Titulo: Vida Media.
Autor: SL Huang (slhuang.com)
Copyright © 2019 - 2023 SL Huang (CC-BY-NC-SA, algunos derechos reservados)
Versión gratuita. Prohibida su venta.
Traducción: Artifacs, 2019.
Reedición y portada: Artifacs, junio 2023.
Imágenes de portada tomadas de Max Pixel bajo licencia CC0.
Ebook publicado en Artifacs Libros en junio 2023
Titulo original: Half Life
Copyright © 2015 SL Huang (CC-BY-NC-SA, algunos derechos reservados)
Vida Media se publica bajo Licencia CC-BY-NC-SA 4.0 https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/legalcode.es
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SL Huang es una autora ganadora del premio Hugo y superventas en Amazon que justifica un título del MIT usándolo para escribir una excéntrica ficción matemática de superhéroes.
Huang es la autora de las novelas de Cas Russell de Tor Books, que incluyen Zero Sum Game, Null Set y Critical Point, así como las nuevas fantasías Burning Roses y The Water Outlaws. En ficción corta, las historias de Huang han aparecido en Analog, FSF, Nature y otras, incluidas numerosas antologías de lo mejor.
Huang también es especialista en acrobacias de Hollywood y una experta en armas de fuego, con créditos que incluyen Battlestar Galactica y Top Shot. Conecta con SL Huang en línea en www.slhuang.com o en Twitter como @sl_huang.
Originalmente, la serie de Cas Russell (antiguamente la serie del Ático de Russell, aunque a nadie le gustan mis juegos de palabras matematemáticos, excepto a mí) consistía en estos libros, con otros más en camino:
• Libro 1: Juego de Suma Cero (Zero Sum Game).
• Libro 2: Vida Media (Half Life).
• Libro 3: Raíz de la Unidad (Root of Unity).
• Libro 4: Sonrisa de Plástico (Plastic Smile).
• Libro 5 (nunca autopublicado, en realidad): Medida Áurea (Gold Mean).
• Relato: Rio Adopts a Puppy.
• Relato: Ladies’ Day Out.
¡Y entonces Tor la recogió para su republicación! ¡Yuju! Por tanto, lo que está disponible y en camino ahora mismo es:
• Libro 1: Zero Sum Game.
• Libro 2: Null Set (reescritura de lo que fue originalmente Sonrisa de Plástico, el libro 4 de la serie autopublicada).
• Libro 3: Critical Point (Totalmente NUEVO, el que habría sido el libro 5: Medida Áurea).
Si no has leído ninguna de las versiones autopublicadas, pues lee las ediciones de Tor según salgan y punto.
Si has leído algunas de las versiones autopublicadas, notarás que la serie no sólo se ha editado, sino que se ha reordenado; con el libro 4 publicado como el libro 2 y el que escribí como libro 5 como libro 3 (los antiguos libros 2 y 3 saldrán más adelante). Resumiendo, esto es lo que deberías leer a continuación si no quieres releer algo:
• Si sólo has leído Juego de Suma Cero, lee Null Set después.
• Si has leído Juego de Suma Cero y Vida Media, lee Null Set después.
• Si has leído Juego de Suma Cero, Vida Media y Raíz de la Unidad, lee Null Set después.
• Si has leído todas las novelas de la serie autopublicada: Juego de Suma Cero, Vida Media, Raíz de la Unidad y Sonrisa de Plástico, lee Critical Point después.
Por supuesto, puedes leer las nuevas ediciones como han salido aunque hayas leído las versiones autopublicadas. Hay un montón de edición y, personalmente, creo que las nuevas molan significativamente más ahora, pero para los lectores que no quieran releerlas, me he esforzado por asegurarme de que no te pierdas si pasas de las antiguas a las nuevas.
Fuente: www.slhuang.com (explicación de la serie de Cas Russell).
—¿Qué estás haciendo aquí dentro?
Levanté la vista. El brillante haz de una linterna me dio directamente en los ojos, cegándome.
—Soy la conserje —le dije. Hasta me había puesto el mono de trabajo y todo. —Estoy...uh... —Moví un poco la fregona—... conserjeando.
Tras la brillante bombilla de la potente linterna, asomaba la silueta de un guarda de seguridad. Su sombra era densa y rolliza, y el tipo no parecía inclinado a sacarme la luz de los ojos.
—Déjame ver tu ID —me ladró.
Bueno, ahí estaba el problema, yo no llevaba identificación. Al menos aún no. Mantuve mi posición e hice el numerito de rebuscar en los bolsillos. Podía tumbar a aquel tipo, pero primero necesitaba atraerlo hacia mí un poquito más.
—Uh. Se me ha olvidado.
—Pues vas a tener que venir conmigo —me dijo avanzando un paso justo fuera del alcance de la cámara de seguridad más próxima.
—Perfecto —le dije, y giré el mango de la fregona para que golpeara el lateral de su cabeza.
Las matemáticas danzaron en espiral por mi cerebro mientras me movía. El movimiento circular no uniforme inundó mis sentidos y un estallido instantáneo de velocidad angular bastó para que la velocidad lineal del extremo de la fregona se maximizara. El palo desaceleró al impactar en la sien del guarda de seguridad y este cayó al suelo. La linterna rodó hacia un lado.
Segunda Ley de Newton sobre Cómo Dejar Inconsciente a un Hombre Adulto.
Recogí la linterna y la apagué. Había planeado robar una tarjeta ID de algún bolsillo, este era un método un poquito más sutil pero, hey: seis de uno, media docena del otro. Saqué la tarjeta de seguridad del bolsillo del guarda, le amordacé con cinta de embalar, le precinté muñecas y tobillos y le dejé encerrado en el armario de los utensilios.
La foto con cara de cabreo de mi sustraída tarjeta ID era la de un hombre blanco de mediana edad y yo no era ninguna de esas cosas. Pero aunque Fármacos Swainson pudiera requerir pasar una tarjeta hasta para acceder al cuarto de baño, en realidad, al sistema de seguridad de última generación no le importaba un bledo mi aspecto. Conseguí llegar hasta el laboratorio de la vigésima planta sin disparar ninguna alarma. Las cámaras eran un chiste, yo estimaba el ángulo más amplio posible y sorteaba alegremente su pauta de visión mientras giraban de un lado a otro para observar los pasillos.
—El fantasma en la máquina —susurré, colándome hacia la puerta del laboratorio y pasando mi tarjeta ID robada por el lector una vez más.
La puerta se deslizó hacia un lado al abrirse. Alguien dentro chilló de sorpresa. Yo ya tenía mi Colt en la mano antes de ver al gordito hindú de bata blanca que había de pie tras un mostrador. El tipo levantó sus manos enguantadas tan alto como pudo.
—¿Qué estás haciendo aquí? —demandé.
Eran las dos de la madrugada, por amor de Dios.
—¡Soy un becario! —balbuceó. —Limpio la cristalería. ¡Por favor, no me dispare!
—Oh, relájate —le dije. —No voy a matarte. Estoy haciendo terapia.
—¿Haciendo qué?
Ignoré la pregunta. Las idiotas promesas que yo les hacía a mis amigos eran cosa mía.
—Sólo vengo a por esa nueva droga que estáis haciendo.
Él palideció. —No... eso es... no puede...
—Cierra el pico —moví mi arma hacia él—. Se supone que no debo matar a la gente, pero si me das problemas te pego un tiro en la pierna.
Estaba mintiendo un poco. El chico no era una amenaza y además, no iba a disparar a ningún pobre becario infrapagado que no se interponía en mi camino. Aunque él no sabía eso.
Cerró el pico en aterrorizado silencio y se hundió sobre un taburete del laboratorio. Me moví hasta el fondo de la sala. Si los datos que tenía eran correctos, los congeladores de potencia industrial del laboratorio se encontraban en la pared, pesados y sólidos y, con toda seguridad, cerrados. Me acerqué al tercero de la izquierda. Mi Modus Operandi usual cuando cometía robos de alta gama era la discreta aplicación de C4, pero los congeladores del laboratorio estaban hechos a prueba de explosiones y un estallido lo bastante grande para llegar a su interior tenía el riesgo de dañar las muestras. Además, abrir agujeros reventando cosas era un buen modo de disparar las alarmas de seguridad.
—Hey —le dije al becario mientras examinaba el teclado de la nevera. —¿Sabes el código de esto?
—Yo... ah... no, sólo soy un bec...
Disparé sin mirar. La bala siguió su vector de velocidad y dio justo donde había apuntado, llevándose un pedazo de una de las patas del taburete del chaval. El tipo chilló.
—¿Seguro que no sabes el código? —le pregunté.
—¡Te lo juro! ¡Lo juro! ¡A mí no me cuentan nada!
—Vale, vale. Cierra el pico. —le dije.
De vuelta al Plan A. Mi cliente me había dicho que el código sólo tenía cuatro dígitos. Empecé con el 0000. Iba por el 2491 cuando al interino, que debía de haber sentido un repentino deseo de morir, le dio por hablar,
—¿En serio vas a buscar el código por fuerza bruta? ¿No tardarás una eternidad?
Mis dedos no dejaban de teclear combinaciones. —La eternidad es una burda exageración —le dije—. Mi límite superior es menor de ochenta y siete minutos.
Lo cual podía resultar un problema inesperado si alguien se percataba de que había desaparecido mi amigo, el guarda de seguridad. Oh, bueno. Tendría que lidiar con esa eventualidad si sucedía. Un toque antes de la hora marcada, la luz del teclado parpadeó en verde en el 6720 y la cerradura hizo clac.
Levanté la tapa del congelador. Los estantes estaban llenos de pulcras falanges de viales cuyo interior contenía un líquido amarillento. Saqué un pequeño maletín metálico de la bolsa que llevaba cruzada al hombro, destornillé la tapa del maletín y transferí una bandeja de viales al interior acolchado. Luego cerré el maletín y cerré el congelador.
—Te juro que no diré una palabra sobre ti —me dijo el becario, las palabras salieron tan rápido que se tropezaban unas sobre otras.
—Bueno, no lo harás de inmediato. —le respondí devolviendo el maletín a mi bolsa y cerrando la cremallera de seguridad. —Te dejaré inconsciente un buen rato.
El tipo emitió un chillido y trató de apartarse de mí. Tampoco es que aquello le sirviera de mucho. Soy muy rápida.
Saltaron las alarmas. Aullaron las sirenas. Los pasillos parpadearon con luces rojas por todos lados y una voz automática repetía la frase Bloqueo de seguridad en tres idiomas. Aquel debía de ser el día de suerte del Sr. Becario: no era cuestión de encargarse de él ahora.
Me habían descubierto. Alguien habría encontrado a mi colega el guarda. Derrapé hasta la puerta y probé mi ID robada, pero no pasó nada.
—Es un bloqueo —tartamudeó el becario detrás de mí. —Nadie puede entrar ni salir, así es como funciona...
Bien pensado, pero este laboratorio tenía ventanas que daban al exterior. Di la vuelta, cogí el primer chisme a mano del ridículamente caro equipo del laboratorio y lo envié de paseo a reventar la ventana más cercana. El interino chilló de nuevo. Yo saqué una bobina de hilo Tech de un bolsillo de mi mochila. Es casi tan fino como un cable, más compacto que una cuerda e igual de robusto. Lancé las bobinas al aire mientras esprintaba hacia la ventana. Las matemáticas revistieron mis sentidos sin esfuerzo: el hilo brotó de mi mano, las ecuaciones de onda se propagaron por su longitud y la función paramétrica dejó un perfecto lazo alrededor de uno de los enormes congeladores industriales justo cuando llegué hasta la ventana. Tiré de la manga de mi chaqueta para cubrirme la palma de la mano, agarré el hilo y salté. Bajé deslizándome por el hilo hacia la noche a una velocidad que podía romperme el cuello. Las plantas pasaban como centellas. El hilo Tech es más liso que la mayoría de las cuerdas, pero la fuerza de mi agarre creaba una componente normal suficiente para reducir mi velocidad. Extendí un pie, rozando la suela de mi bota contra la fachada del edificio que pasaba a mi lado para darme un toque adicional de fricción. Se formó un largo rastro a mi paso mientras el ladrillo desgastaba la goma de la bota. El asfalto ascendía a toda prisa, dominando mi visión. Pasé el brazo para anudar otro lazo de hilo y aumentó la fricción mientras la línea me hacía un torniquete en la carne debajo de la chaqueta. Llegué abajo. Mis botas hicieron contacto con el suelo, flexioné las rodillas para absorber el golpe y rodé hacia adelante. Incluso así, el impacto me sacudió todo el cuerpo, como un relámpago en cada articulación. Me puse de pie como un resorte y eché un vistazo. Unas sirenas sonaban en la distancia en mi dirección, pero sometí las ondas sonoras a un rápido cálculo Doppler y decidí que no pasarían cerca para atraparme.
Menos de un minuto más tarde, me alejaba por el monte que había detrás del laboratorio rugiendo sobre la moto todoterreno que había escondido allí. Aceleré envuelta en la noche mientras la policía entraba zumbando en Fármacos Swainson a mi espalda. Mantuve los ojos bien abiertos en la oscuridad mientras pasaba por las grises siluetas de árboles y rocas. Las bonitas matrices tetradimensionales de los vectores de velocidad y posición cambiaban con nuevos valores cada fracción de segundo y me facilitaban el viaje. Dejé el acelerador abierto con la mano derecha mientras con la izquierda saqué del bolsillo mi teléfono móvil. Cuando respondió, la voz de Harrington sonaba totalmente serena a pesar de la hora. Me hubiera gustado oír al hombre perder la calma alguna vez.
—Hey —le dije esquivando a una mano un grupo de arbustos. —Soy Cas Russell. Tengo tu mercancía. Entiendo que es ambientalmente sensible. ¿Cuándo quieres que haga la entrega?
—Te lo cambio —dije cuatro horas más tarde, mientras ponía mi maletín blindado sobre la mesa.
El hombre sentado al otro lado de la mesa se acercó el maletín y lo abrió con cuidado. Con dos metros quince y corpulencia a juego, Emmett Paul Harrington III era el típico tipo que dominaba en una habitación, especialmente con su perfecto y pulcro pelo blanco y traje de tres prendas. Yo, por otro lado, apenas superaba unos centímetros el metro sesenta y cinco, y mi idea de vestir seguía la tendencia del Kevlar. Harrington había dejado hace tiempo de intentar reunirse conmigo en sus bares elegantes y estábamos en su yate en Marina del Rey, lo cual era un lugar para una transacción de negocios tan privada como agradable.
Harrington inspeccionó el contenido del maletín y sonrió. —Srta. Russell. Usted siempre lo consigue.
—Me lo dicen mucho —dije.
Recogió un maletín metálico que había debajo de su silla, lo puso sobre la mesa y lo empujó hacia mí.
—Tal como acordamos. ¿Está segura de que no podría persuadirla para aceptar un cheque bancario la próxima vez?
—Oh, Harrington, ya me conoces —le dije abriendo el maletín para revelar satisfactorias pilas de billetes de cien. Medí los billetes con una mirada e hice algunas multiplicaciones rápidas, la cantidad era exactamente la acordada. —Los billetes mandan.
Harrington negó con la cabeza, pero con cierta inclinación amable. —Es usted la única persona que conozco que aún insiste en ello.
—No en mi mundo —dije. —Lo que pasa es que tú vives en la América corporativa.
Movió una mano. —Ah, en fin. En alguna parte del presupuesto hay una línea etiquetada como "adquisiciones" que va a hacer que un contable se suba por las paredes.
Solté una carcajada. —Adquisiciones. Eso tiene gracia.
—Sí, mis clientes estarán muy complacidos con esto. Muy complacidos.
Recordé que Harrington me había dicho algo sobre la situación cuando acepté el empleo. Al parecer, sus clientes y Swainson estaban enfrascados en una fuerte guerra de espionaje industrial en la que ya nadie estaba seguro sobre quién había robado qué de dónde.
A mí me daba igual todo aquello.—¿Hay algo más que pueda hacer por ti?
—La llamaré si surge algo —dijo Harrington. —¿Puedo ofrecerle una bebida antes de irse?
—No en horas de oficina, gracias. —le saludé con la cabeza y me levanté. —Es bueno hacer negocios contigo, como siempre.
—Srta. Russell. Antes de que se marche… ¿puedo preguntarle algo?
La ligereza paternal había desaparecido de su tono y lo había remplazado con algo que se podría llamar... hmm, seriedad. Sus manos, del tamaño de un pequeño jamón y con perfectas uñas de manicura, estaban juntas sobre la mesa frente a él y las estudiaba con atención.
—Le pido disculpas anticipadas si considera que esto es una brecha de la etiqueta, pero debo saberlo.
Me puse en alerta de pronto. —¿Saber qué?
—Usted es bastante conocida, al menos por los que nos preocupamos por saber tales cosas. Usted es una persona que... puede conseguir cosas.
—Ah, pues me alegro —dije. —A eso me dedico.
—¿Ha contactado recientemente alguien con usted con una solicitud digamos... peligrosa?
—Ya sabes que no puedo revelar lo que mis clientes... —empecé.
—No estoy hablando de un peligro ordinario. He oído… —levantó la vista para mirarme a los ojos. —He oído rumores de que alguien ahí fuera intenta construir algo.
Me pregunté si realmente esperaba que yo entendiera algo de eso.
—Cada día me sorprende más lo bien que te explicas.
Dejó escapar un largo suspiro. —Se dice que hay cierto grupo desconocido que está buscando plutonio.
Le miré. Él me miró. Las gaviotas graznaban. Los botes en el muelle crujían.
Bueno. Uau.
—¿Crees que alguien va a construir una bomba nuclear? —le dije.
—En el clima actual, la amenaza terrorista... —yo suprimí una carcajada. A él no le hizo gracia. —Le aseguro que esto no es cosa de chiste.
—No no, perdón. Es por todo eso del terrorismo —le expliqué. —El terrorismo es una anomalía estadística. Hay mayor probabilidad de que te aplaste un mueble en casa que de morir por un ataque terrorista. El terrorismo es... bueno, no es lo bastante viable matemáticamente para que me lo tome en serio.
Las cejas de Harrington formaron una tupida V blanca y él me miró como le hubiera afirmado que jugar con nitroglicerina fuese perfectamente seguro.
Exhalé el aire. —Mira, yo no me preocuparía mucho por eso —le aseguré. —No creo que nadie en LA esté construyendo una bomba nuclear. Si alguien está amasando plutonio puede darle otros muchos usos. A lo mejor lo hace por que le gustan las cositas brillantes. —Aún me miraba como si me hubiera subido al tren a Villa Chiflada. —Te prometo que si me entero de que hay alguien construyendo una bomba, entraré en escena y le detendré. Pro bono. ¿Vale?
Suspiró de nuevo. —Me parece que no me está usted tomando en serio.
No le estaba tomando en serio, pero hice un esfuerzo por ser agradable con un cliente. Especialmente con uno que acababa de pagarme una enorme suma de dinero.
—Pegaré la oreja al suelo —le tranquilicé—. Alerta máxima —Levanté una mano—. Prometido.
No pareció muy convencido, pero asintió. Antes de perder mi última capa profesional, le deseé a Harrington un buen día y me eché a mí misma de allí con mi maletín lleno de dinero.
Rompía ya el alba cuando desembarqué por la rampa del yate. El puerto olía a calcetines mojados, pero los crecientes rayos del sol se clavaban en la ciudad y proyectaban el cielo sobre el agua con tintes de rosa y oro. Las dársenas estaban tranquilas y vacías a esa hora tan temprana de la mañana. Volví a pie siguiendo la orilla del agua, pensando en que mi día no estaba yendo mal por el momento. Sonó el móvil en mi bolsillo. Era Arthur.
Lo saqué y respondí. —Arthur. ¿Despierto tan temprano?
—Buenos días —dijo Arthur Tresting.
Arthur tenía la distinción de ser la única persona del mundo que me llamaba por teléfono sólo para charlar. Sonaba animado, aunque su respiración estaba acelerada.
—Espero no haberte despertado. Me imaginé que, con el horario que llevas, no te pescaría hasta el mediodía.
No estaba equivocado. —Suenas extraño —le dije. —¿Estás bien?
—Estoy corriendo. Pensé en llamarte y ver cómo te iba.
—Sesenta y tres días más dos tercios... y contando. —le dije.
—Hey, buena chica —dijo Arthur. —¿A que te sientes bien? —
Bueno, que no matara gente hacía feliz a Arthur y, por alguna razón que no conseguía descubrir, hacer feliz a Arthur era importante para mí. Además, la alternativa no letal estaba resultando un desafío matemático interesante para una existencia que se aburría con rapidez.
Era un experimento.
—Claro —dije. —Si tú lo dices.
Dejó escapar un suspiro que fue la mitad de una risa.—De acuerdo, Russell. Bueno, ¿en qué andas metida?
—Acabo de terminar un trabajo —dije.
—¿Uno bueno?
—Bah, lo normal. Ya sabes. Conseguir cosas para la gente.
—Espero que te refieras a devolverle cosas a la gente.
—De acuerdo —le dije. —Pues eso, entonces.
Era posible que ampliara ocasionalmente la descripción del oficio de experta en recuperaciones para estar más en la línea de experta en obtenciones. Pensé en la etiqueta de adquisiciones de Harrington y sonreí.
—No me pidas que respete los Siete Pecados Capitales de la noche a la mañana.
—Creo que te refieres a los Diez Mandamientos.
—A esos también... ¡Hey, no sabía que eras religioso!
—Episcopaliano. Y no me cambies de tema.
No iba a dejar que el moralismo de Arthur me arruinara el buen humor. —Me pagan un montón de pasta, Arthur —le expliqué tranquilamente. —Un montón de dinero.
Arthur quedó en ese silencio que yo reconocía como "Desaprobador pero Sin Insistencia". —Está bien —me dijo.
—Pues claro que está bien.
—Bueno, ¿tenías algo haciendo cola después?
Capté lo que no estaba expresando. Arthur es de los pocos que sabe lo que me pasa cuando no estoy trabajando. No es agradable.
—Aún no. Tengo reunión con clientes todo el día.
—Sé que tienes que aceptar un trabajo, pero si tienes algunas opciones, escoge bien. ¿De acuerdo? ¿Lo harás por mí?
Desafortunadamente, no estaba segura de que tuviera elección. Al asociarme con Arthur el año pasado, había dejado que se colara su gusano de la ética como un maldito ángel en miniatura sobre mi hombro. Me sermoneaba desde algún lugar de mi cabeza con una conciencia que yo nunca había tenido. Tampoco es que yo le escuchara siempre pero, aún así, resultaba irritante.
—Sí, sí. Prometo que mi siguiente trabajo no será robarle la herencia a unos ancianitos —le recité. —¿Feliz?
—Voy a cantar el Aleluya, chica.
—Eres muy raro.
Arthur dio una carcajada. —¿Te llamo luego?
—¡Hey, espera! —le dije, casi lo olvidaba. —Pregunta rápida: ¿te suena que alguien vaya amasando plutonio por ahí últimamente? ¿O cualquier otro material nuclear?
Esta vez la pausa fue ponderada. La respiración de Arthur había detenido su ritmo continuo, como si hubiera dejado de correr. —¿Qué está pasando?
—Nada —le dije deprisa. —Al menos nada que yo sepa. Es que oí algo, eso es todo.
—Si crees que alguien está montando una...
¿En serio? ¿Arthur, también?
—Nadie está construyendo una bomba nuclear. Olvida que he dicho nada.
—Si has oído algo...
—La probabilidad de terrorismo es tan remota que hasta incluirla en una evaluación de riesgo es una completa idiotez —le dije. —¿Quieres algo peligroso de verdad?, conduce por la autopista 101.
—Pero si has oído algo sobre plutonio —objetó Arthur—... ¿No significa eso algo? No sé, si has oído que ya ha pasado algo, ¿no lo hace más probable?
—¿Estás usando bayesiana conmigo para convencerme?
—¿Usando qué?
Cielo Santo.
—Lo único que he oído es que puede que haya alguien buscando plutonio. Podría ser para cualquier otra cosa. Podría ser sólo un rumor.
—¿Quieres que pregunte por ahí? —Arthur era detective privado, y uno malditamente bueno.
—Yo no me preocuparía por eso.
—Puedo hacer algunas llamadas y ver si sale algo.
Le había prometido a Harrington que lo investigaría. —Sólo si lo crees necesario. Mi fuente es del mundo corporativo, por si ayuda en algo.
—Te daré un toque más tarde.
—Genial. Será mejor que atienda las reuniones con mi clientes.
—¿No deberías conseguirte una oficina para eso?
—¿Por qué?
Arthur dejó escapar un largo suspiro de sufrimiento que me recordó exactamente lo que él pensaba sobre mi tendencia a intercambiar grandes sumas de dinero en cafeterías y bares de carretera.
—Hasta luego, Russell.
—Adiós, Arthur.
Siempre me daba la impresión de que Arthur no sabía muy bien lo que hacer conmigo. Por supuesto, yo tampoco sabía lo que hacer con él.
Cuando empezó la tarde, ya estaba sentada en un Starbucks arrepintiéndome de haber hablado con Arthur esa mañana.
—Lo siento —le dije al determinadamente estoico hombre frente a mí. —No creo que pueda aceptar su caso. —me aparté un poco de la mesa mientras lo decía.
Era mi última reunión del día y ya había rechazado a todos los clientes anteriores por culpa de Arthur.
Quién lo diría.
El primer posible cliente resultó ser una mujer que intentaba literalmente robarle la herencia a sus abuelos. Y lo hubiera aceptado, salvo por que no hubiera sido capaz de mirar a Arthur a la cara durante un mes.
El segundo cliente no apareció y el tercero trató de estafarme: en serio, no se propone una variante de un esquema piramidal a alguien que se zampa funciones exponenciales para desayunar.
Eso me llevó a Noah Warren, mi cuarto y último cliente posible de la agenda. Esperaba encontrarme con algún traficante para anotarme un caso de armas ilegales o algo así. Esos siempre pagaban bien.
En su lugar, apareció un chiflado.
Warren se sentaba artificialmente derecho frente a mí, como si llevara una vara de acero encajada en la columna. Era un afroamericano muy oscuro entrando en la mediana edad, aunque de un modo que le quedaba bien, con una recortada barba plateada y densa constitución que sabía cómo vestir. El tipo había pedido un bollito pero seguía intacto sobre un plato delante de él.
—¿Por qué no? —me preguntó en un tono totalmente medido, con sus manos rígidas sobre sus rodillas. —¿Por qué no me va a ayudar?
"Porque o te has inventado esta historia o estás loco" no sonaba a respuesta educada. —¿Ha probado con la policía? —preferí decirle.
—Creen que me he vuelto loco —me respondió con el mismo tono calculado.
Me recliné en la silla. —Sr. Warren, no sé cómo decirlo pero, ¿ha considerado…?
—¿Que tal vez tengan razón? —su voz era muy grave y no sonaba insegura ni cuando hacía una pregunta. —No la tienen. Y aunque la tuvieran, no me importa. ¿Lo entiende? Es mi hija. Si no es real, la vida ya no tiene sentido.
Extrañamente, y a pesar de mi buen juicio, algo dentro de mí quería ayudarle. Tengo debilidad por las niñas en apuros. Incluso por las que, probablemente, eran alucinaciones. Lo intenté una vez más.
—Me está hablando de gastar un montón de dinero para contratarme y para, potencialmente... bueno, para nada. ¿Por casualidad hay...?
—Por favor —me dijo. Excavó dentro de un bolsillo de sus vaqueros y sacó un folio de papel doblado. —Por favor. Su anuncio.
Llena de curiosidad, cogí el papel y lo desdoblé. Era una hoja impresa de una web de anuncios clasificados.
Experta recuperadora —rezaba—: recupera bienes, información, personas. La investigadora es una mutante con superpoderes. No le defraudará. —El número de mi móvil iba debajo.
—Oh, esto —dije. —Estaba borracha. Y alguien creyó que sería divertido. ¿Qué pasa con esto?
—Pensé que quizá fuese usted como ella: especial. ¿Puede recuperarla para mí?
Cielo Santo.
La probabilidad de que su hija se pareciera a mí era tan baja que resultaba trivial. También podría ser una invención de su imaginación. Surgió otra posibilidad que me causó náuseas con sus siniestros tentáculos. Una oscura sombra se suspendía sobre mi consciencia y me recordaba que, durante el mismo caso en el que había conocido a Arthur, ya me había encontrado antes con lo imposible. Con gente que era especial y con eventos que no encajaban en el mundo real. Nos habíamos mantenido bien alejados de Pítica, todos nosotros... habíamos tenido que hacerlo... y ellos se habían visto obligados a permanecer lejos de nosotros. No tenía sentido que aparecieran aquí de esta forma tan desastrosa. Además, esta historia no sonaba a Pítica en absoluto. No dejarían un cabo suelto como Warren vagando por ahí donde pudiera contratar a una especialista en recuperaciones. Especialmente a una con la que ya habían tenido problemas. La navaja de Occam: Warren era un chiflado y esta hija desaparecida, que él seguía insistiendo que era especial, o estaba muerta o era inventada.
Pero Warren también era mi último cliente potencial de hoy. Si no aceptaba su encargo, no tendría trabajo y esa no era una idea entretenida. Además, la versión de Arthur en mi cabeza no podría quejarse de que intentara rescatar a una hija desaparecida. A menos, claro está, que sólo lo hiciera para sacarle el dinero a un loco.
Suspiré. —¿Qué tal esto? Por ahora me paga los gastos. Lo investigaré. Si averiguo que puedo recuperarla, entonces me paga la tarifa. ¿Trato hecho?
Asintió, el movimiento fue lo suficiente tenso como para considerarlo un saludo. —Gracias.
—No prometo nada —le dije sin mucho ánimo.
Empujé mi silla hacia atrás y le dejé ignorando rígidamente su bizcocho intacto.
Bueno, al menos tenía trabajo de nuevo.
Me paré en la acera durante un minuto, pero no necesitaba pensar cuál iba a ser la primera parada de mi caso imposible: la Guarida de Inspector.
Había cambiado mi moto todoterreno por un coche esa mañana y, puesto que la cafetería que había escogido esta vez ya estaba en el Valle, decidí visitarle en persona en vez de llamarle. Además, tampoco es que fuera a admitirlo pero, casi me apetecía verle. Inspector era el compañero de Arthur y el rey del hallazgo investigativo. Un hácker y tratante de información, era un maestro en desmontar cualquier dato que estuviera codificado en forma digital, lo cual era impresionante o terrorífico según en lo qué él eligiera concentrarse. Afortunadamente para mí, también se había convertido en algo… bueno, una especie de amigo, aunque no del modo "siempre pendiente de mí" como lo era Arthur, cosa que resultaba confusa. No estaba acostumbrada a tener amigos, así que no estaba segura si había amistad entre Inspector y yo o si sólo le parecía horrorosamente divertido tener a alguien con quien podía beber tequila y obligarlo a ver mala ciencia ficción por televisión. La Guarida era el nombre que Inspector le daba a su cueva hácker y era un garaje remodelado detrás de su casa en Van Nuys. No es que su casa no tuviera un ordenador en casi cualquier superficie, pero la Guarida era algo diferente.
Aparqué frente a la puerta detrás del coche de Inspector, un sedán negro de dos puertas con un permiso para silla de ruedas y unas pegatinas azules en el parachoques que decían, "Sólo la uso para aparcar".
Cuando pregunté sobre la paraplegia de Inspector una noche de borrachera, me había afirmado que le había ocurrido durante el ataque de un raptor. Como yo no lo entendí, él insistió en mostrarme Parque Jurásico en ese preciso momento (el DVD completo con una pantanosa cantidad de comentarios triviales) y luego me envió por email una docena de tiras de cómic con figuras de palo de las que yo no estaba muy segura de entender toda su gracia.
Pasé por delante de la casa y fui hacia la puerta trasera de la Guarida. Llamé mientras la abría. Como era de esperar, Inspector estaba sentando como una urraca en su nido, en mitad de una treintena de monitores de ordenador. Máquinas y cables le rodeaban por todos lados, algunas pantallas se apilaban en soportes sobre su cabeza. Era una confusión a la que sólo él podía darle sentido. La mayoría de los monitores mostraban salvapantallas, pero otros presentaban código, al menos uno estaba conectado a algún vídeo juego, pero él los ignoraba todos, concentrado únicamente en una pantalla con imágenes que se parecían sospechosamente a la grabación de una cámara de seguridad.
—Cas Russell —me reprendió sin levantar la vista. —Vaya forma de irrumpir en mi casa. ¿Y si no llevo pantalones?
Le examiné intencionadamente. Su delgada constitución estaba totalmente vestida con vaqueros y una camiseta con una oveja conectada a un enchufe. Además, ambos sabíamos que su absurdo sistema de seguridad le había dicho que yo estaba allí mucho antes de que entrara. Inspector sonrió.
—Son como los pantalones de Schrödinger. Nunca estás segura hasta que abres la puerta. —pulsó una tecla y luego alejó su silla de ruedas del teclado, el monitor seguía mostrando imágenes más rápido de lo que el ojo humano podía detectar—. ¿Qué te cuentas, Cas?
—Has puesto un anuncio sobre mí en la red —le acusé, lanzándole la hoja de papel.
Él tartamudeó un poco. —¡Te dije que iba a hacerlo! ¿Has conseguido un trabajo?
—Si lo que te ofrece un chiflado cuenta como trabajo, entonces sí.
—Hey, no odies a la gente chiflada, a veces necesitan superespecialistas en recuperaciones como todo el mundo. Y además, no me dijiste que no lo hiciera.
—Porque estaba borracha.
—¿En serio? Habría apostado cincuenta pavos a que podías andar en línea recta.
Fruncí el ceño. —Eso no es justo. Puedo andar en línea recta.
—Ah, entonces la parte de los superpoderes no iba desencaminada, ¿no? —me miró moviendo las cejas.
Arthur e Inspector habían estado chismorreando sobre mi ligeramente inusual conjunto de habilidades desde que les había conocido, aunque Arthur era mucho más sutil al respecto, y también admitía estar más preocupado con mi brújula moral que con mi pericia en el cálculo vectorial instantáneo.
—¿Y qué si sé matemáticas? —le dije. —Sólo porque calculo rápido no significa que sea una especie de superheroína.
—Yo no puse superheroína —discutió Inspector. —Hay que hacer cosas heroicas para eso.
—Gracias.
—Los superpoderes no implican que seas un superhéroe. Lo inverso también es cierto. De lo contrario habría que excluir a Batman.
—Batman es ficticio.
Inspector levantó los brazos. —¡Y aún así se las arregla para salvar Gotham City todas las semanas! ¡Piensa en lo que podrías hacer tú siendo real!
Apoyé una cadera en el armario de ordenadores más cercano. —¿Sabes qué?
—¿Qué?
—Rajas como una cotorra.
—¡Qué persecución! ¿Qué es lo que he hecho para merecer esto?
—Me hiciste ver una horrible película con veinte minutos de Wookies gruñéndose unos a otros.
Hizo una mueca. —Ah, sí. Perdón por eso. Entonces supongo que no has comprado el libro "Rito de paso", ¿verdad?
—Ni en un millar de años. ¡Hey, estoy aquí por negocios!
—¿Por tu cliente chiflado?
—Sí, dice que su hija ha desaparecido. Le dije que lo investigaría. —ya estaba lamentando haber aceptado el caso, pero cogí un trozo de papel y escribí en él el nombre de Noah Warren junto con la información de contacto. —Necesito todo lo que consigas sobre él. Y necesito saber si tiene una hija de verdad. —añadí la dirección de la sede en California del Sur de Tecnologías Arkacite que Warren me había dado. —Y cualquier cosa sospechosa sobre los colegas de su esposa. Según él, son los que tienen a su hija.
Inspector se cruzó de brazos. —¡Qué grosera! ¿Qué soy, tu mono entrenado?
Paré de escribir, confundida. Nunca se había mostrado evasivo. —Voy a pagarte por esto.
—Pero hoy no estoy en venta... ni siquiera a las amigas con superpoderes. —se encogió de hombros como disculpa. —Perdón. Um, en serio, tengo esta... un asunto que atender hoy. No puedo... —inclinó la cabeza hacia mí. —A menos que…
—¿Que te pague más de lo usual? —le interrumpí.
—¡Qué mente mercenaria la tuya! Ahora que lo pienso, creo que podría estar abierto a negociación. Eh, uh, un trueque, si lo prefieres. Es remotamente posible que pudieras hacerme un pequeño favor pequeñito...
—¿Qué clase de favor? —le pregunté.
—Sólo uno pequeñito. —cogió un lápiz del basurero entre sus teclados y empezó a girarlo entre sus dedos. —Yo, ah… bueno, puedo haber… enfadado a cierta gente.
—¿Tú? ¿En serio?
Su mandíbula cayó en una imitación de ofensa. —¿Estoy detectando sarcasmo? ¡Te recuerdo que soy una persona estupenda!
—Wookies. Gruñendo. Veinte minutos —le recordé. —¿A quién más has cabreado?
Se inquietó en su silla. —Es posible que sea… la Mafia.
—¿Qué?
—¡Fue un accidente! —chilló.
—¡Pues eso espero!
—¡No fue mi intención! Pero pensé que, bueno, quizá tú podías hacer esas cosas de, ya sabes, amenazar a la gente y hacerles cambiar de idea...
—¿Quieres que sea tu pelotón de matones? —grité.
—Uh... ¿tal vez? Mira, he oído que eres muy buena en eso.
—Maldición, Inspector. Yo trabajo para la Mafia.
—¿Ah, sí? —sus cejas se dispararon hacia arriba. —Pues definitivamente no eres heroica.
—Bueno, tampoco es que me tengan en nómina, pero he hecho trabajitos raros para algunos miembros de la Mafia —le dije. —Y deja que te diga algo: a diferencia de mis otros clientes, siempre pagan a tiempo.
—¿He dicho no heroica? Creo que quise decir anti-heroica... tirando a villana.
—Me pides que me enfrente a un cliente —le dije severamente.
Por no mencionar que no quería hacerme enemiga de una organización poderosa con quien tenía una buena relación laboral.
Inspector levantó las manos. —Vale, vale. Jesús. Todos sabemos lo importante que es el dinero para ti. Olvida que he dicho nada. —Movió una de las ruedas de su silla para girarse hacia sus monitores, —¿Qué has dicho que necesitas? Con suerte puedo encontrarlo antes de que la Guarida arda hasta los cimientos. Hay igual probabilidad de que eso ocurra, así que sólo tienes que pagarme la mitad por adelantado.
Gruñí muy sonoramente. —De acuerdo. Deja de gimotear, te ayudaré. Pero lo hago bajo coacción.
Esto último era mentira. No estaba segura de cómo funcionaba todo ese asunto de la amistad, pero estaba muy segura de que no trataba sobre dejar que un amigo se metiera en un lío en el que se jugaba la cabeza. Aunque eso no significaba que no pudiera sentirme fastidiada por ello.
—Dame los detalles, entonces. ¿Quién te tiene en la mira?
—Gabrielle Lorenzo —respondió, gimiendo un poco.
—Venga ya, ¿en serio? ¿Mama Lorenzo?
La Familia de Los Angeles había decaído sin remisión antes de que Gabrielle Lorenzo se casara y remontara toda la operación bajo sus hombros. Ella había reorganizado el crimen organizado hasta que este alcanzó un poder que frustraba todo esfuerzo policial por hacer la más ligera mella. Dirigía una firme organización, inspiraba devota lealtad y caía con la ira de Dios sobre cualquiera que le pisara el césped. No se metía uno con la familia Lorenzo. No si valorabas tu bienestar físico. Inspector no había molestado a la Mafia, había cabreado a la suprema deidad.
—¿Qué demonios hiciste? —le demandé.
Inspector onduló el torso de un lado al otro. —Pues, uh, tal vez, uh… puede que ella tenga en estima a una sobrina suya que; indico de antemano, yo no sabía que era su sobrina en aquel momento; y la joven dama y yo, tal vez, hayamos… disfrutado juntos de una noche de placenteras actividades —esto último lo dijo muy rápido, mirándome de soslayo.
Estaba claro. Si había algo que yo hubiera esperado que Inspector hiciera era flirtear con cualquier joven atractiva que se cruzaba en su camino. El hombre era una amenaza, pero yo no veía por qué aquello le colocaba en malos términos con los Lorenzo.
—Esto, bueno... me refiero, fue consensuado, ¿no?
Inspector se ahogó. —¡Cas! ¡Honestamente! ¿Quién te crees que soy?
—¿Pues por qué Mama Lorenzo está tan fuera de sí?
—Oh, quizá no lo has advertido por ser una completa reclusa social, pero el mundo no es siempre totalmente lógico cuando se trata del sexo.
—¡Hey, no estamos hablando de mí! —chasqueé los dedos en su cara. —¡Vuelve a tu marrón, Romeo!
—Bueno, su tía tenía objeciones respecto a nuestra, uh, liaison, y las cosas tal vez pueden haber cambiado de escala... para mal —admitió Inspector. —Precisamente estaba meditando sobre el dilema cuando la fortuna te trajo a mi humilde morada. Resulta que Gabrielle Lorenzo tiene gente.
Decir que Mama Lorenzo tenía gente era como decir que la función de Dirichlet tenía unas cuantas discontinuidades. La familia Lorenzo tenía acceso a un ejército si les daba por usarlo.
Estupendo.
—De acuerdo, veré si puedo resolver esto. ¿Dónde vive ella ahora mismo?
Pulsó una tecla y una de sus pantallas mostró un programa en funcionamiento.
—Su propiedad está en las Colinas de Hollywood y la dirección en tu teléfono.
Miré la pantalla sobre su hombro. —Das un miedo categórico.
—Gracias.
—Vale, yo me encargo de esto. Mientras tanto, no deberías estar solo, Por si acaso, llamaré a Arthur.
—¡No!, es decir, por favor, no.
—¿Por qué no?
Además de ser socios en los negocios, Arthur e Inspector eran colegas. Llevaban la agencia entre los dos y Arthur era una mano rápida con un arma cuando no trataba de imitar a Teresa de Calcuta.
—Si Mama Lorenzo envía a alguien... —pensó en voz alta.
—Vete a otro lugar y ocúltate —le sugerí.
—Preferiría que... uh... Arthur no tuviera que saber nada de esto, ¿vale? —observé su sincera expresión.
Para ser honestos, podía comprender el deseo de mantener a Arthur al margen de aquello. Arthur podría ser el último tipo al que quisieras meter en líos, pero tampoco querías que te viera pasar dificultades.
—Vale —dije. —¿Necesitas un lugar donde ir? Puedo darte uno.
Como persona verdaderamente paranoica, yo mantenía al menos cinco casas seguras en LA en todo momento, apartamentos que pagaba sólo por si acaso.
—¿Tienes uno para personas con movilidad reducida?
Mierda. Recorrí la lista de lugares en mi cabeza... todos eran de la variedad "agujero en la pared" y estaba bastante segura de que todos tenían escaleras. Maldición, no había pensado sobre ello.
—No hay que preocuparse —dijo Inspector. —Conozco a alguien que me puede alojar. Tengo plena confianza en que habrás resuelto todo esto para mañana.
Ojalá yo tuviera la misma confianza. Por cosas así prefería no tener amigos. Te complicaban la vida.
—Me llevaré algunos ordenadores portátiles y trabajaré sobre tu caso —se ofreció Inspector. —¿Qué era lo que querías que buscara?
—Toma. —le dejé la nota en las manos.—La hija de Noah Warren, supuestamente llamada Liliana, cinco o seis años... Extrañamente, él no sabía la edad con exactitud. Su esposa trabajaba en Arkacite antes de morir y él afirma que ellos son quienes han secuestrado a su hija.
—¿Arkacite? ¿Como en, Arkacite Arkacite?
—Sólo porque hagan un puñado de tecnología que te gusta no significa...
—Oh, confía en mí, no me creo su reluciente imagen corporativa. Esos excavan en la mina de datos de Internet, no les importa la privacidad y no verían un buen Interfaz de Usuario aunque les mordiera en el culo. Pero, ¿por qué demonios secuestrarían a la hija de alguien? ¿Y por qué dices supuestamente?
—Bueno, resulta que no sólo ha desaparecido ella, sino que no hay registro de su existencia y nadie más sabe que él tuviera una hija. Él admite libremente todo esto. ¡Ah, sí!, y según dice, ella también tiene superpoderes —le informé diligentemente. —Que te diviertas.
Me resarcí un poco por dejarle con un completo chiflado en el regazo. Que le sirviera de escarmiento por haberse metido en la lista negra de la Mafia.
En cuanto dejé la Guarida, Llamé a Benito Lorenzo. Era un inmoral sicofante al estilo revendedor de coches, pero también era un cliente habitual. Estaba segura de que era el primo segundo (o algo similar que nunca me había parecido importante recordar) de Mama Lorenzo. Descolgó y oí una música de discoteca extremadamente alta. Miré ceñuda el reloj: eran casi las dos de la tarde.
—¡Benito, hey! ¡Soy Cas Russell! —le grité al teléfono.
—¡Cas! ¡Mi chica favorita! Ahora no es el mejor momento...
—Será rápido —le dije. —Necesito un favor. Tengo asuntos urgentes que tratar con Mama Lorenzo. Me dirijo hacia allí en este momento.
Sólo la descomunal música tecno en la línea me decía que no había colgado.—¿Hola? —dije.
—¿Quieres hablar con Madre? ¿Por qué?
—Es importante. ¿Puedes llamarla y presentarme?
—¿Ahora mismo?
—Sí, ahora mismo.
Más tecno, los bajos vibraban en mi tímpano.
—Te deberé una —le prometí. No era algo que me gustara decir a la ligera, especialmente a un miembro de la Mafia americana, pero me estaba impacientando. —Venga, Benito, te tomará cinco minutos. Dile que voy a ir a verla.
—Lo que me estás pidiendo... —dijo él con tono infeliz —... es un favor muy grande.
Ya. Llórame un río.
—No lo olvidaré —dije tan solemnemente como podía sonar un grito por encima de música disco.
—Me debes una y grande.
—Claro.
—Sólo presentación.
—Tú hazle saber que voy para allá —le dije de nuevo.
—De acuerdo. Pero me debes una.
Me pitaban los oídos cuando colgó, sentí un súbito silencio.
Genial.
Ya estaba cabreando a la gente. A decir verdad, era algo que se me daba bien.
Entré en mi coche y puse rumbo a las Colinas de Hollywood. Las Colinas de Hollywood eran un fenómeno extraño. El avance de Los Angeles las dejaba justo en medio de la ciudad. Las pocas carreteras sinuosas que pasaban por ellas se coagulaban en atascos a la hora punta. Pero las indómitas elevaciones las alzaban sobre el fango urbano lo suficiente para convertirse en un oasis de adineradas montañas-estado privadas. Los ricos conseguían tener ambos mundos: un separado escondite montañoso en el centro de Los Angeles, justo al lado de Hollywood y a quince minutos del centro. Los Angeles poseía tal cultura del derecho que, sencillamente, se pensaba que todas las estrellas del cine (y capos de la mafia) podían quedarse con la tarta y también comérsela, aunque se tratase de tierras.
La dirección que Inspector me había dado estaba subiendo una sinuosa carretera, graduada con demasiada inclinación para que pareciera buena idea. Especialmente, considerando el nivel de pericia media del conductor de LA. Paré precariamente en la cuneta de una curva y me pregunté cómo se las arreglaba la gente que no podía hacer cálculos de gravedad contra fuerza de rozamiento estático para circular por allí. Puesto que se trataba de una visita civilizada (al menos de momento), subí la cuesta hasta las puertas de hierro y llamé al telefonillo.
Oí un clic y un zumbido y luego una voz impersonal, —¿Sí?
—Mi nombre es Cas Russell —dije confiando en que Benito no me la hubiera jugado. —He venido a ver a Madame Lorenzo.
Tras un breve silencio, durante el cual hice automáticamente todos los cálculos que hubiera necesitado para forzar la puerta y entrar en la propiedad antes que alguien pudiera reaccionar, zumbó el telefonillo y la puerta se abrió despacio con los estertores de su mecánica automatizada. Me encaminé hacia la casa y traté de averiguar qué parte de la grandiosa arquitectura se suponía que usaban como puerta delantera. Cuando la encontré, un ama de llaves me dejó entrar en un pulido vestíbulo con un alto techo abovedado. Todo era inmaculado: la iluminación de los cristalinos accesorios, las ornamentadas mesillas, incluso los relucientes jarrones con lilas frescas que las adornaban. El ama de llaves me llevó por un laberinto de habitaciones (en serio, ¿qué hacían con tantas habitaciones?) hasta la parte trasera de la casa. Vislumbré una panorámica de la ciudad por una de las ventanas, donde la montaña caía en la distancia revelando unas espectaculares vistas. La mujer llamó suavemente a una puerta, luego la abrió unos milímetros y me indicó que entrara. Sorprendida por no haber tenido que esperar, empujé la puerta y me encontré en un opulento pero estiloso estudio rico en ébano y mobiliario de cuero.
Era una habitación grande para un estudio y al otro extremo de la sala; detrás de una larga mesa, pulcra como una mujer en un trono y atendiendo un ordenado montón de papeleo sobre la mesa; estaba la mismísima Mama Lorenzo. Se levantó cuando entré y era una mujer muy alta. Supuse que su edad andaría por los cincuenta, con una figura que sugería agresiva dieta y entrenador personal en nómina. Estaba enfundada en un traje de cóctel color marfil con una línea lo bastante severa para que pudiera llamarse un traje de negocios por su apariencia y que era evidente que costaba más que todas las prendas de ropa juntas que yo poseía. Su pelo oscuro tenía una elegante perfección, sin un pelo fuera de lugar. Su maquillaje era un contraste exquisito y dramático de sombras y escarlatas.
—Srta. Russell —dijo al recibirme. —Por favor, siéntese. Sólo tengo un momento, pero mi hijo habla muy bien de usted, y me ha dicho que deseaba hablarme con cierta urgencia.
¿Su hijo? Ups.
—Gracias —le dije dejándome caer en una de las sillas de cuero frente a su escritorio.
Ella tomó asiento de un modo que me hizo sentir una completa patosa. Tomé una profunda respiración.
—No le haré perder el tiempo. Estoy aquí porque creo ha amenazado a un amigo mío por dormir con su sobrina.
Levantó sus bien conformadas cejas. —Ah... ya veo. Entonces su amigo es el especialista informático.
—Sí.
Mama Lorenzo alzó de un platillo junto a su codo una blanca taza de té de porcelana china, tan fina que era casi transparente, y dio un eficiente sorbo.
Después, dijo —Me temo que no puedo ayudarla en este asunto. No tengo nada contra usted, pero la ofensa de su amigo debe ser tramitada.
—Pero ¿qué ofensa? —grité. —Venga ya, no estamos en el siglo diecinueve. Tu sobrina quería divertirse un poco. Pasaron un buen rato. Según yo lo entiendo, para eso hace falta dos personas.
Mama Lorenzo me estudió por encima de su té. —Es posible que su amigo no la haya informado sobre todos los particulares de esta situación.
Oh, caca. Inspector, voy a matarte.
—¿Que son...?
—Srta. Russell, mi hijo me dice que usted ha sido una excelente ayuda para él en el pasado, de modo que, por cortesía, le explicaré nuestra posición. —recolocó su taza en el platillo y juntó las manos sobre el escritorio delante de ella. —Por mucho que yo no pueda aprobar las elecciones de mi sobrina, el asunto entre manos es que su amigo se aprovechó de su posición de autoridad. Isabella está actualmente matriculada en ciertos estudios en la universidad y su amigo fue contratado como su tutor privado para una clase de programación con la que ella estaba teniendo dificultades. Que abusara de la confianza puesta en él para tal cometido es inaceptable y no quedará sin respuesta.
Cielo Santo, Inspector, ¿en qué infiernos te metes?
Tampoco es que yo pudiera dar mucho sentido al laberíntico mundo de los contratos sociales, pero si uno iba por ahí acostándose con tantas mujeres como hacía Inspector, parecía de maldito sentido común tener bajo control esas cosas.
—Estoy convencida de que mi amigo no tenía esa intención —intenté torpemente.
—La intención no va muy lejos con nuestra familia. Estoy segura de que lo comprende. —su voz era tranquila, tautológica. Si A, entonces B. Una afirmación condicional verdadera en todos los casos, sin excepciones.—Disculpe que no pueda complacerla en este asunto.
El estudio quedó en profundo silencio. El mundo pareció oscilar, desordenarse. Yo había ido allí con la tonta idea de que todo resultaría un cómico malentendido... me había parecido demasiado absurdo para que no lo fuera. Inspector era el tipo de persona que podía ser denunciado por pirateo de cutres películas de acción o acabar en las listas del FBI por hackear bases de datos demasiado seguras pero, ¿enredarse con la mafia por la chica equivocada? Eso era de locos y, aún así, ahí estaba Mama Lorenzo con su perfecto vestido y sus perfectas uñas de manicura, sentada en perfecta calma y diciéndome que él había cometido un crimen imperdonable. Un crimen que tenía que ser tramitado del modo en que la Mafia lidiaba con tales cosas. Se me espesó la lengua de pronto en una boca seca.
—¿Vas a matarle?
—Oh, no, nada tan bárbaro —dijo Mama Lorenzo. —Creo que mi sobrina aún alberga cierto cariño por el chico y yo no sería tan insensible con ella. No. Su amigo... creo que trabaja como detective privado, ¿no?
Hice un gesto evasivo. La licencia era de Arthur, pero se acercaba bastante.
Ella asintió y continuó.
—Será suficiente dejar en bancarrota su negocio y echarle de Los Angeles. Asegurarnos de que no puede encontrar más empleo que el de cocinero de freidora será suficiente pago.
El negocio también era de Arthur... la mujer estaba planeando arruinar a los dos únicos amigos que yo tenía en el mundo.
—No hablas en serio —grazné yo.
Mama Lorenzo dio otro tranquilo sorbo de su fina taza china. —Ciertamente.
—¿Todo ese esfuerzo para destruir la vida de alguien que...?
—Oh, no hará falta mucho esfuerzo. Unas cuantas amenazas bien situadas, unas cuantas visitas de uno de los nuestros, eso es suficiente para que la mayoría de nuestros enemigos se exilien ellos mismos. Y si requiere demasiado esfuerzo, tenemos otras opciones más desagradables. Aunque yo preferiría evitarlas.
Tragué con una garganta que quería plegarse sobre sí misma. Nunca me había enfrentado a las amenazas contra un amigo. Nunca había tenido amigos antes.
—Has hablado con Benito, ¿no? —le dije intentando sonar como si estuviéramos en el mismo nivel. —Sabes lo buena que soy. Tiene que haber algo que pueda hacer por ti. Que te ayude a pasar página.
Ella ya estaba negando con la cabeza. —No comprende nuestro sentido del honor en este asunto, Srta. Russell. No es una deuda que se pueda retribuir. Es una ofensa al Honor y debe tener consecuencias.
Mi agarre se hundió en los brazos de la silla, mi urgentes dedos hacían profundos surcos en el blando cuero.
Podía matarla. Era fácil.
Evitar su seguridad durante la fuga sería un chiste. Arthur lo desaprobaría, claro, pero parecía un pequeño precio a pagar para salvarles a él y a Inspector. Aunque si mataba a la mujer en poder de la Mafia de Los Angeles, estaría iniciando un temporizador para mi propia vida. La Mafia ni perdonaba ni olvidaba y no se la podía comprar. Si mataba a Mama Lorenzo, tendría que desaparecer del mapa. Incluso a medio mundo de distancia tendría que mirar constantemente por encima de mi hombro durante el resto de mi vida. Y hacerlo no era garantía de que no fueran a por Inspector. Llegado el caso, aunque consiguiera matar a Mama Lorenzo de modo que nadie pudiera encontrarme, el ejército privado de la Mafia americana era vasto y estaba organizado. Daba igual cuánta gente me llevara por delante, ni siquiera yo podría evitar que eso sucediera.
Mama Lorenzo se levantó de la silla. —Creo que hemos terminado aquí, Srta. Russell. Como he dicho, Benito habla muy bien de usted, así que confío que este incidente no interfiera en su relación profesional con mi familia. Espero que se haya puesto en mi lugar. Sería una lástima si decidiera intervenir.
Yo seguí sentada. —Puedo hacer algo más que recuperaciones.
Las palabras salieron de mi boca antes de que hubiera decidido decirlas. Mama Lorenzo me miró desde arriba con curiosidad, como preguntándose por qué seguía hablando.
—Puedo lavar dinero para ti tan efectivamente que Hacienda nunca lo descubriría. —miré al frente concentrada en la lisa superficie barnizada de su escritorio. —Puedo sacar de la cárcel a quien quieras. Puedo, uh, encargarme de personas para ti en modos que ellas nunca verían venir. Por favor.
La voz de "¿Qué Pensaría Arthur?" me gritaba dentro de la cabeza como una histérica porque ofrecer esas cosas a esta mujer, ofrecerme como asesina para ella, definitivamente no era ir por el Buen Camino y me arrastraba al lado oscuro oficialmente.
Me daba igual.
Mama Lorenzo dudó. —Es bueno saberlo —dijo ella finalmente. —Lo tendré en cuenta en caso de que necesitemos tales… servicios… en el futuro. Pero me temo que eso no tiene impacto alguno en la presente situación. —pasó rodeando el lateral de su mesa, claramente mostrándome la salida.
Mierda.
No podía matarla y no podía regatear con ella... mi mente se bloqueó... necesitaba tiempo.
Tiempo para pensar, tiempo para planificar, tiempo para idear un modo de luchar. Tiempo para encontrar más opciones antes de que los hombres de Mama Lorenzo fueran y le rompieran a Inspector todos los dedos y le aplastaran la cara con un bate de béisbol.
Me levanté. Los stilettos de Mama Lorenzo colocaban su intachable cara maquillada casi a medio metro por encima de mí, pero permanecí muy quieta y tranquila y la miré a los ojos, observando esa alta compostura superlativa.
—Vale —dije. —De acuerdo. Tu honor puede que te dicte que vayas a por mi amigo. Pero yo también tengo honor.
O algo parecido, algo que, más bien, era el desesperado egoísmo de una chica básicamente demasiado solitaria para entregar a sus dos únicos amigos a la líder de un sindicato del crimen.
Tiempo. Consigue algo de tiempo.
—Si tocas a Inspector, a su negocio o a cualquiera de sus clientes, entonces le declararé la guerra a toda tu familia y a sus operaciones. Personalmente. Y tú serás la primera de mi lista.
La expresión de Mama Lorenzo mostró confusión.
Yo sabía por qué: lo que estaba diciendo no tenía sentido. Ella tenía una solución demasiado obvia. Lo único que yo estaba consiguiendo era lanzarme entre Inspector y la Mafia como un objetivo al que había que eliminar. Mi amenaza era un sinsentido, si no fuera porque la mantendría alejada de Inspector hasta que se me ocurriera un verdadero plan. Lo único que tendría que hacer sería evitar a los asesinos de la Mafia durante unos días mientras ideaba ese plan.
Estúpida, estúpida, estúpida, repetía la voz en mi cabeza. La ignoré.
Jodido Inspector.
—Podría hacer que la mataran ahora mismo, -dijo Mama Lorenzo.
—Inténtalo —le respondí mostrándole los dientes.
Nos miramos dejando pasar cada segundo, ponderando lo que podría ocurrir en el siguiente. El momento se prolongó sofocando una lucha de dominio casi física. Ella no intentaría matarme allí. No donde podría quedar atrapada en un fuego cruzado. ¿o sí?
—Usted no quiere ser objeto de nuestra ira —dijo Mama Lorenzo finalmente.
—Demasiado tarde.
—Lamento oír eso.
—Me alegro —dije, malinterpretándola deliberadamente.
—Nos obligará a eliminarla como una amenaza, después.
—Primero. —mordí la palabra, segura y en voz alta. Ella tenía que tomarse aquello en serio, tenía que temerme lo suficiente. —Tendrás que eliminarme primero. Porque si capto el más mínimo indicio de que cualquiera de los tuyos se acerca a la distancia de un grito de Inspector, voy una volver aquí y vas a ser tú la que pague. Por eso tendrás que eliminarme primero.
—Ya veo. ¿Y cuando mi gente vaya a por usted?
—Fracasarán —le dije. —Pero mientras dejes en paz a Inspector, te invito a que envíes a todos los que quieras.
La cara de Mama Lorenzo parecía tallada en mármol. Sostuvo mi mirada durante otros tres segundos... tres muy largos segundos. Luego apartó la mirada y volvió rápida y ásperamente detrás de su escritorio.
—Salga de mi casa. —me dijo sin mirarme.
Lo hice. Me picaron los omóplatos durante todo el camino hasta la salida. El corazón me pulsaba más rápido de lo normal en las costillas. Pese a la importancia con que le había hablado a Mama Lorenzo, yo seguía sin ser más rápida que una bala. El tirador adecuado en el lugar correcto podía abatir a cualquiera, yo incluida. Y una vez que ella me cazara, Inspector y Arthur serían los siguientes en la lista.
Llamé a Inspector en cuanto llegué a la carretera y estuve lo bastante lejos de la escalofriantemente perfecta propiedad de los Lorenzo.
—Hey —dije. —Creo que he ganado algo de tiempo con Mama Lorenzo.
No le dije cómo lo había hecho ni en la mierda en la que se había metido. Dudaba que él supiera exactamente lo mala que era la situación.
—Aunque será mejor que despejes la Guarida por ahora hasta que pueda solucionar las cosas del todo.
Él dejó escapar un suspiro de alivio. —Gracias. De verdad. Te debo una.
—Pues claro que me debes una. —me debía mucho más que eso. —Y hablando del tema, ¿tienes algo sobre mi chiflado?
—Sólo lo básico. Noah Warren, cuarenta y ocho, mago y payaso de fiestas profesional.
—¿Qué? —clavé los frenos para evitar el culo de un BMW azul.
—Mago... —dijo Inspector. —... y payaso. Ya sabes, de los que entretienen en los cumpleaños y ese tipo de cosas.
—¿En serio?
—Los payasos de fiestas existen, Cas, por tanto, algunas personas deben serlo. ¿Continuo?
Payasos. Jeeesús.
—Sí.
—Trabajó en eso de forma continua durante años tras graduarse en la facultad, pero luego lo dejó... no sé si fue porque el negocio se secó o porque ya no quiso seguir. Durante la última década o así ha estado rebotando por ahí, mayormente con empleos variados... carpintería, custodia, seguridad en eventos y esas cosas.
—¿Qué hay de la esposa?
—Aquí es donde se pone interesante. Constance Denise Rayal... supongo que mantuvo su nombre de soltera... es una genio bona fide. Quiero decir, la mayor parte de su trabajo reciente es secreto comercial, pero acabo de leer su tesis de graduación y brillante se queda corto. La reclutaron en Arkacite unas décadas atrás, justo cuando empezaban a destacar en el sector tecnológico, y trabajó allí hasta hace cinco meses...
—¿Es entonces cuando murió?
—El motivo alegado en su renuncia fue baja médica.
Cualquier enfermedad que tuviera, debería de haberla matado después de que abandonara su empleo, entonces.
—¿Qué padecía?
—Aún no he llegado a eso. ¿Es importante?
—Lo dudo. Sólo es curiosidad. ¿Qué hay de la hija?
—¡Chica, qué poca paciencia! No he acabado con Warren y Arkacite. El tipo intentó levantar cargos criminales de secuestro contra ellos. Como eso no funcionó, los demandó pro se...
—¿Pro se?
—Significa que llevó el caso él mismo en vez de contratar a un abogado. Les ha demandado por los derechos de todo el trabajo de su esposa.
—¿No deberían ser suyos ya tras la muerte del cónyuge?
—No. La producción laboral es propiedad de la compañía. El tipo ni siquiera tiene un caso.
¿Por qué le importaba a Warren tanto su trabajo?
—Piensa que le están ocultando algo —continuó él.
Tuve una corazonada. —Él cree que se han llevado a su hija y que los archivos de su esposa le dirán dónde.
—O está intentando meter un pie en la puerta de alguna forma. O quizá sólo quiere molestarles hasta que hagan un trato para que les deje en paz —sugirió Inspector. —¿Quién sabe? Deberías preguntarle.
—Lo haré. —reajusté el teléfono sobre mi hombro cuando el tráfico empezó a andar de nuevo. —¿Y que has encontrado sobre la hija? ¿Alguna evidencia de una tal Liliana?
—No. Tenías razón... no hay rastro. Sin certificado de nacimiento, sin papeles de adopción, sin registro escolar, sin visitas al médico... Tuvieron un hijo hace unos quince años, pero murió cuando sólo tenía unos años de edad y nunca tuvieron ningún otro hijo. El nombre de la madre de Rayal era Liliana así que, una hija llamada así tendría sentido, pero no puedo encontrar ni la más mínima prueba de una hija.
—Quizá era una niña indigente que adoptaron o algo.
—Entonces, ¿por qué no te contó él nada de eso?
—¿Porque no está bien de la cabeza?
—Si ella existe, debería ser capaz de encontrar algo —murmuró Inspector. —No me gusta esto.
—Probablemente sólo está loco y esto sea un caso en punto muerto —le dije. Inspector no dijo nada. —¿Qué pasa?
—La última vez que no pude encontrar a la familia de alguien en el sistema fue con Courtney Polk.
De acuerdo. La ominosa sombra de la posibilidad que yo había ignorado en la cafetería se volvió a posar sobre mí mientras avanzaba lentamente hacia el siguiente semáforo. El caso de Pítica había empezado con pequeñas inconsistencias similares. Courtney Polk había estado convencida de que tenía una hermana llamada Dawna, pero resultó que Dawna era una psíquica que había implantado dicha relación en la cabeza de Courtney. Y luego había manipulado a la chica para que se metiera en el tráfico de drogas y cometiera asesinato. Y eso era lo mínimo que Dawna había estado tramando. Nosotros conseguimos dejar una seria mella en sus planes de dominación de mundo y en los planes de la vasta organización desconocida llamada Pítica. Pero la peor parte era que yo no estaba segura de que hubiéramos hecho lo correcto al tomar la decisión de atacarles. Después de todo, nuestra acción al detenerlos probablemente era la causa del principal incremento de recientes crímenes violentos en la ciudad. No estaba orgullosa del resultado y pensaba que Inspector tampoco lo estaba. Aunque no solíamos hablar de ello.
Me alteré, pisando el acelerador con más fuerza de la necesaria cuando la luz cambió a verde. El coche salió disparado con una sacudida..
—No creo que se trate de lo mismo —le dije al teléfono. —¿Qué motivo tendría alguien para convencer a Noah Warren de que tenía una hija de cinco años? ¿Encontraste alguna conexión con Pítica?
—No, pero eso no significa nada. ¿Quién puede entender sus motivos de todos modos? Además, todo eso de los superpoderes de los que dijiste que el chiflado había hablado... si Pítica no encaja con eso, entonces no sé...
—Warren no dijo superpoderes exactamente —admití. —Sólo dijo que era especial y que por eso la compañía la quería.
—¿Cómo de especial?
—¿Y yo qué sé? Pero no puede ser lo mismo, ¿no? Tú descubriste el pasado de Dawna cuando era niña y aún no era una psíquica entonces. Al menos, no una de verdad.
—¿Lo sabemos con seguridad? —preguntó incómodamente. —Quizá nació con sus poderes y por eso se hizo tan famosa de pequeña en primer lugar.
Giré hacia la autovía 10, llevando el coche a través de una gasolinera para evitar otro semáforo en rojo y reincorporándome bruscamente al flujo de tráfico.
—Ese no es el MO de Pítica —le dije a Inspector, más alto de lo pretendí. —Vamos. Si alguien como Dawna intentara engatusar a una chica pequeña, el trabajo no tendría costuras. Pítica no dejaría a un padre enfadado suelto montando un lío sobre todo eso. No puede tratarse de ellos.
Yo tenía que seguir creyendo aquello. Dawna me había hechizado también, al final... si esto tenía algo que ver con Pítica, mi propio cerebro no iba dejarme investigarlo. Pegué un volantazo para sortear un lento autobús, cerrándole el paso a un Jeep blanco en el proceso. El conductor hundió el botón de claxon. Yo pulsé el mío como respuesta, más fuerte.
—¿Qué está pasando ahí? —demandó Inspector. —Cas, ¿estás conduciendo?
—Eeeh, no.
—Bueno, las leyes de la física tendrían que conspirar para hacerte chocar de todos modos —concedió con un suspiro.
Ya no me apetecía charlar. —Voy a la sede de Arkacite —le dije. —Envíame un mensaje de texto si encuentras algo más.
—Lo haré.
—¿Quién es el mandamás?
—La CEO actual es Imogene Grant y parece que tiene su base mayormente fuera de la instalación de LA. Pero es probable que quieras al jefe de Constance Rayal, Albert Lau. En la dirección que me diste, séptima planta.
—Gracias.
Terminé la llamada, salí de la autovía y conduje hacia el Oeste. Arkacite era un nombre de marca que yo sabía que tenían una sede en Venice, pero nunca había tenido una razón para investigarlo. Después de conducir en zigzag por las calles, giré hacia una amplia avenida con rascacielos mezclados con comercios más pequeños y alegres parques verdes. Las oficinas de Arkacite eran sencillas de localizar. Estaban en uno de los edificios más grandes, un edificio enorme de cristal que se lanzaba hacia el despejado cielo azul de la California sureña como si quisiera perforarlo. Tras dar dos vueltas a la manzana, encontré aparcamiento en una calle lateral vigilada por viejos olmos majestuosos.
Volví a pie hasta la puerta delantera de Arkacite como una ciudadana perfectamente normal y me detuve. Unos detectores de metal hacían de centinelas en una barrera impenetrable de un extremo al otro del vestíbulo, Unos guardas de seguridad operaban cada uno. Manadas de empleados los atravesaban en ese momento, probablemente volvían del almuerzo en la playa y cada uno pasaba una tarjeta ID por un sensor mientras cruzaba. Yo fui hacia la derecha y me quedé acechando junto a las fuentes de agua, observando. Yo no era observadora como Arthur, pero si en algo superaba a cualquiera era en reconocer patrones. Hoy no quería entrar infiltrándome, requeriría demasiada planificación y, además, no sabía lo que estaba buscando. Había estado dando vueltas y vueltas con Warren en nuestra entrevista sobre quién, exactamente, se suponía que se había llevado a su hija y dónde, y lo único que me había dicho era que había sido la compañía: la compañía, la compañía, la compañía. No estaba de buen humor para aquello. Mis empleos usualmente requerían mínima investigación e ir llamando a las puertas no me parecía divertido. Eso era para el mundo de las personas como Arthur. Pero en ausencia de otros datos, quería agitar la colmena y ver lo que ocurría. Es decir, tenía que entrar.
Un flujo de gente que entraba y salía del vestíbulo se tornó un conjunto de puntos sin rostro codificados por colores en mis sentidos: puntos con tarjetas, sin tarjetas, puntos que las pasaban y cuándo. En pocos segundos había deducido la lógica del vestíbulo. La gente sin tarjetas iba al mostrador de recepción, allí se inscribían, se identificaban y recibían pases para invitados. Las personas con tarjetas las pasaban por los lectores frente a los detectores de metal y de nuevo en la zona de ascensores, aunque sólo se requería una tarjeta para llamar a un ascensor. Los tornos de acceso eran el único reto. Pero había una puerta de accesibilidad junto a los tornos y la gente pasaba a montones por ellas también, empleados y visitantes, pero también grupos escolares y de turistas. Al parecer, ayudar a edificar la columna vertebral de la sociedad moderna convertía la sede en una atracción. La mayoría de visitantes pasaban sus tarjetas de invitado al entrar, pero un buen número se colaba sin que nadie pareciera notarlo. Sus puntos de datos se iluminaron en mi campo visual.
Ya sabía cuál sería mi modo de entrar.
Hice un mapa de los movimientos y localicé los lugares donde estaban los que se colaban en relación al grupo, de modo que la puerta quedara abierta y no pareciera natural que echaran manos a sus tarjetas.
Perfecto.
Regresé a la plaza que había delante del edificio y ganduleé apoyada en un pilar junto a uno de los bancos de setos, fuera de alcance de las cámaras de seguridad que vigilaban el vestíbulo. Observé desde la calle el flujo de gente que entraba y salía durante algunos minutos: sonrientes empleados que salían a almorzar y algunos turistas japoneses haciendo fotos. Cuando nadie miraba, dejé el arma, los cargadores y los cuchillos en el seto. Pensé en dejar el teléfono y las llaves también, pero imaginé que podría resultar extraño que no los llevara.
Parcialmente desmetalizada, volví al vestíbulo y dejé que las matemáticas del movimiento humano se representara ante mis ojos. Cuando un grupo de turistas se aglomeró en una desorganizada confusión, me adherí exactamente en la mitad trasera del grupo y crucé la puerta de accesibilidad sin necesidad de tarjeta. Luego seguí al grupo hacia el detector de metal, dejando y recogiendo mi teléfono y llaves como todo el mundo. Los guardas de seguridad que atendían las bandejas ni siquiera te miraban a la cara. Paró uno de los enormes ascensores de acero y la multitud fluyó hacia su interior. Yo me uní a la masa de gente y entré tan anónimamente como cualquiera.
Ya estaba dentro.
En el ascensor, choqué casualmente con una mujer con tarjeta de empleada que había pulsado el botón de la planta dieciséis. Las matemáticas me dan dedos muy ligeros, puesto que los números me indican exactamente qué movimientos alteran la vestimenta de una persona o rozan la piel.
Lo cierto es que podía hacer una fortuna como carterista si me apeteciera algún día cambiar de carrera.
La empleada no notaría que le faltaba la tarjeta hasta que estuviera a nueve plantas por encima de mí. El ascensor paró en la siete y salí. Había resuelto el problema de los ascensores. La séptima planta era tan limpia y segura de sí misma como el vestíbulo. La decoración consistía en brillantes colores modernos y alfombras a cuadros. Las oficinas tenían paredes de cristal y vibraban de actividad. Los empleados iban y venían vigorosamente para entregar folios importantes de un cubículo a otro.
Nunca he entendido cómo consigue la gente vivir en las oficinas. Siempre me recuerdan a mascotas humanoides corriendo en una enorme rueda para hámsteres, avanzando y avanzando sin llegar nunca a ningún lugar nuevo.
—¿Puedo ayudarla?
Me giré. Una mujer bajita de piel oscura me estaba sonriendo tras una mesa de recepción. De unos veinte años y un cuerpo a medio de camino entre rellenita y gorda. Tenía rizos en su blusa color berenjena y ojos brillantes que me recordaron a la expresión usual de Inspector. Me pareció demasiado animada para estar trabajando en un edificio de oficinas.
—Sí —le dije. —estoy buscando a Albert Lau.
La mujer, que la plaquita en su mesa identificaba como Pilar Velásquez, cogió el teléfono. —¿Tiene una cita?
—No —le dije.
—Veré si está en su oficina. ¿Quién debería decir que está aquí para verle?
—Soy amiga de Constance Rayal —le dije.
La expresión de Pilar pasó de la complacencia a la deliciosa diversión. Colgó el teléfono y se levantó a medias de la silla para inclinarse conspiratoriamente sobre su mesa.
—Dos consejos —me dijo. —Primero: ella lo pronuncia Rayal, que rima con dial, y segundo, ella usa su segundo nombre de pila, Denise. —se volvió a sentar y me sonrió. —¿Quiere intentarlo otra vez?
Bueno, al menos no me estaba echando del edificio. Demonios, soy un desastre como agente secreto.
—Estoy aquí de parte de su marido —le dije. —Noah Warren.
—Oh. —Pilar puso morritos mientras pensaba. —Entonces creo que tiene que hablar con los abogados. Ha demandado a la compañía, ¿lo sabía?
—Uh, sí. Lo sé.
—Aunque no creo que deba dejarla pasar.
—¿No lo creé? —
Ella se encogió de hombros. —Sólo soy empleada temporal. Bueno, llevo aquí casi dos años pero, técnicamente, aún soy temporal. ¿Cómo ha dicho que se llama usted?
—No lo he dicho —le dije.
—¿Y qué quiere del Sr. Lau?
—Preguntarle sobre la hija de Warren.
—Oh —dijo ella.—¿No me diga que tiene una hija? —parecía sorprendida.
—No la tiene.
—¿Entonces por qué va a preguntar por ella?
De acuerdo. ¿Por qué iba a saber la recepcionista nada sobre una inexistente hija?
—¿Puedo ver a Lau o no?
La respuesta sería sí, tanto si lo decía Pilar como si no, pero prefería hacerlo por las buenas. De una forma que no requiriese que las excesivamente dedicadas fuerzas de seguridad de Arkacite entraran aquí para molestarme. Pilar arrugó la cara como si imitara una versión de dibujos animados del verdadero pensamiento, de pensar mucho.
Yo no tenía ni idea de qué hacer con ella.
—Vamos a hacer esto —me dijo ella, volviendo a su tono conspiratorio como si viviera para trolear a sus jefes. —¿Por qué no espera ahí... —me indicó un brillante sofá fucsia junto a la pared. —... y le haré una señal cuando pase el Sr. Lau. ¿Le parece bien?
—Oh —dije. —Uh, claro.
Emitió un ruido como para espantarme mientras movía una mano hacia el sofá y volvió a su trabajo. Yo me hundí en el sofá bajo un letrero que me advertía de que "LAS FUGAS DE INFORMACIÓN SON UN ASUNTO MUY SERIO", y que incluía una lista de todas las cosas sobre las que los empleados no debían hablar fuera de la compañía. Un mandato al final rezaba, "Si advierte cualquiera de estos comportamientos en un compañero de trabajo, notifíquelo a un superior de inmediato."
Al parecer alguien tenía problemas con las ratas. Todos los detectores de metal del mundo no iban a ayudarles con eso.
Quedé esperando y le envié un mensaje a Inspector.
—¿Algo nuevo?
—ERES LA PRSNA + IMPACIENTE QUE CONZCO —me respondió.
—¿Por qué escribes así? —le repliqué. —Seguro que estás usando un teclado de ordenador.
—EL BUEN STILO EN LOS SMS ES 1 ARTE PERD —esa cáustica respuesta fue interrumpida por un golpecito contra la pared junto a mí.
Yo ya estaba en alerta máxima antes de ver la banda de goma para el pelo caer en la alfombra y a Pilar indicando con movimientos de cabeza (de forma extremadamente obvia) a un delgado asiático en traje que salía deprisa de las oficinas del fondo con su cabeza fija en el contenido de una carpeta abierta. El tipo tenía piel marrón y pelo moreno lacio que no parecía encajar correctamente en su coronilla. Su tamaño era varias tallas más pequeño que el traje. Me recordó a una cáscara de algo que se hubiera secado al sol, con toda su cordialidad y humedad evaporadas.
Me levanté del sofá y caminé en su dirección de modo que casi chocara conmigo antes de levantar la vista de su carpeta.
—¿Sr. Lau? —pregunté.
Él retrocedió. —¿Puedo ayudarla en algo?
—Estoy aquí de parte de Noah Warren —le dije. —Quiere recuperar a su hija.
Se movió un músculo en su mejilla.
—La posición oficial de Tecnologías Arkacite es que toda obra creada por Denise Rayal como empleada es propiedad de la compañía según el acuerdo contractual en vigor desde que fue contratada. Para cualquier otro asunto, necesitará hablar con nuestros abogados. Ahora, me temo que llego tarde a...
—¿Ha oído siquiera lo que le dicho? —le dije. —No he venido a por la maldita producción. Dudo de que a Warren le importe lo más mínimo. Él sólo quiere recuperar a su hija.
Albert Lau parpadeó siete veces en rápida sucesión. —No tengo ni idea de lo que me está usted hablando. —trató de pasar por mi lado.
