Créditos

    La Tercera Persona (versión en español)

    Obra Original The Third Person (Copyright © 2011 de Stephanie Newell. Todos los derechos reservados)

    Publicada en inglés por Philistine Press como descarga gratuita (ISBN-13: 294-0-01-128260-7): philistinepress.com/the-third-person

    Traducción y Edición: Artifacs, agosto 2020 (artifacs.webcindario.com/obrasFiccion2020.html#tercera)

    Diseño de Portada: Artifacs.

Licencia Creative Commons

    Muchísimas gracias a Stephanie Newell por autorizar esta traducción y publicación de La Tercera Persona bajo Licencia CC-BY-NC-SA 4.0 https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/legalcode.es

    Si quieres hacer una obra derivada, por favor, incluye el texto de la sección de Créditos de este eBook.

Licencia CC-BY-NC-SA

    Esto es un resumen inteligible para humanos (y no un sustituto) de la licencia, disponible en Castellano. Advertencia. Usted es libre de:

    • Compartir: copiar y redistribuir el material en cualquier medio o formato.

    • Adaptar: remezclar, transformar y crear a partir del material.

    • El licenciador no puede revocar estas libertades mientras cumpla con los términos de la licencia.

    • Bajo las condiciones siguientes:

    • Reconocimiento: Debe reconocer adecuadamente la autoría, proporcionar un enlace a la licencia e indicar si se han realizado cambios. Puede hacerlo de cualquier manera razonable, pero no de una manera que sugiera que tiene el apoyo del licenciador o lo recibe por el uso que hace.

    • No Comercial: No puede utilizar el material para una finalidad comercial.

    • Compartir Igual: Si remezcla, transforma o crea a partir del material, deberá difundir sus contribuciones bajo la misma licencia que el original.

    • No hay restricciones adicionales: No puede aplicar términos legales o medidas tecnológicas que legalmente restrinjan realizar aquello que la licencia permite.

Sobre la Autora

    

    Stephanie Newell se licenció en Inglés en la Universidad de Birmingham (UK) y ha trabajado en universidades de Europa, América y África, incluidas la Universidad de Stirling, el Trinity College de Dublín, la Universidad de Sussex, la Universidad Stellenbosch en Sudáfrica y la Universidad de Yale, donde trabaja actualmente como profesora.

    Ha ejercido como Presidenta de la Asociación de Estudios Africanos del Reino Unido, es miembro del Comité Ejecutivo de la Asociación de Literatura Africana y miembro del comité de premios de los Premios de Literatura Windham-Campbell. Desde 2013 hasta 2016, fue investigadora principal en un proyecto, "La política cultural de la suciedad en África, 1880 hasta el presente", financiado por el ERC.

    Es coeditora de la serie African Articulations (James Currey / Boydell & Brewer)

    Es autora de seis libros sobre literatura africana y culturas impresas populares. Ha trabajado en un proyecto de investigación llamado "Mundos impresos africanos: periódicos, creatividad local y públicos lectores de África occidental", centrado en la esfera pública en el África occidental colonial y en cuestiones de género, sexualidad y poder articuladas a través de las culturas impresas populares, incluidos periódicos, folletos, carteles y revistas. Estudia cómo los intelectuales locales, desde los que abandonaron la escuela hasta los líderes nacionalistas, debatieron cuestiones morales y políticas a través de la imprenta.

    Le interesan especialmente las historias culturales de la imprenta y la lectura en África y los espacios de creatividad local y resistencia subversiva en los periódicos de la época colonial.

Otros Libros Publicados

    • Ghanaian Popular Fiction: Thrilling Discoveries in Conjugal Life and Other Tales (Oxford and Ohio: James Currey and Ohio University Press, 2000.)

    • Literary Culture in Colonial Ghana (Manchester and Indiana: Manchester U. P. and Indiana U.P, 2002.)

    • West African Literatures: Ways of Reading (Oxford Postcolonial Studies Series, Oxford: Oxford University Press, 2006.)

    • The Forger's Tale: The Search for Odeziaku (Ohio: Ohio University Press, 2006.)

    • The Power to Name: A History of Anonymity in Colonial West Africa. (Ohio University Press, Octubre 2013. Finalista en el Premio Herskovits de 2014)

    • Media and Urban Life in Colonial and Postcolonial Lagos (Duke University Press, 2019)

La Tercera Persona

por

Stephanie Newell

I. Agosto

1 de agosto, lunes

    Nuestra madre dice que los bebés no tienen lenguaje, y esto significa que tampoco tienen memoria propia, solo fragmentos e impresiones rotas.

    Pero yo lo recuerdo todo.

    Recuerdo tocar su espinosa barba cuando yo era un bebé, buscar sus labios con las yemas de los dedos. Mientras admiraba mi reflejo en las lentes de sus gafas, una vasta boca cálida se cerraba de pronto sobre mi mano y me atrapaba los dedos, haciendo satisfechos sonidos de masticar.

    Su boca siempre parecía tan solitaria, escondida en su barba.

3 de agosto, miércoles

    Aunque solo tiene nueve años y debería jugar con niños de su misma edad, mi hermana pequeña pasa la mayor parte de su tiempo cuidando su colección de plantas de interior. ¡Qué pasatiempo más ridículo! Cada vez que la veo a través de la rendija de la puerta de su dormitorio, la veo agachada en el suelo, con el pelo negro y rizado recogido en una coleta torcida, cortando esquejes, poniendo plántulas en macetas, cuidando y alimentando y dando agua a sus especímenes, tarareándose a ella misma canciones inventadas.

    Es divertido observar su cara cuando no sabe que la están observando, especialmente cuando tiene una conversación consigo misma. Parece un personaje de dibujos animados: cejas arriba, ojos a la izquierda, cejas abajo, boca abajo, ojos al frente, cejas arriba, boca arriba. Continúa así siglos.

    La jardinería es para jubilados e idiotas.

    Entro en su habitación mientras ella se agacha junto a una desordenada hilera de bandejas de semillas y le digo que le he puesto un nuevo apodo divertido.

    "¿Cuál es?" pregunta pareciendo complacida.

    "A partir de ahora te llamarás Puta [1]", le digo.

    Ella protesta, lloriqueando, diciendo que no quiere ese nombre.

    "¡Ni siquiera sabes lo que significa!"

    Ella dice que no suena muy bien. Después de una pausa, me pregunta: "¿Cómo se llama cuando alguien hace que las palabras suenen muy difíciles, como las palabras de los mayores?"

    Yo busco la expresión correcta. "Adulterar".

    "Bueno, Lizzie", comenta ella con remordimiento, "tú a veces adulteras palabras y no sé lo que quieres decir".

    Pero cuando le digo que su nuevo nombre es la abreviatura de "horticultora", un término que se usa en honor a los buenos jardineros, vuelve a parecer complacida. Me toca el brazo y me da las gracias con la molesta voz de niña que ella siempre usaba con papá. Odio esa voz. Se conecta deliberadamente para derretir adultos. Y mira lo que ella ha hecho. Ha derretido a nuestro papá hasta la nada.

5 de agosto, viernes

    Soy la primera persona que lo ve todo por aquí.

    Siempre inspecciono el correo, pero lo dejo donde cae a menos que haya una carta para mí escrita por mi padre. Él siempre escribe a Elizabeth en lugar de a Lizzie. Puedes notar que está de buen humor si pega el sello deliberadamente al revés en la esquina. Sin embargo, cuando llegó una carta de Nueva Zelanda hoy, noté que él había puesto el sello de la manera correcta. Pasé toda la mañana tratando de averiguar si él estaba de buen humor o de mal humor, porque Nueva Zelanda está al revés en comparación con nosotros: por lo tanto, ¿tal vez un sello colocado en la posición correcta en Nueva Zelanda es una broma inteligente sobre que yo estoy al revés por aquí? O tal vez estaba enfadado de nuevo.

    Llevo pensado en ello durante horas y todavía no puedo decidirme.

    Cuando nuestra madre sale de su dormitorio, frotándose los ojos, recoge todas las cartas, separa los sobres blancos de los marrones y los coloca sobre el escritorio de su estudio.

    Dondequiera que ella vaya por la casa estos días, una nube de humo de cigarrillo persiste alrededor de su cabeza. A veces, apenas podemos verle la cara . Cuando llora, vemos grandes gotas de lluvia cayendo de la nube. Desde que él desapareció, la nube se ha vuelto más gruesa y pesada: absorbe toda su energía. Dice que está demasiado cansada para jugar al Scrabble o al Monopoly por las noches. Ella solía ser divertida. Ahora todo su amor parece flotar sobre nuestras cabezas, fuera de nuestro alcance. Es una suerte que sea más alta y más fuerte que Helen. Puedo llegar más alto.

9 de agosto, martes

    Helen empuja la puerta de mi habitación con los codos, manteniendo un dedo enterrado en cada oreja.

    "¿Qué está pasando?" se queja ella. "¿Qué es ese ruido?"

    Yo me levanto de un salto.

    "¡Fuera!" Espeto tratando de concentrarme en ella para poder empujarla fuera de mi habitación. "No se te permite entrar aquí".

    He estado trabajando en mi escritura gótica esta mañana. Se necesita mucha habilidad y concentración, y los violentos golpes de abajo apenas se han registrado en mis pensamientos. He copiado el alfabeto completo en mayúsculas quince veces en rápida sucesión. Eso son 390 letras en espacio de 150 minutos. Eso es una tasa aproximada de una letra cada 23 segundos. Cuando termine este ejercicio, copiaré los soliloquios de Hamlet con mi escritura gótica más elegante.

    "Me está dando dolor de cabeza. ¿Qué es eso?"

    Probablemente encontraría a mi hermana menos irritante si no se quejara con una voz aguda cada vez que abre la boca. Yo soy la que tiene dolor de cabeza. Verla ya es bastante malo, pero cada vez que habla me cruje los huesos y me hace apretar los dientes.

    Las niñas de su edad no deberían ser vistas y tampoco deberían ser oídas.

    Tengo que completar un folio más de mayúsculas y luego pasaré a las letras minúsculas.

    "Si estás tan preocupada, baja y averígualo", le digo.

    "Tengo miedo. ¿Y si son carteros? Ven conmigo." Ella dice carteros en lugar de rateros.

    "¡Eres increíblemente estúpida! Los rateros intentan ser discretos, imbécil. ¡Vete! '

    Sé que ella se está asomando en el rellano entre nuestros dormitorios porque puedo oír las tablas del suelo crujir suavemente.

    No puedo no oír el ruido ahora que ella me lo alertado. Los silencios son más inquietantes que los golpes. Abren una red de espacios donde mi imaginación planta imágenes de hombres extraños asaltando armarios y cajones de la planta baja antes de abrirse paso a martillazos hasta la planta de arriba para atraparme.

    Intento concentrarme en el decimosexta folio de papel, nítido y en blanco, especialmente preparado para este momento. A diferencia de las otras hojas, que arranqué de mi bloc A4, esta última página es papel de un paquete de buena calidad. Cada línea se ha pinchado con un alfiler a intervalos de media pulgada para que cada letra del alfabeto ocupe un cuadro invisible del mismo tamaño que su vecino. Mi hoja fresca aguarda el rizo-pico-rizo del hermoso desfile gótico.

    Una de mis Reglas es hacer que todo lo que escribo sea lo más hermoso posible.

    El ruido de golpes comienza de nuevo escaleras abajo.

    Salgo de la habitación agarrando uno de los codos de Helen por el camino. "¡Vamos!"

    Cuando llegamos a lo alto de las escaleras empezamos a caminar de puntillas, por si acaso hay rateros en la casa. Nos apoyamos en las barandillas y pisamos los bordes de cada polvoriento escalón para evitar que crujan las tablas.

    Normalmente, la puerta de la cocina está abierta con un frasco victoriano de barro que mi madre toma prestado de mi colección de botellas pero, para nuestro asombro, hoy la puerta está firmemente cerrada.

    Nos quedamos fuera un rato y escuchamos.

    Enterrado en el núcleo del ruido de golpes, escuchamos un jadeo estrangulado, subiendo y bajando. Aquí hay un sonido que reconozco por fin. Reverbera a través de mi memoria, haciendo eco en el pasado hasta antes de que yo supiera hablar.

    Helen se acerca e intenta agarrarme la mano, pero yo se la aparto de una sacudida.

    Tentativamente, giro la manija de la puerta y miro por la rendija justo a tiempo para captar el primero de una nueva serie de golpes.

    Todo en la cocina está cubierto con una película de polvo blanco, incluida nuestra madre. Ella está de pie frente a la mesa sosteniendo un rodillo en vertical sobre la cabeza. Lo baja como un garrote cavernícola una y otra vez. Le está dado la paliza de su vida a una gran cosa gris sobre la mesa, golpeándola con todas sus fuerzas. El bol para mezclar salta arriba y abajo sobre la mesa, junto al cenicero y al lado de un paquete de Marlboro medio vacío.

    "¿Qué estás haciendo?" gimotea Helen desde la puerta.

    Nuestra madre mira hacia arriba, pero su rostro no parece registrar quiénes somos. Sus gafas, mejillas y frente están cubiertas de rayas blancas y húmedas y ella tiene cosas pegajosas en el pelo. "¿Perdón?"

    Guijarros de masilla salpican la habitación. Helen repite la pregunta y su gemido se hace aún más fuerte.

    "¿Necesitas ayuda?" Exclamo yo con calma, con una voz lo bastante alta como para ser oída por encima del alboroto de mi hermana. Sé cómo manejar estas situaciones. Si una persona está enojada o molesta, no debes hacer que se sienta amenazada haciéndole preguntas de confrontación o tontas, o rompiendo a llorar.

    Nuestra madre aún parece un poco confundida. Se sienta y echa mano a sus cigarrillos.

    Helen y yo avanzamos unos centímetros hacia el interior de la cocina. El aire está lleno de polvo blanco.

    "¿Podemos ayudarte con lo que estás haciendo?" Le pregunto.

    El pecho de nuestra madre se agita tanto que no puede inhalar el cigarrillo. Yo tomo la mano de Helen y la aprieto, no demasiado esta vez.

    "No, gracias, chicas", dice nuestra madre, esforzándose por controlar su voz.

    "¿Qué estás haciendo?" Pregunto a continuación.

    Ella gira la cabeza hacia la cosa muerta sobre la mesa. "Bases de pizza", dice mirando la masa y exhalando una nube de humo.

    "¡Oh!" decimos ambas juntas.

    "Todo ha salido mal". Ella pronuncia cada palabra lentamente.

    La carne alrededor de los ojos y las mejillas está hinchada y su nariz es de un rojo brillante. Cuando nuestra madre llora, sus sollozos son silenciosos, se escapan rápida y silenciosamente de su boca. Cuando llora, su cara se hincha y cambia lentamente de color. Después de una hora o dos, ya casi no puedes verle los ojos. Sólo entonces ella empieza a llorar. Y ya no se detiene durante días. Helen y yo siempre tratamos de interceptarla en la etapa de hinchazón.

    Helen deja caer mi mano y se adentra más en la cocina. "No pasa nada. Yo sé hacer pizza. Vi a un hombre hacerlo en la tele"

    Yo intento agarrarla del brazo, pero ella se escapa.

    "Se supone que no debes golpearla con un rodillo. Se supone que debes aplastarla por ahí, así." Helen mueve las manos en un eficiente movimiento de amasar.

    Nuestra madre se suena la nariz con un pañuelo de papel lleno de harina. "No creo que pueda soportarlo más".

    Yo me relajo un poco porque, a pesar de que ella está llorando, la he oído decir eso muchas veces. Siento que estamos flotando hacia un territorio seguro, lejos de los días de lamentos.

    "Tal vez deberíamos pensar todos en unas vacaciones", dice Helen con su voz más adulta, acercándose a la silla de nuestra madre. Ella escuchó a Wendy Craig decir eso en Mariposas.

    "¿Puedo preparar una taza de té?" Pregunto yo tratando de desviar la ridícula sugerencia de mi hermana.

    Camino por el canal que Helen ha abierto en la alfombra de harina y me desvío al llegar a la silla de nuestra madre. Creo un nuevo canal que conduce al aparador y lleno la tetera. Pero cuando me doy la vuelta para mirar, Helen se ha subido al regazo de nuestra madre y se ha abrazado al cuello pegajoso. Una cuerda de humo se arremolina alrededor de sus cuerpos, uniéndolos.

14 de agosto, domingo

    Me despierto con una sensación de zumbido en el estómago. Cuando ruedo sobre mi espalda y miro al techo, el zumbido se abre camino hasta mi garganta y flota con impaciencia antes de llegar a mis oídos. Sé que es un día de caza de botellas.

    Me acuesto en la cama e imagino todos esos tesoros asomando del barro, esperando ser encontrados y llevados a casa. Ahora es imposible permanecer en casa un minuto más porque estoy llena de emoción. Saco mis herramientas del cobertizo y me marcho del número once de inmediato.

    Las orillas de nuestro lado del arroyo están llenas de pastos altos y dorados que se transforman en heno durante el verano. Las golondrinas se lanzan sobre el agua y pequeñas gaviotas caminan esforzadamente por las marismas, hundiendo las cabezas esporádicamente. A lo largo del malecón, las marismas se han dividido en miles de mosaicos, agrietados y cincelados por meses de calor, esperando la lluvia otoñal. La brisa levanta copos de barro en grandes puñados y los esparce hacia la fábrica de huesos.

    Descubrí el viejo vertedero de basura poco después de que papá desapareciera. Yo estaba sentada con las piernas cruzadas encima de mi mesa, mirando por la ventana de mi habitación una mañana, tratando de recordar el extraño ángulo en el que él sostenía el tenedor cuando lo clavaba en una salchicha en el desayuno, cuando de repente el páramo comenzó a chispear en el acuoso amanecer al otro lado del arroyo. Pensé que era polvo de hadas y salí corriendo de la casa hacia él.

    El antiguo vertedero está a mitad de camino de la carretera plana. Puedo ver la parte trasera de la fábrica de huesos al entrar andando en el solar, pero nadie desde la fábrica puede verme porque no hay ventanas en las corrugadas paredes del almacén de ese lado, solo hay una hilera de tuberías de plástico gris sobresaliendo del edificio, cubiertas de limo verde. A veces, un líquido marrón sale de las tuberías y salpica espesamente en el charco de agua en la parte de atrás de la fábrica.

    El lugar entero está rodeado por una valla y las tablas podridas están llenas con carteles que dicen "Peligro, No Se Acerque" y "Los Intrusos Serán Procesados".

    Hay una abertura detrás de un arbusto de espino por donde todavía puedo pasar arrastrándome, aunque desde que descubrí este lugar he crecido mucho más y he tenido que aflojar algunas tablas adicionales a cada lado del agujero original.

    Las botas de agua tamaño seis de mi madre chocan contra mis piernas mientras me meto por el hueco arrastrando el rastrillo detrás de mí. Sus dientes rozan el borde. Necesito llevar un rastrillo de jardinería de tamaño completo porque el lodo del arroyo es pesado y pegajoso, y necesito excavar lo más hondo posible. Cuanto más voy a cazar botellas, más me las arreglo para excavar más hondo en el barro. Ahí es donde se esconde el mejor tesoro, al acecho en la oscuridad. El barro es tan espeso que dobla los dientes de los rastrillos más pequeños.

    Tengo los bolsillos abultados por bolsas arrugadas. Estas crepitan cuando me muevo. Las gaviotas dan vueltas encima de mí en el cielo.

    Todo lo demás está completamente inmóvil.

    Atravesar esta valla me aisla del resto del mundo.

    Todos los viejos pozos de basura están llenos de agua fangosa. Camino con cuidado por los desiguales montículos que dividen los hoyos unos de otros, usando el rastrillo para mantener el equilibrio. Nunca aparto la vista de los tragaderos.

    Flecos de espuma blanca de las tuberías de la fábrica empujan la orilla.

    El barro es resbaladizo. Los lugares firmes una semana atrás pueden estar blandos la siguiente y mis pies a veces se atascan. Una vez casi tuve que dejar una bota de agua sobresaliendo de los tragaderos porque el barro se había cerrado alrededor de mi pie y lo agarraba con tanta fuerza que yo no podía escapar. Aunque este lugar no es "peligroso". "Peligroso" son las personas, no los lugares.

    El barro se pega al rastrillo cuando excavo y empujo los grumos con el pie.

    El arroyo es de marea, por lo que el lodo siempre se está moviendo, empujando cosas hacia la superficie para ser encontradas.

    La mayoría de las botellas están rotas, pero cuando encuentro una intacta, me agacho y la agito en los tragaderos antes de ponerla dentro de una de las bolsas. Cuando enjuago una botella, siempre pienso que puedo ver la historia dentro de ella filtrándose al agua. Si encuentro un artículo raro, como una pipa de arcilla o una botella con una canica en el cuello o una botella de veneno azul, hay una Regla que dice que no tengo permitido enjuagarlo o inspeccionarlo hasta llegar a casa. Lo guardo directamente en la bolsa, cubierto de barro, y trato de imaginar qué aspecto tiene durante todo el camino hasta el número once, cómo se ha conservado perfectamente desde la época victoriana.

    Las botellas siempre son pesadas por el barro de un siglo de entierro.

    Puedo imaginar muchas cosas cuando estoy aquí en este lugar. Hoy me imagino a mi papá llegando a casa con un montón de regalos exóticos de todos los países que ha visitado este año. Los regalos están tan apilados que no podemos verle la cara, pero yo sé que él está sonriendo. Para mí, trajo un telescopio. Al entregarlo, me susurra que me enseñará a usarlo. También me ha traído un juego de doce bolígrafos de caligrafía con plumillas de platino de diferentes grosores y algunas barras de lacre de oro, plata y bronce. Él compró un anillo de diamantes para nuestra madre, para reemplazar el que ella vendió para pagar los honorarios legales. (Para Helen trae un par de patines de plástico baratos.) Después de una taza de té en la cocina, hecha por mí, me pregunta educamente si puede ver mi colección de botellas. Le llevo arriba y describo cada exhibición en mi estante de vidrio especial, mostrándole las etiquetas que estoy escribiendo en escritura gótica en miniatura.

    Siempre mantengo mi habitación impecablemente limpia en caso de que papá regrese y quiera verla. He diseñado tres áreas de exposición separadas, una para mi caligrafía, otra para mis botellas y otra para mi lacre y sellos. También tengo una extensa biblioteca personal que contiene veintinueve libros ordenados con mi favorito, The Mill on the Floss, primero, seguido de El señor de las Moscas y Hamlet. Tuve que poner a Hamlet encima de El señor de las moscas porque me gustan los dos por igual y comparten el segundo lugar. El tercero es Crimen y castigo. (Me encanta la forma en que Raskolnikov mata a la anciana: lo piensa tan detenidamente antes de hacerlo). Por último, en el estante está el peor libro jamás escrito: Mujercitas de Louisa May Alcott, con esas espeluznantes hermanas y esa dulce e irritante madre. No quiero tirarlo. Lo guardo en el estante como recordatorio. A veces lo leo solo para enfadarme yo sola.

    Camino por el solar y trato de decidir un lugar para la excavación de botellas de hoy. Un pequeño montículo junto a un charco de agua parece esperanzador. Me imagino un grupo de botellas enterradas acechando bajo la superficie y empiezo a cavar.

    Hay cuatro Reglas para la caza de botellas y deben cumplirse estrictamente en todo momento:

    Cuando cavas buscando botellas, debes insertar el rastrillo en ángulo recto y presionar firmemente para que cada diente se hunda suavemente en el barro.

    Si el rastrillo golpea un objeto firme, debes retirarlo instantáneamente. Luego debes retroceder medio paso y volver a insertar el rastrillo para que nunca te culpes por haber roto algo bajo la superficie.

    No se te permite traer a nadie aquí contigo.

    Debes soñar despierta cuando estés aquí.

    Si rompo una Regla cardinal, tengo que romper una de mis botellas al llegar a casa. No una de mis botellas ordinarias de las cajas de cartón en el cobertizo, sino una de las botellas especiales del estante de vidrio en el Área de Exhibición de Botellas de mi dormitorio.

    Mi colección de botellas contiene botellitas azules de veneno tan delicadas como telas de araña, no más grandes que mi pulgar. También tengo dos pipas de arcilla intactas. Tienen tallos quebradizos que parecen huesos delgados, y todavía se pueden ver marcas amarillas donde el hombre succionó y fumó. También tengo botellas y frascos de cerveza de barro pesado, como el que pidió prestado nuestra madre para mantener abierta la puerta de la cocina, y botellas de desinfectante e innumerables botellas translúcidas de tinta con bordes en los hombros para apoyar las puntas de las plumas.

    La cuarta regla es la más difícil de seguir, especialmente en este momento. La cuestión es que no puedo dejar de pensar en por qué mi padre se fue y si debería haberme esforzado yo más para detenerlo. Intento obligarme a continuar con mi sueño lúcido, cuando él regresa a casa cargado de regalos.

    Me he estado concentrando tanto en cavar que cuando alzo la vista, mi visión está borrosa. El número once se enfoca lentamente al otro lado del arroyo. Mientras mis ojos se adaptan, veo una figura mirando por la ventana de mi habitación.

    Agarro el rastrillo y las bolsas de transporte y corro hacia casa. Mi habitación tiene un letrero en la puerta, en el exterior, que dice "Prohibida la Entrada". Esa es la Regla de Oro.

    "¡Quítate las botas! ¡Fuera!' dice mi madre en cuanto entro. Me agita un paño naranja en la cara.

    "¿Quién ha estado en mi habitación? ¿Dónde está Helen?"

    Para mi sorpresa, mientras yo estaba fuera, nuestra madre ha limpiado toda la casa con la aspiradora, quitado la suciedad de los rodapiés del pasillo y limpiado la pintura de todas las puertas y ventanas de la planta baja. No ha hecho esto desde antes de que papá se fuese.

    "¿Quién ha estado en mi habitación?" Exijo yo.

    "Metí la aspiradora por tu puerta, cariño, pero estaba todo tan ordenado que no tuve que pasar más de un minuto dentro". Ella está muy feliz por una vez.

    ‘¡No tienes permitido entrar ahí! ¿Dónde está Helen?" Exijo ojeando las escaleras.

    "Se ha ido a ver amigas o algo así. Por la carretera, creo."

    Las mejillas de mi madre están rosadas. Da una pasada en la puerta del estudio con el trapo. Yo estoy suspicaz. Todos los tiradores de latón brillan a la luz. Ella me hace llevar las bolsas embarradas en una mano y las botas de agua en la otra hasta nuestro jardín trasero, donde me indica que espere hasta que ella llena un balde con agua caliente y Fairy Líquido.

    Me siento en el umbral de la puerta trasera con el balde, un cepillo de uñas, un paño y un viejo ganchillo que utilizo para sacar el barro del cuello y el cuerpo de cada botella. Pero ahora no estoy de humor para limpiar mis tesoros. Normalmente puedo quedarme en mi sueño lúcido todo el camino de regreso desde el basurero hasta que la última botella está fuera de la bolsa y limpia. Pero ahora lo único que puedo pensar es en mi madre husmeando en mi habitación, recogiendo mis cosas. O Helen.

    El agua está tan caliente que mis dedos se vuelven escarlata en el balde.

    Mi madre está de buen humor por una vez. Aparece cada cinco minutos para preguntar qué he encontrado y si necesito algo, pero no puedo ser molestada para hablar con ella. ¿Por qué está tan feliz?

    "Nada. Solo lo de siempre," murmuro cuando me pregunta si he descubierto algún buen ejemplar hoy. Ella finge estar muy interesada en mis hallazgos: una botella de Bovril con una gruesa barriga de la década de 1930 y algunas astilladas botellas de tinta victorianas.

    Cuando ella sale, uso el fregadero de la cocina. Es mucho más cómodo limpiar las botellas dentro de casa, aunque tengo prohibido hacerlo porque el barro nos bloquea los desagües como pegamento.

    Las mejores cosas resultan estar rotas cuando las saco del barro.

    Dentro de mí, sé que estarán rotas. Por eso no puedo inspeccionarlas en el sitio. Pero si una botella está entera, no puedo tirarla, no importa cuántas del mismo tipo tenga en mi colección. Eso es porque la he rescatado del entierro en el barro. Ya se han tirado una vez. Han sobrevivido. No puedes rechazar algo dos veces. Da mala suerte.

    Puedo imaginar lo que se siente al ser enterrado vivo como una botella.

    Nuestro cobertizo de jardín está lleno hasta el techo de cajas de cartón que contienen todas las botellas que he recolectado durante el último año y medio. Las cajas se comban tristemente, con fondos húmedos y esquinas succionadas por babosas. Pero dentro de cada una, todas mis botellas están envueltas con ternura en papel de periódico y colocadas cómodamente una al lado de la otra. No me importa si son iguales entre sí.

    Pero cuando veo cada grieta y astilla emerger a través de la espuma del balde, trato de recuperar mi sueño lúcido, pero no puedo. Este ha desaparecido.

17 de agosto, miércoles

    De ahora en adelante, he decidido llamar a nuestra madre por su nombre de pila, Rebecca, porque ha perdido el derecho a ser llamada mamá al dejar que mi papá desaparezca así.

    Rebecca no se esforzó lo suficiente para que él se quedara. Ella es culpable de varios cargos, pero estoy pensando especialmente en la ocasión en que intentamos comer lo que él preparó, pero no pudimos. Por supuesto, Helen empeoró mucho la situación, sentada a la mesa aullando con toda su fuerza pulmonar, con la boca enorme, los hombros caídos, las lágrimas rodando por su rostro como fugitivos renacuajos.

    Yo traté de concentrarme en mantener mi cuello rígido porque una gran cantidad de aire estaba tratando de salir de mi boca de una vez. Mi barbilla se movía y sobresalía incontrolablemente porque yo estaba intentando no llorar.

    Todos deberíamos habernos esforzado más, pero sobre todo Rebecca, porque ella es adulta.

    Usualmente, las comidas que él cocinaba estaban deliciosas.

    Pero esta vez había servido tomates enlatados tibios sobre una tostada de pan blanco, con un trozo húmedo de fiambre al lado de cada plato. Los tomates enlatados parecían animales despellejados flotando en un charco de agua rosa sobre la tostada.

    Debo confesar que me sentí muy decepcionada con él. Él sabía que yo odiaba el fiambre.

    Rebecca seguía suplicándole que se apartara de la mesa y discutiera las cosas en el estudio. Cuando él se negó, ella insistió en que a Helen y a mí se nos debería permitir dejar la mesa, como si fuéramos bebés.

    Él nos dijo que nos quedáramos donde estábamos y nos termináramos nuestra comida.

    Hannah dijo que estaba siendo deliberadamente provocativo.

    Yo podía ver que Helen quería dejar la mesa. Empecé a sentir que yo también quería dejar la mesa, tal vez en los próximos diez minutos más o menos, pero nadie nos preguntaba y no se nos permitía interrumpir.

    Nuestra madre debería habérmelo dejado a mí.

    La cosa es que yo sabía cómo tratar con él cuando él actuaba así. Pero como ella lo había empeorado todo, él empezó a golpear la mesa con la palma de la mano e insistir en que nos metiéramos hasta el último bocado de la comida en la boca.

    Cuando amenazó con darnos una segunda ración, me reí con alivio y miré su rostro para confirmar que sus ojos estaban bromeando, pero él seguía debatiendo la cabeza de lado a lado, haciéndo imposible para mí ver lo que estaba pasando.

    Nuestra madre ya no intentaba calmarlo. Era ella quien estaba siendo deliberadamente provocativa para empeorar la situación. Ella dijo no poder decidir si él era un chef sin talento o un fanfarrón sin talento, pero que de cualquier manera, debería comenzar a actuar más como un adulto y menos como uno de los niños de su clase de teatro. Con sus habilidades culinarias, observó ella, debería ir a trabajar para Wimpy y darle a ella algo de paz y tranquilidad para terminar de escribir su libro.

    Pero terminar su libro fue de lo más divertido que él había escuchado en años. Él no podía parar de reír.

    Fue entonces cuando Helen y yo nos deslizamos de nuestras sillas. Ni siquiera consultamos. Salimos de la cocina y nos retiramos hasta la escalera. Yo me senté en el séptimo escalón. Ella se sentó en algún lugar debajo, pero lo principal fue que nosotras debatimos los méritos y defectos en el caso de cada lado hasta que el ruido se calmó en la cocina. Nosotras éramos los árbitros de escalera, garantizando el juego limpio dentro del cuadrilátero.

    Desde que papá se fue, Rebecca no deja de pedirme que le cepille el pelo por las noches. A mi no me gusta hacerlo porque no me gusta tocar ninguna parte de su cuerpo, pero he decidido complacerla por el momento. Ella deja de llorar por las noches si le cepillo el pelo.

    "¡Mmm!" dice mientras las cerdas tiran hacia abajo. Su cabello es espeso y castaño, con mechones grises.

    Levanto el cepillo hacia su cabeza en preparación para la siguiente pasada. Todo el cabello se levanta en ondas de estática, siguiendo mis manos y haciéndome reír para mí misma. Ella se sienta erguida en su silla. A ella no le importa la firmeza con que yo tense los mechones.

    Pero cuando he mirado su cabello durante mucho tiempo, empiezo a sentirme realmente enferma por la espesa masa de fibra. Parece viva en las raíces, adherida a su cuero cabelludo blanco como millones de garras diminutas. Y cuando tiro demasiado fuerte del cepillo, me caen mechones de cabello en las manos. Luego escucho un rugido en mi cabeza y grandes manchas ruedan por mis ojos.

    "¡Mmm!" dice ella con impaciencia si hago una pausa demasiado larga, así que tengo que continuar.

    Con cada pasada, ella se aleja más de mí. Yo me quedó en blanco mirándole los hombros y sigo cepillando.

20 de agosto, sábado

    "¡Shuu! ¿No tenéis casas donde ir? ¡No toquéis esa caja! La mujer realmente gorda nos aplasta como moscardones e intenta sacarnos fuera, pero cada vez que logra golpear a un niño por la puerta, otro se cuela dentro y vuela erráticamente por el pasillo para explorar las habitaciones en la parte trasera de la tienda.

    El local entero está lleno de niños correteando por ahí. Están subiendo y bajando las escaleras, gritando, aporreando puertas, buscando tesoros ocultos en todos los rincones polvorientos. El caso es que se corre la voz cada vez que la gente se muda de casa en el pueblo y todos los niños del lugar se acercan corriendo para corretear por los edificios vacíos. Pero esta vez estamos más emocionados que de costumbre porque la tienda del pueblo ha estado vacía durante años.

    La mujer gorda camina pesadamente, vientre de embarazada tan tenso como el de un elefante. El sudor se acumula en su pecosa frente en perlas translúcidas. Ella sigue agarrando la mano de un niño pequeño y gritando: "¡Basta, Sammy!" cuando él intenta unirse a los juegos de otros niños.

    "No levantes nada pesado", le advierte él cuando la ve jugando con las esquinas de las cajas.

    "¿No puedes sacar a estos niños de aquí?" se queja ella masajeando la parte baja de la espalda. "Se interponen en el camino".

    Se ajusta la coleta. Su cabello parece un Brillo Pad oxidado y sus tobillos están hinchados.

    "Lo dudo", dice él, ese hombre, y su risa es tan contagiosa que no puedo evitar sonreír también y mirarme los zapatos.

    Ya no estoy corriendo porque no puedo dejar de mirar al hombre. Es alto y delgado, con ojos azules brillantes, cabello del color de la paja y nariz respingona. Él salta por los espacios vacíos, ligero como el aire, llamando a los hombres de la mudanza con voz como una flauta. Es como si alguien hubiera tomado a un niño de mi edad y lo hubiera convertido en un adulto, pero mucho más simpático.

    Al verme parada en silencio junto a los estantes vacíos mirándole, se acerca y me alborota el pelo. Siento una sensación de tirón dentro del estómago.

    "Buenas tardes. Deleitado de conocerla, mademoiselle ', dice inclinándose ante mí y haciendo una floritura con un sombrero invisible.

    "El honor es todo mío", digo haciendo una reverencia, y él me mira con gran sorpresa. Maggie Tulliver estaría bien en esta situación. Pienso en ella. Claramente él está impresionado por mí. Puedo saberlo por la forma en que se dirige a mí a continuación.

    "¿Y cuál podría ser el nombre de esta extraordinariamente deliciosa y culta jovencita?"

    "Puede dirigirse a mí como la señorita Elizabeth Osborne. Tengo trece años," le informo. Como un aspersor de agua, mis palabras le hacen cosquillas por todas partes.

    "Bueno, señorita Osborne la Decimotercera, mi nombre es Lord Phillips el Joven, por si quisiera escribirlo en su tarjeta para el próximo baile".

    "¡Peter!" espeta la Mujer Elefante. "¡Deja de hacer el bobo!"

    Baúles, cajas y sacos de basura brotan de cada rincón. La Mujer Elefante agita sus manos por ahí, enviando instrucciones.

    El camión de mudanzas bloquea la carretera y proyecta una negra sombra por la ventana.

    Mi hermana aparece en el pasillo detrás del mostrador, agarrando un puñado de llaves oxidadas, tropezando con el suelo de linóleo al zambullirse dentro de la tienda.

    "¡Ups!" El hombre la agarra del brazo. "¿Qué tienes ahí?"

    Helen lo mira, pone los ojos en blanco y dice con su voz más irritante y persuasiva: "Encontré esto en el piso de arriba".

    "Bueno, puedes quedarte con ellas si quieres", dice el hombre mirándole las manos con diversión. "¿Cuál es tu nombre?"

    "Se la llama la Criatura Más Vil del Pueblo", le digo yo.

    Esto provoca dos reacciones no deseadas en el hombre. Primero, se tambalea hacia atrás alarmado. En segundo lugar, saca una Vía Láctea de una caja, se inclina hacia adelante, toca el hombro de mi hermana con ella como si fuera una varita mágica y le dice que contiene una poción secreta para protegerla de las hermanas mayores. Ahora sé que nunca debo presentarla como Puta, porque a este hombre encantador definitivamente dejaré de gustarle si uso palabrotas como esa.

    Él me guiña un ojo y desaparece en un destello por la puerta.

30 de agosto, martes

    Mi hermana ha estado vagando fuera de la casa sola. A veces regresa con una bolsa abierta de Monster Munch o un paquete de Opal Fruits. Calculo que está visitando a una pobre anciana en el pueblo para saquearle las reservas de aperitivos, cuidadosamente recolectados durante los últimos meses para regalar a sus nietos en Navidad. Las personas mayores hacen planes de esos. El caso es que voy a descubrir adónde va mi hermana y a proteger a esta anciana de otro abuso infantil por parte de Helen.

    Por ahora, le digo a mi hermana que he terminado la deliciosa rosquilla de chocolate y caramelo que Rebecca nos ha comprado como recompensa por habernos mantenido fuera de su camino esta semana, y veo cómo mi hermana devora su rosquilla para alcanzarme. Parece un poco enferma al final de su banquete, pero se puede apreciar que está contenta de que volvamos a estar iguales.

    "En realidad no", le digo y le muestro la prístina rosquilla que he estado sosteniendo en un agarre de pinza detrás de la espalda. "¡Voila! No le he dado ni un bocado todavía."

    La cara de Helen está completamente en blanco.

    Siempre voy varios pasos por delante de ella. En parte esto es consecuencia de nuestra diferencia de edad, pero sobre todo se debe a que Helen tiene defectos, es discapacitada y retrasada mental. Por mucho que lo intente, ella nunca me alcanzará. Cada vez que cambia de estrategia o intenta burlarme, yo la atrapo y la clavo como una mariposa Cabbage White.

31 de agosto, miércoles

    Helen debe de haberle dicho a alguien de fuera mi apodo para ella, y alguien debe haberse reído y haberle dicho lo que significa de verdad, porque esta noche me dice categóricamente que ya no debo llamarla Puta. Que no le gusta ese nombre. Así que ahora, cada vez que pasa junto a mí en el pasillo peinándose el cabello con los dedos, le susurro "Puta" en voz baja. Mi voz suena como el suspiro de un fantasma [2]. Está lleno de H inconsolables. Creo que acortaré su apodo a una simple "H" y lo usaré públicamente cuando me dirija a ella. Otras personas pensarán que esta es mi afectuosa abreviatura de Helen, pero ella sabrá lo que significa la letra de verdad. Ella sabrá lo que realmente significa.

II. Septiembre

3 de septiembre, sábado

    Me entretengo junto a la nevera en Finefare y pregunto si podemos comprar queso procesado.

    "No insultes al queso", responde Rebecca.

    Ella también se niega a comprar cualquier tipo de patatas fritas porque una vez calculó lo que costaría una libra de patatas si multiplicabas el peso y el precio de un paquete de patatas fritas.

    Mi madre no tiene imaginación. Es incapaz de probar cosas nuevas. Necesita de veras relajarse mucho. Necesita aprender a correr riesgos.

9 de septiembre, viernes

    Soy invisible. Invencible. Me cuelo en el guardarropa para robar cosas de las bolsas de la gente. Los sutiles olores de las casas de las personas se mezclan con el olor de sus zapatillas. Abro cremalleras, cordones, botones y botones de presión. Llevo toda esta semana entrando a escondidas en los descansos para sacar plumas estilográficas, rotuladores perfumados con punta de fieltro, marcadores brillantes, lápices de colores del arco iris. Guardo el tesoro en mi propia bolsa de gimnasia, la cual hice a partir de mezclilla en nuestra clase de Ciencias Domésticas el año pasado. Esta cuelga de mi percha con mi placa de Blue Peter sujeta en la parte delantera. Se siente una bien tras privar a las personas de sus tesoros.

10 de septiembre, sábado

    Hoy, cuando volvemos corriendo a la casa de Katie Nelson y le contamos a la Sra. Nelson que los hombres de la ambulancia entraron apresuradamente en la tienda, le colocaron a la Sra. Phillips una máscara de oxígeno en la boca, la metieron por la parte de atrás y se alejaron mientras ella lloraba y gritaba y se agarraba el estómago, la Sra. Nelson comenta que es inusual en estos días que las mujeres embarazadas sean llevadas al hospital de esa manera. Lo que se supone que deben hacer las mujeres es empacar una bolsa de viaje de tamaño mediano con productos esenciales y sus maridos las llevan al hospital en automóvil.

    "Debe de estar loca. Yo con una vez tuve bastante”, la Sra. Nelson se envuelve la cintura con los brazos, frunce el ceño, se encorva y hace muecas. Ella es tan graciosa cuando dice esto. "Fue como si me estuvieran desgarrado allí abajo. ¡Se acabó! No más bebés, eso es lo que le dije a él cuando llegamos a casa."

    "Pero, cuando llega una ambulancia, ¿significa eso que algo salió mal?" Me esfuerzo mucho para no sonar demasiado optimista.

    Hasta hoy, la única vez que he visto de cerca una ambulancia fue cuando el anciano con el marco zimmer tropezó con su puerta en el número treinta y dos. Todas sus bolsas estallaron en la carretera al caer y él aterrizó sobre las botellas de vidrio. La mujer que vivía al lado suyo llamó a una ambulancia y colocó al anciano de lado, con la cabeza apoyada en un abrigo. Luego ella dijo que era un inmundo borracho que alentaba a las ratas a entrar en la casa.

    La calle apestaba a cerveza y la puerta de su casa estaba abierta de par en par. Todos salimos a mirar.

    Yo, Helen y Katie Nelson nos quedamos mirando su cuerpo en la carretera, sintiéndonos extrañas al estar de pie sobre un adulto, especialmente un hombre, y espiamos dentro de su casa. Pero no pudimos ver ninguna rata, solo montones de periódicos amarillentos en las escaleras y un montón de cartas sin abrir en el suelo.

    "Cuando mejore, tal vez podamos ofrecernos a abrirle las cartas y leerlas en voz alta, en caso de que sean importantes", sugirió Katie Nelson. Katie va a mi escuela. Ella va un año debajo de mí. No estoy segura de si ella me cae bien todavía. En primer lugar, tiene que pasar algunas pruebas.

    Helen asintió. "Quizá no sabe leer".

    Cuando llegó la ambulancia, el anciano estaba despierto de nuevo, rodando por ahí y haciendo crujir el cristal. Yo me sentí mal por el. Él había bajado hasta el pub con sus botellas vacías y todo el camino de regreso con las nuevas llenas, luego se había caído en el último obstáculo, su propia puerta.

    Claramente, se había olvidado de la importante Regla de concentrarse en los detalles.

    De todos modos, cuando se llevaron a la Sra. Phillips en una ambulancia hoy, él estaba en la entrada de la tienda, con las manos colgando a los lados, frunciendo el ceño. Entre gritos de dolor y bocanadas en la máscara de oxígeno, la señora Phillips seguía gritándole instrucciones sobre Sammy y la tienda. Pero él se quedó ahí parado con el aspecto de un niño perdido en el supermercado. Cuando la ambulancia partió, él bajó la cabeza, volvió a entrar en la tienda y cambió el letrero de "abierto" a "cerrado". Ni siquiera me dijo hola.

11 de septiembre, domimgo

    Me acerco al umbral claqueando. El señor Phillips aparece por el pasillo masticando algo. Traga melodramáticamente cuando me ve y estalla en aplausos. Bueno, claramente se siente mucho mejor que ayer.

    "Mira a quién tenemos aquí". Luego cruza los ojos cómicamente y mira por la tienda. "¿Dónde está la pequeña Señorita Desastre hoy?"

    "¿Helen? Está en casa de Katie Nelson," le explico yo. Su comportamiento es un poco suspicaz, como el de mi padre justo antes de una gran riña con Rebecca. "Y tienes razón, es un desastre. Deberías ver su dormitorio. ¡Apesta! Me sorprende que no haya ratas allí dentro."

    Los ojos azules del señor Phillips brillan. Su cabello es brillante y rubio. Me recuerda al Apuesto Príncipe de ese cuento que papá solía leerme cuando no me podía dormir.

    Un gato blanco y negro con sobrepeso intenta colarse en la tienda por la puerta de conexión. El señor Phillips lo echa de un susto. Yo anhelo explorar la casa detrás de la tienda para ver qué cosas ha puesto en los estantes y en las esquinas. Me imagino cómo ha transformado los pasillos y las polvorientas habitaciones, colgando candelabros de cristal para canalizar los rayos de luz en direcciones inesperadas, y cómo ha colgado globos espejados del techo para capturar el brillo de sus ojos un millón de veces.

    Mi moneda de una libra se presiona en mi palma. Me las he arreglado para quitarme de encima a mi hermana y escabullirme a la tienda para pasar un tiempo especial a solas con el Sr. Phillips, solo él y yo.

    "¿Y qué puedo hacer con usted, señorita?" pregunta él haciéndome reír por la forma en que mezcla las palabras para darles nuevos significados.

    Sus ojos están llenos de risas y bromas.

    Cuando la Sra. Phillips está sirviendo en la tienda, el niño pequeño balbucea en el fondo y el aire apesta a repollo. Pero hoy el aire huele a lavanda y ropa fresca.

    Le entrego mi lista de compras.

    "¿Se le podría echar un vistazo a esto?" exclama él silbando, acercándose lentamente mi lista a la cara, con los ojos bizcos hasta que sus pupilas casi le tocan la nariz.

    Me esfuerzo mucho por no reírme.

    Usando mi superfina plumilla de caligrafía, he enumerado cada artículo en orden de prioridad, con el precio por onza claramente marcado al lado. He usado una de las listas de compras antiguas de mi papá como modelo.

    Con paciencia, el Sr. Phillips mide y pesa media onza de sorbete de limón, seguido de media onza de ruibarbo y natillas Mr. Humbug. Después de retorcer las esquinas de cada bolsa de papel, se inclina hacia adelante para que su nariz casi toque el mostrador y escribe una marquita al lado de cada artículo de mi lista con el lápiz que le asoma del pelo detrás de la oreja.

    Cuando llega a mi pedido de botones de chocolate, dice que necesita asistencia para medir una cantidad tan pequeña, porque yo solo quiero un cuarto de onza. Me pregunta si yo tendría la amabilidad de ponerme detrás del mostrador para ayudarle. Levanta la trampilla como un puente levadizo y yo paso al estrecho espacio que hay detrás. Él queda a mi derecha y me sujeta el codo firme mientras yo meto la cuchara en el frasco, me inclino hacia la balanza y dejo caer solemnemente uno, dos, tres botones de chocolate en la boca abierta de la bolsa.

    Su mano es muy cálida. Me cosquillea la piel y arde a lo largo del lado derecho de mi cuerpo.

    De pronto, él me mueve el brazo para que todos los discos se desparramen por todas partes y dice: "¡Ups!"

    Yo grito. No me gustan las sorpresas. Pero me complacen los dulces.

    El señor Phillips se lleva el dedo a los labios y yo hago lo mismo. Juntos prometemos no contarle a nadie nada sobre el incidente con los botones de chocolate. De esta experiencia he aprendido una Regla útil para la próxima vez: pon siempre tu cosa favorita al final de una lista de la compra, no primero, por si acaso.

    Le entrego mi moneda y le muestro mi sonrisa más dulce mientras tomo mi cambio y echo mano a las bolsas de papel. Él me guía de regreso a través de la trampilla hasta el familiar espacio de la tienda y me agradece por haber ayudado a un anciano cuya esposa está en el hospital.

    Yo amo al Sr. Phillips, pero aún no se lo he dicho.

    Me planto sobre el suelo de linóleo y le informo de que, de ahora en adelante, voy a ayudar en la tienda.

    El señor Phillips insiste en que él no necesita ayuda, pero sé que solo está siendo educado.

    Yo insisto. Reorganizo las latas de fruta Delmonte para que los esquemas de color coincidan correctamente. No es de extrañar que la tienda esté hecha un desastre, porque lo único que hace el señor Phillips es andar arrastrando los pies detrás del mostrador y juguetear con su lápiz.

    Después de una media hora, el Sr. y la Sra. Nelson aparecen por la puerta, bloqueando la entrada y arruinando la romántica atmósfera que he creado.

    "¿Has visto a nuestra niña?" Pregunta la Sra. Nelson. Mira por la tienda vacía. "¡Katie! ¿Dónde estás? Vino aquí para comprar patatas fritas con tu hermana, Lizzie. No las hemos visto en más de una hora".

    Es obvio que Katie y mi hermana no están aquí, pero la Sra. Nelson entra en la tienda de todos modos, perturbando la paz.

    El Sr. Nelson se planta sobre el felpudo de "Bienvenidos" de la entrada. "Conseguiste ese local barato, ¿verdad?" pregunta él insertando el dedo índice en el marco de la puerta y moviéndolo.

    "Pronto pondremos el negocio en marcha", dice Phillips. Su voz suena completamente diferente cuando habla con adultos. De esto puedo saber que es una persona tímida, igual que yo.

    Para mi total asombro, Katie Nelson irrumpe súbitamente a través de la puerta de conexión detrás del mostrador de la tienda, chillando de la risa. Se agacha bajo la trampilla de madera y corre hacia sus padres con entusiasmo, agitando una polvorienta ratonera. "Hemos estado encontrando cosas en el viejo sótano".

    ¿Por qué no dijo el señor Phillips que ella estaba aquí?

    El cuello blanco de piel de la chaqueta de Katie está lleno de telarañas. Su falda rosa de animadora está manchada con rayas de polvo. Mi hermana sale del pasillo detrás de ella y entra corriendo a la tienda con igual vigor, seguida por el gato.

    "¡Mirad el estado de vosotras dos!" Grita la Sra. Nelson. Se vuelve hacia el señor Phillips y pone los ojos en blanco. "Espero que no le hayan molestado, señor Phillips. Y espero que sepa en lo que usted mismo se está metiendo, teniendo otro. Uno ya es bastante malo. ¿Cómo está su esposa? Cesárea, ¿verdad? ¿En casa pronto?"

    "Ven aquí, princesa", dice Nelson extendiendo los brazos hacia Katie. "Te hemos estado buscando".

    La Sra. Nelson mira la desordenada pila de cajas en la esquina y se acaricia los apretados rizos de la permanente. "Tenderos antes, ¿verdad?"

    "Estamos comenzando un nuevo negocio. Cambio de escenario."

    "¿Dónde vivían antes?" Pregunta la Sra. Nelson. "¿En la ciudad?"

    "Muy lejos", dice Phillips y mueve la mano vagamente hacia el arroyo.

    "Nosotros estamos en el número dieciséis. Solo nos mudamos hace unos meses. Queríamos salir de la ciudad. Un ambiente agradable y seguro para nuestra pequeña…" Ella mira brevemente los collares comestibles que se exhiben en el armario del Sr. Phillips. "Hágame saber si podemos ser de alguna ayuda".

    "Gracias por la oferta."

    Yo miro a Helen y Katie con el ceño fruncido. Lo que no puedo entender precisamente es cómo han entrado estas chicas cuando yo he estado aquí todo el tiempo. ¿Quizá entraron sigilosamente por la puerta trasera sin que él lo supiera, y ahora es demasiado cortés para mencionárselo al Sr. y la Sra. Nelson?

    "¿Qué hacía antes?"

    "En realidad, resulté redundante. Nuevo comienzo."

    El señor Nelson niega con la cabeza. Hace una pausa, se retuerce el bigote y luego dice con vehemencia: "¡Malditos sindicatos!"

    "¿Pero qué era lo que hacía usted antes?" Pregunta la Sra. Nelson.

    "En realidad, debería llamar a mi esposa". El señor Phillips juguetea con las bolsas de papel y mira hacia la puerta. "Encantado de conocerles a los dos. Espero que vuelvan a aprovechar al máximo la posibilidad de tener una tienda en el pueblo. Adiós, chicas. Vete tú también, joven Elizabeth."

12 de septiembre, lunes

    De camino a casa después de las lecciones de natación en la ciudad, nuestro coche queda atascado detrás de un convoy de camiones del matadero que se dirigen hacia la fábrica de huesos con sus cargas. Huesos viscosos sobresalen de las lonas atadas con correas sobre los contenedores. Cuando el camión que va delante de nosotros pilla un bache, algunos huesos salen botando y ruedan hacia un lado de la carretera.

    Me quedo mirando las hebras de material rojo que cuelgan de los huesos sobre el borde.

    En cuanto ella ve el convoy, Helen cierra los ojos con fuerza y ​​se abraza las delgadas rodillas. "Avísame cuando se hayan ido", gimotea.

    Sé que los huesos que imagina detrás de sus párpados bien cerrados son mucho peores que los que yo puedo ver en el camión.

    "Siempre es mejor mantener los ojos abiertos si quieres ver lo que está pasando de verdad", le digo. “De lo contrario, tu imaginación empieza a jugarte malas pasadas, y eso solo empeora las cosas. Ya deberías saberlo."

    "No quiero verlo".

    "Por el amor de Dios, callaos las dos", grita Rebecca clavando el pie en el freno y parando en el arcén. "¡Dejad de ser tan neuróticas!"

