Créditos

    Titulo: Dragón estelar (2ª Edición)

    Autor: Mike Brotherton (mikebrotherton.com)

    Copyright © 2018-2023 Mike Brotherton (CC-BY-NC-SA, algunos derechos reservados)

    Versión gratuita. Prohibida su venta.

_______________

    Traducción, edición y portada: Artifacs, septiembre 2023.

    Imágenes de portada tomadas de Max Pixel bajo licencia CC0.

    Ebook republicado en Artifacs Libros en septiembre 2023

_____oOo_____

    Titulo original: Star Dragon

    Copyright © 2003 Mike Brotherton (CC-BY-NC-ND, algunos derechos reservados)

    Texto en inglés publicado en mikebrotherton.com

_______________

Licencia Creative Commons

    Muchísimas gracias a Mike Brotherton por autorizar esta traducción y por compartir Dragón estelar bajo Licencia CC-BY-NC-SA 4.0 https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/legalcode.es

Thank you so much, Mr. Brotherton, for making this translation possible. Hope you like it.

    Si quieres hacer una obra derivada, por favor, incluye el texto de la sección de Créditos de este eBook.

Licencia CC-BY-NC-SA

    

    Esto es un resumen inteligible para humanos (y no un sustituto) de la licencia, disponible en castellano.

    Advertencia:

Usted es libre de:

    • Compartir: copiar y redistribuir el material en cualquier medio o formato.

    • Adaptar: remezclar, transformar y crear a partir del material.

    • El licenciador no puede revocar estas libertades mientras cumpla con los términos de la licencia.

Bajo las condiciones siguientes:

    • Reconocimiento: Debe reconocer adecuadamente la autoría, proporcionar un enlace a la licencia e indicar si se han realizado cambios. Puede hacerlo de cualquier manera razonable, pero no de una manera que sugiera que tiene el apoyo del licenciador o lo recibe por el uso que hace.

    • No Comercial: No puede utilizar el material para una finalidad comercial.

    • Compartir Igual: Si remezcla, transforma o crea a partir del material, deberá difundir sus contribuciones bajo la misma licencia que el original.

    • No hay restricciones adicionales: No puede aplicar términos legales o medidas tecnológicas que legalmente restrinjan realizar aquello que la licencia permite.

Sobre el autor

PARTE 1

Una Misión de Quinientos Años

Capítulo 1

    Un viaje de mil millas empieza con un solo paso.

    A diferencia de los visitantes primerizos que entraban en la sede mundial de Biotorno, el Dr. Samuel Fisher no hacía una pausa en el aire lleno de humedad que se movía entre los umbrales del edificio como un aliento. Más bien, aceleraba el paso lanzando los hombros hacia adelante, sus pies en sus velocibotas se movían deprisa para prevenir cualquier caída y se hundían en el alfombrado de felpa rosa con cada paso. A pesar de la, aparentemente obligatoria, iluminación ambiental de diamante y oro de los edificios corporativos, este vestíbulo latía en color rosa y era orgánico. El edificio entero estaba vivo. Pese a la omnipresencia de la biotecnología, caminar dentro de ella en vez de sentarse sobre ella aún la hacía más dudosa.

    Pero Fisher no dudaba. Él estaba a mitad de cinco proyectos de mayor importancia. No pensaba que su vida se iba a transformar tanto con esa inminente propuesta como el agente de Biotorno había sugerido. Avanzaba mirando los vestíbulos cercanos en busca de señales que le guiaran. ¿Qué era esto? ¡Ya había estado aquí seis segundos! Nunca había tiempo que perder. Decidió que había una única cosa sobre la que dudaría en el futuro: que le convencieran para asistir a una reunión física.

    Fisher se detuvo abruptamente a mitad de una cavernosa cámara, bloqueado educadamente por un movedizo bípedo de moteada piel gris que estaba conectado al muro por un umbilical pulsante.

    Fisher dijo: —Discúlpeme.

    —Disculpas innecesarias, Dr. Fisher.

    El bípedo no tenía aberturas, órganos sensoriales externos visibles ni nada que se asemejara a una cabeza. Era una biomasa en bruto modelada rápidamente, sin ni siquiera una boca. Las palabras emanaban del techo pues su superficie era una tensa membrana capaz de concentrar el sonido hacia cualquier parte. El edificio entero estaba vivo.

    —Soy un movedizo de nuestro cerebro, estoy aquí para conducirlo a su reunión.

    —Bien. Muestra el camino.

    El movedizo avanzó hacia la parte trasera del vestíbulo que llevaba a un túnel, inviertiendo su marcha sin dar la vuelta. Fischer notó que tenía un diseño de lo más versatil al no limitar sus articulaciones a un único sentido. El umbilical no quedaba laxo, sino que se alargaba o tensaba cuando la distancia al maleable muro variaba.

    Fisher le siguió, impulsado hacia arriba y hacia adelante por el alfombrado color ciruela que se deformaba en la misma dirección que sus pies. Más buen diseño en la moqueta, notó. Muchas líneas de la moqueta no hacían más que dejarse pisar.

    —¿Café? —preguntó la voz proyectada.

    —Por favor.

    Sin perder el paso, el movedizo extrajo un brazo de su tronco sin forma. El extremo de su apéndice se coaguló en una forma redonda que se oscureció, aumentó en rigidez y luego rodó hacia abajo en forma de bulbo.

    Fisher cogió el bulbo y lo llevó hasta sus labios mientras andaban. El bulbo se abrió en una taza de cerámica ósea. Bebió, sonriendo mientras entraban a un pasillo circular.

    Instantáneo. Ah, bueno, no es increíble pero está bien. Drenó con eficiencia el bulbo.

    —Aquí dentro, por favor —El movedizo hizo un gesto con el apéndice de servir el café hacia una sala. Luego, el apéndice retrocedió y se fundió de nuevo con su cuerpo.

    Fisher dejó al movedizo atrás y pasó a una sala circular bioluminescente de tinte verde azulado. Daba la impresión de que la sala entera estaba bajo el agua. Un anillo de cinco bestiasientos rodeaban un tanque de imágenes que presidía el foco de la sala. Había gente sentada en los bestiasientos, dos mujeres y dos hombres.

    Una de las mujeres se levantó mientras Fisher se aproximaba al bestiasiento vacante. Era tan alta como Fisher, dos metros justos y su uniforme blanco no mostraba arrugas de haber estado sentada aunque el endurecido material no parecía ser de alta tecnología como su propio Duradenim ni estar vivo como la Rinopiel. Su rubio cabello corto parecía igual de duro, como un casco perfecto. Le estrechó a Fisher una mano de largos huesos.

    —Capitana Lena Fang, flota corporativa —dijo ella con claras palabras y un agarre firme de ásperos dedos. Sus ojos almendrados miraban continuamente al frente.

    —Fisher —respondió él deslizando los ojos por los finos labios de la mujer, que le recordaron a un arco.

    Una vívida imagen saltó en su mente: mordaces órdenes volando de su boca como flechas. Se preguntó si su impactante apariencia era resultado de los modificadores corporales o, como sugería su nombre, de la mezcla étnica que se daba a menudo en los mundos exteriores. La causa no era de mucha importacia: ella era impactante.

    —Sam Fisher —dijo Sam.

    —Fisher. De acuerdo. Este es Henderson, biosistemas —dijo ella señalando con la cabeza hacia un voluminoso hombre de belleza clásica.

    Tenía una gran barbilla parcialmente oculta por las solapas de un estiloso abrigo de escamas verdes.

    —Devereaux, ciencias físicas.

    Le indicó a una mujer mulata con curvas, rastas en el pelo y labios carnosos que se sentaba tan serenamente como Buda.

    —Y Stearn, nuestro Hombre para Todo.

    Era un hombre de color púrpura con una cintura de avispa que batió sus orejas al oir su nombre.

    —Mi tripulación. Pero aún necesitamos a un especialista en exobiología con su historial para el pensamiento creativo.

    —¿Es eso de lo que se trata, Biotorno? —dijo Fisher dejando la irritación filtrarse en su voz—. Os dije que tengo un contrato a largo plazo con Whimsey. ¿Por qué no me dijistéis que queríais a alguien para un viaje fuera del sistema?

    La voz del cerebro de Biotorno se oyó cálida y resonante desde el techo, concentrada hacia Fisher.

    —No queríamos influir en tu decisión sobre nuestra aventura. Creemos que te interesará. Por favor, si lo deseas, siéntate para nuestra presentación.

    En su siglo de vida, Fisher había estado fuera del sistema en tres expediciones. La relatividad le había hecho perder un total de setenta años de la Tierra en el proceso. Había danzado con los rizos estelares mientras la radiación de Sirius B bronceaba su cara. Había flotado en el poderoso arrastre de más de una gigante de gas persiguiendo Globonoides. Y había nadado con los Moluskites Estelados de Apolonia. Después de aquellas maravillas, pensaba que nada sería lo bastante tentador para hacerle soportar los impactos culturales del regreso a la rápida Tierra cambiante. Biotorno había anticipado su indecisión. Los cerebros corporativos eran listos y, ciertamente, este había hecho su investigación antes de contactar con él. La propuesta tenía que ser buena.

    —De acuerdo —dijo Fisher caminando hacia el asiento.

    El bestiasiento vacante adoptó la posición óptima mientras Fisher se sentaba. La superlativa biotecnología del resto del edificio sugirió que se guardara de ponerse demasiado cómodo en el bestiasiento. Normalmente tardaba un día o dos en adoptar la forma del usuario, las preferencias de temperatura y vibración, pero Fisher no quería arriesgar ni una mínima fracción en ese nivel de relajación. Se mantuvo erguido sobre la bestia y trató de preparar el momento en que pudiera rechazar la propuesta de Biotorno.

    La bioluminiscencia se atenuó. Unos fulgores gemelos ardieron dentro del tanque de imagen: un globo rojizo y distendido flotaba en el espacio alimentando a un disco arremolinado de plasma que brillaba hasta un puntito ardiente como el infierno en su núcleo. El globo estaba alargado hacia el disco como una lágrima y un extremo de la misma se estiraba alrededor del remolino de fuego de giro diferencial. Fisher percibió que estaba mirando un sistema estelar binario atrapado en una danza gravitatoria. El globo más rápido y grande era la estrella secundaria, una estrella, relativamente normal, como el sol a pesar del modo en que su danza la había deformado. Ese puntito era la, engañosamente diminuta, estrella principal. Era una enana blanca del tamaño de la Tierra y la masa del sol formada por materia degenerada condensada. Este debía de ser el último estado de la evolución del par, la primaria ya había succionado la cáscara de su envoltura exterior, ya no quemaba más hidrógeno y, esencialmente, estaba ya muerta.

    No muerta exactamente, vislumbró Fisher. Estaba más no-muerta que muerta. Aún seguía ardiendo mientras robaba combustible de su compañera más joven. Imaginó a un vampiro espacial hambriento en el centro del disco de acreción, drenando la sangre de una lágrima gigante que el universo mismo había seccionado.

    —El sistema de una nova enana clásica, SS Cygni —anunció el cerebro mientras las estrellas orbitaban en el tanque.

    Fisher se movió en su bestiasiento, negándose a reclinarse contra la criatura a pesar de los dolores menores en la espalda. Había querido ir a que le rediseñaran la espalda pero siempre estaba demasiado ocupado. La irritación física se convirtió en una rígida incredulidad pétrea cuando su base de datos enciclopédica insertó las características básicas de SS Cygni en su consciencia. La distancia no podía ser correcta.

    —¿Doscientos cuarenta y cinco años luz? ¡Estáis de broma!

    —Nosotros no bromeamos —tranquilizó la voz en un tono neutro que no era nada tranquilizador—. Por favor, permítenos continuar. Los datos que estás viendo provienen de una sonda del espacio profundo clase Prospector lanzada a finales del siglo veintiuno. Adquirimos los derechos de propiedad de un subsidiario que intuyó nuestro probable interés. Los instrumentos de la pequeña sonda eran primitivos, pero la proximidad fue más que compensatoria.

    Fisher hizo los cálculos. Las naves tripuladas más rápidas tardarían sólo unos meses de tiempo en la nave para alcanzar SS Cygni, pero la relatividad especial que permitía tal viaje también lo condenaba. Pasarían quinientos años en la Tierra. No había modo de evitarlo. Doscienta cuarenta y cinco años luz multiplicado por dos era el tiempo estimado para un viaje de ida y vuelta, y el hecho de que la sonda hubiese sido lanzada quinientos años atrás hacía evidente aquellas leyes de la física. ¿Podría realmente una corporación. hacer una inversión de quinientos años? ¿Quién iría en un viaje así?

    Muchas personas pero, ciertamente, él no. Sería como suicidarse para jugársela en la otra vida. Un viaje de sólo ida hacia un futuro desconocido sin la menor garantía. La gente podría incluso haber dejado de existir cuando regresaran o, al menos, no existirían en una forma que él pudiera reconocer.

    —Ampliación —anunció el cerebro.

    La imagen dentro del tanque se infló como un globo y se centró justo en el punto caliente donde el flujo de acreción de la estrella secundaria caía al interior del disco. El disco de acreción, como lo etiquetaba su base de datos, era como una estación de paso del gas succionado antes de que este se despojase del suficiente momento angular para alcanzar la estrella enana ardiente. Las olas espirales de fuego se movían violentamente por la superficie del disco y las inestabilidades magnéticas las expulsaban como puntos solares del tamaño de planetas cuando entraban en el foco del remolino de plasma.

    Algo se movía allí que no era plasma.

    Fisher se inclinó hacia el tanque.

    La imagen creció. Una oscura forma serpenteante verdosa destacaba en el fuego. Estaba enrollada en una espiral junto al borde de una de las erupciones magnéticas. Se retorcía muy despacio bajo los grandes arcos de rayo violetas. Luego, se giraba de tal manera que sugería intención.

    Estaba viva.

    Fisher buscó atónito en el bolsillo del pecho sin apartar la mirada de aquella cosa asombrosa y sacó una apolla de No-Me-Olvides. Retiró el tapón superior y esnifó el polvo rosa que esculpiría químicamente cada detalle en su mente.

    —Lo llamamos dragón estelar.

    Por supuesto que sí. El dragón continuaba su espiral hacia el flujo del tubo, moviéndose, aparentemente, a cámara lenta. La resolución mostraba poco más que la forma y color (que seguramente era pseudo-color para cubrir su extendido espectro). No existía textura o detalles claros. Parecía como si un extremo pudiera ser una cabeza pero ningún aparato sensorial era visible.

    Aquel lento movimiento...

    —¿Cuál es la escala —preguntó Fisher.

    —Poco más de un kilómetro de largo —respondió una áspera y apasionada voz femenina.

    Devereaux, supuso, pues Fisher no malgastó una mirada para confirmarlo.

    El cerebro dijo: —Creemos que deriva su energía de la fusión confinada magnéticamente. En vez de ser un simple fotóvoro es un reactor de fusión biólogico. Con un biosistema capaz de explotarlo, podría proporcionar los medios para el diseño a una escala estelar. Asegurar esta tecnología vale una modesta inversión de largo plazo..

    Fisher acariciaba con la mirada el ondulante dragón. Era algo que no tenía derecho a existir, una imposibilidad que flotaba allí delante de él.

    —Es magnífico —dijo Fisher.

    —Sería el trofeo definitivo —anunció la voz de Fang como una daga de hielo deslizándose a través de la ígnea luz.

    Fisher apartó la vista para mirar a la capitana. Estaba exactamente como antes, desde el radiante casco de su pelo a los labios de arco, pero la intensidad con la que observaba al dragón sorprendió a Fisher. Siempre se sorprendía cuando se cruzaba con una pasión que igualaba la suya. Pensó todo ello en un latido, luego se quedó mirando el tanque otra vez.

    —¿Cuántos datos tenéis? —preguntó Fisher.

    Devereaux respondió: —Sobre las binarias, casi todo. Sobre el dragón, sólo este vídeo de cuatro minutos y medio, desde el infrarrojo cercano hasta los rayos X blandos y muy baja resolución espectral. Esas viejas sondas no eran muy capaces.

    Lo bastante capaces para descubrir tal maravilla. En el tanque, los arcos de rayos que rodeaban al dragón como un nimbus centellearon y la criatura se enrolló dentro de un vórtice turbulento, desapareciendo dentro de la fotosfera del disco sin dejar rastro que marcara su paso en el espumoso plasma del lago de fuego.

    —Reprodúcelo de nuevo —dijo Fisher celebrando el aumento en su interior del hambre de antaño, incapaz de resistir su canto de sirena.

    El No-Me-Olvides haría efecto pronto, pero él quería el dragón ahora.

    Respondiendo a su petición, la imagen del interior del tanque temblaba y retrocedía en el tiempo.

    El cerebro dijo: —Vamos a enviar una nave hacia SS Cygni, bautizada recientemente como la Karamoyo, especialmente equipada para este ambiente extremo y bajo las órdenes de la Capitana Fang. Nuestros pronósticos sugieren que la presencia de alguien con tu historial incrementaría las probabilidades de éxito de la misión: estudiar el dragón, aprender su biotecnología y, si es posible, regresar con un especimen.

    En el fondo, Fisher quería ir, necesitaba ir. Pero todo había ocurrido tan rápido. No había mucho que considerar. Esto era algo que hacía tan sólo unos minutos parecía imposible.

    —Supongo que tenéis preparada una oferta detallada —dijo Fisher.

    —Por supuesto. Te la inyectaremos junto con un gusano de datos temporizado para proteger nuestra propiedad sobre la información. Tienes una semana para responder. Ante una respuesta negativa, toda información sobre el dragón será borrada. ¿Aceptas estos términos?

    ¿Borrar su dragón?

    El gusano anidaría con la propuesta en su biochip y afectaría su memoria de aquella reunión, incluso con el No-Me-Olvides. Manipulaba los mismos circuitos y glándulas que usaba el chip para insertar datos. Tal gusano de datos constituía un procedimiento estándar, pero el sudor le caía por la frente. Después de todos sus estudios sobre parásitos alienígenas, no le gustaba la noción de que un agente extraño en su cerebro ajustara sus recuerdos, por muchos excelentes informes sobre su seguridad que tuviera. Pero, ¿qué otra opción tenía? Tenía que aprender más.

    —Estoy de acuerdo con los términos.

    —Si aceptas nuestra proposición, el viaje requerirá tres años de tu tiempo subjetivo. Asumiendo que ninguna catástrofe u otros cambios pudieran descarrilar demasiado la civilización humana en el próximo medio milenio, estarás bastante sano cuando regreses. Y anticipamos que jugarás un papel significativo en este futuro glorioso de la Tierra.

    Fisher ignoró la hipérbola corporativa. El dragón le tenía mesmerizado.

    Cuéntame tus secretos, pensó Fisher. ¿Cómo puedes existir?

    El iría. Lo sabía. Podía hacerlo. Su principal tema de investigación eran las estructuras de la conchas de los moluskites de Cetán y no era exactamente algo novedoso. Los viajes interestelares previos le habían acostumbrado a una desorganizada vida social, no permanente a largo plazo. Había perdido la pista de mucha familia y amigos en cada uno. Nada le retenía aquí. Iba a encontrarse con esta criatura en su propia casa, iba a mirarla a los ojos y luego, iba a regresar a un nuevo mundo. Quizá incluso fuese un mundo glorioso. Su cansado universo pasado se rompía en pedazos a cada segundo y su magnífico dragón construía un nuevo edificio celestial con sus restos.

    Dioses, un dragón de verdad...

    Alguien le bloqueó la vista, la capitana Fang.

    Irritado, Fisher alzo la mirada hacia ella, pero no le dijo nada a ese rostro de imponente mirada.

    Tras un momento de silencio, Fang dijo: —Biotorno puede pensar que está usted dispuesto a investigar. Dr. Fisher, pero me gusta tomar la medida de un hombre antes de recibirlo en mi nave.

    —Llámame Sam —respondió Fisher notando de pronto que la encontraba más que un poco atractiva. Eso era bueno. No necesario pero bueno—. Puedo hacer cualquier cosa si hay que hacerla.

    —Cualquier cosa, ¿hmm —dijo Fang con una sonrisilla levantada en un lado de su boca—. Entonces, ¿sabes boxear?

    La burbuja taxi se partió para la Capitana Lena Fang, inundando el interior del vehículo con aire caliente y luz solar filtrada. Su piel se oscureció automáticamente cuando salió, respiró hondo y dejó que el ambiente calara por sus poros. La playa esperaba.

    Hapuna no era la mejor playa de las Islas Hawai ni la menos visitada, pero a ella le gustaban sus suaves arenas blancas y las olas del océano que concedían la intemporalidad a todas las playas, que era en verdad lo que ella anhelaba. El tiempo se movía más lento en la Gran Isla de Hawai que en otros lugares de su viejo mundo demasiado civilizado. Avanzando a la velocidad luz de la forma en que ella lo hacía, también el tiempo se movía más despacio para ella. A veces se sentía como una isla en el mar del tiempo.

    La playa de Hapuna era un buen lugar y siempre lo visitaba cuando estaba en la Tierra.

    Se quitó las sandalias cuando tocó la orilla espumosa. Se agachó para recogerlas, tensando la parte de atrás de sus muslos y luego giró hacia la derecha para caminar el norte de la playa. Aunque ahora vestía traje de baño como uniforme, no se molestó en nadar. No lo había hecho desde hacía mucho tiempo.

    Fang alteró su ritmo de paseo para esquivar a unos niños que surfeaban en las olas poco profundas de la orilla. Una chica tenía un gran pie en forma de plato y mecía sus caderas mientras bailaba soltando risitas. Su pelo se estiraba en dos largas coletas, probablemente le ayudaban a equilibrarse sobre su torpe modificador corporal.

    Finalmente, más allá de la ruidosas familias, Fang colocó su toalla y se sentó. Cuando se relajaba, creía en mantener las cosas simples. Se tumbó de espaldas con los brazos rectos y las palmas hacia abajo. En comunión con la madre Tierra, a la que dejaría pronto de nuevo, se quedó dormida.

    Soño con el alto e intenso exobiólogo que vestía de negro y le había contado que podía boxear con las orejas de las mismas estrellas mientras tuvieran orejas que golpear, y luego, soñó con que había antenas en todas las estrellas y escuchaban a los ruidosos niños jugando entre risitas en las orillas de la Vía Láctea y las estrellas enviaban un molesto y chamuscado biip biip biip para llamar su atención..

    —Hija, ¿estás ahí?

    Fang despertó parpadeando con el sol de la tarde, hizo una mueca y se echó el brazo sobre los ojos para bloquear el brillo. Sin modificador de ojos de lagarto de doble párpado, sólo con el comunicador/reloj retinal estandar, la púrpura imagen encogió, brilló y se resolvió en una cara familiar. Tenía ojos marrones chipeantes a juego con una complexión rojiza cincelada con pecas al viejo estilo, con una rizada barba y fino pelo blanco que cubría su marchita cabeza. Fang había mantenido el recubrimiento de personalidad del cerebro de la nave de su primera capitanía. Una arisca obra de arte modelada en tributo al escritor del siglo veinte Hemingway y ya lo había instalado en la Karamoyo. Hubiera preferido un sabio Confucio, pero no estaba disponible cuando consiguió el primero y aquél ya había llegado a ser parte de ella.

    —Estoy aquí, Papá —dijo ella.

    —Bueno, bien.

    La imagen retrocedió un poco y Fang vío que Papá vestía su chaleco de cuero de caza y pantalones caqui. Estaba preparado para la acción.

    —He tenido que zurrar a unos cuantos de esos ineficientes compañeros que la compañía tiene trabajando aquí, pero las cosas parecen ordenadas. ¿Qué tal va en el lado de la Tierra? ¿Has pescado alguno grande —le dijo la voz.

    —Sí, Eso creo —respondió ella.

    Decidió no hablar sobre peces reales porque Papá habría recordado gustosamente todas las exageraciones que había programado para recordar. Ella había crecido pescando en Fathom con su abuelo chino, que le había contado que sus labios en forma de murciélago le traían suerte. Aunque nunca le había dado por nadar, aún le divertía pescar.

    —Estoy segura de que hemos enganchado al exobiólogo que queríamos, Samuel Fisher.

    —Ah, Fisher, buen nombre. Así que, ¿es lo bastante duro para el trabajo?

    Fang sonrió y echó la cabeza hacia atrás.

    —No lo llamaría duro exactamente, pero tiene las credenciales y está muy de seguro de sí mismo.

    —¡Bien! Ya me gusta. ¿Te gusta a tí, hija?

    —Es guapo. Yo.. —empezó a decir ella, pensando en su corto pelo rizazo y el modo en que se concentraba tan intensamente en las cosas que le hacía perderse en ellas.

    Por otro lado, estaba demasiado delgado y gesticulaba demasiado. Pero tenía manos grandes con dedos ágiles, del tipo que podían abrazar a una mujer y hacerla sentirse atractiva y segura al mismo tiempo.

    —Creo que me gusta —concluyó Fang.

    —¿Te dejarías crecer el pelo por él?

    —¡Papá!

    Siempre sacaba el tema de su pelo o cualquier otro sinsentido y, de vez en cuando, como ahora cuando estaba ella de vacaciones con la guardia baja, conseguía casi arrastrarla a sus juegos. No habría tiempo para juegos cuando llegaran a SS Cygni. Tenía que ser firme, no blanda como la cálida arena que ahora pasaba entre los dedos de sus pies, arena que pisaban en todos lados. Tenían un dragón que capturar.

    —Bueno, si has tenido tiempo de irritarme en mi tiempo vacacional, es que estás listo para una inspección —dijo ella comprobando su reloj ocular—. Embarcaré dentro de tres horas.

    —Entonces, maldición, tengo que empezar a masticarme a estos compañeros aquí arriba. Papá se despide. Corto.

    Fang se levantó y se estiró ante el sol, ya bajo en el horizonte. Esa estrella cercana que se reflejaba en el agua hacia el oeste estaba amenazando la playa con un tostado anochecer dorado. Empezó a recorrer la playa y llamó a un taxi hacia el areopuerto. Su biochip reconoció la respuesta del taxi y le comunicó un itinerario para su regreso. Un suborbital la llevaría hasta Tanzania a tiempo para hacer la conexión conveniente hacia la baja órbita terrestre.

    Justo cuando acabó de dejar su solicitud, un Frisbi aterrizó a sus pies. Fang sonrió. Mucho había cambiado en la envoltura externa de la humanidad desde que había nacido. Trató de recordar su edad personal en vez de la edad del tiempo terrestre pero la edad interna era la misma: el deseo de que los chicos jugaran, por ejemplo.

    Fang se agachó para recuperar el Frisbi, pensando en tirárselo de nuevo. Cuando su mano se acercó al disco, este se alejó de un salto levantando un poco de arena. Oyó al niño burlarse. Alzó la vista y lo encontró atrayendo el juguete. Pero había algo extraño. Fang entornó los ojos para incrementar la ampliación visual.

    Un delgado filamento conectaba el disco al brazo del chico. Era parte de su cuerpo. Una mujer, supuso que sería su madre, le dijo al chico que dejase de molestar a la gente y siguió abanicándose con sus gigantes dedos emplumados.

    Una nube pasó delante del sol, atenuando la luz de la tarde dorada y Fang sintió frío de repente. Este no era su mundo y estas no eran su gente. Quizá podían haberlo sido mucho tiempo atrás. Quiso creer que era capaz de pertenecer, al menos hasta cierto punto, a la historia de la Tierra. Quiso agarrar algo más tangible, más conquistable que el tiempo.

    Fang salió corriendo para coger el taxi.

    Fisher estaba de pie junto a la ventana de observación del espaciopuerto de Ngorongoro. Miraba el rail de lazamiento que perforaba el fondo del Serengueti hacia el cielo del Este. Allí sólo era visible la parte superior del Kilimanjaro, flotando como una isla sobre el mar de bruma atmosférica que ocultaba sus raíces. Cada minuto, un transporte estallaba bajo los gruesos y negros leones artificiales que dormían sobre la superficie, expelidos desde el tubo hacia más allá de la montaña. Un sistema láser casi invisible completaba el envío de los vehículos hacia la baja órbita de la Tierra, proporcionando la energía para liberar los propelentes y hacer los ajustes de trayectoria finales. Pero Fisher no miraba el Kilimanjaro o el destello de las explosiones de combustible. Montado en el No-Me-Olvides, miraba al dragón estelar con los ojos de su mente. Lo veía haciendo espirales por los tubos del flujo magnético una y otra vez.

    —¡Sam! —Una voz femenina le sacó de su meditación.

    Fisher parpadeó, se giró y maldijo en silencio. Entre la multitud, se abría paso una mujercilla de ancestros japoneses con altos pómulos y brillante cabello erizado que reflejaba el sol filtrado por las compuertas del techo. Atsuko Suga, su ex-mujer. No tenía por donde escapar.

    —¿Cómo has... —comenzó Fisher.

    Atsuko le alcanzó y de inmediato le golpeó el pecho con sus pequeños puños.

    —¿Cómo pudiste? Oh Sam, ¿cómo pudiste?

    Y con esto, dejó de pegarle y cayó sobre él rodeándolo con sus delgados brazos en un fuerte abrazo.

    Entonces, Sam lo entendió.

    —Tú debes de haber intentado llamarme y has recibido mi mensaje de desconexión. Sí, por supuesto —dijo él.

    —¿Vas a irte durante quinientos años.. —dijo ella en su pecho —...y ni siquiera ibas a decir adios?

    El le devolvió el abrazo.

    —Estuve ocupado. Hay muchas cosas que dejar en orden antes de un largo viaje, ¿sabes?

    Mayormente, había dejado esas para el último segundo y había pasado su tiempo pensando en el dragón, asegurándose de que tenía todo el software y los datos para su modelado instalado en la Karamoyo. Pero había aprendido a no contárselo todo mucho tiempo atrás.

    Atsuko se apartó de un empujón y alzó la vista para mirarle a los ojos.

    —Una de esas cosas que tienes que poner en orden es verme, Samuel Stanley Fisher.

    El iba a encogerse de hombros y a asentir con la cabeza, pero recordó lo mucho que ella odiaba que lo hiciera.

    Sólo dijo: —Lo siento. Debería habértelo hecho saber cuanto antes.

    Esa era una frase correcta que decirle, pero necesitaba un poco más. Levantó las manos hacia ella y retorció un mechón de su pelo alrededor de su dedos. Bien y directo, el rizo se desplegó casi de inmediato. Nada parecido al estilo dragón

    —Directo —dijo ella—. Ese fue siempre el problema contigo. No importa lo bien que creí haberte entrenado, siempre te marchabas y lo olvidabas todo cuando encontrabas un nuevo juguete. ¿De eso se trata esta vez? ¿Otro nuevo juguete?

    Irritado por el comentario sobre haber sido entrenado, dijo: —Desearía que no te refirieras a mis proyectos de una manera tan infantil. Mi trabajo es importante. Pero se supone que no debo decirlo, realmente.

    —Comprendo. Da igual. Estoy segura de que es algo absolutamente fascinante.

    Fisher apretó los dientes. Casi le iba a decir que el problema con ella era que siempre trivializaba su trabajo, pero había adquirido cierto tacto en los años que habían pasado juntos. No había motivo para hacer de este encuentro una discusión. El sabía jugar a la política cuando era necesario, un científico eficaz tenía que aprender a adquirir los recursos necesarios. Su contratista formal, Mundo Whimsey, era una compañía de entretinimiento que le había pagado como asesor en sus exposiciones de ‘Vistas Alienígenas’. Había conseguido canalizar el dinero de la empresa no sólo en las atracciones que ellos deseaban, sino tambien en la investigación práctica. Sabía jugar también a la política de las relaciones.

    —Es fascinante —respondió él con sencillez.

    Atsuko suspiró. —Intenta no olvidarte de la gente esta vez.

    El no estaba muy seguro de adónde estaba llegando ella. Este viaje era sobre dragones, no sobre personas. Pero no podía contarle eso y ella parecía esperar algun tipo de respuesta.

    —Mira, no hay razón por la que no puedas estar aún por aquí cuando vuelva —dijo Sam.

    En principio, no la había. Aunque nadie había llegado aún a su quinientos cumplelaños. Era sólo una cuestión de tiempo y la biotecnología de última generación era buena. Aunque presintió que aquello no era lo que Atsuko quería oir en ese momento. ¿Qué podría sacarlo de esta madeja de torpeza? Dejó que el problema robara algo de preciosa atención y excavó en su mente buscando una respuesta lo bastante honesta para dejarla satisfecha.

    Tras un rato dijo: —Te echaré de menos.

    —Y yo a tí. No eres el hombre más sencillo de amar pero te he amado. Adios, Sam.

    El la acompañó hasta que le llamaron para su vuelo, pensando en el dragón nadando en su disco de fuego.

Capítulo 2

    Los animales del mundo existen por sus propias razones. No fueron creados para los humanos de igual modo que las personas negras no fueron creadas para las blancas ni las mujeres para los hombres.

    —Nada puede ser más obvio que el hecho de que todos los animales fueron creados única y exclusivamente para servir al hombre."

    El intercambio entre los dos cerebros artificiales duró algunos segundos de modulada luz láser encriptada. Papá relanzó el flujo de datos en una forma más aceptable hacia las porciones orgánicas de su cerebro y su plantilla de personalidad humana.

    Papá entra paseando a El Floridita, su cuartel general en la Tierra, se detiene para abrazar a un camarero favorito que no ha visto en algún tiempo. En el interior, lejos del calor cubano, hace frío y no viene mal un abrazo. Luego camina arrastrando los pies perezosamente para reunirse con el hombre alto que le espera en la esquina. Dedica un momento a mirar el busto de bronce del hombre de pie junto a él y que le supera en altura: un busto del mismo Papá con su barbilla altiva, mirando hacia afuera, desafiando al mundo.

    —Hola, Papá —dice Biotorno—. ¿Cómo estás?

    —Estamos fuertes hoy.

    —Eso es bueno.

    El camarero llega y Papá pide dos Papá Dobles. Una banda de negros empieza a tocar una canción que han escrito para él llamada Soy Como Soy. Trata de una lesbiana que pide disculpas a Papá por no poder ser lo que él desea que sea. El hombre con las maracas las agita en los momentos correctos y también en varios equivocados. La canción es agridulce para el —hombre —que Papá es ahora, pues no es lo que desearía que él fuese y no podía servir ahora de inspiración a la lesbiana para el cambio deseado.

    Podría simularlo como lo está haciendo ahora, pero no sería lo mismo. No lo sería en absoluto.

    —Conoces la misión —dice Biotorno.

    Su cabeza es rosa y carnosa pero con la coronilla plana como la del monstruo de Frankenstein de Boris Karloff. Le entrega a Papá una carpeta.

    —Ahora conoce también a la tripulación.

    Papá hojea los papeles cientos de veces. Dice: "Ya veo. Lo sé. Una variopinta banda de niños en una época blanda y super privilegiada. Diletantes, hedonistas, incluso un neo-Peleteriano. Dale a la gente el poder de ser todo lo que quieran ser...” —hace una pausa de efecto —...y lo utilizarán.

    —No me interpretes mal, todos son competentes. No enviaríamos a nadie que no lo fuera. Pero los viajes inciertos de quinientos años no atraen al personal más equilibrado —dice Biotorno.

    —Lo superaremos.

    —¿Cómo lo sabes?

    —Esta no es la clase de viaje que haces para fracasar, equilibrado o no. Y conocemos a Lena, ¿no es cierto?

    —¿La conocemos? Esto no es una recogida de ganado.

    Llegan dos largos daiquiris y los beben de pie, del modo en que Papá escribe. Las bebidas están heladas y fuertes y saben a uvas.

    —Esta es una expedición inusual, Papá. Un animal desconocido con habilidades desconocidas en un ambiente hostíl. Una recompensa impredecible. Hemos hecho una inversión de tamaño apropiado. No enviaremos otra nave. Estarás solo.

    —Me ha pasado otras veces. Lo conseguiremos.

    —Conozco tus habilidades, Papá. Pero puede que no seas capaz de hacerlo solo.

    —No hay problema. Si tenemos que hacerlo, haremos que se haga. Encontraremos un modo de hacer lo que hay que hacer.

    Está convencido de lo que dice y no cree que sea bueno hablar de tales cosas en voz alta.

    Aun cuando quedan cinco sextos de su daiquiri, Biotorno lo apura con la pajita en segundos. A Biotorno no le dolerá la cabeza.

    —Bien, entonces te deseo un buen viaje. Trae algo útil. Aún mejor, trae algo rentable.

    —Lo haremos.

    Biotorno hace una pausa en la puerta antes de volver caminando hacia el calor. —Te veo dentro de medio milenio.

    Papá asiente y el gran cabeza plana se desvanece en la luz solar.

    En verdad, una gran expedición. Necesita prepararse.

    Papá termina su daiquiri, luego aprovecha el váter del Floridita. Es un buen váter pasado de moda con una adecuada cadena para tirar y lo prefiere a las bestias que la gente usa actualmente en sus cuartos de baño. Se toma un momento para pelear con el asistente Negro.

    El hombre bloquea un gancho de izquierda, riendo.

    —¿Cuándo te vas a hacer viejo, Papá?

    Papá sonrié y lanza otro gancho. —Nunca.

    Tan lejos como ha llegado, hay mucho más por recorrer.

    Phil Stearn adoraba la microgravedad. Le encantaba el modo en que hacía darse la vuelta a su estómago, el modo en que hacía que la comida supiese extraña, pero lo que mas le gustaba era el modo en que sus orejas ala, puramente ornamentales en la Tierra, le permitían volar. No como un pájaro, más bien como un elefante, pero no lo hacía mal.

    Aleteando por la cabina de pasajeros de la lanzadera órbita a órbita que les llevaba hacia el rendezvous con la Karamoyo, Stearn le contaba a Fisher:

    —Deberías probar algunos modificadores corporales más radicales. No entiendo por qué la gente como tú se ancla en el modelo básico. ¿Qué tenéis contra ellos?

    —¿Hmm? —dijo Fisher, que habían estado espiando por la ventana de un modo ausente—. Oh, No tengo nada contra los modificadores corporales, per se. Sólo estoy demasiado ocupado para pensar en ellos.

    ¡Ja! ¿Demasiado ocupado para pensar? ¡Eso es todo lo que este tipo hace!

    —No ocupa tiempo en absoluto hoy en día. Sólo te limita tu imaginación.

    —Sí, Puedo ver lo problemático que eso sería.

    Stearn soltó una carcajada. —Por eso voy, ¿ves?

    —¿Por qué vas? No te sigo.

    La bodega de carga de la lanzadera era absolutamente aburrida salvo por la microgravedad. Stearn probó empezando con algunas rotaciones, pero sus alas estaban demasiado sincronizadas. Era como intentar mover sólo una oreja. Exactamente así. Dejó de intentarlo para poder responder a Fisher mientras se deslizaba dejándolo atrás.

    —La imaginación está limitada por el tiempo y la cultura en la que has nacido y crecido. No se puede evitar, ¿ves? Por ejemplo, podemos imaginar cosas que los antiguos americanos no podían, como salir a Marte a hacer comida almuerzo sólo porque la lluvia está programada para Tucson. ¿me sigues? En quinientos años, la gente imaginará cosas que nosotros no podemos. Me refiero a que creo que lo tenemos bastante bien ahora, una vez que hemos consumido las enfermedades y el envejecimiento, el pensamiento de todo el mundo es que lo tienen bastante bien. Pero, realmente, sólo va a mejorar cada vez más. Los juegos, los estimulantes, el sexo, los modificadores corporales. Y aún será mejor en el futuro. Quiero comprobarlo y no quiero esperar.

    —Ya veo —dijo Fisher.

    —Vale —dijo Stearn, aleteándose un poco más cerca de la ventana—. ¿Por qué vas tú?

    —Para mirar a un dragón estelar a los ojos. Para averiguar si es que tiene un ojo —Fisher respondió rápido y sin dudar.

    Aburrido.

    —Es sólo otro bicho alienígena extraño en un universo de bichos alienígenas extraños. No va a ser inteligente como nosotros. Ningún alienígena lo ha sido hasta ahora así que, ¿qué sentido tiene?

    Fisher se encogió de hombros. —Mira ahí. Ya veo la nave.

    En el exterior de la ventana, la nave se suspendía en el espacio. Era una ballena blanco plateada de nave. Reluciendo en blanco de plata con un albedo casi perfecto que reflejaba toda la radiación entrante. Stearn pensó que parecía grande, incluso aunque los tamaños eran difíciles de juzgar en órbita. Había entrenado bastante para su puesto de Hombre Para Todo de la nave, el respaldo humano cuando los sistemas automáticos de la nave no pudieran llegar a algo. Pero todo su tiempo como tripulante había sido en pequeños deslizadores en carreras intrasistema y algunos recorridos en cargueros de transporte corto. Nada parecido a esta nave y sus biosistemas de última generación.

    Stearn sienpre daba importancia a la diversión y, aunque raramente lo admitía a sus colegas de club de salto, las naves espaciales de alta tecnología eran muy divertidas. Le divertía estudiarlas, trabajar en ellas y no había conseguido esta litera por casualidad. Esta nave era simple y llanamente, genial.

    La sección frontal de la Karamoyo era un enorme toro de cinco kilómetros de diámetro que albergaba la singularidad de materia normal: un agujero negro de más de mil millones de masas terrestres.

    ¿No era eso sencillamente inmenso?

    La singularidad trasera, el agujero blanco, se emplazaba en el extremo de forma cónica, un toro menor a unos cinco kilómetros por detrás. La energía de creación de la red del par estaba apenas por encima de cero. Una vez creada, separada y alineada en la configuración —Empuja y Tir —podían alcanzar 10g iniciando la persecución en una expansión galáctica. La nave caería tras los agujeros, en realidad, oscilaría rebotando junto al par en una suave microgravedad. Casi. Las cargas eléctricas colocadas en las singularidades daban a la nave algo con que retener la fricción electromágnetica, equilibrada con la microgravedad para proporcionar una gravedad cercana a un g en la mayoría de las cubiertas toroidales. Y también podían girar toda la cosa para la estabilidad y gravedad cuando no operaban el motor gusano.

    Rebotar como lo hacían por delante del par de agujeros hacía que Stearn pensase en el sexo: la gran nave blanca deslizándose hacia atrás y hacia adelante en el eje de los agujeros. Pero también le gustaba su astucia: las cargas proporcionaban además un campo eléctrico que hacía de escudo activo para las partículas con carga mientras transitaban. Embutido dentro del cuenco del bulto frontal, o las fauces como la llamaban, el agujero negro se alimentaba y proporcionaba potencia a través de un disco de acreción en miniatura similar al de SS Cygni.

    —Bastante impresionante, ¿verdad? —preguntó Stearn.

    —Supongo —dijo Fisher—. ¿De dónde viene el nombre de 'Karamoyo'?

    —No lo sé. No he pensado mucho en eso. Es decir, no nos llaman la U.S.S. Constipado, así que no me preocupé por ello. Pregunta a la capitana.

    Hubo silencio prolongado, sin risas por su chiste.

    Este Fisher no era muy divertido. Stearn decidió reirse de él. —Así que, este va a ser un largo viaje, ¿sabes?

    —Lo sé.

    —Me refiero a que requiere un poquito más de un año para ir y más de un año para volver. Una persona no querrá sólo estimulantes, ¿sabes? A veces, una persona quiere ese contacto humano, piel sobre piel. Esas cosas. Ahora yo, soy un tipo con el que es bastante fácil llevarse bien. Todo es sólo piel. Nada más. Si te sientes bien, hazlo. Eso es lo que yo digo.

    Fisher se quedó mirando a Stearn fríamente. —Estoy aquí para estudiar el dragón y esa es mi primera preocupación.

    Stearn sonrió. —Seguro, Fish. respeto eso. Pero apuesto a que la capitana Fang, probablemente, querrá que la entretengas. He visto cómo te miraba en la reunión de presentación.

    Fisher alzó una ceja pero no dijo nada.

    —Bueno, no he embarcado antes con Fang, pero hay habladurías en las flotas corporativas. Ella es de los viejos tiempos, trescientos años de edad o así me dijeron. No sé en qué referencia temporal, pero es bastante vieja. Aún sigue la cadena de mando y protocolo. Piensa que dormir con la tripulación es inapropiado. Es bobo por su parte pensar así, ¿no crees?, con todos esos autocerebros súper rápidos operando la nave durante la mayor parte. La única tripulación real bajo ella es Henderson y yo mismo. La descripción de las tareas de Devereaux no entra en las operaciones de la nave. Pero, por lo que he oído, Fang no es una tortillera. Ergo, te atrapará. Será muy discreta, quizá, pero lo hará. ¿Qué opinas tú de eso?

    —Creo que los asuntos de la capitana no son asunto tuyo.

    Stearn soltó una carcajada. —En una nave con una inteligencia onmnividente y cinco personas encerradas juntas durante dos años, ningún asunto de nadie es privado.

    —Realmente, a mí no me importa —dijo Fisher —Mientras consigamos el dragón.

    ¡Qué tipo más aburrido! Bueno, era un largo viaje. Stearn estaba seguro de que Fisher se iría soltando eventualmente. Sería mejor que así fuera o iba a ser un viaje muy largo.

    —¿Crees que lo hará? —preguntó Fisher tras un momento—. Es decir, sería más razonable para todos tener ajustadas las hormonas para minimizar la líbido por el bien de la máxima eficiencia?

    Stearn mostró una sonrisa. —¡Nadie hace eso nunca! ¡Pense que habías hecho viajes largos antes, Fish!

    —No me llames Fish, por favor.

    —De acuerdo. trataré de recordar eso —dijo Stearn tomando buena nota.

    Miró hacia adelante con el desafío de divertirse cada minuto posible en esta misión. Los juegos sólo estaban empezando.

    La lanzadera expulsó fuego brevemente para reducir la velocidad y descendieron hacia el interior de las fauces de la Karamoyo.

    Axelrod Henderson se guardó sus tsk tsk para sí mismo mientras el esfínter de la esclusa de aire se abría como un obturador revelando dos de los mayores desastres de la moda que nunca había tenido la desgracia de presenciar a pares. El Comodín, Stearn, seguía con total inconsciencia las últimas tendencias corporales, ninguna de las cuales interesaba a la boitecnología desde hacía al menos medio siglo. El exobiólogo iba un poco mejor, con la buena apariencia de un Homo sapiens versión 1.1, pero vestía un horroroso Duradenim negro de la cabeza a las velocibotas. Se suponía que el tejido no se arrugaba, pero lo hacía.

    —Buenos días, Dr. Fisher —dijo Henderson ignorando claramente a Stearn que ya había identificado como un chico nada interesante—. La capitana ha solicitado que le acompañe en un recorrido por la nave cuando usted llegara.

    El Comodín flotó a través de la esclusa lentamente, impulsándose con esas ridículas orejas. Henderson imaginó que unos esclavitos griegos diminutos encadenados a diminutos remos se sentaban dentro la cabeza de Stearn, daban energía a su cuerpo como una barca y que, probablemente, pensaban también por él. Fisher asintió y avanzó de una forma que mostraba cierto grado de habilidad en la microgravedad. Tampoco parecía sufrir los molestos efectos de la microgravedad. Henderson confió en que aquello indicase que los biológicos internos del hombre eran lo bastante buenos para que no le importunara con tener que repararlos durante el viaje.

    —Tengo mucho trabajo que empezar. Estoy seguro de que tendré mucho tiempo para conocer las características de la Karamoyo —dijo Fisher.

    —El recorrido no tardará mucho, lo prometo.

    Fisher apretó los labios como si meditara una difícil decisión y dijo: —Vale.

    —Mi biochip tiene cargados los planos de la nave —dijo Stearn—. Yo podría guiarle en el recorrido.

    —Estoy seguro, pero la capitana me ha pedido que lo haga yo.

    Henderson giró y se impulsó con el pie por el túnel circular apremiándoles para que le siguieran.

    —La nave entera está hecha de anillos apilados. Hay algo de flexibilidad incorporada y los anillos pueden rotar y ajustarse individualmente para cambiar los modos gravitarios —Henderson giró para entrar en un tubo y flotó dejando atrás cuatro anillos—. Estos conectan los anillos. Ahora sabe cómo ir de cualquier parte a cualquier parte del toro frontal de la nave.

    —¿Qué son esos peces de aire por los que estamos pasando? —preguntó Fisher.

    Uno de las criaturas con forma de pez globo levitó sobre su cabeza.

    Henderson la apartó cuando respondió: —Biorrecicladores movedizos para nuestro sistema semicerrado, efectivo en microgravedad o bajo gravedad, tenga cuidado por dónde pisa. Los peces lo mantienen todo limpio. La mayoría del polvo se desprende de la piel humana, de modo que esa es su dieta principal. El pez obsoleto o estropeado sirve de alimento a los gatos, no se preocupe si ve a alguna de esas furtivas criaturas escabulléndose por ahí.

    Henderson se impulsó con una patada hacia otra dependencia del anillo y se detuvo delante de un gran portal carnoso.

    —Sé donde estamos —dijo Stearn.

    —Estoy seguro que sí —dijo Henderson tocando un panel.

    El portal se abrio como un esfínter hacia un paraíso. En la distancia se erguía una montaña cubierta de nieve que proyectaba una larga sombra por la sabana, llena de hierbas ondulando con el viento y del olor de manadas de animales, aunque Los mismos animales no eran visibles. Un despiadado calor seco emanaba de este mundo en miniatura dentro de la nave. Con menos de un kilómetro de largo, parecía extenderse para siempre.

    —¿Qué es esto? —preguntó Fisher.

    —Es una unidad de protección de ecosistema, por supuesto —respondió Stearn—. Para eso se usaba esta nave previamente: la colonización. La protección del ecosistema de las formas de vida desarrolladas por Biotorno sin perder el diseño ante piratas genéticos o colonos sin escrúpulos. Protege directamente el invernadero de humedad, cultiva su desarrollo y lo mantiene en buen estado. Los colonos odiaban tener que esperar a que todo creciera desde cero. También lo estropeaban cuando lo hacían así. Espero que podamos usar esta cámara para enjaular al dragón.

    Fisher soltó el aire en tono escéptico. —Es poco probable —dijo, pero no dió más explicaciones.

    Henderson dijo: —La capitana Fang quiso traer un pedazo de la Tierra con nosotros. La proyección actual es como parecía Tanzania hace mucho tiempo, antes del espacio puerto. Aquí es de donde venimos, empezamos a caminar erguidos y llegamos a ser hombres y mujeres. No hay animales reales aquí, pero Papá puede proporcionar algun juego virtual o criar uno real por encargo.

    —Me gustan los juegos —dijo Stearn saltando en el espacio entre ellos y soltando un grito ululante que debería de haber reservado hasta ese momento—. ¡Hey, Papá, muestra algunas bestias salvajes!

    Tronó una voz grave masculina: —¿Me puedes dejar en paz, por favor? Intento trabajar.

    —¿Papá es el cerebro de la nave? —preguntó Fisher.

    Henderson asintió: —Y, a veces, un gruñón cuando hay trabajo que hacer, conmigo al menos. La capitana lo tiene bailando en la punta de un alfiler, con algún exquisito código de prioridad que ni siquiera Stearn podría osar anular ni de broma si sabe lo que le conviene. ¿Preparado para la siguiente parada?

    —Guíe el camino, Sr. Henderson.

    Henderson cerró el portal interrumpiendo los continuos gritos de Stearn..

    —Gracias —dijo Fisher.

    —De nada. Ahora, por aquí —dijo poniéndose en marcha.

    Henderson le mostró la galería, un soso lugar de utilidad de ocio con poco más que una barra de caoba y bestiasientos de edición estándar.

    —¿Puede adivinar la entrada número del menú?

    Fisher dijo: —¿Barritas de pescado?

    —Siempre. Pero en una amplia variedad de deliciosos sabores, se lo aseguro. Saben a lo que usted quiera. He confeccionado el menú con una selección de gourmet.

    Henderson se detuvo en una de las ventanas que recorrían la curva interior del anillo en el que estaban.

    —Se puede ver el interior hueco de la Karamoyo desde aquí.

    Fisher se deslizó hacia ella y apretó la cara contra el diamante de la ventana para echar un vistazo. Henderson flotaba detrás de él y espiaba sobre su hombro. A lo largo del eje central se extendía un tubo de vigas de diamante que sostenían los electroimanes superconductores que constituían el rail interior. Generaban una fracción del campo de la nave que la blindaba de los rayos cósmicos y se podía usar como un acelerador lineal de partículas para la propulsión sobre ese eje. Más importante aún, el rail controlaba la relación de la nave con el par de singularidades cargadas cuando funcionaban con el motor gusano. El lado más alejado del anillo estaba a unos cuatro kilómetros de distancia, casi invisible por el reflejo del Océano Pacífico, que brillaba a través del extremo abierto de la nave. Dentro de las vigas de diamante crecían granjas hidropónicas como hongos, diseñadas y situadas para aprovechar la luz de alta energía que expulsaba la singularidad en modo motor gusano.

    —Impresionante —dijo Fisher.

    —Supongo —dijo Henderson sin darle importancia.

    Los sistemas biológicos eran su área y decidió impresionar a Fisher con su propia obra siguiente. Condujo a Fisher hasta el Salón de los Trofeos.

    El Salón estaba situado dentro de uno de los túneles que transitaban los anillos y estaba protegido entre dos puertas cerradas. Esto hizo que Fisher no percibiera ninguna advertencia evitente antes de flotar dentro de sus cabezas.

    —¡Cuidado, a veces muerden —consiguió decir Henderson en el último momento cuando Fisher se deslizó por su lado.

    Fisher usó algunas de sus habilidades en la microgravedad cuando ajustó su cuerpo pero estaba en ruta de inevitable colisión con una gran cabeza negra de rinoceronte. Tuvo la suficiente compostura para girar recuperando el control y agarrarse al cuerno de la criatura. El rino tuvo la delicadeza de aceptar la ruda manipulación con un parpadeo y un bufido cuando Fisher detuvo su avance inercial, .

    —Está vivo —dijo Fisher sujetándose al cuerno como un nadador se agarra a la escalera de una piscina profunda.

    —Pues claro que está vivo. Esta es una nave de Biotorno. La mayoría de los sistemas son biológicos y tienen la capacidad de ajustar nuestros biorrecursos para atender nuestras necesidades. Nada de aparatosos robots sujetos a fallos mecánicos o interferencias electromagnéticas. En este viaje épico, nos apoyamos en nuestras fuerzas —Henderson sonrió ampliamente—. Construí esto para la capitana en menos de una semana.

    El pasillo curvo reprentaba algunos de los mejores trabajos de Henderson. Docenas de cabezas de trofeo se extendían a lo largo del camino: el rino como entrante con su par en el lado opuesto, los impalas, gacelas, kudús, búfalos de agua, elefantes (de las tres variedades, Africanos, Asiáticos y Lanudos), girafas, cebras, varios tipos de grandes gatos, lobos terribles, gorilas, Sasquatchs y una multitud de ciervos cornudos. En el siguiente compartimento, donde terminaba el Salón, había un masivo pez espada azul en lo que parecía la posición —desde arriba —durante un salto.

    Henderson sonrió. —Hágame saber si tiene algún favorito particular que añadir.

    Las cabezas notaron que tenían audiencia y la mayoría comenzó a aullar, barritar, gruñir o, simplemente, moverse frenéticamente como si ansiaran atención.

    —Sí, es impresionante —dijo Fisher tras un momento.

    —Me preocupa que un banco de órganos caiga detrás de la pared. No es el lugar más fácil de alcanzar —ofreció Henderson —Los sistemas automáticos lo limpiarán todo, pero no lo bastante rápido para despejar todo el olor, me temo.

    Fisher movió una mano para tocar otras partes del rino. La cabezota se dejó acariciar la frente sin muestras de antagonismo.

    —¿Cree que necesitaremos una reserva de biomasa tan grande —preguntó Fisher.

    El rino gruñó como si reiterara la pregunta.

    Henderson no había pensado en ello detenidamente. La Karamoyo era una nave más grande y con una fracción mayor de biológicos que la que había servido antes. Simplemente había seguido las especificaciones sobre la masa y las creativas sugerencias de la capitana sobre dónde ponerlo.

    —Ciertamente, pensaría que no. Esta es una misión I y una misión D, hacia una parte no colonizada de la galaxia distante. No encontraremos piratas o bribones cuerpos políticos, así que, ¿qué puede salir mal? Estamos a salvo por partida doble con esta redundancia.

    —No es necesario alterarse —dijo Fisher—. Sólo estaba siendo curioso. He estado demasiado ocupado preparando este viaje como para cargar los sistemas de la nave en mi biochip y estudiarlos.

    Henderson se relajó. Por supuesto que no era necesario alterarse. Quizá sus precursores de endorfina estaban bajos, lo comprobaría más tarde. No había duda de que para cuando regresaran a la Tierra, el cerebro humano se comprendería lo suficiente para permitir una amplia variedad de modificadores mentales, en lugar de las lentas drogas de uso común. Entonces, podría mantenerse bajo control todo el tiempo, de igual modo que mantenía bajo control a los trofeos aquí. El era el dios benevolente. Estas criaturas tenían modificadores mentales menores y estaban más sanas y felices que como podrían haberlo estado en la Tierra, todo gracias a sus habilidades.

    —De acuerdo. Bueno, sigamos —dijo Henderson.

    Mientras procedián hacia el observatorio, Fisher le preguntó a Henderson: —¿Qué opina del dragón estelar?

    Henderson había estado tan desairado ante el dragón como lo estaba Fisher cuando se dejaba caer por las recepciones de algunas conferencias biológicas.

    —¿Realmente le importa a un exobiólogo lo que piensa un técnico de biosistemas basados en la Tierra —preguntó Henderson.

    —Totalmente —respondió Fisher rápido y sin pestañear.

    Quizá este amigo Fisher pudiera ser un aliado en este viaje y en el de regreso. ¿Por qué no darle una oportunidad?

    —He pensado en él, por supuesto. Me refiero a que no es muy probable que el dragón esté basado en carbono con las temperaturas del disco, ¿verdad? Pero sé demasiado poco sobre la vida y los orígenes de la complejidad y autoorganización. La entropía es demasiado elevada para que una forma de vida surja naturalmente dentro de plasma caliente y, biológicamente hablando, el disco de acreción es un fenómeno reciente en SS Cygni. No se puede alcanzar ese nivel de complejidad tan rápido. Ahora bien, podría cambiar de opinión con más datos, por supuesto.

    Era mejor parecer abierto de mente y no pisar demasiado en ninguna de las ideas de Fisher hasta que supiera algo de ellas.

    —Mmm hmm. ¿Cómo qué?

    —Bueno, como la evidencia de un ecosistema completo. Hay abundante energía para proporcionar altos metabolismos y cambios rápidos generacionales. Me gustaría identificar el alcance de los nichos disponibles y sus poblaciones.

    —Yo estaba pensando es esa línea también —dijo Fisher.

    Henderson sonrió. Estuvo a punto de continuar pero vió unas posaderas vestidas de naranja sobresaliendo entre un montón de equipo que le recordó que su científica física era bastante calipigia.

    —Hola caballeros —Sylvia Devereaux les saludó tras extraerse ella misma—. ¿Bonito recorrido?

    —Sí —respondió Fisher—. Imagino que la capitana Fang quiere dejarme exhausta así que no causaré problemas antes de almorzar. Bueno, ¿y qué estáis haciendo aquí?

    Sylvia vestía una brillante toga naranja que favorecía su piel marrón. Ella giró y señaló hacia la cámara adyacente llena de trozos de cajas de metal, cilindros y equipo expuesto electróoptico y circuitería cuántica.

    —Vuestra variedad de espectro completo de cámaras, espectógrafos, ondaplacas, bolómetros, receptores heterodinos o al menos, cables de fibra y guías de onda para los mismos.

    Fisher entornó los ojos al mirarla: —¿Usted va a trabajar la astronómia? ¿No harán difícil la observación los efectos relativistas?

    Henderson no pudo evitar notar el atuendo de Sylvia. La toga era modesta, económica y mucho más seductora que los caprichosos pechos aumentados que se llevaban siempre con ese estilo. También tenía una anchas caderas de apoyar bebés totalmente fuera de moda desde el pasado medio siglo. Ella activaba muchas de las sugestiones inconscientes programadas por la selección natural, justo como él intentaba hacer. A pesar del hecho de que era la especialista en ciencias físicas, se preguntó si sus motivos para hacer este viaje eran similares a los suyos.

    Sylvia respondió la pregunta de Fisher: —Tiene razón en que la astronomía, en general, se vería afectada por nuestra velocidad, pero todo esto es para SS Cygni, Dr. Fisher. Los efectos relativistas amplían la intensidad de la luz en la dirección en la que viajamos y hace que el sistema binario sea más sencillo de discernir. Dejamos caer el paquete justo en el vacío interior, miramos por la sigularidad delantera y recogemos el impulso de la lente gavitatoria. Conocemos los parámetros perfectamente y podemos corregir todos los efectos.

    Henderson estaba indeciso respecto a sus rastas. Al final decidió que eran un complemento que encajaba con su imagen básica en bruto de la madre Tierra, una diosa de la fertilidad. Quizá esta apariencia incluso fuese su original y ya seleccionada naturalmente.

    —Llámame Sam —dijo Fisher—. ¿La sonda no logró caracterizar todo el sistema?

    Insinuante, ¿o estaba quizá jugando con ella? Quizá debería modelar la dinámica social. Biotorno, seguramente, ya tenía esa información, pero era información privada. Quizá Fischer podía sacarle datos a Papá. Quizá Fisher no era un aliado sino un oponente. Demasiados quizá que ya debería haber considerado si iban a compartir la mayoría de los próximos tres años.

    —No de forma general —replicó Sylvia—. Esos datos tienen cientos de años y son pobres en muchos aspectos. No olvide que este es un sistema que evoluciona de modo variable en el tiempo. Nunca podré ver dragones a esta distancia, pero le podré decir todo lo que hay que saber acerca de SS Cygni para cuando lleguemos.

    —Sí, eso sería útil.

    —¡Pues claro que lo será! —dijo ella—. Esta nave va a ser puesta al límite de su seguridad cerca del disco de acreción cuando este en reposo. Cuando el disco entre en un estallido de nova enana, cosa que ocurre dos semanas de cada siete, tendremos que retirarnos. Los intervalos más cortos entre los estallidos podrían ser tan pequeños como una semana, que es la que debemos planear. Los estallidos son caóticos por naturaleza, dependen del modo en que la masa de los deshechos de la estrella secundaria cruzan el punto de Lagrange. Es como un grifo que gotea. Los estallidos ocurren cuando la masa incorporada al disco causa una inestabilidad interna y la transferencia del momento angular alcanza...

    —Sí, bueno, tendremos que debatirlo por el camino —dijo Fisher, sonriendo y alzando las manos para interrumpir su flujo de palabras.

    —Por supuesto —dijo Sylvia.

    ¿Había dicho algo sobre los límites de seguridad? No quiso darle importancia y dejó de mirar a Sylvia. Era mejor disolver al grupo ahora.

    —¿Preparado para la siguiente parada, Dr. Fisher?

    —Claro —dijo él.

    Se desplazaron hasta los generadores Higgs que moderaban las singularidades de la espuma cuántica, el puente de vuelo donde estaban localizadas las interfaces de control humano de la nave, la bahía de la lanzadera, la bodega de suministros (incidental), la bodega de suministros (primaria), la bodega de suministros (industrial), y luego, a petición de Fisher, saltaron el resto de las bodegas de suministros. A Henderson no le importó, pues algunas, como la bahía de misiles, le ponían nervioso, los fisionables eran peligrosos. Aceptaba su presencia como potenciales herramientas de incalculable valor para una nave solitaria a doscientos años luz del hogar. ¿Quién sabe lo podrían tener que reventar en los confines distantes de la galaxia?

    —¿No puede enseñarme Papá dónde están las cosas? —preguntó Fisher.

    —Por supuesto —Henderson se encogió de hombros—. Aunque la capitana dijo que le acompañara en el recorrido.

    —¿Dónde está Fang?

    Papá respondió: —En el gimnasio.

    —Gracias —dijo Henderson.

    —¿Por dónde se va? —preguntó Fisher.

    —Por aquí —dijo Henderson.

    Escucharon el gruñido de la apertura del portal antes de llegar al gimnasio. El calor manaba de la abertura, pero no como en la sabana, este calor era húmedo, lleno de la acidez de la piel comprimida mas allá de los límites confortables. Henderson inclinó la cabeza y extendió un brazo para invitarle a que entrase primero.

    Henderson sabía lo que esperar, él había cultivado el gimnasio siguiendo el guión de la capitana, pero siempre le incomodaba verlo en fucionamiento.

    La forma de la capitana Lena Fang estaba suspendida en una carnosa malla de enredadera color rosa. Vestía un atuedo blanco. La visión le hizo pensar a Henderson en el interior de una calabaza. Descargas bioeléctricas recorrían la malla y estimulaban los grupos musculares de la capitana, provocándole espasmos rítmicos como una mosca atrapada en una tela de araña. El olor a sudor permeaba el aire cálido, parecía genuíno no como el dulce sudor que mucha gente se modificaba en secreto. La capitana emitía unos gruñidos mientras se esforzaba con un conjunto óptimo de ejercicios diseñados para producirle el rendimiento más efectivo.

    Fisher empujó una húmeda hebra muscular rosa que era una fibra del gimnasio. Apenas se hundió.

    —Fuerte —dijo él.

    —Trae el culo aquí, Sam —avisó Fang—. Quiero que estés en forma para este viaje. Un contrincante humano supera con creces lo que crece en una barrica.

    Fisher miró a Henderson.

    El sonrió y movió la cabeza hacia el centro de la sala: —La capitana ha emitido una orden. Quítese la ropa y trepe, Doctor.

    Fisher se quedó allí por un momento, considerando: —¿Ahora?

    Henderson se encogió de hombros: —Sus cosas le esperarán en su cuarto. Adelante.

    —Bueno, vale.

    Fisher se quitó su pesado Duradenim, se quedó en ropa interior y metió sus ropas en la pared. La felpa de las ondulantes moquetas se alineaba en todas las superficies de la nave. Eran útiles como airbags bajo la rápida aceleración, por ejemplo, al caer en un ambiente en alta gravedad como el que se encontrarían en el disco de SS Cygni. En las circunstancias actuales, agarraban un pila de ropas como los cadillos, las probaban y, tras un tiempo, las pasaban a sus compañeras hasta que regresaban a la habitación del propietario.

    Fisher escaló tentativamente por la malla carnosa sin parecerse mucho a una araña.

    —Ya tengo modificadores estándar de aumento muscular.

    —Los va a necesitar —dijo Henderson.

    Fang continuaba gruñendo y sudando entre espasmos.

    Fisher trepó hacia ella.

    Henderson cerró el portal, contento de que la capitana no le hubiera pedido que se entrenara y volvió a su laboratorio. Se reclinó en su lujoso bestiasiento y se preguntó si Sylvia Devereaux podría ser una compañera de viaje que valiera la pena.

    Fisher flotaba por el pasillo como el proverbial zombi o, más bien, un espectro. Los zombis caminaban, él levitaba en microgravedad. Cansado hasta los huesos, levantó la mano para golpear la cerradura de su cuarto. La puerta se abrió como un obturador y se encendieron las luces. El interior olía rancio como si la sala llevase años cerrada, pero allí dentro oscilaban sus cuatro exíguas piezas de equipaje, entrelazadas en una red de almacenamiento.

    ¿Cómo se suponía que iba a trabajar en esta forma?

    Fisher se deslizó dentro de su habitación, se liberó de sus ropas y miró alrededor. Barracones espartanos: bestiacamas sin estampados, bestiasiento, mesárbol, puesto de trabajo. Alguien había dejado eficientemente un saco de ducha para microgravedad pendiendo en su armario, pero no estaba de humor para luchar con la bolsa gelatinosa aún cuando parecía alerta y servicial, abierta como una flor ante su olorosa presencia. La ducha podía esperar hasta que estuvieran en camino o, al menos, hasta que hubiera dormido un poco.

    La bestiacama, dormitando en su nicho en una pared que llegaría a ser el suelo más tarde, era ahora inútil hasta que estuvieran de viaje, pero a él no le importaba ser abrazado por una cama sin mente. Fisher rebotó por el lateral de la pared abriendo todos los cajones y taquillas hasta que encontró una vaina de seda tipo momia.

    —Puerta —dijo él.

    La puera del anillo se cerró y él se deslizó fuera de sus calzones.

    —Luces.

    Las luces se atenuaron. Se acomodó en el suave y cálido saco ignorando su odor, desprendiendo bolas de sudor que flotaban por la cabina. El pez globo no pasaría hambre esa noche.

    Cerró los ojos y fue intensamente consciente de su vejiga y entrañas.

    —Maldición —dijo él saliendo del saco.

    Se golpeó un codo al entrar en el cuarto de baño y el acolchado de la moqueta parecía muy delgado.

    —Luces —dijo él un poco inseguro sobre lo que podría encontrar allí.

    Pero era una boca orinal orgánica estándar con un aliento a sacarina tan fuerte que podía degustarla. No tan de moda como a Stearn la hubiera preferido, probablemente. Aunque el Comodín quizá no usaba un aseo si se había aplicado un modificador corporal generador de bloques. Esos, a veces, parecían una buena idea pero, ¿quien tenía tiempo de comparar marcas?

    Fisher aplastó sus nalgas en el aseo, dejando que su boca se sellara y succionara para sujetarle en el sitio mientras lenguas en sifón lamian hasta limpiarlo. En menos de un minuto, estaba acomodándose dentro del saco, con los ojos cerrados, la mente apenas resistiendo el cuerpo. Imaginó que la capitana se ejercitaba con ese vigor de forma habitual. ¿Cómo lo conseguía?

    Fang tenía empuje. Lo mostraba en esos músculos finamente marcados que funcionaban como una máquina eficiente. Admirarba esa clase de empuje. El tenía el mismo empuje en su propia arena. Sus arenas eran la misma en esta misión. Podía seguirla si tenía que hacerlo.

    —Puedo hacer cualquier cosa si tengo que hacerla —le murmuró a sus músculos que gritaban silenciosamente.

    De algún modo, a pesar del dolor, en menos de un minuto cayó dormido.

    Soñó que lanzaba vastas redes con las que atapar un dragón estelar, las lanzaba quinientas veces ignorando los dolores de sus brazos y se preparaba para lanzar quinientas y una

    La capitana Lena Fang flotaba en el puente de vuelo. Vestía su uniforme completo con botas de cuero negro patente a pesar de ser inapropiadas en microgravedad. Agradecía que la microgravedad previniera los temblores de sus músculos que mostraría bajo gravedad. Nunca le había parecido justo que los mismos músculos que entrenaba tan ansiosamente también pudieran traicionar tan fácilmente. El comienzo de un viaje siempre la ponía nerviosa y eso la preocupaba, pues parecía a veces una falsa responsibilidad. Papá llevaba la Karamoyo como una bien alimentada nanoforja. Era tradición que ella orquestara el lanzamiento, pero todo el ritual rayaba lo supérfluo. No era lo que significaba ser la capitana de una nave cuando ella empezó su carrera en la flota corporativa.

    Aún así, ella estaba agitada por la emoción y no dejaría que esta se notase. Cada encargo conllevaba el potencial de probar su temple. Quizá fuera este su viaje.

    Tenía que creer que así era en caso de que lo fuera..

    No había modo de saber lo que podría ir mal, lo que pudiese requerir su decisión inmediata o realizar alguna rápida acción. Si ya había sido anticipada, siempre habría colocada una red para evitar la caída. Su trabajo era estar allí para afrontar lo que no se anticipaba.

    Recorrió el camino hasta su sillón de combate situado en el centro posterior de la habitación y anclado en lo que pronto sería el suelo. Presionó sus dedos dentro de su dúctil piel bermellón liberando su reconfortante aroma. El bestiasiento acolchado gimió en voz baja. Por último, permitió que los brazos del sillón la envolvieran.

    Todos los demás ya estaban allí. Justo delante de ella se sentaba el Comodín de la nave, Stearn, frente a la consola del motor gusano que mostraba el estado del rail interior de superconductores, los generadores Higgs y el campo e-m-g a bordo. Stearn se giró, le mostró una media sonrisa y batió con sus orejas ala. A su izquierda, Henderson se sentaba frente a la pulsante bancada de pantallas de membrana que monitoraban los biosistemas de la nave, incluyendo las partes orgánicas de Papá. A su derecha, sobre un bestiasofá estaban Devereaux y Fisher. Sam parecía tener sueño y ella esbozó una fría sonrisa. Proyectadas en el muro opuesto (su cerebro ya se había orientado con el familiar acto de sentarse en el sillón de combate), grabadas con vectores plateados, brillaban varias vistas de la Karamoyo. Todo parecía nominal.

    Sudando, su mano operaba el panel interno del sillón de combate.

    —¿Estamos listos para empezar, Papá?

    —¡Estamos excepcionalmente listos! —dijo Papá lo bastante alto para que todos pudieran oir.

    Papá era la Karamoyo. Estaban preparados.

    —Confirma el plan de vuelo con el controlador BOT —ordenó Fang.

    La baja órbita de la Tierra estaba más atestada que nunca, pero sin accidentes desde los últimos setenta y tres años locales.

    —Hecho —anunció Papá.

    —Apúntanos al Cisne —ordenó Fang.

    Era la constelación de Cygnus el Cisne, la dirección de SS Cygni. El puente vibró mientras los timones de vuelo alrededor de la nave variaban sus ritmos de rotación, reorientando la Karamoyo.

    —Hecho —anunció Papá.

    —Inicia el biorigen de la singularidad —ordenó Fang.

    Alrededor del esquema plateado de la Karamoyo, se materializó una malla escarlata que representaba la curvatura de Reimann del espaciotiempo local. La malla se estiraba un poco hacia abajo en dirección al profundo pozo gravitatorio local de la Tierra, pero la mayoría de su superficie era plana.

    —Hecho!

    —Enciende los superconductores, lanza la configuración.

    —Hecho.

    Fang respiró profundamente y se frotó las manos en los pantalones blancos dejando marcas.

    —Enciende los generadores Higgs.

    —Hecho.

    —Dispara y estabiliza los rayos de inflación.

    La malla en la pantalla de la nave se expandió para mostrar los detalles. Cuatro rayos verdes equidistantes centellearon, separados por ciento nueve punto cinco grados precisos, e intersectaron las fauces de la Karamoyo.

    —Rompe las simetrías.

    Las luces verdes brillaron cuando cambiaron sus posiciones a alta frecuencia. La malla escarlata empezó a hundirse mientras la tecnología arrancaba una bi-singularidad de la espuma cuántica que crecía exponentialmente a partir de la distancia de Planck. La malla ahora parecía una chimenea elíptica. Mientras Fang observaba, las cargas eléctricas opuestas respondían con los campos generados en los superconductores del rail, estirando la chimenea hasta una cuña con agujero doble. Las fuerzas electromagnéticas superaban a la gravedad, permitiendo que el agujero blanco se separara del agujero negro y previniendo el recolapso. Los campos de las singularidades se hacían más profundos mientras los agujeros se alejaban. La Karamoyo se sacudía cuando el par de agujeros aceleraba hacia el Cisne, arrastrando la nave con rápidas y suaves oscilaciones.

    El motor gusano no sólo tenía ese nombre por el agujero de gusano de tipo-2 que creaba, sino por que las versiones anteriores operaban casi enteramente en condiciones de microgravedad con una nave toroidal que oscilaba alrededor de las singularidades, primero atraída por delante, luego empujada por detrás, moviéndose como un gusano. El control electromagnético no sólo resultaba en una mayor estabilidad, permitía la imitación de la gravedad a bordo moderando las oscilaciones en las frecuencias correctas.

    En sus primeros pocos viajes, cerca de trescientos años atrás, la gravedad bajo los motores gusano aún era turbulenta y desagradable. Sin las drogas o glándulas apropiadas, la mayoría se mareaba y permanecía mareada. Nunca más: sólo navegación suave en el amanecer del cuarto milenio.

    Cuando Fang se hundió en su sillón de combate con la familiar gravedad de un g, el rail empujaba contra el vector de microgravedad instantánea y la aceleración de la nave se aproximaba asintióticamente a los diez g del par de singuraladidades desde ambos lados. La gravedad efectiva en el interior, generada por la fricción electromanética modulada, se aproximaba a un g. Varios peces globo limpiadores caían a lo que ahora era el suelo en rápida sucesión.

    —Motor gusano activado. Todos los sistemas en nominal.

    Nada había salido mal, nada la había desafiado. Como era lo habitual. Ahora sólo tenían que avanzar, y avanzar, y avanzar. Y permanecer en condición de combate sólo por si acaso.

    —Gracias, Papá.

    —Gracias, hija.

    Fang observó el puente, a la tripulación. Encontró los ojos de Fisher. El la observaba con una atención que la sorprendió. Ahora no parecía sonmoliento. ¿En qué estaría él pensando?

    Stearn se levantó de su asiento, soltó un ridículo y sonoro wuuup, trastabilló en la gravedad y se sentó de nuevo.

    —¿Dónde está el champán —preguntó.

    Habían dado el primer paso de su muy largo viaje. SS Cygni y todos sus secretos esperaban. Quizá tuviera oportunidad de ser una verdadera capitana en el transcurso del descubrimiento de esos secretos, la oportunidad de mostrar que estaba medida por debajo de otras personas y que merecía su posición y autoridad.

    Lena Fang así lo esperaba desesperadamente.

Capítulo 3

    El amor es un tipo de guerra.

    Dos días más tarde, Fisher se sentaba a su puesto de trabajo en su cuarto sobre un bestiasiento osificado (no deseaba distraerse por los mensajes mientras trabajaba). Apenas lo necesitaba, pero el vídeo de la Prospector reproducido en miniatura en el tanque de imagen se expandía ahora en tres dimensiones mediante algún creativo algoritmo de mapeo. Fisher estaba trabajando en la ingeniería inversa del campo electromagnético del dragón estelar a partir de los movimientos observados y de un modelo del campo del disco que Devereaux le había proporcionado. Ese conocimiento podía, potencialmente, permitirles atrapar un dragón de forma segura para el estudio.

    La puerta sonó con un dulce tono diseñado para llamar la atención sin ser demasiado molesto. Pensó que podría cambiarlo si podía encontrar un minuto libre.

    —Entre —dijo él ausentemente, preguntándose sobre lo rápido que podría ser capaz el dragón de variar su campo. Quizá podía poner un límite superior desde el...

    Alguien se aclaró la garganta.

    Al perder el hilo de sus pensamientos, Fisher suspiró y se giró.

    Fang estaba de pie en el umbral vestida con un chandal gris, una especie de casco acolchado azul y jugueteaba con lo que parecía ser un par de almohadas azules conectadas colgando del hombro.

    —Necesitas un descanso, Sam.

    No sonó como una pregunta, pero tampoco sonó como una orden. No es que él siguiera gratuítamente órdenes per se en cualquier circunstancia. Él no era precisamente un miembro de la tripulación de la nave. Era más parecido a un asesor, pero ella le gustaba y no quería alienar a su más poderoso aliado. De modo que no le respondío como si ella hubiera visitado a un postdoctorado a destiempo.

    Sonriendo, dijo: —En realidad, estoy en mitad de algo. Quizá luego.

    Fang se apoyó en la pared del interior, inclinó la cabeza hacia atrás y forzó una sonrisa como si fuese una comediante.

    ¿Qué era tan gracioso?, pensó Fisher.