Puede que yo no sea una genio en averiguar lo que piensan las otras personas, pero Lau era incluso peor mentiroso que yo.
—Sí, lo sabes —le dije.
Le cogí el brazo y lo giré para desequilibrarle. Lau tropezó contra el escritorio de Pilar y ella chilló echándose hacia atrás.
—¿Dónde está? —le pregunté.
Lau se zafó de mi agarre. —Llama a la policía —le dijo apurado a Pilar.
Yo respiré hondo, levanté las manos y me alejé unos pasos de él.—Vale, tranquilo. Ya me voy.
Lo último que necesitaba era mezclarme con la policía de nuevo. Por eso odiaba la línea de trabajos que se intersectaban con la América corporativa. A la mayoría de las personas a las que intimidaba nunca se les ocurría llamar a la poli, eso hacía mucho más fácil... bueno… intimidarlas. Había sido demasiado optimista al pensar que descubriría gran cosa allí. Aunque, al menos, tenía más información que al llegar y había aprendido algo de la seguridad de la compañía. Podría rastrear a Lau de nuevo más tarde, en otro lugar más aislado.
Caminé hacia atrás para volver hacia los ascensores, desconectando tan rápido como pude para no asustar a la gente de Arkacite.
—Me aseguraré de que se marcha —oí a Pilar tranquilizar a su jefe mientras me iba.
No me percaté de que la alegre recepcionista me estaba siguiendo hasta que ella salió del ascensor junto al mío cuando llegué al vestíbulo. Fue directa hasta mí, apartándose del grupo de turistas y empleados.
—Disculpe, señorita, ha olvidado esto. —sujetaba una hoja de papel amarillo doblada.
—Uh, no, No es mío —dije.
—Sí, es suyo. —me ofreció de nuevo el papel doblado con una expresión de impaciencia en su cara y moviendo la cabeza hacia los guardas de los detectores de metal.
—Oh —dije. —Uh, cierto. —cogí el papel. —Gracias.
—De nada, señorita. Que tenga un buen día. —me mostró su brillante sonrisa y volvió trotando al interior de uno de los ascensores.
Salí del edificio y entré en la plaza. Me senté en la pared junto al seto que escondía mis armas. Mientras esperaba una pausa del tráfico de viandantes que fuese lo bastante amplia para recuperarlas, Desdoblé la nota de Pilar.
"Parque de Patinaje de Venice, 5:30PM"
Ja.
Lancé la tarjeta robada dentro del seto cuando hube recuperado mi ferretería y caminé deprisa hasta el coche. Estaba reflexionando sobre que aquel viaje iba a resultar más fructífero de lo esperado cuando alguien me echó al cuello un lazo de cable y lo tensó.
Antes de que la soga pudiera ceñirse alrededor de mi garganta, di un paso atrás, giré y caí como un peso muerto. Mientras me deslizaba fuera de la trampa de mi atacante, le agarré del brazo y tiré hacia abajo. Los números me cantaron los movimientos en perfecta armonía mientras le hacía dar al tipo una voltereta sin control y aplastar su espalda contra el suelo delante de mí. Con un practicado movimiento, saqué mi 1911 del cinturón y empujé con el cañón la barbilla del tipo hacia arriba.
—Hola —le dije.
Mi atacante emitió un breve sonido agudo. Examiné la calle a mi alrededor. Una brisa agitaba los árboles que se alineaban a los lados del pavimento y las lunas de los coches aparcados relucían con el sol. Aquel era un barrio residencial con dinero. La mayoría de las casas se apartaban de la carretera detrás de verjas o setos, demasiado ocultas para que los vecinos fisgones nos percibieran con facilidad.
Joder. Debería haber sido más cuidadosa al marcharme de la casa de Mama Lorenzo. Si me hubiera enviado a alguien con cierta competencia, yo ya estaría muerta. Dejé a un lado mi propia estupidez para más tarde y le eché un vistazo al aspirante a asesino. Flaco, bronceado italiano y de unos dieciocho años o así. Lo bastante joven para que me hiciera sentir cierta lástima repugnante por él. Los chavales no deberían dedicarse a asesinar.
—Deja que adivine —le dije. —Contrato de asesinato para tu iniciación. Alguien en la propiedad de los Lorenzo debe haber rastreado mi coche... no tú, eso es demasiado inteligente para ti.. y creíste que te forjarías una reputación haciendo esto. Una chica bajita no debería ser muy difícil, ¿verdad? —el chico empezó a sollozar.—Jesús, Sicilia ya nos os hace como antes —le dije. —¿Cómo te llamas, chaval?
Emitió una especie de ruido estrangulado y no respondió. Yo le empujé con el cañón del arma un poco mas fuerte y dio un grito.
—D-D-Dino —tartamudeó.
Directamente sacado de una peli de gánsteres. —Dino qué.
—P-Palermo.
—¿Tengo razón o no? ¿Eres un iniciado de los Lorenzo?
El pobre chico empezó a llorar un poco. Yo no tuve coraje para burlarme de ello.
—Oh, para ya. No voy a matarte. —era demasiado patético y, además, me arruinaría el traje. Aparté el arma de su cara con la disipación de adrenalina. —Mira, chaval. Te podría ir peor que con la familia Lorenzo si no tuvieras otras opciones. —Arthur habría tenido un ataque de histeria si me hubiera oído darle a aquel chico esa clase de consejo, pero eso no lo hacía menos cierto.
—Tienen un código y, a su propio modo, limpian algo del crimen más podrido en esta ciudad. Pero te doy un consejo gratis... conoce antes a quién vas a matar, ¿vale?
—A-jaa —balbuceó desde el suelo con los ojos aún siguiendo mi arma.
—Y si vas a por mí de nuevo, te mataré. Observa esto.
Recogí una hoja del suelo del tamaño de mi mano, la metí entre sus dedos y retrocedí diez pasos.
—Sostenla en alto.
Se puso de pie y levantó la mano. La hoja estaba temblando un poco. Sólo había levantado la mitad de la hoja cuando disparé. Él chilló y la dejó caer. Luego se quedó mirando a la hoja en el suelo mientras se frotaba inconscientemente los dedos. A mí no me hacía falta mirar para saber que había hecho un agujero perfecto de 0,45 pulgadas de diámetro en el medio.
—En serio —le dije. —no me persigas de nuevo. Puedes ganarte tus votos con alguien más fácil. Y dile a Mama Lorenzo que me envíe asesinos profesionales. Así me sentiré menos triste al deshacerme de ellos.
Asintió con rápidos movimientos de cabeza, rebotando arriba y abajo como un muñequito con muelles en el salpicadero de un coche.
—Desaparece —le interrumpí.
Desapareció. Mis sentidos siguieron activados, escaneando todo movimiento, pero parecía que Dino había actuado solo. Eso no significaba que yo estuviera a salvo y sabía que mi coche estaba comprometido. Mi cerebro extrapoló bombas conectadas al circuito de ignición y bonitas bolas de fuego vehiculares.
Sentí acidez en la boca. Mama Lorenzo ya había caído sobre mí, era el primer asalto.
Supéralo, Cas. Lo primero es lo primero.
Salí de la calle antes de que cualquiera de los adinerados residentes dejara de ser complaciente y sintiera curiosidad por el disparo. Al final del bloque, atajé atravesando una avenida comercial y me colé en un garaje subterráneo bajo un centro médico. Llevó un momento abrir una minivan con lunas tintadas. Tenía que acudir a la cita con la recepcionista de Arkacite y, después, solucionar este lío con la Mafia. Le envié a Inspector un mensaje mientras conducía saliendo del garaje.
—¿Dónde está el Parque de Patinaje de Venice?
—PLAYA —respondió unos segundos después. —GIRA DCHA YA.
El hijo de perra me había rastreado el teléfono. Giré y arranqué la batería, sólo para molestarle. Pilar no saldría aún del trabajo de todos modos. Suspiré y pensé durante un rato. La dirección de Noah Warren no estaba lejos de allí. Mientras tuviera algunos minutos en Venice, debería probar eso que tanto odiaba: llamar de puerta en puerta en busca de testigos que confirmaran la existencia de Liliana. Tenía que averiguar si este caso iba en serio o si debía ignorar a Warren tan rápido que hasta le diera vértigo. Después de todo, ¿acaso no contaba como un trabajo el ridículo problema de Inspector con la Mafia? Quizá ni siquiera necesitara ya a Warren para nada. A veces era difícil saber cómo mi cerebro pasado de rosca interpretaba las cosas, especialmente cuando no estaba concentrada en el trabajo. Si renunciaba al caso de Warren, había alto riesgo de que me transformara en algo peor que una inútil justo cuando necesitaba lidiar con Mama Lorenzo.
Jesus, Yo estaba mal de la cabeza.
Llegué a la calle de Warren y aparqué la minivan en doble fila. El apartamento de Warren estaba en un cuádruplex. Permanecí alerta desde que salí del coche y me aproximé, aún con el ataque de Dino en mente. Por suerte, el patio de césped que crucé estaba libre de asesinos. Cuando llamé a la puerta del vecino de Warren, una alta y huesuda hispana abrió la puerta casi al instante.
—¿Eres la interesada en el apartamento? —me dijo con un tono tan acusador como si mi perro hubiera arrasado su césped. —Soy Marta. El pago es con cheque a crédito y...
—No he venido a alquilar nada —le dije. —¿Es usted la propietaria?
—La jefa del cotarro. Pero si alguno de mis inquilinos te está molestando, no es problema mío. Llama a la poli si quieres, niña.
Uau, era más agresiva que yo, que ya es decir. Bajé mi tono para ser lo más agradable que pude y tuve suerte de que mis nervios suprimieran la urgencia de darle un capón.
—Sus inquilinos Noah Warren y Denise Rayal. ¿Alguna vez les ha visto con una niña pequeña?
—¿Esos inútiles? Primero me cuenta que su esposa está enferma, oh, qué pena, voy a llorar, luego ella se marcha y él no puede pagar el alquiler. ¡Se cree que llevo un centro de caridad! Tengo una hipoteca que pagar. Si quieren que les fíen, han escogido a la dama equivocada, a ver si...
—En realidad no me importa si tiene problemas para pagar el alquiler —la interrumpí.
Bueno, quizá sólo como indicador de su capacidad para pagar mi módica tarifa... eso podría ser un problema.
—¿Ha. Visto. Alguna. Vez. A. Una. Niña?
—¿Problemas para pagar el alquiler? ¡Ja! —gritó Marta, ignorando la segunda mitad de lo que yo había dicho. —¡Eso se acabó! ¿Por qué crees que tengo una libre en alquiler?
—Espere, ¿es que Warren ya no vive aquí?
—Le eché a la calle, Adiós y hasta nunca.
—Me dio esta dirección esta mañana —protesté.
—Pues te tomó el pelo —dijo Marta. —Mira, niña, si no quieres ver la casa, tengo mucho que hacer.
Respiré hondo y me recordé a mí misma que la violencia no era la mejor solución aquí. O mejor dicho, la consciencia de Arthur que residía en mi cerebro me abofeteó y me lo recordó, y yo asentí como una buena chica.
—Marta. Todo lo que he estado intentando saber desde que he llegado es si has visto a una niña pequeña con Warren o su esposa.
Me miró bajando la nariz con cara de sospecha. —¿Por qué?
—Porque están intentando estafar el bienestar del sistema —me inventé de pronto. —Señora. Ellos, uh, ellos pueden haber secuestrado a un crío en adopción temporal. Soy de, uh, del Bureau Federal de los Servicios Sociales.
Ella frunció el ceño. —¿Han robado a un chaval? Yo no se lo hubiera concedido. Aunque nunca traían aquí al muchacho.
—Usted no está en problemas, señora —probé mi mejor voz de Agente de un Bureau Federal Imaginario. —De hecho, podría ser de gran ayuda para nosotros si...
Ella levantó una mano para anticiparse. —Confíe en mi, señorita, no les estoy protegiendo. Me encantaría ver a esos gandules en prisión. Si han robado a un chaval, no lo hicieron aquí. Si lo sabré yo, ¿o no?
—No lo sé —le dije. —¿Lo sabría?
—Bueno, ¡por supuesto! ¡Soy la única dueña aquí, Dios menguante!
Jeeesús.
—De acuerdo —dije. —Lo capto.
Marta gruñó y me cerró la puerta en las narices. Probé las otras casas del cuádruplex. Un inquilino no estaba en casa. Otra era una tímida mujer que pensaba que Noah era muy simpático y que era una vergüenza que le hubieran echado, pero que no era culpa de Marta porque ella también era simpática y tenía que pagar la hipoteca. Nada de niñas pequeñas aunque ella siempre había pensado que Noah y Denise serían unos buenos padres... Yo me alejé caminando a mitad del discurso y probé con algunos de los vecinos en las casas adyacentes. La única persona en casa era un cineasta hípster con gafas de montura de pasta, chaleco y camiseta. Ni siquiera sabía quién era Noah Warren y admitió que no conocía a ninguno del resto de vecinos del edificio de al lado. Me rendí y volví a la minivan.
Mierda, apenas había averiguado nada. La dirección de Warren ya no era la dirección de Warren y nadie había visto a una chica llamada Liliana. Aquello empezaba a confirmar que Warren se la había inventado, tal vez como resultado de algún colapso nervioso tras la muerte de su esposa. La única contradicción en esa teoría era la extraña reacción de Albert Lau a mis preguntas, pero yo no era una experta en descifrar a la gente, era posible que lo hubiera entendido mal. Que demanden a tu compañía podría hacer que cualquiera actuara de forma extraña.
Apreté los dientes y llevé mi furgoneta robada al punto de retorno en el Pacífico.
La hora punta había empezado a atascar las calles. Luché centímetro a centímetro en el tráfico hasta Playa Venice donde, como era previsible, no había ninguna plaza de aparcamiento disponible. Dejé la minivan en una zona de minusválidos (ya la recogería su dueño más tarde en el depósito de vehículos o donde fuera que la llevaran) y me abrí paso a empujones en el concurrido paseo. Incluso en un día entre semana, los quioscos y tiendas estaban llenos de animada actividad, turistas en pantalones cortos y bikinis que gritaban y reían mientras compraban cutres souvenires o se aglomeraban alrededor de los músicos y artistas callejeros. Yo iba enseñando los dientes mientras me exprimía a través de la multitud. Aquel no era el lugar que yo hubiera escogido para una reunión, especialmente cuando estaba en la lista negra de gente peligrosa. Intenté fijarme en todo al mismo tiempo. Tras avanzar por los caminos y tiendas, encontré el parque patinaje. Los patinadores se deslizaban arriba y abajo por las pendientes de cemento y un buen número de espectadores se acumulaba en la barandillas para observarles. Me encaminé hacia un banco vacío tras unas hileras de gente y me senté a esperar, escaneando a los peatones que pululaban con gafas de sol.
Poco después de las cinco treinta, capté a Pilar viniendo desde la calle, masticando la cena de una bolsa de comida rápida. Me la ofreció cuando se acercó.
—¿Patatas fritas?
—No, gracias —le dije.
Ella hizo ademán de sentarse, pero yo me levanté. —Demos un paseo.
Las multitudes me estaban poniendo nerviosa: demasiada gente que vigilar. Caminamos por los caminos de la zona recreativa de la playa hasta que encontramos un banco que estaba más apartado, con la playa a un lado y el zumbido de los turistas y el murmullo distante de las tiendas al otro. Pilar se sentó a mi lado y subió los pies para quedar de piernas cruzadas con su bolsa de comida rápida en el regazo.
—Bueno. ¿Quién eres en realidad? —me preguntó. —¿Y qué tienes que ver con la hija de Denise?
—De verdad que trabajo para Noah Warren —le dije. —¿Qué sabes de su hija?
Ella inclinó la cabeza hacia mí, arrugando la cara de ese modo ligeramente exagerado que ella aplicaba a todas sus expresiones.
—Te creo —declaró tras unos segundos. —Eres muy mala mintiendo, por cierto.
—Gracias —le dije. —Ahora, ¿qué sabes sobre la hija?
Ella se tomó tiempo para masticar una cuantas fritas. —No mucho. Ni siquiera sabía que era su hija en aquel momento.
—¿Quién era?
¿Era posible que alguien admitiera haber visto a Liliana? Sólo hacía unos minutos había estado a punto de renunciar a su existencia.
—Denise la trajo. —Pilar se lamió los dedos, chupando la sal de las patatas en ellos. —Yo me quedé trabajando hasta tarde. No creo que ellas supieran que yo iba a estar allí.
—¿Ellas?
—Denise y la Srta. Grant.
Grant, Grant, ¿dónde había oído yo ese nombre?
—¿Imogene Grant? ¿La CEO?
—Sí, yo nunca la había visto tan de cerca antes. Se sorprendieron mucho al verme también. La Srta. Grant me preguntó qué estaba haciendo allí y le dije: bueno, trabajo aquí, y me preguntó que por qué estaba allí tan tarde, y le dije que estaba acabando las cuentas telefónicas... porque el Sr. Lau me gritaría si no lo hacía... aunque no le dije esta última parte... y ella se puso toda nerviosa y me dijo que me fuera a casa.
—¿Y te fuiste?
Puso su cara como si acabara de chupar un limón. —O sea, la CEO me dice que me vaya.... ¿qué crees que hice? —el "venga ya, tía", estaba implícito.
—Háblame sobre la chica —le dije.
—Era muy mona. De unos cinco años, quizá. Con ricitos... me puse celosa, siempre he querido ricitos desde que era pequeña... ¡el pelo ese que rebota! Bueno, ella iba muy arreglada, como si acabara de venir de una fiesta, pero parecía horriblemente asustada por algo. Ah, y me preguntó cómo me llamaba.
—¿Te habló?
—Sí, ¡era tan mona! Era del modo adorable que me hace querer tener hijos ahora mismo. Bueno, pues como que se aleja de Denise y se acerca y me dice: Hola, ¿cómo se llama?, toda formal y eso. Y yo le dije: Me llamo Pilar, ¿cómo te llamas? y ella dijo: Me llamo Liliana,... ¡Qué mona, aahh, me la hubiera comido!... y luego Denise tiró de ella y la alejó de mí.
Liliana. La hija de Noah Warren. Bueno, ¿quién iba a decirlo? Existe de verdad.
—¿Viste a dónde la llevaron?
—Estaba ocupada recogiendo para irme, pero me pareció que fueron a la oficina de Denise. Y al día siguiente fue cuando Denise desapareció y sacaron todas sus cosas.
¿Al día siguiente? Yo no creía en las coincidencias.
—¿Dijeron que era por baja médica?
—¿Ellos? No, había una carta de dimisión de Denise. La archivé yo. Tenía su firma.
Que podía haberse falsificado.
—¿La conocías bien?
Pilar arrugó a nariz, pensativa. —Uh, no muy bien. Es decir, no salíamos de copas juntas, si te refieres a eso. Pero éramos amistosas y demás en el trabajo. Era muy simpática, ¿sabes? Al menos, más que el resto del departamento. La mayoría eran del tipo ingeniero frígido.
Cómo hubiera graznado Inspector si hubiera oído estereotipar a su gente de esa forma.
—¿Es que Denise no era ingeniera?
—Oh, sí, por supuesto. Pero mucho más agradable. Se paraba de verdad para charlar conmigo en el trabajo y esas cosas. Me gustaba verla de vez en cuando.
—¿De qué hablabais? ¿Te confiaba cosas?
—No, ya sabes, era más como: Qué calor hace hoy, ¿no? y ¿Viste el partido de los Kings de anoche? y: Gracias a dios que el tiempo va a refrescar esta semana. Del tipo charla inteligente y demás.
—¿Te mencionó alguna vez a su hija?
—No que yo recuerde. Ni a su marido... ni siquiera sabía que estaba casada hasta que se vino todo encima sobre Arkacite, con el litigio y todo. Es decir, supongo que probablemente tenía un anillo, yo no me fijé, pero no hablaba sobre su familia.
—¿Cómo murió?
Los ojos de Pilar se abrieron como los de un personaje de uno de los animes de Inspector. —¿Es que está muerta?
—¿No lo sabías?
—No, yo... su carta decía que dejó el trabajo por motivos de salud, pero… —agachó la cabeza, con sus manos inmóviles en el regazo.—Lamento mucho oír eso. Me caía muy bien.
Yo nunca sabía lo que decir en estas situaciones. —¿Estuvo enferma antes de dejar la compañía? —le pregunté a falta de una pregunta mejor.
—No, en absoluto —respondió Pilar. —Al menos, que yo viera, pero supongo que podría estarlo sin yo saberlo… ¿De verdad está muerta? Ojalá la hubiera conocido. Tendría que haber ido al funeral.
Hubo un incómodo silencio. La brisa del océano agitó el aire y los gritos y risas de la multitud nos llegaba vagamente desde el paseo.
—Nadie hablaba de ella en la oficina —murmuró Pilar. —Asumí que era por el litigio, no sé. me imaginé que su marido lo hacía de parte de su esposa o algo así, porque estaba enferma y, no sé... Ahora tiene más sentido todo, supongo. —Se abrazó el torso. —¿Qué tiene que ver la compañía con su hija? Es decir, si Denise… falleció, no debería su marido… no sé...
Al parecer, Pilar no estaba al corriente de las muy públicas e insistentes alegaciones de Warren.
—Warren insiste en que Arkacite la tiene secuestrada.
Los ojos de Pilar crecieron de nuevo. —¡Qué! ¿Por qué?
—No lo sé.
—Vale, es una compañía desalmada para la que trabajar pero, ¿secuestro? Además, ¿por qué iban a querer hacerlo?
—No lo sé —dije de nuevo.
—Pues ahora ya ni siquiera quiero volver allí mañana —dijo Pilar. —Si no tuviera los préstamos de estudios y el pago del coche y el alquiler y las tarjetas de crédito...
No sabía qué decir a eso, tampoco.
—¿Sabes? —dijo Pilar, —Podría echar un vistazo para ti si quieres. Es decir, tampoco es que lo hagan mucho... pero siempre están vigilándonos en busca de gente que pasa secretos de tecnología, así que no puedo presionar mucho por ahí... pero al menos puedo comprobar el sistema informático y ver si hay archivos raros, pero claro... si tú quieres. ¿Tienes un número al que pueda llamarte?
—Uh, sí, claro.
Busqué un boli en mis bolsillos, pero no tenía ninguno. Pilar sacó uno de su bolso y me ofreció una servilleta limpia de su bolsa de comida rápida.
—Y este es el mío —me dijo escribiendo su nombre y número en otra servilleta, con amplias letras redondas. —Sólo por si acaso.
Miré el número de teléfono con creciente sospecha. —No lo entiendo. ¿Por qué me ofreces ayuda?
Ella me miró escandalizada. —¡Acabas de decirme que la compañía para la que trabajo ha secuestrado a una niña pequeña!
—Pero me señalaste a Lau desde el principio —le dije. —¿Por qué involucrarse?
¿Y por qué dar el paso extra de venir a hablar conmigo?
Pilar puso morritos conscientemente. —No lo sé. Quizá es porque me aburro mucho allí. O porque siempre me sentí mal por lo que paso con el Sr. Warren. Me gustaba Denise. O quizá por que el Sr. Lau me pellizcó el culo en la sala de la copiadora y quiero vengarme de él. A veces no...
—Espera, ¿qué? ¿De verdad hizo eso Lau? ¿No hay leyes contra eso o algo?
Pilar me parpadeó. —Venga ya. Tú eres una mujer.
—¿Y?
—Pues que sabes cómo funciona.
—No, —le dije. —Te aseguro de verdad que no lo sé.
—Ah. —arrugó la cara y su voz bajó de volumen. —Entonces creo que quiero vivir en tu mundo.
Yo no estaba segura de que ella tuviera razón sobre eso, pero lo dejé pasar. Pensé en Mama Lorenzo de nuevo y en la feroz protección de su sobrina, y sentí una breve urgencia de irme a vivir a una isla desierta donde no tuviera que interactuar con gente ni lidiar con ninguna de las complicaciones resultantes.
Me había olvidado de que había apagado el teléfono. Mientras volvía caminando hasta la playa, reinserté la batería y pulsé el botón de encendido. Tenía ocho llamadas perdidas: dos de números que no reconocía y seis de Inspector.
Mierda.
Llamé a Inspector de inmediato sin molestarme en comprobar el buzón de voz. Unas visiones de Mama Lorenzo y sus tropas volaron fugaces por mi cerebro.
—Por fin das señales de vida —dijo Inspector. Yo ni siquiera había oído el tono de llamada del teléfono. —Ya empezaba a preocuparme.
¿Él era el que estaba preocupado?
—Tenía el teléfono apagado —le dije. Inspector no sonaba como si estuviera muerto o torturado. —¿Va todo bien?
—¿Qué? Sí, bien. —estornudó. —Salvo por la alergia a los gatos. ¿Hago bien en suponer que puedo volver a la Guarida?
Ni de coña.
—Aún no está solucionado del todo, pero estoy en ello. Ya te avisaré.
—Vale, bueno, ponte a ello. Por lo cual quiero decir gracias, ya sabes. ¿Qué has averiguado en Arkacite?
—Bueno, por fin he encontrado a alguien que ha visto a Liliana.
Eso significaba que yo tenía un caso. No estaba segura de si me alegraba por ello.
—¡Guau! ¿Quién? —exclamó Inspector.
—Pilar Velásquez. Trabaja de recepcionista en la compañía.
La voz de Inspector adoptó la cualidad ausente de cuando estaba concentrado con su ordenador. —Asistente administrativa, parece. Temporal, pero lo suficiente permanente para que tenga su propia dirección de email en la compañía. Oh, es un bombón —añadió, al parecer tras haber encontrado una fotografía.
—Te estoy oyendo. Pasa a lo importante.
—Oh, de acuerdo. A ver, empezó en Arkacite hace un año y medio antes de que se fuera Constance Rayal. Por cierto, ¿recibiste mi nota en tu buzón sobre Rayal?
—Se dice Rayal, como en dial. —le corregí. —Y no. Dime.
—No está muerta.
—¿Qué? —¿Por qué Noah Warren hablaba de ella como si lo estuviera, entonces? —¿No lo está?
—Nop. Tiene una casa alquilada en Altadena.
—Espera. Entonces, ¿por qué dejó Arkacite si ni siquiera estaba enferma?
—Uh, ya, pero probablemente no estaba enferma del modo que piensas. Justo después de renunciar, se internó voluntariamente en un asilo psiquiátrico.
¡Cielo Santo, Marty!
—¿Cuánto tiempo lleva allí?
—Sólo unos días. La movieron a tratamiento ambulatorio bastante rápido.
Aquello tenía que tener alguna conexión. —Necesito su informe psiquiátrico. ¿Puedes conseguirlo?
—Puedo —dijo Inspector lentamente. —Pero no lo haré.
—Grac... ¿por qué no?
Se tomó un tiempo para responder. —Porque no pienso hackear el registro psiquiátrico personal de nadie.
—¿Has decidido respetar las reglas ahora? ¿Tú?
—Algunas cosas son privadas —me dijo. —Tengo mis principios.
—Pues sáltatelos —me quejé. —Esto podría ser importante.
—No.
—¡Qué demonios... ! ¿Por qué no?
—Cas, no vas a convencerme sobre esto.
—¡Deja de comportarte como un estúpido! —mi mano se tensó sobre el teléfono. —No has tenido ningún problema en hackear registros de arresto. Y financieros... hasta información médica... Jesús, me envías emails privados a todas horas. ¿Ahora una instancia psiquiátrica entra en conflicto con tus principios?
—Sí —me dijo.
—Es la cosa más idiota que he oído nunca.
—No voy a cambiar de idea.
—Te estoy haciendo un enorme maldito favor con el asunto de los Lorenzo, ¿sabes? —le dije.
Inspector suspiró. —¿Intentas que me sienta culpable para que te de el historial psiquiátrico personal de alguien?
—¡Sí! Si eso es lo que tengo que hacer. ¡Necesito esa información!
—Pues ve a hablar con Rayal tú misma —me dijo.—Tienes su dirección en el teléfono. ¿Necesitas algo más?
El cambio de tema había sido muy sutil en su voz. —Pásame la dirección de Lau también. Ese sabe algo.
—Hecho. Espera, el tipo no terminará dejando una mancha sobre la acera, ¿verdad?
—¿Qué, ahora me dices cómo hacer mi trabajo? —pregunté sarcástica.
Respiró hondo. —Por amor de Dios, es lo único que me niego a investigar para ti...
Le colgué. Intentó llamarme, pero dejé que saltara el buzón de voz. borré el nuevo mensaje y los otros seis que me había dejado sin escucharlos. Comprobé los otros dos mensajes.
El primero era de Benito Lorenzo, que sonó en la frontera entre nervioso y aterrorizado. Me dijo que estaba seguro de que mi "desacuerdo" con Mama Lorenzo era todo un malentendido y me rogaba que acudiera y charlara sobre ello con ellos.
Lo borré.
El mensaje final, por una vez, no estaba relacionado con todo el desastre en que se había convertido mi vida. Lo que sonaba a una voz masculina dijo que le gustaría reunirse conmigo en cuanto fuese posible para discutir los detalles de un trabajo. Dijo que le había recomendado Ari Tegan, un cliente mío habitual... por no mencionar el mejor falsificador que conocía.
Mi pulgar pulsó rellamada.
Aunque sabía que la hija de Warren existía, cada vez estaba más claro que no sería capaz de pagarme. No haría daño tener otro trabajo pendiente ante el riesgo de que este se evaporara. Sólo en caso de necesidad. Por supuesto, este tipo podría estar trabajando para Mama Lorenzo y planeando un asalto. Benito tenía mi número así que... me paré en seco.
Benito tenía mi número. El pequeño Dino Palermo no había seguido una señal en mi coche. La gente de Mama Lorenzo había rastreado mi teléfono. Inspector no era el único que podía seguir la ubicación de un móvil una vez que conocía el número.
¿Qué era yo, una maldita aficionada? Debería estar muerta. Joder.
Tenía que conseguir un teléfono nuevo sin tardanza. Antes de deshabilitar este, intenté llamar a Tegan para ver si él me había recomendado a alguien, pero el teléfono saltó a un buzón de voz genérico. Le dije que me llamara en cuanto lo oyera y colgué.
Bueno, si se trataba de una emboscada… di unos golpecitos con el teléfono contra la palma de mi mano mientras pensaba. Volví a llamar al hombre que había querido contratarme y dejé un mensaje sugiriendo una reunión a las once de la noche en el bar de Grealy, un club bar con énfasis en bar famoso en la clandestinidad de LA para… supongo que el término amable sería discreción. Era un lúgubre agujero lleno de humo donde servían comida terrible y peores bebidas, fregaban el suelo una vez al mes y se aseguraban de que todos se ocupaban de sus propios asuntos o los echaban.
Yo amaba aquel lugar.
Y lo más importante para esa noche: era un lugar lo bastante conocido como para lidiar sin levantar sospechas con mi nuevo (o falso) cliente potencial y yo ya conocía los alrededores lo suficientemente bien para tener algunas ideas sobre cómo organizar allí mi propia contraofensiva.
Llamé a Warren y le dejé un mensaje para decirle que había confirmado que tenía un caso y que, por lo tanto, necesitábamos discutir mi cuota.
Warren tenía suerte de que yo sintiera debilidad por las niñas en apuros, de lo contrario habría evitado su investigación como la enfermedad hasta el clásico momento del dinero en mano. Pero Liliana merecía que alguien descubriera exactamente lo que estaba ocurriendo de verdad.
Luego, apagué el maldito teléfono móvil, quité la batería de nuevo y salí al galope de Playa Venice mientras rumiaba sobre las opciones de mi problema con la Mafia. Quizá Dino hubiera actuado por su cuenta, o tal vez Mama Lorenzo me había estado probando, pero una cosa era cierta: los que me perseguirían de ahora en adelante no serían chavales inexpertos. Yo tendría que tratar con los asesinos de la familia Lorenzo.
Bueno, ¿qué podías esperar cuando te presentabas deliberadamente como un objetivo?
Había ganado algo de tiempo y agotado mi pausa de la suerte, ahora necesitaba idear una mejor vía de escape. Lo que necesitaba era algún tipo de influencia. Mama Lorenzo no aceptaba sobornos, lo que llevaba a la alternativa del chantaje, las amenazas o, tal vez, a mi propio plan de completa violencia. Podía darle la vuelta a la situación y empezar a matar miembros de su familia hasta que ella cediera. Pero aquello implicaba que tendría que decirle a Arthur que había cruzado la línea y que tenía que reiniciar mi contador, y eso me hacía sentir incómoda y resultaba insatisfactorio, aunque yo no tenía ningún problema moral con acabar con los Lorenzo. Además, había un horroroso montón de ellos y empezar a eliminar sus tropas podría conducir al mismo problema que tendría si hubiera asesinado a la misma Gabrielle Lorenzo... aumentar la escala de aquello hasta ponerlos en guerra, conmigo como único objetivo, sin vía de escape y sin vuelta atrás. En aquel momento, prefería la opción de encontrar una mejor solución, y eso sería imposible si la Familia se volvía loca con sed de sangre y venganza.
La violencia podría no ser tan buena idea después de todo. ¿Quién hubiera pensado que Arthur tenía razón en estas cosas?
Archivé la indulgente actividad de asesinato de los Lorenzo como Plan B. Era difícil hacer funcionar las amenazas si no se tenía intención de llevarlas a cabo y eso llevaba de nuevo a la opción del chantaje. Le habría dado dinero a la misma Mama Lorenzo para saldar las cuentas, pero ella predicaba con el ejemplo y demandaba tanto de su propio liderazgo como de su familia.
¿Estaba tan chirriantemente limpia como toda la gente a su alrededor?
Si pudiera reunir suficiente fango sobre las actividades de los Lorenzo, encontrar un puñado de buenas golosinas lo bastante valiosas para intercambiar mi silencio por nuestras vidas…
Inspector habría sido normalmente mi primer recurso en tal investigación de hechos, pero aún estaba cabreada con él y, aún más importante, no quería que él supiera lo lejos que estaba yo de acabar con su problema con los gánsteres. Tenía que reunir algunos datos por mi cuenta, con suerte comenzando esa misma noche. Y si sucedía que la reunión era con un cliente legítimo, bueno, tendría que incluir la opción de irrumpir en la propiedad Lorenzo en mi lista de tareas pendientes. De hecho, tendría que hacerlo de todas formas.
Que fuera chantaje, entonces. Maldición, ¡qué alivio tener un plan en su sitio!
Y puesto que no podía hacer nada sobre ese plan hasta la noche, tenía que usar la luz del día restante para hacer una visita civilizada. Gritarle coloridas maldiciones a Inspector y su rechazo a violar la privacidad de Denise Rayal impulsó que robará otro coche y pusiera rumbo a su casa en Altadena.
Cruzar LA de Oeste a Este en hora punta era el séptimo círculo del infierno. Me llevó dos horas atravesar la ciudad y creí haber dejado más de unos cuantos conductores cabreados a mi paso. Llegué a la dirección que me había dado Inspector justo cuando el sol se estaba poniendo. Denise Rayal alquilaba una bonita cabaña de madera cubierta de hiedra en un pequeño parche de tierra al pie de las montañas. Aparqué frente a la puerta, subí las escaleras del porche y llamé al timbre.
No respondió nadie.
Bueno, demonios, me había peleado con el tráfico en hora punta para llegar allí, no había razón para desperdiciar el viaje. Pensé en abrir la puerta de una patada, pero decidí que aquello era un poco maleducado y rodeé la casa hasta la parte trasera deseando haber traído algo con lo que forzar las cerraduras. Una unidad de aire acondicionado que sobresalía del lateral de la casa llamó mi atención. Estaba justo debajo de una ventana.
Perfecto.
Me alejé para tener buena carrera y saltar encima de él. Mis pies se equilibraron sobre el chisme y trepé hasta la ventana. Me colé dentro ecualizando mi masa de modo que la unidad de aire apenas osciló un poco.
La casa de Rayal era sencilla pero cómoda. Examiné habitación tras habitación, preguntándome lo que estaba buscando. Había un gran número de fotografías sobre las mesillas y colgando en las paredes y algunas en marcos sobre los manteles. Averigüé quién era ella por las fotos: una mujer que aparentaba su edad pero con cierto glamour. Sus rasgos eran un nivel demasiado anchos para ser hermosa pero tenía una amplia sonrisa que podría entrar en la categoría de atractiva. El tono de su piel era más claro que el de su marido (yo no estaba segura si era afroamericana de piel clara o mestiza) y en todas las fotografías sus ojos eran su mejor rasgo: grandes, brillantes y vivos. Encontré fotos de un grupo de gente que obviamente eran su familia: ella con alguien que parecía una hermana, ambas abrigadas delante de una pista de esquí; ella con sus manos entrelazadas con alguien sobre una tarima, todo el mundo en trajes de negocios. Y había bastantes fotografías de una Denise más joven con un chico pequeño, un niño de tono de piel más oscuro que ella y rebelde pelo negro. En todas ellas, Rayal estaba riendo o sonriendo mientras jugaba con él o le abrazaba. También había imágenes del chico a solas, retratos que probablemente habían sacado: sobre la rodilla de Santa en un centro comercial y jugando con un gran camión naranja de plástico. Cogí una fotografía de Rayal cazando al pequeño mientras este parecía querer salir corriendo del marco, ella le abrazaba deleitada. Era claramente su hijo, el que ella y Warren habían perdido años atrás. No había fotos de ninguna hija.
¿Qué demonios estaba pasando aquí?
La casa no era grande. Encontré un diáfano pero funcional dormitorio que no me mostró nada salvo otra foto de su hijo en un cenador. El baño era común salvo por las botellas de prescripción de lo que pude asumir que era medicación psiquiátrica. Yo había quemado el teléfono, pero Rayal tenía una elegante cámara posada sobre un trípode en su dormitorio y la birlé para sacar fotografías de las etiquetas de las píldoras.
Que le dieran a Inspector, yo podía hacer una búsqueda de las drogas y averiguar por mi cuenta lo que le había ocurrido.
El otro dormitorio se había convertido en un estudio. Los libros inundaban la estantería y estaban apilados precariamente sobre las sillas y la mesa. Las torres amenazaban con caerse sobre su ordenador de sobremesa. Escaneé los títulos. Todos parecían estar relacionados con su trabajo: ingeniería de software, aprendizaje de las máquinas, teoría de control, procesamiento natural del lenguaje. Libros sobre lenguajes de programación de los que yo nunca había oído. Tenía montones de ensayos académicos amontonados por ahí, sueltos o en grandes carpetas. Cualquiera que fuese la razón de Rayal por dejar Arkacite, no había abandonado su trabajo. Traté de encender el ordenador... Yo sabía cómo saltarme contraseñas en un SO rudimentario... pero Rayal tenía un punto más de seguridad para mi nivel y la máquina frustró mi elemental intento. Así que usé un clip de oficina para forzar la cerradura del armario de los archivos. Junto a la plétora de papeles de términos de seguro médico (entendí que se relacionaban con su estancia en el hospital y sesiones de psicoterapia), encontré un estante lleno de contratos y archivadores de acuerdos de privacidad de Arkacite, cada uno de varios centímetros de espesor. Hojeé algunos de ellos. Parecía que todo el trabajo que ella había hecho para la compañía se quedaba en la misma y que a ella no se le permitía trabajar en la misma línea de investigación bajo pérdida del empleo, ni siquiera podía discutir esa investigación fuera de la compañía. El convoluto lenguaje legal era totalmente terrorífico, si es que lo estaba leyendo correctamente.
Jesús. ¿En qué había estado trabajando? ¿O es que Arkacite se preocupaba tanto sobre las fugas de información corporativa hasta llegar a la desesperación por cubrirse las espaldas?
Unas hojas sueltas de papel y libretas de espiral por la oficina mostraban algunos esquemas de ingeniería eléctrica, pero no parecían completos y, tras examinar sus contratos, dudé de que estuvieran relacionados con su trabajo para Arkacite. Saqué algunas fotografías de sus notas de todos modos, confiando en que Inspector pudiera darme más datos una vez que decidiera hablarle de nuevo. Luego, después de un momento de debate interno, desatornillé el ordenador y saqué el disco duro. Con tiempo suficiente para trabajar en él, podría entrar sin la ayuda de Inspector, y si volvía a hablar con Rayal, ella no sabría que el ladrón era yo así que: ojos que no ven, corazón que no siente. Por lo que había visto en su armario archivador, Rayal probablemente asumiría que habrían sido vulgares rateros con máscaras de ski contratados por Arkacite.
Di media vuelta para marcharme (se estaba haciendo tarde y tenía una reunión con un hombre que era probable que intentara matarme), pero una foto más llamó mi atención. La foto era la impresión de un email clavado al tablón de boletines de Rayal y mostraba a un grupo de ocho personas posando en la plaza delante de la sede de Arkacite, con Denise en una esquina. Junto a ella, un delgado hindú con una descarada sonrisa sostenía un artefacto tras la cabeza del rechoncho asiático a su lado, y lo que fuera que estaba sujetado había destellado dos curiosos rayitos hacia la cámara en el momento de hacerse la foto.
¿Orejas de conejo electrónicas?
El email de debajo empezaba con texto de Rayal y luego hilaba varias respuestas:
Rayal: Vikash, si no paras de trolear el equipo fotográfico, le daré la conferencia de Bulgaria a Adrian.
Vikash: ¡Venga ya, te parece tan gracioso como a mí! Y Adrian es un cretino.
Rayal: Entonces debe de ser un infierno para ti que te supere arreglando errores de código ahora mismo. Ponte las pilas.
De todo lo que había visto en aquella casa: las medicinas, el hijo fallecido y el archivo completo de claustrofóbicos Acuerdos de Privacidad, la decisión de Rayal de clavar aquella hoja impresa en su tablón de anuncios, en cierto modo, era lo que más tristeza daba. Aquella mujer había amado su trabajo y amado a las personas en él, y en los últimos seis meses lo había perdido todo. Incluyendo, muy posiblemente, a una hija.
Me metí en el bolsillo el disco duro y la tarjeta de memoria de la cámara y salí por la puerta trasera hacia la oscuridad de la tarde, cerrando detrás de mí como la educada ladronzuela que era.
Tras una parada rápida por uno de mis escondites de suministros, llegué al Grealy unos veinte minutos después de las nueve y aparqué al final la calle. Normalmente llegaba tarde a las citas, pero no cuando tenía una emboscada que preparar. Avancé por el interior del restaurante, pedí una bebida en la barra y me senté en una cabina en la esquina. El bar estaba lleno de humo en su estado usual de oscuridad. Las leyes antinicotina de California se violaban allí de forma flagrante, probablemente porque la mayoría de los parroquianos realizaban negocios bastante más ilegales que encender un cigarro en un establecimiento donde servían comida. Me quedé sentada observando al resto de clientes por encima de mi intacto vaso de whisky, mis sentidos dibujaban sus campos visuales en ángulos superpuestos, las matemáticas rebotaban en el espejo de la pared que había detrás de la barra y en los bordes de cromo del grasiento buffet del bar bajo las lámparas térmicas. Visión binocular, visión monocular, reflexiones, puntos ciegos... en un instante, todo se alineó para hacerme invisible a cualquiera dentro de la habitación, Me levanté y coloqué un pequeño espejo convexo sobre la parte superior de la escayola decorativa que había encima de mi cabeza.
Matemáticas. La capa de invisibilidad del hombre pobre..
Luego derramé mi whisky en el suelo bajo mi silla (aquel lugar no era muy resplandeciente que digamos, nadie lo notó), dejé el vaso vacío sobre la mesa y me fui. Paré en mi coche para sacar una mochila de equipo y luego caminé hacia el edificio de la calle de enfrente. Justo delante del Grealy había un club en la primera planta que armaba gran jaleo en la calle con una terrible música heavy bajo unos ruinosos apartamentos. Yo ya había evaluado la pauta de visión para saber dónde tenía que colocarme. Entré en el callejón al lado del edificio con la mochila al hombro y volqué el contenedor de basura. El nauseabundo hedor de la descomposición y suciedad se coaguló en mis nasales y mis botas resbalaron en rezumantes bolsas de desperdicios. Con cara de asco, intenté dar cortas respiraciones por la boca mientras sacaba un rifle de francotirador Steyr SSG 08 de la mochila, abrí el estuche de accesorios y enrosqué un silenciador de alta gama en el cañón para reducir mi contribución de decibelios casi al mismo nivel que la horriblemente alta música del club. Luego apoyé la culata del rifle en el hombro y el cañón sobre el lateral del contenedor y saqué un pedazo de arpillera negra para cubrirme a mí y al arma. Ya había completa oscuridad y nadie notaría la punta del cañón sobresaliendo ni la mira bajo la manta. Lo mejor de todo fue que cuando puse mi ojo tras la mira telescópica, el diminuto espejo convexo era tan grande como la vida misma en mi campo visual. El espejo que había colocado me daba una vista perfecta de todo el interior del bar. Por supuesto, aquello no evitaba el calor sofocante bajo la arpillera ni el olor de los desperdicios: en vez de acostumbrarme a ellos, sólo se hacían más sofocantes y la densidad del aire nocivo me oprimía los pulmones. El sudor me empapaba el cuello y la espalda, y el pelo se me pegaba al cráneo en mojados rizos. La horrible música del club me produjo una jaqueca en minutos, pero aunque apagaba casi todos los demás sonidos, aún podía oír a las moscas zumbando a mis pies.
Más o menos de una hora después de haber empezado mi guardia, me limpié el sudor de los ojos por vigésima vez para observar a tres hombres (todos ellos con bronceado italiano y abrigo a pesar de la cálida noche) entrar juntos al Grealy. Conferenciaron brevemente en la puerta antes de que uno de ellos se separara camino a la barra y los otros dos fueran a sentarse a una mesa próxima a la puerta delantera junto a la ventana. El hombre de la barra se quedó allí con su bebida, ignorando por completo a sus compañeros con los que había llegado.
Bueno, demonios. Estaba claro que habían venido a matarme.
Yo había pensado esperar hasta las once para empezar la fiesta, pero con casi dos horas por delante, un tiroteo parecía mil veces mejor que seguir en mi apestoso nido fétido de francotirador un minuto más. Saqué un Bluetooth de la mochila de equipo y me lo coloqué en el oído. Ya había configurado el auricular con uno de los nuevos móviles para quemar que había recogido de mi almacén. El hombre de la barra bajó la vista hacia su teléfono en cuanto empezó a sonar, pero dio un largo y deliberado trago a su bebida antes de contestar.
—Hola —oí por el auricular al mismo tiempo que mi ojo detrás de la mira vio cómo vocalizaba la palabra en el espejo.
—Soy Cas Russell —le dije. Sofoqué unos tos cuando inhalé accidentalmente por la falta de aire. —Llegaré unos minutos tarde.
Las palabras sonaron demasiado falsas en mi oídos, pero el tipo probablemente no me conocía lo bastante para notarlo.
—No hay problema —me dijo.
—He tenido ciertos… problemas con los negocios últimamente —dije. — ¿Estás solo? Entenderás que pregunte.
—Sí —dijo. —Y sí, estoy solo. Tegan dice que usted es la mejor.
Yo ya sabía que él estaba allí para prepararme una trampa, pero la mentira lo cimentaba. Se me ocurrió que tenía que contactar con Tegan y asegurarme de que no me había enviado un cliente homicida a propósito.
Exhalé suavemente y me concentré en la mira telescópica. La óptica de mi espejo convexo recorrió mi cerebro, rayos de incidencia y rayos reflejados e imágenes virtuales, todo convergía en el foco y luego se dispara hacia el interior del bar en un retrato instantáneo de cada persona, movimiento y bebida. Estaba a punto de mover ligeramente el rifle y disparar a ciegas, pero las matemáticas me permitían ver a través de las paredes.
—Tegan tiene razón —dije, —Soy la mejor.
Y ajusté mi puntería para apretar el gatillo en perfecta sincronía con el siguiente pulso de la música. El vaso de licor del hombre le estalló en la mano.
—No te muevas —dije medio segundo antes de que él pudiera reaccionar mientras movía la mira de nuevo hacia el reflejo de mi espejo espía y pasaba el cerrojo del rifle en un suave movimiento. —No hagas un jodido movimiento o lo siguiente que reventará será tu cráneo. —él no se movió. —Ahora, probemos de nuevo. ¿Estás solo?
Se quedó inmóvil cuando la camarera se acercó y limpió los fragmentos de cristal de la barra, mirándole ceñuda. Él no dio ninguna explicación y ella no preguntó. Afortunadamente, tampoco notó el agujero en la parte delantera de la barra donde una bala de rifle calibre .308 se había quedado incrustada.
—No —me dijo despacio con bastante desprecio en la palabra cuando ella se hubo marchado.
Sus compañeros habían levantado la cabeza cuando estalló el vaso, pero ahora habían vuelto a su conversación normal.
Estupendo.
—¿Para quién trabajas? —le dije.
La mano izquierda del hombre había empezado a temblar. —Ya sabes la respuesta.
—Sí, pero quiero oírla de tus labios y dado que tengo un rifle de francotirador de alta potencia apuntando en tu dirección, creo que deberías responderme.
—Has escogido un poderoso enemigo con Madre. —el veneno reptó por su voz. —No saldrás viva de esta.
—Quizá sí, quizá no —le dije. —Lo que queda por ver es si tú y tus amigos vais a salir de ahí vivos esta noche. Por ahora sólo quiero charlar, pero podría cambiar de idea muy rápido. Ahora ve con tus colegas y sentaos todos en la cabina de la esquina derecha del fondo. Y de espaldas a la puerta... y con las palmas de las manos sobre la mesa, todos vosotros. Si te mueves antes de que yo llegue allí o haces cualquier otra cosa, te dispararé. ¿Entendido?
—Sí, —me dijo tras una pausa.
—Bien. Ahora ve. Te estoy observando. Que te vea las manos en todo momento.
El tipo colgó y lanzó una malévola mirada por el bar, tan llena de odio que podía sentirla a través de la distorsionada imagen en el espejo. Luego, como no me vio, se levantó e hizo lo indicado. Yo no podía oír lo que le decía a su gente, pero se levantaron como si les quemara el asiento y uno de ellos metió la mano debajo de su abrigo.
Disparé de nuevo y le quité a ese tipo el lóbulo de la oreja. Se sobresaltó y se llevó una mano al oído con los ojos girando por el bar como locos. Luego, levantó las manos muy lentamente, una de ellas ahora manchada de sangre, y los tres fueron hacia la mesa que yo había especificado. Se sentaron con las palmas sobre la mesa.
La prueba de la mala reputación de este bar particular era que todo el mundo estaba demasiado inclinado sobre sus bebidas para echarles un segundo vistazo. Esperé otros siete minutos hasta que estuve segura de que los hombres no iban a intentar moverse y salí de la arpillera con una agradecida bocanada de aire fresco. Me colgué el rifle a la espalda y salí de detrás del contenedor sacando mi Colt mientras lo hacía. Crucé la calle a marcha rápida y entré en el bar. Una clienta junto a la puerta vio las armas y se apartó echando mano a algo en su espalda, pero capté su movimiento en mi visión periférica y, con un único movimiento, le lancé una botella llena de una mesa cercana. La cerveza le impactó en la cabeza y la mujer cayó en redondo.
Incluso en este lugar aquello llamó la atención de la gente. En los pocos segundos que me llevó llegar a la mesa de la esquina, todo el mundo se había girado hacia mí, la mitad de ellos echó mano a sus armas. Afortunadamente, eso era justo lo que yo quería.
Atraje una silla con un pie y salté para aterrizar encima de la mesa de mis aspirantes a asesinos, encarándoles tanto a ellos como al resto del bar con el Colt por delante. El mismo hombre cuya oreja había disparado trató de usar esa oportunidad para moverse. Levanté el pie y le pisé con fuerza la mano con la bota.
—Hola —dije al bar silencioso. —Tengo asuntos con estos tres caballeros. Todos los demás, fuera de aquí. No volváis esta noche a menos que queráis que os disparen. Tú... —añadí a la camarera.—... cierra la puerta al salir y apaga el letrero de abierto. Ahora, todos fuera.
A decir verdad, nadie en el bar quería verse envuelto en el asunto de otro, especialmente cuando ese alguien les apuntaba con un arma. Salieron en fila india, incluyendo algunas personas del fondo con sucios delantales blancos. La camarera apagó el letrero rojo de neón y cerró la puerta tras ella.
Todo bien, por ahora.
La parte más arriesgada de aquel plan había sido cuando me mantuve oculta en el contenedor, ya que habría sido demasiado fácil que perdiera el control de mis objetivos. Ahora podía relajarme un poco.
Bajé al suelo y recorrí la mesa registrando con una mano a cada uno de los hombres de los Lorenzo, colocando sus armas, sus billeteras y teléfonos encima de la mesa. Quité las baterías y tarjetas SIM de sus teléfonos y me guardé las últimas en el bolsillo. Añadí mi propio móvil quemado a la pila. Luego me senté en un asiento vacío con la espalda a la pared y mis ojos y mi arma fijos en los tres hombres.
—Hola —dije.
No dijeron nada. Me tomé ese momento para examinarlos más de cerca. El tipo de la izquierda, el de la sangre chorreando del oído y por el cuello, tenía un poco de sobrepeso, con pelo engominado que rodeaba una luminosa calva.
El del medio era el que me había llamado. También con pelo corto, pero peinado hacia atrás sobre una cara puntiaguda de comadreja.
El tercero era mucho más joven, probablemente de unos treinta años, con una cadena de oro, un cuello hinchado y demasiada gomina en el pelo. Me recordaba un poco a Benito.
Abrí sus billeteras con mi mano izquierda, extraje sus permisos de conducir y me los guardé en el bolsillo sin mirarlos.
—Ya está —dije. —Ya sé quiénes sois. Ahora decidme algo que valga la pena para que decida no mataros.
Hombre Comadreja se lamió los labios. —¿Qué quieres saber?
—Ya sabes lo que quiero saber.
Sólo ciertos tipos de información eran valiosos.
—No te voy a decir nada —dijo el más joven clavando su nariz en el aire.
Le disparé en el brazo.
A aquella distancia, el impacto y la llama de un .45 fue enorme, un trueno lo bastante próximo para prenderles fuego a los tres. El joven gritó y empezó a hiperventilar, inclinándose sobre la herida.
—Quejica —dije. —Sólo es un rasguño. Ahora habla.
La arrogancia había desaparecido de su semblante y miró hacia sus mayores. Cuando decidí que había esperado más tiempo del que me placía, apreté el gatillo de nuevo y le alcancé a Hombre Comadreja al lado del cuello. Saltó un metro del asiento y se llevó una mano a la herida. La sangre manaba entre sus dedos. Tenía los ojos muy abiertos y nerviosos. Yo sólo le había rozado la piel (vale, quizá tuviera algunas quemaduras de pólvora), pero estaba dispuesta a apostar que él no lo sabía.
Las personas valoran mucho sus cuellos.
—Recordad —dije, —hay una razón por la que Mama Lorenzo os envió a matarme.
Entonces, el tipo sin lóbulo en una oreja empezó a balbucear algo sobre un plan para extorsionar a los trabajadores de limpieza de la ciudad y desde aquel momento en adelante, yo ya había ganado.
Fue bonito de ver, realmente, cómo los tres soltaban información una vez que habían arrancado. Me pateé el culo mentalmente por no haber traído una grabadora digital para grabar todas las chorradas que se peleaban por contarme. Yo tenía que verificarlo todo y poner en marcha algún plan coherente de extorsión, pero las cosas estaban yendo bien.
Chantaje, allá voy.
Alguien dio unos golpecitos en la ventana delantera.
Las luces de los edificios circundantes eran lo bastante brillantes como para que pudiera reconocer a la mujer que estaba fuera.
Cheryl Maddox era una mujer extremadamente bronceada, extremadamente rolliza, extremadamente canosa y con dos antebrazos llenos de tatuajes.
También era la dueña del Grealy y una especie de leyenda. Yo sólo me la había encontrado un par de veces, pero tenía mi respeto por llevar el bar del modo en que lo hacía.
Ella levantó las manos donde yo pude verlas. Yo asentí y le indiqué con el Colt que entrara. Desbloqueó la puerta y entró con las manos en alto, pero muy cabreada.
—Cas Russell, ¿verdad? —me llamó mientras cruzaba la habitación.
—Sí —dije.
—Hermana, no puedes hacer esta mierda aquí dentro —dijo ella. —¿Quieres que me cierren el negocio? Llévatelos al desierto o algo. Joder.
—Manos sobre las cabezas y fuera de aquí —me dirigí hacia los tres mafiosos.
Ya había aprendido más de lo que podía recordar. Estaría muy ocupada averiguando qué información era buena. Con siniestras miradas, los tres hombres apoyaron las manos en sus nucas y salieron por la puerta delantera.
Bajé el arma. —Perdón —le dije a Cheryl. —No estaba segura de si vendrían a matarme hasta que aparecieron.
—Me enteré de la historia por mi chica —dijo Cheryl. —Me parece que los descubriste pero entraste de todas formas. Por favor, perra. Podías haberte marchado en vez de secuestrarme el bar. —había pronunciado la palabra "perra" como si dijera "hermana", como si fuese un término afectuoso... aunque aún así resultó cabreante.
—Perdón —dije de nuevo. A decir verdad, yo había estado bastante segura de que era una emboscada. —Dime cuánto dinero has perdido. Lo cubriré.
—No se trata de eso. No puedo tener un mal nombre. —dejó caer las manos a los lados. —Tengo que echarte, cielo. No puedo tener gente con armas aquí.
Yo asentí. —Lo capto. —aunque era una lástima. —Aún así te daré el din...
Yo había estado vigilando el exterior y los gánsteres habían subido a un Mercedes negro. Pero en vez de salir y alejarse, el coche hizo un giro en U...
—¡Abajo! —grité, placando a Cheryl al mismo tiempo que sacaba mi 1911 y disparaba mientras ambas caíamos al suelo.
Había peatones en la acera y, entre ellos, las ventanas tintadas del Benz, y los clientes del club tras ellos, Yo no tenía un disparo limpio de los ocupantes, así que disparé a las ruedas. El metal se aplastó y astilló fuera cuando Cheryl y yo golpeamos la tierra. Varias personas gritaron y mis nuevos amigos de la mafia abrieron fuego con tres armas totalmente automáticas.
El automático total no es muy preciso, pero es fantástico como fuego de supresión.
La ventana delantera estalló gloriosamente en pedazos y el edificio sonó como si se estuviera deshaciendo a nuestro alrededor. Yo podría haber aislado matemáticamente el arco de fuego de una única arma para esquivarlo y contraatacar, pero no con tres al mismo tiempo... Iba a estar muy ocupada en evitar que Cheryl resultara herida. Las dos arrastramos nuestras panzas hacia la puerta basculante de la cocina. Me esforcé por escuchar y predecir las trayectorias lo mejor que pude, clasificando las ensordecedoras explosiones de arma de fuego y los superpuestos estallidos de cristal y madera para que me indicaran dónde estaban impactando las balas. Dos veces aparté a Cheryl antes de que una bala golpeara el suelo delante de nosotras.
—¡Hay una escopeta detrás de la barra! —me gritó al oído.
—¡No sirve! —le grité en respuesta. Después de todo, yo aún tenía un maldito rifle de francotirador si me dieran una fracción de segundo para apuntar. —¡Entra ahí!
Nos lanzamos por la puerta de la cocina, golpeando el suelo. Mi cerebro había llevado las cuentas y el fuego hizo una pausa justo en el momento que esperaba. Tiré de Cheryl para ponerla de pie en el silencio súbito.
—Están recargando. ¡Vamos! —salimos en estampida hacia la noche por la puerta trasera.
La cocina daba a un callejón. Yo aceleré por él y abrí de una patada la puerta del edificio de al lado, el marco se astilló donde había estado el cerrojo. Apuré a Cheryl hacia la oscuridad, deseando haber tenido una linterna en el rifle. Por detrás, los tipos de la Mafia abrieron fuego de nuevo, el tartamudeo del fuego automático se amortiguaba a través de las paredes intermedias. La habitación donde habíamos entrado daba a una lúgubre lavandería automática cuya puerta delantera estaba cerrada durante la noche, pero Cheryl se adelantó, arrancó la barra de seguridad de la puerta y salimos a la calle. Como era habitual en LA, los coches estaban aparcados en toda la calle sin espacio entre los parachoques y yo tuve que saltar por encima del capó del más cercano para golpear con la culata del rifle la ventanilla del conductor. Tras la lluvia de cristales, Cheryl y yo abrimos las puertas y entramos deprisa: yo delante y ella detrás. Arranqué la cubierta bajo el volante y crucé los cables correctos para encender el motor. Mi pie hundió el acelerador hasta el suelo y la inercia nos aplastó hacia un lado cuando giré para entrar en la calzada. No reduje hasta que estuvimos a un kilómetro de distancia del bar.
Idiota, me castigué a mí misma mientras conducía.
Había sabido que los tres hombres estaban allí para matarme y les había permitido marcharse. Había bajado la guardia porque les había quitado las armas y creía que les había intimidado. Me había mostrado reluctante a matarlos debido a Arthur y les había permitido salir andando, en parte para mitigar el hecho de haber interrumpido la paz en el Grealy y en parte por no dejar a Cheryl a manos de tres gánsteres cabreados. Un año atrás nunca hubiera sido tan descuidada. Era obvio, no debería importarme lo que pensara la gente. Eso sólo conseguía que los gánsteres me dispararan con armas automáticas.
—¡Esos cabrones me han destrozado el bar! —gritó Cheryl en el asiento de atrás. Parecía preparada para arrancarle la cara a alguien con las manos desnudas. —¿Quién coño eran esos tíos? ¡Me han destrozado el jodido bar!
—Están con los Lorenzo —le respondí.
—¿Mama Lorenzo ha dejado que le pase esta mierda a mi bar? ¡Imposible, Joder! ¡Jodidos cabrones del demonio!
Yo confesé. —Fue culpa mía. Los tipos fingían acudir a una reunión de negocios. Yo sugerí el lugar.
—¡Vale, pues que te jodan a ti también!
Eso era razonable.
—¿Dónde te dejo? —pregunté eventualmente.
—Donde sea. Llamaré a un puto taxi.
Paré el coche. —Mira —le dije. —Te debo una.
Me hubiera gustado decir que no quise que hubiera ocurrido, pero lo cierto es que había montado toda la reunión sabiendo que implicaría algún tipo de violencia. Había escogido el bar de Cheryl como escena de un probable tiroteo porque era familiar, conveniente y no levantaba sospechas.
—Te has ganado una. Si algunas vez necesitas un favor, llámame.
—Querida, me he ganado más de una. Soy la dueña de tu maldito culo.
Era valiente de su parte decir eso a alguien que había tomado el control entero de su bar esa noche y aún portaba dos armas de fuego, pero Cheryl Maddox no era nada si no fuese así de directa.
—Te pagaré los daños —le dije. —Y te debo una. Si me necesitas alguna vez, llama. Soy muy buena.
—Sí, lo sé —gruñó ella. —No hay muchas mujeres en nuestro mundillo. Sé quién eres.
—Oh —dije.
—Pero si pones un pie en mi bar de nuevo, haré que salgas corriendo de la ciudad.
—Entendido —dije. Ella salió del coche y dio un portazo.
Paranoica ante la posibilidad de joderla de nuevo, cambié de coche dos veces más antes de conducir hacia uno de mis escondites. Había pensado en irrumpir en la propiedad de Hollywood Hills de Mama Lorenzo esa noche, pero había conseguido un buen montón de información que tamizar y estaba cansada. Al menos mi incursión en el mundo del chantaje estaba avanzando... con suerte, podría tachar a la Mafia de mi lista de cosas pendientes más pronto que tarde. Me quedé despierta el tiempo suficiente para redactar todo lo que recordaba, pero investigar la veracidad de los hombres requería esperar hasta el día siguiente y el acceso a un ordenador. Además, aunque tuviera un portátil, no había dormido la noche antes y la larga espera en el contenedor y el subsiguiente tiroteo no había sido relajante precisamente. Me tomé un momento para enviar un mensaje de texto con mi nuevo número de móvil a quien pudiera necesitarlo y me dejé caer sobre el colchón.
—Está rota —dijo alguien.
No, no lo estoy, intenté protestar pero, en vez de palabras, el destello de un relámpago de agonía me atravesó de arriba abajo. Estaba junto al océano, las olas me mojaban una y otra vez, pero yo no las sentía ni me movía.
Un apuesto moreno de pelo rizado se acercó y se agachó junto a mí, me acarició, casi desesperado, el agua azotándole en la cara y, luego, yo estaba en una lúgubre habitación y él me miraba ceñudo. De pie a su lado había un alto asiático con gabardina
Río
Yo tiritaba como si tuviera fiebre y me castañeaban los dientes.
—Los destruiremos —dijo otra voz justo a mi lado, una mujer con fuerte acento inglés, yo ahora estaba sentada fuera en el suelo.
—No quedará nada. Les quemaremos por completo y arrasaremos la tierra…
Me desperté de golpe.
La lánguida luz del amanecer empezaba a filtrarse a través de las persianas y mi reloj me decía que aún era temprano, demasiado temprano para hacer nada útil. Apoyé la espalda contra la pared y cerré los ojos con fuerza. Normalmente no soñaba cuando tenía un trabajo pendiente. Cuando estaba libre, podía pasar cualquier cosa, pero trabajando… concentrarme en el trabajo conllevaba total ausencia de sueños, las pesadillas sólo regresaban cuando no tenía contratos. Últimamente, los sueños habían empezado a entrar de puntillas en mi vida laboral. No ocurría siempre, sólo de vez en cuando desde el año pasado.
El año pasado. Desde lo de Pítica. Desde Dawna y su ataque psíquico... o lo que fuera que había sido. Desde que había entrado a gatas en mi cerebro y liberado mis memorias. Aún no estaba segura de lo que me había hecho. Sólo sabía que los sueños habían empeorado. Por millonésima vez pensé en llamar a Río, exigirle que me ayudara a invertir el bloqueo mental que me incapacitaba a perseguir a Pítica de nuevo. Aunque aquello implicara reiniciar mi cuenta con Arthur,
Le debía una a Dawna Polk.
Pero Río seguía negándose sin darme una razón y luego desaparecía del mapa para infligir la ira de Dios sobre los culpables, como acostumbraba a hacer. Siempre que volvía a la ciudad, él encontraba mi frustración con indiferencia o apacible diversión, dependiendo de su humor... cosa que, por supuesto, aún me enfadaba más.
Me tumbé e intenté dormir, pero no hubo manera, de modo que desmonté mis armas en piezas en el suelo y me puse a trabajar. El rifle francotirador ya estaba limpio cuando lo recogí y sólo lo había disparado algunas veces así que, como mucho, necesitó un minuto de inspección para asegurarme de que no se había golpeado nada durante nuestra huida, pero mi 1911 necesitaba más cuidado. Me tomé más tiempo del necesario, frotando cada pedacito de crudo residuo y di una capa de aceite sobre cada rincón y superficie hasta que el coeficiente de rozamiento bajó lo bastante para que el deslizamiento fuera suave. Lo monté colocando cada pieza en su lugar con más deliberación de la requerida, lo recargué, lo amartillé, saqué el cargador para añadir una bala más y metí el arma recién limpia en el cinturón a mi espalda sin poner el seguro. El chisme tenía un mango de seguridad, así que no estaba preocupada. Ya era una hora decente cuando llamó Arthur.
—Problemas —dijo él sin disculparse por la hora. —me lo acaban de confirmar hace un segundo. Tu rumor es cierto. plutonio... alguien lo busca. Y en serio.
—¡Qué rápido! —dije. —Gracias.
—Aún no estoy seguro, pero el rumor es que es alguien llamado Aliado Ocho —me dijo siniestramente. —¿Has oído algo de ellos?
—No.
—Bueno, estoy tirando de todas mis fuentes, conseguiremos más datos. Esto es real. No he descubierto si lo han encontrado todavía... tal vez aún lo están buscando. Pero tengo dos fuentes que confirman que la indagación está ahí fuera. Plutonio-238.
—Espera, rebobina... ¿238? —Mi cerebro puso en marcha sus engranajes. —¿Estás seguro de que es eso lo que te dijeron?
—Sí. ¿Por qué?
La aritmética de isótopos se inició en mi cabeza. —¡Ja! Te lo dije.
—¿Me dijiste qué? ¿No es un asunto grave?
—El plutonio-238 no es fisionable. —no había memorizado los datos nucleares, pero las ecuaciones para la fisionabilidad se desplegaron en mi cabeza, presentando esa información para mi. —Tendrías que tener 239 para hacer una bomba.
Arthur no habló durante un buen puñado de segundos y luego, el aire salió a rachas de sus pulmones como si se hubiera derrumbado de alivio.
—Jesús, María y José. No tienes ni idea de lo asustado que he estado.
—Te lo dije, el terrorismo es estadísticamente trivial. —Podría haber alardeado un poquito. —No es un...
—Vale, vale, calla ya, tenías razón. ¿Para que se usa el 238, entonces?
—No tengo ni idea —le dije.
Ni me importaba mucho. A menos que… a menos que pudiera entrar en el trabajo de obtenerlo. Pensándolo bien, el trabajo probablemente se pagaría muchísimo mejor que el de Warren y dado que yo ya podría estar a buen camino de encargarme de Mama Lorenzo...
—Lo averiguaré —enmendé. —Pero no creo que pueda ser nada peligroso, así que relájate. Gracias, por cierto. ¿Cuánto te debo?
Emitió un sonido inarticulado. —Russell, tienes que dejar de pagarme por cada cosilla. Yo también quería averiguarlo. Además, eso es lo que la gente hace por las personas.
—Tu experiencia con la gente es muy diferente a mi experiencia —le dije. —Hazme saber cuánto tiempo has invertido en esto. Hablaré contigo más tarde.
Dejó escapar un suspiro. —Adiós, Russell.
Colgué y llamé a Inspector, interrumpiéndole cuando intentaba saludarme. —Plutonio-238. ¿Para qué se usa?
—¡Vaya, buenos días para ti también, Cas Russell! Sí, Estaba despierto, gracias por preguntar. ¿Ya nos hablamos de nuevo?
—Temporalmente.
—No podías vivir sin mí, ¿eh?
Yo aún estaba enfada con él.
—No tientes tu suerte.
Él reía. —Dos treinta y ocho. Bueno, una ultrarrápida búsqueda en Internet me dice… hmm. Generadores termoeléctricos de radioisótopos: que proporcionan electricidad a chismes como sondas espaciales y pacificadores. Unidades de calefacción por radioisótopos: que proporcionan calor durante cantidades ridículamente largas de tiempo y que también se usan en chismes como sondas espaciales. Básicamente, minicalentadores o generadores o baterías que duran eternamente, eso es 238. La vida media es de casi ochenta y ocho años, así que puede proveer energía durante exactamente un tiempo condenadamente largo. Aunque no mucho.
—¿Qué significa eso?
—Hasta donde sé, y mi rápida inspección lo apoya, las baterías atómicas tienen suficiente jugo para encender un reloj de pulsera. Pero son demasiado caras para eso. Sólo se usan para ciertos hermosos chismes específicos.
Grafiqué protones y neutrones en mi cabeza. Mientras el isótopo 238 no fuera anómalo por alguna razón...
—Decaimiento de partículas alfa, ¿correcto?
—Correcto —confirmó Inspector. —¿De qué va todo esto, por cierto?
—Alguien lo está buscando. Hey, ¿puedes averiguar algo sobre un grupo llamado Aliado Ocho para mí? Al menos, creo que es un grupo. Podría ser una persona.
—¿Cómo se escribe?
—Ni idea.
—Qué útil eres. ¿Son los que están buscando el plutonio?
—Posiblemente —dije. —Eso es lo que se comenta.
—Bueno, por mí deja que busquen. Ni siquiera es peligroso en realidad. A menos que te lo comas o algo por el estilo, pero los laxantes son mucho más baratos. Y parece que es imposible de encontrar de todas formas... aún estoy rascando la superficie, pero ya no lo produce nadie, ni siquiera en Rusia. Demasiado caro.
Caro y difícil de encontrar.
Estaba claro que ese era el empleo al que tenía que dedicarme.
—Añade otra investigación para mí —le dije a Inspector. —Quiero saber dónde encontrar algo de esta cosa. Hipotéticamente.
—Hipotéticamente. Claro —arrastró la palabra con burla. —Vas a intentar encontrar un poco y lo vas a vender a un precio absurdo, ¿no es cierto?
—Menos hablar y más investigar, o te quedas sin tu parte.
—¿Ahora me llevo una parte? —sonó como si intentara no reírse. —¿Se suma eso a mis horarios?
—No estoy segura de que vayas a cobrarlos —le disparé en respuesta. —Estoy sufriendo amargamente por carencia de satisfacción como cliente. Y aún estoy enfadada contigo.
—Pues supongo que tengo suerte de que no estemos comerciando esto. Hey, empezaré a meter el asunto del plutonio en tu carpeta de mi servidor. ¿Te sirve eso?
—Sí, pero primero necesito que me configures la seguridad en otro ordenador. No tengo ninguno.
—¡Qué! ¿Otro? ¿Qué has hecho con el que te di, esta vez?
—La cabeza de alguien necesitaba mantenimiento percusivo.
—¿La cabeza de alguien? ¿Cuándo...?
—Hace unas semanas —le dije. —Había un tipo que no quería pagar...
—Da igual —me dijo apresuradamente. —Tengo un ordenador portátil extra aquí que te puedes quedar. Te envío mi dirección. Honestamente, Ni siquiera sé por qué me molesto… mantenimiento percusivo…
—Eres una joya —dije sin sinceridad y colgué.
Pulsé en mi teléfono meticulosamente. Se suponía que debería llamar a Harrington y hacerle saber que podía dormir por la noche. Harrington, que me había dado el aviso sugiriendo que había oído un rumor sobre el plutonio. Harrington, que era el mejor enlace en la clandestinidad corporativa. Harrington, que estaba en completo pánico por una amenaza nuclear.
Hmm.
Atendió el teléfono casi de inmediato a pesar de la temprana hora.
—Srta. Russell. ¿Tiene noticias sobre la situación?
—Sí, estoy en ello. —hice una pausa. —¿Has oído hablar de Aliado Ocho?
—Ciertamente —me dijo. —Son… tal vez se podría decir que son competidores de mi empresa, en las especialidades que ofrecen. Principalmente representan a varios intereses japoneses diferentes. —su voz se oscureció.—¿Son los que están buscando...?
—Quizá —preferí andarme por las ramas. —Es complicado. Necesito reunirme con alguien de allí. ¿Quién es su tú?
—¿Perdón?
—Su equivalente de ti. Si están buscando algo fuera de los libros, ¿quién es su tipo?
—No conozco ningún nombre —dijo Harrington lentamente. —Puede que sea más de una persona. Pero yo podría solicitar una reunión.
—Brillante —le dije. —Hazlo.
—Si son los que están buscando...
—Ya te lo he dicho, estoy en ello. Te llamaré más tarde y te cuento.
—Eso puede requerir cierta acción —me advirtió. —Somos, a cierto nivel, rivales.
—Tú organízalo —le dije. —Estamos hablando de plutonio, ¿recuerdas? Tic tac.
A veces es bueno que la gente esté paranoica sobre el terrorismo. Él terminó apresuradamente la llamada con la promesa de que tendría mi reunión tan pronto como pudiera arreglarla.
Yo esperé que la urgencia menguara a esa hora de la mañana y luego salté a la autovía y me pasé por la dirección donde Inspector había ido a recluirse, que resultó ser un agradable complejo de apartamentos en Hollywood Norte. El código que Inspector me había enviado me permitió cruzar la puerta y pasar a un alegre patio exterior rodeado de arquitectura española. Me paré a observar las decorativas hojas de banana y las exuberantes suculencias. Me hormigueaban los sentidos con el eco de la emboscada en el Grealy. Era demasiado fácil imaginar un tubo bomba metido en un buzón o una pasada en coche que pimentara el bello paisaje del patio con agujeros de bala.
Bajé con cautela el camino hacia donde se abría a un pasadizo en la primera planta, dibujando automáticamente líneas de visión y ángulos potencialmente peligrosos. Giré la esquina y localicé el apartamento 109 al fondo del zaguán. Y al acercarme a la puerta vi a una mujer de pelo oscuro metiendo una mano en su bolso.
No pensé. Las matemáticas se tornaron una optimización, casi a velocidad de la luz, del modo más rápido para incapacitar, y el bolso de la mujer tocó el suelo cuando la nuca golpeó la pared junto a la puerta del apartamento. Yo ya estaba en su cara sujetando con una mano su muñeca y con el otro antebrazo en su garganta. Era alta, asiática, bastante joven... una cazarrecompensas, quizá, o una contratada de los Lorenzo.
—¡Cazadme a mí primero! —gruñí. —¡Ese era el trato!
—Qu…e —jadeó ella, ahogándose contra mi brazo.
Se abrió la puerta y asomó la cabeza de Inspector. —¿Qué estás...? ¡Cas, suéltala!
No lo hice.
—¡Cas! ¡Ella no es una... la conozco!
Liberé a la mujer y di un paso atrás. Ella tosió frotándose la garganta.
—Miri, ¿estás bien? —dijo Inspector. —Cas, ¿qué demonios estás haciendo?
Actuar con inteligencia.
Sólo porque mis suposiciones estuvieran equivocadas no significaba que el acto no fuera adecuado.
—Tú eres la ex psicópata —graznó la mujer.
—¿Qué? —dije.
Inspector negó con la cabeza. —No, no, sólo es una amiga. Una amiga psicópata. Cas, te presento a Miri. Miri, te presento a Cas. Esta es, uh, su casa. Pensé que no ibas a venir hoy —le dijo a Miri con tono de disculpa.
—Pasaba a recoger algunas cosas —dijo Miri.
—¡Hey!, ¿psicópata? —interrumpí yo. —¡Por amor de Dios, Inspector, hay gente que intenta ma...!
—Hablemos de eso dentro —dijo Inspector apresuradamente.
Miri recogió sus dispersadas pertenencias (se habían salido del bolso unas ropas y llaves y una toalla. No llevaba armas) y entramos en su apartamento. Dos gatos se enroscaron en sus tobillos y maullaron al llegar al salón.
—El blanco es amistoso. El atrigrado te araña si intentas cogerlo —me informó Inspector. Me aparté al instante de ambos gatos. Intento evitar a los animales, aún son más impredecibles que los humanos.
El apartamento era luminoso y estaba limpio, pero excesivamente desordenado, con libros y cachivaches y parafernalia de ejercicios esparcidos por cada superficie. Un absurdo número de plantas me hizo sentir como si estuviera atrapada en un arboreto. También noté desaprobadoramente la carencia de opciones de seguridad. La puerta tenía instalada una pesada barra adicional, que Inspector había recolocado una vez entramos pero, sobre todo, el lugar tenía un verdaderamente excesivo número de ventanas. Y si Inspector conocía a la mujer que vivía allí, eso hacía la ubicación rastreable teóricamente. Por supuesto, dado que se trataba de Inspector, tal vez la lista de mujeres que le prestarían una cama era prohibitivamente larga.
Aparté un montón de revistas para sentarme con desgana en el sofá color burdeos. Las hojas de una planta de araña colgaban frente a mi cara desde arriba.
—¿No parece una solución imprudente resolver el problema con una chica corriendo a los brazos de otra? —le dije.
Inspector se llevó una mano a la cara y me dio la evidente impresión de que estaba resistiendo la urgencia de golpearse la cabeza contra algo. La mandíbula de Miri quedó abierta y dejó escapar una carcajada gutural.