    No sé por qué siempre intenta culparme a mí y a Helen. Yo no soy neurótica. Soy totalmente diferente a mi hermana.

    Rebecca permite que el convoy avance hacia la carretera plana al otro lado del arroyo.

    Cuando volvemos al número once, lo primero que hacemos es correr por la casa cerrando las ventanas y dando portazos, tapando cualquier hueco que conduce al mundo exterior.

    Por encima del suave y melódico traqueteo de los aparejos en el arroyo, el aire se llena con el estrépito de los huesos al ser arrojados al patio de la fábrica. Suenan limpios y secos, como lápices cayendo al suelo de un aula.

    Si es una mañana de escuela cuando llega un convoy de camiones, siempre nos apresuramos a subir al coche y salir de la casa antes de que el hedor llegue al pueblo. Si es mitad de trimestre o las vacaciones escolares o un sábado, tenemos que permanecer encerradas dentro. A veces, Helen y yo tomamos el viejo mortero de nuestro padre, que solía moler un poco de polvo blanco, y mezclamos mantequilla y azúcar para hacer un delicioso aperitivo cremoso. A mi hermana se le permite lamer la maza mientras yo tengo el mortero. Pero en los Días de Hueso, la mezcla siempre tiene un sabor agrio porque la parte de atrás de nuestras gargantas está recubierta por el olor.

    Rebecca se niega a cocinar comidas adecuadas en los Días de Hueso. Se encierra en el estudio y escucha a Bach. Dice que el hedor de la fábrica destruye el sabor de todo lo que nos prepara. Aunque yo creo que ella solo usa la fábrica como excusa porque Rebecca cree que cocinar es una pérdida de tiempo: pasas horas haciendo algo, ¿y qué ocurre? La gente se lo come en solo unos segundos.

    Hoy, Helen entra sigilosamente en su dormitorio con el balde que está debajo del fregadero, dando arcadas.

    Yo hago sándwiches que llevo a la sala de estar y me los como frente al Noticiero de John Craven. Scooby-Doo viene después. Empiezo a aburrirme.

    Por lástima decido jugar a un juego con mi hermana para dejar de pensar en los huesos. Mi juego de interior favorito se llama Ritmo Pulso. Me lo inventé cuando era pequeña. Tienes que mezclar puñados iguales de guisantes y frijoles secos en dos platos soperos y luego competimos para ver quién es más rápida separándolos de nuevo.

    Helen chilla de emoción cuando le sugiero que juguemos a este juego, y exige que se repitan los partidos hasta que yo me niego a seguir jugando.

    Mi juego favorito es el escondite.

    Lentamente, el olor a huesos vaga sobre el arroyo y se filtra dentro de la casa.

13 de septiembre, martes

    Rebecca quiere que vigile a mi hermana en el período de dos horas entre nuestra llegada a casa de la escuela y su regreso del campus porque la Sra. Nelson llamó anoche para quejarse de que Helen estaba llevando a Katie por el mal camino en el pueblo. Ahora mi hermana tiene instrucciones de volver directamente a casa desde la escuela del pueblo y esperarme en el número once hasta que yo regrese de mi escuela en la ciudad.

    Este arreglo me conviene porque, aunque legalmente hablando no tendré la edad suficiente para cuidar niños hasta dentro de otros setenta y ocho días, Rebecca ha aceptado pagarme la tarifa de setenta y cinco centavos la hora. Ella se quejó amargamente e intentó negociar conmigo, diciendo que yo no debería cobrar a mi propia madre por el cuidado de mi hermana, pero yo me mantuve firme y me negué a modificar mi precio. Siempre gano al final.

    Estoy ahorrando para un microscopio y poder examinar las cosas en detalle. En junio, Helen atrapó algunos renacuajos en un frasco. Usando su pipeta, yo succioné cada uno por la cola. A medida que cada cuerpo diminuto se atascaba en la boquilla, un extraño líquido oscuro se salía retorciéndose por la cola. Quiero poder ver qué está pasando realmente.

15 de septiembre, jueves

    Esa chica de brillante cabello blanco, pestañas blancas y cara pálida y pecosa se aproxima a la mesa de nuestra profesora de inglés.

    "Estoy aprendiendo a tocar el violín", le dice con orgullo a nuestra maestra, con una voz lo bastante alta como para que todos la escuchemos. Ella explica que se acerca al primer examen. Ella lo llama el "Examen de la Royal Academy de Música" y dice que su profesora de violín confía en que ella obtenga una distinción.

    La admiración de nuestra maestra por esta niña se irradia por todo el aula; llega hasta donde yo estoy sentada y me pellizca con fuerza en los oídos. No puedo dejar que esta Chica Pálida tome la delantera con nuestra nueva maestra. Cuando te mudas a un nuevo grupo anual en la escuela, es muy importante establecer tu estatus y credenciales desde el principio con todos los maestros.

    Nuestra tarea en la clase de hoy es escribir un ensayo titulado "Mis vacaciones de verano". ¡Qué aburrido! Año tras año tenemos que escribir sobre el mismo tema al inicio del trimestre. Los profesores no tienen imaginación. Aprovecho la oportunidad para describir cómo, durante las vacaciones, mi profesor de violín me consiguió una audición para la Royal Academy de Música. Estoy tan dotada que excedí sus estándares y quieren ofrecerme una beca.

    Me pauso para preguntarme por qué no habría yo mencionado esto a nadie, luego escribo que no se lo he confiado a nadie porque, debido a lo que le pasó a mi papá, mi mamá prefiere que me quede en el pueblo, protegida por el anonimato, evitando los focos de Londres.

    Mientras trato de pensar qué escribir a continuación, miro por el aula. Los labios de las personas se mueven en silenciosa concentración mientras intentan deletrear los nombres de sus resorts de vacaciones.

    ¿Por qué no puedo ir a Londres? Empiezo a entrar en pánico, luchando por pensar qué podría haberle pasado a mi papá. No puedo tachar lo que he escrito y no se nos permite arrancar las páginas del cuaderno. Solo nos quedan diez minutos. ¿Qué me impediría aceptar la beca en la Royal Academy?

    A principios del verano, escribo, se interceptó una carta bomba del IRA dirigida a mi padre. Naturalmente, después de eso, mi madre se ha sentido nerviosa sobre lo de llevarme a Londres. Nos gusta guardar silencio sobre la importante posición política de mi padre. Incluso tenemos que fingir que ya no vive con nosotros para protegerle. Agradecería que la escuela no hiciera público este hecho ni le dijera a mi madre que lo he mencionado aquí. Nadie está a salvo en estos tiempos peligrosos. Nuestra casa en particular está amenazada por el IRA. Todas las cartas que entran por nuestra puerta principal son revisadas por funcionarios.

    Entrego mi cuaderno de ejercicios.

    Durante el resto de la mañana estoy preocupada de que nuestra profesora no se lo vaya a creer.

    Después de la escuela, la busco en la sala de profesores y le digo tímidamente que estoy preocupada por mi ensayo porque contiene información y revelaciones perturbadoras. Esbozo lo básico de mi historia. Su ceño se profundiza y me mira con asombro. Pero cuando extiende una mano y me da una palmada en el brazo, sé que he derrotado la historia de esa Chica Pálida.

17 de septiembre, sábado

    "Pero quiero ayudar mientras ella no está". Me muevo nerviosamente por la torcida torre de cestas junto a la puerta, tratando de que cada una encaje perfectamente dentro de su vecina.

    Él está frente a mí, apilando latas de spam en un estante.

    "Es una oferta muy amable, pero aquí todos vamos perfectamente. ¡No hay mucho que hacer aparte de cantarme a mí mismo y practicar baile de salón!" Sacude sus caderas provocativamente y me sonríe.

    "No tienes que pagarme. Me gustaría hacerlo."

    Las verduras enlatadas y los paquetes de sopas están en completo desorden. Obviamente, Phillips no es capaz de ver cómo se ven las cosas desde el mundo exterior. Me necesita porque yo tengo buen ojo para los detalles, y eso incluye la forma en que le cuidaré cuando finalmente nos casemos.

    "Ella sólo estará fuera un par de días, Lizzie, y no ha habido exactamente una avalancha de gente peleando por la última barra de pan. La gente de este pueblo", abre mucho los ojos, se inclina hacia adelante y se lleva un dedo a los labios, "aún no se ha dado cuenta de que una enorme lengua de lava volcánica baja rodando por el arroyo ahora mismo para golpear el pueblo, así que será mejor que no se lo digas si quieres consumir este último paquete de digestivos de chocolate." El paquete aparece en su mano, conjurado del aire.

    Intento no reírme. Quiero que vea lo seria que soy con mi propuesta. "Pero ella podría estar fuera durante siglos. Yo puedo limpiar la tienda mientras ella no está. Me gusta limpiar. ¿Y la casa? Soy una persona muy limpia en casa. Deberías ver mi habitación. No tienes que pagarme."

    Se ríe y me mira con cariño. "¿Y qué diría la gente a eso? No solo estoy empleando a una trabajadora menor de edad, sino que ni siquiera le pago. Se harían tirantes con mis tripas. Ahora corre, Lizzie. Tienes mejores cosas que hacer que estar aquí charlando con un anciano."

    Reluctantemente, temiendo el hecho de que él pueda decir sí, pero sabiendo que no tengo nada más que ofrecer, juego la última carta de mi paquete de solitario. "O tal vez", le digo, "si lo necesitas, ¿puedo cuidar de Samuel mientras trabajas aquí?"

    "Los padres de Irene están echando una mano con cosas así. De hecho, tienen a Sammy en este momento." Hace una pausa. "Pero tú tienes casi catorce, ¿no es cierto?"

    Yo asiento.

    "Te diré algo, después de tu cumpleaños podríamos aceptar esa oferta. Estamos buscando una niñera local, una pagada."

    Antes de que él tenga tiempo de expandir su idea, una anciana entra en la tienda y tengo que apartarme. ¿Quizá debería dejar que el Sr. Phillips reflexionara sobre mis diversas sugerencias y volver mañana?

    "Me voy ahora", le digo. "Hasta pronto."

    Él levanta su elegante mano en un saludo de marinero e inmediatamente vuelve su atención a la anciana.

19 de septiembre, lunes

    "Voy a jugar con Katie", exclama Helen, y cierra la puerta detrás de ella.

    Yo miro por la ventana de mi habitación.

    Mi hermana pasa frente a la puerta principal de Katie Nelson, cabeza agachada en la penumbra como si no quisiera que nadie la viera. Yo presiono la nariz contra el vidrio frío. Su forma flaca sube por la carretera sin un abrigo bajo la llovizna.

    Normalmente, no me molesto en seguir la pista de mi hermana siempre que llegue a casa antes de que Rebecca llegue del trabajo para poder reclamar mi tarifa. Hoy, sin embargo, lo he pasado muy mal en la escuela porque tres chicas de mi clase me acusaron de robar bolígrafos brillantes y marcadores mágicos de sus bolsas en el guardarropa. Me vieron usando bolígrafos similares a los que les faltaban y sacaron conclusiones precipitadas.

    No puedo quedarme quieta dentro de casa. Rebecca está en un seminario vespertino y no hay nada que distraiga mi atención en el número once. Necesito dejar de pensar en mañana. Decido seguir a mi hermana y averiguar a quién va a visitar.

    Se necesitan unos minutos para localizar el viejo macintosh de mi madre debajo de las capas de abrigos que cuelgan en el pasillo. En esta época del año casi nunca salgo por las tardes, especialmente si está lloviendo. Prefiero sentarme con la espalda contra el radiador, absorbiendo el calor. Mi proyecto de este otoño es perfeccionar mi caligrafía para poder escribir etiquetas profesionales para cada una de las muestras de mi colección de botellas. Después de eso, escribiré un catálogo de todos los libros de mi biblioteca personal. Hasta ahora puedo hacer unos tres o cuatro estilos diferentes, pero necesito practicarlos todas las noches y aprender algunos nuevos para que todo lo que escriba se vea hermoso.

    Para cuando salgo, no se ve a Helen por ningún lado.

    Me encojo de hombros para protegerme de la lluvia y camino por la calle, paso la casa de Katie Nelson y la tienda del pueblo, que ha cerrado por la noche.

    Siluetas de personas se mueven detrás de las cortinas.

    Mirando a izquierda y derecha, continúo por la carretera hasta llegar a la iglesia y miro por encima del muro de piedra. Sigue sin haber señales de Helen. Lápidas antiguas cubiertas de líquenes perforan la luz del atardecer. Medio esperanzada, me pregunto si mi hermana ha sido secuestrada por un hombre extraño, como la chica de la que oí en Noticiero de John Craven. Enterraremos a Helen aquí con todos los demás niños muertos, y la lluvia lavará su sangre en el suelo, drenándolo todo para siempre. Escondida dentro de este mismo pensamiento, sin embargo, está la idea de que mi papá podría haber reaparecido y se la podría haber llevado en su coche, dejándome sola en este lugar con Rebecca.

    Temblando y empapada, abandono mi búsqueda, doy la vuelta y camino de regreso hacia el número once.

    Hay una luz encendida en la tienda del pueblo cuando paso, enviando rayos de oro a través de las persianas para brillar en el asfalto. Figuras se mueven por el interior.

    Me detengo en el paseo vacío que recorre el lateral de la tienda, pero intento mantenerme lo más lejos posible del espeluznante pasadizo que conduce desde el paseo hasta la casa en la parte trasera.

    Siempre he querido poder ver al Sr. Phillips sin que él me viera con esos ojos danzantes, pero hasta ahora nunca se me había ocurrido que pudiera ver fácilmente a través del escaparate. después del anochecer. Siempre que pienso en cómo mirarlo correctamente durante mucho tiempo, sin que me vean, lo imagino profundamente dormido en la cama. Una vez me lo imaginé tendido hermosamente en un ataúd, pero eso era demasiado perturbador. En mi sueño, la Sra. Phillips no aparece por ningún lado.

    Me acerco a la ventana y casi me caigo contra ella cuando veo lo que está pasando dentro.

    Todas las latas, paquetes y frascos familiares se encuentran en sus lugares habituales en la tienda, pero han perdido su apariencia neutra y cotidiana y han adquirido un brillo artificial. Las manzanas y los tomates en cajas parecen haber sido hechos de cera de colores, y los dulces brillan demasiado dentro de los frascos de plástico sobre el mostrador.

    El héroe y la heroína del programa son bastante reales. Para mí es obvio que estos dos no tienen idea de que son visibles para el mundo exterior. Creen que se esconden dentro de un mundo sellado.

    No puedo oír lo que están diciendo a través del cristal, pero mi hermana se derrite de alegría cuando el Sr. Phillips hace malabares con tres clementinas, su boca se mueve rápidamente todo el tiempo. Sus ojos muestran una intensa concentración mientras, rápido como un rayo, sus manos se extienden, primero a la izquierda y luego a la derecha, agarrando patatas de un saco para agregar a las frutas en el aire. Esparcido a sus pies hay un montón de productos frescos. Claramente, mi hermana ha hecho varios intentos de hacer malabares bajo sus instrucciones.

    No importa lo cerca que esté de la ventana, no pueden verme debido al brillo de la luz en el interior. Soy tan invisible como el cristal. Cada vez que Helen intenta hacer malabarismos, el señor Phillips se queda parado y le sonríe, y de vez en cuando le corrige la postura colocándole los codos en el ángulo correcto. Ella es, por supuesto, un completo fracaso y se le caen las cosas todo el tiempo.

    Cuando él se para detrás de ella y apoya las manos sobre sus hombros, mi boca se llena con un sabor amargo que quiero escupir en la esquina de la tienda. En cambio, trago, me doy la vuelta y camino de regreso por la carretera.

    Sin tener un plan definido en mente, toco el timbre de la casa de Katie Nelson. El perro ladra dentro. Cuando el señor Nelson abre la puerta, estallo en sollozos fuertes e incontrolables. No estoy fingiendo el llanto. Lo que he visto me ha molestado genuinamente. No puedo creer que él la invite a ella, no a mí, y que prefiera sus juegos tontos a mi conversación inteligente.

    "¿Está Helen aquí?" Balbuceo. "Ella ha desaparecido de casa. ¡Estoy realmente preocupada! Se suponía que debía cuidarla, pero ella se fue sola. ¿Sabe dónde está?"

    Katie Nelson está detrás de su papá, tratando de sonreírme de manera amistosa. Katie solo está en el primer año en mi escuela, por lo que generalmente tiendo a ignorarla.

    "¿Dónde está tu mamá?" Pregunta el señor Nelson.

    "Ella está en el trabajo. No volverá hasta las ocho y media de la noche."

    El señor Nelson intercambia una mirada divertida con la señora Nelson, que ha aparecido en el recibidor.

    Cuando comencé mi historia, mi objetivo vago era que llamaran a la policía y denunciaran la desaparición de mi hermana, luego un grupo de búsqueda descubriría a Helen en la tienda y ella estaría en Graves Problemas. Ella aún es menor de edad a los ojos de la ley, por lo que claramente está cometiendo un delito si se escapa así. Pero cuando estoy en el umbral de la puerta frente a los Nelson, empiezo a preocuparme por lo que yo podría haber comenzado. No quiero problemas para él. Si encuentran a Helen con él, podría estar implicado en su crimen por asociación con ella.

    Me muevo de un pie a otro. "Quizá ella esté en casa después de todo".

    "¡Ahí está!" grita Katie señalando por encima de mi hombro.

    Helen vaga por la carretera chupando una piruleta. Nos saluda alegremente.

    "¿Dónde has estado?" Chilla la señora Nelson. "Debes decirle a tu hermana exactamente adónde vas, especialmente por la noche. Nunca se sabe quién está ahí fuera."

    "Fui a ver a mi amigo", dice Helen, y me mira triunfante. "¿Pensaste que dije que iba a ver a Katie? ¡Tonta Lizzie!"

    "¿Qué amigo?" Exijo.

    "Mi amigo en el camino", responde Helen enigmáticamente.

    Para cuando nuestra madre llega a casa, Helen está sentada feliz en su dormitorio. Está seca y cálida, sonriente, labios manchados de rojo por su piruleta. Yo, por otro lado, estoy mojada hasta los huesos y me castañetean los dientes. Todo mi cuerpo está apretado contra el radiador de mi dormitorio. Sale vapor de mi ropa húmeda. Huelo a paño de cocina.

    Mi corazón no ha dejado de acelerarse desde que dejé el escaparate, y sin importar cuántas veces vaya al baño a escupir en el lavabo, ese sabor amargo permanece en mi boca, recubriendo mis dientes. Afuera, el viento gime a través de los aparejos del arroyo. Me imagino los yates flotando en la marea alta, castigadas boyas fluorescentes atadas a sus barandillas.

20 de septiembre, martes

    Exactamente a las seis de la tarde, suena el timbre y abro la puerta principal. Un hombre de la estatura de mi papá está en la puerta, con el impermeable gris de mi papá y sus gafas. La lluvia salpica en su coche plateado estacionado en la carretera justo fuera de nuestra casa.

    "¡Papá!" Digo llena de alivio por su regreso después de tantos años, esperando a que se agache y me envuelva con su olor almizclado.

    En cambio, el hombre se mete la boca en la barba, hace una forma torcida con los labios y me mira con ojos amplificados. El viento agita su abrigo y sopla aromas de marisma salada hacia el interior el pasillo.

    "Yo no soy tu padre", dice el hombre con una voz triste que es y no es la de mi padre.

    No puedo creer la forma en que mis ojos me han engañado.

    Él sostiene un cutre maletín frente a mi nariz para ilustrar su argumento. "He traído algunos documentos para que los firme tu madre. Dijo que estaría aquí esta noche. ¿Está ella aquí? ¿Señora Osborne?"

    Por el arroyo, el viento silba a través del astillero y hace sonar los aparejos contra los mástiles. Un leve traqueteo llena el aire más distante, al otro lado del agua.

    Nuestra madre emerge de su estudio. Su largo cabello castaño y su rostro pálido aparecen a través de una niebla de humo de cigarrillo. "¡Hola! Pase dentro."

    Él se quita la gabardina e intenta colgarla de un perchero, pero no hay espacio, así que la dobla sobre el brazo mientras ella lo guía por el pasillo. Ambos son engullidos por el humo y la habitación.

    Arriba, en mi habitación, miro por la ventana y tiro de las uñas con los dientes. A pesar de la lluvia, todavía hace sol y calor. Puedo escuchar un tordo cantando una canción cursi.

    Quiero sellar la puerta del número once para siempre, para que no puedan venir más extraños a engañarme.

    Después de la visita del hombre extraño a nuestra casa, los sollozos de Rebecca comienzan de nuevo. Los oímos llegar de su habitación. Ella arranca como el motor de nuestro viejo coche, esforzándose al principio y fallando. Después de varios intentos, comienza de nuevo y avanza de forma constante durante el resto de la noche.

21 de septiembre, miércoles

    ¡El naipe está detrás de su oreja! No puedo entender cómo lo ha hecho.

    Avanzo de puntillas, tratando de permanecer escondida en el paseo, y miro a través de las persianas justo cuando él pone un brazo alrededor de sus hombros y le da un apretón. Sus hombros ascienden felizmente. Él le alborota el pelo.

    Él sujeta el mazo de cartas en una forma de abanico. Ella elige una y la reemplaza sin mostrársela a él. Luego, él encuentra su carta de nuevo: esta vez la tiene metida en el calcetín.

    La siguiente carta está escondida en el dobladillo de su falda.

    "¿Qué estás haciendo? ¡Mirona! ¡Vete a tu casa! ¡Deja de espiar a través de las ventanas!" Me grita el anciano con el marco zimmer.

    Me doy la vuelta.

    Abultadas bolsas cuelgan de las asas de su andador. Estaba yo tan concentranda que no le he oído acercarse, a pesar de que cada uno de sus crujientes pasos hacia adelante va acompañado del sonido metálico y el repique de botellas vacías.

    Cuando hace viento, él llama a nuestra puerta y pide ayuda porque el andador es demasiado inestable para llevarlo colina abajo y atravesar la puerta del pub.

    Sin esperar a saber si han escuchado algo dentro de la tienda, corro a casa hasta el número once y cierro la puerta detrás de mí.

***

    El Arte de la Persuasión.

    Reglas Básicas y Método.

    1. En primer lugar, relaje todo el rostro, por dentro y por fuera, especialmente la garganta. Esto evita que parezca culpable cuando está siendo interrogado.

    2. Asegúrese de adoptar un tono de voz razonable. La negación rotunda no funciona.

    3. Con los adultos, debe incluir lo que ellos dicen en su historia. Si repite algunas de las palabras y frases que ellos usan, es más probable que piensen que usted está diciendo la verdad.

    4. Mantenga el contacto visual, no todo el tiempo, sino entre el ochenta y ocho y el noventa por ciento del tiempo. Nunca debe mover los ojos hacia la derecha porque es una señal segura de que está mintiendo.

    5. Proporcione muchos detalles porque los adultos siempre creen historias detalladas.

    6. Si usted no se cree su propia historia, nadie más lo hará. Debe creer en lo que dice.

23 de septiembre, viernes

    "Hola, jovencitas. Bienvenidas a mi humilde local ”, dice él solemnemente, inclinándose como un mayordomo. Finge no reconocernos. "¿Y a quién tengo el honor de servir en esta auspiciosa mañana?"

    Aunque no entendemos muchas de sus palabras, nos reímos de la atención y nos movemos inquietas sobre el linóleo. Helen le pasa la lista de compras de nuestra madre, ansiosa por ver si hoy realiza un nuevo truco de magia para hacer que la lista desaparezca de sus manos y reaparezca detrás de sus orejas o en un bolsillo de sus vaqueros.

    Cierro mi mano alrededor de los dedos de Helen y aprieto. "No voy a decirle mi nombre", respondo a su pregunta, "pero le diré quién es ella. Hoy esta niña se llamará Caracol Común o de Jardín. Solo podemos darle de comer hojas de lechuga. Tal vez una hoja de repollo, pero nada demasiado salado."

    "¡No, yo no me llamo Caracol!" grita ella en el momento justo: "Me llamo Helen. Helen."

    Ella lo pronuncia "Heron", y cuanto más jugamos, más se ríe de ella el señor Phillips y me sonríe a mí.

    Sé que le gusto mucho. Se le nota en los ojos.

    Él suelta una risita y dice: "¡No eres un Caracol, cielito, pero tienes que salir del cascarón!"

    Me río a carcajadas con este hilárico chiste, pero se nota que mi hermana no lo entiende porque se queda callada. Él sostiene el Bunty de Helen y mi Beano, negándose a soltar los cómics mientras nosotras tiramos con todas nuestras fuerzas. Cuando él suelta los dedos, ambas nos tambaleamos hacia atrás. Siempre es lo mismo. No le importa si aterrizamos en los estantes de Orgullo de Madre o caemos encima de los sacos de patatas.

    Después, Helen se planta sobre el linóleo azul y blanco sin saber si reír o llorar, mirándole a través de sus rizos negros.

    "Bueno, señorita Osborne Decimotercera", dice él inclinándose hacia mí sobre el mostrador de madera y preparándose para su discurso habitual de los viernes por la noche. Los dedos de mis pies comienzan a sentir un hormigueo y empiezo a sonrojarme. "¿No es hora de que una joven como usted deje el Beano y comience a leer revistas adecuadas? ¿Qué tal Jackie? o ¿Mi Tipo? '

    "¡No! ¡Las odio! Nunca las compraré."

    Es cierto. Odio esas revistas. Son repugnantes. Katie Nelson, que solo tiene once años, me mostró su ejemplar de Mi Tipo hace un par de meses cuando tomamos juntas el autobús hasta casa desde la escuela. En la página del problema había una carta de una chica que había dejado que su novio le lamiera las Partes Íntimas. Le habían surgido a ella dolorosas manchas rojas y quería saber qué hacer. ¡Asqueroso!

    El señor Phillips nos da un puñado de dulces para comer mientras regresamos a casa al número once.

24 de septiembre, sábado

    No estoy dispuesta a saquear mis reservas de dinero de bolsillo para comprar una tarjeta adecuada para la Sra. Phillips, pero, por el otro lado de la nueva moneda de una libra, quiero que él vea la persona preocupada y simpática que soy comparada con mi hermana, para que él salga de su equivocado favoritismo por ella.

    Como compromiso, decido hacer una tarjeta. No le dedico mucho tiempo. Simplemente doblo un trozo de papel de cartucho en cuartos y garabateo una imagen aproximada de una flor en el frente con un rotulador. Escribo "Mejórese Pronto --- de Lizzie del Número Once" en grandes mayúsculas negras dentro de la carta, pero me niego a usar mis plumillas de caligrafía o las bonitas tintas Winsor y Newton. Antes de irme, saco un sobre del escritorio de Rebecca en el estudio y escribo "Sra. Phillips" en el frente.

    Escucho el terrible estruendo en el momento en que pongo la mano en la manija de la puerta de la tienda. El señor Phillips no está en condiciones de saludarme de la forma habitual. No puede inclinarse y llamarme mademoiselle. No puede guiñarme un ojo y fingir que los digestivos de chocolate están agotados antes de sacar mágicamente un paquete de su manga. De hecho, apenas puedo verlo a través de la multitud, y cuando finalmente vislumbro su rostro, él ni siquiera mira en mi dirección.

    La tienda está llena de gente. Samuel corre entre las piernas de todos, rugiendo "nii-noo nii-noo" y riendo estridentemente de algún chiste privado.

    No creo que nada de esto sea ni remotamente divertido. Yo había planeado tener una tranquila charla con el señor Phillips mientras el gato no estaba, y darle la tarjeta para que se la diera él en el hospital.

    Me abro paso hasta el mostrador de la tienda y le entrego el sobre. "Tengo una tarjeta para la Sra. Phillips".

    "Gracias Lizzie", responde él. "Eso es muy bonito de tu parte." Señala la esquina de la tienda donde se reúne la mayoría de la gente. "Dáselo tú misma si puedes abrirte camino a través de ese lote".

    De mala gana, me acerco a la esquina. La señora Phillips está sentada en la silla plegable que tienen para los ancianos cuando se cansan, rodeada de un semicírculo de mujeres del pueblo que hacen ruidos de balidos. Me abro paso a la fuerza. En sus brazos hay un bulto no más grande que una rebanada de Hovis. Me quedo mirando su cara roja arrugada y su boca abierta.

    Me sorprende lo rápido que parece haberse recuperado. Cuando la ambulancia se la llevó el otro día, ella actuaba como si se estuviera muriendo. Menuda buscadora de atención.

    Cuando finalmente me ve, dice: "¡Lizzie! ¡Conoce a George!"

    Todas las mujeres balan de nuevo.

    Extiendo el sobre.

    "¡Gracias! Mételo en la canasta de allí con los otros regalos. ¿Viste el hermoso ramo de flores que me hizo tu hermana?"

    Entre las cajas de bombones y los ramos de flores reales, veo el regalo marca registrada de Helen: un ramo de flores de papel de seda en rojos, amarillos y azules. Coloco con cuidado mi tarjeta encima del montón y presiono con mucha firmeza. Antes de irme, robo un paquete de cojinetes del estante giratorio junto a la puerta.

26 de septiembre, lunes

    Esta noche he vuelto a leer el diario de mi hermana. Es mi forma de vigilarla, especialmente después de lo que he visto recientemente a través del escaparate. Quiero asegurarme de que no me está ocultando ningún secreto.

    También he intentado mantener un registro de sus movimientos. Conozco qué tablas del suelo crujen cuando camino de puntillas por el número once y la sigo. Las puertas de toda la casa se mueven imperceptiblemente mientras inhalo y exhalo detrás de ellas. Soy una sombra que mira furtivamente a mi hermana pequeña a través de las rendijas, rastreando todos sus movimientos dentro y fuera de la casa.

    La mayoría de las veces va a verle a él después de la cena, y pasa períodos prolongados en la tienda, durando hasta una hora.

    Esta noche se ha ido por mucho tiempo. Lo que es peor, él también ha desaparecido de la tienda, dejando a la Sra. Phillips atendiendo detrás del mostrador mientras su pequeño bebé llora en sus brazos. Su ruido sacude el aire. Cuando entré esta noche, ella le estaba amamantando de verdad en la tienda como un animal de granja.

    Robé una lata de albaricoques Delmonte.

    Helen es tan pretenciosa. En lugar de escribir un diario adecuado, escribe su relato de cada día en forma de un poema o una historia inventada con "ella" en lugar de "yo". También intenta hacer que los diarios sean emocionantes introduciendo trama, suspense e invención. Algunas de sus entradas son completas imaginaciones, como la vez que afirma que fue al zoológico de Howletts cerca de Canterbury, o la vez que dice que se sentó y vio Flashdance dos veces seguidas en el cine, sentada en la oscuridad cuatro horas. ¡Nadie la ha llevado nunca al zoológico de Howletts! La única vez que estuvo en un zoológico fue cuando papá nos llevó a Port Lympne y en secreto dimos de comer Polos a los elefantes. Y yo me habría enterado si ella hubiera visto Flashdance una vez, no digamos ya dos veces.

    Su diario es tan grande y casero que puedes verlo desde la puerta de su dormitorio entre todas sus plantas y flores. La tapa negra destaca ante la pintura de la repisa. En la portada está escrito "Número 1" con grumoso Tippex.

    Las páginas están repletas de recuerdos. En su diario, mi hermana guarda cosas sin importancia como boletos de autobús y envoltorios de dulces. Ella intenta que esta basura parezca especial pegándola en la página y dibujando marcos a su alrededor con sus rotuladores. Escribe subtítulos debajo de cada basura: "El viaje de Helen a la ciudad" o "El lujoso almuerzo de Helen". No sabe deletrear estas palabras correctamente, por supuesto. No sé dónde encuentra algunas de las cosas en las que mete dentro, como el trozo de una piscina con una máquina de olas. Yo creo que los recoge de la carretera o de los cubos de basura, o los saca de casa de Katie Nelson. También incluye flores prensadas y hojas de sus plantas en macetas, cuidadosamente intercaladas entre papel secante, con información sobre el crecimiento y las estaciones de cada una.

    Sus pequeñas historias y poemas son una vergüenza. Deberían quemarlos.

    Hojeo el diario.

    Me río a carcajadas cuando leo una entrada escrita en julio:

    «He estado muy ocupada buscando orugas todo el verano. Encontré cuatro pero no pude encontrar los nombres de tres de ellas. Había una de color verde claro que encontré cuando estaba rastreando saltamontes y tenía pequeños puntos blancos a los lados. Las otras dos eran iguales o muy parecidas pero una era grande (la que se ahogó en el agua de mi renacuajo) y la otra era pequeña. La cuarta oruga que encontré creo que era uno de las halcón porque se podía ver un cuerno en su parte trasera. Mamá encontró una Polilla Elefante Halcón en el rosal y una mariposa Mariposa Común. Así que nos está llendo bastante bien.

    ¡Polilla-polillas y mariposa-mariposa! ¿De qué diantres se cree ella que está hablando?

    La escritura de Helen no tiene estilo ni gracia. Ella podría beneficiarse de un par de lecciones de caligrafía de mi parte, si pudiera molestarme en enseñarle. Podría ofrecerle un tutorial de escritura a mano semanal a cambio de un porcentaje de su dinero de bolsillo.

    Hay un poema extraño que escribió la semana pasada. No tiene ningún sentido:

    «Su voz. El viento. El barro.

    Cabeza bajo el agua.

    Ruede sobre la espalda. Lame el agua.

    Hola, ¿quién es?

    Saltar hacia arriba, lamer, oler.

    No me pases la mano por la cabeza. ¿Garza?

    Persígue eso, persígue eso. Libre.»

    Este poema ni siquiera rima como deberían hacerlo los poemas adecuados.

    De todos modos, este es su Diario Falso.

    Los diarios son lugares donde guardas secretos. Todos sabemos eso. Desde que descubrí lo de ella y él, he notado que ella debe de tener un verdadero diario escondido en alguna parte que contenga todos los detalles de sus juegos y reuniones secretas. Recientemente he invertido mucho tiempo y energía buscando el Diario Real. Sé que el que he visto es el Diario Falso porque ella lo deja deliberadamente fuera para que yo lo encuentre. Puedes ver que ella ha escrito todas estas mentiras y pegado toda esta basura para quitarme del rastro de lo que realmente está pasando con él.

    Suerte que no soy estúpida.

    El Diario Real. Eso es lo que estoy buscando ahora, no este abultado libro casero que hace que me piquen los ojos y me duela la cabeza con sus extraños poemas y relatos interminables sobre el progreso de las plántulas y los renacuajos.

    Una cosa me ha impactado mucho del Diario Falso. Ella ha metido las cartas de papá entre toda la basura. Cada hoja A4 conocida doblada en tres, siguiendo los dobleces originales que hizo papá al terminar de escribir y poner su última fila de x en la parte inferior. Cada carta asoma por la parte superior del diario. Las leeré en otro momento. Dudo que él tenga mucho que decirle porque ella siempre se ponía del lado de Rebecca en sus discusiones. Yo era la especial con mi papá. Nunca pondría las cartas de mi papá en el mismo lugar que los boletos de autobús, envoltorios de dulces, cosas sacadas de contenedores de basura y hojas mohosas.

27 de septiembre, martes

    "¿De verdad robaste todo esto?" El director niega con la cabeza y me mira con ojos decepcionados.

    Se ha descubierto el tesoro escondido en mi bolsa de deporte. Todo está alineado en la mesa del director. Han desaparecido tantas cosas desde el inicio del curso que los profesores cerraron el edificio a la hora del almuerzo y llevaron a cabo una búsqueda a gran escala de todos nuestros escritorios y bolsas, así como de los guardarropas.

    Con lágrimas en los ojos, explico mi inocencia. La verdadera ladrona ha puesto inteligentemente estos objetos en mi bolsa para evitar su propio descubrimiento. Me la han jugado. Algunos compañeros me persiguen por celos. No es culpa mía que siempre sea la primera de la clase. Algunas personas han envenenado las mentes de otros en mi contra. No he cometido ninguna infracción. Esas tres chicas me llaman engreída. Me empujan en las filas y me llaman ladrona.

    El director escucha con paciencia, pero sigue negando con la cabeza.

    Ahora todo el edificio de la escuela se cerrará con llave en los descansos y no se permitirá la entrada a nadie, excepto para ir al baño. Esto me deja muy vulnerable. Esas Tres Chicas me han estado echando un ojo desde que se hizo público que los artículos robados fueron descubiertos en mi bolsa de gimnasia. Durante el receso de la tarde, hacen comentarios ruidosos y repugnantes sobre sexo cuando paso por delante. Siempre se mueven por la escuela en busca de objetivos, y ahora yo soy su objetivo número uno. Ellas producen el mismo efecto en las personas que el detergente líquido en una sartén grasienta. Vayan donde vayan, un halo de espacio se abre a su alrededor.

    Desde que las pertenencias de las personas comenzaron a desaparecer hace unas semanas, todos han estado llevando sus bolsas con ellos en el patio de recreo porque creen que les robarán las cosas si las dejan dentro del edificio. No me importa. He estado acechando a los de primer año durante los descansos matutinos, obligándoles a darme sus almuerzos para llevar a cambio. Yo lo llamo intercambio, aunque no les devuelvo nada. Disfruto de pan de molde con Salsa de Sandwich Heinz. Después me gusta comerme un Penguin o una barrra de Mars. Detesto el fiambre, pero las lonchas de jamón están bien, siempre y cuando no haya mayonesa ni pepino.

28 de septiembre, miércoles

    "¡Guisantes! ¡Deprisa!' dice Rebecca empujando un billete de cinco libras en mi cara. He estado holgazaneando en la puerta de la cocina durante los últimos quince minutos, con el estómago retumbando, mirándola cocinar. "Rápido, cariño, antes de que cierre la tienda".

    No veo por qué siempre debería tener que hacer cosas cuando Rebecca las recuerda de repente, como si yo no tuviera nada mejor que hacer con mi tiempo.

    Una cacerola de agua hierve con entusiasmo en la encimera, haciendo traquetear la tapa, esperando los guisantes. A su lado, otra sartén llena de frijoles cocidos se agita y burbujea, emitiendo golpes de barro.

    Rebecca llegó a casa temprano hoy. Ha estado silbando mientras cocina.

    "¿Vamos a comer guisantes y frijoles cocidos para el té?" Pregunto en tono escéptico. Las comidas ciertamente han empeorado desde que papá dejó la cocina.

    "Me pregunto si debería hacer el brindis ahora o esperar a que vuelvas". Su voz se apaga. Rebecca siempre tiene problemas con la planificación y la coordinación. "¡Intenta encontrar a Helen mientras estás fuera!" exclama ella cuando yo abro la puerta principal. "Dile que el té está listo".

    "¿No está ella en su cuarto?" No puedo creer que haya vuelto a perder el rastro de mi hermana. Se escapa como un gato. Es imposible mantenerse al día con sus movimientos, especialmente cuando se sale deprisa en su bicicleta. ¡Odio las bicicletas! Intenté montar una durante las lecciones de Ciclismo en la escuela primaria, pero no pude entenderla y no pasé la prueba. Ese es el único examen que he suspendido nunca.

    Aunque nunca le revelaría esto a Rebecca, la tarea de esta noche es en realidad perfectamente aceptable para mí, porque me da la oportunidad de ver a mi señor Phillips. Aunque he visto mucho de él recientemente a través de la ventana, en realidad no he estado dentro de la tienda desde hace cuatro días.

    Mientras camino por la calle, todos los olores de la cena del pueblo se combinan en deliciosas nubes de sabores que se ciernen alrededor de mi nariz. Hago una pausa fuera de la casa de Katie Nelson y huelo lentamente, tirando el suculento y carnoso ramo garganta abajo. Se forma un charco de saliva en mi lengua. Equilibro el olor sobre la piscina, luego lo dejo caer con una zambullida y lo trago.

    Justo cuando abro la puerta de la tienda, estoy segura de ver la cabeza de mi hermana caer en picado fuera de la vista detrás del mostrador.

    "Hola Lizzy". La voz del señor Phillips suena bastante aguda. Me mira fijamente sin mover los ojos hacia la izquierda o derecha. "Tienes suerte de haberme pillado. Estaba a punto de cerrar."

    "¿Te he pillado?" Pregunto con mi voz de Sherlock Holmes, inclinándome hacia adelante mientras avanzo por el borde del mostrador hacia la escotilla. Miro fijamente el frontal de vidrio del mostrador, tratando de ver más allá de los collares de azúcar en hilos elásticos y cigarrillos comestibles en el espacio gris-marrón más allá, en la parte posterior. Creo poder ver una forma oscura acurrucada en un rincón. Podría ser un abrigo.

    El Sr. Phillips coloca ambas manos directamente sobre la escotilla y se inclina hacia adelante. Lleva las mangas de la camisa enrolladas hasta justo debajo de los codos. Estamos casi nariz con nariz, excepto que mi nariz está varios centímetros más abajo que la suya.

    Me encuentro en una situación delicada que trato de resolver en silencio. No puedo acusarlo de nada porque, aunque ella esté ahí escondida, yo dejaré de gustarle si la saco de su polvoriento escondite. Por otro lado, dado que Rebecca me ha enviado a buscar a Helen además de guisantes congelados, si mi hermana se encuentra en la misma habitación que los guisantes, me gustaría saberlo.

    "¿Qué puedo hacer por ti?" Pregunta el señor Phillips, tratando de adoptar su forma jovial normal, pero manteniendo las manos firmemente plantadas en la escotilla.

    En lugar de confrontarlo de una manera obvia, decido hacer que tropiece con un cable invisible usando la sutileza de mi inteligencia natural.

    "Dos cosas, por favor. En primer lugar, necesitamos guisantes congelados para el té."

    "Oui a los guisantes, mademoiselle. ¿Y la segunda cosa?"

    Con mi voz juguetona, digo: "Te diré la segunda cosa cuando hayas traído los guisantes congelados".

    "Están en el congelador justo detrás de ti". Ahora suena relajado y hace un gesto hacia el congelador con un movimiento de cabeza.

    "¿Te importaría traerlos, por favor? Las bolsas congeladas siempre se me pegan a las manos."

    "¡No seas boba! ¡No te pasará nada!"

    Inclino la cabeza de un lado a otro, escuchando la más mínima perturbación en el aire detrás del mostrador, el chirrido de una zapatilla deslizándose una fracción de pulgada a lo largo del linóleo, el latido de un corazón nervioso bajo un jersey de lana. Me siento como un mirlo en busca de un gusano.

    "No pierdas el tiempo ahora, Lizzie. ¡Espabila! Que intento cerrar."

    Intento mantener la vista en el mostrador mientras camino hacia el congelador, pero desafortunadamente me veo obligada a girar la cabeza en el último minuto. El congelador cruje al abrirse, enviando fragmentos de hielo girando por el linóleo.

    "Es pesada. ¿Puedes mantener la tapa abierta mientras trato de encontrar el tamaño pequeño?" Esto se manifiesta en mi voz de cliente de pago.

    El señor Phillips se precipita a través de la escotilla como un dardo de una cerbatana, saca un paquete del congelador, me lo planta en el pecho, regresa a la caja, registra la cantidad y me entrega el cambio con una radiante sonrisa.

    "Ahora, ¿qué era lo segundo?" pregunta él sonando eficiente y ocupado.

    Mi estrategia ha fallado. Claramente, el Sr. Phillips y yo somos iguales. Esto solo demuestra lo compatibles que somos.

    Adopto un estilo más directo. "¿Has visto a mi hermana esta noche? Apuesto a que no está lejos de aquí."

    "No. No la he visto en absoluto. ¿Por qué lo preguntas?"

    Con cansancio, digo: "Oh, nada. No está en casa y el té está listo."

    "Se lo diré si la veo".

    "Sí, díselo si la ves". Me alejo de ellos.

    "Hasta pronto".

    Cuando cierro la puerta detrás de mí, escucho un susurro y un estrépito, y me doy la vuelta, esperando ver a Helen. Pero lo único que veo es su mano junto a la puerta. El letrero verde "abierto" en la puerta de la tienda se convierte en un rojo intenso que dice "cerrado".

    No sé cómo ha logrado ella esta hazaña, pero Helen está plantada en la cocina cuando vuelvo al número once. Ella me muestra una sonrisa de suficiencia cuando entro.

    "¡Honestamente! ¿Cuánto tiempo se tarda en comprar unos guisantes?" Sosteniendo una cuchara de madera como un cincel, nuestra madre corta frijoles cocidos en la sartén.

    "No he tardado tanto". Examino las rodillas y las espinillas de mi hermana en busca de señales de la tienda. "¿Y tú dónde estabas? Te he estado buscando."

    "En mi cuarto". Su voz se eleva hacia arriba al final, lo cual es una de las señales de que una persona está mintiendo.

    Los guisantes están listos casi de inmediato. Rebecca los escurre. Ella se planta en el fregadero para servir la comida. Ha tenido que cocinar todo el contenido del paquete porque no tenemos congelador.

    "¡Voila!" Bajan los platos frente a nosotros.

    "Esto tiene buena pinta", dice Helen con sarcasmo. Levanta un bocado de comida y los guisantes ruedan por la mesa. De repente, comienza a reír.

    Miro mi plato de gruesos frijoles cocidos y guisantes crujientes. No veo de qué hay que reír esta noche. Mi hermana, sin embargo, no puede dejar de reír. Cada vez que logra meterse guisantes en la boca, los escupe con carcajadas explosivas. Ella grita especialmente fuerte cuando me mira. No puedo ver qué hay de divertido en mí. Finalmente, ella queda reducida a tener hipo y reír al mismo tiempo.

    Perpleja, nuestra madre simplemente se queda allí sentada y sonríe.

29 de septiembre, jueves

    La comida que prepara Rebecca es repugnante. Ella no se molesta en absoluto. Papá hacía todo el catering en el número once. Aparte de esa vez con los tomates enlatados, cocinaba comidas increíbles, especialmente en las noches de fiesta educada, cuando preparaba platos con delicias especiales: cañitas de queso deliciosas, bollitos en miniatura, rebanadas de pan delgadas como papel vegetal, tartaletas de frutas que brillaban en tapetes blancos. Usaba una cuchara especial para hacer rizos de mantequilla que parecían virutas, que él amontonaba en un cuenco de plata en miniatura. Aunque sabía que éramos cuatro en la mesa, siempre colocaba cinco artículos en cada plato para poner a prueba nuestra cortesía y hacernos aprender a compartir.

    Mientras él pulía cada plato y metía nuestras deshilachadas servilletas en los anillos de madera, yo palpitaba de placer, siguiendo cada pequeño movimiento y gesto con los ojos.

    Rebecca siempre le decía que dejara de alardear y pasara a servir el té.

    Él dijo que Helen y yo éramos invitadas especiales, señoritas que estaban haciendo una visita sorpresa al número once de las altas esferas de la sociedad inglesa. Habíamos traído a nuestra vieja niñera gruñona con nosotras, y ella también podía sentarse a la mesa con nosotros, pero solo si dejaba de hacer comentarios.

30 de septiembre, viernes

    Todos sus ojos son iguales, brillantes y hundidos bajo unas cejas grises y esponjosas. Me observan desde las paredes. Nadie sonríe nunca del lado de la familia de Rebecca. Cuelgan en sus marcos por todo el estudio con puritanos rostros fruncidos, observándome.

    El escritorio de Rebecca está lleno de libros de poesía raídos y hojas de papel sueltas. Está muy desordenado en comparación con la mesa de mi cuarto. Me parezco a mi papá, limpia y ordenada, con un fuerte sentido de la disciplina, mientras que las superficies de trabajo de Rebecca están inundadas de notas.

    Cojo un par de páginas y las examino. Cada hoja está cubierta con palabras dentro de círculos. Las flechas apuntan en todas las direcciones a más palabras dentro de círculos. Miro las otras hojas del escritorio. Todas tienen los mismos patrones de círculos y flechas. Una página lleva la palabra "estructura" en letras enormes dentro de un círculo, con cuatro flechas negras apuntando hacia afuera como las velas de un molino de viento. La página denominada "sinopsis" parece un mapa en código secreto, con cientos de palabras dentro de círculos, unidas por un laberinto de líneas. Dos hojas son diferentes del resto: "plan del capítulo" y "propuesta". Estas apenas tienen palabras dentro de los círculos y no tienen flechas.

    Hojeo una página tras otra de notas. No hay una escritura adecuada. Nada se parece a los ensayos que yo escribo en la escuela. En numerosas páginas, todas las palabras han sido tachadas ferozmente con rotulador negro.

    Empiezo a abrir los cajones del escritorio y hurgar en el contenido. Los papeles rebotan con entusiasmo de cada cajón como si se sintieran aliviados de oler la luz del sol y el aire, aunque la atmósfera aquí es espesa con el olor a cigarrillos rancios. Cada hoja de papel que encuentro está llena de diagramas como los de su escritorio. La mayoría de ellas se han tachado con rotulador negro.

    Estoy buscando el Diario Real de Helen. Ahora sé que mi hermana no lo guarda en su cuarto porque he buscado hasta el último rincón y hendidura de su espacio. Tampoco lo guarda en la cocina ni en el baño ni en el armario bajo las escaleras ni en el cobertizo ni en el armario bajo el fregadero ni en el salón ni el dormitorio de nuestra madre. Por un momento, incluso me he preguntado si lo habría escondido ella en mi propia habitación. He leído El príncipe de Maquiavelo. Se lo pedí prestado a Rebecca. Esta mañana me encontré levantando mis almohadas, mantas y el colchón, buscando en mis propios cajones de ropa y archivos de caligrafía para ver si ella había tratado de burlarme con esta maquiavélica maniobra.

    El estudio es el último lugar que me queda por buscar.

    Dentro de uno de los cajones del escritorio veo un libro de poesía ennegrecido y andrajoso. Se abre en un poema llamado "Rimas Rurales". Intento leerlo. Una pastora canta "lurah-leigh, lurah-la" a un pastor. "Tintineos" se ha hecho para rimar con "líneas".

    "¿Qué estás haciendo aquí dentro?"

    Giro en redondo. Mi hermana está parada en la puerta.

    "No es asunto tuyo. ¡Largo!"

    "No se nos permite entrar aquí". Helen ojea Obras Completas. Ella pagó cincuenta libras por ese libro".

    Recoloco con cuidado Obras completas en el cajón del escritorio .

    Mi hermana se acerca sigilosamente a las estanterías del rincón más alejado. Se pone en cuclillas, saca los títulos del estante al azar, los abre y los tira en pilas desordenadas en el suelo.

    "¡Deja de seguirme a todas partes!" le siseo. "¿Por qué no puedes irte cuando te digo que lo hagas?"

    "¿Qué estás haciendo?"

    "Nada".

    De repente, suelta un chillido, se tapa la boca con la mano y me tiende un libro. "¡Mira!"

    Tomo el libro de mala gana, no quiero que ella piense que le estoy ofreciendo algún estímulo, pero cuando lo miro casi lo dejo caer al suelo. Dibujos animados de hombres japoneses con cosas gigantescas y dedos extendidos apuntan a mujeres sonrientes con palillos asomando de sus moños y piernas abiertas.

    Mi hermana se ríe de la expresión de mi rostro. Yo le lanzo el libro. "Colócalo de nuevo. Es repugnante."

    "¡Es gracioso!" dice ella pasando más páginas.

    No puedo creer que encuentre este libro divertido. Ella examina cada dibujo en detalle, rotando el libro como si estuviera tratando de identificar exactamente quién posee qué par de piernas y brazos, deleitándose con los detalles como si fuera un cómic como el Beano.

    Me acerco adonde ella está sentada, le quito el Libro Sucio de las manos y lo guardo en la estantería, tratando de no mirar las imágenes mientras lo hago. " Fuera. Me estás molestando."

    "¿Pero qué estás buscando?" pregunta girando la cabeza de izquierda a derecha como si también ella estuviera buscando algo. "Te ayudaré. ¿Quieres leer un libro? Este es bueno." Ella coge La Oca de las Nieves de Paul Gallico del estante y me lo tiende. "Es muy triste. La niña solo consigue ver al hombre cuando la oca sale del cielo... "

    "Sé de qué trata. Lo leí hace mucho tiempo."

    Cuanto más tiempo está ella aquí conmigo, más me doy cuenta de que no es posible que haya escondido su Diario Real aquí. No lanza miradas furtivas a lugares particulares de la habitación. No hace ningún esfuerzo por abandonar la escena del crimen. No me da otras pistas sobre su paradero.

    Dejándola junto a la biblioteca, salgo derrotada.

III. Octubre

1 de octubre, sábado

    "¿Te gustaría probar mi nueva bicicleta?"

    Katie Nelson está con una sonrisa boba en el umbral del número once. Lleva una camiseta rosa de Wonder Woman y unos vaqueros blancos impecables. Obviamente cree que tiene derecho a venir a nuestra casa y tocar el timbre sin que la inviten. Tachuelas de diamantes brillan en sus orejas y ella apesta a Chanel No. 5 de su madre.

    Me niego a dejarla entrar aún cuando ella intenda adelantarse para evitar que yo cierre la puerta. Lleva las uñas de los pies pintadas de rosa. Poco a poco, cada dedo se desliza sobre el umbral y llega a nuestro maltratado felpudo de coco.

    "Hoy es mi cumpleaños", dice con entusiasmo. "Tengo doce años".

    Ojalá actuara según su edad.

    Esta mañana, cuando entré en la calle para tener una charla rápida con el Sr. Phillips cuando él abrió la tienda, vi al papá de Katie Nelson llevando la bicicleta a su casa. Unos globos rosados ​​se balanceaban en el manillar.

    El señor Phillips me dijo que estaba demasiado ocupado para hablar esta mañana.

    Katie ha quitado los globos y los lleva atados en las muñecas. Estos se mueven con la brisa de la tarde. Toda la visión rosa vibra y palpita en la entrada del número once.

    "Por desgracia estoy demasiado ocupada para hablar contigo en este momento", le digo.

    Me arrepiento de haber abierto la puerta. Llevo toda la mañana intentando escribirle una carta a mi papá y me ha dado otro dolor de cabeza. A veces no sé qué debería escribirle en mis cartas.

    "Mi papá dice que no puedo dejar que nadie la monte, pero te dejaré a ti que la pruebes si quieres. Podemos bajar al otro lado del arroyo. No nos verán allí. Yo todavía no la he probado".

    Mi curiosidad se despierta levemente. No es propio de Katie Nelson ser tan desobediente. Ella obviamente quiere impresionarme porque soy mayor que ella. Cree que puede conquistarme con sobornos.

    La bicicleta de cumpleaños es color cereza y lila, con radios plateados que brillan al sol y una alforja de cuero blanco. Una gran canasta rosa está sujeta al frente y un espejo retrovisor se ha fijado a cada manillar. Una pegatina de tinkerbell se adhiere al guardabarros trasero.

