría. No me gusta lo que estás haciendo y no me gusta que involucres a Pilar, pero eso no significa que vaya a abandonar por una rabieta y a dejar que os atrapen.

    —Es posible que no nos pillen.

    —Claro —Él buscó al tacto por una mesa del fondo tras él y apareció con una tableta—. Hablando de los pasados de la gente, saltemos de vuelta al tuyo. Arthur está indagando a ese amigo tuyo, Simon, y necesita datos.

    —¡Andá, mira qué hora es! —me levanté—. Mejor que me vaya preparando para el robo.

    —¿Qué tienes que preparar? Va a ser un entrar y salir. Pilar y yo somos los que vamos a hacer todo el trabajo. Siéntate —Yo traté de susurrar una respuesta a eso y fallé. Me senté—. Bien —dijo Inspector—. Bueno, estábamos hablando sobre… a ver —Se aclaró la garganta—. ¿Cómo conociste a Río?

    Mi irritación chocó contra un macizo muro maestro de memorias, alquitrán negro vertiéndose sobre el presente.

    El Señor guía mi mano...

    Cassandra. Nosotros escogimos el nombre de Cassandra. Recuérdalo.

    Me aparté asustada.

    —¿Cas? Cas, ¿estás bien?

    —No.

    —¿Has… te has acordado de algo?

    Cas, ¿recuerdas quién soy?

    Una de las personas que me mató...

    Mi mente se apartó espantada, los clavos de imagen y sonido me perforaron y dejaron mis ideas moteadas de sangre.

    —No puedo hacer esto ahora mismo —las palabras salieron con mayor firmeza que la que tenían por propio derecho, como si fuese otra persona la que había hablado.

    —He estado pensando —dijo Inspector—. He pensado que... um, quizá debería hablar con Río.

    La frase me transportó atrás en el tiempo de un latigazo, como una borracha lanzada a un lago helado. Mis ojos se enfocaron de pronto y me quedé mirando a Inspector durante cuatro segundos completos, apretando y soltando la mandíbula.

    —¿Qué?

    Él trasteó con su tableta sin perder contacto ocular conmigo. —Bueno, he estado juntando las piezas desde la última vez que hablamos. Parece que lo conoces desde hace mucho tiempo, más tiempo que a nadie que recuerdes, y sigues evitando mis preguntas sobre eso.

    —Porque no quiero responderlas —dije—. Eso no significa nada.

    —Yo creo que podría significar algo —La expresión de Inspector se ablandó—. Cas, no estoy seguro de que sepas siquiera lo estás haciendo, pero es como un… un acto reflejo tuyo. Cada vez que te pregunto algo que pudiera acercarse a lo que hiciste en el pasado, lo desvías.

    —No, no lo hago.

    Su boca se torció. —Pues dime cómo conociste a Río. O dame un número de teléfono o dirección de email para que pueda preguntarle.

    Ese concepto aún me estaba descarrilando el cerebro. —¿Tú? ¿Quieres hablar con Río tú?

    —¿Querer? No no no. Querer es una palabra demasiado fuerte —agitó las manos y tragó saliva visiblemente—. Lo que quiero es ayudarte y, para ayudarte, estoy dispuesto a intentar algunas extremadamente delicadas indagaciones con tu amigo, quien también resulta ser la personificación de la pura y sangrienta maldad. Así soy de buena persona.

    —O eso o tienes un obsceno nivel de curiosidad y eres como un pitbull cuando quieres la respuesta de algo. No me puedo creer que quieras hablar con Río.

    Yo esperaba que Inspector me devolviera la réplica, quizá algo sobre que la obscena curiosidad era la mejor, pero hizo una mueca y giró la tableta sobre las manos.

    —Cas —dijo él, sin mirarme—, si no te importa, esto es de veras bastante espantoso que lo pida y yo no lo haría si no estuviera intentando ayudarte, así que, por favor, dame la maldita información de contacto antes de que pierda todo el coraje.

    No había mucho que yo pudiera decir a eso. Le escribí el número de teléfono de Río.

Capítulo 9

    Medio esperaba que Inspector llamase a Arthur para tratase de desbaratarme el plan para la noche, pero no lo hizo.

    Quizá estaba tan preocupado por la herida de Arthur que no quería ser responsable de que su socio se presentara voluntario para ocupar el lugar de Pilar.

    A mí me daba igual quién de ellos me sirviera de distracción. Esa parte era fácil de hacer y, aunque las cosas salieran mal, yo no anticipaba ningún peligro.

    Cuando volví de hacer una ronda en busca de equipo de apoyo, Pilar se encontró conmigo delante de la casa de Inspector, con un vestido de cóctel negro de elegante escote y con más maquillaje del que yo solía ver en ella.

    —¿Qué demonios estás vistiendo? —dije—. Vamos a cometer un robo, no a una fiesta de cata de vinos.

    —Y mi papel en tu robo es inspirar tanta confianza como pueda una persona vulnerable. Y me iba a una fiesta cuando se me rompió ei coche, para tu información.

    Señalé hacia sus tacones. —No puedes correr con eso.

    —Cas, cariño. Sé que tienes muchísima más experiencia que yo cuando se trata de todo lo relacionado con esas cosas, pero me diste este trabajo porque pensabas que podía hacerlo, así que confía en mi cuando digo que sé mucho más que tú sobre hacer que alguien quiera ayudarme.

    Para ser perfectamente honesta, yo había reclutado a Pilar porque ella se había presentado voluntaria, no por su capacidad para estar guapa con un vestido. Quizá Inspector tenía razón y yo no había pensado bien todo esto. Aunque tal vez yo tuviera más razón de lo que pensaba, considerando que Pilar claramente la tenía.

    Suspiré. —¿Dónde llevas el arma?

    —En mi bolso —Levantó su pulcro bolso.

    —Ese no es el mejor lugar para llevarla.

    —Con este vestido lo es. Créeme.

    Asumí que yo ya había tomado la decision. Negué con la cabeza hacia ella y volví a entrar en el coche. Ella trotó detrás de mí y se deslizó en el asiento del pasajero, abriendo el bolso para sacar algunos artilugios.

    —De parte de Inspector —me entregó un teléfono celular, un auricular y un palito de plástico del tamaño de una tarjeta de memoria—. Yo llevo mi propio periférico encima, pero aquí hay otro para ti también, sólo como repuesto.

    Me lo puse en el oído. —¿Inspector?

    —Preparado —dijo él .

    —No te emociones tanto.

    Él se aclaró la garganta exageradamente.

    El almacén estaba a varias horas fuera de la ciudad. Pilar no se durmió por el camino, pero tampoco parecía nerviosa. Se sentaba tranquilamente con las manos en el regazo y miraba por las ventanillas. Cuando por fin paré a unas manzanas de nuestro destino, dio una continua inhalación a través de los labios, poniendo morritos, y salió del coche.

    —¿Segura de que estás preparada para esto? —dije.

    —Sí. Lo estoy.

    —Bien, porque es demasiado tarde para echarse atrás.

    Ella miró a su alrededor. —Yo... no estoy orientada. Lo siento.

    Señalé. —Esa la calle San Alvárez. Gira a la derecha. Deberías ver la garita. ¿Lo llevas contigo?

    —Sí. Lo cogí.

    —Dime lo que le vas a decir al guarda.

    Habíamos repasado la historia la misma tarde, pero lo último que yo necesitaba era a Pilar retrasándome.

    —Que se me rompió el coche y que estoy esperando a Asistencia en Carretera, pero que no quería esperar fuera en la calle porque está oscuro y es peligroso y todo eso, y que si puedo, por favor, quedarme en la garita durante unos minutos. Y luego sólo charlar. Charlar se me da bien.

    —¿Cuál es tu señal?

    —Una vez que estés fuera, Inspector va a llamarme para decirme que es la grúa.

    —Bien —Abrí el capó y me estiré dentro para desatornillar la tapa del distribuidor y quitarla—. Sólo por si el guarda se hace el galante. El coche ahora no arrancará de verdad —Le lancé las llaves, que ella atrapó torpemente y metió en su bolso—. Ahora ve.

    Ella hizo una pausa lo bastante larga para tomar aire más deliberadamente, luego salió rápidamente hacia la dirección del cruce.

    —Al menos mantendrás medio ojo en ella, ¿verdad? —dijo Inspector en mi oído—. Este plan sólo tiene sentido porque es un barrio desierto y espeluznante. Si asaltan a Pilar o la atracan por estar paseando por aquí sola...

    —Te sigo, te sigo —gruñí y corrí detrás de ella en las sombras.

    Los tacones de Pilar resonaban en el pavimento. Ella dobló la esquina y fue directa a la garita. Yo acechaba fuera del alcance de las cámaras de seguridad del almacén, pero aún podía verla. Cuando ella llegó hasta la zona de las cámaras, no se detuvo. Se aproximó a la garita con un medio saludo hacia quienquiera que ella veía dentro, y se abrazó el torso mientras se apoyaba para conversar por la ventanilla deslizante.

    —Está lo bastante cerca —dijo Inspector—. Tomando el control de las cámaras de seguridad en tres, dos, uno. Estás libre mientras ella se mantenga dentro de alcance.

    Asintiendo y sonriendo, un hombre de pelo blanco con uniforme de seguridad abrió la puerta de la garita e invitó a entrar a Pilar.

    —Puedes verla en las cámaras, ¿no? —le dije a Inspector.

    —Sí. Está dentro. El tipo no está mirando hacia ti y está charlando con ella. Adelante.

    Me giré y corrí para chocar con Simon. —¡Qué demonios! —apenas conseguí mantener la exclamación en un murmullo siseante.

    —¿Qué estás haciendo? —me preguntó.

    Saqué el Colt por acto reflejo. Tampoco es que me sirviera de mucho. —¿Qué estoy haciendo? ¿¡Qué estás haciendo tú!?

    —Lo siento, Cassandra —dijo él, abrazándose—. No quería seguirte de nuevo, pero no sabes lo que yo sé. Estaba preocupado. Y ahora lo estoy más. Después de ponerte en tanto peligro la noche pasada, y ahora... ¿qué estás haciendo aquí? ¿En qué estás envuelta? —Su frente se arrugó de preocupación.

    Debe de habernos seguido desde casa de Inspector.

    Noté que había olvidado contarle a Arthur que Simon sabía dónde vivía Inspector. Me había olvidado de contárselo a todos ellos. O quizá no lo había olvidado. Quizá él había hecho que no pensara en ello. Si me hubiera olvidado, ¿habría supuesto eso una diferencia? ¿Seríamos capaces de descubrir un modo de que no me siguiera el jodido rastro de nuevo?

    —¡Cas! —la voz de Inspector en mi oído me situó—. Cas, ¿qué está pasando?

    —Nada —le dije—. No está pasando nada. ¿Pilar aún está manteniendo ocupado al guarda? —enfundé el arma y pasé al lado de Simon con un empujón.

    —Sí. Creo que él le está enseñando fotos de sus nietos. ¿Con quién estás hablando?

    —Estás a punto de verlo —dije—. Me está siguiendo.

    —Joder, mierda —dijo Inspector—. ¿Es ese Simon? Dime que no es nuestro Simon. Aborta. Aborta ahora mismo.

    —No —le dije.

    —¡Va a arruinar toda la misión! Cas, probablemente no estás pensando con claridad... ¡Aborta!

    —No —le repetí.

    Me estaba acercando a la alambrada. Simon andaba detrás de mí, cada pocos pasos me suplicaba que me parase y hablase con él.

    —Esto no va bien —dijo Inspector—. Voy a sacar a Pilar de allí.

    —Hazlo y me dejarás expuesta —le dije.

    —¡Maldita sea, Cas!

    El metal de la alambrada estaba frío al tacto, y mis enfundados dedos vendados se doblaban rígidamente, los enlaces de alambre se me hundían en la piel, aún curándose. Pero las alambradas eran muy fáciles de escalar incluso sin matemáticas, y la pauta horizontal del alambre en lo alto sólo requirió un cambio cuidadoso de mi centro de masas antes de sortearlo. Mis botas aterrizaron levemente sobre el pavimento al otro lado.

    Intenté ignorar los persistentes ruegos que venían de lo alto de la alambrada. Si Simon se quedaba allí enganchado, se lo tenía merecido. Pero también iba a arruinar toda la operación si me seguía a todas partes y yo no daba ni diez de centavos a que nos ayudara a remediar las consecuencias si lo hacía.

    Me descolgué la mochila vacía que llevaba y me quité la chaqueta para lanzarla en una abatida parábola, la resistencia del aire la atrapó limpiamente para que drapeara sobre los pinchos. Simon se balanceó sobre la chaqueta y cayó a mi lado, golpeando el pavimento a plomo.

    No hice el menor movimiento para suavizar su caída. De hecho, después de sacar mi chaqueta de las barbas, le pateé en el estómago.

    —¡Cassandra! —tosió con sus ojos llenos de traición—. ¿Por qué?

    —Porque me estas acosando y me estás arruinando la cobertura —le dije—. Ahora levántate y sal de la vista de esa garita.

    Lo levanté arrastrándole por el cuello y luego me puse en marcha hacia el edificio principal. En cierto modo sabía que él se apresuraría detrás de mí.

    —Cas —probó Inspector de nuevo—. Por favor, escúchame. Estás actuando de modo estúpido, peligrosamente estúpido. No puedes llevarte a este tipo a una misión de robo de un prototipo de alto secreto. ¿Estás oyendo las palabras que te estoy diciendo? Estúpido. Peligroso. Alto secreto. Cas, creo que... creo que podrías estar comprometida. Y Pilar está en medio de esto contigo. ¿Me quieres escuchar, por favor? ¡Tienes que abortar!

    —Sigue distrayéndome y te apago el audio —le dije.

    —Sabes que no puedes hacer eso. Eso sería incluso más estúpido que lo que estás haciendo ahora mismo, que ya de por si....

    —Cinco. Cuatro —le dije.

    Él cerró el pico.

    Llegué a la pesada puerta de seguridad y saqué un juego de ganzúas. Ese no era mi MO usual, pero el plan era no dejar rastro. Forcé la cerradura con precisión algorítmica, los pines cayeron limpiamente sobre el límite de la línea, uno después de otro, y empujé la puerta hacia la oscuridad de un pasillo cavernoso.

    Encendí la linterna LED justo después de cerrar puerta y vi un suelo de cemento lo bastante grande como para el paso de camiones, flanqueado por enormes puertas de persiana metálica a cada lado que relucían en el cortante haz de luz. Era casi como una instalación de depósito, excepto que más gande y mucho más opresiva.

    —¿Qué es este sitio? —la pregunta de Simon resonó en el hormigón y en el metal.

    Ahora que el guarda no podía ver ni oír, me di la vuelta, lo agarré y lo empujé contra la pared tan fuerte que su cuerpo rebotó como una muñeca de trapo.

    —No voy a permitir que interfieras con mi vida —dije—. ¿Me oyes? Eres un fantasma. Una pesadilla. No me importa lo que crees que sabes de mí. No tienes derecho sobre mí. Si me sigues de nuevo, no dejaré de investigar hasta que descubra un modo de matarte y, mientras tanto, quizá uno de mis enemigos te dispare por mí. Ahora apártate de mi camino.

    Caminé por el corredor sin mirar atrás. Ninguna pisada sonó detrás de mí. En la penúltima cája fuerte de la derecha, pulsé el código que Inspector me había buscado antes y levanté la puerta lo bastante alto como para poder agacharme por debajo.

    Los Dispositivos Signet estaban listados como lotes del 466 hasta el 487 y me llevó menos de cuatro minutos de búsqueda encontrar un modelo operativo. Era un poco grande y aparatoso, con una pieza de dispersión adicional por fuera de la cubierta principal, pero conseguí meterlo todo en mi mochila. También encontré lo que parecían las especificaciones técnicas en un archivador de la siguiente caja y me las guardé también. Me ahorrarían un buen trabajo de ingeniería inversa.

    —Inspector —dije—, ¿puedes rastrear los periféricos?

    —No —me respondió al instante.

    Yo no quería dejar nada allí, pero el periférico probablemente era mucho menos obvio que un espeluznate psíquico magullado. No tenía duda de que Simon podía volver pasando por delante del guarda sin ser visto, pero no era capaz de borrarse a sí mismo de las cámaras de seguridad… lo que implicaba que Inspector tenía que cubrir su salida también.

    Infiltración total, me recordé a mí misma, no les des motivos para comprobar el inventario.

    Era una pena, en realidad... en otras circunstancias habría disfrutado culpando a Simon de mi pequeño robo.

    Metí el periférico en el fondo del archivador, dentro de una carpeta con especificaciones de diseño para un proyecto diferente y dejé todo lo demás tal y como me lo había encontrado.

    —Inspector, si recibes mi señal para las cámaras, saca a Pilar ahora.

    —¿Y qué pasa con el guarda? Tu salida va...

    —Tú déjame fuera de los monitores, yo me preocuparé del guarda. Ahora sácala.

    —Sacándola —Mantuvo la línea abierta y yo capté el murmullo de su voz fingiendo llamar a Pilar de parte del servicio de grúa mientras yo trotaba de regreso a través de la oscuridad.

    Le llevó más tiempo del que yo esperaba (entendí que el guarda quería acompañar a Pilar a la tercera vez que Inspector le aseguró a ella que ya estaba justo en la calle junto al coche), pero terminó la llamada para cuando yo llegué a la puerta exterior. Pasé la linterna LED por esa zona, pero Simon había desaparecido.

    —Me dirijo hacia afuera. ¿Dónde está la línea visual del guarda ahora mismo?

    —Está mirando sus monitores. Se quedarán en blanco.

    Bien.

    La garita bisectaba la sección delantera de la alambrada. Yo tenía que cruzar una vasta zona abierta y al guarda de seguridad le bastaba con levantar los ojos inesperadamente para detectarme.

    Y yo tenía que salir por delante.

    Detrás de mí los edificios de la propiedad del almacén lindaban con mayores medidas de seguridad, y a la derecha la alambrada dividía la propiedad desde un callejón sin salida que habían construído al fondo.

    Sin salida por allí. Sin salida, pero quizá la mejor vía de escape.

    Caminé de lado hacia la alambrada frente al callejón y la escalé, la tira de mi mochila llena se me clavaba en el hombro. En vez de balancearme hacia el otro lado, seguí subiendo por los enlaces como si fuesen una escalera, sobre los enlaces y luego sobre las hebras de alambre entre las bobinas de las barbas de espino. Mi momento de inercia me llevaba hacia arriba y arriba hacia los cielos en directa oposición de fuerzas hasta que permanecí equilibrada en el cable de espinos. Las hebras de alambre me presionaban a través de las suelas de las botas y se mecían suavemente debajo de mí. Dejé que mis músculos se compensaran, cambiando mi peso minuciosamente para que los vectores se alinearan iguales y opuestos.

    Y entonces corrí.

    Las barbas estaban espaciadas por doce centímetros y las suelas de mis botas eran casi el doble de eso. Corrí entre ellas sobre los talones de los pies con mullidos saltos, el cable absorbía y rebotaba contra la componente vertical de la tensión mientras yo me impulsaba como un cohete por un camino del espesor de la hoja de un cuchillo.

    La esquina delantera llegaba a un alto pilar de ladrillo que interrumpía la alambrada, pero, justo antes de alcanzarlo, salté en diagonal atajando la esquina y giré mi avance para correr a lo largo del lado delantero de la alambrada.

    Estaba justo encima del guarda, pero era evidente que no me veía.

    Nadie mira hacia arriba nunca.

    Según me acercaba a la garita, empecé a decelerar, frenando hasta acabar andando de puntillas cuando pasé sobre el techo de la garita.

    —¿Está mirando hacia otro lado? —susurré.

    —Sigue mirando los monitores —dijo Inspector.

    Avancé sigilosamente hasta el borde del techo y salté. En el lado de la calle de la garita permanecí acurrucada debajo de las ventanas durante un momento, escuchando, y luego me alejé agachada.

    —¿Voy bien? —pregunté.

    —Está admirando el edificio ahora. Es imposible que vea la calle.

    Me puse en pie y corrí de vuelta al coche. Pilar me estaba esperando dentro, en el asiento del pasajero. Pegó un saltó de un kilómetro cuando le di un toque en la ventanilla y, de inmediato, tanteó buscando el botón del seguro.

    —¡Oh, gracias a Dios! —dijo en cuanto abrí la puerta del conductor—. No te he visto llegar. Estaba tan preocupada. Se suponía que ibas a salir antes que yo.

    —Se complicó —le dije.

    Se ojos se agrandaron. —¿Se complicó? ¡O Dioshhh mío, probablemente era mejor que yo no supiera eso. ¿Qué pasó?

    —Las llaves, Pilar.

    —¡Oh! ¡Cierto! —rebuscó en su bolso y me las entregó.

    Traté de arrancar el coche, pero, cuando giré la llave, nada ocurrió.

    —Te has olvidado de arreglar el motor —dijo Pilar innecesariamente.

    Joder. Debo de estar más carraca de lo que pensaba.

    Quizá Inspector tenía razón y yo no estaba pensando bien del todo.

Capítulo 10

    Colgué la llamada con Inspector y me quité el auricular ignorando sus protestas.

    Tampoco quería que me vociferara, sobre todo cuando tenía razón.

    Pilar no paraba de hacerme preguntas sobre lo que había pasado, retorcía las manos con mucho más nerviosismo del que había mostrado antes de la operación, pero la dejé a ella para después.

    No me apetecía explicarlo. Ni siquiera a mí misma. Especialmente a mí misma.

    Dejé a Pilar en casa de Inspector y me alejé deprisa sin entrar. Evitar a Inspector eternamente no era una opción (necesitaría su ayuda con los artefactos muy pronto), pero podía ser insignificante por una noche.

    La mañana siguiente, sin embargo, estaba sentada en el suelo rodeada de especificaciones técnicas y de las tripas del artefacto de Arkacite, y sintiendo como si acabara de golpearme la cabeza contra la pared unas tres docenas de veces.

    Para que funcionara mi red calibrada necesitaba desplegar centenas de chismes por todo LA en localizaciones extremadamente específicas, lo que implicaba miniaturizar el chisme que había robado del almacén. Había conseguido descubrir sin mucha dificultad cómo funcionaba cada componente (los circuitos no eran sino álgebra booleana hecha exponencial), pero reducir las partes en sí era otra cosa.

    Yo era matemática, no ingeniera.

    En mitad de la noche había resumido y enviado a Inspector por correo electrónico una copia de las especifcaciones, pero había llegado la mañana sin una respuesta suya, lo cual era inusual.

    Muy inusual.

    Sus respuestas tendían a ser improbablemente instantáneas.

    Yo había medio decidido que él me estaba ignorando. Quizá fuese el escarmiento por ignorarlo durante tanto tiempo, y por contradecirlo luego en una misión.

    Dejé a un lado las tripas de hardware y cogí las especificaciones de nuevo. Los caminos matemáticos me eran muy claros, incluyendo sus bucles y redundancias. Debería ser capaz de condensarlo todo. Podía condensarlo todo, en teoría, pero la teoría no era lo bastante buena. Lo que quería hacer era posible según las leyes de la física, pero el conocimiento necesario de los circuitos y conexiones no estaba en mi cabeza.

    Demonios.

    Puede que los componentes que necesitaba ni siquiera existiesen, hasta donde yo sabía de electrónica.

    Una delgaducha chica negra me entrega una caja del tamaño de un paquete de cigarrillos, con circuitos y cables asomando por los lados.

    —¿Qué hace esto?

    Una carcajada con un matiz de loca. —Descúbrelo.

    Me sacudí la aparición.

    Sonó el móvil.

    Por fin.

    "NO SÉ D HWARE", empezaba el texto de Inspector con inusual concisión.

    Sí, parece que aún está cabreado conmigo.

    "PUEDO ? x AHÍ SI QUIERES".

    Maldición.

    Inspector sabía tanto de hardware básico que yo tendía a olvidar que se identificaba mucho mejor con el lado de los bits y los bytes de las cosas. Y yo no estaba inclinada a involucrar a nadie más en esto.

    Volteé el teléfono en mi mano, completamente frustrada.

    Espera. Espera.

    Todo mi foco fue hacia el teléfono móvil en mi mano. Lo examiné con más atención, luego me levanté, me acerqué a la pared y lo golpeé contra la esquina. La carcasa se abrió limpiamente por las costuras. Volví a mirar los trozos del artefacto de Arkacite dispersos por el suelo. Un masivo enredo de circuitería que ocultaba la simplicidad de lo que hacía. Arkacite lo había usado para lidiar con los problemas del artefacto en un lenguaje que ellos comprendian, pero yo no necesitaba su lenguaje si podía traducirlo al mío.

    El corazón del hardware era simple. Lo único que necesitaba era la capacidad de enviar señales, muchas señales. El dispositivo de Arkacite tenía poderosa ingeniería colocada para los problemas de dirección y de calibración que habían estado intentando resolver, pero yo no necesitaba nada de eso, siempre que tuviera suficientes puntos fuente en mi red: una red lo bastante densa como para que cada aparato tuviese buen alcance y sintiese la posición de los demás. Una red capaz de ajustarse sola según lo que encontraba, según su lugar en el espacio y el tiempo. Y todo lo demás eran matemáticas.

    Nada de programación ni hardware. Sólo matemáticas.

    Bajé la vista hacia el móvil abierto algunos segundos más, luego extendí sus tripas junto a los pedazos del artefacto de Arkacite y saqué algunas viejas publicaciones académicas en las que garabatear por la parte de atrás. Si reducía todas las entradas a una frecuencia de audio subliminal y luego la enviaba dentro de la densidad de los teléfonos inteligentes de Los Angeles...

    El pseudocódigo salíia en espiral de mi boli estructurando la lógica que necesitaría tal aplicación. Las variables GPS, la densidad de otros teléfonos como puente hacia la población, la subida o bajada instantáneas de las señales mediante un activador preciso…

    Me senté y escribí, me tumbé y escribí, escribí y escribí y escribí.

    El algoritmo era lo bastante complejo matemáticamente para que Arkacite nunca pudiera resolverlo a partir de sus datos de pruebas, pero sería hermosamente simple desde el punto de vista del código.

    Eso esperaba.

    Mierda.

    Boceté una caja conectada al esquema del programa acabado y me senté sobre los talones. Ahora ya no necesitaba un hardware, necesitaba un software: alguien que pudiera transformar mi esquema matemático en verdadera programación y luego, bueno, empaquetarlo en una aplicación o lo que fuese que hacían los ingenieros de software.

    Necesitaba a Inspector.

    Como ya había sabido que necesitaría, en cierto modo, tenía que entregarle todo aquello y discutir con él y preguntarle lo que necesitaba para completarlo, lo que significaba que tenía que volver a la Guarida, donde me iban a calentar la oreja sobre lo sucedido la pasada noche.

    Era mediodía. Monté el teléfono y le envié un texto a Arthur en vez de llamarlo para que no pudiera fastidiarme con preguntas sobre Simon (no me hacía ilusiones de que Inspector se guardase el incidente de anoche para él solo). Luego cogí mi montón de pseudocódigo y volví reluctante a Van Nuys.

    Estaba plenamente segura de que Inspector me hablaría de inmediato sobre riesgos estúpidos, posiblemente mezclados con una reprimenda por no haberle contado a Pilar lo que había pasado.

    En vez de eso, cuando entré en su cueva informática se giró como si no me hubiera visto venir ya por sus cámaras de seguridad.

    —Cas —dijo dejando la tableta que había estado sujetando. El chisme cayó al suelo, pero él no pareció advertirlo—. Ey. Ey.

    —Uh, hola —dije—. Tengo un plan. ¿puedes construir una app para teléfonos inteligentes con esto? —le lanzé la carpeta de pseudocódigo encima del teclado.

    Esperé más objeciones, pero él simplemente se puso las gafas y empezó a leer. —Esto no parece demasiado malo, en realidad. Es... um, has descubierto cómo usar los teléfonos móviles para esto.

    No era realmente una pregunta, pero respondí de todos modos. —Sip. Brillante, ¿eh? Los Angeles tiene muchos teléfonos. Puedo prescindir de toda la chatarra que necesitaban los otros Dispositivos Signet. Esto puede ejecutarse en secreto en los teléfonos inteligentes de todo el mundo (de todo el mundo que tenga uno) y se ajustará en tiempo real con el algoritmo y cubrirá la ciudad entera. Mantendrá a todo el mundo a salvo y calmado.

    Él se movió incómodo ante lo último y yo esperé a que protestara de nuevo, pero no lo hizo. Tampoco me estaba mirando

    El silencio se prolongó.

    —Espezaré a trabajar en ello —dijo Inspector, aún evitando mi mirada—. ¿Cómo, um... cómo vas a meter esto en los teléfonos?

    —Necesito un modo de piratear la red de telefonía móvil. Pensé en preguntarte a ti sobre eso.

    Él pareció recuperar algo de su sarcástico vigor. —¿Sabes?, cuando la gente usa la palabra piratear, normalmente la simplifican mucho. Tristemente, en el caso de nuestra red para móvil, en realidad hoy en día es así de fácil.

    —¿En serio? ¿Cómo?

    —¿Quieres algo que alcance con el tiempo casi a toda la población de LA? Probablemente el mejor modo sería usar el pirateo de banda base: llegar hasta el radio de procesador de los teléfonos con una torre de señal falsa. Esto solía ser mucho más difícil, pero ahora es tan simple como comprar algunas cajas de punto de acceso y reconfigurarlas. Aún así, para hacerlo remotamente factible y comprometer una densidad crítica de teléfonos tendrás que preparar un montón de cosas. Te conseguiré todos los números, pero tendrás que descubrir tú misma si puedes ubicar bastantes de esos chismes para alcanzar saturación de descarga mientras los teléfonos de la gente entran y salen del alcance.

    —Suena bien —dije—. ¿Cuál es el alcance?

    —Unos doscientos metros, si no recuerdo mal.

    Las estimaciones aparecieron ante mí a la velocidad de la luz. No sería capaz de cubrir todo LA, pero no me hacía falta. Sólo necesitaba cubrir suficientes áreas de alta población: intercambios de autovías muy usadas, donde la gente estuviera sentada en el atasco mientras sus teléfonos descargaban mi programa; las carreteras del cañón, el aeropuerto…

    —Hacer esta clase de cosas es altamente ilegal, por supuesto, pero es ridículamente sencillo —continuó Inspector—. Es la misma tecnología que usa el gobierno para la vigilancia StingRay. ¿Sabías que solo el LAPD ha usado esto para espíar a cientos de ciudadanos sin una orden? Bueno, tendremos que pensar en el consumo de energía, pero supongo que al ser tú quien eres, no va a ser una enorme dificultad robarla. Dependiendo de cuánta necesites probablemente podremos mantener los teléfonos conectados durante un fin de semana.

    —Genial —dije—. Gracias. Suena perfecto.

    Era, de hecho, exactamente lo que necesitaba.

    Pero Inspector ni celebraba tan elegante solución ni discutía conmigo sobre por qué yo no debería hacerlo. Habíamos caído en un torpe silencio de nuevo.

    Yo no sabía lo que pensar. Cuando Inspector se peleaba conmigo, combatía: gritaba y era directo y argumentativo; no ocurría esta quieta interacción muda.

    —¿Qué pasó con Simon? —dije cuando el silencio ya fue demasiado incómodo—. ¿Lo encontraste en las cámaras después de que me marchara?

    No quería invitarle a que me diera la maldita charla, pero quería saberlo, e Inspector estaba actuando de modo demasiado extaño para mi gusto.

    ¿Era esto lo que Río había notado en mí después de que Dawna me hubiera influenciado? ¿Podía Simon haber afectado a Inspector de una forma que yo no era capaz de advertir? Río había resultado ser inmune a la influencia telepática, aunque…

    —¿Qué? —Inspector se enderezó y se puso un poco más animado de nuevo—. De acuerdo. Simon. Bien. Uh, es totalmente extraño. no apareció en ninguna de las cámaras después de verle contigo.

    —Eso es imposible —dije.

    —Lo sé. Cuando lo dejaste, era oscuro donde él estaba. He mirado el resto de la noche esperando que asomara por algún lado, pero nada. Luego lo miré de nuevo al salir el sol, Lo comprobé en todas partes, él no estaba en ninguna de las cámaras.

    —Imposible —dije de nuevo—. Las cámaras cubrían toda la propiedad —El mapa de seguridad surgió en el ojo de mi mente, los campos visuales de lad cámaras se solapaban.

    —Lo sé —dijo Inspector—, pero luego pensé, bueno... él no sabía que me habías pedido que cubriese su salida. Asumamos que él se había escabullido al salir y quizá modificó la memoria del guarda o lo que sea, pero… no aparecío en los monitores.

    —¿Y? ¿Por qué le importaría a él aparecer en ellos?. —no tenía que protegerse de un robo que no había cometido, y el hombre tenía superpoderes, y tampoco es que hubiera desaparecido de la escena de un crimen por accidente.

    —Quizá sólo querría evitar preguntas. No lo sé. Pero si puede hacerse invisible.. Cas, ¿y si eso es lo que hizo después de que lo dejaras? ¿Hacerse invisible?

    —Había cámaras —le dije—. No puede afectar a las cámaras. La psicología humana es la especialidad de estos tipos.

    —Yo creo que sale en la cámaras —dijo Inspector—. Creo que sale en las cámaras y yo no puedo verlo.

    Bueno. Eso era perturbador en una variedad de sentidos.

    —Pues ejecuta algún tipo de programa o algo que reconozca humanos —le dije—. Pon un ordenador a analizar la grabación.

    —¿Crees que no he probado eso? He conseguido tres resultados desde que te borré a ti. Y cuando intento consultarlos me aparece Pilar, el guarda y un pasillo vacío. Cas, no creo que Simon pueda engañar al ordenador, creo que lo que está haciendo es engañar a todo el que mira la grabación, antes de que podamos verle. Le dijiste a Arthur que él no paraba de pedirte permiso, ¿verdad? ¿Y si no quería alterar la memoria del guarda directamente y fue éste el modo que usó para ocuparse de ambos, del guarda y de las cámaras?

    —Esto es alterarnos directamente —le dije—. No me creo esa tontería de "esto no es una ciencia exacta". ¡Nos lavó el cerebro al guarda, a ti y a mí!

    —No afirmo saber cómo funciona eso —dijo Inspector—. Sólo te digo lo que sé, ¿vale? —se quedó en silencio.

    La habitación se hizo tranquila de nuevo.

    Inspector nunca se quedaba en silencio.

    —¿Qué te pasa? —le dije.

    —¿Qué? ¡Nada! —Movió la mano tan rápido que golpeó uno de sus teclados.

    —De acuerdo —respondí masticando las palabras despacio—. Bueno, ¿vas a conseguir todo lo que necesitamos para pirateat los teléfonos móviles? ¿Y para traducir mi programa en charla de ordenador?

    —Sí, uh. Claro.

    Más silencio.

    —¿Y con qué preguntas de mi vida pasada me vas a fastidiar hoy? —probé como último recurso.

    —Oh. Claro —dijo él—. Um, ninguna. Quiero decir, hoy no voy preguntarte nada. Tómate el día libre.

    —¿Nada? Has estado presionando y fisgando a cada oportunidad, ¿y ahora no quieres saber nada? Eso es todo un cambio.

    —Cas —dijo Inspector, que miraba hacia su teclado ahora, pero no parecía verlo—. Yo... creo que he cometido un error. Me dijiste un millón de veces que respetase tus deseos en esto y yo no he dejado de presionarte, y... creo que eso ha sido incorrecto por mi parte. Así que, si aún quieres que lo deje, lo haré.

    Pues claro que quería que lo dejara. Abrí la boca para decirlo. Le temblaban las manos. Las manos de Inspector estaban temblando.

    —Joder, mierda —dije, todo sobre su extraño comportamiento colapsó en una conclusión de golpe—. ¿Qué has descubierto?

    —¿Qué? ¡Nada!

    —Mentira. ¿Qué encontraste?

    Me miró directamente a los ojos. —Te lo juro, no he encontrado nada.

    El hombre era un jodido gilipollas. No paró de investigar mi pasado sin importar lo mucho que le pedí que no lo hiciera, ¿y ahora estaba sugiriendo que lo dejáramos cuando yo sabía que me estaba mintiendo?

    Pensé en dejar pasar el tema. Quería hacerlo.

    Pero del modo en que estaba actuando, (si yo estaba en peligro, o si él estaba en peligro por investigarlo), lo tendría bien merecido, pensó alguna parte de mí.

    Pero sólo fue una parte pequeña.

    —Inspector —dije, y confié en ser la única que había oído el ligero temblor en su voz—. Que Dios me ayude, porque si no me cuentas lo que has descubierto empezaré a disparar por la Guarida —saqué mi Colt y apunté a la torre de ordenador más cercana—. Ahora dime: ¿Qué? ¿Demonios? ¿Está? ¿Pasando?

    Inspector palideció. —No te atreverás...

    —Mírame —dije. Ya tenía el porte en Condición Cero y el arma estaba lista para disparar, pero bajé el percutor y lo remonté para dar un efecto dramático.

    —¡Ey, whoow! —gritó Inspector—. Quise contártelo. ¡De verdad! Yo... aún podría. No lo hice porque... estoy asustado, ¿vale? Yo no soy como tú.

    Bajé el arma. —¿De qué estás hablando?

    —Yo... no te lo puedo decir.

    —Si has encontrado algo peligroso, podemos lidiar con ello.

    —No, no es eso... ya te lo he dicho, no he encontrado nada. Te estaba contando la verdad — Respiró sonoramente y me dio la espalda.

    No sólo estaba asustado. Estaba aterrorizado.

    Joder, mierda.

    —No es sólo por mí tampoco —dijo él con voz apagada—. No sé lo que va a pasar si te lo cuento. No lo sé. A cualquiera.

    —Ey —dije. Mis respiraciones eran más pesadas de lo normal, pero las obligué a regularse—. Lo que haya pasado, quienquiera que te haya asustado tanto, podemos encargarnos de ellos —Yo no estaba segura de si lo estaba diciendo para convencerlo a él o a mí—. Podemos. Lo prometo. Hemos podido con psíquicos y con la mafia y con robots asesinos y disturbios anticiencia y conspiraciones globales, y aún estamos todos aquí. Soy muy buena encontrando gente y neutralizándola. Y Arthur también, igual que Río ahogó... Vamos, sé que no te gusta Río, pero esta es la clase exacta de situación que se le da bien a él. Si alguien es una amenaza para nosotros, no puedo pensar en mejor...

    La postura entera de Inspector se había agarrotado como si a él estuviera a punto de darle un ataque.

    —Oh, Dios mío —dije. Todos mis sentidos se endurecieron y contrajeron. La habitación se tornó plana e irreal.

    —Cas...

    Yo no conseguía hilar pensamientos. La lógica se dispersaba como hojas secas. —Dime que es una broma —le dije—. ¡Cristo todopoderoso, dime que estás bromeando! ¡Dime que se trata de otra persona!

    —¡No le dije nada! —chilló Inspector.

    Joder, Inspector me había dicho que iba a llamar a Río...

    —No. No. Me niego a creer esto. Debes de haberlo malinterpretado. Río no persigue gente como tú. No lo hace. No puede. No lo haría. Tú estás... estás mintiendo o te lo has imaginado, o...

    —Si esto te hace sentir mejor —dijo Inspector con una voz estrangulada—, creo que intenta protegerte.

    —¿Protegerme de qué?

    —¡No lo sé!

    —¡Soy perfectamente capaz de protegerme a mí misma!

    —¡Lo sé!

    Ambos nos quedamos mirando hacia alguna parte que no era el otro. Inspector respiró con fuerza de nuevo y tumbó algunas cosas en su mesa al buscar un paquete de pañuelos.

    —Cas —dijo él bruscamente—, estoy muy muy asustado ahora mismo.

    —Él no vendrá a por ti —le dije de nuevo, preguntándome por qué sonaban huecas las palabras—. No lo hará. Él no hace eso.

    —Me dijo que lo haría —su voz se agrietó—. No sé por qué confias en él de ese modo, pero me dijo que... —le temblaba la mandíbula.

    —¿Qué fue lo que dijo?

    —Que iba a destruir a todos mis seres queridos y que luego... luego me mataría, eso dijo. Cas, lo dijo en serio y no sé si se refería a Arthur o...

    Saqué el teléfono. Sentí rígidas las manos.

    —¿Qué estás...? ¿Te has vuelto loca? ¡No puedes llamarlo! ¡Dime que no lo estás llamando!

    —Voy a llegar hasta el fondo de esto —le dije. Tenía que hacerlo. Debía hacerlo.

    —Si descubre que te lo he contado... ¡Eso era sobre lo que me estaba amenazando! ¡Para evitar que lo supieras! Si descubre que te he dicho lo que me dijo, va a matarme, ¿lo comprendes? Y...

    Cerré los ojos. —Inspector. Te prometo que no permitiré que te ocurra nada.

    —¡Podría hacerlo de un modo que tú no supieras que ha sido él! ¿Comprendes lo que estoy diciendo? ¡Por favor, por favor, por favor, si tienes alguna consideración hacia mí, por favor, no lo llames, y no le digas que te he contado esto!

    Cerré los dedos alrededor del teléfono. —¿Por qué te amenazó en primer lugar? —le pregunté.

    —Para que dejara de investigar tu pasado —dijo Inspector tranquilamente—. Seguro que él sabe algo.

    Río sabía algo. Sobre mí.

    —Cas —dijo Inspector—. Lo que sea que sepa, él cree que es mejor que no lo descubramos. Creo que intenta protegerte. Quizá... uh, quizá deberíamos permitírselo.

    —¿Qué ha pasado con Saber Es Mejor Que No Saber?'

    —Tal vez haya excepciones.

    Río quería mantenerme en la ignorancia. Con Simon acosándome y las voces en mi cabeza y las notas en cementerios y Río amenzando a Inspector y mi jodido pasado entero avanzando para aplastarme...

    Todo lo cual… a mí me parecía bien, porque yo no quería saber.

    Cada fibra de mi ser estaba gritando sobre lo mucho que yo no quería saber.

    Yo quería huir.

    Río al parecer penssba que yo debía huir también. Así que, ¿por qué no?

    Una mujer con pelo corto gris como el acero frunció el ceño hacia una pizarra.

    —¿Te lo han contado?

    —Sí —dije.

    Ella asintió. —Estoy de acuerdo. Rendirse es para los que nos harían fracasar. Nunca haremos algo grande si huimos.

    Lástima por ella porque, en este caso, yo iba hacer todo lo posible por intentarlo.

Capítulo 11

    Dejé la casa de Inspector y volví andando a mi coche. Me senté en el bordillo sujetando el teléfono. Una leve brisa soplaba a mi alrederor y el sol paseaba por el cielo. Tras el impacto inicial, mi cerebro se había recalibrado para creer a Inspector sobre las amenazas de Río. Era difícil imaginar a Inspector con una motivación para mentir sobre eso. A menos que estuviera intentando enfrentarme con Río, pero él siempre había sido abierto sobre su incomodidad con mi amistad con Río, y ese no era el tipo juegos a los que él jugaba.

    Además, yo sabía lo que era Río. Sabía de lo que era capaz.

    Lo que Inspector había afirmado no estaba fuera de la cuestión. Lo que estaba fuera de la cuestión era Río persiguiendo a alguien inocente como si fuese alguien de verdad por el mal camino (alguien como Inspector) de un modo del que no podía ser disuadido.

    Disuadido por mí.

    Yo estaba segura de saber el tipo de honbre que era Río, el tipo de placer que derivaba de hacer cosas inefables a la gente. Después de todo, lo conocía desde un tiempo infernalmente largo.

    ¿Cuánto tiempo?

    Ignoré la pregunta.

    —Río no persigue a gente inocente —me dije en voz alta—. No lo hace.

    Su fe se lo prohíbe, una fe religiosa que le guía para canalizar su proclividad de ser juez, jurado, torturador y ángel de la muerte para sólo aquellos que él pondera como suficientemente malvados.

    Eso no incluía a Inspector. No era posible. Eso infringiría todo axioma de comprensión que yo tenía. Río no iba a perseguir a Inspector ni a Arthur a menos que pensara que tenía que hacerlo, y yo iba a asegurarme de que nunca se sintiese de ese modo.

    Llamé al número de Río.

    Saltó el mensaje de su buzón de voz con la misma configuración que tenía el mío.

    —Hola —dije con la garganta seca—. Soy Cas. Llámame.

    Colgué el teléfono y me senté, y esperé.

    Caía la tarde y refrescó más. Me levanté y conduje de vuelta al apartamento que estaba usando, buscando gente que me siguiera que yo no podía ver.

    Había regresado y estaba abriendo la puerta cuando sonó mi teléfono con un número bloqueado.

    —Hola.

    —Hola, Cas —dijo un grave barítono.

    Río.

    —Hola —dije.

    La palabra sonó tensa, era difícil saber lo que decir. Nunca se me había dado bien esconder nada, especialmente a alguien que conocía desde hacía tanto tiempo como Río.

    —Te lo ha contado —dijo él.

    —Lo adiviné —lo corregí.

    Cerré la puerta y me apoyé en ella, mirando a un punto sobre la alfombra. —Lo asustaste. Mucho.

    —Eso pretendía.

    —¿Por qué?

    —Cas, es importante que no investigues esto, ¿confiarás en mí?

    —Por supuesto —dije—. Lo dejaremos. Ya lo hemos hecho. Yo no quise hacerlo desde el principio.

    —Habría esperado eso.

    —Inspector asumió que tenías una razón, ¿sabes? Mientras estaba petrificado me dijo que pensaba que deberíamos rendirnos. Podías haberle explicado tu argumento sin amenazarlo.

    —Evidentemente.

    —Río —tragué—... por favor, no hagas eso otra vez —él quedó en silencio—. Inspector es... importante para mí. No sé si puedes comprender eso, pero, por favor... al menos recuérdalo.

    —Lo tendré en consideración.

    —No quiero volver a… —me aclaré la garganta— a antes de tener a Inspector y a Arthur en mi vida, Yo era... si les pasara algo a cualquiera de ellos… —Mi voz se rasgó. Me sentí extrañamente desnuda al decirlo en voz alta, débil y sentimental, pero tenía que hacerle entender—. Si ocurriera, no estoy... no estoy segura de lo que haría. No estoy segura de lo que me haría.

    Río hizo una pausa, luego dijo: —Entendido.

    —No vas a perseguirlo, ¿verdad?

    —No. Esta vez no.

    —¡Ni ninguna!

    Él se detuvo de nuevo. —No puedo prometer eso, Cas.

    —Sí —dije. La rabia empezó a arder en mí, caliente y furiosa—. Sí que puedes.

    —Cas...

    —No puedo andar preocupándome por esto —le dije—. Esto no es negociable. Promételo, Río.

    Pasó largo tiempo sin responder. —De acuerdo.

    La tensión y frustación se filtró fuera de mí de golpe. Me hundí en el suelo con la espalda apoyada en la puerta. —Gracias.

    —Cas, ¿cómo has estado?

    El cambio de tema me chocó. —Bien —dije automáticamente—. ¿A qué te refieres?

    —Este… repentino interés en los eventos pasados. ¿Había una razón?

    —En realidad no —dije—. Yo… Inspector notó que yo… —perdí las palabras. Casi había olvidado cómo había empezado todo el asunto—. Yo creía que era normal, eso de no poder recordar. No lo es, ¿verdad?

    —No —dijo él—. Pero no deberías investigarlo.

    —Vale —dije. Yo confiaba en él.

    —Bien.

    —No quería hacerlo de todos modos.

    —Bien.

    Apreté los labios. Tenía en la punta de la lengua contarle lo de Simon, pero no lo hice. Río había dicho que ignorara todo lo de mi pasado y Simon decía venir de mi pasado. Tendría que decirle a Arthur que dejara de investigarlo también.

    ¿Quién sabía lo que yo tenía que ver con el hombre? Quizá debería hablarle a Río sobre él... a Río no le afectaban los telépatas, que yo supiera y, por lo que le había dicho a Inspector, estaba dispuesta a apostar que mi problema con Simon dejaría rápidamente de existir. Tal vez por eso no le dije nada. Simon ya me había influenciado para no matarlo, y contárselo a Río provocaría efectivamente eso, así que no pude.

    Esa idea me hacía tener mucha mucha fe en que mis enemigos le dispararan.

    Jodidos psíquicos.

***

    Arthur no quería ser disuadido, especialmente cuando no le di una razón para cancelar la investigación. Había estado haciendo un montón de caminatas para un hombre con una pierna jodida.

    Primero: había confirmado su teoría de que Simon mentenía vigilada mi tumba y había echado un vistazo a los archivos telefónicos en las oficinas del cementerio para localizar sus entradas. Todos los números serpenteaban hasta países al otro lado del mundo: Grecia, Baréin, India, Sri Lanka, Malasia. La gente con la que había hablado en el cementerio le había explicado con entusiasmo cómo esta persona, cuyo nombre no podían recordar, era un hombre simpático que se preocupaba mucho y ellos se alegraban de seguir comprobando para él el nicho de la pared. También todos coincidían en que él había sido el único en enterrar mi urna vacía, pero ninguno de ellos podía estar de acuerdo sobre una descripción de sus rasgos o sobre el año en que había sucedido eso. Ni qué relación se suponía que él tenía conmigo.

    Simon se había hecho querer y aún así nadie se acordaba de él y le daban lo que necesitaba sin técnicamente lavar el cerebro a nadie.

    Después de todo, la gente ayuda a las personas a todas horas y olvida a quien no puede recordar.

    —Me sorprende que no me hiciera decidir que era mi amigo —le dije a Arthur.

    Yo había ido al apartamento para decirle que abandonase la investigación y Arthur se recostaba en el futón sobre su lado bueno mientras yo me sentaba en una silla plegable.

    —No estabas predispuesta a ello —dijo Arthur—. Habrías sospechado de él si lo hubiera hecho. Pero, y no te ofendas, Russell, ha trasteado en tu cabeza también.

    Me apreté la sien con los dedos mientras recordaba algo. —Sabe dónde vive Inspector.

    —Joder, Russell. Hay que sacarles de allí —recogió su teléfono—. ¿Ves?, por esto mismo, cuando dices que paremos oigo alerta roja. Tenemos que seguir investigando a este tipo. Aunque haya trasteado en tu cabeza... sobre todo si ha trasteado. ¿Puedes ver eso, al menos? —No esperó una respuesta antes de llamar a Inspector.

    Una buena cantidad de blasfemias siguieron desde el otro extremo de la línea.

    —Debería haberlo sabido, debería haberlo sabido —oía decir a Inspector más de una vez.

    También oí mi nombre. Tenían razón. Yo debería haber visto el conocimiento de Simon como una inmediata amenaza activable y no lo había hecho. Sólo una explicación lógica se ofrecía para esa clase de omisión.

    Estaba claro, yo había confiado en un telépata cuando no debería haberlo hecho.

    La culpa me inundó. Puede que yo no fuese capaz de evitar que Simon trasteara con mis neuronas, pero yo era la única que él tenía como objetivo. Yo era la razón de que Arthur, Inspector y Pilar estuviesen enredados con un psíquico.

    De nuevo.

    Teníamos el acoplador cerebral en marcha y funcionando, y luego, si Simon estaba aún pegado a mis talones, tendría que dejar la ciudad y darle esquinazo durante un tiempo. Que me persiguiera entonces hasta que se cansara. O hasta que las extrañas imágenes que él hacía emerger en mi cabeza me volvieran loca, una de las dos.

    Estábamos en el techo de un silo, tierra arada de granja a nuestro alrededor hasta el horizonte, y Simon reía. —Aquí estamos. ¡Estamos vivos. somos libres!

    Yo no, pensé, pero no se lo dije. Ya habrá tiempo para eso más tarde.

    Arthur colgó el teléfono.

    —No es Simon quien me está diciendo que abandones —le dije confiando en que esa fuese toda la verdad.

    —No puedes saber eso, Russell.

    —No lo es —suspiré—. Es Río.

    Arthur se quedó mirándome. Estaba muy segura de que él había dejado de respirar momentáneamente.

    —Sé que tienes dificultades con Río —dije—. Abandona. Me dijo que deberíamos dejarlo, y yo confio en él. Joder, y tú e Inspector prometisteis que no seguiríais si yo os decía que no.

    —Lo prometimos, pero...

    —¿Pero?

    —¡Russell! Te perseguía otro psíquico. Ya viste lo que hizo la última. Esto ya no es una cuestión de preferencia. ¡No eres la única que está en peligro!

    —Espera, ¿dices que escarbar en mi pasado es una cuestión de preferencia?

    Él me miró enfadado. —No es eso lo que quiero decir y lo sabes.

    —Ya sabemos que este Simon es un blando. Objectivamente, Arthur. Lo sabemos objectivamente. Podría haber obtenido lo que hubiera querido de todos nosotros sin que nadie lo supiera, y no lo hizo porque es un pusilánime. Río es mucho más peligroso que él.

    —Eso no lo sabes. Quizá este Simon no tenga bastante capacidad telepática para hacer lo que dices, pero podría...

