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Traducido por Artifacs en julio-2019

    Obra Original Lysergically Yours (© Frank Duff, 2004) publicada bajo licencia Creative Commons BY-NC-SA.

    Esta versión electrónica en español de Lisérgicamente Vuestro se publica bajo la misma licencia Creative Commons BY-NC-SA.

    Arte de Portada de la versión Ebook por Max Meyer y Adam Lonero.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido en este texto con personas reales vivas o muertas es puramente una coincidencia.

Dedicatoria de Frank Duff

    Para Boot

    Y gracias a:

    Courtney Lake, Nyala Ali, Jordan Powley, Kris Mofukn Hill, Adam Lonero, Max Meyer, Robert Hopewell, Pat y Howard McCourt, todos los K5ers y todos aquellos sin los cuales este libro nunca habría existido.

Licencia CC-BY-NC-SA

    Esto es un resumen inteligible para humanos (y no un sustituto) de la licencia, disponible en Castellano. Advertencia. Usted es libre de:

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Prólogo

    En mis venas diez dosis de ácido,

    que orbitan mi cerebro tácitos,

    aquí esperan y me marean,

    borrando ideas desesperan,

    pero nunca en inútil demora,

    buena desdicha en la hora

    cuando mis propios eventos

    sin velo malgastan momentos,

    y en salones sagrados entro,

    lanzado directo hacia el centro,

    donde se encuentra la Razón,

    con otras de ilustre estación

    incluídas en la recepción

    Discreción, Pose y Percepción

    más los que se confundieron

    y muy pronto descubrieron

    la gran noción desfasada

    de que tierra y mar salada

    existieron siempre en verdad

    sin mente que llamar hogar.

Capítulo 1

    Pasaban la mayor parte del tiempo jugando a un juego de cartas llamado Bopangou, o algo parecido. Un escandaloso evento ocurrió cuando Johnny había intentado pronunciar el nombre del juego. Todos sus secuestradores intentaron corregirle de inmediato y explicarle la pronunciación correcta. Tuvieron éxito en comunicar exactamente nada hasta que Thoc tuvo la brillante idea de escribírselo a Johnny en coreano. Esto permitió a Johnny identificarla como una de las palabras con muchos círculos. El beneficio secundario había sido la de eliminarla simultáneamente de su única otra categoría de palabras coreanas conocidas: las palabras con no tantos círculos.

    El método del juego al parecer consistía en jugar cartas sin importancia para llevar a tus oponentes a una falsa sensación de seguridad. Luego alguien jugaba de pronto una carta que pertenecía a un subconjunto especial para las que las reglas del juego demandaban que todos los jugadores empezaran de inmediato a chillar y gesticular tan escandalosa y frenéticamente como era posible.

    El alboroto iba aumentando hacia una magnitud próxima al aterrizaje de un jumbo hasta que todos los jugadores sacaban de pronto sus teléfonos móbiles y seguían gritando a los teléfonos, los cuales registraban en sus "gritómetros" (una función que al parecer tenían todos los móbiles coreanos) qué jugador había contribuído más enérgicamente al pandemonium. Ese jugador recibía entonces un punto y el juego continuaba.

    Johnny había intentado en una ocasión determinar exactamente qué cartas pertenecían a esta categoría especial. Su teoría de más éxito había sido la breve pero gloriosa teoría de las cartas rojas impares mayores que seis. Pero había sido desmentida, tres días después de su concepción; por un controvertido siete de calamares (calamares en traje verde).

    Había muy pocas interrupciones permitidas en el Bopangou. La más común era el cambio de turno, durante el cual había un tintineo de llaves y el clic-clac de la puerta descerrajada desde fuera. Luego, dos hombres entraban totalmente descansados (o más a menudo de resaca) y otros dos se marchaban. Aunque, a decir verdad, esto raramente interrumpía el juego más que un momento. Los recién llegados tomaban las manos descartadas de sus predecesores y seguían el juego a partir de ahí. Lo único que remplazaba el Bopangou era la comida. Cuatro generosas comidas al día.

    Sin embargo, en aquel momento no se estaban jugando cartas y, por alguna razón, habián disparos de arma de fuego en el exterior. Y todo indicaba, por el jaleo del asunto, que no tardaría en haber disparos en el interior.

    Johnny miró a su alrededor en busca de un lugar para esconderse. Al fracasar en eso, buscó algo que sirviera como arma. Considerando que estaba en una celda, no era sorprendente que hubiese poco que encontrar en ambos casos.

    «Pues toca esto, entonces», pensó escarbando en su bolsillo.

    Cuando sus secuestradores habían registrado a Johnny, no habían notado el segundo bolsillo oculto dentro del bolsillo derecho de sus pantalones. El hecho de que le hubiesen registrado buscando armas en vez de drogas era una señal clara de que aquellos tipos no tenían ni idea de por qué había un precio tan inmenso por la cabeza de Johnny. Siendo honestos, ni siquiera Johnny estaba seguro. Se había cosido él mismo aquel bolsillo para esconder su ácido en caso de que le cachearan los polis. Nunca lo había necesitado para ese propósito. Ahora sacaba una bolsita con un roto y arrugado cuadrado de papel secante, quizá con cinco dosis. El tiroteo se estaba volviendo más esporádico, se estaba acabando el tiempo.

    Rápidamente, para no permitirse reconsiderarlo, se metió el ácido bajo la lengua.

Capítulo 2

    Tres semanas antes, Johnny se servía otra copa. Se había pulido las cuatro birras de la nevera en el curso de una hora y había empezado a darle al etanol puro que él y Lyle usaban como disolvente.

    No se puede beber eso directamente, por supuesto, a menos que quieras disolverte las papilas gustativas, pero combinaba de perlas con zumo de naranja.

    Cuando Johnny bebía, tenía la desagradable tendencia a hacerlo solo. Esta tendencia solo era desagradable en el sentido social, por supuesto. Johnny no era un alcohólico, borracho melancólico o violento. Solo que en la norteamérica de principios del siglo veintiuno, la sociedad entera estaba fomentando la ilusión de que el etanol no era una droga. Johnny, no obstante, no deliraba con su status de usuario.

    Sucedía que Johnny no estaba realmente bebiendo solo esa noche. Bueno, sí estaba bebiendo solo, pero no estaba solo en el apartamento. Un compañero de piso (y socio de negocios) a cuatro metros de distancia llamado Lyle estaba atravesando los siguientes estados emocionales en rápida sucesión: confusión, preocupación, miedo, ira.

    —¡Johnny!

    —¿Hmm?

    —¡JOHNNY!

    —¿Sí? Te oigo, ¿qué quieres?

    —¡Johhny! ¡Mírame!

    —¡Colega! Estoy viendo una puta película.

    En ese momento, Lyle se plantó delante de Johnny y apagó la TV.

    —¿Qué coño, tío?

    —Johnny, ¿dónde ha ido a parar el ácido que estaba en mi mesilla?

    —Lo vendí. ¿No era esa la puta idea? A lo mejor he entendido mal todo este proceso desde el inicio pero, ¿no estamos tratando de ganar dinero? Si quieres que deje de vender las putas drogas, dímelo ya para que poder ver la puta peli.

    Johnny y Lyle eran muy buenos amigos y normalmente interactuaban con modales educados y cordiales. Johnny sin embargo, estaba más que un poco borracho y Lyle... bueno, Lyle sabía algo de gran importancia que Johnny ignoraba.

    Aunque eso estaba a punto de cambiar.

    —Johnny, escúchame. Escucha con mucha atención. Había un vial de ácido sobre mi mesilla con unas cien dosis. Tenía una etiqueta. En esa etiqueta ponía LA-26f. ¿Has vendido ese ácido? ¿Ese ácido específico?

    —No lo sé, no... No, espera, sí. Sí, lo puse en papel secante y lo moví por la facultad.

    —¿Qué facultad?

    —Tecno Central.

    —¿A quién?

    —¡Joder, Lyle! No lo sé, a los de siempre. Lucas y Jesse se llevaron unas cien dosis para ir tirando y luego pasé cinco y dividí en diez lo que quedaba entre gente al azar. ¿Por qué me preguntas todo esto?

    —Johnny, ¿te queda algo?

    —Sí, diez o quince dosis. Intenté encontrar a alguien durante un rato, luego dije: que le follen, me voy a casa. Me tomé unas birras y me puse a ver Teléfono Rojo, Volamos hacia Moscú, la cual me gustaría seguir viendo, si no te importa. Lo que queda está ahí en la mesa si lo quieres.