    El perro de Katie ha estirado su correa lo más lejos posible de nuestra puerta principal. Tira del brazo de Katie hacia atrás y baila alrededor de la valla delantera, esponjoso y emocionado, olfateando, rodando el blanco de sus ojos hacia nosotros. Alguien le ha enrollado una cinta rosa en el cuello.

    "Tengo el dinero de mi cumpleaños aquí", dice Katie sacando un bolso rosa de una bolsa de mano rosa y desplegando un billete de veinte libras. "No tengo permitido desperdiciarlo. Debo guardarlo para algo especial. ¿Vas a salir?"

    "Sí, vale", digo mirando el bolso mientras este desaparece dentro de la bolsa de mano.

    Ella intenta pasarme la correa del perro mientras yo cierro la puerta, pero me niego porque odio a los perritos que ladran, así que ella bloquea el cable que se extiende en su sitio y enrolla la correa alrededor de uno de los manillares.

    Con cuidado, Katie lleva andando su nueva posesión colina abajo más allá del pub, apretando los frenos para evitar ser arrastrada. Cada vez que el perro detecta un olor en la carretera, la bicicleta se sacude hacia los lados.

    Cruzamos andando el puente y pasamos por el astillero. La marea está baja, dejando los cascos de los yates expuestos junto a los muelles, las quillas rígidamente embutidas en el barro. Sus cuerpos suaves y pálidos brillan bajo el sol.

    La bolsa de mano se encuentra en la canasta delantera, cerrada con cremallera.

    Giramos a la izquierda hacia la carretera privada y yo miro atrás hacia el otro lado del arroyo preguntándome qué está haciendo mi hermana, lamentando haber dicho que salía con Katie Nelson. Mientras caminamos, Katie me habla sobre sus regalos de cumpleaños, cuántos ha recibido, que su madre le ha preparado un desayuno especial esta mañana con chocolate caliente en una taza de té de porcelana que vale cientos de libras.

    Un camión pasa rodando, ahogando la voz de Katie. Nos apartamos y tiramos del perro hasta el arcén. Cuando el ruido se apaga y los gases de escape desaparecen, Katie continúa contándome que su madre llevó los regalos de cumpleaños al sofá, uno por uno. Su mejor regalo, la bicicleta, se guardó para el final. Su papá se lo dio.

    Otro camión pasa a toda velocidad con el motor rugiendo, arrojándonos escape negro en las caras. Nos paramos en la tupida hierba del arcén. El terrier ladra y se esfuerza por avanzar. Se ahogaría hasta la muerte si intentara tragarse uno de esos huesos descomunales.

    "Tú puedes probar primero", dice Katie emocionada cuando el último camión atraviesa las puertas de la fábrica.

    Desenrolla la correa del perro y sostiene la bicicleta hacia mí. Yo agarro el manillar y subo. Ella no sabe que yo no sé montar en bicicleta.

    Aunque es casi dos años más joven que yo, Katie mide unos centímetros más. Me tambaleo peligrosamente en la silla, sintiéndome demasiado alta del suelo. No puedo poner los pies en el suelo para estabilizarme. La rueda delantera se balancea a izquierda y derecha de manera incontrolable.

    "Te enseñaré". Casi me tira de un empujón en su entusiasmo por tomar posesión de su precioso regalo de cumpleaños.

    "¡Aparta! Yo sé hacerlo". Cuando la empujo yo a ella, me caigo y la bicicleta traquetea sobre la carretera. El terrier empieza a ladrar incontrolablemente. Estoy segura de que los Nelson han oído su terrible ruido penetrante al otro lado del arroyo, colina arriba hasta el pueblo.

    "Mi papá me va a matar como la hayas dañado".

    "No te preocupes por ", digo frotándome la rodilla. Le lanzo una mirada asesina, pero al mismo tiempo, un rectángulo rosa en la canasta de la bicicleta me llama la atención.

    "Me voy a casa". La barbilla de Katie comienza a fruncirse.

    "¡Vamos! "Juguemos a Dukes of Hazard". Digo sacando la bolsa de mano de la canasta y sujetando al perro. "Serás mucho mejor que yo. Apuesto a que sabes montar muy bien".

    Ella salta a la silla y se pone en marcha.

    "¡Adelante! ¡Enséñame!" le grito. "Te apuesto cinco libras a que estás demasiado asustada para doblar la esquina".

    Con los globos aún atados a sus muñecas, Katie pedalea cada vez más rápido hasta que es una pequeña mancha en la parte superior de la carretera. Su cabello vuela detrás de ella como cintas. Ella no se detiene. Al virar a la derecha pasa a toda velocidad por las puertas de la fábrica de huesos.

    Escucho el familiar traqueteo de un camión vaciando su carga en un montón.

    El terrier ladea la cabeza y estudia el lugar por donde Katie ha desaparecido. Su rostro está alerta, las orejas como erectos triangulitos de tela.

    Las marismas hacen suaves «pops».

    Me apresuro por el camino hacia la fábrica, pero el perro no para de detenerse, en cuclillas firmemente sobre sus ancas, negándose a caminar hacia adelante. Al final lo arrastro por el cuello. Él emite fuertes ruidos de asfixia y mira atrás por encima del hombro, gimiendo para irse a casa.

    Justo antes de llegar a las puertas de la fábrica, me detengo junto a una mata de espino y saco el bolso de Katie de su bolsa de mano. Luego tiro la bolsa a la hierba bajo el arbusto. Esta forma un bultito rosado en el suelo. Rápidamente, la empujo más hondo en la hierba con la punta del pie para asegurarme de que nadie la encuentre. Me meto el bolso en el bolsillo del pantalón, tratando de que se vea plano en mi pierna, luego me apresuro hacia la fábrica, arrastrando al perro por el cuello.

    En el letrero de "Prohibida la entrada", me detengo y miro dentro. No hay señales de Katie.

    Una motosierra zumba en algún lugar del pueblo.

    Un enjambre de estorninos forma una breve y ruidosa nube en lo alto.

    El perro mueve su hocico. De repente, ladea las orejas y se esfuerza hacia adelante. Esta vez soy yo quien tira reluctante de la correa hacia atrás porque dos hombres con chaquetas fluorescentes y cascos amarillos brillantes se están apresurando hacia mí.

2 de octubre, domingo

    El nombre de Helen ha comenzado a materializarse en las paredes interiores alrededor del número once. En un momento ella ve una superficie de magnolia ligeramente sucia. Al momento siguiente, en cuanto ella le da la espalda, aparece "H-e-l-e-n".

    Apareció por primera vez en la pared del rellano de arriba en grandes letras indelebles, extendidas entre nuestros dormitorios. A continuación apareció escondido junto al rodapié en el pasillo de la planta baja con un pequeño estampado negro tembloroso. Después de eso, se volvió más seguro, rodando audaz y coloridamente a lo largo de la parte superior del radiador en la sala de estar. Y apareció de manera desenfrenada, innumerables veces, en las paredes del cuarto de baño en una multitud de colores permanentes. Lo peor de todo, una vez apareció al alcance de la mano de la puerta del estudio de nuestra madre.

    Helen no vio esa hasta que fue demasiado tarde. Pero siempre va a ser demasiado tarde para ella.

    Ni una sola vez se pregunta por qué mi nombre no aparece en las paredes. Lo que empeora esta situación es que el nombre parece estar escrito con su letra. No hay escapatoria a la evidencia de su propia mano. Hasta ahora, ha estado orgullosa de su habilidad con el lápiz y habla con entusiasmo sobre sus logros en la escuela. Innumerables veces se sienta a la mesa y se jacta de que la suya es el mejor escritura de la clase, de que será la primera persona en hacer escritura conjunta, de que será la primera persona que su maestra permitirá que descarte el lápiz y use un bolígrafo. Bla, bla y etcétera, etcétera.

    Orgullo es lo que ves antes de La Caída.

    La primera vez que ella lo vio, corrió a contárselo a nuestra madre emocionada mientras yo miraba desde la puerta de mi habitación. Pero ahora ha aprendido a arrastrarse por la casa en busca de estas terribles señales.

    Las zapatillas de nuestra madre no son las mismas que las de los papás de los cómics en el Beano. Las suyas siempre están hechas de pana, cuidadosamente colocadas debajo del sofá antes de que digan "¡Thwack!" sobre la amenaza o la chica descarada. Las pantuflas de nuestra mamá tienen una tira de pelo rosa en cada dedo del pie, decorada con abalorios y purpurina. El pelaje rosado forma rayas, arriba y abajo, arriba y abajo, de una manera nauseabunda a través del aire, y la cuenta forma una flecha de luz.

    Al ver a Helen doblada sobre la rodilla de Rebecca, con la cara ya arrugada por las lágrimas, incluso antes de que aterrice el primer golpe, siempre siento mi propio vacío tirando del interior de mi estómago y apretando, conectándome con ella. Arriba y abajo, arriba y abajo va la zapatilla de nuestra madre.

    Por la noche, mi hermana da cuerda a su despertador y se acuesta a dormir. A la mañana siguiente, cuando salga de su dormitorio a la casa, se encontrará con H-e-l-e-n en una pared. En algún lugar de la casa, en algún momento del día, ella sabe que lo encontrará. Regular como un reloj.

    Varios días de escritura fantasma han pasado factura a mi hermana. Hoy, la directora de la escuela del pueblo, que vive en la misma calle, dejó caer una nota a través de la puerta de Rebecca preguntándole si todo iba bien e invitando a Rebecca a tomar una taza de té y charlar. Todos sabemos que Helen hará más de once años el próximo año. Ella es simplemente menos inteligente que yo.

3 de octubre, lunes

    Ella corretea por el linóleo como un ratón perseguido por un gato. Pero yo sé que quiere que la atrapen porque ella grita de placer y de risa. Puedo oírla desde donde estoy, aunque estamos separadas por una gruesa capa de vidrio.

    Él la persigue con el paso decidido de un adulto que sabe que no es necesario correr para alcanzar al objetivo colapsable. Él retrasa el atraparla a propósito, aumentando el entusiasmo de ella. Puedo ver que él también se ríe. Cuando finalmente la levanta del suelo, con manos como palas por debajo del estómago, ella patalea con las piernas y puedo verla rogándole que no vuelva a hacerle cosquillas.

6 de octubre, jueves

    "Nunca encontrará marido ahora". La señora Nelson bebe un gran trago de brandy. "No con esa cosa en la cabeza".

    Mantengo contacto visual. Estoy aquí para entregarle una tarjeta casera de «que te mejores» a Katie Nelson.

    La Sra. Nelson jadea y suspira como un pez cuando lo sacas de la pecera. Dice que ha tenido problemas para respirar toda la tarde. Preguntándome si es lo correcto, la rodeo con el brazo y le doy un reconfortante apretón.

    Katie está arriba en la cama. Ha tenido una conmoción cerebral leve desde el accidente al otro lado del arroyo y está llena de moretones. Aunque más que cualquier otra lesión, la Sra. Nelson está molesta por la fila de puntos de sutura en la frente de Katie, donde se partió la piel con el borde del hoyo.

    El médico dijo que Katie había tenido mucha suerte. Ella cayó en un lecho de huesos.

    La piel del vientre de la Sra. Nelson se mueve cuando solloza. Las suaves grietas en su cintura no dejan de atraparme los dedos, así que retiro mi brazo de su cintura y busco otro lugar para ponerlo.

    "¿Qué estabais haciendo las dos en ese camino, por cierto?" El Sr. Nelson acaba de llegar a casa del trabajo. Envía una mirada breve y amarga en mi dirección. "¿Jugando al reto?"

    "¡No, sinceramente! Yo nunca juego a eso".

    "Esto pone fin a nuestro safari navideño. No se le permite viajar durante dos meses”, dice la Sra. Nelson, entregando su vaso al Sr. Nelson. "Perderemos el depósito. Sírveme otro trago, amor. ¿Otro poquito de Baileys, Lizzie?

    Me succiono las mejillas, saboreando el regusto de la bebida deliciosamente dulce y cremosa. "No, gracias. Tengo que irme a casa muy pronto. Aunque el Baileys estaba adorable. Podría tomarme uno pequeño."

    Le he explicado todo a la Sra. Nelson de principio a fin. Que, sabiendo que la bicicleta era un nuevo regalo especial, yo había intentado evitar que Katie condujera demasiado rápido hasta que la hubiera probado y comprobado correctamente. Que ella se negó a escucharme porque estaba demasiado emocionada. Ella había salido disparada.

    A diferencia de algunas personas que yo podría mencionar, la Sra. Nelson es hermosa cuando llora. Sus pupilas se vuelven brillantes. Parece una estrella de cine con diamantes en el rabillo de los ojos.

    "Ese hombre que nos llamó por teléfono, ¿crees que se llevó él su bolsa de mano?" Lleva hablando horas de la bolsa de mano, a pesar de todos mis esfuerzos por desviar su atención hacia otra cosa. "Deberías haber oído cómo hablaba. Común como el lodo. Que si «no s'esto, no's lo otro, pobretilla la niña». Maldito ladrón".

    "Estoy segura de que él no se llevó su bolsa de mano", le digo alarmada. Necesitaré recuperar esa bolsa y deshacerme de ella correctamente si la Sra. Nelson va a llamar a la policía. De lo contrario, encontrarán mis huellas dactilares por todas partes.

    Pongo mi brazo alrededor de su cintura de nuevo. "La bolsa no es importante ahora. Solo queremos que Katie mejore".

    El Sr. Nelson me lanza una Mirada Rara, pero los ojos de la Sra. Nelson se llenan de lágrimas de nuevo. "Sube a verla, cielo, solo unos cinco minutos".

***

    Instrucciones para Imitadores

    Los imitadores son la forma más baja de vida humana. Necesitan ser entrenados y corregidos. Lea y firme lo siguiente: -

    1. No se me permite que me gusten las mismas cosas que Lizzie.

    2. No se me permite usar la misma ropa que Lizzie o tomar prestadas sus pertenencias sin permiso.

    3. Si alguna vez le pido a Rebecca que me corte el pelo en un moño, Lizzie lo cortará en una nueva forma para que sea diferente al de ella.

    4. No se me permite que me gusten las mismas personas que Lizzie. Eso incluye a Katie Nelson, que tiene más la edad de Lizzie que la mía. Si Katie Nelson llama por teléfono o se acerca, no puedo empezar a hablar con ella sobre nada sin permiso.

    Cumpliré con estas Reglas para siempre.

    Firmado: Helen Osborne.

    En presencia de: Elizabeth Osborne (Testigo Legal y Senior)

8 de octubre, sábado

    Cojo un paquete de maquinillas de afeitar Bic desechables. Cuando llegamos a la caja y ella ve lo que he hecho, Rebecca devuelve mi compra y me dice que la vuelva a colocar en el estante. Mientras lo hace, declara a todo volumen que una vez que una chica comienza a afeitarse, toda la suave pelusa de sus piernas vuelve a crecer como un espeso cabello negro, y no hay vuelta atrás en el reloj después de eso.

    Toda mi suave pelusa se pone de punta. Puedo sentir los ojos de todos examinando mi cuerpo mientras tomo el paquete de navajas y camino de regreso al estante.

9 de octubre, domingo

    "Por allí". Helen se agacha junto a la ventana de su dormitorio, sujetando la cortina. Señala hacia la fábrica de huesos, pero su mano le tiembla tanto que no puedo entender qué quiere que mire.

    Me agacho entre sus macetas, rompo tallos y me engancho los pantalones en los bastones, y levanto lentamente la cabeza para mirar por el alféizar de la ventana.

    "¿Ves algo?" pregunta ella.

    "No. ¿Dónde?"

    Mis ojos se esfuerzan por ver la forma que ella dice que está sentada en las largas sombras al otro lado del arroyo. Las gaviotas se mueven sobre el hilo de agua que rezuma por el centro del arroyo.

    "Por allí". Ella intenta señalar de nuevo. "En la hierba".

    En primer lugar, veo un automóvil rojo estacionado al costado de la carretera, con el morro metido en el arbusto donde Katie perdió la bolsa de mano. Entonces veo lo que está señalando: una figurita oscura sentada en la orilla opuesta del arroyo, su rostro pálido y redondo mira a través de las marismas y pantanos.

    El hombre parece estar mirando en nuestra dirección. Esto no es nada agradable, así que me alejo de la ventana.

    "¿Está mirando nuestra casa?" Le pregunto a Helen.

    "¿Es un vagabundo?"

    "¡Los vagabundos no tienen coches, espástica!"

    Ella juguetea con la cortina.

    Me quedo mirando la figura y empiezo a sentirme nerviosa por el hecho de que él no aparta la cabeza ni mira a ninguna de las otras casas de nuestra calle, aparte del número once.

    "Si nos está mirando, tal vez deberíamos decírselo a alguien", sugiero. "Solo para estar seguros".

    Juntas salimos de la casa y cruzamos la calle para ver si los Nelson están en casa. Es solo un camino corto, pero Helen me agarra tanto la mano que me duele. No trato de apartársela.

    Los Nelson tienen un timbre nuevo, una versión electrónica y ruidosa del himno nacional. Suena durante varios minutos antes de detenerse, acompañado por el ladrido frenético del terrier desde alguna habitación en la parte trasera de la casa.

    Nos quedamos rígidas fuera de la puerta y miramos a través del vidrio esmerilado en busca de figuras dispuestas a aparecer en el pasillo.

    "Quizá ya no están", dice Helen.

    "Vuelve a intentarlo."

    La Sra. Nelson ha colocado un par de estatuillas de mármol blanco en el umbral y yo apoyo la palma de la mano en la cabeza de la elegante figura a mi lado. Su cabello es una masa de hermosos rizos cincelados. Vestida con una toga de piedra, sostiene una paloma en su mano izquierda. Ojalá nuestra madre tuviese el mismo gusto que la señora Nelson, pero Rebecca siempre se ríe de las novedades de los Nelson. Ella dice que tenemos prohibido comprarle regalos de cumpleaños o de Navidad en el Ojo de los Nelson en la ciudad.

    El himno nacional llega a su fin por segunda vez.

    La figura de piedra del costado de Helen es la imagen especular de mi estatua, sosteniendo una paloma en su delicada mano derecha. Sin embargo, las estatuas son más livianas de lo que parecen, porque cuando Helen se apoya en una, el pedestal se retira hasta el borde de la puerta y casi se cae.

    "¡Cuidado!" Le digo dejando caer su mano.

    Empecé a sentirme tonta por la forma en que ambas reaccionamos, y estoy enfadada con Helen por asfixiarme con su manto de miedo antes de tener la oportunidad de pensar con claridad por mí misma.

    Me alegro de que los Nelson no estuvieran presentes. ¿Qué habría pensado la Sra. Nelson de mí? No quiero que ella piense que me he convertido de pronto en mi hermana, colocándome en el centro de todo, pensando que cualquier mota en el horizonte vendrá a capturarnos.

    Mientras estamos en la puerta, escuchando el frenético ladrido del terrier en la casa vacía, me doy cuenta de que, a menos que haga algo, mi hermana y yo nos quedaremos juntas aquí para siempre, atrapadas como anguilas en la misma red. retorciéndose, golpeándose, lastimándose una a otra. Yo le tomo la mano y la aprieto más fuerte que antes, sintiendo sus huesos moverse en mi agarre.

    "¡Auu! Me haces daño. Siempre haces eso. ¿Por qué no puedes tomarme la mano correctamente, como se supone que debes hacer?"

    Regresamos al número once justo cuando Rebecca para el coche y aparca.

    "¡Hola, chicas! Ayudadme con estas cosas". Saca bolsas de libros del maletero y nos las entrega. '¡Con cuidado! ¡Son nuevos! Recién llegados."

    No parecen nuevos. Los que están en mis bolsas están cubiertos de moho.

    "¡Shhh!" Frunzo el ceño a mi hermana y niego con la cabeza cuando ella abre la boca para soltar algo sobre el extraño hombre que vigila nuestra casa.

    Pero tan pronto como llevamos los libros al interior del número once, corremos escaleras arriba a nuestras habitaciones separadas.

    Sé que ella está mirando por la ventana también.

    Si la extraña figura hubiera seguido sentada en la orilla opuesta, habría visto dos figuras pálidas de pie en las ventanas del piso superior de la casa, una a la derecha y otra a la izquierda, como motas de luz en un par de ojos del mismo rostro asustado.

10 de octubre, lunes

    Ella le encara sobre la destartalada silla plegable de la tienda. Arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo va ella.

    No puedo escuchar nada, pero sé lo que está cantando. Mi papá solía jugar a este juego conmigo. "Así es como cabalga la dama, bum-ti bum-ti bum".

    La veo chillar de deleite.

    Casi puedo oírla gritar: "¡Hazlo otra vez!"

    "Así es como cabalga el caballero, bum-ti bum-ti bum".

    Los veo jugar hasta que el borracho se cae del caballo y aterriza en una zanja. Ella se desliza a través del hueco entre sus piernas, pero él mantiene sus manos sujetándole firmemente el cuerpo para que ella no se haga daño sola ni se ensucie en el suelo.

    Para vengarme de Helen, me detengo en la casa de los Nelson de camino a casa y le digo a la señora Nelson que mi hermana ha vuelto a deambular sola. Sospecho que ha estado robando de la casa de alguien por la cantidad de dulces que trae a casa de sus expediciones secretas.

11 de octubre, martes

    "Hola", dice Katie Nelson con voz llorosa mientras empujo la puerta de su dormitorio con el pie y maniobro con cuidado la bandeja a través del hueco.

    El terrier irrumpe y salta a la cama, moviendo su achaparrada cola y jadeando.

    Katie lleva diez días en cama.

    Le han quitado el vendaje de la herida de la frente y yo intento no quedarme mirando cuando veo lo que hay debajo. Los puntos destacan en forma de una amplia sonrisa, emitiendo un lívido saludo de dientes negros justo encima de la ceja derecha.

    "Tu madre dice que tienes que comer esto". Dejo la bandeja de comida en su regazo y me siento en el otro extremo de la cama, tratando de no mirar fijamente a La Sonrisa.

    Ella hace una mueca cuando se sienta derecha.

    En la bandeja hay un huevo hervido cubierto con un bonito acogehuevos de encaje y un plato lleno de triángulos de tostadas con mantequilla. La Sra. Nelson ha preparado una taza de té en una hermosa taza de porcelana cubierta con dibujos de flores y ha colocado una reluciente cucharita de plata en el platito.

    Katie mira la bandeja pero no empieza a comer. "¿Quieres una tostada?"

    "¿Aún no estás mejor?" Me llevo el triángulo que gotea a la boca y miro a mi alrededor.

    Todas las superficies planas de la habitación de Katie están llenas de tarjetas de "Ponte Bien". Hay fotos de gatitos con ovillos de lana y ojos lácteos, y perritos y osos de peluche abrazándose con sonrisas benignas y desdentadas. Veo mi tarjeta casera sobre el alféizar de la ventana.

    "Sigo mareádome. Sobre todo cuando cierro los ojos o trato de levantarme de la cama".

    Entre bocado y bocado, señalo con un dedo mantecoso el conjunto de extraños tarros y tubos alineados en su mesita de noche. "¿Eso es medicina o qué?"

    "El médico dice que la cicatriz se volverá blanca, como una línea blanca, y los puntos se verán como puntos blancos. Pero siempre estará ahí. Mamá dice que tal vez si me dejo el flequillo largo como el tuyo, no se verá".

    El perro se lame los labios y me mira fijamente, ladeando la cabeza hacia la izquierda y derecha. Yo me lamo los dedos y tomo otra tostada, asegurándome de dejar pasar el olor por la nariz del perro para torturarlo. "¿Pero qué hay de todas esos tarros y esas cosas?"

    "Ella no deja de comprar diferentes. Tengo que ponérmelo. Está tratando de encontrar una combinación para el color de mi piel para que podamos tapar la cicatriz".

    Uno a uno, me arroja el maquillaje a mi lado de la cama. Yo desenrosco las tapas y me aplico diferentes tonos en el dorso de las manos. Los tonos van desde el pálido enfermizo al bronce mediterráneo, con docenas de colores intermedios.

    "¿Lizzie?"

    "¿Sí?"

    Katie me está mirando. Sus ojos son como horribles dardos.

    "¿Qué pasó con mi bolsa de mano rosa? ¿Sabes? Mamá no deja de decir que se la llevó un hombre de la fábrica. Pero yo no creo que eso sea cierto. La sacaste tú de la cesta, ¿no?"

    "No, creo que la llevabas contigo", le digo con cuidado, mirándola directamente.

    Ella frunce el ceño.

    Yo miro hacia otro lado. "No estoy segura de lo que hiciste con ella después del accidente. Está claro que no me la diste antes de irte montando".

    "No recuerdo lo que pasó".

    Necesito desviar la atención de Katie de la bolsa. Cuando tenía cinco años, le digo, perdí la memoria después de un accidente de coche con mi papá en el que me rompí una pierna. El coche dio tres vueltas de campana antes de aterrizar sobre el techo al lado de la carretera. La policía me encontró vagando por un campo de maíz, sosteniendo una amapola. El coche era un mini y estábamos oyendo "Penny Lane" de los Beatles en ese momento.

    "¿Cómo podías caminar si te habías roto la pierna?"

    A pesar de que ha tenido una conmoción cerebral, Katie sigue siendo bastante inteligente. Puedo ver por qué pasó su a "once o más" y terminó en mi escuela.

    "Yo estaba conmocionada. Ahí es cuando no sientes el dolor hasta más tarde. Ya sabes. Es lo mismo que tuviste tú."

    "Oh".

    "Siento mucho lo que le pasó a tu bicicleta. ¿Te va a conseguir otra tu papá?"

    La sonrisa en su frente se frunce. "No quiero otra bicicleta". Después de una pausa, dice: "Quiero recuperar mi bolsa dr mano. Era mi favorita. Y mi dinero." Ella mira la parte trasera de la puerta de su dormitorio, donde cuelgan cientos de bolsos diferentes, correas entrelazadas en un lío multicolor de plástico y cuero.

    "¿Por qué no le dices a tu madre que dejaste la bolsa, pero te olvidaste de volver a recogerla?" Le sugiero. "De esa manera, ella no causará problemas en la fábrica y te comprará otra igual. ¿Quizá eso es lo que realmente pasó? ¿La dejaste en alguna parte?"

    "No lo sé"

    Debo continuar siendo amable con Katie. "¿Quieres que vaya a buscarla? Tal vez la dejaste caer en la hierba junto al arroyo cerca de ese arbusto de espino a la izquierda, bastante cerca de la parte superior de la carretera." Siento que me sonrojo. "Toma, tu madre dice que te comas esto".

    "No tengo hambre. Puedes comértelo tú si quieres"

    Me como el huevo y, cuando me lo he terminado, Katie está casi dormida.

12 de octubre, miércoles

    Lavo los platos muy lentamente, dejando que la espuma me tape los dedos y las muñecas. Luego sumerjo del todo ambos brazos en el lavabo, fingiendo que mis miembros pertenecen a una chica ahogada en el arroyo.

    Vi algo muy perturbador a través del escaparate esta tarde. Yo sabía que ella estaba allí, a pesar de que ella había dejado astutamente su bicicleta contra la valla del número dieciséis para que pareciera que había ido a jugar con Katie Nelson.

    El coche no estaba en el camino de entrada de la tienda y las persianas venecianas de la ventana estaban casi cerradas, inclinadas en un ángulo estricto.

    Las luces del interior se habían apagado y, a primera vista, parecía que no había nadie allí. Me agaché en el paseo, apretándome en las sombras. Manteniendo la cabeza baja, me arrastré a cuatro patas. Cada vez que escuchaba un coche en la carretera, o el sonido de pasos, salía corriendo al pasillo en la parte trasera del paseo. Cada vez que salía sigilosamente, mis ojos se esforzaban por ver a través de los tonos grises y los espacios oscuros del interior.

    Dos formas sin sombra se movían por el interior. La forma alta extendía las manos hacia la forma pequeña y delgada, y la forma pequeña y delgada también extendía las manos. Luego, ambas formas se fundían en una sola zona oscura, como una mancha, y no pude ver ningún espacio entre ellas.

13 de octubre, jueves

    Puedo oír la voz de nuestra madre diciendo, cada vez más enérgicamente, "Lizzie es perfectamente capaz de echarle un ojo a su hermana".

    Hace una pausa. No puedo entender con quién está hablando. Claramente, no es una de los antiguas amigas de Rebecca. Parece que todas viven demasiado lejos para visitarla, pero ellas llaman por teléfono a todas horas.

    "Sí, soy consciente de eso, gracias".

    Después de una pausa muy larga, dice: "Solo dejo a las niñas solas en la casa cuando no hay absolutamente ninguna alternativa".

    Luego dice algo terrible que me congela el estómago. "Si yo fuera usted, señora Nelson, no prestaría demasiada atención a lo que dice Lizzie. Me temo que ella es bastante propensa a la exageración".

    No puedo creer que mi propia madre esté intentando sabotear mi reputación con la Sra. Nelson.

    Con su voz a punto de colgar el teléfono, dice: "Bueno. De todas formas. Es muy amable de su parte ofrecerse. Ciertamente pensaré en ello. Aunque, en serio, yo no diría que Helen “deambula por el pueblo como una gitana”.

14 de octubre, viernes

    Una sensación de pánico crece en mi estómago mientras leo. Saco la carta anterior y la anterior a esa.

    He descubierto un secreto a voces y lo siento como una herida abierta.

    Mi papá ha sido un terrible tramposo. Cada vez que nos escribe, copia la misma carta dos veces, una para Helen, otra para mí, imitando mi carta en la suya y la suya en la mía. Lo único que cambia es el nombre después de "querida" en la parte superior de la página. No nos recuerda por separado, por lo que nos ha hecho la misma.

    Siempre que me llega una carta, me apresuro a subir el sobre al piso de arriba y me acuesto en la cama para devorar sus especiales palabras en privado. Ahora lo imagino poniendo cada carta en su propio sobre separado para hacernos pensar que somos diferentes, cerrándola, escribiendo la dirección, enviándola y luego riéndose de nosotras por ser tan crédulas. Me ha dejado completamente en ridículo.

    Le mostraré que soy diferente a ella.

15 de octubre, sábado

    Nos sentamos en una piscina al sol del sábado por la mañana con espejos colocados frente a nosotras. Frascos de colores, tubos, palos, tinas y cepillos nos rodean. Una botella de Pepsi se enfría en un cubo de hielo de plata en el centro de la mesa. Es plata de verdad. Se nota. En la alfombra junto al sofá, una maletita rosa yace abierta, vacía excepto por un par de pinceles para las pestañas.

    Utilizándome como su modelo de esteticista, la Sra. Nelson nos ha mostrado cómo aplicar polvos faciales sobre nuestra base y dónde poner colorete para enfatizar la forma natural de nuestros pómulos. Ella describe que se debe pintar todo el ojo, incluida la parte carnosa sobre el párpado, hasta la ceja. Dice que tengo una piel radiante y unos labios de capullo de rosa preciosos como Agnes Ayres, y que cuando me crezcan un poco más los pechos y pierda la grasa de cachorro, tendré la figura a juego. Que conoceré a mi Rudolph Valentino.

    No me gusta que ella hable de mis pechos de esa manera. Y no me importa quién sea Rudolph Valentino.

    Después de diez minutos de dolorosos retoques, la Sra. Nelson dice que casi ha restaurado la curva natural de mis cejas.

    "Deja de moverte, niña", dice dándome palmaditas en la rodilla.

    Ella me eligió porque la necesidad de aprender de Katie es más urgente que la mía. Puedo entender lo que ella quiere decir, debido a todas sus cicatrices y costras, y Helen es demasiado joven e inmadura para sentarse pacientemente como modelo de esteticista. Además de eso, mi hermana tiene dos orugas peludas arrastrándose en direcciones opuestas sobre la frente, por lo que necesita escuchar y aprender.

    Pero yo quiero que la Sra. Nelson pare. Mantengo los ojos cerrados mientras sus dedos frotan líquidos calientes en mi piel. Me pincha con pinceles. Mi corazón ha comenzado a acelerarse. Puedo sentir su aliento en mis mejillas. No me importaría un poco de aire fresco.

    Me muevo inquieta en la silla.

    "¡Vale, todo listo!" pronuncia por fin.

    Abro los ojos, pero me niego a mirarme en el espejo.

    Helen dice que parezco muy mayor. La miro furiosa. Precisamente por eso nunca voy a usar maquillaje. Papá debe poder reconocerme cuando regrese a casa. Las cosas ya están bastante mal sin maquillaje. Mi piel solía ser suave y plana, como una hoja de papel limpia. Ahora mi desobediente cuerpo se ha hinchado como un globo en lugares extraños.

    La Sra. Nelson mira a Katie con tristeza. "Nunca se es demasiado joven para aprender a maquillarte tú misma, especialmente cuando tienes una desfiguración".

    "A menos que seas un chico", chilla Helen actuando como si hubiesr dicho algo grosero.

    Katie se ríe y mira con indulgencia a mi hermana.

    La Sra. Nelson esparce un puñado de brillantes sombras de ojos sobre la mesa y nos dice que experimentemos con diferentes combinaciones nosotras mismas. Por si nos equivocamos con nuestras caras nuevas cuando probamos los colores, distribuye frascos de desmaquillador y bastoncillos de algodón.

    Yo pillo todas las sombras de ojos metálicas brillantes antes de que las demás puedan agarrarlas. Regocijándome con la idea de que estos ricos colores se llaman sombras, froto cada cuadrado de polvo con un dedo y me pinto el dorso de la mano, admirando la forma en que mi piel se transforma en una cola de pavo real con oros, platas, rojos y azules. Me encantaría tener una sombra tan hermosa como esta.

    "Ahora practicad lo que os he enseñado mientras yo hago algunas tareas en la casa".

    La Sra. Nelson desaparece dentro la cocina. Oímos que se abre la puerta del frigorífico.

    Tan pronto como ella se va, aprieto la crema hidratante en un brote y me la paso por la cara. El algodón se llena con un lodo marrón espeso. Repito el procedimiento una y otra vez hasta que mi cara está completamente limpia.

    Yo estaba feliz de pasar tiempo con Katie Nelson esta mañana hasta que quedó claro que la invitación incluía a mi hermana. En lugar de saludarme correctamente cuando llegué a su casa, Katie preguntó por qué no estaba Helen. Cuando le expliqué que mi hermana había dicho que prefería jugar sola en su habitación, Katie corrió hacia el número once antes de que yo pudiera detenerla y reapareció segundos después, saltando por la calle con mi radiante hermana colgando de su brazo como una bolsa vacía.

    Ahora siguen riendo mientras tratan de ponerse exactamente los mismos colores que la otra, exactamente en los mismos lugares.

    Katie Nelson necesita crecer un poco si quiere ser mi amiga. Cuando pasa tiempo con mi hermana, regresa a una etapa anterior en la evolución humana.

    Cada vez que levanto la vista, Helen se acerca una fracción de pulgada más a Katie Nelson.

    "¿No vas a usar colores diferentes?" me pregunta Katie. "Este es muy bonito". Empuja una sombra de ojos verde apagado en mi dirección.

    "No si es del mismo color que tú has intentado ponerte". No veo por qué debería seguirle la corriente a Katie Nelson hoy.

    "Estas son adorables. Prueba estas." Tres sombras rosadas atraviesan la mesa. Usando mi pulgar e índice, elimino cada una de mi ordenada fila de colores metálicos.

    "El rosa va bien en esta parte, mira". Katie apunta su cepillo a una sección del párpado de mi hermana.

    La Sra. Nelson tararea y usa espray fuera. Poco a poco, el aroma de Chanel No.5 es desplazado por el olor a cera para muebles.

    El perro se rasca y se lame bajo la silla de Katie.

    Le pido a Katie que me pase el lápiz de labios dorado. Ella lo desliza hacia mi lado y yo lo uso para escribir las iniciales de él en mi código secreto en el dorso de mi mano, encima de los colores de las sombras de ojos. Invierto la primera P y conecto su columna con la segunda P para que parezca las alas de una libélula. Pinto las alas con patrones ondulados en azul y plata.

    "Ojalá tuviera una hermana pequeña", dice Katie mientras pinta los párpados de Helen con un pincel.

    Mi hermana se retuerce en su silla con placer. Su barbilla se inclina hacia arriba. Puedo verle los huesos de la mandíbula.

    Katie no tiene idea de lo difícil que es la vida para la hermana mayor. Tienes que acostumbrarte a que una persona no deseada te siga todo el día y te exija saber exactamente lo que estás haciendo e intente copiar todo lo que haces. Estás obligada a jugar con alguien que no te gusta. Tienes que compartir todas tus pertenencias, incluidos juguetes, ropa, papás, patatas fritas y dulces. Nada de lo que posees es propiedad privada. Todo tu espacio queda invadido, incluidos tus baños. Hasta tu aire está perturbado. Si no respondes a sus preguntas la primera vez, ella las repite veinte veces a todo pulmón. Lo peor de todo es que cuando te quedes sin tu vestido favorito, tienes que verla hacer cabriolas con él, mostrando lo bien que le queda, mostrándote cuánto has cambiado.

    "Me cambiaría contigo cuando quieras". Digo apasionadamente. "Ojalá fuera hija única. Me encantaría vivir aquí con tu mamá".

    Katie hace una pausa y me mira. "No hay nada que hacer aquí excepto ver la televisión en mi habitación". De pronto baja la voz a un susurro. "Y mi madre da miedo a veces".

    La Sra. Nelson entra apresuradamente, sosteniendo un bote de Mr Muscle en sus guantes de goma rosa. "¿Cómo os va, chicas? ¿Hora de más bocadillos? ¿Por qué te has quitado la cara bonita, Lizzie?"

    No puedo creer que Katie sea capaz de decir mentiras tan terribles sobre su madre. "Estamos bien, gracias, Sra. Nelson", le respondo sonriendo.

    "¿No vas a probar ninguno de estos bonitos colores?" Ella ojea las sombras de ojos metálicas de mi fila.

    "Quizá dentro de un minuto."

    La Sra. Nelson sale de la habitación y se golpea el hombro con el marco de la puerta.

    Katie tiene una idea. "¡Hagamos que somos hermanas! Podemos ser tres hermanas y salir de aventuras. Yo seré la del medio".

    Helen asiente emocionada. Se ha acercado tanto a Katie ahora, que casi está pegada a su lado. Yo seré la más joven. Tú puedes cuidar de mí, Katie"

    Necesito aclarar ciertos asuntos con Katie Nelson. No se comparten amigas en nuestra familia. "Tienes que elegir."

    "¿Por qué no podemos compartir?" Ella suena genuinamente perpleja.

    Le lanzo una mirada legal. "Es una de las reglas".

    "No puedes obligarme a elegir". Katie está angustiada. "¡Eso no es justo! Me gustáis las dos por igual".

    "Entonces me voy". Me levanto y empujo la silla cuidadosamente debajo de la mesa.

    "¡Quédate aquí! Sigamos jugando."

    "No tengo tiempo para jugar con dos niñas pequeñas". Cierro la puerta detrás de mí.

    Mientras camino por la calle, me siento un poco culpable por haberle estropeado la mañana a Katie, pero sé que mi línea severa rentará dividendos a largo plazo.

    Rebecca está en el pasillo, rodeada de bolsas. "¡Tus cejas! ¿Adónde han ido?"

    "Hemos estado experimentando con el maquillaje de la Sra. Nelson".

    "¡Eso es ridículo! ¡Solo sois niñas! ¿Te depiló ella las cejas?" Su tono de voz evoca una terrible visión de Rebecca subiendo por la calle para hablar con la Sra. Nelson.

    "Lo hicimos nosotras mismas. Yo me hice mis propias cejas".

    "¿Y Helen?"

    "Ella no le hizo nada a las suyas". Cierro los dedos detrás de la espalda para ocultar mis cutículas sangrantes.

    "No os hagáis esas cosas a vosotras mismas. ¡No os mutiléis el cuerpo! ¡Sois adorables como sois!"

    En caso de que Rebecca intente darme un abrazo, recojo algunas bolsas y me apresuro a la cocina.

17 de octubre, lunes

    Cuando me di cuenta de que Esas Tres Chicas venían hacia mí de nuevo hoy, corrí hacia los prefectos que custodiaban las puertas, les dije que necesitaba desesperadamente ir al baño, subí corriendo las escaleras y me escondí durante toda la hora del almuerzo entre las chaquetas de burro y los abrigos de pana de los de sexto curso en el tercer piso.

    No me atrevía a moverme.

    Ni siquiera intenté descubrir el contenido de los bolsillos de las personas.

    Me quedé completamente quieta, apenas respirando, enterrada viva.

    Oí a los profesores pasar hacia la sala de personal, pero nadie me vio.

    Mi hora del almuerzo olía a laca para el pelo, grasa desconchada, cigarrillos rancios, perfume dulce y una variedad de otros aromas de los hogares de la gente que la tela había absorbido.

    Puede que no sea capaz de volver a esconderme allí. Necesito preparar un Plan.

18 de octubre, martes

    Rebecca dará una conferencia pública el 7 de de noviembre. Durante años lleva murmurando, agitando trozos de papel llenos de notas garabateadas, incluso deteniendo el coche al lado de la carretera para garabatear ideas en la parte posterior de las listas de compras, pañuelos y recibos.

    Ella fue al médico hoy.

    "Betabloqueantes", dice ella desenroscando la tapa de una botella marrón y extrayendo una pastilla mientras nos sentamos a cenar. "Para dejar de temblar. Para que la gente no pueda ver que estoy nerviosa".

    Yo he hecho pizza al horno para todas, queso natural y sabor a tomate.

    "Espero que el público comprenda la importancia de mi investigación. Entonces tal vez empiecen a hablar en serio de ofrecerme un puesto permanente en el departamento".

    Solo escuchamos la máquina de escribir por primera vez anoche. Tal vez sus dedos estaban temblando demasiado para escribir. Debe de haber estado escribiendo su conferencia a mano antes de eso.

    Cuando vio el ramillete de flores de papel que Helen había puesto en su escritorio esta noche como regalo de buena suerte, nos recordó a las dos que no entráramos al estudio porque no quiere que se alborote ninguno de sus libros o papeles.

    Mientras comemos, Helen dice algo sensato por una vez. "¿Por qué no consigues un trabajo adecuado? Entonces podríamos permitirnos comprar cosas bonitas para la casa. Tú puedes divertirte por las noches y no tienes que ponerte nerviosa nunca más".

    "Me temo que no soy muy buena en otra cosa". responde Rebecca con tono de disculpa, engullendo una tableta con un sorbo de agua.

    Mi hermana insiste. "¿Pero no puedes ser profesora en una escuela? Ellas tienen vacaciones muy largas".

    "Entonces nunca terminaría de escribir mi monografía".

    Yo levanto los ojos hacia el techo. En el tiempo que le ha llevado a nuestra madre escribir su monografía hasta ahora, tanto Helen como yo hemos logrado lo siguiente, en orden cronológico:

    1. Nacer.

    2. Aprender a gatear.

    3. Aprender a caminar.

    4. Aprender a hablar.

    5. Aprender a leer.

    6. Aprender a escribir.

    Mientras tanto, nuestra madre ha producido hoja tras hoja de notas tachadas.

21 de octubre, viernes

    Evito a Katie Nelson mientras ella juega y se ríe con mi hermana en lugar de pasar tiempo conmigo porque la expresión de su rostro me da ganas de meterme en su piel y apretar cada órgano interno hasta que estalle en mis puños.

    El Sr. Nelson le da todo lo que quiere de su tienda en la ciudad. El Ojo de los Nelson es un emporio repleto de papeles pintados, pinturas, cuadros y adornos. Rebecca siempre se ríe y dice que el material es excéntrico. Se pregunta qué ojo se usa cuando el Sr. Nelson elige sus género. Obviamente, Rebecca no ha visto a la preciosa bailarina de porcelana que apareció en el escaparate el miércoles, haciendo piruetas, con las manos pálidas unidas por encima de la cabeza, frágiles y elegantes, los dedos serenos, una expresión lejana en su rostro en miniatura.

    Creo que la Sra. Nelson le ha dicho a Katie que sea amable conmigo, porque esta noche no deja de invitarme a su habitación para escuchar sus nuevos singles y probarme ropa y maquillaje junto con mi hermana.

    Yo me niego. Me siento escaleras abajo a jugar con mi vaso vacío. Ahora me siento bastante relajada.

    Chupo la piel de mi aceituna.

    El nuevo arreglo de Rebecca con la Sra. Nelson me ha privado de mi fuente de ingresos, pero me gusta estar aquí en el número dieciséis. La Sra. Nelson me da un trato preferencial. Ella siempre está dispuesta a charlar conmigo y a escuchar lo que le digo. En lugar de ir al número once después de la escuela, venimos aquí todas las noches durante dos horas.

    El terrier entra corriendo desde el jardín e intenta lamerme los tobillos y los dedos de los pies. Su lengua rosada húmeda cuelga entre los dientes y sus ojos se abren hacia arriba en un esfuerzo por mirarme directamente a la cara. Sonríe a mis pies, medio rodando sobre la alfombra, con las patas delanteras enganchadas en posición de mendicidad. Odio la forma en que siempre actúa como si yo le agradara tanto. Huele a dulce, como azúcar glasé mezclado con talco. Asegurándome de que nadie esté mirando, le doy una patada en las costillas. Solo una buena patada. Después de eso, me deja en paz.

    Me siento en silencio con mis libros extendidos sobre la mesa del comedor y la televisión baja en el fondo.

    La Sra. Nelson aparece sosteniendo otro vaso lleno de líquido transparente. Una aceituna se balancea alegremente en la bebida. Mientras bebe, mira por encima del hombro mi cuaderno de ejercicios. "Inglés, ¿verdad?"

    Asiento. Un tenso michelín se mueve suavemente bajo el jersey de la Sra. Nelson cuando se inclina hacia adelante. Ella sonríe alentadoramente y el hielo tintinea en su vaso.

    Me concentro en mi libro de ejercicios y trato de ignorar su cálido aliento en mi oído.

    "Bueno, te dejaré seguir, niña". Ella vuelve a deambular en dirección a la cocina.

    Estoy escribiendo una historia sobre un vagabundo varado fuera de una ventana cubierta de escarcha mirando a unos niños que comen la cena de Navidad. Acabo de llegar al punto en que él se aparta de la ventana en una triste soledad y se sienta en el escalón de la entrada. El vagabundo morirá en la puerta durante la noche, y los niños lo encontrarán por la mañana cuando salgan a hacer un muñeco de nieve. Mis vagabundos siempre usan mitones tejidos. Están solos, observan a través de las ventanas felices escenas familiares.

    A las seis en punto, nuestra madre llama para llamarnos al número once a tomar el té.

23 de octubre, domingo

    "Nosotros solo tenemos una televisión en blanco y negro", informa mi hermana a toda la familia Nelson.

    El perro la mira con simpatía.

    Estamos reunidos en semicírculo alrededor del armario de cristal ahumado que alberga el nuevo estéreo de Katie. En el cristal, nuestros reflejos parecen bronceados tropicales.

    En la planta baja, los Nelson tienen el televisor más grande que he visto en mi vida y un nuevo reproductor de video VHS. Aquí, en la habitación de Katie, la televisión es más pequeña, pero tiene un control remoto para que no tengas que levantarte para cambiar de canal.

    "¡Qué terrible!" dice la Sra. Nelson. Ella se examina la manicura de una mano. Después de una pausa, agrega pensativa, "pero tal vez sea mejor tenerla en blanco y negro. No ves toda la sangre cuando ese Attenborough te hace ver leones matando pequeños bambis en África." Ella se estremece. "Mordiendo las piernas mientras todavía están vivos".

    "Rojo en dientes y garras", dice el Sr. Nelson.

    En lugar de cerrar el pico, Helen sigue enumerando todos los enchufes vacíos y espacios vacíos a lo largo y ancho del número once.

    "Tampoco tenemos congelador, ni vídeo, ni una ducha adecuada", dice ella contando cada ausencia con un dedo. “No tenemos lavadora. Ni edredones. Todavía usamos mantas y sábanas. Nuestra nevera es de cuando mis papás se casaron".

    Yo no menciono que encontré un moscardón volando dentro de la nevera durante las vacaciones de verano. Que lo aturdí con la chancla y lo dejé morir en la caja de verduras.

    Helen es astuta y manipuladora. Ella guarda la infracción parental más importante para el final. “El único tocadiscos de la casa es el de su estudio. Y no se nos permite entrar allí"

    Ver a Helen dejar caer pistas por el viejo tocadiscos de Katie hace que mi estómago se revuelva de vergüenza. ¡Menuda gorrona! Yo no sé dónde mirar. Está ventilando toda nuestra ropa sucia en público. Les ha regalado a los Nelson un cuadro de su propia casa pintado en negativo. En un instante, la Sra. Nelson envuelve los brazos de Helen alrededor del viejo tocadiscos de Katie. Con las rodillas dobladas bajo el peso, ella desaparece por la puerta antes de que ellos puedan cambiar de opinión.

    No me ofrezco a ayudarla a llevarlo por el camino. Yo misma le tenía echado el ojo a ese tocadiscos.

24 de octubre, lunes

    Cada vez que Rebecca abre la puerta para entrar en la cocina a por otra taza de té, La Flauta Mágica se escapa del estudio, llenando de alegría todos los espacios del número once. Ella ha estado yendo y viniendo del estudio toda la noche, silbando con la música.

    Sobre mi almohada, docenas de ejemplares de Mi Tipo, tomados de Katie Nelson, están abiertos en las páginas del problema. No puedo seguir a mi hermana esta noche. Estoy en un gran problema en la escuela y necesito quedarme en mi habitación para elaborar un plan. He revisado las revistas para ver si alguien ha pedido ayuda con un tema similar, pero todas las cartas preguntan cómo conseguir novios o las mejores formas de perder peso.

    Hace siglos que sé que algo se está gestando.

    Hoy ellas escalaron su campaña. A la hora del almuerzo me siguieron, caminando tan cerca de los talones que yo no paraba de tropezar. No podía darme la vuelta sin estar cara a cara con ellas. Mientras me acosaban, enumeraban todas las cosas sucias que yo había estado haciendo con mi novio. Cuando les dije que no tenía novio, se echaron a reír y me llamaron lesbiana. Después de eso, sus descripciones fueron mucho peores.

    Como último recurso antes de acostarme, decido plantearle mis preocupaciones a Rebecca. Nunca antes le he pedido consejo a mi madre y no tengo idea de cómo responderá a mi problema.

    Hay un crujido dentro del estudio.

    "¡Adelante!" exclama Rebecca.

    Ella me mira. Me siento incómoda de pie frente a ella, tratando de describir el comportamiento de Esas Tres Chicas. Le cuento a Rebecca que yo no dejaba de decirles que me dejaran en paz, pero era imposible ignorarlas porque ellas no dejaban de gritarme cosas obscenas en los oídos. Explico que sé con certeza que Esas Tres Chicas tienen la intención de causar más problemas mañana. Cada vez que las veo, un pinchazo de miedo entra en mi garganta y se retuerce por mi cuerpo.

    Los ojos de Rebecca regresan a los papeles de su escritorio. Ella juguetea con un marcador mágico. "¿Pero qué te dijeron exactamente?"

    "No paran de decir cosas muy sucias". No puedo repetir lo que dijeron. Es demasiado impactante.

    "En el fondo, los matones son unos cobardes", observa Rebecca. Ignóralas. Pronto se aburrirán de ti y pasarán a otra persona. Tienes que superarlo. Veo que estás preocupada, cariño, pero estoy segura de que te habrás olvidado de ello al final del trimestre. Dejemos que se asiente en un par de semanas, ¿de acuerdo?"

    Le lanzo una mirada fulminante. Rebecca hace que parezca que la situación es culpa mía, como si yo hubiese hecho algo para alentarlas.

    "Deberías pensar en un comentario de desprecio inteligente para avergonzarlas unas delante de las otras", sugiere ella alegremente, y luego agrega, "ya sabes, a veces los acosadores han sido acosados ​​en casa. ¿Qué sabes de sus padres? Nunca se sabe lo que sucede a puerta cerrada..."

    Al salir de la sala, Rebecca me dice que recuerde que los palos y las piedras me romperán los huesos, pero las palabras nunca me lastimarán.

    Pero sé que está equivocada. Las palabras pueden lastimarte.

27 de octubre, jueves

    La Sra. Nelson tiene hermosos labios rosados ​​y cabello amarillo con permanente. Lleva una gruesa cadena de oro alrededor del cuello. Mientras limpia los muebles de la cocina con un líquido con aroma a pino, me cuenta que el señor Nelson consiguió el collar en una oferta especial en el Radio Times el pasado día de San Valentín por solo veinticinco libras.

    La casa de Nelson está tan cuidadosamente aislada con doble acristalamiento y tan llena de sus propios aromas internos encantadores, que no se puede oler nada de la fábrica de huesos, incluso en los días de hueso más olorosos.

    A las cinco en punto, la Sra. Nelson se sirve un trago: esta noche prepara un Vodka Martini, pero otras noches prepara cócteles de colores brillantes o se sirve tónica Gordon's con un dedo de Schweppes.

    El Sr. Nelson pasa la mayoría de las noches en el garaje escuchando Radio Dos y arreglando su Ford Capri. La Sra. Nelson dice que no le gustan mucho los niños, los perros o el ruido. Sé exactamente cómo se siente el pobre. Aunque él nunca me habla directamente, creo que compartimos una silenciosa conexión eléctrica.

    "Chin-chin", dice la Sra. Nelson llevándose el vaso a los labios. Los cubitos de hielo suenan como los aparejos en el arroyo.

    Ella siempre me sonríe. Los Nelson son tan ricos que compran platos nuevos a todas horas. Nunca sé si los platos en los que llegan nuestros bocadillos hoy serán los mismos que los que teníamos ayer.

    Sostengo mi vaso y me siento con ella mientras Helen y Katie corren por la casa, chillando.

    "A Katie no le gusta que beba", me dice ella. "Un traguito no me va a matar".

    Chocamos los bordes de nuestras copas, diciendo "Chin-chin" y riendo. Mi vaso parece pesado incluso antes de que ella me sirva el gin tonic. La Sra. Nelson dice que debería llamar a mi bebida "GyT" o, si quiero ser divertida, "sonríe y aguanta".

    "Son unos vasos preciosos", le digo.

    No debería llamarlo vaso, me dice la Sra. Nelson. Debo llamarlo Waterford Crystal Stemware. Es parte del juego que Nelson compró en Harrods para su decimoquinto aniversario de bodas el año pasado. Gastó diez libras por cada año que estuvieron casados.

    "Nos casamos en noviembre", me dice ella. "Si en octubre te casas, el amor llegará con riquezas escasas. Pero si te casas en noviembre sombrío, te llegarán alegríos, ¡así que recuerda! Recuerda esto para futuras referencias, jovencita." Se golpea el lateral de su larga y pálida nariz con un sabiondo dedo.

    "¿Y qué pasa con marzo?" Le pregunto recordando que Rebecca dijo una vez que ella y papá se habían casado en marzo con narcisos por todas partes.

