Créditos

    El Efecto Variante

    DEVORADORES DE PIEL

    Obra Original The Variant Effect: Skin Eaters (Copyright © 2010 by G. Wells Taylor. All rights reserved)

    Traducción y Edición: Artifacs, sep-2019.

    artifacs.webcindario.com

    Diseño de Portada por G. Wells Taylor

    G. Wells Taylor

    Página Web: SkinEaters.com

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    Muchas gracias a G. Wells Taylor por autorizar esta tradución al español y por compartir con el mundo este eBook El Efecto Variante: Devoradores de Piel bajo Licencia CC-BY-NC-SA 4.0 https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/legalcode.es

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Dedicatoria

    Para Katherine Tomlinson.

    Una gran editora y amiga.

Parte 1: DEVORADORES DE PIEL

Capítulo 1

    Ocurrió en un viejo edificio en una ruinosa parte de la ciudad —el lugar perfecto para encontrar un cuerpo. Y era el lugar perfecto para que Joe Borland llegase despotricando y lamentándose por el retiro. No se quejaba en aquel momento porque iba medio cuba, aún borracho de la noche anterior.

    Los chicles de menta que mascaba no hacían nada por esconder el olor a whisky barato en su aliento. Prefería un escocés de mezcla de malta, pero había aprendido a beber cualquier cosa que pudiese permitirse con la pensión. Hubo un tiempo en que estar borracho era parte del trabajo, pero eso fue entonces. Desde que le dieron la bota de oro, estar borracho era parte de no hacer nada en absoluto.

    El coche patrulla paró frente al edificio y Borland salió con esfuerzo ajustándose el cinturón donde se le ceñía bajo la panza. Las hernias le estaban dando problemas de nuevo. Seguía posponiendo la operación para curarlas porque su seguro médico no cubría heridas sin peligro de muerte ni la enfermedad, de modo que tenía que ahorrar él mismo para la cirugía.

    Cuando sopesaba la cuestión de necesitar una bebida o necesitar arreglarse las hernias, las bebidas aparecían por encima de todo. Aquellas sólo le molestaban cuando andaba o viajaba en coche y él ya no hacía mucho de eso, pero necesitar una bebiba le molestaba todos los malditos días en el paraíso.

    Borland no parecía retirado a primera vista. Sí, bueno, tenía patas de gallo acumuladas en las esquinas de sus pálidos ojos, su piel era de un insalubre amarillo grisáceo y su tripa era mayor que la que se podría encontrar en dos policías en servicio activo, pero tenía mucho pelo marrón oscuro en masas enredadas sobre una banda blanca que le recorría por detrás de sien a sien.

    Sus hombros y brazos estaban poderosamente hacinados de músculo bajo su arrugado abrigo beige. Sus pantalones eran de azul claro y coloreados de arándano rojo donde algo se había derramado en el muslo izquierdo, tras viajar abajo desde el frontal de su camisa color crema. Una ancha corbata de poliéster pendía de su grueso cuello y hacía lo que podía para desviar la atención de las manchas. De modo que su aspecto era más de tipo desaliñado que de retirado, más de indigente que de hogareño.

    Eso era porque a Borland no le importaba la edad que tenía y se vestía como lo había hecho siempre. El alcohol le hacía inmune a la críticas.

    El poli que le había llevado en coche asintió hacia el edificio y Borland le guiñó sus silenciosas gracias por el viaje. Luego se giró para echar un único vistazo a los uniformes reunidos. Vio desdén o curiosidad en las caras más jóvenes y envidiosa admiración en ninguna, salvo en la de un viejo pies planos. Un oficial negro que él recordaba vagamente, probablemente llamado Jenkins, que llevaba unos veinticinco años en el cuerpo de polícia. Jenkins recordaba El Día.

    Borland caminó hasta él y frunció el ceño. Jenkins sonrió colgando un pulgar en la funda del arma y cuadró los hombros.

    Borland miró a su alrededor anotando mentalmente los puntos del protocolo para tratar con el Variante : Precintado, Gaseado y Quemado. La cinta amarilla estaba levantada y las barricadas recorrían el bordillo de la calle. El público había sido retirado detrás. Las ventanas de la planta baja estaban selladas con gruesas lonas. Láminas de plástico ondulaban sobre estas. Había un camiòn de incineración bien lejos de la estructura. Si la brisa era correcta, Borland sabía que olía a acelerante. Oficiales uniformados hacían guardia cada seis metros. Llevaban visores acrílicos, protrección antibalas y guantes. Todo el atuendo estaba asegurado bajo un mono y capucha transparentes de vinilo. Los chicos embolsados llevaban escopetas del calibre 12 de acciòn de bombeo.

    Justo más allá de ellos había una gran furgoneta negra aparcada tras un par de coches patrulla. Las puertas laterales estaban abiertas y el elevador estaba al nivel de la acera.

    “¿Dónde está ese miserable hijo de perra?,” gruñó Borland a Jenkins sin girarse.

    “Dentro,” dijo el sargento antes de señalar hacia una oscura rendija triangular en el plástico y las lonas. Borland refunfuñó y caminó hacia el edificio.

Capítulo 2

    Se pausó dentro del ascensor para limpiarse los labios y deslizar la petaca rosa dentro del bolsillo de la chaqueta, cuando la puerta rechinó y se retiró sobre raíles oxidados. Un joven embolsado estaba allí. Su visor estaba empañado. Gotas de agua seguían las grietas interiores de su capucha de plástico.

    “¿Dónde está Hyde?” dijo Borland bruscamente al pasar a la sexta planta. Recordaba el calor que hacía dentro de esas bolsas, recordaba que algunos novatos se presentaban cuando algo activaba el Efecto Variante en ellos. Nunca se sabía cuándo lo haría y nunca sabías cómo se presentaría. Un claustrofóbico no sobreviviría a la tormenta dentro de una bolsa.

    “Ahí dentro, señor,” dijo el chico embolsado con su voz amortiguada por el vinilo. Señaló frente a un espacio abierto hacia una puerta que podría haber sido antaño de una oficina. El edificio fue una peletería en los Cincuenta. Penachos de pelo aún volaban por el polvoriento suelo entablado.

    Borland se acercó hasta la puerta; vio a la Detective Reiner inclinándose hacia el interior. Tenía un aspecto ancho bastante bueno, si acaso un poco pesada para su gusto. Por supuesto, él sólo pensaba eso porque nunca le daría la oportunidad de que ella le abatiera de un disparo. La mujer le vio aproximarse y se llevó un dedo a los labios, luego espió el interior guiñando un ojo. Luces brillantes ardían sobre el suelo.

    Borland vio otro embolsado iluminando con un foco halógeno. El haz brillante del mismo quemó un círculo en el suelo delante de un hombre doblado por la cintura. Este llevaba un abrigo largo con capucha y mangas embolsadas. El material oscuro caía sobre su cuerpo y casi cubría los arcaicos armazones de metal que sujetaban sus piernas y botas. Estaba inclinado hacia adelante sobre oxidados bastones de acero. Los armazones rechinaron cuando se reposicionó, luego se equilibró con cuidado moviendo ambos bastones hacia una mano. El hombre giró cautelosamente sobre la punta de sus rodillas, que chirriaron cuando el peso de su largo cuerpo las dobló y bajó lentamente hasta el suelo.

    Había una pesada y anticuada silla de ruedas a unos dos metros detrás de él.

    “Esto no fue el Variante,” Susurró el hombre dentro de la capucha, su pronunciación era intachable —con sólo indicios de un ceceo. Su cara encapuchada se suspendía a centímetros sobre el suelo.

    “No necesito que me digas eso.” Respondió Borland. Doblado sobre sus bastones y armazones, Borland pensó que el hombre parecía una marioneta rota —o un bicho medio muerto.

    El hombre se acercó de cuchilllas hacia una gran mancha roja. A Borland le pareció como si alguien hubiese hecho un ángel en la nieve, sólo que había usado sangre en vez de nieve. Los brazos y piernas abanicaban un gran arco. Aunque aquello no era divertido. La víctima había luchado. Una violenta salpicadura definía la cabeza —sin halo. Borland olisqueó el aire y olió sus chicles de menta.

    El hombre en el suelo estudió las marcas durante varios minutos hasta que dijo: “Borland, borracho inútil. ¡Me obligas a venir aquí dentro y llegas tarde!”

    “Haz tu trabajo, Hyde,” gruñó Borland desde la puerta. Mantuvo un ojo en el pasillo delante del ascensor. Este recorría otras puertas de viejas oficinas antes de lanzarse con ángulos rectos para seguir los contornos del edificio. “¡Termina y vete a casa!”

    “He terminado,” Siseó Hyde bajo la capucha. Se levantó con los bastones, dobló las piernas en su forma y luego tensó de nuevo los tornillos de mariposa de los armazones. “No son Mordedores. Zapatos …” Se irguió señalando hacia dos grupos parciales de huellas que entraban y salían de la mancha —zapatos de corredor y algo con un tacón.

    “¿Estás seguro?”, preguntó Borland. “¿Acechadores?”

    “Un acechador no lo haría aquí. Deberías saberlo,” susurró el hombre encapuchado antes de retirarse hacia atrás de las tablas manchadas de sangre. La forma del suelo era inconfundible. “Hay demasiadas pruebas,” dijo gesticulando con un bastón, “aquí y allí.”

    “¿Un imitador?” preguntó Borland, desinflado.

    “¿Tú crees ?” La capucha se giró hacia arriba ligeramente, el tono era sarcástico.

    “Es bastante sangriento para los Mordedores…” continuó forjando Borland.

    “¡Los mordedores no llevan zapatos y habrían dejado las ropas!” disparó Hyde volviendo a su silla de ruedas. La acción levantó sus mangas unos centímetros. El chico embolsado enfocó los antebrazos y manos con el rayo halógeno. Estaban en carne viva, solo músculo y tendones, las venas seguían el rastro sobre ellos reluciendo como la cera. “Recordarías cómo operan los Mordedores si no estuvieses borracho a todas horas.”

    “¿No son Acechadores?” repitió Borland ceñudo.

    “¡Piensa! Ritual. Habría un escenario, un fogón. Mesa de cena, algún lugar como en casa. Tal vez flores y música.” Hyde se pausó para colocarse y luego cayó dentro de su silla de ruedas. El nuevo ángulo permitió a la luz entrar en su capucha justo lo suficiente para captar los maxilares escarlata y la hilera de dientes amarillos. “Los embolsados han registrado el edificio. Está sellado. No hay cuerpo. No hay nada aquí. ¡Las huellas salen por las escaleras!” Dejó los bastones en el regazo y golpeó con los puños los brazos de su silla. El embolsado con la luz se marchó. “¿Por qué me haces perder el tiempo?”

    “Entonces sólo es…” Borland arrugó la frente hacia la mancha. “Pero... ¿dónde está el cuerpo?”

    “Algunos Jack y Jill chiflados usaron un cuchillo para matar a un tipo y llevárselo. Quizá sólo lo malhirieron. No hay indicios del Efecto Variante, sólo señales de un crimen sangriento.” Gesticuló a la mancha en el suelo. “Despeja la cabeza, Borland. ¡ Mira !” Hyde giró su silla de ruedas, sus dedos en carne viva manipulaban las ruedas como ganchos. “Nada de Mordedores.”

    “¿Eso es todo?” siseó Borland metiendo una mano en el bolsillo del pantalón para presionar una hernia.

    Hyde impulsó la silla de ruedas hacia la puerta pasando a Borland de largo y salió.

    “¿Eso es todo?” Le gritó Borland a la espalda.

    La silla de ruedas se detuvo. Hyde murmuró algo y negó con la cabeza bajo la capucha antes de rodar pasando al embolsado hacia el ascensor.

    “¡Hay que ganarse la pensión de algún modo!” gruñó Borland. “¡Maldito monstruo !”

    El ascensor empezó a bajar, Borland miró a la Detective Reiner y a los chicos embolsados.

    “Protocolo. Todos fuera. ¡Preparad el lugar para el BZ-2!” exclamó abandonando la habitación para buscar las escaleras. Echó mano al bolsillo a por la petaca.

Capítulo 3

    “¡Retenedlo ahí!”, gritó Borland pasando a empujones entre los embolsados por la entrada principal y tropezando hasta la acera. Hyde acababa de rodar hasta el elevador de la furgoneta. Un uniformado, su asistente, sostenía los controles inalámbricos.

    “¡Tú!” Borland entornó los ojos hacia el uniforme del hombre: dos rayas, uh... “¡ Cabo, reténgale ahí!” Borland casi tropezó, se estabilizó. Se apresuró hacia la furgoneta y agarró la silla de ruedas de Hyde por el brazo.

    “¡No huyas rodando de !” le chilló girando la silla. En el día nublado, pudo ver el brillante tejido cicatrizado en la mandíbula, cuello y pecho superior de Hyde. “Estoy retirado también. ¡No te llamé yo!”

    “¡Lo hiciste!” la voz de Rawhide se hizo más ruda. “Reiner dijo lo mismo escaleras arriba.”

    “¡No, no!” bramó Borland. “Brass me avisó sobre un posible Mordedor. Y me dijo que te había llamado para confirmarlo.”

    “¡ le dijiste que me llamara!” las palabras de Hyde escupieron humedad, salpicando saliva sobre las manos de Borland. “¡Si no estuvieses borracho te acordarías!”

    “¡Al infierno contigo!” Borland cerró un puño, pero sólo lo mantuvo a su lado. “Tú también has bebido lo tuyo.”

    “¡Nunca en el trabajo!” siseó Hyde, “Especialmente en este trabajo.”

    “¡Como si no lo hubieses hecho nunca!” insistió Borland.

    “¡Nunca he ido como una cuba antes!” vociferó él. “Después sí…”

    “¡Venga ya! ¡Todos iban como motos. Alcohol, anfetaminas, el PCP era parte del trabajo! ¡No nos habríamos metido si no fuésemos colocados!” Borland apuntó su puño hacia los embolsados reunidos. “Aún tengo que ir colocado para superarlo.”

    “De acuerdo, los chicos necesitan apretar los culos, pero no los capitanes.” Hyde se inclinó hacia adelante, su mandíbula sin labio inferior quedó a la vista de todos mientras voceaba: “Los capitanes no se colocan, esa es la regla. Todo pasa demasiado rápido con los Mordedores.”

    “El pelotón entero se coloca y entra.” Borland se inclinó hacia adelante apuñalando el aire con un dedo. “¡Regla Tácita !”

    “Tú y tu pelotón os colocabáis y así es como conseguiste que los despellejaran.”

    “Ah, ya estamos.” Borland dio un puñetazo al aire. “Supéralo algún día.”

    “Así es como me atraparon,” siseó Hyde, “y a mi pelotón. Te tambalebas hacia el atolladero con la cabeza llena de PCP y totalmente mamado, ¿y quién tuvo que sacarte, eh, Borland? Los Malditos Mordedores nos esquilaron a mí y a mi pelotón por rescatar tu culo.”

    “¡A mí también me atraparon... para sacarte a ti de allí!” gruñó Borland sintiendo un verdadero picor por un trago —su entrepierna estaba pesada por las hernias. Tiró de su manga derecha hacia arriba, meneó sus cicatrizados dedos.

    “Veo que tienes marcas en el brazo, pobrecito.” se carcajeó Hyde, su cabeza encapuchada registró el espacio entre ellos. Se inclinó hacia atrás en su silla de ruedas y tiró de la cobertura de su brazo izquierdo. Sólo había músculo y hueso debajo... las venas se retorcían sobre la superficie roja como cables azules. Todo era tejido cicatrizado. “Deja que alguien te devore la piel de la ingle y seré capaz de simpatizar contigo.”

    “¡Lo dices como si fuese algo malo!” masculló Borland.

    “¡NUNCA me vuelvas a llamar! ¡He terminado mi servicio!” gruñó Hyde. “Estoy retirado.”

    “¡Ya sabes cómo va esto, Rawhide!” gritó Borland, usando el epíteto, “¡Nadie sale vivo!” Sacó la mandíbula hacia fuera. “Ninguno de aquellos chicos salió vivo.”

    “Gracias a ti,” dijo Hyde riendo, su capucha se hundió, una mano cicatrizada tomó la palma de la otra.

    “¿Quieres venganza, horrible juguete masticado?” Borland se plantó delante y se abrió de golpe la chaqueta. Tiró de su .38 fuera de la funda y se lo lanzó a Hyde en el regazo. “Adelante; extíngueme de tu miseria.” Alzó la barbilla y abrió ampliamente los brazos.

    La mano de carne de Hyde se cerró alrededor del mango de la pistola. Levantó el arma, echó el martillo hacia atrás y la centró en el pecho de Borland. Todos los embolsados a su aldededor habían levantado y acerrojado sus escopetas. Les miraban a uno y a otro, inseguros sobre su blanco.

    A Hyde no le importó. “¡Te sorprendería las veces que ya te he tenido en el punto se mira!”

    “¿Tú, qué?” Borland se inclinó hacia el arma, sintió el duro metal contra su esternón.

    “Y casi lo hice también.” Los ojos sin párpado de Hyde relucieron fuera de la sombra, blancos y húmedos.

    “¿Tú casi qué?” bramó Borland.

    “Que casi acabo contigo como el perro enfermo que eres, Borland.” Hyde miró la pistola, la desmartilló y se la tendió a él. “¡Pero ya eres peor que nada que yo pueda hacer!” Luego posó sus despellejadas manos sobre las ruedas y giró la silla. “Eres peor que el Variante.”

    “¡Vete al infierno!” gritó Borland, enfundado su arma. Observó la silla de ruedas de Hyde elevarse lentamente hacia la furgoneta.

    Borland dio un paso atrás y se tambaleó, recuperó el equilibro y miró a los embolsados que le rodeaban. Se puso a andar por la calle. Había una licorería a dos manzanas.

    __________________

    NdT: Juego de Palabras. (1) Rawhide = piel de cuero sin curtir. (2) Raw + Hyde = Hyde en carne viva, crudo, despellejado.

    NdT: PCP = Abreviatura de la Fenciclidina. Droga psicotrópica. También llamada Polvo de Ángel.

Capítulo 4

    Las piernas de Borland se hacían más firmes con cada trago que echaba al narcótico. La botella estaba resbaladiza en su agarre sudado. También había metido una botella de pinta de whisky en el bolsillo interior de la chaqueta, embutida detrás de su gran panza, hinchada como una ampolla.

    Hyde siempre le cabreaba. Siempre se metía con él por su pasado. ¿Por qué no podía el retorcido capullo dejarlo atrás? Aún seguía vivo, ¿no? ¿No contaba eso para nada?

    Pero, ¿quién era Borland para hablar? ¿Qué iba a saber él? Había perdido un buen pedazo de piel en un brazo y una buena tira del pecho después de descubrir que el pelotón de Hyde estaba rodeado, y él había vuelto a la carga con refuerzos para rescatarle. Le dolía como… incluso estando como una cuba, el dolor iba más allá de toda descripción. Demonios, aún masticaba analgésicos por ello los días de calor. Así que no podía ni imaginar por lo que Hyde estaría pasando, todo despellejado hasta los músculos y venas —el culo encima de una tetera como esa— pelado tallo a tallo.

    Probablemente eso volvía loco al bastardo. Llevaría a cualquiera hasta el límite —tener un montón de Mordedores oprimiéndote mientras los Alfas te clavaban los dientes y empezaban a rebañar. Borland sintió una punzada de culpa por haberle tratado de ese modo. Pero él conocía al hombre desde El Día, desde que tenía una piel magullada y sabía que Hyde vivía en su nombre ahora, ocultándose de la vida, viviendo en el pasado. ¿Qué sentido tenía sobrevivir? Hyde sólo era una cicatriz que todos veían y sobre la que todos hablaban.

    Borland drenó el narcótico antes de regresar a la escena del crimen. Eso es lo que era ahora, no había nada especial en ella. Sólo un lugar donde habían matado a alguien. Tiró la botella a una papelera y abrió un paquete nuevo de chicles de menta. Se pausó durante un minuto para mirar arriba hacia el gran edificio antiguo desde un nuevo ángulo, apreciando las partes de volutas extra alrededor de las ventanas y el reverdecido techo de cobre a ocho plantas encima de la calle. De verdad los construían para durar.

    Los embolsados no habían encontrado un cuerpo, sólo una mancha. Pero los protocolos del Variante se tenían que seguir ahora que habían empezado a girar las ruedas. Por supuesto, eran viejas ruedas oxidadas y Borland sabía que los polis de la escena estarían esperando oír si debían darle BZ-2 al edificio y quemarlo o simplemente cercarlo y quemar las áreas que tuvieran manchas y pudieran contener contaminantes del Variante. Había pasado mucho tiempo desde El Día y los valores de propiedad en la ciudad siempre estaban subiendo.

    Se abrió camino hacia el frontal del edificio y se acercó a un grupo de cinco embolsados reunidos chismorreando. Borland quiso darles mucho tiempo para saber que estaba llegando, en caso de que estuviesen hablando de él. No necesitaba más enemigos y no le quedaban amigos.

    Cuando los embolsados le vieron, se giraron. Dos amigos se codearon y señalaron a un tercero —un rostro asiático les saludó tras capas de vinilo.

    “Los chicos y yo nos estábamos preguntando, señor,” dijo el embolsado. “¿Ese era Rawhide de verdad?”

    “Sip,” gruñó Borland y luego empezó a asentir. “El capitán Eric Hyde en carne y hueso.”

    “El viejo Jenkins dijo que fue un héroe en El Día,” intervino un embolsado pelirrojo.

    “Sí,” Borland se rascó una axila. “Montones de héroes en El Día.”

    “¿Combatió usted junto a él?” continuó el rostro asiático, “¿En El Día, contra el Variante?”

    “Todos combatieron,” gruñó metiendo un puño en el bolsillo. ¡Maldita hernia!

    “Rawhide salvó un pelotón entero, ¿verdad?’, cuando una gran manada de devoradores de piel les atrapó en las alcantarillas?” esto vino del pelirrojo.

    “En los túneles bajo una universidad,” corrigió Borland deseando poder sacar la otra botella y echar un trago. “Nosotros los llamamos Mordedores.”

    “¿También estuvo usted allí?” preguntó otro embolsado, esta era una guapa rubia.

    “Sí… descubrí yo que allí sería donde encontraríamos a la manada de caza.” Borland se rascó bajo la nariz con una peluda mano. “¿No habéis oído nuestro pequeña riña de telenovela de antes?”

    “Si los devoradores de piel... eh, Mordedores, le atraparon,” dijo el amigo asiático. “¿Por qué no entró el Variante en su sangre cuando le devoraron la piel?”

    “No se transmite en todos los casos.” Borland se encogió de hombros ajustándose la hernia hacia el otro lado. “Además, todos lo tenemos dentro. Vosotros también, por el agua y por la leche de vuestras madres.”

    “¿En serio?” preguntó el quinto embolsado.

    “Sí.” Borland se encogió de hombros. “Y por aquel entonces todos lo cogían también por depresión o ansiedad, se acumula en nuestro sistema hasta que…” chocó las manos y dos de los embolsados saltaron hacia atrás. “Mirad, he olvidado mi cámara ahí arriba,” mintió Borland.

    “Los protocolos dicen…”, empezó la embolsada rubia.

    “Soy el capitán Joe Borland. Combatí al Variante en los tiempos de El Día,” declaró asintiendo hacia ella, un poco avergonzado de su panza delante de todos esos listos y bellos. “Rawhide me ha dado autorización al edificio. Creo que puedo ocuparme de resellarlo.” extendió el brazo y la palmeó en el hombro pensando: Después de que me tome una copa o dos. “Vosotros matened los protocolos en la calle.” sonrió, la atrajo hacia sí, cerca, y le susurró, “Dile al chino que tiene la capucha hacia atrás. No querrás que se ahogue.”

    Paseó hacia el edificio. Las hernias le daban terribles tirones, pero le dio igual. Borland no podía quitarse una depresión que venía de ver a Hyde de nuevo. Una copa ayudaría.

Capítulo 5

    VARIÓN - Deja de Temer. Empieza a Vivir. ¡Sé tu yo real !

    Borland recordó el slogan camino al ascensor. Eruptó whisky y deslizó la botella de vuelta al bolsillo. Era un slogan irónico. Recordó reirse de él en El Día —verdaderas carcajadas abdominales con sus chicos embolsados, todos como cubas por la estación.

    Apenas sentía nada al pensar que muchos de aquellos chicos estaban ahora en la caja, o asesinados por los Mordedores o, en su defecto, afectados por el Efecto Variante. O se habían quitado de en medio ellos mismos con algo que activaba la química dentro de sus propias pieles. Nunca se sabía, una vez que el Variante empezaba, si un tipo iba sólo a lavarse las manos hasta que todo el jabón hubiese desaparecido, o si tenías que meterle una bala en el ojo cuando intentara prenderte fuego.

    El Varión parecía bastante simple, como todas las drogas, que siempre parecían lo bastante simples. Salió al mercado como una nueva generación de químicos psicoactivos que se podían usar para controlar un amplio espectro de trastornos mentales. Se anunciaba como una conveniente píldora de una vez al día para trastornos de depresión graves y trastornos de ansiedad generalizada.

    Varión también funcionaba para modificar químicamente áreas del cerebro responsables del miedo, fobias y donde se activaban los transtornos obsesivos-compulsivos. Era una cura para todo que pacificaba áreas clave del cerebro con problemas de personalidad y de conducta. Borland nunca podía recordar todos los elegantes nombres impresos — amígdala o algo así y algún chisme del córtex frontal. Se suponía que Varión dejaría a los psiquiatras sin empleo.

    VARIÓN: Pues un mundo te necesita 24-7.

    Borland recordó haber leído el empleo de vendedor en el lateral del paquete cuando tomaba la condenada cosa. Todo el mundo tomaba algo para cuando salió Varión, así que fue sencillo cambiar. ¿Por qué no? Era una nueva generación de antidepresivos que no sólo elevaba el espíritu: te curaba. Y no tenia efectos secundarios —al principio.

    El ascensor tembló en la sexta planta y él salió andando. Tras un par de pasos, el talón derecho de Borland empezó a pegarse al suelo, haciendo un sonido rechinante como si hubiese pisado un chicle. Excavó en su bolsillo en busca del whisky, preguntándose por qué lo escondía. El edificio estaba sellado. No había nadie a quien impresionar.

    Caminó hasta la habitación con el angel de sangre y se apoyó en la jamba de la puerta mirando hacia el suelo. La mancha tenía un brillo cerúleo ahora donde la luz de la ventana captaba la espesa capa de acelerante. Borland se encogió de hombros.

    Varión había sido tan bueno como el público esperaba. Los sanatorios metales se vaciaron después de los dos primeros años de su prescripción —incluso antes de que la FDA lo aprobara para la distribución sin prescripción médica en el año cuatro —aproximadamente el día 1,463. El tiempo a partir de lo que ocurrió se contaba en días. Nunca fue un modo muy preciso de hacer las cosas. Borland nunca podría haberlo imaginado, pero la gente usaba números para enfatizar lo mal que se estaban poniendo las cosas.

    No fue hasta años después que lo dividieron en algo que tuviese más sentido. El Día Antes significaba el tiempo transcurrido hasta lo que ocurrió, El Día Después, cubría lo que siguió, y todo lo de en medio se refería como El Día. En los tiempos de El Día, las cosas se fueron al infierno. Borland hablaba sobre ello de ese modo mientras la gente aún veía grabaciones posteriores como: “el primer caso fue visto el día 1,684 en China, pero lo silenciaron y seguimos tomando Varión durante años.” Él odiaba ese tipo de cosas.

    Las compañías farmacéuticas competidoras y fabricantes clandestinos de ultramar abandonaron sus líneas tradicionales de sustancias alteradoras del y empezaron a hacer imitaciones de Varión genéricos más baratos: Veritru, Varax, Vanac, nombra el que quieras. Las compañías incapaces de sacar tajada fueron a la bancarrota a pesar de las fianzas del gobierno.

    Luego, el clavo en el ataúd para la medicina psiquiátrica tradicional: el vice-presidente de los Estados Unidos anunció que el Varión le había curado por completo los problemas de ansiedad que le impulsaban a tener sexo con prostitutos masculinos menores de edad. La gente fue corriendo a ver al doctor. El mercado ya estaba preparado para un cambio.

    Descubrieron demasiado tarde que el cuerpo humano no podía filtrar aquello como los químicos normales. Algo de ello salía al mear, pero la mayoría se absorbía por los tejidos, donde se acumulaba con el tiempo. Tampoco entendieron su resistencia a los métodos tradicionales de tratamiento del agua después de que entrase en el alcantarillado, ni que mostrase una asombrosa capacidad para enlazarse a otros químicos psicoactivos y otros químicos que generalmente entraban en el medio ambiente de modo similar. Incluso formaba moléculas complejas al unirse a elementos producidos naturalmente.

    Más tarde descubrieron que cuando las moléculas de Varión alteradas o híbridas regresaban por el grifo o el entorno a la comida y eran ingeridas, empezaban a interactuar con el Varión y otros químicos acumulados en los tejidos. Pero todo en realidad se comprendió demasiado tarde, en El Día Después.

    Había un amplio espectro de efectos imposibles de predecir —algunos totalmente fatales y otros que alteraban radicalmente la psicología y la conducta. Al continuar esto hasta el primer par de cientos de casos trágicos, cuando los científicos descubrieron que no encajaba con el espectáculo de horror humano tradicional, la ONU prohibió la venta de Varión después de llevar en el mercado internacional unos ocho años, o sobre el día 2,931.

    Más tarde, los científicos culparon a esa acción por lo que ocurrió a continuación.

    Estar con el mono o remplazar el Varión con químicos psicoactivos más antiguos durante la retirada causó una reacción farmacéutica cuando el cuerpo extrajo el Varión almacenado en los tejidos corporales. Estos más antiguos interactuaron con el Varión híbrido para producir la tormenta límbica. Todo se desequilibró.

    Borland lo entendía como una amplificación de los trastornos que el Varión fue diseñado para curar, o la activación de nuevos problemas latentes que no existían antes del consumo de la droga. Empezaron a ocurrir todo tipo de cosas. Los que se mordían las uñas masticaban más allá de la primera falange y seguían desde ahí hasta descubrir que sangraban. Lo mismo era cierto para cualquier neurosis, trastorno de ansiedad o pensamiento o acción compulsivos, con independiencia de la magnitud o patología. Gobernados por una incontrolable tormenta límbica, estos trastornos de leves a graves se presentaron en comportamientos psicopáticos suicidas, benignos o malignos.

    VARIÓN: No sude por las pequeñas preocupaciones.

    Como Borland decía a menudo, “El mundo se volvió mico en los tiempos de El Día.”

    Gracias a los medios sensacionalistas, el público lo llamó el Efecto Variante.

Capítulo 6

    Hyde quería que la furgoneta fuese más rápido desde donde su silla de ruedas estaba sujeta detrás el conductor. Pero el tráfico se había congelado a su alrededor, apenas se movía. Podía ver eso a través de las muchas ventanillas tintadas.

    Apenas consiguieron recorrer dos manzanas antes del atasco. Mientras paraban y avanzaban y paraban de nuevo, el humo de los tubos de escape reptaba al interior de la furgoneta y se mezclaba con el fuerte vapor del desinfectante que él usaba para las manos. El olor le recordaba al gas BZ-2. Le daba náuseas.

    Ansiaba volver al asilo, cerrar las cortinas, pasar el pestillo a la puerta —no le permitían cerrarla con llave— y conectarse a Águila de Guerra. Estaba en el nivel 42 del simulador de combate online que pasaba como vida en la vida de Hyde. Él no era un hombre feliz. Hyde pasaba la mayor parte del año en aislamiento. Su estado le hacía propenso a la infección y la alienación. Estaba bajo vigilancia suicida permanente.

    Veinte años habían pasado desde El Día Después, y cuando le pasaba esa idea por la mente, no podía abandonar. Había hecho un juramento junto a los otros supervivientes y aunque la mayoría de ellos se habían comido sus armas, él no había podido. Su mundo era todo lo que los Mordedores habían dejado.

    Había veces que quería escribir esa palabra en una bala y…

    Pero Águila de Guerra le transportaba a otro lugar donde podía usar sus habilidades a pesar de sus desventajas. La gente le hablaba a ciegas por los auriculares y le llamaba capitán sin apretar los dientes con la boca llena de vómito. Él sabía que no era nada agradable de ver.

    Los doctores de Hyde no habían esperado que viviese. Con frecuencia él se reía al pensar que tenían razón en más de un 90 por ciento.

    Consideraba el término Devoradores de Piel engañoso. Aunque esto describía el resultado final, Morder era la parte más memorable de su experiencia con ellos. El verdadero devorar se realizaba en algún lugar tranquilo y sombrío después de que la piel se había llevado lejos de los gritos de la víctima.

    Mientras la manada te sujetaba, los Mordedores Alfa rompían la superficie de la piel con incisivos y caninos, y rasgaban un borde en el que pudiesen colocar sus molares antes de usar toda su fuerza para arrancarla a tiras. Había evidencia de que algunos usaban herramientas: cristales rotos, metal mellado —pero eso era raro. Los Mordedores mordían y empezaban a desgarrar.

    Fue culpa de Borland.

    Bebía mucho en los tiempos de la fuerza de regulares. Hyde también bebía en El día Antes, pero nunca durante el trabajo. Ambos se unieron a los Pelotones Variante al comienzo de El Día, y cuando se acumularon las presiones y estas enviaron corriendo a la gente a por apoyos, Borland ya los había encontrado.

    Hyde comprendía que los embolsados necesitasen ir como motos para combatir con personas que querían comerse sus pieles —pero estos necesitaban capitanes para liderarlos. A alguien que se mantuviese sereno para llevar a 20 hombres y mujeres colocados al peligro. Nitratos de Amilo, PCP, crack y alcohol eran los apoyos de preferencia en los tiempos de El Día.

    Colocarse incitaba el valor y dormía la consciencia. Los embolsados tenían que abatir a tiros a abuelitos y niñas pequeñas ataviados con el Variante —que presentaban toda suerte de compulsiones y fobias violentas u homicidas. Se rumoreaba que colocarse también te protegía del Efecto Variante, por eso se toleraba.

    Las acumulaciones de Varión se elevaron hasta niveles tóxicos en todo el mundo El Día Antes. Si no habías tomado la droga para curar tu enfermedad social, la recibías en la comida y el agua. Los Mordedores sólo eran una forma del Efecto Variante. Otros actuaban con impulsos que escalaban la paranoia hasta extremos asesinos o lanzaban a la gente hacia repetitivas conductas frenéticas que acababan en paro cardíaco o embolia. Era la ansiedad personificada.

    Hyde vaciaba vasos en los tiempos de El Día Antes. Disfrutaba del sosegador ritual repetitivo. Para él, el agua era vida y problemas. La copa de alcohol estaba en su mente. Llénala. Vacíala. Siéntete mejor. Casi deseaba que el Efecto Variante se le hubiese presentado de ese modo.

    Después de que los Mordedores le despellejaran, la compulsión por la bebida desapareció. Tuvo suerte y no contrajo la dermatofagia que a menudo contraían las víctimas de los Mordedores. En su lugar, tenía ataques de ansiedad disparados por nervios dañados que registraban dolores y emociones fantasma.

    En tales ocasiones se le cerraba la garganta, su corazón le martilleaba el pecho y quedaba incapacitado por una abrumadura urgencia de ponerse a cubierto —de esconderse. Los ataques eran una manifestación de su estado dañado y de la consciencia de ser un monstruo sin piel que debería estar muerto. No los causaba el Efecto Variante; era terror perfectamente natural.

    Su carrera terminó. La cicatrización dejó sus piernas atrofiadas —le obligaba a usar una silla de ruedas y sólo le permitía breves incursiones erguido con bastones y armazones. Hyde no discutió el temprano retiro. Sus iguales sospechaban que los Mordedores le habían envenenado, pensaban que el Variante estaba acechando y que algún día le convertiría. Cuando las víctimas de un Mordedor se convertían, sucedía rápidamente, a menudo durante el esquilado —sus compañeros de trabajo lo sabían. Y no importaban esas dos décadas que habían pasado desde el ataque. Le temían porque era horroroso. Probablemente, decidían al palito más corto quien le llevaba en coche donde necesitaba ir.

    Los Mordedores se habían llevado la mayoría de la piel de Hyde y la extracción fue de todo menos quirúrjica y limpia. La acción de desgarro también se llevó tejido conectivo y músculos. Los labios, párpados y escroto de Hyde habían desaparecido en el reparto. En muchas partes le habían retirado hasta la hipodermis. Debería haber muerto.

    Los doctores cultivaron injertos de las capas de dermis inferiores. Temían que perturbar cualquier resto de piel le causara un trauma. Eso les dejaba la piel del culo y entre los dedos de los pies. Las láminas de dermis cultivadas funcionaron lo bastante bien para remendar las cosas en secciones amplias, pero se endurecían y agrietaban en las articulaciones.

    Eso le hacía propenso a las infecciones. Los primeros días posteriores, casi muere tantas veces que había perdido la cuenta. Al final, aquellas áreas en su espalda sobre las que habían operado; glúteos, muslos y torso; fueron un zurcido de Frankenstein de injertos parcialmente fallidos.

    Eventualmente, se borró él mismo de la lista de espera para un transplante de cara. Un doctor le dijo que le estaban cultivando un juego de orejas y él simplemente dio una carcajada y dijo que a menos que las orejas tuviesen dos metros de altura y mangas, no las quería.

    Una renovada furia le recorrió el cuerpo y dobló sus despellajadas manos en cicatrices nudosas. Aquello era culpa de Borland. El borracho había hecho que lo esquilaran y el bastardo le había mantenido con vida después.

Capítulo 7

    Borland apartó los ojos del ángel de sangre —liberado; dio dos tambaleantes pasos hacia el pasillo y se abrió a sus terrores. Nadie había tenido elección en los tiempos de El Día. Él había tenido que hacer su trabajo. La gente con el Efecto Variante se volvió loca. Una vez que se presentaba, no había vuelta atrás. Y los devoradores de piel eran los peores.

    Disparé a una anciana en la cara. Dio un trago. Le reventé la cabeza a un chaval con una barra. Se tambaleó. Le prendí fuego a un hombre. Dio otro trago.

    Los devoradores de piel tenían que trabajar rápido para alcanzar el status de alfa antes de que sus heridas les mataran. Esa competición les dejaba cortes escarlata en las caras; les despellejaba los pechos y cuerpos desnudos. Era horrible lo que se hacían unos a otros. Pero a menudo el pelotón llegaba allí cuando el Variante acababa de tomar el control. Cuando aún parecían personas del barrio.

    Por eso el pelotón iba colocado. Y dejarse atrapar era malo, por supuesto. Perder no era una opción que pudieses contemplar sin la cabeza llena de algo. Pero ganar era imposible de enfrentar limpio y sobrio. Los devoradores de piel al principio aún parecían personas y sin el Efecto Variante sabías que aún eran personas: sentándose a la cena, saliendo para tomar una copa, leyendo el periódico o cantando en un Concierto de Navidad de tercer curso escolar.

    Borland dio un sorbo de whisky, caminó por el pasillo desde el ascensor.

    Tenías que matar todo lo que aparecía en tu camino. Sin balas, usabas un martillo. ¿No hay martillos? Derríbalos y usa los talones. Solo mátalos. Mátalos.

    Incluso así, él lo pudo aceptar. Lo pudo justificar. Un montón de condenados extraños con mala suerte. Mejor ellos que yo. Sácalos de su miseria. Era lo mejor.

    Pero todo aquello no era sino charla vacía cuando tu propio pelotón acababa esquilado. Cuando embolsados con los que te colocabas se convertían y tenías que cargártelos.

    Borland se alistó primero para los Pelotones Variante especiales porque estaba hasta el culo de deudas y le ofrecían bonus de peligrosidad. Los pelotones se formaban con policías de Metro y personal de primera actuación de los servicios de emergencia que trataban con todo, desde obsesivos-compulsivos que se lavaban las manos en el fondo de las piscinas hasta tricotilomaníacos en plena tormenta límbica que tumbaban a golpes peatones inocentes y se arracaban los pelos de la cabeza y las ingles.

    Los anoréxicos perecieron pronto y se adoptó la regla de disparar a los pirómanos a primera vista. Los adictos a las drogas y el juego se cuidaban de sí mismos. Con el tiempo, los pelotones especiales calificaron el Efecto Variante basándose en una escala de destrucción. El Variante intensificaba las neurosis, todas las ansiedades o compulsiones primitivas, con resultados impredecibles. Ninguno de ellos era bueno, pero algunos eran el Infierno sobre la Tierra.

    Lo peor había estado por ahí durante bastante tiempo antes de mostrar su cara despellejada. Nadie había sabido que aquello estaba sucediendo. Como muchas obsesiones, su ritual se hacía en secreto.

    Borland dio dos buenos tragos a la botella y la deslizó dentro de la chaqueta. Se acercó tambaleante a la pared y se abrazó a sus memorias.

    La dermatofagia era la compulsión por comer pellejo junto a las uñas, costra de heridas y piel muerta para reducir la sensación de estrés y ansiedad. El Efecto Variante los convertía en toda una nueva subclase de humanos.

    Los devoradores de piel caían en tres categorías:

    Los Kamikaze estaban auto-ritualizados, roían y picaban de sus propias extremidades hasta el hueso o, al menos, hasta que la pérdida de sangre los mataba. Sólo eran peligrosos si intentabas detenerlos. El tratamiento era coma inducido o bala por simpatía.

    Los Mordedores eran horrorosos en todos los sentidos y se les disparaba al verlos. Eran semiconscientes, con inteligencia de simio. La tormenta límbica incrementaba la respuesta dermatofágica al estrés, al mismo tiempo que turbocargaba el instinto de supervivencia. Esto daba lugar a un gran primate aterrorizado que sólo podía liberar su ansiedad al comerse la piel de otra persona.

    Viajaban en manadas de caza y trabajaban juntos, buscando como grupo alivio para su malestar. Se comunicaban con gestos y lenguaje corporal, y mediante variadas expresiones vocales para su único descubrimiento obsesivo: “Es piel.”

    Utilizaban esas palabras: la siseaban, la ladraban y la aullaban para todo."Es piel" mantenía unida a la manada en la caza. "Es piel" los concentraba sobre su presa.

    La corta proximidad con otros Mordedores conducía a interacciones violentas. Luchas de Piel. Mantenían puntuaciones y resolvían la jerarquía de la manada entrando en las caras de los demás. Había un líder Alfa macho o hembra, a veces más de uno. Puesto que ingerir piel causaba y curaba sus problemas, tales luchas de piel competitivas los dejaba lisiados y en carne viva de barriga para arriba.

    Algunos estaban tan degradados por la competición e interacción que estaban esquilados hasta el músculo. Sin labios, orejas o párpados. Monstruos. No vivían mucho, pero vivían lo suficiente. El tratamiento: disparar al verlos.

    El tercer tipo, los Acechadores, era posiblemente el más peligroso de los dermatófagos. Se parecían y comportaban como todo el mundo. El Efecto Variante en ellos era más sutil y extremo. Retenían su carácter y humanidad, y racionalizaban su obsesión.

    La consciencia demandaba supervivencia, así como el alivio de su estrés, su ritual se realizaba sobre las víctimas siempre en secreto, en lugares ocultos —a veces en la privacidad de sus propias casas. El tratamiento: Matarlos si podías encontrarlos.

    Los Mordedores eran los más destructivos, de ahí el riguroso protocolo: Precintado, Gaseado y Quemado. Asegurar el edificio. Aplicar BZ-2 a las víctimas. Contener el Efecto Variante con fuego.

    “¡Aquello fue en El Día y estamos en El Día Después! ¡No puedes cambiarlo!” La voz de Borland fue un quebrado resuello mientras golpeaba con el puño en los viejos tablones y escayola. ¡Él mató amigos! No sentía nada. Nada en sus articulaciones esquiladas, Nada en el cercano roce del vinilo apartado por una brisa o movimiento.

    “¡Conocían los riesgos!” Las lágrimas se acumularon en sus enrrojecidos ojos, empujando los carnosos párpados en mullidos montículos y finalmente inundando su voz hasta la asfixia. “¡Podían haber renunciado!” apretó los dientes como si fuesen de acero, recorriendo punta por punta con un audible crujido.

    “¡Lo volvería a hacer!” gruñó como un animal atrapado. Los músculos en su garganta se hincharon como mangueras a alta presión.

    Borland hincó las uñas en sus pesadas mejillas. “¡Basta!”

    El corazón latía como algo muerto, el capitán se puso en movimiento, se tambaleó por el pasillo dejando atrás las oficinas abandonadas y las ventanas entabladas. Lamentándose cayó, las rodillas crujieron contra el suelo. No le dolió. No lo estaba sintiendo. Antes de que pudiese gemir o rugir, un sonido le hizo levantar la cabeza. Allí, justo delante de él.

    Su forma corporal le decía que era una hembra, pero ahí es donde acababa la familiaridad.

    Hyde se había equivocado. Había un Mordedor en el edificio.

Capítulo 8

    La furgoneta se había movido otra media manzana y el estómago de Hyde continuaba revuelto. Confrontar a Borland y el pasado era inútil, y él pagaba por tal futil introspección con ansiedad. Para escapar a su malestar, dispuso sus pensamientos de vuelta al videojuego.

    A veces en el juego, jugando online a Águila de Guerra con gente por todo el mundo, se imaginaba a sí mismo de vuelta a los túneles matando negras formas homicidas. Y en el juego, no había un Borland. Y en el juego, ganaba.

    Pero no en los tiempos de El Día.

    El pelotón de Borland había contactado con Hyde cuando ya estaban en movimiento. Una concentración de ataques de Mordedores había dejado 20 muertos y docenas de desaparecidos en edificios y áreas adyacentes a una vieja sección de la universidad, entablada para demolición.

    Los camiones de BZ-2 estaban siendo descargados y el departamento de incendios estaba en tránsito. El gas BZ-2 estaba basado en el incapacitante ruso, pero modifcado para producir parálisis y muerte en todo momento.

    El Efecto Variante era permanente. Sus peores víctimas necesitaban jaulas; pero las jaulas se reservaban para los ricos y los famosos. Los efecfos menos intensos: síntomas similares al de Tourette,automutilación y fobias sociales leves se contralaban con asesoramiento y terapia del comportamiento.

    Con todo el mundo infectado de alguna forma, ni había espacio para las simpatías ni espacio en el asilo. Los casos homicidas y destructivos como los Mordedores eran erradicados. Dado que había una clase de afectados que podía propagar su forma Variante, nadie se quejaba. Sólo había que ver a un Mordedor en pleno ritual para saber que tenía que morir —si sobrevivías al encuentro.

    Borland tuvo su epifanía mientras fumaba crack en el camino de regreso a la estación tras una llamada sobre un pirómano que resultó ser una falsa alarma. Uno de los embolsados se estaba jactando de haberse acostado con alguien en los viejos túneles bajo la universidad cuando era estudiante en El Día Antes.

    La universidad usaba el laberinto de túneles y habitaciones como almacén y acceso de mantenimiento —nada más. Borland decidió que los Mordedores Alfa podían esconder sus manadas allí abajo. Esa localización daría acceso a estos a una ciudad entera a través de los conductos de ventilación, alcantarillas y caminos de mantenimiento subterráneos.

    Hyde le había dicho a Borland que le esperase. Estaba haciendo los cálculos y si no se tenía un cuerpo, probablemente había un Mordedor. Los túneles podían ocultar una gran manada de caza. Pero Borland y el pelotón estaban inflados de amilos y colocados de PCP y whisky. Cargaron las armas y entraron mientras Hyde y su escuadrón aún estaban a cuatro kilómetros fuera de los túneles.

    El transporte de Hyde se detuvo justo cuando empezaron los gritos. Las comunicaciones de radio eran discontinuas, pero el pelotón de Borland se había disipado. Estaban siendo masacrados.

    Hyde dejó la mitad de su personal en el transporte, les ordenó esperar apoyo y a las ambulancias del Pelotón Variante. Fueron a por refuerzos, rastrearon todos los puntos de acceso y cercaron los túneles; mataron todo lo que salió que no pudo identificarse a sí mismo.

    Hyde y 10 embolsados entraron, escanearon la oscuridad con las lámparas en sus capuchas. Recorrieron rápidamente los túneles, persiguiendo ecos del pelotón moribundo de Borland. Hicieron una carga por fin, las armas ardieron cuando encontraron un grupo de Mordedores que estaba despellejando a la mitad de los hombres y mujeres de Borland.

    Los Mordedores se empaparon de un montón de balas, siempre lo hacían. Todos iban hasta arriba de adrenalina y hormonas aumentadas por el Variante, incapaces de temer o de sentir algo más allá del aullido de su necesidad de piel.

    Pero el rugido del tiroteo también ensordecía al pelotón de Hyde y les sorprendió una manada de Mordedores que entraron por los túneles de conexión. Más de 40 llegaron gritando hacia ellos rechinando los dientes. Todos ellos siseando el objeto de su deseo: “¡Es piel!”

    Las palabras resonaron por los alrededores, escupida desde bocas sin labios. “¡ES PIEL!”

    Hyde quedó cegado pronto por los destellos de las armas de fuego a su alrededor.

    Dos Alfas, seis machos y tres hembras realizaron el ritual con él. Llamarlo ritual venía de El Día Antes, cuando el trastorno obsesivo-compulsivo no involucraba tanto dolor y muerte. El ritual aliviaba la ansiedad de los Mordedores.

    Horripilantes chillidos explotaron del pecho de Hyde. Cegado por el dolor —los desgarros le zarandeaban— su cuerpo flaqueó mientras vertía sus fluidos. Músculos desnudos y huesos de los dedos le agarraron por los brazos y piernas, le sujetaron mientras los Alfas trabajaban para liberar los bordes. Uno arrancó la ingle, otro requisó la piel de su pezón izquierdo ante el eco de los sonidos de arrancar carne.

    El dolor ofuscó a Hyde mientras le quitaban tiras de piel del abdomen, pecho y piernas. La sangre pronto cubrió sus ojos donde antes hubo párpados. Confusas formas brillantes salieron corriendo de la visión moribunda de Hyde. Se llevaron el montón de piel corriendo hacia la oscuridad. La manada se separó cuando él perdía el conocimiento. Un par de grandes machos tenían su cabellera y cara extendidas entre ellos como una máscara de goma.

    Estaba inconsciente cuando llegó Borland con su equipo de rescate. Sufrió la embolia cuando abatieron y gasearon con BZ-2 a los Mordedores. Llegó a la línea plana de constantes vitales cuando llenaron los túneles de la universidad con acelerante y los incendiaron. Fue listado como crítico pero estable la primera vez que deseó ver muerto a Borland.

    Un gorjeo de la radio arrastró a Hyde de vuelta al presente. Reacio a intervenir, escuchó bajo la capucha. El conductor, un cabo, no hablaba en voz baja —no tenía ni idea si Hyde estaba dormido o no. La gente raramente le trataba como si estuviese vivo. Hyde era fácil de ignorar: sin rasgos, sólo forma.

    “Recibido, aplicaremos BZ-2 a la perra cuando esté sellada.”

    Hyde se dio cuenta de que se había perdido la mayor parte de la conversación.

    “¿No está sellada todavía, cambio?” preguntó el cabo.

    “Borland se ha olvidado la cámara —volvió a entrar.” Estática. “Va a sellarla después.”

    “¡Recibido, cambio!” El cabo pulsó dos veces y enganchó el micrófono en el salpicadero junto al volante.

    “Conductor,” dijo Hyde, por fin su mente se aferraba al aquí y al ahora. “¿Qué acaba de decirle?”

    “¿Señor?” la voz del cabo registró sorpresa.

    “Por radio, dijo algo sobre BZ-2.”

    “Van a gasear el edificio cuando Borland vuelva a salir.” El cabo lo dijo como un hecho indiscutible.

    “¡Pero estaba sellado!” siseó Hyde.

    “Todavía no.” el cabo habló hacia su reflejo parcial en el espejo retrovisor.

    “¿Borland volvió a entrar?” los dedos sin piel de Hyde se agarraron a los brazos de su silla de ruedas, sus mandíbulas se movieron en silencio, calculando.

    “Sí.” su conductor dio una carcajada por algún chiste oculto. “Dijo que él lo resellaría.”

    “Pero, ¿y el protocolo?” Hyde negó con la cabeza. “¡No se puede romper un sello Variante!”

    “Se olvidó la cámara de fotos,” le reafirmó el cabo.

    “¡Pero eso no es protocolo!” gritó él cerrando sus esqueléticos puños.

    “Es viejo protocolo,” el cabo soltó una risita. “Y el Variante lleva desaparecido…”

    “¡Lléveme de vuelta allí!” le interrumpió Hyde mirando al tráfico. Este estaba empezando a moverse. “¡Use las luces y la sirena!”

    “Pero, capitán,” empezó el cabo.

    “¡Ahora!” Hyde golpeó los brazos de su silla. “¡LLÉVEME AHORA!”

Capítulo 9

    Borland se movió despacio hacia la pared. Aquello sí lo veía. Aquello atravesaba su alcohol y sus terrores. Los ojos del Mordedor habían quedado fijos en él, casi cruzados sobre su oscura y húmeda cavidad de los senos. Borland resopló y dobló una rodilla; su cerebro corría para asimilarlo.

    “Hyde…” susurró al levantarse. Sus hernias tiraban de él como anzuelos.

    “Esss piel…” siseó el Mordedor. Avanzó un paso sosteniendo los brazos doblados por los codos, con las manos despellejadas extendidas hacia fuera y los dedos cerrándose en el aire. “¿Essspiel?”

    Le habían retirado las características que definían su sexo junto a su piel, pero un pie llevaba un bota blanca de cuero con una hebilla dorada. El otro, incluso manchado de sangre tenía blandos contornos y pulido púrpura en las uñas. Se le había pelado la piel de su cuerpo desde arriba hasta la rodilla izquierda y tobillo derecho. Pellejos de tejido adiposo amarillo pendían del pecho.

    A Borland siempre le habían sorprendido lo similares que podían ser los Mordedores entre sí. Un cuerpo humano desprovisto de piel podía pasar por ambos sexos cuando se reducía a lo esencial. Incluso cuando un bonito par de ojos eran solo un blanco terror rodante sin párpados.

    Se habían formado bolsas de infección en el pliegue del brazo y torso, pierna e ingle izquierdos. La mayoría de los Mordedores morían antes de tener una oportunidad de curarse o cicatrizar realmente. Pocos vivían lo suficiente para intentar alcanzar el status de Alfa.

    Borland notó que su siseo le había hecho recorrer el pasillo hasta el final. Había grandes ventanas mugrientas detrás de él y en las esquinas. Para llegar a una de las oficinas tenía que moverse pasando junto a la cosa. No estaría seguro allí dentro, pero el estrecho umbral de la puerta sería más sencillo de defender.

    Avanzó muy despacio. Estaba a 5 metros de la oficina más próxima a su derecha.

    “Esss piel…” el devorador de piel respiró una advertencia. Había una inteligencia salvaje en sus ojos brillantes. Entre sus dientes expuestos babeaba saliva y sangre a medida que daba pasos hacia él. Su pulso recoría una red de venas expuesta.

    Hubo un golpe sordo y un martilleo a la derecha de Borland y un devorador de piel macho apareció a la vista. Una rápida mirada le bastó a Borland para ver los paneles suspendidos sobre su cabeza, trozos de fibra de vidrio caían como nieve. El laberinto de vigas sobre el techo caído era un buen lugar para montar una manada y a los embolsados de años después de El Día no se les habría ocurrido mirar allí.

    El macho tenía piel de cintura para abajo, expuesta a través de los agujeros de sus andrajosos pantalones. Tenía una zapatilla de corredor en un pie y un gastado calcetín en el otro. Le colgaba un brazo en un ángulo incómodo, los dedos estaban rasgados: el afilado hueso amarillo asomaba en las puntas. La otra mano arrañaba el aire. El músculo expuesto en su cara se retorció en un gruñido y ahulló.

    “¡SSSPIEL!” Sopló una bruma rosa de sus pulmones. Las costillas eran amarillas bajo la membrana y la infección.El devorador de piel estaba programado por el Variante. La adrenalina comprimía su faringe, le hacía chillar de modo estridente. Sus ojos oscuros se clavaron en la cara de Borland. Siseó agudamente mientras su jugoso córtex identificaba el foco de su alivio.

    Ritual : Retira la piel. Devora la piel. Reduce el estrés.

    “¡Es piel!” ladró cargando al mismo tiempo que la hembra.

    Borland levantó su arma y disparó sobre ella dos veces, las transparentes costillas se quebraron húmedamente cuando los impactos la lanzaron hacia atrás. Él giró la pistola hacia el macho, pero este se acercó rápido y el cañón resbaló en sus dientes antes de que pudiese disparar.

    Las expuestas puntas de sus dedos se engancharon en el abrigo de Borland. Él fue a por la cosa, llevó todo su propio peso hacia el pecho de la criatura, la empujó contra la pared, donde la cosa palmeó para darse la vuelta y se estampó antes de perder el equilibrio.

    La hembra se tambaleó, vertiendo sangre bajo ella mientras se ponía en pie. Pero Borland cargó hacia la oficina más cercana. Si podía colocar la espalda contra una pared, daría uso a las balas restantes. Su corazón se agitaba por el alcohol y el esfuerzo físico, su masa se lanzó hacia el umbral a unos tres metros de distancia.

    Pero un tercero Mordedor saltó gritando: “¡Esss piel!”

    La cosa tenía un ojo y le habían arrancado el muusuculo del lado izquierdo de la cabeza y cuello junto con la piel, dejando el cráneo en un ángulo grotesco. Las mismas heridas distorsionaban su torso y pecho, pero aún se movía bien, colocado con adrenales humanas y un sistema límbico enloquecido.

    “¡SSSPIEL!” rugió y corrió hacia él.

    Borland no dudó. Giró fuera del camino de la cosa y chocó contra la pared. Luego rodó y se giró de nuevo hacia el final del pasillo donde le esperaba la mugrienta ventana. Las siseantes llamadas del devorador de piel siguieron de cerca sus talones. La hembra estaba casi encima de él. Él se impulsó con las palmas en la pared, la ventana se crugió detrás de él.

    Los tres devoradores de piel permanecieron allí. Se pausaron con los ojos frenéticos por la ansiedad y la locura, sus dedos se estiraban y pellizcaban el aire del modo que pinzarían la piel de Borland. Sus lenguas lamían los dientes expuestos, anticipando el alivio del ritual.

    “Essspiel,” siseaban. “Esssspiel… Ssspiel. Essspiel.”

    La sangre manaba de los agujeros en el pecho de la hembra y salpicaba por la boca con cada respiración. Los demás estaban quietos, girando las cabezas como pájaros para orientar el ataque. Se aproximaron un poco, respondiendo a alguna programación ancestral, y se extendieron en abanico, haciendo imposible al enemigo escoger más de un objetivo al mismo tiempo.

    Borland levantó su .38 y equilibró su impotente masa. Los devoradores de piel recibieron varias balas del .38 y siguieron acercándose. Le quedaban cuatro balas.

    Las hernias le pinchaban —los músculos rotos le vararon en el sitio contra la pared. Borland empezó a resoplar irregularmente.

    Opciones.

    Miró hacia la ventana tras él: seis plantas y muerto. Miró a los Mordedores —demasiados.

    “¡Que os atragante!” gruñó Borland apretando el cañón en su propia sien.

    Los devoradores de piel aullaron y cargaron.

    Una pistola rugió.

Capítulo 10

    La cabeza del primer macho explotó salpicando en rojo. Sus ojos se distendieron y volaron en una lluvia de grumos. El cuerpo cayó al suelo.

    La hembra se giró hacia el cuerpo y su cara fue cortada por una bala de gran calibre. Su cuerpo colapsó a plomo. El macho con la cabeza sesgada chilló y corrió hacia Borland, pero tres balas le abatieron. La primera le arrancó la garganta en pedazos y el último le levantó la tapa de los sesos.

    Cayó a los pies de Borland.

    Con toda la excitación, Borland apuntó su .38 a una cara sin piel que le miraba con ojos sin párpados desde una pesada capucha.

    “¡Idiota!” le gritó Hyde. Se había apoyado él mismo en el marco de una puerta del pasillo, sus bastones de acero le sostenían erguido. Una humeante Magnum .44 se demoró en la cara de Borland antes de desaparecer de vista bajo su abrigo.

    Los brillantes ojos detellaron bajo la capucha y Hyde cambió su peso de los bastones para volver a su silla de ruedas, donde la había dejado en las sombras.

    Borland apuntó su arma a los devoradores de piel moribundos mientras pasaba sobre ellos. Sus cuerpos se retorcían y temblaban en pulsos sinápticos. La sangre manaba de sus cabezas destrozadas empapando el suelo de tablas. Una de estas criaturas había sangrado aquel ángel y debía de haber presentado el Efecto Variante largo tiempo dormido cuando los demás atacaron.

    Lo único en lo que Borland pudo pensar fue en las viejas reglas: Precintado, Gaseado y Quemado.

    Siguió a Hyde hacia la silla de ruedas.

    “¿No te han tocado?” preguntó Hyde acomodándose en su asiento, con la cara oculta en la capucha.

    Borland negó con la cabeza. Recordó haber empujado a uno fuera de su camino. Giró el brazo, vio las manchas escarlatas y rojas, luego se quitó la chaqueta, sacó la botella del bolsillo y tiró la prenda al suelo.

    “No.” apartó el abrigo de una patada. “Sólo empujé a uno.”

    “Protocolo.” la voz de Hyde sonó neutra.

    “Estamos en El Día Después,” dijo Borland mirando la botella en su mano antes de girarse hacia los cuerpos. Aún se retorcían. “Tenía sed.”

    “El Protocolo no vale nada si no se sigue,” gruñó Hyde, enganchando sus bastones en el asiento a su lado.

    Borland se encogió de hombros.

    “¡Precintado, Gaseado y Quemado!” Hyde golpeó los brazos de su silla de ruedas. “¿Qué parte de eso no entiendes?”

    “Deja de ladrarme… espera…” Borland alzó la vista. “¿Qué estás haciendo aquí?”

    “Sólo has tenido suerte,” siseó Hyde, pasando de largo a Borland en su silla de ruedas.

    “ declaraste que todo el lugar estaba despejado.” Borland agarró la silla, se inclinó hacia la cara de Hyde. A esa distancia podía oler antiséptico. “Pero no estaba despejado.”

    “Cometí un error.”

    Borland negó con la cabeza y gruñó.

    “Sólo estoy oxidado,” dijo Hyde, girando la cabeza para apartar la cara.

    “Oxidado …” repitió Borland. “¿Dónde están las ropas de la víctima?”

    “Si leyeses la historia sabrías que las nuevas manadas al principio de El Día no habían desarrollado el ritual. Requiere tiempo y sucesiones de Alfas refinarlo. Esta era una nueva manada. Lo quitaron todo del cuerpo —valoraron la ropa como la piel. Si miras en su guarida, encontrarás las ropas de sus víctimas. Parcialmente consumidas, quizá. Con más experiencia, los Alfas enseñan a los demás y el ritual evoluciona.”

    “¿Y los zapatos?” preguntó Borland distraído. Algo no le encajaba.

    “Otra vez te olvidas de la historia. Los grupos mueren por la falta de Alfas, pero también por el tiempo. Los Mordedores pierden los zapatos en la competición con otros Mordedores… es una pieza suelta de cobertura sacrificada en una lucha de piel y no tienen interés en ellas. Sus frenéticos modos de vida les quita o saca los zapatos,” gruñó Hyde. “Eso también indica a una nueva manada.” Gesticuló hacia los cuerpos. “Ninguno de estos lleva mucho tiempo como Mordedor.”

    “Así que acaba de empezar,” masculló Borland.

    “Para que se ocupen de ello otros hombres.” Hyde no quiso levantar la mirada.

    “Ya veremos.” Borland se dio la vuelta.

    Hyde empezó a empujar su silla de ruedas y se detuvo. “¿Ya veremos?”

    Borland señaló a los devoradores de piel.

    “¡Eso es el Efecto Variante!” se movió de vuelta hacia Hyde. “Se ha estado cocinando ahí fuera.” se palmeó el pecho. “Y aquí dentro. Está volviendo.”

    “Nosotros ya hicimos nuestra parte.” el tono de Hyde era fáctico.

    “Por eso nos sacarán del retiro.” dijo Borland con una risita. “Somos pobres bastardos con experiencia.”

    “¡Yo estoy acabado!” Hyde se giró a medias en su silla.

    “¿Como casi acabas conmigo?” dijo Borland con ojos encendidos.

    “Cometí un error, y si hubieses seguido el protocolo en vez de entrar aquí a beber...” Hyde fue a mover su silla pero se detuvo. “Precintado, Gaseado y Quemado.”

    “Para que cuando encontremos los cuerpos gaseados nos imaginemos que has perdido tu toque,” gruñó Borland. “Y nunca te volvamos a llamar.”

    “Cometí un error.” Hyde agachó la cabeza.

    “¡Pero aquí estás!” La puerta del ascensor rechinó por el pasillo seguida de gritos apagados a medida que entraban corriendo los embolsados. “Lo que prueba que sabías que había Mordedores y que diste el todo despejado de todos modos.” se quedó mirando la capucha agachada de Hyde “Podrías perder la pensión por esto.”

    “No te atreverás.” Hyde levantó la cabeza; mostró una quijada en carne viva y dientes.

    “¿Quieres verlo?” gruñó Borlan sintiéndose enfermo por su propia amenaza.

    “¡He acabado con esto!” siseó Hyde.

    “Eso dirás cada vez que me llamen.” Borland consideró esconder la botella a los embolsados que se aproximaban pero se encogió de hombros, la destapó y bebió.

    “¿Qué quieres decir con eso ?” los hombros de Hyde flaquearon.

    “Significa que vas a salir del retiro cada vez que lo haga yo.” Borland apartó la vista, desolado.

    Hyde quedó en silencio durante un segundo, derrotado, antes de decir, “Ibas a dispararte en la cabeza.”

    Borland asintió antes de susurrar, “Lo dices como si fuese algo malo,”

    “¡Maldito borracho!” Hyde empezó a ir hacia el ascensor.

    Borland gruñó y volvió a inclinar el codo.

Parte 2: OFICINA DE RECLUTAMIENTO

Capítulo 11

    Borland se estaba quedando seco y no le gustaba ni una maldita pizca. Le habían confinado en una sala de entrevistas durante dos horas con con sólo café y cigarrillos ofrecidos en el menú. Fumó y bebió como si le supiera bien, pero el café le estaba haciendo absolutamente lo opuesto a eso.

    Sentía la cara acalorada y dormida, y le dolían las tripas. Había engullido café y aspirado aire entre los tragos —deseando que fuese alcohol. Cada vez que se movía, su panza le daba tirones y calambres dolorosos donde había aparecido una nueva hernia después de su pequeña escapada de Hyde y de los devoradores de piel. Había sospechado que la hernia le estaba creciendo y, en efecto, allí estaba ahora. Lo peor de todo el maldito asunto era que hacía molestos ruidos rechinantes y borboteantes que le estaban empezando a cabrear tanto que necesitaba una copa.

    Hasta ahí había llegado.

    Necesitaba una copa.

    Y parecía que no iba a conseguir una hasta dentro de mucho tiempo.

    Cuando aún estaba echando los últimos tragos a la petaca que guardaba en el cinturón, Borland le había preguntado al oficial de investigación Dedos-de-estaño si necesitaba avisar a un chupasangre. Si es que era esa clase de investigación. Pero este le había dicho que no intentaban probar que hubiese cometido un crimen, sólo intentaban recoger bien los datos. Sólo para entender para futuras referencias cómo el intento de Borland de reclutar a un miembro retirado del Pelotón Variante había resultado en un doble homicidio.

    Brass había decidido que revivir pelotones era una acción necesaria, pero clasificada, después de que los informes de Borland y su antiguo compañero Hyde dijeran que el Efecto Variante se estaba presentando otra vez. Allá vamos… camino de la memoria.

    Por eso Brass estaba sacando del retiro el gordo culo de Borland y dándole el trabajo de entrenar a un pelotón para lidiar con la nueva amenaza. Fue idea de Borland mezclar embolsados novatos con expertos profesionales —si es que conseguía hacer palanca para sacarlos de sus casas de retiro. Sacar oficiales de vuelta al servicio quedaba bien en el papel, pero muchos de ellos se habían vuelto sedentarios y no habían visto ni pizca de acción desde los tiempos de El Día.

    Pero como los reclutas embolsados venían de las fuerzas del orden, el ejército y la respuesta a emergencias, su conjunto de habilidades tenía que ser seriamente actualizado para cumplir los desafíos que les esperaban. Perseguir a un drogata hasta el callejón de atrás era bailar un waltz en las tierras de la hadas comparado con plantarse en la acera con una manada de Mordedores en pleno ritual.

    Brass había ordenado a Borland que entrase para el interrogatorio después de que se enviaran coches patrulla y ambulancias a la escena, donde había empezado la fase de reclutamiento —después de que la situación se viniera tan abajo que salieron hasta pingüinos. Dedos-de-estaño se había reunido con él en el mostrador de proceso del CG y le había asegurado que hablarían, que siempre había un par de formalidades cuando había muertes durante el servicio de un oficial especial. No había motivo para preocuparse porque Brass estaba seguro de que Borland no había hecho nada criminal.

    Eso fue un alivio para Borland porque él estaba bastante seguro de haberlo hecho.

    Pero en vez de preparar una defensa, Borland pasó el tiempo luchando con la idea de convencer a Dedos-de-estaño para que le trajese un pack de seis de algo frío, si es que pretendía mantenerle allí toda la maldita semana.

    De vez en cuando se miraba la mano derecha, a los vendajes de ahí. La carne viva que cruzaba su palma estaba blanda e hinchada. Eso coincidía con la parte de atrás de su cabeza. Le había empezado a picar como si tuviese termitas.

    Dedos-de-estaño tenía unos 30 años, así que en los tiempos de El Día el tipo jugaba a los Teletubis. Era lo que llamaban un “niño Variante”. Pobres infelices estofados en los úteros de sus madres, pendientes de las muchas formas químicas y mutaciones del Varión.

    Cuando se colocaba en la estación, Borland y sus embolsados se referían a los bebés Variante como chicos kinder debido a los famosos dulces con la sorpresa dentro. Nunca sabías cómo se presentaría el Efecto Variante en un bebé Variante hasta que el chico había crecido lo suficiente para actuar por impulsos. Y entonces, normalmente, ya era demasiado tarde.

    En el caso de Dedos-de-estaño, no sabían que era Onicofágico hasta que le crecieron los dientes. Que era la historia que Borland recordaba. El hijo de un embolsado que después fue esquilado. Dedos-de-estaño solía jugar por la estación con grandes mitones de cuero en las manos.

    Tenía tres años cuando se le presentó el Efecto Variante. Esa mañana su madre le encontró hecho un desastre ensangrentado en la sala de juegos, se había mascado los dedos de las manos hasta la segunda falange. Los doctores se sorprendieron de que los dientes de un bebé pudiese hacer esa clase de daño. Los mordedores de uñas nunca se hacían tanto daño.

    Así que, mitones de cuero hasta que fue lo bastate mayor para ponerle unas prótesis. Cuando se masticó los dedos de nailon y de goma, los remplazaron por estaño. Supuestamente, su compulsión quedaba bajo control ahora con otros químicos, pero el rumor por la estación decía que el chico prefería las puntas de los dedos de estaño.

    La puerta de la sala de entrevistas se abrió.

    “Hablando del Rey de Roma…” gruñó Borland

    “Por la puerta asoma,” respondió Dedos-de-estaño. Llevaba una bandeja de cartón en las manos, equilibrada sobre una pila de carpetas de archivo. El café humeaba dentro de dos tazas de papel —otras dos tazas estaban vacías

    “¿Más café?” gruñó Borland. “No se nos permitía la tortura en los tiempos de El Día.”

    “Yo he oído otra cosa.” Dedos-de-estaño dejó los archivos, colocó el café en la mesa y volvió para cerrar la puerta. Cuando se dio la vuelta sacó una botella de whisky del interior de la chaqueta. Sonrió. “Prefieres miel en tu café, ¿verdad?”

    La destapó con sorprendente destreza, considerando la situación, y vertió un par de dosis en las tazas vacías.

    Borland extendió el brazo rápido y dio un gran trago antes de dejar la taza de nuevo y señalar hacia ella.

    Las cejas de Dedos-de-estaño se dispararon hacia arriba cuando asintió “Pero no te coloques.”

    “Un par de malditas copas.” Borland frunció el ceño girando el sabor del whisky por su boca. “No me colocan.”

    Dedos-de-estaño dio un sorbo de la suya mientras se sentó frente a la mesa. Los dedos de estaño relucían a la luz cenital. Sacó una pequeña grabadora digital del bolsillo y la colocó sobre la mesa entre ellos, luego la encendió.

    “¿Se ha vuelto todo el mundo gay ahí abajo?” Borland se movió en la silla para empujar las hernias hasta su sitio. Mantuvo un ojo fijo en el espejo de doble sentido sobre una pared. “¿Bebiendo leche?”

    “No gracias a ti, una gran iniciativa empezó en El Día Depués.” Dedos-de-estaño sacó un bloc de notas de la chaqueta del traje y lo lanzó delante de él. “No es fácil secar a los pelotones después de que vosotros aplicarais tratamiento al último de los Mordedores.”

    “Bueno, no fue el último, supongo.” Borland se bebió la mitad de su copa. El whisky empezó a calentarle la cara.

    “Eso he oído.” la larga cara de Dedos-de-estaño parecía más larga con la coronilla calva. Sus ojos brillaban bajo oscuras cejas. “Y por eso estamos aquí.”

    “Sí. Para montar un pelotón.” Borland empujó su taza medio vacía y señaló hacia ella.

    Dedos-de-estaño agarró la botella, la tapó y la deslizó de vuelta al bosillo. Luego se llevó a los labios la punta de un dedo de estaño. “Borraré lo de antes.” Se aclaró la garganta y empezó: “Teniente Emanuel Ortega entrevistando al Capitán Joe Borland en relación a los eventos ocurridos el 12 de marzo en la casa de retiro del Capitán de Pelotón Marshall Lovelock. Hora actual 4:30 p.m.”

    Sacó un bolígrafo y lo sujetó al dedo índice de su mano derecha.

    “Usted salió para reclutar a Lovelock.”

    “Sí, uno de sus uniformados me llevó allí en coche,” dijo Borland con voz raspada, sorbiendo su whisky

Capítulo 12

    Le dijo al conductor que esperase en el coche y se arrastró fuera del vehículo hasta la acera. Borland aprovechó la oportunidad para ajustarse las hernias mientras se metía la camisa dentro de los pantalones.

    No podía esconder ser viejo y tener quince quilos de sobrepeso, pero podía disimular un poco el hecho de que se estaba cayendo a pedazos. La idea le hizo preguntarse si se estaba quedando sobrio, o si la idea de ser llamado al servicio activo había conjurado también la noción de autorespeto.

    Necesitaba una copa y lo sabía.

    No tenía sentido poner en marcha a Lovelock llevando a un conductor uniformado con él. Si se parecía en algo a Hyde, el tipo estaría en su agujero jugando a los videojuegos y odiando el mundo. Marshall era otro de los capitanes en los tiempos de El Día y un especialista en combate.

    Este tío había estudiado todas las artes marciales que había, incluso había hecho un par de esos combates televisados en jaulas antes de presentarse voluntario a los pelotones cuando apareció el Efecto Variante. Su experiencia militar luchando contra los árabes en las reservas del ejército y la alta tasa de mortalidad entre los embolsados le subió rápidamente en las filas.

    Claro que, tendría casi 60 años ahora, de modo que era probable que hubiese dejado atrás sus días de ninja, pero era el mejor luchador cuerpo a cuerpo que Borland había visto nunca. Lovelock conocía todos los trucos para matar con las manos, los pies y los puños —cosas útiles en una pelea si un embolsado se encontraba sin armas y rodeado por una manada de caza.