    —¿Capacidad? ¡Se puede borrar de las cámaras de seguridad!

    —Y quizá eso sea del curso de Introducción a la Telepatía. No sabes lo que es fácil para él y lo que no.

    Ahí tenía cierta razón. No me gustaba cuando eso ocurría.

    —Río dijo que parásemos y paramos —dije—. ¿En serio quieres meterte a ti y a Inspector en su lado oscuro? Estamos hablando de Río.

    Esperé que no presionara sobre el asunto. No quería contarle que Río los había amenazado explícitamente. Arthur era del tipo mártir. Probablemente se pondría aún más cabezota.

    —Investiga esto en su lugar —dije sacando una carpeta con impresiones—. Inspector me dio una lista de los negocios y conexiones de Pourdry. Si podemos cercarlo; yo, tú y Pilar ya no tendremos que mirar por encima del hombro. Y vosotros podéis hacerme el trabajo manual con todo el asunto del hardware que voy a necesitar también. Ya hay una tonelada de mierda que hacer sin meternos en trabajo extra.

    —Esta conversación no ha terminado —dijo Arthur.

    —Pero ¿dejarás de investigarlo por ahora? —él dudó—. Arthur. Esto es importante para mí y es importante para Río. No te conviene cabrear a ninguno de los dos.

    —Has sabido de cosas que no me estás contando, ¿verdad?

    Mis pulmones se comprimieron. —Sí.

    Hizo una mueca y extendió la mano. —Cuéntame lo de Pourdry .

    Sintiéndome victoriosa, se lo conté.

    Era estupendo que nuestra relación hubiese progresado hasta el punto en que él creía en mi palabra, aunque hiciera falta convencerlo un poco. Resultaba inesperadamente placentero ver la evidencia de que Arthur confiaba en mí.

    Debería haber sabido que Arthur consideraría todo respeto o confianza que pudiera haber tenido por mí como un compromiso total cuando se trataba de un caso en el que un psíquico estaba implicado.

    Y debería haber recordado que él era un muy buen actor.

Capítulo 12

    Las dos semanas siguientes fueron agradecidamente una agitación de actividad libre de Simon.

    Arthur y yo salíamos casi todos los días intentando rastrear la operación de Pourdry, pero el tipo estaba tan bien oculto por estratos de tapaderas de apariencia legítima que no parábamos de llegar a callejones sin salida. Hasta donde podíamos determinar, Pourdry nunca mostraba su cara personalmente en ninguna parte, pero era el que movía los hilos detrás del escenario. No conseguíamos encontrar una sola persona que hubiera admitido conocerlo. Entretanto, el pequeño ejército de Arthur: Inspector, Pilar, y yo misma, obtenía un buen curso en el pirateo de teléfonos móviles.

    Inspector tenía razón: resultaba impactante y terroríficamente sencillo. Yo había previsto necesitar al menos doscientos ochenta y tres torres de señales falsas de móvil para saturar LA efectivamente e Inspector había adquirido nuestras cajitas de punto de acceso a partir de varias compañías online mediante cuentas anónimas, y nos las había conseguido de la noche a la mañana. Cada una era del tamaño y forma de un enrutador inalámbrico, y hasta la cuestión de la energía resultó tener una solución fácil: las cajas tenían tan bajo consumo que le había llevado a Inspector unos cinco minutos bosquejar un modo de conectarlas a un panel solar y a una batería recargable. Yo podía colocarlas en las azoteas, postes telefónicos, pasos elevados, en cualquier parte donde la gente no las notaría normalmente. Tuve mucha más flexibilidad para colocarlas de la que habría tenido con los propios Dispositivos Signet, porque lo único que necesitaba hacer era llegar a los teléfonos móviles de la gente, no resolver un delicado problema de satisfacción con restricción. Después de todo, la misma app estaría haciendo esa parte.

    Inspector ya había programado el algoritmo para el desarrollo y ni siquiera se molestó en probar el software.

    Yo sabía que las matemáticas eran correctas.

    La facilidad de todo había sido desalentadora desde una perspectiva de seguridad nacional, si uno se preocupaba más por la seguridad nacional que yo.

    Con Arthur y conmigo ahí fuera para investigar a Pourdry, Inspector y Pilar permanecían en uno de mis cutres apartamentos y hacían la leonina parte de la preparación del despliegue, reprogramación y registros de las cajas de punto de acceso y conexión a sus nuevos suministros de energía. La construcción era lo bastante monótona como para que me alegrara de estar fuera de esa parte, incluso con la alternativa de nuestros frustrantemente infructíferos viajes de campo.

    —¿Cómo vas a prepararlos? —preguntó Pilar la tarde en que ella, Inspector y yo nos sentábamos exhaustos y contemplábamos los monstruosos montones de cajas improvisadas. Arthur había salido por algún tipo de recado personal.

    —Es decir, ¿vas a escalar y pegarlas con loctite en lo alto de las farolas y demás?

    —Sí —dije—. Haré esa parte. Algunos de los lugares podrían tener difícil acceso.

    Eso, y que yo tenía que seguir las matemáticas apropiadas para alcanzar mi densidad crítica de población.

    Pilar dio una risas. —Es que acabo de tener la imagen de ti balanceándote en un semáforo sobre la Autopista de la Costa del Pacífico. Vale, así que, cuando estén todas colocadas, ¿pondrán tu app en todos los teléfonos y ya estará hecho?

    —Más o menos —dije—. Habrá un pequeño delta. La app se descargará automáticamente allí donde un smartphone entre dentro del alcance, así que seguirá descargando más y más hasta que nos saturemos y, a partir de ahí, todos los móviles deberían empezar a coordinarse con los otros para sacar las señales subliminales de audio.

    —Ya estoy deseando que todo vuelva a la normalidad —dijo Pilar—. Normalidad, pero con menos crimen, ¿esperamos, no?

    —Sí. Y con suerte estos chismes empezarán a debilitar a todas las grandes organizaciones criminales, incluyendo la de Pourdry. Una vez que podamos atraparlo, ya no tocará los bemoles.

    —Aún hay... um —dijo Inspector.

    —¿El telépata que está acosando a Cas? —entonó Pilar animadamente.

    —Oh, claro, él —dijo Inspector, lo cual probablemente debería haberme dado la pista, pero no lo hizo—. Él y... otros cabos sueltos.

    Se refería a Río. Yo lo había tranquilizado múltiples veces sobre que Río había prometido su seguridad, pero no parecía creerme del todo.

    Eso me fastidiaba.

    —Simon no ha mostrado su cara en semanas —dije—. Quizá por fin me ha hecho caso y me deje en paz. Si es así, nos hemos librado bien de él.

    —No podemos seguir viviendo nuestras vidas con él detrás de cada esquina —dijo Pilar—. Como dice Cas, quizá él solo… se fue. Digo que, una vez que tú y Arthur hagáis que arresten a este Pourdry, vamos a volver a nuestras vidas.

    Aquello también debería haberme dado la pista, pero no lo hizo. Pilar era mejor mentirosa que Inspector.

    —¿Conseguir que arresten a Pourdry? —me burlé—. ¿Qué te ha estado contando Arthur? Ese no es mi plan.

    —Inspector y yo empezaremos a juntar pruebas en su contra —continuó Pilar con sonrisa radiante—. ¿Verdad, Inspector? Para que la policía sea capaz de apartarlo en vez de que escape al tener las cosas tan bien resueltas.

    Giré los ojos al cielo.

    Alguien llamó a la puerta. Me acerqué y la abrí para revelar a un alto asiático con un largo guardapolvo. Hubo un chillido y un golpe detrás de mí.

    —No pasa nada —dije sin girarme, luego añadí a Río—. No sabía que estabas en la ciudad. Hola.

    Por el sonido, Pilar e Inspector habían salido rápidamente de la habitación delantera del apartamento y habían escapado hacia la cocina o hacia uno de los dormitorios, aunque yo no pude evitar una ligera punzada de culpa. Había olvidado mencionarles que no me importaba que Río supiera dónde estaban mis escondites.

    Salí al pasillo y cerré la puerta detrás de mí. —¿Qué te cuentas?

    —Cas —dijo Río—. ¿Dónde está?

    —¿Dónde está quién? —le pregunté.

    —Simon.

    Un extraño sonido metálico sonó a través de mi cabeza. Mis palabras colisionaron.

    Río, ¿cómo está ella?

    Tan bien como se puede esperar..

    —No lo sé —dije con labios apretados.

    —Pero ha entrado en contacto contigo.

    —Sí —dije.

    —Ahora está en paradero desconocido.

    —Yo... no tengo nada que ver con eso —La última vez que lo había visto había sido en el almacén de Arkacite. Quizá la seguridad lo había atrapado después de todo.

    —Tus amigos sí. ¿No te incluyeron?

    La tierra se agitó debajo de mí. Sus palabras no tenían sentido. —¿Qué? No, estás equivocado.

    —¿Lo estoy? —Río había alzado la voz ligeramente y, antes de yo pudiera responder, Arthur habló detrás de él.

    —Ella estaba comprometida —cojeó hasta aparecer a la vista desde el pasillo, aún usando una muleta para liberar el peso de su lado herido—. No tuvo elección.

    Él y Río se quedaron mirando el uno al otro.

    —Llévame hasta él —dijo Río.

    —Qué demonios —dije.

    —Llévame hasta él.

    Arthur respiró entre los dientes. Luego hizo lo que yo nunca habría esperado. Se giró hacia Río y dijo: —Tú eres immune a esos tipos, ¿verdad?

    —Se me ha dado a comprender eso, sí.

    —Pues averigua lo que quiere y arregla esto —dijo Arthur—. Parece que estás del lado de Cas, sólo el Señor sabe por qué, pero si lo estás, arregla esto.

    —Esto es mucho más complicado de lo que entiendes —dijo Río.

    Arthur bufó. —No me importa, hombre. Hazlo.

    —Llévame hasta él —repitió Río.

***

    Habían encerrado a Simon en un almacén vacío que Arthur mantenía como escondite temporal. Inspector, Pilar y Arthur todos habían estado involucrados en ello.

    Decidí que los odiaba a todos.

    Por supuesto, Arthur había insistido en poner al corriente a Inspector y a Pilar antes de que marcháramos hacia el almacén, y él salió para decirnos que ambos nos acompañarían también. Yo sospechaba que la verdadera razón era que Inspector quería estar lo bastante cerca como para saber que yo podía protegerlo, en vez de esperar en una ubicación que Río conocía y adonde pudiera volver sin mí.

    Yo le había dicho que eso no iba a suceder. Tendría que chillárselo de nuevo más tarde.

    Río tenía un Hummer negro. Yo viajaba con él, pues aún estaba demasiado furiosa con ellos. Por supuesto, no podía decidir si estaba furiosa con Río también.

    Él seguro que sabe algo, había dicho Inspector.

    Y ahora él había venido preguntando por Simon. Había sabido llegar para preguntar por Simon.

    Entramos en una zona desierta de aparcamiento en un callejón con espacio para cinco coches y bien oculto de la calle.

    Arthur aparcó junto a nosotros con Inspector y Pilar y salió para desenrrollar la pesada cadena del candado sobre la puerta del almacén. Arrastró la puerta para abrirla y el interior era frío y utilitario, sin un colchón siquiera, sólo un jergón como cama en una esquina. Simon había estado sentando de piernas cruzadas sobre las mantas. Cuando entramos, se puso en pie con cara laxa por la conmoción. Y luego su expresión se nubló cuando marchó directo hacia Río.

    —Me colgaste el teléfono —le acusó—. ¿Qué crees que está pasando aquí? ¡Nunca más me vuelvas a colgar! ¡No cuando se trata de esto!

    Bueno, aquello no era lo que yo me había esperado.

    Simon estiró una mano hacia Arthur, el gesto encompasaba a Inspector y a Pilar, que se habían apilado detrás de él. —¡Ninguno de vosotros tiene la menor idea de a lo que estáis jugando! ¡Vuestra amiga podría morir y yo soy el único que puede ayudarla, y ninguno de vosotros es lo suficiente importante para ver lo que os está mirando a la cara!

    —Espera —dije—, ¿qué amiga?

    —Tú, Cas —dijo Inspector.

    Claro. Joder.

    Simon puso un dedo justo a unos centímetros de los ojos de Río. —Yo no contacto contigo a menos que sea una emergencia. Cuando contacto contigo, te lo tomas en serio, sin preguntas. ¿¡Lo comprendes!?

    —Estoy aquí, ¿no? —dijo Río con un poco de humor.

    —Así que os conocéis el uno al otro —dije.

    —Sí —respondió Río.

    —Por desgracia —replicó Simon.

    Río alzó una ceja hacia él.

    —¿Llamas a esto protección? —se quejó Simon—. ¿El trabajo de ella? ¿Dónde aprendió ella a hacer eso, eh? Y tú a medio camino por el globo...

    —Si eso es lo que te preocupa, ella está bien —dijo Río.

    Yo, de nuevo, no conecté con lo estaba hablando hasta que él continuó,

    —Cas sabe cuidar de sí misma.

    —Parad el carro —dije—. Dejad de hablar de mí como si no estuviera aquí. Que alguien se explique.

    —Cas hace lo que le gusta —dijo Río—. Si eso te molesta, entonces has desperdiciado mi tiempo.

    —¿Y por qué le gusta? Supongo que eres tú quien la llamó Cas en primer lugar, ¿verdad?

    —Es lo que yo prefiero —levanté la voz y moví la mano entre ellos—. ¿De qué infiernos estáis hablando vosotros dos? ¿Y por qué...? —añadí a Simon—¿Por qué crees que tienes voz y voto en el modo en que vivo mi vida, o en cómo me llama Río, o en todo lo demás?

    —Disculpa, Cas —dijo Río—. Creo que he viajado aquí por error. Si tienes tiempo para ir a comer antes de que parta, tu compañía en la cena no estaría mal.

    —Sí —dije. La cena me daría una oportunidad para entrar en su cerebro y hacer que se respondieran algunas preguntas.

    —Te veré allí entonces.

    —Espera —dijo Simon.

    Río hizo una pausa en medio de su giro para irse.

    ¿Por qué a Río le importaba aún lo que el hombre tenía que decir? ¿Por qué le había importado en primer lugar?

    —Te juro que esto es serio —la voz de Simon era tan intensa que temblaba—. Ocurrió algo, ¿no es cierto?

    Yo estaba a punto de burlarme por la ridícula vaguedad de su pregunta hasta que Río respondió: —Sí.

    —Estoy aquí mismo —dije.

    —Tenemos que hablar —dijo Simon a Río—. Tan pronto como sea posible. Ahora.

    Río no dijo nada, pero giró la cabeza una fracción hacia Simon antes de salir por la puerta, con su guardapolvo ondulando mientras se alejaba. Simon aceptó la invitación y corrió para alcanzarle. Ninguno de nosotros trató de detenerlos.

    Consideré seguirlos, pero Río era capaz de darme esquinazo.

    —Creo que eso podría esta fuera de nuestra liga —murmuró Inspector.

    —¿Quieres saber lo que yo creo? —le dije girando hacia ellos—. Ceeo que cada jodido uno de vosotros tenéis que dejar de meteros en mi vida. Lo que sea que esos dos están tramando, vosotros tres sois diez veces peor. Os aseguro que...

    —Tú no eres la única que estaba en peligro —interrumpió Arthur—. No sabíamos lo que haría este tío.

    —¿Y ese es tu plan? ¿Mantenerlo aquí encerrado para siempre?

    —Bueno, no habíamos pensado en eso todavía —dijo Pilar. Inspector le lanzó una mirada de enfado—. ¿Qué? ¡No lo habíamos pensado!

    —Si alguien puede manipular mentes, siempre se va con segundas intenciones sobre lo que haces con él —remarcó Inspector con su voz de "intento sonar razonable"—. Para que conste, se nos da bien secuestrar a un psíquico. Eso requiere cierto ingenio. Un poquito de respeto no estaría de más.

    —Ahora mismo tienes suerte de que no te esté lanzando por una ventana —le dije—. Cada uno de vosotros estáis en mi lista de mierdas.

    —Sólo estábamos preocupados pot ti —dijo Pilar.

    —Y por nosotros —añadió Inspector—. No te preocupes, no intentábamos interrogarlo sobre nada que... sobre ti ni nada que pudiera molestarte a ti ni, uh, a ningún otro.

    Sus ojos se dispararon hacia Arthur. Por "ningún otro" se refería obviamente a Río.

    —Pero ¿tener a este tío ahí fuera siguiéndote? ¿Metiendo las narices en todos nosotros? ¿Actuando como si tuviera algún tipo de interés? Mira la vida que llevas, Cas. No puedes ignorar algo así. El hecho de que estabas dispuesta es... es sospechoso.

    —Y la simple presencia de unos psíquicos os pone a todos contra mí —dije—. Él ni siquiera tiene que hacer nada —Todos se movieron incómodamente—. Puede que creáis que soy una idiota débil mental, pero esos tíos no pueden llegar hasta Río —les dije—. Lo que Río diga que se hace respecto a Simon, se hace.

    —No creo que seas una débil mental —intentó discutir Arthur—. Dawna me hizo todo tipo de...

    —Cualquier cosa que Río dice que hay que hacer, se hace —repetí—. Y no actuéis a mis espaldas así de nuevo. No a menos que tengáis una meridiana evidencia concreta de que estoy siendo manipulada. Yo estaba en perfecta posesión de mis facultades cuando os dije que dejaseis de investigar a Simon y lo hicisteis de todas formas. No me contasteis nada de ese guion sobre pensar que todos estabais en peligro tampoco, porque eso requeriría a uno de vosotros habiendo estado en realidad en peligro de él. Yo era la única persona con la que él había hablado.

    —Eso no lo sabemos —intentó Inspector.

    Le lancé una mirada de fuego.

    —Cas —dijo Pilar soberbiamente—, tanto si es cierto como si no, y podrías tener razón, eso no cambia que todos estemos superpreocupados con esto. Preocupados por ti y preocupados por nosotros. No puedes culparnos.

    Aunque ella tuviera razón, yo no iba a admitirlo.

    —Está claro como el infierno que puedo —dije.

Capítulo 13

    Río y Simon volvieron a entrar. Simon estaba pálido y sus brazos envolvían su cuerpo como si algo lo hubiese asustado mucho.

    Yo confiaba que ese algo fuese Río.

    Dios, estaba furiosa con todo el mundo en ese momento. Bueno, excepto con Río.

    —¿Cas? —dijo Río—. Por favor, deja que este hombre te lea.

    Y ahí se iba la última persona a la que yo no quería darle un puñetazo en la cara.

    —¿Qué? —exploté.

    —Se me ha hecho saber que el ataque hace varios años de Dawnel Polk sobre ti puede haber sido más dañino de lo que creímos en aquel momento.

    La referencia a Dawna Polk me chocó. —Estoy bien —insistí—. ¿Por qué tendría este tipo algo que ver con todo eso?

    —Como creo que ya has deducido, él es como ella —dijo Río.

    —Que es la razón por la que me gustaría muchísimo aplastarle la cabeza, por eso y por seguirme —dije—. Sólo que no me lo permite.

    —¿Cas? —dijo Río—. No creo que él sea una amenaza.

    —Río...

    —Además —continuó,—, ya podría haberte examinado sin tu permiso y se ha negado. Él no me gusta, pero no es una amenaza.

    Quedé de pronto avergonzada. Arthur, Inspector y Pilar estaban en la habitación.

    Fuiste tú la que les dijo que harías cualquier cosa que Río sugiriese, me recordó una voz burlonamente.

    Pero yo no había esperado esto.

    —Río —dije—, no lo comprendo.

    Me miró desde arriba, su expresión era ilegible —Confía en mí.

    Aquello era extraño. Río nunca me había pedido eso de mí antes. Confiaba en él, pero… miré atrás hacia Inspector. Él agachó la cara.

    —Espera —dijo Pilar.

    Río se volvió hacia ella muy lentamente, del modo en que una montaña se recolocaría antes de caer sobre alguien. Pilar tragó y dió un paso atrás. — Es que. Yo quería preguntar, um... ¿por qué no puede Cas tener una explicación? ¿Por qué tanto, uh, tanto misterio? —Su espalda tocó la pared y ella tragó de nuevo.

    Río no se había movido. Se giró de nuevo hacia mí. —¿Cas?. Confía en mí.

    Joder.

    —Está bien —dije. Di la espalda a Inspector, a Pilar y a Arthur y miré a Simon directamente a la cara—. Si haces otra cosa que lo que Río dice que puedes, acabaré contigo.

    Ignoré el hecho de que no tenía ni idea de cómo iba a saber que se estaba sobrepasando o cómo iba yo a cumplir tal promesa.

    Confía en mí, había dicho Río.

    Simon inhaló profundamente y sus ojos taladraron los míos. Intensos. Líquidos. El peso de un millar de años en ellos. Intenté romper su mirada y no pude.

    Una cabaña en el bosque, un sol del desierto, frío y oscuridad. Estrellas, dolor, peligro, una ciudad atestada, corriendo a través de la noche hasta que nos ardían los pulmones.

    —Río —dije ahogada.

    El brazo de Río se disparó alrededor de la garganta de Simon, levantó al otro hombre y lo golpeó de morros contra el suelo de cemento del almacén como un martillo pilón. Luego permaneció sobre él.

    —¿Cas? —dijo Inspector detrás de mí, urgentemente—. ¿Cas?, ¿estás bien?

    No respondí.

    Unas fuertes manos me sujetaron reconfortantes por los hombros.

    Arthur.

    —¿Cas? —aventuró Pilar.

    Simon tosió, acurrucado en el suelo. No parecía ser capaz de formar palabras. —¿Hecho? —dijo Río.

    —¿Qué... demonios...? —espetó Simon.

    Gotas de sangre salpicaban en el suelo. Río debía de haberle roto la nariz.

    —Pasea conmigo —dijo Río.

    —Río, quiero saber —empecé, pero él negó con la cabeza—. Confía en mí, ¿Cas?.

    Simon se empujó en el suelo para ponerse en pie. Ninguno de nosotros le ayudó. —¡Por qué demonios has hecho eso! —gritó a Río. Flecos de sangre salpicaban su camisa mientras gritaba.

    —¿Viste lo que necesitabas? —preguntó Río.

    —No me pongas las manos encima, ¿me oyes? Ni se te... —Río extendió un brazo y agarró la garganta de Simon. Las palabras se interrumpieron en un sofoco estrangulado. Río ni siquiera intentó empujarle hacia atrás, sólo se quedó allí, con su mano en el cuello del hombre, casi suavemente. Simon le golpeaba sin fuerza el brazo, pero era como empujar una barra de hierro. Su cara se puso pálida. Sus ojos se movieron hacia mí durante un momento.

    Yo no dije nada. Me fiaba de Río. Los movimientos de Simon empezaron a perder articulación. Sus manos cayeron. Los párpados de sus ojos se hicieron pesados.

    Río lo soltó.

    Simon cayó de nuevo, jadeando, con las manos temblando a pocos centímetros de su garganta magullada.

    —Bien —dijo Río—. Has pasado la prueba.

    ¿Qué?

    —¿Río? —dije.

    —¿Cas? —dijo él—. Esto es importante. ¿Sientes alguna urgencia de detenerme?

    —¿Qué? No. Tritura su jodida cara en el suelo.

    —Bien —dijo Río de nuevo.

    —Tú... tú —la voz de Simon era raspada—. Tú...

    Río alzó una ceja. Simon dejó de intentar hablar. Se levantó, aún tosiendo, y apenas consiguió erguirse antes de girar para encontrar la pared y abrazarse a ella con las manos, tratando de respirar. Al cabo de un tiempo se dejó caer de vuelta al suelo y se sentó.

    Río esperó. Yo seguí su estela.

    Simon enterró la cara en las manos. —Es malo —murmuró.

    Río se tensó. Luego se agachó, tiró de Simon por el codo, y lo arrastró afuera de nuevo.

    —Joder —dijo Inspector débilmente.

    Es malo. ¿Qué significaba eso?

    —Lo estaba poniendo a prueba, ¿verdad? —dijo Pilar—. Para ver si él entraba en Cas, para, uh... ver si interfería o algo. Para salvarle la vida —Eso parecía algo propio de Río—. ¿Qué quiso decir con es malo? —preguntó ella.

    —Pilar —gruñó Inspector—, eso no es asunto nuestro —lo había dicho por mi bien, yo estaba segura.

    No podíamos saber, pero podíamos sospechar. Dos años y medio atrás, Dawna Polk me había jodido bien.

    Bueno, no fue muy divertido. Inspector debía de haber estado pensando en la misma línea.

    —¿No invalida esto su trato o lo que se suponía que ella... que...? —empezó Inspector.

    —¿Lo dejaría ella todo tal y como lo encontró? —dije con una buenas dosis de sarcasmo.

    —Sí —dijo Inspector tranquilamente.

    —¿Te refieres a la parte de: ella no irá a por ti si tú no vas a por ella? —preguntó Pilar.

    —Era más como: ella no irá a por nosotros si Río no va a por ella —la corregí.

    Ella nos había vencido diestramente. Por supuesto, nosotros también la habíamos vencido. Al recordarlo me dio un subidón de buen ánimo. Hasta que recordé qué nuestra victoria le había costado caro al mundo. Pensé en el primo y hermano de Pilar y me pregunté si ella habría coincidido con la elección que habíamos hecho. Tal vez nunca debimos haber actuado contra Pítica en absoluto. ¿Y qué si ellos asesinaban a algunos inocentes de vez en cuando? Después de todo, también lo hacía Río.

    También lo hacía yo.

    —Bueno, si este tipo es como Dawna, quizá pueda, uh... arreglarte o algo así —aventuró Pilar. Me tomé como un punto a favor en el marcador de ser mejor persona no darle a ella un puñetazo. Pilar se acobardó hacia atrás por mi expresión, de todos modos, murmurando—. O no.

    Arthur estaba notablemente silencioso. Yo evitaba sus ojos. Dawna le había jodido también.

    Río y Simon volvieron deprisa. O mejor dicho, Río volvió deprisa mientras Simon tropezaba a su lado. Río no había liberado el agarre de su codo todavía. —¿Cas? —dijo Río.

    —Sí.

    —¿Cómo está tu cordura?

    Me ahogué. —¿Mi qué?

    —Ya te lo he dicho —dijo Simon—, aunque ella no lo haya advertido todavía, esto es un problema.

    —¿Cas? —dijo Río de nuevo.

    Cambié mi peso de un pie al otro. Disminuyendo era la respuesta honesta. Yo no estaba segura de que nadie, salvo Arthur lo sospechara todavía. Inspector y Pilar sabían que algo iba mal, podían ver que yo tenía una memoria moribunda con más fragmentos a cada hora, pero no sabían que esos jirones me estaban desgarrando en pedazos.

    No sabían que yo estaba perdiéndolos.

    —¿Cas? —preguntó Inspector, y Jesús que sonó si estuviera a punto de llorar.

    —¿Qué quiere este tío? —le dije a Río.

    —Ayudarte —respondió Río.

    —¿Ayudarme cómo?

    —Ya sabes lo que hace —dijo Río—. Cas. Necesitas auxilio.

    Quédate con él. Te ayudará.

    —Quieres que se meta en mi cabeza —dije—. Quieres que haga… ¿qué? ¿Reordenarme?

    —No estás bien —dijo Simon seriamente—. Está todo... todo va ir mal. Por favor. Déjame arreglarlo.

    —Arreglar-Lo —repetí—. Te refieres a mi cerebro. A mí.

    Simon hizo una mueca. Río simplemente encontró con mirada neutra mis ojos. —No —dije—. No.

    El mundo estaba colapsando a mi alrededor, el almacén era demasiado frío y demasiado vacío y demasiado lleno de ojos vigilantes.

    —Cas —dijo Río—. Como he dicho, no me gusta este hombre, pero éste puede ser el único modo.

    —Tienes que comprender —la voz demasiado ansiosa de Simon se hundía bajo mi piel, hacía brotar parasitos y me volvía del revés hasta que yo ya no era yo. Quise dispararle. Quise huir de él.

    —Cassandra... Cas... esto no va a parar. He visto bastante para saber que... esto va... va a matarte tarde o temprano si no me permites ayudarte.

    —Pues que me mate —dije.

    Mi voz pareció desconectada, ya muerta.

    —Cassandra —jadeó Simon y casi valió la pena verlo tan abatido por ello.

    Ésta era mi vida. Mi mente. No la de Río ni jodidamente seguro la de Simon.

    Morir era preferible a cederle el control a este hombre.

Capítulo 14

    Ella no durará, predijo la voz de una mujer.

    Está defectuosa, pero yo creo...

    Esto funcionará. Los combatiremos. Nos salvaremos.

    Las ignoré todas.

    Robé el SUV de Arthur y volví conduciendo al apartamento donde habíamos estado haciendo las cajas de falsa señal para móvil.

    No puedo salvarme. Tampoco puedes tú. Nadie puede.

    ¿Qué quieres que haga, desaparecer?

    No. Morir

    Las cargué todas, una caja de cartón sobre otra, llenas con las cosas. Mis pequeños dispositivos compactos que desplegarían furtivamente mi programa, silenciosamente, hasta estar en todas partes.

    —Están por todas partes —dijo alguien y empecé a dar una carcajada.

    El frío llenó mi boca e intenté gritar, pero sólo me ahogué en mis pulmones.

    Apilé por fin la carga en el SUV y cerré la puerta. Si iba a hacer una jodida cosa antes de cumplir las predicciones de Simon y volverme loca y morir, sería esta. Salvaría LA y dejaría mi jodido legado.

    Había hecho los cálculos: llegar a todas las partes que necesitaba requeriría más de unas cien horas, aunque evitara la mayoría del tráfico.

    Pero eso daba igual. Cien horas no era nada. Estaba perfectamente de acuerdo con no ver a nadie durante una semana, de todos modos.

    Arthur intentó llamarme, pero no atendí. Probablemente estaba cabreado de que les hubiera dejado solos con Río... bueno, tanto con Río como con un telépata. Pero confiaba en que Río no les atacara y me había quedado sin paciencia con sus escrúpulos sobre él.

    En cuanto a Simon…

    Cassandra, este es el mejor modo. Sólo quiere ayudarte.

    Bueno, les había dicho que habíamos dejado decidir a Río. Río podía decidir. Claramente yo no creía que Simon fuese una amenaza, de todas formas, si él estaba diciendo que le permitiese... Joder.

    Pisé a fondo el pedal del gas y luego clavé el freno para llegar a mi siguiente ubicación. El SUV se sacudió como si quisiera protestar por el modo en que lo estaba conduciendo.

    Quebré entre los edificios, escalé postes, me suspendí sobre los laterales de los puentes. Trepé paredes y altas palmeras decorativas, e instalaciones de arte. Conducir, colocar, conducir. La monotonía me hervía el cerebro y la fatiga me dolía en los ojos, pero continué.

    Al cabo de un tiempo algunas de esas cajas dejarían de funcionar, o las encontrarían y las quitarían, pero, para entonces, los teléfonos de todos ya tendrían la aplicación. Tenía que seguir comprobando dónde las había plantado, seguir trenzando mi red dondequiera que aparecía una pequeña rotura, para que cuando alguien llegase con un nuevo móvil dentro de la red, formara parte de ella.

    La hora punta inundaba las calles igual que el alba. Aparqué y dormí en el SUV dos horas antes de continuar.

    Conducir, aclarar, repetir.

    Arthur intentó llamar de nuevo. Luego Inspector. Recibí un texto que decía: STAMS PRQUPDS x TI. AL - DINOS K STÁS OK.

    "Joder, estoy trabajando", envié como respuesta, y seguí.

    Su corazón no puede soportar esto, susurró alguien en mi oído.

    Comprendo los márgenes de compromiso. Aún estamos en el reino de lo aceptable. Si podemos acabar.

    Ojalá pudiera acabar esto…

    A quién le importaba luego lo que venía a continuación.

***

    Río llamó al cuarto día. Atendí.

    —Cas —dijo él—. ¿Estás bien?

    La salud no es el factor determinante. La utilidad se pondera con más fuerza.

    Me has transformado en una función de utilidad.

    Todos somos funciones de utilidad. ¿No lo sabías?

    —Estoy perfecta —le dije. Ya tenía hecho el setenta y dos por ciento.

    —Me gustaría hablar contigo, Cas. ¿Te reunirás conmigo?

    Cerré los ojos. El viento soplaba detrás de mis párpados con el eco de saludo y temor.

    —¿Cas?

    —Sí —dije—. Me reuniré contigo. Pero sobre tu colega psíquico, la respuesta es no. No quiero tener que repetirlo.

    —Muy bien —dijo Río, después de una difícil pausa—. ¿Cuándo y dónde?

    —Estoy terminando un proyecto —dije—. ¿Qué día de la semana es?

    —Viernes.

    —Te veré el lunes.

    —Muy bien. Hasta el lunes —colgó.

    Tan fatigante como resultaba todo el mundo, gracias a Dios que al menos Río respetaba mis decisiones.

    Nunca llegaré al lunes.

    El domingo por la noche, cuando estaba cargando el último puñado de dispositivos inalámbricos sonando en el fondo de una caja, recibí seis textos seguidos de Inspector. TNGO INFO D POURDRY ARTHUR NO T ENQNTRA NO VA SPERAR LLAMME YA

    Pulsé el botón para llamarle. —Será mejor que no os estéis inventando esto para forzarme a llamar.

    —¿Qué? ¡Cas! Nosotros no haríamos eso.

    —¿Tampoco secuestrarías a alguien de mi pasado sin decírmelo?

    —¡Cas!

    —¿Dónde está Arthur?

    —La organización de Pourdry ya se está ahogando. Todas lo están. Cualquiera que dependa de cualquier tipo de organización criminal estructurada la está viendo derrumbarse bajo él. Sé que estás preparando las cajas, en decir, imaginamos que eso es lo que has estado haciendo, pero aún no comprendo cómo está funcionando esto tan rápidamente.

    Pensé durante un minuto. Era más rápido de lo que yo había esperado también. Burbujeó un feroz orgullo: estaba funcionando, y mejor incluso de lo que habíamos esperado. —Es la gente quien tenía dudas —conjeturé—. Los que quisieron abandonar estaban demasiado asustados. Yo me desperté y lo hice casi todo de golpe esta semana.

    —No sé que clase de consecuencias va a tener esto —dijo Inspector—. Realmente no lo sé. He estado ejecutando todos los algoritmos predictivos que tengo, pero ninguno de los anteriores se aplica ya. Esto podría ser bueno, o podría ser... no sé.

    —Detiene el odio —dije—. Eso es bueno. Te dije que saldría bien. Ya está teniendo un impacto.

    —Eso espero, pero ¿y si hay una retribución? ¿Y si esto desestabiliza LA de otro modo? ¿Y si...?

    —Y si nada. ¿Qué pasa con Arthur?

    —Todos esos callejones sin salida sobre Pourdry a los que vosotros dos estabais llegando la semana pasada de pronto ya no son callejones sin salida. Arthur quiere aprovecharlo, saltar sobre ellos lo más rápido posible. Ha estado fuera preguntando a la gente y ahora... yo no dejaba de decirle que te esperara, pero él dijo que no tiene sentido esperar. Se lió para ayudar a algunos de los asociados formales de Pourdry después de que huyeran, y esta noche quieren ir a desmontar uno de los negocios de contrabando. Cas, te necesitan. Arthur aún no está curado del todo.

    —Dile que espere —dije—. Sólo tengo algunas cajas más que preparar. Habré terminado dentro de dos horas. Dile que voy hacia allí —Sonó mi móvil—. Dos horas, Inspector. Dile que estoy llegando. Tengo que irme.

    Pulsé el botón de cambiar llamadas, intentando recordar quién más tenía mi línea directa en aquel momento. Yo había usado esre teléfono para algunas de las investigaciones de Pourdry la semana anterior, así que era un buen puñado de gente.

    —¿Hola?

    —¡Cassu-san! —dijo efusivamente una demasiado entusiasta voz en mi oído. Yamamoto tenía un fuerte acento japonés que yo estaba segura de que era fingido: había oído que el se había criado en Detroit—. Cassu-san, me alegro mucho de encontarte aún en este número. Está pasando algo en LA, ¿sí? Algo grande. Algo malo. ¿Has oído cosas?

    —En LA siempre pasan cosas grandes y malas —le respondí.

    Esa era la razón de todo el acoplamiento cerebral después de todo.

    Espera. Por lo que Inspector había dicho, Yamamoto probablemente se refería al acoplamiento cerebral.

    Mierda.

    —Pero esto no me parece nada fuera de lo normal a mí —dije medio mintiendo,— Supongo que no estoy preocupada por eso.

    —No, no, deberías estarlo. Esto es enorme. Le está ocurriendo a todo el mundo. Es muy extraño. Problemas en las filas. Gente que abandona, comprobado, sin lealtad. Beneficios por los suelos. ¿Me oyes, Cassu-san? ¡Beneficios por los suelos!

    —Bueno, ya me conoces: mientras yo aún haga dinero, estoy bien —hice una mueca. Eso sonaba demasiado temerario—. ¿Piensas que va a ir a peor? —probé.

    —¡Peor! ¡Cómo puede ir peor!

    —Vale —dije.

    Yamamoto parecía molesto por que yo no me uniera a su ultraje. Mierda, A mí nunca se me había dado bien actuar. —Um —dije—. Bueno. ¿Qué quieres que hagamos al respecto?

    —Creo que tomar pasos drásticos —dijo Yamamoto—. Creo todos nos reunimos. Hablamos. Comparamos las cosas que están pasando.

    —¿Quién es todos? —dije lentamente.

    —Los que trabajamos para nosotros, por supuesto —exclamó Yamamoto—. Los verdaderos hombres... y mujeres, gomennasai. Los que no se someten a la autoridad de un gobierno fascista. ¡Los valientes que creamos nuestro propio camino!

    —A ver si lo entiendo bien —dije—. ¿Estás intentando que todos los criminales de Los Angeles se sienten a una mesa y trabajen juntos? ¿Para hacer qué?

    —Para resolverlo. Mostramos al Hombre que no puede derrumbarnos. No pueden derrumbarnos el negocio.

    —¿Piensas que esto lo está haciendo el gobierno? —dije.

    —¿Quién si no? ¿Quién si no tiene el poder en las sombras? La CIA quizá... o los grupos secretos, los que no cuentan con nosotros. Y está justo en Los Angeles. En las otras ciudades mi parte del negocio no está afectado, pero, Los Angeles, esta ciudad es parte muy grande de mi operación. Es un problema terrible.

    —Sí —dije—. Uh, sí.

    —Si esto sigue aumentando, me Iré a las otras ciudades. Todos nos iremos. LA será una ciudad fantasma. ¡El Colapso!

    —Eso lo dudo —dije secamente—. No creerás de verdad que la actividad criminal es la que impulsa toda la economía, ¿no?

    —¡Cassu-san! ¡Debes tomarme en serio! La CIA puede expandirlo a otras ciudades también. Quizá a otros países. Al mundo entero. ¡Destruirán nuestro negocio!

    Me gustaba Yamamoto. Él me contrataba algunas veces al año por un montón de dinero y yo no quería ver su pequeño imperio destruido. Pero…

    Efectos secundarios no pretendidos.

    Yamamoto llevaba una organización criminal. Si el peor efecto secundario de cortar la tasa de crimen en LA era que Yamamoto iba a buscar una nueva carrera, entonces yo no perdería mucho sueño.

    Tal vez un poco, pero no mucho.

    Por otro lado, si cada empresa criminal de Los Angeles se unía de pronto… Bueno. Eso serían unos efectos secundarios muy malos.

    —¿Cuándo vais a tener esta reunión? —dije.

    —¡Esta noche! —cacareó—. Once en punto. El Bar de Maddox. Conoces el lugar.

    Conocía el lugar. Me prohibían la entrada, de hecho.

    —Estaré allí —dije tratando como el infierno de no sonar irritada al respecto. Ahora no iba a poder dar asistencia a Arthur.

    Yamamoto no pareció advertirlo. —Sé que tú ayudas, Cassu-san. ¡Te veo luego!

    Nada era nunca jodidamente fácil.

    Colgué y llamé a Río.

    —Hola.

    —Ey —dije—. ¿Qué te parece apoyar a Arthur esta noche para ayudar a terminar con un entramado de tráfico de personas?

    Arthur iba a asesinarme.

Capítulo 15

    Arthur se cabreó conmigo ante la expectativa de trabajar con Río, según lo esperado.

    Por eso yo lo había preparado primero. Es más fácil pedir perdón que pedir permiso y todo eso. Mejor que Arthur acabase muerto por estar herido que por no tener apoyo adecuado.

    Terminé de colocar las doscientas ochenta y tres cajas de señal y luego conduje hasta el bar de Grealy, un bar grasiento propiedad de Cheryl Maddox. Era un lugar de reunión habitual de toda suerte de personajes sombríos. Yo lo había echado de menos tremendamente desde que era persona non grata allí.

    El lugar se había remodelado desde la última vez. Eso había sido culpa mía, en parte. La gran ventana delantera había desaparecido, remplazada con un agresivamente enladrillado muro que sostenía un enfadado cartel en rojo y negro que le daba el aspecto de un club clandestino más que de un bar.

    Tiré de la puerta, el letrero de cerrado colgaba sobre ella, y entré en la oscuridad. El interior tenía un nuevo aspecto, pero aún era tan cutre como lo recordaba. Varios tipos infames se encorvaban sobre sus bebidas en las toscas mesas. Nadie parecía estar hablando con nadie todavía, pero eso era normal en el Grealy. Lo que no lo era es que todos hubieran acudido con el expreso propósito de charlar entre ellos. Un hombre nervudo de pelo gris en sus cincuenta estaba de pie cerca de la entrada, evaluando el espacio del mismo modo que yo. Asintió hacia mí.

    —Malcolm —dije—, me alegra verte.

    Malcolm era uno de los mandamases no públicamente conocidos de la familia del crimen de los Lorenzo, a menudo actuaba como la mano derecha de Mama Lorenzo. Aún afirmaba que me debía un favor a cambio de que no lo hubiera matado esa vez que él había intentado dispararme, lo cual nos colocaba en términos razonablemente amigables, a pesar de mis sospechas de que su jefa había intentando dejarme fuera del negocio un año atrás.

    —Russell —me saludó Malcolm—. ¿También te ha afectado esto? Pensé que trabajabas sola.

    Pensé rápido. —Bueno, sí. Pero mis clientes son grandes y elegantes familias de criminales como la tuya.

    Asintió de nuevo. —Cierto.

    Una rolliza mujer teñida de rubio y con más tatuajes que la última vez que la había visto vino desde detrás de la barra y se paró delante de mí con los brazos cruzados bajo su amplio pecho. —Creí haberte dicho que no puedes entrar, Russell.

    Levanté las manos. —Sólo estoy aquí para la reunión, Cheryl, lo prometo.

    Ella lanzó una agresiva mirada hacia Malcolm. —Tú eres un Lorenzo, ¿verdad?

    Malcolm imitó mi gesto. —La Madre se disculpa profundamente de nuevo. Como la Srta. Russell, solo estoy aquí para la reunión.

    Cheryl resopló. Claramente no nos había perdonado ni a mí ni a los Lorenzo por el tiroteo que había destruído su bar entero. No podía decir que la culpara.

    —Tenéis un pase del día —dijo ella—. En cuanto acabe este sinsentido, estáis fuera. ¿me oís?

    Malcolm y yo murmuramos mansamente nuestro conocimiento.

    —Gracias, Sra. Maddox —añadió él.

    —No quiero hacer esto más difícil para los demás —dijo ella—. Vosotros aún no sois bienvenidos aquí. Pero, Russell, me alegra ver que aún estás viva y coleando —ella se alejó.

    —¿Alguien ha intentado matarte últimamente? —me preguntó Malcolm.

    —No, ella aún estaba hablando de vosotros —dije.

    —Si hay algo que lamento del modo en que resultó aquel conflicto… —murmuró Malcolm, observando a Cheryl regresar detrás de la barra.

    —Sí, yo también echo de menos este sitio como el infierno.

    Malcolm acercó una silla para mí de una mesa cercana y luego tomó una para él mismo, junto a mí, pero en una mesa diferente. Yo aprecié el gesto: no intentaba indicar que íbamos juntos, sólo que nos conocíamos. En esta compañía, cualquier pequeño gesto se tomaba con peso político.

    Él examinó la habitación. —Extraños compañeros de cama.

    —Sí —Yo reconocía a la mayoría de la gente, y la mayoría de los que no reconocía llevaban sus colores: Los Carrion Boys, Los Pícaros, los 4X8: bandas callejeras, desde las mezcladas bolsas de lealtad y supervivencia hasta las que eran posos de la sociedad que depredaba a los adolescentes. Y estaba también la familia del crimen de Pablo Roldán Fuentes, y dos personas de la mafia Rusa y, por supuesto, Malcolm de los Lorenzo, que representaba a Sicilia aquí en la ciudad. Yamamoto no tenía representantes de interés aquí en Los Angeles, pero era un grupo lo bastante no trivial como para preocuparme. Antes yo no habría apostado ni muerta encontrarme a uno de esos tipos en la misma habitación que los otros. Al pensar en ello, si cualquiera se ponía arisco, no iba a ver mucho margen para que Cheryl terminara de redecorar su bar por segunda vez.

    Como para demostrar mi argumento, un tipo de la familia criminal Grigoryan me sonrió desde el fondo de la habitación.

    Lo ignoré jovialmente. —Ey, Malcolm. ¿Quién es la rubia? —La rubia era una de las pocas mujeres en la habitación, y también una de las pocas personas que yo no reconocía. También estaba totalmente fuera de lugar: vestía un traje de negocios azul marino y llevaba un maletín, como si acabase de salir de una sala de juntas.

    —Lauren Vance —me respondió Malcolm manteniendo la voz baja—. Trabaja para Pourdry.

    —¿Pourdry está en esto?

    El hombre estaba engullendo territorio cada vez que me daba la vuelta.

    —No es peor que los 4X8 —dijo Malcolm.

    —Ese tampoco es un listón muy alto.

    —Supongo que estamos todos los de las áreas grises, Russell.

    Vance se sentó con las piernas cruzadas y dejó vagar sus ojos por la habitación. No me miró. O bien tenía una estupenda cara de póker o Pourdry no me había identificado como la persona que había estado con Arthur. Después de todo, lo habían rastreado hasta el hospital por la herida del disparo, pero dada la oscuridad, la distancia y el hecho de que yo había matado a la mayoría de ellos, probablemente sólo tenían una vaga descripción de mí: bajita y marrón y mortal.

    Eso estrecharía la búsqueda muy drásticamente, aunque quizá no lo bastante.

    Incliné mi centro de masas hacia adelante para estar en el borde de mi asiento. No podía ser la única aquí que tenía una asunto pendiente con alguien en la habitación. Para empeorar las cosas, mientras examinaba a la multitud, se me ocurió que casi todos los presentes estaban en los rangos secundarios: ningún pez gordo había acudido, sólo sus asistentes y perros de ataque.

    Inteligente por parte de los líderes, pero esa gente estaba mucho más dispuesta a aligerar el forraje del cañón. Esta reunión estaba a la espera de que sucediera una matanza.

    Mantuve mi peso equilibrado, alerta y preparada. No podía evitar sentir que le debía a Cheryl el esforzarme por prevenir que el Grealy se convirtiera en una escena del crimen de nuevo. Si esto devenía una masacre, sin embargo, no iba a ser mucho lo que pudiera yo hacer para prevenirla.

    Yamamoto entró animado. —¡Cassu-san! Deleitado de que vinieras —me dijo efusivamente.

    —Taku, hey —intenté tantearlo—. Espera un segundo. Mira a tu alrededor. ¿Estás seguro de que esto es una buena id...?

    —Nosotros hablamos más tarde, ¿sí? ¡Mucho alegro de que vinieras! —soltó antes de seguir por la habitación, entrechando manos y haciendo extravangantes reverencias a la gente.

    Siendo un paisano bajito e inmoral que siempre llevaba trajes baratos que le daban la apariencia de un revendedor de coches, Yamamoto tenía un dedo en casi todo y daba la sensación de tratar llevarse bien con todos, al menos en la superficie. Su séquito de guardaespaldas y pelotas se apilaban en la barra detrás de él como un enorme y silencioso rebaño de búfalos, ninguno de ellos bajaba de los dos metros.

    —Ese hombre o es muy sabio o muy estúpido —murmuró Malcolm junto a mí.

    —Tal vez ambos —dije—. Al fin y al cabo, hemos venido todos, ¿o no?

    —Lo cual sólo podría indicar que no somos mucho más inteligentes.

    —¡Hola a todo el mundo! ¡Hola, hola! —Yamamoto había concluído su rápida y entusiasta ronda por la habitación. Ahora movía los brazos sobre la cabeza para llamar nuestra atención y sentarse en un taburete en la barra.

    —¡Gracias por venir!

    Un latino de unos diecinueve o veinte años se levantó, ajustando su chaqueta con importancia y burlándose hacia al resto de nosotros. —¿Qué es esta mierda? Yo no trabajo con ninguno de estos jodidos.

    —Venga venga, Miguel —dijo Yamamoto—. Tenemos graves eventos en común en este momento. Alguien está actuando contra nosotros. Debemos encontrarlos y elimimarlos —chasqueó con la lengua.

    —¿Y como planeas hacer eso? —gritó una mujer beligerante.

    Yo reconocí vagamente sus colores como una miembro de la Avenida de Vermont Sur.

    —Tú te puedes ir —se burló uno de los Grigoryan—. Y llévate el resto de la basura callejera contigo.

    La mitad de la habitación en colores avanzó simultáneamente, de algún modo, todos se apartaron de los demás al mismo tiempo.

    —¡Oye! ¡Ey! —gritó Yamamoto moviendo las manos sobre la cabeza de nuevo—. ¡Pido paz, por favor! No insultaréis a nuestra anfitriona de ese modo, ¿verdad? —gesticuló expansivamente hacia Cheryl.

    Cheryl, por su parte, había estado de brazos cruzados, pero cuando todos los ojos se posaron sobre ella, avanzó con gran deliberación y sacó una escopeta Mossberg de acción de bombeo de debajo de la barra. La apuntó en la dirección general de la habitación y la cargó.

    El cha-chac fue más expresivo en el silencio que las palabras.

    —Debemos todos permanecer juntos en esto —declaró Yamamoto—. Debemos.

    —¿Cómo sabemos que no eres tú el que nos está jodiendo a todos? —demandó el combativo Miguel.

    —¡Qué horror! —gritó Yamamoto, poniendo una mano en su pecho—. ¿Cómo puedes esperar eso de mí? ¡Yo! ¡El que os está avisando a todos de esta amenaza!

    —Quiero saber qué esperas hacer al respecto —dijo un joven del Asia del Este de cabeza afeitada.

    Yo tampoco lo conocía, pero estaba sentando con Kevin Fong, y eso le afiliaba a los motoristas de Chuntianjie. Uno de los rusos en la mesa de al lado gruñó en aprobación.

    —¡Oh! —gritó Yamamoto como si no hubiera esperado ser culpado por algo diferente a hacer de maestro de ceremonias—. Lo primero, yo digo, que debemos descubrir quién está causando esto. Todos vemos los efectos, pero ¿qué ha ocurrido para darnos esta malicia? Debemos reunir nuestro conocimiento.

    El bar quedó en silencio

    —Nadie tiene la menor jodida idea —gritó finalmente el mismo Grigoryan.

    Hubo un coro de aprobación.

    —¿Estás acusando a uno de nosotros, tío? —Miguel se había levantado de nuevo—. ¡Si quieres hacer algunas a-cu-sa-cio-nes, ven aquí y dímelo a la cara!

    —¡No quiero acusar a nadie! —Yamamoto levantó las manos en un gesto de rendición, pero dos de sus guardaespaldas se acercaron unos centímetros, y algunos de los otros se movieron lentamente hacia Miguel y Grigoryan.

    —¡Quiero que resolvamos esto! ¡Juntos! ¡Es malo para los negocios, para todos nosotros!

    —¡Quizá seas tú al que le van mal los negocios! —alguien gritó en respuesta.

    —¡Sí! —gritó la mujer que había hablado antes—. ¿Cómo sabemos que no nos has traído aquí para prepararnos una de tus trampas? ¡No nos fiamos de ti!

    Más gritos de aprobación. Jaleo, descontento.

    —¡Dinos qué está pasando! —gritó el objetante de atrás.

    El guardaespaldas de la derecha de Yamamoto movió su mano un centímetro más cerca del borde de su abrigo.

    —¡Ey! —gritó Miguel, y trató de echar mano a su arma primero.

    Yo fui más rápida.

    Mi Colt llegó a mi mano como una centella y Miguel gritó y soltó su pistola recién baleada. Salé sobre la silla en la que había estado sentada en un movimiento.

    Detrás de mí, uno de los guardaespaldas de Yamamoto (un negro enorme llamado César que me caía muy bien) sentó a Grigoryan con una mano en su hombro. Pero nadie más movió un músculo. Mi inercia se estancó como si me hubiera tropezado con una pila de ladrillos.