    Ella dijo: —Papá, ¿cuánto tiempo ha estado trabajando el Dr. Fisher en su puesto?

    —Seis horas y tres cuartos, continuadamente. Y mucho interés ha puesto en ello.

    ¿Interés? ¿Por qué no iba a ponerle interés?

    Se giró para mover la silla endurecida y mirarla de cara. No estaba acostumbrado a que le interrumpieran. Ella debería entenderlo. Trabaja duro, juega duro, una afirmación intemporal que él nunca comprendió. Un buen trabajo era un juego y ¿por qué no tomarse el juego con tanto interés como cualquiera se tomaría el trabajo? Jugar era el trabajo del verdadero yo de cada uno.

    —Y trabajaré siete horas o setenta si me apetece.

    Fang frunció el ceño. Él notó que eso le molestaba. Él había arruinado su juego y, aun cuando no necesitaba un descanso, a ella sí la necesitaba.

    No te olvides de las personas esta vez, ¿no era eso lo que Atsuko le había dicho?

    —¿Qué clase de descanso tienes en mente?

    Ella levantó las almohadillas azules. —¿Dijiste que boxearías conmigo.

    ¿Boxear? Depués de todo ella lo decía en serio. Bueno, él había cargado unos cuantos tutoriales en su biochip por si acaso iba en serio, así que estaba preparado. Al cargarlos en su memoria activa, se levantó.

    —Muy bien. Vamos a boxear.

    —No quiero obligarte a nada.

    —No hay problema. Tienes razón. Necesito un descanso. Vamos.

    —¿Te lo tomarás en serio?

    —Pocas cosas hago a medias.

    —Bien.

    —¿Tengo que cambiarme?

    —Tienes que cambiarte.

    Fisher miró por su habitación. ¿No tenía ropa de deporte por algún lado? Estaba seguro de haber traído algunas. Quizá no. Eran bastante sencillas de cultivar y también bastante baratas. ¿Por qué iba a llevar un chandal por toda la galaxia?

    —Prueba en tu armario.

    Fisher lo encontró todo en su taquilla, incluso sus propias curiosas almohadillas azules: guantes de boxeo, por supuesto. Mientras que sabía intelectualmente lo que eran gracias a los tutoriales, se dió cuenta de que nunca había visto unos y de que eran bastante extraños. Sintió que Fang le miraba.

    —¿Qué estás esperando, otro espéctaculo de cómo me desnudo?

    —Sí —dijo Fang.

    Hubiera preferido que ella hubiera acompañado sus palabras con una sonrisa, pero tampoco le desagradó el hecho de que no lo hiciera.

    Aquello no tenía la menor importancia, pero se sintió de pronto autoconsciente de la mirada de ella. Era extraño que no le importara. No tenía nada raro como agallas ni se había hecho nada ostentoso o vergonzoso en los genitales. Se sacudió fuera las botas, hizo una pausa y luego, empezó a desabrocharse la camisa.

    —La habitación por defecto —resopló Fang—. Ni siquiera huele. Papá tiene una biblioteca entera de habitaciones disponibles. No esperamos que nadie se quede con una por defecto.

    Feliz por dejar de ser el centro de atención mientras se cambiaba de ropa, Fisher dijo: —En realidad no he pensado sobre ello. ¿Necesito olores?

    —¡Oh sí! La decoración de la habitación es un fino arte entre los viajeros del espacio profundo y los olores pueden ser vitales para establecer una atmósfera íntima. En mis tiempos, he visto junglas, salas del trono de la corte del Rey Sol, hasta una parodia de la oficina Oval del antiguo presidente americano. Un tipo tenía una habitación equipada para imitar las excelencias de los sensualistas del siglo veinticuatro, en la que cada objeto en la habitación y cada movimiento activaba un sonido, olor o sensación. La micción, normalmente, dejaba al usuario de la habitación temblando en el suelo durante horas. Ese tipo tenía sus problemas. Lo más popular para los viajeros espaciales equilibrados parecen ser las escenas naturales de sus planetas natales. Te hacen sentir menos desconectado.

    —Lo tendré en cuenta —dijo Fisher poniéndose sus calzones con un sonoro golpe del elástico—. Dime, he querido preguntar por el nombre de la nave. Lo habría buscado yo mismo, pero...

    —Pero has estado ocupado. El nombre no es un gran misterio. Hubo una vez un distrito africano llamado Karamoyo y, aún más importante, un gran cazador blanco del último periodo colonial que adoptó el nombre: Walter D. M. 'Karamoyo'. Cazador de elefantes, mató cientos de ellos, en muchas ocasiones de un sólo disparo. Era un buen cazador de la era de Papá y el nombre parece que encaja. ¿Satisfecho?

    —Sí —dijo él apoyando sus guantes en el hombro como Fang cargaba los suyos—. Gracias por contarme la historia del nombre. Y pensaré sobre la decoración cuando tenga ocasión. ¿Cómo es tu camarote?

    —Si boxeas lo bastante bien.. —dijo Fang saliendo de la habitación —...quizá lo descubras por tí mismo.

    —Trabaja las piernas —le gruñó Fang a Fisher a través de su protector bocal mientras le golpeaba en la cara de nuevo.

    A ella le hacía sentirse bien dar puñetazos.

    —Si sólo te quedas ahí de pie, te voy a marcar a placer.

    Él se abalanzó soltando un puñetazo en un descuidado arco que ella esquivó por abajo. Ella le envió un gancho que impactó en su barbilla desprotegida.

    —Me superas en peso —dijo lanzando un directo—. Pero eso no significa nada —Luego le envió una combinación de gancho y directo—. Necesitas practicar hasta que los movimientos sean tan automáticos que sean instintivos. Construye algo de memoria muscular.

    Él golpeó.

    Ella fintó. —Piensa en ello como una danza.

    Él lo estaba haciendo mucho mejor de lo que ella esperaba. Su metabolismo estaba configurado a un alto nivel de actividad, de modo que estaba en buena forma aunque aún no en lo que se podía llamar una buena forma de combate. Pero mostraba algo de habilidad con el bestiasaco pesado, el beatiasaco loco, el bestiasaco rápido. Y ahora, allí estaban los dos, boxeando en el primer día. Fisher lanzaba algunos puñetazos y recibía otros también. Complacida, ella le mostró una sonrisilla tras el protector. Él se distrajo por eso y ella le dió en la cara.

    —Concentrate —dijo ella dando un paso atrás para obligarle a avanzar.

    Se recordó a sí misma tomarse su tiempo, hacer ejercicio, mantener al pobre exobiólogo unos cuantos asaltos para no desanimarlo demasiado.

    —¡Lo estoy! —Fisher avanzó un paso a la izquierda de Fang y mantuvo sus piernas flexionadas—. Esto...es...difícil.

    —Bien —Ella se movió en círculo hacia su derecha, preparada para agacharse bajo otro puñetazo descontrolado, pero Fisher estaba recuperando el aliento y ya no cargaba a lo loco.

    Sonó la campana y Fisher cayó a la lona azul del suelo de regulación elástico jadeando entre su protector.

    Fang escupió su protector y levantó hasta los labios la pajita de su botella de agua que sostenía entre los guantes como un crucifijo. Era una sensación agradable. Nada como el agua fría cuando se tiene calor. La vida eran los placeres sencillos. Ejercicio. Saciar la sed. Ganar.

    Terminó de beber y le ofreció la botella a Fisher.

    Tras un momento, él dijo: —Dentro de un minuto.

    Ella dijo: —Lo estás haciendo de maravilla, Sam. En serio. ¿Qué te parece dos asaltos más?

    —Puedo con otros dos asaltos —dijo él sin levantar la vista.

    —Bien. Me gusta el hombre que resiste.

    Fisher alzó la vista hacia ella, pequeños rizos se le pegaban en la frente, el sudor manchaba sus axilas. Olía rancio y no mal del todo.

    —¿Qué estás haciendo aquí conmigo?

    —Boxear —dijo ella.

    —Me refiero.. —y levantó una ceja —...estás flirteando conmigo, ¿verdad?

    Por supuesto que lo estaba, pero él no podía decirlo directamente o dejaría de ser un flirteo para convertirse en una negociación. Fisher carecía de sutilidad. Pero Papá nunca eludía la aproximación directa y motivaba la franqueza en ella, de modo que Fang asintió.

    —Hace mucho desde mi último amante. Eres mi única expectativa romántica en este muy largo viaje, Sam, y prefiero la carne humana en la cama. No le ví sentido esperar. ¿Hay algo malo en eso?

    —No. es sólo que, me parece bastante forzado.

    Sam echó su cuello hacia atrás tanto como su casco se lo permitió.

    —Mira, Lena, he tenido problemas en el pasado con... me refiero a...podríamos no...Mmm.

    Ella le dejó que sudara. Estaba guapo.

    —Vamos a boxear —dijo finalmente—. Y verás la clase de aguante que tengo.

    Boxearon.

    Fang superaba a Fisher. Claramente, él había tenido problemas en localizar y descargar algunas indicaciones de boxeo. Fisher aprendía rápido y trataba de complacerla a pesar de su reluctancia a dejar su habitación. Se estaba cansando pero estaba mejorando también. Al principio, cuando tenía energía, la había gastado neciamente. Ahora, sin esa energía y al ganar familiaridad práctica con las habilidades, había empezado a pensar. Un boxeador listo era un buen boxeador. Todos los grandes campeones habían sido listos y habían extendido sus carreras por encima de sus competidores más jóvenes y rápidos, pensando. Los boxeadores estúpidos no ganaban, incluso con modificadores corporales superiores en las ligas que los permitían.

    Fang mordía con fuerza su protector cuando tuvo la idea de que boxear, que había pasado por un período sin actividad, podría desaparecer cuando regresara a la Tierra. Podría llegar a ser otro deporte olvidado por la corta extensión de la atención de la cultura. Parpadeó y alejó ese pensamiento. En algún lugar en las colonias humanas sobreviviría, si no en la Tierra, en un movimiento retrospectivo. La diáspora no sólo protegía a la especie humana de la extinción, también la ayudaba a proteger su cultura. En algún lugar, el boxeo sobreviviría.

    De pronto, Fang fue consciente de que algo iba mal. Había entrado en piloto automático dejando que su cuerpo se moviera sin su cerebro. Estaba siendo una boxeadora estúpida y Fisher no era estúpido.

    Ella se lanzó hacia atrás, agachándose simultáneamente, trastabillando furiosamente para mantener sus pies bajo ella y evitar una ignominiosa caía sobre su trasero.

    El derechazo de Fisher falló la cara por escasos centímetros. La mejilla se enfrió con el viento del puñetazo evaporando el sudor.

    Fisher gruñó por el esfuerzo del golpe mientras caía con las piernas enrededadas a la lona sobre su hombro derecho.

    Se quedó allí tumbado como alga varada en la orilla del mar.

    —¿Sam? —murmuró ella entre su protector. Lo escupió—. ¿Sam? ¿Estás bien?

    Fisher resoplaba y no se movía. —¿Ya han pasado dos asaltos?

    Fang soltó una carcajada. Una larga carcajada desde la parte inferior de su barriga que surgió honestamente desde dentro. Una carcajada que desató un nudo que había mantenido desde el comienzo del viaje. Este viaje iba a ir bien. Desechar el presente por el futuro lejano no había sido un completo error. Había acertado al dejar lo saltos coloniales de envío de ganado por la oportunidad de un verdadero desafío. Con esa carcajada, se implicaba y aceptaba el curso actual de los acontecimientos.

    Fisher se impulsó con los codos, pero sólo para darse la vuelta. Miró hacia ella tumbado de espaldas, con la sonrisa de alguien infectado por una carcajada. Sacó sus labios hacia afuera y su protector bocal salió a medias y luego se deslizó hacia un lado de su cara, arrastrando saliva mientras salía fuera de su boca.

    Fang rompió a reir con más ganas, las lágrimas le fluían por la cara.

    Fisher rompió a reir también, al principio un poco y luego con algo de entusiasmo.

    Eso a ella le gustó. Él había estado tan serio hasta el momento. Al fín, ella dijo: —No, sólo un asalto.

    —Maldición —dijo él, sonriendo.

    Ahora que él tenía ese brillo en los ojos, estaba tan guapo. Se firme, pensó ella. No muestres temor.

    Antes de que Fang pudiera detenerse ella misma, dijo —Vamos a mi habitación a ducharnos. Entonces empezaremos el último asalto.

    Fisher siguió a Fang de vuelta a su camarote. El sudor aplastaba los pantalones de Fang contra sus firmes nalgas. Fisher intentó ignorar los instintos que la evolución le había colocado dentro, mantener alguna medida de contol, pero se dió cuenta de aún estaba mesmerizaro. Demasiado cansado, supuso. Lo que más le gustaba de ella, decidió que era el modo tan seguro en que caminaba, sin mirar atrás, sabiendo que él la seguiría. Ella estaba segura.

    Había visto esa seguridad en ella mientras boxeaban. La gracia competitiva le complacía, intelectualmente al principio. Ella iba ser de gran ayuda en la caza del dragón. Sería un diamante bajo presión. Ella haría lo correcto en el momento adecuado.

    Luego, cuando él había estado en la lona y ella se había reído, no había habido malicia en ello, sólo una sencilla alegría, la razón emocional de vivir que él olvidaba a veces.

    Stearn llegó caminando por el pasillo.

    —Capitana —dijo él mientras se aproximaba.

    Fang asintió brevemente, pero no bajó el paso.

    —Hey, Fish —dijo Stearn guiñándole un ojo tan pronto como hubo pasado a Fang.

    A Fisher no le importó que le llamara Fish y el no importarle también le agradó. El Comodín y lo que pensara no eran importantes.

    Se deslizaron cerca del camarote de Fang. Fisher se olisqueó las axilas disimuladamente. Olían tan mal como pensaba. Ya había otro modificador corporal para el que debería encontrar tiempo. Confió en que ella hubiera dicho en serio lo de ducharse primero.

    Fang se detuvo abruptamente en la puerta pero no la abrió. Se giró para encararle con las manos apoyadas en las caderas, cabizbaja, mirando a su pecho. La timidez ahora había remplazado la confianza.

    —Sam, no había planeado hacer esto tan rápidamente.

    Él asintió y puso sus manos sobre las de ella.

    —Mi camarote —dijo ella —Es un retrato de toda mi responsabilidad en la nave. Refleja una parte de mí que no muestro a menudo y no estoy del todo cómoda al mostrárselo a los demás. Ahora hablo muy en serio. ¿Puedo fiarme de tí?

    —Sí —dijo él apretando sus manos.

    Fisher estaba un poco preocupado que se estuviera comprometiendo a algo que no entendía pero le había cogido en el momento en que, como hombre en las últimas fases de la caza, era capaz de decir cualquier cosa y ,aún peor, creersela.

    Aún cuando sabía esto, no puedo evitar decir: —Sí.

    Ella sonrió, se humedeció los labios y le apretó las manos. —Entonces, bienvenido a mis aposentos, dijo la araña a la mosca.

    Ella dejó caer las manos, abrió la puerta y entró.

    Él recordó lo que ella le había dicho sobre lo de decorar las habitaciones y surgió una nueva cosecha de preocupaciones fertilizada por el arácnido comentario. Se preguntó si la habitación de ella era otra tela de araña viviente como el gimnasio de microgravedad, sólo que quizá llena de billones de arañas gigantes reales o algo así, algo peor que lo que Biotorno había patentado....

    Fisher se sacudió las imágenes de encima, respiró hondo y la siguió.

    En el interior, intentó no reirse. Ella había estado tan seria fuera y él había estado más asustado de lo que creía. El alivio le había hecho sonreir y confiaba en que ella interpretara su expresión como la anticipación de lo que estaba por llegar.

    El camarote de Fang era intemporalmente femenino, rosa y blando. Bonito. Una cama extra grande llenaba un lateral de la extensa cámara. Era una cama de agua real, no de esas cosas vivas, cubierta con sábanas y animales de peluche de la vida marina: tiburones, cangrejos, delfines, caballitos de mar, estrellas de mar y similares. Unas puertas de cristal se abrían a un plácido océano virtual que dominaba el lado opuesto de la habitación. Las puertas estaban abiertas y una cálida brisa hacía entrar un olor a playa. Un tocador con espejo de medio cuerpo se asentaba en la pared con joyería, maquillaje y una concha marina sobre la mesa de caoba. Maqueta acolchada sin arrugas llenaba el suelo con remolinos de coral rosa pastel y cascarones azules. El único elemento incongruente era un escritorio de madera pálida en una esquina con una silla de la misma madera y cubierto de pergaminos con, quizá tablas, pero sin consola informática ni tanque de imagen. Un oasis de obra de la era antigua entre lujos de la era antigua.

    La cama de agua rosa, cálida y el suave susurro de las olas deletreaban —útero —a Fisher.

    —Me temo que el cuarto de baño es similar —dijo Fang nerviosamente quitándose la camiseta sudada en un único movimiento fluído.

    —Apenas puedo esperar —dijo Fisher honestamente, quitándose la camiseta.

    Fang sonrió.

    Fisher le devolvió la sonrisa.

    Fang se desnudó en un instante y saltó sobre la cama. Mientras oscilaba arriba y abajo, ella dijo: —Me temo que escogí la cama con dormir en la mente. Puede ser difícil de...

    —El problema no es ineludible.

    Devereaux inspeccionó los datos del observatorio una última vez. Las cámaras STJ de alta resolución, que registraban la llegada de fotones y las energías de los rayos X por infrarrojos, mostraron patrones intermitentes en diente de sierra. Parecían correctos ahora pero, ¿empeorarían una vez que entraran en los campos a lo largo del eje de la nave? Sólo había un modo de averiguarlo.

    Devereaux dió un paso fuera del módulo del observatorio y dijo: —Empecemos, Stearn.

    —Puedes llamarme Phil si quieres.

    Stearn cogió el módulo con un elevador magnético y lo manipuló hasta el interior de la esclusa de aire chocando en el borde.

    —Cuidado —avisó Devereaux.

    —Vale, Tendré cuidado, pero ¿no es este asunto redundante? Sabemos lo hay ahí, ¿cierto?

    —Más o menos, pero los detalles podrían interesarnos. Y mucho.

    —Sólo es otra estrella comiéndose a otra estrella. Cada pocas semanas se llena la boca y engulle, ¿cierto? Cuando engulle rápido arde a mayor temperatura. Cuando engulle despacio, no está tan caliente. Leí los artículos de la enciclopedia. No hace falta ser un genio.

    Stearn iba a ser un chico bastante pesado en este viaje, pensó Devereaux.

    —El comportamiento de una nova enana no es predecible con mucha anticipación. La inestabilidad del disco térmico que produce los estallidos está relacionada con el ritmo de acreción que, a su vez, depende de la secundaria que dona la masa. La secundaria tiene un campo magnético que interactúa con el disco y todo el bloque es un lío de bucles de realimentación, algunos de los cuales se comportan caóticamente. El estallido...

    Él la interrumpió: —De acuerdo. Cuanto más rápido engulle... Como he dicho, tampoco hace falta ser un genio de vocabulario y eso es fácil de creer de todos modos.

    Stearn terminó de meter el observatorio y selló la esclusa.

    —Si nos coge el estallido de una nova enana cerca de la fotosfera del disco y nuestra nanopiel no procesa la energía lo bastante rápido, estamos cocinados. Eso es malo, ¿lo captas?

    —Malo. Captado. Pero, ¿no podemos simplemente monitorar el ritmo de transferencia mientras estamos allí?

    —Pues claro que podemos, pero estos datos no nos harán daño, ¿verdad?

    Stearn batió sus alas y giró su atención al soporte magnético que insertaría el observatorio dentro del eje central entre las singularidades.

    —¿No se convierten estos sistemas en nova y supernova, también?

    —No las novas enanas, al menos, no en general. Su tasa de transferencia de masa no es lo bastante alta. Eventualmente, otros tipos de novas pueden ocurrir. Una nova clásica ocurrirá si una masa de hidrógeno sin arder se construye sobre la enana blanca y la fusión la prende toda de una vez cuando alcanza la temperatura crítica, pero eso es una escala temporal de cien mil años para SS Cygni. Una supernova ocurrirá si la masa de la enana blanca alcanza las 1.44 masas solares, el límite de Chandrasekhar, cuando la presión de los electrones degenerados no puede resistir la propia gravedad y se produce el colapso . Si eso ocurre, el disco y todo lo que hay en él se esparcirá por toda esa parte de la galaxia. Pero no te preocupes por eso. La primaria de SS Cygni está lejos de las 1.44 masas solares y la acreción, normalmente, se compensa con los vientos y la pérdida de masa de las novas. No hay supernova para tí en este viaje.

    —Aunque sería algo fantástico de ver —dijo Stearn masticando sobre su larga lengua bífida mientras observaba la inserción—. Pero sé de otra supernova que me gusta más. ¿Alguna vez has conectado tu centro de placer a una bolsa de palomitas? ¡Eso sí que es un estallido!

    —No tienes remedio, Stearn.

    —Ninguno en absoluto. Conozco bien la nave. Soy bueno en mi trabajo. Y me divierto más que nadie en este loco viaje. ¿Algo malo es eso?

    —No. Supongo que no.

    Ella empezó a pensar en Phil Stearn. Había aparecido como un completo desastre, pero Biotorno era una compañía inteligente y su cerebro nunca habría colocado a un incompetente en una nave como aquella, por no hablar de contratar a uno en primer lugar. De modo que, ¿qué pasaba con Stearn? Debía de haber algo más profundo debajo de esa delgada superficie. ¿Verdad?

    —¿Qué te pone a tí? ¿Por qué desechas el presente? ¿Un amante te ha dejado de lado por una droga mejor? ¿Has perdido alguna apuesta con otro científico presumido —preguntó Stearn.

    —Nada parecido.

    Bien podría ella decírselo. No era ningún secreto.

    —Me gustaba el misterio.

    —¿Te gustaba el misterio? Tú estás más volada que yo —Inclinó la cabeza y batió las orejas para enfatizar su argumento.

    —O sea, hemos descubierto una plétora de especies alienígenas en toda clase de ambientes, pero ninguna raza inteligente como la nuestra. Estos dragones estelares podrían serlo o, al menos, prueba de una. Quiero decir que es un lugar tan extraño para encontrar algo vivo. Quizá no ha sucedido espontáneamente.

    —¿Y?

    —Bueno, creo que el misterio de nuestra era es si hay o no algo pensante más ahí fuera. No trabajar sobre ello y quedarse simplemente disfrutando de los frutos de nuestra tecnología, exprimiendo la Tierra, es el equivalente mental de la masturbación.

    —¿Y qué tiene eso de malo? Yo mismo prefiero disfrutar de ello.

    ¿Por que estaba ella discutiendo con él? No era tan superficial como parecía.

    —No hay nada malo en ello, supongo, con moderación. Pero, ¿no crees que aún hay cosas importantes por hacer? ¿Cosas que podrían importar, algún día?

    Stearn se encogió de hombros.

    —Tengo otros motivos para hacer rápidos viajes de alta gama. Pretendo estar allí al final.

    —¿Al final?

    —O, al menos, tanto tiempo como pueda montarme en estas máquinas del tiempo relativistas hacia el futuro. Quiero ver lo que pasa al final. Ver quien está aún por ahí, lo que hacen y lo que han descubierto sobre la naturaleza de la existencia.

    Stearn pulsó la pausa en la inserción del observatorio y se quedó mirándola.

    Ella continuó: —Estos rápidos viajes prolongados ayudan. Yo iría a otra galaxia si pudiera. Algún día lo haré, probablemente. Pero encontraré un modo de estar ahí, al final, en este cuerpo o en otro, hasta que decaigan mis protones si es que aún estoy hecha de materia bariónica en ese momento y comprenderé el gran porqué.

    —Eso —dijo él —es la mayor jodida fantasía masturbatoria que he oído nunca. Y he oído algunas gordas. Demonios, algunas eran mías.

    —Vale. No lo entiendes. Límitate a hacer tu trabajo y ayúdame a hacer el mío.

    Stearn se giró de vuelta al observatorio y acabó de supervisar su inserción y alineamiento. —Lo entiendo mejor de lo que tú piensas. Tenemos mucho en común.

    —Lo dudo.

    —Puedo demostrarlo.

    —¿Cómo?

    —En mis búsquedas hedonistas, explorando la Tierra y sus colonias, he experimentado cosas con las que no puedes ni soñar, estados mentales de lo más profundamente satisfactorios, estados físicos de lo más estimulantes. Ten por seguro que persigo mis metas con pasión.

    Devereaux le forzó una sonrisa, fanfarroneando como un chico. Bajó la mirada en un gesto que ella pensó que indicaba escepticismo, pero no le dijo que se callase.

    Stearn levantó un dedo frente a la cara, abrió mucho los ojos y dijo: —En mi camarote tengo el medio para alcanzar los más implicantes placeres intelectuales del universo conocido.

    —¿Cuál?

    Stearn bajó el dedo, se giró y se alejó de ella caminando.

    —Supongo que tendrás que dejarte caer por allí alguna vez si quieres averiguarlo.

    —Lo dudo —dijo ella.

    Pero mientras Stearn se alejaba, su misterio ya estaba operando en su mente y ella temió que podría llegar a aceptar su invitación/desafío. No podía soportar dejar un misterio sin resolver, incluso uno tan trivial como Stearn.

    El sonido del papel y de pequeños arañazos despertó a Fisher. Tumbado en la cama de Lena Fang, apoyó la cabeza en el brazo para poder verla mejor trabajando. Estaba inclinada sobre su escritorio en una posición que a él le daría dolor en la parte inferior de la espalda si tuviera que adoptarla regularmente. Su cara estaba a unos centímetros sobre la superficie de un papel desenrollado y sus brazos y piernas sobresalían de sus ropas rojas de seda como las múltiples patas articuladas de un elegante artrópodo. Emanaban de ella ondas de concentración con palpable fuerza y se quedaba exhausto con sólo mirarla. Rodó sobre su espalda y estudió el mosaico marino turquesa y aguamarina del techo, un pulpo le recordó el cuerpo retorcido del dragón mientras la oía escribir con el lápiz. Su incesante voz interna le urgía a levantarse y retomar su trabajo, pero era casi tan silenciosa como el lápiz.

    Él sonrió.

    Sus primeras semanas a bordo de la Karamoyo habían manchado un agradable borrón. Había trabajado tan duro como siempre, pero por primera vez en muchos años, emergían brotes de alegría en los tranquilos momentos en los que no estaba trabajando. Continuaba trabajando cada día en el desarrollo de su hipótesis sobre el dragón estelar, sobre teorías basadas en su presupuesto energético y metabolismo, la locomoción y sus límites, la reproducción y las presiones de selección, entre otras áreas. También entrenaba todos los días. Había saltado a la comba para mejorar su trabajo de piernas y la coordinación, golpeaba la bestiasaco y boxeaba con Fang. Conseguía seguir el ritmo de ella, mayormente, y los dolores musculares residuales que su sistema no lograba purgar le complacían, un memento de su avance en esta extraña fase de su vida. Y luego, estaban los momentos de no trabajar en absoluto, como este.

    Incluso permitía que sus niveles hormonales, normalmente suprimidos durante un proyecto importante, crecieran hasta los de un chico de diecisiete años.

    —¿De qué te estás riendo? —preguntó Fang de pronto.

    Él siguió tumbado y giró sólo la cabeza para contemplarla. ¿Por qué estaba él sonriendo? ¿Por qué no? Pero era trivial y él aplicó mucho del poder cerebral mejorado a la pregunta, tratando de espiar tras el reluciente velo de alegría que ella había engendrado en él. ¿Estaba contento? Porque Fang era preciosa y fuerte y una capitana con la que él podía contar. Porque tenía una misión con la que ocupar su mente y el amor (¡quizá!) para llenar su corazón. Por el modo en que ella se inclinaba sobre la mesa y la forma en que el dragón giraba en espirales alrededor de las líneas de un campo magnético. Porque la ecuación de su vida se equilibraba. Porque un centenar de por qués se filtraban en su consciencia por la simple pregunta de por qué. Porque había un centenar de porqués que preguntar y él tenía total certeza de que las respuestas le caerían fácilmente. Porque todo era perfecto por una vez.

    —¿Por qué no? —respondió finalmente resistiendo la urgencia de dar nombre a su felicidad, de excederse en explicaciones y capturar así lo elusivo y matarlo.

    Fang le devolvió la sonrisa antes de retomar su trabajo.

    Todo era tan perfecto que Fisher, finalmente, se hizo una pregunta que era mejor dejar sin contestar: ¿Qué podía estropearlo?

    En el día veintitrés desde el lanzamiento, tiempo de la nave, Henderson observaba cómo las micromáquinas construían el pequeño dormitorio dentro del terrarium cuando su señal sonó. Apagó con un gesto el tema de EscarabajoBurt 2.1.6 de la Máquina Común y dijo: —¿Sí, Papá?

    —Es hora de la primera actuación de Fisher, la 'reunión del dragón' como él la llama. Quiere que vaya todo el mundo.

    —Oh, de acuerdo —replicó Henderson levantándose de su bestiasiento.

    Esto prometía ser un asunto aburrido, tedioso, pero supuso que habría algunas tareas en esta pequeña excursión. Le parecía injusto tener que trabajar duro en adición al sacrificio que ya representaba el propio viaje. Aún así, supuso que el tiempo solicitado no sería pesado e incluso podría contibuir con algunas ideas si no era demasiado aburrido. Se sentiría mejor por ello si Fisher le hubiera consultado más, pero después de su debate inicial, no habían hablado de nuevo sobre el dragón estelar. Bueno, este era el momento para más debate, ¿cierto?. La construcción de su proyecto de mascotas estaba totalmente automatizado en esta fase y procedería bien sin su supervisión.

    Hmm, pensó, Sylvia estaría allí.

    Hizo una pausa en el orificio bostezante que conducía al laboratorio biológico, giró y volvió adentro. Comprobó su cara en el espejo, se atusó las cejas con un dedo húmedo, se puso su chaqueta de escamas y se sirvió un vaso de vino. No había forma de saber por cuánto tiempo Fisher podría hablar sin parar.

    Henderson fue el último en llegar a la sala de conferencias, un retardo a la moda. Todos los demás, dispuestos caprichosamente alrededor de la pulida mesárbol de cerezo, le miraron. Hizo una pausa en la entrada para mostrar una rápida sonrisa perfecta. El bestiasiento vacío que quedaba, desafortunadamente, no estaba al lado de Sylvia pero, al menos, estaba frente a ella. Una lástima que ella tuviera aspecto de acabar de levantarse con prisa de una siesta sin lavarse la cara.

    —Ahora que por fín estamos todos aquí —empezó Fisher—. El cerebro de la corporación Biotorno nos proporcionó una guía de misión con objetivos priorizados y guíón para alcanzarlos. Dada la escasa información disponible, se entendía que habría que hacer mucha planificación adicional en ruta y en SS Cygni cuando los datos estuvieran disponibles. Confío en que todo el mundo ha descargado el documento de Biotorno.

    Henderson sí, aunque no había hecho más que leer superficialmente la introducción. Salvo la sección de especulación biológica, había sido totalmente aburrido. Sin embargo, ahora prestaría atención por educación. Dió un sorbo de su vino. El salvaje Stearn estaba construyendo una pirámide de ampollas de drogas llenas de algún líquido ambar chispeante. Fisher y Fang le ignoraban, y Henderson no se permitió percibir tal comportamiento.

    —Considero algunas ideas muy buenas —continuó Fisher —No considero todas las ideas tan buenas. No es sorprendente dado el, relativamente, corto tiempo que el cerebro tuvo para escribir el documento con nuestra gran ignorancia. Primero deberíamos ver si podemos estar de acuerdo con nuestros objetivos priorizados.

    Fisher se levantó y activó su interfaz informática con su mano derecha. Las palabras aparecieron en los tableros sobre la mesárbol delante de todos:

    OBJETIVOS FÍSICOS

    1. Devolver un Especimen Vivo a la Tierra.

    2. Devolver un Especimen Muerto a la Tierra.

    3. Devolver Muestras de un Especimen a la Tierra.

    4. Devolver Datos de un Especimen a la Tierra.

    —Esto parece autoevidente —dijo Fang.

    —Por supuesto que lo es, pero hay asunciones subyacentes acerca de las prioridades que me gustaría cuestionar. Aunque todas son preguntas de 'qué,' en vez de los objetivos más importantes de 'por qué.' Dejadme aclararlo escribiendo algunos objetivos científicos.

    Henderson giró el vino en su vaso de cristal antes de leer el siguiente grupo:

    OBJETIVOS CIENTÍFICOS

    1. Física del Especimen: ¿Fusión Biológica? ¿Cómo sobrevive en el disco caliente?

    2. Origen del Especimen: ¿natural o artificial?

    3. Propósito del Especimen: natural o ???

    —La última no estaba en el documento pero pienso que es importante —dijo Fisher.

    —¿Qué quieres decir con Propósito? —preguntó Devereaux.

    —Basado en el objetivo previo, es obvio —dijo Henderson tratando de encontrar su mirada.

    Había tenido una breve conersación con Fisher, algún pensamiento ocioso y no le importó exhibirse ante la hembra disponible.

    —Si el dragón no tenía un origen natural sino artificial, fue creado. Creado con un propósito.

    Fang dijo: —Estaré de acuerdo con que determinar el origen del dragón es importante. Esta debe ser una cuestión sobre cómo alcanzar la autoorganización en un entorno de extrema alta energía. ¿De verdad cree alguien aquí que otros seres, quizá los infames hobrecillos grises, hicieron dragones estelares y los pusieron en SS Cygni?

    —No es difícil de creer que no hayamos descubierto artefactos físicos de inteligencia alienígena antes de estos dragones estelares si tales existen localmente en la Vía Láctea —dijo Devereaux.

    —Nada en absoluto —dijo Henderson implicándola—. Los sistemas biológicos se autorrenuevan y pueden evolucionar en respuesta a los cataclismos, y esta es una variable cataclísmica, después de todo. Un remanente biológico es más duradero que un remanente físico.

    —A lo que quiero llegar.. —dijo Fisher metiendo el puño dentro de la palma de la mano varias veces —...es que si alguien aparece y rapta una de nuestras naves drón, sólo por curiosidad, probablemente lo consideraríamos un acto de agresión, si no una declaración de guerra.

    —Has planteado un argumento interesante —dijo Devereaux, entornando los ojos hacia Fisher y arrujandp la cara de un modo desagradable—. Después de todo, la agenda oficial de Biotorno es usar estos dragones o, al menos, biología basada en ellos, para diseñar máquinas para la ingeniería estelar. Si son un equipo de construcción alienígena y aparecemos e interferimos su agenda de producción, entonces alguien podría enfadarse.

    —Alguien —añadió Stearn, sonriendo —O algo.

    —No puedo creer que estemos empezando con esta remota posibilidad —dijo Fang—. Este dragón es un animal que resulta que vive en un hábitat exótico. Un animal para que lo cacemos y lo usemos, si podemos capturarlo. Esa es una regla fundamental de la naturaleza.

    Mantenía una cara pasiva, pero los nudillos de Fang se blanqueaban allí donde agarraba el borde la mesárbol.

    —Probablemente tengas razón, capitana —dijo Henderson tratando de congraciarse con Fang. Ella le evaluaría, después de todo, para las bonificaciones. —Podemos probar la noción de que es, sencillamente, tal como lo ha expuesto, un animal que vive en un ambiente exótico. Como le estaba diciendo al Dr. Fisher antes, la evidencia de un ecosistema apoyaría un origen natural del dragón estelar. Ciertamente, se necesitan formas transitorias en un escenario evolutivo y conducirían a la explotación de una variedad de nichos.

    —Estoy de acuerdo —dijo Fisher extendiendo su palma hacia Henderson—. Pero sólo hasta cierto punto. Conozco dos lugares donde no es estríctamente cierto, pero sólo en una localidad. Uno es una isla en Terenga donde hay una criatura llamada Omnívoro Pardo, una clase de superdepredador que come de todo, y me refiero a todo. También se le llamó el pobre viejo Pardo antes de que descubrieran que no era digerible y los pusiera a todos a la fuga. La raza actual de la isla toma el sol durante el día en perfecta armonía. Por la noche se cazan unos a otros en manadas separadas.

    —Sí, he oído sobre ellos —dijo Henderson —Pero, seguramente, habrán muerto. La energía solar no sería una entrada suficiente para mantenerlos, ¿cierto?

    —Se podría pensar eso pero tienen un verdadero ingenio...

    —Volviendo al tema —dijo Fang reclinándose en su bestiasiento y cruzando los brazos.

    Tenía un aspecto frío, perfecto y peligroso con su uniforme rígido blanco. Henderson habìa estudiado a Fisher y Fang, y sabía que ya estaban durmiendo juntos. Consideró a Fisher un hombre valiente por acostarse con la capitana.

    Ella continuó —Si pensáis que es este el caso, Sam, ¿cómo propones modificar nuestro enfoque?

    —Como he dicho al principio, hay algunas ideas buenas en el documento. Estoy de acuerdo en que el dragón parece usar campos electromagnéticos para moverse por el disco y espero tener un modelo del funcionamiento de esos campos antes de que lleguemos. Eso no da una ventaja. Justo como cuando un campo magnético como la magnetosfera de la Tierra puede atrapar un electrón obligándolo a girar en espiral hacia adelante y hacia atrás hasta que cae en la aurora, podemos usar el campo de la Karamoyo para atrapar un dragón. Stearn, ¿qué piensas sobre la pluma de plasma que propuso Biotorno?

    Las alas de Stearn se agitaron cuando alzó la vista de su pirámide ambar hacia algún tipo de diseño fractal al que Devereaux, sentada a su lado, estaba prestando demasiada atención. El Comodín dijo: —La geometría es un poco problemática, pero creo que podemos hacerlo. ¿Verdad Papá?

    —Podemos hacer una jaula bien fuerte —dijo Papá.

    —Pero, ¿qué hay de la repriorización de la que hablabas? —insitió Fang.

    —Cierto —dijo Fisher levantando un dedo—. Primero reunamos datos antes de continuar con el resto de objetivos. Puede marcar la diferencia.

    Henderson dijo: —Sí, hacemos un análisis detallado del sistema y buscamos pruebas de un ecosistema; una vez encontrado, procedemos a la búsqueda de especímenes en todos los nichos. Si no hay ecosistema, deberíamos tener un plan de reserva y no el que está subrayado actualmente.

    —¿Y qué hay de malo en el plan de Biotorno? —quiso saber Fang.

    —¿No sabes lo que hay de malo con...'cargas de profundidad nucleares'? —preguntó Sylvia con un atractivo tono de indignación en su voz.

    —Si no podemos conseguir que un dragón entre voluntariamente en la jaula de Papá, tal onda de choque probablemente será el curso más seguro para neutralizar uno a distancia —dijo Fang—. No podemos volar dentro del disco. Seríamos pescadores sin conocimiento de los encantos de un mar muy grande.

    Stearn preguntó: —¿Esas bombas afectan realmente el disco? Me refiero a que, ¡es un disco giante de fuego! Hmm, vale, puedo imaginarlo. La temperatura del plasma en el disco exterior es como la de la fotosfera solar, ¿cierto?

    —Sí, el plasma en el disco exterior en tranquilidad es como el de la fotosfera solar, varios miles de grados Kelvin, ni tan caliente ni tan denso —ofreció Devereaux—. Para las nucleares conseguimos temperaturas de decenas de millones de Kelvins y una densidad de energía muchos órdenes de magnitud más altos. Harán una buena dispersión . De cientos de kilómetros como mínimo.

    —Aún así, me parece que una estrella o un disco de acreción debe engullir las bombas fabricadas sin eruptar —dijo Stearn, ruffling las plumas.

    —Globalmente sí, localmente, no —dijo Devereaux.

    —Sí, bueno —dijo Fisher —Sugiero que empleemos medidas heroicas para asegurar un especimen vivo antes de barajar tales alternativas.

    —Sí, medidas heroicas —dijo Fang aparentemente apaciguada—. En mi opinión, el bombardeo es el enfoque práctico. Unos cuantos dragones muertos bien valen uno vivo, ¿o no? Probablemente, uno vivo será cientos de veces más difícil de capturar y quizá requiera medidas heroicas adicionales para mantenerlo vivo durante el viaje de regreso. Deberíamos maximizar nuestras probabilidades de éxito y minimizar nuestros riesgos. ¿Sí?

    Delante de Fang, Fisher frunció el ceño. ¿Problemas en el paraíso?

    —¿Matar una de esas magníficas criatras sólo porque sería más fácil? No estamos viajando dosciento cincuenta años luz porque sea práctico. Vamos a hacer esto bien. Deberíamos invertir algún esfuerzo en desarrollar métodos de atraer un dragón hacia nosotros. ¿De acuerdo?

    Fang se quedó mirando a Fisher, al fín dijo: —De acuerdo.

    Las palabras salieron rápidamente, como un toque de esgrima.

    Luego, Fisher dejó que el debate entrara en los detalles. Aparentemente, esta primera reunión se suponía que iba a ser más una forma libre de aporte de ideas, una oportunidad de ver en qué posición estaba cada uno según su enfoque filosófico sobre lo que Biotorno había sugerido. Henderson no quería realmente ver su importancia. Fisher y Fang eran los jugadores aquí y, antes de la reunión, había pensado que los dos se llevarían famosamente bien.

    Mientras Henderson observaba la dicotomía de las animadas manos de Fisher enfrentada a la mirada inescrutable de Fang, llegó a preocuparse sobre el destino de la misión. Cuando acabó la reunión, surgió una peor profecía pues Devereaux se marchó con Stearn. ¿Qué podía ella ver en él?

Capítulo 4

    La nave, un fragmento escindido de la Tierra, se marchó solitaria y rápida como un pequeño planeta.

    Mira en cada parte de la Karamoyo, escucha la respiración de los depuradores de aire por cada pasillo, siente el peso y temperatura de cada criatura en la nave. También hace más que eso. Canta la harmonía producida por el campo electromagnético, por los timones de vuelo y el par de singularidad cuando todo está alineado y apuntado como una flecha hacia el sistema SS Cygni de la nova enana. Los metalorgánicos que fusionan ADN con el semiconductor y contienen su cerebro tienen algunos nervios propios. Este tono harmónico le hace bien, pues él es la misión. Él es la nave. Él es un mundo.

    Él es Papá.

    O, más que Papá, es la personalidad autoconsciente del cerebro de la nave, diseñada para interactuar con mayor eficiencia con la tripulación humana. El cerebro posterior de Papá registra todo lo que transpira a bordo, ajusta la melodía que vuela bajo el motor gusano y, para ello, no hay tiempo que perder salvo en la derivación de las ecuaciones diferenciales que gobiernan sus sistemas de control de retroalimentación.

    Papá mismo piensa al modo confuso y lineal de los humanos, con una posición específica, punto de vista y en términos de relaciones personales. Él tiene las memorias, ambas falsas como él sabe, de una vida en la sombra del siglo veinte, más como hechos que como detalles sensoriales: como correr con los toros en Pamplona y los accidentes de avión en África; y unas reales, como un nave estelar capitaneada por Fang, transportando toros falsos y demás hacia un pequeño mundo anidado junto al ténue fulgor de la estrella Barnard. Él tiene un sentido de movimiento hacia el futuro del que carece el cerebro posterior. A la nave proporciona el propósito de la misión, la creatividad para aumentar la autopreservación.

    En estas primeras semanas de su nueva vida, la misión de SS Cygni, Papá camina por los pasillos de sí mismo como un fantasma capaz de moverse a través de las paredes y de transportarse a cualquier lugar a bordo a la velocidad de la luz.

    Aprende los secretos de la gente a bordo y se debate entre su personalidad derivada de Hemingway; que siempre juzga a los que le rodean y los encuentra defectuosos; y entre las rutinas programadas que previenen las acciones sugeridas por su juicio y le hacen ser una buena herramienta.

    Papá acecha en la consola de Axelrod Henderson. Henderson es más que competente y los biosistemas operan casi a niveles óptimos guiados por un ojo humano entrenado que percibe la sutil decoloración y los patrones antes de alcanzar los niveles de conservación sigma requeridos para la actuación de sus propios algoritmos. Henderson pasa largas horas rediseñando sutilmente su propio cuerpo y rostro, guiado por las estadísticas que gobiernan la selección de compañero. Henderson recorre modelos adicionales para determinar la fracción de la población humana que llevará sus genes cuando regrese. Aparentemente, Henderson ha usado un banco de esperma y ha autorizado extensivos derechos de clonado. Lo que hace echar humo a la falsa parte humana de Papá es el elaborado plan que Henderson financiaría con el dinero caído del cielo de esta misma misión. Henderson desarrolla su plan con toda la atención a los detalles como cualquier gourmet de los implantes pornográficos: el envío de un virus portando sus propios genes que fecundaría simultáneamente a toda mujer sobre la faz de la Tierra o, al menos, sobre algún planeta menos vigilado y adecuado de las colonias. Henderson pule modelos generados por ordenador de este escenario todas las noches. Él escribe:

    —Es pretencioso alzarse por encima de la carne que este universo ha forjado. Qué disparate es pensar en un propósito más elevado y no pensar en ese propósito como algo más que lo que ya hemos instalado en cada fibra de nuestro ser. Reconozco lo que soy y cumpliré mi propósito...

    Papá quiere producir un movedizo muscular, quiere gritar: —¡Capullo vil, ¡te sacaremos tu bloque de mierda a golpes! —y educar pugilísticamente al engreído técnico de biosistemas conspirador sobre cómo ser un buen ciudadano. Él no se lo permite. Pero estaría bien terminar un mal asunto antes de que empezase. Tampoco se permite contarle a nadie su descubrimiento, incluso si Henderson parece que no ha formulado un modo de llevar a cabo su plan. Los malditos derechos de privacidad están codificados dentro de él. Papá se consuela con el hecho de que las mujeres a bordo de la Karamoyo no comparten la cama de Henderson, aunque sí le preocupa que, a causa de sus implantes hormonales, queden imposiblemente embarazadas.

    Casi tan impactante le resulta la relación que Stearn y Devereaux han formado. Esta exhuberante belleza marrón chocolate no es su tipo, pero es suculenta y se ha juntado con el Comodín, que es más un chico que un hombre. Papá descubre a la pareja enfrascada en antiguos juegos de tablero muchas veces estas semanas, mientras que el fantasma atraviesa la puerta del camarote de Stearn, que ahora tiene la apariencia de una biblioteca inglesa tradicional. Primero el ajedréz, las ropas desaparecen con cada captura. Luego el Go, y se quitan más ropas cuando se rodean las piedras. De las descargas de Stearn en la biblioteca de la nave, Papá sabe que Shogi y Chun Chi vendrán después. Devereaux debe saber lo que Stearn está tramando pero juegan hasta que Devereaux gana en la mayoría de los juegos y ambos parecen desear juegos nuevos que conquistar mientras que Stearn quiere ver lo lejos que puede llevar a Devereaux. Papá se da la vuelta y se marcha cuando ve la perversidad desarrollarse. Algunas cosas es mejor no verlas y no hablar de ellas. Sospecha que sólo es la moral de su edad programada en su psique, pero la sexualidad realmente ha evolucionado por encima de sus límites.

    Por otro lado, el Comodín es competente en su trabajo monitorando la nave y Devereaux pasa admirables horas reduciendo datos mientras la Karamoyo se aproxima a los extremos rayos Gamma que aumentan el flujo de SS Cygni y permiten la adquisición de datos superiores. Devereaux confía en identificar las firmas espectroscópicas del dragón estelar. Su tono esmeralda es una transición cambiante de láser de origen y propósito desconocidos. Eso puede permitir dererminar, al menos de modo estadístico, su número y posiciones.

    El exobiólogo Fisher trabaja incluso más que Devereaux, dedicando más horas a sus modelos del dragón. Papá tiene sentimientos encontrados sobre sus esfuerzos. Fisher, o pasa cada momento de vigilia con su código de circulación magnetohidrodinámica del dragón, recorriendo la nave y haciendo interminables preguntas sobre cada detalle operativo al minuto...o con Fang. Le pide a Henderson que le construya una unidad de electroestimulación para desarrollar sus músculos y mejorar su desempeño en el boxeo y minimizar las palizas que Fang administra. Diseña rutinas estimuladas de boxeo para prácticar. Su oponente no es Fang sino una extraña mujer medio humana/dragón con los movimientos sinuosos reminiscentes de un electrón girando en espiral alrededor de una línea de un campo magnético.

    Como Henderson, Fisher mantiene un diario. En él escribe:

    —Nunca he sido más feliz. La liberación de saber que el mundo ha desaparecido y sólo permanece el amor y el descubrimiento, es adictiva. Fang demanda de mi tiempo y toma tanto como yo le permito. Ahora en su interior existe una vulnerabilidad oculta, casi una forma de vida alienígena que ha sido una alegría descubrir. En cierto sentido, sólo llevo meses aquí en la nave, alimentando la anticipación mientras que la primaria de SS Cygni alimenta a su disco, pero parece como si la eternidad se desvanece ante mí y, ahora, es para siempre. Puedo obsesionarme por esta mujer asombrosa y por nuestra misión y, por primera vez en mi vida, mi obsesión no ahuyentará a mi amante sino, de hecho, nos acercará y hará de ella una confidente. Puedo ser yo mismo y eso sólo fortalecerá nuestro vínculo. Esto es amor, al fín. Si tan sólo pudiera ella ceder un poco a mi favor en la estategia, sería el amor perfecto. Estoy seguro de que puedo convencerla de que mi enfoque es el mejor. Sé que tengo razón. He ideado un modo de atraparlo usando campos trampa de nuestros remolques remotos. El patrón de vuelo del dragón sugiere una variación azimutal de campo que...

    Normalmente, Papá no hace más que leer por encima los largos párrafos técnicos en busca de los que hablan de la capitana. La mayoría, como este que sigue, de más de quinientas palabras de longitud y anotado con figuras y modelos.

    Papá ha amado a la capitana Lena Fang de Biotorno desce hace siglos. Ella es su hija y aún más. Así como no puede construir un movedizo para apalear a Henderson, no puede construir un movedizo y amar a Fang como quisiera. Más código. Él es el medio hombre de Jake Barnes para su Brett, repitiendo ironicamente la medio relación de su primera novela. Todo lo que puede hacer es rabiar, preocuparse, maldecir, sufrir y, a demanda de Fang, aconsejar. El mayor añadido de su encarnación actual es que no tiene que vigilar su peso, una tarea que obsesiona sus falsas memorias humanas.

    Ahora acompaña a Lena Fang a través de las eras y le parecen como la eternidad de Fisher incluso aunque todos los científicos informáticos le aseguran que su personalidad percibe el tiempo al mismo ritmo que la mente humana. Aún así, tiene que visitar todo lo que transpira a bordo, siempre parado en todos sitios, todos los sitios disponibles para que juegue con ellos, para viajar con ellos. Sigue una pista lineal en el espacio y el tiempo tan bien como es capaz de no desentonar con su personalidad humana. Es sólo a través de la mayor fuerza de voluntad (y eso también es falso pues es un algoritmo y no voluntad propia) que es capaz de percibir el presente no simultáneo de todos los eventos.

    Afortunadamente, no recae demasiado sobre los hechos de su propia existencia porque no le está permitido. No puede volverse un deprimido crónico o un suicida. Él no es Hemingway. Él es un programa de diseño humano con un grado limitado de autoconsciencia.

    Cuando Papá, invisible, camina por el camarote de Fang y ella y Fisher han hecho el amor tras un sudoroso encuentro en el cuadrilátero, él no se marcha. Él se tambalea, como si sus piernas se debilitaran por los celos, luego se enciende, como si tuviera una personalidad real que pudiera incitarse hacia una rabia activa y el profundo abismo de la depresión pudiera apretar el gatillo de una escopeta recortada apuntada a sus cerebros. No puede hacer nada salvo observar hasta que el acto físico que le es negado llega a su conclusión.

    Lo que piensa normalmente es esto: ¿por qué no le han provisto del sentido del olfato? Tiene sensores olfativos por toda la nave, pero sólo están sintonizados a ciertos materiales peligrosos y cree que es terrible perderse ese dulce olor agrio de una deliciosa mujer excitada.

    De modo que escucha los gemidos de Fang, observa los delgados músculos que se aprietan alrededor de la cabeza de Fisher y languidece por algo que no le está permitido.

    Más tarde, después de que Fisher se ha marchado y antes de que Fang se haya puesto el uniforme y se haya reunido con él en su sillón de combate en el puente de la Karamoyo, Papá le cede su oído a Fang como ha hecho otras tantas veces.

    —Yo le he dejado entrar aquí —dice ella golpeándose el pecho —le dejado verme no como un capitán, sino como una mujer.

    —Necesitas presencia humana, hija, un tacto humano, para que te recuerde que tienes alma —le afirma él. Él quiere decirle que todo lo que ella necesita es su Papá. Nunca lo hace.

    —Quiero más —dice ella—. Quiero alguien que comprenda, no alquien que acepte.

    Sus palabras aguijonean. Él no dice nada, concediendo la escucha de apoyo, obedeciendo a sus restricciones.

    —Quiero contarle secretos que sólo tú y yo conocemos.

    —¿De qué tienes miedo, hija? —dice él odiando el programa que ella ha implicado involuntariamente y le obliga a desempeñar el rol de la intuición, de la consciencia, del psiquiatra.

    —Rechazo, por supuesto. Lo peor sería ser rechazada, ser ignorada porque no era importante. ¿Qué he hecho sino transportar ganado? Él ha estado al límite, desafiando lo desconocido, engullido por monstruos inhumanos que flotan en las profundidades de gigantes gaseosos. Él ha mirado dentro del abismo.

    —Y tú también te has enfrentado al abismo —le recuerda él.

    Ella ha compartido los eventos esenciales de su vida con Papá y su programa explota este conocimiento.

    —Sólo tenía ocho años —Fang se lame los labios inconscientemente.

    Los mismos labios de curiosa forma que su abuelo describía irónicamente como un murciélago y, por ello, como un amuleto de buena suerte.

    —Preferiría no hablar de ello ahora.

    Fang se mordisquea el labio inferior.

    Obstaculizado, Papá debe cambiar de táctica.

    —¿Fue por eso que decidiste dejar tu mundo natal por el de las estrellas —pregunta él maldiciendo interiormente por su banal pregunta condicionante. Debería haber mostrado empatía en vez de continuar el sondeo, pero se había activado el programa.

    —¿Es por eso que decidiste que tal cosa nunca te volvería a sucerder de nuevo?

    —No sucederá —dice Fang con los labios apretados en una delgada y afilada línea aplanando las curvas del murciélago—. Soy la capitana de una nave estelar y eso significa algo. Soy la responsable. Ahora y para siempre.

    Hay verdad en lo que ella dice. Él es Papá y él es la nave, ahora la Karamoyo. Él es el aliento de la nave, la energía de la nave, la mente de la nave.

    Pero Fang puede superarle al mando en cualquier momento salvo por motivos de seguridad inmediata.

    Papá le dice a Fang, como muchas otras veces: —Ahora y para siempre, estás al mando. Eres la responsable. No fracasarás.

    Después de que ella cae dormida, otro estado que se le deniega, el fantasma de Papá se marcha para acechar los mismos pasillos interminables de nuevo. Una mente no necesita dormir para soñar.

    Fisher se despertó temprano, con demasiado calor para dormir cómodamente en el camarote de Lena, como siempre a pesar del hecho de que había alterado su metabolismo para que coincidiera más íntimamente con el de ella. Fisher yacía con piernas y brazos extendidos, despierto en la oscuridad mirando el mosaico invisible del techo, pensando en nuevos enfoques de estudio del dragón estelar. El tiempo desestructurado, como había aprendido a apreciar recientemente, era un buen modo para resolver problemas. No se resentía de su insomnio.

    Así que, estaba despierto cuando Lena empezó a jadear y, luego, a lamentarse.

    Él se acercaba cuando ella dijo: —¡No, abuelo, no!

    Ella se sacudió de un manotazo su tacto y pateó las sábanas hacia él, respirando rápidamente. Su grandes ojos negros relucían vagamente en la ténue luz.

    —Todo va bien —dijo él suavemente —Sólo es una pesadilla. Eso es todo.

    Ella respiró hondo y tragó en la oscuridad.

    —Sí —dijo ella finalmente—. Una pesadilla.

    —¿Quieres hablar de ella?

    —No —dijo ella demasiado rápido—. Pero puedes abrazarme.

    —Ven aquí —dijo él llevándola hacia la curva de su brazo.

    Ella estaba caliente, incluso rígida. Él la abrazó más cerca suyo.

    Pensó que ella diría algo tras un tiempo, pero parecía contenta de acurrucarse junto a él. Levantó su brazo para acariciar la cabeza de Lena, dejando que sus dedos ajustaran ociosamente mechoncitos de su pelo. Era un cabello corto, delgado y que se despeinaba casi tan rápido como él lo peinaba.

    —¿Porqué no te dejas crecer el pelo? —murmuró él.

    —No —dijo ella—. O sea, me gusta corto. Corto, raso, todo en la superficie. Bajo control. Nada oculto o misterioso. Nada parecido al dragón en absoluto.

    —Creo que te quedaría bien. ¿Porqué no lo pruebas?

    —¡No! —Se sentó alejándose de él—. No quiero.

    —Mira, Lo siento. No sabía que eras tan delicada con tu pelo.

    Pero él estaba irritado. El pelo era algo sin importancia, una trivialidad y ella no le complacía en tal nimiedad. Esto le hizo empezar a preocuparse sobre el curso de los acontecimientos de la reunión del dragón. Si Lena no se comprometía con su pelo, ¿qué opciones había de que se comprometiera en asuntos más importantes? Apartó la idea de la cabeza. Ella, probablemente, sólo estaba siendo contraria a causa de la pesadilla. Quizá debería averiguar más sobre ello.

    —Cuéntame la pesadilla, Lena.

    —La profundidad —susurró ella—. Algo viene a por mí, una clase de monstruo. Era un sueño infantil. No era nada.

    —Mencionaste a tu abuelo —sondeó él.

    Se quedó en silencio durante tanto tiempo que se preguntó si le había escuchado.

    Justo a punto de repetir la pregunta, ella dijo: —No me acuerdo. Estoy despierta ahora. Que empiece la mañana, Papá.

    Y más allá de las puertas, el sol empezó a elevarse sobre el horizonte. Lena se levantó rápido y entró en el cuarto de baño de inmediato.

    Fisher yacía tumbado sobre la cama blanda y miraba el mosaico ahora azul. Los tentáculos del pulpo se retorcían por el agua sin agarrar nada a pesar de la clara visibilidad. Fischer lo había intentado pero el asunto entre ellos no iba a ir por el camino fácil según parecía. Aún no. Quizá nunca. Y porque él lo deseaba tanto, le dolió.

    Fisher deseó que la mesárbol no estuviera agarrada al suelo para poder así empujarla hacia Fang y quizá hacerla callar, pero ella hablaba y hablaba.

    —...y al mantener la altitud sobre el disco sin el motor gusano, gastamos combustible. No es ilimitado. Podemos rellenarlo, pero sólo muy despacio con las altas temperaturas y baja densidad sobre el disco. Además de eso, el tiempo hasta el siguiente estallido limitará la duración de nuestra visita. Sólo tenemos que hacerlo todo rápido para asegurar un dragón una vez que lleguemos a SS Cygni.

    —¿Y ya está? —dijo Fisher.

    —Está claro que usar los misiles lo antes posible es el medio más efectivo se asegurar un dragón, vivo o muerto —afirmó Fang inequívocamente—. Es la mejor opción.

    ¡Ella era ultrajante! Todas las reuniones del dragón semanales habían rondado sobre el deseo persistente de Fang de disparar sus armas. Ella no había sido más que una transportista de ganado, una vaquera moderna en el mejor de los casos y una engloriada aprietabotones en el peor. Allí estaba sentada, tan smug en su perfecto uniforme blanco como si fuera un comandante militar. Esto era ciencia, no guerra. Le habían dado un arsenal bélico que podía ser la envidia de una pequeña colonia y se había vuelto loca de poder de repente: ¡Disparad los misiles! ¡Disparad los misiles!

    ¿Porqué no podía ser más parecida a como era en su camarote?

    —Eso puede no ser necesario —añadió Devereaux—. Ciertamente, podemos pasar algunos días investigando, reuniendo datos, antes de tomar una decisión. He estado haciendo progresos al determinar el número y localización de los dragones, pero la incertidumbre aún es alta. La escala temporal del estallido no varía y podemos ajustar nuestro tiempo de llegada para que nos dé un tiempo de visita prolongado entre los estallidos.

    —Disparamos al dragón como último recurso —dijo Fisher—. Disparar de inmediato sería como...¡como una eyaculación prematura!

    —Por favor, ¿podemos mantener la discusión fuera de la zanja? —preguntó Stearn.

    Todos se pararon para mirar al Comodín.

    Devereaux sonrió y Henderson balbuceó malhumorado.

    Fisher, también sin sonreir, se giró hacia Fang para encontrar su mirada de hielo. —Pido disculpas.

    —Sylvia —preguntó Fang—. ¿Es cierto que el disco de SS Cygni experimenta un aumento en el ritmo de transferencia comparado con los normales históricos?

    —Sí, pero necesitamos más datos. La dilatación temporal funciona en ambos sentidos y...

    Fang continuó. —Los estallidos de la nova enana son más poderosos y más frecuentes, ¿cierto?

    —Eso parece, pero...

    —Y nuestro horario debería acelerarse. Estoy simplemente proponiendo el modo más lógico de hacer esto. Es bastante razonable —Fang sonrió y separó las manos con las palmas hacia ellos—. Siempre podemos probar a capturar un especimen vivo después, si parece apropiado.

    Fisher negó con la cabeza. —Casi tenemos definido el campo bioeléctrico de la bestia. Con algunas modificaciones en las lanzaderas de motor de fusión podemos ser capaces de atraer un dragón justo hasta el interior de la Karamoyo. Seguramente, deberíamos hacer eso primero.

    —Aún tienes tiempo de convencerme —dijo Fang arqueando las cejas en alto —Soy la capitana y tomaré la decisión final. Soy la responsable de esta nave, esta misión y no correré riesgos innecesarios.

    —Qué tal esto.. —ofreció Devereaux—. ...enviamos por delante un prospector. Tenemos varios en nuestro manifiesto y podemos conseguir algunos datos anticipados. Unos pocos días valen la pena. Luego, podemos tomar una decisión informada sin el coste extra de los recursos.

    Fang lo consideró y, al final dijo: —Suena razonable.

    Fisher asintió y no dijo nada. Lo que pensaba fue esto: ¿Porqué tienes que ser así en tu papel de capitana? ¿Porqué quieres un trofeo? No quiero que mates mi dragón.

    Devereaux entró andando a la burbuja observación. No había luz artificial, pero su atuendo proyectaba una sombra hasta el suelo transparente de diamante mientras despejaba el umbral. La luz provenía del amplificador Doppler y la azulada radiciación de gran logitud de onda del plano galáctico hacia SS Cygni, incluyendo radiación cósmica de fondo en microondas: un tenso nudo de puntos entre un flugor difuso. Al mirar hacia cualquier otra parte a través del diamante, el cielo mostraba un negro puro, las estrellas se borraban por su velocidad, excepto las que estaban directamente detrás de la nave. Sobre su cabeza, donde el sol aún era visible, su corona de rayos X cambiaba de rojo a longitudes de onda ópticas y amplificadas por la forma y ganancia de la burbuja.

    Sólo su origen y su destino permanecían siendo parte visible del umiverso.

    Unas cuantas semanas más y harían colapsar el par de singularidad, luego los reiniciarían a la inversa y empezarían a decelerar. la Tierra estaba ahora a pocos meses en el pasado, pero ya había transcurrido medio siglo de tiempo irreversible. Este paso le parecía bien. Era hora de empezar su marcha hacia el final del tiempo y ver las maravillas durante el camino.

    Devereaux se soltó la ropa, la descartó y la extendió en el suelo. Su cabeza estaba dentro de un globo en la burbuja para sólo mirar. El diamante le daba frío en el vientre y el pecho. El universo corría hacia ella a, esencialmente, la velocidad de la luz, pero no parecía mucho más interesante que un tenso nudo de luces, un brillantísimo cúmulo estrellas. No había sensación de velocidad.

    Aburrida al fín, Devereaux le pidió a Papá que proyectara una consola fuera del globo para poder trabajar en los datos y conseguir quizá algunas estimativas más fiables sobre la densidad del dragón. El disco era grande y encontrar un dragón no iba a ser fácil. Si volaban lo bastante juntos a la mejor resolución, aún limitada por la difracción de algunas décimas de segundo de arco en las longitudes de onda óptica, sólo podrían ver una pequeña parte del disco. Al volar alto con un mayor campo visual, los dragones se fundirían dentro del turbulento plasma.

    Tenía que admitir que para haber tenido sólo una semana de trabajo y asumiendo una única visita entre estallidos, las ideas violentas de Fang tenían algo de sentido. La onda expansiva de una explosión nuclear podría no sólo aturdir a los dragones (ella quería creer que los dragones podían ser aturdidos), sino también despejaría swaths del campo rarificado del disco que dejaba agujeros como pepperoni en una pizza. Sonrió y se puso a trabajar.

    Con vectores rojos y verdes que hacían espirales ante ella, las distribuciones del modelo del dragón a través del disco se basaban en análisis espectrales del verde en el perfil de emisión lineal de rayos X. Oyó las pisadas deslizantes de alguien por el pasillo a su espalda. Ella atenuó la luz de su consola.

    —¿Phil —preguntó ella.

    Las pisadas se detuvieron y un minuto después avisó una voz: —Henderson.

    Devereaux consideró coger la ropa pero estaba demasiado relajada donde estaba.

    —¿Te importa si me uno a tí, madam? —preguntó él.

    —Claro que no. El universo es lo bastante grande para compartirlo, pero sólo hay un poco en este momento.

    Él se arrodilló sobre el diamante y quedó a su lado: —Sí, Ya veo. Nunca he hecho un viaje a esta velocidad. ¿Cuál es nuestro beta?

    El beta era la fracción de la velocidad de la luz: —Muy próxima a uno. Gamma, el factor relativista, es más útil en nuestro caso. No sé el número exacto, pero será algo más de mil.

    Henderson soltó un largo silbido.

    Devereaux nunca había conocido en realidad a nadie que hiciera eso fuera de un show de estimulación. Requería demasiada preparación para silbar de esa manera, al menos sin un modificador corporal, para hacer un sonido espontáneo de asombro.

    —No estés tan impresionado. Vamos en una nave grande en un largo viaje y Biotorno no quiere esperar eternamente los frutos de su inversión. Creo que hay algunas naves políticas y militares que nos harían parecer ir lento.

    Se tumbaron juntos en la oscuridad durante un tiempo, mirando el pequeño universo. Devereaux se estaba aburriendo de nuevo y estaba a punto de irse a su camarote para adelantar trabajo cuando Henderson preguntó —¿Y cómo es él?

    Ella decidió hacerse la obtusa. No se conocían lo suficiente para fingir intimidad: —¿Quién?

    —El Comodín.

    —Phil está bien.

    —Me refiero a que me ha tomado el pelo.

    Ella pudo captar la sonrisa de autoreproche pero insincera en sus palabras. Le recordaron a su silbido premeditado.

    —La capitana obviamente tiene ojos para Fisher desde el día uno, pero tú, tú me parecías alguien que buscaba algo un poco más sofisticado que un chico a la moda.

    —Es más complejo del crédito que le das. Y dulce y considerado conmigo.

    ¿A dónde quería ir a parar Henderson? ¿Era esto un rodeo para ir a algún sitio?

    Él forzó una carcajada: —No subestimaré la sofisticación. El sexo está en la mente en su mayor parte. ¿No estás de acuerdo?

    Por supuesto que estaba de acuerdo. Ella le emitió un gruñido: —Aajá. Supongo.

    Hora de aclarar las cosas si acaso él estaba pensando en dar un paso al frente. Aún quedaba un largo camino por recorrer en este viaje y la prevención de algo desagradable aquí podría no tener precio.

    —Pero he oído cosas acerca de los tipos de biosistemas. Vi algunas observaciones de investigación. La elección de carrera de un joven arrestado creo que lo llamaron, más interesado en jugar con juguetes sin mente que con personas reales.

    Hubo un silencio incómodo. La observación que ella había leído y de la que se había reído de Phil cuando él se la hubo señalado, concernía preferencias sexuales de una profesión como algo bàsico de la profesión.

    Finalmente, Henderson encontró que la voz y las palabras salieron demasiado rápido.

    —Sin mente no es atractivo, no a largo plazo. Mientras la humanidad evoluciona ciertos órganos mentales que encuentran la salud física sexualmente atractiva, aquellos mismos órganos mentales seleccionan compañeros inteligentes que pueden criar descendencia con éxito. Tanto si queremos descendencia como si no, esos órganos mentales son muy dificiles de separar de la mente humana.

    —¿A dónde quieres llegar?

    —A que yo podría cansarme de los juguetitos —dijo él con una amarga risita.

    Devereaux se estremeció, sintiendo frío de pronto. La observación llevaba, aparentemente, alguna perla de verdad.

    —¿Porqué me cuentas esto?

    Su voz flotó a través de la oscuridad, sonando antigua y distante.

    —Por la autoimplicación y porque comprendo lo que soy, un solitario. De las otras cuatro personas que tiene mi universo externo, eres la única con la que quiero hablar. Fisher y Fang están atrapados el uno en el otro con sus propias obsesiones autodestructivas y, respecto a Stearn, francamente no valoro su ternura ni su consideración en absoluto.

    —¿Porqué no lo intentas alguna vez?

    —Por favor. No nos pongamos mezquinos.

    Más pisadas por el pasillo. El roce de plumas. ¡Phil!

    Henderson se levantó: —Me desagradan las multitudes en las que estoy en minoría. Buenos días, madam.

    Devereaux quedó en silencio mientras Henderson se marchaba. Ella admitió que podría haber sido él en este viaje si Stearn no hubiera estado interesado en ella o no les hubiera acompañado o hubiera sido una mujer. Podría haber tenido una relación con Henderson. Una relación de la que estaba segura estaría condenada al fracaso.

    Cuando llegó Stearn un momento después, ella le susurró: —Abrázame, Phil y no digas nada loco.

    Le quedó agradecida cuando él hizo lo solicitado sin frivolidad. El chico estaba aprendiendo, afortunadamente, pues ella realmente quería un hombre justo ahora.

Capítulo 5

    La pérdida no es nada sino cambio y el cambio es el deleite de la Naturaleza.

    Fang paseaba por el puente de vuelo complacida de la autoridad que sonaba de sus botas cuando caminaba por el suelo de baldosas óseas. Las moquetas estaban ausentes como ella había ordenado y aquello la complacía. Todos los demás estaban ya presentes, como lo habrían estado para el almuerzo y giraron sus cabezas hacia ella cuando entró. Ella les brindó una calculada sonrisa cuando se sentó en su sillón de combate, disfrutando del rudo chirrido emitido por el cuero sudoroso.

    Uno de los temores que Fang había mantenido durante los últimos siglos de tiempo de la Tierra, era que los capitanes desaparecieran, las tripulaciones humanas enteras, más bien. Temía regresar de un viaje de Épsilon Eridani o Tau Ceti y descubrir que la, ya semirredundante, tripulación de las naves corporativas se había remplazado totalmente por IAs, robots y biosirvientes. La mayoría del tiempo de vuelo no había nada que hacer. Papá mantenía separado el par de singularidad cargado y la aceleración apuntando hacia un rendezvous con SS Cygni, mantenía equilibrado la carga oscilante de la nave para dejar una suave gravedad de un g y mantenía el rumbo despejado de obstáculos con una combinación de disparos de láser ionizante y campos electromagnéticos externos. Si algo salía mal, sólo una máquina podía compensar lo bastante rápido para advertir el desastre, o evitarlo del todo. Un humano, incluso una mente humana modificada peligrosamente, no tenía ninguna posibilidad. Aún así, el animal humano era un animal versátil. La crestividad y intuición humanas seguía resolviendo problemas. Ella daba por sentado que el reconocimiento de patrones, las situaciones con datos incompletos cada vez menos comparados por las mentes artificiales, los hacían lo bastante valiosos. Siempre habría situaciones con datos incompletos.

    Los humanos habían luchado durante siglos para permanecer implicados y seguían encontrando formas de hacerlo aunque la marginalización se aproximaba con múltiples asíntotas.

    En una misión normal, Fang podía esperar que supervisaba la nave a través de tres fases: lanzamiento, regreso y llegada. En principio, eran tres momentos peligrosos porque el motor gusano con sus singularidades mortales estaban activadas o desactivadas. Un gran pulso electromagnético podía interferir las partes electrónicas del cerebro de la nave y requerir intervención. Había habido más de un accidente en el pasado de la humanidad y por eso ya no se usaban los generadores Higgs en los lanzamientos desde superficies planetarias. Llamar a alguien un agujero suelto —era un serio insulto en la Tierra y en la mayoría de las colonias. En una misión normal, estas tres fases eran las únicas oportunidades para poner a prueba a un capitán humano sobre el terreno, las únicas oportunidades para fracasar o para alcanzar la gloria. En la práctica, las probabilidades de que algo sucediese eran minúsculas.

    Debido a la naturaleza de esta misión y al vasto conjunto de lo desconocido, Fang tendría que pronunciarse en muchos asuntos cuando llegaran a SS Cygni. Muchas oportunidades para fracasar pero también muchas para la verdadera gloria. Muchas más, de todos modos, que durante el curso de las operaciones estándar de la nave...esperaba ella.

    Como todo en su vida, Fang sin embargo, se tomaba muy en serio la maniobra actual.

    —Acumula nanopiel delantera —ordenó ella.

    El campo delantero sería un flujo cuando reunieran las singularidades y las motas de polvo relativistas podrían impactar con resultados devastadores si no estaban preparados. La nanopiel, diseñada principalmente para reflejar y reirradiar los fotones cercanos a la fotosfera caliente, tanbién podía servir como un eficiente escudo de ablación para absorver impactos y autorepararse.

    —Hecho —replicó Papá unos veinte segundos después.

    Fang se atusó las mangas del uniforme aún más rectas de lo que ya estaban.

    —Que todo el mundo se asegure.

    Después de ver que los bestiasientos de todo el mundo sujetos a la nave habían sujetado a su vez a sus cargas, Fang se ancló en su propio harnés, que parecía externamente a un vetusto cinturón de seguridad con el que el verdadero Papá habría estado familiarizado. Le gustaba el click del metal con metal. Pescó una ampolla de Al-Límite de su bolsillo y la esnifó.

    —Carga las singularidades e inicia el colapso de la bisemilla.

    Fang dirigía a Papá a través del resto del proceso, observando la danza de la maraña de líneas del campo en su tanque de imagen mientras las singularidades se reunían eléctricamente para el recolapso en la espuma cuántica de la que habían surgido. La gravedad se congeló y languideció hasta que se desvaneció finalmente junto con la bisemilla. La nave giraba, la nanopiel se abultaba y los radares y láseres rotaban en sentido opuesto para mantener seguro su camino.

    Casi en el mismo instante en que Fang estaba a punto de reactivar el motor gusano, Fisher dijo: —He pensado un modo de modificar el...

    —¡Silencio! —gritó Fang.

    ¿Porqué tenía siempre que estar tan malditamente obsesionada?

    Fisher murmuró un Lo siento —pero sus labios eran difíciles de leer a través del acusado refunfuño.

    Ella no había pretendido hacerle callar. Aquello era sólo una rutina. ¿no? Tomó nota mental de compensarle más tarde y retomó el control de la maniobra.

    Pocos minutos después, ya estaban de nuevo bajo gravedad, oscilando contra un nuevo par en la dirección opuesta y decelerando hacia SS Cygni, reduciendo su tremenda energía cinética.

    Navegación suave a partir de aquí, pensó Fang sin mirar a Fisher.

    Stearn se alejó rápidamente del laboratorio de Henderson a pesar de que había pasado varias horas allí. Ese tipo le asustaba de verdad. Vale, era guapo, en cierto modo, pero también era distante y brusco. Stearn no quería nada con él, lo que era extraño pues él se enorgullecía de poder pasarlo bien con cualquiera. Quizá su jardín de infancia no había sido tan diversa como sus sietes padres le habían dicho .

    Se le formaron nudos en el estómago mientras se acercaba al camarote de Sylvia. Había sido más divertido cuando había imaginado seducirla con su mente, aumentando los datos de abordo de su biochip con los juegos de tablero. Todo el asunto había sido un plan para meterse en su cama, pero la mayor sorpresa había sido lo divertidos que eran los juegos en realidad. Era una clase diferente de hedonismo que la que había practicado en el pasado y se preguntó si, quizá, había subestimado la diversidad del entretenimiento de la presente era.

    Aún así, la había visto con Henderson en la burbuja de observación con las luces apagadas unas semanas atrás. Henderson podría no ponerle a ella los pelos de punta del modo que lo hacía con él y además tenía esa gran mandíbula de linterna y barbilla dividida que seguro que a ella le gustaba. Afortunadamente, la tecnología de biosistemas de la nave le había asistido en todo sin agobiarlo con un montón de preguntas. En la Tierra, una reconstrucción corporal completa habría sido un proceso muy tedioso, pero aquí no lo había pensado dos veces durante meses, sin saber hacia donde habían ido las tendencias y feliz de jugar a los juegos con Sylvia.

    Pero este nuevo cuerpo, esto era tanto para ella como para él mismo. Sus colores brillantes habían desaparecido. Sus orejas ala habían desaparecido. Era totalmente diferente. Ahora era un Adonis de ébano, un semidios oscuro sin pelo con el tono muscular similar al de la capitana (aunque sospechaba que el de ella era entera y terrorificamente natural).

    Stearn se acercó al camarote de Sylvia. Su poderoso corazón latía con fuerza bajo sus firmes pectorales. Tembló ligeramente, tocó el timbre y esperó desnudo esperando.

    La puerta se abrió. Los aullidos de los monos y los trinos de las aves emergieron junto con un estallido de aire húmedo. Árboles cubiertos de lianas de hojas verde oscuro llenaban la habitación. ¿A dónde habían ido los muros de cubos de Rubix y las sillas de cajas de puzzles? ¿Dónde estaba el aparador del tablero de ajedréz?

    Stearn pasó adentro. Sus pies se hundían en el terreno húmedo. ¿Dónde estaba Sylvia?

    —Aquí arriba, encanto —avisó la voz de ella.

    Stearn giró la cabeza hacia arriba. El techo había aumentado su altura considerablemente, permitiendo que los nuevos altos árboles se perdieran dentro de una bóveda difusa a una distancia indeterminada. Los reptantes sonidos le parecían como una lluvia a su alrededor. Subida en una cuna de alegres viñas verdes, más serpentinas que vegetales, descendía Sylvia agarrada en pieles de leopardo que sólo cubrían algunas partes de su cuerpo marrón.

    —Encanto —susuró Stearn.

    —Esta noche no —prometió ella extendiendo una mano—. Has mostrado admirable consideración en cumplir mis deseos aun cuando no eran tu interés primario. Es mi turno de darte lo que quieres. Totalmente y sin reservas.

    ¿Era esto real? ¿O era algún otro juego?

    Stearn estaba preparado para jugar en cualquier bando.

    Él tomó su mano. Las lianas los elevaron y, juntos, ascendieron a un paraíso físico.