    Borland confiaba en que Lovelock se presentase voluntario para entrenar a los nuevos reclutas. Ni siquiera quería tener que jugar la carta de la pensión otra vez.

    Su casa estaba en una de esa porquería de urbanizaciones con 30 adosados en fila que compartían delgadas paredes de conglomerado y paneles de yeso, situada en un denso suburbio encajado entre dos bloques de tiendas en los arrabales de la ciudad. Toda la casa estaba cubierta de ladrillo para dar a los dueños la sensación de que habían comprado algo que valía remotamente el cuarto de millón que habían gastado. Tenía tres dormitorios y un sólo retrete en la planta de arriba. La planta principal tenía comedor y salón unidos por la cadera, con una cocina abierta en el primero.

    Borland recordó los tiempos de El Día en que cuatro pelotones habían ido a limpiar un nido de Mordedores en alguna versión de módico precio ofrecida por el gobierno de esas urbanizaciones de casas en hilera. Gran parte de una familia se les había presentado como devoradores de piel, una predisposición de debilidad genética, y había atravesado la pared de un lateral —abriéndose camino casa por casa a lo largo de toda la manzana, matando todo lo que no acabó uniendose a ellos. Había veintiún Mordedores en la manada cuando los dos pelotones los liquidaran.

    Borland se ajustó el cinturón bajo la panza y alisó su nueva chaqueta. En realidad era nueva, regalada de la sala de pruebas después de haber echado a perder la antigua con los Mordedores y de que Hyde le hubiese costado su único abrigo de sport. Algunos juveniles habían sableado una tienda de ropa masculina para comprar la droga del día. Él se había encaminado hacia el coche patrulla cuando el conductor le había parado y arrancado la etiqueta del precio en el cuello.

    La noche antes, Brass había dado una reunión improvisada justo después del incidente del Mordedor. El jefe de policía estaba allí con cierto marrón de la oficina del alcalde. Hyde se había saltado las quejas de los dolores de pecho y lo habían llevado de vuelta a casa. Todo el mundo pensó que el tullido estaba fingiendo trabajar..

    La reunión se había prolongado hasta tarde, así que Borland se había quedado en el CG de la policía durmiendo a tripa llena sobre un hamaca en la sala de mantenimiento. Mientras dormía, se tomaban muestras en el edificio de la peletería antes de que el personal lo quemara y Brass avisara de otra reunión para las 0800 horas. Borland había entrado tambaleante en la sala esa mañana masticando café de pies planos. Y luego todo el asunto había llevado tanto tiempo que tuvo que servirse una copa de alcohol bajo la mesa.

    Finalmente Brass le había pedido a Borland que sugiriese nombres de los tiempos de El Día —tipos que se pudiera llamar al servicio activo como consulta— que no se hubiesen vuelto micos y demás. De lo alto de la cabeza él había sugerido a Lovelock. No le había visto en 20 años, pero el hombre era sólido en los tiempos de El Día y lo último que había oído era que aún seguía casado, lo que ya era algo.

    Brass había dicho, “Ve a por él.”

    Borland se subió los pantalones y se acercó paseando por el camino de hormigón hacia la puerta delantera de Lovelock. El césped era denso y con hierbajos a ambos lados, con un montón de parches muertos. La puerta se abrió antes de que él llegara allí.

    “¡Joe Borland, loco bastardo!” Lovelock cortó el aire con una nervuda mano extendida, queriendo que se la estrechara. Dio cortos pasos enérgicos, muchos, mostrándole un perfil rápido y juvenil. “¡Ese bigote te hace viejo!”

    “Bueno, Marsh, imagina lo viejo que parezco sin ti.” Borland cuadró los hombros instintivamente y paseó por el mismo sitio, imitando la postura. Odió a Lovelock por provocarle ese ridículo comportamiento. Era la clase de cosas que hacían los viejos junto a hombres más jóvenes —una enérgica pretensión que envolvía meter tripa y levantar las barbillas.

    Lovelock estaba en excelente forma, considerando la edad. La mayoría del pelo le había desaparecido. Su profundo bronceado suavizaba las arrugas de la cara y acentuaba los correosos músculos de su mandibula y cuello. Iba aseado. Un polo oscuro de manga corta y pantalones chinos plisados acentuaban esa apariencia. Su pecho aún estaba hinchado de músculo.

    Borland esta hinchado por la presión sanguínea, comidas grasientas y bebida. Ciertamente no era orgulloso. Reclamó su mano del fuerte agarre de Lovelock y hábilmente abotonó el único botón de su chaqueta que se quería abrochar.

    “¿Y tienes una copa por aquí?”

    “¿Qué sino?” se carcajeó Lovelock tomando el carnoso codo de Borland y conduciéndole rápidamente hacia la puerta delantera. Sus dientes eran más pequeños que los de Borland, pero más blanco sugería dinero, sugería más que una pensión de pelotón.

    Lovelock tiró de la puerta para exponer un bonito recibidor —una combinación de baldosas tres por cinco muy arreglada envuelta en sombras. Borland acababa de distinguir la forma de alguien al fondo. Era…

    “¿Te acuerdas de Tina?” Lovelock se giró e hizo un gesto. Eso era. La esposa de Lovelock era profesora. Buena pensión. Un seguro dental.

    Borland recordó más: la pequeña Tina de grandes pechos. Borland había hecho algunos ebrios pases a la mujer en los tiempos de El Día y había oído que Lovelock había hecho muchos más.

    “¡Tina!” Borland levantó la cara con una sonrisa y extendió los brazos. Mintió: “Estás fantástica.”

    Ella declinó el abrazo, le cogió la mano y la estrechó una vez. A él le bastó con eso. Nunca se acostumbraba al modo en que envejecían las mujeres, especialmente las bellas. Iban colina abajo tan rápido, tan lejos. De pie junto a Lovelock ahora, con grandes tetas de silicona o sin ellas, se parecía más a la madre de Borland que a la rubia que había intentado tirarse en tantas lavanderías.

    Ella estaba en justa buena forma, pero el tiempo había bajado la arena en todas las curvas. Llevaba un traje pantalón plisado que se ajustaba a la figura que quedaba. Tenía en las muñecas pulseras plateadas a juego con su collar, pendientes y uñas pintadas que sobresalían de sus sandalias de cuero blanco.

    “Tienes buen aspecto,” dijo ella con una voz un poco ruda.

    “Nunca has podido mentirme,” respondió Borland entrando y siguiéndola lejos de la puerta. Sabía que a Tina le había gustado él en los tiempos de El Día, a pesar de sus protestas, en realidad ella le había querido tanto como él la había querido a ella. De lo contrario, ¿por qué habría hecho él los pases, entrando y saliendo de la consciencia? Ella lo había estado pidiendo.

    “Bueno, entra,” dijo Lovelock. “Tina hará unos sandwiches.”

    “¿Qué hay de esa copa?” Borland empezó a andar detrás de Tina.

    No había dado dos pasos antes de que Lovelock girara en el recibidor hacia la puerta, pasara cuatro pestillos y colocara la barra de hierro bajo el pomo.

    “¿Esperas a Alí Babá y a los cuarenta ladrones?” Borland probó a hacer un chiste.

    “Nunca se puede estar demasiado seguro,” respondió Lovelock con una sonrisa, pero esta cayó plana cuando se concentró en su esposa. Borland también lo vio. La mirada de Tina era severa, fija en la larga cadena de acero de la puerta que su marido había dejado fuera sin colocar.

    “Perdón.” Lovelock dio una risita nerviosa. Luego procedió a deshacer todos los cierres, abrir la puerta y cerrarla otra vez, repitiendo el procedimiento de cerrado, esta vez deslizando la cadena de la puerta en su lugar sin pausa.

    “Vamos, Joe,” dijo Tina. Borland se giró para ver que un brillo de sudor se había formado encima de las finas cejas de la mujer. “Vamos a servirte una copa.”

    “¿Aún eres un hombre de whisky?” Lovelock lanzó un brazo sobre el hombro de Borland y señaló para seguir a Tina.

    “Bastante de todo lo que haya,” gruñó Borland.

Capítulo 13

    “Bueno, ¿su primera impresión de Lovelock fue positiva?” preguntó Dedos-de-estaño. Levantó la vista de sus notas y comprobó la grabación para asegurarse de aún estaba funcionando.

    “Sí. Hey, ¿puedo tomar otra copa?” refunfuñó Borland dando toquecitos a su taza vacía.

    Dedos-de-estaño sacó la botella, le sirvió un dosis.

    “Aún no puedo creer que los novatos me confiscaran la petaca al entrar.” se carcajeó Borland. “Jesús, es como una iglesia por aquí.” dio un sorbo, sonrió cuando el calor se extendió por su boca otra vez.

    “Bueno,” empezó Dedos-de-estaño, “¿Su impresión del Capitán Lovelock?” El chico kinder todavía no había rellenado su propia taza. ¡Nenaza!

    “Bien,” dijo Borland, deslizando los dedos por el astillado borde de la mesa. “Me pareció estupendo.”

    “¿Como... saludable?” asintió Dedos-de-estaño.

    “Claro, saludable,”gruñó Borland. “Yo no dudé de él.”

    “Seguro.” Dedos-de-estaño anotó eso y luego dio una carcajada. “Aunque no sabía lo de su esposa.”

    “Lo único que sabía sobre su esposa es que yo quería darle un grande y buen empujón.” Borland se encogió de hombros. “En los tiempos de El Día —grande y duro— así era yo.”

    “Ya veo,” murmuró Dedos-de-estaño y anotó algo en su libreta.

    “¡Hey!” Borland señaló. “¿Estás escribiendo eso?”

    “Está en esto de todos modos.” Dedos-de-estaño señaló a la grabadora.

    “Ah, demasiado tarde para que importe, pero…” Borland dio unos golpecitos a su taza de nuevo. “Es como si un montón de boy scouts hubiesen tomado el control de aquí.”

    Dedos-de-estaño frunció el ceño. “Desde El Día Después hemos estado tensando las cosas.”

    “Lo he notado,” dijo Borland reclinándose en su silla, disfrutando del extendido lustre del whisky.

    “En los tiempos de El Día era comprensible,” dijo Dedos-de-estaño. “El infierno andó suelto y cogió a todo el mundo con la guardia baja.”

    “Lo entiendo.” Borland se enderezó en su silla contemplando la idea de fumar un cigarrillo. El paquete que Dedos-de-estaño le había ofrecido antes aún descansaba sobre la mesa. Nah. Al infierno con ello. ¿Quién necesita cáncer también? “Sólo creo que es de broma, considerando.”

    “¿Considerando?” Dedos-de-estaño niveló su mirada.

    “Considerando que justo antes de que todos se pasaran al Varión, la gente contaba calorías y salvaba árboles mientras se atiborraban de antidepresivos y pastillas para el corazón,” dijo él. “Aquí, tíos, estáis limpiando vuestros actos del mismo modo y está volviendo otra vez.”

    “El Efecto Variante vino del Varión.” Dedos-de-estaño se miró la mano. “El Varión no era seguro.”

    “Ya lo sé,” dijo Borland. “Pero la gente lo tomaba porque prometía felicidad sin efectos secundarios..”

    “Ya veo, el camino fácil.” Dedos-de-estaño asintió.

    “Justo. Es mentira podrida,” gruñó Borland. “Elijo la resaca y el colesterol cualquier día.” golpeó la mesa con la mano hinchada. “¡ Y el ataque al corazón!”

    “Eso está mucho más aceptado ahora que los colocones que los pelotones y el público usaban para combatir el Efecto Variante, hacían más mal que bien.” Dedos-de-estaño dejó que sus ojos se hundieran en los duros labios y sudada quijada de Borland.

    “La opinión popular,” dijo Borland.con voz áspera, “nunca entró en un nido de Mordedores.”

    “Se cometieron algunos errores,” continuó Dedos-de-estaño, dando golpecitos en la mesa con la punta de sus dedos, “eso se podría haber evitado, habría habido menos colocones.”

    “Es fácil criticar a agua pasada.” Borland dio golpecitos a su taza y luego observo cómo Dedos-de-estaño le servía otra. “Es fácil criticar para los quarterbacks de sillón y chicos kinder.”

    Dedos-de-estaño se encendió por el uso del epíteto. “Ir colocado dificultaba determinar el curso de acción apropiado.”

    “Sí,” dijo Borland, golpeando la mesa. “¡Pero anota que quiero zumbarme a la esposa de un amigo.” dio una carcajada. “¿Ese sí es un curso de acción apropiado ?”

    “Entonces, no sabía lo de su esposa,” dijo Dedos-de-estaño cambiando a temas más seguros. “Que ella aún estaba…”

    “¿Cómo iba a saberlo?” Borland se puso rojo. “Nadie los ha visto a los dos desde El Día.”

Capítulo 14

    “Vosotros chicos, sentaos ahí y contaos vuestras horribles batallitas,” dijo Tina detrás del mostador acolchado, riendo mientras soltaba trozos de hielo dentro de los vasos. Botellas, vasos y utensilios de cromo relucían en un estante detrás de ella. Borland y Lovelock pusieron unos sillones Vago-S-Boys junto a la ventana de la bahía.

    Había una mesita de café frente a ellos y un sofá con mesas laterales frente a esta. Las pesadas cortinas acrílicas estaban cerradas, sus duros pliegues dorados actuaban en la mente de Borland como los barrotes de una celda.

    Observó a Tina charlando como una esposa de los tiempos antes de El Día que simplemente mezclaba bebidas para un par de amigos. Era tan sencillo.

    “Gracias, cariño,” arrulló Lovelock desde su vinilo Vago-S-Boys. “Pero tienes que venir y participar de vez en cuando. Tú estuviste allí también.”

    “No podía soportar los tiempos de El Día,” dijo Tina acercándose andando con cuidado, con las bebidas tintineando y casi derramando algo sobre la bandeja amarilla de plástico. Sonrió a Borland al entregarle su vaso. Él vio de lleno el puchero rojo de sus labios y centelleantes dientes, y se preguntó si ella aún…

    “Vosotros chicos, íbais tan locos como esos devoradores de piel de los que todo el mundo hablaba…” Tina terminó y empezó a volver a la cocina. “Fue horrible.”

    Cuando por fin se alejó para cargar el lavavajillas, Borland y Lovelock intercambiaron viejas miradas que estaban unidas a los viejos tiempos; los días de colocones y pérdidas de memoria en la vieja Estación Nueve.

    “¿Y sabes algo de Hyde?” los ojos de Lovelock eran serios.

    “¿Qué?” Borland negó con la cabeza preguntándose de dónde había venido eso. “¿Por qué iba a saber algo de él ?”

    “Depués de que le atacaran…” Lovelock dio un sorbo a su copa. “Pensé en darle algo de tiempo... ¿No salieron las cosas bien entre vosotros dos?”

    Borland se encogió de hombros y luego buscó en su retorcida ingle para recolocarse las hernias. Se aclaró la garganta mientras lo hacía para distraer la atención de Lovelock.

    “No importa,” le dijo. “Él y yo, no hay amor que perder.”

    “Ya. Siento haber sacado el tema.” Lovelock extendió el brazo y le dio una palmada en el antebrazo. “Pero en los tiempos antes de El Día, incluso durante la primera parte de ellos...” Lovelock empezó a sentir el vapor de Borland elevándose, de modo que empezó a tartamudear. “Y su hija… ah, tienes razón, agua pasada.” dio una carcajada. “Pensarás que ya soy mayorcito para saberlo.”

    La mente de Borland estaba vagando pasando ese punto cuando su atención se centró en el inmaculado estado de la mesa del comedor, la choza entera estaba llena de placas pulidas, el salón y… todo. Todo era simplemente tan —tan simplemente perfecto. La luz rebotaba de las superficies pulidas y le cegaba. Y Tina, podía oírla.

    Ella estaba en la cocina armando jaleo, dando portazos en los armarios y recogiendo estrepitosamente. Todo iba dentro del lavavajillas a su momento, lugar y ángulo apropiado. También estaba tarareando una canción, pero salía tensa y aguda y temblorosa.

    “¿Y habéis estado haciendo qué?” dijo Borland finalmente girándose hacia la mirada azul claro de Lovelock. “¿Zumbando como adolescentes?”

    Lovelock dio una carcajada por eso, negó con la cabeza y pinzó una pelusa en sus pantalones .“No, yo he optado por salir, Joe. Olvidar.” su expresión cayó. “Estoy un poco hecho polvo todavía.”

    “Sí…” Borland escuchó esto por encima del fuerte tintineo de sus cubitos de hielo. Bajó el vaso y frunció el ceño. “¿Qué?”

    “Bueno, es como si fuese ayer,” dijo Lovelock entrelazando los dedos. “Hicimos algunas cosas malas…”

    “¿Como salvar el mundo?” Borland se inclinó hacia adelante, ansiosamente infeliz por su vaso vacío. “Nosotros hicimos lo que teníamos que hacer y lo haríamos de nuevo.”

    “Pero los devoradores de piel…” los ojos de Lovelock mostraron fatiga de pronto. “Eso fue feo, y yo disparaba primero a veces y no hacía preguntas después.”

    “¡Yo siempre disparaba primero!” dijo Borland gruñendo severamente. “Lo cual me lleva a esto, porque ahora supongo que tenemos una oportunidad de hacer el bien, si eso es lo que quieres.” se rascó la barbilla con el dorso de la mano. “O… que arreglemos cuentas con nuestros demonios.”

    “¿Qué quieres decir?” Lovelock alzó la mirada por encima de los dedos retorcidos. Los duros nudillos estaban hinchados y en carne viva.

    “Por eso estoy aquí.” Borland levantó su vaso y lamió el fondo de sus cubitos de hielo. Nada.

    Lovelock se le quedó mirando como si hubiese un arma apuntándole al corazón.

    “Hablando de Hyde, cosa que has hecho tú.” Borland hundió la mano en el bolsillo de la chaqueta, sacó el informe arrugado. “Nos llamaron a ambos en una misión especial.” puso el sobre sobre la mesa. “Hemos encontrado Mordedores en la ciudad.”

    Lovelock saltó en posición de firmes. Cuadró los hombros, rigidez militar. Por un segundo pareció el antiguo capitán y hombre de combate cuerpo a cuerpo preparado para la guerra. Luego dio un par de frágiles pasos hacia el informe, envejeciendo a medida que se arrugaban sus rodillas. Se arrugó de vuelta a su sillón.

    “¿Mordedores?” soltó la respiración, desesperado.

    “Sólo tres. Están rastreando los cuerpos. Han conseguido identificar dónde estaba el Alfa escondiendo a su manada. También ADN.” Borland se encogió de hombros. “Lleva tiempo.”

    “¿Mordedores, ahora ?” los ojos de Lovelock eran tétricos.

    “ solo tendrías que hablar. Enseñar.” le tranquilizó Borland. “Créeme. Yo he tenido bastante de lo duro también… aquello fue entonces. Pero nos están llamando como voluntarios, Marsh, antes nos ordenaban que volviésemos al servicio activo.”

    “¡Voy a cumplir 60 por Amor de Dios!” gritó Lovelock. “¿Y qué será de Tina?”

    “Como he dicho, nos necesitan para entrenar nuevos Pelotones Variante,” rezongó Borland. “Somos demasiado viejos para hacer más que eso. Hemos hecho suficiente.”

    “¡La vida no funciona así!” dijo Lovelock. “Estoy retirado. Estamos retirados. ¡Se ha acabado!” Se levantó y juntó las manos delante de él. Luego se sentó en el borde del Vago-S-Boys.

    “Pero aquí estamos.” Borland agitó su vaso. Los cubos traquetearon ruidosamente. “Brass llama. Los antiguos soldados responden.”

    “¡Joe Borland el patriota, c-claro!” Lovelock dio una carcajada, estiró el brazo hacia el vaso vacío de Borland y luego se pausó, negando con la cabeza al decir: “No importa lo que Brass quiera. Tina me necesita cada minuto de cada día.”

    “Se acostumbrará,” le tranquilizó Borland. “Igual que lo hizo antes.”

    “No, no lo hará,” advirtió Lovelock.

Capítulo 15

    “¿No se ha preguntado por qué nadie ha visto a Lovelock El Día Después?” Dedos-de-estaño renovó la copa de Borland, subió a un par de dosis y tomó una para él mismo.

    “Me pregunté más por qué no tenía una TV.” Borland frunció el ceño. “Todo el mundo tiene una.”

    “Una señal de peligro, supongo. No se puede controlar lo que sale por la TV.” Dedos-de-estaño soltó una risita. “Les gustaba la tranquilidad.”

    “A todos nos gusta la tranquilidad.” Borland paladeó el whisky. Las cosas le estaban molestando por dentro, causando que sus orejas ardieran al rojo —cosas que iban más profundo que sus hernias. “Tampoco es que yo salga de fandango flipando en colores.”

    “Nadie ha visto a Lovelock ni a su mujer en público desde hace 20 años.” Dedos-de-estaño expresó esa afirmación después de dar un sorbo. “A él le gustaba hablar con los Oficiales de Operaciones de Psique por teléfono, y sólo se reunía con ellos en su casa.”

    “Los OOP dan escalofríos a cualquiera.” Borland recordaba a los loqueros que habían hablado con él El Día Después. “¿Qué saben ellos del Efecto Variante que no puedan encontrar en un eBook?”

    “La Oficina de Operaciones de Psique se creó por esa razón.” Dedos-de-estaño se mostró servil. “Los OOP fueron entrenados para evaluar y mantener la salud mental de todos los oficiales y uniformados decomisionados y retirados — embolsados — que ya no estaban en el campo.”

    Borland observó recordando al chico kinder que se había masticado los dedos en nombre del Efecto Variante. Eso le daba el derecho de usar la jerga.

    “¡La OOP se creó en los tiempos de El Día para crear el Efecto Variante! La mayoría de los pelotones tenían sus propias OOP que llevaban con ellos para evaluar la situación. Nosotros perdimos un par con los Mordedores,” gruñó Borland. “El Día Después, el gobierno tomó control de la OOP y la llenó de doctorados y trabajadores sociales y bebés llorones. Todos presionando con el libro de reglas del juego legal: ¡Mantenednos a los veteranos demasiado chiflados para no presentar una demanda!”

    “No nos desviemos del tema,” dijo Dedos-de-estaño, chasqueando los dedos con un clic metálico. “Sigue estando el hecho de que Lovelock se aisló él mismo.”

    Borland se encogió de hombros. “Nadie ha visto a Hyde tampoco.” consideró el lapso. “El Día cambió a todo el mundo.”

    “Hyde estaba en reclusión por razones obvias.” Dedos-de-estaño escribió algo en su libreta “El silencio de Lovelock era indicativo de otra cosa.

    “Había un montón de ese rollo Post Traumático pasando a todas horas… Hasta yo tuve un poco de eso durante un tiempo.” De pronto, el argumento de Borland pareció haber sido hecho para él.

    “Los Lovelock hacían que les enviaran la compra. Sólo compraban online. Lo mismo con asuntos bancarios y entretenimiento,” dijo Dedos-de-estaño, sus ojos sugerían que estaba llegando a su argumento. “ Lovelock fue visto fuera en sus jardínes, pero nunca vagaba por fuera de la propiedad. Nadie había visto a la Sra. Lovelock fuera de la casa.”

    “Bueno,” rezongó Borland. “Mucha gente se enterró bajo tierra El Día Después. Y casi todos aún están lidiando con el Efecto Variante a largo plazo.”

    “¿No tenía ni idea?” Dedos-de-estaño le miró con atención. “Su rango le daba acceso a todos los archivos personales. El de Lovelock era el primer nombre que escogió.”

    “Yo elegí al azar porque Brass me pidió un nombre deprisa. Lovelock me vino a la mente porque era digno de confianza y hacía ejercicio, y TAL VEZ estaba vivo.” se encogió de hombros. “No sabía ni jota sobre su esposa.”

    “¿No lo sabía?” los ojos de Dedos-de-estaño se tornaron dos rendijas.

    Borland extendió el brazo y cogió la botella de whisky. Se sirvió dos dosis y luego la dejó antes de decir: “Me sorprendió tanto como a cualquiera.”

    “Él sabía la penalización.” Dedos-de-estaño cogió la botella y la deslizó lejos de Borland. “Cuando los pelotones lo estaban recogiendo —destruyéndolo en los tiempos de El Día.” hojeó las páginas en el archivo y mostró una fotografía. Borland contó seis maletas de Varión al frente y más caras apiladas más lejos.

    “Los investigadores encontraron a estos detrás de un falso muro del techo de Lovelock,” dijo Dedos-de-estaño.

    Borland silbó y miró desafiantemente frente a la mesa.

    Dedos-de-estaño quedó en silencio, mirándole con lisiados nudillos cosidos.

    “¡Hey, yo no he seguido a nadie hasta su casa por las noches!” dijo Borland recordando los pelotones sentados en el asiento del pasajero para que el departamento de incendios quemara los detalles. Al principio aparecían en fábricas y sólo para monitorizar la destrucción segura mientras las compañías se quejaban de la orden. Más tarde, asaltaban almacenes y destruían cargamentos de Varión a punta de pistola cuando su precio subió como un cohete en el mercado negro. “Si Lovelock estaba recogiendo esa porquería, era su problema.”

    “Pero él le enseñó el Varión.”

    “Una botella.” Borland negó con la cabeza con un ojo en su taza. “Justo antes de que el infierno andase suelto.”

    Dedos-de-estaño abrió la carpeta del archivo y giró una hoja para que la viera Borland. Él no llevaba las gafas, así que tuvo que sujetarla a un brazo de distancia. Para su suerte, no tuvo que leerla.

    “Rastrearon los números de lote del Varión que encontramos en casa de Lovelock,” le explicó Dedos-de-estaño. “Y los relacionamos con los asaltos de la unidad de incendios.” de pronto pareció un poco como un fiscal presentando su caso. “Usted estuvo en la mayoría de aquellos saqueos con él.”

    “Él podía haber robado todo eso en cualquier momento,” dijo Borland, luego astutamente. “Dijiste que no necesitaría un abogado,”

    “Usted no.” dijo Dedos-de-estaño y sonrió. “Pero ya ha dicho que tenía otros intereses en la esposa de Lovelock y ella tomaba la droga.” hizo una pausa. “¿Hizo usted la vista gorda?”

    Borland se irritó. “Quería zumbámberla y eso es todo en lo que estaba interesado —como has escrito en tus notas.” movió una mano hacia los archivos, luego cayeron los hombros y se arrugó de nuevo en su silla. Las cosas se venían abajo, sin duda.

    “Sólo quería hacerlo con ella. ¡Marsh me amaba, si puedes creer en esa mierda!”

Capítulo 16

    Tina sonrió a Lovelock dulcemente en la cocina cuando él la llamó. Entró en el salón, tomó los vasos vacíos, los limpió y bañó con whisky nuevos cubitos de hielo en una larga acción contínua.

    Cuando los trajo de vuelta en una brllante bandeja roja de plástico, siseó y chasqueó la lengua al descubrir un pálido anillo de humedad sobre la mesa, donde la bebida de Borland había fallado el lugar del posavasos que ella había colocado.

    “¡Bueno!” dijo ella con una voz que subió hasta un estridente chillido al dejar la bandeja. Cayó de rodillas para frotar el revestimiento manchado con su delantal. “Chicos, no puedo dejaros a los dos ni un minuto sin que empecéis a dejar la casa hecha una ruina.”

    “No pasa nada, cariño,” la tranquilizó Lovelock, alzándose para coger su bebida. “La marca desaparecerá cuando se seque.”

    Borland se levantó hacia adelante para coger su whisky y volvió a hundirse en el asiento para observar el momento marital con una sonrisa. Eran momentos como aquel los que movían su solitaria existencia un delgado punto decimal más lejos de la miseria.

    “ que pasa,” dijo Tina con la voz quebrada por la emoción. Frotó, inclinó la cabeza para estudiar el tablero de la mesa y frotó de nuevo. “¡Mira, Marsh! Ahora tendremos que llamar para que arreglen el acabado.” dejó caer las manos y la barbilla en señal de derrota. “¡Y el hombre dijo que no esto aguantaría otro lijado!”

    Lovelock se levantó y se arrodilló a su lado, giró la cabeza así y asá. “Va a quedar bien.”

    “Pues tendremos que... comprar otra.” Los ojos se le llenaron de lágrimas. “No puedo, Marshall, sabes que no puedo.” Sus manos recorrieron el borde de la mesa. “Necesito esta.”

    “Está bien, querida,” Lovelock la confortó. Con un brazo alrededor de su esposa, señaló hacia la mesa. “La marca ya se ha secado justo ahora.”

    Tina miró al lugar durante medio minuto y luego suspiró de alivio.

    “¡Oh, Marsh, gracias a Dios!” Sus ojos miraron Lovelock con adoración durante un segundo y luego cayeron para mirar mansamente hacia Borland. “¡Soy una gansa tonta, Joe!”

    “Ah, demonios, Tina, no te preocupes por eso.” dijo Borland moviendo las manos. “Es una casa preciosa. No se puede dejar a un par de viejos gandules beber aquí dentro.”

    Tina sonrió. “Marshall puede beber aquí dentro.” Sus ojos se tornaron fríos y luego llenos de veneno. “Y no ha habido un problema así en años.” Miró hacia Lovelock, que había tensado el brazo alrededor de la cintura de Tina y la ayudaba a ponerse en pie.

    “Cariño.” Lovelock tomó los codos de su esposa en sus manos y la giró hacia la cocina. “¿Puedo hablar contigo?”

    Borland les observó irse, saboreando el whisky. Pasaron el umbral de la cocina y escuchó un sonido siseante, una voz —furiosa y odiosa. Esta quedó tapada por el arrullo confortante de Lovelock. Borland se inclinó hacia adelante para escuchar. ¿Ruidos de lucha? Un gruñido. ¿Pies resbalando por las baldosas? Luego hubo súbitos sollozos seguidos por el traqueteo y el golpecito de una botella de píldoras abriéndose. Más arrullo de Lovelock, y luego ¡tip tap, saltito —pop! Agua corriendo de un grifo. Tintineo de cristal.

    Aparecieron en el umbral de la cocina y caminaron hacia Borland. El brazo de Lovelock rodeaba la espalda de Tina. Los ojos de esta estaban hinchados y enrojecidos. Borland percibió que Lovelock se metía algo dentro del bolsillo izquierdo del pantalón.

    “Lo siento, Joe,” dijo Tina finalmente. Sus ojos dieron medio paso histérico hacia la mesa antes de que Lovelock la tranquilizara con un abrazo. Borland siguió la mirada y suspiró de alivio. la marca había desaparecido. “Soy una verrugosa preocupada a mi edad.”

    “Demonios, Tina. Ninguno de nosotros se va a hacer más joven,” dijo Borland y palideció ante la mirada que la mujer le lanzó a Lovelock. La cara de su marido estaba oprimida de preocupación.

    “Dejaré que vosotros dos viejos, viejos …” Tina recogió la bandeja y la limpió con el delantal. “Viejos amigos habléis.” luego localizó una marca en su delantal y se arrancó la prenda de encima como si estuviese ardiendo.

    “¡Ahora tengo que hacer la colada!” Giró sobre sus talones y marchó hacia una puerta junto a la entrada. Borland oyó sus pies resonar por las escaleras hacia el sótano.

    “Mujeres…” dijo Lovelock y sonrió tratando de dejarlo pasar.

    “¿Está bien?” preguntó Borland. El sudor brillaba en la frente de Lovelock.

    “Sí. Es que se preocupa demasiado. Y eso me preocupa a mí. Y entonces se preocupa.” Recogió su bebida. “Nos alimentamos el uno al otro.” Dio un apresurado sorbo y tosió. “Pero puedes entender por qué no puedo… no podría dejarla.”

    “Nunca he conocido a una mujer que no fuese quisquillosa, Marsh,” dijo Borland sin querer empezar a amenazar con las pensiones todavíia. “Además, si necesita ayuda, Brass podría asegurarse de que cuidan de ella mientras estás trabajando.”

    “No. No. No. No.” Lovelock negó con la cabeza y dio otro sorbo. Luego colocó con cuidado el vaso sobre el centro del posavasos. “Nadie del exterior. Sé como funciona Tina.”

    “¿Esto viene de los tiempos de El Día?” Borland empezó a encajar las piezas del puzzle. “El Efecto Variante. Todo tenía un toque de algo, ¿verdad?”

    “Bueno. Bueno. Bueno, Yo no diría eso.” Los ojos de Lovelock se elevaron mientras sacudía la cabeza de izquierda a derecha antes de empezar a asentir. “Sí. Sí, Yo diría que sí. Pero no tanto como lo de ahí fuera.”

    “¿Se le ha presentado?” Borland frució el ceño enfadado. “¿No buscaste ayuda después?”

    “Lo intentamos.” Lovelock movió la cabeza ridículamente y Borland empezó a preguntarse si el antiguo captitán no tendría un toque de algo él mismo. “Los OOP sugirieron la nueva droga, pero esa la ponía peor.”

    “Jesús.” Borland se frotó su hirsuta quijada, mirando hacia la puerta del sótano. “¿Se quedó sin Varión y le enrró el mono?”

    “Mira, Joe.” Lovelock se puso en pie de pronto, palmeando nerviosamente su bolsillo. Borland oyó un traqueteo distinguible. “Creo que puedes entender por qué no puedo volver. Tina me necesita y ella estuvo allí por mí todo el tiempo de El Día. Cuando tú y yo salíamos ahí a colocarnos y a matar. Ella me necesita ahora.”

    Borland se lanzó hacia adelante, se levantó de la silla antes de inclinar su vaso y sorber lo último de la bebida de los cubitos de hielo.

    “Ojalá fuese tan sencillo, Marsh.”

    “¿Qué quieres decir?” Lovelock permaneció congelado en el sitio. Observó cada movimiento de Borland, seguro de que el grandullón iba a causar algún tipo de accidente o lío.

    “Esto no es una petición.” Borland dejó el vaso sobre la mesa con un golpe, a unos buenos tres centímetros del posavasos.

    “¡Joe!” se lamentó Lovelock y avanzó de un salto. Colocó el vaso de Borland sobre el posavasos y frotó la mancha con la falda de la camisa. “Tal vez sea mejor que te vayas.”

    “No te estoy pidiendo que regreses al pelotón.” Borland vio al hombre agacharse sobre la alfombra junto a la mesa. “Lo ordena Brass.”

    Se dobló y agarró a Lovelock por el brazo, empezó a tirar de él hacia arriba.

    “¡Para de agacharte, hombre!” voceó Borland cuando el antiguo capitán se tambaleó y luego recuperó el equilibrio.

    Borland metió rápidamente una mano en el bolsillo de Lovelock —la tela se rasgó.

    “¡No!” Lovelock reaccionó por instinto. Interrumpió la presa de Borland y el grandullón se tumbó sobre el sofá, jadeando.

    “¿Qué has hecho?” gritó Lovelock, echando mano al bolsillo rasgado.

    Pero Borland ya había girado la botella de píldoras en su cicatrizado puño. Estaba leyendo la familiar etiqueta azul y blanca: VARIÓN – Tratamiento diario para … y no pudo leer el resto sin las gafas, pero no importaba.

    “Ah, Lovelock, estás jodido…” sonrió Borland.

Capítulo 17

    “No le arrestó de inmediato,” dijo Dedos-de-estaño removiendo los papeles ante él. “Ese es mi problema con su historia.”

    “¡Esta no es mi historia, es la verdad!” rezongó Borland señalando a su taza. Dedos-de-estaño negó con la cabeza. “De todos modos, yo quería salir con toda la piel y no sabía en qué parte del edificio estaba Tina en ese momento. Ni si se estaba — presentando plenamente el Efecto Variante, no sabía con lo que estaba tratando. Ella podía haber sido cualquier cosa. Sí, una quisquillosa, eso estaba claro, pero yo no sabía qué más tenía ni que aún estaba tomando Varión para tratarlo.”

    “Los resultados serían impredecibles.” Dedos-de-estaño garabateó algo en una carpeta de archivo con su bolígrafo.

    “¿Tú crees?” gritó Borland. “¡Varión durante más de 30 años! No lo probaron con monos tanto tiempo. ¿Veinte años como máximo en los tiempos de El Día?” dio un golpe a la mesa. “Podía haber sido programada para cualquier cosa.” luego soltó una risita al encontrar un humor macabro. “Y Marsh sabía la penalización por obtener, administrar, usar o vender Varión después de la prohibición. Nunca vería la luz del día de nuevo. ¡Yo sabía que él sabía que yo sabía eso!”

    “¿No llevaste el arma contigo?” preguntó Dedos-de-estaño.

    “No.” Borland suspiró. “¿Por qué iba a llevar un arma en una visita de reclutamiento?” Borland se había hecho la misma pregunta. Estaba volviéndose blando, o el alcohol se estaba haciendo torpe. En los tiempos de El Día, dormía con un arma en el cinturón, y ocultaba armas en todas las habitaciones del apartamento. “Y no estoy seguro de que fuese legal. Al menos hasta que me reincorporaran al servicio activo. De lo contrario sólo soy un desgastado combatiente de Mordedores con una panza llena de alcohol y un arma humeante en la mano.”

    Dio una carcajada, sabiendo que esa situación le dejaba totalmente expuesto a la acusación y a los problemas. Un cabeza de turco con una correa. “Y fui allí para hablar con el tipo, no para amenazarle.”

    “Porte su arma en todo momento en el futuro,” dijo Dedos-de-estaño. “El papeleo está terminado. Es un capitán otra vez. Enhorabuena.”

    “Bien.” Borland se ajustó las hernias y observó con severidad a Dedos-de-estaño frente a él, preguntándose distraídamente si Brass le pagaría el arreglo para sus tripas. Se encogió de hombros y asintió comprendiendo la importancia de su reincorporación. Era una buena señal de que no iban a ir a por él por lo que había sucedido. Las preguntas del chico kinder no habían sido duras, pero se las había lanzado con fuerza para ver si podía soltar algo agitándolo.

    “¿Sólo vio una botella de Varión?” Dedos-de-estaño sorbió de su bebida.

    “Sip, y cuando eso me caló y pensé que yo podría estar en un muy mal lugar, Lovelock me empieza a llorar un río.” Borland quedó aliviado al ver que Dedos-de-estaño estiraba la mano para servir otra copa.

    “¿Ahí es cuando le habló del estado de su esposa?” Los ojos de Dedos-de-estaño parecieron doblar la rodilla durante un segundo, como si el status de chico kinder hiciese al hombre compadecerse de la pobre Tina.

    “Sí, el condenado se derrumbó o como se diga. Supongo que sabía que en cuanto su esposa bajase al sótano, cogería un trapo y empezaría a limpiar y a ordenar y a arreglar.” gruñó Borland. “Él sabía que ella se sentía cómoda allí abajo, se sentía segura haciendo eso y él tenía algo de tiempo para hablar.”

    “Vale, sólo para el registro.” Dedos-de-estaño equilibró su mirada. “¿No sabía nada del Varión que él había acumulado en los tiempos de El Día?”

    “Ya sabes qué otra cosa encontrasteis en el sótano,” gruñó Borland. “Si yo estuviese metido en aquello, ¿por qué iba a señalarte dónde estaba?”

    “Para ocultar la complicidad.” Dedos-de-estaño aún estaba suspicaz.

    “¡Ah, mierda, has leído mi historial!” la cara de Borland se encendió. “Nunca he sido tan listo y lo sabes.”

Capítulo 18

    “Tina es agorafóbica,” susurró Lovelock deslizándose sobre el sofá y tirando de Borland para sentarse a su lado. A Borland no le gustó la posición, le dejaba la espalda medio girada hacia la puerta del sótano.

    “Déjame ver…” Borland excavó en su memoria. Lovelock había bajado el volumen de su caja vocal. “Teme lo que es nuevo, le desagradan los exteriores…” dio una carcajada improbable. “Ha pasado un tiempo.”

    “Los que sufren de agorafobia se vuelven ansiosos en entornos no familiares donde perciben que tienen poco control. A Tina no le gustan los espacios abiertos, las multitudes ni viajar,” dijo Lovelock como si tuviese una página web justo delante de él. Sus ojos se llenaron de lágrimas.

    “Pero, no eres agorafóbico. Debe de haberte vuelto loco.” Borland trató de mantener su visión periférica en la puerta del sótano.

    “No es tan malo. No es tan malo, Joe.” los ojos de Lovelock rodaron por la sala. “Pero las rabietas, los rituales —ese paso a paso obsesivo-compulsivo, el control del entorno… eso sí me afecta, pero… no es tan malo.” la voz de Lovelock volvió a un tono confortable. “Ella sólo quiere estar en casa. ¿Tan horrible es eso? Esta es su casa, su zona de confort.”

    “De acuerdo,” rezongó Borland. “Todos tenemos nuestras manías, pero,¿por qué le estás dando Varión? ¿Sabes el problema en el que estás metido?”

    “No sabía lo mal que estaba hasta que la dejaron fuera del Varión.” Lovelock asintió ante los recuerdos con cara llena de aflicción. “Cuando fue prohibido por primera vez en los tiempos de El Día y ella quedó fuera… no podía dejarme salir para hacer mi trabajo con el pelotón. Trató de suicidarse. La nueva droga que le prescribieron no funcionaba —la dejaba peor.”

    “Así que empezaste a robar Varión cuando se suponía que teníamos que destruírlo.” la espalda de Borland estaba empapada de sudor. Sus oídos habían empezado a picarle con cada ruido. ¿Dónde demonios estaba Tina?

    “¿Qué importaba eso, Joe?” Lovelock agarró el pesado antebrazo de Borland. “Yo ya estaba entregando mi vida al pelotón para combatir el Varión. Y la droga la ayudaba. ¿Y qué?”

    “Mira,” susurró Borland. “Tienes un buen argumento. Has tabajado para los pelotones. Tendrán eso en cuenta. Así que, os entregamos a los dos y no serán duros con vosotros” gruñó. “No tienen por qué serlo.”

    “No es tan simple,” dijo Lovelock y ambos encogieron las cabezas al oír un ruido. Un retumbar, se había encendido el horno. “Tina tenía algunos problemas.”

    “¿Qué tipo de problemas?” dijo Borland ceñudo.

    “Se ponía muy a la defensiva.” Lovelock se frotó las manos. “No mucho tiempo después de la prohibición empezamos a usar Varión a escondidas y yo fui capaz de salir durante cortos periodos.”

    “Y…” las pesadas facciones de Borland se tensaron.

    “Había un Testigo de Jehová —un hombre que no dejaba de visitarnos. Era persistente. Le dije que dejase de venir. Incluso colgué un letrero; ¿conoces esos de No moleste…?” Lovelock echó mano a su bebida, dio un sorbo. “Cuando volví a casa, Tina lo había cortado entero y lo había guardo en el refrigerador que tenemos escaleras abajo.”

    “Ah, Jesús…” Borland respiró las palabras. “¿Lo mató?

    “El tipo activó algo dentro de ella.” Lovelock se encogió de hombros. “Ella no sabía qué hacer. Él era una amenaza para su hogar.”

    “¿Cómo demonios?” Borland negó con la cabeza. “¿Cómo salió ella libre de esto?”

    “Ayudé a esconder el cuerpo, levanté el hormigón del sótano y le enterré.” Lovelock apretó las manos en dos puños. “Los polis normales no hicieron preguntas cuando peinaron el área porque me reconocieron de los pelotones.” Las lágrimas rodaron sobre su cara bronceada.

    “¡Bueno, por eso prohibieron el Varión, Marsh!” gruñó Borland. “¡Trabajaste con los malditos pelotones. ¡Tú sabías eso!”

    “Una vez que salí para ir al banco, mató a una mujer que trabajaba para la compañía del gas que intentaba que nos pasásemos al patróleo. Tina la rebanó en lochas y la envolvió en lonas de plástico en el sótano. También la enterré.” Un sollozo de derrota zarandeó al antiguo capitán. “Tuve que hacer lo mismo con un encuestador político —un año electivo atrás.” soltó una macabra risita. “Por eso no puedo volver a los pelotones.” Apretó el antebrazo de Borland. “No se puede quedar sola.”

    “Vale, Marsh.” La visión periférica de Borland se dividiia ahora entre vigilar la puerta del sótano y estudiar a Lovelock. “Es que tenemos que ir. Entenderán tu posición. Pero si se ha presentado en Tina, ninguno de nosotros está a salvo aquí.”

    “No exageres.” Lovelock rodó los ojos hacia la puerta del sótano. “Lo mejor que podemos hacer es actuar normal. Tina ha hecho sandwiches. Nos los podemos comer y luego encontrar un modo de sacarte de aquí y tú vuelves con algunos embolsados.”

    “¡Al infierno con eso!” Borland se inclinó hacia el siseando, “Yo me voy de aquí ahora.”

    Se oyó un clanc. Borland se giró rápidamente. Nada. La puerta del sótano aún estaba cerrada. Pero, el sonido…

    La expresión de Lovelock se torció en toda su cara. Sus ojos se apartaron de los de Borland hacia la puerta del sótano y de vuelta a Borland.

    “¡Marsh!” Agarró a Lovelock por el codo. “¿Está aquí arriba?”

    “¿Qué estáis susurrando vosotros dos?” Tina apareció en el umbral de la cocina con la cabeza gacha y el pelo colgando por delante de la cara. Un trapo para la limpieza goteaba en su mano. “ Ya sabéis que no es agradable tener secretos.”

    Borland se puso en pie, desprevenido. Sabía que el Efecto Variante amplificaba todo, enfermedades psicológicas, fuerza, destreza y tendencias homicidas…

    “Ah, cariño…” Lovelock dio una carcajada poco convincente al levantarse junto a Borland. “Sólo estamos charlando sobre los viejos tiempos, no es adecuado para el sexo más razonable.”

    Tina levantó la cabeza, sonriendo. Su paranoia estaba incendiando el espacio entre ellos. Finalmente, se giró hacia Borland.

    “Joe Borland,” le dijo negando rápidamente con la cabeza. Le latían las venas del cuello, los músculos y tendones vibraban con fuerza de acero. “Eres una mala influencia para mi marido. Marshall nunca me había mentido antes.”

    “¿De qué estás hablando, Tina?” Borland se meció hacia adelante sobre la punta de los pies, tratando de parecer casual. “Sólo nos reíamos de cuando un embolsado llamado Marconi se cagó encima cuando le sorprendió un Mordedor Alfa.”

    “Eres un pésimo mentiroso, Joe.” Tina dejó el trapo de limpieza sobre el mostrador. “Pero tú no eres como Marshall. Él me miente para ayudarme. mientes para ayudarte a ti mismo.”

    Borland aprovechó la oportunidad para agacharte y coger un vaso de cristal. No era gran cosa como arma, pero…

    Cuando se levantó, Tina se había ido. Él se giró hacia Lovelock. “¿Dónde se ha metido?”

    “Lo siento Joe, pero a ella le gustan las cosas tal como están…” la cara de Lovelock era débil, le temblaban los labios.

    “Lo limpiaremos todo de nuevo,” suspiró, derrotado. “Ahora no puedo dejar de ayudarla.”

Capítulo 19

    “¿Y ahí es cuando lo mató? Es extraño, tengo que decirlo, que una agorafóbica mate a su marido. Me refiero a que él formaba parte de su zona de confort y la amenaza era usted.” Dedos-de-estaño se rascó la barbilla con sus dedos de estaño.

    “No encaja con la literatura, y hay mucho sobre la materia. Casi todas las psicosis, trastornos de personalidad y humor llevan siendo materias de estudio desde El Día Después.”

    “¿Y cómo demonios voy a saberlo?” Borland se encogió de hombros. “Pregunta a la OOP.” Se aclaró la garganta. “En cuanto sacó las agujas de ganchillo el infierno entero se soltó de la correa.” Hizo una pausa mientras el rubor le calentaba el rostro. “Supongo que él no podía descuidarse ni un momento. Decidió enmendar su vida. Casi se puso delante de ella a propósito.”

    “Agujas.” Dedos-de-estaño tosió una carcajada y negó con la cabeza. “Ese es el clavo en el ataúd, ¿eh? Tejerle al pobre bastardo un jersey como la esposa modelo y luego: ¡BAM! Él tira por tierra su reputación y ella le revuelve los sesos con agujas de acero.”

    “Como he dicho,” dijo Borland, hundiéndose en su silla. Iba a tener que ponerse a beber en serio pronto o irse a dormir. En cualquier caso, algo había que hacer. “Todo se volvió una locura cuando Tina salió de la cocina.”

    “Bueno,” murmuró Dedos-de-estaño, tomando nota. “Le diré esto, se has topado de frente con esto otra vez. Primero los Mordedores con Hyde y ahora tiene una agorafóbica en completa presentación.” Negó con la cabeza. “Siempre dijeron que era un superviviente. Yo no tenía ni idea.”

    “Lovelock había hecho su cama.” la cara de Borland se ensombreció. “Le ayudé a meter las sábanas.”

    “Aún así,” masculló Dedos-de-estaño reuniendo sus archivos. “Ver caer a un viejo colega, asesinado por su propia esposa. Y luego tener que usar la misma arma para cargársela a ella.”

    “Como si no tuviese ya bastante que olvidar.” Borland se elevó sobre sus pies. Sintió el pecho pesado. Su respiración entraba en resuellos.

    “Bueno, gracias por cooperar, Capitán Borland. Todo parece en orden. Es un incidente desafortunado.” Dedos-de-estaño se guardó la grabadora en el bosillo y se levantó con los archivos bajo el brazo. “Me han dicho que me asegure de que comes algo y luego tengo que llevarte a la estación.”

    “¿Qué? Llevo dos días aquí.” Borland colapsó de vuelta a su silla.

    “Están llegando un montón de embolsados. Brass quiere que les des el visto bueno. Tu vieja estación, la número mueve, va a estar en funcionamiento.” Dedos-de-estaño miró su reloj. “El Captitán Hyde está en camino.”

    “¿Hyde?” a Borland se le hundió el espíritu. “Entonces escucha. Dame el resto de la botella y te prometo que haré una revista rápida a las tropas.” Sonrió firmemente. “Después de eso, se acabaron las apuestas.”

    Dedos-de-estaño colocó la botella sobre la mesa y luego se pausó junto a la puerta para observar a Borland luchar con el tapón.

    “Tengo que irme a hacer un par de cosas, luego te traeremos unos víveres. ¿Pizza va bien?” Dedos-de-estaño le miró de arriba a abajo.

    El encogimiento de hombros de Borland le sacudió la panza. “¿Me lo preguntas a ?”

    “¿Estás bien?” pregunto el chico kinder, había verdadera preocupación en su cara.

    Borland se sirvió una taza. “Esperaré aquí.”

    Dedos-de-estaño asintió y salió andando de la sala de entrevistas.

    Borland dejó caer una de las dos últimas dosis dentro de su boca y la movió alrededor de la lengua. Necesitaba un momento de paz para ponerse al día consigo mismo. Tenía otra cosa que olvidar.

Capítulo 20

    Lovelock se levantó a su lado con su cara de pronto vieja y culpable. El sudor se vertía sobre sus rasgos como si estuviese esperando la horca.

    Un golpe detrás y Borland se dio la vuelta. Captó el borde del traje pantalón de Tina —el rayón plisado batió como una bandera cuando ella se lanzó detrás del sofa. Borland lanzó el vaso. Se estrelló contra la pared.

    Luego la mano de Lovelock se aferró a la muñeca izquierda de Borland y la giró hacia atrás con un resplandor de dolor.

    “¡No puedo dejarte hacer eso, Joe!” la técnica de Lovelock era más fuerte que su agarre. El viejo capitán de los tiempos de El Día habría partido la muñeca de Borland. Pero los ojos de Lovelock estaban vacíos y su piel era cerúlea y húmeda. El hombre estaba roto.

    Aún así, el karate fue suficiente para obligar a Borland a caer sobre una rodilla en la gruesa alfombra al lado del sofá. Bajo la mesa lateral había una cesta con solapas de lana encima. Borland metió una mano en ella y cogió lana. La apretó y sintió agujas de acero espetarle el puño.

    “Es mi esposa,” añadió Lovelock como una declaración de sentencia.

    Borland sintió la ignición del whisky en su flujo sanguíneo. Ya no reconocía la adrenalina. Se apartó del sofá de un empujón, se irguió de pronto con un par de agujas enfiladas entre los pelados nudillos de su mano derecha.

    Las clavó fácilmente en la cuenca del ojo izquierdo de Lovelock. Ya profunda en la palma de la mano de Borland, encajada contra el hueso, entraron en el cráneo de Lovelock y le atravesaron el cerebro.

    El antiguo capitán emitió un estrangulado ruido animal y cayó.

    Luego algo saltó sobre los hombros de Borland, le derribó sobre Lovelock. Pequeñitos puños le golpeaban en la cabeza, brazos nervudos se tendieron alrededor de su tráquea. Dientes rascaron su peluda cabellera.

    “¡Marshall!” gritó Tina, loca por el Variante. Cerró los dientes, casi se llevan la oreja de Borland.

    No podía conseguir apoyo, atrapado entre la mesita del café y el sofá; y tenía los pies enrededados en las piernas de Lovelock.

    “¡Sal de mi casa!” chilló Tina estridentemente, golpeando con sus fauces la nuca de Borland. Las manos de la mujer se acercaron deslizándose por sus mejillas rollizas. Sus uñas empezaron a pinchar por ahí buscando los ojos. “¡Déjanos en paz!”

    Borland apretó el puño con las agujas de costura aún embutidas en los zurcidos del cerebro. Las liberó de un tirón con los ojos bien cerrados para defenderlos de las uñas en las garras de Tina. Echó hacia atrás el puño y clavó las agujas a ciegas en sentido ascendente cuando Tina gritó y se acercó, quedándose inmóbil después por el golpe.

    Hubo un chillido estridente. Tina tembló y quedó inerte.

    Por un segundo, Borland yació allí, en un sandwich entre la pareja moribunda. No podía recuperar el aliento para ponerse en pie y no podía apartarse rodando. La sangre y el fluído cerebral que goteaban por la boca y las fosas nasales perforadas de Tina le resbalaban por la mejilla.

    Lovelock siseó: “Te veré en el infierno.”

    “Sí,” respondió Borland susurrando, rozando con sus labios la oreja del hombre moribundo.

    Sentado en la mesa, la memoría reprodujo aquello para Borland. Él se terminó la botella y limpió lo último de ella cuando se abrió la puerta. Dedos-de-estaño hizo sonar las llaves del coche.

Parte 3: EMBOLSADOS

Capítulo 21

    Hyde drenaba la vida del momento sin intentarlo siquiera.

    Hasta que Borland clavó los ojos en el viejo tullido, todo estaba yendo bastante bien. El desenlace de la muerte de Marsh aún le fastitdiaba, pero le mantenía a flote la aserción de Dedos-de-estaño de que él sólo estaba haciendo su trabajo.

    Lovelock poseía un condenado montón de Varión. Eso solía ser un crimen capital de modo que, ¿cómo no lo vio venir? La idea mantenía a Borland ajustándose nerviosamente las hernias. ¿No lo había visto venir Joe Borland tampoco? Rió entre dientes incontrolablemente.

    Reclamar su petaca al salir del CG le había ayudado un poco y los sedantes que le dieron estaban haciendo efecto. La mitad de la pizza que había engullido en el coche le burbujeaba y bullía.

    Cogió la codeína para acallar su palma perforada, calmar la piel carnosa de la nuca y amortecer el dolor pulsante en su columna. Le había dado un tirón muscular en la espalda luchando a muerte con los Lovelock. Sí, las cosas estaban mejorando.

    Disminuyeron loa dolores camino a la pizzería y desaparecieron del todo cuando Dedos-de-estaño le llevó a la menguante luz del día de Metro. Casí empezó a reir al pensar adónde se dirigían.

    Salir del coche patrulla y caminar hasta la Estación Nueve esta encima del fulgor del whisky de Borland como si estuviese buscanddo amilos o fumando crack. La vista de la fea fachada de bloques grises del viejo edificio le rejuveneció lo suficiente como para considerar ser optimista por un momento. Había sobrevivido de nuevo. Ese pensamiento podría haberle dado madera si sus rotas y retorcidas hernias le dejaran la ingle con algo menos de incomodidad.

    La Estación Nueve se erguía delante él. La pintura del viejo edificio se estaba pelando a copos y se alejaba del descolorido letrero sobre la puerta que llevaba el emblema del Pelotón Variante —una irónica broma del caduceo, dragones alados en lugar de serpientes.

    Eso le hizo recordar los códigos de conducta y los colocones sin código. Agachado bajo la gran puerta medio abierta de la bahía de la nueve apenas sintió un segundo de nostalgia antes de que una voz familiar le sacara de golpe de ella.

    “Veo que sobrevivies a tu propia amenaza.” Hyde era una negra sombra agachada, un híbrido entre un humano despellejado y acero, aparcado en el centro de una amplia extensión de hormigón. El hombre ocupaba el espacio donde se solían aparcar los camiones —sus grasientas sombras negras estaban tintadas de manchas de aceite de motor. A su alrededor, mugrientas vigas de acero con forma en I se alzaban hasta un enredo de sombras y luces.

    Pero la energía negativa de Hyde dominaba el espacio. El viejo bastardo enfermo estaba apilado en su silla de ruedas como alguna oscura y retorcida encarnación del fracaso.

    Quince metros detrás de él se hacinaba un grupo de hombres y mujeres en un desorden de sillas plegables dispuestas delante de una hilera de taquillas para las herramientas frente a la pared del fondo. Su edad estaría entre la veintena, llevaban monos grises y verdes. Sin insignias, nada que indicase las organizaciones civiles o militares desde las que se habían presentado voluntarios.

    Los reclutas o bien pareció que le vieron llegar o captaron el destello en las manos de Dedos-de-estaño porque de pronto todos se levantaron de golpe y esperaron, no en posición de firmes, pero algo parecido. Nadie saludó militarmente.

    La actividad sobresaltó a Hyde, que miró hacia la conmoción. Luego se agarró ansiosamente a su ruedas y se transportó hacia Borland y Dedos-de-estaño.

    “¿Para qué es todo esto?” dijo con voz áspera bajo su capucha. Sus hombros temblaron y miró de nuevo a los voluntarios. “¿Por qué está pasando esto tan rápido?”

    “¿Aún te sientes oxidado?” masculó Borland conteniendo la necesidad de un trago, pasándose la mano hacia atrás desde su peluda frente.

    “¿Que sabrás tú?” espetó Hyde tan rudo como siempre al acercarse.

    “No más que tú,” respondió Borland.

    Algo en su odio por Borland dejó a un lado las ansiedades de Hyde, aceleró sus facultades de acusación del modo en que el Efecto Variante podía ampliar las fuerzas y debilidades humanas. Rompió su propio protocolo personal y agarró la chaqueta de Borland lo bastante alto en la solapa para hacer palanca y doblarle hacia adelante.

    “Eres ,” le siseó. “Siempre, es lo que hay delante de tus ojos.” Chasqueó la lengua sonoramente entre las mandiibulas expuestas. “Tu mente nunca ve.”

    Borland se refrenó de apartarse físicamente los dedos sin piel, hizo un gesto de abanicarse con las manos hasta que Hyde le soltó. Luego se enderezó junto a Dedos-de-estaño con las mejillas coloradas, presintiendo ciertas posibilidades.

    “No hay misterio. Brass no corre riesgos con esto que encontramos.” Extendió los brazos con las palmas abiertas. “Ahora quieren que entrenemos a los nuevos reclutas.”

    “Obviamente, en la superficie, Borland, eso funciona.” la capucha de Hyde se agitó de un lado a otro. “Pero yo sólo veo suficientes voluntarios para un único pelotón.”

    “Y encontramos tres Mordedores.” Borland frunció el ceño, bajando la vista hacia la cabeza encapuchada.

    “¡Piensa! ¿Es que nosotros encontrábamos sólo tres Mordedores en los tiempos de El Día?” la voz de Hyde recalcó las palabras mecánicamente. Sus manos sin piel se aferraron a los brazos de su silla de ruedas: las articulaciones se flexionaron mostrando cartílago blanco amarillento, músculo rojo y tejido cicatrizado reluciente. “Está pasando algo más.” Una de sus manos se deslizó al interior de la capucha para frotarse la despellejada barbilla. “No me fío de…”

    “¡Borland!” La voz de una mujer resonó en la estación.

    Se giraron hacia las puertas del garaje y captaron una silueta parcial. El juego de las amplias caderas negras de la mujer, las piernas y pleno pecho musculoso sugerían peligro y sexualidad.

    La mujer tenía una barbilla cuadrada, fina nariz con amplias nasales y oscuros ojos penetrantes. Tenía pelo corto espolvoreado de canas en las sienes. Su pesado zurrón cayó de sus anchos hombros con un clanc.

    “¿Aggie?” dijo Borland al girarse, tan cogido de sorpresa que chocó con el hombro de Hyde como si fuesen amigos en un pub. “Jesús, no puedo creerlo.”

    Agnes Dambe cruzó paseando el espacio de la estación, sus botas marcaban el tiempo como el reloj del juicio final. Ella era hija de inmigantes africanos. Solía hablar sobre su gente, los Hausa de África Occidental, normalmente mientras sorbía té y todos los demás iban colocados. Una novata en los tiempos de El Día, no más de 18 años cuando se alistó.

    Caminó hasta Borland sonriendo, tendió una mano como si fuese a estrecharla pero, en el último segundo, dejó caer el hombro y le dio un puñetazo en la cara.

Capítulo 22

    A Borland le zumbaron y rugieron las orejas; su visión quedó en blanco momentáneamente, pero él era pesado, demasiado bien asentado en sus zapatos para caer tan fácilmente. Se volvió a girar hacia ella, parpadeando.

    Agnes se plantó delante de él desafiante, con los puños en alto y preparados. Llevaba una camiseta, una pesada chaqueta de jinete, coderas y un chaleco antibalas. Lo demás que vestía eran pantalones militares y botas altas de cuero. Agnes observó a su antiguo oficial superior. Absurdamente, Borland hizo memoria y cayó en la cuenta de que la mujer estaba esperando la promoción en los tiempos de El Día. Se preguntó de qué rango sería ahora. Gracias a Dios por los sedantes.

    Borland se frotó la mandíbula presionando para que el dolor distante desapareciese.

    Aggie se giró hacia Hyde e hizo una pequeña media reverencia. “Capitán, es un honor encontrarle de nuevo.”

    Hyde asintió y mantuvo la cabeza gacha. Murmuró algo ininteligible.

    Borland se apartó sobresaltado cuando Aggie se volvió hacia él.

    “¡He oído lo que pasó, Joe!” dijo la protegida de Lovelock, la segunda en combate cuerpo a cuerpo después de él. “Asesinaste a Marsh.” Aggie operaba el entrenamiento de combate básico de los reclutas en El Día.

    “¿Lovelock?” siseó Hyde desde su silla. Su cuerpo se tornó rígido de repente por el intererés. “¿Ha asesinado a Marshall Lovelock?”

    “Asesinado no, lee el informe…” gruñó Borland negando con la cabeza. “Fue su esposa loca la que lo empezó todo. Y Marsh no iba a darme una oportunidad.”

    “¿Una oportunidad?” Aggie sacó la barbilla hacia afuera, sonrió maliciosamente sobre los puños cerrados, que levantó bajo la nariz de Borland. “¿Cuántas veces te saco a ti del fuego?”

    “¡Hey, yo le salvé sus pelotas un par de veces!” replicó Borland. “Pensé que estaríais agradecidos de ello.” Frunció el ceño. “Y vosotros no estuvisteis allí.”

    “Tienes suerte de que yo no estuviera, so gordo hijo de perra.” Se miró los puños y se chupó los nudillos. “Ese puñetazo fue por matar a un amigo.”

    “Él ya no estaba bien,” empezó Borland. “Se volvió chiflado como su esposa. ¡Tenían Varión por amor de Dios!”

    “¿Ya te has olvidado?” Agnes arrugó la frente. “A Agnes no le importa por qué lo hiciste. Te va a dar una zurra sea cual sea la razón.” Se examinó el puño. “El problema es que no nos sentimos cómodos matando amigos.”

    “Otra cosa que Borland no recuerda,” dijo Hyde con voz brusca. “Lovelock debe de haber olvidado con quién estaba tratando.” quedó callado un segundo. “O Marshall cometió el error de fiarse de él.”

    Borland asintió, luego negó y casi se aleja andando. Sintió el corazón grueso y pesado. El alcohol y las pastillas adormecían el dolor en la cara, pero le debilitaba en cierto modo en lo más hondo. Sintió la presión acumularse detrás de los ojos. Apretando los dientes, se giró hacia Hyde.

    “¡Cállate!”

    Hyde empezó a levantarse de la silla como si estuviese a punto de discutir; luego bajó la barbilla, miró abajo hacia su palma cicatrizada.

    Agnes llevó la mirada del uno al otro sonriendo. Borland no sabía lo que significaba eso. Se endureció para otro puñetazo.

    “¡Sois como las Obras de Cera de Niágara!” masculló ella, con cada brizna de belleza de la última vez que Borland la había visto. Expertos, esa es la única diferencia.

    “Me alegro de no haber perdido el tiempo echándoos de menos a vosotros dos,” dijo ella finalmente y dio una carcajada.

    Dedos-de-estaño se aclaró la garganta.

    “Ahora que hemos terminado con las cordialidades,” dijo señalando a los voluntarios y testigos dentro de la estación. “Tenemos varias cosas que discutir antes de que llegue Brass.” Asintió a los voluntarios y empezó a caminar hacia la gran sala al fondo donde los pelotones solían comer, drogarse y hacer reuniones.

    Los reclutas había estado allí durante todo el tiempo como niños de las Naciones Unidas en Disneylandia: grandes ojos redondos observando llegar a la vieja guardia —incapaces de ocultar su emoción ante la mezcla de personajes famosos sobre los que habían leído historias de los tiempos de El Día, en eBook.

    “Se ha puesto al corriente a los reclutas,” continuó Dedos-de-estaño. “Por lo que respecta al entrenamiento, no tenemos tiempo para simulaciones. Tenemos lo básico y hemos visto los viejos vídeos de orientación.”

    “¿Por qué no tenemos tiempo?” dijo Hyde toscamente mientras rodaba al lado del chico kinder.

    “Ya lo verás,” dijo Dedos-de-estaño sobre su hombro.

    Borland frunció el ceño deseando tener algo para colocarse un poco y que no fuese beber café. Su petaca iba medio llena de whisky, pero llevaba rodando con diesel barato demasiado tiempo. Esa porquería iba bien para tiempos de paz, pero si iba a ver guerra, necesitaría algo para afilar la hoja.

    Un vistazo a los voluntarios le mostró que un par de ellos eran lo bastante jóvenes y étnicos para que tal vez tuviesen los contactos necesarios. Tenían la mirada.

Capítulo 23

    No era la semana para el antiguo hogar; eso seguro. Borland nunca habría sobrevivido esperando los 20 minutos en el sofocante y caluroso comedor de la estación si no hubiese conseguido colar dentro de su café bajo la mesa un buen chorro de whisky.

    No fue la dolorosa conversación de Dedos-de-estaño y Aggie lo que le tenía retorciéndose en su piel. Fue un afectado e incómodo intercambio que empezó después de la recapitulación de eventos del informe de Dedos-de-estaño: El descubrimiento de los devoradores de piel de Borland y Hyde en el edificio de la peletería Demarco y el anterior hallazgo de un alijo ilegal de Varión en casa de los Lovelock y su desarfortunada defunción.

    Y no fue el ejército de recuerdos que treparon detrás del rostro de Borland hasta que se hincharon y explotaron —que inundaron su garganta y pecho hasta que apenas pudo aspirar aire. Él podía aguantar eso.

    No. Fue Hyde. Se había sentado en la mesa frente a Borland en el comedor. Privado de rasgos, los restos eran duros. El ropaje y capucha negros caían sobre él como ecos negativos. Faltaba de todo menos cicatrices. Y el viejo goblin había inclinado su cabeza de tal modo que su sombría capucha se había caído abriéndose parcialmente, el pliegue de material oscuro había bostezado a Borland como la boca negra de un cuerpo podrido.

    Y el tipo olía a una bolsa de carne rancia empapada en aguarrás.

    La mano sin piel de Borland pulsó ante la confusión del whisky y los sedantes. La franja de dermis ausente de su pecho ardía como el azote de un látigo.

    Para caundo Brass entró por fin, Borland estaba a punto de explotar. Quería salir corriendo del edificio o sacar el arma y empezar a disparar a sus demonios.

    Brass casi medía dos diecisiete y todos los años extra no habían hecho nada por reducir los amplios hombros de jugador de rugby que empujaban hacia fuera los bordes de su caro traje gris. De hecho, Brass parecía incluso más grande, más robusto que en los tiempos de El Día. Por supuesto, por aquel entonces había sido joven, un prometedor enlace corporativo en la veintena y oficial de seguridad que había traído la compañía del Varión para coordinar esfuerzos con la policía de Metro y la administración municipal.

    La primera respuesta al Efecto Variante fue, en el mejor caso, caótica. La agencias del orden federales y municipales y el personal de los servicios de emergencia lucharon por lidiar con lo que parecía un estallido de locura a escala nacional. Primero hubo un arrebato de suicidios que llamaron la atención. Las estadísticas de las fuerzas del orden mostraron un pico en crimen violento en aquel tiempo, pero los índices de crimen siempre fluctuaban. Fue sencillo culpar de ese aumento a un centenar de cosas diferentes.

    Las tasas de suicidio, no tanto. La gente sencillamente empezó a quitarse la vida. Llovían hombres y mujeres del cielo mientras el Efecto Variante distorsionaba el control de impulsos de los deprimidos o personas infelices. Se presentó en ellos como súbita extremidad suicida. Los saltadores eran de lo más espectaculares al comienzo de El Día. Una ciudad contó la mayor frecuencia de 65 en una sola tarde. Pero había otros, los espectaculares, que tenían respuestas más sensacionales a sus emociones de desesperación: embestían sus coches dentro de otros coches, en multitudes, en camiones de combustible, en escuelas. Algunos tuvieron la previsión de cargar hasta arriba sus coches, furgonetas y bolsillos de los pantalones con acelerantes o explosivos antes de estamparse.

    Las primeras respuestas a estos incidentes fue preocuparse sobre seguridad homeland, terroristas y criminales. No tenían ni idea de que trataban con verdaderos suicidas bomba. Pero que llevaban chalecos de Variante y sólo querían suicidarse sin importarles a quién se llevaban con ellos.

    Así que hubo una inicial reacción defensiva violenta por parte de las fuerzas del orden que se masajeó más tarde en una respuesta más sociológica, al ablandarse los corazones, que más tarde se disparó a la violencia cuando se percibió la verdadera extensión del Efecto Variante.

    Se pasó la misma octavilla por las agencias de las fuerzas del orden, centros de respuesta a las emergencias y servicio militar, que anunciaba: Trabajo Especial. Paga de Peligrosidad. El Primero que Llegue se lo Lleva.

    Borland siempre recordó esa última parte con una media sonrisa o un fruncimiento. Esa parte de “El Primero que Llegue se lo Lleva” que sonaba a enorme oportunidad que todo hombre inteligente no dejaría pasar.

    En aquel tiempo, Borland aún hacía doble turno en la policía de Metro: conduciendo en patrullas todo el día, controlando el tráfico y poniendo multas y haciendo rondas hastas las tantas —siesteando allí donde podía apoyar la cabeza. Los dobles turnos apenas le mantenían a flote, pero le permitían actuar a un nivel que garantizaba un aumento.

    Necesitaba turnos extra para hacer dinero y amoquinar la pasta que debía en préstamos personales y calmar a los muchos lobos que atraía a su puerta por culpa de su derrochador modo de vida. Él no era de la "jet set" ni amante de coches lujosos, pero una vez que el alcohol empezaba a fluir, dejaba de entender la contabilidad básica.

    ¿Y a quién le importaba eso de las pérdidas y beneficios, crédito y débito, cuando cualquier poli se podía encontrar una bala cualquier día? Especialmente un poli que estaba hundido de deudas con los tiburones de los préstamos, uno que perdía la pista de quién estaba injertando a quién.

    Hacer la ronda era mejor. Le llevaba a algunas secciones duras de la ciudad donde podía charlar con los locales en busca de dosis gratis —al infierno con los donuts— y donde había aprendido el arte de confiscar drogas en lugar de presentar cargos criminales. Al infierno, esos tipos simpre acaban volviendo a las calles al día siguiente. ¿Qué sentido tenía todo el papeleo? Y si un policía mal pagado que hacía doble turno se sacaba un pequeño extra en el proceso, ¿a quién le importaba?

    Al principio fue confiscar y revender. Eso funcionó hasta que descubrió que podía arrestar también al tipo al que se la estaba vendiendo, así que empezó a cogerle el truco al asunto. Luego aquellos tipos quisieron pagarle totalmente con dinero porque a sus superiores les preocupaba que Borland encontrara un modo de llegar hasta ellos. Pero para entonces, Borland ya había empezado a consumir algunas de sus mercancías confiscadas.

    Al final, tomaba un poco de ambas. Tenía que hacerlo. Debía dinero.

    Estaba empezando a volverse paranoico por Asuntos Internos cuando empezaron los primeros brotes del Variante. Borland no era estúpido. Había sabido que sólo era cuestión de tiempo antes de que le pusieran las esposas a él.

    Entonces llegó la octavilla.

    Le contrararon con paga de peligrosidad.

Capítulo 24

    Brass tenía una piel color café y sólo la más leve bruma de gris en el pelo que llevaba muy corto. El peinado le dejaba las orejas abiertas como las puertas de un coche, pero portaba suficiente belleza afrocéltica en la cara para compensarlas.

    Sonrió ampliamente a la mesa tras crerrar la puerta y se giró hacia Hyde. Tuvo que doblar la cintura para hablar con el tullido.

    “Capitán Hyde,” dijo Brass con su ancho acento del medio oeste. “Tenemos suerte de tenerle a bordo para enfrentrar esta amenaza.” Extendió una mano para estrecharla. Hyde mantuvo su capucha agachada e hizo malabares con sus vacías palmas cicatrizadas antes de que Brass tomara su despellejada mano derecha entre las suyas.

    Borland observó esto con una mueca de disgusto. Brass, como el resto de oficiales de enlace del Varión, era un astuto operador que podía escapar de su propia tumba hablando. El tipo había sido la cara pública del pelotón de Borland y de otros en los tiempos de El Día. Había envidiosa admiración entre las filas porque él los protegía.

    No fue hasta años después que los soldados pensionistas como Borland notaron que la capa azucarada de Brass no les acompañaba en el retiro y que, en los tiempos de El Día, ese mismo pico de oro había dado forma a las órdenes que les había enviado a sus sentencias.

    Y Brass trabajaba para las personas que habían diseñado la molécula del Varión. Por consiguiente, también lo hacían los pelotones. ¿De quién puedes fiarte en un escenario como ese?

    Numerosas compañías en nómina de Bezo, la corporación padre del Varión, crearon los Pelotones Variante. Los pelotones se arrendaban luego a las ciudades y estados para lidiar con el Efecto Variante. El término para los miembros del pelotón era contratatistas.

    Los gobiernos democráticamente electos no podían ocuparse de las ramificaciones legales de una policía local que abatía a tiros a las víctimas del Efecto Variante: escolares devoradores de piel, sacerdotes suicidas envueltos en C-4 o bulímicas modelos de pasarela que practicaban el canibalismo.

    Era imposible hacer que aquello quedase bien en las noticias de las seis en punto y en el público votante. Y con una manada de abogados obsesivos-compulsivos afectados por el Variante que presentaban acusaciones civiles a furiosos jueces que sufrían maníacos complejos mesiánicos, nadie con verdadera autoridad quería la responsabilidad.

    Era mucho más fácil contratar civiles que podías dar como comida a los lobos. Si es que los civiles responsables sobrevivían siquiera al "evento legalmente activable".’ La bancarrota protegía a los pelotones individuales y el más amplio impacto del Efecto Variante sobre el sistema legal y político absorbió la indignación moral. Cualquier miembro de pelotón responsable de cualquier desconsideración podía ser despedido y se culpaba al Efecto Variante de sus motivaciones.