—Primero de todo —dijo Inspector, —Eso es muy grosero. Segundo, a pesar de lo que puedas pensar, soy perfectamente capaz de mantener una amistad con las mujeres y tercero, Miri deja muy generosamente que me quede mientras hace un espectáculo en Long Beach, donde vive actualmente con su amiga. —Oh. —Miri es mi compañera de baile —dijo Inspector. —Riego las plantas y alimento a los gatos para que ella no tenga que conducir hasta aquí todos los días. Le dije que tenía problemas con una exnovia psicópata y ella me ofreció quedarme aquí durante un tiempo.
Bueno, ese era un modo de describir la situación.
—Espera, ¿tu compañera de baile? ¿Es que bailas?
—Hey —dijo Miri. —Tampoco es tan sorprendente. Lo que dices es inaceptable.
—No pasa nada —dijo Inspector. —Sí, Cas. La gente en silla de ruedas puede bailar, superémoslo. Y el hecho de que seas una amiga horrible por no saber eso de mí...
—Eso no es lo que... —sentí que me ruborizaba.
Yo tendía a olvidar que Inspector iba en silla de ruedas a menos que pensara que iba en silla de ruedas. El modelo matemático del movimiento de una persona era el que era y así estaban las cosas.
—Me refería a ti. Es que me chocaba que tuvieras algo que se aproximara a la gracia.
Inspector se encogió de hombros. —Tampoco he dicho que lo haga bien, te recuerdo.
—Mentiroso —dijo Miri. —Es muy bueno. Deberías venir a vernos competir alguna vez.
—Bueno, eso se debe a ti —le dijo Inspector a ella. —Miri es una verdadera bailarina. Nivel profesional. Es para lo que fue a la escuela.
Ahora que la miraba mejor, Miri tenía una agradable fluidez matemática, una elevación en su postura y una elegancia en las ecuaciones de la que carecía la mayoría de la gente. Hubiera pensado que era una exmilitar o algo así.
—Quedarse aquí no parece muy seguro —me quejé.
Inspector sonrió. —Oh, no que tú puedas ver. Miri sufrió un robo hace unos ocho meses. No pude evitar mejorar la situación con mi nuevo sistema de seguridad. Puse las cosas que instalé en mi casa tras todo el asunto de Pítica. Posiblemente, uh, sin consultar a su dueña.
—Es muy radical —añadió Miri animadamente. —Cámaras y sensores por todos lados y si quiero a los ladrones extra crujientes, puedo electrificar la...
—¡Hey! Napa-dapa sobre el rapo-yopo cuando te puedan oír los vecinos —interrumpió Inspector. —Bueno, no es letal, por supuesto, pero es mejor que nada y ellos no se lo esperan. Ah, Miri, hablando de eso... He cambiado temporalmente el botón de pánico a Cas en vez de la policía.
Miri se encogió de hombros. —Claro, lo que tú quieras.
Vale, aquello sonaba mucho más tranquilizador. Yo sabía lo creativo que podía ser Inspector cuando se lo proponía.
—Hey, vengo del ensayo, así que voy a darme una ducha rápida —Miri se giró hacia mí. —Cas, ¿verdad? Siéntete como en casa pero, hazme un favor, no ahogues a los gatos.
—Lo siento de verdad —dijo Inspector. —Cas es… bueno… —se rindió. —¿Estás bien?
—Estoy bien —Miri le guiñó un ojo sobre el hombro mientras entraba al pasillo. —Mi novia me da más caña.
—¡Demasiada información! —gritó Inspector al pasillo.
Un minuto más tarde oímos el ruido de la ducha.
—No crees que tenga que preocuparme de que los Lorenzo vayan a por ella por darme cobijo, ¿verdad? —preguntó Inspector. —Puedo irme a un motel…
Pensé en eso un segundo y negué con la cabeza. —Mama Lorenzo es demasiado civilizada. Ha colgado matones que se han cargado inocentes en fuegos cruzados.
Y pensando en ello, la aparición de sus chicos poniendo en peligro a Cheryl era algo más que yo podía usar para el chantaje. Me pregunté si Mama Lorenzo estaría haciendo reparaciones en el Grealy, también... Cheryl hasta podría salir mejor parada después de esto.
—Si Miri se queda en Long Beach, estará bastante lejos. Además, te he dicho que he ganado algo de tiempo.
Inspector cruzó los brazos. —Hablando de eso. ¿Qué quisiste decir sobre que se suponía que tenían que ir a por ti primero? —
Ops.
—Nada.
—¡Cas!
—Aún estoy trabajando en ello, ¿vale? —respondí. —¡Estás de problemas hasta el fondo! Ella no quería retirarse; por cierto, buen trabajo con todo ese asunto de tirarse a una estudiante, ahí te has lucido; y la única forma de ganar tiempo era amenazarla. Y, como podrás adivinar, eso sólo es una solución temporal cuando se trata de la Mafia. Estoy trabajando en algo más permanente, pero ella quiere mandaros al infierno a los dos, a ti y al negocio de Arthur, así que un poco de gratitud no estaría de más.
Me recliné en el sofá soltando un bufido y una hoja de planta frente a mi osciló por el soplido.
Inspector se había quedado pálido.—Cas —me dijo. —te juro que no tenía ni idea... deberías haberme contado que era tan serio...
—¿Ya sabías que la mafia te tenía en la mira y no pensaste que era serio?
—Pero antes, cuanto dijiste que habías ganado tiempo... Pensé que era... Pensé que estábamos... esto se nos está yendo de las manos. Lamento muchísimo haberte metido en esto. —sacó un portátil y lo abrió con la fuerza de un hombre con una misión. —Voy a sacar a Isabella a rastras de su retiro aunque sea la última cosa que haga.
—¿A quién?
—La sobrina. La joven, uh, en cuestión.
—Espera, ¿no has hablado con ella todavía?
—¡No será porque no lo he intentado! Ella dejó muy claro que nuestro affair era pasajero; cosa que, para mi sorpresa, era lo que yo quería también; pero cuando intenté ponerme en contacto con ella, me envió un email muy educado anunciando que se enfadaría mucho si insistía en contactar con ella de nuevo y que borraría todas las futuras comunicaciones sin leerlas porque nuestra relación era libre de compromisos, y yo sé cómo odia que le recuerden el bagaje de su familia, pero no creo que sepa lo que está pasando... y ahora está en un retiro escolar en las montañas...
—Dime dónde está. Deja que vaya yo a hablar con ella en persona.
—¡Ni se te ocurra! ¡Si Gabrielle Lorenzo se entera de que has estado rondando a su sobrina alterará el continuo espacio-tiempo para verte muerta! Encontraré un modo de contactar con ella y enviarla de vuelta a LA. No me importa si tengo que decirle que se ha muerto su abuela.
Sus dedos ya estaban operando las teclas.
—No hagas nada estúpido —le dije. —Lo último que necesita Mama Lorenzo es otra escusa para ir a por ti. Entonces no nos daría tiempo.
—De acuerdo, pues hay que descubrir un modo de enviarle un mensaje o algo. Hey, dime una cosa, ¿por qué iría alguien voluntariamente a un sitio sin ordenadores ni cobertura para el móvil? Por no mencionar sin electricidad ni fontanería. Te lo juro, ni siquiera entiendo por qué la gente se va de acampada por propia voluntad. ¿Por qué ese afán por volver a la edad de piedra? La tecnología moderna es lo que hace la vida mejor hoy que hace unos milenios. Podrías hacer una lista de cada avance, desde la combustión interna hasta el algoritmo RSA, como un ejercicio de total pérdida de tiempo...
—Haz eso —interrumpí el flujo de palabras. —¿Dónde está mi ordenador?
—Ah, claro. —se giró para agarrar otro portátil detrás de él y me lo entregó. —Este no lo rompas, ¿vale? Tiene una contraseña con los últimos veinte dígitos del número de Graham. Reinícialo y cámbiala con lo que quieras.
El agua del baño se detuvo, recordándome que Miri aún estaba en el apartamento. Yo había estado alerta para asegurarme de que habría captado a cualquiera que hubiera intentado seguirme, pero aún así… yo era la que tenía una diana pintada ahora mismo. Cuanto antes me marchara, más seguros estarían Inspector y Miri.
—Gracias —dije. —Entonces me voy. Te veo más tarde.
—Sí —dijo Inspector y se enterró en su portátil de nuevo.
Me metí el ordenador bajo el brazo y caminé hacia la puerta.
La voz de Inspector me detuvo.—Hey. Cas.
—¿Sí? —me giré.
Aún tenía las manos sobre el teclado y su delgada cara estaba arrugada tras las gafas. —De verdad que siento que te vieras envuelta en esto. Yo no pensaba... no pretendía ponerte en peligro.
—Oh. Uh, Claro.
Mi cabreo se había enfriado y que se preocupara por mí me ponía nerviosa. Después de todo, había escapado con éxito de todos los asesinos hasta el momento, aunque con algunas dificultades.
—No te preocupes. No es para tanto.
—Sí —me contradijo con un suspiro, —Es para tanto. Tú no lo ves porque eres rara y das miedo. Traeré a Isabella de vuelta aquí y arreglaré esto. Te lo prometo.
—Bien —le dije. —Eso estaría bien. Hey, gracias por esto. —levanté el portátil. —Te veré pronto.
—¿Me prometes que tendrás cuidado? —dijo Inspector.
—Claro —le respondí. Al menos, según algunas definiciones de cuidado.
Metí el portátil en el maletero del coche y pensé en mi siguiente paso. Podía ir a ver si Denise Rayal estaba en casa, pero quería comprobar su disco duro primero, ahora que tenía un ordenador que funcionaba. Vería cómo encontrar más información sobre los Lorenzo una vez que avanzara la noche... quién sabía, para entonces era posible que Inspector se hubiera puesto en contacto con Isabella y solucionado todo el asunto. Estaría bien tener que evitar asesinos de la Mafia sólo durante un día o dos.
Quedaba Arkacite. Específicamente, un Albert Lau que, estaba claro, sabía más de lo que decía.
Estaría en el trabajo en ese momento. Le envié un mensaje a Inspector para comprobar si Lau vivía solo y, cuando obtuve la respuesta afirmativa, conduje hasta la 405 y volví a Venice.
La dirección del bloque de apartamentos de Albert Lau resultó estar en una calle atestada, sin sitio donde aparcar. No quería que la grúa se llevara mi ordenador nuevo y no me apetecía llevarlo conmigo, así que conduje por las calles durante veinte minutos hasta que encontré un diminuto espacio en un bordillo. Tampoco es que tuviera ningún problema si los controladores de aparcamiento pasaban por allí con un escáner de matrículas (aquel aún era el último coche que había robado tras la escapada del Grealy la noche antes), pues raramente pasaba tal cosa.
El apartamento de Lau estaba en la segunda planta, detrás de una alta puerta de verja entre un cerco de setos y arriba de unas escaleras exteriores. Me había olvidado las ganzúas de nuevo, pero las matemáticas eran un sencillo substituto de las herramientas apropiadas, y había encontrado una pareja de clips de oficina y horquillas en el suelo de mi coche robado. Puse a trabajar las ganzúas improvisadas, primero en la cerradura de la verja y luego en la cerradura de la puerta del apartamento para entrar en un excesivamente limpio loft que parecía sacado de un catálogo de muebles: rígidos sofás blancos y repisas de granito y accesorios de acero. Lo único que se acercaba al desorden eran algunas revistas colocadas ingeniosamente sobre la mesa de café de cristal que eran demasiado lustrosas y tiesas para haber sido leídas alguna vez.
Bueno, al menos el lugar sería fácil de registrar.
Empujé la puerta que daba a un gran dormitorio. Lau no era un vago en la intimidad. La cama estaba hecha con la precisión de una camarera de hotel y suaves impresiones artísticas impersonales colgaban en la pared. Incluso el armario estaba limpiamente ordenado con todos sus trajes mirando en la misma maldita dirección. El prístino cuarto de baño tenía un segundo cepillo de dientes, una caja de tampones bajo el lavabo. Una profusión de coloridos productos de baño femeninos se alineaban en el borde de la bañera pero, al parecer, Lau era muy particular sobre que su amiga dejase algo más en el apartamento.
Volví al salón. Lo único que parecía prometedor era un portátil blanco cerrado que parecía haber sido escogido para combinar con la decoración. Empecé a ir hacia él cuando oí una llave rascando en la cerradura. El exiguo apartamento no tenía lugar donde una pudiera esconderse, pero me agaché tras el brazo del sofá donde, al menos, no sería advertida mi presencia. La puerta giró al abrirse y apareció Albert Lau con un maletín en una mano y un periódico doblado en la otra, que leía mientras caminaba. Al parecer, había llegado a casa en la pausa de un tardío almuerzo.
Oops.
Me levanté y crucé el salón mientras cerraba la puerta. Cuando se giró para encarar la sala se topó de bruces conmigo. Se paró en seco y dio un paso atrás. El periódico cayó al suelo.
—Hola —le dije. —¿Me recuerdas?
Intentó correr hacia el teléfono en la mesa..
Yo alargué el brazo y le plaqué golpeándole a la altura del pecho. El tipo cayó torpemente sobre la alfombra como un fardo y me disparó una mirada que era mitad miedo y mitad desprecio. Luego, con un respingo de dolor, se apartó de mí a pasos de cangrejo hasta que se topó contra la pared.
—¿Qué quieres?
—Quiero hablar sobre la hija de Warren —le dije.
Sus ojos se entornaron con la misma expresión cautelosa que me había mostrado en Arkacite y no dijo nada.
Saqué mi arma.
Él se ahogó, sus pies patinaban infructuosamente contra el suelo como si pudiera empujarse a través de la pared y salir por detrás.
—Habla —le dije.
Se mojó los labios, luego arrancó, —Warren es la persona a la que deberías preguntar. Quizá sepa mucho más de lo su inutilidad oculta decirte.
Esa no era la respuesta que yo había esperado. —¿Decirme qué?
Lau era un desastre mintiendo. Sus ojos le traicionaron hacia el maletín junto a mis pies.
—Quédate donde estás —le dije.
Sin dejar de apuntarle con el arma, me agaché para girar el maletín hacia mí y apretar las manecillas.
Los ojos de Lau mostraron terror cuando vio lo que estaba haciendo. —¡No, no lo... !
Demasiado tarde.
Sobre los papeles había una gruesa carpeta con algún tipo de informes de proyecto. Repasé con los ojos cada página, pero el lenguaje no tenía significado al principio. Los títulos sólo eran letras negras sobre una página blanca:
Reacciones del Sujeto al aislamiento de contacto humano...
Respuesta del Sujeto al miedo...
Respuesta del Sujeto al estímulo doloroso...
Un extraño zumbido llenó mis sentidos y los papeles tocaron el suelo cuando yo caía sobre Lau. Él trató de levantarse y huir, pero le empujé contra la pared apoyando la mano en su garganta y mi arma en su cara. Se ahogaba y me gorjeaba. Mi dedo se tensó en el gatillo, no lo bastante para mover el martillo, pero cerca.
—Estáis experimentando con ella —le susurré. —Una niña pequeña.
Sentí la piel demasiado tensa, las matemáticas demasiado afiladas. Los vectores como hojas de cuchillas y la fuerzas me entonaban la patética fragilidad de una indigna vida humana. El pardo semblante de Lau había palidecido hasta el color de la vitela, su piel se volvió laxa en su cara huesuda.
—¡No es lo que usted se... !
Me moví antes de considerarlo. Sentí las matemáticas rojas de rabia cuando mi mano se movió y azoté con el Colt la cara de Lau antes de que pudiera reaccionar. Su cabeza chocó contra la pared y su cuerpo cedió de pronto, era un peso muerto colapsando hacia mí. Di un paso atrás y le dejé caer a plomo, con sus miembros golpeando el suelo. Estaría dolorosamente magullado cuando despertara, además de la herida en la cabeza. Una laceración irregular se había abierto en su mejilla donde le había azotado la pistola. La sangre le manaba por la cara. Mi mano derecha se tensó alrededor del arma. Quería matarle.
Una niña. Estaban haciendo aquello a una niña.
Me obligué a respirar profundamente. Luego respiré otra vez. Deslicé el arma de vuelta a mi cinturón. Recogí los papeles y los metí en el maletín, tratando de no mirarlos. La repulsión crecía en mi interior mientras tocaba las páginas. Me forcé a comprobar el ordenador, pero resultó tan espartano que era obvio que usaba su ordenador del trabajo para casi todo.
Recogí el maletín y me fui. No eché una última mirada a Lau.
Sabía lo que pasaría si lo hacía.
Estaba a media hora de distancia de la casa de Lau cuando me percaté de que no sabía a dónde estaba yendo. Detuve el coche en una zona roja y me quedé sentada agarrando el volante con ambas manos. Oí mi raspada respiración entrar y salir. Me resultaba difícil recordar nada de lo sucedido después de abandonar el edificio de Lau.
Debería haberle matado, pensé.
O tal vez debería haberle llevado conmigo. Haberle interrogado. Averiguado todo sobre Arkacite. Haberle utilizado para infiltrarme y rescatar a una niña de cinco años asustada que no había hecho nada malo a nadie.
Sonó el teléfono en mi bolsillo.
—¡Qué! —aullé sin mirar quién era.
Oí un ruido indistinguible. —¿Hola? —preguntó una mujer con voz trémula.
—Me has llamado —le dije. —¿Quién es?
—Pilar Velásquez. De Arkacite.
—Ah, sí. —intenté recomponerme para sonar menos hostil. —¿Qué quieres?
—Yo… —su voz temblaba y, de pronto, identifiqué los ruidos que estaba oyendo: estaba llorando.
—¿Qué ha pasado? ¿Algo va mal? —pregunté demasiado rápido.
Después de lo que acababa de descubrir...
—He perdido el empleo —dijo al fin y rompió a llorar.
Tuve que suprimir la urgencia de arrancarle la jodida cabeza. En mi escala de uno a importante, que despidieran a Pilar Velásquez ni siquiera se registraba. ¿Por qué infiernos me estaba llamando a mí para contármelo?
—¿Y qué? —le respondí secamente.
—Estoy en graves problemas —dijo entre hipos. —Tengo que pagar el alquiler en menos de una semana y la letra del coche justo después de eso y yo... yo no tengo ahorros... pero no te llamaba por eso. Yo, lo siento. no quería agobiarte con mis cosas, es que habías preguntado, y acaba de ocurrir, y yo no sé lo qué hacer...
Yo no tenía tiempo para aquello. —Ve al grano.
—Es, es Denise. He descubierto... no está muerta.
—Ah —dije. —Sí, lo sé.
Silencio. Hasta el llanto había parado. Luego, Pilar gritó, —¡Podías habérmelo dicho!
—Perdón —dije sin sinceridad. —No pensé que...
—¿Que no pensaste...? ¡He estado deprimida toda la noche por eso! ¡Me han despedido por eso!
—¿Te pueden despedir por eso?
—Bueno, estuve hablando de ello hoy en la oficina. Pregunté a un par de personas si sabían qué le había pasado... yo quería hacer algo, como, no sé, un memorial en la empresa o algo, y entonces me llamó el Sr. Lau a su oficina y me preguntó dónde había oído eso y con quién había estado hablando sobre Denise y luego me acusó de espionaje corporativo y... y...
Y la despidió.
Pensé en Lau inconsciente y sangrando en el suelo de su casa. Lástima que Pilar no supiera lo que yo había hecho esa mañana.
—Y también quería decirte que antes de dejar la oficina, ejecuté ese programa que me envió tu amigo —añadió Pilar, sollozando.
Yo iba a preguntar: ¿qué programa?, pero ella habló por encima de mi,—No estaba segura de si iba a hacerlo... es decir, parecía como algo incorrecto que me pidiera hacerlo, ¿sabes? Pero cuando me despidieron pensé, qué diantres, ¿no? ¿Qué pueden hacer, despedirme otra vez?
Mi cerebro ya se había puesto al corriente sobre que yo tenía una boca. —Uh... gracias —dije, las palabras salieron un poco ásperas.
Pilar dudó. —Me lo enviaste tú, ¿verdad? ¿No habré cometido sin saberlo verdadero espionaje corporativo contra mi jefe? Porque estoy segura de que pueden demandarme por eso...
—No estás en problemas —le dije.
No era mentira. Inspector me había sacado de prisión en menos de medio día. Si arrestaban a Pilar podíamos sacarla de allí.
—Te llamo en cinco minutos. —Colgué en mitad de sus protestas y llamé a Inspector.—¿Por qué no me dijiste que le habías enviado un programa? —dije con voz corrosiva, antes de que acabara de responder. —Fuiste tú, ¿verdad? Dime si fuiste tú.
—¡Alto, no tan deprisa! ¿Asumo que estás hablando de la adorable Srta. Velásquez? Sí, fui yo, y te lo habría contado si me hubieras hablado en aquel momento. De hecho, recuerdo claramente haberte dejado un mensaje en el buzón de voz sobre ello. No lo escuchaste, ¿verdad?
—¿Qué le dijiste que hiciera? ¿Estás sacando algo útil?
—¡Para el carro! Le dije que ejecutara un caballo de Troya para pasar sus cortafuegos. Y sí, funcionó. Sólo necesito algún tiempo para...
—¡No tenemos tiempo para esto! ¡Tienen a una niña pequeña!
Reacciones del Sujeto al estímulo doloroso…
—Estaba diciendo... que necesito tiempo para descifrar su sistema. ¿Sabes?, Pilar podría ser realmente útil, si estuviera dispuesta a darme la versión abreviada sobre cómo están configurados todos los departamentos para que no tenga que investigarlo todo. Esta compañía es absolutamente bizantina...
—Hecho —le dije. —Te la remitiré.
Colgué y llamé a Pilar de nuevo.
—Hola —dijo ella. —¿Va todo bien?
—Acabas de perder el empleo, ¿no? —le dije. —¿Quieres trabajar por horas?
—Uh…¿sí? —la palabra era una fusión de esperanza y escepticismo.
—Mi amigo, el que te envió el programa, quiere ayuda para calcular los pormenores de Arkacite. Te pagaré en metálico. ¿Cuánto cobra tu estándar normalmente?
—Uh... no lo sé... bueno, supongo que me daban diecisiete a la hora en Arkacite...
—Hecho —le dije.
Me parecía abismalmente barato. La mujer tenía suerte de haber perdido ese trabajo. —Voy a enviarte por texto una dirección. Ve directa hasta allí, es urgente.
—Yo... uh... vale —dijo Pilar. —Escucha, no quiero sonar maleducada ni nada de eso y de verdad que aprecio esto, pero, uh, esto no será como, ilegal o algo así, ¿verdad?
—Han secuestrado a niña pequeña —le recordé.
Respuesta del Sujeto al miedo...
—¿Te importa eso?
—Bueno... sí me importa, un poco. Pero no quiero ir a prisión.
—No irás. Además, es probable que ejecutar el programa para nosotros sea mucho peor que darnos información relevante sobre la compañía. Si ellos quieren que vayas a prisión, te encarcelarán por eso. Ahora, ¿nos ayudarás o no?
Ella emitió un sollozo triste.
—Tú conociste a Liliana. ¡Por amor de Dios, su padre sólo quiere recuperarla!
Reacciones del Sujeto al aislamiento del contacto humano.
—¡Cielo Santo, no te estamos pidiendo tanto!
—Vale —dijo Pilar con voz diminuta.
—Bien. Te estoy enviando la dirección ahora.
Colgué y la envié al apartamento de Miri haciendo una nota mental para decirle a Pilar que si alguien de la Mafia la encontraba y le ponía un arma en la cabeza, la mataría yo misma si les contaba algo.
Pensándolo mejor, tal vez tenía buenos motivos de estar nerviosa ante la idea de asociarse con nosotros.
Me había apresurado demasiado.
Inspector y Pilar averiguarían dónde estaba reteniendo Arkacite a Liliana, pero yo aún necesitaba un modo de entrar. Albert Lau podría ayudarme con eso.
Di un giro en U en mitad de la calle, ignorando los bocinazos que surgieron a mi alrededor, y me dirigí de vuelta a su apartamento. Aparqué ilegalmente el sedán esta vez y subí la escalera.
Lau se había marchado.
Una oscura mancha en la alfombra mostraba dónde había estado su cabeza, pero en el lugar no había nadie. Había huido. Me quedé pensando unos minutos. Mis ideas se expandieron al preguntarme lo que debería hacer a continuación. El hombre no sabría bien cómo esconderse, estaba segura. La gente que solía estar en la red raramente lo sabía. Usaría una tarjeta de crédito, o mantendría el mismo teléfono móvil, o sentiría la necesidad de ver a su amiga. O quizá había ido a la poli. Inspector sería capaz de encontrarle eventualmente si yo se lo pedía, pero no estaba segura de que eso valiera la pena. Rastrearlo llevaría tiempo, tiempo que podía usar para idear un modo de entrar en Arkacite sin él.
Había sido una tonta por dejar que escapara, demasiado impulsiva. Demasiado emocional. Se me ocurrió una idea peor. ¿Y si Lau había vuelto a Arkacite? ¿Y si les advertía que estaba buscando a Liliana? ¿Y si la trasladaban a otro lugar que no pudiéramos encontrar, en un agujero en la tierra. o peor, atar cabos y destruir la prueba? Ya habían borrado la estela de su existencia en el papel. ¿Considerarían que el asesinato era ir demasiado lejos?
Se me encogió el estómago y apoyé un antebrazo contra la pared, mareada. Tragué con la garganta seca y saqué el teléfono del bolsillo.
—Voy a acercarme. Encuentra un modo de entrar en Arkacite esta noche. No me importa lo que sea necesario.
Envié el mensaje a Inspector y regresé al coche. Aún sentía las matemáticas demasiado afiladas, furiosas y diversas, dificultando mi visión. Conduje hasta uno de mis depósitos donde intercambié mi modo de viaje robado por uno fresco y llené el maletero con todo el equipo que pudiera necesitar para la noche. Luego fui a casa de Miri. Era tarde avanzada para cuando llegué. El sol estaba bajo en el horizonte. Llamé a la puerta y Pilar me recibió en el apartamento.
—Hola de nuevo —dijo.
Parecía haberse tranquilizado, aunque su maquillaje aún delataba un poco las lágrimas.
—Hey —la empujé un poco con el hombro para pasar por su lado. —¿Inspector? Dame… —me paré en mitad de la demanda.
El brillante apartamento estaba recubierto de folios impresos, como si alguien hubiera decidido gastar una broma práctica empapelando cada objeto.
—Hey —dijo Inspector, levantando la cabeza de un portátil. Gesticuló a la nevada de papel. —Nos hemos quedado sin espacio. En el ordenador, quiero decir. Creo que Miri debería conseguir un nuevo cartucho de tóner.
—¿Ya tienes un modo de entrar? —le pregunté.
Eso era todo lo que me importaba. Había traído los informes del maletín de Lau pero no podía reunir el coraje de mirarlos de nuevo. Los añadí a uno de los montones. Inspector y Pilar intercambiaron miradas.
—Bueno...
—¡Dime que está pasando! —golpeé la barra de seguridad en la puerta detrás de mí, demasiado fuerte, y Pilar dio un brinco.
—Quizá deberías estar sentada para oír esto —dijo Inspector.
—Inspector, que Dios me ayude si...
—Hemos encontrado donde la tienen retenida —me interrumpió. —O mejor dicho, Pilar lo ha encontrado... —miró hacia ella de nuevo, pero ella se había alejado de mí para observar desde la entrada de la cocina. —¡Cas, deja de dar tanto miedo por un segundo, no es culpa nuestra! ¡Estamos de tu lado aquí!
—¡Pues dime lo que has encontrado!
—Ellos... la han llevado a un laboratorio. —mantuvo mi mirada, nerviosamente, desafiantemente.
—¡Eso ya lo sé! —le dije. —¿Qué laboratorio?
Tensó su mandíbula y su expresión hubiera sido graciosa en otras circunstancias. —Yo... Zeus, estábamos tan nerviosos de decirte esto, con esa cosa que te da cuando se trata de niñas...
—¡Qué laboratorio! —grité más alto.
—A eso me refería. —masculló para sí mismo. Luego, continuó.—Pilar es la que merece todo el crédito así que, para evitar darle la impresión de que te la vas a comer, diré que es una Súper Temporal de la vida real... que se apartó del camino, una Donna Noble... y, uh, da igual... La encontramos, está en un sótano subterráneo. No hay otra razón que justifique el envío de juguetes infantiles allí.
—Muéstramelo. —crucé la habitación para mirar sobre su hombro, pasando entre las pilas de papel.
Él pulsó un par de teclas y la pantalla cambió a un plano de la planta de Arkacite. El lugar era más grande de lo que había pensado cuando estuve de visita. En vez de ser el gran edificio que yo había asumido, era un racimo de varios edificios conectados que albergaba plantas y plantas de oficinas y laboratorios.
—¿Es buena su seguridad?
Podría haber conseguido saltar su perímetro hasta las oficinas, pero los tornos de acceso y detectores de metal del lado público eran unos órdenes de magnitud más paranoicos que los de Swainson.
—La seguridad que han puesto en los laboratorios…
—¿Puedes deshabilitarla?
—Creo que... dame un segundo.
El móvil de Inspector sonó con una canción sobre un mono.
Lo cogió y atendió.—Hola, ¿ya estás aquí? Sí, el código es uno cero ocho cinco. Y es el apartamento uno cero nueve.
—¿Quién es?
—Arthur. Le he llamado. No te importa, ¿verdad? Sé que este es tu caso, pero imaginé que nos sería útil un par extra de ojos...
No me importaba. Tendría que incluir su paga en la cuenta de Warren.
—No, está bien.
—También me imaginé que si te volvías berserker con nosotros porque estaban maltratando a una niña, Arthur podría usar sus habilidades ninja para sosegarte —añadió apresuradamente cuando alguien llamó a la puerta.
Me acerqué y abrí la puerta para encontrar a un apuesto negro alto en chaqueta de cuero.
—Voy a entrar esta misma noche. —dije antes de que Arthur tuviera una oportunidad de saludarme. —Si quieres ayudar, estupendo. Se lo cobraré al cliente.
—Uh... vale —me dijo. —No estoy al corriente. ¿Esto es sobre el asunto de la venta de plutonio?
—No, es otro caso. Pilar te pondrá al día. Que sea rápido —le pedí a ella.
Pilar aún estaba en la entrada de la cocina.
Arthur le ofreció la mano. —Arthur Tresting. Encantado de conocerte, Pilar.
Yo había dicho su nombre más como Pai-lar, pero él pronunció Pi-lar con una firme cadencia.
—No es momento para cortesías —les solté mientras volví a mirar el portátil de Inspector. —Poneos a trabajar o salid de aquí.
—No es tan antipática como parece —le dijo Arthur a Pilar mirándome de soslayo. —Te lo prometo.
Estaba claramente burlándose de mi.
Capullo.
—Que te den. —le dije.
—Lo tengo asumido. —Arthur sonrió.
—Uh, sólo hablo español de LA, por cierto —dijo Pilar. —Puedo pedir un taco, nada más. Pilar era el nombre de mi abuela.
—¡Oh! Perdón. Qué grosero por mi parte —dijo Arthur. —¿Hay un lugar aquí donde sentarse para que puedas ponerme al día antes de que Cas nos arranque las cabezas? —
Se alejaron por el pasillo. Inspector me tiró de la manga. —Hey, ahora en serio. ¿Estás bien?
—No.
El breve momento de chanza de Arthur no había hecho sino espolear la oleada de rabia enfermiza que me había estado estrangulando desde que salí de casa de Lau.
—Piensa en un modo de sacarla de allí. Háblame sobre la seguridad.
Pareció querer decir algo más, pero pulsó una tecla del portátil para ampliar la imagen. —Esto de aquí es el laboratorio... hasta donde sabemos, al menos. La seguridad es electrónica, principalmente, cosa con la puedo ayudarte... aunque no tanto como me gustaría... pero también tienen guardias de seguridad humanos haciendo rondas.
—¿Armados?
—Táseres y walkis.
—Es un juego de niños —soplé a modo de burla.
—Quizá. —él no sonaba tan optimista. —Su sistema de seguridad es bueno. En principio, tienes dos opciones. Puedo cortarla totalmente, pero alguien lo notaría en segundos.
—No es el mejor plan —dije.
—No. La otra opción es que puedo desactivarla por partes pero eso tomará más tiempo. Cada vez que necesites atravesar una zona nueva habrá unos segundos de retraso hasta que circule por las cámaras y te deje entrar por las puertas. He estado intentando resolver mejores estimativas del tiempo exacto, pero el problema es que tendré que hacerlo todo manualmente.
—Pues hazlo.
—¡Tendrás que esperar inmóvil!. Y los guardas... hay muchos y patrullan regularmente y se hablan en todo momento...
—Sé cómo ocultarme de los guardas y las cámaras —le dije. Análisis de vectores de cuatro dimensiones, no era problema. —No es difícil. Y puedo cruzar las puertas yo sola si eres demasiado lento para mí.
—Si echas una puerta abajo, la seguridad estará sobre ti en segundos. Te lo he dicho, en los niveles inferiores tienen las cosas más atadas que en un aeropuerto. Y no olvides, oh Todopoderosa, que vas a tener que salir con una niña contigo todo el camino de salida, y ella no podría ser... —cerró la boca.
—No podría ser herida —concluí yo.
—Sí. Aunque hay algo que podría ayudar en la fuga... al ser la sede de una ridículamente rica corporación, tienen un heliopuerto en la azotea a la que puedes acceder por los ascensores ejecutivos. También tengo estimativas de tiempo para acceder allí...
—No se pilotar.
Volar sólo eran matemáticas, por supuesto, pero ayudaba saber primero todas las variables y ahora no tenía tiempo de aprenderlas. No iba a poner en riesgo la seguridad de Liliana experimentando sobre la marcha.
—Espera, ¿no puedes? —Inspector puso cara de sorpresa —Y yo que pensé que podías hacer cualq...
—Asumo que tienes una lista de los protocolos de seguridad. —no estaba de humor para charlas.
—Cierto, cierto. Uh, encima de la otomana, creo.
Recogí las hojas impresas y me senté en el espacio que ocupaban para hojearlas, memorizarlas y extrapolarlas. —Dame un plano de la planta también. Y las estimaciones de tiempo para cruzar las puertas.
Para cuando volvieron Arthur y Pilar, la pauta de visión de las cámaras de seguridad, el periodo de las patrullas, el número de puertas, la ruta por el complejo y las estimaciones de Inspector (incluyendo a una niña en la ruta de salida) se convirtieron en ecuaciones en mi cabeza como matrices extendidas y reducidas a.... filas con todo ceros.
—¡Maldita sea! —gruñí.
Arthur se agachó a mi lado. —¿Cómo te ayudo?
—Necesitamos otro margen —le dije. —Puedo evitar toda la seguridad llegado a un punto, pero en algún momento el problema se reduce siempre a que no hay solución. Alguien me atrapará en alguna parte del camino. Necesito un modo más rápido de atravesar el complejo.
—¿Ya sabes lo que vas a hacer con los guardias del control delantero? —me preguntó Pilar.
Todos nos giramos para mirarla y ella se asustó un poco.
—Continúa —dijo Arthur con un tono que podía tranquilizar a un rinoceronte.
—Um, cuando terminan las horas de oficina, los guardias de seguridad comprueban manualmente todos los ID de empleado antes de empezar la ronda —dijo ella nerviosamente.
—¿En serio? —Inspector tecleó furiosamente en su portátil durante unos segundos. —No está en la directiva de seguridad…
Ella se encogió de hombros. —Eso no lo sé. Pero lo hacen.
—De modo que... hay otro modo de entrar. —le dije.
—¿Crees que es posible? —dijo Inspector. —Por mí puedes hacer tu truco de mates sobrenatural y comprobarlo, pero la cobertura de la ronda...
Ya había calculado los números. —No. Tienes razón. La infiltración no es posible. Tiene que ser por delante. —saqué el teléfono y chasqueé mis dedos hacia Pilar. —Tú. ¿Te quitaron la tarjeta ID?
Sus ojos se agrandaron. —¡Oh! Uh, El Sr. Lau me dijo que se la diera, pero entonces empecé a llorar y salí corriendo de la oficina... —se apresuró hacia su bolso y rebuscó dentro, sacando puñados de bolígrafos y parafernalia cosmética y otros trastos. —¡Aquí!
La tarjeta era un carnet con foto, con un terrible primer plano en tinta azul de la cara de Pilar que la hacía parecer una reclusa carcelaria con mala leche. En vez de banda magnética, bajo su nombre y número de empleada brillaba un diminuto circuito integrado de contactos dorados. Yo ya había llamado a Tegan cuando ella me la entregó. Oí los tonos sonar con agonizante lentitud.
—¿Estás llamando a Ari Tegan? —me preguntó Arthur.
—Sí —le dije.
Inspector tomó la tarjeta de mi mano. —Es un circuito integrado. ¿Crees que Tegan puede hacerlo para esta noche?
—Tegan puede hacerlo todo —le dije. —Me ha hecho mucho más que esto en mucho menos tiempo.
—No he oído eso —murmuró Arthur.
Saltó el buzón de voz. Sentí una profunda lombriz de aprensión. Los tipos de la mafia habían usado el nombre de Tegan para reunirse conmigo y ahora yo no era capaz de encontrarle. Mama Lorenzo no habría aprobado que se tomara acción contra él... no sólo no era su estilo, sino que Tegan permanecía estrictamente neutral en todas las disputas, era muy apreciado y se le consideraba fuera de la lista de objetivos de casi todo el mundo... pero mis menos que inteligentes amigos del Grealy podrían haber atacado por su cuenta. Después de todo, habían disparado en el bar con Cheryl aún dentro y ella era tan apreciada como lo era Tegan.
Colgué el teléfono y me mordí el labio. —No responde.
—¿Este Tegan es una especie de, no sé, hacer carnets falsos? —aventuró Pilar.
Le disparé una mustia mirada (Tegan era un artista, no un crío con una plastificadora), pero Arthur respondió. —Entre otras cosas. Es un hombre de documentos.
—¿Y tú? —preguntó Pilar a Inspector. —¿No sabes tú todo eso de los ordenadores? ¿No puedes hacerle uno?
Inspector tosió. —¿Qué? Um, no. Yo soy un hácker, no un falsificador. —echó la cabeza a un lado. —Aunque... está claro que puedo entrar en mejores chips que los que tiene cualquier ID de seguridad. Probablemente, tú sólo tenías acceso a las áreas de oficina menos restringidas, ¿no?
—Pues supongo —dijo Pilar. —Nunca traté de ir a ninguna otra parte.
Los dedos de Inspector danzaron por su teclado. —Sip, tengo tu numero de empleada aquí. En realidad, ya te han desactivado. Pero yo no sólo puedo antidesactivarte si quiero, puedo darte mejor credencial de seguridad que la CEO. ¿Qué tal eso por haberte despedido?
—Preferiría tener un empleo —admitió Pilar.
Me cambié el teléfono de mano. Tegan aún no me había devuelto el mensaje que le había dejado todo un día antes y eso era insólito en él. No podía esperar y rezar para que apareciera, tenía que encontrar un nuevo falsificador para esa noche. Odiaba trabajar con gente que no conocía. Tegan iba a oírme por no contestar al teléfono. Asumiendo que estuviera bien.
Joder. Concéntrate. Niña en apuros.
—¿Alguna sugerencia para otro falsificador? —pregunté a Arthur y a Inspector.
—Usa la suya y ya está. —dijo Arthur, le había robado la tarjeta a Inspector y la sostenía en alto hacia la luz. Me la lanzó. —Pasarás.
—Es una tarjeta con una foto —le recalqué con la voz que yo reservaba para explicar cosas a las personas particularmente bobas. —No nos parecemos en nada.
Nuestras estructuras óseas y tonos de piel eran totalmente diferentes, por no mencionar que Pilar era una guapa con curvas de pelo largo y sonrisa contagiosa, y yo fui construida bajita y dura, más parecida a una cabreada gimnasta andrógina.
—Hazme caso, nadie se fija mucho en las fotos de los carnets —me replicó Arthur. —La gente ni siquiera se parece a sus propias fotos. No eres blanca y tienes el género correcto y, además, es una mala fotografía.
Inspector se movió a mi lado para echar un vistazo al ID en mi mano.—¿Sabes?, hablando como hombre blanco... si te alisas el pelo, podría tener razón. Si te preguntan, puedes decirles que te has cortado el pelo y has perdido algo de peso.
—¡Hey! —dijo Pilar.
—Espera, ¡qué... no! —gritó Inspector, sin aliento. —Está claro que no lo he dicho en el sentido... es decir... eres muy...
—Calla. Callaos los dos —les dije.
La ayuda de una tarjeta ID para entrar hacía el resto de mi ruta más rápida por un margen significativo. Añadí la tarjeta a los nuevos valores de tiempo y calculé los números otra vez. Las matrices no singulares se iban reduciendo con belleza, aparecieron las soluciones con un saludable margen de error y todo el plan se tornó factible de pronto. Pensé en Liliana, encerrada en un laboratorio. Sola. Dolorida. Si alguien me llamaba la atención por el ID, yo tenía el derecho de estamparle la cara contra una pared. Lo habría merecido por trabajar allí.
—De acuerdo —le dije a Arthur. —La usaré. Pero si me atrapan, será culpa tuya.
—Tengo mucha fe en el inconsciente del mundo racista —me respondió con confianza. —Toda la gente marrón se parece. Aunque tal vez quieras vestir diferente.
Bajé la vista a mi conjunto usual de pantalones cargo y botas de combate. —Bien pensado. —apunte un dedo hacia Pilar. —Tú tienes ropas que funcionan, ¿cierto?
—¿Qué? Um, claro... bueno, te vendrán demasiado grandes, pero creo que pasarás.
—Bien, arreglado. Tú, ven conmigo Inspector, prepárate para... —hice un poco más de matemáticas en mi cabeza, repasando los turnos nocturnos de guardia. —1:24 a.m. Esa es mi hora de entrada.
—¿Puedo ayudar en algo? —dijo Arthur.
—Sí —le dije. —Necesito que compruebes que Tegan está bien.
La cara de Arthur se tensó ceñudo y afligido. —¿Crees que hay una buena razón para que no responda?
—Quizá —le dije. —No lo sé. Tú compruébalo. Te pagaré.
Él gruñó. —Russell, ya te he dicho.. que tienes de dejar de pagarme por cada cosita que...
—Discute conmigo más tarde —le dije. —Inspector, ¿te parece bien la hora?
—Eso creo —me dijo. —Me echaré una siesta rápida y estaré en tu oído a medianoche. Podemos repasar la ruta antes. ¿Te parece bien?
—Perfecto —le dije. —Vamos a rescatar a una niña.
Cuando llegó la medianoche, yo me movía incómoda en el asiento del conductor mientras aceleraba de vuelta hacia Venice. Pilar había resultado ser una ayuda inesperada. No sólo me había proporcionado ropa, sino que me había aplicado un maquillaje corporativo y me había alisado el pelo, tras lo cual había declarado como total atrocidad mi usual corte de pelo a sierra y se había puesto a trabajar con las tijeras hasta que el recientemente pelo liso quedó en capas niveladas sobre mis oídos.
Por supuesto, también había declarado que sus únicos trajes pantalón me quedaban horribles e insistió en añadir una falda para combinarlo. Tuvimos una vehemente riña sobre pragmatismo versus estética, que ella había ganado en virtud de que era demasiado tarde para pasar por una tienda y de que yo no tenía ni idea de lo malo que era presentarme con un guardarropa que no combinaba. Todos sus zapatos también eran demasiado estrechos y casi exclusivamente de tacón alto, los cuales yo me negué a ponerme, pero al final encontró un par usado de suela casi plana en el fondo de su armario en el que mis pies consiguieron comprimirse y que ella declaró que servirían, con ciertas dudas.
El lado bueno era que la sobredimensionada vestimenta me permitía ocultar un pequeño arsenal bajo la chaqueta del traje.
Inspector me llamó exactamente al sonar las doce. —Hola —me dijo al oído (el pequeñito auricular color carne no sería visible al observador casual).—¿Has dormido algo?
—Demasiado ocupada discutiendo con Pilar sobre moda y memorizando el plano de la planta —le dije.
—¿Moda? ¿Qué te ha vestido con una bata y pijama?
—Falda y tacones —le respondí.
Él ahogó una carcajada. —Quiero una fotografía.
—Cierra el pico.
—Bueno, yo tampoco he dormido si te hace sentir mejor. Demasiado hiperactivo. Estoy con un gotero de café y Red Bull ahora mismo.
—Si haces que me maten porque necesitas una pausa para ir al baño, volveré de la tumba y atormentaré tus discos duros.
—Auch. Uh, hey, he encontrado algo interesante mientras estaba repasándolo todo. No quise llamarte en el momento porque no sabía si habías decidido dormir un poco…
—Suéltalo ya.
—Arkacite tiene algunas baterías atómicas.
—¿Qué? ¿Las del plutonio? —no había pensado sobre el tema del plutonio desde que había descubierto lo que Arkacite le estaba haciendo a Liliana. Me costó recuperar los recuerdos sobre el asunto.
—Sip. Una docena. Están almacenadas en uno de los laboratorios.
—Estás de broma. ¿Para qué?
—Bueno, Arkacite tiene sus dedos en todo chisme... electrónico, probablemente construyen pacificadores y sondas espaciales. Si alguien las tiene, no es muy sorprendente que estuvieran en Arkacite.
Hmm. No había oído la respuesta de Harrington todavía y yo no trabajaba normalmente sin garantía de éxito, pero los lugares donde robar plutonio no eran precisamente abundantes en la Tierra.
Si no me retrasaba demasiado…
—Dime dónde.
—Sabía que dirías eso.
Me nombró otro laboratorio en el subsótano frente al edificio de Liliana. Gracias a que había memorizado la planta entera y la rotación de la guardia, pude enviar las ecuaciones por mi cerebro con las nuevas variables. Las baterías tenían que ser lo primero. Como el estado y resistencia de Liliana eran desconocidos, necesitaban un margen de error mayor… yo tenía que ajustar la hora de inicio… las posibilidades se abrieron camino por fuerza bruta y una satisfactoria cadena de números apareció por arte de magia..
Excelente.
Podía recoger las baterías, atravesar en zigzag las rondas de los guardas y sacar a Liliana delante de sus narices sin un testigo ni un destello de nuestras caras en las cámaras de seguridad. Siempre que Inspector permaneciera en mi oído y me ayudara a ocultarnos.
—Ya lo he añadido. —dije. —La hora óptima de entrada ahora es 1:20.
—Recuerda aparentar estar cansada cuando entres —dijo Inspector. —Harta del mundo. No quieres entrar tan tarde, pero el capullo de tu jefe te obliga a quemar el aceite de medianoche sólo para cumplir con la fecha de un proyecto. No entres marchando como si el edificio fuese tuyo, las personas no hacen eso en la vida real.
—Como si tú supieras algo sobre trabajar en una oficina —me burlé.
—Hey, yo cumplí mi condena como mono de cubículo —dijo Inspector, sorprendiéndome. —Tengo un oscuro y peligroso pasado, Cas Russell. Mbua-ja-ja.
—Bueno, me alegro de que Arthur te haya salvado de tal terrible vida.
En ese momento estaba rodeando el bloque de Arkacite. Esperé en el coche mientras avanzaba la hora, usando el tiempo para repasar los detalles de mi ruta revisada con Inspector. A la una y doce, arranqué el coche y me acerqué despacio. Circulé más allá de la plaza de piedra oscura y, a un edificio de distancia de la sede de Arkacite, entré en un callejón cuya curva daba a un pequeño pero bien cuidado aparcamiento que servía como entrada trasera de varios comercios más pequeños. Mi planificado punto de aparcamiento estaba al fondo, detrás de una peluquería indie, justo frente a la zona de setos de los muros de Arkacite. Comprobé que el cinturón de herramientas alrededor de mi cintura tenía todo lo que podría necesitar (cuchillos de hoja cerámica, explosivo plástico y líquido, línea Tech y algunos chismes más que no dispararían los detectores de metal) comprobé que la tarjeta ID de Pilar estaba pinzada en mi solapa y salí del coche, lamentando mis comprimidos pies. Luego, con una mueca, me agaché dentro del coche para recoger el bolso que Pilar había insistido que llevara: "Ninguna mujer entraría sin bolso, es totalmente extraño". Al menos el bolso servía para guardar algunas cosas que sí activarían los detectores, como los detonadores. Confié en que nadie que operara la máquina de rayos X supiera lo que eran. Cambié el bolso de un hombro al otro, luego lo colgué en mi codo, tratando de descubrir dónde se equilibraría de modo que no interfiriera con un salto a la acción y acabó colgando en mi mano izquierda, donde podía soltarlo. Me enderecé, hice un chequeo mental de mi marcha una vez más y caminé hacia la parte delantera del edificio.
—Recuerda, tu nombre es Pilar Velásquez —me evocó Inspector, hablando un poco más rápido de lo normal. —Si te preguntan a qué has ido, te daré un guion. Si te entretienen con alguna charla, responde con sí o no o algo breve. Menos es más.
—Este no es mi primer rodeo —le dije.
—Ya, pero eres una espía horrible. Siempre acabas golpeando a la gente en vez de pasar desapercibida.
No le faltaba razón.
A la 1:20 a.m. en punto entré empujando la puerta delantera de cristal de Arkacite. Parecía diferente de noche. El vasto y reluciente vestíbulo se había convertido en una lúgubre caverna, como si estuviera ingresando en una cripta. Subí hasta el mostrador delantero con el ID de Pilar ya en la mano y tendiéndoselo al guarda, una mujer afroamericana de piel clara. Apenas me miró cuando cogió la tarjeta. Pensé nerviosamente en el comentario del racismo inconsciente de Arthur. ¿Sería más astuta una mujer negra? Ella metió el carnet dentro del escáner, tecleó algo en el ordenador y luego movió la tarjeta hacia mí sin levantar la mirada siquiera. Yo no creí que aquello fuera racismo inconsciente, era extremo aburrimiento. Recuperé el ID y atravesé la línea de los tornos de acceso hacia los detectores de metal. Un guarda de seguridad estaba allí igual que por la mañana, un asiático. Cubrí con la mano la tarjeta ID, con la palma tapando la fotografía. Él tipo no querría examinarla, ¿no?
—Bolso en la cinta —me dijo con un desinteresado monótono cuando llegué.
Oh. Claro. El bolso.
Me acerqué y lo puse en la cinta de la maquina de rayos x, luego crucé el arco detector de metal.
Se disparó.
Los repetitivos pitidos agudos resonaron por el vestíbulo como en un submarino. Me giré y me quedé inmóvil, las matemáticas se cristalizaron, pero ninguno de los guardas de seguridad se había movido. La mujer del mostrador ni siquiera había levantado la cabeza.
—¿Lleva monedas, llaves, o teléfono en los bolsillos? —dijo el guarda de seguridad junto a mí con el mismo desinterés aburrido. Me tendió una bandeja. La adrenalina me recorrió el cuerpo, saqué lentamente el teléfono de mi bolsillo y lo puse sobre la bandeja. Me había olvidado de él.
—Pase y salga otra vez —me indicó el guarda al ver que yo no había reaccionado.
Hice lo que me dijo. El vestíbulo quedó en silencio. El guarda me ofreció la bandeja con el teléfono y lo recuperé. Sentí que debería temblare la mano, pero estaba firme. Casi olvidé recoger el bolso al otro lado de la cinta cuando avancé hacia los ascensores.
Inspector reía en mi oído. —¡Cielo Santo, eres una espía desastrosa!
—Cierra el pico —mascullé.
—Tranquila, estoy borrando la grabación en este momento. Nadie soportaría ver a la gran Cas Russell olvidándose de un teléfono móvil Excepto yo, por supuesto.
Le ignoré. Ya estaba atrasada dieciséis segundos. Tomé el ascensor hasta la segunda planta.
—Espera —dijo Inspector.
Me paré con una mano contra las puertas del ascensor para mantenerlas abiertas.
—Estoy consultando el ciclo de las cámaras de seguridad justo delante de ti… ahora puedes ir.
Dejé atrás el banco de ascensores entrando en un pasillo oscuro lleno de puertas cerradas. Los suelos aquí eran de linóleo, en vez se enmoquetado, y los zapatos de Pilar sonaban y resonaban por las paredes. Había olvidado considerar el sonido de sus zapatos en mis cálculos... ahora no importaban, pero sí más tarde, en las áreas más restringidas donde yo no podía permitirme ser vista ni oída… me los quité, los metí en el bolso y continué descalza por el pasillo, dando grandes zancadas rápidas para recuperar el tiempo perdido. Vagué como un fantasma por el laberinto de corredores, la tarjeta de acceso ampliado de Pilar me dejaba cruzar todas las puertas internas entre las secciones, los guardas siempre ignoraban mi presencia por sólo un pasillo o dos de distancia. Inspector me detenía de vez en cuando para lanzar sus hechizos en las cámaras delante de mí, pero al final conseguí recuperar suficiente tiempo para llegar al primer laboratorio exactamente según el horario acordado. La tarjeta de acceso de Pilar se encendió en verde aquí también pero la luz de un teclado integrado en la puerta permanecía en rojo y la puerta no se abría.
—Inspector. Necesito un código de acceso.
—Un segundo. —Pasaron más de nueve segundos antes de que me respondiera. —Cinco seis cero nueve siete cinco estrella —y me colé dentro del laboratorio justo antes de que la siguiente ronda de seguridad doblara la esquina.
La puerta a mi espalda era gruesa y sólida. Al cerrarla quedó la habitación completamente a oscuras, pero había puesto algunas linternas LED en el bolso de Pilar. Saqué una, la encendí y observé la habitación. Bordes y esquinas de extraño equipo saltaron a la vida dentro del haz como grotescas esculturas de metal abstractas.
—¿Alguna idea sobre dónde debería mirar? —pregunté a Inspector.
—Ninguna, lo siento. En algo bajo llave, imagino. —Yo había tenido la misma idea.
Me abrí camino hasta las paredes y caminé por los bordes de la habitación hasta que encontré un banco de cuatro armarios de metal sólido que parecían más las cajas fuertes de un banco que depósitos para equipo de laboratorio.
—Creo que he dado en el clavo —le dije. —Si empiezo a romper cosas aquí dentro, ¿saltará la alarma?
Inspector hizo una pausa, luego le oí decir, —Ya no.
Inspeccioné los cajones. Tenían cerraduras de llave, probablemente con bloqueo de disco a este nivel de seguridad. yo aún podía forzarlas con las ganzúas, pero una adecuada aplicación de fuerza sería más fácil y rápido. Sujeté la linterna entre mis dientes y saqué una botellita de ácido. Derramé un fino chorrito justo alrededor de la parte superior de cada cajón. En cuanto tocó el metal empezó a sisear y humear. Tosí entre la linterna cuando me llegó el olor acre. Luego pegué pedacitos diminutos de C4 en las grietas, calculando el nivel de decibelios mientras lo hacía, pinché el cordel en medio y coloqué un detonador sobre lo alto del cajón. Los detonadores que había traído eran pequeños, pero los cables aún me daban el tiempo suficiente para moverme por la habitación y agacharme detrás de un sólido banco de laboratorio. Comprobé el reloj y, en cuanto tuve el mayor radio posible a cualquiera de los guardas de seguridad, pulsé el botón. El BANG y el CRAC fueron sonoros y sobresaltantes en el silencioso laboratorio.
Inspector chilló. —¡Avísame antes! ¿Todo bien?
—¿Hubo reacción a eso? —tendrían que haber contado con audición sobrenatural desde donde estaban patrullando, pero siempre era mejor comprobarlo.
—Uh... no, no, vas bien, nadie de seguridad parece haberlo oído.
Yo ya me había acercado a los cajones, recuperado el detonador y puesto un par de guantes de protección. Las puertas de varios de los cajones habían caído al suelo. Una aún colgaba moribunda a un lado. Metí la linterna entre mis dientes de nuevo y las manos dentro del arcón. Dos de los cajones estaban vacíos. Los otros dos estaban forrados con un tipo de espuma densa y a intervalos había rectángulos recortados planos en dos pequeñas cajas de plástico. Una de ellas tenía seis rectángulos... la otra tenía cinco. Me pregunté si las baterías serían frágiles.
Esa era otra razón por la que yo no trabajaba sin garantía de éxito... normalmente el cliente podía decirme si algo necesitaba ser transportado de un cierto modo. Bueno, en teoría, si las dañaba, el interior de plutonio aún estaría bien. Recogí los once rectángulos en sus cajas de plástico y los metí en las bolsas vacías de mi cinturón. No me preocupaba la radiación: las partículas alfa no podían atravesar ni una hoja de papel. Me saqué la linterna de la boca y me volví hacia la puerta.
—¿Está libre el pasillo?
—Sí, pero dos guardas se han parado a charlar justo en el camino al que vas.
—Recibido. Avísame cuando se muevan.
Mierda. Esto podría complicarme el horario.
Cuando Inspector me dio la señal, salí por la puerta. El aire en el pasillo era benditamente fresco y despejado tras los humos astringentes que se habían acumulado en el laboratorio. Estaba veintitrés segundos atrasada, lo que implicaba que tenía que retrasar de nuevo las salidas para evitar el siguiente circuito de los guardas y perdería otros catorce o quince segundos. Pero estas áreas eran demasiado restringidas para arriesgarme a dejarme ver antes de llegar hasta Liliana, incluso con un ID que los guardas pudieran creer.
Mi horario se retrasó dos veces más cuando tuve que esperar a que pasaran las últimas patrullas. Intenté recuperar tiempo, pero llegué al laboratorio donde habían encerrado a Liliana con casi cincuenta y cuatro segundos de retraso. Este laboratorio también tenía teclado. Pasé el ID de Pilar y pulsé el código que Inspector me había dado. Ambas luces se encendieron en verde y abrí la puerta de un empujón.
Me encontré en una grande área llena de cubículos y ordenadores, como un espacio de oficinas. Pero frente a la pared por la que había entrado habían montado un cuadrado con grandes paneles de vidrio y con cinco cámaras montadas sobre trípodes delante de él, todas grabando vídeo. Detrás del cristal había un parque de juegos bien iluminado. Unos coloridos juguetes infantiles estaban diseminados por el suelo y en la esquina de la sala de juegos había una niña acurrucada. Se parecía mucho a Denise Rayal. Su piel y pelo podían ser perfectamente iguales. La genética de su padre no era evidente por ningún lado. Llevaba un vestido de fiesta azul celeste de volantes, tan cursi que rayaba el absurdo, y zapatos de cuero negro. En su pelo marrón oscuro llevaba atada una cinta. Me pareció el atuendo que alguien podría imaginar que llevaban las niñas de cinco años, aunque yo no estaba segura de haber visto nunca una niña vestida así. Pero claro, yo no sabía mucho de niñas de cinco años.
Liliana tenía sus rodillas frente al pecho y la cabeza enterrada entre los brazos, los tirabuzones de los que Pilar había estado tan celosa caían sobre sus rodillas. Sus hombros temblaban ligeramente de vez en cuando. Aparte de eso y de los juguetes diseminados, la sala estaba vacía... sin cama, sin ropas, ni si quiera una puerta a un inodoro.
Me acerqué hacia la distante pared de vidrio sin ser consciente de la pequeña barra de polímero que chocó con mis manos. Uno de los grandes paneles era una puerta de cristal. Agarré la barra en su marco de metal junto a la cerradura y tiré con todo mi peso contra ella. La puerta se abrió de golpe con un crujido.
La cabeza de Liliana se levantó al instante y ella se alejó de mí, asustada, con sus ojos marrones abiertos y húmedos por las lágrimas. Me forcé a detener mi inercia parando en seco y dejando la barra a un lado para levantar las manos lentamente.
—No voy a hacerte daño —le dije con mi voz raspada mientras intentaba filtrar la rabia fuera de ella. No estaba segura de haber tenido éxito. —He venido a llevarte a casa. ¿Vale? Me envía tu papá.
—Quiero a mi papá —dijo ella.
Algo en su voz sonaba extraño, pero yo no podía precisar qué. Me acerqué con cuidado hasta que estuve delante de ella y le tendí una mano. —¿Puedes levantarte? ¿Estás bien?
Ella tomó mi mano y se impulsó para ponerse de pie, desplegándose desde el suelo con gracia simétrica. Sus dedos estaban muy fríos. Demasiado fríos. Demasiado incluso.
—Cielo Santo. —Aparté mi mano de ella y di un paso atrás. —¿Qué eres?
Liliana empezó a llorar.
Sus hipos y sollozos se me antojaron tan extraños como su voz. Y ahora sabía por qué: los sonidos eran uniformes, diseñados, una capa tras otra de ondas senoidales con muy pocos armónicos.
No orgánica. No humana.
Cielo Santo.
Y aún así, lo que tenía delante era una niña llorando. Por mucho que la mitad de mis sentidos me dijera que aquello no era real, la otra mitad me gritaba que estaba viendo una aterrorizada niñita en apuros, encerrada en un laboratorio y llorando sin consuelo.
No me gusta que la gente encierre a las niñas pequeñas en laboratorios. Aunque sean falsas.
Me agaché para estar al mismo nivel ocular que ella. Apoyé las manos en mis rodillas, la idea de tocarla de nuevo me enervaba.
—Hey, chica. —puse la voz tan neutra y amigable que tenía. —Hey. ¿Empezamos de nuevo?
Ella levantó hacia mí su carita llena de lágrimas. Su estructura ósea era totalmente simétrica. Eso hacía que fuese una niña adorable... y también me asustaba como el mismo infierno.
Tragué.—Mi nombre es Cas —le dije.
—Hola, Cas —dijo ella. —Mi nombre es Liliana.
Dejé a un lado las misteriosas matemáticas y me concentré en la niña. —Lo sé. Trabajo para tu papi. Me ha enviado a buscarte.
—Quiero a mi papi —me dijo de nuevo.
La cadencia era exactamente la misma que antes. Me faltó el aire por un instante. —Yo, uh, Apuesto a que sí. Podemos ir y buscarle juntas. ¿Quieres hacer eso?
—Sí.
—¿Por qué no lo hacemos, entonces? —me levanté de nuevo y me obligué a tenderle la mano.
Ella no se movió. —Dijiste, "qué eres". —sus ojos estaban muy abiertos y asustados, su voz era aflautada y lastimera e irreal. —¿Qué significa eso?
Eso quisiera yo saber.
Noah Warren tenía un montón de preguntas que responder.
Mi cerebro recorrió todas las respuestas posibles que podía dar a una pregunta como esa y, al final, no pude escapar del hecho de que tenía una niña de cinco años con los ojos muy abiertos por la preocupación.
—Sólo, uh, que eres un poco diferente —balbuceé. —Especial. ¿Te ha dicho tu papi eso?
—Sí —dijo ella.
—Me sorprendió, eso es todo. Hey, ¿vamos a buscar a tu papi ahora?
—Vale. —me cogió de la mano.
Conseguí no apartar mi mano, la guié hasta la puerta de cristal y fuera de la sala de juegos. Mis ojos no dejaban de girar hacia ella para observar su movimiento con la misma fascinación que la mayoría de personas reservaba para los trenes descarrilando y las colisiones de coches.
—¿Cas? —se aventuró Inspector por el auricular. —¿Va todo bien? ¿Qué pasa?
—Después —le dije.
Desprendí mi mano de la de Liliana y empecé a sacar las tarjetas de memoria de las cámaras frente a la pared de vidrio. Liliana me siguió con aspecto de sentirse traicionada. —No, yo quiero buscarle ahora. Por favor. Quiero a mi papi.
Me llevó un momento entender lo que quería decir —Uh... sí. Lo prometo. Yo... estaba hablando con un amigo mío. Por un auricular. —señalé a mi oído mientras quitaba la última tarjeta de las cámaras portátiles. —Inspector, ¿hay cámaras de seguridad del edificio aquí dentro?
—No que yo pueda ver. Eso es un agujero negro desde aquí.
—Bien. —me obligué a coger la mano de Liliana de nuevo y me moví hacia la puerta mirando el reloj.
Había programado algún tiempo extra aquí, pero aún estaba atrasada casi dos minutos y medio.
—¿Hay camino libre fuera de la puerta?
—Casi… ahora sí.
Así que las rondas de los guardas aún seguían el horario preciso, al menos por unos segundos. Repasé mentalmente nuestra ruta con el horario revisado. Mejor que esperáramos allí durante otros sesenta y cinco segundos.
—Liliana —dije pensando. —¿Cuánto puedes correr?
—Muy rápido —me dijo.
Me agaché y la cogí por los hombros. —Esto es muy importante. ¿Cuánto exactamente?
Ella vaciló. —Cuatro punto dos tres metros por segundo.
—Buena chica —le dije, aunque me dio escalofríos. —Quítate los zapatos.
Se desató obediente las tiras de cuero negro. Metí sus zapatos en el bolso junto a los míos.
—Cuando salgamos por esta puerta, necesito que te quedes junto a mí, ¿vale? No digas nada, no hagas ningún ruido y corre junto a mí. Esto es muy importante. ¿Lo comprendes?
—Sí —me dijo. —Lo comprendo.
Tuve que confiar en su palabra. Me dio la impresión de que si no lo comprendía, repetirlo no supondría ninguna diferencia.
—Vale. ¿Preparada?
—Estoy preparada —me dijo.
—Inspector. ¿Has llegado ya a las cámaras de los pasillos frente a nosotras?
—Todo preparado.
Respiré hondo, conté y abrí la puerta.
Corrimos. La huida consistía en correr y parar, parando y esperando el tiempo de la patrulla y el tiempo de Inspector, Pero hicimos buen tiempo y en pocos minutos ya nos agachábamos contra la pared del edificio más oriental del complejo. Al otro lado de esa pared estaba mi coche, a menos de treinta pasos de distancia. Saqué mis zapatos para apretarme los pies dentro y le di a Liliana los suyos. La observé sentarse y abrocharse primero un pie y luego el otro. No le faltaba el aire a pesar de la carrera.
—Va a oírse un golpe —le susurré. —Necesito que no hagas ruido cuando suceda. Después del golpe habrá un agujero en esta pared. Hay un coche aparcado a diez punto ocho metros de distancia afuera, un sedán negro. Vamos a correr cruzando el agujero y entrar en el coche. ¿Lo comprendes?
Asintió.
Saqué algo de C4 de nuevo, la coloqué con cuidado y luego conduje a Liliana detrás de un escritorio de metal al otro lado de la habitación.
—Recuerda —susurré. —No hagas ruido. Sólo corre cuando corra yo. Ahora, tápate los oídos.
No sabía si esa directiva era necesaria, pero más valía prevenir. Ella se apretó los oídos con las manos, agachó la cabeza y cerró los ojos.
Pulsé el detonador.
La explosión fue mucho mayor esta vez, tronando por la habitación, vibrando a través de mi cráneo. La gente la oiría, pero no importaba. Cogí a Liliana de la mano y nos lanzamos hacia la pared. La nube de polvo casi hacía imposible la visión, pero sabía a dónde íbamos y avanzamos sin detenernos, tropezando con los pequeños escombros. Se me humedecieron los ojos y apreté la manga de mi otro brazo contra la nariz y la boca, tratando de respirar. El distante pitido dentro de mis oídos amortiguaba todos mis sentidos. Liliana perdió el equilibrio y casi se cae. Tiré de ella para incorporarla. Salimos tambaleantes sobre la hierba al otro lado, hacia la oscura sombra silenciosa del edificio y al frío aire nocturno. La calle no estaría tranquila por mucho tiempo.
Tiré de la mano de Liliana y corrimos en busca del coche a exactamente cuatro punto dos tres metros por segundo.
—Entra —le grité cuando llegábamos por lado del pasajero.
Ella abrió obediente la puerta y subió dentro. Yo salté y me deslicé por el capó sobre la tela de la falda de Pilar para aterrizar sobre el asfalto al otro lado.
Entré por el lado del conductor tan deprisa que cerré la puerta al mismo tiempo que Liliana cerró la suya. Antes de que el polvo de la explosión se hubiera posado, salimos de vuelta a la calle y nos alejamos.
Conduje exactamente a seis kilómetros por hora sobre el límite de velocidad por una sinuosa ruta que llevó a la autovía.
—Inspector —dije.
—Aquí estoy. ¿Todo bien? Lo conseguiste, ¿verdad? Están pululando como en la entrada de un hormiguero.
—Sí, estamos bien. ¿Aún tienes acceso a los datos de investigación de Arkacite?
—Claro, sin problemas... quiero decir que podría. Tengo que infiltrarme en esas áreas en particular, pero puedo. Hasta ahora sólo me he concentrado en lo que necesitábamos para esta noche. ¿Qué quieres... asumo que hay algo que debería buscar?
—Todo. —le dije.
—Vale. Uh... lo que dijiste ahí dentro... ¿qué está pasando?
Lancé una mirada oblicua a Liliana. Estaba sentaba en el asiento del pasajero con las piernas colgando y las manos juntas en el regazo. Se había puesto el cinturón de seguridad.
—Voy hacia ahí... Te lo explicaré todo cuando llegue. Ahora voy a colgar, tengo que llamar a Noah Warren.
Warren no cogía el teléfono... como antes... Yo sospechaba que estaba evitando mis llamadas porque le había mencionado que me debía dinero. Dejé un tierno mensaje de voz para decirle que teníamos a Liliana y darle la dirección de Miri junto con la instrucción de dejar su teléfono en casa para estar seguros de que no le seguían.
Podríamos tener que considerar que el apartamento estaba comprometido y ponernos en marcha hacia otro lugar después de esa noche, a pesar de toda la seguridad actualizada...
Más tarde haría una evaluación del riesgo... pero ahora mismo no iba a necesitar los ojos de Inspector sobre esto.
Liliana estuvo perfectamente tranquila todo el camino hasta la casa de Miri. Encontré aparcamiento al final del bloque del complejo de apartamentos y salí al silencio de la calle a las tres en punto de la mañana. Cuando di la vuelta y abrí la puerta de Liliana, ella se desabrochó el cinturón y saltó fuera junto a mí sin preguntar.
—Hey, ¿estás bien? —le pregunté con un poco de retraso.
—Estoy bien —contestó. —¿Mi papi está aquí?
—Lo estará —le aseguré. —Vamos. —la cogí de la mano de nuevo, cada vez era más sencillo hacerlo, y caminamos por la manzana juntas.
Entramos en el patio del edificio de apartamentos de Miri y continuamos por el oscuro pasillo. Yo intentaba dejar de mirarla mientras caminábamos, pero mis ojos seguían regresando sin remedio.
Al parecer, Inspector estaba esperando en la puerta, pues apenas levanté una mano para llamar cuando él la abrió deprisa. Detrás de él, el apartamento estaba algo más arreglado, con los folios impresos sobre Arkacite en pilas a un lado y el resto del piso tan desordenado como lo había encontrado la primera vez.
—Aquí está —le dije, haciendo entrar a Liliana por la puerta delante de mí.
La frase parecía trivial, pero yo no tenía ni idea de cómo contarle la parte importante.
—Liliana, te presento a Inspector.
—Hola, Inspector —le dijo tendiéndole una mano. —Mi nombre es Liliana.
Él rió por su seriedad. —Hola, Liliana. Encantado de conocerte.
El gato blanco apareció de un salto y se pausó, con su nariz probando el aire cerca de los tobillos de Liliana. Lo que fuera que olió, decidió que no importaba. Se frotó contra ella y luego se alejó corriendo unos metros para mirar atrás, empezando a jugar.
—¡Gatito! —gritó ella, corriendo para jugar.
El pardo atigrado acechaba corriendo adelante y atrás con su atención sobre la chica (o lo que fuera que era), como si estuviera pensando en saltar sobre ella.
Me pregunté qué era lo que olían.
Pasé al lado de la chica al cruzar la habitación para sentarme en el sofá mientras decidía lo que hacer. El atrigrado, al parecer, rindió sus sospechas y se dignó a formar parte de la atención, demandando que le rascaran las orejas.
Liliana le acarició.
—Noah Warren está aquí —dijo Inspector, uniéndose a mí, sosteniendo una tableta.
Claro, las cámaras de seguridad.
Los ojos de Inspector siguieron los míos hacia Liliana. —Una niña encantadora, ¿verdad?
—No. No lo es.
Ahora que estábamos a salvo, no podía dejar de mirarla. Su fino control motor estaba mal, pero consistentemente mal, como un tornillo que necesitaba ser apretado.
Inspector me dio una palmada en el brazo. —¿Pero qué dices? ¡Es adorable! Cas Russell, no tienes corazón.
Guau, esa era una conversación que no se tenía todos los días.
—No, no me refiero a que no es mona. Me refiero a que no es una niña.
—Bu-e-no. —yo podía oírle intentando procesar aquello. —Entonces... ¿qué es?
—No lo sé.
—Me estás asustando un poco.
—Ella… —froté con una mano el aire delante de mí como si pudiera despejar las erráticas matemáticas de mi visión.—Todo en ella está mal.
—Hey. Hey. —la mano de Inspector se posó sobre mi hombro y tiró con insistencia hasta que me giré para mirarle. —¿Qué está pasando?
Un golpe llegó desde la puerta de Miri y una voz apagada avisó, —¿La tenéis? ¿Está Liliana ahí?
Noah Warren. La persona que tenía un montón de preguntas que responder.
Marché hacia la puerta y tiré con fuerza al abrirla. Warren entró con ojos sólo para su hija y trató de correr directo hacia ella.
Le detuve poniendo una mano en su pecho. —¿Por qué no me lo dijiste?
—¿Decirte qué? —me dijo distraído.
—¡Papí! —gritó Liliana, y corrió hasta envolverle los brazos alrededor de las piernas. Noah Warren se agachó y la abrazó tan fuerte que pensé que no la soltaría nunca. Alzó la vista hacia nosotros con una expresión que nos desafiaba a juzgarle.
—Que tu hija es un robot —le dije.
Nos sentamos alrededor de la mesa de Miri: Warren, Inspector y yo. Warren había dejado Liliana en la esquina jugando con los gatos de nuevo. Al parecer los gatos la deleitaban.
—¿Hablas en serio? ¿Es un robot? —me preguntó Inspector ignorando a Warren del todo. —Esto es... no puedo creerlo... es increíble. Pasa la prueba de Turing, al menos hasta cierto punto. El procesamiento del lenguaje natural...
—No la llames así. —exclamó Noah.
Warren se había puesto tan rígido como cuando me había contratado en la cafetería. Miraba hacia adelante mientras hablaba, sin mirarnos a ninguno de los dos.
—¿Llamarla cómo? —dijo Inspector.
—Esa palabra. Por favor.
—¿Cuál, robot? —le dije. —Jesús, no es un juicio de valor.
—Dímelo cuando la veas llorar —dijo Warren.
—Por eso la quiere Arkacite —dijo Inspector lentamente. —Tu esposa... ella la inventó, ¿verdad? ¡Y ella... ella es el producto del trabajo de tu esposa...! ¡por eso los has demandado!
Warren bajó la cabeza en algo que podría haber sido un asentimiento. Una avariciosa sonrisa estaba creciendo en la cara de Inspector y su mirada se desviaba hacia Liliana como si quisiera revisarla y empezar a hacer pruebas con ella en cualquier momento.
—Esto es genial. —susurró Inspector.
—Mira —dije. —No me importa si tu hija es... no me importa lo que sea. Pero no me gusta que la gente me mienta.
Vibró un músculo en la cara de Warren. —¿Me hubieras ayudado si te lo hubiera contado? —como no respondí, continuó, —Es mi hija. Debería significar algo. Y ella... ella no debería tener que tratar con gente que la ve como... ¿cómo te sentirías tú en su lugar?
—¿Puede sentir? —preguntó Inspector con interés. —Sé que has dicho que puede llorar, pero ser capaz de soltar lágrimas es diferente de ser capaz de sentir de verdad. ¿Cómo se mide algo así siquiera?
—Para —dijo Warren. —Por favor.
Me dio pena. Liliana aún era su hija, aunque… no lo fuera.
—Puede —le dije a Inspector. —Warren, como he dicho, me da igual. He vuelto a trabajar con un montón de gente que me mintió mucho más que tú, ¿vale? Pero no lo vuelvas a hacer. —él asintió.—Mientras consiga mi paga, me va bien —le dije. —Yo no juzgo.
Considerando la frecuencia con la que trabajaba para traficantes de armas y gánsteres, tropezarme con un triste hombre con una relación padre-hija ligeramente ilusoria no parecía valer la pena.
—Y ya que ha salido el tema, tenemos que hablar del pago. Y averiguar dónde vas a ir a partir de aquí. Legalmente, Liliana pertenece a Arkacite así que, desde donde estoy sentada me parece que tienes que salir corriendo a algún lugar donde no puedan encontraros.
Warren levantó la cabeza para fijar su expresión con la mía, la primera señal de animación que había mostrado en nuestra pequeña charla.
—¿Puedes ayudarnos a hacer eso? —me dijo.
—Pues, sí, siempre y cuando puedas pagarme.
—Yo... está bien. Yo... encontraré un modo.
Genial.
No estaba especialmente sorprendida por la respuesta después de saber lo de su desalojo, pero odiaba las complicaciones.
—Espero que comprendas que tendré que quedarme en custodia de Liliana hasta que lo hagas. Es lo único de valor que tienes.
Suspiró. —¿Cuidarás bien de ella?
—Claro —dije.
Los ansiosos ojos de Inspector se habían desviado hacia ella de nuevo. Yo moví una mano por debajo de la mesa y le golpeé en el brazo.
—No necesita comer, ni bueno, nada más, ¿verdad? ¿Hay algo que debería saber sobre ella?
—Tiene una bebida especial, pero sólo la necesita una vez cada pocos meses... cuida bien de ella, y juega con ella, y... necesita amor. Eso es lo que necesita.
—¿Y qué hay de la energía? —respondió Inspector.
—¿Energía? —repitió Warren.
—Bueno, sí. Debe de necesitar recargar, ¿no?
—No —dijo Warren. —No creo.
—¿En serio? —los ojos de Inspector se iluminaron aún más. —Me encantaría saber qué clase de...
—¿Algo más? —le corté. —¿Tiene que dormir?
—Sí —respondió Warren.
—¿Sirve para algún propósito o sólo cierra los ojos y queda inactiva durante un rato para parecer más humana? —preguntó Inspector.
Le pegué en el brazo de nuevo, esta vez sin molestarme en ocultarlo.
Y dicen que la insensible soy yo.
—Cuidaremos de ella —le confirmé a Warren. —Pero no por mucho tiempo, ¿entiendes? Si no puedes traer el dinero, tendré que devolverla a Arkacite. Así es como funciona esto.
—O me la podía quedar yo —dijo Inspector.
—No puedes devolverla. —la tensión en la afirmación de Warren hizo que casi diera miedo.—No puedes.
—Pues supongo que es mejor que aparezcas con mi paga.
Las palabras fueron automáticas y yo ignoré el tirón en mi estómago, que no tenía muy claro qué significaba.
Liliana no era real... por tanto, aquello sólo era como cualquier otro trabajo. ¿no?
—Yo llevo un negocio, no hago caridad. Sólo empecé este trabajo porque no estaba segura de si tenías un caso.
—No es culpa de ella. —la voz de Warren había empezado a temblar.
De pronto me sentí muy cansada. —Mira, no voy a hacer nada sin que lo sepas, ¿vale? —le dije. —Trata de pedir dinero. Dile a la gente que es para un abogado o algo así. Te daré un poco de tiempo. —asintió, apartando la cara.—Ahora, lárgate —le dije. —Tenemos cosas que hacer. Y tú también.
—Déjame media hora —susurró. —Por favor. No la he visto en mucho tiempo.
—De acuerdo. —moví una mano.
Salió disparado de su silla como un cohete y volvió con Liliana como una piedra liberada por una honda.
Inspector dejó salir un silbido por lo bajo. —Santa Madre de Gandalf. ¿Esto es real... ella es real? Esto es increíble.
—Sí —dije, mirándolos a los dos.