    Lyle siguió el asentimiento de Johnny hacia la mesa y recogió la ligeramente gastada lámina de papel secante. Estaba perforada como un folio de sellos, pero dividida en cuadraditos mucho más pequeños. Solo quedaba la esquina de lo que antes había sido una hoja más grande. Reconoció el dibujo. Lo había diseñado la exnovia de Johnny. En la hoja que Lyle sostenía estaba la esquina inferior izquierda del ojo en la pirámide de los Illuminati, presentada en púrpura chillón con angelitos negros reminiscentes circulándolo como moscas. Ivan, un amigo de Johnny, les imprinía todas las hojas, era más sencillo de ese modo.

    Lyle apretó la hoja con firmeza en la mano. —Ven conmigo a la cocina.

Capítulo 3

    Lyle y Johnny se habían conocido en Introducción a la Psicología.

    Ninguno de ellos terminó el curso.

    Johnny asistía porque era su primer año y aún creía que la vida universitaria trataba sobre convertirse en una persona educada, en vez de simplemente entrar y salir. Como tal, se había apuntado a Introducción a la Psicología y a Introducción a la Física Avanzada como sus optativas del primer año para la diplomatura de Ciencias de la Computación, en vez de las mucho más tradicionales Intro a la Lógica (donde todo el que supiese la diferencia entre "si" y "si y sólo si" podía sacar Sobresaliente) y Ciencia y Sociedad (que te concedía los requisitos de humanidades sin tener que asistir realmente a las clases de humanidades).

    Los motivos de Lyle de asistir al curso eran mucho más misteriosos.

    Johnny lo vio justo al llegar: Lyle, un punki con cresta verde sentado justo en el centro izquierdo de la Sala de Convocatorias, donde se impartía Intro a la Psico. Era la clase del lunes de las 9 de la mañana, la primera clase universitaria en las vidas de muchos estudiantes. Aún así, Lyle no tenía el mismo aire de trepidación que sobrevolaba al resto de los presentes. Se sentaba tranquilamente con sus botas Doctor Martens apoyadas en el respaldo del asiento delantero y la tabla de su mesa girada hacia arriba. Cuando casi todos los demás en la sala (Johnny incluído, le daba vergüenza recordarlo más tarde) sacaron sus relucientes carpetas nuevas compradas en el Wal-Mart (o Grand & Toy para los niños ricos) y un estuche de lápices con no solo lápices y gomas sino bolígrafos azules, rojos y negros, Lyle tenía tres folios de papel que había sacado claramente del bolsillo minutos antes y un boli Bic rojo sin capucha apoyado en la tabla bajada de su mesa.

    El instructor era un estudiante graduado de aspecto asustado llamado Mohammed Haj-Mosawi que hablaba inglés con un acento muy espeso y lo hacía con una voz que habría sido demasiado floja para una conversación educada en una cena, no digamos para dar clase a 800 estudiantes. Pero el tipo había ido armado con algunas presentaciones serias en PowerPoint.

    Para la tercera semana de cierta combinación del casi inaudible e indescifrable inglés y el mañaneo del lunes, la asistencia había caído hasta el punto que Johnny fue capaz de conseguir un asiento permanente en primera fila. Poco después, Lyle migró hacia adelante también.

    Desde aquel lugar privilegiado, ambos quedaron sorprendidos al descubrir que Haj-Mosawi era un orador bastante interesante una vez que te acostumbrabas al modo en que pronunciaba todas sus ies como ees.

    Fue en un intempestivo día caluroso de mediados de octubre cuando Johnny habló con Lyle por primera vez. Johnny se había quedado algunos minutos después de clase para preguntarle a Haj-Mosawi un par de cosas sobre la lección. Cuando salió por la puertas de la sala de convenciones y empezó a bajar las escaleras, le llamó alguien desde atrás.

    —Bonita camiseta.

    Johnny se dio la vuelta, vio los ojos sonrientes de Lyle y le preguntó: —¿Eres fan?

    Johnny llevaba una vieja camiseta de los Doors, una verdadera antigüedad. Había pertenecido a su padre. Las palabras "The Doors" en la espalda se habían desgastado del todo y el rostro sonriente de Jim Morrison apenas asomaba en el pecho de Johnny. La banda del cuello se había deshecho hasta el punto de que apenas existía y las manchas de sudor en las axilas eran del tipo que no salían tras el lavado. Las camisetas de grupos de música no eran realmente propias del estilo usual de Johnny; de hecho, esa era la única que tenía. Normalmente llevaba una sudadera negra con capucha y vaqueros todos los días del año, pero el calor del sol por la ventana de su dormitorio de esa mañana otoñal había dictado una súbita reevaluación de su atuendo.

    Lyle estaba de pie apoyado en un pilar, fumando un cigarrillo. Sus pantalones eran un remiendo de cuero, franela y varios parches desgastados de grupos de música que Johnny nunca había oído. Los pantalones se ajustaban a sus largas piernas y estaban metidos dentro de sus botas Docs por los tobillos. Había cremalleras y botones, que no parecían servir de ningún propósito, puestos sin orden ni concierto en la superficie de los pantalones.

    La mitad inferior de Lyle siempre iba vestida del mismo modo y Johnny sospechaba por observación que Lyle tenía tres o cuatro pantalones similares, aunque no estaba dispuesto a jurar que los pantalones fuesen siempre diferentes cada día.

    Lyle también vestía una manchada camiseta blanca de los Sex Pistols en la que la impresión estaba tan borrosa que casi era cierto que la había hecho él mismo. La camiseta también tenía un largo corte a cuchillo que le recorría diagonalmente el pecho y el algodón mugriento se doblaba hacia fuera alrededor de esa herida. Por el corte Johnny podía ver que el pezón derecho de Lyle tenía pintado un número PIN. También tenía una única línea gruesa negra tatuada recorriendo el interior del antebrazo, desde el codo hasta donde desaparecía bajo un brazalete de cuero de pinchos de acero, varios de los cuales estaban oxidados. En general, parecía que lo había vestido Dios para que las chicas ricas se vengaran de sus padres teniendo citas con él.

    Lyle escupió en el suelo ignorando la pregunta de Johnny y preguntó: —¿Sabes dónde puedo pillar algo de ácido?

    Johnny quedó visiblemente sorprendido: —¿Por qué me lo preguntas a mí?

    —Te vi leyendo Las Puertas de la Percepción en el descanso.

    —Lo siento, - dijo Johnny girándose para marcharse, —número equivocado. - Johnny saltó sobre su monopatín y se alejó en dirección a los Laboratorios de Física McLennan.

    No miró atrás pero, si lo hubiese hecho, habría visto a Lyle observándole con más que una leve curiosidad.

    Johnny había estado leyendo "Las Puertas de la Percepción" en clase... releyendo, de hecho. Eso era bien cierto. Pero también había leído "El Viejo y el Mar" la semana antes y nadie le había preguntado si sabía dónde podía pillar un buen pez espada. Lo desconcertante era que sí sabía dónde podía pillar Lyle algo de ácido, pero sus mecanismos de defensa naturales le habían convencido de hacerse el tonto.

    Había sido un minorista en sus años de instituto en Peterborough. Recibía una página de ácido de 200 dosis (en un buzón anónimo de un ruso que conoció en Kingston) a cambio de 500 dólares. Los dividía y los vendía a cinco pavos la dosis. Eso mantenía a Johnny con un contínuo suministro de sudaderas negras con capucha y dinero en el bolsillo para sus años de adolescente. También había sido la principal fuente de dinero que había ahorrado para la universidad. Cuando llegó a la escuela de Toronto, imaginó que había dejado atrás los días de pasar ácido. Había asumido que el mercado ya estaba saturado y que sería incapaz de encontrar un nicho.

    Pero claro... ahora ya no estaba tan segro.

    De lo que sí estaba serguro es de que tenía un buen asunto entre manos en el departamento de Física de la U.T. El departamento estaba tan desesperado buscando nuevos estudiantes que mimaba a sus no graduados con pizzas gratis para el almuerzo tres días a la semana. Johnny no era, técnicamente hablando, un físico no graduado, había sido un compañero que asistía a Física 140 quien le había pasado el rumor del Nirvana de la pizza.

    Y había sido la combinación de la breve charla con Haj-Mosawi y su encuentro fortuíto con Lyle lo que le hacían llegar diez minutos tarde.

