Créditos

    Subterráneo de Hormigón

    Obra Original Concrete Underground (Copyright © 2010 by Moxie Mezcal. Publicada bajo Licencia CC-BY, Algunos derechos Reservados)

    moxiemezcal.com

    Traducción y Edición: Artifacs, oct/nov- 2019.

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    Esta versión electrónica de Subterráneo de Hormigón se publica bajo Licencia CC-BY-NC-SA 4.0 https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/legalcode.es

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Sobre Moxie Mezcal

    Moxie Mezcal vive bajo un nombre falso en San José, California. Para más Ficción Guerrilla, visita: MOXIEMEZCAL.COM

Sobre Ficción Guerilla

    MANIFIESTO DE FICCIÓN GUERRILLA

    La Ficción Guerrilla se define por la producción y distribución independiente de obras literarias impulsadas por artistas.

    La Ficción Guerrilla se basa en la creencia de que el modelo tradicional de publicación de libros solo beneficia a una persona, un tipo en Nueva York que gana dinero con la creatividad de otras personas, a expensas del artista y la audiencia.

    La Ficción Guerrilla es posible porque las herramientas para crear y compartir arte están ampliamente disponibles para cualquier persona con acceso a una computadora y una conexión a Internet.

    La Ficción Guerrilla favorece la distribución electrónica de la literatura como una alternativa ambientalmente responsable a la devoción servil de los editores tradicionales al papel.

    La Ficción Guerrilla favorece las fotocopias baratas de estilo zine sobre los formatos más derrochadores favorecidos por las editoriales tradicionales. Guerrilla Fiction cree que ni el artista ni la audiencia reciben un buen servicio cuando las obras se lanzan solo como costosas tapas duras.

    La Ficción Guerrilla favorece la promoción del arte a través de una conexión directa entre el artista y el público, utilizando sitios web, redes sociales, participación comunitaria, boca a boca e interacción humana cara a cara.

    La Ficción Guerrilla convierte la distribución del arte en una extensión de la relación interpersonal entre el artista y el público, en lugar de la relación comercial entre el editor y el consumidor.

    La Ficción Guerrilla cree que hacer llegar el arte a la audiencia es más importante que llevar dinero al artista.

    La Ficción Guerrilla mantiene todos los derechos en manos del artista.

    La Ficción Guerrilla no necesita ser sancionada o validada.

    

    

Capítulo 1: Te Ven Mientras Follas

    —Tienen cámaras en todas partes, hermano. No solo en los supermercados y los grandes almacenes, también están en sus teléfonos móviles y sus ordenadores en casa. Y nunca se apagan. Creen que lo hacen, pero no lo hacen.

    —Siempre están encendidas, siempre te vigilan, les envia una imagen continua de cada uno de tus movimientos por conexión de banda ancha vía satélite.

    —Te ven mientras follas, te ven mientras cagas, te ven cuando te urgas la nariz en el semáforo o cuando le pegas la bronca al empleado del 7-11 sin motivo o cuando pasas junto a la señora que recoge limosnas para el refugio de mujeres y no le echas nada en la jarra.

    —Incluso nos están observando en este momento, - añadió el vagabundo y extendió un dedo sucio y nudoso hacia las pequeñas esferas negras montadas en cada extremo del vagón del tren.

    Había días en que me encantaba tomar el transporte público y otros días en que no. En un buen día, me gustaba sentarme y ver el espectáculo, estudiar al resto de pasajeros, leer sus pequeños tics, gestos y lenguaje corporal, e intentar adivinar sus historias de fondo, darles nombres e identidades en mi cabeza. Era divertido de un modo voyeurista.

    Y afortunadamente, hoy era un buen día.

    Observé a la anciana vietnamita con el racimo de bolsas de plástico agarrado con fuerza en la mano, como una nube de pequeñas burbujas blancas. Mis ojos trazaron las líneas profundas que surcaban su rostro y me pregunté sobre la vida que la había llevado a este lugar.

    Observé al solitario hombre de negocios que miraba ansiosamente por el pasillo a la hermosa chica mexicana en vaqueros ajustados de espaldas a él. El hombre Jugueteaba nerviosamente con el anillo dorado en su dedo, aunque yo no podía saber si lo estaba haciendo para recordar su compromiso o debatiendo si debería quitárselo astutamente y hablar con ella.

    Observé a los dos adolescentes negros besándose, completamente absortos en la novedad y la emoción del amor recién descubierto. No se les ocurría que su exhibición pública pudiese parecer cliché, grosera o vulgar; sus corazones todavía no se habían endurecido con el cinismo inevitable que engendraba la familiaridad y experiencia. Absortos en su propio mundo privado, estaban tocando lo divino.

    E incluso observé al vagabundo con la loca y feroz masa de cabello anaranjado irrumpiendo por sus poros, cubriendo casi toda su cara, excepto por los pequeños ojos azules y estrechos que asomaban por las fibras. Tenían un tono azul tan brillante que me hicieron pensar en los Fremen de Dune. En mi cabeza, decidí que se llamaba Seamus Freeman.

    —Todo se retransmite a una gigante granja de servidores que mantienen en las montañas, un enorme búnker de hormigón enterrado nueve décimas bajo tierra como un iceberg, por lo que seguirán existiendo después de que nos eliminen a todos con sus armas de destrucción masiva.

    Sin embargo, yo intentaba NO mirar a la rubia sentada a mi lado... específicamente. Estaba tratando de no notar la forma satisfactoria en que danzaba bajo su corta camiseta rosa de la Universidad del Estado mientras cabeceaba agradablemente al ritmo de lo que fuese que se canalizaba por sus pequeños auriculares blancos. Yo no estaba teniendo mucho éxito en ese empeño, pero por suerte parecía demasiado absorta en su libro de texto de Psicología Anormal para darse cuenta.

    Al descubrirme otra vez ensimismado, desvié rápidamente la mirada e hice contacto visual por el pasillo con un rudo obrero de mediana edad con un mono de trabajo negro. Levantó la vista de su periódico justo a tiempo de pillarme mirando a la rubia y me lanzó una mirada amarga y desaprobadora.

    Pensé brevemente en decirle algo, pero antes de que se me ocurriera algo lo suficientemente inteligente como para que valiera la pena, sonó mi teléfono móvil. Los otros pasajeros giraron la cabeza para mirarme mientras mi tono de llamada cantaba en voz alta:

    «Probé a llamarte antes, pero perdí el coraje.»

    «Probé con mi imaginación, pero estaba de viaje.»

    Saqué el teléfono de mi bolsillo. La pantalla decía: Jenny.

    —¿Hola! ¿Qué pasa? - Respondí.

    La alegre voz femenina al otro extremo dijo: —No mucho, sólo me estoy preparando. Cosas de última hora, ya sabes. Intento no dejar que mis nervios me vuelvan loca.

    Mis ojos volvieron a cruzar el pasillo hacia el periódico del trabajador. Lo tenía doblado y yo podía ver una de las páginas interiores, la anterior al artículo que estaba leyendo. Tenía un anuncio completo de Abrasax, el motor de búsqueda y la compañía de software, junto con su logotipo corporativo, un dibujo rojo estilizado de un sol naciente. El anuncio contenía una fotografía de su CEO, Dylan Maxwell, mirando directamente a la cámara con sus jodidos ojos espeluznantes. Era el tipo de foto que parecía mirarte fijamente sin importar desde qué ángulo la miraras. Se me erizó la piel sólo de mirar la maldita foto.

    —Bueno, ¿qué estás haciendo? - continuó Jenny por teléfono.

    —No mucho, tratando de no mirarle las tetas a las universitarias, - respondí con indiferencia.

    —¿Qué?

    El trabajador volvió a levantar la vista de su periódico para mirarme con desdén.

    Me reí entre dientes, —Nada, estoy en el cercanías para encontrarme con alguien para una entrevista.

    —Guay, guay, - respondió con desdén y siguió con una pausa cuidadosamente cronometrada antes de agregar, —Entonces todavía vienes mañana, ¿verdad?

    —Por supuesto que estaré allí. ¿Crees que me perdería la boda de mi hermana?

    —Es que sé cómo eres, D, - dijo con la voz que usaba cuando quería regañar sin parecer molesta. En realidad no era tan efectivo como ella creía. —Ya casi nunca te veo, desde que volviste de Oak Hill, estás tan... retraído. Solíamos estar muy unidos y para mí significa mucho que estés allí.

    Miré hacia arriba y vi al trabajador mirándome, escuchando mi mitad de la llamada. Rápidamente bajó la vista hacia el periódico y comenzó a revisar páginas al azar.

    «Cualquier cosa para pasar el tiempo en un largo viaje en tren», pensé para mí mismo, y luego le repetí a Jenny: —Allí estaré.

    —Genial. Será estupendo tener al menos a una persona de mi familia allí, - continuó ella. Dios, Jenny podía llegar a ser tan jodidamente implacable. —Quiero decir, tendré amigos allí y demás, pero sobre todo vendrán del lado de Brad, su familia y contactos comerciales y todos los políticos que conoce su tío.

    El trabajador dejó de preocuparse de su periódico y lo sostuvo totalmente extendido en ambas manos con la portada frente a mí, como tratando de ocultarse de mi vista todo lo posible. Era un ejemplar semanal del tamaño de un periódico sensacionalista con el título "Subterráneo de Hormigón" escrito en letras recortadas como la funda de un álbum de los Sex Pistols. La portada era una foto del ayuntamiento superpuesta a un fondo de billetes de cien dólares con el título: "Expuesto Escándalo de Contrataciones del Ayuntamiento, por D Quetzal, página 33".

    Sentí que mi espíritu se elevó un poco cuando una sonrisa satisfecha se extendió por mi rostro y respondí al teléfono: —Hablando de Brad, tenía la intención de preguntarte si ya ha leído el artículo.

    Jenny no respondió, pero dejó escapar un suspiro prolongado y exasperado.

    —Eso es un sí. ¿Qué piensa de él?

    —Te veré mañana, - dijo secamente. —Por favor, trata de no ser un gilipollas.

    Deslicé el teléfono en mi bolsillo y no pude evitar sentirme un poco triunfante. Llámame inmaduro, pero había algo en meterse con Jenny que todavía encontraba tan entretenido como cuando éramos niños. Supongo que esa es la belleza de los hermanos.

    Silbé a través del pasillo al trabajador para llamar su atención. Dobló el periódico descuidadamente sobre su regazo y me miró con ojos vacíos y desganados.

    —Bueno, ¿qué piensas de todas esas cosas que suceden con el ayuntamiento? - Pregunté señalando a su periódico.

    —No leo los malditos artículos, - se quejó. —Simplemente leo qué películas están echando.

    Sonreí y asentí estando de acuerdo. —Sí, estoy contigo, hermano. Son un montón de paranoicas tonterías liberales, por lo que a mí respecta.

    No respondió de una forma ni de otra a mi comentario, pero siguió mirándome con una expresión vidriosa y desinteresada, como si esperase con impaciencia que llegase a la conclusión para lo que fuese que yo le había interrumpido. Eché un vistazo al logotipo bordado, en letras rojo brillante en el pecho de su mono de trabajo, que decía: Gestión de Registro Asterión.

    —Hey, Asterión, - le dije señalando el logotipo. —¿No acaban de recibir ese gran contrato del ayuntamiento?

    Él se adelantó de repente y me señaló con un dedo grueso y calloso. —Mira, maricón, no sé a qué te refieres ni si estás tratando de reirte de mí o qué, pero si no sales de mis pelotas y dejas de mirarme, vas a estar recogiendo dientes del suelo.

    Me enfurecí con su epíteto y pensé que era una suposición bastante amplia mientras me alisaba las solapas de mi aplastada chaqueta de terciopelo con un par de dedos de uñas negras. Dejé que mis labios se abrieran libremente en una maliciosa sonrisa y le miré desdeñosamente, manteniendo los ojos fijos inquebrantablemente en los suyos.

    Los pasajeros que nos rodeaban se movieron incómodos en sus asientos y nos observaron nerviosos. La rubia a mi lado sacudía la cabeza sin darse cuenta de nada, todavía enterrada en su libro de texto. Y Seamus el vagabundo seguía predicando.

    —Utilizan el análisis biométrico para clasificar todas las horas y horas de metraje para que puedan seguirte de una cámara a la siguiente, manteniéndote siempre bajo sus ojos vigilantes.

    Vi los ojos del trabajador dirigirse a uno de los orbes negros opacos que albergaban una cámara de seguridad. Se hundió en su asiento. Apreté mis labios y le hice una exagerada mueca de beso.

    El tren se tambaleó y se detuvo bruscamente.

    —Bueno, chicas, parece que aquí es donde me bajo, - dije dirigiéndome a los pechos de la rubia con un saludo de mi sombrero mientras me levantaba.

    Ella se quitó el auricular de una oreja y me miró con curiosidad. —¿Eh?

    Reconocí la música que se vertió del descarrillado auricular como Le Tigre, lo que me pareció un poco sorprendente en función de la apariencia de la chica, al esperar que sus gustos fuesen más pop y mainstream.

    Me encogí de hombros y me dirigí a la puerta del tren. Al salir, Seamus extendió una mano hacia mi pecho para detenerme, luego me pasó un pedazo de papel con la otra. Era una octavilla, una fotocopia barata en blanco y negro con tres imágenes verticales estrechas: un primer plano de la pirámide del reverso del billete de un dólar a la izquierda, un oficial de policía con equipo antidisturbios en el medio y una mujer en lencería a la derecha. La frase "Te están mintiendo..." estaba estampada en la parte superior y justo debajo de las imágenes, continuaba con "Confía en nosotros". En la parte inferior, en letras minúsculas, estaban las palabras "La Sociedad Highwater" junto con un logotipo estilizado de un globo terráqueo con una corona flotando sobre él.

    —¿Cómo sabes tanto sobre todo esto? - Le pregunté a Seamus.

    Sus profundos ojos azules centellearon cuando respondió jovialmente, apestando a sudor, orina y a Perro Loco: —Yo ​​trabajaba para Abrasax. Los ayudé a construir la maldita cosa.

Capítulo 2: No Se Puede Considerar Responsable

    La dirección que me dieron era la de un barato albergue para indigentes y trotamundos llamado Casa Salvador en el lado cutre del centro, la parte donde los esfuerzos de reconstrucción del ayuntamiento (léase: "gentrificación") aún no habían logrado expulsar a los numerosos elementos indeseables.

    Entré pasando el vestíbulo delantero. Pude ver que el gerente de recepción quería confrontarme, pero estaba demasiado ocupado discutiendo con una rubia de peróxido y de mediana edad con un top estampado de leopardo. Su piel estaba curtida y castigada por el clima. ​​La supuse del tipo que en realidad era unos buenos diez años más joven de lo que aparentaba.

    Me encaminé por la estrecha escalera, que olía a orina y lejía, para subir hasta el tercer piso. Seguí por el pasillo tenuemente iluminado, pasando una serie de puertas cerradas que amortiguaban los sonidos de mujeres fingiendo gemidos de placer.

    La habitación 313 estaba en el extremo más alejado del pasillo y su puerta ya estaba ligeramente entornada. Llamé de todos modos, pero no hubo respuesta. Empujé la puerta lo justo para meter la cabeza y llamé: —¿Hola? ¿Hay alguien allí?

    No hubo respuesta, así que entré y tanteé por la pared en busca del interruptor de la luz. Se encendió una débil bombilla que iluminó la pequeña y escasa habitación con un tenue fulgor amarillo. La habitación tenía unos 3 por 3 metros y el único mueble era una mugrienta cama deshecha y un baúl de metal al pie. No había ventanas, armario ni baño. Cuando entré, noté un bate de béisbol de madera apoyado junto a la puerta.

    Mi reloj marcaba las 6:20, veinte minutos tarde para la entrevista. Me senté en el borde de la cama para esperar, confiando en que tal vez mi contacto acabara de salir momentáneamente.

    Después de unos minutos, un teléfono comenzó a sonar en el pasillo. Lo dejé sonar seis veces sin que nadie respondiera antes de decidir cogerlo, en parte por la remota posibilidad de que fuese mi contacto, pero mayormente por la mórbida curiosidad sobre el tipo de asunto que haría llamar a alguien a aquel basurero.

    En mi camino hacia la puerta, sin embargo, un pequeño destello de luz azul me llamó la atención. Provenía del interior de un respiradero en la parte superior de la pared opuesta. Me acerqué y vi que había algo azul y metálico escondido detrás de la rejilla. El destello debió de haber sido un reflejo de la luz en la superficie metálica.

    Deslicé el baúl y me subí sobre él para ver más de cerca. En el interior pude distinguir lo que parecía ser una pequeña caja rectangular de aproximadamente doce centímetros de largo y cinco centímetros de ancho. Traté de quitar la rejilla del respiradero pero descubrí que estaba atornillada. Saqué mi navaja del bolsillo de los vaqueros y comencé a aflojar los tornillos. Había logrado sacar dos de los cuatro cuando de repente escuché una voz detrás de mí.

    —¿Qué estás haciendo aquí?

    Me di la vuelta para ver a un anciano parado justo en el umbral de la puerta, delgado y demacrado, vestido con un barato traje marrón. Había recogido el bate de béisbol y me apuntaba con él amenazadoramente como si tratara de mantenerme a raya. Bajé del bahúl y el tipo avanzó hacia mí rápidamente, extendiendo el bate para tocar apenas mi pecho con la punta.

    —Quédate ahí.

    —Uoo, cálmate, - le dije. —Me llamaste y me pediste que te encontrara aquí.

    —Yo no te llamé. ¿Quién eres? ¿Quién te envió aquí?

    —Mira, alguien llamó y me dijo que viniera aquí. Soy periodista.

    Comencé a buscar dentro de mi chaqueta para sacar mi tarjeta, pero el tipo pinchó el aire con el bate. No lo movió bastante cerca como para decirme que quería golpearme, pero sí lo bastante cerca como para que yo recibiera el mensaje.

    —Sólo voy a meter la mano en el bolsillo para sacar mi tarjeta de negocios y mostrarte quién soy.

    Me miró en silencio mientras yo probaba de nuevo y buscaba lentamente en el bolsillo de la chaqueta. Saqué mi tarjeta y se la entregué.

    La parte superior de la tarjeta tenía estampado el logotipo recortado de Subterráneo de Hormigón. Debajo estaba impreso:

    D Quetzal

    Periodista de Investigación punk de la hostia.

    Echó un vistazo a la tarjeta antes de llevar su mirada y su bate hacia mí.

    —¿Se supone que esto es una especie de broma?

    Di un par de pasos hacia adelante. —No es una broma. Soy periodista y...

    Me bateó de lleno en la sección media. Me doblé hacia adelante con el abdomen en llamas por el golpe. Antes de que pudiera recuperarme, otro golpe llevó el bate sobre la parte posterior de mi cabeza, derribándome al suelo mientras yo perdía rápidamente la consciencia.

* * *

    Estoy teniendo ese sueño otra vez.

    Estoy sentado en una sala de cine abarrotada. A mi derecha hay un asiento vacío. A mi izquierda, una mujer se sienta a mi lado. Creo que la he seguido al cine porque me parecía familiar, como mi antigua novia del instituto, pero ahora puedo ver que no es quien yo creía que era. Ella descansa su cabeza sobre mi hombro, y yo le quito el pelo morado de la frente y le doy un beso.

    Veo a un hombre en la pantalla de la película conduciendo un coche por un pequeño aeródromo en mitad de la noche. En realidad, no veo al hombre, veo a través de sus ojos. El hombre de la pantalla soy yo, el yo de la audiencia se desvanece y concentro mi atención solamente en el yo de la pantalla.

    En la pantalla, salgo del coche y me saluda un hombre bajito y calvo con una linterna. Me dice algo, pero no puedo distinguir sus palabras sobre el sonido del proyector de cine detrás de mí. Sigo al hombre con la linterna hasta uno de los hangares. Está oscuro por todas partes.

    Hay un único avión en el hangar, un pequeño jet privado. La compuerta delantera está abierta y una escalera con ruedas se ha colocado en su sitio. Sigo al hombre subiendo las escaleras y entro en el avión. En el interior, el haz ilumina al azar solo pequeñas partes del estrecho espacio, la linterna oscila en la mano del hombre mientras camina por el pasillo hacia la parte de atrás.

    Se detiene al final de la cabina y apunta la luz a uno de los asientos. Me acerco para ver lo que me está mostrando. Es una mujer. Está sucia y despeinada: la ropa desgarrada, el pelo negro y grasiento pegado a la cara con mugre y sudor, grandes hematomas morados en la carne expuesta de su cuello donde ha sido estrangulada.

    Me arrodillo y aparto algunos mechones de pelo para exponer su cara. Toco su piel fría con la mano, que parece casi irreal, como si fuese una muñeca de cera. Suavemente, con ternura, paso los dedos por su mejilla sin vida. La conozco, pero el yo sentado en el cine no puede determinar cómo ni de dónde.

    En la pantalla, el hombre con la linterna me dice: —Mira en su mano. - Mueve el haz hacia abajo para que pueda ver su puño cerrado. Le abro el puño y veo que contiene un collar con un rubí grande y brillante engarzado en un colgante. Le doy la vuelta al colgante. Hay un símbolo grabado en su parte posterior: un globo con una corona flotando sobre él. Tomo el collar de la mano de la mujer muerta y me lo guardo en el bolsillo.

    De vuelta al cine, toso. La mujer a mi izquierda me sisea enojada. El yo en la pantalla gira la cabeza y mira por encima del hombro, más allá de la cuarta pared hacia el público. Puedo ver su rostro, y él no soy yo. Sus profundos ojos azules están llenos de ira penetrante, mirándome a través de la oscuridad, proyectada mayor que la vida.

    La imagen en la pantalla parpadea y se disuelve brevemente en estática antes de pasar a una toma granulada de gran angular de una habitación. La imagen monocromática está tintada en azul, dando la impresión de que es una imagen de algún tipo de cámara de vigilancia. La habitación es pequeña y está escasamente amueblada, con un solo ocupante: un hombre sentado al borde de una cama, de espaldas a la cámara. En la esquina inferior derecha de la pantalla hay números digitalizados que rezan: 00033.

    Me giro a mi izquierda. La mujer a mi lado me lanza una desaprobadora mirada y dice: —No deberías estar aquí. - Su rostro está tapado por una media máscara hecha de gris oscuro. Extiendo la mano para levantar la máscara, pero cuando veo su rostro, me doy cuenta de que no es quien pensaba que era.

    Giro a mi derecha y veo a un hombre sentado en el asiento previamente vacío, con la cara tapada por una grotesca máscara negra salpicada por forúnculos rojos que supuran pus. Una larga nariz aguileña sobresale de su máscara, y debajo de sus labios se separa para revelar una boca llena de irregulares dientes amarillos que sobresalen de unas sangrantes encías púrpura.

    El hombre de la máscara comienza a reír, una risa enlatada y mecánica, como el sonido de un aparatoso y viejo proyector de cine.

* * *

    Cuando recobré el sentido, mi atacante se había ido. Luché lentamente por ponerme en pie, sintiendo que me latía la cabeza y me dolía el estómago como el demonio. Luego, para empeorar las cosas, ese maldito teléfono en el pasillo comenzó a sonar de nuevo.

    En cuanto por fin recuperé el rumbo, noté que habían quitado del todo la tapa del respiradero y se habían llevado la caja.

    Con la cabeza todavía nadando, salí tambaleándome al pasillo a tiempo de ver a la dama del vestíbulo, con el estampado de leopardo, descolgar el teléfono.

    —¿Hola? - respondió ella y luego giró la cabeza para mirarme directamente. —Sí, está, - dijo después de una breve pausa y me tendió el auricular. —Es para ti.

    Le quité el teléfono y saqué el cuaderno de reportero de mi bolsillo de atrás. —Al habla D.

    —¿Encontraste el paquete? - preguntó la voz de un hombre al otro lado de la línea, baja y áspera, casi sonando mecánica.

    —¿Quien es?

    —¿Lo cogiste? - demandó.

    Escribí la palabra "paquete" en mi cuaderno. —¿Te refieres a la cajita azul? No, estaba demasiado ocupado quedando inconsciente tras una paliza con un bate de béisbol. Ahora, ¿te importaría decirme quién coño eres?

    Escuché varias voces de fondo susurrar vagamente, pero no pude distinguir claramente lo que decían. Uno de ellos podría haber dicho algo como: —Él va a entrar.

    —No deberías haber llegado tarde, - dijo el hombre. —Tienes que salir de ahí ahora mismo. Si no lo haces no podemos considerarnos responsables de lo que te suceda.

    Se cortó la comunicación. Colgué el teléfono y tomé algunas notas más antes de bajar las escaleras. En mi camino por el vestíbulo, el gerente salió corriendo de detrás de la mesa de recepción para interceptarme.

    —Hey, aquí hay una tarifa de visitante. Veinte dólares, - dijo.

    —¿Qué?

    —Todos los visitantes pagan veinte dólares. Tengo que limpiar lo que dejáis, so gilipollas. Y entre fregar las manchas de esperma de las habitaciones de las prostitutas y limpiar el vómito y la sangre y Dios sabe qué más en las habitaciones de los traficantes, veinte dólares por aparecer aquí ni siquiera empieza a cubrirlo. Así que paga, y esto también va para ti.

    Miré por encima del hombro para ver que el gerente también se dirigía a un hombre que acababa de cruzar la puerta delantera. Era un gigante del tipo matón, fácilmente de 2,20 metros y con la constitución de una excavadora, la cabeza rapada y una tez verde oliva oscura de etnia indeterminada. Llevaba pantalones de cuero, botas con punta de acero y una camiseta negra con "Mala Semilla" impreso en letras blancas.

    —¿Qué has dicho? - preguntó el recién llegado.

    El gerente dio un paso hacia él, extendió su mano izquierda hacia arriba y clavó su dedo índice derecho en su palma abierta. —Ya me has oído, me cago en Dios, que sueltes el maldito dinero en mi maldita...

    El alto golpeó al gerente en la cara con la cabeza, aplastándose la nariz hasta una pulpa roja y chorreante. Me miró con la sangre goteándole por la frente y me dijo: —No debería haber blasfemado. - yo no supe si estaba bromeando o no, probablemente no.

    Simplemente me encogí de hombros en un acuerdo tácito y pasé junto a él hacia la salida. Al salir por la puerta miré atrás para verlo subir las escaleras. Algo me decía que probablemente se dirigía a la habitación 313, pero que me condenaran si iba a seguirlo para averiguarlo.

Capítulo 3: Esta Máquina Mata Yuppies

    —Enhorabuena, imbécil, acabas de conseguir que nos demanden.

    Mi editora, Sharon, estaba parada frente a mi escritorio. Al parecer no estaba contenta.

    Me encogí de hombros, me hundí en mi silla tratando de esconderme de sus gigantes ojos desorbitados detrás de mi ordenador. Era un ordenador portátil blanco con una pegatina que decía "Esta Máquina Mata Yuppies" estampada sobre el logotipo corporativo en la parte posterior.

    Ella extendió su espeluznante mano masculina y cerró la pantalla con un golpe. —Déjame intentarlo de nuevo. Acabas de hacer que nos demanden por sexta vez.

    Sharon Sinclair era una bestia de mujer de dos metros con una enorme y tensa melena de cabello negro y gris recogida en una coleta. Yo tenía plena confianza de que podía partirme en dos y usar luego mi sangrienta carcasa en algún extravagante ritual de culto lésbico hedonista o algo así. De modo que normalmente intentaba elegir mis palabras con el debido cuidado a su lado.

    —Hostia puta, ni siquiera me he tomado el café de la mañana todavía y mi cabeza aún se está tambaleando por el Bateador de Louisville que la golpeó anoche. Así que, en serio, no tengo ganas de lidiar con ningún molesto episodio hormonal que estés atravesando.

    Ella me miró en silencio, observando cómo me retorcía un poco antes de preguntar: —¿Has terminado?

    —Es probable.

    —Bien, - dijo con una sonrisa reprimida mientras tomaba asiento a mi lado. —Porque acabo de dejar que acuses públicamente al alcalde, y a las corporaciones más poderosas del valle, de conspirar para defraudar a los contribuyentes. Bueno, ¿cuál es tu plan para mantener mi culo fuera de la línea de fuego?

    Me incliné hacia atrás en la silla y encontré la mirada de Sharon. —Mira, sabíamos que tendríamos una fuerte reacción. Déja que nos demanden. Tenemos correos electrónicos que nos respaldan.

    —Estos informes legales dicen que tus correos electrónicos fueron falsificados, - respondió ella agitando una gruesa pila de papeles en mi cara.

    —Por supuesto que están diciendo eso. Por eso me aseguré de corroborarlo. Abrasax confirmó que los correos electrónicos entre Dylan Maxwell y el Ayuntamiento son legítimos. Pero tú ya sabes todo esto, así que no sé por qué estamos perdiendo el tiempo volviendo a revisarlo.

    —Porque Abrasax no responde llamadas ni preguntas relacionadas con tu historia. No confirman que su portavoz te diese esa declaración en realidad. Te han dejado fuera.

    Sentí mi estómago hundirse. —¿Me estás tomando el pelo?

    Sharon negó con la cabeza. —No. ¿Recuerdas lo mucho que me decías que su admisión era casi demasiado buena para ser cierta? Bueno, ¿adivina qué...?

    Me incliné hacia adelante, apoyándome en la mesa sobre los codos y masajeándome las sienes. Mi dolor de cabeza empeoraba.

    —Haría las cosas mucho más fáciles si me dijeras quién es la fuente de esos correos electrónicos, - insistió.

    —No puedo. Le prometí completo anonimato.

    —Como quieras, - admitió, —pero tienes que darme algo aquí, D. ¿Cuál es tu plan?

    —Tengo que hablar con Abrasax de nuevo y asegurarme de que aún respaldan mi historia. Sólo que esta vez tengo que hablar con el mismo Dylan Maxwell, no con esa horrible y estridente perra de Lynch. - Hice una pausa para acariciarme la barbilla y agregué: —Probablemente Maxwell irá a la boda de mi hermana esta noche. Demonios, podría hacer que valga la pena ir.

    Sharon relajó un poco su postura y suavizó su tono. —Es bueno ver que por fin te unes a la conversación. Porque si esto va a juicio y no puedes conseguir que Maxwell respalde esos correos electrónicos, me veo obligada a pasar al modo control de daños. Y eso comienza con la publicación de una retractación completa y termina enlatando con mierda tu lamentable trasero.

    En ese momento apareció una becaria en la entrada de mi cubículo con tres bandejas de correo llenas, apiladas una encima de otra. —Aquí está el correo que me pidió que trajese, Sra. Sinclair, - dijo mansamente.

    —Déjalo en su escritorio, - le indicó Sharon, asintiendo. La becaria obedeció, luchando con el peso al soltar la carga sobre mi escritorio con un golpe sordo. Era una de las típicas chicas que traía Sharon: estudiantes universitarias idealistas con grandes vocabularios y grandes tetas. Tampoco es que yo me hubiera quejado alguna vez.

    Esta becaria en particular tenía un anillo en el labio y el cabello teñido de negro azabache. Llevaba unos pantalones cortos de pana sobre medias de redecilla negras rasgadas y una camiseta rosa clavel con una impresión de seda de Ella-Ra que no estaba seguro de si se suponía que debía ser irónico, pero en cualquier caso definitivamente era una talla o dos demasiado pequeña. Cuando volví la mirada hacia Sharon, vi que ella también estaba examinando a la chica.

    Negué con la cabeza. —No vale la pena tu esfuerzo. Conozco a las de su clase. Probablemente tiene un novio a largo plazo, algún empollón de música con coleta o algo así.

    —Eso lo dirás tú, - respondió Sharon con una media sonrisa. La becaria estaba parada allí, incómoda, sus ojos se movían de un lado a otro entre nosotros.

    —Demuestra que tengo razón, Princesa del Poder, - le dije.

    —¿Qué? - preguntó la becaria tentativamente, sus pálidas mejillas se sonrojaron.

    —Oh, no te avergüences ahora, - le dije. —Sé que vivimos en tiempos más ilustrados y sería totalmente inapropiado por mi parte preguntarte directamente si te gusta la carne o el pescado, y por supuesto quiero mostrarme sensibilizado por todas esas chorradas. Pero esto tiene que resolverse, así que díme sólo una cosa: ¿a cuál de los dos sería más probable que te follaras?

    Ella-Ra negó con la cabeza, no muy segura de entender la situación. Por fin, con un encogimiento de hombros de disculpa, respondió: —Bueno, no soy gay, pero está claro que a ella.

    Sharon se rió de buena gana mientras la becaria se alejaba. Le mostré una sonrisa lobuna. —Bueno, ¿qué es todo esto? - Pregunté indicando las bandejas de correo.

    —Ese es el correo del odio generado por tu artículo. La mayoría sólo cuestionan tu integridad periodística, es evidente que usan un lenguaje muy colorido para hacerlo, pero también hay un puñado de amenazas de muerte bona fide.

    —Lo que me sorprende de verdad es que tantas personas lean este periódico, - murmuré.

    No estaba realmente preocupado por la atención que estaba atrayendo mi artículo. Sabía que Sharon podía manejarla y que ella me ayudaría.

    Sharon Sinclair se había escapado de casa por primera vez a los 14 años para ir a ver a los Stoogers. Se escapó por última vez dos años después y se mudó a Nueva York. Eso fue a finales de los setenta. Dividió su tiempo entre dos movimientos: el punk rock y el libertinaje gay. En algún punto del camino se metió en el periodismo. Ella me había dejado leer algunos de sus primeros artículos y eran demencialmente buenos: un frenético periodismo gonzo alimentado por heroína y la autojustificada convicción de que era la perra más genial del planeta.

    Cuando la conocí ella había terminado aquí y comenzado el Subterráneo de Hormigón. El periódico había significado algo para ella en algún momento, pero ahora se había resignado a hacer de niñera de un montón de mediocres listillos, compañía presente definitivamente incluida.

    Conducía una prehistórica tartana con un motor convertido a biodiesel. El parachoques trasero estaba lleno de viejas pregatinas de campaña de fallidos candidatos demócratas a modo de pequeño alegato personal "que te jodan" para el mundo. En serio. Si me gustaran las tortilleras hogareñas con edad suficiente para ser mi madre, le habría propuesto matrimonio a esta mujer hacía años.

    Hojeé la bandeja del correo del odio distraídamente, sin buscar nada en realidad, y encontré un pequeño sobre azul que me llamó la atención. No llevaba sello ni matasellos, pero estaba dirigido a mí a através del periódico. La solapa trasera estaba estampada en papel de plata con el símbolo del globo coronado de mi sueño.

    Rompí el sello de la solapa y saqué el papel del interior. Era una gruesa hoja blanca con un mensaje escrito a máquina:

    ¿Has visto el Morning Star de hoy?

    Página 9-B

    El Morning Star era el principal diario en el valle. Por norma yo nunca lo leía. Por eso cuando le pedí a Stan, nuestro editor de listas de películas de cine, que me prestara su copia, se mostró comprensiblemente suspicaz. Tuve que prometerle que se lo devolvería ileso y sin quemarlo en una efigie ni nada de eso.

    Saqué la sección B, Noticias locales, y pasé a la página 9. Enterrada en la parte inferior de la página había un pequeño artículo a una columna sobre una mujer hallada muerta en una cuneta de la Autopista 77, a unos cinco kilómetros al sur del aeródromo de Hastings en el extremo sur del valle. Había sido estrangulada. La policía no había encontrado identificación en el cuerpo, y ella no coincidía con la descripción de ninguna persona desaparecida conocida en el área. El portavoz de la policía había dicho que probablemente era una vagabunda.

    Pasé la página. En la parte posterior del artículo, página 10, había un anuncio a color y a página completa de Abrasax, de nuevo con una fotografía de su CEO, Dylan Maxwell. Con su abundante cabello negro azabache, su complexión delgada y su postura suelta y desenfada. La gente tendía a pensar en él más como una estrella de rock que como ejecutivo de tecnología. Observé la fotografía, meditando sobre la forma en que parecía mirar desde la página con esos intensos ojos azules. Mi cerebro mostró una imagen de esa misma mirada de acero proyectada, mayor que la vida, en una pantalla de cine. Sentí un escalofrío recorriendo mi cuerpo y se me erizaron los pelos de la nuca, luego imaginé por un segundo haber escuchado el sonido de un aparatoso y viejo proyector de películas.

Capítulo 4: Extraños en el Suelo de un Baño

    Había muchas cosas que preferiría hacer un viernes por la noche antes que intentar entrar en el San Agustín, un exclusivo hotel del lado oeste que atiende a dos tipos de clientes: los ricos y los poderosos. Y, sin embargo, allí estaba, tratando de entrar ante un sobredimensionado portero ario que me bloqueaba el paso al gran salón de baile.

    —No, no lo entiendes. Soy periodista, hermano. Tengo credenciales.

    Le enseñé lo primero que encontré en el bolsillo de mi chaqueta, que resultó ser mi pase de prensa de una feria de tecnología de hacía dos meses. No pareció ayudar a mi causa. Probablemente tampoco ayudó que me presentara a una boda en un hotel de cinco estrellas en vaqueros y chanclas. Ni que apestara a whisky. Aunque en mi defensa, había tenido que salir corriendo del trabajo para llegar hasta allí, por eso me había resultado imposible parar en casa para cambiarme y parar en el bar para quedar adecuadamente colocado al mismo tiempo. Había tenido que sacrificar una de esas cosas.

    Persistí discutiendo con el portero hasta que, por el rabillo del ojo, vi a una joven mexicana muy bajita y muy enojada con un vestido de novia que se dirigía hacia nosotros desde el otro lado del salón de baile.

    —Ahora sí que la has liado, Adolf. Prepárate para ver qué pasa cuando infringes los derechos del Cuarto Poder. - le dije al tipo.

    La joven pasó junto al portero y me agarró del brazo.

    —No pasa nada, - dijo ella. —Es mi hermano.

    Jenny y yo éramos mellizos y siempre habíamos estado muy unidos a pesar de nuestras personalidades tan diferentes. Aparte del cumpleaños y un par de padres muertos, no había mucho más en común. Ella era muy emprendedora y un poco besaculos, siempre intentando que mamá y papá se sintieran orgullosos, cosa que parecía lograr con facilidad. Era la chica del instituto que practicaba todos los deportes, se unía a todos los clubes, dirigía el consejo estudiantil y, de alguna manera, se las arreglaba para sacar Sobresalientes sin sudar siquiera. Intensa ni siquiera se acercaba a describirla. Yo nunca pude competir con eso, así que decidí construirme una identidad rebelde. Desafortunadamente, equiparé la rebelión con convertirme en un gigante gilipollas.

    Habíamos crecido en una familia suburbana de clase media. Nuestro padre era maestro y nuestra madre arquitecta. Eran la clase de pareja que tenía una cita para ir a bailar todos los viernes durante los 31 años que estuvieron casados. Murieron cuando Jenny y yo teníamos veintidós años. Vendimos la casa donde crecimos y dividimos el efectivo, ninguno de nosotros quería volver a pisarla.

    Jenny usó el dinero para pagar su Master. Después de la escuela fue a trabajar para James McPherson, uno de los hombres más poderosos y ricos de la ciudad. Además de ser dueño del San Agustín, McPherson tenía intereses en bienes raíces, desarrollo de tierras, capital de riesgo y otras cosas sobre las que realmente yo debería haber sabido más. La familia McPherson tenía dinero cuando este valle no era más que un puñado de huertos. Si dijera que hubo un tiempo en que la familia McPherson había sido dueña de cada metro cuadrado de tierra en nuestra ciudad, probablemente estaría exagerando, pero no mucho.

    Jenny dirigía la fundación de caridad de los McPherson, lo que básicamente implicaba que no sólo disponían de tanto dinero que tenían que empezar a regalarlo, sino que incluso necesitaban contratar a alguien para deshacerse de él.

    Jenny tomó dos vasos de whisky del barman y me entregó uno.

    —Por tu aspecto, sin mencionar el olor, sé que realmente no debería darte esto, pero... - se detuvo y se encogió de hombros.

    —Este es tu gran día, - dije mientras brindaba con ella.

    —Tan grande que has llegado una hora tarde y te has perdido toda la ceremonia, - añadió ella mostrándome una expresión de desaprobación que la hacía parecer nuestra madre. Abrí la boca para protestar, pero afortunadamente presionó su dedo contra mis labios para silenciarme. —Me alegro de que hayas podido venir.

    —Yo también, - respondí.

    Conseguimos escabullirnos de la recepción a través de la cocina del hotel y salir por una puerta de servicio que se abría a un muelle de carga en la parte de atrás. Nos sentamos en el muelle y nos pusimos al día entre whisky y cigarrillos.

    —No he fumado en años, - dijo Jenny después de exhalar una serie de anillos perfectos. —Si Brad me viera, se volvería loco.

    —¿Qué vas a hacer cuando lo huela?

    —Te culparé, por supuesto.

    Me reí entre dientes y apagué mi colilla. —¿Te acuerdas de los tiempos del instituto cuando nos escondíamos encima del tejado del garaje para fumar?

    Jenny sonrió. —Sí, y recuerdo la vez en el tercer año que te encontré alucinando, rajando sobre satélites espías, señales de radio gubernamentales y Philip K. Dick.

    —Cómo olvidarlo, me chantajeaste cincuenta pavos para no chivarte a mamá y papá, - le dije con una mueca.

    —Y lo descubrieron de todos modos cuando pasaste la mañana siguiente con los ojos hinchados y nervioso durante el almuerzo del domingo con la abuela. - Jenny se rió tan fuerte que resopló.

    —Qué unidos estábamos, - dije dejando que una pizca de genuina emoción escapara de mis labios por primera vez desde que podía recordar. —¿Que pasó?

    —Creo que crecimos, - Jenny se encogió de hombros.

    —Habla por ti misma. - me burlé.

    La puerta de servicio se abrió y un hombre grande de mandíbula cuadrada asomó la cabeza por el muelle. —Jenny, te llevo buscando desde hace media hora.

    —Hola, Brad, - dije mientras masticaba los hielos de mi whisky. —Bonita ceremonia.

    Me ignoró mientras Jenny se levantaba y se acercaba a él. —¿Por qué hueles a humo? - le preguntó él.

    —Lo siento, cariño. D ha estado fumando y el viento me venía a la cara.

    —Vamos dentro, - respondió con frialdad. —Los invitados nos están esperando. - Mantuvo la puerta abierta cuando Jenny entró.

    —Hey Brad, quería preguntarte algo... - grité mientras salían, —¿Has tenido ocasión de leer mi artículo? Te envié una copia a la oficina.

    La puerta se cerró de golpe.

    Jenny conoció a Brad en el trabajo. Brad McPherson era el sobrino y protegido de James McPherson. Gestionaba varias participaciones comerciales de McPherson, incluido el venerable San Agustín. Presumiblemente, eso le daba un descuento en recepción. También había diseñado con el gabinete del alcalde un acuerdo millonario de reurbanización de la ciudad para ayudar a revitalizar partes del centro. Casualmente, el tío de Brad poseía poco más de la mitad de la propiedad en el área programada para dicha reurbanización.

    Era difícil explicar por qué yo odiaba tanto a Brad. Él tenía éxito, era encantador como el demonio y, desde todos los puntos de vista, estaba muy comprometido con mi hermana. Por supuesto, el tipo tenía ese punto ciego moral que los ricos y las personas de éxito desarrollan por necesidad, pero en el fondo no era una mala persona. Sí, vale, siempre me había imaginado a Jenny terminando con un hombre más inteligente, alguien que pudiese igualarla intelectualmente, que fuese un poco más como nuestro padre, pero por otro lado, podía ver que Brad tenía toda el atractivo físico del estadounidense y ese carisma por el que las chicas marrones de clase media se vuelven locas. Para ella, él representaba el último paso de integración y aceptación, como su boleto honorario para el club Persona Blanca Anglosajona.

    Tal vez no fuese tan difícil de explicar por qué lo odiaba después de todo.

    Regresé cruzando la recepción, tratando de contar las caras de los invitados de Jenny que reconocía. Lo triste era que casi no tenía familia allí, así que conocía a más personas por las fotos o por la televisión que por la vida real. Estaba el alcalde, dos congresistas en funciones, un senador, un puñado de políticos locales, el editor del Morning-Star, un puñado de multimillonarios del capital de riesgo, los CEO de la docena de compañías tecnológicas más grandes de la ciudad y yo.

    Una de aquellas cosas no era como las demás.

    Todos los mejores y más brillantes de la ciudad estaban aquí, con una evidente excepción: Dylan Maxwell.

    Decidí buscar mi mesa asignada pensando que era un buen lugar para pasar el tiempo mientras esperaba a que Maxwell apareciese. Cuando llegué allí noté que Jenny me había sentado junto a mi viejo amigo del instituto Brian López. Probablemente había pensado que me estaba haciendo un favor al ponerme con alguien con quien hablar.

    —Bueno, ¿no es este el viejo Doble-Mojada en carne y hueso? - dije mientras caminaba hacia la mesa y golpeando a Brian en la espalda. —Me alegro de verte, Bri-Bri.

    Brian se puso en pie intentando forzar una sonrisa. —D, me alegro de verte.

    Me extendió una mano regordeta. Él siempre había sido lo que cortésmente llamaban "ronco" cuando éramos niños, y el tiempo y la edad no habían mejorado las cosas. Me estrechó la mano, apretándola con fuerza, y me presentó a las otras tres personas en nuestra mesa: dos de sus compañeros de trabajo del Ayuntamiento y su prometida, Sandra.

    —Encantado de conocerte, - le dije a Sandra, ignorando a los otros dos. Sandra era unos años mayor que él y se notaba. Sus rasgos faciales eran ásperos y desiguales, pero lo compensaba con un cuerpo increíble que lucía con un ajustado vestido de noche color canela tan bajo que amenazaba con derramar lo que había bajo su amplio escote.

    —Muy bien, enhorabena, - le dije a Brian lo más lascivamente posible. Él no pudo evitar sonreír con aire de suficiencia, había sido el empollón del instituto cuyo poder e influencia recién descubiertos lo habían colocado con la clase de chica que solía reírse en su cara.

    —No, en serio, está buena. Definitivamente me gusta lo que está pasando ahí arriba, - continué, agitando mi mano frente a su pecho. —Brian siempre ha sido un hombre de pechos.

    —D, por favor... - tartamudeó Brian.

    Abrí la boca para decir algo más, pero me distraje cuando noté a una mujer caminando por el vestíbulo de recepción con un vestido de fiesta a cuadros multicolores y un velo negro. Aquello era raro. Pensé en preguntarles a los demás en la mesa si también la habían visto, pero luego me di cuenta de que estaban de espaldas a ella.

    Continué, —No, en serio, deberías verte en el instituto. A veces creo que la única razón por la que solías salir conmigo era para venir a mi casa y mirarle las tetas a mi hermana. - La cara de Brian se puso roja como la remolacha. —Eso la ​​aterrorizaba. De hecho, me sorprende un poco que te haya invitado a la boda. Vosotros dos nunca os llevasteis bien.

    Brian respiró hondo. —Muchas cosas han cambiado desde el instituto, - dijo deliberadamente. —Jennifer y yo ahora nos vemos mucho profesionalmente y nos hemos hecho amigos.

    —Claro, ahora trabajas para el alcalde, - le dije chasqueando los dedos como si acabara de volver en mí. —Debería haberlo recordado por esa vez que me sacaste a rastras de la reunión del consejo. Supongo que las cosas han cambiado mucho desde el instituto. Si me disculpas, tengo que ir a por una bebida.

    Salí a la terraza que daba al jardín privado del salón de baile y me dirigí al bar de la terraza. Después de tomar dos rápidos vasos más de whisky y un tercero para el viaje, deambulé un poco por el jardín y pensé que, considerando las circunstancias, lo estaba pasando lo mejor posible en la... en aquello.

    Cuando doblé la esquina de un arbusto, vi una cara familiar: Lilian Lynch, secretaria de prensa de Abrasax, una arpía intrigante y apuñaladora. Estaba sentada en un banco hablando con alguien, oculto de mi vista por un seto con forma de toro. Al principio no me vio porque sus ojos estaban fijos en su compañero.

    —Mira, tú dile a Max que me estoy ocupando, y en cuanto a la Llave Ariadna, no sé...

    Se interrumpió en cuanto me vio acercarme.

    —Vaya, señorita Lily, tiene un aspecto impresionante ¿No me vas a presentar a tu amigo? - Dije en voz alta

    Mientras daba mis últimos pasos para acercarme, su compañero apareció a la vista y lo reconocí como el matón de mierda del albergue, el Sr. Mala Semilla, aunque estaba arreglado y llevaba un esmoquin muy caro, sin duda hecho a medida para alguien de su tamaño.

    —Tengo que irme, - le dijo a Lily al levantarse. —Hablaremos más tarde.

    Esa última línea estaba destinada a Lily, pero me estaba mirando cuando la entregó. Yo también era un tipo alto, pero él se alzaba más de quince centímetros por encima de mí y no era menos intimidante que con el mono de trabajo cubierto de sangre de gerente de un albergue.

    Me hice a un lado para dejarle pasar y tomé asiento en el banco junto a Lily. Era una pelirroja delgada de unos treinta años. Parecía que su piel se estiraba demasiado sobre su cuerpo, como si no fuera más que piel y huesos, y siempre tenía una mirada muy seria, casi preocupada. Sus delgados labios parecían congelados en un medio fruncimiento permanente, y no creo que la haya visto sonreír o reír. Su falta de humor la hacía parecer mayor de lo que realmente era y la forma en que se podía ver su cráneo, tan bien definido debajo de su rostro, siempre le daba un aspecto macabro, como si estuviera muriendo de una muerte lenta y agonizante por alguna enfermedad.

    Noté un trozo de papel en su mano izquierda. Traté de mirarlo discretamente y vi que era un recorte de periódico del artículo "Mujer encontrada muerta en la Autopista 77". Me sorprendió mirándolo y metió rápidamente el papel en su bolso.

    Volví mis ojos hacia ella. Llevaba un ajustado vestido rojo con profundo escote. A pesar de que no parecía del todo cómoda en él, mostraba muy bien su esbelta figura. Entre el vestido, el pelo suelto y la sombra de ojos, no estaría mintiendo si la llamara deslumbrante.

    —No puedo creer que hayas tenido las pelotas de presentarte aquí esta noche, - dijo con disgusto mirándome con un par de ojos grises.

    —¿Qué quieres decir? Es la boda de mi hermana.

    —Sí, y sólo dos días después de que acusaras públicamente a tu nuevo cuñado, a su familia y a la mayoría de sus socios comerciales más cercanos de conspirar para malversar fondos públicos.

    —Sí, - admití, —¿Pero cómo iba a perderme esto? Especialmente después de oír que todas las solteras se vuelven cachondímas y desesperadas en las bodas. Y quiero que sepas que si tus hormonas te dicen que hagas algo de lo que puedas arrepentirte por la mañana, pues nena, definitivamente estoy dispuesto a ser tu error.

    Lily arrugó la cara y simuló asfixiarse. —Ah, disculpe, señor Quetzal, es que la idea de nuestra piel en contacto me ha dado ganas de vomitar.

    Sonreí y la miré con reproche. —Cálamate, no estás en el trabajo. Puedes abandonar la frenética rutina y admitir tus verdaderos sentimientos.

    —Bien, entonces, hablando sinceramente, cuando te conocí pensé que eras gay. Te hacía parecer mucho más interesante. A veces me gusta imaginar que finges esos patéticos intentos de follarme solo para seguir dentro del armario, como un imbécil chovinista. Me ayuda a evitar el impulso de meterme un abrecartas en el ojo cada vez que aparece tu número en mi identificador de llamadas.

    Asentí y le guiñé un ojo. —Lo entiendo, hagámoslo profesional. De todos modos, terminaría rompiéndote el corazón.

    Se frotó las sienes con exasperación. —Escucha, D, ha sido una noche muy larga. Dime qué hace falta para que me dejes en paz.

    —Una entrevista con tu jefe.

    Ella bufó con ironía. —No puedes hablar en serio. El Sr. Maxwell es muy selectivo con la prensa. Ni siquiera le daría una entrevista personal al Morning-Star.

    —Soy mucho mejor que el Morning-Star.

    —Escribes tonterías sin sentido para llenar el espacio entre listas de películas y anuncios de putas en un periódico barato que la mayoría de la gente termina usando para alfombrar la jaula del hámster.

    —Sí, pero se me da jodidamente bien hacerlo.

    Ella puso los ojos en blanco. —No sé si lo haces para agotar a tus adversarios o si eres legítimamente retrasado.

    Le mostré mi mejor sonrisa de pícaro. —Bueno, si no puedo hablar con Maxwell, tal vez puedas decirme por qué de pronto no atiendes ninguna llamada sobre mi artículo.

    —Mira, es simple. Le pedí al Sr. Maxwell una declaración respecto a las acusaciones que estabas haciendo y, por alguna razón, me dijo que admitiera que eran ciertas. No tengo idea de por qué lo hizo, probablemente por la misma razón que hace la mayoría de las cosas, porque estaba aburrido y pensó que sería gracioso. De todos modos, perdió interés en tu pequeño artículo en cuanto me colgó el teléfono y no es probable que te vaya a dedicar más tiempo o energía.

    Hizo una pausa riendo para sí misma y negó con la cabeza antes de continuar. —En cuanto a mí, estoy evitando toda asociación contigo por la misma razón que todos los demás en ese salón de baile. Eres tóxico, un paria. Nadie va a jugarse el cuello por ti. Aunque lo que escribieses fuese cierto, has hecho poderosos enemigos que te destrozarán de una forma u otra. Y algunos de nosotros disfrutaremos del espectáculo.

    Me desplomé en el banco. —Sabes, Lily, eres realmente un coño jodidamente épico.

    —Puede que sea un coño, pero al menos no soy un conejo, - dijo con burla al acariciarme la coronilla con condescendencia mientras se levantaba para irse.

    Me giré a la derecha para ver un arbusto podado con forma de elefante sobre sus patas traseras y las delanteras levantadas como brazos. Dejé mi bebida encima de una de sus pezuñas delanteras, saqué mi cuaderno y escribí algunas notas sobre lo que había escuchado en la conversación. Dibujé un círculo grande y gordo alrededor de la frase la Llave Ariadna.

    Cuando terminé, cogí la bebida del elefante y le saludé con el vaso.

    —Por ti.

    Retrocedí tambaleándome por el salón de baile, mi cabeza nadaba en el alcohol, que se había colado con sigilo y me había atacado de pronto. Me empezaron a pitar los oídos con un ruido extraño como el crepitar estático de la interferencia de radio mezclado con un débil pero incesante gemido del eco de un orador.

    Trozos de conversación se desvanecían dentro y fuera mientras yo iba sorteando invitados a la boda.

    .—.. por encima de su cabeza. El hombre no tiene por qué estar en una posición de nivel ejecutivo...

    —¿Disparos en el Club Vox? Es la tercera vez este mes en el centro. Un montón de salvajes, da igual cuantos policías...

    .—.. jodidos llorones liberales, no tienen ni idea de lo que hace falta para llevar un...

    —... solo es cuestión de tiempo antes de hacerme socio...

    —... ¿viste la nariz?

    —... no te preocupes por la reelección, nadie es tan tonto como para presentarse...

    Se me revolvió el estómago y la respuesta en mi cabeza de pronto se activó con un fuerte chillido. Bajé la cabeza y me abrí paso hacia el baño.

    Afortunadamente, estaba vacío. Me acerqué a uno de los lavabos, me apoyé en el mostrador con los brazos extendidos y me miré en el espejo. Me sangraba la nariz. Miré hacia abajo y vi unos puntos perfectamente redondos de color carmesí oscuro que habían goteado sobre el inmaculado lavabo blanco.

    Me incliné y me salpique un poco de agua en la cara, sintiendo que mis sentidos comenzaban a normalizarse y a recuperar algo de concentración y claridad. Cerré el grifo y volví a mirar mi reflejo en el espejo. Entonces escuché una risita proveniente de uno de los inodoros. Sonaba como la de una mujer.

    —Hey, sed discretos, - grité. —No quiero que ninguno de estos tipos del club de campo os pillen haciendo guarradas.

    —No, no son guarradas, estoy aquí sola, - respondió una voz de mujer.

    Me animé. —Um, eso en realidad es un poco más guarro. Y extremadamente excitante.

    Se oyó una risita y se abrió la puerta de uno de los baños. Era la chica que había visto antes con el vestido multicolor y el velo negro. —Hey, no estoy haciendo nada. Solo me estoy escondiendo.

    —¿En el baño de caballeros? - le pregunté.

    Ella asintió enfáticamente. —Los baños son buenos escondites. Son tranquilos y privados. Empecé a esconderme en los baños cuando tenía 13 años y mi papá me arrastraba a cenas aburridas en restaurantes llenos de gente aburrida. Amigos.

    —Sí, pero, ¿en el baño de caballeros? - Le repeti.

    —Las mujeres pasan más tiempo y hablan demasiado, - explicó. —Los de los hombres son más tranquilos y es más probable que estén vacíos.

    —Tiene lógica.

    La chica dio un paso más y pude verla más claramente a través del velo. Era joven, a lo sumo diecinueve, con pelo corto castaño y una cara de duendecilla. Su piel estaba pálida, pero había algo exótico en sus rasgos, lo que implicaba que podía ser de etnia mixta. Pasó junto a mí hacia la puerta principal del baño y giró el seguro.

    —¿Por qué la cierras? - le pregunté.

    —Te vi ahí fuera. Me pareció que podrías esconderte un rato, - me explicó antes de volver al fondo del baño. Se sentó en el suelo con la espalda apoyada en la pared debajo de una pequeña ventana.—Siéntate.

    —¿En el suelo?

    —Lo limpian todo bastante bien en lugares como este, - me dijo y acarició los fríos azulejos blancos a su lado.

    Estiré la mano para abrir la ventana antes de unirme a ella. Luego saqué un paquete de cigarrillos de mi bolsillo y le ofrecí uno.

    —Si vamos a romper las reglas, hagámoslo bien. ¿Fumas?

    —Siempre, - dijo mientras lo aceptaba y se levantaba el velo. Encendí los cigarrillos y la vi dar una calada sin inhalar. Aguantó el humo en la boca durante un segundo antes de soltarlo en una desordenada nube. Era obvio que no había fumado antes en su vida.

    —Bueno, eso ha sido demasido brutal, - dijo ella tratando de posar con el cigarrillo como una estrella de cine de los años treinta. —Todo el mundo por el que pasabas te miraba lanzando dagas. Quiero decir, es obvio que tengan un problema conmigo, - hizo una pausa para indicar su vestido, —¿pero qué has hecho tú para cabrearlos?

    Me encogí de hombros, luego di una profunda calada y la mantuve en mis pulmones. —Es complicado.

    —Ooh, misterioso, - respondió ella. —Me gusta eso.

    Yo sonreí. —Además, nunca encajo en reuniones así. Solo estoy aquí por mi hermana, para apoyarla o lo que sea, aunque crea que su nuevo esposo es un imbécil rabioso.

    Ella se rió entre dientes y dio otra falsa calada. —¿Eres el hermano de Jennifer?

    Asenti. Entonces algo hizo clic en mi cabeza. Estaba claro que ella no era de nuestro lado de la familia, y era demasiado joven para ser amiga de Jenny o una conocida profesional, así que...

    —Debes de estar relacionada con Brad entonces, ¿verdad? - Pregunté haciendo una mueca.

    —Sí. Bueno, en realidad es complicado, y un poco incómodo para mí decírtelo, - respondió ella mientras se inclinaba hacia adelante conspiradoramente. —La cuestión es que yo también estoy casada con Brad.

    Me reí y me atraganté con una bocanada de humo. —¿Estás bromeando, verdad?

    Ella negó con la cabeza. —Brad y yo nos conocimos en las islas hace tres años. Nos enamoramos locamente y nos casamos en menos de un mes. Por supuesto, su familia lo desaprobó y nunca lo reconoció como válido. Sin embargo, me llevaron aquí y me dejan en paz. Me dejan vivir en la finca familiar sólo para mantenerme callada.

    Claramente estaba mintiendo. Me reí de nuevo, sin saber qué responder.

    —Oye, si eres el hermano de Jennifer y yo soy la esposa secreta del esposo de tu hermana, ¿somos familia? - reflexionó ello. —¿Qué nos hace eso?

    —Extraños sentados en el suelo de un baño, - dije antes de apagar la colilla de mi cigarrillo en un urinario.

    Ella se rió y se deslizó más cerca de mí. —¿Estás casado?

    —No, - sacudí la cabeza. —No tengo esposa, secreta o no.

    —¿Y una novia? - presionó ella. —Te vi hablando con Lilian Lynch, ¿estáis juntos?

    Yo sonreí. —No, Lily y yo sólo nos conocemos profesionalmente. Estoy tratando de conseguir una entrevista con su jefe.

    —Oh, ¿necesitas hablar con Max? - respondió casualmente. —Puedo presentártelo.

    Hice una doble toma. —¿Conoces a Dylan Maxwell?

    Ella asintió y buscó en su bolso para sacar una satinada tarjeta de una fiesta alternativa. Un lado era completamente negro. El otro lado era rojo oscuro con impresión en blanco y mostraba una dirección, fecha y hora. —Estará en esta fiesta mañana por la noche. Puedes ser mi cita. Nos vemos allí y te presentaré.

    Me guardé la tarjeta en el bolsillo de la chaqueta, sin saber si creerla o no. La vi mirar el cigarrillo apenas tocado en su mano como si se hubiera olvidado de él. Lo tiró tras perder interés y se levantó del suelo.

    —Bueno, tengo que irme, - dijo alisando su vestido con las manos. —Te veré mañana, ¿verdad? Será mejor que no me des plantón.

    Asentí con la cabeza. Cruzó el baño y abrió la puerta, luego se dio la vuelta para mirarme. —Ni siquiera sé tu nombre.

    —D.

    —¿Di, como en John Dee? - ella preguntó.

    —No, como en A, B, C, D.

    —Guay. Soy Columbine, - dijo con un guiño antes de abrir la puerta.

    —Pues claro. - sonreí. Ella se fue.

Capítulo 5: Un Poco Imbécil, pero Gracioso.

    A la mañana siguiente llamé a mi amigo, Nick Unger, que trabajaba para el departamento de policía. Aceptó encontrarse conmigo en el Casbah, un glorioso bareto a pocas manzanas de mi apartamento que abría a primera hora de la mañana sabiendo que los mejores borrachos comenzaban temprano.

    Cuando él apareció yo ya iba por la tercera copa y trataba de encandilar a Maggie la cantinera para que me preparase la cuarta. Yo fracasaba miserablemente, como de costumbre, pero al menos era divertido intentarlo.

    En cuanto Nick entró por la puerta, golpeé la parte superior de la barra con la palma de la mano. —¡Nicky Kiki! ¡Tómate algo, hermano!

    Se deslizó sobre el taburete a mi lado y le sonrió cálidamente a la camarera. —¿Te está dando la tabarra este perdedor, Maggie?

    Ella le sonrió. —Sólo desde que abrí el bar. - Nick le guiñó un ojo y pidió media pinta de cerveza negra.

    —Pringao, - me burlé y apuré el resto de mi whisky.

    Sacudió la cabeza. —Dios, te echo de menos, loco bastardo. No puedo imaginar por qué Andrea ya no te deja pasar por casa.

    Me encogí de hombros. —Lo sé, parece que desde que empezó a soltar descencencia, de repente le ponen nerviosa las personas que le prenden fuego a la sala de estar.

    —Fíjate qué cosas, - dijo él al levantar su vaso de cerveza.

    Choqué mi vaso vacío con el suyo. —Adivina a quién me encontré anoche en la boda de Jenny.

    El se encogió de hombros.

    —Brian López.

    Sofocó una carcajada. —No me digas. ¿Cómo está el viejo Doble-Mojada?

    —Gordo y triste, - respondí mientras saludaba a Maggie con el vaso para que volviera a llenarlo. —Y casado con un bombón. Bueno, casado o comprometido o algo así.

    Nick asintió con la cabeza. —La conocí. Estaban en una cena de la Unión de Policías de vacaciones. La chica tiene una cara de mantequilla.

    Arqueé mi ceja. —¿Tenía una cara?

    Maggie puso los ojos en blanco mientras llenaba mi vaso. Nick captó su mirada. —Lo sé, este tipo no tiene clase, ¿pero qué se le va a hacer?

    —De todos modos, - continué, —es demasiado sexy para él y eso no puede terminar bien. Está claro que uno de estos días volverá a casa y la encontrará con el chico que limpia la piscina o alguna mierda de esas.

    —O con el chico de la piscina, el fontanero y el cartero, todos por turnos, - dijo Nick. —Un amigo mío fue a McKinley High con ella y al parecer ella tiene cierta reputación.

    —Bueno, lo que sea... Brian ahora es un imbécil de todos modos, así que a la mierda

    —Sí, es un imbécil. En realidad siempre ha sido un imbécil. - Nick apuró lo último de su cerveza. —Ahora que lo pienso, tú siempre has sido un poco imbécil también, pero al menos eres gacioso.

    —Brindaré por eso, - dije dejando un puñado de billetes en la barra. —La próxima ronda es mía.

    —Oh oh, Maggie, - se rió Nick. —Si D me está invitando de verdad a una ronda, debe de querer algo.

    Le mostré una traviesa sonrisa. —Vamos al patio a fumar, ¿vale?

    Salimos fuera. Me encendí uno y él dio una honda calada de segunda mano. Había dejado de fumar cuando ingresó en la academia y tenía que obtener su dosis indirectamente.

    Le mostré el artículo que había recortado sobre la mujer muerta. —Necesito saber todo lo que hay que saber sobre esto.

    Lo miró y frunció el ceño. —¿Qué hay que saber? Se fregaron a un transeúnte y lo dejaron en la cuneta de una carretera. Lo más probable es que fuese una autoestopista recogida que no pagó la tarifa. - Balanceó su mano hacia arriba y hacia abajo frente a su pelvis para imitar que alguien le realizaba una felación.

    —Sin embargo, ¿es verdad que no hay identificación? ¿No habéis podido encontrar huellas dactilares o registros dentales o datos biométricos o cosas así?

    Se rio y negó con la cabeza. —No creo que entiendas realmente cómo funcionan esas cosas.

    —¿Y? Soy periodista. Mi trabajo no es entender esas cosas. Sólo imito los sonidos que hacen otras personas, como un loro.

    —Imitar como un loro, eso es poético, de verdad. - se rió y volvió a mirar el artículo. —Mira, hubo una posible identificación, pero la investigamos y no funcionó. Conociéndote, probablemente ni siquiera debería mencionarte esto, pero uno de los muchachos creyó que la reconocía, dijo que se parecía a una señora desaparecida hace un tiempo. Recordaba haberla visto mucho en los periódicos. La mujer dirigía una empresa de informática.

    Me animé por esa última parte. —¿De verdad? - saqué mi cuaderno y comencé a anotar.

    —Cálmate. Revisamos los registros dentales, sí, los registros dentales, - gruñó, —y no hubo una coincidencia.

    —¿Podrían haber sido falsificados los registros? - le pregunté.

    —Sólo si eres una especie de paranoico teórico de la conspiración, - respondió.

    —Bien, soy como Flynn.

    —¿Por qué estás interesado en esto, por cierto?

    Le quité el recorte. —No te preocupes por eso. Ya me conoces, me gusta meter la nariz en los asuntos de los demás.

    Regresamos al bar y charlamos de cosas triviales durante una ronda más, el tiempo suficiente para que Nick sintiera que podía abandonarme cortésmente para volver a su vida real.

    Lo detuve cuando se levantaba para irse. —Oye, si estás libre esta noche, me podría venir bien alguien para ayudarme en esta fiesta. - Me metí la mano en el bolsillo y le mostré la invitación que Columbine me había dado.

    —¿Necesitas a alguien que te respalde en una fiesta? - preguntó con escepticismo.

    —Hermano, no creerías la semana que he tenido. Siento que necesito un guardaespaldas sólo por ir por la calle para comprar un taco.

    —Te creo. Todavía leo tus artículos. - examinó la invitación. Decía:

    LABERÍNTICO

    ¿ARTE?? ¿TECNOLOGIA?? ¿¿ACTUACIÓN?? Intersecciones

    SÁBADO 13 DE MARZO A LAS 9:00 P. M.

    2332 AVDA ALAMEDA NORTE.

    —Esto suena un poco afrutado, - dijo alzando una ceja. —¿De verdad que vas a ir a esto?

    —Quizá. Es por trabajo, - le expliqué.

    —Yo paso. Por muy tentador que pueda parecer hacerte de niñera en un tugurio rodeado de capullos, me quedaré en casa y se la clavaré a mi ardiente esposa.

    —No, no lo harás. Ahora tienes hijos, no vas a clavar nada, - le recordé.

    —Ah, sí, es cierto. - dijo decepcionado. Luego volvió a mirar la tarjeta. —¿De qué va este símbolo en la parte posterior?

    —¿Qué símbolo? La parte posterior es completamente negra.

    Negó con la cabeza. —Es tinta negra sobre fondo negro. Hay que ponerlo en el ángulo correcto para verlo, como la portada del álbum Negro de Metallica.

    —O Luz Blanca / Calor Blanco.

    —Sí. - me lo mostró. Era el símbolo de la corona y el globo otra vez.

    —Pensé que eras periodista de investigación.

* * *

    Jenny levantó la nariz cuando me senté, olisqueando ruidosamente y llenando sus fosas nasales con el fuerte olor a alcohol que yo estaba emitiendo. —¿Has estado bebiendo esta mañana o aún sigues borracho de anoche?

    —Un poco de ambas, - le dije.

    Me miró con desaprobación por encima de su café con leche helado. Estábamos sentados a una mesa en una cafetería del centro comercial. Jenny llevaba enormes gafas de sol con montura dorada y tenía una buena colección de bolsas de compras a sus pies.

    —¿Tarde ocupada? - Yo pregunté.

    —Solo algunas cosas para México. Partimos mañana por la mañana.