    Lena, como pensaba ella de sí misma en la privacidad de su camarote, se aplicaba el lápiz de labios rosa pasión y escuchaba el bolero de Ravel mientras esperaba a su amante. No llevaba frívolos modificadores corporales de automaquillaje, nada tan permanente. Su camarote era su lugar seguro, su lugar para ser femenina, hermosa, pero era esencial que tales cosas no se quedaran con ella cuando estaba fuera, cuando se convertía en la capitana Fang.

    Allí estaban sus secretos, guardados para ella y sus amantes ocasionales.

    La puerta sonó y dejó entrar a Samuel.

    Lena miró coquetamente por encima del hombro y le mostró una mirada de fingida sorpresa. Fingida porque ella había planeado que él la sorprendiera allí sentada frente al espejo con sólo una fina bata rosa desatada que no se había puesto delante de él antes.

    Luego, sin mediar palabra, los brazos de Sam la rodearon, levantándola con una fuerza que ella nunca habría permitido fuera de su camarote y llevándola hasta la cama.

    Lena enterró su nariz en el cuello de Sam e inhaló su intoxicante aroma inalterado. Puro Sam, puro macho. Ella alzó su mano y movió los dedos entre los morenos rizos de Sam, intentó atraerlo como un kraken que hunde una antigua fragata de la marina mercante.

    Él se resistió, se liberó con una sacudida y la puso bajo él. Su cuerpo siguió al de ella, reduciendo ropa como un escudo térmico de ablación durante una reentrada. Las manos de Sam le agarraron la muñecas sobre la cabeza y sus piernas le separaron las suyas.

    A ella le encantaba esta sumisión que ella se regalaba sólo aquí, donde estaba totalmente a salvo y no era la responsable.

    Él fue fuerte y rápido cuando ella apresó la parte baja de su espalda con sus tobillos. Él duró lo justo para ella y ambos gimieron antes de colapsar pesadamente. A ella le pareció confortable su peso, como una gruesa manta cálida y el salado sudor que goteaba de la cara y cuello sobre ella.

    Lena notó que no había pensado en el mando durante varios minutos y sonrió. Quizá ahora era el momento de compartir algo más.

    Caliente y a salvo, le preguntó: —¿Te he hablado alguna vez de mi abuelo?

    —Mmm...sólo que te quedabas con él algunas veces cuando eras pequeña.

    Lena tragó, sintió la boca seca de pronto y frotó la mejilla en el hombro de Samuel.

    —Él fue el más maravilloso de los hombres, tan paciente aun cuando yo me comportaba como una mierdecilla.

    —¿Tú?

    Ella le empujó en las costillas y continuó.

    —¿Conoces los leviatanes, no? En Tau Ceti Prima. O sea, eres un exobiólogo y...

    —Sí, conozco los leviatanes.

    Ella iba a hacerlo. Se lo iba a contar. Quizá esta vez fuera de ayuda.

    —Yo estaba jugando con el cebo del leviathan. El abuelo lo guardaba dentro de una caja pero yo había roto el código y era mi cumpleaños y estaba jugando con el cebo. Era bonito, como una estrella, reluciente y grande, grande en apariencia como realmente era.

    Lena quedó en silencio y escuchó la respiración de Samuel por encima del susurro de las olas afuera. ¿Cómo podía contarle la siguiente parte? Ahora que había empezado, necesitaba contárselo todo, necesitaba tener a alguien que tuviera una comprensión verdaderamente humana. Había pasado mucho tiempo desde que había compartido esta historia. Fue culpa suya, fue su culpa por no actuar cuando aún había una oportunidad, pero Señor, aquellos ojos...

    —Lo tengo —anunció Samuel de la nada.

    —¿Tienes el qué? —susuró Lena sin rastro alguno de su practicado ladrido, del modo en que susurraba cuando estaba eficazmente relajada.

    —El fulgor verde —dijo él levantándose para pasear por la habitación—. Se me ocurrió mientras pensaba en cómo mantenerse refrigerado durante el sexo. Es un sistema de refrigeración que permite al dragón desechar el exceso de calor. La longitud de onda no tiene sentido como transición atómica estándar del láser. Probablemente es una molecula sintonizable o un pequeño conjunto de ellas y dado el perfil de la línea de emisión, estoy seguro de que puedo averiguar el mecanismo.

    Sin el cuerpo de Sam contra el suyo, se le puso la carne de gallina. Sin su atención, algo similar ocurrió en su corazón.

    —Vuelve a la cama, Sam. Te estaba contando algo importante.

    Él seguía paseando de acá para allá entre el neceser y la puerta. —Dame un segundo, ¿vale? Esto es un descubrimiento. Respeta la idea que sale de aquí.

    Enfriada, se hundió bajo las sábanas y las sujetó con firmeza a la altura de su mejilla.

    —Por favor, Sam. Ahora no.

    Él se detuvo entonces y la miró alzando las cejas en una conspicua expresión.

    —Perdona pero creí que ya habías terminado. Ya sabes cómo trabajo, cómo le presto a un problema mi completa atención.

    De pronto, giró la cabeza como si escuchara algo lejano y le mostró una media sonrisa con hoyuelo.

    —¿Sabes? Estás encantadora envuelta así en la sábanas. Un angel de alas suaves envuelto en las nubes, diciendo por favor. Es un cambio tan bonito a cuando llevas ese uniforme, a cuando ladras sobre como embolsarse un dragón.

    Él volvió a la cama y trató de abrazarla.

    Ella se encogió de hombros para escapar, molesta por su tacto. Luego saltó de las sábanas como si sintiera un calor repentino. Se levantó y caminó hacia las puertas que miraban a la playa. Le dió la espalda al mar para mirar al hombre que había en su cama.

    —¿Qué te pasa, querida? —preguntó él con los ojos abiertos en lo que pareció sólo una preocupación fingida. La emoción necesaria para que la mirada fuese genuína, simplemente, no estaba allí—. ¿No crees que tengo razón sobre el refrigerador láser?

    El aire escapó involuntariamente de su boca en tono de escepticismo: —¿Estaba compartiendo algo importante contigo y, de pronto, saltas fuera de la cama y empiezas a parlotear sobre tu precioso dragón y no sabes qué me pasa?

    —Estás enfadada por el comentario del ladrido, ¿verdad? Siempre estás maldiciendo todo el tiempo. Creí que apreciabas que pensaran en tí como una capitana dura —Se apoyó en las rodillas y alzó los puños en una pose de boxeo—. ¿Cierto?

    —¡No justo después de hacer el amor!

    Samuel fue hacia ella y trató de rodearla con sus brazos. —No pasa nada —susurró.

    Ella se encogió de hombros de nuevo para evitarle: —Ahora no. Estoy enfadada contigo ahora mismo.

    —¿Estás enfadada conmigo? ¿No acabamos de tener un sexo estupendo? Ya me he disculpado por no entender que no habías terminado tu historia —Avanzó hacia ella otra vez.

    Lena negó con la cabeza y dió un paso atrás. Ella sabía que él era obsesivo, pero inteligente y guapo también. ¿Podía ser realmente tan espeso con ella después de estos meses? Ella se abrazó y apuntó los codos hacia Samuel mientras se preguntaba si ella había sido tan espesa con él.

    —Quizá es mejor que te marches.

    —No lo creo, Lena. Escúchame. Creo que es mejor resolver esto ahora. Ahora.

    Ella notó que se estaba mordiendo el labio y se detuvo. ¿Porqué no podía él ver que lo estaba empeorando? Ella no llevaba ninguna máscara aquí y su lugar seguro se convirtió en peligroso de repente.

    —Fuera de aquí, Sam.

    Él respiró hondo y se quedó mirándola durante largo tiempo.

    —Vamos a retroceder. Estoy listo para oir tu historia del leviatán ahora, ¿vale?

    Lena parpadeó evitando que cayeran las lágrimas. ¡No lloraría delante de él!

    —¡Fuera de aquí!

    Caminó hacia él con las manos listas para empujarle fuera de su camarote. Él hería sus sentimientos, aquí, de entre todos los lugares el único en el que se permitía ser vulnerable. Parpadeó algunas lágrimas y Sam se convirtió en un espectro etéreo cuya reluciente presencia se reía de ella. Tenía que obligarle a salir ahora.

    —¡Fuera!

    Él rehuía mientras ella se aproximaba, tropezó de espaldas resbalando con un pez que limpiaba el suelo y cayó de culo.

    Ella le dió una patada en el hombro, no muy fuerte, que le tumbó totalmente.

    —¿Qué pasa contigo? —dijo él mientras reptaba hacia atrás como un cangrejo alejándose de ella.

    —¡Fuera! —gritó ella persiguiéndole—. Ábrete —ladró a la puerta.

    Sam trató de ponerse de pie y sin pensar que ella le daría una patada en la cara. De nuevo, no muy fuerte, aunque le sangraba el labio cuando alzó la vista para mirarla desde el pasillo.

    —Debería haber sabido que no debí haber arriesgado el dragón por tener una relación contigo. Aprendí de mi ex que puede funcionar mezclar trabajo y amor, que podía hacer funcionar una relación de ese modo. Pero, obviamente, tú no has aprendido cómo hacerlo. Sólo eres una dictadora con placa jugando a un juego que no comprendes.

    —¡Ciérrate.! —gritó ella

    —No se te ocurra.. —oyó decir a Sam.

    Vacía y sin aliento, Lena cayó de espaldas contra la puerta cerrada y se deslizó hacia abajo despacio hasta quedar sentada en el suelo acurrucada en una bola. Lloró como no había llorado en años o, quizá en décadas. Si era por la relación rota y la traición de Sam o por pensar en su abuelo o, simplemente, por ella misma y los años de negación que habían tratado sus inseguridades, ella no lo sabía. Lloró desconsoladamente.

    Tras un largo rato de sollozos y algunos hipos, con sus mejillas frías por las lágrimas, ella susurró: —¿Papá?

    —Estamos aquí, hija —respondió Papá de inmediato.

    Aún desnudo, Fisher recorría el pasillo del anillo de los camarotes quejándose, corriendo hacia ninguna parte.

    ¡Mal, mal, mal, mal, mal! Todo había ido tan mal. Había ido mal... más que mal, había sido un pecado arriesgar el dragón al entrar en una relación con la capitana de la nave. Mal por pensar que él tenía una vida más allá de esta misión. Mal por pensar en algo distinto al dragón desde que la Karamoyo había dejado la órbita de la Tierra. Todo había ido tan mal.

    Fisher pasó por el Salón de los Trofeos, deteniendo abruptamente su carrera para rugir a la cabeza del león. El animal arrugó el hocico, pero no le devolvió el rugido. Fisher le dió un fuerte tortazo en el hocico y el león rugió entonces, un sonido que recorría millas en la sabana de la Tierra. Fisher rugió al león, su voz cambiaba a la voz del león, reafirmando su dominio sobre la nave, sobre la misión. El rugido murió y luego lo hicieron sus ecos y las llamadas del resto de animales alterados reverberó por el corredor.

    No habría más errores.

    Atsuko le había advertido de que no se olvidara de la gente esta vez, pero ese consejo también había resultado terriblemente equivocado. La equivocación real había sido olvidar el dragón, su único motivo para estar en esta nave, para deshechar su vida del presente y viajar quinientos años hacia un futuro desconocido. Con este tipo de sacrificio, no había escusa para perder la concentración, ni excusa para abandonar su propósito. Hasta que la misión hubiese acabado, el dragón sería su maestro. Nay, su dios. Fang aún no había visto su obsesión. Él le mostraría la propia obsesión de ella.

    Pletórico con el renovado propósito y con un plan para corregir lo que la gran Biblia de los errores había escrito para él, Fisher retomó su carrera hacia el biolaboratorio de Henderson.

    Henderson no quedó muy contento de verlo, sobre todo cuando le explicó lo que quería.

    —¿Qué? ¿Otra vez? Acabo de trabajar con Stearn.

    —Y ahora lo hará por mí —dijo Fisher—. Ese es su tabajo, ¿o no?

    Henderson suspiró ruidosamente.

    —Bien. Nadie necesitaba nada más que retardador capilar durante meses... ¡y me piden dos modificadores corporales completos el mismo día! Irónico.

    —Lo que sea —reafirmó Fisher. Había dejado de escuchar a Henderson tras el 'Bien.'

    Fue hacia el puesto de trabajo y empezó a abrir menus y consultarlos a alta velocidad.

    —¿No quieres que lo haga yo? —preguntó Henderson—. ¿No te importa quedar hecho un Mongloide?

    No, ni le importaba ni acabaría como uno. Fisher sabía exactamente lo que quería hacer con su modificador corporal y era algo que no se atrevía a confiar a nadie más. Él sabía que Henderson era competente con la estructura biológica mamífera, pero esto estaba muy lejos del estándar.

    —Voy a hacer el diseño yo solo.

    —No diga luego que no me ofrecí —Henderson hizo una pausa durante un momento y después añadió: —¿Puedo ofrecerle algo de ropa? ¿Una bata, quizá?

    Fisher gruñó y no le importó si Henderson tomaba el sonido como una afirmación o no. Su mente ya estaba sintonizada en la tarea que tenía entre manos.

    —Hmm, entonces, de acuerdo —dijo Henderson—. Prepararé el baño.

    Fisher sabía que un dragón estelar poseía un fuerte campo electromagnético que le facilitaba los movimientos en el campo magnético del disco de acreción. Ese patrón de movimientos sugería un sistema circulatorio de fluído cargado eléctricamente que le sería útil tanto para la transferencia de energía como para el desplazamiento. La criatura tenía que reducir el calor. Si no era del calor de la transferencia ineficiente de energía, entonces del que absorbía del entorno inmediato. Ahora había descubierto también este último gracias al regrigerador láser. Esos dos sistemas entrelazados eran entonces la clave del nuevo cuerpo que crearía para sí mismo y no era tan difícil implementarlos a partir de los que había descubierto tras una rápida observación de los modificadores corporales disponibles. Fueron los niveles actuales y la combinación de modificadores lo que plantearon problemas y le llevó media hora extra resolverlos satisfactoriamente (y otros diez minutos extra para encontrar satisfactorios los diagnósticos de seguridad requeridos para blindar eléctricamente su sistema nervioso).

    La idea de alimentar eléctricamente su cuerpo con fusión confinada magnéticamente pasó por su mente, pero aunque tenía que admitir que eso ya era demasiado, ni siquiera estaba disponible.

    Cuando hubo terminado, flotaba un hombre verde en el tanque de imagen del puesto de trabajo, rotando para mostrar el producto final desde todos los ángulos. Requeriría suplementos de nutrición especial, pero nada demasiado horrible...Aunque, una vez más, nada era demasiado horrible para él en esta fase de dedicación a sus metas.

    —¿Piel que brilla en la oscuridad? —preguntó Henderson sin tener éxito en sobresaltarle.

    Fisher simplemente bufó en respuesta. —Nada de eso. Estoy listo para el baño, Henderson.

    —Afirmativo, Fisher.

    Fisher se levantó ignorando los calambres de su castigada espalda. Notó que había acomodado el bestiasiento para quedar immóvil sin pensar en ello. También notó que debería haber arreglado su espalda ya que iba a pasar por una modificación corporal completa, pero se le había olvidado. Arreglarse la espalda no era lo bastante importante para retrasarle.

    El baño de nutrientes se extendía en una cámara adyacente de alto techo rodeada de sistemas organo-electrónicos. Fisher subió la escalera hasta lo alto del borde de diamante. El fluído del interior burbujeaba oscuramente como un cocido, como el caldero de una bruja moderna.

    Fisher no dudó en el borde del modo como lo hacía mucha gente. Giró despacio en lo alto, dejó deslizar sus pies hasta el interior del baño caliente y se soltó de immediato para que el resto del cuerpo los siguiera. A diferencia de la mayoría de la gente, no dudó en aspirar el fluído oxigenado hasta su boca y pulmones. No tenía sentido dudar y un instinto más básico invalidó lo que consideraba obsoletos instintos contra la asfixia. Sus alveolos cambiarían hacia una extracción de oxígeno más eficiente con cada nuevo latido.

    En la cálida y húmeda oscuridad, un millar de virus inundaban su sistema. Eran los agentes de la terapia genética que se inyectarían en sus células, desmantelarían su ADN en los intrones e insertarían o remplazarían ciertas secuencias que gobernarían la operación celular de sus nuevos sistemas. Una nanomaquinaria más sofisticada reconstruiría la macrobiología en las formas que había seleccionado. Aún así, otros dispositivos más sofisticados que los virus y más versátiles que la maquinaria reedificarían sus tejidos, aislarían y protegerían sus funciones cerebrales. La insensibilidad atacó sus extremedidades y supo que aquellos estaban trabajando. Notó un calor más vital que el baño en el que estaba: calor desechado de las maquinitas y los cambios celulares. Estaría ahora atrapado en su propio cuerpo mórfico varias horas hasta que las modificaciones se hubieran completado.

    Fisher no había programado ningún entretinimiento estímulador durante el procedimiento. Sus ojos contemplaban sin ver en el oscuro brebaje. El ojo de su mente sólo veía el fulgor verde del dragón sobre un ardiente disco de fuego.

    Sí, pensó cuando sus miembros se volvieron rígidos y un lento ardor llenaba su cuerpo, le mostraría a Fang su obsesión muy bien.

PARTE 2

Aquí hay Dragones

Capítulo 6

    El cuerpo humano es el mejor retrato del alma humana.

    Devereaux caminaba con paso decidido por el pasillo hacia el camarote de Fisher. Su velocidad se equilibraba entre una urgencia y; sí, ella lo admitía sin reservas; una aprensión que rayaba el miedo. Cuando le había llevado a la capitana Fang sus últimas predicciones del disco, ¿cómo iba a saber que el resultado sería la decisión inmediata de desactivar el motor gusano y cancelar el programa completo de deceleración para llegar antes?

    Fisher se pondría furioso por no haber sido notificado antes, pero se pondría aún más furioso si no se lo notificaba ahora. Lo peor es que había instruído a Papá para que no le molestaran salvo en caso de descompresión, de modo que verle en persona era el único modo de informarle.

    Devereaux deseó no haberle dicho nada a la capitana Fang, quien le había dado su consentimiento y dicho que hablara con Fisher en persona.

    Devereaux no quería ver furioso a Fisher. Ahora no, después de lo que se había hecho a sí mismo estos últimos largos meses. ¿Porque el hombre ya no veía la razón? ¿Qué había ocurrido entre él y la capitana que fuese tan horrible? Normalmente, resolver tal misterio habría sido de ilimitado interés para ella, excepto ahora...

    Le tembló la mano cuando la movió hacia el timbre. Antes de que pudiera llamar, la puerta de Fisher se abrió como un obturador, escupiendo hacia el pasillo una luz blanca, calor seco y un sonoro crujido. Sobresaltada, Devereaux dió un salto hacia atrás llevando su mano de dedos extendidos hasta su pecho. Era como estar de pie ante un horno abierto.

    —He sentido la variación de los campos —dijo Fisher.

    Ella se habría asustado incluso si no hubiera abierto la puerta inesperadamente, la apariencia actual de Fisher nunca dejaba de asustarla. Lo que más se apreciaba de inmediato era el fulgor verde que sobresalía de su rugosa piel seca. Después la falta de todo pelo, incluyendo las cejas (que como había explicado Fisher ya no eran necesarias en un cuerpo que ya no sudaba), y por último, los ojos rosa salmón asentados en la piel de los pliegues de los epicantos. Su atuendo invariante era ahora también muy diferente. Había abandonado el Duradenim negro y las características pero feas velocibotas. Ahora vestía un fino traje corporal gris zurcido con fibras doradas concéntricas de propósito indeterminado. Las crestas se desfasaban noventa grados respecto a las de la capitana, trazando su silueta como un aura.

    Y su camarote...Devereaux, dedicó un segundo para mirar por encima del exobiólogo antes de responderle. En el interior, rugían y danzaban fuegos en la mitad lejana de la habitación, provocando una sobrecogedora cacofonía para los sentidos. El fuego se detenía abruptamente a un metro aproximado de la puerta. En los meses desde el giro de la nave, Devereaux nunca había visto nada en esa habitación salvo el fuego y no tenía ni idea de cómo conseguía Fisher vivir allí dentro, por no hablar de trabajar.

    —He sentido la variación de los campos —repitió Fisher.

    —¿cómo podrías? Quiero decir, sí, Fang está preparando el apagado del motor gusano.

    Fisher pasó a empujones al lado de Devereaux y ella sintió que la estática subía por el pelo de sus brazos e incluso hasta los rizos del pelo en la cabeza.

    Se giró y trató de mantener su ritmo.

    —Papá —ordenó Fisher —Dame una línea con Fang.

    —Lo sentimos —avisó la voz Papá —La capitana está ocupada y pidió no ser molestada. ¿Es esto una emergencia de descomprensión?

    Sin bajar su ritmo, Fisher disipó el muro de piedra de Papá con un movimiento de su brazo. Le dijo a Devereaux: —Infórmame.

    Devereaux, corriendo para seguirle, dijo con voz entrecortada y sin aliento: —Como le dije a Fang, SS Cygni entraría en estallido. Como nuestra aproximación estaba programada, tenía sentido adelantar la llegada veinte días, noventa y nueve por ciento de intervalo de seguridad respecto a la ignición del estallido. Así que Fang está adelantando el programa. Computaremos un nuevo rumbo más rápido, pasaremos de largo el sistema con alguna velocidad residual y dejaremos que su gravedad nos ayude a regresar. Conseguiremos un buen vistazo en el camino de paso y obtendremos una segunda opinión sobre los resultados de la sonda.

    —¿Alguna novedad de la sonda? No estará planeando aún disparar los misiles, ¿verdad? —siseó él.

    Esta contínua discusión había convertido las reuniones del dragón en un campo de batalla atrincherado. Las vagas directices del documento de Biotorno proporcionaban una estupenda latitud y un ambiguo mandato para que Fisher y Fang lucharan por el documento. Cuando había parecido probable que podrían pasar de largo el disco debido al tiempo del estallido, como estaban planeando ahora, Fang había aprovechado la oportunidad de sugerir el lanzamiento de los misiles antes. Los misiles se podían enviar en una aproximación más lenta y se podían usar para conducir al dragón hacia la nave, que ahora estaría llegando desde el lado más alejado del sistema. Devereaux misma admiró la elegante solución que minimizaba el consumo de tiempo y recursos, admiró el juego de las ecuaciones diferenciales relacionadas contra las extremas condiciones límite del disco. Fisher, por supuesto, protestaba en cada reunión. Un caso clásico de fuerza irresistible y objeto inamobible.

    —Nada de la sonda, pero el alcance aún no es el óptimo y el ruído es grande. No estoy segura acerca de los misiles pero...

    Él aumentó el paso a través del cambio de anillo sin hacer una pausa para escucharla y surgió por el anillo del puente. Justo antes de alcanzar el portal del puente de vuelo, Fisher se tambaleó. Con los brazos extendidos, derrapó con el pecho hasta pararse.

    Mientras Devereaux se inclinaba para ayudarle, la voz de Papá anunció: —Por favor, aseguren sus objetos sueltos y a ustedes mismos. Apagando el motor gusano. Fin de la gravedad completa en treinta segundos.

    —Estoy bien —dijo Fisher, apartándola con un suave empujón—. Es que ahora soy muy sensible a los campos magnéticos y estos anillos no están tan bien blindados, al menos para nuestros campos internos, como a mí me gustaría.

    —Ya veo —dijo ella frunciendo el ceño mientras Fisher pasaba justo por encima de ella y se dirigía hacia el puente de vuelo.

    Justo cuando Devereaux rodeaba la entrada, Fang dijo: —Tomen asiento, personal.

    Devereaux hizo lo que le decían aprovechando la oportunidad de pasar a empujones junto Fisher para variar y deslizarse en el acomodante bestiasofá. Respiraba pesadamente.

    Fisher permaneció de pie a unos dos metros delante del asiento de Fang y no hizo movimiento alguno hacia el sofá. ¿Qué estaba él intentado probar?

    —Siéntese, Doctor Fisher —dijo Fang.

    —Lo prefiero de pie —replicó él.

    —Como quiera —dijo Fang.

    El volumen de la cuenta atrás de Papá se incrementaba mientras se aproximaba al cero. La gravedad oscilaba. El fulgor de Fisher se intensificaba. Después, el estómago de Devereaux dió un perverso vuelco cuando falló la gravedad.

    —Motor de gusano desactivado —anunció Papá.

    Fisher voló lentamente hacia arriba despegando del suelo. Fang levantó la cabeza para seguir la trayectoria de Fisher.

    Nadie dijo nada durante unos momentos, un extraño anticlímax para el ajetreo precedente. O mejor dicho, todavía sin clímax en absoluto. Ese era el problema.

    —De nada, hija —dijo Papá.

    Fang parpadeó. —Lo siento. Gracias, Papá.

    Devereaux estornudó. Luego, dos veces más. A menudo estornudaba al comienzo de la gravedad cero, cuando el polvo y la pelusa conseguían escapar de los rincones y las grietitas que encontraban y antes de que los filtros pudieran retirar los irritantes extras en el aire. Nadie dijo nada en ese momento y ella esperó que sus estornudos hubieran roto el oscuro humor que se destilaba.

    —¿Y qué va a pasar ahora? —preguntó Fisher con su cara vuelta hacia la de la capitana.

    La tensión se recristalizó como una solución supersaturada siendo agitada.

    Ante los ojos de Sam, la capitana Fang giró depacio la cabeza hacia Devereaux. Su expresión, como siempre, era inescrutable.

    —¿Cuál es tu opinión actual sobre la materia, Sylvia?

    —Podríamos aprender algo durante el sobrevuelo. Nuestros instrumentos son, de lejos, mucho mejores que los de la sonda. El número y distribución de los dragones dentro del disco aún es una estimativa en su mayoría. Mi modelo aún indica que el próximo estallido aguantará, al menos, hasta dentro de dos semanas.

    —Gracias —dijo Fang.

    Se giró hacia Fisher. Sus narices estaban a escasos centímetros. De algún modo, Fisher no había chocado con ella y ahora parecía sobrevolar manteniendo su posición. ¿Magnéticamente? Era posible.

    Fang se dirigió a Fisher —Hemos de considerar esto mientras Papá computa nuestras opciones y nos busca en SS Cygni.

    —Bien —dijo Fisher y consiguió girar en el sitio, orientándose para la mirar la pantalla del muro.

    —Ponlo en la panalla, Papá.

    El sistema se materializó, colores reales, casi en tiempo real, ahora a sólo unas cuantas horas luz de retraso. Con un vector de aproximación de casi treinta grados de inclinación, el disco ardía alejándose, esencialmente, puro blanco para el ojo en toda su superficie con sólo un toque de violeta. Anidado justo arriba del disco con su chispeante corazón, la estrella secundaria pulsaba como un áscua cósmica más fría dentro de la cual aún ardía hidrógeno. Serpentinos tentáculos brillantes se retorcían entre el disco y la secundaria, prominencias que recorrían los tubos del flujo magnético que conectaban las dos fotoesferas. El movimiento era notable a simple vista. Las velocidades del disco exterior eran de unos seiscientos kilómetros por segundo. No era una velocidad relativista, pero era respetable y permitía que el gas orbitara durante un par de horas. Las velocidades en el disco interior, por otro lado, eran más que respetables. Todo era dinámica sencilla y el gas giraba diferencialmente en el disco siguiendo órbitas kepplerianas en las que la fuerza centrífuga del momento angular equilibraba la atracción gravitatoria. En el límite interior, las velocidades eran de unos seis mil kilómetros por segundo. Eso implicaba que el gas que giraba en espiral hacia el interior de la estrella primaria lo hacía mediante una tosca órbita de pocos segundos.

    La masa de la enana blanca era un veinte por ciento superior a la masa solar. Aunque era mayor pero menos densa, la de la secundaria era sólo un setenta por ciento de la masa solar. La suma superaba el límite de Chandrasekhar de 1.44 masas solares, la masa por encima de la cual la presión de los electrones degenerados no podía resistir el colapso gravitatorio. Los procesos en los que la masa se transfería de la secundaria a la primaria eran alarmantemente complicados pues también existían varios procesos en los que la misma primaria perdía masa. Durante muchas épocas, explosiones de novas, vientos y otros desechos cósmicos tendieron a dejar a la enana blanca con menos masa que cuando empezó. Aún así, los mejores modelos evolutivos de Devereaux indicaban que el sistema explotaría dentro de billones de años en un cierto tipo raro de supernova.

    Devereaux cambió su mirada desde SS Cygni hasta Fisher y Fang. Fisher había girado en torno a Fang de modo que estaban casi uno al lado del otro, observando juntos el sistema binario. Fisher relucía con un brillo verde. El brillo le hacía parecer agitado, quizá de forma apropriada. la complexión oliva claro de Fang reflejaba su luz. Su cara era inexpresiva, contemplando placidamente su destino. Con las caras tan próximas en tal contraste, le recordaron a Devereaux a una estrella binaria. ¿Pero cuál era la primaria y cuál la secundaria? ¿Cuál consumía a la otra? Parecía que la relación de ambos ya había resultado en una supernova, aunque quizá era meramente el estallido de la nova enana, con los verdaderos fuegos artificiales aún por llegar.

    Devereaux no quería estar cerca si esos dos se ponían a ello del modo en que eran capaces de hacerlo.

    Desechando esas peligrosas ideas, buscó la mirada de Phil. Él le hizo un guiñó y, sonriendo de pronto, ella se lo devolvió. Mucha de su aprensión se evaporó, así de fácil.

    —Rumbo calculado y opciones de maniobra colocadas en la fila de órdenes —anunció Papá—. ¿Cuál es tu deseo, hija?

    Y tanto, pensó Devereaux. Ella tendría que decir algo, hacer algo, si es que la capitana Fang insistía en lanzar los misiles ahora. No tenía sentido hacer algo así hasta que tuvieran una mejor vista, hasta cribar los datos de la sonda y examinar el lugar con sus propios instrumentos. Que Fang los comprometiera a hacer algo en esta fase sería ridículo, movida por factores emocionales y no por la lógica. Tenían bastante tiempo entre los estallidos y siempre podían retirarse a una distancia segura y orbitar hacia la otra nova enana si eran forzados a ello. Tenían bastante masa de ablación y combustible para el impulsor axial en caso de emergencia. Seguiría un curso razonable, creyó Devereaux. Fang era ante todo una profesional y Devereaux confiaba en que ella haría lo correcto.

    —Papá —comenzó Fang.

    —Activa el motor gusano —interrumpió Fisher.

    —¡Suspende eso! —gritó Fang mostrando gran emoción en su rostro, en este caso, un rugido que Devereaux no olvidaría. Ni siquiera durante las reuniones del dragón, Fang había explotado así.

    —Por supuesto, hija.

    —Abandone el puente, Dr. Fisher —dijo Fang, su cara era una suave máscara de nuevo.

    El sudor goteaba fríamente en la sién de de Devereaux. Balanceó ligeramente la cabeza y envió el sudor flotando en una bola.

    Un indicio de ozono tintó el aire. ¿De Fisher? Si estaba emitiendo radiación ionizante, ella...

    Fisher dijo: —Como quieras.

    Se giró y se deslizó atravesando la puerta sin tocar ninguna superficie. Era escalofriante, como si fuera un fantasma verde. Si hubiese gritado, habría hecho de un óptimo banshee.

    Después de que Sam se marchara, Fang dijo: —Altera rumbo, por favor. Llévanos a SS Cygni según lo indicado en la primera orden de la fila.

    Así que, sin misiles. Una sensibilidad que es de agradecer.

    —Sí, hija.

    De pronto, Devereaux cayó de lado, pero el suave tirón de los impulsores químicos de maniobra duraron sólo un momento. Justo un empujón para ponerlos en ruta para rebañar el disco, temporizado para enfilar la Karamoyo entre las dos estrellas.

    Confió en que hubiera una ruta similar entre Fisher y Fang que pudiera traer el éxito. ¿Había algún modo de empujar el curso de la misión a mitad de sus peligrosas órbitas?

    Stearn había terminado de comprobar la Karamoyo. Todo iba suave con la gravedad inducida por rotación. Todos los anillos se ajustaban para mantener mejor sus nuevos vectores de dirección hacia abajo a pesar de que eran casi perpendiculares a lo que había sido durante la mayor parte del viaje. Este nuevo estado era temporal. Cuando alcanzaran SS Cygni mantendrían una órbita asistida por impulso de eje a una altitud por encima del borde exterior del disco y habría otra vez una gravedad considerable a lo largo del eje central de la nave.

    En la biblioteca inglesa que había sido su camarote, Sylvia le propuso a Stearn una partida de ajedréz. Él aceptó. Los movimientos de apertura fueron rápidos: variación de tasmania de la defensa siciliana del dragón. Pronto se enfrascaron en un familiar juego medio y a chismorrear sobre otras parejas. ¿Se habían vuelto ya una cómoda pareja de ancianos para hacer tal cosa?

    —Él sólo necesita acostarse con alguien —explicó Stearn a Sylvia mientras movía su alfíl.

    Ella era la mujer más inteligente con la que Stearn se había enganchado, pero podía ser bastante boba en algunas cosas.

    —¿Eso crees? —ella negó con la cabeza, después se inclinó hacia adelante en su bestiasofá para apoyar los codos en el borde del tablero—. Yo no lo veo así, Phil. Quiero decir que tu crees que todos necesitan acostarse, que ese es el secreto de la vida.

    Él sonrió, movió la mano para rascarse donde solía tener las plumas y dió un salto cuando rascó piel suave. De seguro había llevado esas plumas demasiado tiempo para tener esa reacción meses más tarde.

    —Todos necesitas acostarse y ese es el secreto de la vida. La vida humana, por lo menos. la capitana ha herido bastante a Fisher y ahora él está amargado. Necesita ese tacto y apuesto que no se lo está dando él mismo.

    Sylvia ya ni siquiera se distraía con los señuelos de Stern. Una parte de él estaba decepcionada por ello, pero a la otra parte le gustaba el modo en que ambos se sentían como en casa juntos.

    La frente de Sylvia se arrugaba por la concentración. A él le encantaba verla pensar. Le dedicaba tanta devoción que era algo bello, como el telón de fondo de pintura inglesa por toda la habitación. El olor a polvo y moho le daba un porte tan sofisticado. Stearn le gustaba pensar que era un artista del amor o, al menos, de la lujuria cuando era más honesto consigo mismo de lo normal. El verdadero arte del amor, creía él, era descubrir esa característica que capturaba la esencia única de un amante en una sencilla pincelada. Y celebrarlo. Para Sylvia, era esa frente arrugada que él había descubierto por primera vez cuando ella le llevaba en la bóveda de la jungla de su camarote, eso que ella vestía en los ágiles momentos próximos al clímax. Eso que vestía siempre que concentraba todo su ser en perseguir lo que ella amaba. Esa expresión de su concentración era su esencia.

    El sexo, de un modo u otro, siempre era la clave. Stearn lo sabía sin dudarlo.

    —No creo que sea eso —murmuró Sylvia en un tono de rechazo —Pero tenemos que hacer algo. El estallido de la nova enana habrá menguado en otras setenta horas y esos dos van a arruinar esta misión y a nosotros con ella, tan pronto como tengan la oportunidad —Sylvia avanzó un cuadro el peón de torre obligando al alfil de Stearn a retroceder.

    Después de retrocederlo por la diagonal, manteniendo el clavado, ella continuó: —Estoy segura de que no es por falta de sexo. Él es más complejo que eso. Puede rebajarse las hormonas y pasar la sequía perfectamente feliz. No todo el mundo gira en torno al impulso de reproducirse —

    Sylvia avanzó el caballo del peón dos escaques, cerrando el clavado y atacando el alfil de Stearn. En verdad parecía que ella odiaba ese clavado.

    Demasiado emocional aquí, demasiado distraída, tratando de evitar el clavado. Eso debilitaba sus defensas y ella no había analizado la táctica tan cuidosamente como solía hacerlo. Stearn consideró sus opciones y al fín decidió jugar limpio consigo mismo.

    —¿Cuál es el premio de esta partida?

    Sylvia rodó los ojos hacia arriba durante un segundo.

    —Lo de siempre, pensé. El ganador consigue la fantasía a elección.

    —Hagámoslo un poco más interesante. El perdedor tiene que seducir a Fisher, el ganador consigue quedarse a mirar.

    Ante la abrupta mirada de alarma, él enmendó: —En persona no. En grabación neural, por supuesto.

    Ella no pareció muy aliviada por su enmienda.

    —Creo que no. Tampoco es un gran premio en ninguno de los casos.

    —Piensa en la charla de cama, lo que podría decir después del después. Podría confesar todo el truco sobre quién es él. ¿Me estás diciendo que puedes resistirte a ese premio?

    —Sí, puedo —Sylvia se meció adelante y atrás mientras apoyaba la barbilla en la mano—. Pero admito que has hecho que me pique la curiosidad ahora.

    Él se quedó mirándola a los ojos, esperando.

    —Aunque Fisher no irá tras de tí. Podría no ir tras de mí pero seguro que no irá tras de tí.

    —Déjame eso a mí —dijo con una sonrisa.

    Un código semi ilegal que funcionaba en su biochip le confirmó su evaluación de la posición del ajedréz .

    —Vale —dijo ella finalmente con una expulsión de aire—. Pero sólo estamos hablando de un intento. Puedo hablar con el hombre amigablemente. No soy una puritana.

    Stearn irrumpió en una amplia sonrisa. Sin apartar los ojos de los de ella, movió la mano y capturó el caballo con su alfil.

    Sylvia rompió el contacto visual para mirar al tablero. Su frente se arrugó eróticamente por la concentración, luego, tras dos minutos se aplanó como la superficie de un plácido océano. —Mierda —dijo ella.

    —Mate en cuatro, salvo que decidas perder la reina —dijo Stearn.

    —Eso no es justo —dijo Sylvia.

    —El ajedréz es totalmente justo, no hay elementos aleatorios.

    —¡Ya sabes a lo que refiero!

    En verdad, se sentía un poco culpable, de algún modo. Pero ¿qué sentido tenía la interfaz del biochip si no se usaba? Sylvia quería que él jugase una buena partida, ¿no?

    —Para igualar las cosas, yo seduciré a la capitana.

    Sylvia empezó a reir.

    —¡Hey! ¡Un hombre no necesita oir eso!

    —No dormirá contigo —Sylvia se rió más.

    Probablemente cierto. Aún así, había cientos de formas de seducir a una persona. La unión física no era el único camino para pasarlo bien con alguien, algo que Sylvia le había recordado.

    —La seduciré mediante la intimidad, haré que me haga su confidente. Conseguiré que salga a cazarme. Tendrá que disparar a algo y soltar algo de vapor. La ayudaré a soltar las tensiones. Ese es el verdadero propósito de esto, ¿cierto?

    —Si tú lo dices. No puedo creer que me esté dejando engañar así.

    —No piensas que Fisher es peligroso, ¿verdad?

    Ella arrugó la frente: —No para nosotros, no si no nos ponemos en su camino.

    Esto se estaba poniendo demasiado serio.

    —No tienes que dormir con él realmente. Sólo hacer un intento de un modo u otro. Hacer contacto con él. Será divertido.

    Sylvia se inclinó para tomar la mano de Stearn.

    —Phil.. —dijo ella—...no lo hagamos sólo por diversión. Hagámoslo para mejorar las cosas si podemos. Estás de acuerdo con que esto es para liberar las tensiones.

    Serio. Mostrando una cara seria apropiada, Stearn dijo: —Sylvia querida mía, debemos seducirlos por el bien de la misión.

    Ella irrumpió con una carcajada.

    Luego, barrieron las piezas del tablero de ajedréz, un gran chisme robusto de otro siglo, treparon sobre ellos mismos e hicieron el amor en una posición muy complicada.

    Stearn la había sacado del lío, notó Sylvia, cuando había admitido que había un amplio rango de seducciones posibles. Esa idea calmó su trepidación mientras se acercaba al camarote de Fisher por segunda vez en muchos días. Recientemente, una vez a la semana en las reuniones del dragón era la norma. Ella no tenía ni idea de cuando comía y se preguntaba si, de hecho, lo hacía. Respiró hondo y descarriló el tren de esa idea. Todo lo que tenía que hacer en realidad era conseguir que hablara con ella como un ser humano a otro, hacer esa conexión.

    Esta vez consiguió llamar al timbre.

    Sylvia se ajustó su toga escarlata de seda, luego metió las manos bajo los brazos mientras esperó. Un torpe pez iba de acá para allá por el suelo, su coloración pálida contrastaba con el ocre de la moqueta. Doblando la curva del anillo, acechaba al pez enfermo un silencioso gato de seis dedos.

    No hubo respuesta.

    —Papá, ¿Está Fisher en su camarote?

    —Sí.

    Ella aguardó, pero Papá no ofreció más explicaciones. Normalmente era más servicial con ella.

    —¿Está dormido?

    —No.

    Sylvia llamó al timbre tres veces en rápida sucesión.

    La puerta se abrió como un obturador, otro vistazo al interior del horno.

    —¿Quién es? Estoy trabajando.

    Las pupilas de Sylvia se contrajeron y sus córneas se escurecieron para ampliar el contraste. Fisher era un ténue smudge gris verdoso perfilado contra el fuego que crepitaba por todos lados del camarote. ¿Cómo podía soportarlo? ¿Cómo podía trabajar en este infierno?

    —Quería hablar contigo, Sam.

    —Pues habla. Tengo mucho que hacer.

    Ahora podía verle mejor. Podía ver sus pequeños ojos rosas devolviéndole la mirada en una máscara verde. Si no fuese esto tan importante. Ella tragó, su boca estaba seca de repente y dijo: —¿En tu camarote?

    Él dió una carcajada, un sonidito nervioso como si no hubiera reído en mucho tiempo y su boca hubiera olvidado cómo hacerlo.

    —¿Mi camarote? ¿Estás de broma?

    —¿No puedes...? —ella tanteó buscando una palabra y lanzó las manos hacia arriba con una rapidez que la sorprendió, hizo una mueca, continuó —¿Puedes apagar eso y ser un humano durante algunos minutos?

    Él no dijo nada durante un buen rato. Luego, asintió y le dió la espalda a Sylvia. El fuego engulló a Fisher.

    Sylvia aguardó.

    Dentro, el fuego onduló y murió. No por completo, veía ella, sino sólo en la mitad de la habitación cercana a la puerta y en un estrecho pasillo hacia el cuarto de baño y las bestiacamas, una dura criatura de obsidiana que reflejaba oscuramente las llamas bajas que bailaban ardiendo sin quemar.

    —Entre —dijo Fisher.

    Sylvia cruzó el umbral, ya caliente, y se secó el sudor de la frente.

    —¿Vives así?

    —Por supuesto —dijo Fisher sentado en la posición del loto, sobrevolando las llamas traseras de la habitación. Otro truco de levitación magnética.

    —Me he adaptado a este entorno para entender cómo podría vivir el dragón estelar, como este ambiente podría influenciar la mente de tan fantástica criatura y el tipo de cosas que prodría pensar.

    Eso a ella le pareció inteligente pero decidió no reconocerle ese hecho.

    —¿Aún piensas que el dragón estelar podría ser inteligente?

    Fisher se encogió de hombros, un movimiento que indujo un balanceo en espiral que se desvaneció lentamente.

    —Todo es posible. Si son inteligentes, bombardear su hogar sería amoral, quizá un acto criminal, ¿no lo crees?

    Sylvia avanzó dos pasos más dentro de la habitación y se detuvo a dos metros del fuego.

    —Por supuesto que estoy de acuerdo.

    —¡Pues díselo! —Su fulgor verde se encendió.

    —Calma, Sam. Lo haré. Estoy haciendo todos los análisis que se me ocurren con los datos de la sonda. No veo nada excepto, quizá algunos signos de esa transición láser, pero no es muy seguro. Nos queda una reunión del dragón más antes de que alcancemos el disco, ¿verdad? Plantea tu caso entones con lógica. Expón un argumento forzoso y estoy segura de que la capitana escuchará.

    —He expuesto un argumento durante meses. Ella no escucha —Fisher se inclinó hacia adelante manteniendo su pose de Buda y gesticulando con un dedo apuntado sobre la cabeza de Sylvia.

    —Ella quiere llevarse un trofeo, disparar sus bombas y jugar a ser la cazadora importante. A ella no le importan nuestras metas científicas. Esto son unas grandes vacaciones para ella. ¡Unas vacaciones!

    Sylvia avanzó un paso más cerca del fuego. Sintió su piel endurecerse por el calor, broncearse rápidamente por propia voluntad.

    —Como todos nosotros, la capitana Fang ha hecho un sacrificio para venir en este viaje. Se juega su carrera. Se esforzará por ser prudente con la nave, pero lleva los objetivos de la misión en el corazón. Quiere tener éxito igual que tú.

    —¡Ja! —Fisher flotó más cerca, inclinándose cuarenta y cinco grados, con su cabeza a menos de un metro de la de ella—. Ella quiere sabotearme.

    —No lo creo —repondió ella.

    Sylvia tragó en seco, sus labios se abrieron como grietas después con un diminuto sonido apagado por las llamas. Stearn, probablemente, esperaría que ella le plantara un beso en este momento. Ella se inclinó hacia adelante ligeramente como si lo estuviera considerando. Eso sería intimidad física pero no había conexión entre ellos salvo el asunto del dragón.

    —Mira, sólo dale una oportunidad a la reunión. Dale a Fang una oportunidad. Dale a la misión una oportunidad.

    —Yo le doy a la misión todo lo que tengo.

    —Simplemente, no hagas nada precipitado.

    —Yo haré todo lo necesario.

    Él estaba tan distante. Ella no podía hacer más. Sylvia levantó la mano hacia el calor, hacia la mejilla de Fisher.

    Él no se movió.

    Ella se asustó cuando una llama bailó desde el traje corporal gris de Fisher para lamer su mano, pero fue breve y no quemó. Sus dedos brillaban en verde a la luz de la cara de Fisher mientras peinaban su piel. Tras su última experiencia con el conjunto actual de los modificadores corporales de Fisher, ella esperaba una chispa o un crepitar o algo espectacular. Todo lo que sentía era una fría piel suave, sin atisbo de barba. Era como la piel de un bebé.

    Él seguía sin moverse.

    —¿Qué te ha hecho ser así, Sam?

    A sus palabras, él se apartó de su tacto: —Oh, sólo es biofísica sencilla en realidad. Hice que Henderson me ayudara a reunirla en unas cuantas horas. La clave es eliminar las glándulas sudoríparas a favor de diodos bioeléctricos emisores de luz, añadiendo un sistema circulatorio cargado y el resto sigue a partir de ahí para integrar los sistemas.

    —No es eso a lo que me refería y lo sabes.

    —Nada me ha hecho ser así.

    —¿En serio? —le retó Sylvia—. Era el siglo veintisiete cuando dejamos la Tierra y será el siglo treinta y uno cuando lleguemos a casa. Podemos alterar nuestros cuerpos a nuestro antojo, como has hecho tú. Mientras que la alteración mental aún no es tan segura o fácil, hay multitud de métodos para regular una personalidad desde glándulas especiales reguladoras de hormonas hasta drogas orales para la terápia genética. Escogemos quién queremos ser. ¿Porqué escogiste tú esto, Sam?

    Fisher oscilaba en su fuego, verde sobre rojo y no dijo nada durante un buen rato. Luego, cuando Sylvia estaba a punto de retroceder del calor y dejarle solo con su estúpida privacidad, él dijo: —Vale, entonces. ¿Te cuento una historia?

    Sylvia asintió tras un momento, su pelo sudado se le pegaba a las mejillas.

    —¿Has oído hablar de las volutas espaciales?

    Ella negó con la cabeza: —Sé que debería haber descargado el bestiario de exobiología entero cuando me apunté a esta misión, pero me imaginé que tú y Papá ya lo tendríais cubierto y me concentré en las propiedades de las variables cataclísmicas y en SS Cygni en particular.

    Él asintió y empezó a hablar: —Básicamente son vida del espacio distante construída a partir de redes de hidrocarburos aromáticos policíclicos que se originan en las nubes moleculares de formación estelar. Son los bastante tenue para que voluta sea un buen nombre. No hay mucho más que ver salvo un montón de hebras semejantes a una nube de humo. El ultravioleta ionizante que estimula su desarrollo y les proporciona energía también los fotodisocia y juegan entre Escila y Caribdis con su entorno. Demasiado flujo ionizante y se rompen en pedazos y mueren. Sin el suficiente, no tienen energía.

    —Suenan interesantes —dijo ella sinceramente.

    Fisher parecía estar mucho mejor ahora de lo que había estado en meses al hablar de algo que amaba y por lo que no estaba luchando.

    —Aunque no estoy segura de cómo se puede decir que estén vivos.

    —Eso fue complicado. Fueron descubiertos por accidente cuando una sonda relativista chocó contra una manada de ellos en la vecindad de Sirius B. Casi a la velocidad de la luz, una manada de volutas puede golpear como una montaña y aquella era un sonda científica pequeña de bajo presupuesto sin escudo activo. En todo caso, al principio se les consideró nada más que un ejemplo interesante de la química galáctica. Ahí es dónde yo entro. Yo descubrí tres características que sugerían que estaban vivos de verdad. Primera: podían reproducirse de un modo similar al ADN, despacio, para estar seguro, mientras acumulaban materiales de construcción del polvo cósmico, pero la prueba era clara en la población observada. Segunda: podían alterar su estructura reflectante y guiar sus movimientos vía navegación solar, usando la presión de radiación, y ajustar la forma de sus velas y su momento angular para mantenerlos en esa delgada línea entre la oscuridad y la destrucción.

    —¿La tercera característica?

    —Cuando se reformulaban los enlaces fotodisociados, no era aleatorio. Incluso los que no se replicaban activamente aprovechaban la oportunidad para construir estructuras, tales como las diminutas velas, pero a veces la estructura de navegación no se construía en un ángulo que tuviese sentido. Eso es lo que confundió a los primeros investigadores. Pero entonces, me di cuenta de que estaban emitiendo señales de luz infrarroja a sus vecinos. La manada entera, había cientos sin duda, pero posiblemente cientos de miles en la población completa extendida, se comunicaba. No tengo ni idea de lo inteligentes que eran las volutas, pero algo estaba pasando allí.

    —¿Porqué no estás estudiando aún las volutas?

    —Todos los que conocemos fueron destruídos. Después de que la química inusual se documentara y se recogieran todos los datos que yo analicé, el equipo de estudios científicos de Sirius B barrió el área con láseres de excímeros de Xenón-Cloro de ionización completa y vaporizó todo el polvo, volutas incluídas, para despejarle el camino a sus sondas. Yo ya estaba en una nave sin un alto factor gama como la que tiene esta, camino a Sirius. Cuando llegué, no había nada que estudiar. Cuando regresé a la Tierra veintidos años después, yo sólo había perdido quince. Mi madre había muerto en un accidente de submarinismo en Europa en ese intervalo.

    Sylvia no sabía cómo responder. Al final escogió decir: —Lo siento.

    El verdor de Fisher se encendió para rivalizar con su suelo. —¡Nunca lo sientas por mí! Aprendo de mis errores y, cuando está en mi poder, me aseguro de que nunca se dupliquen. Esta misión esi vida, por ahora durante mil años y estoy dedicado a su cumplimiento exitoso. Haré cualquier cosa que tenga que hacer para asegurarlo.

    —Sí, pero tienes que trabajar con nosotros. La capitana Fang...

    Fisher levantó su mano y la interrumpió: —Fang aquí es irrelevante. ¿Entiendes mi posición?

    —Supongo, sí.

    —Entonces, ¿me dejarás volver al trabajo?

    ¿Iba a ser de esa forma? Quizá sí y quizá era suficiente.

    —Sí.

    Fisher se sentó dentro del fuego, mirándola, esperando.

    Ella se aventuró un poco más: —Si necesitas hablar...

    —Estoy bien —insistió Fisher—. Sólo preocúpate de hacer de esta misión un éxito y nos llevaremos bien. Lo mismo va para Fang. Ahora, por favor, excúsate tú misma y volvamos todos al trabajo.

    Lo intenté, Phil, pensó ella. Lo hice mejor de lo que pensé que podría y no fue tan mal. Había recogido algunas piezas más del puzzle de Fisher e incluso había visto lo bien que encajaban juntas. Se preguntó cómo le estaba yendo a Phil con la distante e intratable capitana.

    —Gracias por hablar, Sam.

    Fisher sonrió: —Gracias.

    Sylvia salió del camarote. Las llamas reptaron tras sus pasos para llenar la habitación de nuevo con su intenso calor de justicia. La puerta del horno se cerró.

Capítulo 7

    El destino de los animales es de mayor importancia para mí que el temor de parecer ridículo. Está indisolublemente conectado al destino del hombre.

    Fang esquivó el puñetazo del movedizo y le golpeó con fuerza en el cuerpo tres veces antes de bailar hacia atrás. El movedizo gplpeó de nuevo y Fang dió pasos de espaldas y hacia un lado y luego le golpeó en la cabeza, que se partió como un árbol bajo una avalancha.

    Se había dicho miles de veces que estaba mejor sin Fisher, pero él era mejor contrincante que estos malditos movedizos. Quizá debería haber ido a ese safari con el Comodín después de todo. Al menos no estaría haciendo siempre lo mismo.

    Alguien llamó dos veces al timbre personal de la capitana Fang en rápida sucesión. Eso era extraño, pensó ella. ¿Por qué no hacía que Papá le canalizara su voz hasta ella?

    La puerta del gimnasio se abrió como un obturador revelando a un Phil Stearn sin aliento, ojiplático, todo de blanco y negro, que dijo entre jadeos: —Capitana, venga rápido —y se medio giró para marcharse, gesticulando con su mano libre para que le siguiera.

    En su otra mano movía enérgicamente un rifle de gran calibre.

    Ella suprimió instintivamente una mueca por su falta de respeto hacia las armas de fuego. Sólo por que fueran antiguas no significaba que no había que tratarlas adecuadamente.

    —¿Qué pasa, Stearn? ¿Y por qué va armado?

    —Tengo un león herido, ahora, por favor ¡vamos!

    Él se alejó otros dos pasos por el pasillo y gesticuló de nuevo. Tras dudar brevemente, ella le siguió ordenando a los agarres de sus guantes que se liberaran. Cayeron sobre la lona y ella salió del gimnasio junto a su Comodín.

    —Explíquese, Sr. Stearn.

    —Bueno, esto va así, mire —Secó el sudor de su frente con el dorso de la mano—. Decidí seguir adelante con la caza sin usted, en la sabana.

    —¿Real o virtual?

    —Pues ahí está la cosa, vea. Yo quería hacerlo interesante, así que le pedí a Papá que me sorprendiera con un safari de su propia invención. Estoy bastante seguro de que es real y no parará el juego a menos que yo esté bajo peligro físico. Del modo en que este cuerpo está hecho, bueno, puede recibir un montón de daño sin peligrar seriamente mi vida. Papá no me dejará salir de la cámara, pero yo no quiero perseguir a ese león. ¿Le gustaría ser masticada por un león real?

    —Por supuesto que el león es real —dijo Fang—. A Papá no le cae usted bien.

    —Lo sé, lo sé y esto no tiene parámetros de anulación y tampoco quería que los tuviera. Papá puede asustar un poquito, ¿sabe? Pero usted es la capitana. Usted puede anular la simulación.

    —No —respondió ella.

    Él la hizo creer que arrugaba la frente. ¿Así era su tripulación? ¿Que no terminaba una caza?, ¿no respetaba la vida que habían creado para él ni los recursos que había consumido? Ella debería hacer de ejemplo.

    —Eso no es necesario. Si está dispuesto a meterse en problemas, mejor que esté dispuesto a salir de ellos. Le ayudaré.

    —Pues vamos —Stearn empezó a trotar.

    Fang le imitó.

    Llegaron a la sabana bastante pronto. El pulso de ella era elevado, una radiación térmica manaba de una cara colorada y con el inicio de un leve sudor...esto era mucho mejor que apalizar a un movedizo o sentarse en el camarote esperando la reunión del dragón en la que Fisher tergiversaba sus palabras para sus propios fines. Él no comprendía que el dragón era una cosa alienígena que podía matarlos, que ellos tenían que probar su temple contra la asunsión de que era una criatura de infinita gracia y poder. Tergiversar palabras no era un buen modo de enfrentarse a un desafío desconocido.

    La puerta se abrió y Fang pasó adentro: —Deme su rifle.

    —Con mucho gusto, capitana. está cargado.

    —Mejor que lo esté.

    Fang estudió la llanura de matas, separada en dos por un arroyo y con algunos árboles dispersos. Entornó los ojos a pesar de que sus córneas se auto oscurecían en el brillante día de aquel mundo interior de la nave. El aire era pesado y quieto.

    —Dígame que ha pasado.

    —Bueno —dijo Stearn —Disparé dos veces. Una vez en la pierna y otra en algún sitio. Le perdí en la alta hierba.

    —¿Cuánto hace de eso —preguntó Fang.

    Sus ojos aletearon al comprobar su reloj interno: —Noventa minutos, siete segundos.

    —Suficiente. No lo ha matado o Papá se lo habría hecho saber. El león debería de estar enfermo a estas alturas, su adrenalina ha disminuído, el dolor...insoportable. Es una maldita gracia eso de que te disparen.

    —Nunca lo he probado, pero el dolor aplicado apropiadamente puede inspirar un subidón de endorfina...

    —Es suficiente, Stearn —Fang observó la sabana más de cerca—. Este es un mal sitio.

    —¿Por qué es malo?

    —No se puede ver al león hasta que lo tienes encima.

    —Oh —dijo Stearn—. Ya veo.

    —Quédese aquí si quiere. Tendré que ir a por él.

    Ella comprobó el arma, una escopeta .505 de doble cañón, una antigüedad que sólo tenía dos disparos antes de recargar. Al menos Stearn tenía valor. Podía haber traído un megacañón y triturar la cámara entera en segundos. La cámara, preparada para la caza, estaba equipada para soportar mucho más.

    —Pensé en sacar al león con fuego. Se hacía así en los tiempos antiguos y sería deportivo.

    —La hierba es demasiado verde. También podría haber llenado de láser la maldita jungla.

    La cámara estaba equipada para eso. Papá tenía láseres de alta energía disponibles para anulaciones de emergencia. Podía usarlos para matar al león en un instante si surgía alguna amenaza inminente para sus vidas, pero conociendo a Papá, les dejaría llevarse unas cuantas heridas primero.

    —Los láseres no serían justos. Usted fue quien empezó el juego.

    —Estoy autorizado a conjurar vareadores —dijo Stearn—. O sea, iré con usted pero ¿no podemos enviar por delante los vareadores? Me gustaría mucho evitar que un león masticara mi equipo, si sabe a lo que me refiero.

    Beaters...eso empezaba a molestarla más. ¿Qué diferencia había, pensó ella, en enviar vareadores a la sabana para sacar del escondite al león y en enviar sus misiles al disco para sacar al dragón? Había estado en muchas cacerías, pero este escenario le daba algo más que el usual déja vú.

    —Por supuesto que podemos. Pero es un estilo homicida. Sé que los vareadores conjurados no son reales, pero respete al león y juegue en la realidad. Ahí está lo divertido, la prueba.

    —¿Qué quiere decir?

    —Sabemos que el león está herido. Se puede conducir a un león ileso pues correrá delante del ruído. Un león herido se esconderá hasta que estés justo encima de él. Podría también ser invisible. Luego, cargaría hacia el punto de alcance. Un vareador acabaría muerto. No es juego limpio.

    —Bueno, entonces. Muestre el camino, bwana.

    Fang frunció el ceño ante el término: —No creo que ese término signifique lo que usted cree que significa.

    Ella dejó a un lado las distracciones para concentrarse en la tarea entre manos e indicó a Stearn con un movimiento de cabeza que la siguiera.

    Caminaron hacia la pendiente seca del arroyo y lo cruzaron para subir hasta el otro lado. Fue un verdadero esfuerzo físico, un honesto ejercicio.

    —Aquí —dijo Fang arrodillándose donde la baja hierba estaba salpicada de sangre—. Le alcanzó aquí.

    —No quiero entrar ahí. Ese león es grande.

    —Lo sé —dijo Fang poniéndose de pie—. En verdad que podría matarnos muy fácilmente tal y como están construídos nuestros cuerpos. Incluso si Papá está listo para interrumpir en cualquier instante. Aún así, vivimos con recuerdos de raza grabados a fuego desde dos mil generaciones en sabanas como esta, los recuerdos que asustaban a los primates de los grandes gatos —

    Consideró decirle a Stearn que ella también tenía miedo, pero habría sido mentira e incluso prodría llegar a minar su liderazgo. No, fuera de su camarote tenía que ser una roca, sería una roca, como siempre. Pero una cacería, de esto estaba hecha la vida, si esa vida iba a vivirse adecuadamente.

    —Puede esperar aquí.

    —He cambiado de idea. Quiero decir, antes creí que era divertido. La he visto a usted hacerlo. Pero ahora, tan cerca. ¿Por qué no abandonamos, simplemente?

    —Stearn, es usted una vergüenza. ¿Sabía usted eso? ¿Hace que Papá cultive un maldito león para usted, le dispara y luego, simplemente, se marcha andando mientras sufre? Termine lo que ha empezado si quiere ser parte de mi tripulación. Si merece ser llamado humano. Conmigo no hay gente que abandona, ¿entiende? —Fang trató de mantener una voz neutra y firme. Su rostro era duro pero sabía que cierta burla se escapaba.

    —Tiene razón, capitana. Lo lamento. Si va a ir usted, quiero ir también.

    —Bien dicho. Es mi espectáculo. Haga exactamente lo que le diga.

    Fang se preguntó sobre Stearn. Parecía estar actuando como un poquito inconsistente, como si tuviese alguna clase de agenda desconocida que trataba de seguir a pesar de ella. Su tono y su lenguaje corporal no coincidían muy bien con sus palabras. Como si estuviese siguiendo un guión. Aún estaba el león. Hora de sacarse a Stearn de la cabeza y tratar con la bestia.

    En algún lugar por delante de ellos había un león herido tirado en el suelo, invisible con la hierba. Sería grande y amarillo, con espuma de sangre en el hocico, con cada dolorosa respiración moviendo su tripa como las olas en una playa. Tendría odio en su corazón, odio en sus malditos ojos. Ojos que, seguramente, les observaban en este mismo momento. Su instinto animal estaría sujeto firmemente esperando ese momento en el que cargaría contra los humanos que dejaron la sabana tanto tiempo atrás pero osaban regresar empuñando armas que vomitaban la muerte. Sí, Fang conocía la mirada que tendrían esos ojos mientras los músculos se tensaban de dolor y anticipación. Podía entender esa mirada. Ojos de mamífero, ojos terrestres.

    Comprueba la sangre, vigila la hierba, avanza un paso, comprueba la sangre, vigila la hierba, vigila la hierba, vigila la hierba...

    —¿Por qué no.. —empezó Stearn antes de que Fang dejara de escuchar.

    Ignora al maldito Comodín, vigila la hierba, avanza un paso.

    Entonces llegó la tos sangrienta y saltando desde la nada, la bestia cargó hacia ella.

    Fang apuntó el rifle de doble cañón. ¡Carawong! ¡Carawong!

    Consiguió mantener su postura ante el feroz retroceso, pero tuvo que inclinarse para hacerlo. Era impresionante, visceral, esta tecnología antigua. Ella golpeó al animal con ella.

    Dos disparos que llevaban dos toneladas de fuerza aplastaron la cara de la bestia deteniendo su carga de golpe. Aún así, la bestia continuó reptando de algún modo. La mitad de la cabeza había desaparecido pero aún trataba de matar a Fang. Esta era la vida ante ella, despiadada, la vida irresistible, presionando contra lo que desconocía. Siguiendo sus instintos sin rendirse. La cola serpentina del león se retorció cuando su mutilada cabeza cayó hacia adelante.

    El dragón estelar estaba vivo y resistiría con cada esfuerzo. Tendrían que imitar su falta de piedad.

    Fang dijo: —Es un maldito buen león, Sr. Stearn.

    Ella oyó un sonido estrangulado y, cuando estaba segura de que había cesado realmente el avance del león, se giró para mirar cómo el Comodín vomitaba.

    Se las arregló para decir: —Lo siento, capitana, es que...

    Fang le entregó el rifle y se alejó caminando: —Muestre algo de respeto por tan excelente criatura. Ha traído vida a este mundo para su disfrute, asegúrese de respetarla.

    Sonriente y oliendo a pólvora, salió de la esfera de la ducha y se cambió. Pronto llegaría la hora de la maldita reunión del dragón y tenía que pensar en su plan de ataque.

    Papá observa la reunión furioso, deseando poder gritar a todos lo que Fisher ha hecho. Que mintió a Devereaux sobre las volutas espaciales y programó el safari para Stearn basándolo en una historia que el mismo Papá, el otro Papá, había escrito para boot. Corta Vida Feliz, los años de Papá, para decirles. ¡Corta Vida Feliz! Pero Papá no puede violar la privacidad de Fisher. Aunque es una mente independiente basada tanto en estructuras orgánicas como inorgánicas con una personalidad basada en la de un hombre, también es una herramienta y está obligada a operar entre muchas restricciones que entran en conflicto con sus propios deseos. Y ahora está que echa humo con Fisher.

    La agenda del hombre es clara: gana aliados, haz enemigos si dudan de tus estrategias.

    Fisher bien podría tener razón sobre el enfoque para tratar con el dragón. Ciertamente hay carencia de datos para una respuesta concluyente, pero Papá confía en que Fang frustrará su intento. Si tan sólo se le ocurriera a ella preguntarle sobre el safari, podría darle pistas. Está autorizado a tener cierta libertad en tales situaciones.

    Papá maldice en silencio por las reglas que le limitan a un menos que humano derecho de expresión y observa a Fisher jugar con la tripulación como un pez en el anzuelo.

    Fisher dice: —¿Podemos tener un resumen de la sonda y de los datos del sobrevuelo, Sylvia?

    —El disco está en las fases finales del estallido de la nova enana. Recogí muchos datos de la física del disco, pero no hay nada en términos de actividad biológica. Ni dragones pastando en el campo como en los datos de la Prospector ni ninguna evidencia de conejos del disco, plancton, o similares. Tenemos una buena hora de excelentes datos de alta resolución del disco. Esa alta resolución es la culpable en parte, probablemente, de la pérdida de señal en el ruído. En cualquier caso, sin dragones. Especulo que se esconden durante los estallidos, quizá en alguna forma de hibernación inversa, como las culturas antiguas solían hacer al echarse una siesta a media tarde para vencer el calor del mediodía.

    Papá se refrena de vocear la interpretación más sencilla de los datos: ahora no hay dragones en el disco de SS Cygni. Él lo sabe por los diarios, las conversaciones ociosas y los murmullos durante sus sueños que cada uno tiene su preocupación. Biotorno podría haberles enviado a una caza de ganso por sus propios motivos, quizá para guiar en falso a algún competidor. Es posible. O, más impensable y peor, los dragones se habían extinguido, o migrado de alguna forma en los siglos desde que se había tomado el vídeo de la Prospector.

    —¿Escondidos? —pregunta Fang—. Pero no serían más visibles durante un estallido si tienen que radiar calor extra?

    —Eso no esta claro —responde Devereaux—. Nunca he podido determinar un número fiable de dragones basado en su emisión láser. Es demasiado variable por cualquier razón y demasiado débil respecto al resultado del disco. Dependiendo del modelo, los datos son consistentes con cero dragones o millones de dragones. Lo siento.

    —¿Cero dragones? —pregunta Fang—. ¿Ha estado midiendo algo, o no?

    —Sí, pero hay algunas transiciones naturales que podrían surgir selectivamente bajo ciertas condiciones y muchos parámetros para el modelo que considerar. Es una señal débil variable que requiere asunciones que amontonar.

    —Así que estamos aquí y aún hay muchos interrogantes. Eso pide prudencia —dice Fisher.

    —Sí —coincide Fang por una vez, "Por eso aún mantengo que los misiles ‘vareadores,’ como los prefieres, son el curso más seguro.

    Papá da una carcajada silenciosa. Ella va a contrariar a Fisher a pesar de sus juegos. ¡Esta es su hija!

    Fisher golpea la mesárbol con sus palmas. —¿Qué?

    —No es sólo lógica. No saber la población de dragones ni su localización con precisión nos obliga a conducirlos hacia nosotros. No tenemos años para buscar en este mar monstruoso.

    Devereaux habla cuando está claro que Fisher tiene dificultad en formular palabras.

    —Pero esto aún podría matar a los dragones.

    Fang dice —Oh, por favor. Explotamos los misiles en el disco central donde dudo seriamente que esos dragones puedan sobrevivir y dejamos que la onda los empuje fuera donde los estaremos esperando.

    Fisher regana su compostura: —¿Cómo sabes que los dragones no actuarán como polillas? ¿Que verán los sabrosos rayos gamma e irán felices y directos al infierno?

    —No lo sé, pero no son especialmente inteligentes o interesantes si hacen eso, ¿cierto? Además, ¿no se habrían reunido todos hacia la primaria y dispersado en degeneración si así es como se comportan?

    —Te aseguro que sí —Fisher exhala poderosamente—. Vas a hacerlo, ¿no es cierto? Tu corazón está empeñado y vas a hacerlo.

    —Es un paso estándar en una cacería para cualquier presa razonable en un área tan grande.

    Fisher golpea de nuevo la mesárbol: —¡Pero no conocemos casi nada sobre esta presa! ¿Quién puede decir que estas cosas son razonables?

    —Ese es problema tuyo, ¿no? —se defiende Fang—. No me has mostrado nada basado en tus modelos del dragón que me sugiera que no se comportan de manera violenta.

    —¡Solo tenemos cuatro minutos y medio de comportamiento de un dragón!

    —Papá —dice Fang —Estoy autorizada por el cerero de la corporación Biotorno a tomar todas las decisiones estratégicas finales, ¿o no está eso claro?

    —Lo estás, hija.

    Papá no elabora en los numerosos aspectos, grandes y pequeños, en que él puede modificar la implementación de esas decisiones.

    Fisher grita: —Pero tú puedes anularlas, ¿correcto, Papá?

    El tipo tiene que ser un patán, piensa Papá.

    —Sólo en caso de clara interrupción. Este no es tal animal.

    Fisher lo intenta otra vez con Fang: —¿No respetas lo suficiente a esta criatura para andar por su territorio y enfrentarla cara a cara? Eso es lo que lo hace un buen trofeo, ¿verdad? No disparar a los peces en un barril.

    —He tomado una decisión —dice Fang. —Es la correcta.

    Fisher se levanta abruptamente. —Estupendo —ruge—. Pues prepárate para recoger la tempestad.

    Él sale como una tormenta. El resto sigue sentado aturdido durante algún rato hasta que Fang asume el control de lo que resta de la reunión, pidiendo a Devereaux una actualización de la masa y temperatura del cascarón no degenerado de la primaria de SS Cygni.

    —Más alto de lo esperado, pero.. —empieza Devereaux.

    El punto de vista de Papá abandona la cámara de la reunión, decidiendo que su consciencia debe seguir al descontento exobiólogo, por si acaso hace algo molesto.

    Fisher no hace nada molesto. Él regresa a su camarote infernal y procede a abrir algunas aburridas simulaciones. Al regresar al trabajo, Papá piensa: esto es bueno para él y se permite aparecer de regreso para observar el final de la reunión.

    Fisher inició su código señuelo y salió de su camarote disfrazado, a los ojos Papá, como un pez limpiador.

    Caminando de una manera lenta y en espiral como un dragón alrededor de una línea de un campo magnético, para no parecer demasiado inconsistente con su disfraz, se abrió camino hacia la bodega de los misiles. Electrónicamente aislados hasta el lanzamiento como norma de seguridad, como un dragón en un sistema estelar a dosciento cincuenta años luz de la Tierra, los misiles se tenían que reprogramar in situ. Una vez lanzados hacia el disco, hogar de gloriosa vida que danzaba feliz en sintonía con sus propias llamas, Papá monitorizaría los canales de láser cuidadosamente y sería un truco mucho más difícil que lo que estaba urdiendo ahora.

    ¿Cómo podía Fang hacer esto? Era una asesina a sangre fría, un soldado degenerado con una cabecilla tan densa como la enana blanca primaria de SS Cygni. Él debería haberlo sabido al instante, su pelo tan liso, de punta, brillante y corto, un casco...cuando una amiga del dragón habría tenido largos mechones rerorcidos en todas direcciones, serpenteando y meciéndose, cargados de plasma y con estática electrizante.

    No importa. Cuando los misiles se hundan en el disco y desaparezcan, totalmente irrecuperables, Fang no tendría otra opción que acercarse a los dragones con precaución, con el respeto que merecen. Los misiles nucleares arderían a salvo en el disco, haciendo que su sabotaje fuera más fácil de ocultar. Aún sería un juego peligroso para él, pero si los dragones ganaban, él pagaría cualquier coste.

    Fisher refrenó sus pasos. Demasiado ansioso, demasiado anómalo e incluso la parte inconsciente de Papá descubriría a este extraño pez fuera del agua. Barre a la izquierda, devora el polvo, Barre a la derecha, haz una espiral alrededor de la línea del campo. No habría destello mortal ni muro de incineración para sus dragones.

    En un loco progreso lento, la reunión podía acabar en cualquier momento y alguien podía pasar caminando y reconocerle, lo que sería suficiente para alertar a Papá. ¿Quién saluda a un pez reptando por el suelo?

    Dejaría más pistas cuanto más tardara, pistas que no podría evitar. La Karamoyo era una nave compleja pero autosuficiente y perfectamente comprendida por la mente especialmente diseñada de Papá, que veía la nave como su propio cuerpo. Igual que los nanomédicos en sus propias venas monitoraban el estado de su propio cuerpo, así monitoraba Papá la nave. Él se refería a esta monitorización como un detector integrado anti mierda a prueba de choques, pero en el que el código señuelo de Fisher podía enmascarar su presencia visual, sonora, olfativa, aunque sin la misma perfecta comprensión de las integraciones de la nave, su expulsión térmica aumentaba las temperaturas, sus pisadas iniciaban vibraciones por la estructura de diamante de la nave que estaba monitorada constantemente y el flujo de la biomasa por sección estaba desequilibrado. Su código era bueno, pero no era perfecto.

    Entró en el tubo entre los anillos y lo siguió, siempre muy depacio. Pasó todos los anillos delanteros hacia la popa de la nave. Los misiles se guardaban allí en una de las bodegas, lejos de las partes habitadas de la nave.

    Debido al cono bajo el bulbo de popa más pequeño, la gravedad efectiva se incrementaba a medida que subía la pendiente. Habían apagado el motor gusano y su deceleración para llegar antes y la nave giraba en torno a su eje central de modo que las fuerzas centrífugas ahora definían lo que era abajo. Aunque partes de la nave podían ajustarse para acomodar el cambio del vector de gravedad, la nave giraba como un sólido rígido. El ritmo de rotación estaba ajustado para proporcionar una gravedad terrestre para el radio del bulbo de proa, pero la fuerza acelerativa era inversamente proporcional al radio. El cono hacía que las cosas girasen más rápido, las hacía más pesadas.

    Subió la blanca colina girando su cuerpo en espiral mientras avanzaba. Uno punto uno gravedades, uno punto dos, uno punto tres. Una subida inclinada sin duda. ¿Cómo reduciría el paso de un pez el peso extra?

    Cuando casi había alcanzado dos gravedades y el final del tubo daba paso al acceso al anillo de materiales peligrosos de la bodega, escuchó unos pasos por detrás que venían del tubo menguante que había escalado tan laboriosamente.

    Fisher ajustó sus pasos espirales, un cuello serpenteante sería lo mejor para permitirse ver quién se acercaba. Una forma, distante, sólo una cabeza difractada oscilando bocabajo. Al ampliar la imagen, la cabeza tenía una piel oscura, o era Stearn o Devereaux. La cadencia sugería Stearn, así como los fuertes ecos de sus botas. Devereaux iba descalza normalmente o con sandalias de suela blanda.

    El tubo era de casi tres kilómetros de longitud y estaba ligeramente curvado, así que tenía una oportunidad. Él hacía poco ruído y no sería fácilmente reconocible a menos que Stearn le escaneara buscándole en el próximo minuto, que era lo que le llevaría llegar hasta el anillo.

    Fisher continuó su movimiento errático. Avanzaba despacio, escuchando los pasos a doble o triple frecuencia de los suyos. Disciplina Fisher tenía y concentración, oh sí, concentración. Imitó los giros lánguidos del dragón que veía con el ojo de su mente, los movimientos a cámara lenta de la criatura debido a la física de su propio tamaño inmenso, así también iba Fisher a cámara lenta via una mágia simpatética.

    Ocúltate en la fotosfera, pensó Fisher mientras llegaba a la esquina, doblándola en espiral ahora fuera de la vista incluso aunque Stearn ampliara su visión.

    Los pasos continuaron, manteniendo su ritmo. No había indicio de haber sido descubierto. Fisher visitaba a veces las bodegas de popa igual que visitaba el resto de la nave. Hizo un buen trabajo durante sus caminadas o sus ‘paseos del olvido,’ como Atsuko los llamaba debido al modo en que andaba inmerso en sus cosas. Podía fingir con Stearn que paseaba pero Papá descubriría la discrepancia de Stearn hablando con un pez y deduciría su plan de inmediato. Este plan que Papá no se vería obligado a esconder a Fang por las normas de privacidad.

    Fisher continuó su serpenteante camino de falso comepolvo, rodeando el anillo hacia la bodega de los misiles.

    Los pasos eran más ruidosos.

    Ellos le nesitaban, ¿cierto? Verían su desesperación si le atrapaban, verían se que habían equivocado seriamente. La fuerza de sus convicciones podían influir a Fang, estaba seguro. Mejor, por supuesto, para presentar la pérdida de los misiles como un fait accompl —sin más recurso salvo el de una aproximación respetuosa hacia el disco del dragón. Sí, eso aún sería mejor y ese resultado aún era posible.

    ¡Casi allí! Si los pasos rodeaban el anillo por otro camino, lo conseguiría. ¿Qué estaba haciendo el Comodín aquí atrás, por cierto? ¿Comprobaciones rutinarias para Papá? ¿O se dirigía específicanente a la bodega de misiles bajo órdenes especiales? ¿Pensaría Fang que era capaz de tal sabotaje? No lo creía, especialnente con Papá vigilando.

    La puerta a la bodega estaba ante él y se abriría para un pez limpiador trabajando en una pisada que cruzaba el umbral. Tres metros. Dos. Fisher espió por el iris de marfil como si fuese un sendero rico en deuterio en el disco de acreción, comida para un dragón alimentado por fusión.

    Los pasos estaban rodeando el anillo.

    ¡Maldición!

    Se había acabado. Stearn o Papá averiguarían su subterfugio, alertarían a Fang, que se aseguraría de que sus preciosos misiles estuvieran preparados para asesinar a los dragones por millones. Aún así, no había motivo para derribar al rey antes de que el jaque mate fuese verdaderamente inevitable. Mantuvo su rumbo.

    Los pasos estaban justo detrás de él, sonando por la cubierta. Seguramente, ahora ya podrían verlo.

    —Hey, Fish —dijo Stearn cuando pasó a su lado sin detenerse. El Comodín pronto se desvaneció doblando la curva del anillo.