    No fue hasta la mitad de El Día y depués que los Pelotones del Efecto Variante empezaron a reconocerse adecuadamente para el trabajo que hacían. Borland sabía que la mayoría de veteranos no pensarían dos veces en decir ‘me siento honrado.’

    Pero después de El Día, la sociedad despertó con la madre de todas las resacas y vio los excesos de los Pelotones del Efecto Variante como males necesarios —y todo comportamiento criminal como un desafortunado efecto secundario de combatir al tóxico enemigo. Se desplegaron OOP para identificar a los locos entre los miembros de pelotón y ayudar a construir historiales para explicar la extrema respuesta al extremo brote.

    El Efecto Variante era como la gangrena y los pelotones se ocupaban de ella como médicos fronterizos. A medida que crecía y se exendía, la amputación se tornaba la única respuesta.

    “Es bueno verle de nuevo,” dijo Brass estudiando la capucha agachada de Hyde. “Sé que no estuvimos hombro con hombro en los tiempos de El Día, pero siempre he admirado su fortaleza bajo las graves circunstancias que acabaron con su carrera.”

    Hyde siseó algo y apartó su mano.

    Brass siguió sonriendo, le brillaron los ojos ligeranente ante la muestra de disgusto. Se giró hacia Agnes. Ella se estaba levantando rígidamente con la mano extendida al fondo de la mesa. Estrecharon las manos.

    “Capitana Dambe, me complace que pudiese venir. Necesitamos su ayuda más que nunca.”

    Borland frunció el ceño al percibir que Aggie debió de haber sido ascendida en algún momento al final de El Día, lo que implicaba que ella podría haber liderado su propio pelotón. Aunque las cosas fueron bastante confusas cerca del final.

    Agnes respondió como todas las mujeres que le estrechaban la mano a Brass. Soltó una risita, se recuperó rápidamente y sacudió la gran mano nervuda del hombre el tiempo suficiente para sugerir que pensaba inconscientemente en sacudir otra cosa. Al menos, así fue como Borland lo vio.

    Brass recuperó su mano por fin, asintió a Dedos-de-estaño y se giró hacia Borland.

    “Bueno, Joe, he leído el informe.” Sus rasgos faciales se derritieron de empatía. “Terrible.”

    Aquella nueva imagen de Brass en tan viejo escenario familiar hizo que Borland empujase las hernias y ajustase su chaqueta nueva mientras se ponía en pie. El problema con Lovelock había dejado su última chaqueta nueva hecha unos zorros, así que se había procurado otra de la taquilla de evidencias. Se preguntó si los jóvenes habían asaltado una tienda Grueso y Alto, porque le quedaba bien.

    “¡No fue mi día de suerte!” dijo Borland, sonrió forzadamente y se encogió de hombros.

    Brass extendió el brazo para apretarle el codo y luego habló al grupo. “No es el día de suerte de nadie.” Dejó caer sus grandes hombros y luego se enderezó. “Ninguno de nosotros quería encontrarse de nuevo bajo estas circunstancias.” Sus ojos bajaron sobre Hyde, que seguía mascullando con la cabeza baja. “Pero gracias a Dios que les tenemos a ustedes para enfrentar la nueva amenaza.”

Capítulo 25

    Borland estaba a punto de sugerir una pausa para ir al cuarto de baño antes de que empezasen cuando un golpeteo los hizo volverse a todos. Una forma se estaba moviendo por fuera de la ventana de cristal ahumado hacia la puerta del comedor. El pomo traqueteó, hubo otro golpe y la puerta se abrió lentamente.

    Las luces de la estación perfilaron una forma esquelética antes de que se adaptaran los ojos de Borland.

    Largos y delgados miembros enmarcaban una barbilla y entraban en el cuello de un uniforme azul oscuro. Mechones de pelo blanco se rizaban bajo una gorra. La luz externa relucía en doradas jarreteras.

    El hombre dio paso dentro del comedor para revelar que los dobladillos en sus mangas y pantalones estaban envueltos y sujetos con gruesas bandas elásticas..

    Era el Viejo, o el Inspector de Personal de la Policía de Metro Steven Midhurst. Un enlace privado entre los Pelotones Variantes y las fuerzas del orden civiles, A Midhurst se le había presentado como un aracnofóbico. Le aterrorizaban las arañas y fumaba uno detrás de otro para lidiar con la forma no letal del Variante hasta que tuvo que hacer que le extirparan un pulmón. Se rumoreaba que desde entonces había adoptado el Yoga como una técnica de relajación.

    La historía decía que había tenido buenos y malos días después, pero iba tirando. Borland se refería a él como “Muffet” cuando se colocaba con sus embolsados, por la Srta de la famosa.

    El Viejo nunca se había fiado del joven Brass debido a sus conexiones con Bezo y su aparente comodidad al enviar antiguos policías, EMT y soldados a situaciones letales. El Viejo creía que los pelotones nunca deberían haber sido privatizados.

    Cuando avanzó otro tembloroso paso, Borland fue capaz de ver en él todos los efectos de la edad. Midhurst había tenido 59 al final de El Día —y sarcásticamente no honraba el apodo de Viejo, pero Borland podía ver que estaba allí ahora: viejo, antiguo, casi muerto.

    Luego Borland ajustó sus ideas y le echó al Viejo otro vistazo. En verdad estaba esquelético y su cara era un saco de piel arrugada, pero el viejo bastardo aún permanecía recto como una baqueta y lo bastante estable sobre sus pies cuando no se estaba moviendo. Llevaba gruesas gafas con pesada montura sobre una larga nariz con un enredo de venas. Sus manos y mejillas estaban moteadas por la edad, pero asomaban los mismos grandes huesos duros.

    Aún así, llevaba una gorra de jinete metida bajo el brazo, que mantenía como prueba de haber trabajado con una división de la Policía Montada en su juventud. Solía hablar mucho de ello.

    Al Viejo nunca le había gustado Borland, le había amenazado con expulsarle de los pelotones muchas veces, pero no había podido. Brass tenía la última palabra respecto a los despidos. El Viejo creía que Borland estaba en los pelotones como excusa para beber y actuar según sus numerosas adicciones.

    Borland pensaba que eso era cierto en parte.

    Él y sus embolsados estaban en la Lista a Vigilar del Viejo, deseando vengarse por poner arañas de plástico por la estación siempre que llegaba para inspecciones o reuniones. Había un ánimo especial a hacerlo si el Viejo traía compañía del CG.

    Poner en marcha esa repuesta aracnofóbica potenciada por el Variante era divertido al principio. Empezaba con agudos aullidos de mono, muy femeninos, que aumentaban en intensidad y terror hasta que el Viejo terminaba acurrucado como un feto. Resultaba demasiado inquietante para repetirlo muy a menudo.

    Borland buscó el tic marca registrada del Viejo y no quedó decepcionado. Cuatro pasos dentro y sus reumáticos ojos miraron cara por cara, hacia abajo, hacia las tablas del suelo, hacia los calefactores eléctricos y las esquinas antes de pasar por las uniones del techo y las paredes.

    Estaba buscando telarañas, nubes de polvo y conglomeraciones; cualquier cosa que pudiese ocultar una de ellas —cualquier bicho, en realidad, podía disparar su ansiedad. El conjunto de sus hombros se tensó durante la inspección, y luego se relajó al ver que Brass había sacado una silla para él a un buen metro de la mesa, en un lugar defendible, libre de esquinas y suspensorios.

    El Viejo miró a Aggie y le mostró su sonrisa al estrechar las manos. Miró a Hyde, alzó una mano para estrecharla y se detuvo: demasiadas esquinas y pliegues de material para arriesgarse. Un temblor de incertidumbre luchó por sus facciones antes de respirar hondo y ofrecerle la mano de nuevo.

    Hyde la estrechó reluctante y la retiró rápidamente para pasarse una toallita húmeda de desinfectante por la palma. El Viejo frunció el ceño y luego pareció comprender.

    Dedos-de-estaño se puso en pie y le tendió la mano. “Es un placer conocerle, señor.” El Viejo tomó cautelosamente el puñado de prótesis. “He leído todos sus eBooks. Me gustó especialmente, Historia de El Día.”

    “Saca la nariz de mi culo, Ortega.” le gruñó el Viejo.

    “Inspector de Personal Midhurst.” Brass dio pasos vigorosos hasta él, estrecharon manos y empezó a conducirle hacia la silla ofrecida. “Es un placer tenerle como asesor.”

    El Viejo le miró con suspicacia, de reojo, cuando Brass le ofreció el brazo como apoyo.

    “No es un placer estar aquí, se lo aseguro,” gruñó el Viejo con tono siniestro. “Nunca lo fue.”

    Se inclinó y dejó su gorra de equitación bajo la silla, la inspeccionó antes de sentarse. La nueva orientación le ponía en línea visual directa con Borland, que se inclinaba hacia adelante en su silla, luchando con las repentinas dimensiones claustrofóbicas de la sala. Sintió que se le formaban nuevos anillos de sudor bajo los brazos.

    “Borland,” dio el Viejo ásperamente. “Tu aspecto es terrible.”

    “Como mirarse en un espejo,” espetó Borland.

    Brass terminó el duelo mejicano antes de que empezase.

    “La Dra. Cavalle,” dijo el grandullón y todos miraron hacia la puerta.

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    NdT: La Srta. Muffett es el nombre de la chica que se asusta de una araña en una famosa rima infantil.

Capítulo 26

    Una mujer estaba de pie en el umbral de la puerta. Tendría unos 30 años, con un cuerpo atlético bajo una ajustada chaqueta, con camisa y pantalones de traje. Tenía largo pelo castaño que enmarcaba una cara que podría servir para la portada de una glamurosa revista si se permitiese alguna vez un toque de maquillaje. Portaba un maletín en una mano de largos dedos.

    La Dra. Cavalle sonrió y caminó silenciosamente hasta Brass sobre zapatos de suela de goma.

    “La Oficina de Operaciones de Psique ofrece todos sus recursos y ha resuelto enfrentar esta nueva amenaza,” dijo ella estrechando la mano de Brass y sopesando su maletín. “Tengo nuestros hallazgos preliminares.”

    “Excelente, doctora.” Brass sonrió ampliamente y se giró hacia la mesa para presentar a Cavalle a la asamblea de asesores.

    “He leído los archivos de todos.” La Dra. sonrió y asintió como si aquello fuesen buenas noticias. “Es como si ya les conociera.”

    Borland frunció el ceño y le dio vueltas a eso en su cerebro durante unos segundos. Un OOP nunca decía nada que no viniese envuelto en otro significado. ¿O era al revés? Nunca decían nada que pensaran realmente. Así era. Eran célebres por sus puntos ciegos. Las preguntas inocentes te mantenían distraído mientras te abrían con una palanca la parte de atrás de la cabeza.

    Un fuerte siseo escupido desde la capucha de Hyde sugirió que estaba de acuerdo.

    Brass también lo captó, pero lo dejó pasar suavemente con un encogimiento de hombros.

    “Entonces, quizá podamos dispensar las presentaciones e ir directos al asunto,” dijo él mientras Cavalle caminaba hasta el fondo de la mesa, estrechaba manos y tenía una palabra o dos con el Viejo. Él también estaba frunciendo el ceño, desconfiado por sus problemas con la OOP.

    “Capitán Borland, ¿le importaría cerrar la puerta?” preguntó Brass en un complaciente tono.

    Borland se puso en pie, su silla rechinó contra el linóleo. Se tiró del nudo de la corbata antes de alejarse de la mesa. Le picaban las hernias. Sentía la lengua espesa e hinchada. Necesitaba una copa. Y mucho. Sólo colocarse un poquillo, pero la sala estaba demasiado atestada para hacerlo a escondidas.

    “Claro,” dijo tras aclararse la garganta. Dio un paso hacia la puera y después se giró como si se le hubiese ocurrido una idea. “A lo mejor puedo tomar el aire antes de que empecemos y echar una meada.” Dio una carcajada y se disculpó. “Perdón, señoras. llevo en el museo demasiado tiempo.” Borland chocó contra otra silla y se limpió la frente con un brazo. La acción le permitió echar un vistazo a su manga. Había una etiqueta pegada ahí. Un desconocido rubor de vergüenza le calentó el rostro antes de quitarle importancia. ¡Ten cuidado de no empezar a creer esta mierda!

    “Ciertamente, Capitán Borland.” asintió Brass. “Estoy seguro de que los eventos de las últimas 48 horas requieren algunos ajustes, y yo diría que está empezando a parecer un poco peor de llevar.” Disparó una mirada a Dedos-de-estaño, que dio un paso al frente pareciendo comprender. “El Teniente Ortega le acompañará .” Brass hizo una pausa antes de girarse de nuevo hacia Borland con una astuta sonrisa. “Para estar seguros de que eso es todo lo que toma.”

    Borland sacó los labios y se encogió inocentemente de hombros como si no supiese exactamente a lo que se refería. Salió de la habitación antes que Dedos-de-estaño.

    Borland estaba seguro haber oído escaparse una risita dentro de la capucha de Hyde.

Capítulo 27

    El Aplicador de Bloqueo Beta del Viejo burbujeó cuando inhaló, recordándole a Borland a un chaval sorbiendo lo último de su batido de leche.

    Era común ver el aplicador entre los supervivientes de El Día, especialmente en aquellos que habían presentado uno de las formas más leves del Efecto Variante. El tubo de plástico, diseñado con la apariencia de un cigarrillo, enviaba un leve cóctel de drogas para calmar la respuesta de combatir o huir, al tiempo que mantenía al mínimo varios efectos secundarios nocivos.

    Los supervivientes del Efecto Variante los usaban en escenarios estresantes que pudiesen inducir el pánico.

    Borland tenía su propio cóctel para eso. Lo recargaba en la petaca mientras Dedos-de-estaño esperaba fuera del cubículo del retrete. Un par de silenciosos tragos de su petaca le había tranquilizado de nuevo, evitando que le temblaran los dedos cuando los dejó laxos y pesados sobre la mesa.

    Hyde había susurrado algo derogatorio cuandol Borland había reentrado en el comedor sonriendo a todo el mundo un puñado de chicles de menta. Cerró la puerta tras Dedos-de-estaño.

    Los demás le observaron tomar confiadamente su asiento frente a Hyde, pero su despreocupación se esfumó de golpe cuando captó la mirada de bordes rojizos del esquilado capitán. ¡Maldito monstruo!

    Alguien había colocado botellas de agua destilada. Borland destapó una rápidamente y ocultó su incomodidad detrás de ella mientras bebía.

    El Viejo había girado su silla para poder ver a la Dra. Cavalle en la parte delantera de la habitación. Aggie estaba sentada frente a Brass. Luego, Hyde y Borland y Dedos-de-estaño tomaron una silla cerca del fondo de la mesa.

    Pasó el primer momento de incomodidad de Borland cuando el whisky hizo su efecto. Incluso encontró los medios para sonreir insolentemente a la capucha de Hyde.

    No olvides que te tengo agarrado por las bolas sin bolsa.

    La Dra. Cavalle empezó, “Scott Morrison, el primer infector Alfa, lo propagó en Metro hace seis días, el sábado. Los otros dos eran mordiscos secundarios. Fue una casualidas que ambas víctimas se convirtieran, aunque esto no era incomún en los tiempos de El Día.”

    Borland hizo una mueca de disgusto hacia la guapa doctora. ¿Qué sabrás tú de El Día?

    El aplicador del Viejo burbujeó.

    “¿Es posible que estemos buscando una forma más virulenta de la antigua molécula del Varión híbrido?” Esto vino de Brass. Se sentó delante y pulsó algo en su pequeño palm-com. Borland sabía que estaba grabándo todo el asunto.

    “Varias investigaciones predijeron que se podría producir la decimotercera molécula hipotética del Varión híbrido…”

    Cavalle siguió hablando mientras Borland reía entre dientes.

    “…pero nunca lo hizo,” dijo llanamente.

    “Vuestros análisis de sangre encontraron que el híbrido del Varión encaja con una de las Doce,” continuó Brass. Él podía saberlo. Tenía acceso a todos los informes de la oficina.

    “Sí,” le aseguró Cavalle pasando una página en su e-reader. “Las moléculas del híbrido del Varión se disponen solas en doce configuraciones con subgrupos basados en tipos químicos…”

    “¡Entonces no es nada nuevo!” espetó Hyde bajo la capucha.

    “Sí.” Cavalle alzó la vista. “Ha habido estudios por ordenador sobre la reanimación del Varión latente tras la reinfección —la decimotercera nunca se ha formado. Tras miles de simulaciones, el Efecto Variante ocurrío siguiendo las líneas predichas.”

    “¿No estaba usted hablando del primer infector?” preguntó Aggie con los dedos entrelazados en un solo puño frente a ella.

    El Viejo levantó su aplicador. Este burbujeó al tomar una dosis.

    “Scott Morrison llegó a Metro hace seis días y se le presentó no mucho después como un dermatófago.” Cavalle pasó una página. “Su primera víctima fue Fran Oldenstruud, secretaria temporal que salió en la parada de autobús equivocada el lunes por la noche. Salió de Syman Corp. a las 10 p.m. y fue vista por última vez a las 10:45. Asumimos que Morrison la atrapó cuando pasaba por el edificio de la peletería Demarco. No hay prueba de esto, pero como Mordedor solitario sin luchas de piel previas, aún tiene aspecto humano. Una vez que ella se presentó, saltaron los tres juntos, un ocupa llamdo Red McDonald —sin hogar, antiguo militar con trastorno de estrés postraumático por la segunda Guerra del Golfo. Vivía en el sótano del edificio Demarco.”

    “Cinco días antes de que los encontráramos,” interrumpió Dedos-de-estaño. “Y solo tres Mordedores, uno de ellos primero.” El chico había sacado su propio palm-com. “¿No operan los devoradores de piel más rápido?”

    Hyde gruñó y habló con voz rasgada, “Al comienzo de El Día, los Mordedores no tenían ritual establecido y también estaban estimulados para sobrevivir.” Se movió bajo sus pesadas cubiertas. “Son oportunistas en pequeños grupos. Con el tiempo fornan agresivas manadas de caza para buscar víctimas activamente donde puedan.” se aclaró la garganta. “Los Acechadores y Mordedores son similares en las primeras fases de presentación. La supervivencia es clave para el ritual. El ritual es clave para la supervivencia.”

    “Sí,” asintió Cavalle. “Y hay dos víctimas que sepamos. Podría haber otros cuerpos. Las actividades de Morrison no se han rastreado desde el sábado cuando llegó, hasta la noche del lunes, cuando atacó a Oldenstruud.”

    “¿Quién avisó del ángel de sangre?” rezongó Borland, despertado por su aprensión a la voz de Hyde. “¿Quién lo encontró?”

    “La propiedad del edificio está en liza por los herederos Demarco,” explicó Brass. “Hasta que se llevara a juicio, se contrató a una empresa privada para que hiciese patrullas mensuales —comprobaciones de seguridad y mantenimiento.” Pulsó en su palm-com. “Ahmed Karum estaba haciendo sus rondas para Seguridad de Vigilancia Nocturna; avisó la noche del martes. Uniformados regulares lo comprobaron, pero eran novatos. Un sargento de oficina de mayor edad reconoció las similitudes con el Efecto Variante. Eso subió en la cadena hasta mí a las 4 a.m. del miércoles.”

    Borland recordó haber recibido la llamada de Brass a las 7 a.m. mientras estaba tumbado sobre mantas sudadas, luchando por dormir la borrachera.

    “¿De dónde…” empezó el Viejo, las aristas de sus dientes mascaban el aplicador, “... salió nuestro Sr. Morrison?”

    Cavalle asintió. “Hay una ciudad a 150 kilómetros de Metro. Creció en los tiempos de El Día cuando la gente empezó a mudarse fuera de las ciudades.”

    “Lo recuerdo.” El Viejo asintió lentamente. “Los peores casos de el Efecto Variante como los Mordedores era improbable que cruzaran sin piel tanto campo abierto.”

    “¿Qué ciudad es esa?” preguntó Aggie y dio un sorbo de agua. Cierto pensamiento o recuerdo aleatorio la hizo mirar ceñuda a Borland.

    “Parkerville,” dijo Brass sonriendo sin humor. Barrió la sala con la vista y acabó en Hyde. “Hay una base militar allí.”

    Un siseo escapó entre los dientes de Hyde.

Capítulo 28

    “Creí que la base de Parkerville estaba cerrada,” dijo Aggie e hizo crujir sus nudillos.

    “Se puede decir que lo está. El ejército usa los edificios y búnqueres como almacén. Hay un pequeño contingente de soldados con base allí. Tareas sencillas para vigilar cajas,” explicó Brass. “La ciudad arrenda franjas de aterrizaje de acceso al ejército como hacían en El Día. Aún tienen un pequeño aeropuerto ahí fuera. Un agente de la propiedad listo convenció a los inversores para que construyeran casas alrededor del centro original de la ciudad cuando empezó a presentarse el Variante. Casas bonitas de verdad, edificadas sobre tierra de granja. Mansiones de campo. Después de que algunas familias adineradas de Metro se mudaran allí, surgieron más casas. Hay unas cinco comunidades privadas ahora.”

    El hombretón soltó una risita irónica. “Todas tienen esos nombres tontos, Jardines Sagrados, Colinas Felices… te lo puedes imaginar…”

    “Apostaría a que la ciudad entera es privada ahora,” rezongó Borland y miró hacia Brass. Su humor estaba cambiando a medida que la resaca del día anterior se apartaba tras el alcohol de hoy y se mezclaba con los sedantes.

    Miró a lo largo de la mesa y se detuvo en Cavalle. “Bueno, vamos. Debéis de tener Parkerville asegurada. ¿Tengo razón?” Pasó una ancha palma por su frente sudada. “Nadie entra. Nadie sale.”

    “Sí, Capitán Borland,” dijo Dedos-de-estaño atrayendo su atención. “Nuestro plan de contingencia lleva décadas en su sitio. Desde El Día.”

    “¿Protocolo?” intervino de pronto Hyde. “¿Estáis aplicando el protocolo Variante a una ciudad?”

    “Un protocolo modificado, como hicimos en El Día. Encerramos el brote y buscamos una fuente de contaminación en las fuerzas del orden locales,” dijo Brass. Borland notó su tono más blando cuando habló a Hyde. Brass está tratando al holgazán entre algodones. “Lo estamos aplicando por fases.”

    “¿Sellásteis Parkerville?” Borland casi dio una carcajada. “Jesús, Brass, y luego dicen que el gilipollas soy yo.”

    “¡Es demasiado pronto para para aplicar un protocolo a una ciudad! Entrará en pánico.” continuó Hyde, “Con solo un caso confirmado… la regla establece claramente...”

    “Tiempos diferentes,” dijo Brass con voz firme. “Reglas diferentes.”

    “Un caso confirmado en Parkerville y dos en Metro,” corrigió Cavalle. “Estamos explorando el barrio y las alcantarillas alrededor del edificio de la peletería.”

    “¿Habéis sellado un barrio de Metro también?” Borland negó con la cabeza y dio una carcajada.

    “El primer mordedor estuvo allí demasiado tiempo para sólo un par de segundos mordiscos,” Cavalle suspiró. “Y no hay modo de saber lo que descubrirán ustedes en Parkerville.”

    “Tú no eres un inocente corderito, Borland,” gruñó Aggie y le miró con ojos encendidos. “Actuabas como si no te importase arrancarle los derechos a la gente. ¡Dios!”

    “¡Eso fue en los tiempos de El Día!” replicó Borland y dio un golpe en la mesa con la palma. “A ver si la gente empieza a recordar eso y deja de arrastarme por ahí tirándome de las pelotas.”

    “No podemos arriesgarnos. La ciudad debe entrar en cuarentena,” dijo el Viejo, su aplicador ticaba y burbujeaba entre sus dientes. “Debemos manejarlo como lo haríamos en El Día para evitar otro… Día.”

    “Las fuerzas del orden de Parkerville, entonces…” dijo Hyde, inclinando su cara hacia arriba lo suficiente para mostrar su mandíbula inferior cuando se giró hacia Brass. “¿Es eso? Te han contado algo.”

    “Hemos hecho preguntas,” dijo Brass y bajó la cabeza. “Investigaciones discretas por teléfono, email y otros medios para no levantar ninguna alarma. Pero no ha habido informes de nada inusual.”

    “¡ Debes saber más!” insitió Hyde, gesticuló con una mano de garra hacia el resto de la estación. “Todo esto ya es lo bastante peligroso. ¿Por qué apresurarse para montar un pelotón?”

    “Este no el único pelotón,” explicó la Dra. Cavalle, buscando momentáneamente dentro de la capucha de Hyde para hacer contacto ocular. “Tenemos a otro pelotón buscando en el barrio de Metro.”

    “¡Pues eso hará cundir el pánico!” Hyde alzó la barbilla y emitió un sonido de succión al tragar saliva. “Debe haber más en esto.”

    “¿Por qué no estamos nosotros buscando en el barrio?” preguntó Borland, su visión nadó en un momentáno pico de presión sanguínea. “Nosotros encontramos a los mordedores.”

    “Por favor.” Brass alzó las manos. “Estamos avanzando las cosas tan rápido para evitar el pánico. Si hay más Efecto Variante, tenemos que extinguirlo antes de que se propague. Debemos mostrar tolerancia cero en este caso.” Se volvió hacia Borland. “Estamos usando un equipo del ejército de diferente jurisdicción en Metro porque ellos no están — conectados.”

    “¡Ah! Buscar y destruir,” siseó Hyde hundiendo la cabeza. “Van a matar todo lo que se mueva.”

    “Es vital que se pare este brote en el origen.” Brass arrugó la frente y asintió. “Vuestra misión no será menos crítica. Recordad que el protocolo reconfigurado para la cuarentena de grandes centros de población, la segunda fase es 'detección'.’”

    Borland dejó escapar una gran risotada.

    “¿Qué?” Hyde le miró desde el otro lado de la mesa, luego miró a Brass cuando Borland siguió riendo. “¿De qué se ríe?”

    “Recuerda, Rawhide: Historia,” siseó Borland incapaz de resistir una imitación de Hyde. “Tú y yo, y los demás monos… ¡Brass quiere espías!” Movió su puño hacia la puerta. “Somos un Pelotón Espía.”

    La cabeza de Hyde se giró otra vez hacia Borland. La sombra de su capucha cambió lo suficiente para mostrar sus mandibulas cicatrizadas. Los amarillentos dientes se abrieron como si él fuese a morder a alguien.

Capítulo 29

    A Borland le gustaban los Pelotones Espía en los tiempos de El Día. Siempre te pagaban un extra y tenías un montón de libertad para llevar en el carro toda esa autoridad y sin ningún control directo de Brass o sus jefes.

    Los Pelotones Espía se enviaban allí donde encontraban altas concentraciones de Efecto Variante en un área geográfica o ciudad pobladas. Los Pelotones Espía se suponía que entraban tan discretamente como podían, tomaban notas, recogían muestras y luego tomaban la decisión de continuar con la siguiente fase del protocolo o no.

    Como simplemente ver el trasporte del Pelotón Variante podía llevar a la gente a un estado de agitación indistinguible de la verdadera presentación del Variante, la idea era dejar que el pelotón echase un discreto vistazo y tomase acción in situ antes de que el rumor se extendiese y el pánico empezase la matanza.

    Y si se confirmaba una alta concentración, la acción a menudo envolvía una alta tasa de mortalidad entre la población afectada. Brass y sus superiores preferían tramitar el arreglo rápidamente cuando los cadáveres estuviesen en las bolsas.

    Como él solía decir, “El retraso de un día te puede costar un vecindario. ¿Cuánto tiempo hasta perder el mundo?” Los medios y el gobierno sobrevivían hasta la cinta roja. Los Pelotones Espía la sorteaban.

    Por supuesto, la autonomía y anonimato a menudo causaba mayor derramamiento se sangre. Se sabía que pasaba eso. Encontraban uno o dos Mordedores o Pirómanos, a veces sólo sospechosos, y trataban con ellos duramente antes de que el público supiese algo de ello —antes de que irrumpiese el brote.

    Borland estaba pensando sobre esto mientras se encaminaba por la estación hacia la asamblea de voluntarios. Una idea repentina le dio escalofríos. Por naturaleza, los Pelotones Espía estaban fuera de la red y no era desconocido que desaparecieran durante el curso de una ‘infiltración.’ A veces el brote era demasiado grande para manejarlo. Esa clase de daño colateral ocurría, pero no lo bastante a menudo para hacer infiltrado intercambiable con prescindible. Y el dinero siempre era bueno.

    Borland se acercó a Aggie admirando la flexibilidad de su poderoso lado trasero mientras ella se inclinaba sobre unos papeles sobre la mesa. Él siempre había sido un fan de esa parte de su anatomía —especialmente cuando apenas era una adulta: la princesa del botín. Aggie se giró en cuanto le oyó venir, luego posó muscular y rígida delante del escritorio que servía como equipo de pseudocombate para ella.

    Alguien había apartado las sillas plegables. Los voluntarios estaban dispuestos en cuatro hileras. Todos en posición de descanso.

    “Es difícil de creer que estemos aquí.” Aggie giró sus hombros cuadrados hacia él. Ella raramente se colocaba en El Día, así que había aprendido a lidiar con sus temores. Ese es tu problema, encanto.

    “Ya,” gruñó Borland. En cuanto Brass hubo dado por teminada la reunión, Borland no había perdido el tiempo en embutir su bravata en la lata. “Recuerdo muchos casos donde Joe Public condujo hasta la ciudad siguiente cocinado a un Mordedor durante todo el camino —luego se comió a sus parientes en la puerta delantera...” Dio una carcajada. “¿Te acuerdas de eso?”

    “Yo no le veo ninguna gracia,” rezongó Aggie.

    “Yo tampoco,” dijo Borland quitándole importancia. El ruido en la calle llamó su atención hacia las puertas medio abiertas de la estación. Los transportes del Pelotón Variante llegarían en cualquier momento.

    Brass había dicho que habían remodelado un par de vehículos almacenados y cuidados desde El Día Después. Habría uniformes, equipo y trajes-bolsa —quizá incluso encontrara su propio equipo de antaño si tenía suerte.

    Notó que Brass y Hyde aún estaban en el borde de la plataforma de hormigón charlando o discutiendo. La oscura presencia de Hyde seguía personificando la perdición y las tinieblas.

    Jesús, danos un respiro, ¿quieres?

    La mente de Borland vagó hasta las literas para dormir del transporte. Estaba exhausto más allá del punto de la ayuda del whisky —estaba acabado— y a menos que uno de aquellos reclutas fuese a la calle a por amilos o anfetaminas…

    Entonces la voz de Hyde interrumpió sus pensamientos. Nada inteligible. Sólo emoción. Rabia. Las voces se elevaron. Arriba y abajo sonaban por la estación.

    “Maldito dolor de barriga,” refunfuñó Borland, y se giró para encontrarse con la severa mirada de Aggie.

    “No tienes alma, Joe.” Ella negó con la cabeza y le entregó un e-reader.

    Borland entornó los ojos al pequeño texto en la pantalla plana gris del aparato.

    Aggie rió entre dientes por la incompetencia de Borland antes de alargar un brazo para aumentar el tamaño de la letra.

    Él se apartó de ella con una mirada que luego dirigió a los voluntarios. Leyó en silencio los nombres en la pantalla del e-reader, sonrió de satisfacción cuando se percató de que habían sido listados por nombres-escudo. Un nombre-escudo se grababa en el visor de tu traje-bolsa y se bordaba en tu uniforme. Tenía que ser fácil de recordar y fácil de olvidar. Era una tradición en El Día escoger uno.

    Sólo usaban tu nombre real en tu lápida o si te ascendían a capitán. Los Capitanes llevaban sus nombres completos en sus visores y uniformes. Estaba bordado y estampado en todas partes. Eso les facilitaba culparte cuando las cosas se venían abajo.

    Miró a lo voluntarios. Si Brass estaba montando un pelotón, debería haber 20 embolsados. Eso lo sabía sin contar. Una parte de él soltó una risilla al percatarse de que él mismo había enderezado instintivamente la espalda y hombros —imitando algo que semejaba una posición de firmes muy cansada.

    “Soy el Capitán de Pelotón Variante Joe Borland,” empezó él con un hormigueo al recordar la emociones por las que había pasado. ¿Echo de menos esta mierda? “Esta es la Captitana Agnes Dambe.” Miró hacia el e-reader y a las caras reunidas. Un cuarto de ellos eran mujeres. “No voy a decir muchas palabras bonitas sobre deber y valor. Todos ustedes ya deben saber por qué estamos aquí.” Se permitió una diabólica sonrisa. “¿Alguien quiere explicármelo?

    Risas sofocadas surgieron de los voluntarios. Aggie miró ceñuda a Borland.

    “Brass nos contará toda la historia cuando esté bien y preparado.” Echó un vistazo por la estación. Brass y Hyde aún eataban junto a la puerta Hyde estaba siseando y pinchando con las manos el espacio entre ellas. “Estoy seguro de que no serán buenas noticias.”

    A nadie le hizo gracia eso y Borland frunció el ceño. Una aprensión nerviosa tensó a los voluntarios, de modo que empezó a leer nombres.

Capítulo 30

    “¿Chico de Playa?” gritó Borland.

    Un hombre alto de veintipocos años se puso al instante en posición de firmes. Tenía sucio pelo rubio y toda la pinta americana que Borland odiaba.

    “¿Por qué has escogido ese nombre-escudo?” Le frunció el ceño. “¿Eres surfista?”

    “No, señor. Es el nombre de un personaje de los cómics del Equipo Omega,” dijo Chico de Playa brilando con sus ojos azules. “El Dr. Chico de Playa obtuvo sus súper poderes surfeando en la Isla Bikini después de que se probase la bomba atómica.”

    “Lamento haber preguntado.” Borland miró hacia a Agnes. Ella se encogió de hombros. “¿Isla Bikini?” Se quedó mirando fijamente al joven. “¿Y cuáles son sus súper poderes entonces?”

    “Visión de rayos X, para empezar, señor.” Chico de Playa seguía en posición de firmes, pero Borland podía oír que la tension caía en su voz.

    “¿Para ver a través de los bikinis?” sonrió Borland, mirando por las filas de embolsados para ver si alguna chica se había ruborizado.

    “¡Basta ya!” ladró Agnes. “Puede que al Capitán Borland le importe de dónde vienen vuestros nombres-escudo. A mí no." Hizo una pausa durante un segundo para mirar a Borland. “A menos que contenga de algún modo vuestro rendimiento en este Pelotón Variante, guardaos eso para vosotros. Para mí, simplemente será el nombre de vuestro visor.”

    “Sí,” dijo Borland, sabiendo que ya tendría tiempo para charlar sobre nombres-escudo cuando el pelotón empezase a colocarse antes de una misión. “Lo haremos breve por ahora.”

    Entonces algo le llamó la atención, miró por detrás de Chico de Playa a un hombre alto se buena constitución con pelo corto negro. Una etiqueta en su traje decía: “Mofo.”

    “¿Mofo?” Borland no pudo resistir una retorcida sonrisa. Miró al hombretón de arriba abajo. “Yo te habría llamado ‘Ratpack.’ Necesitas un smoking y una manicura, no un traje-bolsa. Tienes la pinta para ir a las Vegas, rayo de sol.”

    “Mi padre trabajó con usted en El Día, señor.” Mofo habló en voz baja. “Departamento de Icendios Ely Cook, nombre-escudo: Pegajoso. Solía decir que a usted le gustaban sus bollos de miel.”

    Hubo risas apagadas generales hasta que Agnes miró a los reclutas hasta que se callaron.

    Borland hizo memoria, evocó apenas a cara de Pegajoso. También era alto, si recordaba correctamente, y siempre estaba en el horno de la cocina de la estación. Su muerte fue fea. Borland no podía recordar los detalles, pero sintió algo pesado las tripas sobre ello. Más tarde

    Borland entornó los ojos y examinó ceñudo a Mofo otra vez. Estaba en el comienzo de sus treinta. Eso le hacía un…

    “Soy un chico kinder, señor,” dijo Mofo leyendo su mirada. “Se me presentó en la pubertad.”

    “Correcto,” rezongó Borland, apartando la vista. Era raro que alguien se levantase y soltase eso. Había montones de razones para callarse esa mierda. “¿Y nos podemos fiar de ti?”

    “Adicto al sexo, señor,” Mofo sonrió al decirlo. “No me deje con su esposa.”

    “No estoy casado,” rezongó Borland.

    “Ni con su madre,” intervino Chico de Playa y los reclutas estallaron en carcajadas.

    “¿ le pusiste ese nombre?” Borland se inclinó hacia el espacio aéreo de Chico de Playa cuando los demás se callaron.

    “¡Parecía apropiado en su momento!” Chico de Playa enderezó su postura.

    “¿Le gustó a ella?” gruñó Borland, deseando de pronto una botella que compartir por ahí.

    “¡Mamá no se quejó, señor!” los labios de Chico de Playa se separaron en una sonrisa y los reclutas rieron de nuevo..

    Borland giró hacia Aggie con una mirada deprimente. Ella frunció el ceño, pero fue captado en el buen humor general. Ella sabía hacia los enormes riesgos que iban a llevar a estos idiotas. Si iba tan mal como podía, muchos de ellos pronto estarían muertos.

    “¿Lilith?” Borland leyó el nombre con curiosidad y alzó la vista hacia una pelirroja de piel marfil y deslumbrantes ojos. Tendría unos 20. “¿Qué clase de nombre es Lilith?”

    “Es un demonio mesopotámico de la tormenta’, Capitán Borland,” dijo Lilith mientras encuadraba los hombros y destellaba con los ojos.

    “Lilith el demonio de la tormenta,” repitió Borland, y luego se encogió de hombros. No creyó que ese nombre fuese a durar más allá del primer colocón.

    “¿Travis?” escogió a voleo el nombre de la lista. Un nervudo hombre de altura media se puso firmes y fijó su mirada con la de Borland. Tenía afiladas facciones élficas. “Parece un poco soso después de Lilith.”

    “Es mi nombre, señor,” dijo el hombre de veintitantos.

    Una discreta risa se abrió paso entre los voluntarios. Aggie las silenció mostrandio mala cara.

    “¿Te han explicado lo de los nombres-escudos?” Borland negó con la cabeza.

    Travis asintió. “Iba a usar ‘Zombie,’ un personaje del mismo cómic que ha mencionado Chico de Playa.” bajó la vista. “Pero imaginé que sería de mal gusto.”

    “¡Todos!” Borland saludó con su e-reader. “Este es Zombie.”

    Una oleada de risas pasó por el grupo. Borland estaba demasiado quemado para leer las miradas correctamente, pero pareció más humor que tensión.

    “¿Bailarina?” preguntó Borland y llevó los ojos cansadamente por el grupo. Una rubia de pelo liso asintió y se puso firmes. “¿Es de un cómic?”

    “De mi pasado, señor,” dijo enderezando los hombros. Su cuerpo era esbelto y bien musculado, y aunque era tan alta como Borland, la carencia de excesos le daba una apariencia frágil. Supuso que tendría unos treinta y pocos —lo bastante mayor para ser una chica kinder, también. Más tarde

    “¿Lazlo?” continuó Borland, hizo una pausa cuando el nombre le sonó de algo. Había conocido a un Lazlo en El Día.

    El misterio se evporó cuando alzó la vista y reconoció a Jenkins, el policía negro del edificio de la peletería Demarco. Ahí estaba el tipo. Jenkins se había metido en problemas por la bebida El Día Antes y le había pillado la poli… Se unió a los pelotones en un programa de liberación de presos, se hizo policía después.

    “De vuelta de los muertos, señor,” dijo Jenkins con ojos oscuros penetrantes.

    “Cierto, como ese de la biblia.” Borland luchaba en aguas desconocidas.

    “Sí señor,” coincidió Jenkins. “Como Lázaro. Me han dado otra oportunidad.”

    Borland frunció el ceño mientras digería aquello. No quería un vudú cristiano en el pelotón… Pero recordó que Lazlo no era un predicador. Había un Predicador

    Ese nombre empezó un desfile de caras muertas en su mente. Eso fue entonces. Su corazón latió con fuerza.

    Bajó la vista al e-reader; su pelada mano vendada parecía fatal en contraste al suave plástico. Borland le entregó el lector a Aggie.

    “Sigamos con esto más tarde…” Se le empantanó la visión. “Tengo que sentarme.”

    La siseante voz de Hyde le persiguió hasta el comedor.

    ________________________

    NdT: Mofo = viene de "motherfucker", en el sentido literal: el que practica sexo con una madre.

    NdT: Ratpack = se refiere al nombre dado a las estrellas de cine, cantantes y artistas de 1950 y 1960 que eran tratados como realeza en Las Vegas. Se les consideraba las personas más guays en la época. Entre estas estrellas se encontraban Frank Sinatra, Dean Martin y Sammy Davis Jr.

Parte 4: PARKERVILLE

Capítulo 31

    Brass hizo rodar las puertas principales de la bahía de la estación fuera de su camino con un sonoro traqueteo y golpe final antes de captar el tambaleo de Borland, en cierto modo siniestro, hacia el comedor.

    Brass masculló algo derogatorio, se excusó a Hyde y siguió a Borland. Hyde le observó cruzar la estación, sus pasos retumbaban pesadamente, pero sonaban huecos en el espacio abierto.

    Luego, a los desnudos sentidos de Hyde le parecieron como si los movimientos del hombretón empezasen a ralentizarse, a volverse laboriosos, como si el aire se estuviese espesando a su alrededor —solidificándose— mientras el pasado entraba ocupándolo todo.

    Sonidos familiares. Aromas. Formas. Un temblor de pánico constreñía el cicatrizado pecho de Hyde y recuperaba la respiración.

    Su pulso latía bajo sus manos sin piel y batía en sus oídos. Los segundos se tornaron masivos. Se cubrió los ojos sin párpado con la capucha para extinguir los recuerdos.

    Biip.

    El tiempo se estaba reduciendo.

    Biip. Un monitor cardíaco.

    Hyde dio una larga respiración.

    Biip. La máquina midió su tiempo de vida.

    Biip. Un momento cada vez.

    Biip. Un temblor le atormentó. Y luego.

    Biip.

    Hyde observaba la aproximación de Mónica a través de la transparente tienda de vinilo para el oxígeno. Ella era un tosco dibujo, un manchado boceto a carboncillo distorsionado por su escudo cabo. Brass siempre estaba allí al fondo en alguna parte, una alta sombra que suspendida justo fuera de vista.

    A veces hablaba. Sólo palabras tranquilizadoras sobre los miembros supervivientes del pelotón de Hyde, sobre cómo su servicio y sacrificio sería recompensado viniese lo que viniese.

    Cuidarían de su familia.

    Viniese lo que viniese.

    Siempre hacía tanto frío dentro de la tienda de oxígeno.

    Biip.

    Los rasgos faciales de Mónica estaban borrosos por la arrugada cortina de vinilo que le mantenía vivo. El rostro de la mujer estaba oscurecido por una máscara quirúrjica.

    Se mantenía la luz baja en la habitación de hospital de Hyde mientras se adaptaba a la vida de ojos sin párpados.

    “Hola,” dijo Mónica la primera vez que superó los nervios. Los ojos verdes de su mujer estaban oscurecidos en las tinieblas.

    Hyde alzó un brazo vendado antes de volverlo a posar cautelosamente en un nido de vendas manchadas de marrón. Él estaba atado y retenido por tubos IV que transportaban morfina y goteo de electrolitos. Otra vena artificial le conectaba a la máquina de diálisis cercana.

    “¿Eres tú?” preguntó ella, y dio un paso. “¿Puedes?” continuó con otro paso, sus dedos acariciaban el aire impotentes. “¿Necesitas a un doctor?”

    Hyde jadeó cuando apartó el pensamiento con un doloroso movimiento de su mano.

    “¿Te duele mucho?” preguntó ella.

    Mónica tenía una forma directa de hacer preguntas que a veces la hacía sonar infantil o ridícula. El absurdo fue demasiado para Hyde esta vez, considerando las circunstancias, e irrumpió en una dolorosa carcajada. Su risa aumentó en espiral y pronto alcanzó un tono demente. El dolor de la acción evitó la demencia, pero este le torturaba. Incluso el dolor era divertido, considerando las circunstancias...

    El monitor cardíaco pitó alarmantemente.

    “Se podría decir que sí,” ceceó por fin.

    Mónica dio un dubitativo paso adelante y volvió a detenerse. Buscó pistas en la nublosa sombra de su marido. “Lo siento, Eric. Es que no sé qué hacer.”

    Hyde la observó en silencio a través del vinilo.

    Mónica cntempló su forma amortajada.

    “Por favor, Eric,” dijo ella con los hombros y columna bloqueados. “Tienes que ayudarme.”

    Algo, la morfina tal vez, hizo reir a Hyde otra vez. Fue una risotada sin humor, pero el tono burlón estaba allí.

    Mónica lo leyó como una crítica, como si lo hiciese para herirla. Avanzó un paso y luego dio dos pasos hacia atrás. Su incomodidad la dejó a dos metros de él, medio girada hacia la cama.

    “Espera,” dijo Hyde, incapaz de suavizar su tono sin labios. Su voz salía afilada, casi enfadada.

    Mónica le habló por encima del hombro. “El Dr. Barnes habló de injertos de piel.”

    “Sé lo que ha dicho el Dr. Barnes.” Hyde observó girarse hacia la tienda de oxígeno. La necesidad en ella era evidente, pero él no pudo contenerse y rió histéricamente. Sus palabras fueron como las de un bebé: sin bes, uves, emes… ¡Dios! El lenguaje era imposible.

    Trató de placar su risa bajo control antes de que Mónica pudiese tomarlo como algo personal de nuevo. Hyde levantó una mano y aplastó el vinilo. La acción dejó una raya de sangre o infección. Empezó a carcajearse de nuevo.

    “¡Basta! Basta!” la voz de Mónica se elevó mientras ella se inclinaba rígida, demasiado repulsiva por la furia. “No puedo soportarlo si tú…”

    “¿Tú no puedes soportarlo?” Hyde la interrumpió. “Créeme, no puedes.”

    Mónica negó débilmente con la cabeza. Comprendió lo que Hyde estaba haciendo. Podía oír la liberación en lo que él decía.

    “Me abandonaste antes de que esto sucediera.” Hyde luchó de pronto con la rabia, su voz, el ceceo sin labios, le hacía gruñir. “Y solo volviste cuando supiste que estabas embarazada.”

    “Tú y yo lo estábamos arreglando,” la voz de Mónica cayó plana.

    “¡Vete!” ladró Hyde y apartó la mirada. Captó su turbio reflejo despellejado en la cortina de vinilo. Blancas vendas manchadas, tejido marcado escarlata sangrando en las cicatrices.

    “Jill necesita a su padre,” dijo Mónica débilmente.

    “Su padre está muerto,” susurró Hyde, fascinado por su espeluznante reflejo.

    “Sólo estás disgustado,” chilló Mónica, tratando de calmarle, sabiendo que no quedaba nada. “Necesitas tiempo.”

    Hyde se giró hacia ella y se agarró los vendajes de la cara. Dedos y manos quemados, sus pómulos le picaban de dolor. Se echó hacia el vinilo para enseñársela —para que ella pudiese ver lo que los Mordedores habían dejado.

    “Te irás más tarde,” gritó empañando el vinilo con su aliento. “¡Así que, vete ahora!”

    “¡YONK!” ¡Los faros incendiaron el aire cuando sonó un claxon!

    Luego un rugido irresistible detrás de su silla de ruedas.

    ¡SCUANC! Hidráulica disparándose.

    Hyde fue arrancado del pasado cuando cegadores rayos halógenos explotaron dentro de la estación. Las luce le dejaron clavado en el sitio, expusieron cada cicatriz de su cuerpo.

    El primero de los dos grandes transportes le rugió. El estruendo de los motores, el siseo y chirrido de los frenos llegaron hasta la garganta de Hyde.

    La súbita inercia empujó su silla hacia adelante.

Capítulo 32

    Borland tomó asiento a la mesa, bien lejos de la Dra. Cavalle, Dedos-de-estaño y el Viejo. Intentaban mostrarle a Midhurst algo en la brillante pantalla de un e-reader —probablemente cómo hacer el texto más grande.

    El grupo alzó la vista cuando Borland entró y luego volvieron a su instrucciones.

    Borland giró a medias su silla, sacó su petaca de pinta y dio un rápido trago. Mantuvo oculta la botella y se secó wl sudor de su labio superior con los vendajes de su mano derecha. El whisky le calentó el pecho, pero no era remplazo para el descanso.

    Todo aquello, todo, empezaba a apilarse encima de él. Era como si una losa se posara sobre el corazón. Haciendo tiempo, estudió al grupo en la parte delantera del comedor y luego destapó la petaca para otro trago..

    Brass entró y frunció el ceño.

    “Ups.” Borland se encogió de hombros, ¿qué más daba? Ya sabían con lo que estaban tratando. Gesticuló impotente con la petaca antes de esconderla. “Pillado.”

    Brass sacudió la cabeza agresivamente. “No hubiera hecho falta un gran detective.” sonrió amargamente antes de ablandarse. “Hueles a licor de menta.”

    “Solo es para mantener firmes las manos.” Borland negó con la cabeza. “Llevo demasiado tiempo.”

    “¿Es que estás sobrio alguna vez?” Brass caminó hasta la mesa manteniendo la voz baja.

    “Solo cuando es absolutamente necesario.” Borland no pudo contenerse. “No ha sido necesario durante un tiempo.”

    De pronto, una luz brillante ardió por la ventana de la puerta y dispuso un fulgor alrededor de la quebrada ventana del comedor.

    “Ese es el T-1,” Brass anduvo hacia la gran ventana junto a la puerta del comedor y giró las persianillas. “¡Dios! Casi atropellan a Hyde.” soltó una risita. “Sabía que Aggie era una buena elección.”

    Borland apenas podía ver las máquinas desde donde estaba sentado. Todo era fulgor halógeno. Pero en la luz y el reflejo acababa de ver a Aggie apartando a Hyde de las máquinas. Ella le giró y empezó a hablar. Todo era luz y fósforo. La presión se acumulaba tras los ojos de Borland. Apartó la vista y sonrió.

    “¿Lo es Borland?” murmuró Brass para sí y se giró hacia él. “El T-1 es comando y asalto.” Señaló cuando un segundo conjunto de brillantes halógenos retroiluminaron la silueta de mamut del primer transporte. “El T-2 es comunicaciones, suministros y barracones.”

    “¡Jesús!” Borland entornó los ojos hacia el resplandor. Le quitó importancia y echó un trago. Qué demonios, estaba todo ahí fuera a la vista.

    “Necesitas dormir…” Brass le mejoró la excusa, extendió la mano hasta que Borland le puso dentro la petaca. El hombretón la abrió y echó un trago antes de devolvérsela. “Eres demasiado viejo para funcionar con esta mezcla, Joe. Pero sé como funcionas.” Asintió. “Charlaremos más tarde cuando hayas descansado.”

    “Sólo estoy cansado.” Borland se guardó la petaca, dio una fuerte respiración. Pilló a Cavalle observándole y sintió que el calor coloreaba sus mejillas.

    Ella también sabe cómo funcionas.

    “Peocesamiento estándar. Los dos transportes tienen literas para los oficiales al mando.” Brass espió por las persianas. “El Capitán Hyde habría supuesto un problema, así que hemos remodelado una ambulancia media Horton de servicio para él, pintada con los colores de la compañía del gas.”

    “¿Cómo vamos a infiltrarnos con esos?” Borland señaló a los transportes y se levantó, sintió el tirón de sus hernias y casi se queja.

    “No vais a infiltraros. Montaréis el CG fuera de la base militar —hay montones de sitios para esconderos. Hemos desplegado vehículos domésticos en la zona para viajes a Parkerville.” Brass sonrió o gruñó. “Podéis infiltraros en esos.”

    “Vale.”

    Brass se giró hacia él con una expresión, sacó los labios. “Nadie quería tocarte, Joe.” Su voz cayó hasta un susurro. “Tu archivo OOP parece Días sin Huella.”

    Borland se encogió de hombros, miró de soslayo por la ventana mientras los reclutas rompían filas y se acercaban andando a los transportes. Los conductores habían aparecido y estaban estrechándose las manos. Borland podía ver la duda y emoción en los más jóvenes al mirar estos a Hyde y a Aggie.

    “Pero yo sé que aún tienes lo que hay que tener.” Brass asintió. “Sé que la mitad de lo que te has hecho a ti mismo es un castigo por lo que le hiciste a Hyde y a los pelotones. Que quieres enmendarlo.”

    Borland frunció el ceño y sonrió irónicamente.

    “La otra mitad es estúpida reacción al aburrimiento.” Brass dio una carcajada y se giró hacia él. “Pero es una mezcla que necesitamos en esto.” Señaló con la barbilla a los reclutas. “Esos chicos sólo conocen historias. Han visto historias en 3-D y descargas basadas en El Día. Han crecido con sus rimas y hombres del saco, pero siempre han sido distantes sesiones de sofá en tiempos de paz... Ha sido un juego. No saben el infierno en el que podrían estar metiéndose.” Se volvió a girar hacia Borland. “Tienen que ir donde sólo un fantasma podría conducirles.”

    La cara de Borland se deprimió, su pecho se comprimió. Su sonrisa fue más un mohín.

    ____________________

    NdT: "Días sin Huella" es una película de Willy Wilder (The Lost Weekend) y uno de los alegatos cinematográficos más notables contra el alcoholismo.

Capítulo 33

    Borland rezongó cuando pasó andando junto a Hyde. El viejo monstruo había mascullado algo que había hecho sonreir a Aggie. Él no sabía si era una broma entre ellos y tampoco le importaba.

    No quería que Hyde arruinara la sensación de nostalgia que le calentaba el pecho a medida que se aproximada a los gigantescos transportes. Ambos vehículos eran iguales. La designación numérica sólo era para la cháchara de radio y la logística.

    Los transportes del Pelotón Variante eran sobredimensionados monstruos con ruedas de 3 metros de ancho y una distancia entre ejes de cerca de 10 metros. Los mastodontes de dos plantas encogían la estación con sus prehistóricos blindajes pesados. Ocupaban toda la extensión de carretera por la que viajaban.

    Por fuera, the máquinas parecían furgonetas blindadas de reparto mutantes. Había lámparas halooigenas embutidas en zócalos por toda su dura piel y podían cobrar vida si un pelotón estaba en problemas y necesitaba un faro hacia el que correr, o si una manada de caza estaba sobre ellos de cerca. Los Mordedores odiaban la luz brillante —un efecto secundario de tener ojos sin párpados.

    La conductora del T-1 llevaba el mono del pelotón y estaba hablando con un par de reclutas. La etiqueta del nombre en el traje rezaba: “Recibidor.” Llevaba un pelo rojo llama atado hacia atrás en un tenso moño. Tenía brillantes ojos verdes y pecas espolvoreadas sobre las mejillas y la nariz.

    El T-2 era el transporte de comunicaciones, suministros y barracón. Lo conducía un culturista de 20 años llamado Peligro. El T-2 también se usaba para la extracción del pelotón si algo le ocurría al T-1. Portaba un centro de comunicaciones de última generación operado por Maga, una morena indú de fuertes rasgos faciales. Borland localizó a la técnico embolsada hablando con Dedos-de-estaño.

    La Dra. Cavalle viajaría en el T-2, y sería el enlace con el CG de Metro en cuanto el Pelotón Espía le diera la patada al avispero.

    Borland ignoró el saludo militar de Recibidor y paseó hasta la parte trasera del T-1.

    La puerta trasera estaba desplegada hacia abajo para formar una robusta rampa. Él se pausó en la parte superior de esta. Justo dentro a la izquierda había una estrecha ‘cabina de acceso’ donde un embolsado o embolsada podía aliviarse dentro.

    Frente a ella había una minigalería: un conjunto de firmes estantes, microondas y cubitera para hielo, que servía como lugar de comida y ocio, y que generalmente se usaba para la rehidratación más que a otra cosa. Los trajes-bolsa cocinaban a un hombre en su propio sudor —especialmente si tenía que correr. Había antiséptico en el aire, pero Borland captaba cierto olor a viejo trastero cerrado.

    Más allá de esto estaba el compartimento principal del pelotón. La bahía era un espacio grande y decía mucho de la apariencia de caja del transporte, pero 20 embolsados podían llegar a necesitar mucho espacio para lidiar con las armas y el equipo. Especialmente al ir envueltos en grueso vinilo.

    Borland pasó los dedos en una parte del marco de la puerta donde algún embolsado de los tiempos de El Día había fundido sus iniciales en el plástico de alto impacto. Habían dado una capa de pintura encima, así que no pudo descifrar el autógrafo. También había varias cicatrices arrugadas donde se habían pinchado cigarrillos en los reposabrazos que había entre los sofás del pelotón colocados por toda la longitus del compartimento.

    Las taquillas de armamento y equipo se alineaban en la paredes tras ellos. Lo mismo ocurría en la parte de arriba, pero esas taquillas contenían botiquines, lámparas de capucha de remplazo y varios chismes técnicos. Todas las taquillas podían ser unas cabronas para abrirlas cuando no se usaban los arneses de colisión. Estos se suspendían de cornamusas sobre las unidades de almacenamiento.

    La pared delantera estaba sellada por una gruesa puerta de acero que se mantenía cerrada herméticamente siempre que el tansporte estaba en movimiento. Aislaba el compartimento del conductor del compartimento del pelotón. Esto era protocolo aprendido por las malas en los tiempos de El Día.

    Antes de instalar la puerta de seguridad, un conductor de la Estación Tres sacó a su pelotón al peligro y se metió accidentalmente en la vanguardia de una manada de Mordedores. Era común que un pelotón se abriese camino hacia el transporte combatiendo si las cosas se volvían mico. Y dejar una escena hasta que llegase más embolsados era la forma de valor más inteligente.

    Pero en aquel caso, el transporte llegó hasta la autopista al mismo tiempo que el Alfa llegó hasta el conductor. El transporte se estrelló con un camión de combustible y explotó, quemando seiscientos metros de autopista e incinerando a 40 civiles en un autobús.

    Por eso la puerta entre compartimentos se sellaba siempre que giraban las ruedas. El compartimento del pelotón comunicaba con el conductor y el mundo exterior con un equipo de radio y vídeo atornillado al marco de la puerta.

    La segunda planta era una media planta con una mini cabina, con ducha-aseo y camas reclinables para dormir para dos oficiales al mando. Borland hizo un mohín, pensado en los peldaños de acero y agarraderas por las que tendría navegar para acceder a ella.

    Ambos transportes estaban equipados con mesas médicas plegables que se podían precintar con resistentes láminas de vinilo y máscaras de oxígeno si sucedía lo peor y se le presentaba el Variante a un embolsado.

    Essspiel

    Borland se giró para ver a Aggie y Brass con Cavalle y Hyde en la puerta trasera abierta.

    “¿Por qué sólo tenemos 19 reclutas?” preguntó Aggie, alzando la vista después de mirar la lista en su e-reader. “Nos deja a un hombre menos de un pelotón completo.”

    “Recogeréis a vuestro hombre extra en el bloque de carretera de Parkerville,” dijo Brass subiendo con cara neutra. “Tuvimos que mover algunos hilos para conseguirle.” Mostró a Aggie su mirada tranquilizadora.

    “¿Qué se supone que significa eso?” siseó Hyde bajo su capucha.

    “Es Robert Spiko,” dijo Brass bajando la voz.

    “Spiko…” Hyde quedó sin palabras. Juntó sus marcadas palmas para espolear su memoria.

    “Está en chirona…” Borland recordaba a Spiko de los tiempos de El Día. Ambos compartieron una conexión especial cuando se colocaron por primera vez, pero se echó a perder. Un soldado de carrera, Spiko saltaba al trabajo de pelotón con gusto. Pero fue reasignado antes de que la mezcla con Borland se volviera tóxica.

    “Le han dado libertad especial. Necesitamos sus habilidades,” dijo Brass antes de continuar por encima de las protestas de Aggie. “No tengo que repetir lo importante que es esta misión. Ya recordáis El Día.” les miró a todos. “Si encontramos el Efecto Variante, no puede salir de Parkerville.”

    “Ya lo hemos encontrado, Brass,” le recordó Aggie.

    “¿Spiko?” gruñó Borland.

    “Formó parte del programa de acondicionamiento de la OOP para los veteranos del Variante,” intervino Cavalle. “Spiko lamentó tanto lo que sucedió como todos.”

    “¿Lamentó?” balbuceó Hyde. “¿No fue quien mató a su propio pelotón?”

    “El Brote del Edificio Manfield aún está clasificado…” empezó Brass.

    Los ojos de Hyde destellaron de furia bajo la capucha.

    “Sucedió cerca del fin de El Día. Puedo deciros que su pelotón encontró una forma altamente infecciosa de la dermatofagia Variante,” explicó Brass. “Todos los mordidos se convertían…”

    “¿Su pelotón entero fue mordido…” rezongó Hyde. “...,cómo lo sabía él?”

    “Hay más sobre la historia.” Brass suspiró. “Él actuó. Ya recordáis El Día. Duda y pierdes el mundo.”

    “Él respondió bien al tratamiento,” explicó Cavalle.

    “Pues no responderá bien al mío,” amenazó Borland, flotando por la nostalgia, “Si se vuelve mico.”

    “Comprobaciones y balances.” Brass miró a sus capitanes. “Su inclusión en esta misión subraya lo importante que es que tengáis éxito.”

Capítulo 34

    “Essspiel …”

    Los ojos de Borland se abrieron de golpe. Estaba oscuro. Se preguntó dónde estaba.

    Le llevó un minuto.

    “Essspiel…”

    Estaba la litera superior del T-1. Casi se queda dormido en el comedor. Borland había notado que sus sentidos se atenuaban; incluso su deseo de beber le había abandonado.

    Había pasado exprimiéndose entre los reclutas que metían su equipaje en el transporte, balbuceado algo y empezado a escalar por los agarres en la pared. Había habido un momento en que su exhausto estado sin alcohol casi le había hecho caer encima de los chicos, pero alguien le había empujado hacia arriba para el impulso final.

    En El Día, los transportes se enviaban principalmente para misiones específicas a corto plazo relacionadas con el Variante, pero de vez en cuando tenían que excavar más hondo… especialmente si había una presentación del Variante que tenía que ser contenida, o si se trababa de Pelotones Espía —así que la mitad de la cubierta del compartimento del pelotón estaba activa. Los embolsados hacían turnos para dormir en hamacas en la parte de abajo.

    La planta abierta en el compartimento del pelotón se podía cerrar si los capitanes necesitaban privacidad. Y era común en El Día recompensar a los embolsados con privilegios de litera para dormir, armar jaleo o beber.

    La retumbante música en el interior del compartimento del pelotón había sido de locos.

    Borland apenas había conseguido llegar a la cama antes de perder el conocimiento.

    El motor rugió. Su litera saltó y se meció. Estaban en movimiento.

    Identificó un par se voces abajo —tenía oído para eso. Le había ayudado en El Día cuando todos estaban colocados y aterrorizados por los gritos de radio tras capuchas de vinilo.

    Chico de Playa y Zombie pasaban el rato con un poco de cháchara. Los demás allí abajo escuchaban, dormían o empezaban algún tipo de decarga en sus palm-com.

    Su mente empezó a retroceder hacia sueños de oscuridad y dientes rechinantes y, después, hacia esto:

    “No,” insistió Chico de Playa, “El Sr. A tomó la decisión él mismo.”

    Zombie le corrigió, “Eso se le ocurrió a Mala Idea Man. Siempre se le ocurre a él. ‘Tómate un martini,’ le dijo.”

    “¡Ni hablar, ni hablar!” discutió Chico de Playa. “Si el superpoder del Sr. A fuese convertirse en Desmayo Man, le habrían dado un salvavidas en vez de una simple sugerencia.”

    “Si ese fuese el caso entonces,” continuó Zombie, “¿cómo explicas el número, ¿LA PUERTA DE LA MUERTE? cuando Desmayo aparece después de que las noticias lleguen a la Isla Omega sobre que su antiguo némesis, El Sargento Sepsis, ha regresado.”

    “Eso es una decisión no una sugerencia,” aseguró Chico de Playa. “El Sr. A decidió que tenía que hacer algo para detener a Sepsis. Por eso fue a por la botella.”

    “¿Qué es esto?” gritó Borland desde arriba con voz balbuceante mientras se suspendía en el borde del sueño. También fue arrastrado hacia las bromas y camaradería —¿nostalgia?

    ¡Los hombres se callaron.

    “Perdón, Capitán,” dijo Chico de Playa, “Estábamos hablando de Desmayo. Es un personaje de los cómics del Equipo Omega, un borracho que el ejército utiliza como sensitivo y misiones difíciles donde se requiere un alto grado de negación.”

    “O donde la acción es demasiado ‘maligna’ para que América reclame responsibilidad o justifique ordenar a un hombre libre a llevarla a cabo,” añadió Zombie vacilando. “No puede recordar lo que hace, señor. Su alter ego es el Sr. A. Es un parroquiano moralista.”

    “Eso es solo mierda inventada. La gente hace lo que quiere.” Borland miró hacia la oscuridad sobre su cabeza. “Hasta lo malo sienta bien.” Quedó en silencio, preguntándose a dónde quería llegar y luego aulló, “¡Así que dejad ese parloteo!”

    “En realidad, Capitán Borland,” intervino desde abajo la embolsada Lilith con una clara insinuación en su voz. “Los héroes de ficción del tipo que los chicos están hablando representan personajes arquetípicos que tratan los dilemas humanos del día a día sobre los que la vida no nos da la oportunidad de reflexionar.” Hizo una pausa. “Es un lugar seguro para pensar cosas así. Los personajes ficticios tratan con las penalidades sin herir al lector y es probable que a este le pueda gustar que tal substituto tenga éxito…”

    “¡Jesúus, todas esas sílabas!” se carcajeó duramente Borland, mostró una sonrisa maníaca al techo. “¡Pensaría uno que una chica educada sabe lo que significa ese PARLOTEO!”

    Alguien vitoreó; Lilith gruñó o se quejó.

    Las risitas de Borland llenaron la litera hasta que enterró la cara en la almohada para sofocarlas. La liberación provocó algo, permitió que el alcohol y los sedantes se reconstituyeran súbitamente en sus venas. Trajo un sosegador espacio que calmó sus nervios doloridos. Él siguió durmiendo.

    “Essspiel…”

    La palabra persiguió a Borland hasta fuera de sus sueños empapados en sudor. El aire se cernía sobre él y apesaba a alcohol y toxinas. Necesito una ducha … Luego se imaginó usando la ducha-aseo. No será bonito..

    El transporte había parado con el motor en marcha.

    Buscó con la mano por la pared, retiró una placa de acero y espió afuera por una ventanilla a prueba de balas. Se habían detenido más allá de un bloqueo de carretera. Unos soldados se estaban agrupando alrededor de Cavalle junto al T-2 a unos 10 metros detrás del T-1. Una confusión de luces de peligro mostraban grandes vehículos blindados a lo lejos en la otra parte de la carretera —tanques también. Se habían extendido un montón de lonas, las suficientes para alimentar y albergar a —¿un millar de personas?

    Cavalle consultó un e-reader, su cara se iluminó por la tenue luz azul de la pantalla antes de que la mujer autorizara algo con la huella de su pulgar y devolviese el aparato. Un par de soldados con rifles de asalto se acercaron andando hasta una furgoneta oscura aparcada junto a camiones blindados. Un tercero abrió la puerta trasera y extendió el brazo para ayudar a salir a alguien.

    La figura era de mediana altura pero de constitución compacta. Borland reconoció el conjunto de amplios hombros y sólida postura militar.

    Robert Spiko extendió sus gruesas muñecas. Los faros reflejaron unas esposas cuando el tercer soldado las retiró. Spiko llevaba uniforme de pelotón. Su largo pelo se mantenía apartado de la cara por una banda en la frente.

    Cavalle guió a Spiko hacia el T-2, donde ambos desaparecieron tras su flanco blindado.

    Borland se dejó caer de vuelta a su litera. El motor del T-1 rugió de pronto y resolpó la hidráulica. Se pusieron en movimiento.

    Él no creía en la redención. Se dijese lo que se dijese, la culpa y vergüenza eran sólo otros movimientos en un juego. Que trajesen a Spiko para una infiltración decía alto y claro que no estaba curado. Que aún era Spiko. Cavalle había dicho que había formado parte del programa de acondicionamiento de la OOP. Borland se preguntó para qué le habían condicionado.

    Las OOP le habían ofrecido a Borland un programa que ayudaba contra el abuso de sustancias. La psicología había dado saltos en la ciencia del comportamiento en los tiempos de El Día y después. Dado que el Efecto Variante tenía activadores químicos, era peligroso añadir drogas a esa mezcla, de modo que abandonaron el armario de las medicinas y se pusieron a trabajar en terapias de lavado de cerebro sacadas de e-textos realmente gordos llenos de jerigonza para los cabeza-huevo.

    “Es mejor transitarlo,” susurró Borland entre dientes recordando al hombre, sabiendo lo cerca que él había estado de compartir el destino de Spiko.

    Mientras la fatiga le atenazaba de nuevo, una rutilación final de ansiedad conectó sus nervios con el compartimento inferior cuando los embolsados tomaron sus asientos. También habían visto el intercambio.

    “¿Ves el poder de juego de ahí fuera?” dijo Zombie primero. “El ejército la tiene cerrada a cal y canto…”

    “Precintada,” corrigió Lilith.

    “Es bueno tenerles vigilándonos la espalda,” murmuró Zombie.

    “Hasta que intentemos salir de la bolsa,” añadió crípticamente Lilith.

Capítulo 35

    Hyde sabía que era protocolo estándar para Brass y el Viejo quedarse atrás. Ese chico kinder, Dedos-de-estaño vendría después, un enlace que transportaba información de un lado a otro: datos, mentiras —¿un testigo?

    Otro temblor paranoico pasó.

    Así era el estándar. Darían órdenes concernientes al protocolo y procedimiento si el Pelotón Espía removía bastantes pruebas para actuar. Eso era todo. Dedos-de-estaño llevaría sólidas pruebas en caso de que la Infiltración fuese descubierta. En caso de que las cosas acabasen en los tribunales, o en una pesquisa.

    Hyde quedó aliviado cuando Brass le dejó en la gran ambulancia Horton que había llegado a la estación después de los transportes. Había sentido alta ansiedad al imaginarse compartiendo el espacio confinado del T-1 o T-2 con los pelotones.

    Aparte de la conversación inane e infantil, habría odiado la proximidad por el elevado riesgo de infección y nunca habría podido resistir el íntimo escrutinio —lo cual no decía nada sobre lo que le provocaría la prolongada exposición a Borland.

    El pesado vehículo se inclinó cuando tomó una larga curva, y a Hyde se le hundió el estomago. Llevaba en la carretera una hora.

    Habían vaciado la Horton y dispuesto para permitirle movimiento relativamente libre en su silla. Contaba con barandillas de mano para darle mobilidad con sus armazones y poder acceder a la ducha-aseo y la cama. Le agradó ver que la pared trasera, que normalmente contenía medicinas y equipo de rescate, se había convertido en una pantalla plana, ordenador y equipo de comunicaciones junto al resto del equipo.

    Había una taquilla al fondo donde habían metido su traje-bolsa.

    Brass se lo había enseñado.

    “Es como una segunda piel,” le había dicho, “Perdón —es lo que pone en el folleto. Pero es como el traje corporal de piel que usaron los supervivientes en los tiempos de El Día.”

    Hyde sabía que él no sólo era el único en sobrevivir al despellejamiento, aunque hubo otros que fueron esquilados con igual totalidad. Era raro sobrevivir en su estado a pesar de los avances médicos. Pero muchos otros que habían perdido grandes porciones de piel; y que o bien habían rechazado injertos, o los temían; elegían el traje coporal de piel.

    Como la ropa, la cobertura flexible se podía llevar tanto sobre las áreas dañadas como las plegables, parches ajustados a la forma de colores opacos para la protección sencilla, o con su superficie activada para mostrar, dando así la apariencia de la piel sobre aquellas secciones.

    La imagen era convincente a primera vista, normalmente lograda mediante escáneres a cuerpo completo de los tejiidos sanos existentes, o escáneres de donantes vivos de igual fisiología.

    Algunas de las unidades más caras imitaban la textura y pulso. Pero era un truco barato en el mejor de los casos. Las células-piel aún eran células, incapaces de dar más que una imagen bidimensional al proteger áreas dañadas. Había versiones 3-D que proyectaban una máscara completa, pero esta fallaba, al no hacer sino elevar las espectativas. Y fracasaba miserablemente cuando llegaba la hora de la prueba del sentido del tacto.

    Algunos de los más alegres herederos de las prótesis los programaban para mostrar el parecido de famosas estrellas de las descargas. Los más llamativos optaban por espectáculos de luces con los colores del pavo real y muestras psicodélicas. Un buen número se veía obligado a compensar el coste del caro equipo con la muestra de anuncios.

    ¿Cómo de alienígena quieres que me sienta?

    Hyde rechazó tomar parte en el espejismo. Rechazaba llamar la atención, entablar contacto humano para luego quitarse la piel-célula y que todo fuese tejido cicatrizado.

    Brass había dicho que el traje-bolsa de Hyde se había fabricado con una versió más resistente del material por sus cualidades protectoras e higiénicas, con algunas capacidades de proyección disponibles.

    “Sólo por si acaso,” había añadido Brass. “Por si necesitas integrarte en el grupo.”

    Hyde podía entender eso si las actividades del pelotón en Parkerville le dejaban expuesto, pero las cualidades ‘protectoras’ casi le arrancan una carcajada. No se molestó en indicar que los devoradores de piel eran lo último que él tenía que temer.

    Sin los extras activados, su traje-bolsa parecía un traje de submarinista púrpura oscuro con articulaciones rígidas de plástico.

    La Horton había heredado el conductor de Hyde, el cabo, y había venido con un médico, Gordon, que cuidaría de sus necesidades y asistiría a la Dra. Cavalle que iba como la OOP del pelotón y la oficial médico en jefe. Uno de los embolsados, Mao, también estaba listado como técnico médico para el pelotón. Su limitación como paramédico en Metro le había asegurado el puesto. Su familia había emigrado a los estados El Día Después desde una provincia china mucho más al norte de las zonas asiáticas de destrucción nuclear.

    A Hyde le había decepcionado saber que el ordenador y el equipo de comunicaciones de la Horton estaban configurados sólo para canales de información del pelotón, la policía y el gobierno.

    Nada de Águila de Guerra —todavía. Hyde sabía algunos trucos que le permitían registrarse en el juego, y había visto a un par de embolsados de una edad que podría garantizar cierto conocimiento hácker. Y estaba Maga, la embolsada cerca de los 30, con una década en sector TI corporativo que había estado en proceso de unirse a la contrainteligencia del FBI cuando se emitió la llamada de voluntarios para el Pelotón Variante. Ella sabría como sortear los bloqueos de la red.

    Luego, Hyde se preguntó cuánto de la historia de Maga era cierta. ¿Acababa de alistarse a FBI, o ya era una agente?

    Hyde apartó esos pensamientos por el momento, ya volverán, y contempló la gran pantalla plana que sería perfecta para el juego que le habían negado.

    Sin Águla de Guerra tendría tiempo de odiar a Borland. Normalmente, eso era algo que hacía a intervalos cada día. Pero tenía que cuidarse. Hyde quería sobrevivir a esto, y las emociones le distraían. Sus sentimientos por Borland podían dejarle ciego a los peligros delante de él.

    Quería sobrevivir a esto. Esa era una idea extraña. ¿Era la Nostalgia o el entrenamiento activándose?