    La Sra. Nelson hace una pausa. Sus labios rosados ​​se hinchan y se contraen mientras intenta recordar las líneas. Finalmente, pronuncia triunfalmente: "Si te casas en vientos de marzo, tanto alegrías como penas llegarán a tu regazo".

    "Eso no es muy agradable".

    El Waterford Crystal Stemware incluye copas de champán y de cóctel. Mientras sorbo mi segundo trago, trato de visualizar una copa de champán, pero esta se aleja revoloteando.

    Siempre que la Sra. Nelson intenta tomar un trago, el posavasos se pega a la base de su Waterford Crystal Stemware. Ella mueve el posavasos cada vez, pero yo noto que se está frustrando porque no para de limpiar el fondo del vaso con la manga, casi derramando su bebida.

    Cuando prepara cócteles, la Sra. Nelson siempre agrega una cereza glacé en un palito y un paraguas de papel en miniatura con delicados rayos de madera. La palabra correcta es "sombrilla", no "paraguas", me dice ella. Las sombrillas se utilizan siempre en bebidas de países tropicales como Cuba, Jamaica, Brasil y Bélgica. Además de los cócteles, a mí me gusta el Baileys con tres cubitos de hielo, y Malibuy Southern Comfort con limonada y lima.

    La sala huele a cera para muebles. Pinturas de exóticos pájaros cuelgan por todas partes, colores brillantes que destellan ante el rico papel tapiz verde. Sus picos son anaranjados, amarillos y rojos. Un pájaro disecado está posado sobre una ramita bajo una campana en la repisa. La alfombra brota como musgo bajo mis pies.

    Esta noche, aunque es casi invierno, la Sra. Nelson me ha enseñado a rociarme el pelo con zumo de limón y Sun-In para obtener mechas rubias naturales cuando brilla el sol.

    "Si yo fuera un hombre joven y tuviera que elegir entre tú y tu hermana, te elegiría a tí sin pensarlo", dice ella cerrando los ojos con fuerza y ​​luego volviendo a abrirlos. "No me malinterpretes. Tu hermana es una cosita bonita, pero con todos esos rizos oscuros y esa tez, comenzará a parecer un poco extraña y vulgar en unos años. Pero tú, con tu hermoso cabello castaño y tu piel clara, estarás hermosa en cuanto te hayas cortado el pelo como es debido y te hayas maquillado un poco".

    Bebemos un vasito de vino Stones Ginger para contrarrestar la dulzura de los pasteles. La Sra. Nelson dice que es un placer verme disfrutar de los bocadillos y bebidas que nos ofrece después de la escuela.

    "Qué pena que Helen no se los coma", comento yo lamiéndome el dedo índice y frotando las migas de mi plato. Siempre que la Sra. Nelson sostiene el plato debajo de la nariz de Helen, mi hermana se estremece como si los pasteles estuvieran llenos de veneno.

    Se forman dos líneas firmes en el polvo de magnolia de la frente de la Sra. Nelson.

    Sé que Helen está preocupada por si los pasteles tienen manteca de cerdo. La manteca de cerdo se elabora con huesos de animales muertos y mi hermana dice que puede olerla en la piel de las personas, incluso en la escuela y en el supermercado.

    Yo me bebo mi vino de jengibre y mordisqueo mi pastel. Pero después de un tiempo, empiezo a imaginarme la manteca que rezuma por los poros de mis axilas. Sintiéndome un poco mareada, tiro el pastel por el lado del sofá y solo logro decir "chin-chin" cuando tomamos una gota más de vino de jengibre.

    Helen y Katie dan vueltas en el dormitorio de Katie, chillando y riendo como si fueran niñas pequeñas.

    Una de las principales razones por las que me gusta la Sra. Nelson es que la voz de niña pequeña de mi hermana no la afecta en absoluto. De hecho, cada vez que dice el nombre de Helen, la Sra. Nelson arquea las cejas y frunce los labios. Dice que mi hermana tiene muchas ideas extrañas para una niña de nueve años.

    Me gustaría ser la hija de la Sra. Nelson. Me gustaría advertirle de que se asegure de que las extrañas ideas de mi hermana no se le peguen a Katie cuando las dos niñas se pasean por la casa después de la escuela.

    Duros trozos de pastel se me pegan al paladar. Me froto los labios con una servilleta. Las aves exóticas de la sala de estar se deslizan por las paredes y nadan como si se hubieran convertido en peces.

    Le cuento a la Sra. Nelson algunas de las extrañas ideas de mi hermana, la cuales incluyen negarse a comer carne y negarse a usar cualquier cosa hecha de cuero.

    La Sra. Nelson resopla y sus fosas nasales se dilatan en forma de ocho. "Me sorprende que tu madre lo tolere." Suspira y se saca una miga de pastel del diente con una uña rosada. Noto una línea de lápiz de labios en sus incisivos. Luego, con una nueva voz, pregunta: "¿Nunca puedes ver a tu papá, niña?"

    Chillidos de risa penetrante de niña caen por las escaleras. "¡Un hongo, tra-la-la, dos hongos, tra-la-la!" chilla Helen, y Katie se une, "¡tres, tres, tres hongos tra-la-la!" Golpean el suelo, aullando de risa, haciendo ladrar al perro.

    "Él está fuera. Viajando.

    No sé si quiero hablar más con la Sra. Nelson. Tengo tareas que hacer. Todas las noches de esta semana, ella ha hecho algunas preguntas. Puedo sentirla dando vueltas alrededor de la imagen desvanecida que tengo de mi padre, escondida en privado dentro de mí. Estoy en una posición difícil.

    "Era un profesor", le digo ofreciéndole un hecho que ya conoce. "Se fue de repente, pero no fue culpa nuestra. Fue su trabajo. La presión."

    Le he regalado este pedacito de verdad sobre mi padre porque ella está buscando algo sólido. Este puede ser mi regalo de agradecimiento por haber sido ella tan amable conmigo por las tardes después de la escuela.

    Sus ojos se mueven rápidamente mientras desenvuelve mi información en su mente. Debajo de su dulce perfume, la Sra. Nelson huele levemente a sudor.

    Me quedo mirando una hermosa ave del paraíso que llena un marco escarlata en la pared de la sala. Las hojas irregulares de esmeralda la rodean, pero el bosque del fondo es casi negro.

    "Sí, pero ¿cuándo viene a visitaros? No puedo decir que lo haya visto nunca, y llevamos aquí casi un año".

    Jugueteo con mi estuche de lápices. "Será mejor que empiece mis tareas", lr digo con mi voz más jovial.

    "¡Ni una sola vez, apuesto! ¡Pobrecita, amor! ¡Os abandonó!" La Sra. Nelson se detiene de repente. "Escríbele una linda carta y haz que esa tonta hermana tuya haga lo mismo. Estoy segura de que vendría de visita si hicierais eso".

    "Le escribimos cartas. Eél escribe siempre una respuesta." No tengo ni idea de cómo hacer que ella pare de hablar. El hecho es que mi papá ya no escribe muy a menudo. No puede. Está ocupado en su nuevo trabajo como voluntario.

    "¿No estás ni un poco preocupada por verlo?"

    "Estamos todas bien, gracias".

    Nunca le diré a nadie esto, pero cuando cierro los ojos, ya no puedo ver los detalles de su rostro, solo un borroon de barba y gafas. Si Rebecca hubiera guardado las fotos de nuestra familia en un álbum y las hubiera etiquetado correctamente, al menos yo podría ubicar su foto cada vez que necesitara un recordatorio.

    Helen y Katie corren escaleras abajo, perseguidas por el terrier. Los tres jadean y se parpadean unos a otros. Las chicas empiezan a lanzar una chirriante pelota de un lado a otro en la sala de estar, demasiado cerca de donde yo estoy sentada, y el perro corre histéricamente entre ellas, ladrando, mordiendo el aire. Los chillidos de las chicas se combinan con los ladridos del perro de ojos saltones para alterar por completo mi tranquilidad. Intento concentrarme en la escritura de mi libro de texto de biología, pero esta serpentea ante mis ojos.

    Helen y Katie dejan que el perro les lama la cara. Ruedan por el suelo de la sala de estar con él, riendo de placer mientras este ladra con entusiasmo brincando por ahí.

    "Id al jardín, niñas, y dejad que la pobre Lizzie siga con sus tareas", dice la Sra. Nelson al emocionado trío.

    Las veo salir corriendo hacia el aire frío, pero entran corriendo de nuevo, gritando por el hedor de la fábrica de huesos. Me imagino sus intestinos y estómagos llenos de gusanos de perro retorciéndose.

28 de octubre, viernes

    Examino la nevera vacía, cierro debun portazo y marcho por el pasillo hasta el estudio.

    "Me muero de hambre. ¿Qué hay para cenar?"

    "¿Perdón, querida?"

    La primera vez, un par de semanas atrás, cuando no quedaba nada para comer, se golpeó la frente. "Sabía que había algo pendiente".

    Me dio dinero para comprar frijoles cocidos y patatas fritas en la tienda del pueblo. Él me sirvió. Fue maravilloso. Charlamos durante horas.

    Rebecca no está interesada en comprar en este momento porque todavía está escribiendo su conferencia pública. Mientras me planto fuera de la puerta del estudio y me pregunto en voz alta, por segunda vez, qué vamos a tomar para el té, la voz culpable del interior lo confirma: "En realidad, no he tenido tiempo de hacer la compra esta semana".

    Ya es suficiente. Abro la puerta y la miro. "Yo haré las compras a partir de ahora. Dame el dinero. Así puedes concentrarte en su trabajo y terminar tu charla."

    Si me pone a cargo de las compras y la cocina, puedo verle todos los días.

    "No es una charla, querida". Ella rechaza mi palabra como una verdura podrida. "Es una conferencia pública. De todos modos, no tengo mucha hambre esta noche con ese terrible olor..."

    "Prepararé yo la cena", le digo. "No me importa".

    Rebecca me dice que me tape la nariz con una bufanda, saque su bolso de su bolsa de mano y corra a la tienda del pueblo para encontrar algo fácil de preparar para el té.

29 de octubre, sábado

    Otro convoy de camiones avanza por la carretera, agitando los charcos, exhalando ráfagas de escape negro y desapareciendo por las puertas de la fábrica. Las gaviotas pululan por la parte superior. Las chimeneas arrojan olores rancios por todo el pueblo.

    En la calle, fuera, algunos valientes conductores se suben a sus coches y aceleran, manteniendo sus ventanas bien cerradas.

    Examino la burbuja de vidrio atrapada en mi ventana victoriana.

    El Sr. Nelson acelera su Capri mientras pasa en coche con Katie en el asiento del pasajero. El hombre parece un gángster. Su rostro está enmascarado por un jersey blanco con cuello de polo hasta el puente de la nariz.

    El hedor nos ha mantenido prisioneras toda la semana, con arcadas detrás de puertas y ventanas selladas todas las noches después de la escuela. En el lado positivo, sin embargo, ha impedido que Helen le visite a él desde el martes. Obligada a quedarse en su habitación, ha estado poniendo "Tubby la Tuba" una y otra vez en el viejo tocadiscos de Katie hasta que hacerme desear romper el estúpido disco por la mitad con su um-pah um-pah um-pah.

    Llevo de pie en mi ventana desde las siete de la mañana, mirando la carretera por si él pasa. No puedo salir de mi casa, ni siquiera para hacer pipí, por si mi hermana intenta escabullirse con él. Actualmente ella se encuentra en su dormitorio, pero ha desarrollado la habilidad de evaporarse de la casa.

    Tengo que estar alerta en todo momento.

    En la planta baja, nuestra madre sigue escuchando el pronóstico del tiempo, esperando que el viento cambie de dirección para poder tender la ropa y seguir escribiendo.

    La Sra. Phillips conduce por la calle, con un pañuelo rojo envuelto alrededor de su nariz y boca, el cabello anaranjado le cae sobre los hombros. Echo un vistazo al muslo gordo como un bebé en la parte trasera del coche.

    Rebecca sale de la cocina de la planta baja. "Chicas, me voy a la biblioteca. No puedo hacer nada aquí. ¡Maldito olor!"

    Ella cierra la puerta y se aleja en coche. Ni siquiera nos dice cuándo va a volver.

    Menos de un segundo después de que nuestra madre se haya ido, Helen se escapa por la puerta principal. Veo un destello blanco corriendo por la carretera. Lo más rápido posible, me envuelvo una bufanda en la boca y la sigo hasta la tienda.

31 de octubre, lunes

    Saco un gran puñado de pastillas para el dolor de cabeza del bolso de nuestra madre en el pasillo y las dejo caer sobre el plato con un estrépito. Los usaré como base para aumentar el volumen del resto. Lleno un viejo frasco de mermelada Robinsons con lejía del armario bajo el fregadero de la cocina, cierro la tapa y lo pongo en equilibrio en el plato junto a las pastillas. Del estante superior del mueble del baño, tomo tres o cuatro tabletas dr aquí y de allá. Hay numerosas botellas marrones medio vacías en el estante.

    Paso de puntillas por delante del estudio y subo rápidamente las escaleras hacia mi habitación. El patrón en el plato de comida se encrespa debajo de mis materiales ensamblados. Ahora que he reunido los ingredientes, no estoy segura de si debería seguir adelante con mi idea.

    Regreso a la cocina y me preparo una taza de té. Ojalá Rebecca saliera del estudio y hablara conmigo. Pero ella permanece en silencio.

    Levanto el mortero de la repisa de la chimenea de la cocina y regreso al piso de arriba, llevando mi té en la otra mano. El vapor de la taza baila con gracia en el aire.

    Primero que nada, muelo las pastillas para el dolor de cabeza, luego agrego las otras pastillas una por una, triturando y presionando hasta que he creado un montículo de polvo blanco con motas de rosa y azul.

    Si voy a hacer esto bien, noto que no puedo usar también la lejía. Todos mis otros ingredientes están diseñados para consumo humano: no puedo verter lejía en el recipiente si me estoy tomando en serio mi idea. ¿Qué voy a hacer con una mezcla que contiene lejía?

    Siento como si me estuviera observando a mí misma desde el alféizar de la ventana. Mi cabeza está despejada pero en blanco. Me lamo el dedo índice, lo sumerjo en la mezcla y lamo el sorbete. Un feroz sabor metálico me atenaza el centro de la lengua.

    Solo hay un lugar obvio para poner la lejía. Llevo el frasco por el rellano a la habitación de Helen y empujo la puerta para abrirla.

    Cuando entras en el dormitorio de mi hermana, lo primero que te golpea en la nariz es la variedad de olores acre de plantas. Pero debajo de este olor hay una capa subyacente de olores agrios corporales. ¿Por qué siempre huelen agrio los niños pequeños? Algunos de los estudiantes de primer año en la escuela todavía llevan este olor con ellos.

    La alfombra de Helen está llena de abono seco, ramitas y crujientes hojas marrones de sus plantas. El tocadiscos de Katie Nelson está en un rincón, con la tapa abierta como una boca pausada en busca de palabras.

    La colección de plantas de interior de mi hermana se ha salido de control. Plantas de yukka de gran tamaño se comban hacia su ventana, la hiedra enmarañada trepa hasta la repisa y una enorme palmera se agita en su maceta. La cama está rodeada de esquejes. Entre las plantas más grandes, hay una abundancia de plantas más pequeñas en diversos grados de crecimiento y madurez. Ella ha plantado helechos pequeños en macetas de terracota en miniatura, y sus plantas de araña brotan felices por toda la habitación. Un grupo de violetas africanas con saludables hojas verdes y flores aterciopeladas forma un semicírculo bajo la ventana.

    Helen conserva todas las plantas más débiles y también todas las sanas. Si Rebecca alguna vez poda sus plantas de interior o intenta tirar las viejas, mi hermana las rescata del cubo de la basura. Llena macetas de plástico con tierra, arropa a las marginadas y las lleva a su habitación. Cuando se recuperan, las regala a la gente del pueblo. De un lado a otro de nuestra calle puedes ver sus plantas en las ventanas delanteras de la gente. Sabes que son sus plantas porque ella siempre decora las viejas macetas de plástico con cuadritos. Estoy segura de que su comportamiento hace que todos se rían de nosotras a nuestras espaldas. Alguien debería impedirle que haga este tipo de cosas.

    "Apuesto a que no rescatas ortigas y malas hierbas o babosas y caracoles", le comenté hace unas semanas.

    "Creo que a todo se le debería permitir vivir", respondió ella con irritación.

    "Qué patética eres", le informé.

    Comenzando con las plantas de yukka, medida a medida, vierto lejía en las macetas. El aire del dormitorio se espesa con el olor. Cuando termino, me paro en la puerta para inspeccionar la escena. Todavía no ha pasado nada, pero me imagino a las plantas de yukka cayendo juntas con un suspiro, perdiendo la esperanza como si se sintieran aliviadas de ser liberadas de esta apretada y maloliente prisión. A mi alrededor, las otras plantas que he manipulado se comban y se marchitan a medida que la lejía penetra en la tierra hasta las raíces. Las hojas de la palmera gigante ya están empezando a caer inertes junto a su tronco.

    Me pregunto si el fuerte olor a lejía aún estará en el aire cuando mi hermana vuelva a casa. Aunque eso no podría importarme menos. Para entonces será demasiado tarde. Ella no podrá cambiar nada.

    No he vertido lejía en los esquejes ni en las plántulas. Por alguna razón, una parte de mí quiere darles una oportunidad. Las únicas supervivientes serán las que no he tocado.

    Son casi las ocho y media. Regreso a mi habitación y veo el montón de polvo en el mortero. Tendrá que esperar a otro momento. Por ahora, lo vierto en un sobre viejo de una de las cartas de papá, doblo la parte superior varias veces y lo deslizo por el medio de mi colección de revistas Beano.

    La casa está en silencio. Helen aún está fuera. Sé que ella está en el camino con él.

    El olor a lejía se adhiere a mis poros. No puedo deshacerme de él, no importa cuántas veces me lave las manos en el baño. Un chorro del perfume de la Sra. Nelson cubriría el olor.

    Salgo de puntillas del número once y camino hacia la tienda. Alguien ha olvidado cerrar las persianas venecianas esta noche. Me adelanto. Pero en lugar de verlos a ellos como yo imaginaba, veo a la Sra. Phillips en la tienda, moviéndose de un lado a otro dentro, balanceando latas en arcos felices desde cajas en el suelo hasta los estantes, cambiando el fondo, moviendo los pies.

    Mientras me quedo fuera, ella se detiene, se da la vuelta y se mueve hacia la ventana.

    Debo de haber pisado en su tumba.

    Me detengo en el paseo y presiono el cuerpo contra la fría pared del edificio. Cuando salgo, la señora Phillips ha cerrado las persianas y se ha encerrado dentro.

    El gemido de Helen es lo suficientemente fuerte como para sacudir los cimientos de la fábrica de huesos y hacer que los barcos se balanceen sobre la marea alta.

    Rebecca sale corriendo del estudio y sube las escaleras con pasos pesados.

    Yo salgo de mi habitación donde he estado escribiendo una carta para papá.

    "¿Qué pasa?" Exclama Rebecca en pánico. Su cara es blanca. Está temblando como solía hacerlo después de una gran discusión. "¿Qué ha pasado? ¿Helen?"

    Helen está de pie en lo alto de las escaleras, con los hombros subiendo y bajando. Se vuelve para mirarme con la boca bien abierta, como un bebé de dibujos animados, gordas lágrimas rodando por las mejillas.

    Al verla, siento una pizca de culpa. Su barbilla está arrugado en un tenso montículo y con marcas de viruela, y sus manos se aprietan y aflojan a los lados.

    "¡Querida!" Exclama nuestra madre subiendo corriendo las escaleras, pero visiblemente aliviada al ver que Helen está intacta. "¿Qué te pasa?"

    Ella está llorando demasiado para que se le pueda entender algo, pero yo sé lo que está diciendo. "Mis plantas. Mis plantas. Mis plantas"

    "Ven aquí, querida". Rebecca extiende los brazos, pero yo rodeo a mi hermana con el brazo y le muevo los hombros hacia arriba y hacia abajo. Una regla simple sobre cómo demostrar tu inocencia es ofrecer consuelo a la parte herida.

    Ella sigue quejándose sobre sus plantas. Si no se hubiera rodeado de tantas cosas preciosas, ella no se enojaría así cuando algo saliera mal. Necesita aprender por las malas. Yo tengo más experiencia en estas cosas que ella.

    La nariz de Helen se ha vuelto demasiado mocosa para mi gusto, así que la suelto. Ella se acerca a Rebecca y hunde la cabeza en el cuerpo de nuestra madre. Mientras ambas estan ocupadas, he asomado rápidamente la cabeza por la puerta de su habitación para oler el aire y observar la vegetación destrozada. El olor a lejía persiste en el fondo, pero se mezcla con todos los demás aromas. No creo que el olor a lejía sea lo bastante fuerte como para manifestarse en narices que no sean las mías. La mía es la nariz que lo sabe.

    "Parece que algo ha matado a sus plantas", exclamo a Rebecca desde la puerta. “Se han marchitado mucho. Quizá la calefacción central no estaba lo suficientemente alta."

    "¡Oh, qué pena!" dice Rebecca mirándome por encima de la cabeza de Helen.

    Helen ha dado un estirón con sorprendente velocidad desde el verano. Ahora está casi hasta la barbilla de Rebecca. Parecen dos tallos de la misma planta, enrollados uno alrededor del otro en la parte superior de nuestras escaleras.

IV. Noviembre

1 de noviembre, martes

    Justo antes de acostarme, corto dos rebanadas de pan y las coloco una al lado de la otra. Esparzo una generosa capa de margarina de soja en ambas rodajas y, en lugar de condimentar, espolvoreo cada una con una fina capa del polvo de mi sobre especial. Tengo cuidado de no usar demasiado por su fuerte sabor metálico. Intento incluir un sabor fuerte en los sándwiches para tapar el fuerte picor del polvo. En algunos de los sándwiches, pongo rodajas de queso cheddar y tomate y una fina capa de Branston Pickle. Hoy fui de compras después de la escuela con el dinero de la limpieza, así que hay otras cosas más interesantes que elegir para mis propios sándwiches, como queso procesado y chocolate para untar. Helen traerá su caja vacía para que se la llenen mañana.

2 de noviembre, miércoles

    "¿Ya te dejan salir sola?" Pregunto mientras Katie rebobina la cinta de video. Acabamos de ver The Way We Were de la colección Barbara Streisand de la Sra. Nelson. Phillips se parece a Robert Redford, pero más alto y atractivo porque no tiene verrugas en la cara.

    Ella me mira con recelo. "No se me permite cruzar al otro lado del arroyo sin mamá o papá".

    "Tengo algo que mostrarte. A este lado del arroyo"

    Le han quitado los puntos de la frente y la cicatriz me sonríe con entusiasmo. "¿Qué es?"

    "Es una sorpresa que estaba esperando mostrarte".

    "Dame una pista".

    Puedo ver que la curiosidad la consume.

    "Tu pista se llama Helen Osborne".

    "Lizzie, ¿podrías echarme una mano aquí abajo, por favor?" La Sra. Nelson llama por las escaleras.

    "¿Puedes salir esta noche, después del té?" Mantengo mi tono misterioso mientras levanto los cojines a un lado, me bajo de la cómoda silla y echo al perro de una patada. "Tienes que llevar ropa negra, sin colores brillantes".

    Katie abre la puerta en el instante en que se enciende el reflector de seguridad recién instalado del Sr. Nelson. Todavía estoy en la parte superior del camino, navegando a través de la grava iluminada por la luz ambiente llevando el macintosh negro de mi madre.

    Ella danza ansiosamente por el pasillo, llena de disculpas. Por desgracia, explica ella, no puede encontrar ropa negra porque no se le permite vestirse de negro. Su madre dice que el negro es el color de la muerte. Su padre dice que las adolescentes que visten de negro están subiendo al primer peldaño de una resbaladiza pendiente hacia una casa municipal como madre soltera en un hogar roto.

    El cerebro de Katie se pone al día con su boca inmediatamente después de decir "madre soltera", pero no antes de decir "hogar roto". Sus labios forman una O y se estiran, succionando el aire, tratando de volver a meter las palabras.

    Por cortesía natural, finjo no darme cuenta y dejo que Katie se aleje del problema.

    Por suerte, ella parlotea, le gusta usar colores vivos, por lo que no le importa la regla antinegro: le gustan los rojos, ciruelas, verdes, cerezas, blancos, limas y naranjas. Me dice la lista entera.

    Lo ha intentado lo mejor que ha podido esta noche con su huerto de prendas. Lleva una combinación afrutada de violeta y verde oscuro, con calentadores de chocolate esponjosos hasta las rodillas.

    "¿Puedo acompañarte para la sorpresa?" ella suplica.

    Le perdono las Nike blancas porque no se nos van a ver los pies.

    Se pasa un gorro de lana azul marino por la cabeza, tirando de él con cuidado hacia adelante para cubrir la cicatriz y meter el pelo a los lados.

    "Llevaos a Trixy con vosotras, chicas", exclama la Sra. Nelson.

    "No se admiten perros", susurro.

    "No se admiten perros", le repite Katie a la Sra. Nelson.

    Rápidamente lleno el gran hueco. "Vamos a cruzar la calle para jugar en mi habitación, así que me temo que el perro no puede venir".

    La cara de Katie se ilumina. Ella nunca ha estado en mi habitación.

    "En realidad no", le digo a ella.

    Helen salió del número once hace un cuarto de hora, así que, según mis cálculos, actualmente estamos en una posición óptima para presenciar las travesuras de mi hermana con él.

    La Sra. Phillips nunca está en casa los miércoles por la noche. No sé adónde va. Deja al bebé y a Samuel. A veces el bebé se despierta y grita a todo pulmón. Luego él deja a mi hermana en la tienda y se dirige a la casa para ocuparse de ello.

    "¿Adónde vamos?" pregunta Katie emocionada mientras nos ponemos en camino. "¡A la iglesia no! ¡Yo no pienso entrar en el cementerio en la oscuridad!"

    "No vamos allí arriba. Tienes que calmarte. Ni hagas ni un ruido." Hablo con mi voz mortalmente seria.

    "No iremos a robar cosas, ¿verdad?"

    "¡No seas ridícula! Prométeme que estarás en silencio cuando lleguemos allí."

    Esta es la primera vez que le he mostrado a alguien mi secreto y ya me arrepiento de mi decisión de invitar a Katie. Al hacerlo, esperaba alejarla de su equivocada amistad con mi hermana. Espero que luego se dé cuenta de la confianza que le he otorgado, de lo generosa que soy al compartir este secreto con ella.

    Decido tener una charla tranquila con ella antes de llegar a la tienda.

    Nos detenemos en una puerta a mitad de camino. "Te estoy mostrando esto porque eres potencialmente mi mejor amiga en algún momento del futuro".

    "Gracias". Ella me toca el brazo.

    "Lo que ves esta noche: es de alto secreto. No puedes decírselo a nadie o te meterás en un gran problema."

    Saltando de emoción, me mete tres dedos regordetes en la cara mientras sofoca su dedo meñique con el pulgar. Esa es la señal de las guías brownie. Mis preocupaciones aumentan.

    "No se lo diré a nadie. Lo prometo."

    Katie está actuando como si estuviera a punto de saltar de nuestro pueblo y entrar en la primera página de una historia de aventuras de Los Cinco Famosos, conmigo a la cabeza y el perro abandonado en casa.

    Paramos en el paseo vacío junto a la tienda del pueblo. Le digo que espere en silencio durante un minuto mientras me acerco a la ventana.

    Detrás de las persianas inclinadas, el interior de la tienda parece un joyero reluciente de gemas. Todas las latas y paquetes brillan a la luz.

    "Ahí está. ¡Mira!"

    Katie avanza lentamente. "¿Quién es?"

    El señor Phillips se está moviendo detrás del mostrador.

    "¿Qué está haciendo?" me susurra Katie.

    "Ella está allí también. ¡Mira! Están bailando." Puedo distinguir débilmente la forma de mi hermana moviéndose en su lado del mostrador, pero no puedo ver exactamente lo que está haciendo. Todas las capas de vidrio y las persianas inhiben mi vista.

    "¿Cómo se llama ese baile español?" Pregunta Katie.

    "Flamenco", respondo.

    La nariz de Katie está presionada contra el escaparate. "Creo que están practicando Flamenco".

    De repente, mi hermana sale a la superficie. Corretea por la trampilla hacia la tienda, riendo.

    "Rápido, atrás", insisto yo, y ambas nos retiramos al paseo. "¿La has visto?"

    "¿Por qué está llorando?"

    "¡No está llorando! Se está riendo."

    "¡Está llorando! ¡Mira! ¿Qué está haciendo en la tienda? ¿Ese es el secreto?"

    "Ella viene aquí siempre", le explico. "Para jugar con él. Soy la única que lo sabe".

    "Espero que él no intente enseñarme Flamenco". Su voz es inflexible.

    "No puedes decírselo a nadie, ni siquiera a tu mamá y papá", le advierto. "Estoy esperando que la situación se desarrolle. Decidiré qué hacer a continuación."

    Avanzamos de puntillas de nuevo. Phillips se está mudando a la tienda, desenvolviendo algo.

    "Le está dando un regalo", susurra Katie. 'No. Es solo un paquete de pañuelos. Ella estaba llorando. ¿Le ha hecho daño?"

    El pañuelo de papel desplegado es tan grande que cubre toda su mano. Él le limpia bien cada mano, le da una palmada en la cabeza y se sienta en la silla plegable. Ella da vueltas en rápidos círculos en el sitio. Después de un rato, camina lentamente hacia donde él está sentado. No parece muy entusiasmada, no como las otras veces que les he visto jugar. Él la levanta, la pone sobre sus rodillas y le envuelve la cintura con los brazos, hablando todo el tiempo. Su boca es enorme como la de un pez dorado cuando sube a comer copos a la superficie del cuenco.

    Una media sonrisa se dibuja en el rostro de Helen.

    "¡Mira! ¿Ves?, te dije que no estaba llorando", le digo a Katie.

3 de noviembre, jueves

    "¡Al menos no nos entrará arena ni mar a los lados!" grita Rebecca de risa y despliega la alfombra de picnic, pero no creo que sea graciosa en absoluto. Ni remotamente. Sus bromas son realmente patéticas.

    "Hace mucho frío aquí".

    El viento intenta arrancarle la alfombra de las manos. '¡Rápido! Pon piedras al otro lado, Lizzie, antes de que se vuele otra vez. "

    No tengo problemas para encontrar piedras porque nos ha traído a una playa de guijarros. Los agrupo en las esquinas de la alfombra donde se encorvan como figuras frías en rosa, plata y gris.

    Helen ya se ha desplazado hasta la costa, donde una diminuta franja de anémica arena brilla titubeante en la luz gris blanquecina. Ella se apoya en uno de los altos rompemareas de madera y examina el suelo. Su cubo y pala son de un amarillo venenoso.

    "Qué idea tan estúpida para un regalo de cumpleaños", refunfuño, moviéndome incómodamente sobre la alfombra, tratando de hacer que las rocas de debajo se adapten a mi forma.

    Una delgada línea de mar acecha en el horizonte, casi tan gris como el cielo.

    Rebecca nos ha dejado tomarnos el día libre de la escuela por el cumpleaños de Helen. Aparte de nosotras, las únicas figuras en la orilla son callejeros paseando a sus perros.

    Las marismas están salpicadas de pescadores que excavan en busca de lombrices.

    Decido destacar un hecho obvio para nuestra madre, uno que nadie ha considerado oportuno mencionar hasta ahora. "La gente no va de picnic en noviembre".

    "Bueno, es el cumpleaños de Helen y si esto es lo que ella quiere hacer, esto es lo que haremos juntas". Rebecca saca nuestro termo tamaño familiar de la cesta y lo agita hacia mí. "Como una familia. Tómate una taza de té o algo."

    En la orilla, Helen persigue a un desaliñado perro de tres patas, tratando de persuadirlo de que suelte el palo. Corre hacia el dueño con el perro pisándole los talones y grita: "¿cómo se llama?"

    "Trípode".

    Ella se ríe y sale corriendo llamando al perro por su nombre, incitándolo a que la siga.

    Cuando regresa con el perro a cuestas, le grita al hombre: "Sí, pero ¿cómo se llamaba antes de Trípode?" ¿Cuando tenía cuatro patas?"

    "Geraldine", responde el hombre.

    Ella chilla de risa. "¿Es una chica, entonces?"

    "Espero que se lave las manos antes de comer sándwiches", comento en voz alta.

    Reflexiono un rato sobre el tema de los sándwiches. Hasta la fecha, Helen no ha mostrado signos visibles de los efectos de mi polvo en sus almuerzos para llevar. Me pregunto si no es lo bastante potente porque usé las viejas pastillas de Rebecca. Usaré más polvo a partir de ahora, tal vez triture algunos de los nuevos betabloqueantes de nuestra madre.

    "Déjala en paz. Estará bien."

    "No es de extrañar que ninguna de sus amigas quisiera venir. ¡Hace mucho frío! No veo por qué tenemos que venir hoy, visto que saldremos mañana por la noche para los fuegos artificiales. Prefiero estar en la escuela." No voy a quedarme en silencio ante el comportamiento egoísta de mi hermana. Alguien necesita señalar algunas verdades caseras. "¿Por qué no puede ella hacer algo normal, como ir al cine? ¡Mírala! ¿Qué cree que está haciendo?"

    Helen se ha sacado los zapatos y los calcetines y se está moviendo sobre las marismas como un cangrejo. Doblada, rizos negros danzando pot su cabeza con el viento, inserta con cuidado la pala en el barro, inclina el mango amarillo y, con precisión quirúrgica, levanta el contenido dentro el cubo.

    "Cállate, Lizzie. Nos estás arruinando a todos el cumpleaños."

    A medida que Helen crece, me resulta cada vez más difícil creer que somos hermanas. Ella se vuelve más alta y delgada, su cabello se vuelve más rizado y su ausencia de habilidades sociales básicas se vuelve más pronunciada, mientras que yo, por el contrario, me vuelvo más inteligente cada día y mi cabello castaño se vuelve más liso y elegante.

    Odio el frío. Me levanto y me froto las piernas. "No veo por qué he tenido que salir hoy".

    Rebecca trata de tomar un sorbo de té, pero pico del vaso de plástico rebota con el viento y a ella no para de dar sorbos de pelo. "Intenta ser amable con Helen hoy. Es muy importante llegar a los diez. Es la edad en la que comienzas a hacer preguntas importantes. Y empiezas a recordar las cosas correctamente, conectándolas en secuencias en lugar de intentar juntar todas esas vagas impresiones y fragmentos de la infancia. Piensa en Maggie Tulliver en The Mill on the Floss, la forma en que cambia." Ella chupa el borde de la taza y mira a lo lejos. "Por ejemplo, apuesto a que no recuerdas aquella vez cuando tenías cuatro años y empujaste el cochecito de Helen hasta el fondo del jardín y la dejaste expuesta al sol. Estaba bastante deshidratada cuando la encontré."

    "Siempre me lo recuerdas", espeto yo. “Por supuesto que no lo recuerdo, porque no sucedió. Lo inventaste tú. Recuerdo todo lo demás."

    "Bueno, ¿qué pasa con la forma en que solías seguir a tu padre todo el rato? No lo querías perder de vista. Si se iba al baño, aullabas desconsoladamente fuera de la puerta hasta que salía. ¿Te acuerdas? Eso hacía la vida muy difícil para mí."

    "Pobre de ti", le digo con sarcasmo. "Me gustaría que dejaras de decir mentiras sobre mí".

    Necesito con urgencia alejarme de estos recordatorios injustos e incriminatorios de una Lizzie que tomó decisiones y se embarcó en planes de acción, pero que en realidad no era yo. Rebecca afirma recordar a una persona con mi nombre, pero esta persona está fuera de mi control. Mi madre tiene una ventaja injusta. Puede inventar las historias que quiera y, cuando yo las niego, me puede decir que estoy sufriendo de amnesia infantil.

    Me dirijo a la costa antes de que Rebecca pueda continuar con su catálogo de recuerdos falsos.

    Los zapatos y los calcetines de Helen yacen abandonados en la arena junto a un montón de conchas marinas. Me quito las zapatillas, las coloco una al lado de la otra en la orilla y me enrollo las perneras del pantalón hasta las rodillas.

    Si puedes unirte a ellos, puedes vencerlos.

    El barro frío rezuma entre los dedos de mis pies y el viento infla mi chaqueta en un globo. Pisoteo los moldes de lombrices y me dirijo hacia mi hermana.

    "¿Qué estás haciendo?"

    "Salvar a las lombrices de esos hombres".

    "Bueno, tengo algo que decirte".

    "¿Qué?"

    Mi hermana es tan crédula. Puedes decirle cualquier cosa y se lo creerá siempre.

    "¿Adivina qué?"

    "No sé. ¿Qué?"

    "Papá se fue por ti".

    "No, no lo hizo. Mamá dice que él ya no quería casarse."

    "Bueno, eso no es cierto. Ella solo dice eso para que te sientas mejor. Se fue porque hiciste algo muy malo. Probablemente ya no lo recuerdes porque los niños de tu edad olvidan las cosas muy rápido, especialmente las cosas muy malas."

    "Pero mamá me dijo que era por ella, no por mí". Señala la figura azotada por el viento hurgando en la cesta de picnic en la orilla, luego me mira y sus ojos se abren. "¿Qué hice yo?"

    Intento pensar en lo peor que una niña pequeña podría hacerle a su padre. "Intentaste apuñalarle con el cuchillo de trinchar. Casi muere." Destaco la última palabra, llenándola de indignación y censura moral.

    "¡No, no lo hice! Voy a preguntar." Helen se dirige a la orilla, los pies le patinan en todas direcciones, se le cae el cubo.

    Me apresuro a alcanzarla. "Es un secreto. ¿Prometes no decirle que te lo he dicho?"

    Ella permanece en silencio.

    "Si se lo dices, te enviarán a prisión".

    Volvemos a la alfombra.

    "¿Por qué se fue papi?" le pregunta Helen a nuestra madre.

    "¿Qué? ¿Es de eso de lo que habéis estado hablando vosotras dos?"

    "¿Fue por mi culpa?"

    "¡No! ¿Qué te ha dado esa idea?" Rebecca me fulmina con la mirada y con una expresión de «ya hablaré contigo más tarde».

    "¡Vamos! ¡Juguemos al juego de los guijarros!" Grito sintiéndome un poco culpable ahora.

    Lanzo una piedra gris azulada tan fuerte como puedo. Helen sale corriendo para recuperarla, casi chocando con una pareja que pasea a su perro. Ella se queda con ellos durante un minuto, hablando y acariciando al animal. La pareja nos saluda con la mano al pasar.

    "¿Le acabas de decir que fue culpa suya que él se fuera?"

    "¡No! Ella me preguntó. Debe de estar en un libro que ella está leyendo."

    Enrojecida de correr, Helen trae un guijarro. Definitivamente no es el que le he lanzado.

    "¿Lizzie te acaba de decir algo?"

    Helen asiente. "Pero no fue por mi culpa, ¿verdad?"

    Lanzo la piedra, pero mi hermana no mira en la dirección correcta. Ella está mirando a la pareja con su perro.

    "Es su cumpleaños. Su día especial." Rebecca siempre está del lado de Helen.

    "Yo solo estaba de broma".

    Cuando volvemos al número once, Rebecca no me deja ir a la tienda con Helen. Dice que debo dejar a mi hermana en paz y dejar de acosarla.

    "No puedo creer las cosas de las que eres capaz a veces", gruñe ella cada vez que mira en mi dirección.

    De hecho, Rebecca me hace sentir tan mal por mi pequeña broma en la playa que me siento obligada a hacer un esfuerzo con mi hermana esta tarde. Así que ayudo a poner glaseado y adornos en la tarta de cumpleaños. El glaseado es delicioso, con un chorrito de zumo de limón para contrarrestar el adormecedor dulzor del azúcar y un círculo de botones de chocolate alrededor del borde exterior. Al final, sin embargo, no hay suficientes Smarties para hacer un círculo alrededor de las velas, así que esparzo los que sobran al azar por encima.

    Helen regresa de la tienda con una pistola de agua rosa fluorescente. Se planta en la cocina. La pistola cuelga con indiferencia a su lado.

    "¡Venga! Juguemos a Policías y Ladrones." le digo fingiendo estar emocionada. "¡Yo seré el ladrón! Llénala de agua mientras yo corro hacia el jardín y me escondo."

    "No quiero jugar".

    Mi hermana parecía bastante feliz en el coche de regreso de la playa. No dejaba de hablar del perro llamado Trípode y de la cantidad de gusanos que había rescatado de las fauces del destino. A ella no pareció importarle mi pequeña broma. Ahora parece miserable. Empiezo a sospechar que está actuando para hacerme sentir muy mal delante de Rebecca. Ella sabe que estoy en problemas por mis comentarios sobre papá. Puede ser así de astuta con los adultos.

    "Dámelo. Te enseñaré." Dado que hace frío y me estoy permitiendo ser el ladrón en esta ocasión, lleno la pistola con agua caliente. "¡Sal corriendo! ¡A que no me pillas!"

    Corro al jardín y espero expectante junto al cobertizo.

    Ella por fin asoma la nariz por la puerta trasera.

    Estoy empezando a aburrirme de este juego.

    "¡Dispárame!" Le grito.

    "¿Por qué diez es ser demasiado mayor?" me pregunta sin molestarse en disparar.

    "¿Qué quieres decir? Por supuesto que no es ser demasiado mayor. ¡Vamos, dispárame!"

    Ella lanza un medio triste chorrillo con la pistola, luego da la vuelta y regresa dentro.

5 de noviembre, sábado

    Cada año, la fábrica de huesos abre sus puertas para:

    ¡La Fiesta de la Noche de la Hoguera Anual!

    ¡Gratis para todos los Residentes de El Pueblo!

    ¡¡¡Niños Bienvenidos !!!

    ¡¡¡Sin Perros !!!!

    Quince días antes de la fiesta, la invitación oficial siempre llega por nuestro buzón, grabada con un marco de estrellas y acompañada de un folleto informativo--firmado por el gerente--sobre los beneficios del procesamiento de huesos británico. Es el mismo folleto todos los años.

    Montones de ramas rebotan precariamente sobre los camiones de huesos mientras estos avanzan por el pueblo y giran hacia la carretera plana. Por la ventana de mi habitación, mientras doy los toques finales al muñeco vudú que he estado haciendo, veo los camiones desaparecer en la curva hacia el patio de la fábrica.

    El Procesamiento de Huesos Británico es beneficioso porque garantiza que cada parte de un animal de granja británica se utilice de manera productiva. Los huesos procesados ​​son un componente central en los fertilizantes para uso en Granjas Británicas y pegamento para Escuelas Británicas. Los huesos reciclados se llevan utilizado durante siglos en la fabricación de artículos esenciales como el sebo y el jabón. Pocos de nosotros sabemos que la manteca de cerdo de nuestras tortitas favoritas se elabora mediante procesos de reproducción ósea (PHB). Las emisiones olorosas distintivas asociadas con el procesamiento de huesos no contienen toxinas nocivas y no afectan a los niños ni a los animales. La fuga de emisiones está estrictamente regulada y los niveles de olor ambiental se mantienen durante todo el año. ¡Los gerentes de la planta se toman la Buena Limpieza Doméstica muy en serio!

    Cada año, cuando nuestra invitación llega por el buzón, Rebecca da su discurso de Noche de Hoguera Anual. Yo lo llamo su Discurso Huesoguera. La fiesta, dice ella, es un barato y descarado truco publicitario por parte de la dirección de la fábrica. Está diseñado para sobornar a los residentes a que toleren el hedor que impregna sus hogares durante los otros 364 días del año.

    Este año dice "sobornar". El año pasado usó la palabra más suculenta, "seducir". El soborno flota. La sedcción gotea y para.

    Aunque Rebecca es una hipócrita, porque todos los años participa felizmente en este desvergonzado truco publicitario, come al menos seis de las patatas horneadas gratis rellenas de mantequilla derretida y queso, bebe copiosos vasos de ponche caliente gratis, luego se planta entre la multitud estirando el cuello, arrullando «ooh» y «aah» ante los fuegos artificiales, incluso a los cutres que no explotan bien.

    Yo siempre trato de estar lo más lejos posible de ella.

    Nos envolvemos en nuestros abrigos viejos más cálidos y caminamos juntas por el pueblo. Le doy a mi muñeco vudú un pequeño apretón en mi bolsillo, tratando de evitar que los alfileres le sobresalgan del torso. El ruido sordo de la música que viene del otro lado del arroyo late en mi estómago con un suave estruendo.

    Las botas de agua de Rebecca están cubiertas de barro de arroyo de mi último viaje de caza de botellas hace unas semanas. Las botas le golpean las piernas mientras camina por la carretera.

    "¡Vamos, chicas, deprisa!" no para de decir.

    Los padres empujan a los niños pequeños con los ojos abiertos por la colina en cochecitos o los arrastran con arneses. Todos, excepto nosotras, se detienen en la furgoneta Sr. Whippy en el aparcamiento vacío del pub para comprar helado y manzanas acarameladas. Cada vez que los coches intentan pasar, se abre un reluctante canal en esta lengua de lava humana espesa y pegajosa.

    Cuando pasamos por el pub, le hago una pregunta rápida a Rebecca para llamar su atención. "¿Has descubierto más poetas eduardianos interesantes recientemente?"

    "Bueno, sí, de hecho, sí". Su rostro adquiere una expresión de satisfacción y de lejanía cuando comienza a describir el trabajo de un hombre llamado John Moray Stuart-Young, de 1881 hasta 1939. Necesito mantenerla hablando porque si el propietario del pub elige este momento para salir, comentará todos mis viajes a la barra con listas escritas a mano por Rebecca dándome permiso para obtener medias botellas de esto y medias botellas de aquello en su nombre, y entonces estaré bajo una gran presión para inventar una historia creíble. Repaso las opciones en mi mente:

    1. El pobre discapacitado con el andador me da dinero de su pensión para comprarle alcohol porque no puede caminar hasta el pub.

    2. La Sra. Nelson me envía a buscar ingredientes para cócteles.

    Nada de esto explica las notas firmadas con la letra de Rebecca. Me costaría mucho explicarme si me pillan en esta ocasión.

    Pasando el pub a salvo, al pie de la colina nos fusionamos con las familias que salen de la finca del ayuntamiento y caminamos, gritando y riendo, hacia la fiesta.

    Un resplandor naranja parpadea al otro lado del arroyo. Rayos de luz violeta y azul fluyen desde la fábrica, cruzando el cielo en una danza de patrones complejos.

    "Espero que nadie nos robe mientras estamos fuera", comenta Rebecca en voz alta, mirando con sospecha a los miembros de la multitud a la que nos acabamos de unir. "Esta noche sería perfecta, con la familia entera fuera de casa".

    "Pero no tenemos nada que puedan robar. Ni siquiera una tele que valga la pena robar." Helen iguala el tono de Rebecca decibelio a decibelio. "¡No puedes ser un cartero en una casa que no tiene nada dentro!"

    "¡Ratero!" Le digo yo.

    "En realidad, mi colección de poesía eduardiana se ha vuelto bastante valiosa a lo largo de los años", dice nuestra madre. "Como le he estado diciendo a Lizzie, mi biblioteca personal requiere mucho esfuerzo y recursos de mantener". Describe la última incorporación a su colección, un libro de Stuart-Young llamado Minor Melodies que costó £80 y ella tardó más de tres años en localizar.

    Helen resopla.

    Me pitan los oídos. "¿Y cuánto valen exactamente?" Pregunto.

    "En un mercado especializado, bastante". Ella me sonríe con orgullo.

    "¿Qué quiere decir con especializado? ¿Dónde se venderían exactamente? ¿O por especializado te refieres a que solo una persona está interesada en los libros, y esa eres tú?" A veces puedo ser bastante graciosa.

    "¡Oh, yo nunca los vendería! No sé exactamente cuánto valen. Miles probablemente. Podéis averiguarlo las dos cuando me muera."

    Los Nelson navegan entre la multitud con su Cortina blanca. Yo saludo, pero la Sra. Nelson está demasiado ocupada aplicándose lápiz de labios para verme. Katie parece un perro que asiente con la cabeza en el asiento de atrás, mirando por la ventana trasera con las patas hacia arriba en posición de mendicidad, la cabeza nadando de un lado a otro, hipnotizada por el oleaje de la gente.

    Giramos hacia la carretera plana y pasamos por la entrada oculta a mi territorio de caza de botellas. Helen sigue arrastrando los pies, mirando por encima del hombro hacia atrás en el camino, luego recorriendo la multitud delante de nosotros. Apenas ha dicho una palabra desde ayer.

    Ocasionalmente, las gaviotas pasan sobre nuestras cabezas, sus alas como breves hojas de luz hacen incisiones en el cielo.

    Pasamos por el lugar donde Katie perdió su bolsa de mano y su bolso, y trato de no mirar el lugar donde escondí la bolsa. Debería haber hecho un mayor esfuerzo por recuperarla y deshacerme de ella, pero otros proyectos tuvieron prioridad. Me la imagino medio enterrada en el suelo empapado.

    Doblamos la esquina y llegamos a las puertas de la fábrica. Una gran pancarta, rociada con luces de colores, grita "¡Bienvenidos!" en letras enormes.

    El patio de la fábrica resuena con risas y voces parlanchinas. Las llamas lamen y escupen a través de la base de una hoguera gigante al otro extremo del solar, lejos de los almacenes. Un hombre gigante está atado a la cima de la pira en una silla. Se sienta, mirando a la multitud. Luces láser bailan frenéticamente a lo largo de la longitud ondulada gris del almacén. Un castillo hinchable casi del tamaño de nuestra casa vibra y se tambalea, empequeñeciendo la hilera aterrazada de Portaloos que emite desinfectados letreros entre la multitud.

    Cerca de las puertas principales, el pozo de Katie Nelson ha sido vallado y cubierto con lona. Hay hmbres con chaquetas fluorescentes de pie en cada esquina para alejar a los niños.

    "Este año debería ser un espectáculo de fuegos artificiales especialmente impresionante", dice nuestra madre, "para compensar lo que le sucedió a Katie".

    "Hola, Rebecca", la Sra. Nelson camina a pasitos hacia donde está nuestra madre. El señor Nelson la sigue. Su brazo está colgando casualmente alrededor de los hombros de Katie. Katie sonríe contenta. Lleva un abrigo de invierno de color turquesa con un cuello esponjoso y su cabeza asoma por arriba como una boya en el arroyo.

    La Sra. Nelson lleva un hermoso abrigo del color del fuego que brilla y destella bajo las luces del patio de la fábrica. Acaricio el abrigo con admiración. Tiene el tacto de un osito de peluche gigante. Quiero frotar la mejilla a lo largo de su brazo. Incluso en la oscuridad, el pelaje brilla como si se hubiera masajeado las raíces con un caro acondicionador de pelo.

    Helen murmura algo sobre animales asesinados y se aleja para quedarse al otro lado de nuestro grupo. Ella puede ser extremadamente grosera. Es por eso que nuestro padre celebraba fiestas educadas, en un intento de cortar de raíz actitudes como antes de que florecieran. Yo trato de encubrir el comportamiento antisocial de mi hermana envolviendo una apretada cadena de cumplidos alrededor del hermoso abrigo de la Sra. Nelson. Sonriéndome, ella me explica que se ha pintado las uñas de un color a juego y que sus botas son del mismo tono rojo de piel de zorro. Extiende una hilera de dedos temblorosos y un dedo puntiagudo se asoma por debajo del dobladillo de su abrigo. Pero el patio de huesos está demasiado oscuro para ver con qué cuidado ha combinado su calzado esta noche. Finjo que puedo verlo. Le digo que se parece a Barbara Streisand.

    Al examinar sus propios dedos, Rebecca se pregunta cómo se las arregla la Sra. Nelson para mantener las uñas en tan buenas condiciones sin astillarlas.

    A pesar de su abrigo, se nota que la Sra. Nelson tiene frío porque le tiemblan las manos y no deja de frotárselas.

    Mientras la Sra. Nelson le dice a Rebecca que coma dos cubos de gelatina cruda todos los días, que evite la jardinería y tenga una rutina regular para las cutículas, Katie se separa de su padre y se acerca a Helen. Yo me muevo hacia ellas. Nos quedamos encorvadas allí un momento antes de alejarnos a propósito de nuestros padres.

    "¡Tened cuidado!" El señor Nelson llama. "Permaneced juntas vosotras tres".

    Cuando llegamos al castillo hinchable, Katie inmediatamente comienza a quitarse las Nike, pero he visto a dos de Esas Tres Chicas de mi clase usando deliberadamente a los otros niños como pista de aterrizaje. Ellas aún no me han visto. Sé que estarán encantadas de la llegada de mi cuerpo de carne blanda.

    Retrocediendo lo más lenta y discretamente posible, le explico a mi hermana que Katie y yo somos demasiado maduras para los juegos de feria para niños. Tendrá que ir sola al castillo hinchable si quiere jugar con todos los niños.

    "Pues me iré sola entonces". Ella mira fijamente a la multitud durante una fracción de segundo, luego sus zapatos se unen al montón de calzado en la entrada del castillo y ella salta a los espaguetis a la boloñesa de brazos y piernas.

    Helen ha perdido mucho respeto por los demás desde su cumpleaños el jueves pasado. Su antiguo comportamiento tranquilo ha sido reemplazado por una nueva actitud. Yo estoy suspicaz.

    Katie mira el castillo hinchable.

    "Quédate ahí y vigila hasta que yo vuelva", le digo envolviendo los dedos alrededor del muñeco vudú.

    "¿Adónde vas?"

    "Al baño. No tardará mucho."

    La dejo jugueteando con sus zapatos y comienzo a caminar con determinación hacia los Portaloos, luego me desvío y camino entre la multitud hacia el fuego.

    El tipo espera pacientemente a que las llamas lo alcancen en la parte superior, pero el resto del fuego arde con tanta fuerza que los espectadores se han visto obligados a retroceder varios metros. Sus caras parpadean en naranja y blanco.

    Cuando me acerco a la base del fuego, un hombre con una chaqueta amarilla fluorescente y la palabra «Asistente» escrito en su brazo se apresura hacia adelante y dice: "¡Uoo, jovencita! Atrás, amor, por tu propia seguridad."

    Actúo como si estuviera buscando algo en el suelo. "He perrido el dinero de la paga en algún lugar por aquí".

    "Bueno, no deberías haber estado aquí en primer lugar", dice él.

    Me quedo mirándole a la cara. Qué hombre tan insolente.

    "Déjeme mirar", suplico. Simultáneamente, a toda velocidad saco el muñeco vudú de mi bolsillo, lo tiro a las llamas y salgo corriendo.