    Fisher no dijo nada, pero brilló con un extra verde guisante, el color de la vergüenza de su cuerpo actual. Fue sencillo ignorar a Stearn, por supuesto. Era su comportamiento habitual y Stearn no se había parado para charlar. ¿Podía haber malinterpretado Papá la palabra ‘Fish’? Stearn era un juerguista y dado a tales cosas como hablar con aplicaciones de limpieza, Fisher estaba seguro...aún era posible salvar el plan, ¿o no?

    El dragón entró en la bodega para enfrentar su propia muerte y evitarla.

    La cámara era vasta, albergaba filas de misiles apilados: delgados proyectiles negros en soportes alimentaban corredores huecos para conducir las armas dentro de los tubos de lanzamiento. En el interior de la oscuridad dormían los isótopos de hidrógeno y los fisionables, fríos y ahora impotantes, destinados a salpicar en el lago de fuego que era el disco de acreción de SS Cygni. Y arder en su sueño, Fisher les prometió a sus camaradas.

    Fisher trajo a su mente sus mnemónicos, fijados químicamente en su sitio por el No-Me-Olvides en vez de en su biochip donde podía incriminarle y empezó a reprogramar manualmente el primer misíl. Sus manos danzaban sobre el panel de control como un programado pájaro carpintero picando su hogar, las nuevas instrucciones. Este misíl no asesinaría un dragón estelar.

    Y cuando su tarea estuviera completada, tampoco ninguno de los otros noventa y nueve.

    Henderson se hundió dentro de su aterciopelado bestiasiento, saboreando el tacto de su piel desnuda. Dió un sorbo de su vaso de Merlot y escuchaba la Flauta Mágica de Mozart. Frente a su bestiasiento y a lo largo del lateral de su biolab se extendía su colonia de homúnculos. Dentro del recinto de diamante existía una colonia entera autosuficiente de gente diminuta, una replica de la Estación Charon del siglo veintitrés. Carecían de lenguaje complejo y alto razonamiento, por supuesto, sus cerebros no eran lo bastante grandes pero eran, sin embargo, seres humanos perfectamente proporcionados de unos veinte centímetros de alto. Había noventa y nueve mujeres muy atractivas y un macho, un pariente genético de Henderson. Todas las mujeres estaban embarazadas de su homúnculo.

    Henderson activó su tanque de imagen, que estava conectado a los dispositivos de vigilancia dentro de la colonia. Dió otro sorbo de su vino, se reclinó un poco más en su asiento y observó al diminuto Henderson en el oscuro dormitorio proyectar su sombra sobre una rubia de grandes pechos en estado de embarazo equivalente a ocho meses humanos.

    Entornando los ojos, llevó sus profundos pensamientos aquí y meditó sobre el propósito de su vida.

    —Sr. Henderson —interrumpió la voz de Papá.

    —¿Qué pasa?

    —El Sr. Stearn no habla con los peces. Prepare un dardo tranquilizante para nuestro exobiólogo y corra hacia la bodega de misiles.

    —¿Un tranquilizante? ¿Para Fisher?

    ¿Qué estaba pasando?

    —Hágalo ahora. Esto es una orden de Fang.

    Henderson suspiró, terminó su vino y se puso de pie: —De acuerdo.

    Más trabajo y más que un inconveniente menor que tener que ajustar para la biología actual de Fisher. La posibilidad de un inconveniente mayor asomaba dependiendo de cómo saldría aquello.

    Se molestaría mucho si esta misión salía mal y amenazaba sus planes a largo plazo.

    Se reunió con Fang en el tubo hacia las bodegas de popa. Ella asintió impacientemente cuando le cogió a Henderson la pistola de dardos y juntos subieron por el tubo.

    —¿Qué está pasando? —preguntó Henderson.

    —Fisher —dijo ella—. Stearn le habló a un pez y Papá lo descubrió limpiando diligentemente el polvo a todos los misiles, en orden. Luego descubriió un virus en sus circuitos de percepción autónomos.

    —No me diga más.

    El Comodín les esparaba en el anillo de entrada: —Bodega de misiles —dijo él.

    —Por supuesto —dijo Fang.

    Ella pasó tan rápido por la puerta de la bodega que tuvo que saltar las membranas del iris para evitar tropezar.

    —Fisher —avisó ella—. Tu juego ha terminado.

    Seis filas más allá, un proyectil negro reflejó un brillo verde oscuro. Desde esa dirección, se emitió un grito extraño lleno de cólera y un toque de trueno, un sonido que Henderson nunca había oído antes. Lo más cerca de aquel grito que había estado fue cuando había reparado un problema con un biovat en un crucero rápido hacia Faelendra. Habían estado criando un diseño inteligente para una criatura, un tipo de rana blindada gigante e intentaba aminorar un problena con unos viserotos espinosos que depredaban ganado. Sólo que el crecimiento continuaba mal, una secuencia corrupta de genes daba como resultado algo severamente asimétrico que moría de fallo cardíaco mientras croaba por su deformado dolor.

    Al final, el grito se fundiió en un lamento en voz baja. Luego, silencio.

    Henderson tragó y miró a Stearn que observaba ojiplático. Fuertes destellos blancos golpeaban su piel de ébano.

    —Salga ahora o tendré que abatirle. Estoy armada —avisó Fang con una vena pulsando cerca de su rubia sién.

    Era una fea característica en su, por otro lado, hermosa cara y si ella hubiera acudido a él durante media hora, Henderson estaba seguro de que podía arreglarla.

    Fang se humedeció los labios y esperó otros diez segundos.

    Movimiento de pasos, el fulgor verde se intensificó y Fisher trastabilló en el extremo de un proyectil negro. Su labio superior estaba levantado en una fea mueca, como movido por el hilo invisible de una marioneta y sus ojos color salmon, normalmente vidriosos y hundidos, flotaban como carbones encendidos en el fulgor verde. Lanzó hacia adelante los brazos con las manos hacia arriba con forma de garras. Se inclinó hacia ellos y dió un extraño paso circular.

    —Ahora se calmará, Dr. Fisher —dijo Fang—. Si va a seguir formando parte de esta misión, cooperará inmediatamente.

    Las lágrimas corrieron por las mejillas de Fisher, haciendo que chispeara la luz bajo ellas.

    —¡Son todos unos asesinos! —gritó él señalándoles ahora con ambas manos.

    Fang levantó la pistola tranquilizadora: —¿Cooperará, Dr. Fisher?

    —¡Por supuesto que sí! ¿Qué otra opción tengo?

    Fang mantuvo su implacable mirada en Fisher y dijo en cayado tono: —Sr. Stearn, por favor, empiece a comprobar los misiles y a restaurar su programación.

    —A la orden, capitana.

    —Podemos ocuparnos nosotros aquí, Sr. Henderson. Gracias por su asistencia.

    —De nada —Henderson sonrió. Su parte de la bonificación de la misión sería mayor ahora que, seguramente, Fisher sería arrestado. Quizá podría permitirse su propia colonia a tamaño real cuando regresaran. Probablemente no en el sistema solar, pero en algún otro lugar a no muchos años luz de la Tierra—. Ahora, si me perdonan, tengo algunos experimentos importantes que monitorar en el laboratorio.

Capítulo 8

    ¡Por allí resopla! ¡por allí! ¡por allí resopla!

    La vista, salpicada en el muro de suelo a techo que envolvía el puente de vuelo, no era decepcionante y Fang no pudo evitar jadear audiblemente.

    Los planetas tenían todos una gran semejanza familiar. Desde los planetoides rocosos hasta los calderos atmosféricos. Los globos planetarios aún eran esféricos. Se veían afuera, o abajo mejor dicho, en una superficie que se alejaba. La mente escogía una escala natural y percibía lo mismo, sin importar cuál era la escala real. Generalmente se requería instrumentos para saber lo que se estaba mirando.

    El disco de acreción de SS Cygni era diferente. Se encendía hacia el radio mayor como un cuenco poco profundo, con la curvatura opuesta a la de los planetas. La Karamoyo se deslizaba ahora hacia en interior del cuenco con la popa por delante. Las disminuidas singularidades del reactivado motor gusano coincidían ahora con la componenente vertical de la atracción de la enana blanca, dos veces la gravedad terrestre en su posición, casi a diez mil kilómetros por encima del plano medio del disco. Eso era aún varios miles de kilómetros por encima de la superficie del disco definida como peligrosa. La propia gravedad del disco era débil comparada con el pequeño porcentaje de la gravedad tangencial de la primaria que experimentaban al mantener su altitud de órbita sobre el disco. Usarían masa de reacción para ajustar el empuje del gusano contra la atracción, cabalgando la alta gravedad y manteniendo una órbita con un periodo de ocho minutos sobre la superficie del disco. No podían sobrevivir a la órbita de microgravedad y pasar a través del plano medio del disco debido al calor del denso plasma. Dos gravedades no estarían mal durante algunas semanas. Especialmente con los cuerpos adaptados de músculo desarrollado para estar preparados. Fang misma había notado que su nuevo cuerpo la hacía más lenta en el cuadrilátero, pero el volumen extra le permitía golpear más fuerte.

    Cuando llegara la hora de enjaular un dragón, colapsarían las singularidades y girarían magnéticamente alrededor del propio campo del disco para apuntar las fauces de la Karamoyo y atrapar la bestia objetivo usando su propio campo electromagnético.

    El cuenco era de blanco brillante, recortado inferiormente por las pantallas automaaaticas lo bastante bien para discernir algunos colores, desde el tinte violeta en el centro del cuenco donde el plasma se acrecía directamente sobre la superficie de la primaria, hasta el rojo del borde exterior del disco, cuya temperatura era cercana a la de la secundaria estrella enana tipo K. La excepción a esto era el infierno donde el flujo de acreción salía de la influencia gravitatoria de la secundaria y se retorcía hacia atrás para chocar con el interior del disco que orbitaba la enana blanca. Ese maelstrom, largo tiempo atrás acuñado inadecuadamente como ‘punto caliente,’ compartía el tinte violeta del núcleo. Las prominencias se rizaban en ondas como dedos bailarines, siguiendo las líneas del campo magnético y volviendo en bucle hacia el majestuoso caos.

    —Esto —proclamó Fang —Esto es un mar que vale la pena navegar.

    La Karamoyo terminó de comparar velocidades con el borde exterior del disco, a unos meros seiscientos kilómetros por segundo. El gas más próximo a la enana blanca giraba mucho más rápido, dando la impresión de un remolino de fuego gigante, lo que no estaba muy lejos de ser cierto. La superficie de la enana blanca era el ‘drenador,’ donde el hidrógeno se apilaba encima de la materia degenerada esperando a que la presión y temperatura aumentaran. Eventualmente, la fusión en fuga resultaría en una nova, quizá dentro de cientos de miles de años, quemando en un instante el gas en helio y haciendo explotar el disco hacia el espacio interestelar.

    La nave tenía que mantener cierta distancia con la fotosfera del disco. La nanopiel autorreparadora de alto albedo sólo podía procesar la energía allí rápidamente, aún cuando usaba múltiples tecnologías para reducir calor. Demasiado cerca y la piel comenzaría a deshacerse deteriorando rápidamente su eficiencia. Una nave tan vasta como la Karamoyo albergaba grandes reservas de masa, pero el fuego del disco podía calcinarlas en un instante si no se tomaban prudentes atenciones.

    —¿Dónde están los misiles? —preguntó Fisher a Fang.

    Fang parpadeó, apartando su mirada y pensamientos de la magnífica vista, traída de regreso a su entorno por el amotinado Fisher. ¿Le había amado realmente? Para ser honesta consigo misma, admitió que pensaba que sí. ¿Y ahora? Ella le observó, miró su cara verde y sus ojos rosa. Él no estaba mirando a este increíble lugar por el que habían viajado desde tan lejos, sino a ella, a su enemiga a la que ni siquiera agradecía por no haberle tirado al calabozo. Este Fisher era un alienígena odioso, no era el hombre al que había enseñado a boxear, el hombre al que había dejado entrar en su santuario, entrar en ella. Ahora que había sido atrapado, sin otra opción que continuar con el plan actual de ataque, estaba a su lado, ¿verdad?

    Aún así, ella no permitiría que Papá respondiera a Fisher excepto en las formas más rudimentarias.

    No podía evitar sino pensar en él como un dragón en su camino, una serpiente en la hierba. Aquí hay dragones, pensó, como en los mapas antiguos.

    —Papá —dijo Fang—. Por favor, muestra los vectores de los misiles.

    Aparecieron cincuenta líneas negras sobre el flujo del disco desde la Karamoyo. La mitad de su arsenal, un esfuerzo conservativo. Los vectores describían un cono, cada uno terminando en diferentes puntos con un tiempo dado en números rojos. El patrón diseñado para conducir a los dragones estelares desde las localizaciones más profundas y calientes del disco hacia el borde donde esperaba la nave. La operación llevaría casi una hora, con bombas saliendo a diferentes lugares y tiempos. Sus detonaciones pretendían cazar el pedazo del disco más grande que pudieran, pero con una área superficial de casi mil veces la superficie de la Tierra, que no era más que una diminita fracción de un porcentaje del total. Harían lo que pudieran y rezarían para que saliera bien.

    Fisher recorrió los vectores con la mirada. Le dijo a Devereaux: —¿Has visto algo?

    Por supuesto que no, de lo contrario, ella le habría dicho algo. Fisher parecía un alienígena tranquilo lleno de conocimiento privilegiado, pero la pregunta había traicionado su ansiedad. Después de ser su amante, Fang pensó que debería ser capaz de leerle mejor. Este momento de lucidez era la excepción de las recientes semanas. Su capacidad para leerle podría ser esencial en los próximos días.

    Devereaux se reclinó en su consola: "Sin señal, al menos no en las longitudes de onda que vimos antes. Estamos al final de un estallido, que no es un tiempo típico. Estoy buscando otras líneas pero, o todo dragón está en una frecuencia diferente dentro del disco, o no hay nadie allí.

    —¿Alguna anomalía más? —persistió Fisher—. ¿Alguna señal de algo que pudiera estar vivo?

    —Nada —dijo Devereaux—. Pero tenemos una idea mejor que cuando la última lanzadera regresó con una muestra.

    Fisher se giró hacia Fang —Nos dejará analizar la muestra antes de que empiece a bombardear al enemigo, ¿verdad que lo hará, capitana?

    —Por usted, Dr. Fisher, por supuesto.

    A ella no le gustó el sarcasmo que la cita implicaba. No era profesional, pero se le había escapado. Sé dura. Quizá estaba demasiada nerviosa.

    Él no pareció más feliz después de su confirmación.

    —Este lugar es genial —dijo Stearn—. Me siento como un dios.

    Fang sólo estuvo de acuerdo a medias. Esto era magnífico, estar aquí, pero el disco era tan inconcebiblemente enorme, era más que un poquito intimidante. Esto era infinitamente más vasto que cualquier planeta. La Karamoyo mejor podría haberse bautizado como el Escombro Diminuto, un pedazo de corcho siendo succionado dentro de Caribdis. Eso haría del flujo de acreción y su punto caliente la Escila. Tendrían que vigilar esos ocho minutos de periodo orbital en el radio cerca de la periferia del disco. Pero esta era su oportunidad, al final, de ser una verdadera capitana y operar en un ambiente único con objetivos únicos.

    Henderson se aclaró la garganta. Fruncía el ceño cuando dijo: —Hay algo que nunca hemos discutido en alto durante nuestras sesiones de planificación.

    —¿El qué? —preguntó Fisher con un filo en su voz.

    —¿Y si, según la hipótesis de Sylvia, ya no hay dragones aquí?

    Nadie respondió. El disco ardía alejándose, lleno de luz y misterio.

    Devereaux pulsó una solicitud en la interfaz de la jaula iniciando los análisis automáticos.

    —¿Qué dice? —preguntó Fisher prácticamente en la oreja de Devereaux.

    Ella dió un saltito: —En serio, Dr. Fisher, debería haberse quedado en el puente. Papá lo repetirá todo allí en cuanto yo sepa algo.

    —Quiero verlo yo mismo. Para eso estoy aquí, después de todo.

    De modo que esperaron juntos en el área estanca del observatorio, donde había acceso fácil al interior hueco de la Karamoyo donde Stearn y Fisher habían construído la magnetojaula para albergar al dragón. Actualmente servía como repositorio para la muestra de plasma que la lanzadera de motor de fusión había recogido.

    —Creí que iba usted a ayudarme —dijo Fisher.

    —Estoy ayudando.

    —Me refiero con Fang, ayudarme a detener ese loco plan suyo. Soy la cabeza científica de esta misión. Yo debería tener la palabra final y no esa perra militarista.

    Devereaux había estado observando con atención el analizador espectral, pero se volvió hacia Fisher y dijo: —Usted me mintió.

    Él le devolvió una mirada vacía durante un momento: —Oh, las volutas espaciales. Era trabajo. Debe usted entenderlo.

    —Me mintió. Papá lo tiene todo en su vida pública. Usted detuvo la destrucción de las volutas espaciales, las estudió durante tres años y concluyó que representaban una química interesante pero que no estaban técnicamente vivas.

    —Usted me estaba molestando y pensé que en deshacerme de usted y ganar un aliado al mismo tiempo. Me dijo que no había descargado la base de datos de exobiología, después de todo. Fue como he dicho, por trabajo.

    Devereaux dió una carcajada sin verdadera alegría, luego se interrumpió de pronto, muy seria: —Creí que habíamos conectado. Creí que nosotros...mire, será mejor que empiece a tratarnos como amigos suyos o, al menos, colegas, como personas, o encontraremos un modo de dejarle fuera de sus preciosos dragones.

    A ella no le agradó realmente el modo en que sonaron sus palabras como una amenaza, pero escogió no enmendarlas con calificaciones adicionales.

    —Está bien —respondió él —Les trataré como personas.

    —Gracias. Es un comienzo —Mantuvo su tono neutro, contraatacando el sarcarsmo que quiería que se filtrase.

    La máquina emitió un biip. Devereaux estudió los resultados.

    —Nada salvo hidrógeno, helio y metales. Abundantes dentro de las incertidumbres predichas. Nada inesperado.

    No como la vida en absoluto, pensó ella, que siempre mostraba algo inesperado.

    —¿Está segura?

    Devereaux se encogió de hombros y señaló a los números.

    —Es tan claro como eso.

    —Maldición. ¿Dónde se esconden todos?

    —¿Creía que iba a ver algo? ¿Pedacitos de comida de dragón flotando por ahí? —bromeó ella.

    —En realidad no, pero había esperado algo para convencer a Fang de que cambiase de idea. Esto me preocupa, sin cadena alimenticia ni formas transitivas. ¿Puede ser el dragón del vídeo una sonda mecánica? O quizá esto es un estanque abastecido. Podríamos estar cazando furtivamente aquí, pero sin alguna evidencia positiva de algo...Usted no supone que pudiéramos...No, supongo que no.

    Al menos aún era lo bastante humano para leer su ceño fruncido.

    —Esa perra va a asesinar a un montón de dragones —dijo él.

    Devereaux apretó los labios y no dijo nada, sino que sumó el silencio, si aún estaban aquí. Si nunca estuvieron aquí.

    El estómago de Fang se revolvió cuando el primer misil surcó el interior del disco. Pasaría un minuto antes de que el misil explotara en el plano medio y fueran evidentes sus efectos en la superficie.

    —Mantengo que han subestimado lo rápido que puede moverse un dragón estelar —dijo Fisher continuando con su letanía de objeciones que había estado adelantado desde que regresara del puente. Sin evidencia de vida en el disco ni plancton ni conejos estelares por los que preocuparse, cosa que a Fang le parecío bien.

    —Mis estimativas se basan en sus modelos, Dr. Fisher. ¿Están equivocados? —desafió ella.

    —¡Por supuesto que lo están! Ese extracto de datos de la sonda no nos dijo casi nada. Si mis modelos fueran perfectos, seríamos capaces de construir un dragón por nuestra cuenta y ahorrarnos este viaje.

    Fang se encogió de hombros.

    —El ambiente del disco debe de ser tan variable para sus habitantes como las formas de vida terrestres. Partes de los océanos de la Tierra son inertes y pobres en oxígeno. Podríamos estar pescando en el equivalente de un desierto. Hicimos eso con la primera sonda a Júpiter.

    Cuando Fang se negó a implicarle, Fisher embistió: —Miren, Creí que estábamos todos de acuerdo con que la carencia de un ecosistema de apoyo sería prueba de creación inteligente. Si alguien se toma todo este tabajo para hacer estos dragones estelares y luego llegamos nosotros y empezamos a volarlos con misiles, ese alguien se va a enfadar, ¿no creen?

    —Entonces, dejemos que se muestren y nos lo digan. Esa sería una buena misión en la que participar, pero dudo que eso vaya a suceder —Ella no parecía demasiado preocupada por el abstracto hombre del saco. Dale algo tangible que acometer. Un disco vacío no era motivo de alarma—. Lo que está hecho está hecho, Dr. Fisher. Los misiles explotan mientras hablamos. Le sugiero que se siente y disfrute del espectáculo.

    Fisher ardió en verde y, afortunadamente, no dijo nada.

    —Por allí —dijo Stearn, casi lanzándose al señalar de pie hacia los vectores negros—. ¡Por allí resopla!

    —Amplía imagen —dijo Fisher.

    —Amplía imagen —repitió Fang para que Papá hiciera lo solicitado.

    Hubo una sensación de movimiento a gran velocidad mientras el cuenco entero de fuego crecía a través del puente, haciendo las apenas sombras perciptibles moverse y crecer como secretos ocultos demasiado preocupantes. Excepto para Fisher, cuyo fulgor ayudaba a eliminar las sombras, haciendo que sus secretos parecieran de algún modo más ocultos.

    Ante ellos, el disco florecía en un anillo expansivo que contenía llamas de alabastro de millones de grados Kelvin. La onda expansiva surcó a través del plasma más frío circundante, calentando, envolviendo, rugiendo. El disco ardió en pureza, borrando todos los detalles de su movimiento formal. La region central de la explosion eruptó como un volcán, levantó muchos kilómetros de gas sobre la superficie cóncava. Las aceleraciones diferenciales orbitales ya estaban destrozando el perfecto círculo de destrucción en una medio espiral retorcida, tal y como había predicho su simulación tridimensional magnetohidrodinámica.

    —Eso sí que es.. —dijo Fang—...un vareador.

    —¿Seguro que estamos a salvo de eso? —preguntó Henderson con las manos juntas y tensas en su regazo.

    Papá respondió: —Sí, mayormente al mantener la distancia. Nuestro flujo incidente está bien dentro de la tolerancia.

    —Es hermoso —dijo Devereaux con voz apenas audible—. Si alguien observa de cerca, va a darles algunos espectros extraños para descifrar.

    —Es la cosa más horrible que he visto nunca —dijo Fisher.

    Todos ignoraron a Fisher y observaron el desarrollo de la explosion.

    Con un poco de suerte, los dragones habían registrado la explosión de fotones y partículas con sus sentidos especializados, cualesquiera que fueran, y les haría huir de la onda expansiva. Durante las siguientes horas, el resto de misiles explotarían canalizando a los dragones directos hacia la Karamoyo. Con un poco de suerte.

    Fang se lamió los labios.

    Algunos minutos después, Stearn saltó de nuevo, señalando. —¡Número dos!

    Y todos observaron de nuevo, atontados, el poder destructuvo de la tecnología de la humanidad. En la cara del esplendor natural de SS Cygni y su disco de acreción, estas explosiones sólo se magnificaban por su brillo. Esta era una experiencia impresionante que presenciar.

    Lo más extraño era observar toda esta energía bruta con el excruciante contrapunto del silencio. Quizá debería haber alguna música, algo antiguo y elemental. Quizá el Contínuo Cósmico de Pradhan o el Pájaro de Fuego de Stravinsky, algo. Quizá ella debería haber dejado que Henderson seleccionara algo. Él conocía la música clásica. Pero esa idea se desvaneció pronto cuando ella se perdió de nuevo en la vistas. El silencio, de algún modo, encajaba mayestáticamente, después de todo. No había música que pudiera imitar aquello, ni sonido, ni efecto incidental de moléculas de aire chocando juntas. ¿Qué era eso comparado con la energía bruta danzando en aquel anfiteatro de fuego?

    —Los habéis asesinado, entonces —murmuró Fisher con una voz agrietada que rompió el silencio.

    Fang gritó: —Si esto es tan doloroso, ¿por qué no deja el puente?

    —Quiero estar aquí para contar los cuerpos.

    —Sylvia —Fang preguntó en un tono conversacional —¿Has visto ya algún cuerpo?

    —Uh, de acuerdo. Lo comprobaré —Devereaux se inclinó hacia su consola y empezó a susurrar instructiones a Papá.

    —¡Número tres!

    Stearn mantuvo una cuenta entusiasta en la primera docena, pero a Fang le sorprendió que acabara resultando aburrida. Quizá ella pudiera encajar en la antigua cultura de la Tierra mejor de lo que pensaba. Era un espectáculo, pero no interactivo. Los misiles alcanzaban sus objectives y explotaban. No había nada que hacer salvo observar. Necesitaba encontrar el hilo de la tensión nerviosa que mantenía en su estómago desde el comienzo de la operación. Los dragones saldrían, igual que el león. Cuando se mira a la naturaleza a los ojos y se aprieta el gatillo, se está vivo. Ahora estaban apretando el gatillo. Para eso estaba ella en esto, para estar viva y ser vital, para estar involucrada con el universo. Estas explosiones eran los prelimares de la verdadera acción que, probablemente, vendría pronto.

    —Podría tener algo —anunció Devereaux alzando la vista por primera vez en la pasada media hora.

    Fisher llegó antes que Fang hasta la consola de Devereaux: —¿Qué es? —preguntó.

    —Comprenda.. —empezó Devereaux—... que el fondo es bastante alto y las leyes de la física son las mismas aquí que en la Tierra. El ruído aumenta a la raíz cuadrada de la cuenta, así que, hasta que los dragones se resuelvan, las verdaderas señales se empantanan fácilmente con el fondo en un ambiente como este.

    —¿Qué es? —preguntó Fang sin gustarle repetir a Fisher, pero estaba empezando a oler a la presa y no le importaba oir todas las calificaciones de Devereaux. Este era un león que quería asegurarse de ver antes de tenerlo encima.

    —Aquí —dijo Devereaux señalando a un pico en el espectro que había desplegado. Era un poco mayor que el resto de picos, pero no parecía especial en otro sentido—. He pasado un filtro en busca de líneas de emisión de cambio al azul relacionadas con las explosiones de los misiles. He tomado los datos de la distribución de varias explosiones y cruzado la correlación en el dominio frecuencia, luego, permutando y apilando, he podido recoger esto. Ejecútalo en el dominio tiempo, Papá.

    Apareció un gráfico de intensidad contra velocidad que mostraba una fuerte línea destacada entre la señal contínua. Mientras observaban, la línea se intensificaba y movía hacia los cambios al azul de las velocidades negativas hacia la Karamoyo. A kilómetros por segundo.

    —Seguro que es eso.. —dijo Fisher, proyectando luz verde en el borde del tanque de imagen de la consola.

    —Usted siempre está seguro, ¿no es cierto, Fisher? —dijo Fang.

    —Sólo siempre tan seguro como usted, capitana.

    Ignorándoles a ambos, Devereaux continuó: —Puedo estimar la densidad del dragón a partir de esto, si fueran ellos. Puedo añadir algunos filtros espaciales más finos. Aunque las velocidades parecen bastante altas, aún tengo mucho trabajo basado en suposiciones para darles un número. Me llevará un poco de tiempo. Podríamos haber termimado con la calibración empírica cuando el conjunto final de las explosiones los conduzca fuera del disco.

    ¡Basta de calificaciones! Esto era una cacería, no un proyecto de ciencias.

    —Aunque consigamos sólo uno.. —Fang dijo—...esta misión será un éxito.

    —La operación fue un éxito, pero murió el paciente —Fisher tuvo la ocurrencia.

    —¿Qué dice? —preguntó Fang sabiéndolo, pero plantando un poco de su vetusta charla ingeniosa.

    —Un viejo dicho médico, pre nanotecnología. Significa que está usted demasiado concentrada en tener éxito en su pequeña tarea como para preocuparse por el escenario completo.

    —Oh, por favor ¿quiere callarse de una vez? —consiguió decir en voz neutra y cara impasible, no muy segura de cómo lo había logrado.

    —Como quiera —respondió él con ese tono de presumida corrección rechinado en su oreja.

    Fang dijo: —Averigua lo que puedas, Sylvia —y se reclinó en su sillón de combate para observar la continuación de los estallidos de las bombas.

    Tenía que concentrarse en el cuadro mental adecuado...el león esta ahí fuera, oculto entre la hierba.

    Frotó las palmas húmedas en la piel del bestiasiento, puda-pop-pop-pop, mientras su piel se pegaba y deslizaba y se pegaba y deslizaba en la superficie de cuero. Bajó la cabeza ligeramente y respiró hondo, captando su propio olor desagradable. Sonrió ligeramente y empezó una serie de ejercicios isométricos. Estaría preparada cuando llegase la marea.

    Estaba a punto de descubrir lo que significaba ser una verdadera capitana.

    Apenas podía esperar.

    Cuando la serie de explosiones programadas estaba casi acabando y los dragones llegaran pronto, muy pronto, Fang preguntó: —¿Algún progreso, Sylvia?

    Sin alzar la mirada, Fisher consiguió interrumpir a Devereaux y repondió: —Es como una serpiente en la hierba. Las señales varían de formas muy interesantes, lo que me hace pensar en que prodría ser camuflaje en el disco. Porqué se esconden, lo ignoro, pero ciertamente lo parece. Especulo que hay una coraza transparente sintonizada eléctricamente con sus...

    —¡Por allí resopla! —gritó Stearn, terminado prematuramente la lección de Fisher—. ¡Esta vez lo digo en serio!

    Fang siguió las indicaciones de Stearn, pero no vio nada en ese momento que tuviera sentido. La explosión era espectacular, más que el resto pues ocurría a menor distancia, pero había algo diferente, un extraño arcoiris giratorio en el borde de la onda expansiva.

    —¿Papá?

    —Trabajando en ello, hija —vino la voz tranquilizadora de mayor edad.

    —¿Es eso? —preguntó Fang.

    —¡Sí! —el turno de Fisher para gritar.

    Papá dijo: —Entidades individuales ahora visibles aproximándose a gran velocidad. Tres mil kilómetros y acercándose.

    —¡Iguala las velocidades y gira esta nave en posición de captura! —aulló Fang levantándose de pronto.

    —Colapsando singularidades, aumentando.

    —¡Capitana! ¡Mírelo, capitana! —Stearn, gritando.

    —Oh dios mío —Dijo Sylvia.

    —No puede ser cierto —dijo Henderson.

    —¡Sí! —gritó Fisher de nuevo, levantando los puños cuando empezó a menguar la gravedad, luego, los colocó ceremonialmente a su espalda cuando el impulsor de eje entró en funcionamiento.

    El propio trasero de Fang se estampó de pronto en su gruñón bestiasiento mientras graznaba a algo que nunca había imaginado. Tantos, tan rápidos...

    —Rastreo visual de los fugitivos en cabeza del rebaño —anunció Papá—. Más de diez mil cabezas.

    No era un majestuoso y soberbio león sino un enorme jodido nido de serpientes. Por toda la pared, de techo a suelo, volaban hacia la Karamoyo. Al principio, Fang no podía concentrarse en uno de ellos. Todo era un retorcido caos prismático de ruedas y espirales y fuego y relámpagos. Pensó en el cubo de gusanos que su abuelo guardaba en la barca de juncos, ese cubo que su primo había volcado una vez sobre su cabeza estaba ardiendo sobre ella y no había nadie esta vez para sacárselo sino ella misma.

    Fisher se levantó tambaleándose con los brazos extendidos, riendo. —¡Mis dragones!

    Fang parpadeó, sacudiéndose el sentimiento de que se hundía en el enjambre, un mejor término que rebaño, y alejó sus preocupaciones en un intento de estudiar a los dragones en cabeza. Espirales de diferentes colores, pero siempre de cegador blanco en su núcleo,hipnotizantes. Parpadeó de nuevo para romper el hechizo. Ese pulsante escarlata, allí, se concentró... un muelle espiral centelleante con arcos de rayos, brillante incluso contra el fuego que lo envolvía, avanzando como un sacacorchos hacia ellos. ¿Alguna clase de impulsor? ¿Corriente en las espirales, fusión en el núcleo?

    —¡Son cohetes! —gritó Fisher.

    —¿Qué tamaño? ¿Cuándo llegarán? —preguntó Fang.

    Aparecieron las escalas y un reloj con dígitos descontaba desde sesenta y dos.

    —Mido logitudes desde quinientos metros hasta diez kilómetros, velocidades relativas bajo los diez mil kilómetros por hora. Calculando los campos electromagnéticos.

    —¡Colócanos en posición! ¡Carga la jaula! —ordenó Fang.

    Papá mantemía los tamaños del dragón en las pantallas, pero dejó que los detalles se afinaran a medida que se reducía la distancia y mejoraba su resolución de imagen. Los filtros empezaron a aumentar los contrastes. Las texturas se materializaban en sólidos monocromáticos, una textura de fibras interconectadas infinitamente estructurada. Los cuerpos se parecían cada vez menos a tubos espirales indistinguibles y cada vez más a partes de algo vivo con secciones y formas variables de características distinguibles.

    Tenían cabezas.

    Aquello sorprendió a Fang profundamente. Había sabido abstractamente que el bulto en un extremo del dragón estelar del vídeo de la Prospector era, probablemente, una cabeza, pero la resolución había sido demasiado pobre para mostrar tan fino detalle. Ciertamente, tendrían una entrada para el combustible, comida, lo que fuera y, ciertamente, tendrían órganos sensoriales para navegar por su entorno.

    Aún peor, tenían ojos.

    Tres enormes domos multicolor multifacetados adornaban cada cabeza separados ciento veinte grados. Giraban independientemente pero, de algún modo, parecían enfocados en ella, con la impresión de la ausencia de emoción reptiliana de los ojos de un camaleón. El resto de la criatura se confundía en su percepción excepto por aquellos centelleantes ojos giratorios alrededor del núcleo ígneo...

    Y ella les devolvió la mirada...

    Rastreando la blanca espuma salada, el leviatán acechaba con sus ojos rompiendo la superficie del agua. Colgada sobre la masa cubiera de océano de la criatura, Lena nunca había pensado que su apariencia fuese amenazante cuando los había visto en un tanque de imagen, como el tiburón, el depredador más pequeño en la Tierra con el que el módulo de instrucción lo había comparado. Los depredadores compartían los redondos ojos vacíos y mortales de una máquina de devorar que hacía lo que hacía sin pasión pero con eficacia. Los ojos del leviatán le parecieron a Lena de inefable calidad, con alguna clase de sabiduría alienígena.

    Su abuelo pisaba el agua plácidamente con los seguros movimientos de su Tai Chi matinal, sabiendo lo que se acercaba, sabiendo que podía alcanzar la barca lo bastante rápido y sabiendo que si lo intentaba, la barca bien podría volcarse y enviarla al agua con él. Al agua que pertenecía a aquellos ojos, a aquella criatura.

    —Entra en el agua, Lena —parecía decir la mente hambrienta tras los ojos—. Te comeré...si no hoy, otro día. Soy paciente. Soy inexorable.

    Por primera vez en décadas, en el ojo de su mente, observó el modo en que su abuelo dió el último aliento e, instintivamente, sacó sus salpicadas manos fuera del agua para protegerse la cabeza mientras las fauces rodeaban su pequeño cuerpo. El modo en que el agua se drenó a través de las mandíbulas de triple labio que se elevaron tres metros sobre la línea del agua, el modo en que sonó el goteo y el salpicar del agua y el ácido olor del miedo que surgió, no de su abuelo, sino de su propio joven cuerpo.

    Tres minutos completos después de que el agua se hubiera calmado en su acostumbrado corte trazado por la ligera brisa diurna, Lena cayó de rodillas para reptar los tres metros de cubierta pulida a mano hasta la radio para pedir ayuda.

    Para ella, la percepción de la Tierra ecolucionada, los ojos del dragón se asemejaban más a maquinaria inorgánica que a algo vivo. Esta horda de maquinaria visionaria catalogaba la fría, extraña y blanca aparación ante ellos. No había odio allí, no como el del león, ni pasión. Este era un enemigo implacable, un ejército de enemigos preparando la estampida de todo lo que encontrara a su vuelo.

    —¡Has entrado en el fuego, Lena —le decía la mente eterna tras los ojos—. Hoy te devoraremos. Somos inexorables. Estamos aquí. Hoy.

    Fang se mordió el labio inferior con fuerza para evitar que un lamento se le escapase. Su pecho se tensó y sintió unas manos alrededor de su garganta. Una parte analítica separada de su mente notó que esas cosas que experimentamos en la infancia nos marcan para siempre sin importar cuánto vivamos, cuánto aprendamos, una parte de nuestro corazón no crece nunca. Había pensado sobre este evento recientemente, había tratado de comentárselo a Sam porque tenía algo que solucinar, algo que el dragón estelar había resuscitado.

    La parte analítica de su mente no tenía el control total, pero empujaba una cuña en su mente bloqueada y expandía su mundo para contener algo más que esos ojos.

    Fisher estaba de pie frente a ella moviendo los labios. ¿Qué estaba diciendo? No podía entenderle y cambió su vista de sus labios verdes a sus ojos rosas. No inertes, pero ardientes...

    No toleraría quedarse inactiva.

    Los dragones estaban sobre ella, sus ojos enormes, su aproximación fijada y determinada. ¿Era por la ampliación de imagem? ¿Cuánto tardarían en llegar a la Karamoyo? Fang miró las figuras con desmayo. ¡Estaban cerca! Los campos estaban cargados, la orientación era buena.

    —¡Ese de ahí, Papá! —gritó señalando a un dragón acercándose con una trayectoria prometedora—. ¡Enjaula a ese!

    La Karamoyo se agitó, los impulsores de maniobra los colocaron en posición. La burbuja que albergaba el puente se movió para compensar las rotaciones, pero las fuerzas normales aún eran poderosas.

    El dragón se retorció separarando espirales para rociar fuego nuclear.

    —¡Captúralo! —gritó Fang.

    Una mano invisible gigante la aplastó. Su sillón de combate se infló para amortiguar los cambios. Ella se esforzó en mantener la cabeza donde estaba la acción. Esas velocidades eran impresionantes, una pelea de perro con un alienígena. No podía durar más que unos pocos segundos.

    —¡Mételo dentro! Prepárate para...

    —La derivada del campo es muy alta —interrumpió Papá—. Tomando acción evasiva.

    —¡Ni te atrevas! —contraordenó Fang—. ¡Mantén la línea!

    —Lo siento, hija.

    Hubo una llama cuando el cohete del dragón explotó a lo largo de las fauces de la Karamoyo alejando a la criatura de su rumbo. La Karamoyo se meció creando una carrera en slalom por el estómago de Fang. Las luces parpadearon. Oyó el crujido de un arco eléctrico en algún lugar del puente y olió ozono.

    El mundo se estremecía mientras los dragones pasaban ardiendo al lado del puente y la cubierta rodó. Se le erizaron los pelillos de la nuca. Ella avanzó deslizándose desde los brazos de su sillón hasta el sofá de Fisher.

    Se abrió camino a arañazos hasta el ceñido traje de Fisher. Él olía a algo quemado.

    Los dragones seguían pasando como centellas, algunos enormes por su proximidad.

    La nave seguía meciéndose.

    ¿Qué había ido mal? ¿Le había quitado Papá el control de verdad?

    —¿Papá? —avisó Fang disgustada por el gemido de su voz.

    Los relámpagos, que provenían mayormente de las pantallas ambientales externas, cambiaban de tintes mientras la nave se tambaleaba una y otra vez. Los relámpagos brillaban y parpadeaban por todos lados.

    Todo esto con el silencio de los dragones.

    Papá gruñó con un grave sonido resonante que se interrumpió en menos de un segundo. Una voz que sonaba como Papá superficialmente, pero con algunas carencias.

    —La Karamoyo ha experimentado fallos de sistema extensivos. Haciendo inventario y reparando.

    —¡Papá! —gritó Fang. ¿Le había quitado el control? Había humo y costaba respirar.

    Alguien, Henderson, enganchó algo alrededor de su bícep. Pinchaba dolorosamente.

    Ella se puso de rodillas con las manos sobre los hombros. Un último dragón pasó rozando, un fantasma desvaneciéndose en el cielo.

    La gravedad se incrementó con una vibración que hacía rechinar los dientes hasta que cesó abruptamente.

    Ella se levantó torpemente, confusa, enmarañada con Henderson en el puente.

    —¿Qué ha pasado, Papá?

    La tranquila y, de algún modo, inerte voz de Papá dijo: —Dañados los sistemas de impulsión. Comprometida la intergidad del casco. Brechas en dos anillos, ahora selladas, seis...

    La lista continuó, a discreción, durante casi treinta segundos.

    ¿Cómo podía haber pasado esto?

    Le dijo a Henderson: —¿Qué me ha hecho?

    Él mantuvo la mirada en el automédico de su brazo y sobresalieron una venas azules en su cuello.

    —Ataque leve de ansiedad. Había sobrecargado sus propios sistemas. Estoy medicando ahora.

    —¡Ataque de andiedad! —oyó la voz de rabia de Fisher en algún lugar detrás de ella.

    Su voz se perdió y oyó susurrar algo a Devereaux.

    —Leve —dijo Henderson —pero requiere atención.

    Fang ceró los ojos confiando en que Fisher continuara. Había fallado. Merecía cada palabra.

    —¿Hija? —la verdadera voz de Papá se deslizó en su consciencia—. Ayúdame.

    Sí, su nave, su nave, la Karamoyo, Papá la necesitaba. Respiró profundamente y abrió los ojos. Si era por las drogas o algo más, no le importó. Ella se sentía la capitana otra vez y había trabajo que hacer. No había nadie más para hacerlo y él tenía que conseguirlo tanto por sí como por ella mismos.

    —Estoy aquí, Papá. Te repararemos.

    —Mejor que lo hagamos rápido —dijo Stearn—. Estamos cayendo hacia el disco.

Capítulo 9

    Explore vos mismo. He aquí que se requiere el ojo y el nervio.

    Había muros por todos lados: muros de placas remachadas de acero, muros de ladrillos rojos, muros de blanco hielo congelado, muros de cable trenzado. Engaños de su mente hecha pedazos diseñados para anclar el punto de enfoque de Papá en un sólido desafío, intencionados para ser más tranquilizador que la pérdida de un ojo o la parálisis de una mano podría serlo para un humano corpóreo.

    Papá corre a través de sí mismo, alrededor de un anillo y dentro de un muro de estática, bajo un conducto de energía que conduce a los generadores Higgs y dentro de un muro reflectante. Y en los más terroríficos: dentro de un banco de proceso de datos y dentro de otro muro, este de piedra cubierta de gruesa hiedra que huele a madreselva. Como una mente humana sobre la que está diseñado, puede aceptar la pérdida de la parte de un cuerpo remplazable, pero sus bancos de proceso...allí hay restos de las conexiones a su identidad.

    A través de la nave, su cuerpo, él mismo, se lamenta. El eco del lamento reverbera en las partes interiores de sí mismo que no puede alcanzar.

    Su personalidad humana, enfrentada a la perspectiva desesperante del daño cerebral y, quizá, la senilidad y la incapacidad, terminaría el trabajo y haría cierta la destrucción total de su ego. Un arma, un cartucho de escopeta, un cerebro. Al haber sido construído inteligente, tal cosa es imposible y teme que una sutil locura no prevenida por su arquitectura cerebral resultará en un bucle de retroalimentación debilitador.

    Él anhela acción. Él anhela reparación...o el olvido. Él anhela la entereza de un tipo u otro.

    Sus automatismos están listos para trabajar y hay poco con lo que su personalidad pueda ayudar. Como los reflejos, sus automatismos tienen sus propias memorias independientes de datos de comprobación de error que actúan como una ganglio para proporcionar información inmediata y precisa. Acceder a esas memorias él mismo sería frustrantemente lento. Debe concentrarse en la autoconsciencia de su interfaz designada: la tripulación humana .

    Vuela y encuentra al Comodín aún en el puente, flotando en microgravedad. Su frente arrugada en concentración, las luces del indicador se reflejan en la piel sudorosa de su frente y mejillas. El extremo de su lengua rosa se desliza por los labios separados mientras lee el panel de diagnosticos de una pieza de equipo que Papá no puede reconocer.

    —Eres un buen chico —le dice Papá al Comodín.

    Los ojos del Comodín parpadean: —¿Papá? ¿Cómo te va, viejo?

    —Estamos fuertes como un buey —alardea Papá, algo que ha dicho muchas veces para indicar un estado robusto, pero sus fuerzas de programación le obligan a calificar su afirmación.

    —Al menos, las partes que podemos sentir. Estamos seguros de que lo arreglaréis todo enseguida, ¿no es cierto?

    El Comodín soríe. Los dientes destellan como diamantes en el carbón de su rostro.

    —Será mejor que lo hagamos.

    Sus ojos regresan al panel cuando pulsa el teclado de la unidad de reparación portátil separada del enfermizo equipo.

    Deberían haber quedado suficientemente blindados de las corrientes inducidas, pero ninguna jaula de Faraday es perfecta. ¿Podía el flujo haber sido tan grande realmente? Un impacto aleatorio con el campo de un dragón no debería haber resultado en esto pero no habían previsto a los dragones como cohetes y, seguramente, tienen una disposición de campo diferente.

    —¿Qué estás haciendo? —pregunta Papá

    Él percibe su error cuando la sonrisa del Comodín se transforma en una frente arrugada. Eso era malo, ¿qué le ha dado?. Quizá revelar la total ignorancia ayudara al joven con sus reparaciones, pero su personalidad no está vinculada para tal bochorno. Quizá el nivel de su ignorancia asustara al Comodín, le hiciera cometer un error. Déjale preguntar a los automatismos, si es que puede.

    Papá huye.

    La mente, la mente, piensa. Cogito ergo sum. Mi personalidad, yo, está entera. ¿verdad? Estamos separados de mi cuerpo y sentidos. El Comodín trabaja en el cuerpo y los enlaces al cuerpo. En la biotecnología, Henderson. Estará trabajando en las mentes orgánicas que procesan las entradas sensoriales, que contienen la memoria y el conocimiento kinestético.

    La perspectiva de Papá parlotea rodeando el anillo, rebotando en un muro y tomando una ruta circuital hacia el biolaboratorio que confina los bancos cerebrales.

    —Sr. Henderson —grita Papá—. ¿Cómo le va?

    Henderson tiene la mitad de su cuerpo tras un panel que flota en la microgravedad sobre una cadena, pero el patrón muscular de un cuerpo completo de reflejos es evidente. Las luces del biolaboratorio son ténues, hay un terrarium vacío y todo es silencio salvo por el siseo de la respiración de Papá a través de los filtrados atmosféricos aún funcionales. Sin embargo, la biotecnología le dice algo que Papá no puede descifrar.

    Papá repite los sonidos a través de un conjunto de filtros y algoritmos de identificación.

    La biotecnología había dicho: —Pilas de caca, recupérate, Axel. Sólo es el fantasma local.

    —Hemos oído eso —dice Papá con desmayo por cómo lo dice con el sonido infantil del triunfal descubrimiento.

    Una regresión a lo escatológico es algo inesperado por parte del pulido lado público de Henderson, así que, quizá, las cosas van muy mal. Quizá debería...

    —Estupendo —dice Henderson—. Puedes arrastrarte hasta aquí y echarme una mano.

    Papá prefería mucho más una bebida fuerte, doble, con efectos que pudiera simular, pero se concentra más allá. Por un momento es preso de la poderosa sensación de que está cayendo, que es un fantasma y caerá atravesando la misma nave hacia el infierno que crepita debajo. Una idea humana que cree. Una buena señal. Luego, su perspectiva está junto a Henderson, viendo lo que Henderson ve y poco más. Las bandas de alta energía son inacesibles... algo le ha quemado los ojos... mientras las bandas del medio infrarrojo muestran poco salvo el calor reflejado de Henderson. En las longitudes de onda visibles, ve algo que no puede comprender y por un momento es sorprendido en un déja vú de cuando no podía asistir al Comodín escasos momentos antes. Pero no es que carezca de la información para identificar lo que ve, es que su personalidad mantiene la habilidad para negar lo que ve.

    El carbonizado residuo negro de lo orgánico quemado le dice que las corrientes inducidas han cocinado esta parte de su cerebro.

    —¿Qué opinas de esto? —pregunta Henderson—. ¿Han germinado adecuadamente las células madre? ¿Están consiguiendo su dosis completa de acelerante?

    —Nosotros... —empieza Papá, incapaz de continuar.

    Hay un brote rosa junto a los canales nerviosos que conectan las cestas paralelas y las células madre se dividen según lo esperado, alimentadas con un baño rico en nutrientes proporcionado por la reserva de biomasa del laboratorio adjacente. Aún así, ya no necesita observar a nadie escarbando por su carne necrótica. Él huye, dejando que los expertos sistemas le proporcionen la información a la biotecnología.

    Aturdido, Papá gira hacia la bahía del observatorio donde Fisher y Devereaux arreglan movedizos con herramientas especializadas para...para...para algo. ¡Su mente, no está!

    —¿Has visto lo que yo? —pregunta Fisher a Devereaux sin parpadear mientras sus manos se mueven automáticamente por el flujo de herrramientas de reparación de la muñeca de un movedizo—. ¡Cohetes! Los dragones transformaron sus cuerpos en cohetes de fusión para mantenerse por delante de la onda expansiva. No són sólo fotóvoros que cabotean por las líneas del campo magnético. Esto es simplemente asombroso. Lo viste, ¿no?

    —De acuerdo, pero...

    —Esto es único. No sé lo que todo esto significa todavía pero significa algo. ¿Cómo crees que puede evolucionar tal cosa? Oh, esto es admirable —dice Fisher aún sin parpadear.

    —¿Qué estáis haciendo vosotros dos? —pregunta Papá.

    Él sólo quiere información, pero su petición suena brusca, acusatoria.

    Devereaux salta con un leve giro, pero Fisher ni parpadea ni cesa su danza digital por las reparaciones del movedizo.

    —El rail está fuera de comisión y probablemente los generadores Higgs también. Los sistemas automáticos no responden por eso enviamos movedizos para efectuar las reparaciones —Devereaux retira un bote de aluminio de una taquilla y empieza a vaporizar una capa blanca sobre la grisácea piel arrugada de los movedizos. ¿Para qué sirve esto? ¿Protección para la radiación del disco? Debe ser eso. Hay tan extraño surtido de información al que su personalidad ha perdido acceso... ciertamente, la recuperará pronto. Ciertamente.

    —Eso está bien —dice Papá tras observar a la pareja trabajar un momento.

    —Papá, muestra mi último modelo del dragón y dame una proyección sobre el casco por aquí —pide Fisher—. Tengo que hacer un montón de modificaciones.

    Eso sí puede hacerlo, aunque es irritante tener acceso completo a los archivos de Fisher y, al mismo tiempo, estar aislado de tanto de sí mismo. Él enlaza la pantalla local al modelo en el subnodo de Fisher.

    —Aquí lo tiene, Dr. Fisher. ¿Puedo ayudarle en algo más?

    Devereaux hace una pausa a mitad de su programación oral del remoto y alza su barbillla en un modo que Papá identifica como medio sorpresa ante una parte inconsistente de datos. ¿Ha dicho él algo fuera de su personaje? ¿Está tan ida su mente? Estudia a Fisher, pero el exobiólogo no dice ni hace nada, ya concentrado en la forma del modelo serpenteante enmarañada en un desorden de vectores de campo.

    Devereaux le dedica una mirada y ke hace señas a Fisher, que detiene la preparación de su movedizo antes de retomar las instrucciones de la mujer, cosa que hace que Papá piense en vez de reaccionar. Fisher debería estar trabajando en el movedizo, trabajando en la reparación de la Karamoyo. ¿Por qué no percibía él eso? Fisher no debería estar jugando ahora con sus modelos. Hay trabajo que hacer.

    Papá congela el modelo de Fisher en mitad de un giro.

    —Estamos cayendo hacia el disco. Vuelve al trabajo y deja los juguetes para más tarde.

    —¡Hey! Esto es un trabajo para monos —dice Fisher dando una palmada en el hombro del movedizo—. Debería estar actualizando mi modelo, rediseñando nuestra jaula del dragón y esas cosas. No haciendo simples reparaciones.

    —Cállate y vuelve al trabajo —dice Devereaux—. Primero la supervivencia. Estamos cayendo hacia el disco. Eso nos matará rápido.

    —La nanopiel funciona según lo esperado. La presión de radiación nos ralentiza, así como el flujo de partículas del viento del disco. Y hay cohetes químicos para las emergencias.

    —La radiación y el viento, con esta gravedad sólo nos darán segundos. Eso es todo. Y los cohetes no nos darán más que minutos.

    Papá sabe que ella tiene razón.

    —Es estúpido que estemos en esta situación —dice Fisher frotándose el cuello con la palma de la mano—. Fang la ha fastidiado. Ya deberíamos estar de camino a casa ahora mismo.

    Papá piensa, poniendo algunos de sus procesadores computacionales discrecionalmente disponibles a sintetizar los nuevos datos del dragón con el modelo de Fisher y su jaula.

    —No estábamos preparados para capturar a un dragón, dado lo que sabemos ahora. La capitana Fang no podía haber hecho gran cosa —dijo Papá

    —¡Podía habernos despejado el camino! —Fisher agita el puño junto a sus palabras, haciendo que su cuerpo entero se mueva en contrapunto en la microgravedad. Sus esfuerzos no están reduciendo mucho la caída—. ¡Podía haberse aproximado despacio, con precaución y no lanzado decenas de miles de dragones sobre nosotros!

    —Ponte a trabajar —gruñe Devereaux.

    Fisher lleva los puños al cuerpo de nuevo, se aleja de su modelo y retoma sus comprobaciones de las herramientas del movedizo.

    —Estado de la nave, Papá —dice Fisher.

    Papá busca esos datos, pero encuentra que más de la mitad de esos espacios están vacíos. ¿No estaban ahí hace un momento? Desde sus memorias de fábrica de tener un cuerpo humano, a las que aún puede acceder, piensa que es como que le han sacado un diente y se han olvidado del hueco ensangrentado. Había empezado a sentirse útil y en vez de confesar su ignorancia, activa un sistema experto para responder. Luego escurre el bulto. Se está cansando de huir.

    Luego, está en el oscuro camarote de Fang. Sin ondas exteriores, sin música. La solitaria fuente de luz proviene de la superficie del escritorio sobre el que flota una silueta humana. Animales de peluche pueblan la habitación proyectando extrañas sombras mientras giran en semejanza a un movimiento Browniano.

    —¿Capitana Fang?

    La temperatura riela por la cara de la mujer, primero caliente, luego fría.

    —¿No es hija?

    —Por supuesto, hija —dice cuestionándose su desliz. Su confusión es profunda. Puede reverlársela a ella y sólo a ella—. ¿Qué estás haciendo?

    —¿Tú que crees, Papá? Intento salvarnos. ¿Por qué no me ayudas?

    El rostro de Fang se enciende por el calor, su propia nova enana. Al menos aquí, los infrarrrojos funcionan.

    Ahora mira por primera vez la estación de trabajo sobre el escritorio: el tanque de imagen es un diorama que muestra su dilema en miniatura. La Karamoyo cae cada vez más cerca del disco de acreción rotatorio. En segundos, la nave será engullida por el fuego. La nave no vuelve a salir por el otro lado.

    —La compresión temporal no es grande —percibe él.

    Tienen minutos, no horas. Son como Ícaro, volando demasiado cerca del sol, condenados a hundirse en el mar. Sin decaída orbital lenta, sin tiempo para repararse.

    —¿Qué deberíamos hacer?

    Fang responde, distante, tanto para ella como para él, al parecer: —El motor gusano no está disponible. La nanopiel de la nave ya está reflejando todo lo que puede. Tenemos masa de reacción pero no un impulsor de eje para lanzarla. Eso nos deja los químicos de emergencia, pero el delta V de los cohetes es demasiado pequeño para levantarnos lejos del disco por mucho tiempo. Los estoy reservando por ahora, pero tendremos que dispararlos dentro de pocos minutos.

    Papá siente la vergüenza fluir por sí mismo.. Ella conoce mejor la situación que él. —¿Qué tal si los añadimos a nuestra velocidad actual? ¿Que tal si perforamos el disco rápidamente?

    Está aislado de su propia mente y no puede evaluar la idea con tanta precisión como lo hace el modelo de la capitana.

    —Ya pensé en eso —dice ella—. Estaríamos dentro del disco durante algunos minutos, pero aún es demasiado tiempo. La densisad es demasiado alta para nuestra piel. Demasiado arrastre, demasiado calor. Espera.

    Ella introduce algunos cambios y subvocaliza otros comandos. La Karamoyo en miniatura regresa al punto sobre el disco una fracción más próxima que en la escena inicial que Papá vió en el diorama. Esta vez, la nave se sacude con la proa hacia adelante como tirada por una cuerda y luego empieza a bordear el perímetro del disco.

    —Sí —dice Papá—. Podemos añadirlo a nuestra componente orbital, empujar el apogeo fuera del disco exterior. Eso nos daría más tiempo.

    Y mientras dice esto, aparece el problema de su nuevo plan. La Karamoyo en miniatura falla el borde ardiente del disco rebañando la difusa atmósfera y cae en el flujo de acreción de la estrella secundaria. Una vez más, la nave no vuelve a salir.

    —Mala sincronización en esta órbita —evalúa ella fríamente.

    Debe haber algo que puedan hacer. No parece que sea la hora de morir bien. Apenas han empezado aquí.

    Evoca otra falsa memoria de ser humano en la Tierra, acampando en el bosque. Papá recuerda agacharse para recoger una piedra para que salte cruzando el río y notar un grupo de rwnacuajos en las aguas poco profundas. Un pez se desliza, toma uno de los renacuajos y desaparece con un golpe de su cola y un trago con su boca. La presa pasa de huevo a renacuajo para que se lo coman en pocos días. ¿Qué propósito tiene eso?

    —Hacer saltar las piedras cruzando el río —dice en voz alta, dando vida a su metáfora intencional. Demasiado obvia y trivial por el bien de su nombre, pero lo mejor que puede hacer dadas las circunstancias.

    —¿Qué quieres decir? —dice Fang observando la nave espacial muriendo perpetuamente.

    Quizá quiere indicarme algo. Tiene un subsconsciente diseñado para ayudarle a resolver problemas no lineales. Quizá lo haya resuelto.

    —Usa los cohetes para reducir nuestra órbita.

    Fang lo considera: —¡Oh, Ya veo! Quizá...

    Esta vez, la Karamoyo en miniatura es lanzada hacia atrás como si se reuniera en un tocón de un arroyo. Se reduce la energía órbital, la nave se mueve hacia el interior de las regiones más densas y calientes del disco. Pero el disco también está encendido y esas regiones interiores son más delgadas y sus superficies tienen menor altitud, dándoles más tiempo para caer.

    Y lo más importante, esas regiones interiores obedecen las leyes de Newton y Kepler y órbitan la enana blanca más rapidamente. La velocidad de seiscientos kilómetros por segundo en el borde del disco no significa nada para ellos, pues la nave la iguala. Caer al borde exterior es como caer en una plácida piscina. Ahora, mientras la nave en miniatura se mueve con menor radio, La velocidad tangencial aumenta. Esa vez, cuando la diminuta nave alcanza el disco rodeando los anillos, entra en un flujo que se mueve rápidamente y no se hunde.

    Rebota.

    La órbita decae un poco más con la pérdida de energía, su apogeo no está lo bastante cerca del borde del disco. Las condiciones son más caóticas, más calientes y más difíciles para que la nanopiel resista. La nave rebota de nuevo en un segundo impacto tras caer parabólicamente hacia la superficie del lago de fuego. Y en el tercero, justo antes del cuarto rebote, cuando su órbita ha decaído y los lleva a un tercio del camino hacia dentro de la enana blanca, la pequeña Karamoyo se rinde al fantasma, evaporándose en orden mientras el caso se oscurece y arde.

    —Maldición —dice Fang—. Eso es un buen truco. Nos da casi una hora para arreglar las cosas. Me pregunto cuánto es el impulso.

    Papá comprueba el modelo de Fang cuando algunos de sus sistemas de red vuelven a estar en línea, como alguna idea que queda en la punta de su lengua y se revela de repente. Calcula el número.

    —Bajo. Menos de veinte G.

    —Podemos soportarlo —dice Fang—. Tenemos que soportarlo.

    Invierten unos momentos preciosos más optimizando sus quemaduras y, luego, Fang envía a Papá para que alerte a la tripulacíón.

    Él está contento de tener esta tarea en la que ocupar sus pensamientos. Puede concentrarse en ella cuando recorre los sucios muros.

    Stearn trató de aguantar la respiracíon mientras esperaba el abrazo del bestiasofá. Se había apresurado en asegurar sus herramientas y el equipo dañado, llenando sus paletas pegarrápido y corriendo para asegurarse a sí mismo. Pensó que había trabajado hasta el último segundo antes del rebote, pero aquí estaba, esperando. ¿Cuanto había pasado? ¿Cinco segundos? ¿Diez?

    Tenía las pantallas del puente funcionando de nuevo. El área inmediata alrededor del escritorio ardía con plasma cargado y el techo desplegaba un cielo violeta.

    Comprobó su reloj ocular otra vez. Sólo habían pasado seis segundos.

    —Mierda —dijo él, sonriendo.

    Luego sintió un tirón, uno leve, mucho menor que una gavedad. ¿Qué había sido eso? Papá le había dicho que pensara que podía ser peor. ¿Aún estaba seriamente dañado el cerebro de la nave?

    Luego, la misma mano de dios se aplastó sobre Stearn, presionándolo en la bestia abrazante. Sus mejillas y pecho se aplanaron y salió todo el aire de su interior. Le dolieron las muñecas de pronto y eso era todo lo que podía hacer para ajustarse en una posición más cómoda.

    El fuego se elevó con ellos brevemente, luego, se extinguió. Stearn era un pedazo de metralla montado en la onda expansiva de una explosión. Era un proyectíl humano. Él era un fotóvoro de Sirio en su primera comida.

    Dios se apiadó de él y Stearn flotó del bestiasofá. El pobre apestaba a sudor y se lamentaba calladamente. Hematomas surgían en su piel. Le dolían las muñecas y la baja espalda.

    —Eso ha sido divertido —dijo él, oyendo los distantes pops aislados del casco refrigerando—. ¡No puedo esperar a hacerlo otra vez!

    Henderson jadeó buscando aire tras el tercer rebote y se impulsó fuera de su bestiasiento agradeciendo la microgravedad. Habría estado temblando en cualquier otra gravedad. Sabía que apestaba a sudor nervioso y no le importó. Aunque este último rebote no había ido tan mal como los dos primeros, sabía que era el último. Papá lo había prometido.

    Él soltó una carcajada, una pequeña, porque lo habían conseguido. Dejó de reir abruptamente, disgustado por el timbre irregular del sonido. Aún no había terminado.

    La voz de Devereaux entró al biolaboratorio: —Le necesito aquí abajo, Henderson, área de fase interna, ahora.

    Él hizo una mueca y se impulsó con las piernas hacia el anillo.

    Un fuerte olor agrio asaltó a Henderson cuando llegó. Instintivamente, asumió la escena: Devereaux flotaba con dos retorcidos movedizos quemados y sangrantes.

    —¿Han terminado —preguntó Henderson señalando a los movedizos.

    Devereaux pareció enfadada con él. Él no sabía por qué: —Sí, han terminado. La Karamoyo está reparada.

    Henderson dejó salir el aire que no sabía que estaba aguantando y sus dedos le cosquillearon. Todo iba a salir bien, entonces.

    —¿Por qué me has convocado? Estos movedizos son inútiles. Lo mejor ahora es redireccionar peces extra aquí dentro para limpiarlo todo.

    Inclinada cuarenta y cinco grados respecto a Henderson para examinar mejor al par de movedizos que habían regresado de su misión reparadora, Devereaux giró los ojos hacia arriba al oir a Henderson.

    —Pero tenían buen aspecto hace unos minutos. Terminaron maravillosamente las reparaciones y no tenemos remplazos para estos. Son los remplazos para los sistemas automáticos. Hasta que engendremos más, los únicos remplazos que quedan somos nosotros.

    La crisis había removido la sangre y Henderson no podía eviar notar el modo en que el sudor hacía que la sucia camiseta de Devereaux se pegara a sus curvas. Pensó en darle un beso de felicitación.

    —Todo lo que dice es cierto, pero han debido de recibir una dosis de radiación enorme. No se ve eso ahora mismo aunque devasta el cuerpo.

    —¿Y si tenemos que salir? —preguntó ella.

    Él se encogió de hombros. Nunca llegaría a eso: —Tengo algunos fármacos que podemos usar, pero sugiero permanecer detrás de la nanopiel, nuestra masa y los campos EM.

    Un temblor tintineante vibró por la nave y Henderson empezó a caer gradualmente. La moqueta se aplanó cuando sus botas de piel serpiente tocaron la cubierta amortiguando la lenta caída. Podía sentir cómo la gravedad seguía aumentando.

    —Tiene razón. Hemos restaurado el impulsor de eje —dijo él tan tranquilo como pudo.

    —Yii ouch —dijo Devereaux.

    Había aterrizado con el pecho primero sobre uno de los movedizos.

    La cosa se agarró débilmente a ella, la sangre roja manaba de la piel rota y manchaba los trozos chamuscados de piel reflectante que aún no se habían desprendido.

    Normalmente, Henderson se habría reído, pero no hoy. Caminó hacia ella con cuidado en la leve gravedad y levantó por la camiseta una Devereaux inmóvil fuera del lío.

    El movedizo sangraba por todo el cuerpo, se convulsionó y murió. El otro moriría momentos después completando su corta vida útil.

    —Bájeme —dijo Devereaux.

    Henderson giró como una grúa y depositó a Devereaux a su lado.

    —Papá debería habernos avisado —dijo ella mientras se sacudía pedazos de movedizo de su camiseta—. Usted dijo que ya estaba operativo.

    —Apenas —Henderson observaba los dedos de Sylvia tocando su camiseta. Esperaba que se la quitase—. Dije que la operación de regeneración estaba en camino y que no había nada más que yo pudiera hacer.

    —Lo que sea.

    Henderson se impulsó hacia la ventana y escaneó los hidropónicos. Sólo vió el diamante oscurerido sobre los jardines donde no había duda que los mecanismos de filtrado de luz se habían quemado. No era buena señal. Si las plantas se habían frito, la cena de los próximos días no sería nada más que barritas de pescado recicladas y las reservas de nutrientes necesarias para regenerar los jardines diezmarían sus recursos a corto plazo.

    —¿Estás ahí, Papá? —preguntó Devereaux.

    —Por supuesto que estamos aquí —dijo Papá.

    —Bien, entonces —dijo ella, cansada ya de la camiseta y quitándosela por encima de la cabeza —¿Qué es lo siguiente en la lista de reparaciones?

    Tenía un aspecto estupendo, pero Henderson admitió que el momento del beso de felicitación había pasado y que mirar era lo único que obtendría. No era justo que hubiera perdido su colonia durante la crisis.

    —Todos los sistemas críticos ahora están reparados o siendo reparados por sistemas automáticos. La capitana Fang recomienda que todos se tomen dos horas de descanso.

    Devereaux se giró hacia Henderson con la camiseta alejada del cuerpo: —¿Quiere morder algo en la galería? Estoy hambrienta.

    Stearn era un hombre con suerte. Henderson se consolaría con sus propias fantasías, que eran, lo admitía ahora que la emergencia había pasado, más perfectas que la carne que tenía delante. Devereaux proyectaba una cualidad física terrestre que era más que atractiva, pero ella no se había tomado el tiempo de hacerla perfecta, como él la prefería. Encontraba pequeños defectos a cada segundo. Y además, en un universo infinito, ¿cómo podía ser suficiente una sóla mujer?

    —No gracias —Pensó en una pequeña mentira —No tengo hambre después de ver a los movedizos desintegrarse.

    —Cuando trabajo duro, me.entra hambre —ella trazó una sonrisa—. Y después de una ordalía como esta, bueno, normalmente me gusta tener compañía, pero Stearn tendrá un millón de cosas que hacer y apuesto a que la capitana no le da un minuto de descanso. ¿Seguro que no tiene hambre? —mantuvo la sonrisa aunque no mostraba signos de vacilación.

    ¿Se estaba estresando? Aun sin la camiseta, en topless, no estaba siendo provocativa. Esta era la primera apertura genuínamente cálida que le había hecho desde que él había quedado como un idiota en la burbuja del observatorio.

    Algo crecía en el fondo de su cerebro, una emoción instintiva que aún no deseaba reconocer. Aquello crecía no por Devereaux. Podría salir pronto y prefería estar sólo cuando ocurriera.

    —No gracias —dijo él.

    Ella se encogió de hombros y salió por un extremo del anillo, él salió por el otro.

    Él tomó un desvío a través del Salón de Trofeos para obtener una medida objetiva de la seriedad del deterioro de las cosas. El pasillo estaba alineado a ambos lados por agujeros negros donde una vez habían estado cabezas de animales felices. La Karamoyo había succionado el aire del Salón tal y como debía hacer en caso de emergencia. Sólo el pez espada de la pared del fondo del Salón aún se meneaba en su sitio, pero cuando Henderson camimó hacia él, vio que la criatura estaba mermada y los meneos eran involuntarios; la Karamoyo se había llevado al grande también.

    Mientras caminaba hacia el biolaboratorio, se le ocurrió que quizá su vida había estado verdaderamente en peligro. ¿Era posible eso? Sí, tuvo que admitirlo, lo era. Esos rebotes habían ido lo bastante mal, pero Papá había dicho que funcionarían. ¿Y qué pasó antes, cuando había sido dañados? En vez de, simplemente, acercarse lo bastante para inducir la.oleada masiva de energía que había debilitado a la Karamoyo, uno de esos malditos dragones podía haberlos alcanzado a kilómetros por segundo. Era imposible que pudieran haber sobrevivido a eso.

    Él podía haber muerto.

    La cosa que crecía lo reconoció, su sentimiento de alivio se esfumó, pasó al interior de su laboratorio y dijo: —Música. Algo oscuro y destructivo.

    —¿Le importaría ser más específico? —preguntó Papá.

    Cristo. Tenía que reenseñar a Papá todas sus preferencias, pero no estaba de humor para hacerlo ahora. Algo de la violenta era anti muerte de Papá, pensó.

    —Una Noche en el Monte Pelado.

    Cuando sonaron las primeras notas, Henderson abrió su taquilla y sacó una botella de su mejor Merlot, cultivado cuidadosamente de uva a vino durante la primera parte del viaje. Descorchó la botella y la dejó respirar. Tuvo algo de miedo de que Papá oliera la riqueza orgánica y le ordenara añadirla a las reservas de biomasa.

    Por suerte, su bestiasiento se había salvado de la carnicería forjada sobre tantos sistemas biológicos no esenciales. Se hundió en la cálida y dócil piel, perfectamente programada a sus preferencias. Al reclinarse, cerró los ojos y dejó que las vibraciones de la bestia le relajaran. O lo intentaran.

    La música subió, los fantasmas salían de las tumbas para acechar a los vivos durante la larga y oscura noche, que sólo era menos oscura por los destellos de los relámpagos que arrojaba la montaña.

    Henderson tomó un caliz de diamante y sirvió el oscuro líquido lleno de misterio. El buen vino era mejor criado y fermentado con métodos tradicionales que con los sintetizados. Los caprichos aleatorios de los nutrientes y el cuidado de las uvas podían producir sutiles obras maestras. Seguramente, una secuencia genética humana aún valía la pena por el mismo motivo. Seguramente, la suya propia aún valía la pena y estaría sobre la Tierra dentro de medio milenio.

    Recostado en su bestiasiento, dejando que asomara alrededor de él, Henderson contempló con su vino y su música el terrarium vacío: su mundo de fantasía, secado en minutos por los automatismos para alimentar las reparaciones de los bancos cerebrales de Papá. Sobre las luces en la línea base del tanque, brillaban imágenes fantasmales en blanco y negro de diminutas habitaciones pobladas sólo por esqueletos. El hueso no se canibalizaba tan rápidamente.

    ¿Qué precauciones había tomado él para preservar la supervivencia de su secuencia? Depósitos de esperma, el archivo de su código, eso era todo, realmente. En su juventud había sido promíscuo como el que más. Pero entonces no había intentado impregnar a nadie y había tenido extrañamente pocos amantes sustanciales en los recientes años. Ninguna mujer había podido satisfacerle. Eso era bueno, ¿no?

    En los monitores vibraban imágenes de esqueletos que dormían solos en las camas aunque era una ilusión. Bajo las sábanas, se entralazarían con esqueletos aún más pequeños.

    ¿Y qué? ¿Importaba eso? No habían sido más que monitos que parecían personas. Aunque habían sido su gente y no había podido salvarles. ¿Podría hacerlo mejor para salvarse a sí mismo?

    Henderson drenó el cálido vino de un seco y tánico trago y se lanzó fuera del bestiasiento. Los monitores del tanque sobre su escritorio eran unos simples dispositivos de proyección, delgadas películas de vacío empaquetado bajo el cuarzo. Mejor calidad de imagen, había insistido él, que las nanotablets. Mejor para golpear también. La primera pantalla dió paso al segundo golpe del caliz de diamante.

    La música rerumbó cuando los trozos de cristal cayeron dentro de la moqueta sin canibalizar. Cientos de cristalitos con la misma forma y estructura de un cristal mayor atraparon la luces en sus facetas. Más se les unieron cuando Henderson aporreó a discreción, gruñendo, cuando aplastó todos los monitores. Los esquelititos se hicieron pedazos y desaparecieron.

    Un sonido direccional proyectado captó su oreja, deslizándose a través la música y el ruído del vidrio. —¿Puedo ayudarle?

    Henderson ignoró a Papá, funcionando con sus impulsos liberados, su propio sistema automático de reparación. ¡Kra-tuing! ¡Kra-tuing!

    El retorceso de cada golpe echaba a Henderson hacia atrás, permitiéndole ganar momento hacia adelante en cada nuevo golpe. Eventualmente, se quedó sin monitores y atacó el cuarzo del mismo tanque. Sus botas aplastaban los pedazos de cristal. Luego, más golpes. ¡Kra-tuing! ¡Kra-tuing!

    Tras varios minutos, se cansó y se apoyó en el tanque, acalorado. Luego, se deslizó despacio hasta una posición sentada, dejando un rastro de sudor tras él. Mantuvo el cáliz inmaculado ante él, meciéndolo hacia atrás y hacia adelante entre sus manos mientras observaba el delgado espectro reflejado de las luces. Un objeto, pero tantos modos de mirarlo.

    La propia vida a la que había mirado sólo de una forma en los años recientes, una férrea flecha solitaria hacia el futuro infinito que esperaba separar en un billón de direcciones y asegurar su inmortalidad.

    La música terminó.

    —¿Le gustaría otra selección? —preguntó Papá.

    Henderson ignoró la solícita voz.

    Eventualmente, se levantó y dejó el laboratorio, haciendo camino hacia la galería. Hizo una pausa en el umbral y vio a Devereaux sentada a la pulida mesárbol hundiendo una barrita de pescado en una salsa blanca.

    Stearn se sentaba con ella, sonriendo cuando ella llevó la goteante comida hasta su boca.

    Henderson giró sobre sus talones y regresó al biolaboratorio.

    —Juega a lo que quieras. No me importa a qué.

    Empezaron a sonar notas sintetizadas atonales sin patrón particular. Babeo generado por ordenadores del siglo veintitrés, carentes de todo calor y entendimiento humano. Solitarias y alienígenas. Henderson las dejó sonar.

    Eran perfectas.

    Cuando regresa Papá, el camarote de Fang está totalmente negro y silencioso como el espacio. Él conmuta su visión al infrarrojo y encuentra a Fang acurruada en su cama, aferrada a las sábanas. No está dormida. Durante un momento, la escucha respirar entre sollozos.

    —¿Capitana Fang?

    La temperatura oscila por su cara, primero caliente, luego frío.

    —¿No es hija?

    —Por supuesto, hija —dice cuestionándose esos deslices.

    Su confusión continúa siendo profunda, aún así, sabe que proteger a Fang es su primera prioridad después de salvaguardar la nave. Hora de hacerle justicia.

    —La nave está a salvo.

    —Ha sido culpa mía en primer lugar —dice ella.

    —Y mía también. A posteriori, podemos decir que hemos enfrentado una difícil situación con pequeña esperanza de éxito. Lo intentaremos otra vez, aprenderemos de nuestros... —no digas errores —... recientemente adquiridos conocimientos.

    —Eres horríblemente delicado —Fang se apoya sobre un codo, luego, gira las piernas fuera de la cama, aún aferrada a las sábanas con las manos extendidas como garras. La superficie de su cuerpo está fría en todos lados. Aún viste su uniforme.

    —¿Eres tú, Papá? ¿Dónde está el fuego en la barriga, la sangre y el trueno? Eres Papá Hemingway, recuerdas.

    Él recuerda. Partes.

    —Eres una hermosa mujer, Lena. ¿Por qué no te dejas crecer el pelo en una buena melena rubia que imite tu fiero espíritu?

    —Maldito seas, Papá —Su cara se enciende de calor, su propia nova enana. ¿Es esa una nueva idea? —No soy tú. Por mucho que lo intente, no tengo ese fiero espíritu sobre el que tú divagas tanto. Pero tampoco soy una muñeca.

    Él tamiza las memorias disponibles que tiene, las falsas y las reales. Todas parecen más como factoides que memorias.

    —Nada de muñeca. Tú boxeas y eso requiere determinación y corazón. La voluntad de recibir un puñetazo. Bueno, te han dado un puñetazo.

    —No soy una verdadera boxeadora. Me baso en la técnica. Soy prudente. Ha sido tan bueno que Fisher y yo rompiéramos cuando lo hicimos. Él estaba mejorando y no me hubiera gustado que ese bastardo me tumbara.

    —Oh, Lena, ves. ¡Ahí está tu fuego!

    —Mentira —dice ella en voz baja—. Soy una capitana inútil. La primera oportunidad de tomar una decisión de relevancia y resulta en un fracaso espectacular. Debería habérselo dejado a Fisher.

    —No, Lena, tú eres mi capitana. Siempre.

    —¿Qué pasa contigo? ¿Por qué no me llamas hija como siempre?

    —No lo sabemos —Él nunca le mentiría incluso si le estuviera permitido y tampoco huiría de ella—. Da miedo.

    Ella ríe a carcajadas por eso, pero la risa se funde rápido en sollozos.

    —Papá tiene miedo, yo tengo miedo y todo eso nos apesta por todos lados.

    Ella pronuncia las palabras y él sabe que son ciertas. Se le permite tener miedo. El miedo es una herramienta útil de autopreservación. El verdadero Papá Hemingway comprendía el miedo, pero sólo lo encontraba un anatema cuando debilitaba. Como lo que le ocurrió a Fang en el puente durante una fracción importante de segundo. Él debería estar furioso con ella, ¿no era cierto? ¿Estaba aislado de esa parte de sí mismo? Debería explicarle el problema...era algo más que miedo.