Liliana señalaba a uno de los gatos y le explicaba algo con la gravedad de los muy jóvenes. Warren tenía toda su atención clavada en ella como si no hubiera nada más en la habitación, inclinando la cabeza con una sonrisa.
—Increíble. Como poco. —susurré.
—Voy a investigar sus especificaciones esta noche. No puedo creerlo... esto es increíble. ¿Cómo han conseguido mantenerlo en secreto? ¿Qué clase de IA...?
—Hazlo. —me levanté. Ya no quería pensar más por hoy. Sentía cada músculo pesado y exhausto. —Voy a dormir. Echa a Warren después de media hora y no dejes que salga con ella del apartamento. Oh, y avísale de que es probable que sea investigado por lo de esta noche.
—Claro. Puedo darle algunas coartadas si las necesita —dijo Inspector distraído, aún poniéndole ojitos a Liliana. —Hey, ¿de verdad piensas devolverla si no puede pagarte?
Mis ojos se entretuvieron en Warren y su falsa hija. Parecían salidos de una tarjeta postal navideña. —Yo que sé.
Inspector alzó la mirada hacia mí, una rápida mirada penetrante. —Ve a dormir un poco. Tienes aspecto de estar hecha una mierda.
—Gracias —mascullé. —Te quedas de niñera después de que se vaya... despiértame si se te acaba el Red Bull... ¡Y no la desmontes!
Sonrió. —Oh, no te preocupes. Sólo desmonto cosas cuando sé cómo volverlas a montar.
—Mentiroso.
—Vale, bastante. Pero en este caso no. Lo prometo. Palabrita de honor y si miento que me muera y me convierta en un ciborg. —se aclaró la garganta. —Hey. ¿Crees que es posible que ella de verdad… crees que es consciente?
—Yo que sé —dije de nuevo.
Con Warren y Liliana aún en el salón, me dejé caer en la cama de Miri. Estaba demasiado cansada para cambiarme la ropa de Pilar, aunque cambié el cinturón de herramientas con los explosivos por mi Colt. No conseguía dormir si no llevaba un arma conmigo.
Desperté temprano al alba y volví al salón. A la luz de la mañana, lo primero que vi fue a Liliana envuelta en una manta en el sofá, con sus tirabuzones en abanico por la almohada y los ojos cerrados en sueño aparente. El gato blanco dormía acurrucado encima de ella. Me pareció una escena incongruente.
Como había prometido, Inspector aún estaba despierto, hojeando algunas hojas impresas con una mano mientras sorbía de un tazón de café con la otra. Tenía un ordenador portátil sobre las rodillas. Otro portátil a su lado estaba mostrando código.
—Café —me dijo sin mirarme y señalando hacia la cocina con su tazón. —Aunque Miri sólo tiene leche de almendra y de soja. Pagana.
De todos modos, yo siempre tomaba el café solo. Me serví una taza y volví al salón.
—¿Has descubierto algo?
—Sí. Muchas cosas. La primera de todas es que la respuesta es no.
—¿La respuesta a qué?
Disparó los ojos hacia Liliana y bajó su voz. —La pregunta de la consciencia. O inteligencia. O como se llame. La respuesta es no.
—Oh —dije. Yo ni siquiera había empezado a considerar la idea. Aunque me pareció extraño tener ya una respuesta definitiva. —¿Cómo lo sabes?
—Porque he estado leyendo su código. Tiene una fantástica creatividad estocástica, pero es evidente que no es más poderosa que una máquina de Turing probabilística. Dejaré que tu cerebro matemático descubra el modelo exacto. Aunque la PNL presente aquí es de otro mundo,... es sofisticada. ¿Dije sofisticada? Quería decir asombrosa. Quiero hablar con la gente que la programó. Estoy impresionado.
—Tranquilo, colega —dije. —En las meditaciones de tu nirvana tecnológico, ¿te has acordado de comprobar las consecuencias de anoche?
—Cas Russell, ¿qué opinión tienes de mí? Por supuesto que he estado al corriente.
Dejó el tazón del café, levantó el ordenador portátil de la mesa junto a él para colocarlo sobre el primero en sus rodillas y pulsó algunas teclas.
—Curiosamente, los mandamases de Arkacite no se lo están poniendo particularmente fácil a la policía. Afirman que no saben lo que les han robado. Opino que simplemente no lo quieren decir, probablemente, o estaban haciendo algo moderadamente ilegal o no quieren revelar sus secretos. Apuesto por esto último, considerando lo revolucionaria que es esta tecnología. Pero en cualquier caso, nadie consigue recordar tu cara o el nombre de la tarjeta ID... uno de los guardas dijo que recordaba que se disparó el detector de metales pero eso es todo. Este es el retrato que tienen de ti.
Giró a medias la pantalla para que yo pudiera verla. El dibujo era atroz. No se parecía en nada a mí ni a Pilar.
—Tienen que cambiar de guardas de seguridad —comenté sorbiendo mi café.
—Oh, las personas son testigos oculares terribles por norma general. Y, por supuesto, no hay rastro digital de tu presencia. Eso les asusta un poquillo, el mérito es mío.
—Deja de acicalarte las plumas —le dije. —¿A quién están buscando como sospechosos?
—No a Warren, por extraño que resulte. La policía ni siquiera parece estar considerándolo... probablemente porque Arkacite no les ha dicho lo que han robado. La acción es que Arkacite hará su propia investigación, estoy seguro, pero no lo han comunicado por emails internos así que, no lo sé.
—No imagino por qué iban a fiarse de la seguridad informática esta mañana.
—Soy de lo que están hechas las pesadillas —entonó Inspector, incluyendo una especie de risita maníaca.
Me terminé el café y dejé la taza. —He tenido ideas erráticas. ¿Qué deberíamos hacer con Liliana todo el día?
Inspector se encogió de hombros. —Puedo vigilarla.
No me volvía loca la idea. Si Arkacite descubría dónde habíamos llevado su tecnología… Aunque, ¿qué alternativa había? Le había prometido a Warren que la trataríamos bien. La imagen pasó fugazmente por mi mente: Liliana en el sótano del laboratorio de Arkacite, acurrucada en una esquina, llorando.
No es una niña pequeña.
Miré hacia ella, una de sus manos había abrazado al gato en su sueño.
Jesús.
—De acuerdo —le dije. —Pero sigue el progreso de la investigación. Si tienes el menor indicio de que nos están rastreando, llevátela fuera de aquí. Te enviaré a Arthur en cuanto pueda. —no vendría mal tener a un hombre armado cerca.
—Buena idea —dijo Inspector. —Tendré que dormir algún día de todas formas. Puedo llamar a Pilar para que ayude también... si quisiera delatarnos, ya habría tenido oportunidades de sobra.
Me había olvidado de amenazarla sobre eso. —Dile que si lo hace, la mataré.
—¡Cas!
—Vale, pues asegúrate de que Arkacite no la sigue. Y puedes decirle que le pagaré de nuevo. La pondré en la lista de gastos de Warren.
—A este ritmo, el hombre va a acabar siendo tu exclavo.
Me giré para volver al dormitorio de Miri. —Ese no es mi problema.
Saqué el teléfono para ver si alguien me había dejado un mensaje de voz, aún en el salón. Uno de ellos era de Harrington, que decía haber arreglado la prometida reunión con el representante de Aliado Ocho. Tenía que ir a un parque a las dos de la tarde, al parecer para una proposición de negocios. Le dejé un mensaje de confirmación, sin decirle que mi intención era hacer negocios de verdad.
Dejé un mensaje a Cheryl Maddox diciéndole que quería arreglar nuestro asuntillo y pasarme a dejarle algo de dinero.
Por último, dejé un mensaje a Arthur para que me llamara. El hecho de que no me cogiera el teléfono significaba problemas... aún seguía preocupada por Tegan.
Luego me cambié de ropa para usar mi atuendo normal. Robé las hojas impresas de Inspector sobre las baterías de plutonio y me fui hasta el coche.
Me senté en el asiento del conductor durante un momento para considerar dónde ir primero pero, antes de tomar la decisión de forma consciente, ya había puesto rumbo hacia Altadena.
Era bastante temprano para pillar atascos y llegué rápido a casa de Denise Rayal. La cabaña aún estaba en sombras, el sol no había asomado por las montañas todavía. Marché por la cuesta y aporreé la puerta. Como nadie respondió, golpeé cada vez más fuerte. Por fin se oyó el roce del pomo y Rayal entornó la puerta unos centímetros... su cara era igual que en las fotografías, pero más cansada. Vestía una bata rosa descolorida y tenía el peinado de acabarse de despertar.
—¿Puedo ayudarla? —me preguntó.
Yo no lo sabía. Había ido allí en busca de respuestas, pero no sabía cuáles... ya teníamos el código de Liliana después de todo. Me podría haber quedado fácilmente en el sofá de lectura de Miri y aprendido más de lo que pudiera sonsacarle a Denise Rayal.
Demonios, siempre que miraba a Liliana, veía y oía los mecanismos artificiales brillando en las matemáticas, una sombra demasiado exacta de cuerdas que me recordaban en todo instante que era un títere, incluso sin tener que leer a través del amo probabilístico que la controlaba. Era una valiosa obra de tecnología. Debería haber mandado al diablo los ruegos de Warren y haberla encerrado a salvo mientras me conseguía el dinero. Y mientras tanto, tenía que haber avanzado para negociar el chantaje con los Lorenzo. Pero considerar hacer eso, en realidad golpeaba contra un muro de repulsión que crecía en mi interior, una enfermiza náusea que yo no sabía definir. Las imágenes desconectadas hacían ciclos en mi cabeza: la carita llena de lágrimas de Liliana en el laboratorio, su aparente deleite al jugar con los gatos, sus repetitivas preguntas sobre su padre. Preguntas que había formulado siempre con la misma cadencia.
—Tengo algo que decirle —le dije a Rayal.
Ella se envolvió más en su albornoz. —¿De qué se trata?
—¿Sabe usted lo que pasó anoche? —ella me frunció el ceño.—Liliana fue sustraída de Arkacite —le dije. —Asumí que le habrían llamado o venido a verla para saber si usted había tenido algo que ver con ello.
—¿Qué sabe usted de ella? —me preguntó al instante.
—Trabajo para su marido —le dije. —La cogí yo.
El cuerpo entero de Rayal se tensó, su postura se anudó en una rigidez defensiva. Después de una pausa, dio un paso atrás, casi forzado, y abrió la puerta un poco más.
—Entre.
La seguí al interior. Nos sentamos en su estiloso y cómodo salón. Rayal se posó en el borde del sofá, abrazándose a su bata. No me ofreció nada de comer o beber.
—¿Cómo sabe que no los voy a llamar? —me preguntó en voz baja.
—¿Qué les podría contar? —le dije. —¿Va a delatar a su marido? Él va a desaparecer con ella pronto.
Ella vaciló. —¿Qué quiere?
—Yo... me gustaría saber lo que pasó.
Su cara quedó sin expresión. —No estoy autorizada.
Pensé en los centímetros y centímetros de acuerdos de privacidad en su armario archivador.
—Ya he conocido a Liliana. Sé lo que es. —parpadeó hacia mí rápidamente con ojos demasiado brillantes. —Puedo leer su código si quiero. Es que... supongo que quiero saber cómo sucedió esto. Con usted y su marido. Y con ella.
Ella hipó, fue un sonido entre una carcajada sin humor y un seco sollozo. —Supongo que sería un alivio... no puedo hablar con nadie de ello. Ni siquiera con mi terapeuta, Si se lo contara, me habría internado, habría pensado que yo ya no sé lo que es real y lo que no. —tragó. —Yo…yo tenía un hijo.
—Lo sé —dije, lanzada por el non sequitur.
—Sam. Él era... era todo para nosotros. Para mí. Mi mundo. Oyes hablar de lo que pasa cuando te conviertes en una madre, sobre cuánto le amas y todo lo demás... pero eso no te prepara.
—Falleció, ¿no es cierto? —le pregunté, y lo lamenté al instante. Probablemente no era una pregunta educada.
Denise Rayal no pareció notarlo. —Sí. Leucemia. Pensé... yo nunca había sentido tanto dolor. Pensé que nunca lo superaría.
—¿Y por eso…?
—¿Por eso hice a Liliana? No. Ese sería un buen motivo, ¿verdad? pero…yo lo superé. Pensé que nunca lo haría pero lo hice. Me levanté un día, no demasiado tarde, queriendo volver a vivir de nuevo. Quería trabajar. Comer buena comida, ser feliz, practicar sexo... Sam se había ido, pero eso no acabó conmigo. ¿Me hace eso ser una madre horrible?
—No sabría decirle —le dije.
—Noah, sin embargo... él no podía seguir adelante. Tras un tiempo, nuestro matrimomio quedó… vacío. Él me solía hacer reir, y mucho. Y yo… me encerré en mi trabajo porque estar junto a Noah era... tendría que haberle abandonado, pero me sentía demasiado culpable. Pero él me abandonaría si no necesitara mi nombre para el caso de Arkacite... él me abandonaría en un abrir y cerrar de ojos.
—¿Por qué? —le pregunté.
—Porque les devolví a Liliana.
—Espere... ¿qué?
Denise dio una profunda respiración. —Usted lo entenderá. Yo no la había construído para remplazar a Sam. Ella era un proyecto. La idea de que ella pudiera ser algo más, era... yo nunca la había considerado así. Ella era un experimento de Procesamiento de Lenguaje Natural, Aprendizaje de las Máquinas y Robótica y... y nada más. —gesticulaba desvalidamente, frustrada por tratar de hacerme entender. —Pero nuestro equipo quería... necesitábamos ver cuán humana podía ser. Cuánto podía aprender. Arkacite instaló un lugar seguro. Requirió mucho empezar... demasiado papeleo, demasiadas promesas, especialmente para que permitieran participar a Noah.
—¿Por qué lo hicieron?
—Yo quería vivir con ella veinticuatro horas al día para estudiar sus respuestas de comportamiento a largo plazo. Por eso les pedí que permitieran participar a mi marido en el proyecto. Pero yo confiaba... yo quería... —se detuvo y se compuso. —Había esperado que, tal vez, acercarle a mi trabajo, compartir mis logros con él, podría reencender algo entre nosotros. Que él podría encontrar un modo de volver a conectar conmigo.
Bueno, su plan había funcionado en cierto sentido.
—¿Y usted no esperó que él empezara a verla como a una hija?
—Quizá soy estúpida. Quizá debería haberlo sospechado... ella parece una niña, pero yo nunca había pensado en ella de ese modo. Ella era un juguete. Uno muy sofisticado. Uno de la que yo estaba orgullosa, pero yo no pensaba que estuviera viva. No podía esperar que alguien lo pensara.
—Hasta que su marido lo hizo.
Asintió. Una lágrima bajó por su mejilla y la limpió con la mano impaciente. —Al principio ni siquiera me di cuenta. Tal y como estábamos, yo sólo veía que él había vuelto. Mi marido, Quería recuperarlo. Y que Dios me ayude, pero empecé a hacerlo también, empecé a tratarla como a una hija. Era tan sencillo, tan fácil fingir, fantasear que estábamos educando juntos a una niña y, en muchos sentidos, yo ya sentía que ella era muy importante para mí después de tantos años. Ya sabe cuanta gente se refiere a veces a sus proyectos, llamándolos: mi bebé. Ella era así para mí antes y se volvió muy fácil, junto a Noah, arroparla por la noche, abrazarla cuando lloraba y yo sabía, yo sabía que ella dejaba de llorar sólo porque su programación se lo decía... no había libre albedrío, ella no era una Singularidad, no era una niña, pero que Dios me ayude…
—Usted empezó a verla como una hija —le dije.
—Empezó a importarme. Empecé… yo quería amarla.
—No veo que sea algo tan malo —le dije.—Es amor. Eso es... Dios. ¿No?
¿No?
—¡Amor! —exclamó Rayal. —¿Cuando la hija a la que amas hace elecciones con un lanzamiento de moneda que tú has programado? ¿Cuando sabes... sabes exactamente cómo funciona, que ella es silicio y cables y sofisticada emulación del lenguaje y que cuando ella ríe es porque su programación le ha dicho que es cuando las niñas deben reir y que cuando llora es porque escribimos que debería arrugar la cara y que sus ojos deberían soltar agua? ¿Es esa la clase de hija que querría usted amar?
Yo tragué con la boca seca. —No era mi intención molestarla.
—Sé que no lo era. Lo sé. —bajó la cabeza, se apretó las rodillas con los dedos sobre el albornoz, respirando con dificultad. Sus manos se cerraron en dos puños, arrugando la tela. —Me estaba reconstruyendo a mí misma para amar a un hijo que ya había perdido. Una hija que no existía. Ella podía actuar como una niña de cinco años, pero nunca crecería, nunca tendría sus propios pensamientos, nunca... nunca me amaría a cambio. Se la devolví a Arkacite y renuncié. Me mudé aquí fuera. Estoy en terapia. Estoy… luchando.
Yo no sabía qué decir.
—Se lo cuento a mi terapeuta... le cuento que he perdído a alguien que era como una hija para mí. —la voz de Rayal había vuelto a la resignación. —No le digo quién. Le digo que estaba muy unida a ella. Que no es mía para amarla.
Salí de casa de Denise Rayal más perturbada que cuando entré.
Después de estar de pie impotente junto al coche durante algunos minutos en la fría mañana, Suspiré y saqué el teléfono. Tenía otras obligaciones. Lo que fuera que me estaba amargando la vida aquí, podía esperar. Intenté hablar con Arthur de nuevo y, esta vez, respondió de inmediato.
—¡Russell! ¡Por fin! —una cacofonía de ladridos caninos surgió al fondo.
—Mierda, ¿aún estás en casa de Tegan?
—Tenías razón, algo va mal... no se ha recogido el correo desde ayer y no creo que nadie le haya dado de comer a los perros, pero sus coches están aquí... ¡mierda! —más ladridos.
Oh, no.
—Voy para allá.
Me salté trece semáforos de camino a casa de Tegan y agradecí a mis hados de la suerte que no me viera la poli. Tegan vivía con su socio en una casita sobre una gran planicie de tierra en Topanga. Llegué a la calle absurdamente inclinada a unos ciento diez km/h y derrapé en la ladera pisando los frenos hasta parar a menos de dos centímetros del parachoques trasero del coche de Arthur. Él estaba en el camino hacia la puerta de la casa de Tegan, cerca de la alta verja que rodeaba el patio trasero.
—¿Qué pasa? —le grité a Arthur por encima del próximo jaleo constante de los perros.
—¡No lo sé! —me gritó en respuesta. —No paro de llamar... probé tanto con Tegan como con Reese unas cien veces... al final entré, pero no están en casa, no están por ningún lado...
—¿Has probado en su taller?
El taller de Tegan estaba en un edificio separado, donde hacía la mayoría de su trabajo.
—¡Los perros están sueltos en el patio! ¡Y a Tegan y Reese no les va gustar que les dispare! Lo he intentado todo... compré carne en la tienda de alimentación, incluso intenté llamar a una veterinaria para conseguir algunos tranquilizantes, pero me amenazó con llamar a la poli. Casi me muerden al intentar saltar la verja...
—Me encargaré de eso. —le dije caminando hacia la puerta delantera.
—Espera, he traído refuerzos —me avisó Arthur sacando un juego de ganzúas del bolsillo de la chaqueta y lanzándomelo. —¡Ten cuidado!
Me alegró que Arthur llevara sus ganzúas encima. No parecía educado echar abajo la puerta de Tegan y Reese, aunque fuera para asegurarse de que estaban bien.
Mierda, mejor será que estén bien.
Los perros del patio se agitaban cada vez más a medida que me aproximaba a la casa. Las ondas sonoras surgían de sólo cuatro animales diferentes (como la última vez que yo había estado aquí), pero si no me concentraba en los números, sonaba como un infierno entero de ellos. La casa de Tegan no estaba apretada entre casas vecinas como las casas en la ciudad, pero aún así, era asombroso que nadie se hubiera quejado del ruido
Sorprendente y conveniente. Si había algo que Tegan apreciaba menos que nada, era tener a los polis llamando a la puerta de su propiedad.
Deslicé las ganzúas dentro de la cerradura y sentí los pines subir uno después de otro, las matemáticas los encajaron hermosamente en su sitio. Doblé el cilindro y empujé la puerta. Tegan y Reese tenían un salón hogareño con amplio mobiliario como centro de entretenimiento rodeado por estanterías de libros y DVDs. Al otro lado de la habitación, una chimenea de piedra formaba parcialmente una pared. Detrás de ella había una clásica cocina grande que daba al patio. Yo nunca había visto otras zonas de la casa, pero por las dimensiones exteriores sabía que no podía ser mucho más grande. Y tenía razón: un dormitorio a la derecha del salón incluía un baño y un armario, y aquello era todo.
Hice un chequeo superficial por la casa, pero Arthur era mucho más observador que yo y ya la había examinado. Estaba vacía.
Fui a la puerta trasera. El ladrido aumentaba ensordecedoramente mientras me aproximaba, incluyendo gruñidos y arañazos de pezuñas como si los perros quisieran entrar para arrancarme la cabeza y despedazar la carne de mis miembros.
—Por eso no me gustan los animales —les grité. —Tíos, vosotros ya me habéis visto antes. —aunque, para ser precisos, esta era la primera vez que había allanado su casa.
Analicé la casa. Necesitaba que los perros entraran dentro y que yo saliera fuera sin que me siguieran. Podía abrir la puerta trasera y luego correr hacia la delantera, pero entonces quedarían libres para volver al patio. Tenía que encerrarlos.
Examiné el espacio. El baño tenía puertas que comunicaban tanto con el dormitorio como con la cocina. Podía abrir la puerta trasera, correr atravesando la cocina y el salón, dar la vuelta atravesando el dormitorio y luego regresar a la cocina atravesando del cuarto del baño para salir al final por la puerta trasera.
Si los perros me perseguían por todo el circuito, podría salir mientras aún estaban dentro la casa y encerrarles a todos. Me asomé por la ventana trasera. Los cuatro perros eran todos barriles de pelaje y músculo de fuerza contenida y fauces rabiosas. Dejé que mi visión se apagase y me concentré sólo en las matemáticas: la oscilación de los movimientos, la simetría del trote, la tensión y liberación de los músculos que doblaban los miembros durante el desplazamiento.
Jesús, son rápidos. Más rápidos que yo.
Extrapolé en mi cabeza un ensayo a través de la puerta, y los valores variables de la pura potencia de los perros me alcanzaban hipotéticamente y me hacían pedazos.
Bueno. Parece que no hay que empezar así.
A menos que… conté la fracción de segundos entre arañazos y embestidas contra la puerta al tratar de llegar hasta mí. Tal vez podía ganar un delta de cuarto de segundo obligando a los perros a abrir la puerta empujando ellos mismos. Pero aún así no sería suficiente para evitar que me descuartizaran.
Examimé la cocina y mi mirada captó el suelo de dura madera pulida.
Hmm.
Raspé la bota contra él estimando el coeficiente de rozamiento estático. Luego empecé a abrir armarios. O bien Tegan o bien Reese era todo un chef, porque encontré siete tipos diferentes de aceite en botellas de vidrio. Las saqué del armario y las puse sobre la mesa junto a una botella de líquido lavavajillas y otra de jabón. Puse una gotita de cada una sobre mis dedos, secándome la mano con una toalla de papel antes de cada muestra. Ganaron los aceites. Me llevé conmigo la botella del más resbaladizo hasta la puerta trasera. Vacié la botella entera en un amplio charco delante de la puerta, con cuidado de no mojarme las botas y dejando una pequeña franja de madera seca cerca de la pared. Luego me levanté con las puntas en el mismo borde y caminé de puntillas por el pedacito seco de madera que había dejado hasta que la puerta quedó a distancia de un brazo. Me apoyé en la pared con un brazo y me incliné sobre el charco extendiendo la otra mano. Cogí el pomo y respiré hondo... mis ecuaciones no eran exactamente ideales y tenían demasiadas variables que no podía controlar. Los perros embestían contra la puerta sin cesar.
Bam. Bam. Bam. Ras. Bam.
Liberé el seguro del pomo.
Bam. Bam.
Justo cuando embistió la bestia, giré el pomo ligeramente para liberar el cerrojo, me incorporé sobre charco de aceite en la otra dirección y corrí como una posesa.
Un cuarto de segundo más tarde, el perro en cabeza se lanzó contra la puerta a mi espalda y esta se abrió de golpe. Yo corría por delante hacia la puerta delantera de la casa. Los perros se apilaron en persecución con un rugido de ladridos, avanzaron con terrorífica velocidad y... resbalaron.
Los oí detrás de mí, sus garras rascaban la madera buscando tracción. Sus afanes por impulsarse los convertían en figuras de dibujos animados que pedaleaban contra el suelo sin moverse. Y entonces, avanzaron y empezaron la caza en serio, justo sobre mis talones y con el ensorcedecedor rugido de sus ladridos como heraldo de que iban a hacerme pedazos.
Mi adrenalina subió hasta la sobrecarga cuando llegué al dormitorio. No estaba segura de que fuera lo bastante rápida. Los cuatro perros giraron después de mí y las claras dentelladas de las mandíbulas se cerraban en el aire sonando justo a mi espalda.
Lo único que me salvó fue que, al intentar girar la curva, sus zarpas aceitosas resbalaron de nuevo, enviándoles a todos contra la puerta del dormitorio.
Mi visión se hizo un túnel. Esprinté para llegar al baño con la cabeza agachada y las piernas ardiendo. No iba a conseguir llegar hasta la puerta trasera. Eran demasiado rápidos. Irrumpí en el cuarto de baño y cerré la puerta de una patada detrás de mí tan fuerte y rápido como pude. La cabeza del monstruo en cabeza se estampó contra ella, gruñendo.
Yo no tenía tiempo para darme un respiro... ahora vendrían hasta mí rodeando el salón. Prácticamente salté la anchura del baño y volví a la cocina. Luego corrí saltando mi charco de aceite hacia la puerta. Los perros irrumpieron en el salón y se dispararon hacia mí. Atravesé la puerta trasera cayendo sobre el patio y llevándome el pomo conmigo. Di un portazo tan fuerte que las hojas de la ventana vibraron en la pared. Algo muy pesado, muy furioso y muy maligno embistió contra la puerta al otro lado un instante más tarde. Y luego otro y otro.
No podían atravesarla. ¿o sí?
Hice un rápido cálculo de fuerzas para asegurarme. Después, sólo por si acaso mis estimaciones de la fuerza de la puerta eran muy bajas, saqué las ganzúas de Arthur y las usé para pasar las barras de la cerradura desde fuera. Me temblaban las manos más de lo que quería admitir. Respiré hondo y di unos pasos atrás, lejos de los gruñidos y arañazos que salía desde el interior de la casa. Había estado demasiado cerca. Los músculos en mis piernas temblaban como si estuvieran hechos de líquido. Me senté en la tierra del patio tratando de reducir el ritmo de mi respiración. Arthur saltó la verja y se acercó.
—¿Todo bien?
—Un juego de niños —le dije aún jadeando. —Dios, odio los animales.
Caminamos hacia el taller. Yo aún tenía las ganzúas de Arthur en la mano. Las deslicé por la cerradura y abrí la puerta.
—Oh, Señor —susurró Arthur y me apartó a un lado para pasar.
Tegan y Reese estaban atados y amordazados en el suelo del taller. Me quedé paralizada un momento por el shock antes de seguir a Arthur, que ya había sacado un cuchillo y estaba cortando las cuerdas de Tegan. Hice lo mismo con Reese, sacando el cuchillo y serrando las gruesas cuerdas que ataban las musculosas muñecas y tobillos de Reese a los bancos de trabajo volcados. No pensé conscientemente en el olor en el aire.
—Te tengo —oí murmurar a Arthur sobre las toses de Tegan. —Respira despacio. Te tengo.
Deseé saber lo que decir. Los dos se movían como zombies, letárgicamente, con las caras tensas y huecas. No sabía si ofrecerles una mano para levantarles o darme la vuelta para que no tuvieran que reaccionar conmigo por verles así.
—Ari... —gruñó Reese a Tegan con una voz tan ronca que se perdió a mitad. —¿Estás bien?
—Nada que una ducha, una comida caliente y una buena noche de sueño no pueda curar —dijo Tegan, movió su mano buena quitando importancia a la pregunta, su mano y pierna izquierdas eran prótesis debajo del codo y rodilla.
El temblor en sus dedos apoyó su afirmación, pero ninguno de nosotros comentó sobre ello. —¿Estás bien, amigo mío?
—Furioso —respondió Reese, con mucha intención.
Reese era una persona de pocas palabras. Tegan, por otro lado, personificaba la caballerosidad y se afanaba mucho por ser cordial. Tenía la mirada de un delgado pero animado abuelo incluida en el lote, completada con pelo blanco y un gran bigote.
—Arthur. Cassandra. Gracias a ambos. —tocó el brazo de Reese. —¿Puedes ir a ver cómo están los perros?
Reese gruñó y se levantó tambaleante, balanceándose un poco. Reese podría haber tenido la misma edad de Tegan... era difícil saberlo, especialmente cuando yo sospechaba que Tegan aparentaba ser mayor de lo que era y Reese más joven. Atlético y musculoso, muy bronceado y con un peinado corto, Reese llevaba aquí en la instalación desde que yo había contratado las falsificaciones de Tegan por primera vez hace unos años y, hasta hoy, yo no tenía la menor idea si Reese era un hombre o una mujer. Reese era sencillamente Reese.
Reese se impulsó cojeando hasta la puerta hacia la casa y hacia los perros aulladores. Arthur sacó una botella de agua de un banco cercano y la destapó. Tegan la dejó a un lado sólo después de dar algunos tentativos sorbos y luego se inclinó hacia a Arthur como apoyo para levantarse y sentarse en uno de los taburetes del taller. Me quedé esperando incómoda.
—Gracias —murmuró el viejo falsificador. —Muy amable de tu parte, amigo mío. Te lo agradezco.
—¿Quién os hizo esto? —preguntó Arthur, sonando dolido.
Yo no le culpaba. Tegan no miraba hacia mí. O tal vez él no lo sabía.
—Oh, Arthur. Ya sabes que no me implico en los asuntos de nadie.
—Me parece que alguien ya te ha implicado —dijo Arthur.
—Ah, bueno, sí. Pero eso es entre ellos y yo. —sonaba entusiasta, como alguien que se hubiera perdido jugar con luciérnagas de niño, no como alguien que acababa de pasar largo tiempo atado y amordazado en el suelo de su propio taller.
—¿Te hicieron daño? —insistió Arthur. —¿Necesitas ver a un doctor?
—No, no, gracias. La gente que fue tan maleducada como para implicarnos, como tú dices, al menos fueron bastante… gentiles.
Apreté la mandíbula con tanta fuerza que se me encajaron los dientes. Me obligué a despegarlos. Fui muy, muy cuidadosa en no dejarme reaccionar, ni pensar, porque si registraba lo que había sucedido aquí, si consideraba que yo había tenido parte en ello...
Reese regresó. —Los perros están bien.
—¿No están enfermos? —Tegan sonó preocupado.
—No les he hecho nada —les aseguré rápidamente. —Sólo los he encerrado en la casa.
Tegan y Reese me miraron como si acabaran de recordar que yo estaba en la habitación. No lo habían dicho por mí.
—¿Cómo sortearon a los perros? —preguntó Arthur.
La sala quedó en un silencio incómodo. Reese se acercó y tocó a Tegan en el codo, ignorando la pregunta de Arthur. —Ari. Vamos dentro.
—Siento que necesito muy mucho un baño y una cama —admitió Tegan. se giró hacia nosotros. —Os ruego que os marchéis, aceptad mis disculpas por un recibimiento tan breve. ¿Necesitáis algo urgente?
—¡No... Dios, no! No hay necesidad de nada —dijo Arthur. —Pero, ¿y si esos...? ¿estas seguro de que no van a volver? Puedo quedarme durante un tiempo y guardaros las espaldas.
—Innecesario, aunque agradezco la oferta —dijo Tegan tranquilamente. —Creo que consiguieron lo que habían venido a buscar.
Reese se le quedó mirando de brazos cruzados y, por alguna razón, de pronto tuve la certeza de que estaba observando una extraña discusión silenciosa, aunque ninguna de sus caras había cambiado de expresión.
—Ya hablaremos —le dijo Reese a Arthur después de un momento y, luego, ayudó a Tegan a levantarse y a volver hacia la casa.
Arthur y yo les seguimos despacio.
Los perros, liberados por sus amos, se acercaron y nos olfatearon como sólidas masas de músculo marrón y gris. Yo les miré nerviosa, pero no parecían recordar haber querido despedazarme o, al menos, no tenían resentimiento al respecto. Consciente de la volatilidad tanto de los perros como de Arthur aún a mi lado, intenté controlar mi respiración y evitar que mis músculos se tensaran. Pero una rabiosa tentación animal crecía en mi interior y me urgía a iniciar una guerra a campo abierto con cierta familia del crimen porque... al infierno con ellos, no te sales con la tuya después de esto, no arrastras a la gente en mitad de una vendeta privada y casi los matas porque no te den una jodida referencia...
—Inspector dijo que tu trabajo salió bien —dijo Arthur tranquilamente. —Me puse al día con él antes de que nos encontráramos tú y yo.
Las palabras fueron como un latigazo que me llevaron de vuelta a mi problema con Liliana. Mi niña mecánica robada, que me estaba afectando más de lo quería aceptar. Intenté recomponerme.
—Sí. Salió bien, supongo. ¿Te contó algo más?
—Sí. Robots. Increible.
Increible era la palabra.
Seguimos a Reese y Tegan dentro de la casa (uno de ellos había tirado toallitas de papel para secar mi charco de aceite), y nos quedamos en el salón a esperar. El sonido de agua corriendo nos alcanzó desde el cuarto de baño.
—Inspector me dijo otra cosa —dijo Arthur, con las manos en los bolsillos como si acabara de sacar el tema más normal del mundo, lo cual probablemente significaba que yo necesitaría abrazarme a mí misma.
—Jesús. ¿Qué?
—Dijo que le vas a dar la espalda si el pobre hombre no puede pagarte.
—Dije que podría —le corregí.
Arthur soltándome su mierda era lo que me faltaba en ese momento para empeorar las cosas, cuando aún no tenía ni idea de cómo debía sentirme sobre una niña pequeña que no lo era, cuando tenía una jefa de la Mafia atacando a la gente que yo conocía sólo para tenderme una trampa.
—¿No estás en contra del robo? Pensé que estarías conmigo sobre lo de devolver la justa propiedad a la compañía.
—No es una circunstancia normal —respondió Arthur.
Yo nunca entendía la lógica de su moralidad.
—No hago esto por afición. Si trabajo para alguien, espero que me pague.
—Tienes un montón de dinero. Puedes permitirte hacer algo bueno por alguien.
—Claro que puedo permitírmelo —dije, ignorando por el momento el hecho de que estaba segura de que sería capaz de darle la espalda a Liliana. —¿Qué tiene eso que ver con si me pagan o no?
—Han echado al hombre de su casa.
—¿Y eso hace menos valioso mi trabajo?
Arthur soltó el aire y se hundió en el sofá de Tegan y Reese. —Vamos, Russell. ¿Por favor? No puedes aceptar su dinero.
Algo en la voz de Arthur me hizo parar y concentrarme más plenamente en él. Me contemplaba con terrible seriedad.
—Sí puedo aceptar su dinero —dije, aunque no muy locuazmente. —¿Y a ti qué más te da?
Los hombros de Arthur subieron y cayeron casi autoconscientes. —Sólo creo que un papi no debería perder a su hija, es todo.
—¿Su hija falsa?
—No hace daño a nadie —dijo Arthur. —Por favor, Russell. Considéralo mi regalo de cumpleaños.
—Espera, ¿qué? —dije. —¿Es tu cumpleaños?
—No, pero...
—Alto ahí, te conozco desde hace casi un año. ¿Cuándo es tu cumpleaños?
Mierda, nunca he pensado en esas cosas. Cumpleaños. Obligaciones. Gente que quiere que les haga favores. Jesús.
—No se trata de eso...
—Yo creo que sí. Ni siquiera sé cuando es tu cumpleaños, así que está bastante claro que no iba a regalarte nada.
Arthur suspiró, una larga exhalación que yo había aprendido a reconocer como el sonido que hacía cuando yo no estaba siendo normal.
—Mi cumpleaños es el veinticinco de diciembre. —lo dijo como si compartiera algo profundamente personal.
—¿Has nacido en Navidad?
—Sip.
Yo nunca había celebrado la Navidad. Tampoco un cumpleaños. Al menos que yo recordara. Y tampoco le había dado a Arthur un regalo de Navidad.
—¿Y cuándo es el tuyo? —dijo Arthur.
—¿Mi qué?
—Tu cumpleaños, Russell.
—¿Por qué quieres saberlo?
—Porque para cuando lo sea, deberíamos celebrarlo.
Eso sonaba peor que me arrancaran los dientes con unos alicates oxidados.
—Esa es una estúpida escusa para fisgar en mi vida personal.
Él sonrió a medias. —¿Estás tratando de dificultar que sea amigo tuyo, chica?
—Por supuesto —dije. —Si fuera fácil, todos lo harían, y yo no tendría que terminar el trabajo.
Me dejé caer junto a él en el sofá, cabreada con Arthur y con el mundo y con el hecho de que tener amigos ahora implicaba que la gente esperaba cosas de mí y con la horrible realidad de que yo no podía proteger a un delicado viejo de todos modos...
—Aceptaste el caso del papi —dijo Arthur suavemente. —¿Quieres una razón? Bueno, no dejas de pagarme por todo. Págame devolviéndole a este tipo su hija.
—Me debe mucho más que...
—Por mí, Russell —dijo Arthur. —Por favor.
—Cielo Santo, de acuerdo —dije. —Si significa tanto para ti, le ayudaré a quedarse con su hija falsa. Eres un grano en el culo.
—Sip —dijo Arthur animado.
Maldición.
¿Acababa de firmar la misión de ayudar a desaparecer a Warren y a su hija robot a mis propias expensas? Eso era un montón de trabajo, un montón de dinero y, al final, lo más hermoso y malditamente estúpido que me había comprometido a hacer. Aunque algo en mi también sentía alivio... alivio por no tener que dar el paso. Ya no importaba cómo debía sentirme hacia Liliana aunque Warren apareciera sin un duro. Si la ayudaba a ella y a su padre a escapar para hacerle un favor a Arthur, todo se habría terminado.
Una idea me pasó por la cabeza. Quizá había un modo mucho más fácil. A Warren no le gustaría, pero que le dieran... si quería dictar los términos, que me pagara el sueldo.
Saqué el teléfono, pero no hubo señal.
—No hay cobertura aquí. —dijo Arthur. —Por eso me perdí tu llamada antes.
Me llevó un segundo recordar el nombre de la CEO de Arkacite y luego le envié un texto a Inspector: "Envíame el número de Imogene Grant." El mensajé sí fue enviado y mi teléfono zumbó con una respuesta casi de inmediato.
—Gracias —dijo Arthur.
Gruñí.
Reese y Tegan se tomaron su tiempo. Eventualmente, Reese regresó al salón mucho más limpio y con un conjunto nuevo de ropas. Arthur y yo nos levantamos.
—Es alguien que conoces, ¿verdad? —dijo Arthur, como Reese no hizo nada salvo mirarnos tranquilamente de brazos cruzados durante un rato, continuó —Entraron porque os conocen, drogaron a los perros... ¿estoy cerca? —
Reese no dijo nada.
—Deja que me quede y mantenga guardia, ¿vale? Al menos hasta que descanséis, para tener algo más de seguridad por aquí.
—Vale —dijo Reese con una expresión que parecía lo contrario.
—Bien... estupendo —dijo Arthur, claramente desconcertado por no tener que empezar ninguna otra discusión. —Uh, me quedaré por aquí.
Me mojé los labios y dije, —¿Puedo hablar con Tegan?
Reese me dio permiso con una sacudita de cabeza. Dejé a los dos en el salón y me acerqué a la puerta del dormitorio, llamando mientras la abría.
—¿Tegan? Soy Cas.
—Cassandra. Entra.
Tegan era la única persona que me llamaba Cassandra, y con la segunda sílaba pronunciada larga y elegante, como si fuera británico. Eso siempre me había molestado pero, por alguna razón, nunca le había corregido.
Empujé para abrir la puerta. Tegan iba en bata y estaba sentado en la cama, sin prótesis, apoyado contra un montículo de almohadas y las sábanas echadas. En ese contexto, en vez de sobre un taburete en su taller, parecía impactantemente viejo. Yo tragué, cerrando la puerta suavemente detrás de mí.
—Sé quién lo hizo.
—¿Sí? —no sonaba preocupado.
—Los Lorenzo usaron tu nombre para llegar hasta mí. —dije obtusamente, de mala manera. —Lo siento.
Él cerró los ojos durante un momento y se tocó la frente como si tuviera una jaqueca muy leve.
—Fueron… educados. Me ofrecieron dinero primero. Apuestamente.
—¿Para delatarme?
Joder.
No estaba bien que Tegan debiera haber rechazado una ofrerta para protegerme. No estaba bien en absoluto.
—No, no exactamente. Simplemente me pidieron que no respondiera al teléfono durante veinticuatro horas. Yo sabía que el propósito debía de ser deshonesto, así que lo rechacé.
—Si vuelven, dales lo que quieran. —mi voz sonó áspera. —Te prometo que puedo manejarlo.
—Entonces subestimas el peligro. —Tegan posó las manos en las mantas como una tranquila estatua de la resignación. —Mama Lorenzo es mucho más poderosa de lo que era hace un año. Haz las paces con ella, en serio. O temo por ti.
—He vencido a todos los que me ha enviado hasta ahora.
—Entonces Mama Lorenzo no ha estado poniendo mucho empeño.
La habitación pareció muy silenciosa.
—No va escapar por esto —le dije. —No se lo permitiré.
Tegan agachó la cabeza. —Cassandra, no vale la pena. Haz las paces con ella, te lo ruego. Antes de que sea demasiado tarde.
—Ya es demasiado tarde —le dije.
No tenía un plan.
Mi amenaza de chantaje no estaba preparada y no podía meterle una bala a Mama Lorenzo en la cabeza sin empeorarlo todo exponencialmente. Pero, de algún modo, tenía que meterle en su cabeza de mármol que me estaba presionando demasiado. Que había reglas en esta guerrilla nuestra. Que ella no era jodidamente invulnerable. Tal vez estaba demasiado furiosa para pensar con claridad. Mi sentimiento de culpa y rabia ardió lentamente en mi interior en cuanto abandoné la casa de Tegan y me llenaba con la deslumbrante necesidad de probarle a ella que yo no estaba indefensa.
No pulsé en el intercom de la propiedad. En lugar de eso, corrí subiendo por el pillar junto a la verja y di una voltereta sobre los clavos del hierro para aterrizar en el camino interior de la mansión. Un par de tipos, claramente de seguridad privada, empezaron a andar hacia mí. Disparé a cada uno en la pierna y seguí mi marcha hasta arriba para echar abajo la puerta de entrada de una patada.
Se dispararon las alarmas, los lamentos eran un eco ensordecedor en el vestíbulo inmaculado. Disparé a la caja del sistema de alarma más cercana por si acaso.
El ama de llaves me vio y dio un chillido, lanzando las manos al aire y dejando caer los utensilios de limpieza que sujetaba. Pasé de largo por la casa e irrumpí en el estudio de Mama Lorenzo.
La mujer estaba empezando a levantarse de su silla detrás del ancho escritorio. Le apunté con mi Colt en el centro de la frente.
—Gilipollas —le dije. —Alguien tiene que acabar contigo.
—Si usted me mata...
—Estarás muerta. Difícilmente me importará lo que me haga tu familia.
—Aunque yo creo que te importaría. —me dijo totalmente serena.
Jesús, qué pelotas tiene esta mujer: poner en juego su vida apelando a mi instinto de autopreservación cuando tiene un arma en su cara.
—Subestimas lo estúpida que estoy dispuesta a ser por conseguir mi breve momento de satisfacción —le respondí. —Esto es entre nosotras. Y tú no estás jugando limpio.
—Limpio es para la gente que juega para perder.
—Lástima. Creí que tenías reglas. Pensé que no irías tras gente inocente.
—Lo que sucedió con la Sra. Maddox fue lamentable —se permitió decir. —Ya he hablado con ella.
—¿También has hablado con Tegan y Reese?
Ella levantó las cejas. —No les han hecho daño.
—¿De qué vas? —le grité. —¡Tus hombres les dejaron ahí durante un día y medio! ¡Podían haber muerto!
—Alguien iba a volver hoy para liberarles. El Sr. Tegan rechazó una oferta perfectamente razonable.
Oh. Oh, joder.
Yo podía ser la que empuñaba el arma, pero la energía de la habitación había cambiado de pronto, Mama Lorenzo tenía todas las cartas. Porque hasta ahora, en alguna parte en mi cabeza, yo aún estaba asumiendo que Mama Lorenzo no había estado al tanto del ataque sobre Tegan y Reese, que sus hombres habían actuado sin permiso.
Tegan... no era sólo que él fuera bien apreciado. En este mundillo no se atacaba a Tegan. Nadie atacaba a Tegan. No a propósito. O Mama Lorenzo estaba alardeando de montar un notable alboroto idiótico, o Tegan acababa de comprobar lo masiva y inexpugnablemente poderosa que era ella. Y Gabrielle Lorenzo no era idiota.
Se me secó la boca.
No sabía si mantener la bravata o salir corriendo como una posesa. Mama Lorenzo inclinó la cabeza ligeramente, observándome, como si sólo hubiera estado esperándome para ponerse al corriente.
—Ha probado usted ser inesperadamente irritante —me dijo.
Encontré la voz. —Sí, es mi estilo.
—He indagado sobre usted.
—¿Qué, después de que les zurrara a tus asesinos? —me permití una burla.
Mama Lorenzo movió una bien modelada uña como si estuviera despachando a una mosca. —Intentaban impresionarme. Fracasaron.
Me empezaron a sudar las manos.
Jesús, ha estado probando gente conmigo. Esto iba mal.
—Que tus matones vayan a por mí. —le dije. —A por mí. No a por Tegan, ni a por Reese, ni a por Cheryl Maddox.
—No había imaginado que se preocupaba por las vidas de los demás. —ella sonreía levemente, su voz se volvió densa con el peso ominoso de alguien perfectamente capaz de llevar a cabo sus amenazas. —Haré buen uso de ello.
No. No. Imposible.
Cada pedazo de aprensión e incertidumbre en mí cristalizó en furia. La adrenalina me inundó, los números quebraron mis sentidos y los despedazaron.
Avancé atacando, barriendo de su escritorio las notas y papeles de Mama Lorenzo junto con un monitor de ordenador en una cacofonía caótica y saltando para aterrizar agachada sobre el mantel, con mi 1911 apuntando bajo su barbilla. Mi dedo estaba contra el gatillo y a duras penas me contuve a mí misma.
Ella empezó a reir.
El sonido era espeluznante. Casi no lo noté cuando sus ojos se deslizaron hacia un lado. Mi cuerpo reaccionó más rápido que mi cerebro empapado en furia. Salté lejos del escritorio y pasando a su lado justo cuando el disparo de un rifle resonó a través de la habitación, seguido por tres más. Una puerta lateral estaba vertiendo seguridad camuflada, todos portando lo último en ferretería alemana. Mama Lorenzo ya había retrocedido fuera de alcance, escapando hacia el fondo de la habitación.
Yo disparé mi balas restantes a través del escritorio, cinco tiros que impactaron en los cinco primeros guardias, en la cadera o la pierna, las matemáticas trazaron las trayectorias a través de la madera para mí. Luego, mientras la gente detrás de los hombres abatidos aún estaban tropezando con sus camaradas, Corrí hacia la ventana de vidrio y salté.
Había olvidado que la casa estaba construida sobre la ladera de una jodida montaña.
Golpeé el cristal con un buen ángulo (sentí un pequeño corte justo en mi codo y nada más), pero mientras doblaba para ver una instantánea de la tierra debajo de mí, mi cerebro explotó.
Oh, MIERDA...
Había saltado sobre un descenso escarpado, unos diez metros de aire vacío entre mi cuerpo y la ladera. Tuve un instante de ingravidez para meditar sobre ello mientras la rotura del cristal resonaba en mis oídos. Una espectacular panorámica de Los Angeles se extendió debajo de mí y no tuve más opciones que una sola: caer.
Los cálculos daban tumbos dentro de mi cabeza mientras descendía a plomo.
Golpearía una pendiente casi vertical con rocas, árboles y una lluvia de cristales sobre mí.
¡mierda mierda mierda!
Tuve apenas tiempo suficiente para girar con los pies por delante y, con una silenciosa disculpa a la memoria de Samuel Colt, lanzar mi 1911 vacío un puñado de instantes antes de llegar, hacer un surco en una franja de tierra del risco y casi dislocarme el hombro. Pero conseguí reducir mi caída lo suficiente. Luego extendí una pierna para frenarme con una bota, soltar el arma y hacerme una bola cuando vino la ladera a mi encuentro.
Mi cuerpo encogido dejó que mis tobillos y rodillos amortiguaran la mayoría de la fuerza mientras se doblaban y resbalaban y, para entonces, yo ya estaba rodando en lugar de caer. La montaña se pulverizaba alternativamente bajo mis pies, hombros y espalda mientras tropezaba. Una nube de polvo y grava me ahogaba (no podía respirar, no podía ver). Frondosos árboles me azotaban a ambos lados, golpes de refilón casi demasiado cerca como para haberme astillado el esqueleto. Y después, todo se tornó hierba rocosa y arbustos. Seguía descendiendo y me agarraba al follaje mientras resbalaba, arrancándolo de raíz en un intento de refrenar la inercia que me succionaba hacia abajo. Las afiladas ramas y hojas me laceraban las manos y la cara. Mi velocidad disminuía en mi cabeza, un poco menor, un pelo menor.
Cuando se redujo lo bastante, me desenrollé y clavé los pies debajo de mí, enterrándolos en la ladera. El impacto se sacudió a través de mis rodillas y cadera y mi cuerpo chocó con algunas rocas más. Pero entonces, mis pies me sujetaron y me paré en seco.
No tenía tiempo para tomarme un respiro. Me levanté con un impulso sobre la pendiente y continué bajando a la carrera, saltando por la pendiente en zigzag. Los árboles me ayudarían a permanecer a cubierto, pero la seguridad de Lorenzo tenía una posición elevada.
Si tenían buenos francotiradores…
Esprinté. No reduje hasta poner un buen un trozo de montaña entre mí y la propiedad de los Lorenzo. Luego sólo deceleré para mirar a mi alrededor y triangular la ruta hacia una carretera.
No tenía ni idea de lo grande que era en realidad el ejército privado de Mama Lorenzo, ni de lo rápido que ella podía desplegarlo. Rodeé una zona boscosa y celebré en silencio cuando casi me choco con otra casa separada, mucho menos extravagante que la de los Lorenzo.
¡Sí!
Caminé directa hacia la camioneta en el camino frente a la casa. Los neumáticos escupieron grava detrás de mí cuando salí derrapando pendiente abajo.
De algún modo, mi teléfono seguía en mi bolsillo, con la pantalla rota pero aún operativo de milagro. Había estado dentro de mi chaqueta y probablemente mi cuerpo lo había protegido.
Teléfono con suerte.
Llamé a Arthur mientras conducía.
—¿Aún estas en casa de Tegan?
—Sí, pensé en quedarme hasta... —La señal iba y venía. —... rte. ¿Russell? ¿puedes oírme?
—Estoy en las montañas —le grité. Por qué pensaba que gritar mejoraría la mala conexión era un misterio para mí. —Quédate ahí, ¿vale? ¡Quédate ahí!
—Si … localizable aquí, también. Tú…
—Que te quedes en casa de Tegan —le voceé. —¿Me oyes? ¡Quédate!
—… pero te capto. ¿Vas a…? —se perdió el sonido de nuevo y el teléfono pitó, colgando la llamada.
Le envié un breve mensaje de texto: "quédate, peligro."
Con eso serviría. No podía recordar a toda la gente que había llamado con ese teléfono y no tenía tiempo de comprobarlo conduciendo a una mano. Saqué la batería y metí las partes en mi bolsillo. Mi reloj estaba tan arañado que los números apenas eran visibles.
Joder.
Iba a llegar tarde a mi reunión con Aliado Ocho.
♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦
Me avalancé dentro del parque que Harrington me había indicado más de media hora después de la hora de encuentro. Cambié la camioneta por un ruinoso SUV. La tartana tenía suspensión cero, sacudía mi espinazo con cada piedrecilla. Con suerte, el representante de Aliado Ocho me habría esperado. Harrington me había dicho que representaban a algunas compañías japonesas. Seguramente ya sabrían que en LA nadie llegaba a tiempo a nada.
Me tomé un momento en el SUV para recomponerme y tratar de hacerme marginalmente más presentable. Eso principalmente consistía en quitarme ramas y hierba del pelo y sacudirme de encima el polvo de la ropa y la sangre de la cara y sobre la manga de la chaqueta.
No sirvió de mucho. Aún parecía como si hubiera sobrevivido cuatro asaltos contra un maníaco armado con una podadora eléctrica..
También era consciente de que ya no iba armada y no tenía tiempo de hacer una parada y recoger otra arma de mano. Si Aliado Ocho terminaba jugándomela, supuse que podía lanzarles mis cargadores de repuesto. Al menos los que habían sobrevivido a la caída, felizmente en mi bolsillos causándome bonitas magulladuras rectangulares por las piernas. Entré cojeando en el parque, tratando sin suerte de coagular un corte en la cabeza que me chorreaba sangre por el cuello y espalda. Recordé las instrucciones de Harrington y busqué un banco bajo una estatua de bronce. Una japonesa en traje pantalón me estaba esperando. Era de aspecto medio en todos los sentidos: no era muy alta ni baja ni delgada ni gorda ni excepcionalmente guapa ni excepcionalmente fea. No era joven ni vieja, sino algo intermedio, las canas sólo empezaban a asomar por su oscuro pelo corto. Era complicado leer su expresión mientras me aproximaba. Supuse que sería ella, pero esperaba que no fuera ella la persona con la que se suponía que iba a reunirme.
—Soy Cas Russell —le dije cuando la alcancé. —¿Me estaba esperando? Disculpe mi apariencia. Acabo de tener una vigorosa... reunión de negocios.
—Oh... no es problema. —su inglés casi no tenía acento, sólo una pequeña entonación diferente redondeando sus palabras.
Se levantó y me tendió la mano. —Mi nombre es Janet Okuda.
Bajé la vista hacia mi mano manchada de tierra, cubierta de arañazos, sangrando de una uña partida y compartimos un incómodo momento de comprensión en el cual yo no le estreché la mano y ella apreció el gesto.
Se aclaró la garganta. —Entiendo que usted tiene una proposición para mí.
—Sí.
Dios bendiga a Harrington.
Fui directa al asunto. —Mi especialidad es adquirir objetos de valor para la gente. Puedo tener una fuente para una cantidad de plutonio-238 en forma de baterías nucleares alfavoltaicas. ¿Sería de interés para usted o para quien representa?
Alzó las cejas ligeramente y miró a su alrededor antes de acercarse y bajar su voz. —Sí. Significativo interés.
—Excelente —le dije. —Demos un paseo, ¿quiere?
Nos apartamos del camino para dejar pasar a un ciclista antes de empezar a pasear. Okuda se aseguró de que se hubiera alejado antes de añadir, —Debo aclararle, Srta. Russell, porque creo que ha habido algunos rumores circulando, que mis clientes no están interesados en plutonio elemental. Quieren una batería atómica de un diseño particular, da igual lo que genere la energía.
—Oh. Vale —le dije.
Maldición.
Estaba claro que alguien había oído la palabra plutonio, había entrado en pánico y empezado a rumorear sobre ello. Aquello iba a ser un verdadero calvario si las baterías de Arkacite no encajaban en las especificaciones de sus clientes.
Por eso no me gusta trabajar sin garantía de éxito.
Saqué los datos de los archivos de Arkacite de mi bolsillo. Estaban todo arrugados y tuve que alisarlos sobre el muslo.
—Aquí está lo que sé que puedo obtener para usted. Si esto no les sirve a sus clientes, deme la información relevante sobre lo que necesitan y lo investigaré.
Okuda cogió las páginas y dejó de andar durante unos momentos para estudiarlas.
—No —dijo lentamente. —No, esto es exactamente lo que nosotros necesitamos.
—¿Lo es? —Dios Todopoderoso, algo que por fin sale bien hoy. —Entonces puedo conseguirlas para usted.
No le dije que, en realidad, ya las tenía. Mejor hacerla pensar que tenía que trabajar para conseguirlas. Me devolvió los papeles con una pequeña sonrisa en sus labios.
—Ofrecemos incentivo de pronta entrega. Le daremos una significativa bonificación. —mantuvo contacto ocular conmigo. —Por ejemplo, hoy.
Entorné los ojos. —¿Qué tamaño tiene esa bonificación?
Su leve sonrisa creció. —Eso pensaba.
O mi carencia de habilidad en el subterfugio me había mordido en el culo de nuevo, o ella sabía que alguien lo había robado de Arkacite. Esto último no me hubiera sorprendido... Harrington siempre parecía tener sus dedos en una docena de bases de espionaje corporativo.
¿Por que no iba Okuda haber descubierto el robo con escalo en Arkacite la pasada noche?
—¿Cuál es el bonus? —le pregunté de nuevo.
Ella sonrió aún más. Y, a partir de ahí, empezó el regateo.
Imaginé que mientras estuviera en movimiento, mi móvil no me comprometería (tenía que recoger uno nuevo), así que me guardé el teléfono de la reunión con Okuda. Tenía una promesa que mantener a Arthur, después de todo y, con tantos problemas, cuanto antes la cumpliera mejor.
Hora de llamar a la Jefa Oficial Ejecutiva de una de las mayores compañías del planeta.
Imogene Grant respondió justo antes de que la llamada saltará al buzón de voz, su voz fue pequeña y suspicaz. —¿Hola?
—Hey —dije dando un volantazo al SUV para esquivar un camión (estaba convencida de que la dirección se había quedado sin energía). —soy la persona que tiene a Liliana.
Grant inhaló astutamente. —Han ido demasiado lejos esta vez. ¿Creen que nuestro mensaje es exagerado? ¡Los destruiremos por esto, tanto pública como privadamente!
—Lo dudo —dije. —¿Qué mensaje, por cierto?
Ella vaciló y, cuando habló de nuevo, su voz era mucho menos segura. —¿A quién representa usted?
—¿A quién piensas tú que represento?
Ella volvió a su aspereza inicial. —Si está intentando ganarse un puesto en este juego, esto no le beneficia. Se lo prometo.
—¿Qué juego? —pregunté con curiosidad.
No respondió de inmediato. Pisé a fondo el acelerador del SUV mientras esperaba. El vehículo se arrastró reluctantemente por la carretera ganando velocidad de autopista.
Grant encontró su voz por fin. —¿Quién es usted?
—Soy la que tiene vuestra tecnología —le repetí. —Llamo para negociar.
De nuevo, se tomó un momento para responder. Yo estaba empezando a creer que esta conversacion la confundía tanto como a mí.
—¿Por qué negociaríamos con usted? —me preguntó al final. —Tenemos todo el apoyo legal.
—El cual, claramente, no os interesa usar —le señalé. —Ni siquiera habéis informado sobre lo que os han robado. No queréis que los detalles salgan a la luz. Confía en mí, si intentas llevar esto como un caso criminal, haremos muy pública vuestra tecnología muy rápido. Por no mencionar que tenemos a Liliana ahora mismo. Como yo lo veo, los que tenemos la ventaja somos nosotros. —ella no dijo nada.—Además —continué, —no tengo ni idea de con quien piensas que estás tratando, pero a mi me importa un bledo lo que es legal y lo que no. Si no negocias con nosotros, tu pequeña incursión en la robótica humanoide desaparecerá para siempre. Punto. Fin de la historia.
—¿Qué quiere?
—Sentarme y hablar contigo. Descubrir un modo de hacernos felices a todos. Soy así de simpática y razonable.
Y alguien que quería resolver un caso pro bono tan rápido y barato como pudiera.
—De acuerdo. Nosotros… hablaremos. —Las palabras sonaron arrastradas entre unos dientes apretados. —Con una condición... que me cuentes para quién estás trabajando ahora mismo. De lo contrario llamaré al simpático detective de policía y le diré que hemos descubierto exactamente los que se llevaron.
Tenía que llevar a Warren para negociar de todas formas y si Grant empezaba a hablar con la policía, él sería la primera persona que buscarían.
—Vale —le dije. —Pero te aviso, si descubro el menor indicio de que persigues a mi cliente, te fijaré como objetivo personalmente. Pregúntale a Albert Lau cómo me las gasto... él ya me conoce.
—¡Tú!
—Sip, fui yo. Y trabajo para Noah Warren.
Esta vez, el silencio se llenó de rabia y esceptismo antes de que Imogene Grant explotara, —¿Él?
♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦
Me desvié para pasarme por uno de mis cajones de depósito y recoger otra arma de mano. Esta vez una pesada HK P7M10 de acero. Hice una parada en una tienda de electrónica para comprar un teléfono nuevo, así como algunos de repuesto. El ritmo al que los estaba quemando con este trabajo era escandaloso, incluso para mí. Equipada de nuevo, conduje de vuelta a casa de Miri, rumiando en la oscuridad de mi mente sobre mi problema con la Mafia. No sabía cómo avanzar en aquel punto muerto. Mi apenas iniciado plan de chantaje había empezado a parecerme risiblemente endeble, como saltar sobre Mama Lorenzo con mondadientes e hilo dental, pero no tenía otras ideas. Al menos, ninguna buena. Quizá pudiera empezar secuestrando miembros de su familia. Imaginé haciendo rehén a Benito: Mama Lorenzo probablemente se reiría y le incluiría en su lista de pérdidas. Tal vez pudiera confesarle a Inspector lo mal que iba el asunto (no era mi primera elección) y sumar su ayuda para encontrar un modo de sabotear las extorsiones financieras de los Lorenzo o aplazarlas económicamente. Necesitaríamos una cantidad imposible de información para llevarlo a cabo, pero ya habíamos tenido éxito en ese tipo de cosas antes.
Jesús. Inspector.
¿Debería decirle que se fuera a otra parte, que desapareciera para que no lo conectaran con ninguno de sus amigos? Pero, ¿dónde? ¿Y si Mama Lorenzo tenía ojos en todas partes? ¿Y si tenía bastante gente para ponerlos a todos a preguntar por ahí por un tipo en silla de ruedas en los hoteles y demás? Y, con una sensación coagulada en las tripas, me percaté de que, probablemente, no era de Inspector de quien tenía que preocuparme en realidad. Mama Lorenzo ya sabía que perseguirle sin acabar conmigo primero podría hacerme lo bastante descarada y estúpida para mandar al infierno las consecuencias y asesinarla. Yo misma se lo había dicho con esas palabras durante nuestro primer encuentro. Pero ella podía ir con libertad a por cualquier otra persona, sosteniendo sobre mi cabeza la idea de que aún podía hacer que mataran a Inspector si yo montaba un jaleo sobre aquello. Su voz sonó en mi cabeza: "No había imaginado que se preocupaba por las vidas de los demás. Haré buen uso de ello."
Joder.
La ironía era que se me acusaba a mí de preocuparme demasiado sobre la vida de personas aleatorias. Pero había una diferencia entre que una persona muriera y que esa persona muriera porque una jefa de la Mafia la había usado para urdir alguna artimaña contra mi, ¿verdad? Yo conocía muchas personas que no podía considerar amigos pero, aún así, no quería verlas en esa categoría. Demasiadas.
Tegan había sido una primera buena suposición de Mama Lorenzo como alguien que me conocía (todos conocían a Tegan) pero, ¿y si ella rastreaba a mis clientes normales?
¿Harrington, Yamamoto o Dolzhikov?
Tampoco es que la mayoría de mis clientes habituales no fueran horrorosamente buenos en cuidar de sí mismos, pero… como poco, esto era muy malo para los negocios.
Ignoré el incómodo retortijón que sugería que el aspecto del asunto no era lo que más me preocupaba. Y, ¿qué pasaba con Arthur? ¿Qué había de Tegan y Reese y Cheryl, de quienes yo ya había enseñado mis cartas de no quererlos muertos? ¿Qué había de la amiga de Inspector... Miri, si Mama Lorenzo nos rastreaba en su apartamento, o de cualquiera de los asociados de Inspector cuando no estaba violando las leyes digitales? ¿Qué haría que Mama Lorenzo hiciera un movimiento? Yo no podía protegerlos a todos.
Me divertí durante un instante al desear que ella intentara ir a por Rio. Él era mi conocido más antiguo, después de todo. Pero aunque ella supiera nuestra conexión, Mama Lorenzo no sería tan estúpida. Quizá debiera pedirle ayuda a Rio. Pero no... esto era problema mío. No iba a arrastrar y apartar a Rio de su propia mierda simplemente porque yo no podía manejar la mía. Tenía que actuar con inteligencia en esto.
Tengo que ser más lista que ella.
Y sólo había una persona con la que pudiera amenazar a Mama Lorenzo tanto como ella podía amenazarme a mí: Isabella.
Podía secuestrar a Isabella.
Cielo Santo, ¿estás colocada? ¡Mama Lorenzo te lanzaría un misil nuclear desde la órbita por eso! Por no mencionar que Inspector te repudiaría por un plan como ese... pero, hey, tampoco tiene por qué saberlo.
Podía secuestrar a Isabella y amenazarla hasta que Mama Lorenzo hiciera un trato. Eso sería una jodida cuerda floja, por supuesto.
¿Cómo andar por esa cuerda? ¿Y cómo evitar que Mama Lorenzo me soltara todos los perros del infierno una vez que hubiera recuperado a su sobrina favorita sana y salva?
Tenía que colocar alguna clase de salvaguarda…
Mierda. Hablas de involucrar a gente inocente.
Sólo porque no me importara no significaba que fuera mi modo de acción preferido. No era mi MO disparar al que no me disparaba... o, bueno, al menos, al que no me molestaba. Y como yo lo veía, Isabella sólo era una colegiala.
Tienes que consultarlo con la almohada., me conté a mí misma mientras salía del SUV frente a la casa de Miri y fui hacia el apartamento.
Haz algunos planes. Y mientras tanto, saca el infierno de Warren y Arkacite de la lista pendiente y termina ese asunto de una vez.
—¡¡¡Cas Russell! ¿Cómo ha ido tu... oh, mierda, ¿estás bien? —Inspector deslizó apresuradamente su portátil bajo una mesa lateral y se acercó para mirarme clínicamente mientras yo ingresaba en el apartamento. —Parece como si alguien te hubiera metido en una licuadora. ¿Qué ha pasado?
—Me caí por una ventana.
—¿Qué había debajo? ¿Un foso con pirañas?
—Había aire —le dije. —Demasiado. El aire estaba blando. El suelo no.
Observé la habitación. Pilar me había abierto la puerta cuando llegué y Warren y Liliana estaban jugando juntos en la esquina.
—¿Qué hace Warren aquí?
—Oh, ten compasión —dijo Inspector. —quería jugar con su hija Tamagochi. Me dio demasiada pena no dejarle.
Señalé con un dedo en la cara de Inspector. —Mi caso, mis reglas.
—Los que no dependan de los demás para hacer de niñera que tiren la primera piedra —me dijo solemne. —Uh, aunque en serio, ¿estás bien? Miri podría tener algo de peróxido de hidrógeno o algo...
—Estoy perfectamente —dije. —Hey. Warren. Ven aquí. —giró la cabeza para mirarme, luego habló muy suavemente con Liliana antes de levantarse.
Su postura entera se irguió cuando lo hizo, como si mi presencia transformara un padre amoroso en un soldado a punto de enfrentarse a una revista.
Se acercó a nosotros. —Es mi hija.
Me tomó un minuto situar el non sequitur. Noté que él debía de haber pensado que yo estaba a punto de echarle.
—Lo que tú digas —le dije. —Tenemos una reunión con Arkacite mañana. Te necesito en ella.
—¡No! —La palabra se desprendió de él, grave y feroz y frenética.
—¿No? —exploté, —¿No?. Intento resolver este caso para ti a pesar de que me mentiste y de que me debes dinero, ¿y eso es lo que de verdad quieres decirme?
Su expresión cambió. Parecía inseguro.
—¿Qué va a pasar mañana? —preguntó Inspector, claramente tratando de ser la voz de la razón.
No le pegaba para nada.
—Lo que va a pasar es que he arreglado una reunión con Arkacite, que están muy cabreados de que les robáramos su tecnología, pero aceptan que hablemos sobre ello para que podamos encontrar una solución que funcione para todos. Fui lo bastante amable para convencerles con amenazas. Ni siquiera sé por qué te estoy ayudando. —le dije en la cara a Warren, inclinando mi nuca para compensar la diferencia de altura. No tenía una solución para Mama Lorenzo todavía, pero que me condenaran si no iba a tomar control del resto de mi lamentable vida.
—Ahora, Fuera. De. Aquí. Y procura estar mañana en Arkacite a las nueve o, que Dios me ayude, porque les contaré que se acabó, que ellos ganan y que te den.
Cada músculo en la cara de Warren se tensó y, para mi sorpresa, los ojos de pronto brillaron con lágrimas sin derramar.
—Voy a decirle Adiós a mi hija —susurró y se dio la vuelta.
—¡Hey, no le has dado un puñetazo! Estás mejorando —dijo Inspector. Le lancé una mirada.—Perdón, lo siento, tengo un sentido del humor altamente inapropriado. Hablando de eso, nunca he visto que intentaras negociar. ¿Estás segura de que es idea buena?
—Aún puedo darte un puñetazo —le recordé.
—Recibido. Cerraré el pico.
—También te necesito en esto mañana —le dije. —Has estado repasando el código. Conoces sus especificaciones. Necesito que me ayudes a convencer a Arkacite a encontrar alguna clase de acuerdo.
—Sí, uh, claro, por supuesto. —entornó los ojos hacia mí. —En realidad no vas a intentar negociar, ¿no es cierto? Esto sólo es un caballo de Troya para atacar a Arkacite una vez que estés dentro.
Me hundí en una de las sillas a la mesa de Miri, cansada de pronto. —He pasado demasiado tiempo cerca de Arthur. Su manía no violenta es contagiosa.
—Tranquila. No es muy grave en tu caso.
—Ja-ja.
—Aún así, ¿no parece que ir todos a Arkacite es como, uh, caminar dentro del cubil del león o algo así? —preguntó Inspector. —No lo critico, es que... me gustaría no ser buscado por felonía y robo hoy en día, ¿sabes?
—Grant no quería reunirse en otro lugar —le dije.
Había intentado presionarla, pero la mujer tenía miedo de mí. Ella habría escogido recurrir a la policía ante la expectativa de reunirse con una violenta desconocida como yo en cualquier otro sitio distinto a un edilficio donde ella tenía sus propias fuerzas de seguridad.
—Pero no tienes que preocuparte, no van a entregarnos a la poli. Están implicados en algo mucho más importante aquí. Por eso no habían sospechando de Warren.
—¿Algo más importante como qué? —preguntó Pilar.
Me giré de golpe... me había olvidado que ella estaba en la habitación.
Puso una de sus exageradas caras arrugadas, una mezcla entre autoconsciencia y ansiedad, como asustada de que yo fuera a gritar por haber preguntado.
La estudié, meditando. —Grant no me dijo qué. ¿Tienes tú alguna idea?
Sus ojos se abrieron como platos. —No, yo... creo que no. Es decir, yo sólo era una administrativa. —se mordió el labio y pensó durante un minuto. —Aunque sempre eran Súper paranoicos sobre la discreción. Como, Súper paranoicos. Ni siquiera nos dejaban sacar nada de la oficina con nosotros... Estoy segura de que la mayoría de la gente lo hacía, pero se habrían metido en grandes problemas si alguien lo descubría.
Recordé el maletín que le había robado a Lau. No había más que una razón para quedar tan horrorizado cuando lo abrí.
—Y todo eso del espionaje corporativo —continuó Pilar. —Siempre tuve la sensación de que alguien estaba filtrando datos de verdad y que ellos no podían encontrar a la persona o detenerla. O sea, siempre nos llegaban circulares sobre eso y siempre me sonaban como si estuvieran reaccionando a algo malo que estaba sucediendo, no como si sólo sospecharan. Y toda la atmósfera ahí... siempre nos decían que cambiáramos nuestras contraseñas, y nos preguntaban si habíamos visto algo, y toda la información que querían sobre mi historial para ser sólo una temporal era un poco de locos. Además, mira la seguridad que teníamos que atravesar sólo para ir a trabajar todos los días. Para cada proyecto diferente en el que yo hacía papeleo tenía que firmar un AP diferente.
—¿Y hablaste conmigo cuando yo entré? —le dije. Yo estaba empezando a sentir más admiración por su seso.
Ella se encogió de hombros, el movimiento fue tan extremo que resultó cómico. —No dije que yo tuviera mucho sentido común.
Inspector sofocó una carcajada.
Bueno, supongo que había caído en esa yo misma.
El polvo y sangre seca sobre mi piel estaba empezando a picar. Rumiando sobre la información de Pilar, me levante arrastrándome y me lavé la cara y las manos. Luego asalté la cocina de Miri en busca de algo de comida. Tenía mayormente cosas orgánicas irreconocibles con nombres impronunciables, pero conseguí reunir una pila de apariencia comestible sobre una bandeja. Warren se marchó mientras tanto, cerrando la puerta detrás de él casi sin ruido, del modo en que lo haría un hombre si estuviera intentando mantener su dignidad.
Casi me sentí mal por él. Casi.
Miré hacia Liliana, que había extendido hojas de papel en el suelo y estaba ocupada en sus pasteles de colores.
Debe de haberlos traído Warren,
Pensé que era improbable que Miri tuviera pinturas por ahí. Tras un momento de duda, cogí mi bandeja y me senté junto a ella.
—Hola.
—Hola —dijo ella.
Conseguí no apartarme. —¿Qué estás dibujando? —pregunté.
—Quiero dibujar al Sr. Mittens —dijo ella señalando al gato atigrado que estaba ocupado peleando con una de las muchas plantas de Miri, —pero no se está quieto.
—¿Por qué no dibujas, uh, a ese? —pregunté, señalando con mi tenedor al gato blanco.
Estaba durmiendo de espaldas con sus patas extendidas de un modo que no parecía ser muy cómodo.
—Ya lo dibují.
Parpadeé. La PNL no debería haber tropezado al conjugar un verbo. Quizá la programación de Liliana lanzaba errores al azar para hacerla más natural.
Ella escarbó a través de las hojas en blanco que había extendido y me ofreció una hoja festoneada en color.
—¿Quieres ver mi dibujo?
—Sí —dije. —Claro.
Ella lo levantó hacia mí con delicada reverencia por su propia creación. Lo observé.
Había dibujado la habitación o, al menos, las formas más prominentes de ella, los contornos de cada objeto. Después la silueta de cera del gato en primer plano del sofá rosa, la mesa, la puerta... cada línea perfecta, las matemáticas exactas de la perspectiva.
—Me gusta dibujar —dijo Liliana, ausente. —¿Te gusta dibujar?
—Um —dije. —Supongo que nunca he pensado realmente en ello.
—Toma. —me entregó una hoja en blanco y un puñado de lápices de colores. —Dibuja conmigo.
—Yo, uh, en realidad no tengo tiempo —le dije.
Le tembló el labio inferior. —Por favor
Cuando se trata de niñas, soy una debilucha... al parecer incluso cuando no son reales.
Dejé la bandeja y cogí la hoja y los lápices. Liliana se tumbó sobre su estómago y empezó un nuevo dibujo, sus pasteles recorrían la página en líneas precisas. El nuevo dibujo se parecía casi exactamente al antiguo, sólo que tenía colores diferentes. Yo dudé con un pastel rojo posado sobre mi hoja. Podía hacer lo mismo que Liliana si quería: registrar cada arista y esquina ante mi con precisión matemática. La certeza del resultado me pareció aburrida. En vez de eso, empecé a mover el pastel en formas abstractas, dejando vagar mi mente. No suponía diferencia que Liliana fuese real o no, reflexioné, o si Warren estaba bien de la cabeza por querer quedarse con ella. Lo resolveríamos todo mañana y todos contentos. Mientras tanto, había llamado a Okuda camino a casa. Quería conseguirle las baterías esa misma noche y luego ir directa al local de Cheryl para dejarle un depósito. No sabía cuánto costaría la reparación y pérdidas del Grealy, pero el abono de Okuda al menos sería del mismo orden de magnitud, ahorrándome convenientemente el tiempo y esfuerzo necesario para recoger grandes sumas de dinero de mis escondites. No quería dejar a Cheryl masivamente en la estacada si me sucedía algo.
Algo como un ataque de la Mafia.
Hablando de ello, después de encargarme de Cheryl, tenía que preparar la cita de Arkacite de mañana y mientras estuviera ocupada en eso…
—Hey, Inspector —le llamé. —Tu novia. ¿Cuándo va a volver?
—Ya te lo he dicho, Miri no es mi...
—Ella no. Isabella.
Su cara se arrugó de preocupación. —¿Cómo están las...? Es decir, ¿estás...?
—Estoy genial. —le dije. —Dijiste que la harías volver. ¿Cuándo?
—Um, yo había pensado el lunes como muy tarde —me respondió. —Harías bien en no antagonizar más a su tía. He emitido informes de creciente histeria sobre un loco y agresivo puma en diferentes lugares desde ayer. Hoy su escuela se inundó con preocupantes emails sobre la excursión de campamento en la que ella va a participar, algunos de los cuales ni siquiera eran falsos. Se suponía que se quedaría ahí otra semana, comiendo barro y haciendo equipos hasta el primer día de clases, pero apuesto a que a los administradores de la universidad les interrumpirán la cena con llamadas de padres frenéticos en este preciso instante... si sigue la presión durante un fin de semana, depende de lo motivados que se sientan, anularán la excursión y traerán a los estudiantes.
Era más lento, pero no nos delataba ni levantaba sospechas en Isabella. De hecho, bajo diferentes circunstancias, habría sido una idea buena, pero en este caso me dejaba dos o tres días más para evitar a Mama Lorenzo y asegurarme de que ella no iba a por nadie más.
Si Isabella no volvía para cuando yo hubiera arreglado lo de Warren y Liliana mañana, decidí que tendría que encargarme de su regreso personalmente. Lo cual me daba menos de veinticuatro horas para averiguar exactamente cómo iba planear su secuestro. Necesitaba anticipar el movimiento de Mama Lorenzo y el movimiento después de ese… asegurarme de obligarla a terminar el juego…
Tracé círculos con el pastel en mi mano, aplastándolo contra el papel.
—Hey —dijo Inspector sobre mi hombro izquierdo. —¿Dónde está eso?
Alcé la vista. —¿Qué?
Me señaló la hoja. —Lo que estás dibujando. ¿Dónde está?
Mi dibujo había devenido en formas rojas solapadas, círculos y rectángulos y largas líneas rectas a través de ellas.
—Sólo son borrones.
—Parece un plano de planta. —Las paredes de elevaron, extendieron y dimensionaron... —No. Sólo son garabatos. —Me levanté abruptamente. —Tengo que ponerme en marcha.
Mientras reunía mis cosas y salía, por el rabillo del ojo vi a Inspector inclinarse, recoger mi dibujo y doblarlo dentro de un bolsillo. Por alguna razón, aquello me irritó y salí disparada del apartamento.
Mi primera parada fue volver al parque donde Okuda esperaba en el mismo banco, esta vez con una bolsa de mensajero junto a ella. Abrí la cremallera y miré el interior. El sol del ocaso reveló un montón de cintas color mostaza envolviendo paquetes de billetes de cien dólares. Le di a la bolsa una precisa sacudida para rearreglar el contenido y lo comprobé de nuevo: había mantenido su palabra.