    "¿Qué tienes ahí? ¿Fuegos artificiales? grita el hombre. "¡Aléjate de aquí ahora mismo!"

    Con el corazón acelerado por el pánico, pero de vuelta a salvo entre la multitud, canto mi maldición, tratando de activarla: hacer que ella le deje a él y él me ame.

    Utilizando restos flotantes arrojados por la marea, he intentado crear una versión precisa de la Sra. Phillips. La cabeza era una vieja pelota de ping-pong que encontré en el malecón, agrietada y manchada de amarillo. El cuerpo y las piernas fueron fáciles: simplemente rompí algunas cuñas de un trozo de madera empapada, las llevé a casa, las sequé en mi radiador y luego las até con cuerda y pegamento. Me reí cuando hice esto porque la Sra. Phillips tiene piernas de tronco de árbol en la vida real. Para su rizado cabello anaranjado, utilicé un fino alambre de cobre del armario debajo de las escaleras, perforando la pelota de ping-pong con un alfiler y deslizando cuidadosamente cada trozo de alambre en el agujero antes de fijarlo en su lugar con una cucharada de Uhu. La cabeza tenía bastantes parches de calvicie al final porque a Rebecca se le acabó el cable. Para los ojos, pegué dos discos oxidados que encontré en el astillero. Uno era más grande que el otro, pero eso también sumaba a la autenticidad de mi creación porque ella tiene los ojos deformes en la vida real. Las pecas eran fáciles. Me senté en mi mesa y pinché la pelota de ping-pong con uno de los marcadores mágicos que Rebecca usa para tachar los planes de su libro. Para el estómago, envolví el cuerpo de la muñeca con algodón y até el deforme acolchado con venda deshilachada del botiquín de primeros auxilios bajo el fregadero. Un rápido deslizamiento de Uhu, y mi creación estaba completa. Por si acaso, clavé alfileres a través del acolchado en la parte delantera y trasera, y canté mi maldición una y otra y otra vez.

    Pero este Asistente agresivo y toda esta gente ruidosa no han proporcionado el ambiente serio que imaginé para mi ceremonia. Mientras quemaban a Guy Fawkes en la parte superior del fuego, se suponía que yo debía recomponerme, convocar mis poderes y cantar el encantamiento para activar mi propia figura en el fondo de la pira.

    Me apresuro a volver hacia los Portaloos. Katie ya me estará buscando y quiero que me vea regresar por la dirección correcta. Camino de lado a tirones, como un cangrejo en las marismas para que ninguna de Esas Tres Chicas pueda acercarse sigilosamente por detrás.

    A mitad de camino a lo largo de la pared del almacén, veo a mi hermana desapareciendo entre la multitud y me detengo. Ella reaparece con un puñado del abrigo de alguien en el puño, tirando de este hacia ella con todas sus fuerzas, como si estuviera en un tira y afloja.

    Cuando el abrigo emerge entre la multitud, veo que le pertenece a él. No puedo oír lo que él está diciendo, pero su boca se mueve y su brazo oscila violentamente arriba y abajo, luego de lado a lado. Finalmente se zafa y ella cae contra la pared. Señala con el dedo índice a la cara de mi hermana y lo mueve directamente a su nariz durante unos diez segundos, luego extiende toda la mano como la señal de alto que nos enseñaron en las lecciones de Competencia Ciclista. Helen se aleja con la boca abierta. Regresa a la multitud.

    No puedo moverme. Él nunca se enoja. Mi hermana debe de haber hecho algo realmente terrible para causar esta aterradora reacción. Cuando encuentre el Diario Real de mi hermana, descubriré exactamente lo que ha sucedido esta noche y aprenderé algo de él, de modo que cuando esté con él, pueda asegurarme de que no haya incidentes como este. Cuando esté casado conmigo, sonreirá todo el tiempo. Yo me aseguraré de eso.

    Corazón palpitando, regreso al castillo hinchable.

    Katie no está donde la dejé. El señor y la señora Nelson se pondrán furiosos conmigo si ella se aleja. Busco entre la multitud su abrigo turquesa. Todo ha salido mal esta noche. Ha sido un desastre para mí.

    Cuando me vuelvo hacia el castillo hinchable, veo las lengüetas de las Nike de Katie aleteando encima de la pila de zapatos. No es difícil encontrarla después de eso. A pesar de todas sus heridas recientes, ella se tambalea de lado, grita, se tambalea alegremente por dentro del castillo, empuja a la gente tan fuerte como la empujan a ella.

    Cuando comienzan los fuegos artificiales, Katie decide dejar de jugar. He estado rondando con impaciencia en el borde de la multitud durante años, esperando a que ella baje del castillo.

    "¿Por qué no hiciste lo que te dije?" Exijo mientras caminamos de regreso con nuestros padres.

    "Era aburrido. Estuviste fuera horas. ¿Dónde está Helen?"

    "¿No la viste bajar? ¿No te dijo nada?"

    "Simplemente se fue".

    Rebecca está parada con su vieja chaqueta de burro abierta de par en par y sus pies abiertos, estirando el cuello. Tiene un vaso de ponche en una mano y en la otra una patata asada envuelta con una servilleta de papel. La grasa brilla en sus dedos.

    "¿Dónde está Helen?" me pregunta, escupiéndome bolitas de patata.

    "Aquí, en alguna parte", le digo. Hasta que no haya procesado lo que he visto, no estoy en condiciones de repetirlo a los mirmbros del público.

    La Sra. Nelson es hilarante. Los fuegos artificiales la hacen gritar "¡aah!" y "¡ooh!" y se tambalea hacia atrás, riendo, hacia el cuerpo del Sr. Nelson. Cuando se estabiliza, Katie le acaricia el abrigo. La Sra. Nelson presiona su espalda contra el pecho del Sr. Nelson y envuelve a Katie con los brazos. Los tres contemplan los fuegos artificiales ensardinados juntos en un solo paquete cálido.

    Helen emerge de la multitud al final del espectáculo y caminamos de regreso al número once. No puedo creer lo malhumorada que se ha puesto en los últimos días. La única persona que parece feliz esta noche es Rebecca, que charla, tararea y ríe todo el camino a casa.

11 de noviembre, viernes

    Me aseguro de comprar solo un artículo a la vez, guisantes un día, palitos de pescado al siguiente. Esto maximiza mi tiempo con él. También he estado cocinando cosas especialmente pegajosas los lunes y miércoles por la noche, usando tantas ollas como es posible para que Helen tarde una eternidad en terminar de fregar y no pueda realizar su acto de desaparición después de la cena. No ha salido para nada esas noches.

    Creo que por fin tengo a todos exactamente en el lugar correcto, excepto a la Sra. Phillips.

12 de noviembre, sábado

    Mi cuerpo yace en la bañera conmigo atrapada dentro. Me duelen las glándulas de las axilas. Ya nada es plano, ni está quieto, ni es liso. Mi cuerpo insiste en crecer, supurar, brotar pelos, y no he podido hacer nada al respecto hasta ahora.

    He visto a Rebecca cambiar la hoja de la navaja Stanley una o dos veces, pero esta hoja es diferente: es fina como el papel, con un extraño agujero deformado en el medio. La muevo alrededor del vástago de la navaja, sosteniendo la sección suelta sobre la parte superior, con la esperanza de que todas las piezas encajen en su lugar y se queden, pero todo el artilugio se desmorona en mis manos.

    El espejo está lleno de una capa protectora de vapor. En la esquina, una antigua "H" se hace visible lentamente en el vapor, inscrita con la punta de un dedo hace mucho tiempo.

    Un artículo en Mi Tipo de Katie decía que se supone que debes remojar la cuchilla en agua tibia antes de usarla, para ablandar la hoja, así que quito la pequeña hoja del resto de la navaja y la dejo caer en el baño. Se hunde. Cuando trato de levantarla cinco minutos más tarde, corre por el fondo de la bañera como una raya. Al final, me llevo los dedos a la franela de la cara y la levanto con cuidado.

    Ahora que tengo una idea aproximada de dónde encaja cada pieza y cómo ajustar todo el artilugio en el medio, la cuchilla es bastante fácil de ensamblar.

    No son mis piernas lo que me preocupa, pero decido comenzar con mis piernas para aprender un método.

    No puedo dar marcha atrás al reloj. Pero no voy a quedarme aquí y dejar que todos estos cambios se realicen sin mi permiso.

    Me siento, levanto la pierna, coloco la cuchilla en la carnosa pantorrilla y la arrastro hacia abajo lo más suavemente posible. La hoja me araña la piel, raspando. Aparecen diminutas motas de sangre, se hinchan, a punto de caer. Me froto jabón en la pierna para hacer que la superficie sea resbaladiza. Ahora la cuchilla resbala suavemente sobre la superficie, limpiando todo el pelo.

    He perfeccionado mi método.

    Me arrodillo y creo una película cremosa de jabón por toda mi ingle.

    De repente, la manija de la puerta suena y una voz interrumpe mi concentración. '¡Déjame entrar! Tengo qur hacer pis. ¡Déjame entrar!"

    "Vete. Tendrás que esperar '.

    "¡Déjeme entrar! Llevas horas ahí dentro."

    "No. ¡Vete a mear a otra parte!

    Estoy en una etapa delicada de mi operación. Se requiere mucha concentración. Continúo tratando de ignorar el ruido, pero después de unos minutos, el quejido patético de Helen se convierte en un golpe y llanto persistente en la puerta.

    Cubierta de jabón, levanto mi cuerpo fuera de la bañera, agarro una toalla y chapoteo en el suelo dejando charcos de agua en los que espero que ella se rompa el cuello.

    "Pues date prisa".

    Ella se mete dentro, pantalones y bragas ya a media asta, para dispensar un pis ruidoso y aliviado. Incluso se tira un pedo al final.

    "Por favor, cesen sus emisiones fugitivas", digo imitando la voz de nuestra madre.

    Ella baja de la taza y se sube las bragas con un gesto de arrogancia.

    Ahí es cuando veo lo que está usando. Braguitas Mr Men a estrenar. "¿De dónde has sacado eso?"

    Rebecca nunca compra ropa nueva para una de nosotras y no para la otra. Ella es bastante justa en ese sentido, y yo no he estado en el extremo receptor de nuevas bragas recientemente.

    "Los compré en una tienda con mi propio dinero", dice Helen desafiante, poniendo los ojos en blanco, donde aterrizan en la caja de afeitar abierta de nuestra madre.

    "¿Dónde los compraste entonces?"

    Después de una pausa, dice "En Boots".

    "¡Mentirosa! No venden ropa en Boots. Todo el mundo lo sabe. ¿A quién se las has quitado?"

    Sostengo la toalla lejos de mi frente en un aro, como los pantalones de un payaso de circo, para proteger la piel. El jabón me gotea por las piernas.

    Una pequeña cavidad ha aparecido en su boca mientras sondea la caja de afeitar vacía. "¿Qué estás haciendo?"

    "No es asunto tuyo".

    "Me voy a chivar a mamá".

    "¿Quién te ha dado esas bragas?" Sosteniendo la parte superior de mi toalla con una mano, me acerco a ella amenazadoramente y ella hace una salida apresurada. Yo vuelvo a cerrar la puerta, dejo caer la toalla y vuelvo a meterme en la bañera. Me quedo tumbada en ella durante años, burbujeando de furia. No me gusta descubrir esta clase de evidencias.

14 de noviembre, lunes

    He estado sentada en mi lugar favorito, en la curva del malecón justo antes de que el arroyo desemboque en el estuario, con el mar a lo lejos. Aquí hay una barcaza destrozada, costillas que sobresalen del barro y un lugar protegido donde puedo meterme en una cuenca poco profunda fuera del viento.

    Hoy no ha pasado ni un solo camión por la carretera plana. Los únicos sonidos han sido los agudos gritos de los pescadores de ostras y el maullido de las gaviotas revoloteando sobre el agua que se aleja.

    No había nadie aquí fuera.

    Falsificaré una nota de enfermedad de Rebecca para entregarla en la oficina de la secretaria si decido ir mañana. Incluso podría usar su pluma estilográfica para mayor autenticidad.

    Papá solía traerme aquí. Nos acurrucábamos juntos durante horas jugando al espía, o él señalaba barcos y pájaros hasta que yo temblaba tanto que teníamos que irnos a casa. Helen siempre trataba de acompañarme también, pero se quejaba y lloraba todo el tiempo y todo el camino de regreso, robando los ojos de papá lejos de mí.

    Hoy hacía viento y frío, y tuve que expulsar ovejas de mi hueco cuando llegué. Al menos no estaba lloviendo.

    Observé el arroyo mientras la marea se movía entre los restos. Casi podía sentir el barro y el agua sondeando la madera.

    Durante la última semana más o menos, tuve la sensación de que flotaba fuera de mí. Cada vez que trato de concentrarme en alguien, mi cerebro se balancea hacia atrás en un salto mortal y la persona se aleja. Anoche, en la cena, Rebecca y Helen eran diminutas personas sentadas a otro extremo de la mesa de la cocina. Apenas podía verle los rostros en la distancia y sus voces eran como ecos.

    Tal vez necesito gafas.

    Tal vez necesito un trozo de cuerda para unirme al mundo, como un globo. No quiero salir volando.

    A las cuatro en punto vuelvo al pueblo. La hierba del malecón cruje rígidamente bajo mis pies. Me siento exhausta al subir la colina.

    En la puerta de entrada de los Nelson, puedo escuchar a Helen y Katie chillando y chocando escaleras arriba.

    El ladrido frenético del perro se hace más fuerte cuando la Sra. Nelson abre la puerta principal. "¿Por qué no estabas en el autobús esta noche con Katie?" pregunta con voz chillona antes de hacerme entrar. La casa me arroja una manta de calor sobre los hombros.

15 de noviembre, martes

    El exterior de la puerta del dormitorio de Helen está cubierto de carteles que representan escenas terribles de dolor y crueldad: conejos vivos con las orejas clavadas hacia atrás y agujas gruesas que les salen del cuello. Monos con alambres que sobresalen de sus cerebros abiertos. Perros sufriendo, gatos sufriendo, ratas blancas y ratones sufriendo.

    Todos tienen ojos aterrorizados.

    Su puerta es lo primero que veo cada mañana cuando salgo de mi habitación, y es lo último que veo cada noche.

    A veces puedo escuchar a los monos gritando en mis sueños.

18 de noviembre, viernes

    Es difícil ignorar lo que está sucediendo en el número once.

    Rebecca mira como un perro hambriento mientras Helen come. Nunca había visto a nuestra madre tan alerta. Incluso mantiene las gafas limpias para ayudarla a ver con mayor claridad. Helen tiene dos personas observándola de cerca ahora.

    La forma en que Helen pica su comida es más molesta que nunca. Todas las noches, mientras cenamos, Rebecca mira con tristeza a mi hermana y mi hermana mira malhumorada a la mesa, mordiéndose la piel seca alrededor de los bordes de las uñas. A ella misma: eso es lo único que come por las noches. Pero me complace decir que, a pesar del brote de diarrea y vómitos entre los niños de su clase, ella continúa trayendo una fiambrera vacía de la escuela los días entre semana.

    Esta noche, en la casa de los Nelson, Helen y Katie se pusieron gruesas capas de lápiz labial, delineador de ojos y rímel. Katie parecía una versión en miniatura de la señora Nelson. Pero mi hermana solo tiene diez años. Es demasiado joven. Nuestra madre debería ponerle fin. Claramente, mi hermana está tratando de parecer adulta y atractiva para él. Pero detrás de ese maquillaje sus ojos se han hundido como guijarros en su rostro. Ha comenzado a parecerse a uno de los parientes muertos que Rebecca tiene colgando en el estudio, papel descolorido por la luz del sol.

    Nunca usaré maquillaje. Esta es mi única manzana de la discordia con la Sra. Nelson, aunque la Sra. Nelson cree que podría animarme a relajarme un poco si me dan el tipo correcto de productos.

    Me río, porque dentro de mi cabeza acabo de hacer una broma realmente divertida. Ahora que la mayoría de sus plantas están muertas, Helen está usando su paleta sin uso para maquillarse. Creo que le contaré esta a Katie algún día.

    La Sra. Nelson dice que mi hermana tiene una personalidad que busca atención, y yo estoy de acuerdo con esto. Probablemente esto sea provocado por un cambio hormonal de inicio muy temprano. Ella dice que lo mejor que se puede hacer con las jóvenes que tienen trastornos de este tipo es ignorar su comportamiento. Entonces saldrán de él. Lo peor que puede hacer una madre, dice ella intencionadamente, es complacer hasta el último capricho del que busca atención.

    "Simplemente ignórala", me dice la Sra. Nelson. "Actúa normalmente. Tu hermana está tratando de manipular a tu mamá. ¡Y claramente está funcionando!"

    Creo que es hora de que Helen se espabile. No deberíamos vernos obligadas a tolerar este egocéntrico comportamiento todas las noches en la mesa. Rebecca rara vez se molesta en mirar en mi dirección cuando hablo. Nadie responde si intento iniciar una conversación con mi familia.

    Esta noche, la Sra. Nelson me preparó un cóctel especial llamado White Russian. Yo no suelo beber leche, pero estaba dulce y deliciosa con un picor. Sabía como un cereal de desayuno realmente bueno. Alineamos botellas y copas Waterford Crystal Stemware. La Sra. Nelson me está enseñando todo sobre cócteles. Ella dice que el vodka es el ingrediente base para muchos tipos diferentes de cócteles, y que si pones vodka de buena calidad en el congelador, nunca se convertirá en hielo. La involucré en una conversación detallada sobre este tema y logré desviar su atención de otros temas.

    He adoptado en secreto a la Sra. Nelson como mi madre. Ella todavía no lo sabe. Escribí todo el papeleo en escritura gótica y usé lacre para cementar el contrato.

    En el desayuno, Helen se niega a comer nada excepto píldoras de vitaminas con sabor a naranja y el pequeño tazón ocasional de muesli si está hambrienta. Pero aparte de su permanente ceño y mal humor, todavía no he detectado ningún efecto secundario de mi polvo especial.

    Nuestra madre reemplaza nuestras vitaminas vencidas por un nuevo tubo de píldoras. Cuando veo las nuevas, me río porque tienen el tamaño de galletitas. Cuando mi hermana saca una tableta del tubo, la sostiene con sus dedos huesudos y roe los bordes con los dientes frontales. Parece un hámster. Todo el tiempo, asoma molesta por debajo de sus rizos. Sin embargo, no tiene un montón de tabletas de hámster en su habitación, porque yo ya las habría encontrado.

19 de noviembre, sábado

    "¡Vamos, cómete la cena! Hice estas chuletas de nueces especialmente para ti."

    Alzo la vista con sorpresa. Nuestra madre rara vez usa este tono de voz, impaciente y firme. Mientras cocinaba salchichas esta noche, preparó un estúpido plato vegetariano para mi hermana.

    "Hablé con la enfermera del trabajo sobre ti", continúa Rebecca acusadora, "¿Y sabes lo que me dijo?"

    "No me importa lo que dijo".

    "Me dijo: C-A-R-N-E." Deletrea ella.

    "¿Yo en?[3]" pregunta Helen.

    Me río del comentario moderadamente divertido de mi hermana.

    Rebecca intenta cambiar su tono y sonar afable, pero lo hace con toda su habitual falta de talento. Con una risa falsa, dice: "¡Sí, yo en el final de mi cuerda! ¡Así que será mejor que te comas la cena ahora, Helen, o me veré obligada a darte filete y pasteles de riñón hasta que ganes un poco de CARNE!"

    La expresión de Helen es mordaz, pero no puedo verle muy bien los ojos, porque sus párpados están cargados con delineador de ojos negro y rímel congelado en grumos.

    Decido mantener el tono jovial e insertar un poco de humor real, solo para molestar a mi hermana y mostrarle a Rebecca un ejemplo de una broma exitosa. Desdoblo el comentario que he estado guardando bajo la manga como un pañuelo, esperando la ocasión adecuada. "¿Todos los vegetarianos usan paletas para maquillarse como tú?" Le pregunto, "¿O solo a los que les gusta la jardinería?"

    Mientras me río entre dientes, mi hermana continúa mirando a nuestra madre con frialdad.

    "Cállate, Lizzie", dice Rebecca.

    No puedo separarlar.

    "¿Por qué no experimentan con animales de granja?" Le pregunto en un tono cortés y conversacional diseñado para causar la máxima irritación a mi hermana. Corto significativamente mi salchicha. "Deberían experimentar con cerdos, vacas y ovejas", digo sosteniendo un trozo de dos centímetros de largo de la grasienta carne marrón. “Los animales que comemos para cenar. Entonces la gente no se quejaría tanto."

    "¡Cállate!" me brama Rebecca.

    El ambiente al final de la mesa vibra con algo vivo y crudo.

    Toda su vida, Helen ha evitado comer carne. Esa era una de las cosas por las que nuestros padres discutían. Personalmente yo coincidía con papá, quien decía que los niños necesitaban carne para tener huesos sanos, para alimentar el cerebro, y puedes ver la prueba viviente de lo acertado que estaba si comparas a Helen conmigo. Pero Rebecca decía que los niños tienen derecho a ejercer la libertad de elección en cuestiones éticas como la comida y la religión.

    Papá siempre se quedaba junto a mi hermana a la hora de comer, haciéndola masticar y tragar. Cuando ella se metía carne en la boca, no dejaba que le tocara los dientes. Masticaba lo menos posible y luego tomaba grandes tragos de zumo de naranja para tragarla.

    En el momento en que él dejó el número once, ella dejó el cuchillo de sierra para siempre. Creo que le complació que él desapareciera.

    "No deberían experimentar con animales en absoluto", comenta ella con recato, frunciendo los labios y colocando una zanahoria en posición vertical en su plato antes de volcarla con el dedo. "Deberían experimentar con personas patéticas como , Lizzie".

    "No hace falta ser ofensiva", dice Rebecca colocándose un mechón de cabello detrás de la oreja y juntando el cuchillo y el tenedor en el plato. Una salchicha intacta yace sobre este, reluciente. Su cabello vuelve a caer hacia adelante, gris y muerto.

    "Tienes suerte de que alguien te hable. Eres tan patética", me dice Helen mientras empuja la silla hacia atrás y se aleja de la comida.

    Ahora estoy en un dilema. Helen desaparece por el pasillo y cierra la puerta de entrada tras ella. No puedo seguirla porque estamos a la mitad de la cena. Estrictamente hablando, según las Reglas, mi hermana debería quedarse aquí en casa para lavar los platos, como acordamos en el contrato que firmó. Pero recientemente se ha vuelto extremadamente desobediente, mostrando un flagrante desprecio por la más básica de nuestras Reglas.

    Rebecca deja escapar un suspiro. "Ahora tampoco tengo hambre." Coge sus cigarrillos. "De verdad que no sé lo que le pasa últimamente".

    Decido probar el agua y dejar caer una pista sobre el amigo secreto de cierta persona, solo para ver cuál será la reacción de nuestra madre. "Creo que conoce a alguien que la anima a ser así".

    Rebecca mira la salchicha en su plato, frotándose el brazo pensativamente.

    Añado con cuidado: "Ella va a verle a él todo el tiempo. Probablemente esté allí ahora."

    Físicamente, mi madre todavía está sentada en su silla, pero mentalmente se ha retirado a otro planeta donde no puede verme ni oírme correctamente. Enciende un Marlboro y murmura: "No creo que tenga la edad suficiente para ese tipo de cosas, gracias a Dios".

    El humo tiembla mientras se aleja de ella. Extiendo la mano, pincho la salchicha de su plato y me la como con un masticar deliberado.

22 de noviembre, martes

    Rebecca llega a casa temprano del trabajo. Arriba a la casa de los Nelson casi a las cuatro y media y, con expresión decidida en el rostro, declara que desea sacar a Helen del televisor y llevarla al pueblo.

    A mí no me importa porque tengo una conversación agradable con la Sra. Nelson en la cocina.

    Rebecca lleva su raída chaqueta de punto marrón. Los bolsillos se abultan con pañuelos de papel y el frontal le cuelga quince pulgadas más abajo que la parte posterior. Tiene un agujero en el codo.

    "Lizzie y yo estamos arreglando el mundo, ¿no es así, amor?" Le dice la Sra. Nelson a Rebecca bajando uno de sus párpados plateados y azules en mi dirección, dándome un carnoso guiño.

    Katie está ocupada arriba con su tarea. Sé que el perro también está ahí arriba porque su collar hace un tintineo cada vez que se rasca, y sus patas traseras golpean el suelo.

    La Sra. Nelson y yo acabamos de preparar Verdaderos Martinis con ginebra, vermú, aceitunas y hielo. Celebramos el hecho de que este año no ha aparecido una, sino dos nuevas películas de James Bond, Octopussy y Never Say Never Again. No hemos tenido la oportunidad de decir "Chin-chin" todavía, así que me siento aliviada cuando Rebecca me dice que no quiere arrastrarme a la ciudad como a mi hermana.

    Pero luego, mientras se lleva a Helen, Rebecca declara: "Nos vamos a hacer las compras".

    Todos sospechamos un poco, especialmente Helen, pero yo estoy lívida. Ella nunca hace las compras en un día entre semana.

    Helen protesta durante todo el camino.

    "¿A qué ha venido todo eso?" Reflexiona la Sra. Nelson mientras nos volvemos a sentar en los nuevos taburetes de bar de Habitat con imágenes de palmeras y escenas de playa de arena en los asientos. El fin de semana, el señor Nelson los ensambló a partir de paquetes planos para reemplazar los viejos taburetes de pino.

    Me resulta difícil concentrarme en lo que dice la Sra. Nelson. Me encorvo en el taburete y persigo mi aceituna alrededor del vaso, tratando de apuñalar su piel resbaladiza con mi palillo. Rebecca se va a gastar mi asignación semanal de limpieza si hace las compras hoy, entonces tendré que usar mis propios escasos recursos si quiero verle en la tienda entre ahora y el próximo lunes.

    Pero para mi inmenso alivio, cuando vuelven al número once una hora más tarde y me voy a casa, descubro que no han hecho ninguna compra. Todo ha sido un elaborado truco. En cambio, cuando llegaron a la ciudad, Rebecca obligó a Helen a ir al Centro de Salud para una cita con el médico.

    El comportamiento engañoso de nuestra madre fue provocado por una carta de la escuela de Helen. Me enfurezco cuando me entero de lo que está pasando. Mi hermana ha estado repartiendo sándwiches a los niños de su clase todos los días. Me gustaría darle una parte de mi mente. Qué ingrata. No se ha estado comiendo su almuerzo para llevar desde hace semanas. Está en huelga de hambre hasta que muera como Bobby Sands.

    Ahora Helen se ha encerrado en el baño y no quiere salir. Yo estoy desesperada por ir al baño. La presión en mi estómago se ha vuelto intensa y no estoy segura de poder contenerme mucho más tiempo. No es pis lo que necesito.

    "Cariño, el médico solo quería hacerte un chequeo y hablar sobre tus necesidades nutricionales como vegetariana". Rebecca se para a mi lado, dirigiéndose a nuestro lado de la puerta cerrada del baño.

    "¡No puedes obligarme a comer carne! ¡No puede obligarme a tomar medicamentos probados en animales!"

    "¿No podemos instalar un baño en el piso de arriba?" Le ruego inquieta, apretando las nalgas lo más firmemente posible.

    "Nadie te va a obligar a hacer nada. Tienes tan mal aspecto en este momento, querida. Necesitamos averiguar por qué."

    "No estoy mal. ¡Vete!"

    "¿Qué le ha pasado a mi niñita?"

    "¡No soy tu niñita! Saldré cuando esté lista, y eso es cuando todos os hayáis ido."

    "Pero no has comido nada en semanas. ¿Qué te pasa, Helen? ¿Ha pasado algo?"

    Las preguntas de nuestra madre se responden con completo silencio.

    Una característica central de la personalidad de mi hermana siempre ha sido su egoísmo, especialmente cuando otras personas necesitan usar las limitadas instalaciones del cuarto de baño del número once. Pero por lo general es una asquerosa cuando está con adultos. Hasta ahora esto ha incluido a nuestra madre. Esta nueva afilada hermana, que se encierra en el baño, se marcha de la mesa y abusa de nuestra madre cada vez que le piden que haga las cosas más pequeñas, ha abierto una lata de gusanos completamente nueva en nuestra casa. De hecho, he comenzado a sentir lástima por Rebecca.

    Helen rompe su propio silencio. "¡Vete y déjame en paz!"

    Rebecca se aleja murmurando y suspirando.

    "No te preocupes por mí", grito. Con dolor, salgo corriendo por la puerta trasera y doy la vuelta al jardín como un perro que busca del lugar correcto.

24 de noviembre, jueves

    Hasta ahora, me he quedado en el malecón junto a la vieja barcaza. Pero esta semana el clima se ha vuelto muy frío y lluvioso. Hoy estaba temblando tanto que tuve que volver al número once antes de la hora del almuerzo, y llegar a casa implicó pasar corriendo por todas las casas de los vecinos en mitad del día.

    Mañana voy a tomar prestados el viejo abrigo macintosh y el paraguas de Rebecca. Luego, si me siento lo suficientemente valiente como para caminar de regreso a través del pueblo, esconderé mi cabeza en el paraguas y me aseguraré de que mis piernas avancen con confianza a lo largo del camino pareciendo las piernas de un adulto.

    En caso de que Katie intente volver a meterme en problemas diciéndole a su madre que no voy en el autobús después de la escuela, he preparado una historia para la familia Nelson.

    "Me uní al coro de la escuela", le digo a la Sra. Nelson. "Hemos comenzado los ensayos para la obra de Navidad: Joseph y el Increíble Abrigo de Ensueño Tecnicolor."

    Helen no se lo va a creer porque sabe que odio cantar, pero no me importa lo que piense. Necesito persuadir a la Sra. Nelson.

    "¿No es un poco tarde para comenzar la obra de Navidad?" La señora Nelson frunce la frente y me mira con ojos llorosos. "Si comienzas ahora, no vas a estar lista para el final del trimestre. ¡Solo te quedan un par de semanas! '

    "Los ensayos serán muy intensos", digo. “Necesito entrenamiento uno a uno. Me eligieron para interpretar a Joseph. El otro Joseph se retiró '

    "¡Eres una chica!" resopla el Sr. Nelson, entrando a la casa a través de la puerta que comunica con el garaje, pasando con las manos aceitosas y dirigiéndose al baño.

    Le explico en voz baja a la Sra. Nelson que mi maestra dice que tengo talento más que suficiente para este desafiante papel. “Toda la formación individual que recibiré significa que llegaré al pueblo un poco antes o más tarde que los demás en los días escolares. A veces, incluso podría estar de regreso a la hora del almuerzo. Es impredecible, dependiendo de mis clases de canto. Si llego temprano a casa, iré directamente al número once y continuaré mi práctica de canto, luego iré a su casa como de costumbre después de las cuatro en punto."

    El coro de la escuela va a interpretar Joseph de verdad. El director lo anunció en la asamblea al comienzo del trimestre y animó a todo el mundo a presentarse a una audición para el espectáculo.

    El Sr. Nelson está en el pasillo de espaldas a mí, abrochándose la cremallera de su chaqueta marrón brillante. Se da la vuelta y hace una forma divertida con la boca. Murmura algo.

    "¿Perdón, querido?" Pregunta la Sra. Nelson.

    "¡Joseph! Basura hippy . No debería ser animado en la escuela primaria." Saca un paquete de Benson and Hedges del bolsillo y desliza un cigarrillo bajo su bigote.

    "Bueno, personalmente estoy encantada por ti, Lizzie", dice la Sra. Nelson. "Vamos, tomemos algo para celebrarlo".

    El Sr. Nelson da un portazo tras él. Su silueta nervuda se encorva brevemente fuera del vidrio esmerilado y luego se aleja.

    Colocamos seis vasos de cristal en la cocina y echamos una gota de licor en cada uno, usando tantas bebidas diferentes como podamos encontrar. Blue Curacao es mi favorita por su color intenso y exótico.

    Katie y Helen corren escaleras arriba, chillando como ratas. El perro está abajo por una vez, mirándonos, pidiendo patatas fritas y cacahuetes.

    La Sra. Nelson vierte vino espumoso en algunas de las copas, creando una efervescencia pegajosa que decoramos con sirenas de plástico de colores marinos y decoramos con sombrillas de papel. Ella me muestra cómo hacer que el licor azul se vuelva verde vertiendo la cantidad justa de jugo de naranja. ¡Sabe delicioso! No puedo creer la forma mágica en que la bebida cambia de color. Después de eso, experimentamos con Blue Curacao y diferentes refrescos, tratando de encontrar otros colores perfectos. La mayoría de nuestros experimentos se vuelven marrones fangosos. Pero aún así saben deliciosas.

    "¡Ahora, canta!" La Sra. Nelson golpea la parte superior de su vaso con su anillo de diamantes y suena una nota. "¡La!" exclama ella.

    ¡"Jacob!" Canto yo tratando de dar en la nota correcta. "¡Jacob e hijos!"

    "Muy bien". Ella toma un sorbo de su vaso y lo golpea de nuevo, produciendo una nueva nota.

    "Cierro los ojos", canto yo de manera operística, ojos cerrados, tratando de no arruinar las notas al reirme. "Descorre la cortina".

    Seguimos hasta que termina su bebida. Pero cuando veo que la mano de la Sra. Nelson se estira para tomar su taza de té de porcelana del armario, doy unos pasos hacia atrás. Afortunadamente, ella se aleja y decide golpear su anillo de diamantes contra otras cosas, como el radiador en el pasillo y el panel de vidrio esmerilado en la puerta de entrada hasta que nos reímos tanto que apenas puedo levantarme.

    Katie y Helen han quedado en silencio escaleras arriba.

    La Sra. Nelson se desploma contra la pared. Sus ojos se llenan de lágrimas. Espero que no empiece a llorar. "¡Que le follen!" dice miserablemente.

    "Tu gruesa cadena de oro se vería preciosa con esa blusa", le digo, tratando de apartar su mente de lo que sea que la ha molestado.

    "¿Cadena gruesa?" Ella pesca a su alrededor, tratando de recordar.

    "La que le regaló el día de San Valentín".

    "¡Ah, sí! Qué pena. Se rompió."

    Me pregunto cómo se pudieron haberse roto esos gruesos eslabones. ¿Quizá no era de tan buena calidad después de todo? Espero que a la Sra. Nelson no le importe que no haya podido terminarme todas las diferentes bebidas esta noche. Me pregunto si papá me traerá una cadena de oro cuando vuelva a casa. Me pregunto qué debería hacer para el té esta noche. Tarareo una pequeña melodía. Ahora no tengo mucha hambre.

26 de noviembre, sábado

    Sostengo el bolígrafo suavemente y trato de concentrarme en la forma de sus palabras, su forma y textura, cómo se ven.

    Cuando ella escribe "contiene", la o parece un caracol microscópico perdido entre árboles altos.

    Dada la continua ausencia del Diario Real, mi muestra de escritura es del Diario Falso prestado de su habitación. Copiar las entradas es extraño porque, mientras escribo, sus palabras intentan convertirse en mías. Se fijan en mí como sanguijuelas y me hunden las ventosas. No quiero que ella se meta bajo mi piel. La quiero lo más lejos posible.

    Su nueva firma es estúpida: es un gran bucle, seguido de una línea recta. Cree que parece adulto tener una firma en la que no se puede descifrar el nombre.

    Me preocupa que lleve demasiado tiempo dominar su nueva letra. Hace apenas unas semanas, podía escribir su nombre en las paredes sin ningún problema. Pero esta nueva escritura irrumpe en diferentes estilos sin previo aviso. Ella es demasiado informe. Muy informe. Tengo que seguir practicando. Necesito poder escribirla con fluidez antes de febrero para poder poner en práctica mi nuevo plan.

30 de noviembre, miércoles

    Katie Nelson toca el timbre de nuestra puerta antes de la escuela. Ella sonríe y me tiende una caja alta envuelta en papel plateado y rosa. Su rostro es de color naranja brillante por todas partes, especialmente su frente, pero su cuello parece normal hasta la mandíbula.

    No quiero ser demasiado amigable por si ella se hace una dea equivocada.

    Sus mejillas son rosetas de rosa. Parece un hada de un cuento para niños a punto de concederme un deseo.

    Ojalá dejara de sonreírme con esos dientes fluorescentes.

    Tomo el regalo con tanta fría dignidad como puedo reunir, y la miro de una manera poco acogedora. Ella solo está presumiendo, de pie en la puerta de nuestra casa para mostrar que se ha acordado de mi cumpleaños.

    Yo sabía que ella haría algo como esto en un intento por volver a ponerse a mi favor. Quiere volver a ser mi amiga ahora que se aburre con el malhumorado comportamiento de Helen. También es obvio que me está dando este regalo para intentar obligarme a comprarle un bonito regalo de Navidad. Puedo desentrañar su estrategia y no va a funcionar conmigo.

    Una tarjeta de cumpleaños y un regalo de mi papá llegaron por correo esta mañana. Vislumbré brevemente las yemas de los dedos del cartero mientras soltaban los sobres y luego se retiraban al mundo exterior. El papel cayó sobre el felpudo en una ráfaga de marrón y blanco. Papá me envió un hermoso reloj Swatch. Puedo ver todos los engranajes internos en exhibición a través del vidrio, haciendo tictac y moviéndose en intrincados patrones. El sello era una imagen de la Reina, pegada al revés, pero el matasellos estaba borroso.

    Me quedé mirando el sobre durante años antes de abrirlo. Puedo reconocer su escritura a cien millas de distancia. Pero su escritura se ha vuelto más real para mí que el resto de él. Ya no recuerdo sus ojos, ni su voz, ni su risa, ni cómo dice mi nombre.

    "Es de mamá y míiio", dice Katie jadeando de entusiasmo, ignorando mi silencio. Su mano se mueve hacia mí, agarrando el gran paquete. Lo elegí yo especialmente. Ven más tarde si quieres."

    "Sí, tal vez", le digo. Pero tengo otros planes para más adelante y le cierro la puerta en la cara.

    Preparada en una elegante pirueta, con la barbilla ligeramente levantada, ella aparta la mirada de mí hacia la distancia, a través del arroyo, hacia el cielo abierto más allá de la fábrica de huesos. Sus gráciles manos están unidas por encima de su cabeza. Sus dedos están enganchados en exquisitos arcos. Está de pie en el suelo de mi habitación, más hermosa que nunca ahora que ella es mía.

    Examino sus dedos, uno por uno. Son tan pequeños y delicados, frágiles y perfectos. Diminutos puntos de purpurina brillan en sus faldas de ballet de porcelana.

    Junto a ella, el papel de regalo está cuidadosamente doblado en el suelo para que yo pueda volver a usarlo.

    Este es el mejor regalo de cumpleaños que alguien me ha dado. A una parte de mí le gustaría darle las gracias a Katie. Pero no veo cómo puedo hacer eso sin dar la impresión de que me gustaría ser su mejor amiga. No quiero sentarme en la habitación de Katie Nelson rodeada de todos sus brillantes muebles de Habitat, poniendo discos y casetes en su nuevo y reluciente estéreo. No quiero hablar de chicos. No quiero hablar de la escuela para no acordarme de Esas Tres Chicas. No quiero hablar de ropa ni de maquillaje. De hecho, estoy demasiado ocupada con todos mis proyectos para tales tonterías.

    Después de tres intentos de redactar una carta de agradecimiento, me rindo y me escabullo a la habitación de Helen para escuchar por la puerta. Puedo oír crujidos en el interior. Bien.

    Diez minutos antes de que partamos para la escuela, salgo por la puerta y me apresuro por la calle.

    Helen corre detrás de mí, apareciendo de la nada e insistiendo en venir también.

    "No puedes venir. ¡Vete a casa!" La ahuyento, pero ella me sigue, manteniéndose a un brazo de distancia.

    Toda la mañana lleva intentando ser amable conmigo, sonriendo y charlando sobre mis regalos de cumpleaños. Nos levantamos todas a las seis y media para poder abrir mis regalos antes de la escuela. Pero sé la verdadera razón por la que mi hermana me sigue por la carretera: es porque los registros muestran que apenas le ha visto a él desde su cumpleaños. Claramente, ella quiere evitar que él pase tiempo a solas conmigo. Es para detener el desarrollo de nuestra relación.

    El señor Phillips llena bolsas con dulces y me los pasa por encima del mostrador, cantando "Feliz cumpleaños" a todo pulmón. Ya no me gustan los dulces, pero tomo la bolsa para complacerle. Su canto está tan desafinado que me tapo los oídos con las manos, riendo y suplicándole que pare. No se calla hasta que la Sra. Phillips entra caminando por el pasillo, con los brazos alrededor del bebé que aúlla, y nos dice a todos que no hagamos ruido.

    Busco algo para robar en la tienda.

    El señor Phillips adopta una expresión sombría. "¡Mademoiselle de l'Osborne! Por favor, mírese detenidamente en el espejo y reflexione sobre la situación." Su voz es hilarantemente solemne, llena de desesperación. Pero lo que dice a continuación detiene mi sonrisa en seco.

    "¡Querida, querida, querida! Pronto saldrás con chicos, luego te irás a la universidad. ¡Esto es realmente terrible! ¿Qué vamos a hacer contigo?"

    "Yo odio a los chicos", digo con fiereza. ¿Cómo ha podido ser tan insensible?

    Helen aprieta el tacón de su zapato contra el lino a cuadros y lo mira con expresión hosca. Ella permanece completamente en silencio. Es muy poco probable que comprenda referencias como universidad.

    "¡Qué pamplinas y dislates dice, mademoiselle!" Dice el señor Phillips. "¿Cómo puede odiar a los chicos? Somos encantadores, ¿a qué sí, Irene?"

    La Sra. Phillips se encuentra en la puerta con la boca hacia abajo. Su nuevo bebé ha crecido hasta el tamaño de una gran bolsa de King Edwards. "¿Ya le has preguntado?"

    "¿Preguntarme qué?" Pregunto con sospecha.

    "¡Disculpe, Sra. P! ¡Estaba llegando a eso! De hecho, mademoiselle, tengo un plan astuto bajo la manga que me gustaría compartir con usted, y ahora parece un momento tan bueno como cualquier otro para discutirlo, si puede dedicar un momento de su precioso tiempo antes de irse a la escuela."

    Pero su voz ha cambiado ahora que la Sra. Phillips está tratando de intervenir en nuestra conversación. Suena más como un adulto aburrido que como mi hombre mágico. Si su plan es tan astuto, ¿por qué me lo va a contar delante de la señora Phillips y de mi hermana?"

    Pero sus ojos aún brillan con la alegría que yo amo.

    "Ahora que ha alcanzado una edad tan madura, tal vez le gustaría ganar un poco de dinero cuidando niños una vez a la semana. Sé que lo mencionó usted recientemente. Sería fantástico si pudiera. Apenas hemos salido desde que tuvimos al bebé George."

    "Desde que tuvimos a Sammy, en realidad", interrumpe la Sra. Phillips.

    Helen se eriza. Casi puedo escuchar sus huesos astillarse de envidia.

    La señora Phillips sale completamente del pasillo. Ella está junto a él. ¿Crees que podrías cuidar de George y Sammy? Siempre dejamos un número de teléfono, por supuesto."

    Me quedo en silencio.

    Cuando ella agrega que no tendré que preocuparme por caminar hasta casa en la oscuridad después porque él siempre me acompañará de regreso al número once, eso cierra el trato y las negociaciones en lo que a mí concierne. Acepto, triunfalmente, el trato.

    "¿Y qué remuneración esperará una joven de su posición social por sus servicios de niñera?" pregunta él.

    "Le pagaremos una libra la hora", dice la Sra. Phillips. Estaba a punto de decirles mi tarifa de setenta y cinco peniques la hora.

    Samuel se tambalea fuera del pasillo, rastros de babosas saliendo de su nariz, extendiendo sus brazos hacia la Sra. Phillips. Ella camina por la tienda con las mejillas enrojecidas, el bebé dormido en brazos, el pelo suelto y rizado sobre los hombros. Está buscando algo en los estantes.

    Helen frunce el ceño al Sr. Phillips.

    Él apenas ha mirado en dirección a mi hermana. Es mi dia especial. Todo ha cambiado para mejor.

    Samuel comienza a balbucear junto al estante de las galletas.

    La Sra. Phillips toma un bolso rosa de cuentas del estante de juguetes y el Sr. Phillips mete un billete de cinco libras en él cuando ella no está mirando. Puedo sentir el ceño fruncido de Helen profundizándose. El bolso es bastante bonito, aunque es para niñas de nueve años.

    Al mirar la cara rosada y pecosa de la Sra. Phillips y sus cejas pelirrojas, enmarcadas por su pelo rojo rizado, decido que se parece más a un cerdo de granja que nunca. Ella es tan engorrosa y roja, siempre quejándose de algo. Pero obviamente le gusto mucho al Sr. Phillips. Me sorprende y me complace que me pidan que cuide a los niños. Su petición me rodea como un cálido abrazo. Nunca podría haber anticipado un regalo de cumpleaños tan agradable. Cuando me doy cuenta de que él ha disfrazado hábilmente su amor por mí con esta invitación a cuidar a los niños, todas mis dudas y sospechas recientes se evaporan. Él quiere verme más a menudo. No solo eso: también ha logrado persuadir a la Sra. Phillips y mostrado a mi hermana públicamente que le gusto yo más.

    Ebria de felicidad, balbuceo mi agradecimiento.

    Cuando salimos de la tienda, deslizo un tarro de pasta de salmón Shippams en mi bolsillo.

    Al regresar al número once con Helen detrás, noto que sin ninguna planificación o acción por mi parte, por fin he obtenido acceso al mundo mágico detrás del mostrador de la tienda. Empiezo a pavonearme, colgando mi bolso de cuentas por el broche, sabiendo que Helen me está mirando con amargura.

    "La señora Phillips parece obesa. Es repugnante." Comento mientras Rebecca me lleva a la ciudad. He decidido ir a la escuela hoy por si alguien me ha comprado un regalo de cumpleaños. Hemos enviado a Helen a la escuela del pueblo.

    "¿Crees que debería intentar hacer espaguetis esta noche con esas horribles cosas de TVP?" pregunta Rebecca frunciendo el ceño en el espejo retrovisor.

    "En serio. Está gorda como un cerdo", le digo.

    "¿O debería intentar hacer esas salchichas veganas de nuevo? Las que se desmoronan en la sartén. ¿Cuál te supo mejor?"

1 de diciembre, jueves

    "¿Estás bien, niña? Pareces un poco... picada ', dice la Sra. Nelson cuando me deja entrar esta tarde.

    Un muro de calidez se precipita y me golpea la cara cuando ella abre la puerta. Todas las decoraciones navideñas suenan en el pasillo, danzando con la brisa.

    "Estoy bien, gracias", digo encorvando los hombros, suspirando de alivio, dejo los zapatos en el felpudo y coloco la mochila en la percha encima del radiador caliente.

    "¡Mira el estado en que vienes! ¡Estás empapada! ¿Dónde tienes estos ensayos? ¿En el campo de juego? '

    Intento dejarme puesto el abrigo, pero la señora Nelson me obliga a quitármelo. La siguiente capa también está mojada. Mi nariz se derrite en un arroyo. Ella hurga en su bolso y extiende un pañuelo lleno de besos de lápiz de labios, y yo me sueno la cara con los dedos demasiado entumecidos para localizar la punta de mi nariz.

    El terrier no deja de olfatear mis zapatos, menea el rabo cortado y hace ruidos emocionados por la variedad de aromas que he traído del malecón. Cada vez que la Sra. Nelson le dice que deje mis zapatos, él regresa sigilosamente hacia ellos, arrastrándose por la alfombra hacia mí, inhalando y exhalando rápidamente.

    Hoy era imposible estar caliente junto al arroyo debido a la llovizna y el viento helado. A la una en punto, tenía los dedos blancos y no sentía los dedos de los pies. A las dos de la tarde tenía las manos paralizadas y no podía desenroscar la tapa de la media botella de vodka que había comprado en el pub. Me temblaban hasta los huesos dentro de la carne. Desesperada, había vuelto al astillero en busca de un yate sin llave para refugiarme, pero estaba demasiado nerviosa para caminar arriba y abajo por los embarcaderos probando las escotillas como una ladrona, así que me escondí el resto del día detrás del casco de un barco en dique seco.

    Después de ponerme uno de los suaves albornoces de Katie y un par de pantuflas rosas, la Sra. Nelson me invita a probar el nuevo sofá que ha llegado hoy. Aunque el último era bastante nuevo, se estropeó. Ella ya no lo quería y lo tiró.

    El nuevo sofá es del tamaño de una barcaza. Está hecho de una tela gruesa tipo terciopelo, decorada con enormes verticilos de color violeta y naranja que chocan entre sí sobre un fondo de color marrón oscuro y verde esmeralda. Motas de amarillo y rojo destellan en la tela. Todos estos colores armonizan maravillosamente con la alfombra y con todas los cuadros de aves exóticas que vuelan por las paredes. El sofá es tan blando que mis piernas abandonan el suelo cuando me siento con una sacudida. La Sra. Nelson me grita cuando casi derramo sobre la tela mi crema irlandesa Baileys.

    A medida que me siento cómoda en este nido, noto que la taza y el platillo especiales de porcelana china de la Sra. Nelson no están en su lugar habitual.

    "¿Dónde están?"

    Ella da un sorbo a su cóctel de menta, frunce los labios y mira hacia otro lado.

V. Diciembre

1 de diciembre, jueves

    "¿Estás bien, niña? Pareces un poco... picada ', dice la Sra. Nelson cuando me deja entrar esta tarde.

    Un muro de calidez se precipita y me golpea la cara cuando ella abre la puerta. Todas las decoraciones navideñas suenan en el pasillo, danzando con la brisa.

    "Estoy bien, gracias", digo encorvando los hombros, suspirando de alivio, dejo los zapatos en el felpudo y coloco la mochila en la percha encima del radiador caliente.

    "¡Mira el estado en que vienes! ¡Estás empapada! ¿Dónde tienes estos ensayos? ¿En el campo de juego? '

    Intento dejarme puesto el abrigo, pero la señora Nelson me obliga a quitármelo. La siguiente capa también está mojada. Mi nariz se derrite en un arroyo. Ella hurga en su bolso y extiende un pañuelo lleno de besos de lápiz de labios, y yo me sueno la cara con los dedos demasiado entumecidos para localizar la punta de mi nariz.

    El terrier no deja de olfatear mis zapatos, menea el rabo cortado y hace ruidos emocionados por la variedad de aromas que he traído del malecón. Cada vez que la Sra. Nelson le dice que deje mis zapatos, él regresa sigilosamente hacia ellos, arrastrándose por la alfombra hacia mí, inhalando y exhalando rápidamente.

    Hoy era imposible estar caliente junto al arroyo debido a la llovizna y el viento helado. A la una en punto, tenía los dedos blancos y no sentía los dedos de los pies. A las dos de la tarde tenía las manos paralizadas y no podía desenroscar la tapa de la media botella de vodka que había comprado en el pub. Me temblaban hasta los huesos dentro de la carne. Desesperada, había vuelto al astillero en busca de un yate sin llave para refugiarme, pero estaba demasiado nerviosa para caminar arriba y abajo por los embarcaderos probando las escotillas como una ladrona, así que me escondí el resto del día detrás del casco de un barco en dique seco.

    Después de ponerme uno de los suaves albornoces de Katie y un par de pantuflas rosas, la Sra. Nelson me invita a probar el nuevo sofá que ha llegado hoy. Aunque el último era bastante nuevo, se estropeó. Ella ya no lo quería y lo tiró.

    El nuevo sofá es del tamaño de una barcaza. Está hecho de una tela gruesa tipo terciopelo, decorada con enormes verticilos de color violeta y naranja que chocan entre sí sobre un fondo de color marrón oscuro y verde esmeralda. Motas de amarillo y rojo destellan en la tela. Todos estos colores armonizan maravillosamente con la alfombra y con todas los cuadros de aves exóticas que vuelan por las paredes. El sofá es tan blando que mis piernas abandonan el suelo cuando me siento con una sacudida. La Sra. Nelson me grita cuando casi derramo sobre la tela mi crema irlandesa Baileys.

    A medida que me siento cómoda en este nido, noto que la taza y el platillo especiales de porcelana china de la Sra. Nelson no están en su lugar habitual.

    "¿Dónde están?"

    Ella da un sorbo a su cóctel de menta, frunce los labios y mira hacia otro lado.

2 de diciembre, viernes

    "¡Helen!" Bramo por las escaleras, "la cena está lista".

    "¡No tengo hambre!" Grita Helen en respuesta.

    "Dile que tiene que comer algo", me instruye Rebecca.

    "Todavía tienes que lavar los platos", grito.

3 de diciembre, sábado

    Tengo altos estándares para la amistad. No dejo que nadie venga y trate de intimar. Pero desde que Katie Nelson me dio ese regalo de cumpleaños, me di cuenta de que ella no es tan horrible como pensaba. También me complace observar que es más madura que antes, sobre todo ahora que ha dejado de estar con mi hermana todo el tiempo. He decidido ponerle una prueba de amistad. Si la pasa, consideraré la posibilidad de algo más cordial.

    Toco el timbre y el himno nacional resuena por la casa. Detrás del cristal esmerilado, un grueso rectángulo blanco salta ladrando histéricamente. Una figura azul pálido aparece a la vista. Los dedos toman forma y se acercan al picaporte.

    "Me preguntaba si puede Katie venir a la ciudad conmigo hoy." Pregunto.

    El perro jadea, la lengua rosada aletea adentro y afuera.

    La Sra. Nelson se balancea suavemente de un lado a otro, como si aún estuviese detrás del vidrio esmerilado. Una burbuja de espuma surge por la comisura de su boca.

    Tengo dinero en los bolsillos de los vaqueros, pero no planeo gastarlo. Tengo otros planes.

    Todos los sábados meto las monedas de dos libras en mi hucha. Me molestó mucho que en marzo las monedas de una libra comenzaran a reemplazar a los billetes de libra, porque eso significaba que yo ya no podía hacer un gordo fajo con el dinero. Ahora consigo que Rebecca se guarde los billetes de libra cada vez que los agarra, y yo se los cambio por monedas de libra de mi hucha. Así puedes enrollar los billetes en un fajo, luego puedes sentarse en el suelo de tu cuarto y sacarlos uno por uno.

    En mi otro bolsillo delantero, y en ambos bolsillos traseros, tengo bandas de goma de diferentes longitudes.

    "¡Por supuesto! ¡Que adorable! ¡Vosotras dos, chicas, de compras juntas!" Dice la Sra. Nelson. Cada exclamación sale un poco más estridente que la anterior. Me mira con una expresión de tan completa adoración que siento un cosquilleo desde la raíz de mi cabello hasta la punta de los dedos de los pies.

    "Katie", llama ella dándose la vuelta, pero Katie ya está aquí, sonriéndome ampliamente.