    Me llamó la atención un grupo de hombres con trajes negros parados en el estacionamiento junto a una camioneta blanca con el logotipo rojo de Asterión pintado a un lado. Era difícil saberlo, pero pensé que uno de ellos era el mismo tipo que había visto en el Tren de Cercanías un par de días antes, el que había estado leyendo el periódico.

    Jenny pareció notar mi distracción y siguió mi mirada. —¿Algo va mal?

    —No, son sólo esos tipos de Asterión que parecen estar en todas partes ahora. Creo que el negocio debe de estar en auge.

    —Sí, los contratamos el mes pasado para archivar nuestros viejos registros financieros, - respondió Jenny. —Entraron y se lo llevaron todo, me alegré de recuperar todo ese espacio. Pero claro, ahora en realidad eso no importa, ya que tendré que encontrar un nuevo trabajo cuando regrese de la luna de miel... Bueno, que estoy divagando, - admitió de buena gana. —¿De qué querías hablar conmigo?

    —Quería preguntarte sobre alguien que conocí anoche.

    Ella mostró los dientes extasiada en una sonrisa de complicidad. —¿En serio? Una mujer, supongo.

    —Cálmate, no va por ahí. Solo es sólo una chica que me dijo que puede ayudarme a presentarme a Dylan Maxwell.

    —¿Fue Natalie? - me preguntó.

    —No lo sé. Llevaba un vestido multicolor y un velo negro.

    —Sí, fue Natalie, - confirmó Jenny.

    —Dijo que se llamaba Columbine.

    —Agh, ¿todavía sigue con eso? - Jenny chasqueó los labios disgustada. —Me parece tan macabro y desagradable.

    Hice una pausa. —Bueno, tú sabes que no tiene nada que ver con lo de Colorado, ¿verdad?

    Jenny ignoró mi comentario. —Es la prima de Brad, la hija de James. Es un poco como la oveja negra de la familia, por si no se te ha ocurrido.

    —¿Crees que de verdad podría conseguirme una entrevista con Maxwell? - le pregunté.

    —Si alguien puede, sería ella. Son buenos amigos.

    Saqué la tarjeta de la fiesta del bolsillo. —Me dijo que la encontrara en esta fiesta. No sé si voy a ir, en realidad no se parece a mi clase de ambiente.

    —Deberías ir, - dijo Jenny. —Creo que estaría bien que os conocierais. Es una buena chica, pero está, no sé, perdida, tal vez. Podrías ser una influencia positiva para ella.

    —¿En serio? - Pregunté con una voz que claramente mostraba mi sorpresa. No creo que mi hermana me haya descrito como una influencia positiva para nadie.

    Jenny asintió con la cabeza. —Sí. Ahora bien, a Brad puede que no le entusiasme tanto. Estaba muy nervioso anoche cuando supo que vosotros dos os habíais encerrado en el baño de hombres, pero le aseguré que Natalie no es tu tipo y que probablemente no había pasado nada.

    Sonreí al imaginarlo apretando simultáneamente la mandíbula, los puños y el esfínter; isualizándome mancillando a su prima de innumerables maneras indescriptibles en el sucio suelo del baño.

    —Así que, por favor, no te la folles, - añadió. —Ni siquiera para fastidiar a Brad.

    Arrugué la cara como si fuese ridículo sugerir eso. Pero en secreto, aunque sólo fuese por un segundo, la idea en realidad se me había pasado por la mente.

    —Todavía no me has dicho lo que piensa de mi artículo.

    Ella negó con la cabeza. —¿Por qué sigues preguntando? Le cabreó, obviamente, ¿es realmente tan importante para ti escucharlo de mí? - Sonreí, disfrutando al verla herida. Notó que era eso por lo que me estaba riendo y se enfureció aún más.

    —De acuerdo. ¿De verdad quieres saber lo que dijo al respecto? Cree que sólo lo escribiste para llamar mi atención. Piensa que es parte de tu extraño juego pasivo-agresivo para sabotear nuestro matrimonio, como si estuvieses tratando de hacerme elegir entre tú y él. Le dije que eso era una locura, que no pondría en peligro su carrera y su reputación profesional por algo tan estúpido y mezquino como eso.

    Mantuve abajo los ojos para no encontrar su mirada y me concentré en el símbolo, negro sobre negro, en la satinada tarjeta de la fiesta.

Capítulo 6: Laberíntico

    Me presenté en la dirección de la invitación de Columbine justo antes de las once. Era un almacén reformado en la zona industrial del lado norte de la ciudad. Como era un sábado por la noche, todo lo demás a kilómetros de distancia estaba vacío. El estacionamiento estaba lleno de deportivos, híbridos y brillantes tanques suburbanos. La puerta que daba al estacionamiento estaba abierta y vertía tenues luces y el estruendo de la charla yuppie. Se emitía un aura algo inquietante en la entrada.

    Lo primero que noté al acercarme fue el robusto refrigerador dentro de un esmoquin alquilado que bloqueaba la puerta. Lo segundo fue la cámara de vigilancia encaramada a la pared sobre su cabeza.

    Yo había pasado por casa para cambiarme, así que estaba seguro de que iba apropiadamente vestido para una adinerada fiesta de arte de imitación hipster: chaqueta gris a rayas gris carbón sobre una camiseta de "TV on the Radio", vaqueros ajustados, zapatillas Docs y un sombrero negro. Ciertamente no me veía peor que los otros idiotas que vi entrar y salir por la puerta. Hasta tenía una invitación. Así que estaba bastante seguro de poder entrar en aquel garito sin incidentes.

    —No. Rotundamente no, - dijo el portero presionando una carnosa palma en mi pecho.

    —¡Me han invitado! - Dije exasperado. —Tengo documentación. - Agité la tarjeta de la fiesta delante de su cara.

    —No.

    Me hice a un lado para dejar pasar a un par de vejestorios góticos por la puerta y me pregunté por un momento si el portero sabía quién era yo. Luego noté el auricular que llevaba y mis ojos giraron hacia la cámara de vigilancia.

    —Cabrón, - escupí y levanté ambos brazos para apagar la cámara.

    No lo sabía en ese momento, pero Dylan Maxwell estaba sentado frente a una pared de monitores, partiéndose el culo de la risa.

    Di la vuelta alrededor del edificio buscando algún tipo de entrada alternativa. Para mi disgusto, todas las ventanas se alineaban en la parte superior del edificio a más de diez metros por encima de mi cabeza. Al llegar a la parte posterior, encontré una serie de puertas de persiana en el muelle de carga y una puerta normal que no parecía tener manija ni pomo. Claramente, sólo se abría desde el interior.

    Maldije de enfado y justo cuando giraba para bajar las escaleras del muelle de carga, escuché que la puerta se abría detrás de mí. Gire la cabeza para ver salir a una mujer, su cabello largo y denso estaba teñido de un vibrante tono púrpura.

    Se quedó allí, enmarcada por la puerta abierta, escultural y regia, con una gabardina negra de cuerpo entero y un cinturón ceñido alrededor de su cintura que acentuaba la curva de sus caderas. Tenía grandes ojos marrones que parecían demasiado grandes y oscuros en comparación con el resto de su pálido rostro. El resto de sus rasgos eran afilados y severos. Supuse que tenía más o menos mi edad y era descendiente de la Europa del Este.

    La miré con la boca abierta mientras ella sostenía la puerta y sacaba un paquete de Cloves del bolsillo. Antes de darme cuenta, yo ya había subido los escalones y sacado mi Bic para encenderle el cigarrillo. Se inclinó para tocar su punta con la llama, sus ojos rodaron para mirarme. Luego se enderezó y lanzó una corriente constante de humo al aire nocturno.

    —Gracias, - dijo ella.

    Saqué mis propios cigarrillos y encendí uno para mí.

    —¿Te has quedado encerrado fuera? - Preguntó con una sonrisa divertida.

    —No, - le expliqué, —la gestapo en la puerta no me deja entrar, estaba buscando una manera de colarme.

    —¿En serio? ¿Por qué no te deja entrar?

    —Es todo por política, - respondí sacudiendo la cabeza. —Mejor no preocuparse por eso.

    —¿Política? - repitió escéptica.

    —Sí, es un trotskista teñido de lana, y yo trataba de exponer los méritos de Bakunin. Sugerí que un aparato estatal podría no ser necesario para que los trabajadores se encarguen de los medios de producción, y él simplemente se perdió.

    Su sonrisa se extendió más. —Entonces, si te dejo entrar, básicamente estaría otorgando asilo a un disidente político en el exilio.

    —Bastante, sí.

    Dio unas cuantas caladas más de su cigarrillo en silencio mientras me miraba, tratando de decidir qué hacer conmigo.

    El último tercio del cigarrillo cayó al suelo y lo aplastó bajo el talón de su pie descalzo.

    —Vale, estás dentro, - dijo tomándome del brazo y guiándome por la puerta. —Soy Violet, por cierto.

    —Soy D.

    —Eso pensé, - dijo con indiferencia. La miré inquisitivamente y me pregunté si era sólo una coincidencia que se hubiese encontrado conmigo aquí.

    Ella continuó: —Eres amigo de Col, ¿verdad?

    Asentí. —¿La has visto dentro?

    —Todavía no, pero estoy segura de que está cerca.

    Me condujo por un pasillo estrecho. Podía escuchar los sonidos de la fiesta cada vez más fuertes a medida que nos acercábamos. Salimos por una serie de cortinas negras hacia un pequeño escenario improvisado. Frente a nosotros había un taburete y un armazón de alambre simple que parecía el esqueleto de una persona. El armazón estaba parcialmente cubierto por finos hilos dorados, envuelto delicadamente en los puntos de anclaje del alambre y creando una especie de piel sobre el esqueleto.

    Violet se quitó la gabardina, revelando un fino vestido dorado de gasa completamente transparente y que se aferraba enloquecidamente a las curvas de su figura. A través del fino tejido podía distinguir lo que parecían grandes cicatrices de quemaduras que recorrían todo el lado izquierdo de su cuerpo.

    Se sentó en el taburete y reanudó el trabajo en su escultura. Tomó unas varillas pequeñas y delgadas de vidrio y envolvió un largo soporte dorado alrededor de ellas, luego suspendió delicadamente toda la pieza junto a las otras en el armazón de alambre. Parecía usar las varillas de vidrio para dar forma a su obra. Todo el proceso parecía imposiblemente intrincado y extremadamente inestable. Una fuerte brisa podría colapsar toda la estructura.

    Salí del escenario y me uní al pequeño grupo de personas que se habían agrupado para verla trabajar. Ella entrelazaba los hilos con movimientos suaves y precisos. Sus ojos se concentraban en el trabajo con una intensidad singular.

    Noté que, mientras trabajaba, había separado las piernas lo suficiente para que la multitud pudiera ver más o menos claramente entre ellas. Esta comprensión hizo que mis mejillas se sonrojaran y me pregunté si ella era cosnciente de ello o no. Entonces vi la pancarta montada en la base del escenario, dando el título a la escenografía: "Sheela na Gig".

    —Probablemente debería ir a buscar a Columbine. - balbuceé

    Se giró para mirarme y leí en su rostro que se había olvidado por completo de que yo estaba allí.

    —Ah sí, claro. Diviértete esta noche, D.

    Me alejé con arrebatos simultáneos de ponerme a bailar, arrancarme el pelo y echarme un cubo de hielo por la parte delantera de los pantalones.

    El almacén se había convertido en una especie de galería de arte futurista repleta de pretenciosos cognoscenti, punkis callejeros de imitación, yuppies actuando como si aún tuvieran almas, excéntricos hiperactivos y personas hermosas y viles que languidecían por ser admiradas.

    Se habían colgado grandes cortinas negras para crear un sistema laberíntico de paredes. La disposición entera parecía haber sido diseñada para frustrar intencionadamente el sentido de dirección del invitado. La planta estaba llena de instalaciones artísticas que incorporaban elementos de video, audio, actuaciones en directo y propuestas tecnológicas.

    Una era una pared gigante de luces LED que proyectaban palabras y frases al azar. Mientras me acercaba, me di cuenta de que los mensajes que mostraba eran en realidad fragmentos de conversaciones que la rodeaban. Supuse que el lugar debía de estar conectado con micrófonos ocultos que alimentaban un ordenador con un convertidor de voz a texto. Miré a mi alrededor y vi varios micrófonos diseminados por el espacio. También encontré una cantidad alarmante de cámaras de vigilancia como la de la puerta de entrada.

    Otra instalación permitía a las personas detenerse frente a unas cámaras de video y verse a sí mismas en los monitores. Cada monitor estaba etiquetado con una enfermedad diferente: ictericia, herpes zóster, psoriasis, síndrome de Proteus, ictiosis arlequín. Las imágenes en los monitores estaban manipuladas digitalmente para mostrar cómo se verían los sujetos con sus respectivas aflicciones.

    En otra, actuaba un quinteto de jazz-fusion compuesto por piano, saxo tenor, trompeta, batería y un DJ. Variaban el estado de ánimo, el tempo y el estilo de la música en función de las personas que pasaban. Si una pareja pasaba agarrada de la mano, el saxo tocaba un tema romántico. Si pasaba corriendo un grupo de adolescentes, el baterista se lanzaba en un solo breve y frenético.

    Detrás de ellos, había tres artistas de graffiti en un andamio pintando con spray un mural influenciado por el humor de la música. Rociaban líneas lentas y relajadas en azules y verdes durante las partes suaves. Cuando la improvisación se aceleraba o tomaba una síncopa irregular, cambiaban a tonos anaranjados, rojos y amarillos, agitando los brazos frenéticamente y al azar mientras pintaban con trazos grandes y atrevidos.

    Una instalación era solo una fila de seis bicicletas estáticas montadas por invitados que usaban cascos de metal, auriculares y aparatosas gafas de video. En serio.

    Otra consistía en una hilera de grandes confesionarios de madera que parecían haber sido arrancados de una antigua catedral gótica. En el interior, los invitados podían arrodillarse y confesar anónimamente sus secretos más profundos a un micrófono de metal antiguo, que, según el cartel informativo, alimentaba a unos transmisores de alta potencia que los retransmitían a lo loco en el espacio.

    Finalmente paré frente a una instalación donde había dos personas en una plataforma frente a una fila de pantallas táctiles, cada una mostraba miniaturas de varios videoclips. Los dos operadores mezclaban las imágenes en un montaje que se proyectaba en una gran pantalla suspendida sobre ellos. Un grupo de altavoces cercano estaba haciendo sonar el "Id Engager" de Montreal para proporcionarles inspiración. Silbé al operador de la izquierda. Ella me miró y sonrió. Era Columbine.

    Saltó de la plataforma dándole a otro la oportunidad de tomar el control. —Hey, estaba preocupada de que no aparecieras.

    —Sí, bueno, llegar tarde está de moda y todo eso.

    Ella me abrazó, lo que me pilló un poco desprevenido. Iba un poco más tradicional esa noche, vistiendo una camiseta rosa sin mangas de los Osos Amorosos y una falda plisada negra, medias con rayas de arcoíris y botas rojas con estampado de cebra. Jenny tenía razón sobre ella, definitivamente no era mi tipo, pero era mona de todos modos.

    —¿Está Dylan Maxwell aquí? - le pregunté.

    —Aún no le he visto, pero no te preocupes, vendrá. Mientras tanto, tengo algunas personas que presentarte.

    Enganchó su brazo alrededor del mío y me arrastró a una pequeña zona chill-out con sofás lujosos y una mesa de café de acero inoxidable, donde nos unimos a la pareja gótica que yo había dejado pasar en la puerta.

    —D, estos son Ilona y Aldous. Tíos, este es el amigo del que os hablé antes, - dijo Columbine a modo de presentación.

    Ilona era asiática pero se había teñido el pelo de rubio platino, casi translúcido. Me di a entender que tendría poco más de cuarenta años, probablemente recién salida del instituto cuando The Cure apareció por primera vez en la escena, y su rostro estaba empastelado de maquillaje oscuro y gótico. Llevaba un corsé de látex y un par de pantalones ajustados de cuero. Aldous parecía como diez años más junior que ella. Era negro, con una cerrada perilla y rastas cuidadosamente diseñadas. Llevaba un frac de terciopelo negro, una falda escocesa y coloreadas lentes de contacto que le daban unos ojos rosados de albino.

    —¿Col me mencionó antes? - Dije mientras nos acomodábamos en uno de los sofás.

    —Sí, - dijo Ilona. —Estábamos viendo una de las obras de arte que trataba sobre la prostitución. Comenzamos a hablar sobre el tipo de hombre que visitaría a una prostituta.

    Aldous intervino. —Estábamos especulando sobre si algunos hombres necesitan de verdad sentir tan evidente control monetario sobre una mujer para excitarse. Y luego Columbine nos contó la historia de cómo os conocisteis.

    —¿Ella? ¿Y qué os dijo exactamente? - Le lancé una mirada inquisitiva a Columbine, pero ella estaba evitando deliberadamente mi mirada y, claramente, intentaba no reírse. Lo cual decidí no era un buen augurio para lo que estaba a punto de escuchar.

    Ilona intervino servicialmente: —Nos habló sobre cómo os conocisteis en un bar y hablasteis durante media hora antes de que ella notase que pensabas que era una prostituta. Y cómo luego te siguió el juego sólo para ver cómo era la experiencia,

    —¿Os dijo todo eso? - Mantuve mis ojos en Columbine, quien se aventuró a mirarme por el rabillo del ojo mientras movía casualmente su mano para ocultar su sonrisa incontenible.

    —¿Te importa si te hacemos algunas preguntas sobre tu hábito de prostitución? - preguntó Aldous con entusiasmo.

    Miré de él a Ilona y finalmente a Columbine, que me miró expectante. —Por supuesto que no le importa, - soltó ella desde detrás de su mano.

    —Siéntete libre, - respondí encogiéndome de hombros y decidiendo que podríamos echarnos unas risas.

    —¿Con qué frecuencia visitas prostitutas, por ejemplo, en un mes determinado? - preguntó Ilona.

    —De tres veces a una docena, depende.

    —¿Cuánto es lo que más has pagado por sexo? - intervino Aldous.

    —Una vez pagué 10.000 por una noche con tres prostitutas parisinas.

    —¿Cuál es el acto sexual más sucio por el que has pagado? - Ilona nuevamente, esta vez inclinándose más de cerca.

    Le lancé una mirada de reojo. —Un vicario barbudo. Piénsalo. Es vil.

    Columbine bufó ruidosamente y siguió rápidamente con una serie de toses tratando de disimularlo.

    —¿Sabes? - dijo Aldous con complicidad, —a Ilona a veces le gusta representar fantasías de prostitución conmigo. Se viste, sale tarde por la noche, camina por la parte sucia de la ciudad durante un tiempo, y luego paso con el coche y finjo que no la conozco. A veces hemos hablado sobre dejarla hacerlo de verdad.

    Ilona intervino: —Quiero saber lo que se siente que te paguen por tener sexo con un hombre por el que no tengo absolutamente ninguna atracción física o sentimientos emocionales. Me pregunto si me se sentiría sucia o liberada... o quizá ambos.

    Los dos me miraron expectantes, como si yo tuviese que decir algo ahora. Entonces se encendió la bombilla en mi cabeza y me di cuenta de adónde estaban llegando.

    Me volví para ver a Columbine, cuyos ojos eran tan grandes como monedas de medio dólar y estaba a punto de estallar en carcajadas en cualquier momento.

    Luego me volví para mirar a Aldous directamente a los ojos y luego a Ilona. —Absolutamente. - le entregué una de mis tarjetas de visita a Aldous. —Llámame alguna vez. Está mi número de móvil en la parte inferior.

    —¡Janine! - gritó abruptamente Columbine al saltar del sofá y agitar los brazos frenéticamente hacia una mujer a unos veinte metros de distancia. Me agarró del brazo y me levantó, mostrando una fuerza sorprendente para su pequeña estatura.

    —Disculpad, tenemos que saludar a alguien, - dijo rápidamente con los dientes apretados, juntando las sílabas como si la oración completa sólo fuese una larga palabra, apenas capaz de contener el torrente de risas que brotaba de sus entrañas. Alcé la mano hasta un lado de la cara para hacer una seña de llamada con el pulgar y el meñique mientras ella me alejaba a rastras.

    —Hey, ¿qué ha sido todo eso? - Le pregunté a Columbine mientras me apresuraba a cruzar la habitación.

    —Son sólo unos viejos amigos con los que quería bromear. Estuviste perfecto, por cierto. Casi me meo encima.

    La mujer a la que Columbine había estado saludando era del tipo profesora universitaria de mediana edad. Las dos mujeres se abrazaron y Columbine se lanzó a las presentaciones.

    —Sabes, es gracioso que vosotros dos os conozcais aquí porque el hijo de Janine, Tim, acaba de comenzar el Seminario, mientras que D acaba de regresar de Massachusetts después de dejar el Seminario.

    —Eso es curioso, - coincidí asintiendo con la cabeza, lleno de curiosidad sobre hacia dónde estaba llegando.

    Columbine se volvió hacia Janine y añadió a modo de explicación, —D fue expulsado cuando les contó su decisión de seguir adelante con la cirugía de cambio de género.

    Janine me miró con la sorpresa en sus ojos. Yo asentí en confirmación. —Creo que fruncen el ceño ante ese tipo de cosas.

    La cosa continuó así mientras circulamos por la fiesta y Columbine me iba presentando a todos sus conocidos, lo cual parecía la mitad de la totalidad de los invitados de allí. Pasé los siguientes noventa minutos haciéndome pasar por un galardonado dramaturgo, un traficante de drogas, por su esposo, por un "agente" de la CIA (que estoy seguro que era un asesino) y por un descendiente de la depuesta aristocracia rusa, dependiendo de hacia dónde llevaba la conversación.

    —Todos mienten con cosas así para parecer más interesantes, - dijo Columbine a modo de racionalización. —Yo al menos me esfuerzo por inventar buenas mentiras.

    Tengo que admitir que lo pasé bien, a su modo extraño. Me había vuelto insensible a la sorpresa, conectándome hábilmente con cualquier bola curvada que me lanzara. Por eso me sorprendió aún más cuando la escuché presentarme como:

    —Este es mi amigo, D. Es un reportero.

    Me giré para ver con quién estaba hablando y al instante lo reconocí. Dylan Maxwell estaba de pie casualmente con los pies separados y las manos enterradas en los bolsillos, con los dientes al descubierto en una enorme sonrisa de Gato de Cheshire. Unos mechones errantes de su cabello negro azabache colgaban frente a sus ojos azul pálido, dándole un encanto desgarbado. Alto y ágil, perfilado en una figura llamativa con su chaleco negro de seda y corbata a juego sobre una camisa rojo sangre con las mangas enrolladas hasta la mitad del antebrazo, pantalones negros y un par de Chucks rojos. Los tenis, aunque chocaban con el resto de su atuendo, eran una especie de firma para él y nunca iba sin ellos, o al menos eso es lo que decía en todas sus ruedas de prensa.

    —Encantado de conocerte, D. Mi nombre es Max, - dijo extendiendo su mano.

    —Sé quién es usted, señor Maxwell, - le respondí mientras estrechábamos las manos. Tenía un agarre sorprendentemente fuerte que desmentía su ligera constitución.

    —Por favor, de verdad, insisto en que me llames Max.

    Yo no solía perder la compostura con los ricos o famosos, pero cuando se unieron nuestras manos sentí una innegable electricidad que emanaba de su piel. El modo suelto, relajado y descaradamente arrogante que portaba en sí mismo le hacía parecer más como una estrella de rock que como un ejecutivo corporativo, como innumerables otros habían observado antes.

    Él continuó: —Ese nombre que tienes es interesante.

    —Es la abreviatura de Dédalo, pero intenta ir a la escuela primaria presentándote así, - le expliqué.

    —Ya veo. ¿Tus padres eran aficionados a la mitología?

    Negué con la cabeza. —A mi papá se la ponía dura Joyce.

    —Ah, por supuesto, - dijo, inclinando la cabeza hacia atrás. —Debería haberlo adivinado por el segundo nombre de tu hermana, Jennifer Bloom. - Me sorprendió un poco la mención de mi hermana, pero razoné que tenía sentido que se conocieran.

    Max levantó la mano y me señaló casualmente con el dedo índice, no de manera acusadora, sino de la manera tranquila de alguien acostumbrado a usar sus manos mientras habla. —Leí tu artículo.

    No pude evitar esbozar una orgullosa sonrisa. —¿Qué piensas?

    —Me encantó. Me reí tanto que empecé a llorar. - me respondió con una afable sonrisa. —Aunque creo que puede haber molestado a algunas personas. He oído que has causado un poco de alboroto. Pero supongo que esa es la verdadera carga del artista que no se aprecia y que se comprende mal.

    No estaba seguro de si estaba jugando conmigo o si realmente pensaba que mi artículo era divertido, pero decidí aprovechar el tema. —Bueno, mucha gente no cree que tu empresa haya confirmado que los correos electrónicos que he citado sea reales.

    —Bueno, algunas personas llevan por ahí el tiempo suficiente como para saber que no puedes creer todo lo que lees en los periódicos, - respondió de una manera que fue desdeñosa sin parecerlo, como si fuese muy cortés y personal. Me guiñó un ojo y se giró sintiendo claramente que había terminado con la conversación.

    Me di cuenta de que iba a tener que hacer algo estúpido para mantener su atención. —Sabes, ya que hemos sacado el tema, hace poco leí algo gracioso en el periódico, - espeté. —Era un artículo en el Morning-Star de ayer que decía que se ha encontrado a una mujer muerta en la cuneta de la Autopista 77.

    Max se detuvo en seco, casualmente, no abruptamente, manteniendo su postura relajada y despreocupada. —Debo de haberme perdido ese, - dijo, la práctica calidez de su voz no traicionó nada. —¿Qué tiene de gracioso?

    —Bueno, insistían en que la encontraron en una cuneta, pero no decía nada sobre que te habías encontrado con ella tres días antes en la cabina de tu jet privado, - me aventuré en un tono cada vez más conflictivo. —Uno pensaría que ese sería el tipo de detalles que mencionaría un buen periodista.

    Max hizo una pausa, dando tiempo para que la sonrisa de Gato de Cheshire volviera lentamente a su cara. —Pero eso asumiendo que queden buenos reporteros en el Morning Star. - Se echó a reír y me dio una palmada en la espalda como si fuésemos viejos amigos. A pesar de mí, esbocé una sonrisa. No estaba seguro de si quería llevar a este tío a tomar una cerveza o de darle un puñetazo en su petulante y bonita cara.

    —Salgamos de aquí y te mostraré dónde está la verdadera fiesta. - Max se volvió hacia Columbine y continuó: —¿Qué te parece eso, Col? ¿Estás lista para ir detrás del escenario?

Capítulo 7: Nadie Quiere Trabajar en la Sombra

    Dylan Maxwell (Max para sus amigos) era el presidente / CEO / fundador / como se llamase de Abrasax, una de las puntocom más exitosas del mundo y, por lo tanto, uno de los contratistas más grandes del valle y una vaca de ingresos bona fide. Esto a su vez lo convertía en una de las personas más poderosas e influyentes de la ciudad. Un activo recaudador de fondos políticos, mecenas de las artes y capitalista de riesgo: si querías hacer algo en esta ciudad, te encontrarías eventualmente de rodillas besando esos viejos Chuck Taylors rojos.

    Pero todo eso era realmente incidental: lo que realmente definía a Max era su mística de estrella de rock: Joven, guapo, carismático, poco convencional y sin miedo a decir exactamente lo que tenía en mente. Había creado en torno él un extraño culto a la personalidad que tenía que ver tanto con el estilo como con la sustancia del negocio de Abrasax.

    Cualquiera que hubiese escrito algo sobre la compañía diría lo mismo: Max gobernaba Abrasax con puño de hierro. Lo supervisaba todo personalmente, desde la interfaz de usuario y el control de calidad hasta el diseño de campañas de imagen y de marketing. Los empleados evocaban su nombre en los debates como los párrocos citaban capítulos y versículos. La pregunta no era si era bueno o malo, correcto o incorrecto, la pregunta era: ¿qué pensaría Max?

    Cuando nos conocimos, me explicó la situación así: —No es que no se tolere la disidencia. Simplemente no existe.

    Me dio un ejemplo. —Digamos que me saco del culo algún concepto nuevo en la reunión ejecutiva semanal, alguna joya como: "métricas de comportamiento del usuario" o "lograr la armonización psicosocial" o cualquier tontería que se me ocurra. Al final del día, escucharás la misma frase haciendo eco en los pasillos de todo el campus. Todos la pronunciarán, desde la becaria más baja de la sala de correo hasta la amante del CFO.

    Pero la vida profesional de Max era solo una parte de la intrincada mitología personal que se había acumulado a su alrededor. Las historias de exceso y desenfreno en su vida personal eran legendarias. Max se follaba a las más hermosas, comía en los restaurantes más caros, destrozaba por completo las habitaciones de hotel más exclusivas y vomitaba los licores más exquisitos, todo eso dentro del alcance visible de la lente de la cámara. Era como Keith Moon reencarnado con los fondos de Bill Gates en la era de TMZ. Los tabloides y los blogueros locales engullían sus bromas, propagando y embelleciendo aún más el mito.

    Incluso su historial se había transformado y evolucionado para servir al mito. La versión canónica era así:

    Dylan Maxwell era un hijo de la ciudad nacido en una familia de sólida clase media. Su madre era ortodoncista, su padre era un compositor consumado que experimentaba con la música electrónica y había participado en algunas películas de moderado éxito. Mostró interés en los ordenadores desde temprana edad, alentado por su padre, que era bastante tecnófilo y siempre tenía el equipo más reciente con el que su hijo pudiese trastear. Cuando Max comenzó el instituto, ya tenía un lucrativo negocio a tiempo parcial diseñando páginas web y aplicaciones de software para compañías locales. Rápidamente expandió este concierto para incluir consultoría de seguridad al piratear las webs de varios bancos importantes y agencias gubernamentales, luego les hablaba de ello y les ofrecía ayudar para solucionar las vulnerabilidades.

    A los 16 años, Max aprobó el examen de selectividad y abandonó el instituto. Esto le permitió dedicarse a su trabajo informático a tiempo completo. Intentó algunos cursos universitarios, pero perdió interés en ellos rápidamente. Cuando cumplió 18 años, había rechazado múltiples ofertas de trabajo y becas, y en su lugar había decidido viajar al extranjero. Aquí es donde el registro oficial se vuelve borroso.

    Había una serie de extravagantes historias sobre sus dos años en el extranjero; habla con una docena de personas que afirman conocer, conocer de verdad a Dylan Maxwell, y obtendrás una docena de historias diferentes, cada una más absurda que la anterior. Pero se pude deducir leyendo entre líneas. Primero pasó medio año haciendo de mochilero por Europa, luego pasó el resto del tiempo en el sudeste asiático estudiando durante un período indeterminado en un monasterio tibetano.

    Aparte de eso, la historia era un Elige tu Propia Aventura. Pasa a la página 23, Max pierde su virginidad con una prostituta en Amsterdam mientras se topa con el LSD y las setas, y la experiencia es aterradora para ambas partes involucradas. Pasa a la página 32, Max se enamora perdidamente de una adolescente en Bangkok. Pasa a la página 42, Max se mete en una pelea de bar en el lado este de Berlín con un grupo de skinheads y termina abriéndose la garganta con una botella de whisky rota. Pasa a la página 66, Max se une a una secta clandestina de adoradores de Kali y participa en al menos un asesinato ritual. En cierto punto, yo comencé a sospechar que Max estaba filtrando deliberadamente información errónea, pero él lo negaba con vehemencia y prefiría comparar la narración de la historia de su vida a un juego de Susurrantes japoneses.

    Al final, lo único que realmente importaba era que Max, que regresó a su ciudad natal dos años después, ya no era el niño tímido e introvertido que prefería quedarse en casa escribiendo líneas de código antes que salir a jugar béisbol o hablar con chicas. El nuevo Max no perdió el tiempo y comenzó a rondar posibles inversores para lanzar su nueva empresa emergente, Abrasax.

    De inicio sólo como motor de búsqueda, la compañía amplió rápidamente su alcance para incluir correo electrónico, redes sociales, almacenamiento y alojamiento online, desarrollo de software y, finalmente, el sistema operativo Envisage basado en la web que trasladaba toda la experiencia informática del usuario a los servidores de Abrasax. Max lo amplió para dar a los usuarios la libertad de acceder a sus documentos y ejecutar sus aplicaciones en cualquier lugar, en cualquier momento y en cualquier ordenador. Los críticos se quejaron de que Abrasax compartiría los datos de los usuarios con los anunciantes para ayudarlos a enfocar su comercialización y, en el proceso, aumentar las propias tarifas de Abrasax. Sin embargo, el aumento abrumador de usuarios e ingresos publicitarios de la compañía aseguró que las críticas fueran rápidamente marginadas.

    Max nos llevó a Columbine y a mí a una parte remota del almacén a través de una confusa serie de giros y vueltas que yo no podría haber replicado. Hubo un momento en que hubiera jurado que íbamos en círculos, si no fuerse porque nunca pasamos dos veces por el mismo lugar. Por fin llegamos a una pared sin salida, una pared sólida real, no otra cortina negra. Tenía tres puertas, cada una de un color diferente: roja, blanca y negra. Había una pequeña placa de plástico blanco pegada a la pared entre la primera y la segunda puerta, que decía:

    "Galería de puertas cerradas".

    O "El timbre no funciona".

    En la esquina inferior derecha estaba el mismo pequeño símbolo de corona y globo de la parte posterior de la tarjeta de invitación la fiesta.

    Había otro grupo de personas mirando la galería: dos parejas, visiblemente borrachas que reían histéricamente mientras intentaban sin éxito abrir las puertas, girando y tirando de los pomos de las puertas y golpeando repetidamente. Se tensaron cuando nos vieron acercarnos y comenzaron a alejarse.

    Cuando pasó a mi lado, uno de los hombres dijo: —Buena suerte.

    En cuanto doblaron la esquina, sin nadie a la vista más que nosotros tres, Max sacó una llave de metal rojo de las antiguas. La deslizó en la cerradura de la puerta roja y giró el pomo. La puerta se abrió y él se hizo a un lado para dejarnos pasar.

    —¿Quién necesita suerte cuando tienes una llave? - Dije al pasar.

    —Precisamente, - dijo Max, tocando mi pecho con el extremo romo de la llave.

    La puerta conducía a un tramo de escaleras descendente. Cuando comenzamos a bajar, le pregunté a Max: —¿De qué va ese símbolo en el cartel?

    —Ese es el símbolo de la Sociedad Highwater. Nos permite saber dónde encontrarnos, - respondió.

    —¿Y quién es exactamente la Sociedad Highwater? - le presioné.

    —Estás a punto de conocerlos.

    Las escaleras nos llevaron a una habitación grande y poco iluminada adornada lujosamente con rojos y negros. Un lado era una sala de estar con un bar húmedo donde pasaban unas veinte personas, todas jóvenes, hermosas e inmaculadamente vestidas, bebiendo y hablando en voz alta a la manera en que sólo las personas desesperadas por llamar la atención podían hablar, como si te retaran a no espíar lo que dicen.

    Brian estaba allí. Al igual que Lily. Ninguno de los dos pareció feliz de verme.

    Columbine se acercó al bar y saludó a Lily con un abrazo. Max intercambió breves saludos con algunos de los otros invitados antes de ser abordado por un hombre de baja estatura con cabello prematuramente delgado y un traje ostentosamente caro.

    —Se está haciendo tarde. ¿Cuándo comenzamos? - preguntó irritado mientras tocaba su reloj.

    Max extendió la mano para pellizcar su mejilla y arrulló con condescendencia: —Paciencia, Peterman. Tengo que ser un amable anfitrión y mostrarle esto a mi invitado.

    —Llevamos esperando aquí dos horas, - respondió el otro hombre.

    —Entonces estoy seguro de que puedes esperar un poco más. Mientras tanto, ¿por qué no intentas divertirte un poco? Todos los demás parecen hacerlo, - respondió Max, y añadió con una maliciosa sonrisa, —Y si realmente te aburres, estoy convencido de que a Lilian le hará feliz entretenerte.

    —¿Cómo se supone que hago eso? - Preguntó Lily.

    Max formó con los labios una "O" y levantó la mano derecha hasta la boca, curvó los dedos en un círculo y agitó la mano rítmicamente mientras empujaba el interior de la mejilla con la lengua para imitar una mamada. Lily echó humo en silencio, sin atreverse a devolverle el fuego a su jefe.

    Max soltó una risita y me llevó por el brazo al otro lado de la habitación, que estaba dominada por una pared de monitores de video, mesas de mezclas y otros equipos de A / V de alta resistencia. Los monitores mostraban imágenes de las cámaras de vigilancia en las principales galerías de arte. Seis personas se sentaban en fila frente al banco de monitores, cada una con un par de auriculares conectados a las mesas de mezclas y presumiblemente conectados a los micrófonos.

    Tres de ellos estaban reunidos en un grupo, obviamente borrachos y riéndose. Se reían y se comentaban como niños unos a otros lo que estaban viendo y oyendo.

    Otra era una joven seria que estaba mirando con el ceño fruncido y garabateando notas furiosamente. Aventurándome, decidí que parecía una antropóloga o una estudiante graduada de sociología que investigaba algún tipo de disertación o lo que fuese que hacían las personas que de verdad habían ido a la universidad.

    El hombre del fondo obviamente estaba dándose una alegría. Todos sus monitores estaban sintonizados con cámaras que mostraban mujeres jóvenes, y el tipo tenía una mano enterrada discretamente debajo de la mesa de mezclas.

    El hombre de la consola central era más viejo que el resto, con el pelo color sal y pimienta, y una extraña marca azul de nacimiento en el puente de la nariz con forma de un signo de interrogación. Se recostaba en la silla como para asimilar todo lo posible; Parecía un rey inspeccionando su reino. Avancé para mirar más de cerca. Sus ojos se movíian rápidamente de un lado a otro, saltando de una pantalla a la siguiente en una secuencia aparentemente aleatoria.

    Sentí a Max moverse detrás de mí. —Ese es Ben Garza. Deberías retroceder. A los observadores rara vez les gusta que estén siendo observados.

    Cogí uno de los auriculares libres, que estaba enchufado a un conector con la etiqueta Confesionarios, y me lo acerqué a la oreja. La voz de una mujer sonó cruda y hosca, como si hubiese estado llorando. Había algo familiar en ello. Ella dijo: —Me pregunto si alguna vez he tenido la oportunidad de ser feliz. Si habría tomado diferentes decisiones si no hubiese jodido tanto las cosas, ¿habría supuesto alguna diferencia? Me pregunto si hay otro mundo allá afuera, algún universo alternativo donde termine siendo feliz.

    Me di cuenta de por qué me sonaba familiar, se parecía mucho a Lily. Miré hacia atrás por encima del hombro y la vi sentada al lado de Columbine. Las dos se reían como locas, cada una con una copa de martini, mientras charlaban como buenas amigas.

    Volví a mirar los monitores de video y pude ver brevemente una de las pantallas, una imagen granulada y monocromática bañada en azul. Mostraba a un hombre sentado al borde de una cama en una habitación casi vacía. Una pantalla numérica digitalizada en la esquina inferior derecha decía: 00033.

    De repente me sentí mareado y retrocedí un par de pasos de la pantalla, dejando que los auriculares se soltaran de mis oídos. Max extendió una mano para ayudar a estabilizarme.

    Cerré los ojos y traté de recuperarme, murmurando: —Jesucristo, el vagabundo tenía razón.

    —¿Perdón?

    —Me encontré con un vagabundo en el tren hace un par de días: pelo anaranjado de loco y ojos azules. Dijo que solía trabajar para ti y despotricaba sobre que espiabas a la gente.

    Max sonrió con indulgencia. —El espionaje implica una violación de la confianza, una presunta privacidad traicionada. No ocultamos los métodos de vigilancia del piso de arriba, por lo que esa privacidad no se asume. Nuestro equipo está a la vista y muchas de las obras de arte lo usan como parte integral.

    —En otras palabras, estás diciendo que está bien invadir la privacidad de alguien siempre que lo notifiques, aunque sea superficial.

    —Estoy diciendo que la privacidad tal como la entiendes se ha convertido en un concepto arcaico.

    Sonreí. —Claro que tú dirías eso. Has convertido la venta de información privada de tus clientes en un modelo de negocio.

    Max bufó y respondió en voz alta, adquiriendo un tono casi profesional. —Las personas le dan voluntariamente a mi empresa acceso a su información cuando usan nuestros productos. Tomamos esa información y la usamos para brindarles la mejor experiencia posible al cliente. No oculto las prácticas comerciales de mi empresa. Y estoy seguro de que quien se queja sobre el precio de la gasolina en un correo electrónico y de repente ve un anuncio del último automóvil híbrido sabe exactamente lo que estoy haciendo.

    —Ahórrame la propaganda corporativa, - me quejé. —¿Qué hay de las personas que no quieren que sepas lo que compran, las páginas que miran y de qué hablan en su correo electrónico?

    —Pues que se vayan a la competencia, - respondió con desdén. —O siendo realistas, deberían mantenerse fuera de Internet por completo.

    —¿En serio?

    —Muy en serio, - respondió, y me di cuenta de que ya no estaba hablando sólo conmigo, el resto de la habitación también estaba escuchando. —La web se ha convertido de verdad en el gran democratizador de la información en el sentido más literal de la palabra: las personas mandan, pluralidad. La información ya no es propiedad exclusiva de nadie. La pregunta no es por qué no deberías tener derecho a mantener las cosas para ti mismo, sino por qué tus socios comerciales, tus jefes, tus amigos y familiares no deberían tener derecho a saber quién es eres realmente.

    —Yo a eso lo llamo tonterías, - dije. —Incluso si aceptas ese argumento, solo es válido sobre la supuesta base de un bien social. ¿Pero cuál es el bien social en todo esto? - Señalé a los monitores.

    —El mismo bien social que existe en cualquier arte real: la purificación del alma humana. Levanta un espejo y hace que nos enfrentemos a lo que realmente somos.

    —Ahora sí que lo llamo chorradas.

    Max se rio. —Permíteme decirlo de esta manera: les explico que la era de la vigilancia es sólo un síntoma del nuevo hiper-narcisismo que ha infectado nuestros túneles de realidad colectiva. Invitamos a las cámaras de vigilancia a nuestros hogares porque son una prueba de que alguien nos está prestando atención. Permíteme darte un ejemplo. Criticaste a mi empresa por recopilar datos personales de los usuarios, pero las personas comparten voluntaria e intencionadamente las minucias más íntimas de sus vidas todos los días, y les encanta hacerlo. Incluso mientras hablamos, mi teléfono está siendo bombardeado por tweets, correos electrónicos, publicaciones de blog y actualizaciones de estado de redes sociales de conocidos personales y profesionales. La privacidad está pasada de moda; simplemente ya no existe como un valor social. Nadie quiere trabajar en la sombra. La fama se ha convertido en la nueva moneda social de siglo XXI. En el siglo XIX, la lucha era entre la clase trabajadora y la clase dominante por los medios de producción. A finales del siglo XX, el paradigma se volvió obsoleto por las nuevas clases: la clase del ocio, la clase creativa, la clase del consumo. Ahora hay una clase emergente completamente nueva que trae otro cambio radical, la clase de las celebridades. De pronto tenemos un estrato completo de personas que son famosas sólo por ser famosas. No importa si no es la de mayor talento, la más virtuosa, o la más bella siquiera, siempre y cuando la gente sepa quién es. Hemos construido un mundo nuevo y valiente donde cada hombre y mujer pueden ser una estrella.

    Sus ojos se clavaron en los míos mientras presumiblemente esperaba que yo respondiera al alcance y profundidad de su argumento.

    —Jesús, ¿aún sigues hablando? - Max se echó a reír y lanzó un brazo sobre mi hombro. —El Valiente Nuevo Mundo, ¿eh? Esa es la segunda sincronía de Huxley que he tenido esta noche.

    —Todos pertenecen a todos los demás, - citó.

    —Lo que tú digas. Sólo quiero que le digas a la gente que no mentí en mi artículo. Ayúdame a recuperar información privada y entregársela a las masas, - le dije disfrutando de la oportunidad de arrojarle su propia mierda a la cara.

    Max se lamió los dientes e mostró una expresión desinteresada. —Le di a Lilian mi declaración, que a su vez te transmitió con precisión. En realidad no tengo ningún interés en seguir adelante con el asunto.

    No me detuve. —¿Por qué me diste la declaración en primer lugar?

    —Porque, D, la vida es un juego. Y a veces, para mantener las cosas interesantes, tienes que cambiar las reglas.

    —No entiendo lo que...

    De repente, sentí una presencia detrás de mí. —Estamos preparados, jefe, - dijo una voz masculina alta y grave.

    Me volví para ver al hombre del albergue que se elevaba sobre mí: la Mala Semilla. Llevaba una camiseta negra con una imagen distorsionada de un toro que reconocí como un detalle de El Guernica.

    —Ah, San Antonio. Siempre en el momento perfecto, - dijo Max.

    Los dos hombres se dieron la mano y el hombre más grande lanzó el pulgar en mi dirección. —¿Qué está haciendo aquí?

    —Oh, no te preocupes por él. Es periodista, - dijo Max poniendo un énfasis burlón en la última palabra. —Sr. D Quetzal, me gustaría que conociera a San Antonio, mi asesor especial.

    —¿Asesor especial? ¿Qué significa eso? ¿Y qué clase de persona se llama San Antonio?

    —Es un apodo, - explicó Max. —Lo ha tenido durante años, debido a que es un católico muy devoto.

    —Sí, apuesto a que lo es, - me burlé.

    "San" Antonio me miró como si estuviera a dos segundos de darme una paliza.

    Max juntó las manos para llamar la atención de toda la habitación. —Todos arriba. Hora del telón en diez minutos.

    —¿Vamos a volver a la exposición de arte? - le pregunté.

    —No, - respondió Max. —No me refiero a escaleras arriba.

Capítulo 8: Todos Necesitan un Buen Susto de Vez en Cuando

    Yo estaba en la parte superior del tejado del almacén observando cómo unas tres docenas de los mejores y más brillantes de la ciudad se congelaban el culo. Y, a decir verdad, estaba disfrutando del espectáculo, aunque implicara que me estaba congelando con ellos.

    Las anémicas herederas delgadas como refugiadas temblaban en sus vestidos de fiesta apenas presentes. Los efímeros ejecutivos puntocom "alarmados" en vaqueros de miles de dólares intentaban no verse afectados por el frío que les hacía temblar los labios y les arrugaba las pollas. Eso me calentó el rencoroso y celoso corazón.

    Columbine estaba ocupada circulando entre la multitud, repartiendo hojas de papel, una por cabeza. Cuando terminó, vino a sentarse conmigo en el parapeto.

    —¿De qué va todo esto? - Pregunté mientras agarraba una de las hojas sobrantes de la pila en su regazo.

    —Este es el juego de esta noche, - explicó. —La Búsqueda del Tesoro.

    Miré el papel en mis manos. Contenía una lista de artículos cuidadosamente impresos en tres columnas uniformemente espaciadas. Los artículos eran bastante remotos, cosas como un albino, una pata de mono, una prostituta transexual, un Matisse original, un perro de tres patas, un punk en escabeche, una onza de heroína y un bazo humano.

    —¿Búsqueda del Tesoro? - Repetí escépticamente.

    —Sí. Tienes que encontrar tantas cosas de esta lista como puedas y traerlas aquí.

    Puse los ojos en blanco. —Ya, entiendo el concepto de una búsqueda del tesoro. Pregunto por qué un grupo de adultos, los jóvenes más brillantes, ricos y poderosos de la ciudad, nada menos, pasan la noche del sábado en una de ellas.

    Escuché pasos detrás de mí en el parapeto y una nueva voz se unió a nuestra conversación.—Imagina que eres asquerosamente rico, más rico de lo que cualquier ser humano tiene derecho a ser. Literalmente puedes hacer y tener lo que quieras. Has viajado por el mundo, has tenido el sexo más sucio imaginable, bebido los narcóticos más nauseabundos. ¿Qué harías, para empezar, cuando te cansas de las mismas viejas emociones?

    Estiré la cabeza hacia la derecha y vi a Max parado sobre el parapeto, suspendido sobre mi cabeza. Me sonrió como un oni japonés trastornado. El aire frío de la noche hacía visible su respiración al salir de las fosas nasales.

    —Muy bien, chicos y chicas, ¡escuchad! - llamó a todos desde la azotea.—Vamos a comenzar. Confío en que todos habéis tenido la oportunidad de revisar la lista del juego de esta noche. Veo algunas caras nuevas, así que permítanme ponerlos al día. El objetivo es simple: aquel que recupere la mayor cantidad de elementos de su lista al amanecer, es el ganador, y el que menos recupere es el perdedor. Aparte de eso, no hay reglas. Robad, mentid, engañad, allanad, pasead por las peores partes de la ciudad, poned a trabajar a vuestros contactos, sacad a vuestros asistentes de la cama, reclamad todos los favores que os deben.

    —¿Y qué obtienes exactamente por ganar? - intervine yo.

    Max sacó una pequeña caja roja de metal del bolsillo de su pantalón. Tenía forma rectangular, no más de doce centímetros de largo y cinco de alto. —El ganador obtiene lo que hay dentro de esta caja

    —¿Y qué es? - le presioné.

    —Te juro que no hay guión escrito en esto, - dijo Max con complicidad a su audiencia. Algunas leves risas se extendieron entre la multitud. —Para descubrir eso, D, supongo que tendrás que ganar.

    —Supongo que sí, - respondí. —¿Y si pierdo?

    Max se volvió para sonreírme una vez más, pero esta vez no ofreció ninguna explicación adicional.

    —El hombre del tiempo dice que el sol sale justo después de las siete. Tenéis cinco horas para dar o tomar, chicos y chicas. Sugiero que os pongáis en movimiento.

    Cuando todos los demás dejaron el tejado, Max puso una mano sobre mi hombro para indicar su deseo de que me quedara. Me di cuenta de que San Antonio y Lily tampoco se movían para irse: la mano de Antonio agarraba la muñeca de Lily con firmeza, la cabeza de esta colgaba toscamente.

    Max caminó de un lado a otro a lo largo del parapeto mientras sus ojos se movían entre nosotros con aquella sonrisa todavía fija en su lugar. Así continuó durante varios minutos, incluso después de que el último de los invitados se hubiese ido. Los tres nos quedamos allí en el frío y esperamos a que Max hiciera algo. Yo me sentí miserable, Antonio ni siquiera parecía darse cuenta del clima, Lily temblaba tanto que pensé que se dislocaría los huesos y Max parecía estar saboreando cada segundo.

    Por fin decidí que estaba harto de escuchar el chasquido de los dientes de Lily, así que me quité la chaqueta y se la ofrecí.

    —¡No! - Gritó Max. —Todos permanecerán vestidos exactamente como están.

    Le tendí la chaqueta a Lily otra vez, pero ella la rechazó, manteniendo su preocupada mirada fija en su jefe.

    —Mira esto, - declaró Max, golpeando el parapeto con el pie. —Ridículo. - Sus ojos volvieron a nosotros el tiempo suficiente para asegurarse de que tenía toda nuestra atención. —¿Para qué sirve? Piensa en ello. ¿Sería realmente tan peligroso tener un borde plano? ¿De verdad este pequeño murito va a salvar vidas?

    Me encogí de hombros.

    Max continuó: —Y si alguien es de verdad lo bastante tonto como para caerse por el borde de un edificio, ¿somos mejor especie con esa persona viva y procreando? Gran parte de nuestra energía se gasta en acolchar de espuma y esterilizar nuestra existencia para protégernos de nosotros mismos, de nuestra propia humanidad. Nos damos cuenta de cuán desesperada y fatalista es nuestra condición humana, de cómo estamos a merced de fuerzas más allá de nuestro control. Así que tratamos de engañarnos con una falsa sensación de seguridad soñando peligros fantasmas, inofensivos hombres de paja que pueden construir un muro o enterrarse debajo del hormigón y sentir que tenemos control sobre nuestros destinos. Aprobamos más leyes, armamos a más policías, construimos más cárceles y encerramos a más de nuestros vecinos en nombre de nuestra propia libertad. Nuestro miedo a la muerte nos lleva a envenenarnos con "medicinas" que en el mejor de los casos sólo posponen lo inevitable. ¿Y con qué fin? Todavía morimos de cáncer, todavía enfermamos, a veces como efectos secundarios de los mismos medicamentos que tomamos para mantenernos sanos. Todavía chocamos automóbiles. Todavía libramos guerras. ¿Y adónde nos lleva todo esto como especie?

    —Me ha llevado a congelarme las pelotas en un tejado como un idiota, preguntándome de qué demonios estás hablando, - le ofrecí.

    —Estoy hablando de cambiar las reglas del juego, D, - respondió Max. —Si no haces las paces con tu propia mortalidad, nunca sabrás lo que es estar realmente vivo. Los indígenas que originalmente vivían en este valle tenían una tradición de búsqueda de visión: salir al desierto sin nada , sobrevivir por tu propio ingenio, demostrar tu valía como ser humano y descubrir quién eres de verdad en el núcleo fundamental de tu alma. Pero hemos pavimentado el desierto y cubierto el cielo estrellado con satélites GPS. ¿Cuántas veces has mirado en realidad a tu propia muerte a la cara, D?

    Hizo una pausa, más por el efecto que por darme la oportunidad de responder, luego se lanzó de nuevo.

    —Nosotros, como sociedad, lo hemos hecho demasiado fácil para nosotros mismos, y nos ha hecho gordos, tontos y poco imaginativos. Nos sentamos en nuestras oficinas y miramos nuestros televisores y planificamos la jubilación y sacamos pólizas de seguros y planificamos tristes vacacioncitas en algún lugar no demasiado peligroso ni sucio, y nos aseguramos de que todos usamos los cascos de seguridad aprobados por el gobierno y llevamos nuestras tarjetas del plan de salud en caso de que algo salga mal. Hemos permitido que la vida se atrofie. Hemos impedido que la selección natural purifique la especie porque, en el fondo de nuestro corazón, todos estamos aterrorizados de no estar a la altura.

    —Cambiar las reglas del juego es la única forma de sobrevivir, para evitar ser superado por un competidor más hambriento e inventivo. Necesitamos redescubrir la emoción de pintarnos en un rincón del que no sabemos si saldremos, de hacer que nuestro temple sea probado con todo lo que está en juego. Necesitamos recordar cómo sentir la alegría del resultado verdaderamente incierto. Necesitamos mirar al abismo.

    —Todavía no entiendo qué tiene que ver todo eso con lo que estábamos hablando.

    —D, querías saber por qué le pedí a Lily que admitiera que esos correos electrónicos eran ciertos, y te lo estoy contando. También me preguntaste por qué un montón de pijos malcriados desperdician un sábado por la noche en una boba búsqueda del tesoro, y también te lo estoy contando. Todos necesitan un buen susto de vez en cuando. Incluyendo la Sociedad Highwater. Incluyéndome a mí.

    Pensé en su reacción a mi artículo: cómo actuó como si fuera una especie de broma, algo para divertirse. Como un juego

    —¿Por qué no les cuentas a Antonio y a Lily esa chiste que leíste en el periódico? - preguntó Max sacándome de mis propios pensamientos.

    —Muy bien, bueno fue - comencé.

    Pero Max me interrumpió, sus ojos cada vez más grandes y locos, —No, cuéntales eso desde aquí.

    Extendió su mano para ayudarme a subir al borde del parapeto. Tenía apenas treinta centímetros de ancho. Miré por el borde y vi lo alto que estaba, que era casi el equivalente a un edificio de tres pisos. De pronto fui consciente de mi propia mortalidad.

    —No te preocupes, aquí se está perfectamente seguro, - dijo Max. —De todos modos, tampoco estamos tan alto. Existe la posibilidad de que ni siquiera mueras si caes. Bueno, ¿estabas diciendo...?

    Me giré para dirigirme a Antonio y Lily, —¿Conocéis ese artículo que visteis anoche? ¿El de la mujer encontrada en una zanja? Sé que él... - Señalé a Max, —la trasladó allí después de que se encontrara con ella en su jet privado en el Aérodromo de Hastings.

    San Antonio dio un paso hacia mí con una expresión abierta de asombro en su rostro. —¿Cómo diablos podrías saber eso?

    —Buena pregunta. D parece saber muchas cosas que no debería estos días, - respondió Max. Aunque parecía dirigirse a Antonio, su mirada estaba fija en Lily. —Entre eso y ciertos correos electrónicos que publicó en su periódico, parece que alguien está proporcionando bastante información privilegiada.

    —También estuvo allí el jueves por la noche, cuando fui a buscar a Cobb, - añadió Antonio. Me animé al tomar nota mental del nombre: Cobb.

    —¿En serio? - Max me miró, su rostro exageraba su asombro como un verdadero showman. —Estás lleno de sorpresas, mi nuevo amigo.

    Max comenzó inexplicablemente a balancearse de lado a lado, suavemente al principio, pero gradualmente más pronunciado. Luego levantó las manos como si sostuviera una pareja invisible y comenzó a bailar. —No sé qué me pasa. Debe de ser la luz de las estrellas. Me apetece bailar.

    Comenzó a tararear una melodía mientras bailaba un simple vals a lo largo del parapeto. Después de ir un par de pasos, miró a Lily. —¿Quieres unirte a mí, Lilian?

    Ella negó con la cabeza, pero Antonio la empujó hacia adelante.

    —Te solía gustar bailar, - señaló Max.

    —Ha dicho que no quiere, - interrumpí.

    —Esto no te involucra a ti, - respondió Max mientras ayudaba a Lily a subir. —Si quieres bailar con alguien, baila con Antonio.

    Max y Lily bailaron pasos simples, tanto como lo permitía el espacio limitado en el parapeto. Sentí que me latía el corazón dentro del pecho.

    —Bien, ahora gira, - dijo Max mientras extendía su brazo sobre la cabeza de Lily, manteniendo sus manos juntas.

    Ella obedeció, girándose cuidadosamente con precarias maniobras sobre los pies. Max la hizo retroceder y la abrazó. Contuve el aliento mientras la vigilaba, con ganas de saltar y agarrarla, pero temiendo que en cualquier movimiento repentino perdiera el equilibrio.

    —Bien, - dijo Max alegremente. —Ahora échate.

    De repente la inclinó hacia atrás, hacia fuera del edificio, antes de echarla hacia el otro lado y arrojarla del parapeto a los brazos de Antonio.

    Solté una ráfaga vertiginosa de blasfemias hacia Max cuando bajó al tejado.

    —Qué divertido, - dijo Max ignorando mi arrebato. —Pero todavía no estamos más cerca de saber quién es la fuente de D.

    —Mira, - dije bajando del parapeto yo mismo. —Lily no tuvo nada que ver con que me enterarara de esos correos electrónicos ni de nada. Si te hace sentir mejor, debes saber que ella no ha sido más que un gran dolor en el culo desde el momento en que la conocí.

    Mis ojos se encontraron con los de Lily, que de repente parecía vulnerable y humana, probablemente por primera vez en los años que yo había tratado con ella. Sin embargo, había algo más, algo en su expresión que no era natural ver en ella. Y me di cuenta de lo que era: me miraba agradecida.

    —Además, - agregué volviéndome hacia Max, —no te creerías cómo me enteré de la mujer en tu avión aunque te lo dijera.

    —Pruéba, - respondió encogiéndose de hombros. —Te sorprendería lo mucho que puedo creer.

    Inhalé profundamente. —Lo vi todo en un sueño.

    Me detuve para ver sus reacciones, pero nadie dijo nada. Le expliqué los sueños que había estado teniendo, la visión de Max al subir al avión y encontrar a la mujer que sostenía el colgante. Lily parecía confundida. Antonio parecía incrédulo. Max parecía intrigado.

    —Eso es lo más estúpido que he escuchado, - dijo Antonio.

    —Sí, - respondió Max. —Demasiado estúpido para ser mentira. Si iba a inventarse algo, incluso un hombre de visión limitada podría tener una historia más creíble. Al menos, creo que eso es lo que él cree.

    —¿Qué quieres decir? - le pregunté.

    Max me respondió con otra pregunta: —¿Cómo es que has soñando con algo que me ha pasado?

    —Honestamente, no tengo idea. Ni siquiera pensé en los sueños hasta que vi la noticia en el periódico. De alguna manera supe en cuanto la vi que era la misma mujer, y supe instintivamente que mi sueño era cierto.

    Max se quedó en silencio, reflexionando sobre esta información durante un buen minuto o dos, mirándome escéptico.

    —Hagamos un trato, - me dijo por fin. —Si puedes darme una explicación creíble de por qué has tenido ese sueño, haré desaparecer todos tus problemas legales con tu trabajo. Apoyaré tu historia al pie de la letra.

    —¿Qué es una "explicación creíble"? - Pregunté.

    —Algo que tiene sentido instintivamente, algo que hace clic como lo hizo tu sueño cuando leíste ese artículo.

    —¿Y si lo hago, harás que todo se arregle sin más? - Chasqueé los dedos. —¿Como si fuera sólo otro juego para ti?

    —Cuando hayas tenido la vida que he tenido yo, te darás cuenta de que todo el mundo es un juego.

    —¿Qué pasa cuando pierdes? - Le desafié.

    Max puso una mano sobre mi espalda y comenzó a caminar hacia la puerta de la escalera que bajaba. —Es cierto. Querías saber qué pasa con el perdedor del juego y no te respondí adecuadamente. ¿Por qué no le preguntas a Jürgen?

    Lo miré sin comprender.

    —Tu amigo vagabundo con el cabello naranja, - explicó. —Sí, de hecho trabajó para mí.

    —¿Qué le sucedió? - le pregunté. —¿Cómo terminó en las calles?

    La sonrisa de Max adquirió de pronto una nueva amenaza: sutil, pero innegable. —Perdió en uno de mis juegos, por supuesto.

    Dejé escapar una risita entre mis labios, como si estuviera bromeando.

    Él replicó, —La victoria es hueca sin la posibilidad de la derrota. Si las apuestas no son altas, si no te lo estás jugando todo, entonces todo es sólo autocomplacencia masturbatoria.

    Encontramos a Columbine esperándonos abajo.

    —Señorita Columbine, - dijo Max. —¿Me estaba esperando a mí o al alto, moreno y sarcástico?

    —A él, - dijo mientras enganchaba su brazo alrededor del mío.

    —Por supuesto, - dijo Max asintiendo. —¿Y por qué no? Mira cómo luce esa mirada de hipster-Philip-Marlowe con su gabardina arrugada y su sombrero ligeramente torcido. - Estiró el brazo para moverme un poco el sombrero. —Espero que no importe que os acompañe.

    —En absoluto, - dije quitando su mano de mi cabeza.

    Antonio y Lily también nos siguieron, unos pasos por detrás mientras Max nos guiaba por la fiesta de arte hasta la parte trasera del edificio. La fiesta estaba terminando, la mayoría de los invitados se habían ido y algunas de las instalaciones ya estaban desmontadas.

    Nos encontramos con Violet y su escultura, que estaba casi terminada. Era una mujer sentada en una roca, descansando casualmente y mirándose en un espejo de mano. Por supuesto, no había detalles finos, dados los medios utilizados, pero la figura era muy fluida en sus líneas y estructura. Era hermosa.

    —Espera, quiero ver esto antes de irnos, - le dije mientras me movía para unirme al grupo de personas que seguían viendo trabajar a Violet y admirando el producto terminado.

    Los otros se acercaron detrás de mí. Antonio se acurrucó entre algunas personas para acercarse, pisando el pie de un hombre en el proceso.

    El hombre y Antonio intercambiaron algunas palabras. El otro hombre se encaró con Antonio, al parecer tras recordar algunos terribles consejos de su infancia sobre enfrentarse a los matones. Antonio lo empujó hacia atrás como quien aparta a una mosca. El hombre regresó e intentó empujar a Antonio, quien rápidamente lo levantó del suelo y lo arrojó como una muñeca de trapo. Desafortunadamente, el hombre aterrizó justo encima de Violet.

    Todo pareció suceder a cámara lenta, aunque yo estaba congelado y no pude reaccionar. El hombre voló hacia ella con una fuerza tremenda, derribándola del taburete y de cara a la escultura. La mujer terminó arrugada como un fardo sobre el suelo encima de un grupo de cristales rotos e hilos de oro rasgados.

    Salté al escenario para ayudarla a levantarse. Fragmentos de vidrio le habían rasgado la bata y se habían clavado en su piel. Pequeñas perlas de rojo puntuaban su cuerpo.

    De pronto hubo aplausos. Me di la vuelta para ver a Max aplaudiendo. Otros en la multitud lo miraron y se le unieron.

    Violet, de pie a mi lado, hizo una reverencia.

    —Crear es sublime, como lo es destruir. Si no estamos dispuestos a destruir la belleza que hemos creado, nos convertimos en esclavos de ella, - explicó Max.

    —Que le jodan a eso, - reuní.

    

Capítulo 9: Un Buen Hombre

    A través de la ventana del restaurante pude ver que el sol comenzaba a asomarse detrás de las montañas y me lamenté, —Joder, ¿de verdad es de día ya? Necesito más café.

    Columbine no respondió y continuó sorbiendo los últimos vestigios de zumo de naranja con la pajita que sobresalía del enorme vaso frente a ella. El sonido era extremadamente irritante, pero ella blandía una expresión tan feliz que no tuve el valor de pedirle que parara.

    —A ver si tengo claro esto, - dijo cuando por fin estuvo satisfecha de que el vaso estaba seco. —Si puedes explicar por qué estás soñando con la muerta que Max subió a su avión, Max confirmará que tu artículo era cierto para que nadie pueda demandarte. Y luego tratarás de averiguar quién es la mujer y resolverás su asesinato, y crees que eso de alguna manera explicará tu sueño.

    —Totalmente correcto, - confirmé golpeando inquieto con los dedos sobre la mesa de formica. —Cuando lo dices así suena un poco loco, ¿eh?

    —Totalmente demencial, - respondió ella con gusto. —Pero supongo que no puedes evitarlo. Todos estamos locos aquí. Yo misma no estoy del todo muy para allá.

    —Qué bonito, - sonreí y traté una vez más de avisar a nuestro camarero para que pudiera rellenar mi café, en vano.

    Estábamos desayunando en un restaurante nocturno llamado El Lado Positivo Soleado. Columbine lo había recomendado; Era un popular lugar de reunión hipster que usaba sólo ingredientes orgánicos y tenía platos veganos en el menú. Las cabinitas eran estrechas, el personal era presuntuoso y la decoración oscilaba entre algo irónico-hipster y llanamente vulgar. Me resultaba un poco complicado estar allí sin caer dormido. Mi plan de ataque era beber la mayor cantidad de café, cultivado de manera sostenible y de comercio justo, que me pudiera caber dentro.

    Desafortunadamente, nuestro camarero, un joven universitario con barba en el cuello, gigantes túneles de carne en las orejas y un aire descontento, parecía más interesado en coquetear con la pelirroja que estaba a unas mesas de nosotros, que claramente había ingerido suficiente éxtasis como para matar a un elefante. El cuerpo de la chica caía en su ensueño como si los huesos se hubiesen convertido en flácidos tallarines, haciendo que sus finos ricitos de niña blanca oscilaran a lo loco. Y tenía tanto metal perforado en la cara que me preocupaba que el peso de todo aquello fuese a ser demasiado para ella en este debilitado estado, y que tarde o temprano se inclinase más allá del punto de inflexión hasta derrumbarse de boca sobre su avena orgánica.

    —¿Y qué plan tienes? - Preguntó Columbine sacándome de mi sueño.

    —En realidad, esperaba que pudieras ayudarme en eso, - respondí.

    Sus ojos se iluminaron. —¿De verdad?

    Había decidido dar confianza a Columbine. Parecía lo bastante sincera, a pesar de mi secreta pregunta persistente sobre cuán conveniente había sido nuestro primer encuentro. Pero lo que era más importante, ella tenía información privilegiada sobre el mundo de Max. Conocía a todos los jugadores y su visión podría ser incalculable. Básicamente, ella era un riesgo calculado que valía la pena correr.

    Había tomado esta decisión un par de horas antes, después de dejar la fiesta del almacén y decidir caminar juntos de regreso a la ciudad. Ninguno de nosotros tenía un automóvil y no había servicio de autobús nocturno, por muy bárbaro que resultara eso para una ciudad de este tamaño. Max había ofreció que su conductor nos diera una vuelta, pero los dos seguíamos tan entusiasmados con la fiesta que la larga caminata parecía atractiva. Aunque honestamente, yo en realidad estaba buscando la oportunidad de presionarla para obtener más información y ver si podía confiar en ella. Y por su parte, sospeché que habría aceptado casi cualquier cosa si el resultado final hubiese sido pasar un poco más de tiempo conmigo.

    Dejamos el sector industrial cruzando el puente de Guadalupe sobre el río San Hermes, luego decidimos tomar el largo camino de regreso y atravesar el parque. Aunque probablemente no fue el movimiento más seguro y terminó tardando más de lo que esperaba, le dio tiempo para hablarme más sobre ella y su vida.

    Yo casi esperaba escuchar alguna historia absurda sobre que la había criado una manada de lobos o que había huído con los cíngaros pero, por una vez, el cuento fue novedosamente plausible.

    Nació siendo Natalie McPherson hacía diecinueve años el abril pasado. Sus padres se habían conocido cuando su padre tenía ya más de cincuenta años y su madre tenía poco más de veinte. James acababa de terminar su segundo matrimonio por divorcio. Su primera esposa había muerto de leucemia. Ningún matrimonio había dado hijos.

    La madre de Natalie era hija de uno de los socios comerciales de James. Se conocieron en una subasta de caridad para la fundación de McPherson y tuvieron un breve romance que terminó mal. Sin embargo, ocho meses después de ese complicado final, nació su hija. Su madre murió tres días después debido a complicaciones durante el parto. James McPherson se quedó sólo para cuidar a su única hija, y la llamó Natalie por su madre.

    Ella raramente veía a su padre cuando era niña y fue criada por una serie de niñeras. Era una niña imaginativa y con talento que se saltó un curso en la escuela primaria, pero también tenía problemas de comportamiento. Se aburría y sofocaba en la escuela. Era propensa a soñar despierta y a menudo tenía dificultades para concentrarse en una sola tarea durante un período de tiempo prolongado.