    Eran los diez minutos vitales en los que se consumían por completo las pizzas vegetarianas. Johnny llevaba seis años siendo vegetariano, pero no era riguroso; estaba perfectamente dispuesto a comer pizza pepperoni. Además, sabía que no habían sido los demás vegetarianos de la sala quien se habían comido toda la pizza vegetariana. Los que comían carne picaban de la pizza vegetariana primero, dejando las pizzas de carne virtualmente sin tocar. Lo hacían porque sabían que, aunque ellos comían de ambas, los vegetarianos ni siquiera veían la pizza de carne como comida y eso permitía que esas pizzas se pudiesen reservar para consumo hasta treinta minutos después de que llegaran.

    Johnny no era de los que dejaba ganar a los demás tan fácilmente. Avanzó como un depredador dando una falsa sensación de seguridad y consiguió encontrar una pizza de pepperoni entera y sin tocar aún en su caja. Cerró la tapa y se la llevó a una sección desocupada del salón de estudiantes de física donde se sentó en un ruinoso sillón, abrió la caja sobre una mesa de café y empezó a quitar sistemáticamente todas las rodajas de pepperoni de la pizza y depositarlas en la caja. Cuando hubo descarnalizado su pizza, sus pensamientos volvieron a su misteriosa coversación con Lyle. Johnny tenía unas cincuenta dosis de papel secante de calidad en su dormitorio en ese mismo momento. Iba destinado para consumo personal, pero no había razón para que no pudiese venderle algo a Lyle y ver lo que surgía a partir de ahí.

    Si es que aún no había quemado sus puentes.

    A Johnny ciertamente le venía bien el dinero. Su cuenta bancaria se estaba agotando peligrosamente y había cuatro días a la semana sin pizza gratis.

    Estaba tan inmerso en sus pensamientos que no se percató de que tenía a alguien detrás hasta que le pasó un brazo por encima del hombro para reclamar un puñado de pepperoni descartado. Pudo sentir pequeños pechos apretarse detrás de su cabeza. Antes de que pudiese girarse, la chica se había dejado caer en un igualmente ruinoso sillón frente a él.

    —Bonita camiseta, - dijo ella con la boca llena de pepperoni.

    —Parece que a la gente le gusta, - respondió Johnny.

    —Soy Tinka. Deberías comer carne, es buena para el cuerpo.

    Desde el comienzo estuvo claro que Tinka era todo un enigma. Su pelo era principalmente moreno, aunque había mechas rojas y azules. Tenía cintas y abalorios atados al azar por el cabello, aunque casi a la altura del hombro, se levantaban improbablemente y sobresalían en todas direcciones como si lucharan con toda su voluntad por escapar de su cabeza. Vestía un top sin mangas en el que había marcado una X en sus pechos con pintura de incómodo color rojo sangre. Llevaba botas altas negras, medias de red y una minifalda lisa de franela. El informal modo en que se sentaba, con un pierna sobre la mesa de café, no hacía absolutamente nada por ocultar su ropa interior de seda roja. Jugó con su pelo durante un rato antes de mirar directamente a Johnny con ardientes ojos bajo pliegues epicántricos, indicando que era su turno de hablar.

    —Johnny. Y no, no lo es.

    —Da igual, es gratis, - Tinka se encogió de hombros y se llevó otro puñado de pepperoni a los labios pintados.

    —¿Eres alumna de Física? - preguntó Johnny en voz alta, casi por accidente.

    Ella mostró una gran sonrisa carnívora y se lamió los labios. —Ni siquiera soy una estudiante, ¿y tú?

    Johnny empezó a responder pero, en vez de ello, solo sonrió.

    —Mira, - dijo Tinka estirándose en el asiento y cogiendo lo que quedaba del pepperoni con la mano izquierda, —Si te gusta la comida gratis, reúnete conmigo en el Salón Annesley mañana a las siete. Puedes ser mi cita, Tengo que irme.

    La chica se levantó, echó un rápido vistazo a su alrededor y caminó deprisa hacia la salida, cogiendo la última porción de pizza de salchicha por el camino.

    Cuando casi estaba en la puerta, Tinka se giró y gritó a Johnny: —¡Y viste elegante! - mientras andaba hacia atrás.

    Chocó con un aterrorizado estudiante de física con camisa y gafas. Recuperando rápidamente el equilibrio, Tinka se dio la vuelta, le guiñó el ojo al chico y le dio una palmada en el culo antes de salir por la puerta.

    Johnny simplemente se quedó sonriendo, sacudió la cabeza y siguió con su pizza.

Capítulo 4

    Johnny sentía demasiada curiosidad para no aparecer. Llegó al Salón Annesley cinco minutos antes de las siete con el mejor atuendo que tenía: un traje negro de tres piezas con una camisa azul cobalto de cuello elegante y sin corbata. Lo había comprado para su fiesta del instituto (con el dinero de la droga).

    Tinka le estaba esperando en las escaleras. No la reconoció al principio, pero cuando lo hizo quedó gratamente impresionado. Se había transformado de una intimidante asiática punki en la mujer más hermosa que había visto, simplemente poniéndose un vestido y un sombrero.

    El vestido era un traje de noche de lentejuelas con una larga forma de seda roja ajustada. El sombrero era negro con plumas y sujeto al cabello, que parecía totalmente aristócratico a pesar de que asomaban mechas rojas, negras y azules en las puntas. También llevaba una bufanda negra de visón que habría parecido absurda alrededor de cualquiera otra persona.

    Johnny estaba a punto de decirle lo asombrosa que estaba cuando ella se le adelantó: —Buenas noches Dr. Page, tiene un aspecto intenso esta noche.

    —¿Perdón? - fue lo único que Johnny pudo pensar decir.

    —Eres el Dr. Edward Emmanuel Page y yo tu esposa Bettie, - respondió ella, comprobando su maquillaje en un espejito.

    —¿Bettie Page?

    —Solo de casada, ahora vamos.

    Metió el espejito en el bolso y caminó hacia el interior del edificio. Ascendieron las escaleras hacia el salón principal.

    —Bonito vestido, - dijo Johnny desde dos escalones por debajo de Tinka.

    —Gracias. Lo robé de una tienda de alquiler.

    Mientras decía esto, Tinka se giró e hizo contacto ocular con Johnny. Fue entoces cuando descubrió que sus ojos eran tan salvajes y fieros como lo habían sido el día anterior. Le hacían parecer menos una respetable dama aristócratica y un poco más una bomba de relojería andante con traje de noche.

    Llegaron a lo alto de la escalera y Tinka estaba a punto de abrir las puertas del salón principal cuando Johnny preguntó: —¿Qué se celebra, por cierto?

    —Encuentro de Facultad del Departamento de Química - fue la respuesta y cruzaron las puertas.

    Había cincuenta o sesenta personas en la fiesta, principalmente hombres de aspecto sabio y amigable en la última mitad de sus vidas. Vestían viejos trajes apolillados y les acompañaban tímidas esposas colgando de sus brazos. Aunque también había una menor cantidad de hombres y mujeres solteras en sus veinte y treinta. Johnny y Tinka (o el Dr. y la Sra. Page), claramente eran las personas más jóvenes presentes. El murmullo de la conversación mantenía ese preternatural nivel saludable que solo se obtenía cuando un numeroso grupo de gente interesante se emparejaba con la barra libre. Tinka tomó dos vasos de vino tinto de una mesa cerca de la entrada y le entregó uno a Johnny.

    Cinco minutos después, Johnny estaba en el buffet llenando su plato con el mejor sushi vegetariano que había probado nunca y tratando de evitar hablar con nadie para no ser descubierto.

    Su cerebro detectó algo incongruente en su visión periférica. Se giró para ver lo que era y se sorprendió al ver a Lyle hablando y gesticulando emocionado en un grupo de químicos senior a escasos metros de distancia. Iba vestido como el día anterior salvo por una camiseta de "Vacaciones en Camboya" que no mostraba sus pezones. Al principio Johnny pensó que Lyle estaba haciendo intencionadamente algún tipo de escena para sabotear el encuentro, pero tras examinar al grupo quedó claro que los químicos no solo no estaban ofendidos por lo que Lyle estaba diciendo, sino que en realidad parecían bastante interesados.

    Johnny lo intentó, pero no pudo distinguir las palabras desde donde estaba.

    Fue entonces cuando Lyle vio a Johnny. Intercambiaron miradas y Lyle alzó las cejas brevemente mientras continuaba su discurso. Johnny no tenía ni idea de lo que estaba pasando, así que sonrió y asintió a Lyle, terminó de apilar futomakis en su plato y empezó a mirar a su alrededor en busca de Tinka, a quien había perdido completamente de vista.