    Ojalá Katie no quiera llegar a ser muy íntima. Cada vez que me acerco al número dieciséis, ella baja corriendo las escaleras, dando bandazos hacia mí con los labios estirados y esos dientes blancos cada vez más grandes. Supongo que cree que está sonriendo. Su piel parece suave, como de plástico. Huele tan dulce que tengo que respirar poco a poco y apartar la nariz. Se pega las pestañas en cuñas con la máscara de pestañas de la Sra. Nelson.

    La Sra. Nelson nos lleva a la ciudad porque tiene una o dos compras que hacer. Ella sube a su habitación justo antes de que partamos y baja las escaleras holiendo fuerte a Chanel No.5.

    "Puesto que me he perdido tu cumpleaños", le digo a Katie cuando estamos en el coche, "pensé que podíamos ir a elegir algo para ti hoy".

    No le he mentido.

    "¡Eres una chica tan dulce!" dice la Sra. Nelson, y sus ojos me lanzan una Mirada Derretida por el espejo retrovisor.

    Katie muestra los dientes y juguetea con su nueva bolsa de mano de Burberry, saca su bolso y lo revisa. A ella le dan cinco libras de paga a la semana, que es más del doble de lo que yo le saco a Rebecca. Observo que hay dos billetes de cinco libras enrollados juntos dentro de su bolso.

    La Sra. Nelson nos deja en el centro de la ciudad y nos da dos libras para el taxi a casa. Yo me guardo las monedas en el bolsillo.

    "¡Pasadlo bien, chicas! ¡No seáis traviesas!" esclama ella subiendo el volumen del estéreo del coche mientras se aleja conduciendo.

    Bach estalla. Sé que esta música es Bach porque nuestra madre la oye a menudo cuando está en el estudio. Pero la versión de la Sra. Nelson suena mucho mejor que la aburrida música de clavecín de Rebecca, que simplemente suena plonk-plink-plonk. La cinta de cassette de la Sra. Nelson tiene una gran cantidad de maravillosos sonidos adicionales, con violines eléctricos y trompetas que se hinchan y se desvanecen emocionalmente.

    Se ha abierto una nueva tienda Señorita Selfridge en la ciudad, junto al Tienda Top. Después de compartir un grasiento rollo de salchicha de la panadería--que compra Katie--entramos. Escogemos ropa de los rieles mientras David Bowie canta Let's Dance de fondo. Hay muchas cosas bonitas: camisetas ajustadas en colores pastel, blusas blancas con mangas abullonadas, cinturones grandes de cuero, faldas con pliegues rosa salmón, faldas lápiz negras y vaqueros de tubo. Comprar con Katie es más divertido de lo que pensaba, aunque cuando ella intenta bailar break dance al ritmo de Thriller de Michael Jackson, me doy cuenta de que todavía es muy inmadura comparada conmigo.

    Katie tiene talla doce, pero no tiene mucho busto.

    Yo tengo lo que la Sra. Nelson llama la "talla preciosa", que es un poco más grande que la de Katie. La Sra. Nelson dice que las chicas de talla preciosa mantienen su hermosura toda la vida. No envejecen rápidamente como las escuálidos que abusan de sus cuerpos con modales alimenticios como el vegetarianismo y acaban arrugadas y agotadas a los veintiún años.

    Katie ve un vestido rojo hecho de algodón elástico, con un escote en pico profundo, cintura ajustada y falda amplia. Se lo prueba y baila alrededor del vestuario cantando Lady in Red con una voz completamente desafinada, esquivando toda la ropa descartada, con los brazos levantados por encima de la cabeza.

    Claramente está enamorada de este vestido, aunque no le queda muy bien. El estómago le queda lleno de bultos y el cuello en V cuelga flácido.

    "Te queda muy bien", le digo.

    Katie está preocupada por el precio, porque son quince libras. Sabe que yo no puedo permitirme tanto, pero quiere mucho ese vestido. Ella se ofrece a contribuir con los dos billetes de cinco libras de su bolso y dice que podemos ir al Ojo de los Nelson para conseguir el dinero adicional de su padre. Él se lo dará de la caja.

    "Ve y distráelas", le digo.

    "¿Qué?"

    "No seas estúpida. Pasa por allí y distráelas." Señalo fuera del vestuario, donde las asistentes revolotean como avispas.

    "No, Lizzie. No debemos." Ella se quita el vestido como si estuviera infectado con una enfermedad mortal.

    "Ponte esa falda con pliegues y esa blusa blanca, y vuelve a la tienda", le ordeno.

    "¿Y luego qué?"

    "¡En serio! ¡Inventamos algo! Ve y pregúntales si te quedq bien. Diles que te den otras cosas para probarte."

    Ella sale de puntillas del vestuario como si andara sobre vidrios rotos. Después de un rato, la escucho pedir consejo a las asistentes. Su voz tiembla. Parece estar confesando un crimen terrible, pero después de un tiempo parece que logra involucrarlas en el cambio de zapatos y chaqueta por otros colores y tallas.

    Yo me arrodillo dentro del vestuario y enrollo el vestido en un tenso paquete. Lo ato con gomas elásticas y me lo meto en la parte de atrás de los vaqueros. Me ato las mangas de la chaqueta a la cintura para evitar que el bulto parezca demasiado sospechoso en la espalda, luego salgo tranquilamente del vestuario hacia la tienda. Katie está en el proceso de ponerse una chaqueta de cuero blanca.

    Es difícil respirar.

    "Eso te queda muy bien, pero es bastante caro. ¿Por qué no te vas y lo piensas?" Le digo a Katie en voz alta. "Luego puedes decidir cuál elegir".

    "Oh, está bien", responde ella con rigidez. Me escudriña el cuerpo.

    Mientras ella va a ponerse su ropa, yo curioseo por las prendas en el riel circular del medio de la tienda. Intento asegurarme de estar siempre de cara a las asistentes para que no me vean el bulto. Sostengo prendas con expresión crítica en el rostro.

    "¡Date prisa!" Le llamo.

    Cuando por fin emerge, la cara de Katie es de un blanco amarillento, con enormes parches escarlatas sobre su cuello y mejillas.

    "Pareces un poco enferma", le digo en voz alta. "¿Por qué no me esperas fuera?"

    Las dependientas de la tienda intercambian una mirada y se dirigen hacia la puerta.

    Katie sale a trompicones de la tienda. No suena ninguna alarma.

    Ellas se concentran en mí.

    Para resolver esta situación, selecciono al azar un par de pendientes que cuestan £1.99, los llevo a la caja y lucho por buscar en mi bolsillo el dinero para el taxi que nos dio la Sra. Nelson. Mis vaqueros están tan ajustados ahora que apenas puedo meter la mano en el bolsillo, y los brazos de mi chaqueta se interponen en el camino. Saco excavando las monedas.

    "Gracias", digo aceptando la bolsa y avanzando hacia la salida.

    No suena ninguna alarma en la puerta. Una vez fuera camino tranquilamente durante ocho o nueve pasos, luego empiezo a correr, gritando a Katie que me siga mientras desaparezco por la calle.

    Nos alejamos corriendo, doblando la esquina pasando Woolworths, pasando por el Ojo de los Nelson, cruzando el aparcamiento hasta el banco fuera de los baños públicos. No miramos atrás.

    En los baños nos detenemos, jadeando y miramos nerviosamente a nuestro alrededor.

    "Bueno, ¿qué están tramando jovencitas, con esas caras de fechoría?"

    El señor Phillips ha surgido de la nada, tirando de su mocoso por el brazo y llevando una gran bolsa Boots. Siento que mis mejillas se ponen escarlatas.

    "Nada", dice Katie.

    "No parece que sea nada".

    Yo no puedo hablar. Es maravilloso verlo, pero también terrible. Cuando me mira, quiero lanzarme hacia sus fuertes brazos.

    Las bandas elásticas alrededor del vestido se clavan en la carne de mi espalda y siento la columna como si se fuese a partir por la presión.

    "Señor Phillips, supongo que no podría llevarnos a casa, ¿verdad?" Pregunta Katie.

    "¡No!" Digo yo. "Podemos ir andando." No quiero que él descubra lo que hemos estado haciendo.

    "Por supuesto, chicas. ¿Vaia a volver ahora?"

    "Sí, por favor". Katie me arrastra del brazo.

    El coche apesta a bebé. Me siento en el asiento del pasajero tratando de no inhalar los olores a repollo de pañales. Samuel balbucea alegremente atrás.

    "¡Buu!" exclama Katie entre sus dedos. "¡Hola! ¿Cuál es tu nombre?"

    Él chisporrotea unas risitas.

    "¡Picabú!" exclama ella imitando sus risitas y asomando por detrás de sus manos de nuevo.

    Ella lo entretiene todo el camino a casa. Todo en el asiento trasero se llena de una película de babas.

    Mientras él cambia de marcha, la carne que cubre sus nudillos se tensa y se relaja. Cuando él quita la mano de la palanca de cambios, la coloca sobre su rodilla izquierda. Está tan cerca de mi rodilla derecha. Casi imperceptiblemente, estira su dedo meñique hacia mí. En respuesta, estiro mi dedo meñique hacia él. Nos señalamos en secreto durante todo el camino a casa.

5 de diciembre, lunes

    Nuestro timbre funciona en una espiral. Tiene que estar enrollado para que suene, pero no demasiado apretado o no suena en absoluto. Sabemos cuando la espiral está suelta porque el único ruido que se puede oír es el de una mariposa aleteando en un frasco.

    La mariposa aletea penosamente. Yo abro la puerta.

    "¿Sí?" Pregunto cortésmente.

    "¡Hola!" Un arrugado hombre bronceado está de pie en nuestra puerta, sombrero de ala ancha, abrigo oscuro y gafas pasadas ​​de moda. La piel de su barbilla es marrón y con profundas arrugas. También lo es la piel de sus mejillas. El morro de un coche rojo asoma detrás de él.

    "Rebecca no está aquí. Tendrá que volver en otro momento"

    Parece muy decepcionado. "Es que pensé en pasarme".

    En lugar de darse la vuelta, el hombre me mira como si quisiera comerme con los ojos. Su aliento me recorre cálidamente.

    "Creo que tiene que probar más tarde", le digo mientras cierro la puerta. Me hormiguean las yemas de los dedos.

    "¿Quién era ese?" exclama Helen cuando empiezo a subir las escaleras.

    "No lo sé. Probablemente sea uno de esos testigos de Jehová."

    La mariposa vuelve a aletear en su frasco. Yo abro la puerta una rendija.

    "¿Cuándo dijo... mami... mamá que volvería?" me pregunta él. "¿Lizzie? ¿No puedo entrar?"

    Ahora estoy enraizada en el felpudo de coco. "Está en la biblioteca."

    "Ella no cree en Jehová". Helen está intentando espiar encima de mi hombro por la rendija de la puerta. " Ni en Dios. Dice que Jesús fue solo un hombre común. Como lo fue Mahoma."

    No es propio de mi hermana ser asertiva con los extraños.

    El hombre estira el cuello, tratando de mirar dentro de la casa, pero yo me niego a abrir la puerta más de unos centímetros.

    "¡Miraos!" explota él de repente. "¿Cómo estáis las dos?"

    Aprieto el pomo de la puerta con más fuerza. La forma en que habla hace que algo se mueva en la base de mi estómago. Sé quién es.

    Siempre tuvo barba. Así lo recuerdo. Intento imaginarme la barba de nuevo en su lugar, superpuesta sobre la barbilla marrón arrugada de este, pero este tiene una boca ancha y sonriente, no como la boca vieja que él solía esconder.

    Abro la puerta.

    "Gracias". Él mira por el pasillo, sonriendo a los abrigos y la alfombra. Incluso la vieja pantalla de la lámpara recibe la misma sonrisa de reconocimiento que la que me acaba de mostrar a mí.

    Lenta como siempre en recoger el carrete, Helen pregunta: "¿Tú eres nuestro papi?"

    "Sí, lo soy". Le pone la mano sobre el hombro. Ella se congela.

    Cuando él quita la mano, ella se escabulle hacia las escaleras. A partir de ahí, lo examina con cautela como si fuera uno de sus especímenes de plantas. "Yo nunca he tenido un papi", anuncia ella finalmente.

    "¡Sí, lo tienes! ¡Yo! ¿No te acuerdas de mí?"

    Ella niega con la cabeza y lo mira fijamente. "Lo siento, pero me temo que no puedo recordar cómo eras".

    "Es retrasada. No le hagas caso." le digo yo. "¿Quieres una taza de té?"

    Siempre pensé que me encantaría verle y abrazarle en nuestra reunión, pero nada en este tipo me recuerda a mi papá.

    Suena diferente. "Por supuesto. Sí, por favor."

    Le sigo hacia la cocina. Él no lleva un montón de regalos exóticos. Él mira las paredes, los techos, la alfombra, estirando el cuello. Su cuello bronceado se arruga cada vez que gira la cabeza.

    "¿Mamá está bien? ¿Sigue trabajando en el mismo libro de siempre?" Se ríe, pero esta vez no es una risa adecuada.

    Al entrar en la cocina, se abre la puerta de entrada.

    "¿Quién me ha robado mi plaza de aparcamiento? ¿Que esta pasando?" Rebecca camina detrás de nosotros, luego se detiene en seco. "¿Qué estás haciendo aquí?"

    "¡Hola! ¿Cómo estás?" Él suena un poco nervioso.

    "Bueno, qué sorpresa verte después de tanto tiempo". La voz de Rebecca suena peligrosa. "¿Cuánto tiempo va a ser ahora?" Ella le mira con ojos entornados y suelta las bolsas en el suelo. "Déjame ver ..." Hace una pausa, cuenta con los dedos y luego extiende la palma. "Nueve mil seiscientas libras, por favor."

    "¡Vamos, no seas así! Sentémonos y hablemos."

    Pero Rebecca no quiere ir y sentarse, ni hablar. “No puedes llegar de la nada y esperar que despleguemos la alfombra roja. Vuelve cuando sea conveniente. Conveniente para mí, no para ti. Y trae el dinero que le debes a tu familia."

    "No pasa nada", le digo a él en voz alta. “No nos importa el dinero. Ahora es conveniente."

    La punta de la nariz de Helen asoma por la puerta de la cocina, luego se retira.

    "¿Qué estás haciendo aquí, por cierto? Pensé que estabas en África en una gira itinerante para detener la hambruna."

    "No seas sarcástica. He vuelto. Hace un par de meses."

    "¿Regresaste hace un par de meses y no viniste a ver a tus hijas?" Rebecca saca su Marlboro de su bolso. "Es curioso lo mucho que te preocupas por los millones de hambrientos, pero lo poco por el estado financiero de tu propia familia".

    "Intenté hacer una visita. En octubre. No llegué más allá de…" Se encoge de hombros. "Perdí los nervios. Ha pasado tanto tiempo."

    "Sé cuánto tiempo ha pasado. ¿Tienes idea de lo cuesta alimentar a dos hijas?" Ella extiende la palma de nuevo y la agita debajo de su nariz. Actúa como si fuésemos animales.

    Me miro los pies avergonzada. Rebecca está totalmente obsesionada con el dinero.

    "¿Cuánto enviaste? Adelante. Diles a sus hijas cuánto dinero has enviado para mantenerlas después de irte."

    "Estuve sin trabajo mucho tiempo y luego me ofrecí como voluntario".

    "Un par de libras, luego nada. Eso es todo. Espero que tengas un buen trabajo ahora"

    Puedes ver en el rostro de él que esta visita no esta yendo según lo planeado.

    Él dice: "Me voy a quedar con unos amigos en la ciudad. De hecho, estoy pensando en volver a esta zona."

    "Bien. Pues la próxima vez llama antes de venir. Organízalo de antemano. Si hay una próxima vez ahora ya sabes cuánto dinero tienes que traer cuando vengas."

    Se requieren medidas desesperadas. Rebecca está convirtiendo el tan esperado regreso a casa de mi padre en un Terrible Desastre. Ella debería alegrarse de verle. Debería hacerle sentir bienvenido para que él vuelva a vivir en el número once. En cambio, está haciendo todo lo posible para hacerle desaparecer de nuevo.

    "¡No te vayas, papá! Ven a ver mi dormitorio." Le tomo del brazo y trato de conducirlo escaleras arriba.

    "No, en serio, será mejor que me vaya".

    "Pero quiero mostrarte mi colección de botellas". Quiero sellarle dentro de la casa y ponerle un tapón en la parte superior.

    Cuando abre la puerta principal y sale, dice: "¿Dijiste botellas? Qué cosa tan divertida de coleccionar."

    "¿Cuándo vas a volver?"

    Él se encoge de hombros. "Os lo haré saber. Por adelantado." Suspira al irse y se pasa la mano por el fantasma de su barba.

    Rebecca comienza a sollozar en la cocina.

    "¿Por qué es divertido coleccionar botellas?" Pregunta Helen cuando nos plantamos en la ventana de la sala y vemos cómo se aleja el coche rojo.

6 de diciembre, martes

    Una figura solitaria lucha por el camino hacia mí, un abrigo rosa pastel ondeando salvajemente en el viento. Un paraguas dado la vuelta tira de un lado a otro detrás de la figura, y una mancha de zigzags blancos rodean sus tobillos como un pedazo de arena.

    Para cuando me doy cuenta de quién es, es demasiado tarde para huir. De todos modos, no hay ningún lugar donde esconderse aquí en los lodazales y las marismas. Me agacho lo más bajo posible en el hueco.

    Las gaviotas intentan volar hacia lo largo del arroyo, mar adentro, pero el viento las empuja hacia atrás.

    Ella se acerca cada vez más, dando pasitos, resbala y se desliza en el barro.

    Llevo casi todo el día escondida en mi lugar especial con mi cuaderno A4 y mis bolígrafos.

    Ladrando con entusiasmo, el perro se pone de pie de un brinco e intenta lamerme la cara.

    La figura cae y un débil chillido se desplaza hacia mí. Yo me agacho aún más, tratando de ocultar mi forma en la ribera. Pero sé que mi probabilidad de ser descubierta ha aumentado.

    Finalmente, ella se planta directamente encima de mí en el malecón. Su cabello es un lío enredado, y puedo oírla jadeando, casi llorando. "Bueno, jovencita, ¿esto es lo que llamas Joseph y el Increíble Abrigo de Ensueño Tecnicolor? ¿Por qué no estás en la escuela?"

    Sus tacones de aguja blancos están llenos de barro. Ella está inclinada hacia adelante, tratando de evitar que sus tacones se hundan en el camino, pero sus rodillas ceden en su falda lápiz.

    Voy a tener que pensar rápido.

    "No creas que no te he visto escabullirte por el pueblo en curiosas horas del día. Esa es Lizzie, no paro de decirme cuando miro por la ventana. Pero ahí estás, todas las noches, en nuestra casa después de la escuela, hablándonos de tus ensayos." Tiene la cara morada. "No, no puede ser Lizzie Osborne, me digo. Es sólo una escoria fuera del estado del ayuntamiento escapándose de la escuela." El paraguas del revés se balancea detrás de ella como una medusa muerta rodando en la marea. "Pero esta mañana te vi escabullirte por la carretera y correr por el astillero. No me gusta la gente astuta que dice mentiras. Especialmente las niñas pequeñas."

    Estoy atrapado entre la Roca del Diablo y el lugar duro en el fondo del Mar Azul Profundo. Puedo ver por su expresión que si no le digo la verdad, estaré en un verdadero problema. Pero si me obliga a volver a la escuela, Esas Tres Chicas me estarán esperando en el patio de recreo. Tendré que poner mi destino en sus manos.

    Digo simplemente: "Tengo problemas en la escuela".

    Ella saca una bolsa de plástico del Sainsbury del bolsillo del abrigo y trata de extenderla en el suelo para sentarse, pero esta sale volando.

    Me levanto y le sujeto el codo para evitar que se caiga de nuevo.

    "¡Dime! ¡Será mejor que sea bueno!"

    Intento describir el comportamiento de Esas Tres Chicas en la escuela, que no dejan de seguirme gritándome al oído cosas repulsivas. Pero mientras hablo, mis palabras se enredan. Para mi horror, empiezo a llorar incontrolablemente. Estoy aterrorizada de que no me crea, pero me resulta imposible decir algo con sentido. Tengo la boca enredada y no puedo sacar de ella ninguna historia.

    Para mi asombro, la Sra. Nelson actúa como si hubiera entendido cada palabra que he dicho. "¿Por qué no le has contado a tu mamá todo esto?"

    Respondo con la respuesta de mi madre. "Ella me dijo que los palos y las piedras me lastimarían los huesos, pero que las palabras..."

    La Sra. Nelson pone los ojos en blanco. "¡Ahora! ¡Dame sus nombres! Iré a la escuela e identificaré a esas chicas."

    "¡No!"

    "¿Por qué no?"

    "Va usted a empeorar las cosas".

    "¡No lo haré!" responde ella dando un tirón indignado a la correa del perro con una mano, quitando la otra mano de mi hombro y apartando la mirada.

    Nos quedamos calladas un rato, azotadas por el viento. Yo no sé qué decir a continuación.

    La Sra. Nelson mira el malecón, la hierba, las algas húmedas en el barro, las ovejas y el arroyo. Lentamente, su nariz se vuelve morada.

    Finalmente dice, "Es horrible estar aquí fuera. Muy feo. Al aire libre. ¿Qué haces contigo misma todo el día?"

    "No gran cosa". Saco el cuaderno de la bolsa y se lo doy. El viento tira de cada página húmeda y la Sra. Nelson escudriña mi escritura. He estado escribiendo una historia en escritura gótica sobre un anciano solitario, ambientada en Navidad.

    "Dios mío", dice ella frunciendo los labios y tratando de mantener el volumen a distancia del brazo. "No consigo leer nada de tu letra".

    "Debe de estar con tinta adecuada, pero uso bolígrafo cuando salgo aquí porque las botellas de tinta se caen en el césped".

    "Ahora bien, jovencita, dame los nombres de estas tres chicas o te denunciaré a las autoridades", dice cerrando mi cuaderno con un golpe.

    No tengo otra opción que cantarlo todo a los cuatro vientos.

    Ella asiente una, dos, tres veces. "¡Bien! Déjame esto a mí."

9 de diciembre, viernes

    La Sra. Phillips es muy reacia a salir de casa. Juega con la vajilla y ordena los juguetes de los niños, todo el tiempo diciéndome dónde ha puesto botellas de leche de repuesto para George y cómo calmar a Samuel si se despierta.

    Cuando hace una pausa en su discurso, él intenta sacarla por la puerta trasera, pero yo aún puedo oírla regañándo y quejándose todo el camino hasta el pub.

    Me escriben el número de teléfono del pub en un trozo de papel, pero yo soy reacia a llamar bajo ninguna circunstancia. No quiero que el propietario reconozca mi voz y entable una conversación con ellos sobre todas mis compras en la barra.

    Una de las Reglas más importantes que debes recordar, sobre todo si vives en un pueblo como el nuestro, es que no debes permitir que se filtre y fluya demasiada información sobre ti entre diferentes grupos de personas. Los adultos, en particular, deben mantenerse en recintos separados y alimentarse con información diferente, porque a ellos les gusta que al sumar dos más dos siempre les salga cuatro, como he descubierto yo en ocasiones en las que prefiero no volver a pensar.

    La señora Phillips me deja una bandeja llena de golosinas en la mesita de café de la sala de estar: barras de chocolate, paquetes de patatas fritas, botellas de bebidas gaseosas, paquetes de galletas. Es difícil pasar por todo esto en una sola noche, así que me he guardado las sobras en la bolsa. Probablemente ella piense que seré más amable con los niños si me soborna con estos deliciosos aperitivos, pero yo no he tenido que enfrentar ese desafío esta noche porque ni Samuel ni George se despiertan mientras estoy aquí.

    Una canaleta gotea ruidosamente fuera de la puerta trasera, haciendo un sonido constante y desconcertante, como pisadas.

    Yo ojeo por los estantes tratando de averiguar qué le pertenece a ella y qué le pertenece a él. El reloj de cuco sobre la chimenea es definitivamente de él porque es complejo y elegante, como lo es la hermosa pintura de una puesta de sol detrás de un volcán humeante. Pero el feo sujetapuertas de vidrio con una cabeza de diente de león preservada en el interior es definitivamente de ella.

    Lo que encuentro casi imposible de soportar es la ignorancia de la Sra. Phillips acerca de cuánto le amo yo a él. Sufro todo un dolor secreto por él, pero ella es completamente ajena. Ella sigue sin una preocupación en el mundo. Hace poco descubrí que ni siquiera puedo mirarla cuando ella me habla. Si la veo accidentalmente por el rabillo del ojo, me siento mal. Ella es uno de mis mayores obstáculos. Mi estrategia vudú claramente ha fallado. Puedo persuadirlo fácilmente a él de que deje a Helen si ella intenta volver a entrar como un gusano. Cualquiera puede ver que soy superior a mi hermana. He estado diseñando un plan de acción para febrero con el fin de deshacerme también de esta molesta y persistente mujer pelirroja.

    Deambulando por su casa esta noche, me detengo en la entrada de la habitación de George y le observo acostado de espaldas, profundamente dormido, con las mantas pateadas a un lado, los dedos doblados, regordetes y rosados, las mejillas resplandecientes. Parece feliz y en paz. Cuando miro por la puerta de Samuel, el dormitorio está lleno de juguetes y libros, todo iluminado por el resplandor de la lámpara de noche. El niño yace en medio de este paraíso, inhalando y exhalando ruidosamente. Ninguno de los niños se despierta.

    Para entenderle a él desde dentro, grabo en cinta algunos LP que hay apilados en un estante en la sala de estar. Cuando llegue a casa, me colaré en el estudio de Rebecca y escucharé las letras de estos álbumes en busca de pistas musicales sobre su personalidad. Personalmente, prefiero la elección de música de Katie Nelson en estos días, especialmente Kajagoogoo y Duran-Duran. Me gustan esas canciones, aunque nunca seré tan patética como Katie, que tiene chicas pin-up en la pared detrás de su cama.

    Al mirar los LP en el estante de su sala de estar, noto que mis gustos musicales sin duda tendrán que cambiar cuando me case con él.

    Cuando ambos llegan a casa, la señora Phillips sube corriendo las escaleras para ver cómo está George. Pronto se dará cuenta de que soy digna de confianza y se relajará mucho más. Mi objetivo es convertirme en un elemento habitual de la casa en la trastienda para que se sientan seguros de salir durante cuatro o cinco horas seguidas. O más.

16 de diciembre, viernes

    A las ocho y cuarto de esta noche, un estallido de tos en el piso de arriba se convierte en sollozo. Con una velocidad alarmante, el sollozo se convierte en un gemido ondulante como la sirena que escuchamos a veces resonando sobre las marismas.

    Cierro el cajón que he estado revisando y me apresuro a subir, preocupada de que haya un efecto dominó. Los habitantes de los cochecitos son similares a los perros. Lo sé por la observación en la ciudad. Si un bebé abre la boca y comienza a aullar, se produce una reacción en cadena inmediata. Todos los demás siguen su ejemplo hasta que toda la población que no habla se ha convertido en una sólida pared de ruido. Ellos no tienen idea de por qué lloran, por lo que nadie puede ofrecerles ningún consuelo.

    Miro por la puerta del dormitorio y me doy cuenta, mientras lo hago, de que Samuel no tiene idea de quién soy. Solo me ha visto una o dos veces en la tienda del pueblo, además de esa vez en la que el señor Phillips nos llevó a casa amablemente a Katie y a mí. Por lo general, en todas esas ocasiones, nos hemos evitado ampliamente. Ahora estoy bloqueando la entrada a su habitación y cuando mire hacia arriba verá a una completa extraña.

    Está es proceso de intentar salir de la cama, piernas enredadas en el edredón. Cuando me ve, se congela.

    Su lamento se convierte en un grito. "¡Mami!"

    "¡Soy Lizzie!" Digo con mi voz más amigable. Necesito callarlo antes de que despierte al bebé. "Vamos abajo. ¡Choqui bicis!"

    Al igual que con los perros, la única forma de llegar al corazón de un niño pequeño es apelando a su apetito.

    Samuel lucha y grita histéricamente en mi oído cuando trato de levantarlo. Lo llevo abajo, a la sala de estar. El gato huye de su lugar en el sofá cuando la masa aullante y retorciente entra en la habitación.

    Ni siquiera quiere coger la galleta que le ofrezco, y mucho menos empezar a comérsela. Me patalea violentamente.

    "¡Mmm! ¡Rico-rico!" Gritometiéndome ruidosamente la galleta en la boca para mostrarle lo sabrosa que es.

    "¡Mami! ¡Mami!" Berrea él.

    Lo llevo a la cocina tratando de poner la mayor distancia posible entre él y el bebé George escaleras arriba. El gato nos mira alarmado y desaparece por la trampilla.

    Le hablo a Samuel de todos los bombones que tengo para él, pero tengo que gritar para que me escuche por encima del jaleo. Como resultado, probablemente sueno un poco menos amigable de lo habitual.

    Samuel solo conoce una palabra.

    "Ella no vuelve a casa hasta más tarde". Le niego con la cabeza. ¡Mami no! ¡No no no! ¡La gran gorda mami se ha ido!"

    No dejaré que este chico se salga con la suya. Va a tener que aprender quién manda aquí.

    Lo dejo en el suelo de la cocina y me siento en una silla a observarle severamente.

    Después de aproximadamente tres cuartos de hora, ambos estamos completamente agotados. Su rostro está morado y su boca es un cráter tembloroso que inhala y exhala chorros de saliva. Pero parece haberse dado cuenta de que no lo voy a matar, por mucho que me gustaría. También ha aprendido una lección útil para recordar como referencia futura: nunca ganará una batalla de voluntades contra una persona como yo.

    Finalmente toma la galleta y la sostiene con tristeza, agitándola en el aire como una bandera de rendición. Sus manos están tan calientes que el chocolate se le derrite en los dedos. Para cuando lo llevo arriba y lo vuelvo a poner en la cama, hay manchas de chocolate por todo su pijama azul.

    "¿Cómo fue todo?" Pregunta la Sra. Phillips cuando ellos llegan a casa.

    Yo estoy exhausta.

    "Sammy tosió un poco", le digo. "Le di una galleta, pero aparte de eso, todo fue bien".

19 de diciembre, lunes

    Puedo ver que Katie aprecia el honor que le estoy otorgando, porque aparta a la gente a empujones para llegar a la parte delantera del autobús y se apresura por la carretera, ansiosa por no perder ni un minuto precioso de su tiempo asignado. Luego nos retiraremos al número dieciséis para tomar nuestras bebidas y aperitivos habituales después de la escuela. No quiero perderme el delicioso cóctel de esta noche.

    Toda la idea se me ocurrió durante el viaje en autobús a casa. Desde mi encuentro con la Sra. Nelson en el malecón, Katie ha estado en vigilancia permanente para asegurarse de que no ocurra nada más con Esas Tres Chicas de la escuela. Si hay algún problema, ella tiene que ir a buscar a un prefecto para que este se lo cuente a uno de los profesores. Esas Tres Chicas serán suspendidas si vuelven a acosarme. Esta noche, al invitar a Katie a visitar mi habitación en el número once, podré hacerle saber sutilmente que está haciendo un progreso sustancial para convertirse en mi potencial amiga. Aunque yo nunca tomaré cuchillo y tenedor y me comeré una humilde empanada delante de ella.

    Helen tiene prohibido unirse a Katie y a mí.

    "Sigue recto por la carretera", le indico a mi hermana, "y dile a la Sra. Nelson que estaremos allí exactamente en treinta minutos".

    "Haz esto. Haz lo otro. Sí, señora", murmura Helen mientras da un portazo detrás de ella.

    Mientras Katie y yo merodeamos por el pasillo, me doy cuenta de que no hay nada en la casa que ofrecerle, ni siquiera una bolsa de patatas fritas. Lo peor de todo es que no hice planes sobre cómo seguir el paradero de mi hermana durante la visita de Katie. Helen podría estar navegando libremente más allá de la casa de los Nelson en este mismo momento, camino de verle a él.

    Estoy molesta con Katie por haberme dejado invitarla.

    "Llama rápidamente a tu mamá. Dile que Helen está en camino y que estaremos allí en media hora."

    Katie se ríe cuando ve nuestro teléfono de plástico gris atornillado a la pared con su dial giratorio circular. El teléfono de abajo de los Nelson tiene un teclado de marcado rápido y un cable flex muy largo. La Sra. Nelson se pone el auricular bajo la barbilla y camina por toda la casa durante sus conversaciones.

    "¿Te has asegurado de que Helen está dentro?" Le pregunto cuando cuelga el teléfono.

    "Está bien para mamá. Helen está allí ahora."

    "Pon tus cosas aquí", le digo tirando mi mochila y mi abrigo al suelo. Solo ahora me doy cuenta de lo seriamente que Helen ha descuidado sus deberes de limpieza recientemente. Las bolas de polvo se levantan en la corriente cuando dejo caer mis cosas.

    "¿No tienes una percha libre para eso?" pregunta Katie dócilmente quitándose el abrigo de Laura Ashley y mirando el montón de raídas prendas de exterior que se aferran a la pared. No recuerdo cómo son las clavijas bajo todos esos abrigos.

    Si ella continúa criticando nuestra casa, saldremos directamente y nunca se le permitirá volver a entrar. Este tipo de comportamiento es típico de los hijos únicos.

    Trato de no sonar irritada. "Ponlo sobre la barandilla o encima de mi abrigo".

    Lo pone sobre la barandilla.

    A medida que subimos las escaleras, noto lo deshilachada que está la alfombra y lo desgastada y descascarada que se ve la pintura brillante de los rodapiés.

    Katie está de pie en la puerta de mi habitación con una expresión confusa en el rostro. Da vueltas en círculos al entrar, como si estuviera buscando algo. Finalmente se concentra en la ordenada hilera de palitos de lacre en mi repisa. "Todo es tan anticuado y raro aquí, aparte de esos crayones".

    Me acerco a la zona de exposiciones sobre la repisa y recojo el antiguo anillo de sello que me dio papá, grabado con un antílope que salta con elegancia por el aire. "Este es el sello de un centurión romano. Tiene más de dos mil años."

    El antílope está suspendido en el aire. Ha desparecido de alguna parte, pero aún no ha aterrizado en su destino. Está atrapado entre dos mundos.

    Katie se acerca a la mesa junto a mi ventana. Coge una pluma de caligrafía. "¡Esto es como un museo!" dice haciendo una floritura con la pluma.

    "Tengo veintiocho plumas diferentes", le explico acercándome. "Están ordenadas por tamaño en la parte delantera de la mesa. Esas son mis tintas de colores Winsor y Newton. Dejo mi tinta negra, papel de cartucho, lápices y regla en este lado. Cuando termino una botella de tinta, la entierro en el jardín para que alguien la encuentre dentro de cien años."

    "¿No tienes estéreo?" me interrumpe.

    "Tengo una radio para poder escuchar los Cuarenta Principales".

    Ella examina mi cama. Ojalá tuviera un edredón.

    "¿No tienes ositos de peluche o muñecos de cuando eras pequeña?"

    "Tengo esa bailarina que me diste", digo casualmente. La figura de porcelana ocupa un lugar privilegiado en la parte superior de mi cómoda. "Y todavía tengo muchos libros de cuando era niña", le digo señalando Crimen y castigo y Hamlet.

    Selecciono mi plumilla favorita, la coloco en el mango de madera, manchado de tinta por el uso, y tiro de la tinta negra hacia mí. "¿Quieres verme hacer algo de escritura gótica? Te escribo un letrero de «Prohibida la Entrada» para la puerta de tu habitación si quieres."

    Pero Katie ya ha pasado a otra cosa. Yo vuelvo a colocar con cuidado la tapa de la botella de tinta y quito la punta. Cuando me doy la vuelta, veo la mano izquierda de Katie Nelson estirándose, cogiendo tentativamente mi botella de veneno azul más pequeña del estante de vidrio, envolviéndola con fuerza y dejando caer la mano a su lado.

    "¡No toques esas!" Me acerco deprisa.

    Ella se congela con aspecto culpable. "¡No las he tocado!"

    "Sí lo has hecho".

    "Solo las estaba mirando". Su rostro pálido ha adquirido dos manchas escarlatas, formando esferas perfectas a cada lado de su nariz. No puede persuadir a sus ojos para que se encuentren con los míos: le bailan en el aire por encima de mi hombro izquierdo.

    "¡Devuélvemela, ladrona!" Señalo a la mano criminal.

    "No la tengo".

    Ambos miramos el puño apretado durante un momento.

    Lentamente, con una mirada de incredulidad, Katie despliega los dedos.

    "Esa es mi exhibición favorita", le informo con mi voz más fría. Recupero mi botellita de su húmeda palma.

    "Es tan pequeña y bonita".

    "No es tuya, no te la puedes quedar".

    "No se lo digas a mi mami y a mi papi. Mi papá me matará."

    Mientras reflexiono sobre cómo castigarla, me doy cuenta de que habrá que tener en cuenta ciertos factores atenuantes relacionados con la escuela, de lo contrario, podría perder la protección de mi patio de recreo.

    "Eso depende", le digo.

    "¡Por favor, no se lo digas!" me suplica.

    "Puedo entender por qué lo has hecho, porque es muy bonita", comienzo con una voz comprensiva. Sus dientes blancos emergen de detrás de sus labios en una sonrisa cautelosa. "Pero no debes nunca quitarles cosas a tus amigas ni familiares".

    Por supuesto, será desterrada del número once de forma permanente a partir de ahora.

    "No era mi intención hacerlo".

    "¡Sí, lo era! ¡Decidiste cogerla!" Me alegro de no haberme sentido nunca tentada a contarle a Katie Nelson mi colección de bienes robados. Ella sería capaz de aprovecharse y devolverme el golpe en este momento. "No se lo diré a tu mamá ni a tu papá, pero solo si aceptas ayudarme con algo".

    Cuando termina su visita de treinta minutos, Katie ha leído en voz alta y firmado un contrato vinculante para seguir a mi hermana los lunes y miércoles entre las siete y las ocho de la noche para que yo pueda ver mis programas favoritos en la tele. Ella escribirá informes semanales, todos los jueves, detallando todo lo que ha visto. Sostiene el contrato enrollado con el brazo extendido en su mano izquierda mientras yo goteo cera escarlata en la costura y la sello con mi sello de antílope.

20 de diciembre, martes

    Helen ha dejado de escribir en su Diario Falso. Lleva completamente en blanco casi seis semanas. Esta es la señal más clara, pero está ocultando algo. Tendré que trabajar muy duro para eliminar el Diario Real y hacer que este lo cuente todo a los cuatro vientos.

    Busco pacientemente en su habitación otras pistas. Su cajón de ropa interior contiene pantalones elásticos con personajes de Disney descoloridos en los frentes. Las bragas que ha tenido desde que tenía seis o siete años se mezclan con sus adquisiciones más recientes, incluidas las bragas de Mr Men que vi cuando estaba en el baño.

23 de diciembre, viernes

    "¿Cómo está Helen?" Pregunta la Sra. Phillips. "Casi nunca la vemos estos días".

     casi nunca la ves, pienso para mis adentros mirando al señor Phillips para ver si parece culpable. Él está sentado sobre el brazo del sofá con el Radio Times, fingiendo inocencia al leer. Hay una foto de Margaret Thatcher en la página que él está estudiando. Localizaré esa página después de que se hayan ido y, cuando me acompañe a casa esta noche, probaré si conoce su contenido para ver si realmente la ha leído o no.

    "Ella siempre está fuera de casa en el pueblo, especialmente los lunes y miércoles por la noche", le digo a la Sra. Phillips, enunciando mis palabras con cuidado. Le observo a él por el rabillo del ojo en busca de una respuesta. "Ella no para de desaparecer. Nos resulta difícil echarle el ojo encima."

    "Por eso nunca la veo. Estoy en clases nocturnas los lunes y miércoles."

    La señora Phillips es tan espesa.

    "Vale, vamos. ¿Tienes todo lo que necesitas?" Él tira el Radio Times y la conduce a la cocina.

    Cierran la puerta trasera detrás de ellos, sellándome en su mundo.

    Todo este arreglo de cuidado de niños tiene varias ventajas y una seria desventaja en la que debo pensar detenidamente antes de decidir si continuar o no. Los pros son, ante todo: él siempre me acompaña al número once al final de la noche. Caminamos por el paseo, solo nosotros dos, en la oscuridad de la noche, nuestros brazos casi rozándose mientras los aparejos de los botes repican como campanas de iglesia en el arroyo. Anhelo que él se acerque y me toque, y casi lo hace en numerosas ocasiones. Lo mantengo hablando el mayor tiempo posible, entreteniéndolo con historias sobre la escuela o involucrándolo en conversaciones sobre cosas que he leído en Guardian o el Radio Times mientras cuido niños. Intento asegurarme de que la mayor parte de esto se lleve a cabo en la puerta del número once, para taladrarle los oídos a Helen en el piso de arriba.

    Una segunda ventaja es que me gusta ganar media libra la hora a cambio de ver televisión y explorar su casa.

    Solo hay un importante inconveniente. Mi cuidado de niños está fortaleciendo la relación del Sr. y la Sra. Phillips. No es posible que él ame a alguien tan fea y gorda como ella, pero he notado ciertos cambios sutiles en la forma en que se relacionan entre sí desde que comencé con mis deberes los viernes por la noche. Ella solía regañarle todo el tiempo, diciéndole «haz esto, haz lo otro, encuentra esto, encuentra lo otro». Ahora, sin embargo, cuando salen de la casa, ella a menudo le toma de la mano o se queda a su lado acariciándole la espalda.

    El Sr. y la Sra. Phillips siempre dejan la llave fuera de la cerradura en caso de que yo necesite ir al jardín trasero por algún motivo. Probablemente piensan que necesito salir a fumar cigarrillos, pero yo no fumo. No me gusta acercarme a esa puerta. Después del anochecer, tras los paneles de vidrio las sombras negras parpadean y se arrastran por el jardín, y sr oye el ruido de las gateras en las noches ventosas. Un pasillo estrecho corre por el costado de la casa hacia el camino y la calle más allá. He estado al acecho en el otro extremo de ese pasadizo innumerables veces, sintiendo las sombras arrastrándose sobre mí desde el jardín.

    Cada superficie del interior está llena de libros y revistas. Cojo un libro llamado Pura e Intacta de Barbara Cartland. La portada tiene una foto de un apuesto hombre inclinado hacia fuera de la cama y mirando a una chica inocente de cabello largo y castaño. La chica no sabe que la está mirando. El hombre no lleva pijama.

    Empiezo a leer la novela y me maravillo del rico lenguaje.

    Puede que me deje crecer el pelo un poco más.

    Apago las luces navideñas porque los colores intermitentes me dan dolor de cabeza. El libro es convincente, pero me obligo a dejarlo porque quiero concentrarme en mi investigación en curso de la casa.

    Cuando abro la tapa del escritorio en la sala de estar, las facturas, los recibos, los formularios en blanco y las cartas a medio escribir caen en cascada al suelo. Presa del pánico, las apilo en mis brazos sin tener idea del orden correcto, las empujo adentro y cierro la tapa: esta se abre un centímetro y resbalan trozos de papel por la rendija como lenguas preparándose para delatarme.

    El gato obeso me mira sin curiosidad desde su sitio en el sofá, luego baja la cabeza sobre las patas.

    Vuelvo a abrir la mesa con mucha más precaución. Esta vez, coloco con cuidado mi mano derecha por el hueco y sostengo todas las cosas en su sitio mientras abro la tapa con la mano izquierda.

    Todos los documentos sueltos que contiene parecen estar relacionados con el negocio de la tienda. Hay formularios de pedido, facturas e impresiones de proveedores. Cada vez que encuentro una carta escrita a mano o una tarjeta, la leo. Quiero saber más sobre él, sus gustos y disgustos, de dónde es, por qué diablos se casó con ella.

    La mayoría de las cartas son para la Sra. Phillips de alguien llamado Maggie en Australia. La letra de Maggie es muy limpia, aunque pone círculos en lugar de puntos en las íes. Rebecca dice que ese tipo de cosas es común. Nunca debemos poner círculos en nuestras íes. Un par de veces, ella se refiere a algunos problemas, pero no encuentro ninguna carta que explique a qué problemas se refiere.

    Entre el papeleo hay paquetes de fotografías. Hay cientos de fotografías de Samuel y el bebé George. Es una pena que no haya fotos de él a solas. Lo mejor que puedo encontrar es una instantánea en la que George está dormido en sus brazos, bien y abajo. Podré cortarle los hombros en línea recta, tirar al bebé y quedarme con la parte superior. Meto la foto entre una barra de Dairy Milk y un Twix en mi bolsa.

    En la parte de atrás del escritorio veo una fila de compartimentos. Con cuidado, busco en cada uno y saco el contenido. Entre todas las postales antiguas, hay algunas fotos sueltas. Miro una impresión descolorida en blanco y negro de una niña parada en una playa de arena en bragas, sosteniendo un cubo y una pala, sonriendo tímidamente a la cámara. Me pregunto si es la Sra. Phillips cuando era niña. Es extraño pensar que tenía el pelo oscuro de niña. Después de eso, hay una foto de una chica diferente, una criatura fea y rechoncha con cabello largo y pálido y una boca triste, en bikini y de pie junto a un caballo. Es mucho más probable que esta sea la Sra. Phillips.

    Me sorprende la tercera foto: se parece a mi hermana, empequeñecida por un elefante en el zoológico. Detrás de esta foto hay otra de la misma niña, esta vez en una piscina. Definitivamente no es la piscina de la ciudad.

    Las llevo al centro de la habitación, las sostengo bajo la luz principal y las examino de cerca. Esta chica ciertamente se parece a Helen. ¿Cómo podría él llevarla a ella a salidas especiales y no a mí?

    Simultáneamente, otro sentimiento surge inesperadamente y me hace estrechar los ojos. Esta es la primera prueba adecuada que he encontrado para demostrar que mi hermana se escapa en secreto con el señor Phillips.

    Cuando ambos regresan después de tres horas en el pub, estoy sentada en el sofá en el extremo opuesto del gato, leyendo el Radio Times. He pedido prestado Pura e Intacta: está en mi bolsa.

    Como de costumbre, la Sra. Phillips sube las escaleras para ver cómo están los niños, mientras él se planta en el pasillo, balanceándose de un lado a otro en silencio como un árbol.

    Evito cuidadosamente mirar hacia el buró para que no sospeche nada.

    Está más callado de lo habitual mientras caminamos por la carretera hacia el número once. Intento pensar en preguntas que pongan a prueba su conocimiento de esa página en el Radio Times, pero mi mente está demasiado ocupada pensando en las fotos de Helen.

    "Bueno, ¿a qué ha venido esa pequeña actuación de esta noche?" me pregunta de pronto agarrándome del brazo agresivamente.

    "¿Pequeña actuación?" Estoy demasiado sorprendida para saber qué decir. ¿Sabe que he tomado prestada una foto del buró?

    "Ya sabes de lo que estoy hablando". Empieza a imitar mi voz. "Siempre sale los lunes y miércoles por la noche, señora Phillips. ¿Por qué lo has dicho así? Ya estoy harto de todas tus insinuaciones, Lizzie. Si quieres acusar a alguien de algo, sal y dilo. Pero déjame advertirte algo. No podrás acusarme de nada."

    Me quedo callada. Nunca le había oído usar este tono de voz antes. Su aliento huele a cerveza. No estoy segura de cómo responder. Una cosa sé con certeza, no me interesaría mencionar mi expediente de pruebas sobre sus juegos con mi hermana.

    "Será mejor que olvides todas tus pequeñas sospechas".

    "Vale", le digo dócilmente.

    No puedo pensar en formas de mantenerle hablando en la puerta del número once esta noche.

    "Feliz Navidad", me dice y se aleja andando.

24 de diciembre, sábado

    El sistema de sonido de Katie se eleva desde el suelo de su dormitorio. ¡Ni siquiera es Navidad hasta mañana! Este estéreo es mucho mejor que el anterior, que no duró mucho antes de que se cayera a la planta de abajo cuando la señora Nelson estaba limpiando. Estamos escuchando Radio Uno, debatiendo qué temas nos gustan más. Katie me ha apostado cinco libras a que el número uno en las listas navideñas será "Only You" de Flying Pickets, y yo he comenzado a entrar en pánico cuando Dave Lee Travis especula sobre el Top Diez.

    Los altavoces miden un metro de alto y acechando en las esquinas de la habitación como los guardias de seguridad en las tiendas.

    "Te he traído un regalo de Navidad". Saco el regalo de la bolsa. "Pero es pequeñito".

    Este año he tenido especial cuidado en seleccionar y envolver los regalos de las personas. No iba a darle nada a Katie Nelson después de su intento de robo en mi cuarto. Aunque después de sopesar y medir bastante la evidencia, decidí buscar un regalo en el último minuto como agradecimiento por ayudarme en la escuela. Gracias a Katie, la pelota está de vuelta en mi cancha de tenis en la escuela, y ahí es donde pretendo mantenerla de ahora en adelante. Así que le compré un cinturón ancho de imitación de cuero blanco con una hebilla dorada. Para la Sra. Nelson elegí un juego de posavasos de mármol rosa. Cada posavasos pesa lo bastante como para permanecer sobre la mesa cuando la Sra. Nelson levante un vaso.

    No sabía qué regalarle a Rebecca, así que elegí una olla de porcelana y un platillo a juego decorado con campanillas. Para mi hermana, finalmente decidí comprar una caja de papel de escribir perfumado. Si realmente hubiera pagado por estos obsequios, el gran total habría sido la enorme cantidad de veintitrés libras y cincuenta y siete peniques.

    "Yo también te he traído algo". Katie sostiene un regalo envuelto en rojo, con dos rosetas de oro en miniatura en la parte superior.

    "Vamos a abrirlos".

    Cuando vemos lo que ha pasado, nos echamos a reír. Katie me ha dado un cinturón idéntico al que le he comprado yo, excepto que el mío es de color rosa pálido en lugar de blanco. Los mantenemos en el aire.

    "Podemos compartirlos", dice Katie, pero yo sé que eso no va a suceder.

25 de diciembre, domingo

    Mientras un huevo bordado tras otro se cae del papel de envolver casero, noto que mi hermana por fin ha perdido el control sobre la trama. Ha cosido todo un mundo de fieltro para nuestra madre. Cada huevo está bordado con una cara. Uno tiene ojos redondos, mejillas rojas, cabello castaño de lana y boca gruñona. Otro tiene cabello negro, boca triste y ojos verdes de lentejuelas.

    "¿Están destinados a ser personas que conocemos?" Rebecca frunce el ceño ante el rostro con gafas de montura gruesa y pelo gris, lo deja y coge otro. Se ríe. "Dios mío, este parece triste. ¿Es niño o niña?"

    "Nadie pacífico", responde Helen. Puedes ver que está orgullosa de su logro.

    "Específico", corrijo su pobre inglés.

    "Son preciosos". Rebecca recoge cada uno para una segunda vuelta de inspección. Está exagerando mucho sus elogios a mi hermana. "¿Quizás estos tristes necesitan un huevo dentro? ¡Entonces serán felices cabezas de huevo!"

    "¿Podemos darnos prisa, por favor?" Señalo la vieja tele de la esquina. "Quiero ver El Sonido de la Música".

    "No querrás ver esa basura", bufa Rebecca. Mi hermana le entrega un paquete plano y cuadrado. "¿Qué es esto, querida? ¿Otro regalo?"

    Mi regalo de Navidad de Helen es una maceta llena de tierra, pintada de amarillo brillante por fuera en un esfuerzo por hacer que el plástico parezca nuevo, y decorada con dibujos hechos a mano de las casas de nuestra calle. Al parecer, hay tres bulbos de narcisos plantados en el abono, llamados tit-a-tit, o algo así, y florecerán en la primavera. Se requiere cierta confianza para creer esta historia sobre los narcisos. Ella es tan baratera con sus caseros regalos de aficionada.

    "Un libro de recetas vegetarianas. No sabía que uno pudiera comprar este tipo de cosas."

    Cuando nuestra madre finalmente deja de complacer a mi hermana, me pide que vaya a buscar mi lote de regalos de debajo del árbol.

    Me muevo entre las bolas de papel arrugado y acerco los paquetes. Mi envoltorio parece muy profesional en comparación con el de ellos. He puesto una pequeña roseta dorada en la parte superior de cada regalo.

    "Por favor, ¿podéis intentar no romper el papel de regalo? Quiero guardarlo para el año que viene." Digo mientras me vuelvo a sentar en el sofá. Acaricio el ordenado montón de papel junto a mi asiento.

    Rebecca levanta la olla y el platillo de campanillas. "¡Gracias, querida, es preciosa! La pondré en la repisa de mi dormitorio." Deja mi regalo en el suelo y mira a Helen, que sostiene la caja de papel en la cara y la huele profundamente como un perro en la hierba. "¿Qué tienes ahí, Helen?"

    Puedo ver que a Rebecca no le ha gustado mi olla de campanillas azules. Una pequeña sección del platillo sobresale debajo del envoltorio de los regalos que le ha dado Helen.

    "¡Es increíble!" dice Helen oliendo y exhalando con una sonrisa angelical. "Huele esto, Lizzie. ¡Hermosas flores! ¡Como el verdadero olor de las fresias!"

    "Frisones", la corrijo.

    "Fresias", dice Rebecca mirándome y riendo. Ella siempre está del lado de Helen, incluso cuando Helen se equivoca.

    Al menos mi hermana se está esforzando por estar alegre hoy. No me sorprende que esté tan feliz porque consiguió un gran golpe al pavo este año al convencer a nuestra madre de que preparara una cena de Navidad sin carne. Rebecca dijo que cocinaría cualquier cosa que Helen quisiera, y se sentaron juntas discutiendo posibles platos durante horas, finalmente acordaron las chuletas de nueces para todos en lugar de carne. Veintidós millones de pavos mueren cada año en Navidad solo en Gran Bretaña.

    Personalmente, encuentro extremadamente irritante este exceso de indulgencia de mi hermana. En estos días, la felicidad de toda nuestra familia parece girar en torno a si Helen está de buen humor o de mal humor en un momento determinado del día.

    Rebecca me regala un radio reloj eléctrico para Navidad, le da a mi hermana algunos libros aburridos de jardinería y luego le entrega los regalos de papá. En lugar de regalos envueltos individualmente este año, él envió dos sobres dentro de un sobre más grande. Se puede ver en el matasellos que los envió desde la ciudad, pero no ha venido a vernos desde el incidente con Rebecca.

    "¡Snap!" Helen se ríe sosteniendo su tarjeta en una mano y su billete de diez libras en la otra. No solo nos ha dado el mismo regalo, sino que también nos ha dado la misma tarjeta, con un reno de nariz roja de dibujos animados en el frente.

    Disgustada, tiro mi tarjeta al suelo y enciendo la tele durante el resto de la película.