—Un placer hacer negocios con usted —le dije.
—Con usted también —dijo Okuda con un leve inclinación de cabeza.
Se giró y se alejó del parque con el paquete de baterías de plutonio bajo el brazo. Sopesé la bolsa.
Cristo, qué bien sienta cuando las cosas van como la seda.
Llamé a Harrington mientras salía del parque para decirle que todo iba bien y que la situación del plutonio se había resuelto (lo cual era cierto) y me puse en marcha hacia el local de Cheryl.
Había pensado en hacer una entrega anónima, pero aquello era una horrorosa suma de dinero para dejarla en cualquier parte. Al mismo tiempo, no me entusiasmaba la idea de mostrar la cara por el bar de Cheryl mientras aún hubiera una diana apuntándome, sólo en caso de que la Mafia hubiera unido los puntos y descubierto que tenía que aparecer. Así que envié un texto a Inspector para que me diera la dirección personal de Cheryl y paré a un bloque de distancia, aparcando mal delante de una boca de incendios.
El asiento trasero de la tartana SUV estaba bastante desordenado con chismes de sus previos dueños, desde bolsas vacías de comida rápida y restos de algunas sudaderas andrajosas. Metí algo de los restos en la bolsa encima del dinero y salí del coche con todos mis sentidos en alerta máxima.
El bloque de Cheryl estaba en el lado más tosco, en un edificio de apartamentos todo mezclado con la basura desparramada por las aceras y en las calles. Un indigente estaba roncando contra una pared de la acera bajo el frontal de uno de los edificios de apartamentos. Me acerqué y me agaché junto a él. Me picaron las narices por el olor a sudor rancio y alcohol.
—Hey —le dije.
Despertó parpadeando con unos ojos inyectados en sangre, una cara grasienta y negra de mugre. —¡No puede un hombre dormir! —me gruñó con agresividad. —¡Que te jodan!
—¿Quieres ganarte cien dólares? —pregunté, indolente.
—¡Cien dólares! ¿De qué estás hablando de cien dólares? ¿Te parezco alguien que tenga cien dólares para darte?
Saqué cinco de veinte de mi bolsillo. —No, soy yo quien te va a dar cien dólares. Lleva esta bolsa al número 5208. Dásela a una mujer rubia llamada Cheryl. Hazlo y te daré este dinero. ¿Vale?
Extendió una mano mugrienta para pillar los billetes. Yo los levanté fuera de su alcance. —No, lleva la bolsa primero. Si no está allí, trae la bolsa de vuelta. Te estaré observando.
—Que te jodan, cien dólares —me masculló, pero se levantó tambalente y cogió la bolsa.
—Número 5208 —le recordé. —Una mujer llamada Cheryl. ¿Lo captas?
—Cinco dos cero ocho, Cheryl, no soy estúpido —me masculló, y se alejó.
Volví al coche y observé. No estaba segura de que mi mensajero estuviera muy sobrio, pero lo haría. Llamé a Cheryl mientras el tipo arrastraba los pies calle abajo.
—¿Hola?
—¿Cheryl? Soy Cas Russell.
—Russell. —soltó un bufido. —¿Qué quieres?
—¿Estás en casa ahora mismo? Estoy enviando a alguien a tu puerta con algo de dinero.
Hizo una pausa durante un segundo, como si no se lo hubiera esperado. —Sí, estoy aquí. ¿Dónde iba a estar? El Grealy es una jodida escena del crimen, gracias a ti.
—Bueno, por eso hay un tipo que te envia una bolsa de dinero. Ignora el olor. La bolsa va de mi parte.
—No tengo ni idea de cuánto costarán los daños —dijo Cheryl, aún beligerante.
—Entonces, puedes considerar esto como un abono menos y puedes perdonarme —dije impacientemente.
Ella vaciló de nuevo. Noté que en realidad no esperaba que la compensara por lo de la otra noche. Probablemente con razón, considerando que había sido yo quien causó el tiroteo en el bar.
—Cristo, no voy a dejarte colgada —le dije. —No es así como hago negocios.
—Te sorprenderías —dijo ella. —Cada vez hay más cabrones ahí fuera tratando de llenarme de mierda. Ya no queda nadie de la vieja escuela.
Para entonces, mi sucio mensajero había conseguido llegar a su umbral. Observé cómo llamaba al timbre. Cheryl abrió la puerta, asintió al tipo, cogió la bolsa y cerró la puerta de nuevo.
—La tengo —dijo ella en mi oído. La oí abrir la cremallera de la bolsa y luego la voz de Cheryl tomó un tono muy diferente. —Mierda. Russell. Esto es demasiado.
Eso espero.
—Pues considéralo una disculpa por los inconvenientes.
—Aún sigues expulsada. Esto no cambia nada.
—Sí, de acuerdo.
Mi repartidor estaba andando hacia mí. Bajé la ventana y tiré un fajo de veinte sobre su pequeño montón de pertenencias antes de poner en marcha el coche y alejarme del bordillo.
—Si los Lorenzo te dan cualquier problema, llámame. —ella no respondió.—¿Cheryl?
—Tengo a alguien aquí ahora mismo que quiere hablar contigo. —su tono volvió a ser beligerante. —Yo no tomo parte en esto, ¿me captas? No quiero que ni yo ni mi bar esté en medio de vuestro maldito feudo. Tú y yo, estamos en paz y lo que ocurra ahora, yo no formo parte de ello. ¿Está claro?
Abrí la boca para preguntar de qué demonios estaba hablando, pero antes de que pudiera, la voz de Benito se oyó alta y obsequiosa por la línea.
—¡Cas! ¡Soy Benito! —destacó su nombre como si fuera una declaración. —¡No respondes a mis llamadas, hombre! Eso me duele.
Casi choco con el coche de delante.
Joder.
Habían vigilado la casa Cheryl o, al menos, Benito lo hacía. Y yo pensando que me había vuelto una paranoica.
—Tu familia trata de matarme —le recordé a Benito cáusticamente. —¿Por qué demonios iba a devolverte las llamadas?
—Es un malentendido —me dijo animadamente. —Tú y yo, nosotros lo arreglaremos, ¿qué me dices? —
Como si me lo creyera. —Tu madre...
—Madre adoptiva —me corregió. —Mi mama adoptiva.
—Tu madre adoptiva no lo ve de ese modo.
—Eh. Es una mujer, ¿sabes? Se ponen emocionales con estas cosas.
Su indolencia estaba tan fuera de la realidad que me pregunté brevemente si había conocido a su madrastra alguna vez.
—Se lo diré cuando la vea —le dije.
—Oh, uh... mejor no. No quiero agitar el bote, ya sabes. —se rió excesivamente. —¿Qué tal tú y yo, lo solucionamos? ¿Ja?
—¿Cómo? —le demandé.
—¿Eh?
—¿Que cómo lo solucionamos?
—Eh, ya sabes. La Madre, le gusto —se jactó. —La llamo, te llamo, nos sentamos todos civilizados y charlamos, ¿de acuerdo? Todos felices. Vale la pena intentarlo, ¿eh?
—Ya he intentado hablar con ella —le dije. —No sirvió de nada.
—Porque yo no estaba allí. Te lo he dicho, soy su favorito.
—Esto es la cosa más estúpida que he oído nunca. —le dije. —Adiós
—¡Espera espera espera espera! Me debes una, ¿recuerdas? Por presentarte. Tú misma lo dijiste. Deja que te cuente...
—No voy a devolver un favor por llevarme a una emboscada...
—No, no... tú escucha, ¿vale? Déjame terminar.
Me pregunte cuánto tardaría alguien en rastrear esta llamada y si el mismo Benito me estaba reastreando. ¿Cuánto tiempo había estado hablando con Cheryl? El SUV no estaba pinchado, pero pisé el acelerador al llegar a la autovía.
—Tienes un minuto —le dije. —Y estamos en paz.
—¡Qué difícil es regatear contigo, hombre! Vale. Mi mama adoptiva... tal vez no sea la mejor persona para llevar las cosas, ¿sabes?
¿Qué demonios?
—¿Qué estas diciendo?
Bajó la voz, rápida y cautelosa. —Lo único que digo es que tal vez te diga dónde está, eso es todo. Quizá ya no mande, quizá haya una persona nueva en el poder. Y quizá ese tipo no tiene ningún problema contigo y es tu amigo, ¿sabes?
Casi solté una carcajada. La idea de que Benito Lorenzo fuera la persona preferida para llenar un vacío de poder era ridícula independientemente de sus conexiones con la familia. Pero si él podía al menos influenciar a esas conexiones para que retiraran la espada encima de Inspector y de mí una vez que Mama Lorenzo estuviera fuera de la foto… bueno, no podía decir que me importara lo que ocurriría con la jerarquía de poder de la Mafia mientras Benito pudiera asegurarnos que nuestro asunto estaba olvidado.
Aún así, parecía poco probable. Muy poco probable y peligroso. Era más probable que él sólo intentara jugármela. Y aunque no fuera así, me vería envuelta en un golpe de estado a la Mafia como asesina a sueldo, lo cual no sonaba como una posición con mucha longevidad. Pero considerando mis otras opciones, o falta de ellas…
—Hipotéticamente —le dije, —¿tienes a alguien en mente a quien querrías culpar de esto? No voy a cargarme a Mama Lorenzo para ti si eso implica que la diana que tengo en la espalda va a ser permanente.
—¡Claro! ¡Por supuesto! —dijo Benito, demasiado rápido.
Que me jodan si no es el parangón de la competencia y la previsión.
—Por supuesto. Uh... la Madre, tiene enemigos. Muchos enemigos.
Y que me jodan dos veces.
Esto era ridículo. Si había una persona de quien yo no querría depender en un plan contra una de las mujeres más poderosas de la Costa Oeste era Benito Lorenzo.
—Se me ha ocurrido un plan —dije brevemente. —Me gusta, pensaré en ello.
—Ten en cuenta que esto resolvería todos nuestros problemas, para ambos...
—He dicho que lo pensaría. Se me ha ocurrido un plan que puede funcionar.
Colgué y le envié por texto al teléfono de Cheryl el número de mi buzón de voz permanente, sólo en caso de que Benito tuviera algo que valiera la pena decirme más tarde. Luego le quité la batería al teléfono en mi mano por si ya me la estaba jugando y me desvié para subir la rampa a la autopista. Tenía que cambiar de coche. Y de teléfonos... había dejado los repuestos en casa de Miri.
Mierda.
¿Había un modo de que pudiera usar el hambre de poder de Benito? ¿Un modo que me cubriera la espalda en caso de él tuviera intención de apuñalarme en ella? Tenía que pensar en ello mientras preparaba la reunión con Arkacite.
A Inspector no le había faltado razón por preguntar si era una buena idea reunirse con Grant en su propio terreno... necesitábamos estar preparados. Tampoco es que yo esperase que algo fuera a salir mal. Grant podría tener un infierno de seguridad privada, pero al final del día, Arkacite era una corporación. Vivían en el mundo civilizado, un lugar donde las personas no se disparaban unas a otras por norma general. Si nos la jugaba, su plan de juego sería entregarnos a la policía. Cosa que no queríamos que sucediera, obviamente, pero no pensaba que hubiera mucho de lo que preocuparse. Grant llegaría muy lejos para proteger los secretos de Arkacite y parecía despreciar tanto como nosotros dejar que las autoridades entrasen en este asunto. Comparado con mis otros problemas, la reunión de Arkacite era tan peligrosa como alzarse contra una tenia agresiva. Pero eso no implicaba que no necesitara un plan de reserva.
Pensé en los planos del edificio de Arkacite que yo había memorizado la noche antes. Tenía hasta las nueve de la mañana.
Llegué a Arkacite a las 9:12 de la mañana y reconocí a Inspector, Warren, y Pilar esperándome fuera en la plaza. Mientras me aproximaba, Inspector se separó del grupo y se acercó.
—¿Todo bien?
—¿Qué está haciendo Pilar aquí? —dije.
Se encogió de hombros. —Eh, quería venir. La trataron como una mierda aquí. Pensé que merecía ver cómo les daban algunos ganchos. Además, nunca se sabe cuando podría ser útil tener a alguien a tu lado que les puede delatar si intentan engañarnos.
Tenía razón, pero…
—Espera, ¿quién está vigilando a Liliana? —yo había tratado de hacer volver a Arthur, pero él aún estaba en casa de Tegan.
—No hace falta que la vigile nadie —se jactó Inspector. —He deshabilitado sus capacidades de movimiento por el momento.
—¿Que has qué?
—¡Era una broma! ¡Estoy de coña!. Tranquila. Miri la está cuidando. Está en casa para pasar el fin de semana. —Respiré, intranquila por lo fuerte que había sido mi respuesta.—Exageré una situación sobre un padre abusivo pelmazo y le advertí que no la dejara salir del apartamento ni abrir la puerta, por lo cual ella estaba asustada y acostumbrada, por cierto. Mi teléfono me dará un toque si el sistema de seguridad detecta algo. —meneó su smartphone hacia mí.
Y gracias a Inspector, la seguridad de Miri era tan buena como podía tener un apartamento civil. Aún así, me habría sentido mucho más tranquila con Arthur. Dado los talentos de Inspector, me preocupaba menos la eficacia del sistema de seguridad de Miri que de la propia Miri o Pilar, pero tampoco me sobraba gente para hacer de niñera de una niña de cinco años.
O de algo que parecía una.
Lo que debería haber hecho era apagarla y encerrarla en una caja fuerte.
—En pocas horas ya no importará, de todas formas —le dije, más para convencerme a mí misma que a Inspector. —vamos a zanjar este asunto ahora mismo.
—Eso esperamos —dijo Inspector.—Sí.
Eché mano al bolsillo y saqué una forma compacta de goma y metal del tamaño de mi mano. —Hablando de eso, métete esto en el bolsillo.
—¿Qué es eso?
—Una máscara de gas.
—¿Una qué? —gritó.
—Es para el plan de contingencia, genio. Pero podías haberme avisado de que ibas a traer una persona extra. —le dije a la horrorizada mirada en su cara. —No nos va a hacer falta. Son una corporación, no un sindicato del crimen... de lo que hay que preocuparse es de que llamen a la policía, y no lo harán. Quieren negociar.
Tomó la máscara, señalándola con el dedo nerviosamente. —Espero que tengas razón.
Entramos todos juntos en el amplio vestíbulo. Estaba bastante tranquilo, con sólo los guardas de seguridad en sus puestos y nadie más. Ahora que pensaba en ello, la plaza de fuera también había estado vacía.
—¿Han enviado a todos a casa sólo para reunirse con nosotros? —pregunté en voz alta.
Pilar me lanzó una mirada divertida. —Es sábado. Es decir, algunos de los principales ingenieros aún viene los fines de semana, pero no muchas otras personas.
Oh. De acuerdo.
Tres personas esperaban en los ascensores. Una era Lau, llevando una agria expresión exagerada y una venda médica sobre la brecha en su cara. Las otras dos eran mujeres. Una blanca pesada con un soso sentido de la moda y el tipo de peinado voluminoso que sólo parecían llevar las ancianas. Supuse que sería Grant. La otra mujer era mucho más joven, con pelo largo y demasiado delgada, como si hubieran envuelto un traje alrededor de un lápiz.
El guarda de seguridad en el mostrador hizo un movimiento abortivo cuando pasamos caminando. El paso de Pilar se detuvo un poco, pero el resto de nosotros seguimos andando y ella se apresuró a alcanzarnos.
Yo iba en cabeza a través de la puerta de accesibilidad. Cuando pasé por el detector de metal se disparó espectacularmente. Lo ignoré y seguí mi marcha hacia el grupo de ascensores.
—¿Grant?—dije mirando a la mujer de más edad.
La mujer dio un paso al frente. —¿Es usted la persona con la que hablé por teléfono? —no me ofreció la mano, pero su tono no era del todo hostil.
Lo imité. —Sí, soy yo. Ya conoces a Noah Warren. Estos son mis asociados. —moví una mano hacia Inspector y Pilar.
Grant asintió a su gente. —Usted y el Sr. Lau ya se… conocen. Clarise Hryshchuk es la jefa de nuestro equipo legal.
—Bien —dije, —puesto que pretendo que tú y el Sr. Warren firméis algo al final de esta reunión.
El rostró de Grant se endureció.
—¿Es cierto? —dijo la abogada, mirando alternativamente a Grant y a mí.
Como ninguna respondió, lo dejó pasar y deslizó una tarjeta para llamar al ascensor, sus tacones resonaron en el suelo del vestíbulo.
—Hemos preparado una sala de conferencias —nos anunció cuando los seguíamos al interior.
Grant y Lau parecían reticentes a ser educados. La abogada les miró y se movía incómoda, transferiendo su maletín de una mano a otra. Yo no la culpaba. La tensión era palpable. Mientras el ascensor se deslizaba suavemente hacia arriba, Lau dio un paso lateral hacia Pilar.
—Sabía que tramabas algo, fisgona —le dijo con desprecio, bajando su nariz frente a ella.
Pilar se fue rápida al fondo para no estar en su espacio personal y se giró hacia mí. —¿Puedo darle una patada en las bolas, o lo estropearía todo?
Inspector bufó de risa. Una vena empezó a pulsar en la frente de Lau.
—Normalmente no me opongo —le dije. —Pero aguántate por ahora.
Lau y Grant nos sonrieron. La abogada tenía una extraña expresión en su cara, como si aquella clase de interacción estuviera tan a años luz de su reino de experiencia que ni siquiera sabía cómo reaccionar.
Llegamos a la sala de conferencias. Requisé el lado de la mesa que daba a la fría puerta de cristal para mi equipo, y el equipo de Arkacite se sentó frente a nosotros. La abogada abrió su maletín y sacó algunos papeles y una pluma, como si aquello fuese una reunión normal.
—¡Dejémonos de tonterías —dijo Grant. A la abogada casi se le salen los ojos de las órbitas. —Necesitamos recuperar el prototipo.
Warren se tensó en su silla, sus manos se cerraron en el borde de la mesa. La reacción no podría haber sido más obvia si hubiera gritado. La tensión en la habitación aumentó unos mil puntos.
—¡Vale! —dije, alzando una mano para detener a Warren. —Reglas de la casa. Para los propósitos de esta discusión, ella es una niña y su nombre es Liliana... ¿de acuerdo, todos?
Grant apretó los labios.
Inspector intervino antes de que cualquiera tuviera ocasión de explotar. —Tenéis todas las notas y diseños de Denise Rayal, ¿cierto? Y la mayoría de su equipo aún sigue empleado aquí. He leído las especificaciones. Podéis construir otra, uh, otro prototipo. ¿Por qué no puede quedarse con su hija el Sr. Warren? ¿Por qué no puede comprarla o algo así?
—La, uh, Liliana es información privilegiada —dijo Grant con acerbidad. —Tenerlo vagando por ahí fuera mientras desarrollamos su comercialización es inaceptable.
Pude sentir que Warren se tensaba aún más, el dolor y rabia le invadía en oleadas.
—Ella,— dije. Vamos a llamarla ella, ¿vale?
—Bueno, no necesitamos una razón para que... ella... vuelva —dijo Grant. —Si no queremos regalar nuestra propia tecnología, es decisión nuestra, y robarla para este ridículo intento de presionarnos a cerrar un trato es despreciable.
—También lo es quitarle la hija a un padre —dije.
Grant abrió la boca, luego miró a Warren y apretó los labios.
—También estáis reduciendo el valor de los datos que hemos estado adquiriendo durante el tiempo de pruebas —añadió Lau. —No tenemos modo de predecir qué tipo de respuestas obtendremos de una IA con algoritmos de aprendizaje de máquinas de esta complejidad. Después de que Liliana fuese activada, Denise Rayal lideró un equipo de siete ingenieros que reunieron un extenso estudio de comportamiento que su departamento ha convertido en recursos durante más de un año. Si detenemos esas observaciones ahora, perdemos ese año. Cualquier otro prototipo empezaría desde el inicio.
—Venga ya —le dije. —¿Para qué quiere Arkacite esta tecnología de todos modos? ¿Por qué la iba a comprar la gente?
—Ella nos pertenece tanto si crees que la querríamos como si no —dijo Grant. —En cuanto a las aplicaciones, podían ser considerables. Tenemos muchos lugares que explorar.
—¿Como cuáles? —demandé —Esto es relevante aquí porque esta es una negociación y ella tiene valor para vosotros. Estoy intentando averiguar por qué ese valor no es cero.
Lau y Grant intercambiaron una mirada. La expresión de Grant aún no era severa pero, después de un instante, le indicó que hablara.
—Los hijos que actúan de modo realista podrían ayudar a sus padres a prepararse para los reales —recitó Lau, girándose hacia nosotros. —Ciertas personas podrían sentirse inclinadas a comprar compañía similar a la humana, igual que pueden tener mascotas, algo que amar, si lo necesitan o quieren eso. Otras podrían considerar una de nuestros productos para ciertas tareas específicas si pudiéranos programarlos para ser eficientes... para ser niñeras o tutores de sus hijos, tareas de las que un ordenador podría ser capaz, pero que de otro modo se considerarían demasiado toscas, o posiciones administrativas que no requieren intelecto humano, pero sí el beneficio de un rostro humano. Y si pudiéramos mejorar la mimíca de Turing para aproximarlo a una mujer adulta… bueno, hay aplicaciones menos intelectuales que podrían ser muy lucrativas. El prototipo es muy valioso para nosotros.
—Espera, ¿por fin creáis una máquina que pasa el test de Turing y vais a reducirla para producir muñecas sexuales? —gritó Inspector.
Un ligero rubor subió por el cuello de Grant. —Por supuesto que sí. Aceptable o no, es un mercado obvio.
—No sé —dijo Pilar. —Si yo pudiera comprar un tipo sexy que supiera cuando estar callado y complacer a una mujer y pudiera guardarlo en un armario cuando no lo uso, yo estaría toda a favor de eso.
Todos la miraron.
Ella se encogió de hombros. —Es lo que pienso. No es una idea tan mala.
Inspector se ahogaba. —Yo... vale —dijo. —Capto el mensaje y, sí, tal vez el mercado para eso sea obvio y siempre he sido tan pro-excéntrico como es posible, pero... bueno, me he visto obligado literalmente a autorreflexionar mucho esta última semana y eso es lo que pienso. ¿Quizá habituar a todos vuestros clientes a tratar a las mujeres como objetos que sólo dicen lo que se les ha programado sea algo que deberiáis al menos considerar?
—Las aplicaciones comerciales están a años vista del desarrollo —dijo Grant con un tono afilado en su voz. —Consideraremos nuestras opiniones a su debido tiempo. Este no es el momento para discutirlo. Como tampoco es, francamente, asunto suyo.
—Bueno, en cierto modo lo es —dijo Inspector. —Si nos preocupa la integridad de lo que vais a hacer con la tecnología...
—Yo no estoy preocupada —le interrumpí.
Inspector me disparó una mirada molesta, pero la ignoré. Lo último que necesitaba era que empezara un tira y afloja con Grant y Lau sobre la ética. Yo ya había hecho una sólida carrera en flexibilidad moral.
—No podría importarme menos lo que hacéis con vuestra tecnología. Eso es asunto vuestro. Lo que me preocupa es una niña y la relación con su papi. —Warren dejó escapar un discreto suspiro junto a mí. —Grant, no estarías aquí si no estuvieras dispuesta a ceder unos centímetros. Dijiste que nos dejáranos de tonterías. ¿Qué estás dispuesta a dar?
Grant juntó las manos sobre la mesa. —Estaríamos dispuestos a permitir al Sr. Warren …uh, visitarla.
—No. —la voz de Warren fue tan baja que no estaba segura de que Grant la hubiera oído, pero puse una mano en su indiferente brazo, sosegándole de nuevo.
—Eso no va a servir —le dije. —¿Qué tal esto? ¿Por qué no puede Warren vivir con ella y la observáis al mismo tiempo?
—Necesitamos mantenerla en un entorno seguro y controlado, no en el exterior al alcance de cualquiera. Recuerde, iremos a la policía si...
—No me refiero a eso —la corté. —¿Y si Warren vive en vuestro entorno controlado con ella?
Grant retrocedió. —No va estar dispuesto a dedicar su vida...
—Vamos a preguntárselo —le dije. —Warren, ¿estarías dispuesto a vivir en un laboratorio con Liliana?
—Si ella está cómoda, bien cuidada... si puedo cuidar de ella...
—Ahí lo tienes —le dije a Grant. —Dales un bonito apartamento cerrado en un laboratorio por aquí dentro, como lo que sea que habías preparado antes con Rayal. Tus investigadores pueden ser quienes los visiten.
La frente de Grant se elevó un poco.
Lau inclinó su cabeza a un lado rumiando el asunto. —Eso podría ayudar con nuestra investigación si esta… relación… continuara —dijo.—Ella ya ha sido entrenada para responder ante él como un padre.
—Aún mejor —le dije. —Puedes ponerle en nómina.
Grant entornó los ojos a Warren. —¿Vas a sacrificar tu vida por este proyecto?
—Ella no es un proyecto —dijo Warren tranquilamente.
—Pues ya está arreglado —traduje yo. —¿Te vale?
La mandíbula de Grant se tensó como si hubiera mordido algo podrido.
—¿Podemos tener un momento? —dijo la abogada.
Clarise la Abogada se llevó a Grant a parte en la habitación y habló con ella en voz baja. Lau quedó en su asiento. No parecía muy cómodo. Su mirada revoloteaba como si no supiera donde mirar y había empezado a agitarse inquieto. Después de unos minutos noté por qué: Pilar le estaba mirando tranquilamente frente a él en la mesa.
—¿Qué quieres? —le siseó a ella.
—No me hagas caso —dijo Pilar. —Sólo imagino tu cabeza empalada en un clavo de hierro mientras las ratas te arrancan a mordiscos los globos oculares.
Inspector se ahogaba.
—Basta —le dije.
Pilar apartó la mirada, aunque consiguió hacerlo muy deliberadamente, como si hubiera sido idea suya. Grant y la abogada volvieron.
—Podemos resolver algo así —dijo Grant, mordiendo cada palabra. —Pero el hecho de que irrumpiérais y robárais nuestra tecnología y la usarais para presionarnos es inaceptable. Necesitamos más.
—¿Qué tienes en mente? —pregunté.
—¿Quién de vosotros irrumpió en nuestra instalación?
—¿Por qué quieres saberlo? —me opuse.
—Nos lo debéis —dijo Grant.
—¿Quieres que os ayudemos a reforzar vuestra seguridad? —dijo Inspector. —¿O estás hablando de algún tipo de, uh, remuneración por daños?
Uno de los dedos de Grant golpeaba la mesa. —Algo en ese sentido —dijo ella.
Bueno, eso era una vaga respuesta sinsentido. Entorné los ojos a Grant. Supuse que era posible que quisiera consejos sobre seguridad, pero tenía la clara sensación de que ella apuntaba a algo menos legal.
Oh, dulce ironía. Daba igual. Si me sacaba de este lío, aceptaría el trabajo.
—Vale —dije. —Te has ganado un TDU.
La abogada estaba escribiendo. —Podemos especificar los detalles...
—No, no es necesario —dijo Grant. —Me vale tu palabra, ¿verdad? —me preguntó con una sombra ominosa detrás de las palabras.
—Sí —le dije.
La abogada dejó de escribir ojiplática. —Sra. Grant, como su asesora legal, le recomiendo encarecidamente...
—Prepara el contrato para él y la hija. El Sr. Warren y yo lo firmaremos —dijo Grant.
La abogada pareció que iba a discutir, pero vaciló el tiempo suficiente para transmitir obstinada desaprobación. —De acuerdo.
Santa caca. Lo habíamos resuelto. Warren recuperaba a su hija, Arkacite no le perseguía, yo le había robado algo a Arkacite y todos felices comiendo perdices. Bueno, excepto por el hecho de que yo me quedaba sin cobrar. Esa parte apestaba.
Sonó mi teléfono móvil
—Excúsenme —dije.
El número era el de Arthur. Me levanté y se fui a una esquina de la habitación, lejos de la mesa de conferencias.
—¿Sí?
—¿Aún estás en Arkacite?
—Sí —le dije. —¿Qué pasa?
—¿Has visto las noticias?
—No, porque nosotros aún estamos aquí. Suéltalo ya.
—Es... yo creo que es tu chica robot.
Una mala premonición me pasó por la mente. —¿Qué?
—Bueno... sale en las noticias. Russell, yo no sé cómo ha sucedido, pero ella... ellos... la han matado.
El mundo me pareció un túnel mientras sujetaba el teléfono móvil —¿Qué? ¿Cómo? ¿Quién?
—No estoy seguro... un tipo, está en todos los canales de noticias... aún no sé cómo la ha encontrado, ni por qué. Te llamé de inmediato...
—Luego te llamo. —crucé la sala hasta Inspector, con cuidado de no mirar en dirección a Warren. —Necesito el número de Miri, ahora —le susurré.
—¿Algo va mal? —preguntó Grant.
—No —dije deprisa.
La expresión de Inspector quedó seria. Sacó su móvil, pulsó en la pantalla y me lo entregó. Yo lancé la excusa de que no oía bien y me retiré al pasillo antes de tocar la pantalla del teléfono de Inspector para llamar.
Miri atendió a la tercera llamada. —¿Hola? —sonaba completamente relajada.
—Soy Cas Russell —dije urgentemente. —¿Qué ha...?
—Oh, la ex de Inspector, ¿no? Hey, ¿qué tal estás?.
—Uh... no, yo no soy... Liliana, ¡dime que ha pasado con Liliana!
—¿Qué ha pasado con ella? —dijo Miri, sonando sorprendida. —Está jugando con los gatos ahora mismo. Una niña adorable.
—Espera, ¿está ahí?
—Por supuesto. —templó las dos palabras con un toque de animado sarcasmo. —Hey, tú estrangulas a la gente al azar y esto te podría parecer raro, pero cuando se hace de niñera, no se supone que dejas a la niña sola. Eso es importante. Por eso lo llaman cuidar a los niños.
Dejé escapar una larga respiración y apoyé la espalada contra la pared. Liliana estaba bien, entonces.
—Uh, no la pierdas de vista, ¿de acuerdo?
—¿Qué te acabo de decir? —dijo Miri. —Eso es lo que hacen las niñeras.
—De acuerdo. Gracias. —colgué.
¿Qué demonios estaba pasando?
El teléfono de Inspector era un smartphone especialmente seguro, en vez de uno de los desechables que yo llevaba normalmente. Tras probar un poco, encontré su navegador web y consulte una página de noticias.
Arthur tenía razón.
Golpeándome en la cara había una imagen de un hombre sobre un podio, y apartándose de él estaba Liliana... y ella estaba acobardada porque él la estaba atacando con algo parecido a un bastón para el ganado, arcos azules de electricidad surgían hasta su cráneo mientras su expresión se contorsionaba en dolor y miedo. Una foto al pie mostraba su pequeño cuerpo colapsado en una silla, sus miembros extendidos a los lados y su cabeza abierta con pedazos retorcidos de metal colgando hacia el frente. Miré las fotografías durante un buen rato sin registrar el horror.
"Engaños de la Inteligencia Artificial al descubierto", decía el titular. Bajo las fotos, el subtitular: "La caza de máquinas humanoides entre nosotros ha empezado."
Seguí mirando las fotografías, aunque no me hacía falta, ya había hecho automáticamente los cálculos, los autovectores e invariantes isómetricas del reconocimiento facial. Yo nunca confundía a dos personas. La chica de la fotografía tenía la misma estructura ósea que Liliana, los mismos rasgos, la misma altura. Iba vestida con una camisa de niña y vaqueros, en lugar de le vestido de fiesta azul, pero era sin duda la misma chica.
Salvo que, en este caso, no lo era.
Llamé a Miri.—¿Hola?
—Soy Cas Russell de nuevo —dije.
—Inspector me ha dicho algo de lo que está pasando, ¿sabes? —me aseguró. —Está encerrada aquí. No hay que preocuparse.
La ignoré. —Pon a Liliana al teléfono.
—Claro. —oí un par de sonidos extraños y luego la voz de Miri dijo vagamente, —Hey, cielito. ¿Te acuerdas de Cas? Quiere hablar contingo un momento. Pero si se porta mal, dímelo y yo cogeré el teléfono.
Sonreí impotentemente a la oradora, aunque supuse que Miri tenía sus motivos para tomar el mando.
—¿Hola? —dijo una voz trémula de chica.
La misma extrañeza me dio escalofríos, la demasiado regular cadencia producida por una máquina. Era Liliana, por supuesto, como lo era la chica en la fotografía de las noticias.
—Hola —dije. —Sólo quería saludarte. ¿Va todo bien?
—Todo va bien —dijo Liliana. —Hola.
—Puedes poner a Miri ahora —le dije.
—Te juro que soy una adulta moderadamente responsable —dijo Miri al teléfono.
No me molesté en tratar de explicárselo. —No dejes que salga ni la pierdas de vista. Ni por un minuto.
—Vaya, y me lo dices justo ahora que iba a enviarla a comprar whisky y algo de hierba.
Colgué. Liliana tenía una copia ahí fuera. Una no controlada por nosotros ni por Arkacite. O al menos, había habido una hasta ahora. Consulté el artículo de las noticias para descubrir qué infierno estaba pasando...
y un rugido todopoderoso sonó en la sala de conferencias.
¡Mierda!
Abrí la puerta de golpe justo a tiempo de ver a Warren inclinado sobre la mesa de conferencias con un poderoso cabreo incontrolable... ya había visto las noticias...
¡Maldita gente y su obsesión de comprobar sus malditos smartphones cada maldito minuto!
Inspector y Pilar estaban intentando sujetar a Warren sin mucho éxito. Grant y Lau estaban gritando con rabia a Warren algo sobre que era culpa suya haber tirado por el sumidero años de investigación, mientras Lau le señalaba con un dedo en la cara y la abogada había corrido hasta una esquina tratando de parecer invisible.
—¡Hey! ¡Basta! ¡Parad! —grité.
Siguieron gritando. Resolví una rápida ecuación acústica en mi cabeza y me metí dos dedos en la boca. El perforante silbido abrumaba la habitación entera, resonando y duplicándose en las paredes, atravesando nuestros cráneos y llevándose todos los pensamientos. Pilar e Inspector se llevaron las manos a los oídos soltando a Warren. Él medio avanzó antes de caer al suelo sobre sus manos y casi volcar la mesa. Se dobló sobre sus rodillas con la cabeza entre los brazos para apagar el ruido Grant, Lau, y la abogada, todos se llevaron las palmas a sus oídos también. La abogada empezó a gritar.
Yo me quedé sin aire y me saqué los dedos de la boca. Me pitaban los oídos.
—Cielo Santo, Cas —gruñó Inspector.
Yo misma estaba impresionada con las matemáticas. Pero, al menos, aquello los había tranquilizado a todos... con la excepción de la abogada, que seguía hiperventilando en su esquina.
La ignoré.
—La chica de las noticias no es Liliana —anuncié a toda la habitación. —Acabo de hablar con ella y está bien. Llegaremos al fondo de esto, pero vamos a calmarnos todos. Ahora mismo.
—Eso es imposible —dijo Grant con una mano aún al lado de su cabeza y su voz alta y exagerada. —Fuera nuestro prototipo o no, está claro que era nuestra tecnología. Tu amenaza de hacerlo público ya no significa nada... este trato queda anulado. Nuestra seguridad os mantendrá en detención hasta que averigüemos cómo ha sucedido este robo de nuestra propiedad. —ella blandió su teléfono hacia Warren. —Les llamé cuando esta amenaza humana empezó a gritarme. Nuestro equipo de seguridad llegará pronto.
La puerta se abrió de golpe cuando seis hombres y mujeres con Táseres entraron corriendo en la habitación. Nos apuntaron a todos con ojos de loco y manos demasiado temblorosas. Seguramente también ellos habían oído mi adorable demostración acústica de hacía un minuto.
—¿Esto es legal? —chilló Pilar.
—Adelante. Llama a la policía —ladró Grant. —Nos habéis robado nuestra propiedad, chantajeado con un trato cuando intentábamos recuperarla y sois responsables de una filtración de secretos corporativos que ahora tiene repercusiones en las noticias a nivel nacional. Estoy segura de que a las autoridades les encantará hablar con vosotros. —su cabeza se movió hacia mí rápidamente y sus ojos ardían. —me afirmaste sin reparos que estabas por encima de la ley. Me pregunto cuántas órdenes de arresto hay a tu nombre?
—Ninguna que yo sepa —le dije.
Inspector había tomado cuidado de que desaparecieran tranquilamente.
—Entonces, vosotros mismos —dijo Grant. —Llamad a la policía. —me tendió su teléfono, primero a mí, luego a Inspector y a Pilar, y finalmente a Warren, que aún estaba arrodillado en el suelo. Como nadie se movió, lo volvió a guardar en su bolsillo. —Eso era lo que imaginaba.
—Estás cometiendo un error —le dije.
Mis ojos recorrieron la habitación. Inspector estaba intentando, sutilmente, encontrar mi mirada, con su mano en el bolsillo: ¿contingencia? Yo negué con la cabeza ligeramente. Grant y su gente inmóvil no quería llamar a la poli tampoco, lo que implicaba que probablemente sólo era un farol. Por otro lado, si empezaba a tumbar a sus guardas o hacer agujeros en su edificio de nuevo, bien podrían decidir clamar al cielo y recurrir a las autoridades. Yo quería evitar eso. Además, tener a Pilar era una gran complicación en mi plan de contingencia de todas formas. Cinco guardas de seguridad más entraron corriendo.
—Que no salgan de esta habitación —dijo Grant a su equipo. Extendió una mano. —Sus teléfonos, por favor.
Le entregué el célular de Inspector y el mío, asegurándome primero de que la pantalla del de Inspector se había bloqueado. Warren y Pilar también sacaron sus móviles y los entregaron.
—Se los devolveremos cuando hayamos descubierto qué está pasando —dijo Grant tranquilamente, su voz aún era ligeramente demasiado alta y sobrearticulada.
Se giró y salió con Lau siguiéndole los talones. La abogada se impulsó en la pared, recogió sus papeles en una torpe agitación y les siguió. Uno de los guardas de seguridad (el que estaba al mando, supuse) nos indicó el otro lado de la habitación. Nos movimos obedientemente, Warren se levantó del suelo para unirse a nosotros. Nueve de los guardas permanecían con sus Táseres apuntándonos, los otros dos cerraron la puerta y se quedaron fuera, sus siluetas eran visibles a través del cristal ahumado.
Nueve Táseres. Tres personas a las que tenía que proteger. Un ejército de seguridad entre nosotros y la salida.
Bueno...podía ser peor.
—Uh, ¿tíos? —dijo Pilar. había ido hasta la ventana y sus ojos salían de sus órbitas. —Creo que…
Recorrí el espacio intermedio y me uní a ella. Girando para entrar en el aparcamiento de Arkacite había un convoy de camionetas negras relucientes con luces rojas y azules parpadeando detrás de sus parabrisas tintandos. A mi espalda, los walkies de los guardas de seguridad explotaron con conversaciones solapadas.
Mierda.
—Ve a sentarte en el regazo de Inspector —le dije a Pilar en voz baja, ajustando el nivel de decibelios para que los guardas no pudieran oírlo.
Los ojos de Pilar se abrieron aún más pero, para crédito suyo, no hizo preguntas. Se acercó, tocó a Inspector en el hombro y luego se sentó con él pasándole descaradamente un brazo, como si fuese su novia en busca de afecto. Inspector se quedó en shock durante un instante antes de averiguar lo que estaba pasando pero, afortunadamente, él se había acercado a la ventana con nosotras y estaba apartando la vista de los ahora distraídos guardas. Acomodó sutilmente las piernas de Pilar fuera del paso de su rueda izquierda y se metió la mano en el bolsillo. Las furgonetas habían empezado a descargar hombres y mujeres vestidos de negro.
Caca y doble caca.
No eran polis. Eran otra cosa, alguien que estaba aquí por la chica robot de las noticias.
¿El FBI? ¿Homeland Security?
No quería esperar aquí para averiguarlo. Miré a Inspector a los ojos, respiré profundamente, aguanté la respiración y esperé a que él hiciera lo mismo. Luego eché mano al bolsillo justo en el ángulo que necesitaba para romper la válvula del contenedor de gas que había ahí. El ligero siseo no era audible debido a los gritos que zumbaban en los walkies de las guardas. Pilar, que estaba cerca y no tenía mucha masa corporal, fue la primera en perder la consciencia, su cabeza cayó sobre el hombro de Inspector. Para cuando los guardas se percataron de lo que estaba ocurriendo, ya estaban sintiendo los efectos: su visión se nublaba y sus músculos cedían. Yo me había quitado la chaqueta por si caso. Un joven disparó el Táser mientras caía, pero los dardos se perdieron en el aire vacío. Una mujer grande quedó de pie más tiempo y luchaba por apuntar su vacilante arma pero, cuando apretó el gatillo, yo revolví mi chaqueta hacia adelante y atrapé los electrodos. Ella cayó poco a poco al suelo junto a sus colegas. Saqué mi propia máscara de gas y me la puse para poder tomarme un respiro, agachándome al mismo tiempo para pescar dos tarjetas de dos de los guardas. Inspector también tenía su máscara puesta. Le lancé una de las tarjetas y la atrapó con una mano, sujetando fuerte a Pilar contra su hombro con la otra y equilibrando su peso antes de avanzar hacia la puerta.
—¿Adónde? —su voz estaba amortiguada y sonaba metálica a través de la máscara.
Yo estaba ocupada echándome el brazo de Warren sobre los hombros para cargarle como hacen los bomberos. No era un hombre pequeño.
—El montacargas que da a la azotea. Al fondo del edificio.
Caminé a trompicones hasta la puerta. El recipiente en mi bolsillo aún seguía siseando. Hice algunos cálculos de difusión y abrí un poquito la puerta, los guardas afuera ya estaban adormilados por el gas que se filtraba por debajo. Cayeron al suelo en segundos. Aparté con el pie sus piernas del camino de Inspector y seguí andando. Avanzamos por el pasillo. La planta estaba vacía, sin empleados y todo el personal de seguridad restante debía de haber corrido escaleras abajo para lidiar con la gente del gobierno
Yo corría irregularmente bajo el peso de Warren. Inspector ganó una buena inercia y entró en el zaguán a mi lado. Atravesamos puertas y pasillos de oficinas hasta que llegamos al corredor del fondo. Jadeando, golpeé con una mano el botón del montacargas cuando Inspector sujetó la tarjeta delante del sensor y el mundo se encogió durante los segundos que tardó el ascensor en llegar hasta nuestra planta. La puerta del montacargas eran manual. La levanté, tropezando por el cambio de peso de Warren y entramos. Dejé a medias la masa de Warren sobre el suelo y tiré de la puerta para cerrarla de nuevo mientras Inspector pulsaba el agrietado botón que rezaba "A".
La lenta vibración de la cabina del ascensor daba sensación de que era antiguo pero, al final, llegó a su destino. Tiré de la puerta de nuevo para revelar una persiana de metal que, con certeza, estaba muy cerrada.
No importaba, porque yo ya había sacado los explosivos. Coloqué la C4 y me aparté hasta dentro del ascensor, agachada sobre el cuerpo inerte de Warren en la esquina.
—¡Tápate los oídos! —me gritó Inspector, agachado cara a la pared, pero cubriendo los oídos de Pilar en vez de los suyos.
Pulsé el detonador.
La explosión produjo un sonido metálico y envió algunos fragmentos de metralla que impactaron en la espalda de mi chaqueta, aunque no lo bastante fuerte para hacer ningún daño. Volví corriendo hacia la puerta, Arranqué los pedazos rotos de la cerradura de una patada y levanté la chirriante persiana. Inspector ya estaba impulsándose sobre la azotea castigada por el sol para cuando yo izaba a Warren sobre mis hombros de nuevo. El cielo estaba azul y despejado, la parte superior del edificio parecía una lejana isla sobre mundo. Una isla con un helicóptero aparcado en el medio.
Yo había estado cronometrando mentalmente el contenedor de gas y se había vaciado en el ascensor. Retiré la máscara de mi cara con la mano que no estaba usando para sostener el volumen de Warren sobre mí y le grité a Inspector mientrás cargábamos por la lisa superficie de hormigón de la azotea hacia el aparato.
Bueno, en mi caso, más que una carga parecía un desastre. Había conseguido mantener a Warren perfectamente equilibrado, pero era pesado. Y grande.
Aquello había parecido un plan mucho mejor la noche antes, cuando pensé que no tendría que usarlo. Probablemente, debería haber informado de todo a Warren.
—¡Pensé que dijiste que no podías pilotar un helicóptero! —gritó Inspector mientras desaparecíamos bajo las largas sombras largas de las hélices.
—Leí el manual ayer por la noche —le respondí.
—¿Qué? —la voz de Inspector ascendió en frecuencia de sorpresa.
—¡Cierra el pico y entra! —acentué las últimas palabras bajando a Warren de mis hombros por la puerta del helicóptero, dejándole en el suelo. Ya estaba empezando a despertar, tenía mucha masa corporal y el gas se había acabado.
Inspector desenredó a Pilar para entregármela. La cogí por las axilas y la levanté hasta uno de los asientos de pasajeros.
—¿Puedes subir? —avisé a Inspector sentándome en el asiento del piloto.
—¡Sí, arranca!
En mis horas de estudio de los planos del helicóptero, también había descubierto cómo hacerle un puente. No era muy diferente de robar un coche. El motor empezó a zumbar bajo nosotros, las hélices se pusieron en marcha y vibraron a través del aparato. Miré hacia atrás. Inspector ya estaba dentro y subiendo su silla después de él. Pilar estaba durmiendo con la cabeza echada hacia un lado, pero Warren se estaba poniendo de pie entre tambaleos. Se agachó en el estrecho espacio.
—¡Siéntate! —le grité por encima del ruido del motor. No podía despegar hasta que los rotores ganaran velocidad.
Warren se giró hacia mí, nervioso y aterrorizado.
—¡La quieren! ¡Esa gente quiere quedarse con Liliana!
—Probablemente —dije. —¡Siéntate!
Estaba intentando recordar cómo volar.
Pedales, cíclico, colectivo, todo correcto.
En la azotea, se abrió la puerta del ascensor ejecutivo y tanto la seguridad de Arkacite como la gente con trajes del gobierno salieron al trote. Corrian directos hacia nosotros, pero daba igual. Llegarían demasiado tarde.
Observé las RPM y cerré mi mano izquierda alrededor de la palanca del colectivo.
—¡Protegedla! —gritó Warren, y saltó a la azotea.
—¡Pero qué haces! —le grité.
Warren estaba esprintando hacia las fuerzas de seguridad más próximas, moviendo sus brazos, era un hombre con una misión... los guardas de Arkacite sacaron sus Táseres y los trajes del gobierno tenían ya sus Glocks.
Mierda
Hice los cálculos, pensé en Inspector y Pilar y tiré hacia atrás del colectivo. La elevación nos sacudió en el aire con absolutamente carencia de finura. Inspector gritó y agarró a Pilar protectoramente, aterrorizado ante la idea de que yo los lanzara fuera de la cabina por la puerta abierta. Miré hacia atrás y hacia un lado mientras no alejábamos, a tiempo de ver no menos de tres guardas de Arkacite disparar sus Táseres simultáneamente.
Warren cayó al suelo como un saco. El helicóptero dio unas sacudidas cuando lo conduje para acelerar la subida, impulsándonos hacia adelante lejos de la escena.
Lo bueno de saber matemáticas es que yo sabía que no había nada que pudiera haber hecho. La probabilidad de que hubiera podido sacar a Warren de allí sin que nos arrestaran (o algo peor) era casi nula.
No te sientas culpable, me dije a mí misma. Las matemáticas te exoneran.
El helicóptero avanzó y cayó en un instante.
Joder.
Luché para recuperar altura.
¡Jesús, concéntrate! Sácalos de aquí. Ya resolverás este lío más tarde. Le han disparado con Táseres. Estará bien.
Un corto salto más tarde (y otro grito aterrorizado de uno mis pasajeros, si Inspector seguían gritando así, despertaría a Pilar), posé el helicóptero sobre la tierra con la gracia de una roca cayendo. Las barras golpearon el pavimento del aparcamiento de una escuela cercana donde yo había aparcado un coche esa mañana. Salté bajo el giro moribundo de los rotores y ya estaba poniendo en marcha el coche antes de que Pilar y Inspector se hubieran desabrochado los cinturones.
—¡Venga! —grité.
Pilar estaba saliendo del inmóvil trance de las drogas. Inspector la ayudó a bajar del helicóptero y ella entró tropezando en el asiento de atrás. Inspector se sentó delante y plegó la silla delante de él antes de dar un portazo.
—Ya estamos aquí. Listos. ¡Dale!
—No te pongas muy cómodo —le dije pisando el acelerador y saliendo tan rápidamente que Inspector se agarró a la puerta y Pilar empezó a luchar con el cinturón de seguridad.
—Vamos a cambiar de coche., le dije.
Pilar emitió un chillido.
—Aún intento superar el hecho de que tu "Lee El Maldito Manual" incluía robar un helicóptero y convertirte en Trinity —dijo Inspector débilmente. —Cielo Santo.
—Agarraos —les dije y nos metí al maelstrom del tráfico de LA demasiado rápido.
Arthur nos estaba esperando fuera del edificio de Miri.
—¿Tegan? —pregunté.
—Tienen otros amigos con ellos ahora. Gente en quien confian. —él evaluó nuestras rendidas apariencias. Inspector parecía un poco verde y Pilar estaba apoyada en el hombro de este para permanecer de pie. —¿Estáis bien? Os he estado llamando…
—Ponedle al día —le lancé a Inspector y a Pilar, y entré zumbando en el patio. Miri se levantó cuando entramos en su apartamento. Había estado en el suelo con Liliana, con cuencos de… alguna clase de líquido lácteo… que tenía el verde vivo del colorante alimenticio. Miri llevaba leggings y una sobredimensionada camiseta con el cuello recortado. Tenía el pelo recogido con un lápiz clavado a través de él y una mancha de polvo blanco en su mejilla. Parecía tan absurdamente relajada y apartada de la demencia de nuestra mañana que la disonancia cognitiva me impactó por un instante.
—¿Va todo bien por aquí? —las palabras salieron con agresividad.—¿Nadie os ha molestado?
—Nop —dijo ella. —¿Pasa algo?
—No —dije. —Todo es espectacular.
—¡Miri me ha enseñado a hacer oobleck! —chispeó Liliana.
Todos nos quedamos mirándola. Levantó orgullosamente hacia nosotros las manitas manchadas de verde y luego metió una palma dentro de uno de los cuencos. El fluido de dentro salpicó como una piel viviente.
Me recuperé y señalé con un dedo a Inspector. —Tú... ponte al ordenador. Necesito datos, ahora.
Inspector se movió con cuidado por la loca ciencia del centro de la habitación y sacó un ordenador portátil de entre un montón de papeles y servilletas.
—Perdón por esto —dijo a Miri mientras se acercaba. —Por tomar control de tu apartamento y todo eso... tenemos ah, una situación complicada, larga historia...
—Oh, no importa —dijo Miri. —Ahora puedo volver a casa de Carol. No tengo menos vidas locas a mi cargo.
—Eso es ridículo. No vamos a echarte de tu propia casa —objetó Inspector, ya tecleando como un loco en el ordenador portátil.
—No hay problema —dijo Miri. —Sólo tengo que lavar el almidón de maíz y salir de vuestra vista. Pero esta me la debes. Estoy imaginando un viaje para el concurso en Sacramento.
Inspector dejó de teclear, su mandíbula cayó en sorpresa. —¡No estamos listos para eso! Tú puede que estes bastante bien, pero yo no estoy ni cerca de...
—Entonces supongo que me debes tiempo de práctica extra, también. ¡Ta-ta!
Ella desapareció por el pasillo.
—Hey. Datos —le dije a Inspector chasqueando los dedos.
Inspector masculló algo y volvió a su ordenador. Pilar se arrodilló para prestarle atención a Liliana, cuya cara había empezado a hacer pucheros por la tensión en la habitación y nuestra carencia de emoción por sus fluídos no newtonianos. Arthur cruzó la habitación hasta la televisión de Miri, un pequeño y rechoncho TRC con una antena interior. La pantalla era un poco confusa, pero visible. La conferencia de prensa estaba en todos los canales. Arthur encontró uno que la explicaba del todo y me acerqué para unirme a él. Observamos de pie a un hombre llamado Morrison Sloan mientras presentaba a su clon de Liliana a la audiencia y le hablaba a la niña durante un rato. Cuando, de pronto, el tipo la dejó inerte con una oleada eléctrica, aplastó y abrió su cráneo de silicona y metal y arrancó inclemente pedazos de su cerebro. Hablaba todo el tiempo con un carisma apasionado sobre la amenaza calamitosa de las inteligencias artificiales que había entre nosotros; sobre estos humanos falsos infiltrados para, sin duda, algún nefasto propósito; sobre el peligro ominoso que ahora nos amenazaba; sobre cómo la gente que creíamos ser amigos y vecinos se volverían contra nosotros en la peor de las pesadillas de la ciencia ficción.
—Los encontraremos... —declaró, —... y los haremos pedazos y quienquiera que nos esté haciendo esto sabrá que no pueden embaucarnos, ¡sus mentiras no perdurarán! Los espías que han enviado entre nosotros, cualquiera que sea su propósito, serán destruídos, ¡igual que estos autómatas serán destruídos!
Observé al tipo sintiéndome enferma.
—No lo pillo —dije.
—No sé cómo este Sloan consiguió atraparla —dijo Arthur, —pero, al parecer, él no sabe que ella sólo era un proyecto de investigación. O quizá sea una de esas personas con miedo de la ciencia o algo.
—No —dije. —No lo es.
—¿Crees que tenía algún otro motivo?
—No tiene un motivo. —sus palabras sonaban surreales. —Es un robot, también. Igual que Liliana.
Arthur se giró sorprendido. —¿Segura?
—Del todo. —las demasiado regulares senoidales y movimiento de su voz resonaban enlatadas a través de mis sentidos. —Es artificial.
—¿Qué sentido tiene? —exclamó Arthur. —¿Quién está montando esto?
—Bueno, es probable que tengas razón en que hay alguien anticiencia... o al menos, anti-IA —le dije. —Mira el éxito en las noticias.
—Salvo que no tiene lógica —remarcó Arthur. —Si quienquiera que esté detrás de esto odia tanto la tecnología, por qué usan otro robot en vez de hacerlo ellos mismos?
—No lo sé —dije.
Vi en retrospectiva todas las advertencias y paranoia sobre la fuga de información de Arkacite.
Cristo. Tenían motivos de preocuparse pero, ¿esto?
—Inspector, ¿has...?
—Ya estoy en ello. —avisó. —Estoy buscando a Sloan. Lo descubriremos.
Arthur y yo seguimos viendo la conferencia de prensa. Sloan terminó su discurso, asintió a la asamblea de reporteros y espectadores y dejó la tarima.
¿Por qué había estado sobre una tarima?, me pregunté. ¿Cuál era el pretexto de esta conferencia de prensa? ¿Cómo habían llegado allí los reporteros?
—Los reporteros han estado diciendo que él es un magnate de los negocios —dijo Arthur, claramente pensando en la misma línea que yo.
—No sé, nunca he oído hablar de él antes. Ya le mencionan como candidato al Senado. Están montando alguna clase de plataforma "Abajo con las IA", obviamente, espoleando a la gente a unirse contra esta amenaza que hay oculta entre la población…
—Como si nos hiciera falta otro candidato anticiencia —dijo Inspector, sin levantar la mirada de su ordenador. —Estoy pensando en empezar mi propio país.
—Me temo que ya están haciendo lo de la anticiencia sin él —dijo Arthur. —Estuve viendo la cobertura de noticias en casa de Tegan y las llamadas para detener todo tipo de investigación informática hasta que se aclare todo esto, y algunas de ellas decían que las IA ya están en el Congreso. Otras personas dicen que el gobierno debería comprobar a todo el mundo con análisis de sangre o algo para asegurar que son humanos reales. Y, por supuesto, Reuben McCabe ha estado montando jaleo, más que los demás.
—¿Ese? Oh, Dios —dijo Inspector.
—¿Quién? —dije.
—¿Lo dices en serio? ¿McCabe? ¿Cómo has pasado por alto a ese tío? —Inspector dividió su atención entre flagelarme y seguir tecleando. —Es el chico del cártel por "Cómo Arruinar Tu País Por Ser Rico y Capullo". Pone la fortuna entera de su familia detrás de la legislación que arruina la vida de la gente... su grupo de acción política era el que amputó los derechos de las mujeres en Texas y cerró el grifo de la financiación federal a ciertos tipos de investigación genética...
—Se volvieron locos aquí en California mientras combatíamos por el derecho al matrimonio —añadió Arthur. —Metieron tanto dinero en el estado que fue ridículo. No podíamos combatir contra ese tipo de recursos.
—Sí, McCabe ha estado esparciendo su mugre durante décadas —dijo Inspector. —Pareció haberse calmado un poco estos últimos años... yo esperaba que se lo hubiera tragado la irrelevancia, o mejor, comido por un Grue. Pero ha asomado de nuevo este último año y ha estado andando por la cuerda floja de incitar a la gente a la violencia esta vez.
—¿Andando por la cuerda floja? Ja —se burló Arthur. —Debería haber sido arrestado por el tiroteo Yapardi, sin preguntar.
Mis ojos estaban fijos es la charla política. —Esto me da igual. Lo que me preocupa somos nosotros y Liliana. ¿Podemos averiguar qué demonios está pasando, por favor? ¿Cómo hace esto la gente detrás de Sloan? Si las noticias están diciendo que él es un empresario de central eléctrica, ¿cuánto tiempo lleva existiendo?
—Un día —dijo Inspector. Había parado de teclear y su voz sonó extraña.
—¿Qué? —corrí a mirar sobre su hombro.
—Parece más tiempo... mucho más. Hay registros. Está por toda la red... hay gente que afirma conocerle aunque, ¿quién sabe?. Le han fabricado para ser famoso así que, tal vez, sólo intentan que parezca importante... pero hasta ahora, todos los archivos que he encontrado tienen fechas falsas. De ayer. Quien quiera que lo hizo sabía lo que estaba haciendo, te lo aseguro. Hicieron un trabajo asombroso para que pareciera que Sloan es algún tipo de perro viejo magnate del petróleo. Pero no lo es. —parpadeó alzando la vista hacia mí. —Esto tiene más sentido de ese modo, en realidad... si tiene las mismas capacidades IA que Liliana, no sería capaz de ser un magnate de los negocios real. La programación no es tan buena.
—No respondió preguntas —remarqué yo. —Su discurso... debe de ser por limitaciones de la PNL. Le enviaron ahí arriba con un discurso preprogramado porque no era capaz de responder de modo natural a las preguntas de los reporteros... habrían empezado a sospechar que algo no iba bien.
—Pero entonces, ¿por qué usar uno de ellos en primer lugar? —preguntó Arthur de nuevo. —¿Especialmente ante tal riesgo de exposición?
—No lo sé —le dije.
—No sólo es Sloan —dijo Inspector, aporreando locamente su teclado de nuevo. —He encontrado algo sobre esta... Liliana, la que destruyó. También tenía una historia con fecha falsa. Estaba alistada en cuidado social bajo el nombre Alice Whittaker. Tenía... tenía padres, al menos ella decía que los tenía, y hay todo tipo de otros archivos. Han estado fingiendo que existía después de...
—No durará —dijo Arthur. —No puede durar. La gente descubrirá eventualmente que nadie la ha visto nunca antes.
—Bueno, veamos. —Inspector pulsó un enlace y apareció un vídeo de una entrevista en las noticias. La mujer con el micro en su cara era una a mamá de apariencia cansada con canas asomando en sus raíces y algunos michelines alrededor de su panza. Hablaba ojiplática haciendo pausas sobre que sus hijas habían jugado con esa niña, que habían estado en su casa... Sonaba emocional y creíble, el tipo de mujer con la que se identificaría cualquier madre... y no era real.
Encontré mi voz. —Ella es una, también.
—¿Por qué no me sorprende? —dijo Inspector. —Cielo Santo, ¿de verdad hay alguien tratando de controlar el mundo con robots? Es imposible que funcione. La IA no es lo bastante compleja...
—¿Para qué? —preguntó Arthur.
—¡Para... para todo! —exclamó Inspector. —¡No hay nada que puedan hacer estos tipos de androides que un humano o un tipo diferente de ordenador no pudiera hacer mil veces mejor! Si los adultos son como Liliana, no habrá que esperar mucho antes de alguien lo descubra. ¡No tengo ni idea de lo que se intenta lograr con esto!
Traté de procesarlo. Esto podría no ser tan malo como había parecido al principio. Lo que fuera que estaba pasando, era mayor que la investigación del prototipo de Arkacite o el deseo de cualquiera por la custodia de Liliana y, lo más importante, no tenía nada que ver con nosotros.
—Lo que sea que ocurre, no nos concierne. —declaré. —Esto es la debacle de Arkacite. Agachemos nuestras cabezas, usemos todo esto como cobertura para que podamos sacar a Warren de donde quiera que lo han llevado, aunque supongo que sólo habrá que ayudarle con la fianza. Mantenemos a Liliana fuera de la vista hasta entonces y luego los enviamos a los dos fuera del país, y hemos terminado.
Era una resolución más cara de la que yo hubiera esperado, pero acabaría el asunto.
Arthur se giró hacia Inspector. —¿De verdad crees que no pasará nada malo con todas esas IA por ahí?
Inspector movió sus manos a modo de elaborado encogimiento de hombros. —Define malo. Volver la opinión pública contra la investigación de la inteligencia artificial está muy lejos de mi lista de hazañas execrables, pero si me estas diciendo que si pasamos del tema implicará que hemos fracasado en prevenir la revolución de los robots... puedo prometerte que eso no va a suceder. Quiero seguir analizando esto porque, en serio, ¿cómo no iba a hacerlo?, pero si todos queréis aseguraros de poner la chica a salvo primero...
Una vez que la situación de Liliana quedara resuelta, yo tendría problemas pendientes más importantes. Como una sanguinaria Mafiosa, por ejemplo.
—Entonces decidido. Protegemos a Liliana y ya está.
El ordenador pitó haciéndonos saltar a todos. Inspector conmutó ventanas.
—Hey, Pilar. Denise Rayal te está llamando.
Pilar se levantó de un salto y se acercó al grupo. Arthur tomó su lugar junto a Liliana y empezó a ayudarla a recoger, llevando los cuencos de vuelta a la cocina.
—¿Cómo has hecho...? —preguntó Pilar a Inspector.
—Le envié tu número por VOIP junto con el de Noah Warren y el mío en cuanto llegamos aquí, ya que imaginé que sería incorrecto que alguien respondiera nuestros teléfonos. Como se evidencia ahora mismo...
—¡Responde! —chilló Pilar.
Inspector pulsó una tecla y le indicó que hablara.
—¡Oh! Uh, ¿hola? —dijo ella.
—¿Pilar? Soy Denise Rayal, de Arkacite. —las palabras de Rayal se tropezaban en los altavoces del ordenador, asustadas y perdidas. —Yo trabajaba contigo...
—¡Por supuesto! ¿Estás bien?
—Sí... no... no lo sé... Lo siento, no sabía lo que hacer. Me contaron que tú formabas parte de todo esto. Me estuvieron preguntando dónde estabas... yo no sabía a quién más llamar...
—Denise, cálmate. Todo está bien. ¿Qué pasa?
—¿Sabes lo que ha estado sucediendo? Que alguien robó...
—No te preocupes —dijo Pilar. —La chica en las noticias no era ella.
—¿Qué? Oh, sí, lo sé... aunque hubiera sido mejor que lo fuera, entonces se habría contenido —dijo Rayal, tensa y miserable. —Arkacite sabía que el robot de las noticias no era nuestro prototipo, no sé cómo, pero eso implica que alguien más tiene la tecnología y no tenemos ni idea para qué la están usando. Y Arkacite cree que fui yo...
—¿Piensan que fuiste tú? —preguntó Inspector.
—¿Qué? —dijo Denise, claramente extrañada por una voz que no era la de Pilar. —¿Quién es?
—Amigos —dijo Pilar apresuradamente. —Han estado ayudando a tu marido. Continúa, Denise.
—Oh, uh... bien. —vaciló, luego retomó. —Piensan que soy la que lo filtró todo. Piensan que estoy trabajando para quienquiera que... que hizo esto...
Me crucé de brazos. —¿Y es cierto?
—¡No! ¡No es cierto! Ni siquiera se me permite investigar sobre ello. Pero lo oí, alguien de mi equipo me llamó y el FBI les visitó en Arkacite. Y Vikash me dijo que la compañía… le dijo al FBI que fui yo. Que yo debo de haber filtrado toda la nueva tecnología. No sé lo que hacer. —su voz se quebró.— Lo siento, no sé por qué estoy llamando. Sé que, probablemente, no puedes ayudarme, pero pensé que, tú podrías saber más sobre lo que está pasando...
Inspector estaba tecleando en su ordenador al mismo tiempo. —Tienes razón. Hay una orden de arresto para ti. Lo que me sorprende por completo. Porque aunque filtraras secretos corporativos, no veo cómo pueden estirarlo con tantos cargos de felonía. Esto es… cielo santo.
—¿Crees que debería... debería entregarme? —se aventuró Rayal. —¿Debería...?, no quiero empeorarlo todo y me encontrarán eventualmente...
—¡No! —dijo Inspector, leyendo rápido y con intensidad el papeleo en su pantalla del ordenador portátil. —Bajo ninguna circunstancia deberías entregarte. Te están lanzando bajo el autobus. Por lo que estoy viendo aquí, menudos bombos y platillos... se ve que esto va a inflarse en las noticias. Supongo que alguien pensó que serías una conveniente cabeza de turco. El gobierno de Estados Unidos no tiene ningún problema en dejar caer el martillo sobre la gente que trabaja con la tecnología que no comprenden, especialmente si el público está asustado, y van a arreglarlo absolutamente, definitivamente enterrándote por esto. ¡No lo permitas!
Mientras Rayal tartamudeaba en respuesta, Pilar se apoyó sobre el hombro de Inspector y pulsó el botón para silenciar la llamada antes de girarse hacia mí.
—Tenemos que ayudarla —me dijo.
—¿Nosotros? —pregunté secamente.
Yo más bien quería quedar fuera de esta revolución robot que no lo era. No veía ningún beneficio en añadir una Denise Rayal fugitiva a mi lista de problemas.
—¡No ha hecho nada malo! —chilló Pilar.
—¿Puede pagar? —pregunté.
—Cas Russell, ni te atrevas —dijo Inspector. —Está en problemas por hacer ciencia. Es imposible que no la ayudemos.
Mi boca se abrió atónita y cualquier respuesta se enredó en mi garganta por el shock. La gente no me hablaba de esa forma. Nunca.
Inspector no me estaba prestando atención y ya había reanudado la conversación.—¿Dónde estás?
—Huí… —dijo Rayal vagamente. — Sé que suena estúpido, pero no sabía qué hacer... conduje y subí a un autobús y salí del bus y... ni siquiera sé dónde estoy ahora. Estoy en una zona de centros comerciales. Supongo que lo pone en mi teléfono...
—No te molestes —dijo Inspector. —Lee algún letrero con el nombre de la calle.
Pilar me tiró de la manga. Yo reaccioné automáticamente, apartándome y girando para atacar... me contuve.
—No me toques —dije tranquilamente. —¿Qué quieres?
Ella había dado un paso atrás, llevándose las manos a la cara involuntariamente. —Yo... uh... por favor. Por favor. Denise es de verdad una buena persona. No merece esto.
Seguro. Montones de personas no merecen la mierda que les pasa.
Nadie parecía poder comprender el hecho de que Denise Rayal entrando en una ciénaga legal no era problema mío. Que la ayudara Inspector si quería, pero yo ya tenía bastante con lo que lidiar. Por supuesto, si decía que no, tendría que explicárselo a Arthur.
Joder. Maldita gente moralista.
—De acuerdo —dije. Pilar retrocedió por mi tono neutro, aunque yo estuviera de acuerdo en ayudar. La ignoré y alcé la voz ligeramente. —¿Arthur? —él salió de la cocina, secándose las manos en una toalla.
—¿Qué necesitas?
—¿Puedes ir a recoger a Denise Rayal?
—Claro —me dijo.
—No dejes que nadie te siga —le dije.
—Claro.
Volví sobre el ordenador e interrumpí el flujo de palabras de Inspector. —Rayal, un hombre llamado Arthur Tresting va a recogerte. Afroamericano, metro ochenta de altura, chaqueta de cuero. Apaga tu teléfono y quítale la batería. Luego busca algún lugar cercano donde puedas esperarle sin levantar sospechas.
—Um…vale,— dijo ella. Hay una cadena de venta de libros en la esquina...
—¿Mami?
Todos nos giramos a mirar.
Liliana había seguido a Arthur fuera de la cocina. Se acercó y cogió ambas las manos de Pilar mientras fijaba los ojos en el ordenador.
—¿Mami? ¿Estás ahí?
—Sácala de aquí —le dije a Pilar.
Sus ojos se abrieron al máximo, Pilar condujo a Liliana hacia el dormitorio de Miri, murmurando palabras tranquilizadoras mientras iban.
—Rayal. ¿estás ahí? —dije.
—Sí —dijo ella después de un rato. —¿Esa fue…?
—Liliana está aquí —dije.
Silencio en el ordenador.
Luego Rayal dijo, —Tú eres la persona que vino a mi casa. La que estaba trabajando para Noah.
—No somos responsables por lo que pasa en las noticias —añadió Arthur, acércandose y hablando con su voz sosegadora marca registrada. —Pero podemos averiguarlo. Tenemos gente verdaderamente inteligente aquí. Déjanos ayudarte, ¿de acuerdo?
—Vale. —la palabra sonó muy pequeña.
—Deshazte del teléfono y espera en la librería —le dije. —Adelante.
Me incliné sobre el hombro de Inspector, pulsé el botón para terminar la llamada y le hice un gesto a Arthur, obligándome a no gritarle por acabar de presentarnos voluntarios para resolver el mismo problema que yo había estado intentando evitar como el infierno. Por supuesto, tenía la furtiva sospecha de que él sabía exactamente lo que yo estaba pensando.
Arthur tenía una fantástica cara de póker cuando se alejó y cerró la puerta tras él.
—Eso es todo lo que puedo hacer —dije a la, de pronto, mucho más vacía habitación. —Si Rayal nos ignora y escoge huir, es su decisión.
—Espero que no lo haga —dijo Inspector, su voz sonó extraña. —Por nuestro bien.
—¿Qué debería entender con eso?
—Estamos en problemas. —estaba en multitarea con otra ventana, repasando a través de emails hackeados. —Arkacite nos está lanzando bajo el bus, también, junto con Denise Rayal. Pilar y Noah Warren aparecen mencionados por sus nombres. Afortunadamente, Grant nunca supo nuestros nombres, pero supongo que eso no detendrá a los federales mucho tiempo, al menos en cuanto a mi... seguro de que ya estoy en alguna lista. Esto puede ser realmente malo, especialmente una vez que descubran que ahí fuera hay otras IA que Sloan no ha destrozado. Lo que sea esta conspiración, la gente también va a culparte a ti o a mí por ello. Y están hablando sobre Liliana como si fuera una especie de paciente cero. No vamos a escapar de esta.
Mierda.
Cerré los ojos con fuerza durante un momento. —¿Qué tiene esto que ver con Rayal?
—Bueno, podría ayudarnos a descubrir qué demonios está pasando. Ha estado trabajando en esas IA desde hace mucho tiempo. Conoce su programación. Yo sólo intento estar a su altura.
Me empezó a doler la cabeza. —Vale. ¿Qué pasa con Warren? ¿De qué le están acusando?
Mierda. Él sabe dónde estamos.
¿Evitaría su lealtad hacia su hija que les revelara nuestra localización? Había estado dispuesto a que le dispararan por ella, pero aún así…
Teníamos que cambiar de base de todas formas. Inspector podría tener seguridad estelar en este sitio, pero demasiada gente sabía sobre él.
—Está… —Inspector buscó en su pantalla durante un minuto. —Uh…Cas, yo... aquí dice que Noah Warren está en el hospital. Está mal. Yo no...
—¿Qué?
Consultaba la pantalla moviendo los ojos de arriba abajo frenéticamente. —No... no soy doctor, pero parece serio... no sé si fue por los Táseres o si se golpeó la cabeza o algo, pero aquí dice que está en estado crítico... creo... supongo que le arrestarán después de que salga. Si es que... uh... lo hace. No saben si va a despertar.
Cerré los ojos. El hombre había intentado ayudarnos a escapar ignorando que su inútil heroísmo era innecesario.
Sesenta y seis días y nueve onceavos. Tampoco es que la muerte de este Warren fuera culpa mía... no lo era. Lo calculé yo misma. Las matemáticas habían dicho que no había nada que yo pudiera hacer.
Nada.
Cuando Arthur volvió al apartamento, para mi sorpresa acompañado de Denise Rayal, Inspector y yo estábamos observando a Morrison Sloan revelar otro androide vivo. Este era un hombre más jóven en traje y corbata que había saludado jovialmente a la audiencia, animado y nada amenazado, hasta que el llamado magnate del petróleo le electrocutó y le abrió el cráneo.
—Um, hola de nuevo —me dijo Rayal en voz baja. —¿Pilar... está ella aquí?
—Está cuidando de Liliana en el dormitorio —dije.
Pilar había permanecido en tareas de niñera, manteniendo a Liliana fuera de nuestra vista. Miri, mientras tanto, se había despedido animadamente y marchado. Inspector había rechazado mi oferta de amenazarla, dejándome menos segura que nunca sobre mantener nuestra base aquí. Después del anochecer, yo había trabajado en encontrar una nueva ubicación: llevar en secreto a nuestro ecléctico y muy identificable grupo a otra parte estaba resultando complicado.
La cara de Rayal se acercó. —Oh. Oh. Vale.ella miró sobre el hombro lo que estábamos viendo por televisión. —Oh, Dios mío, ¿otro?
—Sí —dije. —¿Te ha puesto Arthur al corriente?
—Sí, y yo... esto es... no puedo creerlo. La programación que nosotros... no está lo bastante avanzada para esto —dijo ella desventuradamente. —Por eso tenía sentido construir nuestro prototipo como un niño en primer lugar. Ahí es donde llegamos con la tecnología. Podemos construir una IA que actúa como una niña de cinco años. No podemos construir una que actúa como una adulta. Al menos, no podíamos… —contempló la televisión.
La pantalla había cambiado a nuevos comentaristas que planteaban descabelladas conjeturas.
—Pensamos que los han estado enviando con discursos preprogramados —le dije. —No sé si creen que podrán mantener la charada ni cuál es su plan maestro, pero hasta ahora las IA que hemos identificado no han realizado ninguna interacción adulta complicada, así que no pueden ser más avanzadas que Liliana.
—¿No son los niños más sofisticados que los adultos? —objetó Arthur. —El ritmo en que aprenden los niños es casi milagroso.
—Sí, pero estás malinterpretando lo que nosostros... no era eso lo que estábamos intentando hacer. —Rayal empezó a mostrarse más animada, gesticulaba con las manos para apoyar sus palabras. —Pasar un test de Turing momentáneamente es diferente de mostrar aprendizaje a lo largo del tiempo. Tienes razón, los cerebros de los niños son tan complicados por dentro como los de los adultos... quizá más incluso. No sé, esa no es mi área... pero es más sencillo imitar cómo se presentan en el momento. Esa es toda la idea del test de Turing... no se trata de mostrar verdadera inteligencia artificial o aprendizaje, sino de la imitación... la mímica... y conseguir la mejor imitación que se pueda.
—Estás diciendo… que no se puede construir una persona, pero que un chaval más jóven sería…no sé, ¿infantil?— preguntó Arthur. ¿Puedes engañar a la gente a que piense que has construído uno?
—Sí, exactamente.
Me giré dando la espalda a la televisión y golpé mi palma junto a la pared a mi lado. —¿Por qué? ¿Para qué hacer esto? —
Rayal se giró sobresaltada. —¿Qué... qué quieres decir?
Me negué a encontrar su mirada. La cara de Liliana nadaba en el ojo de mi mente. —¿Por qué en el nombre de Dios querrías construir una pobre copia de una niña humana?
Rayal se apartó ante mi elección de la palabra, pero ella aún sonaba más sorprendida que ofendida. —¿Cómo puedes decir eso? Por la investigación. El test de Turing ha sido el Santo Grial de la Inteligencia Artificial desde 1950. Una vez que tuvimos los avances en redes neurales y PNL, bueno…¿por qué no?
—No sé como todos vosotros podéis pensar así. —dije duramente. —Este proyecto arruinó tu vida. Jugaste a ser Dios y estás pagando por ello.
—Basta, Cas —dijo Inspector con una aspereza en las palabras que yo no estaba acostumbrada a oír de él.
—Tenemos un problema del que preocuparnos ahora mismo —murmuró Arthur. —Nadie quiso que sucediera esto, ¿cierto, Russell? Simplemente tenemos que lidiar con ello.
—Arthur tiene razón —dijo Inspector. —Tenemos que descubrir lo que está pasando ahora. Esta es la era del ciclo de noticias veinticuatro horas al día y esto está explotando en la opinión pública. Las redes sociales están resonando, las personas están gritando que la Casa Blanca haga algo y McCabe espolea con su látigo a sus seguidores hasta convertirlos en una rabiosa turbamulta que echa espuma por la boca. Al menos, a dos tanques de pensamiento para la Singularidad ya les han suspendido financiación y hay gente que demanda al gobierno que revise una por una toda propuesta de investigación que tenga algo que ver con la IA, la cual incluiría... hola, pues todo... desde algoritmos de búsqueda para los juegos de ordenador hasta la mayoría de los coches modernos... ¿te das cuenta de lo loca que se está volviendo la gente con esto?
—Rayal —dije. —¿Quién está haciendo esto?
—Yo no... no sé —tartamudeó. —Arkacite les dijo que fui yo... pero no lo hice, lo juro, yo nunca habría...
—¿Quién más? —le dije. —¿Quién tenía acceso a la tecnología o tienen una cuenta pendiente contra ti o Arkacite? ¿Quién fue el que hizo la filtración?
—¡No lo sé! —se llevó las manos a la cara —No lo sé, lo juro... cualquiera de mi equipo tiene el conocimiento, pero ellos no harían esto. los conozco. ¡No lo harían! Y no sé quién más ha podido hacerlo.
—Si queremos aproximarnos a lo que sea que está pasando, tenemos que descubrir el fin del juego —le dije. —¿Podemos usar a Liliana de algún modo? ¿Funcionan, no sé, con redes o algo?
—No —dijo Rayal. —Pero si yo tuviera acceso a uno de los otros, podría examinar el código... podía descubrir para qué han sido progamados, tal vez. Pero no sé cómo conse...
—Hecho —le dije. —¿Quién es el más útil? Sloan, supongo
—Sí —dijo Inspector. —Hasta ahora hemos identificado a cinco... los dos que han destrozado delante de las cámaras, los dos testigos entrevistados sobre la copia de Liliana y Morrison Sloan. Apuesto que habrá más testigos para la existencia de este nuevo, pero Sloan está en el centro de todo.
—¿Cómo pueden construir tantos sólo para destruírlos? —se prenguntó Denise. —Los fondos que yo tenía que adquirir sólo para construir un prototipo era astronómico.
Los ojos de Inspector se iluminaron. —¡Bien pensado! Quizá pueda usar eso en las búsquedas que estoy haciendo. Estoy buscando alguna indicación sobre quién podría querer robar a Arkacite. Aparte de nosotros.