    En secundaria le entró el gusanillo por el teatro y comenzó a actuar en un puñado de compañías locales para niños. Cuando tenía trece años, ya estaba en el instituto y su departamento de teatro escenificó una obra original que ella había escrito para su producción de primavera. Fue la primera vez que hizo un trabajo de estudiante. A los quince años, sus obras se realizaban localmente por grupos más pequeños. Ella también protagonizó muchas de ellos.

    Se graduó temprano en el instituto y decidió enfocarse en el teatro a tiempo completo, pero en los tres años transcurridos desde entonces aún no había logrado avanzar en una producción importante.

    Tampoco mostraba realmente mucho interés en involucrarse en el negocio de su padre ni en seguir ninguna otra carrera particular. De hecho, era bastante abierta respecto a vagar generalmente sin rumbo y sin motivación, que era uno de los principales factores que contribuían a la tensa relación con su padre.

    De hecho, prácticamente lo único que los dos tenían en común era Max, a quien ella conoció cuando este vino a ver una de sus obras. Su padre malinterpretó el interés de Max en ella como sexual y, temiendo la reputación de Max de hombre impenitente, intentó mantenerlos separados. Columbine se dio cuenta de este ambiente de inmediato, por lo que, por supuesto, se propuso pasar el mayor tiempo posible con él y los dos pronto se hicieron amigos íntimos.

    —Pero antes de dejarte entrar en todos los detalles, - continué de vuelta al restaurante, —necesito asegurarme de que te das cuenta exactamente de lo que está sucediendo aquí.

    —¿Qué quieres decir? - Preguntó ella inclinando la cabeza intrigada.

    —Bueno, para empezar, ¿sabes por qué están todos tan molestos por mi artículo?

    Ella negó con la cabeza y confesó: —Lo siento, en realidad no leo tu periódico. Ningún periódico, dicho sea de paso.

    —Muy bien, - le respondí. —En pocas palabras, básicamente acuso a algunos poderosos empresarios de sobornar y amenazar a los funcionarios del ayuntamiento para que les otorguen grandes contratos gubernamentales. Hombres de negocios como Max. Y tu padre.

    —Ah, - respondió ella con diversión. —Y supongo que por eso estabas sufriendo en la boda de tu hermana, ¿verdad?

    —Principalmente. Muchos de ellos ya me odiaban personalmente de todos modos, pero el artículo no ayudó mucho.

    —Me imagino que no, - se rió. —Y dime más, estoy intrigada. ¿Qué decía específicamente tu artículo?

    —Bueno, por supuesto, se centraba en Max, quien obtuvo el contrato para proporcionar wi-fi gratuito en toda la ciudad, lo que por supuesto está generando enormes ingresos publicitarios para él, así como tarifas de suscripción de personas dispuestas a pagar por un servicio más rápido y sin publicidad. Tienen correos electrónicos entre él y los funcionarios del ayuntamiento, incluido el jefe del gabinete del alcalde y el administrador del ayuntamiento, donde hace ciertas amenazas bastante severas si no eligen a Abrasax. Y cuando digo amenazas, estoy hablando tanto personal como profesionalmente. Y algunas cosas más raras y horripilantes.

    —¿Como qué? - me preguntó intrigada.

    —Se enojó tanto con un miembro del personal del ayuntamiento por no responder a sus llamadas que le amenazó con despedirlo y ponerlo en la lista negra, con que su casa fuera embargada, con que violaran a su hija adolescente y que su gato fuese desollado vivo.

    Columbine se echó a reír y sacudió la cabeza. —Me gustaría pensar que al menos una de ellas era una vana amenaza. ¿Y a quién más mencionaba tu artículo?

    —Gestión de Registros Asterión, que ganó el contrato para el almacenamiento de registros del ayuntamiento y el archivo digital. Por supuesto, ganaron el contrato porque fueron los únicos que tuvieron la oportunidad de hacer una oferta. Por cierto, su director financiero había comprado regalos para varios miembros del consejo municipal recientemente, incluyendo una luna de miel en Asia para un miembro recién casado, un Picasso original para el aficionado al arte residente del consejo e incluso el pago para remodelar la cocina del vicealcalde. Me dieron copias de los correos electrónicos de un representante de Asterión al personal del ayuntamiento con instrucciones detalladas sobre cómo ocultar la fuente de los regalos. Y luego está Inspiratech, que ganó millones en su contrato para rehacer completamente la infraestructura de red del ayuntamiento y otras oficinas de la ciudad. Pero ganaron el contrato sólo en la segunda ronda de votación. Después de la primera ronda, el miembro del consejo que emitió el voto decisivo en su contra fue despojado de su cargo por una despreciable y bien financiada campaña. Nadie sabía cómo un pequeño comité de barrio había podido recaudar tanto dinero, pero mostré varios correos electrónicos al nuevo miembro del consejo que sugerían que el tipo estaría bien atendido si adoptaba una postura más amable sobre la propuesta de Inspiratech. Y para concluir, - dudé un poco,—tu padre presionó con éxito al ayuntamiento para que invirtiera millones en capital de reurbanización de áreas donde él posee una gran cantidad de tierra, haciendo que los valores de las propiedades y las rentas que podría cobrar se disparasen. Nuevamente, los correos entre los cabilderos de tu padre y los funcionarios del ayuntamiento contienen una serie de amenazas poco veladas y nada veladas. Tu padre ha sido un hacedor de reyes en esta ciudad durante décadas. Los diez miembros del consejo y el alcalde ganaron sus escaños con su respaldo. No se ignoran las amenazas de un hombre así. Esos son los aspectos más destacados, al menos.

    Me detuve un momento, sin saber cómo iba a reaccionar Columbine.

    —Ñam, tortitas, - cantó ella.

    Levanté la vista para ver que nuestro camarero manazas por fin había desistido en sus forzados intentos de poner granola crujiente el tiempo suficiente para traer nuestra comida. Dejó una montaña de tortitas de mantequilla frente a Columbine y un sándwich de pastel de tocino y huevo frente a mí. Columbine procedió a ahogar su plato en jarabe de caramelo.

    —Oye, ¿crees que podrías ver la manera de echar un poco de café en esta taza mientras estás aquí? Estoy seguro de que a ella no le importará si te retrasas un poco más, - añadí señalando a la pelirroja, que había recogido una pizca de su avena fría y congelada y la frotaba entre la punta de sus dedos, sin duda flipando con la textura espesa y granulada que sentía contra su piel.

    El camarero se fue enfadado y, afortunadamente, se dirigió hacia la cafetera que estaba sobre un calentador detrás del mostrador.

    —No deberías ser tan malo con la gente, ni tan crítico, - me reprendió Columbine suavemente mientras lo veíamos irse.

    Me lamí los dientes y consideré brevemente un par de réplicas rápidas, pero decidí no hacerlo. —Sí, lo sé, - suspiré. —Es que estos malditos zánganos pretenciosos y toda la mierda que sobresale de su piel, es tan falso ahora, es de "rigeur", como si la contracultura fuese sólo otro uniforme que llevar.

    —Yo creo que está bien, - se encogió de hombros. —Es como si estuvieras tomando el control de tu propio cuerpo, convirtiéndolo en algo nuevo, algo mejor, no sólo aceptando pasivamente lo que te han dado. ¿Nunca has querido ser otra persona?

    Rodé los ojos en respuesta justo cuando el regresó el camarero.

    En cuanto terminó de rellenar mi café y Columbine se las arregló para ahogarse en su primer tenedor increíblemente grande de tortitas, me preguntó ansiosa: —¿Y qué quieres que haga para ayudar con tu plan?

    —Hay algo que esperaba que pudieras explicarme, - respondí sacando un sobre del bolsillo del abrigo y poniéndolo sobre la mesa. Era azul y estampado con el símbolo de la corona y el globo en papel de plata, como el que había recibido la mañana de la boda de Jenny.

    —¿Qué me puedes decir de esto?

    Columbine recogió el sobre. —Bueno, ese es el símbolo de la Sociedad Highwater, como Max te dijo.

    —Sí, ¿pero qué significa exactamente? - le presioné. —¿Qué es la Sociedad Highwater?

    —Básicamente es un club social para los más ricos de los ricos. Comenzó cuando se fundó la ciudad, como excusa para que los viejos ricos se alejaran de sus esposas a emborrarse. Ahora dejan entrar a las chicas y a todos los jóvenes técnicos. los millonarios han disminuido la edad promedio en casi medio siglo, más o menos, pero la idea es casi la misma: personas ricas que se juntan para hablar sobre lo mejores que son sobre todos los demás.

    Asentí al sobre en sus manos. —Mira dentro.

    Abrió la solapa sin sellar y sacó la hoja de papel blanco del interior. La página se titulaba "LA SOCIEDAD HIGHWATER" y contenía una lista de nombres con lo que parecían ser títulos o posiciones. Todos los títulos estaban tomados de los miembros de la corte de un rey: Mayordomo, Capellán, Senescal, Copero. El padre de Columbine figuraba como Chambelán. El resto de los nombres eran líderes políticos y empresarios prominentes, la mayoría de los cuales estaban relacionados con los escándalos en mi artículo. En la parte superior de la lista, sin embargo, estaba "Dylan Maxwell - Loco".

    Columbine asintió con la cabeza mientras volvía a meter el papel en el sobre. —Esos son sus oficiales. ¿De dónde has sacado esto?

    —Hace unas dos semanas, mientras todavía estaba trabajando en mi artículo, recibí una llamada de una mujer que decía tener información sobre los correos electrónicos que me habían enviado, cosa que me llamó la atención porque en ese momento nadie sabía de ellos salvo mi fuente y yo. Así que acepté a reunirme con ella aunque no me dijera su nombre o cómo estaba conectada con mi historia. Bueno, me presenté en el café donde dijo que estaría, pero nunca apareció. Esperé un poco más de una hora antes de rendirme al final, pero cuando me levantaba para irme, noté que alguien había metido este sobre en la bolsa de mi ordenador.

    —Qué extraño, - respondió Columbine agrandando los ojos, disfrutando claramente de los elementos de capa y daga de mi historia.

    Metí la mano en mi abrigo nuevamente, saqué un segundo sobre azul a juego y lo pasé sobre la mesa para su inspección.

    —Este apareció en mi oficina el viernes por la mañana. El artículo al que hace referencia tenía que ver con una mujer muerta encontrada en una cuneta en la carretera, - le expliqué. —En mi sueño, la mujer muerta en el avión de Max sostenía un colgante de rubí con el mismo símbolo de la corona y el globo grabado. Así es como supe que tenía que ser la misma mujer; de lo contrario, sería una gran coincidencia.

    Me di cuenta por la expresión de Columbine que sus engranajes estaban girando. —¿Y eso significa que la Sociedad Highwater es responsable de su asesinato? Por otro lado, ella también podría haber sido un miembro. Pero, ¿por qué dejarían el colgante en su mano? - preguntó emocionada, su mente aceleraba las implicaciones.

    —Esas son otras las posibilidades, - coincidí. —Pero sea cual sea el caso, una cosa es segura: tanto el collar como el cuerpo en sí, se dejaron deliberadamente para que Max los encontrara. Alguien le estaba enviando un mensaje. Lo cual es lo segundo que quería preguntarte, y sé que es tu amigo, así que esto va a ser delicado, pero: ¿sabes de algún enemigo que Max pudiera tener?

    Columbine me miró en silencio por un momento con asombro y estalló en carcajadas.

    —Sí, ¿necesitas una lista? Hay una guía telefónica cerca de los baños que te daría un buen comienzo.

    Puse los ojos en blanco para hacerle saber que no me divertía.

    —Mira, no te vuelves tan rico y exitoso como Max sin pisar más de lo que te corresponde. Y para ser honesta, él está involucrado en muchas cosas que no están exactamente en alza. - mejor pregunta quiénes no son sus enemigos, ¿quién sería tan tonto como para tratar de enfrentarse a él?

    —¿Es realmente tan peligroso? - le pregunté.

    —Es rico, brillante y completamente sociópata. No hay nada más peligroso que eso.

    —Pensé que era tu amigo.

    —Lo es, y lo amo como a un hermano, - insistió Columbine. —Pero hay ciertas cosas que sé que no hay que preguntar.

    —Menuda amistad, - me burlé, y me arrepentí de inmediato de haberlo dicho.

    —Ya estás juzgando de nuevo, - dijo mientras agitaba su cuchillo manchado de mermelada. —No todos pueden ser tan geniales y virtuosos como usted, Sr. Periodista Punk-como-Fuck, Cruzado de la Verdad y la Justicia.

    Negué con la cabeza. —Nunca he dicho que fuese un virtuoso. No soy un buen hombre.

    Ella no respondió a esto, únicamente se metió el último tenedor de tortitas en la boca.

    Sacudí la cabeza con asombro. —¿Cómo has conseguido comerte todo eso?

    —No dejes que mi pequeña estatura te engañe, hay mucho más en mí de lo que parece. - me guiñó un ojo. —Me juzgaste por mi talla, ¿verdad?

    —Eres toda una boba, - le dije.

    Se levantó para usar el baño mientras yo recogía los dos sobres azules y los volvía a meter en mi chaqueta. Luego saqué mi cuaderno y anoté algunos fragmentos de nuestra conversación junto con un par de cosas que destacaron en mi memoria de la noche anterior:

    Corona Y Globo = Highwater, como se reconocen unos a otros.

    Max no confía en Lily, piensa que ella es mi fuente

    San Antonio: en el albergue buscando a "Cobb"

    Subrayé la última palabra dos veces, luego escondí el cuaderno y fui al mostrador a pagar la cuenta. Mientras pagaba, noté que el camarero miraba decepcionado algo detrás de mí. Eché un vistazo por encima del hombro justo a tiempo para ver a la pelirroja saliendo por la puerta principal.

    Sonreí con aire de suficiencia y comencé a hojear las revistas dispuestas sobre el mostrador para pasar el tiempo mientras esperaba a Columbine. Eran el típico programa punk de media hoja, revistas baratas en blanco y negro y folletos políticos. Al hojearlas, me encontré con una pequeña pila de medias hojas que reconocí como la misma que el vagabundo me había entregado en el Tren de Cercanías: Te están mintiendo... Confía en nosotros.

    Cuando volvió Columbine, me di cuenta de que tenía algo en mente.

    —Hay algo en lo que acabo de pensar, podría ser relevante o no, - dijo mientras salíamos.

    —¿Qué es?

    —Tu lista decía que Max es el "Loco", ¿sabes lo que significa?

    Negué con la cabeza.

    —El Loco es el maestro de los juegos, - explicó. —Organiza el entretenimiento. Y no todos en el grupo están contentos con la forma en que Max dirige los juegos. Tiene cierta tendencia a aumentar las apuestas, superar los límites. Le gusta ver cómo reaccionan las personas cuando se las arrincona en una esquina..

    —Sí, ya me di cuenta, - le dije.

    —Estaba pensando que, debido al colgante con el símbolo, tal vez la mujer muerta tuviese algo que ver con los juegos de Max.

    —Sí, eso es realmente bueno, - dije y saqué mi cuaderno para escribir eso.

    Noté que un taxi subía por la calle, así que lo llamé y le dije a Columbine que era para ella.

    —¿No vienes? - me preguntó.

    Le mostré una media sonrisa de disculpa. —Ha sido una noche larga y necesito llegar a casa y descansar un poco.

    —Bueno, podría ir contigo, - ofreció esperanzada. —De todos modos, en realidad no tengo nada que hacer esta tarde. Podría pasar el rato mientras duermes la siesta, y luego podríamos salir a cenar cuando te despiertes.

    Abrí la boca para responder, pero ella me interrumpió antes de que tuviera oportunidad. —No, lo capto. Está bien.

    Su taxi partió y comencé a caminar por la calle para buscar otro. A un bloque de distancia, me encontré con la pelirroja del restaurante sentada en el banco de una parada autobús, moviendo sus manos lentamente de un lado a otro y mirándolas hipnotizada.

    Me senté a su lado. Ella levantó la vista y sonrió, pero no dijo nada.

    —Parece que te vendría bien algo de ayuda, - le dije.

    Ella sonrió ampliamente y asintió. Yo estaba seguro de que la sonrisa había pretendido ser una sonrisa tímida, pero ella la jodió del todo extendiendo los labios de oreja a oreja como lo hacen las personas cuando están drogadas.

    En ese momento vi otro taxi y lo llamé. Cuando se detuvo frente a nosotros, me levanté y le abrí la puerta.

    —Vamos, te ayudaré a llegar a casa, - le dije.

    Ella sonrió agradecida y entró. Observé con satisfacción cómo su trasero formaba un corazón perfecto cuando se inclinó, luego la seguí y le di mi dirección al taxista.

    Nunca he dicho que fuese un buen hombre.

Capítulo 10: Cuento Cautelar

    Llegué tarde al trabajo el lunes por la mañana y me encontré con Sharon en el vestíbulo. Ella escoltaba a dos mujeres que yo no reconocí, bien vestidas al estilo profesional, mediana edad en trajes de pantalón.

    Sharon extendió una mano para agarrarme del hombro y detenerme al tratar de pasar. —Sra. Singh, Sra. Palmer, este es Dédalo Quetzal. Es el hombre al que deben agradecer la pequeña fortuna en honorarios legales que su empresa le cobra a este periódico.

    —¿Todavía lo deja trabajar aquí? - preguntó una de las mujeres con incredulidad.

    —"Trabajo" es un término excesivo cuando se habla de D, - respondió Sharon.

    —Huele como si hubiese estado bebiendo, - añadió la otra mujer.

    —Ha estado bebiendo, - asintió Sharon.

    Me liberé del agarre de Sharon. —En serio, señoritas, me encantaría quedarme aquí y participar de cualquier apatía menopáusica que tengan, pero tengo cosas importantes de tipo periodístico que hacer.

    Me dirigí al interior, directamente a mi escritorio, y comencé a buscar en mis archivos alguna mención de alguien llamado Cobb en relación con Abrasax u otras compañías relacionadas con mi artículo.

    Nada estaba cerca. Ninguno de los altos mandos se llamaba Cobb, ni nadie con motivos para guardar rencor a Max, como despidos recientes.

    —Jodido bastardo insubordinado, - me quejé mientras golpeaba con enfado mi portátil. —¿Por qué nunca me cuentas nada útil?

    —Curioso, estaba a punto de decir lo mismo. - Miré hacia arriba para encontrar a Sharon apoyada en mi escritorio. —Por favor, dime que has hecho algo productivo durante el fin de semana.

    —De hecho, sí, - respondí sin levantar la vista de mi ordenador portátil. —Tuve una pequeña charla con el propio Dylan Maxwell. Un buen chico, excelente dicción, te gustaría.

    —¿Y...?

    —Hicimos un trato, - respondí. —Le ayudo a buscar algo y a cambio respaldará la historia.

    Decidí que tal vez Cobb era alguien conectado con el pasado de Max, así que entré en los archivos online del Morning-Star para ver si el nombre aparecía en algún antiguo artículo sobre Abrasax.

    —No parece del todo ético, - reflexionó Sharon.

    —¿De verdad te importa una mierda? - Le respondí manteniendo los ojos fijos en la pantalla.

    —En realidad no, - respondió ella. —Mientras te asegures de que mantenga su parte del trato.

    —Hostia, - dije con la boca abierta.

    Mi búsqueda en los archivos arrojaba docenas de artículos, pero el nombre de Cobb no aparecía en los mismos artículos, estaba online.

    —¿Alguna vez has oído hablar de un periodista llamado Patrick Cobb que trabajó para el Morning-Star en los años noventa? - Pregunté mirando hacia arriba desde la pantalla.

    Ella cruzó los brazos sobre el pecho y suspiró. —¿Hablas en serio? ¿Nunca has oído hablar de Patrick Cobb?

    Negué con la cabeza.

    —Y te llamas a ti mismo periodista, - murmuró. —Cobb es un cuento cautelar. Si alguna vez hubieras asistido a alguna de tus clases de periodismo en la universidad, lo habrías oído todo sobre él.

    Me encogí de hombros. —En realidad nunca encontré el sentido en ello. Bueno, ¿puedes darme la versión resumida?

    —Cobb fue uno de los mejores y más intrépidos reporteros de investigación que he conocido... cuando el Morning-Star solía ser un verdadero periódico en lugar de un triste perro faldero corporativo. Patrick también era un buen amigo, - explicó.

    —¿Y qué pasó? ¿Por qué es un cuento cautelar?

    —Hace unos diez u once años, escribió un artículo alegando que el ejército estadounidense estaba vendiendo armas a grupos paramilitares de derechas en Columbia. En él, citó a una fuente no identificada, un oficial del ejército comisionado que afirmaba haber recibido ordenes de su superiores para que los soldados distribuyesen armas a los escuadrones de la muerte. Se suponía que estaban allí para entrenar al ejército colombiano legítimo. Después de publicarse el artículo, resultó que las citas eran falsas y el oficial no existía.

    —Ah, recuerdo haber oído hablar de eso, - dije. —¿Pero la mayor parte de su historia no resultó ser cierta?

    —Eso dio igual. Para entonces Cobb ya había sido desacreditado y despedido del periódico. La derecha lo criticó como un excelente ejemplo de la agenda liberal de los medios de comunicación, y la izquierda se volvió contra él para demostrar lo buenos patriotas estadounidenses que eran. Los medios nacionales se volvieron contra él y lo vilipendiaron. Al principio trató de defenderse, diciendo que había sido engañado, pero tras un tiempo se rindió y simplemente se desvaneció. Me encontré con él hace unos cuatro años. Estaba borracho, hacía trabajos esporádicos y no conseguía ningún empleo estable. También estaba completamente paranoico y delirante, convencido de que su caída en desgracia había sido un complot deliberado orquestado contra él.

    —¿Orquestado por quién? - le pregunté.

    —No lo sabía con seguridad, - dijo, y se detuvo, como si debatiera si debía continuar. —Aunque es curioso que lo menciones. Al mismo tiempo que sacó el artículo colombiano, tenía otro en segundo plano. Era sobre el tráfico de personas, de chicas traídas de países empobrecidos para trabajar en la industria del sexo: el sudeste de Asia, América Latina y el Bloque del Este. Hubo una gran redada policial en un burdel; todas las chicas que trabajaban allí estaban indocumentadas y, básicamente, las retenían como prisioneras. Cobb hizo algunas indagaciones para dar seguimiento, y recuerdo que me habló de algunas personas en altos puestos que podrían haber estado conectadas. Una era un joven ejecutivo prometedor cuya empresa emergente de Internet sólo llevaba en mercado un año o dos, pero ya estaba haciendo olas de gran medida. ¿adivina quién?

    —Joder, - lamenté sin necesidad de decir su nombre en voz alta para su confirmación.

    —¿Por qué quieres saber algo de Cobb, de todos modos? ¿Esto es parte de tu favor para Maxwell? - ella preguntó.

    —Creo que lo he conocido, - dije. —¿Tienes una foto suya?

    Sharon permaneció inmóvil, estudiándome escépticamente. —Sí, - respondió ella. —Vamos a revisar mis archivos.

    La seguí hasta su oficina, donde abrió un armario archivador y escarbó dentro, luego sacó una carpeta. Estaba llena de fotografías y recortes de periódicos sobre Cobb. La colocó en el escritorio y la hojeó hasta encontrar una foto clara de la cabeza.

    Los años transcurridos no habían sido benévolos, pero era sin lugar a dudas el hombre del albergue.

    —Es él, - dije, desconcertado. —Es el tipo que me golpeó con el bate de béisbol la semana pasada.

    —¿Qué? - Sharon sacudió la cabeza, tratando de comprender las implicaciones en su cerebro. —¿Qué tiene que ver Patrick Cobb con tu historia?

    Me miró en busca de una respuesta, pero mi atención se desvió hacia otra foto sobre la mesa de Sharon. Esta la mostraba a ella y a Cobb alineados en un escenario junto a otro par sosteniendo placas. Otra fila de personas estaba detrás de ellos en una plataforma ligeramente elevada. Fue la mujer en el extremo derecho de la fila de atrás la que me llamó la atención.

    —¿Quien es ella? - Pregunté sosteniendo la foto.

    Sharon entornó los ojos. —Es Jacinta Ngo. Fue directora de Apex Computers. Esta foto se hizo cuando Cobb y yo ganamos las becas de Periodismo Feinman. Apex fue uno de los patrocinadores y juez.

    —Está muerta, - le dije.

    —Sí, murió en un accidente de barco hace varios años, - respondió Sharon.

    —No, murió la semana pasada, - corregí. —Encontraron su cuerpo en una cuneta de la carretera.

    —Pensé que esa era una vagabunda, - objetó Sharon. —¿Por qué piensas que es ella?

    —Espera, - dije sacando mi teléfono para llamar a Nick. Cuando respondió, lo cambié a altavoz para que Sharon pudiera oír. —Hola, soy yo. ¿Recuerdas que me dijiste que alguien de la policía pensó haber reconocído a la mujer en la cuneta como la directora de una compañía de ordenadores? ¿La mujer en la que estaba pensando se llamaba Jacinta Ngo?

    —En realidad, creo que eso fue todo lo que me dijo, - admitió él vacilante. —¿Por qué?

    —Larga historia, ahora no tengo tiempo para analizarlo. ¿Crees que puedes conseguirme una foto del cuerpo, puedes hacer una foto de su cara con tu teléfono o algo así? - le pregunté.

    —Ya la han cremado, - respondió, —pero te enviaré por fax algunas de las fotos que hizo el médico forense.

    —Sí, eso servirá, - le dije. —Gracias por tu ayuda, Nick. Y odio decir esto, pero las necesito lo antes posible.

    —Como siempre, - masculló antes de colgar.

    Volví a mirar a Sharon, que negaba la cabeza con incredulidad. —¿Qué diablos está pasando aquí?

    Le expliqué con el menor detalle posible lo del cuerpo encontrado en el avión de Max y la naturaleza de mi trato con Max, dejando oportunamente de lado el hecho de que yo lo había soñado todo. También le conté mi visita al albergue y mi encuentro con Cobb. Y aunque no estaba claro de inmediato cómo, yo estaba seguro de que los dos estaban relacionados de alguna manera.

    —¿Alguien en el albergue sabía lo que Cobb estaba haciendo allí? - preguntó Sharon.

    —No tuve oportunidad de preguntar. Justo cuando bajaba las escaleras, me encontré con uno de los matones de Max, y el tipo no parecía estar de humor para responder preguntas.

    —Pues deberías regresar y comprobarlo, - dijo Sharon, casi ausente, con la mirada perdida en la distancia, como si tratase de resolver otra cosa.

    —Es extraño, - añadió ella. —Quienes te enviaron allí para obtener esa caja azul, ¿por qué no la cogieron ellos mismos? Quiero decir, sabían dónde estaba, sabían cuándo se iría Cobb.

    Asenti. —También me he estado preguntando eso. Lo único que se me ocurre es que sabían que Max iba detrás de la caja. Si él aparecía o tenía a alguien vigilando el edificio, podrían haberlos reconocido, mientras que yo podía ir y venir sin hacer saltar la alarma.

    Sharon asintió, coincidiendo con la lógica.

    En ese momento, mi teléfono comenzó a tocar la "Blue Orchid" de White Stripes. Era Nick.

    —No sé cómo decirte esto, - comenzó. —De hecho, no te estoy diciendo esto. Oficialmente, te estoy diciendo que el departamento requiere que envíes una solicitud formal de registros públicos por escrito para ver el archivo.

    —Entendido, - le dije. —¿Y qué me dices extraoficialmente?

    —Que está fuera del registro, y quiero decir fuera del registro de verdad, - añadió con cautela, —las imágenes han desaparecido.

    —¿Qué quieres decir con desaparecido? - le pregunté.

    —Quiero decir, desaparecido. Que faltan. Y no es sólo como si alguien las hubiese perdido o traspapelado. No hay negativos, no hay nada en los archivos electrónicos. No hay absolutamente ninguna evidencia de la apariencia de ese cadáver.

Capítulo 11: Ella No es Quien Pensé que Era

    Después, esa misma tarde, llamé a Columbine. —Tengo información nueva sobre nuestro misterio de asesinato. ¿Quieres venir conmigo para ver fisgar algunos insípidos elementos?

    —Suena divertido, iré a recogerte, - respondió ella. —Eres todo un Philip Marlowe hipster y esa mierda.

    Apareció diez minutos más tarde en un Volvo azul claro con Ida Maria a todo volumen. Llevaba una gabardina negra, gafas de sol gigantes y un enorme sombrero de ala ancha. Supuse que había buscado un cierto look de Mata Hari.

    Le di instrucciones para llegar a la Casa Salvador, y por el camino compartí con ella las revelaciones sobre Patrick Cobb y Jacinta Ngo.

    Entramos y encontramos al gerente hundido en una silla detrás de la recepción mirando un informativo de noticias en la televisión sobre un joven abogado que habían pillado entrando en la morgue del condado para robar el bazo de un cadáver.

    —¿Necesitáis una habitación? - preguntó el gerente sin molestarse en levantar la vista de su pequeña pantalla de televisión, tenía la nariz cubierta de gruesos vendajes.

    —No, - dije sacando una tarjeta de visita. —Soy periodista. Quería hacerle algunas preguntas.

    —Si no estás aquí para alquilar una habitación, entonces no tengo nada que decirte, - respondió con brusquedad.

    —Está bien, estamos aquí para alquilar una habitación, - dijo Columbine y dejó un billete de cien dólares en el mostrador. —Esto debería bastar, ¿verdad? Así que hablemos.

    El tipo me arrebató el billete antes de que yo tuviese la oportunidad de objetar, luego nos miró con recelo a ambos. —¿Qué queréis?

    Le mostré una fotografía de Cobb. —¿Lo reconoces?

    —Sí, se hospedaba aquí. Se fue la misma noche que viniste tú, la noche en que ese mamón de los pantalones de cuero me rompió la nariz y tú simplemente te quedaste ahí sujetándote la polla.

    —Mejor a ti que a mí, - me encogí de hombros.

    —¿Recuerdas algo inusual en él? - Intervino Columbine. Tuve que evitar sonreír, estaba representando el papel a la perfección.

    —Y si de verdad lo haces creíble, la señorita podría estar dispuesta a dejar otro billete de cien en esa habitación, - intervine mientras sacaba mi cuaderno.

    El gerente resopló y volvió a mirar la fotografía. —Tenéis suerte, ¿sabéis? La mayoría de las veces no puedo hacer un seguimiento de quién va y viene en este lugar; después de un tiempo, todos parecen iguales. Sin embargo, este destacaba un poco.

    —¿Qué lo hacía diferente? - le pregunté.

    —Bueno, la primera vez que lo vi, entró con una de las chicas. Luego volvió para quedarse. Eso es un poco extraño, - dijo.

    —¿Por qué? - Preguntó Columbine.

    —Porque cualquiera que pueda pagar por uno de los servicios de chicas generalmente puede permitirse quedarse en un lugar más agradable que este basurero, - explicó.

    —Ah, - respondió ella mansamente al notar de qué tipo de "chica" estaba hablando el gerente.

    —¿Quién fue la chica con la que entró? - Pregunté.

    —No sé, una asiática. Como he dicho, todos parecen iguales, ¿sabes?

    Puse algunas fotos más en el mostrador. —¿Alguna de estas mujeres?

    —No podría decirte, - repitió. —Si de verdad quieres saberlo, deberías hablar con Stella arriba en la habitación 309. Ella conoce a todas las chicas.

    Asenti. —De acuerdo, volvamos al hombre, entonces. ¿Aproximadamente cuánto tiempo hace que entró con la mujer?

    —Hace una semana. Luego, uno o dos días después, se registró. - sacó un archivo de fichas y hojeó. —Sí, era martes cuando se registró. Sólo se quedó dos noches. Pagó el tercer día, jueves, pero se fue temprano. En realidad, creo que se fue mientras estabas arriba.

    —¿Tenía visitas mientras estuvo aquí? - le pregunté.

    El gerente negó la cabeza.—No que yo haya notado. Se quedaba en su habitación casi todo el día, a solas, y sólo salía después del anochecer. Tengo la impresión de que se estaba escondiendo. Supongo que tal vez se estaba escondiendo de ti, ¿eh?

    Yo sonreí. —Quizá. Subiremos las escaleras y veremos a Stella ahora.

* * *

    Llamé a la puerta de la habitación 309. Cuando se abrió, reconocí de inmediato a la mujer desde mi última visita allí: era la rubia que me había entregado el teléfono en el pasillo.

    Me sonrió con cansancio cuando me vio. —Bueno, bueno. Honestamente, no pensé que regresarías.

    —¿Stella? - le pregunté.

    Ella asintió. —Al menos ese es el nombre que le doy a Johns.

    —Mi nombre es D Quetzal. Soy periodista, - le dije mostrándole mi tarjeta. —Y esta es Columbine.

    —Sé quién eres, - me respondió. —Dijo que volverías para hacer preguntas. Le dije: "Patrick, noqueaste a ese chico con un bate de béisbol. Si el buen Dios le dio algún sentido, se mantendrá lejos de aquí". Y aquí estás. Así que supongo que será mejor que entres.

    Se hizo a un lado para dejarnos pasar. Su habitación estaba dispuesta como la de Cobb, pero había hecho mucho más para personalizarla y decorarla. Había colocado un pequeño tocador de madera, con pintura desconchada en la esquina y cubría las paredes con fotos de viejas estrellas de cine. Una ornamental lámparita con pantalla púrpura se posaba sobre la mesita de noche y le daba a la habitación un brillo violeta. Sacó la silla del tocador y se la ofreció a Columbine. Luego se sentó en el borde de la cama y me indicó que me sentara en el bahúl al pie de esta.

    —Lo siento, no estoy preparada para el entretenimiento, - dijo con una risita..

    —No importa, - dije mientras me sentaba y sacaba mi cuaderno, —Estoy un poco desconcertado. ¿Has dicho que hablaste con Cobb sobre mí?

    —Anoche, - confirmó. —Vino a decir adiós.

    —¿Adónde se fue? - Preguntó Columbine.

    Stella no respondió, sino que la miró con reproche.

    —¿Le conoces bien? - intervine.

    —No, solo conocí al hombre la semana pasada. Hablamos un poco, eso es todo, - respondió.

    —El gerente ha dicho que la primera vez que vino aquí fue para ver a una mujer. ¿Sabes quién era?

    Stella asintió, así que le entregué la pila de fotos que había tratado de mostrarle al gerente. Hojeó rápidamente las fotos y se detuvo de pronto en una. Su postura se desinfló. Al final la giró para mostrármela: era Jacinta Ngo.

    —Es una hermosa foto de ella, - dijo. —Dios, qué joven está. Y mira la ropa que lleva puesta, tan glamurosa.

    —¿La conocías bien? - le pregunté.

    —Mejor que la mayoría, - respondió ella. —La conocí hace poco menos de diez años, y nuestros caminos siempre parecían cruzarse de vez en cuando. Se llamaba Isabel.

    —Isabel, - repitió Columbine y le devolvió la foto a Stella, cuyos ojos comenzaron a tintilar. La cara de Columbine también había decaído, claramente empática con el dolor de la otra mujer.

    —Es una lástima, - añadió Stella malhumorada.

    —¿Qué quieres decir? - pregunté.

    Stella me miró un poco sorprendida. —Que está muerta. ¿No lo sabías?

    —Lo sé, - respondí, —pero, ¿cómo lo sabías tú?

    —Porque estuve allí cuando murió, - dijo con naturalidad.

    Columbine y yo nos miramos en asombrado silencio.

    —¿Cómo murió? - pregunté por fin, aún tambaleándose por su revelación.

    La cara de Stella se volvió amarga. —Bueno, la mató Patrick, por supuesto.

    —Espera, - dijo Columbine, sacudiendo la cabeza con asombro, —Creo que es mejor que comiences desde el principio.

    —Sucedió el lunes por la noche, - comenzó Stella. —Los vi subir las escaleras juntos y entrar en la habitación de Isabel. No di importancia a nada de eso, por supuesto. Pero luego pasé caminando y escuché a Isabel llorar junto a la puerta. Entré para ver cómo estaba. los encontré a los dos sentados en la cama. Isabel sostenía algo en sus manos, - continuó. —Parecía una fotografía, pero en realidad no pude verla con claridad, y ella la dobló y se la devolvió a Patrick antes de que yo pudiera verla más de cerca. Me miró con ojos llorosos y le dijo a Patrick: "Quiero que Stella esté allí cuando suceda. Quiero cogerla de la mano. Necesito una amiga, alguien que evite que me asuste demasiado". Recuerdo esas palabras claramente.

    —Patrick parecía sorprendido y le preguntó algo como: "¿Estás segura de que quieres seguir con esto?" Ella dijo que sí y yo, por supuesto, no tenía idea de lo que estaban hablando, pero los seguí de todos modos hasta un coche aparcado en el pequeño callejón al lado del edificio. Cuando llegamos allí me explicaron qué iba a suceder y yo quedé horrorizada. Intenté disuadirlos, por supuesto, pero pude ver por los ojos de Isabel que no iba a servir de nada. "Necesito que hagas esto por mí, Stella. Necesito que confíes en mí y me ayudes a superar esto", me dijo. "Pero lo entienderé si no puedes."

    —¿Cómo podría decir que no? Cogí sus manos y las sostuve lo más fuerte que pude y la miré directamente a los ojos. Entonces la mirada más increíble se apoderó de ella: parecía aliviada, en paz. Luego Patrick se acercó detrás de ella y pasó la soga alrededor de su cuello y la estranguló. Cuando por fin dejó de moverse, ayudé a Patrick a acostarla en el asiento trasero. Justo antes de irse, prometió que volvería a verme, a explicármelo.

    —¿Volvió? - Preguntó Columbine.

    —Lo hizo, - dijo Stella. —Al día siguiente regresó y se registró en la misma habitación donde Isabel había estado, habitación 313.

    —¿Qué dijo? - la presioné. —¿Te explicó por qué quería morir?

    —Bueno, supongo que nadie podría realmente haber explicado eso: por qué alguien querría morir. Ese es el tipo de cosas que no puedes hacer que alguien entienda; la única forma de hacerlo es experimentarlo tú mismo. Pero supongo que estás preguntando más sobre una secuencia de eventos, y Patrick al menos trató de explicármelo lo mejor que pudo.

    —Lo primero que debes entender es que Isabel tenía un pasado. Por supuesto, ella nunca hablaba de él, pero era obvio, para cualquiera que quisiera ver, que no había nacido en esta vida. Y claro, estoy segura que sabes un poco más de esto que yo, al tener una foto de ella y todo eso. Patrick también conocía su pasado, por eso lo contrató alguien para encontrarla. Bueno, encontrala y matarla.

    Columbine hizo una mueca ante sus palabras. Añadí: —Pero Patrick Cobb no era un asesino; era un reportero. Esto no tiene sentido.

    Stella me sonrió con indulgencia. —Es sorprendente lo que la gente desesperada aceptará hacer por un dólar. Pero resulta que tienes razón. Patrick no era un asesino. Cuando por fin la encontró, no pudo hacerlo. Prefirió advertir a Isabel que la gente de su pasado la perseguía y se ofreció a ayudarla a escapar. Sin embargo, para su sorpresa, ella le dijo que no quería escapar. Dijo que estaba cansada de huir, cansada de fingir ser otra persona. Dijo que había pasado diez años ocultándose de su pasado y que siempre supo que tarde o temprano la alcanzaría. Entonces le pidió a Patrick que terminara de hacer aquello por lo que le habían pagado.

    Cuando Stella terminó, el silencio se hizo pesado en la habitación. Terminé de escribir en mi cuaderno lo que había dicho y miré a Columbine, que ya no parecía divertida. Me volví hacia Stella y le pregunté: —¿Dijo Cobb quién lo había contratado o recibiste alguna vez alguna indicación de Isabel sobre quién podría ir detrás de ella?

    —Patrick no me lo dijo. No estoy segura de que supiera quiénes eran realmente. Y en cuanto a Isabel misma, ella nunca hablaba sobre su pasado. Lo único que, bueno...

    Stella se detuvo, dudando si debía continuar. —¿Qué? - presionó Columbine.

    —Había algo curioso en ella. Tenía a un Tipo especial al que visitaba una vez al año, el 18 de abril, el mismo día todos los años, como un reloj. No sé quién era, y nunca lo llegué a ver, pero ella me hablaba de él. Tenían un lugar especial de reunión donde él la recogía y la llevaba a un lujoso hotel. Se quedaban en el ático, y ella se lavaba con jabones y lociones caras. y perfumes. Le regalaba un vestido de diseño para llevarla a cenar, siempre en un restaurante elegante. Les reservaba una habitación privada y le dejaba pedir lo que quisiera, sin importar el precio, y siempre tomaban una cara botella de champán en la comida. Luego dormía toda la noche en esa gran cama del ático con sábanas de seda. Por la mañana, él la dejaba en el lugar de reunión y ella no volvía a tener noticias de él hasta su próxima cita.

    —El mismo día todos los años como un reloj, - repetí. —¿Cuánto tiempo estuvo pasando esto?

    —Desde que la conocí.

    —Y no sabes quien podía haber sido. Sin conjeturas, sin pistas.

    —Bueno, obviamente tenía que ser alguien muy rico. En cuanto a las pistas... - Stella hizo una pausa de nuevo. —No estoy segura de si esto ayudará, pero ella siempre usaba el mismo colgante cada vez que iba a encontrarse con él, un colgante de rubí, y sólo lo usaba para él.

    Los ojos de Columbine casi salieron de su cráneo.

    Sonreí. —Gracias, Stella. Has sido de gran ayuda.

    Ella volvió a mirar la fotografía de Jacinta y las lágrimas finalmente cayeron. Pero algo me pareció peculiar sobre la forma en que lloraba: no era un sollozo histérico y no era un llanto triste. Luego, cuando una amplia y radiante sonrisa se extendió por el rostro de Stella, me di cuenta con sorpresa de que eran lágrimas de orgullo.

    —Dios mío, está tan hermosa. Es casi como si fuese una persona completamente diferente. Tan segura, tan poderosa, como si fuese la jodida reina del mundo. - dejó escapar una risa agridulce de sus labios. —Pensé que la conocía bastante bien, pero al ver esta foto... supongo que ella no es quien pensé que era.

Capítulo 12: Me lo Suplicó Ella

    Me desperté en medio de la noche con el sonido de alguien tosiendo violentamente en medio de fuerte olor a whisky barato y sudor rancio. Me senté y, aunque todavía estaba aturdido y desorientado, pensé haber distinguido una figura al pie de mi cama en la oscuridad.

    Me acerqué y encendí la lámpara de mi mesita de noche.

    Lo primero que noté cuando mis ojos se adaptaron a la luz fue el revólver.22 de nariz chata apuntando a mi cabeza. Lo segundo que noté fue el hombre alto y delgado que lo sostenía. Seguía vestido con el mismo traje muy usado que llevaba cuando me golpeó en el albergue. Su cara estaba gravemente magullada, su mano izquierda vendada con cinta adhesiva, y una mancha roja brillante era visible en su camisa dentro de su chaqueta abierta. Estaba temblando y apestaba a alcohol; su piel era de un color pálido enfermizo.

    —Lamento haberte golpeado la otra noche, - dijo Cobb. —Cuando te vi en mi habitación, asumí que eras uno de ellos.

    —¿Uno de quién? - pregunté.

    —No seas zopenco, - se burló.

    Me senté y me quité las legañas de los ojos. Cobb continuó: —Después de irte esa noche, te seguí, te investigué. Eres periodista de verdad.

    Se rió amargamente para sí mismo y bajó el arma. Luego buscó en el bolsillo de su chaqueta con la mano vendada y sacó la brillante caja azul que yo había visto detrás del respiradero en su habitación.

    —Necesito que guardes esto y lo mantengas a salvo, - dijo al arrojármela. —Nadie puede saber que la tienes.

    Cogí la caja y le di vuelta entre los dedos. Era fría y metálica, un rectángulo de aproximadamente doce por cinco centímetros. No había tapa ni bisagras visibles, ninguna forma aparente de abrirla.

    —Necesitas la Llave Ariadna para abrirla, - dijo. —Les oí decir a ellos que Lilian Lynch podría conseguirla.

    —¿Quiénes son "ellos" exactamente? - le presioné.

    Sacudió la cabeza. —No lo sé. Lynch fue quien se me acercó para localizar a Ngo. Ella fue la única con la que he tenido trato.

    —¿Dijo ella por qué la querían muerta? - presioné.

    Negó con la cabeza débilmente. —No, al principio ni siquiera me dijo quién era ella. Sólo dijo que estaba buscando a una prostituta llamada Isabel. No lo supe hasta que la vi, luego, por supuesto, la reconocí... Yo no iba a hacerlo. Quiero decir, he hecho un montón de mierda bastante repugnante por dinero, pero Jacinta Ngo era un ángel, ni de coña iba yo a entregarla a esos bastardos.

    —Así que intenté averiguar quiénes eran, para ver si había alguna forma de detenerlos. Seguí a Lynch durante unos días hasta que por fin se reunió con los demás. Fue en un edificio abandonado del centro. Había otro automóvil estacionado fuera junto al suyo, era un viejo Chevy del Rey del 57, azul, sin matrícula. Hice una foto al llegar. No pude acercarme lo suficiente para ver a ninguno de ellos dentro, pero fue entonces cuando los oí hablar sobre la caja y abrirla con la Llave Ariadna. Esperé hasta que salieran todos y forcé el armario donde la guardaban.

    —Luego volví hasta Jacinta para advertirla, pero ella me dijo que estaba cansada de huir, harta de esconderse. No sé por qué, pero parecía especialmente conmocionada cuando vio esa foto del coche azul. Dijo que había hecho cosas terribles en su vida y que siempre supo que eventualmente tendría que pagar por ellas. Ella me rogó que terminara con el asunto. Joder, me suplicó que lo hiciera.

    En el exterior escuché el sonido de un automóvil al detenerse frente a mi edificio. Me levanté de un salto para mirar por la ventana y vi que un coche clásico azul quedó inmóvil durante un par de segundos antes de volver a seguir calle abajo.

    —Mierda, ¿es este el coche? - Le pregunté al volver a mirar a Cobb, pero el tipo se había ido.

    —¿Sabes dónde vive Lilian Lynch? - Ladré a mi teléfono móvil.

    —Sí, por supuesto. ¿Por qué? - Preguntó Columbine, el bajo gruñido de su voz me confirmó que, de hecho, acababa de despertarla.

    —Necesito que me des su dirección. Tengo que ir a verla ahora mismo, es una emergencia.

    Hubo una breve pausa, luego Columbine por fin respondió con cansancio: —Espera, pasaré a recogerte y iremos juntos.

    —De acuerdo.

    —Aunque me llevará un tiempo. Una amiga me había prestado el coche, así que tendré que convencerla para recuperarlo.

    —Está bien, pero date prisa, - dije y colgué.

    Casi una hora y media después, recibí un mensaje de texto diciendo que ella me esperaba fuera.

    Después de bajar las escaleras, encontré el mismo Volvo de antes esperando delante del edificio, pero Columbine estaba en el asiento del pasajero. Conducía Violet.

    —Insistió en venir, - explicó Columbine con juguetona malicia mientras yo me subía al asiento trasero. —No quiere que conduzca el coche a altas horas de la noche.

    —No quiero que lo conduzcas en absoluto, - refutó Violet. —Y no vuelvas a llevártelo.

    Levantó la vista para mirarme por el retrovisor y nuestros ojos se encontraron en el reflejo del otro.

    —Hola, - me dijo.

    —Hola, - respondí estúpidamente, sintiendo mis mejillas calentarse y enrojecerse, agradeciendo de repente que Columbine hubiese insistido en recogerme.

    Unos diez minutos después llegamos a la casa de Lilian Lynch, que formaba parte de una exclusiva urbanización del lado oeste. Violet paró el Volvo detrás de una furgoneta blanca de Asterión estacionada frente a la verja. Cuando salí del coche y pasé junto a ella me pareció escuchar un zumbido estático proveniente de la parte trasera de la camioneta. Me detuve para escuchar más de cerca, pero noté que Columbine ya estaba en la verja de hierro pulsando números en el intercomunicador.

    Corrí para unirme a las dos mujeres justo a tiempo de escuchar que el intercomunicador emitía sus últimos pitidos antes de que ella dijera. —No hay respuesta, no debe de estar en casa, - dijo Columbine. —Está bien, conozco el código. Podemos subir y esperar.

    Pulsó * 71839 en el teclado y se abrió la puerta. Subimos las escaleras hasta la puerta de entrada de Lily. Columbine sacó la llave de repuesto de su escondite dentro de una lámpara montada en la pared y nos hizo entrar.

    Cuando entramos en la sala de estar, encontramos las luces apagadas y el lugar vacío. Columbine continuó por el pasillo hasta la puerta del dormitorio, pero estaba cerrada.

    —No sé dónde guarda esa llave, - dijo en tono de disculpa y dio unos golpes en la puerta. No hubo respuesta, por lo que llamó de nuevo, más fuerte.

    —Lil, soy yo. ¿Estás ahí?

    Aún así, no hubo respuesta.

    —Tal vez está dormida, - sugirió Violet.

    Columbine llamó de nuevo. —Lil, despierta. Necesito hablar contigo. Es importante.

    —¿Qué diablos está pasando aquí? - dijo una voz.

    Los tres nos dimos la vuelta para ver a Lily detrás de nosotros entrando en su apartamento, vestida con un traje de cóctel negro y agotada como si volviera a casa después de una noche de fiesta.

    —Si no estás tú ahí, ¿por qué está cerrada la puerta? - Preguntó Columbine.

    Con un amargo ceño fruncido en su rostro, Lily se abrió paso a mi lado y se paró junto a Columbine.

    —¿Qué dices? No hay cerradura en esa puerta.

    Lily intentó abrir la puerta, pero descubrió que, de hecho, no se movía. —¿Qué coño?

    —Aparta, - dije antes de darle a la puerta unas buenas y sólidas patadas. Finalmente cedió, y cuando los cuatro entramos deprisa, me agaché para recoger el destornillador que alguien había clavado en la jamba.

    Luego hubo un grito, y salté para encontrar a las tres mujeres congeladas por el terror.

    Patrick Cobb yacía sobre la cama de Lily completamente desnudo. La sangre empapaba todas las sábanas desde la herida abierta e irregular en su cuello.

* * *

    Yo paseaba de un lado a otro por la habitación mientras Lily seguía sentada en silencio al pie de la cama al lado del cadáver de Cobb. Los dos estábamos solos en la habitación.

    —Explícame otra vez por qué no deberíamos informar a la policía del cadáver en tu cama.

    Lily suspiró profundamente. —Estoy cansada. - Estaba desplomada hacia adelante, con la cabeza agachada, los ojos fijos en sus manos, que frotaba nerviosamente. —Cansada de las mentiras, cansada de andar a escondidas, cansada de los jodidos pinchazos suspizaces de Max todo el día, tratando de ver hasta dónde puede presionarme antes de que explote

    Su voz había alcanzado un crescendo amargo con esa última palabra antes de caer bruscamente. Estaba sentada allí con aspecto desanimado y abatido, y casi sentí pena de la perra de corazón frío.

    —¿Por eso no les has dado todavía la Llave de Ariadna? - Pregunté jugándome un farol.

    Ella asintió con indiferencia. —De eso se trata todo esto, - señaló a Cobb, —me están enviando un mensaje. Entra en vereda o eres la siguiente. Nadie escapa.

    —¿Quiénes son? - pregunté.

    Me miró como si yo acabara de decir lo más ridículo imaginable. —Como si te fuera a decir eso.

    —¿Por qué no avisas a Max? - espeté en respuesta. —Él podría perdonarte si acudes limpia, especialmente si entregas a tus cómplices.

    Ella se burló. —No conoces a Max. No hay segundas oportunidades con él. O estás con él o simplemente desapareces.

    —¿Por eso no quieres llamar a la policía? - la sondeé. —¿Porque si Max se entera de esto lo tomará como prueba de que has estado trabajando contra él?

    Ella asintió. Miré mis zapatos y pateé la punta de mi pie contra su alfombra varias veces.

    —Joder, - espeté. —Bueno, pues échame una mano con este hijo de perra, entonces.

Capítulo 13: Vomitar, Masturbarme y Volverme Fetal

    El Volvo salió de la autopista y entró en el sector industrial. Yo iba de copiloto dando indicaciones a Violet hacia el río San Hermes a través de una serie de carreteras secundarias. Mientras conducía, de vez en cuando percibía el olor de su aroma o le echaba un vistazo a la cara por el rabillo del ojo, y aquello bastaba para hacerme olvidar la espeluznante carga que iba en el asiento trasero.

    —Gira aquí, - le indiqué, —y vas a querer seguir este camino de tierra hasta ese pequeño puente sobre el río. Allí las vías del tren solían cruzar el río, pero movieron las vías como hace unos quince años. Ya nadie viene por aquí.

    —Tiene buena pinta, - coincidió Violet.

    De pronto escuché un jadeo agudo y sibilante proveniente del asiento trasero, seguido de una serie de gorjeos húmedos.

    Violet miró por encima del hombro. —¡Ah, joder!

    Cobb se lanzó hacia adelante, se acomodó en el espacio entre nuestros asientos y echó los brazos alrededor del cuello de Violet. La sangre salpicaba por todas partes y el Volvo giró violentamente hacia la derecha, desviándose de la carretera y atravesando un terreno de tierra yerma.

    En pánico, Violet trató de pisar el freno, pero falló y en su lugar pisó el acelerador. Pasamos a toda velocidad por el estacionamiento, rebotando sobre los divisores de cemento y raspando el lado del pasajero del automóvil contra una farola, enviando una lluvia de chispas que navegaron por el negro aire nocturno.

    Vi que no íbamos a entrar en el puente y que nos dirigíamos directamente al río. Metí la mano bajo la carne desnuda de Cobb y tiré del freno de mano. El Volvo se detuvo a pocos centímetros del borde del terraplén.

    Violet salió rápidamente por la puerta del conductor, en pánico y alejándose corriendo por el camino de tierra. Yo salí y abrí la puerta trasera. La pierna de Cobb salió disparada y su pie conectó directamente con mi cara, rompiéndome la nariz. Me lancé a por él, lo saqué y lo tiré al suelo.

    Envié mi bota volando hacia el costado de Cobb y noté un fuerte crujido de costillas. Seguí pateándolo, mitad por pánico, mitad por ira. Me latía el corazón con fuerza en el pecho y me zumbaba la cabeza por la descarga de adrenalina.

    Cobb se debatía como loco jadeando en busca de aire, moviendo la boca como un pez fuera del agua. La sangre goteaba de sus labios separados en burbujas llenas de aire que luego estallaban.

    Violet apareció detrás de mí y me empujó a un lado, luego levantó una gran roca sobre su cabeza y golpeó, aplastando la mitad superior de la cara de Cobb y salpicando sangre en el suelo como quien pisa un paquete de salsa de tomate.

    Ya no se formaban más burbujas en sus labios.

    —¿Qué demonios ha sido eso? - Exclamó Violet. —¿Cómo es posible?

    Me agarré la cabeza, sintiendo un dolor cegador atravesar mi cerebro, vagamente consciente del débil sonido de estática en algún lugar al borde de la audición. Me limpié la cara y descubrí que me sangraba la nariz.

    —Joder. Calla y échame una mano, - conseguí decir como queja.

    Llevamos a Cobb al puente y lo apoyamos sobre la barandilla.

    —Tal vez deberíamos buscar algo con lo que lastrar el cuerpo, - aventuró Violet. —¿Se hundirá? No sé, no tengo mucha experiencia con este tipo de cosas.

    Me asomé por el lado del puente. Desde mi punto de vista apenas podía ver el puente de Guadalupe a una milla río abajo. —En realidad, la corriente parece bastante fuerte. Probablemente lo llevará lo suficientemente lejos antes de que se vare en la orilla. Si alguien lo encuentra, parecerá un vagabundo que perdió una pelea o algo así.

    —Está jodidamente desnudo, - objetó.

    —Joder. Da igual, - le dije perdiendo la paciencia y lanzando a Cobb por el borde del puente. Observé que el río se lo llevaba fuera de la vista.

    —Oh, mierda, - dije en voz baja. —Creo que hay alguien ahí abajo. Joder, nos han visto.

    Entorné los ojos para tratar de distinguir los dos vagos cuerpos que caminaban a lo largo de la orilla del río en la distancia.

    —¿Dónde? Yo no veo nada. - preguntó Violet con la voz teñida de pánico.

    —Allí a la derecha, - le dije, pero cuando volví a mirar donde los había visto, no había nada.

    Violet enganchó su brazo con el mío y tiró suavemente de mí en dirección al coche. —Vamos, esta jodida situación te está asustando. Necesitas relajarte.

    Regresamos al coche y nos hundimos en nuestros asientos, tomándonos un momento de descompresión. —No tienes ninguna prisa particular por llegar a casa, ¿verdad? - me preguntó mordiéndose el labio inferior con picardía.

    —No particularmente, - respondí y pensé por un momento que tal vez, sólo tal vez, tuviese una oportunidad con esta chica.

    Me lanzó una sonrisa irónica. —Abre la guantera.

    Abrí el compartinento de golpe y encontré una pipa, un encendedor y una bolsa de marihuana enrollada.

    —Hip, Hip, Hurra, - dije antes de proceder a llenar la pipa mientras Violet conectaba su iPod al estéreo del coche. Encendí el cuenco y tomé mi primera calada justo cuando comenzó a sonar Neutral Milk Hotel.

    —Hombre, no he escuchado este álbum en años, - dije mientras exhalaba una espesa nube de humo.

    —Es uno de mis favoritos, - sonrió Violet quitándome la pipa.

    Se inclinó sobre mí y apoyó la cabeza en mi pecho mientras tomaba un par de caladas antes de devolvérmela. Fumamos en silencio, simplemente relajándonos y disfrutando de la música. Pasé mis dedos por su vibrante cabello púrpura, luego me incliné hacia adelante para inhalar profundamente y saborear el dulce aroma a miel de su perfume.

    Cuando nos terminamos la pipa, Violet se incorporó para tirar la ceniza por la ventana. Se giró para mirarme, sus párpados eran pesados, sus labios curvados en media sonrisa, y ella parecía estar esperando a que yo hiciera algo.

    Así que lo hice.

    Me incliné hacia adelante y puse una mano en su mejilla al acercarme para besarla. Nuestros labios se cerraron suavemente pero con pasión. El estéreo cantaba:

    Qué hermoso sueño.

    Podía destellar en la pantalla.

    Y, en un abrir y cerrar de ojos, alejarse de mí.

    Ella retrocedió reluctante, y levantó la mano izquierda para mostrarme un anillo en su dedo.

    —¿Cómo es que no he visto eso antes? - Me pregunté en voz alta.

    Ella se rió mientras volvía a poner el coche en marcha. —Parece que tienes la capacidad de ver sólo lo que quieres ver y perderte todos los detalles convenientes.

    Esbocé una enorme y dentuda sonrisa antes de desplomarme en el asiento, golpeándome la cabeza contra la ventana del lado del pasajero un par de veces. Violet continuó riendo todo el camino de vuelta a la carretera principal.

    —¿Quieres parar y ver a Col y Lily antes de que te deje? - me preguntó.

    Negué con la cabeza. —Me preocuparé de eso mañana. En este monento necesito llegar a casa, vomitar, masturbarme, lavarme toda esta jodida sangre y volverme fetal. Probablemente en ese orden.

    Esto desencadenó otro ataque de risas de Violet. —Gracias por la descripción innecesariamente detallada y vulgar.

    —A eso me dedico, - respondí.

Capítulo 14: Esotérica Guerra Psicológica

    Me desperté a la mañana siguiente para encontrar a una mujer extraña en mi habitación. No me alegró tanto como lo hubiera hecho normalmente.

    —Buenos días, rayo de sol, - me saludó.

    Me senté atontado en la cama y me froté los ojos. —Mierda, todavía debo de ir colocado, - murmuré.

    La mujer vestía un traje de chófer negro muy ajustado con una gorra a juego. Estaba sentada sobre el tocador con las piernas cruzadas, hojeando mi ejemplar del Dhalgren.

    Me arrastré fuera de la cama y me puse unos vaqueros. —Supongo que es demasiado esperar que hayas pasado la noche aquí después de nuestra sesión de sucio sexo salvaje y simiesco.

    —No, acabo de llegar hace unos veinte minutos, - dijo levantando la vista del libro. —Pero he entrado tu periódico por ti.

    —No estoy suscrito, - respondí, pero luego noté que, de hecho, había un ejemplar del Morning-Star de hoy al pie de mi cama. Lo recogí y leí el titular: "Peterman acusado: vicepresidente de Inspiratech acusado de fraude y malversación de fondos".

    Reconocí al hombre en la foto que acompañaba la noticia como el impaciente con el que Max había tenido unas palabras en la fiesta del almacén.

    —¿Quieres ir a dar un paseo? - preguntó la mujer con un sugerente matiz en su voz que recé por que no estuviera sólo en mi cabeza.

    —¿He ido alguna vez? ¿Adónde?

    Me entregó una tarjeta de visita. Estaba impresa en tinta roja oscura en cartulina roja más clara con el logotipo de Abrasax Inc. y las palabras: Dylan Maxwell, CEO / Presidente.

    La seguí hasta delante de mi edificio, donde encontramos una limusina blanca esperándonos. El motor se puso en marcha al acercarnos y la mujer me abrió la puerta trasera. Entré y ella me siguió, cerrando la puerta detrás de nosotros.

    —¿No conduces tú? - Pregunté perplejo mientras el vehículo se alejaba de la acera.

    Se quitó la gorra y se sacudió el largo cabello negro. —No. Pensó que te gustaría el uniforme, - dijo y se deslizó más cerca de mí en el asiento.

    Me encogí de hombros. —Pues tenía razón.

    Nunca antes había estado en el piso veintitrés del edificio Abrasax, a pesar de mis mejores empeños. La obsequiosa becaria que se reunió conmigo en el vestíbulo del edificio tuvo que deslizar una tarjeta especial en el ascensor para llegar allí.

    Una vez que se abrieron las puertas del ascensor, salí a una vasta área de recepción con un gran espacio rectangular reflectante, focos cenitales y escritorio de mármol donde se sentaba la asistente de Max. Era una joven con pecas en la cara, pelo corto rojo y una figura delgada y juvenil que cubría con pantalones grises con tirantes sobre una blusa blanca. Sobre ella en la pared detrás del escritorio había una pantalla LCD gigante que reproducía sin sonido un bucle continuo de anuncios de Abrasax. El contraste de las imágenes publicitarias brillantes y llamativas contra la serenidad de la habitación daba una sensación inquietantemente hipnótica al estilo La Naranja Mecánica.

    La asistente de Max sonrió al verme y entonó con voz alegre: —El Sr. Maxwell estará con usted en un minuto. Por favor, entre y espere.

    Señaló el extremo más alejado de la habitación donde había tres puertas: una blanca, otra roja y otra negra. La puerta blanca se abrió deslizándose. Crucé la habitación y la atravesé.

    La puerta se cerró automáticamente detrás de mí cuando entré en la oficina de Max. Era como entrar en un iPod gigante. Toda la habitación estaba pintada de blanco: las paredes, el techo e incluso el suelo eran blancos. Estaba escasamente amueblada con sólo unos pocos muebles: un escritorio y una silla de plástico blanco, una blanca y larga barra de bar con una fila de taburetes a juego, un par de sofás de cuero blanco y una mesa de centro de vidrio. Todos los muebles tenían un aspecto brillante de plástico con bordes redondeados y detalles de acero inoxidable pulido. Las paredes estaban completamente vacías, y toda la habitación carecía de detalles personales como obras de arte, adornos o fotografías.

    Me dejé caer en uno de los sofás y esperé. Después de sentarme allí unos minutos, me di cuenta de que en el sistema de sonido estaba sonando los "20 Grandes del Jazz Funk de Throbbing Gristle" a un volumen bajo y apenas audible, lo que tomé como una forma esotérica de guerra psicológica por parte de Max, una forma de desequilibrar a sus visitantes.

    Saqué el periódico de mi bolsa de mensajero y decidí leer el artículo sobre Peterman mientras esperaba. Este decía que un aviso anónimo había llevado a las autoridades cierta información que revelaba que Peterman había estado ejecutando un elaborado plan de sobornos. Garantizaba acuerdos de compra con Inspiratech a ciertos proveedores a cambio de pagos a una compañía externa que él establecía, la cual a su vez lograba pagarle un sueldo considerable como consultor a pesar de ser un negocio completamente imaginario.

    Abrí el periódico para ver el resto del artículo después del avance de portada, pero cuando lo desdoblé, cayó algo y aterrizó en mi regazo. Era otro sobre azul, estampado con el emblema de la corona y el globo como los demás. Dentro había otra tarjetita blanca con un mensaje escrito: "Gana algo, Pierde algo".

    Escuché el zumbido apagado de una puerta eléctrica que se abría detrás de mí y guardé rápidamente el sobre en el bolsillo interior de la chaqueta.

    —Perdón por hacerte esperar, - dijo Max cuando entró en la habitación y extendió la mano.

    Me puse de pie y le di la mano. Él me sonrió con simpatía y señaló debajo de mi cinturón. —XYZ, D.

    Miré hacia abajo y vi que tenía la bragueta abierta, así que me subí la cremallera y Max fue directo a la barra. —¿Qué tal algo de beber?

    —Suena bien, - respondí sentándome en el sofá.

    Max nos sirvió dos vasos de whisky. —Asumo que el viaje hasta aquí ha estado bien, - sonrió mientras caminaba de regreso al sofá con los dos vasos en una mano y el resto de la botella en la otra.

    Tomé uno de los vasos y drené su contenido de un solo trago.

    —Deberías saborear este whisky tan caro, - reprendió Max mientras rellenaba mi vaso. Eché mi cabeza hacia atrás y drene el segundo vaso con la misma rapidez. Max sonrió.

    Bajo la vista hacia el ejemplar del Morning-Star a mi lado.

    —¿Revisando a la competencia? - me preguntó.

    —Más bien, admirando tu obra. - Le mostré el titular de la primera página.

    —Ah, eso, - dijo Max con un gesto despectivo de su mano.

    —¿Este fue el que perdió en tu juego el sábado por la noche?

    Él no respondió y nos sirvió otra ronda.

    —Bueno, creo que anoche tuviste un poco de emoción en el apartamento de Lily, - dijo Max.

    —Ah, ¿te lo ha contado ella? - le pregunté.

    —Por supuesto que no, - se burló. —La tenía bajo vigilancia.

    —Por supuesto, - admití recordando la camioneta estacionada frente al edificio de Lily.

    —¿Y quién era él? - preguntó Max.

    —¿El cadáver? Se llamaba Patrick Cobb, era reportero, - respondí vigilando a Max para ver cómo reaccionaba. Su rostro permaneció estoico e ilegible.

    Continué, —También fue el hombre que mató a Jacinta Ngo. Obviamente, no la primera vez en el falso accidente de barco, ya que eso fue todo tuyo. Me refiero a la segunda vez, la verdadera, la que terminó con su cadáver sentado en la parte de atrás de tu jet privado.

    Max sonrió divertido. —Vaya, supongo que has estado trabajando en el desafío que te di. ¿Qué tienes?

    Saqué mi cuaderno y hojeé las páginas. —Bueno, sé que la mujer muerta era Jacinta Ngo, ex directora de Apex Computers desaparecida hace diez años, supuestamente muerta. Sé que, de hecho, no estaba muerta, sino que vivía en las calles con un nombre falso, ganándose apenas la existencia como prostituta. Sé que una vez al año organizabas una reunión con ella, y me atrevería a decir que fuiste la razón por la que logró permanecer escondida tanto tiempo. Y finalmente, sé que contrataron a Cobb para matarla y dejarla en tu avión como una especie de mensaje o ataque contra ti. Pero claro, si tuviera que adivinar diría que tiene algo que ver con todos estos jueguecitos que has estado montando con la Sociedad Highwater. Creo que, tal vez, la razón por la que ella desapareció fue porque, como Peterman, también perdió.

    Max se sirvió una nueva bebida, llenó el vaso hasta el borde y lo bebió todo en un prolongado trago. No interrumpió el contacto visual conmigo ni por un segundo mientras lo hacía e imaginé por un segundo haber detectado sorpresa en esos bonitos ojos azules.

    —Esa es una buena teoría. Ingeniosa. No del todo precisa, pero sorprendentemente cercana, - dijo al levantarse. Comenzó a caminar por la habitación. —Jacinta Ngo no perdió ningún juego, pero fue mi primer gran proyecto, el que me ayudó a percibir todo el potencial de mi trabajo con la Sociedad Highwater. Cuando la encontré ella era fundamentalmente la persona más infeliz que yo había conocido. Se sentía atrapada por el trabajo, el éxito, el dinero, su belleza, su ego. Me rogó que la ayudara a sentirse viva de nuevo. Me rogó que la convirtiese en otra persona.

    —Al principio comencé con los trucos básicos; le mostré cómo robar en los bolsillos, montar pequeñas estafas, la clase de cosas que evita que los yuppies se vuelvan micos del todo. Pero nada de eso funcionó: para Jacinta, sólo era una provocación, una distracción temporal. Era como la adicción a las drogas, siempre necesitaba más para conseguir el mismo subidón. Eventualmente, tuve que enfrentar el simple e innegable hecho de que Jacinta era fundamentalmente infeliz y lo único que realmente quería era ser otra persona, una persona totalmente diferente, y yo hice eso realidad.

    —¿Puedes imaginar cómo debió de haber sido para ella? Por primera vez en años, se sentía realmente viva. Fue su búsqueda de visión: vivir o morir dependiendo de sí misma, todos los días enfrentaba un desafío para la supervivencia. La incertidumbre de dónde y cuándo tendría la próxima comida, si dormiría o no con un techo sobre la cabeza en una noche determinada. Ella conoció el tipo de libertad que un par de narcisistas como tú y como yo nunca podríamos comenzar a comprender. Pérdida total de ego, inmersión total en una nueva personalidad.