VI. Enero

5 de enero, jueves

    "¡Feliz año nuevo, señor Phillips! ¿Tiene buenos juegos de cartas o trucos para enseñarme?" He decidido atacar mientras el hierro está caliente y reparar el daño de nuestro último encuentro.

    Él golpea el mostrador con el lápiz y no mira hacia arriba. "Por desgracia, no conozco un solo truco de cartas, así que será mejor que corras ahora para que yo pueda cerrar la tienda".

    "¡Sí, lo conoce! ¡Yo sé que sí!"

    Él frunce el ceño.

    "Como cuando hace que la lista de la compra desaparezca y vuelva a aparecer en otro lugar".

    "Vale entonces, muy rápido". Suspira, pero sé que es solo un suspiro fingido. "Te leeré la palma. Dame tu mano. ¡Rápido! '

    Me río cuando él pasa mi mano por el mostrador, despliega mis dedos y toca mi palma. Esta es la segunda vez que me toca. Sus manos son suaves y cálidas.

    "¿Y qué le depara el futuro a la señorita Elizabeth Osborne?"

    Señala cada línea de mi mano y me dice que tengo mucho potencial oculto debajo de mi superficie. Voy a aprobar todos mis exámenes con gran éxito. Y voy a ser una belleza deslumbrante en unos años. Me alegro de que no mencione casarse o tener hijos. Sabe que para mí solo habrá un hombre. Dice que, por el contrario, él se convertirá en un anciano gruñón si no puede cerrar la tienda pronto y volver a la casa a tomar el té.

    Con el ceño fruncido, compro una barra de Mars y deambulo por la calle. No puedo entender por qué, cada vez que le doy la oportunidad, él se niega a pasar tiempo conmigo. Quizá sea por su timidez. Por la forma en que me trata sé que le gusto de verdad. Sabe que soy diferente a otras chicas de mi edad. No me habla mal. Nunca lo ha expresado abiertamente, pero definitivamente se siente atraído por todo mi potencial oculto. Estaremos especialmente conectados para siempre.

8 de enero, domingo

    Cuando yo era más joven, a la hora del baño, fingía ser una botella flotando en el arroyo. Mi cuerpo era la botella y mi cabeza era el tapón, mientras que yo era el mensaje enrollado en su interior.

10 de enero, martes

    Rebecca cierra la puerta al entrar en el número once, y toda la casa se estremece de alarma.

    "¡Lizzie! ¡Baja aquí inmediatamente!"

    Helen sale de su habitación. "¿Qué has hecho?" ella se encoge.

    Debe de haber algún error. Siempre recibo informes de progreso sobresalientes en las noches de padres. Mis profesores usan palabras como "inventiva" e "imaginativa" para describir mis numerosos talentos.

    Rebecca me lleva al estudio, empujándome por la espalda con la mano como una secuestradora. Da un portazo detrás de nosotras y luego irrumpe en lágrimas.

    "¿Qué es toda esta tontería sobre papá y el IRA?"

    Me siento terriblemente sorprendida. Necesito agrupar mis pensamientos lo más rápido posible.

    "¿Te has vuelto loca? ¿Cómo has podido contarles todas esas mentiras a tus profesores?" Ella niega con la cabeza y me mira como si yo fuese uno de los extraterrestres de El Retorno del Jedi. "¿Papá? ¿El IRA? ¿Tocar el violín en Londres? ¿Qué te pasa, Lizzie? No esperarás que la gente se crea esta basura, ¿verdad? ¿Cómo puedes hacer algo así justo cuando estamos tratando de salir de todo el lío con papá?"

    Mis profesores han traicionado mi confidencialidad. Nunca se lo perdonaré. Los maestros pueden perder sus empleos por comportamientos como este. Se supone que deben cuidar los intereses del niño, no contar historias y traicionar nuestra confianza.

    "Yo creo que sé de lo que estás hablando". Necesito usar todas mis habilidades, métodos y recursos esta noche.

    Con calma, miro a Rebecca directamente a los ojos y le explico que mis profesores deben de haber entendido mal algo que escribí el último trimestre. Con cuidado, muevo mis ojos hacia la izquierda, solo por una fracción de segundo, luego los devuelvo al rostro de mi madre. Explico que escuché un informe en el Noticiero de John Craven sobre una chica que era un genio musical y su padre fue víctima de las actividades del IRA. Escribí un resumen de ese informe de noticias para mi ensayo.

    "¡Tonterías!" me grita. ¡Tus profesores no son estúpidos! ¿Por qué pensó tu profesora de inglés que estabas hablando de nosotros? ¡Venga! Admite que has mentido para poder decidir lo que hacer."

    "Sé exactamente cómo ha sucedido esto", le digo, "y en parte es culpa mía. Cuando nuestra maestra nos dijo que escribiéramos un ensayo sobre «Mis vacaciones de verano» yo escribí mi artículo sobre esa niña y el IRA."

    "¿Crees que nací ayer?" grita Rebecca con rudeza. "¿Por qué no pudiste escribir Tus Vacaciones de Verano como todos los demás niños de tu clase?"

    Me mantengo firme. "Todos los demás niños de mi clase se fueron de vacaciones a bonitos complejos turísticos." Estiro mi mente y busco algún detalle. Necesito ser lo más preciso posible para que suene cierto. Le digo que nuestra maestra dijo que sonaba como si todo el mundo estuviera abarrotado en nuestro salón de clases preguntando cómo deletrear nombres de lugares como Borgoña, Lambrusco, Curazao, Cinzano, Smirnoff y Laphroaig. Todos tenían material para sus ensayos, mientras que en nuestra familia nunca vamos a ningún lado de vacaciones. Siempre nos quedamos en casa.

    A lo largo de mi discurso, Rebecca continúa frunciendo el ceño y negando con la cabeza. Siento como si su cara estuviese interrumpiendo mi flujo de palabras con un largo y silencioso «No».

    "Quiero creerte, Lizzie", me dice cuando termino, "pero muy poco de lo que has dicho encaja".

    Ella insiste en que le escriba una disculpa a nuestra maestra y me hace prometer que nunca más volveré a mentir.

    Lo prometo.

    Sé que Helen ha estado escuchando desde lo alto de las escaleras porque escucho ruidos de apresuramiento y arañazos cuando llego a la puerta del estudio.

    De repente, cuando me marcho, Rebecca dice: "Acéptalo sin más, Lizzie. Tu padre se alejó de todas nosotras."

    Me detengo en seco. No quiero que hable de mi papá. Lo que dice es completamente falso. Se alejó de Rebecca y de Helen, no de mí. Si ella piensa lo contrario, entonces hay dos mentirosos en el número once esta noche.

    Luego dice, con voz temblorosa que se desvanece en un hipo al final: "Yo soy tu mamá y tu papá, ahora. Tendrás que conformarte conmigo"

    Me niego a responder. No tengo nada que aportar, especialmente después de acusarme de haber mentido y luego sacado el tema de papá a la conversación para manipularme.

13 de enero, viernes

    Una torre de folletos que anuncian escapadas de fin de semana en ciudades europeas se ha estado acumulando en su mesa de café desde el Año Nuevo. Bajo el sonido de la televisión y examino los nuevos destinos para llegar a su sala de estar. ¿Van a elegir Venecia o Dublín, Ámsterdam o Bonn, París o Madrid?, me pregunto hojeando cada satinada publicación y maravillándome de los deliciosos adjetivos que se usan para plantar cada ciudad en la imaginación del lector.

    Él ya no me acompaña a casa después de cuidar a los niños. La Sra. Phillips lo hace.

    "Por cierto", dijo ella casualmente mientras yo me ponía el abrigo esta noche. "Supongo que no has visto nuestro pisapapeles de diente de león por ahí, ¿verdad?"

    "¿Pisapapeles?" Mi voz suena auténtica porque estoy realmente sorprendida de descubrir que el tapón de diente de león es en realidad un pisapapeles. Si es así, lo usaré para sujetar mis hojas de caligrafía.

    "Sammy debe de haberlo escondido en alguna parte". Ella suspira. “Mi hermana me lo dio antes de irse a Australia. Valor sentimental ..."

    Voy a dejar de cuidar niños muy pronto.

18 de enero, miércoles

    Quiero poder hacer más que copiar. Necesito crear oraciones completamente nuevas en su escritura. Antes de que aprendiera la escritura conjunta, era fácil escribir "H-e-l-en" en las paredes, pero ahora la escritura de mi hermana es realmente difícil porque a veces garabatea y otras veces escribe con prolijidad. A veces sus letras se inclinan hacia adelante, a veces se inclinan hacia atrás, balanceándose de un lado a otro, pateando sus extremidades en todas direcciones. También usa abreviaturas ilegibles, tejiendo su propia gramática distintiva en cada oración.

    Desde que me embarqué en este proyecto hace unas semanas, he empezado a comprender que no debo centrarme únicamente en aprender a reproducir la forma de cada letra, como trataba de hacer al principio. Esto no es caligrafía, donde la belleza de cada letra es el fin en sí misma. A pesar de que la idea me repugna, debo permitir que la letra de mi hermana se me pegue, se asimile. Si voy a pasar de la mera copia a la creación de nuevo material, entonces debo permitir que su escritura entre en mi piel. He comenzado a comprender que una copia perfecta no es simplemente un acto de perfecta imitación. Implica algo adicional, algo vivo y creativo, como tragarse la saliva de otra persona.

    La punta de mi lengua ha desarrollado pequeñas ampollas al sondear la parte posterior de mis dientes todo el día. Hoy es uno de los pocos días de esta semana en que el viento no ha llevado el hedor de la fábrica de huesos al pueblo.

    Rebecca llega a casa poco después de las seis, me saluda distraídamente, se sirve un vaso de zumo de fruta y enciende el horno.

    Los Nelson están de vacaciones de invierno durante diez días en las Seychelles. Lo reservaron con poca antelación a través de Lunn Poly en la ciudad. Llevan allí una semana ya.

    Katie se está tomando un tiempo fuera de la escuela. Yo también.

    La piel de la Sra. Nelson se puso naranja brillante antes de que se fueran. Ella quería llegar al complejo con un bronceado de aspecto saludable, me dijo, por lo que trató de crear capas de color natural con un tinte para la piel que vio anunciado en Cosmo. Pero salió mal. No podía ver la escritura en la botella porque era demasiado pequeña y cree que la aplicó en exceso. Quitó el brillo del color frotando bolsitas de té usadas en su piel. Dijo que quería la cantidad justa de bronceado para seguir pareciendo europea.

    Ojalá los Nelson me hubieran llevado de vacaciones con ellos.

    Las gafas con montura de plástico de nuestra madre están manchados con huellas dactilares por donde las ha estado subiendo por la nariz todo el día. Ella apenas me mira. De todos modos, si lo hiciera, solo vería una mancha grasienta flotando en la cocina al otro lado de su mundo.

    "¿Dónde he puesto esas empanadas de verduras?" Hurga en una bolsa de plástico.

    Desde que los Nelson se fueron de vacaciones, he empezado a servirme un trago a las cinco en punto, como la señora Nelson. Pero desde el reciente endurecimiento de las leyes de licencias, el propietario de la calle se ha negado a servirme alcohol, así que lo único que tengo para elegir es la vieja colección de whiskies de malta de mi padre en la parte de atrás de la alacena. Rebecca no las tiró cuando limpió el resto de sus cosas. Aunque me gustan las botellas de whisky de mi papá porque las etiquetas y los cuellos tienen un rastro de su olor almizclado, prefiero las bebidas que la Sra. Nelson hace para mí, especialmente los cócteles, aunque Talisker mezclado con coca cola y una pizca de zumo de limón también está muy bueno, me recubren los dientes de un dulzor pegajoso.

    Durante los primeros días, cada sorbo de whisky me quemaba la garganta y me ardía el interior de las mejillas, pero me he acostumbrado a la sensación de la bebida descendiendo por mi cuello como una flecha apuntando hacia mi cintura. Me hace sentir viva por dentro, aunque una o dos veces esta semana también me ha hecho sentir al borde de las lágrimas. No sé por qué, pero creo que esto se debe a que extraño mucho a la Sra. Nelson.

    No me gusta Laphroaig.

    Ardbeg es bastante agradable.

    Bowmore está bien, suave y dulce.

    "Chin-chin", digo, sentada en mi habitación con la espalda presionada contra el radiador, levantando mi copa hacia los amigos ausentes.

    Cuando termino mi copa, lavo y seco el vaso y lo vuelvo a colocar en el armario para que nadie se dé cuenta. Mis fosas nasales y mi garganta estarán plagadas de sabores a turba durante el resto de la noche.

    "Pon las empanadas en el horno cuando esté caliente, ¿quieres, querida?, y haz una buena ensalada de col," dice mi madre encendiendo un cigarrillo. Mueve la mano en el aire como una marioneta y desaparece por el pasillo hacia el estudio, dejando un codo de humo en la cocina detrás de ella.

    Rebecca necesita silencio total para escribir su libro en las próximas semanas. Ella dice que su investigación ha llegado a una etapa crucial. Este año terminará el libro. Es su resolución de año nuevo. Se decidió por el subtítulo, pero aún no por el título. El subtítulo será "Una apreciación de la poesía de la naturaleza eduardiana". Ella dice que sus poetas son trágicamente subestimados por las generaciones actuales de académicos. Estos académicos son elitistas que privilegiaban el modernismo por encima de la literatura de clase media. Lamentablemente, forman la mayoría entre sus colegas. Ella dice que su libro rectificará este estado de cosas y cambiará su limitada perspectiva.

    Cuando habla así en la mesa, Helen y yo nos miramos con satisfacción y ponemos los ojos en blanco, sofocando los bostezos burlones. En esos momentos siento que casi podría gustarme mi hermana.

    Sin embargo, no es gracioso cuando Rebecca decide decir estas cosas en público. Suena tan pomposa que yo me alejo avergonzada. Cuanto más tiempo está allí, más me alejo, paso a paso, tratando de borrar el sonido de su voz. Siempre que alguien la saluda en el supermercado o la detiene en la calle para preguntar cómo estamos, ella les habla de su investigación. La gente pregunta cómo está, cómo estamos nosotras, si todo va bien en el número once, y ella empieza a hablar de su estúpido libro. Ella debería responder sin más a sus preguntas y podríamos continuar con nuestras compras e irnos a casa.

    Nuestra madre podría aprender un par de cosas de la Sra. Nelson.

    La Sra. Nelson dice que los libros son malos para la vista. Causan dolores de cabeza y le dan un tic nervioso. Los libros con letra pequeña provocan arrugas prematuras y miopía, lo que es especialmente desagradable para las niñas porque las gafas les quedan muy poco atractivas. Estoy de acuerdo: solo mira a Rebecca. La Sra. Nelson sabe de una niña en la clase de Katie en la escuela que tuvo ataques epilépticos y se puso bizca porque leía demasiados libros antes de acostarse. Y Katie solo está en el primer año.

    "Las señoritas deben irse a dormir por la noche", dice la Sra. Nelson. "Tener bonitos sueños y despertar hermosas por la mañana".

    Las empanadas están perfectamente cocidas bajo mi cuidadosa supervisión. Las distribuyo en tres platos, coloco matas de repollo rallado y tomate picado alrededor de cada una y llamo a mi madre y a Helen a la mesa.

    Nadie habla. Los ojos de nuestra madre corren detrás de sus nubladas lentes, persiguiendo pensamientos en el aire de la cocina.

    Helen se mordisquea las uñas en lugar de su comida y mira fijamente la mesa.

    Yo me siento en silencio, mirando de una a la otra. Apuesto a que la casa de los Nelson es ruidosa a la hora de las comidas, llena de charlas y sonido de cuchillos y tenedores limpiando los platos. Me termino la empanada y mordisqueo las costras secas.

    Mi hermana se ha comido dos bocados de ensalada.

    "¿No quieres eso?" Pregunto mirando su empanada sin tocar.

    Sin responder, ella se pone de pie y abandona la mesa, dirigiéndose hacia la puerta principal.

    Me la imagino agarrando su bicicleta de montaña de las barandillas delanteras y pedaleando por la carretera. No puedo quedarme sentada aquí mientras mi hermana desaparece de nuevo. "Creo que iré a ver si Katie ha vuelto de las vacaciones", le digo a Rebecca y me levanto rápidamente.

    "No llegues tarde, querida", dice nuestra madre con un suspiro.

    Salgo corriendo. En la puerta, miro a izquierda y derecha para asegurarme de que nadie esté mirando antes de correr hacia la tienda.

20 de enero, viernes

    La señora Phillips irrumpe por la puerta. Con las mejillas rosadas y una voz llena de risas emocionadas, anuncia que han decidido ir a París para pasar un largo fin de semana de San Valentín.

    Ella lo llama Gay Parry y le rodea a él la cintura con el brazo.

    "Los niños lo pasarán bien", digo maravillándome de sus pecas. Parece como si alguien le hubiese estornudado encima. Al menos ha perdido su aspecto hinchado desde Navidad. Supongo que ha estado a dieta.

    "No nos los llevamos con nosotros", dice ella efusivamente, mirándole a él con embriagada adoración. "Dejamos a Sammy y a George con mi madre, para poder cerrar la tienda y pasar un buen rato desde el viernes hasta el martes de San Valentín".

    Su voz está llena de insinuaciones desagradables cuando dice "buen rato".

    "Solo es una oportunidad para visitar las galerías y alejarse de los niños". El señor Phillips se mueve inquieto de un pie a otro.

    La Sra. Phillips le acaricia el brazo, estirando sus labios hacia él en lo que claramente ella imagina que es un puchero seductor, luego hurga ruidosamente en su bolso para encontrar dinero y pagarme la noche.

    Yo estoy lívida. Meses de esfuerzo concentrado tirados por el desagüe si no están aquí el Día de San Valentín.

    "¿Qué pasa con la tienda?" Adopto un tono incrédulo. "¿No os preocupa cerrarla durante tantos días?"

    "¡Cerrada hasta el martes!" cacarea ella.

    Mi muñeco vudú ha tenido el efecto contrario al deseado.

    "La gente sobrevivirá", dice él con rudeza. “No hacemos exactamente un gran negocio. Eso podría hacer que nos aprecien un poco más si cerramos unos días."

    En nuestro camino de regreso al número once, ella charla incesantemente sobre sus vacaciones de San Valentín. Me excuso rápidamente cuando llegamos a la puerta principal.

    No puedo dormir. Me muevo inquieta en la cama parpadeando ante las sombras en el techo, tratando de averiguar cómo ajustar mi plan para incorporar su ausencia justo cuando se supone que deben estar en el pueblo.

VII. Febrero

4 de febrero, sábado

    La tos de Helen ha comenzado a ponerme de los nervios. Las dos estamos de pie una al lado de la otra sobre la alfombra en el estudio de nuestra madre, balanceándonos suavemente. Según mi reloj Swatch llevamos aquí una hora cuarenta y siete minutos precisamente. No podemos hablar ni movernos de este lugar hasta que una de nosotras confiese. Helen está desesperada por ir al baño, pero nuestra madre no nos deja salir de la habitación.

    Otro billete de diez libras ha desaparecido de la lata para gastos de limpieza.

    Rebecca tamborilea con los dedos en el brazo de la silla. Fuma cigarrillo tras cigarrillo, observándonos atentamente. Cada cinco minutos grita: "¡Reconocedlo! ¿Quién lo ha cogido?"

    Las líneas verticales de su frente parecen haber sido dibujadas con una regla.

    Yo tengo más fuerza de voluntad que ellas dos.

    Hace una media hora, Rebecca trató de apelar al sentido de injusticia de la parte inocente al estar cautiva así junto a la parte culpable, pero la parte inocente sabe lo que le pasaría a ella si caía en ese tipo de trampa.

    Mi bata apesta a humo. Así confinada al menos puedo vigilar a mi hermana.

    La determinación de Helen comienza a desmoronarse después de dos horas. Inquieta y gimiendo, dice que se va a orinar encima y pide ir al baño.

    No tengo idea de lo que hará mi hermana a continuación. Tengo tanta curiosidad como cualquier otra persona.

    Rebecca cambia de posición en la silla. "No hasta que me digas quién cogió el dinero. Tú sabes quién fue, y yo tengo una muy buena idea. Sólo dímelo. ¡No te hagas pis en mi alfombra!"

    Rodillas temblando, mi hermana reconoce el crimen.

    Arriba-abajo, arriba-abajo va la zapatilla de nuestra madre en el trasero de mi hermana. Ella aún no ha ido al baño.

    Siento un poco de pena por Helen. Tiene que devolver el dinero de su cuenta de ahorros de la Oficina Postal.

7 de febrero, martes

    "Quedaos fuera hasta que ella haga sus cosas, chicas. ¡No dejéis que nadie os pille si hacéis un ya sabéis qué en la acera!" La Sra. Nelson nos agita un vaso. La densa bebida líquida de color naranja se derrama peligrosamente cerca del borde y los cubitos de hielo golpean contra el costado del vaso. "¡Ponte el abrigo, Katie!"

    "Vamos carretera arriba, no abajo, para poder espiar por la ventana de la tienda", susurra Katie mientras nos colocamos en la parte superior del camino, iluminadas por el reflector, mirando a izquierda y derecha en la helada llovizna.

    Katie no ha dejado de hacer preguntas desde el momento en que los vimos bailando Flamingo. Ninguno de los dos ha visto nada desde entonces, y los informes semanales de Katie no contienen ningún avistamiento. Sin embargo, ella no quiere callarse lo del baile del flamenco y plantea todo tipo de preguntas imposibles que se pierden en la niebla. El otro día me preguntó por qué el señor Phillips quiere jugar con Helen cuando tiene sus propios hijos. ¿Por qué no puede jugar con ellos en su lugar? Yo le dije que es porque él solo tiene niños. Siempre ha querido una chica. En otra ocasión me preguntó por qué, si son amigas tan cercanas, Helen nunca menciona sus juegos. Yo sabía la respuesta a esa pregunta, pero no se la dije a Katie Nelson: porque Helen no quiere compartirle conmigo.

    Ojalá nunca hubiera dejado que Katie Nelson viniera a observarles conmigo, y lamento haberle pedido que escribiera esos informes semanales. Sospecho que ella no se escondió bien cuando la envié por la carretera por primera vez y la vieron. Como resultado, Helen y él han pasado a la clandestinidad.

    "No es espiar", insisto mientras ella lucha por abrocharse cada botón de su abrigo. "Es recopilar información. El caso es que no veremos nada esta noche. Helen solo sube allí los lunes y miércoles."

    "Pero ella ya no sube allí, ni siquiera los lunes y miércoles".

    Katie es demasiado inmadura para ser verdadera amiga mía. Parece pensar que el Sr. Phillips es un divertido pez de colores brillantes iluminado detrás del escaparate, revoloteando de un lado a otro para nuestro entretenimiento personal.

    Salimos por la carretera. Los rayos de luz se derraman por las grietas de las cortinas de la gente y destellan en los charcos.

    El perro tiene una correa que se extiende diez metros. Conociendo la longitud de su libertad, por lo general trota a una distancia de exactamente diez metros, tirando de la cuerda como una cometa en la brisa. Felizmente fuera de su alcance, zigzaguea por la carretera, se enreda alrededor de los árboles y se sumerge en los jardines delanteros de las personas para tumbarse en sus caminos y césped.

    En las raras ocasiones en que acepto sujetar la correa, como ahora, mientras Katie se abrocha el abrigo, mantengo la correa del perro enrollada a nivel de la asfixia y mi dedo firmemente presionado en el seguro. El perro se tambalea hacia adelante, hace arcadas, da marcha atrás, se tambalea hacia adelante, se ahoga, se detiene abruptamente, se tambalea hacia adelante, hace arcadas, se sienta en la carretera mojada, levanta la vista hacia mí.

    Katie salta hasta la tienda y se asoma.

    "No hay nadie". Suena un poco aliviada. "Como siempre".

    Le entrego la correa y el terrier se aleja resoplando. Nos encogemos de hombros bajo la lluvia. Katie trata de no pisar ningún charco porque lleva puestas sus nuevas Nike, pero es difícil ver el pavimento con esta luz.

    Damos la vuelta antes de llegar al cementerio y el perro galopa adelante, rumbo a casa, con la etiqueta con su nombre tintineando en el cuello.

    "Veamos un video cuando entremos", sugiere Katie. "¿Qué tal el Mago de Oz?"

    "Probablemente primero tendré una charla rápida con tu madre", respondo presionando mi lengua contra la parte posterior de mis dientes y aspirando, pensando en cómo el líquido se adhiere como una manta azucarada al costado del vaso de cristal de la Sra. Nelson esta noche.

    De pronto el terrier se detiene en seco y se queda inmóvil, con la nariz pegada a la puerta del jardín. La correa se vuelve cada vez más corta a medida que nos acercamos.

    "¡Trixy!" llama Katie nerviosa. "¡Vamos!"

    El perro no mueve un músculo. Katie le da un fuerte tirón a la correa, pero las patas del terrier permanecen rígidamente fijadas al lugar.

    A un metro de distancia, vemos lo que Trixy está mirando.

    Al otro lado de una puerta de listones de madera, un enorme Rottweiler se encuentra en un camino oscuro, mirando en silencio a Trixy con ojos como lúgubres focos. El perrillo mira paralizado a la cara del perrazo. Depredatorio y silencioso, el perrazo no nos hace caso para nada: solo tiene ojos para el terrier.

    "¡Vamos!" Katie tira de la correa. El hechizo está roto.

    En silencio, mientras lo llevan a rastas, Trixy olisquea la hierba junto a la puerta del perrazo.

10 de febrero, viernes

    No me sorprende que Helen esté de mal humor en la cena esta noche porque hace dos horas, el Sr. y la Sra. Phillips se fueron juntos en coche hacia la niebla.

    Dos cajas de plástico rotas se encuentran fuera de la puerta de la tienda, abandonadas en el frío hasta el martes. Todo en los estantes parece estancado cuando miras por las persianas. Casi se puede oler la luz rancia cuando esta cae a través de los estantes.

    Hasta ayer, yo tampoco me sentía particularmente feliz por la situación, pero no había nada que pudiera hacer para evitar que se fueran. Luché por pensar en formas de retrasarles. Dada la forma en que su gato deambula por la tienda rociando las verduras, pensé en redactar una carta con la máquina de escribir de Rebecca diciendo que un equipo de expertos del Ayuntamiento vendría para una inspección sanitaria obligatoria el lunes, pero no pude pasar de la primera oración en cualquiera de mis borradores. A continuación, escribí una carta a la Sra. Phillips desde la Clínica de Bebés que contenía una citación urgente para una cita el lunes por la mañana. En ausencia de papel con membrete, escribí la carta en una de las fichas en blanco de Rebecca. Estaba muy descontenta con el resultado de este experimento porque no podía dar un solo detalle sobre la clínica, ni siquiera su ubicación.

    Al final, ajusté mis arreglos y elaboré un plan revisado para tener en cuenta la situación. Ahora creo que la ausencia de ambos funcionará a mi favor porque me da más tiempo. En lugar de tener que enviar la tarjeta de San Valentín el sábado por Royal Mail, podré entregarla en persona, en mano, mañana. ¡Por mujer real! Y en caso de que él llegue primero a la tarjeta, la abra y trate de esconderla o destruirla antes de que la Sra. Phillips la vea, me tomaré mi tiempo mañana y enviaré algunos artículos adicionales en la casa también. .

    Con el acercamiento de sus vacaciones, un bulto amargo se ha estado formando en mi estómago, haciéndose más grande, extendiéndose por mi cuerpo, pesando en mis brazos y piernas como cemento, sellando mis pulmones.

    Todas las noches me acuesto en la cama jadeando en busca de aire como un pez varado en el malecón. No puedo pensar en nada más que sus manos, sus dedos extendidos en la oscuridad.

    Algo me está sofocando.

    Durante todas estas semanas he estado al acecho en las sombras. No puedo esperar más en la oscuridad. Necesito captar un puñado de hechos, agruparlos y no soltarlos por mucho que luchen.

12 de febrero, domingo

    Localizar el cobertizo del jardín es complicado sin una linterna, pero no puedo arriesgarme a que me vean los vecinos. Como están las cosas, creo haber visto una cortinilla moverse cuando choqué con el cubo de basura en la esquina del edificio.

    El jardín es caótico: tropiezo con tarros de terracota y me golpeo la frente con la punta del tendedero. Finalmente en el cobertizo, busco a tientas el cerrojo y abro la puerta. La llave de repuesto es fácil de encontrar y cuelga de un clavo justo dentro de la puerta.

    Cuando cierro la puerta del cobertizo, algo vivo y pesado me roza la pierna en la oscuridad y casi grito. Luego aquello maúlla y ronronea.

    La presión detrás de mis ojos se intensifica.

    Busco a tientas el ojo de la cerradura y giro la llave. Mientras tanto, me miro con incredulidad. Veo mis dedos con la llave, mi brazo extendiéndose hacia el picaporte, pero no consigo sentirme responsable de ninguna de estas acciones.

    Me guardo la llave en el bolsillo de los vaqueros.

    Nunca he estado en esta casa sin los niños arriba. Aparte de ese incidente con Samuel, los chicos siempre duermen profundamente cuando estoy aquí. Toda la casa respira con ellos por la noche, dando forma al aire, entrando y saliendo en una suave corriente. Siento su presencia en todas las habitaciones, arriba y abajo. Cuando estoy hurgando en el buró o husmeando en los desordenados huecos de los armarios y cajones, escucho estornudos, crujir de ropa de cama, toses, breves gemidos.

    Ahora me siento como un fantasma. No tengo lugar aqui. No soy nada aquí.

    Entrando en la cocina, ojos adaptándose a la penumbra, siento un escalofrío en el estómago, pero no puedo entender si es placer o terror. Estoy respirando aire robado. Ningún objeto que haya tomado, no importa lo valioso o precioso que sea para su dueño, puede competir con esta sensación.

    La cocina apesta a comida para gatos. Me acerco de puntillas a la ventana y cierro las cortinas. Luego enciendo las luces y echo un vistazo a mi alrededor.

    El suelo está lleno de cuencos llenos de carne de gato y comida seca, suficiente para una semana. Pero la obesa criatura en blanco y negro está más interesada en mí que en la comida del suelo. Se amontona alrededor de mis pies, ronroneando, maullando, empujando mis tobillos y pantorrillas con sus mejillas. Quizá me reconoce. Quizá cree que tengo un lugar aquí después de todo.

    La familia ha estado fuera desde anoche, pero el olor de su comida todavía persiste en la cocina. Por encima del hedor a comida para gatos, percibo un aroma picante que es completamente ajeno a nuestra cocina en el número once.

    Dos extraviados libros para niños yacen sobre la mesa con las páginas abiertas. Un oso de peluche me mira desde el aparador. En el aparador hay frascos medio vacíos de comida para bebés, con cucharas de plástico sobresaliendo esperanzadas. Estos objetos parecen absurdos en ausencia de sus dueños.

    Me muevo por las escaleras de la casa, abro puertas, cierro cortinas y enciendo luces. Todo el lugar está cargado de olor a pañal. Las habitaciones están llenas de gotelé en patrones erráticos. En el vestíbulo y el salón, todas las superficies están sembradas de juguetes para niños. Pobre señor Phillips. ¿Cómo aguanta este hedor, este lío? Paquetes de Pampers del tamaño de un parachoques y galletas a medio masticar ensucian las alfombras. Rescato uno de sus discos de la asfixia por un cojín de seda manchado en el suelo.

    Abro la puerta que comunica con la tienda y la sostengo con la cuña de cartón doblado que usan como tope. Las cartas yacen desordenadas sobre el felpudo de "Bienvenidos". Cada vez que pasa un automóvil, las tristes entrañas de la tienda se iluminan a través de las persianas con un destello momentáneo.

    Antes de dejar el número once esta noche, he metido la tarjeta de San Valentín en la parte de atrás de mis vaqueros. Los bordes de la tarjeta me muerden directamente el trasero. Los bolsillos de mi abrigo están abultados con los otros artículos.

    Tiro del sobre y lo extraigo. La tarjeta está ligeramente abollada, pero pronto se endereza cuando la doblo de un lado a otro.

    Durante una pausa entre coches, avanzo y coloco mi tarjeta encima de todas las demás cartas. Con esta luz, mi sobre brillante se ve gris, pero cuando lo vea el martes palpitará con un rosa romántico, lleno de besos y las letras arremolinadas formando su hermoso nombre. El sobre la llamará desde el felpudo. Le abrirá el apetito como glaseado brillante encima de un pastel.

    La tarjeta tiene la imagen de un osito que dice "Sé Mi San Valentín". Era bastante cara a noventa y nueve peniques, pero tuve que comprar esta porque todas las demás tenían poemas tontos dentro, como "Dulce amor, haces que mi corazón lata de verdad, prometo no separarme nunca de ti". Quería un claro espacio en blanco para insertar mis líneas.

    No estaba mintiendo cuando escribí en la tarjeta que le amo. Que pienso en él constantemente. Que me casaré con él. Estas frases fueron fáciles de componer. Escribí todo el mensaje con la letra de mi hermana y lo firmé con una H. Declaraciones serias como estas de una niña de diez años definitivamente le asustarán y pondrán fin a sus tontos juegos. La parte más difícil de la tarjeta vino cuando traté de pensar en cosas sucias para sorprender al Sr. Phillips y a la Sra. Phillips, para realmente disuadirlos de mi hermana. Me senté durante horas con la mente completamente en blanco. Inserté algunas frases sobre besos franceses y caricias fuertes que recordé que Esas Tres Chicas decían cuando me seguían por la escuela. Finalmente recordé el repugnante libro de dibujos animados japoneses de Rebecca. Bajé al estudio y me obligué a mirarlo durante unos minutos. Después de eso, escribí una detallada descripción inspirada en las imágenes. Esto gastó hasta el último gramo de mi energía y me fui a la cama.

    Mi tarjeta está diseñada para dar a dos pájaros en la cabeza con el mismo tiro. Primero, obligará al Sr. Phillips a detener su favoritismo fuera de lugar hacia mi hermana al hacer que parezca que ella está enamorada de él. Cuando se dé cuenta de que ella quiere mucho más que esos juegos infantiles, él no solo se alejará de ella de forma permanente, sino que se verá obligado a terminar su conexión. El segundo pájaro es la Sra. Phillips, que leerá la tarjeta y pensará que mi hermana y el Sr. Phillips han estado haciendo cosas sucias juntos. Es imposible que ella se quede con él después de eso. De esta manera, la tarjeta de San Valentín actuará como catalizador, acelerando las cosas, ayudándome a eliminar a mi hermana y a deshacerme de la Sra. Phillips.

    Cierro la puerta de la tienda, camino de regreso a la casa y subo las escaleras, seguida del gato.

    Siempre que cuido niños, evito usar el baño de arriba porque no quiero despertarles. Es la única habitación que no he explorado correctamente.

    El armario con espejos contiene varios objetos de aspecto extraño, incluido un disco de goma cóncavo del color de la carne y del tamaño de una pequeña medusa. Lo pincho con el dedo y lo huelo, pero no puedo averiguar para qué sirve. Otras cosas que reconozco del baño de los Nelson, como la brocha de afeitar, la loción para después del afeitado y la maquinilla de afeitar para cortar el pelo de la nariz de los hombres. Mi cerebro palpita de incredulidad cuando veo todos los paquetes de condones. No puedo imaginar al Sr. Phillips necesitando cosas tan sucias. Tomando el imperdible de la cremallera rota de mis vaqueros, hago cuidadosamente un agujero en cada paquete cuadrado.

    Cuando enciendo la lámpara de noche en la habitación del Sr. y la Sra. Phillips, el brillo de un cuenco de vidrio de borde ancho me llama la atención en el tocador. Está lleno de pot pourri que emite un fuerte olor afrutado. Por primera vez me doy cuenta de que la sombra del vidrio es sólida, no transparente. A la luz de la lámpara, la sombra parece tener más sustancia que el vidrio. En la parte superior de los pétalos y capullos sueltos y secos en el recipiente de vidrio, un lagarto de alambre se sienta solo con la cabeza alerta, listo para correr.

    Rápidamente, busco en los bolsillos de mi abrigo y extraigo los dos artículos que traje de la habitación de Helen. Los dejo uno al lado del otro sobre la colcha. Tomando primero las bragas Mr Men de Helen, busco un lugar adecuado. Necesito colocarlos en un lugar que parezca lo suficientemente sutil como para sugerir que accidentalmente las olvidó durante una visita secreta, pero lo bastante visible para que la Sra. Phillips las descubra. Las amontono y las guardo en la punta de una zapatilla de mujer dentro del armario de pino.

    Justo cuando estoy arrodillada junto a la cama contemplando dónde poner la página que arranqué del Falso Diario, una puerta se cierra de golpe en la planta baja. Me congelo. Mi otra mano se estira y apaga la lámpara. Mis oídos comienzan a rugir. Mi cuerpo cae a plomo junto a la cama.

    Las voces de la planta baja están ahogadas, pero puedo escuchar a la Sra. Phillips decir, una y otra vez: "La cerré. ¡Lo hice, la cerré!"

    "Quizá te olvidaste con la prisa".

    "No. ¡La cerré!"

    A medida que mi mareo desaparece, trato de meterme en el estrecho espacio debajo de la cama. Apretada hasta quedar plano, avanzo lentamente por el suelo como un pez de esos que se alimenta del suelo. Apuntando a la pared del fondo, retiro lentamente cada rastro de mí misma hacia el escondite más oscuro.

    Sus voces se vuelven más nítidas. Están al pie de las escaleras. El gato maúlla en la parte superior.

    "¿Por qué están encendidas las luces?" Su voz es aguda, casi gritando. "¿Hay alguien aquí? ¿Por qué está el gato aquí arriba? Lo encerré dentro de la cocina"

    "No hay signos de allanamiento".

    Ella medio susurra, "Sube tú las escaleras. ¡Yo no voy a subir allí!"

    "Dame la maleta. La pondré en la habitación y echaré un vistazo."

    Diré que me persigue una banda criminal y que esta es mi casa segura. Diré que soy la hija secreta del Sr. Phillips y él me deja quedarme aquí cuando ellos no están. Diré que dejé una tarea importante aquí mientras cuidaba a los niños y que volví a buscarla.

    "¡Fuera de mi camino! ¡Mierda!' Como una flecha en un mapa, el gato se dirige directamente hacia mí.

    El señor Phillips mete la maleta en el dormitorio a empujones y enciende la luz principal. Veo sus pies caminar hacia la cama. Lleva zapatillas blancas desgastadas con dos rayas negras sobre cada punta del pie. Escucho al gato ronronear y maullar. Avanza a lo largo de la cama, recorriendo todo mi escondite.

    La maleta aparece en el suelo junto a la cama, bloqueándome la vista. Cierro los ojos, intento no respirar.

    "¿Estás aquí?" susurra él y mi cabello se eriza. Debe de haber sentido mi presencia.

    Observo que sus pies se mueven. La puerta del armario se abre y se cierra.

    "¡Mierda!" dice Phillips, luego la luz se apaga y los pasos se alejan.

    "¡Aquí no hay nadie ! ¡No hace falta dar la alarma!" exclama eel con una voz divertida mientras desciende.

    "¿Por qué están todas las luces encendidas? Esto no va bien. Alguien ha estado dentro. Llamemos a la policía."

    Me la imagino oliendo el aire al pie de la escalera con su hocico pecoso, oliéndome aquí en mi escondite.

    "Los dos estamos cansados", responde él con la misma voz divertida. Suspira profundamente. "Creo que fui yo. Debo de haber olvidado apagar las luces cuando nos fuimos. Todo está bien arriba. Llama a tu madre y dile que terminaremos en unos minutos. Averigua si ha llamado al médico para Sammy o si puede esperar hasta la mañana."

    Las barras de metal me presionan los hombros y la parte superior de los brazos. Mis fosas nasales y mi garganta están llenas de polvo y mis ojos lloran incontrolablemente. Mientras las voces se alejan de la escalera, trato de imaginar que estoy con la Sra. Nelson, sentada en el sofá bebiendo uno de sus Verdaderos Martinis de James Bond. No tengo hambre en este momento, así que no muerdo cacahuetes imaginarios.

    El gato entra conmigo, ronroneando. Me frota la cara con una pata. Intento alejarlo. Frota de nuevo. Empujo de nuevo. Se acurruca, una bola contenta se inclina pesadamente contra mi costado. Inhalamos y exhalamos juntos en el reducido espacio.

    No sé cuánto tiempo llevo aquí. Las luces siguen encendidas en la planta baja, pero la casa está en silencio. Mi caja torácica está demasiado apretada para inhalar correctamente. A largo plazo, sé que este es un mal escondite. Debo intentar salir de esta casa.

    Aparto al gato a un lado y arrastro mi cuerpo hacia el dormitorio, empujando la maleta fuera del camino mientras salgo.

    En la parte superior de las escaleras me detengo y luego bajo de puntillas, escalón por escalón, hasta que estoy junto a la puerta del salón. Después de eso corro por la casa hasta la cocina, busco a tientas la llave en mi bolsillo y abro la puerta.

    Caigo, medio sollozando, al aire fresco de la noche.

    Cuando llego a casa, me doy cuenta de que me he dejado la página del diario de Helen encima de la cama. Me pregunto si él la ha visto. Además, no puse la maleta en su lugar junto a la cama. Olvidé cerrar la puerta trasera detrás de mí y no dejé la llave en el cobertizo.

13 de febrero, lunes

    La Sra. Phillips está en la puerta de nuestra casa con el sobre rosa de San Valentín entre los dedos. Su lengua triangular aletea con la brisa. Su pelo rizado sobresale rígido como una manga de viento. "¿Puedo pasar, Lizzie? Necesito hablar con tu madre sobre algo importante."

    "Hola". Intento sonar tranquila. Hoy subí por la calle después de la escuela, pero cuando le vi a él moviéndose dentro de la tienda, mi cuerpo se congeló y no pude entrar.

    Ella aún no me ha lanzado ni una sola mirada rara y esto da motivos para un optimismo cauteloso. Si las personas sospechan, siempre lo muestran en los primeros cinco segundos. Cuando te vean por primera vez después de haber hecho algo, verás que sus ojos te examinan y sondean de una manera muy particular.

    La acompaño dentro. Todo mi trabajo duro producirá una rica cosecha esta noche.

    Sin embargo, a pesar de mi creciente optimismo, decido que sería un error de política parecer demasiado confiada, así que no trato de entablar una conversación cortés ni comento sobre el hecho de que ella no estaba esta noche en su clase nocturna. En cambio, imitando la conversación aburrida de los adultos, le pregunto: "¿Ha pasado unas buenas vacaciones en París?"

    "¿Dónde está tu mamá? ¿Por aquí?" La señora Phillips se dirige a la puerta abierta de la cocina. Camina a tirones, como un soldado.

    "Está aquí dentro". Llamo a la puerta del estudio. "¡Visita!"

    Cuando Rebecca abre la puerta, se derrama Beethoven rodando hacia el frente de la casa en una ola de humo. Ella enmascara su sorpresa diciendo: "¡Encantada de verla!"

    Puedo ver que no quiere que la molesten esta noche porque su voz es demasiado aguda y penetra el aire con el ángulo incorrecto.

    Actúo como si fuese a ir a la cocina, pero tan pronto como se cierra la puerta del estudio, regreso y merodeo por fuera.

    Helen no ha salido de su dormitorio desde la hora de la cena. Eso opera en mi favor porque la hará parecer aún más culpable cuando llegue el momento.

    Todo está en silencio durante unos minutos detrás de la puerta, luego, de pronto Rebecca se echa a reír. Nada en mi tarjeta estaba diseñado para causar ese tipo de respuesta. Me acerco.

    "¡No es gracioso!" Grita la señora Phillips. "Cosas como esta causan problemas. No es una broma. Esto podría llevar a mi esposo a aguas muy profundas."

    "No debería reírme. Pero ... ¡Oh, querida!"

    "Lo que ha escrito es perturbador. Perturbado. Escuche esto." Después de una pausa, la Sra. Phillips lee mi línea inspirada en el libro sexual japonés. «Me gusta cuando haces esa cosa sucia en la que mueves tu dedo dentro de mi c-o-ñ-o, mientras los gatos lo hacen en el alféizar de la ventana»."

    Nuestra madre ulula y, a pesar de mí, casi yo misma me río también. Mi línea suena diferente cuando se lee en voz alta así.

    "¡Oh, querida! ¡Lo siento! Es tan infantil. ¿No lo ve? Es solo un juego de críos, algunos críos vulnerables que han pillado una revista pornográfica."

    "Ciertamente, yo no lo veo como un juego de niños. Esto podría meter a mi esposo en muchos problemas."

    "Se parece un poco a la escritura de Helen, pero escuche, de verdad no creo que debamos tomarnos esto demasiado en serio. La sexualidad de los niños, especialmente a esa edad, es…" Rebecca vacila. "Polimorfa y perversa", eyacula ella con entusiasmo.

    "Es a mi marido a quien van a llamar perverso. Está muy alterado, como podrá usted imaginar."

    "Oh, querida..." La voz de Rebecca se apaga cuando la Sra. Phillips lee otra sección de mi tarjeta.

    "«Tus manos son suaves y cálidas cuando me tocas el brazo. Eres el único hombre para mí para siempre. ¿Quieres casarte conmigo?» Si tu pequeña está enamorada de mi esposo, eso es una cosa. Pero si llega esto a la policía, le aseguro que cambiarían las tornas y lo examinarían muy de cerca."

    Empiezo a entrar en pánico. Lo último que quiero es que la policía se lleve al Sr. Phillips. Un sollozo inesperado sube rápidamente por mi garganta, como la marea invernal. Me muerdo el labio inferior para evitar que salga.

    Cuando lo vi dentro de la tienda hoy, no pude desbloquear las rodillas. Intenté con todas mis fuerzas empujar las piernas hacia adelante. Una de las Reglas más importantes que debes recordar, si estás tratando de encubrir algo, es mezclarte con tus objetivos lo más rápido posible. Cuanto antes muestres la cara, más probabilidades tendrás de escapar de las sospechas. Pero yo no pude pasar por la puerta. Cuando alguien pasó junto a mí, me di la vuelta y corrí a casa.

    Después de eso me bebí una minibotella de Southern Comfort en mi habitación, pero eso no me proporcionó ningún consuelo.

    "Veamos qué tiene que decir por sí misma, ¿de acuerdo?" Rebecca se mueve hacia la puerta y yo me apresuro a entrar en la cocina.

    "¡Helen! ¡Ven aquí un minuto!" llama ella.

    Después de una larga y culpable pausa, mi hermana sale de su dormitorio y baja un pie malhumorado tras otro, apoyándose pesadamente en la barandilla.

    Ella entra y yo avanzo de nuevo.

    "¿Reconoces esta tarjeta? ¿Le escribiste estas cosas al señor Phillips?" Pregunta Rebecca.

    Hay una pausa larga. Mi hermana dice: "No"

    "Tú di la verdad, Helen". La voz de la Sra. Phillips es suave, pero reconozco en ella una táctica común adoptada por los adultos para extraer información de los jóvenes como nosotros.

    "Yo no escribí nada".

    "¿Qué está pasando? ¿Está pasando algo?" Pregunta la Sra. Phillips.

    Silencio.

    "¡Dime qué está pasando!"

    "¡Nada! ¡Nada! ¡Él dijo que yo era demasiado mayor!" El chillido de Helen se eleva por la casa en una aguda y constante corriente.

    Este tipo de reacción exagerada durante el interrogatorio es una muy mala estrategia porque ahora parece culpable desde miles de kilómetros de distancia.

    "¿Demasiado mayor para qué?" La voz de la Sra. Phillips coincide con la voz de Helen, tono por tono.

    "¡Vale, basta ya! Venga, dejémoslo. Hablaré con Helen más tarde." No puedo verle la cara, pero creo que nuestra madre ha perdido la paciencia porque la Sra. Phillips no consigue ver el lado gracioso de la tarjeta de San Valentín.

    Pero la Sra. Phillips no quiere dejarlo pasar. "¿Qué quieres decir con demasiado mayor, Helen? ¿Demasiado mayor para qué? No debes escribir mentiras como esta. Prométeme que nunca volverás a hacerlo."

    Creo oírlas moverse hacia la puerta de nuevo, así que me apresuro a regresar a la cocina. Me siento a la mesa del comedor y contemplo los platos sucios. No estoy satisfecha con los acontecimientos de esta noche. Aunque mi tarjeta ha provocado una reacción, el comportamiento de la Sra. Phillips ha desafiado todas las expectativas. Ahí está escrito, pero en lugar de marcharse disgustada, marchándose de su casa como se suponía que debía hacer, ha atacado a mi hermana y le a envuelto a él con una capa protectora. A pesar de lo que está escrito en la tarjeta, ella parece creer que no pasó nada. Mientras tanto, yo no puedo dejar de revivir mis aterradoras experiencias camino arriba. No dormí nada anoche. Cosas como esta dejan cicatrices permanentes, especialmente en jóvenes vulnerables como yo.

    "Tuvimos que volver a casa dos días antes", dice la Sra. Phillips con voz más tranquila al salir del estudio. "Mi madre había reaccionado exageradamente. Pensaba que Sammy tenía meningitis. Nos llamó a casa. Esta tarjeta es lo último que necesito además del estrés."

    La puerta de entrada se cierra. Helen corre escaleras arriba.

    Rebecca llega a la cocina y pone la tetera a hervir. "¡Pfff!" dice ella.

    "¿Qué quería esa?"

    Rebecca se sienta. "Helen, o algún chico del pueblo, le hizo una broma al señor y la señora Phillips. Envió una tarjeta de San Valentín. Ella está muy molesta por eso. Cree que es más serio de lo que es".

    "Pero ¿cómo sabes que es una broma?"

    "Solo por el tono de todo", suspira Rebecca. "El material de la tarjeta. Tan inmaduro e ingenuo. Claramente es una broma. Si no es así, ciertamente necesitan que les examinen la cabeza."

    "¡Oh!" Digo, y me miro las manos.

14 de febrero, martes

    ¡Él se ha ido!

    Mientras todos dormían anoche, él se subió al coche y se fue. Yo no oí nada.

    No puedo creerlo. Estaba tan cansada que me quedé dormida durante todo el proceso.

    Mientras la niebla entraba en la aldea desde las marismas, él se alejó de puntillas. Mi señor Phillips. Nadie lo vio irse. Simplemente desapareció. Evaporado. La Sra. Nelson estaba hablando de eso esta mañana. Vino a contárselo a nuestra madre.

    ¿Y yo qué?

    ¿Esperaba él que el sonido del coche me despertara para poder llevarme con él? Tal vez me esperaba en el camino, justo fuera de mi ventana, confiando en que yo captara un rastro de su presencia y me despertara con una sacudida. Él no había podido gritar ni llamar mi nombre porque hubiese despertado a la gente. Helen incluso podría pensar que él venía a buscarla a ella en lugar de a mí.

    Me siento en el estudio de Rebecca y escucho la cinta de Bob Dylan que grabé la última vez que cuidé a los niños, buscando en la letra una pista sobre dónde podría estar. ¿Cometí un error con esa tarjeta de San Valentín? Debería haberle enviado una en mi propio nombre, entonces sabría cuánto lo amo. ¿Por qué era tan tímido? Debería haberle dicho lo mucho que le amo. Ahora no puedo parar de llorar.

    ¡Pobre señor Phillips! Debió de haber esperado horas, tamborileando nerviosamente con los dedos en el volante, con el corazón acelerado por si lo atrapaban. Debió de haberse sentido terrible cuando no aparecí. Ahora está en algún lugar, completamente solo. Si supiera dónde encontrarlo, tomaría todos mis ahorros y me reuniría con él.

15 de febrero, miércoles

    "Lo hiciste tú. Tú escribiste esas cosas."

    "¿Qué cosas?"

    "Ya sabes de lo que estoy hablando". Helen da un paso vacilante hacia mi habitación. "En cuanto lo vi, supe que lo habías hecho tú. Especialmente esa H de la parte inferior. Es tu escritura, no la mía. Como la que hiciste en las paredes. Y el espejo."

    Si mi hermana opta por lanzarme reproches, entonces me veré obligada, en contra de mi naturaleza, a adoptar un tono formal y severo con ella. Le digo que supongo que se está refiriendo a la tarjeta infantil que causó tanta angustia a la Sra. Phillips el lunes por la noche. Le digo que yo nunca sería responsable de una broma tan ingenua como esa.

    "¿Por qué lo hiciste? ¡Dime! ¿Por qué fingiste ser yo?"

    Realizo una rápida evaluación de riesgos de la situación. Aunque siento lástima por mi hermana en este momento (sobre todo porque ya debe saber que no habrá más salidas secretas con el señor Phillips ahora que su pequeña amistad es de conocimiento público en la tienda), cuando se toman en consideración todas las variables, la negación llana sigue siendo la mejor apuesta. Además, desde que él desapareció, y desde que Rebecca hizo esos comentarios sobre el contenido de la tarjeta, yo ya no estoy dispuesta a asumir la responsabilidad de haberla escrito. En lo que a mí respecta, esa tarjeta pertenece a la historia.

    "No fui yo", digo indignada. "Aunque creo que sé quién lo hizo. Katie Nelson. Ya sabes cómo es ella."

    Helen sigue colocando su mano sobre la mesa, deslizándola unos centímetros hacia adelante, retrocediendo, colocando su mano hacia abajo nuevamente. Las ordenadas filas de plumillas de caligrafía se esparcen en todas direcciones, y mis hojas de papel cuidadosamente preparadas se arrugan y se doblan bajo sus dedos.

    "¡Ten cuidado!"

    Ahora está en lo más profundo de mi habitación, girando hacia la cómoda. Antes de que pueda detenerla, agarra mi bailarina de porcelana con ambas manos y la arroja al radiador. La cabeza de mi estatuilla golpea el metal con un estruendo y toda la figura se rompe en pedazos. Solo los dedos que hacen piruetas permanecen intactos en el pedestal.

    "¡Rebecca!" Grito tratando de agarrar a Helen por los brazos.

    Mi hermana resbala fuera de mi agarre como un trozo de jabón en el baño y se queda junto a mi colección de botellas haciendo extraños ruidos de arcadas.

    "¡Mamá!" Grito aferrando de nuevo los brazos de Helen.

    Helen intenta tirar las botellas de mi exhibición del estante, pero falla la mayoría de ellas. Las que caen al suelo quedan amortiguadas por la alfombra.

    ¡"Mamá!" Grito.

    Helen se arrodilla y vomita en el suelo de mi habitación. Ya no puedo oír lo que dice, excepto la palabra "viejo".

17 de febrero, viernes

    Rebecca se niega rotundamente a moverse de la cama. Lleva sentada en la misma silla día y noche, día y noche, mientras las enfermeras se mueven dentro del espacio con cortinas para reemplazar los goteros y revisar los monitores.