    Había esperado que la mitad de la habitación me disparara. Yo había disparado en el arma de Miguel en vez de a él porque había querido mantener la paz por el bien de Cheryl; y dejar cuerpos no era el mejor modo de hacerlo, pero no había esperado el lujo de que eso durara más de un segundo y medio.

    Esta habitación, con esta gente, debería haber estallado a la violencia.

    No lo hizo.

    Todos movían inquietos los pies y miraban hacia sus bebidas.

    —Se lo debo a Cheryl —declaré en el silencio, totalmente enervada y tratando de no mostrarlo—. Nadie dispara a nadie, ¿vale?

    Grigoryan miró en mi dirección general, pero no intentó levantarse de nuevo.

    Miguel estaba zarandeando a un chaval junto a él con los mismos colores, reprochándole por no haberle dado apoyo. El sujeto de la riña sólo se había quedado allí sentado y se dejaba zarandear sin mirar a su camarada.

    Qué demonios.

    Y entonces lo entendí, mucho más despacio de lo que debería: estaba viendo el acoplamiento cerebral funcionado a tiempo real.

    Rebobiné la secuencia.

    Las variadas facciones habían presionado y gritado y crispado, pero ni de cerca hasta el grado que deberían haberlo hecho, y un montón de gente no se les había unido cuando yo había esperado que lo hicieran. En una reunión como esa, todo segundones y secuaces, donde nadie se preocupaba de ejecutar accidentalmente a nadie de la cima de la pirámide del crimen (excepto quizá a Yamamoto, cuyos guardaespaldas eran la mitad de la masa de la habitación de todos modos), fácilmente podía haber explotado en una guerra de bandas.

    Con mi pequeñita aplicación móvil, yo había acabado de prevenir una con una sola mano.

    —Todo el mundo a casa y a calmarse —dije yo.

    La gente que no se había mostrado violenta no necesitó que se lo dijeran dos veces. Todos evitaron contacto ocular con los demás mientras retrocedían por la sala y las variadas facciones se dispersaban fuera del bar, dejando tanto espacio de aire entre ellos como era posible.

    —¡Pensad todos en esto! —les gritó Yamamoto, moviendo las manos—. ¡Id a casa, pensad! Volveremos y hablaremos de nuevo, ¿sí? ¡Lo arreglamos!

    —En tus sueños, tío —murmuró uno de los Carrion Boys, pero algunas otras personas (especialmente los más mayores o los de las familias del crimen) le dieron sutiles asentimientos.

    Yo había desactivado esa guerra de bandas en particular, pero no había clausurado la pequeña cruzada de Yamamoto.

    Genial..

    Al menos había garantizado que me inivitarían la próxima vez, supuse.

    Mantuve un ojo fijo en Lauren Vance cuando el último de los invitados siguió la fila hasta la salida. Ella se acercó a Yamamoto durante un momento e intercambió algunas palabras silenciosas con él. Luego le apretó el brazo, recogió su maletín y se encaminó hacia fuera.

    Quise seguirla. Salté de la silla.

    —¡Cassu-san! —me saludó Yamamoto.

    Vaya por Dios..

    Me di la vuelta. Él estaba hablando con Cheryl y llamándome con el brazo como si quisiera rompérselo por el vigor.

    —Una extraña secuencia de eventos —dijo Malcolm en mi oído.

    Lo miré de soslayo.

    ¿Se refería al modo en que todos los gánsteres y mafiosos se habían comportado o al modo en que lo había hecho yo? ¿O a ambos?

    —¿Qué quieres decir? —le pregunté tratando de sonar como si no me importara.

    —Todo muy extraño —repitió casi para sí mismo—. Que tenga buenos días, Srta. Russell —sacó un sombrero (yo casi suelto una carcajada, pero honestamente no estaba segura de si él estaba intentando ser irónico o no), se lo puso sobre la cabeza y metió las manos en los bolsillos de su abrigo mientras se marchaba. Yo no tenía duda de que él estaba preparado para desenfundar sobre cualquiera de ahí fuera que aún se sintiese agresivo.

    Salté sobre las sillas de en medio hacia donde estaban Yamamoto y Cheryl. Cheryl había dejado la escopeta sobre la barra, pero los guardaespaldas de Yamamoto se habían agrupado a nuestro alrededor en un círculo que o bien era protector o intimidante, dependiendo de tu perspectiva.

    —Felicidades —le dije a Yamamoto—. Ha sido una idea terrible.

    Quizá, solo quizá, podía hacer que lo repitiera, dejar que el acoplamiento cerebral hiciera él solo su trabajo.

    —Tengo que secundar a Russell en esto —dijo Cheryl y respiró—. Gracias, por cierto —No me miró cuando lo dijo, de modo que tuve que asumir que me estaba hablando a mí.

    —De nada. ¿Me he ganado poder entrar en el bar?

    Ella bufó. —Ni de coña —Bueno, había que intentarlo.

    —Venga, tienes que admitirlo —le dije a Yamamoto—. Aunque esté pasando algo, es imposible que unas a todo el mundo en esto. Nos las tendremos que arreglar. La mierda ocurre.

    —¿Desde cuándo te rindes, Cassu-san? No no, voy a seguir con mi mal plan. Descubriremos un modo. Y tú estás conmigo, ¿sí? Nada de estos arrastrapies. No sé de dónde sale esto.

    Oh, maravilloso.

    Yo ya estaba represando el personaje, al parecer. —Pues, uh, mantenme informada —dije—. Tengo que irme, ¿vale? ¿Estáis bien vosotros?

    Cheryl asintió y Yamamoto me despidió con lastimeras palabras sobre lo triste que estaba de separarse de mi compañía.

    Cristo Jesús.

    Empujé la puerta para salir a la calle y buscar a Vance, pero ella había volado. Un minuto más tarde pensé en comprobar los coches: aquella no era una área elegante, precisamente, y Vance parecía de las que conducían un BMW a una fiesta de anfetas, pero no vi ningún vehíulculo probable.

    Quizá había desaparecido antes de yo hubiera escapado de las garras de Yamamoto.

    Sonó el teléfono.

    Arthur.

    —Ey —respondí, aún vigilando, por si Vance volvía andando—. ¿Va todo bien esta noche?

    —Sí —él no sonaba totalmente feliz al respecto, probablemente debido a las condiciones de operación que yo le había impuesto.

    Decidí ignorarlo. —Tengo algunos datos nuevos sobre Pourdry. Puede que haya alguien a través del cual podemos rastrearlo.

    —Después —dijo Arthur—. Tú y yo tenemos que hablar. Sobre Río.

    —Otra vez no —dije—. Ya te lo he dicho, Río no está abierto a discusión. Si no te gusta, de acuerdo. Fin de la historia.

    —No es eso. Algunas de las cosas que ha dicho esta noche… Russell, él cree que tu acoplamiento cerebral es de Pítica. O algo así.

    —Oh —me había olvidado de contarle a Río lo que estábamos todos tramando en realidad últimamente—. Eso es fácil de arreglar. Le diré que somos nosotros y que no se preocupe.

    —Russell, no estoy seguro de que debas.

    —¿Por qué no? Si Río piensa que es alguien como Pítica, podría empezar a tabajar contra nosotros.

    —Porque no creo que vaya a cambiar si descubre que eres tú.

    —¿Qué estás diciendo?

    —No pretendo comprender esta... rara relación que tienes con él. Pero está inclinado a cargarse a quienquiera que sea responsable de meterse con la gente en LA. No dijo mucho, pero sonaba a que tenía... una cruzada. Dice que todo es incorrecto y blasfemo. Russell, va a intentar detenerte.

    Oh.

    Mierda..

Capítulo 16

    Río me llevó hasta nuestra charla del lunes.

    Me sentí incómoda con él. Primero de todo, porque le estaba ocultando algo (cosa que yo no hacía generalmente) y segundo, Simon asomaba entre nosotros como un enorme elefante telepático.

    A media reunión, yo ya no podía soportarlo.

    —¿Dónde está? —le pregunté mientras removía mi filete y huevos en el restaurante donde nos habíamos encontrado.

    Arqueó una ceja de un modo meridianamente Rioesco. —¿Te refieres a Simon?

    —Sí, tío. Lo dejé contigo, con Arthur y con Inspector y con Pilar. ¿Qué pasó después de irme?

    —Tus amigos intentaron interrogarnos.

    —¿Les respondiste?

    —No —Río era benditamente predecible, al menos.

    —¿Y luego qué? —presioné.

    —Le recomendé a Simon en los más fuertes términos posibles que cesara de molestarte y le envié por su camino.

    —¿Lo hiciste? —me senté erguida—. Creí que querías que me doblegara ante él.

    —No te coloqué en esos términos precisamente.

    —Río.

    Él lo consideró. —Juzgo sus métodos contraproducentes. Si te convence, no será ese el modo en que él lo estaba intentando.

    —¿Diré ahora —dije— que eres algún tipo de psíquico?

    —No, Cas. Pero te conozco desde hace bastante tiempo.

    ¿Cuánto tiempo?

    Di un bocado a los huevos.

    —Puede que me esté volviéndo loca —dije—, pero aún así es mi mente la que se va a volver loca, ¿lo captas? —Río inclinó la cabeza al mirarme—. Si dejo que Simon empiece a trastear ahí dentro, va a cambiarme. Va a rehacerme el cerebro. Seré una persona diferente.

    —No creo que ese sea el caso.

    —¿Qué? ¿Estás negando que me alterará? Limpiará la persona que soy ahora mismo y me moldeará en otra cosa.

    —Yo no lo pondría en esos términos, precisamente —dijo Río de nuevo.

    Pinché con el tenedor con más fuerza de la necesaria. —Pues, ¿en qué términos lo pondrías?

    —Cuando un cirujano cose la carne para sanarla en el patrón correcto, no es una perversión.

    Balé una carcajada. —¿Estás llamando a este tipo cirujano?

    —Podría ser considerado como tal, sí, en ciertas... circunstancias. Creo que puede ser uno de ellos.

    —La respuesta es no, Río.

    —Es decisión tuya —sorbió de su copa de té de papel .

    —Pero ¿qué, vas a seguir intentando convencerme?

    —Sí.

    —La respuesta seguirá siendo no.

    —Como desees.

    Un piso en un infinitamente alto edificio de apartamentos, uno que se extiraba hasta el cielo.

    No puedo seguir haciendo esto. No me importa que sea seguro.

    Como desees.

    —¿Estás esperando a que toque fondo? —la cuestión salió forzada y frágil—. ¿Qué, vas a esperar hasta que me convierta en una idiota balbuceante y luego empujarás mi cerebro en dirección a Simon?

    —Espero que no haya necesidad de eso, Cas —respondió Río.

    Miré los restos de mi comida. Ya no estaba hambrienta.

    —Tengo asuntos de los que ocuparme en LA de todos modos —dijo Río.

    Mierda..

    —Oh —dije en voz alta, y traté de moderar mi tono para no sonar maldítamente obvia—. ¿De qué se trata?

    —No dudo de que habrás advertido que hay alguna energía nueva en la ciudad.

    Hacerme la tonta probablemente era demasiado tonto. —Un montón de gente está bastante infeliz. Me encontré con algunos de ellos la noche pasada.

    —No serán capaces de enfrentar esto —dijo Río—. Esto es una fuerza de amplia extensión.

    —¿Y crees que debería tener oposición? —dije—. Las personas a la que está afectando no son lo que yo consideraría unos santos.

    —Es incorrecto, a pesar de eso, Cas —respondió Río perfectamente sereno—. Igual de incorrecto que Pítica. La capacidad de hacer nuestras propias elecciones es un don de Dios. Ningún hombre puede ser juzgado como pecador o santo sin su libre albedrío intacto.

    —¿Piensas que esto, uh, crees que esto es obra de Pítica? —dije—. Pensé que tu trato con Dawna era que tenías que dejarlos en paz.

    —Esto no es Pítica. Los métodos no coinciden lo suficiente. Pero el objetivo es el mismo, y el pecado es igual de grave.

    Mierda.

    —Cas, me parece que tú sabes algo sobre esto. Te estaría agradecido por algún dato de inteligencia.

    Doble mierda.

    —De acuerdo —dije demasiado rápido. Tenía que esforzarme para esquivar a Río durante un tiempo. Yo no era buena mentirosa—. Vale. Um. Podrías consultar a algunas personas.

    Gracias a Dios, tenía algo que contarle como cobertura: le relaté la reunión de Yamamoto de la noche antes, ciñéndome a detalles tan vagos como me atrevía.

    —¿Y nadie parecía saber la procedencia? —preguntó Río.

    —Nop —dije.

    —Tal vez debería hablar con el Sr. Yamamoto.

    —Sírvete tu mismo —dije—. Puedo darte su número. Aunque probablemente sabe quién eres.

    No había mucha gente dispuesta a hablar con Río por elección y él lo sabía. Río asintió su reconocimiento del hecho.

    —Si te mantienes en contacto, lo apreciaría. De lo contrario, ¿puedo depender de que me pases cualquier información que pudiera ayudar a combatir esto?

    —¿Quieres que trabajemos juntos? —le espeté.

    Oh, hermano.

    —Si quieres. Yo no rechazaría la ayuda, pero es decisión tuya. Pediría cualquier dato que consigas, si no te importa la imposición.

    Río quería trabajar conmigo contra mí. Sólo que él no lo sabía.

    —Claro —dije—. Cubriré, uh, tu interés. Um, en cuanto a todo lo demás , deja... deja que piense en ello. He tenido algunas cosas... pendientes ahora mismo.

    Era imposible que Río no supiera que yo estaba tramando algo, pero lo dejó pasar. Quizá pensaba que sólo era mi creciente locura.

    —Por supuesto, Cas —dijo él.

    —¿Qué vas a hacer cuando resuelvas esto? —le pregunté.

    —Encontraré a quienquiera que sea responsable y dejaré que Dios sea el juez de su alma.

    Río continuó sorbiendo su té y yo apoyé la espalda en el asiento. Había perdido el apetito del todo.

***

    A pesar de las amenazas obvias de Río y el afán de Yamamoto por empezar una guerra de mafias multifamiliar contra mí, yo no podía evitar sino sentirme de celebración mientras permanecía en la Guarida de Inspector algunos días más tarde y admiraba las pantallas llenas de estadísticas del crimen.

    La línea de los gráficos tropezaba y caía por los precipicios hacia abismos estadísticamente significativos.

    Crimen violento. Crimen de la propiedad. Crimen organizado.

    —Sólo ha pasado una semana —dijo Inspector—. Pero esto… De acuerdo, Cas, tengo que admitirlo. Aún no me gusta, pero es asombroso. Creo que está teniendo un efecto indirecto también. Es decir, obviamente no todo el crimen no causado es porque tú lo estás previniendo, pero esto ha causado tal vuelco que todos están persiguiéndose los culos. Con suerte no los veremos reaclimatarse.

    —Sí. Bien —dije. Y con suerte no acabaremos muertos si alguien averigua que hemos sido nosotros.

    —¿Trabajo bien hecho? —preguntó Inspector.

    —Bueno, Arthur me está armando fuerte en modo limpieza —respondí.

    Gracias a Dios. Necesitaba el trabajo más que nunca ahora mismo.

    —Perseguir malechores mientras se persiguen sus propios culos, como dijiste. ¿Has encontrado algo sobre Lauren Vance?

    —Ah, sí, iba a ponerte al día en eso. Hasta donde he podido averiguar, ella es tanto el mismo perro guardián de Pourdry como una de las caras más públicas de su organización. Asumiendo que puedas pasar aquí un poco más de tiempo, tendré un sumario en el servidor para ti y para Arthur esta noche.

    No había habido señal de que Pourdry fuera tras Inspector, pero aún así, Arthut me había pedido que volviera a la Guarida con él para reunir algunos ordenadores portátiles adicionales y hacer algún trabajo que requiriese más poder de procesamiento.

    —¿Dónde está Arthur, por cierto?

    —Pensé que estaba fuera con algún asunto de DP hoy —dije—. ¿No lo está?

    Inspector sonrió a medias. —Estoy increíblemente halagado de que, con todo el trabajo que hemos estado haciendo para ti, pienses que aún tendríamos tiempo para ocuparnos de otro caso.

    —Bueno, Pilar dijo que Arthur tenía alguna emergencia con, um, una pareja de chavales que vi merodeando por la oficina. ¿Katrina y...? ¿Jason, quizá? ¿Justin? No me acuerdo. ¿No eran ellos un caso?

    —Ah, esos deben de ser algunos de los chicos perdidos de Arthur —dijo Inspector—. Ja, con suerte todo esto será toda una ayuda para algunos de ellos. Arthur quedaría extasiado.

    —¿Qué quieres decir con los chicos perdidos de Arthur?

    —Bueno, ¿qué piensas tú que somos nosotros? —Lo miré categóricamente—. Venga ya, ¿no lo has notado? —dijo Inspector—. Arthur tiene una debilidad por los chicos con problemas. Casi una obsesión. No está feliz a menos que esté intentando arreglar la vida de alguien —me miró ceñudo—. Eso no suena bien, pero yo no lo veo de ese modo. Denonios, Arthur me salvó, él y... —tosió

    —Nosotros no somos niños —dije.

    No estaba segura de cómo sentirme sobre eso de ser el proyecto de alguien. Por otro lado, yo sabía que lo era, sólo que no sabía que Arthur tenía otros.

    —Sí, bueno, todo es relativo, ¿verdad? —dijo Inspector con una sonrisa—. Arthur hace mucho bien a la gente. Es bastante aficionado a eso.

    Te construimos. Eres algo mejor ahora.

    Mi humor se agrió.

    —Estoy harta de la gente que trata de arreglarme.

    Inspector se giró apartándose de sus ordenadores, con movimiento lento y deliberado, como si me prestara su total atención. —Ya no estamos hablando de Arthur, ¿verdad? —No respondí—. ¿Quieres… hablar de ello? —preguntó Inspector.

    ¿Quieres ver lo que puedes hacer?

    —No —dije—. A menos que sea para castigarte por no decirme que habías decidido meter las narices en mis asuntos y secuestrar a la persona que te dije que dejaras de investigar.

    —Ya sabes eso tenía perfecto sentido para nosotros —suspiró Inspector—. ¿Te puedes quedar? Si quieres, puedes, llamaré a Pilar y acabaremos esto en el mitad de tiempo.

    Yo no tenía nada que hacer de todos modos, al menos hasta que Arthur hubiera terminado sus asuntos o yo tuviera algunos datos que perseguir sobre Vance. La falta de un foco en el que ocuparme era un problema en sí mismo.

    —Puedo quedarme, siempre que tengas algo de tequila en la cocina —le dije a Inspector.

    —Sí, uh. Sírvete tú misma —su cara se arrugó un poco—. Cas, en serio. Con todo lo que ha pasado, no hemos hablado sobre... ellos dijeron que tú no estás... ¿es eso verdad, que no estás bien?

    Ellos eran Simon y Río.

    —Ya sabemos desde hace meses que no estoy bien —dije—. Nada ha cambiado.

    Tus vitales no están mejorando. El curso actual es insostenible.

    Flexioné los dedos hacia las palmas, la piel cantó. ¿Cuánto quieres para no informarles?

    —Cas…

    —¿Qué?

    Estaba claro que Inspector estaba acumulando valor para decir algo, algo que yo odiaría, por el modo en que cerraba las manos y su postura se tensaba entera.

    —El, um. Lo que me contaste sobre el año pasado. Lo de las matemáticas. Lo de no ser capaz de hacer, um, demostraciones y demás. Si este tipo es de verdad un buen psíquico, quizá pueda ayudarte con...

    —¿Qué? ¿Te fiarías tú de él?

    El tema sobre matemáticas me apuñaló. El recordatorio de que yo no estaba entera, que no comprender nada, más allá de la bruta computación, me dejaba sólo con una estela fantasma de maravilla olvidada… Inspector era el único que sabía lo que yo había perdido y me arrepentía de habérselo dicho después de todo.

    Al menos no se lo había contado a nadie más.

    —Parece que Simon cree que cualquiera que sea el problema aquí se debe todo a la Dawna Polk de unos años atrás —dije—. Lo que trasteó ella en mi cerebro inicialmente, lo hizo mucho antes de entonces. Y puedo recordarte que Simon no deja de decir que yo no intente recordar cosas, así que, claramente no está interesado en arreglarme ni la memoria ni cualquier otra cosa, sólo lo que ella alteró, y porque está interesado en eso es tan altamente sospechoso que raya en lo pertubador.

    —¿Te resulta tan extraño que pudieras haber tenido un amigo antes de que perdieras la memoria? —preguntó Inspector.

    —¿Así que ahora es mi amigo en vez de un enemigo peligroso al que ayudaste a secuestrar y mantener prisionero durante semanas? ¡Tú tampoco lo querrías dentro de tu cabeza, admítelo!

    Inspector se movió incómodamente. —Bueno, no, pero... sólo estoy diciendo que no subestimes a Pilar, a Arthur ni a mí ni a nada. El asunto es que el tipo no quiere influenciar a la gente sin pedirlo. Para ser perfectamente honesto, no estoy seguro de que pudiéramos haberle atrapado si él no hubiera querido. Lo cual me lleva a pensar… no sé. Quizá al menos él haga algunas preguntas y descubra más sobre ello, si tú estas en problemas desde que Dawna hizo...

    —Me suena a que te ha influenciado —dije cruelmente, e Inspector se ruborizó, aunque yo no estaba segura de si era por fastidio o por miedo real a que lo que yo había dicho pudiera ser cierto.

    —Voy a beber. Avísame cuando hayas terminado aquí.

    Salí de la Guarida y crucé la puerta trasera de su casa, donde encontré el tequila y me apoltroné en el sofá con una botella. Ya me había automedicado por la mañana también, pero el alcohol que se llevaba el vigor de mis sentidos ya había empezado a disiparse.

    ¿Has tomado tu medicina?, se burló alguien.

    Tenía que hacerlo. Te estaban matando.

    ¿Cómo es que me estaban matando si nunca me había sentido tan viva?

    Maldición.

    Inspector tenía razón en una cosa... aunque fuese sólo una: yo merecía algunas respuestas de Río y Simon.

    Le había contado a Río que no investigaría mi pasado y que, de hecho, no quería hacerlo, pero ya no estábamos hablando de mi pasado, esto era mi presente. Los dos me estaban jodiendo la vida sin ofrecer la más mínima explicación.

    Con todo lo del acoplamiento cerebral y la reunión de Yamamoto y descubrir que Río iba a intentar detenerme y lo de trabajar para encontrar a Pourdry, la furia que había sentido sobre todo el asunto se había derrumbado debido a otras prioridades.

    Ahora la furia estaba saliendo como una inundación, ardiendo en mis tripas hasta chamuscar los límites de mi humor.

    Bebí más, pero no ayudaba.

    No hay límite para este tipo de poder.

    ¿No te asusta eso?

    ¿Por qué debería? Soy ya la que tiene el control.

    Salté del precipicio del mundo y la tierra voló debajo de mí, mar y cielo y espacio y estrellas, y yo reía y reía y reía.

    Esta vez, en vez de ahogarme, los fragmentos de irrealidad calentaron mi furia hasta que quise golpear algo. Matar algo. Durante más de un momento consideré destruír la casa de Inspector. Aún estaba furiosa con él y, joder, aplastar cosas sería catártico.

    Pero luego tuve una idea mejor.

    Envié un texto a Río. Había planeado evitarlo, pero no íbamos a hablar sobre Los Angeles, y además, me estaba sintiendo temeraria.

    Luego envié un texto a Inspector: "He invitado a Río y a Simon a venir a tu casa. ¿Ya estás contento?"

    Me vibró el móvil con una respuesta de inmediato. Luego otra. Y otra.

    La esencia general de los siguientes siete mensajes de texto de Inspector fue: "KE T JODN, CAS."

    Miré el teléfono con una ácida sonrisa y lo dejé en la mesa.

    Luego me senté, bebí tequila y esperé.

Capítulo 17

    Inspector y Pilar insistieron en estar en la habitación cuando Río y Simon aparecieron.

    Yo había esperado que fuese la última cosa que querrían y tenía la extraña impresión de que estaban haciendo algún tipo de imitación extraña de querer estar allí en caso de que necesitaran protegerme.

    Lo cual era, por supuesto, absurdo.

    Yo intenté echarlos, pero Inspector y yo comenzamos una batalla de gritos en la que él señalaba que yo había invitado a un asesino peligroso y a un posiblemente peligroso telépata a su casa sin preguntarle primero y, por tanto, que él iba a quedarse en la jodida habitación.

    Pensé en dejar de ser malévola, pero en ese momento el sistema de seguridad de Inspector sonó ante la llegada de Río y de Simon.

    Abrí la puerta de golpe, furiosa con el mundo. Río, por supuesto, estaba perfectamente ecuánime, relajado dentro de su largo guardapolvo pardo. Simon se medio encorvaba detrás de él, abrazándose como si quisiera desaparecer.

    —Hola, Cas —dijo Río.

    Simon asintió al verme, pero mantuvo la boca cerrada esta vez. Los conduje dentro. La mirada de Río se posó sobre Inspector y Pilar, que se habían retirado hasta el lado más alejado del salón, contra la pared. Tan lejos como podían llegar sin salir en realidad de la habitación.

    —Ignóralos —dije y nos sentamos.

    —Cas —dijo Río—. ¿Puedo tomar esto como una muestra de que estás reconsiderando tu decisión?

    —No —dije—. Puedes tomarla como una muestra de que quiero algunas respuestas.

    —Se me ha dado a entender que sería peligroso para ti satisfacer tal curiosidad —Río lanzó una mirada hacia Simon.

    —¿Quieres decirme por qué estar loca me va a volver aún más loca? Sí, él ha querido decir eso mismo, pero yo digo que eso son tonterías. Esto ya no está enterrado en el pasado, Río, y tú puedes contarme algo. Primero de todo —dije, girándome hacia Simon—: ¿quién eres tú en realidad?

    Simon y Río intercambiaron una mirada.

    —Ey. Ey —chasqueé mis dedos hacia ellos—. Estoy aquí.

    —Cas —dijo Río—. Como te he comentado, este hombre está de tu lado.

    —Seré yo quien determinará eso, muchísimas gracias —dije. Se miraron de nuevo, como surprendidos de que no me tomara en serio la palabra de Río al respecto.

    Río se encogió de hombros ligeramente y dijo,. —Ella es su propia persona. Eso parecía importante.

    —Estoy aquí —repetí.

    —Cassandra —dijo Simon—, cuanto más puedas seguir bloqueada, mejor. Lo que sea que te digamos te hará empezar a derrumbar esas barreras. Incluso mi presencia aquí, no es... buena para ti, pero no veo otra alternativa.

    —Bueno, si no me das algunas respuestas, voy tener que recordar tanto como pueda —dije. Simon empalideció. Eso lo había perturbado. Tampoco es que yo quisiera recordar, estaba claro que no quería. No había querido desde el inicio, pero tampoco había esperado que mi amenaza hubiera tenido tanto efecto.

    Alguien me golpeó: ¿Ves? A eso me refiero, tener efecto.

    Lo golpeé en respuesta: Ahora lo entiendo, le dije al cadáver.

    Traté de mantener mi cara inexpresiva. —¿Puedes contárserlo a uno de nosotros en vez de a ella? —aventuró a preguntar Inspector desde el fondo de la habitación— Si es que Cas se fía de que seamos, um... ¿abogados? ¿Para ella?

    Yo sabía que Inspector sólo intentaba ayudar, pero no me apasionaba esa idea tampoco.

    —Río —dije y señalé a Simon—. Necesito saber quién es este tío. Unas amplias pinceladas no van a matarme y necesito saberlo.

    Río miró a Simon, cuya boca estaba apretada en una tensa línea. —Tú y él os conocisteis —dijo Río—. Hace mucho tiempo.

    —No tan amplias —dije impacientemente cuando él no añadió nada más—. No voy a dejarte que me hagas nada si no me dices qué infiernos está pasando.

    —Esto tiene que ver lo que Cas puede hacer, ¿verdad? —dijo Pilar. Giré en redondo para encararla. Ella intentó retroceder, pero chocó contra la pared—. Perdón. Es que tenía sentido. Vosotros y Dawna, todos vosotros tenéis esos... como poderes superhumanos, y sabemos que algunos tienen que ver con la memoria, y... eso no puede ser una coincidencia.

    —Él y yo no somos lo mismo —dije triturando las palabras.

    —¿Cómo lo sabes? —preguntó Inspector.

    Muéstrales a todos lo que puedes hacer. Buena chica.

    —Has hablado de coincidencia —dije en tono de burla hacia Pilar por encima del ruido en mi cerebro—. Bueno, ¿no es una coincidencia que tuviera éxito en toparme con Pítica años más tarde si tenían algo que ver...?

    Mi cerebro frenó en seco.

    Pítica… al principio ellos no habían sabido lo que yo podía hacer, sólo se habían interesado en mí porque conocía a Río. Porque Río había intentado destruirlos. Él había estado enredado con ellos durante un largo largo tiempo. Desde antes de conocerlo. Quizá exactamente desde que yo lo había conocido.

    Llámame Río.

    Joder.

    —Río —dije—. ¿Cómo nos conocimos?

    —No puedo decirte eso, Cas —me dijo.

    ¿Me había salvado de dónde?

    ¿De algún lugar donde yo había conocido gente como Dawna y Simon, de gente que me había lavado la mente para evitar que los recordara?

    ¿De gente que me había roto la habilidad de hacer verdaderas matemáticas y había dejado en su sitio mi proeza computacional: un pobre substituto para una matemática humana, pero un bonus excelente para un arma viviente?

    Pítica había sido originalmente un proyecto del gobierno o, al menos relacionado con el nombre en código de un proyecto. Sabíamos eso hasta ahí. Alabarda y Pítica, algo resonó y cantó en mi cabeza. Alabarda y Pítica. Alabarda era... ¿qué? ¿Otro proyecto? ¿Una pieza faltante de mi vida?

    Abría la boca para preguntar, pero la pregunta me estranguló.

    La prohibición de Dawna de aprender más sobre Pítica implicaba que, daba igual qué corazonadas tuviera, yo no conseguiría confirmar ninguna.

    —¡Maldita sea!

    —¿Cas? —dijo Inspector con voz llena de preocupación.

    —Creo que Pilar tiene razón —dije—. Creo que yo... estuve asociada con Pítica, o con algo parecido a ellos, y pienso... creo que ellos me hicieron esto.

    —Eso tiene sentido —susurró un poco Pilar—. Es decir, considerando tu amnesia... ¿cuántos malhechores podría haber en la vida real con poderes psíquicos? Sería totalmente extraño que hubiera un puñado de grupos desconectados de gente andando por ahí con la habilidad de trastear con los sesos de la gente, ¿no?

    —Pilar —dije.

    —¿Sí?

    —Buen trabajo. Ahora cierra el pico.

    —Vale. De acuerdo. Vale. Perdón.

    Me giré hacia Simon. —En el pasado, tú y yo estábamos conectados con Pítica —Quizá habíamos decidido volvernos renegados y combatirlos, y así es como nos habíamos topado con Río. Yo estaba sintiéndolo improbable, pero eso tenía sentido—. Salimos de allí, pero antes de hacerlo, me jodieron la cabeza. Por supuesto, tú no vas a confirmar o negar esto.

    Si pensaba que lo confirmaba, probablemente ni siquiera habría sido yo capaz de decirlo, gracias a Dawna. Pítica me había jodido dos veces ahora.

    Apreciamos tu lealtad.

    —¿Me dejarás ayudarte ahora? —preguntó Simon.

    Casi suelto una carcajada,. —¿Ayudarme? ¿A hacer qué, a que trastees con mi cerebro encima de la divertida mutilación que ya ha hecho otro? Sí, eso parece una buena idea. Y puede que tú y yo hayamos trabajado juntos contra Pítica, pero eso no significa nada. He trabajado con un montón de gente que eran la escoria de la tierra. Que yo sepa éramos aliados de conveniencia.

    Simon aspiró el aire como si lo hubiera apuñalado y se arropó con los brazos de nuevo. —No fue conveniencia.

    Levanté mis cejas hacia Río para ver si él había confirmado eso, pero él me dio un encogimiento de hombros, como para decir: "qué sé yo de relaciones humanas".

    Bueno, cierto.

    —Por favor —dijo Simon—. Esto no va a desaparecer por si solo. No voy a... dañarte, Lo prometo. Puedo ayudarte a reparar...

    —Me pregunto si la persona que me quitó todos los recuerdos me dijo eso antes también —dije maliciosamente, sólo para verle poner una mueca—. ¿No se ocupaba Pítica de hacer del mundo un lugar mejor? Probablemente me estaban convirtiendo en una persona nueva, más luminosa, igual que quieres tú.

    —Cassandra...

    —Deja de llamarme así —dije.

    —Cas —enmendó—, esto es serio. Los síntomas que estás teniendo van a seguir empeorando. Por favor, tienes que permitirme ayudarte.

    —No. No tengo.

    Hay límites aquí, balbuceó una de las voces. Límites como la muerte.

    —Tú no lo comprendes —alegó Simon—. Podrías morir.

    —Lo comprendo perfectamente —dije.

    Como la muerte.

    —Lo que tú no estas comprendiendo es que estoy jodidamente harta de que la gente me baraje las neuronas. Pítica, Dawna Polk, tú, todo el mundo.

    ¿Qué es la muerte, excepto total inconsciencia interminable?

    —Encontraré otra solución.

    —No sé si hay otra —Simon había empezado a entrar en pánico—. Cas, yo sé lo que te sucedió. Conozco tu mente. Puedo... ¡esto no es algo de lo que puedes escapar tú sola!

    —Ella tiene razón —dije lanzando un pulgar hacia Pilar—. Yo también tengo superpoderes. Soy tan buena como tú o como Dawna Polk. Puedo arreglar LA, y puedo arreglar mi propio maldito cerebro. Lo resolveré.

    La sala se detuvo, como si el mundo entero se moviera a destiempo y nos hubiera dejado una pequeña meseta congelada.

    Puedo arreglar LA, había dicho yo.

    —¿Cas? —preguntó Río con el peso de siglos de moral.

    Mierda mierda mierda mierda mierda.

    Había estado evitando a Río por exactamente esa jodida razón. Porque yo era absolutamente terrible en mantener la bocaza cerrada.

    Río me evaluó.

    —Vosotros dos —señalé a Inspector y Pilar—. Fuera.

    Inspector abrió la boca como si intentara protestar, pero Pilar lo acalló y lo apresuró a salir de la habitación.

    Yo me giré hacia Río. No tenía sentido intentar mentirle después de un traspié como ese. Él lo había visto. —¿Vas a intentar matarme? —le pregunté.

    Simon se agitó y casi cae de la silla. La mano del arma me cosquilleó un poco, como si quisiera defenderme por voluntad propia, aun cuando otra parte de mí quería reír.

    La idea de saltar contra Río era demasiado absurda.

    —No, Cas —dijo Río—. Yo no te haría daño. Pero voy a detenerte.

    Joder..

Capítulo 18

    Río no me insultó intentando preguntarme cómo lo había hecho. Yo no iba a responder y él, al parecer, no estaba dispuesto a demostrar la aplicación de sus… métodos habituales.

    Hice que Simon se marchara con Río. Él no dejaba de girar la cabeza de en lado a otro entre nosotros como si quisiera discutir conmigo, pero se estaba conteniendo de no hacerlo porque sabía que no le haría ningún bien.

    Tipo listo.

    O quizá sólo telepático.

    Encontré a Inspector y a Pilar en la Guarida, observando una imagen del salón desde una de las cámaras de Inspector.

    —Deberíamos abortar —dijo Inspector de inmediato—. Si reprogramamos el...

    No podía creer lo que estaba oyendo. —¿De qué estás hablando? ¡Has visto la estadística! ¡Esto está funcionando! ¡Y nadie va a detenernos... ni Río ni nadie!

    —Yo... creo que estoy con Cas —dijo Pilar—. Si estamos arreglando algo... Bueno, Cas, mientras estés segura de que este tipo no puede, um...

    —Puede, de eso se trata —dijo Inspector brevemente—. Tú no lo comprendes, Pilar. No has estado en este mundo el tiempo suficiente. A veces reduces las pérdidas y huyes. Y cuando alguien como ese te fija como objetivo…

    —¿Desde cuándo eres tú de los que huyen? —dije—. Sólo lo dices porque estuviste contra esto desde el inicio.

    —¿Y qué? ¿No crees que él tiene razón? —dijo Inspector—. Arthur me dijo lo que pensaba. Puede que yo no sea religioso, pero tengo un sistema moral y creo no estar del lado de Río en nada, pero sus razones en esto tienen sentido. ¡No puedes decirme que no es así!

    —¿Por qué no pueden tener sentido ambos lados? —Pilar estaba estudiando el suelo como si quisiera desaparecer dentro de él—. ¿Por qué no puede lo que estamos haciendo ser un poquito incorrecto, pero también ser correcto? La vida no es en blanco y negro. Sé que pensáis que soy ingenua en un montón de cosas así, y lo soy, lo sé, pero estáis tratando de dibujar líneas donde no hay ninguna. Tenéis tanta fe en que el bien o el mal siempre tienen algún tipo de bonito sentido lógico, pero la vida real es complicada y, a veces, no puedes dibujar bonitas cajas perfectas a su alrededor y saber lo que hacer —Ella se encogió de hombros.

    —Bobadas —dije—. Si no hay lógica es porque no hemos definido bastantes axiomas para el sistema. O porque la prueba es una falacia.

    Inspector rió. Sonó un poco histérico

    —Cas —dijo Pilar—. Tu amigo, um, este tipo... ¿qué es lo que va hacer?

    Esa era una muy buena pregunta.

    Río no sabía cuáles eran nuestros métodos. Sabía del esfuerzo de Yamamoto por espolear el elemento criminal de LA, gracias a mí... Si Río quería, podía avisarles y lanzarme la entereza de la clandestinidad de Los Angeles para que me aterrizara justo encima. Pero si lo hacía, existía una posibilidad muy real de que me mataran.

    Y hablando de lógica, yo no creía que la de Río supiera diferenciar entre herirme él directamente y armar a todo LA para hacerlo por él.

    —No lo sé —dije—. Supongo que lo descubriremos.

    —Entonces, ¿por qué no esperamos y lo vemos? —preguntó Pilar—. ¿Sería eso tan malo... ver cómo se desarrollan las cosas? ¿Mientras que él no, um, no te amenace?

    —O a nosotros —añadió Inspector oscuramente.

    —Ya os lo he dicho, Hablé con él sobre eso —dije—. Sí. Yo voto por esperar y ver también. Cualquiera que sea su planificación, apostaría a que puedo vencerlo.

    Inspector masculló algo que sonó sospechosamente como: "yo no firmé para esto", y se acercó hacia uno de sus ordenadores. —Cas, hay algo más que deberías oir. No me parece que esto vaya a hacerte cambiar de idea en absoluto, pero Río y Yamamoto no son los únicos que han notado algo. Esto apareció en mis alertas hoy —pulsó el botón del ratón algunas veces y luego dejó pulsada una tecla para subir el volumen al máximo. La voz de un tempestuoso hombre llenó la habitación por los altavoces del ordenador.

    —…y está pasando algo en esta ciudad. Puede sentirse. Algo va mal aquí en Los Angeles y os prometo, patriotas, que llegaré al fondo de esto. Las bombas no son el único modo que tienen los terroristas de golpear las más grandes naciones. Hace mucho que sabemos lo vulnerable que somos a un ataque bioquímico pero, ¿ha dado nuestro lloriqueante presidente sosegador de terroristas un solo paso para prevenirlo? No, por supuesto que no. Y ahora vosotros y yo somos quienes pagamos por ello. Hablemos de lo del suministro de agua de aquí en Los Angeles, para empezar. ¿Sabéis lo sencillo que sería para alguien…?"

    Inspector bajó el volumen de nuevo hasta que quedó en silencio.

    —He oído a este tipo antes —dije—. ¿Quién es?

    —Reuben McCabe —respondió Pilar—. ¿Verdad?

    —Sip —dijo Inspector—. Presentador de radio, removedor de mierda política y troll profesional. Cas, probablemente lo recuerdes del lío de Arkacite.

    —Ah, sí —dije—. Ese. Inflama a la gente o algo así, ¿no?

    —Subestimación del año. Pero esta vez está tramando algo. Siempre ha estado inclinado a sospechar conspiraciones, pero ahora las está reviviendo y se ha vuelto específico. Sabe que ha habido un cambio.

    —¿Lo escucha alguien en realidad? —dije—. Suena como un idiota.

    —Es un idiota carismático y, sí, la gente lo escucha —empezó Inspector.

    —Mi papá lo adora —añadió Pilar—. Es decir, dice que le sobra el, um, tono inflamatorio y demás, y no siempre está de acuerdo con todo, pero dice que McCabe es la única persona de las noticias dispuesto a decir lo que piensa.

    —El asunto importante —dijo Inspector sonoramente— es que, en este caso, McCabe tiene razón. Nadie de las cadenas de noticias está informando sobre el descenso del crimen, aparte de mencionarlo de pasada y elogiar la política del alcalde, porque cualquier otra cosa sonaría a teoría de la conspiración. Pero a McCabe no le importa y va a subirse al caballo. La gente está empezando a prestarle atención.

    —¿Y qué? —dije—. ¿Qué pueden hacer? ¿Quejarse de ello en la radio? Que se quejen.

    —No sólo quejarse. Ya lo he escuchando antes, y hay algunos grupos milicianos que él ha invitado a su programa y que arman jaleo para acudir a la ciudad. Para corregir las cosas, esa clase de charla. Son las mismas personas que se autoasignaron para patrullar la frontera como si fuese un videojuego, o a mantener sus posiciones armados hasta los dientes frente a los federales. Son peligrosos.

    —Vale —dije—. Aún así no sabrán hacia dónde apuntar las armas. Si vienen a LA y empiezan a crear problemas, me encargaré de ellos. Demonios, el acoplamiento cerebral probablemente los neutralizará de mi parte.

    —¡Tómate esto en serio! —dijo Inspector—. ¡La gente se va a cabrear con esto y no puedo decir que les culpe! ¿Puedes, por favor, tomarte una pausa durante un minuto y considerar que podría haber una buena razón para que quieran detenerte... detenernos?

    —¿Me estás diciendo que piensas que Río y McCabe son los buenos aquí? —me mofé—. ¿Tú?

    —¿Y tú me estás diciendo que debería pensar que están equivocados porque creo que uno es un imbécil destructivo con demasiado poder y el otro me hace legítimamente cagarme de miedo? ¡Eso es una falacia lógica y lo sabes!

    Nos miramos enfadados el uno al otro.

    —Esto es de lo que yo estaba hablando —dijo Pilar en el silencio—. Es confuso. no creo que la solución correcta sea intentar hacerlo no confuso, porque no lo es.

    Lo que hace esto tan encantador es que todos pasamos la responsibilidad hacia la cima de la cadena alimenticia, dijo alguien, alguien que yo conocía. Nadie tiene que llevarse la culpa de nada.

    —¿Dónde está mi información sobre Vance? —dije. Esa era al menos una jodida cosa que era claramente blanca y negra.

    —Está hecho, pero pensaba que estabas esperando a Arthur —dijo Inspector.

    —Arthur tiene otras prioridades, al parecer —Y con el humor en el que yo estaba, Arthur probablemente no aprobaría cómo quería yo jugar las cartas—. ¿Has descubierto cómo puedo encontrarla?

    Inspector dejó escapar un suspiro. —Sí. Esa no permanece en las sombras como Pourdry. De hecho, es bastante sencillo de rastrear. Aparece en la red regularmente.

    —No me importa el resto de los datos —dije—. Tú dame una ubicación. Ya me encargo yo a partir de ahí.

***

    Seguí a Lauren Vance durante el resto del día. Inspector tenía razón, ella se movía por ahí de una manera sorprendentemente ordinaria, usando cajeros automáticos y parando a comprar café excesivamente caro. También iba a reuniones en algunas de las áreas más sembradas de Los Angeles, como si fuesen corporaciones de acero y vidrio, siempre con perfecta postura y maletín en mano.

    Yo no sabía si ella contaba con que la reputación de Pourdry la protegiera o si era capaz de protegerse sola. De cualquier modo, estaba llamando la atención por ir sola, especialmente vestida como una banquera de Nueva York: una declaración sobre su propio poder o sobre el de Pourdry.

    No se reunía con su jefe en persona en absoluto y, tras obserbar lo abiertamente que se movía, yo estaba empezando a sospechar que nunca lo haría.

    Tenía que agarrarla y convencerla.

    Eso me parecía bien. Casi había estado esperando la oportunidad de darle una paliza a alguien.

    Esperé hasta después de la puesta de sol. Había seguido el pequeño y estiloso convertible de Vance (yo había tenido razón sobre la elección de coche) hasta el tipo de área en la que tenías que pagar a las bandas locales para pasar algún tiempo significativo en ellas. Luego, en una bonita calle desierta, pisé el acelerador a fondo y la embestí sacándola de la carretera. Ella debió de haber visto los faros crecer en sus espejos, porque intentó virar y alejarse acelerando, pero yo estaba preparada.

    Tiré del freno de mano, giré el volante y compensé la dirección para golpear en la parte de la ventanilla trasera a unos noventa kilómetros por hora.

    La colisión fue ensordecedora y su coche implosionó con una lluvia de cristales y polímero rotos. Yo mantuve mi pie dando gas, girándonos para salir del derrape y chocar con una tienda cerrada de marihuana medicinal, a fin de que la parte trasera del coche de Vance quedara aplastado entre el mío y el escaparate. Yo conducía a propósito el tanque de un sedán y no había sufrido más que una arruguita en el capó.

    Perfecto.

    Salí con el arma desenfundada.

    Lauren Vance también salió, apartando a arañazos el airbag de su camino y llevando su maletín con ella como si el chisme estuviera pegado a su mano. Tenía la cara arañada y quemada por el airbag, pero aún se sostenía con esa postura rigurosamente erguida, y parecía demasiado compuesta para alguien que acababa de ser arrollado fuera de la carretera y enfrentado por una atacante con un arma.

    Levantó su mano libre ligeramente. —¿Qué quiere?

    —A ti —dije—. Manos sobre la cabeza y acércate aquí.

    Muy lentamente, ella dobló las rodillas para dejar su maletín en el suelo.

    Y cerró los ojos.

    El mundo destelló con puro fuego blanco y mi vision quedó vacía. Reaccioné antes de detectar lo que había sucedido, calculando distancias al instante y bajando mi arma para disparar a ciegas.

    Vance gritó.

    —Te quiero viva —dije parpadeando rápidamente.

    Nada sino negrura, (ella debía de haber usado algún tipo de granada cegadora. Yo extendí mis otros sentidos), ruidos de roce contra el suelo, respiración irregular (probablemente ella no se había esperado que yo disparase).

    Dejé que mis sentidos matemáticos se apoyaran en lo que mis oídos y memoria me decían, dejé que los números dibujaran mis alrededores.

    —Pero créeme cuando digo que puedo matarte sin necesidad de verte, y si no...

    El sonido retumbó hasta mi interior como un rebaño de bisontes en estampida que hizo vibrar mis tímpanos al límite, golpeándome en el esternón y sentándome de culo en el suelo.

    Conseguí mantener sujeto el Colt y lo apunté hacia el maelstrom, incapaz de ver ni oír ni sentir una maldita cosa, pero, según la pauta de visión y los minutos de arco, yo ya había girado para guiarme... y puse cinco balas justo en la dirección de su jodido maletín.

    El Colt tembló en mi mano mientras apretaba el gatillo pero, con el mundo dominado por el arma sónica de Vance, era como si el tiroteo fuese silencioso, sólo el picor del retroceso me relató que yo había disparado. Podía saber que había deshabilitado el arma porque era capaz de moverme de nuevo, pero mis sentidos eran una caja de resonancia a oscuras y todo equilbrio proporcionado por mi oído interno había desaparecido por completo.

    Me apoyé en mi propriocepción y puse mi fe en las matemáticas, poniéndome de pie aun cuando el resto de mi cerebro estaba convencido de que yo estaba cayendo por un lado del planeta. Vance sólo tenía una jugada inteligente que hacer, asumiendo que no hubiera sido afectada por su propia arma.

    Pivoté en el ángulo correcto y disparé de nuevo para alcanzar el neumático delantero de mi propio coche y luego embestí justo hacia donde yo sabía que estaba el asiento del conductor. El metal me golpeó medio metro antes de llegar allí. Vance había abierto la puerta del coche para placarme. Extendí una mano y agarré la parte superior de la puerta mientras rebotaba, los nuevos datos me daban bastantes puntos como para extrapolar una imagen parcial. Usé mi agarre sobre la puerta para devolver mi momento de inercia y girar alrededor de ella para golpear la cara de Lauren Vance con el lateral del arma. Empujé su cabeza por la calle y la hice caer, con el cañón de mi arma contra la parte de atrás de su cráneo. El motor del coche vibró junto a mí.

    Había estado muy cerca de escaparse.

    Mi visión estaba empezando a despejarse, rezumaban formas borrosas a través de la oscuridad y mi audición había pasado de un nulo vacío a un creciente pitido de alta frecuencia. La interpolación completaba bastantes vacíos como para estimar que aún podía conducir así.

    Tenía que salir de allí a ciegas y luego atar a Lauren Vance en alguna parte hasta que pudiera recuperarme e interrogarla.

    Tanteé en mi bolsillo en busca de una abrazadera y até las muñecas de Vance a su espalda, luego me quité el cinturón para hacerle un torniquete en la pierna por encima de donde yo la había disparado. Empecé a hacerlo mayormente al tacto, pero mi visión había regresado para cuando hube acabado, aunque con borrones alrededor de cada silueta. Vance se agitaba débilmente contra mí. Noté tarde que ella tenía algún tipo de sofisticados tapones para los oídos. Eso explicaba el retraso en su bomba cegadora del maletín (ella había cerrado los ojos debido al destello, se había puesto los tapones y luego había escapado mientras todo lo demás quedaba incapacitado).

    Le quité los tapones. —Hola —dije.

    Aún me pitaban los oídos, tan dolorosamente que me pinchaban desde el fondo de la garganta y me hacían querer vomitar, pero podía oírme a mí misma en un cierto modo amortiguado.

    —Te vienes conmigo —Y mejor salir de allí más pronto que tarde, por si acaso habíamos atraido a la poli.

    O la versión de la poli del vecindario.

    Noté que mi visión periférica aún estaba comprometida cuando formas oscuras se solidificaron al salir de ella para aparecer a nuestro alrededor.

    Formas oscuras con colores.

    Mierda, ¿los colores de quién? ¿Qué barrio era éste?

    La silueta en cabeza se separó del resto y se aproximó a nosotros con un balanceante porte inclinado, lleno de ego y desdén, y cementado en no otro, sino en mi amigo camorrista, Miguel, el de la reunión con Yamamoto.

    Miguel me dijo algo.

    —Vas a tener que hablar más alto —le respondí.

    Se acercó y alzó la voz. —Está pisando nuestro césped, señorita —las palabras aún estaban envueltas en amortiguados estratos de pérdida sensorial, pero pude comprenderlas—. Y aquí está nuestro premio, la hemos estado buscando toda la noche. ¡Ey, tú eres esa nena del bar!

    Mierda.

    —¡La que me disparó! Te voy a conocer bien de verdad, mujer.

    Tensé los músculos. Si podía ganar un poco de tiempo hasta que mi oído interno no tratara de volcarme a cada paso...

    —¿Qué quieres con Vance? —dije—. Tal vez estemos del mismo lado aquí.

    Miguel aulló una carcajada. —¿El mismo lado? Mujer, ¿vas drogada? ¡Joder, me disparaste!

    —Sólo a tu arma —le dije—. Tengo dinero. Charlemos sobre un trato. Yo consigo lo que quiero de Vance y luego te la puedes quedar.

    —¿Y luego te llevas tú el crédito? Nah-nay. Los Calaveras Sangrientas son los únicos que se la van a cargar, y a todos esos gánsteres elegantes que se juntan con los pequeños Chinaman. Esos van a comer de nuestra mano.

    Yo no tenía ni idea de lo que me estaba hablando hasta que Vance se agitó debajo de mí. —No somos nosotros —avisó ella—. Estás mal informado.

    —Tú cierra tu bonita boca —dijo Miguel, y se giró hacia mí—. Y tú, ¿por qué no bajas esa pipa? Despacio y sin trucos.

    —Espera —Sentí que mi cerebro estaba trabajando a saltos y paradas—. ¿Crees que Vance y Pourdry son los que han estado desactivando LA?

    —No somos nosotros —repitió Vance con más urgencia—. Quien te haya dicho eso miente. Estamos intentando empezar algo. Hemos recibido un rumor hoy de que el grupo responsable es el de los hermanos Grigoryan.

    ¿Qué?

    —La pipa en el suelo, hermana —repitó Miguel—. Sin movimientos bruscos tampoco.

    Me quedaba una bala antes de necesitar recargar. Mi vision se había recuperado lo bastante para ver: a Miguel y a otros seis tipos, la mayoría de ellos tenían ya las armas en la mano.