    —Una vez al año, todos los años, yo la visitaba. Le mostraba la vida que había dejado atrás, le recordaba quién había sido y le ofrecía la oportunidad de regresar. Y cada año se reía de mí. Una risa indulgente, como riendo de los sueños de fantasía de un niño. Ella me decía que yo no lo entendía, que no lo podía entender.

    Max rodeó su escritorio y se sentó en la silla. Mientras tanto, me serví otro vaso de whisky.

    —Uao, entiendo cómo puede atormentarte ese tipo de cosas, - le dije después de tragar la bebida. —Quiero decir, ella obviamente significó mucho para ti. Y haber sido quien encontró su cuerpo, saber que había sido asesinada y que fue por el rencor de alguien contra ti. Puedo entender que tengas pesadillas de la escena, reviviéndola una y otra vez, incluso mientras duermes. Aunque lo que no entiendo es por qué demonios también yo estoy teniendo tus sueños.

    Max no dijo nada, no reaccionó en absoluto, solo siguió sentado perfectamente quieto, manteniendo sus ojos fijos en mí. Luego, lentamente, su mano se arrastró y presionó un botón en su escritorio. Escuché el zumbido de un intercomunicador cobrando vida.

    —Diane, quiero que redactes una declaración. Un nuevo artículo en la publicación semanal Subterráneo de Hormigón del Sr. Dédalo Quetzal que incluya información sobre los negocios entre Abrasax Incorporated y los funcionarios de la ayuntamiento. Que diga que Abrasax Incorporated reconoce que la información es objetivamente precisa, que Abrasax respalda sus prácticas comerciales y continuará haciendo todo lo que esté a su alcance para proporcionar a los ciudadanos de esta gran ciudad acceso a Internet asequible y una experiencia informática de calidad. Al mismo tiempo, Abrasax rechaza cualquier intento de emprender acciones legales contra la publicación en represalia por el artículo y está comprometida con los principios de un intercambio de información abierto y libre. Asegúrate de que sale en todos los principales medios de comunicación, incluido el Subterráneo de Hormigón. También podrías enviarlo al ayuntamiento, para que podamos saltar encima de las cosas en esa parte.

    Soltó el intercomunicador, me miró y torció su boca en esa sonrisa de Gato de Cheshire. —Bueno, D, ¿qué te parecería venir a trabajar para mí?

    

Capítulo 15: Puntos Ciegos

    —Lo siento, ya tengo un trabajo, - le dije a Max.

    Se burló, se echó hacia atrás en su silla y levantó los pies encima de la mesa.—Yo apenas lo llamaría trabajo real. ¿Cuánto te paga ese pequeño trapo subversivo? - Se lo dije. Él se rió. —Puedo pagar más que el triple de eso. Y ni siquiera tendrás que renunciar a tu trabajo diario.

    —¿Qué quieres que haga exactamente? - Yo pregunté.

    —Información, D, quiero información. Por las buenas o por las malas. Me obsesiono con eso, como un drogadicto, y mi hambre es insaciable. Por lo tanto, estoy dispuesto a pagar el mejor precio a cualquiera que pueda obtenerla para mí. Algunos la consiguen extrayendo datos electrónicos, como ya has supuesto, pero eso sólo llega hasta cierto punto. La vigilancia también es una herramienta útil, y también tengo expertos en ese campo, como el Sr. Garza, a quien viste en la fiesta el sábado por la noche. Y por supuesto, tengo a San Antonio, que usa sus propios métodos únicos y creativos para extraerla.

    —¿Cómo encajo yo en todo esto?

    —Lo que quiero es que sigas haciendo exactamente lo que has hecho. Hablar con la gente, hacer preguntas, resolver rompecabezas. Dame el elemento humano, muéstrame lo que hay en los puntos ciegos que una cámara de vigilancia no puede ver. Tal y como lo haces para tu trabajo, pero ahora me informarás a mí y, en el proceso, disfrutarás de todo el acceso y los recursos que necesitas.

    —¿Cómo sabes que no voy a traicionarte y publicar lo que descubro para ti? - le pregunté.

    —Adelante, - Max se encogió de hombros. —Como si le importara a alguien lo que imprimís tú y tus amigos socialistas.

    Tomé una profunda respiración. —Qué demonios, me apunto a tu juego. ¿Cuál es mi primera tarea?

    —Lilian Lynch. Ha desaparecido.

    —¿Qué quieres decir?

    —La vigilancia dice que salió de su casa esta mañana a su hora normal para ir a trabajar, pero nunca apareció por aquí. Localizamos su coche usando su GPS y lo encontramos abandonado en la carretera con una nota escrita a mano que decía: "Que te jodan, chupapollas". Supongo que iba dirigida a mí.

    —No contesta al teléfono, no ha regresado a su urbanización y no se ha puesto en contacto con ninguno de sus amigos. A todos los efectos, se ha desvanecido en el viento.

    Tomé un par de notas en mi cuaderno. —¿Por qué quieres que la encuentre yo? ¿No tienes a nadie en tu organización que sea más adecuado para este tipo de cosas?

    —Sí, - asintió. —La cuestión es que no necesariamente puedo confiarle esto a alguien dentro de mi organización. Verás, he tenido, bueno... - hizo una pausa, —supongo que podrías llamarlo una brecha de seguridad. Deja que empiece por el inicio. Hace unas semanas recibí una carta anónima que intentaba chantajearme. Los detalles no son importantes, baste decir que cierta persona o personas afirman tener información que me haría daño y solicitan que pague una cantidad exorbitante de dinero para mantenerla en privado. Pero, para ser franco, esta no ha sido la primera vez que se me ha hecho este tipo de amenaza, así que no pensé mucho en ello.

    —Cuando encontré el cadáver de Jacinta en mi avión, comencé a tomarme las cosas un poco más en serio. Después de algunas comprobaciones, mis analistas de seguridad informaron que, de hecho, había habido una brecha que involucraba el acceso no autorizado a información confidencial. Una investigación adicional sugirió que Lily era la culpable más probable y, por supuesto, los acontecimientos recientes lo han confirmado. Sin embargo, hablando con franqueza, no tiene ni el intelecto, la visión ni la constitución para concebir y ejecutar un complot como este. Debe de tener conspiradores que están lo suficientemente familiarizados con mis operaciones para conocer las vulnerabilidades.

    Sonreí. —En otras palabras, ni siquiera puedes confiar en tu propia gente ahora.

    El asintió. —Por eso te necesito. Encuentra a Lily, encuentra a sus conspiradores y, si puedes ocuparte, recupera la información que me robaron. Aunque puedo ver que serías reacio a entregarla si lo haces.

    Me llevó de regreso al escritorio de su asistente, donde me dio las llaves de un vehículo de la compañía Abrasax y programó su número de móvil personal en mi teléfono.

    Luego sacó una tarjeta roja con el logotipo corporativo de Abrasax y el globo y el símbolo de la corona de la Sociedad Highwater.

    —Esto te llevará adonde necesites ir, - dijo Max mientras la sujetaba en mi chaqueta. —A cualquier lugar.

    Antes de abandonar el edificio, decidí probar mi nueva tarjeta de acceso. Tomé el ascensor hasta el séptimo piso, que albergaba la división de marketing y relaciones públicas de Abrasax. La recepcionista me conocía de vista y normalmente tenía órdenes permanentes de Lily de llamar a seguridad al verme. Esta vez me sonrió cálidamente y me dejó pasar sin obstáculos.

    Pasé la tarjeta de acceso en la puerta del área exclusiva para el personal, y funcionó. Avancé a la oficina del fondo que tenía la placa de identificación "Lilian Lynch, Directora de Comunicaciones" y de nuevo la tarjeta me dejó entrar.

    La oficina de Lily estaba extremadamente limpia y ordenada, lo que no me sorprendió dado lo anal que ella había resultado. Si Max había hecho que su gente la registrara en busca de pruebas, habían hecho un trabajo excelente cubriendo sus huellas.

    Lo que me llamó la atención de su oficina fue la inquietante atmósfera de prefabricación. Había hecho todo lo posible para llenar el espacio, para hacer que pareciera acogedor, pero cuanto más tiempo pasabas mirando, más te dabas cuenta de lo superficial que era. En lugar de fotos de sus amigos y familiares, todos los marcos tenían fotos tomadas en eventos de la empresa y conferencias profesionales. El único arte colgado en las paredes eran algunos carteles promocionales de Abrasax junto con sus diversos premios y títulos. Los libros en sus estantes eran todos guías de estilo y libros de autoayuda empresarial, "Cómo Ser un Gilipollas Más Asertivo" y esa clase de cosas. De alguna manera, la oficina terminaba pareciendo más fría e impersonal que si hubiera dejado la habitación desnuda.

    Revisé sus archivos, pero sólo encontré los documentos de trabajo esperados que verías en cualquier oficina del súper ejecutivo: en su mayoría hojas de especificaciones y garantías sobre varios productos y servicios de Abrasax, viejas facturas de compras de anuncios y recortes de campañas publicitarias pasadas.

    Intenté encender su ordenador pero no pude adivinar su contraseña. Me di por vencido después de algunos intentos. Luego vi algo reflectante parpadeando dentro de un respiradero de ventilación en el techo. Recordando la caja escondida en la habitación de Cobb, arrastré una de las sillas de visita del escritorio de Lily y me subí encima para mirar dentro. No encontré ninguna llave, pero encontré una pequeña cámara de vigilancia.

    El estado prístino e imperturbable de la oficina tenía sentido. No había necesidad de registrarla porque, si Lily había escondido algo significativo aquí, Max ya lo habría encontrado.

    Tomé un bote de corrector blanco del escritorio de Lily y pinté en la lente de la cámara. Honestamente, sólo para ser un capullo.

    Al salir de la oficina, escuché un teléfono móvil sonando y me di cuenta de que no era mío. Miré a mi alrededor para averiguar de dónde venía y seguí el rastro hasta la fila de percheros montados en la pared en la esquina más alejada de la habitación. Había un par de abrigos colgados y rebusqué en los bolsillos hasta encontrar su BlackBerry. En ese momento, la llamada ya se había enviado al buzón de voz, pero busqué y encontré su agenda telefónica, calendario de citas, registros de llamadas y correos electrónicos de seis meses almacenados en él.

    Sin querer salir con las manos vacías, me guardé el teléfono en el bolsillo.

    Una vez fuera de la oficina de Lily, me encontré con tres hombres: dos vestidos con uniformes de seguridad y uno que reconocí como el loco de la fiesta, el que tenía la marca de nacimiento, el que Max había llamado Ben Garza.

    —¿Qué estabas haciendo ahí? - preguntó uno de los guardias.

    Mostré la insignia roja de la tarjeta que Max me había dado. —Trabajo aquí. Estaba buscando algo para el Sr. Maxwell.

    El guardia se volvió para consultar en voz baja con su compañero y con Garza. —No deberías haber interferido con el equipo de vigilancia, - dijo finalmente cuando se volvió.

    —Que te den por culo, - dije sintiendo la oportunidad de aprovechar mi ventaja. —Si tienes un problema con la forma en que estoy haciendo mi trabajo llama a Max. Trabajo directamente bajo sus órdenes, no bajo las de un pervertido mirón o un par de policías de alquiler.

    Miré al guardia, al que podía ver salivando ante la idea de golpearme con la porra en un lado de la cabeza, pero el tipo simplemente se quedó allí tenso.

    —Entonces sal de mi camino, - me burlé y pasé junto a ellos. Garza me miró con desdén, así que le lancé una rápida mirada sobre el hombro al salir. —Perra de mierda.

Capítulo 16: Negocios Sucios

    Tomé el ascensor hasta el cuarto nivel del garaje subterráneo y encontré la plaza 423, que coincidía con la etiqueta de las llaves que me había dado Max. Había un Porsche Boxster negro estacionado en ella.

    Entré y lo puse en marcha antes de llamar a Columbine mientras salía del garaje. Le pregunté si podía ir a buscarla y ella me dio su dirección.

    En el camino hacia allí hice una parada rápida en el centro cívico para ver a Nick.

    Aparqué el Porsche en la zona roja, dejé la insignia de Abrasax colgando del retrovisor como un cartel de estacionamiento y subí corriendo los escalones hasta la jefatura de policía. Le pedí a la oficial de recepción que buscara a Nick y cuando me preguntó si tenía una cita comencé a despotricar incoherentemente y agitarme como un loco con Tourrette que cree que está ardiendo.

    Por lo general, este tipo de comportamiento está mal visto en las comisarías de policía, y estaba a punto de ser escoltado cortésmente a una celda de interrogatorio por varios policías enormes con porras cuando Nick, que por suerte pasaba lo bastante cerca como para escuchar su nombre, intervino.

    Me llevó rápidamente a su oficina y cerró la puerta. —Mejor que sea algo importante.

    Saqué los tres sobres azules de mi bolso y los dejé sobre su escritorio. —¿Qué es todo eso? - preguntó. —¿Las cartas de amor que me has estado escribiendo todos estos años pero que has sido demasiado tímido para enviarme?

    Eché la cabeza hacia atrás y me agarré el estómago imitando una incontenible carcajada silenciosa.—Me los han enviado de forma anónima. Necesito que hagas esas cosas que hacéis los policías. Comprueba las huellas digitales, el ADN, cualquier loca mierda CSI que se te ocurra.

    Él había recogido los sobres y comenzado a inspeccionarlos, pero los dejó caer abruptamente al oír mi petición. —Podrías haberme avisado de que necesitabas huellas antes de dejarme manosearlos, ¿sabes?

    Me encogí de hombros como si me hablara en chino.

    —Encuéntrame en la Casbah después del trabajo, - gruñó con resignación.

    Justo en ese momento, una atractiva sargento india asomó la cabeza y le dijo a Nick: —Oye, hay un Porsche estacionado frente a la toma de agua. En recepción me dijeron que debería preguntarte al respecto.

    Le di a Nick un par de palmadas rápidas en la espalda. —Tengo que irme.

    Veinte minutos más tarde paré frente a un pequeño dúplex de un ruinoso vecindario de lado este. Cuando salí del Porsche y me acerqué a la puerta, pude escuchar el "Dirty Business" de los Dresden Dolls sonando en el interior. Llamé a la puerta.

    Cuando esta se abrió me sorprendió ver a Violet. Estaba vestida casualmente con un polo blanco y un pantalón de pijama de algodón, y aún así su aspecto era increíble. Llevaba el pelo recogido en un pañuelo negro y estaba salpicada de diferentes tonos de pintura.

    —Adelante, - dijo con una sonrisa. —Col te está esperando.

    Me condujo a su sala de estar, que era exactamente tal y como yo habría supuesto que debería ser. Los muebles tenían colores coordinados en tonos oscuros de marrones, cremas y burdeos. No había televisión como punto central; en cambio, los sofás y las sillas estaban todos dispuestos para encararse y facilitar la conversación. La única tecnología visible era una pequeña base para el reproductor de MP3 que estaba reproduciendo el agresivo trabajo de piano de Amanda Palmer. Toda una pared estaba cubierta de estanterías repletas. Un puñado de piezas de arte moderno se esparcíian por la habitación como acentos. En el otro extremo, se alejaba un pasillo que conducía a dormitorios a un lado y a un tramo corto de escaleras al otro, que a su vez conducía a una habitación más baja que obviamente servía como su estudio de arte.

    —Se está vistiendo, - dijo Violet al bajar la música con un control remoto. —Adelante, toma asiento mientras esperas.

    Nos sentamos juntos en un sofá. Cogió uno de sus cigarrillos Clover y se lo encendí.

    Mientras fumaba, se recostó y puso los pies en mi regazo. Tenía dedos pequeños y delicados, y sus uñas estaban pintadas de un púrpura metálico que hacía juego con su cabello. La miré en silencio, hipnotizado por la fluidez y gracia de sus movimientos más simples. Estaba elegante, como una estrella de las antiguas películas en blanco y negro, incluso en pijama.

    Tomé uno de sus pies descalzos en mis manos y comencé a masajearlo. Ella sonrió y dejó escapar un pequeño suspiro de satisfacción.

    —Bueno, ¿tú y Columbine compartís el apartamento? - le pregunté.

    —Más o menos. La dejamos quedarse en nuestra habitación libre después de que ella y su padre tuvieran una gran pelea. Se suponía que sólo era hasta que arreglaran las cosas. Eso fue hace tres años.

    —Ya veo, - dije. —"La dejamos" significa tú y tu esposo.

    Ella sonrió en silencio. Luego, como si fuera una señal, la puerta principal se abrió. Miré por encima del hombro y vi a San Antonio entrar, vestido con un traje gris carbón cubierto de barro. Se detuvo en seco cuando me vio en el sofá con el pie de Violet en mis manos.

    —Hola, cariño, - dijo ella, levantándose y caminando fuera del sofá para saludarlo. Envolvió sus brazos alrededor de su cuello y se besaron profundamente mientras las manos de Antonio bajaban y le apretaban el trasero, haciéndo a Violet soltar una risita juguetona.

    Luché contra el impulso de sentirme desdichado.

    Antonio y Violet finalmente rompieron su abrazo y ambos se giraron para mirarme. —Iré a recordarle a Col que estás esperando, - dijo Violet tímidamente qntes de salir al pasillo.

    Mientras tanto, Antonio se quitó la chaqueta del traje, revelando una camisa blanca debajo salpicada de sangre seca. Sentí un nudo en el estómago y recé para que no fuera la de Lily.

    —He oído que Max te ha subido a bordo del equipo, - dijo al quitarse la camisa ensangrentada, actuando perfectamente indiferente. Vi que tenía un gran sagrado corazón tatuado justo en el medio de su pecho perfectamente cincelado. Abrió un armario junto a la puerta principal y sacó una sudadera con capucha.

    —Los rumores viajan rápido, - respondí mientras él se subía la cremallera de la sudadera tapando el tatuaje. Noté que yo había estado mirándole y que él también lo había notado. Capté su ojos entornados y amenazantes, y me sentí inquieto de pronto, como un ratón albino lanzado dentro de la jaula de una pitón.

    Afortunadamente, Columbine entró botando en la habitación sólo unos segundos después, su entusiasmo cortó la tensión al instante. Vestía un look rockabilly de vaqueros ajustados de pitillo, una blusa roja a cuadros, grandes pendientes de aro y el cabello recogido en un pañuelo. Las grandes gafas de sol con ojos de gato y el lápiz labial rojo cereza proporcionaban los toques finales.

    —Vamos a animar ese garito, papi, - dijo ella.

    —Bueno vamos, mami, - le respondí agradecido por el rescate y la llevé afuera al Porsche.

    —Bonito coche, ¿de dónde lo has sacado?

    —Max, - dije conectando mi teléfono a la base y cambiándolo al modo MP3. —Me ha puesto en nómina.

    Por los altavoces, el difunto gran Lux Interior gimió: Bueno, vamos, mami, vamos a animar este garito.

    Volví a casa de Lily y puse a Columbine al tanto de la trama del chantaje, la desaparición de Lily y la oferta de trabajo de Max.

    —Así que has vendido tu alma al diablo. Encantador, - bromeó cuando salimos del coche. —Demasiado para ser todo un periodista independiente, anti-corporativo y punk-fuck.

    —Solo estará vendida si me echo atrás y no publico la suciedad que encuentre sobre Max en el proceso, - respondí.

    —Tú sigue diciéndote eso, - dijo burlonamente mientras escribía el código para abrir la puerta de Lily.

    —Aún así es muy extraño pensar que Lily esté metida en todo esto, - continuó mientras subíamos las escaleras. —Es decir, ciertamente tiene motivos para odiar a Max, pero ella no es de las del chantaje y la conspiración. Es mi amiga y todo eso, pero francamente no tiene suficiente imaginación.

    —Espera, ¿qué has querido decir con tener razones para odiar a Max? - le pregunté.

    Ella respondió: —Bueno, tuvieron una ruptura bastante dramática. No creo que ella lo haya superado de verdad.

    —¿Qué? Ni siquiera sabía que habían salído juntos.

    —¿Salir? Estaban comprometidos, - chilló. —¿Cómo es que no lo sabías?

    Me encogí de hombros. —¿Y qué pasó?

    —Él era una bestia para ella. Ni siquiera estoy segura de por qué le propuso matrimonio en primer lugar, aparte de para atormentarla. Según yo lo entiendo, tuvieron una aventura, ella se puso pegajosa y él tomó represalias persiguiéndola hasta quebrar lentamente su espíritu. Lo sorprendente fue que ella estaba dispuesta a soportar su abuso y sus trampas, y al final todavía tuvo que ser él quien lo cancelara. Yo estuve allí cuando sucedió. Estábamos en una fiesta y alguien preguntó si ya habían fijado una fecha para la boda. Él simplemente negó con la cabeza y dijo: "No, ya no creo que eso vaya a suceder. El matrimonio simplemente no es mi estilo." Lily estaba justo a su lado y se le descolgó la mandíbula.

    —Joder, eso es duro, - me maravillé negando con la cabeza.

    En cuanto llegamos arriba, vimos que la puerta principal estaba abierta, con la madera alrededor del pomo astillada como si hubiera sido pateada.

    Entramos y vimos que el apartamento había sido literalmente registrado de arriba abajo, los muebles volcados y desarmados, los estantes vacíos, e incluso los cojines del sofá habían sido vaciados.

    Encontramos más de lo mismo mientras nos abrímos paso por el resto de las habitaciones. Se habían tirado al suelo todos los estantes y cajones de la cocina, se habían vaciado todos los armarios. En el baño habían vaciado todas las botellas de champú, loción y todo el millón de otras botellas insondables que tienen las mujeres. En su habitación el colchón se había abierto y dado la vuelta. Incluso habían roto las costuras para asegurarse de que no había ocultado nada dentro del forro.

    —Jesús, ¿qué ha pasado en este lugar? - Preguntó Columbine.

    —Alguien ha estado aquí buscando algo, - le respondí.

    —Pues debe de haber sido algo minúsculo, como una aguja en un pajar. Mira, - dijo sosteniendo un encendedor Zippo que había encontrado junto a un porta incienso. Estaba desmontado, como si se pudiera haber ocultado algo dentro.

    —Dudo que encontremos ninguna pista aquí sobre dónde ha ido. - me quejé. —Pero bien podríamos intentarlo. Tú busca aquí, yo iré a mirar atrás.

    —¿Qué, te refieres a husmear? - Preguntó Columbine y recordé que esto debía ser más difícil para ella, ya que Lily era su amiga.

    —Mira, Lily podría estar en peligro. No podemos dejar pasar ninguna pista que nos ayude a localizarla antes de que le ocurra algo malo. - en cuanto dije eso, mi mente pasó involuntariamente a la imagen de San Antonio empapado en sangre.

    Nos separamos y comencé a buscar en el dormitorio de Lily, pero no estaba muy seguro de lo que estaba buscando. Lo más interesante que encontré fue su cajón de lencería, que había sido sacado de la cómoda y arrojado boca abajo en el suelo. Tenía que satisfacer mi curiosidad masculina y tenía algunas cosas muy buenas. Cogí un corsé de encaje rojo y debajo encontré una foto enmarcada de Max y un vibrador. Cogí este último y abrí el compartimento de la batería, pero no había ninguna Llave Ariadna allí.

    —Eeghh, pervertido, - escuché a Columbine decir detrás de mí.

    Me puse en pie, riéndo. —Sólo intento ser minucioso.

    Puso los ojos en blanco con desagrado. —Bueno, pues si has terminado, tengo algo que mostrarte que en realidad podría ser importante.

    Me condujo al baño y señaló a un charco de champú en el suelo. Alguien había entrado, dejando la pisada de un hombre con el logo de Burberry estampado en la suela del zapato.

    —Bueno, eso definitivamente no es de Lily, - dije, levantando mi propio pie hasta la huella para comparar. —Es un poco más pequeña que la mía, así que supongo que calza nueve o nueve y medio.

    Nos interrumpió el sonido de la puerta principal abriéndose. Salimos corriendo a la sala de estar y encontramos a un hombre de mediana edad con un traje barato parado justo en el umbral.

    —¿Qué están haciendo aquí? - nos demando.

    —Que te jodan, ¿qué haces tú aquí? - espeté de vuelta.

    Metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó una placa de policía. —Detective Isaac Axelrod.

    —Vaya, - murmuró Columbine detrás de mí.

    Tomé a Axelrod por el brazo y lo conduje afuera al pasillo. —Mira, estábamos buscando a nuestra amiga que vive aquí, - le expliqué. —No se presentó al trabajo y no contesta al teléfono. La puerta estaba cerrada cuando llegamos aquí, así que entramos y encontramos todo esto.

    Axelrod asintió, pero tuve la clara impresión de que no había escuchado una palabra de lo que le había dicho. —No sabes nada sobre algún disturbio aquí anoche, ¿verdad?

    Negué con la cabeza. —¿Qué tipo de disturbio?

    —No estoy muy seguro. Recibimos algunas llamadas de los vecinos sobre unos gritos, voces alteradas, ese tipo de cosas. ¿Estuviste aquí anoche?

    —No. - le dije.

    Axelrod tomó mi información de contacto y me dijo que sería mejor que nos fuéramos. Regresé corriendo adentro para decirle a Columbine que nos íbamos. Al salir me desvié hacia el baño con la intención de tomar una foto de la huella con mi teléfono. Sin embargo, cuando llegué allí, el charco de champú estaba manchado y la huella borrada.

    Cuando volvimos al Porsche, el teléfono de Lily comenzó a sonar de nuevo. Miré el identificador de llamada y vi que era el mismo número al que yo había intentado llamar antes cuando lo encontré por primera vez.

    Le lancé el teléfono a Columbine. —Contesta.

    Ella lo puso en el altavoz. —¿Hola?

    —¿Está Lily ahí? - preguntó una áspera voz masculina.

    Columbine me miró inquisitivamente. Jugué con la idea de que se hiciese pasar por Lily, pero Lily tenía una voz muy distintiva, aguda y estridente, que sería casi imposible de duplicar. Negué con la cabeza.

    —No, está indispuesta en este momento, ¿quiere dejar un mensaje? - añadió Columbine alegremente mientras me lanzaba una mirada de "qué demonios".

    —Solo dile que me llame cuando pueda, - respondió el hombre. —Jeff, del departamento de arte. Dale este número desde el que he llamado. - colgó abruptamente.

    Columbine me devolvió el teléfono. —¿Qué pasa?

    —Es de Lily, - le expliqué. —Lo encontré en su oficina esta mañana. Revisa sus llamadas recientes a ver si algo te llama la atención.

    —Eso me parece una invasión de la privacidad, - protestó débilmente, pero se desplazó por los números de todos modos. La miré por el rabillo del ojo y noté que paró de desplazarse de golpe con un destello de sorpresa en sus ojos. Sin embargo, su sorpresa desapareció en un instante y dijo: —En realidad no veo nada; todas parecen llamadas relacionadas con el trabajo. Ella no tenía exactamente una próspera vida social.

    Me encogí de hombros. —Había que intentarlo. Bueno, ¿puedo hacerte una pregunta?

    —Dispara, - respondió ella con una sonrisa.

    —¿Por qué destruiste la huella? - se desinfló visiblemente, hundiéndose en el asiento y apartándose de mí. Continué, —Sabes de quién era ese zapato, ¿no?

    —Conozco a alguien que usa zapatos Burberry de talla nueve, - dijo. —Eso no significa nada necesariamente.

    —¿Quien? - Yo presioné.

    —Mi padre, - dijo ella.

    —Oh, - murmuré, prácticamente capaz de saborear el sudor salado de mi pie en mi boca. —Es un tamaño de zapato bastante común, podría ser una coincidencia.

    Columbine trató de sonreír, pero la forma en que terminaron sus labios pareció rencorosa y agria. Levantó el teléfono para que lo viera y tocó la pantalla. —¿Ves este número? Es de la casa de mi padre. Recibió una docena de llamadas desde allí en las últimas dos semanas. ¿Crees que es una coincidencia?

    Un breve pero incómodo silencio pasó entre nosotros, que Columbine finalmente rompió al decir: —Voy a hablar con él y preguntarle qué está pasando.

    —No tienes que hacer eso, - objeté.

    Ella asintió resueltamente. —Mira, es posible que sea inocente, pero tiene que haber una razón por la que la ha estado llamando tanto. Tal vez tenga alguna idea de dónde fue.

    —Bien, - admití. —Pero ten cuidado.

Capítulo 17: Tinta invisible

    Después de dejar a Columbine, me dirigí al Casbah y me instalé en la barra para esperar a Nick.

    —Tengo que cambiarle el agua al pájaro, Mags, - le dije al entrar de prisa y directamente hacia baño.—Pero espero que tengas uno doble esperándome cuando salga.

    Un par de minutos después, me estaba acomodando en la barra e empinando el vaso que Maggie había dejado en mi lugar habitual.

    —¿Cuándo van a arreglar ese dispensador de condones? - Pregunté, moviendo mi pulgar hacia los baños mientras Maggie volvía a llenar mi vaso.

    Ella soltó una risita. —¿Y a ti que más te da? No se puede dejar preñado un calcetín, cariño.

    —Ooh, creo que he visto venir el chiste de camino hasta aquí, - gritó Nick desde la puerta principal. Fingió hacer una mueca de dolor ante la pulla de Maggie mientras caminaba hacia la barra, pero el puño cerrado frente a su boca no hizo nada para ocultar lo mucho que lo hacía sonreír.

    Se subió al taburete a mi lado y movió su mano como si fuera a darme una palmada en la espalda, pero luego lo movió rápido y me dio una colleja.

    —Auch, ¿qué coño?

    Me apuntó con el dedo índice en la cara. —Tu pequeña actuación de hoy me ha metido en muchos problemas. Tienes que suavizar tu mierda. ¿Por qué te empeñas en alejar a las pocas personas que quedan que realmente se preocupan por ti?

    Me encogí de hombros. —Mira, sé que a veces puedo pasarme de la raya. Y lo siento. - Me agarré a su camisa y enterré la cabeza en su hombro melodramáticamente, imitando suaves sollozos.

    —Aparta, - dijo retrocediendo y sonriendo. —Y otra cosa, ¿cómo diablos has dejado que Isaac Axelrod llegara tan cerca de tu culo?

    —¿Quién? - Le pregunté, momentáneamente confundido antes de recordar, —Ah, ¿te refieres a ese detective capullo?

    Nick asintió.—Tiene una erección loca por ti, casi se subió hasta el techo cuando se enteró de que viniste a verme. Se le ha ocurrido que estás involucrado en algún asesinato, un vagabundo que se arrojó a la orilla del río con la garganta cortada. ¿De qué va todo eso?

    Un destello de pánico explotó en mi cabeza, pero luché para mantener la calma. —Sólo es algo relacionado con la historia en la que estoy trabajando, - le expliqué esperando que lo dejara estar con el menor sondeo posible. —Mira, espero que le dijeras que yo no tuve nada que ver con su muerte.

    —Por supuesto que sí, - respondió. —Y traté de defenderte, pero no fue muy receptivo. La cuestión es que conozco a Axelrod y es un sabueso. Una vez que te clava los dientes, no te suelta. Lo que sea que cree que has hecho, encontrará la prueba de que eres culpable. Incluso si no estaba allí antes de que apareciera, ¿me entiendes?

    Asenti. —Y agradezco la advertencia y que intentaras defenderme.

    —Mejor será, porque después de hacerlo entró mi teniente y me echó una bronca por tratar de interferir en una investigación abierta. Así que este será el último favor que me pides, al menos por un tiempo.

    —Mierda, - gruñí. —Dime que al menos tienes una buena noticia.

    —De hecho, la tengo. - Luego presentó los tres sobres que le había dado. —Hemos encontrado algunas huellas dactilares. Un grupo en particular apareció en los tres sobres, claramente identificable.

    —¿Sabes de quién son? - Le pregunté incrédulo por la suerte.

    —Claro que sí, - dijo. —Son tuyas, idiota. La próxima vez que quieras buscar huellas en algo, debes ser más cuidadoso al manejarlo.

    —Está bien, está bien, lo entiendo, - dije exasperado. —¿Encontraste otras?

    —Bueno, las huellas eran un desastre, así que les pedí a los muchachos en el laboratorio que jugaran con ellas durante un tiempo y vieran qué más podían encontrar. - Hizo una pausa para el efecto dramático, luego sacó una pequeña luz negra con pilas del bolsillo de su abrigo, como la que usan en los programas de televisión para encontrar las manchas de esperma en las camas de los hoteles.

    —¿Estás familiarizado con palimpestos?

    —Sí, es cuando un texto se imprime sobre otro texto en el mismo papel, - respondí. —Eran comunes en la Edad Media cuando la iglesia lavaba la tinta de los escritos precristianos para poder reutilizar el papel para sus textos litúrgicos. Al igual que lo que le sucedió a Arquímedes. Leí un artículo sobre cómo usaron la luz UV y las imágenes por ordenador para reconstruir la escritura original.

    Nick asintió con la cabeza. —Maldición, estoy impresionado. Yo me quedé mirando a los chicos del laboratorio sin comprender cuando me hicieron esa pregunta.

    Encendió la luz negra y la sostuvo hasta la primera letra. Dos palabras aparecieron en la página, justo debajo del mensaje original, escritas a mano en un guión grande pero ordenado: Jacinta Ngo.

    Alejó la luz y las palabras desaparecieron, sin dejar rastro en el papel blanco prístino.

    Luego la acercó a la segunda carta con la luz, iluminando las palabras: Patrick Cobb.

    Finalmente, pasó a la tercera carta y reveló el mensaje oculto: Lilian Lynch.

    —Extraño, - dije levantando la mirada hacia Nick. —Entonces alguien escribió los nombres en el papel, luego lo blanqueó y escribió otro mensaje encima de ese.

    Apagó la luz y la guardó en su bolsillo. —Ahora sé que el primer nombre es el de quien tú crees que es la mujer muerta de la cuneta. Y el segundo es el del vagabundo cuya garganta Axelrod cree que cortaste. Bueno, ¿quién es el número tres?

    —Alguien que muy pronto podría estar muerto, si no lo está ya. Los tres están relacionados con mi historia. - Hice una pausa, tomé un momento para procesar todo esto, y luego agregué: —La cuestión es que cada carta llegó antes de que la persona nombrada muriera.

    —Jesús, - dijo Nick. —¿Y crees que la persona que envió estos es el asesino?

    Me encogí de hombros,—Sería lógico pensar que es el asesino o, al menos, un cómplice, de lo contrario, ¿cómo sabrían quién es el próximo? Pero por otro lado, ¿por qué el asesino me diría quién va a morir antes de que ocurriera y arriesgarse a que yo fuese capaz de detenerlo?

    —Tal vez no te consideren una verdadera amenaza y sólo se están burlando de ti, arriesgando sus disparos como Babe Ruth apuntando a las gradas sobre el jardín central, - sugirió Nick. —Pero la siguiente pregunta es: ¿por qué tomarse todos esa molestia de crear estos palimpestos en primer lugar?

    Golpeé con el dedo mi nariz rota, indicando que efectivamente había dado con el quid de la cuestión.

Capítulo 18: Full Contact

    Después de salir del bar, decidí pasar por la oficina de Subterráneo de Hormigón para ver si mis archivos podían ayudarme a averiguar a quién pertenecían los números del teléfono de Lily.

    Fui después de las horas de oficina, por lo que el lugar estaba vacío. Saqué el teléfono y encendí mi ordenador, luego comencé a buscar.

    Columbine tenía razón; Casi todas sus llamadas estaban relacionadas con el trabajo. Todos los números de Abrasax tenían prefijos uniformes, 358 para líneas fijas y 418 para móviles, por lo que era sencillo dejarlas de lado. Después de algunas búsquedas, vi que la mayoría de los otros números también estaban relacionados con el trabajo: representantes de ventas publicitarias, consultores de relaciones públicas, reporteros y algunos de sus homólogos en otras compañías.

    Luego el teléfono comenzó a sonar de nuevo. Era ese mismo número desde el que seguía llamando: Jeff, del departamento de arte. Pulsé la tecla "Ignorar", pero luego lo pensé. Este número no tenía el mismo prefijo que los otros números de teléfono de Abrasax.

    —Jodido infierno, - dije en voz alta.

    —¿Hay alguien ahí afuera? - gritó otra voz haciéndome saltar de sorpresa.

    Seguí la voz hasta la oficina de Sharon, donde la encontré desplomada en la silla de su escritorio con las luces apagadas en medio del inconfundible olor a humo de marihuana.

    Encendí las luces. Cerró los ojos y dejó escapar un siseo. Noté el cenicero sobre su mesa con dos colillas apagadas, justo al lado de una de sus viejas fotos de Patrick Cobb.

    Entornó la vista para verme tomar asiento a la mesa hasta que sus ojos se acostumbraron a la luz. —Tienes algo en la nariz, - me dijo.

    Sonreí y levanté un par de dedos para tocar el vendaje. —Cosas que pasan.

    Sacó una hoja de papel de su bandeja de entrada y me la pasó. —Preguntaría qué ha pasado, pero honestamente no creo querer saber cómo te has hecho esto.

    Bajé la vista. Era un comunicado de prensa en papel con membrete de Abrasax y la declaración de Max corroborando mi artículo.

    Le mostré una sonrisa satisfecha y dije: —Por favor, disculpa a la Sra. Palmer y la Sra. Singh por todo el dinero que su empresa no le cobrará ahora.

    —No creo que estén demasiado preocupadas por eso, - dijo Sharon con los ojos en blanco. —Solo es cuestión de tiempo antes de que vuelvas a joderla.

    Ambos compartimos una leve risa y mis ojos se posaron en la foto de Cobb sobre la mesa. Sharon siguió mi mirada y tomó la foto. Sus labios se curvaron en una media sonrisa que amenazaba con colapsar.

    —Está muerto.

    —Lo sé, - le dije, pero decidí no profundizar más.

    —Me recuerdas un poco a él, - dijo recuperando orgullosamente su compostura. —En una versión más joven y desagradable. Ambos sois audaces, intransigentes e insufriblemente arrogantes. De vez en cuando él aparecía con algunas de los suyas. - señaló hacia mi nariz. —Solía ​​decir que el periodismo debía considerarse un deporte como el Full Contact.

    Se levantó de su escritorio y comenzó a empacar sus cosas para irse. Volví a mi propia mesa jugueteando con el teléfono de Lily en el bolsillo, pensando en las llamadas telefónicas recurrentes y en Cobb y el periodismo de Full Contact.

    —Joder, - murmuré. —Bien podría también apuntarme a esa mierda.

    Saqué el teléfono, encontré la última llamada perdida, hice clic en "Responder por mensaje de texto" y escribí: No puedo hablar ahora. Tengo la Llave Ariadna. Nos vemos en 2 horas donde Max encontró a Jacinta.

    —¿Qué estás haciendo? - preguntó Sharon mientras cerraba su oficina.

    —Algo increíblemente estúpido, - respondí al enviar el mensaje.

    —Bueno, supongo que es mejor que sigas con tus puntos fuertes.

* * *

    El Aeródromo de Hastings estaba justo fuera de los límites de la ciudad y tenía áreas designadas para uso militar y privado. Un puñado de las compañías tecnológicas locales más grandes guardaban sus aviones corporativos en los hangares civiles, que aunque eran seguros, era mucho más fácil colarse en ellos que en los del lado militar.

    —El Sr. Maxwell me ha enviado a buscar algunos archivos que dejó a bordo, - le dije al guardia de seguridad sacando el brazo por la ventana del coche para mostrarle mi tarjeta de identificación de Abrasax.

    —¿Sabes dónde está el hangar? - preguntó el guardia.

    —En realidad me dijo que podrías indicarme la dirección correcta.

    Seguí las instrucciones del guardia hasta el Hangar 8, luego decidí que era más inteligente estacionar el Porsche en el otro extremo del aeródromo y volver caminando, pensando que con quien fuera que me encontrase podría volverse loco si lo veía.

    Encontré el avión de Max y era exactamente como en mi sueño. Me detuve en seco, sintiendo un escalofrío deslizarse por mi cuerpo y ponerme la carne de gallina. El aire dentro del hangar era frío y rancio, y completa e inquietantemente inmóvil. Soplaba y crujía débilmente como el cruce entre estática de radio y un viejo y polvoriento LP atrapado en el surco de salida.

    Me las arreglé para mover la escalera rodante a su sitio y subí hasta la escotilla delantera.

    En el interior, el avión estaba oscuro. Me abrí paso por la cabina hasta la fila de asientos del fondo y encontré el lugar donde había estado el cuerpo de Jacinta. Me senté en su asiento y se me erizó la piel. El aire vibraba de carga eléctrica, y el ruido de estática en mi cabeza se hizo más fuerte y adquirió cualidades mecánicas más ruidosas, como un viejo proyector de películas.

    Saboreé la sensación de una manera macabra, cerré los ojos, sentí que mi corazón latía lentamente y me pregunté sobre el tacto de la carne muerta de Jacinta.

    De repente, escuché el sonido de una puerta abriéndose detrás de mí. Salté del asiento y me giré para ver a un hombre con una gabardina negra y un sombrero de ala ancha saliendo del baño con el brazo levantado en posición de ataque. Antes de que tuviese la oportunidad de reaccionar, llevó la porra en su mano hasta mi sien con una precisión aguda y poderosa. Sólo pude vislumbrar brevemente su rostro con sus rasgos rojizos, su nariz bulbosa, su barbilla profundamente llena de hoyuelos y una larga cicatriz en la mejilla izquierda.

    Después todo se fundió a negro.

Capítulo 19: Desmontado

    Cuando recuperé el conocimiento me encontré desnudo y atado a una silla en una habitación fría y húmeda con paredes y suelo de hormigón. Un gran reflector brillaba directamente en mi cara. En la oscuridad detrás de él pude distinguir las formas débiles de unas personas, pero no pude distinguir ningún detalle o característica. Estas manchas oscuras amorfas hablaban entre ellas con tonos bajos, demasiado silenciosos para oír claramente más allá de fragmentos.

    La voz de una mujer: —... fue a su casa, estoy segura.

    De un hombre, baja y grave: —.. error por involucrarlo...

    Otra mujer: —-... no queda tiempo, Max se está poniendo...

    —Está despierto, - dijo el hombre, esta vez en voz alta.

    Las formas se movieron y el sonido de sus zapatos haciendo clic contra el suelo de hormigón resonó por la habitación. Yo era vagamente consciente de que uno de ellos se estaba acercando, pero aún así me sorprendió cuando una gran forma oscura surgió de las sombras y se paró frente al haz del reflector.

    —¿Dónde está la Llave Ariadna? - dijo la voz ronca del hombre mientras se inclinaba cerca de mí. Su rostro estaba cubierto por una suave máscara gris sin rasgos con pequeñas hendiduras para los ojos y la boca.

    Salté hacia atrás en mi asiento pero no pude llegar muy lejos debido a las apretadas ataduras. —Hostia, Jesús, ¿qué demonios se supone que eres, una especie de rarito anormal steampunk?

    Extendió una mano enguantada y apretó mi nariz a través del vendaje de gasa, haciendo que el cartílago se agrietara y explotara un nuevo chorro de sangre de mis fosas nasales.

    Solté un grito agudo y agonizante. —Joder, hombre, no tengo tu estúpida llave de mierda. Fue solo un truco para sacarte a la luz, tonto del culo.

    —¿Me tomas por un idiota? - respondió mi captor enmascarado. —Sé que la tienes.

    —¿Y qué eres, un maldito detector de mentiras humano? ¿Eres un poco frutita? ¿Es esta tu enfermiza manera de satisfacer tus apetitos, atando hombres desnudos a las sillas?

    Dio un par de pasos hacia atrás y se paró junto al reflector, justo al borde de la visibilidad entre la sombra y la luz. Otro hombre se acercó y le entregó algo. Este segundo hombre tenía una complexión más pequeña y ligera, y llevaba gabardina y sombrero. Aunque no salió completamente a la luz, pude distinguir lo suficiente de los contornos de su rostro para reconocerlo como el que me atacó en el avión.

    El hombre enmascarado regresó a mí con la mano izquierda extendida, agarrando el objeto que le habían entregado, algún plástico negro del tamaño de una goma de borrar.

    —Dime ya dónde la has escondido o las cosas se van a poner desagradables para ti.

    —Está bien, - suspiré en derrota. —Me la escondí en el culo. Desátame y te dejaré echar un vistazo, siempre y cuando prometas limpiármelo cuando hayas terminado.

    Golpeó el plástico con algo en mi pecho y sentí una fuerte descarga eléctrica atravesar mi cuerpo. Solté un grito de agonía.

    —Maldita sea, hombre, eso sienta jodidamente bien, - le dije antes de soltar una carcajada tan fuerte como pude sin toser. —Deberías haberme avisado que ibas a ponerte duro.

    Me disparó de nuevo con la pistola Táser, luego la bajó hacia mis genitales. —¿Dónde está la llave? - me espetó. —¿Dónde está el paquete?

    —Oye, míra ahí abajo, - tosí débilmente, —me estoy empezando a poner un poco palote.

    Me disparó de nuevo. Apreté los dientes y sentí que me caían gotas de baba por la barbilla. Mis fosas nasales se llenaron con el hedor de mi propio vello púbico humeante.

    Me desplomé en la silla, sentí el cuerpo dolorido y tratando instintivamente de acurrucarse en una bola, haciendo que mis extremidades se tensaran contra las correas.

    —Espera... espera... - supliqué débilmente, gimiendo cuando levanté la cabeza para mirarlo a los ojos. —No me frías, hermano.

    Irrumpí en débiles risas sibilantes. Me aplicó tres descargas en rápida sucesión. Me desmayé de nuevo.

    Todavía estaba en la silla, pero el reflector había desaparecido. La habitación carecía de luz, excepto por una rendija bajo la puerta, así que dejé que mis ojos se acostumbraran a la oscuridad. Seguía atontado, apenas aferrándome a la conciencia. En la esquina de la puerta, distinguí el pequeño bulto en el suelo de mi ropa.

    Pedí ayuda, pero no obtuve respuesta.

    Después de gritar un par de veces más, comencé a mover mi silla en dirección a la ropa, lo que resultó difícil ya que mis brazos y piernas seguían atados a la silla. No ayudó que mi cabeza estuviera nadando y sintiera los músculos como gelatina. Logré llegar a un tercio del camino antes de desmayarme de nuevo.

    La vez siguiente que desperté, la luz bajo la puerta había desaparecido y la habitación estaba completamente oscura. Pedí ayuda de nuevo y obtuve los mismos resultados que antes.

    Moví la silla en la dirección a la que recordaba que iba. Cada movimiento era doloroso. Me quemaban los músculos, me latía la cabeza. Traté de sacar esos síntomas de mi mente y me concentré en avanzar centrímetro a centrímetro. Por fin, después de lo que parecieron años, golpeé la silla contra la pared. En la oscuridad no podía decir dónde estaba la ropa en relación al lugar donde yo había terminado, pero supuse que tenía que estar cerca. Me posicioné de modo que mi espalda mirara hacia donde pensé que estarían, luego usé mi peso para mecer la silla. Después de un par de intentos, tomé el impulso suficiente para volcarme. Golpeé el duro suelo de hormigón con un ruido sordo. Mis músculos gritaron de agonía. Una vez más, me desmayé.

    Mi teléfono me despertó. Reconocí la intro de guitarra rasgueada del "Powerman" de The Kinks como el tono de llamada de Max y me sentí aliviado de que sonara muy cerca de mí. Me impulsé y maniobré hasta que mis manos, todavía atadas detrás de la silla, por fin cayeron sobre la tela de mis vaqueros. Lenta y minuciosamente, exploré con mis manos, trazando las costuras hasta que encontré el bolsillo delantero izquierdo. Excavando dentro, envolví mis dedos alrededor del frío y reconfortante acero de mi navaja.

    Me tomó varios minutos manipular el cuchillo para abrirlo y colocar la hoja en posición contra las cuerdas. Tenía el mango agarrado entre mis dedos pulgar e índice con la hoja apuntando hacia atrás de mi brazo. Lentamente, con cuidado, comencé a cortar las ataduras.

    Después de lo que parecieron horas, tuve una mano libre. A partir de ahí, pude soltarme bastante rápido, luego me puse de pie y me vestí lenta y dolorosamente.

    Saqué el teléfono de mi chaqueta y llamé a Max. Mientras sonaba, miré alrededor al resto de la habitación. Por un lado, había una puerta abierta que conducía a otra habitación más grande, que parecía que alguna vez había sido una tienda de algún tipo, abandonada hace mucho tiempo. Supuse que la simple habitación de hormigón donde me habían retenido se usaba como almacén o sala de provisiones.

    Había una segunda puerta al otro lado de mi habitación. Era una puerta de metal pesado que probablemente conducía al exterior. Probé con ella y afortunadamente, no estaba cerrada con llave.

    Salí a un sucio y anodino callejón del centro justo cuando Max contestó al teléfono por fin. Hice una mueca y me protegí los ojos de la luz del sol.

    —¿D? ¿Dónde diablos has estado?

    —No lo sé. ¿Qué día es?

    La puerta de metal se cerró de golpe detrás de mí con un fuerte portazo. Las palabras "El timbre no funciona, por favor golpeen" estaban pintadas con aerosol.

    Por teléfono, Max respondió: —Es jueves. ¿Dónde estás?

    —Jesús, jueves, - gemí. —Escucha, acabo de pasar el último día y medio desnudo y atado a una silla, siendo electrocutado.

    Hubo una larga pausa en el otro extremo del teléfono.

    —Espera, ¿qué acabas de decir?

    —Mira, ven a buscarme y te lo explicaré, - le respondí mientras salía corriendo del callejón para buscar un letrero de la calle. —Parece que estoy en la esquina de Mission con la 27.

    —Allí estaré, - dijo Max y colgó.

    Max me llevó de vuelta al aeródromo para que pudiese recoger el Porsche y por el camino le relaté la historia de mi emboscada y secuestro.

    Afortunadamente, el Porsche todavía estaba donde lo había dejado y no parecía haber sido forzado. Todo el interior estaba intacto: mi ordenador portátil, el teléfono de Lily, mis notas. Mis secuestradores obviamente no lo habían encontrado.

    Regresé a casa con el cuerpo dolorido y la cabeza todavía nadando, saboreando la idea de estirarme en una cama suave y agradable.

    Subí las escaleras con todo el entusiasmo que pude reunir, pero todo se hundió en cuanto vi que la puerta de mi apartamento estaba astillaba y colgaba de sus goznes.

    Sentí que me subía la adrenalina al entrar corriendo, abrir la puerta de golpe y encender las luces.

    Mi apartamento había sido destrozado como el de Lily, literalmente puesto al revés y registrado con un peine de finos dientes.

    Al examinar el estado desastroso, por alguna razón, la imagen del Demonio de Tasmania apareció en mi cabeza. Me imaginé ese torbellino de pelusa masticando y escupiendo todas mis posesiones mundanas, abriendo un agujero directamente a través del tejido de mi existencia.

    Me reí, histéricamente, amargamente porque no sabía qué otra cosa hacer. Me sentí tan fragmentado y desmontado como todo lo demás allí.

    Cansado, caminé penosamente por los escombros de mi vida y me acosté en la cama. Mientras mi risa se apagaba y yo cerraba los ojos, pronuncié una pequeña oración en voz baja, agradeciendo a quien estuviese escuchando haber sido lo bastante tonto al menos como para esconder la caja azul de Cobb en otro lugar.

Capítulo 20: Este Libro no Tiene Ningún Sentido

    Me desperté con los crujientes sonidos de masticar y encontré a Columbine sentada en mi tocador con una bolsa marrón de patatas fritas de tortilla en su regazo, hojeando el Dhalgren.

    —Déjá vu, - dije masajeando mis sienes al salír de la cama. Me dolía la cabeza y parecía que me acababa de quedar dormido. Al mirar el reloj, me di cuenta de que ese era el caso. No llevaba más que veinte minutos allí. Mi corazon se hundió.

    —Este libro no tiene ningún sentido, - se quejó Columbine mientras saltaba de la cómoda. Llevaba un vestido azul chino de seda con estampado de un dragón. Su cabello estaba recogido en un moño y sujeto por dos palillos. —Y la puerta de tu casa está rota. Deberías verla, cualquiera podría entrar hasta aquí sin más.

    —Ya lo veo, - gruñí mientras me ponía algo de ropa. —¿Y qué hay de nuevo?

    —He estado intentado contactar contigo para poder contarte lo que me sucedió anoche. Max me dijo que por fin saliste a la superficie, así que vine de inmediato.

    Cogí un par de papas fritas de la bolsa y me las lancé a la boca. —¿Te explicó por qué desaparecí?

    —Sí, algún malvado matón te asustó un poco, buu, o lo que sea. Bueno, tengo que decirte lo que pasó, es realmente bueno.

    —Vale, vamos a sentarnos y me lo cuentas, siempre y cuando sea realmente bueno, - respondí mientras me dirigía a la sala de estar para acomodarme en el sofá antes de darme cuenta de que el sofá ya no podía llamarse sofá racionalmente.

    —Joder, pensándolo bien, salgamos de aquí.

    Llevé a Columbine escaleras abajo a la pequeña taquería junto a mi apartamento y procedí a devorar un burrito lo suficientemente grande para matar a un hombre de un golpe mientras ella me contaba su historia.

    —Bueno, después de lo que hablamos el martes, la huella y el número de mi padre en el teléfono de Lily y todo eso, decidí ir a su casa ayer para ver si podía averiguar cuál era su conexión. Al principio no lo vi por ningún sitio, así que pensé que había salido. Decidí hurgar un poco en su oficina, pero a medida que me acercaba, escuché voces provenientes del interior. No pude distinguir qué decían, pero me escondí en el pasillo y esperé hasta que salieron. Pude ver muy bien a los dos hombres con los que estaba.

    —Uno era un chico más joven, de tu edad, con un traje. El segundo era más bajo y llevaba una gabardina negra y un sombrero, lo cual era extraño. También parecía mayor, y su rostro era realmente áspero y rojizo y tenía un gran cicatriz en una mejilla.

    Me di cuenta de que tenía que ser el mismo hombre que me había atacado en el avión y mi cara debió de mostrar sorpresa porque Columbine hizo una pausa y preguntó: —¿Qué pasa?

    —Nada. Sigue, ¿qué pasó después?

    —Los seguí con cuidado de ir lo suficiente atrás para que no me vieran. Salieron y se subieron a un extraño y clásico coche de los años cincuenta con pintura azul.

    «El mismo coche que vi la noche en que Cobb me visitó», pensé.

    Columbine continuó: —Después de que despegaron, volví corriendo adentro y cogí las llaves de repuesto del Jaguar de mi padre del gancho de llaves en la entrada principal donde las guarda siempre. Luego conduje detrás de ellos.

    —Se dirigieron a las montañas más allá del límite de la ciudad por el Noreste, quiero decir, en mitad de la nada. Al final se detuvieron en un claro, estacionando al lado de otro automóvil que ya estaba esperando. Me quedé escondida detrás de un afloramiento de rocas, lo bastante cerca para poder ver.

    —El otro coche era un Escalade negro y lo reconocí de inmediato como el de San Antonio. Luego le vi parado un poco más allá de los coche, sujetando una pala en las manos. Había dos agujeros en el suelo junto a algo que parecía un cadáver cubierto con una lona. Mi padre y los otros dos hombres salieron del coche azul y hablaron brevemente con él. Antonio hizo un par de gestos hacia el cuerpo y los dos agujeros. Después de un rato, el joven se acercó a uno y miró hacia abajo Antonio se acercó detrás de él mientras le daba la espalda y le metió la pala en la cabeza, dejándolo caer al agujero.

    —Antonio arrojó el cuerpo en la lona a la otra tumba y comenzó a llenarlos de tierra. El hombre de la gabardina sacó otra pala del Escalade y lo ayudó mientras mi padre esperaba en el coche azul. Me fui antes de que terminaran de enterrarlos, pensando que la ventaja me ayudaría a regresar sin ser vista.

    —Eso es increíble, - le dije cuando terminó. —¿Y no viste quién estaba debajo de la lona?

    —No.

    Presioné: —¿Podrías decir si se trataba de alguien grande o pequeño, al menos, hombre o mujer?

    Ella negó con la cabeza.

    —Bueno, ¿crees que podrías encontrar esas tumbas de nuevo si saliéramos?

    —¿Por qué? - preguntó ella, a la defensiva de pronto. —¿Y por qué quieres saber si es un hombre o una mujer?

    Abrí la boca para responder, pero la mirada en sus ojos decía que ya sabía la respuesta, aunque no quisiera admitirse a sí misma esa posibilidad.

    Estiré la mano sobre la mesa y tomé su mano en la mía. —Mira, necesitamos saber si es ella. Si no es así, sabemos que aún tenemos la oportunidad de ayudarla. Y si lo es... bueno, entonces al menos podemos encontrar a los bastardos responsables.

    Después de comer, subimos al Porsche y volvimos por el camino a la tumba. Antes de salir de la ciudad, nos detuvimos en una ferretería donde recogí un par de palas, algunos guantes fuertes y un paquete de máscaras de filtro de aire.

    Las montañas que comprendían el extremo noreste del valle estaban escasamente pobladas: un puñado de familias adineradas poseían grandes porciones del valle. Había algunas propiedades en las laderas y algunas granjas de energía solar en las estribaciones desnudas y bajas, pero más allá de eso sólo había un bosque denso.

    Ascendimos por estrechas y sinuosas carreteras de montaña. Después de unos quince minutos de subida, pasamos un gran cartel de metal con el logotipo corporativo de Gestión de Registros Asterión. Justo encima de él en el mismo poste, había otra señal un poco más pequeña de advertencia contra la intrusión. Poco después de ignorarla, doblamos una curva y vimos un monolítico edificio gigante en la distancia. El camino se niveló cuando llegamos a la cima de una meseta escondida en medio de las estribaciones.

    —¿Que es esa cosa? - Preguntó Columbine.

    —Bueno, si esta es la propiedad de Asterión, esa debe ser una de sus instalaciones de almacenamiento. Sabía que poseían una gran cantidad de tierra en estas montañas, pero no puedo imaginar lo que necesitarían almacenar todo el camino hasta aquí.

    —Bueno, no es ahí a donde vamos, de todos modos, - respondió ella. —Sal del camino aquí y sigue esas huellas de neumáticos.

    Seguimos un par de minutos más hasta que se detuvieron las huellas. A pocos metros de distancia, vi las dos tumbas.

    —Hemos llegado, - dijo Columbine con suficiente comprensión.

    Salí del coche y di la vuelta hasta el maletero para sacar las palas. Le ofrecí una, pero ella negó con la cabeza enfáticamente. Luego comencé a cavar solo.

    Después de un metro golpeé algo. Moviendo a un lado otra palada de tierra, vi que era una lona negra. Cavé un poco más para excavar suficiente cadáver y estar seguro de desenterrar la cabeza. Cuando me arrodillé para inspeccionarlo más de cerca, noté algunos mechones errantes de cabello rojo que sobresalían debajo de la lona.

    Hice una mueca, sintiendo el aire escapar de mis pulmones como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago, y extendí la mano para retirar las láminas de plástico negro que cubrían la cara del cuerpo, a pesar de la certeza de saber lo que encontraría..

    Me equivoqué.

    La cara debajo de la lona no era la de Lily. Era la de un hombre. Me llevó un segundo procesar esta sorpresa inicial, luego me di cuenta de a quién estaba mirando exactamente.

    Era Seamus, el vagabundo del tren de cercanías. El que había trabajado para Max.

    —Um, D, - gritó Columbine. —Será mejor que subas aquí.

    Salí de la tumba y seguí su mirada por el camino hacia dos furgonetas blancas que se dirigían directamente hacia nosotros.

    Saltamos de nuevo dentro del coche y salimos acelerando frenéticamente por donde habíamos venido. Afortunadamente, el Porsche superaría y escaparía de esas camionetas cualquier día, especialmente en carreteras sinuosas como esta. La única pregunta era si yo iba a ser capaz de conducir el Porsche lo bastante bien a máxima velocidad para evitar dar un giro demasiado ancho y chocar con un terraplén. Agarré el volante con fuerza, apreté los dientes e intenté olvidar momentáneamente cuán manchado era realmente mi historial en el Departamento de Vehículos a Motor.

    Para mi asombro, no nos matamos, y casi comencé a creer que no estaba completamente jodido cuando nos acercamos a la curva final antes de volver a conectar con la carretera principal.

    Pero justo cuando llegamos a la esquina, vi un obstáculo montado delante de nosotros. Apreté los frenos y apenas evité chocar contra dos grandes vehículos blindados con "Gestión de Registros Asterión" pintado en los costados, estacionados lado a lado junto al cartel de "Prohibido el paso" que habíamos ignorado antes. Fuera de ellos, cuatro guardias de seguridad armados nos estaban esperando.

    —Señor, necesito que salga del vehículo, - dijo uno de los guardias mientras se acercaba a la ventanilla del conductor. Los otros tres mantuvieron sus rifles en alto apuntados hacia nosotros.

    En realidad no había forma de salir de aquel lío, que yo viera, así que pensé que sería mejor hacer que la experiencia fuese desagradable para todos los involucrados. —Que te jodan, cerdo poli de alquiler. - le dije, —soy miembro de la prensa y conozco mis derechos.

    La culata del rifle del guardia atravesó la ventanilla abierta y conectó con mi cara, girándome la cabeza y enviando sangre por el salpicadero. Mientras me tambaleaba por el golpe, el tipo abrió la puerta y me arrastró fuera del coche. Luego, él y otro guardia me inmovilizaron mientras un tercero me registraba.

    Mientras tanto, el cuarto dio la vuelta al otro lado e hizo que Columbine saliera del coche para registrarla.

    Me rasgaron violentamente la ropa, me maltrataron bruscamente mientras realizaban una búsqueda de cuerpo completo. Cuando vi que el otro le estaba haciendo lo mismo a Columbine, redoblé mis esfuerzos para liberarme, invitando a quien me registraba a usar mi cara como saco de boxeo.

    Luego me levantantaron y arrojaron a la parte de atrás de uno de los vehículos blindados como una muñeca de trapo. O al menos esto es lo que supuse que probablemente estaba sucediendo, ya que no podía ver una maldita cosa por toda la sangre que brotaba de mi rostro.

* * *

    La puerta gigante de metal se abrió y entró en la habitación un anciano que me recordaba vagamente a Bela Lugosi. Parecía tener más de setenta años y decididamente muy mal llevados. Estaba su mayoría calvo con pequeños mechones de cabello fino y canoso, tenía la cara arrugada y escarpada por años de estrés, tabaco y alcohol. Arrastró su arrugada carcasa por la sala a la manera de alguien acostumbrado a tomarse su tiempo saboreando las cosas, fumando un pequeño cigarillo enrollado a mano mientras avanzaba.

    Se cernió sobre mí mientras yo yacía en la mesa de examen de frío metal, me dio un rápido examen y tomó un par de caladas más de su pequeña y pungente colilla antes de pronunciar su diagnóstico.

    —Joven, estás severamente jodido, - dijo con un fuerte acento de Europa del Este que en realidad se parecía mucho a Lugosi.

    Metió un nudoso dedo manchado de nicotina en mi cara y me dio varios empujones doloridos. Siseé exactamente el tipo de dolor punzante y cegador que esperarías de un fascista con botas bailando una danza irlandesa en tu cara.

    Se deslizó sobre una bandeja de varias arcanas herramientas quirúrgicas, que se parecían más a dispositivos de tortura de metal torcido que a cualquier otra cosa, y procedió a coserme la cara con todo el cuidado y la sensibilidad de un boxeador de luchas de bar.

    Me desmayé un par de veces mientras Lugosi trabajaba, no porque se molestara en anestesiarme de alguna manera, sino por la agonía abrumadora.

* * *

    Miré mi reflejo en el pequeño espejo de mano y pensé por un momento que un jodido doctor sádico había reemplazado el cristal con una foto de carne molida dejada al aire durante una semana.

    Había tres grandes y desiguales laceraciones cosidas al azar en medio de mucha hinchazón y hematomas. Una era una herida gigante sobre mi frente derecha, otra era una media luna más pequeña alrededor del borde de la cuenca del ojo izquierdo, y la tercera era una división en el costado de mi mejilla izquierda. También me habían vuelto a romper la nariz, el doctor me la había vuelto a poner descuidadamente y me la había pegado.

    Levanté una mano para trazar los contornos hinchados y descoloridos de mi cara y tuve que luchar para contener un estallido histérico de lágrimas.

    —No te toques la cara, vas a alterar los puntos, - advirtió el médico mientras se inclinaba sobre el mohoso fregadero y lavaba una cantidad alarmante de sangre de sus manos e instrumentos.

    Al otro lado de la improvisada sala de operaciones, la puerta de metal se abrió de nuevo y Max asomó la cabeza.

    —¿Cómo está?

    —Vivirá, - respondió el médico mientras encendía otro cigarro. —Aunque nunca lo creerías por el modo en que han repasado a este quejica.

    Max soltó una risita y cruzó la habitación. Estaba impecablemente arreglado y vestido con un clásico esmoquin negro de cóctel de cuerpo entero. Me esforcé por saltar de la mesa y gemí cuando extendí la mano para coger mi camisa de una silla cercana.

    —Toma, te he traído un regalo para que mejores pronto, - dijo Max y me arrojó una botellita de píldoras blancas. —Ten cuidado con eso, no tomes más de una o dos al día.

    Sacudí el frasco, saqué cuatro en mi palma y me la arrojé a la boca.

    —Espero que no hayas hecho planes para esta noche, - masculló Max mientras levantaba mi chaqueta del respaldo de la silla y me ayudaba a ponérmela. Enderezó las solapas y pasó las manos por el frontal para alisarlo. Mientras lo hacía, encontró la insignia de Abrasax que sobresalía de mi bolsillo y la levantó para que la viera.

    —Tienes suerte de que hubieran encontrado esto. De lo contrario estarías sentado en una celda de interrogatorio en este momento en lugar de en la sala de operaciones del buen doctor. - La guardó en mi abrigo y palmeó el bolsillo, indicando que estaba a salvo y segura.

    —Parece una reacción exagerada para una simple intrusión.

    Él sonrió amablemente y explicó: —Son bastante paranoicos con respecto a la seguridad. La mayoría de los registros que mantiene Asterión allí provienen de clientes importantes preocupados por el espionaje corporativo y están dispuestos a pagar el precio que sea para asegurarse de que sus secretos comerciales sigan siendo secretos. Ahora bien, tienes razón. Lo que te sucedió está en el límite, pero parece que causas ese efecto en las personas.

    —No bromees, joder - espeté, —Parece que cada vez que me doy la vuelta hay alguien esperando para patearme la cara. Es como si mi vida se hubiese vuelto de repente una de esas viejas novelas de detectives.

    —El Hipster Philip Marlowe, - añadió Max con un bufido jocoso.

    —Sí, bueno, no es un jodido chiste, es mi vida. Y está envejeciendo jodidamente rápido, - espeté y enterré la cara en mis manos. —Siento como si todo se estuviera desmoronando. Como si me estuvieran desarmando pieza por pieza, física, mental y emocionalmente. Y ahora estoy tan jodidamente desfigurado que ni siquiera puedo reconocerme en el espejo. Estoy jodidamente cansado de todo.

    —¡Oye, te he dicho que no toques! - me castigó el doctor cuando extendió la mano y me golpeó en la nuca, con fuerza.

    Mi cara se torció instintivamente en una sonrisa burlona, ​​pero en realidad su golpe fue justo lo que necesitaba para sacarme de la fiesta de autocompasión "emo" en la que me estaba metiendo. Me volví hacia Max y le pregunté: —¿Dónde está Columbine?

    —Está bien, está esperando fuera. Me explicó lo que sucedió, que estabas desenterrando el cadáver que creías que era Lily. - Hizo una pausa y añadió: —No lo es, por cierto. Fue una tarea rutinaria que le pedí a San Antonio que hiciese por mí, nada que ver con tu tarea.

    —Espera, ¿qué? - Dije, y saqué mi cuaderno como si de alguna manera me hubiera perdido algo. —¿Entonces fuiste tú quien organizó toda esa reunión? ¿Significa eso que el tipo que maneja ese viejo Chevy azul también trabaja para ti?

    No había indicio de reconocimiento en la cara de Max cuando negó con la cabeza. —¿Qué Chevy azul?

    —El tipo que llevó a McPherson a encontrarse con Antonio en las tumbas.

    Max me miró en silencio sin reaccionar, su rostro permaneció completamente estoico y sin cambios. Y sin embargo, había algo palpablemente diferente, posiblemente un endurecimiento casi imperceptible de su postura, o tal vez incluso un oscurecimiento de su aura, y supe que estaba sorprendido por lo que le había dicho y ni un poco satisfecho.

    Aparentemente, Columbine no había sido completamente comunicativa por su parte.

    —No sabías que McPherson estaba allí mientras Antonio los enterraba, - canté triunfante.

    Miré a Max, esperando algún tipo de reacción, un destello de frustración o enojo para validar el hecho de que, por fin, yo había estado un paso por delante de él, para variar.

    Sin embargo, de pronto mi visión comenzó a desdibujarse y me sentí ofuscado y mareado. Extendí la mano para apoyarme contra el respaldo de la silla cercana, pero mi peso hizo que cayera hacia atrás, dejándome caer al suelo con ella. Max se inclinó para ayudarme a levantarme, su rostro de piedra finalmente se rompió en una amplia sonrisa.

    —Te dije que no tomaras tantas de esas pastillas.

Capítulo 21: El Asesino existencial

    Max y yo nos tambaleamos torpemente en el vestíbulo principal del edificio Asterión como un par de siameses drogados, mi brazo izquierdo colgaba sobre sus hombros, su brazo derecho envolvía firmemente mi sección media y nuestras cuatro piernas tropezaban y se enredadaban unas con otras.

    Columbine y San Antonio nos estaban esperando. Antonio se apresuró a ayudar a su jefe con la carga, agarrándome bruscamente y dejándo caer mi peso sobre su robusta figura.

    —¿Qué demonios le pasa? - preguntó Antonio.

    Max imitó meter pastillas en la boca.