    Tenía que estar concentrado en la misión. Nada de juegos, de modo que consultó los archivos de la lista de embolsados —se puso a conocer al pelotón y a estudiar los mapas e historia de Parkerville. Comprender el escenario de las operaciones. Dado que no podía escapar de la pesadilla, tendría que pasar por ella. Especialmente ahora que las noticias de Brass sobre algunos de los habitantes de Parkerville habían aumentado las apuestas incluso más.

Capítulo 36

    Borland se torció la espalda al usar el aseo-ducha, pero consiguió acicalarse lo bastante para garantizar el cambio a su traje de Pelotón. Recibidor había sido testigo de su pornográfica lucha húmeda, pero se había negado a apresurarse mientras desenvolvía su ropa empaquetada al vacío.

    Ella rodó los ojos al cielo cuando él la sonrió como si nada.

    Borland operó los cierres de su caja de acero con los dedo hinchados y la abrió. Dentro, el estándar: gorra con el emblema del Pelotón Variante y el rango bordado en la visera negra, traje de una pieza y chaqueta, botas altas hasta la rodilla de suela gruesa, cinturón para el arma y cargadores de munición. Un traje-bolsa bien plegado —extra grande, estaba seguro, de ligeramente mayor apariencia a alta tecnología que el traje de capitán que había llevado en El Día.

    En vez del traje ajustado gris oscuro que le distinguía de la tropa, este era de vinilo transparente como los demás embolsados, con gruesa goma negra y Kevlar en las articulaciones.

    Se pausó para tocar el parche sobre el pecho de su chaqueta y recordó su antiguo uniforme, aquel en el que se había retirado. Cuántas veces se lo había quitado en las noches y días desde El Día, borracho como una cuba recordando y preguntándose para qué hacía todo aquello. Una sonrisa le cruzó el rostro al recordar las veces que se había puesto la antigua chaqueta. Ni siquiera se abotonaba el cuello.

    Las hernias de Borland se movían y tiraban mientras él bajaba la rampa del transporte flexionando su mano derecha herida. Tenía una caliente sensación gomosa, como si los huesos fuesen demasiado grandes. Había roto el viejo vendaje antes ducharse y hablaría con la Dra. Cavalle para remplazarlo cuando ella tuviese una oportunidad.

    Los ruidosos frenos de aire del T-1 y el traqueteo del motor le habían alertado de la llegada del vehículo a la base militar de Parkerville, le habían sacado a rastras de su sueño unas horas antes. Se apoyó sobre un codo para espiar afuera. Las farolas brillaban, ardiendo en sus ojos a medida que el transporte pasaba deprisa otra puerta y guardias. Sus pesados neumáticos rugían por las láminas negras que se extendían hasta perderse en las tinieblas —el aeropuerto.

    Borland estaba demasiado cansado y casi resacoso para dar a aquello más que un borroso vistazo, antes de caer de vuelta a la litera para experimentar las extrañamente emocionantes fuerzas de gravedad que empujaban su litera mientras el transporte se sacudía e inclinaba en su camino por las justas calles de la base.

    Después de que la puerta trasera cayese con un golpe, Borland había echado un par de tragos rápidos para remplazar su náusea con un astringente puñetazo de calor. Había sopesado la petaca casi vacía y se había encogido de hombros antes de serpentar hacia el aseo-ducha.

    Le llegaron ecos metálicos desde el compartimento abierto de abajo mientras el pelotón montaba su tienda fuera. Brass les había ordenado que establecieran una estación temporal en un almacén espacioso designado por el comandante de la base, el Coronel Hazen.

    Hazen proporcionaría una zona segura para que trabajasen. Borland no conocía al hombre, pero le habían dichi que había sido un soldado en los tiempos de El Día y que tenía experiencia con los Pelotones Variante. Aunque no habría fanfarria. Los Pelotones Espía no funcionaban así. El ejército adoptaba un papel de apoyo en las ‘necesidad de saber’. Es decir, el Pelotón Espía podría recurrir al ejército en busca de apoyo, pero si las cosas se ponían feas de verdad, se las tenían que apañar solos.

    Brass había ordenado a un grupillo que entrase disfrazado en Parkerville para obtener el plano de la zona mientras el resto del pelotón permanecía detrás para seguir el entrenamiento con Aggie. Los miembros del equipo infiltrado tenían pases de ‘seguridad militar’ que podían mostrar por ahí cuando surgieran las inevitables preguntas, en cuanto los locales los identificaran como extraños.

    La historia ‘oficial’ sobre los bloqueos de carretera decía que el ejército había estado almacenando munición en la base. Una reciente investigación de los técnicos del ejército había encontrado munición inestable. Se estaba regulando el tráfico de entrada y salida a la ciudad; el aeropuerto y la base militar estarían cerrados hasta que la ordenanza dijese que la munición podía ser destruída de modo seguro. Agradecemos su paciencia.

    La historia oficial de Borland para el plan de liderar el primer grupo al interior de Parkerville era que él necesitaba una copa y su pelotón material para colocarse.

    El resto venía solo.

    Salió de la rampa y miró por el almacén. Solo era un montón de espacio y grandes focos halógenos que iluminaban hacia abajo. Habían aparcado los transportes lado a lado, separados unos 12 metros para formar una zona de entrenamiento a la que Aggie estaba dando buen uso. La miitad de los reclutas habían formado filas allí. Aggie estaba delante de ellos, sexy y dura con su traje de Pelotón Variante. Habían puesto una mesa junto a ella. Un traje-bolsa estaba extendido sobre ella. Ella levantó la capucha del mismo.

    Este es vuestro nuevo hogar … Borland suprimió una risotada. Un dolor nostálgico le traspasó. Esta es vuestra bolsa corporal

    La Horton de Hyde estaba aparcada a buena distancia de los transportes con su morro apuntando a una pared de cajones con crípticas insignias y números de serie. Había tres furgonetas civiles, un coche utilitario y una suburban aparcados un poco más lejos.

    Brass había dicho que se instalaría un equipo de incendio y otro de BZ-2 en una localización diferente dentro de la base. Esos equipos siempre habían sido fuerzas separadas en El Día —raramente se colocaban juntos o fraternizaban con los pelotones, en parte debido a las herramientas peligrosas y volátiles de sus cargas, pero también debido a sus tareas. Los equipos de BZ-2 se habían cargado a muchos miembros de pelotón que presentaban el Variante y los equipos de incendios tenían la tarea de cremarlos. Era complicado salir de copas con personas que sabías que podrías tener que quemar.

    Pero siempre estaban a una llamada de distancia.

    Borland ponderó ociosamente si Brass había llamado a incendiarios y gaseadores retirados también o si ese era un trabajo del que cualquier pirómano o Nazi en el armario podía ocuparse.

    Había dolido un poco cuando Brass le había informado que Aggie estaba al mando del Espía, con Borland y Hyde como asesores. Ella era el enlace directo con Brass y el Viejo, y daba la orden final a las tropas en el campo, con autoridad para anular cualquier orden que pudiesen emitir Borland o Hyde.

    El único consuelo era que ella no tenía mayor rango que ellos. Borland estaba seguro de eso porque Brass sabía que serían más eficientes sin ataduras y eso era una buena lección aprendida de los tiempos de El Día. La Estructuras de mando inflexibles fracasaban en situaciones que cambiabamln rápidamente —especialmente en situaciones donde tu propia fuerza podía empezar a comerte.

    El escenario actual también hacía a Aggie responsable por lo que pudiese ocurrir en la Infiltración, y Borland disfrutaría de la libertad que eso le daba. Por supuesto, eso también le facilitaba ir a su aire.

    Estaba destinado a ser la madre de todos los cabeza de turco.

Capítulo 37

    “Hay un suministro de oxígeno en el traje.” Borland se giró hacia la voz de Aggie, que resonó en el espacio abierto. La capitana manipulaba la túnica de resistente vinilo, sus fuertes dedos señalaban etiquetas de control en el pecho.

    “Pero sólo se iniciará durante el sellado del traje. En ese momento tendréis unos 40 minutos de respirable. Debido a que el Efecto Variante se transmite por la sangre, no por el aire, los trajes-bolsa son duras coberturas básicas diseñadas para mantener los fluidos y químicos biológicos fuera de vuestra piel y orificios. Un traje sellado es útil en un escenario de incendio y humo o, Dios no lo quiera, si quedáis atrapados en un área con un tratamiento BZ-2 en desarrollo. Sellad las exclusas de ventilación y automáticamente se enciende el respirable. Los contenedores van hasta las pantorrillas exteriores de las piernas del traje.”

    “De acuerdo, Infiltrados, adentro…” Las palabras se susurraron en el oído de Borland con la intimidad de una mordedura de serpiente.

    Apartándose, su presión sanguínea subió un pico y se giró.

    Robert Spiko estaba junto a él con una media sonrisa en sus rasgos faciales llenos de cicatrices. Sus ojos oscuros destellaron bajo unas cejas de mechones grises.

    “Estabas deseando decirlo.” la voz de Spiko era más ronca de lo que Borland recordaba, como si hubiese pasado largas horas gritando “Lo sé por tu postura.”

    “Spiko,” gruñó Borland extendiendo una mano, luego hizo una pausa para compartir un mirada a su hinchada palma herida. Lo resolvieron con un golpe de puños izquierdos.

    “He oído lo de Lovelock.” Eso implicaba que alguien se lo había contado. La cara de Spiko se puso rígida a propósito.

    Borland apretó los dientes esperando lo peor.

    “Buen trabajo.” Spiko le miró de arriba abajo. “Marsh debía de haberse vuelto sentimental y subestimado esa grasienta ruina de cuerpo tuyo.”

    “Sí,” dijo Borland.

    “No me digas que también fumas,” empezó Spiko, luego negó con la cabeza. “¿Aún sientes resentimientos o te acuerdas de los viejos marcadores?”

    “La memoria se desperdicia en los jóvenes.” Borland contuvo un gruñido.

    “No acordarte era tu marca registrada,” Spiko dio una carcajada y hundió un puño en el hombro de Borland. “Espero que hayas olvidado las cosas que hice yo.” Apartó la vista de sus ojos oscuros. “Ya no soy así.”

    “Ya,” masculló Borland mirando hacia las tropas.

    Ambos quedaron lado a lado observando los rostros jóvenes, recordando fantasmas hasta que Spiko continuó, “Si las cosas se ponen feas, tenemos que sacar a esos chavales vivos.”

    “Ya…” Borland hizo un mohín, sintiendo que su propia conducta cuestionable se multiplicaba en magnitud tan cerca de Spiko.

    “¡Spiko!” La áspera voz de Hyde cortó el espacio entre ellos mientras rodaba en su silla. “No esperes absolución de mí. Estaré vigilando.”

    Spiko se giró mientras Borland negaba con la cabeza.

    “Eso me reconforta, Eric.” Spiko no se molestó en tenderle la mano.

    Borland observó el apretado cuerpo de Hyde bajo la pesada capa encapuchada.

    “Capitán Hyde,” dijo roncamente con la baba reluciendo en su barbilla. “¿Tu reincorporación la ha desencadenado el protocolo y la cadena de mando?”

    “No. Pido disculpas, Capitán.” Spiko suspiró, sus pesados hombros cayeron. “Lo decía afectuosamente.”

    “Te curarán de eso,” rió entre dientes Borland antes de pasear hacia Aggie. Ella acababa de ordenar a los voluntarios que dieran vueltas corriendo por el almacén. Era lo bastante grande para ochocientos metros por vuelta.

    La capitana levantó la vista hacia Borland, notó el uniforme del hombre y sonrió.

    “Que Dios nos asista…” Aggie dio una risotada. “Ha vuelto.”

    Borland sintió un pequeño fulgor de confianza antes del...

    “¡Tan grande como una casa de los espejos!” Se palmeó la rodilla y se dobló de la risa.

    La resolución de Borland titubeó, pero se recuperó con un toque de vulnerabilidad mientras observaba a los voluntarios pasar corriendo.

    “Tienes razón, Debería estar corriendo con ellos.”

    Ella negó con la cabeza.

    “Voy llevarme a un par de embolsados a la ciudad para comer.” Él echó un vistazo por el almacén. “Brass quiere una misión de reconocimiento.”

    Aggie asintió.

    “¿Qué?” Borland se quedó mirándola, se le erizaron los pelos de la nuca. “¿No le darías luz verde?”

    “Yo no la daría,” le dijo ella cerrando hebillas y plegando el traje-bolsa sobre la mesa. “Pero Brass ha dicho que querías ir primero y yo debería permitirlo.”

    Borland examinó eso en su mente. Cordero para el sacrificio.

    “Y creo que es mejor zanjar la discusión.”

    “¿Qué significa eso?” Borland la ojeó con suspicacia.

    “Si la fastidias ahora mismo, puedo deshacerme de ti ahora mismo.” asintió examinándole. “Esto es cosa de Brass. No sé por qué estás aquí ahora y no te quiero cerca si las cosas se ponen difíciles.”

    “Gracias por el voto de confianza, Aggie.”

    “Yo no tengo confianza en ti, Joe. Ni en Brass tampoco. Ni en todos vosotros a los que no os importa envíar soldados a la muerte.” Se había girado hacia Borland con ojos encendidos y esos puños suyos preparados.

    “Yo no envié a nadie,” dijo Borland vigilando las manos de la mujer, “Yo les guié.”

    Aggie estuvo a punto se replicar, pero las palabras murieron en sus labios. Se encogió de hombros y dijo: “Supongo que eso ya es algo.”

    “Es todo lo que tengo.” Se inclinó hacia ella gruñendo.

    Los hombros de Aggie se hincharon y su expresión se endureció antes de ceder con una carcajada. “Veo entonces que hace usted un mejor trabajo, Capitán Borland.”

    Él trató de mantener su mirada, pero la apartó.

    “Elige a los que quieras que te acompañen,” le dijo ella levantando su e-reader, “y les informaré sobre tu status y mi perspectiva.”

    Borland la miró ceñudo.

    “Esto no trata de ego, Joe,” le dijo. “Esto trata de detener el Efecto Variante antes de que empiece.”

    “¿Crees que no sé eso?” el ánimo de Borland se deshinfló, le latía el corazón como loco.

    “Pues sal de ese traje de mandril y ponte tu ropa civil.” sacudió la cabeza. “Esto es una Inflitración.”

Capítulo 38

    Borland insistió en llevarse el utilitario azul de cuatro puertas. Trasteó en la maneta de la puerta con su mano recién vendada, la abrió con la izquierda y subió dentró.

    “¿Se la tiene jurada, Capitán?” preguntó Chico de Playa poniendo en marcha el coche.

    “Ella y el hemisferio oriental,” rezongó Borland. “Y no me llames ‘Capitán’ cuando estemos en la ciudad. Recuerda que esto es una Infiltración.”

    “Sí, señor,” respondió Chico de Playa y frunció el ceño cuando Borland negó con la cabeza.

    “Ni ‘señor’ tampoco,” dijo Mofo desde el asiento de atrás. “Somos espías.”

    Chico de Playa condujo fuera del almacén. Un par de embolsados: una morena bien parecida llamada Cortadora y un mejicano de treinta y tantos que llamaban Acicalado les saludaron al pasar por las puertas. Borland había leído que la mujer había sido militar, pero enseñaba artes marciales y cuchillos. Acicalado había sido policía y Borland casi le escoge para el viaje hasta que descubrió eso. Los de su clase siempre empezaban en las bandas, pero ser un poli compicaba las cosas respecto a la adquisición de sustancias ilegales. Y a él no le apetecía que le leyeran la cartilla.

    Eran las diez treinta cuando salieron. El día estaba nublado. Había empezado una ligera lluvia. El utilitario surcaba el asfalto pasando al lado de una hilera de almacenes con un conjunto se seis hangares para aeronaves al fondo. Delante de los hangares había una larga y ancha franja de asfalto —la pista de despegue principal. Otra pista cortaba a esa en un ángulo de 90 grados y se ramificaba en otras pistas más cortas.

    Chico de Playa condujo hacia la torre de control en la base de la pista principal y pasó una verja y un túnel fortificado bajo ella hacia el lado civil. Borland echó un vistazo a los pasadizos de mantemimiento y espacios estrechos que se abrían hacia la oscuridad. Se le erizó el pelo de la nuca.

    Ssspiel

    Había más señales de vida cuando volvieron a la superficie, jeeps y camiones. Había soldados de verde con rifles. El Aeropuerto de Parkerville estaba cerrado y Borland no sabía si eso era un enorme problema o un inconveniente para los locales.

    Cavalle les había dicho a todos que había comunidades entre verjas de los tiempos de El Día. Y dinero, por tanto esos tipos normalmente odiaban cualquier inconveniente que no desapareciera al agitarle delante una cartera.

    Chico de Playa condujo por el amplio aparcamiento, vacío de todo salvo de vehículos militares, y paró junto a la puerta de una verja con un grupo de guardas. Borland les mostró las credenciales que había encontrado envueltas en su kit de equipo y que le daba un status de investigador especial de la Reserva del Ejército de Metro. La credencial sólo era para aparentar.

    Al pasar la puerta, la carretera pronto serpenteó por los barrios de casas medias echas una porquería, pobladas originalmente por personal militar. Eran totalmente funcionales e imposibles de renovar.

    “Hechas para el bienestar y la prosperidad,” gruñó Borland para sí mismo.

    “¿Disculpe?” preguntó Chico de Playa educadamente.

    “Nada.” Borland lanzó su barbilla a un pequeño círculo de casas de ladrillo barato. “Las casas para soldados me cabrean. El hombre lucha por su país y el país mete a su familia en una caja de zapatos.”

    “¿Eres socialista, Joe?” el tono tranquilo de Mofo llegó desde atrás.

    “¡Vete al infierno!” gruñó Borland.

    “Es que yo estudié sociología ,” dijo Mofo confiado. “Por eso no creo que ser ‘socialista’ sea malo.”

    “Guárdate el palique de Harvard para la hora del té,” Borland gruñó su humor y se volvió a medias hacia el asiento de atrás. “A menos que seas una de esas Cathys parlanchinas que no pueden evitarlo.”

    “Vete al infierno, Joe,” rió Mofo.

    “Eso está mejor,” gruñó Borland y se giró hacia Chico de Playa. “¿Por qué no puedes ser más como tu hermana?”

    Chico de Playa frunció el ceño cuando paró en una señal de stop junto a la verja de un parque de juegos. Un grupo de unos 10 o más niños y niñas estaban jugando en la leve lluvia. Tendrían hasta los 12 años y había demasiadas razas para empezar a separar pelos. Habían formado un círculo sobre una gran alfombra de césped junto a los alegremente pintados columpios y la jungla de plástico a modo de gimnasio.

    El ejército había cerrado las escuelas.

    Borland bajaba la ventanilla cuando los niños y niñas juntaron las manos. Sus agudas voces empezaron con:

    “Madre es Píldora Adicta, Papi es Poli Muerto

    ¡Compra un regalo a mamá!”

    Los niños y niñas bailaban en círculo en sentido antihorario. Unían las manos y se movían hacia el centro y hacia fuera.

    “Pili Adicta,

    Suelta Bebés,

    Cortadora de Cabezas,

    Rebanadora de Piel,

    ¡Compra un regalo a papá!”

    Ahora los niños y niñas danzaban en sentido de las agujas del reloj, entrando y saliendo —les brillaban los ojos. Retrocedieron hasta que sus manos agarradas estiraron los brazos. Se pararon, rompieron su círculo llevando las manos al pecho.

    “Madre es Píli Adicta,

    El bebé rebana Piel,

    ¡Cómprame un regalo!

    Los niños y niñas en el círculo avanzaron hacia el centro con las manos en sus corazones.

    “Mami se presenta y pop,

    Papi es un adicto,

    ¡P-o-p se escribe POP!”

    Los niños y niñas se congelaron de pronto. Una de las más pequeñas estimó mal el momento, aún estaba en la última vuelta donde habían dicho ‘y pop’, así que giró dos veces más antes de darse cuenta de su error. La niña gritó, pero los otros ya iban a por ella.

    Con los brazos abiertos y ojos brillantes, persiguieron a la niñita hasta que esta tropezó. Riendo y gritando, los demás niños y niñas cayeron sobre ella. La pellizcaron y le hicieron cosquillas sin piedad. Los sonidos de las risitas despertaron algo en el pecho de Borland. Se estremeció.

    Essspieel.

    “¿Qué dice, Capitán?” Este era Mofo desde atrás.

    “Nada,” gruñó Borland, “No he dicho...”

    “Me acuerdo de ese juego,” dijo Chico de Playa mientras cruzaba la intersección. “Los antropólogos dicen que es una reacción a El Día que podría durar un siglo.” El coché pasó algunas casas viejas y se aproximó a una doble hilera de edificios de dos o tres plantas que fomaban la Calle Principal.

    “¿Aprendiste eso en tus cómics?” Borland se dobló hacia adelante hasta el parabrisas para leer los letreros de los edificios. Licorería a la derecha y La Taberna del Apóstol a la izquierda. Chico de Playa probó a la izquierda. “¿O naciste aburrido?”

    Chico de Playa le miró con la boca abierta, calibrando el humor del Borland, antes de sacudir la cabeza. “Eso me duele, Joe. Yo estaba siendo de lo más interesante.”

    “Pues tienes que trabajar en ello.” Borland señaló a una plaza de aparcamiento junto a la taberna.

    Chico de Playa paró hasta la raya.

    Borland abrió la puerta y salió medio gateando del coche. Los chicos le habían hecho algo. Sentía un calor detrás de los ojos. No conseguía respirar profundamente. Necesitaba una copa.

    Mofo ya había salido. Sus ojos oscuros barrieron desde la taberna hasta la licorería con una traviesa mirada que encajaba con sus rasgos faciales. “Esto es como el cielo.”

    Borland alzó la vista hacia él y gruñó.

    “Mirad.” Se ajustó la chaqueta. “Vosotros dos dejad de fastidiar y podremos entrar en la taberna, conseguir el mapa de la zona y una copa.”

    “Me gusta tu elección de palabras,” dijo Mofo dando un portazo.

    “Recordad que estamos trabajando.” Levantó un dedo de advertencia, pero cerró el puño cuando le tembló. “Tomad una copa civilizada para no llamar la atención, por amor de Dios, pero no acabéis todo borrachos. No vamos a una batalla.”

    Chico de Playa y Mofo intercambiaron una mirada y se encogieron de hombros.

Capítulo 39

    La peste a tabaco viejo y cerveza agria escapó de la entrada de la taberna cuando Borland apartó la puerta a un lado. Su incomodidad pasó cuando paladeó los olores. ¿Cuánto tiempo había pasado sin tomar una copa en compañía?

    Se echó a un lado y dejó que Mofo pasase dentro hacia la oscuridad, luego esperó un segundo para observar a Chico de Playa. El joven estaba examinando la calle.

    “Vamos,” rezongó Borland, “antes de que llames la atención.”

    “Sólo estoy mirando.” Chico de Playa se encogió de hombros y bajó la cremallera de su chubasquero. Empezó a entrar en la taberna. “Orientación.”

    Borland le siguió dentro. Había echado un rápido vistazo a los mapas antes de cambiarse de ropa. El casco viejo de Parkerville eran tres manzanas de nada salvo edificios originales con tiendas delanteras que parecían más confortables en los cincuenta.

    Oficinas y apartamentos ocupaban las plantas superiores. La calle principal estaba rodeada de viejos barrios de casas de ladrillo rojo —todas de más de un siglo de edad. Borland había leído también la historia. La mayoría de ocupantes eran de la misma edad.

    Una colección de tiendas encajadas en la autopista había drenado la vida del centro urbano y alimentaba a la población en los muchos barrios asegurados por verjas, que habían surgido a lado Este de la ciudad durante El Día y que habían crecido en tamaño después.

    El aire era frío en la taberna. Estaba oscuro. Borland olió desinfectante. Probablemente acababan de abrir para empezar la jornada.

    Chico de Playa señaló a la alta silueta que se apoyaba en la barra al fondo de la sala. Mofo estaba hablando con una mujer que servía cerveza entre una multitud de grifos.

    Borland escogió su camino con cuidado a través de las sombras. La tenue luz hacía relucir las patas de cromo de las sillas y mesas —todo lo demás estaba en la oscuridad.

    Mofo se dio la vuelta, le entregó un botellín de cerveza fría a Borland y luego otro a Chico de Playa. Sonrió a la mujer cuando ella le entregó el líquido dorado en un vaso largo.

    “Yo me ocupo de la primera ronda, caballeros,” canturreó Mofo y alzó su vaso. “Perdone por pedir bebida doméstica para usted.”

    Borland le devolvió el brindis con un tintineo de su botella antes de girarla y drenar la mitad. La cerveza era ácida, pero sólida. Nada espumosa. Notó algo carbonatado que irritó a sus hernias y añadió una voz no bienvenida a sus destrozadas tripas.

    “Esta es Gina.” Mofo señaló a la mujer detrás de la barra y ella sonrió posando los ojos por toda la cara del joven.

    Ella iría ya por los 50 años, tenía una pila de pelo descolorido colgando sobre las cejas. Borland pensó que debía de haber atraído miradas en su tiempo, pero el maquillaje extra no conseguía ocultar las largas noches y el mucho tabaco que venía con el empleo.

    “Le estaba contando que estamos aquí para reunirnos con las autoridades civiles de Parkerville e informar sobre lo que está pasando en la base.”

    Borland miró a Mofo durante un segundo y luego se encogió de hombros. Esa historia serviría. No explicaba mucho pero decía suficiente.

    Limpió el resto de su cerveza y dejó la botella. Mofo apretó la mano de Gina donde descansaba en la barra. Ella sonrió y agarró otra botella del refrigerador sin apartar los ojos del grandullón.

    “Bueno, ¿y qué está pasando por allí fuera?” dijo Gina mientras le entregaba a Borland otra cerveza.

    “Primero lo primero,” rezongó Borland y asintió hacia Mofo.

    “Estamos entrevistando a algunos locales,” intervino Chico de Playa. Espió dentro de las sombras y señaló. “¿Quién es ese paisano de la mesa?”

    Gina siguió el gesto con la mirada. “¿Vais a hablar con Harold?

    “Y yo voy a hablar contigo,” Mofo extendió un brazo por la barra y posó una confortante mano sobre el hombro desnudo de Gina.

    Borland se sirvió él mismo otra cerveza y otra para Chico de Playa. Siguió al joven hacia las sombras, llegando a tiempo para verle tomando una silla al lado del gastado anciano con media jarra de cerveza y un salero frente a él. Borland ocupó la silla de en frente.

    “Este es Harold,” dijo Chico de Playa con una curiosa sonrisa en la cara.

    “Bueno conocerle,” dijo Harold a Borland, su rápida sonrisa mostró dientes marrones a los que le faltaba un incisivo. “¿Forasteros en la ciudad?”

    “Sí,” gruñó Borland.

    “Pensé que érais Verjas,” dijo Harold. “Pero la rubita de ahí dice que estáis haciendo preguntas para los militares.”

    “¿Qué es un Verjas?” gruñó Borland terminando su segunda cerveza.

    “Son los presumidos de Metro, viven en barrios con verjas,” explicó Harold. “Les abrimos las puertas en El Día y nos cerraron las suyas.”

    “¿Comunidades Dormitorio?” preguntó Chico de Playa.

    “Sip. No sé cuántos de ellos hacen un trabajo diario honesto como cualquier tipo medio. Pero duermen allí.” las manos de Harold temblaron cuando se sirvió más cerveza y echó sal en ella.

    “¿Has visto algo extraño últimamente?” Borland atajó por lo sano. “¿Gente actuando de modo diferente?”

    “Hmm.” los rasgos y forma de Harold colapsaron como alguien a quien le sacan los huesos de un tirón. Pensó un poco y dijo: “Tengo una habitación escaleras arriba y mi pensión va directa al grifo de birra. Todo lo que tengo son cosas eztrañas de las que hablar.” Se pasó una uña amarillenta por los bigotes grises. “Los jóvenes pelean y joden como siempre, pero nada nuevo. Deberíais hablar con el Sheriff Marley.”

    Borland se encogió de hombros. De hecho, Cavalle y Aggie estaban esperando al Sheriff Marley. Iba a llevar a la esposa de Scott Morrison, el Alfa y primer infector, al almacén. Ambos pensaban que era sólo para charlar, pero en realidad el pelotón tenía que Precintar a la esposa. Cavalle iba a hacer un informe médico completo. Al pareder, la mujer decía que Scott llevaba desaparecido una semana entera antes de aparecer en Metro.

    “Bueno,” dijo Borland sintiendo un incómodo parentesco con el anciano antes de ignorar lo primero. “¿Ha desaparecido alguien?”

    “Hmm.” Harold se deshinfló, se rascó la barbilla y dijo: “Dos noches atrás, un paisano con el que juego dardos. Georgie entra aquí a jugar. Jugamos un par de jarras. Él pide dos más, sale para ir al retrete, pero no vuelve nunca más.” Harold dio una carcajada. “Señor, me los bebí a los dos.”

    “¿Eso es significativo?” preguntó Chico de Playa Borland.

    “Es significativo si estamos aquí para perder el tiempo hablando con viejos borrachos que no pueden recordar,” gruñó Borland.

    “Mira, Georgie no dejaría toda esa cerveza,” dijo Harold seriamente.

    “Un vagabundo se olvida que compró cerveza.” Borland dio una carcajada con preocupada burla. Hubo un repentino zumbido dentro del bolsillo de su chaqueta. Alguien le estaba llamando al palm-com que él había encontrado en su caja de equipo.

    “Un minuto.” Borland sonrió duramente, sacó el aparato.

    “¿Y no ha vuelto a ver a Georgie?” siguió Chico de Playa, lanzando a Borland una curiosa mirada.

    “¿Hola?” El palm-com parecía frágil en sus gordos dedos.

    “Capitán Borland,” dijo una mujer. "Soy Maga. Hemos recibido una llamada al 911 desde Parkerville. Alguien ha encontrado un cuerpo.”

    La mente de Borland quedó en silencio. Él bebió de su cerveza.

    “Nunca volvió,” dijo Harold acercándose a Chico de Playa.

    “¿Dónde está, Capitán?” preguntó Maga.

    “Jesús,” Borland tomó aire. “La Taberna del Apóstol, en la principal.” A Hyde le gustaría esto.

    “La Capitana Dambe quiere que proceda a 500 metros al Oeste de la principal hasta Tratos de Don Dólar.” la voz de Maga era muy calmada. “Está preparando un equipo de recuperación.”

    “Recibido.” Borland colgó y se volvió hacia Chico de Playa. “Hala, vamos.” Sus hernias le dieron un tirón cuando se levantó. “Gracias por hacernos perder el tiempo, Harold.”

    El viejo frunció el ceño. También Chico de Playa.

    Borland empezó a andar hacia la barra, pero a medio camino vio que Mofo había desaparecido.

    “Hey, Chico de Playa.” El joven le había alcanzado. “Gina también se ha ido.”

    “Oh, Cristo,” dijo Chico de Playa yendo hacia la barra. Se inclinó para mirar sobre ella.

    “¿Adónde ha ido?” Borland se termimó la cerveza y ojeó la sección de fríos del refrigerador.

    “Se trata más bien sobre dónde está llegando.” Chico de Playa negó con la cabeza y dio la vuelta a la barra. Tomó dos cervezas y le entregó una a Borland. “El imperativo biológico.”

    Borland dio un trago a la cerveza y luego lo entendió, expulsando espuma al reirse. “¿Con Gina?”

    “Probablemente, él no puede evitarlo.” Chico de Playa se encogió de hombros y puso algunos dólares sobre el mostrador.

    “Jesús, quizá GRAN-Mo-fo sea mejor,” Borland engulló su cerveza de un largo trago. Eruptó sonoramente. “Venga. Tenemos asuntos que no pueden esperar.” Dejó la botella, eruptó de nuevo y dejó que la cerveza sonriera por él. Borland vio la duda en la cara de Chico de Playa. “Ya nos alcanzará.”

    _________________________

    NdT: GRAN-Mo-fo= Mismo sentido que "motherfucker", pero referido a la abuela.

Capítulo 40

    “Joe,” empezó Chico de Playa cuando salieron a la calle. Borland miró a izquierda y derecha. “¿No has sido un poco grosero con Harold?”

    “¿Cuál es el Oeste?” Borland sacudió la cabeza entornando los ojos al cielo nublado. “Brass ha redireccionado todas las llamadas al 911 de Parkerville al T-2. Alguien ha encontrado un cuerpo.”

    “Por ahí,” dijo Chico de Playa tras un segundo para orientarse.

    “¿Seguro?” gruñó Borland caminando hacia la licorería.

    “La base está al Norte.” señaló Chico de Playa.

    “¡Hey!” llamó Mofo desde la calle tras ellos. Ambos se giraron para verle llegar por la acera trotando. Sus ropas se agitaban mientras el joven se metía los faldones de la camisa por dentro de los pantalones.

    “¿Te sientes mejor?” preguntó Borland con una sonrisa.

    “Sí,” Mofo sonrió. “Nunca por tanto tiempo.”

    “Como la comida china,” gruñó Borland. “¿Puedes controlarlo?”

    “Claro. Sí.” Mofo se encogió de sus amplios hombros. “En realidad no.”

    “No hagas que me maten por comida china,” gruñó Borland.

    “A mí tampoco,” intervino Chico de Playa.

    “En las primeras fases de esta cosa, tienes que tener los ojos abiertos,” dijo Borland a Chico de Playa mientras avanzaban con paso enérgico. “Una vez que te encuentras con Mordedores completos, no importa, sólo apunta con el arma. No hay nada sutil en un devorador de piel en presentación completa del Variante.”

    “¿Qué hay de los Acechadores?” preguntó Chico de Playa a su izquierda. Mofo aún estaba ajustando las ropas un paso por detrás de ellos.

    “Animales diferentes,” resopló Borland, sus tripas hicieron malabarismos con la cerveza y él eruptó. “No estaríamos aquí si no hubiese un Acechador operando. Sólo los encuentras por accidente.”

    A corta distancia manzana abajo, un caballero de mayor edad había aparecido donde un callejón se abría entre dos edificios. Llevaba una escoba y parecía ansioso.

    “Vale,” susurró Borland. “Alguien a encontrado un cuerpo” Vio a sus compañeros mostrar interés. “Sólo hay que tratarlo como un cuerpo normal y nos hacemos pasar por policías.”

    Asintieron.

    “Pero no tocad nada.”

    El hombre los vio acercarse, su preocupación agitaba la escoba en las manos. El tráfico delante era denso. Más allá, Borland vio que una mujer y un niño estaba mirando.

    El hombre se apresuró hacia ellos tres y Borland sintió el subidón de la adrenalina. Casi saca el arma.

    “¿Es usted el Capitán Borland?” gritó el hombre con la cara enrojecida. “Yo llamé al 911. Hay un cuerpo.” Vestía camisa, pantalones chinos y zapatos de cuero marrón.

    “¿Dónde?” preguntó Borland, asintiendo.

    “¿Dónde está el Sheriff Marley?” El hombre estaba agitado, pero se movió hacia el callejón

    “Vendrá pronto.” Borland echó mano a la cartera y la abrió con un giro de muñeca para mostrar sus credenciales falsas.

    “Estaba sacando la basura,” dijo el viejo entornando los ojos hacia la identificación. “¿Tiene esto que ver con los bloqueos de carreteras?”

    Al hacer una pausa en la boca del callejón, Borland notó que la mujer y el niño se estaban aproximando.

    “Asegura el área…” dijo él percibiendo de pronto las bonitas facciones de la mujer. “¡Chico de Playa!”

    “ ven conmigo.” Agarró a Mofo de la chaqueta.

    Chico de Playa caminó hacia la mujer mientras el viejo seguía hablando.

    “Abrí el contenedor para tirar la basura —de mi tienda,” jadeó, indicando con la mano hacia el edificio de la derecha, guiando a Borland y a Mofo por el callejón. “Y vi unas pisadas, como manchas en el asfalto junto a los contenedores de reciclaje —como pintura roja o aceite de motor. Sólo las que pude distinguir porque hay un techo que las ha protegido de la lluvia. Y miré dentro del contenedor, y hay un cuerpo.”

    “¿Lo ha tocado?” Borland le miró.

    “¡No! Lo vi, como cubierto de basura. Luego corrí a por el teléfono.” Sus ojos claros se estrecharon cuando dijo la parte siguiente. Tenía edad suficiente. “Creo que le quitaron algo de piel.”

    “¡Jesús!” dijo Mofo.

    Borland sacó el arma. Hizo un mohín cuando le tiraron sus hernias.

    “Vale, armas fuera. ¿Detrás del contenedor?” lanzó a Mofo una mirada seria. El grandullón había sacado su automática. Los blancos de sus ojos parecían frenéticos frente a su bronceado.

    Al fondo del callejón, donde el asfalto salía hacia la derecha, un camión rojo estaba aparcado junto a la puerta trasera de la tienda del viejo. Había un contenedor frente al edificio unido a una verja que iba paralela a la Calle Principal y lindaba con otro edificio adyacente para formar un patio. La verja estaba hecha de planchas de dos metros y medio de altura. Unas láminas de aluminio corrugado sobresalían en la parte de arriba formando un tejado sobre los contenedores de basura y reciclaje.

    “Allí atrás.” El viejo se detuvo con las manos sobre el pecho y la espalda presionada contra su edificio. “No piensan que es…”

    “Cierre el pico y quédese quieto.” Borland miró al viejo y luego a Mofo, asintió hacia el contenedor.

    Mofo mantuvo el arma levantada y se acercó poco hacia el fondo del callejón.

    “Cuidado con el fuego cruzado,” siseó Borland, deseando de pronto haberse tomado un whisky en el bar. La adrenalina sólo llegaba hasta donde llegaba.

    “Recuerdo…” dijo el viejo con la voz quebrada. “Esto no está pasando otra vez.”

    “¡Que se quede ahí!” gruñó Borland. Podía ver ahora las pisadas sobre el asfalto, justo bajo el techo de aluminio —oscuras en la sucia superficie.

    “¡Porque dijeron que había acabado!” el viejo estaba casi llorando ahora.

    “¡Cierra el pico!” gruñó Borland distraído por los lamentos del hombre. Ahora miró en ángulo. Había algo ahí atrás detrás del contenedor. Marrón oscuro, yacía a la base de la verja.

    “¿Ves eso Mofo?” Borland señaló con el arma.

    Mofo asintió.

    “¡No puedo soportar esto otra vez!” chilló el viejo.

    Cuatro cautelosos pasos más y Borland quedó frente a Mofo. Allí había un par de pisadas. Conducían a un enredo de cartones marrón oscuro. Estaban mojados, como si el viento hubiese movido la lluvia hacia un lado. Los cartones se habían empapado y doblado.

    A la pobre luz parecía que había un cuerpo allí tendido.

    Borland miró a Mofo. “Eso es todo lo que hay.”

    La adrenalina se evaporó.

    “¡SSSSPIEL!” la palabra siseada de mandíbulas sin labios hizo eco en el patio.

    Se unieron a ellas los gritos del viejo.

    El Mordedor debía de haberse escondido detrás del camión. Una oscura forma roja saltó sobre el viejo con las mandíbulas cerrándose en su cara. Se oyó un sonido de desgarro.

Capítulo 41

    Los gritos del viejo eran terribles. Había sonidos de siseo y desgarros y el camión se sacudía por las fuertes acciones musculares lacerantes.

    Los nervios de Borland se activaron con alcohol y adrenalina. Mofo se estaba moviendo. Se estaba aproximado desde el parachoques trasero. Borland llevó su volumen hacia el delantero.

    Los gritos del viejo resonaron por el patio. A Borland se le erizó el pelo cuando rodeó la parte delantera del camión. Sabía que Mofo estaba llegando por el lado de atrás.

    Pero sus armas apuntaron a la ensangrentada forma del cuerpo del viejo que se retorcía sobre el asfalto. Su cara y cuello estaban desgarrados en una ruina sangrienta de músculo y tejido.

    Estaba solo.

    Borland oyó pisadas corriendo y voces por el callejón.

    Mofo escaneó la parte de atrás del edificio. La puerta estaba cerrada. Había una ventana de pesados paneles.

    Borland se llevó un dedo a los labios, luego se tocó la oreja y señaló hacia la parte baja del chasis. Habían húmedos ruidos de algo mascando debajo: de sorber y chupar, lamidos guturales y eruptos.

    Y luego: “Essspiel…” susurrado amorosamente, anhelantemente. Más sonidos de masticar. “Essspiel…”

    Las cejas de Mofo se arquearon hasta la línea del pelo

    Borland vocalizó la palabra “¿Preparado?” y luego golpeó con el arma varias veces el lateral del camión.

    “¡ESPIEL!” La palabra rebotó por el patio. Hubo sonidos de arañaazos, como si uñas o falanges expuestas estiviesen rascando el asfalto en busca de agarre. Borland y Mofo cargaron hacia el lado más alejado del camión. Nada, y luego:

    “¡ESPIEL!”

    Por encima del hombro de Mofo, el Mordedor estaba de pie en la zona de carga abierta del camión. Largas tiras de la cara del viejo colgaban de su mandíbula inferior. La mayor parte de la cabeza y torso superior de la criatura estaba despellejada. Algodón deshilachado colgaba de sus piernas. Los dementes ojos sin párpados destellaron frente al bronceado de Mofo.

    “¡ESPIEL!”

    Mofo abrió fuego sobre aquello. Su arma en ‘auto’ vibró y rasgó una línea desde la rampa plegable trasera del camión hasta arriba en arco sobre la pared de ladrillo detrás del Mordedor, pero falló por completo. Eyectó el cargador vacío maldiciendo —empezó a encajar uno nuevo.

    “¡ESPIEL!”

    Borland disparó, pero la cosa se movió cargando hacia Mofo. Sus mandíbulas se cerraron en el aire. Sus afiladas falanges rojas tajaban.

    Borland siguió pulverizando ladrillo mientras intentaba disparar con su mano vendada.

    El Mordedor saltó, pero plumas de carne y hueso explotaron de pronto de su espalda. Ráfagas de arma de fuego cortaron pedazos cuando Mofo disparó y encontró su blanco.

    Más balas rozaron la cabeza del Mordedor, silbando al pasar junto Borland.

    Y el Mordedor cayó en la parte trasera del camión, donde se debatió y se agitó hasta la muerte, mientras los restos del Efecto Variante quemaban la adrenalina junto a los nervios de la cosa.

    Chico de Playa estaba a tres metros detrás de Mofo. Su automártca humeaba en el aire.

    “¿Has visto esa cosa?” preguntó Mofo, eyectando otro cargador para recargar y cubrirse del Mordedor.

    “¡Uno de vosotros casi me dispara!” rugió Borland. “Vigilad vuestro fuego cruzado.”

    El joven se acercó al Mordedor con expresión de no poder creerlo.

    “¿Así que esto es un…?” dijo Chico de Playa. “¿Es un…?”

    “¿Lo has visto...?” continuó Mofo. “¿Lo has…?”

    Borland rodeó el camión. Vio que a la cabeza del Mordedor le faltaban bastantes partes.

    Entonces, el viejo gimió.

    “¡Jesús,” Borland echó mano al bolsillo, sacó un par de guantes de vinilo y se los puso. “Guantes.” Miró hacia la parte trasera del camión. Había una gran lona naranja doblada y algunas tiras de cuerda amarilla.

    “Vamos.” Borland agarró la lona, un lazo de cuerda y se apresuró a rodear el camión hacia el viejo. Frunció el ceño a la cara del pobre bastardo. Estaba abierta. La piel había desaparecido en la parte izquierda hasta el cuello, y por el esternón la carne estaba al aire. Uno de los ojos le colgaba fuera de la cuenca.

    “No tenemos mucho tiempo,” gruñó Borland desplegando la lona junto al viejo.

    “¿No deberíamos llamar a una ambulancia?” preguntó Mofo aún con un ojo puesto en el Mordedor muerto.

    “Infiltración, ¿recuerdas?” Indicó con la mano para que Chico de Playa cogiera al viejo por los hombros. “Este tío aún se puede convertir.” Deslizó el arma hacia un lado. “Aggie trae a la caballería.”

    “¡Sigue cubriéndonos!” gritó Borland a Mofo mientras colocaban al viejo sobre la lona.

    “Ayúdeme,” se lamentaba el hombre con sus mandíbulas despellajadas mostrando la dentadura superior.

    “Si tienes suerte,” rezongó Borland mientras lo envolvía con la lona y empezaba a atarlo.

    “Átalo fuerte,” advirtió a Chico de Playa lanzando un extremo de la cuerda. “Vigila sus dientes.”

Parte Cinco: CRANKENSTEIN

    NdT, Juego de Palabras: Crank + Frankenstein. Crank significa colocarse, drogarse usando alcohol u otras sustancias químicas naturales o de diseño.

Capítulo 42

    Borland balanceó las piernas fuera del utilitario y vomitó entre los pies cuando estos tocaron el pavimento. Se limpió la cara con su mano vendada.

    Maldita sea. Esto se escapó de su interior…

    El vómito sobrecargó sus fosas nasales. Era lo único que podía oler y casi echó las tripas otra vez, pero le distrajo el carnoso sonido del cuerpo de Chico de Playa golpeando el suelo. El chaval rodó sobre su espalda, dijo algo y permaneció tumbado.

    Borland dio una risita, hizo un mohín ante otra arcada y luego empezó a carcajearse como un maníaco por el lastimero gemido de Mofo desde el asiento de atrás —el grandullón sonaba como una anciana, una ridícula adición a la incomodidad de Chico de Playa.

    Mofo estaba tan borracho como el joven, pero era demasiado grande para saberlo todavía.

    “¡Capitán Borland!” la voz de Aggie abrió de un tirón los ojos de Borland y los apartó de la masa de huevos y cerveza que pintaban el suelo.

    Algo golpeó a Borland, surgió una estática en la línea, se sintió como una persona sacada de la manada —el grito le dio fuerza a sus temblorosas piernas para levantar su volumen en posición de firmes, aún limpiándose la cara. Su mano derecha vendada era un desastre, apestaba a ketchup, yema y cerveza.

    Aggie se acercó marchando y observando. “Estáis borrachos,” le gruñó.

    El resto de los voluntarios se quedaron en los transportes formando una atónita media luna —felices de estar fuera de la línea de fuego.

    Borland se mordió su comentario sarcástico, se sacudió la sal y pelusas de polvo del frontal de la chaqueta, y El Día pasó tambaleante por su mente.

    Aggie y ocho chicos y chicas embolsadas y de aspecto nervioso habían llegado a Tratos de Don Dólar. Habían metido un par de furgonetas en el callejón unos 20 minutos después del incidente; aún era demasiado pronto para los transportes. Tenían que moverse deprisa para mantener la Infiltración.

    Borland, Chico de Playa y Mofo habían mantenido apartada su curiosidad del fondo del callejón mientras el personal de Aggie había aislado al viejo, estabilizado sus constantes vitales y sacado su cortado cuerpo de sus rudas ataduras para embolarlo en algo más oficial.

    Aggie había examinado por encima la colección del cuerpo del Mordedor. Borland había sonreído a las expresiones que vio en los visores del traje-bolsa de los nuevos reclutas a medida que estos luchaban con una la idea de una pesadilla hecha realidad. Eran chavales o bebés o no natos en los tiempos de El Día, nunca habían visto cara a cara el Efecto Variante, pero seguro que habían oído sobre él.

    El viejo había ido con Aggie y un par de embolsados en una furgoneta, y le habían seguido de vuelta a la base cuatro embolsados de aspecto preocupado en la otra. Habían precintado el cuerpo del Mordedor y la tarea de estos era protegerlo.

    La embolsada, Bailarina, se había quedado detrás con un embolsado llamado Chopper. El tipo solía conducir motocicletas como patrulla de autopista. Su brillante pelo rojo le hizo a Borland pensar en Irlanda y en whisky. Los reclutas salieron de sus trajes-bolsa, y se pusieron largos abrigos sobre sus trajes de pelotón.

    Estaban allí para ayudar a Borland, a Chico de Playa y a Mofo a asegurar el área y esperar a los camiones de incendio. No podían envolver el edificio durante la Infiltración, así que pusieron cinta amarilla, bloquearon el callejón y esperaron. Se había registrado Tratos de Don Dólar y se habían aplicado los protocolos. Se administraría el BZ-2 durante la noche. Los incendiarios quemarían todo el exterior del edificio.

    Cuando por fin llegó el personal de incendios —con su máquina disfrazada como un camión de calefacción por petróleo —tomaron posiciones delante del edificio para esperar la orden del CG. Los superiores estaban expresando sus "bueno" y "no sé".

    Brass y Midhurst estaban debatiendo sobre el destino de la tienda —conteniéndose de jugar sus cartas de aplastado destructivo hasta que hubiesen testado los resultados— pruebas científicas, algo irrefutable que justificase incendiar una manzana urbana. Prenderle fuego en beneficio del protocolo les ponía una propina en la mano, pero la discreción podría servir mejor a la misión —y tenían que asegurarse antes de poder hacerlo. No estaban en El Día.

    Algunos locales se habían reunido a causa de los disparos, pero la escena estaba segurada por el único acceso del callejón —y las mentiras aún funcionaban. El testigo estaba bajo el traje-bolsa. Eventualmente, los bobos se marcharon.

    Aunque no requería mucho, sólo el vistazo de un embolsado y entrarían en pánico. Por el momento, el rumor empezaría a correr. Era un asunto militar —algo relacionado con los bloqueos de carretera de la autopista— quizá un atraco armado o asesinato de bandas. Algún problema de Metro. Borland y los demás se negaron a comentar.

    Después de que el personal de incendios se instalase, Borland supo que tenía que responder a sus revueltas tripas con un trago de algo. Esas cervezas tempraneras y toda la acción le habían dejado las hernias burbujeando y a él devanándose los sesos. Ya pasaba del mediodía.

    Hora del colocarse, y Bailarina estaba allí. La rubia embolsada tenía la belleza de una modelo de pasarela modelada sobre un físico de corte feroz. La joven podía encargarse de aquello.

    “Tú y Chopper bloquear el área, Bailarina,” había resoplado Borland finalmente. “Yo y los chicos vamos a recoger suministros, a volver al CG.”

    Y todo se volvió mico a partir de ahí.

    Había planeado ir a la licorería, comprar una caja llena de alcohol y ocultarla en el coche. En la mente de Borland era hora del colocón. El Efecto Variante había vuelto, se estaba presentando. Bien podría brindar por los fantasmas del futuro. Él también era un firme creyente de que tal acción reforzaba sus defensas contra el Efecto Variante. Había funcionado antes.

    Tenía que colocarse y su pelotón también.

    Quizá se estaba haciendo viejo y protector.

    Quizá solo era una buena excusa.

    Quizá no necesitara una razón.

    Mofo y Chico de Playa aún estaban atónitos por lo que habían visto. Un Mordedor de verdad: no eran Imágenes Generadas por Ordenador descargadas, no una mega-pantalla 3-D ni un paseo virtual de biblioteca.

    Un Mordedor: alguien despellejado que quería comerse tu piel.

    Así que Borland no necesitó convencerles. Volvieron al Apóstol y pidieron una ronda de chupitos de whisky para beber seguidos de cerveza.

    Y otra ronda —luego un par más. Mofo y Gina desaparecieron otra vez —solo 15 minutos, de modo que Borland soltó una carcajada por que no valía la pena reducirle la paga.

    Sabía que los embolsados necesitaban descompresión.

    Él necesitaba una copa.

    Perdieron la noción del tiempo en la taberna. Recordó llegar renqueando hasta el coche un par de horas después, Mofo delante de él haciendo eses, cargando una caja de botellas, observando y riendo con Chico de Playa.

    Luego Borland había agarrado una botella de la caja y la había abierto. Se habían sentaron todos en el coche junto al bordillo a charlar sobre El Día. Pero bebiendo de esa forma y…

    Luego se había dado cuenta de que acababa de bajar del asiento del conductor. Habían aparcado juntoa las furgonetas en la base. La multitud de embolsados observaba junto a los transportes.

    “¡BORLAND!” gritó Aggie apretando sus pesados puños.

    “Tómalo con calma, Aggie… Protocolo de Pelotón…” balbuceó Borland. “Estos hombres han visto al elefante…”

    “¡Al Lefelante!” balbuceó Chico de Playa.

    “¡Elefantes rosas!” se carcajeó Mofo.

    “Bueno…” Borland tosió y se pasó una manga por la cara. “Había que brindarlo. ¡Reglas de Pelotón!”

    “¡Col... locarlo!” dijo borrosamente Chico de Playa.

    “Poneos sobrios,” dijo Aggie. “Hemos tenido un problema.”

    Borland tomo aire. Sintió la lengua espesa.

    “Es el viejo, el tendero…”

    Desde alguna parte lejana, Borland lo oyó.

    “Ssspiel …” La palabra reptó por el almacén.

Capítulo 43

    Hyde había aparcado su silla cerca de la celda de contención de policarbonato transparente. Llevaba allí desde que habían traído al hombre y estaba allí cuando se le presentó al viejo.

    Borland y su equipo regresaron tres horas después —iban borrachos. Ordenaron al joven que durmiera. Spiko se había llevado a Borland aparte para aplicar café y una ducha fría. Pasó una hora.

    Borland…

    Hyde encontró que los eventos de la mañana eran un bienvenido misterio. Sin Águila de Guerra, con una tendencia a no fraternizar, había descubierto que sus pensamientos regresaban recurrentemente a odiar a Borland, así que había recibido con agrado la diversión del misterio del viejo.

    “¿Dónde están los cuerpos?” susurró Hyde mientras observaba retorcerse al viejo en sus correas, apartándose cuando la cara despellajada se disparaba hacia él y siseaba a través de su envoltura de vinilo.

    “¿Disculpe?” Cavalle se estaba poniendo un traje a la derecha de Hyde. Como hacía el embolsado, Mao. Se estaban deslizando dentro de gruesos e incómodos trajes-escudo médicos antes de entrar en la celda para recoger muestras. Las cámaras de policarbo se habían montado bajo la dirección de Hyde mientras Aggie guiaba al equipo de recuperacíion a la ciudad.

    Las celdas estaban hechas de láminas a prueba de balas sujetas con acero. Se habían instalado en la pared opuesta a los transportes. Estos se habían movido para aparcarlos parachoque con parachoque y formar una barrera. Había requerido la mayoría de los miembros del pelotón levantar los componentes de la celda y colocarlos en su sitio.

    Un enlace de micrófono y altavoz daba la inquietante impresión de que no había barrera.

    “¿Dónde están los cuerpos, Doctora?” espetó Hyde. “Aquí tenemos un quinto Mordedor.”

    “No veo lo que quiere decir.” Cavalle se había puesto la capucha; su voz llegaba amortiguada. Le señaló al viejo. “Ahí está nuestro quinto cuerpo.”

    “Historia, Dra. Cavalle.” Hyde se movió en su silla de ruedas. “La historia debe ser estudiada si pretende aprender de ella.”

    Cavalle hizo una pausa mientras subía la cremallera delantera de su traje e identificaba el insulto.

    “Tales estudios la avisarán de nuevos peligros,” dijo Hyde observando la cara del viejo.

    El ojo del animal que había en él había captado la actividad fuera de la celda. El otro orbe colgaba de la cuenca desnuda por su nervio óptico. Los dientes amarillos del Mordedor destellaban cuando se cerraban en el aire. El estrés del cautiverio le tendría anhelando el ritual.

    “Por favor, sea franco conmigo entonces, Capitán Hyde.” Cavalle se giró hacia él mientras sostenía un kit de plástico para muestras.

    “En El Día había más cuerpos,” susurró Hyde distraído por el ojo-Mordedor del viejo. La criatura estaba estudiando los movimientos de ambos: anhelando pellizcar, rasgar y morder —devorar piel.

    “Lo sé.” Cavalle le entregó el kit médico a Mao. “No podemos permitir que eso suceda otra vez.”

    “¡Escuche!. No me refieron a eso,” murmuró Hyde, su pecho se comprimió de ansiedad mientras el Mordedor le observaba, los viejos dientes destellaban con saliva sangrienta. Había un sonido dentro de su garganta. Llamando a la manada —así lo hacían en aquella época, así sabías que estaban cerca... clic, clic, clic… “La tasa entonces era tres presentaciones de Mordedor por cada 10 ataques. La Dermatofagia probó ser el Efecto Variante más virulento.’” se pausó para mirar al Mordedor. Este estaba concentrado en la voz de Hyde, había levantado la cabeza y le estaba estudiando, observando con su ojo sin párpado. “Si aplicamos esa tasa a lo que tenemos, debe de haber al menos 15 cuerpos que no hemos encontrado.”

    “Habríamos oído algo si hubiese desaparecido tanta gente” respondió Cavalle. “Eso también sugeriría un brote mucho más antiguo que el del Sr. Morrison.”

    “No estoy sugiriendo eso,” dijo Hyde, pellizcando su palma cicatrizada.

    “No saquemos ninguna conclusión,” dijo Cavalle mientras daba golpecitos en la cubierta de vinilo de su cabeza. Había cámaras sujetas allí y enlaces de red. “Vamos a recibir ayuda. Brass ha reunido a un grupo de especialistas en Metro —doctores y científicos que llevan estudiando el fenómeno desde El Día. Están investigando una conexión y pueden darnos información sobre los objetivos mientras examinamos a la víctima.”

    “Doctores. Doctores,” repitió Hyde suspicazmente, inclinando la cabeza hacia adelante para ver más allá de su capucha. Alzó la vista hacia las minicámaras. Estaban sujetas en arco sobre la cabeza de Cavalle. “Esos no han aprendido de la historia. Estar en Metro no tiene nada que ver con la objectividad.”

    Mao estaba preparado, sopesó el kit médico y se encaminó a la puerta de policarbo. Pulsó un código en una pantalla táctil en el marco y se produjo una vibración y un graznido al despresurizarse la esclusa de la celda.

    “¡Ssspiel!” el viejo, ahora Mordedor, siseó eso cuando oyó el ruido y empezó a pelear furiosamente contra las correas. La cobertura transparente de vinilo quedó pronto manchada de sangre y saliva mientras la criatura se agitaba en sus ataduras.

    El vinilo se partió y cedió a su poderoso ejercicio. Algo se rasgó y Cavalle se percató boquiabierta de que uno de los brazos de la criatura se había liberado y sus uñas habían cortado la envoltura de vinilo. El Mordedor había roto una de las correas.

    “¡Buen Dios! Mao, cierra la puerta,” dijo ella girándose hacia Hyde. “Eso es imposible. Tiene unos sesenta años.”

    “La edad es inconsecuente al efecto, en serio,” dijo Hyde con tono fáctico. “El Efecto Variante potencia la fuerza, el tiempo de reacción y las capacidades físicas.” Soltó una risita cuando el Mordedor inició otro ataque contra sus ataduras. Sus gruñidos se amplificaban hasta un rugido por la crisálida de vinilo. “Los Mordedores Ancianos son propensos a la rotura de los huesos, los ataques al corazón y la visión pobre, entre otras cosas. Pero hasta que estas deficiencias se presentan, son igual de peligrosos que los Mordedores jóvenes.”

    “¿Pero cómo…?” Cavalle quedó junto a Mao con la boca abierta sin poder creerlo.

    Hyde oyó pisadas y curiosos resuellos cuando el pelotón formó filas alrededor de él para observar.

    “¡SSSPIEL!” aulló la criatura mientras impulsaba sus dedos contra el vinilo y abría un agujero.

    “Adrenalina. Endorfinas. La tormenta límbica crea una cascada de químicos neurales que incrementa la fuerza,” explicó Hyde a medida que estudiaba a la cosa retorcer como un gusano su brazo libre, el hombro y cabeza para salir de la bolsa. La piel alrededor de la herida de la cara del viejo se había pegado a sus ataduras y contra el vinilo. A medida que empujaba para escapar de la bolsa, la piel de la cabeza empezó a pelarse.

    Hyde casi dio una carcajada cuando un estremecimiento de repulsión movió al pelotón entero.

    “El Efecto Variante incrementa la potencia muscular y disminuye o limita la capacidad de sentir dolor. Aumenta el imperativo de supervivencia y los sentidos relacionados.” Hyde contuvo una risita. “Incluso podría ser capaz de olernos ahora mismo.”

    El Mordedor escurrió medio cuerpo fuera de la bolsa de captura y tumbó la camilla de un golpe. Luego, la criatura quedó de pie con una de sus piernas aún envuelta en las correas y el vinilo.

    “¡ESPIEL!” rugió y cargó contra la pared de policarbonato. Hubo un sonoro BANG y la criatura cayó de espaldas al suelo, donde resopló apoyándose sobre sus manos y rodillas.

    El pelotón se había apartado un paso durante el ataque. Recuperaron deprisa la compostura, volvieron a sus lugares y estudiaron la mancha sangrienta en la pared transparente.

    “Eso, doctora,” dijo Hyde girando hacia Cavalle, “es la causa de que sus experimentados especialistas estén investigando desde Metro.”

Capítulo 44

    Borland sentía las tripas como si se hubiese tragado una bolsa de clavos sucios. Quería calmarlas durmiendo, pero Aggie se lo había prohibido.

    A Mofo y a Chico de Playa les permitieron planchar la oreja en el T-2 porque sólo eran unos chiquillos, pero el gran Borland malo iba a ser castigado. Spiko se presentó voluntario para ayudarle a estar sobrio con café y una ducha, pero Borland sólo estuvo de acuerdo con el café.

    Desde entonces, Spiko le había estado alimentando a base de tazas de café caliente para remplazar a las que iba vomitando. Pasearon por la puerta abierta del almacén para dejar que el frío aire vespertino funcionase dentro de su sistema.

    Después de una hora de aquello, por fin había conseguido mantener una taza dentro y dado cuenta de que el problema sólo era que había estado bebiendo demasiado rápido. El whisky mezclado con la cerveza no había tenido tiempo de metabolizarse antes de que pintase el suelo con él. No estaba tan borracho como le gustaría.

    Spiko parecía agitado, sin dejar de hablar, pero Borland descubrió que podía hacerle callar si fingía una arcada o un atragantamiento —eso a menudo conducía al verdadero asunto. Que él no quería hablar con Spiko. Que los veteranos le hicieran de niñera ya era bastante humillante.

    Aggie había gruñido algunas amenazas mientras Borland aún seguía desmayado, de modo que no podía recordar si le habían despedido. El hecho de que ella no le hubiera escoltado fuera de la base indicaba que sólo podía relegarle del puesto con la aprobación de Brass. Eso, o que ya no quedaba ningún otro lugar donde enviarle. Los bloqueos de carretera seguían en su sitio. Aggie podría haberse quedado atrapada con él.

    Borland por fin se sintió lo bastante sereno como para unirse a los demás. Usó su caja de acceso del T-1 para lavarse la cara y hacer gargaras, y luego pasó a ver la jaula del Mordedor.

    Llegó allí justo cuando Hyde estaba despotricando sobre la cuenta de cuerpos. Luego la criatura salió a garrazos de la bolsa.

    Había dos jaulas más a lo lejos. Se había dispuesto una cortina de privacidad entre cada una, pero estas no eran lo bastante masivas para ocultar del todo la siguiente jaula. Borland podía ver a una aterrorizada mujer espiando el exterior desde la jaula más cercana, justo a ocho metros del Mordedor. De momento, la mujer parecía bastante cuerda. Un hombre con gorra estaba fuera de esa jaula. Llevaba una chaqueta azul oscuro y pantalones marrones. Una barra nocturna pendía del cinturón reglamentario.

    Aquel tipo debía de ser el sheriff y la mujer dentro del tanque: la esposa del primer infector.

    El sheriff levantó la mano para silenciar a la Sra. Morrison y ambos observaron acercarse a Borland.

    Borland iba lo bastante sobrio para meter la pata durante una conversación y sentir vergüenza por ello, pero también lo bastante borracho para andar haciendo algunas eses. Spiko hacía todo lo que podía por enderezar su rumbo.

    “¡Usted!” ladró el sheriff señalando a Borland. Marchó hacia ellos donde se habían parado junto a la silla de ruedas de Hyde.

    “¿Sigues haciendo amigos, Borland?” raspó el viejo lisiado.

    “Vete al infierno, Rawhide…” rezongó Borland con la lengua tan insensible como un trozo de goma.

    “¿Quién está al mando aquí de verdad?” La voz del sheriff acompañó a sus ojos, que miraron a Borland y luego, más allá de la pared de policarbo hasta el Mordedor acurrucado dentro. “¡Que Jesús nos asista!”

    “Yo estoy al mando,” dijo Aggie de entre la multitud de trajes de pelotón. “Capitán Borland, este es el Sheriff Marley.”

    “Así que eso es de verdad… ¿es eso?” El sheriff dio una paso atrás de la celda. “¿El Variante?”

    “Ssspiel…” siseó el Mordedor por el enlace de audio antes de escabullirse debajo de la camilla. Su ojo único desnudo les observó desde las sombras. El otro ojo había quedado atrapado entre la ruina de piel que se le había pelado de la cabeza, alargando el nervio óptico hasta una fina banda pálida que le recoría la frente izquierda.

    Borland frunció el ceño y le ofreció la mano al sheriff. El sheriff tendría treinta y largos años. Amplios pómulos y piel color té decían que tenía asíaticos o indios nativos en él. También pesados párpados, pero la firme nariz arqueada decía que había un europeo cachondo en la mezcla. La atención de Marley pasó del Mordedor a los manchados vendajes de Borland extendidos como saludo. El tipo frunció el ceño, olió el aire y debió de haber olido a alcohol o vómito, porque no le estrechó la mano.

    “Quiero saber por qué está encerrada la Sra. Morrison,” gruñó Marley. “La Capitana Dambe me pidió que la trajese para un interrogartorio no para el encarcelamiento. Se me hizo creer que era un asunto militar y me encuentro con un Pelotón Variante.” Observó a Cavalle quitarse la capucha de vinilo. El sheriff se volvió hacia Aggie, luego de vuelta hacia Borland. “Este hombre está borracho.”

    “Podría no querer hablar ni meter las narices en esto, Sheriff,” dijo Spiko dando una palmada en el hombro de Borland al tienpo que avanzaba señalando al Mordedor. “Especialmente cuando esto resulta ser lo que pensamos que es.” Se dio la vuelta y arrugó su facciones. “Necesitaremos todos los trucos que el viejo Crackenstein se saque de la manga.” Señaló a Borland.

    “¿Crankenstein?” El Zombie se envalentonó desde donde estaba entre Lazlo y Cortadora.

    “Así es como llamamos a todo el que puede colocarse hasta casi la muerte y luego colocarse otra vez para cobrar vida al volver al servicio..” Dio de pronto una carcajada. “Por supuesto, raramente llamamos a nadie más así, ¿eh, Borland?”

    Borland gruñó, luego escupió en el suelo.

    La Dra. Cavalle siseó —asqueada.

    “Sí, porque si eso es lo que todos pensamos que es...” los ojos de Spiko miraron al Mordedor antes de poner los ojos en blanco. “Cada uno de nosotros necesitará un poquito de algo. Un parachoques contra ello.”

    “Nunca fue establecido como una defensa efectiva,” explicó Cavalle. “Pero se rumorea que colocarse puede protegerte de las moléculas de Varión que operan en tu propio sistema, evitando que se presenten espontáneamente.” Se aclaró la garganta. “Que se transfiera de portador a anfitrión.”

    “Nos colocábamos por un montón de motivos,” Spiko dio una risotada, caminando vigorosamente hacia atrás para captar la mirada de Borland. “Y todos vimos embolsados siendo mordidos. Cristo, A mí me mordieron. No todos nosotros nos convertimos.” Se encogió de hombros. “No hay prueba de que colocarse no diera cierta protección.”

    “¡Sofismo!” siseó Hyde sobre su hombro. “Una excusa para satisfacer las personalidades destructivas…”

    “¡Basta ya!” Aggie marchó hacia Spiko y le señaló con el dedo en la cara. “No permitiré que este pelotón se coloque antes de que hayamos establecido siquiera lo que está pasando.” Ella le mostró los dientes. “Borland se ha pasado de la raya.”

    Incluso en aquel insensible y acalorado estado, Borland pudo sentir la potencial batalla entre la pareja. Por un breve momento, Spiko pareció hincharse con violencia, crecer en malignidad, antes de empezar a reir y, con el sonido, se redujo de nuevo a su tamaño humano.

    “Claro, Capitana Dambe,” dijo Spiko y asintió antes de poder resistir. “Vea si puede venderle eso al viejo Crankenstein de ahí.”

    “No me hará falta.” Se giró para mirar a Borland. Él se apartó un poco, pero no se movió del sitio. “El capitán está causando problemas tal y como hacía en El Día.” Se aclaró la garganta. “Es un problema que estoy a punto de expulsar de la misión tras la reunión de informe.”

    Borland se enderezó, trató de aclararse la garganta pero se atragantó. Cuando Aggie sonrió burlonamente, él contempló la idea de ponerse en sarcástica posición de firmes y saludar militarmente; pero sus doloridas hernias le desanimaron a hacerlo. En su lugar, reunió fuerzas para un gruñido.

    “¿Es que no habéis llevado la cuenta todos vosotros, culos listos?” el estómago de Borland se comprimió, tensando su garganta. “¿Veis lo que está pasando o sólo estáis aquí para patearle en los agujeros a Borland?”

    “Estábamos empezando nuestra investigación,” dijo la Dra. Cavalle mostrando en su expresión un completo desdén.

    “Bueno, pues sáltate eso, bonita...” Borland dio una palmada en el respaldo de la silla de Hyde y este empezó a escupir siseos dentro de su capucha. “Y empieza a contar cuerpos, porque Hyde aquí presente no es sólo otro feo de cara. Tiene razón.” Se aclaró la garganta antes de continuar. “Si no empezamos a encontrar muertos, significa que todo el mundo se está convirtiendo.” Sintió una oleada de vértigo y tuvo que apoyarse en la silla de Hyde. “Y entonces será el fin para nosotros.”

Capítulo 45

    “¿Disculpe?” Una voz apagada de mujer vino del lado izquierdo. “Por favor…”

    La Sra. Morrison había aprovechado el incómodo silencio que siguió a la apocalíptica sentencia de Borland para colar su pregunta: “¿Es eso lo que le ha pasado a Scott?”

    La mal asegurada persiana le había permitido a la mujer ver lo peor.

    El Sheriff Marley espetó, “¡Dejenla salir de ahí!”

    Y entonces, la Sra. Morrison pareció entender, porque preguntó: “¿Es eso lo que me va a pasar a mí?”

    “No,” afirmó el Sheriff Marley en tono tranquilizador, sonriendo hacia la celda de la mujer antes de girarse hacia Aggie. “Usted está al mando. Sáquela de ahí.”

    “No puedo permitirlo, señor,” dijo Aggie.

    “La señora tendrá que ser paciente,” dijo la Dra. Cavalle como consuelo. “Ambos tendrán que ser pacientes. A ella hay que hacerle pruebas.”

    “Al infierno con eso,” espetó Marley, giró la cabeza hacia Aggie. “La traje para un interrogatorio. Me fié de su autoridad.” Dio la vuelta y dio un impotente paso hacia la celda donde la Sra. Morrison se acariciaba las manos nerviosamente. Le sobresalían los ojos, pero la mirada de la mujer era introspectiva, buscando en sí misma signos del Variante, esperando a que el monstruo se presentara.

    “Es por su propio bien,” explicó la Dra. Cavalle alzando la voz.. “Por el bien del público. Si lo peor está ocurriendo. Si ella ha quedado expuesta o infectada, es posible que se pueda hacer algo por ella. Ha habido avances desde El Día.”

    “¿Avances?” Marley se giró. “¿Infectada? Esto no es una enfermedad. Todo lo que he leído dice que vino tras una larga exposición a la droga del Variante, y hubo factores ambientales, pero lleva décadas fuera del mercado.”

    “Aún está en el ambiente y dentro de la población,” insistió Cavalle. “Podríamos estar viendo una recurrencia espontánea en el primer infector activada por factores ambientales. No estoy segura de qué otra cosa podría haberlo iniciado. El Efecto Variante, especialmente en la presentación de los devoradores de piel, también apareció tras el contacto con infectados o fluidos corporales ‘presentados’ de un anfitrión. Esos fluidos activaban el Varión latente dentro de la víctima y producía toda suerte de efectos posibles. La dermatofagia sólo era uno de ellos. Cómo podría reiniciarse ese método de transferencia es la discusión del huevo y la gallina. Es evidente, por el anciano de aquí, que este proceso está activo.”

    El sheriff se giró hacia el Mordedor. “Su nombre es Don Stanford.”

    “Entiendo que esto difícil, Sheriff Marley.” La Dra. Cavalle dio un paso y puso una mano en el antebrazo del hombre. “Yo también era sólo una niña en los tiempos de El Día.”

    “¡Mire!” Borland avanzó un pesado paso y golpeó la pared de policarbo. El Mordedor siseó.

    “¡No tenemos tiempo para esto!” Extendió los brazos atolondradamente y agarró la chaqueta del sheriff, usó su pesado volumen para empujar al hombre contra la pared transparente. “¿Necesita más prueba que esta?”

    El Mordedor siseó. La luz se reflejó en los músculos y venas expuestas antes de que la criatura de hundiera en las sombras.

    “¡Quíteme las manos de encima!” Marley forcejeó contra el peso de Borland con la mejilla aplastada contra el plástico.

    Y el Mordedor atacó con un ¡BANG! Se movió rápido, saltó desde debajo de la camilla y llegó hasta la pared delantera cerca de la cara de Marley. Las propias facciones de la cosa, rasgadas y retorcidas tras haber escapado de sus ataduras, se habían pelado por detrás del cráneo y colgaban alrededor del cuello como un collar espeluznate. Los dientes del Mordedor trabajaban arañando la pared de la celda, sus uñas chirriaban por la superficie.

    “¡Essspiel!”

    Marley dio un chillido.

    “¡Borland!” Aggie y Spiko le cogieron por los hombros y el empujaron hacia atrás.

    El sheriff cayó al suelo lejos de la pared y retrocedió como un cangrejo un par de metros.

    “¡Sheriff, esto está ocurriendo de verdad!” Borland se encogió de hombros para zafarse de las manos que le retenían. Le martilleaban las sienes. “Afróntelo antes de que le caiga encima.”

    “Sheriff, pido disculpas por el Capitán Borland,” dijo la Dra. Cavalle al tiempo que la embolsada Lilith ayudaba a levantarse a Marley.

    El sheriff no podía apartar los ojos de la celda. El Mordedor seguía embistiendo el plástico, rayado ahora con fluidos corporales y sangre. La gruesa lengua del bicho se deslizó más allá del músculo retorcido del labio y lamió la superficie.

    “¿Ssspiel?” suplicó.

    “¡Jesús, Don!” espetó Marley y luego sintió arcadas de vómito.

    La Dra. Cavalle le palmeó en la espalda.

    “No tenemos tiempo para pruebas,” gritó Borland. “El Variante no sigue el procedimiento. No le importa la autoridad.”

    Marley asentió con la cabeza, entre arcadas.

    “Aggie,” susurró Borland rudamente, atrayendo la mirada de la mujer. “Tú sabes lo que es esto. ¡Tenemos que hacer algo!”

    Hyde giró su silla de ruedas, abandonando el estudio de las actividades del espantoso Mordedor. La criatura quedó inmóbil y observó a Hyde alejarse rodando.

    “Lo que dice Borland es correcto,” dijo Hyde con voz ronca, rodando hasta Cavalle.

    Marley alzó la vista, captó la luz cenital que relucía sobre la cicatrizada y reluciente mandíbula de Hyde. Debía de ser la primera vez que le había visto, porque…

    “¡Dios!” apartó las manos de Cavalle. “Es... es un... ¡es!”

    Los embolsados reunidos detrás del sheriff le sujetaron. El veterano Lazlo dijo algo sabio y tranquilizador.

    “Este es el Capitán Hyde,” gruñó Aggie. “Es un oficial condecorado del Pelotón Variante. Herido en acto de servicio…”

    “¿Herido?” Marley lo miró boquiabierto, pero algo en el firme agarre que le sostenía le hizo cerrar la boca. El pelotón ya estaba reconociendo cierta hermandad.