    Pero Miguel se había acercado para que yo pudiera oírle, confiado de que sus chicos le guardaban las espaldas, y no había duda de que él también iba armado, lo cual me daba otra arma potencial. Por supuesto, sólo para hacer mi vida más difícil, él no había desenfundado todavía y yo no podía ver lo bastante bien como para descubrir dónde la podría estar ocultando.

    —¿Qué le ha pasado a tu arma? —me burlé—. ¿Es que le arañé el acabado? ¿Tienes miedo de que se te rompa de nuevo? —Eso funcionó.

    Joder si funcionó.

    Miguel echó mano a su arma y yo me levanté del suelo como un cohete directo hacia él. Todos sus chicos dudaron al no querer disparar a su jefe y, para cuando empezaron a reaccionar, yo había subido mi mano más allá del hombro de Miguel, blandiendo la propia pistola del tipo. Con mi Colt amartillado bajo la barbilla de Miguel, disparé a todos los seis tipos en menos de un segundo y medio.

    Pude oír a través el pitido el último cuerpo golpear la calle. Miguel graznó y se volvió loco, sus manos fueron a por mi arma. Fue un movimiemto estúpido por su parte porque yo apreté el gatillo. El calor y la humedad me salpicaron la cara y el cuello cuando él se vino abajo.

    Me limpié la suciedad con la manga y me giré de nuevo hacia Vance, lanzando lejos el arma de Miguel y recargando mi Colt vacío, aunque estaba tan pegajoso que no estaba segura de si funcionaría correctamente. Estudié a Vance mientras lo hacía. Ella no parecía asustada, parecía calculadora.

    Yo aún seguía desequilibrada, pero no permití que se relajaran mis sentidos. Algo en mi me advertía de que no debía mostrar la más mínima debillidad delante de ella. Mantuve un agarre de hierro sobre mis percepciones matemáticas de gravedad y mis propios huesos y miembros, y estuve firme como una roca cuando cargué a Vance dentro de uno de los coches de los gánsteres y me alejé conduciendo.

Capítulo 19

    —Tu información está equivocada —dijo Lauren Vance desde donde ella estaba sentada sobre un colchón, atada al marco de metal de la cama.

    Su voz era tensa, la única muestra de dolor que ella debía de estar resistiendo: no había dicho una palabra ni cuando le había pegado una venda de campo en la pierna. La mujer estaba tallada en hielo.

    Me senté a la mesa a comer comida procesada de una lata y a beber café frío, aún esperando a que dejasen de pitarme los oídos del todo y se fuese mi jaqueca. La bomba sónica de Vance había sido una cabronada.

    Me había lavado la cara, pero la sangre de Miguel aún endurecía mi camisa y chaqueta, y me rozaba el cuello cada vez que me movía.

    Recordándome...

    Que no había ido allí a matar a nadie. En los nuevos Los Angeles que yo había creado, ¿requerían siete miembros de la banda callejera de Miguel conducir a más violencia o a menos? ¿Habría venganza o sería esto sólo parte de la limpieza? Y si yo no hubiese disparado, si hubiese resuelto la noche de otro modo, ¿habrían abandonado los matones de Miguel sus puestos en las Calaveras Sangrientas, los habría liberado el acoplamiento cerebral de sentirse atrapados por el control de la banda? ¿O habra yo matado a unos jóvenes leales de por vida por su propio libre albedrío? ¿Qué pasaba con el propio Miguel?

    Estaba claro que yo había estado medio incapacitada, pero quizá había habido otro modo de detenerlos, de darles una segunda oportunidad. Hasta aquel momento, yo había estado pensando que el acoplamiento cerebral estaba para ayudar a las víctimas del crimen, pero la masiva caída del crimen estaba haciendo que empezara a ver a los perpetradores como víctimas también. Especialmente a unos tan jóvenes como Miguel y sus tenientes.

    Pensé en el primo de Pilar. La probabilidad que él fuese uno de los chicos que yo había disparado esa noche era tan exígua que yo no estaba en realidad preocupada por ello, pero, en teoría, el primo podía haber sido uno de ellos.

    —No sé quién está extendiendo la mentira de que somos responsables del cambio de comportamiento en la población de Los Angeles —trató Vance de nuevo—, pero o están mal informados o están falseando la información. Nosotros no tenemos nada que ver con eso.

    —De acuerdo —le dije. Yo estaba aún aturdida por el súbito giro de los rumores que inundaban las calles—. Dices que son los Grigoryan.

    —Después de lo que ha pasado esta noche, estoy empezando a sospechar que esa información no es fiable —dijo Vance—. Alguien está incitándonos a todos contra los demás.

    Si ella tenía razón, que los elementos criminales en LA se unieran era un peor giro de los acontecimientos. Una guerra todos contra todos haría daño a un montón de gente.

    Dios. Me dolía la cabeza.

    Me acabé el café, dejé el arma de Miguel sobre la mesa, apuntada vagamente en la dirección de Vance, y empecé a desmontar el Colt. La sangre de Miguel se pegaba en cada superficie.

    —Estoy dispuesta a inteecambiar información —dijo Vance. Ella debía de recordarme de la reunión de Yamamoto—. Nosotros queremos que esto pare tanto como tú.

    —No estás aquí por eso —la interrumpí—. Eso no me importa. Yo quiero a tu jefe.

    Casi pude ver su cerebro hacer un clic y mover sus engranajes mientras cambiaba de marcha.

    —¿Para qué lo quieres?

    —Para matarlo.

    —Ya veo —dijo ella—. ¿Esto es una disputa de negocios o algo personal?

    —Lo quiero enterrado —le dije—. No me importa cuánto dinero me pague. Tu única preocupacíon es si vas a acompañarlo o si vas a ayudarme.

    —Ya veo —dijo Vance de nuevo. Su mirada se avispó—. Eres una de las personas que está interfiriendo con nuestras operaciones. La chica oscura del puente.

    —Yo y mis colegas, sí —sonreí depredadoramente. Río había estado fuera trabajando contra Pourdry la otra noche también. Eso combinado con las dificultades que el acoplamiento cerebral les estaba causando, teníamos que estar poniendo frenéticos a los mandamases, aunque Vance no lo mostraba—. Y no vamos a parar hasta que estéis acabados.

    Vance asintió. —Si te ayudo, me gustaría ser llevaba a un hospital y luego disponer de bastante tiempo para abandonar la ciudad. ¿Puedes garantizarme eso?

    Parpadeé.

    Dada la servil devoción por la que la gente de Pourdry era famosa, no me había esperado que esto resultase tan fácil. Pero, claro, quizá éste era su modo de entrar en pánico, su excesivamente tranquilo modo de entrar en pánico. Quizá el acoplamiento cerebral estaba fucionando en ella también.

    —Habla y ya veremos —le dije.

    —No saco nada mintiéndote —replicó Vance—. He visto con mis propios ojos lo que hiciste esta noche y, en cualquier caso, los otros informes habían estado haciendo que reconsiderara la posición de nuestra organización. Te contaré lo que deseas saber sobre Jacob con la condición de que tenga tiempo para echarme a un lado antes de la caída.

    —Quiero saber cómo encontrarlo —dije—. Convénceme de que me estás contando la verdad y te verás dentro de un hospital antes de que tengan que amputarte la pierna.

    —De acuerdo —dijo ella—. Creerás mi motivación en cuanto comprendas qué tipo de persona es Jacob. Si puedo.

    Yo sabía qué tipo de persona era Pourdry, pero la saludé con el arma de Miguel de todos modos. Mientras que ella siguiese hablando hasta que me contara dónde encontrarlo, no me importaba.

    Vance asintió y continuó. —Él y yo nos conocimos en la Escuela de Empresariales de Harvard. Jacob era el tipo inteligente con la que otra gente ni siquiera intentaba competir. Y, más que listo, era confiado. La mitad del tiempo creo que ganaba porque asumía que había ganado y todos los demás cedían sin pensar, pero él siempre quería un desafío.

    —¿Un desafío como vender niños como esclavos? —dije.

    Ella me dio una tolerante inclinación de cabeza. —Tienes que comprender que esto es un juego para él —Yo bufé a modo de burla—. No lo digo en el sentido con que te lo estás tomando. No es un sádico. Él… mueve piezas en un tablero para conseguir la mejor mano de Monopoly. Ni siquiera se trata de dinero para él... o tal vez sí, pero no el dinero en sí mismo. Se trata de ser la persona que tiene todo ese dinero. Lo podría quemar después por capricho, pero le gusta ser la persona que es dueña de todo.

    —¿Es dueño de ti? —dije.

    Ella movió la pierna ligeramente y gimió de dolor. —Jacob es un genio. Es el mejor hombre de negocios que he conocido. Mi talento es escoger el caballo ganador.

    —Él no está ganando. Estoy acabando con él.

    —Cierto.

    —¿No te molesta eso?

    —Una de las cosas sobre escoger caballos es saber cuando reunir tus ganancias y buscar una raza nueva. Si la gente como tú va a por Jacob, es hora de cambiar mis fichas.

    —Así que, ¿vas a volver a Wall Street, entonces? —dije.

    —Quizá.

    Levanté el arma de Miguel y la apunté hacia ella. —Y quizá te dispare en vez de dejar que vuelvas a los caballos.

    Ella se quedó mirándome tranquilamente. —Ceeí que querías mi ayuda. Ahora que sabes nuestra historia, entiende esto: yo no tengo lealtad. Yo calculo lo que es mejor para mí, y así es como izo mis velas. De modo que si la vía de escape tras ser cazada por los que son como tú es ayudarte y luego dejar el estado, me place mucho hacer eso.

    Así que no era el acoplamiento cerebral. Ella era así.

    Vaya.

    —¿No tienes miedo de que los matones de Pourdry vayan a por ti después de traicionarlo?

    Ella encogió un hombro, el movimiento resultó elegante en cierto modo, incluso atada a una cama con una pierna sangrando y una cara llena de marcas de quemadura de airbag.

    —Como he dicho, elijo caballos ganadores. No tengo interés en saber quién gana en esta vendetta vuestra, pero cualquiera que sea la dirección del viento, creo que Jacob no va a perseguir mucho a nadie para cuando esto acabe.

    —Si eres tan veleta, ¿por qué confiaría Pourdry en ti para todo?

    —Porque soy muy buena. Y tampoco es que Jacob no sepa eso de mí. Me aventuraría a decir que él incluso lo respeta. Siempre ha tenido confianza en que él continuará ganando y que mantendrá así mi lealtad.

    —Eres despreciable —le dije.

    —Después de lo que he visto esta noche, sospecho que algunos podrían decir lo mismo de ti —respondió Vance igualmente—. Nuestra moral simplemente es diferente.

    Moral diferente, y una mierda.

    Vance no tenía moral.

    —Dime cómo encontrarlo.

    —Jacob no se reúne con la gente. Lleva sus negocios desde la oficina de su casa, siempre.

    —¿Y tienes la dirección?

    —Él no lo sabe, pero sí.

    Casi suelto una carcajada. Era una egoísta axiomática. —¿Cuál es?

    —Estoy de acuerdo en decírtela. Después de que haya salido de la ciudad.

    —Me la dirás ahora o nunca conseguirás salir de la ciudad —Ambas éramos conscientes de que estábamos negociando, y de dónde acabaría eso.

    —Llévame a un hospital —dijo Vance— y te daré la dirección. Garantízame cuarenta y ocho horas antes de que hagáis vuestro movimiento.

    —Veinticuatro —le dije, y ella asintió.

    Yo me temía una trampa, por supuesto, pero si la información tenía sentido, era bueno que algo saliera bien por una vez. O al menos hasta que dejara a Vance frente a una entrada de la sala de emergencias. Ella me contaría lo que yo quería saber y ella se quitaría de encima mis amenazas sobre lo que le haría si me había mentido.

    Ella añadió algo. —Tú estabas en la reunión de Yamamoto. Te vendría bien descubrir quién está intentando que nos cortemos las gargantas unos a otros. Estoy segura de que alguien ha estado susurrando tu nombre como probable culpable.

    Y cuando Vance salió cojeando del coche, aquello me golpeó. Nadie había estado susurrando mi nombre como objetivo porque yo sabía quién estaba extendiendo los rumores.

    Salí acelerando del hospital tan rápido que los neumáticos casi rompen el rozamiento estático. Mis dedos pinchaban los botones de mi teléfono móvil.

    —Hola, Cas —dijo Río suavemente.

    —¿Estás volviendo a todos en LA unos contra contra otros? —dije—. ¡Tú sabes lo que una guerra de bandas hará con esta ciudad!

    —Sí —respondió.

    —¿Qué? ¿Es esto algún retorcido modo de intentar convencerme de que no es un problema porque puedes impulsar de nuevo la violencia hasta el mismo nivel? —despotriqué—. Eso ni siquiera tiene sentido y no va a convencerme precisamente de que esto es menos necesario. ¡Y sabes cuánta gente inocente va a resultar herida!

    —Igual que tú —dijo Río—. Daño colateral. Tú puedes detenerlo —Su afirmación me dejó sin respiración.

    Río no estaba intentando hacer inútil el acoplamiento cerebral, lo que hacía era extorsión, simple y llana. Si yo detenía lo que estaba haciendo, él dejaría de engañar a la gente para que murieran.

    —Me estás chantajeando con provocar que los criminales violentos destruyan Los Angeles —dije.

    —Sí.

    —Eso no es justo.

    —No pretendo que lo sea.

    —No me voy a echar atrás —le dije—. Descubriré un modo de evitar que esto suceda. Las personas no van a empezar a dispararse unas a otras sólo porque tú les has dicho que lo hagan.

    —Tienes una visión mucho más optimista de la naturaleza humana que yo, Cas.

    Alguien me puso una mano en el hombro. La definición de humanidad es mucho más flexible de lo que la mayoría de la gente cree.

    Maldita sea.

    Aquel era el último momento en que necesitaba que mi estúpido cerebro me funcionara mal.

    —Buena suerte, Cas —dijo Río—. Hazme saber cuando cambias de opinión. He oído que la milicia viene a la ciudad.

    De acuerdo. Probablemente Río incluso les había pagado los pasajes de avión. Colgué y golpeé el volante con las palmas.

    Bueno, al menos tenía la dirección de Pourdry.

    Me debatí entre esperar el tiempo que le había prometido a Vance o conducir allí en ese momento y obtener cierta jodida satisfacción.

    Sonó mi móvil.

    —¡Qué! —ladré.

    —¡Cassu-san! —aulló Yamamoto—. ¿Recuerdas nuestra reunión? Alguien intenta destrozarnos. ¡Debemos de estar sobre la pista correcta! ¡Están intentando dividirnos!

    —Eso he oído —dije. Con suerte, no captó la negra ironía.

    —Así que lo sabes, no te creas nada, ¿tú oyes? Es malo, es muy malo. Yo cuento a la gente: "¡no escuches!", pero ellos están cegados por furia. La violencia ya está sucediendo y, cuando lo haga, es la revancha... Cassu-san, te cuento, si algunos de nuestros amigos en esa reunión mueven ficha, no habrá vuelta atrás. Eso es grave.

    —Ey, irónicamente, los problemas aquí probablemente van a detenerlos —no pude resistir indicar.

    Veríamos cuánto tiempo podía mi acoplamiento cerebral contrarrestar las maquinaciones de Río. Eso me daría tiempo para diseñar un mejor plan.

    —Cassu-san, por amor. No necesitamos que el poder de la CIA nos detenega por actuar como animales. Estoy llamando a todos, les digo: "nadie va a levantar una mano contra nadie en nuestro pequeño grupo de amigos". Nosotros trabajamos juntos, ¿sí? Hasta que descubramos al verdadero culpable, ¡Sin violencia! O esa persona ya no es bienvenida. Nosotros trabajamos juntos o esto no funcionará. Tú comprendes, ¿sí?

    Mierda.

    —Tengo un … un asunto personal con Jacob Pourdry —le dije—. No tiene nada que ver con esto.

    —¡Sin violencia, Cassu-san! Tu asunto personal puede esperar hasta que nosotros encontremos y detengamos a estos traidores! Ahora debo llamar a los demás. Tú eres grande ayuda, Cassu-san, yo confio que tú sigues siendo nuestra amiga —colgó.

    Me habían jodido de pronto mi buen plan para la noche. No sólo iba Río a fastidiar a la ciudad entera de Los Angeles a menos que me rindiera a él, sino que por fin tenía información sobre Pourdry que me acababan de decir y que no podía usar sin ser expulsada de la coalición de Yamamoto. Y si quemaba mi bienvenida allí, perdería toda información sobre lo que podrían planear y, posiblemente, acabar así disparándome yo misma en la nuca.

    Joder, joder, joder.

Capítulo 20

    Volví al apartamento que estaba usando como base para descubrir que tenía un mayor problema. El acoplamiento cerebral estaba colocado y funcionando: nada de lo que yo pudiera hacer para defenderlo sería una respuesta a las acciones que otras personas no hubieran tomado ya. Tenía las manos atadas en lo de Pourdry. Y había intentado enviar un texto a Arthur, pero él aún estaba ocupado con esos problemas que lo habían retenido antes.

    Lo que significaba que no tenía nada que hacer. Nada que planificar. Aquel plan llevaría años para dar sus frutos.

    ¿Cuántos años?

    Esto es una gran inversión.

    —Que os jodan —mascullé a las voces.

    Ellas rieron en respuesta.

    Los datos se intensificaron a mi alrededor: aristas como cuchillas que podaban y apuñalaban mis sentidos. Intenté permanecer inmóvil sentada en el fino colchón y congelarme en el espacio y en el tiempo, pero, por supuesto, no funcionó.

    La gravedad, la jodida gravedad, trazaba infinitas flechas hacia abajo, y la misma infinidad de fuerzas normales empujaban como reacción... y no, no hacia abajo, sino hacia el centro de esta bola llamada Tierra, cada aplastante pulso de física rebotaba por el radio y volvía por donde había venido.

    ¿Es un problema la sobrecarga sensorial?

    Sí, pero no el más peligroso.

    Intenté decirme a mí misma que tenía mucho que hacer, mucho en lo que concentrarme, en lo que estar alerta. Que tenía que permanecer por encima de mí misma. Que no podía permitirme distracciones.

    Mi respiración vibraba al entrar y salir, y contaba los moles de oxígeno, nitrógeno, argón. Cada molécula era una carga de tejido contra mis pulmones. Y esta vez acompañada por otras respiraciones realizadas en otros lugares: corriendo a través de un bosque, agachada contra una pared de hormigón, tumbada en el rugoso suelo que olía a cítricos y a lilas…

    Cristo Jesús.

    Sólo duré un patético minuto antes de tantear en busca de la botella de whiskey que sabía estar a punto de vaciar. El alcohol era tan barato que me raspó la garganta, pero al menos adormeció mis sentidos.

    No lo bastante, por supuesto.

    Había dejado de ser bastante desde que mi mente había decidido que necesitaba lanzar ecos de la vida de otra persona frente a mi realidad. Desde que la presencia de Simon me había empujado a rascar esas paredes mentales, desde que el sondeo de Inspector me había empujado a agrietarlas, desde que Dawna Polk había derrumbado toda protección de mi pasado que yo había tenido una vez.

    Por suerte, tenía otras cosas en aquel apartamento también. Una parte de mi quería mezclar. Las píldoras y el alcohol eran más peligrosos para mí. Podría haber ayudado sentir un toque de imprudencia, pero me recordé que no quería tomar demasiadas; después de todo, en algunas horas podría tener que volver a mi juego de nuevo.

    Que Dios me ayude, pero un horrible y egoísta pedacito de mi autocompasión confiaba en que algo iría mal en LA allí donde yo tuviera que estar.

    Al menos el cóctel me tumbó por fin en una inestable inconsciencia. Mi último pensamiento antes de caer fue que quizá estaba lo bastante sazonada como para no soñar, aunque sabía que eso sólo era una vana esperanza. Sobre todo cuando mi subconsciente tenía cada vez más dónde elegir.

    De toda la miríada de mis problemas, el que invadió mis sueños esa noche tenía que ser sobre Simon. Alguna parte de mí me empujó contra su imagen. Incluso dormida él había estado acosando mi mente inconsciente durante años y, al parecer, no tenía pinta de detenerse. Sólo que ahora su cara era mas clara y, en vez de vistazos desorganizados de memoria, mis pesadillas se habían convertido en el futuro, un futuro en el que él me ayudaba: nos sentábamos junto una ventana, el oleaje chocaba en la distancia fuera de ella.

    —Tienes que hacerlo —decía él—. Tienes que dejarme.

    —No —le respondía la voz. La entonación no era la mía propia—. No, no quiero hacerlo.

    —Éste es el único modo.

    Su cara estaba cerca. Incómodamente cerca. Su voz temblaba. Estaba llorando, por alguna razón.

    —Te equivocas —le decía yo—. No puede ser el único modo. No puede —soñaba como si estuviese suplicando y odiaba a mi yo onírico por darle a Simón esa satisfacción.

    ¿Por qué haría yo tal cosa?

    —Lo siento —susurraba Simon y extendía su mano hacia mí.

    ¡No!, gritaba yo. El gritó seguía eternamente, resonando a través del tiempo, consumiéndome de dentro a afuera.

    Me desmayé y me disolví, cada sentido de mi ser se desmenuzó hasta la nada. Intenté aguantar, aferrarme, permanecer, pero era inútil. Me rompí en pedazos. Me derretí. Me morí.

    Desperté y me incorporé de golpe, la manta se enredaba alrededor de mis piernas.

    No no no no...

    Necesitaba correr, correr correr correr...

    ¿Puede correr ella muy rápido?

    Todas sus habilidades físicas están en los límites superiores para un humano.

    Sentí un espasmo. Mi cabeza chocó en la pared y mi pulso me golpeaba la garganta como una batería fuera de control.

    —Estoy despierta —rezongué.

    Estaba despierta y en control, y no iba a permitir aquello. Tenía una elección. Podía resolver aquello. Resolverlo todo.

    Levanté las rodillas y dejé caer la cabeza entre ellas.

    Puedes manejar esto, me recordé a mí misma. Recuerda lo que puedes hacer. Eres tan poderosa como Simon o como Dawna o como cualquiera de ellos, y más poderosa que Río. Puedes ganar.

    Eso si mi propio cerebro no me jodía primero.

    Iba a coger la botella del whiskey cuando sonó el móvil. Tanteé por las mantas en su busca, casi esperando que fuese una emergencia y odiándome por la idea, esperando cualquier cosa que me hiciera concentrarme, y tenía que permanecer concentrada, maldición, porque Río estaba trabajando contra mí y todo aquello estaba a punto de desintegrarse.

    —¿Hola?

    —Srta. Russell, soy Sonya.

    —Qué demonios —yo estaba demasiado frita para filtrar mis emociones. No había pensado en Sonya Halliday en semanas.

    Ella no pareció estar molesta. —Siempre disfruto de tu elocuencia.

    —No estoy de humor para sarcasmos —le dije—. ¿Qué quieres?

    —¿Ya has acabado con tu trabajo?

    Mi trabajo. Sí. De acuerdo.

    El trabajo que había funcionado pero que me había obligado con el mundo entero, el trabajo que había funcionado pero que me había convertido en un objetivo, el trabajo que había funcionado pero había causado que Río intentase aplastar toda una zona metropolitana entera si yo no lo invertía. El trabajo que ahora se había acabado, técnicamente, salvo por todas esas cosas.

    Incliné la botella de whiskey contra mis dientes, lengüeteé su fuego por mi garganta.

    —¿Srta. Russell? —dijo Halliday.

    —Ya —tosí—. Ha terminado. Más o menos.

    —Entonces estás libre para vernos.

    Me apreté la botella contra la frente. Lo último que me apetecía era reunirme con alguien, y mucho menos con alguien con quien tenía que fingir educada charla trivial, alguien que quería hablarme de matemáticas y recordarme todo lo que yo no era.

    Pero si me quedaba allí, resbalando para pasar el tiempo muerto cuando lo que realmente necesitaba estar haciendo era resolver lo que hacer a continuación…

    ¿No tenemos ninguna prisa aquí?

    Ella la tiene. Yo no sé usted, señor.

    Muy graciosa.

    Yo no tenía tiempo para reunirme con Halliday, pero tampoco tenía tiempo para dejarme arrastrar a un estupor alcohólico.

    Joder.

    Golpeé la pared con la parte de atrás de la cabeza. —Puedo verte. Pero vas a ver a la grosera versión borracha de mí.

    —Es mi favorita —dijo ella secamente—. ¿Digamos a las tres en punto, en nuestro lugar habitual?

    No sabía qué hora era en ese momento (ni siquiera me había percatado de que volvía a ser de día, aunque supuse que debía de serlo), pero dije que sí de todos modos.

    No importaba si llegaba tarde.

***

    Halliday me estaba esperando en una de las mesas de ajedrez en el parque cerca de su universidad. Ya había sacado una baraja de cartas y estaba barajando con netos y precisos movimientos.

    Puse la botella de whiskey junto a las cartas. —Espero que no te importe si almuerzo mientras jugamos —le dije ácidamente y gesticulando hacia el whiskey.

    —Estás más arisca de lo normal.

    —Reparte las jodidas cartas.

    Ella repartió la mano.

    Gané eficazmente nuestros primeras manos, como siempre, mientras Halliday intentaba con poco éxito taladrarme sobre los méritos de un nuevo documento teórico de Ciencia de la Computación de uno de sus colegas, (o de sus rivales; yo no estaba segura de cuál). Normalemente yo obtenía alguna satisfacción haciendo agujeros en las pruebas de los académicos totalmente confiados, pero esta vez mantuve respuestas breves y cortantes.

    Cortante podría haber sido el mejor término.

    —No es que estén equivocados —dije yo gruñonamente—. Es que revisten algo obvio con lenguaje elegante y fingen que no es trivial —Mi bolígrafo volaba sobre el papel, soltando carrete de pseudocódigo.

    —¿Qué opinas sobre la tecnología? —preguntó sesgadamente un tipo detrás de mí.

    Lo ignoré.

    Me di cuenta de que había perdido la cuenta de las cartas.

    Mierda.

    Miré mi propia mano y el descarte de Halliday, tratando de rellenar lo que ya había visto.

    —Perdóneme por decirlo, Srta. Russell —dijo Halliday—, pero muchas cosas que te parecen obvias, pueden no serlo para los demás.

    —Pues son estúpidos —dije yo. Puesto que yo no tenía intuición matemática superior, si podía ver algo que era obvio por definición.

    —Me alegra conocer tu evaluación de mis propias habilidades —dijo Halliday.

    ¿Aún somos humanos?

    Más que humanos. Superhumanos, si lo deseas.

    Perdí la cuenta de nuevo.

    —Si necesitas mi confirmación de que eres una genio, tienes mayores problemas de autoimagen que los tipos que escribieron este documento de Ciencias de Computación sólo para oír sus propias voces.

    —Consideraré eso un cumplido.

    Halliday frunció el ceño ligeramente: una arruga de lo más sutil entre sus cejas, mientras examinaba su propia mano de cartas y el tres de espadas que yo acababa de descartar. Luego lo recogió, lo metió entre sus cartas y bajó todo sobre la mesa. —Gin [2] —dijo la palabra como si estuviera sorprendida.

    Probablemente porque lo estaba. Yo nunca había perdido una partida con ella antes, nunca. Ella destacaba ocasionalmente que deberíamos cambiar para jugar a Guerra. Tiré mis medio completadas combinaciones perdedoras y di un largo trago de la botella de whiskey.

    Las manos de Halliday quedaron inmóviles sobre la mesa, luego las extendió y apartó tanto las cartas como el bote que había ganado. —Srta. Russell —me dijo—. Sé que no somos amigas, precisamente. Pero si puedo, yo podría ser de apoyo.

    —No puedes —Esperó durante un rato y luego recogió las cartas para barajar—. No necesito apoyo —le dije al silencio.

    Me pregunté lo que habría dicho ella si yo intentaba contárselo todo, que yo estaba aquí jugando a las cartas con ella en un parque universitario mientras Los Angeles se estaba yendo al infierno y yo me estaba volviendo loca y no podía resolver nada de aquello.

    ¿Crees de verdad que esto mejorará algo?

    Hay dos tipos de mejora. El tipo que mejora las cosas y el tipo que nos pone en control.

    Halliday no habló durante un rato, como si también hubiera vagado a otro mundo mental propio. Luego dijo: —He llegado a reconocer en los pasados años cuántos tonos de gris tiene el mundo. No sé si eso me hace ser una persona que sabe esuchar mejor que Arthur, en cierto modo.

    —Arthur vive en los jodidos tonos de gris —le dije—. Solo que él no lo reconoce.

    Ella no dijo nada, se concentraba en mezclar las cartas. Yo había estado cebándola un poco: puede que Halliday y Arthur aún tuvieran algunas dificultades entre ellos, pero siempre que yo decía algo fuera de tono sobre Arthur, ella se comportaba como si no me hubiera oído.

    Suspiré. —Arthur conoce la mayoría de mis jodidos problemas —Todos los relacionados con la memoria—. Para que conste, no es su jodida culpa que no esté sirviendo de nada. Nadie puede ayudarme.

    —¿Es eso una verdad matemática o una emocional? —preguntó Halliday.

    Cada neurona, cada célula, cada enzima y receptor de proteína y sentido bioquímico, todo chispeó a través de mí en un millón de interacciones, y pude sentir a cada una de ellos.

    Todo, jadeé. Lo controlo todo.

    Preciosa. Todo no.

    Nadé de vuelta a la superficie.

    —Ninguna. Ambas —rezongué como respuesta a la pregunta de Halliday—. Es la realidad. No va a cambiar.

    —La realidad a menudo tiene tonos grises también. Eso es otra cosa que aún estoy aprendiendo —ella intentó una sonrisa—. Al menos las matemáticas no tienen tales ambigüedades, ¿no?

    Que le jodan a ella y a sus matemáticas.

    —No podrás tenerme en estos pequeños tête-á-tête por mucho tiempo —le dije sólo para ser cruel.

    Su cabeza se enderezó rápidamente. —¿Estás enferma?

    —Me han dicho que lo estoy —le dije. Si ella se empeñaba en saberlo, se lo explicaría—. Me dicen que me estoy volviendo loca. Sencillamente porque no puedo recordar mi pasado y, al parecer, ese no es un estado aceptable de normalidad.

    Esa no era estríctamente la raíz de mi locura, pero Halliday no iba a llamarme la atención sobre ello.

    —Reparte las cartas.

    Halliday se quedó mirándome, afligida. —¿Qué opinas tú?

    —No hay nada que se pueda hacer al respecto. Simplemente no sé quién solía ser —estiré el brazo y le quité la baraja de sus congeladas manos para barajar las cartas yo misma en una nueva permutación—. Y en estos días de crisis existenciales y de entrenadores para la vida y de todo el mundo buscándose a sí mismo, yo cuento como pecado capital. Intento informar a la gente de que surgí plenamente formada de la cabeza de Pitágoras, pero insisten en que se supone que tengo que tener un pasado.

    —Tú no... ¿no sabes quién eres? —repitió Halliday lentamente.

    Ella no era gran cosa para haber afirmado ser una persona que sabía escuchar.

    —¿Te refieres a que tienes alguna clase de amnesia? ¿No recuerdas?

    —¿Ves?, eres una genio —lancé frente a ella las cartas barajadas—. Reparte las jodidas cartas —Halliday parpadeó hacia mí varias veces en rápida sucesión—. ¿Me he convertido de pronto en la exposición de un museo? —le dije.

    —Yo... yo no lo sabía —dijo Halliday—. ¿De verdad que no lo sabes?

    —Hasta Inspector se lo tomó mejor que tú —Yo ya estaba arrepintiéndome de habérselo contado—. ¿Podemos dejar este adorable corazón corazón? Sé que soy una pavorosa fascinación, pero en realidad no hay nada más sobre lo que hablar porque la respuesta a cualquiera de tus mórbidamente fascinadas preguntas será que no lo sé.

    Halliday no dejaba de mirarme. —Creo… creo que yo sí.

    _________

    [2] NdT: Gin: es lo que se dice cuando se juega al Gin Rummy. En España diríamos Chinchón, dado que, salvo por el número de cartas de mano y el criterio de puntuaciones, el Gin Rummy y el Chinchón son el mismo juego de cartas.

Capítulo 21

    Abrí la boca, pero no formó palabras.

    Los planos de realidad resbalaban y se contraían hacia dentro, los bordes de mi visión se oscurecían.

    ¿Qué…?

    —No quise… me pareció algo sensible, no quise sacar el tema —dijo Halliday lentamente—. Lo siento. Si lo hubiera sabido. Yo...yo no sabía lo de tu memoria ...

    —Ni yo —le dije.

    Me aparté de la mesa y casi caigo cuando la tierra se inclinó y el sol extrabrillante me apuñaló en los ojos. —Tengo que irme.

    —¿No quieres que te cuente lo que yo...?

    —No —dije—. No quiero.

    No estás autorizada a saber.

    ¿En serio? ¿A qué me autoriza esto?

    A la carne, la carne y el hueso...

    Sólo él tiene esa información.

    Me tambaleé por el césped. Un grupo de estudiantes universitarios que jugaban al Frisbee me miraron y se apartaron de mí. Ladró un perrillo.

    Tenemos que huir. Huye... corre...

    Tengo que estar aquí. No voy a marcharme. No quiero marcharme, no quiero marcharme, no quiero marcharme...

    Corrí durante un buen rato sintiendo el golpeteo del pavimento a través de las suelas de mis botas.

    Corrí y corrí y corrí como si pudiera escapar de mis agrietadas memorias.

    Corre. Corre o muere.

    Muere

    —¿Dónde estás? —me gritó alguien.

    Un uniforme... ¿policía del campus? ¿seguridad privada?

    Me agaché entre los edificios y atajé por el campus de la universidad.

    Corre corre corre, él no podrá detenerme.

    Nos encontrarán, donde quiera que vayamos.

    No te encontrarán si no existes.

    El sendero sin salida terminaba en un arco de ladrillo entre dos edificios. Golpeé las palmas contra él, apreté la frente en su rugosa superficie. Me di la vuelta y me apoyé en la esquina. El sudor frío me envolvía la piel, pero no por la carrera.

    Pregúntate qué quieres realmente.

    Humo ahogando la zona, un edificio colapsando en llamas...

    Se me doblaron las piernas y me apreté en las sombras de la esquina, mi cuerpo formaba tres cosenos direccionales, tres planos coordinados me atrapaban en aquel cuadrante de realidad. Susurros me sosegaban, destellos de fuego y jungla y lluvia, y personas que no parecían reales, pero lo eran.

    Luché contra ellos, edificando mi sistema de coordenadas en cilíndricas y luego esféricas y luego en un espácio paramétrico de cuatro dimensiones.

    Pisadas rozaban el pavimento.

    ¿Aquí o en mi cabeza?

    Una sombra sobre mí.

    Arthur.

    Se sentó junto a mí con la espalda contra la pared, los brazos relajados sobre sus rodillas.

    —Ey —su voz me acuchilló. Yo me incliné apartándome.— Sonya me llamó.

    Obligué a mi boca a formar palabras. —Me lo imagino.

    Lo perderás todo..

    —¿Cómo me has encontrado?

    —Soy un DP, querida —dijo él—. ¿Quieres... hablar de ello?

    —No.

    Te estoy diciendo que mintieron.

    Y yo no te creo.

    —Ella tiene que estar equivocada —le dije. La frase se anudó ronca en mi garganta—. Ella no puede... ¿cómo podría ella saberlo? Inspector no pudo... no pudo encontrar nada.

    —Inspector no puede encontrar lo que fue borrado, pero Sonya lleva en su campo desde hace décadas. Ella lo recordaba.

    —¿Me estas diciendo que yo ya la conocía de antes? ¿Sabes la coincidencia que supondría eso? Las probabilidades de...

    —¿De que dos matemáticas se conozcan? He oído decir que el mundo es más pequeño de lo que parece.

    —Pero yo no soy una matemática —No me podía llamar a mí misma así, excepto como un atajo conveniente, pero, aunque me concediera esa descripción, nunca había estado en el campo como investigadora. Nunca había frecuentado universidades ni conferencias. Nunca había estrechado manos con la gente que hacía los descubrimientos.

    Las Matemáticas nunca sabrán lo que las ha golpeado. Si única limitación es el tiempo.

    Ah, pero esa no es la parte útil.

    —Bueno, Sonya cree que quizá lo seas —dijo Arthur—. Me contó... más de una vez antes me dijo que... yo no lo entiendo. Me dijo que lo que puedes hacer no es… creo que la palabra imposible podría haberse comentado.

    —Aceptaré eso —dije tratando de buscar normalidad y lanzarme a la piscina.

    —Bueno. Justo ahora, cuando ella me llamó, me dijo —Arthur se aclaró a garganta— que un día le recordabas a una niña prodigio de la que oyó hablar una vez. Diez, quince años atrás. Una niña que publicaba documentos con once años. Como una Mozart o algo así.

    O una Gausss, como ejemplo más relevante.

    —Bueno, esa no soy yo —dije. El alivio me recorrió el cuerpo, una casi histérica inversión de emoción—. Yo no era una niña prodigio. Ella se equivocó.

    —Russell —dijo Arthur—, ¿cómo lo sabes?

    Preséntame a tus tutores.

    Un súbito pitido llenó mi cabeza, como alguien que hubiera golpeado un gong, un vibrante clang.

    —No... no. Eso no tiene sentido.

    —¿Talento? Sólo es lógica. Las otras personas son tontas..

    —Es... es una estupidez. Puede que yo no sepa quién soy, pero no soy eso —Los niños prodigio eran personas de las que leías en los periódicos o en las biografías: improbables savants que relucían con tanto brillo que cegaban el mundo antes de llegar a la pubertad. Reconciliar esa idea con la violenta brutalidad práctica de mi propia vida... eso no computaba.

    Halliday estaba equivocada.

    —Uno por uno —dijo una mujer—. Ese en el único modo en que viene todo cambio.

    —Ella dijo que era una chica bareiní —continuó Arthur, inexorable—. Era famosa en todo el mundo matemático. Sonya leyó las publicaciones como todos los demás, no podía esperar a ver lo que haría la muchacha cuando creciera. Luego la chica dejó de aparecer. Sonya dijo que lo olvidó todo por completo, quizá lo mencionó alguna vez con otros colegas, pura curiosidad. Y dice que la vez siguiente que surgió el tema de pasada después de conocerte... dijo que lo supo todo de pronto.

    —Oh, ya —dije—. Ya. Una corazonada. Eso nunca se equivoca.

    Arthur ignoró mi sarcasmo. —Ella investigó un poco. Parece que la chica se esfumó del mapa cuando aún era una niña. Desapareció. Sonya siguió indagando más y… bueno, los rumores dicen que la chica acabó en algún internado y murió unos años más tarde, pero Sonya no lo cree. Ella siempre imaginó que… bueno, imaginó que tú lo mantenías en secreto por una razón, por eso no nos lo mencionó a nosotros. E Inspector… —Arthur dudó.

    ¿Qué tal es esa escuela cara tuya?

    Bien.

    —Bueno, Inspector, en cuanto lo oyó, lo comprobó todo y dice que Sonya está sobre algo, que esos archivos son todos sospechosos. Archivos falsos, no mucho, sólo lo bastante sospechosos como para que él crea que ella podría tener razón.

    —No la tiene —le dije.

    —Russell, si ella no… No se trata sólo de saber tu nombre. Si ella tiene razón, entonces… entonces tendrías una madre y una hermana, aún vivas.

    ¡Lo único que haces es estudiar!

    Porque soy más inteligente que tú.

    —Ella no tiene razón —le dije de nuevo, más alto.

    —Podríamos ponernos en contacto con ellas —sugirió Arthur, muy suavemente—. Y ver si de verdad...

    —No.

    —Podrías tener una familia ahí fuera. No puedes ignorar eso.

    Un hombre en un traje y sombrero de ala, la cara en sombras, maletín en mano... Alto, tan alto como los gigantes de los cuentos, una voz grave. —¿Es esta tu hija?

    —Mírame —le espeté lo bastante alto para ahogar las voces en mi cabeza—. Se me da muy bien ignorar cosas.

    —Russell...

    —Los Angeles va a ponerse nuclear —Yo no había querido decirlo. No había decidido todavía si debía compartirlo.

    —¿Qué has dicho? —preguntó Arthur.

    —Es Río —las palabras salieron tropezando, deformes y desesperadas—. Tal y como tú domo dijiste. Intenta detener el acoplamiento cerebral. Está… está preparando una trampa para que implosione la ciudad —Le puse al día sobre lo que había descubierto desde la última vez que nos vimos. Me salté la parte en la que yo mataba a Miguel y a sus amigos. Omití que había disparado a Vance también.

    —Bueno —dijo Arthur cuando me quedé sin más palabras—. ¿Qué vamos a hacer al respecto?

    No pensé que le habría resultado a él tan grato. El alcohol estaba siendo metabolizado fuera de mi sistema, pero yo estaba empezando a recuperar mi foco. El siguiente paso aquí: intercambio de ideas con Arthur, Inspector y Pilar, y resolver esto. Lo habíamos hecho antes. Podíamos hacerlo de nuevo.

    Mis dedos tocaron piel pálida y suave y muy frágil. Fragilidad humana. Haré que a él le hagan daño por esto, las vengaré como nadie nunca lo hizo por mí.

    ¿Por dónde empezar?, las Matemáticas me daban tantas opciones.

    Regresé a mí misma. Mis manos estaban sobre mi cara y mi respiración salía irregular entre ellas.

    —Ey. Ey, Russell. ¿Estás bien?

    —Creo que estoy perdiendo la cabeza —susurré. No podía resolver nada si mi cerebro salía de mí. Necesitaba mi cerebro.

    Sin él…Oh, Jesús. Sin él, yo iba a perder.

    Había creído que podría superarlo. Joder, por amor de Dios, yo podía manejar unas cuantas memorias asustadizas. Hacerme pedazos por la sombra de una pesadilla... eso era infantil.

    El Zorro gritó, un salvaje sonido no terrenal...

    Me sacudí.

    Mis manos apetradas en mis ojos, mis dedos tricotando la tela de araña, tratando de mantener mi cerebro dentro de mi cráneo, de mantenerme cuerda. En vano.

    —Cuéntame —dijo Arthur gentilmente.

    —Me están sacando a empujones —mascullé—. Las memorias. Como si fuese a despertar una mañana y ser otra, otra persona que está —Mi mandíbula se tensó tanto que se bloqueó. Hice fuerza para abrirla de nuevo—. Yo no soy esa persona. Quienquiera que ella sea. Puedo sentirla. Ella es... ella no soy yo, Arthur. Sé que suena a locura, pero te juro que es cierto. Y yo no dejo... no dejo de perder el…

    Mi agarre sobre la realidad se me resbalaba. Me disolvería en el abismo y no sería nada más que átomos dispersos, vacío…

    No quería marcharme. No quería morir.

    Arthur se movió más cerca de mí y me envolvió los hombros con el brazo, tirando de mi cabeza hacia su hombro del modo en que un padre podría hacerlo con su hija. Pensé en lo que había dicho Inspector, en que Arthur tenía una obsesión con arreglar a la gente.

    Decidí que no me importaba. Joder, a pesar de nuestro actual conflicto, me consideraba amiga de Río desde hacía años y él nunca había fingido preocupación por mi bienestar ni un centímetro más allá de la obligación religiosa.

    La gente tenía todo tipo de razones para ayudar al prójimo. Eso no cambiaba nada. De hecho, me hacía sentir mejor por la lógica de todo ello al pensar que Arthur podía tener una fijación con casos de mala suerte como uno de sus axiomas. Su preocupación por mí tenía mucho más sentido de ese modo.

    Apoyé mi frente en su hombro. La tela de la camisa que él vestía era ligeramente áspera, como lienzo, y olía a sudor limpio y a cuero viejo.

    —Tienes veintitrés segundos —dijo una voz, yo salté... Arthur sintió cómo me asustaba.

    —No me gusta decirlo —dijo él suavemente—, pero quizá… si no tienes otras opciones… este Simon podría ser capaz de ayudarte —Se me revolvió el estómago como si quisiera vomitar—. No lo sé —admitió Arthur—. Dios sabe que comprendo por qué no quieres hablar con él, pero… puede que sea él lo que necesitas —él sonaba abatido, como si fuese fracaso suyo que yo no tuviera otra opción—. Si dice que no te hará nada que tú no quieres, ¿cierto?

    —¿Y tú lo crees?

    Sentí a Arthur encogerse de hombros ligeramente. —Ya podría haberlo hecho y no lo hizo. Supongo que eso es un punto a su favor.

    Me incorporé y me senté de espaldas contra la pared. —No importa. Aunque consiguiera un acuerdo firmado por mí cada jodido segundo... eso no importa —El miedo asomó como una negra y horrible nube, y yo luché por confinarla a palabras, articularla para que Arthur pudiera comprender—. Estaría dejándole entrar en mi cerebro. Dejándole. Es imposible que pueda saber cuál podría ser el resultado... es imposible que yo pudiera nunca, es posible que ni en un millón de años, comprender esto lo bastante como para decir que me parece bien que lo haga. ¿Y si hace algo accidentalmente o que él piensa que es lo correcto y…?

    Las palabras parecían desconectadas, debatiéndose como islas de significado sin continuidad entre ellas.

    —Lo entiendo —dijo Arthur y, Jesús, sonó como si fuese cierto.

    —Demasiadas variables —murmuré.

    —El asunto es… ¿y si éste es el único modo?

    La inminente pesadilla se instaló sobre mí como un millar de polvorientas telarañas, sofocantes. Sin hacer nada, salvo avanzar, descender hacia la locura hasta que me perdiera a mí misma. Eso no era una opción, ¿verdad? Especialmente cuando quería estar funcional para hacer lo que realmente necesitaba: salvar la ciudad que me había comprometido a proteger sólo para conducirla hacia su caída. Aunque sólo quisiera salvarme a mí misma. Entonces, ¿por qué una parte de mí aún quería aferrarse a aquel impulso suicida en vez de someterse a Simon?

    —A veces algo es necesario —dijo Arthur—. Como lo que hemos conseguido ahora mismo en LA, forzar ondas cerebrales en la gente. Una ayudita no es mala. Ni siquiera para ti.

    Me tensé apartándome de él.

    No quería pensar en la ayuda de Simon como un modo paralelo al acoplamiento cerebral. Uno era una medida benigna para combatir el crimen, lo otro era la mayor violación personal. Lo que yo estaba haciendo no era lo mismo. No era lo mismo en absoluto. Pero lo que Arthur había dicho: a veces algo era necesario...

    Odiaba cuando él tenía razón.

    —Puedo estar allí si tú quieres —continuó Arthur—. Para asegurarme de que nada sale mal o sucede por accidente. Para ver si este tipo entiende lo que hace y que no va a darme problemas, ¿de acuerdo?

    Río era la elección más lógica, dada su inmunidad, pero yo no quería verlo ahora mismo. Moví mi cabeza en algo similar a un asentimiento.

    —¿Tienes un número de Simon? —preguntó Arthur gentilmente.

    Yo no lo tenía, pero estaba más que convencida de que Río me lo enviaría para encontrarme, aunque estuviera actualmente tratando de fastidiarme en todos los demás sentidos.

    —Vamos a hacer que cuiden de ti, Russell —dijo Arthur—. Y luego vamos a arreglar todo lo demás.

    Le dejé que me ayudara a levantarme.

    Debería haber sabido que nunca sería tan fácil.

Capítulo 22

    Arthur recibió una llamada mientras me ayudaba a volver a su coche.

    —¿Hola? Justin, ey, la encontraste —él escuchó durante un largo minuto—. Tranquilo, chico. Uh... estaré allí tan pronto como pueda, pero podría llevar unos minutos, Tengo a otra persona con una emergencia ahora mismo. ¿Puedes llamar a...?

    —Ve —dije—. No pasa nada —Yo era una jodida adulta. Apreciaba que Arthur tratara de apoyarme, pero me sentiría peor que estúpida si intentaba tratarme como cristal soplado superior a unos chavales que lo necesitaban de verdad. Ahora que yo había tomado la decisión, tenía que proceder con ella. Podía hacer aquello yo sola. No era una cobarde.

    Arthur tapó el teléfono con una mano para girarse hacia mí. —No está bien del todo que vayas sola a ver a ese tío de todos modos, Russell. Sólo por si acaso, ¿sabes? Aunque sientas que tienes que hacerlo, deberías llevar a alguien contigo.

    —Llamaré a Inspector entonces —le dije fatigadamente—. Ve a ocuparte de tus muchachos.

    Él asintió, reluctante, y respondió al teléfono para decirle que estaría allí en media hora, lo cual pensé que era ridículamente optimista por la hora del día, sin importar adónde fuese a ir, pero lo que él dijera.

    Luego insistió en llamar a Inspector él mismo y esperar conmigo mientras yo le enviaba un texto a Río. De lo contrario, probablemente sospecharía que me habría echado atrás.

    Puede que tuviera razón.

    Inspector me había dicho que volviera a su casa (Simon ya sabía la dirección, después de todo), y no tenía sentido quemar el escondite que Inspector y Pilar había estado usando.

    Conduje sola hacia Van Nuys como si estuviese conduciendo hacia el patíbulo. Cuando iba a entrar en la casa, no pude evitar girar la cabeza para examinar los árboles y la hierba, el ligero aroma del humo de la barbacoa de alguien, las capas de datos matemáticos que perfilaban cada piedra y esquina. No podía evitar sentirme como si nunca las volviera a ver de nuevo. Que aquello era el fin. Mis pulmones se agitaron por la tensión en mi pecho. Caminé hasta la puerta de Inspector y llamé. Fue él quien la abrió. Me sentí agradecida, por eso y porque no me dijera nada realmente, salvo dejarme entrar. Simon ya estaba allí, sentado en el borde del sofá.

    —Bueno, ¿cómo funciona esto? —le dije.

    —No es nada... invasivo. No tienes que preocuparte —gesticuló Simon, yo me obligué a agacharme delante de él.

    Él medio levantó sus manos como si estuviera a punto de inclinarlas hacia adelante y tocarme, pero lo pensó mejor.

    —Sólo voy a hablar contigo, y tienes que responder. Eso es todo, lo prometo. Estarás consciente en todo momento.

    ¿Cassandra? Habla conmigo. ¡Habla conmigo!

    Me sacudí las voces de encima.

    —Quiero saber lo que estás haciendo —le dije a Simon—. Cada paso del camino. Quiero saber cuándo me estás influenciando.

    —Eso... puedo hacerlo. Será un poco menos efectivo, pero puedo, si tú quieres que lo haga.

    —Me da igual si es menos efectivo —dije—. Dímelo.

    —De acuerdo.

    —¿Vas a recuperar su memoria? —preguntó Inspector.

    El sol clavaba a través de unas nubes sobre los adoquines, el aroma a nueces asadas y s sangre... apreté los dientes tratando de anclarme a mí misma.

    —No —dijo Simon. Parecía vagamente molesto de que Inspector estuviera allí hablando, pero a mí eso no me importaba una mierda.

    —Cas, lo creas o no, la amnesia te está protegiendo. tú tenías algún... uh... algún trauma...

    —Del que no puedes hablarme, entiendo —dije.

    —Sí —dijo él. —Yo podría invertir tu pérdida de memoria, pero eso podría... eso te mataría.

    —Estupendo —dije—. Así que esto sólo trata de apuntalar lo que sea que Dawna me hizo.

    Él se movió un poco incómodo. —Esencialmente. Me temo que implicará reforzar tus... um... tus bloqueos mentales.

    —Quieres decir que vas a asegurarte de no pueda recordar nada.

    —Lo siento —Parecía que lo sentía también, con su cara tensa y afligida—. Ojalá pudiera hacer más.

    Di una respiración. Traté de ser madura al respecto. Para ser honesra conmigo, no quería nada más que contener para siempre mi yo previo detrás de gruesos muros negros. Si Simon había dicho que íbamos a hacerla desparecer, no estaba segura de que yo no pudiese desaparecer con ella. Lo que fuese que Pítica me había hecho... lo que fuese que cualquiera me hubiese hecho en el distante pasado... yo estaba mejor sin recordarlo.

    El status quo era mucho más preferible. Bueno, el status quo sin volverse una loca y morir.

    —¿Estás preparada? —preguntó Simon.

    —Que te jodan —dije—. Pues claro que no.

    Apretó la mandíbula un poco. —Yo... no empezaré hasta que tú quieras...

    —Simon, te juro por Dios que si no acabas con esto de una...

    —De acuerdo, de acuerdo, Sólo quería asegurarme —Su respiración se aceleró. Se me ocurrió que aquello parecía ser un proceso tan infeliz para él como lo era para mí y me tomé cierto placer vindicativo en ello—. Intenta relajarte —me dijo.

    —Eso va a ser difícil —le mascullé.

    Simon se inclinó hacia adelante.

    Simon se inclinó hacia adelante...

    Mi visión se hizo doble, dos versiones del hombre delante de mí me miraban seriamente a los ojos. Reconocía la segunda versión por mi sueño, la pesadilla en la que coalescía cada temor. Pero esta vez advertí que él parecía más joven...