    Columbine también se unió a nosotros, incapaz de ocultar su sorpresa al verme la cara.

    —Lo sé, - le solté. —Parezco hardcore total.

    Columbine ofreció una sonrisa débil que casi evitó parecer condescendiente. —No, parece que te hayan dado una paliza. Hardcore sería si el otro tipo estuviera así.

    Max se inclinó hacia Antonio y dijo suavemente: —Necesito hablar contigo.

    Me apoyaron en el mostrador de recepción y se alejaron para hablar en privado en voz baja.

    Estiré el cuello para mirar por el resto del vestíbulo, que era básicamente un cavernoso búnker de hormigón sin adornos. El gran espacio abierto a un lado sugería que había sido pensado como una zona de espera, pero no había mesas ni sillas de ningún tipo. De hecho, el único mueble era el alto mostrador de recepción que me sujetaba.

    Detrás de él estaba sentada una anciana, presumiblemente la recepcionista, que pasaba el tiempo tejiendo con hilo azul. No se molestó en levantar la vista de su trabajo para reconocer nuestra presencia, y yo no estaba convencido del todo de que fuese consciente siquiera de que estábamos allí.

    La pared tras ella estaba cubierta con un gran banco de pequeños monitores de circuito cerrado de TV. Me recordó un poco a la configuración de la fiesta laberíntica, pero mucho más grande. Las imágenes en las pantallas parecían ser de las cámaras de vigilancia en toda la instalación del almacén, y cada una tenía un número de cinco dígitos en la esquina inferior derecha de la pantalla.

    Las imágenes cambiaban a una nueva fuente cada treinta segundos, y la secuencia de las fuentes era completamente aleatoria sin relación con los identificadores numéricos.

    —¿De qué crees que están hablando? - preguntó Columbine.

    —¿Eh? - Dije apartando la vista de los videos. Seguí su mirada hacia Max y Antonio. —Oh, bueno, se me escapó que tu padre estuvo allí cuando Antonio enterraba esos cuerpos, así que imagino que el "Santo" tiene algunas cosas que explicar.

    Los dos hombres se echaron a reír de pronto y Max le dio a Antonio unas palmaditas cariñosas en el hombro antes de volverse hacia nosotros.

    —Oh, sí, es evidente que está en problemas, - añadió Columbine sarcásticamente.

    Yo iba a decir algo rápido, pero me llamó la atención un video en una de las pantallas. Mostraba a un hombre sentado al borde de una cama en una habitación pequeña y vacía. La imagen estaba tintada en azul, y el número en la parte inferior de la pantalla decía: 00033.

    —¿Cómo te sientes? ¿Todavía mareado? - me preguntó Max mientras se paraba a mi lado en el escritorio.

    —Esos números en la pantalla..., - pregunté, —¿corresponden a los números de unidades de almacenamiento aquí?

    Max miró por encima de los monitores y asintió.

    —¿Y qué hay en ese número 00033? - Pregunté y señalé la pantalla donde había visto la habitación azul, pero ya había cambiado a una imagen diferente.

    Max y Antonio intercambiaron un par de miradas que sólo pude describir como significativas.

    —Antonio, ¿te importaría llevar a nuestro amigo a casa, ya que obviamente no está en condiciones de conducir solo?

    Antonio asintió al pedido de su jefe, enganchó un gran brazo carnoso a mi alrededor y me arrastró mientras los cuatro salíamos del vestíbulo.

    Había dos coches estacionados fuera: la limusina de Max y el Porsche. Max tomó el brazo de Columbine y la condujo a su limusina, donde el conductor esperaba con la puerta ya abierta. Ella miró vacilante de Max hacia mí, pero a pesar de que Max sonreía con complacencia, había algo en sus ojos que le decía a Columbine que eso no estaba abierto a debate. Así que ella entró.

    Mientras tanto, Antonio me arrojó al asiento del pasajero del Porsche como un fardo de ropa, dio la vuelta para entrar por el lado del conductor.

    —No tienes ninguna prisa particular por llegar a casa, ¿verdad? - preguntó mientras encendía el motor.

    Sacudí la cabeza débilmente, el movimiento causó que unos trazadores me nublaran la visión y sentiera una sensación de déjá vu claramente inquietante.

* * *

    Me desplomé de nuevo en el sofá de vinilo rojo sangre y dejé caer la cabeza hacia un lado, luego sentí una profunda sensación de alivio cuando la oscuridad se cernió sobre mí.

    ¡CHAS!

    Moví mi cabeza hacia arriba y abrí los ojos para encontrar la mano de Antonio flotando a centímetros de mi cara, sus dedos gruesos y carnosos chasqueaban furiosamente.

    —Mantén tus ojos en el premio, D, - advirtió y apuntó sus dedos medio e índice a sus propios ojos, luego giró la mano para señalar a la rubia que estaba a horcajadas sobre mi regazo.

    —Y cuidado de no derramar tu bebida, hombre. Has estado mamando de ese mismo jodido vaso durante la última hora. Despierta como un cowboy y zúmbate a la suma perra.

    Miré hacia abajo y vi que, de hecho, estaba sosteniendo un vaso en peligro de caerse de mi mano y derramar escocés con hielo derretido por todo el sofá de vinilo.

    Eché mi cabeza hacia atrás y me bebí los últimos restos de agua.

    —Ah, bien, ya tienes las manos libres, - dijo la rubia, que llevaba un vestido blanco como Marilyn Monroe en "The Seven Year Itch". Se bajó de mí y se dio la vuelta, se desabrochó el vestido, permitiendo que la mitad superior cayera suelto hasta su cintura. Mientras se sentaba de nuevo en mi regazo, apretando su trasero contra el duro bulto que me atravesaba los pantalones, agarró mis dos manos y las levantó simultáneamente para cubrir sus senos, que de alguna manera logré sentirlos aún menos naturales que el tinte del pelo. Aunque le di el cincuenta y cincuenta de que el lunar Marilynesco en su mejilla izquierda fuese real.

    Antonio se echó hacia atrás en su asiento con una sonrisa satisfecha, miró el reloj y llamó a una camarera que pasaba para pedir otra ronda.

    Este lugar al que Antonio me había llevado solía ser un restaurante chino a casi media milla de distancia del aeropuerto principal de la ciudad, escondido entre los excesivamente caros hoteles para los negocios. El restaurante en sí lo habían cerrado debido a repetidas violaciones del normativas sanitarias y el edificio había permanecido sin nuevos inquilinos desde entonces. Al menos eso figuraba en el papel.

    Aunque si ibas por detrás después de cierta hora de la noche y llamabas a lo que solía ser la puerta de entrega de la cocina con un patrón específico de golpes, descubrías que, de hecho, se había convertido en una impía triangulación de club de striptease, bar clandestino y burdel.

    Al parecer, Max tuvo la idea de hacerse cargo del espacio vacante cuando el ayuntamiento votó para prohibir que se sirviera alcohol en todos los clubes de striptease legítimos. Esto dio lugar a la doble atrocidad de clubes de striptease y "barras de bikini" secos. Aquellos, a su vez, llevaban a cualquier viajero de negocios respetuoso, despedida de soltero o pervertido con problemas estándar al club subterráneo no regulado de Max. El hecho de que un estatuto contra el vicio lo inspirara a crear un lugar donde un baile de barra podía terminar en plena emisión satisfacía su retorcido sentido del humor interminable, yo estaba seguro.

    De lo que no estaba tan seguro era por qué Antonio me había arrastrado aquí en primer lugar, ya que todo lo que había hecho desde que llegamos había sido empujarme con el dedo, llamarme gay y pontificar sin razón sobre su filosofía personal.

    —¿Ves?, lo que pasa conmigo es que me gusta hacerlo simple, - declaró Antonio entre sorbos de su nueva bebida. —Chicos como tú siempre van corriendo haciendo preguntas, tratando de hacer las cosas más complicadas de lo que deben ser. ¿Y a dónde te lleva al final? ¿Eres más feliz por ello?

    Gire mi cabeza y lo vi mirar su reloj de nuevo. —Yo, por mi parte, necesito muy poco para ser feliz, - continuó. —Una buena bebida, un bistec ocasional, un dulce coñito. De eso se trata la vida.

    La stripper acunó mi barbilla en su mano y echó mi cabeza hacia un lado para que la mirase.

    —Si no paras de mirar a tu amigo me pondré celosa, - me dijo en broma antes de enterrar mi rostro en sus falsas tetas de plástico y deshacer rápidamente mi desinflado dentro de mis pantalones. —¿Quieres ir a una habitación privada donde te distraigas menos?

    Me lanzó un guiño juguetón.

    Antonio negó con la cabeza y tocó la esfera de su reloj. —No, tenemos que ir a un sitio. - Sacó un par de billetes arrugados de sus vaqueros y los deslizó bajo la liga del stripper, luego añadió: —Además, estoy bastante seguro de que es maricón.

    Ella se encogió de hombros y se bajó de mí. —Figúrate.

    Antonio me puso en pie de un tirón y me condujo a través del lúgubre club hasta uno de los tres escenarios largos y ovalados en la planta principal. Nos plantamos en dos taburetes justo al borde del escenario y Antonio sacó un grueso fajo de billetes.

    —¿Y puedo preguntar qué demonios estamos haciendo aquí, o es una pregunta tonta? - Me aventuré.

    —Estoy demostrando una teoría, - respondió oblicuamente. —Así que deja de comportarte como un hada del bosque picha floja y disfruta del puto espectáculo.

    En ese momento, el sistema de sonido activó "Fuck the Pain Away" de los Peaches y dos mujeres subieron al escenario, una en cada extremo. La de nuestro lado llevaba un sujetador morado con cordones, pantalones negros, medias de redecilla y botas de cuero hasta la rodilla. También tenía el pelo largo y morado y una máscarilla negra.

    Antonio me golpeó el pecho con el dorso de la mano como si fuéramos viejos amigos. —Parece que eso ha llamado tu atención.

    De repente me sentí extremadamente incómodo.

    Antonio extendió cinco billetes de veinte dólares frente a nosotros en el escenario, lo que llamó la atención de la stripper y pareció sorprendida de vernos allí sentados.

    Pero me di cuenta de que no era Violet. No tenía ninguna cicatriz en el lado izquierdo de su cuerpo.

    Reluctante, bailó hacia nosotros y Antonio siguió presentando suficiente dinero para que se quedara allí durante el resto de la canción, a pesar de la obvia incertidumbre en el rostro de la bailarina.

    Retorciéndose en el escenario, extendiendo las rodillas y empujando su pelvis hacia nosotros, se quitó lentamente la ropa prenda a prenda hasta que sólo quedó la máscarilla. Pasó sensualmente sus manos por su carne pálida y fantasmal y deslizó dos dedos entre sus brillantes labios rosados.

    Antonio sonrió satisfecho y puso su mano sobre mi hombro mientras la miraba con hambre. Comencé a sentir un nudo de culpa retorciéndose en mis entrañas, pero no podía quitar los ojos de la belleza inmaculada en el escenario.

    La canción se acabó y la stripper estiró la mano para recoger las notas que Antonio había presentado. Al hacerlo, Antonio la agarró rápidamente por la muñeca y le dio un buen y sorprendente tirón.

    —Bueno, ¿qué tal un baile privado, cariño?

    Una inconfundible mirada de miedo brilló en los ojos de la bailarina, pero ella asintió lentamente.

    Antonio insistió en arrastrarme también y ella nos llevó a un pequeño agujero en la parte trasera del club, del tamaño de un vestidor de una tienda de ropa. Cuando Antonio y yo nos sentamos, ella corrió una cortina de terciopelo rojo en la entrada para darnos privacidad.

    —¿Quieres que baile para los dos juntos o uno a la vez?

    —Sólo para mí, - respondió Antonio. —Él sólo está aquí para aprender.

    La stripper se subió a él y comenzó a bailar en el regazo, aún desnuda, excepto por la máscarilla. Ella hizo todo lo que pudo para parecer sexy y excitada, pero estaba casi temblando de miedo, como si se estuviera frotando contra una bomba de relojería.

    —¿Sabes qué hace que los tipos como yo sean diferentes de los tipos como tú?

    Negué con la cabeza, perdido y tratando de no mirar a aquella pobre chica aterrorizada apretando su coño contra el tronco inquietantemente grande en los vaqueros de Antonio.

    —Fe.

    Incluso la stripper hizo una pausa por un segundo para repasar la escena, tratando de procesar si realmente Antonio acababa de decir lo que ella creía haber escuchado.

    —Tengo fe en un poder superior, fe en un gran diseño que es más grande de lo que podría esperar comprender. Y este conocimiento me da libertad porque no tengo que preocuparme por cuestionar cómo encajo en el panorama general, todo lo que lo que tengo que hacer es desempeñar el papel que se me ha asignado.

    La stripper reanudó sus giros, aunque en este punto el miedo en sus ojos fue reemplazado principalmente por una confusión que se asemejaba a la mía.

    —Espera, espera, me resulta problemático ver la conexión entre ser un violento matón de Dylan Maxwell y el plan divino de Dios.

    —Sácala.

    —¿Disculpa?

    Antonio puso los ojos en blanco. —A ti no, a ella.

    La stripper jugueteó con los botones de su bragueta. Me di la vuelta rápidamente para mirar hacia otro lado.

    —¡Hostia puta!

    Antonio me dio una cachetada en la cabeza. —¡No blasfemes!

    —¿Qué coño? - Por un segundo, eché involuntariamente la cabeza atrás para mirarlo y vi a la stripper a horcajadas sobre su muslo izquierdo mientras le besaba el cuello y bombeaba su mano de arriba abajo entre sus piernas. Rápidamente aparté mi cabeza de nuevo.

    Él soltó una risita baja y continuó: —Ya ves, soy como un asesino a sueldo existencial. Cuando la gente se vuelve demasiado abstracta, comienza a cuestionar el orden natural de las cosas, comienza a mirar bajo las piedras que no debe mirar, a perder de vista lo que realmente importa. Ahí es cuando intervengo para volver a ponerlo todo en perspectiva. Me aseguro de que la mierda se vuelva real, muy rápidamente.

    Soltó una serie de gruñidos bajos y ásperos, y pude oír a la stripper bombear su mano más rápido. Oí la fricción de piel seca sobre piel hasta que finalmente Antonio dejó escapar un gemido prolongado y sentí su cuerpo moverse y tensarse en el asiento a mi lado.

    —Jodido infierno, - murmuré, aún apartando la vista.

    La stripper se levantó y comenzó a vestirse.

    —Déja que te ponga un ejemplo, - dijo dándole a mi muslo unas palmaditas.—Digamos que eres una stripper y vas a un local día tras día a quitarte la ropa para horrosos pringados sebosos y darles pajas en un cuartito oscuro. Y comienzas a hacerte preguntas como por qué es el rico y gilipollas dueño del garito quien está ganando toda esta pasta a expensas de todas estas pobres muchachas de la clase trabajadora, cuando son ellas las que se tienen que limpiarse la lechada del pelo todas las noches.

    —Y esa es una pregunta peligrosa porque lleva a otras preguntas: sobre equidad, sobre tu posición en la vida, sobre la explotación de las mujeres. Cosas embriagadoras. Es fácil quedar tan envuelto en esas preguntas que se te olvida al final del día, lo cual en realidad se reduce a la supervivencia, pero cuando pierdes la perspectiva, comienzas a tomar malas decisiones.

    —Decisiones como, por ejemplo, sisar dinero antes de darle a tu rico y gilipollas dueño su parte.

    La stripper de pronto se detuvo en seco, con los dedos congelados en mitad de la acción mientras se ataba el sujetador.

    —Para mí, eso es llanamente tonto, - continuó. —Imagina, tirar por la borda tu imperativo biológico más básico, la supervivencia en sí misma, por alguna noción abstracta e insignificante de Corrección o Justicia. Pues eso es lo que sucede cuando complicas las cosas más de lo necesario.

    Antonio se lanzó hacia adelante como una pantera, saltando de su asiento a una velocidad cegadora y golpeando a la stripper contra la pared, sus enormes y poderosas manos se cerraron alrededor de su garganta en una presa aplastante.

    Observé en aturdido silencio mientras la estrangulaba, luego la dejó derrumbarse como un fardo. La mejilla de la chica aterrizó en el pequeño charco de su sustancia blanca en el suelo con la máscarilla todavía fijada su rostro.

    Mientras tanto, Antonio se quedó sosteniendo su peluca morada, que se había desprendido mientras ella luchaba. Me la arrojó sobre el regazo.

    —Un recuerdo para ti. Algo para frotarte en la cara en esas largas y solitarias noches en las que te masturbas pensando en mí haciéndolo de verdad.

    Miré la peluca sin cuerpo y pasé los dedos por los rizos sintéticos.

    —Maricón, - resopló Antonio.

    Salimos del club sin ser molestados. O bien nadie se había dado cuenta de lo que había pasado, o todos sabían que era mejor dejar estar lo que habían hecho.

    Cuando nos acercamos al Porsche, me arrojó las llaves.

    —Puedes conducirte tu solito a tu puta casa, - dijo.

    En realidad yo no estaba de acuerdo, ya que aún no podía mantener los ojos abiertos. E incluso cuando lo hacía, veía triple como poco. Pero todavía estaba demasiado conmocionado como para intentar protestar siquiera.

    Él continuó hacia un Escalade negro estacionado cerca. Sacudí la cabeza y me cuestioné el resultado de la noche.

    —¿Sabes?, para alguien que dice que le gusta mantener las cosas simples, está claro que tienes una forma opuesta de exponer tu argumento. Todo este montaje me huele a tu jefe. Deberías advertirle de que está empezando a ser transparente.

    Sacó una lengua gruesa de color rosa brillante y la lamió lentamente entre los dientes frontales. —¿Quieres ir al grano? Aquí va: tu trabajo es Lily. Concéntrate en ella: revisa sus archivos, revisa los registros de vigilancia, habla con las personas que la conocieron. Olvídate de McPherson, estás ladrando al árbol equivocado. Mantén tu nariz fuera del negocio de Asterión y, por el amor de Dios, que no vuelva a escuchar las palabras "Habitación 33" salir de tu boca. ¿Es eso lo suficientemente simple para ti?

    Se subió a su coche y yo me metí en el mío, me puse lo más cómodo que pude y me desmayé rápidamente.

Capítulo 22: ¿Cuál es tu Puto Problema?

    A la mañana siguiente me arrastré hasta Abrasax y le pedí a Max que me dejara ver los registros de vigilancia de Lily.

    —Ah, así que supongo que tú y San Antonio habéis tenido una agradable conversación de camino a casa anoche, - se regodeó.

    —Sí, muy agradable, todavía tengo algo de su esperma incrustado en el zapato.

    Max asintió divertido mientras tocaba algo en su teléfono. Un segundo después, sonó mi teléfono. Lo revisé y vi que tenía un mensaje de texto de él, el cual consistía en un código alfanumérico de 13 dígitos.

    —Baja al piso 17, muéstrales ese número de referencia y te prepararán los archivos, - indicó.

    —¿Qué hay de malo en escribirlo en una nota adhesiva?

    Él arrugó la cara. —Agh, el papel es tan bárbaro. También les he enviado un mensaje para que sepan que estás en camino.

* * *

    Me instalé en un puesto privado estrecho con un terminal de ordenador e inicié sesión para extraer los archivos de Lily. Me sorprendió la amplitud de la información recopilada.

    Cada compra con tarjeta de crédito, ya sea en su compañía o tarjeta personal, se remontaba años atrás. Lo mismo para el teléfono, el correo electrónico y los registros de Internet. Un registro compilado del GPS interno de su teléfono móvil y otro de su automóvil mostraba todos y cada uno de sus movimientos. Había vigilancia de vídeo y audio de su hogar y oficina de las últimas dos semanas, presumiblemente cuando Max empezó a sospechar de ella por primera vez.

    Primero vi el video de su casa en la ciudad. Parecía que había dos cámaras en su sala de estar, una en su habitación y otra en la cocina. Al menos tuvieron la decencia de no poner una en el baño.

    Afortunadamente, todas se activaban por movimiento, por lo que únicamente grababan cuando ella estaba en casa. Las reproduje a una velocidad 4x, buscando cualquier cosa que pudiera ser útil.

    Mientras estaba sentado allí, mirando fijamente las imágenes que parpadeaban en la pantalla como un autómata, mi mente divagó. Pensé en Seamus, el vagabundo, que había dicho: "Te ven mientras follas", en el Tren Cercanías, y días después había acabado muerto y enterrado. Anoche pensé en la stripper muerta y en lo triste que parecían los ojos sin vida que asomaban bajo aquella máscara, y por alguna razón, eso me hizo pensar en Columbine y el velo que llevaba la primera vez que nos conocimos. Entonces pensé en Antonio sujetando esa peluca morada y la imagen se transformó en Antonio abrazando a Violet, tomando su cuerpo suave y bien formado en sus brazos y deslizando su polla dentro de ella, e imaginé el coño exactamente como el de la stripper cuando bailaba en el escenario.

    Reduje la velocidad del video a tiempo real. En la pantalla, Lily se desnudaba y sacaba el juguete sexual del cajón de su ropa interior. Ahora estaba recostada en la cama y usándolo.

    Una oleada de sangre corrió hacia mi cara y mi entrepierna simultáneamente, haciendo que mis mejillas se pusieran de color rojo brillante y mi pene se hinchara dentro de mis pantalones. Miré a mi alrededor. No podía ver a nadie dentro o fuera de la cabina en la que estaba. Así que me desabroché los pantalones y comencé a masturbarme.

    En la pantalla, vi la imagen borrosa y pixelada de Lily hundiendo el consolador en sí misma mientras se retorcía en la cama y sacudía las caderas salvajemente. En ese momento me la sacudí furiosamente para alcanzar mi propio orgasmo, sintiendo la semilla brotar en breves y poderosas explosiones.

    Miré hacia el suelo y vi mi semen acumulado exactamente en la misma forma que lo había estado el de Antonio la noche anterior. Al principio esto me sorprendió, pero pronto dio paso a una sensación abrumadora de náuseas.

    «¿Qué coño acabas de hacer?» Me pregunté a mí mismo.

    Mi mirada volvió al video. Lily había guardado el juguete pero sacado algo más. Al forzar mis ojos, pude reconocerlo como la fotografía enmarcada de Max. Y por el suave movimiento de su cabeza, me di cuenta de que estaba llorando.

    De repente me sentí sucio, como si mi piel estuviese cubierta por una capa invisible de densa mugre que no importaba cuánto me frotara, ya no se despegaría.

    Joder, necesito tomar un poco de aire...

    Después de fumar un cigarrillo en el balcón de fumadores del piso 17, regresé a mi cabina y descubrí que alguien había entrado mientras yo estaba fuera y limpiado el suelo con una fregona. Intenté no pensar en las implicaciones de aquello.

    Continué revisando los registros, pero no pude concentrarme en el trabajo; mi mente seguía vagando. No estaba seguro de si todavía estaba alterado por la mezcla de pastillas para el dolor con alcohol, o si era un efecto secundario de todos los golpes en la cabeza que había estado recibiendo, o tal vez incluso la tensión mental de la épica jodidez de las últimas dos semanas. En cualquier caso, por alguna razón me sentí disociado, como si no tuviera el control real de mis propias acciones, como si hubiera cortado la conexión entre mi cuerpo y mi mente. Era como un fantasma que observaba mi propio cuerpo, como un observador pasivo viendo todo aquello en una pantalla desde otro lugar.

    Me pregunté incluso si había llegado a masturbarme allí en aquella cabina. Parecía difícil de creer, y ciertamente era mucho más conveniente decirme que solo lo había imaginado. Después de todo, no había evidencia física de que hubiera sucedido.

    Miré fijamente la pantalla, que contenía líneas y líneas de entradas de datos, coordenadas y marcas de tiempo enviadas desde el GPS del coche de Lily. Mis ojos se desenfocaron y los personajes se volvieron borrosos en una capa de píxeles rojos, azules y verdes.

    Me froté los ojos, maldiciendo la futilidad de mi tarea antes de sumergirme de nuevo en ella.

    Entonces, sorprendentemente, noté algo interesante.

    Todos los días de la semana pasada, se detenían en el mismo punto en su camino a casa desde el trabajo. Era una desviación de su ruta normal.

    El terminal no estaba conectado a Internet, así que saqué mi propio móvil y busqué las coordenadas en Google Maps. Era un punto en el paso elevado de la Autovía Serra donde cruza la Autopista 77, no lejos del puente de Guadalupe. Normalmente, el Puente del Milenio habría sido la forma más rápida para que ella llegara a su casa al lado oeste del centro. Tomar el puente de Guadalupe era un desvío de al menos quince minutos, por lo que debí de haber alguna razón detrás de ello.

    Pensé si valía la pena salir a dar una vuelta por ahí.

    Joder, necesito tomar un poco de aire, pensé y me detuve brevemente para preguntarme por qué me sonaba familiar.

    En mi camino a los ascensores, me encontré con la asistente de Max. Me pregunté cuánto tiempo había estado esperándome y si sabía lo que había hecho dentro de la cabina. Luego me pregunté si había sido ella quien la había limpiado. «Esto es ridículo», me dije a mí mismo mientras la imaginaba con las manos y las rodillas en el suelo, desnuda salvo por un par de guantes de vinilo y una redecilla, frotando el suelo con una esponja y un balde de agua con jabón.

    «¿Cuál es tu puto problema?», grité en mi cabeza, o tal vez a mi cabeza.

    —El Sr. Maxwell me pidió que le diera esto, - me dijo ella al entregarme una tarjeta brillante como la que me había dado Columbine para la fiesta laberíntica. —Dijo que se lo enviaría por correo electrónico, pero luego pensó que tal vez apreciaría la sensación del papel. No estoy segura de lo que significa eso.

    Examiné la tarjeta. Un lado era rojo con letras negras que decían:

    SOCIEDAD HIGHWATER

    ANIVERSARIO DE CORONACIÓN

    BAILE DE MÁSCARAS

    Sábado 20 de marzo, 9:00 p. m.

    Sólo con Invitación

    Disfraces obligatorios

    Era para mañana por la noche. Parecía intrigante, pero estaba un poco harto de los disfraces. Giré la tarjeta. El reverso estaba impreso en blanco sobre blanco. La sostuve en ángulo para que la luz captara la tinta y revelara el mensaje:

    TE ESTÁN MINTIENDO...

    CONFÍA EN NOSOTROS

Capítulo 23: Puestas de Sol, Espejos y Convenientes Ilusiones

    —Sí, supongo que iré, - dije por teléfono. —Es que no estoy seguro de todo este asunto del disfraz.

    —Argh, ¿por qué siempre eres tan soso? - respondió Columbine. —Ten un poco de imaginación. Seguro que eres el típico tío al que le gusta resaltar todos los espejos y cables en un espectáculo de magia.

    —Por supuesto, a menos que una vaca amargada empiece inevitablemente a mugir que estoy estropeando el programa de sus mocosos amiguitos.

    Eso la hizo reír. —De todos modos, quiero pasar un buen rato esta noche. ¿Vienes a buscarme?

    —No, ya te lo he dicho, estoy siguiendo una pista sobre Lily. Y por la forma en que se ha ido todo a la mierda últimamente, quiero que te mantengas alejada de mí por un tiempo. No quiero ser responsable si te sucede algo.

    —Buuu, - se burló ella en respuesta.

    —Escucha, ya casi he llegado allí, tengo que irme.

    —Está bien, pero al menos ven a verme mañana antes de la fiesta, podemos ir juntos.

    —Claro, - coincidí antes de colgar y parar el Porsche.

    El sol ya se estaba poniendo cuando estacioné en el arcén del paso elevado. Salí del coche y me paré exactamente en el lugar donde Lily lo hacía según el GPS de su teléfono. Estaba en el arcén occidental de la autopista, mirando hacia el sol, que ya desaparecía detrás de la cordillera Dientes Torcidos del valle. Me preguntaba si esa era la razón por la que Lily se había detenido aquí después del trabajo, para ver esa magnífica vista del crepúsculo. Luego miré los coches que pasaban zumbando por la Autopista 77 y los seguí mientras cruzaban el puente de Guadalupe sobre San Hermes y desaparecían en la distancia.

    Llegó el crepúsculo y vi que puntitos de fuegos se encendían en la orilla este, marcando el barrio de chabolas que comenzaba debajo del puente y se extendía hacia el Norte, río arriba.

    Pensé en que cada una de esos fuegos representaba a un grupo de personas reunidas en busca de calor, personas que habían caído por las grietas y habían desaparecido de la sociedad. La gente que el resto de la ciudad prefería ver sin nombre, sin rostro, anónima. Me imaginé cómo sería terminar allí, lo fácil que sería perder tu propio sentido del yo, tu identidad, lo fácil que sería ser olvidado.

    De repente sentí un magnetismo fuerte e irresistible que me atrajo hacia allí y me hacía señas. Y de alguna manera, supe con absoluta certeza que Lily estaba allí.

    El río San Hermes desciende desde las montañas por el noreste del valle y se abre paso a través del centro de nuestra ciudad.

    El parque del río San Hermes es en realidad una serie de parques más pequeños, un tramo largo y estrecho de espacio abierto preservado que sigue ambas orillas durante kilómetros, comenzando desde el viejo puente de Guadalupe que conecta la zona industrial del norte con la ciudad propiamente dicha, y abarcando todo más allá del nuevo Puente del Milenio que acababa de construirse antes del cambio de siglo.

    La extensión del parque varía desde pequeños jardines públicos no más anchos que una manzana urbana hasta un área de diez millas de ancho que rodea el Barranco Hermosa, configurada para campamentos, rutas de senderismo, escalada en roca y rafting.

    El Barranco Hermosa es el corazón del parque, donde la gente va a jugar, a escapar, a enamorarse. El Puente del Milenio era su cara, el punto más visible para los residentes de la ciudad propiamente dicha, el nuevo y brillante monumento que se imprimía en postales y folletos de viaje como un homenaje al progreso. Y eso hacía del Puente Guadalupe su agujero del culo. Estaba allí y cumplía una función, pero era feo y maloliente, y la mayoría de las personas preferiría no pensar demasiado en él.

    El barrio de chabolas, siguiendo la metáfora, era la porquería que defecaba el puente. Consistía en un par de cientos de chozas improvisadas hechas de chatarra, madera vieja, cartón, lonas de plástico y cualquier otra cosa que pudiese saquearse.

    La mayoría de las personas que vivían junto al río eran indocumentados, en su mayoría recién llegados que no tenían familia local y no habían podido establecer ninguna conexión para tener un lugar donde quedarse. Luego, por supuesto, tenía a sus drogadictos y alcohólicos que habían sido despedidos de los refugios y no podían continuar usándolos; sus fugitivos, sus locos de todo tipo sacados a la calle cuando el Condado de Salud Mental cerró la mitad de sus camas, y finalmente otras personas diversas que, por cualquier razón, encontraron el valor de vivir fuera de la red: personas que se escondían, personas que no tenían a dónde ir y personas que se alimentaban de las carcasas de los débiles.

    Pasé por una puerta de armario con espejo remodelada como la pared de la cabaña de alguien y pude ver mi reflejo. El cristal estaba roto en un intrincado patrón de tela de araña en la esquina superior izquierda, pero aparte de eso, estaba en muy buenas condiciones. Me detuve por un minuto para mirarme y me molestó lo bien que mi aspecto me fundía con los alrededores.

    No me había afeitado desde antes de ser secuestrado, mi ducha de esta mañana había sido, como mucho, superficial, y no había tenido la oportunidad de lavar la ropa. Por lo tanto, llevaba durante días el mismo abrigo andrajoso y vaqueros rasgados. Si a eso le añadía la cara llena de cicatrices y puntos, pensarías que me había caracterizado a propósito para camuflarme de vagabundo.

    Entonces, de repente, apareció una cara de perfil en el cristal roto. Era la de Lily. Ella estaba hablando con una mujer latinoamericana de piel oscura a unos veinte metros detrás de mí. Me di la vuelta y encontré a la otra mujer cocinando un animal no identificable en un asador sobre un fuego en un tambor de metal, pero Lily no estaba a la vista.

    Corrí hacia la mujer y le grité: —¿Adónde ha ido esa mujer con la que estabas hablando, la pelirroja?

    Ella me miró en silencio, mitad por falta de comprensión, mitad por pánico causado por mi frenético estado.

    Lo intenté nuevamente en español, —¿Adó... nde se fue la pelirroja?

    Extendió la mano para señalar a la derecha y yo salí corriendo.

    Moviendo mis piernas lo más rápido que pude, me abrí paso entre la densa multitud. De vez en cuando veía fugazmente destellos de ella, destellos de su vivo cabello rojo que destacaba contra el monótono entorno, pero ella siempre aparecía justo al límiite de mi vista, siempre doblaba la siguiente esquina, siempre un paso por delante de mí..

    La perseguí a través de la azarosa y laberíntica disposición del barrio de chabolas por un camino que se retorcía y doblaba sobre sí mismo. Pronto sentí que llevaba corriendo kilómetros y kilómetros, pero no podía estar seguro de no haber ido en círculos.

    Entonces, justo cuando sentí que mis piernas estaban a punto de ceder, la volví a ver, más cerca de lo que había aparecido antes. Me lancé con renovado vigor y corrí a través de un pequeño grupo de jornaleros migrantes. Pero cuando los atravesé, vi que mi objetivo era en realidad sólo el reflejo de Lily en un espejo. Escaneé el área, pero no pude encontrarla por ningún lado. Noté a una mujer delgada y enfermiza con cabello de lino y vi que el reflejo era suyo, y que el brillo de un fuego cercano estaba haciendo que su cabello pareciese rojo en el espejo.

    La mujer se dio cuenta de mi mirada y me lanzó una expresión agria. Era difícil medir su edad; daba la impresión de ser alguien muy joven, pero envejecida prematuramente debido a una vida dura. Su piel gris cenicienta había perdido todo el brillo y frescura de la juventud, y sus ojos se hundían profundamente en negras cuencas oscuras.

    Llevaba una blusa sin mangas y una falda de mezclilla hecha jirones. Imaginé que ella pensaba que mostrar tanta piel resultaba sexy en cierto modo, pero en ella inducía lástima más que cualquier otra cosa. Estaba tan demacrada que se podía ver los huesos sobresaliendo grotescamente de su piel, haciendo que su cuerpo pareciese frágil y quebradizo, como si un fuerte viento pudiese derribarla con fuerza suficiente para romperle todos los huesos en el impacto. Sus brazos y piernas estaban llenos de marcas de arañazos y agujeros de aguja, muchos de los cuales se habían infectado.

    —¿Qué estás mirando? - exigió ella con una voz mucho más ronca y rasgada de lo que me esperaba.

    Abrí la boca para intentar explicarme de alguna manera, pero decidí que no valía la pena. Así que me encogí de hombros y estaba a punto de darme la vuelta cuando una voz familiar gritó: —¡Estás aquí, Claire!

    Violet se acercó a la mujer, esta Claire, e intentó arroparla con una manta de lana, pero fue rechazada.

    —¿Por qué huiste así? - preguntó ella sin darse cuenta todavía de mi presencia.

    Claire respondió: —Porque no hay nada más que decir. Hemos terminado, déjalo.

    Violet estaba a punto de responder, pero finalmente me vio por el rabillo del ojo. Me miró una segunda vez, incrédula. —¿D? ¿Qué haces tú aquí? - Hizo una pausa y me miró más de cerca, incapaz de evitar que su labio superior se curvara de asco. —¿Y qué te ha pasado en la cara?

    Me rasqué la cabeza. —Um, es una larga historia.

    Violet movió sus ojos de un lado a otro entre los dos, tratando de decidir quién era la causa perdida y quién valía la pena intentar salvar todavía.

    Entonces Claire tomó la decisión por ella.

    —No tengo tiempo para esto. Tengo que ir a ganar algo de dinero, - dijo y se abrió paso a nuestro lado. Se dirigió a un grupo de cuatro trabajadores migrantes que estaban en cuclillas en un círculo, jugando a las cartas. Se arrodilló junto a ellos y trató de entablar una conversación con una mezcla de roto español y torpes intentos de seducción, pasando torpemente los dedos por su cabello y enganchándolos en los nudos enredados, colocando su mano en el brazo de un hombre pero sin ser capaz de evitar los temblores.

    —Jesús, - murmuré, —¿la gente de verdad paga por ella? O sea, en serio, entiendo que sea duro ser pobre y estar solo en un país extranjero, desconectado de tu esposa durante meses, incapaz de hablar el idioma, seguro que uno estaría desesperado. ¿Pero ella? Sería como follarse la lista de Schindler.

    Violet me miró con los ojos muy abiertos de incredulidad, e hice una nota mental para seguir trabajando en todo eso de pensar antes de decir mierdas en voz alta.

    —Dios, D, nunca me había dado cuenta de que eras un gilipollas tan increíblemente cruel.

    —Mira, - traté de retractarme. —Sólo he dicho que ya que voy a pagar, sería un poco más exigente con la mercancía. Mierda, no quise decir mercancía... seguro que es una chica muy agradable y un verdadero ser humano con sentimientos y todo eso, pero joder, parece el puto Skeletor. Mierda, no... perdona. Lo que quiero decir simplemente es que no es mi tipo. Me van las curvas, como las tuyas, prefiero pagar por ti antes que por ella. No es que te esté llamando puta ni diga que acudiría a una, solo digo que me acostaría contigo sin importar el día. No, espera..., oye, para ser justos, la gente suele darse cuenta de que soy un gilipollas de inmediato. así que no puedes echarme en cara no haberte dado cuenta hasta ahora.

    «¡Cierra. El. Pico. Ahora. Mismo. Jodido. Idiota!

    Violet parpadeó en silencio.

    —Asumiré que lo que sea que te haya hecho eso en la cara también te ha causado daño cerebral y trataré de olvidar los últimos treinta segundos.

    —Gracias.

    —Ahora, ¿quieres dar un paseo para poder explicarme lo que estás haciendo aquí?

    Caminamos hacia el Norte siguiendo la orilla del río, saliendo del barrio de chabolas y disfrutando de la tranquila serenidad del parque por la noche. Le expliqué brevemente que había tenido el presentimiento de que Lily estaba escondida allí y había ido a buscarla. Luego le hablé de la doble paliza que había recibido: la primera cuando me secuestraron en el avión y la segunda propinada por la seguridad de Asterión. Me debatí entre contarle o no mi viaje al club de striptease anoche con su esposo, pero decidí no hacerlo, no podía estar seguro de mis propios motivos.

    Ella suavizó su actitud hacia mí, pero todavía había una distancia entre nosotros, no estábamos conectando como lo habíamos hecho antes. Me pregunté si era mi alocado parloteo lo que le hizo darse cuenta de que yo era un cerdo horrible e insensible, o si era porque de repente me parecía a Quasimodo y ya no había la misma chispa física.

    En un momento durante nuestra caminata, me acerqué para oler su perfume sin pensar que se daría cuenta, pero resultó que se volvió hacia mí en el momento equivocado. Ella pensó que me estaba inclinando para un beso y retrocedió bruscamente. Me di cuenta por sus ojos de que se arrepintió al instante, pero ninguno de los dos dijo nada. Simplemente actuamos como si no hubiera sucedido.

    —¿Y quién es Claire, cómo es que la conoces? - le pregunté.

    —Se alojaba en el refugio donde trabajo durante un tiempo. Es una buena chica, pero ha tenido problemas: una familia pobre de seis hijos, un padre borracho y abusivo, un par de hermanos mayores que abusaron de ella, una historia de adicción. Pero ella es una luchadora, y en realidad pensé que iba a enmendarse. Luego, el refugio descubrió que estaba consumiendo drogas de nuevo, así que la echaron. Los convencí para que le dieran una segunda oportunidad, pero habría tenido que volver a rehabilitación y demostrar que podía mantenerse limpia. Vine aquí para decirle eso, pero ella no lo hará. Tiene ese extraño orgullo que sienten algunas personas, del tipo que les hace tener tanto miedo al fracaso que ni siquiera quieren intentarlo, de esa manera siempre tienen esa excusa, no es que no puedan hacerlo, simplemente eligen no hacerlo.

    Ni siquiera supe qué decir, así que, por una vez tuve el buen sentido de permanecer en silencio.

    —Sabes, - añadió, —solo tiene dieciséis años, dentro de dos meses.

    —Cristo, - le dije, —yo le había echado al menos diez años más.

    Violet asintió con la cabeza.

    —Debe de ser un trabajo duro, - continué. —Quiero decir, todos los que conoces están en el fondo. Sería difícil evitar que te arrastraran también. Tendrías que asegurarte de tomar el aire de vez en cuando para no olvidar lo agradable que es es sentir un poco de sol en la cara.

    —No todo es pesimismo, - objetó. —Conoces a personas realmente inspiradoras con historias increíbles de coraje, perseverancia y redención. Esa es la cuestión, debes recordar que todo el mundo es una persona viva que respira con sus propias historias y sus propios sueños. Con demasiada frecuencia, los que están en el fondo son descartados, escondidos en algún rincón y olvidados. Los lugares como el barrio pobre existen porque es más conveniente para las personas en el poder esconder del resto de nosotros a los que están luchando. Pero todo es humo y espejos, como magia escénica. En realidad no se han ido a ninguna parte, pero crees que han desaparecido porque eso es lo que quieres creer. Es como la puesta de sol, no deja de existir después de caer debajo del horizonte.

    Mis ojos se dirigieron hacia un puente en la distancia, el que las viejas vías del tren solían cruzar. Pensé haber visto un par de figuras paradas sobre él, dejando caer algo a un lado, pero parpadeé y desaparecieron.

    —Creo que la teoría cuántica podría diferir contigo, - respondí deteniéndome para mirarla. —Pero entiendo lo que dices. Es solo que... no menosprecies demasiado a las personas por creer en lo que es más fácil. Creo que a veces necesitamos aferrarnos a algunas ilusiones convenientes solo para seguir adelante. Quiero decir, no quiero ser un capullo ni nada, pero ¿te has mirado en el espejo? Estás casada con un matón asesino con un agujero negro donde debería estar su conciencia.

    «Mierda. ¿Acabo de decir eso?»

    Violet, milagrosamente, no me abofeteó. No gritó. Pero devolvió el mordisco.

    —Eso es verdad. Pero, ¿eres tú mejor? Cortejando a una chica que acabas de conocer a pesar del hecho de que está claro que no está disponible. De alguna manera te convences de que, a pesar de su marido asesino y matón, estás seguro de que ella es realmente una chica dulce e inocente de corazón, y tiene que ser un error que haya terminado con él. Manteniendo la esperanza de que algún día se dé cuenta de que lo que quiere es un tipo agradable y sensible que ella puede llevar a casa con mami, y de alguna manera eso la llevará al gilipollas arrogante, egoísta y misógino con una astilla en el hombro y graves problemas sobre su propia masculinidad que la ha estado pisando los talones.

    —Touché, - le dije con una sonrisa y di un paso más cerca de ella. Luego pasé un brazo por su cintura y la acerqué más a mí.

    —No puedes hablar en serio, - protestó ella sonriendo mientras yo apretaba mi cuerpo contra el de ella.

    —Muy en serio. Y me has entendido mal, - le respondí. —Lo que realmente estoy pensando es: Si esta chica está lo suficientemente jodida de la cabeza como para andar con ese psicópata inestable, entonces ESTE psicópata inestable puede subir hasta su ventana.

    Ella levantó la cabeza para encontrarse con mi mirada, nuestros labios a escasos centímetros de distancia. —Como si tuvieses alguna posibilidad de subir hasta mi ventana. Eres horrososo como el pecado ahora.

    Se apartó de mí, y sus labios gloriosamente llenos y hermosos se curvaron en una sonrisa triunfante. Luego se giró y se alejó.

    —Oh, vamos, tiene que haber alguna posibilidad, - la llamé mientras me reía a carcajadas. —¿Ni siquiera un poco?

    —Ni aunque me pagases, - respondió ella, sus palabras resonaron en voz alta durante toda la noche.

Capítulo 24: ¿No Ha Pasado Esto Ya?

    Cuando fui a recoger a Columbine para la fiesta, noté con cierto alivio que aunque el Volvo de Violet estaba aparcado delante, el Escalade de Antonio no estaba a la vista.

    Llamé al timbre y respondió Violet con una larga peluca de viuda negra y un disfraz de Vampira que parecía estar a solo unos segundos de caerse.

    —Bonito disfraz, - me dijo.

    —No llevo ninguno, - le respondí.

    —Ya me he dado cuenta.

    Sonreí y señalé a su pecho. —Si no tienes cuidado, pronto tú tampoco.

    —No te preocupes, - se rió. —Las chicas están pegadas de forma segura en su sitio.

    —Qué lástima, - le dije mientras ella me conducía.

    —Col está en su habitación preparándose, la primera puerta a la derecha. Estaba pensando que todos podríamos ir juntos en el mismo coche.

    Gruñí asintiendo antes de caminar por el pasillo y llamar a la puerta de Columbine.

    —Adelante.

    Entré y la encontré sentada frente a un tocador poniéndose maquillaje. Llevaba un vestido tubular verde brillante.

    —Oh, no, no, no, - declaró tan pronto como vio mi reflejo en el espejo. —No te saldrás con la tuya sin llevar un disfraz.

    —Este es mi disfraz, - protesté mientras tomaba asiento en su cama, junto a una peluca rubia y un par de alas de hadas con lentejuelas. Luego pateé mi pierna y señalé el Chuck Taylor All-Star rojo en mi pie. —Mira.

    Columbine se echó a reír, pero luego negó con la cabeza y me hizo un rotundo pulgar hacia abajo.

    —Sin embargo, le encantará.

    —Por supuesto que lo hará, - coincidió ella y se puso de pie. —Ayúdame a ponerme eso.

    Levanté las alas mientras ella deslizaba sus brazos a través de las correas y las aseguraba a su espalda. Luego añadió la peluca.

    —Tal vez debería haber ido de Peter Pan, - le dije.

    —Eso definitivamente hubiera sido apropiado.

    Tan pronto como regresamos a la sala de estar, Violet asomó la cabeza desde su taller y nos indicó que nos acercaramos.

    —Oye, tengo algo para que te pongas de disfraz.

    Bajamos los escalones para encontrarla de pie en medio de la habitación, sosteniendo algo escondido detrás de su espalda.

    —Estuve pensando en el disfraz perfecto para ti, - dijo. —Y hay algo que necesitas desesperadamente para mejorar tu apariencia. - Levantó las manos para mostrar lo que sostenía: —Una máscara.

    —Gracias, eso de verdad ayuda con mi autoestima, - le dije mientras le quitaba la máscara y sentía el frío y pesado metal. Era como la de mi sueño: grotesca con forúnculos y una nariz larga y torcida. Dos cintas multicolores colgaban a ambos lados.

    Me la puse y Violet me rodeó para atar las cintas.

    —Míralo de esta manera, - intervino Columbine amablemente, —Sería peor si la gente te viera la cara y pensara que ya llevas una máscara. Como si fueses un tipo asqueroso de La Noche De Los Muertos Vivientes o algo así.

    Violet me trajo un espejo de mano para ver cómo me quedaba. Resultaba extraño lo mucho que se parecía a mi sueño. Solté una leve carcajada, que sonó pequeña y mecánica al reverberar dentro de la máscara, recordándome al sonido de un viejo proyector de cine.

    —¿La hiciste tú? - le pregunté.

    —Sí, hace un tiempo. Es algo que tenía por ahí.

    Escaneé el taller para examinar la variedad de herramientas y suministros que había reunido: pinturas y lienzos, grandes trozos de arcilla para esculpir, herramientas para trabajar el metal, un mini horno, chapa, un medio maniquí con prótesis de látex añadidas a su cara como una película, maquillaje, un gran estante de especias cargado con varios productos químicos corrosivos para Dios sabía qué. Incluso tenía un par de bañeras preparadas con pulpa y agua; parecía que estaba haciendo su propio papel casero.

    —Pues sí que te mantienes ocupada, - le dije.

    Justo en ese momento, escuchamos a un coche detenerse fuera y, segundos después, San Antonio apareció por la puerta. Llevaba lo que supuse era un traje de Minotauro compuesto por dos cuernos de metal gigantes que brotaban de su cabeza y un grueso anillo de latón que colgaba del cartílago entre sus fosas nasales. Tenía el torso desnudo, mostrando su tatuaje del sagrado corazón. Sólo llevaba un par de pantalones cortos de cuero muy ajustados y botas hasta la rodilla.

    —¿Estamos listos para irnos? - nos preguntó a los tres.

    —Preparados, - respondí.

    Claramente recordaba haber llegado a la fiesta en el Escalade de Antonio. Las cosas se volvían borrosas a partir de ahí.

    Nos detuvimos frente a un enorme behemoth blanco art déco gigante. Lo reconocí de inmediato; A menudo lo había visto desde lejos, la mayoría de las veces desde la Línea Verde del Tren de Cercanías que recorría la mediana elevada de la Autopista 77. Siempre había asumido que era un Templo Mormón o algo así.

    —¿Qué es este lugar? - pregunté.

    —Es el Edificio Highwater, - explicó Columbine. —Aquí es donde se reúnen.

    Salimos y entregamos el coche al aparcacoches, luego subimos por una enorme escalera de mármol blanco a un conjunto de tres grandes puertas dobles arqueadas con forma de iglesia.

    Las puertas se abrían a un amplio vestíbulo decorado con rojos y dorados. Directamente delante de nosotros había un conjunto de tres escalones cortos de al menos 10 metros de ancho que conducían a una gran entrada enmarcada a cada lado por cortinas rojas gigantes, abiertas para revelar el salón de baile. La arquitectura era muy Gaudiesca con líneas onduladas y arcos, dándole una sensación muy esquelética, como si entrara en el cadáver de un gran Leviatán. La mayor parte del suelo, e incluso parches en las paredes, estaban llenos de mosaicos hechos con azulejos rotos.

    A cada lado de nosotros había un conjunto de escaleras que conducían a un entresuelo, que tenía tres puertas cerradas de forma idéntica: una roja, una blanca y una negra.

    Los cuatro nos dirigimos al salón de baile, que ya estaba abarrotado de gente con disfraces que iban desde lo adornado hasta lo juguetón y lo risueño. En el centro de la sala había una plataforma elevada con un trío de jazz compuesto por piano, guitarra acústica y contrabajo, cada miembro vestido de blanco y tocando estándares instrumentales. Un equipo de servidores se deslizaba alrededor y entre la multitud de juerguistas, cada uno vestido con un esmoquin y una máscara de metal sin rasgos, exactamente como la que había usado mi interrogador.

    Indiqué a uno de los servidores con una bandeja de copas de vino que se acercara y, después de asegurarme de que eran gratuitos, enganché cuatro. Violet y Antonio aceptaron uno cada uno, Columbine rechazó el suyo y yo drené los dos restantes en unos tres segundos.

    —Supongo que no te importa el reloj esta noche, - dijo Violet.

    —Por el contrario, así es como trabajo mejor, - respondí.

    Antonio chocó copas poniendo una mano sobre mi hombro y en el culo de Violet con la otra. —Bueno, ¿qué va primero, entonces? ¿Relacionarse, comer algo o dirigirse directamente a la pista de baile?

    —Baño, - dijo Columbine resueltamente.

    —Bueno, pues vamos, - respondió Antonio y comenzó a caminar, manteniendo su mano firmemente agarrada al perfecto trasero de su esposa.

    Columbine deslizó su brazo alrededor del mío y nos indicó que los siguiéramos.

    —¿Todos tenemos que ir al baño juntos? - Pregunté realmente confundido.

    Ella dio una carcajada. —No seas tan provinciano.

* * *

    Columbine inhaló con fuerza por la nariz mientras barría con la cabeza la tapa del tanque del inodoro.

    —¡Hostia, la Virgen, qué suave! - exclamó al volverse a levantar.

    —No blasfemes, - dijo Antonio y vertió un poco más de polvo blanco sobre el pequeño espejo de mano sobre el tanque del inodoro.

    Columbine me entregó la pequeña cañita de plástico. Antonio terminó de esculpir las líneas, y yo me acerqué y tomé mi dosis.

    —Jesucristo, yuppies y cocaína, ¿se puede ser más cliché? - Pregunté antes de pasarle la cañita a Violet.

    —He dicho que no blasfemes, - repitió Antonio.

    —¿Sabes?, nunca sé si tratas ser gracioso cuando dices eso.

    Después de salir del baño, nos dirigimos a la mesa de aperitivos. Los otros tres comenzaron a elegir entre las diversas ofrendas, pero yo no tenía muchas ganas de comer. Antonio y Violet comenzaron a alimentarse uno al otro con hojaldres y brie en croute, y eso me quitó el apetito del todo.

    En el escenario, el trío había pasado de canciones instrumentales a vocales. Estaban en medio de una canción que reconocí pero que no pude identificar. Tenía un alegre ritmo staccato de guitarra, sobre el cual el pianista cantaba con una voz ronca y bañada en whisky:

    Reza por ti, reza por mí, cántalo como una canción,

    La vida es corta, pero por la gracia de Dios, la noche es larga.

    —Joder, ¿quién canta esta canción? - No le pregunté a nadie en particular.

    —Ese tipo, - respondió Columbine señalando al pianista.

    Violet estalló en risas incontrolables, y Col y yo simultáneamente nos dimos la vuelta para ver que había derramado un poco de caviar sobre su escote y que Antonio se había inclinado juguetonamente para lamerlo.

    —¿No ha pasado esto ya? - Susurró Columbine.

    Agarré dos copas de vino y las vacié en rápida sucesión.

    —Supongo que no te importa el reloj esta noche, - dijo Violet.

    —Así es como trabajo mejor, - murmuré bruscamente en respuesta.

    —¿No ha pasado esto ya? - repitió Columbine y se rió levemente.

    Tenía razón, había algo familiar en aquel momento, pero no pude ubicarlo. Mi cabeza comenzó a girar y todo lo sentía fragmentado.

    Levanté mi vaso vacío y miré el interior.

    —Jesús, ¿alguien me está poniendo algo en el vino? No creo que la cocaína haga esto, - murmuré mientras me alejaba de los otros tres.

    Terminé volviendo al baño. San Antonio me había regalado una bolsita de plástico. No estaba del todo seguro de cuándo había sucedido eso. Pero el caso es que ahora la tenía y estaba sacando con la llave del Porsche montoncitos de polvo blanco y esnifándolos directamente de las ranuras.

    —Te aseguro, - le dije al hombre de la cabina de al lado, —que la profesión no ha sido la misma desde que Thompson se suicidó. Fue el último de los titanes. Ya nadie tiene pelotas. Me refiero al "periodista integrado"... ¿qué coño es esto?

    Metí la mano en los bolsillos para sacar mis cigarrillos, pero busqué a tientas y el paquete se me cayó en el inodoro. —¡Cabronazo! - grité

    El hombre en el puesto de al lado mantuvo nuestra conversación, sin inmutarse por mi arrebato, —El problema es que ya no hay nada oculto, así que no hay nada real de lo que informar. Todo está a la vista. La gente todavía engaña, roba, apuñala por la espalda e incluso mata para avanzar, pero ahora lo harán en vivo en la televisión en horario estelar. Todo el mundo odia los escándalos: el Watergate, Irán-Contra, trabajos forzados en la oficina oval. Es demasiado complicado mantener un nivel tan alto de indignación indefinidamente. Se produce fatiga y se vuelve más fácil mirar hacia otro lado. Siempre y cuando no nos lastime personalmente, ya nada es impactante.

    —Mierda, tienes razón, - dije tomando otra dosis de mi llave. —¿Qué estoy haciendo con mi vida? Estoy atrapado en una profesión muerta. Tengo que salir de este baño y hacer algo por mí mismo.

    Regresé a la plataforma de la banda, esperando encontrar a Columbine y los demás, pero no estaban allí. Decidí encender un cigarrillo mientras esperaba que volvieran.

    —Espera, ¿no ha sucedido esto ya? ¿Fue antes de tirarlos al baño? - murmuré a nadie en particular, mi pitillo encendido rebotaba entre mis labios. Un camarero con una máscara gris se acercó y me pidió que apagara el pitillo. Lo apagué en uno de los vasos de su bandeja, luego agarré a otros dos vasos y los vacié en rápida sucesión.

    Las luces se atenuaron y un foco cayó sobre la plataforma, iluminando a una mujer con voluminoso cabello rubio y vestido ceñido de lentejuelas rojas que se aferraba a su cuerpo alto y esbelto.

    El piano comenzó la introducción de Superstar de los Carpenters. Después se le unió el resto de la banda y la mujer comenzó a cantar.

    Y me di cuenta de que no era una mujer.

    Su voz era leve y suave, casi susurrante, pero aún así grave. Me quedé allí, paralizado, y lo vi actuar.

    Casi a la mitad de la canción por fin lo reconocí: era Max.

* * *

    Max y yo caminamos juntos por la fiesta. Seguía de drag queen y trataba de explicar su teoría sobre el último episodio de Twin Peaks. Involucraba algo relacionado con el tiempo tomando forma física como una banda de Möbius, solo que la forma existía en una dimensión diferente que no podíamos ver, del mismo modo en que una esfera existe en una dimensión que no tiene un círculo.

    —O bien es a la realidad como lo es una tira de Möbius a la figura de un ocho dibujada en un trozo de papel, esa es la forma del tiempo para una banda de Möbius. Tetradimensional.

    —¿Qué coño me estás contando? - Exigí mientras apuraba otra copa de vino.

    —Te estoy diciendo el modo en que el último episodio podría haber tenido lugar veinticinco años antes del sueño que Cooper tuvo al comienzo de la primera temporada.

    Pasamos junto a Violet y Antonio. Estaban apretados contra una pared en un abrazo, alimentándose entremeses mutuamente. Una cucharada de caviar goteó de una galleta sobre el escote de Violet y Antonio se inclinó para lamerlo.

    —Esperar, ¿qué? - Dije, apartándome la vista de ellos y volviendo a Max.

    —Mira, ¿alguna vez has visto la versión larga del episodio piloto?

    Me senté junto a Max en un sofá de terciopelo rojo. La sala estaba tenuemente iluminada por un trío de candelabros en la pared. Una mujer hermosa con sujetador negro y medias caminó hacia nosotros lenta y seductoramente. Tenía el pelo largo negro azabache y piel moka clara. Su rostro estaba oscurecido por una máscara gris como los servidores de abajo, excepto que la de ella era una media máscara que exponíia sus labios rojos de rubí.

    Max se volvió para mirarme con una sonrisa de complicidad.

    —Espera, esto aún no ha pasado, - le dije.

    —¿Qué es lo que no ha pasado? - preguntó la rubia de fresa a mi lado.

    —No lo sé, estoy empezando a ponerme un poco espeso, - respondí.

    Ella negó con la cabeza.—No deberías haber bebido tanto antes de bajar aquí. Tal vez deberías quedarte atrás; puede volverse bastante peligroso.

    Estábamos sentados en un subsótano debajo del Edificio Highwater. Estaba lleno de cajas y contenedores de metal. Éramos poco más de una docena, pero todos nos habíamos dividido en grupos más pequeños para socializar mientras esperábamos a que comenzara el juego.

    Mi camarilla consistía en la rubia fresa, que era de mi edad, y otro hombre de treinta y tantos años. Ella era la jefa de asuntos gubernamentales en Abrasax y él dirigía I + D para Inspiratech. Ambos eran miembros portadores de tarjetas de la Sociedad Highwater.

    Ambos parecían deportistas y estaban vestidos como si se fueran de excursión o a escalar rocas o algo así. La mujer llevaba una camiseta sin mangas y pantalones cargo, mientras que el hombre llevaba un chaleco antibalas sobre una camiseta y pantalones de camuflaje. Ambos llevaban mochilas cargadas con equipo serio para exteriores: linternas, cuerdas, mosquetones, poleas...

    —No puede echarse atrás ahora, - respondió el hombre negando con la cabeza. —Especialmente en su primera vez.

    La mujer había entablado conversación porque pensaba que yo era alguien que ella conocía del instituto. Aunque rápidamente descubrimos que estaba equivocada, aún así me invitó a quedarme y hablar con ellos.

    Decidí aceptar la oferta. Sinceramente porque ella era la mujer más atractiva en mi campo de visión inmediato. No era exactamente mi tipo, pero era atractiva de todos modos: una chica del tipo alegre con grandes ojos verdes, una cara de muñeca de porcelana y un par de tetas un poco demasiado grandes para su delgada figura.

    Mi apreciación de esta última característica no pasó desapercibida por su compañero, quien periódicamente me pillaba mirando y respondía acercándose a ella como marcando territorio. Cuando él hacía esto, ella esperaraba el tiempo suficiente para no ser grosera, y ella misma daba un par de pasos para restablecer la distancia entre ellos. Lo tomé menos como una señal de su disponibilidad y más como una señal hacia el hombre sobre sus límites personales.

    —¿Estás nervioso? - me preguntó el hombre.

    Negué con la cabeza. —¿Debería estarlo?

    Me sonrió y se encogió de hombros. —Supongo que ya veremos.

    —¿Recuerdas lo nervioso que estabas en tu primera vez? - bromeó la mujer hacia el hombre. —Pensé que te ibas a cagar encima.

    El hombre se echó a reír y me explicó: —Un colega del trabajo, en realidad era más como mi mentor, me convenció de comenzar a jugar como una oportunidad para establecer contactos. Lo siguiente que supe es que eran las dos de la mañana y Max me estaba enseñando a robar en un banco.

    —Realmente no es tan difícil una vez que te acostumbras, - intervino la mujer.

    —¿Por qué Dylan Maxwell necesita saber cómo robar un banco? - le pregunté. —No necesita el dinero.

    —Era parte del juego, - respondió el hombre arrastrando y anunciando en exceso cada palabra para indicar que la respuesta debería haber sido obvia para mí. —El objetivo era ver quién podía encontrar lo más interesante en una caja de seguridad. El tipo que ganó encontró un corazón humano real; había sido tratado, o como se diga, para preservarlo, pero Max lo revisó y verificó que era legítimo.

    Unos minutos más tarde, se abrió una puerta de escotilla en el suelo y Max salió de la abertura. —Estamos listos para empezar, - anunció. —Bajad.

    Uno por uno, descendimos dentro de la escotilla por una escalera, lo que nos llevó a una habitación decadente que parecía haber sido la cámara acorazada de un banco. Max nos condujo fuera de la cámara a otra habitación, que de hecho podría haber sido el vestíbulo de un banco, pero parecía construido en el siglo XIX y se había dejado pudrir desde entonces.

    Lo cual, como explicó Max, en realidad era intencionado.

    —Esta ciudad se fundó por primera vez a la sombra de las estribaciones orientales, - dijo. —Era solo una parada en el camino hacia las minas de oro en el Norte, un lugar para hombres que buscaban fortuna para reabastecerse y refrescarse. Las tiendas de suministros mineros, los bancos y los corredores de oro hicieron muy buenos negocios, pero a los bares y a las casas de putas les fue mejor.

    Caminamos por el vestíbulo del banco y salimos por la antaño puerta de entrada que se abría a un gran túnel sobre una base reforzada de hormigón. La longitud del túnel estaba jalonada a ambos lados por los restos de las fachadas de los viejos edificios. Justo delante del banco había una tienda con un cartel de madera pintado que rezaba: "Tienda General De McPherson".

    —Esto solía ser Main Street, - continuó Max.—Mirad, el terremoto de 1906 causó un deslizamiento de tierra que enterró el casco antiguo. Aunque para entonces los empresarios más poderosos de la ciudad ya se habían percatado del verdadero valor de este valle, donde prácticamente crecía cualquier cosa en su suelo, por lo que simplemente reconstruyeron el ciudad en la cima de las ruinas.

    —En los años cincuenta, durante la guerra fría, la ciudad comenzó a buscar lugares para la construcción de refugios subterráneos en caso de ataque nuclear. Descubrieron los restos del casco antiguo y decidieron preservarlos como lugar histórico. Ahora existe como un laberinto, una serie de túneles subterráneos que conectan los viejos edificios. La idea era hacerlos seguros para que los turistas pudiesen caminar, pero la financiación se agotó y el proyecto nunca se completó. Estos túneles serpentean por debajo, por encima y a través de los viejos edificios en un intrincado laberinto con una longitud total de más de cincuenta kilómetros, si se colocan de extremo a extremo. Los edificios tienen varias habitaciones, algunos tienen varias plantas, sótanos y todos se encuentran en un peligroso estado de deterioro- añadió con una sonrisa traviesa.

    Buscó en su bolsillo y sacó una cajita roja de metal. —En algún lugar de las ruinas del casco antiguo hay una caja oculta exactamente como esta. Esta está vacía, pero la otra contiene algo muy valioso. Encontradla y os podréis quedar con ella.

    Volví arriba hacia el Edificio Highwater deambulando por un laberinto de pasillos desconocidos. Estaba buscando el baño otra vez, pero debí de haber hecho algún giro equivocado en alguna parte porque me perdí completamente.

    Doblé una esquina y vi uno de los servidores enmascarados.

    —Oye, ¿sabes qué camino lleva al salón principal? - le pregunté.

    —Claro, - dijo acercándose a mí. —Pero primero, tienes que decirme dónde escondiste la Llave Ariadna.

    La voz era inconfundible. Este era el mismo hombre que me había interrogado con el Táser. Me di la vuelta para correr, pero él ya estaba encima de mí antes de recorrer un metro.

    —¿Todavía no estás listo para hablar? - dijo mientras sentía una cuchilla fría presionar la carne de mi cuello. —Mira hacia adelante.

    Inexplicablemente, levanté la vista y obedecí. Justo delante de nosotros, pintado en la pared, estaba el símbolo del globo coronado de la Sociedad Highwater. Se movía y brillaba como pintado con mercurio y tenía un efecto hipnótico en mí.

    Me sentí caer en un trance, sólo interrumpido cuando me empujaron desde atrás. Me volví para ver a Violet y a mi asaltante luchando en el suelo, cada uno trataba de apoderarse de una daga. Metí la mano en mi bolsillo y saqué mi navaja. Luego la clavé en la base del cuello del hombre.

    Dejó escapar un agónico grito y envió la parte posterior de su puño volando hacia mi nariz, aturdiéndome. Derribó a Violet y salió escopetado doblando una esquina hacia un pasillo adyecente. Intentamos perseguirlo, pero para cuando nos recuperamos y llegamos a la esquina, se había ido sin dejar rastro.

    —Venga, vamos a salir a por un poco de aire fresco, - me dijo Violet.

    La seguí de regreso al otro lado.

    —Qué suerte que pasaras, - dije aún conmocionado.

    —No fue suerte del todo, - dijo. —Resulta que tenías razón.

    La miré inquisitivamente.

    —Se me están empezando a salir, - explicó sonriendo mientras ajustaba su vestido alrededor de su escote. —Me dirigía al baño para arreglarme.

    —¿Al baño se iba por ahí? - le pregunté.

    —Sí, estabas justo fuera cuando te encontré, - dijo.

    —He estado muy confundido esta noche, - le respondí.

* * *

    —No te preocupes, - dijo Columbine con su cara a escasos centímetros de la mía. —Alguien ha metido algo en tus bebidas. Trataban de desorientarte para poder sacarte información. Te molestará un poco la cabeza, pero deberías estar bien mañana por la mañana.

    Se dio la vuelta y regresó a los brazos del joven que yacía a su lado, a quien había estado abrazando.

    Me puse en pie y me encontré en una gran sala abierta iluminada solo por luces negras y luz de las estrellas que entraban desde los enormes techos de cristal del techo. Todas las paredes eran espejos.

    El suelo estaba cubierto de mantas, almohadas y cojines, encima de los cuales las parejas y, a veces, grupos se acostaban y se abrazaban. Todos estaban completamente vestidos, y no había ninguna actividad sexual evidente. Ni siquiera había besos. Sólo eran personas abrazándose.

    Caminé cuidadosamente entre los cuerpos hasta que encontré a la rubia de fresa del subsuelo con sus brazos envueltos alrededor de una mujer de cabello oscuro que no reconocí. Estaba detrás de la otra mujer, acunando su cuerpo contra el suyo.

    Me acosté detrás de ella en la misma posición, presionando mi pelvis contra su trasero. —Felicidades, - dije.

    Ella miró por encima del hombro y me lanzó una sonrisa. —Gracias.

    —Bueno, ¿qué te han dado por ganar?

    Ella negó con la cabeza juguetonamente, —Sabes que no puedo decirte eso.

    —Creo que tendré que ganar alguna vez para descubrirlo, - respondí.

    —Algún día. Pero no esperes que suceda de inmediato. Estas personas se toman las competiciones en serio, y esta era tu primera vez después de todo.

    Asentí y tras una pausa agregué: —¿Sabes?, no me has dicho cómo fue tu primer juego.

    Giró la cabeza hacia atrás para mirar hacia adelante, apartando la vista de mí. —Bueno, veamos, - comenzó. —Me uní cuando tenía dieciséis años. Mi padre ya era miembro y pensó que sería bueno para mí. La primera noche que salí con Max, solo éramos un puñado de gente, como seis o siete, todas mujeres. Max nos ayudó a ponernos unos horribles disfraces, grandes pelucas y maquillaje de mala calidad, estampado de leopardo y corsés y faldas de cuero. Luego nos llevó al extremo norte del parque de San Hermes a altas horas de la noche sin nada más que la ropa puesta. Nos soltó con todos los traficantes de drogas, vagabundos, drogadictos, prostitutas... Y nos dijo que el que hubiera ganado más dinero al amanecer sería el ganador.

    —Yo fui quien perdió aquella noche. No gané ni un sólo centavo. Quería jugar, pensé que podía, e incluso encontré a un hombre. Me subí a su coche y él condujo calle abajo y aparcó en el estacionamiento vacío de un instituto. Paró el coche y no dijo nada, solo se desabrochó el cinturón de seguridad, reclinó su asiento y se desabrochó la bragueta. Luego me miró con la cara más desagradable que he visto nunca, todavía puedo verla hasta el día de hoy, y me di cuenta de que no se trataba de sexo con él, no se trataba de correrse. Se odiaba a sí mismo por ser feo, por ser viejo, por ser gordo, por ser demasiado gilipollas para que una mujer lo aguantara voluntariamente. Y me odiaba por ser joven y hermosa, me odiaba por hacerle desearme. Y esta era su forma de vengarse, subordinándome a él, bajándome a su nivel. De alguna manera, mirándolo en el coche con su asqueroso miembro asomando fuera de los pantalones abiertos, supe que todo aquello era real y me sentí enferma. Abrí la puerta del coche y salí corriendo tan rápido como pude, corrí así como una docena de manzanas antes de colapsar finalmente, y me sentí mareada. Traté de vomitar para ver si me ayudaba, pero solo pude dar secas arcadas. Entonces volví al parque y esperé a que amaneciera y le conté a Max lo sucedido. Y entonces, perdí.