    Aún estaba buscando cuando vio que Lyle se había separado de su grupo y parecía estar gravitando en su dirección.

    —No esperaba encontrarte aquí, - dijo Lyle cuando se acercó lo bastante.

    —Yo tampoco.

    —¿Tampoco esperabas encontrarme aquí o no esperabas que yo no esperara encontrarte aquí? - preguntó Lyle sonriendo.

    —Escoge tú.

    Lyle cogió un rollito de aguacate del plato de Johnny y se lo metió en la boca. Pareció totalmente absorto en sus propios pensamientos mientras masticaba, como si hubiese pasado de una instancia a la siguiente olvidando completamente que Johnny estaba allí. Esto resultó ser falso acto seguido, cuando le quitó de la mano el vaso de vino, dio un generoso sorbo, tragó y le tendió a Johnny el vaso de nuevo.

    —Malditamente buena la comida gratis.

    —No me digas, - respondió Johnny defensivamente.

    No se le ocurrió nada mejor que decir, dado que estaba casi esperando que su madre o alguien igualmente improbable entrase por la puerta en cualquier momento.

    La madre de Johnny estaba en Peterborough, de hecho, haciendo el amor con el padre de Johnny justo en ese momento y viviría el resto de su vida sin poner jamás un pie en el Salón Annesley.

    Así que tenía a salvo esa línea del frente.

    Además de la obvia desorientación de Johnny, su compañero de clase seguía llevando la conversación: —Esa chica son malas noticias, - dijo Lyle.

    Johnny volvió de golpe al presente por ese non sequitur y alzó las cejas interrogativamente.

    —La chica coreana con la que has entrado, - elaboró Lyle, —La he visto por ahí. Son problemas.

    Johnny meramente sonrió y se encogió de hombros: —Da igual, - no le importaba un problemilla así.

    Lyle también se encogió de hombros, como diciendo: "Ya te he avisado, eso es todo lo que puedo hacer".

    Johnny echó otro vistazo por la sala. Le llamó la atención dos chicas, al parecer solteras, apoyadas en la mesa de las bebidas. Ambas tenían esa mirada en los ojos que decía: "sí, soy una mujer en un mundo de hombres. ¿Y a ti qué?"

    Miró al hombre de unos cincuenta años con traje azul que movía emocionado los brazos y charlaba sobre Buckminster Fuller mientras su esposa padecía aburrimiento terminal. De pronto Johnny notó que, aparte de la presencia de Lyle, la escena no era más extraña que cualquiera de las muchas otras por las que había pasado en su vida.

    Sin avisar, sintió su ritmo social y cogió al toro conversacional por los cuernos: —No era ácido de lo que Huxley estaba hablando en Las Puertas de la Percepción, era mescalina.

    —Lo sé, - dijo Lyle, —pero habla del ácido en Cielo e Infierno, y si has leído uno, vas a leerte el otro,

    —Sí, pero también habla de luces estroboscópicas en Cielo e Infierno.

    —No me interesan las luces estroboscópicas. Tengo interés profesional en el ácido,

    «¡Ah!», pensó Johnny, «Es un minorista.»

    Quizá el futuro no era tan brillante como él había creído pero, aún así, Lyle afirmaba estar buscando ácido. Si era un minorista buscando un nuevo contacto, podía hacerse un buen dinero. Y a un menor riesgo.

    —Bueno, - dijo Johnny, —no hago promesas pero, si aún te interesa, podría ayudarte.

    Lyle había abierto la boca para reponder cuando les interrumpió la voz de Tinka: —Vamos Doctor, nos marchamos.

    A la palabra Doctor, Lyle alzó las cejas y sonrió. Tinka le disparó una mirada que habría matado a un hombre de menor estatura. Él sonrió más, mostrando los dientes. Tinka empezó a arrastrar corporalmente a Johnny lejos de allí.

    Johnny le vocalizó a Lyle la palabra "lunes" y procedió a seguir a Tinka por propia voluntad: —¿Por qué tanta prisa?

    —Una dócil ancianita quiere arrancarme los ojos porque cree que estaba flirteando con su esposo.

    —¿Lo estabas?

    —Irrelevante, - dijo ella cuando pasaron la mesa de bebidas.

    Tinka soltó el brazo de Johnny para coger dos botellas de vino al pasar. Cuando salieron por la puerta, Tinka se detuvo de repente: —¡Mierda!

    —¿Qué pasa?

    Le dejó las botellas en las manos: —Aguanta. Espera aquí. - entró corriendo de nuevo al salón principal. Un rato después reapareció triunfalmente con un sacacorchos. Le cogió del brazo y dijo animadamente, —¿Seguimos?

    —¿Adónde te estoy acompañando? - preguntó Johnny cuando estuvieron en la calle.

    —A tu casa, - dijo ella, —estamos casados.

    Tinka descorchó una de las botellas por el camino y se la terminaron al llegar a la residencia de Johnny. Tinka bebió más de su parte mientras Johnny abría la puerta a su habitación.

    Tinka dijo de pronto: —Te lancé un hechizo esta mañana.

    Pillado con la guardia baja, mientras ambos entraban al interior, Johnny solo pudo preguntar: —¿Qué tipo de hechizo?

    —Para hacerte bueno en la cama, - dijo ella cerrando la puerta con el pie, —Puede que no hiciera falta, pero nunca se sabe.

Capítulo 5

    Johnny despertó con el sonido de teclas. Su primer pensamiento fue el mismo que el de todas las mañanas: «¿Dónde estoy? En mi habitación, bien.»

    Su segundo pensamiento fue: «¿Quién está tecleando en mi ordenador?»

    Los eventos de la noche previa se reprodujeron rápidamente en su cabeza.

    «Tinka.»

    Abrió los ojos: —¿Qué estás haciendo?

    Estaba sentada desnuda a su mesa del ordenador con la segunda botella de vino vacía entre las rodillas: —Leyendo tus archivos históricos de Internet.

    Johnny se sentó en la cama de golpe: —¿Qué?!

    —No seas paranoico, - rió Tinka, —Es la mejor forma del mundo para conocer a alguien, nos ahorra un montón de problemas. Por cierto, no deberías hablar de drogas por MSN, y estoy segura de que no deberías llevar las cuentas de tus beneficios de venta de drogas en hojas de cálculo.

    Ahora a la defensiva, Johnny dijo: —Tampoco es que haya etiquetado las columnas como Cocaína y Marihuana.

    —Ya, ¿pero qué otra cosa puede ser cuatrocientas unidades a dos dólares cincuenta por compra?. ¿Treinta y una unidades de costes? ¿Trescientas sesenta y nueve unidades vendidas a cinco dólares cada una? ¿Ochocientos cuarenta y cinco dólares de beneficio bruto? Buena suerte convenciendo al juez de que estás hablando de subscripciones a revistas.

    —Mira, - dijo Johnny, —Yo sé lo que me hago. - recogió sus pantalones del suelo y sacó el teléfono móbil del bolsillo,—Si llamo al número de teléfono de esta habitación... - lo hizo y empezó a sonar el teléfono sobre su mesa.

    Tinka movió el brazo automáticamente, pero Johnny la detuvo: —¡No lo cojas!

    El teléfono sonó tres veces y saltó el contestador. —No estoy aquí. Ya sabes lo que hacer. - dijo la voz de Johnny.

    —¿Lo has oído? - dijo Johnny, —Ese era el ordenador. El ordenador responde la línea fija y coge los mensajes como un contestador ordinario, pero si pulso el código de acceso, - pulsó quince dígitos en el teclado de su móbil y el ordenador emitió un único DING, —Tengo acceso remoto a un modo especial de comandos. Así puedo borrar todos los archivos del disco duro pulsando tres botones.

    Apretó tres botones y las cejas de Tinka se dispararon hacia arriba.

    —No los he borrado, - dijo Johnny con una risa, —ese era el código de salida.

    —Muy astuto, - le felicitó Tinka, —a menos que el enemigo te folle y luego lea tus archivos mientras duermes.

    —Esto es Canadá, - Johnny se encongió de hombros, —nadie se toma tanto trabajo para meter en prisión a alguien como yo.

    Tinka empezó de pronto a escarbar por el suelo de la habitación hasta que encontró su bolso. —Aquí - le dijo —Te lanzaré un hechizo. ¿Qué es lo que más quieres en el mundo?

    —¿Ahora misno?