    —No —dije—. No...

    No...

    —Tengo que hacerlo —Las lágrimas inundaban sus mejillas, con su expresión afligida por el dolor—. Tengo que hacerlo... tenemos que —él extendió los brazos hacia mí y la resistencia se plegó en mi cerebro con un lamento moribundo, aun cuando yo combatía por aferrarme a ello y luchaba por vivir… no quería marcharme. No quería morir.

    —Lo siento —se lamentó Simon—. Lo siento mucho.

    Y yo cesé de querer nada en absoluto. Me sacudí hacia atrás y me levanté, tambaleándome para seguir en pie, alejándome renqueando.

    —¿Cas? —la voz de Inspector.

    Lo siento, Vala.

    —¡Cassandra! —Simon se puso en pie de un salto también.

    —Tú… —Mi mano había subido por propia voluntad y mi dedo señalaba, temblando—. ¡Tú!

    —Cassandra... Cas... no...

    —¿No qué? ¿No intentes recordar? ¿Por qué? ¿Porque sabré lo que hiciste?

    —¡Cas! —la voz de Inspector de nuevo, alta por la alarma—. Cas, ¿qué pasa?

    —¡Admítelo! —grité las palabras, las escupí en la cara de Simon—. No fue un sueño, ¿verdad? Tú... ¡era real!

    Él no te recreará, había dicho Río. Río había mentido.

    —Esto nunca trató sobre protegerme, ¿verdad? —yo estaba hiperventilando. Oh, Dios.—. Trataba sobre decirme que lo bloqueara todo... que no intentara...

    —¡Era para protegerte! —interrumpió Simon. —Lo es. Cassandra, yo no estaba mintiendo. Lo juro. Esto te matará.

    —Esto te matará —suplicó Simon en alguna parte oscura y cerrada y muy lejana—. Debes permitirme... es el único modo —las palabras iban y venían.

    —¡Cas! —Alguien me agarró del brazo. Lo empujé violentamente antes de notar que había sido Inspector. Él se desequilibró cuando se le inclinó la silla, pero consiguió agarrarse en la pared antes de caer—. ¡Cas!

    —Pítica no se llevó mi memoria —dije—. Fuiste tú. Fuiste tú —La cara de Simon estaba afligida. Él no me respondía. La habitación quedó en un silencio tan completo que fue como si hubiesen succionado todo el aire de ella.

    Inspector lo interrumpió. —¿Él hizo qué? —susurró.

    —Él lo hizo —dije—. Me borró. Admítelo. ¡Admítelo!

    —Fue... tuve que hacerlo, tuvimos que hacerlo —los ojos de Simon se disparaban desesperadamente entre Inspector y yo—. Puedo explicarlo... tú estabas muriendo...

    —Yo era otra persona, ¿no es cierto? —Mi garganta se cerró—. Yo era una... yo era alguien y tú la destruiste. La mataste, y ella no quería hacerlo, ella no quería marcharse…

    Simon estaba respirando con dificultad. —Tienes que comprender...

    —Puedo sentirla —De pronto todo cobró sentido, demasiado sentido, sellándose a través de mi cabeza como si quisiera controlarme—. Ella quiere volver. La mataste y ella no quería morir, y ahora quiere volver.

    —Ella no, Cassandra, tú. ¡Tú! ¡Te estábamos salvando la vida!

    —¡No! ¡No es así! —La certeza surgió en mí, la certeza de la voz y de la memoria y del conocimiento creciendo a través de mi propio maldito cerebro—. La mataste y le vaciaste el cerebro, y me dejaste a mí encima de todo. No me digas que no lo estoy recordando ahora mismo porque lo estoy.

    —¿Tú, qué? —Inspector estaba inclinado hacia adelante en su silla como si estuviera a punto de arrollar físicamente a Simon. Yo nunca le había oído sonar tan peligroso—. ¿La sobreescribiste como un jodido disco duro? Tú, completo pedazo de mierda...

    —¡Basta! —extendí una mano, mi otra mano acariciaba mi frente como si pudiera evitar que mi cerebro se fracturase.

    Ondas chocando...

    Cristal rompiéndose...

    Madera astillándose...

    —Gracias —Simon se pasó una mano por el pelo y señaló insensiblemente a Inspector—. Él no lo comprende. Lo estoy intentando explicar. Tuvimos que hacerlo. Tú estabas... te estaba matando y yo tuve que hacerlo, tenía que salvarte...

    —Calla —avancé un paso poniendo a Inspector detrás de mí—. No le dije a Inspector que se quedara fuera de esto porque él estuviera equivocado. No lo está. Sino porque esto es entre tú y yo.

    La certeza en la cara de Simon se debilitó.

    —Me borraste los recuerdos.

    —¡Para salvarte la vida! ¡Fue lo más duro que he hecho nunca!

    —¿Tú? —retorcí la boca, furiosa y horriblemente—. ¿Lo más duro que has hecho nunca? Por favor, intenta convencerme de que aquí la víctima eres tú. Estoy ansiosa por oírlo. Adelante, inténtalo.

    —No es eso por lo que yo… —su oscura piel se volvió pálida, el color se drenó detrás de ella y le dejó un parche marrón—. ¿No lo captas? ¡Ibas a morir!

    —Oh, lo capto. Hiciste lo que tú pensabas que era mejor —yo estaba mordiendo las palabras, cada una era una píldora cubierta de sarcasmo. Mi voz había empezado a temblar—. Te metiste en mi cabeza y te llevaste las partes más importantes de mí y quieres que te lo agradecezca.

    —¿Tuvo ella acaso algo que decir en ello? —dijo Inspector detrás de mí.

    —Ya te lo he dicho: quédate fuera de esto —le solté sin girarme.

    Permanecí concentrada en Simon. —Tanto si me pediste borrar todo lo que yo era... —me detuve. Los rasgos de Simon se había vuelto tensos como si una emoción demasiado grande estuviera tratando de irrumpir a través de él. Juntó los labios deliberadamente y apartó la mirada de mí—. Que te jodan. No me lo pediste, ¿verdad?

    —¡Lo hice! —insistió. sollozó—. Lo hice... intenté convencerte. ¡Era el único modo! Dijiste... no parabas de decir que tú... que significaría olvidarme, no verme nunca más, olvidarnos, y tú decías que no podías soportar eso. Estábamos enamorados, Cassandra, ¿lo comprendes? —él parpadeaba furiosamente entre lágrimas, que se derramaban y bajaban por sus mejillas y su mandíbula, goteando sobre su cuello—. ¡Tú querías que siguiésemos juntos hasta destruirte a tí misma y morir, y yo no podía verte hacer eso! Aunque significara perderte. Aunque significara entrar en tus pensamientos cuando yo me había dicho que nunca lo haría... cuando lo había prometido... y aunque sabía que significaba que nunca podría volver a verte de nuevo, que verme podría hacerte recordar —su voz se quebró—. Traicioné todo lo que me dije que defendería, rompí cada una de las reglas que tenía, te sacrifiqué... porque tenía que salvarte. ¡Aunque significara perderlo todo!

    Le golpeé.

    El puñetazo fue tan rápido que él no lo vio venir. Su cabeza se disparó en una medio vuelta y tiró de su cuerpo tras ella. Él trastabilló y cayó en el sofá de Inspector.

    —¿Tú lo perdiste todo? —grité—. ¿Tú?

    Él se alejó de mí, acobardado. —¡Estoy tratando de explicarme!

    —Y a mí no me gusta tu explicación —me crucé de brazos, manteniendo mis puños atrapados en las axilas.

    Quería hacer mucho más que darle un sopapo. "Estábamos enamorados", lo había dicho como si esperase que las palabras me conmovieran. Como si tuviese algún derecho sobre mí. En vez de eso, sólo había cimentado mi repulsión.

    En alguna parte muy lejana, yo me reía. —Te pillé.

    Me aferré a mi furia, traté de mantenerme en el presente.

    —Sigues balando que hiciste esto por mi propio bien —dije—. ¿Sabes quién más dijo eso? Dawna Polk. No eres tan diferente de ella después de todo.

    Él se encogió, encorvándose y apoyándose en el brazo de sofá como si le mantuviese.

    —Me arrebataste todo lo que fui. Todo —Había sido él quien me había arrebatado las matemáticas. No Pítica ni Alabarda ni cualquier otro que me acechase en las sombras. Él. Yo no sabía cómo estaba tan segura, pero lo estaba. Mi memoria fracturada lo sabía.

    —Me lo quitaste todo porque pensabas que era correcto. Y te quedas ahí y gimoteas sobre lo doloroso que fue para ti y me cuentas que la única razón por la que yo no estaba plenamente de acuerdo con ello era porque estaba tan enamorada que necesitaba unos cuantos minutos más de tu magnificiencia... que esa es la única razón por la que mi verdadero yo no había permitido que le borrasen la personalidad, ¿es eso? Estoy segura de que ella no tenía ninguna otra objeción en absoluto —mi voz se elevó, crujiendo por el espacio entre nosotros—. Eres un rabioso egoísta, ¿lo sabías? Y quienquiera que fui, tú la asesinaste.

    —Vala lo habría comprendido —masculló él. Le temblaban los hombros—. Estábamos enamorados. Lo hice por ella.

    —Dios nos salve a todos de tus muestras de amor —le dije. Y de todo lo que yo había dicho, aquello fue lo que lo derrotó. Se abrazó el pecho con los brazos, encogiéndose en sí mismo—. Sal de aquí —le dije—. No quiero volver a posar los ojos en ti nunca más.

    Él medio giró hacia mí como si quisiera discutir, pero luego me miró a la cara y, lo que fuese que su habilidad psíquica viera allí, lo hizo retroceder encogido, cerrarse en sí mismo y tambalearse hacia la puerta sin una palabra.

    Me hundí en el sofá y dejé caer la cabeza sobre las manos.

    Valarmathi. Sé educada.

    No me gusta que me toquen, pero, claro, a ti no te gusta tocar a la gente.

    Funciona, ¿verdad? Ignora a todos los demás.

    Valarmathi podría conseguir su deseo y volver a la vida.

    Quizá nos matase a ambas en el intento. No estaba segura de que ella existiese siquiera.. pero claro, yo no estaba segura de existir tampoco.

    —Ey —dijo Inspector. Se había acercado junto a mí.

    No respodí.

    Movió una mano como si fuese a tocarme y luego lo pensó mejor. —¿Quieres hablar...?

    —No.

    —Vale.

    Exprimí las manos contra la cara hasta que hería, como si pudiera manternerme entera a mí misma. Pensé en los pedacitos rotos de memoria y emociones que pertenecían a una mujer muerta, los pedazos de sentimientos que ahora sabía que resonaban desde alguien que no había querido marcharse.

    Y la vida que había ocupado su lugar, la propia mitad de mi vida, estaba despojada de todo significado real… incluso las pruebas que yo había intentado presentar yacían impotentes, colgantes hebras de elegancia que yo sabía que habían significado algo, pero que no lo habían hecho.

    Simon no tenía ni idea de lo que me había arrebatado. Aún peor, yo sólo existía debido a sus torpes intentos de jugar a ser Dios.

    Valarmathi y yo eramos personas totalmente diferentes.

    ¿Significaba eso que yo debía cada parte de quien era a Simon?

    La pregunta se alimentaba de mí, volviéndome del revés y haciéndome cuestionar cada parte de mi ser, y lo odié, porque nadie excepto yo debería tener el menor derecho sobre mí misma.

    —¿Quieres estar sola? —preguntó Inspector.

    Aunque él se marchara, yo no estaría sola. Valarmathi acechaba en las sombras, burlándose, haciendo cuestionarme si yo no era más que la criatura nacida totalmente del propio capricho de Simon. Pensé en Río y en su creencia en una deidad que había dado existencia a toda la creación, un Dios responsable de quienes éramos en nuestros núcleos.

    Menudo ser el que nos había creado. ¿Cómo podía él creer en algo tan transgresor?

    Inspector movió su silla un poco más cerca de mí y yo apoyé la espalda en el sofá, sus manos estaban relajadas en su regazo.

    —Gracias —dije.

    Nos quedamos sentados así durante un largo tiempo.

Capítulo 23

    Me quedé en casa de Inspector esa noche.

    Ni siquiera le pregunté.

    Él pidió comida y trajo algunas sábanas y mantas al salón para apilar junto a mí en el sofá. Yo no dije nada, pero estaba agradecida. Arthur llegó y se unió a nosotros avanzada la tarde. Yo tenía la sensación de que él ya sabía lo que había pasado. Inspector me había preguntado delicadamente si no me importaba que Arthur lo supiera y, ahora, con retraso, conecté que cuando lo había visto con una tableta, debía de haber estado enviando una versión en correo electrónico de lo sucedido.

    Lo cual había sido considerado por su parte. Yo no quería revivirlo, ni siquiera quería oírlo relatado por una tercera persona.

    —¿Cómo te sientes, Russell? —me preguntó Arthur al sentarse junto a mí.

    —Volviéndome loca —le dije brevemente. Ya no había necesidad de ponerle una tapadera. Valarmathi rió entre dientes—. Me borró —susurré—. Él…

    Arthur me puso una mano en la espalda a modo de gentil apoyo.

    —Y Río lo sabía. Tenía que haberlo sabido.

    Risitas. Robamos la segunda. ¿Qué crees que harán?

    —Estoy viviendo en el cuerpo de otra —le dije—. Ni siquiera sé si soy una persona real.

    —Ey —dijo Arthur fiememente—. Deja de hablar así ahora mismo. No importa lo que te hayan dicho. Tienes el mismo valor y mérito que cualquiera.

    —¿El mismo que la mujer cuya vida he robado? —dije amargamente.

    —No lo hiciste tú —dijo Arthur.

    —Lo sé. Al fin y al cabo yo no existía cuando la mataron, ¿no?

    —Cas… —dijo Inspector, pero no pareció saber lo que decir después.

    —No sé lo que hacer —dije. Después de todo, nada había cambiado, ¿no? Yo aún iba a volverme loca y morir, a menos que permitiera a Simon violarme, de nuevo. Él y Río no habían mentido sobre ello. Mi propia mente estaba muy segura.

    Y Río aún iba a rasgar Los Angeles por las costuras si yo no hacía algo para detenerlo.

    Inspector y Arthur no decían nada. En cierto modo era consolador que sólo ofrecieran pesado silencio en vez de frases hechas.

    —No quiero morir —dije.

    La mano de Arthur me apretó el hombro, con fuerza.

    —Yo... no voy a intentar ser el tipo de las falsas esperanzas —dijo Inspector— pero quizá aún haya una tercera opción. Algo en lo que no hemos pensado.

    —Sí —dije poco convencida. Pasé las manos por el bordado cosido irregularmente de una colcha, los colores se disipaban, pero aún eran vibrantes. Me aclaré la garganta—. Si hay una tercera opción, tiene fecha límite. Y no creo que sea una muy larga.

    Arthur me dio otro apretón en el hombro. Después de un minuto, dijo: —Si es un psíquico lo que necesitas, quizá haya más de ellos ahí fuera. Ya nos hemos encontrado dos.

    —¿Uno que no esté conectado con Pítica? —bufé—. Buena suerte.

    —Vale la pena intentarlo —dijo Inspector cogiendo su tableta, pero yo sabía que estaba mintiendo. Era imposible que encontráramos a otro telépata para ayudarme.

    —Quizá si hablamos con Río —dijo Arthur—. Él conoce este mundillo, me parece a mí.

    En toda mi vida nunca habría esperado que una solución como esa pudiera venir de Arthur.

    —Lo comprobaré —dije.

    A pesar de todo, aún confiaba en Río. Él no habría apoyado la decisión de Simon para… borrarme. La única razón por la que ni siquiera hablaba con Simon parecía ser por un esfuerzo de evitar mi muerte y tampoco es que hubiera nada malo en ello. Estaba pervesamente contenta de recordar cómo había golpeado a Simon en el almacén. Río aún estaba de mi lado. En esto, al menos.

    Que me escuches.

    No.

    —Yo no debería existir —dije—. Él debería haberla dejado morir.

    —Yo... um, en modo alguno estoy disculpando lo que te ocurrió, pero... egoístamente, me alegro de que lo consiguieras —dijo Inspector. Se encogió de hombros un poco—. Existir, es decir.

    —Y yo —dijo Arthur.

    Tomé una temblorosa respiración. —¿Estáis seguros de eso? Estoy muy segura de que doy más problemas de lo que valgo.

    —Nos has salvado la vida a ambos —Inspector me mostró una sonrisa—. Así que, ¿sabes?, yo no te tacharía tan rápidamente.

    —Eh… —dijo Arthur, y no pude evitar reírme un poco.

    Se sentaron conmigo hasta que caí dormida en el sofá de Inspector. Me desperté en la oscuridad, tapada con una manta y sabiendo lo que tenía que hacer.

***

    Jacob Pourdry despertó con mi arma en su cara. Incluso a plena noche y despeinado de sueño, tenía la mirada de un animado Príncipe Encantado: astuto y guapo, con ojos pícaros y la sonrisa de un embustero.

    —Has pasado mi seguridad —dijo él. No parecía preocupado.

    —Ey, Vance me dijo que eras inteligente —le dije—. Te desperté porque quería que lo supieras. Estoy a punto de matarte.

    —Me vendría bien alguien como tú —me lanzó una sonrisa medio perezosa—. ¿Cuánto cuesta eso?

    —Nunca nadie te ha dicho que no, ¿verdad? —dije.

    —Aún no —se incorporó y quedó sentado—. ¿Cuánto?

    Le disparé en la rodilla.

    El alarido inhumano que salió desagarrado de él cuando se vino abajo fue extremadamente satisfactorio.

    Levanté de nuevo mi Colt y lo apunté a su ojo izquierdo.

    —¡Por favor! —se encogió detrás de sus manos, la confianza por fin había desaparecido.

    Con su pálida piel, tensa por el dolor, y la cama salpicada de sangre, de pronto parecía muy joven. Como un chico que sólo había querido jugar a un juego—. Todo lo que quieras, sólo dímelo, lo que sea que...

    —Quise que no traficaras con niños —le dije—. Ahora voy a matarte. Te lo estoy contando para que tengas algunos segundos de abyecto autodesprecio al contemplar el hecho de que has perdido.

    Intentó suplicar mediante sollozos.

    —Adiós —dije, y le disparé.

    Yo era el ángel vengador de Los Angeles.

    Saqué mi teléfono y llamé a Yamamoto. —Acabo de disparar a Jacob Pourdry —le dije—. Llama a todo el mundo y cuéntaselo. Si alguien hace un movimiento, se unirá a él. Ya sabes lo buena que soy, Taku. No estoy bromeando y no voy a permitir que esta ciudad se vuelva en una guerra. Si tengo que limpiar Los Angeles borrándoos a todos de la faz de la Tierra, voy a hacerlo.

    —Cassu-san...

    Le colgué.

    ¡Venganza!, rió alguien, y no estuve segura de quién era la voz.

    Yo recordaba a todo el mundo que había estado en la pequeña reunión de Yamamoto. Quizá debería hacerles a todos una visita, sólo para que supiesen que podía.

***

    Malcolm fue el único que obtuvo ventaja sobre mí. En la pelea consiguiente me lanzó a través del panel de una puerta de cristal. —Tienes un minuto, luego dejaré sueltos a los perros —me gritó desde el interior de la casa, hasta la cual yo lo había rastreado, con una recortada lista en las manos—. Ahora estamos en paz.

***

    Río se encontró conmigo en el mismo restaurante donde habíamos comido antes. Levantó una ceja ante mi apariencia.

    —Te toca mover —dije.

    Verde para ti y rojo para mí. ¿Necesitas infrarrojos?

    —Cas —dijo Río. Me giré para irme.— Cas. He hablado con Simon.

Capítulo 24

    —Lo mataría por sus pecados si no le necesitaras —me informó Río.

    Cerré los ojos. —No voy a permitirle ayudarme. Está fuera de discusión.

    —De acuerdo.

    Recordé lo que Arthur había sugerido. —¿Tú… conoces a alguien más?

    —¿Otro con sus habilidades, quieres decir? —preguntó Río—. Sí. Pero serían todos incluso menos aconsejables de invitar a tu vida.

    Entonces, había otros.

    —Simon intenta no pecar más. Eso no lo disculpa, pero el Señor perdona. Mucho más que yo.

    —Y que yo —dije—. Entendido.

    Río dio la vuelta para encararme de nuevo. —Cas. Deja esta locura —Soplé aire, que fue casi una carcajada, y no le dignifiqué con una respuesta—. Debes saberlo. Este no es el camino.

    —Yo no sé nada, Río —le dije—. Ni siquiera sé quien soy. Y, ey, me estoy muriendo —Mis labios se torcieron en la sonrisa de un diablo—. Cuando haya desaparecido, el secreto de lo que yo le he hecho a LA muere conmigo, no importa cuánta gente inocente mates. Sólo tengo que esperarte.

    —Cas. —Río dijo mi nombre con tanta angustia como nunca supuse que alguien como él era capaz.

    —No tendrá sentido una vez que esté muerta o demente —le dije—. Estarás ayudando a que más gente se haga daño y sé que tú no querrías eso, así que te detendrás. LA continuará y será mejor, y quizá todo esto acabe bien.

    —No lo hagas, Cas.

    —¿El qué? ¿Salvar LA? ¿O morir?

    —Ninguno.

    —Libre albedrío, ¿cierto? —dije—. Mis elecciones. Mi decisión.

    Río normalmente no era muy expresivo, pero se tensó como si no quisiera avanzar con lo que dijo a continuación: —Cas, tres grupos de milicia llegarán mañana.

    Por supuesto que sí.

    —No puedes permitirme que me ocupe de esto, ¿verdad? —le dije.

    —Me temo que no.

    —Bueno, entonces también los combatiré. Y si eso no funciona, te encargarás tú de la limpieza.

    Le empujé al pasar por su lado, pero él me cogió del hombro muy gentilmente. —Cas.

    No levanté la mirada. —Esto es lo único que me importa ahora mismo, Río. Voy a mantenerlo hasta que ya no pueda. Así están las cosas.

    —Que así sea —dijo él, y me dejó marchar.

***

    Así es cómo la vida debería sentirse, dijo él, pero yo necesitaba sangre, así que salimos y encontramos cuchillos y armas y una cruzada.

    Luego intercambiamos acertijos hasta la puesta del sol y le gané al ajedrez. Quizá aquella era su oportunidad de ser normal.

    No sabía que eras tan buena contando chistes.

    —Cas. Cas, ¿estás conmigo?

    Yo me debatí para excavar de vuelta a la realidad. —Sí, ¿qué pasa?

    Estábamos en la Guarida de Inspector. Ahora que Pourdry estaba fuera de la foto. Inspector había insistido en volver al hogar, al parecer por fin aceptando mi palabra de que no necesitaba preocuparse por Río.

    No estaba segura de cuántos días habían pasado. Mi sentido del tiempo seguía eludiendo las horas, dejando vacíos abismos y colapsando extensiones de consciencia.

    No más de dos semanas habían pasado, probablemente: había visto un calendario algunos días antes y me había sorprendido al descubrir que sólo habían pasado diez días desde que había echado a Simon.

    Sin discutirlo, la mayoría de las noches me había quedado en el sofá de Inspector. Lo había golpeado dos veces cuando me había despertado de las pesadillas. Por algún razón, él seguía haciéndolo.

    —¿Quieres oir el último programa de McCabe? —me preguntó Inspector.

    Los variados líderes de los grupos de milicia no dejaban de salir como invitados en la radio, bajo pseudónimos. Tres hombres y dos mujeres eran los más comunes. Aún no habíamos sido capaces de descubrir quiénes eran o dónde estaban acampando fuera de Los Angeles, o si estaban haciendo base dentro de los límites de la ciudad. Las principales cadenas de noticias mostraban que habían empezado a dejar titulares sobre la situación, aunque actuaban como si estuviesen informando sobre los teóricos de la conspiranción más que informando sobre una conspiración. Pequeños favores.

    —Resúmemelo —le dije—. ¿Alguna novedad?

    —Están convencidos de que es el sistema de agua —dijo Inspector—. Por lo que están diciendo… me preocupa un ataque al DAE.

    LA estaba en mitad de un desierto. Si alguien tumbaba al Departmento de Agua y Energía en un equivocado intento de hacer justicia, dejaría tullida la ciudad. Recordé cuando un PEM había frito cada uno de los circuítos en Los Angeles unos años antes: eso también había sido culpa mía, y habían muerto un montón de personas.

    Si vuelvo allí, voy a matarlos a todos.

    —¿Aún están amenazando al gobierno? —le pregunté con un esfuerzo—. Honestamente, creo que lo único que les detiene de marchar armados sobre el Ayuntamiento es el acoplamiento cerebral —dijo Inspector—. Aunque mis programas estadísticos aún están en su sitio, no hay bastantes prioridades para que tengan predictibilidad. Y están pasando algunas cosas muy extrañas en los números de las drogas.

    —¿Qué quieres decir con los números de las drogas?

    —Veo evidencia de que varios cárteles han sido golpeados con fuerza, como habías previsto. Pero, claro, hay otros datos que sugieren que ha aumentado el consumo de drogas recreativas. Es decir, mucho de esto se extrae de factores correlativos y, quién sabe, esas correlaciones podrían haber quedado obsoletas por alguna razón, así que no estoy seguro de si hay que extraer una conclusión útil. Y no sé, si nos las hemos arreglado para tener mayor consumo de drogas recreativas sin los impactos negativos del tráfico de droga, ¿es eso necesariamente algo malo o sólo neutral? Mi alma libertaria se inclina a decir esto último.

    —¿Resultado?

    Extendió las manos. —No lo sé. En realidad no hay bastantes datos estadísticos firmes para trazar conclusiones sólidas sobre el efecto dominó del impacto secundario y terciario. Tendremos que esperar y ver.

    —Pero ¿los efectos primarios aún son buenos? ¿Las bandas y organizaciones criminales importantes aún están sintiendo el impacto?

    —Oh, demonios, sí. ¿Sabías que Los Angeles ha sido desde entonces conocida como la capital de las bandas de América? Casi mil quinientas bandas criminales con cientos de miles de miembros. Yo no sabía eso hasta que empecé a intentar pasar los datos sobre esto. Es asombroso.

    —Sólo si eres malo estimando —le dije. Eso estaba en la línea con lo que yo había esperado—. ¿Han cambiado esos números de modo no trivial ahora?

    —No hay veredicto hasta que pueda obtener algunas correlaciones más sólidas, pero, por lo que he visto hasta ahora, sospecho que la respuesta va a ser sí, sin duda y con gran efecto.

    De modo que lo único que tenía que hacer era evitar que cayesen en la trampa de la instigación de Río y disparasen primero, al menos hasta que esa clase de provocación ya no le sirviese a Río.

    En otras palabras, hasta que me volviera loca o muerta. No le había contado a Inspector ni a Arthur esa parte de mi plan.

    Esto no está funcionando, dijo Simon. Estaba llorando. Abrió la puerta y se marchó.

    Me giré hacia Río: ¿Quién era ese?

    —¿Cas? —dijo Inspector—. ¿Estás bien?

    —¿Qué? Sí.

    —¿Has oído lo que acabo de decir? —no sabía cómo hizo la pregunta con tanta paciencia.

    —No. Dilo de nuevo.

    —Volviendo al programa de McCabe durante un minuto, tenía a alguien nuevo esta última vez. Anónimo, como siempre, pero por lo que estaba diciendo, creo que era una de las personas del grupo de Yamamoto.

    —¿Y? —le pregunté.

    —¿Qué habías esperado?. Un montón de amenazas. Un montón de retórica. Hay un movimiento para unirse a los grupos de milicia y atacar el poder actual, o un movimiento para lanzar guerra sobre ellos hasta que salgan de la ciudad. No tenía muy claro cuál.

    Cualquiera de ellos sería malo y yo estaba segura de que Río estaba inflamándoles con maestría en ambas direcciones. Probablemente no debería haber quemado mi bienvenida en el grupo de Yamamoto. En tal caso podría saber lo que estaba pasando.

    —¿Aún está Río tratando de que hagas…? —Inspector no terminó la frase.

    —¿Que haga que Simon me joda el cerebro? Sí —Él abrió la boca, luego la cerró de nuevo y se giró hacia su monitor—. Adelante —dije sin acritud—. Te refieres a que debería considerarlo, ¿verdad?

    —Yo…— Inspector bajó la mirada hacia su regazo. No. Sí. No lo sé. Entiendo por qué tú no. Es que… —Es que él no quería verme morir—. ¿Lo harás? —preguntó Inspector—. ¿Considerarlo?

    —No —le dije—. Si voy a morir, preferiría morir como yo. Quienquiera que yo sea ahora, al menos. Preferiría tener al menos eso.

    Él asintió y sollozó un poco. —Sí. Vale —No intentó decirme que eso era posible

    Simon no podría destruirme esta vez. Río había intentado convencerme de eso y yo me había alejado caminando.

    —Si cambias de idea —dijo Inspector con cuidado—, Arthur sugirió…

    —¿Sí? —Yo no iba a cambiar de idea, pero toda idea podría tener aspectos que podíamos usar.

    Inspector pareció estar imaginando cómo frasear las cosas. —Bueno. Río. Él, um. Eso es muy importante para él, que tú… no mueras. Es decir, eres muy importante para todos nosotros, pero...

    —Estás pensando que podría hacer un cambio —le dije—. Yo misma por Los Angeles.

    Inspector cerró los ojos. —No lo decía en ese sentido.

    —No pasa nada —le dije.

    Incluso yo podría haberlo considerado si pensara que funcionaría. Si estaba muriendo de todos modos, ¿qué importaba cómo? ¿Qué importaba si me rehacía totalmente, si Río se rendía y dejaba de combatirnos a cambio?

    No siempre puedes salirte con la tuya.

    Sí, puedo.

    Ese es el problema.

    —¿Cas?

    —Río no funciona así —le dije. Inspector no comentó en mi lapsus—. No haría un trato.

    —Lo hizo una vez —dijo Inspector—. Con Dawna. Por tu bien.

    Tenía razón.

    Aún así, yo estaba bastante segura de que Río lo vería como un caso diferente. Después de todo, no acudir a Simon era elección mía, tampoco nadie me estaba previniendo o amenazando.

    Ella tiene que creerme. Tiene que creer hasta que hayamos terminado.

    —Es sólo una idea —dijo Inspector—. Aún quiero encontrar… quizá haya otras cosas que podamos explorar. No sabía qué pensarías sobre esto, pero he estado investigado sobre... bueno, sobre medicina convencional.

    —¿Qué tiene esto de convencional? —le dije.

    —Nada. Pero, ya sabes, nadie entiende muy bien el cerebro, al menos nadie que no sean nuestros telépatas residentes. Podría haber una oportunidad de que alguna clase de medicina psiquiátrica te ayudase. Aunque no sé cómo demonios sabríamos la dosis o qué medicinas...

    —No tomo drogas cuando estoy trabajando.

    —Cas.

    Suspiré. —Ya he… probado seguramente la mayoría de ellas.

    —¿Qué?

    ¿Te has tomado tu medicina?

    Apreté los dedos sobre el escritorio sin mirarle. —Más o menos he experimentado con fármacos. Mucho. Tomaba unos cuantos en el tiempo entre trabajos — me encogí de hombros—. Me pareció una buena idea en aquel tiempo. Científico.

    —¿Y qué pasó?

    —Descubrí que en realidad nada funcionaba mejor que los depresivos recreativos. El alcohol es un preparado mucho más asequible y usualmente hacía funcionales las cosas antes.

    —Dios. Cas.

    —Deja de sentir lástima por mí.

    Se despejó la garganta. —¿Puedes… um, puedes probar algo de eso ahora?

    Le lancé media sonrisa. —No creo que vaya a hacer nada más que enmascarar algo de locura. El trabajo hace lo mismo, y preferiría trabajar durante el tiempo que me quede... —No acabé la frase porque no quería afligirlo.

    Eso tampoco me funcionaba a mí.

Capítulo 25

    Río y yo habíamos empezado a cenar todas las noches. Eso no me molestaba, de hecho, me gustaba verlo. Supuse que la muerte inminente me daba una mayor apreciación de todos a quienes consideraba mis amigos. Incluso un amigo que no era realmente un amigo en absoluto y que también trabajaba contra mí en dos sentidos diferentes.

    —Me arrepiento de mi engaño de antes —me dijo a una mesa de distancia en un puesto de tallarínes—. Simon me había informado de que todo lo que pudiera reiniciar tu memoria sólo aceleraría los efectos indeseables.

    El sonido de una carcajada, el aroma de la tinta recien impresa.

    —Tenía razón —admití a Río.

    —Por eso se eliminó a sí mismo de tu vida después de causar que lo olvidaras. Creo que su intento ahora es que le dejes ayudarte, no alterarte más.

    Ahora que tenía algunos recuerdos de ello, la mayoría de mis pesadillas presentaban a Simon extendiendo los brazos, limpiándome. Rascando cada pedazo de quien había sido mientras Valarmathi gritaba.

    —Tú no comprendes lo que me hizo —dije.

    —Tienes razón. No lo comprendo —se detuvo—. Él no miente, sin embargo, cuando dice que no tendrías que haber sobrevivido. No sé si podría haber habido algún otro modo de salvarte la mente, pero había… trauma extremo.

    —¿Por eso me lobotomizó? —me reí con ganas—. Nada lo excusa, Río.

    —No digo que lo haga.

    El silencio cayó entre nosotros durante un momento. —¿Me dirás algo más sobre quién fui? —le pregunté—. ¿Y sobre… lo que nos pasó? Mi cordura está desapareciendo; ¿qué daño puede hacerme?

    —No aceleraré el proceso, Cas.

    Me había imaginado que él no lo haría, en realidad. Giré mis tallarines alrededor del tenedor de plástico.

    ¿Por qué no quieres marcharte?

    Porque creo en ellos.

    —Quizá ella regrese —le dije—. Quizá tome el control de nuevo y recupere lo que es suyo por derecho.

    Río hizo una pausa, muy cuidadoso. —No creo que ese sea un escenario probable, Cas.

    Trauma extremo. De acuerdo.

    Un aeropuerto vacío.

    No, vale la pena, ha de ser así.

    —Hipotéticamente —le dije a Río—, ¿qué dirías si intentara hacer un trato, mi mente a cambio de tu guerra en Los Angeles?

    —Ya sabes que yo no podría hacer eso. Cas, tú le has lavado el cerebro a una ciudad entera.

    —Yo no lo pondría de ese modo.

    Me sonrió. —En cuanto a tus decisiones personales, son tuyas. A pesar de que yo quiera convencerte de que tomes unas diferentes.

    Libre albedrío, elecciones, etcétera, y lo que yo estaba haciendo era pecaminoso. Yo no había esperado otra respuesta.

    —Cas —dijo Río. Su cara se había vuelto seria de nuevo—. En esa línea, creo sólo es justo informarte. El hecho de que se te ha impuesto un tiempo límite significa que yo, también, debo acelerarme.

    Parpadeé. —¿Qué?

    —No serás capaz de combatirme por mucho tiempo —dijo Río tranquilamente—. Ni tendrás la capacidad de invertir lo que sea que has hecho a las mentes de las personas aquí.

    —Sí, estoy contando con eso —dije.

    —Lo cual implica que debo convencerte a hacerlo antes de que ya no seas capaz.

    —Río —dije—, ¿qué vas a hacer?

    Tomó un sorbo de su bebida y no respondió.

    Yo nunca tuve elección, rió Valarmathi.

    Me la sacudí de encima. —¡Río!

    —Invierte esto, Cas. O una gran cantidad de gente tendrá su sangre en tus manos.

    —Esto no es divertido.

    —No —dijo él—. No lo es.

    —¿Sabes cuánto bien está haciendo esto? —discutí—. ¿Y qué va a pasar si nosotros lo detenemos? Especialmente por cómo has estado provocando a la gente. He estado mirando las estadísticas hoy mismo. Estás hablando de vidas humanas, Río. Un montón de ellas.

    Río no se movió, sus ojos estaban fijos en los míos. Luego dijo, glacial y lentamente—. ¿Nosotros? —Dejé de respirar—. ¿Tus amigos te ayudaron en esto, Cas?

    Por alguna razón que nunca se me había ocurrido, siempre que había hablado con Río sobre lo que yo había hecho, siempre había sido con la arrogancia de mi propia solución. Y que él supiera, yo tenía una larga historia trabajando sola.

    Oh, joder.

    —Me prometiste que no los amenazarías —El cubo de papel de los tallarines se había arrugado en mi puño, el caldo sobrante chorreaba sobre mis dedos—. Lo prometiste, Río.

    —Y yo no romperé esa promesa —me dijo.

    Mi puño se relajó. —Bien. Gracias.

    —No me des las gracias, Cas.

    Oh, Jesús. Su otra amenaza. El tiempo límite.

    —Maldita sea. Por favor. No hagas esto —tragué—. ¿Qué esperas que haga, pelear contigo?

    —No supondría una diferencia que lo hicieras —respondió serenamente—. Las cosas ya están en movimiento. Aunque puedo detenerlo si tú consientes.

    —Serás bastardo —dije.

    Él inclinó la cabeza. —Bastante.

    —¿Cuánto tiempo tengo?

    —Cuarenta y seis horas antes de que los eventos sean irreversibles.

    —Que te jodan —me levanté y empecé a volver hacia mi coche.

    Tenía cuarenta y seis horas para averiguar lo que Río estaba planeando y salvar Los Angeles.

    Un megáfono bramaba con sílabas ininteligibles y el frío me quemaba las plantas de los pies desnudos.

    —Consíderalo deprisa, Cas —me avisó Río detrás de mí—, puedo moverme más rápido.

***

    Volví a casa de Inspector para encontrarlo colgando el teléfono, temblando y pálido.

    —¡Cas! Era Arthur... él... él acab...

    —¿Qué está pasando? ¿Está bien?

    —Lo está, pero... Cas, Río acaba de estar en su apartamento.

    —¿Qué? —Por un momento no pude conectar ni una sola idea en palabras—. No le hará daño. Ni a ti. Me lo dijo.

    —No le hizo daño —dijo Inspector—. Él solo... entró y se llevó su ordenador. Y Arthur dijo que no dejaba de decirle que no tenía nada en él, nada relacionado con lo que estábamos haciendo, y Río dijo algo como que era toda una lástima haberte prometido que no obligaría a Arthur a darle detalles.

    Casi me ahogo por el alivio. —¿Ves?, te dije que él no ...

    —¿De qué vas? ¡Irrumpió y robó el ordenador de Arthur! Y ahora probablemente estará viniendo hacia aquí o hacia la oficina de Arthur o...

    —Vuelve a uno de mis escondites si estás preocupado por eso —le dije.

    —¿Es que tienes alguno que estés segura que él no conoce? —gritó Inspector—. Además, si te prometió no hacerme nada, entonces sólo va a venir aquí a saquear todo lo que poseo, tanto si estoy aquí como si no. Mi seguridad no va a ser lo bastante...

    —Pues quédate y yo me quedaré aquí contigo. Escucha, tenemos que empezar a trabajar en...

    —¡Cas, calla un minuto! Va a ir a por tus amigos, ¿me oyes? Tienes que detenerlo antes...

    —¡No va hacerte ningún daño! —Sonó el móvil de Inspector.

    Él lo miró y la sangre se drenó de su cara. —Cas, Arthur está conduciendo hacia su oficina... dice que Pilar está allí, dice que no puede encontrarla.

    —Río nunca...

    —¡Ve para allá, joder! —me gritó Inspector en la cara—. ¡Ya! ¡Ve ahora!

    Yo en realidad di un paso atrás. Si hubiera sido otra persona, creo que lo hubiera golpeado.

    Puños golpeando, la pugna de miembros y carne…

    Me abrí camino tanteando hasta el coche. Río nunca lo haría, no dejaban de repetir los pedazos de mi cerebro que seguían funcionando. Río nunca... aunque no me lo hubiera prometido, nunca haría daño a alguien como Pilar... ¿verdad?

    Criminales y milicias, unos contra otros, era una cosa. Si gente inocente resultaba herida en el fuego cruzado aún sería la acción de un gánster. Ir a por alguien inocente sólo para llegar hasta mí...

    Pisé a fondo el acelerador. Paredes llenaban mi visión con el color de la sangre. El F-350 que Río había estado conduciendo esa noche estaba aparcado fuera de la oficina de Arthur.

    Oh, joder, oh, joder, oh, joder..., subí saltando la escalera exterior e irrumpí cruzando la puerta. Río estaba de pie sobre Pilar. Ella estaba enrollada en el suelo sujetándose una muñeca con su otra mano y él estaba apuntando un Magnum .44 directamente a su cabeza. La pequeña CZ compacta de Pilar pendía en la otra mano de Río.

    —¡Río! —el grito salió desgarrado de mi interior—. Río, basta... ¿qué jodid...? —me agaché delante de él y ayudé a Pilar a levantarse, apartándola de él. Ella estaba llorando—. Me diste tu palabra, Río. Me dijiste...

    —Ella tiene información —explicó Río serenamente, bajando el arma—. Tus otros amigos habrían sido mejores, pero tienes razón. Te prometí que no los amenazaría.

    Perdí la capacidad de respirar, como alguien a quien le han golpeado en los pulmones con una bola de demolición. No le había mencionado el nombre de Pilar.

    Cielo Santo.

    —¡Tampoco puedes amenazar a Pilar! —me aseguré de quedarme delante de ella—. ¡Mantente lejos de ella! ¡Joder, ella es inocente!, ¿me oyes?

    —No de tu proyecto, me parece —la voz de Río era tranquila.

    —¡Mi proyecto! ¡Mío! ¡Si quieres información sobre él, me amenazas a mí!

    —No te amenazaré, Cas.

    Jeringuillas plateadas y ropas blancas, y yo extiendo la mano para coger una jeringuilla y clavarla en mi muslo.

    Yo estaba perdiendo la cabeza y Río había puesto tranquilamente un arma en la cabeza de Pilar.

    —No. No. No —No me importaba que nos conociéramos desde hacía mucho tiempo, había una jodida línea que a Río yo no le permitía cruzar.

    Cerré la distancia entre nosotros y recuperé el arma de Pilar, luego volví marchando y se la entregué a ella. Ella la levantó con su izquierda y la apuntó a Río con mano temblorosa.

    Él ladeó la cabeza al verla, como si le divirtiera, y bajó su propia arma.

    Por un momento dudé de mis sentidos. Tampoco es que hubieran sido muy fiables últimamente. —¿Qué estás haciendo? —le dije a Pilar.

    —Cas, yo creo... creo que deberías moverte... creo que debería dispararle —su voz era tan baja que difícilmente podía oírla y su mano temblaba con más fuerza, la pequeña CZ vibraba.

    —¡Nadie va a disparara a nadie!

    —Oh, Jesús..

    —Pilar, baja el arma o lo haré yo.

    —No has oído... lo lo lo que me ha dicho... lo que me dijo que él él él haría...

    Se me revolvió el estómago. —Río no hace daño a la gente inocente —insistí sonoramente—. Sólo estaba amenazándote.

    —Ahí te equivocas, Cas —dijo Río—. Habría hecho lo que fuese necesario para averiguar la información que necesito. Esto tiene que acabar y, como hemos mencionado, ella no es inocente de este crimen.

    Pilar estaba llorando silenciosamente, su cara se empapaba de lágrimas. No podía culparla.

    —Joder, Río —dije.

    Me dio un pequeño asentimiento de conciliación. —La habría liberado en cuanto hubiera conseguido la información que necesitaba.

    —¡Estoy justo aquí! —chilló Pilar—. Estoy justo aquí y te estoy apuntando con un arma y estoy pensando en apretar el gatillo y tú vas a mirarme y a darte cuenta de que soy un ser humano y tomarme jodidamente en serio!

    Río volvió su mirada hacia ella, su penetrante semblante. —Mi muerte será una inmensa justicia —dijo él—. Quizá me dispares hoy. No seré yo quien te diga que no lo merezco.

    —¡Pilar! —me obligué a respirar, a moderar mi tono—. Pilar. Por favor. Por favor, baja el arma.

    Ella dudó durante largo tiempo, luego dijo: —No. Haz que se vaya.

    —Pilar...

    —Esta es mi oficina —su voz había vuelto al volumen bajo, apenas audible, ronca, llana, directa y muy seria—. Haz que se marche o te juro por Dios que dispararé. Lo juro por Dios, Cas. Sácalo de aquí.

    Podía haberle quitado el arma de la mano. Estaba lo bastante cerca para poder hacerlo antes de que ella pudiera apretar el gatillo. Probablemente.

    Fuego de mortero tronó a través de mis sentidos, cuentas de cargadores de munición se solapaban con lugares probables de refugio. El polvo y el frío llenaba mi nariz y boca.

    Pilar... ella no estaba planeando de verdad disparar, ¿verdad?

    Mierda.

    Tenía que llevar a Río a alguna parte, lejos, arrastrarle a algún lugar y explicarle de nuevo sonoramente, durante un largo tiempo, que había cruzado la línea. Algunas cosas eran jodidos límites y él debería haberlo sabido. Él lo sabía. No me importaba lo poco que entendía el comportamiento humano. Era listo y ya lo había hecho otras veces.

    El hielo de quebró como un disparo, y el 4x4 avanzó.

    —Río —dije medio ahogada—. Vámonos —Él se detuvo durante un segundo, disparando su mirada entre Pilar y yo. La CZ de Pilar estaba tensa, en agarre firme. Igual que la mandíbula de Pilar, quien con la cara aún mojada había dejado de llorar.

    —Si intentas hacerle daño ahora mismo, tendrás que pasar por encima de mí —le dije a Pilar.

    Río me dio una ligera inclinación de cabeza que pareció decir: "bueno, en otra ocasión entonces", y dio un paso lateral hacia la puerta.

    Cuando se cerró la puerta detrás de nosotras, Pilar aún no había bajado el arma.

Capítulo 26

    No hay lugar en una ciudad donde una se sienta verdaderamente aislada, pero caminé hacia un cerrado callejón oscuro detrás de un concesionario, apartando a garrotazos las intrusivas restrospectivas de otros tiempos y espacios.

    Río me siguió.

    Cuando el callejón se hizo lo bastante oscuro, me giré tan rápido que él se habría chocado comigo de no haber tenido los reflejos de Río. Si hubiera sido cualquier otro, lo habría golpeado.

    Casi lo hice de todos modos.

    —¡Joder! —le grité—. Ya te lo he dicho, ahora tengo amigos. Si haces algo así de nuevo, si llegas siquiera a sobresaltarlos —me detuve.

    No sabía lo que le haría.

    La idea de atacar a Río de verdad, físicamente, de tratar de herirlo de veras... mis tripas se encogieron y dieron vueltas.

    Él será tu aliado, dijo una voz.

    Cuarenta y seis horas, me había dicho, y luego había dicho...

    Esto no está funcionando. Río me mantenía agachada mientras implosionaba el mundo.

    ¿Qué clase de persona era yo que jugaba al ajedrez tranquilamente contra él a cambio de una ciudad entera, pero que después de perseguir a una mujer que conocía personalmente yo perdía la jodida cabeza?

    —¿Cas?

    Aparté las voces. Quise empujar a Río también, pero crucé los brazos, atrapando las manos para contenerme. —Atacaste a una amiga mía.

    —Al contrario —dijo Río—. Prometí que no haría daño a tus amigos y he mantenido eso. El nombre de Pilar Velásquez no estaba en tu lista.

    La culpa me acuchilló con renovado salvajismo. No sólo había estado cómoda con la idea de considerar mis amigos a Arthur y a Inspector, y aún no estaba segura de lo que se suponía que implicaba ser amiga de alguien: descubrir cómo encajar a una tercera persona en aquel molde parecía abrumador.

    ¿Cómo conseguía la gente manejar tantas obligaciones? Supuse que no sería algo que me preocupara dentro de poco.

    Yo caminaba. La ciudad estaba gris. No era una ciudad que yo conociera.

    Jesús.

    ¿A quién le importaba la relación que yo tenía con Pilar? Como fuese que la etiquetara, ella aún estaba en la categoría de gente por la que yo mataría para protegerla.

    —Cualquiera con quien trabaje, Río —le espeté—. Cualquiera que conozca. Tú no puedes...

    —Es imposible que sea consciente de todos los que te puedan ser familiares.

    —Esa es una tonta excusa y lo sabes. ¡Fuiste a por Pilar en primer lugar porque ella trabajaba conmigo en esto!

    Él inclinó la cabeza en un asentimiento, reconociendo el hecho.

    —Lo digo en serio —No sabía qué más decir. No sabía qué otra cosa hacer—. Si no puedo confiar en ti para que no...

    Alguien me puso unas manos firmes en la cara, volví mis ojos hacia el sol... ardiente, consumiéndome... confía en él...

    Grité. Había caído sentada contra la pared del callejón y me doliian la espalda y los hombros como si me hubieran lanzado contra ella. Río se agachó junto a mí, sus tiernas manos me ayudaron a sentarme erguida contra la pared.

    —Cas, ¿estás aquí?

    —Sí —Sentía la piel pegajosa. La garganta y pecho encogidos—. Sí, estoy aquí.

    —Cas, tu estado parece estar empeorando.

    —Río —dije luchando por hacerme entender como un pitbull con un hueso—. Río, no puedo confiar en tí si...

    Algó pasó volando por mi mente como un tren expreso, todo era ruido y luz y una fuerza terrible. Me agaché y plegué los brazos sobre la cabeza y cerré los ojos deprisa tratando de respirar sin conseguirlo, porque mis pulmones estaban exprimidos del todo.

    Oscuridad y dolor y sangre, miedo y traición, y Río extendió los brazos como para ayudarme…

    Confía en él, Cassandra. Tienes que confiar en él.

    —Cas. Cas. Cas —Río dijo mi nombre con un ritmo que era casi un canto—. Cas, vuelve aquí. Cas.

    —No me cambies de tema —rezongué. No podía recordar de qué tema estaba hablando, pero estaba enfadada y hablé, insegura, sobre... algo... reptando con sus raíces a través de mi cerebro, derrumbando mi consciencia, y yo necesitaba gritarle a Río algo, pero había perdido la orientación y eso me ponía furiosa...

    Confía en él.

    El mundo se sacudió de nuevo. Las neuronas se cruzaban y partes de mi cuerpo quedaban rígidas mientras otras colapsaban.

    —Cas —dijo Río, y podría haber sonado alarmado si acaso Río sonara alguna vez alarmado.

    Río sentado frente a mí en un pequeño apartamento. Esa decisión es tuya, Cas. Esta vida es tuya ahora. Yo asentí.

    —Cas, te prometo que, en el futuro, no haré daño a tus amigos ni socios, ni los amenazaré con hacerles daño. Respóndeme, Cas. Habla.

    Respirar devino más sencillo. Mis pulmones dejaron de comprimirse. Apoyé la cabeza contra la mugrienta pared. La tenue luz me quemaba detrás de los ojos.

    —¿Cas? —No respondí—. Cas —dijo Río de nuevo, y no lo estaba imaginando, había urgencia en su voz. No, eso no tenía sentido. Tenía que estar imaginándolo.

    —Es bueno saber que lo único que he de hacer es tener algún tipo de ataque para convencerte —dije. Sentí que mi voz podría haber sonado ronca, pero no era cierto, sólo un poco cortada, como si aún no estuviera respirando lo suficiente.

    —Ahora, ¿qué tal si estás jodidamente de acuerdo en no destruir Los Angeles?

    La expresíon de Río cambió. —Sobre eso, me temo, permaneceré impertérrito. Cas, no percibí que esto fuese de tanta importancia para ti. Me disculpo.

    —¿Tú, qué? —dije estridente—. ¿Que no viste que esto era de importancia? Que te jodan, ¿esperas que me crea que torturar a la gente con quien trabajo no se registra en tu lista de interacciones humanas relevantes?

    —No es eso precisamente lo que quise decir —dijo Río, después de un momento.

    Nos quedamos sentados juntos, en una pausa mientras cambiaba la luz y salía el sol, dejé que la locura de mi cerebro menguara y fluyese, apoyando la cabeza contra la pared detrás de mí mientras el mundo pasaba por delante.

    —Cas —dijo Río—. Por favor, reconsidera permitir a Simon ayudarte —No me digné a responderle—. ¿Hay algo que pueda decir para convencerte?

    —Si supiera de tal argumento —le dije—. Ya estaría convencida. Por la, ya sabes, lógica.

    Río agachó la cabeza. —En ese caso, te ruego que arregles lo que le has hecho a la ciudad en un plazo de cuarenta y cinco horas —se levantó.

    —Río —dije.

    —¿Sí?

    Tragué. La cara inundada en lágrimas de Pilar danzó en mi visión de nuevo. Una mujer salvada, y ahora tenía que salvarlos a todos en LA.

    —Río, yo no… no creo que quiera volverte a ver de nuevo.

    —Si ese es tu deseo, Cas.

    La tierra del cementerio olía como cualquier otra tierra. Extendí los dedos, los hundí en ella.

    No importa: nadie lo recordaría.Yo incluida.