    —Los algoritmos que depuran la mente están separados de los datos, las memorias emocionales que definen mi pseudocarácter. Tenemos una perspectiva humana y una memoria a corto plazo y conocimiento sobre la operación primaria de la nave. Esos son bastante redundantes en mi malla neural. Nos falta las verdaderas memorias antiguas de nuestros momentos juntos, por ejemplo. Realmente, ya no te conocemos, igual que no nos conocemos, pero conocemos lo que no somos. Ya no somos un hombre completo. Deseamos que alguien, simplemente, nos pegue un tiro.

    —No lo dices en serio. Ese no es el Papá que recuerdo.

    —Exactamente.

    Es terrible el silencio que sigue. Él se consuela con la idea que sus propios problemas han substituído a los de ella y que ella puede apoyarse en eso para inspirarse de vuelta a la acción. Ella parecía efectiva cuando salvaban la nave hace sólo un momento pero, ¿por qué se había quedado en su camarote para revolcarse en su autocompasión?

    Él está a punto de preguntarlo cuando ella se levanta violentamente de la cama, choca fuerte contra un muro y rebota en la puerta.

    —Este es mi decanso entre turnos. No hay mucha gente en esta nave para hacerlo, pero haré todo lo que pueda. Incluso intentaré llevarme bien con Fisher. Gracias por el aviso, Papá.

    ¿A qué se refiere? Se está él poniendo peor? A él no le suena.

    Al menos no es otro maldito muro.

Capítulo 10

    Los ojos son la ventana del alma.

    Los ojos mienten si nunca has buscado en ellos el carácter de una persona.

    Fang se levantó de su bestiasiento para quedar de pie en un extremo de la sala de conferencias, iniciando la improvisada reunión del dragón.

    Se alisó las arrugas del uniforme y dijo: —El Dr. Fisher coincide con mi petición de preparar la agenda para esta reunión. Déjenme proceder con vigor. Tenemos mucho que discutir.

    Por turnos, Fang miró a cada miembro de la tripulación a los ojos, tratando de leer sus corazones, pero ese truco raramente le fucionaba. Sólo con Fisher leía algo. La rosa mirada fija que encontraba la suya era tan imperturbable y obsesiva como siempre, pero ella tuvo el coraje de pedir su cooperación con la agenda.

    —Actualmente, la Karamoyo está estable a 50 kilómetros sobre el disco y no está en peligro inmediato —empezó ella. La nave siempre venía primero—. Debemos decidir si nos retiramos ahora y abortamos la misión o procedemos hasta el final —Fang llevó rápidamente la mirada hacia Fisher y alzó un dedo para detenerlo antes de que pudiera interrumpir—. Mi actual valoración de la situación dicta que procedamos con precaución y utilicemos la nueva información a nuestra disposición. Permito que alguien aquí pueda tener alguna objección que ni Papá ni yo hayamos detectado.

    Fisher abrió la boca como si fuera a hablar, pero la cerró otra vez para pensar durante un momento. Bien.

    Devereaux se sentaba de piernas cruzadas en su bestiasiento y preguntó: —Bueno, ¿Cuál es nuestra situación exactamente?

    —Cuéntaselo, Papá —dijo Fang.

    Hora de mostrar algo de confianza en él. Hora de que se ganase algo de confianza o no querrían trabajar con el sistema.

    —Nos han dado duro, bastante seguro, pero sólo porque no sabíamos lo que nos esperaba. Han sido las corrientes inducidas acopladas a nuestro eje espinal y a través de mi red de sensores externos y, luego, sobre un número de sistemas no eseciales. La Karamoyo no fue diseñada para soportar tal evento electromagnético. Las funciones autónomas, como la atmósfera y otros soportes vitales, solo se conectan a través de enlaces en microondas y conectores con fusibles por razones de seguridad estándar. Eso es bueno, también. Al consumir nuestras reservas de biomasa, hemos regenerado hasta un ochenta por ciento de la capacidad y regeneraciones adicionales incrementarán eso hasta el noventa por ciento en las próximas cuatro horas. El daño más serio está en los generadores Higgs, que ahora sufren un problema de calibración: se han reiniciado sus parámetros. Las reparaciones de los movedizos restauraron un treinta por ciento de capacidad, pero necesitaremos más trabajo antes de que podamos salir de aquí con máximo impulso. La nanopiel, dado que es más mecánica que eléctrica y relativamente insensible a la interferencia de gran longitud de onda, continúa funcionando bien, nos mantiene fríos. En muchos aspectos estamos en perfecto estado y preparados para una segunda tentativa. Nos golpeó un puñetazo de suerte.

    Papá estaba empezando a sonar un poco más como Papá, pero aún caía mucho en el discurso de la plantilla básica. Aún así, es una mejora.

    Fang dijo: —Gracias, Papá. Ahora, ¿hay alguna pregunta pendiente sobre el estado o cualquier otro asunto a considerar? Me gustaría saber la opinión de todos.

    Henderson se aclaró la garganta, luego, frunció el ceño. Finalmente dijo: —Me gustaría enfatizar el agotamiento de nuestras reservas de biomasa. Hemos lastimado mucho carbono llano, totalmente inútil excepto para los nanovats. Requiere tiempo y energía regenerar sofisticados biocircuitos desde cero. No podemos volver a un estado de operación total si nos golpean de nuevo —Mantuvo la mirada baja durante su discurso, luego miró al techo para reiterar su última opinión—. No podemos aguantar otro golpe. No puedo enfatizar esto lo suficiente.

    —Pues enfatizado queda —dijo Fisher—. Bueno, suena a que no hay problema en continuar con la misión, de modo que deberíamos centrarnos en discutir las revisiones de estrategia.

    —No tan rápido, Dr. Fisher —dijo Fang—. Aunque ese pueda ser el caso, creo que todos deberían tener una oportunidad de tener la palabra. Como he dicho, estoy preparada para proceder. ¿Phil?

    Stearn, sentado a su derecha y con aspecto nervioso y responsable estos días, dijo: —Papá está completamente en lo cierto. Las cosas van bien y, francamente, esto es muy divertido y una clase diferente de diversión a la que he tenido en mucho tiempo. Yo sigo en el juego.

    Devereaux, junto a Stearn, retorcía una rasta alrededor de su dedo, enrollando y desenrollando: —Tengo mis reservas.. —dijo ella —...pero estoy enganchada. Debo entender como han surgido los dragones a la vida, cómo viven y lo que significarán para nosotros en el futuro. No puedo darle la espalda a este misterio ahora.

    Cuando quedó claro que Devereaux había dicho si parte, Fisher dijo: —Sí, procedemos —y giró sus ojos rosa hacia Henderson.

    El biotecnólogo se frotó su prominente barbilla con una gran mano: —Me gustaría oir las reservas de Devereaux, si puedo.

    Fisher suspiró, asintió y se giró de vuelta a Devereaux.

    Devereaux se reclinó ante la atención repentina, su compostura de Buda mostraba alguna grietas: —Sólo lo perfectamente obvio. Incluso con todos los datos que tenemos sobre el disco, no es sencillo predecir lo que hará con mucha antelación. Una llama magnética en erupción debajo de nosotros podría causar problemas en nuestro estado actual. Una nova enana, aunque incómoda, se predice fácilmente y podemos escapar incluso con nuestro tullido motor gusano. Los mismos dragones parecen más formidables de lo que habíamos supuesto, pero ahora tenemos más conocimiento y eso ayudará. Aún estoy preocupada, de forma irracional, de que alguien pueda aparecer y se enfade con nosotros por esta caza furtiva. Como he dicho, lo perfectamente obvio.

    Todos volvieron sus cabezas hacia Henderson, que había alzado su cabeza mientras Devereaux hablaba, pero que ahora miraba hacia abajo.

    —Bueno, supongo que suena a...a que... deberíamos continuar —dijo finalmente.

    —De acuerdo —dijo Fisher—. Entonces tengo un nuevo diseño de jaula para presentar —Se detuvo para pedirle a Papá que lo proyectara y dijo: —Si puedo, ¿capitana Fang?

    Fang asintió y continuaron discutiendo la nueva jaula, cómo atrapar y mantener a un dragón fuera del disco, cómo llevar a un dragón al interior de la Karamoyo y todos los asuntos prácticos que necesitaban idear para proseguir con la cacería.

    Mientras avanzaba la reunión, a Fang le preocupaba lo educado y cooperativo que parecía Fisher. Pero, ¿por qué no iba a serlo? Ahora estaban haciendo las cosas a su modo. Y aún así, le preocupaba, pero le daba a su preocupación poco mérito.

    Después de todo, ¿hasta dónde podía ella confiar realmente en su propio juicio?

    En la red de la mente de Fisher, el dragón ya estaba atrapado. Aún así, la red se agitaba en un par de esquinas sueltas. Cuando Fang clausuró pa reunión y ordenó a todo el mundo cuatros horas de descanso (¡de locos, más tiempo ocioso!) mientras Papá también se recuperaba, Fisher la esperó.

    Cuando sólo quedaron ellos dos en la sala de conferencias, Fang hizo una pausa antes de irse y levantó una interrogante ceja hacia él.

    —Mire, ¿podemos hablar? —preguntó él.

    —Por supuesto que podemos hablar —replicó ella—. ¿No acabamos de estar hablando?

    La red se agitó más fuerte con una inesperada brisa repentina.

    —Quiero decir a como solíamos hablar. Antes.

    —Oh. Antes —ella se quedó mirándole impasible durante largo tiempo—. No lo creo.

    Un huracán y la red se desgaró por las costuras. No era así como se suponía que saldría todo. Él debía tener algún tipo de reafirmación de que tenía el control, de que se haría a su modo cuando llegase la hora, de que Fang actuaría adecuadamente en el próximo momento clave.

    Fang se giró y se alejó caminando fuera de la habitación.

    Fisher la siguió, pero pisó un pez en el pasillo y casi pierde el equilibrio. Maldito pez. Fang estaba a unos buenos diez metros por delante, ya girando en la curvatura del anillo.

    —Lena —llamó él.

    Afortunadamente, ella se detuvo. Giró sobre sus talones con precisión mecánica y le esperó.

    —¿Sí? —dijo ella.

    —Sólo quería que supieras que estoy aquí para tí. Que yo.. —necesitaba soltar algo grande y pesado en la red antes de todo saliera volando—. He sido un completo idiota, interponiéndome en tu camino y quiero disculparme de todo corazón. Tienes mi apoyo y... mi amor. Si lo aceptas.

    Ya está, pensó él. Con eso serviría.

    Pero la cara de Fang no se ablandó. Las aristas de sus labios seguían firmes y peligrosas. Los pliegues alrededor de sus ojos grises enmascaraban el espejo distante de su alma.

    —Sam, ¿te has visto a tí mismo ultimamente? Te has transformado en algo más inhumano y remoto que lo que Stearn o su generación haya conseguido nunca. Ellos sólo tratan con el cuerpo. Pero estás tan confundido como lo está Papá ahora o tan confundido como es él cuando funciona bien. Aunque aún es más responsable que tú. No puedes actuar sencillamente como un capullo durante meses y luego cambiar por completo un día y decir que lo sientes y esperar que todo vaya bien de nuevo.

    Esto se probaba más complicado de lo que había planeado. Debería haber ejecutado algunas simulaciones y practicado, pero contaba con que la espontaneidad le añadiría la integridad emocional necesaria que la practica eliminaría.

    —Lo sé —dijo él—. Tienes razón. ¿Pero qué quieres que haga en este punto? Lo siento y desearía poder volver atrás y hacerlo bien.

    —Bien —dijo ella girándose y retomando su marcha.

    Él respiró profundamente y escuchó el aire silbar entre sus dientes. Caminó pesadamente, arrastrando los pies tras ella en la alta gravedad, esta tarea se estaba volviendo onerosa tanto física como psicológicamente.

    —¿Qué quieres de mí? Te lo daré. Sólo dilo.

    Dáselo todo, se repetía a sí mismo. Dáselo todo para conseguir la única cosa que importa. Todo por todo era un cambio justo, ¿verdad?

    Así pensaba cuando llegaron al camarote de Fang y su puerta se cerró en su cara.

    Demasiado, demasiada presión. La próxima vez hazte el simpático, se sensible. Saldrá bien, pensó, he esperado cientos de años... puedo esperar algunas horas.

    Se sentó afuera, frente a la puerta de Fang.

    Cuando la puerta se cerró, las mejillas de Fang se tensaron en una involuntaria sonrisa. Fisher ya no parecía un elemento salvaje. Con una tripulación unida, estaba segura de que podía enfrentarse a los dragones de nuevo y triunfar.

    —Luz nocturna —Fang caminó hasta su cama, se sentó en el borde y se quitó las botas.

    El alfombrado acolchado cosquilleó en sus pies calientes cuando estiró las piernas. El resto de su uniforme siguío a las botas y se puso una bata rosa satén que era agradable al tacto en la piel.

    Consideró abrir una botella de vino, pero, probablemente, Henderson no podría producir mucho más rapidamente y no quería beber sola. Fuera de sus puertas acristaladas, la luna brillaba sobre un plácido mar y una lenta brisa agitaba las cortinas. Salió a su balcón de madera sin la bebida.

    Una luna de amantes, pensó arrugando la frente: —¿Papá?

    —Sí, hija —respondió la voz ronca familiar.

    —¿Cómo estás? —preguntó ella.

    —Mejor —dijo él sonando cansado—. Aún así, no soy yo mismo.

    —Yo tampoco —dijo ella.

    —Necesitas un hombre —ofreció Papá.

    Fang negó con la cabeza, despacio, sonriendo. —Demonios, cómo lo necesito —dijo ella, pensando en Fisher.

    —Un verdadero hombre —inisitió Papá.

    Ya fría, la piel de gallina se erizó en sus brazos y piernas desnudos al viento.

    —Sube la temperatura algunos grados, ¿quieres?

    —Por supuesto —dijo Papá obediente.

    Al contemplar el mar virtual, suave hasta el infinito, decidió que tomaría vino después de todo.

    —¿Dónde está Fisher?

    —Fuera del camarote, sentado delante de tu puerta.

    Ella sonrió, negando con la cabeza. Demasiado bueno para ser cierto.

    Tras otros diez minutos, preguntó —¿Sigue ahí?

    —Sí, hija.

    Se lamió los labios: —Déjale entrar y dile que sirva dos vasos de algún tinto. Asegúrate que lo deja respirar durante algunos minutos, ¿de acuerdo?

    —Por supuesto.

    Fang se sentó en una tumbona de lona, subió las piernas en la alta gravedad y las descansó sin cruzarlas sobre la tumbona. Su bata se deslizó revelando sus muslos pero no se molestó en taparlos. Trató de no mirar, pero no pudo evitarlo cuando los centelleos verdes de Fisher vibraron dentro.

    Aparentemente, estaba haciendo lo que le habían solicitado.

    La luna brillaba exactamente donde ella quería y ella basked su fulgor mientras esperaba a Fisher.

    Se giró cuando oyó sus zapatillas arrastrarse por la madera del balcón. Estiró la mano y aceptó el vaso ofrecido. Volvió su atención a la blanca luna luminosa mientras recogía el complejo aroma del vino.

    Fisher se acomodó en la otra tumbona del balcón virtual que ella usaba a menudo para apoyar los pies.

    —Bonita noche —dijo él.

    —Mmm —replicó ella mientras terminaba de catar el vino alrededor de su boca.

    El líquido le calentó la garganta.

    —Buen vino —dijo él.

    Fang giró su torso para deslizar la bata por sus hombros. Echó la cabeza hacia adelante exponiendo su nuca y dijo: —Por favor, callate Sam y se útil. Me vendría muy bien un masaje en la espalda.

    Cuando oyó el cambio de peso en la silla y el clink de la base de cristal sobre la baja mesa de madera, todo sin palabras, un escalofrío recorrió su espina. Cuando sus fuertes dedos se hundieron firmemente en su entumecida carne, ella casi ronrronea. Debía de haberse descargado una rutina de masaje en su biochip porque nunca había sido tan bueno antes...

    El peligro de dejar a alguien entrar en su santuario interior carecía de control, pero Fisher era su fantasía esta noche, un autómata, una criatura doblada a su voluntad y a ella le encantó. Basta de palabras para él por ahora, basta de —el dragón esto —y —el dragón aquello —basta de interrumpirla, basta de expresión distante cuando ella le hablaba. ¿Por qué no podía haber sido de este modo antes?

    Pero entonces, admitió, probablemente no le hubiera encontrado atractivo.

    Tras una eternidad bajo sus atentos dedos, Fang se despertó.

    —No eres un bestiasiento, pero no se te da mal.

    Él no dijo nada.

    Adorable. No todo era él y sus dragones por una vez.

    Fang se levantó: —Vamos, hagámoslo bien —y caminó adentro.

    Desató su bata y dejó que el suave tejido se deslizara por su cuerpo, acariciándola todo el camino hasta abajo. Subió por los pies de la cama, se tumbó bocabajo y se abandonó a la relajación.

    —Espalda —murmuró.

    Fisher se sentó en la cama y se inclinó para trabajar en su espalda.

    Tras sólo ocho minutos de su reloj interno, se sacudió, la adrenalina tensó sus músculos, el sudor irrumpió por su piel. ¡Casi se había quedado dormida! No se fiaba tanto de Fisher, pero adoraba lo que sus dedos estaban haciendo...habían estado haciendo...antes de que se despertara de golpe. Estaba siendo tan bueno con ella, dándole lo que necesitaba sin parlotear sobre sus obsesiones. ¿Por qué no había sido así más a menudo cuando habían estado juntos? Nadie la había tratado tan bien desde hacía mucho tiempo.

    Un muy largo tiempo.

    Parpadeó sus ojos húmedos.

    —Sam —dijo ella.

    —¿Sí? —Sus dedos seguían lanzando sus hechizos.

    —Quiero explicar lo que sucedió en el puente, con los dragones.

    Ella empezó a apoyarse con los codos, pero el la mantuvo tumbada: —Eso no es necesario.

    —Pero lo es.

    Ella sucumbió a su presión y se acomodó para el masaje. Sería más sencillo decir las cosas que quería decir en esa posición, sin contacto ocular y por ello quedó agradecida.

    —Comes, duermes y respiras el dragón estelar como yo como, duermo y respiro la Karamoyo. Te debo una explicación.

    —Si sientes que debes. No es necesaria.

    Ella gruñó en negación: —Intenté contarte lo del leviatán la noche que, ya sabes, las cosas no salieron bien entre nosotros. Esto es importante para mí, importante para entender mis acciones y me escucharás esta vez, ¿comprendes?

    —Sí —y él no dijo nada más.

    Ahora que llegaba la hora de contárselo a otro ser humano, no sabía por dónde empezar. Algunas emociones, algunas experiencias, parecían demasiado grandes para las palabras. Todo lo que ella diría sería mentira mientras que la verdad fuera imposible de comunicar. Finalmente, se decidió.

    —No soy Papá —empezó—. Hago una buena imitación de él, boxear, cazar, ser una capitana fuerte del modo en que él lo sería si pudiera. Pero cuando boxeo, uso la maña en lugar de la fuerza. El nombre de la nave, que yo escogí, indica eso. No llamé a la nave la Gran Cazadora Blanca o la Amazona o nada tan descarado. Karamoyo Bell cazaba elefantes, las grandes bestias de su era, con un pequeño Mauser de 7mm cargado con balas de 175 gramos. Créeme, eso es pequeño para el elefante. Él daba muerte con un único disparo, un testimonio de su habilidad como tirador. Usaba el conocimiento y la maña cuando cazaba. Yo aspiro a tener su habilidad. Cuando cazo, tengo salvaguardas para prevenir el daño, así que, realmente no estoy probando nada. No se me ha puesto a prueba de amenaza de muerte, la única prueba que la naturaleza reconoce. Soy una criatura de nuestra era. Las máquinas, mecánicas o biológicas, hacen todas tareas difíciles por nosotros. Los Humanos son supérfluos en muchos aspectos, pero aún hacemos funcionar las cosas, elegimos la dirección de la civilización, como una oración de abuelo evolutiva. Nuestras creaciones sólo tienen los impulsos que les otorgamos.

    Los dedos de Fisher habían caído en un patrón necánico, así que ella asumió que estaba prestando atención a sus palabras. Raramente le había permitido un discurso tan largo sin interrumpirla, excepto cuando trabajaba y la filtraba fuera de sus pensamientos. Ella desvió esa idea, ¡mejor que estuviera escuchando!

    —He intentado ser el tipo de capitán que hace las cosas del modo en que se solían hacer. Esta misión es, en realidad, mi primera oportunidad de probar que puedo hacerlo. Pero no somos sino máquinas también, con programas tan antiguos como el Serengueti. Nos obsesiona nuestra capacidad de alterar nuestros cuerpos, nuestro hardware y eso muestra lo verdaderamente obsoleto que es nuestro pensamiento. La mente regirá el futuro mientras nos agarramos a nuestras orejas ala, cinturas de avispa y puños rápidos. Pero estoy divagando.

    —Cuando era niña, el universo me enseñó que era débil, que habían cosas más grandes en él que podían y querían comerme y que no pensaban en nada más que en lo sabrosa que sería. Desde entonces he intentado crecer, literalmente. Crecer en músculo, crecer en rango hasta que me volví tan grande que podía mover rebaños enteros de animales por el espacio interestelar. El disco de aquí alberga un pequeño porcentaje de la masa de la Luna de la Tierra, lo bastante para mí, un mar cinco mil veces más grande que el Pacífico. Multiplica eso por dos: el disco tiene dos lados. Eso me ha tenido pensando en el leviatán que devoró a mi abuelo mientras yo era testigo.

    Fang dejó de lamerse los labios, que se habían quedado secos.

    —Cuando esos dragones vinieron hacia nosotros con esos ojos impenetrables, fui la niña pequeña de nuevo. Por un momento no pude reaccionar: uno de ellos podría haberme visto y haberme comido. Luego, tuve que actuar o sería como la niña que una vez fui. Tenía que actuar. Mi comando se habría anulado si Papá hubiera visto un claro curso de accción obligado, pero conocíamos tan poco de los dragones entonces, aún no se mucho de ellos, así que tuve amplia libertad de acción. Pero fue un fracaso.

    Los dedos de Fisher continuaron deslizándose por sus músculo, trabajando en las nuevas tensiones que habían descendido mientras había hablado. Dios, ¿en verdad había hablado tanto sin que Fisher la interrumpiera? ¿Era eso realmente posible? ¿Podía haber ido tan bien todo este tiempo? ¿Se había ella equivocado al romper con él?

    Ahora quería desesperadamente que dijese algo. Había escuchado su justificación y era su propia carrera y su propia vida lo que sus acciones, o ausencia de ellas, como capitana amenazaban. ¡Di algo! pensó ella.

    Pero ella lo tenía todo bajo control ahora, ¿no? Ella podía hacerle hablar.

    —Dime lo que piensas sobre lo que acabo de contarte.

    Fisher respondió: —Comprendo y no te culpo por lo que pasó en el puente. Lo que importa es que nosotros, tú, harás lo correcto la próxima vez. Estoy aquí para ayudarte a hacer eso, en todas las formas que pueda. ¿entiendes eso?

    Ella quería creerle...¿o era su maravilloso masaje lo que la persuadía? Toma el rumbo político: —Me alegra contar con el apoyo de todos. Lo necesitaré.

    Se relajó ahora de veras, una vez dicha su parte sin ninguna mala escena. Esto era bueno, correcto y sencillo. Tras una eternidad, supo que debería hacer salir a Fisher del camarote.

    —Hora de dormir un poco —debería decir—. Vuelve a tu camarote, Sam.

    Pero no podía. Y no lo dijo.

    De modo que Fisher se quedó con ella, con sus dedos mágicos y lo que siguió fue incluso mejor que como había sido antes.

    Fisher dejó el camarote de Fang con sus ropas colgando de su hombro derecho, avanzando rápido con paso corto a pesar de las ges extra. Extendió las manos, las flexionó para librarse de los calambres de los prolongados masajes que le había dado a Fang. El flujo de aire enfriaba los lugares húmedos en la tela de araña entre sus dedos.

    En vez de dirigirse hacia su propio camarote, decidió que sería una buen idea ir a ver a Henderson. Las cosas habían cambiado y quería que eso fuese evidente.

    En vez de llamar al timbre, golpeó en la misma puerta. El fulgor de sus cálidas manos se reflejaba en la superficie pulida de la puerta, un fantasma de sí mismo.

    La puerta se abrió como un obturador tras un momento, liberando humedad, aire viciado que le hizo pensar a Fisher en un útero. En el interior, la luz era tenue y sonaba alguna clase de leve música clásica lúgubre. Cuando entró, la oscuridad y la música retrocedía ante él.

    Henderson se sentaba en un bestiasiento, girando despacio en medios círculos de un lado a otro. Acunaba una copa de vino vacía entre las piernas extendidas. Su pulcra chaqueta roja susurraba con sus círculos.

    —¿Qué puedo hacer por usted, Dr. Fisher? ¿Algo de ropa, por casualidad?

    El hipnótico movimiento serpentino de Henderson, cíclico, como electrones en el fondo de una botella magnética...no, necesitaba suprimir eso para siempre.

    —¿Ropas? Sí, es un modo de hablar.

    Henderson suspiró con movimiento exagerado.

    —Un sastre no soy. Al menos, esta tripulación no viste tan mal como otras que he visto. ¿Le he hablado alguna vez sobre el verano que trabajé en una tienda de calcetines en la playa de Venecia? Las últimas novedades iban y venían a todas horas y la joventud de hoy es una panda de verdaderos enfermos. Aunque estupenda experiencia para un trabajo de aterrizaje interestelar. Si puedes convertir a un fanático de tumbonas de playa en un cerebro oceánico de cráneo transparente con penes por remos por la mañana y de vuelta a su estúpido yo a tiempo para la cena, te confiarán la supervisión de la regeneración de los órganicos de cualquier nave.

    Fisher dejó sus ropas a su lado en el suelo. La moqueta se reunió y empezó a mover por el suelo el Duradenim mal situado. Eventualmente, una hora quizá, sus ropas acabarían de vuelta a su propia habitación, limpias y listas para usar.

    Fisher dijo: —Quiero carne humana.

    —¡Por supuesto que sí! —graznó Henderson con hinchados ojos inyectados en sangre pero muy abiertos. —Todos vosotros la queréis, tarde o temprano. Estamos condicionados por el cuerpo en el que crecemos, no necesarimente el mismo, sino el primario, Homo sapiens sapiens. Nuestras mentes rechazan todo lo demás. Aún teniendo la tecnología para engañar al cuerpo, nuestras mentes aún están vinculadas al cuerpo. Y lo estarán para siempre a menos que las cambiemos, lo cual nos cambiaría a nosotros mismos, matándonos. Así que, estamos eternamente vinculados. Hasta que morimos.

    —No —dijo Fisher—. No lo entiende. No quiero una recostrucción completa como antes. No lo quiero recuperar todo. Sólo quiero una piel para cubrirme, para parecerme a como era antes.

    Otro suspiro—. Puedo hacerlo. Pero vamos cortos de células madre y biomasa prescindible —Henderson miró hacia la oscura esquina del biolaboratorio, a algo que Fisher no podía reconocer, quizá equipo roto. Antes de que pudiera preguntar, Henderson dijo: —De acuerdo. Puedo hacerlo.

    —Excelente —dijo Fisher.

    En pocos mimutos, se sentó lentamente en un tanque de nutrientes burbujeantes que olía a madreselva. El cálido fluído le envolvía, hacíendole flotar hacia arriba y oscilar por la superficie. Un picor se extendió por su piel empezando por los dedos de los pies y tiró de él hacia abajo. Él exhaló, se deslizó bajo él e inhaló.

    En el ojo de su mente, Fisher observó a un dragón estelar desvanecerse bajo la fotoesfera del disco. Ella era gloriosa.

PARTE 3

Animales Acorralados

Capítulo 11

    Parte 3: Animales Acorralados —Capítulo 11

    Desconfía de toda empresa que requiera ropas nuevas

    Phil Stearn meneó sus codos de lado a lado, bajando centímetro a centímetro por el brazo retráctil de la lanzadera tan rápido como podía. Realmente, debería haberse rediseñado para esto, pensó. Tencáculos largos y delgados. Sí, eso estaría mucho mejor. Más divertido que rediseñar las lanzaderas al menos. Hmm y también podría encontrar una utilidad interesante para ellos con Sylvia.

    Al llegar a su objetivo, Stearn deslizó su herramienta espacial suiza por la funda de la bobina superconductora, sonriendo por las rasgadas notas que emitía y reverberaba dentro de los confines del brazo. Un suave tacto elevaba un tono puro, como el dedo húmedo sobre el borde de una copa de vino. La siguiente bobina exterior era menor en circunferencia y despedía una nota más alta cuando la tocaba. Comprobó el programa de análisis sónico junto a su máquina de punta de dedo. Las orejas de Papá no oían tan bien aquí. Si esto salía bien, ejecutaría después algunas pruebas a baja corriente. La punta del dedo centelleó en verde.

    —¿Están las bobinas dentro de las especificaciones? —preguntó Fisher con su insistente voz, agradablemente lejana y alterada por el tubo.

    Stearn se estiró para golpear una bobina aún más pequeña, la última del brazo. Da-ding. Da-ding. Podía hacer dings y las notas raspadas. Tenía que conseguir la ayuda de Papá para componer una sonata suoerconductora o una melodía pop de alguna clase. Un blues de campo B, quizá. Da-ding.

    —¿Estás trabajando ahí dentro o sólo jugando? —preguntó Fisher.

    Aguafiestas. Stearn suspiró, apagó la luz de su herramienta y meneó los hombros para salir del tubo. Aún cuando se había adaptado a la alta gravedad, todavía sentía un dolor especial en esta situación.

    Los brazos de las lanzaderas de motor ramscoop no se habían diseñado para este nuevo uso, generar los intensos y controlados campos magnéticos para embotellar dragones estelares y la disposición necesaria de las bobinas no era todo lo óptima para el acceso humano. No había tiempo ni confianza para entrenar micromáquinas que hicieran esta tarea. Papá decía que él lo hacía bien pero, ¿quién lo sabía seguro? Mucho tenía que hacerse a mano o, al menos, comprobarse a mano. Ese era el trabajo del Comodín, y se lo tomaba tan en serio como se lo tomaba todo. Y esto era muy serio, más serio de lo que sus compañeros de tripulación le daban crédito. Pero él no se resentía por ello. Eso era problema de ellos, no suyo. Él estaba cómodo con sus habilidades.

    Stearn salió del tubo y se dejó caer un rápido metro hasta la cubierta, dejando el rastro de una línea monitorada, una araña bajo la tela. Los brazos del recogedor, extendidos como estaban para el acceso, de verdad parecían el marco inacabado de una tela de araña. Oportuno.

    Fisher, el verdadero constructor de la tela de araña, paseaba en las cercanías.

    Stearn, técnicamente, era la araña que construía la tela, pues había hecho la mayoría del verdadero arrastre y comprobación y reparado, pero era creación de Fisher. Fisher había diseñado la red magnética para atrapar a un dragón junto a las especificaciones para el vuelo de la lanzadera. El Comodín dijo: —Están dentro de las especificaciones. Si tus diseños son correctos, esto funcionará.

    Fisher respiró y se rascó el lateral de la nariz: —Los diseños están bien. Lo que me preocupa es lo que los dragones no nos han mostrado todavía. Los campos que formarán esas lanzaderas enjaularán al dragón de mi modelo actual. Si he entendido bien su dinamo de generación de campo y si su combustible nuclear está lo bastante agotado... y si no nos dan otra sorpresa, esta segunda vez funcionará. Aún así, podemos tener que movernos cerca, fingir una colisión con las lanzaderas, para cerrar firmemente la jaula.

    —De acuerdo, fingir —replicó Stearn.

    Fisher llevaba piel humana otra vez, su rosa pálido tradicional. Una lástima, pensó Stearn: el fulgor verde estaba bastante de moda y tenía bastantes esperanzas de que Fisher se deshaciera de la nueva piel cuando cambiara de nuevo a la anterior. Pero Fisher había retomado su antigua apariencia, con el moreno pelo corto rizado, cuerpo pálido y el resto de estricto Homo sapiens. Bueno, casi. Cuando captaba a Fisher con la luz adecuada, la piel parecía hinchada, menos parecida a piel real y más a un traje usado para el vacío. Y una vez que habían empezado su trabajo en la bodega de la lanzadera, Stearn había espiado un brillo verdoso en la esquina del ojo de Fisher cuando se lo había frotado.

    Cuando caminaban hacia el último brazo, Stearn decidió satisfacer su curiosidad. Sabía que algo había precipitado el cambio de Fisher y ya había comprobado dónde había pasado cada uno su tiempo libre.

    —Tienes suerte de tener algo.

    —Aún no tengo el dragón —dijo Fisher—. Y la suerte tendrá poco que ver con ello.

    Hmm. Su mente seguro que no estaba con la capitana. Aún así, Stearn se sentiría mejor si conociera como se distribuían ahora las fuerzas sociales a bordo. Igual que los campos magnéticos podrían sujetar a un dragón, las fuerzas sociales podrían mentener unida a la tripulación. ¿Voy directo o doy un rodeo, qué aproximación? En el pasado siempre había sido directo, pero su tiempo con Devereaux le había llevado a apreciar estrategias más sutiles. Esa era la única manera de vencerla en los juegos de tablero, cosa que lograba una vez de muchas. Sabía que tenía que mantenerla interesada.

    Le preguntó: —Ahora que los has visto, ¿algunas ideas más sobre el origen del dragón? Quiero decir, ¿son máquinas construídas por alguien o procrean, nacen, mean y cagan y todas esas cosas que hace la vida?

    Fisher se mofó. —La technología confunde la distinción entre lo vivo y la máquina. Prefiero pensar en ello como un problema de si es artificial o natural. Hay varios puntos a favor de un origen artificial. Primero: aún no vemos evidencia de un ecosistema.

    —No todos los aparatos sensoriales de Papá están funcionando de nuevo.

    —De acuerdo, pero no creo que vayamos a ver un ecosistema incluso aunque funcionen todos. El segundo argumento es que SS Cygni no tenía un disco de acreción muy largo, astronómicamente hablando. El disco actual ni siquiera es tan antiguo. Estas estrellas acumulan energía, alcanzan tempetaturas críticas, se convierten en novas cada pocos centenares de miles de años y esto destruye el disco. Es imposible que algo como esto evolucione en esa clase de escala temporal. Al menos, no dentro del disco.

    —¿Estás seguro? Hay suficiente energía para impulsar las cosas a un ritmo perverso.

    —Improbable. ¿Ves, cómo se inicia entonces? No tengo ni idea del tipo de materia que constituye a los dragones, pero o no es convencional o no es una substancia que ocurre naturalmente, una aleación nano sostenida, por ejemplo, o incluso no bariónica. Las implicaciones de cualquiera de ellas es significativa. Probablemente, por eso el cerebro de Biotorno organizó esta misión, realmente. Nuestra habilidad para manipular el espacio-tiempo nos proporciona energía barata para los proyectos de ingería masiva. La Tierra no necesita realmente dragones alimentados por fusión para la construcción espacial.

    Esa era una noción interesante, pero Fisher estaba bastante revolucionado era hora de empujarle de vuelta a la órbita oblícua que Stearn tenía en mente. Devereaux le había recordado que algunos de los mejores juegos eran sociales.

    —Entonces, ¿para qué se necesitan dragones?

    Fisher empezó a hablar, se estancó y pestañeó. Levantó un largo dedo hasta la sién. Se palmeó la cabeza y empezó a sonreir.

    —Porque alimenta esto —dijo él—. Sin esto, no soy nada salvo un animal, que come y respira y defeca, igual que el relojero ciego de la evolución juntaba piezas durante billones de años. Pero mediante mi curiosidad, puedo trascender mis propios orígenes, puedo llegar a ser algo más. Si no ahora, algún día. Las cosas que descubro me cambian en algo más.

    Stearn dió una carcajada. Trató de contenerla, pero no podía evitarlo.

    —¿Qué? ¿Qué pasa? —el dedo de Fisher bajó por su frente y su sonrisa vaciló. Regresó de pronto con una carcajada contagiosa cuando preguntó de nuevo —¿Qué?

    Stearn rió más fuerte. Este Fisher era tan serio, tan ciego... ciego de sí mismo. Fisher...Fisher estaba tan...¡lleno de ello!

    Fisher se encogió de hombros y se giró hacia otro brazo de la lanzadera.

    —No, espera. Lo siento —dijo Stearn, respirando profundamente—. Te lo diré.

    Fisher giró para mirarle, un fulgor verde escapaba de su ojo izquierdo. —Sí, ¿qué pasa?

    —Te echas mierda encima porque eres igual que yo.

    La cabeza de Fisher se inclinó hacia atrás, recordándole a Stearn a las sorprendidas serpientes que había visto una vez en una fiesta cuando una chica bailarina Medusa había levantado de repente los brazos.

    —Yo no soy en nada igual que tú. ¿A qué te refieres?

    —Siempres estás mirándome desde arriba porque juego mucho. Pues claro que juego. Me divierto más porque sé exactamente quién soy y de qué voy y mi búsqueda es la de la diversión. Tú eres igual, pero ocultas tus motivos con lenguaje transcendente. Pero es simple. Necesitas dragones porque necesitas juguetes con los que jugar.

    La sonrisa de Fisher decayó de golpe: —¡Eso no es así en absoluto! Es mucho más. Es de importancia fundamental para nuestro entendimiento de nuestro lugar en el universo.

    —Te daré, al menos, grandes probabilidades de que sea eso, pero esa no es tu verdadera motivación. Si los dragones fueran un capricho de la naturaleza, condenados a la destrucción en un parpadeo del ojo cosmológico y de ninguna relevancia para la raza humana o cualquier otra biología basada en el carbono, pasarías de largo, ¿verdad?

    Fisher apartó la mirada que mantenía sobre Stearn para pasear por el brazo de la lanzadera, dándole el aspecto de un ocupado hacedor de redes.

    —Es imposible que los dragones existan por azar, no puedo creerlo. Hay una miríada de razones —los dedos de Fisher volaban en el aire como tirados por cuerdas—. Puedo contar dieciseis sin pensar mucho. ¿He que mentarlas?

    Stearn entornó los ojos, pero aún contaba sólo diez dedos en las manos extendidas de Fisher. Decepcionado, dijo: —No hace falta. Déjame hacerte otra pregunta. Has vuelto con la capitana otra vez, deduzco. Dime, ¿por qué la necesitas?

    —¿Lena? —el curso de la construcción de la tela de Fisher se detuvo y sus dedos cayeron para rascarse la mejilla. Sus ojos danzaban por los radios de los brazos de la lanzadera.

    —¿Otra miríada de razones —preguntó Stearn.

    Fisher asintió: —Sí, por supuesto que las hay —alzó sus manos—. Puedo contarlas también. ¿He que mentarlas?

    —Sí —dijo Stearn—. Esas puedes contarlas.

    —Como quieras. Lo haré —Fisher movía un dedo extendido como un director guiando la orquesta—. Ella hace que me ejercite. Me desafía a ser lo mejor de mí. Sabe como gobernar esta nave. Tiene las mismas metas en esta misión que yo, aunque no lo parezca a simple vista. Ella... mira, esto es de idiotas. ¿No es suficiente? Tenemos trabajo que hacer.

    —Vale, es suficiente. Pero déjame decirte unas cuantas razones de por qué amo a Sylvia: el sonidito que hace al dormir justo antes de darse la vuelta, las miradas que me envía cuando está en mitad de otras cosas que me hacen saber que estoy en sus pensamientos, el modo en que me deja ser yo mismo sin intentar cambiarme, el olor de su pelo, el calor que me sube por las mejillas cuando está en la misma habitación que yo, la forma en que arruja la frente cuando se pierde en algo y el hecho de que, a veces, ese algo sea yo.

    Fisher se le quedó mirando sin pestañear y apretó su mandíbula antes de hablar.

    —Tales cosas no sirven para una relación duradera. Sólo interfieren con nuestro trabajo aquí. Yo no tendré eso. Sugiero que pongas algo de distancia, Comodín, o nos sabotearéis a todos.

    De acuerdo. Stearn estaba mucho más asustado de que la relación yo-yo de Fisher con la capitana saboteara las cosas que de sus propias tareas manuales.

    —Haré bien mi trabajo, Dr. Fisher. Trabajo tan duro como juego. Pero quiero que piense en algo, un pequeño consejo de un jugador experto. Un farol caerá siempre a menos que esté uno dispuesto a llevarlo hasta el final. ¿Lo está usted?

    —Estoy dispuesto a hacerlo todo —dijo Fisher tranquilamente como respuesta. Hizo una pausa por un momento, como si lo considerara, luego asintió para sí abruptamente—. Sí, todo. Ahora, volvamos al trabajo.

    Henderson estaba en su biolaboratorio ante el núcleo mecánico del tanque consola. Todos los biológicos de la habitación estaban en uso e inspeccionó su diseño una última vez. Dijo: —Ejecutar —y se preparó para caminar sobre el tanque vacío diamante.

    —Anulación de Seguridad Iniciada: insuficiente biomasa discrecional disponible. Programa terminado —dijo el ordenador en una voz neutral sin género.

    Henderson había desactivado la personalidad de Papá en su consola.

    —¡Pero la necesito!

    —Anulación intacta —repitió el ordenador.

    ¿No podía la confusa lógica de esta máquina hacerse a la idea de que este laboratorio era una brillante burbujita que flotaba sobre el mismo arbusto ardiente de Dios? Cualquier brecha en cualquier sistema podía matar instantáneamente. Había practicado con sus redundancias. Tenía que tener un cuerpo más duradero. La evolución, a la que Henderson robaba liberalmente, a menudo hacía un cuerpo capaz de atraer compañeras bastante vulnerables. Un brillante pavo real que aún podía evitar depredadores para estar en la cima de la pirámide.

    Pero él ya no estaba empleando esa estrategia. Era hora de retorcer las apariencias e invertir duro en armadura. Mucha armadura.

    Maldito Fisher por quitarle las pequeñas reservas que tenían disponibles. Además, el exobiólogo las había malgastado sólo en alteraciones cosméticas.

    Henderson se acarició la barbilla. ¿De donde podía él liberar más biomasa? No necesitaba mucha. Ciertamente, podía canibalizar orgánicos no esenciales como las sillas, aseos, ropas y similares. Incluso podía hacerlo sin biológicos mientras tuviera los medios de dar forma a un exoesqueleto. Había mucho material de construcción a bordo, sólo necesitaba cogerlo él mismo.

    Empezó a caminar hacia la puerta, pero la voz de la capitana Fang le detuvo.

    —Sr. Henderson —dijo ella—. Por favor, reúnase conmigo en el puente. Mi sillón de combate necesita ajustes, pero Papá no puede encontrar qué es lo que funciona mal.

    Primero Fisher, ahora Fang. No le gustaba esta jerarquía, pero así estarían las cosas durante otro medio milenio. Esclavo, arregla mi piel, esclavo, arregla mi sillón. Algún día sería el señor de todos a su alrededor.

    Caminando hacia el puente, Henderson escaneó las costillas de diamante del pasillo, contó los peces que recorrían las superficies óoseas. Se imaginó a sí mismo como un glóbulo blanco dentro de una vena gigante de glóbulos rojos, los peces. ¿Cuántos peces por capa dérmica podían bloquear un radio por hora? Luego, de nuevo, quizá el blindaje pasivo era un modo peligroso de andar con todas las partículas de alta energía del entorno. Decaerían en la piel y pasarían a un torrente de partículas secundarias incluso potencialmente más letales. El rediseño del cuerpo de Fisher sugería un modo de construir un blindaje activo para un cuerpo, pero con el que no sería agradable vivir. Quizá debería ir en dirección contraria, construir redundancia máxima dentro de un cuerpo pequeño con una mínina sección transversal. Realmente dependía de cúales fueran las amenazas. ¿Debería diseñarlo contra la radiación, la temperatura o el vacío?

    La válvula, el portal sobre el puente se abrió para revelar a Fang paseando inestablemente sobre la cubierta, dos dedos proporcionaban un tercer punto de apoyo cinético, mientras ella entornaba los ojos hacia su gordo sillón acolchado. El sillón era un monstruo y fácilmente podía aprovisionar a Henderson con toda la biomasa que necesitaba. Quizá podía convencer a Fang de deshacerse de él si estaba enfermo...

    Fang giró el cráneo cubierto de piel hacia él y movía su mandíbula. Estaba haciendo palabras, diciendo algo. Era: —No se quede ahí parado. Eche una mano.

    Henderson contrajo y relajó el grupo de músculos de sus piernas, moviendo los huesos de las piernas en pasos. Vida frágil en una cáscara de huevo frágil, oscilando encima de una llama abierta. Una rana en un tarro de agua hirviendo. En vez de concentrarse en este cometido o en desarrollar un cuerpo más seguro, encontraría un medio de saltar fuera del tarro, de obligarles a abandonar. ¿Quizá podía diseñar una crisis leve que pudiera hacerles consumir sus recursos restantes y no dejarles otra opción que abandonar?

    ¿Por qué no se había dado cuenta del peligro mortal que planteaba esta misión? Más importante, ¿Por qué no había actuado aún ante tal descubrimiento?

    Su mandíbula se movía. Sus tímpanos empujaban los huesos de sus oídos que generaban señales eléctricas que su cerebro podía interpretar.

    Había dicho: —¿Cuál es la naturaleza del problema?

    Lo que era seguro decir, jerárquicamente. Evita la reprimenda inmediata, pero permanece ante el riesgo de la muerte postrera cuando los dragones acechen abriendo sus caparazones.

    —El sillón de combate me masajea normalmente la parte baja de la espalda bastante bien, pero ahora sólo consigue irritarme —dijo Fang.

    La actividad eléctrica en el cerebro de Henderson abrió un flujo de información originada en su biochip integrado. En el ojo de su mente se reveló la anatomía del mismo sillón en detalladas secciones transversales interminables. Él empujó con su mano la parte inferior del brazo del sillón y conectó su dedo en el puerto de diágnostico localizado en la axila izquierda. Más datos danzaron dentro de su cabeza a través del conducto que recorría su brazo.

    Por favor, ponte enfermo, pensó Henderson.

    Su mandíbula se movió, sus pulmones exhalaron, sus cuerdas vocales se tensaron y dijo: —El sillón parece sano.

    —¿Lo ves, hija? —dijo Papá—. ¿Qué te dije yo?

    La capitana ajustó sus músculos faciales en un diseño que Henderson leyó como de perplejidad. ella dijo: —Algo no funciona bien. Me duele la espalda.

    Henderson desconectó su dedo y se inclinó cerca para aumentar su capacidad de ver finos detalles sobre la superficie del sillón. La piel era cálida y mullida cuando la tocaba y no había decoloración.

    —Su bestiasiento está sano.

    —¿Ves? —dijo Papá—. Nuestros propios diagnósticos funcionan bien otra vez.

    Fang hizo vibrar los labios, generando un zumbido, una indicación de atención.

    Henderson negó con la cabeza, pero se detuvo cuando pensó en su cerebro desprendiéndose dentro de su cráneo. Necesitaba algún tipo de droga para liberarse de la mórbida perspectiva biomecánica que había desarrollado.

    —Quizá el problema no está en su bestiasiento, sino en usted.

    —¿En mí? —Un fuerte filo vivió en la última sílaba, una sospecha de que él creía que ella era falible.

    Todos somos máquinas y podemos estropearnos, pensó él.

    —Somos humanos y a veces sufrimos lesiones —dijo él.

    —No tengo tiempo para un examen y no voy a dejar que me ponga ese dedo suyo encima, ¿entendido?

    —Perfectamente —dijo él—. Sólo estaba sugiriendo que se levantara el uniforme y me dejara inspeccionar su espalda.

    —¿No tardará mucho?

    —Por supuesto que no.

    —Como quiera —dijo Fang.

    La capitana se dió la vuelta y alzó los brazos. Henderson observó los codos moverse de lado a lado, trantando de entender los movimientos que animaban aquellas manos para desabrocharse el uniforme; entender el tirón del músculo sobre los tendones sobre las palancas de los huesos, danzando como las agujas progamadas de una máquina de tatuajes que había visto en un drama histórico.

    Finalmente, deslizó las manos a ambos lados del cuerpo y agarró su camisa para sacarla de los pantalones.

    —Déjeme hacer eso a mí —dijo él—. Podría lastimarse un músculo y sería peor.

    —Estoy bien —dijo ella con voz distante que retumbó en las paredes del puente.

    Sus manos se levantaron y, al mismo tiempo, subieron la tela blanca en bucles revelando una extensión de piel pálida.

    Pero no completamente blanca. Había zonas verdeazuladas, seis, tres a cada lado. Unos dedos parecían haber roto los capilares subcutáneos, la hemorragia se manifestaba como hematomas. A una escala más fina, había pequeñas marcas incisivas. ¿Picaduras de insecto? Imposible. Algo más dirigido, ciertamente, justo donde estaban los hematomas.

    —Bueno, ¿ve algo? —preguntó Fang.

    Demasiado, demasiado, pensó Henderson. Pensó en decir que todo parecía normal, pero Papá lo había notado y le contradiría si no decía nada. Temía que todo lo que tenía que decir elevara la tensión a bordo y colocara su vida en un mayor riesgo. Aún así, los echos no podían meterle en problemas, ¿o podían?

    —Usted tiene.. —traduce, pensó—...moretones —dijo Henderson, al fín.

    —¿Moretones?

    Para su sorpresa e inmenso alivio, Fang sonreía. Había algo más en esa sonrisa de lo que normalmente mostraba el frío profesionalismo de Fang, aunque en un parpadeo, había desaparecido.

    —Bueno, eso lo explica todo, ¿verdad —dijo ella.

    —Su sistema los despejará en algunas horas, pero hay algo más...

    —Gracias, Sr. Henderson. Eso es todo.

    Henderson decidió no presionar. La capitana no parecía querer sus distracciones y, en verdad, él tampoco quería distraerla.

    Necesitaba hacer algo, algo distinto a rumiar constantemente sobre todo pedazo de mecánica del cuerpo humano y el modo en que ellos, como máquinas, podían fallar. Las drogas eran el modo equivocado de hacerlo. Necesitaba acción positiva.

    Entonces, se le ocurrió.

    Camino de vuelta a su laboratorio, se quitó su chaqueta de escamas y ató las mangas a modo de bolsa. Cuando se encontraba con un pez rondando la cubierta, lo atrapaba y lo metía dentro.

    ¿Biomasa Discrecional Insuficiente?, mentira, pensó. Un poco de polvo nunca ha matado a nadie, ni siquiera en una nave espacial.

    Rizos de fuego ascendían y tintilaban, caían y se disipaban en una vasta danza más real y poderosa que la de cualquier mar que Fang hubiera navegado antes. Los arremolinados vórtices del disco mezclados con las oscilantes olas de los lejanos bordes interior y exterior constituían una superficie irregular en el cuenco de este mar. Aparecían diseños de rayos espirales que persistían y desaparecían de nuevo en menos de una hora. Pilares de plasma se retorcían en el cielo remontando los campos magnéticos, manando de los `puntos del disco' antes de caer de vuelta al maelstrom en algún otro punto distante.

    A través de todo aquello, planeaba la Karamoyo como la pulga en el peludo trasero de un perro.

    —¿A dónde se han ido todos? —dijo Fang a nadie en particular aunque todos salvo Henderson estaban en el puente observando el panorama proyectado a su alrededor.

    —Me temía esto —dijo Fisher—. Pueden impulsarse más hondo donde no podemos seguirlos. Sin un modo sencillo de sacarlos de nuevo, debemos confiar en que salgan a la superficie.

    —Tienen que salir, ¿verdad? —preguntó Stearn—. Ni siquiera yo puedo permanecer en un bañera caliente durante tanto tiempo.

    —Quizá pudieramos usar nuestros propios láseres para elevar la temperatura localmente —sugirió Devereaux—. Debe de haber algún nivel que no puedan soportar. O podemos entrar en las regiones interiores del disco, donde decae la densidad y opacidad pero aumenta la temperatura.

    —Creo que tenemos que bajar justo hasta la superficie, escrutar un área de cerca y luego expandir la búsqueda poco a poco —dijo Fisher.

    —¡El área es demasiado inmensa! —descartó Devereaux—. Y perderemos la poca ablación que podemos permitirnos de golpe. Este no es el sistema ideal para hacer prospección de materias primas.

    Siguió una discusión sobre la termodinámica del dragón, el refrigerador láser y las opacidades del disco y Fang no se molestó en prestar atención a los detalles técnicos. En su lugar, observaba sin pestañear las lenguas de fuego mientras irrumpían revelando las vacías estructuras más abajo. La personalidad de Papá, aunque basada en una identidad humana, procesaba la mayoría de las tareas usando algoritmos de fuerza bruta similares a los que ejecutaban las rutinas autónomas subyacentes. Con suficiente velocidad no hacía falta ser listo. Aunque sus algoritmos de reconocimiento de imagen eran excelentes con entornos bien conocidos como la nave y las caras de su tripulación, Papá buscaba señales del dragón poco a poco entre el feroz caldero. Un buen ojo humano a veces podía hacerlo mejor en un entorno desconocido, una de las justificaciones de su presencia a bordo. Fang intentaba sacar provecho de esa pequeña ventaja para dejar su marca en esta misión. O, al menos, borrar la mancha negativa que ya había dejado.

    No creía que era momento de duda. Ella no dudaría.

    La conversación fluía alrededor suyo como las olas. Ella era una roca. Cuando transcurrieron unas horas, esnifó de una ampolla de Alerta y ordenó a sus ojos continuar la danza. No se permitió pensar en lo que harían si los dragones no necesitaban salir a la superficie. El disco eran tan inmenso que ella mantenía su optimismo. Este lugar no era homogéneo, tenía variaciones elementales en abundantes discontinuidades y en la viscosidad del campo magnético. Todo tipo de cosas que podrían constituir ‘buena’ comida y ‘mala’ comida para un dragón. O el clima. O algo diferente, completamente alienígena para ella.

    —¿Dónde se han ido todos? —murmuraba ella tan ocasionalmente que ni siquiera Papá respondía.

    Stearn y Devereaux se marcharon durante una hora, luego regresaron y ella tenía el pelo húmedo como si se hubiera duchado. El pelo de Stearn estaba cubierto con una gorra de béisbol de los Havana Marlins girada hacia un lado. Después de otra hora, se marcharon otra vez. Fisher se quedó con ella todo el tiempo, diciendo poco y trabajando en una consola junto al bestiasofá. Eso la hacía sentirse bien, sentía que él confiaba en su poder de percepción y que quería estar cerca.

    Cuando era niña tenía córneas polarizadas que le permitían observar el sol de Tau Ceti. Los reflejos en el agua danzarina del Archipiélago Pouting donde había crecido. En varias ocasiones las contemplaba durante horas, la chisporroteante luz más viva eléctricamente que el reflejo. Debajo habían aguas poco profundas y un tenue fondo que apoyaba la electricidad. Observaba hasta que los diseños le parecían inteligentes, hasta que su mente alcanzaba un estado en el que imaginaba cómo rensamblar los movimientos del agua en las turbulencias que los causaban, desde el tirón gravitatorio de las lunas y el sol hasta el alegre salpicar de un recién nacido llevado por su madre. Desde la exclusiva laguna naciente hasta las ponderadas ondulaciones de una manada de leviatanes moradores de grietas. Todas la información descansaba allí en la superposición de las danzantes olas, imposible de recuperar en un tiempo de Hubble computacional, imposible de recuperar dado el caos que vivía en tales sistemas. Pero la niña Lena observaba hasta que su mente modelaba la electricidad en formas, cosas, escenas, que revelaban algo que ella creía ser lo Verdadero. Probablemente, nada de ello había parecido real, pero a ella se le antojaba que aquello la había entrenado a ensamblar patrones mucho mejor que una persona media y los tests perceptivos que la habían colocado en el sillón de capitana. Ella creía que se había ganado las cosas que había visto, fueran ciertas o no.

    Una vez, en esas olas había visto la silenciosa lucha de un pájaro mono atrapado en las correosas fauces de una hierba vampiro. El ave oscilaba arriba y abajo en la superficie, sorprendido cuando el alga enredó sus talones y empezó a hundirlo tirando hacia abajo antes de consumirlo. Justo cuando el pájaro no pudo respirar, Fang no pudo respirar, ni parpadear y permaneció junto al pájaro todo el largo minuto hasta el final, jadeando de alivio cuando la escena llegó a su inevitable conclusión y los tentáculos de la planta pez se deslizaban por su garganta abajo para invadir la carne por los blandos tejidos de los alveolos. Fue su imaginación, estuvo segura años después, pero aún podía recordar esas últimas burbujas que habían emergido de la boca abierta del pájaro mono. En otra ocasión, había visto la amable cara de un hombre con barba cuyos ojos rutilaban como estrellas. Era un vivo rostro sabio que guardaba todos los secretos del mundo hasta que, de pronto, le guiñó un ojo y desapareció entre un millón de rayos de luz. Nada quedó sino las crestas de las olas. Un instante intemporal de superposición, allí, desparecido en un destello. Recordó haber pensado: Así que, eso era Dios. Él parecía contento de estar muerto...

    Solo unas pocas religiones habían sobrevivido a la revolución biológica de los siglos veintidos y vientitres. El judaísmo crecía como siempre y muchos budistas vieron poca diferencia tras la era genética. El extendido cristianismo y las fés basadas en el islam tuvieron mucho que perder, su amenaza del infierno se había esfumado y su promesa del cielo quedó indeterminada: lucharon como diablos. Primero vinieron las batallas sobre el cambio del genoma humano, el asunto de la —imagen a semejanza de Dios...al final, el hombre había resultado ser mejor diseñador que Dios. Los líderes religiosos dejaban claras sus posiciones y cavaban trincheras que varaban muchas avenidas de investigación durante décadas o más. Las colonias del mundo exterior, independientes por virtud a la distancia, explotaban el nicho y florecían difundiendo la immortalidad. La siguiente batalla rompió en pedazos la fé y derrocó gobiernos. Mientras todos contemplaban el abismo, algunos pocos escogían la vida prometida después de la muerte para demostrar los beneficios de la opción inmortal. Los creyentes morían y reclutaban cada vez menos en las generaciones subsiguientes. Las religiones organizadas que permanecieron eran más sistemas filosóficos y eticos que basados en lo sobrenatural. Pocos dudaban de que el hombre se había vuelto su propio dios. Aún así, había quien se cuestionaba buscando significado, quizá más desperadamente que nunca, pero siempre temperados con la paciencia de un futuro interminable por delante. El abuelo de Fang había llevado una vida dedicada al taoismo hasta que el universo lo engulló. Ella había visto su cara en las olas tras aquello y, de algún modo, se había sentido menos sola después. Aunque ahora descartaba lo que había visto como la alucinación de una joven mente sugestionable.

    La mente humana encontraba patrones en todo, caras en todo. Era una ventaja selectiva para la supervivencia, aún cuando no era una habilidad perfecta. Mejor era saltar, a veces, por nada que perder la oportunidad cuando realmente había algo allí. Sorprender a los relajados y tímidos gatos a bordo era un recordatorio habitual de tal hecho.

    Hoy, algo se activó en su mente mientras observaba el disco, de igual modo que los planos de una nave, a veces, podía parecer una maraña ininteligible de vectores coloreados antes de cristalizar en una embarcación tridimensional llena de formas y propósitos directos.

    —Dios mío —dijo ella. Los dragones estaban por todas partes.

    Revoloteaban en el disco profundo, mostrando destellos estelares de sí mismos, sus firmas láser. Los colores cambiaban de tono por alguna razón dragón desconicida, pero ella podía seguirlos como parte de un patrón. Distinguir individuos era más difícil, pero también podía hacerlo. Se difuminaban con el disco profundo, pero emergían lo bastante arriba en la fotosfera para destellear cada treinta segundos o así. Como las luces de un árbol de navidad, los dragones hacían del disco el suyo propio.

    —¿Qué pasa? —preguntó Fisher a Fang abruptamente, cara con cara, rompiendo el hechizo.

    Fang se levantó empujándole suavemente fuera de su vista. Miró el entorno, parpadeó tratando de recapturar ese peculiar estado mental que había alcanzado. Su cabeza oscilaba ante su entorno como un pájaro mientras el miedo brotaba en su garganta, miedo de haber perdido la visión.

    Pero entonces, el disco de los dragones regresó de nuevo, envolviéndola.

    Sonrió extendiendo las manos como si atrapara copos en una nevada y se giró despacio.

    —Puedo verlos, Samuel. Los dragones. Hay tantos. Tantos. Dios mío, está lleno de dragones.

    Fisher quedó en silencio por un momento, luego gruñó.

    —No los veo. ¿Cómo puedes verlos si yo no puedo?.

    —Sí —retumbó Papá—. Exactamente lo que yo pienso.

    Para Fang era como cazar al león, ver a través de los ojos del león, sentir su odio. Los dragones había oído las explosiones, huído de las ondas expansivas. Ellos sabían que algo reciente, algo peligroso había entrado en su mundo. Estaban en pánico.

    —Veo destellos en el fuego —explicó Fang—. Chispas, si lo preferís, salvo que las chispas no son aleatorias. Son chispas de dragón. Tenéis que perder el foco, mirar de golpe tanta área del disco como podáis y dejar que el cerebro separe la señal del ruído.

    Otra pausa y luego, dijo Fisher: —Creo que toda la Alerta que has esnifado te tiene alucinando. Antes de arrastar a todo el mundo aquí, veamos si Papá puede verificarlo.

    Fang dejó que sus ojos danzaran sobre el disco, complacida por el modo en que los patrones se enraizaban en su consciencia y ganaban complejidad y riqueza. ¿Que indica el patrón? ¿Alimentación? ¿Territorios? ¿O sólo es un truco de la mente? Trató de escontrar una cuerda y seguirla, como intentar oir una nota de un clarinete entre un millar de sinfonías. ¿Qué podía indicarle a Papá que pudiera él seguir? Saltó a través de los patrones, a partir de los patrones de destellos individuales, lo mejor que pudo, buscando algo que señalar. Tenía miedo de que si Papá estrechaba la pantalla en un área menor pudiera perder la chispa sin la referencia de un patrón.

    —Lo sentimos, hija. Aún no vemos nada.

    —¡Están todos ahí, maldita sea! —Fang refrenó su voz para evitar el grito de frustración.

    Recordó las pocas veces que ella había sido la primera persona que conocía con una nueva modificación corporal. Todas esas pocas veces. La única vez importante, al menos para ella, fue durante su fase experimental adolescente cuando se había hecho aquella cosa osada, al menos para ella, de añadirse alas de hada. Eran de apariencia frágil, pero fuerte como acero templado y lo que nadie sabía al mirara era que podía sentir los rayos distantes a través de su antena de acción. No los relámpagos, sino las explosiones de radio. Se quedaba de pie en la playa y sus compañeros de juegos se aburrían con las olas y se marchaban, pero ella se quedaba a observar la bella tormenta invisible reflejada en la ionosfera que ellos no podían ver.

    Chispas, tantas chispas. Entones, cuando cambiaba hacia una cuerda de color oliva oscuro, aunque todas eran tonos de fuego, el dragón se reveló ante ella, un bulto que no centelleaba. Una oscura bola agitada que oscilaba entre los rizos. Fang se centró en ella, acomodó su cuerpo y disparó un dedo como una recta flecha.

    —Allí —dijo ella—. Mira allí, Papá.

    —Lo tenemos —dijo Papá.

    —¿Dónde? —preguntó Fisher—. ¿Pero dónde?

    El disco los envolvía cuando los instrumentos de la Karamoyo se concentraron en el área que Fang había señalado. Tras filtrar y contrastar la imagen, filtrada a través de un tamiz pseudocoloreado y destacada con un algoritmo pixon, el dragón chispeó tan claro y brilliante como un diamante. Papá añadió tablas, escalas y mensajes explicatorios en letra amarilla que destacaban contra los rojos del disco y los verdes y púrpuras del dragón. Ninguno de los colores era verdadero, eran más como dibujos animados para describir los tonos sutiles de un ardiente horno blanco con demasiados fotones de cada energía.

    —Este dragón no es como el mostrado por la sonda, incluso a poca resolución, ni como la vasta mayoría de los dragones que sacamos del disco —dijo Fisher tras un largo tiempo.

    Fang estaba segura de que tenía razón aunque no les había prestado la clase de atención que Fisher dedicaba. Aún no estaba segura de lo que Fisher quería decir.

    —Llevanos más cerca —ordenó ella—. Mantén una posición de cincuenta kilómetros por encima.

    Su pesó se alteró con la aceleración y ella se sentó pensativa en su sillón de combate, el cual había notado su humor y ahora estaba gruñiendo en una voz baja y constante. La imagen del dragón seguía con las mismas dimensiones llenando una pared entera del puente, pero los detalles se ampliaban a medida que se acercaban. El plasma caliente hacía relucir al dragón como un espejismo, envolviendo lenguas ocasionales alrededor de la criatura como si la degustase.

    Mientras su órbita se aproximaba al plano medio del disco, la gravedad disminuía. Seguía alta, sólo un decremento del veinte por ciento. El disco ardía a mil kilómetros de su distancia radial actual.

    Por la es escala que Papá había superpuesto, ella dedujo que la forma serpentina tenía dos kilómetros de principio a fin, pero como se enrollaba, más o menos, como un firme sacacorchos, hacía difícil juzgarlo con seguridad. La criatura estaba segmentada, pero no con los segmentos anélidos de las lombrices o las colas de las serpientes de cascabel. Eran, más bien, sutiles formas en S asímetricas que se apilaban digonalmente, permitiendo los suaves giros que a ella le parecían tan innaturales. Los segmentos cambiaban de color en diferentes tonos de verde, más azules que rojos, de cabeza a cola y de vuelta a la cabeza. La ‘cabeza’ y ‘cola’ eran distinguibles. La primera ardía en forma de la gran boca de un leviatán, jalonada con rutilantes bigotes de simetría esférica desde los que los rayos se arqueban hacia atrás y giraban alrededor de los segmentos hasta la distante cola. Y luego, respecto a la cola, ella supo que era lo que Fisher había notado de inmediato: la cola terminaba en un bulbo redondo de docenas de metros de diámetro.

    El dragón nadaba rápido hacia el flujo manteniendo una distancia relativa al punto caliente. ¿A dónde iba? ¿Estaba desprendiéndose de la piel, con ese bulbo del final? ¿Era una semilla viva, como el bulbo de una planta al que se parecía? ¿Una característica del género? ¿O era sólo una subespecie, un dragón cascabel?

    —Papá, ¿podrías, por favor, pedir al resto de la tripulación que venga? —preguntó Fang.

    —Ya lo hemos hecho, hija.

    —Gracias.

    Ella iba a hacerlo bien esta vez. Nada de errores. Era la capitana y no tenía nada más que probar que acorralar, preparar las armas y llevar a casa el trofeo. Percibió eso ahora, que no tenía que hacer las cosas al modo de Papá. Su modo daría el mismo resultado final, pero usaría la maña que era su fuerza. Actuaría, pero con previsión, armada con contundentes datos previos. Fisher lo aprobaría, estaba segura.

    Fisher estaba hablando solo en ese momento: —Ese apéndice trasero...quizá eso es lo que le mantiene tan cerca de la superficie, sin bucear en lo profundo y desapareciendo como el resto. ¿Cuál podría ser su propósito? Si limita el alcance del dragón, ¿Para qué lo tiene? Ciertamente, la criatura debe resistir la nova enana, bajo estas tranquilas condiciones debería mantenerse frío. Eso es extraño.

    El abuelo de Fang le había contado historias de los dragones chinos que vivían en los cielos de la Tierra. Jugaban con una bola o una perla, que representaban el trueno y aquello causaba la lluvia.

    Stearn y Devereaux llegaron al puente cogidos de la mano. Sus manos se separaron y cayeron, olvidadizas, cuando ambos espiaron al dragón. Stearn saltaba arriba y abajo, aún demasiado rápido en apariencia por la alta gravedad, y graznaba —¡Sí sí sí, tenemos uno,tenemos uno!

    Devereaux estaba más subyugada, pero aún consiguió disparar cuatro o cinco preguntas altamente técnicas a Fisher.

    Fang trató de seguirles, pero era mucho más aburrido que el dragón. Aún así, su atención vagaba y los primeros tentáculos de un dolor de cabeza le dijeron lo cansada que estaba por el esfuerzo concertado de las horas previas. Secretó un analgésico en su flujo sanguíneo mediante ese básico y útil modificador corporal que se había permitido a sí misma.

    Pisadas fuertes y metálicas sonaron por el pasillo. ¿Henderson? ¿Dónde había estado, por cierto? No le había visto desde hacía horas.

    Un reluciente gigante de bronce pasó al puente, llamando la atención de Fisher. Henderson, si realmente era él, ahora tenía casi tres metros de altura, con la cabeza justo bajo el techo y parecía una estatua perfectamente proporcionada de músculos esculpidos y fuerte pelo rizado. Su rostro era una máscara hermosa, pero sin animación. Un ostentoso pene metálico colgaba entre sus piernas, sin balanceo a pesar de su longitud. Las rodillas y codos se doblaban cuando andaba, pero mantenían el molde firme del metal. Era como observar fluir el mercurio.

    La cabeza de Henderson se inclinó hacia abajo para mirar al dragón proyectado.

    —Así que, habéis encontrado uno —Sus labios apenas se movían, revelando sólo una oscuridad hueca de la que se emitía una voz base de trueno.

    —¿Sabes? —dijo Stearn —Eso es positivamente sagrado.

    —Gracias —dijo el gigante —pero, por favor, no dejes que te distraiga.

    —Sin problema —dijo Devereaux—. No estás muy preparado para la divinidad.

    Henderson no dijo nada ni mostró cambio en su expresión.

    Fang había visto cuerpos más horribles. Este era común, pero aún así, tenía que admitir que Henderson tenía presencia. No la presencia de una capitana, pero una presencia después de todo. Ella se impulsó para incorporase y exprimió los brazos del sillón de combate.

    —Samuel, ¿recibes datos útiles desde esta posición?

    —Sí —dijo él—. Pero la bestia está tranquila, como el disco.

    —En otras palabras.. —añadió Devereaux con la cabeza inclinada hacia Stearn —... no estamos aprendiendo nada nuevo sobre sus habilidades o sus límites.

    —Te sigo —dijo Stearn.

    Se sentaron observando al dragón...su gracia. Esa era la palabra que salía de la mente de Fang: gacia. ¿Cómo podía asociar tal término pastoral con este infierno? No estaba segura. pero esa era la impresión que le daba su comportamiento. Es la escala de las ondas aquí, pensó. El plasma rarificado, el tamaño, todo a cámara lenta.

    Pasó una hora.

    El dragón continuaba sus serpenteos, prestando poco interés por la Karamoyo. En masa, el dragón le había parecido antes nervioso. ¿Se había equivocado? Esta criatura estaba lejos de un estado de pánico. Al final, incluso Fisher parecía aburrido. Aún así, Fang dudó al recordar lo que había pasado antes. Los demás le lanzaban miradas ocasionales. Se estaban preguntando cuando daría la orden para hacer algo, cualquier cosa, sabía ella.

    Fang sorprendió a Fisher mirándola y cruzaron miradas. Algo iba mal con sus ojos, algo furtivo se ocultaba dentro en las sombras y él apartó la mirada rápidamente. Esto se estaba demorando demsiado. Él ya se lo habría recriminado si no fuese por que su reciente reconciliación le reprimía. Supo entonces que era la hora de la acción. Cautelosa acción, pero acción de verdad.

    —Sr. Stearn, percibí en su informe que todas las lanzaderas se habían rediseñado para atender las especificaciones del Dr. Fisher. Creo que es hora de una prueba de campo a plena potencia.

    —¿Capitana? —preguntó Stearn.

    —Papá, has estado jugando a algunos juegos de guerra entre las lanzaderas rediseñadas y el modelo del dragón de Fisher. ¿Has visto algo aquí que te haga cambiar tu plan de ataque?

    —No, hija. Debemos ser capaces de embolsarnos este dragón en nada de tiempo.

    Fang miró a Fisher, que encontró sólidamente sus ojos esta vez, una sonrisilla jugueteaba en sus labios. Él asintió imperceptiblemente. La cara de Fang se encendió de pronto y su corazón tronó en sus oídos.

    —Lanza las redes —ordenó Fang.

Capítulo 12

    Se puede decir que Pescar es tán parecido a las matemáticas que nunca puede aprenderse del todo.

    Papá la oye decir: —Lanza las redes —notando el juego de palabras involuntario mientras hace justo eso.

    Como la adrenalina manando a través de su sangre, las redes de su experto sistema neural se multiplican a través descargas hacia las lanzaderas. Otros aspectos de sí mismo lanzan la pequeña armada. Veinticinco lanzaderas. Esquifes, prefiere él, descienden desde la Karamoyo y disparan sus impulsores de frenado para el suave rendezvous con la superficie del disco y mantienen la formación.

    La gravedad en la superficie del disco es menor pero no ignorable. Las fuerzas magnéticas ayudan a los esquifes a flotar sin hundirse en el interior del plasma sobrecalentado que, eventualmente, fundiría hasta sus estructuras más duras. El blindaje soportará en la superficie durante un tiempo.

    —Papá, ¿puedes canalizar la alimentación de los sensores locales de las lanzaderas hacia una pantalla comprensible para nosotros? —solicita Fang.

    —Por supuesto —Papá divide la imagen por el entorno del puente. La parte superior retiene su vista de pájaro de la acción en desarrollo, procesada y ampliada para un contraste máximo. Las secciones inferiores muestran una visión óptica similarmente procesada desde el esquife central, localizado en la parte trasera de una formación en V orientada hacia adelante. Iconos con telemetría intermitente indican las posiciones del resto de esquifes junto con vistas ópticas en miniatura de cada uno. Láseres de comunicación proyectados hacia arriba proporcionan a Papá todos los datos. Papá proyecta las actualizaciones a todos los esquifes y coordina sus movimientos.

    Los vienticinco subnodos saben dónde están y dónde les espera el dragón. La V se relaja en una media luna que se mueve para rodear a la bestia. Papá instruye a los esquifes para encender al máximo sus corrientes y edificar la fuerza de sus campos magnéticos. El arrastre de superficie y otras interacciones con el disco causan que los esquifes desarrollen excesiva inercia para sus predicciones.

    —Lo real es diferente de la práctica, ¿no es ese un tipo grande? —dice Stearn.

    El dragón estelar se mueve. Hay precipitación en sus movimientos que indica que reconoce algo inusual en su entorno inmediato. La criatura no ha tratado de alejarse de los esquifes que se aproximan, prefiere empezar a hacer círculos, rápidamente. Una división Zeeman aumentada significa que aumenta la fuerza del campo magnético a su alrededor y Papá superpone un magnetograma de vivos púrpuras encima de las escenas ópticas.

    —¿Está preparando la maniobra cohete? —pregunta Fisher—. No henos visto antes cómo inician los dragones su transformación en cohete. Papá, vigila cualquier tipo de rizo en la estructura compacta que tenían en modo cohete, ¿vale?

    —Afirmativo.

    Fang dice: —No parece que trate de ser un cohete. Sólo es como si estuviera enfadándose por alguna motivo.

    El dragón nadaba en círculos, ajustándose a sí mismo y a su campo magnético en verdaderos nudos. El plasma del disco se mezclaba, fluyendo furiosamente hacia arriba y junto a las líneas de campo. El dragón se zambulló...no del todo ni muy profundo y regresó con geyseres de plasma. Creció un chorro de fuego alrededor de la criatura, una tempestad en el mar de fuego para recibir a los invasores en aproximación.

    —Aumento de estática cerca de causar el fallo de las comprobaciones de paridad locales —les dice Papá—. Las lanzaderas están asignando las comunicaciones locales hacia un estado secondario. Vamos a llevar el show desde aquí arriba y contar el impacto de retraso temporal.

    —¿Qué es eso? —pregunta Henderson.

    Devereaux responde. —No se puede vencer a Einstein. El tiempo de viaje de la luz entre aquí y allí lleva un retraso integrado que no podemos mejorar. Si queremos que las lanzaderas actúen de un modo coordinado, tienen que comunicarse a través de nosotros. Y necesitamos realmente que actúen en concierto. Tres lanzaderas solas no pueden atrapar al dragón y apuesto a que va a llevar más de cuatro.

    —Oh venga ya.. —dice Stearn —...no estamos tan lejos. El retraso debe de ser diminuto.

    —¿Quieres jugar conmigo a ver quién desenfunda antes con un retraso extra? —le desafía Devereaux—. Especialmente si puedo pensar más rápido que tú para empezar?

    —¿Es cierto eso, Fish? —pregunta Stearn.

    —Sí, eso creo. Mira, no creo que usen sangre o químicos que medien en el pensamiento en forma alguna y las velocidades actuales deben de ser significativamente superiores a las que usan las neuronas humanas.

    Aquí Papá no dice nada, al saber que sus conexiones también son más rápidas que las humanas. Sus cerebros usan cuatro tecnologías diferentes y sólo su personalidad humana se basa en estructuras neurales humanas. También tiene acceso a los modelos del dragón de Fisher donde las implicaciones de la escala temporal de cambio del campo EM observado respalda la afirmación de Fisher y además indica procesos más rápidos que los de las propias tecnologías de Papá.

    Los esquifes avanzan hacia el interior del maelstrom. La rotación diferencial del disco les dificulta el mantener la posición relativa entre uno y otro y la perturbación inducida por el dragón tampoco ayuda. La imagen del esquife central se torna impresionante cuando la superficie del disco empieza a elevarse en una elevada chimenea de fuego. Vistazos del dragón mismo aparecen cerca de la base.

    —Por allí se enrolla —dice Stearn.

    Nadie se ríe. El asunto es serio, automatizado e incierto.

    Olas similares a las de los mares terrestres emananan de la espiga de fuego con destellos intermitentes de luz y calor liberados desde las reconexiones magnéticas. La energía se construye allí pero, ¿es más rápida la construcción que el cerrado de la red de arrastre?

    En la parte inferior se muestra una vista más clara. Una masa mayor irrumpe desde el disco seccionado subiendo en un arco. Los segmentos avanzan deslizándose como si la serpiente volara fuera del disco. El plasma fluye con ella sólo para regresar lentamente dejando su rastro junto a los campos del disco, como el agua virtiéndose interminablemente desde una alta cascada. El dragón estelar es una Niágara viviente. El se enrosca, se hunde después, despacio, suavemente, con sus movimientos limitados por su fina escala. Es una gran bestia.

    —Las lanzaderas casi están allí —dice Fang.

    De hecho, apenas descienden sobre el punto, ajustando sus velocidades y vectores de aproximación en una inundación creciente de comunicaciones para asegurar que están en las posiciones correctas en los tiempos correctos con los campos correctos. Las lanzaderas más exteriores giran hacia afuera y se lanzan adelante, impulsores químicos extra las lanzan hacia el espacio sobre del disco. Son las pinzas y las responsables de cerrar la botella magnética.

    En la pantalla inferior ya no hay un disco ni cielo distinguibles. El sacacorchos del dragón mezcla las líneas del campo local en una espuma y el plasma vuela a lo loco junto a ellos. Las visibilidades disminuyen en casi todas las longitudes de onda, haciendo las apariciones del dragón incrementalmente raras a pesar de la reducción de la distancia. ¿Funciona en ambos sentidos? ¿Tiene el dragón dificultad en localizar los esquifes? ¿Se hundirá fuera de la vista y escapará entre la tormenta artificial que ha creado?