    —Sí, ahora mismo.

    «Tener una puta idea de lo que está pasando, para variar», Johnny tuvo que morderse la lengua para evitar decirlo.

    Al pensar un poco más en la cuestión, se dio cuenta de que no tenía ni idea de lo que quería. Si hubiese respondido honestamente ayer a la pregunta, podría haber dicho sexo. Esa mañana sentía que había muy poco que quisiera en realidad. Exceptuando, por supuesto, dinero.

    Sabía que sus ahorros no le aguantarían más de unos meses. Había hecho algunos intentos por conseguir dinero fácil y, aunque era prometedor, no rentaban al ritmo esperado. En aquel momento, Johnny tenía mucho más de lo que le importaba admitir, con la posibilidad de volver al juego del ácido. Aunque si eso fallaba, se encontraría en la misma posición que antes de Navidad: la de tener que encontrar, por primera vez en su vida, un trabajo real.

    —Es mezquino, - admitió a Tinka al final, —pero probablemente es dinero.

    Tinka estaba en proceso de sacar cosas del bolso y colocándolas sobre es escritorio del Johnny. Paró y le miró entornando los ojos: —Creí que eras un camello.

    —Lo asumiste, - dijo Johnny, feliz por tener alguna prueba de que no era él la única persona en el mundo a quien podían pillar con la guardia baja.

    —Lo que tú digas. ¿Cuánto dinero?

    —No mucho. No como en la lotería ni nada de eso, ya sabes, lo justo para un contínuo suministro en metálico por el que no tenga que trabajar duro.

    Ella arrancó una hoja de papel de una de las libretas en la mesa de Johnny y empezó a garabatear con un lápiz durante unos minutos. Cuando por fin quedó satisfecha, había un evocativo glifo dibujado en el centro de la página.

    —Dame la mano, - le dijo en una repentina voz autoritaria mientras vertía un pequeño charco de pintura blanca en la esquina de la mesa de un tarrito que había sacado del bolso.

    Antes de que de fuese siquiera consciente de que lo estaba haciendo, Johnny había extendido la mano izquierda hacia ella. Ella agarró la mano y le cruzó la palma con un cuchillo que él no se había percatado que Tinka estaba sujetando.

    —¡JODER! - gritó él y trató de apartar la mano de un tirón, pero ella la tenía sujeta con un férreo agarre.

    —Jesús, - dijo Tinka, —No te muevas. No duele tanto.

    Empezó a exprimir la sangre de la herida en el charquito de pintura. Pronto hubo mucha más sangre que pintura.

    Tenía razón. Después del impacto durante el corte, ya no le dolía mucho, casi la sentía bien. Tinka recogió algunas gotas más de su mano y la soltó. Empezó a remover la pintura y la sangre con un pincel que al parecer había sacado de la nada. Mientras hacía eso, cogió una carpeta negra de debajo de la mesa.

    —¿Normalmente llevas esto contigo? - le preguntó.

    — - dijo Johnny casi absorto mientras se cogía la mano y observaba la herida.

    La sangre empezó a recorrerle el brazo y él tanteó por el suelo hasta que encontró un calcetín con el que parar el flujo.

    —Bien - dijo ella.

    Copió el mismo glifo que había dibujado en el papel, pintado en la portada de la carpeta. Las pinceladas parecían caligrafía china y el glifo mismo era de color rosa pardo extrañamente vibrante, como si la sangre le hubiese devuelto a la vida.

    Cuando hubo terminado, Tinka colocó la carpeta en la mesa para que se secara, apoyó la espalda en el respaldo de la silla y pareció complacida consigo misma.

    —¿Eso es todo lo que hace falta? - preguntó Johnny —¿No tenemos que danzar eléctricamente por ahí como monos, encender unas cuantas velas, entonar encantamientos o algo así?

    Tinka le lanzó una mirada que decía que se negaba siquiera a reconocer lo que acababa de decir: —El hechizo está preparado. Este glifo es tu esperanza, tu deseo y su complimiento potencial. Ahora tienes que memorizarlo. Aprende cada característica. Aprecia cada detalle de cada pincelada.

    Inesperadamente, el bolso de Tinka empezó a pitar. Ella sonrió y recogió sus posesiones de la mesa de Johnny de vuelta a su bolso. Se levantó, recogió su traje de noche del suelo y lo deslizó por la cabeza, dejando abierta la cremallera a la espalda. Embutió el sombrero en el bolso con el resto de sus cosas, espachurrándolo horriblemente en el proceso.

    —Diez en punto, - dijo ella, —Me necesitan en otro sitio.

    Miró brevemente su reflejo en el espejito de pared de Johnny y frunció el ceño. Tiró de la camiseta de los Doors de Johnny para sacarla de la maraña de ropa del suelo, se la puso sobre el vestido y preguntó: —¿Te importa prestarme esto?

    Johnny apenas tuvo tiempo de decir —Adelante - antes de que ella, con una sonrisa y un guiño, desapareciese cerrando la puerta tras ella.

Capítulo 6

    Esa noche Johnny estaba con su tutorial de cálculo de las 8 cuando empezó a vibrar su teléfono móbil dentro de sus pantalones. Abandonando subresticiamente la habitación, comprobó la pantalla de llamada: número bloqueado.

    —¿Hola? - Johnny respondió al teléfono mientras se apoyaba en la pared exterior del cuarto de baño masculino.

    —¿Johnny! - dijo una emocionada voz al otro lado, gritando por encima de una alta música de fondo, —¡Me alegro de oír tu voz, hombre!

    —¿Quién es? - preguntó Johnny, su vena paranoica le urgió a colgar inmediatamente.

    —Eso me duele Johnny. En serio, estoy dolido. ¡Soy Ivan, pequeño hijo de perra! ¡Oh, es toda una lástima ser olvidado tan pronto. ¿Has dejado atrás el mal camino? ¿Vives una vida de monaguillo ahora? ¿Es que no tienes tiempo para los viejos amigos que nunca hacen lo correcto?

    Johnny estaba sorprendido a pesar de sí mismo.

    —Ivan, - dijo con verdadera felicidad en su voz, —Estaba a punto de llamarte.

    —De ti, Johnny, casi podría creerlo. Aunque no importa, solo una cosa importa ahora: Estoy en el Beagle y aunque podría terminarme esta jarra yo solo, me va a costar acabar la que acabo de pedir sin una ayudita.

    —¿El Beagle? - preguntó Johnny.

    —Sí. Jesús, chaval, ¿no eres tú el que vive aquí? Ponte al día. El Regal Beagle, Bloor con Huron. ¿Te espero en cinco minutos o tengo que decirle a la camarera que beba conmigo? Es mona, a ti te gustaría... sí, adorable, a ella también le gustarás. Una skater bonita, un poco en el lado corto tal vez, pero él...

    —De acuerdo Ivan, joder, - le interrumpió, —¡Voy para allá!

    La jukebox estaba tocando alguna canción hip-hop que Johnny nunca había oído cuando llegó. Localizó a Ivan enseguida. Con dos metros doce era fácil de ver entre la multitud. También ayudó que tuviese a las tres camareras del servicio bailando y cantando la canción con él junto a su mesa. Johnny se apoyó en los teléfonos de pago y sonrió mientras observaba a su amigo currarse el solo del segundo verso. Para cuando Ivan vio a Johnny, el estribillo había empezado de nuevo. Sonrió ampliamente mostrando sus dientes perfectos y le llamó con la mano. Johnny alzó las cejas y empezó a cruzar el pub hacia la mesa.

    —Johnny, - saludó efusivamente Ivan, abrazándole y palmeándole la espalda demasiado fuerte con sus tremendas manos rusas, —Quiero que conozcas a Megan, a Wendy y a... esa es Anna, escampando de vuelta a la barra para servir una copa a ese cliente. Qué chica más cordial y responsable.

    Johnny dijo hola a Megan y a Wendy, pero no tuvo oportunidad de decir nada más antes de que Ivan les pidiera que le dejaran hablar en privado con Johnny. Para su sopresa, lo hizo de un modo que pareció el mayor de los cumplidos que les pidiera irse. Para cuando Johnny arrastró una silla y se sentó en ella, Ivan ya le había servido una pinta.

    —¡Feliz cumpleaños! - le gritó jovialmente.

    —No es mi cumpleaños, - dijo Johnny, —Nunca te he dicho cuál es mi cumpleaños. Nunca le he dicho a nadie cuál es mi cumpleaños.