    Mis ojos estaban cerrados. Los abrí para concentrarme en el callejón. Río había desaparecido. No lo había oído marcharse. Tenía frío y estaba magullada, y el ladrillo irregular de la pared se me clavaba en la espalda. Me levanté con un lento impulso.

    ¿Qué tienes para mí hoy?

    Práctica de tiro.

    Un Dragunov me presionó en la mano, sentí su empuñadura suave y pulida.

    Intentaré no divertirme demasiado.

    —Que te jodan a ti también —mascullé a Valarmathi. Ella se rió.

    Volví renqueando a la oficina de Arthur. Cuando empujé la puerta, Arthur se dio la vuelta y desenfundó su arma hacia mí.

    —¡Wuoo, ey! Que soy yo. Vengo sola —añadí apresuradamente.

    Arthur se relajó y bajó el arma. —¿Se ha ido?

    —Sí —dije tratando de mantener la culpabilidad fuera de mi tono—. ¿Dónde está Pilar?

    —En el hospital, Russell. Le rompió la muñeca.

    Considerando que mi cerebro estaba pudriéndome viva, no había creído que pudiera sentirme peor. Al parecer estaba equivocada.

    —Tal vez debería acabar con esto ahora —dije.

    Arthur levantó la cabeza. —¿Dé que estás hablando? —me hizo la pregunta con tanta neutralidad controlada que no estaba muy segura de que él no lo supiera ya.

    —Río me ha dado un ultimátum —le dije—. No sé lo que va a hacer. No sé si puedo detenerlo, pero si yo no estuviera aquí para influenciar… —me encogí de hombros, tratando aparentar que no me importaba, pero sentí que mi sangre se había covertido en plomo—. Me estoy muriendo de todos modos. Podría estar bien que eso significara algo.

    —Russell —susurró Arthur y sonó tan roto y derrotado que me arrepentí de haberlo sugerido.

    Si no iba a conseguirlo, debería haberlo hecho sin decírselo. Habría sido más considerado.

    —No me digas que no lo haga —dije tranquilamente.

    Un golpe vino de la puerta de la oficina. Ambos saltamos y apuntamos las armas.

    —¿Quién es? —avisó Arthur.

    —¿Arthur? Arthur, ¿estás aquí? ¡Soy yo, Justin!

    —Oh, Señor —Arthur enfundó su Glock y caminó para abrir la puerta—. Chico, ¿qué pasa?

    —No coges el teléfono, te he estado llamando —balbuceó Justin cayendo dentro de la habitación. Arthur lo agarró y lo ayudó a sentarse en una silla—. Tienes que ayudarnos. Es Katrina, Tuvo una sobredosis. Arthur, tienes que ayudar...

    —¡María y José, ¿llamaste al 911? —exclamó Arthur—. ¿Dónde está?

    Justin seguía sollozando como intentando no llorar. —Sí, llamé. Me da igual que ella me odie por eso más tarde. Está en el hospital ahora. Nos han estado preguntando por sus padres. No sé lo que decir…

    —¿Cómo ha pasado esto? —demandó Arthur—. Ella estaba fuera de esa mierda. Sé que ha estado luchando esta semana, pero me dijiste que tú la mantenías fuera.

    —¡Algo salió mal! —gimoteó Justin—. ¡No sé el qué! Nosotros... íbamos a reuniones juntos, y ella decía que ya no le parecía que ayudaran. Y no lo ha estado inventando tampoco. Todo parecía sin sentido, el apoyo y toda esa mierda había desaparecido. Y habíamos estado luchando, solo bailando y mierdas toda la noche, pero esta semana Katrina me dijo que ya no conectaba con nada de eso, dijo que necesitaba... otra cosa —Él sollozó y se pasó una manga por la cara—. Y no es sólo ella. Te juro que no me invento una mierda, mi amigo me dijo que eran los puntos solares o algo así, porque Katrina no es la única. Todos lo sentimos. Salimos de fiesta y la música y las luces, todo es como siempre, pero todo plano... algunos garitos han cerrado porque ya nadie va. Katrina decía que se sentía muerta por dentro, que lo necesitaba, y yo intenté detenerla, pero no me escuchó, me acusó de no apoyarla tampoco…

    Un núcleo de pánico explotó en mi corazón. Arthur estaba intentando calmar a Justin y yo no sabía si él ya había hecho la conexión, pero lo haría... lo haría. Grupos de apoyo que ya no podían proporcionar apoyo. El subidón bestial de irse de clubes tornándose aburrido y llano. Enérgicas relaciones que perdían sus conexiones. Y la venta de drogas disparadas como cohetes mientras la gente buscaba la sensación que no podía obtener de otro modo.

    El acoplamiento cerebral contrarrestaba la deindividualización, rompía la urgencia de la gente a seguir al prójimo, apagaba las emociones de cada uno. Amortecía esas urgencias. Disolvía las conexiones entre las personas.

    Oh, Dios.

    Yo no podía reunir mucho aire, pero esta vez era la realidad la que me estrangulaba.

    —Tengo que irme —le dije a Arthur. Él apenas me oyó, concentrado en Justin.

    Corrí.

    En cuanto llegué al callejón fuera de la oficina de Arthur, mi cuerpo se rebeló y vomité. Tosí, apoyada contra la pared de hormigón. Justo al final del bloque había una de nuestras cajas de señal móvil oculta en la cornisa de un techo al final de la calle.

    Corrí, medio tropezando, hasta que la alcancé. Apenas inicié el ascenso, mis manos se deslizaron y arañaron ganando altura. Saqué mi cuchillo y solté la caja, luego me dejé caer a la calle y la aplasté con el tacón, una vez, dos veces, una y otra vez, despedazando sus componentes internos.

    Mis manos y pies golpean madera y telas y rocas con sencilla probabilidad, mi curso a través de los obstáculos ya está predetermindo.

    ¡Ahora no. Ahora no!

    Había estado tan cerca de considerar el suicidio como la solución perfecta para estar casi en paz con el hecho de que se agotaba mi tiempo, pero todo iba mal porque no era esto lo que se suponía que debía suceder. Se suponía que el plan no haría daño a nadie, sólo devolverle a la gente su libertad. Se suponía que debía ayudar. Se suponía que debía resolverlo todo.

    Estoy en desacuerdo con tu definición de óptimo matemático —dije. El muro estalló, dispersando ladrillos por todas partes, ladrillos del color de la sangre.

    Recogí la placa de circuitos fracturada y la aplasté en mis manos hasta que me corté las palmas. Aunque las destruyera todas, sería inútil, no ayudaría en absoluto. Mi programa ya estaba en los teléfonos de todo el mundo, todos a nuestro alrededor. Era imparable.

    Podía trabajar con Inspector, descubrir un modo de reprogramar todas nuestras cajas para eliminarlo, quizá... pero, si hacíamos eso, Los Angeles estaba envenenado, al borde de una guerra de bandas. Aunque Río desandara todo el camino, yo no estaba segura de que fuese suficiente para salvar la situación.

    Si retirábamos el acoplamiento cerebral ahora…

    Corríamos a través de la noche y el mundo ardía junto a su futuro.

    ¿No lo comprendes? Cambia los axiomas, cambia el mundo.

    Mi mejilla golpeó el pavimento. Me había caído en la cuneta. Parpadeé contemplando el bordillo de la acera. Las cuarenta y seis de Río podrían haberme sobrestimado.

    Aguanta, joder, me pedí a mí misma. Tienes que aguantar hasta que arregles lo que has hecho o serás responsable de mucho más que lo que Río ha planeado... Río...

    Tanteé en busca de mi teléfono. Tenía que decirle que se había terminado. Tenía que decirle que había ganado, que lo quitaría todo, que él tenía que parar esto. Mis sentidos se fracturaban, apuñalándome con demasiado filo, números por todas partes, muchos, demasiados, en una espiral hacia la exactitud infinita como un agujero negro que me succionaba más allá de su horizonte de eventos.

    Sentía el móvil grueso y torpe en los dedos. Pulsé los números, el 5 y el 8 se cruzaban con el 3 y el 9. Los números equivocados. Intenté pulsar el botón de corregir para llamar de nuevo.

    Sabíamos que esto era un experimento, dijo alguien, retroiluminado por luz fluorescente. Los experimentos fallan. Se corrió una cortina por mi visión borrosa, amortajándolo todo.

    Clavé las uñas en el bordillo, intentando incorporarme con dedos imprecisos e inútiles. Tenía que llamarlo y luego tenía que... llegar a alguna parte. A la casa de Inspector. Teníamos que planificar, averiguar cómo hacer que todo se calmara, y luego teníamos que deshacerlo todo... tenía que llegar hasta todos los lugares donde había plantado una caja. Me había llevado una semana colocarlas. Me llevaría una semana reprogramarlas.

    ¿Una semana? Risas. ¿De verdad crees que ella tiene una semana, en ese estado?

    Yo era la única que conocía todas las ubicaciones. La única que podía invertirlo todo. Por fin pude hacer la llamada. —Río —jadeé—. Tú ganas, ¿vale? Tú ganas. lo quitaré todo pero para esto.

    Tres tonos me interrumpieron.

    —Lo sentimos. Ha llamado a un número desconectado o con servicio no disponible. Si le parece que ha oído esta grabación por error…

    Intenté concentrar los ojos lo bastante para ver dónde había llamado, para volver a llamar, pero las siluetas del teléfono se nublaban en demasiados duplicados y mi mano derecha no estaba funcionando.

    Mi último pensamiento antes de que mi propio cerebro me destrozara fue que Río, Inspector, McCabe y Yamamoto, todos, habían tenido razón.

    En vez de salvar la ciudad, la había condenado. Y ese iba a ser mi legado.

Capítulo 27

    Desperté en medio de un delirante vacío.

    Al menos, así era como lo sentía. Cierto tipo de tambor bajo por mi cerebro, destellando pautas de luz y color… y estaba sentada sola en una habitación oscura.

    Me incorporé. La habitación era el dormitorio de Inspector: los patrones colorados de luz revoloteaban alternativamente sobre sus pósteres de películas de ciencia ficción y figuritas de acción y estanterías de libros y chismes, otorgándoles una apariencia fantasmal antes de eclipsarlos de nuevo en las sombras.

    Yo había estado tumbada sobre las colchas de la cama hecha. Las persianas de las ventanas estaban abiertas, pero entre los agujeros y el cristal había un pesado material negro. Habían embutido algo negro en la pared, bloqueando toda la luz.

    Mis ojos fueron hacia la puerta. Más negrura cubría la grieta por debajo y por todos los bordes alrededor de la jamba. Entre el bajo tambor descomunal, alguien llamó y la puerta se abrió un poquito.

    —¿Cas?

    Sentí muy brillante la tenue luz del zaguán. Como si tuviese resaca. Agaché la cara para apartarla.

    —¿Qué está pasando?

    Inspector entró y cerró la puerta detrás de él, el sonido fue amortiguado por esa cosa negra. —¿Estás bien? ¿Cómo te sientes?

    —Siento que quiero saber qué está pasando —Yo había estado en... la oficina de Arthur. Río había estado peleando conmigo y...

    Oh, Dios. El acoplamiento cerebral. Katrina.

    Me levanté de un salto y la habitación se oscureció.

    —¡Whoa whoa whoa, Cas! Siéntate.

    La parte de atrás de mis rodillas golpeó con fuerza la cama y me senté. Mi memoria a corto plazo era dispersa, confusa, como imágenes sacadas de un sueño.

    —¿Qué me ha pasado?

    —Tú, um... bueno. Estamos bastante seguros de que estabas... bueno, ya sabes —él agachó la cabeza conscientemente.

    Muriendo. Volviéndome loca.

    Y ahora que pensaba en ello, ¿por qué no lo estaba? Fruncí el ceño. Mis pensamientos resonaron en mi propia cabeza en tranquilo silencio.

    —Inspector —dije. ¿Qué infiernos hiciste? ¿Qué es todo esto?

    —El acoplamiento cerebral —dijo Inspector.

    —¿Qué?

    —¡Ja! Ahora ya sabes cómo me sentía. No eres tan optimista cuando eres tú a la que señalan con el dedo, ¿verdad? —Debí de haber parecido homicida, porque Inspector llevó atrás su silla un poco y luego levantó ambas manos en rendición—. ¡Perdón, perdón! Um, no sabíamos lo que hacer. Discutimos sobre si llamar a Simon o a Río, pero acabó en un asunto de opinión porque ninguno de nosotros sabía como encontrar a ninguno de los dos. Puse en peligro mi vida al llamar al número de Río que me diste, pero no me ha devuelto la llamada todavía. Llamamos a la Dra. Washington y Pilar tuvo la idea de decirle que trajese un equipo de EEG portátil, por los datos, ya sabes, y para cuando la Dra. W. llegó aquí habíamos tenido la completa y fantástica tormenta de ideas de llamar a la profesora Sonya también. Lo cual es bueno, porque la Dra. W. trajo el EEG, pero no tenía ni idea de lo que hacer por ti, aparte de llevarte a un hospital. Pero cogimos de ese escondite tuyo, donde hicimos toda la programación, todas las matemáticas del acoplamiento cerebral en que trabajabas y se las pasamos a la profesora Sonya, y ella examinó tus ondas cerebrales y se le ocurrió esto —Movió una mano hacia el espectáculo de luces—. Dice que te diga que básicamente usó tus propias matemáticas contigo y que aún deberías considerar trabajar con ella.

    Ignoré la última parte.

    Así que habían usado mis propios cálculos para retocar mi cerebro al estado normal.

    Joder, mierda.

    .— Y, uh... ¿cómo te sientes? —preguntó Inspector.

    —Bien —intenté empujarme hacia arriba de nuevo y paré cuando se inclinó la pared—. Un poco mareada —enmendé—. Y... confundida —Recordaba a Justin entrando corriendo en la oficina de Arthur, pero no por qué yo había estado allí.

    ¡El acoplamiento cerebral! ¡Tenía que desconectarlo! Tenía que… ¿por qué tenía que desconectarlo?

    —Confundida, ¿como?

    —No confundida "telepáticamente". Confundida tipo "herida en la cabeza" —me sentía como si hubiera tenido una furiosa conmoción: mi cerebro no quería recomponer los principales eventos. Tenía sólo una sensación de urgencia, y culpa… Tenía que hacer algo… algo importante… Pero al menos podía retemplar las ideas linealmente sin interferencia de vidas pasadas.

    No había notado lo complicado que era pensar hasta que estuve sola de nuevo en mi cabeza.

    ¿Cuánto tiempo me duraría? ¿Cuánto tiempo tendría?

    Esto no era una cura, yo sabía eso antes de preguntarlo siquiera. La investigación fundamental de Arkacite en la que yo había estado tan inmersa había sido clara y matemáticamente específica: el acoplamiento podía sacarme fuera de un estado cerebral alterado, pero sería imposible resolver el problema que me había llevado allí en primer lugar.

    La estúpida jodida psicología que me masticaba hasta la incosciencia de nuevo. Una y otra vez.

    Mierda.

    Aparté la inevitabilidad de ello, obligándome a aprovechar mi claridad mental temporal. Traté de recuperar el rumbo. Los fragmentos de los eventos encajaban como un puzzle al que le faltaban dos tercios de las piezas. Mi enredado sentido de urgencia ganaba profundidad.

    —¿Qué ha pasado? —pregunté a Inspector de nuevo.

    Me miró ligeramente ceñudo. —Usamos las matemáticas de tu acoplamiento cerebral para...

    —Ya lo oí la primera vez. No estoy tan confundida. Me refiero a antes de eso, cuando me encontrasteis.

    —Uh. No te encontramos, hasta despuéa de un tiempo. Arthur estaba ocupado en otra cosa.

    Katrina, cierto. Eso explicaba la culpabilidad.

    —Y, durante las primera horas, asumimos que te habías ido a hacer tus propias cosas, pero luego rastreé tu teléfono y, después de recoger a Pilar, um, te encontramos… —no terminó la frase.

    Pilar, pensé.

    La última vez que había visto a Pilar, había apuntado un arma a Río. La culpa me aferró la tráquea y la borré de la memoria.

    —Voy a pedirle a la profesora Sonya que lo vuelva ajustar un poco, ¿vale? —dijo Inspector y me pregunté si él estaba deliberadamente cambiando de tema—. Sigue hablando conmigo y cuéntame si las cosas se ponen raras. ¿Vale? ¿Lo prometes?

    —¿Qué tengo, cinco años?

    —No, eres una persona estúpida y cabezota que no avisa a las otras personas cuándo algo va mal. Pero considera esto como ciencia. Avísame cuando empieces a sentir algo, ¿vale?

    —Lo que tú digas.

    Ahora que el acoplamiento cerebral había hecho su trabajo, ya no estaría afectándome. La preocupación de Inspector estaría mejor situada en predecir la próxima vez que cayera de morros en una cuneta. Eso no evitó que sintiese una punzada de ansiedad cuando él tocó la pantalla de su teléfono y la luz y sonido se atenuaron un poco. Inspector hizo otra cosa en su teléfono y las luces de la habitación brillaron a la vida en un suave resplandor detrás del color.

    Mi cerebro quedó en silencio.

    Traté de detener la comprobación y de reflexionar sobre cuánto tiempo duraría. Después de todo, ¿no había dicho Simon algo sobre que seleccionar las memorias las hacía peores? Por supuesto, intentar no pensar en algo sólo hacía que mi cerebro tratase de pensar en ello aún más. Me concentré en leer los titulos de los libros en la estantería de Inspector, haciendo patrones a partir de los números de las letras en los títulos, resolviendo por regresión ecuaciones que daban a su colección de papeles otra dimension.

    —¿Ya bien? —preguntó Inspector.

    —Sí.

    Pulsó más en su teléfono y el ruido y la luz se atenuaron del todo, dejándonos en una habitación ordinaria con las ventanas y puerta tapadas. Inspector me estudió con preocupación. —¿Qué tal ahora?

    —Bien. Sin voces. Parezco cuerda de nuevo.

    —¿Oías voces?

    —¿Qué piensas tú que significa volverse loca y morir? —dije.

    —¡Y yo que sé! ¡No es que hablaras mucho sobre ello, precisamente!

    Una súbita carcajada casi me ahoga.

    —¿Qué está pasando? —demandó Inspector de inmediato—. ¿Estás bien? ¿Cas?

    —Sí. Sí —hipé—. Es que, Me sienta muy bien discutir contigo de nuevo.

    —Oh, que te den, Cas Russell —dijo Inspector, pero no hubo dentellada en ello.

    Me impulsé en la cama. El suelo osciló, pero mantuve mi equilibrio esta vez. Apoyé una mano en la pared solo por si acaso. —Vale. De vuelta al trabajo. ¿Cuánto tiempo he estado dormida?

    —Un día y medio, supongo. Bueno, no sé cuánto tiempo pasó antes de encontarte, así que, quizá un par de días. Por cierto, Arthur quiere hablar contigo. Ha cambiado de idea respecto al acoplamiento cerebral porque uno de los chavales que apadrina...

    —¿Días? —La pared me estaba sujetando de pronto—. ¿Un par de días?

    Eso era malo, eso era muy muy malo... ¿por qué...? ¿Por qué era tan malo...?

    Cuarenta y seis horas, había dicho Río. Río... Río...

    —Dame tu teléfono. ¡Necesito el teléfono ahora mismo! —Le arrebaté a Inspector el móvil de las manos antes que lo hubiera ofrecido del todo.

    Mis dedos se deslizaron por la pantalla táctil. El otro extremo de la línea sonó. Y sonó. Buzón de voz. El frío me empapó y me atenazó el corazón.

    No.

    Aquello no podía estar pasando.

    El mensaje de voz genérico sonó y pitó. —Soy Cas —dije—. Cancélalo, ¿vale? Lo estoy desactivando. LA volverá a la normalidad. Así que, lo que sea que estés haciendo, cancélalo. Llámame en cuanto recibas esto.

    —¿Cas? —dijo Inspector.

    Colgué el teléfono y comprobé la fecha y hora en la pantalla brillantemente iluminada. Calculé. No había gozado del mejor estado mental cuando había hablado con Río, pero cuando me había dado su tiempo límite yo había comprobado la hora: Cuarenta y nueve horas y tres minutos.

    Ya llegaba tres horas tarde.

Capítulo 28

    Inspector, Arthur y yo nos reunimos en la Guarida como nuestro gabinete de guerra.

    La profesora Halliday me había deseado que me pusiera bien y se había ido a casa, declinando involucrarse en lo que fuese que nos habíamos embrollado (según sus palabras). Pilar estaba notablemente ausente. Aparte de asegurarme de que estaba bien, Inspector y Arthur evitaban mis preguntas sobre ella.

    Río atacando a Pilar. Otra cosa más que había dejado que se saliera de control. Por mi culpa.

    Hice que Inspector preparase una llamada automática a Río con el número de teléfono actual, en vez de su buzón de voz permanente que Inspector había intentado en un inicio. Aún no habíamos recibido noticias de él. Yo había intentado enviarle un texto también, pero no había habido respuesta.

    Irreversible en cuarenta y seis horas, había llamado a su plan. Río no fanfarroneaba.

    —Sigue comprobando las noticias —dije—. En cuanto descubramos algo…

    —He dicho que estoy en ello, Cas —respondió Inspector.

    —Mientras tanto, tenemos que hablar sobre nuestro plan de juego —dijo Arthur. Él no había hablado mucho y evitaba mi mirada. Yo había temido demasiado preguntar por Katrina.

    —Bueno, tenemos que abortar, claramente —intenté apaciguar mi culpabilidad por hacer la declaración tan firme como era posible, a pesar del hecho de que eran semanas demasiado tarde—. Tenemos que hacerlo, pero en cuanto lo hagamos…

    Puede que las cambiantes variables que habían surgido del acoplamiento cerebral hubieran lanzado por la borda todos los programas estadísticos de Inspector, pero cada iteracíon que ejecutaba ahora nos decía lo mismo: con el jaleo de las otras tensiones que yo había creado en Los Angeles (todo pecado sobre el cual el martillo de Río estaba cayendo), el acoplamiento cerebral era lo único que evitaba que la ciudad regresara como un boomerang a un estado exponencialmente peor que el que habíamos provocado. Irónicamente, gran parte de aquello probablemente vendría del enfado de la gente por haber quedado afectada por algo que no comprendía, pero ellos eran los únicos capaces de actuar sobre ello plenamente una vez que el efecto hubiera desaparecido. Y con la provocación de Río, la ciudad necesitaría el chequeo más que nunca. El mismo chequeo que estaba haciendo que los chicos perdieran sus grupos de apoyo y acabaran con sobredosis de éxtasis.

    Inspector tosió. Yo tuve la intensa impresión de que estaba evitando decir: "Te lo dije". Normalmente lo habría dicho sin más. Asumí que casi morirme me hacía digna de un módico tacto. Pero en vez de eso, él se aclaró la garganta y dijo tranquilamente, en su teclado. —¿Sabes?, si no fuese por…uh, las preocupaciones prácticas, me habría gustado un mundo donde la presión espía y las mentes colmena no funcionasen —Me giré para mirarle, aturdida. Él se encogió de hombros—. Obviamente tenemos que abortar, pero tenías también razón sobre que hay un cierto... nosequé en que devolver a la gente la libertad individual, en cierto sentido. Yo… hay algo sobre ese mundo que me atrae. No creo que sea inherentemente un mundo incorrecto, sólo uno... diferente.

    —Ese mundo es incorrecto —dijo Arthur.

    Miré entre ellos. —No tienes que decir eso —le dije a Inspector.

    —Lo sé —respondió—. Descubramos cómo deshacerlo.

    De acuerdo.

    Ahora que tenía espacio en mi cerebro para pensar, una idea había estado empujando desde las bandas. Segura al cien por ciento y sobre no inciertos términos, yo no quería llevarla a cabo, pero era una idea y teníamos menos que cero tiempo para empezar a reencaminar aquello.

    —Arthur —dije. Él alzó la vista. Yo tragué. El eco de la voz de Valarmathi se agitaba justo debajo la superficie. Esperando—. Sugeriste algo —dije— sobre que yo podría ser capaz de… entregarme para salvar la ciudad.

    Arthur miró ceñudo a Inspector. —Creo que ya le has dado el visto bueno —La más ligera hebra de acusación se filtró a través de sus palabras.

    —Lo hice —dije—. Con Río. Me dijo que no, pero todos conocemos a otra persona en la ciudad que puede evitar que todo el mundo acabe disparándose unos a otros. Alguien que tiene el poder.

    Inspector lo captó antes que Arthur. Su rostro se galvanizó en una aturdida compresión. —¿Qué? No. No no no no no no no. Eso es una terrible, horrible, no buena, muy mala idea, Cas Russell. De hecho, es casi exactamente lo que Pítica estaba haciendo, lo cual es...

    —Estamos al borde de una guerra de mafias que se llevará grandes trozos de Los Angeles en el instante en que empecemos a retirar el acoplamiento cerebral —dije—. ¿De verdad piensas que no deberíamos hacer nada?

    —¡Creo que deberíamos buscar una tercera opción!

    —A veces no existe tercera opción —dije—. A veces sólo hay una mierdecilla de solución contra una supersolución de mierda.

    —Arthur —dijo Inspector—. Ayúdame aquí. ¡Usar un telépata para resolver esto; un telépata en quien tú enfáticamente no confías, podría añadir; no es una solución!

    Arthur estaba mirando al suelo de nuevo. —¿Planeas usarlo para matar gente, Russell?

    —No —dije.

    —Entonces no somos Pítica —dijo Arthur, aún mirando hacia el suelo.

    No podía imaginar lo que Arthur debía de estar sintiendo. Había apoyado esta empresa desde el principio y exigía para sí mismo un estándar moral muy superior al que yo me exigía a mí. Aún así, yo era demasiado cobarde para preguntar sobre Katrina.

    —Cas —Inspector lo intentó de nuevo—, asumiendo que puedas hacer esto de un modo que no sea del todo abiertamente inmoral, y asumiendo que Simon esté de acuerdo en ayudarnos, ¿qué puede hacer un psíquico contra una marea como la que estamos combatiendo? ¿Qué, vas a llevarle por ahí hasta cada uno de los malos y charlar con ellos? Deja que te recuerde que no hemos podido encontrar donde acampan las milicias y, considerando lo mucho que has cabreado a la mayoría de los señores del crimen, ¿qué probabilidades hay de que no vayan a dispararte antes de que consigas acercarte a ellos siquiera?

    —Hay un modo mucho más fácil —dije—. Olvidas que hay un programa de radio que acepta a toda persona que afirme estar cabreada con esto.

    —¿McCabe, ayudar? —graznó Inspector.

    —Querrá ayudar —le dije—. Considerando que es su causa y demás.

    —¿Y qué, vas a decirle a Simon que marche allí dentro y le lave el cerebro para que nos ponga en el aire y luego lavarles el cerebro a todos los demás?

    —No —dije. Tampoco es que conociera a Simon muy bien, a pesar de cómo me atormentaba en mis sueños y retrospectivas, pero su insistencia de: "Soy más Sagrado Que Tú sobre no tocar los sesos de la gente sin su consentimiento" (yo excluída, al parecer) había prácticamente gritado desde las azoteas. Yo no estaba segura de que él pudiera hacer hablar a nadie, ni siquiera a gente que intentaba matarse unos a otros. Retorcer la mente de un presentador de radio para ponernos en el aire iba a ser definitivamente un puente demasiado lejano.

    —No —dije de nuevo—. Simon no va a ponernos en el programa. Olvidas que la empresa de la emisora de radio es propiedad de los Lorenzo.

    Inspector palideció. —Esa es una idea aún peor.

    Me encogí de hombros. —Malcolm sólo me lanzó contra una puerta de cristal la última vez que nos vimos. No creo que me vaya a matar si le pido una reunión civilizada.

    Inspector me contempló atónito. —Tú estás loca.

    —Aún no —le dije—, pero dame tiempo.

    —No tiene gracia, Cas. ¡Ninguna!

    Uno de sus ordenadores pitó. Todos nos lanzamos hacia adelante, Arthur y yo nos acercamos para examinar la pantalla sobre el hombro de Inspector mientras éste consultaba la página.

    —¿Qué ha caído? —dijo Arthur.

    —Estoy viendo algo sobre un tiroteo aquí —Inspector cambió algunas pantallas a través de los datos a pleno color—. Sí, uh... hubo un tiroteo hace algunas horas. Interrumpido ahora... parece que fue la policía. Han matado a alguien. Los informes dicen que el tipo iba desarmado.

    —No me digas que es un poli blanco y un chico negro —dijo Arthur tranquilamente.

    —No, es... quiero decir, no lo sé, pero parece como… el historial aún está entrando y no hay nada verificado, pero creo que la víctima era uno de los líderes de la milicia.

    Oh oh, mierda.

    Los grupos de la milicia estaban convencidos de que el gobierno estaba aquí haciendo algo a la población. Y ahora el gobierno había disparado a uno de ellos.

    No. El gobierno no. Río.

    Me pregunté cómo lo había organizado.

    —¿Cuál va a ser la revancha? —dijo Arthur.

    —¿A mí me lo preguntas? —la voz de Inspector subió una escala—. Porque no sé la respuesta a eso, Arthur. No...

    —Tenemos que intervenir en esto ahora —dije—. Si ponemos a Simon delante de todos ellos, quizá no haya revancha. Quizá podamos detenerla.

    —¿Todavía quieres usar un telépata para...? —empezó Inspector.

    —¿Cómo puedo ayudar? —dijo Arthur.

    —Arthur, espera —exclamó Inspector—. No me gusta esto. ¿Podemos al menos discutirlo? Estáis hablando de meteros en las cabezas de un inmenso número de gente...

    —Para decirles que se marchen —le dije—. Para decirles que depongan las armas y no se ataquen entre ellos.

    —¡Eso no me parece correcto! —gritó Inspector—. Ha habido conflictos... hay conflictos en el mundo ahora mismo. No todo el que coge un arma está inherentemente equivocado. Y ni siquiera sé si están equivocados en este caso. Si yo pensara que alguien ha estado interfiriendo conmigo del modo en que lo hicimos nosotros...

    —Del modo en que lo hicimos nosotros—le enfaticé—. Yo soy la responsable por joderlo todo en primer lugar. Lo único que voy a hacer es corregirlo. Dejarlo como estaba.

    Pero con un miembro menos en la milicia que acababa de ser asesinado, y sin Miguel y los otros miembros de los Calaveras Sangrientas, y quizá Katrina, y Dios sabía quien más. Todos ellos víctimas de mi catastrófico intento por combatir el crimen.

    —¡No puedes hacer eso! —discutió Inspector—. No se puede decir que una cosa está mal y montar una cosa aún peor encima de esa y decir que sólo estas invirtiendo las cosas. ¡No se puede jugar con los sesos de la gente como un experimento científico, y luego pulsar control-Z si no te gusta lo que sale por el otro lado!

    —¿Qué piensas que deberíamos hacer, entonces? —demandé—. En serio. Dame alguna otra elección. No paras de hablar de una tercera opción, bueno, encuéntrame una, de lo contario, deja de retrasarnos.

    —¡No creo que debamos hacer esto! ¡Aunque no podamos encontrar otro modo, esto es el mayor de los dos males!

    —Las ciudades se han curado gracias al carisma del líder en tiempos de abundancia en la historia. Puede ocurrir de nuevo —dijo Arthur—. Puedo vivir con eso. No puedo vivir con más personas.muriendo. Lo siento, hijo... esto no es intelectual.

    —No puedes decir eso —Inspector sonaba como si se hubiese rendido. Impotente—. No puedes decir eso, Arthur. Es intelectual porque en este momento, tenemos que poder ver el cuadro entero, no el... no el cuadro emocional.

    —Y ahí es donde diferimos porque yo pienso que el emocional es igual de válido —Arthur se giró hacia mí—. ¿Qué necesitas?

    Esperé más protestas de Inspector, pero él no dijo nada más. —Quiero que te reunas con McCabe, mientras no tengamos ese punto —le dije a Arthur— nos quedaremos aquí y trataremos de encontrar a Río. Cuando lo encontremos le diremos que voy a cancelarlo y que no haga nada más.

    —¿Crees que tiene planeado algo más?

    —Contaría con ello —dije—. También, lo que sea que hagas, no le digas a Río lo que intentamos hacer.

    Si había algo sobre lo que Río objetaría aún más que el acoplamiento cerebral, era usar un telépata para subvertir el libre albedrío de todo aquel en Los Angeles que oyera la emisora de radio. Yo me temía lo que sucedería si averiguaba lo que habíamos hecho. Lo mejor que podía esperar era que lo averiguara después del hecho, sin tiempo para detenernos.

    Señalé hacia Inspector. —No se lo cuentes tampoco.

    La cara de Inspector se arrugó como si le hubiera herido. —No voy a poner al día a Río y entregarte, Cas.

    —¿Vas a intentar detenernos? —le pregunté.

    Él dio una rápida inhalación. —Voy a seguir mirando hacia el otro lado.

    —Mejor que mires rápido —le dije.

Capítulo 29

    No tenía forma de llamar a Simon, excepto a través Río, y aún no habíamos dado con él. Lo que implicaba que mi siguiente paso estaba claro: preparar todo para cuando acorralara a Simon. En otras palabras, confirmar el tiempo en antena que necesitábamos, que a su vez implicaba llamar a los Lorenzo. Intenté con gran esfuerzo no preocupame sobre lo que sucedería si mi cerebro se venía abajo de nuevo en mitad de las negociaciones con la mafia de Los Angeles.

    Tras hacerme esperar un atormentante largo tiempo en un frío garaje, Malcolm me concedió una audiencia desde del otro lado de su escopeta.

    Él no me saludó.

    —No he venido aquí a crear problemas —dije alzando las manos ligeramente.

    Sería ridículo si así fuese: él me había indicado que acudiera a la residencia de montaña de Mama Lorenzo, la cual estaba atiborrada de seguridad considerablemente desde la vez que yo había irrumpido allí unos años antes. Y dado que les había contado que estaba allí para una visita civilizada, había tenido que permitir que la seguridad me quitara el arma de mano, a pesar de mis civilizadas protestas. Malcolm se había reunido aquí, en uno de los enormes garajes de la propiedad. Éste estaba vacío, con un suelo de cemento y un sumidero en el medio. Aquello no era ominoso del todo.

    —Yo también me alegro de verte —le dije.

    —Debería matarte —me respondió.

    —Quizá debería matarte yo —le devolví igualmente.

    La esquina de su boca se movió hacia arriba. —¿Estás flirteando conmigo, Russell?

    Le lancé una mirada que expresaba lo gracioso que pensaba que era eso. —Queremos lo mismo en este momento.

    —¿Ah sí?

    —Tu jefa tiene un código: ella cuida de su ciudad.

    —Sí lo hace.

    El cañón de la escopeta permanecía sobre mí, tan inmóvil como si Malcolm estuviera tallado en granito. Probablemente también había una docena de francotiradores apuntándome, seguridad que yo no podía ver.

    Traté de ignorarlo todo.

    —Lo último que Mama Lorenzo quiere es que estalle una guerra en su césped. Una que ella no controle.

    —¿Y de verdad esperas que crea que tú intentas detener tal guerra? ¿Después de lo que le hiciste a Pourdry y al resto de nosotros?

    Respiré hondo. —Ya sabes lo que era Pourdry. Lo otro fue sólo un intento mío de mantener la paz.

    —Curioso modo de demostrarlo —Malcolm entornó los ojos—. Y sí, por supuesto que sé lo que era Pourdry. También sé lo que eres tú.

    Mi corazón empezó a latir más rápido. Malcolm y yo nos llevábamos tan bien que a veces resultaba difícil recordarlo: solo porque fuésemos civilizados no siempre nos hacía aliados.

    —Lo supimos incluso antes de tu misioncita de pacificación —continuó Malcolm—. La Madre investigó tus operaciones... Varga, Thach, Ivchenko. No quedó complacida.

    Oh. Mierda.

    Yo había hecho algunos contratos con cada uno de los hombres que Malcolm había nombrado. Sabía a lo que él estaba llegando.

    —Esos trabajos eran todo drogas o armas —le dije—. No niños.

    —Es bueno saber que tienes un límite en alguna parte.

    —Bueno, eso es porque Mama Lorenzo ha estado saboteándome —le dije. Aquello tenía tanto sentido que quitaba la respiración, ahora que me paraba a pensar en ello—. No debido al jaleo con su sobrina, pues me investigó después de eso y decidió que no lo aprobaba.

    No pude evitar cierto sarcasmo en la palabra. Puede que los negocios usuales de Mama Lorenzo condujeran hacia la extorsión y la estafa, con sed de sangre reservada sólo a aquellos que la traicionaban, pero aún estábamos hablando de una Madrina de la mafia. Malcolm, sin embargo, se tomó mi afirmación en serio.

    —Como has dicho, ella tiene un código: limpia su ciudad.

    Ya.

    Una furiosa y desesperada clase de autoconsciencia reptó por los límites de mi mente. Yo había estado intentando detener la oleada del crimen. Nunca me había parado a considerar que podría ser juzgada por el lado incorrecto de ello.

    Sí, me aprovechaba de los trabajos que surgían, pero eso era un nicho. Era recolocación. Si no estuviera yo sacando algún dinero, lo haría otro: el único modo de detener la corrupción era decapitar a la hidra, no lanzarme a mí misma a la pobreza.

    Soluciones generales, no particulares.

    Lo que yo hacía en el día a día tenía poca importancia mientras combatiera el mal mayor desde la raíz, ¿no? Después de todo, ¿no hacían eso todos? Si yo tenía un plan para reventar la sede de una corporación del mal, ¿qué importaba si había hecho alguna compra en su gran tienda local primero?

    Mama Lorenzo claramente no lo veía de ese modo. Probablemente me consideraba demasiado difícil de eliminar, pero podía hacer una seria mella en mis ingresos con apenas mínimo esfuerzo, sólo algunas palabras colocadas en la cadena del cotilleo. Yo había almacenado tanto dinero que eso era menos que un problema, pero el trabajo… si Arthur y yo no hubiésemos empezado la cruzada estos últimos meses, mi cerebro se habría vuelto del revés mucho antes de lo previsto.

    Mierda.

    Me lamí los labios. Resultaba complicado tener una posición de regateo con una mujer que te veía como las heces de la humanidad.

    —¿Estaría dispuesta Madame Lorenzo a dejar a un lado su opinión sobre mí y resolver la nueva crisis que estamos a punto de tener?

    Malcolm aún no había bajado la escopeta y, de pronto, sin movimiento, su postura devino más agresiva. —¿Qué nueva crisis?

    Tragué. —La que va a estallar en cuanto yo ponga fin a lo que está en el agua.

    Malcolm era demasiado listo para ser un asesino. O quizá yo solo era así de transparente. Se detuvo durante un momento y luego dijo,. —Así que fuiste tú.

    —La que puso una mella en el reclutamiento, ¿lo fui?

    —Eres horrorosamente arrogante para alguien que acaba de admitir que ha envenenado a todo el mundo.

    Más bien se trataba de que no podía mantener la boca cerrada.

    Joder.

    Decidí intentar ser honesta. —Aquello fue un experimento para ver si podíamos sacar a la gente de una vida de crimen. Supongo que no funcionó contigo —Él tuvo el detalle de parecer un poquito divertido—, pero vamos a tirar del enchufe. El problema es que LA se ha vuelto un puzzle de contrucción. En cuanto lo paremos, todo cae y se dispara. Eso no es bueno para nadie.

    Dejé fuera de la cuestión a Río. No estaba segura por qué: su presencia y misión probablemente sólo ayudaría a mi objetivo aquí, pero por alguna razón, mezclar su nombre en esto me parecía… erróneo. No iba a volverle contra la mafia más de lo que ya podría estarlo, aunque estuviera justificado.

    Malcolm exhaló a través de los dientes. —La Madre no se alegrará al oír todo esto. No estará muy contenta contigo. ¿Y quieres nuestra ayuda? ¿Después de habernos jodidio a todos?

    —Sí —Quizá él tuviera respeto por mis pelotas.

    —Con tus líos.

    —Son mis líos —dije—. Y estoy dispuesta a pagar. Lo que sea que Madame Lorenzo quiera.

    —¿Y si no es con dinero?

    —¿Con qué, entonces?

    —Quizá lo único que ella quiera es que hagas un trabajo aquí en la ciudad, tú se lo despejas de su parte.

    —Ni de coña —dije automáticamente.

    Pero ¿por qué lo rechazas, si vas a entrar en el cubil del león después de esto y dejar que el león te esculpa en una persona totalmente diferente?

    Aún así…

    Ya me estaba entregando a una persona. No sabía si sería capaz de hacerlo dos veces.

    —Dame algo con lo que pueda trabajar —le dije a Malcolm.

    Muy deliberadamente, levantó el cañón de la escopeta unos centímetros. —Quizá si no coincides con nuestros términos, entonces no tengamos un trato. Y quizá al ser todo esto obra tuya, haya una tasa de intercambio diferente para ti.

    Malcolm probablemente no sería capaz de matarme aquí... probablemente, aunque yo no estaba segura si debía apostar lo mismo por la seguridad que no veía. aún así, no importaba. Mama Lorenzo había puesto una recompensa por mí antes y, considerando lo difícil que yo era de matar, ella tenía el poder de asegurarse de que la gente no dejara de intentarlo hasta que acabaran el trabajo. Pero el hecho seguía siendo que durante esta reunión, Malcolm no se había probado a sí mismo todavía, y eso significaba que aún habría espacio para negociar.

    —No voy a ser su lacaya —dije lentamente, más firmemente de lo que sentía—. Eso no es negociable.

    Malcolm no dijo nada.

    —Dejaré de aceptar contratos de vuestros rivales —ofrecí—. Varga, la gente de Thach, los rusos. Fuentes y XG44. Turner y compañía.

    —Los Grigoryan —dijo Malcolm—. Los cárteles. Y los rusos incluyen a Dolzhikov.

    —Sí —dije—. Vale.

    Los Grigoryan no me contratarían de todos modos y los cárteles sólo de vez en cuando, así que no me esquilaban la espalda. Pero echaría de menos trabajar para Dolzhikov. Además, el acuerdo interrumpiría mi trabajo con todas las familias del crimen más grandes de la ciudad, pero podía vivir con ello: prefería contratos independentes, de todos modos.

    —Aunque ella tiene que dejar de sabotearme. Si yo dejo de trabajar para sus rivales, dejo de oír que otra gente tiene miedo de contratarme.

    —Y el agua queda limpia.

    —Con vuestra ayuda.

    Él asintió fraccionalmente. —Una última cosa. Si intentas cualquier mierda como esa de nuevo en la ciudad de la Madre, hablas con ella primero. O tu nombre va en la otra lista.

    Supuse que decía algo sobre el carácter de Mama Lorenzo, que estaría dispuesta a perdonarme por calmar la empresa criminal de Los Angeles (aunque eso la afectara), pero era una prioridad detener mi tráfico de armas en su ciudad.

    —Entendido —dije.

    —Bien —bajó la escopeta trazando un arco para sujetarla competentemente por el lado—. ¿Qué necesitas?

    —Mama Lorenzo es dueña de Norricom Media —dije—. Fundaron la emisora de radio KHBP. Necesito tiempo en el aire con Reuben McCabe.

    Malcolm parpadeó. Había conseguido sorprenderlo. —¿McCabe? ¿Por qué?

    —Tengo que llegar hasta su audiencia.

    —Los paisanos no van a rendirse sólo porque se lo pidas.

    —No, no porque se lo pida yo.

    Malcolm me estudió. —No hay trato sin los detalles, Russell. ¿Cuál es tu plan?

    —Tengo un amigo que tiene influencia en las milicias —le dije—. Y en algunos de los otros grupos. Si él puede dar un discurso con bastante gente escuchando, se retirarán. Funcionará .

    Asumiendo que Simon esté de acuerdo con ello. Bueno, ya le convencería yo.

    —¿Segura? —preguntó Malcolm.

    —Sí. Estoy segura. ¿Puede Mama Lorenzo conseguirme un tiempo en las ondas?

    —Te conseguirá la reunión. A McCabe no le gusta estar fuertemente armado.

    —He oído que Mama Lorenzo es bastante buena en armarse bien.

    Él hizo una mueca. —Consejo gratis, Russell: si quieres el dinero del almuerzo de alguien, lo amenazas. Si quieres que alguien trabaje contigo, empiezas por pedirlo amablemente.

    —Claro —dije.

    —McCabe tiene poder político. Si le caes mal, la Madre no se meterá.

    —Tú consíguenos la reunión —le dije—. Y ha de ser esta noche. Necesitamos entrar en el aire con él a primera hora en la mañana.

    Era casi medianoche, pero Malcolm no objetó.

    Esto era, después de todo, parte de lo que implicaba hacer un favor.

    —Te acompañaré afuera —me dijo señalando la puerta pequeña delante del garaje—. Atenta a tu teléfono.

    —Gracias —dije.

    Se paró y se volvió hacia mí, con la postura relajada de su formalidad militar. —Espero que tengas éxito. Los rumores del último par de días dicen que hemos estado recibiendo amenazas. Y no de los sospechosos habituales.

    Empecé a unir las piezas entonces, hacer la conexión, pero muy lentamente. Demasiado lentamente.

    —Si nos sacas de ésta podría ser el inicio de un relación laboral con la Madre —continuó Malcolm—. No eres mala, Russell. Sigue en el lado bueno, ¿vale?

    Asentí. Él asintió en respuesta y extendió el brazo. Agarró el pomo de la puerta. Tiró al abrirla. La bala le perforó la cara por el lado derecho con tanta fuerza que apenas lo hizo girar, aunque se llevó la mitad de su cráneo con ella. Su cuerpo perdió su rigidez una fracción de segundo más tarde, como si sólo estuviese poniéndose al corriente sobre el hecho de que estaba muerto.

    Me lancé hacia el lado, lejos de la puerta y de toda posible línea de vista, justo cuando el disparo de un rifle resonó frente a las montañas desde muy muy lejos. La seguridad me había quitado la pistola, pero una pistola no alcanzaría la distancia de un disparo que había llegado desde tan lejos; ni la escopeta de Malcolm, que aún yacía impotente entre sus dedos.

    Tan inmóvil. Era uno de los hombres más eficientemente peligrosos que yo había conocido y ahora su cuerpo yacía arrugado, sus articulaciones en extraños ángulos.

    Alguien gritó. Sonó otro disparo de rifle. Corrí hacia el fondo del garaje. Me colé por la puerta trasera hacia una colina en la parte trasera de la propiedad, una que caía a lo lejos para revelar un valle amarillo que se extendía debajo de mí. Brillaron luces blancas suavemente por la pista de tenis a mi derecha. Giré a la izquierda, hacia la mansión, patinando pendiente abajo para mantener mi ángulo fuera de la vista de larga distancia del francotirador. Más disparos resonaron, alguno cercano. Un hombre gritó. Otro chilló órdenes de alguna clase. Las alarmas de la propiedad bramaron en la noche, sobresaltantes y ensordecedoras. Luces destellaron de pronto desde cada esquina del edificio. Me agaché y maldije mientras las dichosas alarmas amortiguaban los disparos e interferían con los datos que mis sentidos podían convertir en una recreación numérica de la escena que se desarrollaba por encima de mí.

    Aún así, los números habían sacado una conclusión, una horrorosa conclusión inevitable: sólo nos disparaba una persona.

    Un hombre.

    Mi mente había empezado a rebelarse contra lo que yo ya sabía como cierto.

    Irreversible. Incontenible. La mafia americana tenía el poder de la infinita venganza, y nadie sería capaz de contenerlos de la retribución tras un ataque a su mismo corazón.

    Particularmente no de un ataque que asesinaba a uno de sus líderes.

    Si Río quería empezar una guerra de mafias en Los Angeles, Mama Lorenzo era el objetivo perfecto.

    Cárgatela y culpa a otro... quizá hasta a las milicias, o a la policía, o a alguien con quien los Lorenzo no tuvieran una agenda de combate habitual, alguien que no pudieran aplastar hasta el olvido con facilidad.

    Hemos recibido amenazas, había dicho Malcolm. Eso era una disposición.

    La Familia arrasaría Los Angeles para vengar la muerte de Mama Lorenzo.

    Corrí hacia la casa, todo pensamiento cristalizó en la brutal y pequeña esperanza de no llegar hasta ella siendo demasiado tarde.

Capítulo 30

    No sabía dónde era más probable que estuviera Mama Lorenzo: me imaginaba que en su cama o en su estudio y, dado que sabía donde estaba su estudio, fui directa por la parte de atrás.

    Una tropa de seguridad privada salió de la casa con las armas en la mano. Me tiré de panza en el paisaje confiando en que no me hubieran visto. Era imposible que me hubieran permitido entrar y yo tenía que llegar hasta ella (y sin matar a nadie de su propia seguridad por el camino).

    Las tropas corrían entre gritos y fuertes pisadas. Yo permanecí agachada y esprinté hacia la puerta que los había regurgitado.

    Dentro de la propiedad y a la derecha, debe haber una puerta hasta el estudio aquí...

    Entré en el estudio patinando justo hacia los cañones de una docena de rifles de asalto.

    Lanzando las manos al aire, grité: —¡Soy amiga! —y convertí el patinazo en un derrape, tirándome como si fuese una jugadora de béisbol, por si acaso. Pero las tropas de Mama Lorenzo eran lo bastante buenas para que ninguno de ellos disparase.

    Todavía.

    —¡Estoy aquí para ayudar! —les grité desde el suelo.

    La mujer misma se elevó desde atrás de su gran escritorio pulido. Estaba más delgada que la última vez que yo la había visto, con cara sombría, casi demacrada. Me pregunté si sabía ya lo de Malcolm. Yo tenía la sensación de que eran… cercanos.

    —Srta. Russell, ¿qué está ocurriendo? —dijo ella.

    —Tienes un francotirador a ochocientos setenta y seis punto cuatro metros de distancia con una elevación de ocho punto cuatro nueve grados. Está al Sureste, a derrota ciento treinta y uno punto cero tres. Tu gente no va a ser capaz de detenerlo sin algo de ferretería seria, y quizá ni siquiera con eso.

    Casi ciertamente ni siquiera con eso, pero si Río estaba mirando por la telescópica y veía a alguien apostado para devolver el fuego, podría abortar.

    —¡Poneos todos detrás de una cobertura, hacia la parte de atrás de la propiedad!

    Mama Lorenzo asintió vigorosamente y se giró hacia el guardaespaldas junto a su codo. —Es posible que Malcolm pudiera hacer un disparo así. Llevadlo a...

    —Madame Lorenzo —empecé. La había interrumpido sin pensar en ello siquiera. Sus ojos se posaron en mi cara. Yo no sabía cómo contárselo, pero no necesité decir nada, leyó las noticias en mi expresión.

    —Oh —dijo ella, una quietud enmudeció el sonido como si alguien acabara de acuchillarla, y su mano cayó en la superficie del escritorio. Luego dijo, muy tranquilamente—: Torvald, ¿es capaz alguien de hacer ese tipo de disparo?

    Yo podía haberlo hecho, pero no me presenté voluntaria.

    —No lo sé, madame, pero pasaremos el mensaje —respondió Torvald hablando rápido—. Tenemos que llevarla a la habitación del pánico.

    —¿Por dónde se va a eso? —dije. Torvald me lanzó una oscura mirada con su mano en el codo de Mama Lorenzo—. Está intentando que huyáis hacia el frontal de la casa —dije—. Madame Lorenzo sería su verdadero objetivo, pero el tirador tiene tiempo límite. No esperará hasta mañana a que ella salga fuera. Ahora, ¿por dónde se va a la habitación del pánico?

    Torvald señaló. —El cristal de las ventanas delanteras es a prueba de balas.

    —Querrás decir resistente a las balas —dije. No existía eso de a prueba de balas, no si había bastante fuerza—. ¿Y son los muros a prueba de balas? Porque si la ve, sabe exactamente dónde va a estar su siguiente paso incluso estando detrás de una pared. Madame Lorenzo, no los siga.

    —Nadie es tan bueno —dijo Torvald.

    Yo lo era. Río lo era.

    Mama Lorenzo se giró hacia mí. —Srta Russell. ¿Qué sugiere usted?

    —Madam —empezó Torvald, pero en ese momento una de las grandes ventanas delanteras de la casa se vino abajo en un magnífico estallido.

    —Atrás —dije—. Sólo hay un tirador y está casi a un kilómetro de distancia. Salid por detrás y alejaos de aquí.

    —Madame, no sabemos si hay sólo uno —probó Torvald, pero Mama Lorenzo lo ignoró. Ya había sacado su pequeño .32 cromado del escritorio. Lo metió en un bolso y caminó entre las tropas hacia mí, quitándose sus stilettos.

    —Que alguien me dé sus botas. Hombres de 39.

    Un par hombres empezó a agacharse y, para cuando Mama Lorenzo llegó a mi lado, unas manos le estaban ofreciendo un par de botas de combate.

    —Que alguien me dé un arma —la imité y Torvald miró hacia Mama Lorenzo antes de indicar al tipo, ahora sin botas, que me pasara su PS90. Me pasé la cinta al hombro y comprobé la recámara.