    Hyde se hundió de vuelta a su capucha.

    “Como estaba diciendo,” croó Hyde. “Lo que ha dicho Borland es correcto.” Dio una risita. “Discutir más sobre esto es una pérdida de valioso tiempo. Debemos contactar con Brass.” Sintió el desafío de Cavalle. “Doctora, es cierto que necesitaremos estudiarlo médica y científicamente; pero eso no puede retrasar la conclusión obvia ni las decisiones que debemos tomar ahora.”

    Hubo un repentino y fuerte sonido de rasgar y salpicar y rociar fluidos.

    Todos miraron hacia la celda. El Mordedor, habiendo pelado una tira de piel bajo su muñeca, estaba tirando de ella hasta despellejar la dermis hacia arriba, hasta llegar a la mano y que quedara libre en una banda danzante. La sangre le salpicó en el pecho y la camisa.

    El Mordedor puso el ojo en blanco. Su cuerpo se agitó por el éxtasis cuando metió la piel en las mandíbulas y mascó sanguinariamente

    “Espiel…” dijo en voz baja, apasionadamente. “Ssspiel.”

    Hyde observó esto y se estremeció.

    “Tenemos que ponernos en marcha,” gruñó Borland. “O acabaremos todos como esa cosa.”

Capítulo 46

    “No me resisto a la conclusión obvia, pero tenemos que recordar que la razón principal para una Infiltración es evitar el pánico,” dijo Aggie tras un momento de consideración. “Y por mucho que esté de acuerdo contigo, hasta que tenga órdenes de abandonar la Infiltración, la mantendré.”

    Borland empezó a hablar pero Aggie levantó una mano.

    “Hay mucho aquí que necesitamos saber. Dispondré un conferencia con el CG para discutir los hallazgos. Sabemos que es el Efecto Variante, pero necesitamos autoridad para empezar a aplicar los protocolos. Y esto no es El Día. En aquel tiempo lo encontrábamos en todos los frentes. Ahora se trata de contención y recuperación. No podemos parar aquí. La mayoría de la población necesita nuestra protección.” Aggie miró a la asamblea de miembros del pelotón. “Es nuestro deber hacer lo que podamos para minimizar el daño y animar a los ciudadanos de Parkerville a permanecer en sus casas, buscar una habitación segura —meterse en un agujero con una radio hasta que todo esto haya acabado. Creo que Maga puede acceder a la red telefónica que da servicio al área.”

    Alzó la vista hacia Marley. “Necesitaré su ayuda con eso. Para dar credibilidad al mesaje.”

    Borland siguió con la vista un firme movimiento entre la asamblea de embolsados hasta que el Coronel Hazen salió de entre la multitud. Este asintió a los oficiales y luego miró el interior de la celda. El Mordedor se había cortado otra banda de piel del antebrazo y la estaba masticando alegremente.

    El Coronel Hazen se giró hacia Aggie. “Tengo algunos amigos en Ausencia Sin Permiso Oficial.”

    Ella le miró un segundo, dejó caer uno de sus hombros como si fuera a derrumbarse. Luego Borland notó que estaba tan cerca de la derrota como nunca la había visto.

    “¿Cuántos?” preguntó Aggie.

    “Cinco,” dijo Hazen. “El Cabo Miles Oates se va a casar. Salió con su padrino y compañeros el sábado pasado —a emborracharse fuera de la base. Debían regresar a medianoche.” Se encogió de hombros. “Es una brecha de seguridad seria, pero los cinco en cuestión son soldados de reserva. Siempe surgen cosas así con los reservistas. No hemos podido contactar con ellos en sus casas en Metro.” Se miró las manos. “Iba a enviarlos al infierno cuando regresaran.”

    “Es serio,” gruñó Borland temiendo hacer los cálculos.

    “¿Por qué no me llamó?” preguntó el sheriff con los puños en las caderas. Estaba luchando por encontrar su rumbo en la nueva locura.

    “Es un asunto militar, ¿no?, ¿Coronel Hazen?” ceceó Hyde al rodar su silla de ruedas entre los hombres. “Así es como empieza. Son reservistas. Un día tarde y los chicos son así. Dos días y alguien está en un infierno. Tres y les pateas el culo. Cuatro y ahora piensas que deberías haber hecho algo. Cinco y oyes que el Pelotón Variante llega a la ciudad.”

    El Coronel Hazen flaqueó y asintió débilmente.

    “Disculpe, señor,” dijo una voz.

    La capucha de Hyde se movió incómodamente. Los demás se giraron para ver a Maga; los ojos de la chica estaban fijos en el Mordedor, pero ella contuvo su perplejidad. Borland dio un segundo vistazo para admirar la oscura y delgada figura, bellamente zurcida en el traje del pelotón.

    Su largo pelo, negro como un cuervo, estaba atado por detrás en una coleta. Llevaba unos auriculares con cables que llegaban hasta una tablets de comunicación portátil que colgaban bajo sus pechos en una correa en el hombro. Las luces destellaban en la pantalla táctil.

    “¿Maga?” preguntó Aggie con preocupación.

    “Otra llamada al 911, señora.” Levantó la tablet para leer el LCD: “Cal Lincoln, de la Avenida Halcón 284, dice que su esposa Georgia no volvió a casa para una reunión del club del eBook anoche en la residencia de Margaret Carr. Dice que esperó toda la noche e hizo la llamada desde la casa de Carr esta mañana. Dijo que la Sra. Lincoln salió a las 10 p.m. con otro miembro del club, Bonnie Abbot, que la llevó en coche. Abbot dijo que la Sra. Lincoln salió de su coche al final de la manzana junto al Instituto Colegiado de Parkerville. La Sra. Lincoln no ha sido vista desde entonces. El Sr. Lincoln ha preguntado a los vecinos de la manzana. No hay rastro de ella.” Maga hizo una pausa. “Le dije que se calmara, que un investigador iba de camino.”

    “Conozco a Cal Lincoln. La Avenida Halcón está justo en la antigua calle principal. Los Lincoln viven al final del bloque frente al instituto,” dijo Marley acariciándose la barbilla; sus ojos no se apartaban del Mordedor.”

    Hyde ya estaba moviéndose, rodando en su silla hacia un grupo de largas mesas que había sido dispuestas junto al T-1. Se habían instalado grandes pantallas planas y dispositivos portátiles.

    Borland empezó a seguirle y una mirada de Aggie le dijo que casi despachaba al pelotón que les estaba siguiendo. Que ella había retenido la orden instintivamente.

    Tenían que saber en lo que se estaban metiendo.

    Borland extendió el brazo, tocó en el pecho de Zombie y le señaló el T-2. “Ve a despertar a tus hermanas.” Zombie se pausó un segundo antes de entender la inferencia. Se apresuró hacia Mofo y Chico de Playa.

    Para cuando el pelotón hubo formado detrás de Hyde, él ya había abierto un mapa de Parkerville en una gran pantalla plana. Su capucha sobresalía de la mesa mientras sus dedos pulsaba en un teclado de la pantalla táctil. Se desplazó por el mapa hasta que mostró la red de calles en amarillo y líneas graduadas rojas que marcaban la topografía.

    “¿Esto es la Avenida Halcón, Sheriff?” Señaló con un dedo en la pantalla. Borland notó que la atención de todos se disparó a las cicatrices expuestas y venas pulsantes del antebrazo sin piel de Hyde.

    Marley se inclinó y asintió.

    “Y este contorno...” Hyde recorrió con el dedo un estrecho canal donde convergían las líneas topográficas rojas sobre el paisaje. “Eso es un barranco.”

    “Sí,” dijo Marley, inclinándose y meneando el dedo de izquierda a derecha. “Recorre la ciudad de Este a Oeste al norte de la Calle Principal. Las casas viejas en esos cuatro bloques están encima de él.” Observó cuando Hyde redujo la imagem con un pellizco de sus dedos.

    Borland y Aggie gruñeron. La respiración de Spiko se le quedó en la garganta.

    El barranco era sinuoso desde la autopista en el límite noroeste de la ciudad, hasta una amplia extensión de propiedad etiquetada como ‘Parque Memorial Camino del Cerro.’ Un círculo de casas lindaba con la tierra del parque. Los dedos de Marley siguieron el barranco.

    “Continúa hasta Alturas de Camino del Cerro —una comunidad de Verjas. Hay un pequeño arroyo que lo cruza en primavera. En otro época sólo hay una serie de alcantarillas que vierten en él agua de lluvia de las calles. Cuando los Verjas llegaron al casco antiguo, se desviaron las alcantarillas.”

    “Alturas de Camino del Cerro...” Hyde repitió el nombre, su capucha se hundió; se pellizcó una palma.

    “Capitán Borland, es su día de suerte,” dijo Aggie alzando la vista cuando Chico de Playa y Mofo se aproximaron. Ambos jóvenes estaban cenicientos, pero parecían determinados a redimirse.

    “Usted y su equipo tienen una segunda oportunidad.” Se dirigió al pelotón reunido. “Quiero que Lazlo y Spiko escojan a un par embolsados para formar sus propios equipos. Todos ustedes de civil —pero lleven sus trajes-bolsa con ustedes. Cojan una furgoneta y sigan a Borland. Quiero que explorer el área alrededor de la Avenida Halcón. Comprueben ese barranco —es probable que sea un punto de acceso.” Se aclaró la garganta.

    “Quiero instantáneas digitales y video en tiempo real enviadas a Maga.” la cara de Aggie se tensó. “Cortadora tomará una furgoneta para recoger a Bailarina y a Chopper. El resto de nosotros prepararemos los transportes.”

    “¿Qué se supone que voy a hacer yo?” empezó Marley. “Esta es mi ciudad.”

    “Usted tiene llamadas que hacer.” Luego Aggie señaló al mapa en la pantalla y al contorno de líneas rojas que hacían bucles por toda la superficie. “Y quiero que les diga a esos embolsados todo lo que sabe de esta ciudad y ese barranco.”

Capítulo 47

    “¿Por qué no nos han castigado?” Chico de Playa estaba detrás del volante del utilitario cuando pararon delante del número 284 de la Avenida Halcón. “Me parece que aún estoy borracho.”

    “Ya te acostumbrarás.” Borland dio una carcajada a su lado.

    “¿Crankenstein?” balbuceó Mofo alargando las vocales desde el asiento de atrás. Les seguía rápidamente. Todos habían tomado anfetaminas, ofrecidas ‘sólo por esta vez’ por el embolsado técnico-médico Mao, y estaban funcionando con grandes termos de café. Aquello les había dado bastante energía para superar sus resacas. Borland aún estaba negociando una tregua con el alcohol y había llenado del todo su petaca de la botella que tenía bajo el asiento.

    No la había probado todavía.

    “¿Nos has oído?” Borland dio una risita.

    “Ninguno de vosotros estaba susurrando.” dijo Mofo.

    “Crankenstein,” gruñó Borland, sintió una pizca de ansiedad en el pecho, “de los tiempos de El Día. Una vez, íbamos todos colocados después de limpiar un orfanato que tenía un nido de Mordedores debajo, y llevábamos unas ocho horas tomando crack, metadona y whisky. Aquello fue feo. La mayoría de los Mordedors eran niños.” Se le revolvieron las tripas. Aún podía oler el vómito. Dios, cómo gritaban. “Bueno, yo me había terminado un litro de whisky y echado un par de copas encima de todo lo demás. Pasó algo y perdí la memoria, me tambaleé por ahí y luego… me morí.” Dio una carcajada bajando la ventanilla cuando Lazlo redujo en la furgoneta junto a ellos.

    “Se me paró el corazón,” les dijo, los ojos de Chico de Playa no podían creerlo. Mofo dio una risita. “Trataron de hacerme la RCP y nada… luego los embolsados me cargaron hasta un coche, condujeron hasta el hospital y me dejaron allí,” Borland miró por la ventana a Lazlo y sonrió antes de girarse hacia Chico de Playa. “Reboté en una silla; imagino que el impacto reinició el corazón.”

    Mofo silbó.

    “Lazlo,” gruñó Borland por la ventana. “Deja al equipo de Spiko al final del bloque cerca del instituto. El barranco sigue el límite de las tierras.” Se cerró la cremallera de la chaqueta. “Lleva a tu equipo hasta la autopista. El barranco va por debajo hasta una alcantarilla. Explora hacia atrás hasta nosotros. Spiko va hacia ti y nosotros seguiremos el barranco después de que hablemos con el Sr. Lincoln.”

    Lazlo gruñó.

    “Ya sabes lo que buscar,” dijo Borland y subió la ventanilla. La otra furgoneta se alejó.

    “Aún no sé por qué seguimos de servicio.” Chico de Playa negó con la cabeza.

    “Dos cosas…” Borland abrió la puerta, salió y luego instruyó a Chico de Playa y Mofo por encima del techo del coche. “Aggie sabe que el mejor soldado es el que intenta redimirse. El que está desesperado por complacer.”

    Mofo asintió. Chico de Playa pareció captar la idea también.

    “Y por eso envías soldados desesperados como esos para estudiar al enemigo. Si no pueden redimirse, es que no servían de nada de todos modos. De modo que son prescindibles.” gruñó Borland y no pudo resistir una carcajada. “Habéis visto un Mordedor en plena caza” Sacó su .38 y lo blandió dramáticamente. “Esperad a ver a 20 de esos bastardos viniendo a por vosotros. Mejor será que os redimáis entonces.”

    “Jesús,” dijeron Mofo y Chico de Playa al unísono. Comprobaron sus arnas antes de enfundarlas.

    “Yo hablaré con el Sr.. Lincoln,” Borland subió los escalones de hormigón hacia una acera que cruzaba un césped verde oscuro. “Vosostros rodead la casa y empezad a enviar vídeo de esa quebrada a Maga.”

    Mofo y Chico de Playa asintieron y comprobaron los vid-coms pinzados a sus orejas antes de subir por cada lado de la casa, el más joven por la derecha.

    Borland caminó pesadamente por el camino, su respiración le llegaba en cortos resuellos. Una cosa era dar la charla a unos jóvenes y otra sobrevivir de verdad a la bravata.

    Necesitaba descansar. Las pastillas de pep ayudaban, pero le estropeaban el estómago y agravaban sus hernias. Aún así, a veces se sorprendía a sí mismo. Hacía una corta semana que era un capitán de pelotón retirado a una mala noche de distancia de un ataque al corazón. Su vida se había tornado una larga línea gris de perdición y desprecio.

    Y aquí estaba ahora como un capitán de pelotón en servicio de nuevo… a una mala noche de distancia de un ataque al corazón o un despellejamiento. Genial.

    La puerta delantera se abrió en un marco blanco esmaltado. Esta estaba en una casa de ladrillo rojo que tendría unos 80 años. La casa entera tenía bonito aspecto. Jardines cuidados, césped de manicura —el cuento de hadas de un obrero de fábrica.

    Un hombre de aspecto preocupado salió de las sombras. Tendría unos 50, en bastante buena forma, pese a que su tripa parecía la de un renacuajo panzudo. La disposición de sus hombros sugería que hacía ejercicio.

    “Sr. Lincoln,” dijo Borland estudiando las mejillas barbudas del hombre. “Soy el Capitán Borland.”

    “¿Es usted el Investigador?” la voz de Lincoln era grave pero cansada. “¿Dónde está el Sheriff Marley?”

    “Está ocupado.” Borland abrazó su volumen sobre las pesadas piernas. “Estoy aquí con un par de oficiales. Están ahí atrás echando un vistazo.”

    “¿Por qué iban a querer mirar ahí atrás? Georgia no está ahí atrás si…” los oscuros ojos del hombre destellaron de desesperación. “Ella es una criatura de hábito.”

    “Le entiendo,” dijo Borland y suspiró. “Mire, ¿tiene una foto de ella?”

    “Claro,” Lincoln se giró hacia el interior del umbral y abrió un álbum posado sobre una mesa en el recibidor. Pescó una y regresó a la puerta. Quedó esperando una pregunta. “¿No va a preguntarme si creo que está saliendo con alguien? ¿Si nos llevábamos bien o si tuvimos una pelea?”

    “Ah, sí.” Borland asintió y cogió la foto. La mujer era bastante bien parecida en general, aunque las arrugas en la cara decían que el color de su pelo marrón venía de una botella. “¿Se llevaban bien ustedes dos?”

    “Sí,” dijo Lincoln, sus ojos estudiaron a Borland intensamente. “¿Está usted bien?”

    “¿Qué quiere decir?” Borland miró al hombre y deslizó la foto en el bolsillo de la chaqueta.

    “Está usted transpiando mucho y parece que jadea por aire…” las cejas de Lincoln cayeron sobre los ojos. “¿Puedo ver alguna identificación?”

    “Claro…” Borland excavó en el bolsillo de atrás y sacó su tarjeta ID militar falsa. Mientras Lincoln la estudiaba, Borland captó algo por el rabillo del ojo. Era Mofo. Bajaba por el bloque a unas cinco casa de distancia en dirección contraria a la que se suponía que debía estar andando.

    Estaba hablando con un hombre bajito vestido de verde y marrón —tenía pinta militar. Borland sólo podía ver la espalda del pequeño hombre. Llevaba un sombrero de caza y tenía un perillo diminuto sujeto por una correa —un enclenque Affenpinscher de esos que compraba la gente cuando ya no querían hijos pero querían algo.

    Estaban charlando y el lenguaje corporal de Mofo sugería que estaba emocionado.

    “¡Capitán!” dijo Lincoln.

    Borland volvió al hombre de golpe. Demasiado alcohol, no suficiente descanso. Iba como sonámbulo.

    “Supongo que esto parece oficial.” Lincoln le entregó la tarjeta de identidad. “Si viene usted de la base, quizá pueda decirme por qué están bloqueadas las carreteras principales.”

    “Clasificado.” Borland se guardó su ID y alzó la vista hacia Lincoln. “Usted quédese en su casa y espere a su esposa. Le llamaremos en cuanto descubramos algo.”

    “Bueno, algo va mal. Puedo sentirlo.” Lincoln negó con la cabeza y cerró la puerta.

    Borland miró bloque abajo, pero no había rastro de Mofo, del tipo de verde ni del perrillo. Se encogió de hombros y atravesó el césped mojado hasta la esquina derecha de la casa. Cuando la dobló, percibió de immediato la alta línea de árboles que rodeaban la parte trasera de la propiedad al fondo de un amplio patio de césped.

    Chico de Playa estaba allí en el borde del barranco, arrodillado y mirando algo. La quebrada era un gran signo de interrogación negro detrás de él.

    Borland caminó aplastando el césped, se paró a mitad para abrir la petaca y echar un trago. Le saltaron las tripas, pero se solidificaron por el sabor y dio otro trago a la petaca antes de guardarla.

    Chico de Playa se levantó cuando Borland se paró a su lado.

    “Hay pistas de algún tipo de asunto sucio.” Chico de Playa señaló donde el césped se detenía en el borde interrumpido de tierra negra. “Como si algo hubiese subido o bajado por aquí.”

    Borland estaba a punto de gruñir que la lluvia de la noche pasada había falseado las marcas cuando resonó un disparo desde el barranco.

Capítulo 48

    Hyde estaba introduciendo sus notas en el teclado de un ordenador portátil. Su cerebro interpretaba la constante presión sentida por el tacto de las puntas de sus dedos cicatrizados.

    Su cuerpo traumatizado hacía lo que podía con lo que quedaba, y recibía con agrado toda nueva entrada neural que no fuese dolor. Así, le divertía registrar la presión, o la bienvenida insensibilidad en caso contrario. Cuando dormía tenía sensaciones placenteras, pero los sueños eran fantasmas de una vida que fue, de un hombre que había muerto.

    La información que Hyde tecleaba, las notas, se enviarían de forma inalámbrica a su equipo en la Horton, e imaginaba, que con copia a Maga y Brass para su evaluación y archivo. Eso no importaba.

    Había estado expuesto a Brass por completo desde el día uno en que hubo información. Al menos ahora era consciente de ello y podía protegerse al grabar datos subjetivos adecuados. Brass no podía acceder a lo que él guardaba dentro del cráneo. Ese casco óseo era la única cobertura natural que le quedaba a Hyde que le proporcionara privacidad.

    Y él utilizaba el refugio al máximo.

    Hyde había hablado con la Sra. Morrison sobre el comportamiento de su marido antes de su desaparición, pero no había nada sospechoso. Scott era un gestor de inversiones que llevaba una oficina satélite desde casa para una compañía fuera de Metro. Una noche había dicho que iba a por leche y a por un periódico y ella no volvió a verle nunca más.

    Eso fue cinco días antes de que se convirtiera en un Mordedor en Metro. Marley había emitido una solicitud a la policía de Metro, pero esos engranajes apenas habían empezado a girar. Cuando los adultos que pasaban de la edad de los 30 desaparecían, no llevaba mucho tiempo para que se sospechase del juego sucio.

    Si el hombre estaba teniendo una aventura, su súbita ausencia podría haber sugerido una fuga, pero no había signos que indicaran ninguna estrategia de salida. Marcharse con sólo lo puesto no encajaba, especialmente considerando su, al parecer, positiva relación con su esposa. El hombre no tenía necesidad de huir sin preparación.

    De modo que, ¿dónde había estado el hombre los cinco días antes de convertirse en Metro?

    El personal de incendio ya había precintado la casa de Morrison y estaba esperando la luz verde para la incineración. Las cosas estaban ocurriendo demasiado rápido para que la Infiltración pudiese investigar la propiedad, y todo el mundo estaba esperando a que Brass empezase a emitir órdenes. Hyde quería examinar las posesiones de Morrison en busca de pistas, pero ahora que habían encontrado ‘Mordedores’, los matices de la investigación empezaban a parecer irrelevantes, sin importar cuán cruciales pudieran ser.

    Así es como se nos escapaban antes. Los pelotones eran una reacción en El Día. No hay excusa esta vez. Sabemos lo que es y debemos ser pacientes.

    La Sra. Morrison estaba aterrorizada, pero su comportamiento encajaba en el espectro normal para un humano bajo presión. Hyde estaba convencido de que ella no había quedado afectada. Lo había comprobado él mismo. Ella no era un Mordedor. Había una miríada de otras formas en las que se podía presentar el Variante.

    Cavalle estaba esperando que el equipo de comunicaciones sobre la mesa junto al T-1 intercambiase vistas con Aggie. Maga había dicho que el CG estaba conferenciando con oficiales federales y se pondría en contacto dentro de una hora.

    Aggie había enviado a los embolsados con tareas por la improvisada estación, algo necesario y algo de trabajo inventado. Hyde sabía que ella no quería que los reclutas tuviesen mucho tiempo para pensar.

    Todos habían visto al elefante en su peor versión y vivir con ello era perder un miedo mejor empleado en combatir al elefante.

    Después de enviar el mensaje de advertencia a todas las casas residenciales y palm-coms de Parkerville, el sheriff había probado la línea directa con el contestador automático de su oficina.

    Steven Meyers informaba que su padre, Hans, no había vuelto a casa después de una copas en la taberna Olympus la noche anterior. Steven había bajado al local para buscarle y le habían dicho que Hans había salido a las 3 a.m.

    Marley lo explicó como que Hans Meyers era un borracho habitual y que aquellas llamadas eran cosas semanales. El sheriff dijo que los Meyer vivían en la Calle Cayuga. Las casas allí también lindaban con el barranco.

    El sheriff reprodujo después un mensaje grabado del Decano de la Facultad de Metro. Una clase de Historia Social había hecho un viaje turístico a la base militar y a la ciudad de Parkerville el sábado anterior. Parkerville había jugado un papel significativo durante El Día como un refugio seguro.

    A menudo olvidado en las historias 3-D era el hecho de que Parkerville abrió sus puertas a la gente de Metro cuando el Efecto Variante estaba en su peor momento.

    El decano había llamado esa tarde preguntando si alguno de los estudiantes se había quedado allí. Cinco de ellos no habían regresado a las clases del lunes y sus compañeros de habitación no les habían visto desde el viaje. Nadie recordaba que estuviesen en el tren de regreso a casa.

    Pero ya sabes como son los chicos en edad universitaria.

    “Idiotas satisfechos…” masculló Hyde para sí mismo mientras equilibraba el ordenador portátil entre los armazones de sus piernas. Rodó hacia el centro de operaciones instalado detrás de pantallas de privacidaald a unos seis metros de la jaula de la Sra. Morrison. Esta tercera celda estaba sellada pero sólo requería protección para el peligro biológico. Hyde vio a Mao a través de la pared transparente de vinilo. Las facciones del embolsado estaban oscurecidas por la bolsa que le cubría de pies a cabeza.

    “Mao, debes recuperar tanto tejido cerebral como puedas,” dijo Hyde con voz ronca. Sabía que Borland y su equipo había destruído la cabeza del Mordedor con los disparos.

    “Si, Capitán,” dijo Mao sin levantar la vista. “Estoy trabajando a partir del manual de Protocolo Variante de Patologías.”

    Necesitaban tejido cerebral para identificar el tipo Variante. Saber cómo las moléculas de Varión operaban sobre la región amigdaloide del cerebro, les diría si algo estaba…

    “Brass está en la línea, Capitán Hyde,” avisó Aggie.

    Él se giró para ver la amplia cara de Brass en la pantalla plana entre Aggie y Cavalle.

    Hyde asintió, giró su silla y se acercó.

    Cuando paró, mantuvo la cabeza agachada, espiando más allá de su capucha. Podía ver que Brass se movía de izquierda a derecha, confiando en captar su mirada en el vídeo 3-D. Hyde sabía que los grandes comunicadores y estafadores necesitaban mirar a los ojos para sus trucos de magia. En el caso de Hyde, su autoconfianza venía de su aislamiento. Expuesto, él era, era…

    “Capitán Hyde,” Los ojos de Brass se movieron de derecha a izquierda. “Capitana Dambe. Dra. Cavalle. Apreciamos el excelente trabajo que están haciendo.”

    Cavalle dijo algo positivo y orientado al equipo. Aún era lo bastante joven para creer en la causa.

    “Vamos a revisar los informes preliminares y estamos deseando ver los resultados de las pruebas, pero todos coincidimos aquí que, con toda probabilidad, esto es el Efecto Variante en Parkerville.” la voz de Brass tembló ligeramente en esa última parte. Hyde sintió sus propios hombros caer un poco.

    Así funciona todo esto. Un día el Variante está acabado, al siguiente día no lo está.

    “He emitido instrucciones a las fuerzas del orden para que acordonen Parkerville. Nadie entra o sale sin mi autorización directa.” La mirada de Brass era severa.

    Hyde estudió sus propias manos mientras pellizcaba sus cicatrices. La potente luz cenital hacía que todos pareciesen verdes como goblins.

    “Necesitaremos muestras analizadas in situ. En cuanto tengamos esa prueba, podemos entrar de lleno en el protocolo Variante ,” continuó Brass.

    “Mao está recogiendo muestras del Mordedor que atacó detrás de la tienda de Don Dólar,” le aseguró Cavalle. “Desgraciadamente, queda poca materia gris.”

    “Eutanizar al dueño de la tienda,” dijo Brass, bajando la vista hacia su palm-com. “Grabado como mi orden. Recoger las muestras necesarias de su cuerpo.”

    Cavalle hizo una pausa, luego: “Uh, sí, señor.”

    Esa fue toda la prueba que Hyde necesitaba. Suspender los derechos humanos básicos bajo una buena corazonada.

    “Tenemos que movernos rápido,” advirtió Brass. “En cuanto tengamos confirmación de laboratorio, Parkerville será limpiada.” Se aclaró la garganta. “¿Están aislando a la población no infectada?”

    “Sí, señor,” dijo Aggie. “Tenemos equipos fuera donde ha desaparecido gente. Un barranco que serpentea por la ciudad parece ser el punto se acceso. Vamos a mapearlo de arriba abajo y asegurarnos de que nada puede salir a la superficie.”

    “Bien,” dijo Brass. “Dra. Cavalle, quiero que confíe en los veteranos. Saben lo que tiene que hacerse. Aunque usted piense que irá al infierno al hacerlo.”

    “Sí, señor,” respondió Cavalle.

    “Brass,” dijo Hyde bajo su capucha. “Vamos a proteger a los inocentes. Ese es nuestro mandato. ¿Tengo razón?”

    Brass le miró en silencio durante todo un minuto. “Sólo hasta el momento en que tal protección arriesgue de algún modo la propagación del Efecto Variante fuera de Parkerville.”

    “¿Qué hay del pelotón de Metro que investiga el barrio en torno al edificio de la peletería?” Hyde buscaba agarrarse a algo. Si el Efecto Variante ya estaba fuera del área acordonada, entonces se debilitaba el argumento del precintado, gaseado e incineración de Parkerville.

    “No hemos encontrado nada más,” dijo Brass sin dudar. “Como ya sabe, las muestras del Mordedor que atacó a Borland mostraron el Efecto Variante.” Quedó en silencio, tomó aire antes de continuar. “He dado la orden de hacer un incendio controlado en una manzana urbana.” Hizo una pausa. “Parkerville parece ser el origen.”

    “Brass, ¿el Variante que encontraste...” dijo Hyde. “... era el mismo que el Variante que vimos en El Día?”

    “Sí,” dijo Brass en voz baja y apartando la mirada, luego sus ojos oscuros buscaron en las sombras bajo la capucha de Hyde. “¿Por qué lo preguntas?”

    “Parece una pregunta lógica,” siseó Hyde.

    Entonces Maga apareció en una ventana flotante en la pantalla plana.

    “Capitana Dambe,” dijo ella, su usualmente calmada voz temblaba. “Es el enlace del vid-com. Hemos oído disparos.”

Capítulo 49

    “¿Dónde está Mofo?” preguntó Borland sacando su .38.

    “Se fue por ahí —al Este,” dijo Chico de Playa señalando con su 9mm en la dirección contraria al disparo. “Pensé que él había visto algo allí abajo donde el barranco atraviesa una alcantarilla bajo la calle.”

    Borland volvió su atención a la tierra a sus pies. La misma estaba suelta. Empezó a decidir si valía la pena bajar hasta la quebrada.

    “¡Probablemente detrás de una mujer! ¡Vamos!” gritó Chico de Playa y saltó hacia el bancal. “El disparo vino de allí.” Desapareció en la maleza encaminándose al Oeste.

    “¡AH!” masculló Borland y empezó a bajar vigorosamente el bancal. Había muchas ramas de árbol y tallos que agarrar para mantener el equilibrio. Sus botas resbalaban allí donde se movía la tierra. Había barro bajo los pies que succionaban las suelas de sus zapatos.

    De pronto las hojas empezaron a mostrar patrones con gotas de lluvia. Resoplando, miró hacia el cielo. Las nubes eran más oscuras que antes. Podría ser lluvia, podría ser el fin del día. Debían de ser cerca de las cinco treinta o las seis. Aún quedaba una hora de luz.

    Bajar por la maleza era bastante fácil. Parar, no tanto…

    “El coche…” Borland empezó a formar una excusa. Debería volver y coger el utilitario.

    “¡Aquí arriba!” apareció entre la hojarasca el pelo rubio de Chico de Playa a unos buenos quince metros más adelante. “Veo algo.”

    El pulso de Borland le martilleaba en los oídos. Su cara estaba caliente y sus hernias le pesaban hacia abajo como un cinturón de plomo. Una rabia empezó a bullir detrás de sus ojos.

    “¡Maldita sea!” Dio un traspié, cayó dentro de una mata de hojas anchas y se golpeó la mejilla en un arco de metal oxidado —una rueda de bicicleta— luego cayó sobre algunas tablas podridas. Algo se le clavó en la pierna derecha y le rasgó los pantalones.

    “¡Capitán!” la voz de Chico de Playa hizo eco.

    “¡Hey, Capitán!” llamó otra voz, era Zombie. Ese chaval que junto a Lilith formaban parte del equipo de Spiko. Los idiotas se habían presentado voluntarios.

    Borland hizo un mohín cuando sacó la mano vendada de debajo de su cuerpo, se impulsó para apartarse del penetrante olor a tierra húmeda y arcilla. A su alrededor había macetas rotas, grumos de hormigón, tablas de yeso retorcidas y manchadas, y montañas de césped cortado. Miró arriba hacia la colina y vio por dónde se elevaba desde el patio de arriba —justo allí se podía volcar la carretilla…

    “¡Está aquí!” Se oyó la fuerte voz aflautada de Lilith y empezaron a agitarse y sacudirse los arbustos colina arriba a medida que los atravesaban los embolsados.

    Borland se apresuró ahora, gateando entre los desperdicios para ponerse de pie. Le dolía la cara donde se había golpeado con la rueda de bicicleta y notó que una pierna del pantalón estaba manchada de sangre.

    “¡Maldita sea!” gruñó, tambaleándose colina arriba mientras los embolsados se abrían paso por la maleza y luego luchaban por mantener el equilibrio sobre la movediza pila de basura.

    “¿Quién está disparando?” ladró Borland. Le martilleaban las sienes. Le ardía la cara.

    “Perdón, Capitán,” dijo Zombie avergonzado. Llevaba una camiseta, pantalones de rugby y una chaqueta de cuero. “Lazlo nos dejó en el patio del instituto donde empieza y termina el barranco. Luego Lazlo se marchó y Spiko nos ordenó que sacaramos las armas. Dijo que iba a explorar al noroeste y nos dijo que fuésemos en la otra dirección, que siguiéramos el barranco hacia atrás hasta usted.”

    “Maldito Spiko,” espetó Borland gruñendo a los embolsados.

    “Estábamos subiendo el barranco y llegamos a una de esas pilas de basura.” Zombie se encogió de hombros. “Nos caímos los dos y se me disparó el arma.”

    “¡Entonces enfunda el MALDITO chisme!” gritó Borland. Extendió el brazo hacia un arbolillo y empezó a impulsarse colina arriba. Los embolsados se movieron para ayudarle, pero él dio manotazos para apartarles las manos. Hincó una rodilla y luchó por seguir hasta que su pulso golpeó y el sudor empezó a verterse alrededor de las orejas.

    “Está herido, Capitán,” dijo Lilith. Su ropa civil eran pantalones de pana, camisa y abrigo. “En su pierna.”

    “¡Al infierno contigo!” Borland continuó su paso tambaleante, arrastrándose hacia arriba, tirando y empujando hasta que posó el trasero en la cima del barranco.

    Los embolsados quedaron en la pendiente por debajo de él, parecían frustrados y avergonzados.

    “Tienes suerte de no haberte disparado tú mismo o disparado a la de los pantalones bonitos de aquí,” gruñó Borland a Zombie. “Porque entonces, yo no podría matarte el lamentable culo.”

    Borland resopló y se puso en pie. “No sé que trabajos teníais antes, Si érais polis o controladoras de tiquets aparcamiento o qué…” Alzó una mano para acallarles. “Y no me importa. Pero con el Efecto Variante, tenéis que pensad un poco.”

    Miró abajo hacia la quebrada y luego se dio la vuelta, empezó a cojear hacia la casa de Lincoln. “De lo contrario, un Mordedor os devorará la piel.” Se limpió las sucias manos y negó con la cabeza. “No sé qué más puedo decir.” Miró hacia el Este y se cepiló el barro de los pantalones y la chaqueta. “Mofo no ha acudido al disparo.”

    “Vio algo,” explicó Chico de Playa mientras las embolsados se apresuraban por alcanzarles.

    “Salió corriendo con el arma medio lista, ¿no?” Borland se giró hacia Chico de Playa, dio un paso cerca de su cara. “¿Como tú corriendo quebrada abajo para que me matase?” señaló con una mano por los embolsados.

    “Sé que sois peces frescos,” gruñó Borland. “Pero me parece que aún no os hemos sacado del huevo.”

    Caminó a paso firme hacia el frontal de la casa. El coche seguía allí. Ni rastro de Mofo. Borland había medio confiado en encontrar al grandullón echando una siesta.

    “Quizá deberíamos contactar con los demás equipos,” sugirió Lilith.

    “¡Sí!” Borland maldijo y empezó a buscar su palm-com. Nada. Miró atrás hacia el barranco y luego miró a los embolsados. “Parece que he perdido mi palm-com al rodar por la basura, chavales.”

    “¡Iré a por él!” Chico de Playa empezó a avanzar, pero Borland le agarró del brazo.

    “¡No —Jesús! Acabo de decir que no desenfundéis con el arma amartillada.” Borland negó con la cabeza. “Dame el tuyo.” Cogió la unidad cuando Chico de Playa se la entregó, lo encendió.

    “Al habla Borland, buscando a Spiko. Adelante.” Sonrió a los demás mientras esperaba medio minuto y luego repitió la llamada. “Al habla Borland. ¿Estás ahí, Spiko?”

    El palm-com crujió. Borland frunció el ceño, luego señaló a los enlaces vid-com de los embolsados e hizo una señal de cortar la garganta. Ellos los apagaron para detener la interferencia.

    Y luego una voz: “Al habla Lazlo, estamos a unos 200 metros de la autopista. Nada de Spiko.”

    “Vale,” dijo Borland. “Spiko va en tu direcciób. Tengo al resto de su equipo, pero he perdido a uno del mío. Mofo está desatado. Dile que llame a papi si le ves.”

    “Borland,” dijo Lazlo, y continuó, “No creerás lo que hemos encontrado aquí. El barranco corre 45 grados hacia la izquierda, se encamina al Oeste hacia la autopista, como he dicho a 200 metros sobre mi posición, pero justo en la curva tenemos una gran alcantarilla. Debe de ser para la fuga de agua de lluvia, los sumideros del campo aéreo y la base militar.”

    “¿Cómo de grande?” Borland sintió un escalofrío recorrerle la columna.

    “Un hombre podría agacharse y moverse a través de ella,” respondió Lazlo. “Estoy viendo a una gran rejilla de hierro oxidado que la tapa, solo que la han arrancado y lanzado a seis metros por el fondo del barranco.”

    “Jesús,” dijo Borland, frunciendo el ceño para ocultar su miedo.

    “Algo ha estado entrando y saliendo.” la voz de Lazlo bajó el volumen. “Huellas.”

    “Vale, Lazlo,” ordenó Borland, “saca a tu equipo de ahí. Poneos los trajes, trae la furgoneta y luego monta guardia. También mantén los ojos abiertos por si aparecen Spiko y Mofo.”

    Gran momento para ver el paisaje, pedazo de idiotas.

    “Recibido,” dijo Lazlo.

    “Yo llevaré a mis embolsados hasta tu posción,” Borland miró ceñudo a los embolsados luego señaló al utilitario. Ellos dejaron caer la cabezas antes de empezar a andar para entrar en el coche. “El CG ha estado escuchando todo esto, así que quizá tengan algún plan preparado para cuando yo me encuentre contigo. ¡Borland, corto!” También tendrían los enlaces vid-com de Mofo y Spiko.

    Borland guardó el palm-com e hizo una seña a Chico de Playa donde estaba posado para que subiera al asiento del conductor. El joven casi lo pasa por alto. Algo detrás de Borland había llamado su atención.

    Borland empezó a girarse y…

    “¿Tio Joe?” dijo la voz de una mujer, “Sabía que eras .”

Capítulo 50

    El acechador los observó marchar.

    El gordo habló con la hembra joven después de que ella le abrazara. Al gordo le gustó el contacto, la presión. El acechador podía olerlo incluso a esa distancia. Incluso con la nube de toxinas que venía del pesado cuerpo enfermo, el acechador podía oler la única necesidad del gordo —su deseo de quedarse varado en la joven.

    Luego el gordo encogió la tripa y estiró las piernas. Miró a su alrededor con preocupación hasta que la hembra le sonrió y señaló calle abajo hacia un coche junto al bordillo de la acera. El gordo saludó con la mano y se metió en su coche con los demás mientras ella se alejaba andando.

    El acechador los observó marchar.

    Tanta piel en el gordo… tanta olorosa, peluda, crujiente, grasienta, goteante piel.

    Y resultaba familiar también.

    Pero la piel, tanta, tan suave en la lengua, y luego el terror pasa.

    ¿No ha sido… por un tiempo?

    Pasa.

    Por un tiempo.

    La hembra era familiar también.

    Su piel era suave y con pelillos, y olía a periodo de celo y a feto y a pelo.

    Un estremecimiento recorrió el cuerpo del acechador cuando se lamió los labios, cuando su propia piel se ruborizó y se erizó y humedeció de necesidad… Pero no la hembra. Ella estaba fuera de límtes —pero ese otro anterior.

    El acechador conocía al gordo.

    Había peligro aquí.

    Y los recuerdos eran incómodos, en conflicto con la necesidad de ritual.

    Mejor olvidarse de ellos.

    La piel era piel, era hermosa y blanda y resbaladiza y dulce y ácida y salada.

    Y los recuerdos sólo arruinaban el sabor agitando nombres y palabras y demás.

    La lluvia aumentó, empezó a caer más fuerte y el acechador se estremeció cuando las gotas le recorrieron la piel.

    ¡Dulce! ¡Espasmo! ¡Dulce! ¡Dolor! Dulce. Dulce. Rasga. Dulce. Piel. Es piel. ¡Orgasmo!

    Quedó jadeando en la lluvia —el estrés se enrolló alrededor de su espina dorsal como un muelle.

    Había peligro.

    Y el acechador tenía que seguir, tenía que correr, tenía que marcharse. Había ahora demasiados Mordedores pequeños cazando fuera de la ciudad por seguridad.

    Justo después, ¿cómo podía dejarlo antes?

    Se marcharía después de que el fresco hubiese sido atrapado y saboreado. Cuando fuese saboreado y consumido —y el ritual hacía que el terror pasara.

    Cuando hacía que el terror pasara.

    Desliza. Mastica. Cruje. Essspiel.

    ¡Basta de accidentes! Sin errores.

    Las manos del acechador empezaron a temblar al contemplar la idea el ritual —y sobre piel inmaculada, este nuevo ritual sería dulce, la piel sería blanda en las mejores partes, y sólo marcada donde las cadenas la sujetarían a la pared.

    La piel sería relajante.

    El acechador apenas pudo ocultar su impaciencia por apresurarse hacia la piel.

Parte Seis: D.E.C.

Capítulo 51

    Hyde disfrutaba de la sensación de seguridad que obtenía dentro de su ceñido traje célula corporal. Había conseguido ponerse el pegajoso material con sólo un leve nudo cuando tuvo que soltar las correas de los armazones de sus piernas para acomodar las articuaciones del traje en las rodillas y tobillos.

    Le complació haber conseguido ponerse el traje sin la ayuda de su médico, Gordon. Al principio había temido que el ondulado tejido cicatrizado de sus piernas se quedara pegado en los plieges de goma y le obligara a buscar ayuda. Pero como todo de lo que Brass estaba encargado, el traje de piel-célula tenía un ajuste perfecto —el resultado final de mucha planificación ¿O de muchos complots?

    Aunque aún tenía que probar la capucha y el escudo facial, había encontrado que los enganches de la pantalla y la lámpara eran intuitivos y se activaban en cuanto se cerraban los contactos.

    Como beneficio añadido, las placas semirrígidas de piel-célula de sus muslos y pantorrilas añadían estabilidad a sus piernas. Hyde había experimentado con la estructura de apoyo del traje, moviéndose dentro de la Horton sin ayuda. Su andar zombie de piernas rígidas nunca pasaría como normal en las calles, pero le permitía un paso diferente al titubeo a cuatro patas que conseguía con los bastones.

    Este avance le obligó a preguntarse por qué nunca había investigado más profundamente sobre aparatos prostéticos. Después del hospital y la interminable fisioterapia, había aceptado la silla de ruedas, los armazones para los brazos y piernas y los bastones como el nuevo status quo.

    Los términos de la rendición.

    Hizo una pausa junto a la cama, se deslizó la larga capucha sobre el traje y quedó complacido al ver que el dobladillo inferior caía cerca de la parte superior de sus botas. Sabía que la capucha sería lo bastante larga para cubrir la otra capucha de su piel-célula y el escudo facial cuando se los pusiera.

    El equipo de la cabeza era transparente cuando la superficie de la pantalla estaba inactiva y Hyde no podía soportar la imagen extraña que presentaría llevando el traje sin la cobertura sobre él.

    Respiró hondo saboreando la agradable cobertura del calor de la piel-célula y un sonido escapó de su boca sin labios que podía haber sido confundido por placer.

    No te pongas muy cómodo. Si sobrevives a esta misión, nunca te podrás permitir esto con tu pensión.

    Sus ojos vagaron por la pantalla plana que estaba atornillada al plástico de alto impacto que servía como el escritorio de la Horton. El enlace mostraba a Mao diseccionando al Sr. Stanford. Ya le había entregado el cerebro entero a la Dra. Cavalle, que lo había seccionado y escaneado, en muestras bajo un microscopio electrónico, y colocado partes en el Espectrómetro de Masas de Gas Cromatográfico.

    Un monitor detrás de ella mostraba la Base de Datos de la Biblioteca de Masa Espectral de Bezo y el Índice Molécular de Varión. No se tardaría mucho tiempo con la identificación, y luego podría empezar la incineración.

    Hyde se dejó caer en la silla de ruedas. Su mente seguía regresando a las fotos de la autopsia que había solicitado y finalmente recibido del CG de Metro. Sólo hubo una mínima resistencia por parte de Brass.

    ¿No sabe que esto no es un juego?

    Las imágenes detallaban el examen post mortem de los Morderores del edificio de la peletería en Metro —los que casi atrapan a Borland. El idiota borracho iba a suicidarse antes de que Hyde disparara. ¿Remordimientos de conciencia?

    La autopsia preliminar la había realizado in situ el Dr. Justin Ang, un patólogo de Bezo de alto nivel que había trabajado con los pelotones en El Día. Y justo como en los buenos viejos Días, Brass retenía a su personal médico hasta que su pelotón terminara con los riesgos. Después del tiroteo, los preciosos científicos médicos de Bezo llegaban a la escena para tomar muestras y hablar con los medios.

    Las imágenes de alta resolución del cadáver de Scott Morrison permitían un increíble grado de aumento. Hyde había estudiado el daño dérmico y encontrado las predecibles contusiones y roturas en las áreas no distorsionadas por la inflamación y el residuo de infección. Las cosas normales: tejidos conectivos desgarrados y profundas laceraciones de mordiscos —evidencia de una lucha de piel.

    Morrison había sido retado por su status de alfa, eso estaba bastante claro, y sólo había sido una cuestión de tiempo. Había severo daño muscular en el lado izquierdo de la cabeza, cuello y torso que había causado deformación física considerable. Las masivas infecciones le habrían matado pronto.

    Hyde tomó nota de algunas marcas inusuales en la zona abdominal inferior que se extendían hasta las ingles y los genitales. Envió un correo electrónico a Ang preguntando sobre lo que parecía ser incisiones médicas. ¿Había ocurrido esto durante el post mortem? Aún estaba esperando una respuesta.

    Hyde siseó entre dientes. Un profundo pozo de ansiedad se había llenado hasta el borde desde la primera vez que había oído que iban a ir a Parkerville. Le había mantenido pellizcándose inconscientemente la palma cicatrizada, casi hasta el punto de dañarse la carne. Tenía que ser cuidadoso con la infección.

    Infección —la palabra se filtró dentro de él y pensativo languideció por la habitación en su casa y por el Águila de Guerra. Todo fuera de esa habitación amenazaba con la infección: incluso la interacción humana, hasta las palabras. Se metían dentro de ti y empezaban a hacerte cosas, a cambiarte, a alterar tu comportamiento y de pronto tenías que…

    Algo tiró de su memoria. Había olvidado mucho después del ataque, después de que sus Morderores le dejaran por muerto, como si él mismo hubiese suprimido sus recuerdos —los hubiese apartado para que nada activase profundos descubrimientos...

    Juntando los dientes ausente, minimizó el vídeo de la autopsia, abrió una ventana de la base de datos del Pelotón Variante de Bezo e introdujo nombres en la búsqueda: “Robert Spiko” y “Justin Ang.” Las letras rojas destellaban en la pantalla negra a medida que tecleaba la consulta.

    Surgió una larga lista de informes de los tiempos de El Día. Designaciones numéricas típicas indicaban infornes sobre las actividades de pelotón. Un capitán siempre enviaba un informe a los físicos de la compañía Bezo cuando sucedía una muerte o desfiguración dentro del pelotón o entre los 'tratados'.

    A tres cuartos de los títulos de la lista había letras negras invertidas frente a resaltes de seguridad rojos. Luego destacó un nombre: ‘Manfield’ como número de informe. Hyde pulsó el enlace, pero surgió una ventana de seguridad. No me sorprende.

    El aviso rezaba que se requería una autorización de Nivel-A para acceder al archivo. Vagamente recordaba rumores sobre el Brote del Edificio Manfield —comunicabilidad 100%. Un capitán había dado tratamiento a su pelotón entero. Ese era Spiko... Pero había más en la historia. Brass había dicho que aún estaba clasificado.

    Y fue hace tantos sedantes...

    Se preguntó si el Viejo, Midhurst, tenía una credencial de Nivel-A. Era improbable, considerando su abierta hostilidad hacia Bezo en los tiempos de El Día.

    Hyde cerró la ventana y regresó a los resultados de la búsqueda. Había una larga lista de informes después de la entrada Manfield que sugería que Spiko y Ang tenían una larga asociación. Los OOP estaban enlazados en los archivos también. ¿Era posiible que Ang siguiese en contacto con Spiko después de eso?

    Una coincidencia es una conspiración para los débiles de mente. Sólo los hechos podían hacer la diferencia. El Dr. Ang se te ha metido dentro también.

    “¿Estás involucrado, Hyde?” susurró sin humor, su levedad fue incapaz de aplacar su creciente temor sobre...

    Cerró la ventana de búsqueda y abrió el listín telefónico del área de Metro para teclear un nombre. La ventana parpadeó y mostró un núnero de teléfono y dirección. Las lineas brillantes que acompañaron al mapa mostraron la calle de Parkerville.

    Infección… conexión — enlaces.

    “¿Estás pidiendo pizza?” la voz de Borland llegó desde la puerta de la Horton.

Capítulo 52

    Hyde giró la cabeza hacia Borland y escupió una maldición antes de volverse hacia la pantalla plana para cerrar la ventana de la lista de teléfonos .

    “¡No puedes entrar aquí!” gruñó a Borland.

    “No estoy dentro…” Borland señaló a sus botas sobre el escalón exterior. “Acabo de traer de vuelta a los chicos y no sabía si estarías aquí dentro.” Entornó los ojos. Viejo monstruo. “Está tan oscuro.” Borland sintió el calor en la cara por unos nuevos tragos que le había dado a la petaca antes de abrir la puerta.

    “¿Qué pasa” Hyde luchó para girar en su silla, se le había enganchado en el equipo que sobresalía de la pared. “¿Necesitas más atención?”

    Borland miró por encima del viejo goblin hacia el monitor. Cuando Hyde había cerrado una ventana, otra había aparecido con la imagen de vídeo de una autopsia. “¿Quién está cortando al tendero?”

    Hyde miró a la pantalla plana, luego escupió: “Mao...” Estiró el brazo para cerrar la ventana, pero cambió de idea, volvió su atención a sus manos y empezó a pellizcarse la palma izquierda. “¿Qué quieres?”

    “Es difícil de creer que estemos otra vez en este...” dijo Borland, tomando el camino largo para llegar a lo que quería decir. Notó que las muñecas y antebrazos de Hyde estaban cubiertos en una especie de oscuro material púrpura protector.

    “No si percibes que la historia está llena de ejemplos de gente que se niega a aprender de la historia,” Hyde machacó cada palabra.

    “Sólo digo que...” Borland se aclaró la garganta. “Ha pasado mucho tiempo desde El Día —y aquí estamos.”

    “¿Qué quieres?” Hyde rodó agresivamente hacia él y paró a un par de pasos de distancia.

    “Aprender de la historia —¿vale?,” gruñó Borland y llevó un dedo índice hacia su propio pecho. Notó que las piernas del viejo tullido estaban cubiertas del mismo material púrpura. “Un poco se me olvida. No puedo evitarlo. Sé que no crees que sea cierto, pero puedo aprender.”

    “Ve al grano,” espetó Hyde.

    “No podemos trabajar así,” masculló Borland moviendo una mano adelante y atrás entre ellos. “Como no podíamos antes.”

    “¿De qué estás hablando?” Hyde inclinó la cabeza lo suficiente para que la luz se colara bajo la capucha e iluminara sus pómulos crudos.

    “¡Tú y algunos de los demás capitanes me mirábais por encima del hombro porque odiábais el hecho de que un desastre como Borland pudiese producir resultados!” espetó Borland. “Y ni siquiera que te despellejaran fue lo que te volvió a ti contra mí.”

    “Sal de aquí, Borland.” la cara marcada de Hyde salió de un arco de sombra.

    “Vosotros érais buenos capitanes también. Demasiado realistas. Sabíais contra lo que os enfrentabais.” Borland mostró los dientes. “Tú me odias porque perdiste a tu hija.” Borland sintió que la presión en su garganta le empujaba en la cara como se estuviese hinchando. “Y la perdiste por mi culpa. Porque te convertiste en eso...” Señaló a la forma cubietra de Hyde con una mano vendada. “Por mi culpa.”

    Hyde cerró la mandíbula con un audible clac, agarró la silla con sus dedos sin piel y se acercó rodando hacia la sangrienta imagen en la pantalla plana.

    “¿Quién se cargó al viejo?” preguntó Borland a la espalda de Hyde.

    “La región amigdaloidal del cerebro quedó destruída en la Mordedora hembra que atacó a tu equipo y al Sr. Stanford.” croó Hyde al tiempo que se pellizcaba la palma. “La Dra. Cavalle empalideció ante la perspectiva de eutanizar al tendero, así que Aggie introdujo una sobredosis de BZ-2 en su celda.” el foco de Hyde cambió a la operación. “Ella entró después y ató el cuerpo a la mesa. Tapaplana y Peligro la cubrieron.”

    “Aggie,” dijo Borland recordando a Tapaplana como el gran exmarine negro. “Menuda es esa.”

    “Borland, si has acabado de darme tu evluación de OOP, no tengo tiempo que perder en la nostalgia.” La voz de Hyde tembló con rabia reprimida. “Ha sido una desagradable experiencia trabajar contigo de nuevo. No existe eso del brillo del viejo pelotón. ¡Ahora, fuera!”

    “Pero tengo que informar de...” Empezó Borland sintiendo bullir su propio enfado. Aún le pulsaban las sienes por la resaca y aquí estaba, intentando ayudar y que le patearan en la cara otra vez.

    Nunca ganarás contra él.

    “Un disparo de arma de fuego accidental...” terminó Hyde por él. “Encontrasteis el punto se acceso de la guarida de los Mordedores, pero sin confirmación. Uno de tu equipo y Spiko han desparecido. Misión típica de Borland: un montón de cabos sueltos.”

    “Es más que eso, viejo...” Borland quiso rabiar, pero se contuvo. Los músculos de su muslo le daban calambres alrededor de la herida que se había hecho en el barranco. Presionó un puño contra él y se mordió el dolor. Tengo que ponerme una inyección para el tétanos.

    “Pues informa a Aggie. Ella me remitirá la información relevante. ¡No voy a trabajar contigo!” Hyde giró su silla de ruedas hacia él; la acción tiró atrás del pliegue de su capucha hacia la corona del craneo. Con su cara expuesta, Borland no estaba a salvo de ninguna de las heridas del despellejado.

    Relucían vasos capilares, los músculos al aire de sus mandíbulas se flexionaban monstruosamente y sus ojos rodaban en sus cuencas sin párpados. Sin cejas o rasgos faciales, el rostro era capaz sólo de una única expresión desnuda de odio.

    “¡Que salgas de aquí! Estoy demasiado ocupado para tus dramas.”

    “Mira, hubo un tiempo en que fuimos profesionales... ¿no puedes simplemente...?” espetó Borland.

    “¡Profesionales! ¿Eso qué es, Capitán Borland?” se burló Hyde. “¿No hay bastante hielo en tus bebidas? ¿Estás teniendo problemas en convertir el visor de tu traje-bolsa en un bongo?”

    “¡Ah, al infierno contigo entonces!” rugió Borland girándose en el estrecho umbral. Se le enganchó la chaqueta en algo y se rasgó. “¡Entonces nada!” Salió al pavimento junto a la Horton. El ruido de los embolsados preparando los transportes habían disimulado su arrebato.

    ¡Somos peores que los Mordedores!

    “¿Nada?” Hyde negó con la cabeza y rodó detrás de Borland hasta llenar el umbral de la puerta. Tomó aire profundamente. Sus pulmones silbaron ligeramente. Inclinó la cabeza hacia atrás y tragó saliva antes de decir: “¿Cuándo entenderás que no hay garantías ni promesas que te hagan ganar el perdón? Si te has encaminado a la muerte temprana y a la condenación por tus borracheras y tu culpabilidad, te lo mereces.” La carcajada de Hyde fue un aspero sonido. “Si no por los jóvenes hombres y mujeres que llevaste a sus muertes, por lo que le hiciste a mi hija — a mi vida.” corrigió rápidamente.

    Borland gruñó y se alejó a grandes zancadas de la Horton, su furia superaba los muchos dolores e incomodidades que le afligían. Lanzó sobre el hombro una severa mirada más hacia Hyde, aún enmarcado por la puerta lateral de la Horton, y escupió una maldición.

    Al girarse, Borland se chocó con Mao. El idiota aún llevaba su traje-célula médico y se alejaba andando de las celdas de contención con la cara blanca. Parecía que fuese a vomitar...

    El técnico murmuró algo y siguió andando.

    Borland quiso echarle una bronca, pero una voz le interrumpió.

    “¡Joe!” Chico de Playa le llamaba desde uno de los transportes.

Capítulo 53

    “Quiero decir, Capitán,” se corrigió Chico de Playa, y luego: “El DP de Metro ha encontrado el coche de Scott Morrison.”

    Borland paró y frunció el ceño.

    Chico de Playa y Bailarina llevaban sus trajes-bolsa. Los Escudos faciales y capuchas colgaban de los broches en sus cinturones, opuestos a la funda de sus pistolas. Los bellos rasgos de la cara de la embolsada estaban tensos por sus intensos pensamientos. Borland observó a Mao cruzar el pavimento más allá de la Horton hacia donde estaba aparcado el utilitario junto a las suburban.

    “En otra parte de Metro, paró un coche de policía. Entraron un par de drogatas.” Chico de Playa miró a Bailarina. Los ojos de la mujer destellaron al joven y luego vagaron hacia el área de aparcamiento.

    Borland asintió.

    “Dijeron que las llaves estaban en el contacto —lo encontaron aparcado hace cuatro días a una manzana de distancia del edificio de la peletería Demarco,” dijo Chico de Playa y sonrió. “Después de que el uniformado los esposara, vio que había una hoja de cartón cubriendo el asiento del conductor. Bajo ella encontró sangre, un montón de ella coagulada sobre el vinilo y encharcando el suelo.”

    “Jesús. ¿En Metro?” Borland quedó boquiabierto por la noticia, miró a Chico de Playa a los ojos. “¿Ha precintado Brass a los ladrones del coche?”

    “Sip,” dijo Chico de Playa, “A los oficiales del arresto también.”

    “Maldita sea,” empezó Borland y luego caminó hacia Aggie y Cavalle donde conferenciaban junto a los tansportes. Las pantallas planas del centro de mando improvisado brillaban a la sombra de los inmensos vehículos. El Coronel Hazen también estaba allí, con aspecto severo en su uniforme de combate. Cavalle llevaba un mono del pelotón empapado en sudor. Debía de haber acabado de cambiarse el traje escudo médico.

    El Sheriff Marley estaba allí portando una ansiosa mirada.

    “¿Han encontrado el coche de Morrison?” preguntó Borland. Chico de Playa y Bailarina estaban a un paso detrás de él.

    “Estoy viendo el informe” Cavalle apartó la vista de su e-reader.

    “Mucha sangre,” dijo Aggie. “A Morrison se le presentó en su coche.”

    “¿Y condujo desde Parkerville?” Borland negó con la cabeza.

    “No, condujo a Metro, se le presentó al llegar allí,” explicó Aggie. “Luego se autorritualizó antes de descubrir cómo abrir la puerta del coche.”

    “¿Eso es posible?” Borland miró a Cavalle, quien se encogió de hombros y pulsó la pantalla táctil de su e-reader. Las miniaturas de las imágenes aparecieron por la pantalla mostrando el interior del coche de Morrison desde varios ángulos. Borland puso un dedo en el asiento del conductor.

    “Eso no es bonito,” susurró Aggie.

    Borland gruñó. El asiento del conductor estaba manchado y embadurnado de sangre. Había sangre seca en la ‘consola’ entre los asientos y el volante —alguna en el salpicadero, pero eso era todo. Borland encogió la imagen y empezó a pinchar miniaturas, maldiciendo a las diferentes imágenes a medida que se abrían.

    “¡Maldita sea!” dijo finalmente. “¿Has visto eso, Aggie?”

    “Sí,” coincidió. “Nada.”

    “¿Qué significa eso, Capitán?” preguntó Bailarina sobre el hombro de Borland.

    “No hay salpicaduras de sangre,” Aggie suspiró. “El autorritualizado es muy sucio.”

    “¿Piensas que los ladrones lo limpiaron todo?” Cavalle se inclinó hacia el monitor.

    “Ese coche no ha sido limpiado,” dijo secamente Borland.

    “Es como si él se hubiese sentado encima,” dijo Bailarina.

    “¿Hemorragia interna?” Cavalle usó los dedos para orientar la imagen 3-D en el e-reader. “No recuerdo eso de la literatura.”

    “Yo tampoco lo he visto antes,” gruñó Borland. “Y nosotros lo hemos visto todo.”

    “Están rastreando las actividades de los ladrones del coche y precintando todo y a todos con los que han entrado en contacto.” Aggie le miró a los ojos. “Brass dijo que no hay señal de que se le presentara a nadie más.”

    “¿Alguna noticia de Mofo o Spiko?” preguntó Borland afligido. Le había dado a Aggie un informe rápido sobre las desapariciones después de llegar con el equipo de Lazlo y traer de vuelta a Chico de Playa, Lilith y Zombie para prepar el despliegue.

    “Spiko ha apagado su enlace vid-com en cuanto Lazlo le dejó con sus embolsados. Y tenemos esto.” Aggie pulsó en una esquina de la pantalla plana.

    Apareció una ventana flotante.

    “¿Síii, señora?” La bonita cara de Maga brilló desde la tenue luz del interior del T-2.

    “Maga, reproduce el enlace vid-com de Mofo.” Aggie dio un paso atrás para que Borland y los demás pudiesen ver la pantalla. “Que empiece desde un minuto antes de que se apagara.”

    Apareció otra ventana flotante, luego se amplió para llenar la pantalla.

    El vid-com recogía el lateral de la cara de Mofo desde el punto de vista de su oreja izquierda. Se movía deprisa. Las hojas pasaban por él y le golpeaban en los hombros con audibles latigazos. Se oía el golpe sordo de cada pisada.

    Se giraba ocasionalmente a su izquierda donde el barranco caía hacia las sombras. El joven gruñía ininteligiblemente.

    Luego se detuvo.

    “¡Hey!” gritó Mofo, y el vid-com captó a alguien de verde moviéndose por la maleza, alejándose de él. La cámara del vid-com miró hacia abajo, el audio dio ásperos sonidos metálicos y apareció en la vista la mano de Mofo subiendo con el arma.

    “¡Quieto ahí!” ordenó. El vid-com captó a alguien apartando su cara de Mofo, vestido de verde, llevaba un gorro de cazador con las solapas bajadas. Había guantes en las manos levantadas.

    “Vale,” Mofo miró atrás en la dirección por la que había venido. El paisaje había caído gradualmente y no había señal de Chico de Playa.

    Mofo se giró hacia el hombre de verde que acababa de girarse hacia él, pero la imagen del vid-com quedaba bloqueada por el ángulo de la cara de Mofo.

    “Oh,” dijo Mofo con voz baja. “Hola.” Luego apareció una mano y trasteó con su enlace de vid-com. “Perdón por el arma,” continuó. “No sabía...”

    Y el enlace quedó muerto.

    “¿Ya está?” gruñó Borland.

    “¿Qué piensas?” Aggie le lanzó una fija mirada.

    “Casi sonaba como si conociese a ese tío,” dijo Borland, y luego describió su propia visión de Mofo y un hombrecillo con un perrillo

    “No hay perro en el vídeo,” dijo Chico de Playa.

    “Me pareció el mismo tipo,” dijo Borland. “Pero no le vi la cara entonces tampoco.”

    “¿Que tipo de perro era?” preguntó el sheriff.

    Borland le miró en blanco, su mente se movió atrás en el tiempo... “Pelo rizado. Era marrón, con una cola larga. La cosita podía caber en mi mano.” Luego miró a la pantalla plana y la pulsó. Apareció la ventana flotante de Maga.

    “Maga, ¿puedes darnos una toma de ese tipo bajito del vídeo de Mofo?”

    La imagen de Maga miró hacia abajo y el vídeo tras su ventana empezó a reproducir antes de que ella desapareciera. Luego la imagen saltó hacia adelante y paró en la espalda del hombre. Tenía las manos levantadas. Los dedos en los guantes negros se extendían como garras.

    “¿Le suena de algo, Sheriff?” preguntó Borland y luego madijo cuando el sheriff negó lentamente con la cabeza.

    “No. Solo puedo ver una parte de su mejilla.” Se pellizcó el labio inferior. “Pero podemos imprimir una copia de esa imagen y probar con otra del perro similar al que vio circular por el barrio. Es probable que no sea la primera vez que pasea a su perro por allí.”

    Aggie intervino, “Eso está bien, Sheriff Marley, y es un programa del que quiero que se ocupe discretamente.” Hizo un gesto hacia los embolsados que empezaban a congregarse alrededor de las mesas. Estaban ansiosos, excitados y aterrorizados, manejando escopetas o visores de traje escudo.

    “Por ahora, Mofo está Desaparecido En Combate. Igual que Spiko.” Ella bajó los ojos. “La prioridad número uno es clausurar el punto de acceso del Mordedor. Hemos estudiado el vid-com de Lazlo y esa alcantariila es el punto de acceso a la guarida.”

    “Bien, genial entonces.” Borland quedó tentado de decir algo heroico como “cargar las armas” pero el chasqueo de la lengua de Hyde aún le dolía.

    “Estoy de acuerdo, genial,” Aggie dio una oscura risita. “Pero examinarlo.” Se giró hacia la pantalla plana. “Maga, dame los planos de las alcantarillas y el sistema de drenado bajo la base.”

    “Sí, señora,” dijo la voz de Maga. La pantalla parpadeó y apareció un diagrama de Parkerville.

    “¡Ah, Jesus!” gruñó Borland.

Capítulo 54

    Las calles y edificios de Parkerville, la base militar y aeropuerto se mostraban en líneas naranja con fondo negro. En la mitad Oeste del mapa, la posición de Lazlo en la alcantarilla estaba marcado en rojo fuego.

    Las líneas naranja desaparecieron con el toque de Aggie y apareció un conjunto de líneas verdes que recorrían un largo lazo al norte de la posición de Lazlo, bajo el aeropuerto, los hangares y la posición del pelotón en el almacén antes de que un largo brazo se disparara al Este hacia las salidas de la ciudad. A intervalos, se extendían pequeñas ramificaciones de los túneles principales.

    Una línea regular de ellos drenaba agua de lluvia hacia el Oeste y hacia una zanja colectora a lo largo de la autopista. Otros alimentaban dos grandes cisternas colectoras circulares antes de drenar en el circuito que fluía dentro del barranco.

    “Está debajo de nosotros,” dijo Borland estudiando el mapa. Luego pinchó en una gran forma rectangular del centro del circuito principal. “¿Qué es eso?”

    Aggie pulsó la pantalla táctil dos veces y apareció un texto blanco.

    Habló el Coronel Hazen: “Áreas de almacenamiento subterráneo. El ejército no las ha usado desde que la base quedó completamente operativa. Hay partes de maquinaria y equipo bajo esos tres hangares.” Asintió y señaló a la pantalla antes de que Aggie arrastrara un dedo sobre el mapa. Surgieron formas púrpura que conectaban los rectángulos con el sistema de alcantarillado.

    “Eso sólo es para la ventilación.” Hazen se encogió de hombros. “Conductos de láminas de metal no superiores a cuarenta y cinco centímetros de ancho.”

    “Aún así, bastante grandes, Maldita sea,” dijo Borland al seguir los túneles de ventilación hacia el Este. “La carretera va de Norte a Sur por un túnel bajo la pista principal. ”Pulsó la línea naranja sobre la red de calles. “Más áreas de almacén aquí debajo,” gruñó examinando el mapa. “Hyde va a querer ver esto.”

    “Ya lo está viendo,” explicó la Dra. Cavalle y pulsó un icono en la parte inferior de la pantalla —una placa estilizada del Pelotón Variante con número ID.

    Borland gruñó. Ahora es el Fanstasma de la Opera...

    “¿Qué tamaño tienen esas alcantarillas?” preguntó él.

    “Los planos dicen que tienen un metro sesenta y cinco de diámetro. Hormigón en los túneles principales.” Hazen señaló al circuito. “Encogen hasta metro treinta y hssta un metro de acero corrugado en las ramificaciones que desalojan en las cisternas. Otras bajan hasta los treinta centímetros de diámetro y vacían en las cunetas de la autopista. Las cisternas son de hormigón circular y miden dos metros sesenta de altura por ocho metros de diámetro.”

    “¿Hay algún modo de bajar desde allí?” Borland pinchó al círculo que mostraba la cisterna colectora más cercana al norte de ellos.

    “El acceso está bloqueado, pero ese es un camino,” dijo Hazen, “como en esos puntos en las calles de la base.” Pulsó la pantalla y se iluminaron pequeños rectángulos que correspondían a la red de calles.

    “¡Jesus!” Un ataque de náusea revolvió las tripas de Borland. “¿Esas se pueden abrir?”

    “Cerradas con remaches,” dijo Hazen con cara desafiante. “Seguridad Homeland.”

    “Seguridad.” Borland miró ceñudo la pantalla.

    “Entonces de acuerdo,” dijo Aggie, su voz resbaló una nota más baja. “Tenemos que asegurar el punto de acceso antes de entrar. Aquí.” Señaló la posición de Lazlo. “Y aquí.” Su dedo se deslizó hasta el espacio de almacenes donde la carretera iba por debajo de la pista. “Ese espacio debe ser una puerta trasera —en caso de que la manada se encuentre con problemas. Cuando el punto de acceso principal esté asegurado, podremos considerar entrar en más de una localización.”

    “¿Por qué no los gaseamos con BZ-2?” interrumpió Chico de Playa antes de ruborizarse. “Perdón, señores, pero una vez que esté precintado...”

    “No se puede,” dijo Hazen. “Cuando los Verjas se mudaron y empezaron a desarrollar el extremo Este de la ciudad, actualizaron el alcantarillado de Parkerville y el sistema de tratamiento de agua. Eso requirió selllar las tuberías colectoras de la base, pero no lo hicieron herméricamente. Liberar BZ-2 ahí dentro sin repasar centímetro a centímetro para sellarlo hace imposible saber dónde podría filtrarse el gas en los conductos antiguos y aparecer en las tuberías de Parkerville.”

    “Cristo,” Borland gruñó a la pantalla. “Así que el pelotón tiene que entrar, matarlo todo y luego sellarlo antes de que podamos gasear.” Empujó una hernia. “Mismo protocolo. Diferente orden.”

    “¿Pero qué van ustedes a matar?” preguntó el Sheriff Marley.

    “Eso es un problema. Tenemos a un ama de casa, un borracho local, cinco chavales universitarios y el mismo número de soldados Ausentes Sin Permiso Oficial desaparecidos.” contó Aggie. “Tenemos dos Mordedores muertos. Y aún no sabemos nada de Mofo y Spiko. Yo cruzo los dedos, pero esto no tiene buena pinta.” Bajó la barbilla. “Si es un nuevo híbrido del Variante con una alta tasa de transmisión, como poco tenemos once.” Asintió.

    “Aggie, habrá más ahora,” dijo Borland. “Ya sabes como funciona el Variante. Incluso con tasas de transmisión más bajas en El Día, iba por delante de nosotros. Y no hemos ido puerta por puerta. La gente desaparecida sobre la que sabemos son los únicos que podemos contar. Quién sabe lo que hay dentro de esos túneles o lo que hay en el barranco.”

    “¿Tú qué sugieres?” El tono de Aggie era hostil.

    “Es tu decisión,” cedió Borland. “Mientras asumamos lo peor.”

    “Seguiremos el protocolo, Borland,” le recordó Aggie. “El pelotón va dentro del T-1 hasta la posición de Lazlo. Entramos allí y sellamos el punto de acceso detrás de nosotros. Luego avanzamos por el lado oeste del circuito y nos abrimos paso hasta la cisterna aquí.” Señaló a lo alto de la pantalla.

    “¿Qué hay del espacio de almacenamiento bajo la pista de despegue?” preguntó Cavalle.

    “El Coronel Hazen pondrá allí una compañía de hombres, en caso de que los hagamos salir.” Aggie alzó la vista hacia el comandante de la base.

    “Tenemos trajes de protección del Variante versión del ejército en los tiempos de El Día.” Su voz sonó brusca. “Están viejos, pero operativos. He puesto a mi gente a sacarlos de los almacenes ahora.” Señaló al mapa de la pantalla. “Pondré a 20 hombres bajo el túnel. Sus órdenes serán esperar y matar todo lo que intente salir.”

    “Pero tienen que esperar,” advirtió Borland. “No pueden entrar hasta que lo digamos.”

    “El coronel también va a preparar un pelotón de los suyos y llevarlos en el T-2 hasta la posición de Lazlo.” Aggie asintió a Hazen. “Estarán en contacto con nosotros mientras nos movemos, y pueden coordinar su inserción si nos topamos con problemas.” Miró a Cavalle y a Borland. “No tienen entrenamiento específico con Mordedores, pero tienen suficiente potencia de fuego para destruir cualquier cosa ahí abajo.”

    Aggie suspiró. “Ese es el escenario en el peor de los casos, Coronel, y uno al que recurriré si es necesario. Aprendimos en El Día que meter más de un pelotón en el mismo agujero es muy peligroso.” Dejó caer los hombros. “Fuego cruzado.”

    Borland se apretó los dedos de la mano vendada y usó el pulso de dolor para despejarse la mente. Algo iba mal en todo esto. Aún así, un pelotón del ejército cubriéndoles las espaldas le quitaba algo de presión.

    ¿Ellos? Espera un segundo, ¿ha dicho el tipo, “¿nosotros?”

    Luego Borland dijo: “Aggie, tenemos que hablar sobre lo que está pasando. Ya no se me dan bien las madrigeras de conejo.” Se encogió de hombros, se le retorcieron las tripas. “¿Ha dado Brass el visto bueno al despliegue?”

    La Horton de Hyde de pronto cobró vida, su motor se revolucionó y luego siguió el molesto biip, biip, biip de la marcha atrás hasta que empezó a dar la vuelta.

    “¿Dónde demonios va?” preguntó Borland cuando la Horton salió del almacén.

    “Se está moviendo hacia las coordenadas de Lazlo. Le encontraremos allí,” dijo Aggie sonriendo. “En cuanto te pongas el traje, podremos ir tras él.” Su mirada se endureció. “Tú vas a asesorar desde el T-1 in situ. Nadie quiere quedarse atrapado en un agujero detrás de ti.” Encuadró los hombros y se dirigió al pelotón. “Nos quiero en posición cuando Brass dé la orden —y la dará.” Aggie empezó a soltar una lista final de advertencias.

    Borland hizo un mohín, empujó las hernias y salió cojeando hacia el T-1, pero se detuvo a un par de pasos para observar a Mao.

    El técnico médico había estado escondido junto a la Horton. Aún llevaba su traje escudo médico y cargaba con algo que parecía una botiquín médico de plástico. ¡Qué demonios —espera! Había algo en el modo de andar del hombre. Tenía las piernas rígidas, su cuerpo se inclinaba a cada paso que daba hacia la parte trasera del T-2. El morro del gran vehículo estaba pegado a la rampa de salida del T-1.