    —Soy consciente de eso, Johnny. Pero ahora les llevo un día de ventaja a todos esos que no saben cuál es tu cumpleaños. Sé un día que no lo es. El conocimiento es poder, amigo mío, y el poder es dinero, chicas, libertad y cerveza. Y más conocimiento, el poder también es más conocimiento. Como una especie de movimiento perpetuo, si lo piensas... un brindis: por mañana, tu cumpleaños.

    Johnny sonrió, chocaron vasos y bebieron. Tras un largo trago de la pinta, se reclinó en la silla y preguntó: —Bueno, ¿de dónde has salido corriendo para acabar aquí, Ivan?

    Ivan hizo una mueca de fingida ofensa: disparó hacia arriba las cejas y su mandíbula cayó a plomo para dar un fantástico efecto mientras se echaba hacia atrás apartándose de la mesa..

    —¿Corriendo, Johnny? Yo nunco corro. Si alguna vez necesitas correr es que has esperado demasiado tiempo para encontrar la salida. Siempre me dejo tiempo para irme paseando disimuladamente e incluso hacer una parada para un cigarillo en la esquina si me apetece. ¿Correr? - digo de nuevo con un bufido, —¡No puedo creer que tengas tan pobre imagen de mí después de todo este tiempo, Johnny! ¡Después de todo lo que he hecho por ti!

    Parecía que Johnny tendría que buscar un nuevo contacto si quería volver al negocio del ácido. Era una lástima. Ivan era una carta real y más que un poco aleatoria, pero era el parangón de la dependencia respecto a sus semejantes en el mundo de las drogas.

    —¿Y qué hay de...? ¡Dios mío!, ¿qué le ha pasado a tu mano? - exclamó Ivan.

    Johnny bajó la vista hacia su mano. Ahora que la veía bien, en realidad estaba bastante horrible. —Una chica me cortó.

    Ivan rompió a reir. —Cómo son las damas ¿eh? Bueno, cuéntame lo que has estado haciendo en esta ciudad, Johnny. Dame lo bueno, lo sucio.

    —Soy un estudiante, Ivan. Estoy sacándome la diplomatura un caro paso tras otro.

    —Sí sí, claro que lo eres. Y luego buscarás esposa y una hipoteca y trabajo fijo haciendo algo perfectamente legal y aburrido. No me sueltes ese discurso, chaval. ¿Qué estás haciendo por DINERO?

    —Bueno, - dijo Johnny, preparándose para inventarse algo y divertirse —He estado empezando a meterme en apuestas un poco últimamente.

    —¡Ese en mi chico! - exclamó Ivan dando una palmada en la mesa, —Apuestas, ¿eh? Eso es traicionero. Difícil de mantener una clientela en un establecimiento con callejón trasero cuando el Hombre Importante está montando casas de juego en cada otra esquina. - Johnny intentó interrumpir, pero Ivan movió una mano y quedó en silencio durante un momento antes de que se le iluminaran los ojos. —¡Pues claro! ¡Vives en una residencia! Es un mercado cautivo y apuesto a que todos son unos primos también. ¿Cuál es el juego? ¿Carta más alta? No, no se requiere suficiente habilidad, si no les das cuerda no se pueden colgar ellos solos, ¿verdad, Johnny? Ya sé, blackjack. Es blackjack, ¿a que sí?

    Johnny estaba negando con la cabeza y sonriendo. —No, Ivan. Apuestas deportivas.

    —¿Apuestas deportivas? - Ivan estaba visiblemente espantado. —¿Apuestas deportivas? ¿Estás jugando a la jodida lotería? ¿Estás jugando CONTRA la casa? ¿No has leído El Jugador? ¿No dijo Dostoyevsky: sé la casa o no juegues?

    —Piensa en ello, Ivan, - dijo Johnny sorbiendo de su cerveza, —¿Cuál es la gran diferencia entre la Apuesta deportiva y la Loto? ¿O entre la Apuesta deportiva y la carta más alta? Los pronósticos son fluídos. Los tíos del Línea-Pro, por ejemplo, no saben cuáles son las verdaderas probabildades de que los Sharks venzan a los Jets. Hay demasiados factores: quizás el portero estuvo de marcha bebiendo demasiado la noche antes. Quizá uno de los jugadores está saliendo con la exmujer del árbitro. ¿Quién sabe? Todo lo que pueden hacer es una suposición educada.

    —¿Intentas suponer mejor que ellos en las estadísticas, hombre? Eso es un juego perdedor. Esos tíos mueven una tonelada de pasta haciendo lo que hacen. Tienen esos trabajos porque son los mejores en ello. Además, siempre se dejan a ellos mismos un gran margen de error. Estás tirando el dinero, Johnny, tirando tu dinero.

    —Ya, pero no importa el buen trabajo que estén haciendo los tíos del Línea-Pro, hay tipos en Mónaco, Antigua y Las Vegas que lo hacen mejor. El Línea-Pro fija sus pronósticos con doce horas de antelación. Entonces, lo único que hay que hacer es ejecutar un programa que recoge los pronósticos más actualizados en la web por Internet y apostar en las discrepancias.

    Ivan estaba ensimismado. —¿De dónde sacas el programa?

    Johnny sonrió. —Lo escribí yo. Es lo más sencillo del mundo. Menos de cien líneas de código. Está funcionando en mi habitación ahora mismo.

    Ivan parecía impresionado. Alargó el brazo sobre la mesa y trató de despeinar el pelo de Johnny. Johnny se inclinó hacia atrás con maestría.

    Levantándose y poniendo dinero en la mesa, Ivan preguntó: —¿Entonces, funciona de verdad? ¿Es a prueba de engaños? ¿Estás haciendo dinero?

    —Estoy haciendo dinero, pero despacio. Como has dicho, se dejan un buen margen, así que sólo puedes apostar fuerte en las grandes anomalías y tienes suerte si se apuntan a tu reto más de una vez o dos a la semana. Y limitan las apuestas a veinte pavos, así que no es exponencial realmente porque no puedes automatizarlo y tienes que pasarte por todas esas tiendas de conveniencia diferentes para comprar cuatro o cinco boletos para cada partido. Por no mencionar que sigue siendo cuestión de jugar los pronósticos. Puedo inclinar los pronósticos a mi favor pero, aún así, si ganas algo, pierdes algo. Tú los has dicho mejor: es como la jodida lotto.

    —Eso es bastante ingenioso, - dijo Ivan cuando condujo a Johnny fuera del Beagle hasta una ridículamente grande furgoneta con placas de granja, —pero todo lo estás enfocanfo mal...

    —¿Esto es tu camioneta? - interrumpió Johnny cuando Ivan quitó dos tiquets de aparcamiento de debajo del limpiaparabrisas y los tiró al suelo.

    —Es un préstamo a largo plazo de un amigo que me debe algunos favores más de los que podía devolverme con facilidad, - dijo Ivan. —Entra.

    Ivan metió la llave en la ignición y el motor rugió con una manada entera de lobos alimentados con diesel. Salió a la calle hacia Bloor y siguió hablando mientras conducía: —Como estaba diciendo, tienes una buena idea aquí con lo de Línea-Pro, pero tienes la actitud completamente equivocada. Tienes que cortar la cuerda en su eslabón más débil.

    —Cadena, - corrigió Johnny educadamente.

    —Justo. Como he dicho, tienes que cortar la cadena en el eslabón más débil. No puedes aumentarlo si intentas esquilar al Línea-Pro directamente, pero hay una forma más sencilla en el sistema. Tienes que ir derecho a por el fan del Fulano con las abdominales. Todo lo que tienes que hacer es preparar tus discrepancias grabadas en un número 1-900 que vierta sus beneficios en una cuenta anónima en Suíza, cobrar un pavo por llamada y conseguir una buena publicidad en los canales adecuados. Bingo: ingresos crecientes y fiables. Si hay algo que aprendí en Rusia es el valor de llegar hasta el hombre corriente.

    —Tonterías, - declaró Johnny, —tú nunca has estado en Rusia.

    —Claro que sí, - dijo Ivan, pareciendo ofendido, —mis padres me enviaron allí un año entero cuando tenía quince abriles para reformarme.

    —¿Funcionó?

    Ivan rió. —¿Dónde crees que conocí a todos mis contactos?

    Ivan había detenido la furgoneta. Habían parado al lado de la Wellesley Road.

    —¿Ves lo que estoy diciendo, Johnny? Tienes que encontrar un punto débil e ir a por él. Tienes la vista. Ves las oportunidades, pero no has aprendido a considerar todos los factores todavía. - abrió su puerta y salió. —De acuerdo, te toca conducir.