    Esta es mi primera visita desde el miércoles, cuando tuvimos que quedarnos despiertas toda la noche esperando noticias.

    Las manos de mi hermana parecen cangrejos secos en la orilla. Rebecca ha estado sosteniendo cada una por turnos, cubriéndolas con salpicaduras de agua salada. Yo le doy una palmadita rápida en el hombro para hacerle saber que estoy aquí.

    Helen me mira fijamente. No aparta los ojos. Mi cara se calienta.

    "Hola", dice Rebecca, pero sus dedos siguen pegados a la mano de mi hermana.

    "¿Le han sacado todas las pastillas del estómago?"

    "No hay daños importantes. Esta mañana preguntó dónde estaba. ¡Eso es buena señal! ¡Se pondrá bien!"

    "¿Cuándo vuelves a casa?" Le pregunto.

    Rebecca se encoge de hombros. "No estoy segura todavía, amor. ¿Cómo estás en casa de Katie? Te están mimando, supongo."

    No puedo explicárselo a Rebecca. Aunque el Sr. y la Sra. Nelson son generosos y amables, y me han dado la habitación libre para mí sola, he echado dr menos el número once. En la casa de Katie hay demasiado calor en los radiadores. Hay demasiada comida en la mesa. Recibo demasiados abrazos de la Sra. Nelson. "Es demasiado", digo.

    "Lo siento, querida".

    Los ojos de Helen están fijos en mí. Su piel es de un color horrible, verde y gris sobre una base de amarillo. Dentro de mi cabeza puedo escuchar su voz enumerando todas las cosas terribles que he hecho. "¿Se va a poner mejor?"

    "Tomará mucho tiempo. No saben cuánto daño interno..." Rebecca se atraganta y deja de hablar.

    Altas máquinas silenciosas se inclinan sobre la cama como árboles.

    Líquidos entran. Fluidos salen drenados.

    El único sonido en la sala es la constante succión de un ventilador de la cama de al lado, que hace que el pecho de un niño suba y baje. Su mamá está durmiendo en la silla junto a la cama. Parece muerta.

    Helen todavía me mira.

    "Entonces me iré", le digo entregándole a Rebecca su Marlboro y cerillas.

    "Creo que estaré aquí unos días más". Ella toma los cigarrillos y los desliza dentro del cajón de la mesilla de noche.

    "Katie y la Sra. Nelson me esperan fuera".

    Puedo sentir los ojos de Helen siguiéndome mientras salgo deprisa.

23 de febrero, jueves

    "¿Llamas a eso un flequillo? ¡Más como un cuenco de pudín! ¿Adónde te lleva tu mamá para los cortes de pelo?"

    "Lo hace ella misma". Hojeo mi libro de biología con expresión estudiosa. En un trozo de papel he estado diseñando un elegante código secreto donde sus iniciales abrazan las mías. Una vez que esté satisfecha con el diseño, lo escribiré correctamente en caligrafía.

    "Y ella es una peluquera cualificada, ¿verdad?" La Sra. Nelson ha criticado mucho a Rebecca esta semana. Yo necesito algo de paz y tranquilidad.

    "No."

    "Es una pena para una chica de tu edad". La Sra. Nelson golpea su vaso, liberando una ráfaga de burbujas enojadas, y mete la mano en su bolso Gucci. Saca una libreta de direcciones de ante rosa, la sostiene con el brazo extendido y localiza un número con una uña escarlata.

    De inmediato me piden una cita porque dice que es una emergencia.

    "¡Ven, Katie!" llama ella por las escaleras. ¡Date prisa! ¡Llevamos a esta jovencita a un corte de pelo adecuado!"

    Guardo mi tarea en mi mochila para más tarde.

    Katie aparece en el rellano con el vestido rojo de cumpleaños que yo le di, un cárdigan cruzado de mohair crema y los zapatos de tacón color cereza de la Sra. Nelson. Lleva toda la noche probándose ropa y maquillaje en diferentes combinaciones. Baja las escaleras y camina como un gato por el pasillo hasta la cocina. Se ve muy gorda.

    Yo no me he quitado el uniforme escolar. Lo único que quería hacer hoy después de la escuela era hundirme en el sofá con mis hojas de papel y un vaso de espumoso.

    "¡Quítate esos zapatos! Te hacen ver malditamente tacaña", grita la Sra. Nelson.

    La Sra. Nelson conduce el Cortina como una ambulancia hasta la ciudad.

    "Cheri es la mejor peluquera de aquí", explica mientras recorremos las carreteras rurales. “La estilista senior, con mucha experiencia para su edad, solía trabajar en Head Case y Hair Necessities, pero ahora está bien asentada en Hairobics. Yo me hice la permanente allí." Mira por el espejo retrovisor y acaricia sus apretados rizos amarillos. "Siempre empiezan a tener bebés justo cuando has terminado de entrenarlas".

    "¡Mamá, más despacio! Me estoy mareando."

    La Sra. Nelson mete la cinta de Simon y Garfunkel. "Esto te calmará".

    Las paredes del salón están enlucidas con carteles de modelos con bronceados brillantes y cabello que parece sintético. Todo el lugar huele fuertemente a químicos.

    Reclinarme en la silla, exponer mi garganta así, tener los dedos de una mujer extraña en mi cabello hace que mi corazón se acelere incontrolablemente. Intento concentrarme en respirar lentamente, inhalar y exhalar, pero esto me recuerda a los ventiladores del hospital, así que me detengo. Pero ahora no puedo recordar cómo respirar sin pensar en ello.

    Una vez que estoy derecha de nuevo, Cheri levanta un puñado de mi cabello mojado con los dedos y se acerca para examinar cada mechón. "¿Cómo te gustaría que cortara?" pregunta bombeando hacua arriba la silla giratoria con el pie.

    Hay un corte de pelo que he querido en secreto durante mucho tiempo. "¿Puedes hacerme el corte de pelo de la princesa Diana?"

    "Un flequillo bonito, Cheri", dice la Sra. Nelson riendo.

    La Sra. Nelson se sienta a leer Cosmo y Katie cruza la ciudad para decirle a su papá que se reúna con nosotros en Pinocchio's para cenar.

    A mi alrededor hay mujeres con vestidos blancos. Se sientan completamente quietas, reclinadas hacia atrás, la cabeza medio perdida dentro de las cúpulas de metal. Las miro en los espejos. Algunas de ellas han cerrado los ojos. Los estilistas corren de un lado a otro, revisan los monitores, hacen incisiones con tijeras, se ponen guantes de plástico, desenvuelven delicadamente tiritas y empujan la cabeza de las personas con tenazas.

    No me gusta la forma en que estoy atada a mi silla con este vestido blanco.

    Necesito aire fresco.

    "Deja de moverte, por favor", dice Cheri pasando un peine por mi cabello y cortando lentamente, mechón a mechón, con movimientos exagerados de muñeca. "Descruza las piernas".

    No me gusta la forma en que me empuja la cabeza con el estómago. "¿Terminarás pronto?"

    "Todavía no. ¿Revista? ¿Taza de té?"

    Antes de saber lo que ha sucedido, he salido volando del Cheri y estoy de pie en la calle fría fuera, jadeando por aire.

    No puedo entender cómo he llegado a estar del lado equivocado de la puerta.

    Un hombre pasa a mi lado y me guiña un ojo. "No te ha gustado el corte de pelo, ¿eh?"

    Katie corre calle abajo. "¿Qué pasa? ¿Qué estás haciendo aquí fuera?"

    "¡Vuelve dentro!" Grita la Sra. Nelson a través de la puerta. "¡Estás a mitad!"

    Katie me rodea con el brazo. Huele fuertemente a cigarrillos. "¿Estás bien?"

    "Ella se ponía demasiado cerca". Escarlata de vergüenza, desearía estar sentada en silencio en la silla de nuevo.

    Cheri nos mira críticamente a través del cristal ahumado.

    Katie abre la puerta del salón. "Lizzie pensaba que se iba a desmayar. ¿Puedes darle un par de minutos? Volveremos pronto."

    "Gracias". Siento flácido todo el cuerpo.

    Katie se ríe de repente. "¡Cuidado, van a pensa que estás embarazada! Deberías ver la forma en que Cheri nos mira."

    Cuando volvemos a entrar, Cheri acelera el ritmo del corte de pelo. No me vuelve a hablar.

    No me reconozco en el espejo cuando ha terminado. Mi cabello parece una peluca brillante, alborotada y colgando peligrosamente alto en mi cabeza.

    Paso mi brazo por el de la Sra. Nelson mientras caminamos por High Street hacia Pinocchio's. Huele fuertemente a sudor y su frente parece húmeda. 'Siento mucho lo que ha pasado. Me sentía mareada."

    "Estaba tan mal ventilado allí. Lleno de amoniaco." Me sonríe brevemente, pero estoy segura de que piensa que soy una ingrata.

    Aunque la cuenta ascendió a diez libras, lo único que puedo pensar en hacer es reembolsar el coste del corte de pelo.

    "¡No!" Dice la Sra. Nelson con firmeza. Invito yo. No vuelvas a mencionarlo"

    El Sr. Nelson ya está en la mesa con un vaso de cerveza. Su chaqueta de cuero marrón cuelga del respaldo de su silla. Me silba como un lobo cuando nos acercamos. '¡Mírate! ¡Bueno! ¡Una verdadera dama!"

    Hay una imagen de la Torre inclinada de Pisa en la pared. La ciudad de Pisa es el lugar de nacimiento de todas las pizzas, me dice la Sra. Nelson.

    "Siempre venimos aquí. Los postres son una basura," se queja Katie sentándose pesadamente en la silla junto a su padre. "¿No podemos ir a otro lugar para variar?"

    "Es la mejor comida de la ciudad", responde Nelson. "Tienes que probar el filete, Lizzie".

    Intento recordar todas las reglas de etiqueta que papá nos enseñó cuando éramos pequeñas. Desdoblo la servilleta de lino y la coloco en mi regazo. Tengo la boca seca, pero no estiro la mano hacia la jarra de agua porque está al otro lado de la mesa, al lado del codo del Sr. Nelson. Recuerdo decir «por favor» y «gracias» al hacer mi pedido y, para estar segura, elijo «poco hecho» para mi filete porque es la opción intermedia entre tres opciones completamente desconocidas.

    "Mercy bow coop", dice la Sra. Nelson cuando llega la comida.

    Empezamos a comer.

    La sangre sale de la carne cuando trato de cortarla. Trago cada trozo con un sorbo de vino para no tener que masticar. Se necesita mucho vino para bajar los trozos.

    "¿Estás bien, Lizzie?" Pregunta la Sra. Nelson después de un rato, mientras llena mi vaso. "Te has quedado muy callada."

    "Lo siento"

    "Pobre amor".

    Corto el resto de mi bistec en trozos diminutos y deslizo cada uno subrepticiamente en la servilleta en mi regazo. Me da vueltas la cabeza cuando nos levantamos para irnos, pero me las arreglo para tirar el paquete carnoso debajo de la mesa sin que nadie me vea.

24 de febrero, viernes

    Un hocico negro, bigotes amarillos manchados y una lengua rosada se insertan a través de la rendija de la puerta del dormitorio, seguidos, cuando la puerta cruje al abrirse, por un par de adoradores ojos negros.

    La lengua rosada se extiende y raspa por la nariz.

    "¡Vete!" Frunzo los labios y cierro El señor de las moscas.

    Fue un error volver a leer mi segundo libro favorito. Necesitaba una distracción porque estaba intentando dejar de pensar en la forma en que Helen está ensartada con tubos como si alguien hubiera comenzado a coserle las costuras y se hubiera perdido a mitad del trabajo. Pero la historia ha cambiado. Las palabras impresas están todas en la misma posición en las páginas, pero los personajes parecen diferentes. Intento recuperar mi antigua forma de ver la isla y los chicos, pero no puedo dejar de sentir lástima por ese gordo. Solía ​​pensar que se merecía lo que tenía. Yo también quería hacerle daño, pero ahora quiero que los demás dejen de torturarle. Quiero que el final sea feliz.

    Trixy hace túneles silenciosos a través de la alfombra, gateando sobre su estómago, una racha blanca rebelde que causa una ondulación en el patrón lívido. Intenta no mirarme a los ojos y se acerca a mí como un gusano, deteniéndose un poco más allá del radio de mis pies.

    "¡Buu!" Le lanzo un cojín mullido con forma de mono y le golpea la cabeza con un ruido sordo.

    En lugar de huir, se mantiene firme. Gruñendo, se abalanza sobre el mono y aprieta los dientes sobre su grupa esponjosa. La tela hace un ruido al romperse. Cambia de posición. Ahora está de pie directamente sobre el cojín, hundiéndole las mandíbulas en el cuello.

    "¡Suelta!"

    El perro tira del brazo del mono, separándolo a la mitad del cuerpo. Observo sus mandíbulas de cerca y espero hasta que los músculos se relajen un instante, luego agarro el cojín y lo vuelvo a arrojar sobre la cama. Salta sobre el mono, extrayendo un montón de relleno de las costuras abiertas, escupiendo flores blancas por toda la habitación.

    Jugamos al tira y afloja con el cojín hasta que este se hace trizas, excepto que ya no estoy jugando. No quiero que ella destruya al mono. Quiero rescatarlo.

    No estoy cien por ciento segura, pero creo que ya no estoy enamorada del Sr. Phillips.

25 de febrero, sábado

    La Sra. Phillips juega con un bolígrafo en el mostrador, haciéndolo girar sobre la superficie plana. Cuando se detiene, la punta me apunta directamente.

    "Pero debes tener alguna idea de adónde se ha ido", explota la Sra. Nelson indignada. ¡Después de todo, es tu marido!" Agita las manos en el aire. "¿Por qué no has llamado a la policía?"

    La Sra. Phillips sigue frotándose los ojos. "¿Hay algo que pueda traerte de la tienda?"

    "¿Y si está tirado en una zanja en algún lugar?"

    "La policía se habría puesto en contacto conmigo si ese fuera el caso", responde ella. "Estoy segura de que él está bien." Sus ojos son más porcinos que nunca, pequeñas ranuras estrechas con hinchados párpados rosados.

    Me acerco a la ventana y miro la carretera. Cada vez que miro el interior de la tienda, creo que él reaparecerá mágicamente por una trampilla y me señalará con un dedo acusador.

    En contra de mi buen juicio, la Sra. Nelson me ha convencido para que la acompañara en esta misión para descubrir la verdad sobre el Sr. Phillips.

    Toda la tienda huele diferente. Ninguno de los paquetes y latas tiene el mismo aspecto que antes.

    "¿Cómo está tu hermana pequeña?" Me pregunta gentilmente la Sra. Phillips. No estoy segura de que me guste la forma en que me sigue hablando.

    "La van a enviar a una unidad especial". No puedo volver a respirar.

    "Hasta el Arca de los Chiflados", dice la Sra. Nelson. "Inusual para una niña, ¿no?"

    La Sra. Phillips ignora a la Sra. Nelson. "La pondrán de pie en poco tiempo. Espero que haya recibido mi tarjeta. Siento mucho que le haya pasado esto. No tenía idea de que él... Estoy tan contenta de haber tenido chicos."

    "Si quieres decir que los chicos son menos preocupantes que las chicas, ¡elijo no estar de acuerdo!" La Sra. Nelson se acerca a mí y me pasa un brazo por los hombros. "Toda esa violencia. Drogas. ¡Pandillas! Me alegro de tener a mi Katie. Y Katie tiene a Lizzie aquí", agrega con un apretón alentador.

    "Trata de no preocuparte demasiado", me dice la Sra. Phillips.

    La Sra. Nelson intenta volver a encauzar la conversación. "Si mi esposo desapareciera en medio de la noche, estaría en su busca, ¡te lo puedo asegurar!"

    No voy a hablar porque todo lo que diga puede ser modificado y utilizado como prueba en mi contra.

    "¿Qué puedo conseguirte de la tienda?" Le pregunta la Sra. Phillips a la Sra. Nelson.

    Compramos una bolsa de patatas fritas para horno del congelador.

26 de febrero, domingo

    "¿Está Helen en el hospital porque el señor Phillips se ha ido?"

    La pregunta de Katie tiene cierto sentido para mí. Yo mismo he estado luchando por conectar los dos eventos. Pero por mucho que lo piense, no puedo entender por qué él ha desaparecido. De todas las posibilidades contenidas en mi tarjeta de San Valentín, esta era la más remota. La pregunta de Katie no resuelve el acertijo, pero siento como si hubiera enhebrado una aguja y hecho un nudo en la parte inferior de la hebra, lista para hacer la primera puntada. Merece cierto reconocimiento por demostrar que es capaz de razonar de forma independiente de esa forma.

    El Sr. y la Sra. Nelson miran a su hija, luego se miran el uno al otro con expresiones de desconcierto.

    La Sra. Nelson toma un sorbo de vino, traga y se seca los labios rosados ​​con una servilleta. "¿Y por qué dirías algo así, nena?"

    "No lo sé. Solo estaba pensando '

    "¿Qué estabas pensando?" La Sra. Nelson corta una rebanada de carne. La habitación es silenciosa y muy cálida.

    "En nada."

    Sacando la lengua una fracción de pulgada, la Sra. Nelson levanta el tenedor y entra el tierno bocado. Sostiene el mango del cuchillo con la punta de los dedos, con el dedo meñique en un delicado gancho.

    Ahora estoy sentada hacia adelante en mi silla, esperando ansiosamente escuchar lo que dice Katie a continuación. Espero que la Sra. Nelson no interrumpa y desvíe a Katie de esta línea de razonamiento.

    "¡Probablemente se aburrió de que su señora lo fastidiara todo el tiempo!" El Sr. Nelson arrastra su tenedor sobre su plato, raspando toda la salsa y levantándola rápidamente, goteando, hasta su boca. "Grandes botas mandonas, esa. Dos niños gritando. No estoy diciendo que crea que él debería haberlo hecho."

    La Sra. Nelson mira a su esposo con indulgencia. "¡No vayas a tener ideas ahora!"

    "¡No sabría qué coche llevarme!" Se ríe él, pero parece un poco avergonzado. Luego se vuelve hacia Katie con rostro sombrío y le dice: "Deja de pensar en eso".

    La Sra. Nelson asiente. “Las niñas de diez años no intentan drogarse a sí mismas. Cuando esté mejor y los médicos hablen con ella, descubrirán que todo fue un terrible error. Probablemente ella pensaba que eran caramelos."

    "La gente debería tener más cuidado. Píldoras fuertes como esas rondando por la casa."

    La Sra. Nelson asiente vigorosamente, me mira y traga un poco de vino.

    Katie frunce el ceño ante una patata asada. "Pero", dice ella volviéndose hacia mí, "¿qué hay de ese divertido juego que vimos jugar al Sr. Phillips con Helen, donde ella se escondía detrás del mostrador, luego él hacía el baile flamenco en su cara?"

    La Sra. Nelson palidece. ""¿Qué baile en su cara?"

    Quiero ver la forma que ha modelado Katie con todas las piezas, pero ella parece nerviosa para empezar.

    "Díselo tú, Lizzie. Tú debes de haberlo visto muchas veces, pero yo solo lo vi una vez."

    Niego con la cabeza. "No, díselo tú."

    "¡Jesucristo!" Grita el Sr. Nelson levantándose de un salto.

    Katie no suena tan segura como siempre. Ella comienza a quejarse. "Yo solo lo vi una vez. Helen estaba agachada. Él hacía una danza temblorosa en su cara, luego ella corrió hacia la tienda y él usó pañuelos para las manos de Helen. Lizzie dice que se llama Flamenco. Es así, ¿no, Lizzie?" Hay pánico en la voz de Katie.

    De repente, el señor Nelson se vuelve hacia mí. "¿Otro de tus cuentos?"

    "¡No, papá! ¡Es verdad! Ella no se lo inventó. Yo también lo vi."

    La Sra. Nelson se apresura alrededor de la mesa y acuna la cabeza de Katie en sus brazos.

    "Me ocuparé de esto". El Sr. Nelson arroja su servilleta sobre la mesa y marcha hacia el teléfono. Le oímos preguntar por la policía. Después de una pausa, dice: "No, el hombre desapareció hace un par de semanas".

    Puedo ver los ojos de Katie asomarse entre los carnosos brazos de la Sra. Nelson como un cocodrilo en un pantano, pero a diferencia de un cocodrilo, ella mira hacia afuera con extrema alarma. Trato de mostrarle una sonrisa tranquilizadora, pero no puedo hacer que mi boca sonría correctamente porque sé que esta situación significa un gran problema para mí.

27 de febrero, lunes

    "¡Ayúdame a esconderme!" Lloriqueo.

    "¿Están aquí?" Katie se pone pálida.

    "¡Me van a encerrar!"

    Sabíamos desde anoche que vendrían. Caminé por el dormitorio toda la noche tratando de elaborar un plan. Quería desaparecer como el señor Phillips, pero no podía estar segura de si había un coche de policía esperando fuera de la casa, vigilando, listo para arrestarme. Y, a diferencia del Sr. Phillips, yo no tenía ningún vehículo de escape, ni siquiera una bicicleta.

    Mis rodillas parecen gelatina. Abro la puerta del armario de Katie, saco toda la ropa del cubículo y trato de entrar. Pero el escondite está demasiado alto y estoy temblando demasiado para poder meterme dentro.

    Corro escaleras abajo y desaparezco por la puerta que comunica con el garaje del Sr. Nelson justo cuando las dos figuras se acercan al vidrio esmerilado. Suena el timbre.

    Parece pasar una eternidad antes de que vengan a buscarme. Estoy debajo del Ford Capri en un charco de aceite negro.

    En primer lugar, un par de cómodos zapatos marrones aparecen junto a la rueda delantera, unidos a los delgados tobillos en medias grises.

    "Hola, Elizabeth"

    La mujer tiene una voz ronca un poco como la de Rebecca. Ella no intenta agacharse para mirarme. Simplemente se queda ahí. Yo miro sus pies en silencio.

    "Soy Barbara Foster, la trabajadora social asignada a este caso. No hay necesidad de asustarse. Esto no es culpa tuya. Solo necesitamos hacerle algunas preguntas. Hemos hablado con tu madre y ella sabe que estamos aquí."

    "¿Dónde está mi papá? Quiero ver a mi papá." No tengo control sobre lo que digo.

    Los pies se mueven. "Por desgracia, no hemos podido localizar a tu padre. Pero tu mamá te llamó esta mañana, ¿no? Ella lamenta no poder estar aquí mientras hablamos contigo. Tiene que quedarse en el hospital con tu hermana."

    "¿Por qué no puedes traer a mi papá?" Estoy lloriqueando como un perro.

    "Lo intentamos. Me temo que simplemente no se podía contactar con él. ¿Quizá te gustaría que el Sr. o la Sra. Nelson estuvieran en la sala mientras hablamos contigo? Tu madre sugirió a la Sra. Nelson."

    Antes de que pueda pensar, mi boca dice: "El Sr. Nelson". No sé por qué digo su nombre en lugar del de la señora Nelson. Me imagino a la Sra. Nelson frunciendo los labios y diciendo: "Sírvete tu misma, jovencita".

    "¿Y vas a salir, Elizabeth?" pregunta suavemente la mujer de zapatos cómodos. "Lo siento, no podemos traer a tu papá. Te llevas bien con él, por lo que parece."/p>

    Aunque sé que está usando la voz que adoptan los adultos cuando quieren manipular a los niños, no puedo evitar pensar que Barbara Foster suena bastante bien. Parece interesada en lo que pienso y siento. Y esta es la primera vez que alguien nota lo cerca que estoy de mi papá.

    "Soy como él", le digo mientras salgo de mi lugar seguro.

    Barbara Foster tiene cabello castaño claro y una sonrisa que se extiende por todo su rostro. Se inclina levemente en mi dirección, pero no intenta ayudarme a ponerme de pie.

    "Repasemos cuando estés lista. No hay necesidad de apresurarse. Tómate tu tiempo. Tendrás que cambiarte la parte superior. ¡Está todo aceitosa!"

    Barbara Foster es trabajadora social y sé con certeza que los trabajadores sociales, al igual que los maestros y las enfermeras, están obligados a ayudar y no dañar a los jóvenes vulnerables como yo. Pero la otra mujer de pie en la sala de estar de los Nelson, la alta, resulta ser de la policía. He caído en una trampa. Al principio creo que es otra trabajadora social porque no lleva su uniforme, pero cuando se presenta, me siento en la silla con un ruido sordo.

    Se quedan en la sala de estar y primero entrevistan a Katie, con el Sr. y la Sra. Nelson presentes. Tengo que esperar arriba para evitar que vuelva a escapar. Me he puesto mi blusa negra de Dorothy Perkins.

    Hay demasiados adultos en esta casa para mi gusto.

    Después de un rato, me escabullo y me quedo en lo alto de las escaleras con el perro. Ambos escuchamos. Me esfuerzo por oír lo que están diciendo, pero no puedo descifrar los murmullos. Al menos nadie está gritando. Nadie se enoja.

    Camino hacia la habitación de Katie y miro por la ventana hacia el arroyo. De las chimeneas de la fábrica de huesos sale humo blanco.

    Todo lo que quería era que terminaran sus juegos secretos y que él me prestara un poco de atención. No es mucho pedir. Ahora su secreto me ha atrapado y me ha envuelto como una red submarina enredada en un timón.

    La puerta de la sala se abre, liberando voces en el pasillo. Una de las mujeres extrañas se ríe. Quizás esta entrevista no esté tan mal después de todo.

    Barbara Foster sube las escaleras. "Está bien, Elizabeth. Estamos listos para hacerte algunas preguntas ahora. No parezcas tan preocupada. ¡Tranquila! No hay nada que temer. Nadie te va a acusar de nada."

    Lo último que veo antes de bajar las escaleras es el barro del arroyo que brilla bajo el sol de invierno, salpicado de gaviotas, fuera de la ventana de Katie.

    Ahora es el turno de Katie de esperar arriba con la Sra. Nelson. Intento leer la expresión de Katie cuando nos cruzamos en la puerta de la sala de estar, pero no me da más pistas que una mirada de inmenso alivio.

    "Hemos venido aquí para hacerle algunas preguntas", dice la mujer policía. Tiene una nariz puntiaguda con una verruga que le sale de una fosa nasal. No me gusta el sonido de su voz, fría y oficial. "Tu madre sabe que estamos hablando contigo hoy. ¿También es de tu comprensión?"

    No puedo dejar de mirar la verruga.

    "¿Es eso correcto, Elizabeth?"

    Miro brevemente la mirada del Sr. Nelson. Él asiente. Yo asiento.

    Cuando Rebecca llamó por teléfono esta mañana, dijo que teníamos que averiguar exactamente qué ha estado pasando con Helen en los últimos meses y que yo debía ayudar con cualquier información que pudiera ofrecer. Seguía repitiéndose, diciendo que debía ser sincera y no esconder nada. Debo decirles exactamente lo que he visto. Pero, ¿qué iba a cambiar si les decía la verdad? ¿Son los secretos lo mismo que las mentiras? ¿Puedo revelar el secreto de Helen sin revelar también mis mentiras?

    "Escribiré las cosas mientras hablamos", dice la mujer policía. "Esto es para asegurarnos de que tus respuestas sean correctas. Para empezar, Elizabeth, ¿puedes decirnos tu nombre completo y dirección?"

    He visto este tipo de cosas en la televisión, donde el detective finge no tener ninguna información, ni siquiera el nombre o la dirección de una persona, y esto hace que el sospechoso se sienta falsamente confiado. Como consecuencia, el sospechoso cava un agujero profundo y embarrado y se mete en él sin siquiera saber que el agujero está allí. Pero yo no quiero mostrar un mal comienzo con esta mujer alta y verrugosa, así que le digo mi nombre y dirección, hablando con cuidado, mientras examino cada palabra para ver si todavía estoy en equilibrio al borde del agujero, o si ya estoy atrapada dentro de él.

    "Gracias", dice ella escribiendo en su bloc de notas.

    "Bien hecho", dice Barbara Foster con entusiasmo, como si yo hubiese aprobado un examen. "¿Quieres beber algo?"

    Asiento y ella me sirve un vaso de Pepsi de la botella sobre la mesa. Mientras pone el vaso en la mesa frente a mí, sonríe. Las burbujas bailan como mosquitos en la superficie de un estanque. '¡Lo estás haciendo bien! Supongo que te sientes un poco extraña, ¿no es así?, teniendo que quedarte aquí y no estar en casa con tu mamá."

    "Siempre vengo aquí. Ella trabaja hasta tarde."

    "Ya veo". Barbara Foster mira a la alta verrugoso.

    El señor Nelson dice con brusquedad: "nunca en casa". No sé si se refiere a mí o a Rebecca.

    En mi opinión, estas dos mujeres no son particularmente inteligentes. Están perdiendo una oportunidad de oro macizo para averiguarlo todo. Cuando Barbara Foster me descubrió en mi escondite, yo estaba demasiado aterrorizada para decir algo que no fuese toda la verdad. Ahora, a pesar de que estos dos fingen ser profesionales con sus cuadernos y bolígrafos, aún no me han hecho una sola pregunta adecuada. La alta y verrugosa ni siquiera se molesta en llevar uniforme de policía y placa.

    "Sigamos ahora, ¿de acuerdo?" ella dice. “Quiero preguntarle sobre algunas personas del pueblo. Sr. y Sra. Phillips en la tienda. ¿Los conoces?"

    "Sí, por supuesto".

    "¿Sabes cuándo se mudaron aquí?"

    "El verano pasado". Recuerdo la pesada sombra del camión de mudanzas, el aire cálido, la tarde clara y la forma en que el señor Phillips revoloteaba por la tienda y se detuvo directamente frente a mí, sonriendo.

    "¿Con qué frecuencia ibas tú a la tienda cuando llegaron?"

    "No mucho."

    "Y tu hermana, Helen. ¿Sabes con qué frecuencia visitaba ella la tienda?"

    "No lo sé. Casi nunca." No me atrevo a mirar la cara de la mujer policía en caso de que vea que estoy mintiendo.

    "¿Iba ella allí mientras la tienda estaba cerrada?"

    "No lo recuerdo. Quizá."/p>

    "Trata de recordar. ¿Sabes si Helen iba a la tienda mientras la señora Phillips estaba fuera?"

    "No lo sé."

    "¡Vamos!" Interrumpe el señor Nelson, "Katie ya nos lo ha dicho. ¡Di la verdad, ahora! '

    La trabajadora social calla al Sr. Nelson, diciendo que ella y su colega harán todas las preguntas. "¿Sabía tu madre que estaba Helen en la tienda?" pregunta suavemente.

    Barbara Foster está bien porque puedo responder todas sus preguntas fácilmente. Siempre que hablo o levanto la cabeza, me saluda con un gesto de ánimo y sonríe.

    "No", le digo. "Ella simplemente subía allí cuando quería".

    "¿Cómo supiste que ella estaba allí y no en otro lugar?" pregunta la mujer policía.

    Nos estamos moviendo hacia un territorio extremadamente peligroso. Ojalá Barbara Foster interrumpa y le diga a la alta verrugosa lo bien que lo estoy haciendo.

    Ahora las preguntas de la mujer policía son directas y rápidas como dardos. Lo que es peor, actúa como si ya supiera todas las respuestas. El Sr. Nelson no me quita los ojos de encima. Me siento como si estuviera atrapada en una cúpula de vidrio como el pájaro en la repisa, siendo mirado por todos estos adultos.

    Intento ser lo más evasiva posible. No puedo averiguar si revelar el secreto de Helen es lo mismo que decir la verdad porque la verdad incluye todas las cosas que hice junto con los juegos de mi hermana con él. Helen ha guardado un secreto mientras yo dijo mentiras. ¿Hay diferencia entre los dos? Los secretos son limpios y transparentes, mientras que las mentiras son sucias y borrosas. Cuando digo una mentira, cada parte de la historia forma una capa que se coloca encima de las otras capas. No hay ningún núcleo firme escondido debajo, esperando ser encontrado.

    Pero ahora estoy mintiendo sobre el secreto de Helen.

    "Sigamos adelante. Los médicos dicen que tu hermana se tragó muchas pastillas. ¿Es eso cierto?"

    Asiento. Mi corazón está corriendo.

    "¿Sabes por qué se tragó todas esas píldoras?"

    Si no tengo cuidado, los detalles de la tarjeta de San Valentín saldrán a la luz y entonces estaré en problemas.

    "Por favor, ¿puedo ir al aseo?" Le pregunto a la trabajadora social. El señor Nelson bufa. Quizá no lo llamen aseo en esta casa. Quizás debería llamarlo toilet.

    "Por supuesto. Te llevaré."

    "Sé dónde está".

    "Te acompañaré. Esperaré aquí hasta que termines." Ella se para en el pasillo.

    Mientras cierro la puerta y me siento, una cola desordenada de preguntas empuja mi mente. Necesito contarles a estas personas una historia clara, una que les quite el rastro de cómo vi a Helen en la tienda con él en esos momentos. Necesito ofrecer una declaración simple para que se compadezcan de mí y para que no hablen de mi hermana como si fuera la especial.

    Barbara Foster rompe el silencio. Su voz suena apagada y triste a través de la puerta. "Sabemos que esto es difícil para ti, Elizabeth. Lamentamos tener que hacerle estas preguntas."

    Regresamos a la sala y nos sentamos.

    "En realidad, creo que él estaba secretamente enamorado de mí", le digo.

    "¿Quién estaba enamorado de ti?" pregunta la mujer policía. "Sé específica".

    "Él. El Señor Phillips." Es mucho más fácil fingir revelar un secreto que desenredar la serie de mentiras que has dicho.

    "¿Qué te hace decir esto?" pregunta la mujer policía con cautela.

    Por fin siento que el dedo de la sospecha se aleja de mí. Ahora las dos mujeres hacen muchas preguntas sobre él. Describo que me enseñó a hacer malabares con clementinas, que ponía las manos en mis hombros y piernas, que me enseñó muchos trucos y juegos de cartas diferentes, y que finalmente bailamos flamenco sobre el linóleo azul y gris.

    Desafortunadamente, la mujer alta y verrugosa sigue interrumpiendo mi flujo con preguntas estúpidas como "¿Sabes qué hora era?" y "¿cómo estuvo el tiempo?" Obviamente, no se está concentrando en su trabajo porque sigue repitiendo las preguntas que ha hecho antes, confundiéndome.

    "¿Dijiste manzanas o clementinas?"

    "Manzanas. Creo que dije manzanas."

    "¿Qué hora era cuando hiciste malabarismos con las manzanas?"

    "¿Ha olvidado escribir mis respuestas o qué?" Le exijo. "Ya he respondido a todas estas preguntas".

    Barbara Foster me sonríe y dice que no hay nada de qué preocuparse. Quieren volver a verificar que mi información sea correcta. Ahora veo lo que está pasando. Están tratando deliberadamente de arrinconarme porque no puedo recordar lo que dije antes.

    "¿Qué hora era cuando hiciste malabarismos con las manzanas?"

    "¿Eran las cuatro en punto?" Pregunto.

    El Sr. Nelson está mirando la alfombra, frunciendo el ceño.

    "¿Sabía tu madre que estabas en la tienda?" Pregunta Barbara Foster.

    "No se lo mencioné a Rebecca", respondo.

    "¿Rebecca? ¿Siempre la llamas así? pregunta la trabajadora social.

    La mujer policía escribe algo en su bloc de notas.

    Después de eso, cierro la bocaza porque si hay algo que quiero en este momento, es que Rebecca vuelva al número once para que todos podamos volver a la normalidad. Creo que ya es hora de que mi madre se haga responsable de los abandonados miembros de su familia. No puedo permitir que mis respuestas impidan que ella vuelva a casa, así que me siento en silencio y trato de pensar en un plan.

    "¿Qué tal si volvemos mañana? ¿Podemos continuar donde lo dejamos?" Pregunta Barbara Foster.

    Mientras tanto, la mujer alta y verrugosa deja en claro que volverá tantas veces como sea necesario para hacer sus preguntas y aclarar mis respuestas. Necesito ofrecerles algo para que me dejen en paz, así que les presento una hoja de higuera y una rama de olivo.

    "No soy muy buena hablando", digo. "Pero hay muchas más cosas que me gustaría contar. Muchos hechos e información. Y detalles."

    La mujer policía responde bruscamente: "Bien. ¡Hasta mañana, entonces! '

    "No. No quiero hablar con ustedes al respecto. ¿No puedo escribirlo?"

    Barbara Foster mira a la verrugosa, que se encoge de hombros. Ella me mira. "Bueno, supongo que está bien. Pero pronto tendremos que concertar otra cita contigo. Para volver a hablar contigo."

    Cuando se van, la opresión en mi pecho se evapora. Por primera vez en mucho tiempo puedo respirar sin sentirme mareada, y cuando miro a otras personas no parecen distantes ni borrosas.

    El señor Nelson se sienta en silencio en el sillón, con la cabeza vuelta hacia mí.

    "¡Pobre amor! Ya se han ido". La Sra. Nelson se apresura, luego se sienta a mi lado y me da un reconfortante apretón en los hombros. "¡Niña boba por esconderte! ¡No es culpa tuya!"

    Katie baja las escaleras desde el baño.

    "Ven y siéntate conmigo, princesa. Dile a papá y a Lizzie lo que te preguntaron", dice la Sra. Nelson, y agrega con amargura:" ¡No te interrumpía tanto! ¡No tenían derecho a seguir callándome así!"

    "Solo les conté lo que vimos esa vez", me dice Katie. “Que miramos por la ventana y los vimos bailando Flamenco. Les dije que no vi nada todas las veces después de eso."

    Con horror, me doy cuenta de que se refiere a sus informes semanales. No estoy segura de qué pensaría la mujer policía de nuestro arreglo. ¿Había sido Katie lo suficientemente estúpida como para haber mencionado nuestro secreto contrato de trabajo durante su entrevista? Si es así, tendré que enfatizar su falta de confiabilidad en mi relato escrito, que ella es una ladrona de vestidos y botellas, que ciertamente no se puede confiar en ella como testigo ocular.

    "¿Le hizo él algo malo a Helen?" La voz de Katie tiembla. "¿Le encontrarán y le arrestarán?"

    "Si no me hubieran dicho que me callara, podría haber respondido a tus preguntas", dice la señora Nelson con amargura. "Yo solo quería respuestas a algunas preguntas básicas". Ella me mira. "Si me dejaras entrar contigo, Lizzie, tendría un poco más de información." Entonces su pecho palpita. "¡Pobre Lizzie! ¿Te gustaría ir al hospital y contarle todo a tu mamá?"

    "No." Niego con la cabeza. "¿Está bien si me quedo aquí?" Necesito con urgencia comenzar a planificar mi documento para salvarme de futuros interrogatorios. No quiero volver a hablar con esas dos mujeres nunca más.

28 de febrero, martes

    El sol de invierno rebota en las gafas de papá y no puedo verle los ojos. Lo único que puedo ver es mi cara reflejada dos veces, una en cada lente como un par de gemelas idénticas.

    "¡Hermoso día! Vayamos a alguna parte en lugar de sentarnos." Se inclina hacia adelante para darme un abrazo e intenta besarme en la mejilla.

    Doblo los hombros con la cara ardiendo incontrolablemente.

    "¡Bonito corte de pelo!" La cara, el cuello y los brazos de papá se ven irregulares y curtidos como un trozo de carne seca.

    "Me lo corté hace mucho tiempo".

    Él capta el mensaje. "Lo siento, no he podido verte, Lizzie. He estado tratando de encontrar un lugar para vivir. Y un trabajo. Tuve que priorizar cosas. Y el hospital ocupa el primer lugar en la lista en este momento."

    Si le repitiera lo que le dije ayer a esa mujer policía sobre lo que me hizo el señor Phillips, pronto descubriría quién debería encabezar la lista en este momento

    "Ey, Lizzie. ¿Sabes cómo preguntar a alguien en alemán si le gustaría hacer caca?" Él interrumpe mis pensamientos, hablando con voz alegre.

    Niego con la cabeza y miro por encima del hombro. No quiero que la señora Nelson salga de la cocina y empiece a hablar con él sobre ayer. Hoy voy a tener a mi papá para mí sola en un día especial. Lo arreglamos anoche por teléfono. En el hospital, Rebecca le habló sobre mi entrevista y le dio el número de los Nelson.

    Él adopta un acento alemán cómico y levanta la mano en un saludo nazi. "¿Hacen tu ca-cas?"

    Me río a todo volumen para asegurarme de que Katie en su habitación, pueda escuchar la excelente relación que tengo con mi padre. Mi risa es tan fuerte que explota por la puerta principal y da volteretas por el camino hacia la carretera.

    En realidad no creo que el chiste de mi padre sea ni remotamente gracioso. Estoy aprendiendo alemán en la escuela y lo que dijo ni siquiera es medio alemán. "Hacer" no es igual y "caca" no es "ca-cas". Recuerdo que él y Rebecca solían reírse divertidos durante la cena cuando uno u otro contaba un chiste. Jugaban al ping-pong con palabras, moviéndolas de un lado a otro de la mesa. A medida que sus juegos de palabras se volvían cada vez más complicados, entraban en convulsiones de risa, dejándome fuera.

    En el incómodo silencio que sigue, papá juega con un montón de llaves. "¿Quieres ir a dar un paseo? ¿Charlar sobre lo de ayer?"

    Ya no tiene olor a almizcle. Inhalo vigorosamente, buscando el aroma perdido, pero lo único que mi nariz puede encontrar es un toque de lavanda de detergente en polvo.

    "¿No podemos ir a la ciudad a por una Big Mac?"

    Al planificar el día de hoy, me imaginé comenzando en Macdonald's para almorzar temprano, seguido de una hora comprando ropa, luego en el cine para Trading Places y tal vez algo para comer después en Pinocchio's . No quiero hablar de la entrevista con él porque todavía no puedo saber si mi historia sobre el señor Phillips encaja o no con lo que dijo Katie. El Sr. Nelson, quien estuvo presente en ambas entrevistas, apenas me ha hablado una palabra desde entonces.

    Papá dice: "Lo siento, amor, no tengo dinero para comer fuera".

    "¿Ni siquiera para algo especial? ¿Por favor?' Me oigo engatusar.

    "Vamos a dar un paseo por el malecón. Tengo que estar en el hospital a la hora del almuerzo. Estamos resolviendo los arreglos de transferencia de Helen."

    Miro mi Swatch. Pero ahora son las diez y media. Trato de no mostrar mi decepción porque sé que papá no puede soportar un comportamiento malhumorado. Esa es una de las principales razones por las que dejó a Rebecca, en mi opinión.

    Realizamos una marcha rápida por la carretera y giramos a la izquierda a través del astillero.

    Un hilo de agua corre a lo largo del centro del arroyo, formando una línea aguda que divide los bancos de lodo a ambos lados.

    Me cuesta mantener el ritmo de papá. No puedo pedirle que disminuya la velocidad porque no quiero que piense que no puedo hacerlo. Avanza a grandes zancadas, con los pies golpeando firmemente en el camino.

    El aire frío me pica en los ojos y entorno la vista por el sol. No dejo de tropezar con matas de hierba.

    Después de un kilómetro más o menos, papá ralentiza el paso. Yo espero a que hable. Estoy segura de que tiene un anuncio importante que hacer porque no deja de respirar y hacer pausas. Cada vez que exhala, su respiración se vuelve visible como el bocadillo en un cómic. Pero los globos están vacíos de palabras.

    Cuando llegamos a la barcaza destrozada, nos detenemos y nos sentamos uno al lado del otro en el malecón, mirando las costillas ennegrecidas que sobresalen del barro.

    "¿Quieres hablar de lo de ayer?" Pregunta papá.

    Después de que Barbara Foster y esa mujer policía se fueron, me senté en el dormitorio y redacté en secreto una lista de mis delitos. Cada crimen destacaba al lado de su vecino como una perla en una cuerda clavándose en mi cuello.

    1. Tratar de envenenar a mi hermana hasta la muerte.

    2. Allanar la casa del Sr. y la Sra. Phillips.

    3. Robar grandes sumas de dinero a Katie y Rebecca.

    4. Falsificar la escritura a mano de otras personas para organizar cosas.

    Es necesario agregar uno o dos delitos más comunes a la cadena, como decir mentiras a la gente en la escuela, tomar cosas del guardarropa y robar en la ciudad. Pero todos los que conozco son culpables de pequeños robos, especialmente Katie Nelson.

    Después de escribirla, destruí la lista inmediatamente.

    "Ellos querían encontrarte aquí también". Intento que mi voz no suene demasiado acusadora.

    "No tengo un número en este momento, amor. Me quedo noches extrañas aquí y allá con amigos." Él mira a través del barro que brilla a la luz del sol formando una superficie lisa y en blanco. "Sofá-surfing. No es agradable, te lo aseguro."

    Decido ofrecerle una cláusula de salida. "Sí, pero apuesto a que Rebecca ni siquiera intentó ponerse en contacto contigo".

    "¡Lizzie! ¡No seas tan horrible! Tu madre está haciendo todo lo que puede en circunstancias muy difíciles."

    "Ella inventa todo tipo de historias sobre ti. Dice que yo solía seguirte cuando era pequeña. A ella no le gusta el hecho de que seamos tan similares."

    "Sí me seguías. No me dejabas ni a sol ni a sombra. Te echabas a llorar cada vez que desaparecía de la vista."

    No puedo entender por qué está del lado de Rebecca en lugar del mío. Yo soy la leal, no ella. No debería repetir su historia solo porque ambos son adultos.

    Un ganso común se arraiga en la marisma salada a examinar el follaje en busca de tallos comestibles. Se acerca cada vez más, el pico se mueve rápidamente de un lado a otro, ignorándonos a papá y a mí. Desde lejos parece gris por todas partes, pero ahora veo el destello de blanco debajo de la cola y el detalle de un corpiño intrincado, un sutil mosaico de plumas grises y marrones.

    Busco el resto de la bandada, pero solo puedo ver gaviotas argénteas.

    Me quedo mirando un paquete de cuerda medio enterrado en el barro y me pregunto si debería contarle a mi padre algunas de las cosas que se ha perdido mientras ha estado fuera. ¿Por dónde empezar? ¿Colegio? ¿La amistad especial de Helen con el Sr. Phillips?

    Papá pica los tallos. "¿Crees que ese hombre abusó de Helen? ¿Viste tú algo?"

    De repente, comienza a llorar. Las lágrimas corren por su boca hacia abajo, que se ve expuesta y en carne viva a falta de su barba.

    Le miro horrorizada. "¡Basta!"

    Con los hombros agitados, dice: "No puedo dejar de pensar en eso. Lo que le hizo ese hombre. Necesitamos saber qué pasó. Pero no puedo soportar la idea de lo que pudo haber pasado."

    "Los vi"

    Su ruido se detiene. "¿Qué viste?"

    La distancia entre los lados de la historia es demasiado vasta para cruzarla. El secreto de Helen. Mis mentiras “Les conté todo ayer. No te preocupes, papá. Solo estaban jugando. Juegos de cartas, escondite, baile. Es porque él quería una niña y solo tiene chicos." Miro el ave durante un rato. "¿Por qué no vuelves a vivir con nosotros, papá?"

    "No creo que Rebecca esté de acuerdo después de todo este tiempo", dice en voz baja.

    Aunque yo no lo admitiría ante nadie, mi padre es cobarde e indeciso. Le falta motivación. Se rinde con demasiada facilidad. Es pasivo. Siempre fui yo quien le ayudaba y alentaba en casa.

    "La persuadiré". Inserto un tono alegre y resolutivo en mi voz, pero sé que sueno abatida ante toda esta negatividad.

    Él suspira. "No. No tiene sentido intentarlo. Todo es tan desastre."

    "¡Eres un inútil! ¡No sabes hacer nada!"

    "No me ataques a mí, Lizzie".

    "Has cambiado". Miro con enojo la fábrica de huesos, el techo y las chimeneas asomando entre los árboles, expuestos al sol invernal.

    "No entiendes una maldita cosa. ¡Tú eres la que ha cambiado!"

    Un repentino ruido de carcajadas y gorjeos nos hace mirar hacia arriba. Una V de gansos pasa por encima en dirección a las marismas de la desembocadura del estuario. El ganso gris cerca de nosotros se lanza hacia los cielos.

    De repente, una sonrisa se extiende por el rostro de papá. Me da una palmada juguetona en el brazo y sonríe. "¡La traviesa Lizzie! ¡Intentando culparme de todo!"

29 de febrero, miércoles

    "¡Por favor, para!" Ruego desde la puerta. Cada vez que ella deja caer un nuevo vaso, una imagen de Helen destella en mis ojos, arrojando a mi preciosa bailarina al radiador y volcando mis botellas, luego colapsando en un óseo montón en mi suelo.

    "¡Vete a la mierda!"

    Katie corrió escaleras arriba, cerró la puerta de su habitación y encendió su estéreo en el instante en que escuchó el primer tintineo del vidrio, pero yo me quedé ahí porque pensé que ella me escucharía.

    El cristal Waterford se rompe en una explosión de luz. Fragmentos de vidrio se adhieren a las zapatillas de la señora Nelson. Quiero agarrarle las manos y atarlas para que no pueda hacer más daño.

    "¡Por favor, ven y siéntate! Nos prepararé una taza de té." Mi voz es casi un chillido.

    Comenzando con los vasos, pasando por las copas de vino y terminando con las copas de champán, la Sra. Nelson se ha abierto camino a través de todo el set. Es lo opuesto a secar y guardar. Saca cada vaso del armario, lo sostiene por encima de su cabeza y lo suelta. Me ha ignorado cuidadosamente durante los últimos diez minutos, pero ahora se tambalea a través del vidrio roto hacia mí, señalando con el dedo el techo. "¡Vueera de mi vista!"

    Se da la vuelta y traza una línea recta para los platos.

    Corro por la puerta que comunica con el garaje.

    Vestido con un mono azul aceitoso, el Sr. Nelson juega con su Ford Capri y silba al ritmo de una melodía en Radio Dos. Las puezas del coche yacen en patrones desordenados a su alrededor en el suelo. Parece no tener la menor idea de que la casa familiar está siendo destruida desde dentro.

    "¡Lo está rompiendo todo!" Me siento como si estuviera contando cuentos. Pero necesito que evite que ella destruya todas esas cosas hermosas.

    "Quédate aquí un rato. No tiene sentido intentar detenerla." Se limpia las manos con un trapo aceitoso.

    "¿Qué es lo que le pasa?"

    "No se acordará por la mañana", responde él. "Quédate aquí un rato. Estará bien por la mañana."

    "Pero está rompiendo todas vuestras cosas".

    "Déjala en paz. Ella estará bien." Su voz es firme. Se limpia las manos con el trapo de nuevo y mira a su alrededor. "¿Dónde está esa muñeca rota tuya?"

    Llevo mi caja al banco de trabajo y quito la tapa.

    En el interior, mi bailarina yace sobre un lecho de papel de seda. Partes de su cabeza están colocadas en la parte superior de la caja, y su pecho, faldas y piernas yacen aproximadamente donde solían estar cuando estaba entera, los pies cortados y el pedestal en la parte inferior. He metido las manos y los brazos alrededor de los bordes, donde fuese que había espacio.

    Parece una versión en mosaico de su yo previo.

    "Echemos un vistazo". Se inclina, frunce el ceño, toma un segmento y examina cada borde. Tiene las uñas raídas y sucias. "Buenas líneas limpias. Porcelana de buena calidad. ¿Quieres que te consiga una nueva? No tengo la misma. ¿Quieres una diferente de la tienda?"

    "Me gusta esta. ¿No podemos intentar arreglar esta?"

    "Vale la pena intentarlo."

    Rebusca en una caja de herramientas del tamaño de un fregadero, sacando abrazaderas, cinta adhesiva, tablillas de madera y Araldite. Le pregunto por qué no usa las nuevas cosas extrafuertes de las que todo el mundo habla en la escuela, y me explica que los buenos artesanos necesitan más de una fracción de segundo para decidir cómo reparar los objetos rotos.

    Exprime partes iguales de los dos tubos de pegamento y los mezcla con una cerilla. La mezcla parece moco. Cuando bromeo diciendo que huele bien, me dice que prometa que nunca tomaré el desvío por ese camino.

    Alineamos cada fragmento. Presiona con cuidado cada pieza en su lugar, limpiando el exceso de pegamento con un trapo limpio parecido a una de las blusas de la Sra. Nelson.

    Con la nariz casi tocando la porcelana, fija cada miembro con una astilla y esparadrapo.

    Me estoy concentrando tanto que no escucho nada más que su respiración y el clic satisfactorio cuando cada pieza se desliza en su posición. Lentamente, la figura familiar se levanta del tablero y la dejamos de pie en el garaje, envuelta en cinta hasta la mañana.

1 de marzo, jueves

    El aparejo traquetea contra los mástiles y, más lejos, un leve estrépito llena el aire de la fábrica de huesos.

    Me siento a mi mesa junto a la ventana en la paz y tranquilidad del número once, por fin en casa. El reflector que tomé prestado del estudio de Rebecca ilumina la primera página del cuaderno de tapa dura de lujo que recibí de W. H. Smiths el otro día. Rebecca me ha desafiado a una partida de Scrabble más tarde, pero primero quiero escribir algunas cosas para Barbara Foster y la nariz verrugosa.

    El papel de este cuaderno es de muy buena calidad.

    Mi bolígrafo de caligrafía está en mi mano. Sumerjo la punta en la botella de tinta negra, pero no sé por dónde empezar. Mis notas forman un montón ordenado a mi lado, ordenadas por fecha, pero he tachado mucho material de mis borradores. Antes de comenzar, abriré el diccionario y lo estudiaré para poder controlar el mejor vocabulario y las mejores combinaciones de palabras.

    Acerco el cuaderno, luego hago una pausa y miro a través del cristal.

    La gente desaparece tan fácilmente.

FIN

Agradecimientos

    Estoy en deuda con Anna Kerr por su orientación detallada sobre la escena de la entrevista con la policía y la trabajadora social.

    Dave Swann, Karen Stevens, Jill Campbell y Graham Minett, además de los miembros del taller de escritura creativa en la Universidad de Chichester, brindaron valiosos comentarios sobre los borradores de la novela.

    Las ideas sobre los secretos familiares surgieron del trabajo de Carol Smart.

Notas de Esta Versión

    [1] Perdido en la traducción: «Puta» / «Whore». La palabra inglesa se pronuncia con una «h» aspirada, algo así como hor. Es decir, los fonemas con los que empieza la palabra inglesa para «horticultora».

    [2] Perdido en la traducción: por lo dicho en [1], se hace referencia a la letra «H» aspirada de «Whore» y es fácil imaginar el susurro de un fantasma al pronunciarla de cierta manera.

    [3] Perdido en la traducción: Rebecca deletrea la palabra «MEAT» (carne), pero Helen finge entenderlo como dos palabras separadas, «ME AT» (yo en).