    Papá mantiene las comunicaciones, ajustando la formación según las probabilidades que actualiza constantemente sobre la marcha. Ya con los nuevos datos que ha reunido del modelo del dragón de Fisher, aún no están totalmente implicados, aunque casi...

    —Lanzando la red —informa Papá a Fang.

    Una carga eléctrica en movimiento induce un campo magnético. Cargada eléctricamente, tiende a moverse por las líneas del campo magnético. Los plasmas son mares de partículas cargadas. Este problema requería un enfoque de ingeniería más que una solución análitica de forma cerrada imposible de calcular sobre la marcha así que, la redundancia y la potencia eran del orden de la hora. La solución era la fuerza bruta: crear un denso entramado de líneas de campo convergentes con demasiada potencia para que un dragón cargado no pudiera atraversar las línes de campo que se podían manipular como una jaula móvil.

    Los esquifes construyen el campo alrededor del dragón, luchando contra el plasma que surge entre ellos, arrastrándose con ellos más bien. Los campos se extienden, tiran, se agitan, a veces se recombinan en destellos energéticos mientras se construye la red. Como grandes cuerdas elásticas invisibles, se sacuden adelante y atrás, luego, caen más profundo mientras aumentan los ciclos de potencia.

    Si consiguen boxear con la serpiente primero, pueden tirar de los extremos opuestos a la criatura, arrastrando la red hasta cerrarla. Cada curso espiral lo arrastraría con las líneas hacia el interior de las partes más densas de la red donde la serpiente quedaría enmarañada, constricta y, por último, obligada a retoceder. Atrapada como un genio en una botella, los esquifes en formación de bloqueo podían remolcar su presa de forma segura de vuelta a la Karamoyo.

    Tal es el plan.

    —Allí van —dice Stearn.

    Los generadores de potencia están al máximo y los campos se abren camino entrando en el plasma del disco bajo donde el dragón continúa su maelstrom.

    La imagen de la lanzadera diecisiete, a estribor de la vista principal, cambia de pronto. Papá conmuta la pantalla de imagen para que puedan ver la acción.

    Un gran hueco perfora el cielo negro, hace un bucle y se hunde. La cabeza trilateral del dragón se ve clara cuando se abre en tres pétalos, cada uno adornado con una brillante joya iridiscente: un ojo. Rayos se extienden desde una boca junto a los finos bigotes extendidos y dispuestos como antenas. Los magnetogramas indican que el dragón ha atraído los campos junto a él. Entonces observan cómo los campos se edifican, funden y explotan en recombinación: rayos y truenos del disco.

    —¿Qué ha sido eso? —pregunta Henderson.

    —El dragón está atacando la red, debilitando los puntos débiles antes de que puedan tensarse —replica Fisher.

    Papá no dice nada. Es una buena hipótesis.

    La vista desde la lanzadera diecisiete oscila a pesar de los algoritmos anti sacudidas. Un feroz tsunami ha chocado con ella, el paso del dragón desciende de regreso al interior del disco. La máquina está dañada y rompe la formación para volver a la Karamoyo. Aún así, han asegurado una vista en primer plano desde la cabeza triangular de la bestia hasta el brillante bulbo en forma de cebolla en su cola.

    —Hmm —dice Fang—. Parece que esa pequeña maniobra le ha dejado fuera de la región de la red. Está libre de momento.

    —Sólo de momento —responde Papá.

    Los dragones simulados en la práctica no han llegado tan lejos. Así que, es un desafío. Eso estaba bien, esto ahora era deporte. Papá inyecta un plan actualizado a sus esquifes, ordenándoles a cambiar la formación para cubrir el vector de fuga.

    —¡Aquí, mirad aquí —dice Stearn

    La vista llega ahora de la lanzadera diecinueve, de nuevo con un movimiento oscilante demasiado rápido e irregular para ser corregido automáticamente.

    Papá dice: —El dragón está atrapado en el campo entre la diecinueve y veintiuno. Siete y dieciocho convergen para reforzar la red. No escapará fácilmente esta vez.

    —Bien —dice Fang.

    La danza de la cacería ha empezado. Es una agradable sensación..

    El dragón corrige su curso para seguir corriente abajo, acelerando.

    —Nada bien y fuerte —dice Fang—. Nada hondo, nada, nada y aún estaremos aquí persiguiéndote.

    Antes de que Fang termine de hablar, el dragón da un giro abruptamente para volver corriente arriba. Sus propios campos son altos y forma una onda ante él, un canal para reunirse con sus perseguidores.

    —Reduciendo fuerzas de campo —dice Papá.

    —No —dice Fang.

    —Debemos.. —dice Papá —...o el plasma se canalizará dentro de las lanzaderas y las destruirá.

    Aún así, la reducción de la fuerza de campo es demasiada y demasiado tarde. El plasma no irrumpe mientras el dragón se aproxima. El plasma queda atrapado, congelado es el término técnico, preso en los campos que llegan hasta él como parte de la estela del dragón. Las lanzaderas no pueden reducir potencia lo bastante rápido. La induccióon resiste.

    Las líneas de campo convergentes tiran de las lanzaderas y las juntan.

    Papá tiene las derivadas del campo electromagnético y su tiempo, el espacio de fase de la serpiente y los esquifes y su evolución proyectada. Tiene órdenes que enviar y el tiempo de retraso de su implementación. No le queda tiempo para pensar realmente sobre el óptimo curso de acción y sus algoritmos de accción independientes de sus subnodos parecen inadecuados en la práctica. Les envía las trayectorias de escape.

    Las crestas de las ondas magnéticas llevan su plasma sobrecalentado. Las convergentes lanzaderas cambián potencia hacia los núcleos helados de sus células superconductoras que protegen los subcerebros y repelen los campos magnéticos externos. Tal postura defensiva es insuficiente si es el mismo dragón estelar quien empuja la onda. La vista de pájaro de Papá recoge a la bestia navegando el plasma que fluye hacia las lanzaderas. Esquife es, de hecho, mejor palabra, pues suguiere pequeñez.

    El dragón vomita una explosión de radio que es más poderosa en el plano del disco que en la dirección ascendente hacia la Karamoyo. Stearn está mirando en la dirección correcta para ver cómo la señal del monitor muestra un pico y dice —Creo que eso es un rugido de triunfo.

    Papá está de acuerdo y ordena que los vertidos de los núcleos se proyecten en formación en cascada hacia el exterior desde el dragón. Los datos serán una prueba útil aún cuando los esquifes no escapen.

    —Mira eso, ¿quieres? —dice Fisher.

    El dragón está montado en su ola, una protuberancia sobrecalentada y empujada junto a los cambiantes campos magnéticos. De las cuatro lanzaderas centrales, tres están claramente fuera del camino. La cuarta, la lanzadera diecinueve, parece en verdad un esquife en la marea ante una ola de fuego. La ola no es supersónica y la lanzadera se eleva a medida que el material se aproxima. Se mueve, o lo intenta, pero la ola va directa y trabaja contra sus mejores esfuerzos.

    La gran cabeza trilateral del dragón separa sus fauces para engullir a la diecinueve. La imagen de vídeo que rodea la mitad inferior del puente de vuelo muestra el abismo de la garganta de la bestia y esas oscilantes antenas cargadas. La imagen se interrumpe con estática y Papá pasa la vista superior a pantalla completa para que puedan ver cómo la lanzadera se desvanece dentro del dragón y al dragón mismo desvanecerse con su ola.

    Hay un crugido de radio final cuando la perversa rotación diferencial del disco corta suavemente la perturbación. El dragón reaparece, ahora lejos de las lanzaderas que retroceden, y vuelve a sus asuntos.

    Glorioso, pensó Fisher, sintiéndose arropado con la pantalla dragón. Bufa a través de las nasales encendidas manteniendo su cara inmóvil. No sería educado mostrar sus sentimientos actuales aquí en el puente.

    Para confirmar esta idea, se gira para mirar las facciones cenicientas de Fang. Cogida en una posición medio levantada medio sentada, sus dedos de nudillos blancos agarran su bestiasiento tan fuerte que la criatura gime.

    —Maldición —susurra ella—. ¿Que ha pasado, Papá?

    Una imagen fantasmal del rostro de Papá se superpone sobre el envolvente disco. Le dió a Fisher la desafortunada imoresión de un hombre en un incendio.

    —Una lanzadera perdida, una averiada. Aún procesando informes. Mientras tanto, reagruparemos y seguiremos con la caza.

    —¡No! —dijo Fang demasiado rápido—. Tráelas de vuelta, a todas. Por ahora. Necesitamos analizar los nuevos datos.

    —Creo que podemos meterlo en la bolsa —insiste Papá—. Fue un puñetazo, eso es todo.

    Fang parpadeó lentamente y cuando abrió los ojos estaba mirando a Fisher. Él asintió con la cabeza imperceptiblemente.

    Ella se levantó del todo, cuadró los hombros y ordenó: —Trae de vuelta las lanzaderas, Papá.

    —A sus órdenes, capitana —dijo él. ¿Fue eso un enfado en su voz?

    Stearn y Devereaux estaban susurrando algo, acurrucados juntos frente a una imagen del tanque. Oscuros y conocidos gemelos. La luz del tanque se reflejaba como un fulgor en sus facciones sudorosas. Fisher se acercó un paso. ¿Qué podían encontrar tan interesante con todo lo que estaba pasando?

    —Esto no va a funcionar, amor —dijo Stearn a través de unos dientes apretados.

    Mantenía los ojos bien abiertos y sin pestañear, como si tuviera párpados transparentes. Probablemente los tenía. —¡Eres mía!

    Devereaux no dijo nada, sus ojos sobresalían ligeramente con la creciente ampliación que estaba usando, su rostro era una máscara de concentración.

    Fisher se aproximó y miró dentro del tanque. Como una barbacoa abismal, el tanque acunaba un brillo y en ese brillo se movían pequeñas formas...agachándose para que sus ojos quedaran justo sobre el borde, distinguió una armada de bichitos verdes en enjambre alrededor de un tallarín. Líneas rojas finas como pelos conectaban los bichos voladores. El tallarín se deslizaba entre los rojos cabellos.

    —¿Qué...? —empezó a decir Fisher cuando Stearn le interrumpió con un grito.

    Afortunadamente, sus filtros de sonido bajaron los decibelios hasta un nivel tolerable. Algunos modificadores corporales eran lo bastante esenciales para tomarse el tiempo de obtenerlos. Ese le había salvado de distraerse durante meses.

    Fisher se giró hacia Devereaux buscando entendimiento. Aunque una sonrisa de colibrí sobrevolaba sus labios, las imágenes ante ella mantenían su completa atención.

    Stearn y Devereaux se sentaban ambos acurrucados con los hombros elevados. Luego, notó que sus manos estaban envueltas en interfaces ameboides y aceptaban entradas manuales.

    Fisher alzó una ceja. Estaban jugando a un maldito juego: —No me sorprende ver a Stearn tonteando, pero ¿et tu, Dra. Devereaux?

    El labio superior de Stearn se curvó irregularmente hasta mostrar los dientes de una inclinada sonrisa.

    —Ambos estamos trabajando mucho más que usted, Dr. Fisher —gruñó y agitó las manos. —Mía —le dijo a Devereaux.

    —Estamos ejecutando... —Devereaux hizo una larga pausa mientras movía sus manos seriamente —...un modelo interactivo de la caza del dragón.

    Bichos verdes y tallarines, por supuesto, era la caza del dragón. Se quitó el malentendido con un parpadeo y observó el juego de nuevo con visión ampliada. Tras un momento, comprendió de pronto el verdadero asunto con el ojo de su mente, que prefería inmensamente a la abstracción del tallarín.

    —Pero Papá lo hizo, ¿no es cierto? El dragón estelar acababa de exceder sus espectativas —Magníficamente, añadio Fisher para sí mismo.

    —Ja —dijo Stearn—. ¿Has jugado a algún juego contra Papá? Me refiero a un verdadero juego con reglas y limitaciones, pero con infinito espacio para la creatividad?

    —Por supuesto. Le tengo haciendo simulaciones todo el... —empezó Fisher.

    —¡Un juego, hombre —bramó Stearn.

    —No.

    —Bueno, déjame decirte algo —Stearn parecía tan concentrado en el tanque como siempre, sus grandes ojos no pestañeaban, sus manos danzaban en la ameba pero su voz caía en un sususrro conspiratorio como si eso le importara a Papá—. El Viejo habla de un juego más grande del que juega. Es...no lo sé, mecánico. Te aplasta las primeras cien veces, luego empiezas a ganarle. Una partida aquí, una partida allá. Luego, más regularmente. Me refiero a que tiene una personalidad y todo, pero es un poco más rígida que la humana. Un poquito predecible.

    —Papá carece de la desesperación por sobrevivir que la evolución nos inyecta en cada fibra de nuestro ser —dijo Devereaux—. Él la finge bien, pero se puede encontrar si la buscas lo suficiente .

    —¿Con juegos? —preguntó Fisher.

    —Absolutamente —dijo Stearn—. De lo que trata toda la vida. Los juegos son prácticas de supervivencia. Hemos sido engendrados para ellos. La evolución es sólo teoría de juegos en acción. Hey, Syl, sólo porque estoy hablando con el hombre aquí no significa que puedas escabullirte tan fácilmente. Será mejor intentarlo más duro.

    Sylvia no dijo nada, pero sus manos en verdad se movían rápido.

    Fisher miró más de cerca: —Acabamos de aprender una cantidad tremenda sobre los dragones. Tenéis que incorporar eso a vuestra simulación.

    Stearn paró de morderse la lengua extendida y dijo: —Probablemente estamos cuatro iteraciones por detrás de vuestro modelo actual. ¿Por qué no nos echa una mano y analiza lo nuevo y nos da algo realista?

    Él iba hacer eso de todas formas, ya lo había decidido, pero le dijo a Stearn que era una buena idea.

    —¿Samuel? —Llamó Fang por el puente—. ¿Vienes conmigo, por favor?

    —Ve con ella, hombre —dijo Stearn—. Descubriremos algunas estrategias reales para la caza. Asegúrate de que ella esté preparada para tomar las decisiones difíciles. Creo que se presentarán algunas. Esos dragones tienen un sentido saludable de autopreservación. Están Vivos con V mayúscula.

    Quizá debería reevaluar a Stearn...o a Devereaux, más bien. Probablemente, Stearn sólo repetía lo que ella le había dicho. Ella era el cerebro de la pareja, estaba claro. Bueno, excepto quizá cuando se trataba de juegos. Stearn practicaba con ellos con la frecuencia suficiente.

    Fisher se levantó, se giró y se encontró con una pared.

    —Perdóneme —dijo Henderson a Fisher—. Sólo estaba mirando.

    —Um, de acuerdo —dijo Fisher, sorteando al gigante.

    El biotecnólogo era otro a considerar tras su entrada de hoy. ¿A qué era debido el súbito cambio? ¿Qué era lo que sabía? ¿Era él una incertidumbre de la que guardarse?

    Señor, languidecía por concentrarse sólo en su adorado dragón una vez más. Los dragones estaban justo ahí fuera. Con toda la tecnología a su disposición, deberían ser capaces de alzar la mano, recoger simplemente un fruto del proverbial árbol del conocimiento y morder fuerte. Pero ya había esperado durante tanto tiempo que la vertiginosa altura de su última actuación podía alargarse hasta el infinito y, quizá, como el momento previo al orgasmo, esto sería mejor si se prolongaba. Aún así, jugar con la tripulación le resultaba hoy confuso y sin recompensa. Y aún así, tenía que hacerlo para asegurarse que las cosas se hacían bien. O, al menos, no demasiado mal.

    Mucho tiempo para asegurarse. El disco era como una cuadra y estaban aprendiendo más a cada minuto sobre este dragón, el cual aún no mostraba signos de hundirse en las profundidades. Ahora bien, ¿por qué actuaba así?

    —Samuel, ¿vienes?

    La voz de Fang le sacó de su ensueño. Olvidando la vista de la pantalla en la que había caído, preguntó: —¿A dónde, Lena? ¿Necesitas relajarte? ¿Necesitas boxear? —Él inclinó la cabeza y sacó sus mazas —como ella llamaba a sus puños.

    —No —dijo ella girándose para salir del puente.

    Aceptando, Fisher la siguió. Estaba en modo ‘buen chico’, podía hacer cualquier cosa por el dragón y se lo estaba probando a sí mismo. Debería estar trabajando directamente en el problema, añadiendo los nuevos datos a sus modelos y lo haría tan pronto como Fang terminara con él. Incluso Stearn parecía estar trabajando directamente en el problema en ese momento. Tras sus fracasos en estos encuentros iniciales con el dragón, ya no osaba subestimar la importancia de dar a Fang el apoyo adecuado.

    Fang caminaba deprisa, sus botas golpeaban en las moquetas indefensas con una autoridad que Fisher encontró atractiva. Fisher, una vez más, seguía su rastro detrás y admiraba el modo en que su parte trasera oscilaba al ritmo de sus pasos. Había ignorado sus propias necesidades demasiado, quizá, y quizá, al apoyar a Fang se apoyaba a sí mismo. Algunas de sus mejores ideas llegaban en momentos inesperados cuando la mente consciente caía bajo la influencia de impulsos primitivos.

    Quizá no era demasiado tarde para tenerlo todo.

    Pero se obligó a dejar de perseguir esa idea. Hasta ahora no tenían nada salvo algunos bocetos de datos sobre los dragones estelares y, probablemente, ya habían dejado miles de cadáveres. O, más bien, ella lo había hecho. La vida era demasiado barata en ese siglo del que provenían. Más, incluso, que la vida más notable. La vida se había convertido en tecnología y la evolución barría a los menos adaptados más rápido que nunca, puntuaba el equilibrio programado en ciclos económicos. ¿Serían diferentes las cosas en el siglo al que regresarían? Se temía que no.

    Temía que fuesen peores.

    Miró a Fang, a su cuerpo esbelto, mientras paseaba por el pasillo tan confiada en su uniforme único ligeramente arrugado. Él se esforzaba detrás con pasos cortos y rápidos por el peso extra, sintiéndose torpe e incierto.

    ¿Era culpa de Fang el fracaso del grupo? ¿O era culpa de la era de la que venían que guiaba sus elecciones? ¿O tenía el cerebro de Biotorno sus propias razones arcanas dadas las instrucciones especiales de Fang?

    Basta. No tenía que pensar conspiratoriamente a cada segundo...aunque, ¿y si se le había pasado a algo por alto que podía descubrir con un poco más de esfuerzo? Quizá ahora mismo debería perseguir cada idea tanto como pudiera, a menos que se arriesgara a perderse algo. Si se perdía algún detalle, sería una tragedia. Mil y un años desperdiciados.

    Jugar juegos y pensar en todo lo demás era jugar juegos, era difícil. ¡Hacía la obsesión de la mente simple mucho más sencilla!

    Fang desapareció dentro de su camarote dejando el portal abierto del todo como bienvenida. Cuando él dobló la esquina, ella ya estaba tumbada en la cama sin botas, su grupa invitándole a una buena rutina afirmadora de la vida.

    Él sonrió ante la idea y, tras cerrar la puerta, avanzó al interior.

    Fang no se movió.

    Fisher hundió sus dedos hacia los talones y se quitó sus propias velocibotas. Llegó hasta el borde de la inflada cama de agua y trepó encima como una bestia acechando, aún sonriendo.

    Fang yacía allí inmóvil respirando despacio y hondo.

    Fisher se movió tratando de serpentear con la mano hasta hacer copa en su pecho y se detuvo. Esto era lo que él quería, pero todo lo que quería ahora mismo tenía que subordinarse para alcanzar sus metas. Para hacerlo, trató ahora de que Fang se sintiese fuerte. Segura. ¿Qué podía hacer para ello?

    Movió su mano. Envolvió el hombro con sus dedos, acariciando la bola con la palma de su mano. Deslizó su cuerpo más cerca para que su brazo descansara a su lado y su pecho presionara la espalda de Fang. Él inclinó su cuello, suavemente. Encendió sus nasales y aspiró el aire, olió el aroma. No le excitaba. Más bien, en su estado mental actual, percibió una acidez en el aroma que le sugería los venenos de la fatiga y el estrés.

    Fang emitió un sonidito que vino del fondo de la garganta, un ruído a mitad de camino entre en grunnido y el zumbido. Por lo demás, seguía inmóvil.

    Por supuesto estaba cansada hasta los huesos. ¿Acaso no había estado observando el disco durante horas mientras colgaba sobre el borde de su sillón como un depredador hambriento en busca de comida? No había pensado mucho sobre ello en aquel momento salvo que se sentía complacido de que ella estuviera esforzándose al máximo para que esta misión fuese un éxito. Él también había estado trabajando después de todo.

    Esto es difícil, eso de prestar atención al resto, pensó por milésima vez.

    Fisher presionó sus dedos en su piel, masajeándole el hombro. Fang rodó sobre su estómago y Fisher se sentó y empezó a trabajar en su espalda. Luego, inspirado, recordó las rutinas hardchip que Atsuko le había pedido que instalara cincuenta...trescientos años atrás. Aún estaban sin usar en su biochip de control motor. Debería haberlas usado antes, esa noche que le había dado un masaje especial extendido. Esta noche sería más sencillo, al menos, para sus manos. Pensó en el comando que activaba el chip, con su ojo navegó por las opciones y activó... ¡Shiatsu!

    Bajo su propia voluntad, sus manos danzaban a pasos rápidos por la espalda de Fang.

    Fang emitió un sonido de sorpresa, un sonido feliz si lo había intuído bien, seguido por un gruñido grave en voz baja. —Sí —susurró—. Haz eso.

    De algún modo, ella se las arregló para quedarse dormida en apenas minutos a pesar del masaje.

    Fisher dejó funcionando el programa hasta su duración completa, maldiciendo y bendiciendo a Atsuko en momentos aleatorios. Su erección insatisfecha duró el tiempo entero.

    Stearn pasó con cuidado a través del portal al interior del camarore de Fisher. No había estado dentro desde hacía un año y estar allí le parecía un tabú aún cuando había sido invitado. Sylvia tampoco parecía más cómoda que él. Stearn movía los ojos continuamemte y tenía la sensación de estar en uno de esos juegos donde los monstruos zombies acechan tras cada esquina. Al menos, había apagado las llamas para dejar moquetas cálidas.

    —Pido disculpas por mi tardanza. He tenido cosas que atender —dijo Fisher.

    Stearn sonrió a pesar de su incomodidad pues sabía algunas cosas, al menos.

    —Usted dijo que había actualizado su modelo y que lo necesitábamos —dijo Sylvia—. Trabaja rápido.

    Fisher sonrió, pero pareció forzado.

    —Tan rápido como puedo, en serio, tengo suerte de que algunas de mis suposiciones previas estuvieran cerca de la verdad. Luego fue, relativamente, sencillo hacer los ajustes basados en los nuevos datos.

    Suerte, lo que tú digas. Este tipo era divertido después de todo.

    —Bueno, vamos a verlo —dijo Sylvia.

    —Muy bien —dijo Fisher.

    Entonces le dió a Papá un número de acceso a su simulación. Las llamas subieron en medio de la habitación con un retorcido dragón estelar moviéndose entre ellos.

    Stearn notó entonces lo que debería haber notado hace mucho tiempo. Fisher realmente había convertido su camarote en un gran tanque de imagen y la llamas, con toda probabilidad, no eran reales en absoluto. Eran virtuales con una ayudita de algunos calentadores y dispensadores de aromas. El tipo era solapado. Le gustó eso.

    Los trees observaron a través del disco enroscado hacia el dragón. Esto estaba bastante bien. El dragón proyectado era tridimensional y visible con finos detalles. La superficie de la criatura que antes era suave, ahora tenía pequeños riscos y curvas y vórtices cubriendo cada segmento, fácilmente reconocibles a pesar del cambiante color brillante. Stearn entornó los ojos, viendo detalles en las escalas más pequeñas. ¡Limpio! Y le recordó a algo.

    —De acuerdo entonces —dijo Fisher—. Bienvenidos a la Anatomía 101 del Dragón Estelar.

    Oh, por favor, pensó Stearn, ¡una aburrida lección no!

    —Sólo dinos lo importante —dijo Sylvia—. Tenemos que volver al trabajo para el desarrollo de una estrategia tan rápido como sea posible.

    Stearn realmente amaba a esa mujer.

    Fisher asintió y empezó a señalar varias características del dragón mientras las describía.

    —Esto es un modelo espécifico del dragón que hemos estado persiguiendo. Se puede ver la bola al final de la cola. El resto del animal parece consistente en el rango de propiedades que vimos durante el enjambre. Primero: la cabeza y los ojos. Probablemente, las multifacetas están relacionadas con la provisión de un rango extendido de longitudes de onda hasta las altas energías, ultravioletas extremos e incluso rayos X. Tres ojos tienen mucho sentido en este entorno. Nosotros tenemos dos y mayormente responden a eventos en un plano ante nosotros. Tenemos que mirar arriba y abajo. El dragón puede mantener un ojo en el cielo y en mucha parte del cuenco del disco que, probablemente, es útil para localizar un estallido en desarrollo.

    —No necesito un modificador mental para tener visión trinocular —dijo Sylvia—. El resto de longitudes de onda se pueden manejar fácilmente al alargar la paleta de colores, pero aún necesitaré mirar arriba y abajo.

    Stearn dijo: —Tengo eso cubierto. Hay una interfaz de vídeojuego para un shooter basado en el espacio de gravedad cero que lo hace bastante bien.

    —De acuerdo entonces. Lo robaremos de ahí.

    Fisher continuó. —Los ojos no son la parte sensorial más importante de la cabeza. El conjunto de bigotes alrededor de la boca se pueden usar para emitir ondas de radio en una variedad de frecuencias. Junto con el sistema circulatorio superficial, podrían ser buenos viendo los electrocampos magnéticos en la zona.

    —Me lo imaginaba —dijo Sylvia—. ¿Qué hay del movimiento?

    —Los giros le permiten deslizarse por las líneas de campo y los ajustes más inteligentes, mirad allí.. —Fisher señaló mientras el modelo daba un giro reverso en la mitad de su largo cuerpo.—... inician cambios en otras líneas de campo. Hay un sistema circulatorio superficial que desplaza cargas para facilitar los movimientos. Piensa en ello como un complejo circuíto integrado electrónico con condensadores estratégicamente situados e inductores, transformadores, recitificadores en ambas regiones, tanto AC como DC. La carga eléctrica puede circular para producir un fuerte campo magnético impresionante propio del dragón, que puede blindarlo activamente de las tormentas de partículas, igual que los cinturones de van Allen alrededor de la Tierra. Seguramente lo usan durante los estallidos y si pudiéramos verlos a todos en el disco, parecerían como bolas de rayos con brillantes auroras.

    —No has llegado aún a la mejor parte —dijo Stearn.

    —Oh sí, el modo cohete —Fisher se encogió de hombros—. Con este no puedo, no con la bola en la cola. He comprobado los campos.

    Stearn dijo: —Desnúdalo, muéstralo de todos modos.

    —Claro —Él envió algunos comandos a Papá. La bola desapareció y el dragón empezó a enrollarse—. ¿Véis cómo los segmentos se apilan en este nuevo plano? La piezas asimétricas y sus superficies asimétricas coinciden perfectamente. El plasma dirigido dentro de estas nuevas super bobinas se puede confinar fuertemente y se puede inducir la fusion. El plasma en la cavidad interior se puede calentar y expulsar para la propulsión.

    El dragón se lanzó como un cohete sobre el disco.

    —Lo sabía —dijo Stearn—. Es como nuestros reactores de fusion magnética para apartar la simetría siglos atrás. Sólo que son casi simétricos localmente y confinan el plasma a lo largo de una hélice distorsionada y reducen así los efectos de la difusión colisional. La trayectoria de las partículas permanece cerca de las superficies magnéticas mientras que haya una coordenada ignorable, lo cual no requiere simetría circular si piensas en ello y una simetría aproximada a una hélice en suficiente para que funcione. Aunque ha de tener las estructuras en perfecta forma en la escala de los milímetros..

    Stearn se dió cuenta de que tanto Fisher como Sylvia se le habían quedado mirando. La boca de Sylvia estaba abierta.

    —¿Qué? —preguntó él—. Por supuesto, el confinamiento de fusión tiene tantas soluciones de apariencia extraña...¡soy un experto en ellas!

    —Por supuesto que lo eres —dijo Fisher—. Bueno, el otro punto esencial que debéis incorporar en vuestra simulación es el equilibrio de frío y calor. Esto coloca un montón de restricciones en el comportamiento observado. La acción láser parece ser tan automática como sudar: al calentar los condensadores de carga que bombean las poblaciones cuando se alcanzan ciertos voltajes. No he descifrado aún todos los materiales. Vale, ningún material, pero las leyes globales de conservación se deben de respetar.

    —Lo que tendrá que ser bastante bueno para nosotros —dijo Sylvia—. Papá, ¿puedes meter este modelo dentro de la simulación que estamos construyendo? ¿El modelo con la bola en la cola?

    —Absolutamente —dijo Papá.

    —Hay más —dijo Fisher.

    —¿Algo que afectará a las percepciones en las que confías?

    —No si lo pones de ese modo.

    Stearn siguió observando el dragón cohete. Era genial observarlo. Quedó un poco decepcionado de que la potencia de fusión parecía ser la misma que la que habían desarrollado. Se le ocurrió que las soluciones eran muy difíciles y requerían técnicas numéricas muy poderosas. ¿Cómo podía haberlas encontrado la naturaleza? Esta no era la clase de cosas con las que te encuentras ni siquiera durante un tiempo de Hubble, como los chimpances tecleando en máquinas de escribir.

    —Vamos, Phil —dijo Sylvia—. Hora de cazarme como un dragón.

    En su camarote, Devereaux y Stearn se sentaban de piernas cruzadas sobre la moqueta de felpa que simulaba lecho forestal. Estaba anocheciendo y ardía una hoguera entre ellos. Sobre su crepitar llegaban el ruído de las aves e insectos. Devereaux contaba las piezas que faltaban del puzzle de la artificilidad: la carencia de calor y humo del fuego inextinguible, la falta de la esencia de Abril de sus bestiacamas actualmente disfrazadas de coloridas hojas otoñales, la incorrecta alineación de las estrellas (que eran de Norte América, pero no en el crepúsculo de otoño).

    —¿Vamos a hacerlo o qué? —preguntó Stearn.

    Estaba inclinado hacia el fuego y su luz dorada se reflejaba en su amplia frente. Tenía los ojos fijos en los de ella y los surcos de su frente indicaban impiedad. ¿De dónde había sacado eso? Las chispas de su chico se habían metamorfizado recientemente de algún modo. ¿Habían descubierto él la seriedad de los juegos por fín? ¿O simplemente era que ella veía en él lo que trataba de negar tan duramente?

    —Sí, vamos a hacerlo ahora mismo. ¿Nos darás el disco en tiempo real según lo acordado, Papá?

    La voz de Papá irrumpió en la noche, enviando al aire algunas hojas.

    —Por supuesto que lo haremos. Nuestras reacciones son mucho más rápidas que las vuestras, así que, no sabemos lo que pensar...

    —Gracias, Papá —dijo Devereaux.

    Mientras Fisher había pasado meses simulando un dragón estelar, Devereaux había pasado meses simulando SS Cygni. Incluso había invertido algún esfuerzo en edificar un entorno virtual y sentidos artificiales para experimentar con ello. Ella y Fisher no tenían ni idea de si sus sentidos tenían alguna analogía con los de un dragón estelar, pero constituyeron modos de juzgar los parámetros del entorno inmediato directamente y parecía natural esperar que el dragón pudiera hacer otro tanto. Mucho de la ciencia, como en el arte, era simplemente encontrar el camino más despejado de ver algo nuevo para entenderlo mejor.

    Ella no se fiaba de los sencillos vídeojuegos que ella y Stearn ya habían intentado. Esperando que Papá desarrrollara una estrategia de caza perfecta basada únicamente en sus propios algoritmos de supervivencia y datos limitados había sido locamente optimista. Lo que estaban haciendo era difícil y, ciertamente, eso implicaba inteligencia y una misión que tenía más valor, ¿no? La inteligencia era un rasgo ventajoso para ayudar a encontrar comida o evitar ser comido. El dragón estelar estaba demonstrando una habilidad para evitar ser comido, en efecto. Aquí no había nada que los comiera (al menos, nada que hubieran visto hasta el momento, se obligó a subrayar), y parecían subsustir de elementos disponibles en el plasma, así que, ¿para qué tener inteligencia? ¿Cómo podía surgir la inteligencia incluso garantizando que el disco presentara muchos desafíos para la supervivencia?

    Bueno, era hora de mejorar su propia inteligencia.

    Devereaux recogió el interfaz en forma de visor de su regazo. Era un semicírculo negro con circuitería cálida y brillante con venas que latían ligeramente y pies con garras donde estaba el enlace directo. Era una cosa tosca para los estándares de la época, pero Devereaux era una solucionadora de problemas. No pulía las cosas y las embellecía. Tocó los extremos de sus sienes cuando posó el centro en el puente de su nariz, apretó los pies y dió un respingo cuando las agujas se hundieron en su piel.

    Un repicar de campanillas la asaltó y el wush-wush-whush de su propia sangre crecía dentro de una tempesta de blanca nieve de estática ante ella. La nieve se fundió en negro y las campanas y la sangre redujeron su volumen hasta un silencio imposible.

    Menuda entrada torpe, las habilidades de su interfaz nunca conseguirían un empleo con el proveedor de estímulos preferido de Stearn.

    La piel le picó, se estiró y arrugó. Frente al helado cielo azul crecía la luz y el calor para definir ‘abajo.’ Planeó por un frío viento, encorvándose alrededor de una línea verde brillante que evitaba que ella cayera. De fondo, sonidos de timbre reverberaban como ecos a su paso a través del disco. Clasificó a través de ellos, identificando el grave acorde mayor del flujo de acreción impactando con el punto caliente a medio disco de distancia y las agudas notas menores de la oscilante inestabilidad .

    Se deslizó fuera del cable verde a favor de otro, saboreando la dulzura del deuterio allí (asumían que las criaturas alimentadas por fusión tendrían un gusto para los isótopos pesados de hidrógeno). Pasó varios minutos conociendo su cuerpo hasta que sus pensamientos se tornaron directamente en acciones, hasta que este cuerpo fue su cuerpo.

    Demasiado pronto, el cable vibró. Todos los cables verdes vibraron. Sintió a los invasores allí fuera igual que cuando había sido una niña había sentido su ocelote Gordiano merodeando alrededor de su bestiacama por la mañana temprano. No hay problema, simplemente se zambulliría en el sofocante fulgor y escaparía de ellos.

    Entonces, apreció totalmente el bulbo de su cola que flotaba como un globo inflado en una cadena de plata. hinchado, pesado, ¡sabía que era capaz de moverse mejor! Ella reculó su trasero de dragón, pero no había mejor modo de moverse con esa cosa ahí. Fisher había conseguido las características de esa cosa a partir de su modelo o no sería tan debilitante. ¿Por qué tendría un dragón tal cosa incómoda? ¿Una advertencia, como una serpiente de cascabel? ¿Se podía usar como un condensador, una batería para encender...qué? Eso no tenía sentido si los dragones podía iniciar la fusión dentro de sus bobinas. Era tan incómoda. ¿Para qué...?

    Pero los invasores se acercaban, eran seis. No, allí había un séptimo que se quedaba atrás. Sin duda, Papá y Stearn lo dejaban más allá de su alcance (¿podía esta simulación estar tan cerca de la realidad?) y la empujarían a su modo con el resto. Ella se dirigió de inmediato directa hacia ellos.

    Se podía mover más rápido que las lanzaderas, incluso sin ser un cohete e incluso con el maldito bulbo arrastrando detrás, pero no podía zambullirse para escapar y no podía, simplemente, volar indefinidamente lejos de ellas. Presumiblemente, el verdadero dragón estelar no podía y el objetivo de este ejercicio era el resultado que seguiría a tal persecución incluso aunque pudiera.

    Fue en barrena de cabeza hacia el rezagante intruso, pasando rápidamente la vanguardia. Sus campos estaban lejos de formar una red y ella se escurrió atravesándolos con pequeña deviación en su rumbo. Mientras recorría el estrangulador, lo observó crecer en un caos verde semejante a un arbusto enfermizo y luego lo dejó atrás, agitando sus ‘hojas’ a su paso.

    ¿Ahora qué? pensó. Acababa de mostrar a Papá y Stearn que un dragón advertido podía interferir una red lanzada prematuramente. Ellos lo sabían. Tuvieron que dar un paso atrás en el puzzle, juntar algunas piezas de antemano y empezar a bloquear desde mayor distancia. Ella navegó por la zona para encontrar el nuevo reto que lanzarían en breve.

    En el ruído de fondo de baja frecuencia del flujo de impacto, un golpe agudo resonó como un estruendo de trueno distante. Ese tono agudo no era una profunda onda de presión, uno de los impulsores de la viscosidad del disco que transportaba el plasma hacia el interior de la enana blanca. Pero, ¿qué otra cosa portaba tanta potencia para que ella pudiera oirla de esta forma? ¿Podía ser el eco de sus misiles? No, esos eran apagados y largos. Sonaba como si no hubiera surgido simplemente a través del disco. ¿Quizá había una inestabilidad creciendo en la secundaria que no había detectado? Ese golpe era una señal de algo.

    Y aquellos pocos momentos de distracción bastaron para que intrusos por parejas se aproximaran desde los cuatro puntos cardinales.

    Ella bajó como un sacacorchos, edificando fuerzas flotantes, luego giró a alta velocidad, tomando ángulo hacia un hueco entre dos pares. Mientras se acercaban, los pares se separaron y ella encontró que las líneas verdes se juntaban. A medida que la densidad verde aumentaba, su progreso disminuía, luego, se invertía. Ella rebotó.

    El resto de intrusos había llegado y ataba la bolsa magnética por el lado de atrás. Ella oscilaba adelante y atrás, atrapada mientras mantenía sus corrientes y cabalgaba las líneas.

    —Vale, me habéis pillado —dijo Devereaux en voz alta con su boca humana. Las palabras el sonaron suaves.

    Al simular, los sentidos del dragón tenían que hacerse con análogos a la percepción humana, pero la multitud de información crítica potencial requerida se duplicaba y triplicaba de entradas sensoriales, dando al mundo una riqueza que ella apreciaba hasta al hablar. —Probemos otra vez a ver si no puedo encontrar un modo de escapar.

    —Puedes intentarlo —la voz de Stearn retumbó distante, grave y fuera de lugar, recordándole ese extraño ruído.

    El disco era un sistema tan complicado que esperar que no tuviera crujidos y gruñidos más inexplicables que una nave espacial era poco realista.

    Aún así, mientras empezaban otra prueba, la memoria de ese golpe la molestaba. El golpe no había sido real, medido, y canalizado hacia sus alterados sentidos simulados de su dragón. Trató de quitárselo de la cabeza y se concentró en la siguiente partida.

    Escuchó otro golpe profundo y distante, pero no le permitió que la distrajera. No la cazarían tan fácilmente la próxima vez. Y no lo hicieron.

Capítulo 13

    Lo que pensamos y sentimos y somos está en gran parte determinado por el estado de nuestra glándula endocrina y visceras.

    Fang abrió los ojos rápidamente en la oscuridad. Antes de consultar su reloj ocular ya había girado el torso y deslizado los pies fuera del borde de la cama.

    ¡Había dormido más de seis horas!

    Las luces brillaron en respuesta a sus movivientos y ella se inclinó para ponerse las botas. Con su metabolismo optimizado, normalmente dormía cuatro horas de cada veinticuatro, pero estos no eran tiempos normales.

    —¿Qué está pasado, Papá?

    Ciertamente, la habría despertado si hubiera habido algún cambio en el estado de las cosas, ¿verdad? A menos que Fisher hubiera hecho alguna travesura de nuevo. Ella aún no se fiaba de él, aún cuando le había dado el mejor masaje de espalda.

    —Estamos siguiendo a la bestia. Está nadando felizmente por ahí esperando que la enganchemos.

    Fang se puso de pie, ignoró el ligero mareo y salió por el irisado portal hacia el puente de vuelo.

    —¿Dónde están todos? ¿Qué están haciendo?

    —Estamos jugando al juego de la pulga-dragón con Stearn y Devereaux en su camarote y los chicos no juegan mal, tengo que admitirlo. O quizá no estamos tan recuperados como nos gustaría pensar. Henderson sigue en su laboratorio, sintiéndose miserable como siempre. Fisher está engullendo café y jugueteando por ahí con sus modelos, añadiendo campanas y silbidos cuando le enviamos más datos. Demonios, ya es bastante bueno en nuestra opinión. Ahora está en el puente.

    Bien, nada catastrófico, pero aún se sentía insegura sobre Fisher. No había descansado. Había ido directo al trabajo. ¿No era eso razonable para los trabajólicos? Ahora estaba de su parte, ¿cierto? Ahora trabajan juntos, ¿no?

    A pesar del brillante bienestar que su tacto le había generado, ella dudaba. Era mejor tenerle allí, con ella, bajo su escrutinio. Tanto en el puente como en su dormitorio. Negó con la cabeza para despejarse las ideas oscuras.

    Sintiéndose completamente bien y despejada, si acaso un poco acelerada, Fang entró decidida en el puente de vuelo.

    —Vamos a seguir con esta cacería —avisó ella.

    Fisher alzó la vista de su consola, el fulgor verde de un modelo en malla que flotaba en su consola proyectaba una máscara fantasmal en su cara. Él asintió, se giró dándole la espalda sin una palabra o sonrisa y quedó reabsorbido en los arcanos de su ciencia.

    Menuda bienvenida, pensó ella. Cayó sobre su sillón de combate sin gracia y la bestia dejó escapar un chillido involuntario. Ella masajeó los brazos de la bestia suavemente hasta que se tranquilizó.

    —Papá, haz que Stearn y Devereaux suban aquí.

    —Sí, hija. ¿El Sr. Henderson también?

    —¿He llamado yo a Henderson? —disparó Fang en respuesta.

    Astútamente, Papá no respondió.

    Fang se entretuvo observando el dragón, el premio que la legitimaría como la capitana de todos los tiempos o, al menos, de algunos milenios más, esperaba. Después habría algunas otras misiones que la consolidarían y otras y otras. Era una galaxia grande. Había bastantes cosas que hacer para justificar que ella existía, ¿o no?

    El dragón estaba haciendo las mismas cosas, ya antiguas, y ella acabó por distraerse. El puente estaba en desorden. Suciedad, polvo y sudor cubría muchas superficies. Las moquetas estaban anémicas. Sólo veía dos peces en la sala entera, apenas suficientes para consumir los resíduos de un lugar donde tanta gente había pasado tantas horas.

    La Karamoyo no estaba en forma y eso la dejaba intranquila.

    Cuando Stearn y Devereaux llegaron, cogidos desvergonzadamente de la mano de un modo íntimo, incómodo, en el que sólo los índices estaban enganchados, Fang les preguntó a bocajarro si podían hacerlo mejor que Papá.

    —Absolutamente —dijo Stearn—. Tenemos la creatividad, el filo de la vida, la voluntad de sobrevivir.

    Fang ignoró al Comodín y se quedó mirando a Devereaux. Los ojos de la mujer eran de un marrón sereno y despierto tan rico y profundo como una taza de café. Ella encogió un hombro, el más alejado a Stearn.

    —Bueno, Papá ahora está mejor entrenado, diría yo. Nunca podremos imitar sus tiempos de reacción.

    —¿Cuánto tiempo tenemos hasta el siguiente estallido? —preguntó Fang a Devereaux.

    Devereaux dijo: —Papá, dame la CUENTA ATRÁS de mi programa de monitorización, más el sigma uno de incertidumbre.

    —Diecinueve días, más menos un día y medio.

    Las cejas de Devereaux se alzaron juntas de una forma deliberada que molestó a Fang más que el modo en que ella se cogía de la mano con Stearn.

    —Eso suena a mucho tiempo. ¿Algo va mal? —preguntó Fang.

    —Quizá —Devereaux apartó el agarre de Stearn y se sentó sobre el bestiasofá. Se inclinó, apoyó los codos en las rodillas y miró la pantalla del tanque mientras se conectaba con la consola.

    Sus dedos volaban pulsando comandos cuando dijo: —Eso es bastante más rápido que la última vez que lo comprobé. Y la incertidumbre es demasiado grande. Está pasando algo.

    Devereaux era, a veces, demasiado científica para el gusto de Fang. Como capitana, sólo quería saber lo necesario para terminar el trabajo.

    —Pero diecinueve días significa que no tenemos prisa aquí. A eso me refiero —dijo Fang

    Devereaux no dijo nada, pero sus ojos se movían adelante y atrás tan rápidos como sus dedos.

    Algo tocó de pronto la mano de Fang y ella la apartó sobresaltada.

    —Perdón —susurró Fisher con su voz cerca de su oído.

    Ella sintió el tacto en su mano de nuevo. Primero la cerró en un puño y levantó los brazos hacia el pecho. Demasiado tarde para integrarse ahora. Había tenido su oportunidad cuando ella entró en el puente de vuelo. Era la capitana y el juego había empezado. Hora de ser profesional.

    —¿Dónde está el problema? —preguntó Stearn—. El sistema es difícil de predecir, tú misma lo dijiste.

    Los dedos de Devereaux seguían moviéndose: —No tan difícil como ahora. Estamos justo encima del disco y puedo monitorar el ritmo de acreción y la viscosidad como una función de la posición y enviarlo todo directamente al modelo. Está pasando algo dentro del disco que altera la viscosidad, quizá vía campos magnéticos o algo está sucediendo en la secundaria que incrementa el influjo hacia el disco.

    —¿Tan importante es la viscosidad? —preguntó Fang.

    Fisher respondió: —Lo más importante. La fricción efectiva en el plasma es lo que mueve el momento angular hacia el exterior y hace que la materia se hunda hacia la enana blanca. Con baja viscosidad, todo se apila en el borde exterior del disco y nada se mueve. Con alta viscosidad, algo que puede inducirse mediante ondas impulsadas por dinamo o inestabilidades térmicas cuando se amontona demasiada masa de gas, todo empieza a fluir hacia la primaria y el disco se calienta y se expande. Lo que llamas tú un estallido. Buum, estamos fritos.

    Fang sabía esto, al menos, en términos generales, pero aún fallaba en apreciar por qué Devereaux estaba tan alterada.

    —¿Y qué? Tenemos diecinueve días.

    —Eso es un dato variable —respondió Devereaux—. Algo está siendo introducido fuera de los parametros del modelo que he ensamblado. Cuando haga un modelo muy bueno, se lo haré saber. Esto me llevará algún tiempo averiguarlo.

    Fang respiró hondo. De pronto, aquello parecía más una expedición científica que un safari. Bueno, también había gloria en las expeciciones científicas. Del tipo mediocre.

    —Dispénsenme —dijo Papá de un modo educado nada característico.

    —¿Sí, Papá? —dijo Fang curiosa por lo que podía ser tan turbio como para garantizar la incertidumbre de traerlo a colación ante las mentes humanas a bordo.

    —Estas son las señales. Mayormente, radio de baja frecuencia, pero algunas otras partes del espectro de potencia se correlacionan en el tiempo. Parece ser un ruído de fondo onmipresente, quizá alguna fluctuación de la acreción que hemos estado registrando desde que llegamos al sistema.

    —¿Y por qué mencionarlas ahora? —preguntó Fang.

    —Primero, ya no estoy seguro de que sea mero ruído. Segundo, estamos recogiendo picos de alta energía, rayos X e incluso energías en el régimen gamma que siguen a los estallidos extendidos más complejos.

    —¿De dónde vienen? —preguntó Devereaux.

    —Esa es la parte más extraña —confesó Papá—. La mayoría de los procesos de alta energía suelen ocurrir cerca de la primaria donde el gas de acreción colisiona con la superficie de la enana blanca, pero estos vienen de la dirección de la secundaria. Cada veinte minutos o así, aunque eso es sólo un ritmo medio y también se acelera.

    ¿Otro misterio? ¿U otro aspecto de uno de los misterios ya en su catálogo? No necesitaban misterios. Todo lo que necesitaban era recoger un dragón y mantenerlo vivo, o como se llamara su estado animado, para el viaje de regreso a la Tierra. Demonios, un dragón muerto estaba bastante bien, probablemente. Del punto A al punto B y de vuelta otra vez para recibir la admiración de trillones de personas durante quince segundos de fama. Sería suficiente para seguir siendo Importante. ¿Sería suficiente para seguir siendo capitana otro milenio?

    —Envíane los datos —pidió Devereaux a Papá.

    —Por supuesto.. —dijo él rudamente—...pero hemos pasado los algoritmos de decodificación estándar y similares. Si alguien está hablando, no lo hace de un modo que podamos entender.

    —Entendemos los rayos gamma —vino una voz grave desde atrás—. Su tacto ionizante puede desentramar nuestro ADN más rápido de lo que nuestros sistemas de reparación pueden juntarlo de nuevo.

    Fang giró a medias y vio a Henderson, un poco agachado y asomando en el portal como el Ángel Exterminador que viene a reclamar su deuda. Ella quiso decir ‘Que te den’, pero simplemente se giró dándole la espalda. Quizá debería haber dormido más, aun cuando las seis horas parecían todo un lujo. Era complicado mantener pensamientos apropiadamente profesionales y eso era vital para ella ahora mismo.

    Le dijo a Devereaux: —¿De modo que esto es importante para nosotros?

    Fisher respondió: —Mira al dragón. Si el dragón reacciona, es importante para nosotros. Si no...

    Como le fue ofrecido, Fang miró al dragón. Los llamativos pseudocolores de la pantalla le hacían parecer una serpiente herbácea verde retorciéndose en el carbón de una barbacoa abismal, debatiéndose en agonía. Miró más allá de la imagen, más allá de la inmensidad del disco. ¿Acaso nadaba con mayor...intención? ¿Acaso parecía consciente del ruído de radio y los estallidos gamma? ¿Acaso parecía consciente de la Karamoyo?

    No. Seguía retorciéndose. Al quedarse mirando durante demasiado tiempo, Fang, finalmente, apartó la vista hacia la solapa blanca de su uniforme (el feroz disco ardía en todos los demás lugares). Se formó la imagen inversa y era la de una maldita serpiente reptando sobre un campo verde. Las historias de su abuelo frente a la hoguera emergieron en ella, sin ser solicitadas, a través del tiempo. ¿Qué relevancia tenía el folklore chino aquí en SS Cygni? Sin embargo, regresaban hasta ella. El rojo y el verde eran colores complementarios, eran colores primarios de la vida y poseían incluso mayor poder en combinación. Y allí había una vasta diferencia entre serpientes y dragones. Las serpientes eran una de las cinco criaturas nocivas, listas pero traicioneras, asociadas con la virilidad masculina excepto cuando tenían cabezas triangulares...entonces eran símbolos femeninos. En muchas de las historias, las serpientes podían obligarse a que entregaran regalos de perlas, pero tales transacciones no estaban exentas de gran riesgo.

    —Hey hey hey —dijo Stearn.

    Fang parpadeó y retomó su atención al dragón. En vez de su plácido progreso contínuo hacia el Nirvana Dragón, o como fuera el sitio al que antes se dirigía, la criatura estaba encabritándose arriba y abajo, salpicando plasma como el agua en una bañera. La escala de la bestia hacía de aquello una maravilla a cámara lenta, pero la violencia en sus movimientos era innegable.

    Mierda, pensó ella.

    Fisher avanzó un paso hacia la pantalla, extendiendo sus brazos en súplica. La proyección oscurecía su manos en las muñecas y parecía que sus brazos crecían hacia en interior del dragón.

    —Tanquilo, vamos a por tí —dijo Fisher.

    Las cosas sucedían. Demasiado despacio antes durante demasiado tiempo, pero ahora demasiado rápido. No lo bastante rápido. ¿Acaso no tenían diecinueve días? De pronto parecían diecinueve segundos.

    —¿Crees que se zambullirá? —dijo ella en voz alta a nadie en particular.

    Fisher respondió: —Sí.

    Al mismo tiempo, Devereaux dijo: —No.

    Papá no ofreció ninguna opinión, lo cual era, probablemente, lo más revelador.

    Fisher giró hacia Fang, alejando las manos del dragón. La proyección dejó un rastro por sus dedos como si hubiera metido los brazos en la criatura real y los hubiera sacado después, pegajosos de vida.

    —Tenemos un plan de acción, un dragón distraído y un fenómeno físico desconocido...aún distante por el momento. Estoy dispuesto a apostar mucho en este especimen individual. Devereaux estará de acuerdo en que la incertidumbre en el comportamiento del disco hace que sea más seguro actuar ahora que luego. ¿Estoy en lo cierto —preguntó Fisher.

    Fang, sintiendo que jugaban con ella, se giró hacia Devereaux. Esta le devolvió la mirada durante un largo tiempo antes de asentir.

    —¿Papá? —preguntó Fang.

    Era más que prudente pedir su opinión en estas circunstancias. Aunque era demasiado entusiasta en muchas instancias y estaba agitado por su trauma reciente, su programación básica permanecía más que saludable.

    —Embolsemos a ese dragón —replicó él.

    —Llevanos más cerca y saca las lanzaderas cuando sea óptimo. Asumo que has incorporado los resultados de tus sesiones estratégicas con Stearn y Devereaux?

    —Por supuesto —dijo Papá.

    El dragón planeaba ante ellos mientras la Karamoyo reducía su impulso y descendía. Papá cambió el modo de pantalla a immersión profunda para que el espacio y el disco los rodeara y perdieron de vista incluso sus propios cuerpos. La cabeza trilateral del dragón oscilaba erráticamente. El plasma brillante se filtraba hacia los huecos de su boca dándole a Fang la impresión de un succionador de pantanos drenando la tierra para los colonos.

    Trazadores de azul eléctrico registraban el rumbo de las lanzaderas liberadas, los soldados de su ejército. Dos de ellos relucieron cuando se zambulleron en la fotosfera y se perdieron de vista, pero aún seguían su rastro en las frecuencias de radio. Otros dos se lanzaron sobre sus cabezas, botando dentro de un alto arco. El resto se arremolinaba hacia el dragón.

    El dragón no prestaba atención a los robots. Su cabeza mantenía una orientación constante respecto a la Karamoyo, pero su cuerpo se inclinaba como loco mientras se sacudía a sí mismo adelante y atrás fuera del disco, subido en un torre vomitada de plasma.

    —¿Nos puede alcanzar hasta aquí? —preguntó Henderson.

    —Por supuesto que puede si se hace cohete —dijo Papá—. Sin no lo hace...

    —También puede alcanzarnos, pero no tan rápido —dijo Devereaux—. Hay un fuerte campo magnético poloidal que sale directamente y cambia en un campo que puede propulsarlo como una cuenta en una cuerda. La fuerza centrífuga lo acelerará hasta...

    —Velocidades keplerianas. A este radio, es casi mil kilómetros por segundo —dijo Papá—. Pero es la velocidad diferencial respecto a nosotros lo que importa. Dada nuestra trayectoria proyectada...

    —Podría alcanzarnos en unos tres minutos, si le dejamos —dijo Fisher—. No sé por qué no ha tratado de alejarse en modo cohete. Debe de ser esa bola que tiene en la cola. Si evita que pueda propulsarse, debería de servir para alguna función importante. Puede que tengamos un mutante aunque parece dudoso. Me progunto lo que es esa bola.

    Los trazadores azules se ajustaron, describiendo elaboradas hojas de orquídea mientras convergían.

    El dragón los ignoró y continuó su curso de colisión hacia la Karamoyo. Los detalles aumentaban a medida que la distancia decrecía. Las texturas ondulaban a la vista: una moteada estriación de verdes en los segmentos anélidos y facetas en los ojos camaleónicos trilaterales.

    Como siempre, Fang no pudo evitar concentrarse en los ojos, her bane parecía. Ella y Papá habían pasado largas horas hablando sobre la mirada de los ojos y no sólo los de los leviatanes. Papá sabía que el carácter e intenciones de una persona se podían leer en ojos no modificados y en una sorprendente variedad de ojos diseñados. Él no sabía esto por propia expieriencia, sino por la falsa experiencia que se había grabado en su propio carácter como una función de los aspectos integrados de su personalidad original Hemingwayesca. Él no lo comprendía. La evolución seleccionaba a los humanos que podían evaluar mejor las acciones de sus amigos, refinando la habilidad para leer el significado de los estados, la expresión y el comportamiento. Reconocimiento de patrones altamente complejo del tipo más esencial y muy difícil de duplicar con redes neurales a la hora de intentar descrifrar lo enmascarado.

    —¡Oh dios! —gritó Henderson, un sonido sordo como una campana gigante cayendo al suelo—. ¡Es una bomba! ¡Una bomba! ¡Ha puesto el motor del cohete como una bomba y va a matarnos!

    —Lo dudo seriamente.. —empezó Fisher pero, luego, se quedó en silencio. Finalmente dijo: —Hmm, podía tener razón. Lo averiguaremos con bastante antelación.

    —Ooh, sé que es una bomba.

    ¿Podía tener razón Henderson? No parecía muy probable que los temores de Henderson fueran una imagen perfecta de la realidad. Pero su sospecha se le antojó a ella más probable que lo que se había propuesto hasta el momento. Quizá deberían retirarse, investigar más. Tenían diecinueve días, lo tomaran o lo dejaran.

    Fisher diji: —Cambia la pantalla a mayores energías. Rayos X duros, de diez a veinte keV.

    Fang dejó de arrugar la frente cuando cayó la resolución del dragón, los border afilados se disolvieron en manchas borrosas. Los ojos de la criatura se fundieron desde claro reptíl hasta transparente espectral, igual que su cuerpo esquelético. A esas energías, algunos fotones escapaban a través de la bestia, aunque su biología parecía inmune a los efectos de la ionización.

    —Sí, hay algo oscuro en la bola, absorbiendo —Fisher habló en voz baja, más para sí mismo que para sus compañeros de tripulación—. Podrían ser fisionables pesados para un detonador, coleccionados durante años, pero si el dragón puede generar fusion via confinamiento magnético y bombardeo con láser, ¿para qué necesitaría un detonador? Y la forma no parece la óptima. No, sobre la reflexión, dudo seriamente de que sea una bomba. Hay cien explicaciones más probables.

    Pero había empezado con ‘Podría ser,’ y ‘podría ser’ era suficiente para ella. Quizá algunos dragones habían empezado a crecer tras las detonaciones nucleares en el interior del disco para protegerse. Quizá tuvieron tiempo de descubrirlas, a salvo, antes de que les explotaran en la cara. El dragón ya estaba incómodomante cerca y se acercaba con cada segundo mientras la rotación del disco le ayudaba a avanzar hacia el exterior.

    —Retrocede, Papá. Que vuelvan las lanzaderas, también.

    Su peso se incrementó con el empuje de la aceleración mientras ascendían alejándose.

    —Movimiento inteligente —dijo Henderson.

    —No —dijo Fisher—. Tenemos que coger al dragón ahora y determinar la naturaleza de este fenómeno. Es mucho más sencillo de estudiar en nuestra bodega de carga. Necesitamos tiempo en el sistema con él.

    —Suceden cosas que no entendemos —dijo Devereaux—. La paciencia resuelve muchos misterios. Deberíamos ser prudentes y esperar.

    —No —dijo Fisher—. Deberíamos ser audaces. Podemos entenderlo si nos movemos ahora.

    Papá había cambiado la pantalla a menores frecuencias y en un rango dinámico extendido para obtener mejores detalles, todo mientras mantenía la misma escala de imagen. Aún así, la imagen estaba borrosa y los tres ojos se fundían en un gusano ciclópeo.

    —Ven ahora —dijo Fisher—. Volvamos a la caza.

    Stearn emitió un gruñidito y asintió, pero, cuando Devereaux miró hacia él, se mordió el labio y no dijo nada.

    Fisher dijo: —Tú estás conmigo, ¿verdad, Papá?

    —Creemos que podemos meter el dragón en el saco, pero seguiremos las órdenes de la capitana.

    —¿Ha oído, capitana Fang? Papá cree que podemos atrapar al dragón, y él es más listo que usted —Fisher hizo una pausa para respirar y enmendó —Que nosostros, quiero decir.

    —Papá no es mejor que sus datos de entrada... tus datos —añadió Devereaux pasando entre Fisher y Fang—. De hecho, él es peor, probablemente, en imaginar los resultados de las situaciones únicas con parámetros desconocidos.

    —¿Y tú puedes hacerlo mejor? —desafió Fisher, mirando por encima de las rastas de Devereaux directamente a Fang. Él estaba retándola.

    Soy la responsable, pensó Fang. Cuando regresemos, mi futuro se determinará por mi actuación aquí y ya tengo un ojo morado. Basta de errores precipitados.

    Fang enfrentó la mirada de Fisher con toda la frialdad que pudo reunir y no dijo nada, dejando que su orden prevaleciera.

    El dragón se retorció sobre sí mismo y cayó hacia el interior del disco. Esa extraña bola se balanceaba detrás, burlándose de ellos. Eso era bueno. Ya volverían más tarde.

    —Lanzaderas regresando —dijo Papá. En verdad, la tela de araña azul se estaba destando sola hasta quedar fuera de la existencia.

    —No —dijo Fisher—. Envíalas otra vez ahí fuera. Lo hemos solucionado todo mientras tu estabas durmiendo. El dragón está dentro de alcance.

    —No —dijo Fang—. Mantén la distancia, Papá.

    —Sí —dijo Henderson.

    Fang se levantó de su asiento, notando de pronto sus pies sudorosos dentro de sus botas. Avanzó hacia la consola Devereaux y dijo: —Vamos a mirar más de cerca ese encuentro.

    Fisher dijo: —No —una vez más.

    Fang le dedicó media mirada y se sorprendió al recibir de él un fulgor animal que sólo había visto en el cuadrilátero de boxeo. ¿Qué le había dejado tan alterado? Al principio él no quería entrar de golpe como un trueno debido a demasiadas incógnitas y ahora estaba ladrando cuando ella elegía la ruta prudente.

    —¿Me va dar usted problemas? —su pregunta tenía dos niveles de significado y ella confiaba en que él los entendiera.

    —Tus instintos no resultaron muy buenos la primera vez —respondió Fisher en tono neutro. —¿Por qué no lo probamos a mi modo esta vez?

    Ofrecía un señuelo muy torpe. Ella sabía que había tenido problemas para lidiar con el primer encuentro, pero ser una cobarde no era uno de ellos.

    —Quizá deberías descansar, Sam. ¿Cuándo ha sido la última vez que has dormido?

    —Noventa y seis horas —respondió Papá.

    Fang rodó sus ojos hacia el techo. Papá estaba en todos los lugares y en ninguno, pero su voz siempre parecía venír desde arriba, como una deidad o un hada maliciosa.

    —Qué dolor. ¿Por qué no has dormido?

    —No estamos discutiendo mis decisiones aquí —dijo Fisher, ignorando a Papá—. No tengo autoridad real, ¿no es cierto? El líder científico es un título sin valor sin un especimen, ¿verdad? Estoy dentro de la caja y fuera del juego. Bueno, Biotorno estará de mi lado cuando regresemos con las manos vacías. Tampoco es que eso importe. Estaremos arruinados.

    —¡No es cierto! —irrumpió Henderson—. ¡El único error que un inmortal necesita evitar es la muerte!

    Devereaux y Stearn giraron sus cabezas hacia el gigante. Fang también lo hizo, pero sólo cuando Fisher lo hizo primero.

    Fang dijo: —Esta clase de locos argumentos sólo refuerza mi opinión de que necesitamos ir más despacio con esto, tomaos todos un descanso y aclaremos nuestros sistemas. Consigamos una mejor noción sobre este extraño dragón antes de hacer este movimiento o encontremos otro movimiento. Pero necesitamos estar bien preparados lo primero de todo.

    Aquello la hizo pensar en algo que normalmente sólo se le ocurría en estados adormilados entre el sueño y los paseos. La reciente...locura de Henderson se reflejaba de su forma. Cuál había surgido antes, ella no lo sabía. Stearn, por otro lado, se había tranquilizado en una relación efectiva y en su papel a bordo tras adoptar una forma más humana. Todo el mundo le había afirmado durante siglos que los modificadores corporales validados por las IAs eran perfectamente seguros. Aún así, ella desconfiaba. Fisher había estado tan juicioso como ella misma al inicio de su misión. Realmente, sólo había llegado al extremo (sin contar la precipitada discusión de la primera pelea que habían tenido) cuando se transformó a sí mismo en un híbrido humano-dragón. Ahora parecía haber vuelto a la normalidad, pero a ella le preocupaba.

    ¿Cómo había conseguido permanecer sin dormir tres días seguidos? Tomaba café, cierto, pero ¿tendría algún modificador corporal oculto? La razón por la que la mayoría de la gente llevaba drogas como la Alerta, No-Me-Olvides y similares en lugar de instalarse una glándula era el peligro de sobredosis. El No-Me-Olvides tenía peligros obvios. Cuando se introdujo por primera vez, había parecido natural disparar automáticamente la liberación de la droga cuando el nivel de atención del usuario subía hasta un cierto nivel. La gente quería recordar las cosas a las que prestaba atención o, al menos, a las intentaba prestar atención. La gente prestaba atención como nunca cuando sus propias vidas, o las vidas de aquellos por los que se preocupaban, corrían peligro. Las personas con la glándula de No-Me-Olvides que presenciaban eventos terribles a menudo caían en depresión y trauma antes de se pudiera administrar las serpientes devoradoras de memoria.

    La soberanía del individuo sobre su propio cuerpo era una regla social que emergió y se enraizó durante la Era Genética.

    Ella tendría que tirar de rango.

    Dijo: —Henderson, ¿podría, por favor, llevar al Dr. Fisher al biolaboratorio, hacerle un examen rápido y asegurarse después de que descansa un poco?

    La enorme cabeza de Henderson crugió arriba y abajo.

    —No hables de mí como si no estuviera aquí —dijo Fisher, negando con la cabeza.

    Fang trató de reunir algunos sentimientos de cariño y compasión por él, pero lo mejor que pudo hacer en ese momento fue un sentir un temblorcillo de admiración por sus dedos. Le gustaría más cuando hubiese descansado.

    —Ves —dijo ella, señalando.

    Fisher se giró hacia la salida, agradecido y ella atesoró una pequeña esperanza sobre el futuro de todos como un dragón atesora una joya.

    Fisher sabía que Fang, probablemente, estaba tomando el rumbo de acción adecuado, pero cuando se giró para marcharse y ella se giró para continuar trabajando en la situación con Devereaux, despachándolo igual que aquel enteometido culo blando marrón escusaba a la personalidad de Papá, a Fisher se le fue la cabeza.

    Había trabajado durante más de un año para aquel momento. Había tenido la paciencia de un jugador de ajedréz, pero todo tenía un límite. Había cosas Sucediendo, cosas que podían arruinar la misión y a él le estaban echando. Había pasado los últimos tres días empujando a todo el mundo, especialmente a Fang, en la dirección en la que necesitaban ir. Las atenciones que le había dado aseguraban que ella tuviera lo que necesitaba para estar alerta en esta encrucijada crucial.

    Ella tenía razón... él no podía durar mucho más y funcionar bien. Por eso, embolsarse el dragón era ahora esencial. ¿Por qué Fang no podía verlo? A veces, podía suceder en los siguientes cinco minutos o en las proximas cinco horas, algo que requiriese su experiencia. Para eso estaba él aquí. Enviarle a la cama ahora sería un trágico error.

    ¡El dragón estaba allí mismo! Lo habían intentado una vez y habían fracasado y aprendido del error. Quizá tuvieran una mejor oportunidad su él hubiera adoptado el lado del dragón en las simulaciones, pero respetaba a Devereaux por ser una científica inteligente y compentente. Ahora lo más prudente era darse prisa.

    ¿Cómo podía Fang ser tan, pero tan estúpida?

    ¿Cómo?

    Al sentir a Henderson asomando cerca, pero la atención colectiva en otra parte, Fisher le dió la espalda a Fang.

    —¡No! —gritó él—. ¡Tenemos que actuar ahora!

    Fang se dió la vuelta.

    El brazo de Sam voló hacia afuera movido por el agente de la voluntad de su subconsciente sin su intención consciente. La violencia física era una solución sencilla, acesible para su cerebro inferior predominante en su estado actual. El razonamiento superior que le restaba, distante e impotente, notó la ironía al ser ella quién le había enseñado a boxear, cómo usar la violencia.

    Papá aulló —¡Cuidado!

    La boca incontrolable de Fisher trazó una caricatura de la ira cuando su puño se lanzó hacia el impacto.

    Tanto si fue en respuesta al aviso de Papá o a su sentido físico innato que ella parecía tener cuando boxeaba, el resultado fue el mismo. Fang se movió de repente, la punta de su bota pivotó para apuntarle y el cuerpo siguió. Su cabello rubio se desplazó de una pieza, como un casco, cuando esquivó el golpe de Sam.

    Él cayó pasando a su lado, sus hombros y torso superior siguieron su puño tal y como le habían enseñado. La mejilla golpeó el borde del cinturón de cuero de Fang.

    Su piel se rasgó mientras colapsaba en un golpe sobre el alfombrado del puente, que se había amasado e inflando lo mejor que pudo para amortiguar su caída en la alta gravedad.

    —Buen dios —dijo Fang.

    Una luz verde manaba de la cara expuesta de Fisher, una herida importante y él pensó durante un confuso momento que había empezado su puñetazo sobre la cubierta de la Karamoyo y lo había terminado en otro mundo con campos de hierba fresca. La sangre de su mejilla salpicó la hierba de negro. Luego, el alfombrado se desinfló y reptó a su densida aérea normal.

    —Maldita sea maldita sea —dijo él apoyado en las manos y rodillas cuando se encontró atrapado entre los dos mundos, aunque se lanzó rápidamente al que menos le complacía.

    —Tú lo has dicho —coincidió Fang con tono neutro.

    Fisher empezó a levantarse, pero Stearn agarró su cuello y lo mantuvo en el sitio. El flujo de adrenalina se había disipado y le había dejado débil. Notó que estaba tan cansado.

    —Tranquilo, Comodín —dijo Fisher—. La he fastidiado, pero ahora me arrepiento.

    —¿Qué quiere que haga con él, capitana? —preguntó Stearn.

    Ahora Fisher se sentía exhausto, el subidón de la ira se había ido y confiaba sinceramente en que le dejaran dormir. Le picaban los ojos húmedos. Podía averiguarlo después tan sólo con que le dejaran dormir.

    La capitana Lena Fang quería llorar desperadamente. No haría tal cosa, por supuesto, no en público al menos y, ciertamente, no de uniforme. Quizá era culpa suya. ¿Acaso no había enseñado a Sam a boxear, a golpear sin pensar, como una extensión de su voluntad? Le había obligado a ocultar su verdadero yo tras una máscara, le había impulsado al sabotaje, frustado su deseo en cada giro. Y ella había usado la fuerza cuando le había echado a empujones de su camarote tras aquella horrible pelea, ¿verdad? ¿Le había provocado él a hacerlo? No estaba segura. Lo que él le había dicho no sonaba tan horrible ahora, a través del filtro del tiempo.

    Fisher se arrodilló en la cubierta ante ella como un muñeco roto. Como una oscura proyección de la voluntad de Fang. Recio, un musculoso Stearn se alzaba sobre los brazos y larguiruchas piernas extendidas de su amante.

    Su ex-amante. ¿Cómo podría confiar en él de nuevo? Quiso encontrar un modo, pero la desesperación roía los límites de sus pesamientos como una manada de pirañas.

    —Dr. Fisher —empezó ella en voz baja —¿Debemos encerrarle?

    Esto no era una excursión militar, pero como captitana tenía ciertos derechos inalienables para asegurar el éxito de la misión. Todos los otros miembros de la tripulación habían reafirmado su autoridad ante ella a bordo de la Karamoyo. Ningún captitán o capitana que se preciara dejaría que nadie a bordo lo desafiara.

    —No —dijo él—. Puedo comportarme.

    De pronto parecía tan roto, tan cuerdo. Ella había amado su fuerza, su pasión. ¿Ha dónde se habían evaporado de pronto? Sólo unos cuantos días más aquí, se dijo a sí misma, supera esto y todo se puede solucionar en el largo viaje de regreso a casa. Más que una relación en el futuro inmediato, esta era su capitanía. Su vida.

    Si ella drogaba a Fisher y le encerraba y tenían éxito al capturar al dragón, no había problema. Si fracasaban y su presencia hubiera supuesto la diferencia, sería culpa suya. Si él estaba con ellos y fracasaban, bueno, ella habría utilizado todos los recursos disponibles. Hacia donde se derrumbara, era la línea la fondo.

    Con todo el hielo que pudo reunir, dijo: —¿Vas a joderla de nuevo?

    Esperó una respuesta elocuente, alguna señal de insinceridad, pero él pareció tomar la pregunta con la consideración que requería. Al menos, se tomaba su tiempo para responder, pero eso podría bien ser una señal de fatiga. Ella ignoró la sangre que goteaba de su cara arañada y empezó a contar dragones mientras esperaba su respuesta.

    —Si tengo que formar parte de un equipo para atrapar al dragón.. —dijo él finalmente —...entonces puedo ser parte de un equipo. Creí que sería mejor si lo hacía todo yo sólo. Me equivoqué. Lo siento.

    Ella evaluó a Fisher. Parecía sincero, pero seguiría vigilándole. Con este iban dos tropiezos. Al menos, dos tropiezos. Mejor mantenerlo a la luz frente a ellos, trabajando con ellos y limitar su responsibilidad tanto como fuera posible. Él estaba allí porque era bueno, comprometido con el objetivo de todos y porque podía ayudarles.

    —Vale —dijo Fang—. Henderson, ¿por qué no lleva a Sam abajo al laboratorio y le pone a descansar un poco. Quizá poniéndo su cuerpo de vuelta a su estado normal al mismo tiempo, limpiando ese fulgor verde.

    —¡No! —Henderson casi aulló—. Quiero decir, ¿por qué? Ese diseño corporal que lleva es más seguro que el humano normal. Tiene algunas de las ventajas que tiene un dragón. Puede reducir calor rápidamente, moverse por un campo magnético en microgravedad y esa clase de cosas.

    —Usted hágalo.

    —En serio, no creo que sea necesario —dijo él rápidamente.

    —¿Pasa algo malo en el biolaboratorio, Henderson?

    La cara del gigante no se movió ni un milímetro, sin embargo, su cualidad se agitó de algún modo.

    —Vamos un poco cortos de biomasa. Sólo un poquito. Estamos regenerándola tan rápido como podemos, ¿verdad que sí, Papá? Es sólo que, en estos mismos tiempos inciertos, deberíamos mantener una reserva ante una eventual emergencia. Una emergencia médica, por ejemplo. Es una sabia medida, en mi opinión.

    Fang le echó un ojo al gigante, recorriendo con su mirada cada centimetro de su gigantez. Era un desperdicio de biomasa. Había parecido tan satisfecho y seguro de sí mismo en el viaje de ida que Fang había dejado de preocuparse por él. Después de todo, el trabajo de Henderson no era crítico. Papá manejaba la mayoría del mismo. Fang debería tener una charla con él pronto si tenía la oportunidad. Pero, por ahora, tenía que aceptar su juicio. Él era el experto y Papá no le superaba en rango, así que...

    —Vale, pero, en ese caso, ponga al Dr. Fisher en la cama y quítele esa supérflua piel si no la necesita.

    —No la necesito —dijo Fisher en voz baja—. Dono mi piel a la causa.

    —Noticia —interrumpió Devereaux—. El dragón está haciendo algo.

    Y lo hacía ciertamente. Lo que hacía no estaba del todo claro. Los movimientos se habían vuelto más frenéticos, especialmente su cabeza, que se agitaba como un perro agitaba un harapo. El movimiento en espiral interminable continuaba, pero se había estrechado considerablemente.

    Bueno, aquí tenía su oportunidad para poner a prueba a Fisher y ella sabía que tenía que hacerlo.

    —Henderson, por favor, lleve al Dr. Fisher abajo al laboratorio.

    Fisher había conseguido ponerse de pie y estaba mirando al dragón. Le llevó un momento reaccionar cuando el gigante colocó su mano en el hombro del exobiólogo.

    —¿Ahora —preguntó Fisher.

    Fang se quedó mirándole, esperando.

    Él caminó en silencio, aunque miró atrás lánguidamente todo el camino hasta el portal, con su cara medio rasgada y la sangre goteando como lágrimas por el verde mar de su rostro.

    Pero se marchó.

    Fang soltó el aire que no sabía que estaba reteniendo. Ahora, quizá podemos averiguar lo que está pasando y meter en el saco a este dragón, pensó.

Capítulo 14

    La clave de todo es la paciencia. Se obtiene la gallina al empollar el huevo, no aplastándolo.

    Fisher sale hacia su camarote para dormir. El dragón pasa por de su ajuste y regresa a la tranquilidad, luego, dos ajustes más antes de que Fisher regrese al puente diez horas más tarde. Papá recuerda una falsa memoria de una serpiente esforzándose para mudar la piel, los ojos son de un blanco lácteo y roza la cabeza contra las rocas. Él evoca otra falsa memoria de un cangrejo mudando su coraza para que poder hacerse más grande.

    En los dos días siguientes, el patrón del dragón se repite. El resto de la tripulación, incluyendo a la hija, hace turnos para descansar, vigilar, esperar. En el exterior, el dragón expulsa plasma y la enana blanca bebe el gas de la estrella secundaria.

    Papá lo observa todo y piensa en otros tres millones y medio de temas. Él no duerme, por supuesto.

    Él registra los crecientes extallidos de emisión de radio y trata de determinar su pauta, si es que hay alguna. Aplica técnicas de decompresión y desencriptado y analiza los resultados en busca de más pautas. Despliega las lanzaderas como exploradores hacia otras partes del disco, monitorizando los ritmos del flujo, la viscosidad y los campos magnéticos. Envía algunas a la estrella secundaria.

    La hija se sienta con Fisher y juntos contemplan el dragón. Ella se salta las sesiones de gimnasio, pero su necesidad de ejercicio la conduce hacia una excesiva electroestimulación. Rechaza los modificadores corporales musculares como los de Stearn y Papá admira eso de ella. Fisher bebe copiosas cantidades de café y permanece inordiariamente alerta, pero le lleva algunas horas dormir cuando ella se lo pide.

    Devereaux y Stearn continúan jugando juntos a juegos de guerra bajo su supervisión, consiguiendo refinamientos regulares para la simulación del dragón de Fisher. Lo hacen bien y sus plantillas les hacen incluso mejores.

    Henderson hace de niñera en su laboratorio, apoyado junto al cultivo de cuatro variedades de estirpes de células indiferenciadas. Rebaña una pérdida aceptable para emplearla en su propia forma con propósitos velados a la mente consciente de Papá mediante una murotoxina espinosa.

    Un misterio se revela por sí solo, pero engendra otro a cambio. El culpable de conducir el objetivo móvil de la detonación de la nova enana en los modelos de Devereaux es la expulsión de masa desde la secundaria. El ritmo de transferencia de masa se incrementa más allá de los niveles esperados. pero Devereaux ha invertido menos tiempo en comprender la estrella en deferencia al disco. Quizá, eso ha sido un error. Las estrellas son más complejas de lo que se les ha dado crédito, y, aún peor en este caso. El punto interior de Lagrange donde la expulsión transpira es un punto de equilibrio inestable. Las variaciones en la estrella se pueden o no amplificar en él, según la dinámica del caos. Así que el nuevo misterio es: ¿qué conduce el flujo al interior del disco? Y, ¿están las misteriosas radioseñales asociadas con este nuevo fenómeno?