—Eran tan hiperparanoicos. Tenían que estar preocupados por alguien —dijo Pilar, saliendo del pasillo al entrar al salón. —Liliana está durmiendo. ¡Denise! ¿Estás bien?
—Realmente, no lo sé —respondió ella con una risa hueca, pero su postura se relajó un poco ahora que Pilar estaba en la habitación. —Aunque tienes razón... um, tienes razón sobre Arkacite. Tenían un problema serio de espionaje corporativo. Nos dijeron que se habían filtrado secretos, pero no dijeron qué, y no sé quién los robó ni a quién los estaban vendiendo.
Espionaje corporativo.
Cogí un teléfono desechable y llamé. —Soy Cas Russell —dije cuando Harrington atendió. —Necesito cierta información. Te pagaré lo que sea, pero es urgente.
—¿Qué información busca? —me preguntó después una breve pausa.
Uno de los principales valores de Harrington era la discreción. Era una parte que me gustaba de él.
Bueno, lástima.
—¿Estás familiarizado con Tecnologías Arkacite? Profesionalmente, me refiero.
—Sí.
—Necesito saber quién les robaría algo. —Todos me miraban. Rayal y Pilar estaba lo bastante tensas que deberìan estar vibrando. Harrington dudaba. —Venga ya, investigué el asunto del plutonio para ti —discutí. —Me debes esto.
Por supuesto, yo había acabado ganando un montón de dinero al adquirir las baterías atómicas, pero no se lo dije.
—Si le revelo esto a usted —me decía lentamente, —estamos en paz.
—Sí —dije. —Estamos en paz. ¿Quién es?
—Yo no soy la fuente de esta información, ¿lo comprende?
—Lo capto. Ahora, ¿quién?
—Arkacite… ha estado envuelta en una batalla escalada de espionaje con Industrias Funaki, una compañía tecnológica con sede en Tokio. Empezó hace décadas. Las tácticas se han tornado despiadadas.
Harrington tenía un estómago fuerte, de modo que aquello ya era decir mucho.
—Gracias —dije. Algo dentro de mí dejó de apretar.
Por fin una pista.
—No he oído nada de ti. —colgué el teléfono.
Y entonces, me vino a la mente.
Tokio. Oh, mierda.
Aliado Ocho representaba a un grupo de compañías japonesas. Querían baterías idénticas a las de Arkacite. E inmediatamente después de que me las compraran, los robots habían salido en las ondas. Pero Inspector dijo... un cantidad de energía... excavé como una posesa en mis bolsillos en busca de las especificaciones de la batería. Aún tenía los papeles que le había llevado a Okuda el día antes. Los había leído para comprobar el valor de la cantidad de plutonio pero, en realidad, no los había leído a fondo.
—Cas —dijo Inspector. —Cas, ¿qué es eso?
Alisé los papeles arrugados entre mis manos temblorosas. No conocía toda la taquigrafía de ingeniería de los diagramas, pero podía hacer algunas suposiciones... referencias a los materiales... ecuaciones... La capacidad de energía saltaba y hacía espirales hasta un órden de magnitud, después dos. Después tres.
Cielo Santo.
Industrias Funaki había robado toda la tecnología robótica de Arkacite. Los diseños, la programación, todo...
Demonios, ya deben de haber construído los androides para saltar a la acción tan rápido.
Lo único que les había faltado era la fuente de energía, las ridículamente revolucionarias fuentes de energía de plutonio. Y yo se las había conseguido. Yo había causado que pasara todo esto.
—¿Russell? —Arthur me tocó en el hombro. —¿Qué ha dicho tu contacto?
—Que es culpa mía —le dije.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Pilar.
Me giré hacia Rayal. —Los robots. Funcionan con un nuevo tipo de batería nuclear alfavoltaica. ¿No es cierto?
—Oh... uh... sí? —su respuesta se arrastró hacia una pregunta mientras subía la tensión en la habitación. —Fue lo más complicado... lo habíamos intentado todo. El material que los científicos de Arkacite descubrieron sólo hace dos años, y... y el salto tecnológico más relevante... tuvimos que jurar no decir nada. Ni siquiera pensaron en desarrollarlo aún para propósitos comerciales porque el coste al consumidor sería demasiado alto. Sólo era para contratos militares y proyectos especiales internos, como nosotros…
—Cielo Santo —dijo Inspector. —Todo esto es culpa nuestra.
Arthur conducía. Sloan realizaba sus conferencias de prensa en un pequeño teatro del centro. Al ritmo que estaba revelando nuevos robots, pensábamos que si aparecíamos donde había estado, tendríamos mejor probabilidad de… bueno, secuestrarle.
¿Cuándo se había descontrolado tanto esta situación?
—No es culpa vuestra —dijo Arthur mientras acelerábamos por la 101.
—Te equivocas —le dije. —Soy la responsable, literalmente.
Ahora tenía que sacar de esta a Liliana, Denise Rayal y a Pilar, por no mencionar a Inspector y a mí... si es que conseguían identificarnos. Y yo no tenía ni idea de cómo hacerlo.
—Planearon esto desde hace años —dijo Arthur. —No hay otra. Tenían todo montado... si no les hubieran dado las fuentes de energía, lo hubiera hecho otra persona.
—Eso es horrorosamente racional de tu parte —le dije. —Nadie tenía la tecnología de estas baterías excepto Arkacite. ¿Y qué ha pasado con tu manía de decirme que debería ser más responsable con lo que hago?
Sus labios se torcieron en algo similiar a una sonrisa. —No hace falta cuando ya te castigas tú misma. Entonces es cuando intento darte apoyo.
Gruñí.
Odio que las personas sean inconsistentes.
Arthur, como siempre, tenía la emisora clásica sonando en la radio, hoy con el campanilleo vibrato de una ópera en algún otro idioma. Yo me incliné hacia adelante y cambié el dial hasta encontrar una emisora de noticias. Tal y como estaban yendo las cosas, estaríamos en una guerra contra los robots para cuando Arthur y yo llegáramos al centro.
—... y esto es sólo lo que llamados científicos quieren que creáis. ¿No he dicho siempre que era una conspiración? Cuento con vosotros, esto es terrorismo doméstico. Sólo es cuestión de tiempo antes de…
—Te presento a Reuben McCabe —dijo Arthur con sus manos apretando el volante. —Vendedor de miedo extraordinaire.
—…y si los científicos de Arkacite son los responsables de estos impostores, ¡entonces yo digo que merecen lo que les espera! ¡La tración aún se castiga con pena de muerte en este país! Al menos, la última vez que comprobé que aún hay hombres con bastante sangre en las venas para decir eso, aunque con la conspiración liberal fascista...
—Espera un segundo —le dije. —¿Cómo sabe él que Arkacite estaba implicada? ¿Lo han filtrado los federales?
Arthur cambió el dial ceñudo.
—... y Morrison Sloan ahora ha anunciado la fuente de la tecnología robótica, los científicos del behemoth tecnológico de Arkacite. Todavía no ha habido comentarios de la CEO Imogene Grant y no está claro si Tecnologías Arkacite tenía plan alguno de colocar estos androides en la población, ni si su tecnología está siendo usada por una tercera persona. Se confirma que hay una investigación federal en progreso y se espera que las acciones de ARKT se hundan a finales del mercado del lunes...
—Hijos de perra —dijo Arthur. —Este debe de haber sido el plan de Aliado Ocho todo el tiempo. Irritar a todo el mundo contra el otro bando y luego, dejar a Arkacite suspendida en la bolsa. Llevarles a la bancarrota.
—¿De eso se trata todo esto? ¿De un plan para eliminar a la competencia?
Pensé sobre lo mucho que me pagaba Harrington por los trabajos de espionaje corporativo y me estremecí. Yo sabía lo lejos que podían las corporaciones para aplastar al prójimo hasta al olvido.
—Supongo —dijo Arthur.
—... ahora nos informan sobre la actividad policial en el centro. Nuestro corresponsal, Javier Alvárez, ha estado allí en la última conferencia de prensa de Sloan Morrison... Javier, ¿puedes tú contarnos lo que está pasando?
—Me parece que se están produciendo algunos disturbios aquí, Grace. No he visto cómo han empezado, pero la multitud está empezando...
—Vamos allí —le dije a Arthur.
Dio marcha atras y recorrió las últimas calles. Llegamos a un bloqueo policial justo al doblar la esquina de la calle del teatro, pero Arthur no perdió el paso. Se desvió a la derecha y luego a la izquierda para aterrizar en la calle al otro lado. En momentos, estaba aparcando ilegalmente en una zona de carga detrás del teatro. En cuanto salí del coche, el alboroto de una masa de humanidad furiosa me alcanzó de frente. Algo estaba pasando...
—Mierda —dije.
—Será mejor que entremos —dijo Arthur.
Unos cristales estallaron en las proximidades y la multitud rugió. Aquel lado de la planta era una pared sólida y hermérica. Yo podía atravesarla, pero…
—Segunda planta —le dije, ya midiendo distancias hasta la hilera de ventanas sobre nuestras cabezas.
—Tengo cuerda en el maletero —dijo Arthur.
—Ve a por ella.
Alcance e impulso. Necesitaba un taburete escalera. Había un camión aparcado al final de la calle junto a una de las puertas de carga cerradas. Corrí hacia él, entré forzando la puerta y arranqué el salpicadero para hacer un puente. En segundos, lo alejé de la parte de atrás del edificio. Di marcha atrás y aceleré tan rápido como era posible, dejándolo junto en la escalera del muelle de carga. Las ruedas traseras se subieron a la escalera con un chirrido. Puse el freno de mano y salté fuera. Arthur me lanzó la cuerda y me la puse al hombro. Subí corriendo al capó de una camioneta y salté sobre el parabrisas para usar el techo de un taxi como punto de lanzamiento. Llegué a la parte superior de la caja del camión inclinada con la suficiente fricción para evitar caerme y subí corriendo la pendiente tres metros sobre la escalera sobre la que había puesto el camión. Las ventanas de la segunda planta estaban justo a mi altura y sólo a un pequeño hueco de distancia. Sin detenerme, me lancé hacia el cristal girando para impactar con los hombros y evitar los fragmentos de la ventana rota.
Fue estupendo poder permitirme el lujo de evitar cortarme esta vez.
Rodé sobre la mesa escritorio de una gran oficina y caí de pie en el suelo.
Y observé con horror.
Al principio pensé que en había cinco cadáveres en la habitación. Pero no, dos de ellos tenían placas de circuitos de metal y silicona aplastados y arrancados como si los hubieran despazado animales salvajes. Las entrañas de cables y trozos de metal llenaban el suelo. Los cuerpos humanos estaban más intactos. Uno de ellos se movía un poco y yo suspiré con alivio.
Me tomé un instante para atar la cuerda a la pata de una pesada mesa de metal, una que soportaba el peso de Arthur, y lancé el otro extremo por la ventana rota. Luego corrí hasta la persona más cercana. Una mujer medio apoyada en la pared.
Era Okuda.
Sus pestañas aleteaban débilmente y la sangre manchaba su pelo encima de su oído izquierdo.
—Oh, Jesus —susurré.
Tenía una bufanda decorativa alrededor del cuello. Deshice el nudo y se la quité para presionar con ella la herida de la cabeza.
—Okuda. ¿Puede oírme?
—Srta.…Srta. Russell,— dijo ella vagamente. ¿Qué está haciendo usted aquí…?
—Intentando averiguar lo que planeáis —dije. —Supongo que eso está abierto a debate ahora.
—El plan no era así —murmuró ella con ojos vidriosos. —Se suponía que no habría nin… guna violencia…
—Inflamar al publico funcionó demasiado bien, ¿eh?
—Se los llevaron… —dijo ella.
—¿Se llevaron a quién?
—Los otros modelos... rompieron unos y se llevaron los otros y nos obligaron a decirles dónde estaba el resto... nos quitaron nuestras tablets... podían programarlos para hacer cualquier cosa. Se lo pusimos demasiado fácil...
Con un tintineo de cristal, la chaqueta de Arthur asomó por la cornisa de la ventana rota y él escaló hacia el interior.
En cuanto vio lo que estaba pasando, se apresuró hacia los otros cuerpos para comprobar sus pulsos y catalogar heridas.
—¿Has llamado ya al 911? —me preguntó.
—No —le respondí.
Sacó un teléfono.
—¿Están todos bien? —Okuda reunió la energía para preguntar.
Arthur la miró brevemente. —Todos están vivos. Ignoro la gravedad de las heridas. ¿Lo hizo el tumulto que hay escaleras abajo?
Como en respuesta a la pregunta de Arthur, un rugido retumbó por la planta. Arthur se inclinó hacia la puerta, la cerró y arrastró un pesado escritorio metálico para bloquearla.
—Dice que la multitud se ha llevado algunos robot —le dije a Arthur. Miré hacia los cuerpos de metal destrozados. —¿Te parece eso sed de sangre?
—Demasiada —me dijo.
—Okuda. —Presioné más firmemente con su bufanda. Parece que estaba deteniendo la hemorragia, gracias a Dios. —Dijiste que os preguntaron donde estaba el resto. ¿Dónde están? —Sus ojos perdían el foco, sin comprender.—Si tenéis personas allí, están en peligro. ¿dónde están los otros robots?
—En nuestro labora…— las palabras eran débiles. ... Santa Clarita…
Santa Clarita estaba al norte de la ciudad. A los líderes de la turbamulta les llevaría algún tiempo llegar allí. A menos que llamaran a sus amigos.
—Arthur... —le dije.
—Ve tú. Yo vigilaré la puerta hasta que lleguen los polis. —echó mano al bolsillo y me lanzó sus llaves. Las atrapé con una mano.—La policía irá tras de ti... esto es demasiado serio para no llamarles.
Asentí y moví un poco el hombro de Okuda. —Okuda. Habla conmigo. Necesitamos la dirección de vuestro laboratorio.
Le llevó algunos intentos, pero al fin consiguió decirlo. Le anudé la bufanda alrededor de la cabeza tan firme como pude, manchando mis manos con su sangre. Luego dejé que Arthur hablara con el telefonista del 911 y salí corriendo por la ventana, pisando el umbral con un pie para llegar antes al techo del camión. Rodé sobre el capo del taxi y caí dentro del sedán de Arthur. Era sábado, así que tenía altas esperanzas de que no hubiera demasiado tráfico.
Me olvidé del límite de velocidad, cambiando de carril por todo el camino de la carretera 14 y me adelanté al tiempo de respuesta de la policía hasta el laboratorio.
No importó. Llegué demasiado tarde.
Me senté en el suelo en mitad del laboratorio destrozado, rodeada de equipo volcado y ordenadores destripados, sin mirar los restos del esqueleto de un androide en el suelo y sin tocar los dos cuerpos humano a escasos centímetros de mí. Eran jóvenes, quizá en sus veinte, eran japoneses y estaban muertos.
Sesenta y siete días.
Tras unos momentos, me levanté. Aún tenía un trabajo que hacer. Gente a quien proteger. Una niña artificial que salvar de ser un espécimen de laboratorio, una científica buscada por el gobierno federal y probablemente también ahora por una multitud linchadora… por no mencionar a Inspector y a Pilar y a mí misma. Más una Mafia furiosa esperando que cometiéramos un error.
Y ni siquiera me pagaban.
—Este trabajo tiene que acabar ya, por favor —dije.
Las palabras sonaron lastimeras y desoladas. El silencio en el muerto laboratorio las engulló por completo. Encontré al fondo una oficina de seguridad y arranqué el disco duro del vídeo. También cogí todo almacenamiento interno de datos que encontré... un disco duro y algunas memorias y una tableta bajo una de las mesas del laboratorio. Aún no había oído las sirenas ni a Arthur en su canal, Llamé a la policía con mi teléfono desechable y lo tiré al suelo. Tenía otro teléfono limpio en casa de Miri.
Las solicitudes urgentes de la telefonista resonaron por las paredes vacías mientras me iba.
Volví al apartamento de Miri para econtrar a Denise Rayal de pie en medio del salón, rodeada por más resmas de impresos, diciendo, —No, eso es incorrecto, está todo mal...
—¿Estoy equivocado? —gimió Inspector.
—¡Sí, vuelve a empezar!
Lancé a Inspector los discos duros del laboratorio de Aliado Ocho. —Averigua quién en está aquí. Y ponme al corriente de las noticias.
Había estado oyendo la radio durante todo el camino, pero habían sido una serie de confusos avances desconectados, correcciones y retracciones. Entendí que alguien había descubierto la naturaleza robótica de Sloan pero, ¿cuántos de los robots habían sido destruídos y quién estaba implicado con el disturbio? ¿Se había formado espontáneamente? Los presentadores de las noticias no habían sido capaces de decírmelo.
—Me pongo a ello —dijo Inspector. —¿Estas bien? Hablé con Arthur... ¿qué pasó en el laboratorio?
Se me cerró la garganta como si fuera a vomitar. —Está todo ahí. —señalé a los discos de la oficina de seguridad. —Noticias, dame noticias. ¿Y qué está pasando aquí?
Inspector, al parecer, había empapelado la habitación con folios impresos. Él y Denise Rayal estaban ahogados en ellos, junto a los portátiles abiertos y funcionando. Liliana estaba dormida en el sofá, Pilar sentada a sus pies con su propia pila de papeles.
—No creo que haya muchas novedades —dijo Inspector. —Al menos, que no sepas ya. Todo es especulación ahora mismo aunque, al menos, he estado identificando a algunos alborotadores captados por las cámaras del centro. Pero aquí intentamos montar un programa para los robots. Si tú puedes identificar uno a simple vista, un ordenador debería poder hacerlo también.. Si logramos escribir el algoritmo, podremos escanear al resto en las noticias o en las cámaras de tráfico o donde sea. Necesitaré tu ayuda con las matemáticas.
—Es una buena idea —le dije. Miré a la forma durmiente de Liliana.
—Sí, estamos dentro de su cabeza ahora mismo —dijo Inspector. —Está, uh…inconsciente mientras trabajamos en esto.
Una creciente sensación de culpabilidad me inundó.
—No es una niña —dijo Inspector tranquilamente.
—No he dicho nada. —la habíamos rescatado de las personas que experimentaban con ella. La habíamos rescatado.
—No le hacemos daño —dijo Inspector. —Tampoco es que ella pueda sufrir daño, claro... pero ya sabes lo que quiero decir.
Él no había visto los cuerpos de los robots en el centro, ni los retorcidos trozos de metal de los que mis sentidos habían retrocedido cuando llegué al laboratorio.
¿Qué significa eso, hacer daño a alguien?
Yo sabía lo que Noah Warren respondería, él ya se había sacrificado por su hija… mientras nos confiaba a nosotros su protección.
Cristo
Aparté la mirada de la durmiente Liliana y traté de reunir mis dispersos pensamientos para considerar opciones. El plan de Aliado Ocho sólo era un punto ahora. Teníamos un lío legal y una multitud linchante con los que lidiar. Si el tumulto antirrobótico encontraba a Liliana o a Denise Rayal, las matarían. Si el gobierno las encontraba, Liliana volvería a un laboratorio y Rayal, casi con seguridad, iría a prisión. Yo podía meter a Rayal en un avión y sacarla del país si pagaba bastante dinero para ello, cosa que no me hacía muy feliz, pero era factible. Liliana, por otro lado… estaba programada para tener cinco años. No podía cuidar de sí misma.
—Rayal —le dije. Ella alzó la vista.—Lo mejor que podemos hacer ahora mismo es enviarte fuera del país, esconderte. Tú y Liliana.
Ella se congeló, sus manos se detuvieron sobre los papeles.
—Que te den —le dije. —No quieres llevártela, ¿verdad?
—No lo comprendes…
—¡Es tu hija! —mi voz salió áspera.
Ni siquiera yo sabía lo que quería decir con eso. Los papeles en las manos de Denise se arrugaron donde los estaba sujetando.
—Es mi trabajo —me corrigío tranquilamente.
—¿Te la llevarías como trabajo, entonces? —Ella bajó su mirada sin responder. —¿Si la otra elección es devolverla a un laboratorio? —dije. —¿Ser diseccionada por científicos del gobierno?
El pelo había caído frente a su cara y yo no podía ver su expresión.
—Quizá sea allí donde pertenece. —dijo en voz baja.
Apreté mi mandíbula y respiré, combatiendo las rebeldes emociones.
—¿Puedes sacarla del país? —dijo Inspector. —Pregunta estúpida, por supuesto que puedes. Denise... deberíamos al menos...
—No. —dije.
Ya no me importaba de dónde había salido Liliana o cuál era su código. Ella no merecía que la despedazaran o la desmontaran o la mataran o la encerraran en un laboratorio para satisfacer el voyerismo enfermizo de alguien. Aún era una niña, aunque fuera una niña programada.
—No. No a menos que ella vaya a cuidar de Liliana. —les dije.
Inspector y Pilar se quedaron mirándome. Rayal no se movió.
—Cas… -dijo Inspector.
—¿No necesitas mi ayuda con las matemáticas? —le dije.
—Sí... uh, sí. —vaciló durante un momento y yo casi pude verle decidir si seguir su conversación con mejores argumentos. Me tendió una tableta y un montón de impresos. —Toma. La tableta está conectada a la programación de Liliana. Las hojas son lo que tenemos por el momento... lo siento, todos los portátiles están ocupados.
—De acuerdo —le dije.
Tomé el montón de papeles y la tableta y me senté, sintiéndome muy cansada. Inspector empezó a clasificar los discos del laboratorio que yo había vertido encima de él, sacando adaptadores de una bolsa junto a él y conectándolos a su portátil. Yo hojeé los impresos dejando que mi cerebro se relajara con ellos. Las matemáticas eran un bienvenido alivio en comparación con las emociones que yo no quería reconocer.
Ahora veía por qué Inspector me había dado el código de Liliana: él y Rayal había construido su algoritmo a partir del procesamiento del lenguaje natural tratando de aislar las características únicas que identificaban a los robots.
Irónico.
Rayal y su equipo habían intentando hacer que sus creaciones sonaran humanas y ahora nosotros estábamos confiando en que se hubieran equivocado en algo. Empecé a consultar la tableta y la estructura del cerebro rosa de Liliana a mi alrededor, sus pensamientos se convirtieron en caminos probabilísticos. Cerré los ojos por un momento. Sentí como si estuviera violando su privacidad y dejándola expuesta (lo cual era ridículo, yo era una persona increíblemente fisgona y nunca había sentido la menor culpabilidad en espiar la vida nadie pero, aún así...) sentí que estaba mal.
Y, por alguna razón, sentía que estaba aún peor cuando la estructura tomó forma a mi alrededor y vi exactamente cómo funcionaba. Vi que Inspector tenía razón, que ella no era más que una máquina de Turing probabilística, que ella no pensaba. La distribuciones de probabilidad estaban ahí, en su código, lanzando mil millones de monedas para cada acción que ella tomaba. Inspector y Rayal me lo habían dicho, pero yo no quería mirar, no quería verlo.
No importa. ¿Qué podía justificar lo que los alborotadores o Arkacite o el gobierno quisiera hacerle a ella? ¿Qué podía justificar hacerle eso a una niña, incluso a una que suplicaba y lloraba según lo dictado por un algoritmo?
Me aparté de la estructura general y me concentré en el lenguaje del diseño natural. En algo podía aislar, fingir que pertenecía a otro lugar, a un ordenador que no se pareciera malditamente tanto a una niña de cinco años.
Leí y releí. Y abrí los ojos.—Inspector —le dije.
—Sí?
—El procesamiento de lenguaje natural —le dije. —¿Sabías que la PLN había llegado tan lejos?
Me miró ceñudo. —También me estaba preguntando eso. Pero ha de ser así, ¿no? La PLN no es realmente mi área...
—La mía tampoco —le dije. —Pero… estoy convencida de que parte de esta investigación... no existe todavía.
Rayal y Pilar estaba observando nuestro intercambio de ideas. —Por supuesto que existe —protestó Rayal. —El sofware revolucionario lo construimos hace casi diez años. Y no era de Arkacite. Recuerdo cuando salieron...
—Eso es imposible —le dije. —Las matemáticas aquí... nunca he visto nada igual.
—Y del lado CS, aún me daba la impresión de que no íbamos realmente mal con la PLN —añadió Inspector. —Hasta que vi esto, por supuesto, pero... el lenguaje natural es difícil. Y se nos da mal... bueno, a nosotros no, como seres humanos somos geniales en eso, pero se nos da muy mal comprender cómo programarlo con cierto grado de entendimiento, o noción, o completud. O, bueno, somos…
—No sé que deciros —dijo Rayal. —El proyecto era tan secreto... nos pidieron no hablar siquiera con otros investigadores sobre lo que estábamos haciendo. Decían que otras compañías no habían entendido lo que significaba la nueva investigación en PLN. Pero tenía que estar ahí fuera en la investigación académica, ¿no? Nadie más la usaba para la industria antes que nosotros, salvo de forma académica...
—No —dije. —No lo es. No tenemos esto. No existe.
—Pero acabas de decir que no es tu área —dijo Rayal. —¿No es posible que...?
—No —dije. — No tenemos estas matemáticas.
—Excepto... que sí las tenemos —dijo Rayal. —nosotros las usábamos.
—¿Qué piensas? —me.preguntó Inspector.
—No lo sé —le dije. —No me gusta no saberlo.
Inspector y Rayal intercambiaron una mirada, intranquilos. Cerré los ojos y volví al código de Liliana, pero apenas seguía el hilo donde me había quedado cuando Inspector emitió un sonido estrangulado. Estaba mirando su pantalla con los auriculares puestos.
—Tíos… —dijo sin mirarnos y sonó como si le costara respirar. —Tíos, esto podría…podría ser peor de lo que habíamos pensado…
Corrí para mirar sobre su hombro. Rayal y Pilar también se acercaron. Inspector estaba reproduciendo la grabación de seguridad del laboratorio de Aliado de Ocho. En mitad del laboratorio había una ancianita de dulce apariencia, con pelo cano, un cardigan color pastel y los rasgos simétricos de uno de los robots de Aliado Ocho. Y la multitud… la masa surgió alrededor de ella, monstruosa, despedazándola, pisoteándola y… literalmente destrozándola. Excavaban con los dedos en su carne sintética, le arrancaba el pelo del cráneo, retorcían sus miembros hasta doblarlos y arrancarlos. Ella luchaba y gritaba con su cara encogida en agonía. Uno de los alborotadores encontró una larga tubería pesada y le golpeó la cabeza con ella una y otra vez, metal contra metal, hasta que la animación en ella cesó y se derrumbó dentro de la voraz multitud. Sus ojos miraban inertes a la cámara. Los humanos siguieron atacando como chacales, pelando la piel y descubriendo el esqueleto de metal del interior para dejar una masa de piezas. Inspector se había girado dando la espalda.
—Odio a la gente —masculló.
—¿No serás de esos que afirman que están vivos? —mi voz salió demasiado áspera.
—Tampoco lo estaba la Biblioteca de Alejandría —dijo Inspector.
Pilar emitió un sonidito. La pantalla mostró al tumulto izando los restos de la anciana robot sobre sus cabezas, blandiendo sus miembros rotos como trofeos. Me aparté de la pantalla. Ya no quería ver más. No quería ver lo que le habían hecho a los científicos humanos.
—Dame una cuenta del número de robots que había allí —le dije. —Y realiza la identificación de reconocimiento facial de la gente involucrada.
Inspector me miró sin entender y luego se volvió reluctante hacia su ordenador.
—Yo lo haré —dijo Pilar suavemente. —Tú tienes cosas más importantes que hacer, de todos modos. Me enseñó cómo hacerlo para que pudiera ayudar —añadió en mi dirección.
Inspector le entregó el portátil y sus auriculares, y ella volvió a sentarse en el sofá.
—Esto ya no está abierto a discusión. —me giré para zanjarlo con Rayal. —Tenemos que sacarte a ti y a Liliana de aquí. No discutas. Puedes cuidarla por ahora... tal vez tu marido se recupere más tarde o podamos descubrir algo más. Pero si cualquiera de esos chiflados descubre dónde estáis...
Dejé de hablar. No podía protegerles contra una multitud, no de una como esa. —Tienes que entenderlo. Fuiste la inventora de estas cosas, o algo muy parecido. Querrán tu sangre. Te quemarán viva. Te he dicho que te ayudaré a llevarte a Liliana y huir, y eres tonta si no lo haces...
La mano de Rayal voló hacia su boca. —¡Oh Dios mio! —se echó las manos a sus bolsillos. —Mi equipo, ¿qué pasa con mi equipo? ¡Necesito... un teléfono, necesito un teléfono ahora mismo!
Me quedé mirándola, completamente inmóvil Inspector ya estaba cogiendo otro portátil sobre la mesa detrás de él.
—Dime sus nombres. Los encontraremos. ¿Verdad, Cas?
El mundo pareció tambalearse. Yo intentaba salvar a una niña pequeña y proteger a una mujer. ¿Cuándo me había convertido en un caballero de reluciente armadura para científicos perseguidos? ¿Desde cuando estaba protegiendo a todo Arkacite... a la gente que había estado experimentando con Liliana en primer lugar?
¡No puedo salvar a todo el mundo! ¡Todos los días se muere gente... esta no es mi responsabilidad!
Inspector estaba tomando los nombres del equipo de Rayal y trabajando en su localización sin esperar mi consentimiento. Lo había asumido sin preguntar. Yo estaba simultáneamente molesta por la presunción y extrañamente halagada de que pensara tan bien de mí... y avergonzada de saber que era una opinión equivocada.
Esta no era mi descripción para un trabajo. No quería esto en mi descripción para un trabajo.
—Están todos en Arkacite —dijo Inspector. —Estoy rastreando sus teléfonos por GPS y... Arkacite debe de tener algún tipo de confusión por todo esto, lo cual supongo que tiene sentido, dada la situación. Oh, espera, el primer tipo que dijiste, ¿Vikash Agarwal? No está ahí. Pero todos los demás sí.
—Vikash es el quien me llamó —dijo Rayal. —Me advirtió él...
—Oh, Dios —dijo Inspector. —Cas, ve hasta Arkacite. —había abierto una pantalla de noticias en directo.
Una multitud de protestantes inundaba la base del edificio, gritando y lanzando cosas... la policía ya estaba allí, demasiado pocos, tratando de mantener a raya a la multitud...
Inspector se agitaba de pánico.—No puedo conseguir datos del interior por GPS, han dejado offline su vídeo de seguridad después de nuestro robo. Aún no está restaurado...
—Los encontraré —le dije, y salí.
El coche de nuestra escapada matinal estaba a unos bloques de distancia, así que me llevé el de Arthur. En cuanto llegué a la 405, cambié de dirección y pisé el acelerador. El velocímetro llegó hasta ciento sesenta km/h, luego subió hasta ciento ochenta. La autovía pasaba en un borrón, los otros coches parecían inmóviles en comparación. Apretar el pedal contra la alfombrilla también me calmaba la frustración.
¿Cómo me había metido en esta situación? Salvar gente no era mi trabajo. No se podía salvar a todo el mundo... Si lo intentaba, inevitablemente fracasaría en algún punto, de modo que la única solución lógica consistente era no intentarlo... ¿no? Joder, eso tenía sentido en mi cabeza.
Tuve suerte. No me encontré a la patrulla de autopista hasta que ya estuve entrando en el Westside y casi en Venice. Les guié en una animada persecución con luces y sirenas gritando a mi espalda. Un coche de la LAPD intentó bloquearme el paso al final de la calle, pero me subí al bordillo y atajé por la esquina en la calle. Los coches de patrulla de la autopista pisaron sus frenos, esquivando el coche del poli parado antes de chocar y salir disparados detrás de mí con renovadas sirenas. Tener a los polis en mi cola hoy era bueno. Les estaba guiando hacia donde tenían que ir. Tendrían demasiado con lo que lidiar en Arkacite para preocuparse por mí. Oí a la multitud antes de verla, llenando la plaza y creciendo hacia una masa de humanidad en la calle, bloqueando totalmente el paso. Usé el freno de mano y derrapé con el coche de Arthur deslizándolo de lado hasta detenerlo en los márgenes de la aplastante horda de protestantes antes de chocar con ella. Me agaché al entrar en el enjambre de personas antes de que los coches de la poli pudiera gritarme el alto detrás de mí o echarle un vistazo a mi cara... tendría que acordarme de decirle a Arthur que denunciara el robo de su coche. La multitud no había abierto brecha en la barricada de la policía, gracias a Dios, y la fuerzas de seguridad de Arkacite habían salido para unirse a sus hermandad azul para mantener a raya a la concurrencia en la plaza. Sentí cierta inquina respetuosa hacia ellos pese a su incompetencia del otro día: la mayoría de polis de alquiler habría huido antes de aguantar la posición contra un furioso tumulto. Me abrí paso a empujones por el borde de la multitud, atravesando agachada la aglomeración de gente hasta colarme hasta el mismo callejón que había usado dos noches antes. El pequeño aparcamiento al que conducía estaba vacío, los negocios tenían las persianas echadas (no podía culparles, yo también hubiera cerrado el negocio y corrido a casa si mi vecino estuviera a punto de ser arrollado por un behemoth. Los furiosos alborotadores no se habían abierto paso hasta aquí todavía. Probablemente no sabían que el callejón podría conducir a una entrada aquí... bueno, o a algo parecido. La pared en la que yo había abierto un agujero estaba entablada y la grieta tapada. pero era una simple cuestión de golpear las tablas de aluminio. Los tornillos chirriaron y crujieron al ceder. La oficina de Denise Rayal estaba en la séptima planta. Yo apostaba a que la mayoría de su equipo también trabajaba allí. Aunque, probablemente, estarían en la sala de conferencias para lo que fuera que se estaban reuniendo, ¿verdad? A menos que se hubieran parapetado en algún laboratorio del sótano una vez que la multitud hubo rodeado el edificio… ¿cómo iba a tener tiempo para registrar cada sala? ¿Cómo? Toda la seguridad debe de haber salido a la parte delantera del edificio. Fui hacia el ascensor más cercano y casi grité de fustración...
No tenía una tarjeta para llamarlos.
Abrí de una patada la puerta que conducía a la escalera. Todo lo que podía hacer era empezar con lo que conocía. Subí corriendo seis vuelos de escaleras hasta que mis pulmones se comprimieron y ardieron. No tenía que preocuparme de encontrarles. Abrí la puerta en la planta siete justo cuando se oyó un disparo. Me abrí camino abriendo puertas a patadas, girando en las esquinas hacia donde había triangulado el sonido.
Tres disparos más. Cuatro. Cinco.
Había traído mi P7. Rompí con el mango la puerta de cristal que daba a las oficinas del fondo. Se rompió espectacularmente.
Seis. Siete. Ocho.
Surgían de una sala de conferencias frente a mí.
Nueve.
Irrumpí dentro de la sala. Morrison Sloan estaba a un lado de la habitación con el brazo extendido sosteniendo una pistola como si no supiera muy bien qué hacer con ella.
Excepto que sí lo sabía.
Vi seis cuerpos en el suelo e Imogene Grant era la última en pie, retirada contra la pared, su cara era laxa y confusa...el dedo de Sloan se tensó en el gatillo una vez más. Eché mano al bolsillo y salté justo cuando él disparaba. Saqué la mano y sentí el impacto en mi palma cuando mi teléfono móvil detuvo la bala, un impacto a través del metal, pero el cálculo de la fuerza era tan simple que daba risa y yo sabía que las capas de circuitos y batería habían sido suficientes. Aterricé pesadamente al otro lado de la mesa de la sala de conferencias y me giré hacia Sloan, quien disparó dos veces más, pero yo mantuve el teléfono (que se abolló en mi mano con cada impacto) en línea con el cañón.
Mierda, ha disparado más de diez balas. Esa arma no es legal en California y una Glock 17 tiene diecisiete balas más una en la recámara. Ha estado disparando antes de que yo llegara aquí... quizá bastaste para...
Mi otra mano cogió mi propia arma, pero no sabía donde disparar.
¿Cómo se mata a un robot? ¿Dónde está el punto débil?
No tenía ni idea de cómo estaba dispuesto el hardware.
¿Le dejo como un queso suizo?
Una idea trivial en mi mente se preguntó si aquello reiniciaría mi cuenta con Arthur.
Sloan frunció el ceño levemente.
—Tú no eres uno de la horda de Satán. No lo eres, no eres uno de los que intentaron controlarnos con gente artificial. —el cañón de su pistola cayó un poco —No quiero hacerte daño.
Yo no tenía ni idea de qué decir a eso.
¿Sabe acaso lo que es? Joder, ¿qué suponía para él saber qué era un robot? Y ya puestos, ¿cómo es que estaba aquí? Si su programación era igual a la de Liliana, no tendría la motivación, el impulso interno, de decidir coger un arma ilegal y encontrar un modo de pasar por encima de la seguridad de Arkacite y cometer asesinato.
El descubrimiento cristalizó mucho más lentamente que lo que debería.
—Alguien te envió —le dije. —¿Quién? ¿Quién lo hizo?
—Lo hice por la gente —me dijo, señaló vagamente a la habitación de cuerpos. —Fueron ellos los que liberaron el azote…
Sus ojos vagaron hacia lo que había detrás de mí, como si solo en ese momento percibiera lo que había hecho. Quise llenarle de agujeros su piel de silicona y zarandearle, demandarle que me dijera quién le había programado, lo que estaba pasando, pero él no lo sabría, ¿verdad? No podía contarme lo que no había sido programado para decir. Rayal podría ser capaz de averiguarlo. Ella e Inspector podían excavar dentro de su cabeza y ver quién había escrito el código para hacerle venir aquí, quién le había puesto un arma en la mano.
—Baja el arma —le dije.
Podía atarle. Llevármelo conmigo.
¿Será muy fuerte?
Daba igual. Yo podía estimar el límite superior de fuerza por el metal en sus miembros.
Ojalá pudiera neutralizarlo.
Pero no sabía cómo hacerlo sin dañar las pruebas que podríamos necesitar.
—¿Están muertos? —me dijo.
La mirada ceñuda se hizo más profunda. Yo no miré a los cuerpos. Pensé que la respuesta probablemente era afirmativa. Grant emitió un pequeño lamento detrás de mí.
—Grant, echa un vistazo a tu gente. Sloan, suelta el arma. Ahora. O te dispararé. —
Puede comprender las amenazas, ¿no?
La IA sabría responder a ellas. La IA sabría cómo rendirse.
—Les maté yo. —dijo él, sonando confuso. —Matar gente no está bien. —se llevó la Glock a la sien, presionó el cañón contra la piel artificial y apretó el gatillo.
El sonido fue apagado y sordo, enterrado por el metal. La bala no salió. Sloan no colapsó inmediatamente... tropezó durante un minuto como un muñeco estropeado, su mano aún sujetaba el arma congelada en su sien. Su mandíbula se movía emitiendo extraños sonidos por la boca, que sólo vagamente se acercaban al habla. Luego se sacudió, quedó inmóvil y cayó como un árbol recién talado.
Me acerqué de un salto y le quité la Glock entre sus dedos.
De modo que así es como se matan. Tan fácil como matar a un humano.
—Grant —dije al girarme. —Llama a los paramédicos...
Imogene Grant estaba hundida en la base de la pared, su pecho empapado de rojo, burbujas de sangre se formaban en su boca.
Ya la habían disparado una vez antes de que yo entrara en la habitación. No me había dado cuenta. Me acerqué corriendo soltando las pistolas y presioné con mis manos en el pantano de sangre. La herida sangraba en mis palmas. Me quité la chaqueta y presioné la herida con ella. Mi mente ya estaba calculando automáticamente el volumen de sangre perdida...
Que le den a las matemáticas, pensé y palpé con una mano entre su ropa para buscar un teléfono móvil que no estuviera aplastado con impactos de bala.
La ciencia médica había avanzado mucho, quizá pudieran transferirle suficiente sangre en el cuerpo... Grant me agarró la muñeca.
—Culpa nuestra —me susurró.
—Cierra el pico —le dije, zafándome de su agarre y presionando con ambas manos en su pecho mientras escaneaba la habitación. No tenía el móvil en los bolsillos... ¿un bolso, quizá? ¿Tenía alguno de los científicos un teléfono? Examiné a todos. Estaban demasiado quietos para que los paramédicos pudieran hacer algo.
Jesús…
—No —dijo Grant. —Escucha… nosotros lo empezamos. Les robamos a ellos primero. Yo no pensaba que…. conduciría a esto…
—Espera. ¿Funaki?
Sus ojos intentaba enfocarme, rogándome que entendiera su última confesión.
Mierda. La PLN imposible había salido de la investigación de Industrias Funaki.
Era uno de sus secretos corporativos. Una guerra de espionaje industrial que se remontaba décadas, había dicho Harrington.
¿Qué más les había robado Arkacite para construir sus robots? ¿Cuántos de sus descubrimientos eran realmente de Funaki?
—No eres responsable por esto —le dije. —Funaki no envió a este tipo contra ti, ¿verdad? Alguien más se lo robó a ellos.
—¿Robó…? —susurró ella.
Ni siquiera sabía que él era uno de los robots. Ella creía que era el tipo de la TV que despotricaba contra las IA que había construido Aliado Ocho. Creía que él había venido apoyar sus palabras con acción violenta. Era demasiado para explicarlo todo ahora.
—Voy a moverme unos segundos para encontrar un teléfono móvil —le dije. —Aguanta.
—Espera —dijo ella. —Ellos… ¿lo robaron…?
—Sí, es un robot y alguien lo robó. Ahora deja de hablar.
Me alejé para registrar el cuerpo más próximo. Un hombre asiático con gafas torcidas había caído bocabajo. La sangre empapaba la alfombra a su alrededor. Rebusqué en sus bolsillos.
Aquí, un teléfono, por fin.
Corrí hacia Grant para apretar de nuevo su herida mientras encendía el smartphone con mi mano libre.
Ella estaba inmóvil, sus ojos miraban al techo.
Me quedé congelada durante bastantes largos segundos. Luego, liberé lentamente mi chaqueta manchada de sangre, me mecí sobre mis talones y dejé caer el teléfono.
Fue culpa mía.
Si no hubiera perdido tanto tiempo neutralizando a Sloan, habría llegado hasta ella antes, Grant aún podría estar viva. Yo sabía que había gente potencialmente herida detrás de mí. Debería haber disparado a Morrison Sloan en la cabeza y acabado con él mecánicamente,
Me levanté y me llevé mi chaqueta manchada de sangre conmigo. Limpié de huellas el teléfono móvil y se lo lancé a su dueño, luego recogí mi arma y devolví la de Sloan a su mano. La policía encontraría algunas anomalías forenses, pero probablemente estarían más preocupados con el hecho de tener un robot asesino.
Abrí la puerta de la sala de conferencias y llegué hasta el frontal del edificio para mirar por la ventana. La multitud afuera estaba cargando contra el cordón policial, las fuerzas de la seguridad cedían. Los alborotadores entrarían dentro de poco para descubrir que ya tenían el trabajo hecho. Tomé la escalera para volver a la planta baja y salir por donde había entrado, parando en un baño para hacer una rápida fregada de sangre en mis manos. No tenía sentido salir andando afuera con aspecto de acabar de matar a siete personas ahí dentro. Mi chaqueta era una causa perdida, pero la enrollé en toallas de papel y me la llevé conmigo. Tenía una pinta extraña, pero no parecía una asesina. Una vez que volví al agujero en la pared, salí atravesando los escombros. Rodeé el callejón hasta la parte delantera, caminando por los límites de la multitud y buscando un coche que robar. Los voceantes alborotadores me empujaban al pasar. Me abrí paso hasta una calle lateral, lejos de la multitud. Caminé como un zombi, sin prestar atención y, por todo derecho, debería haber acabado muerta en aquel momento. En vez de eso, alguna pequeña parte de mi cerebro que aún estaba atenta oyó el disparo del rifle. Esa pequeña parte se percató de que la bala no la había golpeado.
Una bala subsónica. pensó, y tuvo tiempo de reaccionar.
Antes de que el resto de mi cerebro hubiera traducido lo que estaba pasando, mi cuerpo estaba girando y cayendo. Algo me golpeó el brazo con fuerza cuando me vine abajo. Y luego, el impacto del dolor. Afortunadamente, yo ya me estaba moviendo antes de que eso se hubiera registrado y, como la bruma, rodé debajo del coche más cercano, colocando el bloque motor entre mí y la línea recta que unía el punto desde el que había surgido el sonido del rifle subsónico.
Oh Dios. Oh Dios.
Luché por respirar y no desvanecerme, el olor cáustico de aceite de motor enturbiaba mis sentidos, el pavimento de debajo se me clavaba en la espalda. Todo mi brazo derecho era una explosión de agonía. La hiperconsciencia que normalmente me ayudaba con las heridas huía de él. Tenía que obligar a mis sentidos a superarlo. La bala me había destrozado el húmero derecho y aún estaba alojaba en el hueso.
Oh Dios, eso duele... ¡Joder, odio que me disparen.
Palpé a mi alrededor con la mano izquierda y encontré el fardo de mi chaqueta con toallas de papel. Apreté la masiva bola contra la herida y puntos negros bailaron de inmediato en mi campo visual. Conseguí quitarme el cinturón con una mano y ponerlo alrededor de mi pecho, sujetando el brazo a mi lado con el fardo de toallas de papel aplastado contra él como un tumor sobresaliente. El fardo empezó a hacerse pesado y húmedo mientras añadía mi sangre a la de Grant.
No me puedo quedar aquí.
Me moví hasta el otro extremo del coche, normalizando mi respiración y usando algunas matemáticas. Vectores. Eso era sencillo. Sabía exactamente dónde había estado el francotirador. Me deslicé hacia el otro extremo del coche para que, si estaba esperando a que saliera de nuevo, ningún indicio de mi silueta asomara en su campo visual. Repté hasta el coche adyacente mordiéndome el labio por el dolor y respirando profundamente. Si el tirador había permanecido en su posición, no me vería. Me escabullí todo el camino, unos laboriosos diez minutos de reptar centímetro a centímetro, levantarme y correr.
Quizá piense que me ha matado. ¿Saldría a comprobarlo?
Quizá había disparado sólo una vez y salido corriendo, preocupado por que alguien le hubiera oído, o que yo pudiera llegar hasta él y encontrarle…
Que era exactamente lo que yo estaba haciendo.
El edificio de apartamentos estaba a unas puertas de distancia. Me pregunté lo que les había hecho a los inquilinos del piso que había escogido para su nido. ¿Matarlos? ¿Atarlos? ¿Asegurarse de que no había nadie en casa? Yo estaba a punto se averiguarlo. Tomé la escalera, el dolor en mi brazo me retenía mientras subía las plantas. La trayectoria de la bala me decía exactamente el apartamento y la habitación de origen. Llegué hasta la puerta y golpeé la jamba con el talón para astillar la cerradura y abrir la puerta de golpe con el arma en la mano izquierda. Mi brazo derecho colgaba inútil debajo el codo por donde estaba sujeto a mi costado.
Un canoso hombre alto vestido de negro se giró desde su posición, donde había estado mirando por la mira del rifle en la ventana abierta. Un tipo blanco de mediana edad, probablemente en sus cincuenta, aunque apuesto para su edad. Tenía constitución atlética, fuertes músculos sobresalían bajo su piel bronceada. Su mirada de halcón se centró en la pistola que yo ya había apuntado hacia él y, lentamente, levantó las manos.
—Hola —le dije, cerrando la puerta detrás de mí de una patada.
El tirador no dijo nada.
—Estoy de muy mal humor —le dije. —Y acabas de dispararme.
Sus ojos captaron la sangrante masa de toallas atadas en mi brazo.
—Soy muy difícil de matar, como puedes ver —le dije. Un escalofrío me recorrió el espinazo mientras lo decía.
Si hubiera usado un rifle de munición estándar, yo ya estaría muerta. Debe de haber escogido subsónicas preocupado por del ruido su rifle también llevaba un gran supresor pesado.
Joder. Había estado cerca.
—¿Quién te envía? —le dije. No dijo nada.—Hay un montón de gente complicándome la vida ahora mismo —le dije. —De modo que apreciaría alguna pequeña aclaración. Me duele muchísimo y no siento la menor oposición en colocarte en el mismo estado. Así que... Responde. A. Mi. Jodida. Pregunta. ¿Quién te envía?
Aún así, no respondió. A mí no me hacía falta que lo hiciera. A pesar de lo que había dicho, ya sabía para quien trabajaba. El robot de Arkacite no había dado ninguna señal de saber lo que era y nadie más implicado habría llegado hasta el asesinato, especialmente no con un tirador humano.
Un robot sería un estupendo francotirador. Las matemáticas… la paciencia…oh, mierda.
Me temblaban los músculos de las piernas. Necesitaba descansar. Necesitaba cuidar de la herida del brazo. Necesitaba ir a algún lugar donde pudiera sentarme y tragarme una botella entera de sedantes.
—Dile a Mama Lorenzo que tendrá que hacerlo mucho mejor la próxima vez. —le dije brevemente. —Ahora da un paso al frente y pon las manos sobre la cabeza. —él parpadeó.—No, no voy a matarte.
Debería.
Él había puesto un maldito empeño en matarme a mí. ¿Cuántos tiradores expertos tenía Mama Lorenzo en la tecla de llamada rápida?
Pero el jodido Arthur se me había metido en la jodida cabeza y yo acababa de dejar que murieran siete personas a mi cuidado. Posiblemente Noah Warren y los científicos japoneses y un jaleo entero de robots que no estaban técnicamente vivos… y la decisión de quitar una vida más… si es que le permitía vivir, tal vez era mejor no reiniciar mi cuenta. Quizá era esa la clase de elecciones que importaban.
Le registré y le quité su arma de mano, un pequeño Browning de alta calidad, y le indiqué que se atara con un cordel de las cortinas antes de bajar mi arma y reforzar su trabajo a una mano con cinta aislante que encontré en su bolsa. Luego miré calle abajo para asegurarme de que nadie estaba andando debajo y tiré su rifle por la ventana. La gravedad lo absorbió y lo hizo pedazos contra la acera.
Satisfactorio. Aunque más satisfactorio si pudiera habérmelo quedado.
Era un buen rifle, pero una chica no puede tenerlo todo.
—¿Mataste a la gente que vivía aquí? —le pregunté.
Me pregunté cuánto tiempo había estado esperando aquí, pacientemente. Estaba claro que Mama Lorenzo se había enterado de que yo venía a menudo a Arkacite y había montado una tienda para cuando volviera.
—Si no los mataste, tal vez te deje en paz —me ofrecí. —Tal vez no llame a los polis. —No dijo nada. Empezó a irritarme.—A Mama Lorenzo no le gusta que se haga daño a la gente inocente —le dije.
Al menos, yo siempre había supuesto que no. Pensé en Tegan y Reese y Cheryl. Mi aspirante a asesino seguía en silencio. Me levanté. Alguien probablemente había descubierto el rifle y llamado a la policía.
Demonios. Había un montón de polis frente a Arkacite. No les llevaría mucho tiempo.
Cogí el teléfono del apartamento, pulsé el 911 y dejé el receptor descolgado. Luego salí del apartamento. Tenía que apoyar la mano contra la pared para bajar las escaleras. La pérdida de sangre me estaba dejando mareada.
Me apoyé contra la pared en casa de Miri y escarbé dentro de mi brazo con unas pinzas esterilizados sacadas del armario de sus medicinas mientras mordía una toalla y trataba de no desmayarme. De fondo captaba los gritos Arthur.
—¡Maldita sea, para de hacer eso y déjame llamar a un médico!
—Nnnn —dije a través la toalla.
La bala se perfilaba sola en mi mente, alojada contra el hueso. MeCagCieloSanJoder.
—Russell, te lo estoy diciendo, se supone que no debes intentar extraerla. Vas a empeorar la lesión tú misma. ¿Me estás oyendo?
Moví las pinzas a través mi carne y contra el bulto. Las cerré, consideré la carencia de fricción y apreté el agarre. Con un rápido tirón, la bala acabó saliendo... una nueva oleada de dolor me golpeó cuando tiré. Mi garganta se cerró, se bloqueó y casi vomito en la toalla.
—Hey. Hey. Russell. —Arthur estaba agachado junto a mí, tocando mi cara. —Hey.
Escupí la toalla. Mi cara estaba fría de sudor. —Encuéntrame algo para entablillar esto.
—Russell, por favor. Podrías necesitar cirugía. Y si eso se infecta...
—Veré a tu doctor cuando todo haya terminado —dije. —Ahora encuéntrame algo para entablillar esto, por amor de... joder.
Las palabras salieron más débiles de lo quise. Cuando prácticamente había caído por la puerta cubierta de sangre de Miri, Pilar había conducido a Liliana (que estaba animadamente consciente de nuevo) al dormitorio, tapándole los ojos. Luego había asomado la cabeza para asegurarse se de que yo no me estaba muriendo y de que no había nada que ella pudiera hacer, y volvió a sus tareas de niñera. Rayal estaba sentada en la esquina con su cara entre sus manos. No se había tomado bien el homicidio de su equipo entero.
Inspector llegó desde la cocina con un cuenco de agua caliente, más toallas y otro botiquín de primeros auxilios. —Tomad... Voy a comprobar los armarios. Ha de haber algo mejor que Neosporin...
Gruñí. No sabía por qué no había vuelto a uno de mis escondites. Tenía mejores suministros médicos en todos ellos de los que Miri probablemente tenía en todo su apartamento, pero había robado un coche y conducido hasta aquí automáticamente con mi mente en modo de fuga. Probablemente por la pérdida del sangre.
—Al menos déjame ayudar —suplicó Arthur.
—Sí —dije. —Bien. Tengo que ponerlo en su sitio.
—¿Ponerlo en su sitio?
—Sí. —para eso había extraído la bala... mi hiperconsciencia física me había revelado exactamente cómo estaba colocado y dónde tenía que ir el estúpido hueso.
Haría un peor trabajo recolocando el hueso que un doctor, probablemente, pero las matemáticas eran útiles para todo tipo de cosas.
—¿Quieres ayudar? Abrázame.
—No creo que sea una buena idea, Russell...
—Ayúdame o lárgate.
Me pongo elocuente cuando me duele algo. Arthur, reluctantemente, hizo lo que le sugerí, sujetando mis hombros y anclando mi cuerpo contra la pared. Me agarré el codo con la mano izquierda, hice los cálculos, cerré los ojos y me abracé a mí misma.
Dos opciones: lento y continuo o rápido y a superarlo.
Las matemáticas eran las mismas en ambos modos.
Tiré.
Me había olvidado de morder algo. Inspector y Pilar corrieron ambos dentro de la habitación temerosos de que yo estuviera muriendo. Me derrumbé contra la pared, esperando que el mundo dejara se distorsionarse y les despaché moviendo mi mano buena, aunque ni siquiera esos músculos parecían funcionar bien. Me tembló todo el cuerpo como si mi sistema nervioso hubiera dejado de contener el destrozo ardiente de mi brazo. Todo se tornó tosco y rojo y horrible, y yo ya había tomado tantos sedantes de Miri como me atreví.
Arthur se movía junto a mí, vistiendo la herida y entablillando mi brazo. Inspector había apilado junto a nosotros tantas provisiones médicas como pudo encontrar, que no incluían muchas mejores opciones que gasas, vendas, un par de rudimentarios botiquines y algunos bálsamos de hierbas aromáticas por los que Miri aparentemente maldecía.
—¿Vas a decirnos ahora lo que te ha pasado? —oí la voz de Inspector, su preocupación picoteaba en mi consciencia.
Les había dado el resumen básico de los eventos cuando había llegado, pero no los detalles. No les había contado nada del tirador.
—Me dispararon —dije.
—¡Cas! —gritó Inspector.
Tuve suerte, no le dije. Puse el cerebro a funcionar.
—Tenenos que averiguar quién mueve las piezas de ajedrez.
Ajedrez. Aquella era una hermosa metáfora para mis estándares. Estuve orgullosa de mí misma.
—Aliado Ocho robó la tecnología, pero después alguien les robó los robots, y los están usando como armas. ¿Quién?
Robots como máquinas asesinas.
Me pregunté si Liliana podía ser reprogramada de ese modo. No quise pensar en ello.
—Esto es malo —dijo Inspector. —Esto es realmente, realmente, realmente, realmente malo.
—Ya sé que es malo —dije. —Me han disparado.
—No me refiero a... bueno, sí, por supuesto que es malo que te hayan disparado, pero me refiero a todo eso de alguien-usando-androides-como-armas. Eso es realmente malo. Los disturbios que hemos visto hasta ahora no serán nada, ahora la gente va a flipar... el gobierno va a cerrar toda investigación IA por todas partes, espera y verás, y todo robotífico vivo será de pronto sospechoso. Esto va a ser una caza de brujas...
—Creo que tenemos mayores problemas ahora mismo —le dije.
Las palabras salieron un poco turbias. Necesitaba más medicinas para el dolor.
—¿Mayores problemas? —exclamó Inspector. —¿Mayores problemas? ¡Toda IA va ser una cabeza de turco por esto! ¡Retrasará la investigación unos cincuenta años! ¡La gente creerá que la robótica es... es peligrosa!
—A mí me parece bastante peligrosa —dijo Arthur oscuramente.
—Sí, un extremadamente limitado robot antropomórfico es toda una amenaza cuando tenemos drones Predator...
—Que una cosa sea peligrosa no significa que lo sean ambas —dijo Arthur.
Me estaba enhebrando un pedazo de recorte de sábana alrededor del brazo para hacer un cabestrillo... gentilmente, pero cada toque apuñalaba. El tono de sus palabras fue capcioso.
Inspector no pareció notarlo. —¡Pero estás hablando de una amenaza de violencia computerizada! ¡Lo que yo digo es que ya tenemos robots ridículamente mortales! ¡Los que son como Liliana no son más que... más que tostadoras en comparación. En términos de violencia, quiero decir. Es obvio que superan a una tostadora en procesamiento natural del lenguaje...
—Las tostadoras no se parecen a nosotros —dijo Arthur.
—Si parecerse a nosotros fuera la parte espantosa, deberías estar más asustado de otros humanos —discutió Inspector. —Lo único que puede hacer un androide es lo que está programado. No puede reaccionar a nuevas situaciones ni planear un crimen ni tener motivación por la violencia de ningún tipo...
—Ni tener remordimientos ni pensar las cosas dos veces —dijo Arthur. Tensó el nudo de mi cabestrillo y se giró cansinamente para encarar a Inspector. —Vamos, lo que evita que la gente se mate entre sí no es la idea de que asesinar pueda ser demasiado difícil. Los robots no tienen… desprecio. Ni empatía. No se puede razonar con ellos. Entiendo por qué la gente quiere detenerles.
Pensé, brevemente, en Rio.
—Bueno, los han programado para imitar la empatía y la razón, así que, aún se puede manipular las IA, si sabes cómo —dijo Inspector. —A menos que alguien anule esos algoritmos… pero decir que es culpa de la tecnología aquí es como decir que la combustión interna tiene la culpa de un atropello con fuga. ¿También quieres prohibir los coches?
—Si robots no matan personas, ¿personas matan personas? —susurré sarcásticamente.
—¡Cas, hablo en serio! ¡Tenemos que salir a afrontar esto!
—¿Qué esperas que haga? —conseguí luchar con mis ojos para alzar la vista hacia él. Era todo un esfuerzo. —En serio. ¿Qué quieres que hagamos aquí? —
Él extendió los brazos. —¡No lo sé! ¡Pero tenemos que hacer algo!
—Tiene razón.
Rodé mis ojos hacia el otro lado. Rayal se había acercado y estaba detrás de Arthur. Tenía lágrimas en los ojos y la piel debajo de ellos hinchada y ensombrecida.
—Perder lo que estaba haciendo Arkacite... eso será todo un golpe. No podemos permitir que todo lo demás desaparezca también.
Yo empecé a sentirme muy desplazada. ¿No se suponía que después de que te disparaban la gente era amable contigo durante un rato?
—Pensé que odiabas a Arkacite —le dije.
—¿Qué? —dijo ella, atónita. —No, en absoluto. Yo... cuando me marché, fue por mí, no por ellos. Estábamos haciendo grandes cosas ahí, cosas tremendas, y mi equipo…— más lágrimas corrieron por sus mejillas. Respiró y se secó la cara con el dobladillo de su manga. Mira lo que hicimos. Construimos algo asombroso, algo que nunca nadie había hecho... y no pudimos haberlo hecho sin Arkacite. Nos dieron carta blanca, se arriesgaron... no tenían ni idea de qué resultaría, y nos dieron el tiempo y los fondos para descubrirlo, e… hicimos algo importante.
—Sí, Lau me parece el tipo complaciente de jefe —le dije.
—¿Él? Sólo era un encargado. Le gustaba pensar que formaba parte, pero él no era un ingeniero. —se quedó en silencio. —Las universidades no lo pueden hacer todo. El mundo necesita más compañías como Arkacite. Más investigación como la que estábamos haciendo. Quedan tan pocos laboratorios industriales que hagan investigación real.
Pensé en la última confesión de Grant sobre los secretos robados de Funaki para basar el trabajo de la compañía. Probablemente a Rayal no le haría muy feliz saber eso.
—Estoy un poco de acuerdo —dijo Pilar.
Yo no había notado que ella aún estaba allí. Torcí el cuerpo para mirarla, y ella se movió incómoda bajo el escrutinio, pero no se retractó.
—Quiero decir, yo... yo odiaba trabajar ahí... me parecían horrorosos... pero eso era mayormente a causa de, um, ciertas personas. La tecnología era fascinante, como si estuvieran construyendo el futuro. Trabajaban en cosas como coches que se conducían solos y cosas para invisibilidad como Dios manda... y probaban inventos que ayudarían a la policía, como un chisme de frecuencia que podía ayudar en los disturbios como el que sucedió hoy. Y máquinas de interfaz cerebral para la gente que hubiera sufrido un accidente. Y Liliana… no sé, he estado pasando mucho tiempo con ella, y ella vale mucho. Realmente vale mucho.— apareció una sonrisa en su cara y se encogió de hombros autoconscientemente. Supongo que lo que intento decir es que, en muchos sentidos, podrían ser de lo peor, pero Denise tiene razón. Lo que estaban haciendo... era como trabajar en Regreso al Futuro o algo así. Excepto para un jefe miserable.
—Aún no sé qué es lo que todos vosotros queréis que haga al respecto —les dije. —Ni siquiera sabemos quién está usando a los robots como armas.
—Pues encontremos otro y secuestrémoslo, como planeábamos hacer con Sloan —dijo Inspector. —Cas, con tu ayuda estoy seguro de que podemos conseguir que funcione el algoritmo de reconocimiento. Encontramos algunos robots ahí fuera y Denise puede descubrir quién los usa como armas, y luego, los detenemos.
—No —dije.
Nadie más a mi cuidado iba a resultar herido. Quizá más tarde hubiera un momento de respiro para investigar y contraatacar, pero había un tiempo para jugar a los detectives y un tiempo para sacar del punto de mira gente inocente que ni siquiera podía empuñar un arma.
—No. Vamos a huir.
En el silencio, sonó uno de los ordenadores portátiles.
Inspector lo cogió y alzó la vista hacia Denise. —Es Vikash Agarwal devolviendo la llamada.
Agarwal... el científico de su equipo que no había estado en Arkacite.
—¡Atiende! —dijo Rayal, acercándose corriendo.
—Puedes decirle que Arthur le recogerá, también —mascullé. —Al parecer ahora llevamos un hotel para científicos descarriados.
Tendríamos que sacarle del país junto a Denise.
A la multitud, y a quienquiera que estaba detrás de los asesinatos de Sloan, no le quedaba a nadie más a quien perseguir.
Inspector pulsó una tecla.
—¿Vikash? —chilló Denise. —Vikash, dime que estás bien. ¿Has oído lo que... lo oíste? —su voz se quebró.
—Sí —dijo él. —Lo oí. Denise, ¿Conseguiste encontrar a esas personas de las que me hablaste? ¿Los que se llevaron a nuestra Liliana?
—Sí, ellos son... es una larga historia, pero sí.
—Oh,dijo él. —Bien. La necesito.
Rayal parpadeó. —¿De qué estás hablando? Vikash, alguien te busca, nos busca a todos. Tienes que...
—No tengo que hacer nada —la interrumpió. —Ya no.
Arthur se levantó lentamente y se acercó junto a Denise.
—Me refería a… Vikash, ¿dónde estás? Podemos ayudar...
—Tú siempre intentando ayudar. —suspiró. —Eras una buena líder de proyecto. Puedes venir conmigo si quieres.
—No te entiendo —dijo Rayal. —¿Tienes un plan?
—Por supuesto que tengo un plan. Yo siempre tengo un plan. Tengo diez mil planes de contingencia para cada evento, cada ramificación. Agilidad exponencial. Por eso te gustaba, ¿verdad? Cada vez que uno de los otros la jodía, yo siempre tenía un plan. Yo.
—Vikash... no, ahora no... están muertos. —le tembló la vez y sus ojos se inundaron de nuevo.
—Sí —dijo él fríamente. —Bien cierto, correcto. Lo están.
Ella hizo una mueca. —No puedes abandonar el pasado…
—¿No sabes cuál creo que es el único de los pecados imperdonables? —dijo Agarwal. —El plagio. El plagio y la censura. Eso es inexcusable. Las personas pueden matar por esa razón, ¿sabes?
—Vikash, nosotros lidiábamos con esto...
—Era la cultura de Arkacite, ¿verdad? Lo alentaban. Publica o perece... pero en nuestro caso era desarrolla o perece, y roba a tus colegas si tienes que hacerlo. Tú y yo, nosotros éramos el noventa y nueve por ciento de la innovación. Pero no, otras personas querían llevarse su crédito también, decían que era justo... a ellos yo no les gustaba, ¿verdad? Así que, era todo un problema ver sus nombres en mi trabajo. Excepto el tuyo, por supuesto, pero tú siempre fuiste más lista que ellos. Tú eras lo bastante inteligente para descubrir cuánto robaba Arkacite, ¿no? ¿Cuánto trabajamos a costa de la propiedad de otra gente? Siempre fuiste tan inocente, con tus sueños de un futuro mejor.
Rayal se enderezó muy lentamente. —Tal vez piense que toda investigación debería compartirse.
—¿Sin crédito? —rugió Agarwal. Sonó un golpe en el altavoz. —No te hagas la hippie liberal conmigo. ¡Tú sabes la diferencia! ¡Eres más inteligente! ¡Eres lo bastante inteligente para comprender la verdad!
—Sí —dijo Rayal, me quedé sin respiración por la frialdad en su voz. Yo no tenía ni idea de que ella fuera capaz de ese tono. —Sí, soy lo bastante inteligente. —Agarwal quedó en silencio.—Creo que comprendo muchas cosas —dijo Rayal con esa misma áspera frigidez. —Creo que Industrias Funaki te ofreció un empleo a condición de que te llevaras a Liliana y toda la investigación comportamental que habíamos puesto dentro de ella. Creo que fuiste el que filtraba información, que les has estado alimentando con nuestra investigación durante años como venganza por lo que tú ves como moralmente incorrecto, por robarles su investigación. —su voz sostuvo un ligero temblor en las últimas palabras.
Yo tenía razón. Ella no lo había sabido, no hasta ahora.
—Creo que sabías sobre sus planes para causar la histeria masiva con las IA en los Estados Unidos, y quizá incluso les ayudaste... o quizá no te necesitaban. Su robótica era tan buena como la nuestra. Creo que su meta era que pararan toda investigación sobre la IA en el país para que pudieran acaparar todo el mercado y sus métodos no fueron lo bastante extremos para ti. Creo que le contaste a los rabiosos seguidores de McCabe exactamente quién era artificial y usaste a los alborotadores como tapadera para tu crimen, y creo que mataste a la gente con la que habías trabajado durante más de una década por un ataque lamentable de celos.
—¿Celos? —gritó Agarwal. —¿Yo? ¿Celoso de ellos? Esto no fueron celos, fue justicia... —se detuvo.
La voz de Rayal se elevó. —¿Has cometido asesinato y destripas la financiación de apoyo a la ciencia en el país sólo porque puedes.. ¿qué, ganar? Funaki ya no va a quererte después de esto por mucho que odiaran a Arkacite... convertiste tu tecnología en una máquina asesina. Estás loco. ¡No mereces ser llamado científico!
Hubo un latido de silencio total. Luego oímos un furioso manoseo y todos nos echamos hacia atrás cuando apareció una gran ventana de vídeo con un primer plano de la cara de Agarwal, con ojos de loco, su piel manchada de polvo y sudor, y su pelo negro despeinado.
—¿Me ves? ¿Me ves, Denise? Yo soy el futuro de la humanidad. ¡Yo! Tú sabes lo que es mirar a los demás y ver sus estúpidas vidas sin sentido, sus problemas insignificantes y falacias lógicas y saber que no significan nada, que no son nada... ¡menos que nada! Yo reconstruiré este mundo... Lo haré... y haré un mejor trabajo que cualquier político, cualquier burócrata, cualquier mentiroso CEO de Wall Street con dos caras o cualquier inútil nacido de un fondo de inversiones. ¡Y la gente me adorará por ello!
—No te daré a Liliana —dijo Denise. —No me importa para qué la quieres... no pienso entregártela.
Agarwal empezó a reír lenta y maliciosamente. —Bueno, ¿qué decíamos sobre que siempre tengo un plan B? —se movió a un lado y ajustó la cámara para enfocar a una amordazada figura sangrante atada a una silla.
Lau. Grant había dicho que se lo habían llevado. No se había referido al Sloan robot.
—¿Crees que la humanidad tiene algún valor? —dijo Agarwal. —Pues te desafío a hacer un cambio. Quiero nuestro robot y yo te devuelvo a Lau. Nunca te cayó muy bien, ¿verdad? A ninguno de nosotros. ¿Te gustaría ver su cerebro para los negocios esparcido por todo el suelo? Si la respuesta es sí, únete al nuevo régimen conmigo.
Sonrió ampliamente, la sonrisa era exagerada. —Si no, pues dame nuestro trabajo y lo tendrás a él a cambio. No es un trato muy bueno, lo admito, pero veamos lo que piensas.
El vídeo desapareció.
—No podemos hacerlo —dijo Pilar. sonó como si estuviera a punto de llorar. —Es una niña pequeña asustada...
Inspector estaba frotándose los ojos con una mano. —No —dijo él. —No lo es.
—Tengo una idea —dijo Arthur. —¿Qué tal si llamamos a los polis? Acabamos de recibir un vídeo del tipo secuestrando a alguien.
—Los polis van detrás de Liliana y Rayal —dije cansinamente.
—No importa. —la voz de Denise salió amortiguada.
Se había hundido en una de las sillas de Miri después de la conversación teléfono. Tenía la cara entre sus manos de nuevo, pero esta vez sus manos estaban temblando. Levantó lentamente la cabeza y habló.
—Vikash es... es una de las personas más inteligentes que yo... no importa lo que intentemos, Tendrá un plan. Si llamamos a la policía, tendrá un plan. Si intentamos engañarle, tendrá un plan.
—Yo también soy muy lista —le dije.
—Pero también estás herida, y... Arthur tomó una respiración. —Creo que tenemos un elefante en la habitación aquí. Liliana, no es… todos me decís que no es humana. El tipo que ha secuestrado sí lo es.
Ninguno de nosotros dijo nada. Pilar encontró algo asombroso que estudiar en el suelo.
—Ella sólo es una niña —susurré.
Inspector no me corrigió esta vez.
—No sé nada sobre este tema —dijo Arthur. —Tengo que fiarme de lo que vosotros me decís. Russell, dime honestamente... ¿crees que esta niña tiene... un alma?
Se me secó la garganta y el dolor en mi brazo me dificultaba pensar.
—Ni siquiera sé lo que eso significa —le dije.—Ella no es inteligente. Ya lo sabes.
Inspector aún no había levantado la vista, pero sabía que me estaba hablando a mí.
—Por dios, ni siquiera es el ordenador más avanzado que tenemos hoy. Sólo parece humana, ha sido programada para interactuar con nosotros... Cas, tú sabes eso.
—Tiene razón —dijo Rayal.
Pilar emitió un ruidito triste.
—No quiero ser el malo aquí —dijo Inspector, —pero esto... Lo siento, no veo que sea una pregunta. Sé que Lau es un asno... lo sé... pero es una persona.
—¿Y si pudiéramos probar que ella es consciente? ¿Aún dirías eso? —quise que las palabras sonaran elocuentes, argumentativas, pero salieron débiles y torpes. —¿Sólo porque no está construida como nosotros merece morir?
Inspector retrocedió como si le hubiera abofeteado. —Eso no es así —alegó. —Esto no es... ella no es, no es de lo que estamos hablando.
—¿Cómo lo sabemos? Si la programación fuera suficientemente avanzada, ¿cómo podemos saber que es diferente del pensamiento consciente?
—¡Porque conoces las matemáticas! —dijo Inspector. —Sabes cómo funciona.
—¿Y eso significa algo? —me opuse amargamente. —¿Y si alguna inteligencia superior comprendiera la ciencia detrás del ser humano? ¡Todos nosotros sólo seríamos sofisticadas máquinas tragaperras biológicas!
—¿Me estas diciendo honestamente que si ella fuese un smartphone o una tableta con la misma programación... aún estaríamos teniendo esta discusión? Inspector sonaba angustiado. —No quiero ponerla por encima de él... no lo hago... ella es una asombrosa obra de tecnológica y me duele pensar que acabe diseccionada o destruida, pero... ¡no puedes decirme que ella vale una vida humana!
Imaginé la reacción de Noah Warren. Si alguna vez despertaba. No pude evitar pensar que estábamos cambiando la vida de Lau por la suya.
—Voy a llevarla allí —les dije.
♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦
Pilar y yo volvimos al dormitorio para que ella pudiera despedirse de Liliana.
—¿Pórtate como una buena chica, ¿vale? —dijo Pilar con una sonrisa y a través de las lágrimas, agachada para estar a su nivel ocular.
—¿Adónde me voy? —preguntó Liliana.
Pilar sólo la abrazó. Liliana la abrazó en respuesta, tensamente.
—No quiero irme —dijo ella cuando se separaron, su labio temblaba. —Quiero estar aquí contigo y con mami. ¿Dónde está mi papi? ¿Voy a ir a ver a mi papi?
Pilar no respondió, tenía una expresión triste en su cara.
—Sí —le dije. —vamos a buscar a tu papi.
La cara de Liliana se iluminó de felicidad. Pilar bajó la cabeza y tensó los hombros. Me pregunté si estaba a punto de levantarse y darme un puñetazo.
—Vamos —le dije extendiendo una mano.
Liliana me cogió la mano, confiada. Pilar no nos acompañó al salón. Liliana insistió en decirle Adiós a todo el mundo, hablando muy grave y extendiendo una mano para estrecharla y darles la gracias a todos por invitarla. Fue muy educada. Rayal se había acercado a las ventanas, tan lejos como era posible y, cuando Liliana se aproximó, ella le dio la espalda.
—Denise —dije fríamente.
No sabía si fue mi tono o el uso de su nombre lo que atrajo su atención, pero su mirada me encontró y luego se giró hacia Liliana y se agachó.
—¿Vienes con nosotros? —preguntó Liliana. —Quiero ser una familia de nuevo.
—Yo... no lo sé —dijo Denise. Su voz era una mezcla peculiar de rigidez y anhelo, como si combatiera por recomponerse. —Todo... va a ir bien, cariño.
—Mami —lloró Liliana, y lanzó sus brazos alrededor del cuello de Rayal.
Por un momento pensé que Rayal iba a alejarla y apartarse, pero entonces deslizó sus brazos alrededor de Liliana y la abrazó, apretando con fuerza con los ojos cerrados. Se separaron, Denise pasó a mi lado y salió del salón sin mirar atrás.
—Yo voy contigo —dijo Arthur en mi hombro. —Necesitas apoyo.
—Es un intercambio —le dije sin hacer contacto ocular. —No se trata de una pelea.
—Esto no lo estoy discutiendo.
Moví una mano hacia él, impaciente. —Lo que tu digas. Inspector, ¿envió una ubicación?
—Lo tengo. Está en mitad del desierto. La estoy enviando a tu...
—Se me rompió el teléfono que estaba usando —le dije. Me había quedado sin desechables otra vez.
—Pues se lo envío al de Arthur. Cas... —extendió el brazo y me cogió de la manga de la chaqueta cuando me encaminaba hacia la puerta. —Ten cuidado, ¿de acuerdo?
No respondí.
Arthur y yo salimos a la calle. Dejé que Arthur llevara a Liliana de mano esta vez. Arthur, por fortuna, había alquilado un coche.
—Yo conduzco —le dije.
—¿Con tu brazo...?
—Dije que podías venir —exclamé demasiado sonoramente. —no que podías decirme lo que hacer.
Me entornó la mirada, pero me lanzó las llaves, luego abrió la puerta de atrás y ayudó a subir a Liliana. Le miré a la cara por el espejo mientras me instalaba en el asiento del conductor y puse en marcha el motor... su expresión era tensa y rígida mientras ayudaba a Liliana a abrocharse el cinturón. A Arthur se le daban bien los niños. A pesar de lo que había dicho en el apartamento, él tampoco estaba seguro. Cerró la puerta de atrás y justo cuando iba a abrir la puerta del pasajero, pisé a fondo el acelerador.
Liliana gritó y se tapó los ojos mientras el coche salía disparado y pasaba de cero a cien sobre el pavimento. Una rápidamente decreciente versión de Arthur me perseguía en los espejos retrovisores, gritando.
La ignoré.
Los neumáticos chirriaron cuando derrapé en la esquina. Menos de un minuto más tarde, sonaba el teléfono móvil que le había robado a Arthur del bolsillo. Lo agarré entre el cuello y el hombro y seguí conduciendo a una mano.
—Voy a salvarlos a los dos —le dije.
La voz de Arthur llegó desde la línea, frenética. —Russell, tú no...
—No vengas a por mí a menos que quieras interferir y ponernos en peligro a todos.
—¡Para el coche! ¡Piensa que esto..! ¡Denise dice que él es demasiado peligroso... dice que es demasiado inteligente!
—¿No me digas? —le dije. —Pues yo también.
Colgué y moví el volante con el codo mientras comprobaba los textos del teléfono. Como Inspector había prometido, la ubicación estaba en el teléfono de Arthur, una posición lejos hacia el Norte en el desierto vacío. La memoricé y lancé el teléfono por la ventana.
La noche descendía sobre el desierto, el crepúsculo tiznaba el cielo de púrpura detrás de las montañas distantes. Sólo esta mañana habíamos tenido un bonito trato civilizado con Arkacite. Menos de un día atrás.
Me detuve en las coordenadas que Agarwal había proporcionado. Yo había parado algunos kilómetros antes para desatarme el hatillo que Arthur había montado: prefería no parecer obviamente débil delante de un enemigo. Arthur había dejado su chaqueta de cuero en el coche; Me la había puesto para tapar el brazo... me venía diez tallas más grande, pero al menos cubría el hatillo y mi camisa manchada de sangre. También tenía mi P7 y la Browning del tirador de la mafia en mi cinturón y una barra de hierro para atornillar neumáticos que había agarrado del maletero. Salí del coche con el difícil y polvoriento terreno bajo mis botas y abrí la puerta de atrás.
—Ven conmigo, ¿vale? —le dije a Liliana, vigilando la inmovilidad a nuestro alrededor. El desierto se extendía vasto y vacío hasta el horizonte, arruinado sólo por rocas irregulares y malezas secas. Liliana se quitó el cinturón de seguridad y salió obedientemente, su vestido de fiesta y zapatos de cuero eran totalmente incongruentes aquí fuera, en el ocaso hacia ninguna parte.
Esperamos.