    —Una semana después, mi padre perdió el trabajo. Max filtró al periódico que había estado manteniendo a una amante que ganaba un salario de $ 500.000 al año de su compañía como "asesora", a pesar de que ella no había pisado el edificio y apenas hablaba una palabra de inglés. También había estado usando su cuenta de gastos para irse con ella al extranjero de vacaciones bajo el pretexto de una investigación de mercado. Dos días después de que saliera a la luz todo aquello, se suicidó. Mi madre y yo lo perdimos todo y terminamos en las calles. En lugar de irme a una universidad de la Ivy League, tuve que quedarme con ella y conseguir dos trabajos para entrar en la universidad comunitaria. Fue duro, pero terminé mi licenciatura en la Uni del Estado y conseguí una beca para hacer un Master en Stanford. El día que me gradué, Max vino a verme y me dijo que él nunca hacía daño a las personas que perdían en sus juegos. Simplemente los probaba, les mostraba quiénes eran en realidad. Le dije que yo ya lo sabía y entonces me ofreció un trabajo.

    En ese momento, sentí un extraño anhelo que no pude explicar. Por alguna razón, me encontré deseando haber sido la persona que ella creía que yo era esa noche, su amigo del instituto. Realmente no sabía qué hacer, qué decir o incluso cómo sentirme sobre lo que me acababa de contar. Me sentía inquieto, como si tuviese que hacer algo, lo que fuese. Así que, por supuesto, hice lo más estúpido posible.

    Incliné mi cabeza hacia adelante y presioné mis labios en el lado de su cuello, besando su piel suavemente.

    Inmediatamente sentí su cuerpo tensarse, así que me alejé. Nos quedamos quietos durante otro incómodo silencio.

    —Por favor, vete, - me dijo.

    Me puse de pie y vi a Max parado al otro lado de la habitación, apoyado casualmente contra la pared del fondo. Me acerqué hasta él.

    —Fiestas de Abrazos. Se están volviendo cada vez más populares entre los jóvenes profesionales, - explicó. —Las personas están tan alienadas, tan envueltas en sus trabajos, en la tecnología, en las comodidades, que incluso los actos más simples de afecto humano se vuelven salaces. Tenemos que programar todo contacto humano, anotarlo en su calendario y tratarlo de modo tan anónimo como la cita con una prostituta, como otra transacción o negocio, solo otra reunión más que celebrar o otra cita que mantener. La nuestra es una generación tan castrada que ni siquiera podemos soportar una orgía adecuada.

    —Me está volviendo loco, sinceramente, - le dije.—Supongo que soy un anticuado. Necesito algo más visceral.

    —Afortunadamente, creo que también puedo arreglar eso.

    Nos sentamos en un sofá de terciopelo rojo.

    Una mujer hermosa con un corsé negro y medias caminaba hacia nosotros lenta y seductoramente. Tenía el pelo largo negro azabache y piel moka clara. Su rostro estaba oscurecido por una máscara gris como los servidores de abajo, excepto que la de ella era una media máscara, exponiendo sus labios rojos de rubí.

    Max se volvió para mirarme con una sonrisa de complicidad.

    —Mierda, todo está funcionando como la cara B de Abbey Road.

    —Cállate y disfruta de esto, - dijo Max, sacudiendo la cabeza. —¿Te ayudaría si la hiciera ponerse una peluca morada?

    La mujer se arrodilló entre mis piernas y comenzó a abrir la cremallera de mis pantalones. Se inclinó hacia delante y enterró la cara en mi regazo.

    Puse los ojos en blanco y saboreé la sensación. Luego los abrí de nuevo cuando sentí la mano de Max en mi barbilla. Deslizó sus dedos hacia el lado izquierdo de mi mandíbula y giró mi cabeza hacia la derecha, hacia él. Lo dejé controlar mis movimientos y separé mis labios mientras se inclinaba para presionar los suyos contra los míos.

* * *

    Me desperté en una cama desconocida en una habitación desconocida. El sol brillaba a través de una ventana abierta. Estaba envuelto en sábanas de seda negra y acunando a Max, quien todavía seguía dormido. Los dos estábamos desnudos.

    Extendí la mano y lo toqué como si necesitara probarme a mí mismo que era real. Él resopló y se dio la vuelta, flotando a medio camino entre la vigilia y el sueño, y luego murmuró algo que sonó como: —¿No ha pasado esto ya?

Capítulo 25: Lo Que Más Quieras

    —¿Sigues teniendo esos sueños? - me preguntó Max mientras tomaba un sorbo de su té.

    Estábamos sentados en su cama, desnudos y vagamente envueltos en sábanas.

    —No, dejé de tenerlos más o menos cuando te conocí, - le respondí disfrutando del calor de mi propia taza en las manos. Era una taza de piedra de estilo japonés, áspera al tacto, con pequeñas flores de loto pintadas a los lados.

    Max me miró de reojo. —Yo sí, - dijo y agotó el resto de su té.

    Se puso de pie y se acercó a su armario, dándome la espalda mientras se ponía un kimono de seda japonés rojo y negro. —¿Ya has descubierto por qué los estabas teniendo?

    —No, - respondí levantándome de la cama y buscando mi ropa sin éxito.

    El asintió. Su comportamiento era más moderado, más serio de lo que lo había visto antes. No lo envolvía todo con su habitual ironía forzada. Honestamente, resultaba un poco inquietante.

    —¿Sabes?, cuando me dijiste por primera vez que estabas teniendo ese sueño, pensé que había una explicación dolorosamente obvia, - dijo.

    —¿Cuál?

    —Bueno, sabías dónde estaba escondido su cuerpo. Lógicamente, solo hay dos formas de saberlo: o bien la encontraste allí o bien fuiste tú quien la puso allí. - Soltó una risa seca y amarga. —La primera vez que la sacaste a colación, pensé que estabas confesando.

    —Espera, ¿pensaste que la había matado yo?

    Se rio de nuevo. —Sí. En realidad, tenía mucho sentido para mí en ese momento. Pensé que dado que eras un periodista que investigaba mis actividades, habías descubierto cierta información perjudicial sobre mí en el proceso. No habría sido la primera vez. Tu amigo Cobb tropezó con la misma información a su vez. De todos modos, parecía deducirse que eras un probable sospechoso de ser mi chantajista. Entonces, cuando mencionaste por primera vez que el cuerpo de Jacinta estaba en mi avión, mi suposición natural fue que intentabas que supiera que eras mi adversario y que no tenías miedo de que conociera tu identidad.

    Me reí. No sabía cómo reaccionar, así que solo me reí.

    Max se unió.

    Bajamos juntos por la escalera de caracol a su sala de estar. Era una vasta decoración abierta al mismo estilo minimalista que su oficina. Las paredes estaban completamente desnudas, desprovistas de fotos, obras de arte o toques personales. Había unos pocos sofás blancos, todos impecablemente limpios, intercalados con mesitas laterales negras y mesitas de café. Todo estaba distribuido en un patrón geométrico preciso y, aunque obviamente tenía la intención de entretener a los invitados, toda la habitación despedía una sensación fría y antiséptica.

    No podía decidir si él prefería un entorno tan escueto para evitar traicionarse psicológicamente, o si legítimamente no tenía alma.

    Cuando salí de la escalera, encontramos a Columbine tendida en uno de los sofás, con aspecto abatido y ojos llorosos, como si acabara de despertarse. Inmediatamente lamenté el hecho de no haber podido encontrar mi ropa y vestirme antes de salir de la habitación de Max.

    Ella llevaba una camisa de hombre que le quedaba como un camisón suelto y me tomó un segundo reconocerla como mía. —Lo siento, - dijo al notar que estaba mirando la camisa. —La encontré en el suelo cuando llegué anoche y me la puse para no tener que dormir con el disfraz.

    Aunque sus ojos traicionaron que sabía que la camisa era mía cuando la recogió y que la había usado como algo más que sólo cubrirse.

    Sin duda, Max también había captado esto. —Bueno, no sé vosotros dos, - dijo jovialmente mientras me daba una palmada en la espalda, —pero a mí me vendría bien un poco más de té.

    Se dirigió a la cocina para preparar algo. Mientras tanto, busqué y encontré mis pantalones.

    —He perdido el teléfono móvil, - dije mientras me los ponía y palpaba los bolsillos, principalmente para llenar el incómodo silencio.

    —No lo he visto, - respondió Columbine. —Aunque tus cosas estaban un poco dispersas cuando llegué anoche.

    Asentí y continué buscando alguna forma de hablar en voz baja. —Bueno, ¿cómo terminaste aquí, por cierto? ¿Por qué no volviste a casa de Violet?

    Ella se encogió de hombros. —Lo hice, pero en cuanto llegué me di cuenta de que estaban en la sala de estar, y no quería interrumpir, ya sabes.

    —Espera, ¿qué quieres decir?

    —Quiere decir que estaban en la sala de estar, follando, - intervino Max cuando volvió a entrar con una bandeja con una tetera y tres tazas.

    Sentí un nudo en el estómago al imaginarme a Violet y Antonio juntos. Columbine pareció deleitada al ver mi reacción.

    Max dejó la bandeja en una mesa de café y continuó hablando en un tono ligero y conversacional mientras nos servía. —Te perdiste un buen juego anoche, Col. Llevé a todo el mundo al subterráneo. Incluso D jugó. Por supuesto, una chica lo derrotó, pero al menos jugó.

    Aún tratando de sacudirme la imagen mental de Antonio follándose a Violet de la cabeza, dije: —Eso me recuerda que tenía la intención de pedirte un favor. Quienquiera que fuese el gran perdedor anoche, cuando vayas a arruinar su vida como hiciste con Peterman, ¿puedes al menos darme la primicia?

    Max se rio. —Honestamente, ¿esperas que me quede sentado una semana esperando que tu periódico se imprima? Odio ser el que te diga esto, pero ya no es así como funcionan las noticias. Consíguete un blog y hablaremos.

    Columbine sonrió, tratando de mantener su rostro hacia abajo para que no la viera.

    Max añadió: —Tú no recuerdas mucho de anoche, ¿verdad?

    Negué con la cabeza. —No, y honestamente, probablemente sea mejor así. Solo me gustaría poder recordar lo que hice con el teléfono.

    —Oh, lo perdiste anoche, - respondió Max.

    —Joder, - murmuré. —Jenny regresará hoy y se supone que me llamará más tarde. Tendré que regresar y encontrarlo.

    —Te llevaré, - se ofreció Max. —De todos modos, tengo que ocuparme de algunos asuntos rápidos.

    Regresamos al Edificio Highwater después del desayuno. Cuando entramos, Max explicó que era muy probable que hubiera perdido mi teléfono arriba al final de la velada. —Tú continúa mientras yo me encargo de lo que tengo que hacer abajo. Tu tarjeta de acceso debería poder llevarte a donde necesites ir.

    Así avancé solo hasta el entresuelo y sus tres puertas de colores. Decidí probar primero la del medio, que estaba pintada de blanco. Estaba cerrada, pero noté un lector electrónico de tarjetas al lado. Levanté mi tarjeta hacia el lector y escuché un fuerte clic. Probé la maneta de nuevo y se abrió.

    La puerta conducía a la gran sala con el techo solar y las paredes de espejo donde había estado la "fiesta de los abrazos". Ahora estaba vacía salvo por un pequeño equipo de limpieza, que me dijo que no habían encontrado ningún teléfono perdido.

    Volví al entresuelo y probé la puerta negra siguiente, pero mi tarjeta no la abrió. Pensé que era un poco extraño, teniendo en cuenta lo que Max había dicho, pero me encogí de hombros sin más y probé con la puerta roja. Hizo clic como la primero y giré el pomo.

    Ésta se abrió a un estrecho pasillo con tres puertas más: dos a lo largo de la pared izquierda y la tercera en el otro extremo. La pared derecha estaba hecha de vidrio unidireccional que comunicaba con la habitación con el techo solar.

    Las otras paredes estaban cubiertas de papel tapiz dorado con vagos estampados florales, aunque la alfombra roja oscura tenía un patrón de intrincadas líneas doradas entrelazadas como una cruz celta.

    Escuché sollozos provenientes de la puerta del fondo y avancé silenciosamente por el pasillo para ver qué era. Al abrir despacio la puerta, con cuidado de ser lo más silencioso posible, me asomé.

    Reconocí la habitación con el sofá de terciopelo donde Max me había llevado la noche anterior. Había tres personas dentro. Un hombre estaba parado en la esquina, de espaldas a mí. Estaba inclinado hacia una segunda persona, una mujer, a quien yo tampoco podía ver con claridad, excepto para saber que estaba sentada en una silla y sólo vestía ropa interior. El tercer hombre estaba reclinado en el sofá de terciopelo al otro lado de la habitación. Podía verlo claramente y no tuve problemas para reconocerlo.

    —San Antonio, - le dije al abrir la puerta por completo.

    Se sentó erguido y sonrió ampliamente. —¿Vuelves para admirar tu obra?

    —¿Qué quieres decir?

    Me adentré más en la habitación y obtuve una visión más clara de las otras dos personas. El hombre de pie era el viejo médico que me había atendido en Asterión y su paciente era la mujer enmascarada de anoche. Habían sido golpeada brutalmente, grandes contusiones cubrían su rostro y cuello, su nariz estaba rota y una gran laceración en forma de media luna le dividía la piel alrededor del ojo izquierdo. El doctor estaba ocupado cosiéndola.

    La mujer levantó la vista para verme e inmediatamente comenzó a temblar de terror con los ojos llenos de lágrimas. Me acerqué un paso más y ella saltó de su asiento y gritó incoherentemente en español.

    Detrás de mí, San Antonio se echó a reír.

    —¿Qué coño le ha pasado? - Exigí.

    —Lo hiciste tú, - respondió Antonio.

    —Tonterías, - espeté enojado, sintiendo náuseas.

    La mujer seguía gritando, a pesar de los mejores esfuerzos del médico para calmarla. —Creo que es mejor que te vayas, - me dijo Antonio finalmente por encima del hombro.

    Me di vuelta para irme, pero la puerta estaba cerrada detrás de mí. Pintado en la parte posterior, donde ahora podía verlo, había otro símbolo de globo coronado como el que vi anoche, que brillaba hipnóticamente con extraña pintura metálica. De repente, comencé a tener recuerdos fragmentados.

    Yo estaba encima de esa mujer, empujando violentamente y gruñendo como un animal. Max yacía a nuestro lado, mirándome, bramándome para que lo hiciera más fuerte y más rápido. Bajé la vista hacia el rostro de la mujer, la vi mordiéndose el labio inferior de dolor y noté que la máscara se había resbalado y le tapaba los ojos.

    Agarré la máscara y la lancé lejos revelando su rostro.

    —Hostia puta, - dijo Max. —Es tu hermana.

    —Ella no es mi hermana, - le dije.

    —D, te estás follando a tu hermana, - insistió Max.

    Miré a la mujer y tenía un parecido inquietante.

    —No es ella, - repetí.

    —D, soy yo, - dijo la mujer con su acento español espeso y dulce.

    Max se echó a reír, una risa profunda y resonante que llenó la habitación.

    —¡Cállate! - grité.

    La mujer dijo: —D, soy yo, Jenny.

    Todo se tornó rojo de ira.

    Yo había vuelto al pasillo, caí de rodillas y me doblé para vomitar sobre esa alfombra roja de felpa. Todavía podía escuchar el sonido de la risa de Max. Entonces miré hacia arriba y me di cuenta de él que estaba allí, de pie junto a mí.

    —¿Recuerdas ahora quién perdió el juego? - preguntó. —Tú lo hiciste. Fuiste el último en salir antes de que sellara la escotilla.

    —Me drogaste, - dije débilmente. —No sabía lo que estaba haciendo.

    —Nadie te hizo hacer algo que no quisieras hacer, - respondió Max. —No nos engañemos, ambos sabemos que tienes problemas serios con las mujeres.

    Antonio y el doctor salieron de la habitación para unirse a nosotros. —He hecho todo lo que he podido, - le dijo a Max. —Pero tendrá cicatrices y la nariz no se puede restablecer correctamente.

    Los tres miramos hacia atrás para ver a la mujer parada en la puerta. Pensé, «maldita sea, Max, se parece casi exactamente a Jenny.»

    —Sácala de aquí, - le dijo Max a Antonio.

    —¿Adónde la va a llevar? - Le pregunté mientras veía a Antonio agarrar bruscamente a la chica y arrastrarla por el pasillo.

    —Francamente, no me importa, - respondió Max. —Ya no es buena para mí. ¿Quieres una puta con ese aspecto?

    —Entonces qué, ¿la vas a tirar a la calle como basura? - le grité. —Es un ser humano, por amor de Dios. Y a pesar de todas tus chorradas y tu postureo intelectual, sólo eres un chulo glorificado.

    —Oh, ciertamente no estás en posición de darme lecciones de feminismo, amigo, - respondió Max. —Le doy a las personas lo que quieren: sus sueños, sus fantasías más secretas. No es culpa mía si el mundo está lleno de chicos enfermos atrofiados por la represión sexual.

    Se sentó a mi lado en el suelo y continuó: —D, voy a contarte un pequeño secreto. Lo que les doy a los ganadores de mis juegos es exactamente lo mismo que lo que les doy a los perdedores: les doy lo que más quieren. Si eso es un castigo o una recompensa depende de ellos.

    —Esto no es lo que yo quería, - gruñí en respuesta.

    —A veces, lo que una persona quiere es bueno para ellos, y a veces no lo es. A veces las personas quieren perder. A veces se encuentran en un punto de sus vidas donde necesitan ser castigados, y a mí me alegra castigarlos. A veces eligen enfrentar su adversidad y usarla para animarse a sí mismos a mejorar. Y a veces son más felices simplemente revolcándose como masoquistas en su propia miseria.

    Mi cabeza había dejado de girar y comenzaba a pensar con más claridad. Me senté y apoyé la espalda en la pared. Él apoyó su cabeza sobre mi hombro.

    —No juego basado en el cumplimiento de los deseos. No me interesa el escapismo vacío. Yo le muestro a la gente quiénes son realmente. Purifico las almas humanas en el crisol del dolor y la lucha. Convierto la materia básica en oro. Eso es lo que persigo y de eso se trata la Sociedad Highwater, aunque necesite que se le recuerde de vez en cuando.

    De pronto escuché música sonando y una voz cantando.

    «Probé a llamarte antes, pero perdí el coraje.»

    «Probé con mi imaginación, pero estaba de viaje.»

    Me tomó unos segundos darme cuenta de que venía de los pantalones de Max. Sacó mi teléfono móvil de su bolsillo y miró la pantalla de identificación de llamadas, luego comenzó a reírse.

    —¿Ese es tu tono de llamada para tu hermana? - dijo con diversión. —Ahora se me quedará en la cabeza el resto del día.

    Me arrojó el teléfono, pero la llamada saltó al correo de voz antes de poder responder.

    Cuando salimos del edificio y volvimos al coche, Max cantó una y otra vez: —Ocho, seis, siete, cinco, tres... cero, nue... ve.

Capítulo 26: Me Sentí Bien

    El mensaje de Jenny decía que su avión había aterrizado y que quería invitarme a cenar con ella y con Brad en la casa de James McPherson. Así que, naturalmente, la llamé y le dije que sí.

    También llamé a Columbine para ver si quería acompañarme, pero su respuesta fue un breve "no".

    McPherson vivía en las colinas boscosas en el extremo noroeste del valle. Fue un viaje largo y sinuoso hasta su mansión, pero el Boxster lo manejó bien.

    Llegué unos veinte minutos antes, con la esperanza de tener la oportunidad de hablar con el propio McPherson antes de que llegaran los demás. Cuando entré en la casa, McPherson estaba entrando al vestíbulo desde dentro escoltando a dos hombres: el amigo de Max, Peterman, y mi amigo Brian. No me vieron de inmediato.

    —Todo lo que digo es que no podemos permitirnos subestimarlo, - dijo Peterman, su tono de voz y su lenguaje corporal implicaban que eso era el final de una conversación que no estaba dispuesto a abandonar. —Es peligroso y tarde o temprano todos los miembros de esta organización tendrán que pagar por sus pecados.

    Brian me vio y me lanzó una mirada despectiva. McPherson volvió la cabeza, siguiendo la mirada de Brian.

    —Ah, señor Quetzal, ha llegado temprano, - dijo gregariamente.

    —Espero no interrumpir nada, - respondí.

    —En absoluto, solo estaba despidiendo a mis invitados.

    Los otros dos hombres salieron rápidamente, dejándome solo con McPherson.

    —En realidad estábamos discutiendo sobre su nuevo jefe, - explicó.

    —Eso entendí.

    Me sonrió. —Sí, Max y yo somos buenos amigos desde hace más de una década, pero tiene tendencia a molestar a la gente de la manera equivocada, como estoy seguro de que ha notado.

    Me condujo por un pasillo hasta un conjunto de grandes puertas dobles de roble. Se abrían a su estudio, lo cual era notable por lo atestado que estaba. Una pared entera estaba dominada por estantes de libros sobrecargados. La pared opuesta estaba literalmente cubierta con cuadros enmarcados, premios, declaraciones, recortes de periódicos y otros recuerdos de su vida, todos colgados con escasos centímetros de espacio entre los marcos. Una tercera pared estaba ocupada por dos grandes armarios de curiosidades, uno a cada lado de las puertas dobles que conducían a la habitación, llenos de varios regalos y baratijas.

    El resto de la habitación estaba llena de muebles: sofás, sillas, mesas de café, mesas auxiliares, estanterías cortas, todas caras antigüedades, todas llenas de libros y más baratijas.

    Parecía tener una compulsión neurótica por rodearse de cosas, dando a todo el lugar una sensación casi desesperada. Era casi como si estuviera preocupado, debido a su edad, de que su vida se le resbalara entre los dedos como la arena y tratase de aferrarse a tantos granitos como pudiera.

    Me senté en un sillón frente a su gran escritorio de caoba mientras nos servía una copa de brandy.

    Continué, —Lo que no entiendo es por qué todos lo pusieron al mando, para empezar, si estaban tan preocupados de que fuese un bala perdida. Quiero decir, cualquiera que hable con él más de un par de minutos descubrirá rápidamente que el hardware de Max está mal conectado.

    —¿Qué quieres decir con ponerlo al mando? - me preguntó.

    —¿No dirige él la Sociedad Highwater?

    —Buen señor, no, - se rió McPherson. —No sé lo que te ha dicho, pero hay mucho más en la Sociedad Highwater que los jueguecitos de Max. El hecho es que Max nos hizo un gran favor una vez al ayudarnos a recuperar algo que habíamos perdido, así que le pagamos con una posición mayormente ceremonial, que a cambio él ha logrado convertir en un condenado desastre.

    —¿Y de qué trata en realidad su grupo?

    McPherson se reclinó en su silla y negó con la cabeza. —No es algo que pueda decirte, es algo que sólo puedes aprender por tu propia experiencia. Sin embargo, te diré que nuestra organización se remonta mucho tiempo atrás.

    —¿A cuando su familia se instaló por primera vez en este valle para robarle el dinero a los mineros del oro?

    —Sí, hemos existido en esta ciudad desde su fundación, pero también tenemos antecedentes que se remontan a siglos en el viejo mundo.

    Reprimí una carcajada. —¿Qué sois, los jodidos Illuminati o algo así? ¿Rosacruces? ¿Masones?

    Abrió un cajón en su escritorio y sacó un anillo con el símbolo de la corona y el globo. —¿Me estás diciendo que no sabes lo que significa este signo?

    El símbolo comenzó a brillar como el que había visto la noche anterior, y de pronto escuché un fuerte y penetrante pitido de respuesta junto con el incesante traqueteo mecánico de un proyector de películas. Apreté los dientes e intenté suprimir la cacofonía en mi cabeza.

    —Ahora, no te digo esto para envenenar el pozo de tu relación con tu jefe, - continuó. —Pero si vas a ser parte de nuestra familia ahora, es hora de que comiences a resolver estas cosas.

    —¿Qué quieres decir con parte de la familia? - Pregunté, el ruido iba disminuyendo.

    —Quiero decir exactamente eso. No sólo tu hermana está casada con mi sobrino y heredero, sino que ahora mi hija al parecer ha decidido que el sol sale y se pone en tu cabeza. Eres uno de nosotros.

    —No me he follado a Columbine, - espeté.

    —¿Perdón?

    —Natalie, quiero decir. No somos pareja. O lo que sea. No importa. - «¿De dónde diablos ha sacado esa idea?»

    Una breve mirada de preocupación cruzó por su rostro, pero pronto se convirtió en una sonrisa magnánima. —Sea como fuere, entiendo que has pasado mucho tiempo con ella, - dijo, sorbiendo su brandy. —Por cierto, espero que esté bien; no he tenido la oportunidad de verla en bastante tiempo.

    —Está bien, - le respondí. —De hecho, vino aquí para verte hace unos días, pero te habías ido justo cuando ella llegó. Dijo que ibas con otros hombres en un viejo coche clásico: un Chevy Del Rey azul.

    Lo estudié con atención buscando una reacción. Si estaba sorprendido o nervioso por mi mención del coche azul, su rostro no lo traicionó.

    —¿De verdad? - respondió McPherson, sacudiendo la cabeza. —Bueno, a mi hija le gusta contar historias, así que no me sorprendería que ese pequeño detalle sea uno de sus adornos.

    —Cierto, le gusta contar historias, - le dije y apuré todo el vaso de brandy que había puesto frente a mí. —Supongo que tendré que preguntarle a Antonio al respecto, ya que ese es el hombre con el que el coche azul te llevó a encontrarte.

    De nuevo, sin reacción, ni siquiera un tic en la cara..

    —¿Sabes?, realmente deberías dar sorbos de un licor tan fino, - advirtió.

    Me eché a reír, lo que le hizo arquear una ceja con curiosidad.

    —Lo siento, - me disculpé. —¿Alguna vez has sentido que tu vida es uno de esos viejos dibujos animados en los que vas corriendo en línea recta, pero el mismo escenario de fondo sigue apareciendo cada par de fotogramas?

    —No estoy seguro de seguirte.

    Me encogí de hombros y miré una hilera de fotos enmarcadas sobre el escritorio. Todas eran de Columbine, cada una mostrándola con una edad diferente.

    Recogí la más alejada de mí que la mostraba como una niña sentada en el regazo de una mujer. La imagen se había recortado para centrarse en la niña, por lo que la mayoría de la mujer estaba fuera de cuadro. Solo sus manos y su pecho eran visibles.

    —Bonita foto, - le dije. —¿Quién es la que sostiene?

    —Su madre, - respondió.

    —Pensé que su madre murió durante el parto.

    —No. - McPherson negó con la cabeza y frunció el ceño. —Sin embargo, murió cuando Natalie todavía era muy joven. De hecho, poco después de hacer esta foto. ¿Por qué has dicho que murió durante el parto?

    —Eso es lo que ella me dijo. Pero como has dicho, le gusta embellecer sus historias, - le expliqué. —¿Por qué sacaste a su madre de la toma?

    Se lamió los dientes con desagrado. —Su madre y yo nunca nos casamos. Las cosas no terminaron en buenos términos entre nosotros.

    —¿Qué significa eso?

    McPherson no respondió. Me moví inquieto en la silla, mi paciencia se estaba agotando y al final solté: —Vale, de acuerdo, dejemos de andar pisando huevos sobre el asunto. Déjame preguntarte esto: ¿por qué has estado llamando a Lily Lynch tanto últimamente? ¿Qué historia hay ahí??

    McPherson frunció el ceño pensativamente y juntó las puntas de los dedos, formando una A con las manos. —Lynch... espera, ¿estás hablando de la amiga de Natalie, esa desagradable mujercita que trabaja para Max? No recuerdo haber hablado con ella últimamente y no puedo imaginar por qué debería haberlo hecho.

    La forma en que se hacía el tonto empezaba a ponerme nervioso. Decidí provocarlo un poco. Al inclinarme sobre la mesa de manera conspiratoria, le guiñé un ojo y pregunté: —Te la estabas follando, ¿verdad?

    Sus mejillas brillaron de inmediato de color rosa brillante. —¿Disculpa?

    Levanté las manos como para indicar que no quería hacer daño. —No puedo decir que te culpe. Yo mismo me la he imaginado entre las sábanas una o dos veces. Apuesto a que le gusta brusco, ¿verdad?. Que le tiren del pelo, que la mantengan abajo, tal vez que le abofeteen un poco. Conozco a las de su clase... igual que conozco a los de la tuya. Pero oye, se necesita dos para averiguarlo, ¿verdad? ¿y a quién no le gusta un poco de caña?

    Se puso de pie y se lanzó hacia mí amenazadoramente, golpeando la mesa con las palmas y su rostro enrojecido por la ira. —Escucha, no sé qué tipo de historias te ha contado mi hija sobre mí, pero no soy ninguna clase de monstruo, a pesar de lo que Natalie CREA que le hice o no le hice.

    Al principio lo miré inexpresivamente, confundido, pero luego algo hizo clic en mi cabeza y la animosidad de Columbine hacia su padre tuvo mucho más sentido de repente.

    Entonces, le golpeé.

    Golpeé al bastardo con fuerza y luego le golpeé de nuevo.

    Y me sentí bien.

    McPherson escupió un par de dientes y sangre en el elegante acabado de su escritorio.

    Al salir de la casa, encontré a Jenny y Brad esperando en el salón.

    —¿Qué pasa? - preguntó Jenny mientras se levantaba para recibirme.

    —Acabo de acusar a tu nuevo suegro de estar en connivencia con chantajistas y asesinos. Luego le he saltado un par de dientes por abusar sexualmente de su hija.

    —¿Tú, qué? - gritó Brad.

    —Brad, Jesús, ocúpate de tus propios asuntos, coño, - gruñí mientras me dirigía hacia la puerta.

    Jenny me agarró del brazo. —D, espera.

    Me encogí de hombros. —Jenny, de verdad no estoy de humor para una reprimenda ahora, así que guárdatela.

    Ella me miró con dolor en los ojos. —¿Por qué estás tan decidido a alejar a las pocas personas que quedan que realmente se preocupan por ti?

    —Sabes, esta es la segunda vez esta semana que alguien me pregunta eso. Todavía no tengo una buena respuesta.

Capítulo 27: ¿Habría Supuesto Alguna Diferencia?

    Golpeé de frustración el volante con el puño mientras bajaba la colina, girando a lo largo de la estrecha carretera de montaña, sin estar realmente seguro de hacia dónde me dirigía.

    Cambié la radio a la estación local de la universidad junior. La música era extraña y etérea. Una mujer cantaba letras de una corriente de conciencia surrealista sobre un solo de guitarra acústica que tocaba arpegios repetitivos con sonidos de máquina de escribir de fondo. Era hipnótico e inquietante al mismo tiempo. Pude sentir erizarse los pelos de mis brazos.

    Una magia para pocos elegidos.

    Tan confundido como esclarecido

    Desconocido, un píxel en la pantalla de tu TV

    Dame la verdad y te mostraré cómo mientes

    Dame mentiras y te conoceré a ti mismo

    Un teléfono comenzó a sonar, pero cuando levanté el mío me di cuenta de que era el equivocado. Abrí la guantera para sacar el teléfono de Lily y miré la pantalla del identificador de llamadas, que decía: INICIO.

    Hice clic en el botón verde para responder.

    —Me pregunto si alguna vez he tenido la oportunidad de ser feliz. Si habría tomado diferentes decisiones si no hubiese jodido tanto las cosas, ¿habría supuesto alguna diferencia? Me pregunto si hay otro mundo allá afuera, algún universo alternativo donde termine siendo feliz.

    —¿Quién es? - Pregunté, aunque la voz era inequívocamente la de Lily.

    —Reúnete en mi casa en una hora. Necesito hablar contigo.

    Se cortó la comunicación.

    De repente, un par de luces delanteras parpadearon en mi retrovisor y levanté la vista para ver cómo se acercaban rápidamente. Al principio, el automóvil estaba oscurecido en las tinieblas, pero a medida que se acercaba, lo reconocí como el Chevy azul. El maldito bastardo McPherson me había soltado a su perro.

    Sentí que golpeaba mi parachoques trasero. El coche ahora estaba lo suficientemente cerca como para distinguir la cara rojiza y cicatrizada del conductor en el retrovisor: era el hombre que me había atacado en el avión de Max, el mismo que había conducido a McPherson a encontrarse con Antonio en las tumbas.

    Aceleré, pero el Del Rey mantuvo el ritmo y me tocó dos veces más.

    Se colocó a mi izquierda y comenzó a moverse hacia la derecha, tratando de sacarme del camino. Los dos coches se arañaron cuando intenté acelerar, pero no pude dejarlo atrás. Estaba seguro de que el Porsche podría superarlo, pero no quería arriesgarme a darle gas a toda velocidad por la noche en un camino tan sinuoso.

    Llegamos a una curva cerrada a la izquierda y supe de inmediato que iba demasiado rápido, que lo había presionado demasiado. Giré y las llantas derechas salieron del pavimento. El volante se soltó de mis manos cuando el Porsche se desvió por el terraplén y se estrelló de frente contra un árbol.

    Escuché al Del Rey continuar bajando la montaña, su sonido se desvaneció en la distancia.

    El airbag se había desplegado y me había salvado de cualquier daño real, pero todavía estaba dolorido por el impacto y cubierto de cristales rotos. Salí tambaleándome del Porsche, que estaba siniestro total, y me senté en el suelo de tierra, sintiendo ramas y hojas muertas crujiendo debajo de mí.

    Cuando por fin recuperé el rumbo, llamé a Columbine desde mi teléfono móvil y le expliqué lo sucedido. —¿Puedes echar mano a un coche y recogerme?

    —Estoy un poco liada en este momento. ¿Puedes esperar?

    —No. No tengo tiempo para explicarlo ahora y tengo que ir a un sitio. ¿Crees que podrías enviar a alguien a recogerme?

    —¿Qué tal Violet? - Ofreció Columbine.

    Dudé, pero decidí que en realidad no tenía otra opción. —Bueno.

    Violet se detuvo veinte minutos después. —¿Noche difícil?

    —Lo normal, - respondí mientras me subía a su Volvo.

    Ella me dirigió su dentada sonrisa. Dios, me derretía cada vez que veía esa sonrisa. —Bueno, ¿a dónde nos dirigimos?

    —Casa de Lily.

    Le indiqué que tomara una ruta demasiado complicada, que fuese por calles secundarias y diera vueltas en círculos varias veces para asegurarse de que no nos seguían. En cuanto llegamos, ya había pasado un pelín más de una hora desde que me había llamado Lily originalmente.

    Cuando doblamos la esquina hacia el bloque de Lily, encontramos el Del Rey azul estacionado frente a su edificio. Le dije a Violet que continuara y estacionara a un par de manzanas de distancia. Luego volví a pie, teniendo cuidado de permanecer lo más oculto posible.

    Estaba agachado tras los setos del edificio de al lado cuando vi al conductor del coche azul salir de la puerta de entrada de Lily con una larga gabardina y un sombrero como antes. Me quedé oculto hasta que se marchó, luego corrí hacia el edificio.

    Cuando llegué al apartamento de Lily, la puerta estaba entreabierta. Entré y encendí las luces, encontrándolo vacío. Todo seguía tal como lo recordaba, lo que significaba que estaba completamente destrozado. Decidiendo esperar, me senté en el sofá.

    Diez minutos después, la puerta se abrió y entró Lily. Parecía un vagabundo. Su piel y ropa estaban llenos de tierra, su cabello estaba enredado y enmarañado. Llevaba una camiseta blanca manchada y sucios vaqueros rasgados. Sus pies estaban desnudos, en carne viva y sangrando.

    —Jesucristo, ¿qué te ha pasado?

    Me sonrió y señaló mi cara. —Estaba a punto de preguntarte lo mismo.

    —Oye, sé amable, soy sensible a mi nueva apariencia.

    —No deberías, no es más horrible que la anterior.

    Estaba bien ver que no había perdido su toque.

    —¿Y en serio te escondías en el barrio pobre? - le pregunté.

    —Sí, pensé que era el último lugar en el que alguien pensaría en buscarme. Hasta que, por supuesto, apareciste.

    Se acercó a los restos andrajosos de su sofá, colocó un par de cojines lo mejor que pudo y se dejó caer, saboreando lo que probablemente todavía era el asiento más cómodo que había tenido en toda la semana.

    —¿Para qué necesitabas verme? - le pregunté.

    —¿Por qué no has hecho nada con el paquete que te dio Cobb?

    —No puedo abrir la caja. Me dijo que se abría con la Llave Ariadna, pero aún no he podido encontrarla.

    Lily suspiró y negó con la cabeza. —De verdad no sabes tanto sobre lo que está sucediendo como haces creer a los demás. - La miré sin comprender. —La has estado llevando contigo durante los últimos días. La llave está en mi teléfono.

    Saqué su BlackBerry. —¿Dentro de esto?

    Ella me lo arrebató. Luego abrió el panel posterior y retiró la tarjeta micro-SD.

    —¿Cómo se supone que eso va a abrir la caja?

    —No lo hace. Es una caja de trucos. Presionas ambos extremos a la vez y el cajón se desliza hacia afuera. La Llave Ariadna desbloquea los datos en el interior.

    —Una clave criptográfica, - le dije mientras le quitaba la tarjeta, pensando que probablemente debería haberlo descubierto mucho antes. —¿Y ahora qué?

    —Ahora vamos a buscar el paquete y te mostraré sobre qué has estado sentado toda la semana. Lo enviaremos a todos los periódicos, a la policía y al alcalde. Una vez que la información esté disponible, ya no pueden usarla para chantajear a Max nunca más, y Max no será capaz de hacerme daño.

    —¿Y ya está?, ¿te estás volviendo contra tus conspiradores? - pregunté.

    —Es la única forma en que estaré a salvo, - respondió ella.

    —Está bien, pero primero tendrás que limpiarte. El lugar donde lo tengo escondido es un establecimiento con clase, - le dije.

    —No recibirás ninguna reclamación de mí, - respondió ella. —Una buena ducha tibia suena como el cielo en este momento.

    Lily desapareció en el baño y poco después escuché que comenzaba la ducha. Esto me dejó solo para pensar en lo que acababa de decirme. Era posible que ella estuviera diciendo la verdad, pero, por otro lado, era igualmente posible que me la estuviera jugando para poner sus manos en la caja de Cobb y entregarla a los chantajistas.

    Era lógico, al menos en mi opinión, que si decía la verdad, no importaba si venía conmigo o no siempre que hiciera público cualquier dato que estuviera en esa caja, el resultado sería el mismo de cualquier manera. Ella sólo tenía que venir si planeaba traicionarme.

    Tenía sentido en ese momento, pero teniendo en cuenta lo que sucedió más tarde, nunca pude averiguar cuál fue realmente el caso. Aunque en retrospectiva, he repetido esa misma línea de razonamiento una y otra vez en mi cabeza, pero nunca ha servido de mucho para evitar que me cuestionara si las cosas hubieran sido diferentes esa noche si hubiera confiado en ella.

    Pero en cualquier caso, decidí salir silenciosamente del apartamento, mientras Lily se duchaba, y volví solo al coche de Violet.

    —¿Como ha ido? - dijo al recibirme.

    —Bueno, me vendría bien una copa, - le respondí. —No tienes prisa por llegar a casa, ¿verdad?

Capítulo 28: Dispensador

    Estaba preocupado de que el hombre en el coche azul pudiera habernos seguido de alguna manera después de salir de casa de Lily, así que decidí matar un par de horas en el Casbah con Violet antes de volver a los negocios. Intercambiamos chupitos, tomamos el control de la máquina de discos y bailamos como un par de monos espásticos. No podía recordar la última vez que me había divertido tanto.

    Finalmente decidí que había esperado lo suficiente para proceder sin despertar las sospechas de alguien que pudiera estar observando.

    Violet estaba en medio de un acalorado, aunque balbuceante, debate con la cantinera Maggie sobre los méritos relativos de Steinem contra Paglia o alguna mierda así cuando anuncié abruptamente: —Tengo que cambiar el agua al pájaro. Hey, Mags, ¿se han pasado ya para arreglar esa máquina de condones?

    Las dos mujeres giraron simultáneamente la cabeza para mirarme con incredulidad. —Oh, no creo que tengas que preocuparte por eso esta noche, cariño, - respondió Maggie.

    Me tambaleé hacia el baño, riéndome a gusto. Después de aliviarme en el recipiente de porcelana, me acerqué al dispensador de condones y abrí el frontal con la navaja.

    La caja azul de Cobb estaba oculta en el dispensador de repuestos. Sosteniéndola con cuidado, empujé cada extremo. Un lado saltó hacia atrás, revelando un cajoncito que contienía una unidad de memoria USB. Me la guardé en el bolsillo junto a la tarjeta de memoria de Lily, luego volví a colocar la caja en la máquina de condones y lo cerré todo de nuevo tal como estaba.

    Cuando regresé, Violet ya había recogido su abrigo y su bolso y se apoyaba inestablemente contra la barra.

    —¿Estás lista? - le pregunté. —No creo que estés en condiciones de conducir.

    —Pues conduce tú... - dijo y luego añadió seductoramente, —... hasta tu casa. ¿Han arreglado la máquina?

    —No.

    —Lástima, - respondió ella, luego me agarró por el cuello de la camisa y me atrajo para darme un beso torpe y apasionado.

    Diez minutos más tarde, Violet me presionaba contra la puerta delantera mientras yo extendía el brazo a ciegas detrás de mí con las llaves en la mano, tratando de encontrar el ojo de la cerradura. Violet me tenía rodeado con sus piernas y me besaba con avidez. Finalmente logré abrir la puerta y me trastabillé de espaldas hacia la habitación. La llevé hasta el mostrador de la cocina mientras me lamía el lóbulo de la oreja sin perder ritmo. Luego, mientras la apoyaba, le desabroché la falda y le quité las bragas mientras le besaba el cuello. Dejándome caer de rodillas, levanté su pierna izquierda, lamí subiendo por el cuero de sus botas Docs hasta la rodilla y hasta llegar a la carne suave y cremosa de sus piernas. Planté una serie de besos y mordiscos por la piel de su muslo interno, subiendo poco a poco y disfrutando la forma en que mis labios sentían las cicatrices de sus quemaduras. Por fin llegué a su coño y apoyé su pierna sobre mis hombros mientras ella se inclinaba hacia atrás y se abría extendiendo las piernas.

    Acaricié levemente su vulva con mi lengua durante un rato antes de pasar a lamer rápido y firme, deslizando mi lengua entre sus labios, probando sus jugos y saboreando su aroma. Al principio sentí sus manos corriendo por mi cabello y el suave balanceo de su pelvis mientras su cuerpo respondía a mí y soltaba algunos jadeos suaves y rítmicos. Aunque poco después noté que había dejado de responder.

    Levanté la cabeza para encontrarla derrumbada contra un armario, desmayada. Aquello no hizo mucho por mi ego.

    La llevé a la habitación y la metí en mi cama, luego regresé al salón.

    Acomodándome en mi escritorio, cargué la unidad USB y la tarjeta de memoria en mi ordenador portátil y abrí con éxito el contenido de la unidad: una carpeta etiquetada como "Proyecto Ariadna" que contenía varios archivos diferentes.

    Me llevó unas sólidas cuatro horas repasarlos. En pocas palabras, detallaban una gran operación de contrabando que Max había estado organizando desde su regreso a los Estados Unidos.

    Registros de transacciones financieras con gobiernos extranjeros, mafias rusas y japonesas y una gran cantidad de otros personajes desagradables. Había registros detallados de los envíos que Max había traído a través del puerto en contenedores sin marcar con sellos de aduanas falsificados, incluyendo fechas, horarios, información de los barcos e incluso el contenido de la carga. La mayoría de los envíos eran drogas. El resto se dividía de manera bastante equitativa entre armas y mujeres, estas últimas provenientes de Asia, América Latina y Europa del Este. En total promediaba alrededor de una docena de envíos al año, cada uno minuciosamente detallado y documentado en el archivo.

    «¿Cómo se le ha ocurrido guardar registros de todo esto?», pensé. «¿De verdad creía que nunca los encontrarían?»

    Negando con la cabeza, pero con una gran sonrisa en mi cara, inicié sesión en el tablón de noticias de la página web de Subterráneo de Hormigón. Después de un poco de investigación, encontré el blog que Sharon había creado para mí hacía aproximadamente un año, pero que yo nunca había utilizado. Creé una publicación titulada "La Última Voluntad Y Testamento de Patrick Cobb" y comencé a subir los archivos de la unidad de memoria USB como archivos adjuntos.

    Mientras esperaba a que se transfirieran, volví a mirar los documentos por segunda vez y algo nuevo me llamó la atención. De todos los envíos enumerados, solo había uno que no daba una descripción de la carga. Era uno de los primeros, enviado desde Dubai. Revisé el resto de los archivos. Había otros documentos que hacían referencia a ese envío, pero ninguno decía lo que había en él. No obstante, todos estaban relacionados con la construcción de una unidad especial de almacenamiento subterráneo en Asterión, designada como 33.

    Mi ordenador emitió una fuerte alerta para decirme que la carga se había completado. Luego comprimí los archivos y los envié por correo electrónico a todo aquel que se me ocurrió: el Morning-Star, los principales blogueros de tecnología, el Pistola Humeante, todas las páginas web de izquierdas de mis favoritos, todas las cadenas de TV locales, noticias por cable 24 horas, el alcalde, el gobernador, la dichosa Casa Blanca y, por supuesto, una copia fue para Max.

    Cuando terminé, me recliné en la silla con un cigarrillo y una botella de whisky, mi sensación de presumida autosatisfacción eclipsó la certeza de que casi acababa de firmar mi propia sentencia de muerte. Los primeros rayos de sol apenas comenzaban a fluir a través de las grietas entre mis persianas venecianas, y sabía que sólo era cuestión de tiempo antes de que llamaran a mi puerta.

    Entonces llamaron a mi puerta.

    Salté de la silla y casi salté de mi piel, luego corrí a mirar por la mirilla para ver quién era.

    «Jodido Axelrod»

    Abrí la puerta para encontrar al detective acompañado por dos oficiales uniformados. —Caballeros, qué agradable sorpresa. ¿Puedo ofrecerles un poco de café? ¿O tal vez pelo del perro?

    —No nos vamos a quedar mucho tiempo, - respondió Axelrod. —Ni tú tampoco, por cierto. Te vamos a interrogar por el asesinato de Lilian Lynch.

    Me sorprendió, pero traté de no mostrarlo. «¿De verdad habían matado a Lily?»

    —Me encantaría ayudarle, detective, de verdad que lo haría, pero tengo que ir a trabajar.

    Los ojos de Axelrod se posaron en la botella casi vacía en mi mano. —¿Siempre vas a trabajar borracho?

    —Dedicación al deber, detective. Es lo que diferencia a los grandes hombres como nosotros de la chusma.

    Escuché el crujido de una puerta abriéndose detrás de mí.

    —D, ¿algo va mal? - Preguntó Violet con los ojos enrojecidos y resacosa, vistiendo solo su camiseta sin mangas y completamente desnuda de cintura para abajo.

    «Eso podría haberse cronometrado mejor.»

    Una sonrisa irónica se extendió por los labios de Axelrod. —¿Ella es quien conduce ese Volvo aparcado delante? - Sin esperar una respuesta, instruyó a los otros policías: —Tráiganla también.

Capítulo 29: Fantasmas

    Axelrod colocó una serie de fotografías sobre la mesa de acero frente a mí. La primera mostraba a Lily desnuda y extendida sobre el suelo de la ducha, tumbada en un charco de su propia sangre. La segunda era un primer plano de su rostro sin vida, con los labios ligeramente abiertos y los ojos desorbitados. La tercera era una toma general, mostraba la ducha y las paredes veteadas de sangre roja brillante. Las dos últimas eran primeros planos de las muñecas con grandes cortes irregulares en la piel.

    Tomé la primera y fingí estudiarla de cerca, luego arrugué la cara con una expresión agria. —Jesús, Axelrod, ¿son esto manchas de esperma? ¿Te la machacas con fotos de mujeres desnudas muertas?

    Arrojé la impresión de nuevo a la mesa y sonreí al detective, que estaba recostado en su silla y pasando la lengua por los dientes.

    —Muy gracioso. Tengo un chiste para ti, detenme si crees que lo has oído antes. Un maricón y una puta entran a un bar, pero media hora antes de eso, el mismo maricón entra y sale del apartamento de una mujer muerta justo a la hora estimada de la muerte, caminando frente a las cámaras de vigilancia del vestíbulo.

    —No es muy gracioso, - le respondí. —Quiero decir, el material es bastante bueno, pero la comedia está en cómo contarlo.

    —¿Qué tal este? A principios de esta semana, pillan a un vagabundo orinando en medio de un 7-11 y le dice al oficial durante el arresto que ha visto a un mexicano y a una mujer con cabello púrpura salir de un Volvo azul claro y lanzar un cadáver al río San Hermes. Por supuesto, nadie le hace caso, al menos hasta que encontramos un cadáver varado en la orilla del río.

    —Así que comenzamos a hacer preguntas acerca de este cadáver por si alguien lo ha visto, y resulta que esa misma noche más temprano, lo han visto entrando en el edificio de tu apartamento. Dos cadáveres y eres la última persona que los ha visto vivos.

    Hizo una pausa para ver mi reacción. —¿Qué pasa, D? ¿No hay réplica ingeniosa? ¿No hay vulgaridades de segundo año?

    Me lamí los dientes. —Quiero un abogado, - le dije. —Y una llamada telefónica. Conozco mis derechos. Soy estadounidense, maldita sea, y un estimado miembro del Cuarto Poder.

    De repente llamaron a la puerta de la sala de interrogatorios. Axelrod la abrió y asomó la cabeza fuera. Se produjo un rápido intercambio, pero no pude entender con claridad lo que se decía. Después de unos segundos, Axelrod salió del todo y cerró la puerta tras él.

    Cinco minutos después, la puerta se abrió de nuevo, pero no fue Axelrod quien entró.

    —Bien jugado, D, - aplaudió Max. —Muy bien jugado.

    Agarró el asiento de Axelrod y lo arrastró alrededor de la mesa para sentarse a mi lado. Luego sacó una petaca de su chaqueta y me ofreció un trago.

    —¿Estás aquí para matarme? - pregunté mientras tomaba un trago.

    —Sí. La petaca está envenenada, - respondió.

    Me detuve, luego tomé otro sorbo y se lo devolví. Él echó un saludable trago de ella.

    —Debería matarte, ¿sabes? - continuó. —Le has dado a mi Departamento de Relaciones Públicas una bomba atómica con la que lidiar, y todo el mismo día en que consideraste conveniente privarlos de mi jefa ejecutiva.

    —¿Qué? ¿Crees que yo maté a Lily?

    —¿No lo hiciste? - preguntó.

    Negué con la cabeza. —Mierda, estaba a punto de preguntarte si lo hiciste tú.

    Eso le sacó una sonrisa.

    —Bueno, la policía parece bastante convencida de tu culpabilidad. Después de todo, fuiste la última persona allí anoche, y has estado husmeando recientemente por su apartamento y su oficina. Además, encontraron su teléfono móvil en tu apartamento. Añade a eso el número de públicos intercambios acalorados que teníais vosotros dos y el más reciente de la boda de tu hermana y las cosas no pintan bien para ti, D.

    —Me tendiste una trampa, - escupí. —La mataste y me incriminaste para hacerme caer, hijo de perra.

    —No. Bueno, tal vez sí. Ciertamente tenía la intención de hacerlo. Y parte de la razón por la que te contraté fue para ser un chivo expiatorio fácil si su muerte alguna vez se remontaba hasta mí. Pero, por desgracia, yo no la maté. Otra persona distinta de mí dio el golpe. Y si no fui yo y dices que no fuiste tú, la pregunta es, ¿quién?

    Respiré hondo y asentí. —Tus chantajistas serían la suposición obvia. Lily trabajaba con ellos, como ya sabes, pero cuando se dio cuenta de que ibas tras ella y comenzaste a aumentar la presión, se echó atrás y trató de enmendarlo. Por eso es lógico que sus conspiradores decidieran que era una gran responsabilidad mantenerla con vida. Quiero decir, esto asumiendo que no fui yo. Ni tú.

    —¿Y quiénes son?

    —Bueno, todavía no tengo ningún nombre. Hay dos de ellos que sé con certeza. El primero tiene altura promedio, construcción mediana y usaba una máscara gris cada vez que lo veía, como los que llevan tus servidores. La fiesta de Highwater, sí. Él fue quien me torturó y me atacó luego otra vez el viernes por la noche en la fiesta. Le apuñalé en el cuello con mi navaja.

    —El otro hombre es más bajo y con una complexión más ligera. Tiene una cara muy rojiza con una nariz bulbosa y una cicatriz en la mejilla. Es quien condujo el viejo Chevy Del Rey azul.

    —¿El que dijiste que llevó a McPherson a encontrarse con Antonio?

    Dudé, —Sí, eso es el otro asunto. Todavía no he descubierto de qué iba todo eso, o cómo Antonio encaja en esto, pero en cuanto a McPherson... - me detuve.—El asunto es que estos tipos son buenos, pero son aficionados. El que me interrogó no tenía la menor idea de lo que estaba haciendo. He visto a Antonio en acción, así que sé cómo lo hace un profesional, y estos tipos no dan la talla, así que para que hayan durado tantos asaltos en el cuadriláero contigo, tienen que estar recibiendo ayuda de alguien, alguien con recursos.

    —Ahora bien, McPherson había estado en contacto con Lily antes de que ella desapareciera. Y encontré la huella de su zapato en el apartamento de Lily el día que desapareció. Anoche tuve una conversación con él sobre estas cosas y se puso muy nervioso. Y en cuanto me marché de su casa, este tipo en el coche azul aparece de la nada y me saca de la carretera. Por eso te pregunto, ¿tendría McPherson alguna razón para querer verte caer?

    Max sacó su iPhone y envió un mensaje, manteniendo baja la vista. —Bueno, gracias por eso, D. Obviamente elegí al hombre adecuado para el trabajo. Si alguna vez necesitas una referencia, me alegrará que mi secretaria escriba algunas mentiras halagadoras.

    Se puso en pie para irse.

    —Espera, - le dije. —¿Dónde nos deja eso?

    —Me has mancillado públicamente, D. ¿Dónde crees que nos deja eso? Hemos terminado.

    —¿Qué quieres decir con terminado?

    —Terminado. Cuando salga por esa puerta, será lo último que veas de mí. Me aseguraré de que te liberen, puedo hacer eso a cambio de la información que me has dado. Pero después de hoy, no existimos el uno para el otro.

    —¿Extraños cuando nos encontremos?

    —Ni siquiera eso. Como fantasmas. Si paso junto a ti en la calle, no te veré saludarme ni te escucharé decir hola. En lo que a mí respecta, en realidad no existes.

    —¿Y se supone que debo olvidar todo lo demás?

    —Sí. Olvídate de Lily y de Jacinta Ngo y de Patrick Cobb. Olvídate de mí y de la Sociedad Highwater y de McPherson. Olvídate de los hombres en coches azules. Y, desde luego, olvídate de San Antonio y, si tienes el más mínimo sentido común en ese espeso cráneo tuyo, olvídate también de su esposa.

    

Capítulo 30: La Venganza Es Una Putada

    Max cumplió su promesa y veinte minutos después estaba en la calle de nuevo, preguntándome si realmente podría olvidar todo aquel complicado enredo y fingir que las últimas dos semanas no habían sucedido.

    Al salir de la comisaría, intenté pasar por el despacho de Nick para saludar. Me paré en la puerta abierta de su oficina y golpeé un par de veces en el interior de la jamba. Ni siquiera levantó la vista para reconocer mi presencia, simplemente se quedó encorvado sobre su escritorio, rellenando algunos documentos a mano. Di un par de golpes más, pero tampoco recibí respuesta, así que me quedé allí mirándolo, esperando que se derrumbara. Después de unos cinco minutos, más o menos, me di por vencido y me fui.

    Una vez fuera de la comisaría, me di cuenta de que tenía todo el día para mí, y que no sabía en realidad qué hacer con él. Traté de llamar a Columbine, pensando que sería buena compañía para matar algunas horas, pero no contestó al teléfono.

    Luego pobé con Jenny para ver si podía arreglar las cosas después de lo de anoche, pero ella tampoco respondió. Unos segundos después de colgar su buzón de voz, apareció un mensaje de texto: "Siento que ya no sé quién eres. No me llames, al menos no por un tiempo."

    Aburrido, solitario e inquieto, empecé a caminar.

    Mientras deambulaba sin rumbo por las calles de la ciudad, noté que me seguían al menos dos vehículos diferentes. Uno era un Crown Victoria blanco que me seguía a una distancia indiscreta. El conductor y el pasajero eran obviamente policías; nadie usaba bigotes así salvo policías y estrellas porno de los 70.

    El segundo era una camioneta blanca de Asterión que hacía un mejor trabajo manteniéndose atrás. Lo cual tenía sentido, obviamente Max sólo contrataba a los mejores.

    Eventualmente terminé en la oficina de Subterráneo de Hormigón como guiado por instinto o atraído por alguna poderosa inevitabilidad. No había esperado la conversación que estaba a punto de tener con Sharon, pero sabía que tenía que ocurrir. En realidad no tenía otro lugar a donde ir.

    —Estás tan despedido que ni siquiera puedo describir con palabras lo despedido que estás. Es como si aunque lograras ser recontratado de nuevo, la totalidad del espacio-tiempo se plegara en sí mismo hacia atrás para corregir su curso y asegurarse de que sigues despedido. Así de despedido estás.

    —Ah, ya veo que has visto lo que he publicado en la página web, - le dije.

    —Sí, y también la ha visto el departamento legal de Abrasax. ¿Te gustaría ver cómo nos está afectando eso? - respondió Sharon. Estaba sentada detrás de su mesa con Ella-Ra, la becaria, a su lado meneando la cola como un buen perrito faldero.

    —¿Por qué siempre pareces más maltratado cada vez que te veo? - intervino Ella-Ra. —¿Estás en un club de la lucha? Pareces el típico idiota pseudo-macho que estaría en un club de la lucha.

    Le gruñí y miré a Sharon, —En serio, ¿de dónde desentierras a estas chicas? ¿Expresas explícitamente que el tamaño de su sujetador tiene que ser más grande que su coeficiente intelectual? ¿Te mataría traer a un reportero de verdad por una vez?

    —Sé amable, - le reprochó Sharon. —Amy ahora es técnicamente más periodista que tú. Le acabo de dar tu puesto.

    —¿Amy quién? - le pregunté.

    Sharon señaló a la becaria, que levantó la mano.

    —Perfecto. Dale mi trabajo a la Princesa del Poder. Siempre quise trabajar por mi cuenta de todos modos. La letra impresa está muerta. Voy a comenzar un blog llamado "Imperativo Irresponsable del Sexo Vudú" y el logotipo será la foto de aquella fiesta navideña de la oficina cuando me pegué la fotocopia de Ann Coulter en la cara.

    Cuando salí de la oficina y crucé la calle hasta la estación del Tren de Cercanías, noté que la camioneta de Asterión y el Crown Vic estaban ociosos y a la vista. Incluso después de embarcar en el tren, de vez en cuando miraba por la ventana y los veía a los lados.

    Algunos días me gustaba viajar en transporte público y otros no. En un buen día, era divertido de un modo voyeurístico. Aunque en un mal día podía ser una experiencia paranoica y estresante. Era en esos días en que me daba cuenta de que yo estaba en la pantalla como todos los demás.

    Este era un mal día.

    Examiné las extrañas e indiferentes caras de los otros pasajeros y me pregunté si alguno de ellos estaba en la nómina de Max. Luego miré las opacas cúpulas negras montadas en cada extremo del vagón y noté que no era necesario.

    Me acurruqué en una bola sobre mi asiento en la fila de atrás, deseando poder desaparecer en el patrón azul moteado de la tapicería del asiento como un camaleón.

    Cuando entré por la puerta delantera de mi apartamento, noté un destello azul que surgía de atrás de la ventilación del aire acondicionado. Me subí al sofá y utilicé mi navaja para sacar los tornillos. Al quitar la rejilla, vi el LED parpadeante de una cámara de video Bluetooth.

    La tiré al suelo y la pisoteé repetidamente con tanta fuerza como pude, con tanta fuerza que pude sentir el ardor de mis tensos músculos subiéndome por la pierna. Cuando paré, doblado, frotando mi dolorido muslo y mirando los pedazos rotos en el suelo, mi primer pensamiento fue: «debe de haber un servidor escondido por aquí en alguna parte que capte la imagen». El segundo pensamiento fue: «probablemente también haya más cámaras».

    Pasé las siguientes tres horas desmantelando mi pequeño apartamento con una atención a los detalles exacta y minuciosa. Levanté las tablas del suelo y arranqué los respiraderos. Aparté todos los muebles, gabinetes o cajones que los chantajistas habían hecho pedazos y los rompí en pedazos aún más pequeños. Hice agujeros en la pared de yeso. No encontré ningún servidor ni otras cámaras o micrófonos ocultos.

    «Tal vez no estaban grabando nada», fue mi primer pensamiento. «Tal vez la pusieron en un lugar visible sólo para joderme, sabiendo que la encontraría y me volvería un loco paranoico.»

    Mi segundo pensamiento fue: «o tal vez no estoy buscando bien».

    Negué con la cabeza. Estaba cansado y no pensaba con claridad. Me acosté en el diezmado desastre que ya no podía llamarse mi cama, esperando a que la solución se hiciera evidente después de un pequeño descanso.

    Permanecí allí durante una hora, incapaz de conciliar el sueño, mirando al techo e imaginando a Max mirándome y riendo.

    «Esto es estúpido», pensé para mí mismo. «Necesito salir de este desastre y mirar con nueva perspectiva. Tal vez un poco de aire fresco me ayude a despejar la cabeza».

    Salí y llegué hasta el frontal del edificio, donde encontré que tanto la camioneta Asterión como los policías aún estaban estacionados y esperándome. Tan pronto como aparecí, el Crown Vic encendió el motor y el conductor de la camioneta comenzó a hablar por un walkie-talkie.

    Me di la vuelta y volví a mi apartamento.

    Al entrar, noté un sobre azul en el suelo debajo de la puerta de entrada. Me pregunté si había aparecido en el breve tiempo que yo había estado fuera, o si de alguna manera lo había pasado por alto antes.

    Con cuidado de no mirarlo por mucho tiempo, entré rápidamente y cerré la puerta después de recogerlo. Lo mantuve cerrado. Encontré mi bolígrafo linterna entre la chatarra de lo que antaño había sido mi escritorio y llevé el sobre al armario de la ropa, ahora vacío. Con la luz del armario apagada, abrí el sobre en la oscuridad y usé la luz de mi bolígrafo para leer la nota en el interior: "La venganza es una putada".

    Claramente, los chantajistas de Max no estaban contentos de que yo les hubiera robado la exclusiva al hacer pública la mierda que tenían sobre él.

    Metiendo el papel en mi bolsillo, me di cuenta de que tenía que encontrar una bombilla de luz negra para ver si tenía un mensaje oculto como los demás. Sin embargo, no podía arriesgarme a que los fisgones me siguieran.

    Regresé a mi habitación, abrí la ventana y saqué la pantalla de malla del marco. Luego salté, dejando que los setos debajo hicieran lo poco que pudieran para amortiguar mi caída de dos pisos. Salté rápidamente la valla trasera de mi edificio y entré en el complejo de apartamentos de la calle de al lado. Salí corriendo a la calle y miré a mi alrededor. Al no ver ninguna señal de la camioneta ni la policía, decidí que era seguro continuar.

    Cuando entré en la tienda en la avenida Delany, había dos clientes y un empleado dentro. Afortunadamente, los tres estaban ocupados. El empleado estaba ayudando a los otros dos a elegir una pipa de vidrio. Tan subrepticiamente como me fue posible, me acerqué a la pantalla de luz negra para el chequeo de billetes y puse la nota debajo.

    Al igual que las otras, esta tenía un mensaje oculto, un único nombre escrito a mano: "Natalie McPherson".

    Saqué el móvil e intenté llamarla de nuevo. Seguía sin responder al teléfono.

Capítulo 31: Bueno

    Tan pronto como Violet abrió la puerta de su casa, mi sangre comenzó a hervir.

    —¿Qué demonios te ha pasado? - pregunté

    Ella se alejó de la puerta, tratando de ocultar los morados hematomas hinchados en su rostro. —No seas lerdo. ¿Qué crees que ha pasado?

    —¿Te ha pegado Antonio? - Pregunté incrédulo.

    —Supo que la policía me encontró semidesnuda en tu apartamento y reaccionó exactamente como yo esperaría que hiciera, - explicó mientras me conducía a la sala de estar.

    La sala mostraba signos visibles de una pelea. La mesita del café estaba inclinada y le faltaba una pata, el sofá estaba movido de su lugar y una de los expositores tenía los estantes rotos, con todos los libros vertidos por el suelo como si alguien hubiera sido arrojado contra la estantería.

    Sentí que mis mejillas se encendían cuando la ira se hinchó dentro de mí como un recipiente presurizado, listo para explotar.

    —Voy a matar a ese hijo de perra, - me enfurecí.

    —Sí, claro, - se burló ella. —¿Qué haces aquí, por cierto?

    Respiré profundamente, tratando de enfocar mis pensamientos. —¿Está Columbine por aquí?

    Ella negó con la cabeza. —No la he visto hoy. De hecho, no he sabido nada de ella desde que me pidió que te recogiera anoche. ¿Por qué?

    Maldije por lo bajo. —Está en peligro. ¿Se te ocurre algún otro lugar en el que pudiera estar?

    —Podría estar con Max.

    Yo no quería admitirlo, pero ella tenía razón: Max era lógicamente la siguiente persona a quien consultar. Pero eso suponía que tenía que responder a mi llamada.

    Busqué su número en mi móvil y le entregué el teléfono: —Llama a este número desde tu teléfono fijo.

    —¿Por qué no lo haces tú?

    —Si ve mi número no contestará.

    Reluctante, tomó mi móvil y marcó el número en el teléfono del salón. Puso la llamada en altavoz para que yo pudiera escuchar.

    Max respondió después de un par de tonos, —¿Está hecho?

    —¿Qué? - Preguntó Violet confundida.

    Hubo una pausa. —¿Quién es?

    —Violet. ¿eres Max?

    —Ah, sí. Lo siento, vi el número y creí que eras Antonio.

    —Ah, - respondió ella. —Te llamaba para preguntar si has visto a Columbine recientemente.

    —No desde ayer por la mañana.

    —No tienes idea de dónde está, ¿verdad?

    —Nop, - dijo Max, interrumpiéndose en un breve silencio antes de agregar, —¿Cómo has conseguido este número, por cierto?

    Violet me miró encogiéndose de hombros. Traté de vocalizar la palabra "Cuelga" en silencio, pero ella no lo entendió.

    —Cuelga, - susurré mientras imitaba el gesto de colgar el teléfono.

    Max rió con su mejor actuación de villano de película, estallidos cortos de alegría sádica. —Será mejor que tengas cuidado, Violet. Creo que acabo de oír a un fantasma. A tu querido Antonio no va hacerle muy feliz descubrir que su casa está embrujada.

    Extendí la mano para agarrar el auricular y lo colgué de golpe interrumpiendo la llamada.

    La sangre se había drenado de la cara de Violet. —Bueno, - dijo ella en voz baja tratando de mantener la compostura. —Supongo que debería salir de aquí. Deja que coja algunas cosas, luego iremos a buscar a Col.

    —Vale, - respondí sin saber qué más decir. Ella desapareció por el pasillo y yo me paseé torpemente, todavía furioso. Empecé a ordenar las cosas, principalmente porque no sabía qué otra cosa hacer conmigo. Me arrodillé al lado de la estantería rota y al organizar los libros caídos en pilas, noté que varios no estaban en inglés. Uno era un tapa dura de Kafka en alemán, otro era un grueso libro de bolsillo del tamaño de una Biblia con la imagen de Fyodor Dostoyevsky en la portada junto con caracteres cirílicos. Había otros en algún otro idioma europeo del Este que no reconocí.

    Violet regresó poco después con una vieja maleta de equipaje azul que tenía las iniciales HGA cosidas delante. «Pues sí que ha hecho rápido el equipaje», pensé para mí mismo. Me pregunté si ya tenía el maleta lista para viajar.

    Ella miró hacia abajo y vio uno de los tomos en mi mano: "Kritik der reinen Vernunft".

    —¿Son todos tuyos? Quiero decir, ¿hablas ruso y alemán?

    —Sí, - asintió. —Hablo varios idiomas. Prefiero leer los clásicos en su idioma original desde la universidad.

    —¿A qué escuela fuiste?

    —Universidad de Charles en Praga, - respondió ella. —Poco tiempo. Pero esto no parece muy importante en este momento, ¿no deberíamos estar buscando a Columbine? ¿Y puedes explicarme qué demonios está pasando por el camino?

    —Por supuesto, - le dije. —Aunque estaba pensando que probablemente también deberíamos llevarnos sus cosas. O sea, probablemente no queremos tener que hacer un segundo viaje hasta aquí.

    Violet asintió con la cabeza y los dos fuimos a la habitación de Columbine.

    Su ropa estaba esparcida al azar por la habitación junto con algunos otros artículos personales, como artículos de tocador, un estuche de maquillaje, algunas revistas y un reproductor de MP3. Después de buscar un poco, encontré una maleta en el armario, similar a la de Violet pero más pequeña.