    —No tengo permiso, - objetó Johnny.

    —Pero yo estoy borracho, - dijo Ivan, —además, si nos paran, esa es la menor de nuestras preocupaciones.

    Reluctantemente, Johnny pasó al asiento del conductor y tomó control de la bestia. No había conducido en tres años y aquello había sido el pequeño Mazda de su padre. Cuando soltó el embrague y pisó el acelerador, la respuesta fue completamente intimidante, aunque una vez que tuvo la camioneta en marcha, Johnny se sintió más cómodo con su potencia. No era muy aficionado a la conducción, pero había algo sobre controlar esa gran máquina que le despertaba una sensación de fetichismo automobilístico que no sabía que tenía.

    Ivan iba en silencio mientras conducía. Johnny le miró y vio que había sacado un bolsa muy grande de hierba de su mochila y estaba liando un canuto.

    «Vale, que no te paren.»

    Ivan encendió el canuto y abrió la ventana. Después de un rato trató de pasárselo a Johnny. El ascua ardía con brillo en el viento.

    Johnny negó con la cabeza. —Sabes que no fumo.

    Ivan retiró la mano. En su visión periférica pudo verle darle una calada y encogerse de hombros.

    —Algo famoso que dijo Solzhenitsyn, Hay una primera vez para todo, - dijo Ivan, —pero tú mismo.

    La primera vez había sido algún tiempo atrás. Johnny había tomado muestras de la mayoría de los tipos de narcóticos en su desaprovechada juventud y no se había saltado la marihuana en la lista. Tampoco es que tuviera nada contra la hierba ni cualquier otra droga orgánica per se. Simplemente pensaba que Dios no era tan bueno creando drogas como los químicos.

    Poco después de terminarse el canuto, Ivan dio una palmada a Johnny en el hombro y señaló la carretera que iba a un "Hora del Café". Johnny paró la camioneta en el aparcamiento y apagó el motor. Los trescientos cincuenta caballos bajo el capó empezaron a enfriarse y despedir el vapor. Al salir de la camioneta, Johnny notó por primera vez algo bastante voluminoso en la ranchera de la camioneta bajo una manta impermeable. No dijo nada y siguió a Ivan dentro de la cafetería.

    Tras pedir los cafés y encontrar un asiento, Johnny echó un rápido vistazo a su alrededor para asegurarse de que nadie estaba lo bastante cerca para oír su conversación, —En serio que iba a llamarte, Ivan

    —Ya colega, no te preocupes por eso. Creo que nos veremos bastante ahora, ¿no? Yo no estoy preocupado. No lo estés.

    —No es eso. Necesito un contacto.

    Ivan sonrió con comprensión, —¿Qué tipo de contacto?

    —Papel secante.

    Ivan arrugó un poco la frente antes de responder, —¿Uso personal?

    —No, para moverlo.

    —Jesús, joder hombre, ¿no has leído las noticias? - Johnny no las había leído. Inclinó la cabeza y esperó que Ivan continuase. —Cerraron tres fábricas de ácido importantes en Canadá en sendos meses. Los federales irrumpieron en la tienda de Vancouver en julio, Montreal en agosto y el mes pasado hicieron redada en una productora en Regina que ni siquiera yo sabía que existía. Lo mismo está pasando en los Estados Unidos ahora mismo. Y por alguna razón están operando de arriba abajo.

    —¿De arriba abajo? - preguntó Johnny incrédulo.

    —Sí, hombre. No sé por qué les interesan de repente los peces pequeños, pero los rumores dicen que están estudiando las listas enteras de clientes de los mayoristas y persiguiendo a todos y cada uno de los minoristas. El que no está en chirona está enterrado. Puedo conseguirte ácido si quieres, pero será via Los Paises Bajos y te costará veinte pavos la dosis.

    —¡Joder tío! ¿Y no se te ocurrió que me interesaría saber esto hace un mes?

    —Has tenido tres meses para saberlo si hubieses parado para echar un puto vistazo al mundo a tu alrededor. Admás, ahora estás en la zona segura. No pueden pillarte a menos que me pillen a mí y puedes dormir tranquilo de que voy a hacer todo lo absolutamente necesario para no caer en sus garras. Mira esto.

    Ivan le pasó un pasaporte por la mesa. Johnny lo recogió y lo abrió.

    —¿Ivan Milanov? ¿Peters no te parecía lo bastante ruso?

    —¿Es un crimen estar orgulloso de tus ancestros, Johnny? Los europeos del Este tienen una noble historia. Además, habría sido Ivan Petrov si no hubiesen asustado a mi padre con peseguirle durante la Guerra Fría. Pero quería saber lo que piensas de la manufactura, no del contenido.

    —Parece ridículamente buena. No soy un guarda de aduanas, pero estoy seguro que no podría decir que es falso.

    —Sí, eso es lo que pensé. Deberías haber visto al tipo que me lo hizo. Un puto aficionado con acceso a buen equipo. Impresoras láser en color, hombre. Se acabaron los días en que hacía falta una imprenta, un cuarto oscuro y años de experiencia para montar un negocio de falsificación. Solo cuestan ocho de los grandes, absolutamente de primera línea. La única pega es que documentan a cualquiera que compre una.

    —¿Entonces por qué no robas una? - bromeó Johnny.

    Ivan sonrió, —Johnny, eres un jodido genio. Eso es exactamente de lo que estoy hablando.

    —¿Vas a meterte en el negocio de la falsificación?

    —Joder no; es una vocación idiota. ¿Recuerdas lo que dije sobre lo de encontrar el eslabón más débil, Johnny? ¿El punto más dulce? ¿Por qué montar una impresora y vender pasaportes cuando puedes imprimir dinero directamente? Corta el jodido intermediario.

    —Estás loco, Ivan. No se puede imprimir dinero con una impresora láser, hombre. Lo imprimen en algún loco papel de algodón que hacen ellos mismos y que no dejan usar a nadie. Cualquier otra cosa no parece dinero.

    Ivan sonrió, —¿Has borrado accidentalmente algún billete americano con decolorante? - Johnny quedó confundido por un segundo antes de que Ivan continuase, —Es una pregunta retórica. El decolorante era el equivocado de todos modos.

    Echó mano al mismo bosillo del que había salido el pasaporte y sacó una hoja de papel que entregó a Johnny. Johnny la frotó entre los dedos y la levantó para mirarla a través de la luz fluoresecente de la cafetería. Tenía el mismo peso y tamaño de un billete americano. Tenía el tacto del dinero y todas esas fibritas de colores, pero estaba completamente en blanco.

    —Empezó su vida como un billetito de un dólar de 1973. Con una ayudita mía, podría un día mejorar su status en un factor de cien.

    —La falsificación no me parece exactamente un perfil bajo, Ivan.

    —Sería un mal movimiento para Ivan Peters, el conocido traficante de narcoticos, cierto. Pero Ivan Milanov no ha cometido ningún crimen todavía salvo el robo, y nadie sabe lo del robo salvo tú y yo.

    Las piezas del puzzle encajaron ruidosamente en la cabeza de Johnny. —Es una impresora láser lo que hay debajo de la manta en la ranchera de la furgoneta, ¿verdad? - Ivan sonrió. —¿Has robado en una jodida tienda Future?

    —Hey, - dijo Ivan frunciendo el ceño a eso, —baja la voz.

    —Lo que tú digas, Pero no ME metas en prisión. - Johnny jugó con su taza vacía de café durante un minuto. —¿Entonces no hay ningún suministrador de ácido actuando localmente?

    —No que yo sepa, pero el primero que rompa el silencio de radio va a hacer un montón de dinero; monopolio de mercado y todo.

    Media hora después, Ivan dejaba a Johnny delante del edificio de su residencia.

    —Gracias, hombre. No te metas en problemas, - dijo Johnny cuando salió de la camioneta.

    —Vale, y piensa en lo de Línea-Pro. Podríamos ser socios.

    —Dalo por hecho.

    Mientras Johnny se alejaba andando, Ivan le gritó. —Hey Johnny, Estaré en contacto. No sé una mierda de ordenadores y voy a necesitar ayuda para configurar este chisme.

    Johnny se giró y dijo riendo, —Cobro treinta pavos la hora.

    Ivan sonrió, le enseñó el dedo y salió a toda velocidad.