Un sonido distante zumbó en mis oídos, y yo tenía mi P7 preparada y apuntada antes de identificar un pequeño UAV volando hacia nosotros. Hizo un pase a corta distancia y luego viró alejándose de nosotros. Esperamos de nuevo. En la distancia se levantó una nubecilla de polvo que crecía mientras se acercaba y, eventualmente, se resolvió en un ATV rojo con dos figuras posadas en su interior. El conductor era una oscura silueta y el otro hombre yacía tendido a su lado, casi caído.
—Cógete a mi mano —le dije a Liliana, —y quédate detrás de mí.
Mi brazo me dio una punzada de dolor cuando ella se cogió de mi inútil mano derecha donde pendía a mi lado. Aún llevaba el arma en mi izquierda. El ATV se detuvo a seis metros de distancia y el conductor salió de un salto. Dio la vuelta hacia el otro lado y sacó a Lau, sujetándolo por su rasgado traje cuando tropezaba. Lau tenía las manos atadas detrás de él, una mordaza atada firme alrededor de su boca y sangre medio seca que pintaba su sien por una herida reciente. El vendaje donde yo le había golpeado con la pistola el día anterior se había despegado parcialmente.
Agarwal mantenía una mano sujetando la solapa de la chaqueta del traje de Lau y le arrastraba hacia nosotros. Se acercaron a media distancia y pararon.
—Tú no eres Denise —me dijo.
—Y tú no eres Agarwal —le respondí.
Su cara mostró una sonrisa demasiado torcida. —Puedes entender por qué. Pero, ¿cómo lo sabes? Es brillante, realmente... particularmente si hubiéramos llamado a la policía. Agarwal habría tenido una perfecta plausible negación por todo. ¡Agente, alguien construyó un robot que se parece a mí! ¡Soy inocente!.
—Me sorprende que seas consciente de lo que eres —le dije.
Ninguno de los otros robots había sabido lo que era.
—Oh, no soy consciente en absoluto —dijo el robot. Se dio un golpecito en la cabeza. —Modelo diferente. Uno por el que puedo hablar en tiempo real, pero sólo es un caparazón. Ni de cerca tan avanzado como nuestra Liliana, por supuesto, pero muy conveniente. —alargó su cara en una burla suspendida. —Soy de verdad Vikash Agarwal. Bueno, es cierto que nadie sería lo bastante listo para saberlo. Pero, ¿quien sabe?. ¡Quizá estoy muerto! Dile eso a Denise. Veremos si la mantiene despierta por las noches.
—Tonterías —le dije. —Eras humano en el vídeo.
Sus facciones se elongaron por la sorpresa y me entornó los ojos. —Bueno, bueno! Curiouser y curiouser. Denise, ¿qué has estado tramando?
—Dame a Lau —le dije.
—¿Contamos hasta tres? —preguntó Agarwal en el mismo tono animado.
—¿Por qué no te pego un tiro y me llevo a los dos?
El movió sus cejas artificiales. —No te gustaría averiguarlo.
Así que, tenía un plan de contingencia, como yo había esperado. El desierto no daba cobertura para los francotiradores, robóticos o no, pero la ATV podría tener una bomba... o un arma química, algo letal para las personas, pero que no destruyera a los robots. Quería a Liliana intacta, después de todo. Agarwal no era químico, aunque; era robotífico… Pensé en el UAV.
—¿Muerte desde el cielo?
Agarwal se tocó la nariz y me señaló. —Nuestro secretito..
Algún tipo de misil guiado, pensé. Algo preciso y mortal que había programado él mismo.
Me agaché para estar en contacto ocular con Liliana y ajusté el volumen de la voz para que un humano no pudiera oírla. El robot de Agarwal podría hacerlo, pero no importaba.
—Liliana, tienes que irte con este hombre ahora mismo. ¿Vale?
—No quiero irme —dijo Liliana abriendo mucho los ojos. —Me asusta.
—Lo sé, cielo —le dije. —¿Confías en mí?
—Me salvaste —dijo ella, las palabras sonaron como una patada en las tripas. —Confío en ti.
Me levanté y le di un suave empujón con mi mano derecha. —Adelante.
Ella dio un indeciso paso adelante. Agarwal dio un empujón a Lau en la espalda y él empezó a andar torpemente. Avanzaba poco a poco hacia mí, lanzando una mirada de horror a cuando pasó junto a Liliana, una expresión que cambió a una mezcla de repulsión y alivio cuando llegó hasta mí. Su cara estaba manchada por sangre seca y polvo detrás de la mordaza. Una hinchazón rosa rodeada sus ojos asustados. Guardé la P7 en mi cinturón y saqué un cuchillo para cortar las abrazaderas de sus manos.
—Quédate cerca de mí —le dije volviendo a sacar el arma.
Lau dio un paso atrás y mordió la mordaza con horror y odio al darse cuenta de que estaba a punto de poner en riesgo su vida por un juguete muy caro. El doppelgänger de Agarwal pasó una mano sobre los hombros de Liliana para guiarla hasta la ATV. Ella miró atrás hacia mí con ojos tan abiertos y grandes que yo podía ver todo el blanco a su alrededor.
Levanté la P7 y disparé al robot de Agarwal en la cabeza. Liliana volvió corriendo hacia mí a cuatro punto dos tres metros por segundo, Lau me agarró histéricamente, chillándome en el oído, y cuatro misiles del tamaño de mi puño aullaron por el cielo directamente hacia Lau y a mí.
Solté el arma y saqué el hierro para neumáticos.
Las matemáticas implosionaron a través de mis sentidos. Mientras los pequeños artefactos caían, silbando en el aire, yo salté y tumbé a Lau de una patada como si fuera una pared (se derrumbó tosiendo debajo de mí, donde yo podía cubrirle fácilmente) y pivoté en el aire llevando la barra de hierro como un bate de béisbol. La moví en rápidos arcos. Los impactos hicieron vibrar el metal sólidamente cuando hacía contacto.
Uno, dos, tres, cuatro.
Mi botas golpearon el polvo cuando aterricé en la tierra de nuevo para acercarme hacia Liliana. Uno de los misiles cayó en el desierto a diez metros de distancia y quedó inmóvil Los otros tres se alejaron de mi en extrañas trayectorias y luego giraron en el aire para retomar su rumbo inicial. Los números para su distancia de recuperación, la velocidad que necesitaban para mantener altura, la altitud necesaria para la corrección, todos encajaron en mi cabeza.
Si los ralentizaba bastante, caerían del cielo. Si bajaban lo suficiente, se enterrarían solos en el desierto antes de que pudieran recalcular sus objetivos.
Pivoté con la barra de hierro y golpeé.
Bam. Un segundo misil mordió el polvo.
Bam. Los dos últimos misiles impactaron uno contra otro en el aire completando una transferencia perfecta de cantidad de movimiento. Flotaron ingrávidos y quietos durante un elegante instante antes de caer a tierra.
—¡Bueno, bueno, bueno! ¡Bien hecho! —el robot gemelo de Agarwal se había incorporado del suelo y aplaudía lentamente con la desconcertante sonrisa aún en su cara. Le faltaba uno de los ojos y sobresalían trozos de metal irregulares a través de la piel sintética.
Mierda.
A diferencia de Sloan, al parecer este robot no tenía el cerebro en su cabeza.
—Puedo seguir así todo el día —le avisé. —Hasta que te quedes sin misiles. —aunque era mejor largarse...
¿En coche o en la ATV?
La ATV me permitiría ir protegida mientras conducíamos…
—¿Por qué? ¡Esto es brillante! —gritó Agarwal como un crío en la mañana de Navidad. —¡Denise! ¡Has construido un modelo mejor! ¡Qué delicia!
Yo no supe de lo que estaba hablando durante un largo, largo momento; y luego, lo entendí.
Se creía que yo era un robot.
Cielo Santo.
—Esto es verdaderamente notable. ¿Cómo conseguiste que el hardware responda con tanta precisión? No tiene retardo en la interfaz, puedo verlo. ¡Simplemente maravilloso! ¡Tengo que ver lo que ese modelo puede hacer! —crujió los dedos.
Y de pronto, dieciséis misiles estaban rasgando el cielo. Luego eran treinta y dos.
Jesús...
No Había más tiempo para pensar. Empecé a dar vueltas alrededor de Lau y Liliana como una jaula rotatoria de hierro.
Bam, bam, bam.
Uno de los misiles explotó cuando se acercaba, tratando de alcanzarme con la onda expansiva, pero yo estaba justo fuera del pequeño radio y apenas me rozó. Añadí la nueva zona de peligro a mis cálculos.
Mierda, ¿de dónde han salido tantos...?
Agarwal vitoreaba. —¡Maravilloso! Aunque parece dañado. ¿En qué has estado metida, Denise? ¿Me estás escuchando a través de él ahora mismo? ¡Háblame!
—¡Que te den! —le grité.
—¡Descarada! ¿Quién ha usado ese lenguaje en tu presencia? —
Yo no tenía tiempo para responder. Se me resbalaba de la mano la barra de hierro.
¿Y si fallo en uno, uno sólo?
Mi cerebro mantenía sin esfuerzo la pista de cuántos quedaban en el aire.
Veinte. Diecinueve. Diecisiete…
A pesar de mis grandes palabras, me estaba cansando increíblemente, y el costado derecho entero me ardía.
No puede tener muchos más. Deben de ser caros de fabricar.
Quince. Catorce.
No vi ninguna nueva oleada de misiles. El resto del cielo estaba en silencio. Él había querido ver lo que yo podía hacer, estaba emocionado, avaricioso.
¿Ya había enviado hasta su última arma contra mí?
Trece. Doce.
Empecé a cuestionarme si íbamos a salir de esta. Otro de los misiles explotó, no lo bastante cerca, pero casi, cantando sobre el pelo de Lau justo cuando él se agachó en la tierra. Gritó y se puso de pie.
—¡No te levantes! —le grité. No tenía una mano libre para agarrarle...
Once.
Otro se desvió tan cerca de nosotros que Lau chilló cuando el calor le dio en la cara. El pánico irracional le dominó y salió corriendo hacia el coche. Le grité, pero no me oyó, o me ignoró.
Salí detrás de él para placarle. Liliana estaba a mi lado, pero estaba gritando y llorando también y, mientras le daba la espalda, ella extendió el brazo por el terror y me cogió de la mano. El hombro derecho se me salió del sitio y el mundo fue una explosión de dolor. Los fuegos artificiales surgieron detrás de mis ojos, mi equilibrio me abandonó durante un valioso cuarto de segundo.
Conseguí zafarme del agarre de Liliana y reorientarme justo cuando cuatro misiles personales guiados pasaron por mi visual a cámara lenta e impactaron en Lau.
Él intentó gritar. La explosión fue demasiado rápida.
Mientras se desplomaba, los misiles restantes chocaron contra el coche, explotando al impactar. Al principio pensé que habían fallado, que habían estado demasiado cerca del vehículo para reorientarse hacia mí... Pensé que Agarwal había calculado mal... Pero estaba equivocada. Lo pensé porque requirió cinco misiles antes de que la explosión secundaria ocurriera. La parte trasera del coche voló en un bola de fuego, normalmente reservada para las películas. La onda expansiva me alcanzó y el mundo y el cielo cambiaron sus posiciones.
El cielo. El cielo… El cielo era de un púrpura muy bello. Las primeras estrellas titilaban muy lejos a través del polvo por encima de mí.
Qué bonitas.
Algo empezó a arder junto a mí que me picaba en la nariz y me hacía llorar. Yo quería alejarme de aquello. Se estaba poniendo difícil respirar, el denso y agrio humo se acumulaba en mis pulmones.
Muévete., pensé, tenía que moverme. Pero moverme parecía una extravagancia abstracta en aquel momento. Perdía la visión, las estrellas eran líneas borrosas de luz y el resto de mis sentidos se iba y volvía mientras mis alrededores ardían.
Un larguirucho hombre con bordes de metal en un ojo apareció en mi visual sobre mí. No se movía muy bien. Pero no importaba porque yo no podía moverme en absoluto. En la mano derecha del hombre sujetaba una arma.
Mi arma. ¿De dónde la ha sacado? Del desierto. ¿Por qué he soltado el arma?
El robot de Agarwal se quedó mirándome con su ojo bueno y me apuntó con el arma en la cabeza. Luego soltó una risita y la lanzó al suelo.
—No puedo hacerlo. No puedo destruirlo. Es demasiado bueno. Destruye algo con él, Denise. Te lo regalo.
Me saludó y desapareció de mi campo de vista, luego regresó y su silueta quedó retroiluminada por el crepúsculo. —Muy bueno, Denise. en serio. Si alguna vez quieres unirte a mí, ya sabes dónde encontrarme.
Recuperé los sentidos lentamente.
La noche había engullido el desierto para cuando conseguí apoyarme con mi codo izquierdo y echar un vistazo a mi alrededor. El mundo giraba de nuevo cada vez que me movía y sentía todos mis músculos entumecidos. Se me bloqueó la garganta y dejé de respirar como si fuese a vomitar o a perder el conocimiento. No estaba segura. Traté de relajarme.
Respiración. Dolor... algunas heridas internas. Pulmones dañados por el humo. Contusión, de las malas.
Ni siquiera se me ocurrió mover el brazo derecho. El fuego del coche se había apagado solo. Liliana había desaparecido.
Agarwal debe de habérsela llevado.
La ATV también se había ido. Yo no tenía ni idea si Liliana había resultado herida por la explosión... no lo había visto.
Una forma distorsionada yacía a unos tres metros de distancia. Estaba demasiado oscuro para ver en qué condición estaba el cuerpo de Lau. Me alegró no poder verlo y me sentí cobarde por ello.
Un sonido crujía por el desierto... ruedas y faros oscilando a través de la vacía oscuridad. Me impulsé para sentarme y lo conseguí al tercer intento. Ponerme de pie parecía pedir demasiado pero, al menos, sentada me dejaba libre la mano izquierda. La deslicé hacia la espalda donde aún tenía la pequeña Browning del francotirador de la mafia, ahora con una magulladura a juego con forma de Browning en la carne. La saqué cuidadosamente. Los faros se pararon a tres metros.
—¿Russell? —llamó una voz.
Tenía tanta adrenalina que no noté que me había caído de nuevo hasta que mi cabeza chocó en la tierra y acabé encarando un cielo lleno de estrellas.
—Aquí —dije débilmente.
Unas pisadas aplastaron la grava y los escombros, y una linterna perforó la oscuridad. Pasó por mis ojos y yo aparté la mirada entornando los ojos.
—Russell... oh, Dios. Russell. —Arthur estaba junto a mí, se agachó extendiendo las manos. —¿Dónde estás herida?
—Por todos lados —le dije.
—Puedo llamar a... una doctora, pero... Russell, quizá necesites una ambulancia...
—No —le dije. —Estoy bien. Tú ayúdame a levantarme.
—No creo que debas...
—Arthur —le dije, y algo en mi tono le hizo callar.
Él se acercó a mi lado izquierdo y me incorporé sobre mi codo de nuevo mientras él pasaba un brazo por mi espalda. Medio cayendo hacia Arthur, conseguí ponerme en pie, aunque estaba claro que mis piernas iban ceder bajo mí peso en cualquier momento.
—Con cuidado —murmuró Arthur de un modo que podría tranquilizar a una ternera asustada. —Tranquila… —decía mientras me ayudaba a llegar al coche.
Me ayudó a entrar. Otro coche alquilado, advertí.
—Perdón por lo de tu coche —le dije.
—No pasa nada. Tengo seguro.
—La policía querrá saber...
—Alguien implicado en este lío no deja de robarme los coches —me dijo casualmente. —Es plausible. después de todo soy un DP que investiga la situación androide. Yo me encargo. —se aseguró que yo estaba cómoda dentro y cerró la puerta del pasajero suavemente, inclinándose sobre la ventana abierta.
—¿Lau? —su voz devino grave.
—Está muerto. —yo miré directamente al frente, a través del parabrisas.
Las estrellas eran una vasta panoplia incrustada de diamantes sobre el desierto.
Como Arthur era Arthur, fue a comprobarlo. Luego regresó, entró y encendió el motor sin comentar.
—La jodí —le dije.
—Lo sé —dijo Arthur, alejándonos tranquilamente de la escena.
—Lau ha muerto por mi culpa.
—Sí —dijo Arthur suavemente. —Puede ser.
Hubiera preferido oírle gritar. Decirme: te lo dije. Abandonarme herida en el desierto.
—Agarwal se llevó a Liliana —le dije.
—Me lo imaginé.
El coche daba tumbos por el terreno rocoso, las matas del desierto arañaban los laterales como tiza en una pizarra. Arthur llegó a la carretera y viró sobre ella, ganando velocidad.
—¿Cómo supiste cómo llegar? —pregunté.
—Iba a ir de todos modos —me dijo. —Vikash llamó a Denise. —se despejó la garganta. —Fue… adulador. Le dijo que fuera a recoger su tecnología por si ya no tenía ojos.— su voz era muy neutral. Fue cortés de verdad. Ella le siguió el juego, afortunadamente.
Cortés. Claro que sí.
Rayal era una de las pocas personas en el mundo que Agarwal respetaba. Uno de los pocos seres humanos que él veía a su mismo nivel. Mi mente reprodujo la demente sonrisa del robot mientras había sujetado el arma en mi cara y luego la había descartado. Había sentido menos reparo en matar seres humanos que en destruir lo que pensaba que era la tecnología de su colega científica. Me pregunté brevemente por qué no me había llevado para diseccionarme junto a Liliana… pero no, pensé, eso sería robar. Él veía a Liliana como su propio trabajo, al menos en gran parte, pero plagiar los avances personales de Denise era, al parecer, ir demasiado lejos para él.
Arrogancia, pensé.
Podría usarla contra él.
¿Contra él? Pero si ya ha ganado.
Agarwal era inteligente. No me cabía duda de que, si él no quería, no le encontraríamos de nuevo. Se había escapado. Y se había llevado a Liliana.
Liliana.
No me importaba lo que Inspector y Rayal dijeran... yo acababa de entregarle una asustada niña de cinco años a un asesino. A un hombre que probablemente planeaba abrirla y trastear con su cerebro.
Una niña pequeña.
Y nosotros aún teníamos de lidiar con el FBI que perseguía a Denise y a Pilar y, probablemente, a todos nosotros también, eventualmente.
—Tenemos que esconder a Rayal y a Pilar. —mascullé. —Hay que enviarle sus fotografías a Tegan. Decirle que es un trabajo urgente.
—Se hará —dijo Arthur.
La noche del desierto pasaba rápida a nuestro lado.
—Tengo un escondite en Sylmar —le dije. —Puedes dejarme allí.
Yo tenía suministros médicos allí guardados. Y no podía mirar a la cara de Inspector, Pilar ni de Denise ahora mismo.
—Pues tienes que dejar que me quede contigo —dijo Arthur, con su voz de intento-ser-razonable. —Que te ayude a ponerte los parches. No voy a dejarte sola.
—Estaré bien —le dije. —Tú tienes que vigilar las espaldas de todos los demás. —él vaciló. —Arthur —le dije, y mi voz sonó desmenuzada en mis oídos. —Por favor.
Unos cuantos kilómetros más de autopista vacía pasaron. La brisa de la ventana abierta sosegó mi rabieta.
—Júrame que estarás bien sin ver a un doctor esta noche —dijo Arthur.
—¿Con suficiente valor de margen para el significado de bien? —dije cansada.—Sí.
Arthur tenía una vaga idea de lo bien que yo conocía mi propio cuerpo y, gracias a Dios, se fiaba de mi palabra.
—De acuerdo —me dijo. Sacó otro teléfono quemable y me lo pasó.—Llámame si necesitas cualquier cosa, ¿de acuerdo? Lo que sea.
—Sí —le dije. —Gracias.
Para cuando llegamos a mi escondite en Sylmar, mi equilibrio se había estabilizado lo suficiente para poder salir del coche yo sola. Me tambaleé un poco.
—Cuida de ellos —le dije a Arthur a través de la ventana abierta del pasajero.
Traté se ser sutil al apoyarme pesadamente en el coche cuando lo dije.
—Eso ha sonado demasiado dramático para mi gusto —dijo Arthur. —Prométeme que todo lo que vas a hacer esta noche es cuidarte esas heridas y dormir un poco.
—Lo prometo —le dije.—Nada de escapadas suicidas al desierto. Sólo descanso y medicinas. Me pasaré por casa de Miri por la mañana.
—Yo te pasaré a recoger —me corrigió.
—Vale —le dije, y empecé a moverme hacia el apartamento.
—Russell…— me giré. Intentaste hacer lo correcto esta noche.
—¿Acaso importa? —Algo en mi garganta arañó las palabras. Él no tenía una respuesta preparada. Me giré y entré.
Me senté en el suelo de la cocinita (el linóleo barato benditamente frío) y me tragué un puñado de sedantes y otro de antibióticos. La herida en mi brazo ya se estaba infectando, podía notarlo. El dolor devino un pulso constante contra mis sentidos, una crudo dolor me atenazó hasta que no pude ignorarlo. Saqué el teléfono que Arthur me había dado y les envié por texto el nuevo número a todas las personas relevantes. Quizá eso ayudaría a evitar que Arthur pensara que yo estaba a punto de embarcarme en alguna cruzada de venganza. Tampoco es que yo no pudiera hacerlo, pero no sabía donde ir. Una vívida imagen se desplegó en mi imaginación: Liliana sobre una mesa en un laboratorio con el cráneo abierto y Agarwal riendo mientras manipulaba los cables del interior...
Intenté recordarme a mí misma que había visto su código. Que sabía que ella no era consciente, que no era una persona. Traté de tranquilizarme pensando que Agarwal había dado la impresión de que ella era importante para él, a su propio modo retorcido. Que era posible que él la tratara bien. Ella era su trabajo, después de todo. Intenté prestar atención a los problemas con los que aún podía lidiar. Pensar en la gente que aún estaba viva. Agarwal desaparecería con Liliana, tal vez a Japón. Daría rienda suelta a sus tendencias sociopáticas y probablemente cometería algunos asesinatos más antes de que finalmente se encontrara a alguien más listo que él. No creía que fuera probable que él volviera a molestarnos. Había conseguido lo que quería. Yo tenía que sacar a Denise y a Pilar del país. Podían empezar nuevas vidas fuera del alcance de las autoridades de Estados Unidos. Puesto que nadie nos había identificado ni a Inspector ni a mí todavía, tal vez él pudiera aplastar esa parte de la investigación del FBI. La multitud linchadora encontraría algo nuevo con lo que concentrarse en algunos días, a medida que el ciclo de veinticuatro horas al día de noticias avanzaba con la presión del calor. El gobierno probablemente haría lo que Inspector temía y dejaría tullida la investigación de las IA en el país, justo como Okuda y Aliado Ocho había querido, pero aquello estaba fuera de mis manos y, para ser honesta, no podía conseguir que me importara mucho.
Tanto el gobierno como el público probablemente harían culpable a Denise de todos los homicidios, y todo desaparecería. Todo terminaría. Yo tenía que seguir adelante con el siguiente contrato y tachar este de la lista.
Se me revolvió el estómago y mi garganta se cerró sin avisar... tragué combatiendo la náusea, tratando de respirar.
Joder.
Yo nunca la había fastidiado en un trabajo tan monumentalmente en mi vida. Todas y cada una de las personas que habían acudido a mí en este caso, cada una de las que yo había intentado proteger, o estaba muerta o comatosa o prisionera o en fuga.
La animada cara de Liliana surgió en mi memoria. Acariciando a los gatos. Jugando con el oobleck. Pintando su dibujo. Cogiendo mi mano como si confiara jodidamente en mí.
Yo era una majestuosa metepatas.
Sonó el teléfono. Palpé por el linóleo en su busca con mi mano izquierda.
—¿Hola?
—¿Russell? —una voz de mujer.
—¿Quién es?
—Soy Cheryl Maddox.
La adrenalina me inundó. —¿Estás bien? Los Lorenzo no habrán...
—No. Estoy tirante. Mama Lorenzo ha estado fría.
Descifré la jerga para entender que ella estaba tanto ilesa como a salvo, y dejé que mi magullado cuerpo se relajara lentamente contra la pared. —Ah. Bien.
—Sí. —el puro aire engulló la conexión.
—¿Me llamabas para algo? —luché por extraer la impaciencia de mi tono.
Ella vaciló. —Se rumorea en la calle que los Lorenzo le han puesto precio a tu cabeza.
—Oh —le dije. —Gracias.
Suponía que Mama Lorenzo se había hartado de que apaleara a su familia y por fin se había decidido a acudir a gente de fuera. Anoté un problema más a mi lista. Cheryl no decía nada.
—¿Qué más?
—Es mucho —dijo ella. —Alto de verdad. Te quieren malamente, cielo. Asesinos Pro van a volar desde otros continentes para esto.
Intenté sentirme halagada por ello, pero no funcionó.
Mierda.
—Gracias —dije de nuevo, con más sinceridad. —En serio. Gracias, Cheryl.
—Bueno, tengo que admitirlo, pensé en recogerme, pero aún estoy muy jodidamente cabreada con ellos. Vigila tu espalda, ¿vale? Odiaría rechazar todo ese dinero por nada.
—Te debo una —le dije, y lo pensaba.—No, no me lo debes. Ya te lo he dicho, no tomo parte aquí. No has oído esto de mí. Estoy fuera de esto.
—Sí —dije.
—De acuerdo. Por supuesto. —ella vaciló, luego añadió un brusco, —Buena suerte —y colgó.
Me senté con el teléfono en el regazo y los ojos cerrados. Cheryl me había avisado, pero un vacío pesimismo había ahuecado cada palabra. Ella no esperaba que yo durase más de un día. Quizá dos si tenía mucha, mucha suerte. Y una vez que se hubieran encargado de mí, las fuerzas de Mama Lorenzo caerían sobre Inspector y le romperían los dedos (o posiblemente le matarían a estas alturas, si yo la había cabreado lo suficiente) y echaría por tierra el negocio de Arthur y arruinaría completamente sus vidas tan completamente como supiera. Por supuesto, a mí no me importaría porque estaría muerta.
El suelo parecía muy cómodo en ese momento. No quería levantarme.
Dios, los recursos para el asesinato de la Mafia de Los Angeles podrían ser los bastante peligrosos por sí solos, pero con tantos pros en mi busca… Había tenido la suerte del diablo al esquivar el disparo de un francotirador. No sería capaz de esquivarlos a todos. Las probabilidades se multiplicaban y menguaban… disyunción, multiplicación, tendencia hacia cero.
—Sólo quiero irme a dormir —dije abandonadamente al techo, apoyando la parte de atrás de la cabeza contra la pared. —He tenido un día realmente malo.
Cero. Y luego sobre Inspector y Arthur. A menos que hiciera algo. Había fastidiado todo lo demás. Quizá, sólo quizá, pudiera cuidar de esta única cosa. Salvar a las dos únicas personas en mi vida que aún no estaban muertas o huyendo.
La autocompasión no va contigo, Cas. Recomponte.
No tenía espacio de maniobra para implementar ninguno de mis planes a medio empezar para tratar de vencer a Mama Lorenzo en su propio juego. Ella había actuado demasiado rápido, aumentando la escala mientras yo estaba distraída con Arkacite y los robots. Había cambiado tácticas antes de que pudiera ponerme al tanto con ella. En retrospectiva… bueno, la había subestimado.
Hora de apostarlo todo.
Cogí el teléfono. Si también jodía esto, al menos me habría lanzado a la piscina. La idea me dio una pequeña chispa de satisfacción en cierto modo siniestro. Primero envié un texto a Arthur y le dije que estaría fuera de contacto porque me iba a dormir. No había motivo para que se preocupara si no podía localizarme y yo estaba a punto de quemar este teléfono.
Llamé a Benito Lorenzo.
—¡Alo! —la música de club reverberó a través de la conexión, más alta que la primera vez que yo le había llamado.
Yo me aparté el teléfono con una mueca.—¿Benito? ¡Benito!
—¿Sí? ¡Soy Benito! ¡Venga acércate! —él arrastró la última palabra como un presentador de un programa y la culminó con un grito. Una mujer chilló felizmente de fondo.—¡Benito, es Cas Russell!
—¡Ca... oh! —intercambió con alguien unas rápidas palabras que no entendí y después se oyó varios golpes y otro satisfecho vitoreo más de la mujer, la música y el jaleo se interrumpieron, dejando sólo monótonos golpes de bajos vibrando en el teléfono móvil Me pitaba el oído.
—Hola, Benito —le dije. —Quiero aceptar tu oferta.
—¿Mi oferta? ¡Ah, claro, mi, uh, mi oferta! —tartamudeó. —me preguntabas, uh... me preguntabas por los detalles; yo aún tengo que...
—Demasiado tarde —le dije. —Vamos a tener que seguir con lo que tenemos. Necesito que lleves a tu madre a algún lugar donde ella no quiera que nadie sepa donde va, ¿vale? Quiero tan pocos testigos como sea posible y nadie de tu familia.
Por supuesto, él sabría de alguno y probablemente hablaría de ello la primera vez que estuviera borracho. Ya me encargaría de eso más tarde.
—Yo, uh, me pondré a ello...
—No. Necesito que lo averigües ahora mismo. Esta noche. O no hay trato.
—¿Esta noche? El plazo no es muy bueno, mira...
—Puedes colocarte y acostarte con chicas otra noche. ¿Has oído que tu madre esté enviando cazarrecompensas a por mí?
—Mi madre adoptiva… y, eh, podría haber oído algo, pero no...
—No son cazarrecompensas de mierda y deja que hable llanamente: voy a cargármela antes de puedan empezar a buscarme. Si no me ayudas, le pego un tiro mientras duerme en su cama y al infierno con los testigos porque, a estas alturas, tener a la Mafia a mi cola por venganza me hará ganar tiempo si pone en duda la fe de la gente en la recompensa. Pero preferiría que la prepararas en un bonito lugar libre de testigos, así podrás ocupar el vacío de poder. ¿Me oyes? ¿Puedes encargarte de eso?
Yo no tenía mucha esperanza, pero tampoco tenía nada que perder.
—Sí, Cas —balbuceó Benito, con su confianza en su lugar, —Puedo hacerlo. No te fías de mi, ¿verdad? A la Madre le gusto. Come de mi rosada ma...
—Tienes hasta las siete a.m. —le dije. —Si no lo tienes preparado para entonces, voy a por ella de todas formas, pero te haré a ti una visita primero.
—¡Cas! ¿Por qué dices esas cosas? ¡Nosotros somos amigos!
—Por ahora —le dije. —Al menos hasta las siete a.m. Y una vez esté hecho, espero que los contratos sobre nuestras cabezas se retiren de inmediato o le contaré al resto de tu familia quién se la jugó a su Madrina.
—Me has herido en el corazón. Siempre vas asustando... —Le colgué.
Saqué la batería del teléfono y me arrastré hasta la cama. Me tumbé sobre mi lado izquierdo y a medias sobre el estómago: las partes de mi cuerpo que me dolían menos. Si no dormía algo, realmente sería mi muerte.
Me desperté un poco antes de las seis y todo dolorida. Mis músculos se habían entumecido en una posición como si hubieran sido vertidos en un molde para tartas y sobrecocinados. Desenrollé lentamente mis articulaciones y me desenredé en posición sentada con cada movimiento punzando y doliendo como si alguien me estuviera tajando con un cuchillo de carnicero oxidado. Me ardía el brazo derecho y el resto de mí estaba siendo muy insistente en el hecho de que recientemente me había tropezado con una montaña, un francotirador, treinta y seis misiles guiados y la explosión de un vehículo, y siendo completamente dueña de todo aquello.
No me gustan las lecciones de humildad. Hago todo lo que puedo por no experimentarlas. Aunque nunca ninguno de mis fallos había costado tanto a las vidas de otras personas. Estiré los músculos pegajosos hasta que pude moverlos sin luxarme nada y a las seis treinta volví a coger el teléfono para llamar a Benito.
—¡Cas! ¡Buenos días!
—Eso espero,le dije, tratando de sonar ominosa. Desafortunadamente sólo soné cansada.
—Tú, ah…sobre lo que hablamos anoche, eh…
Como si él fuera tal flor delicada. Menudo asno. —No me lo digas. No lo has conseguido.
—¿Qué? No, no, lo tenemos, uh... ¡estamos listos para el plan!
Hasta ese momento, no había pensado honestamente que hubiera tenido las pelotas de hacerlo. —¿En serio?
—¡Sí, sí! La Madre va a tener una… cita muy importante… uh, eso piensa ella, con, tal vez, un miembro del departamento de policía...
—No creo que Mama Lorenzo sea de las que saltan sobre tales policías... —Mi cerebro captó la idea. —Ah. Los tiene a todos en el bolsillo, ¿cierto?.
—Ella va a estar en La Café Bijet, para una reunión durante el desayuno, se piensa. Cosas muy importantes están pasando. El FBI está en la ciudad, ¿lo sabías?
—Lo sabía —le dije, sólo irónicamente.
Benito continuó despreocupada y jovialmente. —Ocho en punto, o eso piensa ella. El restaurante estará vacío para la reunión, sin clientes. Orden de no molestar. La Madre puede hacer eso. Haz que parezca un accidente, ¿sí? Yo me ocupo del resto. ¡Bzzt! Se acabó la recompensa.
Bueno, bueno, bueno. Benito podría ser más listo de lo que yo le acreditaba.
—Lo capto —le dije.
Tenía una hora y media para planear un modo de hacer que pareciera que Mama Lorenzo moría accidentalmente mientras esperaba a un misterioso compañero de desayuno que nunca aparecería. Tenía que hacerlo rápido antes de ella notara que se la habían jugado.
Quise gritar a Benito por no haberme llamado antes pero, en serio, era culpa mía.
Tenía que haber desmontado mi teléfono y luego esperado hasta la mañana para comprobar el plan con él... yo no había tenido mucha fe en que una noche entera fuera bastante tiempo para que organizara algo. Al parecer, Benito Lorenzo funcionaba mejor cuando le ponían plazos. Eso era algo a tener en mente, especialmente si acababa como patriarca de la Familia de Los Angeles después de esto, que Dios nos ayude a todos.
Lo consideré un momento, luego decidí dejar el teléfono encendido en caso de que Benito necesitara contactar conmigo sobre algún cambio... si estaba planeando un doble juego, sería más probable que lo hiciera en el café más que rastreando mi teléfono. Me tragué un desayuno frío de sedantes y antibióticos, revendé mis variadas heridas abiertas con el resto de las provisiones médicas de mi escondite y puse mi brazo derecho en un hatillo provisional, gimiendo mientras lo tensaba. No podía moverme muy bien y no podía evitar sentir que estaba pulsando el botón de mi propia ejecución. ¿Qué pensaba yo que pasaría si mataba a Mama Lorenzo? ¿Realmente creía que Benito tenía la influencia para retirar la recompensa que había sobre mí? ¿Realmente creía que Benito no iba a revelar los detalles de su golpe a nadie, o que cualquiera con medio cerebro no juntara dos más dos y llegara a la extremadamente obvia respuesta de cuatro? ¿Realmente confiaba en que no me estaba preparando una trampa para llevarme andando hasta la madriguera de su madrastra?
Da igual. Cae peleando, me recordé a mí misma. Cárgatela aunque eso signifique que su gente te liquide a cambio.
Al menos había una posibilidad de que Inspector y Arthur se libraran una vez que la vendetta personal de Mama Lorenzo saliera de la foto.
Robé una camioneta en la calle y paré en uno de mis depósitos. El veneno era probablemente el mejor modo de hacer aquello más cuestionable que un tosco asesinato, me imaginé.
Bueno, provocar una explosión de gas en la cocina podría haber sido más sencillo y encajaba más con mi estilo, pero el café tendría personal ahí tanto si Mama Lorenzo lo despejaba de clientes como si no. Incluso sin la influencia de Arthur, arrasar espectadores inocentes nunca había ido conmigo.
Yo tenía almacenadas algunas buenas toxinas que imitaban la muerte por causas naturales. O al menos, eso pensaba... yo no era química, pero cualquiera de ellas sería menos sospechosa que pegarle un tiro, por no mencionar que aunque se descubriera que había sido asesinato, pocas personas asumirían que yo era la asesina... mi MO tendía a ser patear a la gente en la cabeza.
Consideré coger algunas armas mayores también, sólo por si acaso, pero mi mano derecha no se cerraba adecuadamente y sentía mis articulaciones como si hubieran pasado por un picador de carne. El Browning del tirador de la Mafia era de alta calidad, a pesar de ser sólo de nueve milímetros, y con suerte, eso era todo lo que yo quería manejar. No tenía mucho tiempo libre si quería estar en el La Café Bijet para las ocho a.m. en punto, pero yo tenía que hacer primero una parada.
Afortunadamente, la casa de Miri estaba de camino.
—Pensé que quedamos en que iría a recogerte —dijo Arthur en voz baja cuando abrió la puerta. Armado, para mi felicidad.
—Resulta que tengo un asunto —dije. —¿Dónde está todo el mundo?
—Durmiendo. Fue una noche larga. Oh, excepto Inspector. También tenía que salir a algún sitio, me dijo. No dijo a qué.
—¿No está aquí?
Un dolor punzante que nada tenía que ver con las heridas se me clavó en el cuerpo. No me había dado cuenta lo mucho que me apetecía ver a Inspector una vez más, sólo por si acaso aquello me explotaba en la cara.
—No —dijo Arthur. —Me temo que tiene algo… que no me dijo. Ha presentado diez clases de desconcierto sobre este caso. Estoy preocupado, ¿sabes?
Dios, lo sabía.
—Los demás están bien, ¿no?
—Sí. Aunque ninguna de ellas quería que se marchara. Pilar tiene mucha familia aquí y Denise quiere quedarse y averiguar un modo de parar a Agarwal. Vengar a su equipo.
Mierda, no podía culparla.
—Bueno, déjalas. No importa lo que haga falta.
—¿Dónde vas a estar?
—Encargándome de la mierda de otro. Arthur, ¿Me prometes algo?
—Depende de lo que sea.
—Si no sabes nada de mí en un par de horas o así, que Inspector vaya con ellas.
—No se si puedo convencer a ese chico de hacer nada, —dijo Arthur con cierta afectación. —Especialmente si no le han nombrado en los pedidos...
—Arthur —dije. —Esto es importante. Haz que vaya.
La cariñosa expresión se disipó de la cara de Arthur, dejando la mirada penetrante de un DP muy inteligente. —Russell. ¿qué pasa? ¿Qué va ha suceder en dos horas?
—Tú hazlo. Promételo.
—¿Qué pasa? ¿Adónde vas?
—No importa —dije.
—Oh Señor, dijo. — ¿Inspector está en problemas aparte de esto? —yo no tenía ni idea cómo había llegado él a eso.
Yo no era tan mala mintiendo. Pero ahora la confirmación de barbilla laxa aparecía en mi cara con seguridad.
— Dime lo que ocurre ahora mismo —dijo Arthur, avanzando y asomando sobre mí con su cara inclinada hacia dentro, cercada y aterrorizada y en pánico... bueno... Arthur no entraba en pánico. — ¡dime lo que... !
—¡Pregúntaselo! —le espeté. —Ahora tengo que irme... no lo digo por decir, honesta y verdaderamente tengo que irme ahora mismo o las cosas se podrían poner muy mal...
—Pues voy contigo...
—¡Arthur, escúchame! No hay nada que puedas hacer, ¿vale? No necesito apoyo para esto.
Tampoco voy a dejar que te maten.
—Lo único que puedes hacer es asegurarte de que Inspector se va si las cosas se tuercen. ¿Me has oído? Asegúrate de que se marcha. Ahora, tengo que irme.
Arthur extendió el brazo para detenerme, pero dudó, recordando mis heridas. Yo me agaché fuera de su alcance y salí hacia el zaguán.
—¡Russell! —me gritó a la espalda, frustrado e impotente.
—Gracias, Arthur. —mi voz se debilitó. —Por todo. Gracias. —me di la vuelta y corrí.
Detrás de mí, lo que sonó sospechosamente como un puño golpeando una pared resonó por el pasillo.
♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦
Llegué a La Café Bijet a las 7:40. Era uno de esos locales elegantes al pie de las montañas, justo lo bastante alejado de la carretera para hacerlo parecer que estaba sobre los acres de frondosos bosques a las afueras de LA. Bueno, mientras fuera domingo y no hubiera ruido de tráfico que destruyera la ilusión. Aún así, era bastante privado y perfecto para un encuentro clandestino entre la jefa de la Mafia de Los Angeles y un poli que jugaba a dos bandas... si es que se trataba de eso. Me acerqué a través del bosque con mis sentidos en alerta esperando una trampa. Si Benito había advertido a su madrastra, este sería el mejor momento para que alguien golpeara, desde la distancia y sin ponerse en peligro. Pero el bosque permanecía tranquilo.
Milagro de milagros, Benito parecía haber seguido con el plan.
Subí la ladera hasta la parte trasera del restaurante y espié por las ventanas para ver algunas personas activas en la cocina con almidonados delantales blancos. Consideré en moverlos, lanzando una taza de té o un vaso de agua, pero no estaba lo bastante segura. Si estropeaba esta misión, haría que mataran a otras personas inocentes y ya había llenado mi cupo para toda la semana.
Mama Lorenzo llegó a las 7:55. Entró y se sentó a una mesa en la esquina, con la espalda hacia la pared. El personal se materializó de inmediato, le sirvió su té y algunas pastas, y desapareció de vuelta a la cocina.
Oh. Esto iba a resultar sencillo. Mama Lorenzo no podía mirar por todas partes al mismo tiempo, no importaba donde se hubiera colocado. Yo abriría un centímetro la puerta delantera y lanzaría una capsulita dentro de su bebida en el exacto momento en que sus ojos se apartaran de ella y no pudiera verme. Las matemáticas me indicaron los límites de su campo visual, oscureciendo lo que podían ver sus ojos, resaltando los puntos ciegos y trazando el arco de una parábola para que apuntara a su taza. Me acerqué de puntillas a la entrada delantera y me fijé en los decorativos paneles distorsionados colocados en las puertas dobles. Mama Lorenzo bajó la vista a sus pasteles para dar un delicado mordisco. Yo me colé dentro, me agaché contra la pared debajo de su línea normal de visión y me eché la mano izquierda al bolsillo. Las puertas de abrieron de golpe. Antes de que se hubieran cerrado a medio camino, a través del cristal ya había reconocido la alta e esbelta forma del tirador que me había disparado con la silueta de un arma muy, muy grande en sus manos. Maldije a Benito en mi cabeza (¡se suponía que debía estar sola!) mientras salté en el aire como un resorte golpeando las puertas con ambos pies contra él para derribarle al interior de la habitación y que dejara caer su arma. El golpe fue más débil de lo que pretendí y él aún quedó consciente. Me zambullí a por él pero consiguió apartarse rodando y lanzarme una patada. Yo la vi venir pero mi cuerpo no respondió lo bastante rápido y mi pierna quedó debajo de mi. Conseguí girar para aterrizar sólo con la mitad de mi hombro malo. El mundo devino un lienzo blanco de dolor, aulló en protesta cada una de mis terminaciones nerviosas en el caleidoscopio de mis sentidos. Di una patada a ciegas. Mi memoria muscular aún funcionaba aún cuando se negaba a hacerlo el resto de mí, apuntando automáticamente donde sabía que estaba mi enemigo y mi bota impactó contra algo sólido. Recobré el equilibrio a tiempo de verle caer de nuevo al suelo, esta vez como un fardo. Rodé para ponerme en pie para descubrir a Mama Lorenzo apuntando un pequeño y pulcro .32 cromado hacia mí. Mama Lorenzo no era de las que malgastaba su tiempo hablando con alguien a quien ella quería muerto. Su dedo se tensó en el gatillo, pero su mirada bajó hacia su colega tirador durante una fracción de segundo para asegurarse de que estaba fuera de su línea de tiro, y en esa fracción de segundo, yo pateé una mesa hacia ella. Ella disparó mientras yo saltaba a un lado, pero el disparo salió desviado y la mesa la golpeó en el hombro y la hizo girar hacia la pared antes de derrumbar su desayuno con un tremendo choque. Corrí lateralmente, hacia el fondo del restaurante, eché mi mano izquierda a mi Browning. Mama Lorenzo disparó dos veces más, pero ella no podía seguirme lo bastante rápido. Yo ya tenía el arma en mi mano y giré para llevarla hacia ella antes de que pudiera fijarme de nuevo. Pero en ese momento, algo en una de mis piernas cedió y… tropecé.
Algunos momentos en la vida son cruciales.
Tropecé y supe que estaba a punto de morir, que en aquella fracción de un instante, Mama Lorenzo tenía su oportunidad si su puntería era lo bastante buena. Si su tiempo de reacción era lo bastante rápido, tenía el margen para matarme.
Pero por mi mente no pasó mi vida entera ante mis ojos ni los recuerdos de los amigos ni ninguna revelación final. Mi mente quedó totalmente en blanco. Las matemáticas que convergieron a mi alrededor no podían salvarme y el tiempo pareció detenerse…
—¡Alto! —una voz de chica sonó por la habitación y el dedo de Mama Lorenzo dudó en el gatillo. El mundo volvió a su velocidad normal y yo reaccioné de inmediato, recuperándome, terminando mi giro, llevando el Browning para centrarlo en mi visual...
—¡Cas! ¡Alto! —llegó la voz de Inspector.
Mi dedo se relajó un milisegundo antes de haber disparado. Durante un largo instante, pensé que lo había hecho.
—¡Bajad las armas! —nos chilló Inspector a ambas, subiendo su incómoda voz.
Mama Lorenzo no había bajado su arma y yo no quería bajar la mía tampoco.
—¡Ahora! —añadió la chica y Mama Lorenzo me dejó atónita cuando permitió que cayera su mano del arma y dejara colgando a su lado el pequeño .32. Yo dudé un momento más antes de hacer lo mismo con el Browning. Incluyendo a Mama Lorenzo en mi visión periférica, tomé una estremecida respiración y miré hacia la puerta.
Inspector se había materializado y con él había una joven de unos veinte, atlética como una nadadora y de aspecto extremadamente italiano, con oscura piel oliva y pelo negro recogido en una coleta. Vestía vaqueros y no iba maquillada, encajando con exactitud con la imagen de una estudiante de facultad americana normal, salvo por las dos dagas que usaba para mirar a Mama Lorenzo. Yo no sabía de nadie pudiera mirar así. Ella cruzó los brazos.
—Tenemos que hablar, Tita.
Cielo Santo, la sobrina.
—Esto no es asunto tuyo, Isabella —dijo Mama Lorenzo, incorporándose.
La boca de Isabella se abrió por la sorpresa. —¿Que no es mi...? ¡Por supuesto que es asunto mío! ¡Es mi vida! ¡Tienes que dejar de entrometerte!
¿Entrometerse?
Mama Lorenzo se abrió paso a través del restaurante hacia su sobrina, extendiendo una mano de súplica. —Mi niña. Aún eres demasiado joven para ser consciente de esto, pero cuando un hombre se aprovecha de su posición...
‘¿Aprovecha? No, Tita... nosotros nos aprovechamos uno del otro, ¿vale?— —las mejillas de Isabella se oscurecieron. Pasamos un rato agradable. ¿Ahora también vas a interferir en mi vida amorosa? ¿De nuevo? ¡Acordamos que no harías esto!
—He visto el error en mis modales —habló Inspector. —Debería haber renunciado a ser su tutor primero, mensaje recibido...
—¡Callaos! —exclamó Mama Lorenzo a ambos, a él y a su sobrina, ninguna de ellas le miraba.
Inspector cerró sabiamente el pico. Aunque la coraza de Isabella se agrietó, sus brazos habían pasado de estar cruzados de ira a abrazarse a sí misma.
—Tita. Yo sé que quieres protegerme, pero… —su voz tembló. —Tengo que ser capaz de tomar mis propias decisiones, ¿no crees? Y mis propios errores. Tengo que poder salir con alguien sin miedo a que irás a vengarte de toda su familia si él no me llama un día. —ella hizo una pausa, luego intentó sonreír.— Aunque él me engañe, es totalmente juego limpio.
—Oh, mi niña —dijo Mama Lorenzo. Puso el arma sobre una mesa cercana y avanzó el resto del camino con la manos extendidas para acariciar la mejilla de Isabella. —Oh, querida mía. Este mundo se aprovecha tanto de una mujer joven. Yo sólo quiero protegerte... cuando seas mayor lo comprenderás...
Isabella se apartó de la mano de su tía. —¡No! Ya te he dicho que no puedes hacer esto, ¿vale? Soy una adulta, intentas salir ahí fuera y... ¿y qué, vengar mi honor o algo así? ¿Sin hablar conmigo primero siquiera? ¿No ves lo ridículo que suena?
Mama Lorenzo se enderezó muy rígida. —Nuestro mundo no es equitativo. Puedes pensar que lo es ahora, pero la gente te tratará debido a tu sexo...
—¿Exactamente como estás haciendo ahora mismo? —dijo Isabella amargamente.
Mama Lorenzo echó atrás la cara como si su sobrina le hubiera abofeteado. Un ligero rubor le subió por su cuello blanco hasta sus pómulos esculpidos. Fue la primera vez que yo había visto resbalar su perfecta serenidad.
—No puedo seguir con esto —dijo Isabella. —No puedo tener... esto... en mi vida. Te amo, Tita, pero…— ella respiró con energía y se limpió impaciente la cara con la manga. Tienes que respetar lo que yo quiero, o si no nosotras… yo simplemente no puedo.
El calor en la cara de Mama Lorenzo había profundizado y, cuando ella habló, apenas fue audible. —Tal vez me he equivocado.
Cielo Santo.
Isabella alzó una cara lacrimosa y esperanzada.
—Isabella, por favor créeme... yo sólo he querido siempre lo mejor para ti…
—Lo sé —dijo Isabella. —Pero piensa en lo que has hecho.
Mama Lorenzo bajó los ojos y su barbilla cayó en un fraccionario asentimiento.
Yo tomé una cauta respiración, preguntándome si podríamos salir del bosque... me pongo estúpidamente optimista a veces.
Mama Lorenzo se enderezó y extendió tentativamente la mano de nuevo. —Yo... lo siento mucho, Isabella, y te prometo que en el futuro no... pero en este caso, la cuestión ha llegado muy lejos. Implica el honor de la familia. Política. No puedo simplemente olvidar esto. Nuestra familia debe mostrar fuerza... ¿comprendes eso?
Isabella dio un paso atrás, aún evitando su caricia. —Ni siquiera puedes admitir que te has equivocado, entonces. ¿Es eso lo que estás diciendo?
Mama Lorenzo bajó la mano y la dobló dentro de la otra. El gesto podría haber parecido recatado, pero sus dedos se apretaban demasiado tensamente.
—Aprenderás que... a veces... eso es lo correcto. La apariencia de fuerza puede ser lo más importante, porque no importa lo que yo pudiera haber hecho de forma diferente, o... o mejor, al final todo lo que tenemos es la familia, la fuerza y la unidad de tenernos de cada uno. Junto a eso palidece cualquier otra consideración. Debemos, sin importar lo que queramos para nosotros mismos.
Isabella respiró hondo. Se movió inquieta. Parpadeó mirando al suelo. Luego dijo, —Lo sé, Tita. sé eso.
Oh, Jesús.
La chica se había tragado una botella de refrigerante.
Dejé que la mano se acercara para recuperar el Browning. Luego Isabella tragó y miró de nuevo hacia su tía, y sus ojos destellaban fuego otra vez.
—¿Y si me caso con él?
—¿Cómo? —chilló Inspector.
—¡Querida mía! —gritó Mama Lorenzo.
—El honor quedaría restablecido, ¿verdad? —retó Isabella, ignorando a su supuesto prometido, cuya cara actual era una digna personificación de un pez globo.
—Es la solución de la vieja escuela. Puedes contarles a todos que se pasó a visitarme y que todo es honorable, que me ama de verdad, bla bla bla... Puedes darle un giro, Tita, yo sé que puedes. Satisfaces la política de mierda, la seguridad de la familia y estas cubierta. Y nadie tiene que morir.
—Isabella, no te tomes esto del modo incorrecto, pero... —empezó Inspector.
—Oh, cállate, yo no quiero casarme contigo tampoco —dijo Isabella. —¿Qué dices, Tita, funcionaría?
Mama Lorenzo recompuso su cuerpo como una capa. Ladeó la cabeza a su sobrina. —¿Harías eso para protegerle?
—Si es la única forma de salvar a la familia de un desastre total, entonces. sí, lo haría. Podemos formalizar un divorcio amistoso en algunos años o algo así. Es lo que acabas de decir hace un minuto, ¿no? No importa lo que queramos para nosotros mismos.
Mama Lorenzo tomó una lenta respiración. Luego se giró hacia Inspector, que se acobardó un poco bajo el peso de su escrutinio.
—Joven, ¿es usted católico?
—No —dijo Inspector con una voz estrangulada.
—¿No ha sido bautizado?
—Es judío —dijo Isabella.
Lo era étnicamente, si no religiosamente, pero Inspector no parecía inclinado a ser pedante.
Se lamió los labios.—¿Tendría... que convertirme…?
Mama Lorenzo se estremeció. —Cielos, no, mejor que no lo haga. Que Isabella se case con un hombre no bautizado contará como matrimonio ilegítimo para la Iglesia, puede ser fácilmente considerado nulo más adelante. Una indiscreción de su juventud.
Inspector estaba empezando a ponerse un poco verde.
—Por supuesto, tendréis que vivir juntos por el bien de las apariencias —dijo Mama Lorenzo. —Y, joven, si oigo una palabra de que se aprovecha de su posición para presionar a mi sobrina a seguir adelante...
—Celibato en el matrimonio, lo capto —dijo Inspector, tan rápido que las palabras salieron muy juntas.
Mama Lorenzo se concentró en su sobrina. —Isabella, no creo que esto sea un sacrificio prudente por tu parte. No estoy segura de la sabiduría en permitirlo.
—Tengo responsabilidades para con nuestra familia también, Tita. Tú me enseñaste eso.
—¿No puedes dejar que esto continúe?
Isabella levantó la barbilla. —No puedo permitir que arruines la vida de un hombre por el crimen de estar conmigo. Me enseñaste algo sobre el honor, también.
La expresión de Mama Lorenzo se encogió, mitad angustia y mitad orgullo.
—Oh, mi niña —dijo ella extendiendo sus brazos.
El labio de Isabella temblaba y, esta vez, se lanzó a los brazos de su tía. Enterraron las caras en los brazos de la otra y no se soltaron.
Cielo Santo. Se acabó..
No podía creer que se hubiera acabado. La adrenalina se drenó corriendo de mí interior dejando mis piernas como gelatina. Apoyé una cadera contra una mesa para evitar caerme mientras metía el Browning en el cinturón a mi espalda.
—Entonces, vamos a, uh, hacer esto, ¿eh? —Inspector se movía mucho en su silla, con expresión cambiante.
Me lanzó una mirada que sólo podía describir como suplica de ayuda. Me acerqué junto a él, rodeando el inmóvil abrazo Tita-sobrina. Ahora que estábamos en el claro, pensé que me tocaba quitarle el estrés durante un rato.
—Creo que sales de esta de rositas —le dije sotto voce. —Isabella parece una buena chica.
Me tiró de la manga. —Voy a vivir con una estudiante de facultad. —se quejó. —Los estudiantes de facultad hacen fiestas. Con tipos de fraternidad. Odio a los tipos de fraternidad. Y estaré bajo el microscopio de la Mafia durante años. Voy a vivir con una esposa con la que me dará demasiado miedo flirtear y no podré salir con nadie más porque me matarían. ¡Durante años! ¡Ayúdame!
Pensé que aquel podría ser un buen momento para revelar que yo casi la había palmado tres veces por su pequeño error, pero yo no me dio coraje.
—Ella está sacrificando mucho también —le indiqué. —Es horrorosamente amable de su parte cortarse el cuello por ti.
Él se pinzó el puente de su nariz. —Lo sé. Le compraré regalos muy caros en nuestros aniversarios.
—Para ser serios, estás saliendo demasiado de rositas.
—Lo sé, lo sé.
Me quedé con él y contemplé a Mama Lorenzo y a su sobrina durante un rato. Algo me vino a la mente, el germen de una idea... a ella podría no interesarle, pero tal vez valía la pena preguntar. Y una conclusión diferente aquí haría tanto a Inspector como a Isabella... y, por extensión, a Mama Lorenzo... mucho más felices tal y como resultaba…
—De hecho —le dije a Inspector. —Podría tener otra idea.
Él se enderezó en su silla y me agarró del brazo de nuevo. —En serio, te lo deberé para siempre si...
Me zafé de su agarre. —Ya me lo debes para siempre. Piensa con quien te acuestas la próxima vez, ¿vale?
—Lo prometo, en serio, lección aprendida, ya soy mejor persona, lo estoy notando.
—Madame Lorenzo —la llamé. —Es posible que yo tenga una solución más preferible.
Yo estaba de pie a la derecha de Mama Lorenzo en una habitación de su propiedad, ligeramente detrás de ella. Se había puesto un severo vestido negro cuyas duras líneas enfatizaban los ángulos de su cuerpo. Llevaba sus tacones stiletto usuales, lo que implicaba que mi línea visual llegaba a su antebrazo. No importaba: los hombres en la tranquila habitación se movían inquietos y evitaban el contacto ocular conmigo. Yo había alcanzado el estatus de leyenda. El francotirador era el único que me miraba, con una sonrisa fantasmal en sus labios. Holgazaneaba sobre el brazo de una silla con un paquete del hielo sujeto a la cabeza, donde yo le había pateado. Había aprendido que su nombre era Malcolm, una vez que Mama Lorenzo había dejado de tranquilizar a su sobrina, se había preocupado mucho por asegurarse de que el tipo estaba bien.
Me alegré de no haberle matado: mi idea no hubiera funcionado.
Mama Lorenzo se echó las manos a la espalda y empezó a pasear por la alfombra, sus tacones no hacían sonido en su riqueza. Todos los ojos la seguían.
—Caballeros. Creo que la mayoría de ustedes conoce a Cas Russell.
Los pies se movieron inquietos. Yo vi varios ceñimientos de confusión, pero no hubo susurros. Nadie faltaría así al respeto de Mama Lorenzo.
—Para aquellos de ustedes que siempre me han sido leales, me disculpo por el engaño. La Srta. Russell me ha estado ayudando en una prueba. Desagradable, pero tenía que hacerse. —dejó de pasear, levantó la vista para mirarles. —Aquellos de ustedes que siempre han sido cien por cien leales a esta familia puede dejar esta habitación en este mismo instante.
Malcolm se levantó perezosamente y se marchó. Otro hombre, uno que yo no había visto antes, hizo una pausa durante un suspiro, miró a su hermandad y luego, le siguió.
Una sonrisita tocó la boca de Mama Lorenzo. —Hablen.
—No es que no…— empezó uno de los hombres que se había quedado, humedeciéndose los labios. Somos leales. Todos nosotros. Tiene que creernos.
Le reconocí. Era el hombre obeso con el pelo grasiento del Grealy. El que me había revelado un montón de cosas, las cuales yo, a mi vez, le había contado a Mama Lorenzo.
—Si su lealtad es como afirma, entonces salga por la puerta —dijo Mama Lorenzo, su voz era tan inofensiva como un cuchillo contra un pedernal.
El hombre se movió inquieto. —No sé lo que le ha contado, pero...
—Una sabia elección, Sr. Paretti. Si hubiera intentado salir, ya estaría muerto.
La sala quedó en silencio. Encontré al Cara Comadreja en la multitud también, y al tipo joven que iba con ellos, el que me recordaba a Benito. Y, por supuesto, al mismo Benito, cuyos ojos se lanzaban de un lado a otro en pánico como si fuera a dar un salto y empezar a correr en cualquier momento. Probablemente muchas de la otras personas de aquí eran algunos que habían sido señalados por el trío de la pequeña confesión del Grealy como obreros contra la Familia, o implicados por sus tarjetas SIM, u hombres con los que yo no tenía nada que ver, sino que simplemente no sabía si eran culpables de algo.
—He mirado dentro de sus almas —dijo Mama Lorenzo. —Conozco sus deseos. Todos ustedes aman a esta familia. Pero ese amor debe estar delante de todo. Ante todo. La Familia siempre les protegerá. Y ustedes deben siempre protegerla.
Silencio.
—Srta. Russell —dijo Mama Lorenzo sin mirarme, —Le agradezco sus servicios a mi familia. Estoy segura de que volveremos a hablar.
Reconozco una despedida en cuanto la oigo.
Asentí a la habitación en un modo que confié que fuera autoritario y salí por la puerta. Detrás de mí, el claro contralto de Mama Lorenzo empezó a dirigirse a su gente de nuevo. Encontré el camino a través del laberinto de la propiedad para salir por la puerta delantera y hasta la curvada carretera frente a la casa. Malcolm estaba apoyado en el muro de mampostería, fumando un cigarrillo.
—¿Un cigarro? —me preguntó.
—No, gracias. —me quedé durante un minuto.
Sentí que debía decirle algo, pero: fuiste bastante competente y me disculparía por patearte en la cabeza si no fuera porque estabas intentando matarme, parecía un poco bobo.
—Poderosa artimaña elegante, la Madre —murmuró.
Entorné los ojos. El tipo había estado inconsciente cuando yo había ampliado la idea para este plan y, cuando Mama Lorenzo y yo habíamos repasado los detalles en la propiedad, él no había estado en la habitación.
—¿De qué estás hablando?
—Nada. —me destelló una rápida sonrisa y dio otra larga calada, soplando el humo hacia el cielo.
—¿No creías que estaba haciendo una prueba del lealtad? —intenté mantener mi tono indiferente.
—Sé como funciona la Familia —me dijo con una sonrisa enigmática.
Desistí de sacarle una respuesta. —¿Va a haber una gran carnicería por esto?
—Nah. Todos son familia. La Familia recibe segundas oportunidades con la Madre. Aunque no terceras... es lo que la hace tan buena. —dio una última calada y clavó el cigarrillo en el muro de piedra detrás de él. Luego se impulsó en la pared y bajó la vista hacia mí. —Te debo una. Preferiría saldar la deuda más pronto que tarde.
—¿Qué? —le dije atónita. —Te di una paliza, dos veces, ¿y me debes una? ¿Cómo funcionan esas cosas?
—No me mataste —me dijo. —Si alguna circunstancia futura nos coloca en lados enfrentados, prefiero que estemos en paz.
—Oh, venga ya, no matarte no fue... tengo amigos que... y había tenido un día muy malo... —me rendí. —No me lo debes.
—Desafortunadamente, que lo digas no hace que sea cierto. —me saludó y empezó a alejarse hacia la casa, luego se paró a mi lado. —La Madre se sentirá igual, tenlo en cuenta. Puede que ella no te lo diga, pero si te insultó; y lo que sucedió aquí me inclina a pensar que puede haberlo hecho; estará incómoda hasta que le pidas ese favor que equilibre la balanza.
—Espera —le dije, me daba vueltas la cabeza y no era por todas mis heridas recientes. —¿Me estás diciendo que... ella cree que me debe un favor? ¿Y que se enfadará conmigo si no le pido algo? —
Él levantó un hombro ligeramente y lo dejó caer. —La Madre no siente remordimiento muy a menudo. Cuando lo hace, es en mejor interés para todos que no lo sienta durante mucho tiempo.
—Ah... lo tendré en cuenta —le dije. —Gracias.
Se alejó a grandes zancadas hacia la casa y yo me quedé mirándole.
Mama Lorenzo me debía un favor y yo tenía ni idea de lo que hacer con eso. La grava crujió fuera de la puerta en la verja y Arthur paró el coche.
Debe de haber hablado con Inspector, pensé, quien había llevado en coche a Isabella de vuelta a su campus universitario.
Al parecer, Inspector la había recogido en cuanto ella hubo puesto un pie en LA y había recibido la frenética llamada de Arthur justo a tiempo para sacar las conclusiones correctas y venir a salvarnos a todos de acabar en un punto de no retorno.
Pulsé el botón interior para abrir la puerta y las barras de hierro se movieron lentamente para dejarme salir. Dejé mi camioneta robada aparcada en la carretera y me senté en el asiento de pasajero de Arthur.
—¿Cuánto tiempo llevas esperando? —me gruñó, guiando el coche abajo por la retorcida pendiente.
—Estás cabreado? —le pregunté.
—¿Tú que crees? Entraste allí herida, casi haces que te maten... si Inspector no fuera un genio rastreando teléfonos, que movió cielo y tierra para encontrarte...
—Hey, es con él con quien deberías estar enfadado —protesté. —Todo este lío fue culpa suya.
—Me puedo cabrear con los dos al mismo tiempo —replicó Arthur. —Jesus y María, Russell, nos lo podías haber dicho. Contarnos lo que estaba pasando. Quizá podríamos haber traído a Isabella aquí antes o algo. Tenías gente que te hubiera ayudado.
Supuse que una vez que Inspector me había pedido investigar esto, yo ni siquiera le había dicho lo peligroso que todo se estaba poniendo. No estaba acostumbrada a tener… gente.
—Perdón.
—Todo ha salido bien, afortunadamente para ti. Y para Inspector. —suspiró. —Vosotros dos vais a provocarme un ataque del corazón un día de estos. Y hablando de eso, en el futuro tienes que decirme si Inspector se mete en problemas, ¿vale? Es importante.
Traté de ponerme cómoda en el asiento con mis demasiadas contusiones y el maldito brazo roto, que me dolía como... bueno, como si me hubieran disparado.
—No creí que iría tan lejos —admití. —Me pidió no mencionarlo y pensé que...
—Tú confía en mí con esto —dijo Arthur. —Inspector tiene una historia. A veces necesita que lo protejan... de sí mismo.
—Es un adulto —le dije. —No eres su papi.
Arthur hizo una mueca por mi elección de la palabra. —No me refiero a que tenga que cuidar de él.
Nos condujo de vuelta a casa de Miri. El día había dado paso a la tarde y Denise, Pilar e Inspector estaban ocupados frente a portátiles funcionando.
—Las quiero fuera de LA para mañana —dije señalando a las dos mujeres. —¿Qué dice Tegan?
—Sí, nosotras no nos vamos —dijo Pilar sin levantar la vista.
—No es una discusión —le dije.
—Tienes razón. —Su cabeza asomó por sobre la pantalla. —No lo es. Si me arrestan, preferiría luchar aquí que huir a cualquier otra parte donde me fuera imposible ponerme en contacto con nadie jamás. Mi familia es demasiado importante para mí, y... y no hemos hecho nada malo, ninguna de nosotras. Bueno, quizá yo sí, por hablar contigo y ejecutar para vosotros ese programa en Arkacite, pero no somos las responsables por todo lo demás.
—Me alegro de que tengas un sentido tan bien desarrollado de tu propia inocencia, pero las autoridades...
—Me arriesgaré —dijo Pilar.
Me giré hacia Denise. —¿Y tú qué? —
Ella fue lenta en responder. —¿Por qué debería huir? No he hecho nada malo, tampoco.
—¡Como si eso significara una maldita cosa! —le dije. —Si quieren encontrar algo, lo harán. La gente está buscando a alguien a quien culpar ahora mismo y tú fuiste quien creó a los robots... ¡estás en lo alto de la lista de mierda!
—¡Y quizá debería estarlo! —replicó Denise. —Quizá debería haberme entregado desde el principio. Yo... quizá fue parcialmente culpa mía. Me robaron el disco duro justo antes de que todo esto empezara, y…
Oops.
—…y quizá fue Funaki o Vikash. Pero yo no pude haber hecho la filtración original. No hubo tiempo. Debería haberlo sabido entonces, pero tenía miedo... y Vikash me decía que iban a por mí... — ella respiró hondo. ¡Y yo le creí! Él fue quien me avisó para que huyera. Debería haberme entregado entonces y quizá todo esto se hubiera evitado. ¡Vikash quería que huyera porque coincidía con sus planes!
—¡Y tenía razón! —le dije. —Te dijo que huyeras porque en su mente retorcida eras la única persona que merecía salir de esta. ¡En eso tenía razón!
—A Hitler le gustaba el azúcar —intervino Inspector.
—Bueno, si cree que soy lo bastante lista para... salvarme, quizá sea lo bastante lista para detenerle. —Denise alzó su barbilla tozudamente. —Tiene que responder por lo que ha hecho. Mi equipo merece justicia. No puedo marcharme.
Me hundí en una de las sillas de Miri. Dios me libre de las estúpidas ciudadanas obstinadas.
Tampoco es que yo no hubiera ido en busca de Liliana con todo lo que tuviera si hubiera sabido dónde estaba pero, ¿por qué tenía que ser todo el mundo tan imbécil como yo?
—No sé que quieres que hagamos —le dije.
—Encontrad a Vikash —respondió Denise inmediatamente. —Entregadle a las autoridades. Yo descifraré su programación y testificaré contra él.
—Si vas a testificar, se asustará lo bastante para enterrarte —le dije.
—Lo sé —me respondió, y luego sólo una indecisión ligera. —No me... importa.
—Puedo ponerte en contacto con un buen abogado —se ofreció Arthur en un murmullo.
—Gracias —dijo Denise.
—Idiotas —dije a la habitación, pero la palabra no salió tan vehemente como había pretendido. —Mira, yo no discrepo contigo. Nada me gustaría más que patear la cabeza de Agarwal.
Y recuperar a Liliana y devolverla a su padre y dejar al menos que una persona en toda esta tontería de caso vivir en paz y feliz.
—Pero podrías estar pidiendo lo imposible aquí. ¿Cómo esperas que lo localicemos?
—Bueno, tenemos el programa de reconocimiento de robots —dijo Inspector. —Si echas un vistazo a las matemáticas...
—Puedo hacerlo —le dije cansadamente. Extendí la mano izquierda para coger un portátil y… me detuve. —Espera un segundo. Denise.
—¿Sí?
Recordé las palabras del robot de Agarwal. Me sorprendió haberlas olvidado. Se suponía que había estado ocupada. —Agarwal, me dijo... me dijo que tú sabías donde encontrarle.
Ella miro al resto de nosotros a su alrededor en busca de ayuda —Pero no lo sé.
—No, espera. —busqué en mis recuerdos. —No lo sabes ahora. Dónde. Dijo que tú sabrías dónde encontrarle.
—Yo... no tengo ni idea —dijo ella infelizmente. —Lo siento, pero creo que estaba bromeando. Solía hacerlo cuando estábamos trabajando, a todas horas, si estaba frustrado o molesto con el resto del equipo: Si me necesitáis, ya sabéis donde encontrarme... en la cima de un volcán activo. Y yo siempre decía algo como: Sí, yo también preferiría estar en Hawaii ahora mismo. Pero era sarcástico, obviam...
—¿Y si no estaba siendo sarcástico? —le dije. —Agarwal es un hijo de perra arrogante que se cree más listo que nadie. ¿Y si literalmente se está construyendo una base en la cima de... —señalé a Inspector. —Volcanes activos en California del Sur. ¡Habla!
Pilar habló primero, tecleando rápidamente. —Hay algunos en la Ruta 66, al norte del Desierto de Mojave. Parece que son una atracción turística...
Inspector y Denise también estaban trasteando con sus portátiles.
—Campo Volcánico de Coso —dijo Inspector. —Aunque está lejos, más allá de Bakersfield...
—Oh, Dios —dijo Denise, mirando atónita y horrorizada su pantalla. —Mammoth.
Pilar frunció el ceño. —¿La montaña de ski?
—Está en la caldera de un supervolcán. Nunca, yo nunca imaginé que… —Denise sonaba aturdida.
—¿Te refieres como en Yellowstone? —dijo Pilar.
—Lo tengo —dijo Inspector. —Aquí dice que es una de las mayores amenazas sísmicas potenciales de California, y que si entra en erupción será mil veces más poderoso que el Monte St Helens. Cielo... Santo.
—Allí es donde está —dijo Denise.
—Es una toda una excursión —objetó Inspector. —Si está construyendo alguna base de supervillano...
—No está tan lejos —dijo Denise. —Yo iba allí muchos fines de semana. Mucha gente de LA lo hace.
—Es cierto —añadió Pilar. —Yo ni siquiera sé esquiar y sé que si le preguntas a cualquiera de por aquí cuál es el mejor lugar de ski, te dirá que es Mammoth. ¿De verdad que es un volcán?
—Supervolcán —dijo Inspector. —Parece que la última erupción enterró miles de kilómetros cuadrados. La parte oriental entera de los Estados Unidos.
—Estás de broma —dijo Arthur.
—Bueno, tampoco hay que preocuparse. No ha entrado en erupción desde hace un millón de años y probablemente no lo hará hasta dentro de otro millón, al menos… no por sus propios medios…
—¡No estás pensando que sea capaz de provocar una erupción! —exclamó Pilar. —No está tan loco, ¿verdad?
Nadie respondió. La cuestión quedó en el aire.
—Mierda —dijo Denise débilmente. —Vikash y yo solíamos hablar sobre subir al Mammoth. Ahora me acuerdo. Más tarde descubrí que él no sabía esquiar. Y le dije: ¿Entonces, para qué demonios quieres subir allí arriba? y él solamente soltaba una carcajada y decía que era bonito y yo... estaba de acuerdo…
Chasqueé mis dedos hacia Inspector. —Tú. Números. Ya. Necesito hasta el último trozo de información numérica relacionada con los supervolcanes en general o con este en particular.
—Estoy en ello —dijo Inspector.
—Yo también —añadió Pilar con su cabeza mojada asomando sobre su portátil.
—El Mammoth es un lugar grande —dijo Arthur. —¿Sabemos dónde podría estar escondido?
—Grande es un eufemismo —dijo Inspector, sin parar de mover los dedos mientras hablaba. —La caldera tiene casi cuatrocientos kilómetros cuadrados y eso asumiendo que se esconde en la caldera y no en alguna otra parte adyacente.
—Supongo que yo podría encontrarle. —Denise se sentó muy recta, como desconectada del mundo. —O me encontraría él. ¿Me invitó, no es cierto? Si subo ahí arriba...
—No va a suceder —dijo Arthur. —Tú no vienes. Este tipo es demasiado peligroso.
Denise giro la cabeza para encararle. —Lo siento, pero es decisión mía.
—No estará sola —le dije a Arthur. —Tendrá a su amiga robot con ella. O sea, yo. —Sonreí a Arthur. A él no le hizo gracia. Me giré hacia Denise. —¿Crees que podemos encontrarle antes de que diseccione a Liliana?
—No lo sé.
—Russell —dijo Arthur. —Este tipo te venció la última vez y ahora hay peligro de que explote un volcán. Necesitas el mejor plan. Demonios, necesitas un plan.
Tenía razón. Yo la había jodido en este caso desde el minuto uno y ese hecho me había rentado varias buenas palizas, una docena de muertos y una niña pequeña en las manos de un científico loco. Pero no era la única en aquella habitación. No sabía muy bien por qué me constaba recordar que no estaba sola.
—Vale —le dije. —Estoy abierta a nuevas ideas.
El problema de solicitar opiniones de los demás es que nadie se pone de acuerdo.
Se discute vehementemente.
—No me estas escuchando —insistió Denise casi una hora más tarde.
Cuando levantaba la voz no era escandalosa, pero sonaba lo bastante peculiar para que prestaras atención.
—Esto no es una competición de BattleBots... ¡Necesito más información! No puedo echar un vistazo a lo que él tiene y luego hacer de MacGyver con una solución en segundos sin tiempo ni materiales... ¡Ningún científico podría!
Tuve un destello de memoria, una chica negra delgada soltando un comentario acérbico... me sacudí la imagen de encima. El dolor en mi brazo me dejaba cansada.
—Pensé que tú eras tan lista como él —le dije.
—En Robótica sí, pero no en la táctica. Tengo que saber en lo que está trabajando, lo que tiene, antes de que pueda descubrir una debilidad. Tenemos que saber más.
—Quizá la tecnología no sea la respuesta, entonces —dijo Arthur. —Quizá no se combata tecnología con tecnología.
—¿Entones con qué? —le pregunté. —¿Qué es ortogonal a la tecnología?
Pilar apartó la mirada de su furiosa búsqueda con el portátil. —¿Qué tal la psicología?
—Eso no es exactamente mi fuerte —le dije pensando en Dawna Polk.
Pilar me ignoró. —Vikash tiene un ego del tamaño de un globo arerostático. Y está lleno de lo mismo. Yo tenía que lidiar con él sólo para que me entregara el papeleo. A veces, eso requería retrasar accidentalmente su nómina.
—Requiere tacto manipularle —admitió Denise.
—¿Por qué? él te respeta —dije.
—Sí. Sí, es cierto. Pero para llevarle hasta ahí... a pesar del modo en que habla, el resto del equipo no... —se aclaró la garganta. —no se llevaban del todo bien. Sanjay era más creativo que Vikash, y Esther era más rápida, y... —hizo una pausa. —Él es brillante, no lo niego. Pero Pilar tiene razón. Había que manejarlo.
—No sé cómo nos ayuda esto —dije cansadamente.
—Quizá…— Denise juntó los labios. Quizá pueda convencerle de que voy a unirme a él. Es lo bastante arrogante para creer que eso es posible.
—Te refieres a ir de infiltrada —dijo Arthur, metiendo las manos en los bolsillos. —Quizá funcione. Quizá durante un buen tiempo, antes de que sepas lo bastante para moverte contra él. No es fácil hacer algo así.
—Y Cas es un desastre como espía, asumiendo que te acompañara —dijo Inspector sin levantar la vista de su ordenador.
—Gracias —dije.
—De nada, pero es cierto —respondió Inspector sin dudar. —Además, Agarwal podría querer desmontarte eventualmente, y descubriría que sangras cuando te pichan y se acabaría todo. —eso era cierto.—En este punto, un rápido inciso —dijo Inspector. —Tenemos algunos números del volcán para ti. Pilar, envíame el... ah, gracias.
Me acerqué para mirar sobre su hombro. Él minimizó una ventana de chat con Pilar, pasó la investigación a la pantalla y me entregó el portátil. Me senté y repasé los números, que encajaron en mi cerebro para formar una fotografía, eliminando posibilidades una por una. Pude sentir sobre mí todas las miradas, silenciosas, tensas. La torpe espera surreal de descubrir si estábamos cerca del final del mundo. En cierto modo, éramos afortunados. La región era tan sísmicamente activa y propensa a los terremotos que había estado vigilada por algún tiempo, especialmente desde que se dio unas décadas atrás un enjambre de treinta mil temblores en un año. Añadí a eso el riesgo de erupción y que la caldera había estado bajo buena cantidad de estudio. Comprobé los indicadores sísmicos, estimé brotes explosivos, enterré mi mente en la vasta caverna de magma bajo California. Su tamaño abrumador empequeñecía todo endeble esfuerzo humano.
Parpadeé y levanté la mirada, algo se desprendió en lo más profundo de mi pecho.
—No puede hacerlo.
Las palabras salieron casi frágiles, más esperanzadas que ciertas, casi a punto de hacerse pedazos mientras las pronunciaba. —No puede.. no se puede. Nadie podría iniciar una erupción... es demasiado grande.
—¿Estás segura? —dijo Arthur. —Tal vez algunas bombas puedan hacerlo... y él podría haber construido
—No. No lo comprendes. Es por la cantidad de desestabilización que necesitaría para conseguirlo… Decir que un hombre podría lograr tal cosa es como decir que podría golpear la Tierra para inclinar su órbita. O como bajar el nivel de los océanos. O partir un continente por la mitad. Bueno, no es exactamente lo mismo, pero lo que quiero decir es que es demasiado grande. Es un problema demasiado grande.
—¿Me estás diciendo que... no hay un modo tecnológico? —dijo Arthur. —El hombre construyó una niña. No crees que él...
—Eso no es nada —le dije. —Cuando digo que es un problema demasiado grande, No me refiero solo intelectualmente. Es físicamente demasiado grande.