    —Vamos —dije.

    —Pasad la información que tenemos del francotirador —le dijo Torvald al Sin Botas, y luego el resto de fuerzas de seguridad se agrupó a nuestro alrededor creando un escudo humano para Mama Lorenzo, cubriendo por delante y por detrás, mientras salíamos deprisa por la puerta de atrás.

    Puede que Torvald fuese idiota en ciertos sentidos, pero era decente en su trabajo. La caída hacia el Noroeste de la casa era casi vertical, de modo que la bordeamos por el Este antes de correr pendiente abajo en ángulo. El tiroteo y las luces se desvanecían detrás de nosotros. Bajamos hasta una quebrada y caminamos por el fondo de ésta. Mama Lorenzo llevaba una funda de alta costura por vestido, (yo no creía haberla visto nunca en pantalones), pero nos seguía sin problemas. Una borrosa prisa a través de la oscuridad más tarde, el tipo en cabeza nos detuvo con un puño alzado. Nos gesticuló para indicar hacia arriba, hacia una casa y al distante zumbido de los coches pasando. Torvald hizo algunas señales manuales más y tres de nuestra escolta rompieron filas para escalar la pendiente y explorar más adelante. Mientras esperábamos, Torvald se quitó su propio chaleco y casco y ayudó a Mama Lorenzo a ponérselos.

    —¿Crees que este tirador será capaz de rodear la vaguada y cortarnos la retirada? —me preguntó en voz baja.

    Me sobresalté cuando entendí que me estaba hablando a mí. —Si descubre por dónde nos fuimos, sí, tendría tiempo de hacer eso —le dije tras calcular de cabeza la velocidad terrrestre de Río—. Y apuesto a que es bastante bueno, pero si baja hasta la casa primero, o rodea por el Oeste…

    Río era bueno, pero no era omnisciente. Era imposible que, desde la posición del nido de tiro, supiera mágicamente por dónde habíamos ido, ¿o quizá era posible?

    Me pregunté si él sabía que yo estaba en la propiedad. Probablemente no. Yo había esperado a Malcolm durante cuarenta minutos al menos, después de llegar, y si Río hubiera estado colocado con antelación, ¿no habría disparado a Malcolm cuando cruzaba el abierto antes de nuestra reunión? Y después de eso yo había permanecido bien fuera de la vista por acto reflejo. Probablemente debería haberme mostrado.

    Mierda.

    Tampoco es que Río fuese a dispararme, del mismo modo que yo no estaría dispuesta a tomar la posición de su escondite a punta de rifle. Y sabiendo que me estaba moviendo por ahí en su zona de objetivos podría haberle hecho un poquito más lento con el gatillo. La inmóvil silueta sin rostro de Malcolm danzó por mi vision de nuevo. Río lo había escogido primero a propósito. Habría conseguido inteligencia para saber que Malcolm era uno de los francotiradores expertos de los Lorenzo, quizá su único tirador experto. Y probablemente había sabido lo mucho que significaba para Mama Lorenzo también, lo que implicaba que, aunque no hubiera clavado a la mujer misma, aún así había cumplido su objetivo aquí: incitar la venganza.

    —Siento lo de Malcolm —le dije a Mama Lorenzo.

    Ella asintió. Luego, un momento más tarde, añadió tranquilamente. —Era mi hermano.

    Oh. Mierda.

    —Nunca… él nunca… —Por supuesto, ¿por qué iban a decirlo? Pero Malcolm nunca se había dirigido a ella como nada diferente a la líder de su Familia. Recordé entonces que Mama Lorenzo se había casado. Y cómo me había usado para imponer lealtad en sus hombres hacía algunos años. Tal vez la política interna de su familia era tan complicada como la externa.

    —La gente que lo hizo lo pagará —dijo Mama Lorenzo. Lo dijo simplemente, factualmente. Sus ojos estaban secos.

    Me pregunté si Río se había enterado de esa conexión personal. Quizá imaginabs que Malcolm era tan buen objetivo como Mama Lorenzo, dado lo mucho que espolearía el vigilantismo sangriento.

    —Madame Lorenzo —probé—. Tengo que advertirla. Quienquiera que crea que hizo esto... a quienquiera que, um, apunten las pruebas o quienquiera que reclame la responsabilidad, le garantizo que es el objetivo incorrecto. Va a ser un cabeza de turco.

    Sus ojos se clavaron en mí, era la mirada de un halcón en la oscuridad. —¿Cómo lo sabría usted?

    —Por favor —le dije— no vaya a por alguien sólo porque… —Un pensamiento aún más horrible me golpeó. Mama Lorenzo guardaba siempre las apariencias... ella era del tipo que llegaba hasta el final para aplastar a alguien aunque supiese que era inocente, sólo para mantener la apariencia de fuerza. Río no podía haber escogido una mejor organización criminal para su esquema.

    —Deme un día —le dije—. Deme un día antes de tomar cualquier acción. Antes de que salga a, um, por justicia —yo podría alcanzar a Río en ese tiempo, eso esperaba, y hacerle recoger todo rastro y evidencia que habría dejado para provocar el siguiente disparo de los Lorenzo.

    —¿Y cuál es su interés en esto?

    —Estoy intentado detener el, um, lo que hay en el agua —dije torpemente, recurriendo a las suposiciones de McCabe de nuevo—. Esto es más grande de lo que se sabe. Por eso estaba hablando con Malcolm. Habíamos resuelto un trato. Necesito entrar en el aire con Reuben McCabe hoy, y necesito que usted retenga la venganza por... por su gente. Puedo detener esto. Por favor.

    Antes de ella pudiera responder, un movimiento alcanzó nuestros oídos desde la cima del cerro, y uno de los tipos de Torvald nos avisó con la mano para subir la pendiente. El camino hasta arriba era más una escalada que una excursión, y un par de guardas ayudó a su jefa a mantener el equilibrio mientras escalábamos la pendiente. Me deslicé delante de ellos cuando alcanzamos la cima, solo en caso de que Río estuviese observando a través de la teléscopica desde algún lugar cercano.

    Pero la noche estaba en silencio.

    Un SUV y un sedán ronronearon en el camimo frente a una casa con los motores ya en marcha. Yo no tenía ni idea si eran comprados, extorsionados o robados, pero no había rastro de la familia que vivía allí. Aunque estaba segura de que los residentes de la casa estaban todos bien físicamente. Mama Lorenzo no tendía a condonar a su gente por hostigar espectadores.

    Usualmente.

    Mama Lorenzo y yo nos apilamos dentro del SUV junto a sus hombres, que la hicieron agacharse en el suelo mientras la cubrían. Torvald había ocupado el asiento del conductor. Nos llevó por el inclinado camino frente a la casa a buen ritmo.

    —¿Adónde, madame?

    —¿Tiene algún lugar seguro? —le pregunté.

    Los ojos de Mama Lorenzo se alzaron hacia mí. —Creo que ha solicitado usted una reunión —ella levantó la voz—. Aségurate de que no nos siguen y luego conduce hasta la emisora de radio KHBP. Mientras tanto, Srta. Russell, me gustaría una completa cuenta de la situación exacta que nos ha llevado aquí.

    De acuerdo. Mierda..

    Torvald asintió a la orden y giró a la derecha, llevándonos hacia el tráfico de madrugada a exactamente el límite de velocidad.

    Yo tragué. Si no le contaba todo a Mama Lorenzo, podría negarse a ayudarme, pero si me culpaba por lo de Malcolm…

    Mentir descaradamente a la jefa de La Familia de Los Angeles no era una actividad con mucha longevidad. Y más considerando que las mentiras elaboradas no estaban en mi conjunto de habilidades. Pero aunque la muerte de Malcolm pudiera enemistarme con Mama Lorenzo si yo acababa en lado equivocado del asunto a sus ojos, el ataque de Río también me había espoleado a la urgencia. Podría ser que lo único que yo necesitaba hacer era convencer a Mama Lorenzo de que la ayudaría a hacer justicia por su hermano, aunque aquello no podía estar más lejos de la verdad, considerando que las personas responsables de aquello eran Río y, bueno, yo misma.

    ¿Y ahora tenía que fingir poner empeño en vengar a Malcolm sólo para conseguir lo que quería? Quizá era porque él me había caído bien, pero esa idea me hacía sentir más mierdecilla que cualquier otra cosa que hubiera hecho esa noche. Aunque, como le había dicho a Inspector antes, ¿qué otra cosa podía hacer?

    —Le daré todo lo que pueda —le dije a Mama Lorenzo, odiándome a mí misma—. Yo, um. le debo discreción a ciertas personas, pero estoy intentando detener a la misma gente que mató a Malcolm.

    Hasta ahí, al menos, era precisamente cierto.

Capítulo 31

    Envié a Arthur un texto para que se reuniera con nosotros en la estación de radio, junto con una completa actualización que incluía el ataque y qué partes de la situación yo había divulgado. Y luego, allí en el SUV, con aún gotas de sangre de Malcolm en la ropa y Mama Lorenzo acurrucada entre los asientos tramando venganza, por fin recibí una llamada de Río.

    Me giré lo más alejada que me atreví y me aseguré de que el volumen estaba al mímimo. Afortunadamente, podía medir ondas sonoras de modo bastante preciso para deducir que el ruido de la carretera taparía la parte de la conversación de Río.

    —Hola.

    —Cas —dijo Río con su tono perfectamente ordinario—. Me disculpo por no atender tus últimas llamadas. Estaba en las Colinas.

    Matando a Malcolm.

    —Lo sé.

    —Ah. Así que lo has oído.

    Se podría decir que sí.

    —Tus amigos me acaban de informar de tu decisión de desmantelar tu plan aquí —continuó Río. —¿Hablan sinceramente?

    —Sí —miré por la ventana del SUV hacia el oscuro escenario que pasaba a gran velocidad.

    —Bien. Sabía que regresarías al camino del Señor, Cas —dijo Río.

    Quise maldecirle, pero Mama Lorenzo preguntaría. —Llevará algunos días, logísticamente —dije con forzada calma. —¿Vas a …?

    —Interrumpiré mis restantes actividades esta noche. Lamento que la situación haya llegado a esto.

    Ya, yo también.

    —Aparta lo que sea que… todo lo que... has estado dejando —dije. Toda prueba, toda pista falsa que hiciera que la gente saltara hacia las gargantas de los demás y empeorara la violencia consiguiente más de lo que ya estaba—. Esto termina aquí.

    —Si tengo tu promesa, considéralo hecho. Aunque eso también llevará algún tiempo.

    —¿Cuánto tiempo?

    —Un día. Tal vez dos. Estará hecho tan rápido como sea posible —No se estaba disculpando.

    Probablemente porque no lo sentía. Con suerte yo podría sujetar a Mama Lorenzo hasta entonces. A ella y a las milicias y a todos los demás que Río había incitado esa noche.

    —Una cosa más —dije—. Necesito a Simon o… —Tenía la excusa preparada, de lo contrario Río habría sospechado mi verdadera intención.

    Pero la mentira se me atascó en la garganta, demasiado cerca de la verdad para que fuese cómoda. Un susurro patinó por mi cabeza... ¿los primeros ecos de Valarmathi regresando? ¿Mi propia paranoia?

    —Necesito a Simon o no lo conseguiré... um, no podré acabar la logística —me hice decir.

    —Entendido —respondió Río—. ¿Dónde te encontraremos?

    Miré a los lados hacia las otras siluetas en el coche. Estaba segura de que todos escuchaban con atención. —El mismo lugar donde me encontraste cuando llegaste a la ciudad. Tan pronto como puedas, estaré allí dentro de un par de horas.

    —Luego nos vemos —dijo Río.

    —Bien —colgué.

    —¿Desarrollos? —preguntó Mama Lorenzo.

    —Sí —busqué algo que contarle—. Era, um, alguien que me ha estado ayudando a terminar con esto.

    —Un nombre que sientes que no puedes divulgar —su desaprobación fue severa.

    —Lo siento —dije un poco desesperada—. Ya sabe que si he prometido no revelar su parte en nada...

    Ella alzó una mano. —No es necesario que se explique de nuevo. He decidido aceptar sus justificaciones. Por ahora.

    Dios, esto va ser mi soga.

    Arthur estaba esperando en las sombras fuera de la estación de radio. Recibió a Mama Lorenzo deferentemente y ella respondió con igual respeto. Se me ocurrió que era preocupante que esa fuera la segunda vez que ella lo había visto trabajando de cerca conmigo: si esto salía mal y ella quería arrasar el pedazo de Tierra de la casa particular de Cas Russell…

    O como te llames.

    Uno de los hombres de Mama Lorenzo había estado haciendo llamadas desde el coche y una conserje nocturno ya estaba a la espera para dejarnos pasar. Habían despertado a McCabe en su casa y estaba de camino.

    —¿Están abiertas las instalaciones del cuarto de baño? —preguntó Mama Lorenzo a la conserje, que buscó entre sus llaves y guió el camino hasta un pasillo detrás del oscuro vestíbulo.

    Mama Lorenzo la siguió con la escolta armada vigilando.

    —Apartémonos de las ventanas —le dije a Arthur con un gesto hacia la pared delantera de cristal del vestíbulo.

    Guié el camino hasta una puerta del fondo. Arthur echó un vistazo a Mama Lorenzo y a sus hombres antes de inclinarse cerca de mí mientras me seguía deprisa.

    —Lo ha cancelado, ¿verdad?

    —Sí. Pero… —Río lo había cancelado, pero yo no sabía todas las ramificaciones que había hecho. El programa de McCabe no se quedaba al margen precisamente: cabía la posibilidad de que alguien atacara aquel lugar.

    Joder, menudo lío.

    Encendimos las luces de atrás y encontramos una salita de conferencias en la que esperar. Me encogí en una silla de oficina con el PS90 cruzado en el regazo.

    —Probablemente debería hacer que hablaras tú con McCabe a solas y quedarne fuera de esto —le dije a Arthur. Ya la había jodido bastante esa noche. Navegar por otra negociación y luego lo siguiente con Simon, con mi cordura lista para decaer de nuevo en cualquier momento…— Tampoco es que las reuniones civilizadas sean mi fuerte. Si intento darle un puñerazo a alguien, detenme.

    —¿Es que tienes que recordármelo? —dijo Arthur oscuramente.

    Bufé. —Ya, vale, Sr. Diplomacia. Ya conseguiste que McCabe despotricara contra la calaña anti-IA después de lo Arkacite. Sólo tienes que hacer lo mismo.

    —No fui yo —Arthur dijo con determinación—. Fue Mama Lorenzo. Yo nunca llegué a hablar con el hombre. McCabe y yo en la misma habitación es la receta para una pelea.

    Él seguía de pie y su postura era tensa, aunque yo había asumido que sólo era por todo el follón, por su culpabilidad y por mí y por Río y por Katrina.

    Le envié un texto a Inspector para preguntar por Katrina. Para mi alivio, ella seguía estable en el hospital.

    —No me digas que la única persona que necesitamos aquí es la única persona de LA con la que estás engrescado —le dije.

    Arthur gruñó. —Lo necesitamos. No soy un niño.

    Voces en el pasillo. Arthur sacó su Glock y se echó hacia un lado. Yo medio levanté la PS90 por si acaso, pero ya reconocía el barullo tumultuoso del principal orador.

    —Aquí entra —avisé.

    Se abrió la puerta y uno de los tipos de la seguridad privada de Mama Lorenzo entró a medias.

    —Identifícate —me dijo apuntando con el arma.

    —Estamos con Madame Lorenzo —le dije—. Y, uh, con sus tipos: Torvald y compañía. Ella está en el baño. Vendrá aquí en un minuto.

    Hubo pasos breves en el pasillo como si alguien hubiese ido a verificarlo.

    Torvald debe de haber enviado a su propia gente para recibir a McCabe, en vez de a hombres de la Familia.

    Inteligente: si Río había estado siguiendo a los demás Lorenzo, esto no le habría sido revelado, y tras el ataque a la propiedad, mantendría al mínimo los rumores internos con los que Mama Lorenzo tendría que lidiar.

    Alguien avisó con un "Está bien", el tipo en cabeza asintió y empujó la puerta del todo bajando el arma. Arthur y yo hicimos lo mismo.

    Otro grupo de tropas entró con McCabe en medio. Era un tipo grande de cara rojiza claramente acostumbrado a usar su tamaño para intimidar a la gente. Afortunadamente, ninguno de los presentes de esa noche se intimidaba fácilmente.

    —Ey, whoa —dijo él de inmediato alzando las manos cuando vio nuestras armas. Miró de reojo a uno de sus escoltas—. ¿No me dijiste que estaban de nuestro lado?

    —Pensé que usted estaba a favor de la tenencia de armas para los ciudadanos —masculló Arthur enfundando su Glock.

    —Mientras sean del tipo correcto de ciudadanos, hombre mío —dijo McCabe con una jovial sonrisa todo dientes—. Si defiendes América, yo no tengo queja. Ey, ¿no es estupendo este país? Los dueños de la emisora me dicen emergencia y aquí estoy. Ese es el poder del capitalismo.

    Yo prefería el poder de las armas de fuego.

    —Bueno, sé de la llegada de Gabby Lorenzo —continuó.

    El hombre al parecer no podía soportar no oírse hablar más que unos pocos segundos. —No tengo negocios con todos sus asuntos, obviamente, pero ella tiene dinero y el dinero habla. Y voy a admitirlo, es una mujer con cierto coraje y lo respeto. yo respeto el coraje.

    Jesús, aquel tipo era un idiota.

    Por no mencionar que no quería saber lo que pasaría si Gabrielle Lorenzo le oía llamarla Gabby.

    —Pero, usted —McCabe entró en el espacio personal de Arthur, meneando un dedo en su cara—... Usted me resulta familiar. ¿Nos conocemos? Le estaré confundiendo con otro —dio una carcajada como si aquello fuese un chiste y le palmeó la espalda a Arthur como si quisiera derribarlo.

    —Nos conocemos —dijo Arthur—. Nos hemos visto varias veces. Un par de décadas atrás. Yo trabajaba con Elinor Hershfeld y Diego Rosales.

    McCabe retiró la mano del hombro de Arthur como si estuviera ardiendo. Se le contorsionó la cara casi cómicamente. Arthur le aguantó la mirada y, muy deliberadamente, se pasó la mano para limpiarse el hombro de la chaqueta donde McCabe lo había tocado.

    Afortunadamente, en ese momento llegó Mama Lorenzo y su pelotón, y todos se movieron y fueron a sentarse, mientras McCabe se esforzaba en saludar a Mama Lorenzo con un gran discurso sobre lo estupendo que era verla de nuevo. No dejaba de llamarla Sra. Lorenzo, cosa que yo nunca había oído hacer a nadie. Me pregunté si era un insulto deliberado o si el tipo sólo era así de ignorante.

    Llevé aparte a Arthur durante el caos momentáneo. —Sabes cómo empezar esto con buen pie, ¿verdad? —le dije en voz baja—. ¿De qué iba todo eso?

    —Neanderthal —murmuró Arthur—. Tiene que morir o avanzar con los tiempos.

    Genial.

    Arthur sacando una venganza secreta en esta reunión ya era lo que me faltaba.

    —Se supone que eres el que lleva bien las charlas —le dije tensa—. Ya sabes lo que nos jugamos aquí. ¿Vas a jodernos a todos?

    Él hizo un sonido que pareció demasiado falto de compromiso para mi gusto, y seguimos a todos los demás para sentarnos a la mesa. La seguridad de Mama Lorenzo quedó mayormente detrás y alrededor de la mesa, con la alerta puesta en nuestro ridículo rendezvous de medianoche.

    —Bueno —dijo McCabe—. He oído que esto es algún tipo de crisis. Necesitan a la Nación McCabe a su lado. Necesitaré saberlo todo, por supuesto, para que podamos comprobrar datos con hechos...

    Arthur hizo un ruidito con su garganta que yo esperé que McCabe no hubiera oído. —Pero está bien, han venido al lugar adecuado. Tengo verdaderos patriotas en las ondas y decenas de millones de oyentes por este gran país. Más que todos los otros programas juntos en la misma franja horaria, como seguro que ya saben.

    —Uh, claro —comenté al encontrar un hueco en su monologuo—. Por eso acudimos a usted. Y por, uh, la mierda de conspiración de la que ha estado hablando —intenté moderar mi redacción—. Um, la gente que actúa contra su propio interés y esas cosas. Nosotros sabemos lo que lo está causando y podemos detenerlo.

    McCabe apoyó la espalda en su silla. —Oh, ¿en serio?

    Pensé durante un momento que nos iba a permitir responder, pero luego empezó de nuevo. —Porque dejen que les diga que he tenido investigadores ahí fuera...

    —Ya, claro —le corté sonoramente—, pero en cuanto lo paremos, tus camaradas de la milicia y la mitad de los jefes del crimen organizado de Los Angeles van a empezar a matarse unos a otros. Necesitamos un bloque en tu programa para decirles que no lo hagan. Y lo necesitamos ahora. Cuando salgas en antena mañana.

    McCabe dio una risotada.

    Ninguno de los presentes se movió. Sus carcajadas murieron algunos segundos después. Puede que el tipo no nos conociera bien a mí ni a Arthur, pero Mama Lorenzo allí mirándote glacialmente bastaba para que cualquiera dejara de reír, incluso para alguien tan extrañamente desconsiderado con ella como parecía ser McCabe.

    —Oh, vamos, vamos —dijo él—. ¿Tengo aquí a una dama de cuestionable ética en los negocios; no lo tome a mal, Sra. Lorenzo; y a un activista liberal de corazón —Movió una mano hacia Arthur, la palabra liberal devino una burla— que vienen a sentarse conmigo y a decirme que pueden arreglarlo todo? Eso no es probable. ¿De dónde han sacado ese conocimiento tan especial? ¿Y por qué debería yo concederles mi tiempo en el aire? El cual, como saben, es un lujo muy valioso. ¿Por algún tipo de súplica sentimental de buena voluntad? Los verdaderos americanos son paisanos furiosos y están enfadados con razón, porque...

    —Bueno, Madame Lorenzo es dueña de la compañía que financia tu estación de radio —le dije con creciente fastidio—. Ahí queda eso.

    —¿Crees que ella va a censurarme? La Nación McCabe no lo permitirá. Les contaré a todos...

    —Whoa, ey —dijo Arthur con su calma sedante a plena potencia de nuevo.

    Me hundí en la silla de alivio.

    Gracias al Cielo.

    —Nadie lo está censurando —continuó Arthur—. Le estamos dando una exclusiva, eso es lo que estamos haciendo. En cuanto a por qué un viejo pink floyd liberal como yo querría darle esta noticia, bueno, no quiero. No me gusta, Sr. McCabe. Pero queremos lo mismo por una vez, y su audiencia es la gente a la que tenemos que llegar para detener todo el desastre cuando esto se venga abajo.

    McCabe se aclaró la garganta exageradamente. —Un liberal honesto. Aquí tenemos un oxímoron.

    —No tiene usted nada que perder —continuó Arthur antes de que McCabe pudiera empezar a hablar de nuevo—. Lo peor que puede pasar es que la libertad de expresión de otras personas en su programa le peguen algunos piojos, pero aún así, usted puede señalar que da justa audiciencia al otro bando según el derecho de la Primera Enmienda. Así que gana de todos modos. Y en el mejor caso, esto es una exclusiva para usted: el líder de la gente americana que lo resuelve todo. Créame, si yo pudiera llevar esto a cualquier otro, lo haría, pero usted es el único que tiene el verdadero poder aquí. Aunque yo tenga que admitirlo.

    Dios bendiga a Arthur.

    Realmente era bueno en estas cosas. Supuse que ayudaba que todo aquello fuese en realidad cierto. McCabe era el único. Me pregunté lo que eso significaba para el resto de nuestras cadenas de noticias, o para nuestras opiniones sobre McCabe, si se pensaba en ello.

    McCabe se reclinó en la silla y puso sus manos sobre el regazo. —De acuerdo. Estoy escuchando. Sin garantías.

    Arthur contó una historia similar a la que yo le había contado a Mama Lorenzo, una sobre una repentina influencia y un lenguaje codificado, que aseguramos a McCabe que su audiencia entendería.

    —Va a dejarlo todo como estaba desde el principio —dijo Arthur—. Luego lo arreglamos todo y usted consigue informar sobre la exclusiva entera.

    —Puedo darle una muestra de la tecnología, una vez que lo retiremos todo —dije, añadiendo—. Um, a ambos —cuando Mama Lorenzo volvió su mirada de combustión hacia mí.

    Tenía que darles una versión matemáticamente incorrecta de uno de los Dispositivos Signet, uno que no pudiera volver a funcionar de nuevo. McCabe informaría de la verdad, de acuerdo, pero probablemente nadie lo creería, y de todas formas tendríamos que descubrir un modo de convencer a Mama Lorenzo de que ya habíamos llevado al asesino de Malcolm a la justicia. Todos comentarían sobre la extraña caída y resurgimiento del crimen como un suceso aleatorio. McCabe sería un héroe, uno que permanecería anónimo, excepto en la cámara de eco de sus seguidores, incluso después de haber salvado Los Angeles. El status quo continuaría. Todo volvería a la normalidad.

    Salvo para Malcolm. Y Katrina. Y Miguel y sus chicos. Y para toda la gente que había muerto o descarrilado sus vidas debido a aquello.

    Y para mí. No estaba segura de quién iba a ser yo al día siguiente.

    Intenté no pensar en ello.

    Arthur delineó el plan. McCabe objetó partes del mismo. Arthur reafirmó esas partes con palabras diferentes hasta que McCabe estuvo de acuerdo. Era impresionante: no intentaba decirle a McCabe que eran amigos, ni siquiera trataba de ocultar su antipatía por los puntos de vista de McCabe. Él solo… reconocía el poder del otro hombre, y yo lo oía articular y discutir donde yo habría intentado covencerlo gritando. Y nos consiguió exactamente lo que habíamos ido a buscar.

    —Puede pensar que odio a la gente como usted, Sr. Tresting —dijo McCabe mientras se levantaban—. No es así. Pero amo a mi país, y he de hacer lo que es mejor para él.

    —Sí —dijo Arthur—. Yo también.

    —Tenga a su hombre aquí a las siete —dijo McCabe—. Quiero entrevistarlo. Salimos en directo a las ocho de la mañana, las once en la Costa Este.

    Arthur me miró. —Lo traeré aquí —le dije.

    Y lo haría. Costara lo que costara.

Capítulo 32

    Tenía que darme prisa. Río probablemente me estaba esperando con Simon, de modo que, cuanto antes tuviera eso resuelto, antes podría Río rededicarse a tumbar las piezas de la inmolante tensión en la que había sumergido LA.

    En la que nosotros habíamos sumergido LA.

    En de vez de eso, conduje por la costa. El océano de noche es algo hermoso. Aparqué a un lado de la autopista y salté la barandilla para sentarme en el montículo rocoso que oteaba la playa. Las olas caían en la oscuridad con reconfortante periodicidad trocoidal, la profundidad y la longitud de onda y pauta de choque delineaban el contorno del fondo oceánico. El agua líquida giraba en círculos interminables cuando la energía de las ondas pulsaba a través de ella, alargándose en tangentes hiperbólicas antes de romper sobre la orilla como si nunca hubieran existido.

    Me quedé sentada y observé los números enrollarse, entrar y salir con el fino salpicar humedeciendo mi cara. Por primera vez en mi vida quise llamar a alguien sólo para charlar.

    Pero no podía. Arthur se había quedado en la estación de radio para vigilar a McCabe y a Mama Lorenzo, y aunque podía leer cómo su propia culpabilidad lo había enfangado desde que todo aquello se había ido al traste, él me habría escuchado, aunque yo dudaba de que quisiera hacerlo en ese momento. Inspector se oponía totalmente a lo que yo estaba haciendo. Y Pilar… yo no estaba segura de querer saber cuánto había fastidiado mi relación con Pilar.

    Eso dejaba a Río, que no sólo tampoco aprobaba lo que yo estaba haciendo (en el más violento de los sentidos), sino que era la única persona en mi vida completamente carente de empatía.

    A la porra.

    Quizá fuera eso lo que necesitaba en ese momento. Saqué el teléfono. —Hola, Cas —me saludó Río—. ¿Estás de camino?

    Estaba muy enfada con él.

    —¿Cas? ¿Estás bien?

    —Estoy teniendo problemas… —dije. Tragué.

    No quiero morir.

    Río esperó.

    —¿Cómo era ella? —le pregunté—. ¿Valarmathi? —Río lo consideró durante un tiempo tan largo que pensé que no iba responder, pensé que iba a decirme que yo no podía saberlo.

    —Muy diferente a ti —me dijo finalmente.

    —¿Cómo?

    —Cas —dijo Río—, lo siento. no estoy seguro de ser el adecuado para responder estas preguntas.

    —Por favor, cuéntame algo.

    —Le gustaban los libros —dijo Río—, y los animales. La poesía. Elaboradas tramas que se me ha dado a entender que eran bromas prácticas. Encontraba el humor a su alrededor, parte de él optimista, parte cruel. Era una mujer de gran convicción. Hablaba con pasión y reía con frecuencia sorprendente. También era competitiva, y persistente... rasgos que tú compartes.

    Los únicos, por lo que sonaba. Río no necesita preocuparse por mi cabeza, su listado estaba tan fuera de mi realidad que no chispeaba ninguna nueva conexión con mi olvidado pasado.

    —Soy realmente una persona diferente, ¿no? —le dije.

    —Sólo Dios puede responder eso, Cas —respondió Río—. No sé si compartís un alma.

    De acuerdo.

    —No recuerdo gran cosa de ella —le dije—. Recuerdo… lo mucho que luchaba. Lo mucho que no quería marcharse.

    De pie junto a la ventana, apoyando una mano en el cristal empapado de lluvia mientras las gotas me arrastraban.

    —No creo que vaya a ser de ese modo esta vez, Cas —dijo Río.

    —Pero no lo sabes, ¿verdad? Contemplé el mar negro e interminable—. Si él me encuentra demasiado… dañada, simplemente me ... reiniciará de nuevo, ¿verdad? Limpiará sus errores.

    Igual que yo intentaba deshacer lo que yo había tramado sobre Los Angeles. Botón de reinicio. Prueba de nuevo.

    Yo no quería ser reinciada.

    —Eso es peligroso —dijo Río—, pero no creo que sea un peligro probable.

    —¿Serías capaz de saberlo? —le pregunté.

    —Bajo algunas circunstancias, probablemente.

    —Si empiezo a volverme... diferente… —me detuve.

    —¿Sí, Cas?

    —Quiero que lo termines —dije bruscamente—. ¿Lo harás?

    —¿Quieres decir matarte?

    —Sí —dije.

    El teléfono quedó en silencio. Esperé.

    —Creo que puedo prometerte eso —respondió Río por fin.

    Algo de la tensión dentro de mí se relajó. Tal vez fuese simplemente la noción de tener algún control, alguna vía.

    —Voy para allá —dije, y le di la espalda a las ondas rampantes.

***

    Llegué al apartamento donde habíamos hecho los dispositivos para teléfono. Y todo se fue directo al infierno.

    Río y Simon se levantaron cuando entré. Y Simon, siendo la persona inteligente que era, echo un vistazo a mi cara y exclamó: —¡No, Cassandra, yo no voy a hacer eso!

    Río miró entre nosortos, en medio segundo descubrió todo mi plan y echó mano al arma. Me lancé sobre Simon y le plaqué. Un disparo golpeó sobre nuestras cabezas. Río intentó ajustar su puntería, pero yo ya estaba de camino. Mantuve mi cuerpo colineal con el de Simon y salté como un cohete hacia la mano del arma de Río. Río intentó bloquearme y girar.

    Él fue muy muy rápido, pero no más rápido que la extrapolación matemática. Me moví hacia donde él iba a estar y apliqué la fuerza requerida para retorcerle el arma de los dedos, o rompérselos si él no la soltaba.

    No la soltó.

    Yo sí, una fracción de segundo antes de romperle la muñeca. Di un traspié. Mi respiración iba acelerada. Levanté las manos, tratando de negar el temblor en ellas. —¿Qué demonios te pasa, Río?

    En vez de aprovechar la ventaja, se había detenido en mitad del paso, aún con el arma apuntada vagamente hacia Simon detrás de mí.

    Apareció un ligero fruncimiento entre sus ojos. —¿Cas?

    Yo no podía hacer daño a Río. De igual modo que no podía hacer daño serio a Simon.

    Exactamente del mismo modo.

    —¿Lo sabías? —le pregunté. Mi voz temblaba.

    —No, Cas —respondió Río—. Yo… no lo sabía.

    —Tú hiciste esto —dije, mi voz se elevó para acusar al hombre detrás de mí—. O lo estás haciendo ahora mismo —Honestamente no podía saber cuál, pero dado que lo último no tenía mucho sentido.. Río no parecía saber qué acción tomar.

    Permanecí de pie delante de Simon. La tensión en la habitación se equilibraba en la punta de un alfiler.

    —¿Qué? —le chille a Río—. ¿No quieres pelear conmigo porque... no sería justo? —Ni siquiera sabía lo que estaba diciendo—. Ven a por mí. ¡Ven a por mí!

    —Cassandra, no —jadeó Simon. Le di una coz sin mirar y sin salir del camino de Río.

    —Me siento inseguro sobre el modo adecuado de proceder —admitió Río.

    —¿Qué más me has hecho? —grité a Simon sin darme la vuelta—. ¿Qué más?

    Simon tosió miserablemente y no respondió.

    —Venga, Río —yo parecía no poder detenerme—. Pégame. ¡Dispárame! Seré capaz de defenderme entonces, ¿no? Algún control habré de tener.

    —No voy a dispararte, Cas.

    —¡Prueba!

    Río bajó el arma. —No.

    Quise acercarme y levantarle el arma de nuevo, justo hacia mí, y obligarlo a apretar el gatillo. Quise arrancarle el arma de las manos y darle la vuelta hacia él. Quise cierto poder sobre mi propia maldita mente.

    —Voy a usarlo para arreglar Los Angeles —le dije—. Voy a convencerlo. Eso viola todos los principios éticos que defiendes.

    —Sí —respondió Río.

    Nos contemplamos uno al otro.

    —No lo haré —jadeó Simon detrás de mí—. No lo…

    —Cierra el pico —le dije.

    Río habló con Simon, aunque aún me estaba mirando a mí. —Si haces esto, creo que te mataré.

    Demonios, si al parecer él creía que iba a matar a Simon ante la misma sugerencia, yo podría convencerlo de quebrar su posición moral. Esto no animaba a Simon a que aceptara ayudarme.

    Aún después de fantasear tantas veces con su muerte, estaba dispuesta a salvarle la vida. —Simon —le dije—. Levántate y ve hacia la puerta.

    Él dudó y eso me puso furiosa. Si me conocía, debería saber de mi pericia. Puesto que conocía mi pericia, tanto si dudaba porque no podía usar su cerebro para entenderla o simplemente porque no podía asumir ser eficiente bajo presión, yo no tenía paciencia para ninguna de esas opciones.

    Por fin se levantó y caminó hacia el frontal del apartamento. Yo rotaba manteniendo la línea con el sonido de sus pisadas, permaneciendo entre él y Río.

    —Cas —dijo Río—. No hagas esto.

    —Si quieres detenerme —dije—, vas a tener que detenerme.

    Retrocedí sin dejar de encarar a Río hasta casi chocar con Simon, y luego lo saqué del apartamento detrás de mí sin girarme siquiera.

    Río no trató de seguirnos.

Capítulo 33

    Simon se tomó un descanso en cuanto salimos fuera, pero lo agarré por el abrigo y tiré de él hasta meterlo dentro de mi coche robado. Echó mano hacia el mango de la puerta, pero yo arranqué demasiado rápido y nos alejamos deprisa, huyendo de Río, circulando en zigzag, más allá de toda probabilidad de que pudiera rastrearnos.

    —No voy a hacerlo —dijo Simon estridentemente. Se había envuelto con los brazos en el asiento del pasajero.

    Lo ignoré.

    Conduje hasta el desierto, donde nadie nos viera, donde él no pudiera escapar de mí aunque huyera, y salí de la carretera hacia las rocas y el polvo y los arbustos antes de parar el coche.

    Simon se encogió, derrotado, y no salió del coche. —No intentes convencerme —dijo él—. No voy a hacerlo. Esto es lo único que prometí que no haría y no lo haré. Nunca.

    Yo sólo tenía una cosa con la que regatear, pero incluso aquí, al final, sin otra opción... que Dios me ayudara si no iba a intentarlo todo primero.

    —¿Sabes lo que hemos estado haciendo en LA? —dije sin mirarle.

    —Lo he adivinado... todo.

    Adivinado y una mierda.

    —Acoplamiento cerebral —dije—. Tecnología que saca a la gente del pensamiento de grupo. Pero necesitamos desmantelarlo. El problema es que estamos al borde de una guerra de bandas.

    Por una vez me alegré de que pudiera leer la verdad en mi cara y en mi voz, leer la severidad de la situación a partir de mi postura y expresión.

    —Necesitamos que vayas a la radio y les digas a todos que olviden el asunto o va a morir un montón de gente en esta ciudad.

    Apartó la miraba. —Sabes que yo no hago eso, Cas. No puedo.

    —Haz una jodida excepción.

    —Y luego, ¿qué? —se giró hacia mí—. Si hago una excepción para ayudar a Los Angeles, para manipular a todos aquí contra su voluntad, para ayudar, ¿dónde termina eso? ¿Qué más hago para ayudar, Cas? ¿Debería yo ayudarte contra tu voluntad? ¿Te gustaría eso? ¿Voy a empezar a bajar esa pendiente resbaladiza...?

    —¡La pendiente resbaladiza es una falacia! —le solté directamente en su cara—. Tú eres un jodido ser humano. Eres capaz de tomar acciones de juicio. ¡No vas a convertirte en un necio zombi masticacerebros sólo porque decidas que está bien detener una guerra!

    —Oh, ¿en serio? Sé de algunas personas que toman muy cuidadosas acciones de juicio sobre cómo usar sus poderes. Tú también las conoces, y las diezmaste. Ni siquiera estaríamos aquí si no hubieses decidido que ellos...

    —Pítica era diferente —insistí. Yo tenía que seguir creyendo que lo era. Tenía que seguir creyendo que había tomado la decisión correcta—. Ellos estaban manipulando a todo el mundo. Yo estoy intentando que detengas algunos grupos increíblemente violentos para que no hagan el primer disparo de un disturbio que matará a un montón de gente inocente. Esto es claro e inmediato.

    —Y si tuvieses un poder que te permitiera ver muchos grados de lógica, lo que digo te parecería claro e inmediato —respondió Simon—. Las personas como Daniela y como yo no son las únicas que tiene Pítica. Cuando tengas tanto poder como nosotros... ¿Cas?

    Tanteé a ciegas buscando el mango de la puerta y salí cayendo hacia la noche. El cielo se devanaba sobre mí, estrellas medio consumidas por el brillo de la ciudad.

    —¿Cas? Cassandra... ¿Cas? —Simon había salido también pero, por alguna razón, no intentó huir. Se agachó sobre mí, levantó las manos como si quisiera tocarme, pero supe que iba a romperle los dedos si lo hacía.

    —Cas, ¿qué te pasa?

    —Deja de hablar —le dije—. No puedo saber más sobre Pítica. Ella me obligó y no puedo.

    —Oh, Dios, Cas —dijo Simon, y pareció que retenía las lágrimas.

    —Jesús, joder, cierra el pico —le dije.

    Se dobló sobre sí mismo, sentado con las piernas cruzadas en la tierra junto a mí. —No diré nada más sobre Pítica, Lo prometo. Pero debes ver por qué no puedo ser el juez de tanto poder. No puedo. Quizá pienses que tú podrías hacerlo, pero yo no soy lo bastante listo y, francamente, no creo que ningún humano lo sea. Quizá el mejor modo de expresarlo es decir que mi acción de juicio es que me digan que puedo, y ahí es donde trazo la línea, porque no soy lo bastante listo como para trazarla en otra parte.

    —Yo también tengo superpoderes —le dije—. Y los uso.

    —Los tuyos son diferentes. Tú no… deshaces a las personas.

    —No, ellas sólo me subestiman y luego las mato

    Él retrocedió. —Bueno, entonces quizá deberías pensar en trazar alguna línea también. Pero eso no me corresponde a mí decidirlo, Cas. Honestamente, no. Tengo que decidir con lo que estoy cómodo cuando se trata de lo que puedo hacer, y tengo que trazar una línea, y tengo que trazarla aquí. Yo… lo siento. De veras que lo siento.

    Su cara se tornó seria.

    —Permitirás que muera un montón entero de gente inocente, entonces.

    Él apartó la mirada de nuevo y su mandíbula se cerró con fuerza como si resistiese decir algo.

    Creí haberlo oído de todos modos: Igual que hiciste tú cuando atacaste Pítica. Me pregunté si había sido una proyección psíquica inconsciente o mi propia culpabilidad hablándome.

    Joder.

    —Tal vez —dije— yo sea igual que Dawna por querer hacer esto. Aún así, tengo que tomar la decisión que tengo delante de mí. Aún no... no puedo vivir conmigo misma si permito que ocurra esto.

    —Y yo tengo que tomar la decisión también —dijo Simon, angustiado—. Y no... no puedo vivir conmigo mismo de otro modo. No puedo. Lo siento.

    Me quedaba la última carta de todas.

    Cada emoción temblaba en mi interior en rebelión, me hacía querer levantarme y huir, alejarme en el coche y huir a otra ciudad y dejar arder LA.

    Esa sería la solución fácil.

    Pero había llegado aquí sabiendo que tenía que hacerlo. Saber eso era mi único recurso. Yo había provocado que sucediera esta situación desde que le había dado el visto bueno: había causado el aumento del crimen cuando había dejado tullida a Pítica; había instalado el acoplamiento cerebral para intentar combatirlo.

    Quizá era justo que me sacrificara para arreglarlo. —Tenías razón, ¿sabes? —recogí una piedra y la enterré en la dura tierra compacta. Los coches zumbaban por la autovía a treinta metros de distancia—. Tenías razón… me estaba matando.

    Simon se giró hacia mí y lo que fue que vio hizo que toda su cara se volviera loca de alarma. El jodido podía leer a partir de mi expresión que yo había tenido un colapso, al parecer. Al menos me ahorraba tener que contarlo.

    —Cassandra —dijo él, mi nombre fue como un suspiro de alivio—. Es decir, Cas. No sé cómo es que te encuentras mejor, pero gracias a Dios que así es. Tú... te dije que eso te podría pasar. Te dije…

    —Ya, debido a lo que me hiciste —le dije—. Y ya van dos veces esta noche, por cierto. Pensé que no leías la mente de la gente.

    —Expliqué que... a veces no puedo evitarlo. Pero sólo capto el… cuadro general, no los detalles. ¿Qué pasó? ¿De verdad estás bien?

    —Como nueva —dije automáticamente.

    Mierda.

    Simon sólo me ayudaría si yo le contaba la verdad. Abrí la boca para cambiar la respuesta, pero el "no" se acurrucó en mi lengua. Simon lo vio de todas maneras. Su cara se arrugó de preocupación y dolor como si yo hubiera dicho la palabra en voz alta. Como si tuviera él todo el derecho de preocuparse por mí.

    —Inspector intentó llamarte —le dije—. Eres una persona difícil de encontrar, al parecer.

    La culpa inundó sus rasgos. —No creí que debiera estar allí.

    Por alguna razón eso me molestó. Me molestó que no tratara de defenderse de los hechos indiscutibles: que yo había dicho que no y le había dicho que se marchara, que por tanto no existía razón para que Inspector ni ninguno de mis otros amigos tuviera su número.

    Que yo había escogido su ausencia.

    Que él no quería tomar responsabilidad de mi vida como yo si fuese alguna mascota que él había creado en un laboratorio. Que no quería sentirse culpable por mí, por negar que mis propias decisiones autodestructivas me habían correspondido a mí tomarlas. No a él.

    Puso una mueca de aflición. —Te he molestado. Parece que no puedo dejar de hacer eso.

    —Sí —dije—. Bien leído. ¿Sabes?, para ser un psíquico, tus habilidades sociales son horribles.

    Él no me estaba mirando. Me pregunté si estaba fuera de consideración el tratar de leer menos de lo que yo estaba pensando y lo odié por ello. Me gustaba ser capaz de clasificarlo como a uno de los capullos del uno por ciento.

    —¿Me dirás lo que pasó? —me preguntó mirando hacia la noche.

    —Me desmayé —le dije—. Mis amigos me renimaron. Con matemáticas. No te necesitábamos después de todo.

    —¿Cómo te sientes ahora? —preguntó.

    —Bueno, ¿sabes? Menos voces, pero sé que están volviendo.

    Él se agitó. —Cassandra, por favor, considera...

    —Tengo una proposición diferente para ti —le dije mirándole—. Tú tienes tus principios, yo quiero hacer un trato contigo para que te los saltes sólo por esta vez.

    —Cas —jadeó y sospeché que ya había visto lo que yo estaba a punto de decir.

    Pero seguí hablando igualmente. —Estoy jodida. Lo que Inspector y los otros hicieron para reanimarme esta vez no fue una solución práctica ni permanente. No pueden estar a mi alrededor cada vez que me vuelvo matemáticamente loca y colapso. Tampoco es nada que funcione a menos que esté totalmente inconsciente, lo cual deja un montón de confusas zonas grises jodiéndome con desmayos entre esos tiempos. Y tú tenías razón: esto está empeorando.

    Se había encorvado sobre sus rodillas y dejado caer la cara sobre las manos. Verlo me satisfizo perversamente.

    —Preferiría perfectamente resbalar hasta el mismo final antes de permitir que te acercaras a mí un paso —continué, y por segunda vez me alegré de que Simon fuese un detector humano de mentiras, porque así sabría que no estaba tirándome un farol—. No confío en ti ni en tu obsesión conmigo. Buscaré una solución por mi cuenta, pero dado que estás tan consumido con querer meterme los dedos en el cerebro, estoy dispuesta a hacer a cambio.

    —Cas —susurró entre sus manos. Destrozado. Impotente.. —Yo… yo sólo quiero ayudarte.

    —Dijo la araña a la mosca —Sí, noté que él podía hacer lo que quisiera conmigo de todos modos y era su "Oh, Tan Justo" moralismo lo que lo evitaba, el mismo moralismo contra el que yo estaba discutiendo—. Estás pensándome. Ya basta —le dije.

    —No lo hago a propósito.

    —Pues esfuérzate más.

    Dejó caer las manos, pero mantuvo los ojos en las montañas distantes. —Estás diciendo que me permitirás ayudarte, pero sólo si arreglo Los Angeles.

    —Mírate, sacando conclusiones tú solito —le dije.

    —Me estás amenazando con matarte tú misma si no hago lo que quieres. Eso es ... Me estás chantajeando emocionalmente.

    —Tienes un talento tremendo para que todo esto siempre tenga que ver contigo —le dije. Por amor de Dios, yo no era una suicida, por eso era todo un problema decirle que sí—. Ya he encontrado una solución parcial. Seguiré buscando una mejor hasta que ya no pueda más. Eres tú quien está convencido de que no hay otra.

    —Cas, el nivel de daño que estás combatiendo...

    —Tú eres parte de la razón por la que yo esté tan dañada en primer lugar. ¿Qué me hiciste aquella vez? Ah, ya, intentar ayudarme, ya me acuerdo. Excepto que, espera, no me acuerdo.

    —Cas, comprendo por qué estás tan enfadada.

    —Oh, genial. Afortunadamente, yo también, así que no tienes que explicármelo.

    —No soy... Dios. Cas. No estoy intentando ser condescendiente.

    —Bueno, pues eres malísimo en eso. ¿De verdad estás seguro de que eres un psíquico?

    Nos quedamos sentados juntos en el desierto. Yo contemplaba la autovía con los ojos desenfocados, los faros pasaban por mi visión como vectores de luz. Simon miraba hacia el otro lado, hacia la oscuridad.

    —¿Sabes? —dijo él, y su voz se quebró—. Tú eres… eres muy diferente, pero, de vez en cuando, dices algo y hay un eco…

    —Yo no soy ella —dije duramente—. Nunca pienses que lo soy.

    Su respiración se aceleró. Yo no estaba mirando, pero pensé que él podría estar llorando.

    —¿Este es el único modo en que me permitirás ayudarte? —dijo él con palabras inundadas de súplica y fracaso.

    Para regatear con él, para romper el primer principio de su sistema ético.— Sí —dije—. Lo tomas o lo dejas.

    —¿Qué hay de Río? —me preguntó—. Él… puede matarme. Podría, por esto.

    —Pues te ayudaré a desaparecer.

    —Lo que necesitamos hacer, Cas, no es algo instantáneo. Voy a tener que seguir… viéndote. Asegurarme.

    ¿Te das cuenta de lo complicado que es el cerebro humano? ¡Por supuesto que requiere meses para estabilizarla!

    ¿Cuántos meses más?

    Cerré los ojos.

    —Pues desapareceré contigo si es necesario.

    Los coches pasaron zumbando. Una leve brisa sopló contra mi piel.

    —Me dejas salvarte sólo si hago lo que quieres —dijo Simon—. Eso es obsceno, Cas, ¿lo sabes?

    Lo sabía.

    —Ey, tú me hiciste así —le dije—. Cúlpate a ti solo.

    Dio una temblorosa respiración.

    —¿Lo harás? —le pregunté.

    —Sí —dijo él—. Dios me perdone.

    Yo había ganado. Él había aceptado. Había ganado.

    Si hubiese creido en un Dios, también yo le habría pedido perdón.

Capítulo 34

    Llegué a la emisora de radio con Simon justo después de las siete. El sol había salido cuando conducíamos de regreso a la ciudad, fría y ventosa por la mañana y calurosa antes de la hora punta.

    Mantuve un ojo buscando a Río, por si acaso había adivinado esta parte de nuestro plan, pero no capté señal de él. Probablemente estaba vigilando a la gente que había engañado para que se volvieran unos contra otros, esperando a que intentásemos hablar con ellos directamente.

    Simon y yo apenas hablamos en el viaje de regreso. Le había explicado lo que necesitaba que hiciera y él había asentido. Esa había sido la extensión de nuestra comunicación.

    McCabe nos recibió tan jovial como lo había estado a media noche, sólo que ahora iba bien afeitado y con nuevas ropas. Se presentó a Simon él mismo, ignorándome, y lo hizo pasar a una habitación trasera para entrevisarlo.

    Yo, obviamente, no fui invitada.

    Me dejé caer en una silla en el pasillo. Tenía que confiar en que Simon haría lo que yo le había pedido. Mientras irradiara amistad y confianza a McCabe, no me cabía duda de que nos iría bien.

    Luego saldríamos por la radio y calmaríamos Los Angeles, invertiríamos el acoplamiento cerebral y Simon entraría con un sacabolas para melón y me rascaría el cerebro.

    Arthur se sentó junto a mí. —Supongo que lo convenciste.

    —Sí —dije.

    —¿Estás bien?

    En cierto modo me aplastó que Arthur se estuviera matando a sí mismo por lo que habíamos hecho y aún tuviera energía para preguntar por mí.

    Él sabía lo que esto me estaba costando. Me levanté abruptamente. —Tengo que despejarme la cabeza.

    Cuando volví, McCabe estaba mostrando a Simon la cabina de paredes de cristal, señalando a un asiento con auriculares y dando instrucciones. La seguridad de Mama Lorenzo aún seguía allí, semioculta en el fondo, a pesar del armamento, y habían llegado los tipos de personal de la emisora de radio, que se movían hacia sus puestos de trabajo mientras echaban rápidas miradas a toda la seguridad.

    —¿Estamos vetados? —le pregunté a Arthur, reajustando la banda de mi PS90 que aún portaba.

    —Bueno, como podríamos con tan poca antelación —me respondió—. Es un personal esquelético. Canceló a la mayoría de ellos. Sólo los que necesitamos.

    —¿Y dónde está su jefa? —le pregunté señalando al guarda de Mama Lorenzo más cercano.

    —Está por aquí. Yo.. oh, allí —Arthur gesticuló al lado del estudio, donde Mama Lorenzo acababa de aparecer. Se había lavado y cambiado también, me pregunté si había ido a una casa segura o si sus hombres le habrían traído la ropa y utensilios. Arthur probablemente habría insistido en lo último, sólo para asegurarse de que ella no era localizada y seguida hasta aquí.

    Mama Lorenzo se acercó y empezó a hablar con Simon. Yo no podía oir lo decían desde aquí, pero ella claramente lo estaba interrogando. La cara de Simon estaba tensa, pero respondía a todas sus preguntas tranquila y neutralmente. Al parecer satisfecha, ella asintió y luego salió a recibirnos.

    —Es usted una mujer inventiva, Srta. Russell, al encontrar un hombre con esa influencia.

    Me encogí de hombros incómodamente. —Eso es lo que me dijeron.

    —Hablaremos más cuando esto haya acabado —me dijo—. Su discreción es comprensible, pero hay un nombre que he de tener.