    “¡Mao!” gritó Borland.

    El técnico siguió andando, estaba ahora a tres metros del T-2. Mao andaba de forma extraña, como si no pudiese controlar las piernas.

    ¡Como un hombre bajo convulsiones!

    Cargando un botiquín —no —era una bidón. Borland miró hacia el espacio detrás de Mao donde había estado aparcada la Horton. Justo más allá había un tanque portátil de combustible que los hombres de Hazen habían instalado para el pelotón. Una manguera salía de la bomba; la boca de esta yacía en el pavimento soltando... ¡combustible!

    “¡Disparad a Mao! ¡Disparadle!” Chilló Borland mientras sacaba su pistola y disparaba un par de balas, pero Mao desapareció dentro del T-2.

    “¡Borland!” gritó Aggie sacando su propia pistola, sus ojos seguían el arma de Borland. El combustible aún se estaba vertiendo sobre el pavimento. Oscuros dedos dejaban un reguero por el suelo del almacén.

    Emergió una bola de fuego de la puerta parte trasera del T-2 y lanzó al vehículo sobre sus ejes. La onda expansiva y el calor golpearon a Borland. Cayó sobre una rodilla y observó las llamas encender los arroyos de combustible. El tanque portátil de combustible estalló en llamas.

    La segunda explosión derribó a Borland y le golpeó la cabeza contra el flanco blindado del T-1.

Capítulo 55

    El acechador se sentó a la mesita y disfrutó de la cálida atnósfera de música clásica, flores y luz de velas. ¡Y compañía!

    El Sr. Saltarín, un harapiento conejito azul con desgastadas y castigadas orejas se sentaba a la derecha del acechador. Estaba haciendo de papi en la fiestecilla de esa noche. Frente a él se sentaba la muñeca Exploradora Edna de ojos verdes. Se había cambiado su atuendo de camuflaje para la jungla por un vestido rojo de lentejuelas comprado en el rastro de un vecino. Edna era mami esa noche.

    “Todo esto es tan agradable,” dijo el acechador.

    Al acechador le complacía tener reunida a la familia para esta cena importante. Y esta era una ocasión especial. ¿Cuántas veces se tiene una boda en la familia?

    ¡Clanc!

    “Oh, por favor, cariño,” arrulló el acechador, mirando más allá de la silla vacía frente a él hacia las sombras. “No debes enfadar a mami.”

    ¡Clanc!

    “Y dime,” dijo el Sr. Saltarín como papi. El acechador le daba una voz muy parecida a la de papi, que se había marchado hacía mucho tiempo. “¿Cómo te ganas la vida, joven?”

    ¡Clanc! ¡Gggh!

    “He entendido que es policía,” dijo ‘mami’, sus ojos verdes rutilaban a la luz de las velas.

    “Pero su verdadera pasión es la fotografía,” intervino el acechador sin pausa. Cambiar de persona era simple; le ayudaba a ahuyentar el terror —a salir de sí mismo y observar. Era simple entrar y salir de las pieles de otras personas. A veces era lo único que podía hacer para sobrevivir.

    Los recuerdos eran horribles. Cuando se esta en calma —los pensamientos eran malos, podían traer el terror de vuelta.

    El acechador había visto la información en las fotografías y nuevos clubs —los del invitado de honor —cartera, mientras le estaban desvistiendo para la cena y aún inconsciente por el Táser.

    Esspiel.

    ¡Clanc!

    “Bueno, no es muy hablador,” dijo papi, y luego tosió —el acechador tosió también y luego dio una risita de alivio. “Del tipo muy silencioso.”

    “No hables con la boca llena, querido,” advirtió mami, y el acechador se rió otra vez.

    ¡Clanc!

    El acechador miró al invitado de honor a su frente en la mesa.

    ¡Bang!

    Hubo un tiempo en el que el acechador había querido una vida normal, incluso había probado un matrimonio de corta vida, pero nada había funcionado desde que papi se fue y vino el terror. No había tiempo para el matrimonio y los niños, con todo el trabajo en el laboratorio —en el laboratorio —en el laboratorio. Dulce. Dulce. Piel.

    Y entonces el acechador sintió un súbito arrebato de pánico, así que cambió a la perspectiva de mami, pero la encontró cerrada, y luego encontró la pared de piedra de los ojos botón de papi. El corazón del acechador se aceleró, el sudor saltó sobre su frente cuando dio un paso atrás y se vio atrapado en una silla presidiendo la triste escenita, incapaz de moverse del foco de la implorante mirada del invitado.

    Esos ojos oscuros que observaban por encima de la banda de cinta.

    ¡Clanc! El invitado tiró de las cadenas que le sujetaban los pies en la pared. ¡Bang! Se impulsó de nuevo.

    El acechador sintió las lágrimas inundar sus propios ojos; la presión latía en sus sienes. Jadeando, el terror le atenazó, extendió los brazos en busca del cuchillo y el tenedor, se inclinó hacia adelanfe y pinchó la solapa de piel que cubría su plato. Con el corazón latiendo, cortó por el borde inferior, rodó la tira erizada alrededor del tenedor y la llevó hasta su boca.

    Esspiel. Dulce. Ácida. Festiva. Rancia. Dulce. Dulce. ¡Es piel!

    ¡Clanc!

    El acechador puso los ojos en blanco y su cuerpo saltó cerca del orgasmo mientras masticaba la húmeda mezcla cúprica de sangre y piel.

    Empieza en la ingle, alto sobre la ingle y trabaja bajando más allá del pelo hasta lo suave. Curioso, no había tenido que afeitar a este como el otro. Esta vez, cuando el acechador se preparaba para el ritual, el miembro del invitado venía vivo con deseo al primer corte —durante todos los cortes. Su ordalía de dolor se mezclaba provocativamente con la pasión y el acechador fue retado por su propio anhelo de probar también el miembro, por pelarlo y añadir su calma al ritual.

    ¿Por qué no?, es una celebración.

    Cuando ese proceso produjo una impactatante pero inconfundible explosión sexual, el acechador quedó atrapado en el exceso y navegó con cautela del viento que se había acoplado al invitado, donde colgaba de unas cadenas, y la sangre y lo macabro.

    ¡Clanc!

    Al sentarse frente a él ahora, al ver el sangriento tejido del invitado elevarse en doloroso tormento apasionado, el acechador se preguntó si la festiva fantasía de papi y mami no debería remplazarse con la luna de miel.

    Cuidado, así es como pasó antes. Cuando se cometió el error y el otro se escapó. No te pueden pillar durante el ritual.

    “Mami,” preguntó el acechador, pasando a una voz femenina. “¿No te gusta la comida?”

    El acechador se refería a una escogida tira de pálida piel que se había pelado de la ingle del invitado. Su propia piel estaba empezando a ponerse de gallina por la emoción, impaciencia y, de nuevo, el terror.

    “Estoy cuidando mi figura, querido,” respondió mami. “Sírvete tú mismo.”

    El tenedor del acechador se lanzó a por una tira de piel. Se la metió en la boca.

    ¡Dulce! ¡Espasmo! ¡Dulce! ¡Dolor! Dulce. Dulce. Suave. Dulce. Piel. Esspiel. ¡Orgasmo!

    ¡Clanc! Esta vez el invitado emitió un gemido nasal y algo como un sollozo. Se estaba cansando. Respirar por la cinta de embalar era una tarea agotadora.

    Pero no demasiado agotador para eso... Los ojos del acechador se sintieron atraídos hacia el destrozado miembro del invitado.

    “Randy bugger,” dijo papi, bastante fuera del personaje del que el acechador recordaba. Ese siempre era recto y altivo cuando andaba y nunca mentía; y siempre chasqueaba la lengua y negaba con la cabeza cuando alguien decía alguna palabrota.

    Pero las cosas ahora eran diferentes, así que el acechador rió con mami, se limpió la sangre de sus labios sonrientes con una servilleta, mientras sus ojos seguían fijos en los del invitado...

    El acechador recogió su cuchillo y se levantó, sus ojos exploraron el gran cuerpo del invitado. Tanto de donde escoger.

    Esspiel.

    ¡Clanc!

    Los ojos del invitado permanecían fijos en los del acechador. Su pecho subía con dolor, con impaciencia, mientras el acechador caminaba rodeando la mesa. Mientras la sangre continuaba manando muslos abajo.

    Tan sencillo fue pescar a este, su deseo era incontrolable. El acechador le había conducido hasta su cocher, para hacerlo allí, para copular, para tener rituales de apareamiento dentro del coche. Y el invitado había acudido sin dudarlo.

    Luego el Táser había destellado y había salido la cinta adhesiva —y luego al interior de la casa a través del garaje, cruzando la cocina y bajando las escaleras.

    Tumb. ¡Tumb! ¡Clanc!

    El acechador dio un paso cerca y envolvió una blanda mano alrededor del miembro rígido del invitado. Este gruñó y sus ojos se encendieron con excruciante deseo.

    Para copular otra vez, para hacerlo.

    En vez de eso, el acechador levantó el cuchillo, mantuvo la hoja bajo el...

    ¡BANG!

    Un ruido escaleras arriba. El acechador hizo una pausa.

    ¡Bang! Tratequeto. Buum. Buum. Buum.

    El perrillo empezó a ladrar. A veces estaba afuera —en la puerta golpeando.

    ¿Pequeños Mordedores? ¡Malos!

    Aún así, el perrillo ladraba. El acechador se estremeció por el ladrido de alta frecuencia. No era un cazador esa cosilla, sino un compañero, sí y uno leal. El único. Siempre ladrando, pero el único que sabía que le importaba. La pequeña manada del acechador.

    Buum. Bang. ¡Mordedores!

    El acechador sabía que la quebrada se estaba llenando rápidamente de ellos, que había una manada reuniéndose en las cercanías.

    ¿Por qué no pueden estarse callados y morder en secreto?

    ¡Ahora llaman a las puertas! Eso no estaba bien. Estaba muy mal. Las cosas se estaban yendo de las manos.

    El acechador suspiró y alzó la mirada anhelante a su invitado. Este también había oído el ruido y su miedo e impaciencia se había registrado a través del pulso de carne herida en la mano del acechador.

    Oh, querido.

    El Táser destelló y el invitado vibró y zumbó contra la pared. La sangre salió como desde un aspersor cuando se tensó cada músculo hasta que colapsó, dormido y colgando de las cadenas.

    El acechador caminó hacia la mesa junto al fregadero donde guardaba su equipo y cogió una gran pistola.

    El acechador dejó al invitado en el cuarto secreto y quedó en la parte de abajo de las escaleras mientras oía sin para BANG y BUUM desde allí arriba. No quería luchar contra los pequeños Mordedores, sólo asustarlos antes de que la metieran en problemas.

    Deben de haberle seguido, deben de haber olido su guarida.

    Aquello era malo.

    El acechador se los había encontrado en la quebrada mientras estaba acechando. Por alguna razón, escucharon —y no mordieron.

    Hubo un enorme CRASH allí arriba, muchos pies retumbaron sobre el suelo y el perrillo ladró una última vez.

    Mostrando los dientes, el acechador rugió escaleras arriba.

Capítulo 56

    El elevador de la Horton bajó a Hyde hacia la calle delante de la casa. Su conductor, el cabo, había aparcado el vehículo junto al bordillo de la acera. El hombre ahora estaba junto a las puertas traseras y operaba los controles del elevador con el mando remoto.

    Hyde encontró que la casa era una agradable colección de simétricas formas arquitectónicas —nada elegante o derrochador. Había dos plantas de ladrillo rojo oscuro y borde de masilla crema claro en las ventanas pasadas de moda, bandas, sofito y fachada. Un fastback híbrido plateado estaba aparcado en el centro del camino hacia la puerta del garaje.

    Un cálido fulgor se filtraba alrededor de las persianas bajadas de las ventanas. La luz del porche iluminaba los números de la dirección de bronce colocados sobre el marco de la puerta. Dos estrechas ventanas en la puerta bajaban hacia el pomo. La puerta color crema esta cerrada.

    Muy bonito.

    Hyde llevaba su traje piel-célula. El escudo facial, equipo proyector y los receptores de biolectura iban colocados bajo la capucha. La piel-célula venía con un sistema avanzado de audio que amplificaba los sonidos a su alrededor: un pop puede rodar en la brisa, sonando sus lados dentados en una escala irregular; el cabo estaba mascullando desaprobación mientras sus pisadas avanzaban hacia el frontal de la Horton rechinando el traje-bolsa; un perro estaba ladrando desde muy lejos.

    Y el traje piel-célula, oculto bajo su largo abrigo y capucha, le daba a Hyde una distancia segura y objetiva de la escena. Se sentía entero, aunque sabía que era una ilusión, y se sentía seguro, aunque sabía que eso también era una ilusión.

    Esos factores potenciaron su confianza al considerar el desconcertante motivo se su visita.

    Has prolongado esto demasiado tiempo. Gruñó y escupió una maldición autodirigida. Y aún hay tiempo para echarse atrás.

    “¡Idiota!” dijo Hyde, y los micrófonos y altavoces del traje de piel-célula transmitieron la palabra.

    Gruñendo, agarró sus bastones, se deslizó hacia adelante en su silla y se impulsó hasta quedar en pie. Los bordillos junto a la casa, como todos los bordillos, estaban inclinados en pendiente en algunas partes para las sillas de ruedas, pero Hyde notó que tan acceso abierto aún no se había instalado firmemente en la mente humana. Aquel era una casa aún llena de obstáculos para una persona con mobilidad reducida.

    Andar con bastones ya era bastante malo.

    Maldijo entre dientes e hizo camino sobre el bordillo hasta la acera que cruzaba el frontal de la casa. Había un sendero de piedra irregular que conducía hasta la puerta.

    “Esté atento, Cabo,” dijo Hyde, su voz aumentada mecánicamente producía eses especialmente sibilantes.

    Un botón en su traje le permitía conmutar el equipo de comunicaciones externo con el intercom traje-a-traje reservado para los pelotones en movimiento, en subterráneos separados o en territorio desconocido.

    El cabo masculló algo en respuesta. El médico personal de Hyde, Gordon, se había destinado a la acción de pelotón. Aggie quería que dos técnicos médicos apoyaran a Cavalle cuando se desplegaran.

    Hyde hizo un tiemp excelente al cruzar el césped; sus bastones y la rigidez del traje escudo le permitían un uso más económico de la energía. De hecho, apenas necesitaba los bastones. El descubrimiento y la libertad le inundaron y produjeron una placentera boca abierta en vez de una sorisa.

    Deberías haber investigado antes la piel-célula. Sobrevivías sin vivir.

    “No,” dijo cuando llegó a la puerta. “Basta de fantasías.” Ese es el peligro en las ilusiones como la piel-célula. “No es mejor que ir colocado.”

    Hyde se pausó en la luz del porche y luchó con sus opciones y determinación de vivir sin ilusiones.

    Activa el proyector. Meditó sobre la idea. Antes de salir, había repasado las opciones de pantalla y encontrado varios escaneos de individuos comunes, John y Jane Doe —imágenes de cuerpo entero que podía vestir para el baile de disfraces.

    Pero había otra, una aproximación bien hecha a partir de registros y mejorada para mostrar los efectos de la edad en una persona que no hubiese sido despellejada viva.

    “No lo haré,” croó Hyde alzando una mano hacia el timbre de la puertal. Debes ser auténtico. Eso es todo lo que te dejaron.

    Llamó al timbre y se volvió a hundir bajo su capucha. Luego miró hacia la calle rechinando los dientes. Un sonido desde el interior. ¿Había venido del interior? Luego pensó que quizá era el viento soplando contra las ventanas.

    ¡Maldita sea! La mano enguantada de Hyde se alzó retirando la manga izquierda para mostrar los controles de su piel-célula en su muñeca. Activó el proyector. La luz destelló ante sus ojos. Él hizo una pausa y se retiró la capucha.

    Un acorde emocional sonó en su interior.

    Había un rostro reflejado en el panel de cristal de la puerta. De mayor edad, brillando ligeramente con extraña luz espectral, pero era la cara del Capitán Eric Hyde. Las lágrimas inundaron sus ojos y los parpados temblaron. Estudió las líneas alrededor de su frente y boca, el entramado de grisáceas arrugas y la recta nariz con amplias nasales.

    Asombroso. Cierto, la pantalla proyectaba una ligera aura para compensar las condiciones de iluminación existentes, pero era asombroso.

    Sigue avanzando.

    Estiró el brazo y llamó al timbre otra vez, y quedó asombrado de nuevo al ver sus manos —la piel estaba gastada y arrugada, pero era en cierto modo poderosa, hacinada, sincronizada con los músculos debajo.

    Esto es peligroso. ¡No te lo creas!

    Se movió hacia adelante para espiar a través de la puerta. ¡Ahora que no eres un hobgoblin!

    Y quedó sin respiración.

    Al fondo de una alfombra color crema vio que las puertas del patio estaban rotas hacia dentro sobre una mesa y sillas derribadas. Había pisadas de barro, hojas y detritus por toda la alfombra Un candelabro eléctrico colgaba sobre la escena. Las oscuridad absorbía las inclinadas ventanas que daban hacia el barranco.

    ¡Has llegado demasiado tarde!

    Hyde enganchó un bastón en el botón superior de su abrigo y sacó su Magnum .44. Apartó la puerta mosquitera y trató de abrir la puerta interior —estaba cerrada con llave, así que disparó a la cerradura. Gruñó cuando sus bastones se le enredaron en las piernas al apartar a un lado la puerta en un remolino de humo de pólvora.

    Se giró hacia la calle antes de entrar. El cabo se había alarmado por el disparo y se colocaba torpemente la capucha encima de la cabeza —casi se le cayó la escopeta en el proceso.

    “¡Una manada de caza!” gritó Hyde. “¡Deprisa!”

    Avanzó cruzando las puertas impulsándose sobre un bastón. Su arma barría el espacio de esquina a esquina.

    Se movió al interior de la casa llevando la Magnum hacia un armario abierto a su izquierda y hacia un salón con sofá y sillas a la derecha. Apuntó el arma hacia arriba en las escaleras frente a él.

    “¡Hola!” gritó Hyde, su voz amplificada sonaba extraña en ese escenario. “¿Hay alguien aquí?”

    Se lanzó hacia las puertas del patio, llevó el arma hasta el umbral junto a las escaleras —la cocina.

    Algo le alertó, puso sus nervios al límite y él se dio la vuelta, pero solo era el cabo. El hombre parecía perplejo —sus ojos estaban fijos en los de Hyde —cara —¡Hyde tenía una cara!

    Hyde gruñó algo desagradable y se puso la capucha antes de apagar el proyector.

    “No pude contactar con la Capitana Dambe,” dijo el cabo, su voz era tensa por la ansiedad. Su escopeta giró hacia la cocina. “Recibí señal, pero no consigo hablar con la base.”

    “Maldta sea,” maldijio Hyde distantemente antes de apuntar su arma hacia la alfombra. “Se han llevado a alguien. Al menos tres Mordedores han entrado aquí.”

    “¡Jesús!” juró el cabo y cuando Hyde empezó a salir por las puertas rotas, espetó: “¿No deberíamos esperar refuerzos?”

    “Se han llevado a alguien,” siseó Hyde. “Cada segundo cuenta.”

    “¿Llevado?” la voz del cabo tembló. “¿No se llevan los Mordedores sólo la piel?”

    “Cierto,” afirmó Hyde firme. “Algo es diferente. Es importante que descubramos qué.”

    Salió hacia la noche complacido con la estabilidad que le ofrecía su traje piel-célula. “Sigue intentando comunicar con el pelotón desde tu palm-com.”

    El cabo se apresuró a volver a la Horton mientras Hyde estudiaba ansiosamente las sombras.

    No podemos asumir que el Efecto se transmita siempre. ¡Podría haber un superviviente! ¡Tiene que haberlo!

    Los árboles asomaban altos sobre él y un viento racheado agitaba la oscura maleza. Hyde encendió las lámparas de su capucha y atravesó la hierba. La maraña de huellas oscurecía el césped, formaba un sendero hacia el arbolado barranco. A su izquierda, una amplia extensión de césped se abría al Parque Memorial Camino del Cerro. Podía ver las luces de varias casas al otro lado del barranco —la comunidad con verjas, Alturas del Camino del Cerro.

    Regresó el cabo. Hyde le indicó que le siguiera. La pista conducía a la derecha hacia un curso oriental donde el barranco pasaba por el centro de Parkerville.

    _____________________

    NdT fastback = formato de carrocería de automóvil en la cual el vidrio trasero está casi horizontal y paralelo a la cola.

Capítulo 57

    El pensamiento rápido de Maga la salvó. Ya llevando un traje bolsa para el inminente despliegue, se había girado en el panel de comunicaciones para ver a Mao entrar en el T-2 vertiendo el contenido del bidón sobre su cabeza.

    Ella había olido los humos de gasolina, había conseguido ponerse la capucha y empezar a respirar cuando Mao se prendió fuego. El tipo estaba riendo cuando encendió el mechero de butano.

    El traje bolsa le había dado a Maga suficiente protección para pasar al lado de Mao y llegar hasta una distancia segura de la máquina antes de que el combustible restante en el bidón pudiese explotar.

    Ella sobrevivió.

    Mao y dos otros bolsas no tuvieron tanta suerte. Un embolsado y antiguo detective de Metro con nombre-escudo de Placa ardió vivo. Estaba echando una siesta en la litera superior del transporte. Nadie sabía que estaba allí arriba. Aggie informó a Borland de los bolsas muertos mientras los demás intentaban salvarlos.

    Una embolsada llamada “Patriota” había sufrido quemaduras graves en los pulmones y había muerto a pesar de todos los esfuerzos de la Dra. Cavalle. Patriota era una oficial federal del aire que había abandonado los planes de ser una agente de seguridad homeland para morir como una miembro de un Pelotón Variante. Había estado siguiendo los movimientos de Mao desde el otro lado del T-2 y se había topado de lleno con la bola de fuego cuando Borland había empezado a gritar.

    Mientras se despejaba el humo, no le llevó mucho tiempo a Borland descubrir por qué había sido tan violenta la explosión dentro del transporte. Mientras el pelotón estaba preparándose para el despliegue, se había colocado el equipo y suministros en un compartimento del T-2 para que los embolsados los cogieran cuando los necesitaran: agua, barritas alimenticias, baterías y lámparas para las capuchas. Afortunadamente, la mayoría de la cinta explosiva ya se había equipado. De otro modo, habría sido mucho peor.

    Los pelotones las llamaban centellas en los tiempos de El Día por el modo en que ardían sus detonadores. Cada embolsado iba equipado con cuatro rollos de cinta que portaban en contenedores especiales de grafito resistentes al calor. Basadas en las cargas térmicas usadas en demolición, estas tiras de explosivo flexible ardía a alta temperatura y violentanente, y se usaban para atravesar acero, hormigón o madera para entradas y salidas rápidas. Las centellas estaban adaptadas para encenderse a bajas temperaturas con chispa o llama, y habían salvado a muchos pelotones a lo largo de los años.

    La última en coger sus centellas, Chopper, había dlcho que quizá quedaban 10 —y sí, había dejado la caja abierta para el siguiente embolsado.

    Desafortunadamente, ese había sido Mao. Segundos después de que Maga abandonase la furgoneta, las centellas se encendieron causando una intensa explosión térmica de metal fundido que había abierto un agujero en el suelo del T-2. También habían dejado a Mao hecho un cristo.

    Afortunadamente, el contenedor portátil de combustible del ejército frente al T-2 estaba a un cuarto de capacidad por el reabastecimiento de los transportes y vehículos civiles del pelotón para la misión, así que la segunda explosión fue brillante y ruidosa, pero se comió la mayoría del combustible.

    Llegaron los camiones de bomberos del ejército del Coronel Hazen en minutos y extinguieron el incendio antes de que el almacén se prendiera fuego. Se reunió al pelotón, cabreado y asustado. Cortadora y Pegajoso recibieron algunas quemaduras serias al arrastrar el cuerpo de Patriota fuera del T-2, pero Cavalle había dicho que sus heridas no les relevaban del servicio. El pelotón se vendó las heridas, enmendó o remplazó sus trajes-bolsa y formó alrededor de sus comandantes.

    Aggie estaba cabreada. Le lanzó una mustia mirada a Borland que le previno de disparar sus salvas defensivas.

    “¿Qué ha pasado?” le enfrentó Aggie.

    “Tenía que ser Piromanía,” le dijo él negando con la cabeza y mostrando los dientes. “Tenía ese andar de zombie de los tiempos de El Día, pero no encajé las piezas lo bastante rápido.”

    “¿Se le presentó?” Aggie sacudió la cabeza. “¡Venga ya! Estaría más dispuesta a creer que fue sabotaje.” Miró al ennegrecido perfil del T-2. “¿Sabes las probabilidades de que se presente la piromanía espontáneamente después de las numerosas transmisiones por Mordedor que hemos visto?”

    “Podía haber quedado expuesto durante la autopsia del —del tendero,” intervino Cavalle. Su pelo estaba chamuscado. Borland había quedado impresionado por la actuación de la doctora. Había corrido directa hacia el calor y las llamas por detrás del T-2 para atender a Patriota. “Sólo requiere la exposición a los fluidos corporales que contienen la molécula del Varión híbrido, y esos escalpelos son afilados.” Miró hacia las bolsas de cadáveres que cubrían el cuerpo de Mao, Patriota y Placa. “El vídeo puede mostrar algo.”

    “No descarten el sabotaje tan rápidamente,” El Coronel Hazen se les unió. “Fiijense en el momento en que ha ocurrido esto.”

    “¿Quién iba a querer sabotearnos?” preguntó Borland alzando las cejas.

    “Muchas personas,” explicó Aggie. “Como dice Hyde: ¡Recordad la historia! Hubo un fuerte movimiento verde en El Día que saboteaba la propiedad de Bezo y sus pelotones porque Bezo había inventado el Varión y a nosotros nos veían como pistoleros a sueldo corporativos.” Aggie negó con la cabeza. “Y hubo bastantes indiscreciones y accidentes entre los pelotones para ganarse cierta desconfianza. Esos Grupos Verdes se han hecho poderosos desde El Día.”

    “¿Quién iba a prenderse fuego a sí mismo?” añadió Maga. Su traje-bolsa estaba chamuscado en algunas partes. Borland notó que algunas parecían haber encogido ciñéndose al cuerpo de la joven. “Nos podían haber saboteado de un centenar de otras formas. Esta es bastante espectacular.”

    “Bien indicado,” coincidió Aggie. “¿Se había percatado alguien antes del comportamiento de Mao?”

    “Tengo que admitir que sus comunicaciones durante la autopsia me incomodaron,” dijo Cavalle limpiando mugre de su frente con la manga. “Yo había empezado a cocinar las muestras y le había dejado ocupándose de ello. Cuando le hablaba por el comunicador desde fuera, me daba respuestas de una o dos sílabas.”

    “En realidad, yo debería haber dicho algo, pues mientras observaba la autopsia por la pantalla, le pregunté a Mao un par de cosas y no me respondió nada,” añadió el médico de Hyde.

    Gordon era un hombre alto y delgado a finales de la treintena, aunque su coronilla calva le hacía parecer mayor. Llevaba un uniforme azul del pelotón bajo su traje-bolsa. Tenía la capucha en la mano. El técnico médico se encogió de hombros. “Así que probé a bromear con él. Fue entonces cuando dejó el escalpelo y salió andando. Ni siquiera cerró la puerta.”

    Aggie le miró furiosa.

    “Pensé que estaba enfadado conmigo —y era extraño, sí, pero entré para cubrir el cuerpo y sellar la sala.” Gordon bajó los ojos y se encogió de hombros. “La explosión vino antes de que terminara.”

    Los hombros de Aggie quedaron rígidos, pero Borland se movió antes de que pudiese pasar lo peor.

    “Vale. Eso nos ha enseñado una lección,” dijo él dando un paso hacia Aggie. Apartó a Gordon y se giró hacia el grupo. “Informad de cualquier comportamiento de inmediato.”

    “Y conseguid otro punto de vista,” gruñó Aggie. “Si alguien se está comportando de forma rara, verificadlo con otra persona.” Giró rápidamente. “Este no es momento para tener dudas. No podemos preocuparnos con preguntas embarazosas. ¿Entendido?”

    “Coincido,” añadió la Dra. Cavalle. “También soy la Oficial de la Oficina de Psique de todo el pelotón. Informen de cualquier sensación inusual, ante cualquier temor, acudan a mí. Es probable que sólo sea paranoia, pero no podemos correr riesgos si es otra cosa.”

    “¿Y dónde vamos a partir de aquí?” Borland separó los pies y frunció el ceño hacia el T-2. Empezaba a sentir la necesidad de algo que le calmara los nervios. Había echado un par tragos antes de hablar con Hyde, pero toda esta nueva excitación le había dejado alterado y quemado sus reservas. Empezaba a sentir las heridas otra vez.

    Borland apretó distraídamente una hernia y estiró la pierna.

    Aggie notó la acción, pero empezó: “Maga, transfiere las comunicaciones al apoyo en el T-1. ¿Peligro?” El herido y musculoso conductor del transporte se pusó firmes como un resorte. “¿Será capaz el T-2 de ver acción?”

    “Podrá llevar tropas, señora,” replicó Hazard. “Las centellas han cortado la hidráulica, pero no dañaron el vástago de transmisión. Puedo arreglar la hidráulica, pero la electrónica está quemada desde el compartimento del pelotón hasta arriba. Es un escenario potencialmente peligroso, pero así a ojo, del punto A al punto B, debería ser lo bastante seguro.”

    “Coronel Hazen, estoy segura de que sus hombres y mujeres están deseando aceptar el riesgo,” dijo Aggie. “Peligro, acondiciona el T-2 y prepárate para llevar el pelotón del coronel cuando lo necesitemos. Tienes una hora.” Exhaló y cuadró los hombros. “Lamento la pérdida de nuestra gente, pero aún tenemos un pelotón,” Su barbilla cayó. “Seguimos adelante con el plan.”

    Todo el mundo saltó ante el sonido de un gorjeo electrónico. Aggie se sobresaltó, bajó la vista a su cinturón y cogió su palm-com. Se lo puso al oído.

    “¿Sí?” dijo ella, el pelotón observaba, esforzándose por saber. Los hombros de Aggie se cuadraron. “¿Cuántos?”

    Borland frunció el ceño y se inclinó hacia ella.

    “¿Cuál es la dirección?” Apartó el palm-com, miró la información que apareció. Asintió y volvió a ponerse el teléfono en el oído. “Gracias, cabo. No actúen. Enviaré refuerzos. Les informaré en ruta,” dijo Aggie y apagó el palm-com.

    “¿Qué?” gruñó Borland.

    “Los Mordedores se han llevado a alguien en una dirección cerca de Alturas del Camino del Cerro. El extremo Este de nuestro punto de acceso.” la expresión de Aggie era severa. “Hyde los está persiguiendo.”

    “¿Hyde ha ido tras ellos?” gruñó Borland. ¿Alturas del Camimo del Cerro? Pues Hyde dbería ser más listo. Borland negó con la cabeza y gruñó, “¿Es que van todos en silla de ruedas?”

Capítulo 58

    Hyde se estaba cansando. Cierto, se había adaptado rápidamente a este novedoso modo de locomoción, pero estaba fuera de forma. Un inválido.

    Su cuerpo lisiado no estaba acostumbrado a esta clase de esfuerzo — a ninguna clase de esfuerzo— y la resbaladiza hierba se combinaba con la oscuridad para producir algunas torpes caídas. Eso resultaba en dolorosos tirones musculares que al final le obligaban a enfundar el arma y recurrir a ambos bastones. Para renquear.

    La adrenalina aún ardía por sus nervios, pero su musculatura atrofiada tenía poco que dar a cambio. Los armazones de las piernas eran demasiado pesados.

    No puedes parar. No puedes fracasar.

    El cabo estaba allí ansioso por ayudar —y sobrevivir. Le temblaba la escopeta entre las manos nerviosas, preparado para cualquier cosa —para todo— mientras pudiese refrenarse de matar a Hyde. Estaba saltando en las sombras. La noche se cernía sobre ellos y una brisa susurraba entre las hojas.

    Piel. Él tenía piel. Debería estar asustado.

    Habían continuado tres bloques al Oeste hasta que se habían visto obligados a tomar la calle, debido a las verjas y otros obstáculos. La acera y las farolas en la Avenida Halcón permitían un viaje más rápido —aunque las piernas y espalda de Hyde le dolían terriblemente— pero él asumía que los Mordedores habrían ido en línea recta hacia su guarida.

    Al no encontrar ningún ángel de sangre en la escena de la carnicería, Hyde imaginó que la víctima o bien había escapado, presentado durante los primeras fases del ataque, o bien se la estaban llevando a algún lugar seguro para ese propósito.

    Las primeras fases violentas del ritual serían para los Mordedores enervados y ansiosos, aunque su necesidad anulaba toda incomodidad.

    Gritabas hasta quedarte sin voz.

    Se habían grabado incidentes de caza y reuniones en los tiempos de El Día, pero tales informes eran esquemáticos. Por supuesto, el estudio de los Mordedores desde los mismísimos primeros días de El Día era incompleto por obvias razones. Nadie sabía siquiera que existían las manadas hasta que alcanzaron un tamaño con el que podían cazar piel abiertamente.

    La manada de Parkerville sería pequeña y la mayoría de sus miembros, enfermos y moribundos. Era fácil conjeturar que las primeras fases de las manadas de caza llevaban a sus cautivos para el ritual en privado y relativamente a salvo —el imperativo de supervivencia.

    Hay una pequeña oportunidad.

    El cabo había sugerido dos veces que él podía volver a por la furgoneta, pero Hyde había insistido en que no había tiempo. Si los Mordedores empezaban el ritual, la única oportunidad para interrumpirlos yacía en seguir avanzando.

    La gente puede sobrevivir. Tú eres la prueba de eso.

    Pronto giraron donde la calle iba a la derecha y al norte, donde el barranco se dirigía hacia la base militar.

    ¡Aún hay tiempo!

    En la esquina, le dijo al cabo que contactara con Lazlo de nuevo, justo después de que Aggie llamara y les ordenara que avanzaran hacia la localización de Lazlo donde ella se reuniría con ellos con el pelotón. Saludaron a Lazlo vía palm-com. El veterano Variante se sorprendió de oír a Hyde —especialmente por que este iba a pie, pero se alegró de que el pelotón estuviese llegando.

    Él y su equipo, Pajarera y Shanju, se habían retirado hasta la furgoneta y mantenían vigilancia. No habían visto actividad en el barranco, aunque Pajarera juraba que había oído sisear las palabras: “Es piel” cerca de la boca de la alcantarilla.

    Hyde se unió a ellos con pies doloridos. La baba colgaba de su madíbula. Hilillos de esta ensuciaban su escudo facial y su aliento empañaba el material antiniebla. Su despiadado tambaleo obligaba al cabo a operar su palm-com sobre la marcha.

    “No puedo contactar con él,” le dijo mirando a los cables eléctricos sobre sus cabezas. “Debe de haber interferencia.”

    “¿Hay señal?” resopló Hyde, luego: ¡un disparo!

    Y otro.

    “¡Es ahí delante!” dijo el cabo señalando con su arma.

    “¡Deprisa!” ladró Hyde impulsándose con todo su esfuerzo. Le palpitaba el corazón y las piernas. El tejido cicatrizado de su cráneo y cuello se retorcía.

    Hubía una farola donde la carretera giraba a la izquierda y un árbol que ahogaba el barranco asomaba entre las sombras. Hyde sabía que la quebrada se estrechaba hasta una alcantarilla que permitía el drenado bajo una extensión de carretera Este-Oeste. Más allá de allí, la pared de la quebrada se elevaba hacia el Norte donde se abría el alcantarillado.

    Rodearon la esquina y vieron la furgoneta de Lazlo aparcada sobre el hombro elevado justo dentro del límite de la luz directa de la farola —quizá a unos 50 metros de ellos. Más allá de ella, Hyde sabía que el portal negro de la abertura del alcantarilado acechaba en la oscuridad.

    La calle iba más allá de la furgoneta hasta un callejón sin salida: una verja cerrada al lado de una línea de árboles altos. Detrás de eso, Hyde veía los faros y oía a los coches pasar veloces en la extensíon Norte-Sur de la autopista. Era una fusión propuesta para mejores días fiscales.

    “Sigo sin poder contactar con ellos,” dijo el cabo sin aliento, pulsando la rellamada de su palm-com. “¿Piensa que han entrado en las alcantarillas?”

    Hyde se detuvo de pronto, colgó un bastón en el botón superior y sacó el arma de su abrigo. El silencio a menudo singnificaba lo peor. Apuntó a la furgoneta y miró hacia adelante apoyado en el bastón. La puerta tasera estaba entornada.

    “¡Oh, no!” dijo el cabo, debatiéndose. “Por favor, dígame que eso es algo bueno.”

    Hyde avanzó cojeando hacia la furgoneta. Apuntó con el arma a la parte de atrás de la misma e hizo un aviso para parar —indicó al cabo que le cubriera desde ahí.

    “¡Ahora no me habla!” La voz del cabo tembló mientras apuntaba a la furgoneta. “¡No puede hacer esto!”

    Hyde llegó a la parte delantera del vehículo y se apoyó sobre el bastón. Había salpicaduras de sangre en la superficie interior. Encendió las luces de su capucha y espió dentro de la furgoneta. Sangre en el salpicadero —en ambos asientos.

    “¿Capitán?” llamó el cabo desde atrás. “¿Qué ha visto?”

    Hyde hizo otra seña para guardar silencio y se apresuró resoplando hacia la parte trasera de la furgoneta. El cabo estaba a buenos tres metros por detrás. Sus ojos volaban de la furgoneta a las sombras junto a la carretera.

    Hyde se aseguró sobre un bastón. Las puertas de la furgoneta estaban abiertas desde una línea central —una franja de veinte centímetros de ancho de sombra. Había una maneta en una puerta. Hyde miró al cabo, su capucha le cubría gran parte de la cara.

    Hyde pasó sus dedos dentro de la maneta de la puerta trasera. Captó la mirada del cabo y asintió.

    “¡Oh, Dios!” gritó el cabo y suspiró junto a su arma. “¡En la furgoneta no!”

    Y Hyde abrió la puerta a un angel de sangre. Relucía a la luz de las lámparas de la capucha. Pero no había cuerpo. Había un montón de sangre, pero no la suficiente para sugerir que más de una persona había encontrado este destino. Tu destino. Hyde revisó lo que sabía del equipo de Lazlo.

    Una embolsada, Shanju: Hyde recordaba su archivo. Practicante de artes marciales, había entrenado soldados en el Ejército de Liberación Popular en la China no radiactiva antes de emigrar al Oeste. El otro tenía el nombre-escudo Pajarera. Había crecido en una parte difícil de Metro, un delincuente juvenil reincidente que se había reformado hacia la vida militar y convertido luego en oficial de policía condecorado en la vida civil.

    Los Mordedores habían despellejado a alguien. A Hyde se le retorcieron las tripas en el confinado espacio al imaginar la horrible escena. Había huellas en las paredes; una mano y un antebrazo allí, musculo desnudo cubierto de sangre allá, el sello del hueso de una cadera y muslo.

    ¡Essspiel! Es piel. ¡Es pel! Habrían susurrado, mordiendo y sujetando mientras el Alfa incaba sus dientes y rasgaba. Mientras la piel se separaba.

    Hyde se atragantó, resisitó la urgencia de...

    “Quiitese la capucha, cabo,” dijo Hyde por encima del hombro, pero fue demasiado tarde.

    El cabo vomitó y sintió arcadas de nuevo. Maldijo al quitarse la capucha, ahora llena con el contenido de su estómago.

    “Es jugársela, de un modo u otro,” dijo Hyde ausente. Usó el cañón de su arma para empujar un charco de sangre coagulada en el suelo enmoquetado de la furgoneta.. “No hay bastante sangre para los tres...” Pero, ¿de quién era ese ángel? ¿Cómo los cogieron por sorpresa los Mordedores?

    “¿Dónde está el traje?” preguntó el cabo sacudiendo su capucha, dejando que la fuerza centrífuga limpiase su contenido hacia afuera. “¿No debería haber ropas?”

    “Es pronto y los Mordedores no han refinado su ritual. Sin duda valoran como piel la cobertura de vinilo, así como los trajes de las víctimas.” Hyde apagó las lámparas de su capucha. Ocultó al ángel en la oscuridad. “Más tarde llegarán a entender la diferencia.”

    “¿Y son lo bastante listos para entrar en una furgoneta.?” el cabo se había puesto de nuevo la asquerosa capucha y estaba girando la escopeta para cubrir cualquier sonido.

    “Inteligencia similar al mono, no es una gran hazaña,” Hyde se encogió de hombros y cerró la puerta. Avanzó con un único bastón. Su mano libre sostenía el arma.

    “Pero, ¿dónde están?” el cabo se apresuró detrás de Hyde y se paró en el borde de la carretera, el arma aún apuntaba a cada punto cardinal.

    “Es difícil de saber. He contado dos escopetas en la furgoneta..” Había localizado una cubierta y casi invisible en la sangre vertida. La otra asomaba bajo el asiento delantero. “Un mal presagio. La ausencia de cuerpos sugiere que al menos a uno se le presentó y se unió a la manada.” ¿Quién dejaría su arma? Hyde se enderezó. “Es posible que alguien estuviese lejos de la furgoneta cuando ocurrió el ataque.” No quería imaginar de quién sería la sangre que había llegado hasta el parabrisas. “Y alguien disparase un arma.”

    Alguien más necesitaba ayuda.

    Hyde cojeó hacia las sombras y hacia la abertura del alcantarillado.

    “¡Alto!” ordenó el cabo aterrorizado. “¿A dónde va?”

    “Alguien está en problemas y aún tienen a nuestros cautivos,” Hyde se tambaleó hasta la pendiente, su espalda le dio un tirón de dolor, sus pantorrillas se tensaron con los espasmos. “La actividad en la furgoneta sugiere que un segmento diferente de la manada puede haber atacado al equipo de Lazlo. La manada de caza podría ser mayor de lo esperábamos.”

    “Pero —entonces necesitamos refuerzos de verdad.” la voz del cabo se elevó. “¿No es cierto?”

    “Cada segundo cuenta,” dijo Hyde y se giró a medias. Negó con la cabeza mientras el arma del cabo se giraba cómicamente de un lado a otro. “Todo el que esté vivo y a quien no se le haya presentado puede estar escondido y necesitar nuestra ayuda.” ¡Lazlo podría haber liberado al cautivo! O el cautivo era uno de los Mordedores que atacaron.

    “Pero el pelotón...” empezó el cabo.

    “Estará aquí pronto.” Hyde le dio la espalda al hombre y se encaminó directamente hacia la abertura del túnel. Había un montón de huellas allí. Descalzas y calzadas, habían removido la tierra húmeda donde un reguero lento de agua oscurecía la pendiente. Estaba totalmente oscuro dentro. El túnel era circular y el techo lo bastante alto para que Hyde pudiese moverse sin obstáculos doblado sobre los bastones. Un hombre alto habría tenido que avanzar agachado.

    ¡Essspiel! Las palabras eran un eco dentro de su capucha y Hyde se preguntó si la había oído realmente o si la había pronunciado él y su mente estaba finalmente rompiendo sus ligaduras. La adrenalina surcaba sus venas y él empezó a resoplar por el esfuerzo y el terror. Encendió las luces de su capucha.

    “Quédate ahí y espera los refuerzos.” Hyde se enderezó con decisión y luego se adentró en el túnel. De pronto, la abertura amplió su voz. “O venga conmigo. Es una decisión difícil, estoy seguro.”

    La ansiedad de Hyde casi le hizo reir histéricamente cuando el cabo empezó a jurar y a subir la pendiente hacia el alcantarillado.

    “¡Genial!” se quejó girando el arma. “¡Simplemente genial.”

    “Es simple, cabo: dispare a todo lo que no se identifique,” le tranquilizó Hyde, sus botas salpicaron en agua poco profunda. “Y cuidado con su fuego cruzado.”

    “Se supone que sólo soy el conductor,” dijo el cabo, derrotado.

Capítulo 59

    El sedán se paró frente a una casita de ladrillo rojo que tenía un deportivo plateado bloqueando la puerta del garaje. Estaban a unos 10 metros del parachoques trasero de la Horton.

    Chico de Playa levantó la pantalla de su palm-com y sonrió al comprobar la dirección con los números de la casa a la luz del porche.

    Borland enroscó el tapón de su petaca y la puso en el bolsillo exterior del pecho de su traje —la única parte a la que podía acceder una vez que se había cerrado todo el traje. Le había dado unos buenos tragos por el camino antes de rellenarla con la botella bajo su asiento. Chico de Playa había pasado de la oferta de ponerse a tono.

    La adrenalina todavía lo hacía por él.

    “¡Es esta!” dijo Chico de Playa con voz tensa por la emoción. Miró por el parabrisas y señaló hacia la calle. “Recorre en ángulos rectos hacia la Avenida Halcón. Estuvimos a un par manzanas al oeste de aquí esta mañana.”

    “De acuerdo,” gruñó Borland y abrió la puerta de golpe. Hizo un mohín al salir del coche, su traje bolsa le restringía todo movimiento, le comprimía las costillas —le cortaba la respiración. El material protector del transporte tenía el hábito de engancharse en los pilegues de su traje de pelotón y luego estos le tiraban cuando se movía.

    Sería cuestión de acostumbrarse —y quizá de perder algunos kilos. El traje era de la talla de su cuerpo con edad de retirado, pero él aún era un hombre con sobrepeso embutido en un traje de duro vinilo y abrochado hasta arriba.

    Todo el escenario, cuando se le añadía las hernias y la creciente lista de incomodidades, le tenía retorciéndose y pataleando. Borland recordó los puestos de perritos calientes de Metro que añadían grandes encurtidos indúes empaquetados al vacío a sus menús. Se sentía con la misma apariencia de esos encurtidos, y no se había probado la capucha todavía. No podía imaginar lo bien que lo iba a pasar cuando lo hiciera. Esta colgaba de las pinzas de su cinturón y él esperaba en vano que siguiera allí.

    Chico de Playa salió del coche y empezó a ajustarse la capucha de inmediato. Hubo un clic y se encendieron las luces de la misma. Su traje-bolsa encajaba perfectamente en su bien ejercitado cuerpo, permitiendo al traje y al vinilo moverse de modo independiente.

    “¿Qué aspecto tengo?” la voz de Chico de Playa era amortiguda. Sonrió a través de su escudo facial.

    “¡El de una mariposa del espacio exterior!” gruñó Borland, negó con la cabeza y casi da una carcajada. “Si ya hemos terminado con el desfile de moda...” Su arma estaba en la funda lateral de su cinturón. La sacó y caminó hacia la Horton.

    “¿Por qué vino aquí el Capitán Hyde?” preguntó el joven mientras levantaba su escopeta y avanzaba mirando por encima del cañón.

    “Cierra el pico,” gruñó Borland.

    Estaba oscuro, tenían que ser más de las ocho treinta o las nueve. Las casas a lo largo del bloque tenían las luces encendidas, pero todas las cortinas estaban cerradas, todas las persianas bajadas. No había nadie fuera. El mensaje del sheriff había dado en la diana. No habían mencionado el Efecto Variante en él, pero ahora era una memoria compartida —una especie de peor escenario posible que acechaba en el subconsciente de todo el mundo— la primera amenaza externa que había llegado desde dentro.

    Cuando había llamado el sheriff, les había advertido que permaneciesen en sus casas y escucharan los partes de seguridad por la radio. Se trataba de un asunto del ejército; se estaban moviendo unas sustancias peligrosas fuera de la base. Por eso la carretera hacia la ciudad estaba bloqueada.

    Pero el público tenía que imaginar que había algo más. Cualquiera por encima de los 30 recordaría las numerosas historias falsas que usaban los pelotones en El Día para no tener que explicar las presentaciones ni las operaciones de tratamiento. Todos aquellos intentos de reducir el estrés había creado paranoia.

    Borland imaginó a las familias de Parkerville esperando y preguntándose. Vigilando puertas y ventanas, comprobando la radio y la televisión siempre con una mano libre sobre el teléfono. Habrían reunido a sus hijos en algún lugar seguro, quizá la abuela vivía en casa también, ve a por ella y llévalos a todos escaleras abajo a una sala de recreo... o escaleras arriba hacia el ático. Con las puertas cerradas con llave, algunas cerradas y claveteadas. Y luego, a jugar a juegos de tablero o a acertijos o a contar cuentos.

    Hagas lo que hagas, mantenlos ocupados. Desvía las preguntas y no pienses en ello. Porque cualquiera con menos de 20 estaría recordando historias que habían oído en la escuela o le habían contado alrededor de una hoguera de campamento. Y todos los demás estarían preguntándose si el terror había regresado a las sombras.

    Sopló una brisa y hojas o basura se arrastró por la carretera en alguna parte. Algo hizo clic o se movió rápidamente en la cercanía.

    Essspiel.

    Y Borland agarró deprisa su capucha y se la puso. Maldiciendo, la presionó en su sitio y luego activó las lámparas. Su escudo facial mantenía el vinilo separado de su nariz y boca, y drapeaba hacia abajo hasta el cuello del traje.

    Su respiración no tenía obstrucción, pero se sintió de inmediato como si estuviese ardiendo sin llama.

    Las pestañas laterales del escudo facial dirigían el sonido y lo hacían más nítido, pero la palabra sonó amortiguada.

    Esspiel.

    Borland tomó aire y miró a Chico de Playa confiando en no haberle telegrafiado su momento de terror.

    “Vigila tu fuego cruzado,” le advirtió Borland avanzando hacia la Horton, arma arriba y preparada. Chico de Playa le cubrió desde atrás mientras Borland miraba dentro del vehículo por las ventanillas de las puertas traseras.

    La silla de ruedas de Hyde estaba sujeta dentro al elevador. Unas lucecitas brillaban en el escritorio del viejo bastardo donde se había dispuesto el ordenador y el equipo de comunicaciones. La Horton estaba vacía.

    “Nadie en casa,” dijo girándose hacia Chico de Playa. “Comprobemos la casa,”

    Lo último que habían oído de Hyde y su cabo era que la pareja se estaba moviendo hacia el Oeste siguiendo el barranco en persecución de una manada de caza con un posible cautivo.

    Las llamadas por delante de la localización de Lazlo habían dicho que este había entrado en contacto con Hyde y que le estaba esperando en la abertura del alcantarillado cerca de la autopista.

    El viejo tullido iba andando.

    La mayoría del equipo de comunicaciones de Maga había ardido en el T-2, de modo que había un tiempo de retardo concreto en el contacto con Aggie. La instalación en el T-1 no tenía todas las campanas ni silbatos y estaba configurado para comunicaciones de corto alcance con los pelotones en movimiento. Maga estaba adaptando algo del equipo que le había prestado Hazen para un enlace satélite hasta el CG de Metro —no era imposible, pero era complicado de hacer durante el despliegue.

    Mientras tanto, las comunicaciones directas eran intermitentes —y tenían que ser retransmitidas a través de la base de comunicaciones de Hazen. Hasta el momento, el pelotón estaba teniendo bastante buena suerte con los palm-com para actualizaciones persona-a-persona.

    Aggie iba a mover el pelotón hasta la localización de Lazlo. Colocarían el T-1 para bloquear el punto de acceso y, con suerte, pillar a la manada en campo abierto para un tiro al pato. Si Hyde iba en persecución a pie, probablemente se perdería la diversión.

    Maga había perdido contacto con Hyde. Ella explicó que el variado terreno en el casco viejo de Parkerville podía estar causando la interferencia. Habían conseguido hablar con Lazlo, y este se había alegrado de ello. Al parecer, su pequeño grupo se estaba poniendo nervioso y jugando a dar sustos. La noche era oscura y el barranco lleno de maleza dificultaba vigilar los flancos.

    Borland había insistido en ir a la localización original de Hyde para hacer un barrido tras él desde atrás. Las estrechas calles alrededor del barranco lo permitían y Hyde no estaba habituado a andar, de modo que no podría haber ido muy lejos. Borland había probado a llamarle por el camino con el palm-com de Chico de Playa, pero sólo había recibido estática.

    Eso podría significar que Hyde estaba a la carrera si la manada de caza se había convertido. Aggie le había dado a Borland a Chico de Playa para que le hiciese compañía, pero no iba a usar ni un sólo embolsado más. Ambos se habían marchado antes que el pelotón.

    Así, Borland y Chico de Playa viajaron hasta la acera que cruzaba el césped. Caminaron hasta la luz del porche con las armas listas. Sus reflejos eran fantasmales en el cristal de la puerta exterior.

    “¡Vigílala!” susurró Borland y apuntó. La puerta exterior estaba cerrada, pero la puerta interior estaba abierta del todo. La luz dentro era de ámbar, mostraba un juego de escaleras alfombradas que subían justo más allá del arco que se abría a un salón con sofá y sillas.

    El refllejo de Borland le iluminó desde el cristal.

    “De acuerdo,” dijo haciendo una pausa sobre el escalón. “Si las cosas se vuelven mico, nos ponemos espalda con espalda.”

    “Para vigilar el fuego cruzado, ¿cierto?” los ojos de Chico de Playa brillaron de excitación.

    Borland asintió. “Espalda con espalda o con la espalda contra la pared. Si encontramos Mordedores ahí dentro, nos movemos hacia una habitación defendible. Da igual qué habitación, pero algo con una única entrada.” Abrió la puerta exterior y entró. El protocolo en los tiempos de El Día requería que los miembros del Pelotón Variante se identificasen ellos mismos al entrar en una escena donde se sospechaba del Efecto, pero Borland pronto había aprendido que aquello era como hacer sonar la campanita para la cena.

    Identificar tu membresía de un pelotón se suponía que daba tiempo a los inocentes a salir de sus escondites. La técnica de Borland sólo implicaba ser el doble de cuidadoso con las sombras y la gente que aparecía de repente. Raramente le había causado problemas en El Día. Pero le había causado problemas que él sobreviviera.

    De inmediato llamaron su atención las puertas aplastadas y rotas del patio. Habían volcado una mesa y las sillas estaban mezcladas con hojas del patio trasero.

    Una mesilla lateral en la entrada llamó su atención. Había tres cartas sin abrir sobre ella. Chico de Playa las cogió, miró el nombre y se las entregó a Borland.

    “¿Conoces a esta persona?” le preguntó dando un par de tentativos pasos dentro del recibidor. Las luces de su capucha iluminaron las escaleras.

    No por ese nombre...

    Borland gruñó una negativa mientras hojeaba por las cartas: compañía de teléfono, el banco y algo con un logo azul oscuro. Letras blancas sobre una forma alada que rezaba: Laboratorios Medcor.

    Se guardó esa carta en el bolsillo, puso el resto sobre la mesita y siguió a Chico de Playa hasta la parte trasera de la casa. El joven se movió a la derecha para cubrir un umbral bajo las escaleras. Borland entró en el área del comedor. El viento tiraba de las cortinas.

    Se había tumbado alguna clase de curioso armario. Había cristales rotos, cachivaches y un par de fotografías enmarcadas.

    Borland mantuvo el arma apuntada hacia el rectangulo negro de la puerta abierta y gruñó al arrodillarse para recoger una de las fotos 12 x 17. Le dio la vuelta. El oscilante candelabro iluminó una escena de playa. Había una mujer bien parecida en un traje de baño de una pieza. Bonitas caderas y pechos. Borland recordó al admirarla. A su lado había una niña pequeña con rizos y un traje igual —no, había diamantes en el frontal del de la niña. Y al hombre junto a la niña, le llevó un segundo reconocerlo...

    ¡Clanc!

    “¡Capitán!” Chico de Playa estaba en el arco que se abría hacia una cocina. El ángulo de las escaleras cortaba el techo sobre su cabeza. Un par de boles en el suelo de la cocina llamaron la atención de Borland.

    ¡Bang!

    Alzó la vista hacia Chico de Playa. En ángulo recto respecto a la entrada de la cocina había otra puerta a la derecha del embolsado. La misma estaba debajo de las escaleras donde estas subían pegadas a la pared.

    ¡Clanc!

    Borland sacó la foto rompiendo el marco y se la guardó en el gran bolsillo lateral de su mulso derecho. Hizo in mohín cuando la presión activó su herida en esa parte. Que te pongan la inyección del tétanos, de acuerdo...

    “Hay algo en el sótano,” dijo Chico de Playa.

Capítulo 60

    ¡Clanc!

    Chico de Playa tenía los ojos muy abiertos cuando apoyó la palma de la mano en la puerta bajo las escaleras. Vocalizó la palabra: ¿Mordedores?

    Borland se encogió de hombros y avanzó hacia él. “Odio los sótanos.” Miró a Chico de Playa. “Bueno, ¿te importa ir primero?” Palmeó el pecho del joven.

    “Ya sé, ya no se te dan bien las madrigueras de conejo.” Chico de Playa sonrió hacia Borland. “Como el tapón en la botella de vino.”

    Borland hico un mohín mientras decidía si dejar al joven ocuparse de esto. Agarró el pomo de la puerta y lo giró para abrirla.

    Bang. ¡Clanc!

    Chico de Playa entendió la idea y dipuso la escopeta apuntada hacia el marcho de la puerta. Escalones de madera conducían hasta el sótano.

    Borland miró a Chico de Playa los ojos y asintió levantando la pistola.

    Chico de Playa siguió su propia arma al interior del sótano —la lámpara de su capucha llenó de luz el anguloso espacio. Subió la mano y luego se pausó un segundo, se agachó y miró abajo antes de soltar un suspiro de alivio. Las escaleras eran cerradas —sin espacios entre los escalones. Nada podía extender el brazo y...

    Al final de las escaleras había un trapo enrollado rojo, blanco y verde. Estaba en una amplia extensión del suelo de cemento de pintura gris. Chico de Playa bajó deprisa girando el arma en una serie de ángulos defensivos.

    Borland le siguió, el sudor se le estaba acumulando en el pelo y formaba un canal sobre las cejas. El interior de su escudo facial estaba empezando a empañarse.

    “¿Algo?” le preguntó a la ancha espalda de Chico de Playa. No podía ver allí donde la condensación estaba empezando a correr entre los riñones del joven.

    Clanc. Bang. Seguido de una especie de lamento.

    “¿Pero qué...?” dijo Chico de Playa girando para cubrir en abanico las esquinas con las lámparas de su capucha.

    Borland le siguió escaleras abajo, cubriendo de immediato la puerta en una pared de bloques de cemento frente a él. Esos bloques volvían hacia Borland recorriendo el sótano a su derecha por detrás de una estantería con libros y estantes de almacén, un gran monitor de pantalla plana y sobre una barra de bar de aspecto barato, antes de girar de nuevo por detrás de una lavadora-secadora y bajo las escaleras para unirse a la pared de imitación de piedra contra la que su hombro estaba apoyado.

    Chico de Playa señaló con su escopeta hacia la puerta detrás de la pantalla plana. Había otra manta enrollada delante del monitor y un gran sofá frente a este.

    Borland asintió y siguió a Chico de Playa. El joven tomó posición apuntando a la puerta. Borland se acercó y a la cuenta de tercer asentimiento, tiró de la puerta para abrirla.

    Un armario con estantes de metal contenía latas, agua embotellada y productos de limpieza. Había toallas y esponjas y una caja con el logo de Laboratorios Medcor. Borland lo reconoció por el sobre que se había guardado en el bolsillo Abrió la tapa de la caja con el arma y encontró dentro una maraña de guantes de goma.

    Clanc. Bang.Clanc.

    Ambos se giraron para mirar hacia la pared de imitación de piedra.

    “El sótano es más pequeño que la primera planta,” susurró Chico de Playa y señaló hacia las escaleras que recorrían la pared de imitación de piedra. “La cocina continúa por encima más allá de las escaleras.”

    “Ya, todas las demás paredes son de bloques de cemento,” gruñó Borland, luego se subió la capucha y abanicó algo de aire frío en su interior. “Jesús...”

    “¿Qué?” preguntó Chico de Playa cubriendo a Borland mientras este caminaba hasta la pared y apoyaba la mano en ella. La superfifcie pintada estaba fría, pero no era el frío que deberían tener los bloques de cemento.

    Borland miró intensa e interrogativamente a la pared.

    ¡Clanc! Bang. Respondió la pared.

    “Mira por aquí,” dijo Borland escaneando la base de la pared. “Busca marcas. Habrá una puerta o...”

    Estudió el sofá frente a la pantalla plana. Luego miró hacia la pantalla, los estantes e incluso a un par de fotos en la pared.

    “El sofá no está recto.” Se acercó hacia él. “Todo lo demás lo está.” Se agachó para levantar un poco el sofá; sus hernias se juntaron y sobresalieron dolorosamente. “¡Agh!” Tosió y se levantó, presionándose la barriga mientras empujaba el sofá fuera del sitio con una rodilla. “Échame una mano.”

    Juntos, deslizaron a un lado el pesado sofá.

    “Jesús, no,” siseó Borland, su mano cubrió instinctivamente la fotografía en su bolsillo.

    “¿Qué demonios es eso?” preguntó Chico de Playa señalando con la escopeta a una gatera de madera detrás del sofá. Tenía un metro de alto y metro y medio de ancho, con goznes en la parte superior y pintada del mismo color que la pared.

    ¡Clanc! ¡Clanc!

    “¿Qué es esto, Joe?” Chico de Playa empujó la esquina de la pestaña de madera, la puerta, y descubrió que giraba hacia arriba fácilmente.

    “Una sala secreta.” Borland se arrodilló lentamente, su pesada panza tiró de músculo. “Para el ritual.”

    “¿Mordedores?” Chico de Playa levantó la puerta. Encontró un pequeño pasador con goznes sobre el lado inferior y lo giró para aguantar la puerta abierta. Salió un remolino de polvo.

    “Mordedores no.” Borland negó con la cabeza y se levantó la capucha hasta que Chico de Playa hizo lo mismo, hasta que estuvieron cara a cara.

    “¡Tengo que ir primero y no hagas preguntas!” Arrugó la nariz para quitarse la condensación sobre ella. “Tú espera.”

    “Pero, Capitán...” la expresión de Chico de Playa era severa. Aún así consiguió mostrar una media sonrisa. “Yo estoy al mando de las madrigueras de conejo.”

    “¡Que te calles y esperes!” gruñó él bajándose la capucha y encendiendo sus luces. Chico de Playa frunció el ceño y echó mano al botón que activaba sus intercom, pero Borland le apartó la mano de un manotazo y negó con la cabeza. Entró reptando por la abertura.

    Estaba oscuro. ¿Nadie en casa? Inclinó la cabeza a su alrededor, alzó la vista y sus luces iluminaron puntales esparcidos frente a algunas vigas de pino allí donde la sala había sido enmarcada, retirados o nunca construídos. Más allá asomaba una pared de cemento sin acabado. Borland se puso en pie. Había un gran fregadero —más cajas junto a él con el logo de Laboratorios Medcor. Había un pequeño botiquín, un par de rollos de cinta de embalar y un sombrero de caza sobre una mesa.

    ¡Clanc!

    Nadie en casa para la cena.

    El ruido vino de atrás bajo la cocina donde la pared divisoria se unía para acomodar un par de pilares de apoyo y más vigas con marco de madera.

    “Chico de Playa, venga,” gruñó y echó mano al intercom de su traje. “Hey, entra aquí.”

    Chico de Playa gruñó algo por radio y reptó hacia la oscuridad. Se puso en pie entre una nube de polvo.

    “Capitán, no hace falta que me proteja. Sé para lo que firmé.”

    “No te estoy protegiendo a ti,” dijo Borland con voz raspada.

    ¡Clanc. Bang.

    En el oscuro espacio, el ruido parecía venir de todas partes.

    “¿Eso es una mesa para la cena?” Las luces de Chico de Playa apuntaron en la dirección del sonido. La luz se posó sobre una mesa, les mostró una muñeca de niña y un conejo de peluche sentados allí en las sillas. El conejito tenía un alzador para el asiento. Había otra silla —vacía. El respaldo de la cuarta corría paralelo a la pared falsa. Un pilar de apoyo con marco de pino oscurecía algo más allá en la sombra. Chico de Playa dio un paso, pero se detuvo cuando...

    Ruidos de algo masticando. El salpicar de un fluido.

    Clanc y bang. Y los húmedos ruidos de rasgado continuaron.

    Hubo un jadeo en busca de aire, más sonidos húmedos —masticando— seguidos por un resuello y quieto lamento.

    Borland avanzó deprisa con las tripas revuelta. Tras él venía Chico de Playa con la escopeta lista.

    Había candelabros sobre la mesa, platos manchados, servilletas y cubiertos. En el suelo, un botellero. Al lado brillaba la luz verde de un reproductor portátil de música.

    ¡Clanc!

    Lentamente, Borland se giró.

    “¡Oh, Jesús!” Su voz resonó en el intercom del traje.

    Las luces de Chico de Playa iluminaron las cadenas de cromo donde aferraban un par de gruesas muñecas.

    El rostro apenas era reconocible, retorcido con el Variante y la locura.

    “¡Oh, Dios! ¿Qué le ha pasado?” Chico de Playa observó los rasgos mutilados. El hombre estaba desnudo. Su ingle, abdomen y muslos habían sido despellejados hasta los músculos y las venas. “Se ha comido sus propios labios.”

    “¡Jesús, hombre!” dijo Borland alzando y amartillando el arma. “Alguien te ha pillado bien.”

    Chico de Playa bajó el brazo de Borland de un empujón. “¡No puedes dispararle!”

    “Se le ha presentado. Se acabó,” gruñó Borland y apartó a Chico de Playa a un lado. Apuntó con su arma.

    “Ssspiel...”

    Borland giró hacia la entrada. Chico de Playa levantó el arma apuntando a la abertura. Él también lo había oído.

    Nada.

    “Ssspiel,” se susurraron las palabras, tranquilamente, íntimamente, luego siguió un sonido repititivo: clic clic clic y un: “Es piel. Es piel. Ssspiel.”

    ¿Detrás de ellos?

    Las luces de su capucha destellaron por el sótano cuando empezaron a colocarse espalda con espalda.

    “¿Dónde está?” gritó Borland.

    Nada.

    “¿Dónde?” bramó Borland girando el arma hacia...

    “Ssspiel...”

    “¡No lo sé” La escopeta Chico de Playa se giró hacia las sombras.

    “Ssspiel... es piel... ssspiel.

    “¡Espere! ¡Espere, Capitán!” Chico de Playa dio golpes en su capucha, bajó la vista hacia los controles para... “Lo estamos oyendo por el intercom.” Sus ojos se abrieron llenos de terror. “¿Qué significa eso?”

    El intercom. Construído para las comunicaciones a corta distancia traje a traje.

    “Ssspiel...”

    Significa. Significa...

    Borland mostró los dientes a la cosa en la pared. “Significa que acaban de atrapar a otro.”

    Levantó el arma.

Parte Siete: ALFA

Capítulo 61

    Hubo un brillante parpadeo de luz desde atrás cuando el grave estruendo de un trueno entró por el túnel. Les empujó las espaldas, pesado y ominoso, lanzando sombras ante ellos antes de envolverlos en una oscuridad aún más profunda.

    Hyde hizo una pausa a 10 metros de la abertura del alcantarillado y dejó que las luces de su capucha jugasen sobre el agua turbia a sus pies. Algo se había enredado un poco en su tobillo derecho. Manteniendo en alto el cañón de su Magnum, dragó el agua junto a su pie con un barrido de su bastón.

    Había algo allí.

    La punta de metal cortó la suciedad y pescó un estilizado pedazo de goma con un remache de acero. Luego, su corazón se hundió a sus pies al reconocer la banda rota de treinta centímetros de longitud del material trasparente —la unión flexible del broche de un traje-bolsa. Este permitía al portador ajustar el vinilo con enganches de tamaño único.

    Esss piel...

    “¿Qué pasa?” La voz del cabo sonó estridente. En su ansiedad, había chocado contra Hyde, que había tenido que agarrarse a su bastón.

    “Cuidado, cabo,” susurró Hyde levantando el arma y avanzando. Sus botas salpicaban en el agua, profunda hasta los tobillos y que corría sobre montículos de sedimento arenoso.

    El alcantarillado gorjeaba un eco por el túnel, el agua salpicaba y goteaba reverberando, amplificada alternativamente por la forma del túnel. Los receptores auditivos de Hyde estaban distorsionando los ruidos, haciendo confuso el espacio confinado. Hizo una pausa para encender su intercom e indicó al cabo que hiciera lo mismo.

    “Esté atento,” dijo Hyde, de pronto inundado con la respiración del joven en sus auriculares. Empezó a avanzar de nuevo. “A veinte metros, el túnel se ramifica al Este y Oeste.” Espió dentro de la sombra circular delante de ellos. Una densa bruma difumaba las luces de sus capuchas, pero podía ver la superfice de textura mojada de las paredes de cemento allí donde se encontraban con la masiva unión en bloque, donde se dividía el alcantarillado.

    Hyde había estudiado los mapas del Coronel Hazen de arriba abajo y, aunque el sistema de drenado de aguas era bastante simple, había superposiciones complicadas de conductos de ventilación y compuertas de mantenimiento debido a la posterior instalación del área almacén del ejército.

    No era ciencia aeronáutica, pero Hyde sabía que una arquitectura tan antigua tendía al fallo y a la debilidad estructural, y también cabía la posibilidad de encontrar renovaciones y adiciones que no apareciesen en el mapa. Décadas de ingenieros militares, fontaneros e instaladores de gas podían haber alterado seriamente el plano original.

    La respiración del cabo se incrementó hasta un ansioso silbido mientras avanzaban hacia la rama Este-Oeste en el túnel, mientras las luces de sus capuchas creaban grandes sombras negras a izquierda y derecha.

    “Tranquilo, cabo,” siseó Hyde, gimiendo al sentir un calambre en su pantorrilla derecha. Su espalda estaba tensa bajo similares espasmos, pero él ya se había comprometido. Sólo era dolor. Tendía que meditar sobre aquello. El Efecto Variante era imposible de predecir, y asumir lo peor podría condenar a alguien que él aún tenía el deber de salvar.

    Una oportunidad que no mereces.

    El agua era más profunda en el cruce. El pie de Hyde aterrizó en algo blando y perdió el equilibrio. Tropezó e hincó una rodilla. El bastón golpeó el agua al buscar apoyo mientras Hyde caía hacia adelante sobre los puños.

    Y una cara asomó del agua. Despellejada, carente de carácter, dos ojos muertos se quedaron mirando a los de Hyde.

    Hyde apretó los dientes y siseó empujándose hacia arriba, sintiendo que las manos del cabo le levantaban a pesar de los crecientes gritos de terror del joven.

    “¡Dios, Dios!

    A sus pies, un embolsado muerto con los músculos y huesos de su caja torácica expuestos, rota esta por tres heridas de bala. La mitad inferior estaba drapeada con los restos del traje y botas del pelotón. Por el tamaño del cuerpo y forma de sus caderas...

    “Shanju,” resopló Hyde estudiando el torso superior, una masiva herida en carne viva y tejidos. Era difícil determinar las estructuras subyacentes. Pero había tejido adiposo rasgado junto a la piel y vio las dintintivas secciones naranja de los lóbulos de los pechos. “Es Shanju.”

    El trueno retumbó por el túnel.

    Luego Hyde quedó boquiabierto. ¿Qué es esto? Levantó su bastón.

    Notablemente, el cráneo de la mujer estaba abierto y le habían retirado el cerebro.

    “¿Qué le pasó?” espetó el cabo con las luces de su capucha enfocando el cráneo vacío. “¿Pueden hacer eso los Mordedores?”

    “Mordedores no.” Hyde negó con la cabeza, agachándose sobre su bastón para inspeccionar el cuerpo “Esto es una herida quirúrjica de la sierra de un Agresor.” Señaló a la calavera abierta. “Los técnicos médicos de pelotón llevan una versión portátil para amputaciones de emergencia.” Hyde alzó la visa a lo largo del túnel. “Esto se hizo sin precisión.”

    “¿Quién lo hizo?” susurró el cabo sosteniendo su escopeta hacia la oscuridad. “¿Qué está pasando?”

    “No lo sé,” dijo Hyde levantándose. En alguna parte, la radio de su traje captó el salpicar de muchas pisadas.

    Un grupo de ellos... distante.

    “¿Lo hizo Lazlo?” siguió el cabo. “¿No tenía Pajarera un historial criminal?”

    “Y un meritorio historial de servicio policial” dijo Hyde inclinando la cabeza de nuevo para enfocar las luces de su capucha sobre el joven. “Tranquilo, cabo. Mantenga la calma.”

    “Sólo soy un conductor.” El cabo se apartó de la cara sin piel de Hyde mientras oía su propio eco en el túnel. “¿Qué estoy haciendo aquí?”

    “Seguir vivo,” dijo Hyde girándose hacia la embolsada muerta, “Así que cálmese.” Echó mano a su cámara de alta resolución montada en el pecho y pulsó un par de veces para detallar el cadáver y su cráneo abierto. Ni él ni el cabo iban equipados con enlaces vid-com. Los problemas de ancho de banda con los enlaces dejaban sólo disponible un par de capturas de vídeo designadas por pelotón. Siempre había un Grabador también —un embolsado que servía como ‘caja negra’ del pelotón en caso de que pasara lo peor.

    “Las Unidades Científicas de Brass también llevaban Agresores en los tiempos de El Día,” continuó Hyde mirando por el túnel. “Recogían muestras después de que los pelotones aplicaran el tratamiento a las manadas de caza.” Gruñó las palabras. “Las muestras se congelaban en termos de nitrógeno. El tiempo era esencial. Teníamos que comprender el Efecto.”

    “Essspiel.

    “¿Qué ha sido eso?” El cabo giró a la izquierda con su arma, luego a la derecha.

    Eso había sido el intercom.

    Sonidos de chapoteo y siseos resonaban por el túnel. Pero sólo era sonido avanzando hacia ellos, originado en alguna parte en la distancia. Hyde oyó la voz de una mujer, autoritaria en un momento, suplicante cerca de la locura en el siguiente.

    ¡Está viva!

    “Tenemos suerte, cabo,” dijo Hyde apenas pronunciando las palabras. “La cautiva todavía está viva.” Si es ella —pero, ¿cómo?

    Llegó otra vez la voz de la mujer, resonando por encima de los ruidos húmedos de la alcantarilla. La siguió el stacatto de chapoteos de muchas pisadas corriendo en el agua. Después, nuevos ecos.

    Hyde apagó las luces de su capucha y ordenó al cabo que hiciese lo mismo antes de empezar a avanzar por la rama derecha del túnel, hacia la actividad. La oscuridad se cernió sobre ellos. El agua se elevaba por encima de sus tobillos.

    “¿Adónde vamos?” el cabo jadeaba frenéticamente.

    Pero Hyde siguió avanzando en silencio, atento a los sonidos de esperanza.

    Luego, claros y fríos, llegaron los clic y repeticiones de las palabras: “Essspiel.

    Mordedores delante —no muy lejos. Montones de ellos.

    Esspiel.

    Hyde se enderezó para aprovechar el audio externo del traje y confirmar que, de hecho, era la voz de una mujer lo que oía. ¡Sí! Había un tono suplicante en ella, pero portaba un núcleo central de autoridad mientras hablaba, el contenido se tornaban gorjeos por la distancia.

    “Cabo,” susurró Hyde por el intercom. “¿Está familiarizado con la expresión: Retirada Táctica?”

    “¿Retirada?” preguntó deprisa el joven.

    “Si quiere volver a la entrada del alcantarillado y contactar con el pelotón.” Le tembló la voz cuando otra ansiosa explosión de sonidos y ecos de las dos palabras es piel se diseminaron por el túnel. “La capitana Dambe ya debería estar aquí a estas alturas.”

    El cabo gruñó, “Pero usted...”

    “No tengo tanto que perder como usted, conductor,” dijo Hyde. “Y no estoy indefenso.” Se giró hacia el cabo. “¡Traiga al pelotón, yo intentaré rescatar al cautivo o cautivos y nos retiraremos por el túnel Este. ¡Deprisa!”