—Yo, en realidad, no tengo problemas para creer eso —dijo Inspector. —Nosotros como humanos somos terribles cuando se trata de percibir las escalas. Como la enorme caldera.
—¿Entonces qué hace allí? —preguntó Pilar.
—Está muy alto —murmuró Denise. —Quizá eso sea todo.
—Espera... espera —dijo Arthur. —Russell. ¿Dices que es imposible todo eso de la erupción?
—Bueno, está claro que existe un riesgo finito —le dije. —Igual que hay un riesgo finito de que la cosa entre en erupción mañana de modo natural. Pero yo preferiría jugar a la lotería.
Inspector bufó una carcajada y la tensión se disipó en la habitación. Pilar tomó una profunda respiración, sonriendo y Arthur se giró, frotándose la cara con las manos.
—Hey —dijo Pilar en el casi silencio, —Tengo una idea loca.
—¿Sobre qué? —dijo Inspector.
—Bueno... vale, esto podría ser totalmente de locos... pero estábamos hablando de manipular a Vikash, y… si él no va reventar la montaña, ¿por qué no lo hacemos nosotros?
—Uh, ¿porque acabo de decir que es imposible? —le dije. —Por no mencionar que, ¿para querríamos hacer eso...?
—¡No no no, eso no es lo que quiero decir! —exclamó ella. —No me refiero a que la reventemos de verdad. ¿Y si le contamos que podemos?
—¿Te refieres a un farol? —preguntó Inspector.
—¡Sí! Es de la clase de gente con la que no se puede razonar. O le manipulas para que piense lo que quieras o tienes que halagarle hasta para que salga por la puerta.
—¿Coincides? —preguntó Arthur a Denise.
—Pues... sí, Yo... supongo que sí. He sido su supervisora y era como una pequeña lucha de egos, mayormente...
—Hacer que piense lo que quieras —repitió Pilar, asintiendo.
—Pero hubo una vez... él tenía cierto resentimiento contra Dana, y yo le dije a Vikash que si no dejaba de hacer sarcásticos comentarios sobre su código, haría que Arkacite dejara de pedir Mountain Dew para la oficina.
Me quedé mirándola.
—¿Qué?, eso era su versión de una amenaza nuclear —dijo ella. —Pero sí... Pilar tiene razón. No hay otro modo. Si lo haces, él tendrá un plan de contingencia en cada paso. Así que, si tienes que amenazarle…
—¿Ve a por todas o vete a casa? —dijo Inspector.
—Sí —dijo Denise. —Al menos, eso pienso.
—Pues, ¿por qué no planearlo?. No sé, con un aparato explosivo de verdad. —demandé. —Algo sobre lo que no tengamos que farolear sobre la marcha.
—Entonces tendría que estar vigilando eso —dijo Denise. —Cualquier clase de traición, la va a ver llegar. No sé si esto es una buena idea, pero tiene la ventaja de ser poco común.
—¡Tan poco común que es algo literalmente imposible! —objeté. —Va a descubrirlo...
—Nosotros no lo sabíamos —indicó Inspector. —Pensábamos que existía el riesgo de que estuviera allí arriba siendo un supervillano preparando que todo explotara.
—¡Pero incluso intentar hacerlo plausible, sería un empeño ridículo! —discutí. —¿No os he dicho que era grande? Para que sea remotamente creíble, estamos hablando de minar la caldera entera o, al menos, fingirlo e incluso fingiendo necesitaríamos un ejército... —hice una pausa.
Conocía a alguien con un ejército privado que me debía un favor. O que ella pensaba que me lo debía.
—¿Cas? —dijo Inspector.
—Supongamos —dije lentamente, —que puedo conseguirnos un ejército. ¿Entonces qué?
—Se puede fingir cierta observación geológica —sugirió Arthur. —Es un volcán, ¿no? ¿Puede alguien hacerse pasar por un vulcanólogo, hacer que las personas locales crean que estamos plantando sensores. Agarwal no se preocupará hasta le cuentes que era para otra cosa. —hizo una pausa. —No es que me guste este plan. ¿Y si descubre el farol?
—Parece demasiado egoísta para querer morir —dijo Inspector, aunque su voz cargaba un tono de duda.
—Más que eso... es su trabajo —dijo Denise suavemente. —Su trabajo estará amenazado.
Todos nos miramos durante un momento.
—Este es el plan más loco de la historia —dijo Inspector. —Si me hubieran dicho: Inventa un plan tan loco que a nadie se le ocurriría nunca, este plan ni siquiera estaría en la lista por ser demasiado loco.
—¿Tan loco como para que no espere que es falso? —pregunté.
Nadie respondió.
Me giré hacia Denise. —Tú eres quien la mejor le conoce y eres la única que puede venderle esta historia. Y eres quien estará en su mira si no te cree. Sé honesta, ¿crees que funcionará?
—Creo que hay un riesgo. Y creo que tenemos que intentarlo. —ella tragó. —Necesitaremos un tiempo para prepararlo, ¿no? Podemos intentar ver si se nos ocurre algo mejor, pero si no… él podría huir del país en cualquier momento. Podría haberlo hecho ya. Si esta es nuestra mejor baza, quiero jugarla.
—Y yo estaré ahí contigo —le dije. —Pero podría no ser capaz de protegerte.
Las palabras sonaron huecas, una admisión que yo nunca había pensado que tendría que hacer.
—Lo entiendo. —ella enderezó los hombros. —Quiero hacerlo.
Cielo Santo. Nunca entenderé el autosacrificio de la gente.
—Vale —le dije. —Inspector, Pilar, descubrid un modo de falsear la historia y los datos. Quiero empezar tan pronto como sea humanamente posible. Arthur… creo que tal vez llame ahora a tu amiga doctora.
Nos reinstalamos de vuelta a casa de Inspector ahora que la Mafia ya no iba tras él. Inspector y Pilar se encerraron en la Guarida para investigar el mejor modo de fingir una exploración geológica y la amiga doctora de Arthur se pasó por la casa y me reprendió por dejar que me dispararan de nuevo.
Vagamente la reconocí de la última vez... y procedió para curarme muy vigorosamente y con absolutamente ninguna simpatía. Yo no tenía ni idea de dónde encontraba Arthur a esas personas. Ella también me dejó algunos sedantes de prescripción altamente ilegal, lo que inclinó a sentirme un poquito más agradecida con ella.
Arthur se ocupaba de los suministros y Denise (que había escogido soldar en alguna parte a lo largo de la línea de su educación en Robótica) soldó un contenedor de metal para cubrir mi brazo escayolado. Aquello podría forzar la credulidad de Agarwal de que mi brazo no se había reparado como nuevo. Queríamos que viera tanto de lo que esperaba ver como fuera posible. Un robot con un brazo metálico temporal no haría sonar las alarmas.
En eso confiábamos.
Yo había estado llevando la misma camisa del día anterior y estaba rígida por la sangre seca. Inspector me entregó un muy patentado panel de botones que decía que había usado para el cosplay de Wash (lo que sea que aquello significaba) y una improbablemente chaqueta púrpura, dado que yo le había devuelto a Arthur su abrigo. Tuve que quitarme la camiseta recortándola para cambiarme y ponerme los grandes adornos que no combinaban muy bien y ponerme la chaqueta a un solo brazo mientras el otro permanecía encapsulado en metal,
Mi aspecto era bastante absurdo. Supuse que actuaría en mi beneficio.
Para cuando llegó la mañana, Inspector y Denise habían averiguado el aspecto que querían para los falsos dispositivos explosivos de sensor volcánico. Arthur realizó otra comprobación de suministros mientras yo hacía una terriblemente incómoda llamada a Mama Lorenzo.
—No le digas que te debe un favor —me indicó Pilar, del todo insolícita. —Pídeselo como si estuvieras en una situación difícil y supieras realmente que la estás incomodando. Te interesa dar sensación de magnanimidad cuando ella diga que sí.
—Malcolm es el único que me dijo que ella se siente como si me debiera una —le señalé.
—Sí, pero no lo dijo ella —dijo Pilar. —Quieres que tenga la sensación de que ella está en la posición de poder. Confía en mí. Todo se trata de dejar una buena impresión.
—¿Y tú que sabes? ¿Eres mi asesora en relaciones públicos?
Ella se encogió de hombros a su modo exagerado. —Bueno, me parece que necesitas una.
Llamé a Mama Lorenzo y casi supliqué su ayuda. La conversación fue excesivamente incómoda por ambos lados, pero estuvo de acuerdo condicionalmente en hacerme el favor y reunirse conmigo para discutir los detalles. Con, probablemente, el movimiento más cuerdo que yo podía haber hecho, le conté que tenía que enviar a Arthur. Pilar acababa de educar un poco mis habilidades en relaciones públicas.
Para cuando cayó la noche de nuevo, el salón de Inspector se había transformado en un laboratorio de soldadura. Inspector y Denise ya eran pros, y Pilar tentativamente se ofreció a aprender.
—O sea, no os molestéis si vais a terminar antes haciéndolo vosotros mismos, pero quiero ayudar...
Inspector se burló. —Cualquier mono entrenado puede aprender a soldar. Es fácil. Acércate.
La cara de Pilar se iluminó cuando se unió a ellos en los bancos de trabajo.
—Buscaos una habitación —murmuré desde donde estaba sentada, hojeando a través de los mapas de Mammoth Lakes y memorizando el terreno.
Inspector cerró los ojos durante un momento. —Cas, eso ha sido altamente inapropiado.
—No pasa nada —dijo Pilar jovialmente. —Ya he aprendido a ignorarla.
—¡Hey! —protesté.
—Aprender eso es una pericia útil —le dijo Inspector a Pilar como si yo no hubiera hablado. —La ignorancia es una bendición. Especialmente cuando realmente esperaba preguntarte si te apetecería tomar una copa conmigo después de esto, aunque ahora me temo que sonará un poco de psico.
Pilar reía. —Estoy halagada. Pero, ¿sabes?, la última chica con la que saliste te metió en problemas con la Mafia, así que creo que paso.
—Abatido de un disparo —me burlé.
Inspector rodó los ojos hacia me. —¡Por amor de Zarquón, Cas! Soy perfectamente capaz de aceptar la negativa de una mujer. le entregó a Pilar un hierro de soldadura.
—Aunque me gustaría ver a tu banda tocar alguna vez —dijo Pilar. —Deberías decirme cuando vais a tocar. Soy Súper fan de la música indie.
—Oh... guau, uh, guay —dijo Inspector. —Claro, te lo haré saber.
—¿Tocas en una banda? —le dije.
Inspector se tomó un momento para mirar al techo, como apelando a los cielos. —Realmente eres una amiga horrible. Aunque me salvaste la vida, eso hace que no seas tan mala.
Afortunadamente, Arthur eligió ese momento para volver de la reunión con Mama Lorenzo, salvándome del riesgo de descender a los sentimentalismos.
—Ha ido bien —me dijo de inmediato. —Está dispuesta a encontrar gente para que suba mañana por la mañana. Tengo la sensación de que esto equilibrará la balanza entre vosotras. Y su tirador mascota quiere ayudarte. —transfirió su atención de mí hacia Inspector. —Creo que he conseguido que haga algo por ti también, aunque no te hagas ilusiones.
—¿Por mí? —Inspector se congeló. —Arthur... estoy realmente bien, no quiero...
—Es peor si ella siente que te debe una, ¿no? —dijo Arthur con un ligero toque de burla en su tono.
—Supongo… —dijo Inspector infelizmente.
—Tengo tecnocháchara que tienes que memorizar —le dije a Arthur. —Eres el mejor en operaciones encubiertas del grupo. Tu papel es el de vulcanólogo jefe. Interactúas con la ciudad. Dejas que los tipos de la Mafia refieran a la gente hacia ti. Ese tipo de cosas.
—Eso implica que no te cubro las espaldas —dijo Arthur ceñudo. —Yo estaba pensando en que tu colega francotirador y yo podíamos vigilarte las espaldas. No puedo hacerlo si estoy haciendo de científico.
—Yo puedo ser el vulcanólogo —se ofreció Inspector. —Todo lo que se requiere es soltar un montón de jerigonza científica a la gente, ¿no? Tampoco es que vaya a estar en peligro de encontrarme cara a cara con Agarwal... ese no va a arriesgarse a cometer un crimen de alto perfil para husmear por ahí. Obtendrá el cotilleo a través del vídeo.
—Yo estaba pensando que coordinarías con Mama Lorenzo aquí en LA —le dije. —Necesitamos a alguien en este extremo.
—Oh, Dios, yo no. —Inspector se puso blanco. —En serio, no soy la persona adecuada para esto. Me aterroriza. Lo estropearía todo. Y, probablemente, ella acabaría disparándome.
Pilar levantó una mano. —Apuntadme a mí para eso.
Yo entorné los ojos. —Te das cuenta de que estamos hablando de la mujer que básicamente lleva la Mafia de Los Angeles Mafia, ¿verdad?
—¿Y qué? —dijo ella. —Necesitas una administrativa y yo soy una muy, muy buena. No puedo hacer nada en Mammoth porque Vikash me conoce. Pero puedo hacer esto.
—Tiene mucho sentido —coincidió Inspector pensativo. —No soy tan buen espía como Arthur, pero soy realmente bueno en despachar una tontería con la mano mediante la ciencia. Un vulcanólogo jefe es un papel que puedo hacer. Y así Arthur puede cubriros las espaldas a ti y a Denise.
—¿Estás seguro? —le pregunté a Pilar. —Ella es una mujer peligrosa. Sería mejor no estar en su radar.
—¡Sabía que te preocupabas por mí! —dijo Pilar con una sonrisa en su cara.
—Si no te vas a tomar esto en serio...
—No, no. Me lo tomo, ¡cien por cien! —insistió ella, mostrando sus rasgos serios de inmediato. —Pero es que… no puedo quedarme sin hacer nada, ¿no?
—Sí, lo entiendo —dijo Inspector.
Yo no lo entendía. La mayoría de la gente estaba perfectamente contenta sin hacer nada, particularmente cuando hacerlo podría ponerlas en la mira de enemigos muy peligrosos.
Demonios. Ojalá yo no tuviera que hacer nada.
Pero alguien tenía que arreglar mis meteduras de pata y...
Liliana.
Denise y yo éramos la única esperanza que le quedaba a Liliana. Si es que aún estaba viva. Si aún estaba intacta.
—Hey, quizá la Mafia quede tan impresionada que acaben por contratarme —dijo Pilar. —Necesito un empleo, y probablemente paguen bastante bien, ¿no? —
Inspector emitió un sonido estrangulado.
—¡Era una broma! —le aseguró Pilar apresuradamente. —Estaría bien tener dinero del alquiler para… ¿qué día es hoy?
—Lunes —le dije. —Durante algunas horas más.
—Oh. Entonces para mañana. Supongo que ese barco ya ha zarpado. Al menos, si me echan no tendré una dirección donde el FBI pueda encontrarme. —ella ladeó la cabeza. —Guau, esa es una frase que nunca pensé que diría. Me alegro de que mi madre no sepa nada de todo esto.
—Lo que me recuerda... —le dije. —... que dijimos diecisiete pavos a la hora, ¿verdad? —excavé en mi bolsillo y saqué un puñado de cientos. —¿Cuánto tiempo has trabajado en esto?
Pilar quedó boquiabierta y me miró parpadeando. —Yo no... no lo sé.
—Bueno, pues lo estimaré entonces. Y lleva la cuenta la próxima vez. Se supone que eres la administrativa, por amor de Dios.
Conté los billetes y los dejé sobre la mesa junto a mí. —Eso cubrirá hasta el día de hoy.
Pilar contempló el dinero, se acercó lentamente y lo recogió. —Gracias. Esto es, uh. Es muy amable de tu parte.
—Esto no es amable —le dije. —Esto es lo que acordamos. Yo no estafo a la gente.
—Espera espera espera —interrumpió Inspector. —Dejando a parte la extravagante ingenerosidad de Cas, ¿estás tan seriamente endeudada? Oh Dios mío, ¿por qué no lo dijiste? Puedo totalmente localizar algo de pasta para que vayas tirando después de esto. Demonios, olvida eso... ven a trabajar para Arthur y para mí.
—¿Qué...? ¿en serio? —la cara de Pilar se tensó como la de una persona hambrienta que no quiere ser maleducada por asomarse mientras comes. —¿De verdad que necesitáis a alguien? ¿No lo dices por decir?
—Nop, necesitamos urgentemente a alguien —dijo Inspector. —Arthur desperdicia demasiado tiempo con el papeleo y los formularios porque es el Sr. Friki Perfeccionista y yo no hago documentos. Se nos está yendo de las manos. Y nos caes bien, así que, decidido.
Yo esperaba que Arthur saltase en su propia defensa, pero ya había desaparecido... sólo Denise estaba soldando tranquilamente en la esquina. Me levanté y comprobé la cocina. Nada de Arthur. Pilar estaba agradeciendo a Inspector detrás de mí.
—Esto es increíble. Me salváis la vida chicos. Podría besaros.
Inspector tosió. —Tampoco es que objete a eso normalmente, pero ahora soy técnicamente tu jefe y si algo he aprendido de todo el asunto de acostarme con una estudiante...
Pilar reía.
Asomé la cabeza en el dormitorio de Inspector, pero Arthur no estaba allí tampoco. Volví al salón y crucé la puerta trasera para salir al patio. El aire nocturno aún era cálido, aunque ahora una brisa había arreciado. Arthur estaba en la barandilla con las manos en los bolsillos, proyectando una larga y delgada sombra a la resplandeciente luz de la luna.
—Hey —le dije. —¿Qué pasa?
—Todo esto. —dijo. —Va demasiado rápido. No es un plan sólido.
—Nunca nada es un plan sólido —le dije. —Denise y Pilar conocen a este tipo. Ellas creen que funcionará.
—¿Y si no? ¿Y si os sigue el farol?
—Pues lo seguimos —le dije. —Y si hace falta, tú y Malcolm le disparáis en la cabeza.
—Russell.
—Vale, solo Malcolm le dispara en la cabeza.
No le hizo gracia. —Eres tan joven. Todos vosotros.
—Deja de preocuparte.
Pensé en Pilar y en Inspector charlando casualmente en el salón, sentí cierta preocupación y pude ver lo que Arthur quería decir. Eran jóvenes.
—Las únicas que vamos a estar en peligro somos Denise y yo —le dije. —Inspector y Pilar y todos los demás, incluso todos los tipos de la Mafia que nos ayuden estarán bien lejos de la escena. —aquello sonaba convincente.
No era que Inspector no fuera a estar también arriba en el Mammoth. Y que Arthur y Malcolm no terminarían en la línea de tiro con nosotras si algo salía mal. Tampoco no era que estaba enviando a Pilar a reunirse con una líder de Mafia.
—Solamente Denise y tú, ¿eh? —dijo Arthur mordiendo las palabras.
Mi culpabilidad aumentó en enfado. Preocuparse por Inspector y Pilar podía comprenderlo, pero yo era diferente.
—Conozco el riesgo —le dije. —Me dedico a esto y lo sabes. Si intentas detener a Denise. Buena suerte con ello.
Él se encogió de hombros, aún infeliz. —Ahí está el asunto. Siento que no debería ayudaros. Pero todos vais de todos modos, así que… supongo que estaré allí como apoyo. Pero hay demasiadas formas en las que puede salir mal.
—Gracias por el conmovedor voto de confianza.
La tarde siguiente habíamos construido doscientos sensores falsos... o dispositivos explosivos, dependiendo de la persona a la que pensábamos hablarle de ellos. Inspector, Denise y Pilar habían hecho un buen trabajo: los aparatosos cilindros de metal tenían conexiones visibles y elegantes luces LED útiles para la intimidación y Arthur nos había asegurado que los tipos de la Mafia tenían estrictas instrucciones de no dejar que nadie los mirara de cerca. Considerando que eran hombres de la Mafia, más que geólogos, yo no creía que tuvieran problemas en espantar a los curiosos.
Después de memorizar el terreno, me había pasado la mayoría de la noche y la mañana montando un documento matemático falso sobre cómo íbamos a volar exactamente el volcán.
—Estáis pidiendo lo imposible —había gruñido cuando los demás me habían presionado a hacerlo —Si las matemáticas fuesen reales, podría escribirlas. ¡Pero no no sé escribir matemáticas falsas!
—Claro que puedes —dijo Inspector. —Sólo incluye algunos errorcitos numéricos que se propaguen por todo lo demás. Ese tipo no será capaz de descubrirlo al primer vistazo.
—¿Cómo lo sabes? —Algo así me parecería muy obvio. Al menos a mí.
—La gente que construyó el telescopio Hubble lo diseñó mal la primera vez y nadie lo descubrió —dijo Pilar. —La gente lista de verdad pasa por alto algunas cosas. Es el caparazón lo que tú quieres. El espectáculo. Yo estoy con Inspector, Vikash responderá a las matemáticas.
—Especialmente si piensa que las escribió Denise —indicó Inspector. —Estará predispuesto a creer que son correctas.
—Escríbelo —añadió Denise. —Las examinaré yo y si no puedo descubrir tu error rápidamente, Vikash tampoco podrá.
Dicho esto, me senté a uno de los ordenadores de Inspector y escribí cuarenta y seis páginas en denso LaTeX, relativas al problema de la erupción volcánica con números dispares en varios órdenes de magnitud. Denise me dio su aprobación, editó unos párrafos para que se ajustaran más a su propio estilo y preparó un puñado de notas de cálculos con su puño y letra como si hubiera usado esa información del documento para la construcción de los explosivos. Podría haber quedado bastante bien salvo por los deslumbrantes errores.
Mientras tanto, Arthur se merendaba mapas de la zona y coordinaba por teléfono a Malcolm sobre su plan de apoyo. él estaba notablemente optimista para trabajar con un asesino profesional.
—Solo quiero asegurarme de que todos vosotros saléis vivos —me dijo suavemente cuando le pinché sobre ello.
—Sigue siendo condescendiente conmigo y no llegaré a tiempo para salvarte el culo cuando lo necesites —le dije, pero me sorprendí a mí misma por decirlo neutralmente en vez de airadamente. Gracias a Dios, no estaríamos dependiendo de Arthur y Malcolm, sino de Denise junto a mí en el punto crítico, sabiendo que yo tenía manos adicionales si las cosas se torcían.
—Incluso los mejores necesitan apoyo a veces —dijo Arthur gravemente y me sentí extrañamente halagada.
No podíamos poner a Arthur y a Malcolm en ninguna posición donde Agarwal pudiera verles, así que Arthur me dio un diminuto chip GPS para que lo colocara en mi bota y un artilugio como una especie de baliza de emergencia personal modificada que Inspector le había construido para un trabajo previo.
—Intentaremos mantener línea visual —me aseguró. —Mientras no le dé pistas. Pero en caso de que perdiéramos visual por si hay problemas, pulsa el botón y nosotros estaremos ahí.
—Vale —le dije.
Inspector reservó un vuelo a Mammoth esa tarde y Arthur alquiló una gran caravana para transportar de golpe todos los sensores falsos. Mama Lorenzo había enviado gente a Mammoth todo el día, algunos en coche y otros por aire, y por la mañana, sus hombres estarían pululando por la caldera con GPS y plantando nuestros chismes.
Pilar afirmaba que ella y Mama Lorenzo ya se estaban conociendo célebremente.
—De hecho, es mucho mejor trabajar para ella que para el Sr. Lau —dijo ella y luego, se ruborizó. —Perdón. No debería decir eso, ahora que está… ya sabes.
¿Muerto porque yo la había fastidiado?
Denise y yo no podíamos hacer nada hasta que colocaran nuestros explosivos falsos y nos retiramos a uno de mis escondites a pasar la noche, bajo estrictas órdenes de Arthur de que ambas durmiéramos algo. Encontré la llave y conduje a Denise por la oscura escalera del estrecho edificio hasta la habitación 269, donde empujé la puerta con el hombro para abrirla cuando la madera quedó desencajada.
—¿Vives aquí? —me preguntó, siguiéndome al interior y mirando la sucia moqueta y la pintura gotelé del pequeñito y depresivo apartamento.
No creí que ella oyera el franco impacto en su propia voz.
—No —dije brevemente.
Era cierto. Yo usaba otro escondrijo como base principal. No le dije que donde vivía era casi tan sórdido como este.
Empezamos la marcha en coche hacia el Mammoth por la mañana. Tegan ya nos había enviado nuevos ID para Denise, pero yo no quería arriesgarme a quemarlos cogiendo un vuelo por si acaso ella acababa teniendo que huir. El largo viaje fue mayormente silencioso. Mientras yo intentaba recordar respetar el límite de velocidad, Denise miraba por la ventana del pasajero la mayor parte del camino, observando el cambio de escenario de la ciudad al desierto y a las montañas.
Ella parecía cansada. Gastada. Un poquito vieja.
La autopista sinuosa que ascendía hacia Mammoth Lakes se curvaba a través de exuberante verde y elevados precipicios que caían hacia prístinos cañones. No había muchos otros vehículos en la carretera.
Pude entender por qué Agarwal lo había descrito como hermoso.
—¿Estás preparada? —pregunté a Denise después de varias horas de silencio mientras forzaba el sedán que Arthur había alquilado.
—No —admitió ella, la palabra salió junto a una carcajada nerviosa.
—Todo esto depende de ti —le dije. —Si tú no puedes hacerlo, estamos fritas.
—Lo sé.
Pensé en lo que Arthur había estado diciendo, sobre lo preocupado que había estado. Quizá tuviera razón. Denise era un científica y gerente de proyecto. Su vida nunca había había estado en peligro antes. Nunca había tenido que abrirse paso con faroles a través de un maníaco sádico. Y si ella fracasaba, yo me venía abajo con ella.
—No la jodas —le dije.
Ella no respondió. Inspector había usado su conexión online para averiguar todos los bares locales y paraderos en Mammoth Lakes. No había muchos. Imaginamos que Agarwal estaría con el dedo puesto en las noticias locales ( y habría sido un tonto si no lo hacía), tenía que ser atraído de algún modo.
Llegamos en mitad de la tarde, justo cuando empezaba la hora feliz. El primer pub donde pasamos era todo vigas de madera y cerveza barata con francos camareros amigables que parecían personas reales en vez de los modelos que los bares que LA tenían normalmente, y sólo un par de hombres evidentemente locales que holgazaneaban en la barra y flirteaban con las camareras. Nos sentamos a una mesa y yo pedí una bandeja de aperitivos y un par de las cervezas baratas que ninguna de las dos bebió. Denise se movía nerviosamente por el picor de un jalapeño ultra frito mientras observábamos a la gente.
—¿Sois senderistas? —preguntó sonriente nuestra camarera, una robusta y bronceada joven con algunos mechones rizados rubios.
—Sí —le dije al mismo tiempo que Denise dijo, —No.
La camarera nos miró a ambas, confundida.
—Uh, ella sí —arregló Denise rápidamente, señalando hacia mí. —Yo solo visito a una amiga.
—¿Quién es tu amiga? —preguntó la camarera con interés. —No todos nosotros somos locales. Podría conocerla.
—No es de por aquí —dijo Denise. —Está de visita también, nos vamos a encontrar arriba, eso es todo.
—Bueno, no podías haber escogido un lugar más festero —dijo la camarera con una sonrisa. —¿Os traigo algo más?
—No, gracias —dijo Denise.
—La cuenta —añadí yo.
Denise le mostró una leve sonrisa a la camarera. —Sólo estábamos matando el tiempo unos minutos. Tenemos que irnos.
—Sin problema —dijo la camarera y se alejó para traernos la cuenta.
—¿Crees que está vigilando? —preguntó Denise nerviosamente.
—Eso espero —le dije.
El siguiente pub que intentamos era más lúgubre y sonoro, con una TV montada sobre la barra mostrando deportes y música dolorosamente metálica que competía con los comentaristas. La superficie de la barra estaba un poco mugrienta y el camarero no parecía tener ningún interés por conversar con nosotras, sino llevarse nuestro dinero. Y esta vez, uno de los locales que estaba en la barra era un robot. Le observamos. El robot era un blanco obeso de mediana edad, exactamente del tipo que se doblaba sobre la barra de un bar a media tarde. Del tipo que rápidamente se tornaría invisible. Que podía escuchar, observar e informar de todo lo inusual que surgiera en la ciudad. Toqué el codo de Denise e hice un gesto con la cabeza hacia él. Ella me siguió mientras yo brincaba sobre un taburete.
—Hola —le dije. El robot se giró lentamente.—Queremos ver a Agarwal —le dije. —Nos ha invitado.
El robot dio un sorbo de su cerveza. Me pregunté brevemente cómo funcionaba eso. Liliana no había comido nada.
¿Excreta el líquido más tarde?
—Sé quienes sois —me dijo. —Esperad aquí. —sacó una billetera, dejó algún dinero sobre la barra y salió del bar.
Combatí la sabia idea de seguirle, pero antagonizar a Agarwal estaría a la altura de la estupidez hasta que él supiera que teníamos un límite.
—¿Esperamos? —preguntó Denise tensa.
—Sí —le dije.
Un barman delgaducho con una barba desaseada se acercó. Pedí dos cervezas.
—Sería mejor que lleves la conversación cuando regrese —añadí a Denise.
Ella asintió sólo un poco demasiado rápido. Nos llevamos las cervezas a una mesa en la esquina más tranquila que pudimos encontrar y nos sentamos sin beberlas. Denise no dejaba de moverse inquieta en su silla.
Jesús.
Yo confiaba que estuviera lista para aquello. Era demasiado tarde para echarse atrás ahora.
Un poco más de una hora más tarde, Agarwal (o mejor dicho, alguien que se parecía a él) empujó para abrir la puerta del bar. Examinó el interior, apartando el sobrecrecido pelo de los ojos, y nos localizó casi de inmediato. Se acercó andando y retiró una silla para apoyar su larguirucha constitución sobre ella.
—Has venido —le dijo a Denise con una amplia sonrisa.
Negué con la cabeza hacia ella levemente.
—Pero tú no —le dijo ella a Agarwal.
Las angulares cejas del robot se dispararon arriba y abajo.
—Tu nuevo modelo puede saberlo. Lo recuerdo. Me encantaría echarle un vistazo... —él hizo un movimiento hacia mí.
—No —dijo Denise. —Vikash puede, si se lo permito. Tú no.
—Yo soy Vikash —protestó el robot Agarwal. —Esto no es una de nuestras IA, ¿sabes?. Yo estoy en su cabeza. Aquí mismo. —Se tocó la frente.
—Quiero verte en persona —dijo Denise.
Su voz era aguda por la tensión, pero ella no rompió contacto ocular con él.
Agarwal tamborileó con los dedos sobre la mesa. —Mira, eso es un problema. Pareces demasiado insistente en ello y debo admitir que temo que puedas tener cierto resentimiento hacia mí. Tu nuevo robot de aquí hizo lo que pudo por arruinar mis planes. Lo programaste para enfrentarse a mí, Denise. ¿Por qué hiciste tal cosa? —él casi extendió su labio inferior.
—¿Por qué me invitaste aquí si piensas que sólo quiero matarte? —replicó Denise.
—Bueno, porque siempre encontré en tu cerebro un colega irresistible. Tengo esa debilidad. Pero no soy estúpido. Ven a trabajar conmigo y eventualmente aprenderemos a fiarnos el uno del otro de nuevo.
—Y hasta entonces, ¿yo interactúo con la versión robótica de ti?
Agarwal alzó un brazo y dio un gran y elaborado encogimiento de hombros. —Eso no puede evitarse.
—Pues es una lástima —dijo Denise.—Quería verte la cara.
—¿Qué quieres decir?
Ella vaciló, un músculo de su boca se tensó y luego dijo, —Voy a activar el volcán.
Agarwal dio una larga y escandalosa carcajada gutural.
—Lo haré —insistió Denise y su rostro se plegó sobre sí mismo en fría furia, aunque yo no sabía si ella estaba actuando o si estaba verdaderamente furiosa porque no la estaba tomando en serio.
—Voy a hacerlo.
El robot se secó los lacrimosos ojos. —Gracias. Lo necesitaba.
—¿No me crees?
—¿Activar el volcán? —chisporroteó. —Eso es pura ciencia ficción. ¡No se puede soltar algo de TNT dentro de un volcán y hacer que estalle!
—Lo sé —dijo Denise. —Por eso no voy a hacerlo así.
Agarwal dudó, entornando los ojos cono si no pudiera descubrir por qué el chiste se estaba prolongando tanto. —¿Cómo lo harías, entonces?
Denise sacó el documento que yo había escrito y lo colocó delante de él. —Pensé que querrías saberlo. ¿Recuerdas a todos esos hombres de los últimos días que decían que eran de la USGS? Trabajan para mí.
La cara de Agarwal se arrugó por la confusión mientras repasaba las ecuaciones. —¿Cómo podías tú haber... la ciencia… —su voz se silenció poco a poco al girar la página.
—Mi robot es útil para muchas cosas —dijo Denise con doble sentido.
Hey, eso era más o menos cierto.
Agarwal levantó la vista, su cara era un cuadro de dolor y traición. —Pero aunque te crea... y, Denise, vamos, esto es demasiado fantástico, pero aunque lo crea... ¿por qué? ¿Por qué querrías tú matar a millones de personas? Una erupción de este tamaño podría incluso causar un drástico cambio climático, barrer a la población entera. ¡Tú ni siquiera puedes matar arañas!
—En cuanto a tu primera objeción, la ciencia ficción sólo es ficción hasta que alguien descubre un modo de hacerlo. Tú lo sabes tan bien como yo —dijo Denise. Ella asintió hacia el documento en sus manos. —Sigue leyendo. En cuanto a tu segunda objeción…— tomó una profunda inhalación, y lo que yo estaba segura que era verdadera tristeza se reveló en su cara. Voy a vengarme. Por Dana, Adrian, Sanjay, Esther, Su Lin, y Jason. Y por Imogene Grant y Albert Lau.
Los rasgos de Agarwal se tensaron, aún más confuso y herido que furioso. —Tú puedes no… pero… —parpadeó bajando la vista de nuevo hacia el documento que tenía en sus manos, giró algunas páginas más.
Había empezado a ponerse pálido. —Creo que estás tirándote un farol —murmuró, pero su atención estaba en las matemáticas y las palabras carecían de su confianza creadora. —Aunque tú... aunque todo esto encaje, sería demasiado rápido. Pese a la ayuda de tu robot, ¿cómo lo has resuelto... y de dónde conseguiste todo el personal?
—Eso no es asunto tuyo —dijo Denise. —Todo ya está en movimiento. Pero estoy aquí para negociar. Lo detendré si aceptas mis condiciones.
Agarwal nos disparó una mirada, su boca se abrió levemente. Yo sentí un helado clavo vindicativo. Denise y Pilar habían tenido razón al jugar a lo grande... el hombre que siempre tenía un plan de contingencia no tenía uno para el fin del mundo.
—¿Estás dispuesto a correr el riesgo de que no sea un farol? —preguntó Denise. —¿O oirás mi proposición cara a cara?
Los ojos de Agarwal se fijaron en mí. —Obviamente has estado haciendo… bastante… trabajo ilegal,— dijo él, casi para sí mismo. Felicidades, Denise, te he subestimado. Una persona tan inocente. Resulta que eres tan ambiciosa como yo.
—Sí —dijo Denise.
El robot dejó el documento y se reclinó, estudiándonos mientras daba golpecitos en la mesa con los dedos.
—Te concederé esa reunión. Pero si no me gusta lo que tienes que decir, te mataré.
—Me parece bien —dijo Denise. —Moriré cuando el volcán explote de todas formas.
Agarwal entornó los ojos al mirarla, la incertidumbre tomaba control de los rasgos artificiales. Denise no apartó la mirada.
—Ven conmigo —dijo el robot.
Nos levantamos y le seguimos fuera del bar. El aire se había enfriado cuando habíamos llegado, pero ahora estaba helado, el mordaz viento atravesaba la chaqueta púrpura de Inspector. Yo tirité antes de recordar que se suponía que era un robot. Afortunadamente, Agarwal iba en cabeza y no lo vio. Nos condujo a un Jeep y nos invitó a entrar. Denise se sentó delante y yo subí detrás. Agarwal sacó una cajita negra de su bolsillo y la colocó sobre el salpicadero.
—Interfiere la frecuencia —declaró. —Sólo en caso de que estés planeando algo, o si te has hecho amiga de todos esos simpáticos policías que te persiguen. Siempre estaré un paso por delante, recuerda eso.
Bueno, Adiós a nuestro apoyo, a menos que Arthur y Malcolm pudieran seguirnos manualmente. Pero hasta el momento, Denise y Pilar tenían razón, a pesar de sus grandes palabras, Agarwal no parecía tener una solución para el apocalipsis. Era lo único que él no habría planeado, porque era imposible.
—No te tengo miedo —dijo Denise tranquilamente.
—Eso no parece sabio —dijo Agarwal. Las palabras habían vuelto a su cantinela burlona. —Aunque puedas hacer lo que dices. Yo he matado a un horroroso montón de gente, después de todo.él miró atrás hacia mí. —Aunque supongo que tienes guardaespaldas. ¿Qué le ha pasado en el brazo?
—Alguien me enfadó —dijo Denise.
Apreté la mandíbula, preguntándome si estaba yendo demasiado lejos, pero Agarwal no pareció notarlo. De hecho, parecía mirar a Denise con un poco más de respeto. Quizá ella sabía cómo manipularle. Conducimos durante largo tiempo. Como yo había esperado, Agarwal se dirigía al noroeste hacia la caldera, tomando sinuosas carreteras de montaña que probablemente se cubrían de nieve en minutos durante los meses de invierno. Aunque en aquel momento, las pendientes aún eran frondosas y espectaculares con lagos azules y majestuosas vistas de los pinos que se revelaban a cada lado del camino. La tarde no había avanzado mucho todavía, pero las montañas nos conducían dentro y fuera de las sombras, el sol se movía alternativamente, escondiéndose detrás de los picos. Mantuve con cuidado el rastro en mi cabeza de la distancia y dirección, nuestras coordenadas GPS pasaban cambiando en mi cabeza. El robot eventualmente giró sobre una pista cercada invisible a través de los bosques, el Jeep traqueteaba sobre las rocas y ramas mientras pasaba a través de los árboles. Se detuvo en la linde de un riachuelo y apagó el motor.
—Hemos llegado.
Todos salimos. El bosque estaba profundamente tranquilo para alguien acostumbrado a los sonidos de la ciudad... registré el murmullo de los árboles y el susurro de los insectos, pero comparado con Los Angeles, el silencio era tan completo que resultaba atronador. Tuve de pronto un presentimiento, como si Agarwal estuviera a punto de soltar una bomba junto encima de nosotras. Como si él creyera que íbamos a activar el volcán y era lo bastante vindicativo… si pensaba que podía detener la erupción por su cuenta… Pero el bosque permanecía impertubado.
—Es toda una excursión —dijo Agarwal. —Seguidme.
El crepúsculo se había atenuado sobre la pendiente y a Denise le costaba respirar para cuando Agarwal nos detuvo de nuevo. Él se agachó en el suelo del bosque, enterrando su mano a través de las agujas de pino y detritos natural y tiró. Se abrió una trampilla revelando una estrecha escalera que conducía a las profundidades de la montaña.
—Bienvenida a mi reino —dijo el robot Agarwal.—Después de ti. —hizo una reverencia, gesticulando expansivamente con una mano.
Denise me lanzó una mirada nerviosa, pero entró. Yo pasé después de ella, moviéndome hacia un lado, con la mitad de mi atención en Agarwal y la otra mitad hacia adelante. Nos esperó y cerró la puerta. Tuvimos un instante de oscuridad... mis sensaciones saltaron en alerta, las matemáticas perfilaron la escalera, Agarwal y Denise, incluso aunque no podía verlos... Unas luces parpadearon al encenderse e iluminaron unas escaleras de metal que bajaban, bajaban y bajaban dentro de la montaña.
—Sígueme —dijo Agarwal, pasando a nuestro lado.
La estrecha escalera llevó a un pequeño pasillo. Cuando le alcanzábamos, al parecer caminamos a través de un sensor, porque Agarwal se detuvo, se giró hacia Denise y dijo, —Por favor que tu robot se desarme.
Denise me miró con ojos de sorpresa. Yo saqué el Browning de Malcolm y lo puse en el suelo. Malcolm probablemente querría que se lo devolviera algún día. Aunque si Agarwal nos enterraba aquí abajo, él y Arthur nunca nos encontrarían ni a nosotras ni al arma. Continuábamos hasta que el robot Agarwal nos guió por una gruesa puerta de metal, una que se abrió con un clang que resonó por el pasillo. Cruzamos el umbral de una caverna enorme, medio desnuda de roca y medio llena de fantástica maquinaria. Estalactitas cristalinas bajaban frente a vastas torres de brazos robóticos e interfaces informáticos. Un número de robots antropomórficos rodeaban el perímetro del laboratorio subterráneo, algunos con forma de Agarwal y otros no, todos ellos con sus ojos sobre nosotras. Y en medio de la grandeza estaba la versión humana del mismo Vikash Agarwal, Liliana junto a él con su vestido de fiesta y brillantes zapatos negros, y un tipo de arma irreconocible muy grande en sus manos apuntando directamente hacia nosotras.
Nos detuvimos.
La mirada de Denise se movió hacia mí, y yo asentí levemente con la cabeza.
—Hola, Vikash —dijo Denise.
—Hola, Denise —dijo Agarwal. El robot que nos había conducido abajo había quedado en silencio e inerte. Supuse que la versión viva tenía que estar controlando a uno de sus clones para que se animara.
—Tengo una proposición para ti —dijo Denise. Su voz resonó en la espaciosa caverna.
—Estoy pensando en matarte —dijo Agarwal.
Denise se estremeció.
¡Por amor de Dios, no le dejes que te asuste!
Le eché una mala mirada, deseando que me entendiera, pero ella no estaba mirando hacia mí.
—Construí esto por diversión —dijo Agarwal, sujetando la absurdamente grande arma plateada.
Me recordaba a algo sacado de una de las películas de ciencia ficción de Inspector.
—Es un arma de rayos. Al menos, así es como me gusta llamarla. Soy un científico loco con un laboratorio secreto, así que pensé que necesitaba un arma de rayos. —sonrió con todos los dientes. —Tengo otra medida de seguridad apuntándote también, así que será mejor que tú y tu espectacular robot os quedéis justo donde estáis.
Nos nos movimos.
—Ahora —dijo Agarwal. —Creo que estabas a punto de ofrecerme algo.
Denise tragó. —Te ofrezco vivir.
—¿Y tu condición para eso?
—Vienes conmigo y te entregas a las autoridades. —Denise se lamió los labios y habló rápido. —Si ellos te encierran, serás lo bastante listo para escapar eventualmente, y volver a lo que sea que estás tramando. O destruyo todo tu trabajo. Junto con nosotros.
—No te creo —dijo Agarwal. —No creo todo eso del volcán. Estoy escaneando los sensores de la USGS. Creo que voy a descubrir si son sensores reales. Creo que has fingido una observación geológica y estás esperando que yo sea lo bastante cándido para caer en esto. Atrevido, admito.
—Viste las matemáticas —dijo Denise.
Agarwal frunció el ceño. —Teoría. Fascinante, admito, y una que estudiaré, gracias por eso. Pero la teoría está lejos de la aplicación práctica.
Dejé escapar una silenciosa respiración. Se había creído mi documento.
—¿Estás dispuesto a correr el riesgo? —preguntó Denise. —El reloj está contando. Agarwal entornó los ojos. —Mira los permisos ambientales. Contacta con la USGS si quieres —dijo Denise. —Todo se culminó en el último par de días. Si excavas lo bastante, todo se hará pedazos. ¿La observación es falsa? ¿Todo fue un montaje que nosotros preparamos?
—¿Nosotros? —Agarwal enfatizó la palabra alzando las cejas.
Denise dudó.
Has dicho demasiado, pensé mirando hacia ella. ¡Cállate, cállate!
Como si me hubiera oído, ella no respondió.
—Bueno, bueno, bueno —dijo Agarwal. —Las aguas tranquilas corren por el fondo. Tal vez no seas sólo una digna colega, sino una digna adversaria.
—Yo no era tu colega —dijo Denise tranquilamente. —Era tu supervisora.
Agarwal inclinó su cabeza, evaluando.
—Sé cómo funcionas —continuó Denise. —Sé que siempre tienes un plan. Sé que no puedo vencerte con un farol. Y sé que nada puede detenerte salvo el fin del mundo.
Liliana extendió la mano y tiró del dobladillo de la camisa de Agarwal. —¿Es ahora cuando matamos a toda la gente estúpida? —le preguntó.
Los ojos de Denise se agrandaron y un yunque de emoción me golpeó con tanta fuerza que me dejó mareada. Tuve que obligarme a no saltar hacia adelante y matar a Agarwal en ese mismo momento. Mis uñas se clavaron en mi palma izquierda, mi sangre manó caliente, zumbando en mis oídos y confié en que mi piel fuera lo bastante oscura para ocultar el rubor de creciente furia que sentía…
—Has rescrito sus axiomas éticos —dijo Denise, con un extraño temblor en su voz.
—Bueno, sí —dijo Agarwal. bajó la vista hacia Liliana. —No, querida mía. Este es el fin de nuestro mundo. Es uno diferente. Uno malo.
—¿Cuándo tendremos el nuestro? —dijo Liliana. —Quiero ayudar.
Se me cerró la garganta y saboreé bilis.
—Pronto —dijo Agarwal. —Muy pronto. Pero hoy no. —levantó su voz ligeramente. —Tengo una contraoferta.
—¿Cuál es? —consiguió decir Denise.
—Este lugar puede autodestruirse si detecta intrusos. Estoy seguro de que no quieres eso... más pérdidas de valiosas vidas humanas, como ves. Iré contigo, esta vez.. Incluso dejaré que el sistema de justicia decida si pueden encontrarme culpable, en su incompetencia suprema... bajo una condición. Dejas que exista este lugar. —se enderezó y la miró imperiosamente. —Porque tienes razón. De un modo y otro, seré libre eventualmente, y querré regresar a mi trabajo. —sus labios volvieron a su sonrisa angular. —Y sospecho que para entonces habré descubierto que estabas faroleando, y no serás capaz de detenerme. Pero cederé esta mano, Denise. Reverenciaré tu pericia en el póker. Si salvas mi trabajo. De científico a científica.
Yo ya no quería atraparle. Quería matarle. Pero él aceptaba entregarse, iba a entrar en nuestra trampa y Denise tenía que cerrarla. Pero ella lo pensó durante un momento con la cara pálida.
—Tengo todas las cartas —dijo ella.
Agarwal parpadeó, aparentemente sorprendido por la respuesta y, luego, su cara pasó a una mueca infeliz. —Venga ya. Aunque no estuvieras faroleando, ¿te matarás a ti misma? ¿Y destruirías toda esta tecnología? ¿Nuestra obra, tu robot, todo lo que he hecho aquí...? ¿Puedes acabar con todo eso?
Ella vaciló un instante antes de decir, —Aceptaré tu condición. —había mantenido el gambito hasta el mismo final.
Ella sabía cómo jugar con él. Y era mucho, mucho mejor en ello que yo. Pero a mí no me importaba lo que ella le había prometido. Al infierno con las medidas de seguridad de Agarwal, yo iba a encontrar un modo de volver a entrar para rescatar a Liliana, y Denise iba a repararla. Una vez que Agarwal estuviera bajo custodia, tendría tiempo de sobra para descubrir un modo.
—Baja el arma —dijo Denise. —Y deja que mi robot te ate. Cuando estemos fuera de alcance de tu seguridad, deshabilitaré la cuenta atrás.
Agarwal plegó los labios y pensé durante un momento que su orgullo sacaría lo mejor de él, que él no podría rendirse aunque hubiera dicho que lo haría. Pero dejó su ridículamente grande pistola de rayos sobre un mostrador cercano, tecleó algo en una de las interfaces y levantó las manos.
—Tu ganas este asalto, Denise. —dijo con una leve sonrisa.
El aire retumbó. El sonido comenzó bajo, casi inaudible. Pero antes de que cualquiera de nosotras hubiera hecho más que levantar la vista, atónitas, aquello emergió, más rápido y cada vez más sonoro, como el rugido de la carga de un tren... el suelo empezó a vibrar... Denise se giró rápidamente hacia mí, consternada, y Agarwal trató de gritar algo, pero la tierra lo interrumpió al combarse bajo nuestros pies. Corrí a por Denise y la atrapé antes de que se rompiera la cabeza contra la pared. El suelo estaba emergiendo como algo vivo, el equipo de Agarwal y los mostradores de laboratorio se rasgaban y doblaban. El mismo Agarwal se había caído al suelo y trataba de ponerse de pie mientras Liliana se aferraba a un pilar de apoyo. Los variados clones robots de Agarwal se esparcieron inertes, los otros robots intentaban mantener el equilibrio con el impacto y la confusión en sus rasgos artificiales. Las paredes de la caverna estaban cayendo hacia dentro, el metal se arrugaba y chillaba con un enorme rugido reverberando en nuestros cráneos... Mi cerebro sopesó cada una de las conclusiones incorrectas desde el primer instante. Agarwal había dijo que había otras medidas de seguridad, pero no estaban funcionando bien, ¿estaban destruyendo su laboratorio? Y nosotros sólo habíamos plantado sensores explosivos falsos, no reales, no podían ser ellos... y luego recordé los mapas de topografía, los estudios sísmicos, las coordenadas en las que estábamos, y la verdad me impactó, terrorífica y absoluta. Agarwal, el genio, había construido su base subterránea justo sobre una línea de falla.
Mierda,
Los números que Inspector me había mostrado... la caldera era una zona de actividad tectónica. Aquello era un terremoto... de los grandes... de los fuertes... y estábamos bajo tierra... El suelo se combó y saltó de nuevo. Agarré a Denise en un abrazo a una mano y protegí su cuerpo mientras nos deslizábamos contra la roca. Pedazos de equipo y piedra se desprendían y caían... uno de los robots gritó, pero el sonido fue ahogado por una roca desde el techo cuando lo aplastó. Agarwal consiguió ponerse de pie con la ayuda de un mostrador de laboratorio inclinado, y se giró hacia nosotras con sus rasgos encogidos por el odio.
—¡Dijiste que lo habías detenido! —aulló a Denise. —¡Dijiste que si me iba contigo lo pararías!
Sentí que Denise respiraba hondo y trataba de hablar, pero en ese momento la montaña se dobló de nuevo, rompiendo mi agarre y lanzándonos a ambas al suelo varios metros. Yo luché por ponerme en pie y arrastrarme hacia ella. Denise estaba tosiendo, el viento la mantenía en el suelo. Agarwal fue a buscar su llamada pistola de rayos mientras esta resbalaba por el sesgado mostrador.
—¡Es un terremoto! —le grité a él, abandonando el papel. —¡Sólo es un terremoto!
Pero él o no podía oírme o no quería, y se giró hacia Denise con los ojos llenos de odio, enfurecido por su traición. Cuando levantó la ridícula pistola y apretó el gatillo, la electricidad emitió un arco como un relámpago viviente, hermoso y tan espectacular como letal. Denise, aún luchando por buscar un agarre en el suelo, lo vio venir y tuvo tiempo de que toda su cara quedara rígida por el terror. Justo en ese instante, cuando Agarwal se giraba y disparaba, en un sonido que yo no registraría hasta mucho tiempo después, Liliana gritó, —¡Mami! ¡No! —y se lanzó hacia adelante entre ellos con los brazos abiertos y su cara retorcida y asustada. El fuego azul del arma de rayos la iluminó como un halo, suspendiendo su tiempo y espacio. Su luz cayó sobre ella y la expresión de Agarwal se tornó en puro horror. Ella se desplomó en el suelo. Ennegrecida. Inerte. El agrio olor de silicona quemada me apuñaló los sentidos de forma más abrumadora que el trueno de la caverna que colapsaba, los gritos de los otros robots, o el grito de culpabilidad y negación de Agarwal.
Reuní cada pedacito de matemáticas que pude, encontré un jirón de agarre para impulsarme y me lancé hacia Agarwal. Le plaqué hacia atrás contra una desmoronante pared de equipo. Su enorme arma voló lejos de sus manos cuando chocamos con el suelo. Conseguí que la cubierta de mi brazo derecho se llevara el impulso de la caída, metal contra metal. La tierra subió de nuevo y Agarwal se apartó arrastrándose, pataleando por el suelo en busca de la puerta con la velocidad de un animal en pánico. Si pensaba que el volcán iba a estallar, yo no entendía cómo el tipo pensaba que podría escapar... tal vez confiaba en que la erupción tuviera un tiempo delta, alguna cantidad de actividad sísmica antes que la irrupción final a través de la corteza nos extinguiera a todos. O quizá ya no estaba pensando en absoluto. Me lancé hacia el pasillo tras él, las matemáticas cambiaban tan rápido que podía rastrearlo mientras las paredes y el suelo no decidieran dejar de estar donde pensaba que estaban. El corredor entero se movió un metro hacia la derecha y la pared me golpeó en el hombro. Me puse de pie de nuevo. Debería haber estado tratando de rescatar a Denise. Haber intentado sacarnos de allí vivas. En vez de eso, me zambullí tras Agarwal, el suelo me catapultaba alternativamente hacia adelante y me hacía caer. Estábamos aproximadamente en la escalera cuando le alcancé. Le plaqué de nuevo y esta vez se golpeó la cabeza contra la pared cuando nos veníamos abajo. Sin perder un segundo. Aplasté mi brazo metálico contra su sien. Se derrumbó mientras sangraba y su cuerpo se retorcía de dolor. Los temblores de tierra estaban disminuyendo, no de forma obvia, pero yo podía verlo en las matemáticas. Uno me derribó de nuevo. Mi cadera resbaló por un borde afilado que me perforó la piel y me magulló hasta el hueso. El dolor me mareó por un instante y luego noté que había caído sobre el arma de Malcolm, el pequeño y pulcro Browning que había abandonado en el pasillo. Lo recogí con la mano izquierda. Agarwal estaba tiritando en el suelo, su indómito pelo se había manchado de rojo. Le pateé en la cara. Su nariz crujió al romperse. Intentó gritar, pero se ahogaba en su propia sangre. Me levanté, mi cuerpo golpeó contra la pared cuando la tierra me empujó una vez más. Luego me acerqué, puse una bota sobre el cuello de Agarwal y le apunté con la Browning al cráneo.
—Maté a la última persona que vi asesinar a un crío —le dije.
Él emitió un lamento. El temblor cedió con un último murmullo, alto y al mismo tiempo más sentido que oído, cuando la tierra se tranquilizó.
Yo no pensaba que Agarwal fuera consciente de mi presencia. Mi dedo descansaba suavemente en el gatillo y mi tacón sobre su garganta.
Sería tan fácil. Me haría sentir tan bien.
Él y Denise tenían razón en que él sería capaz de escapar de la prisión. Señalarlo habían sido parte del regateo para su rendición, pero en verdad, él era lo bastante inteligente y escaparía, y habría hecho daño a la gente de nuevo, mataría gente de nuevo, destruiría vidas humanas con su tecnología y lo haría con su burlona, demente y sociopática sonrisa. Y nosotros seríamos entonces sus objetivos. Tendría motivos para ir a por Denise y después a por nosotros.
Matarle era el acto inteligente. Matarle era el acto correcto.
Si le permitía vivir, podría estar firmando nuestras propias sentencias de muerte.
Subí de vuelta al laboratorio, mis ojos buscaron por la agrietada estructura mientras medía las matemáticas de cualquier peligro de derrumbamiento y encontré a Denise arrodillada junto a los restos de Liliana. No había estado bien que la hubiera abandonado antes, pero yo no conservaba ninguna emoción de culpabilidad.
—¿Estás herida? —le pregunté.
Ella negó con la cabeza. Se abrazaba a sí misma con expresión indescifrable.
—Vikash. ¿Has...? ¿Él...? —dijo.
—Está bajo custodia —dije brevemente.
Debería haberle matado.
—Le dejé con Arthur y Malcolm.
Ella respiró hondo, estremecida. Me agaché junto a ella, junto al pequeño cuerpo chamuscado de Liliana. El vestido de fiesta azul estaba manchado de negro ahora, medio hecho cenizas.
Sentí que debería comprobar...
¿Comprobar qué?, ¿cómo?
No lo sabía... pero mis dedos se apartaron antes de tocarla.
—¿Está muerta? —le dije.
Denise no respondió. Sus manos eran puños sobre su vestimenta, su cuerpo anudado por la tensión, sus ojos sin foco.
—Denise. —dije y ella retrocedió.
—Nunca estuvo viva —dijo llanamente. —Tú sabes que nunca estuvo viva.
Quise darle un guantazo.
—Aún dices eso después de que te salvara... después de que se sacrificara... ya viste lo que hizo. ¡Sé que lo viste!
Denise respiró hondo, muy deliberadamente. —Ella me veía como una madre. Nosotros le dijimos que lo hiciera, la programamos para ello... le enseñamos a fingir amor...
—¿Cómo puedes decir eso? —grité. —¿Cómo puedes no estar triste?
Sus ojos se encendieron con furia, el primer signo de energía que yo había visto desde que bajamos allí.
—¡Por supuesto que...! Ella fue una década de mi vida y un año de estudio de comportam... ¡por supuesto que me importa! Pero si piensas que esto se compara en lo más mínimo a la pérdida de un hijo... —se apartó abruptamente.
—¿Se puede reparar? —pregunté tranquilamente.
Denise me daba la espalda y su voz era un susurro. —Se podría construir otro. Pero los procesos de aprendizaje y el estado de corriente habrían desaparecido.
En otras palabras, la nueva Liliana sería una pizarra en blanco, sin memoria de su padre y sin afecto por él, real o imitado. La hija de Noah Warren estaba muerta. Una parte de mí pensaba que él sería más feliz si nunca despertara para oír la noticia.
♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦
Todos los clones de Agarwal estaban inertes, pero algunos de sus robots modelo Liliana aún se movían, confusos y asustados. Denise trató de hallar una interfaz para apagarlos, pero las pantallas que aún funcionaban estaban bloqueadas y demasiado agrietadas para funcionar. Saber que los robots podrían haber sido programados para atacar a cualquiera que bajara más tarde hizo que no nos arriesgáramos a dejarles aquí aún animados. Les disparé a todos en la cabeza. Los cuerpos demasiado humanos cayeron uno a uno con la sorpresa y el miedo en sus rostros. El último intentó huir, pero mi puntería era demasiado buena. Denise se dio la vuelta, incapaz de mirar.
—Tú eras la que decía que no estaban vivos —le dije con tono burlón.
Ella no respondió. Al parecer, las medidas de seguridad de Agarwal o se habían destrozado durante el temblor o él había planeado reactivarlas antes de marcharse. Denise y yo volvimos al pasillo, esquivando escombros y pedazos de roca, y escalamos una escalera metal retorcida sobre sí misma hasta que empujamos la trampilla para salir al aroma de pino nocturno.
Arthur estaba esperando. —Ya me estaba preocupando —nos dijo con alivio. —Pensé que el techo podría haberse caído sobre vosotras.
Yo no le había permitido entrar por si había un colapso estructural secundario.
—No —dije. —Sólo nos hemos ocupado de los robots. ¿Todo bien aquí arriba?
—Agarwal está atado y durmiendo, pero tu colega francotirador aún no le quita el arma de encima. No es un tipo muy confiado.
—Bien —le dije.
—¿Estáis bien?
—Sí —le dije. Denise asintió. —Ve con Arthur,le pedí a ella, no del todo amable. Me giré hacia él. —¿Puedes ocuparte de esta parte, no? Acompañarla, ponerla en contacto con un abogado, asegurarte de que haya un caso contra Agarwal para que ella tenga la opción de regatear.
—Claro —dijo Arthur.
Probablemente, él ya había asumido que esa sería la acción a seguir.
—Asegúrate que los polis no subestimen a Agarwal —le dije. —Lo harán, pero que no les caiga sobre las cabezas.
—Entendido. —él puso una mano protectora en el codo de Denise y añadió, —Estamos lejos de la civilización. Deja que te llevemos, al menos.
—No. —respondí.
No me apetecía compañía humana en ese momento. El alba estaba rompiendo cuando llegué a LA, aunque los días eran ya demasiado cálidos y prometían una tarde de verano sofocante. Dejé en la cuneta el coche que había robado en Mammoth y me fui a uno de mis escondites. Cuando me derrumbé en la cama, dormí durante catorce horas.
Desperté cuando la noche había caído de nuevo, aunque mi piel estaba empapada en sudor y me picaba bajo la escayola metálica. La ciudad aún estaba demasiado caliente para ser confortable. La urgencia de encontrar una copa me estaba dominando como una necesidad profunda y forzosa, pero yo aún tenía cabos sueltos que atar en todo aquel extraño trabajo...
Tenía que comprobar con Arthur que Agarwal estaba a salvo en custodia policial y que Denise no estaba siendo aplastada por el sistema. También averiguar por Inspector si aún éramos fugitivos de la ley. Y conseguir una actualización sobre el estado de Warren. En este último caso, yo no sabía si quería buenas o malas noticias.
Conduje hasta la casa de Inspector. La luz aún estaba encendida en la Guarida. Abría la puerta sin llamar.
—Hey, yo... oh Dios mío, tu aspecto es terrible. ¿Estás tas bien? Arthur no...
—Está muerta.
No me había dado cuenta de que necesitara tanto decir las palabras hasta que ya las había escupido, ásperas y acusatorias.
—¿Qué... quién?
—Liliana —dije. —Sacrificó su vida para salvar a su madre.
—Oh, uh... ya, Arthur me lo ha contado...
—Sé que pensabas que no era una persona real, pero para Warren lo era.
Mi voz sonó fría. Una parte de mi sabía que aquello no era culpa de Inspector, pero yo no podía parar. —Y ha perdido a su hija. De nuevo.
—Espera un min...
—Aunque la reconstruyamos, Es imposible que cada minuto experimentado sea el mismo e incluso si pudiéramos, es imposible que pudiéramos hacer coincidir la distribución de probabilidad de cada lanzamiento de moneda para asegurar el aprendizaje exacto...
—¡Cas!
—¡Lo que significa que ella ha desaparecido! ¡Era única! ¡Y no sé, tal vez eso hacía que estuviera viva como todo lo demás! No podemos saber si era autoconsciente, así que...¿cuál es la diferencia, realmente? ¿Qué hace su muerte menos trágica? ¡Dime!
—¡Hice una copia de seguridad de ella! —gritó Inspector.
Traté de hablar, pero mi cerebro no se conectaba con mi boca correctamente. Mi lengua hizo un sonido estertórico.
—Gracias, Inspector, ¡qué brillante y precavido eres!. Eso es lo que estás intentando decir, ¿verdad?
—Tú... ¿la copiaste?
—Sí.
—¿Todo? ¿Todo lo que la hacía ser quien era?
—Si te refieres a todas sus variables de estado, sí. Esencialmente, he hecho una imagen de ella.
—¿Por qué no lo mencionaste nunca?
—¡Perdón... lo siento! ¡Es que, no creía que había funcionado! Denise pensaba que era imposible... ellos nunca habían sido capaces de hacerlo con éxito: por eso no podíamos duplicarla en primer lugar cuando hablamos con Arkacite. Pero, ¿sabes?, mis especialidades son muy parecidas a las de Denise y si hay algo que se me da bien es resolver problemas de tasa de trasferencia de bits. Sólo que no creí que en realidad había funcionado en aquel momento... pero lo comprobé en la nube cuando volví de el Mammoth, desde, bueno, ya sabes, y no las tenía todas conmigo, pero resultó...
—¿Cuándo? ¿Cuándo lo hiciste?
—Cuando intentábamos averiguar cómo escribir el programa de reconocimiento de robots. Al cual aún necesito que le eches un vistazo, por cierto.
—Así que ella volverá a ese momento.
—Sí, Si es que reconstruimos de nuevo un cuerpo, que por tu reacción sólo puedo asumir que haremos. Ella será como era en aquel instante y luego seguirá aprendiendo a partir de ahí.
—Hiciste una copia de ella —repetí, atónita.
—Que sí, Cas.
—Podemos reconstruirla.
Las palabras parecían desconectadas de la realidad. Alienígenas. Absurdas, mi cerebro no estaba seguro de si saltar de emoción o encogerse por haber sido vapuleado. ¿Aquello implicaba que su pérdida podía haber acabado siendo completamente insignificante?
—Podemos reconstruir tantas de ellas como queramos. —respondió Inspector.—¿Crees que a Warren le gustaría tener algunas hija extra? Más es mejor, ¿no? Incluso podíamos copiarla en diferentes modelos. ¿Sería eso muy extraño?
—Creo… creo que con una bastará.
Me apoyé en la puerta, tratando de procesarlo.
—¿Estás bien?
—Sí. —La palabra empezaba a cambiar de sentido. Tuvo sentido de nuevo. —Sí.
Podemos reconstruirla. Eso era todo lo que importaba. ¿Qué más daban las preguntas existenciales? Esas podían esperar. La esquina de mi boca se inclinó involuntariamente hacia una sonrisa.
—Hay más buenas noticias, si es que puedes manejarlas. —dijo Inspector. —Noah Warren salió del coma... aún está en el hospital indefinidamente, pero va a estar bien. Por supuesto, está bajo arresto, pero Arthur le ha conseguido un buen abogado y, considerando las circunstancias, probablemente pueda salir con pocos cargos. Hablando de los contactos del abogado de Arthur, Pilar ya está libre... no queda nadie de Arkacite que presente cargos y el testimonio de Denise absuelve a Pilar de toda implicación con los robots. Aún no sabemos cómo le irá a Denise, pero las autoridades parecen bastante emocionadas de que ella pueda entregarles la cabeza de Agarwal sobre una bandeja.
—¿Él va a responder por todos los homicidios?
—Eso parece. Salvaron bastantes de los robots que hicieron la matanza en Arkacite para que Denise recuperara la mayoría de la programación, y estoy seguro que la montaña del cubil Agarwal proporcionará más evidencias una vez sea seguro entrar y pueden hacer que Denise peine el código. Parece que el gobierno está cargando públicamente a Agarwal de todo, de hecho, lo cual es fantástico... si la gente puede señalar a un villano humano, ya no estarán clamando contra las IA aunque, por supuesto, aún habrá alguna tendencia anticiencia por todo esto. Aunque Arthur…
—¿Arthur qué? —pregunté.
Se aclaró la garganta. —Consiguió que Mama Lorenzo inclinara algunas compañías de media con las que tienen influencia, y en particular sobre Reuben McCabe, entre todas las personas. La compulsión es ella como vocal en una reacción contra la gente anti-IA. Arthur le dijo que era un, uh, un favor que ella me hacía. —se inquietó ligeramente.
—Eso es bueno, ¿sabes? —le dije. —Como dijo Malcolm. Si ella siente que te debe una, podría ser más peligroso. Ahora se puede olvidar de que existes.
—Pues tengo muchas, muchas esperanzas en que eso ocurra —dijo Inspector fervientemente.
Conduje de regreso al Mammoth esa noche y me colé por el precinto policial para recuperar una batería de plutonio de uno de los robots que había ejecutado. Para mi fortuna, conseguí extraer una que aún estaba intacta. Puesto que Denise estaba en custodia del gobierno, rastreé a Okuda al día siguiente (ella había conseguido evitar el aviso del FBI y desaparecer de vuelta a Japón con su gente en cuanto salió del hospital) e hice que comisionara a Funaki la construcción de una nueva versión del cuerpo de Liliana. Ellos ya tenían todas las especificaciones, después de todo, el primer robot que habían construido se parecía a Liliana precisamente porque era más sencillo trabajar con los planos robados de Arkacite.
Al principio se negaron, pero largas de suma de dinero son útiles erosionando objeciones. Por suerte, amasar dinero en metálico siempre había sido parte de mi MO.
Por supuesto, todo aquello significaba que perdería una ridícula cantidad en el caso de Warren. Nunca había terminado en números rojos después de un trabajo. Supongo que decidí ir a lo grande en mi primera vez. Le dije a Arthur que no le debería un regalo navideño nunca más.
Al menos había sacado un poco con las baterías. Aún cuando se lo había dado todo a Cheryl.
Esperamos para activar el clon de Liliana hasta que Warren saliera del hospital. Su programación no era consciente de nada de lo sucedido y nosotros no se lo contamos. Tampoco le dijimos a Warren lo que había ocurrido, sólo que ella había tenido un problemilla de memoria que Denise había arreglado antes de entregarse a la policía. Le habían retirado los cargos a Warren por el mismo motivo que Pilar. Ignorábamos que se le incluía en la lista de testigos en algunos casos pendientes y contraté a Tegan para falsificar algunos buenos pasaportes para él y Liliana. Luego los monté en un avión que salía del país.
—Estás siendo muy generosa, Cas Russell —se burló Inspector.
—Las autoridades descubrirían quien era ella eventualmente —le dije. —Y sabes que vendrían a por ella Y puede que él sea un mal pagador incompetente, pero ella solo es una niña.
Me lanzó una mirada medida, pero no me corrigió.
Inspector y yo fuimos a despedirnos. Liliana apareció muy formal y nos estrechó la mano... bueno, a mí me estrechó la izquierda, dado que mi brazo derecho aún estaba en un cabestrillo.
—Gracias por ayudarnos —dijo ella a cada uno con perfecto contacto ocular. La entonación era exactamente la misma de siempre.
—Sí —añadió Warren. —Gracias.
Su gratitud era sincera, pero me gustó más la de ella.
—No lo hice por ti —le dije a Warren.
Él asintió. Yo sabía que a él no le importaba.
—Papi dice que tenemos que irnos —chispeó Liliana. —Adiós
—Adiós —dije.
Warren extendió el brazo y la cogió de la mano. Liliana levantó la mirada hacia él con su cara radiante de felicidad infantil.
Se alejaron caminando por la calle hacia la furgoneta blanca que les esperaba en la esquina. Warren ayudó gentilmente a su hija a subir y entró detrás de ella. La furgoneta se alejó poco a poco.
—Me preguntó qué clase de vida tendrán ahora —murmuró Inspector.
—No lo sé —le dije. —Pero supongo que lo descubrirán pronto.
Yo tenía unas reuniones con clientes, así que podía saltar a mi siguiente trabajo, pero no las había programado para hasta esa noche. Regresé al apartamento que estaba usando sintiéndome extrañamente bien por cómo había resultado aquel caso, para encontrar a un alto hombre asiático en un largo abrigo pardo apoyado junto a la puerta.
—Oh —dije. —No sabía que estabas en la ciudad. Hola.
—¿Quieres morder algo? —preguntó Río.
—Claro.
Volvimos a la calle, donde conduje el camino a una cafetería cercana con asientos de terraza. El abrigo de Río le destacaba entre los Angelenos aún vestidos para la continua ola de calor, pero él no prestaba atención. Probablemente prefería sus capacidades de ocultamiento de armas a su comodidad.
Nos sentamos a una mesa con un poco de café helado y pastas genéricas, lejos de los otros clientes. Apenas había visto a Río un par de veces en el pasado año, desde que me había salvado la vida y la cordura después de lo de Dawna Polk y luego se había negado a decirme por qué.
—¿Aún mantienes tu promesa a Dawna? —pregunté.
—Sí —me dijo. —Estoy seguro de que lo sabrías en caso contrario
Porque ella vendría a por mí. Ella había acordado ignorarme sólo porque él había dejado a un lado su guerra privada contra ella.
Yo no tenía muy claro si estaba más furiosa con Río por intentar protegerme o más aterrorizada de lo que pasaría si dejaba de hacerlo.
—He oído que ha habido algo de acción en Los Angeles —dijo Río mirando brevemente mi brazo roto.
Suspiré y cambié de tema. —Sí. Estuvimos en mitad de todo
Alzó una ceja. —¿Estuvimos?
—Oh —dije. —Te acuerdas de Arthur y de Inspector, ¿verdad?
—Me acuerdo. —su tono era totalmente neutral.
—No son mala gente —protesté.
—No lo dudo.
—Y son buenos investigando. Inteligentes. Ya sabes, competentes. O sea, no a tu nivel, pero…
Río inclinó la cabeza, estudiándome —Parece que has hecho amigos.
No estaba segura de por qué, pero sentí que me ruborizaba. —No lo hice a propósito.
—No, es… bueno,— dijo Río, como si las palabras no encajaran bien en su boca. Eso me han dicho.
Tragué. —Sí. Está bien.
—Pareces bien.
—Sí —dije. —Supongo que sí.
Me dio un leve asentimiento que decía: Bueno, entonces todo va bien, y se levantó, buscando en su abrigo para sacar algunos billetes de moneda americana. Los lanzó sobre la mesa junto a su comida intacta.
—Espera —le dije.
Se detuvo.
Yo puse empeño, pero las palabras no salían. Literalmente. —Ayúdame con esto —le gruñí.
No estaba segura si yo esperaba que lo entendiera, pero lo hizo.
—Quieres preguntarme sobre Pítica.
—No puedo ni negar ni confirmar esa afirmación. —la prohibición mental de Dawna me pegaba la lengua al paladar.
—Deja de luchar, Cas. Es mejor así.
Se encendió en mí en viejo resentimiento contra él.
—¿Y me lo dices tú?
—Por favor. Olvídalo.
¿Por favor? Río nunca decía por favor.
—Hay otro zapato —dije por fin.
Río alzó una ceja —¿Perdón?
—El dicho, sobre dejar caer otro zapato. Pítica no ha terminado con nosotros. Va a ver otro zapato.
—Tal vez —dijo Río. —Si sucede, nos encargaremos de ello.
—Querrás decir que tú te encargarás de ello. —le dije.
Inclinó la cabeza diciendo: Bueno, así es.
—No me ayudas dejándome en la oscuridad.
—Si es así, eso queda entre Dios y yo —dijo Río con calma.
—¿No tengo voz ni voto?
La mirada de Río era penetrante. —No.
Sentí un escalofrío incluso con el calor del día de la California del Sur. Era tan fácil de olvidar, a veces: a Río yo no le importaba personalmente y nunca le importaría, no de un modo más allá de los requisitos abstractos de su religión.
El recordatorio fue incómodo de un modo que nunca había sentido antes. No sabía por qué. Conocía a Río desde hacía años y él nunca había fingido ser mi amigo.
—Cuídate, Cas —dijo Río y se alejó caminando con su abrigo ondulando tras él.
Me hundí en mi asiento y me quedé mirando nuestras pastas intactas. Una copa vendría bien, pero quedaba fuera de la cuestión debido a las reuniones con los clientes. Tenía algunas horas libres, un humor súbitamente desinflado y nada que hacer.
Pensé en volver a mi piso y leer algunos documentos sobre procesamiento de lenguaje natural. Pero acabé en la oficina de Arthur, frente a una bonita puerta rotulada en una bonita parte de la ciudad. Llamé preguntándome si estaría allí.
La puerta se abrió vertiendo unas risas.
—¡Russell! —dijo Arthur con el deleite iluminando sus rasgos. —Entra.
Entré. Inspector también estaba allí, sonriendo, y Pilar estaba posada en una de las sillas de la oficina con los pies bajo sus piernas cruzadas. Todos parecían relajados.
Felices.
—He oído que ayudaste a un cierto padre saltarse las responsabilidades legales esta mañana —me dijo Arthur, pero sonaba más divertido que desaprobador.
—¿No te molesta? —le dije.
Se encogió de hombros. —Para los papas hay excepciones.
Para las niñas hay excepciones.
Me acerqué para sentarme sobre la mesa del escritorio.
—¿Crees que volveremos a oír algo de ellos alguna vez?
—No si Warren tiene el menor iota de sentido común —dijo Inspector. —Mejor si permanece lejos de los Estados Unidos.
—¿Va a hacer Funaki más robots? —preguntó Pilar. —Aún pueden venderlos en Japón o algo así, ¿no? —
—Eh, aunque lo hagan, sospecho que Proceda con Cuidado será un mantra —respondió Inspector. —No esperan que la mala prensa se extienda hasta el nivel de la supervillanía, después de todo. Supongo que no querrán tirar de esa manta, ni siquiera a un océano de distancia.
Pilar arrugó la nariz. —Robots que se parecen a las personas. Quién lo diría.
—Casi ridículo —coincidió Arthur.
—Bienvenidos al futuro —dijo Inspector. —El último siglo sonaba ridículo hablar de seres humanos andando por la Luna. Y antes de eso sonaba ridículo hablar de volar hasta la otra parte del mundo en grandes máquinas de metal. Y antes de eso...
—Sí, se puede imprimir un rifle de asalto en una impresora 3D hoy en día —le dije. —¿Qué tal eso por vivir en el futuro? Por supuesto, normalmente es más sencillo robar uno.
Inspector se pasó una mano por los ojos. —Tú no eres normal.
Pilar dio una carcajada.
Después del café con Río, bromear era tan reconfortante como molesto. Me encontré queriendo decir algo significativo, pero no tenía ni idea de qué.
Me aclaré la garganta. —Hey. Arthur. Ochenta y ocho días y contando.
Me sonrió como un padre orgulloso y un calorcito se extendió por mi pecho mientras me acomodaba sobre su escritorio y escuchaba a Inspector y a Pilar discutir sobre si deberían incluir una impresora 3D para la oficina.
Quizá otro zapato estaba en camino. Pero en aquel momento, las cosas iban bastante bien.
Cas Russell regresará en:
RAÍZ DE LA UNIDAD
Gracias Por Leerme.
Y si te estás preguntando en qué anda Río durante los eventos de este libro, comprueba el relato: RIO ADOPTS A PUPPY, disponible en enero de 2015. Otro relato sobre Cas que tiene lugar después de Vida Media y antes de Raíz de la Unidad es LADIES DAY OUT.
Muchísimas gracias:
A mi hermana, siempre y para siempre. Sin duda: no estaría haciendo esto sin ti. Simplemente estaría vagando por ahí interminablemente como un calamar sin dirección, lanzando mi tinta en el abismo de un caos sin sentido.
A el Barnyard, por todo. Ya no puedo imaginar lo que sería escribir sin ti en mi vida. No sé donde estaría esta serie sin ti ni donde estaría yo. Probablemente dándome contra las paredes en alguna parte y desclavando mi cara de ellas.
A mis intrépidos y fantásticos lectores beta: Bu Zhidao, Jesse Sutanto, Elaine Aliment, Kevan O’Meara, Tilly Latimer y Layla Lawlor. Mejorásteis este libro drásticamente. Sois increíbles. Soy plenamente consciente de lo afortunada que soy de teneros. Quiero empezar una religión donde vosotros seáis las deidades.
A mi diseñadora de portada, Najla Qamber y a mi editora, Anna Genoese. El hecho de que haya podido trabajar con personas como vosotras, que sois tan increíbles en lo que hacéis y que tenéis tan asombroso nivel de talento y competencia, me da vértigo. Me dejáis por los suelos. Gracias, mil veces gracias.
A David Wilson, por una vez más invertir tu precioso tiempo y habilidad comprobando los diálogos por mí. No sé cómo consigues ser una persona tan seriamente impresionante, pero lo consigues. El hecho de que eligieras mantener correspondencia conmigo es sinceramente halagador.
A la comunidad de Absolute Write, por vuestra continua paciencia, vuestra profundidad de conocimiento, vuestras propuestas de ideas y ayuda crítica, y el absolutamente reconfortante entusiasmo que todos expresáis en vuestro apoyo hacia mí. Nunca creí que escribir incluyera tal infinidad de buenos deseos y apoyo.
Por fin: a mis amigos y familia que tienen que tolerar mis tendencias trabajólicas, me ayudaron con las pruebas de lectura, respondieron a mis preguntas y creyeron consistentemente en esta serie incluso más que yo. No os merezco. Y no puedo exagerar lo agradecida que estoy con todos vosotros.