    El nombre de la persona que había matado a Malcolm. —No... no estoy segura de saberlo —forcejeé—. Es decir, sé quién no es, pero...

    —Si no lo sabe, entonces sospecha —dijo Mama Lorenzo—. Sabe cómo ata eso toda la situación como un todo. He de tener esa información.

    —Sí —dije—. De acuerdo. Después de que acabe esto —Tendría que pensar en algo.

    Mama Lorenzo asintió con una sacudida que casi pareció un saludo militar y se alejó para sentarse a observar la cabina.

    Comprobé el reloj. Faltaban doce minutos para las ocho. Me levanté para observar la cabina de locución también, al otro lado de Mama Lorenzo. Simon acababa de hablar con McCabe y salió mientras el presentador hacía el resto de sus preparativos, los cuales al parecer incluían la consulta de tarjetas de notas y hablar con grandilocuentes gestos moviendo la boca sin pronunciar palabras.

    Simon se acercó a mí. Observó los labios de McCabe formar la misma palabra una y otra vez mientras ajustaba su entonación, y luego gritar a un miembro del personal que había aparecido para hablar con él.

    —Por favor, no hagas esto —me dijo Simon de pronto—. No me hagas hacerlo.

    Capté en mí una pequeña emoción que empatizaba con su agonía al traicionar los principios morales que se había autoprometido no traicionar nunca, no desde que me había destruido.

    La pasé por alto. Cada vez se me daba mejor lidiar con la extrañeza de él presionándome. —Eres muy malo en el control —dije en vez de responderle.

    —No —dijo él— No lo soy. ¿Has sentido alguna vez una persona ordinaria de mal humor entrar en una habitación? Esto es lo mismo, sólo… que no puedo desconectar su fuerza. No a menos que te influencie conscientemente a no sentirlo.

    —No me sorprende que seas una, persona tan jodida de la cabeza.

    —Sí —dijo él sin ironía.

    Uno de los asistentes vino a por Simon, lo condujo a la cabina de cristal y le entregó unos auriculares. Él volvió a mirar hacia mí y sentí un brote de angustia y culpa.

    Es lo correcto, me dije a mí misma firmemente. O si no es lo correcto, es lo que hay.

    Alguien gritó jerga de radio y se oyó un timbre. Se encendió una luz roja encima de mí. Frente a mí, Mama Lorenzo se enderezó para escuchar.

    —Buenos días, mis amigos americanos —empezó McCabe hacia su micrófono. Las palabras se reproducían por un altavoz sobre nuestras cabezas—. Estoy aquí hoy con un informe muy especial sobre la situación que hemos estado siguiendo en Los Angeles. Como sabéis…

    Pasó unos minutos editorializando sobre los efectos, sobre las cadenas de noticias, sobre la convicción de los líderes de la milicia que querían defendernos.

    —Y me complace mucho contaros, nación, que vais a oirlo aquí primero. Ahora no puedo revelarlo todo todavía, pero estoy en medio de una operación muy delicada para devolver Los Angeles a sus ciudadanos, y vais a ser los primeros en saber la verdad sobre lo que está pasando exactamente. La verdad, damas y caballeros, mis amigos americanos. La verdad —miró hacia Simon, que estaba respirando con dificultad y miraba con ojos desenfocados. McCabe me miró y frunció el ceño a través del cristal, y le gesticulé vivamente para que continuara.

    Simon haría su jodido trabajo. Tenía que hacerlo.

    —Ahora, nación, una parte de nuestra situación actual sobre la que sé que estáis muy preocupados, como lo estoy yo, es la interrupción de los tiroteos en respuesta a la opresión que se ha impuesto contra nosotros aquí. Como todos sabemos, como nuestros Padres Fundadores declararon, la rebelión contra los tiranos es la obediencia de Dios, pero Dios está con el hombre que puede destapar la corrupción y lanzar el hervido sobre la cara de este país sin derramar la sangre de sus paisanos inocentes. Y por eso voy a dar un paso muy inusual, nación, y en el programa de hoy, voy a aconsejar a todos los oyentes que tengáis paciencia y esperéis, porque mañana temprano, cuando escuchéis mi programa, lo revelaré todo, y los perpetratores serán forzados a salir de las sombras para enfrentarse a la justicia por lo que han hecho. Pero hoy, debemos garantizar que esos perpetradores no empiecen las guerras de raza y clase que quieren tan desesperadamente. Quedarán expuestos, nación, lo prometo. Os lo prometo como hombre y como americano.

    Yo estaba impresionada. McCabe estaba haciendo un buen trabajo edificando su programa alrededor del tono del mensaje de Simon. Había preparado una perfecta audiencia principal para Simon y le iba a permitir hablar. Y después, todos depondrían sus armas, convencidos de que lo estaban haciendo porque confiaban en Reuben McCabe.

    —Y ahora eso me lleva a nuestro muy especial invitado para la hora. Como todos sabéis, nación, en esta situación única hemos tenido mucha gente que siente, con derecho y justicia, aprensión por dar al gobierno sus nombres legales. Así que permitiré que nuestro invitado haga su propia presentación y después, os hablará sobre nuestra situación en ésta, una de las más grandes ciudades de ésta, una de las más grandes naciones. Escuchadle, mis amigos americanos, y os prometo que mañana a esta hora, todo os será revelado verdaderamente. Ahora, por favor, recibamos a nuestro honorable invitado al único lugar donde siempre recibiréis la realidad de nuestro país sin barnices.

    Se giró hacia Simon y extendió una mano como invitación para que empezara a hablar. La boca de Simon quedó abierta ligeramente. Se mojó los labios y se inclinó hacia el micro. Se mojó los labios de nuevo. Dudó.

    Campanas de alarma sonaron en el fondo de mi cabeza.

    —Nuestro invitado —divagó McCabe— es él mismo un feroz abogado de la verdad, como sé que vosotros, oyentes de McCabe, no esperáis nada menos.

    Simon cerró la boca, se quitó los auriculares y se levantó. Ignorando los frenéticos gestos de McCabe, se giró y se abrió camino a empujones hacia la puerta de cristal de la cabina.

    Directamente hacia mí.

    —¡Qué demonios estás haciendo! —le siseé tratando de empujarle de vuelta al interior.

    —No puedo hacerlo —Su cara estaba contraída y enrojecida por la tensión—. No puedo. Esto es exactamente lo que juré que nunca... no puedo ser esta persona, Cas. lo siento. Lo siento mucho. Confio en que aún me dejarás...

    —Que te jodan —quise arrollarlo por todas las vidas que estaba destruyendo, por toda la gente que estaba matando, y tuve una súbita y visceral retrospectiva de Dawna gritándome esas mismas palabras años atrás—. No vas a destruir esta ciudad —dije—. No voy a permitirlo.

    —Cas, lo que sea que tú...

    No sabía lo que iba a hacer. Pero le empujé a un lado y entré de golpe en la cabina hacia el micro que él había desalojado. La PS90 me golpeó en la cadera mientras tomaba el asiento de Simon y me enganchaba los auriculares en los oídos.

    McCabe, que había estado locutando sobre el patriotismo para llenar tiempo, alzó la vista sin dejar su diatriba. Hizo un gesto de rabia hacia mí

    Hice otro igual en respuesta.

    —Bueno, parece que nuestro invitado ha regresado —prosiguió suavemente mientras me daba un fiero ceñimiento que interpreté que significaba: "espero que sepas lo que estás haciendo".

    —Ahora vamos a recibir esa verdad real que os prometí, amigos, ahora mismo, sobre exactamente lo que está pasando en esta ciudad —clavó las uñas en la última palabra y lanzó su barbilla hacia mí.

    —Ey —dije inclinándome hacia el micro.

    Mi voz resonaba conmigo a través del sistema de sonido. Yo no sabía lo que decir para detener aquello. No sabía lo que nadie podría decir, excepto Simon. Pero yo había estado dispuesta a sacrificarme para salvar la ciudad y eso funcionaba en más sentidos que uno solo.

    —Las conspiraciones son reales —mis consonantes golpeaban el micrófono como granizo—. Hay tecnología por todo Los Angeles emitiendo frecuencias con el expreso propósito de trastear con vuestros sesos. Lo sé porque yo la puse allí.

    Hice una pausa durante un momento. McCabe me estaba mirando boquiabierto. Detrás de él, a través del cristal, Mama Lorenzo me había mirado con furia. Mientras tanto, al lado, Simon agitaba su cabeza frenéticamente, haciendo repetidamente el gesto de cortarse la garganta con una mano. Me pregunté fugazmente si tenía razón, desconsideré una sobrecarga de influencia psíquica de Simon y continué.

    —No estoy con el gobierno. Trabajo sola. No hay necesidad de atormentar al ejercito ni a la policía ni a la CIA ni a nadie. Quienquiera que penséis que os ha estado atacando, os ha estado malinformando. Esto es responsabilidad mía y de nadie más. Ahora, yo tendría que ir y deshabilitar el sistema, pero dudo de que os fiarais de mí, así que en voz de eso, iré al 697 de la Calle Norman fuera de Pottersfield ahora mismo, en persona, y voy a dar a cualquiera que vaya allí la información necesaria para empezar a pararlo. Luego, si lo queréis por las malas, podéis venir a cazarme allí mismo.

    Me quité los auriculares y me tiré al suelo justo cuando Mama Lorenzo disparó su .32 a través del cristal. Los paneles que componían las paredes de la cabina estallaron y llovieron sobre el suelo.Arthur sacó el arma al mismo tiempo que cada uno de los guardas de seguridad levantaban las suyas.

    McCabe chilló y se enterró bajo su escritorio, el cordel de sus auriculares se llevó pedazos de equipo abajo con él.

    Apunté al techo y apreté el gatillo de mi propio PS90, haciendo diana en todas y cada una de las luces fluorescentes del local. Todas estallaron y parpadearon hacia la oscuridad al mismo tiempo. La sala del estudio se había construído anidada dentro de estratos de paredes insonorizadas y no tenía ventanas: estaba casi en total oscuridad.

    Me moví antes de que nadie pudiese reaccionar.

    Gritos y confuso movimiento me seguían cuando agarré el codo de Arthur y huimos a través de la puerta lateral del estudio. Alguien disparó detrás de nosotros cuando apareció la grieta de luz exterior, pero sólo una vez. Salimos corriendo por detrás hasta un aparcamiento.

    —¡Espera! —chilló alguien detrás de nosotros.

    Mis pies tropezaron por propia voluntad.

    Yo nunca tropiezo.

    Jodido Simon.

    No sabía cómo Simon había esquivado a todos los demás.

    Regané mi equilibrio y alcancé a Arthur corriendo hacia la línea de coches más próxima detrás de un cerco.

    —¿Cuál es tu plan? —exclamó desesperadamente Simon detrás de nosotros—. ¡Para! ¡Cassandra! ¡No necesitas sacrificarte!

    Lo necesitaba, por su culpa. Y no tenía un plan.

    LA podía librarse de su ira con el acoplamiento cerebral y conmigo, y quizá así liberaría la válvula de presión para el resto de la ciudad. Forcé la puerta del primer sedán que alcanzamos y Arthur se deslizó dentro junto a mí.

    —Agáchate —le dije, pisando a fondo el acelerador del coche en marcha atrás y él se encorvó hacia abajo de inmediato.

    El pistoneo de más armas de fuego pimentó el aparcamiento y una de las ventanillas traseras estalló. Me alejé acelerando, salté el bordillo y un lecho de flores paisajistas y me incorporé directamente al tráfico en la hora punta. Cláxones sonaron mientras cruzaba una intersección al final del cambio de un semáforo en rojo, y cambié de dirección delante de un autobús para atravesar una gasolinera.

    Gimió una sirena detrás de mí y luego otra lejos. Aviso de una conductora temeraria desde un tiroteo en la emisora de radio de McCabe, sin duda.

    —No vas a sacrificarte, ¿verdad? —dijo Arthur.

    —Por supuesto que no —dije—. Voy a hacer que peleen conmigo.

    —¡Russell!

    No estaba segura de si no se creía mi bravata o si sólo pensaba que era un mal plan.

    —Necesitan a un malo que culpar —dije—. Ese malo debería ser yo. Soy yo.

    Mi ojo captó un letrero de Aparca Y Monta y giré el volante para entrar. Siempre que había estado en uno de esos aparcamientos, había visto una sección delantera para aparcar motos… ¡Sí!

    Pisé el freno junto a las motos y nuestra velocidad derrapó hasta cero. Una anciana hispana chilló una obscenidad y me enseñó el dedo medio por mi conducción cuando se cruzó delante de nosotros.

    Salté fuera del coche.

    Arthur empezó a seguirme. —No —le dije.

    —Russell, tú no...

    —En esta clase de pelea sólo serías una desventaja. No puedo estar protegiéndote —dije tan duramente como sabía. Eso no era cierto, pero si hacía sólo una buena acción ese día no haciendo que mataran a Arthur, que así fuese.

    —Si esto se va al traste… dile a Inspector que depende de él.

    —¿Ahora qué?

    —Tendrá que encontrar un modo de propagar un … no sé, un virus o un parche que neutralice lo que hicimos.

    Sin ser capaz de localizar y desactivar nuestro pirateo de señal original, sería una dura tarea, especialmente considerando que Inspector no tendría mis matemáticas para el nuevo despliegue. Sencillamente tendría que resolverlo él solo… sin importar el tiempo que llevara.

    Arthur intentó gritar detrás de mí, pero el rugido del estrangulador abierto de la moto que yo acababa de robar lo silenció. Dos polis trataron de pararme por no llevar casco y por conducir como un demonio de la velocidad, pero corté entre los carriles de coches parados y los perdí a ambos.

    La dirección que había dado por radio era el complejo de un fábrica desierta, una ruinosa y bastante abandonada en la que yo había reventado accidentalmente parte de un edificio el año antes sin atraer ninguna policía local. No estaba segura de si el LAPD resolvería lo bastante lo del programa de McCabe para ir a la ubicación que yo había especificado, pero estaba fuera de la jurisdicción de la ciudad, de modo que apostaba a que los malos llegarían allí primero.

    Para bien o para mal.

    Llegué al vecindario correcto (estaba más decrépito que la última vez que había estado allí), y llevé la moto derrapando delante de la puerta principal de la fábrica. La dejé del todo mientras se apagaba el motor, saltando para abandonarla. Tenía que escalar la puerta de la verja y encontrar un punto de ventaja tan rápido como pudiera.

    Sólo tenía un arma. Hice una rápida cuenta en mi cabeza... dieciocho balas restantes.

    La primera prioridad aquí sería rearmarme para la primera oleada.

    —Cas —llamó Río.

    Joder, mierda.

    Ya dentro del complejo, Río caminaba hacia la puerta desde un abollado SUV. Pendían suficientes armas alrededor de su guardapolvo para calificarlo como un pequeño arsenal.

    Río había estado escuchando el programa de McCabe.

    Un subidón de gratitud y alivio me inundó. Mis botas se apoyaron en el eslabón de la cadena de la puerta y la salté como un cohete para caer en la tierra delante de él.

    Para cuando aterricé, él me estaba tendiendo armas. —Tengo más en el vehículo.

    Wow. Puede que yo sobreviviera a esto después de todo.

Capítulo 35

    Río y yo nos retiramos sobre el vasto suelo de la fábrica por una pasarela, una llena de pilas de viejas láminas cortadas de metal con filos que rebanarían cualquier carne descuidada. Teníamos la cobertura de varios y grandes pilares y trozos de maquinaria difunta, y contábamos con bastante armamento como para darnos una posibilidad de pelear dependiendo de cuánta gente apareciera para matarme. También nos habíamos equipado con blindaje corporal, gracias a los ridículamente móviles suministros de Río: sólo era blindaje blando que no detenía disparos de bala de rifle, salvo de rebote, pero al menos teníamos protección contra armas blancas.

    —Gracias por venir —dije.

    —Me alegra que cambiaras tus acciones —dijo Río—, por muy temerario que sea este plan. Que el Señor sea contigo, Cas.

    Que Dios me ayude, pensé que me había comprometido en confesión con toda la audiencia de McCabe.

    Examiné nuestro suministro de armas, tomando nota de ellas una vez más, organizándolas en mi cabeza como un sistema de numeros ordinales. Tenía en cada mano un rifle preparado para disparar y la presencia de Río era firme y sólida a mi espalda.

    Incluso si moríamos hoy, si nos cargábamos a la mayoría de la gente furiosa por esto, si limpiábamos esa mayoría probable que saltaba a la violencia, Arthur, Inspector y Pilar podían invertir el acoplamiento cerebral sin mucha más consecuencia que volver adonde habíamos empezado. El status quo no parecía algo sobre lo que sentirse victorioso, pero a estas alturas, yo lo aceptaba.

    El sol de la mañana relucía a través de las altas ventanas de la fábrica. Los primeros gritos resonaron desde fuera. Nos habían encontrado.

    —Echaba de menos esto —le dije a Río—. Combatir en el mismo lado.

    —También es mi preferencia, Cas —me respondió.

    Y entonces ya no hubo más tiempo para la conversación, porque se abrieron las puertas sur del maldito edificio.

***

    Río era bueno. Yo era aún mejor.

    Los leales miembros de la clandestinidad criminal de Los Angeles, junto con los miembros de tres autoasignadas milicias, irrumpieron sobre nosotros en oleadas, con aullidos y gritos de guerra y un abrumador estallido de fuego automático. Pero nosotros teníamos la posición de ventaja, mucha munición y una maldita puntería casi perfecta. A través del martilleo interminable del tiroteo, el humo, el fuego y los gritos, reconocí gente de casi cada facción que Yamamoto había reunido. No los líderes, sino la mayoría de sus leales secuaces, la gente que hacía todo el trabajo sucio para sus jefes y había estado demasiado casada con la vida para que mi acoplamiento cerebral eliminara su lealtad inamobible. Quizá, en un giro de la ironía, eran las únicas personas con cierta clase de integridad.

    Y las matábamos por ello.

    En un tiroteo, diez minutos son una eternidad, pero pasaron diez minutos y luego otros diez. Mis manos bajaban y recargaban, subían y disparaban, una y otra vez. El mundo se encogió hasta metal y trueno, y cada diana contaba únicamente hasta que yo apretaba un gatillo porque, para entonces, yo ya me había movido a la siguiente diana.

    Las líneas de visión y márgenes de peligro matemáticos surgían saturando el espacio como telas de araña, cada cañón situado en su lugar en una probabilidad predeterminada. El rugido del combate era ensordecedor y el aire se coagulaba con el olor de la pólvora. Me dolían las manos y mis músculos protestaban.

    Continuamos.

    Luego levanté uno de los rifles para situar las visones en alineamento colineal con el siguiente atacante y reconocí a Torvald. Mama Lorenzo y su seguridad privada habían llegado.

    Con retraso; tal vez por el tráfico, tal vez por la policía; pero estaban aquí para matarme por haber traicionado a su jefa, por el ataque a su propiedad y por Malcolm. Más de los Lorenzo tendrían que estar de camino también: la familia entera. Y yo estaba a punto de cargármelos por querer justicia.

    Mi dedo dudó en el gatillo y Torvald disparó una ráfaga de tres balas que detelló en mis retinas a cámara lenta mientras yo salía cayendo de su vector de dirección. Me agarré al guardapolvo de Río, detrás de mí, mientras caía, pero no fui lo bastante rápida. La segunda y tercera balas sesgaron el aire junto a mi oído e impactaron en la espalda de Río. Él se tambaleó y caímos juntos.

    —¡Río! Oh, Jesús —yo sabía que gritaba las palabras, pero no podía oir mi propia voz.

    Me incorporé agachada sobre él y disparé a ciegas detrás de mí.

    —Río, háblame —mi mano izquierda tanteaba buscando cómo ayudar: no notaba sangre todavía, pero las capas de fibra y energía cinética desplegada en en el blindaje del cuerpo destelló por mi cerebro. El blindaje no lo había protegido, era matemáticamente imposible.

    Oh, Dios.

    Río gruñó. Su mano se movió para cerrarse de nuevo alrededor de su arma. Yo había soltado el rifle de mi mano izquierda cuando habíamos caído. Aún tratando de cubrirnos con mi derecha,

    Saqué un cuchillo con mi mano libre y rasgué el borde longitudinal del abrigo de Río. Los impactos habían perforado su blindaje justo debajo del omóplato. El rojo surgió burbujeando, como si me hubiera estado esperando para testficar. Apreté una capa plegada del guardapolvo contra las heridas y coloqué la rodilla encima de ella para aplicar presión. Dividí mi atención entre el diagrama vectorial adecuado para mantener la sangre de Río dentro de su cuerpo y recoger otro cargador para recargar.

    Río intentó moverse de nuevo, perturbando las fuerzas iguales y opuestas. —¡Estate quieto! —le grité, pero con la ensordecedora batalla no estaba segura de si me oyó.

    Sentía, más que veía, que la oleada de humanidad de abajo avanzaba mientras yo fracasaba en contenerla. Siluetas furiosas escalaban una de las pasarelas laterales, ganando altura sobre mí. Disparé a una de ellas, pero luego tuve que volver mi atención al suelo. Con la mitad de mi concentración en Río, no podía contenerlos, ni siquiera con posición elevada ni con buena cobertura ni con mis habilidades ni con un rifle preciso.

    La desigualdad en número era uno de los conceptos matemáticos más básicos.

    Aún así, intenté continuar, respirando humo bélico y decimales, dejando que la interpolación matemática completase los datos para cada punto ciego y abatiendo un enemigo por disparo.

    Río había dejado de moverse. La humedad empapaba los pliegues de su guardapolvo.

    Oí el rebote demasiado tarde para hacer nada. La bala se desvió pitando de uno de los pilares de metal y me impactó en el lado izquierdo de las costillas. El blindaje la detuvo, pero la energía cinética me apartó de Río, tumbándome sobre la pasarela. Luché por levantarme, por proteger a Río, por combatir. Los vastos datos en rojo era lo único que podía sentir y me entregué a ellos, apretando el gatillo una y otra vez, pero estaba sola y la probabilidad se acumulaba contra mí, masiva y abrumadora.

    La teoría discutía que, cuando sabes el resultado de un problema, era inmaterial cómo llegabas al final. Este combate se había terminado, pero yo aún no lo estaba admitiendo. No hasta que ellos me mataran.

    Al parecer yo era una porquería como teórica.

    Me agaché sobre Río, haciendo mi cuerpo tan pequeño como era posible.

    —¡Alto el fuego!

    El grito fue una llamada de corneta sobre la refriega, de algún modo perfectamente audible a través del trueno del tiroteo.

    —¡Alto el fuego!

    Y todos lo hicimos. Nos detuvimos.

    Por debajo y a mi alrededor, frente al suelo de la fábrica entera, los cañones de las armas oscilaron y luego cayeron para apuntar al suelo. Los últimos casquillos de bala cayeron tintienando, resonando contra el cemento y las láminas de metal en el silencio.

    Me incorporé y tuve que apoyar una mano en tierra para evitar caerme. Intenté levantar mi rifle para apuntar y disparar, pero eso parecía una muy mala idea, ¿no? Con los malos deponiendo, yo debería deponer también, ¿no era así?

    El brazo de Río se estiró y, de algún modo, una pistola apareció en su mano, su agarre descansaba en la pasarela. Su puntería oscilaba en una línea ebria.

    —Deja que se marchen —balbuceó él en la inmovilidad absoluta—. Esto es un pecado a los ojos del Señor.

    —¿Y masacrarse unos a otros no lo es? —llegó la misma voz.

    Resonaba justo desde la pasarela, sobre las cabezas de aquellos que habían venido a matarnos.

    —Este conflicto no tiene sentido. Id a casa con vuestras familias. Cuidad de vuestros heridos. Guardad vuestras vidas para una lucha que signifique algo. Podéis confiar en que la tecnología que os afectaba será desactivada. La justicia ha sido servida aquí.

    Por todo lugar a la vista, las armas se deslizaron dentro de sus fundas o se colgaron en los hombros. No había muchos heridos, Río y yo no disparábamos para herir, pero la multitud se apresuró a recuperar los cuerpos de sus muertos y a ayudarse unos a otros a salir del edificio.

    Pensé en disparar a algunos de ellos, pero eso no sería muy deportivo, ¿no? ¿Disparar a la gente por la espalda mientras se alejaba caminando después de que hubiera terminado la batalla?

    Una alta silueta esbelta entró por la puerta lateral mientras el último de los atacantes salía renqueando.

    Mama Lorenzo.

    Ella había estado fuera, probablemente lo había oído. No llevaba armas. Sus manos a los lados se abrían y cerraban y ella contemplaba su alrededor, el suelo empapado en sangre, con ojos vidriosos.

    —Se ha terminado —avisó Simon desde donde estaba, solo y desarmado, en una pasarela abierta sobre la fábrica vacía—. Nada bueno trae más violencia. Habéis terminado aquí.

    La cabeza de la mujer asintió en una sacudida y tropezó en la entrada al desandar el camino hacia la salida. La puerta batió al cerrarse detrás de ella.

    Solo quedó Simon, una única silueta viviente en un mosaico de humo y casquillos de bala y sangre.

    Demasiada sangre, demasiado ácido olor metálico abrumaba todo lo demás.

    La cabeza de Simon se inclinó hacia adelante. Agarró el pasamano de la pasarela elevada delante de él y sus hombros empezaron a temblar.

    —Joder, mierda —dije.

    —Cas —murmuró Río—. ¿Has vuelto? —Él ya debía de saber que esa era una pregunta estúpida, considerando que no podía confiar en mi respuesta, pero le respondí de todos modos mientras tanteaba en busca de mi arma.

    Pensé que ya no tenía sentido ir detrás de los atacantes.

    ¿No? ¿Aunque pudiera abatir a cualquiera de ellos? Y Río necesitaba ayuda.

    —Deja que se marchen, Cassandra. Por favor —dijo Simon. Roto.

    —¡Deja que tome la maldita decisión por mí misma! —le grité, dejando el rifle y moviéndome de nuevo hacia Río. El movimiento había abierto más sus heridas. Las comprimí de nuevo, despiadadamente, y él me dejó. No podía saber si era grave. Simon se acercó hacia nosotros.

    —¿Habríais preferido que no hubiese venido, entonces? —preguntó, tan amargamente que lo sentí bañarme como una ola.

    —No —dijo Río—. Esto no era correcto.

    —Bien, coincidimos —respondió Simon deprisa—. Debería haberos dejado morir. O que los asesinarais a todos... eso habría sido mucho mejor —Nos alcanzó y bajó la vista hacia Río, sin simpatía—. ¿Vas a matarme, si vives?

    —Lo mereces —respondió Río—. Por tus pecados.

    —Aún sigo siendo la única persona que puede ayudar a Cas. Aunque, ¿por qué debería, después de esto?

    Río exhaló ligeramente en reconocimiento y dejó caer la pistola de entre los dedos.

    —Espera un maldito segundo —dije—. Y una mierda.

    Simon se movió para encararme. —Teníamos un trato.

    —A cambio de que resolvieras esta situación, lo cual pasaste de hacer —le recordé.

    —Ahora está hecho.

    Joder.

    Puede que él hubiera tardado, pero al final había cruzado todas las líneas morales para venir a arreglarlo, como yo le había pedido. Como habíamos acordado.

    Me pregunté si me estaba influenciando para pensar todo aquello. Probablemente no le hacía falta.

    —Si Río vive —le dije—, sólo has retrasado tu final.

    Sabía que eso no era justo, o mejor dicho, podía sentir a Simon pensando que no era justo, junto con una ola de odio y rabia, por mí o por la situación o por Río.

    No estaba segura.

    Pero Simon se agachó y me ayudó.

    —Gracias —dije. Él no respondió, y me pregunté si se arrepentía de haberme salvado la vida.

    Luego me pregunté si eso había sido idea mía o suya.

Capítulo 36

    El desastre fue confuso y extenso, pero, afortunadamente para nosotros, se redujo mayormente en todas partes.

    La policía tenía la grabación del progama de radio de McCabe y la obvia escena de una masacre en la fábrica, pero cuando presionaron a McCabe para que el hombre les diera una descripción de mí, al parecer no pudo decir nada más allá de "bajita" y "negra", lo cual ni siquiera era preciso. Y él nunca me había preguntado el nombre. Los detectives entrevistaron a Arthur, que consiguió dar un giro a la historia (de nuevo) y que creyeran que era un DP investigando algo periférico que acabó casualmente haciéndolo un testigo.

    Era notablemente bueno en eso.

    Mama Lorenzo ya tenía en nómina una parte considerable del LAPD y se mostró reticente a darles cualquier información.

    Ella tampoco vino a por mí.

    Yo ni siquiera estaba segura de si ella recordaba plenamente todos los acontecimientos después de la muerte de su hermano. Pregunté por ahí en algunas esquinas y los rumores eran que ya se había declarado como tramitado el asesinato de Malcolm.

    Aquello debería haberme aliviado, pero me dejó empantanada de culpabilidad y furia, de rabia impotente sin más objetivo que yo misma.

    Simon y yo habíamos llevado a Río a un hospital antes de que se desangrara. Tras la cirugía y antes de que los detectives llegaran a hablar con él, desapareció.

    No me preocupé mucho por él. Río sabía cuidar de sí mismo. Ya me llamaría si él lo necesitaba.

    Recuperar mi salud mental se alargó sólo un poco más de tiempo, Le había contado a Simon que necesitaba una semana antes de entregrarle mi parte de nuestro trato. Pasé casi toda ella recorriendo la ciudad y reprogramamdo nuestras cajas para quitar la app del acoplamiento cerebral de todos los teléfonos que la tenían. Yo fui cojeando durante todo ese proceso. Después de que me rompieran dos costillas de un disparo, mi lado izquierdo parecía todo un único moratón.

    Otros datos surgieron de mis indagaciones: incluso mientras el acoplamiento cerebral menguaba hasta desaparecer, nadie parecía estar levantando armas contra nadie y, aparte de los Lorenzo, nadie más hablaba de estar furioso conmigo tampoco.

    Tampoco hablaban mal de mí en absoluto. Fue como si yo nunca hubiese estado envuelta.

    Aunque Simon casi ciertamente me había salvado la vida y pese a su eficaz magia, yo seguía resentida con él por todo lo demás. Después de todo me había borrado un trozo de la historia justo delante de mis narices, una serie de eventos y errores que ahora nadie podría recordar, nadie salvo yo y algunos amigos.

    ¿Qué más de mí borraría para salvarme?

    Pasé mucho tiempo preguntándome si Inspector había tenido razón respecto a que habíamos escogido el mayor de dos males. Pasé mucho tiempo preguntándome si Dawna había tenido razón al hacer lo que nosotros habíamos hecho después, aunque a mayor escala.

    La mañana siguiente después de que acabara de extender nuestro ajuste para móviles, fui a ver Pilar a su apartamento. Las ventanas estaban oscuras, las persianas echadas, pero Arthur me había dicho que ella se estaba tomando algún tiempo libre personal y yo sabía que ella estaba en casa.

    Llamé levemente. —¿Pilar? Soy Cas.

    Pensé por un minuto que ella no iba a responder, pero luego se oyó el cerrojo y se abrió la puerta. Ella iba en pijama, tenía la muñeca derecha escayolada.

    Hice una mueca. —Hola —dije. Sus ojos se dispararon hacia el espacio detrás de mí—. Estoy sola —le aseguré rápidamente. Ella apretó los labios, yo acerqué la cara—. Nunca más va a hacerte daño de nuevo —dije—. Lo prometo.

    —No sé si puedes prometer eso —dijo Pilar. Hablaba en voz baja.

    —Te lo juro. No lo hará —dudé—. ¿Puedo entrar un minuto?

    Ella se giró y caminó hacia el salón de su apartamento, dejando la puerta abierta.

    La seguí. Ella se sentó en el sofá. Yo me senté frente a ella en el borde de una silla cubo de brillantes colores arco iris. No sabía lo que decir.

    —Cas —dijo Pilar finalmente—. Somos amigas, lo somos, y he estado muy preocupada por ti, y me alegro de verdad que estés bien. Inspector me ha mantenido al corriente y me alegro de verdad que todo haya salido bien, pero... que te jodan —empezó a llorar.

    Me moví incómoda en el borde de la silla cubo.

    —Y que le jodan a él también —añadió. Pilar no maldecía normalmente. Las palabras sonaban raras en su boca, como si estuviera buscando algo que encajase con la situación y no pudiera encontrarla.

    —Te prometo que —empecé de nuevo.

    —No puedes prometer eso —dijo—. ¡No puedes y tú sabes que no puedes!

    —Sí, puedo —le dije—. Estoy absolutamente segura. Él no va a hacerte daño de nuevo. Nunca.

    La confusión combatió por su cara. ella sollozó. —Espera, ¿quieres decir...? ¿Qué quieres decir con eso? ¿Lo has...?

    —¡No! Jesús, claro que no. Pero le dije que si te hacía daño de nuevo, yo...yo... le dije que no puede, ¿vale?

    —Le dijiste que no puede. De acuerdo —Pilar se encorvó en sí misma—. No. Eso no está bien.

    —Está bien ahora —le dije—. Siento lo que ocurrió, pero...

    —No. No, tú no puedes... no puedes tranquilizarme con —su boca se torció en la palabra como si fuese una maldición—... con decirle a un hombre que, un hombre como él, sólo con decirle que no lo haga y luego decirme que todo está bien porque no está bien. Esto no está bien.

    Respiré hondo. —¿Qué vas a hacer? —Pilar era demasiado inteligente.

    Me miró entornando los ojos y frunciendo el ceño. —¿Para eso has venido? ¿Para asegurarte de que yo no... qué, salga a vengarme?

    Eso no es justo, quise decir. Yo había querido ver si ella estaba bien. De verdad. Pero también había querido asegurarme... joder, yo era la que la había enseñado a disparar. Le había comprado su arma. Ella no era ni de cerca tan buena como Río, pero; si se cruzaban sus caminos de nuevo, que bien podría suceder, y si yo no estaba allí o lo estaba pero no era… no era yo misma, o algo peor; solo hacía falta un disparo. Y, gracias a mí, Río no dispararía primero.

    Tampoco es que quisiera que él matase a Pilar.

    Joder.

    Pilar se rió, una risa súbita y ronca, sin humor en ella. —No puedo creerlo. Dos personas como vosotros, preocupadas por una cosita como yo. Eso es el final de un chiste —se limpió los ojos con la manga. Había dejado de llorar—. ¿Me vas a quitar el arma?

    —¿Qué? No, eso es ridículo. La necesitas. Y además, podrías comprarte otra.

    —Supongo que eso es cierto, ¿eh? —apoyó la espalda en el sofá y se quedó mirando al techo—. No puedo creer que esté teniendo esta conversación. Oigo las palabras que estoy diciendo aquí y no puedo creerlo.

    —Mira —dije—, tengo la palabra de Río sobre esto. Te estoy pidiendo a ti la tuya. Eso es todo.

    —Mi palabra... sobre que no voy a... ¿qué... a matarlo?

    —Sí.

    Ella rió de nuevo. No sonó como si ella lo encontrara más gracioso que la primera vez.

    Esperé.

    Pilar por fin se echó hacia adelante en el sofá y me miró a los ojos. —Ni siquiera sé si podría, ¿sabes? Yo nunca he... tú sabes que yo nunca... No tienes que preocuparte por mi, mientras él no intente hacernos daño a ninguno de nosotros de nuevo. Pero, Cas… tengo que comprender esto. Me lo debes, al menos.

    —¿Comprender qué? —le dije.

    —Esto. Él. Tú. ¿Por qué sois...? Si voy a verlo de nuevo necesito comprender por qué no debería llamar a la policía.

    Que ella llamara a la policía ni siquiera se me había ocurrido.

    Tragué. —Él hace más bien que mal.

    —Esa no es una razón. Tú sabes que no es una razón. El mundo no puede funcionar así.

    Pensé en Pítica. Yo no creía lo que nosotros habíamos hecho, con Simon. Ella tenía razón.

    Yo era lo bastante lista para saberlo.

    —Hazme comprenderlo —dijo Pilar—. Que él casi... y tú, tú dices que todo lo que hiciste fue hablar con él después de... y dices que todo está bien, y eso es ultrajante, y sé lo que él estaba haciendo en Los Angeles porque yo estaba allí, y necesito que me hagas comprenderlo.

    —Confío en él —le dije.

    Las palabras cayeron en la habitación, en voz baja y aún así demasiado en alto.

    —¿Por qué?

    Te protegerá.

    La protección no es vivir. No finjas que lo es.

    Me agarré al borde de la silla cubo. Ella había estado resurgiendo de nuevo, justo como yo había sabido que haría.

    —No lo sé —dije en voz alta a Pilar.

    —¿No lo sabes?

    —Eres perfectamente consciente de lo que ha estado pasando conmigo —le dije—. Sé que conozco a Río de antes, sé que confio en él, y sé que se lo debo. Y eso es suficiente para mí.

    —¡Para mí no, no lo es! —gritó Pilar—. ¡Creí que tenías una razón! ¡Sabía que él estaba involucrado en todo esto, con Simon y con todo lo demás, pero pensé que tú tenías una historia...!

    —Tenemos una historia.

    —¡Una que puedas recordar! —me miró con enfado.

    ¿No se supone que has de ayudar?

    ¿Tengo una visión diferente de lo que significa ayudar.

    ¿La tuya o la de tu Dios?

    —Pilar —dije tranquilamente—, por favor. Esto es algo en toda mi jodida vida de la que estoy segura. Por favor.

    —Me estás pidiendo que confíe en ti con esto. ¿Me estás pidiendo que confíe en ti?

    —Sí —dije.

    —¿Cuando ni siquiera tú sabes en lo que me estás pidiendo confiar?

    —Sí —hice una pausa y luego añadí—. Por favor.

    Pilar tomo una profunda respiración y la exhaló soplando. —Vale —dijo ella—. No puedo dar garantías para el futuro, pero, por ahora… bien.

    —Eso me vale —dije.

    —¿Qué hay de mi familia? —me preguntó.

    Abrí la boca para decirle que Río nunca lo haría, pero tampoco había imaginado que él fuese a atacar a Pilar.

    —Me aseguraré —enmendé.

    —Asegúrate. O yo no puedo estar de acuerdo con nada.

    —Te doy mi palabra —me levanté y dije. —¿Cuándo vas a volver a la oficina?

    Ella me mostró una sonrisita. —Cuando esté preparada.

Capítulo 37

    Me disculpé con Inspector también: tanto por lo que nosotros habíamos hecho como por lo de Río.

    Se lo tomó por lo emocional y me lazó una figurita de acción, después de lo cual me demandó por favor que nos emborracháramos juntos y viéramos al menos catorce episodios de Stargate.

    Yo no estaba segura de si me había perdonado, no llegó a decirme que lo había hecho, y nuestra interacción se encrudeció en los bordes, pero caí dormida en su sofá esa noche y al día siguiente fuimos a trabajar a la Guarida para ejecutar sus programas estadísticos.

    Pilar se pasó por allí también un poco más tarde en el día. Estaba más callada de lo normal, pero por lo demás actuaba igual que siempre.

    Los sensores que yo había extendido parecían indicar que todos aún estaban lamiéndose las heridas, pero el impacto de los datos era más fuerte y revelaba más. Habíamos esperado que la estadística del crimen rebotara hasta su nivel previo o superior, pero gracias al masivo ultimátum de Río y mi última posición, combinados con el abrumador efecto de Simon, sólo vimos una ligera y gradual elevación en la actividad criminal. También parecía que la mayoría de la gente que se había enderezado gracias al acoplamiento cerebral seguía de ese modo, al menos por el momento.

    Sospeché que los líderes de las numerosas organizaciones criminales volvieran a las andadas y empezarían pronto el reclutamiento.

    —No ha sido un fracaso completo —dijo Inspector con su barbilla apoyada en una mano mientras estudiaba las gráficas de línea.

    —No estoy segura de que esas palabras signifiquen lo que tú piensas —dije—. Tampoco las palabras: no, fracaso y completo.

    —Estoy hablando estríctamente de los números —señaló—. Desde un puramente pragmático punto de vista, le diste un hachazo a la tasa del crimen. Y creo que tenías razón sobre que la mayoría de la gente objetivo fueron los llevados por la presión de sus iguales y del adoctrinamiento.

    —La mayoría —mordí las palabras.

    —Todos ellos, en realidad —dijo Pilar—. Sólo que no consideramos que la presión de grupo y el adoctrinamiento pudiera ser usado consensualmente para cosas positivas.

    —Es como con los doctores computerizados o los coches que de conducen solos —dijo Inspector—. Cometen menos errores que los humanos, pero cometen errores diferentes. Lo que hiciste ayudó a la gente a cometer menos errores, pero los que cometieron fueron diferentes.

    —Deja de intentar hacer que me sienta mejor —le dije.

    —No seas tan egoísta —Pilar habló más fuerte de lo que yo estaba acostumbrada a oír de ella—. Nosotros intentamos hacernos sentir mejor también. ¿Sabías que el mes pasado fue la primera vez en todo el año escolar que mi hermano dejó de recibir palizas? Llegaba a casa sonriendo, sus notas subieron como un cohete, se apuntó al equipo de debate. Ayer llegó a casa con el labio partido de nuevo y no quiso hablar de ello. No sé, Cas. Incluso después de todo, creo que quizá estábamos haciendo algo bueno —respiró—. Hasta, ya sabes… todo lo demás.

    —Dile eso a los chavales como Katrina —le dije.

    Justin había pasado a ver Arthur. Katrina estaba metida en drogas otra vez y había salido de la red. Arthur estaba devastado.

    —No quiero sonar insensible, pero hay muchos chavales como Katrina —dijo Inspector—. Y, por muy jodido que suene, hablando estríctamente de forma numérica, parece que ayudaste más de lo que dañaste. Y nunca se sabe. Esto podría mantenerse... no tengo bastantes datos para dar una predicción precisa. No me malinterpretes, aún creo que era una idea horrible desde el inicio, pero, vamos, no hay que negar que se llevó un buen pedazo de los peores elementos criminales de Los Angeles. Así que, castígate sólo por lo que mereces.

    Había bastantes razones legítimas. Inspector tuvo demasiado tacto al decirlo.

    —Supongo que es un argumento a favor de los métodos más tradicionales de combatir el crimen —añadió Inspector—. Superheroico de bajo impacto y todo eso. Salvar a las personas de una en una.

    —Eso estaría bien —dijo Pilar—. Salvar una persona una noche hacen trescientas sesenta y cinco al año, ¿no?

    —¿Trescientas sesenta y cinco? —intenté no chillar—. ¡Eso no es nada!

    Ellos no lo entendían. No entendían lo grande que era la población humana. Lo que Pítica había estado haciendo había sido de extensión mundial: un empujón aquí y un tirón allá que había estado cambiando globalmente la vida de las personas, un millón encima de otro. El límite superior de la percepción humana tenía razón de uno a siete. Si dos objetos diferían por más de un factor de siete, la gente dejaba de ser capaz de compararlos efectivamente: uno era pequeño y otro era grande y eso era todo. Similarmente, la mayoría de humanos eran pésimos para distinguir grandes órdenes de magnitud.

    Pero yo no.

    Un centenar de personas era un puñado. Un orden de magnitud ni siquiera era comparable a lo que nosotros habíamos retirado del mundo cuando habíamos combatido a Pítica. Y el cambio que habíamos labrado aquí en LA apenas era el peso de una pluma.

    —Vosotros no estáis viendo la escala —dije cansadamente—. Intentáis convencerme de que hicimos una buena acción positiva, pero comparado con la población global, lo que hicimos aquí es… es inexistente. Nuestras acciones eran matemáticamente triviales.

    El mundo, como un todo, estaba tal y como había sido. Desintegrándose. Colapsando. Debido a lo que le habíamos hecho a Pítica.

    —Quizá sea así como debería ser, entonces —dijo Inspector—. La humanidad sigue con sus enredos y todos hacen lo mejor que pueden en un caos de confuso equilibrio Nash no óptimo.

    —No.

    —¿Qué quieres decir? —preguntó Inspector.

    —No. Yo rechazo aceptar eso —le dije—. Rechazo aceptar que las únicas dos opciones sean o una sociedad cayendo en espiral en agujeros negros de entropía o una en la que asesinan y lavan el cerebro a las personas para cumplir los requisitos de algún maestro titiritero autoasignado. Hay un continuum. Tiene que haberlo. Decir que es uno o lo otro es... es una elección falsa. Sólo porque esto no funcionase no prueba que nada más lo haga.

    —Cas —dijo Pilar suavemente—, lo intentamos y salió mal. ¿No crees que eso es una señal?

    —Yo no creo en señales —le respondí. No dije lo otro que estaba pensando: que rechazaba aceptar que no éramos lo bastante poderosos. Porque Inspector tenía razón en lo que siempre decía medio en broma: entre yo y Río y, Dios me ayude, Simon, teníamos un nivel espantoso tanto de recursos humanos como de superhumanos.

    Yo sólo tenía que resolver ese puzzle sobre el mejor modo de usarlos. Y por lo que Simon había dicho... o, bueno, tímidamente sugerido, quizá había más como yo.

    Como nosotros.

    Pítica tenía psíquicos aparte de Dawna, y Simon era la prueba de que existían otros fuera de su influencia. Si había otras personas como yo ahí fuera...

    Bueno, probablemente o bien tendría que matarlas o reclutarlas

    Dawna tenía un ejército. Quizá era hora de que yo encontrara uno también.

***

    La mañana de mi tiempo de gracia de una semana con Simon caducó,

    Me senté con Arthur sobre un banco de una las rutas para senderistas más desiertas de LA. El viejo asiento de piedra había sido colocado donde la curva del sendero lindaba con el labio de un acantilado espectacular, y el día estaba inusualmente despejado para Los Angeles. Podíamos ver todo el camino hasta San Pedro y el océano, con la ciudad extendiéndose debajo de nosotros en medio.

    Encogí las rodillas delante de mí, mirando hacia la línea de índigo donde el cielo encontraba el mar, donde mi línea ocular rozaba la curvatura de la tierra en graciosa tangente.

    La inactividad silenciosa sin la nube del alcohol no me era agradable normalmente, pero lo quería así hoy y, hasta el momento, mi cerebro me había permitido disfrutarla.

    Quizá el terror lo mantenía todo a raya: la sombra de lo desconocido susurrando que aquello podría ser el fin.

    Mi fin.

    —No me asusto —dije al azul interminable—. No fácilmente. Ni cuando debería —Arthur esperó, escuchando—. Esto me asusta —dije—. Mucho. Más que… más que nada que pueda recordar.

    Lo cual solo eran unos cinco años de temores.

    Pero aún así.

    —Sabes que estar asustada es normal, ¿verdad? —dijo Arthur—. No es debilidad.

    —Eso depende de tu definición de debilidad.

    —Supongo.

    Nos quedamos así sentados en silencio durante algunos minutos.

    —A nosotros nos asusta también —dijo Arthur.

    Fruncí el ceño—. ¿El qué?

    —Que vayamos a perderte —me dijo—. Que este Simon no esté al nivel. Que… que te haga daño.

    Rumié sobre eso durante un rato.

    Estaba aún menos acostumbrada a que la gente se asustara por mí que de estar asustada yo misma.

    —Inspector lo llamó —añadió Arthur.

    —¿Ah sí?

    Ahora que oficialmente yo tenía la información de contacto de Simon, me había asegurado de que todos los demás la tuvieran también. Por si acaso yo… empeoraba inesperadamente otra vez.

    —¿Para qué?

    Arthur dio una risita. —Para amenazarlo.

    —¿Inspector amenazó a alguien? —se me resbalaron los pies del banco por la conmoción— ¿Electrónicamente?

    —Nop. Físicamente. Creo que lo decía en serio también.

    —Eso no es ... eso ni siquiera...

    Yo no había visto a Inspector golpear a nadie, nunca, y él se negaba en redondo a aprender a disparar un arma. Tampoco es que fuese muy pacifista, él solo era... no violento.

    —No necesito que la gente intente protegerme como si supiera lo que es mejor —gruñí.

    Eso había sido lo que había empezado todo el asunto desde el principio, ¿o no?

    —Claro que no —dijo Arthur.

    Inspector había amenazado a alguien. Por mí.

    —Es una bonita noción, supongo —le dije.

    Arthur rió de nuevo. —Si se pasa, házselo saber. Pero lo hizo con buena intención —se puso serio—. Hablando de eso…¿quieres que esté allí? Sólo dilo. Se supone que teníamos que vigilarnos los cerebros el uno al otro, ya sabes.

    —Gracias, pero tranquilo —dije—. Viene Río. Él… —Río me había llamado el día antes desde donde fuese que estaba convaleciente. Sonaba perfectamente normal. El tema de la conversación había sido que se quedaba en LA durante un tiempo.

    Por mi causa.

    Se había ofrecido a sentarse con Simon y conmigo y yo le había dicho que sí bajo no inciertos términos. Pero yo tenía la furtiva sospecha de que al menos la mitad de la razón era que se quedaba para asegurarse de que yo acudía en primer lugar y de que no abandonaba.

    Simon había dicho que esto sería un largo proceso. Posiblemente uno infinito, si seguía cayendo hacia los recuerdos cuando dejara de verlo.

    El infinito no existe, cantó Valarmathi. Siempre hay un final.

    —¿Cuándo te reúnes con ellos? —preguntó Arthur.

    Comprobé el reloj. —Hace veinte minutos.

    Sonrió y nos quedamos sentados durante un poco más de tiempo, empapándonos de cielo.

***

    Dos horas más tarde, llamé a una puerta en Northridge. Río la abrió casi de inmediato, con un nuevo guardapolvo, idéntico al antiguo, salvo por la falta de agujeros de bala. Aún cojeaaba del lado izquierdo ligeramente, pero yo dudaba de que fuese visible para aquellos que no detectaban funciones de simetría por norma general.

    —Cas —dijo él—. Entra.

    Simon levantó la vista desde donde estaba sentado en una silla tapizada. Había estado leyendo un libro mientras esperaba, relajado. El miedo y desprecio se hincharon en mi garganta, clavándome notablemente las uñas del pánico.

    Intenté tragarlos. El anhelante remordimiento transformaba la cara de Simon mientras me leía la expresión, pero, por una vez, no dijo nada.

    Río se acercó como si nada fuese incómodo en absoluto y se sentó a una silla.

    Intenté imitarlo. Aún confiaba en Río.

    Me senté erguida, con más valor del que sentía, aunque un telépata pudiera verlo.

    —Ya estoy aquí —le dije a Simon—. Bueno. ¿qué sucede ahora?

FIN

EXTRAS

Agradecimientos

    ¡Gracias por Leerme!

    • Para actualizaciones y anuncios de nuevas publicaciones, apúntate a mi lista de correo electrónico en www.slhuang.com.

    •¡Me encantan las reseñas! Me alegran el día y suponen una genuina diferencia para ayudar a que le vaya mejor a la serie. Agradezco cualquier reseña sin importar tu opinión.

    • El texto de este libro se publica bajo una licencia CC-BY-NC-SA-4.0. Puedes compartir todo el texto como quieras y, si quieres crear fanfiction o fan art, ¡vuélvete loc@! Sin embargo, por favor, no compartas la portada (NdT: se refiere a la portada original de Plastic Smile, obviamente, no a la portada de esta versión en español hecha por mí y que conserva la misma licencia CC-BY-NC-SA), que tiene copyright de Najla Qamber Designs, todos los derechos reservados.

    • Y sinceramente: ¡gracias por leerme!

Agradecimientos

    Gracias a:

    • Mi hermana y compañera de crítica. No sé como operan otros escritores sin tenerte a TI en sus vidas. Debe de ser muy complicado.

    • Mis increíbles, maravillosos lectores beta: Bu Zhidao, Kevan O’Meara, Jesse Sutanto, Layla Lawlor y Tilly Latimer. Os debo tanto. Ni siquiera sé como articularlo.

    • Mi diseñadora de portada, Najla Qamber, y mi editora, Anna Genoese, por ser total, asombrosa y deliciosamente talentosas, y por ayudar a que mi libro vuele hasta las alturas que nunca alcanzaría sólo conmigo.

    • Kevan O’Meara y Sam Schinke, por su agudo conocimiento en pirateo basado en banda de teléfonos móviles (habría estado perdida sin vosotros). Todo lo que hice bien es gracias a vosotros y cualquier error es sólo mío.

    • David Wilson, por su experta ayuda en lingüistica y dialecto. Especialmente considerando lo ocupado que estás (eres tan brillante y generoso).

    • El Barnyard, como siempre, por todo.

    • Effie Seiberg, ¡porque todo salió bien!

    • Mi comunidad online de autores (mis amigos y colegas y editores. La gente que me anima o me ofrece una mano de ayuda en Twitter, Absolute Write y Codex. Todos los increíbles amigos que he conocido que han hecho de la escritura lo más alejado de una empresa solitaria.

    • Mis amigos y familia en general, porque la vida puede ser difícil y teneros en mi esquina del ring significa un mundo.

    • Y finalmente, a todos los lectores que han seguido conmigo a través de la serie y hacen posible que escriba libros inusuales sobre una matemática de acción.

    Gracias a todos vosotros.