    —Voy a dejar una nota en caso de que regrese antes de que la encontremos, - dijo caminando hacia el tocador.

    —Es una buena idea, - le dije, —pero si Antonio la ve, sabrá dónde encontrarnos.

    —No, no lo hará, - respondió ella y tomó un tubo de lápiz de labios con el que ella solía escribir en el espejo.

    Empaqué todo lo que pude encontrar de Columbine en la maleta y logré cerrar la cremallera cuando Violet terminó su nota: "Encuéntrame donde enterramos a la Reina - V".

* * *

    Pasamos las siguientes dos horas revisando todos los lugares habituales de Columbine en busca de alguna señal de ella: un flujo constante de cafeterías, tiendas de ropa vintage, galerías de arte, parques públicos y tiendas de música. Violet conducía mientras yo le explicaba todo el asunto de los chantajistas de Max y las notas que había estado recibiendo con los mensajes ocultos que parecían indicar quién sería la próxima persona en morir.

    —Supongo que las notas provienen de los chantajistas. Las primeras parecían diseñadas para profundizar en la investigación de Patrick Cobb y Jacinta Ngo, para poder usarme como un peón y recuperar la información que Cobb les había robado. Por supuesto, ese plan ha fracasado y su última nota obviamente tiene la intención de indicar su disgusto. Lo cual tiene sentido a priori hasta que consideras los mensajes ocultos. ¿Por qué querrían los chantajistas que yo supiera la identidad de su próximo objetivo?

    Violet pensó en esto durante un momento frunciendo el ceño y luego dijo: —Estás asumiendo que los chantajistas saben que hay mensajes ocultos, pero ¿y si hay dos personas diferentes responsables de los diferentes mensajes?

    —No te sigo, - le dije.

    —Digamos que había una persona, uno de los chantajistas, que dictaba el mensaje a una segunda persona que realmente los hacía y entregaba. Necesitaban a alguien que pudiese hacer el papel y la impresión a mano en caso de que tú acudieras a la policía, para no poder ser rastreados. Ahora digamos que esta segunda persona no estaba completamente de acuerdo con las intenciones de los chantajistas y quería ayudarte, así que ideó una forma de advertirte sobre su próximo objetivo sin despertar sus sospechas.

    —No lo había considerado así, - dije mansamente mientras mi boca se abría y mi cerebro trataba de procesar lo que me había dicho. —Supongo que sería bastante fácil para esta segunda persona, suponiendo que tuviese un taller montado con las herramientas y materiales necesarios.

    Violet asintió y admitió: —No sería tan difícil en absoluto.

    —Por supuesto, - agregué, —me pregunto por qué Lily no me reveló la identidad de los chantajistas, salvo para ahorrarme algunas molestias.

    Violet sonrió y se encogió de hombros. —Probablemente no los conocía, de lo contrario lo habría hecho. Probablemente solo tenía un único punto de contacto con ellos, alguien muy cercano que confiaba en ella para la tarea y alguien a quien ella temía lo suficiente como para esforzarse tanto por esconder la ayuda que ella te había estado dando.

    —¿Como su esposo? - aventuré.

    —Como su esposo, - coincidió ella.

    Eventualmente, agotamos la lista de lugares en los que pudimos pensar para buscar a Columbine.

    —¿Ahora a dónde? - le pregunté.

    —Bueno, hay un lugar más que podríamos visitar. En cierto modo, es el último lugar donde esperaría encontrarla. Pero por otra parte, debería haber sido un lugar obvio para comenzar.

    —¿La casa de su padre?

    Violet asintió.

    Tocamos el timbre en la casa de McPherson dos veces, pero no hubo respuesta, así que probé la puerta y descubrí que estaba abierta. En el interior, la música a todo volumen hacía eco por toda la casa: "A Good Man Is Hard To Find" de Bessie Smith.

    Seguimos el sonido por uno de los pasillos y entramos en el estudio de McPherson, donde encontramos al anciano sentado y desplomado hacia adelante sobre la mesa, con la cabeza girada de modo que quedaba boca arriba, aunque el resto de él estaba boca abajo.

    Me acerqué al escritorio mirando con mórbida fascinación la forma en que los huesos del cuello asomaban bajo la piel. La piel estaba estirada y doblada alrededor del hueso que sobresalía, pálida y plástica, casi sintética. Entonces noté que el hombre estaba agarrando algo con la mano izquierda. Tras arrodillarme, le abrí los dedos y encontré el collar de rubí de Jacinta engarzado con la corona y el sello del globo. Sentí mi piel erizarse cuando una sensación de déjá vu se apoderó de mí y me llenó de la irracional convicción de que había un teatro lleno de gente mirando por encima de mi hombro.

    De repente, la música se detuvo. Me levanté y vi a Violet parada al lado del estéreo con su dedo en un botón, mirándome con cara de disculpa.

    —Tenemos que salir de aquí, - le dije.

    —¿No deberíamos llamar a la policía?

    Negué con la cabeza. —Los policías ya sospechan de mi por el asesinato de Lily, probablemente también por el de Cobb y Jacinta. Y estoy bastante seguro de que te tienen vinculada como cómplice. Si nos encuentran aquí con un cadáver, todo habrá terminado.

    Intentamos lo mejor que pudimos dejarlo todo como lo encontramos y borrar las huellas dactilares. Cuando volvimos al Volvo y Violet puso en marcha el motor, me dijo: —Así que supongo que la nota estaba equivocada. Después de todo, Columbine no era la siguiente en morir.

    —No, los chantajistas no tuvieron nada que ver con esto, - respondí. —Max fue quien terminó en poder del collar y estoy bastante seguro de que esto es de lo que estaba hablando cuando te preguntó por teléfono si estaba hecho.

    Cuando salimos por la puerta de la casa de McPherson, noté que había una cámara de vigilancia sobre ella.

    —¿Ahora adónde? - le pregunté.

    —Parque del río San Hermes.

    —¿Por qué allí?

    —Porque allí es donde dice mi nota que nos encontrara, - explicó.

* * *

    Violet estacionó el Volvo en uno de las plazas cerca del Puente del Milenio y comenzamos a caminar por un sendero particularmente empinado y desigual. A mitad de camino junto a la orilla del río, nos dimos cuenta de que el sendero no era realmente un sendero real y que, de hecho, estábamos tratando de atajar a través de la maleza en la oscuridad de la noche.

    Fui el primero en morder el polvo al meter mi pie en un agujero de tierra y plantar mi cara en el suelo. Cuando volví a levantarme, tenía la cara incrustada de hojas muertas y tierra. Verme cubierto de mierda, de alguna forma rompió la tensión del resto de la noche y Violet estalló en risas histéricas. Se reía tan fuerte, de hecho, que no notó la roca del tamaño de una sandía frente a ella y también cayó.

    Desde ese momento, nos reímos el resto de la caminata, cada vez más fuerte cada vez que uno de nosotros tropezaba o perdía el equilibrio. Al bajar el último tramo, envolví mi brazo alrededor de su cintura para que pudiéramos inclinarnos el uno contra el otro como apoyo.

    Así fue como íbamos cuando se niveló el suelo y vimos a Columbine sentada en la gran rama de un árbol caído a la orilla del río, observando nuestra aproximación.

    —Impresionante. ¿qué, vas a follarte a todos mis amigos, D? - gritó ella. —No puedo esperar hasta que sea el turno de Antonio.

    —¿Qué quiere decir? - Preguntó Violet.

    —Se folló a Max, - respondió Columbine.

    Violet me miró con divertida sorpresa. —No es posible.

    —¿Dónde has estado? - Pregunté a Col tratando de cambiar de tema.

    —Por ahí, - se encogió de hombros.

    —¿Por qué no respondías a mis llamadas?

    —Creo que estaba un poco amargada, - dijo con los ojos abatidos. —Traté de llamarte anoche y creo que el teléfono respondió en tu bolsillo. Seguí preguntando si estabas allí, pero no dijiste nada. Luego escuché a una mujer gimiendo de fondo. - Giró su mirada hacia Violet y añadió: —Creo que debería haber reconocido los gemidos.

    La cara de Violet se inundó de culpa.

    —Oye, échale un vistazo a esto, todavía estaba allí, - dijo Columbine de pronto sacando una pequeña muñeca rusa del bolsillo de su chaqueta y mostrándosela a Violet. Estaba pintada como la Reina de Corazones de Alicia en el País de las Maravillas y todavía tenía trozos de tierra adheridos.

    —¿Hay algo ahí dentro? - pregunté.

    —Solía ​​haber un collar. Mi madre me lo dejó cuando falleció. Pero lo saqué hace un tiempo.

    —Col, - dijo Violet con cautela, —cariño, tu padre está muerto.

    Columbine miró la muñeca, la giró en sus manos un par de veces y luego dijo: —Bien.

Capítulo 33: Sin Importar Cuán Desesperadamente Lo Desees

    A la mañana siguiente conduje el Volvo hasta mi departamento para recoger un par de mudas de ropa y algunos otros artículos esenciales. Aunque mientras subía las escaleras, noté que mi puerta principal estaba entornada. Mientras me acercaba, procurando ser lo más silencioso posible, mi mente recorrió las diversas nefastas posibilidades de quién pudiera estar esperando al otro lado. San Antonio tal vez, o Axelrod, de vuelta para presionarme por lo de McPherson. El hombre enmascarado y su Táser. Max y una Magnum.44. El hombre de cara rojiza y su infernal coche azul escondido detrás del sofá, listo para saltar y atropellarme tan pronto como entrara.

    Abrí la puerta con cautela y vi a Brad McPherson sentado en los andrajosos restos de mi sofá, luego pensé que podría haber preferido las otras alternativas.

    —Brad, ¿qué le has hecho a mi apartamento? - Dije con fingida sorpresa y mantuve los brazos extendidos para abarcar en vano la gran confusión que nos rodeaba.

    —D, siempre es un placer verte, - respondió en una parodia condescendiente de amistad. —Por favor, toma asiento, quiero hablar contigo.

    Cogí uno de los tristes cojines despojados de su cubierta y lo tiré en el marco del sofá antes de tomar asiento.

    —¿De qué? Deportes? ¿El tiempo? ¿O tu luna de miel? No tuve ocasión de preguntaros sobre ella la otra noche. ¿Fue agradable aquel complejo? ¿Qué tal la playa? ¿Pasaste un buen rato follándote a mi hermana?

    Pude ver que estaba requeriendo un mundo que Brad no se quebrara y me diera un puñetazo en la cara. Mi mañana ya estaba mejorando.

    —En realidad, - dijo, con las venas palpitando en las sienes y el cuello, —esperaba poder hablar contigo sobre estas acusaciones que has estado haciendo últimamente, estas cosas que publicaste on-line. Mira, quien te engañó haciéndote creer que esos documentos eran reales obviamente se tomó mucho trabajo para...

    Mi risa lo interrumpió. —Por el amor de Dios, Brad, dame un poco de crédito. De verdad no esperarás que caiga en un juego mental tan cutre como ese, ¿verdad?

    Brad respiró hondo. —Está bien, no estoy aquí para debatir contigo. El asunto es que, sea cierto o no, las implicaciones de tus acciones podrían ser extremadamente perjudiciales para esta ciudad en formas que no has considerado. La muerte de mi tío, además de ser trágica a nivel personal, deja un vacío de poder considerable. Fue una fuerza impulsora para que la gente creyera en esta ciudad y su industria: inversores, clientes, gobierno. Si parecemos débiles, si la gente pierde la fe en nosotros, comenzarán a sacar el dinero de las inversiones de esta ciudad. Eso puede que no signifique nada para ti, pero piensa en las consecuencias para el empleo, los ingresos fiscales, las organizaciones benéficas locales...

    —Ahorra saliva, lo capto, - le dije.—¿Qué tiene eso que ver conmigo?

    Brad continuó: —Necesitamos llenar el vacío que dejó mi tío y, nos guste o no, Dylan Maxwell es un activo importante. No ayudará a nadie que lo debiliten las locas acusaciones de comportamiento criminal.

    Me reí de nuevo. —Así que es Max quien te lleva de la correa ahora, ¿es eso? Maldito bastardo, no podría haberme disparado simplemente como cualquier hombre civilizado. No, te envía a ti para matarme de fastidio.

    —No me ha enviado nadie y nadie trata de matarte. No hay razón para volverse paranoico.

    Lo interrumpí, —Así que Max asciende al trono de la Sociedad Highwater al dejar fuera a tu tío y todos vosotros os levantáis y aplaudís cortésmente: "El rey ha muerto, larga vida al rey". ¿No te da vergüenza, hombre?

    Brad negó con la cabeza. —Dylan Maxwell no es el jefe de Highwater, he sido nominado para asumir los deberes de mi tío y Max me está apoyando. Y en cuanto a las circunstancias de la muerte de mi tío, me aseguraré de que se investiguen a fondo, y estoy seguro de que no encontraremos ninguna evidencia de la participación de Max.

    —Qué bonito. Y cuando llegue el momento, estoy seguro de que dirán que Max tampoco tuvo nada que ver con tu muerte.

    Entonces Brad extendió el brazo y me puso la mano sobre el hombro, un gesto amable y tranquilizador que fue tan inesperado que en realidad me dio escalofríos.

    Me dijo: —D, sigues hablando de Highwater como si fuésemos enemigos. Sin embargo, elegiste trabajar para Dylan Maxwell. Eres amigo de mi prima. Y aunque no me guste, somos hermanos ahora. Significas mucho para Jenny y ella lo significa todo para mí. Eres uno de nosotros ahora y debes comenzar a trabajar con nosotros, no contra nosotros.

    —Tiene gracia, tu tío me dijo lo mismo. El problema es que vosotros guardáis demasiados secretos para mi gusto. Tal vez vería con un poco más de claridad la manera de ayudaros si alguien me explicara qué es lo que hacéis todos vosotros en realidad.

    —¿El propósito de Highwater? Bueno, en realidad no es algo que se pueda expresar fácilmente con palabras. Solo se puede entender al experimentarlo de primera mano, descubrirlo por ti mismo.

    —Tu tío también me dijo eso. No me pareció que entonces tuviese mucho sentido, sigue sin tenerlo ahora. ¿Qué tal si intentas algo un poco más fácil, como decirme lo que Max ha escondido debajo de las instalaciones de Asterión en la Unidad de Almacenamiento 33?

    Brad se levantó bruscamente. Su voz adquirió un tono sarcástico, casi amenazante. —¿Sabes?, D, para alguien tan decidido a exponer los secretos de otras personas, tu vida no es exactamente un libro abierto.

    —¿Qué quieres decir?

    —Bueno, por un lado, nunca le dijiste a tu viejo periódico que te expulsaron de la escuela de periodismo por inventar citas en tus artículos. Yo diría que Subterráneo de Hormigón se mostraría interesado a la luz de sus actuales problemas legales. Por no mencionar al resto de los medios que cubren esta historia. Lo mismo se aplicaría al tiempo que pasaste en Oak Hill, o lo que hiciste para ser enviado allí.

    Salté y me acerqué a su cara. —¿Sabes qué?, dile a Max que no me importa qué tipo de mierda cree que ha desenterrado sobre mí. Dile que no se moleste más en tratar de amenazarme o razonar conmigo.

    Levantó las manos indicando que no quería pelear. —Ya te lo he dicho, no estoy aquí en nombre de Max, - dijo Brad. —Estoy aquí por respeto a tu hermana y a mi prima. - Hizo una pausa, una pausa significativa, pensé, y añadió: —¿Sabes dónde está Columbine, por cierto? La he estado buscando por todas partes.

    Levanté el cojín del sofá e hice una mueca como si estuviera buscando algo, luego examiné los escombros en el suelo con el pie y me encogí de hombros.

    Brad sonrió con rencor y asintió con la cabeza. —Tiene que ser duro para ella, perderlos a los dos en una sucesión tan rápida. Bueno, dile que me llame si tienes noticias de ella, - dijo mientras se iba.

    Lo seguí a la puerta y le observé bajar las escaleras. «Podría haber estado preguntando por Columbine por legítima preocupación», me dije. Por supuesto, también podría tener motivos ocultos.

    Después de todo, si alguien había ganado con la muerte de McPherson, ciertamente era él.

    Después de que hubiese desaparecido por la esquina del edificio, bajé las escaleras y crucé el patio, mirando por la esquina justo a tiempo para verlo entrar a su coche. En cuanto se alejó, me subí al Volvo y lo seguí.

    Miré por el retrovisor y vi el Crown Vic a unos metros detrás de mí. Un poco más atrás, estaba la furgoneta blanca Asterión.

    El coche de Brad aparcó en el estacionamiento adyacente al edificio Abrasax. Aparqué el Volvo en una zona azul al otro lado de la calle y corrí hacia el interior, luego me paré para esconderme detrás de un seto con forma de Aves del Paraíso mientras lo esperaba. Poco después lo vi cruzando el vestíbulo hacia los ascensores. Me aseguré de mantener una distancia segura hasta que subiera a una de las cabinas, luego miré la pantalla digital sobre las puertas para ver en qué piso se había bajado. Se detuvo en el siete. Tomé el siguiente ascensor.

    Cuando salí al piso de relaciones públicas, la recepcionista me indicó alegremente hacia la sala de prensa. Al parecer todavía no había recibido el memorando de que yo era otra vez persona-non-grata.

    Me metí en la gran sala de reuniones donde se estaba llevando a cabo una conferencia de prensa completa. Curiosamente, Jenny era la que estaba en el podio respondiendo una pregunta sobre la muerte de McPherson con la sensibilidad y el patetismo necesarios. Brad estaba de pie a un lado del escenario, justo al lado de Max.

    Me quedé al fondo de la habitación, mirándolos durante unos minutos antes de que Max me mirara y me reconociera. Discretamente se bajó del escenario y vino a hablar conmigo.

    —No creo que entiendas cómo se supone que funciona esto del fantasma, - dijo con una sonrisa mientras se inclinaba cerca de mí.

    En el escenario, Jenny aceptó otra pregunta, esta era de un colega que reconocí del Morning-Star.

    —El fiscal de distrito ha decidido no presentar cargos contra el Sr. Maxwell, citando la invalidez de los documentos en cuestión, pues han sido falsificados, - respondió Jenny. —Obviamente, aplaudimos esta decisión y esperamos dejar atrás el asunto lo más rápido posible para que el Sr. Maxwell pueda continuar concentrando sus energías en proporcionar a nuestros clientes una experiencia online de calidad.

    —¿Qué coño? - Pregunté volviéndome hacia Max.

    Él sonrió triunfante y me entregó una tarjeta de visita. Decía: "Jennifer McPherson, Directora de Comunicaciones de Abrasax".

    —Pensé que era apropiado, en realidad, reemplazar a Lily con otra mujer que nunca te jodería sin importar cuán desesperadamente lo desees.

    Di un giro y le golpeé firmemente en la mandíbula, causando un gran crujido en toda la habitación, seguido por los jadeos aturdidos y un susurro frenético general entre la prensa reunida.

    Antes de darme cuenta de lo que estaba sucediendo, los guardias de seguridad de Abrasax lograron arrastrarme pateando y gritando fuera de la sala de reuniones.

    San Antonio me estaba esperando fuera, sentado sobre el escritorio de la recepcionista, aplaudiendo deleitado con sus gruesas y carnosas palmas. Luego, demasiado tarde, me di cuenta de por qué la recepcionista me había dejado entrar tan voluntariamente.

    —¡Bravo! - Gritó saltando del escritorio. Los tres guardias de seguridad que me sostenían me obligaron a ponerme en pie.

    Envió uno de sus puños a mi abdomen, golpeándome tan fuerte que quise vomitar. Disparó un par de impactos más en mi intestino, luego siguió con un gancho derecho a un lado de mi cara. Probablemente hubo mucho más después de eso también, pero afortunadamente me desmayé.

Capítulo 32: Sólo Otro juego

    Los tres nos registramos en un motel cerca de la Autopista 77 a pocos kilómetros de la ciudad, al sur del aeródromo de Hastings. El lugar era un ruinoso sumidero llamado El Loco Multicolor, que estoy seguro de que teníia algo que ver con que fuese Columbine quien lo había escogido.

    Pagué en efectivo y me registré con un nombre falso. La recepcionista era una vietnamita bajita que hablaba inglés y se sentaba detrás de una ventana de vidrio a prueba de balas. No parecía demasiado ansiosa por hacer preguntas.

    Por el camino yo le había explicado a Columbine lo de las notas y el posible objetivo de los chantajistas. Una vez que nos instalamos en la habitación, se me ocurrieron algunas precauciones que debíamos tomar hasta que pudiéramos estar seguros de que Columbine estaba a salvo.

    —Sal de la habitación lo menos posible y quédate cerca. Hay una estación de servicio con una tienda de conveniencia al otro lado de la calle, y eso debería ser lo más lejos que deberías ir. Si tienes que viajar por necesidad, usa el transporte público o taxis, y trata de hacer algunos transbordos, asegúrate de que no te siguen. No vayas a ningún lugar donde te puedan reconocer.

    —Podría usar un disfraz, - ofreció Columbine. —Tal vez con una larga peluca negra y un acento ruso, ah, y un parche en el ojo.

    Se tapó el ojo derecho con la mano juguetonamente y me pregunté si se trataba de algún extraño mecanismo psicológico o si toda la situación en realidad le importaba un bledo.

    —Probablemente tampoco deberías llamar a nadie, ni desde el teléfono del hotel ni desde tu móvil, - continué. —Mañana llevaré el coche a la ciudad y lo dejaré estacionado en mi casa. No es seguro dejarlo aparcado aquí delante. Mientras tanto, Violet debería quedarse aquí en caso de que pasara algo. Uno de nosotros debería estar contigo en todo momento.

    —¿Qué pasa con mi trabajo? - intervino Violet.

    —Mira, depende de ti, pero si Antonio te está buscando, ese será el primer lugar que revisará. Y si Max le ha dicho que estuve en tu casa, y estoy seguro de que lo ha... - no terminé la frase, sentí que en realidad no necesitaba terminar la idea.

    Violet negó con la cabeza. —Esto es tan surrealista. Es decir, ¿en serio que estamos lidiando con un asunto de vida o muerte aquí? Es difícil creer que esto esté pasando de verdad, parece que en cualquier momento voy a despertar y darme cuenta de que todo es un sueño.

    Ninguno de nosotros tuvo ganas de ir a dormir esa noche. Lo intenté, pero no pude asentir a pesar de mi agotamiento total, tanto mental como físico.

    Columbine pasó la noche acostada en una de las camas gemelas viendo la televisión nocturna. Violet se sentó en la otra cama a leer un libro de bolsillo de ficción pulp de detectives. Mientras tanto, yo me senté con las piernas cruzadas en el suelo con mi cuaderno, confiando en que al revisar la información que había reunido, surgiera algún tipo de pista o explicación.

    Después de perseguir mi propia cola así durante una hora, decidí tomarme un descanso. Salí a la pasarela exterior de nuestra habitación y fumé en cadena mientras me inclinaba sobre la baranda. En algún lugar en medio de mi tercer cigarrillo, Violet salió a unirse a mí.

    —¿Estás bien? - me preguntó mientras saltaba para sentarse en la barandilla.

    —Sí, solo estoy tratando de aclararme la mente un poco, ver con algo de perspectiva.

    Sacó uno de sus Cloves y extendí la mano para encenderlo. —¿Cuál es tu plan para mañana una vez que vuelvas a la ciudad? - me preguntó.

    —Buena pregunta. Te lo haré saber cuando lo averigüe, - respondí encogiéndome de hombros.—Quiero decir, obviamente tengo que encontrar a los chantajistas y, no sé, evitar de algún modo que hagan daño a Columbine. Supongo que entregárselos a Max serviría, pero necesitaría mucha evidencia sólida para que eso funcione. Mi credibilidad con él está un poco baja en este momento. Hasta donde sé, quedan tres. Uno era el tipo que me atacó la otra noche en la fiesta; desafortunadamente, lleva una máscara cada vez que me encuentro con él. El segundo es un hombre mayor con un cara rojiza y una cicatriz en la mejilla que conduce un Chevy azul de los años 50. De hecho, a ese al menos lo he visto, pero todavía no tengo un nombre. Eso deja a Antonio, que sé que está conectado a todo esto, pero sin ninguna prueba, Max definitivamente aceptará su palabra antes que la mía. Supongo que podría ir a primera hora de la mañana e intentar sacarle una confesión.

    Di continuidad a eso con una carcajada autocrítica, pero Violet frunció el ceño con preocupación. —Sé que estás bromeando, pero prométeme que te mantendrás alejado de él. Te mataría.

    Por supuesto que estaba bromeando, pero de todos modos mi orgullo se erizó al escucharla socavar mi masculinidad con tanta certeza. Lo que, a su vez, me hizo darme cuenta de que podría no haber estado bromeando en absoluto. Una imagen apareció en mi cabeza de mí mismo vaciando el cargador de un arma en un San Antonio golpeado y ensangrentado.

    Violet se estremeció mientras exhalaba humo, luego se cerró el abrigo con más fuerza. —Esto es tan surrealista, esconderse así. Supongo que es difícil entenderlo. ¿Por qué querrían estas personas hacer daño a Col, por cierto?

    Me encogí de hombros, —Su nota implicaba que la veían como una forma de vengarse de mí. Pero ahora no estoy tan seguro de que sea esa toda la historia.

    —¿Qué quieres decir?

    Asenti. —Después de pensarlo un rato me di cuenta de que hay objetivos más obvios si estuviesen tratando de vengarse de mí, como mi hermana, por ejemplo. Así que, me despejé de la ecuación y me pregunté cuál sería el motivo principal que mueve a los chantajistas ahora que su plan se ha ido al garete. Obviamente, lo más importante sería permanecer oculto, especialmente de Max. Teniendo esto en cuenta, la única razón por la que valdría la pena el riesgo de resurgir para matar a alguien es si pensaran que esa persona pudiera delatarlos a Max.

    —¿Estás diciendo que Columbine sabe quiénes son?

    —No lo creo, - le dije mientras apagaba el cigarrillo. —Pero ellos podrían pensar que sí. Mira, hay una buena posibilidad de que su padre se haya mezclado con ellos.

    La sorpresa de Violet era visible. —Pero eso no tiene sentido. ¿Por qué iba James McPherson a chantajear a alguien?

    Asentí con la cabeza para simpatizar con su confusión.—Eso todavía se me escapa, es solo una teoría, pero creo que podría haber una lucha de poder dentro de la Sociedad Highwater: Max y sus aliados por un lado, y toda la vieja guardia dirigida por McPherson por el otro. A Max le gusta hablar de cambiar las reglas del juego, le gusta agitar las cosas para mantener la vida interesante. Inevitablemente, comienzó a pisarle los pies a la gente, a labrarse una reputación de bala perdida. Sea lo que sea Highwater, lo que sea que estén haciendo, se basa en el secreto. Los juegos de Max y su desdén general por la sutileza pone en peligro eso. Quizás McPherson llegó al punto en que sintió que Max se estaba volviendo demasiado peligroso. O tal vez comenzó a preocuparle que Max pudiese amenazar su liderazgo. De un modo u otro, supongamos que quería neutralizar a Max, pero no podía dejarse ver atacarle abiertamente. Entoces, de ​​repente los chantajistas y sus tonterías de capa y daga comienzan a tener un poco más de sentido.

    Violet inclinó la cabeza hacia un lado. —Supongo que sí, pero aún así es un poco difícil de tragar. Quiero decir, estás dando un par de saltos deductivos bastante grandes.

    —Ese es el único problema, todo es especulación, dije.—Y una vez que comienzas por ese camino, es difícil detenerte. Porque una vez que comienzas a considerar la posibilidad de que McPherson quería deshacerse de Max, comienzas a darte cuenta de que es igual de posible que Max estuviese tratando de sacar a McPherson del camino.

    —Piénsalo. McPherson es quien acabó muerto, mientras que Max todavía está vivo. ¿Podría Max haber intentado acosar a McPherson para darle una excusa para matarlo? Tal vez fue alguien completamente diferente, un tercer intrigante que enfrentaba a los dos gigantes uno contra el otro mientras esperaba pacientemente la oportunidad de hacer su propia jugada. Este es el tipo de cosas que han estado dando vueltas en mi cabeza hasta la saciedad, llevándome en círculos de teorías y conjeturas interminables, como atrapado en una Banda de Möbius.

    —Entiendo a qué te refieres con necesitar un poco de perspectiva, - dijo Violet mientras se daba la vuelta y apagaba la colilla moribunda en la pasarela. Vi el humo oscilar por el aire y extinguirse, desapareciendo en la oscuridad de la noche.

    El amanecer comenzó a asomarse por las cortinas de la habitación del albergue. Violet por fin se había quedado dormida en una de las camas, mientras que Columbine y yo estábamos sentados en la otra, aún viendo la televisión, o más bien mirando fijamente la pantalla, apenas vagamente conscientes de lo que mostraba en un momento dado. Yo estaba delirando por el agotamiento y seguía sin poder dormir. Columbine había estado despejada toda la noche, pero ya estaba comenzando a mostrar signos de desaceleración. Bostezó como un gato y se estiró en la cama para apoyar la cabeza en mi regazo. Le acaricié el pelo distraídamente mientras comenzaban las noticias locales de la mañana.

    —Huyamos juntos, - ronroneó Columbine.

    Me reí ausentemente, comprendiéndola sólo a medias.

    —No, lo digo en serio. Deberíamos salir de esta ciudad abandonada de Dios. Huir lejos de Max y la Sociedad Highwater y los chantajistas y los hombres en coches azules. Podríamos comenzar una nueva vida juntos como gitanos en el camino, ver mundo, conocer gente nueva, tener aventuras. Será increíble.

    Me reí de nuevo, esta vez más fuerte. —Hablas en serio, ¿verdad?

    —Por supuesto. Tampoco es que nos quede algo aquí. Una de mis mejores amigas está muerta, otro amigo acaba de asesinar a mi padre y la tercera está huyendo de su marido psicótico. Tú has perdido el trabajo y te has apuntado a la lista negra de esta ciudad. Menciona una buena razón por la que no debamos irnos.

    —¿Quién puede decir que no vendrán a buscarte? ¿A buscarnos? Estas personas son peligrosas. Si te quieren de verdad pueden cazarte hasta los confines de la tierra.

    Ahora fue el turno de Columbine de reír.

    —¿Que es tan gracioso?

    —Tú, - respondió ella. —Te lo tomas muy en serio, pero esto es sólo otro juego para él.

    Me incliné hacia delante para mirar su rostro sonriente. —¿Qué quieres decir?

    —¿No has considerado la posibilidad de que nada de esto sea real, que nunca haya habido chantaje? Que todo es sólo humo y espejos destinados a mantenernos saltando y pasando por el aro y corriendo en círculos persiguiendo nuestras propias colas para la diversión de Max.

    —Eso es ir bastante lejos, - le dije.

    —Max es así, - respondió Columbine. —Lo dijo él mismo: ¿qué harías para divertirte si fueras rico y estuvieses aburrido y no te preocupara en absoluto la vida ni el sufrimiento humanos?

    Abrí la boca para responder, pero no pude encontrar ninguna palabra, así que me quedé allí con la boca abierta y mirando la televisión.

    —Supongo que debería salir pronto, - murmuré, luego me levanté despacio de la cama. —Voy a meterme en la ducha muy rápido.

    Abrí la ducha para darle al agua la oportunidad de calentarse y comencé a desvestirme. A través de la puerta cerrada del baño, podía escuchar a Violet y Columbine reanudar la conversación lo suficientemente fuerte como para que yo la escuchara.

    —No deberías trastear así con su cabeza, - la reprendió Violet. —Ya está lo bastante retorcida.

    —¿Qué quieres decir? - respondió Columbine.

    —Eso de Max y sus juegos, no fue divertido.

    —¿Quién dijo que estaba bromeando?

    Violet hizo un gruñido de desaprobación y dijo: —No me digas que has empezando a quedar atrapada en la paranoia de D.

    Columbine soltó una risita. —A él también le va un poco este tema de la teoría de la conspiración, incluso más que a mí. A veces siento que nada de esto está sucediendo de verdad, sino que sólo estoy jugando con sus delirios.

    Hubo una pausa. —Estás enamorada de él, ¿verdad? - preguntó Violet con posiblemente solo una pizca de remordimiento.

    —No estaríamos aquí si no fuese así.

    No hubo nada más después de eso. Me metí en la ducha, preguntándome si habían hablado intencionadamente lo suficientemente alto como para que yo escuchara o no.

Capítulo 33: Sin Importar Cuán Desesperadamente Lo Desees

    A la mañana siguiente conduje el Volvo hasta mi departamento para recoger un par de mudas de ropa y algunos otros artículos esenciales. Aunque mientras subía las escaleras, noté que mi puerta principal estaba entornada. Mientras me acercaba, procurando ser lo más silencioso posible, mi mente recorrió las diversas nefastas posibilidades de quién pudiera estar esperando al otro lado. San Antonio tal vez, o Axelrod, de vuelta para presionarme por lo de McPherson. El hombre enmascarado y su Táser. Max y una Magnum.44. El hombre de cara rojiza y su infernal coche azul escondido detrás del sofá, listo para saltar y atropellarme tan pronto como entrara.

    Abrí la puerta con cautela y vi a Brad McPherson sentado en los andrajosos restos de mi sofá, luego pensé que podría haber preferido las otras alternativas.

    —Brad, ¿qué le has hecho a mi apartamento? - Dije con fingida sorpresa y mantuve los brazos extendidos para abarcar en vano la gran confusión que nos rodeaba.

    —D, siempre es un placer verte, - respondió en una parodia condescendiente de amistad. —Por favor, toma asiento, quiero hablar contigo.

    Cogí uno de los tristes cojines despojados de su cubierta y lo tiré en el marco del sofá antes de tomar asiento.

    —¿De qué? Deportes? ¿El tiempo? ¿O tu luna de miel? No tuve ocasión de preguntaros sobre ella la otra noche. ¿Fue agradable aquel complejo? ¿Qué tal la playa? ¿Pasaste un buen rato follándote a mi hermana?

    Pude ver que estaba requeriendo un mundo que Brad no se quebrara y me diera un puñetazo en la cara. Mi mañana ya estaba mejorando.

    —En realidad, - dijo, con las venas palpitando en las sienes y el cuello, —esperaba poder hablar contigo sobre estas acusaciones que has estado haciendo últimamente, estas cosas que publicaste on-line. Mira, quien te engañó haciéndote creer que esos documentos eran reales obviamente se tomó mucho trabajo para...

    Mi risa lo interrumpió. —Por el amor de Dios, Brad, dame un poco de crédito. De verdad no esperarás que caiga en un juego mental tan cutre como ese, ¿verdad?

    Brad respiró hondo. —Está bien, no estoy aquí para debatir contigo. El asunto es que, sea cierto o no, las implicaciones de tus acciones podrían ser extremadamente perjudiciales para esta ciudad en formas que no has considerado. La muerte de mi tío, además de ser trágica a nivel personal, deja un vacío de poder considerable. Fue una fuerza impulsora para que la gente creyera en esta ciudad y su industria: inversores, clientes, gobierno. Si parecemos débiles, si la gente pierde la fe en nosotros, comenzarán a sacar el dinero de las inversiones de esta ciudad. Eso puede que no signifique nada para ti, pero piensa en las consecuencias para el empleo, los ingresos fiscales, las organizaciones benéficas locales...

    —Ahorra saliva, lo capto, - le dije.—¿Qué tiene eso que ver conmigo?

    Brad continuó: —Necesitamos llenar el vacío que dejó mi tío y, nos guste o no, Dylan Maxwell es un activo importante. No ayudará a nadie que lo debiliten las locas acusaciones de comportamiento criminal.

    Me reí de nuevo. —Así que es Max quien te lleva de la correa ahora, ¿es eso? Maldito bastardo, no podría haberme disparado simplemente como cualquier hombre civilizado. No, te envía a ti para matarme de fastidio.

    —No me ha enviado nadie y nadie trata de matarte. No hay razón para volverse paranoico.

    Lo interrumpí, —Así que Max asciende al trono de la Sociedad Highwater al dejar fuera a tu tío y todos vosotros os levantáis y aplaudís cortésmente: "El rey ha muerto, larga vida al rey". ¿No te da vergüenza, hombre?

    Brad negó con la cabeza. —Dylan Maxwell no es el jefe de Highwater, he sido nominado para asumir los deberes de mi tío y Max me está apoyando. Y en cuanto a las circunstancias de la muerte de mi tío, me aseguraré de que se investiguen a fondo, y estoy seguro de que no encontraremos ninguna evidencia de la participación de Max.

    —Qué bonito. Y cuando llegue el momento, estoy seguro de que dirán que Max tampoco tuvo nada que ver con tu muerte.

    Entonces Brad extendió el brazo y me puso la mano sobre el hombro, un gesto amable y tranquilizador que fue tan inesperado que en realidad me dio escalofríos.

    Me dijo: —D, sigues hablando de Highwater como si fuésemos enemigos. Sin embargo, elegiste trabajar para Dylan Maxwell. Eres amigo de mi prima. Y aunque no me guste, somos hermanos ahora. Significas mucho para Jenny y ella lo significa todo para mí. Eres uno de nosotros ahora y debes comenzar a trabajar con nosotros, no contra nosotros.

    —Tiene gracia, tu tío me dijo lo mismo. El problema es que vosotros guardáis demasiados secretos para mi gusto. Tal vez vería con un poco más de claridad la manera de ayudaros si alguien me explicara qué es lo que hacéis todos vosotros en realidad.

    —¿El propósito de Highwater? Bueno, en realidad no es algo que se pueda expresar fácilmente con palabras. Solo se puede entender al experimentarlo de primera mano, descubrirlo por ti mismo.

    —Tu tío también me dijo eso. No me pareció que entonces tuviese mucho sentido, sigue sin tenerlo ahora. ¿Qué tal si intentas algo un poco más fácil, como decirme lo que Max ha escondido debajo de las instalaciones de Asterión en la Unidad de Almacenamiento 33?

    Brad se levantó bruscamente. Su voz adquirió un tono sarcástico, casi amenazante. —¿Sabes?, D, para alguien tan decidido a exponer los secretos de otras personas, tu vida no es exactamente un libro abierto.

    —¿Qué quieres decir?

    —Bueno, por un lado, nunca le dijiste a tu viejo periódico que te expulsaron de la escuela de periodismo por inventar citas en tus artículos. Yo diría que Subterráneo de Hormigón se mostraría interesado a la luz de sus actuales problemas legales. Por no mencionar al resto de los medios que cubren esta historia. Lo mismo se aplicaría al tiempo que pasaste en Oak Hill, o lo que hiciste para ser enviado allí.

    Salté y me acerqué a su cara. —¿Sabes qué?, dile a Max que no me importa qué tipo de mierda cree que ha desenterrado sobre mí. Dile que no se moleste más en tratar de amenazarme o razonar conmigo.

    Levantó las manos indicando que no quería pelear. —Ya te lo he dicho, no estoy aquí en nombre de Max, - dijo Brad. —Estoy aquí por respeto a tu hermana y a mi prima. - Hizo una pausa, una pausa significativa, pensé, y añadió: —¿Sabes dónde está Columbine, por cierto? La he estado buscando por todas partes.

    Levanté el cojín del sofá e hice una mueca como si estuviera buscando algo, luego examiné los escombros en el suelo con el pie y me encogí de hombros.

    Brad sonrió con rencor y asintió con la cabeza. —Tiene que ser duro para ella, perderlos a los dos en una sucesión tan rápida. Bueno, dile que me llame si tienes noticias de ella, - dijo mientras se iba.

    Lo seguí a la puerta y le observé bajar las escaleras. «Podría haber estado preguntando por Columbine por legítima preocupación», me dije. Por supuesto, también podría tener motivos ocultos.

    Después de todo, si alguien había ganado con la muerte de McPherson, ciertamente era él.

    Después de que hubiese desaparecido por la esquina del edificio, bajé las escaleras y crucé el patio, mirando por la esquina justo a tiempo para verlo entrar a su coche. En cuanto se alejó, me subí al Volvo y lo seguí.

    Miré por el retrovisor y vi el Crown Vic a unos metros detrás de mí. Un poco más atrás, estaba la furgoneta blanca Asterión.

    El coche de Brad aparcó en el estacionamiento adyacente al edificio Abrasax. Aparqué el Volvo en una zona azul al otro lado de la calle y corrí hacia el interior, luego me paré para esconderme detrás de un seto con forma de Aves del Paraíso mientras lo esperaba. Poco después lo vi cruzando el vestíbulo hacia los ascensores. Me aseguré de mantener una distancia segura hasta que subiera a una de las cabinas, luego miré la pantalla digital sobre las puertas para ver en qué piso se había bajado. Se detuvo en el siete. Tomé el siguiente ascensor.

    Cuando salí al piso de relaciones públicas, la recepcionista me indicó alegremente hacia la sala de prensa. Al parecer todavía no había recibido el memorando de que yo era otra vez persona-non-grata.

    Me metí en la gran sala de reuniones donde se estaba llevando a cabo una conferencia de prensa completa. Curiosamente, Jenny era la que estaba en el podio respondiendo una pregunta sobre la muerte de McPherson con la sensibilidad y el patetismo necesarios. Brad estaba de pie a un lado del escenario, justo al lado de Max.

    Me quedé al fondo de la habitación, mirándolos durante unos minutos antes de que Max me mirara y me reconociera. Discretamente se bajó del escenario y vino a hablar conmigo.

    —No creo que entiendas cómo se supone que funciona esto del fantasma, - dijo con una sonrisa mientras se inclinaba cerca de mí.

    En el escenario, Jenny aceptó otra pregunta, esta era de un colega que reconocí del Morning-Star.

    —El fiscal de distrito ha decidido no presentar cargos contra el Sr. Maxwell, citando la invalidez de los documentos en cuestión, pues han sido falsificados, - respondió Jenny. —Obviamente, aplaudimos esta decisión y esperamos dejar atrás el asunto lo más rápido posible para que el Sr. Maxwell pueda continuar concentrando sus energías en proporcionar a nuestros clientes una experiencia online de calidad.

    —¿Qué coño? - Pregunté volviéndome hacia Max.

    Él sonrió triunfante y me entregó una tarjeta de visita. Decía: "Jennifer McPherson, Directora de Comunicaciones de Abrasax".

    —Pensé que era apropiado, en realidad, reemplazar a Lily con otra mujer que nunca te jodería sin importar cuán desesperadamente lo desees.

    Di un giro y le golpeé firmemente en la mandíbula, causando un gran crujido en toda la habitación, seguido por los jadeos aturdidos y un susurro frenético general entre la prensa reunida.

    Antes de darme cuenta de lo que estaba sucediendo, los guardias de seguridad de Abrasax lograron arrastrarme pateando y gritando fuera de la sala de reuniones.

    San Antonio me estaba esperando fuera, sentado sobre el escritorio de la recepcionista, aplaudiendo deleitado con sus gruesas y carnosas palmas. Luego, demasiado tarde, me di cuenta de por qué la recepcionista me había dejado entrar tan voluntariamente.

    —¡Bravo! - Gritó saltando del escritorio. Los tres guardias de seguridad que me sostenían me obligaron a ponerme en pie.

    Envió uno de sus puños a mi abdomen, golpeándome tan fuerte que quise vomitar. Disparó un par de impactos más en mi intestino, luego siguió con un gancho derecho a un lado de mi cara. Probablemente hubo mucho más después de eso también, pero afortunadamente me desmayé.

Capítulo 34: Las Mismas Historias, Una y Otra Vez

    Desperté para encontrarme siendo arrastrado fuera del Escalade de San Antonio. Me llevó un tiempo volver a enfocar mi visión, así que lo primero que vi claramente fue la puerta de metal negro con el mensaje pintado con aerosol: "El timbre no funciona, por favor golpeen". Miré a mi alrededor, reconocí el callejón de la 27 con Mission, y me di cuenta de adónde me llevaban.

    Antonio mantuvo la puerta abierta y me empujó dentro. Max ya nos estaba esperando de pie en medio de la habitación detrás de un hombre cubierto de sangre y atado a una silla. El hombre en la silla llevaba la misma máscara grotesca que yo había usado para la fiesta de Highwater.

    En el rincón más alejado de la habitación, detrás de Max, también vi a Ben Garza, que vestía un polo negro y parecía estar haciendo todo lo posible para acechar en las sombras.

    —Debería haber sabido que la única persona lo suficientemente loca como para chantajearte ERAS tú mismo.

    Max me miró confundido por un momento, luego se echó a reír. —Ah, ya lo entiendo, lo dices por este lugar. No, no fui yo quien te trajo aquí antes. Es que no me intimida copiar una buena idea. Y no inventé mi chantaje, aunque esa es una teoría muy divertida de todos modos.

    El cautivo se retorció en la silla, debatiéndose contra sus ataduras e intentó decir algo, pero salió amortiguado, lo cual sugería que estaba amordazado debajo de la máscara.

    —Hey, tú, tranquilo, - advirtió Max con una severa burla mientras daba vueltas para arrodillarse junto a la silla, revelando un sangriento par de tijeras de jardinero en la mano.

    —Es una elección de máscara interesante, - dijo. —Me recuerda a la Comedia del Arte. ¿La conoces? Nuestra amiga Columbine ciertamente la conoce.

    No respondí. Como de costumbre, eso no lo detuvo lo más mínimo.

    —Una de las cosas que encuentro fascinantes sobre la Comedia, - continuó, —es que nos recuerda cuán pocas historias hay en realidad en este mundo. Seguimos contando el mismo montón una y otra vez a lo largo de los siglos, desde los primitivos dibujos en las cuevas hasta los mitos antiguos de cómics y éxitos de taquilla veraniegos. Somos criaturas muy simples en ese sentido. Todo se reduce a los mismos instintos básicos que nos impulsan: codicia, miedo, lujuria, amor, ambición, vanidad, celos. Una vez que comprendes la Comedia, todas nuestras historias se vuelven tan... predecibles.

    Me rasqué la cabeza. —Una vez más, no tengo ni idea de que lo que me estás contando tenga algo que ver con nada.

    Max se paró a mi lado y puso la mano con las tijeras ensangrentadas en mi hombro, casualmente, como si estuviésemos teniendo una conversación amistosa. —Lo otro que me interesa de la Comedia es el uso de las máscaras. Se basa en personajes comunes, arquetipos reconocibles al instante por el público. La máscara es una parte clave de ello, lo cual es irónico si lo piensas. En la Comedia, la máscara define la identidad de un personaje, mientras que normalmente una máscara está destinada para ocultar identidad. A veces me gusta pensar en cómo las máscaras tras las que nos intentamos esconder pueden traicionarnos y cómo pueden llegar a definirnos.

    —Todavía no veo cómo esto es relevante, - dije.

    —Es relevante porque vosotros dos tratasteis de ocultar vuestra identidad y casi lo lograsteis. - Max señaló de nuevo al hombre en la silla. —Por supuesto, él era un sospechoso obvio cuando supe por primera vez que tenía en sus manos los correos electrónicos entre el Ayuntamiento y yo. Así que hice que mi gente lo investigara, pero no pudieron encontrar ninguna conexión sustancial entre vosotros dos desde el otoño después del instituto. Quiero decir, realmente habéis engañado a todo el mundo para que pensara que os odiabais.

    —Nos odiamos, - dije. —Brian solo me dio esos correos electrónicos porque escuchó al alcalde hablarle mal al jefe de personal. No se dieron cuenta de que él estaba en la habitación de al lado escuchando.

    —Ahh, bueno, la Comedia ataca de nuevo, - dijo Max con palpable satisfacción. —Incluso en esta era de maravillas tecnológicas, todavía se reduce a las mismas pasiones básicas.

    Max quitó la máscara y reveló la cara ensangrentada de Brian con dos cuencas vacías.

    Me sentí mareado y con náuseas. —¿ y cómo lo descubriste? - le pregunté a Max, logrando de alguna manera evitar vomitar.

    —Fue Garza en realidad. Pasó varios días entre imágenes de vigilancia para descubrir cómo coordinasteis la entrega.

    Miré con desprecio a Garza, que todavía estaba merodeando por la parte de atrás de la habitación, tirando del cuello de su polo nerviosamente, y me pregunté cuál sería su trato. —No dices gran cosa, ¿verdad?

    —Sí, ¿qué te pasa, Ben? Por lo general nunca cierras el puto pico. - intervino Max.

    En ese momento, algo hizo clic en mi cabeza y me di cuenta de que en realidad nunca había oído hablar a Garza. Me acerqué a él y le puse una mano en el hombro, justo en la base del cuello en señal de felicitación, diciendo: —Buen trabajo de detective, gilipollas.

    Fue un gesto simple e inocuo, no violento ni contundente en absoluto, pero Garza hizo una mueca de dolor cuando mi mano tocó su cuello.

    —Lo siento, - dije retirando la mano. —¿Te has hecho daño? - Me volví para mirar a Max, que llevaba una expresión de curiosidad. —Bueno, ¿cómo está el marcador? ¿Es este el final del viaje para mí y Brian?

    Max negó con la cabeza. —Creo que tu amigo ha aprendido su lección bastante bien. Y en cuanto a ti, espero que hayas aprendido algo también. Hasta ahora he sido indulgente contigo, pero hay consecuencias por ir demasiado lejos.

Capítulo 35: Como En Las Películas

    Después de que Max me dejara marchar, esperé al otro lado de la calle hasta que vi a Garza salir del callejón. Lo seguí a pie hasta la carretera principal más cercana, donde llamó a un taxi. Llamé a otro y le dije a mi conductor que siguiera al primero, como en las películas.

    El taxi dejó a Garza frente al edificio justo al lado de la Casa Salvador. Era una vivienda antigua que había sido cerrada por las autoridades. Lo seguí al interior y subí las escaleras, me quité los zapatos y pisé ligeramente para evitar hacer ruido.

    Estaba ocupando varios apartamentos diferentes en el piso superior. El lugar estaba sucio: el suelo estaba casi completamente cubierto de ropa, recipientes de comida rápida, botellas de refrescos, correo viejo y otra basura variada.

    Una de las habitaciones tenía un colchón de futón sin sábanas, así que entendí que era allí donde dormía y comencé a husmear.

    Había una ventana en la pared del fondo de la habitación y a través de ella pude ver las ventanas del albergue de al lado. Sonreí al notar que el teléfono del pasillo del tercer piso era claramente visible desde aquel lugar.

    Debajo de una de las pilas de ropa sucia esparcida había una caja fuerte de metal barata. Después de abrir la cerradura con la navaja, encontré dos cosas interesantes en el interior: una lisa máscara gris sin rasgos y una Browning de 9 mm con silenciador. Revisé la última para asegurarme de que estaba cargada, luego la llevé conmigo.

    Entré en otra habitación y encontré a Garza sentado a un escritorio que albergaba seis monitores de varias formas y tamaños conectados a un atestado bastidor de servidores al lado del escritorio.

    Levanté el arma y la apunté en la parte posterior de su cabeza. Sus ojos se movieron para mirarme en los reflejos de los monitores.

    —Qué, ¿me vas a disparar? - preguntó con una voz ronca que reconocí al instante.

    —Hay una buena probabilidad.

    —Entonces, ¿por qué no dejas de perder mi tiempo y acabas de una vez? - dijo mientras barajaba unos papeles en su escritorio.

    —¿Porque primero tienes que darme algo a cambio de hacerte ese favor?

    —¿Favor? - repitió mientras jugueteaba con un pesado pisapapeles de vidrio con forma de pirámide.

    Asentí fijando los ojos en su mano. —Comparado con lo que Max haría si te entregara a él, una bala rápida y limpia en la cabeza es un favor.

    De repente, Garza lanzó la pirámide hacia mi cabeza. Afortunadamente, anticipé su movimiento y pude esquivarlo a tiempo. El pisapapeles pasó volando, falló solo por centímetros y dejó un agujero en el panel de yeso detrás de mí. Garza hizo un movimiento hacia la puerta, pero pude acertar un disparo con la Browning que le atravesó la sección media.

    Se dobló y cayó de rodillas, agarrándose el estómago mientras la sangre se filtraba por la parte delantera de su camisa. Me acerqué a él y presioné el cañón contra su sien.

    —Como decía, me vas a pagar por este favor. Quiero que me digas quién es tu compañero, el que conduce ese Chevy azul.

    —¿Por qué te importa? - escupió Garza burlonamente. —Es un peón, un paleto. Igual que esa perra de Lynch y tu novia del pelo morado.

    —¿Los peones de quién? ¿De McPherson?

    Él se rió, —¿Qué? Esta claro que no tienes ni idea de lo que está pasando, ¿verdad?

    Sus ojos se clavaron en los míos con un brillo alegre y travieso. No respondí, sino que seguí mirándolo. Finalmente, miró hacia otro lado y añadió: —Eran todos peones míos. Fue un plan mío desde el principio.

    Me burlé, —No estoy seguro de que quieras transmitir eso demasiado alto. Parece un plan bastante tonto para empezar, incluso antes de dejar que el gato saliera de la bolsa en tu pequeña tarjeta de memoria secreta. Por la cual, por cierto, Max no parece estar tan molesto de todos modos.

    Garza se erizó ante esto. —Max es un imbécil. Es un fanfarrón y un bravucón que trata de ocultar lo asustado que está en realidad. Ya has leído los documentos, ¿verdad? Pregúntale qué tiene escondido bajo las instalaciones de Asterión, y luego observa cuán jodidamente genial actúa.

    Fuimos interrumpidos por el chirrido de una puerta que se abría y ambos levantamos la vista para ver al hombre de cara rojiza parado en la puerta, vestido con su habitual gabardina y sombrero. Tan pronto como me vio, salió corriendo. Salté y le perseguí, dejando a Garza sangrando en el suelo.

    Salí corriendo al pasillo justo a tiempo para ver al hombre desaparecer detrás de una puerta al fondo. Corrí a toda velocidad y abrí la puerta para revelar un tramo de escaleras que conducían arriba.

    Cuando salí a la azotea, lo vi correr y lanzarse por el borde, saltando hacia la Casa Salvador. Respirando profundamente, me armé de valor para hacer mi propio intento, dejando un rastro de blasfemias a mi paso mientras saltaba el abismo, afortunadamente estrecho, entre los dos tejados, aterrizando justo cuando mi presa comenzaba a descender por la escalera de incendios que recorría la fachada.

    Corrí y miré por el costado del edificio, pero no lo vi en ninguna parte de la escalera de incendios ni en el suelo. Supuse que debía haber entrado en el edificio y, mientras bajaba el primer tramo de escaleras, noté que la ventana del tercer piso estaba abierta.

    Me lancé al interior del edificio justo cuando la puerta de la habitación 313 se cerraba de golpe. Irrumpiendo por esa puerta, lo encontré de pie justo dentro de la habitación, dándome la espalda y lo embestí sobre la cama.

    Pero cuando miré al hombre que luchaba bajo mi peso, vi que no era un hombre en absoluto. Era Stella, vestida con el abrigo y el sombrero del hombre. Su cara estaba blanca por la sorpresa al extender sus manos, que agarraban la muñeca rusa Reina de Corazones de Columbine.

    —Me dijo que te diera esto, - dijo.

    —¿Quién lo dijo?

    —El hombre del pasillo.

    Salí corriendo por la puerta y me encontré mirando el extremo operativo de un esprai de mostaza.

    Disparó y aullé de dolor. Me dejé caer al suelo y me retorcí en ciega agonía mientras la mostaza me quemaba los ojos.

    Finalmente, sentí manos agarrándome y dándome la vuelta para acostarme de lado.

    —Abre los ojos, - ladró una voz.

    Obedecí y sentí de inmediato una especie de líquido salpicando en ellos.

    —Ahora parpadea, - dijo la voz de nuevo.

    Cuando mi visión finalmente se aclaró, vi a Stella parada sobre mí, sin el disfraz y sosteniendo un cartón de leche. —Levántate y ten cuidado de no tocarte los ojos.

    Me ayudó a levantarme y me guió hasta el baño por el pasillo, donde me hizo lavarme las manos y la cara a fondo.

    Cuando terminé, la seguí de regreso a su propia habitación, la 309, y me senté en la cama con ella.

    —¿Como te sientes?

    —Chachi, - le respondí mientras parpadeaba los ojos obsesivamente con una mueca.

    —El efecto debería desaparecer gradualmente, pero mientras tanto te conviene mantener los ojos húmedos, - dijo y me entregó una botellita de plástico de Visine.

    Me recosté en la cama y apreté un par de gotas en cada ojo. —Gracias. Has hecho esto antes, asumo.

    —En mi gremio, la mostaza es la menor de nuestras preocupaciones, - respondió ella sacudiendo la cabeza. —Deberías ver la mierda enfermiza que sucede. Las chicas acaban cortadas, magulladas, quemadas, con huesos rotos, de todo. Pero claro, probablemente no quieres escuchar todo esto, dado el estado en el que estás en este momento.

    —No, está bien, - respondí, aún parpadeando furiosamente. —Sigue hablando; es útil tener algo en lo que concentrarse aparte de la quemazón.

    Stella se encogió de hombros, —Si tú lo dices. A mí misma me han zurrado varias veces, algunos golpes y contusiones, pero he tenido suerte. Vi a una chica con las mejillas abiertas cruzando la boca como una sonrisa, como en esa película, - continuó dibujando líneas invisibles que se extendían desde cada lado de su boca, como una sonrisa gigante. —Y a la pequeña vietnamita que está al final del pasillo le falta una parte de la nariz que una rata masticó después de que un tipo la dejara esposada a la cama en un albergue. Luego, otra chica que conozco tiene cicatrices en un lateral de su cuerpo que la cubre casi de pies a cabeza, quemaduras químicas.

    —Espera, - interrumpí. —¿Quién es ella?

    —La chica del refugio, el Santuario de Knossos en la calle 32.

    —¿Has estado en ese refugio? - sondeé.

    —Sí, un par de veces. Ahí es donde conocí a Isabel, de hecho, ella entraba y salía mucho de allí. Pero bueno, volviendo a esta chica que apareció con las quemaduras, eso fue hace varios años, cuando apenas hablaba inglés y no podías entender ni un poco debido a su acento. No era ruso, pero parecido. Aunque era muy inteligente, reencontró su vida y ahora trabaja allí. Incluso con ese loco cabello que tiene, nunca adivinarías de qué color es.

    —Púrpura, - dije apenas audiblemente.

    —Sí, ¿cómo lo has adivinado? Debes de conocerla, ¿eh?

    —Eso pensaba, pero estoy empezando a creer que ella no es exactamente quien pensé que era.

    Stella me dio unas palmaditas en la rodilla. —¿No es así el mundo?

    Mientras tanto, un equipo de hombres vestidos con monos negros de Asterión entraba al edificio de al lado y encontraba a Garza en el suelo, sangrando profusamente y deseando que hubiese acabado con él.

Capítulo 36: Si Hubiera Estado Prestando Atención

    Una vez que me recuperé lo suficiente como para ponerme en movimiento, corrí hacia el Loco Multicolor tan rápido como me llevó el Volvo, esquivando del tráfico mientras avanzaba por la Autopista 77.

    Abrí la puerta y encontré a Violet tumbada en una de las camas, atada, amordazada y con los ojos vendados. Volé y la ayudé a liberarse, luego grité: —¿Qué ha pasado?

    —Ese hombre irrumpió aquí y me golpeó, me dejó inconsciente. Cuando desperté, estaba así. ¿Dónde está Col, está bien?

    —Desaparecida, se la han llevado, - le respondí. —¿Quién fue?

    —Creo que fue el hombre del que hablaste antes, el de la cicatriz que usa el abrigo largo y el sombrero.

    —¡Mierda! - Grité de frustración, luego saqué la muñeca rusa del bolsillo de mi abrigo y se la mostré. —Tenía esto. Quería que supiera que tenían a Columbine.

    La cara de Violet se hundió cuando le dio la vuelta a la muñeca en sus manos. —¿Cómo la encontraron? Fuimos muy cuidadosos.

    —No lo sé, - admití. —Pero tenemos que idear un plan antes de que...

    —Espera, escucha, - me interrumpió, luego sacudió la muñeca. Definitivamente había algo traqueteando por dentro.

    Abrimos las dos mitades para revelar una versión más pequeña de la misma muñeca en su interior. Abrimos esa, y luego otra, pelando a través de varias capas de réplicas cada vez más pequeñas hasta que por fin abrimos la última y encontramos una tarjeta de memoria micro-SD.

    Violet y yo llegamos a la oficina de Max unos tres pasos antes de que ambos nos paralizáramos cuando la silla de Max giró para revelar a San Antonio sentado detrás del escritorio, sonriendo de oreja a oreja.

    Desenfundé la Browning y la apunté a su cabeza. —¿Dónde está Max?

    Una voz detrás de nosotros llamó: —Salve, salve, toda la pandilla está aquí.

    Me di la vuelta y vi a Max sentado en un taburete en el bar, leyendo el Libro de las Mentiras de Crowley. —¿A qué le debo el placer?

    —Necesitamos tu ayuda, - le respondí sin dejar de apuntar a Antonio con el arma. —Los chantajistas tienen a Columbine.

    —Fascinante, - dijo con un bostezo, luego se miró la mano y comenzó a recoger minúsculas motas de suciedad debajo de las uñas. —¿Qué tiene eso que ver conmigo?

    —También es amiga tuya, - le dije. —¿No quieres asegurarte de que está a salvo?

    —Es una chica valiente con un fuerte sentido de la aventura, - respondió Max distraídamente.

    Puse el arma sobre la mesa de café de Max y saqué la tarjeta micro-SD de mi bolsillo. —Quizás te interese saber qué hay en esto.

    Max me quitó la tarjeta, luego se acercó a la pared y presionó ligeramente un panel. Este se abrió deslizándose mecánicamente, revelando una pantalla plana oculta en su interior.

    Apareció un video que mostraba una figura deformada y miserable que podría haber sido Ben Garza colgando como un trozo de carne, aullando de agonía mientras un grupo de hombres con monos negros lo torturaba. Pero la imagen parpadeó rápidamente y cambió a una pantalla de escritorio de ordenador cuando Max insertó la tarjeta en una ranura en el lateral de la pantalla.

    Me lanzó una sonrisa de reojo, al parecer muy satisfecho consigo mismo.

    Mientras tanto, Violet se había movido sigilosamente para recoger la Browning donde yo la había dejado. Aunque Antonio se había dado cuenta y, en cuanto ella la levantó, Antonio apretó la mano fuertemente alrededor de la muñeca de Violet, hundiendo su pulgar en un punto de presión hasta que ella la dejó caer.

    —Buen intento, - le murmuró en voz baja a su esposa.

    Max y yo éramos ajenos a todo eso. Si hubiera estado prestando atención, me habría dado cuenta de que Violet no estaba tratando de apuntar con el arma a Antonio.

    Mientras tanto, la pantalla mostraba el contenido de la tarjeta de memoria, que era un único archivo de audio. Max tocó el ícono del archivo y la grabación comenzó a reproducirse. Era la voz de un hombre, muy grave y procesada digitalmente como un efecto de película barata, para ocultar la identidad del hablante.

    —Si quieres volver a ver a tu amiga, encuéntrame en el Parque San Hermes esta noche. En el extremo este del Puente del Milenio a las 3:30 am. Trae a Dylan Maxwell contigo. Solo a él, nadie más, y ven desarmado.

    Cuando terminó se activó y repitió automáticamente hasta que Max tocó la pantalla nuevamente para silenciarla. —Una intrigante elección de lugar - fue todo lo que dijo.

    —¿Porqué? - le pregunté.

    —Allí fue donde celebramos el funeral de su madre después de su muerte. - Hizo una breve pausa y añadió: —Ya sabes, la primera vez que murió.

    Arqueé una ceja. —Espera, ¿qué quieres decir?

    —El "accidente de barco", - respondió Max usando los dedos para dibujar comillas en el aire mientras hablaba.

    De pronto sentí que el suelo caía debajo de mí. Estaba estupefacto. —¿Te refieres a Jacinta Ngo?

    Los ojos de Max se abrieron de sorpresa y una sonrisa se dibujó en su rostro. Miró por encima de mi hombro a Violet y comenzó a reír.

    Violet me miró con la boca abierta. —Supuse que lo sabías.

    Me estaba tambaleando por esta revelación. ¿Por qué me había ocultado eso Columbine? ¿Era su conexión con Jacinta la razón por la que había sido atacada?

    Max aplaudió una vez para llamar nuestra atención y luego tocó la esfera de su reloj. —Bueno, el tiempo se está acabando. No es que no me encante saborear la total humillación de D, pero estamos a punto de entrar en lo que está absolutamente garantizado como una trampa y tenemos muy poco tiempo para idear una estrategia adecuada de ataque.

Capítulo 37: Hora De Que Dejemos De Mentirnos

    Max, Violet, Antonio y yo montamos juntos en el Volvo mientras un coche blindado que transportaba un destacamento de guardias de seguridad de Abrasax nos seguía a una distancia decididamente indiscreta. Los había visto armarse antes de irnos y sabía que habían acumulado suficiente potencia de fuego para hacer que un miliciano de Michigan se sonrojase. De alguna manera, este conocimiento no me resultó nada reconfortante.

    Antonio conducía con Max de copiloto y Violet y yo en la parte de atrás. Decidimos acercarnos al Puente del Milenio desde el Norte, ya que esa sería la ruta menos visible y, por lo tanto, la mejor apuesta para ocultar la caballería. Esto significaba tomar los serpenteantes y boscosos caminos por Hermosa Ravine. Cuando entramos al parque, Max estaba terminando de hablar por teléfono con el equipo del par de exploradores que había enviado delante de nosotros.

    —Eso es bueno, - dijo en su celda, —solo asegúrense de estar lo suficiente lejos para mantenerse fuera de la vista. Probablemente no se mostrarán si los ven allí.

    —¿Todo bien? - le pregunté.

    —Bueno, no hay nadie allí, así que presumiblemente están esperando a que llegues primero para poder estar seguros de que no hay moros en la costa. En cuanto lleguemos allí, haré que el equipo A quede a la espera hasta que salgan de la cabaña. - Tenía un brillo alegre en los ojos, como un niño desenvolviendo un regalo de Navidad.—El rollo paramilitar es divertido. Me está dando todo tipo de ideas para los juegos en la próxima fiesta de Highwater.

    —Encantador, - se quejó Violet. —Ahora nos disparará mientras juega a los comandos.

    Salimos de la carretera principal hacia un camino de tierra más estrecho que seguía a lo largo del borde superior de un terraplén empinado. Todavía estábamos a ocho kilómetros del desvío que nos llevaría al Puente del Milenio. Miré por la ventanilla izquierda y vi cómo el suelo se alejaba bruscamente y desaparecía en la oscuridad.

    De repente, escuché otro motor cobrar vida con un rugido. Miré a mi alrededor, pero no pude ver ningún otro automóvil, salvo el que estaba detrás de nosotros.

    —¿De dónde viene eso? - Gritó Violet.

    —No lo sé. No veo nada, - respondió Antonio cuando el sonido se hizo más fuerte.

    —¡Ahí! - gritó Max al señalar por la ventana. Había una forma oscura avanzando y desgarrando los matorrales a nuestra derecha, varios metros delante de nosotros, un automóvil con las luces apagadas. Aunque no pude distinguirlo con claridad, en realidad no necesitaba hacerlo. Sabía exactamente qué coche era. Y a la velocidad a la que íbamos, nos dirigíamos directamente en rumbo de colisión con él.

    Antonio pisó el freno, pero el Chevy azul se desvió hacia nosotros para compensar nuestra repentina desaceleración. Nos golpeó de lleno en el lado del pasajero delantero, haciendo que ambos coches se estrellaran y cayeran por el terraplén.

* * *

    Desperté boca abajo y cubierto de vidrio. Al girar la cabeza a mi derecha, vi que Violet todavía estaba atada a su asiento, inconsciente. Delante, ni Max ni Antonio estaban por ningún lado.

    Probé el cinturón de seguridad, que estaba atascado. Excavando en mis bolsillos, encontré la navaja y logré cortarlo para liberarme. La ventanilla a mi lado ya estaba rota en su mayoría, así que me di la vuelta y pateé lo que quedaba del cristal fuera del marco.

    Me arrastré fuera del coche siniestrado y, lenta y dolorosamente, me puse de pie. Pasó un momento antes de que mi cabeza dejara de girar lo suficiente como para poder orientarme. Miré atrás hacia el terraplén que habíamos bajado y no vi ninguna señal del vehículo blindado que nos había estado siguiendo. Probablemente habían continuado por la carretera en la que habíamos estado para encontrar una vía de acceso que les llevara hasta nosotros. Supuse que eso nos daba unos cinco o diez minutos hasta que nos alcanzaran, el cual formaba parte obviamente del objetivo de la emboscada.

    Al examinar el área, vi el coche azul posado a un par de metros del Volvo volcado, situado entre este y el río. Al mirar detrás de mí, descubrí que Max estaba tambaleándose a unos diez metros de distancia, justo ante la hilera de árboles. Parecía desorientado y tembloroso, pero al menos estaba de pie. Rodeé el coche por lado del conductor y llegué hasta la parte trasera para liberar a Violet.

    De repente escuché un disparo. Después de salir del coche, levanté la vista y vi que Max se había congelado en seco y me estaba mirando. Seguí su mirada hacia el conductor que salía del coche azul con una vieja Luger de la Segunda Guerra Mundial en la mano. La cola de su gabardina ondulaba detrás de él en el aire nocturno y se había quitado el sombrero de ala ancha que normalmente llevaba inclinado hacia adelante y oscurecía su visión. Esto me dio una vista más clara de su rostro, que parecía literalmente a punto de caerse de su cráneo como una piel leprosa.

    El cañón brilló, sonó otro disparo y una bala pasó a mi lado. El segundo disparo sacó a Max de su estupor y este se dio la vuelta rápidamente para escapar a través de la hilera de árboles.

    Me levanté de un salto y traté de interceptar al hombre del abrigo, pero San Antonio me abordó, saltando de la nada. Estaba encima de mí en cuanto tocamos el suelo.

    —Nos has tendido una trampa, - me gruñó antes de conseguir asestarme dos golpes aplastantes en la cara y antes de yo que pudiera liberar mi mano con el cuchillo. Entonces le golpeé a ciegas en el costado, clavando repetidamente la pequeña cuchilla en su piel.