    El cabo no dudó. A medida que sus chapoteos retrocedían, la tenue luz de Hyde cayó sobre una zona de pelaje rizado flotando en el agua a sus pies —era la piel parcialmente masticada de un perrito.

Capítulo 62

    Los limpiaparabrisas despejaron la escena desde el interior del sedán antes de fundirse en la continua lluvia —y reaparecer brevemente en el siguiente pase de las escobas de goma. El ciclo proseguía.

    El T-1 asomaba delante. A su alrededor las luces de las capuchas parpadeaban mientras se desplegaban y preparaban los pelotones. Habían instalado fuera soldadores portátiles, rollos de alambrada y cable de espinos. Después de que los pelotones entrasen en el agujero, lo sellarían. Luego, mientras avanzaban, buscarían entradas y escondites y los sellarían también. Todo temporal, nada de ello hermético, pero la idea era obligar a la manada a entrar en los túneles principales o salir a campo abierto donde se pudiese aplicar el tratamiento a los individuos.

    Mientras hubiera sombras y rincones donde ocultarse, loa pelotones serían vulnerables a emboscadas, y un único Mordedor en plena presentación podía hacer mucho daño en espacios cerrados, atacando cuando los embolsados no pudiesen disparar sin riesgo de alcanzar a otros embolsados. Por eso no usaban armas automáticas. Escoge tu blanco y mátalo.

    Más de un pelotón se había quedado atrapado en un túnel en El Día. El ritmo de desgaste podía ser brutal contra una manada de caza numerosa. La carta alta que tenían era que perseguían a una manada reciente —Mordedores inexpertos que aún se orientaban por el ritual.

    “Dame otro trago, Joe,” dijo Chico de Playa cuando paró el coche tras el mastodóntico perfil del T-1. Más allá de él, Borland vio la furgoneta de Lazlo. Estaba envuelta en cinta de plástico amarilla. Malo. Eso es malo.

    “Claro.” Borland le entregó la botella y el joven bebió hasta toser. Borland había conducido a Chico de Playa hacia el whisky dentro del coche puesto que no quería tocar sus reservas.

    No había modo de saber cuando echaría otro trago, y apostaba a que Aggie no había encontrado su botella de reserva en la litera del T-1. La mujer ya le había confiscado del maletero la caja de materiales para colocarse y no le había conmovido la historía de Borland sobre que eran para las celebraciones de después, en caso de que alguien sobreviviera.

    “¿Qué demonios ha pasado?” los ojos de Chico de Playa suplicaban mientras este le devolvía la botella “No puedo creer que yo haya hecho eso.”

    “Te sorprenderías de lo que llegarás a hacer para cuando todo esto acabe,” dijo Borland e inclinó la botella, tragando trozos de cacahuete y granola. Se habían comido una barra energética por el camino. Llevaban los aperitivos enganchados en varios bolsillos de su traje bolsa. Borland había ordenado a su compañero a hacer lo mismo, pero el joven había estado demasiado sediento para comer.

    “Pero yo...” flaqueó Chico de Playa. “Debería haberte dejado.”

    “Lo estaba haciendo yo,” dijo Borland recordando la escena, levantando el arma para aplicar el tratamiento al Mordedor, al embolsado encadenado a la pared, y luego Chico de Playa le había bajado el arma. “Pero era tu deber. Él era amigo tuyo.”

    “Recibió tres disparos en la cabeza —¡a bocajarró! ¡Eso es imposible,” la voz de Chico de Playa se quebró mientras echaba mano a la botella otra vez. Quedaba un culín y se lo bebió.

    “El Variante anula las respuestas naturales.” Borland tomó la botella vacía y la tiró al suelo. “Por eso tenemos que hacer lo mismo.”

    “¿Por eso quemaste la casa?” preguntó Chico de Playa. “Se lo que dijiste, pero dímelo otra vez. ¿Y por qué no llamamos al personal de incendios para hacerlo?”

    “Chico de Playa, no estamos en Disneylandia.” La voz de Borland sonó severa. Recordó salir de la guarida del Acechador y meter un encendedor de butano para barbacoa en el espray de un aerosol de Lysol del armario del sótano

    Habían llevado el sofá bajo las escaleras de madera, enterrardo con periódicos del contenedor de reciclaje y empapado de Lysol. El producto de limpieza había ardido con una llama naranja cuando salía corriendo del sótano. El humo ya rodaba por la planta principal cuando se alejaron en coche.

    Sin llaves, Habían tenido que abandonar la Horton de Hyde. Deja que él explique eso.

    “Y ahora que el Variante ha vuelto, ya no se aplican las reglas,” insistió Borland. Había empezado a llover cuando aún estaban en la casa y él había confiado en que las rachas de viento alimentasen las llamas.

    “Pero, ¿y el protocolo?” insistió Chico de Playa.

    “Precintado. Gaseado. Incendiado. Lo sé.” Borland asintió. “El protocolo sirve para garantizar que un lugar dé tiempo suficiente para probar la presentación del Variante. Sabemos lo que ha pasado y tú aplicaste tratamiento al único Mordedor del lugar.”

    “¿Tratado? ” Chico de Playa quedó ojiplático al apresurarse hacia ese descubrimiento. “¿Por qué estaba encadenado?”

    “Un Acechador.” Borland echó mano a la maneta de la puerta y abrió esta hacia el frío aire nocturno. “Sé quién lo hizo.”

    “¿Por eso estaba Hyde allí?” Chico de Playa cogió a Borland del brazo. “¿Lo sabe?”

    “No,” dijo Borland negando con la cabeza —el corazon cayendo a sus pies.

    “¿Y por qué lo mantenemos en secreto?” los dedos de Chico de Playa se hundieron en el brazo de Borland.

    “Te he ordenado que me sigas el juego hasta que pueda probarlo. Yo me llevaré la culpa.” Como siempre, y hablar sobre un Acechador asustaría a los pelotones. “Bienvenido a El Día,” gruñó Borland y apartó el brazo de un tirón. “Mientras tanto, encontramos allí a tu amigo. Ya se le había presentado y tuviste que cargártelo.” Su expresión se ablandó y se rascó la barbilla. “Espera a ver el protocolo de Aggie en este asunto.”

    Salió del coche y observó la forma oscura de Chico de Playa aparecer por el otro lado. Algo en los hombros del joven había cambiado, incluso a la tenue luz reflejada de las luces de las capuchas, el chico parecía inseguro. Lo superará —dale un respiro y que tenga una buena llorera.

    Y Borland recordó la escena en el sótano, entre la oscuridad y el polvo de la guarida del Acechador. Recordó a Chico de Playa empujando hacia abajo su .38 y levantando su propia arma. Aún podía ver la trágica repulsión en la cara del joven cuando disparó y disparó y disparó...

    “¡Borland!” La voz de Aggie rasgó el oscuró aire mientras la capitana cruzaba el espacio entre el T-1 y el sedán. El traje bolsa abrazaba su forma atlética. Le colgaba una escopeta de una cinta que le cruzaba el pecho desde el hombro derecho, dividiendo y acentuando sus pechos. Portaba otra escopeta en la mano izquierda.

    Tras ella, el pelotón había formado filas junto al T-1. “Estamos listos para el despliegue. Hyde aún está allí dentro, pero no podemos contactar con él. Maga dice que el clima está fastidiando la electrónica.”

    Como prueba de ello, parpadeó el cielo y tronó. La lluvia repicó ruidosamente sobre sus trajes-bolsa.

    Borland asintió, sus dedos apretaron la capucha de vinilo y la sacó de su cinturón. El palm-com de Chico de Playa había pitado segundos después de haberle prendido fuego a la casa del Acechador. Había sido Aggie llamando para ordenarles avanzar hasta la posición de Lazlo: el punto de acceso.

    Hyde había hecho contacto, un truncado mensaje de su conductor. El equipo de Lazlo había desaparecido. El capitán despellejado del pelotón y su cabo habían entrado en el alcantarillado en persecución de los supervivientes.

    Una muerte llama a la otra.

    Borland observó desplegarse la rampa del T-1. Siguió un buum ominoso cuando el cuerpo blindado se cerró herméticamente. Recibidor estaría segura en la zona del conductor. Maga estaría en el compartimento del pelotón coordinando las comunicaciones con su equipo improvisado.

    “Aggie,” dijo Borland, señalando al transporte. “¿Cómo voy a asesorar?”

    “En primera persona.” Ella se acercó y le puso la escopeta extra en la mano.

    “Venga ya, Aggie. ¡No puedo moverme en esos túneles!” gruñó Borland. “Han pasado 20 años. No estoy en forma para esto.”

    “Yo diría que tienes justo el calibre adecuado para el punto de acceso,” dijo ella mirando hacia la entrada del alcantarillado que sobresalía de la ladera de la colina como el cañón de un arma.

    Borland le respondió a eso con un encogimiento de hombros. Ella raramente iba en broma.

    “Te ha ido muy bien hasta ahora.” Ella miró a Chico de Playa. Aggie pudo ver que él estaba muy lejos. “Hemos perdido tres embolsados en el CG y al menos uno aquí. No puedo prescindir de nadie.”

    “Pero...” Borland señaló a su físico. “Te retrasaré.”

    “Mas te vale que no, y si te quedas encajado en el agujero, tenemos centellas para pasar a través de ti.” Se giró hacia Chico de Playa y él se puso en posición de firmes. “¿Qué ha pasado?”

    “Mordedores habían entrado en la casa en esa dirección y,” la voz del joven se agrietó, “llegamos demasiado tarde para ayudar. Se —le presentó.”

    “¿A quién?” La mirada de Aggie se intensificó.

    “Deja al chaval,” gruñó Borland. “Tuvo que hacerlo...”

    “¡Disparé a Mofo!” espetó Chico de Playa.

    “¿Se le presentó a Mofo? ” El semblante de Aggie se tensó. Borland observó que el hombro de la mujer caía un poco. “¿Y le disparaste?”

    Chico de Playa asintió y Aggie le dio un puñetazo con fuerza justo en la mandíbula.

    El joven cayó de culo y miró desconcertado cuando Aggie extendió una mano para ayudarle a ponerse en pie.

    “Eso es para que no te sientas cómodo matando a los amigos.” Su voz estaba cargada de emoción cuando tiró de los hombros del joven y le ayudó a ajustarse el traje-bolsa.

    “Gracias, señora,” dijo Chico de Playa, chupándose el labio partido. “No lo haré.”

    “¿Qué hay de ese hombrecillo de la grabación?” Aggie cambió de marcha y se giró hacia Borland.

    “No había nadie más en casa.” Se encogió de hombros. “Podría ser el individo que Hyde está tratando de rescatar de los Mordedores.”

    “¿Quién vivía en esa dirección?” preguntó Aggie.

    Borland hizo una pausa, levantó las manos abiertas y se encogió de hombros. “No tuve tiempo de investigarlo.”

    “¿Mofo quedó infectado durante el ataque?” Aggie negó con la cabeza. “Hyde habría dicho algo.”

    “¿Quién sabe? El viejo tullido se ha vuelto mico —salió con el arma cargada sin refuerzos,” dijo Borland quitando importancia antes de añadir: “Oh, sí, y —había un montón de fluido corporal y no había forma de precintar el lugar.” Resopló. “Es una zona residencial. Habían entrado rompiendo las puertas traseras. Los vecinos podrían haber entrado, así que la quemé.”

    Aggie sacó los labios hacia afuera como si fuese a decir algo, soltar un insulto, decir algo caústico. En vez de eso, se giró y caminó hacia el pelotón.

Capítulo 63

    Hyde se impulsaba por la total oscuridad con las luces de la capucha atenuadas hasta un fulgor rojo. Las últimas oleadas de adrenalina y esperanza se habían consumido hasta meras áscuas.

    Estaba exhausto y se había visto obligado a enfudar el arma y usar ambos bastones para evitar caer en el suelo resbaladizo. Era una proposición peligrosa pero no tenía elección. Sentía calambres en el pie derecho a cada paso, su baja espalda se llenaba de espasmos a medida que tiritaba por el frío.

    El traje de piel-célula se había empapado de agua y no tenía piel que le aisalara. Tenía el abrigo mojado y colgaba de sus doloridas piernas, enredándose en sus armazones.

    El bajo techo del alacantarillado obligaba a Hyde a agacharse perpétuamente, no era complicado para un hombre con bastones, pero no le permitía cambiar de postura y ello inflamaba sus doloridas caderas. A veces la alcantarilla circular se abría hacia fuera donde la nueva construcción remplazaba el viejo túnel con paredes y suelo planos. En esos cortos trechos podía enderezarse para dar cierta circulación a sus entumecidos hombros. Pero salvo eso, no había respiro.

    Se esforzó sobre los bastones; la baba calgaba de su boca. Ese péndulo de plata se balanceaba cada vez que él inclinaba el cuello o torcía la cabeza hacia arriba para captar los ecos. Sólo el sonido del agua, goteos y chapoteos; pero había otras cosas que trataba de identificar. ¿Voces?

    El sistema de audio externo captaba el rápido movimiento de los Mordedores en oleadas —y a veces, como en un ensueño entre ellos, estaba seguro de oír la voz de una mujer hablando, ora suplicando, ora engatusando, insinuando. Imposible.

    Nadie sabía cómo eran los tempranos Mordedores antes de que se formara por completo el ritual. ¿Eran más humanos...?

    ¡SCRIIICH!

    El estridente gemido de un motor eléctrico ahogó su capacidad de escucha —frente a él, algo pequeño y estridente— una herramienta eléctrica— rechinó. Luego Hyde captó el destello en la oscuridad, como si luz ámbar estuviese hirviendo dentro del agua. Apareció una silueta sobre ella, encorvada y retroiluminada por las luces de la capucha.

    A unos 40 metros de Hyde, cerca de donde el túnel se ramificaba al Este y al Oeste, alguien en un traje-bolsa estaba doblado sobre algo en el agua. En ese tramo, el líquido fluía a veces hasta la mitad de sus pantorrilas.

    La lluvia caía con fuerza sobre la superficie y todos aquellos kilómetros cuadrados de asfalto del aeropuerto estaría encauzando el agua hacia los túneles.

    El sonido rechinante se detuvo y, a medida que Hyde se acercaba, las luces de capucha de un extraño mostraron actividad momentánea sobre la superficie del agua antes de hundirse fuera de la vista. Fue sólo un vistazo, pero suficiente. El extraño sacó el cerebro de un cráneo abierto y lo colocó en un contenedor negro que luego se colgó al hombro con una cinta, donde colgaban dos contenedores similares.

    Hyde siseó, enganchó un bastón en el botón superior de su capucha y echó mano al interior de su abrigo en busca del arma, pero la insensibilidad en las manos le obligó a buscar el arma con la vista.

    Cuando alzó la vista con la Magnum desenfundada, el misterioso embolsado se había ido. Brillante luz iluminaba desde el túnel a la derecha donde Hyde sabía que la alcantarilla se extendía hacia el Este medio kilómetro, hasta otra cisterna donde el agua se drenaba directamente las pistas del aeropuerto.

    Moviéndose con cautela, inseguro sobre su único bastón, Hyde redujo la marcha al aproximarse al cruce. Una actualización del alcantarillado creaba una espacio inundado de 3 metros de largo donde las estrechas tuberías principales intersectaban un masivo sumidero de hormigón.

    Hyde podía levantarse cerca de donde aún brillaba el agua a la altura de la rodilla. Alguna fuente bajo la superficie emitía un ambiente rosáceo, pero repentinos chapoteos a su izquierda le impedieron hacer más que echar un vistazo. Luego las palabras: “Esss piel” reverberaron desde el negro agujero que marcaba la rama oeste del túnel.

    Miró a su derecha y vio encogerse una silueta en vinilo, que se alejó chapoteando en rumbo al Este. Una negra figura en movimiento tallada sobre una chispa y luego...

    “Esss piel.” Clic. Clic. Clic.Esss piel. Espiel. Espiel.Clic. Clic.

    ¡La manada de caza!

    Hyde movió su arma hacia el Oeste y la apuntó hacia el negro círculo sofocante de sombra. Su mano apareció bajo las luces de su capucha, pero se congeló mientras sus ojos se ajustaban, mientras distinguían una lúgubre luz circular. Y movimiento. Formas negras avanzaban por la oscura entrada naranja. La cisterna. Luego luces más fuertes destellaron y alumbraron caóticamente detrás de formas monstruosas.

    “¡Essspiel!” Las palabras eran siseadas por la oscuridad, creciendo en volumen por la excitación y la impaciencia. Essspiel. Esss piel. ¡ESPIEL!

    “¡Sé bueno! ¡Sé bueno!” Una voz, de una mujer.

    ¡Está viva!

    Hyde quedó con la boca abierta, miró rápidamente al panel de control de la manga y pulsó una combinación de comandos en los controles del proyector de su piel-célula. De inmediato, la ilusión de piel apareció en sus manos y brazos. Peoducía un leve fulgor que calentaba las paredes del túnel. Se retiró la capucha y luego agarró los botones para abrir el abrigo que colgaba de sus hombros.

    Hyde veía más allá de la nariz; era obvia, justo allí donde solía estar entre las dos mejillas —su nariz. Y luego...

    ¡Mírame! ¡Dios mío! ¡Mírame...

    Las lágrimas inundaron sus ojos mientras él...

    La piel envolvía el músculo de su pecho hinchado y definía los contornos de su abdomen e ingles antes de fluir para cubrir sus muslos y piernas. Todo ello bajo los folículos pilares. ¡Dios mío! Jadeó y apartó la vista. Todo parecía normal. ¡Tenía una piel!

    ¡No puedo soportarlo!

    ¡Era humana!

    ¡Es una illusión!

    A Hyde se le nubló la vsta. ¡Idiota!

    ¿Por qué tenía que despreciarse a sí mismo cubriéndose de humanidad?

    No te dejes engañar.

    Incluso Borland en su tóxica crisálida de piel era más parte de la raza humana que Hyde. ¿Era por eso que él nunca podría perdonar a ese idiota borracho? Por encima de todo, ¿hacía Borland más fácil a Hyde despreciar su propia humanidad? ¿O era envidia?

    ¡Despierta!

    La envidia era una emoción. Las emociones destruían el pensamiento racional, y el pensamiento racional era todo lo que le quedaba a Hyde. Pero el sueño —el sueño de la envidia siempre interrumpiría el sueño racional, siempre intentaría derrumbarle. La envidia hacía soportable la verdad y la verdad era simple: él era algo que debería estar muerto. Que debería haber muerto con su pelotón. Que había justificado abandonar las responsabilidades de su vida.

    Abandonado a Jill...

    “Sé bueno...” La voz de la mujer resonó cerca otra vez, sacando a Hyde de su agonía.

    “Ya voy,” susurró como respuesta.

    Cerró su abrigo sobre su carne espectral y comenzó a avanzar. Lanzó un bastón a un lado y blandió su Magnum cuando un nuevo subidón de adrenalina le hizo avanzar rápidamente hacia la tenue luz por donde se movían los Mordedores. “Lo siento...”

    Los Mordedores seguían saltando y correteando por la abertura circular donde el túnel conectaba con la cisterna del oeste —la infernal imagen crecía a medida que se aproximaba. Los devoradores de piel estaban chapoteando y saltando —cantando el descubrimiento del objeto de su obsesión: Es piel. Es piel. ¡Ssss piel!

    Hyde salió del túnel y entró en el pasadizo inundado. Tenía un metro de ancho y circulaba un cauce de cinco metros de longitud.

    “¡Esss piel!” La manada de caza gritó de terror o deseo, sobresaltada por su repentina aparición. Sus depellejadas, monstruosas y patéticas formas retrocedieron y agacharon, siseando. Chasqueando sus dientes.

    Había 10. No, 12, en el grupo: ocho adultos o casi adultos y cuatro niños. Cuando retrocedieron, Hyde vio que uno llevaba una lámpara circular sujeta a su ajada capucha, y que la túnica colgaba de una cabeza y hombros despellejados. Caras parciales miraron hacian Hyde con bastantes rasgos en ellas para formar expresiones: Miedo. Rabia. Deseo al ver que...

    ¡Esss piel!

    La manada retrocedió al fondo de la cisterna y se agachó arañando y mordiendo el aire allí donde se reunieron alrededor de las piernas de una mujer. Ella era preciosa, de cabello negro, vestida en pantalones camo y top. Mantenía su espalda contra la pared junto a otra entrada que conducía al Sur hacia el lado oriental del circuito. Los pelotones vendrían por ese camino.

    ¡Gracias a Dios!

    La mujer parecía ilesa...

    “¡Soy yo!” Hyde se ahogó en las palabras cuando encendió las luces de su capucha con el proyector piel-célula ajustado “Soy papá, Jill. ¡Soy yo!”

    Los ojos de la mujer —los de su hija —se abrieron de terror, cerca de la locura, cuando la manada de caza se apartó a sus pies, cuando surgió esta súbita aparición.

    “¿Estás herida?” Hyde mantuvo un ojo en la manada.

    “¡Esss piel!” siseó un macho grande.

    “Esss piel, clic, clic...” respondieron los demás cuando sus ojos desnudos se enfocaron en el rostro de Hyde, en la oscura piel de allí.

    “¿Papá?” Jill negó con la cabeza. “Imposible.”

    “Es el proyector del traje. No es real,” explicó Hyde y se encogió de hombros. “Me dijeron que vivías en Parkerville, pero yo ya lo sabía. Quiería sacarte de aquí.”

    “¿Estás bien...?” Jill se inclinó hacia adelante negando con la cabeza. “¿Has venido a por mí?”

    “¡Esss piel!” sieseó el gran macho de nuevo y lanzó una mirada a los demás adultos. Un trío de ellos se separó y empezó a circular hacia Hyde rodeando el borde de la cisterna. Los demás empezaron a avanzar lentamente —directamente, sólo a unos metros de distancia.

    “Sí, cariño, Te quiero,” dijo Hyde con voz ronca, luchando por pronunciar las palabras. Se sacudió las lágrimas de los ojos para vigilar a la manada. Sus encorvadas y ensangrentadas formas se estaban acercando.

    “Estoy en problemas, papá,” dijo Jill, sus manos subieron hasta la boca. Sus ojos estaban muy abiertos, infantiles.

    “Ya no. Voy a atraerlos y tú vas a correr. Está llegando ayuda,” le dijo y luego, manteniendo la mirada de la mujer: “Perdón por haberte decepcionado.”

    Hyde abrió su abrigo y lo lanzó a un lado. De inmediato, la pantalla de piel-célula proyectó un fulgor ámbar por la cisterna cuando el cuerpo desnudo de Hyde quedó revelado.

    “¡ESSSPIEL!” gritaron los Mordedores y se abalanzaron sobre él. Hyde disparó al grande en la cara. La bala de enorme calibre le quitó la mayor parte de la cabeza. El grande se tambaleó y cayó.

    La manada se pausó sobresaltada por el ruido y el destello. Hyde se tomó ese momento para lanzar una mirada final a Jill. Ella se apresuró hacia el túnel, troopezando hacia el Este.

    “¡ESSSPIEL!” Clic. Clic. Clic. “¡Espiel!”

    La obsesión de la manada pronto superó su miedo y avanzaron con movimientos rápidos. Hyde disparó sobre su hombro. El destello los cegó y le dio algo de tiempo.

    Pero estaban cerca.

Capítulo 64

    Un relámpago surcó el aire y el trueno crujió contra el pavimento ahogando el rumor de fondo del motor del T-1.

    Borland estaba junto a Aggie. Ella acababa de atender su palm-com.

    “Más malas noticias, Capitán,” La voz de Maga crepitó en la línea. Los relámpagos parpadearon y en la radio sonó estática. La técnica en comunicaciones aún estaba luchando con el canibalizado equipo del T-2 y donado por el ejército. “El Coronel Hazen ha retransmitido un informe de que algunas de sus unidades de la P.M que patrullan la autopista han encontrado una gran furgoneta de pasajeros aparcada en la loma. El vehículo pertenece a Trafalgar de Arriba de Metro y llevaba a casa a un equipo de baloncesto para un torneo. La triple A recibió una llamada sobre un ataque alrededor de las seis de esta tarde. No hay nadie en la furgoneta. Hay espacio para 12. Las huellas conducen hacia Parkerville.”

    “¿Qué dice Brass?” preguntó Aggie antes de que Borland pudiera reaccionar. “¿Tiene algo ya Midhurst para nosotros?”

    “¿Qué dice Brass?” espetó Borland.

    Maga continuó. “El helicóptero de Brass salió de Metro hace cinco minutos. El frente de tormenta le pondrá aquí dentro de 20 minutos.” Hizo una pausa como si estuviese masticando algo. “El Inspector Midhurst despachó un transporte con los pelotones que registraron el área alrededor del Edificio Demarco. El Tiempo Estimado de Llegada desde Metro es de 50 minutos.”

    “¿Y el equipo de Hazen está en posición junto al túnel bajo la pista?” presionó Aggie.

    “Sí, señora.” crepitó la voz de Maga. “Y el pelotón de embolsados del ejécito está preparado y ayudando a Peligro a arreglar el T-2 —el daño era peor del que pensaba. Llegarán tan pronto como puedan.”

    Borland estiró el brazo para llamar la atención de Aggie pero la cabeza de la mujer se giró como un rayo hacia él antes de que él pudiese tocarla.

    “Brass viene hacia aquí para evaluar la situación,” gruñó ella. “Está hablando con los federales sobre la acción militar. Piensa que este Efecto es demasiado virulento para que nos ocupemos nosotros.”

    “¿Él lo piensa ?” Borland suspiró y negó con la cabeza. Y Midhurst está enviando un equipo destructor para cubrir la retirada.. o detenerla. “Pues de acuerdo, Brass sabe dar las órdenes.”

    “¿De qué estás hablando?” Aggie empezó a ajustarse su traje bolsa. “Nuestras órdenes permanecen: Protocolo.”

    “Pero Brass impone el protocolo, y si tiene refuerzos...” dijo Borland pensando. Un equipo militar de una jurisdicción diferente... para matarlo todo.

    “Necesitará conocer la situación bajo tierra.” Aggie negó con la cabeza. “Joe, ¿es que eres un cobarde o sólo un vago?”

    “Vago, eso seguro,” Gruñó. “Pero tampoco tengo deseo de morir.”

    “Pues mantente sereno. No te preocupes. Esos túneles son demasiado estrechos para ir rápido de todos modos.” Aggie pulsó para encender su intercom. “Vale pelotón. Hora de entrar en los libros de historia.” Caminó delante del grupo que había formado filas hombro con hombro junto al T-1.

    Borland reconoció a Cavalle en su traje bolsa. Llevaba una maleta médica azul en una mano y una escopeta en la otra. Ella sería el apoyo del técnico médico Gordon. Él estaba de pie a algunos embolsados de distancia de Cavalle y parecía un insecto palo atrapado en celofán.

    Borland reconoció a los demás también: Bailarina mantenía la postura y parecía preparada, con Pegajoso y Chopper a cada lado; estaban Tapaplana y el expoli canadiense, Montadito, ambos con aspecto grande y homicida con sus capuchas puestas y las armas frente a sus pechos.

    Lilith y Zombie también estaban allí prestando atención a Chico de Playa mientras este ocupaba su sitio junto a ellos. Piesplanos estaba al fondo, su postura desanimada sugería que prefería estar en Metro haciendo la ronda.

    El Sheriff Marley estaba cerca del fondo del pelotón con aspecto incómodo y nervioso. Se tiraba del traje bolsa en la entrepierna. Su capucha ya estaba en su sitio con las lámparas encendidas en intensidad baja. Aggie debía de haberle alistado tras la explosión.

    Tenga cuidado con lo que desea Sheriff.

    Borland agarró su petaca del bolsillo del traje y le dio un buen trago mientras Aggie se detenía frente al centro del pelotón y empezaba a hablar. El sonido del intercom crepitaba y se perdía cuando los relámpagos y truenos parpadeaban y tronaban por las densas nubes de carbón encima de todos ellos.

    “En los tiempos de El Día, valerosos hombres y mujeres se presentaron voluntarios para combatir el Efecto Variante. En El Día, dibujaban una línea en la arena y la defendían. Muchos de vosotros nunca sabréis más que historias de ese tiempo porque pensábamos que estaba chupado,” dijo Aggie con voz severa. “Bueno damas y caballeros, nos equivocamos, y todos vosotros habéis dado un paso al frente para dibujar esa línea en la arena de nuevo. Y vamos a dibujar esa maldita línea.”

    Los cielos tronaban y los relámpagos iluminaban a los embolsados. Las gotas de lluvia que se acumulaban en las capuchas y los hombros relucían y mantenían los relámpagos un segundo más de tiempo que en la escena curcundante —dando al pelotón un fulgor fantasmal.

    “Debemos asumir que cualquiera dentro de los túneles es nuestro enemigo. Encargaos de ellos con rapidez. Todo aquel o aquella que no pueda responder a vuestras órdenes debe ser abatido. Tened cuidado y buscad supervivientes. Tratadlos como prisioneros de guerra. Atadles las manos, los pies también si es necesario. Hablad después. Ya hemos visto por Mao que aunque este efecto puede tener 100% de comunicabilidad, aún se comporta como el Variante de los viejos tiempos, y puede presentarse de otras formas peligrosas.” Aggie quedó callada un segundo. “Debemos pararlo aquí.”

    Dejó que aquello calara. Borland echó otro trago y se guardó la petaca. El whisky prendió fuego a la escena y él sonrió.

    “No estamos haciendo esto por la supervivencia personal. Estamos haciéndolo para salvar la vida de cada ser humano del planeta. Protegemos a la población al aplicar tratamiento al Efecto Variante aquí y ahora.” Aggie se enderezó, arrastando a todos los embolsados en posición de firmes con ella. “Venis de las fuerzas del orden, del ejército y la respuesta a emergencias. Vuestra capacidad para proteger al inocente será puesta a prueba. No tendréis tiempo para pensarlo dos veces, así que no lo hagáis. O ganamos esto, o todo el mundo pierde.”

    Borland observó a los soldados cubiertos en vinilo. Se preguntó si alguno de ellos vería la mañana.

    “Con la pérdida de los veteranos Hyde, Lazlo y Spiko, el deber de mi segundo al mando cae en el Capitán Borland. Él llevará la segunda línea.” Aggie se giró para saludarle. “No era mi plan dividir este grupo, pero deberá ser necesario en caso de que el pelotón se separe por un ataque... seguid las órdenes del Capitán Borland al pie de la letra.” Su voz crujió en el intercom cuando otra lámina de relámpagos ilumimó el cielo. “Manteneos cerca de él. Tiene la mala costumbre de sobrevivir.”

    Algunas risitas se mezclaron con la estática en los intercom.

    “He puesto etiquetas por el camino. Cada etiqueta está marcada con la letra ‘A’ o ‘B.’” Levantó la mano y Borland vio que cada embolsado tenía una de las etiquetas plastificadas pegada a su palma izquierda. “Quiero que el grupo del frente ‘A’ entre allí. El ‘A’ es mi grupo. Afortunadamente, los miembros del grupo ‘B’ guardarán la retirada con el Capitán Borland.” Ella empezó a caminar hacia él y se detuvo a un paso de distancia. Asintió antes de volverse a los pelotones. “Si yo ordeno a los pelotones que se separen de un modo ofesivo o defensivo, lo haréis en esas líneas.”

    Aggie puso los puños en sus caderas y camimó frente a las filas mientras.continuaba:

    “Todos hemos mirado el mapa. Nos moveremos dentro del túnel y Tapaplana lo sellará detrás de nosotros. No os preocupéis; la caballería puede abrir la lata cuando haga falta. Nos moveremos al Norte hasta que donde el túnel se ramifica y seguiremos hacia el Este. El punto de acceso es básicamente un gran circuito, de modo que entraremos en el brazo oriental y lo sellaremos detrás de nosotros. Luego atravesaremos ese túnel hasta llegar a la cisterna oriental al norte del final del circuito. Por el camino sellaremos todos los conductos de ventilación, túneles y agujeros. Mas allá de la cisterna, el alcantarillado regresa hacia el Sur por el brazo occidental. En lo alto del circuito Este se ramifica un túnel bajo las pistas del aeropuerto hasta una segunda cisterna occidental. Eso es un callejón sin salida que conduce a conductos colectores cada vez más pequeños. Los sellaremos para aplicar tratamiento con BZ-2 más tarde.

    “Procederemos hacia el Sur por el brazo occidental del circuito empujando todo lo que allí haya hacia la entrada. A medida que nos movamos hacia el punto de acceso, recordad que el camino rodea el almacén subterráneo del ejército. Todos los puntos de acceso de ventilación y mantenimiento hacia el espacio del almacén está abierto al túnel. Se supone que todo está cerrado y asegurado, pero seguiremos atentos y haremos lo mismo, sellar toda entrada que encontremos.”

    Aggie trató de mantener un tono fáctico, pero Borland podía ver en la postura colectiva de los pelotones, que nada podría reducir la tensión creciente. Sólo había una cosa en sus mentes: iban bajo tierra a combatir devoradores de piel.

    Los truenos seguían su estruendo y los relámpagos parpadeaban en las nubes profundas.

    Borland recordó los mapas que mostraban el área de almacén unida por un túnel de acceso hasta un muelle de carga donde la calle se enterraba bajo la pista de despegue principal. Los hombres del Coronel Hazen estarían allí esperando. Se suponía que todo estaría cerrado y sellado, pero los Mordedores eran fuertes e impredecibles.

    “Cuando encontremos la manada, lucharán o huirán. Si luchan, el túnel permitirá que dos embolsados se arrodillen delante y otros disparen sobre sus cabezas. Es estrecho, pero también limita los ataques de los Mordedores. Los embolsados detrás recargarán y entregarán las escopetas a las filas del frente cuando sea necesario.”

    La voz de Aggie continuó entre la estática.

    “Todo lo que no se defienda, huirá. Les haremos retirarse hacia la entrada que encontrarán cerrada. Es peligroso pero simple. Vigilad las construcciones nuevas y compuertas de ventilación rotas, cualquier lugar donde pueda esconderse algo del tamaño desde un niño hasta un adulto.” Aggie hizo una pausa. “Los trataremos a todos, damas y caballeros, y dormiremos bien después al saber que hemos salvado el mundo.”

    Un par de embolsados aplaudió; tres levantaron sus escopetas y vitorearon.

    Un trueno retumbó y Aggie levantó la vista.

    “Nadie hace planes para el clima. Así que recordad que estaremos en un alcantarillado que mueve agua. El Coronel Hazen me asegura que sería necesario un diluvio para causar niveles peligrosos allí dentro, pero monitoraremos esa eventualidad a medida que progrese la misión. Recordad, si vosotros estáis incómodos, los Mordedores estarán muy incómodos.”

    Luego, Bailarina señaló hacia la pendiente que conducía al punto de acceso del alcantarillado. Un par de embolsados levantó las armas cuando un hombre vestido en vinilo salió del túnel, el agua hacía un charco a sus pies. El hombre bajó por la colina.

Capítulo 65

    “Essspiel.” Clic. Clic.

    Pies chapoteaban por detrás —el ruido resonaba a su alrededor. Trató de apagarlos.

    ¡Está pasando otra vez!

    Pinchó el suelo con su bastón, inclinó hacia adelante los armazones en sus piernas. Mantuvo el equilibrio empujando la pared redondeada con el cañón del arma, pero no podía recuperar el aliento.

    Hay que ir más rápido.

    “Essspiel.” Clic. Clic. “¡ESPIEL!” Los infectos pies despellejados chapoteaban tras él.

    No puede ocurrir otra vez.

    Pero esa idea no hacía nada por calmarle.

    Él era una herida abierta. A cierto nivel, lo que podría ocurrir ahora era peor que lo que había ocurrido antes. Si en su nueva frustración, en la locura del ritual, una vez que le arrancaran el traje piel-célula, los Mordedores podrían asesinarle al arrancarle el tejido cicatrizado que se había formado en su cuerpo, o...

    ¡La infección!

    En cuanto se abriera la herida, entraría la molécula del Varión híbrido y él se volvería... él sería...

    “¡Essspiel!” El agua salpicaba mientras los Mordedores se acercaban.

    Se llevarían lo único que le habían dejado antes.

    Su mente.

    Se volvería como ellos, y aún peor, él haría a otros como él. Incluso a Jill. La suerte que corría a favor de la mujer no duraría para siempre, y una vez que ellos hubieran terminado con él —¿no la perseguirían a ella, con él persiguiéndola también, como uno de la manada?

    ¡Romper, rasgar y morder a su hija!

    Entonces Hyde llegó al cruce. La manada casi estaba encima de él. Hyde disparó sobre el hombro. El destello los restrasaba. Retrocedían con sus ojos cegados de dolor. Con sus corazones latiendo de terror y ansiedad.

    De mayor necesidad del ritual.

    Hyde disparó otra vez a lo loco antes de lanzarse al túnel que conducía al Este y a la segunda cisterna bajo las pistas. Si algo sabía es que el plan de los pelotones era sellar y gasear allí. Si es que podía conducir a los Mordedores lo bastante lejos. Y estaba el otro embolsado —el coleccionador de cerebros. ¿Dónde estaba?

    ¿Era posible que otro pelotón estuviese en el punto de acceso?

    El cuerpo de Hyde gritó de dolor, sus músculos se agarrotaban entre espasmos mientras se avanzaba por la oscuridad, el camino se iluminaba por su cuerpo virtual y las luces de su capucha.

    No había ayuda.

    Esto sería el fin.

    Y entonces comprendió la decisión de Borland en el edificio Demarco cuando los Mordedores le habían acorralado y parecía no haber escapatoria.

    Mejor suicidarse que morir despellejado, o aún peor, sobrevivir a ello.

    Pero no podía hacerlo.

    No después de luchar tanto.

    Rendirse para que Jill sobrevivera, suicidarse antes de enfrentar una muerte terrible.

    Y él había jurado a los otros supervivientes que viviría.

    Una terrible muerte había empezado 20 años atrás.

    Una fuerte mano le cogió del tobillo derecho y Hyde cayó hacia adelante.

    “¡No!” gritó incapaz de controlar el miedo que le golpeaba el pecho. “¡No!”

    Algo pesado cayó sobre su espalda y bramó: “¡ESPIEL!”

    Clic. Clic. Clic. Otros se acercaban en los estrechos confines del túnel.

    ¡Ritual!

    Los pies chapotearon a su alrededor, el agua se vertió sobre su capucha.

    Las manos le agarraron. Los dedos pellizcaron.

    Hyde se maravilló durante un segundo ante la piel ilusoria de sus antebrazos antes de entrar en el agua.

    “¡Espiel!”

    Hyde luchó por girarse sobre su espalda mientras dedos pinzaban bajo el cuello del traje y tiraban.

    Rodó con el movimiento y alzó la mirada hacia la cara de un Mordedor. Los dientes de este se cerraban frente a él y sus ojos ardían con el deseo a la tenue luz de las capucha de Hyde.

    Hyde giró su bastón y lo encajó entre las fauces de la criatura, empujó hacia atrás la madera hacia el músculo desnudo y lo retorció haciendo palanca para doblar hacia la derecha el cuello del Mordedor hasta que esta ladró de dolor y frustración. Se apartó de un salto con una contorsión muscular potenciada por el Variante, llevándose con él el bastón de Hyde.

    Otros se empujaban para llegar hasta él. Adultos y jóvenes, arañando y mordiendo. Los huesos expuestos de los dedos se hundían en busca de agarre.

    Se acercó una cara, un hembra. Sus fauces aún tenían piel en mejillas y labios. Le habían arrancado la piel alrededor de los ojos junto a la nariz —la herida abierta parecía una máscara. Hyde apoyó lal Magnum contra esa cara y disparó. El pelo castallo voló tras ella con un grumo rojo y la hembra cayó a un lado.

    Luego un joven tomó su lugar, un chico, su cabeza y rojo torso estaban desgarrados hasta las venas. Sus gruesas manos estaban intactas mientras pellizcaba la cara de Hyde.

    Hyde giró su Magnum hacia la cabecita y le mareó el crujido de huesos. El chico cayó a un lado mientras las lágrimas rodaban por las mejillas de Hyde.

    ¡Basta!

    Gimió.

    Ya no puedo seguir con esto.

    Hyde dio un garrotazo a la cara de un gran macho cuando este tiró de las placas de controles que cubrían sus brazos.

    “¡Espiel!” Y otras manos le tiraban de las piernas, sus falanges se hundían bajo los bordes y pliegues de su piel-célula. Tirando. Rasgando. La imagen proyectada parpadeó mientras Hyde daba golpes en la oscuridad con su Magnum, salpicando de rojo desde los músculos y huesos expuestos. Caían en el agua, rodaban en el líquido marrón.

    “¡Essspiel! Essspiel. Espiel. Espiel. ¡Espiel!” Chillaban muchas voces una y otra vez mientras los Mordedores tiraban de él y le zarandeaban —le colocaban sus dientes.

    “¡Basta! ¡Basta!” Gritó Hyde con voz estridente en la oscuridad. “¡No puedo!”

    Hubo otro parpadeo y el proyector del traje quedó a oscuras. Los Mordedores se congelaron, inseguros.

    Un segundo después, se inició la orden programada de Hyde. No estaba sincronizada, pero...

    El proyector del traje se encendió en un destello blanco nuclear que cegó todo lo que había en el túnel.

    Incluso a Hyde.

Capítulo 66

    Borland tropezó sobre el cuerpo de Shanju a un metro más allá de donde el túnel se ramificaba. No se había esperado que el agua fuese tan profunda y oscura y no había esperado que el despellejado cadáver asomase entre sus brazos..

    Fue Lilith quien la identificó.

    Pero Borland estaba tan agotado, su sistena nervioso tan sobrecargado, que no pudo hacer más que gruñir a aquella cosa al apartarla de un empujón. Lilith y Zombie mostraron genuíno miedo y repulsión cuando le ayudaron a ponerse de pie. Chico de Playa masculó y cargó su escopeta, queriendo venganza.

    ¿Venganza contra qué?

    “Genial,” dijo Borland mirando atrás hacia el túnel. Tapaplana había sellado el el punto de acceso detrás de los pelotones, y acababa de terminar de soldar una rejilla en el túnel oriental antes de dar la señal al equipo de Borland y arrastrar su equipo tras Aggie. Borland podía oír al pelotón avanzando lentamente por el túnel, buscando ruidosamente madrigueras de conejo.

    Él ya le había dicho a su pequeño equipo que cambiasen sus intercom a un segundo canal. Sabía que se hartarían y cansarían pronto de oír sus propias respiraciones. No tenía sentido escuchar también las del otro grupo.

    “Vamos,” les dijo, y se movió von cautela por la rama oriental.

    Tenían una misión.

    Después de que el conductor de Hyde se hubiese calmado, este había informado de que Hyde se había adelantado por túnel después de oír al menos la voz de un civil. Habían pensado que pertenecía a una cautiva de la manada de caza. Puesto que uno había escapado al ritual, singnifiba que podría haber otros supervivientes.

    Ni Aggie ni Borland tenían muchas esperanzas al respecto, pero ello le había dado el visto bueno para entrar en la rama oriental a buscar a Hyde, ya que este estaba esperando que algún tipo de ayuda llegase por ese camino.

    Rescatar a un cautivo y a un capitán veterano no era suficiente para arriesgar toda la operacíon ni a los pelotones, de modo que Aggie había pedido voluntarios para ir con él. Borland había escogido a Lilith, a Zombie y a Chico de Playa como equipo.

    Si no podían encontrar a Hyde, regresarían a la entrada del punto de acceso donde pudieran agacharse y matar todo lo que viniese por el túnel y que no pudiese decirles su nombre. Maga había dicho que Midhurst estaba enviando pelotones de Metro como refuerzo. Llegarían dentro de una hora.

    Ese era el plan.

    Borland gruñó y eruptó su último trago. Avanzar por el estrecho túnel le removía las tripas, hacía que le tiraran y dolieran las hernias. El vaho se estaba acumulando dentro de su capucha. Hacía calor. Intentó averiguar por qué había acabado envuelto en una operación de rescate.

    Se lo debes.

    Borland rumíó sobre aquello mientras chapoteaba por el agua. Le seguía su grupo: Lilith, luego Zombie y Chico de Playa detrás del todo.

    Hyde piensa que se lo debes.

    Y Borland estaba convencido de que Hyde no comprendía la situación. Las cosas no eran como él pensaba.

    Él no podía sufrir por ello también.

    “No es culpa mía,” susurró Borland.

    “¿Qué dice, Capitán?” La voz de Lilith era nítida por el intercom.

    “¡Nada! Mantened los ojos abiertos,” espetó Borland barriendo con las luces de su capucha a tiempo de ver una manita extendiéndose desde la izquierda.

    “¡Esperad!” Ladró apuntando con la escopeta. El túnel se ensanchaba a un metro por delante. Cuando el ejército había construído su espacio de almacén, habían remplazado una sección del alcantarillado circular con un estrecho salón de hormigón. A unos siete pasos, un brazo sin piel colgaba de un paso de ventilación. Se movía despacio, los músculos relucían con bolsas de infección.

    ¿Qué demonios?

    “¡Jesús, Capitán!” gritó Zombie levantando la escopeta.

    Las lámparas combinadas del grupo mostraron que el brazo estaba atrapado entre dos barras dobladas de la rejilla de ventilación. En el interior podían ver el hombro y cabeza despellejados de un pequeño Mordedor —un niño . Estaba cubierto de una película cerúlea. Las venas latían sobre el cráneo lentamente.

    “¡Essspiel,” siseó este débilmente. El blanco de sus ojos era amarilo. Las pupilas estaban dilatadas a pesar de la luz de las capuchas. Sus dedos hacían un lento movimiento en abanico, pero no podían salir. “Espiel.”

    “¿Qué le ha pasado?” preguntó Lilith apuntando con la escopeta.

    “Que se ha colado en la ventilación.” Borland se encogió de hombros y trató de ver detrás del chico. El cuerpo estaba bastante atorado en un conducto de ventilación hecho de lámina de acero. “La sala de almacén debe de estar allí detrás.” Recordó los planos de Hazen. Negó con la cabeza. “Intentó salir y se quedó atrapado —no son genios.”

    “¿Qué le pasa?” Zombie frunció el ceño a la cosa.

    “Si no nos los cargamos antes, los Mordedores mueren por la infección o la pérdida de sangre —por el trauma. No tienen piel,” gruñó Borland, y empezó a seguir por el túnel.

    “¿Qué?” Chico de Playa llamó desde atrás. “¿Vas a dejarlo ahí?”

    “No podemos arriesgarnos a hacer ruido disparando,” dijo Borland sobre su hombro. “Ese no va a ir a ninguna parte.”

    Chapotearon hacia el Norte, el agua se movía contra ellos ahora, se acumulaba en algunas partes creando remolinos que tiraban del vinilo en su piernas. Pasaron una larga sección de estrecho túnel redondo seguida de otro tramo rectangular de hormigón.

    Borland dio un suspiro de alivio cuando lo vio. El techo era más alto y le permitía moverse sin tener que agacharse.

    Luego el capitán se congeló. Más adelante hacia la izquierda, las luces de sus capuchas mostraron un umbral en el lado izqueirdo del túnel. Había dos escalones, el inferior cubierto de agua. La puerta estaba hecha de gruesas tablas de acero unidas, pero estaba doblada y mellada, y colgaba abierta de un único gozne.

    “Maldita sea,” bramó Borland. Llevó la escopeta hacia la puerta mientras pasaba despacio a su lado.

    Lilith y los demás hicieron lo mismo, las luces de las capuchas mostraron vigas que llevaban a una sala en sombras. Cajones, cajas y tambores descansaban junto a las paredes de ladrillo.

    “El cabo no mencionó eso,” dijo Lilith.

    “Es probable que sus lámparas estuvieran en intensidad baja —no lo vieron,” explicó Borland. “No querían llamar la atención.”

    “¿Crees que hay Mordedores ahí dentro?” preguntó Zombie.

    “Lo han estado,” gruñó Borland y dio un tentativo paso hacia la puerta junto al quicio roto —para escuchar. “Pero está muy tranquilo.”

    A eso, chapoteos repetitivos hacia ellos por el túnel desde el Norte. Borland se giró, avanzó algunos pasos. Las luces de su capuchas parpadearon en las paredes de hormigón. A veinte metros de su posición, la alcantarilla redonda empezaba otra vez. Era un círculo se oscuridad que emergía del agua.

    “¿Ese es Hyde?” Chico de Playa barrió las tinieblas con su escopeta.

    “Se mueve rápido,” dijo Lilith.

    “Demasiado rápido para para él,” gruñó Borland agarrando con fuerza la escopeta entre sus manos.

    “El cabo dijo que podría haber supervivientes,” espetó Lilith.

    “Dijo que...” Borland entornó los ojos hacia la distancia. “¡Espera!”

    En el límite de las luces de sus capuchas, captaron movimiento. Algo rosa se movía deprisa por el sumidero. Cuerpos rojos. Dientes brillando.

    ¡Mordedores!

    ¡Cinco!

    “¡Essspiel! ¡Essspiel! Espiel. ¡ESPIEL!

    Borland disparó desde la cadera. Uno de los Mordedores recibió la posta de lleno en la cara, pero siguió llegando con los rasgos retorciéndose alrededor de un único ojo obsesivo. Otro impacto le arrancó el brazo a un segundo Mordedor, pero apenas le retrasó, potenciado con el Variante y la necesidad del ritual.

    “¡Atrás! Atrás. ¡Por la puerta! ¡YA!” gritó Borland bombeando la escopeta. El pecho de un Mordedor explotó. Chico de Playa apareció a su lado disparando como un poseso. Borland le dio un codazo hacia el umbral.

    “¡Adentro!” le ordenó. Murió otro Mordedor. “¡Ahora!”

    Lilith y Zombie no podían abrir fuego sin alcanzar a Borland o a Chico de Playa, así que subieron corriendo las escaleras y cruzaron el umbral hacia el área de almacén.

    Chico de Playa los siguió.

    Borland siguió disparando.

    ¡Bastardos!

    Sólo quedaban tres. Dos estaban gravemente heridos, pero el ritual anulaba la autopreservación. El capitán disparó una última vez y miró hacia la puerta abierta. En el interior, Chico de Playa permanecía en el almacén subterráneo; tras él, Zombie y Lilith escaneaban la oscuridad con las luces de sus capuchas.

    Borland puso una bota sobre el escalón y agarró el pomo de la mellada puerta para impulsarse.

    Las luces de su capucha giraron hacia las sombras detrás de él.

    Allí. Un gran macho con pantalones rotos del ejército, despellejado de ombligo a cabeza, se había metido de algún modo detrás de ellos o ellos habían pasado algo por alto.

    “Essspiel...” slseó.

    ¡Maldito hijo de perra!

    La tristeza y el horror le atenazaron.

    ¡Sólo es gente!

    ¡Escapa!

    Dio un portazo en la cara de Chico de Playa. El joven se había girado hacia el ruido y movido para seguir a Borland.

    ¡Demasiado tarde!

    Borland puso la espalda contra la puerta y levantó la escopeta mientras los Mordedores avanzaban.

Capítulo 67

    La distracción de Hyde habiiia funcionado demasiado bien. Cierto, los Mordedores entraron en pánico y se dispersaron por la deslumbrante luz del traje piel-célula, pero los ojos sin párpados de Hyde también se cegaron.

    Había programado el traje para destellar y había perdido la noción del tiempo. Había subestimado los efectos de aboscuridad, la acción y el terror.

    Y Jill. ¿Había logrado escapar?

    El destello debía de haber agotado las baterías y el blanco que aún tenían las luces de su capucha. Sólo podía ver dolorosos fulgores y destellos de neón en su mente. La ansiedad le comprimía el pecho —¿estaba alucinando? ¿Estoy ciego? Lo único real a lo que aferrarse eran los terroríficos sonidos que le inundaban en las cercanías.

    Los devoradores de piel se habían visto superados por la luz proyectada y tras ciertos gritos de dolor iniciales y ansiosas llamadas: “¡Essspiel! Espiel. Espiel. Espiel.”

    La manada empezaba a reunirse en las sombras a pesar de su ceguera, correteando alrededor del fantasmal cliqueo que resonaba en la oscuridad de Hyde. Se arrastró lejos de los sonidos, empujando su exhausto cuerpo con el recuerdo de adrenalina.

    El agua era más profunda en el túnel que iba al Este bajo la pista y Hyde se impulsaba con los antebrazos y muslos hacia la corriente. Sabía que la cisterna oriental estaba a un kilómetro de la ramificación del túnel. Si podía hacer que los Mordedores le siguieran, los pelotones podrían tener tiempo de sellarlos dentro.

    Hyde aún agarraba la Magnum con la mano derecha. Sólo quedaba una bala. Un ágil y torpe chequeo de su traje le mostró que el cinturón, con sus cargadores rápidos y centellas, se había partido en la melé.

    Una bala. ¿Para quién?

    De pronto notó patrones naranja danzando delante de la cara y descubrió que era el ámbar de las luces de su capucha reflejado en el agua. Estaba recuperando la visión.

    “¡Espiel!” Resonó desde atrás.

    “Essspiel. Espiel. ¡Espiel.” Respondió un coro de voces. Los Mordedores estaban recuperando la visión y confianza también.

    Hyde los oyó cliquear, orientarse; y luego oyó el rápido roce de los pies en su persecución.

    Hyde reunió sus fuerzas, se levantó sobre sus armazones, se tambaleó hasta la pared curvada hasta que pudo quedar de pie y girar para enfrentar la manada. Una vez quedó erguido, pulsó en las luces de la capucha y envió un cono de luz amarilla hacia la oscuridad ante él.

    “Espiel. Esssspiel.” Y el roce de los pies acercándose.

    Hyde sacoo el tambor del revolver y contó la única bala viva antes de cerrarlo.

    Encuentra al Alfa.

    A estas alturas, la manada habría establecido cierta jerarquía. Se basaba todo en arcaico código genético de primate. El status de alfa se establecía mediante luchas de piel, simple intimidación y experiencia en situaciones extremas —y también en algo de suerte.

    Desafía al Alfa.

    Impulsivamente, Hyde aumentó el audio externo del traje —confiando en que tuviese bastante potencia. Luego desabrochó el cierre en su garganta. De un tirón, sacó el frontal de su piel-célula para abrirlo y echó hacia atrás la capucha.

    Las luces de la capuchas colgaban en sus hombros e iluminaban su cara despellajada, garganta y torso. Los ojos desnudos de Hyde relucían entre un algo amarillo. El micrófono y biosensores del traje aún seguían sujetos a su cráneo en una banda de plástico.

    Entonces vio las rojas formas heridas chapoteando hacia él. Los músculos rosa se flexionaban, ojos sin párpados relucían y fauces sin labios mordían el aire.

    “¡Espiel!” gritaban al acercarse. “Essspiel.”

    Hyde se concentró en el líder, un gran macho. Mirooo a la criatura a los ojos entre un anillo de luces, las luces de la capucha que colgaban de un torcido cable alrededor de su cuello y hombros.

    Oh, Dios.

    Hyde reconoció la tensa mata de pelo que recoría la cabeza de oreja a oreja.

    Los Mordedores se aproximaban. Habia 10 abalanzándose sobre él entontando “Ssspiel.”

    Y el líder se alzó, cerrando los dientes en el aire delante de la cara de Hyde.

    “¡SSSPIEL!” bramó con las manos en garras hacia fuera.

    “¡SSSPIEL!” rugió Hyde en respuesta, su voz amplificada vibró en el aire alrededor de ellos. Apuntó la Magnum a la cabeza del líder.

    El Mordedor se agachó y Hyde avanzó paso a paso. La manada quedó aguantando detrás, mirándole con duda y ojos desnudos.

    “¡SSSPIEL!” ladró el Mordedor y se acercó cerrando los dientes en la mandíbula de Hyde.

    Pero Hyde aulló y se echó hacia atrás. Apuntó con su Magnum y le golpeó al gran macho en la sien izquierda.

    “¡SSSPIEL!” siseó Hyde y golpeó con el arma otra vez. Su voz amplificada resonó en la oscuridad. Los demás Mordedores se acobardaron cierta distancia por el túnel, siseando nerviosamente su obsesión.

    “¡SSSPIEL!” Chilló el Mordedor furiosamente antes de cargar.

    Hyde sabía que la criatura podía superarle sólo con su peso.

    Así que se arriesgó.

    “¡Pajarera, basta!” Bramó Hyde por el audio externo.

    Y el Mordedor dudó. Por un segundo, Hyde estuvo seguro de haber visto algo similar al reconocimiento en los ojos de la criatura cuando esta inclinó la cabeza a la izquierda y a la derecha. Abrió las fauces mostruosamente como si quisiese hablar.

    “Lo siento!” dijo Hyde, y puso el arma bajo la barbilla del Mordedor.

    Las fauces de Pajareja se cerraron de golpe como si cierto descubrimiento hubiese llegado a su destino.

    Hyde disparó y los sesos del embolsado salieron volando desde detrás de la cabeza.

    La cosa levantó la manos por acto reflejo y se aferraron a la carne y músculo expuesto del pecho antes de caer hacia adelante, muerto en el agua.

    Hyde miró hacia los demás. Seguían agachados y acobardados en el agua, obviamente, mostrando miedo, tal vez aceptación u obediencia.

    “¡SSSpiel!” rugió Hyde con el corazón a mil por hora. ¿Habría otro para desafiarle? No tenía más balas.

    “Essspiel,” repitió la manada, agachándose; sus cráneos expuestos asintieron a la luz ámbar de la capucha de Hyde. Sus dedos extendidos pasaban repetidamente sobre la superficie del agua.

    ¡Ritual! Querían el ritual.

    “¡SSSPIEL!” Chilló Hyde y avanzó un paso. Pensando con rapidez.

    ¡Soy un Alfa!

    Los devoradores de piel se apartaron ante él.

    Tú eres el Alfa.

    Estaba claro; lo decían con los ojos, con sus clics aprobatorios, a medida que él se tambaleaba entre ellos.

    Levantaron las manos, falanges desnudas y tendones al aire tocaron primero los pesados armazones de las piernas de Hyde, luego recorrieron sus brazos y pecho cicatrizado con admiración y aceptación. Dedos podridos acariciaron su cara despellejada.

    Infección. No vas a escapar de esta después de todo.

    Y supo que el círculo estaba completo.

    “¡Essspiel,” susurró suavemente, posando una mano enguantada sobre una coronilla abierta, la de un niño o una niña.

    “Ssspiel,” Gritó nerviosamente. Cilc. Cilc. Cilc.

    Te necesitan.

    Siseó tranquilizadoramente mientras la manada de caza se agrupaba a su alrededor, circulándole. Llenos de ansiedad y miedo —llevados hasta el horror y la violencia por el Variante —necesitaban el ritual.

    Alzaron sus horripilantes manos para aceptarle, para tratarle como a un líder.

    Infección.

    Hyde tenía un centernar de abrasiones por la lucha. El agua y la manada de caza, su manada, era una herida abierta goteando la molécula del Varión híbrido.

    Y no había más balas.

Capítulo 68

    El gran macho agarró la escopeta de Borland por el cañón y tiró. Sus ensangrentadas manos resbaladizas se deslizaron por el metal y el peso de Borland funcionó a su favor, le dio influencia para girar el arma. Trató de reventar la cara de un Mordedor que se aproximaba.

    Se oyó un clic cuando apretó el gatillo.

    Vacía.

    El gran macho torció la escopeta cuando los otros dos Mordedores saltaron sobre Borland. Sus dedos sin piel rasgaron y arañaron su traje-bolsa de vinilo buscando una entrada. Sus pesos le hicieron chocar contra la puerta, que se sacudió en el marco.

    Entonces, destellos de luz explotaron por las grietas de la astillada madera e iluminaron la pared frente al capitán.

    ¡Buum! ¡Buum!

    ¡Descargas de escopeta! ¿Estaba Chico de Playa tratando de atravesar la puerta? Había gritos ahora y un siseo.

    ¡Había Mordedores en el espacio de almacén!

    Pero Borland no tenía tiempo de pensar.

    El gran macho tiró de la escopeta. Borland lo midió bien, liberó el agarre y el Mordedor perdió el equilibrio, cayó siseando y chocó contra el agua.

    Los restantes Mordedores le rasgaban. Estaban cortados y despellejados, pero no lo bastante para esconder el hecho de que uno era un chaval de 10 años de ojos azules y el otro una pelirroja adolescente con una sudadera de animadora y falda colgando a tiras llena de sangre.

    Mátalos, Borland.

    ¡No!

    ¡Está pasando otra vez!

    La furia ardió por los nervios fritos de Borland, que se fundieron.

    ¡Apartaos de mí!

    Era imposible escapar. El odio le prendió fuego.

    Esto era El Día.

    Y Borland se volvió mico.

    Mientras el gran macho aullaba como un animal, lanzando la escopeta por el túnel, Borland usó su volumen para dar un codazo a los jóvenes Mordedores y sacar la pistola.

    Disparó su .38 a bocajarro en el pecho del Mordedor hembra. Ella gritó y se agitó en el aire, pero murió cuando Borland disparó otra bala en el corazón.

    El gran macho estaba detrás, cerrando sus cortadas manos sobre los hombros de Borland y tirando de él para acercarle. Borland resopló cuando las fauces de este se abrieron, cuando hundió sus dientes en el escudo facial de vinilo.

    Incluso a través del grueso material, Borland sintió el poder del mordisco, potenciado por el Variante. Sus mejillas y mandíbulas se arrugaron y pincharon con los plieges del vinilo mientras el Mordedor cerraba los dientes en un grotesco y mortal beso. Empujaba los hombros de Borland como si fuese a arrancarle la cabeza.

    Todos, como el chico Mordedor, estaban tirando y pellizcando el hombro izquierdo de Borland, hundiendo los dientes en el vinilo, con grasa y piel bajo el brazo.

    Borland gruñó.

    ¡Bastardo!

    Y gimió.

    ¡A mí no!

    Gruñó por el abrazo del Mordedor.

    ¡NUNCA!

    No podéis vencerme..

    Fue a por el gran Mordedor macho, avanzó de pronto y lanzó todo su peso contra el pecho despellejado del bicho.

    Se oyó un crujido cuando cedieron las costillas. El Mordedor jadeó, abrió sus fauces y Borland frunció el ceño ante el hedor del aliento.

    Luego sintió un dolor en la axila cuando el joven Mordedor tensó su agarre de pitbul, tirando y retorciendo con la boca llena de vinilo y piel.

    Pero Borland estaba peleando con el gran macho, levantando la pistola y aplastándola en la carne expuesta de la cara de este antes de impactar dos veces en la garganta y tráquea cerúlea.

    “¡SSSPIEL!” siseó la cosa, sus músculos al aire se tensaron de dolor y necesidad. Con una viciosa actividad de agarrar y rasgar, agarró la capucha de Borland y empezó a sacudirla de un lado a otro, casi zarandeando al hombre hasta derribarlo mientras rasgaba el vinilo.

    Pero Borland también estaba furioso. La rabia le ardía desde la axila por el dolor cuando el joven Mordedor le hizo una brecha y empezó a masticarle. La furia hirvió en su corazón.

    Rugió y aplastó su .38 en la sien del gran macho, luego la llevó hacia atrás y golpeó otra vez. Trozos de carne y sangre salpicaron su destrozado escudo facial.

    El Mordedor mordió su pistola.

    “¡Basta!” Borland mostró sus dientes, gruñendo detrás del vinilo. Llevó la pistola dentro del ojo del gran macho. “¡Condenado bicho, he dicho que basta!”

    Disparó dos veces y el gran macho se sacudió poderosamente, sus afiladas falanges rasgaron el traje bolsa de Borland, tirando hacia adelante —rasgando las costuras. El Mordedor tembló y cayó al agua.

    El joven Mordedor estaba absorto en el ritual, aún rasgando y cortando el brazo. Borland tiró de su arma y disparó.

    Pero falló.

    Ante el estallido, el joven Mordedor notó que estaba solo, soltó a Borland de repente. Siseó y chapoteó hacia el Norte a la velocidad de la luz.

    “¡No te escaparás!” gruñó Borland flotando en el eco del dolor. Me acabas de matar.

    Tenía roto el traje. Podía oler el aire estancado de humedad del alcantarillado. ¿Se había infectado?

    Miró buscando al joven Mordedor con el corazón ardiendo de adrenalina. Dio cinco pasos y una patada a su escopeta. Le dolieron las sienes cuando paró para sacarla del agua. Una chispas danzaban frente a sus ojos.

    Luego cargó hacia el Norte, gruñendo mientras el camino se estrechaba y limitaba sus movimientos. Las luces de la capucha estaban bizcas. Una alumbraba a sus pies; la luz derecha apuntaba al frente.

    El gran macho las había dejado hecho un cristo.

    Borland olía a rancio y a podrido y a moho. Podía sentir la humedad en las mejillas.

    Juego Terminado.

    En la distancia oyó disparos o truenos.

    ¿Eran esos Zombie y Lilith? ¿Se habían encontrado con más Mordedores? ¿Dónde está Chico de Playa?

    Pero las ideas se calentaban en las llamas de su rabia. Traían más furiosas lágrimas sobre la cara.

    Terminará pronto.

    El agua se elevaba por encima de las rodillas a veces y entonces...

    “¡Ssspiel!” Las palabras venían de delante.

    Borland atenuó las luces de la capucha.

    Cuando bajó la luz notó que el agua de delante, a unos veinte metros, estaba brillando. ¡Estaba en el cruce! Luego la luz empezó a parpadear fuera del túnel oriental.

    De pronto Hyde y un grupo de Mordedores salieron de la sombra por la derecha —moviéndose hacia el túnel occidental. La piel-célula del viejo goblin había desaparecido. Un anillo de luces de la capuchas colgaba de sus lisiados hombros iluminando biosensores que aún le pendían de su cabeza.

    Los restos de su traje drapeaban a jirones sobre los armazones de sus piernas. Se movía delante de la manada, guiándola hacia el Oeste, hacia la cisterna —directamente hacia la ruta de Aggie.

    Los Mordedores susurraban y cliqueaban alrededor de sus piernas. Agachados, estirando las manos y tocándole como si fuese el Alfa.

    Él era el Alfa.

    Y el ánimo de Borland cayó a sus pies mientras Hyde conducía a su manada hacia el Oeste.

    “Essspiel...” susurró una voz —cercana.

    Borland maldijo, subió al máximo las luces de su capucha. Cuando giró a su derecha, la luz se posó sobre un par de piernas con los tobillos sumergidos en el agua. Acurrucada a un lado del túnel había una mujer acunando al joven Mordedor en sus brazos.

    Habría pasado andando justo a su lado.

    Parecía ser la madre.

    “Hola, Tío Joe,” dijo Jill Hyde dejando al Mordedor en el suelo y poniéndose en pie. El devorador de piel se agachó junto a las pantorrillas de Jill. Ahora Borland podía ver que había estado acunando el cuerpo de un perrito en el ángulo del brazo como algún bolso obsceno. Habían despellejado al animal. “Gracias por decirle a papá que yo estaba aquí. Él me rescató.”

    “Oh, no, Jill.” Borland suspiró, retrocediendo. “No fui yo.”

    “Todo esto es un gran accidente,” dijo Jill. “Nadie sabía siquiera que yo era una chica kinder.”

    Mientras la adrenalina se consumía, Borland empezó a notar sus propias heridas. Sólo esperaba que fuesen las antiguas las que le dolían. Sus hernias le tiraban con cada movimiento, y le dolía el ombligo como si le hubiesen apuñalado. Notaba magulladuras y abrasiones en cara y cuerpo, y le dolían todas las articulaciones. Si los Mordedores le habían abierto la piel en alguna parte, y babeado o sangrado en ella... él podía presentarse en cualquier momento.

    Y ahora esto...

    “Quizá puedas ayudarme,” dijo Jill bajando una mano y presionando la palma contra la cara sin pel del joven Mordedor. Este alzó la vista hacia ella y emitió un clic, luego miró a Borland y siseó: “Essspiel.

Capítulo 69

    Hyde guió a su manada al Oeste atravesando el área abierta donde los túneles se ramificaban y hacia la cisterna donde había dejado a Jill.

    Ella debe de haberse ido. Ahora debe se estar a salvo. No dejaré que le hagan daño.

    Sintió un repentino subidón de adrenalina cuando un grupo de pisadas se aproximaron. Más Mordedores. Los siete que aparecieron habían seguido hacia el Norte por el túnel del Este más allá de la cisterna. Aggie y el pelotón estarían cerca siguiéndoles el rastro.

    A la luz de la capucha, Hyde vio que muchos de los Mordedores llevaban heridas de escopeta y pequeñas armas de fuego. Se movían como relámpagos a pesar de sus lesiones; cargando hasta la pequeña manada de Hyde con la atolondrada velocidad de los reflejos y fuerza potenciados del Variante. Presionaban al grupo de Hyde siseando y escupiendo, pellizcando y tocando.

    Un par de grandes Mordedores, musculosos en vida, con sus caras cortadas, un macho y una hembra soldados a juzgar por sus ropajes arruinados, presionaba cerca de Hyde, olfateándole y merodeándole mientras las tripas de este se agitaban por la repulsión, mientras los fluídos corporales le salpicaban en el abierto pecho cicatrizado.

    Pero él empujaba en respuesta y los intimidaba con su propio odio y furia concentrados, cerrando las fauces en el aire frente a sus caras, bramando “ESPIEL” y mordiendo furiosamente, incluso chocando incisivos con la hembra.

    Con un grito y muestra final, estos Mordedores más grandes entraron en línea. Aterrorizada y lisiada, su creciente manada sentía la necesidad del alivio. Se sometían a su voluntad por miedo y debilidad, por necesidad del ritual.

    Hyde cerraba sus fauces y lanzaba sus manos enguantadas para pellizcar a los Mordedores más cercanos, para someterlos, para hacerlos retroceder como rebaño hacia el lugar de donde habían surgido, hacia la cisterna y el pelotón que se aproximaba.

    Si es piel lo que queréis...

    Los devoradores de piel pequeños se movían cerca de sus rodillas mientras que los Mordedores más grandes; o bien investigaban a su nuevo Alfa tocando cautelosamente los armazones de las piernas, o bien exploraban las sombras más adelante

    Pronto salieron del túnel y gatearon por su entrada. El agua que se había desbordado de la cisterna encharcaba el pasadizo de cemento que rodeaba el perímetro. Tenía dos metros de ancho y ofrecía base peligrosa a los Mordedores cuando los más ansiosos leían mal su borde y tenían que agarrarse a sus hermanos para evitar caer en el charco burbujeante de agua frígida.

    Hyde alzó la vista hacia el techo redondeado de la cámara. Estaba perforado a intervalos por sumideros igualmente espaciados que vomitaban agua de lluvia en el estanque central. Hyde vio la oxidada escalera de hierro atornillada al muro que conducía arriba hasta un portal, sin duda cerrado con llave.

    “¡ESSSPIEL!” gritó uno de los machos y se agachó en el pasadizo inundado. Pero no había necesidad de explicar nada a Hyde. Él ya había visto el movimiento en el túnel adyacente que se abría frente a ellos.

    El pelotón estaba amontonado detrás de la puerta con sus luces apagadas. Un reconocimiento que se había tornado una oportunidad.

    Si él hubiese liderando el pelotón, dejaría que los Mordedores hicieran asamblea allí y luego encendería las luces de las capuchas y saldrían disparando hasta que el último hubiera despejado el túnel.

    “¡Espiel!” ladró una pulcra hembra.

    Fue respondida por un coro de lo mismo mientras los Mordedores se separaron instintivamente en dos grupos de casi el mismo tamaño. Uno tomó el Norte alrededor del borde del charco, el otro siguió el pasadizo circular hacia el Sur.

    “¡Ahora!” gritó Aggie.

    Las luces de las capuchas brillaron a la vida.

    Hyde y los Mordedores se alejaron del fulgor cegador.

    Y comenzaron los disparos.

    Destellando. Bocas cegadoras.

    “¡Espiel! ¡Ssspiel! ¡SSSPIEL! chillaron los Mordedores, saltando y avanzando, corriendo hacia el pelotón. Cegados, temerarios por la necesidad.

    Hyde dio dos tambaleantes pasos y sintió un repentino golpe en el pecho.

    Miró hacia abajo. A dos centímetros bajo el despellejado esternón había aparecido un agujero de bala. Manaba sangre de él.

    Ni siquiera me duele. Bueno eso es...

    Hyde dio otro paso y cayó entre el tiroteo dentro del charco de la cisterna. Se hundió, pero rebotó en el fondo, elevado por la corriente que explotó desde sumideros enrejados abiertos en cada punto cardinal.

    La cisterna tenía un metro de profundidad. Hyde tosió, llevó una insensible mano hasta el frío borde de cemento lo bastante ancho para enganchar su barbilla sobre él.

    Y observó.

    El grupo del sur fue hecho pedazos cuando los embolsados siguieron las órdenes de Aggie y concentraron su fuego en el asalto frontal. La acción destruyó casi la mitad de la manada de caza, aunque dejó al pelotón indefenso para lo que vino después.

    Mordedores más rápidos y más fuertes habían rodeado el borde Norte de la cisterna y se habían acercado con sólo dos bajas. Esos dos absorbieron los impactos de escopeta mientras los Mordedores de atrás avanzaron hasta el pelotón como arietes. Los confines cerrados derribaron a dos embolsados dentro del agua donde se hundieron en sus trajes, sus luchas enviaron olas sobre Hyde.

    Los Mordedores siguieron el ataque, burlando las escopetas del pelotón, cargando y llevando la violencia hasta la brutal proximidad. Grandes y pequeños eran rápidos, imposibles de golpear.

    Aggie reconoció el peligro, comprendió la necesidad de despejar espacio alrededor del pelotón. Dio un paso al frente y le rompió la rodilla al Mordedor más cercano. Le rompió el cuello mientras el bicho caía.

    Con una patada giratoria a los tobillos, la capitana tumbó de espaldas a dos de los Mordedores más próximos donde uno fue disparado por un embolsado, Bailarina. Aggie aplastó el cráneo del otro con la culata del arma.

    Siguiooo con una patada voladora en la cara de un gran macho. Los huesos de las falanges de este se agarraron a Aggie, pero un único movimiento de sus manos le dobló el antebrazo por la mitad.

    Otros Mordedores, macho y hembra, vieron a Aggie. Una, con un destrozado vestido y tiras de nailon, colocó los dientes en el hombro de Aggie. Ella sacó la pistola y le disparó en la frente mientras el otro usó la fuerza bruta para agarrarle del traje, apartarle los miembros y tumbarla al suelo.

    El pelotón avanzaba gateando para ayudarla cuando el macho saltó encima del pecho de Aggie. Sus manos como zarpas le agarraron la cara y la golpearon mientras otros tiraban de la capitana.

    El pelotón dudó, receloso de disparar tan cerca de ella.

    Luego gritaron su nombre, dieron la vuelta a sus escopetas y cargaron contra la manada blandiendo las armas como mazas.

    Ellos no lo sabían.

    Hyde observó desde el agua —en completo frío.

    Sólo Aggie lo sabía.

    Los Mordedores cargaron y empezaron a rasgar.

    Sólo Lovelock osaría combatirles cuerpo a cuerpo.

    “¡ESPIEL!” aullaron los Mordedores concentrando sus esfuerzos. “¡Essspiel!”

    Llevaron la batalla hasta el pelotón.

    Destellaron algunas armas. Se rompió huesos. Se arrancó piel.

    Se acabó.

    Hyde dio un suspiro final. Tiritando incontrolablemente, perdió su agarre y se hundió bajo la superficie.

Capítulo 70

    “Sólo fue algo que hice para calmarme. ¿Sabes de esas personas que adoran comer piel de pavo en las vacaciones? Así es como pienso en ello. Las Navidades y Acción de Gracias eran mis favoritas: no sé por qué. Mamá solía quejarse y decir que tenía que comer carne también.” Los ojos de Jill Hyde se oscurecieron. “Empecé a esconder la piel en servilletas y llevarlas a mi habitación para comer cuando todos estaban en la cama.”