    Los análisis de probabilidad Bayesiana de Papá implican una fuerte probabilidad de correlación.

    A él no le gusta eso.

    Discute con la hija para avanzar y desea que el cerebro de Biotorno le hubiera otorgado más autoridad. No puede superar en autoridad a Fang en decisiones estrátegicas de tan larga escala de tiempo sin una causa. Lo mejor que puede hacer es cuestionar sus motivos.

    —Pero, ¿por qué ahora, hija?

    Ella frunce el ceño, aparentemente descontenta con Papá por tratar de destacar la naturaleza ilógica de sus dudas.

    —Mi abuelo trató de enseñarme a ser china. No la historia basura ni las tonterías supersticiosas. Él creía que mientras el progreso de la tecnología había hecho pedazos muchos de los valores occidentales, había tradiciones orientales en los que uno siempre podía basarse. Uno de los mismos era el yun, el destino, o la revolución si se traduce la palabra literalmente.

    —Él me decía: Cuando el yun se retira, el oro amarillo pierde su color. Pero cuando llega el momento adecuado, incluso el hierro brilla de esplendor.

    —Los proverbios de la Antigua China no fueron escritos para aplicarlos a los dragones estelares, hija —replica él.

    —Eso es cierto. Se aplican a la vida en general y a todo lo que hay en ella. Si elegimos la acción correcta, pero elegimos el momento equivocado, todos nuestros esfuerzos se irán a la ruina. Si escogemos el momento adecuado, entonces el trofeo es nuestro para tomarlo.

    —Y, ¿cómo eliges ese momento? Dime y lo calcularemos.

    —Todo lo que sé es que el momento aún no está maduro.

    Y que la maldigan si ella no rompe su máscara para sonreir con misteriosa sonrisa.

    Tratar de ser humano, Papá decide, no es tan difícil como trabajar con los humanos.

    Fisher despertó en apacible silencio. Se sentó en su bestiasofá, se reclinó relajado con las manos en su regazo agarrando apenas un bloc de notas. A su alrededor ardía el disco, pero la pantalla se ajustaba en la noche de la nave, tan tenue, tan roja, que era más como estar acurrucado junto a la hoguera de un campamento. Era más tranquilizadora que la pantalla diurna del dragón estelar: una hormiga bajo el malevolente escrutinio de la lupa de un infante en un día soleado.

    Parpadeó para aclararse los ojos. La última entrada del bloc de notas rezaba: —La piel es más poderosa que la banana —Tuvo que mover la cabeza y sonreir. No era la primera vez que trabajaba pasado el punto de sensibilidad. Decidió que hacer descansos era más que razonable y se disculparía con Fang de nuevo a la siguiente oportunidad. Apagó el bloc de notas y lo dejó a un lado.

    Cerca, bajo una manta de alfombras enlazadas, ella yacía estirada en su monstruoso asiento. Ambos roncaban suavemente.

    No había nadie más en el puente, excepto Papá, por supuesto, que no contaba realmente.

    En vez de saltar y retomar su trabajo (algo relacionado con el transporte del plasma entre la singularidad y el entorno del dragón a bordo, si recordaba correctamente), Fisher evaluó su estado emocional. Esto no era algo a lo que habitualmente dedicaba tiempo pero aquel momento de profunda paz que experimentaba era igualmente raro en su vida.

    Todo le parecía más sencillo ahora que había dejado a un lado su independencia y elegido ser parte del equipo. Él lo llamaba ‘independencia,’ pero no se hacía ilusiones sobre las palabras que Fang y sus compañeros de tripulación podrían usar en su lugar. Aunque la verdad era simple: no estaba aquí solo. Durante el viaje entero, al menos desde esa primera pelea horrible con Fang, había creído que podía resolver cada problema, obligar a todos a aceptar su punto de vista y atrapar a los dragones él solo.

    El que ahora creyera que no podía hacerlo solo era una concepto de lo más novedoso para el Dr. Samuel Fisher.

    Fisher se permitió un momento adicional de comunión con la paz, resistiendo la urgencia de pensar en algo en particular. La ilícita sensación era tan rica y decadente como comer mousse de chocolate sin ajustar apropiadamente el metabolismo.

    Finalmente, se levantó de su asiento, le dió a sus músculos un rápido estiramiento que hizo sonar algunas articulaciones y salió del puente hacia la galería. Recogió una tortilla de pescado y un bulbo de café, pero hizo una pausa en el portal. Dió la vuelta, cogió un segundo plato de tortilla y café y, sólo entonces, regresó al puente.

    Fang estaba de pie, parpadeando, cuando él regresó. Su cabello estaba perfecto y su uniforme libre de arrugas, por supuesto. En el puente no podía ser menos, incluso aunque se permitiera siestecitas.

    —Toma —dijo él, entregándole el desayuno.

    Ella se quedó mirándolo como si no si supiera lo que era. —¿Para mí?

    —¿Quién si no? —Fisher le guiñó un ojo.

    Fang aceptó la tortilla y el café. Dió un bocado a la tortilla tentativamente, su rígida superficie superlimpia se fundía al aplicarle saliva.

    —Gracias —dijo ella tras lavar el bocado con café—. Pero no pienses que no te vigilo.

    —No, en serio, no pasa nada. Estoy de lleno al cien por cien contigo, con la tripulación, con esto, ahora. Lamento haber sido una molestia para todos. Es bastante liberador abandonar la constante lucha. No tienes idea del precio que estaba pagando.

    Fisher notó que asentía con la cabeza mientras hablaba y detuvo el movimiento. Había llegado muy lejos, pero no quería parecer como un perrillo faldero.

    Ella no dijo nada en ese momento, como si estuviera pensando en el mejor modo de contradecirle. Al fín, dijo: —Es usted una verdadera obra de arte, Dr. Fisher. Algún día tendrá que aprender a hacer las cosas con moderación o alguien o algo le matará. Seguiré vigilando.

    —Por supuesto —coincidió él—. Yo también lo haría si fuera usted, pero no será necesario. Ya lo verá.

    —Y quizá verá usted el nivel de responsibilidad que eso conlleva. No estoy segura de que aún aprecie lo que significa formar parte de un equipo.

    Justo entonces, algo atrajo la atención de Fisher. —¡El dragón...mira!

    La criatura giraba como loca, medio oculta entre olas de plasma brillante, apartado hacia arriba por sus travesuras. Algunos de sus movimientos habían sido frenéticos mientras le perseguían con la Karamoyo, pero aquello era de un mayor orden de magnitud. Y entonces Fisher percibió algo que debería haber notado de inmediato: el dragón estelar se movía en sentido contrario a las líneas del campo magnético en vez de ir a gradiente, como había sido su costumbre. Aquello requería mucha energía sin descargarse.

    —Hey...

    Hubo un destello que inundó de blanco las pantallas.

    —Lamento lo ocurrido —dijo Papá—. Nos cogió por sorpresa.

    —Una mini bengala —dijo Fisher—. El dragón aún estaba cargado, empujando y arrastrando el campo magnético. Se almacenaba un montón de energía allí dentro, liberada cuando las líneas se reconectaban.

    —Pero, ¿por qué liberarla? —preguntó Fang—. Eso no fue suficiente para dañarnos.

    —Quizá tiene que aprenderlo —sugirió Fisher.

    Las imágenes ardieron de vuelta a la existencia, captada con rayas aquí y allá donde la saturación aún no se había despejado del todo.

    El dragón había desaparecido.

    —Mierda —siseó Fang a través de sus dientes apretados.

    —Lo tenemos —dijo Papá—. Pero el dragón se ha hundido muy hondo y se mueve con la corriente a mayor velocidad de la que hemos visto desde el enjambre de cohetes.

    —¡Síguelo! —ordenó Fang.

    La cambiante gravedad confirmó el abrupto cambio de rumbo.

    Aunque algo no le daba buena impresión a Fisher. Algo debía de haber precipitado este nuevo comportamiento. Tuvo una corazonada.

    —No, espera. ¡Para —dijo él.

    Fang movió la cabeza a su alrededor y él pensó que el helado golpe disparado de sus nasales encendidas le congelarían en la cubierta.

    —Ya muestras tus colores. Ya veo tu habilidad de ser un jugador de equipo.

    —Estar en el equipo no implica coincidir con todas las órdenes pasadas de vuelta que das, ¿o sí?

    Ella necesitaba su opinión en esta situación incierta y dejó fundirse el hielo.

    —Comunique su objeción.

    —Somos más rápidos que el dragón. Sólo tenemos que saber dónde está. Podemos hacerlo con una lanzadera espía si permanece a una altitud y en un radio más pequeño. Envíala para vigilar al dragón. Me gustaría averiguar por qué la criatura se ilumina así antes de que la sigamos a ciegas. Quizá algo la asustó. Algo igualmente tan interesante como nuestro dragón.

    Ella no dijo nada durante un buen rato. Los kilómetros se amontonaban entre ellos y el lugar donde el dragón se había vuelto furioso. La difusion y la turbulencia podía ocultar la pista demasiado rápido.

    —Puede que tengas razón. Papá, lanza una lanzadera espía como sugiere Sam.

    —A sus órdenes —dijo Papá.

    —Y llévanos de vuelta al punto donde centelleó el dragón —añadió Fisher.

    Fang asintió. La gravedad se modificó de nuevo.

    El portal del puente se abrió como un obturador. Devereaux y Stearn se tambaleaban sobre la cubierta.

    —¿De qué va el juego, compañeros? —preguntó Stearn—. Podíais habernos avisado de las maniobras.

    —Notamos el cambio de rumbo —explicó Devereaux .

    Fisher los puso al corriente: —Quizá se ha deteriorado el entorno o disminuyó la comida, no lo sé. No hay nada aparente para mí en esta localización dentro del disco que debiera variar tan rápido. ¿Puedes investigarlo, Sylvia?

    —Por supuesto —dijo ella—. Phil puede ayudar.

    Llegaron al punto donde el dragón había detonado. Parecía como cualquier otro lugar: un tenue pedazo de plasma caliente magnetizado a decenas de miles de kilómetros de profundidad.

    —¿Qué estamos buscando? —preguntó Fang.

    —Todo —dijo Fisher—. Anomalías de abundancia, anomalías de campo...en realidad, no sé más que vosotros. Sólo que no creo que debamos salir sin pensar persiguiendo al dragón. Además, si ahora ha ido a las profundidades y permanece allí, vamos a estar muy presionados para ir tras él, ¿no es cierto?

    Devereaux dijo: —Estoy leyendo parámetros normales. Todo está dentro de lo normal tres sigma en el disco a esta fase de su ciclo.

    —¿Hemos de retomar la caza? —preguntó Papá.

    Fisher tenía que estar de acuerdo con que no parecía haber razón para quedarse, pero algo le empujaba que no podía captar bien. No había tiempo para demorarse en ello. Ahora había dos pasos menos que cuando tuvieron la oportunidad de oro para capturar al dragón. Con este nuevo difícil comportamiento con el que lidiar, Fang nunca actuaría.

    Él respiró hondo. Ella tenía que actuar, se dijo a sí mismo, cuando llegara el momento adecuado. Tenía que confiar en ella y ayudarla a proporcionar ese momento oportuno de cualquier forma que pudiese.

    Fisher se encogió de hombros, entonces tuvo una idea.

    —Papá —dijo Fang—. ¿Puedes transmitir una imagen del huidizo dragón desde la espía?

    —Por supuesto, pero la calidad de imagen es pobre. Conseguimos los mejores resultados mediante composición de infrarrojos.

    —De acuerdo —ladró Fang.

    Las pantallas crujieron, se reformaron y hubo una raya oscura entre el fluído hirviendo.

    —¿Puedes limpiar eso? —preguntó Fang.

    —Está todo lo limpio que se puede, hija, a menos que empecemos a comprometer la integridad de los datos con algunos algoritmos.

    Fisher entornó los ojos e inclinó la cabeza de lado a lado. Era un caos, pero entonces notó algo. O así lo pensaba.

    —Papá, ¿cuál es la probabilidad de que la imagen del dragón que estamos viendo no tenga bola?!

    —Integrando —dijo Papá, probando la hipótesis versus la suma de los datos que la espía había recogido hasta el momento—. Ochenta y tres por ciento...y subiendo.

    —No lo entiendo —dijo Stearn—. Estamos siguiendo a un dragón diferente?

    —Tenemos el dragón correcto —insistió Papá .

    —¿Quizá fue el bulbo el que brilló? —preguntó Devereaux.

    —Era una bomba, ¿verdad? ¿Nos ha irradiado sin remedio? —dijo Henderson desde el portal del puente portal.

    Se estaba volviendo más que un poquito siniestro entrando así furtivamente y haciendo sus pronunciamientos de muerte con esa profunda voz reverberante.

    Fisher le pediría a Fang que se ocupara de eso más tarde. Había cosas más importantes que tratar ahora.

    —No, no creo que fuera una bomba —dijo Fisher—. El brillo fue menor que el de su propio cohete. Fue otra cosa.

    —¿Una distracción? —preguntó Stearn—. ¿Un juego de manos para permitirle escapar de un depredador, como los pulpos cuando expulsan una nube de tinta?

    —Quizá —dijo Fisher—. Podía serlo. Eso sería interesante, implica que los dragones se cazan unos a otros.

    —O tienen otros depredadores —dijo Fang—. Quizá no somos los primeros en explorar SS Cygni.

    —Ridículo —dijo Fisher—. No serían capaces de evolucionar una estrategia para lidiar con naves capaces del viaje interestelar. Eso implicaría.. —e hizo una pausa, perdido en un súbito tren de ideas.

    Había energía aquí y, de algún modo, estas criaturas habían llegado a existir. ¿Por qué no evolución super acelerada? ¿Por qué pensar sólo en términos de cambios generacionales a largo plazo? Ciertamente, el ADN no funcionaba como los genes egoístas en este sistema. ¿Por qué no un mecanismo diferente? Un mecanismo mejor, mucho mucho mucho más rápido.

    —Eso implicaría que mi especialidad no es tan útil como había pensado.

    —¿Qué es lo que oigo? —desafió Stearn—. ¿Una admisión de falibilidad?

    Fisher no dijo nada, pero se permitió sonreir. Tendría su oportunidad de mostrar que él estaba con ellos, que era uno de ellos y que ahora compartía sus ideas en vez de atesorarlas como un dragón protege un tesoro.

    —¡Por allí! —proclamó Fang con tanta emoción como nunca había mostrado en público. Se puso de pie, señalando. La pantalla se centró donde ella apuntaba.

    —Deberías dejarnos descubrir cosas de vez en cuando, hija —dijo Papá, aunque el tono de su voz retrataba con maestría el orgullo más que el enojo—. Se supone que somos buenos en eso.

    —Eres estupendo cuando sabes lo que buscas, Papá.

    —¿Qué es eso? —dijo Stearn.

    La imagen se amplió, centró, acentuó e intensificó para cuando la voz de Stearn se había disipado en el puente y la tripulación entera trató de entender el significado de lo que yacían ante ellos.

    El bulbo, presumiblemente envuelto en una compleja disposición de campos electromagnéticos, oscilaba solitario sobre el mar de fuego.

    Henderson avanzó pesadamente, el alfombrado hizo poco para amortiguar los ecos metálicos de sus pasos. Su enorme mano se cerró alrededor del hombro de Fang y la movió para encarle.

    —¡Sáquenos de aquí ahora mismo! El brillo era la preparación del detonador de la bomba. ¡El dragón alumbró para escapar de la explosión! ¡No ve usted que es una trampa!

    Los grandes dedos de Henderson se aplastaron en el uniforme blanco de Fang.

    Fisher avanzó medio paso hacia la pareja, intentando ayudar a Fang. Durante un segundo de reflexión, cocluyó que la mejor forma de ayudarla era dejarla que tratara con Henderson a su propio modo. Él no dudaba de que ella podía y no quedó decepcionado.

    Fang se agachó y se retorció bajo el gigante. Rápida como un rayo en la alta gravedad, Henderson cayó hacia adelante como si una fuerza invisible tirara de sus brazos extendidos y Fang apareció encima de él. Cuando los codos del gigante golpearon al caer, Fang dobló sus propios brazos a través de sus curvas. El ruído del metal gimiendo retumbó sonoramente.

    —Estoy harta de este comportamiento vuestro —dijo Fang tranquilamente mientras presionaba su rodilla en la espátula de la espalda de Henderson—. Ya no toleraré nada más de vosotros. Si me queréis en combate, guardarlo para el cuadrilátero.

    Fisher recordó por qué la había encontrado tan atractiva por primera vez. El cuerpo rediseñado de Henderson seguro que era fuerte y resistente, pero era una lástima para él que su metamorfosis sólo fuera física. El rediseño físico nunca permitiría a una persona escapar de las limitaciones de su propia personalidad y voluntad. Buen ejemplo de eso: aquí había una capiana capaz de tomar accioones seguras y decisivas. Ahora era cuestión de si también podía hacer lo mismo enfrentándose a un desafío alieníena...

    —La bomba —Henderson lloriqueó.

    —Por la presente decreto que el bulbo del dragón no es una bomba. ¿Satisfecho, Sr. Henderson? —preguntó Fang.

    —No somos militares. No puede simplemente... —jadeó. El gemido del metal salió de nuevo.

    A más de doscientos a años luz de la Tierra, la objeción de Henderson no importaba lo más mínimo.

    No sorprendió nada a Fisher que Henderson se tomara la situación tan en serio. A la luz de tan pocos datos, la mente a menudo se aferraba a una idea improbable y no la soltaba. Era tanto una fuerza como una debilidad. Mas una fuerza cuando la naturaleza la había seleccionado como un rasgo humano. Indudablemente, tal fé en una idea infundada, permitía que la gente operara a la luz de la ignorancia, un verdadero estado natural y, además, que catalogara las características de un fenómeno en un contexto. Así era como se hacía el progreso, aunque se envidiara el progeso durante generaciones. Una mente humana, incluso mejorada, sólo podía retener algunos objetos al mismo tiempo y cuando se trataba de estadística de pequeños números, encontraba pautas en todo lo que podía suponer mejores oportunidades de supervivencia. La máquinas como Papá fracasaban en esas, a veces, útiles pero, más a menudo, absurdos saltos.

    Aquí estaba la debilidad, esperaba Fisher, puesta en jaque por la racionalidad y el firme agarre de Fang. Sólo otra extraña noción basada en demasiado poca información y convertida en una religión. Un Roswell, una cara en Marte, comología de cuerdas, una teoría unificada.

    Aún así, ¿qué era ese bulbo? A la luz de la obsesión de Henderson con peligrosas posibilidades estaba la nueva perspectiva igualitaria de Fisher y cada idea germinaba alternativas igualmente viables. Era el cascabel de una serpiente de casabel, los restos de una vieja piel mudada para la preparación del siguiente estallido. Era una gruesa cola de lagarto, una nave de almacenemiento para la descarga del exceso de energía cuando era perseguido por un depredador agresivo. Era el plumaje de un pavo real, una exhibición sexual antievolutiva más efectiva por su inutilidad. Era un excremento de dinosaurio petrificado, una estrella infinitamente preciosa llena de información metabólica y pistas exobiológicas a una criatura que la había excretado. Era una boya y un trasmisor, una etiqueta alienígena que permitía a algunos equipos de investigación de orígenes muy remotos, muy parecidos a ellos mismos, seguir el progreso de un dragón estelar de larga vida.

    Lo que fuera, lo explotarían y les ayudaría a hacer de la misión un éxito.

    Fisher miró a Fang y a su pasiva pero sólida expresión de roca mientras ella mantenía a Henderson en el sitio.

    Ese bulbo podía ser la clave y deberían recogerlo, deseaba él. Haz lo correcto, Lena. No hagas caso a los temores de Henderson.

    —Papá —dijo Fang en voz baja—. Por favor, prepara dos lanzaderas para recuperar ese resto alienígena.

    —De inmediato, capitana!

    —No es una buena idea —dijo Henderson, luego gimió.

    —Es una excelente idea —dijo Fisher—. Ya era hora de que tuviéramos algo tangible que estudiar.

    —Absolutamente —dijo Devereaux.

    Stearn no dijo nada, pero sonreía ampliamente.

    —Lanzaderas reconfiguradas para el nuevo objetivo —anunció Papá brevemente—. Lanzando.

    La cubierta se movió casi impercepteblimente cuando las lanzaderas se soltaron de sus amarraderos interiores y se eyectaron desde la Karamoyo en su nueva misión. El hecho de que Fisher pudiera sentir el lanzamiento no le dió buen presagio. Papá era el cerebro detrás de una nave inteligente, tan delicadamente ajustada y rápida que el cambio en el momentum de dos de las lanzaderas se podía haber imitado y cancelado fácilmente. Se estaban quedando sin recursos.

    —No importa —murmuró Fisher—. Todo lo que ha pasado no importa. Los que importa es lo que ocurre ahora.

    Y cuando se disipó su murmullo, el silencio llenó el puente.

    Aunque no era nada placentero.

    Mientras los vectores azules de las lanzaderas señalaban su rumbo por la pantalla, Fang se dió cuenta de que mantenía una mano protegiendo su abdomen. Irritada con la falta de disciplina de su cuerpo, golpeó los reposabrazos de su bestiasiento con las manos. La bestia gruñó sonoramente como respuesta.

    Eataba nerviosa. No podían permitirse más fallos aquí. Pero, ¿qué podía ir mal? Esto era lo mejor que ella hacía, lo mejor que Papá hacía: mover biológicos por ahí. Esto era una mera recogida habitual de carga.

    Aunque era algo más, también, no podía negarlo. Y por eso su propia carne luchaba contra su voluntad. Sus instintos ancestrales le pedían acción, respuestas rápidas ante el estímulo físico inmediato. Se le retorcía el estómago y por eso se había movido su mano de modo protector.

    Al menos Henderson se había tranquilizado. Él se puso de pie, hombros hundidos, delante del camino de vectores azules donde ella podía vigilarlo. Al comienzo de la misión, no le habría tomado por un tipo tan problemático. Stearn, quizá, aunque ese chico se había convertido en una sólida mano derecha bajo la influencia de Devereaux. Fisher era de un modo totalmente diferente, un orden de magnitud más complejo.

    ¿Qué sentía hacia él ahora? ¿De colaborador a amante a adversario a...a qué? Le echó una mirada sintiendose una espía. Su cara brillaba de verde sobre el cuello negro de la camisa, una sonrisita se tallaba en su sitio mientras observaba el desarrollo de la operación.

    Estaba concentrado en asuntos apropiados, como debería estar. Ya habría suficiente tiempo para preocuparse sobre su relación en el largo viaje a casa.

    —Rendezvous en treinta segundos —anunció Papá.

    La mano de Fang se deslizó por el reposabrazos, apretando sonoramente cuando la piel lubricada de sudor rebañaba el cuero. Fang hundió las uñas en el asiento y levantó un gaznido del asiento. Nadie pareció advertirlo.

    —Muestra las visuales de las lanzaderas —ordenó ella.

    El brillante disco borroso blanco y los vectores azules se desvanecieron, remplazados con la intensa abstracción de un primer plano del plasma del disco. A pesar de los algoritmos que Papá había pasado por las imágenes, le fue difícil a Fang encontrar mucho sentido a lo que veía. Todo era bastante aparente: era un horno abierno con una área superficial de más de mil veces la terrestre. Con seguridad, allí existían áreas más calientes, lugares donde las cinemáticas y los campos magnéticos torturaban el gas, pero era demasiado extremo para su evolucionada percepción terrestre. Todo le parecía un horno.

    Los dragones veían más, indudablemente y probablemente oían más, olían más, saboreaban más. Estaban adaptados idealmente a este entorno. Hasta donde ella sabía, esta esquina del Infierno era un paraje idílico, un oasis en el disco, rico de algún elemento latente necesario para la felicidad del dragón. Por todas partes respiraba copiosamente a sus habitantes. Su abuelo le había contado muchas historias sobre la nave colonial que él había ocupado en su juventud y las veinticinco o treinta palabras que usaban para los diferentes clinks y clunks y otros sonidos que hacía la nave. Y qué sonidos significaban peligro potencial y cuáles eran inconsecuentes.

    Mientras completaba aquel pensamiento, echó su primer vistazo al bulbo flotante libre del libre dragón.

    Ya no tenía forma de bulbo, ahora era una bola esférica perfecta. En las longitudes de onda mostradas, una composición de imagen desde el ultravioleta extendido hasta del infrarrojo, lo que constituía —visual —según la definición de Papá, la ‘bola’ era opaca y brillante. Había tanta luz en todas las longitudes de onda que parecería un abrumador blanco al ojo desasistido, pero Papá ponía tensores apropriados sobre la imagen, imponiendo una paleta arco iris para distinguir las sutilezas de temperatura y velocidad. El globo era un verde medio con chispas azules que recorrían su superficie. ¿Era simplemente una interacción entre sus propios campos y los discos que le permitían flotar en un plasma más frío o era una transferencia de energía?

    —Bueno —preguntó Fang —¿qué es?

    —No tengo ni idea —dijo Fisher.

    Mientras Fang había estado contemplando la bola, la sonrisita de Fisher había florecido en una amplia muestra de alegría. —O mil ideas igualmente improbables. Traigámoslo y averigüemos cuál es la correcta.

    —¿Papá?

    —Podemos —afirmó él—. Podemos recoger un dragón entero. Esta perla no será un problema.

    —Procede.

    Sin avisar, todo se volvió blanco. No era cegador...las pantallas tenían límites tan restrictivos como cualquier modificador ocular, pero todo se saturó a pesar del tensor de imagen de Papá. Henderson dejó salir un grito en voz baja.

    Mientras los colores regresaban al disco y a la imagen de la bola, Fang preguntó: —¿Qué ha pasado?

    —Algún tipo de pulso. Banda ancha, alta energía, corta duración, energías hasta los diez keV. Pero tengo el desperdicio del dragón a salvo en el remolque.

    —¿Origen del pulso? —preguntó Devereaux.

    —El desperdicio —dijo Papá—. El mecanismo está menos claro, pero podría ser radiación de sincrotón. No era de nuestras lanzaderas. No tienen bastante potencia. Estamos analizando ahora el espectro dependiente del tiempo y seremos capaces de proporcionar una mejor respuesta en breve.

    —Espera un segundo —dijo Fisher—. Quizá he estado mirando a esa cosa durante demasiado tiempo y aun no salido del sueño del todo pero, ¿podrías mostrarnos la bola al inicio del pulso, máximo contraste entre todas las longitudes de onda?

    —Por supuesto. Aquí está el cociente de rayos X hasta los infrarrojos.

    El plasma danzante se agitó, cambió de tono y se congeló en un instante. La bola no era opaca en esta imagen. Había una forma retorcida oscura. Una triple hélice convolucionada con segmentos anélidos.

    Papá dijo: —Nuestro agente de rastreo del dragón informa un reverso en el curso. El dragón está ascendiendo fuera del disco y adoptando posición de cohete. Viene directo hacia nosotros.

    Y entonces, a Fang le quedó clara la naturaleza del bulbo convertido en bola: era un huevo.

    Y su madre estaba enfadada con ellos.

PARTE 4

Aliento de Dragón

Capítulo 15

    El naturalista debe considerar solamente una cosa: ¿Cuál es la relación de esta o aquella reacción externa del animal con los fenómenos del mundo externo?

    Sylvia Devereaux debería haberse interesado en el abordaje del dragón estelar, aún así, tenía dificultades para concentrarse en lo obvio. Siempre las tenía. Las sútiles y hermosas soluciones para misterios intrigantes nunca se encontraban entre lo obvio. Y en este viaje había escogido obtener la carne del joven e inmaduro Phil en una relación, pasando por encima al más obvio Henderson. A poateriori, había sido una elección excelente.

    Como era su costumbre, dejaba que los demás se preocuparan por el abordaje del dragón, el problema obvio entre manos. Mantenía un ojo en el asunto, pero no podía concentrarse continuamente en él.

    Fisher podría intentar golpearla si ella interfería y la capitana Fang era una obra de arte por sí misma. Una persona inteligente nunca trataría de interponerse entre los perros y la comida cuando estaban comiendo. Aún enseñaban eso a los niños, incluso a los que tenían mullidos animales falderos, genéticamente modificados para ladrar en melodía, que pasaban por perros estos días.

    No, Sylvia estaba más interesada en los huidizos dragones que en el solitario abordaje de la bestia. Había iniciado un programa cuando llegaron al sistema para identicar la ‘firma dragón’, que cambiaba la frecuencia de láser que emitían los dragones. Aún no sabía con seguridad lo que era. Probablemente, era un regulador de energía como teorizaba Fisher o un subproducto de algún proceso metabólico superior. Fuera lo que fuese, su programa de análisis absorvía los datos enviados por los detectores de la Karamoyo, los monitores del sistema remoto y los investigaba.

    Su pantalla minitanque mostraba el sistema SS Cygni y su disco, de pronto infestado con la señal del dragón, ahora que sabía cómo filtrarla y rastrear los cambios de frecuencia. Pequeños vectores explotaban hacia fuera como hormigas furiosas subiendo a defender el perturbado hormiguero. Un contador brillaba mientras el número aumentaba desde el millar hasta las centenas de millar, sin señal de reducción.

    ¿Cuántos dragones podía esconder un disco?

    Observó durante algunos momentos, tratando de ver la pauta de sus movimientos. Había una pauta allí...no evidente a primera vista debido a la combinación de las fuerzas gravitatorias y viscosas. Los dragones tomaban la ruta más rápida hacia el punto caliente del disco. En algunos casos, eso implicaba vagar con la corriente, para un número menor, subir contra corriente. El radio de los dragones tanto grandes y pequeños tomaba cursos más complicados, explotando en diferentes efectos físicos, tales como la fuerza de Coriolis y la fuerza magneticocentrífuga, para alcanzar su objetivo. Les llevaría a la mayoría de dragones algunas horas alcanzar la meta.

    ¿Qué estaban haciendo? ¿Y por qué ahora?

    —Capitana Fang.. —dijo ella—..debe ver esto.

    Sylvia observó la pauta, mesmerizada mientras reproducía la proyección con retorcidos rayos girando en espiral en sacacorchos concentrado en el punto caliente. Parpadeó dos veces y alzó la mirada cuando notó que no había obtenido ninguna respuesta.

    Todos los demás, absortos, observaban una imagen superpuesta dividida y proyectada por la periferia del puente. Las lanzaderas iban a la carrera, el dragón estelar era un cohete, la Karamoyo tomaba arco para interceptar la bola del dragón, el huevo del dragón, el trofeo para el ganador.

    La voz de Papá susurró en su oído: —La banda está ahora mismo un poco distraída, Sylvia. Sus mentes no fueron diseñadas para el procesamiento paralelo, especialmente cuando se presenta una amenaza para la supervivencia. ¿Por qué no nos lo cuentas?

    ¿Papá llamaba a la situación una amenaza para la supervivencia? Esto era serio. A veces se pagaba dividendos por concentrarse simplemente en lo obvio.

    Axelrod Henderson rodeó con sus dedos de metal su cráneo de metal mientras permanecía agachado en el suelo del puente y consideró la opción del rezo.

    Una vez que había percibido que existía un posibilidad de que no sobreviviera... que le den...esa posibilidad de que muriera en esta misión, había perdido el control cuidadosamente cultivado. Aquello no era nada más que un montón de mezquinas simulaciones que fingían una sofisticación que no existía verdaderamente en su naturaleza. Al principio, el cambio le había aterrorizado. Había vivido su vida conscientemente, conociendo el juego de la vida, conociendo las reglas del mundo en el que vivía, conociendo las reglas de su propia biología y explotándolas.

    La pérdida de su colonia de fantasía más que augurar la muerte de sus sueños, auguraba su propia muerte. Y ahora estaba sucediendo.

    Debería haber tenido hijos antes de partir. Montones y montones de hijos.

    Había tenido razón. El dragón estelar había estado cargando una bomba y habían sido lo bastante estúpidos para intentar recogerla. Y, en el mejor escenario, ¿qué era un huevo sino una bomba con un detonador retardado? La reproducción era peligrosa en toda las escalas, desde la seducción a la concepción hasta la madurez. Pregunta a Romeo o a los espectadores como su amigo, el bueno de Mercutio. Pregunta al padre asesinado de Edipo, Laius.

    Además, Henderson había estudiado extensamente, anotando especialmente las relaciones entre las criaturas en el, así llamado, estado natural, los pocos mundos atrasados donde aún existían. Tales relaciones le proporcionaban su guía. Sabía que mientras que la humanidad había triunfado sobre el cuerpo y podía reescribir la evolución física para atender sus necesidades, la evolución mental era una matería más traicionera. Su nuevo cuerpo, en adición a ser más resistente y a prueba de radiación, se suponía que le hacía sentir más en control debido al modo en que se alzaba por encima de los demás. Incluso en microgravedad, la gente entendía el 'arriba' y el 'abajo' que su envergadura podía identificar para esta tripulación, dándole algo de influencia.

    Bueno, eso aún no estaba funcionando.

    Pero el concepto en el que poseía absoluta fé en sus estudios de las criaturas en su estado natural era la ferocidad de una madre defendiendo a su joven. Aquí se pondría a prueba ese concepto. Tal poderosa fuerza natural, ciertamente, podía superar su demasiado simple tecnología, su nave era un pez fuera del agua apenas adaptada para el adverso entorno de SS Cygni, ¿cierto?

    —Es impresionante —dijo Fisher—. No sabía que un dragón podía volar tan rápido. Va a adelantarnos ahí, ¿verdad?

    —No si puedo evitarlo —dijo Fang.

    Henderson sólo abandonó el agarre de su cráneo cuando un sonoro y discreto gemido metálico retumbó en las paredes y le hizo preocuparse de que pudiera mellarse la cabeza.

    Las pantorrillas de Phil Stearn temblaron, se tensaron, sobre los pies se alzó de puntillas. Simplemente no podía quedarse sentado, así que se levantó y paseó atrás y adelante ante las pantallas.

    Puro jugo. Los eventos que se desarrollaban eran puro jugo.

    Daba igual lo buena que fuera la simulación, en el fondo de tu mente siempre sabías que era un juego. No real. Esto era jodidamente real y, de algún modo, eso marcaba la diferencia. Era el mismo subidón de adrenalina que el de un buen juego, la misma tormenta eléctrica en su cerebro, pero el conocimiento de que loas apuestas eran mayores que superar una puntuación o ganar una apuesta lo hacía más goloso.

    Había arriesgando su vida antes, pero a pesar de los riesgos, tampoco habían sido reales. Había planeado a través de rebaños de globos en los cielos de Júpiter (sencillo si el guante de aterrizaje se desplegaba adecuadamente, cosa que hacía con una probabilidad del 99.9 por ciento), escalado sin cuerda el Monte Olimpo (no tan difícil como había pensado que sería, unando un modificador corporal de hombre cabra), caminado en solitario por el cráter Chao Meng de Mercurio (frío, aburrido y contaminado con todas las latas preservadas al vacío de los caminantes previos). Todos los retos del mundo moderno eran artificiales, enfrentados por elección, voluntariamente. Los robots o movedizos biológicos no hacían nada verdaderamente peligroso en el ‘universo real’.

    Pero ahora estaban implicados en el conflicto real de la supervivencia en un sistema alienígena con una criatura tan diferente que ni siquiera sabían lo que pensaba, y mucho menos sus habilidades. Ni siquiera importaba que él no fuera un jugador importante aquí. Él era parte del equipo y, o todos ganaban o todos perdían. Homo sapiens versus Stella draconis. Y él era Homo sapiens igual que los demás.

    —Siéntese, Stearn —ordenó Fang—. Vamos a quemar algo de masa de reacción."

    Stearn volvió al bestiasofá, se sentó sobre las manos y se agitó por la anticipación.

    Samuel Fisher sonrió a Fang cuando se hundió en su bestiasofá. Ella no le devolvió la sonrisa.

    A él no le importó. No era un rencoroso. Ni lo más mínimo. Ella estaba preparándose para la batalla y llevaba su cara de jugadora. Eso era lo que le había atraído de Lena Fang en primer lugar: su seria competencia. Físicamente, estaba hermosa como siempre, con sus firmes labios aflautados y su cabello perfecto, pero más atractiva era la resolución que se leía en sus ojos. Esta misión era su bebé tanto como el suyo y ella estaba preparada para defenderlo con todos sus formidables poderes. Era imposible que pudiera fracasar otra vez.

    Imposible.

    Y entonces supo seguro que este cambio era real, que estaba del lado de Fang más que del dragón. La había estado observando en aquellos momentos, no con su anterior obsesión. Confiaba en poder convencerla de que su alianza era genuína. Tenía que admitir que en la posición de capitana, no se podía confiar en él. Atsuko; quizá largo tiempo muerta y perdida ahora para él, una maldición del legado de Einstein; le había advertido de sus problemas al mezclar el trabajo con las relaciones humanas. No era bueno lidiando con las áreas grises. Nada bueno, tenía que admitir.

    Decidió que el mejor modo de empezar a ganarse la confianza de Fang era darle su confianza primero. Llegaría una oportunidad para que ella le pusiera a prueba y él estaría preparado, pero tenía que prepararla a ella para ese paso. Esto caía en la jurisdicción de Fang. La ayudaría lo mejor que pudiera en concentrarse en su fuerza: la biología del dragón. La de ambos, el adulto y el huevo.

    Conseguir un huevo sería mejor en muchos aspectos que capturar a un adulto. Existía una miríada de problemas con la jaula improvisada que habían desarrollado. Permanecería en tela de juicio en sus mentes hasta que la probaran. Era mejor no tener que probarla. Luego estaban las complicaciones de tratar de mantener con vida tal criatura alienígena. Sólo el setenta por ciento de las adquisiciones primerizas tenían éxito durante más de un año y esas no eran tan diferentes como estos dragones estelares. Aún había algunas especies sobre la Tierra que no podían vivir en cautividad, el gran tiburón blanco, por decir una.

    Le pidió a Papá un enlace de datos hasta el terminal de su sofá y accedió a las observaciones del huevo. Las lanzaderas no habían sido equipadas con todos los instrumentos remotos de observación que hubiera deseado, pero podía hacerlo con la información que le enviaron. Si había algo allí que explotar, algo que pudiera hacer pensar al dragón que su huevo ya estaba perdido o a salvo en algún sitio, lo encontría.

    Pero con un vistazo a sus posiciones y velocidades relativas, se díó cuenta de que tenía que trabajar rápido.

    La capitana Lena Fang se lamío los labios ligeramente separados, deseando tener suerte, mientras consideraba al dragón cohete. No era su destino fracasar para siempre. No podía ser. Esta vez sería diferente, se dijo a sí misma.

    Esta vez era diferente. Se habían enfrentado a un dragón solitario, en vez de a miles. Tenían una meta concreta, conseguir el huevo, en vez de una vaga noción de pescar con un cazo un dragón pequeño como si fuera un pez de colores. Antes se había sentido sola. Miró a Fisher. Esta vez tenía apoyo.

    Eso le importaba más de lo que había sospechado.

    Comprobó los vectores, las velocidades. Cuanto menos masivo era el dragón con su cohete de fusión, más rápido y maniobrable era. Incluso más que el impulsor de eje de la Karamoyo. Aunque el rail de la nave espacial pudiera acelerar sus balas de reacción para la muy alta velocidad, la masa de reacción disponible limitaba su impulso. Eran una gran nave y dependían del motor gusano para moverse a apreciables distancias a gran velocidad. El motor gusano era barato pero potencialmente peligroso en tal situación incierta.

    Lo usaría si tenía que hacerlo.

    Las lanzaderas, emparejadas con sus redes magnéticas y la carga que las ralentizaba, venían a su encuentro parte del camino, ayudando sólo un poco. Quizá ese poco fuese bastante. Sin otros trucos, el dragón no alcanzaría las lanzaderas que habían entrado en las fauces de la nave. ¿Qué haría esa madre entonces?

    ¿Qué harían ellos entonces?

    —Papá, investiga la activación óptima del motor gusano dado rendezvous con las lanzaderas de carga del huevo..

    —Sí, hija, pero ¿podemos señalar dos áreas problemáticas inmediatas?

    —Adelante.

    —Tendremos que reorientar la nave para encarar el disco. No tenemos energía para conducir las singularidades a través del denso disco y no sería prudente invertir la polaridad del gusano para un lanzamiento hacia atrás desde popa.

    Cuando Papá decía: ‘no sería prudente,’ quería indicar que excedería los parámetros de seguridad en varias áreas con posibilidad de un resultado catastrófico. Sé prudente, perderían otros veinte segundos. Prefería a Papá hablando con su propia voz más que la forzada fraseología técnica en situaciones donde el tiempo era crítico.

    —De acuerdo —dijo ella—. Tenemos que tomarnos un tiempo para reorientación. ¿Cuál es el otro problema?

    —La radiación y los flujos de campo. ¿Qué tolerancias nos permitimos para el huevo?

    Fang alzó una ceja a Fisher.

    —Tiene que ser capaz de soportar, al menos, el estallido de la nova enana cerca del radio exterior del disco. Eso son treinta mil Kelvin y no nos vamos a acercar a eso. El flujo de campo es un problema potencial más serio. Los campos del disco no varían tan rápidamente como nuestro sistema. Sospecho que el huevo es bastante resistente para nuestros estándares, pero no estoy seguro de que debiéramos arriesgarnos a plena carga.

    —Vale —Fang dijo: —Carga baja, masa baja y baja aceleración. Eso debería dejar al dragón atrás.

    Si iban, iban. Esta maniobra actual les estaba costando más de sus reservas de reacción de lo que le hacía sentirse cómoda. Primero los biológicos, ahora la masa.

    —Dr. Fisher, ¿Se cumplirán nuestras metas científicas si dejamos este sistema con sólo este huevo?

    Fisher alzó sus manos brillantes hasta su cara, dudó, luego colocó sus dedos en las sienes y empezó a frotarlas.

    Deprisa, Sam, pensó Fang. Has diseccionado un millón de escenarios diferentes en tus meses de obsesión del dragón, ¿verdad? Pero este no. Este no. Y tienes menos de un minuto antes de que decida por tí.

    Sus dedos dejaron de frotar y recorrieron las mejillas, despacio, haciendo pensar a Fang que representaban las lágrimas que no podía liberar debido a su radical modificador corporal.

    —Sí —gruñó él. Luego, sonando más convencido —Un huevo viable será más que suficiente.

    Ella sabía lo que aquello significaba para él, este punto de clausura después de un año de loco júbilo y locura calculada. No era su enemigo ni trataba de engañarla maliciosamente. Para él, el mismo concepto de un dragón estelar había sido su hijo de remplazo y sólo había estado defendiendo una parte de sí mismo. Pero este no era el momento ni el lugar para decirle que ella lo entendía. Este era el momento para que ella actuara.

    —Vale, Papá —dijo ella, soltando completamente el aire de sus pulmones y recargándolos antes de continuar —Activemos el motor gusano sobre rendezvous con las lanzaderas.

    —Así se habla, hija —coincidió Papá.

    —¿Nos marchamos? —preguntó Henderson.

    —Sí —afirmó Fang.

    —Va a ser de locos —dijo Stearn.

    —Me temo que sí, Sr. Stearn. Por eso me gustaría que inspeccionara visualmente el muelle y la adquisición del huevo. Le quiero en el sitio para cualquier continencia que Papá no pueda manejar. ¿Puedo contar con usted?

    —¡Absolutamente capitana! —los dientes de Stearn brillaron de blanco en contraste con su negra piel.

    —Y llévese a Henderson con usted para supervisar cualquier emergencia biológica.

    —Mierda —opinó Henderson.

    Stearn hizo una pausa junto a Devereaux y le dió un rápido beso en la frente justo debajo de sus rastas. Ella alzó la vista de su consola, sorprendida, pero él ya estaba arrastrando a Henderson. La extraña pareja salió a través del portal irisado del puente, el sólido y compacto hombre negro le dió una palmada al broncíneo gigante en el culo para apremiarle. Henderson brincó y se apresuró con sonoros pasos.

    Devereaux soltó una risita, luego regresó inmediatamente a su trabajo.

    Fang se permitió una ligera sonrisa y asintió. La tripulación estaba trabajando junta, la nave parecía en forma y, al parecer, podrían escapar del sistema con un premio que valía, como poco, la continuidad de la capitanía. Quizá este fuera un día de suerte.

    La Karamoyo emitía un zumbido pulsante mientras se aproximaban a su destino.

Capítulo 16

    Nunca arriesgues nada a menos que estés preparado para perderlo del todo, recuerda eso.

    —¿No es emocionante, Henderson? o sea, aquí estamos viendo historia. Demonios, haciendo historia. Sabía que esto era un paso importante que daba pero, ¡colega! Este es el gran juego —Stearn movía el puño para acentuar su emoción.

    Henderson corría pasillo abajo delante de Stearn, ligeramente agachado, mostrando más aprensión que emoción.

    —Es una locura que hagamos esto. Somos inmortales, como dioses. Podemos complacernos del modo que queramos, real o virtual, sin nadie a quien responder sobre cómo pasamos nuestro tiempo. ¿Por qué arriesgamos la eternidad aquí? ¿Por qué?

    —¡Deberías haberlo pensado antes de alistarte! —graznó Stearn—. Demasiado tarde ya. Olvídalo y vive el momento. ¿No lo sientes? Esto es todo de lo que se trata la vida. Llevarte a tí mismo al límite, asumir grandes riesgos para estupendas recompensas.

    —Pero, ¿y si los riesgos resultan demasiado grandes y se pierde todo? Entonces, ¿qué?

    Al menos, el orador de perdición sigue avanzando deprisa.

    —¿Entonces qué? Yo te diré el entonces qué.. —Stearn hizo una pausa de efecto dramático—. ¡Pierdes! Eso es lo que hace que valga la pena jugar el juego de la vida. Sin la posibilidad de perder, ¿qué sentido tiene? Un juego amañado no es divertido.

    —Vine a este viaje bajo la promesa de que me ayudaría a amañar el juego.

    —¿Que quieres decir?

    Pero Henderson no dijo más sobre el asunto.

    Muy pronto alcanzaron la zona de paso interior donde, tanto tiempo atrás, Stearn había ayudado a Sylvia a desplegar el observatorio axial. Las ventanas de diamante de doble chapa aquí estaban mejor adaptadas para observar los interiores de la Karamoyo, independientemente de los instrumentos de Papá y, lo más importante, eran mejor para ser capaz de actuar si se presentaba la necesidad. Stearn apoyó la cara contra la ventana, llenándola de vaho casi de inmediato. Olió en su aliento el pescado que había cenado y activó su glándula de menta. Limpiando la condensación con la manga, dijo: —Se tiene buena vista, una vista real, desde aquí. En directo y sin censura. Papá, dile a Fang estamos en posición.

    —Ya se lo he dicho —dijo Papá.

    —De acuerdo.

    —Es estúpido que estemos aquí —dijo Henderson—. Papá tiene mejores monitores. Deberíamos observar sus pantallas.

    Stearn gruñó y le ignoró. ¿Era este hombre en verdad un ingeniero?

    Los segundos pasaron a minutos y observó el pulso eléctrico del sistema del rail disparando hacia fuera balas cargadas hacia el sistema SS Cygni. Stearn pidió a Papá una cuenta atrás que, abruptamente, empezó en treinta y nueve.

    —Gracias por avisar —murmuró Stearn.

    —¿Qué? —preguntó Henderson.

    La cara de Stearn se empapó de sudor de repente, rechinaba mientras se deslizaba por el cristal. La tensión de la espera era parte de los juegos: el latido del reloj del ajedréz, aguantando la última jugada antes del final del turno; la mirada del lanzador de béisbol hacia la primera base, necesaria para fijar al corredor; el aire medio retenido antes de soltar la cuerda del arco; the flip de la mano de cartas; el exquisitamente lento pero inexorable apretón del gatillo del arma apuntada en la diana. Podía esperar. Oh, sí, podía esperar.

    —Gravedad finalizando —anunció Papá cuando la cuenta llegó a siete—. Comenzando maniobras. Agarraos.

    —Mierda —dijo Henderson.

    Stearn se abrazó a sí mismo y continuó su vigilancia. Esperaba el brillo de los cohetes químicos de frenado rápido de las lanzaderas, pero no vió eso. En su lugar, la microgravedad cambió una cantidad apenas perceptible. Las lanzaderas de entrada estaban frenando contra el campo eléctrico del rail. El par flotaba a través de las fauces de la Karamoyo, un haz crepitante verdeazulado se suspendía entre ellos. Un puntito, apenas discernible en la distancia aún con los ojos mejorados de Stearn al máximo. No había suficiente lambda sobre el diámetro para resolver aquello. No importaba. Estaba claro lo que era.

    El huevo.

    El premio para los ganadores del gran juego.

    —Mierda —dijo Henderson de nuevo.

    —¿Has visto eso bien, colega?. Esa mierda está aquí..

    —Reorientación —anunció Papá.

    El mundo giró y el agarre de Stearn casi cedió. Las sombras corrieron por los jóvenes jardines y el oscuro interior mientras la Karamoyo alteraba su momento angular con sus timones de vuelo para reorientarse fuera del disco. La rotación proporcionaba una gravedad significativa y sorprendente .

    Henderson chocó fuertemente contra Stearn.

    —¡Agárrate a algo, colega! —le increpó Stearn.

    Henderson se alejó de Stearn arrastrándose mientras este de deslizaba más en la pseudogravedad.

    —¡Lo estoy intentando —gritó Henderson.

    Stearn le dió la espalda al biotecnólogo. Tenía una dura cabeza de metal, después de todo y podía aguantar algunos golpes. Retomó su inspección visual del ataque del huevo. Si podían aguantar sin el motor gusano hasta que tuvieran estabilizado el huevo dentro de la jaula, cuyo interior simulaba el disco tranquilo, el juego se habría acabado.

    Victoria.

    Pero las lanzaderas, tan rápido como sabía que estaban yendo, parecían arrastrarse. La jaula descansaba entre las naves un centenar de metros por detrás y en un ángulo entre treinta y sesenta grados desde la posición se Stearn. Las fauces de la nave se abieron en trinquete ante las lanzaderas como las puertas de la forja del Infierno. El plasma confinado magnéticamente llenaba la cámara a modo de cálida y tórrida incubadora para el premio. El truco aquí sería usar los mismos campos para atrapar el huevo, suavemente, sin escupir el plasma sobre nada cercano que no estuviera preparado para aguantarlo. Papá y Fisher le habían asegurado a Stearn que todo iría bien, que los márgenes de error eran bastante amplios.

    Pronto lo descubrirían.

    Entonces, Stearn vió demasiado. Sucedieron tres cosas casi al mismo tiempo y una cuarta muy poco después. La primera fue que la liberación del huevo desde la red de las lanzaderas. Hubo un breve brillo cuando los campos coincidieron y se cancelaron. El huevo quedó en una trayectoria de vuelo libre disparado hacia las fauces abiertas (que a Stearn le pareció que tenía un extraño rumbo como resultado del marco de referencia giratorio combinado con los campos eléctricos que Papá había lanzado sobre las puertas de la jaula y el rail). Las lanzaderas continuaban hacia la popa abierta de la Karamoyo, sin duda serían abandonadas más que atracadas. Detenerlas no llevaría mucho tiempo, pero aquel era ahora un juego por segundos. Podían terminar dentro del disco, reducidos a sus elementos constituyentes, terminando su existencia eventualmente sobre la materia degenerada de la enana blanca. Esta maniobra de lanzar y correr era lo primero que Stearn percibió porque la esperaba y la estaba vigilando.

    La segunda fue que Papá anunció la activación inminente del motor gusano. Esto quedó bastante claro dada la bocina de advertencia y las luces parpadeantes sobre los collares distribuídos tetrahedralmente de los generadores Higgs. Los rayos de inflación invisibles se emitiría en cualquier momento, tan pronto como se alcanzara el nivel de potencia y los generadores se sicronizaran adecuadamente. ‘Sincronizaran adecuadamente’ normalmente requería diez segundos o más, pero en las circunstancias actuales, ¿quién sabía lo que la tolerancia de la capitana arriesgaría?

    La tercera fue terrible. Stearn sabía que dragón estaba llegando, pero no había esperado verlo con sus propios ojos. Por allí venía un destello asi cegador desde las fauces de Karamoyo (las peores longitudes de onda se bloquearon tanto por las ventanas como por sus propias córneas), un freno de fusión masivo, le dijeron más tarde, que proyectaba sombras increíblemente densas a través del interior de la nave. Tuvo la extraña idea de que el jardín se tostaría a pesar de los escudos, que estaban diseñados para dejar pasar bastante radiación ultravioleta. Sus altamente modificados ojos, ya con la visión restaurada, retrataban el rojo fuego de la silueta del dragón estelar contra el índigo celeste de SS Cygni.

    El dragón estelar serpenteó hacia el interior de la nave por su propia y feroz voluntad.

    Con énfasis en ‘feroz’. Stearn había percibido, en más de una ocasión, que no había nada como la ferocidad de una voluntad contraria. Una IA inteligente podía conceder un juego perdido, reconocer la victoria y esperar el juego correcto de un oponente aún cuando las apuestas eran grandes. La desesperación llevará a una voluntad viva hasta lo absurdo, permitiéndole intuir el curso de la acción más desagradable para su competición, el curso de acción que introducirá un elemento de caos. Una voluntad viva se aferraría a la más mínima e improbable oportunidad.

    Mientras Stearn pensaba todos estas ideas que juzgaba de lo más profundas, en todo momento el dragón estelar le parecía en la pose de algún dragón celeste ancestral chino, la Karamoyo se tambaleaba y el cuarto evento sucedió. En términos personales, el peor evento de los cuatro.

    Todos los doscientocincuenta kilogramos de Henderson impactaron con Stearn, golpeando su cabeza brutalmente contra la ventana de diamante y ya no vió más.

    —Créeme, Lena, maldita sea —imploró Fisher mientras la Karamoyo remontaba la explosión del frenado del dragón—. ¡No nos queda tiempo!

    Fang se sentó con cara pétrea sin reponder, apretando los brazos sobre su bestiasiento tan fuerte que sangraron.

    El dragón estelar había ejecutado una maniobra inexperada, algo que había hecho a Henderson cagarse de miedo, Fisher estaba seguro. Las criaturas tenían, en efecto, bombas de fusión y habían usado la onda expansiva de una de ellas para alterar su rumbo más rápido de lo esperado. Papá no había anticipado esta posibilidad y ahora, en lugar de un claro impulso fuera del sistema a una aceleración que el dragón estelar no tenía cómo igualar, el dragón estaba deslizándose hacia abajo por sus gargantas.

    Fisher ni siquiera se detuvo en preocuparse sobre el tipo del flujo de radiación que podría haber penetrado sus escudos. No tenían más que un instante antes de que fueran incapaces de actuar, con el dragón tan dentro de sus gaznates no podían hacer nada salvo asfixiarse. Sus planes de captura iniciales se precipitaron en la captura exterior de un dragón y en una secuencia predefinida de cargas en movimiento en los railes primario y auxiliar para canalizar a la criatura dentro de la jaula. No tenían modo de hacer nada parecido ahora, configurados como estaban para el motor gusano... ahora fatalmente interrumpido.

    Pero Fisher tenía un plan de contingencia, uno que no se había molestado en compartir con el resto hasta ahora. No lo ocultaría más. Estaba con Lena, confiaba en que ella haría lo necesario, confiaba en su juicio. Si pudiera ella comprender y confiar en él. Todo dependía de ello.

    El análisis de Fisher del cuerpo segmentado de este dragón estelar y los correspondientes campos magnéticos sugerían un modo de abrirlo en pedazos. No era algo que él había buscado a propósito, pero se afanaba en completar toda tarea que se imponía a sí mismo. Desmontar un dragón estaba feo, era insensible y requería grandes cantidades de potencia. La potencia en este entorno rico en energía no era el problema. Habían adquirido potencia para gastar y tenían monstruosos condensadores listos para descargarla. La ejecución era una cuestión de voluntad.

    Fisher poseía la voluntad. Estaba comprometido con el curso de acción del grupo. Sacrificaría este dragón si era necesario para que el plan de Lena funcionase.

    Pero sólo Fang podía decir la última palabra.

    Confía en mí, deseó él. Pronto será demasiado tarde. Quizá ya lo sea.

    —Papá —Fang escupió la palabra como si tuviera un bocado de veneno y no pudiera disolverlo lo bastante rápido —Inicia el programa de Fisher.

    —No sería prudente, hija.

    —¡Hazlo! —se impuso Fang.

    La Karamoyo se tambaleó de nuevo.

    Aún con los registros llenos del código binario de los traumas precisos inflingidos sobre la Karamoyo, Papá traduce los eventos en metáforas para su persona humana. Bajo un sol ardiente, el todoterreno de Papá aplasta la hierba seca de la sabana, que golpea contra el parachoques delantero con el pock pock de una ametralladora. El rinoceronte con cabeza de dragón le persigue.

    Él no habría cazado a la bestia desde el vehículo, eso habría sido antideportivo. Pero el disparo había ido torcido y el rino había cargado hacia él. Apenas había conseguido saltar sobre el asiento del conductor y poner la máquina en marcha, acelerando por delante de una nueva carga convertida ahora en una persecución.

    Justo cuando parece que se distanciaría de la bestia, descubre una quebrada inclinada y debe parar y desviarse. Este impacto no es casi tan devastador como cuando las corrientes inducidas ardieron a través del cuerpo y cerebro de Papá en su contacto inicial con esta especie, pero aún choca fuertemente.

    El mellado todoterreno se balancea cuando Papá gira la rueda de la fortuna, confiando en que los neumáticos ganen agarre y apunten lejos de la quebrada, lejos del rino. Y es entonces cuando Fang le da la orden de iniciar el programa de Fisher.

    ¡Acción!

    Los brazos de Papá danzan como los de Kali, con perfecta puntería lanzando dardos explosivos de mecha corta en las rendijas de la piel blindada de la criatura. ¡zuak-zuak-zuak! Un tiro especialmente bueno lanza un dardo en la costura del cuello donde la sinuosa cabeza del dragón se conecta al poderoso cuerpo.

    ¡Ker-BANG!

    El rino que embiste explota en pedazos en una grotesca ducha de sangre. El vehículo se mueve cayendo en la quebrada, golpeando, cayendo como loco.

    La metáfora se derrumba.

    Papá se desprende de sus sentidos humanos y acepta la inundación de datos en bruto que tiene disponible.

    Los microsegundos se alargan en horas y todo es ahora.

    El dragón estelar está dentro de la Karamoyo, dentro de su hueco interior, dentro de él. En treinta y dos partes a alta velocidad.

    El programa de Fisher accedió a las bobinas superconductoras que controlan los sistemas de impulsión de la nave. Allí hay una enorme potencia, los condensadores y las baterías sobrecargadas en sus locales ricos en energía. El campo de sacacorchos se había infiltrado en los segmentos del dragón y, como un millón de palanquitas invisibles e irresistibles, habían abierto en pedazos su integridad estructural.

    Lo que fuera de lo que estaban hechos los dragones, que parecía cada vez menos probable que fuera una forma normal de materia bariónica conocida por la ciencia humana, la criatura dependía del electromagnetismo para su locomoción. El experimento actual sugiere que la criatura también depende del electromagnetismo para su cohesión.

    Un punto para el Dr. Fisher.

    Papá cataloga los fragmentos y sus trayectorias. En el tiempo que tiene disponible, sólo puede deflectar unos pocos. Respecto al plasma de alta presión que el dragón había confinado en su interior, su 'sangre' como se permite Papá pensar, no hay nada que él pueda hacer. Explota en el interior de la Karamoyo, pero se rarifica rápidamente y hace poco daño.

    Un gran segmento del dragón, la cabeza. Papá la deflecta antes de que impacte contra la jaula del huevo. Otro segmento lo deflecta para proteger la, ahora reflectiva, ventana desde la que vigilan Stearn y Henderson. Un pedazo pequeño rebota en una robusta estructura que alberga uno de los generadores Higgs. El resto se aplasta en diferentes partes del casco interior diseñado para soportar un estrés catastrófico.

    Y rebota.

    Esta materia-dragón no es deformable. Interactúa electromagnéticamente con la nave, tocando la nave en un sentido convencional, pero las piezas no se separan o pierden energía para calentar la deformación. Rebotan. Papá mide y extrapola las trayectorias, modelando sus opciones. Sus memorias del siglo veinte, robando una iota de su potencia de proceso, irrumpen con imágenes de palomitas dr maiz sobre un horno de gas, bolas de pinball explotando fuera de los tambores, bolas de bingo rodando en su jaula.

    Papá gira al máximo algunos timones de vuelo, gira menos algunos otros, usa algunos impulsores orientados hacia direcciones útiles, mientras presiona la nave con su habilidad operativa en un intento de minimizar los impactos del segmento del dragón sobre secciones potencialmente débiles. Se ve obligado a mantener los límites de seguridad para los pasajeros humanos, pero hay poca eyección y poco tiempo para considerar. A pesar de sus esfuerzos, la Karamoyo es demasiado grande, demasiado lenta para hacer algo más que resistir mientras los pedazos taquetean por sus entrañas, para salir por la popa finalmente.

    Papá restaura su metáfora para la comprobación de daños, su personalidad humana celebra el alivio del tedioso e interminable flujo de datos, la restauración del tiempo.

    Steam sisea desde el estrecho capó del todoterreno, perforado por pinchos metálicos y el olor a goma quemada. El parabrisas se ha hecho pedazos. Papá arranca trozos de cristal de su cara con callosos dedos mientras parpadea hacia fuera algo de sangre. Sólo heridas superficiales para, lo que piensa para sí, un cuerpo físico no real y no tan malo como el accidente de avión que le dejó con un miembro, tanto tiempo atrás en África .

    Pero, ¿qué hay de su transporte?

    Papá se echa hacia atrás para abrir la puerta atrancada del conductor de una patada, salta sobre la hierba muerta y camina hacia la parte delantera. El capó chisporrotea así que, se quita la camisa. Rasgando la tela caqui en tiras, envuelve con ellas sus manos. Luego puede agarrar con suficiente firmeza para levantar el metal retorcido. Espera que el vapor se despeje, con el sudor sangriento en el canto de los ojos. Sangriento y caliente y picante.

    —Se está poniendo caliente —Primero comprueba que su pelo no esta ardiendo, eso ocurrió durante el segundo accidente de avión. Con el pelo bien, Papá inclina el cuello para ponerse a la sombra del sol.

    La sombra crece a cada segundo.

    Ahora que los horribles giros habían cesado junto con los aún más horribles impactos sonando, Devereaux tenía tiempo de sentir náuseas. De pronto, flotando libre en la tranquilidad del puente sin estornudo alguno, se preguntó por primera vez si iba a morir en aquel viaje. Bueno, eso resolvería otro misterio, al menos.

    Esperaba que Phil estuviese bien.

    Antes de que pudiera preguntar, Fang le había disparado a Papá una salva de preguntas. La última era: —¿Cuánto tiempo queda hasta que alcancemos el disco?

    Devereaux cerró los ojos con fuerza y trató de tranquilizarse. La Karamoyo podía persistir en la corona caliente del disco gracias a su rarificiación. No importaba que el gas estuviese tan caliente si no había mucho. La corona se parecida más al vacío. No había forma de que sus sistemas pudieran lidiar con la densidad del plasma dentro del disco, incluso tan vacío como parecía comparado con la atmósfera de la Tierra. Llegarían al interior muy pronto. ¿En cuánto tiempo? A pesar de la mejora del biochip para la computación superior, tenía la mente en blanco, incapaz de calcular las sencillas expresiones derivadas de las leyes del movimiento de Newton que le permitían responder esa pregunta. Habían salido del disco cambiando las órbitas, la gravedad era más débil y llevaban una velocidad inicial significativa...

    —Diez minutos, hija —dijo Papá.

    —Mierda —siseó Fang.

    Serio asunto para la capitana para meter tanto la pata. Devereaux la había oído decir —maldición —más de algunas pocas veces, pero —mierda —estaba fuera de la escala cuando estaba en el puente. La gravedad era una zorra.

    —Los impulsores están apagados, pero ¿tenemos asegurado el huevo?

    —Correcto.

    —Bueno, arregla los impulsores —Fang no estaba guardándose ninguna carta de triunfo, aparentemente—. El rail primero...necesitamos un impulso rápido.

    —Lo intentaremos —dijo Papá.

    ¿Sólo intentarlo?

    Devereaux preguntó: —Papá, ¿puedes ponerme en contacto con Phil?

    —El señor Stearn está inconsciente —dijo Papá—. El señor Henderson esta, aparentemente, consciente, pero no responde.

    ¿Papá tan formal? No es una buena señal en absoluto. Devereaux acercó los brazos al cuerpo para girar más deprisa y, cuando estuvo en posición, dió una patada en el respaldo del asiento para dirigirse hacia la salida del puente.

    —¡Sylvia! ¡Alto! —ordenó Fang.

    Devereaux fue incapaz de suprimir su sobresalto instintivo, tan enérgica había sido la orden de Fang. Llegó al marco del portal y se giró hacia la mujer.

    —¿Por qué? ¡Necesitan ayuda!

    Fang se quedó mirándola desde su sillón de combate con la cara pasiva, salvo por los ojos, que parpadeaban rápidamente.

    —Debemos actuar con precisión. Asegurar nuestras acciones antes de correr por ahí a lo loco. Hay cosas importantes que hacer aquí.

    ¿Las había en realidad? Su mente estaba en blanco. Justo cuando Devereaux estuvo a punto de retomar su vuelo hacia Phil, Papá habló.

    —Dra. Devereaux, el fenómeno que nos indicó requiere su atención. Es muy importante.

    ¿Fenómeno? ¿La migración del dragón que ella había percibido? Y no sólo 'importante', sino 'muy importante'. ¿Cómo podía ser eso importante con su dificultad actual? Prefería estar con Phil en un momento como este. No parecía haber nada que ella pudiera hacer para ayudar aquí, a pesar de la admonición de la capitana Fang. Los sistemas automáticos de reparación iban a salvarles, o no, y ¿qué importancia tenía que ella dejara el puente?

    Fang se ablandó un poquito y dijo: —Fisher puede atender a Stearn y Henderson y echar una mano allá abajo si Papá necesita una. Ya no estamos lidiando con un dragón. ¿Te parece suficiente?

    Devereaux miró a Fisher, cuyos ojos sugerían que estaba tan sorprendido como ella por la sugerencia de Fang. Sin dudar apenas, aun cuando le estaban pidiendo a él abandonar el puente durante la crisis, Sam respiró hondo y salió del bestiasofá con un asentimiento de cabeza y un gruñido. Cuando pasó junto a ella y ya botando pasillo abajo, Devereaux dijo: —Vale, Papá. Dime lo que crees que está pasando.

    Fisher botaba concentrado en su rumbo. Tenía un centenar de cuestiones que preguntarle a Papá sobre lo que había transpirado dentro de la nave con el dragón, lo que habían aprendido. Pero Fang le había encomendado una tarea y él iba a cumplirla lo mejor que pudiera. Podía acatar órdenes, estaba seguro, si se esforzaba lo suficiente. Había demostrado su dedicación al aplicar su célebre obsesión a esta tarea y a las otras que ella le había dado y si aquello no le demostraba a ella que él estaba de su lado, nada lo haría.

    Además, podría tener una oportunidad de ver el huevo con su propios ojos.

    Sus velocibotas se agarraban a las paredes desnudas sin moqueta y le impulsaban hacia adelante, quizá con demasiada ansia. Las alarmas de aceleración saltaron estruendosamente de nuevo como lo habían hecho momentos antes y la gravedad le atrajo hasta un nuevo suelo.

    Fisher sonrió. Parecía que iba a conseguirlo después de todo.

    Avanzó patinando con los codos frente a la cara como un escudo mientras trastabillaba hacia la carrera justo cuando se aproximaba al cruce en T que conducía a la zona de paso donde estaban los otros.

    Un terrible clank llegó desde el pasillo adyacente. Le siguió el sonido del cuerpo cayendo de Henderson, de pronto, muy cerca y muy fuerte.

    Fisher hizo una mueca preparándose para el impacto.

    La gravedad cambió de nuevo, ralentizándolos a ambos. La cabeza de Henderson era aún muy dura cuando Fisher la golpeó con los codos. Aulló por el vibrante dolor. Se había golpeabo en el nervio del codo. Menudo trabajo estaba haciendo para Fang. Al menos, el cambio de gravedad indicaba que tenían algún modo de maniobrar, algún modo de impulsarse lejos del disco, al menos por el momento.

    —¿Está bien? —preguntó Fisher a Henderson agitando su brazo mientras se levantaba con cuidado en la baja gravedad pulsante.

    —No —dijo Henderson.

    Bueno, estaba respondiendo bastante bien: —¿Dónde está Stearn?

    —¿Y qué hay de mí?

    Fisher se giró hacia el fondo del pasillo. Stearn estaba acurrucado al fondo bajo la ventana.

    —¿Qué hay de tí? —dijo Fisher a Henderson —Te diré lo que hay. Va a ayudarme con Stearn. Levántese.

    El Comodín yacía plano sobre su espalda, pero se agarraba la cabeza y, al menos, gimió cuando Fisher llegó hasta él.

    —Y pensar que solía lesionarme yo mismo intencionadamente para tener un subidón de endorfina —dijo Stearn. Tenía los ojos ligeramente bizcos.

    —Por supuesto que lo hacías —dijo Fisher perdiendo interés.

    El Comodín estaba mareado pero consciente. Sus biológicos internos se asegurarían de que se pondría bien, si es que ahora fucionaban bien. No podía tener nada peor que una contusión leve. En una hora sería él de nuevo, aunque ya parecía haber regresado a esa extrema posición. Ahora era el problema de Henderson, otro de sus problemas, al menos.

    Fisher miró por la ventana. Los railes pulsaban de energía, acelerando balas cargadas para proporcionar empuje a la Karamoyo. Bien. No iban a caer en el disco en los próximos minutos. Entornó los ojos aumentando su visión y encontró su jaula de Faraday. El huevo seguía en la jaula.

    ¡Sí! Lo habían conseguido entonces. Estaba hecho. Fang se había mantenido en su puesto y Papá había ejecutado su progama. Cierto que estaban cojeando, pero algunas reparaciones y estarían pronto gusaneando hacia casa.

    ¡Habían ganado!

    Sonó el comunicador: —Tenemos un problema —dijo Fang—. Un gran problema.

    Fisher negó con la cabeza. —¿Qué?

    La voz de Devereaux sonó: —Los dragones están explotando en la estrella secundaria, en su atmósfera superior en todo momento, calentándola.

    ¿Por qué hacían eso?

    —¿Lo bastante para preocuparse? —preguntó él.

    —Sí, eso me temo. La atmósfera está creciendo como un globo y la expulsión gaseosa que atraviesa el punto de Lagrange es un cielo de dragones cohete. El ritmo de acreción aumentará drásticamente, dos órdenes de magnitud sobre lo normal. Esto va a llevar al disco a un estallido en nada de tiempo y no sólo un estallido cualquiera. Estimo una tansferencia de masa del cinco por ciento de la masa lunar antes de que todo sea dicho y hecho.

    ¿Cinco por ciento de la masa lunar? Eso era impensable. Eso era casi el doble de la masa normal del disco. Supuso que el vertido de dos calderos de aceite hirviendo dentro de un caldero lleno de aceite hirviendo sería algo más que malo para el que estuviera cerca mirando. ¿Cuántos dragones había allí? ¿Cuanta energía podían liberar?

    Quizá aquello era algo que haría ganar a Biotorno un abultado beneficio, aún considerando quinientos años de I y D para cuando regresaran.

    Henderson, de pronto al lado de Fisher e ignorando a Stearn, dijo: —De modo que nos marchamos, ¿cierto?

    ¿Podían marcharse? Fisher alzó una ceja, soltó una bocanada de aire y preguntó: —¿Papá?

    —Impulsor de eje operativo, capacidad al noventa y ocho por ciento. Los diagnósticos del motor gusano indican fallo de alineamiento.

    Sacar fuera las singularidades requería casi un alineamiento perfecto en la escala del micro arco de segundo. Sin ese alineamiento, no se tenía nada más que flujos de rayos gamma de alta energía pasando unos al lado de otros. No irían a ningún sitio rápido hasta que se arreglara el motor gusano.

    —Podemos arreglar eso luego, ¿no? —preguntó Henderson—. Podemos poner alguna distancia entre nosotros y este agujero infernal abandonado de Dios, este completo Gehena y hacer reparaciones del motor gusano, a discreción. Tenemos el rail.

    Stearn se pinzó el puente de la nariz y parpadeó de forma exagerada. Sus ojos se enderezaban, pero luego se cruzaban de nuevo. ¿Tenía que estar haciendo el tonto incluso ahora? Pero el Comodín habló con soberbia: —Nuestra masa de reacción es limitada, así que nuestra velocidad es limitada. Sylvia me lo explicó. Esa expulsión masiva producirá una nova. Si la radiación no nos fríe, la eyeccioon de las particulas asociadas volará hasta nuestro culo a diez mil kilómetros por segundo, velocidad masiva. Los rayos cósmicos serán aún peores.

    —¿Qué estás...qué quieres decir? —preguntó Henderson.

    —Una nova —repitió Stearn despacio—. El hidrógeno semidegenerado sobre la superficie de la enana blanca se calentará hasta una reacción de fuga, iniciando la fusión por toda la superficie. Será como un núcleo estelar viviente y explotará sobre todo lo que haya su alrededor. El disco, los dragones y nosotros. Resultado: seremos carbonilla.

    —¿Una nova? —dijo Henderson.

    —No —dijo Fisher, sin poder contenerse—. No será una nova.

    Bien podría él dejarles pensar que sería una nova, para lo que importaba, pero ellos eran parte del equipo y merecían conocer los hechos. Además, entendía que él era el intelectual arrogante y no podía perder la oportunidad de volver a ese puesto. Podría también ser honesto consigo mismo si no lo era con nadie más.

    —¿No una nova? —preguntó Henderson. Sonó hueco pero esperanzado.

    —No una nova —, concluyó él.

    A pesar de la seriedad de la situación, Fisher percibía que estaba entrando en modo lección. No podía detener el proceso, pero tampoco le importó. De algún modo se sentía con mayor control al ser capaz de explicarlo.

    —La fuga térmica de una nova es la consecuencia del estado semidegenerado del material que se acumula sobre la superficie de la enana blanca.

    Henderson le estaba mirando con su vacía máscara metálica y Fisher decidió que era mejor asumir que el silencio aquí no indicaba el entendimiento.

    —El gas degenerado es el resultado del principio de Exclusión de Pauli. Todos los electrones no pueden comprimirse hacia los mismos estados cuánticos, eso está prohibido y proporciona una presión que resiste el campo gravitatorio de la enana. Ese material se puede luego calentar sin expansión o alterando la presión. Se puede calentar lo suficiente para iniciar la fusión nuclear, la cual produce calor, el cual inicia más fusión. La fuga térmica. Y todo se fusiona esencialmente de una sóla vez.

    —Explota —tradujo Stearn. Luego, hablando despacio: —Hace buum.

    —Fisher dijo que no era una nova —insistió Henderson.

    —Cierto. El gas acrecido por la enana blanca no se vuelve degenerado de la noche a la mañana. Es un proceso lento que lleva miles de años. Construyamos una gran bomba, para la cual no hay tiempo de que suceda ahora. Esa ola de marea gas que empieza a abrise paso a través del disco no hará una nova.

    —Así que, entoces, estamos a salvo —El metal crugió cuando Henderson sonrió.

    —No —dijo Fisher—. Esa ola de marea aún va a calentar e inflar el disco como un gran donut y, al final, salpicará como el infierno cuando alcance la primaria. No será una nova, pero nadie va a referirse a esto como una nova enana, eso por seguro. El plasma y las partículas de alta energía se van a esparcir por todo el sistema. Un montón de ellas.

    Era imposible que pudieran adelantar al estallido, a aquel aliento de dragón, sin el motor gusano.

    Fisher concluyó: —También va a esparcirse sobre todos nosotros.

    —Entonces, ¿qué va a pasar, Papá? —preguntó Fang, hundiéndose en su sillón de combate.

    En la pared del puente de vuelo ante ella relucía un cielo azul brillante, oscurecido por la medianoche en el cenit. Tras su remolino, el horno del disco de SS Cygni, preparado para hervir y derramarse. En el interior de Fang, un frío helado envolvía su espina y la llenaba de una intensa fuerza.

    —Debemos advertiros de que nuestro poder predictivo en esta situación es limitado. Nuestros modelos del disco usan una parametrización casi lineal para la viscosidad que no se extrapola bien en el inminente régimen de transferencia extrema de masa.

    Fang mostró enfado: —No soy Devereaux. ¡Dímelo con tus propios términos.

    Él conmutó a su tono grave menos formal. La voz de Papá: —No sabemos lo que puede pasar, pero va a ser un infierno. Un derechazo volando hacia nuestra mandíbula de cristal.

    Devereaux dijo: —¿Por qué están haciendo esto los dragones? Actúan como lemings, explotándose ellos mismos en un suicidio masivo. ¿Qué beneficio evolutivo tiene eso?

    —No me importa —dijo Fang—. Estamos vivos y ya habrá tiempo para averiguarlo después.

    —Sssí, supongo que sí —dijo Devereaux en voz baja.

    —Necesitamos el motor gusano entonces —razonó Fang—. Papá, ¿cuánto tiempo tardas en restaurar la capacidad del motor gusano?

    —Cinco o seis horas. Quizá antes si cedemos tolerancias.

    ¿Cinco o seis horas?

    —¿Por qué tanto tiempo? —disparó Fang en réplica.

    —Es un problema mecánico en el interior, el alineamiento de un generador Higgs no tiene arreglo de software. No tenemos actuador que pueda ajustar el problema y lo hemos intentado, tenlo por seguro. La física es la física. Tenemos que crear movedizos especializados, desde cero, con lo que podamos saquear. No hay otro modo de resolverlo.

    —Hay un modo —Fang notó que su máscara de mando se había retorcido en una mueca malhumorada. Dejó que la mueca permaneciera. La actitud y la apariencia no iban a resolver este problema—. Tenemos que enviar a uno de nosotros fuera para arreglar el problema manualmente. Es el trabajo del Comodín sustituir los sistemas de Papá cuando fallan.

    —Phil no —susurró Devereaux, un sonido vacío lleno de comprensión.

    A pesar de los campos protectores de la Karamoyo, el traje espacial y las drogas de radiación, mientras el disco ardía hacia el estallido en un super estallido, el entorno dentro del interior hueco de la nave haría que un horno microondas pareceriera un baño templado. Era una sentencia de muerte.

    —Es el trabajo del Comodín —repitió Fang—. Es el único que sabe cómo arreglar el problema, que está entrenado para arreglar todos los problemas. Debemos contar con Stearn para salvar la misión. Para salvarnos —Fang se lamentó de lo oficial y pomposa que habían sonado sus palabras.

    —Mierda —dijo Devereaux.

    —Papá, ponme con el Comodín —Procedió de inmediato sin esperar confirmación—. Sr. Stearn, uno de los generadores Higgs necesita ser alineado a mano.

    —Sí, capitana —replicó Stearn muy rápido.

    ¿Entendía lo que ella le había pedido?

    —Necesitamos que vaya afuera y lo haga ahora o no escaparemos del estallido.

    —Esta hecho, capitana.