    Fue suficiente para desequilibrarlo, poder derribarlo y liberarme. Corrí una docena de metros antes de que mis piernas cedieran y yo acabara de bruces en la maleza.

    Una voz gritó detrás de mí: —D, mira a tu izquierda, a las diez en punto. - Levanté la cabeza y vi algo azul y brillante escondido en un arbusto. Estiré la mano a través de las ramitas quebradizas, ignorando el dolor mientras me pinchaban la piel, y envolví los dedos alrededor del frío metal. Saqué el objeto y lo levanté para examinarlo a la luz de la luna. Era una pistola con una carcasa de metal azul.

    Me di la vuelta para encontrar a Antonio tambaleándose hacia mí y vacié el cargador frenéticamente. No estaba seguro exactamente de cuántos de mis disparos dieron en el blanco, pero fueron suficiente para que el hombre cayera de rodillas.

    Cuando Antonio colapsó reveló a Violet cojeando hacia nosotros detrás de él. Pasó junto a la arrugada y destrozada forma de su marido y me abrazó.

    Una risa húmeda y gorgoteante brotó de la garganta de Antonio. —Sabía que estabáis metidos en esto desde el principio. Traté de advertirle, pero él no me escuchó. - Soltó una tos áspera, vertiendo sangre en el suelo, y añadió amargamente: —O no me escuchó o no le importó.

    —Mátalo, - dijo Violet en voz baja antes de bajar la vista hacia el arma en mi mano. —Hay otro cargador en los arbustos.

    La miré fijamente por un momento, ella suspiró y se arrodilló para sacar el segundo cargador de la maleza.

    Encajé el nuevo cargador en su lugar y ladeé el control deslizante para cargar una bala en la recámara. Despacio y reluctante, levanté el arma y presioné el cañón contra la sien de Antonio. Él me mostró los dientes y dejó escapar un fuerte rugido que hizo temblar la tierra y que resonó en la noche. Apreté el gatillo.

    Cayó hacia atrás y aterrizó en el suelo con un ruido sordo. Violet apoyó su peso contra mí mientras yo hacía clic en el seguro y deslizaba el arma en la cintura de mis vaqueros.

    —¿Dónde están los demás? - me preguntó.

    —Max huyó por ahí, subió por el terraplén. El conductor del coche azul corrió tras él.

    —¿Alguna señal de Columbine?

    La empujé suavemente hacia atrás. —Creo que es hora de que dejemos de mentirnos.

    —Supongo que sí, - respondió ella mientras bajaba los ojos con indiferencia hacia el arma. —Entonces, ¿lo has descubierto?

    —Gran parte de ello, - dije al cogerla de la mano. —Venga, vamos a buscarlos antes de que aparezcan los matones de Max.

    Corrimos adentrándonos en el bosque siguiendo el rastro de sangre y ramas rotas que Max y su perseguidor habían dejado atrás. La subida pendiente arriba y el terreno irregular habrían dificultado las cosas aunque no estuviéramos magullados. Tal como estaba, me ardían las piernas, me dolía el cuerpo y el goteo constante de sangre que me rodaba por la frente y los ojos me nublaba la visión. Violet no parecía mucho mejor, su cojera se hacía más pronunciada a medida que se inclinaba hacia mí para recibir apoyo.

    Después de unos quince minutos, por fin encontramos a Max sentado en un pequeño rellano donde el suelo se había nivelado. Estaba apoyado contra un árbol, jadeando con dificultad, su cara estaba cubierta de barro y sangre.

    —¿Donde está? - le pregunté.

    Señaló un lugar donde el rellano caía bruscamente unos metros más allá de su árbol. Me acerqué y miré hacia abajo. El cuerpo con la gabardina yacía en el fondo de un empinado terraplén rocoso. —Supongo que perdió el equilibrio, - explicó Max.

    Caminamos para buscar un camino más fácil, Violet todavía se apoyaba en mí mientras yo mantenía a Max dos pasos por delante de nosotros, donde podía mantener el arma apuntando hacia él.

    A medida que nos acercábamos al cuerpo, era obvio que se había roto el cuello, el hueso asomaba grotescamente a través de la piel tal como lo había hecho en la de McPherson. La Luger había aterrizado encima de una roca a un par de metros de distancia.

    Me arrodillé y le di la vuelta al cuerpo. El maquillaje de látex aplicado con maestría ya estaba parcialmente roto, la nariz protésica bulbosa colgaba a un lado. Despegué el resto del látex, dejando al descubierto la cara de Columbine.

    La sorpresa en la cara de Max fue palpable. Por supuesto, ni siquiera había asombro fingido en la cara de Violet, que carecía escalofriantemente de emociones.

    —Maquillaje y prótesis, - le expliqué mientras le entregaba a Max los restos de la nariz. —El traje estaba acolchado para darle volumen y los zapatos con alza le daban altura. - Le di una patada en los pies. —Probablemente también fueron lo que la mataron.

    —Ciertamente no sería fácil atravesar esa pendiente con ellos, - coincidió Max.

    Algo azul brillaba a la luz de la luna alrededor del cuello de Columbine. Lo recogí y me di cuenta de que era un collar de zafiro, casi idéntico al que Jacinta había estado sosteniendo en mi sueño salvo por el color de la piedra. Incluso tenía el símbolo del globo coronado grabado en la parte posterior.

    Me puse de pie y lo levanté para que ambos lo vieran.

    —Ese era el collar que su madre le dejó en la muñeca, - explicó Violet.

    —El collar en la mano de Jacinta tenía la intención de enviarte un mensaje, - le dije a Max. —Lástima que no entendieras todo lo que estaba destinado a decir.

    Max negó con la cabeza con incredulidad y abrió la boca, pero todo lo que pudo decir fue un par de palabras: —¿Por qué?

    Violet intervino con amargura: —Tal vez tenga algo que ver con el hecho de que ayudaste a su madre a abandonarla y le ocultaras ese conocimiento durante años a pesar de ser una de las pocas personas de este mundo en las que supuestamente ella podía confiar.

    Max se encogió de hombros disculpándose. —No, eso lo entiendo. Lo que quería decir es que no entiendo por qué todo este humo y espejos: el disfraz, el coche azul.

    Fue mi turno intervenir. —Como dijiste: imagina que eres rico y estás aburrido, ¿qué harías para divertirte? Tienes una imaginación hiperactiva, un don para la teatralidad y un pasado plagado de abusos y abandono. Eres como una niña atrapada en un desarrollo detenido, y lo crees de verdad cuando alguien te dice que la vida es sólo un juego.

    Max soltó una risita tratando desesperadamente de ponerse su máscara de practicada indiferencia, pero el dolor torció su rostro en algo patético y detestable. Cayó de rodillas y acunó la cabeza sin vida de su amiga y, por primera vez me, di cuenta de que estaba presenciando una reacción humana cien por cien genuina en él.

    Levanté la vista y vi el parpadeo de las linternas, por la cima de una colina distante, que se dirigía hacia nosotros.

    —Mejor será que nos movamos, - les dije a ambos. Bajé la cabeza para darle al cuerpo de Columbine una última mirada triste, luego noté que faltaba la Luger.

    Levanté la vista justo a tiempo para ver a Violet presionándola contra la sien de Max.

    Ella apretó el gatillo. Hizo clic. La recámara estaba vacía.

    —¿Qué demonios estás haciendo? - le grité.

    —¿Qué crees que estoy haciendo? - respondio. —Dame tu arma.

    —No, - espeté más sorprendido que protestando. —Está desarmado e indefenso. No vamos a dispararle a sangre fría.

    —¿Qué sugieres que hagamos con él? - Preguntó Violet con la voz quebrada por la exasperación. —Me va a matar a la primera oportunidad que tenga, probablemente a ti también.

    Max asintió con la cabeza y esbozó una sonrisa triste tras la sangre que goteaba por su rostro. —Podría negarlo, pero honestamente, ¿a quién intento engañar?

    Miré el arma azul en mi mano y medité. —No, - dije finalmente, tratando de sonar lo más resuelto posible. —Lo necesito vivo.

    Violet me miró incrédula; Max, con curiosidad.

    —Tiene que mostrarme lo que hay oculto debajo de las instalaciones de almacenamiento de Asterión en la habitación 33.

Capítulo 38: Stop

    Pudimos conducir hasta las instalaciones de Asterión sin ninguna interferencia de la seguridad, lo que vi simultáneamente como bueno y malo. Bueno porque en realidad no tenía un plan para lidiar con ellos aparte que apuntarle un arma a Max en la cabeza y rezar para que quisieran mantenerlo con vida más de lo que querían mantenerme sin ella. Malo porque estaba bastante seguro de que significaba que estábamos caminando hacia una trampa.

    —Abre la puerta, - le dije a Max.

    —No tengo mi llave, - respondió Max mirándome inexpresivamente.

    —¿Y cómo voy a entrar? - le pregunté.

    —¿Por qué no pruebas a usar la tuya? - dijo en un tono que sugería que la respuesta debería haber sido obvia.

    Saqué la tarjeta de Abrasax del bolsillo de mi chaqueta y la metí en el lector de tarjetas. La puerta se abrió despacio mientras emitía un bajo zumbido mecánico.

    Los tres entramos en el cavernoso vestíbulo y encontramos a la misma anciana recepcionista sentada detrás de su escritorio, quien no levantó la vista de su bordado ni siquiera para reconocer nuestra presencia.

    Detrás de ella, la pared de las pantallas de CCTV mostraba estática en blanco y negro. Ella tampoco parecía notarlas.

    En el extremo derecho de la sala había tres puertas de metal, cada una de un color diferente: la de la izquierda era roja, y reconocí que conducía al pasillo con la sala de operaciones donde ya había estado la última vez. La puerta del medio era blanca y la derecha era negra.

    Max caminó hacia la puerta negra y la abrió hacia afuera, sosteniéndola para que entraramos. La puerta conducía a un tramo de escaleras descendentes. Miré a Violet, quien me devolvió la mirada en silencio, y comencé a bajar las escaleras. Violet me siguió y Max fue en la retaguardia.

    La escalera continuó durante varios vuelos, los suficientes como para que perdiera la cuenta. Cuando por fin llegué al fondo, encontré una puerta azul con el símbolo del globo y la corona de Highwater dibujado en pintura plateada metálica. Aunque estaba modificado para que la corona se posicionara debajo con su ápice superpuesto al globo, como si lo penetrara sugestivamente. Un pequeño número 1 estaba pintado debajo de él. Cuando abrí la puerta, sentí una ráfaga de aire frío.

    Entramos en un largo pasillo cuyas paredes estaban cubiertas con bastidores de ordenadores llenos de servidores, interruptores, cables y otros equipos tecnológicos. Tanto el techo como el suelo eran de hormigón sólido, recordándome incómodamente un refugio antiaéreo. El pasillo se extendía así en ambas direcciones hasta donde yo podía ver.

    Max nos empujó a un lado para tomar la delantera una vez más. Comenzó a caminar por el pasillo a la izquierda. —Caminad cerca de mí. No queréis perderos aquí abajo.

    —¿Qué es todo esto? - Preguntó Violet.

    —Esta es la granja de servidores de Abrasax, - explicó Max.

    —¿Aquí es donde guardáis todos los datos que les robas a tus clientes cuando los espías? - le dije.

    —Sí, D, aquí es donde los guardamos, - respondió Max con condescendencia, luego giró bruscamente a la derecha donde había un hueco entre los bastidores del servidor. Serpenteó por un intrincado camino a través de la configuración laberíntica de estantes.

    —Este lugar es como un laberinto, - comentó Violet.

    Max se dio la vuelta y le dirigió una mirada de "me estás tomando el pelo". —Esa es la idea.

    —¿Cómo sabes que vas por el camino correcto? - le pregunté.

    Max suspiró. —Porque tengo el camino memorizado. Sé exactamente el número de pasos que dar, en qué dirección girar, qué camino seguir. Si no tomamos el camino correcto, podríamos terminar perdidos aquí durante horas, tal vez incluso días. Y si tengo que perder la concentración y responder vuestras preguntas cada cinco segundos, eso es exactamente lo que sucederá.

    Le seguimos en silencio durante un par de vueltas más.

    —Entonces, - repetí, —¿cómo sabes que vas por el camino correcto?

    Él dejó escapar un lamento y se movió rápidamente hacia el final del corredor particular que estábamos recorriendo. Apartó un grueso hilo de cables de datos con bandas para revelar una pequeña placa cuadrada estampada con el símbolo de la corona invertida y el globo y el número 2. —Mientras sigamos viendo los marcadores, sabemos que vamos por el camino correcto.

    Después de dos horas de seguir a Max a través de aquel laberinto de alta tecnología, llegamos a un gran claro triangular de unos seis por seis metros. Un banco de forma ovalada se encontraba en el centro, tapizado en aplastado terciopelo negro. En la pared del fondo había otro marcador con el sello de Highwater y el número 13.

    Max tomó asiento y nos indicó que hiciéramos lo mismo. —Necesitamos descansar, - dijo.

    Los tres nos apretamos juntos en el banco, todos apretados y cómodos. Yo en el medio, Violet y Max a cada lado de mí, sin duda ambos discurriendo un cálculo similar, tratando de determinar cuál será su mejor oportunidad para deshacerse del otro, y probablemente también de mí en el proceso.

    Después de varios minutos de tenso silencio, por fin Max dijo: —¿Así que McPherson probablemente no tuvo nada que ver con esto?

    —No, - respondí. —Creo que Columbine inventó su participación para poder enfrentar a sus dos enemigos uno contra el otro.

    Los labios de Max se torcieron en una sonrisa de vergonzosa admiración. —Supongo que entonces debería sentirme mal por haber despedido al pobre James, pero, francamente, estoy más impresionado por Columbine. No pensé que la chica lo tuviera en ella.

    Luego se inclinó hacia delante y miró a Violet. —¿Y cómo encajas tú en todo esto?

    Violet entornó los ojos y lo miró con desdén. —¿De verdad que no me recuerdas?

    Max negó con la cabeza, pero quizá con poca convinción.

    Violet volvió su mirada hacia mí con una sonrisa divertida. —Tú lo sabes, ¿verdad?

    Asenti. —Creo que lo he deducido.

    Max me miró inquisitivamente. —Por favor, ilumíname.

    Respiré hondo, saboreando mi momento Hercules Poirot.

    La mujer que se hacía llamar Violet nació en lo que entonces era Checoslovaquia cinco años antes de la Revolución de Terciopelo. Desafortunadamente, la caída del Telón de Acero no hizo mucho por mejorar la fortuna financiera de su familia. La mayor de siete hermanas, recayó en ella mantener a los demás: su padre estaba discapacitado, su madre había muerto durante el nacimiento de su hermana menor. Ella luchó por conciliar el trabajo, la universidad y la vida en el hogar, pero pronto se sintió abrumada y no quiso nada más que escapar.

    Cuando tenía 19 años, una glamorosa mujer mayor se le acercó en un club y se ofreció a conseguirle un trabajo de modelo en los Estados Unidos. Ella podía devolver dinero extra para su familia mientras ahorraba lo suficiente para pagar el resto de su educación.

    Al llegar a América, fue llevada a un hotel abandonado donde esencialmente se convirtió en prisionera. Había alrededor de una docena de chicas de diferentes partes del mundo. En su mayoría estaban bajo la vigilancia de un puñado de matones violentos que no hablaban sus idiomas ni les importaba intentarlo. De vez en cuando, el hombre dueño del burdel venía a revisar las cosas. Era un hombre joven, guapo y siempre muy bien vestido, excepto por sus excéntricas zapatillas rojas.

    Varias veces por noche, ellas se veían obligadas a vestirse con ridícula ropa interior y desfilar por una habitación donde hombres extraños las miraban como si fueran ganado, clasificándolas como objetos, a menudo sin siquiera poder mirarles a los ojos.

    Cuando ella era escogida, seguía a uno de los hombres a una habitación privada para que la usaran como él quisiera. Si tenía suerte, lo único que él exigía era un polvo normal y todo terminaba rápido. Pero para algunos hombres, eso no era suficiente: querían golpearla, llamarla nombres degradantes, mancharla de inmundicia y atarla como una esclava. Querían hacerla llorar, hacerla sufrir, sentir que tenían poder sobre ella.

    A veces, cuando no podía dormir, se acostaba sola en la oscuridad y se decía a sí misma que estaba siendo castigada por haber querido escapar de su familia.

    Eventualmente, apareció un hombre para quien el simple dolor no era suficiente. Tenía que darle algo por lo que ella lo recordaría. Cuando el dueño del burdel vio sus cicatrices, la echó a la calle. La dejaron sola y aterrorizada en un país que no conocía, lleno de personas en las que no podía confiar. Pero ella estaba en libertad.

    Se tiñó el pelo y comenzó a llamarse Violet, a transformarse en una nueva persona. Con el tiempo, su inglés mejoró y comenzó a trabajar en el refugio para mujeres que la había acogido. A través de su trabajo, conoció a otras chicas que habían sido engañadas a salir de sus hogares con falsas promesas y forzadas a la esclavitud. Y eventualmente, descubrió el nombre del hombre responsable de traerlas a este país.

    Comenzó a moverse en círculos sociales que la pondrían en contacto con personas que conocían a Dylan Maxwell. Al principio, se hizo amiga de una joven cuyo padre era uno de los inversores más importantes de Maxwell. Tenían mucho en común, y no menos importante, ambas mujeres usaban nombres falsos para ayudarlas a olvidar de dónde venían. A través de esta amistad, ella fue presentada al hombre que trabajaba como jefe de seguridad de Maxwell. Comenzaron una relación romántica y pronto se casaron.

    A través de estos contactos, ella aprendió más sobre su enemigo y descubrió las debilidades en su armadura. Lenta y metódicamente, urdió su plan, esperando su oportunidad perfecta.

    La última pieza que faltaba llegó cuando otra mujer con un nombre falso entró en el refugio de Violet, una mujer que Violet descubrió que solía llamarse Jacinta.

    Encontró a uno de los lugartenientes descontentos de Maxwell, un inadaptado social con delirios de grandeza llamado Ben Garza, que podría ser fácilmente manipulado por una mujer hermosa. Ella le plantó la idea del chantaje en la cabeza y lo convenció de que era idea suya.

    Luego le contó a su amiga Columbine la verdad sobre su madre. Después de eso, no requirió mucho convencerla de buscar venganza contra Jacinta y Max. Fue idea de Violet reclutar al periodista Patrick Cobb para encontrar a Jacinta y matarla. Columbine sugirió contactar a Lilian Lynch, quien sería un peón fácil de controlar. A Columbine también se le ocurrieron giros de lo más dramático en el plan, en parte porque un poco de humo y espejos ayudarían a ocultar sus identidades, pero principalmente porque pensaba que era divertido.

    Por supuesto, Garza creía que todas sus ideas eran suyas, pero nunca se dio cuenta de lo que realmente estaba haciendo Violet. Se suponía que el plan de chantaje debía fallar, sabía que Max nunca pagaría. Se suponía que Cobb debía hacer pública la información. Desafortunadamente, Cobb resultó no ser viable. Entonces Violet encontró a alguien nuevo para intervenir y desempeñar su papel.

    Alguien suave, ingenioso y devastadoramente guapo.

    Pronto las cosas comenzaron a desarrollarse según el plan, y Violet y Columbine eligieron a San Antonio y a McPherson como chivos expiatorios, con la esperanza de obligar a Max a un conflicto directo con las únicas personas que tendrían una oportunidad legítima de derribarlo. O bien McPherson aplastaba a Max, o Max eliminaba a McPherson y enfrentaría las represalias de la Sociedad Highwater.

    Las cosas no necesariamente habían ido tan bien, pero Violet había improvisado como una maestra de jazz y ahora estaba tan cerca de su venganza que podía saborearla. Había derrotado a Max en su propio juego, desarrollado una trampa tan elaborada como cualquier otra que él pudiera idear y le había hecho caminar directamente hacia ella.

    ¿Pero era en realidad así de simple?

    En cuanto uní las piezas, comencé a ver agujeros en ello.

    Quiero decir, en serio, ¿una mujer hermosa y misteriosa me necesita (a mí y sólo a mí) para ayudarla a vengarse del monstruo que había arruinado su vida? ¿Pero por qué a mí de entre todas las personas?

    Claramente, hay asesinos más peligrosos en el mundo que un periodista suburbano que apenas puede registrar un apartamento. Demonios, hay periodistas aún mejores, ciertamente mucho más creíbles.

    ¿Fui un motor principal en esta cadena de eventos o solo el peón de Violet? ¿Soy especial, una pieza integral del rompecabezas, o un paleto que resultó estar en el lugar correcto en el momento adecuado? Demasiado quedaba sin respuesta para esto último, mientras que lo primero parecía vacío y engreído.

    Jesús, del modo en que lo digo, ella únicamente se casó con Antonio como un movimiento calculado para ayudarla a llegar a Max. ¿Es realmente tan imposible que ella le haya amado genuinamente, o es más conveniente para mí creerlo?

    ¿Y qué hay de los sueños?

    —Estás pensando demasiado en esto, ¿sabes? - dijo Max cuando pasamos el marcador 32.

    —¿Qué quieres decir? - le pregunté.

    —Querías saber quién era la mujer muerta en mi avión, quién la mató y por qué murió. Conseguido. Querías descubrir las identidades de mis chantajistas, y también lo has conseguido. Querías destapar un maldito secreto que me expusiera cono el vil villano sin corazón que soy, mientras que al mismo tiempo te hacías un nombre como periodista, y yo diría que también es un gran logro en eso. Demonios, incluso has conseguido a la chica, - dijo señalando a Violet.

    —Mira, - continuó, —lo entiendo. Sientes que te han usado, estás molesto y confundido, y esperas que lo que sea que encuentres aquí de alguna manera te dé respuestas. No sé qué esperas: una pila de prostitutas muertas, un ordenador pirateado en la Casa Blanca, el Monstruo del Lago Ness o el nuevo Número Dos. Pero no hay ningún hombre esperando detrás de la cortina para hacer realidad tus sueños o explicar los misterios del universo. Así no es como funciona la vida. La vida es desordenada y confusa, y tienes que ser feliz con cualquier alegría y significado que puedas sacar de ella.

    —Así que déjalo mientras estáis con ventaja. Huid juntos, tened mucho sexo apasionado y haced pequeños bebés malhumorados con pelo púrpura. Si dais la vuelta en este momento y cabalgais hacia la puesta del sol, habréis ganado.

    Doblamos otra esquina para encontrarnos en otro gran claro, este daba a un callejón sin salida con una gigante puerta doble de metal teñidas de azul en la pared del fondo. En medio del hueco entre las dos puertas había una gran rueda de metal del tamaño de un tapacubos con el sello Highwater y el número 33.

    Respondí: —A la mierda, hemos llegado hasta aquí, bien podríamos ver esto.

    Me acerqué a las puertas y puse ambas manos a cada lado del volante. Sentí una oleada de energía proveniente de detrás del metal y cada vello de mi cuerpo se erizó.

    Gire la rueda un cuarto de vuelta en sentido antihorario hasta que sentí que encajaba en su lugar. Escuché una repentina ráfaga de aire, como si se rompiera un sello hermético, y vi como las puertas se abrían lentamente.

    Mis oídos resonaron con un penetrante chillido de acople, seguido por el crujido de la estática y una risa enlatada y mecánica.

    Mientras entraba por la puerta abierta, escuché una voz que decía:

    —¡Stop!

    

Capítulo 39: "Curado" No Es Un Término Exacto

    Estoy sentado en el cine oscuro riendo mientras el viejo proyector suena ruidosamente detrás de mí

    En la pantalla estoy tumbado en la cama del Loco Multicolor. El sonido de alguien llamando a nuestra puerta me despierta. Me doy la vuelta y veo a una mujer desnuda acostada a mi lado. Tiene el pelo morado y una media máscara gris. Me levanto y me pongo mis boxers mientras me tambaleo lentamente hacia la puerta.

    En cuanto la abro un poco, el detective Axelrod y un equipo de oficiales uniformados asaltan la habitación. Dos de ellos me golpean contra la pared y me esposan. Mientras me giran, veo que han dado la vuelta a la mujer. Está muerta, claramente le han roto el cuello. Se le cae el pelo de la cabeza y me doy cuenta de que sólo era una peluca.

    No es quien yo pensé que era.

    Luego le quitan la máscara y veo su rostro.

    —Columbine, - susurro.

    —¿De verdad está sucediendo esto? - me quejo en el cine, —¿O es otro sueño?

* * *

    Amy llevó su automóvil al aparcamiento de visitantes del Centro Psiquiátrico de Oak Hill. En su camino hacia el edificio, mostró sus credenciales de prensa del Morning-Star al guardia de la recepción. Fue recibida por una doctora rubia de unos cuarenta años que esperaba en el vestíbulo.

    —¿Amy Thompson? - preguntó la doctora con una sonrisa.

    —Sí, - respondió Amy y estrechó la mano de la mujer.

    —Soy la Dra. Sara Soderquist. Encantada de conocerla, - respondió cálidamente, dejando que su mirada se demorara momentáneamente para examinar a Amy, apreciando la forma en que su ajustado suéter se aferraba a sus curvas. Al darse cuenta de esto, Amy comenzó a juguetear ostensiblemente con su anillo de compromiso.

    Sara continuó mientras conducía a Amy a los ascensores, —Espero que no haya tenido demasiados problemas para llegar hasta aquí. Es un viaje bastante largo desde la ciudad.

    —En absoluto, un bonito viaje panorámico a través de las montañas en realidad es un cambio bienvenido. Mi coche ha estado en el taller durante una semana y media, y he tenido que usar el transporte público.

    La puerta del ascensor se abrió y ambas mujeres entraron. Sara pulsó el botón de la tercera planta y respondió: —Ah, conozco el sistema de transporte de la ciudad bastante bien. Yo usaba el tren de cercanías todos los días cuando iba a la Universidad del Estado: un transbordo, 40 minutos hasta el campus y 40 minutos de vuelta. Al menos me dio la oportunidad de ponerme al día con mis lecciones, por lo que no estaba mal del todo una vez que aprendí a lidiar con todos los locos que hablaban consigo mismos y los pervertidos que me miraban el pecho. - soltó una risita y puso con suavidad una mano sobre el antebrazo de Amy.

    Llegó el ascensor. Amy se movió incómoda, pero trató de ocultarlo con una sonrisa indulgente. —Bueno, estoy seguro de que estará ocupada y querrá que acabemos con esto.

    —Por supuesto, - dijo Sara. —Si está aquí arriba.

    La condujo por un largo pasillo jalonado de pesadas puertas de metal que conducían a las habitaciones de los pacientes, parando finalmente frente a una marcada como 33. La puerta no tenía ventanilla, sino un pequeño monitor de circuito cerrado instalado en la pared a un lado que mostraba una imagen de vídeo de tinte azulado del interior de la habitación.

    Era pequeña pero limpia, escasamente amueblada con una cama, una mesita de madera en una esquina y una silla de madera a juego. Un montóon de cuadernos estaba apilado ordenadamente sobre la mesa.

    Un hombre estaba sentado en el borde de la cama mirando por una ventana en la pared del fondo. Tenía pelo largo, negro y descuidado, y una espesa barba, ambos con toques de canas prematuras.

    —Cuando hablamos por teléfono, me pareció que ya sabía un poco sobre él, - dijo Sara, —pero te daré un breve resumen de lo básico.

    Amy asintió mientras sacaba su teléfono y activaba la función de grabadora de voz.

    Sara continuó: —Fue arrestado hace veintitrés años. La policía lo encontró en la habitación de un motel con una prostituta muerta en su cama; le había roto el cuello. Tras una evaluación psiquiátrica posterior se determinó que sufría númerosos trastornos mentales severos. No te aburriré con la jerga, puedes sacar lo que necesites del archivo. Baste decir que casi no tenía conocimiento de la realidad en ningún sentido significativo de la palabra. Fue declarado inocente por enfermedad mental y recluído bajo atención psiquiátrica. Lleva con nosotros desde entonces.

    Amy asintió con la cabeza a la explicación de Sara, escribiendo notas en el teclado de su teléfono mientras la grabadora seguía funcionando. —Entonces, ¿cómo encaja la Sociedad Highwater en todo esto?

    —Antes de su arresto, había recibido una subvención de la Sociedad Highwater. En su enfermedad, se había convencido a sí mismo de alguna manera de que la acusación del asesinato era un montaje, como si se tratase de alguna nefasta conspiración, cuyos detalles siempre fueron vagos y confusos, inconsistentes de un día para otro. Lo irónico es que la Sociedad Highwater ha sido su único benefactor real. Han pagado su estancia y tratamiento aquí para que tenga la oportunidad de recuperarse, en lugar de pudrirse en el centro del condado.

    —¿Y ahora está curado? - le preguntó Amy.

    —"Curado" no es un término exacto en realidad. - corrigió Sara. —Se ha tratado con éxito su enfermedad hasta el punto en que confiamos en que ya no resulta un peligro para sí mismo ni para los demás.

    —Pero lo están dejando en libertad, - presionó Amy.

    —Sí, - dijo Sara asintiendo. —Está listo para comenzar a adaptarse nuevamente al mundo exterior.

    Amy volvió a mirar la pantalla. El hombre se levantó y se acercó a la mesa. Empezó a reorganizar los cuadernos con movimientos lentos y deliberados, apilando y volviendo a apilar.

    —¿Qué me puede decir sobre la obra? - preguntó Amy sin apartar los ojos del hombre.

    —Por lo que entiendo, esta es la obra que estaba escribiendo en el momento de su arresto, aquella por la que la Sociedad Highwater originalmente le otorgó la subvención. También está poderosamente relacionada con su enfermedad, cuando comenzó a perder el control sobre la realidad, fue integrando gradualmente aspectos de la obra en sus delirios. Como si hubiese perdido la capacidad de distinguir entre la realidad y sus propias invenciones ficticias. En mi opinión personal, no creo que el plan de la Sociedad Highwater de seguir adelante con el estreno de la obra sea lo mejor para él, especialmente tan pronto después de su liberación, pero supongo que ahora son ellos los dueños de la obra, por lo que tienen derecho a hacer lo que quieran con ella.

    —¿Él va a ir al estreno?

    Sara se encogió de hombros. —Tendrá que preguntarle a él.

    Amy observó cómo el hombre terminaba por fin de organizar los cuadernos en seis meticulosos montoncitos de altura perfectamente igualada, retrocedía y los examinaba momentáneamente antes de decidir que estaba satisfecho. Había algo familiar en él, aunque ella no podía ubicarlo.

    Entonces él, quiero decir yo, se giró y sonrió a la cámara. Amy sintió un escalofrío recorrerle la espalda al pensar para sí misma: "Parece que me sonrríe como si pudiera verme a través de la pantalla".

* * *

    Amy se sentó en el bahúl y volvió a encender la grabadora de su teléfono. Me senté frente a ella en la silla de madera y me froté lentamente las manos disfrutando del sonido de la piel áspera y seca.

    —Bien, Sr. Quetzal, ¿está contento de irse a casa por fin?

    Pensé la pregunta durante un segundo y me lamí los dientes. —He estado viviendo en esta habitación durante más de dos décadas. Por lo que entiendo, el lugar donde vivía antes ha sido demolido y convertido en un estacionamiento. Así que yo no diría que me voy a casa... pero sí.

    —¿Dónde va a vivir después de ser liberado? - me preguntó.

    —Mi hermana viene a buscarme, - le respondí. —Me quedaré con ella hasta que pueda volver a ponerme de pie.

    Dudó por un momento, intentando fingir que en realidad no quería hacer la siguiente pregunta. —¿Cree que se has curado?

    —No estoy seguro de que "curado" sea la palabra adecuada, - respondí. —Pero ahora me doy cuenta de lo enfermo que estaba. Estoy mucho menos confundido de lo que solía estar.

    —¿Así que ya no cree que la Sociedad Highwater o alguien trató de incriminarle o conspirar contra usted? - me presionó.

    Negué con la cabeza. —Sé que nadie tiene la culpa de las cosas que han sucedido en mi vida.

    —¿Sabe?, suena como si estuviese leyendo un guión, - dijo, inclinándose hacia adelante como para examinarme más de cerca. —Está diciendo las cosas adecuadas, pero no hay convicción en su voz.

    Me encogí de hombros quitando importancia y dejé que mis ojos se alejaran para mirar las pilas de cuadernos en la mesa a mi lado.

    Ella siguió mi mirada. —¿Qué pasa con los cuadernos?

    —En realidad no son nada, sólo son galimatías. Escribo por escribir, es terapéutico. Pero no están destinados a que otros lo lean, así que dudo que tengan mucho sentido para usted.

    —¿Siente lo mismo acerca de su obra? ¿Qué siente al saber que se va a representar de verdad?

    Sonreí, fue una gran sonrisa detada que Amy encontró profundamente inquietante.

    —Creo que será buena para echarse unas risas.

Capítulo 40: ¿Qué es tan divertido?

    Jenny vivía en un elegante loft en lo alto de un rascacielos del lado oeste. La sala principal consistía en un único gran espacio abierto con sala de estar, comedor y cocina, todos fluyendo entre sí. Cuando entramos, noté un paquete envuelto con papel azul brillante y una cinta plateada en la mesa del buffet detrás del sofá. Jenny sonrió ampliamente cuando me vio mirándolo.

    —Bienvenido a casa, D, - dijo.

    Me acerqué a la mesa y dejé mi maleta al lado mientras inspeccionaba la caja. La recogí y probé su peso: era bastante ligera para su tamaño. —Ábrela, - instó ella.

    —Después de la cena, - le dije. —Necesito lavarme e instalarme primero.

    —El baño está al final del pasillo a la izquierda. Tu habitación es la segunda puerta a la derecha. Llevaré tu maleta dentro, - dijo mientras me arrebataba la maleta de las manos. Comencé a protestar, pero decidí que ella estaba queriendo pasar por todo ese alboroto por mí. —Uao, si que pesa esto, - comentó mientras la sacaba de la habitación.

    Rodeé el sofá y cogí el control remoto del televisor de la mesa de café. No tenía botones, solo una pantalla táctil. Toqué la pantalla un par de veces, pero no pasó nada. Luego palpé los bordes y encontré un pequeño botón negro. Lo pulsé y dos paneles inferiores salieron de debajo del condenado chisme, presentando un teclado completo. Desanimado, me di por vencido. Parecía que hubiese atravesado una distorsión temporal o algo así. Estaba claro que no mantenían a los pacientes actualizados sobre los últimos avances tecnológicos en la casa de los chiflados.

    —Dame, déjame ayudarte, - dijo Jenny al regresar. Tomó el control de mis manos, volvió a deslizar los paneles del teclado y deslizó sus dedos por la pantalla táctil con destreza. La televisión cobró vida; un presentador de noticias estaba divagando sobre una nueva guerra en la que nos habíamos metido.

    —¿Qué hay en todos los cuadernos en tu maleta? - Jenny preguntó.

    —Fisgoneas demasiado, - le respondí. Ella se rió.

    —¿La ropa que llevas es la única que tienes? - Asentí con la cabeza en respuesta. —Vale, iremos a comprar nuevas a primera hora de la mañana. Ya he dicho en la oficina que voy a trabajar desde casa durante un tiempo para poder pasar un tiempo juntos. De todos modos, he dejado un par de toallas y algunas sudaderas junto al lavabo en el baño, en caso de que quieras ducharte mientras preparo la cena. Pero podemos ver un poco de televisión primero si quieres.

    —No, - dije volviendo a mirar las imágenes de los soldados marchando entre pilas de desmembrados trozos humanos. —Una ducha parece estupendo.

    Cogí el control remoto e intenté apagar el televisor imitando los anteriores movimientos de los dedos de Jenny, pero solo logré subir el volumen. —Trae, déjame, - dijo mientras me lo quitaba y la apagaba.

    —Jodido infierno, - murmuré mientras me dirigía por el pasillo.

    Me sentía fuera de aquello. Demasiadas cosas sucedían demasiado rápido, demasiada novedad para asimilarla toda a la vez. Retirarse al estrecho y cerrado espacio del baño fue un alivio. Mantuve la luz apagada y disfruté de la apacible oscuridad.

    Me miré en el espejo, hipnotizado por mi propio reflejo, que vi más claramente a medida que mis ojos se acostumbraban a la oscuridad. Habían pasado años desde que me había mirado en uno, y para ser honesto, me sorprendió un poco lo que vi. Había envejecido mucho más de lo que esperaba y nunca me había llegado a acostumbrar a todas las cicatrices y golpes que había recibido antes de ser encerrado.

    Pasé los dedos sobre el terreno desconocido de mi cara y comencé a reír.

    Cuando mi risa se apagó, vi que mi reflejo comenzaba a fruncir el ceño y me preguntaba: —¿Qué tiene tanta gracia?

    Regresé de la ducha con una camiseta del tour de reunión de Yeah Yeah Yeah y un par de pantalones grises. Ambos eran un poco grandes para mí. Descubrí que la mesa ya estaba puesta para tres comensales para la cena. Jenny estaba en el sofá y, cuando se volvió para mirarme, se le cayó la mandíbula.

    Me había afeitado, y no sólo la barba, también me había pasado la cuchilla por la cabeza y las cejas. Con mi cráneo pálido y estéril, me parecía a Bowie en The Man Who Fell To Earth.

    —Te queda... bien, - ofreció. Después de una pausa, añadió: —Y por bien quiero decir espeluznante.

    Sonó el timbre y Jenny alargó la mano para coger el control remoto del televisor. La parte inferior de la pantalla muestró la palabra INTERCOMUNICADOR. —Sube, - dijo en voz alta y tocó el control remoto. INTERCOMUNICADOR destelló en rojo y desapareció de la pantalla cuando el timbre volvió a sonar.

    —Espero que no te importe un poco de compañía para cenar, - me dijo mientras saltaba y corría hacia la mesa. Descorchó la botella de vino tinto sobre la mesa y llenó los tres vasos.

    Cuando la puerta principal se abrió un minuto después y reconocí al visitante, solté una sonora carcajada.

    —¡Nicky Kicky! - Exclamé

    Él me sonrió mientras caminaba y me extendía su mano. —Venga ya, - me burlé apartando su mano y le di un abrazo.

    —¿Cómo demonios has estado, hombre? Te veo bien. - le dije.

    —Y yo veo a un Hare Krishna, - respondió con una sonrisa.

    —¿Cómo están Andrea y los niños? - le pregunté.

    —En realidad, llevamos separados hace ya casi siete años. Ella y los niños viven en Arizona, - respondió.

    —Siento oír eso. - Le di unas palmaditas en el hombro, luego miré a Jenny, que sonreía un poco incómoda. Luego miré la ropa de hombre que yo llevaba puesta y que resultaba que Jenny tenía por ahí. —Oh, tío, te estás follando a mi hermana, ¿verdad?

    Jenny y Nick pasaron la mayor parte de la cena poniéndome al día sobre lo que me había perdido en las últimas dos décadas: lo que había pasado en sus propias vidas, lo que les había sucedido a sus viejos amigos y familiares, cosas así. Me empapé de todo disfrutando del sabor de una comida casera y saboreando el medio vaso de vino que Jenny me permitió beber.

    —Bueno, D, ¿qué planes tienes ahora? - preguntó Nick mientras terminaba el último bocado de su filete.

    —Ver la televisión, probablemente cagar, luego irme a la cama, - le respondí. —Tal vez me la sacuda antes de dormir.

    Jenny casi se atragantó con la boca llena de vino, pero Nick se rió. —El viejo D de siempre, - dijo. —Pero ya sabes lo que quiero decir. Si quieres puedo ayudarte a encontrar trabajo. Solo dime lo que te interesa.

    —No creo que a D le vaya muy bien de nueve a cinco, - objetó Jenny. —Es un escritor que está a días de ver su primera obra producida. ¿Quién sabe qué tipo de oportunidades tendrá después de eso?

    Él miró escéptico de ella hacia mí, luego agotó el último vino en su copa. —¿De verdad la van a estrenar?

    —¿Por qué no iban a hacerlo? - preguntó ella a la defensiva.

    —Pues porque parece que es de mal gusto, - se aventuró.

    —Lo es, - coincidí yo.

    Jenny negó con la cabeza, como indicando que no podía tomarnos en serio a ninguno de los dos.

    Pronto habíamos limpiado la mesa y nos habíamos sentado en el sofá frente al televisor. Estábamos viendo una serie llena de referencias a jerga y cultura pop que yo no entendía. Estuve pendiente de los otros dos para saber cuándo debía reírme y poder fingir que entendía los chistes. Temía que se sintieran incómodos de lo contrario.

    —Ah, casi lo olvido, - dijo ella de repente al saltar de su asiento para recoger mi regalo. —Ábrelo.

    Desaté lentamente la cinta plateada y rasgué el papel de regalo azul para revelar una gran caja blanca. Abrí la tapa y saqué una masa de papel de seda azul arrugado. En el fondo de la caja había una grotesca máscara gris llena de forúnculos y con una gran nariz bulbosa. La saqué de la caja y miré a Jenny.

    —¿Qué es eso? - preguntó Jenny confundida.

    —¿Por qué me lo preguntas a mí? ¿No lo envolviste tú? - le pregunte a ella.

    Ella negó con la cabeza. —No, hice que lo envolvieran en la tienda. Deben de haber mezclado tu regalo. Se suponía que era un ordenador para que escribieras.

    Volví a mirar la máscara en mis manos y comencé a reír sin control.

    —¿Qué tiene tanta gracia? - preguntó Nick.

Capítulo 41: Todos Tus Sueños Molidos a Polvo

    El amanecer se estaba rompiendo, pero el aire todavía era gris y lo suficientemente frío como para poder ver mi aliento. Llevaba un suéter con capucha que encontré en el armario junto a la puerta principal. Tenía un logotipo de la Asociación de Oficiales de Policía, así que supuse que era de Nick.

    No había dormido en toda esa noche y simplemente me había quedado esperando a que llegara la mañana. En cuanto fue lo suficientemente tarde para que los primeros corredores comenzaran a salir a la calle, decidí salir a caminar.

    Siempre es extraño volver a un lugar después de una larga ausencia. La ciudad era lo bastante como la recordaba para hacerla desconcertante cuando veía algo nuevo y desconocido. De repente me sentí como un hombre muy viejo resintiendo un mundo que seguía creciendo y evolucionando mientras yo estaba quieto. Cada lugar, cada vista que reconocía me llenaba de un extraño y nostálgico consuelo: un mercado Halal, una tienda de segunda mano, una pequeña y sucia taquería: todos ellos refugiados de la marcha incesante hacia la homogeneización y la corporatización.

    Estuve vagando sin rumbo durante casi una hora sin ruta o destino en particular en mente. Eventualmente me encontré en la esquina de Mission con la 27. Al principio ni siquiera supe dónde estaba, pero luego reconocí el callejón que conducía detrás de los escaparates.

    Bajé por el callejón y llegué al lugar donde había estado la puerta de "El Timbre no funciona", pero la puerta ya no estaba. En cambio, había una sólida pared de ladrillo llena de graffitis. Uno de los graffitis era un dibujo deformado y monstruoso del conejo blanco de Alicia en el país de las maravillas con un reloj de bolsillo derretido al estilo de Dalí con la tapa abierta hacia un lado para que los dos círculos juntos formaran la figura de un ocho. La manecilla de la hora estaba colocada antes de las cuatro, mientras que el minutero estaba a dos marcas de las 12. Había un subtítulo a la derecha de la imagen, estampado en letras mayúsculas, que decía: "Todos Tus Sueños Están Molidos A Polvo En Los Engranajes Del Tiempo".

    Solté una risita.

    Al doblar de nuevo hacia el frontal del edificio, descubrí que la tienda había sido reabierta por negocios. Entré por la puerta principal, notando con diversión que era la primera vez que venía por aquí.

    En el interior encontré una pequeña y abarrotada librería llamada Tinta Invisible. Todas las paredes estaban jalonadas de estanterías repletas que se extendían hasta el techo. La parte delantera de la tienda estaba llena de mostradores tan juntos que solo había espacio para una persona a la vez en los estrechos pasillos entre ellos. Los tableros de los mostradores estaban llenos de cajas de libros marcados como "Liquidación". Había más cajas debajo en el suelo.

    No había nadie atendiendo.

    Me abrí paso y subí tres pequeños escalones hasta la parte trasera de la tienda, donde largas columnas de estanterías abarcaban toda la longitud hasta la pared del fondo, dejando nuevamente solo estrechos pasillos entre ellas. Continué por uno de los pasillos hasta que por fin encontré el umbral que conducía a la habitación de atrás. Estaba tapado por una cortina de hilos colgantes de cuentas rojas. Cuando extendí la mano para apartarla, me encontré con una mujer que salía con una caja de libros. Se sorprendió al verme.

    —Oh, hola, - dijo con una voz aguda y distintiva, recuperando la compostura. —No esperaba a nadie tan temprano. Aún no estamos abiertos.

    —La puerta estaba abierta.

    —Lo sé, es un mal hábito ser tan descuidado, pero, sinceramente, mi problema suele ser hacer que la gente entre aquí, no mantenerlos fuera, - respondió con una sonrisa amable. Era una mujer pequeña y esbelta, unos diez años mayor que yo, con la cara muy envejecida y arrugas de risa alrededor de la boca y los ojos. Tenía el pelo rojo brillante recogido con fuerza en una coleta, el color era un nivel demasiado vibrante para ser natural, desmintiendo el toque de orgullo de mostrar sus canas.

    —Deme, déjeme ayudarla con eso, - me ofrecí y le quité la caja. Ella me condujo de regreso a la parte delantera de la tienda y me hizo ponerla en el mostrador al lado de la caja registradora.

    Cogió una pistola de precios y comenzó a etiquetar los libros dentro de la caja cuando preguntó: —¿Y qué le trae hoy?

    —Estaba buscando algo para leer, - me encogí de hombros. —¿Puede recomendarme algo?

    —Puedo recomendar muchas cosas, - respondió ella con una sonrisa. —¿Qué tipo de libros suele leer?

    —Misterios, - respondí.

    Ella arrugó la cara.—En realidad no me esos no me gustan. Siempre intentan engañarte lanzando deliberadamente líneas argumentales extrañas sólo para confundirte y hacer que te equivoques, retienen información importante hasta el último capítulo, usando descripciones vagas y engañosas para que no te des cuenta de algo que debería ser tan claro como el día. - Hizo una pausa para respirar, negando con la cabeza. Reí levemente, divertido.—Y siempre es demasiado conveniente la forma en que todo termina tan bien y ordenado al final, - no pudo resistir agregar.—La vida no es así.

    —¿Y qué diría que debería leer en su lugar?

    Hizo una pausa, mirándome con una mirada inquisitiva. —Es de lo más curioso, - me dijo, —pero me parece que reconozco su cara.

    Se interrumpió cuando oímos que se abría la puerta principal. Una joven de veintitantos años entró con una niña en un brazo y una bandeja de cartón con bebidas en el otro.

    —¡Abuela! - gritó la niña gritó cuando su madre se la pasó por encima del mostrador a la mujer mayor.

    La joven dejó las bebidas en el mostrador y entregó una de las tazas blancas a la dependienta. —Aquí está tu té, mamá.

    Me escabullí por la puerta principal sin que me vieran, sonriéndome a mí mismo y susurrando en voz baja: —Me pregunto si alguna vez he tenido la oportunidad de ser feliz.

    Jenny me compró un pequeño ordenador para que yo pudiera escribir más. Le pregunté qué pensaba que debía escribir, pero no tenía una respuesta.

    Le dije que permanecer encerrado dentro de su apartamento estaba ahogando mis energías creativas, así que todos los días me llevaba a la biblioteca de la Universidad Estatal para poder tener un ambiente más inspirador donde escribir. Durante tres horas al día me sentaba en un banco fuera de la biblioteca a mirar a todas las chicas de la universidad subir y bajar los escalones que conducían a la entrada principal. Ni siquiera encendí el ordenador.

    El primer día entablé una conversación con una atractiva estudiante de periodismo con cabello castaño y ojos tristes durante casi una hora. Una vez que la puse en marcha, habló ella la mayor parte del tiempo, prácticamente me contó la historia de su vida. Al final intenté convencerla de que cambiara de carrera, pero no creo que me escuchara.

    El segundo día no hablé con nadie.

    El tercer día un ciego vino a visitarme.

    —Dijeron que estarías aquí, - dijo mientras tomaba asiento a mi lado sin esperar ser invitado.

    —Sí, me dejaron salir hace unos días, - le respondí sin mirarlo, manteniendo los ojos en una rubia en minifalda que se inclinaba para recoger su teléfono móvil caído. —Te habría buscado, por supuesto, pero he estado ocupado.

    —Por supuesto, - respondió.

    Me giré para mirarlo por primera vez. Su ropa estaba raída, rota y cubierta de manchas. Su espeso y negro cabello negro estaba lleno de canas, al igual que su barba descuidada. Sus cuencas huecas se ocultaban detrás de grandes gafas de sol negras. Su carne dura y coriácea colgaba flojamente de su cuerpo, y aunque todavía era corpulento, parecía en cierta forma menos robusto de lo que lo recordaba. Parecía frágil, como si estuviese hecho de palos y hojas arrugadas.

    —Bueno, ¿cómo demonios te has estado cuidando, Bri-Bri? - le pregunté.

    Él bufó.

    Quedamos sentados en silencio durante unos minutos.

    Para mi sorpresa, fui yo quien por fin rompió el silencio. —Míranos, un par de viejos tristes en un banco.

    —No somos tan viejos, - respondió.

    —Sí, pero lo parecemos. Y me siento como un viejo ahora. Todo es desconocido y confuso. Toda mi vida se ha ido, me la han quitado. En realidad ya no hay nada para mí en este mundo. No pertenezco a este lugar.

    —No, no perteneces, - respondió. —Ninguno de nosotros pertenece.

    —Es demasiado perfecto. No creo que me quede mucho más tiempo. Solo hay una última cosa que tengo que arreglar y luego me voy.

    —¿Dónde vas a ir? - preguntó.

    Solté una risita. —Siempre has tenido un sentido del humor de mierda.

* * *

    Encontré a Jenny llorando esa noche. Ella se había alejado mientras yo lavaba los platos. Después de terminar, me fui a la habitación a prepararme para ir a dormir y la encontré sentada al borde del colchón, llorando. Mis cuadernos de Oak Hill estaban tendidos en la cama.

    —Pensé que habías estado escribiendo todo el tiempo que estuviste allí, - dijo cuando entré en la habitación.

    —Lo estuve.

    —Me refiero a escritura real. Pensé que estabas haciendo más obras de teatro, historias, cualquier cosa. No toda esta... - señaló a los cuadernos.—...este sinsentido.

    —Estaba loco, Jenny, - le dije. —No estaba intentando escribir algo profundo o significativo. Sólo era una forma de pasar el tiempo.

    Cogí uno de los cuadernos y lo hojeé. Estaba lleno de páginas y páginas de galimatías: divagaciones sin sentido, recuerdos medio reales de mi infancia, fantasías pornográficas, descripciones de otras personas en el hospital, fragmentos de otros libros que podía recordar.

    Al principio había estado escribiendo entre de las líneas. Luego había llenado todos los márgenes y otros espacios en blanco. Luego había llenado los pequeños espacios en blanco entre las líneas, luego entre palabras. Había escrito en las páginas y había vuelto a escribir en ellas varias veces. En un par de cuadernos posteriores, incluso había utilizado deliberadamente una tinta más clara durante mis primeros pases escribiendo en ellos para poder volver más tarde y reescribirlo en tinta más oscura.

    Jenny me miró con lágrimas en los ojos como si mirara a un extraño. —No entiendo qué te ocurrió.

Capítulo 42: El Malo

    Caí violentamente enfermo la noche de la obra.

    Y cuando digo violentamente enfermo, quiero decir que pasé dos horas seguidas abrazado a la porcelana y expulsando agresivamente hasta el último bocado de materia extraña de mi estómago. Me refiero a profusa sudoración y a alucinados sueños febriles. Me refiero a dirigirse hacia la luz.

    —No creo que deba ir esta noche, - escuché a Nick decir al otro lado de la puerta cerrada del baño.

    —Sólo está un poco nervioso, son nervios normales de la noche del estreno. Estará bien, - respondió Jenny.

    Cuando al final salimos, ya habían pasado veinte minutos desde el inicio programado para el cóctel de recepción antes del espectáculo, como mi hermana me señaló repetidamente.

    Mientras conducía, Jenny estaba inquieta sin remedio, un manojo de nervios. Nick estaba cabreado con ella por no escucharle y por montar demasiada bulla. Yo simplemente me senté en silencio en el asiento trasero alucinando placenteramente, ajeno a todo.

    Una mujer con atuendo masculino me gritó sobre zancos de dos metros de alto, haciéndome señas para que entrara y fuera testigo del maravilloso espectáculo que estaba a punto de desarrollarse, tan increíble y fantástico que me haría dudar de mis sentidos. Llevaba un frac verde brillante, pantalones de pana amarillos lo suficientemente largos como para cubrir los zancos, una pajarita púrpura y un sombrero de copa verde con ribete púrpura. Tenía un monóculo en el ojo derecho y un bigote rizado falso dibujado en su cara con rotulador. La miré durante varios minutos mientras Jenny y Nick intercambiaban bromas fuera del teatro con algunas personas que conocían. Cuando sentí a Nick tirando de mi brazo, lo tomé como mi señal para seguirlos.

    Jenny le entregó nuestras entradas a un mexicano grande y corpulento en leotardos de un forzudo de antaño. Dos afeminados adolescentes delgados, con pelucas y corsés azules estaban repartiendo programas. Tomé uno y leí la portada:

    Subterráneo de Hormigón

    o, El Arlequín

    Una Tragicomedia

    de Dédalo Quetzal

    "Oompa Radar" de Goldfrapp sonó a través de los altavoces de la casa mientras nos abríamos paso por el vestíbulo delantero, que estaba abarrotado de asistentes apiñados alrededor de artistas de performance de carnaval: un hombre disfrazado de bufón haciendo malabarismos con fuego, una mujer tragadora de espadas vestida de gitana, un hombre serpiente desnudo con una lengua bífida y escamas verdes pintadas en la piel y un par de adolescentes que parecían siamesas unidas, con lencería de encaje negro y abundante maquillaje gótico. Una de las gemelas tocaba un ukelele mientras su hermana cantaba en francés: Ange, je peux me voir dans vos yeux.

    Yo estaba convencido de que al menos la mitad de aquello realmente estaba sucediendo fuera de mis sueños febriles.

    Después de encontrar nuestros asientos, Jenny y Nick se marcharon de inmediato para continuar circulando entre los espectadores, encontrando personas que conocían o querían conocer. Jenny parecía molesta porque elegí quedarme en nuestros asientos. De vez en cuando la veía señalarme junto a quien fuera que estuviera hablando. Decidí leer el programa, esperando que eso matara el tiempo y ocultara efectivamente mi rostro.

    Según el programa, la obra estaba producida por algo llamado Compañía Teatral Trismegesto bajo una subvención de la Sociedad Highwater. Dylan Maxwell figuraba como miembro de la junta directiva del teatro.

    Había una página completa en la parte posterior titulada "Sobre el dramaturgo" que describía mi valiente lucha contra la enfermedad mental. Resultaba un poco graciosa. Casi deseé haberla escrito yo.

    Seguí hojeando el progama y me detuve ante el elenco de personajes, que algún imbécil pretencioso había llamado "Dramatis Personæ". Rezaba:

    D: Nuestro héroe y Pierrot, un periodista.

    Natalie: Una verdadera chiflada, nuestra Columbine.

    James: El pater familia y Desafortunado Pantalone.

    Lily La Signora: la damisela en apuros.

    El protegido de Max James, una astuta Brighella.

    Antonio: Un Puño peligroso de veras.

    Violet: Nuestra Judy lleva sus cicatrices con orgullo.

    Arlequín: Una mano invisible mueve hilos invisibles.

    Fui interrumpido por una mano en mi hombro. —Me alegra que pudieras venir.

    Me volví para ver a Max, tan delgado y hermoso como siempre y todavía con el mismo traje negro y Chucks rojos. Si bien su cabello se había vuelto completamente plateado, su rostro estaba notablemente bien conservado, apenas mostraba signos de arrugas, aún tan liso y perfecto como lo recordaba. El bastardo debía de alimentarse todas las noches de las almas de jóvenes corruptos o algo así.

    Agité el programa hacia él. —Bien representado, señor. Asumo que usted es el responsable de todo esto.

    —Yo no diría eso, - dijo Max. —Puede que haya sugerido la obra en una de las reuniones de la junta, pero no me puedo dar crédito por ninguna aportación creativa.

    —¿Qué pasa con esta lista de personajes? ¿Me estás diciendo que no se te ocurrió a ti? - Pregunté escéptico.

    —¿Qué quieres decir? La escribiste tú. Estas son las descripciones de tu manuscrito. - Parecía genuinamente confundido. «Por supuesto que lo parecería», pensé.

    Las luces de la casa se apagaron y encendieron y Max se excusó rápidamente mientras la audiencia tomaba asiento. Nick y Jenny regresaron. Ella se sentó a mi izquierda y él a la izquierda de ella. El asiento a mi derecha, el asiento del pasillo, permaneció vacío.

    Escuché el sonido de un viejo proyector de películas cobrando vida, amplificado a través del sistema de audio, que se encendió tan fuerte que comenzó a acoplarse y percibí un bajo crujido de interferencia estática. Un video tintado de azul se reprodujo en una pantalla translúcida frente al escenario. La grabación mostró imágenes de archivo de los artistas del espectáculo de carnaval.

    De repente, las luces del escenario se encendieron, iluminando la escena detrás de la pantalla. Luego aparecieron los actores, cada uno con una máscara gris de su homólogo de la Commedia dell'Arte nombrado en el programa, y ​​comenzaron a vestir el escenario. El ruido incesante siguió sonando desde los altavoces mientras movían los accesorios y los muebles en su sitio, bailando juguetonamente como si los altavoces estuvieran tocando música en lugar de aquella profana cacofonía. Cuando el sonido se calmó por fin, se completó la escenografía y los actores tomaron sus puestos.

    La trama de la obra era bastante sencilla. Se desarrollaba en la casa de verano de una familia adinerada cuyos miembros se reunían para pasar unas vacaciones de una semana. La vestimenta y el estilo de discurso colocaban la época a principios del siglo XX, aunque nunca se mencionaba explícitamente. El personaje principal era un reportero con la misión de escribir un artículo para la página de sociedad del diario metropolitano local.

    El primer acto se desarrollaba como una comedia de errores en la que Natalie, la criada, ayudaba alegremente al periodista a descubrir los sucios secretos de la familia.

    Max malversaba dinero de su jefe, James, justo delante de sus narices. James era demasiado viejo y senil para darse cuenta, y gastaba el poco ingenio que le quedaba ideando oportunidades para violar a Natalie, quien más tarde se revelaba que era su hija ilegítima. Antonio, un sádico trastornado con un temperamento explosivo, golpeaba a su esposa, a quien había conocido mientras ella trabajaba en un burdel.

    Sin embargo, a pesar del tema oscuro, la obra intentaba extrañamente ser ligera y humorística, llena de comedia física y dobles sentidos.

    Cuando el acto llegaba a su fin, se descubría el plan de malversación de fondos de Max, pero él lo arreglaba para que pareciera que su prometida Lily fuese la responsable. Más tarde la encontraban asesinada. Mientras tanto, Natalie llevaba al reportero a las catacumbas bajo la casa, que según ella guardaba un terrible secreto.

    Una vez en el subterráneo, descubríian un complejo sistema de túneles y búnqueres de hormigón. Natalie explicaba que había sido construido como un lugar para esconderse en caso de ataque con bomba atómica; Curiosamente, ninguno de los personajes cuestionaba este anacronismo. El acto terminaba cuando descubrían una cámara cerrada. Natalie le había robado la llave a James durante una de sus citas, y cuando los dos abríian la puerta, encontraban a un Arlequín encerrado dentro.

    Las luces del teatro se encendieron para el intermedio y me alegré de poder salir. Necesitaba tomar un poco de aire y alejarme de la multitud, así que me dirigí a la parte trasera del teatro y tomé asiento en una escalera que conducía a la entrada del escenario. Me senté allí abrazado a mis rodillas y temblando, tratando de luchar contra el impulso de las náuseas de nuevo.

    Después de un par de minutos, escuché que se abría la puerta detrás de mí. Apareció la actriz que interpretaba a Violet, que todavía llevaba su disfraz con la media máscara y la peluca púrpura. Sacó una pitillera plateada de su pequeño bolso de mano.

    —Parece que necesitas uno de estos, - dijo al abrir la pitillera antes de ofrecérmelo. Tomé uno de los Clover liados a mano y ella tomó otro para ella. Fumamos en silencio, disfrutando del aire fresco de la noche y el dulce sabor del humo.

    Cuando regresé a mi asiento, Jenny y Nick estaban visiblemente preocupados por mi apariencia. Estoy seguro de que me mi aspecto era terrible; sentía la cara fría y húmeda, mi cabeza estaba nadando, y era todo lo que podía hacer para evitar doblarme en secas arcadas allí mismo.

    —¿Necesitas que nos vayamos? - preguntó Nick.

    —Estoy bien, - respondí mientras lo despedía con desdén y me hundía en mi asiento.

    Cuando se levantó el telón para el segundo acto, el escenario estaba vestido con accesorios más modernos, como un televisor, un ordenador y muebles contemporáneos. Los armarios de los actores ahora eran más apropiados para el cambio de milenio y todos los actores habían intercambiado las máscaras. Natalie llevaba la máscara de Judy, Max había tomado la de Pantalone, Violet era Columbine, Antonio era Pierrot. El personaje del reportero estuvo inexplicablemente ausente durante las primeras escenas hasta que resurgió vestido como el Arlequín, vestido con un traje multicolor y con una grotesca máscara gris.

    El hombre sentado a mi derecha se inclinó para susurrarme al oído: —El personaje de Arlequín puede verse como una especie de héroe de la clase trabajadora: es un sirviente que siempre saca lo mejor de sus amos mediante el engaño, exponiendo y explotando al mismo tiempo su bufonería. A este respecto, a menudo se lo ve como una especie de avatar del embaucador dios Hermes. Mirar el rostro de Dios es invitar a la locura a que entre en tu corazón.

    —¡Shh! - advirtió Jenny bruscamente hacia mi derecha. Me volví hacia ella para disculparme, pero la luz que emanaba del escenario nos lavó a los dos en un resplandor azul, dándole a su cabello un intenso tinte púrpura.

    Sentí que las náuseas crecían dentro de mis entrañas y finalmente me abrumaban. Salí bruscamente de mi asiento y tropecé con los pies del hombre sentado a mi derecha, lo que me hizo caer torpemente en el pasillo. Me volví para disculparme, pero entonces recordé que el asiento estaba vacío, así que avancé tambaleándome por el pasillo hasta la salida.

    En cuanto llegué al vestíbulo, un preocupado ujier me señaló en dirección al baño de caballeros.

    Afortunadamente estaba vacío y me desplomé rápidamente en uno de los puestos para dar secas arcadas dentro de la taza. Me debatía tanto que podía sentir los capilares explotando en mi cara, haciendo que mi piel se calentara y enrojeciera. Cuando disminuyó el mareo, luché torpemente para ponerme en pie. Entonces creí escuchar risas provenientes del puesto a mi lado.

    Cojeé hasta el siguiente puesto y abrí la puerta lentamente. No había nadie allí. Debí de haber imaginado el sonido. Estaba a punto de darme la vuelta cuando noté el respiradero en la pared. Algo azul y metálico me llamó la atención por detrás de la rejilla. Subí al inodoro para poder alcanzarla y descubrí que le faltaban los dos tornillos inferiores. Pude sacarla lo suficiente como para meter mis dedos en la abertura y sacar el delgado objeto azul.

    Cuando me di cuenta de lo que era, no pude evitar reír.

    Esperé en el vestíbulo durante resto de la obra. El preocupado ujier se ofreció a dejarme volver para sentarme en la fila de atrás, pero lo rechacé y le dije que quería estar cerca del baño por si acaso. Aunque estaba mintiendo. Me sentía bien.

    Supe que la obra había terminado cuando escuché el apagado sonido de los aplausos que llegaban por las puertas cerradas. Poco después, las puertas se abrieron y el vestíbulo se inundó de gente que se retiraba. El sistema de sonido bramó con "Art Is Hard" de Cursive cuando reaparecieron los artistas secundarios y regresó la extraña atmósfera de carnaval.

    Una multitud de personas se reunieron para felicitarme. Alguien preguntó si iba a asistor a la fiesta posterior. Les dije que probablemente no lo haría.

    —Tonterías, - escuché a Max decir detrás de mí y me di la vuelta para encontrarlo sonriendo con orgullo. —Por supuesto que irá.

    Max me pasó un brazo por el hombro. —Lástima que te hayas perdido el final, - dijo con buen humor mientras me conducía alejándome de la multitud hacia un extremo del vestíbulo. —Pero supongo que ya sabías cómo terminaba.

    —En realidad no, - sacudí la cabeza. —Pero en realidad tampoco importa. Me di cuenta hace mucho tiempo que no debía preocuparme por los "quién lo hizo", cuanto más respuestas encuentres, más preguntas seguirás planteando. Ahora soy más un hombre de acción, tratando de no pensar excesivamente las cosas.

    —No estoy seguro de seguirte, - dijo Max y su sonrisa adquirió una calidad amenazante.

    Me acerqué a él y le susurré al oído: —Me engañaste en esa habitación. Fabricaste esos archivos y los filtraste a los chantajistas. Tú sabías que yo entraría.

    Él siguió sonriendo. No podía saber seguro si me había escuchado sobre el estruendo de la multitud.

    Saqué el cuchillo azul de la cintura y lo hundí en el estómago de Max repetidamente, sintiendo su cálida sangre brotando por mi mano. Luego lo extraje y lo clavé de nuevo una y otra vez, penetrando su carne firme y esculpida, destrozando ese cuerpo exquisito. Después de cinco o seis puñaladas, sus piernas cedieron y cayó hacia atrás en el suelo. Y cuando alzó la vista para mirarme, el bastardo presumido tenía en verdad una sonrisa triunfante en su rostro.

    —Siempre supe que eras el hombre adecuado para el trabajo, - me dijo rociando sangre por todas partes al abrír la boca. O quizá imaginé haberlo escuchado sencillamente.

    Me eché encima de él y le corté la garganta varias veces, sólo para asegurarme de que el bastardo estaba muerto.

    Cuando pasó la rabia y la bruma desapareció de mi mente, me puse en pie y me giré para mirar a la multitud reunida, que a su vez me miraba fijamente, congelada en el sitio como estatuas humanas. De pronto, una única persona comenzó a aplaudir. Mis ojos recorrieron sus rostros, siguiendo el sonido hasta su origen. Jenny avanzó un paso entre dos hombres y continuó aplaudiendo, sonriendo alegremente.

    Un par soltó una risita entre la multitud y varias personas más se unieron a los aplausos. Un hombre le dio un juguetón codazo a su amigo en las costillas y un alivio palpable se extendió por sus expresiones. También comenzaron a aplaudir, luego unos cuantos más y algunos más, hasta que el vestíbulo entero se llenó de ruidosos aplausos.

    —¡Qué efecto tan realista! - Escuché decir a una voz.

    —¡Como el final de la obra! - dijo otro.

    —Si no estamos dispuestos a destruir la belleza que hemos creado, nos convertimos en esclavos de ella, - dijo alguien sabiamente de alguna parte, tratando de parecer intelectual.

    Yo ya estaba tambaleándome y abriéndome paso lentamente entre la aturdida multitud. Las manos me palmeaban la espalda. Los extraños me sonreían y me mostraban los pulgares hacia arriba.

    Finalmente encontré la puerta de entrada y me alegró salir una vez más al aire libre. Respiré hondo, llenando mis pulmones como un hombre ahogado que resurge milagrosamente.

    Había un gran coche negro estacionado frente al teatro con el motor en marcha. Cuando yo iba a mitad de camino por la acera, la puerta lateral del pasajero se abrió de golpe. Me detuve en seco sin saber qué hacer. Unos segundos después, escuché un grito proveniente del interior del teatro y pensé que se había tomado la decisión por mí.

    Caminé el último tramo hasta el coche y subí. La actriz que interpretaba a Violet estaba en el asiento del conductor, todavía con su media máscara y peluca púrpura de la obra.

    —¿A dónde? - me preguntó.

    Me hundí en el asiento, miré mi ropa empapada en sangre y dije: —A cualquier lugar que no sea aquí.

    Pisó el acelerador y se alejó.

    —¿Estás seguro? - preguntó una voz detrás de mí, viniendo desde el asiento trasero. —Puedes abandonar un lugar, puedes abandonar una situación. Puedes abandonar un trabajo, mudarte a una casa diferente, olvidar algo que ha sucedido o incluso renunciar a un amor. Pero de lo que nunca puedes alejarte es de ti mismo.

    No estaba seguro de lo que aquello significaba, así que en lugar de pensar demasiado en ello, simplemente extendí la mano y encendí el estéreo.

    La música era lenta y atmosférica, con una mujer que cantaba con nostalgia:

    A veces cuando cuento tu historia,

    Te hago parecer ser el malo.

FIN

9 Pistas Para Resolver el Misterio

    • 1. ¿Qué le sucede a la escultura de Violet? ¿Qué significa esto?

    • 2. D completó con éxito el trabajo para el cual Max lo seleccionó. ¿Cuál era?

    • 3. Tenga en cuenta las apariciones de metales coloreados.

    • 4. ¿Cree que Max no reconoció a Violet en realidad?

    • 5. Tenga en cuenta las apariciones de puertas y llaves.

    • 6. Tenga en cuenta la relación entre D, Jenny y Nick al final de la novela. Esta es la situación ideal para D.

    • 7. ¿Con quién se encuentra D en la librería?

    • 8. ¿Quién da la advertencia de detenerse antes de que D entre en la habitación 33? ¿A quién se le advierte?

    • 9. ¿Quién construyó el laberinto?