    Se encogió de hombros. “Después, me hice inventiva y empecé a pelar los perritos calientes, incluso encurtidos. Les quitaba la cobertura exterior para comer. Me sentía bien.”

    “¿Tus padres no se dieron cuenta?” A Borland le latían las sienes a medida que su ansiedad y adrenalina se acumulaba hacia una embolia.

    “Estaban demasiado ocupados peleando.” Jill paseó por el túnel. El joven Mordedor la seguiia agachado junto a sus rodillas. “Y cuando se gritaban, yo lo hacía más. Ellos gritaban y yo despellejaba algo.” Dio una carcajada ante la expresión de Borland. “Nada vivo, Tío Joe —cosas como filetes y dulces: Rollitos de Fruta o caramelo. A veces iba a por algo que pudiese aplastar y picar en pedazos del tamaño de la boca.”

    Quedó en silencio y sonrió. “Con sólo enrollarlo entre los dedos a veces era suficiente. Mamá y papá se peleaban, pero ese enrollar me calmaba. Comerlo hacía que todo fuera bien en el mundo.”

    ¡BANG! ¡BUUM! ¡BANG!

    Los disparos surgieron en el aire, el estruendo venía del Norte. Borland hincó una rodilla y movió sus armas defensivamente.

    El joven Mordedor se asustó y envolvió con fuerza los muslos de Jill con los brazos. Ella se tensó, bajó la vista hacia el Mordedor, luego pellizcó una pieza suelta de piel de la nuca del chico. Consideró a Borland un segundo antes de meterse ansiosamente el bocado en la boca.

    La postura de Jill se suavizó mientras masticaba.

    ¡BANG! ¡BUUM!

    Aún así, los disparos les ensordecían. Agachado, Borland sintió agua derramándose por el lado izquierdo de su traje, pero mantuvo los ojos en Jill y el pequeño Mordedor.

    Los disparos siguieron durante un minuto más y luego perdieron cadencia. Ahora había otro ruido, más bajo pero distinguible. Estaban dando violentos golpes.

    Más disparos.

    “¿Crees que papá está bien?” preguntó Jill dando un paso hacia Borland.

    “Quédate ahí,” le ordenó él sujetando la escopera por el cañón y apuntándola con la pistola. “Sé lo que eres.”

    Ella sonrió y empezó a hablar. La monótona cualidad de su voz era enervante.

    “¿Recuerdas cuando mamá me llevó a la Estación Nueve para ver a papá, yo era pequeña y tú siempre me subías sobre los hombros y corrías alrededor de los transportes?” La voz de Jill se suavizó. “Y ambos sabíamos que a papá no le gustaba, pero lo hacíamos de todas formas. Siempre —le tocábamos las narices.”

    Borland asintió, recordando a la niña de ojos brillantes corriendo hacia él —tolerante e inocente— incapaz de juzgarle sin importar lo colocado que estuviese. Hyde siempre refunfuñaba.

    “Cuando papá fue herido y se marchó, yo sólo era una cría. Pero después supe lo que había pasado y más o menos entendí por qué se apartó y no le devolvía las llamadas a mamá o a mí. Siempre pensé que crecería para ser una doctora y ayudarle algún día.” Ella sonrió. “Para que pudiésemos ser una familia.”

    Jill se mostró alicaída. “Pero era demasiado nerviosa para la universidad. No pude aguantar la presión, ¿sabes?, pasaba un montón de tiempo en los armarios comiendo piel de pollo. Fracasé del todo tras un par de años y conseguí un empleo en un laboratorio.”

    “Medcor,” dijo Borland mientras se ponía en pie.

    Jill sonrió y asintió. “Hacíamos pruebas en muestras de tejidos de todas partes, instalaciones de investigación y clínicas especiales.” Bajó la mirada, casi avergonzada. “De verdad que intenté controlarlo, pero a veces los dermatólogos enviaban cosas para clasificar y deshechar. Piel. Cuando había suficiente, bueno, no podía resistir llevarme un poco a casa —sólo para tocarla cuando estuviese nerviosa.” Se llevó una mano a la boca y tapó la sonrisa. “Una vez, cuando estaba muy nerviosa, me comí un pedacito.”

    La sonrisa se extendió por toda la cara. “Pasó así, sin más, pero... chico, fue como la sensación de antes multiplicada un millón de veces.” Negó con la cabeza. “Fue un ensueño. Pero después de eso, me llevaba muestras siempre que pasaba por una mala época. Es un ansia que no puedo explicar.”

    “Ya,” gruñó Borland, y señaló con el arma. “No te acerques.” Había notado que Jill estaba avanzando lentamente hacia él.

    Ella sonrió y se congeló, con los hombres bloqueados, cuando otro disturbio de arma de fuego resonó por el túnel. Volvió rápidamente al silencio.

    “Me sentía avergonzada por comer eso, Tío Joe. Sabía que estaba mal, pero no podía parar, así que monté un cuarto especial en el sótano donde pudiese hacer con la piel lo que quisiera sin sentirme culpable. No estaba haciendo daño a nadie.”

    “Ya he visto el cuarto,” dijo Borland notando que su escopeta estaba vacía. Con el .38 será complicado. ¿Una bala? Sin opción a recargar.

    “Sólo yo y Lilly bajábamos allí.” Sonrió y sostuvo a su perro muerto mientras un rubor le subió a las mejillas. “Hace un més o así recibimos un cerebro congelado, muestas de glándulas y piel de una compañía que era sólo números en el remitente. Las muestras no estaban en solución como las otras. No pude resistir la idea de piel real sin ese regusto a etanol, así que tomé un poco y la descongelé. Fue como —volar hasta la luna.”

    “Deja de moverte, Jill.” Levantó las armas. La escopeta tenía cartuchos extra guardados en la culata, pero nunca podría cargarlos lo bastante rápido. “Estoy intentando pesar en un modo de salir de esta.”

    “Después de eso, el ansia empeoró. Empecé a soñar sobre eso y cuando miraba a la gente sólo veía sus pieles. Nunca consideré el dolor que causaría. Sólo imaginaba esa piel en mi boca, caliente y blanda. La idea parecía sexual, y cuanto más miraba a la gente, más quería sus pieles. Me ponía tan nerviosa preocupándome en calmarme. Y me excitaba tanto. Entonces, una mañana desperté sintiendo que estaba fuera de mí misma, observándome. Una voz susurraba sobre la piel y me decía cómo conseguir un poco. Me decía cómo usar el Táser que llevaba para los asaltantes e ir a la tienda de conveniencia esa noche. Cuando un hombre salió de la tienda, la voz me dijo que hablase con él.

    “Le dije al hombre que no conseguía poner en marcha el coche, y la voz le disparó con el Táser y lo metió en el asiento del pasajero. Luego le llevó a casa y le ató en mi cuarto secreto. Mira, entonces usaba cuerda, y debería haber usado cadenas.” Sonrió con mirada introspectiva. “Cogí un taxi hasta la tienda y me llevé su coche y lo escondí en mi garaje.”

    Su cara se retorcía de emoción.

    “La voz sólo cogía un pedacito de piel cada vez, en lugares tapadas por la ropa. No sé cuánto tiempo se quedaría pero, antes de que se fuese, nos emocionamos y en vez de usar un cuchillo, usé un tenedor y un plato, la voz lamía la piel y tiraba de ella con mis dientes.” Negó con la cabeza. “Todo lo sentía tan bien, pero era la voz quien tenía que hacerlo... o yo lo sabría,” jadeó, abrió los ojos de terror. “De lo contrario, Tío Joe, yo estaría haciendo daño a un hombre.”

    “¿Lo sabe tu padre?” preguntó Borland, consciente de que Jill se había acercado otro paso. Podía extender el brazo y tocarla con la culata de la escopeta. Aún había ecos que venían del túnel: el petardeo de disparos y chapoteos de acción violenta.

    Ella negó con la cabeza y bajó la vista hacia el Mordedor. “¿Qué nos está pasando?”

    “Lo único que puedo imaginar es que cogiste el nuevo Variante de las muestras del laborario. Hinchó tu propia presentación de niña kinder y pasó a tu cautivo por tu saliva. El tipo se llevó el coche cuando escapó y se le presentó como un Mordedor cuando llegó a Metro. Debió de haber ido allí en busca de ayuda,” Borland suspiró. “Antes de que dejara la cuidad, tocó algo o a alguien —dejó sangre o fluidos corporales en algún lugar público. Alguien de Parkerville lo cogió de allí. Si es que no se lo has pasado tú directamente, Jill.”

    Ella soltó el perro muerto, se puso las manos en la cara y gimió.

    “¿Essspiel?” preguntó el Mordedor dando toques al cuerpo del perro.

    “No hay nada que yo pueda hacer,” dijo Borland resoplando irregularmente.

    “No dejes que papá lo sepa,” suplicó Jill, y luego sus ojos se centraron en él. Las pupilas se dilataron, el negro absorbió los iris. “Prepárate, Joe, la voz está llegando.”

    El joven Mordedor siseó hacia Borland.

    Cuando el joven miró hacia Jill —hacia el Acechador el rostro de aquello era severo y blanco. Apartó los labios de los dientes y su cuerpo se agitó entre espasmos musculares cuando el Acechador gritó: “¡ESSSPIEL!”

    Borland disparó al joven Mordedor con el .38 cuando le saltó en la distancia. Le volaron los sesos en un abanico escarlata. Y pronto el Acechador estaba encima de él con las manos sujetando sus muñecas y empujando hasta que algo se partió. El .38 desapareció con un ¡plunc!

    Borland hizo una mueca de dolor y estampó el cañón de la escopeta en la cara del Acechador. Se oyó un fuerte clinc y crash cuando le volaron los dientes.

    Gruñendo, el Acechador le hizo girar por su muñeca rota, crujiendo los huesos, y él tropezó cayendo por el túnel. Se golpeó la cabeza en el cemento. Le parpadeó la visión al caer de bruces en el agua.

    Él se debatió, apoyó una rodilla y se giró...

    El Acechador estaba en posición de ataque en el agua, con una intensa mirada en la cara. Sus manos acariciaban el líquido que llegaba hasta las rodillas. Chasqueó la lengua y sostuvo un pequeño objeto: un diente.

    Gruñendo de dolor, Borland agarró la escopeta bajo el brazo derecho y sacó un cartucho de la culata. Lo introdujo en la ranura y bombeó el arma.

    El Acechador se giró hacia él, babeando sangre por la barbilla, y sonrió.

    Borland apuntó con el arma después de cargar.

    La escopeta rugió y la mitad del torso del Acechador explotó en un caos de carne cortada y sangre. Este se tambaleó hacia atrás gruñendo, se inclinó hacia la izquierda. Sus dedos aún arañaban el aire como garras.

    ¡Ya es suficiente! Esto tiene que acabar.

    Borland gruñó como una bestia, se puso en pie y se cargó hacia el Acechador. La sangre fluía del torso de este, manaba hacia abajo hasta las piernas.

    Borland de mordió las lágrimas al alzar la escopeta con los dedos y sujetó el cañón.

    El primer golpe le quebró el craneo con un enfermizo crujido. La sangre salpicó.

    Borland gimió mientras derribaba a Jill y le reventaba los sesos a golpes.

Capítulo 71

    Tiró la escopeta a un lado con la culata hecha pedazos. Luego dragó por la mezcla de agua y sangre hasta la rodilla hasta que encontró su .38.

    La guardó en la funda y avanzó hacia las profundidades del túnel, reduciendo el paso cuando se estrechó para abrir la petaca y drenarla en tres fuertes tragos.

    Dio una palmada a la capucha para apagar las luces. La oscuridad se cernió sobre él. Sabía que podría estar llena de dientes y muerte, pero no le importaba.

    Hyde tenía razón.

    Él era peor que el Efecto Variante. El espíritu tóxico de Borland envenenaba todo lo que tocaba —lo envolvía y tiraba de ello cuneta abajo. La gente moría siempre que su alma oscura se presentaba.

    Ardiendo de vergüenza y whisky, Borland avanzó lentamente medio agachado. Le dolía la cara y la espalda. Su abdomen era una pulsante masa de músculos retorcidos. Hizo una pausa en el cruce de cemento, una alcantarilla donde se dividía el túnel. Se inclinó para investigar una luz submergida.

    Unas lámparas colgaban de la capucha de un cuerpo despellejado. La cara tras el escudo facial estaba privada de expresión. No parecía importar que alguien le hubiese abierto el cráneo y extraído el cerebro. Estaba claro que esa carne en el agua no se parecía al nombre-escudo llamado: Lazlo.

    “Jesús, Jenkins...” dijo Borland, y soltó maníacamente una risita por el modo en que sonaba. “¡Jesús Jenkins!” Rió otra vez. “Pobre bastardo.”

    Luego oyó ruidos allí donde el túnel se bifurcaba a la izquierda —voces gritando: asustadas, ansiosas, algunas autoritarias. Las últimas eran las órdenes de Aggie. ¿Acaba de decir Hyde? ¿Es ahora un Mordedor, era eso para mejor?

    Su mirada vagó por el cuerpo flotante a sus pies.

    “Jesús Jenkins...” murmuró y giró riendo hacia la derecha lejos de los sonidos de vida, caminando hacia la oscuridad incapaz de imaginar el perdón o la muerte. “Debería llamarte Bob.”

    El agua corría ruidosamente alrededor de sus rodillas. Profundos sonidos de gorgoteo surgían mientras vadeaba contra la corriente.

    También captó algo. Su capucha estaba rota por la lucha, así que podía oler la humedad y el eco de podredumbre, pero había algo más, una brisa que entraba desde el aire libre. Siguió por la oscuridad, ignorante del tiempo y luego...

    Había una luz delante.

    La segunda cisterna...

    Se detuvo. Un círculo naranja colgaba en el negro; un reflejo de lentejuelas parpadeaba encima del agua inundada. Alguien estaba hablando. Las voces eran ecos de nada al principio, antes de oír...

    “Eso debería ser suficiente.” Era Brass. Su tono, normalmente inolvidable, tenía un notable temblor. También estaba jadeando.

    “Sabes que es esto,” dijo Spiko con voz más alta a medida que Borland se acercaba despacio.

    Había chapoteos mientras se movían por ahí, gruñidos de ejercicio físico..

    Borland sacó su .38, lo abrió para limpiar los cartuchos y metió balas muevas con el cargador rápido de una bolsa en su cinturón. Le dolía la muñeca rota, le dificultaba el manejo, casi se le cae el arma. Maldijo al darse cuenta de que tendría que disparar con la izquierda.

    El constante salpicar del vertido cubría sus movimientos a medida que avanzaba. Delante, captó unas sombras que se movían por la pared circular que cercaba el estanque de la cisterna. Borland se congeló cuando la robusta forma de Spiko entró a la vista de espaldas arrastrando un pesado tanque marcado: BZ-2.

    Luego Brass empujó un segundo tanque en su lugar junto al primero. El hombretón estaba envuelto en vinilo, pero no llevaba ninguna insignia de rango. Era un traje-bolsa simple que llevaría cualquier embolsado. Brass lo llevaba para...

    Anonimato. Operaciones Secretas. Asesinato.

    “¿Cómo programo los temporizadores?” preguntó Spiko cuando se arrodilló y trabajaba en los controles en lo alto del gasificador. Este era una unidad con forma de chimenea atornillada al tanque de BZ-2 y diseñado para verter una niebla asesina durante periodos establecidos de tiempo. “Han parado los disparos. Alguien a ganado y alguien ha perdido.”

    “Prográmalos para soltar la niebla dentro de 10 minutos. No te preocupes con los tiempos de apagado,” dijo Brass con tono fáctico.

    “¿Estás seguro de esto? Tenemos lo que quieres.” Spiko alzó la vista, una mano se apoyaba en el contenedor sobre su hombro, la otra se posaba junto a los controles. “El pelotón todavía no ha precintado. Sin un tiempo de apagado vas a gasear la ciudad entera.”

    “Hay que tratar la ciudad entera de todos modos,” gruñó Brass apuntando un dedo a la cara de Spiko. “¡Mira, ya sabes lo que supone deshacerte de esto...”

    Borland levantó el .38, se movió hacia el final del túnel y salió al pasadizo de cemento. Brass le vio de immediato.

    “¿Borland?” El hombretón le miró desde el otro lado del estanque acumulado. “Tienes un aspecto infernal.”

    El estanque era de 5 o 6 metros de ancho ahora. El agua relucía por las luces de las capuchas de Spiko y Brass. Detrás de ellos, una oxidada escalera de hierro subía hasta el exterior de la cisterna. Un círculo de brillante luz sugería un foco halógeno apuntando desde una trampilla abierta.

    El helicóptero de Brass debía de haber aterrizado en la pista de allí arriba. Un equipo de limpieza.

    “Jesús Jenkins quiere recuperar su cerebro,” balbuceó Borland, y luego dio una risita. Brass y Spiko le observaron con cautela. El último levantó las manos y deslizó los contenedores de su hombro. Cayeron con un eco metálico.

    “Ese es el verdadero nombre de Lazlo. Es un chiste entre nosotros.” Luego se endureció. “Parece que queréis tratar a mi pelotón y a los Mordedores. ¿Por qué ?”

    Se oyó un clic y Spiko y su pistola se concentraron en el pecho de Borland. El cañón parecía hinchado —un silenciador.

    Brass llevaba la funda del arma en la cadera izquierda. Su mano se suspendía cerca, pero él era un charlatán, no un tipo se desenfundado rápido.

    “Enfunda el arma, Borland,” ordenó Brass. “¡Ahora!”

    “Aún no.” Borland mantuvo el .38 apuntándole. “¿Por qué ?”

    “No tenemos tiempo para esto,” dijo Brass lanzando una mirada a Spiko.

    “La vida se acorta a cada minuto,” gruñó Borland.

    Brass gruñó de impaciencia y luego empezó, “Hubo un accidente. Se envió una muestra de Investigación al laboratorio equivocado.”

    “¿Bezo aún sigue trabajando en el Varión?” preguntó Borland.

    “¿Estás seguro de que quieres saberlo?” Brass le ojeó con atención.

    “Ya somos fantasmas en la niebla.” Borland señaló hacia los tanques de BZ-2 y dio una risita. Se sentía vertiginoso por la destrucción.

    Brass dudó, y luego: “Estamos desarrollando tratamientos para las personas con el Síndrome del Efecto Variante.” El síndrome eran los problemas de comportamiento y psicológicos de amplio espectro que quedaron después de El Día —una resaca de tener la química del cuerpo alterada permanentemente por las moléculas del Varión híbrido. “Y una vacuna —un seguro para la reaparición del Efecto.”

    El hombretón se alejó un par de pasos de Spiko. Borland les observó realizar el viejo truco: divide y vencerás.

    “La investigación médica tiene que trabajar por la causa para encontrar la cura: viruela, ataques letales de gripe, lo que sea...” Brass quedó en silencio un segundo antes de continuar: “Empezamos a trabajar en ello en los tiempos de El Día. Nuestros investigadores necesitaban una forma del Variante que se presentara siempre de un modo predecible. A partir de ahí, podrían saber cómo apagar el Efecto. Si resolvíamos el puzzle, Bezo podría redimir su imagen corporativa y salvar el mundo. Uno de nuestros científicos, el Dr. Gregory Peterson, conjeturaba sobre una decimotercera molécula estable del Varión híbrido, y desarrolló algo que se acercaba a ella, pero era inestable. Hubo un accidente.” Sonrió irónicamente. “Peterson vivía en el Edificio Manfield.”

    Borland miró hacia Spiko. La expresión del hombre estaba tranquila, pero sus ojos y el sudor en su frente sugerían un frenético diálogo interior.

    “¿Parkerville es otro accidente?” preguntó Borland mirando ceñudo a Brass.

    “Volvimos a la pizarra y hemos estado trabajando en ello desde El Día. Irónicamente, tuvo que producirse la prohibició del Varión y la remisión del Efecto para llegar a nuestro mayor descubrimiento. Con el Varión cayendo por debajo de los niveles tóxicos en la población, las moléculas del Varión híbrido se volvieron latentes. Las presentaciones o bien desaparecían o se tornaban más manejables.” Negó con la cabeza lentamente.

    “Producimos la decimotercera molécula del Varión híbrido al inyectar Varión a unos voluntarios que sufrían el Síndrome del Efecto Variante. En todos los casos observamos la reactivación de las presentaciones del Variante; pero un pequeño porcentaje producía nuevos híbridos del Varión. Los científicos creen que los niveles no tóxicos del Varión latente en nuestros sujetos dieron tiempo a las nuevas infusiones de la droga para formar la decimotercera mediante enlace químico, al tiempo que creaba nuevos híbridos a partir de las configuraciones de la decimosegunda que conocíamos de los tiempos de El Día.” Brass mostró una sonrisa.

    “En cuanto se formaba, dominaba a todas las demás configuraciones. Parkerville es una prueba de esto —al infecfarse tan rápidamente, con 100% de comunicabilidad y presentación. Nunca soñamos que conseguiríamos resultados como estos,” Asintió introspectivamente. “Los nuevos datos probarán que hemos producido la decimotercera molécula estable del Varión híbrido. Con ella podemos crear una vacuna para el Efecto por ingeniería inversa y rediseñar el Varión para arreglar los problemas que causaba —una paso hacia el Varión 2.0.

    “El público no lo querrá,” gruñó Borland.

    “El público quiere respuestas fáciles y coches deportivos.” Brass sonrió. “Cambiaremos la marca.” Se frotó las manos, o bien por el frío o para calentarlas para lo próximo. “Hacen lo mismo con la tecnología informática. Añaden parches y arreglos y siguen adelante. Estábamos tan cerca de perfeccionar la primera versión del Varión. Imagina un mundo con una pastilla para curar todas las enfermedades psiquiátricas —todos los problemas sociales.”

    Hizo un gesto hacia los contenedores a los pies de Spiko. “Con esos sacrificios, diseñaremos un 2.0 que funcione.”

    Los ojos de Borland se movieron de uno a otro, su arma siguió apuntando a Brass.

    “Mira, Borland, tú eres práctico. Un superviviente ha de serlo. ” Brass negó con la cabeza impacientemente. “Con la molécula estable, tendremos una vacuna y un nuevo Varión.” Brass abrió las manos como si sostuviesen lingotes de oro invisibles. “Curaremos el mundo.”

    “Querrás decir que trataréis el mundo por un buen beneficio,” dijo Borland y negó con la cabeza. “¿Y si os equivocáis otra vez? El Varión funcionó durante el primer par de años. Si el 2.0 la pifia, el mundo se vuelve mico otra vez y eso es el fin de Bezo.”

    “Cierra Bezo y millones de votantes se quedan sin trabajo en sus factorías, billones de votantes que ya no tendrán tratamientos del seguro médico ni acceso a los productos de Bezo de los que dependen. Mira, Bezo hizo un trato con los federales al final de El Día. Sucedió en todas partes donde había un gobierno democrático que se consideraba así mismo un buen socio en el mercado global. Los políticos sabían que no podían cerrarnos sin causar la ruina económica y social. Así que los federales sugirieron que Bezo creara una compañía que ellos pudiesen castigar. Fue idea suya. Cerraron esa compañía y Bezo pagó sus multas. Somos demasiado importantes para castigarnos.” Brass dio una risotada. “Y siempre está el Varión 3.0.”

    “¡No!” gritó una mujer por encima de los ecos. “¡Esto termina aquí!”

    Lilith salió un paso fuera del túnel a la izquierda de Borland. La pistola de la mujer apuntaba a Spiko. Ella se quitó la capucha.

    Zombie salió andando junto a ella con el arma levantada. El arma se movía de un lado a otro, insegura sobre su blanco. El hombre se paró a la derecha de Lilith, cerca de Borland.

    “Dejen las armas,” dijo ella. “Lo tengo todo grabado. Están bajo arresto.”

Capítulo 72

    “Yo me ocuparé de esto,” dijo Borland moviendo una mano hacia ella apartándola del asunto.

    “Tú también, Borland,” repitió Lilith. “Suelta el arma.”

    “Oye, guapa...” gruñó él.

    “Que suelten las armas. Todos.” Lilith los señaló a todos y luego gritó a Brass y Spiko: “¡Apartaos de los gasificadores!”

    Borland se giró hacia ella. “¿Quién te crees que eres?”

    “Soy una agente especial en una misión federal para investigar las actividades del ala científica de la compañía matriz del Varión, Bezopastnost, y la reciente reactivación encubierta de este Pelotón Variante.” Mostró los dientes. “Ahora soltad las armas.”

    “¿Los federales?” Borland miró a Brass. “Pensé que eras los federales.”

    “¿Quién te envía?” preguntó Brass ignorando a Borland.

    Lilith no respondió.

    “El grupo que hackeó el sistema de Bezo causó todo esto.” Brass se alejó de Spiko un par de pasos. “Arréstelos a ellos.”

    “¿De qué estás hablando?” gruñó Borland siguiendo a Brass con el arma.

    “Después, Borland,” dijo Lilith, y señaló a Spiko con la pistola. “¡Suelta el arma!”

    “Ellos son los únicos que podían haberte dado la pista.” Brass se quedó mirando a Lilith.

    “Guarda eso para el juicio,” dijo Lilith. Algo es su tono le dijo a Borland que la chica tenía una apuesta más personal en esto que llevar a la justicia a una corporación corrupta.

    “¿Qué háckers?” gritó Borland.

    “Los háckers que se colaron en los sistemas de Bezo,” se burló Brass. “Alguien intentaba obtener información sobre El Día y la investigación posterior. Nada serio. La competencia nos ataca a todas horas. Pero hay otros grupos — espinas en el lado de Bezo que están convencidos que aún estamos trabajando en el Varión. Para cualquier mente práctica eso era de cajón. Bezo tiene la responsibildad de comprender lo que ocurrió y estar preparada en el evento de que el Efecto Variante se reactive alguna vez.”

    “Y Bezo insistió en que se llevara a cabo la investigación mediante simulaciones informáticas seguras.” La mano de Lilith temblaba. Borland notó una capa de sudor en la frente de la joven. “¡Pero basta de charla!”

    “¿Cómo sino podemos entenderlo?” presionó Brass. “Alguien rompe la ley para reforzarla,” espetó. “¿Y somos nosotros los malos?”

    “Yo creo que hacer pruebas con sustancias ilegales peligrosas en sujetos humanos a pesar de la prohibición internacional os cualifica.” La voz de Lilith se endureció.

    “Y los cepillos de colecta de nuestros enemigos se las han llevado las tasas de dos décadas de litigios contra Bezo,” dijo Brass. “Suficiente para obligarles hacia las actividades ilegales.” Su cara se torció en una sonrisa de autosatisfacción. “Pero considerando nuestro trato con los federales, sólo hay uno o dos grupos con el juicio político para presionar con éxito que se haga una investigación.”

    “Dos décadas defendiéndose de las demandas civiles han drenado a Bezo. Están desesperados,” interrumpió Lilith. “Pero dejemos las pruebas para el tribunal. ¡ Soltad las armas !”

    “Las pruebas, cierto,” La voz de Brass se endureció. “Cuando vuestros chivatos hackearon el Servidor de Seguridad de Bezo buscando pruebas, activaron un virus de cambio de ruta que dejó limpio el servidor. Todos los archivos de datos descargados o copiados están codificados con el mismo virus. Cuando se abrieron los archivos robados, el virus limpió las máquinas de los háckers.”

    Los ojos de Lilith se encendieron y la postura de sus labios se ablandó.

    Brass continuó, “El resto fue sólo mala coordinación. El virus salió de nuestro Servidor de Seguridad de Datos en una actualización automática desapercibida que copia archivos de registro al administrador de Bezo. Varios servidores de Bezo quedaron comprometidos, pero echaron abajo la red antes de un peor daño. Sin embargo, la oficina de envíos de Bezo usa un sistema operativo antiguo que no pudo ejecutar el virus, así que se mantuvo en pantalla azul durante el ataque. Cuando se restauró solo, algunos pequeños errores corrompieron la base de datos de envíos. Se intercambiaron nombres y direcciones. No debería haber sido nada grave.

    “Excepto que las muestras de tejidos del laboratorio de investigación de Bezo destinadas para el archivo criogénico en nuestros Laboratorios Cryocor se enviaron a Laboratorios Medcor, una compañía no segura de Bezo que se encarga de pruebas de tejidos para hospitales y clínicas.” La expresión de Brass se oscureció.

    “Hay un Laboratorios Medcor en Parkerville.” Su cara era severa. “AnchoDeBandaB9 informó de un ciberataque masivo la mañana siguiente a la activación del virus de Bezo. Rastreamos al hácker allí pero lo perdimos. Tuvo suficiente tiempo para saber lo que estábamos haciendo, pero el virus se ocupó de todas las pruebas. La única pista que tenemos es la amigable clientela del entorno de AnchoDeBandaB9, pero eso es suficiente para suponer quién lo hizo.”

    “Capitán Borland,” dijo Zombie dudando. “Yo sólo he seguido a Lilith aquí.”

    “No puedo creer que los federales enviasen aquí a un agente a solas,” dijo Brass suspicazmente.

    “No podía permitir que vosotros...” Lilith miró hacia los gasificadores antes de mirar a Borland. “¡ Ninguno de vosotros puede permitiros que hagan esto!”

    “Quiero ver tu placa.” Brass levantó la mano derecha.

    “¡Dispararé!” repitió Lilith. Su voz era firme. Su pistola apuntaba a Spiko.

    “Podríamos hacer un trato si fueses una agente legítima,” afirmó Brass. “Empezar de cero.”

    “¡Te refieres a otro DÍA!” gritó Lilith apuntando ahora hacia él.

    ¡Tup!

    Lilith cayó con una bala entre los ojos. Había una expresión vacía en su cara al entrar en el agua de la inundación.

    Borland disparó a Spiko en el pecho, pero le dio en el cuello. Disparó otra vez y le atravesó el esternón. El arma humeante cayó del arma del veterano Variante cuando se inclinó hacia adelante y dentro del estanque de la cisterna.

    Zombie bajó la vista hacia Lilith, luego arriba hacia Borland antes de cambiar su blanco hacia Brass.

    “¿Qué —que hacemos, Capitán?” tartamudeó.

    “Sí, Capitán,” dijo Brass con voz severa y hombros tensos. El arma de Borland seguía apuntándole. “¿Qué hacemos?”

    “Los cálculos...” gruñó Borland.

    “Cuidado, no sea que empieces a creer en algo,” dijo Brass provocativamente.

    “Todos éramos prescindibles menos tú y Spiko,” dijo Borland. “Íbais a tratar a los Mordedores y al pelotón para tapar vuestro accidente.” Frunció el ceño. “Parkerville también.”

    “No sería el primer pelotón que pierdes,” insistió Brass. “Ni siquiera sabes quién queda en él.”

    “Yo nunca perdí una ciudad. ¡Toma!” Borland giró el arma y disparó a Zombie detrás de la oreja derecha. El joven cayó en la cisterna. Una oscura nube roja emergió bajo él.

    Este es el fin.

    “¡Jesús!” gritó Brass levantando las manos y mirando fijamente el arma de Borland. “¡No!”

    “Pensé: si disparo a Brass, Zombie no puede ayudarme contra los jefes de Brass. ¿Verdad? Él ya es prescindible, aún más ahora que sabe demasiado, como yo.” A Borland le ardían las tripas por el ácido y el músculo retorcido. “Y entonces pienso: si disparara a Zombie, Brass sabría que no voy a hablar y me protegerá de sus jefes, porque todos somos prescindibles. Incluso Brass.”

    Necesitaba un trago.

    “Porque Brass no gasearía a una ciudad entera a menos que hubiese un arma bastante grande apuntada a su nuca.” Hizo un gesto al cuerpo del joven. “Así que Zombie nos pone en el mismo equipo de nuevo y le compra un pase al resto de mi pelóton —y a Parkerville.” Se encogió de hombros de nuevo. “Quien quede allí.”

    “A mis jefes no les va a gustar esto,” advirtió Brass.

    “Una vez que salgas de la madriguera del conejo,” gruñó Borland, “se les ocurrirá una nueva mentira para tapar la nuestra.”

    Brass asintió lentamente.

    “Pues vamos,” dijo Borland mirando abajo, allí donde la capucha de Lilith flotaba cerca de su bota izquierda. “Seremos héroes.”

    Brass se movió, recogió los contenedores de Spiko y se congeló.

    “Ella dijo que nos había grabado.” Miró hacia el cuerpo de Lilith. “¿Ha enviado los datos?”

    “Lo descubriremos al modo difícil.” Borland levantó la capucha de Lilith, arrancó el cable de energía del traje-bolsa. Rasgó el plástico de la funda de vinilo de la grabadora digital bajo el vid-com y se metió la grabadora en el bolsillo.

    Brass rodeó la piscina.

    “¿Crees que se han ocupado de todos los Mordedores?” Brass se quedó mirando hacia túnel detrás de Borland.

    “¿Tienes miedo de los Mordedores teniéndome a contigo?” se quejó Borland indicando que Brass fuese delante.

    Siguió al hombretón hacia la oscuridad.

Capítulo 73

    Las luces cenitales se encendieron.

    Aggie y Borland estaban en una sala de esterilidad rectangular de 6 metros de largo y unos 3 metros cuadrados. Estaban separados por dos metros de diván plástico. Se oyó un zumbido electrónico antes de una voz en un altavoz oculto.

    “Quédense quietos y dejen que penetren las inyecciones fotorreceptivas, por favor.” Se oyó un estruendoso bang. “Deberían saturar en cinco minutos, luego iniciaremos el ultravioleta.” Un zumbido terminó la frase.

    Ambos llevaban pijamas elásticos apretados. Las prendas estaban permanentemente arrugadas en crestas y pliegues de haber estado empaquetadas al vacío y guardadas en bolsas de plástico estériles. La parte de arriba eran largas túnicas de manga corta y tres cordones de ajuste en la parte delantera. Estas parecían sin forma sobre los pantalones Capri. Los anchos gruesos peludos de Borland estaban atascados en sandalias de vinilo.

    A pesar de los vendajes y la apenada expresión, Aggie parecía tan sexy como siempre. El viaje no incluía sujetador y por el hinchado contorno de su pecho, Borland podía ver que no necesitaba uno.

    Sabía que él parecía ridículo en su traje esterilizado y se había rendido de atarse el cordón medio de su túnica cuando se había rasgado la sisa derecha.

    Pasa página.

    No había echado un trago en todo el día. Los sedantes acallaban su sed, pero podía sentirla acumulándose en su interior. Algo le tiraba del pecho, estorbando su capacidad de respirar hondo. Y era la culpabilidad lo que le roía las tripas, él lo sabía. Pero, ¿podría esta romperle también el corazón? —no, era la cara de Aggie lo que le estaba afectando.

    Se culpaba a sí misma.

    A pesar de su espíritu de lucha, tal vez a causa de él, era incapaz de contar las caras de los vivos a los que había guiado fuera del campo. Borland sabía que ella no había sido así en los tiempos de El Día. Pero no había sido una capitana cuando él la conoció.

    “Tú —uh, nosostros sacamos vivos a la mayoría que escogiste, Aggie,” dijo él finalmente. Te mataría si supiese el precio que has pagado por su vida. “A veces eso es lo mejor que se puede hacer.”

    Los labios de Aggie temblaron y tensó los hombros. Ella sólo había perdido tres del grupo que había escogido. A Chopper, Pegajoso y Piesplanos los atraparon los Mordedores y se les presentó minutos después. Les aplicó tratamiento ella misma. De lo contrario, ahora serían huesos rotos y algunas heridas de fuego cruzado. Lo que quedó de su pelotón era patético, pero estaba vivo. Aggie había encontrado también a Chico de Playa. O él la había encontrado a ella. Todos estaban en cuarentena.

    El pelotón estaba roto y preparado para EVACUACIÓN cuando él y Brass llegaron a la escena de la batalla en la cisterna occidental. Él sabía que la siguiente parte del protocolo sería cubrir todas las huellas, ocuparse de los cuerpos y de toda prueba física, pero necesitaban una historia, una tapadera. Aggie había estado herida y precintando a Cavalle y a Tapaplana para el transporte.

    Ambos estaban heridos y en necesidad de aislamiento y tratamiento, así que Aggie no había tenido tiempo para pensar dos veces en Borland o en Brass. Borland se había inventado lo de Lilith y Zombie, afirmando que a ambos se le había presentado y que él se había visto obligado a tratarlos después de que le persiguieran hasta la cisterna oriental.

    Brass había dicho que abrió el punto de acceso en esa cisterna para monitorizar la situación cuando vio a Spiko en plena presentación. La voz de Brass se había quebrado al describir el trataniento del pícaro veterano.

    Dijo que se había encontrado a Borland en el túnel después de eso, de modo que todo sonó plausible. Brass había ordenado a su helicóptero que acudiese a la entrada del punto de acceso para el transporte de heridos y su aislamiento en el almacén del ejército. También había pedido equipos médico y más celdas de contención para la cuarentena de los supervivientes.

    Sellaron el punto de acceso después de que Peligro y los embolsados del ejército entraran en escena. El T-2 se averió a dos bloques de distancia de la acción, y Peligro guió al improvisado pelotón en una calurosa carrera envuelta en plástico. Estaban deshidratados, pero listos para la acción cuando tomaron sus posiciones. El otro grupo de Hazen bajo la pista informó de ruidos, pero tuvo cero contacto enemigo

    Borland miró por la habitación. Brass había enviado las unidades de descontaminación a la base militar de Parkerville, donde los ingenieros montaron un masivo hospital aislado de Pelotón Variante a partir de ellas. Borland pensaba que la cuarentena era un pequeño precio a pagar. Especialmente cuando el ejército y segundo pelotón de Metro terminaron precintando el alcantarillado para gasearles con BZ-2. Después de que llegaran el equipo lanzallamas, el equipo de plasma incendiario quemó los restos biológicos.

    No quedó nada.

    La unidad de descontaminación era como una gran casa móbil con cámaras en el techo y una puerta al fondo. Las paredes estaban acolchadas con paneles de vinilo. El suelo estaba hecho de baldosas blancas.

    El sudor perlaba la frente de Borland. ¿Qué estoy haciendo? Se movió intranquilo.

    Hora de tomar una copa.

    “Nunca me acostumbraré a la descontaminación.” Se encogió de hombros, sintió una presión en el pecho. Su muñeca rota estaba envuelta en fibra de vidrio y escayola. Le dolía a pulsos. “Enemas del Club de soda e inyecciones gamma activadas por la luz.” Miró hacia Aggie. Los ojos de la mujer eran rendijas que miraban al suelo entre sus sandalias.

    “Me acuerdo de un tío en los tiempos de El Día,” dijo Borland. “Tomó una sobredosis y le brillaron las bolas durante una semana.” Notó que su panza empezaba a sobresalir de la túnica, tiró de la ropa hasta que se rasgó otra vez. Las hernias eran un caos de presiones en conflicto, todas dolorosas. Brass dijo que se las arreglarían. “Malditos pijamas baratos. Son del mismo tipo que usábamos en los tiempos d...”

    “¡Cállate, Joe! Estoy harta de ti,” siseó Aggie.

    Borland la miró severo, su cara se torció en una difícil sonrisa. “¡Pero si está viva!”

    “¡Que te calles!” Giró los ojos hacia él. Eran oscuros, apocalípticos. “Esto es sólo otro día en el paraíso para ti.”

    “Lo del paraíso, no lo sé,” dijo Borland y se encogió de hombros. “Pero es otro día.”

    Aggie negó con la cabeza y espetó: “¡Esto es el paraíso para ti!” Luego sus manos vinieron arriba y estranguló el aire delante de ella. “Sé que no he perdido el pelotón entero, pero he perdido suficientes.” Señaló con un rígido dedo a Borland para evitar que hablase. “Y eso me hace lo bastante parecida a ti como para que se me revuelva el estómago, pero también lo bastante para evitar que juzgue.”

    Borland apretó los dientes.

    “¡Me aterroriza pensar que alguna vez lo supere tan rápido como tú!” espetó Aggie. “O que me alimente de ello.”

    “Yo no pasó de ello...” Borland empezó a hablar, pero ella le silenció con un gesto.

    “No creas que no lo he visto, Joe.” Apartó la mirada. “Eras un borracho inútil que se bebía su retiro hasta que Brass te llamó. Toda esta muerte y destrucción, he visto que te ha devuelto a la vida.” Aggie levantó las manos y las miró. “Pero he matado miembros de mi pelotón con estas manos.” Las lágrimas inundaron sus ojos. “Y tengo miedo de que pudiera llegar a darme igual.”

    Borland se puso en pie negando con la cabeza. Memorias de las caras que había matado parpadearon por su mente. Incontables extraños de El Día y ahora: Jill Hyde —y Zombie... el chaval ni lo vio venir. Más espectros en los salones.

    Levantó la cara hacia el techo. Una lágrima rodó por su mejilla derecha cuando sus rasgos se torcieron por la rabia y el odio.

    “Hay más para ...” susurró y se giró.

    “¿Qué?” Aggie alzó la mirada hacia él.

    Borland le dio un puñetazo en la cara y la cabeza de Aggie golpeó la pared acolchada. El dolor acudió a su muñeca fracturada en oleadas, pero él lo saboreó y sonrió.

    “¡Borland!” Ella giró para mirarle presionándose la mejilla.

    “¡Este es vuestro protocolo!” gritó Borland y la golpeó de nuevo. Sus rasgos brillaban de furia, sus ojos llenos de lágrimas. Echó el puño atrá para otro puñetazo. Había sangre en su escayola.

    “¡Basta!” gruñó Aggie, escupiendo rojo. Se levantó antes de que Borland pudiese reaccionar.

    Se oyó un bang. La habitación quedó a oscuras y se encendieron las luces ultravioletas. Los blancos de sus pijamas esterilizados, ojos y dientes cobraron vida. La piel de Aggie se iluminó de profundo merlot; La de Borland se tornó púrpura tóxico.

    Borland podía usar su volumen en confines cerrados, mientras que la pared resbaladiza y único mobiliario obstaculizaba seriamente el estilo de lucha más gimnástico de Aggie. Y estaba herida, dolorida como el infierno. Juntar los pies, plantar firmamente el peso de Borland, le convertía en una formidable plataforma bélica.

    ¡Vete al infierno!

    Así lanzó un par de puños hacia ella.

    ¡Mátame!

    Pero la velocidad y extraña ligereza de Aggie jugaba a su favor. Sí, Borland disparaba sólidas derechas y zurdas, pero el fulgor blanco ultravioleta contrastaba con la piel oscura de Aggie —a él le estorbaba los ojos y a ella le daba ventaja. Más de una vez lanzó el puño para golpear sólo la pared acolchada un segundo antes de que la sólida rodilla de Aggie le entrara en el costado dejándole los riñones y espalda latiendo de dolor. Borland cayó de rodillas.

    ¡Vamos! ¡Mátame! ¡Haz que lo supere!

    Aggie se movió para dar el golpe de gracia, pero él la alcanzó de lleno en la sien, y la hubiera derribado si ella no hubiese conseguido girar al final del movimiento de Borland para disolver la potencia del puño. Aún así la alcanzó con fuerza y ella gimió, sacudiendo la cabeza al rodar por la pared lejos de él.

    A Borland le faltaba la respiración cuando se levantó, aspirando el aire como un hombre ahogándose.

    Pero Aggie oyó las irregulares inhalaciones y preparó una combinación para ellas. Fingió un zurdazo y le clavó los sólidos dedos de la mano derecha en la garganta. El dolor aulló tras los ojos de Borland mientras trató de levantar un brazo. Demasiado tarde. Ella le dio un puñetazo en la nariz. Manó la sangre y ella conectó la mandíbula del hombre con el codo antes de darle una combinación de rodilla y puño izquierda-derecha-izquierda que le envió sin resuello hasta colapsar contra la pared.

    Continuó golpeándole, acercándose y cerrándole el ojo izquierdo de un derechazo antes de conectar tres sólidos puños que enviaron un vapor de sangre oscura, mientras Aggie pulverizaba lo que quedaba de la nariz de Borland.

    Derrotado, se apartó rodando por la pared hasta el suelo. Una patada media a su panza le devolvió el aliento en un agonizante jadeo.

    Aggie se acercó andando con los puños negros y brillantes de sangre. Su higiénico pijama estaba rociado de sangre. Su pecho izquierdo estaba completamente al aire. Ella captó la mirada de Borland y se cerró el cordel de la túnica. La sangre manchaba sus dientes blancos con memorias de violencia.

    Le tendió una mano abierta, pero Borland le dio un manotazo.

    “No,” murmuró con los labios ya hinchados.

    Ella le sonrió y asintió.

    “Creo que la he re-roto,” le dijo estudiando los dedos que flexionaba en su mano derecha. Sobresalían de una escayola destrozada. “Se siente bien.

    Borland giró la cabeza y escupió sangre en las baldosas.

    Aggie se quedó mirándole allí en el suelo. Su expresión atravesó una compleja serie: rabia, placer, orgullo, rabia.

    Borland notó que su propia túnica estaba abierta y rota. Empezó a reunirla sobre su panza manchada de sangre y luego se rindió.

    Se oyó un bang y el fulgor del blanco fluorescente remplazó la luz ultravioleta. Borland gruñó y se dio una palmada en la cara. Se oyó un buum y se abrió la puerta.

    Alguien dijo: “Jesucristo, ¿qué ha pasado aquí?”

    Aggie lanzó una gran sonrisa hacia la fuerza y luego sus ojos oscuros bajaron hasta Borland.

    “Solo es para que no me acostumbre a matar a los amigos.” Se limpió las manos en la túnica, dejó extraños dibujos allí con la sangre del hombre.

    Borland asintió en silencio, resopló una bolsa de sangre y moco —casi vomitó al toser.

    “Yo tampoco,” gruñó con una voz quebrada por la locura, o la tristeza. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras Aggie seguía limpiándose las manos. Dio un paso por encima de él y caminó hacia la puerta cuadrando los hombros.

    Borland abrió el ojo derecho un poco y espió las luces sobre su cabeza. Le dolía todo. Se le nubló la visión y luego...

Capítulo 74

    “Veo que sigues haciendo amigos,” dijo una voz ronca. “ Aggie dijo que te encontraría aquí.”

    Borland abrió el ojo derecho —el otro estaba cerrado por la inflamación— y vio que las ruedas de la silla de Hyde estaban reclinadas hacia arriba a cada lado de la cabeza como cuernos. El viejo tullido se inclinó hacia afuera, movió la cabeza en ángulo para detener la saliva que babeaba entre sus incisivos. Se asomó sobre Borland como una nube de lluvia, oscuro dentro de su largo abrigo encapuchado.

    Su rostro era una sombra.

    Borland cerró el ojo cuando un complicado pinchazo de emoción le comprimió el pecho. Él y Aggie habían reconocido el cuerpo de Hyde por los armazones de sus piernas. Las cuerdas de las luces de su capucha le rodeaban el cuello y los enganches de sus biosensores se le pegaban al cráneo despellejado. La corriente en el estanque de la cisterna le estaba golpeando, izando y hundiendo su cuerpo alternativamente.

    Estuvieron decidiendo si era seguro sacar el cuerpo para el entierro del pelotón cuando un vertido de agua le había levantado. Hyde había abierto las fauces y jadeado. Ellos le habían apuntando entonces a la cara.

    Y habían dudado.

    Habían visto algo en su mirada que les había detenido. Cuando empezó a partotear sobre su hija, supieron que no se le había presentado.

    Hyde gruñó y se volvió a sentar en su silla. Se oyó un ruido metálico y Borland observó al despellejado capitán luchar con sus numerosos tubos y bolsas de las vías I.V.

    La bala que le había alcanzado había fallado los órganos vitales. Llevaba en la UCI dos días cuando sondearon su sistema. Sin Efecto Variante —sin presentación. Pura suerte. Abrasiones y cortes, y ya le habían pasado dos rondas de descontaminación. Él esperaba una tercera.

    Igual que lo esperaba Borland.

    “Quemaste la casa de mi hija,” gruñó Hyde. “Chico de Playa dijo que fue porque descubriste que a ese embolsado, Mofo, se le había presentado allí,” rezongó. “Que no podíais asegurar la casa del barrio y lo quemaste. Desafortunado pero necesario.”

    “Así es,” murmuró Borland entre labios ensangrentados. “No sabía que era su casa. Y no había nadie más allí.”

    “Cuando vi a mi hija en los túneles, los Mordedores no la habían herido. Casi parecían estar protegiéndola,” dijo Hyde perdiendo la voz al final. “¿Por qué crees que era eso?”

    “Quizá la reservaban para el aperitivo de medianoche,” balbuceó Borland atolondradamente.

    “Pero, los Mordedores necesitaban el ritual.” Hyde negó con la cabeza. “Pude verlo.”

    “Como sueles decir,” dijo Borland con una ansiosa náusea que acompañaba a la línea de interrogatorio de Hyde: “Historia. Nunca llegamos a ver a los Mordedores en las primeras partes de El Día. No sabemos cómo eran.”

    Hyde quedó en silencio considerando el argumento de Borland hasta que dijo: “Eso suena a una respuesta demasiado conveniente. Pero servirá —por ahora.” Hyde apartó la mirada, sus ojos desnudos brillaban por la humedad. “No han encontrado su cuerpo. No pudieron identificar a muchos. No hubo tiempo.”

    Borland se encogió de hombros.

    “Quizá escapó,” dijo Hyde con esperanza. “Había muchos agujeros en ese punto de acceso. No estaban todos cubiertos hasta ese punto.”

    Su cara se asomó sobre Borland hasta que un hilo de baba empezó a caer. Hyde lo atrapó con el dorso de la mano. Los ojos del viejo tullido se endurecieron, examinando a Borland.

    “Si has terminado de ponerte en ridículo... vístete.” se burló Hyde y empezó a girar su silla de ruedas. Una de las llantas chocó en la sien de Borland y le arañó la oreja. “Brass quiere reunirse con nosotros en 30 minutos. Está reactivando las viejas estaciones y tenemos que asesorar.” Hyde quedó en silencio un segundo, y luego... “Más presentaciones en Metro. Esos ladrones de coches tenían vidas sociales ocupadas.”

    Borland resolpló y asintió. Tosió y escupió sangre.

    “A menos que por fin te estés muriendo.” La voz de Hyde se perdió a medida que se alejaba rodando.

    Borland observó la luz cenital, oyó las pisadas de botas sobre las baldosas del pasillo. Llegaban más reclutas. En alguna parte retumbó el motor de un transporte.

    Sonrió hacia el techo y gruñó, “Lo dices como si fuese algo malo.”

FIN

    ¿FIN?

    La historia continúa en...

    EL EFECTO VARIANTE (THE VARIANT EFFECT): GREENMOURNING

    por G. Wells Taylor

Muestra de la secuela, EL EFECTO VARIANTE (THE VARIANT EFFECT): GREENMOURNING

    Parte Uno: ALBORES DE EL DÍA

    Pinocho siempre había soñado con ser un niño real.

    Pero menuda pérdida de tiempo resultaba ser. Los sueños le molestaban durante toda la noche, le convencían de que las cosas eran como él quería que fuesen —y luego, puf, los sueños desaparecían cuando sonaba el despertador. O se burlaban de él, quedándose allí justo fuera de su alcance, sólo para desaparecer en cuanto los tocaba.

    Los sueños dejaban formas vacías en su mente, y deseos y anhelos —y nada más. Eran ilusiones. No eran reales. No eran nada y eso le ponía furioso porque Pinocho no era nada.

    Él era algo: algo más.

    Así Pinocho despertaba de sus sueños. Eran tan inútiles como deseos infantiles y las hadas madrinas no se los concedían.

    Él intentaba ser práctico. Pinocho iba a la escuela y aprendía y estudiaba y confiaba en que llegara el día en el que la ciencia y la tecnología evolucionara lo suficiente para hacer posible tal transformación. Esperaba que se descubriese algún arreglo genético o píldora o procedimiento que le convirtiese en un niño real. Que lo hiciera real.

    Pero eso resultaba ser otro sueño. Otro deseo con necesidad de un hada.

    Así que Pinocho haría las cosas con sus propias manos.

    Bueno, no sus manos. Él aún estaba buscando eso. No había encontrado del todo el par correcto.

    Así que tenía que usar sus inferiores manos de rechonchos dedos para colocar sus nuevos pies en el gran refrigerador de plástico. Pinocho empujaba las amputadas extremidades embolsadas dentro del hielo con una acción de inmersión que hacía un ruido horroroso —y él se quedaba quieto cuando se le ponía la piel de gallina. Con cuidado ahora. No querrás que lo oigan.

    Cerró la tapa con un callado tump y pasó su dura cerradura de plástico con un clic. Luego empujó el refrigerador con la punta de la zapatilla y lo hizo resbalar por la alfombra hasta a su mochila junto a la puerta delantera.

    Desplegó una lámina de vinilo quince por quince y la colocó en su lugar bajo la ventana donde una bolsa de basura verde oscuro esperaba a ser llenada.. Las persianas estaban bajadas. Nadie lo vería.

    Pinocho se giró para mirar al hombre sobre la cama. El tipo simplemente se quedó allí un minuto, mirando.

    El hombre sobre la cama le estaba mirando sobre una boca abierta manchada de sangre; su respiración entraba desesperada, una ráfaga de silbidos. Tenía los ojos muy abiertos de dolor y terror. Su cara estaba sudada y pálida por la pérdida de sangre y el shock. Balbuceaba débilmente, prometiendo el mundo.

    El hombre no duraría mucho, lo cual era bueno. Ese molesto silbildo le estaba poniendo a Pinocho de los nervios.

    El hombre sobre la cama no iba a ir a ninguna parte. Las cuerdas que sujetaban sus muñecas a la cabecera de la cama le mantenían en su sitio mientras Pinocho trabajaba. Lo mismo con esas que ataban sus piernas con una serie de tensos lazos justo sobre las rodillas y alrededor del somier de la cama. Esos nudos que servían de doble propósito. Aseguraban al hombre y actuaban como torniquetes, le mantenían vivo durante los procedimientos.

    Al principio Pinocho había contemplado la idea de tomar todas las piernas. Habría sido más rápido y fácil quitarlas por las caderas o las rodillas, pero los miembros grandes habrían sido embarazosos de transportar. Y tenía que ser cuidadoso —se emocionaba tanto cuando encontraba partes nuevas. Tenía que ser cuidadoso, y un pequeño trabajo extra le mantendría a salvo.

    De modo que había decidido que valdría la pena el esfuerzo de quitar los músculos, venas y nervios que pertenecían a los pies. Y a decir verdad, no le gustaban las nudosas rodillas del hombre ni los peludos muslos. Habían sorprendido a Pinocho. Su torpe y feo diseño no iban con los pies.

    Los pies del hombre eran increíbles.

    Pinocho les había echado ese primer vistazo en ese día de ola de calor cuando el hombre sobre la cama se había quitado los zapatos para vadear por una fuente del parque en Metro. Pinocho había estado sentado en un banco cercano, solo, infeliz —atrapado en un cuerpo que no era suyo. Había estado contemplando la idea de una muerte lenta— simplemente acabarla de una vez por todas, cuando vio los pies pasar por la hierba y saltar dentro del agua brillante.

    Su belleza, su movimiento, atrapó su espíritu y lo elevó. Una voz, su consciencia quizá, dijo: Aún puedes ser un niño real. ¡Nunca debes rendirte !

    Los pies eran perfectos: los dedos cortos pero no gruesos; los arcos, puentes flexibles desde el poderoso talón hasta el dedo gordo; y la piel era suave marfil. Eran justo como Pinocho había imaginado que serían Y allí estaban, marcando un sendero de vuelta al optimismo, de vuelta a la vida y a su llamada. Podía ser un niño real.

    Pero tendría que ser paciente. Su urgencia era comprensible, pero también peligrosa. Así que reinó en sus emociones y se sentó en el banco a la sombra para observar al hombre jugar con sus pies en el agua.

    Una hora pasó y Pinocho siguió al hombre a pie por el brillante calor del día, curioso sobre su destino, manteniendo a raya su creciente emoción —hasta que descubriese adónde estaba yendo el hombre...

    Y entonces, una sorpresa.

    La casa era una habitación en un ruinoso hostal de cartetera alquilado por semanas o meses y escasamente amueblada. Se accedía por una escalera naranja que subía por encima del aparcamiento. Allí sólo había que pasar las unidades vecinas y llamar a la puerta. La localización era misteriosa. El hombre estaba en forma y sano. Su pelo iba cortado y limpio. El tipo no encajaba con los alrededores. Tal vez la vida de estudiante le mantenía en tal patético alojamiento.

    Pero los puntos importantes eran: Sin entrada de seguridad. Sin telefonillo en la puerta.

    De modo que Pinocho había recogido su furgoneta en el parque, se había ido a casa a coger su equipo y había regresado unas horas más tarde cuando el sol se había puesto y las sombras eran negras.

    Había llamado y el hombre había respondido. El paisano echó una mirada a Pinocho, a las gafas y la máscara de filtro, y sonrió. ¿Es una broma?

    Pinocho le dio una larga rociada de espray de pimienta en los ojos y nasales. El hombre trató de hablar pero se ahogó. Pinocho le empujó hacia el interior de la habitación y cerró la puerta tras él. Ciego y jadeando, el hombre lanzó un puño hacia el aire, perdió el equilibrio y cayó de bruces.

    Pinocho saltó encima y atrapó las muñecas del hombre detrás de la espalda. El paisano masticó el guante de cuero de Pinocho mientras una bolsa de reciclado se le colocaba en la cabeza y el plástico presionaba su nariz y boca.

    Quedó incosciente en minutos, y luego...

    La vivisección consumía tiempo, pero era tiempo bien invertido, y era difícil dejarla pasar cuando la oportunidad se presentaba sola. Uno aprendía esas cosas cuando los riesgos eran tan altos. Cierto, Podía haberle cortado las piernas al hombre, pero eso carecía de precisión, era un desastre y el desastre era peligroso. Pinocho ya había causado problemas con esa clase de comportamiento.

    Su misión dependía de la calma, de acciones deliberadas.

    Obviamente, tendría que cortar las esquinas cuando tuviese al sujeto en una localización segura, pero había grandes desafíos al realizar los procedimientos mientras el hombre aún vivía —in situ tal como fue. No conocía la vida ni la red social del paisano. Alguien con una llave podría entrar en cualquier momento.

    Pero Pinocho había aprendido a ser paciente.

    Algún sonido escapó del paisano. Detrás de la silenciante cinta adhesiva, mordía la bola de mordaza antes de desmayarse a mitad del procedimiento y Pinocho sólo descubrió el problema cuando el paisano despertó y empezó a ahogarse ruidosamente sobre los pedazos.

    Quitó la cinta para ayudar, pero tuvo que alisarla de nuevo cuando el paisano gritó. Todo esa emoción a pesar de la tranquilizadora bajamar de sangre que se vertía alrededor de las tensas cuerdas que cercaban las pantorrillas amputadas del paisano.

    Amputadas.

    Pinocho notó que había estado mirando al hombre demasiado tiempo. Era hora de irse.

    El hombre lo sintió. Lo supo, porque invocó la energía para tensar el cuerpo entero, tirar de sus muñecas atadas y sacudir la cama cuando Pinocho se aproximó.

    Siseaba a través de nuevas tiras de cinta adhesiva mientras Pinocho aflojaba las cuerdas que ataban las piernas —y entonces, el hombre sangró.

    La sangre salió a borbotones, se vertió sobre el encharcado colchón e inundó la alfombra. El hombre resoplaba, pateaba en el aire con sus muñones destrozados. Salpicó el techo y suelo de escarlata. Se debatió en un rígido espasmo, dio un largo suspiro y murió.

    Pinocho observó reducirse la hemorragia hasta un chorrito y detenerse.

    Se movió hacia las láminas de vinilo junto a la ventana y se quitó su atuendo ensangrentado: guantes, bata quirúrjica, pantalones y zapatillas. Los tiró en el centro de la lámina, como siempre hacía. Antes de cambiarse con ropa de calle, hizo un montón con el desastre y lo metió en una bolsa. Se lo llevaría a casa, a su edificio de apartamentoa para incinerarlo.

    Pinocho se quedó allí desnudo un momento —escuchando.

    Sus sentidos Variante ampliados le mantenían a salvo, le mantenían concentrado en los ruidos fuera de la habitación y en la calle. El Variante le protegía y le daba la fuerza para que su sueño se hiciese realidad.

    Pero tenía que ser cuidadoso. Las autoridades en Metro le conocían. Ya había recogido algunas partes —llevaba en ello algún tiempo. Recientemente, había descubierto una lengua y se la había llevado demasiado precipitadamente, y de otra fuente había cosechado un par de ojos que se moría por tener. En su excitación, Pinocho había dejado un desastre; y en el desastre algo quedaba que le conectaba a otros donantes.

    Estas autoridades le llamaban Pinocho en las noticias, como si aquello fuese un insulto. Pero el nombre era perfecto. Debían de haber adivinado lo que estaba haciendo porque tenían razón. Lo único que quería era ser un niño real.

    Le estaban buscando, de modo que tenía que ser cuidadoso. Tenía que ser paciente.

    Era sólo cuestión de tiempo. Si las cosas iban tal como lo hicieron en los tiempos de El Día, Pinocho pronto quedaría libre para actuar. Las autoridades tendrían sus manos ocupadas con el Efecto Variante suelto entre el público de nuevo. No malgastarían tiempo con él cuando los devoradores de piel formaran sus primeras manadas de caza.

    Era buena suerte que su solicitud para unirse a los nuevos Pelotones Variante ya hubiese sido aceptada. Pinocho ocultó dentro su pánico.

Fin de esta muestra de eBook.

    La historia continúa en...

    EL EFECTO VARIANTE (THE VARIANT EFFECT): GREENMOURNING

    por G. Wells Taylor

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Agradecimientos

    Me gustaría agradecer a John Griffith, Travis Playter, Jessica Danard y Craig Blair por compartir su entusiasmo por las películas, el horror, la ciencia ficción y la diversión. Vuestra opinión fue incalculable.

    También me gustaría agradecer al millar de leales lectores y miembros del Pelotón Variante (Variant Squad) de más de 130 países que han hecho que la Serie El Efecto Variante (The Variant Effect) sea un éxito.

Sobre el Autor

    G. WELLS TAYLOR nació en Oakville, Ontario, Canadá en 1962, pero pasó la mayoría de su juventud al norte de allí en Owen Sound, donde estudió Artes Gráficas en la facultad local. Viajó después a North Bay, Ontario, para completar el programa de Periodismo en la Canadore College antes de graduarse en Inglés en la Nipissing University. Taylor ha trabajado como escritor freelance para pequeños periódicos bursátiles y más tarde escribió, diseñó y editó para varias revistas "niche" canadienses.

    Se unió pronto a la revolución de la publicación digital con una versión eBook de su primera novela When Graveyards Yawn que lleva disponible online desde el 2000. Taylor publicó y editó el e-zine Wildclown Chronicle entre 2001 y 2003 presentó sus novelas, trailers animados e ilustraciones de sus libros, escritura de relatos y reseñas de libros junto a títulos de otros novedosos escritores de horror, fantasía y ciencia ficción.

    Aún con residencia en Canadá, Taylor continúa con sus planes de publicación, que incluyen adiciones a los Misterios de Wildclown (Wildclown Mysteries) y secuelas de la popular serie El Efecto Variante (The Variant Effect).

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Especial: Entrevista al Autor

Introducción

    Hola, lector y lectora. Espero que te haya gustado este libro tanto como a mí.

    No creo que necesite presentar a G. Wells Taylor a estas alturas del libro, así que te invito a seguir conociendo su obra tan personal de "no sólo horror", con humor, misterio y acción el mes que viene.

    El libro de Horror Gótico "Cuando Los Cementerios Se Abren " estará disponible como Especial Halloween en octubre de 2019.

    Podrás hacer truco o trato por las calles de El Mundo de Cambio con el Detective Wildclown.

    Mientras tanto, espero que te guste la entrevista.

    Un saludo.

Entrevista a G. Wells Taylor

    P: ¿Ha mostrado alguna editorial española interés en tu obra? ¿Te gustaría ser publicado en nuestras librerías?

    R: No he recibido interés por parte de editoriales españolas especifícamente. Por supuesto, tener libros disponibles en España sería fantástico. ¿Y traducciones de ellos? Bueno, eso sencillamente sería la guinda del pastel. Las serie de El Efecto Variante ha ido muy bien internacionalmente en inglés desde que se publicó el primer libro Skin Eaters en una serie online. Sólo puedo asumir que a los libros les irá bien en el idioma oficial de los países donde fueron bien recibidos. El apocalipsis global tiene un atractivo global.

    P: Eres un exitoso pionero de la publicación indie con casi veinte años en el negocio. ¿Te resultó complicado empezar? ¿Son más fáciles las cosas ahora para la publicación independiente?

    R: Fue muy difícil al principio, puesto que la mayoría de eBooks sólo se podían leer online o como descargas para consumo en pantallas de ordenador y únicamente estaban disponibles en varios manuscritos básicos o formatos de texto. Tampoco había lectores de eBook como Kindle o Kobo, así que a los lectores les podía resultar complicado incluso imaginar lo que era un libro digital.

    Eventualmente, una amplia variedad de dispositivos de lectura electrónica, como el Sony Reader, llegaron al mercado con la llegada de tiendas básicas de eBook que proporcionaban contenido y, de pronto, todo se volvió muy sencillo en cuanto a la "publicación" Indie se refiere.

    Las plataformas de publicación Indie como Kindle Direct y Smashwords se desarrollaron muy pronto y las cosas se hicieron mucho más fáciles. El negocio pronto se fue expandiendo.

    Muchos de nosotros pensamos en dejar nuestros trabajos diarios cinco años después de la Revolución eBook. Los escritores desconocidos o "poco" conocidos se comunicaban directamente con sus lectores via Internet y medios sociales y establecían su propio mercado. Los escritores empezaron a ganarse la vida sin tener un bestseller del New York Times.

    Luego, casi igual de rápido, las cosas empezaron a ponerse difíciles porque estas compañias tecnológicas comenzaron a controlar la industria eBook mediante formatos proprietarios, derechos digitales y eReaders bloqueados. Eso enfadó a los consumidores porque empezó a nublar la línea de propiedad eBook y la libertad de los lectores a elegir. Luego, los vendedores de eBook asociándose con editores tradicionales empezaron a inclinar el mercado hacia el modelo de antiguo negocio y a ralentizar el crecimiento explosivo de la Revolución eBook para poder controlar a los escritores y lectores y volver a ser los guardianes de la puerta de nuevo.

    También manipularon el mercado mediante la fijación de precios y competencia desleal, lo cual empezó a aniquilar a los pequeños vendedores de eBook y minar la confianza de los lectores en la tecnología eBook. Las fuerzas del mercado se usaron (a veces de forma ilegal) para dirigir a los consumidores de eBook de vuelta al libro en papel.

    Al final, a los lectores, autores Indie y vendedores les han dejado con menores opciones para vender y comprar eBooks y con una selección más pequeña de dispositivos donde leerlos. Se recortó intencionadamente el mercado para que los "poderes regentes" pudiesen seguir siendo los "poderes regentes".

    Sin embargo, nunca consiguieron detener a los autores y publicadores Indie. El mercado Indie de eBook sigue siendo la fuerza conductora en el panorama de la publicación digital. Los autores y publicadores Indie tienden a aceptar mayores riesgos, como los relativos al contenido y los precios, y también suelen trabajar con gran eficiencia.

    P: La premisa del héroe en la serie El Efecto Variante es: "Vale, conseguisteis superar un brote zombie hace veinte años. Pero ahora no estáis mejor y tenéis que enfrentarlo otra vez, incluso peor". ¿Cuáles fueron las partes más interesantes y divertidas de crear estos personajes?

    R: El Efecto Variante es una reacción a las películas de cine, TV y género de zombies que ha crecido en torno a las películas de La Noche de Los Muertos Vivientes de George Romero, las serie de televisión The Walking Dead y cómics y literatura clásica relacionada. Yo soy un grandísimo fan, pero recuerdo una vez que al ver a uno de estos "héroes" destruyendo una horda de zombies del modo más horrible y vivídamente violento por la enésima vez, me pregunté si alguien podría superar alguna vez una experiencia como esa. El impacto emocional y psicológico sería impresionante. ¿Tendrías alguna vez una noche decente de sueño después de enviar tantos horribles y sangrientos disparos a la cabeza? Me pregunté cómo sería la jubilación de un antiguo combatiente de zombies. Considera el estrés postraumático.

    Sabía que era improbable que ninguno de ellos volvería nunca a tener una vida normal tras sobrevivir a una plaga zombie, así que imaginé que la mayoría de ellos pasarían el resto de sus días lidiando con lo que habían hecho para sobrevivir, mientras que otros estarían suspirando para que los zombies regresaran y poder así enfrentarse a sus terrores que atormentan sus torturadas almas.

    Debería mencionar que los “zombies” en El Efecto Variante son un poco diferentes de los monstruos tradicionales y se presentan como varias formas de demencia canibal y locura criminal. Esta diferencia me deja mucho espacio para sorprender al lector.

    Y también me abrió la puerta para poner cierto humor negro ahí dentro. Así es como las personas sobreviven a las experiencias terribles, después de todo. Las películas de George Romero siempre lo incluían, aunque sus personajes raramente sobrevivían hasta los créditos finales, y no digamos ya la jubilación. Así que, yo quería una liberación cómica. No quería que mis personajes únicamente se sintieran tristes y abatidos todo el tiempo. Ellos tienen ya callos y un sentido del humor acorde a eso. Así, mezclar almas torturadas y humor, se convirtió en lo más interesante al escribir estos libros. ¿Cómo reaccionaría un humano normal a tales experiencias infernales?

    ¿Y cómo vivirían tras sobrevivir a ellas? Tal trauma haría personajes únicos e impredecibles.

    P: Al leer los primeros capítulos de Devoradores de Piel, pensé: "total narrración cinematográfica" e "interesantes personajes de las primeras películas de cine negro". ¿Qué aspectos de la escritura consideras más difíciles?

    R: Creo que todo eso es difícil hasta que captas el espíritu o núcleo de una historia. Una vez que has conseguido eso y desarrollas la idea, ambientación y argumento de la historia, los personajes se crean a partir de ese proceso. Algunos personajes son como los pilares y son esenciales para la construcción narrativa desde el día uno, mientras que otros los crea la historia o nacen a partir de la interacción de los personajes.

    P Me ha encantado el personaje del Capitán Joe Borland. Lloré de la risa en algunas partes. ¿Puedes contarnos algo de los desafíos que Borland y sus embolsados tendrán que enfrentar a lo largo de la serie?

    R: Borland y sus amigos retirados tendrán que lidiar con el abandono de sus pasados, con sus secretos y sus pecados, mientras dependen desesperadamente de sus habilidades de combate e instintos de supervivencia. Quieren evolucionar para ser mejores, pero tienen dificultades para dejar atrás aquello que les hizo capaces de sobrevivir desde el principio. En la serie de El Efecto Variante, estas personas se ven retrotraídas a situaciones en las que adquirieron esas habilidades por primera vez. Sin embargo, aún consiguen progresar en las décadas posteriores al primer brote. Las heridas se curaron para resistir y lanzarse a la lucha.

    ¿Y ahora que les han vuelto a llamar al servicio activo? Los conflictos internos pronto provocarán batallas externas entre los supervivientes retirados y los nuevos combatientes se verán atrapados en el regreso del brote del Efecto Variante.

    Los embolsados recién reclutados tendrán que tratar de mantener su humanidad mientras observan a esos jubilados actuar con sus antiguas y efectivas habilidades de combate y asesinato. Los reclutas no querrán ser como los jubilados, pero temerán sentirse más débiles que ellos. La supervivencia podría implicar a aprender a volverse tan cruel como los jubilados.

    Juntos, combatirán el Efecto Variante e intentarán comprender el misterio de su regreso.

    P: Yo definiría la parte 2 de Devoradores de Piel como una montaña rusa de suspense. Recuerdo que en 2014, HBO hizo lo mismo en toda la primera temporada de su serie True Detective. ¿Qué otros elementos del género de Horror podemos encontrar en tus libros?

    R: Como he mencionado, confiaba en insuflar a la serie de El Efecto Variante un sentido de humor oscuro y realista, y jugar con todos esos zombies y tropas noir tan salvajes. Quiero que todos mis personajes reaccionen de forma realista en la historia: si alguien es un capullo que incomoda a los lectores, entonces quiero que ese capullo haga que los lectores se retuerzan. Es más realista. No a todos los héroes les queda bien vestir spandex. Al mismo tiempo, cualquier crecimiento del personaje, en una persona así, se vuelve mucho más interesante de observar. ¿Y qué hay de las personas que no crecen o maduran emocionalmente al envejecer? ¿Y qué ocurre cuando la peor de ellas es la mejor sobreviviendo al Efecto Variante?

    Creo el mejor horror surge de los personajes realistas colocados en situaciones increíbles.

    P: La serie de El Efecto Variante se pueden ver también como novelas de ciencia ficción en un futuro cercano. ¿Qué papel tiene la ciencia en la serie?

    R: La ciencia aplicada sin ética es peligrosa. A las corporaciones tecnológicas no se les debería permitir mandar en sus propios descuidos y la sociedad no debería fiarse de que estas hacen lo que es correcto en su búsqueda de beneficios. Las corporaciones suspenden este examen a todas horas. La ciencia es nuestra amiga. El pensamiento del capitalismo moderno no.

    P: Para los lectores curiosos, puedo ver en Devoradores de Piel claras referencias a Frankenstein y El Dr. Jekyll y Mr. Hyde. ¿Hay otras referencias como estas en la serie?

    R: El Fantasma de la Opera, Taxi Driver, La Amenaza de Andrómeda, Apocalypse Now ... Hay muchas inspiraciones.

    P: ¿Por qué escogiste ser un autor de Ficción de Horror? ¿Cuáles son los libros y películas que ayudaron a definirte como autor?

    R: No sé si lo escogí. No fue tan específico. Siempre he tenido interés en historias de miedo desde que hacía maquetas de plástico de Drácula cuando era pequeño. El Horror está en la mayor parte de mi obra, pero hay más cosas. A menudo hay elementos de ciencia ficción, ficción especulativa, crimen y/o fantasía. Prefiero la mezcla de genéros. Eso mantiene el interés y la impredicibilidad de las cosas. Los géneros “puros” se han trabajado mucho durante décadas, así que mezclarlos puede engendrar variaciones únicas.

    En relación a los libros y películas que impactaron en mi escritura, siempre me encantaron los clásicos: Drácula, Frankenstein, La Naranja Mecánica y todo lo de Charles Dickens. Películas como Alien, Robocop y Terminator tuvieron un atractivo clásico pero también moderno. Con la televisión, la lista es larga. Tuve favoritos como Star Trek, La Dimensiòn Desconocida, Expediente X y Kolchak: The Night Stalker sólo por nombras algunas.

    P: Has publicado en 2018 tu último libro de la serie el Efecto Variante, MADHOUSE 3 - Burn y terminado otro libro de los Misterios de Wildclown que saldrá ya en 2019. ¿Qué es lo próximo para G. Wells Taylor? ¿Puedes decirnos algo sobre tu siguiente proyecto?

    R: El libro de los Misterios de Wildclown se retrasará al 2020. Después de eso, No estoy del todo seguro. Tengo algo en lo que estoy trabajando que es una historia postapocalíptica que sigue a la serie Efecto Variante. Eso está actualmente en forma de apuntes. Probablemente dejaré que la serie se enfríe un poco antes de precisar un epílogo para ella..

    Me gustaría escribir más casos archivados del Detective Wildclown y tal vez otras historias originales de El Mundo de Cambio en el que vive. También hay secuelas para Bent Steeple y Dracula of the Apes en forma de borrador. Y también me gustaría mucho entrar en algún nuevo territorio.

    Muchísimas gracias por todo, G.

    _____________________________

    Entrevista realizada por correo electrónico en agosto de 2019

    Entrevistador: Artifacs