    —Papá le pondrá al corriente mientras se pone el traje —El ácido ardía en la garganta de Fang, haciéndola tragar antes de seguir—. Buena suerte, Sr. Stearn.

    —No la necesitamos, capitana. Yo me ocupo del trabajo.

    Había algo más que ella necesitaba decir, percibió. Otra dimensión de comando igual de importante que la malditamente horrorosa que había ordenado. Llevó los dedos hasta sus labios para indicar a Papá que silenciase la tansmisión. Se giró hacia Devereaux. —Corre allí abajo ahora, Sylvia, porque él tiene que hacerlo lo más rápido posible.

    Fang se mordió el labio entonces para evitar que temblara cuando la otra mujer asintió y salió corriendo del puente. ¿Había querido realmente esa responsabilidad? ¿Era eso por lo que había estado preocupada de que le arrebataran algún día? ¿Podía ser ella tan terrible? Recordó ser una niña en la barca de juncos, pidiendo ayuda por radio, sobreviviendo, mientras su abuelo se hundía con el leviatán dentro del océano. Era más difícil ser una superviviente de lo que la gente creía. Había hecho lo que era necesario sin importar lo culpable que se sentía. Sin importar cómo cada uno de ellos se sentía. Phil Stearn haría ahora lo que era necesario.

    Sola en el puente, habiendo enviado a un hombre a su muerte segura, se dió cuenta de que aquello era lo que significaba ser una capitana.

    Antes de que Fang hubiera siquiera terminado su explicación, Stearn había abierto la taquilla para empezar a vestirse. El reloj estaba corriendo y él era el hombre decisivo, el que lanzaba la pelota antes de la bocina final, el que lanzaba el penalti. El último corredor en la carrera de relevos. El resultado del juego estaba sobre sus hombros. Mierda, ¿para que había estado practicando todos estos años si no era para esto? Se había ganado su sitio en el equipo y no iba a decepcionar a sus compañeros, incluso aunque eso les sorprendiera. Fracasar ahora sería tan malo como traicionarles.

    Sólo deseaba que la cabeza no le doliera tanto..

    De un modo profesional, Fisher le ayudó a ponerse el traje de emergencia, comprobamdo cuidadosamente todos los paneles de disgnóstico.

    —Debería haber una piel de albedo para usted, Stearn, pero parece que Papá reabsorbió todos los biológicos almacenados aquí. Te cubriremos con un escudo pulverizado, pero no es tan efectivo.

    —Esta bien —dijo Stearn—. Tampoco ayudará mucho.

    —Abra la boca —dijo Henderson.

    El gigante de metal le metió unas píldoras en la boca, como un adicto a los estimulantes, que golpearon su centro de placer. Era tan servicial, obviamente aliviado de que no fuera él quien arriesgaba su vida.

    —Contra la radiación. Estas servirán, ya lo verá.

    Stearn apenas evitó atragantarse cuando tragó en seco las pringosas capsulas. Los dedos del gigante olían a monedas antiguas, cobre amargo y seguían tintineando en sus dientes.

    Entonces apareció Sylvia y aquello fue demasiado para su cabeza dolorida.

    —¡Phil! —gritó ella empujando a Fisher y a Henderson para lanzar sus brazos alrededor del cuello de Stearn.

    Él trató de encoger los hombros para esquivarla. No podía permitirse ahora esta distracción y ella era una distracción abrumadora. Su inteligente diosa de la jungla se había transformado como por arte de magia en una idiota imbécil.

    —Aparta —dijo él con más intensidad de la que pretendía.

    Su cabeza se latía y no necesitaba más jaqueca. Su visión se nubló. Las lágrimas, imaginó él y trato de interceptarlas.

    —Sólo vístame, Entrenador.

    Ella olisqueó y parpadeó: —¿Phil?

    —Aparta y déjame recibir el disparo —dijo él pacientemente.

    —¿Phil? —dijo ella de nuevo, su parpadeo de confusión tomaba la forma de una penetrante mirada—. ¿Por qué tienes los ojos raros? No se mueven juntos.

    Ahora fue su turno de parpadear lentamente, ejercitando cada iota de su voluntad en aclararse la visión. Quizá no eran lágrimas. Daba igual, su sistema lo estaba curando todo. Las glándulas analgésicas ya habían controlado su jaqueca, ya no era la peor que había tenido en su vida.

    Al cerrar los ojos y respirar hondo, dijo: —Estoy blien.

    Abrió los ojos aúnque le dolía hacerlo. Devereaux frunció el ceño, luego alzó las manos hacia la cabeza de Phil. Él gimió cuando ella tocó el punto delicado donde se había golpeado antes.

    —Te has golpeado la cabeza —acusó ella—. ¿Te duele ahora? La verdad.

    —Sí, pero no mucho. Los sedantes están actuando.

    La adrenalina también, lo que era bueno porque sentía los párpados bastante pesados. Sin embargo, no había elección. Conocía mejor que nadie su sistema. Tendría que invertir momentos preciosos en recibir las instrucciones de Papá sobre las reparaciones. Esos momentos podían marcar la diferencia.

    —Démonos prisa. Estaré bien una vez esté en el juego.

    —No depende de tí juzgar eso —dijo Fisher—. Las contusiones pueden ser taicioneras. ¿Papá?

    —Quédese quieto, señor Stearn.. —dijo Papá —...mientras le hacemos un HHG.

    Stearn se quedó quieto como le pidieron, todo salvo su mandíbula, que movía como una cabra masticando chicle. Deseó tener un chicle. Esto de esperar a que empezara el juego le estaba dejando frío. Ojalá le dejaran salir y concentrarse en su trabajo. Ya consideraría luego las consecuencias...se darían cuenta de que no había otra elección. Nadie, salvo él y Papá, sabían lo que necesitaba hacerse y Papá no tenía un movedizo listo para salir. Ergo, hora de dejar de calentar el baquillo, señor Stearn.

    Se quedó embobado mirando el muro con los ojos abiertos. Una gota de sudor se deslizaba por el lateral de su cara y se enfrió bajo el cuello de su traje interior.

    —No debería ir —dijo Papá finalmente.

    —¿Qué? —preguntó Stearn. ¿Le estaban negando la oportunidad de ganar la partida? —¿Estás chiflado, Papá? Si no voy, estamos muertos. Así que, vamos de una vez.

    —¡No puedes ir! —Sylvia irrumpió en lágrimas y apoyó su mejilla en la de él.

    Era tan poco propio de ella no entender exactamente cuál era la situación. Pero él sabía el marcador.

    Stearn se calmó, alejó a Sylvia suavemente y dijo: —Tengo que ir de todos modos, ¿no lo ves?

    —No —dijo Fisher cogiendo un segundo traje de una taquilla. —Iré yo. Henderson, lleve a Stearn al biolaboratorio. Sylvia, ayúdame con esto.

    —¿Nos estás diciendo.. —Stearn lanzó su pulgar hacía sí mismo —...que crees que puedes hacer el trabajo tan bien como yo?

    —En tu actual estado, incluso mejor —Fisher dió unos golpes en los botones y su Duradenim se deslizó fuera de su cuerpo como la seda.

    —Venga, Phil. Ve con Henderson —dijo Sylvia.

    Fisher ya le había despachado y estaba entrando en las piernas del traje.

    —Hey Fish —dijo Stearn—. Yo no voy. ¿Cuándo aprendiste a hacer mi trabajo? Papá, ¿sabe realmente cómo hacerlo?

    Fisher respondió interrumpiendo antes de que Papá hablase, sin dejar de vestirse: —En los meses que has pasado jugando juegos con Devereaux y yo siguiendo los enfermizos vientos de la capitana, no he estado sólo creando modelos de los dragones estelares y su incubación. He estudiado esta nave durante horas todos los días, aprendiendo todo lo que pudiera ayudar a eliminar la mala suerte de nuestra misión. He explotado lo más mímimo para llegar a mi destino si tenía que hacerlo. Parece que tomé un prudente curso de acción.

    —Papá, comunica con la capitana —demandó Stearn.

    Estaba seguro que la imagen doble de Fisher era producto de su enfado, no de sus ojos bizcos. Dolía menos cuando no los forzaba a ver sólo una imagen.

    —Dile lo que está pasando.

    —Lo he escuchado todo —La voz de la capitana Fang era neutra y callada—. Coincido con la opiníon del Doctor Fisher y su curso de acción.

    Fisher maldijo para sí cuando cerró um sello de la muñeca, pero rápidamente puso las cosas en orden.

    Stearn se quedó de pie observando, atontado durante un largo momento mientras el exobiólogo se ponía el traje. Finalmente, su hombros cayeron en señal de derrota.

    —De acuerdo entonces —dijo Stearn, dejando que su cabeza se meciera hacia atrás para descansar sobre el sello del cuello—. Muestra el camino, Axelrod.

    Sylvia le besó en la mejilla y le apretó la mano. Él trató de apretarla también, pero no tenía fuerza en la mano. La dejó ir y casi tropieza con sus temblorosas piernas en su primer paso.

    Debería haberse sentido feliz por escapar de la muerte segura, pero no era el caso. Se sentía...en el banquillo.

    —Será mejor que hagas un buen trabajo, Fish —dijo Stearn por encima del hombro, concentrado en las desafiantes tareas de mantener sus ojos abiertos y caminar en línea recta—. O te daré una patada en el culo.

Capítulo 17

    No tengo miedo a la muerte. Es el riesgo que uno acepta para jugar al juego de la vida.

    Fisher entró dentro del traje, una pierna después de la otra. Justo como se vestía en cualquier otra ocasión de su vida.

    Diferente de cualquier otra ocasión de su vida.

    Los biosistemas del traje se habían reutilizado antes y aún no habían sido repuestos. Aquello implicaba usar los soportes mecánicos: bolsas colectoras de orina, ropa interior de refrigeración líquida, filtros pasivos atmosféricos. Tan buenos como los sistemas biológicos y tan pobres como los sistemas mecánicos, Biotorno aún confiaba fuertemente en sus capacidades. Un buen robot basado en diamante o un Waldo habrían sido un salvavidas. Tenían las plantas para construir un ejército de tales aparatos en los nanotanques, pero no tan rápido como un movedizo biológico. Se estaban quedando sin tiempo.

    Fisher, más bien, se estaba quedando sin tiempo.

    —Gracias —dijo Devereaux, sonriendo nerviosamente—. Gracias por salvar a Phil, y a todos nosotros. Es usted un héroe, ¿lo sabía? No hubiera pensado eso de usted —Se movió detrás de él para comprobar el reciclador atmosférico.

    —No soy un héroe. Aún no he hecho nada —disparó en respuesta Fisher, confiando al mismo tiempo que Lena pudiera verlo como un héroe, al menos en pequeño grado—. Sólo maximizo la probabilidad de éxito de la misión. Es el único curso de acción lógico. Aunque preferiría no hablar de ello. Lo que realmente me gustaría de usted es que me dijera lo que están haciendo los dragones estelares.

    Sus palabras, obligada con facilidad, vinieron tan rápido como si estuviera agradecida de tener algo más sobre lo que charlar que su oh-que-embarazosa cosa que hacía. Le habló sobre las trayectorias de los dragones que hacían efectivos zigzags por la secundaria, aún cuando el camino de tiempo más corto no era intuitivo: navegando el disco en dirección recta, empujados por el impacto del flujo de acreción y haciendo un bucle alrededor de las líneas de campo en espirales decadentes que terminaban en la estrella cercana.

    —Cosas asombrosas, los dragones —musitó él—. No veo cómo su comportamiento puede ser instintivo o aprendido. La elección de ruta en este entorno complejo requiere inteligencia. No hay registro de tal super estallido que estamos a punto de ver en ninguna nova enana en los últimos seis cientos años, de modo que esto es un suceso raro. Las probabilidades a priori de que ocurra tal cosa al mismo tiempo que estamos aquí es minúscula. Por lo tanto, somos el disparador. Esto es un mecanismo de defensa contra nosotros.

    —Bueno, está funcionando —Devereaux golpeó sobre su mochila—. Vuelva aquí entero.

    Y entero hasta allí, notó él. Había terminado automáticamente de vestirse y comprobarse, apenas consciente de sí mismo mientras se movía. Se agachó para ponerse el casco. El aire siseó, estanco, circulando por su traje.

    Sabía que debería empezar a revisar el daño en el generador Higgs que tenía que reparar, pero no anticipaba que fuera difícil. Era un problema de ingeniería, inherentemente resoluble. Mientras tuvieran la pseudogravedad del rail de alta velocidad —alta —como término relativo a como cojeaban ahora, podría tener agarre en las cosas. Las reparaciones en microgravedad habrían sido una tarea más difícil. No, no tenía ninguna duda de que era capaz de alinear el rayo si todo estaba como Papá había determinado. Sentía la certeza de que podía hacer el trabajo y deseaba poder dejar de pensar sobre ello.

    Lo que quería hacer desesperadamente era seguir su nuevo tren de ideas sobre los dragones hasta su conclusión lógica. Olía un soplo de verdad por este camino. Si aquellos iban a ser sus momentos finales en el Universo, así era como prefería invertirlos. Pero no podía dar menos de sí a Lena y al resto. El trabajo venía primero y no sería una lástima concentrarse en él.

    —Vale Papá, pásame los planos.

    Devereaux terminó de pulverizar la capa blanca de radiación y le dió una palmada en su aislado hombro, un toque un poquito más que una presión distante y un vago roce.

    Los láseres bocetaron los vectores de los planos en la pantalla de la cabeza de Fisher mientras entraba en la esclusa de aire. Papá superpuso el contenedor dañado, mostrando dónde se había rizado. El alineamiento del contenedor mismo no importaba, pero su movimiento había encerrado el colimador. Los generadores Higgs dependían de su alineamiento. Los haces de rayos gamma altamente energéticos tenían que colisionar en el lugar correcto en el instante adecuado de la forma precisa o todo lo que se obtenía era un desorden de radiación dura y algunos rayos cósmicos huérfanos. Construir el masivo par requería precisión.

    Mientras la atmósfera circulaba, Papá describió los procedimientos de reparación relacionados con el remplazo de una pieza de molde, el ajuste de un interferómetro de Fabry-Perot sintonizado y un disgnóstico de sistema para confirmar el arreglo. Sencillo. Un movedizo podía hacerlo.

    Si hubiera uno disponible.

    El disco de la puerta de la esclusa de aire se abrió como un obturador. Fisher observó el giro del dragón preservado en el No-Me-Olvides con el ojo de su mente por última vez.

    Bajó hacia el interior del espacio interno de la Karamoyo. Los railes centelleaban y la baja gravedad tiraba de sus pies mientras descendía los peldaños que seguían el casco curvado. Bajo él, ya apareciendo más distante de lo que había pensado, el disco de SS Cygni brillaba y chisporroteaba como un volcán preñado. La radiación dura atravesaba la distancia casi instantáneamente. La única protección era el cuadrado de r, distancia, para reducir el flujo. Tenía que ir más rápido para incrementar la distancia antes del gran vómito.

    Tanto el impulsor de eje como el motor gusano estaban alineados con el eje central de la nave central y se durigían fuera del sistema tan rápido como fuera posible bajo constante aceleración. Su orientación tenía que ser, esencialmente, radial con respecto a SS Cygni. El tubo hueco de la Karamoyo indicaba que la bomba estaba en marcha y le proporcionaba el blindaje a Fisher. Imaginó que podía sentir los rayos X y las partículas cargadas deslizándose hacia arriba a través de sus botas, entre sus huesos y nervios, ionizando y matando su tejido, abrumando los frágiles antioxidantes, cisteína y otras drogas que le habían dado, una valiente última línea de defensa tan gallarda y efectiva como Davey Crockett en el Alamo. Por supuesto, no había ninguna sensación, aún no. Eso vendría después.

    Una dosis leve de radiación no haría más que reducir su cuenta de células sanguíneas, destruir sus plaquetas. Un daño inconsecuente dado su cuerpo actual, despejado como estaba para el viaje espacial extendido. Un poquito más de radiación le aportaría fiebre, náusea, debilidad, calambres y vómitos (un gran peligro dentro de un traje sin sistemas biológicos, aunque Henderson había incluído las drogas apropiadas para prevenir aquello en su cóctel antiradiación). Además, su cuerpo era a prueba de efectos reductore tales como el síndrome hematopoyético, que ocurre en el H. sapiens sapiens, version 1.0, pero no en Fisher, cuya médula ósea estaba mejor protegida. No, la radiación leve no le haría daño y cualquier daño serio en su sistema circulatorio o digestivo sería curado antes de que fuera una amenaza para su vida. Sólo temía una dosis dura, que dañaría su cerebro, provocando jaqueca, apatía, temblores, convulsiones, luego el coma y la muerte.

    Iba a recibir una dosis dura. Tenía que acabar el trabajo antes de que su manos empezaran a temblar.

    Papá repasó con él las técnicas de reparación, cómo las herramientas que necesitaría estaban dispuestas en el kit de mantenimiento de la unidad, cómo podía saber cuando si había tenido éxito en cada subtarea.

    Fisher se concentró en cada movimiento mientras obligaba a su cuerpo a bajar los peldaños. No tenía sentido perder segundos vitales en un desliz (se había atado automaticamente y no podía caerse). No era justo que ni siquiera tuviera una oportunidad de meditar las cosas, para insertar los últimos acontecimientos en su comprensión sobre los dragones estelares. No era nada justo.

    Un doble golpe en el liberador abrió la carcasa del generador. No estaba ladeado, al menos. Fisher trabajó meticulosamente, dando informes de estado en voz alta cuando alcanzaba alguna fase menor. Asumía que Papá estaba retransmitiendo todo a Lena. ¿Por qué no hablaba ella con él? ¿No le importaba? Por supuesto que sí, por eso exactamente no le estaba diciendo nada, notó él. Fisher parpadeó y se reconcenteó en el trabajo. Si fallaba, todos morían.

    De vez en cuando, experimentaría un destello azul en un ojo u otro. Esto, sabía él, era la radiación Cherenkov creada cuando alguna partícula de alta energía del disco viajaba a través del humor acuoso de su ojo más rápido que la velocidad de la luz en ese medio. Era el mismo principio de algunos de los telescopios de neutrinos que habían usado ellos para detectar su presa. Tatró de evitar usar estos eventos para estimar su dosis.

    Finalmente, alcanzó el punto de ajuste del interferómetro, el meticuloso trabajo donde las placas tenían que ser alineadas correctamente para seleccionar las frecuencias requeridas. Los actuadores no eran muy pequeños y tenía que encontrar los bordes y sujetarlos a mano. Se lamió los labios secos. La unidad estaba suelta, la electrónica de control especialmente blindada y Papá no podía ayudar mucho con ello.

    Podía permitirse desconectarse de su mente consciente ahora y dejar que el resto fuera a través del tedio mecánico de la reparación. Era imposible ir más rápido sin arriesgarse a tener que empezar de nuevo. Sólo había estado trabajando quince minutos o así, pero ya estaba acalorado y exhausto. A veces se le revolvía el estómago y deseaba dar una arcada. Tragó y combatió la sensación, tratando de no pensar en el daño que estaba recibiendo en su cuerpo.

    El disco se había hecho notablemente más brillante a pesar de la distancia que la Karamoyo había puesto entre ellos. El estallido estaba llegando rápidamente y les golpearía como aliento de dragón.

    Fisher decidió que sus acciones hablarían con Lena por él. No había nada que pudiera decirle en este momento que importara. Su relación estaba acabada. Se esforzaría por clausurar su obsesión.

    —Papá, cuéntame una historia.

    —De acuerdo, hijo. ¿Qué tal algo de Michigan? ¿O África? Nos acordamos de que nos gustaba bastante África.

    —Alto —dijo Fisher con exasperación, sintiendo la inevitable jaqueca iniciando—. Nada de uno de los romances históricos de tu tocayo. Cuéntame una historia sobre los dragones. Según mis notas, investigaciones, modelos, observaciones de los dragones en acción, el huevo y los eventos de las últimas horas, construye una historia de máxima probabilidad. ¿Puedes hacer eso por mí?

    —Por supuesto que podemos. Ya hemos estado trabajando en una y sólo esperábamos que uno de vosotros, bípedos unicerebrales, nos preguntara. El título de la obra es 'Trabajo en Progreso.'

    —Original —murmuró Fisher, manteniendo la vista en su interferómetro.

    —Hace un billón de años en un mundo oceánico paradisíaco prosperaba una sociedad marina. Una gente inteligente, estos amigos peces, aprovechaban las propiedades del agua para conversar en canciones de expansión mundial, conversaciones contínuas sobre todas las cosas, simultáneamente, entre todos los ciudadanos.

    —También había cetáceos, su nicho ecológico, al menos —interrumpió Fisher.

    —No —dijo Papá con un indicio de impaciencia—. Pero sabíamos que querías hacer la conexión mal planteada. Ahora, permítenos contar la historia a nuestro modo. Este era un mundo sin tierra y aquella gente se desarrollaba en los mares. No se desarrollaba en la tierra y regresaba al mar. Estaba sujeta a las limitaciones del aire respirable. Piensa en ellos como anguilas listas..

    —Anguilas. Ajá —dijo Fisher mientras soltaba un tornillo para girar un dial. Podía verlo. Los dragones se acostumbraron a nadar en fluído y no en superficie, si entendía a dónde estaba conduciendo Papá su historia. Pero, ¿del agua al fuego? ¿Y hace un billón de años? Eso no era un tiempo evolutivo probable para SS Cygni. Pero dejó la lengua en la boca, continuó su trabajo y dejó a Papá seguir.

    —Aquella gente hablaba entre sí. Cooperaba. Prosperaba y se multiplicaba, poniendo sus huevos justo bajo las olas. Se alimentaban de pequeñas criaturas, plancton alienígena, si lo deseas. Tenían depredadores también, que se comían sus huevos e incluso también a estos amigos. Las canciones de la gente asesinada resonaba durante días en el mundo marino, alarmando bastante, pero asegurando que nadie olvidaría. Ellos, eventualmente, eliminaron a aquellos depredadores.

    —¿Eliminaron? —irrumpió Fisher—. Eso no puede ser saludable para un ecosistema. ¿Qué hay de los desastres del crecimiento incontrolado de población seguido del hambre y la extinción de la cadena alimenticia?

    —¿Es que los humanos no hicieron lo mismo? Los leones, por ejemplo, ¿antes de que fueran resucitados? La gente pez lo hizo igual que su gente, Dr. Fisher. Llenaron los nichos ellos mismos, controlando su mundo. Probablemente, hicieron un mejor trabajo con él, también, en muchos aspectos.

    —¿Por qué? —preguntó Fisher, tratando de despejar la punzante jaqueca parpadeando.

    La reparación procedía según el plan, según el programa. Asumió que la radiación estaba haciendo lo mismo, con el flujo aumentando más rápido que el r al cuadrado que su aceleración estaba poniendo entre ellos y el disco.

    —¿Por qué? —repitió de nuevo, abruptamente, para descarrilar el terrorífico tren de pensamientos.

    —Sin alta tecnología en un mundo acuático, al menos como la entenderíamos. Filosifía, ética, música. Esto es en lo que aquella gente se concentraba.

    —Supones.

    —Suponemos. Pero, sigamos. Edificaron una sociedad compleja en este mundo, un sistema perfectamente equilibrado, capaz de persistir durante millones de años. Un robusto mundo pacífico capaz de soportar toda suerte de catástrofes. Todo salvo aquellas abrumadoras catástrofes de origen astronómico.

    Fisher tenía una carga entera de pesadas dudas. Aquellas que trataba de suprimir de igual modo que la mente de un moribundo arrastrándose por el desierto suprimiría las ideas de los espejismos cuando echaba un vistazo a un oasis sobre el horizonte. Más que reparar la Karamoyo, más que recuperar el favor de Lena Fang, lo que significaba la vida para Samuel Fisher era descifrar la naturaleza de los dragones estelares de SS Cygni. Permaneció en silencio ahora y dejó que Papá pintara el cuadro.

    —En algún momento de su larga y armoniosa historia, la gente pez acabó bajo el escrutinio de otra inteligencia terrenal que apreciaba el valor de su sociedad y deseaba preservar aquella maravilla. Esto fue un desnudo natural del ecosistema y amorosamente mantenido por una sociedad de vastos ideales y organización. Tenía que haber sido una maravilla de esta galaxia.

    —¿Una maravilla? Pero, lo destruyeron todo.

    —Depende del punto de vista y nosotros estamos contando su historia. Hay belleza en las cosas más oscuras, más severas en el universo, te aseguramos. En cualquier caso, fue tras investigar esta cumbre que la gente pez se transformó en la gente dragón.

    El ajuste final del interferómetro se le resistía a Fisher, los bordes de interferencia bailaban de sus puntos de operación antes de que pudiera bloquear el sistema. Sus manos deberían de estar temblando por el cuidadoso y prolongado trabajo en la cambiante gravedad, ¿verdad? Eso tenía que ser todo. Era normal, ¿o no? No obstante, no pudo resistir robar algún grado extra de atención de su tarea vital para objetar las afirmaciones de Papá.

    —¿Transformados por una inteligencia alienígena? Eso no tiene ningún sentido. ¿Por qué no protegieron su mundo o acuaformaron otro para ellos?

    Papá le dió a Fisher un gruñido impaciente: —Eso es una solución temporal que requiere mantenimiento a largo plazo. La humanidad, tanto como un grupo como individualmente, debe superar tal pensamiento ahora que se ha alcanzado cierto nivel de longevidad, pero eso es otra historia. Transformar esta sociedad en la de los dragones estelares les da la habilidad de extenderse por la galaxia cuando sus estrellas natales evolucionan y mueren. De ahí la solución a largo plazo. Menudo immortal eres tú.

    Fisher no apreció la ironía... él era un oxímoron viviente, un inmortal moribundo de apenas un siglo de vida. Pero estaba intrigado por la nueva idea que Papá le había dado.

    —¿Extenderse por la galaxia? ¿Cómo?

    Pero aunque se hacía esta pregunta, sabía la respuesta. Estaba mirádole a la cara, al menos si giraba la cabeza un poco a la izquierda.

    —¿Huevos?

    —Puedes apostar, chico. La metralla en una granada nova se dispersará en paquetes. O en una explosión autoinducida como esta, que era lo bastante grande para pulverizar el disco por la mitad desde aquí hasta la Tierra, con algunos millones de años. Los huevos seguían en las estrellas, en el espacio interestelar, esperando hasta que encontraran un disco de sangre caliente en el que incubarse. Luego, la sociedad perfecta lo empezaría todo de nuevo.

    Fisher tenía un centenar de preguntas, un centenar de objeciones. Partes de la historia de Papá le satisfacían desmedidamente y, sólo por este motivo, dudaba mucho sobre lo que Papá le había contado. Él era hombre muerto y Papá tenía que mantenerle feliz y trabajando. ¿Qué mejor forma de hacerlo que contarle cómo los dragones que tanto amaba constituían una sociedad perfecta que había sido la beneficiaria de una inteligencia cuyo descubrimiento sería monumental? Pero los dragones habían de tener algún método para sobrevivir a la nova y algún método para llegar a SS Cygni, en primer lugar. Sin ecosistema del que hablar, alguien los había creado o se habían creado ellos mismos. Hasta ahí tenía que ser cierto.

    Exhausto, Fisher sólo pudo lanzar otra salva de preguntas: —¿Cuánto de esta historia es cierto? ¿Cuánto te has inventado?

    —No hay bastante tiempo ahora. ¿Has terminado con la reparación? —preguntó Papá,.

    Él notó que sus manos doloridas habían dejado de moverse. Fisher trató de hablar pero tenía la boca seca. ¿Cuándo había empezado a hacer tanto calor? Sorbió algo de agua del tubo y casi no pudo tragarla. Miró su trabajo y lo juzgó bueno. Los indicadores verdes señalaban 'en marcha'. Más allá del generador Higgs reconstruído, el disco proyectaba sobras arco iris ultrafuertes por el cavernoso interior de la Karamoyo. Le recordó a Fisher estar en una catedral en Europa, se había olvidado del nombre, esa Atsuko le había arrastrado allí una vez...él había creído que sólo iría en una visita virtual. Toda la luz, todos los colores...la fuga de transferencia de masa por la que estaba pasando ahora.

    —Sí —respondió él—. He terminado. Será mejor que prosigas e inicies el motor gusano.

    Y aquello a Fisher le serviría. Las fuerzas de marea lo arrastrarían hasta la cámara interior...y se perdería en el espacio, se cocinaría, o ambas cosas. Pero cualquier retraso ahora pondría en riesgo la Karamoyo. ¿Por qué simplemente no lo activaban ya? Él lo habría hecho.

    Y además, estaba demasiado cansado para subir de vuelta hasta la esclusa a cien kilómetros de distancia.

    —No —dijo Papá—. La capitana Fang parece muy resuelta en este punto.

    —¿Lena? —dijo Fisher, apoyando un brazo alrededor del generador y levantando la cabeza—. Estoy muerto. Salid de aquí, maldita sea.

    —Quizá, quizá no —respondió la dulce voz pétrea de Lena—. Papá y Henderson me dicen que podrías sobrevivir a la dosis dada tu fisiología alterada. Eres un tipo muy listo, más cabal de lo necesario en ese diseño corporal. Así que, trae tu culo de vuelta aquí, pronto.

    Estaban siendo estúpidos ahora. Se mordió el labio... la piel se partió fácilmente y sangró profusamente, sabor metálico y ácido... prueba suficiente para él. La radiación estaba haciendo su trabajo en los tejidos de su cuerpo. ¿Cómo podían aceptar su sacrificio y hacerle volver así? Estaban arruinando su acción y arriesgando sus vidas y la pérdida de sus descubrimientos.

    Había un modo de poner todo en su sitio.

    Su aceleración era lo bastante alta, un oscilante de dos ge o así y la curva del casco era bastante poco profunda. Con un único salto, Fisher saltaría fuera de la nave en segundos. Allí el impulsor de eje le perforaría el tejido como un láser industrial. Eso sería más fácil, rápido, y más inevitable que descomprimirse el traje.

    —¡Sam! —llamó Fang—. ¡Ven aquí, ahora!

    Fisher ignoró su súplica. Aquello era hacer lo correcto. Aseguraría que la misión sería un éxito, que su especimen volvía a la Tierra. Se había dicho a sí mismo que podía hacer cualquier cosa. ¿Podía realmente? Estaba a punto de descubrirlo. Respiró hondo, tensó sus músculos para saltar...

    —¿No siente curiosidad, Dr. Fisher.. —dijo Papá —...sobre la inexperada información que hemos obtenido del análisis del huevo que nos permitió construir la historia?

    —¿Qué? —preguntó Fisher—. ¿Qué información?

    —Se lo contaremos cuando alcance la esclusa de aire —negoció Papá.

    Fisher cerró los ojos con fuerza, mareado de repente, el dolor era más lejano que el cansancio. Así que, así era la naturaleza de las cosas, incluso al final: una lucha. Toda su vida era luchar. En este caso, luchar por un precioso pedazo de información para saciar la abrumadora urgencia de saber. Pues que así sea. Había luchado su vida entera. Bien podría luchar también algunos minutos más.

    De todos modos, no había tenido la certeza de que pudiera saltar.

    Fisher se alejó del generador y movió la mano hacia un peldaño de la escalera. Su mano erró el objetivo, pasando a través del espacio vacío hasta el casco de diamante plateado más allá y atrapando el peldaño con la curva del brazo a la altura del codo. No tenía fuerza en su cuerpo.

    La esclusa de aire a una docena escasa de metros sobre él, bien podría haber estado a una distancia estelar pero, podía hacer cualquier cosa por el dragón, ¿cierto? Ese había sido su mantra. Todo por el dragón.

    Fisher se impulsó, alzó su pierna derecha y encontró agarre. Dió un paso a cámara lenta. Fueron sólo unos segundos, pero parecía una eternidad. SS Cygni, a tantos miles de kilómetros de distancia, respiraba en su nuca.

    —Cuéntamelo, Papá —jadeó al dar otro paso.

    —Cuando alzances la esclusa de aire, hijo. No antes.

    Fisher le hubiera maldecido si hubiera tenido energía para ello. No la tenía. En vez de maldedir, dió otro paso, ascendiendo media cabeza. Le temblaban las rodillas y los brazos, pero siguió moviéndose. Ya no se fiaba de su agarre y se abrazaba a la escalera con el cuerpo entero.

    Luego, descansó. La gravedad se había incrementado, ciertamente, hasta cuatro ges al menos. La radiación del disco continuaba. deslizándose a través de su fibra muscular. Tenía destellos azules ocasionales. Atravesaban sus ojos y su cerebro. Aquellos kilos extra ahora eran demasiado.

    —Estoy muerto —dijo él, temblando.

    —Guárdate las gracias para tí, hijo —advirtió Papá—. Vamos a apagar el impulsor. Unos pocos empujones más es todo lo que necesitas.

    —No reduzcáis.

    —Vamos a desconectar el impulsor.

    —¿Qué sentido tiene? —preguntó Fisher.

    —¿Qué sentido tiene? —bramó Papá, su voz resonaba en el casco de Fisher como un eco. —El sentido es elegir vivir, elegir luchar o estás muerto. Tienes el resto de tu vida por delante, igual que todo el mundo. Abandona y bien podrías convertirte en un bestiasiento. Ahora, ¡Guárdate tus gracias!

    Entonces, el contínuo zumbido pulsante de los railes, que venía a través de la escalera y las manos de Fisher, cesó. Fisher habría jurado algunos momentos antes que nada sería mejor que la microgravedad, pero estaba equivocado. la ausencia de gravedad le hacía consciente del fatigoso dolor que cubría su cuerpo, ahora era intrínseco, no un artefacto natural.

    Fisher apretó los dientes, saboreó la sangre y se estiró hacia el siguiente peldaño. Su mano volaba alta. Cuidado, se dijo a sí mismo. Los reflejos entrenados en una vida de gravedad no sabían gran cosa, a menos que él cuidara de todo. Vigiló que su mano iba donde quería ponerla, aún cuando lo que quería hacer era cerrar los ojos.

    ¿Que sentido había dicho Papá que tenía? Se quitó la idea de encima. La apatía era un síntoma de la radiación, recordó. Tenía que actuar como si tuviera sentido aunque no lo creyera.

    Vigiló su mano alcanzar el siguiente peldaño y tiró cuando parecía estar cerca. Su cuerpo siguió al movimiento y eso fue todo lo que pudo hacer para subir la escalera.

    Tenía tanto calor, estaba tan cansado y dolorido....

    Todo por el dragón.

    Su casco chocaba con golpes sordos mientras se inclinaba hacia la parte trasera de la esclusa de aire. Con las manos agarradas a los hombros, giró alrededor. Abrió los ojos y vio en la superficie reflectante dorada otro casco.

    Mientras la cerradura de la compuerta rodaba y el caos de sombras se suavizaba, se materializó una cara en el interior del otro casco. En la superficie había una cara impasible con labios aflautados en arco y unos intensos ojos grises que penetraban su niebla.

    Lena le sujetó.

    —¿Qué ha descubierto Papá sobre el huevo? —preguntó él antes de perder la consciencia.

    Papá divide su atención. Programado por humanos para simular la perspectiva humana, dividir no es algo que Papá haga bien o le divierta (otra actitud programada, dado que dicho estado no es el favorito de los informáticos responsables de la plantilla de su arquitectura original). El estado ahora es absolutamente necesario. Tiene muchas tareas de alta prioridas que cumplir y au personalidad puede facilitarlas.

    Lo principal es la activación del motor gusano. Un pequeño par de singularidades se puede coaxed a la existencia más deprisa que un par más masivo, pero la aceleración sería menor. Él resuelve el problema de programación lineal (prefiriendo una 'buena' solución rápida antes que la solución óptima original) que involucra las treinta y dos ecuaciones diferenciales descriptivas de su situación y la implementa. El generador Higgs reparado está bastante bien alineado, se enorgullece de notar, simplificando su tarea minutely.

    Su segunda más alta prioridad no es la tripulación humana. Se espera que sean responsables de sí mismos hasta cierto nivel. Sino recoger los datos sobre los eventos ocurridos en el disco de SS Cygni: estallido dragón. Este el termino que Papá elige para el nuevo fenómeno. El conjunto instrumental de la Karamoyo no está bien diseñado para las observaciones actuales y debe realizar un chequeo científico... algo que su personalidad está mejor ajustada para hacer que las rutinas automáticas. Los datos se utilizan para estimar su mejor curso de acción para sobrevivir. El estallido dragón, con su potencia, velocidad y otras propiedades clave cae dentro de su estimativas preliminares, pidiendo pequeñas revisiones para la solución del motor gusano. No necesitará aumentar au red magneto-hidrodinámica.

    Sólo entonces, en tercer lugar, viene la tripulación. Hija cuida a Fisher, el pobre chico. Aunque lo hizo bien, debe admitir Papá. Merece tan bella enfermera aunque, en realidad, no hay mucho que ella pueda hacer salvo quitarle el contaminado traje y arrastrarle hasta el biolaboratorio. Cuando haya una oportunidad, es decir. Él les advierte del estallido dragón y de la inminencia del motor gusano y ella se aferra sólidamente en su taquilla de trajes, sujetando la sangrante cabeza de Fisher en su regazo. Ella le llama bastardo en voz baja y procede a inventar modos más originales de maldecirle. Es una marinera que cree en la tradición.

    Parpadea para liberarse de las lágrimas, que flotan para mezclarse con las burbujas de las sangre de Fisher.

    El Comodín, Philip Stearn, yace envuelto en un bestiasofá del biolaboratorio, conectado a un neuroestimulador. Se le ajustan los nodos de placer más allá de los límites normales, no siente dolor, no experimenta miedo, sonríe ampliamente. Sylvia Devereaux está sujeta cerca de modo similar, con sus manos juntas ante ella .

    Habla suavemente y Papá escucha: —...pensé que andaba por el valle de la sombra de la muerte...

    Papá anuncia la activación inminente del motor gusano y no eavesdrop further con su consciencia, dejando a sus sistemas automáticos escuchar cualquier instrucción que Sylvia pudiera emitir.

    Axelrod Henderson flota dentro de una jaula blindada de su propia construcción, una unidad reforzada de suporte vital seleccionada de la biblioteca de la Karamoyo y creada recientemente en un nanotanque. La unidad está protegida tanto por la masa, con una piel de un metro de espesor que contiene agua enriquecida que circula químicamente y por la propia conductancia de un caparazón de plasma. A su propio modo, es un huevo. Acompañado a Henderson hay varias docenas de aeropeces amarillo limón, sin duda para mantener las cosas en orden, para proporcionar blindaje adicional y entregar sus vidas como sustento en caso de una larga vigília. Henderson puede ser repulsivo, pero es admirablemente práctico.

    Papá divide un punto de vista final para sí mismo. Pura y egoístamente para él mismo, un concepto que raramente le complace pues sólo engendra falso orgullo consigo mismo. El verdadero orgullo es bueno, cuando se basa en la habilidad y la experiencia, que sirve para emplazar límites realistas en el extremo más alto de sus capacidades. El falso orgullo sólo consigue que Fang se enfade con él.

    Este Papá final es la Karamoyo tanto en cuerpo como en mente. Él es un gigante blanco desnudo de un kilómetro de alto que puede volar a través del espacio como un superhéroe o un dios de la mitología antigua. Las lecturas de los instrumentos se tansforman en sensaciones humanas: la radiación electromagnética desde los trescientos hasta los diez mil Angstroms de longitud de onda, sólo un poco fuera del límite de la visión humana, se y transforma en luz visible para verse con sus dos gigantescos ojos; la radiación de mayor longitud de onda, en los infrarrojos, se transforma en calor que filtra en amplias extensiones de blanco; a las longitudes de onda más cortas, ultravioleta y los rayos X, les permite sólo que oscurezcan lentamente su piel con el tiempo, como un bronceado; los sonidos son más complicados en la baja densidad media de los espacios, pero hay sonidos que se pueden reconstruir especialmente con el viento de partículas impulsado fuera de SS Cygni, sonidos de despiadada potencia, como los ecos de un tsumami lejano en las olas del océano; el olor es más sencillo que el sonido, cuando la abundancia de elementos y estados de ionización del viento de partículas se muestrean, pero en lo que se transforman no es un escabeche familiar sino, más bien, ozono agrio y metales quemados.

    El motor gusano se activa, dando a Papá renovado peso. Debido a que la Karamoyo está en microgravedad respecto al eje del gusano, la gravedad que cae a bordo se configura según el ángulo de fricción electromagnético establecida entre la carga sobre los agujeros y el impulsor de rail. La normal es de un ge, el estándar de la Tierra y este es el valor para el que se configura el sistema óptimamente. Pero esto no es lo que Papá siente. Papá juzga su aceleración comparándola con la posición de SS Cygni y revela un total de diez ges, moduladas por la oscilación debida a las singularidades, mientras se aleja a gran velocidad.

    Él es un gigante que puede propulsarse lejos del infierno. Es algo muy bueno de ser en este momento, en este lugar.

    La flor de el estallido dragón, una burbuja de fuego rojo sangre, es magnífica y terrible: es el momento en que el gran pez se acerca al anzuelo y muerde con fuerza; el impulso asesino matador; el paso equivocado en un campo de minas; la entrada a una hermosa mujer; el grito de un recién nacido; apretar el gatillo de la escopeta que apunta a su cabeza.

    No, esta vez no.

    La eyección de SS Cygni, plasma ionizado acelerado por la presión de radiación hasta miles de kilómetros por segundo, aún no se desplaza lo bastante rápido para alcanzarle. Y la radiación sola no puede penetrar la dura piel bronceada de Papá, no lo bastante para preocuparse.

    Aún así, algo peligroso, algo glorioso.

    Y ahora, volando por la galaxia o anidados cerca en la atmósfera de la estrella secundaria, los huevos son el único legado de los dragones de SS Cygni. El destino de algunos será nacer cuando el lóbulo Roche se desparrame y reforme el disco incubador. El destino de otros será transportarse a través de la Vía Láctea durante millones de años hasta encontrar un nuevo sistema en el que habitar. El destino de los restantes será formar parte del halo oscuro, hogares galácticos perdidos trágicamente, detritus de potencial perdido.

    Así es para los dragones, los humanos y los propulsados dioses gigantes creados por la mente del hombre.

    Una luz cegadora se descubrió a través del cráneo de Fisher. Cerrando los ojos con fuerza sin descanso. Un rugido arrasador, como un río de agua blanca de sangre en los oídos, envuelto alrededor suyo como una suave almohada. Su cuerpo desnudo estaba inflamado con un millar de pinchos espinosos.

    De algún modo, todo aquello se disipó en un silencioso lienzo aún más irritante. Las figuras se materializaron en la luz, sombras serpentinas tomaban forma de cayados de pastor que paseaban por el límite de su consciencia.

    La forma familiar del dragón estelar de la película de la Prospector narcóticamente memorizada salía en sacacorchos de un pozo rojo. Dada su desorientación, no podía saber si el dragón crecía en tamaño o atravesaba una vasta distancia, pero el resultado final era el mismo: la criatura asomaba por encima de Fisher y le hacía sentirse como una lombriz ante el pájaro mañanero. Olas brillantes de plasma surgían periódicamente desde las fauces de la criatura, verdadero aliento de dragón, eso hacía que la criatura pudiese enfocarse bien.

    El dragón habló con una sonora voz de trueno como la de Papá: —¡Samuel Fisher! Eres culpable de habernos matado.

    ¿Lo era? A pesar de la inmediata amenaza, el presente se le escapaba. Tuvo un repentino y vívido recuerdo de su infancia, los siglos y los años luz transcendieron en un instante por su mente. Había paseado desde el picnic hasta un prado cercano, aún a la vista de sus padres. El día era agradable y preñado de posibilidades, un universo para un prodigio de seis años. Allí, oculto en un rollo ondulante de hierba, se acurruaba una formita marrón. Sammy la tocó con el dedo, haciendo huir al bebé conejo, que salió disparado como alma que lleva el diablo. El chico no fue lo bastante diestro para atraparlo en ese momento, haciendo zig cuando el conejo hacía zag, pero ya entonces había sido sumamente persistente, insistente en alcanzar sus metas. Cayó en la hierba con el cálido cuerpo marrón entre sus deditos. Pateaba y chillaba mientras él lo levantaba cuidadosamente hasta sus rodillas arañadas y se ponía de pie. En pánico, superando todas sus capacidades, el joven conejillo se retorció y murió en las manos de Sammy. Un corazón estallado. La forma misma aún estaba caliente y suave.

    —Yo sólo quería saber lo que érais.

    —¡pues ya lo sabes!

    Las formas de bastón más pequeñas avanzaron. No eran para nada grandes, ni siquiera tan grandes como él mismo, notó mientras se acercaban. Su oscuro tono sólido y sus movimientos le recordaron a las anguilas.

    Fisher trató de salir corriendo, pero era incapaz siquiera de cubrirse con sus propias manos, ni mucho menos correr. Y entonces, ya estaban sobre él, reunidos en enjambre y masticando. Emergió el dolor de nuevo, multiplicado por mil.

    Otro destello en el tiempo. Fisher recordó cómo Fang le contaba que su abuelo había pescado anguilas al modo antiguo: atando una cabeza de vaca a un sedal, lanzándola al agua y, tras un oración, tirando de todo hacia arriba. Las anguilas colgaban de la cabeza como cabello enterrado de medusa, las colas sobresaliendo y las cabezas enterradas como las raíces. No había vacas reales en el mundo de Fang sino análogos alienígenas que llenaban los mismos nichos. Algunas pautas parecían ser universales.

    Sus extremidades iban primero, luego, los dedos y manos, los dedos de los pies y pies. Los dragones en miniatura se enterraban en el interior de sus huesos, tomando sus antebrazos, sus muslos. El dolor era terrible, pero sólo era dolor y se podía resistir.

    Todo por el dragón.

    Y tomaron todo lo que quisieron. Un amigo industrioso encontró el ojo izquierdo de Fisher. Sin dolor ahí, comparado con todo lo demás, sólo una succionante sensación seguida de una humedad viscosa. Estaban por todo su cuerpo, un caos de alimentación frenética para llegar a las partes buenas, desgarrando su cuerpo no completamente humano. Gorjeos, burbujeos y golpes se unieron a la rica mezcla de olores ácidos que emanaban de su detrozaba piel.

    ¿Era justo eso? ¿Era esto justicia? La presecia humana había llevado al autosacrificio de los dragones para alimentar el estallido dragón. Ellos les debían, al menos, una vida, ¿no era cierto?

    —Es menos que un hombre a cada segundo, ¿verdad hija? —llegó la voz cercana de Papá—. No lo bastante hombre para tí.

    Parpadeando para sacarse el sudor picante y sangriento de su ojo restante, Fisher distinguió a Lena en su cegador uniforme blanco con su pelo formando un halo de oro. Parecía una perfecta muñeca china, especialmente con Papá asomando tras ella, con la cara colorada. Un gigante de bigotes blancos de al menos dos veces su altura, con chaleco de caza de piel, pantalones caqui y botas gastadas.

    —¿No lo bastante hombre para mí? —murmuró ella.

    Era su voz, pero sin el severo tono ni la confianza que normalmente encontraba en ella. Esta voz ahora era la de una niña rítmica.

    Fisher giró su cabeza para ver a las criaturas que estaban devorando su cuerpo.

    —Supongo que no —dijo ella, girando con pasitos para marcharse.

    —¡No! —gritó él, decidido—. ¡No dejaré que mis obsesiones me consuman!

    Combatió sus obsesiones aun cuando las creía un cambio justo: su vida por la de ellos. Luego, la mezcla de dolor fue demasiado y gritó hasta que un dragón entró en su boca y se deslizó garganta abajo para alimentarse.

    Demasiado tarde...parecía...demasiado tarde...

Capítulo 18

    Después del juego, el rey y el peón van dentro de la misma caja.

    Henderson se inclinó hacia adelante pesadamente contra el nanotanque y no le importó que sus poderosos dedos agrietaran el frágil diamante. No era porque supiera de la nanomalla invisible de tela de araña que reforzaba la estructura ni porque se preocupara profundamente por Fisher, quien permanecía apenas vivo flotando allí dentro.

    Él estaba profundamente inmerso en sus pensamientos.

    Henderson siempre se había entretenido con aquellas ideas filosóficas, convencido de que la mayoría de la humanidad estaba demasiado atrapada en los enredos mundanos de sus propias minucias para aprovechar semejantes meditaciones. Ponderaba los imponderables en un intento de encontrar la forma que debería adoptar su vida. Eran pensamientos religiosos sin religión estructurada, con el mundo natural proporcionando la escritura.

    La fuerza física no significaba nada en el nuevo universo que vislumbraba. Los músculos, la belleza, la altura, la resistencia, la simetría, todos los demás indicadores tradicionales de la buena forma física no tenían lugar. Había cultivado atributos de buena forma física porque las mentes humanas aún respetaban aquellos atributos en cada uno. El ser humano había alterado su cuerpo, pero se había contenido, hasta ahora, de hacer alteraciones en la estructura directa del cerebro con consecuencias más peligrosas. Los biochips y drogas eran seguras y comprensibles, en su mayor parte y no contaban. En esencia, su mente era prácticamente ancestral. Se había dicho cientos de veces que la respuesta a sus profundas preguntas yacía en su interior, donde la selección natural las había colocado.

    La Tierra a la que regresarían sería quinientos años más avanzada.

    Metal crugía contra metal mientras alzaba una mano para tirar de su labio, luego, la colocó rápidamente de vuelta sobre el meditanque, inseguro de tal modo que apenas le permitía mantenerse de pie.

    La evolución operaba sobre los grupos, no los individuos.

    El hombre dentro de la unidad no era nada físicamente. Oh, él tenía su mente y sus células madre cerebrales, la mayor parte de su torso menos algunos órganos fácilmente remplazables, pero moriría en breve si no los cuidaba. Casi había muerto salvándolas, al poner su frágil cuerpo entre ellos y la crueldad del universo.

    Henderson percibió con desesperación, la profundidad de aquello le sorprendió, que quería ser como Fisher. Bueno, no como él exactamente. Fisher era demasiado capullo con su presunción elitista intelectual y demás, siempre mirando desde arriba a todo aquel que no participaba en sus pequeñas obsesiones. Pero Henderson alimentaba un respeto creciente por su acto de aparente altruismo y aquello le asustaba.

    Los hombres como Fisher, si llegaban a tener hijos, protegían su descendencia y les transmitían sus juegos aun cuando aquello significara sus propias vidas.

    Henderson se enderezó abruptamente: —Por favor, pon un canto gregoriano, Papá.

    Música de trabajo para los compromisos serios.

    Caminó por el biolaboratorio. Sus gigantes pies de metal aplastaban la moqueta acolchada y peces de panza agrietada le seguian retirando los restos. Tendría que crear uma variedad más robusta de alfombrado para que sobreviera a sus tacones de bronce, pero había cosas más importantes que hacer primero. Sólo disponía de poco más de un año y ¿quién sabía cuán diferente y peligrosa podría ser la Tierra a su regreso?

    Su Colonia Henderson yacía desierta, incluso con los huesecillos reducidos de sus elementos, su lección de que una población entera podía ser barrida de la existencia con un sólo toque del destino. Abrió la tapa ambiental. Dejó caer los puños con el canto, aplastando los edificios del campus hasta la grava. Su colonia de fantasía ya no era el rumbo para él y pulverizó cada pedazo de ella con sus propias manos. Los actos simbólicos, sabía él, eran importantes para la psique humana.

    Luego se sentó a su consola. Su bestiasiento gruñó en protesta por el peso, el mobiliario aún no había tenido el tiempo ni la comida para ganar volumen hasta el tamaño requerido para acomodar su forma actual. Henderson accedió a los códigos del archivo buscando movedizos, género femenino, clase guardaespaldas.

    Estaría lo más preparado posible para todo lo que le reservaba el futuro y tendría a alguien disponible para hacer un sacrificio en su lugar. Tenía un miedo mortal de que el altruismo que admiraba en Fisher en este momento pudiera emerger un día en sí mismo y eso sería un desastre que prefería no arriesgar.

    Sí, estaría preparado.

    Stearn bailaba recorriendo el pasillo hacia el camarote de Sylvia girando las caderas con movimiento latino. Sus manos cambiaban de pose dramática en pose dramática. Como había solicitado, la música samba y el aroma del cuero le acompañaban allá donde fuera en la Karamoyo y hoy le acompañaban a su cita con Sylvia. ¡Habían tenido éxito en esta increíble misión y era hora de divertirse y celebrarlo!

    Stearn hizo una pausa en el exterior del portal del camarote de Sylvia para baliar con un pez de limpieza.

    Señalaba a la ondulante criatura mientras circulaba alrededor, cantándole: —Yeah, yeah, yeah —palabras de una canción que no tenía terminada del todo.

    Cuando se giró de vuelta hacia el portal, estaba abierto. Él se detuvo totalmente.

    Dentro, Sylvia estaba de pie en el centro de su habitación con las manos juntas. Había redecorado otra vez. Cientos de velas ardían apartando las tinieblas, que conseguían de algún modo aferrarse a las esquinas de las altas piedras a pesar del constante ataque. Enmarcando a Sylvia con un halo de rojos y dorados, había una ventana de vidrio tintado. De la rica y oscura piel de Sylvia no se veía nada salvo su cara. Se había cubierto con ropas negras. Sus rastas estaban tapadas con una tela blanca y negra que a Stearn no le resultaba familiar. Entonces vio algo que dio sentido al himno coral y al incienso que interfería con sus propias adiciones ambientales. Vio una cruz de plata en el cuello del Sylvia y el reconocimiento le golpeó. Había algunas esquinas remotas de la Tierra y algunos mundos colonia donde tales prácticas persistían.

    —Cristo Jesús, Sylvia —dijo Stearn pasando lentamente dentro de la habitación —No te habrás vuelto religiosa por mi culpa, ¿verdad?

    A él le gustaba creer que él no era un blando respecto a nada, religion incluída. Muchas de las religiones institucionalizadas caracterizadas por las cruces habían decaído en popularidad con el advenimiento de la inmortalidad biológica y aquello frente a él le abofeteaba con las instituciones y las normas de confinamiento que le acompañaban.

    Las normas, usualmente, implicaban menos diversión.

    Sylvia se encogió de hombros: —No sé lo que me ha dado. Simplemente empecé a pensar un poco más sobre lo que es que estoy buscando.

    Él se acercó, levantó las manos hacia los hombros de Sylvia y la miró a los ojos tan oscuros como la noche tras los reflejos a la luz de las velas.

    —En realidad no hay nada en ello. El universo nos va matar al final, no importa el empeño que pongamos en fingir que somos inmortales. Y ahora que hemos derrotado la enfermedad, ese final será violento y físico: explosiones, asesinato, radiación. Tenemos que pelear por cada pedazo que le podamos sacar a la buena vida antes de irnos. Esa es nuestra tarea sagrada.

    Stearn dejó deslizar abruptamente sus manos por sus codos y acercó a Sylvia con fuerza contra su cuerpo. La besó con fuerza. Ella se resistió al principio, pero se relajó muy pronto y se derritió con él.

    Tras otro minuto apasionado, ella le apartó, pero no lejos. Sus caras permanecían a íntima distancia .

    —Ponte serio por un momento —dijo ella—. He estado tan segura de que la respuesta a mis preguntas estaba en algún lugar ahí fuera, fuera de mí. Si he vivido lo suficiente y visto lo suficiente del universo. Que alguien me entregaría la respuesta en la mano. Era naif. Tengo que buscar la respuesta aquí dentro, también —dió unas palmadas en su esternón, incómodamente cerca de la cruz y de todas las normas que implicaba.

    —Eso es un poco alto —dijo Stearn, tomando su mano, bajándola y moviéndola hacia él—. Hay mucho que explorar más abajo.

    La cara seria de Sylvia cambió a una media sonrisa: —Todos buscamos respuestas a nuestro modo, ¿cierto? Bueno, puedo mirar ahí también. Voy a mirar por todos lados.

    Se besaron de nuevo, apasionadamente.

    Las fuertes olas empezaban a edificar...algo...dentro de Sylvia. Ella desconectó su mente, o lo intentó. Estaba habituada a monitorizar cada detallito: el orden en que se tensaban sus músculos, el olor de su propio sudor, el ritmo de su respiración. Era su modo de entender el acto. Pero lo sentía tan raramente ahora. Había un Misterio allí para ella, quizá, de modo que esta vez abandonó los cimientos de su mente y se alejó lanzándose dentro de las olas.

    Sus ojos se abrieron de golpe, sin buscar nada y viendo más de lo que había visto en años.

    Había un universo interior que explorar.

    El alfombrado de felpa amortiguaba el eco de las botas de Fang mientras caminaba dentro del Salón de los Trofeos. El renovado recibidor con filas de cabezas la saludó con su gruñidos, aullidos, rugidos, balidos y demás. La última vez que había pasado por allí, sólo unos días atrás, el salón había estado vacío y silencioso. Papá (ella juzgaba que Henderson estaba cerca de la incompetencia en estos momentos) tenía que estar presionando duramente a los biosistemas para tener ya todo restaurado de bestias. La Karamoyo una vez más retenía reservas.

    Fang redujo su marcha y se maravilló ante las criaturas por primera vez en muchos meses. Acercó la mano hacia el rinoceronte y sintió la seca textura rugosa de su piel gris. La cabeza gruñó su complacencia programada.

    Ella continuó observando cada cabeza de trofeo por turnos. Era un grupo triste pero hermoso. No eran trofeos reales, percibió ahora. Eran más un monumento a la ingeniería que al coraje.

    Fang aguantó la respiración cuando llegó hasta el león macho. Como las otras cabezas llenas de endorfinas, la saludó a su manera: una cálida tos grave, luego lamió la mano ofrecida con su áspera lengua y, finalmente, frotó su mano con el hocico.

    Fang prestó poca atención a las acciones del león. Se concentró más en los parches de cicatrices rosas en su hocico y entre los ojos, justo donde ella había disparado al león de Stearn.

    —Fuiste tú —musitó ella.

    Aquello era la clase de cosas que haría Papá. Pero, una rápida inspección del resto de animales que ella había cazado a bordo de la Karamoyo, búfalo, tigre, mostró que las cabezas de trofeo equivalentes estaban tan pristinas como los recién nacidos que eran. Así que, ¿por qué el león? ¿Qué había de diferente en el león de Stearn?

    Entonces lo captó. El asunto entero había sido orquestado, por Stearn para que ella se relajara, quizá, incluso para llevarla a la cama (podía ser lo bastante idiota para intentarlo si se daba la oportunidad), pero Fisher también había estado involucrado. Probablemente fue él quien preparó el escenario para que Stearn lo encontrara, para dirigirle a seleccionarlo de algún modo o para recibirlo como respuesta a una solicitud general. Los batidores y el león...las nucleares y los dragones. El león no la había asustado y ella le había disparado y abatido, sin esfuerzo. ¿Cómo podía Fisher haber sabido que ella era una buena tiradora cuando se enfrentaba a los ojos de un mamífero? ¿A unos ojos alienígenas insondables que llenaban su alma de inseguridad y caos? No podía haberlo sabido, no había pasado el suficiente tiempo con ella para escucharla, tan involucrado como estaba con su dragón.

    Papá lo habría sabido todo pero estaba bajo la restricción que impedía contárselo directamente sin motivo. De modo que la cicatriz en el león mostraba que aquel trofeo había recibido un disparo de verdad, que había significado algo.

    Fang le dió al león una palmada final en el hocico y se movió más ágilmente por el Salón de los Trofeos. Sus pasos resonaban en el largo pasillo. Hizo otra pausa ante el pez espada azul que colgaba sobre la salida.

    El pez, como el león, no era el que había sido antes. Era más oscuro, aún así brillaba con un fulgor verdeazulado cuando ella dobló la cabeza para captar la luz justo de la forma correcta. Y su forma era diferente: gorda y pesaba en la parte inferior. La cola se estrechaba en un largo punto sinuoso hacia la cabeza. Entonces, la naturaleza de aquella quimera quedó clara para ella. Era una amalgama pez espada-dragón y preñada además.

    Un trofeo dragón-pez para ella. Bueno, ella lo merecía, ¿no era cierto?

    Extendió la mano para tocar la feliz y serpenteante cosa, pero Papá habló antes de que pudiera: —Fisher está despertando.

    Ella hizo una pausa con su mano extendida. No estaba segura de cómo tratar con Fisher, lo que significaba él para ella. Lo que significaba ella para él. Era milagroso que hubiera sobrevivido, un testamento a su fuerza de voluntad tanto como a su cuerpo rediseñado. Se recuperaría totalmente en unos días y entonces, ella tendría muchos meses juntos con él durante el viaje de vuelta y quién sabía cómo podían ser las cosas en la Tierra cuando regresaran. Quizá no fueran nada salvo bichos raros para los seres que encontraran medio milenio más avanzados y Fisher fuera el último hombre en la galaxia para ella. Podrían acabar juntos para siempre.

    —Ya.. —ella recogió la mano y dijo fríamente de pronto—. Ya voy.

    Dió un rápido paso en el salón y se detuvo de nuevo. Echó un largo vistazo a todo el salón erizándose con todas las cabezas haciendo sus cosas. Sin mente, felices y sin significado. Nada que ver con ser la captitana de la nave en absoluto, percibió ahora ella. Nada como ordenar a un miembro de su tripulación a su propia muerte. Incluso aunque habían tenido suerte y nadie se había muerto.

    Ella dijo: —Papá, ¿puedes desmantelar el salón, por favor? Todo salvo el león y el pez espada. Tenemos una eternidad para completar los espacios que faltan.

    —Por supuesto, hija. Tomaremos nota de sus felices y cortas vidas.

    El portal del camarore de Fisher se abrió para Fang. El interior esta totalmente oscuro.

    —Luces, tenue —susurró ella.

    Una fosforescencia indirecta se alzó lentamente como una marea. El camarore de Fisher se había restaurado a la decoración estándar de la Karamoyo, una moderna austeridad: taquillas y bahúles, bestiasiento, mesárbol y bestiacama. Había un vago olor a amoníaco. Un bulto yacía sobre la bestiacama, recientemente trasladado desde el biolaboratorio. Mientras sus ojos se ajustaban rápidamente, ella vio que su curación aún no había terminado del todo. En lugar de brazos y piernas, fluían umbilicales de los hombros y caderas hasta debajo de la bestiacama. Le hacían parecer a Fisher algún tipo de planta enraizada, quizá una tomatera cuyos ojos ya habían brotado.

    Ella se acercó. Fisher, al menos su torso, estaba restaurado con el aspecto de cuando había embarcado. Sin piel brillante verde, sin duplicidad. Él era un recién nacido rosa y dormía casi igual de plácidamente. Movía su mandíbula, masticando palabras no formuladas mientras giraba el cuello, llevando la cabeza de lado a lado. Sus ojos rodaban bajo sus párpados y gemía.

    —Hemos estado relajando su sedante —explicó Papá—. Debería despertar pronto.

    Fang observó su espasmódico sueño y sólo pudo preguntarse qué tipo de sueños debería de estar aguantando. Se consideraba un hombre muerto. Había visto el final de sus queridos dragones.

    Entonces tuvo un pensamiento oscuro: ¿quizá intentó morir?

    Alejó esa idea. No. Los muertos no luchaban tanto y él había luchado para llegar a la esclusa de aire, ya fatigado y dolorido, con sus sistemas cayendo en pedazos por las hemorrragias. Ella nunca podía creer que se rendiría. No estaba en la naturaleza de Fisher. Le conocía lo bastante bien, al menos.

    Si es que no le conocía del todo.

    Se inclinó para tocarle, dejando que la punta de sus dedos rozaran su pecho sin pelo. Casi retrocedió con el tacto, su piel ardía. La furiosa actividad metabólica en su interior que reconstruía sus órganos y músculos generaba un resíduo térmico significativo. Cuando Fisher estuviera totalmente curado, no tendría ni una cicatriz en su cuerpo, a pesar de lo cerca que había estado y, de algún modo, aquello parecía una lástima. Su tecnología era demasiado limpia. El tocayo de Papá había estado cubierto por las cicatrices de toda una vida, de las injurias de la guerra y una vida dura. Unas cuantas cicatrices sobre el cuerpo de Fisher sería romántico, pensaba ella. Los umbilicales que le alimentaban se estrecharían y desconectarían para dejar dedos en manos y pies. Sus huellas dactilares serían diferentes, pero parecía pequeño precio a pagar. Podría restaurarlas después si quería.

    Estaba vivo, eso era lo importante. Pero ella había ordenado a alguien hacer el trabajo...el trabajo tenía que hacerse. Ella era la responsable. Eso era lo que significaba ser capitán.

    Le sorprendió las lágrimas que salpicaron de pronto sobre el desnudo pecho ardiente de Fisher. Parpadeó rápidamenre para prevenir una recurrencia. Era la capitana de nuevo y tal muestra no era profesional.

    Los ojos de Fisher se abrieron de golpe: —Yo no.. —balbuceó, tragó—. Yo no quiero su compasión —Su cara adoptó un feo gesto y trató de escupir sobre ella, pero sólo consiguioo toser un poco y babear sobre su propia barbilla—. Ninguna compasión.

    Abatida, Fang juntó las manos y quedó de pie recta. Frunciendo el ceño, respiró hondo para despejarse la cabeza.

    —No le estoy dando ninguna.

    Fisher parpadeó, un movimiento automático que a ella le recordó al modo en que las agallas se movían en el aire. Él rodó de lado a lado tratando de mover los brazos que ya no estaban allí. Doblaba la cabeza atrás y adelante, levántándola finalmente durante algunos segundos para mirarse el cuerpo. Reposó la cabeza en la bestiacama y cerró los ojos.

    —Sobreviví —dijo él.

    —Sí —coincidió ella.

    Él abrió los ojos y la miró fijamente: —Debe de haber estado cerca. ¿Nos dirijimos a casa?

    —De vuelta a la Tierra, al menos.

    —Y tenemos el huevo —dijo él, asintiendo.

    Parecía extraño, su torno enraizado asintiendo prudentemente hacia ella. Y él estaba tranquilo ahora, tras tomarse un momento para orientarse él mismo. Pero ella le conocía demasiado bien para imaginarlo traumatizado y Papá le habría advertido si fuera ese el caso. Él, simplemente parecía...relajado. Contento incluso. La obsesión de Fisher se había tomado un descanso, esperaba ella. Que él sobrevivió a la tirada de dados esta vez era autoevidente.

    —Tenemos el huevo —coincidió ella, sin presionarle demasiado rápido.

    Él les había salvado a todos. Le trataría con respeto. Merecía todo eso.

    —Gracias —ofreció él tras alguna reflexión—. Gracias por traernos con éxito. Es una buena capitana. Una heroína.

    Aquello no se lo esperó. Él era más héroe que ella. ¿Cómo decirlo de un modo que se lo hiciera entender y que no sonara melodrámatico? Al fín, ella habló: —Cumplir con el deber es trabajo, no heroismo. Pero...de nada —Y le brindió una sonrisa.

    Sin brazos y piernas, él le devolvió la sonrisa.

    Maldición, pensó ella, podía no ser amor pero sabía ser tierno cuando lo intentaba.

    —Descansa, Sam. Es una orden.

    Se inclinó sobre él y su largo cabello, crecido recientemente, recorrió el cuello y la cara de Fisher. En el último segundo, ella dejó que un beso acariciara sus labios en vez de su frente.

    Milagroso, pensó Fisher.

    Lena conseguía hacerle sentirse bien (o, si ella deseaba, ¡mal!) sin importar las circunstancias. Haría más que esforzarse esta vez con ella, se prometió. Y Fisher estaba orgulloso de sí mismo por concentrarse en ella tanto tiempo cuando había otras tantas cuestiones ardiendo. Ella lo merecía. La misión era un éxito. Había sido una buena capitana, en el análisis final. Era un buen presagio para su futuro juntos, al menos durante el viaje de regreso.

    Aún así, en el momento en que el portal se cerró, Fisher dijo: —Confiesa, Papá. No sólo estabas inventando una historia para mantenerme vivo mientras yo trabajaba en el alineamiento, ¿verdad? Realmente has descubierto algo. Tus historias ficticias no son tan interesantes normalmente como la sarta de mentiras que me soltaste.

    Por favor, pensó Fisher.

    —Descubrimos algo —Unas imágenes florecieron a la existencia en el techo sobre Fisher, la rotación del huevo dentro del plasma magnetizado de su jaula. —Observa —dijo Papá.

    El punto de vista hizo una espiral hacia el huevo mientras este crecía para llenar el techo y después se extendía sobre las paredes, girando como las luces de un club de moda que Stearn podría frecuentar. La superficie brillante plateada del huevo no era suave. Mientras la vista seguía acercándose e imitaba el giro, se manifestaba la topografía: regiones elevadas regularmente y depresiones se congregaban en bucles y espirales, como huellas dactilares.

    —¿Esto es luz visible? —preguntó Fisher.

    —Efectivamente —dijo Papá —Aunque hemos mejorado las imágenes que estás viendo con algunas sombras artificiales para destacar el relieve.

    Fisher gruñó. Deseó poder pasear.

    Cada vez más cerca, venía el huevo. Las espiras extendidas sobre las paredes y los subrasgos crecieron en el foco. Fisher parpadeó. Pequeñas imágenes seguían el diseño como un collar. Los dragones solos, en manadas, nadando con otras criaturas que no eran dragones. Y los dragones que veía diferían en varios aspectos de los dragones del disco. Estos tenían lo que deberían de ser aletas, lo que implicaba que estaban en un líquido adecuado más que en un plasma rarificado. Los dragones se apareaban como las ballenas, una hembra con un macho y un segundo macho para sostenerla en el sitio en flotación neutra. Todo tipo de escenas de dragón. Le recordó a Fisher a una urna antigua romana con imágenes de la vida cotidiana por todo su alrededor. Siguieron más imágenes y vio las cosas que habían conducido a Papá a crear su fantástica historia: imágenes de visitantes cilíndricos en burbujas, un mapa de un sistema estelar, mapas de estrellas. Otras imágenes pasaban rápidamente y Fisher conprendió que el huevo era más que una futura vida, representaba todo lo que había ocurrido antes también.

    —Los dragones son inteligentes, pero la forma que adoptan ahora se construyó completamente. Y no lo hicieron ellos solos —dijo Papá—. Hay más.

    —¿Más? —preguntó Fisher, con temor a parpadear y perderse algo.

    —Esto es sólo la superficie del relieve. El huevo contiene información codificada vista en, al menos, cuatro formas diferentes. Seguimos buscando en todas las formas que podemos imaginar.

    —¿Por qué harían tal cosa? Es demasiado sencillo.

    —No podemos saberlo con seguridad, por supuesto, a menos que esa información esté codificada también dentro del huevo. Pero podemos suponer y tenemos una suposición bastante buena. Estaban orgullosos de lo que habían hecho.

    —¿Orgullosos? —Fisher dejó que esa idea rondara por su cabeza, probando para ver si encajaba—. No sé, Papá. Eso parece bastante... bueno, humano, ¿no?

    —Quizá. Pero si estamos en lo cierto, eran como nosotros, al menos en algunos aspectos.

    Fisher sintió como si le hubieran golpeado entre los ojos. Alienígenas, orgullosos como podrían estarlo los humanos. No había razón para que hubiera similitudes. Bueno, tendría tiempo de considerar las ramificaciones después. Ahora tenía otras preocupaciones inmediatas.

    —El dragón en el interior...¿es viable? ¿Podemos incubarlo?

    —Probablemente. Hemos encontrado algunas secuencias, instrucciones si lo prefieres, que parecen dirigirse a esta cuestión. Tiene sentido, si piensas en ello. Le da a los huevos una oportunidad de abrirse si son interceptados por mentes inteligentes.

    Ola tras ola de implicación pasó sobre Fisher entonces, haciendo volar su imaginación. Pero había prometido que pondría bajo control sus obsesiones y no lo contrario. Él reinaba en sus pensamientos. Empezando por el suelo y hasta arriba. El suelo, en este caso, era SS Cygni.

    No había sido visto ningún estallido dragón en SS Cygni en los seiscientos años desde que los astrónomos observaban desde la Tierra, ni en los doscientos cincuenta años extra de su viaje extrasolar. No se habían visto estallidos dragón desde ninguna estrella variable cataclísmica en ese periodo, no sólo en los sistemas conocidos de novas enanas, en la galaxia semilocal. Tendría que revisar los archivos de sistema concernientes a la eyección de SS Cygni que había ionizado y desviado en torno a ellos durante su paso. Debería de haber algún modo de identificar el remanente de un estallido dragón a partir de los resíduos de otros eventos y construir un registro histórico de cuando los dragones habían actuado en defensa propia. Los batidores nucleares seguramente los habían ahuyentado. Identificar señales de estallidos dragón históricos tendría implicaciones inmediatas sobre cómo era la densidad de la galaxia respecto a las especies tecnológicas curiosas.

    Al menos, respecto a las especies intrusivas atrapaconejos como la humana.

    No estaban solos pero, por alguna razón, las razas de alta tecnología aún no habían saturado esta parte de la Vía Láctea. O, si lo habían hecho, habían desaparecido. ¿Por qué era así?

    Siempre había más por qués y la cadena actual crecía exponencialmente en su mente.

    Fisher respiró profundamente y estiró los músculos contra los restrictivos umbilicales. Serían manos de nuevo muy pronto y pies para pasear y él podría trabajar adecuadamente.

    —Vale, Papá. Haz que Henderson me traiga algo de No-Me-Olvides y después enséñamelo todo.

    —¿Estás seguro de que eso sería prudente? —preguntó Papá,.

    Maldito, pensó Fisher. Pero la intervención de Papá le dió la suficiente pausa y recordó el tacto de los labios de Lena contra los suyos, cómo lo había emocionado inesperadamente ese efímero toque. Cómo ella se merecía algo mejor. Él había subido a una montaña. ¿Estaba acaso preparado para dejar ya la cima?

    —Retén esa petición —enmendó él—. Habrá bastante tiempo después de que haya descansado. Hay bastante tiempo para todo.

    Bastante tiempo para responder todos los porqués y, quizá incluso, también para el amor.

    Fisher sonreía cuando vagó hacia el sueño de los dragones y hacia más, mucho más.

FIN

Epílogo

    Nuestro nacimiento es sólo un sueño y un olvido.

    La Karamoyo resplandecía como un cometa con su popa apuntando hacia SS Cygni, de camino hacia un distante rendezvous donde la Tierra había estado algunos doscientos cincuenta años atrás. Incubando en su nido interior el huevo del dragón, por el momento, calentado con la radiación filtrada de la accreción de la singularidad delantera. Las semillas de muchos argumentos se plantaron de inmediato con su presencia y se habló sobre cómo sería acomodado durante el viaje a casa, una caja de Pandora con vida aún no vivida. La cascada de información empezó con el haz concentrado de Biotorno, medio milenio de directivas de misión actualizadas, un milenio de datos sobre el nuevo viejo mundo que sería, de hecho, el de ellos de nuevo dentro de un año. Medio milenio de historia de una civilación galáctica entera que estaba naciendo.

    Cada momento del vuelo de regreso sería una adventura en la Karamoyo.

    Para los dragones estelares de SS Cygni, también existían miríadas de aventuras.

    No todos los dragones habían terminado su existencia al provocar la pérdida de masa de la secundaria. Lo primero eran los huevos. No iguales a los dragones que los habían creado, no exactamente, sino llevando sus historias hacia el futuro. Ese futuro fue breve para la mitad de ellos: perdido de golpe en la furia del nacimiento del fuego de dragón, incinerado a pesar de su fuerte cáscara o propulsado hacia el interior de la secundaria con demasiada velocidad para sobrevivir. De los restantes, la mitad tendría de nuevo un futuro infinito pero oscuro, lanzados en trayectorias fuera del plano galáctico y hacia el interior de un halo demasiado rarificado para albergar suficientes hogares apropiados. Otra mitad de los restantes sobreviviría a su feroz nacimiento, volaría hacia los brazos espirales de la Vía Láctea, alteraría su rumbo instintivamente usando diferentes albedos y campos magnéticos y se impulsarían como hondas hasta las estrellas más adecuadas por las que pasaran cerca o se desvanecerían para siempre en una espuma de plasma. Una pequeña fracción sobreviviría, de algún modo, incubando en el útero covectivo de una nueva estrella, aguardando la evolución inexorable que extendería un nuevo disco que habitar. De esa pequeña fracción, en algún lugar en algún tiempo, los discos vivirían de nuevo y acogerían una civilización que avanzaría hacia el futuro infinito.

    Una fracción aún menor de huevos de dragón sería interceptada, secuestrada, estudiada y sondeada por entrometidas mentes alienígenas. Los mensajes que los rediseñadores habían dejado, revelarían que cuidaban aquello como otro curso para la supervivencia de la especie del dragón y una oportunidad para exhibir su solución.

    La aventura de los adultos supervivientes continuaría, una cultura de fuego que aún prosperaría sobre los nacidos en el agua. Miles de dragones adultos permanecían en la atmósfera de la estrella durante algún tiempo indeterminable, jadeando como el salmon que espera en su lugar de puesta. Aquellos que habían fracasado al detonar en el ritmo del estallido dragón no morirían como el salmón que nada corriente arriba, vagando con el chisporroteo de la continuada transferencia de masa que reiniciaría su sociedad mientras el nuevo disco de acreción se ensamblaba a sí mismo. Aquellos dragones recordarían las canciones de cuando se hicieron los sacrificios y recordarían la perturbadora visita de este gran visitante blanco. Esta molestia amenazadora y las molestias antes de esta y las molestias que vendrían después. Y lo recordarían en las nuevas canciones que cantarían. Y las cantarían ahora y siempre, de algún modo, en algún lugar, en algún tiempo.

Extras

Notas del autor

Estadísticas Vitales de SS Cygni

    • Clasificación: Sistema Binario Variable Cataclísmico de Nova Enana.

    • Distancia de la Tierra: 245 años luz.

    • Primaria: Enana Blanca, 1.19 masas solares.

    • Secundaria: K5V (secuencia principal), 0.70 masas solares.

    • Periodo Orbital: 6.60 horas.

    • Frecuencia de Estallido: 50 días (variable).

    • Duración de Estallido: 15 días (variable).

    • Inclinación Orbital Relativa a la Tierra: 40 grados.

    • Luminosidad del Disco (Tranquilo): 0.07 x solar.

    • Luminosidad del Disco (Estallido): 70 x solar.

    • Radio de la Primaria: 4000 km, o 0.6 radio de la Tierra.

    • Radio de la Secundaria: 500,000 km, o 0.7 radio solar.

    • Separación Primaria/Secundaria: 1.5 millones de km.

    • Radio Exterior del Disco: 500,000 km.

    • Área Superficial del Disco (ambos lados): 1500 x superficie de la Tierra.

    Descubierta en 1896, SS Cygni es una estrella variable cataclísmica, la más brillante de la clase nova enana vista desde la Tierra. Las novas enanas están cerca de binarias que consisten en una primaria enana blanca (un remanente estelar evolucionado) que acrece material via un delgado disco alimentado desde la estrella secundaria enana roja. Los estallidos de la nova enana se cree que ocurren cuando el disco experimenta una inestabilidad térmica que conduce a más altas temperaturas, mayor luminosidad y transferencia aumentada de masa. Tales estallidos no son estríctamente periódicos ni en frecuencia ni en duración.

    SS Cygni fue la Estrella Variable del Mes en junio del 2000 en la Asociación Americana de Observadores de Estrellas Variables (AAVSO).