    Caundo Johnny entró en su habitación, notó que habían pintado un conjunto de Mandelbrot rojo en su puerta mientras había estado fuera. Nunca había comprendido por qué se molestaba la gente en hacer fractales pintados o impresos. En cuanto los fijabas en un medio estático dejaban de ser interesantes. Tocó la pintura y se miró el dedo.

    Todavía húmeda.

    En su habitación, sacó la media hoja de ácido de su escondite entre las páginas 102 y 103 de "Crimen y Castigo": cando Raskolnikov nota que brota sangre de la cabeza de Alyonya a través de un vaso volcado.

    Johnny consideró que podría pasar mucho tiempo antes de que pudiera ponerle las manos encima a más LSD. Cortó diez dosis de la hoja y las guardó en la cartera para uso personal. Cortó otras cinco y las metió en su libro de texto de psicología. Las treinta y cinco restantes las colocó con cuidado de vuelta a "Crimen y Castigo", interrumpiendo de nuevo la apresurada entrada al dormitorio de Alyonya de un Raskolnikov en pánico.

Capítulo 7

    Al día siguiente, la mano le dolía como el demonio. Estaba bien cuando no la usaba para nada, pero en cuanto la flexionaba lo más mínimo, sentía dispararse un fuego por la palma.

    Iba en monopatín hacia el Sur por calles lisérgicas.

    En cualquier clase de informática de instituto había una media docena de estudiantes que sabían mucho más de lo que su profesor sabría jamás.

    Esos estudiantes venían en dos variedades.

    La primera no podía resistir la oportunidad de demostrar lo listos que eran. Se ganaban rápidamente la animosidad del profesor y normalmente rendían pobremente en clase. Pero no tan pobre para llamar objetivamente la atención del profesor, sólo lo bastante pobre para darles el claro mensaje de que no importaba lo listos que fuesen, el profesor aún era quien estaba al mando.

    La segunda variedad de estudiante es el tipo que sabe cuando cerrar el pico. Terminan siendo invariablemente los mejores de la clase.

    En una clase de universidad hay pocos de estos estudiantes, pero siguen viniendo en esas mismas dos variedades.

    Johnny era del segundo tipo.

    De hecho, sabía tan bien cómo mantener la boca cerrada que raramente iba a clase. Llegó al puerto justo cuando empezaba su clase de algoritmos de las 11 a.m.

    Mientras el profesor escribía "Recursión Básica" en la pizarra, Johnny tenía las piernas colgando al final del embarcadero del ferry. Cuando el profesor preguntó con su tono irónico si alguien de la clase podía definir recursión, Johnny se estaba colocando dos dosis de ácido bajo la lengua, se tumbaba de espaldas y entornaba los ojos hacia el cielo.

    Diez minutos más tarde, cuando uno de los estudiantes estaba indicando que al ejemplo de la pizarra le faltaba un punto y coma, Johnny echaba mano al bolsillo en busca de la inevitable dosis de precaución.

    El ácido todavía no había empezado a hacer efecto y le preocupó no haber tomado suficiente. Johnny sabía que no había esperado (como siempre hacía) el tiempo suficiente para que se manifestara, pero colocó dos dosis más bajo la lengua de todos modos... por precaución.

    Pasaron otros diez minutos: todavía nada.

    Johnny sabía que no servía de nada impacientarse. Dedicó su atención al sonido de las olas y los barcos. El ácido en papel secante normalmente tiene una puesta en marcha de unos veinte minutos, pero a veces le lleva casi una hora volar su horrible camino hasta el cerebro.

    A diez minutos para el mediodía, cuando el profesor estaba escribiendo las tareas semanales de programación en la pizarra, las nubes en el cielo empezaron a respirar al ritmo del murmullo de las olas.

    En realidad no existía eso del buen LSD o mal LSD. Sólo había tres tipos de ácido: ácido barato, ácido caro y lo que no era ácido en absoluto. Hay tan pocas sustancias lo bastante activas en una dosis efectiva almacenada en un centímetro cuadrado que estaba virtualmente garantizado que si era LSD, era puro LSD. El problema era que una "dosis" en realidad era una cantidad muy arbitraria y sin significado.

    La mayoría de clases de ácido esos días eran dosis dobles. Esto significaba que tenías que tomarte dos dosis para colocarte.

    Era caro.

    Cuando las crestas de las olas empezaron a mezclarse en borrones y formar patrones reconocibles, Johnny recordó lo barato que era ese papel secante particular y empezó a lamentar esas segundas dobles dosis.

    Poco depués de las doce, cuando las cuatro dosis habían hundido sus garras alcaloides en el cerebro de Johnny, decidió que no se fiaba de estar tan cerca del agua. Caminó por la calle hasta un parque que no había estado allí esa mañana.

    Tenía el tamaño del patio delantero de una casa, pero contenía un bosque forestal primordial con libélulas del tamaño de cuervos y mariposas del tamaño de, bueno, mariposas improbablemente grandes. Johnny empezó a subirse a los árboles, pero cuanto más trepaba, más parecía el árbol extenderse por encima de él. Cada rama se convertía en un frondoso árbol completo por propio derecho.

    El mismo árbol se convirtió en el mundo entero.

    Momentáneamente aterrorizado, Johnny saltó del árbol. Saltó sin preocuparse de la altura desde la que caería. Basado en el golpe que sus pies dieron en la tierra, solo era un metro, pero perdió el equilibrio y cayó de espaldas de todos modos. Una de las tremendas mariposas descansó sobre su pecho, practicamente aplastándole. Le examinó brevemente con sus ojos insectoides antes de despegar otra vez. Cuando lo hizo, el viento de sus alas le sopló en la cara obligándole a cerrar los ojos.

    Cuando los abrió de nuevo, Johnny se dio cuenta de que había dejado su monopotín en el malecón. Decidió volver a por él.

    Pero nunca llegó al malecón.

    Momentos después, cuando yacía tumbado al sol, tenía su monopatín con él de nuevo. Tenía los ojos cerrados porque le preocupaba que su percepción temporal se hubiese dilatado hasta el punto de quedarse mirando el sol durante horas sin darse cuenta. Le aterrorizaba que sus párpados pudiesen abrirse contra su voluntad, por eso apretó los ojos con todas sus fuerzas y se colocó el brazo delante de la cara por si acaso. Sabia que la historia de que "todos los chicos universitarios que miran el Sol cuando van de ácido se quedan ciegos" era un mito, pero su percepción de la realidad había abierto las puertas a todo tipo de cosas inexistentes, así que difícilmente estaba en mala compañía.

    —Estas jodido de la cabeza, tío, - dijo Tinka.

    Johnny levantó el brazo y abrió un ojo. Ella estaba de pie sobre él llevando su camiseta de los Doors. Le había hecho un nudo a un lado, dejando la barriga al aire. También llevaba unas gafas de sol rosas con lentes del tamaño de platos soperos y Johnny sospechó que ella estaba a punto de darle de comer más ácido. Trató de no mostrar su miedo.

    —Vete, estoy durmiendo.

    —Has tomado demasiado, Johnny chavalote, has tomado demasiado. Tendrías que verte las pupilas. Puedo verte el cerebro a través de ellas.

    —¿De dónde vienes?, - preguntó Johnny, dado que Tinka seguía sin convencerse de que él estaba durmiendo, —¿Cómo me has encontrado?

    Tinka le dio algunas pataditas en las costillas ociosamente mientras se rascaba la nariz. —Me pasé por tu habitación y no estabas. El tío del fondo del pasillo me dijo que habías llegado chillando algo sobre una jungla y tu monopatín hace media hora. Estuviste dando tumbos por ahí algunos minutos, armando un buen jaleo, y te marchaste otra vez. Dijo que saliste por la puerta Este. No llegaste muy lejos.

    Johnny miró en la dirección que indicaba Tinka y vio que la puerta Este de su residencia estaba a unos diez metros de distancia al otro lado de la valla de alambre. En lo alto de la valla había uno de sus zapatos enganchado. Bajó la vista hacia sus pies y se alegró de ver que el otro zapato aún seguía en su pie izquierdo. Volvió a mirar a Tinka una última vez y decidió hacer que se fuera. Cerró los ojos y se puso el brazo delante de la cara.

    Tinka le dio una fuerte patada en las costillas. Él gimió pero no abrió los ojos hasta que sintió la tremenda racha de viento del arrastre hacia atrás de la pierna de la chica para otro bateo.

    —Estoy bien, - dijo Johnny, —He hecho esto antes. Sé cómo cuidar de mí mismo.

    —Ya lo sé. Pero está empezando a llover y quiero follar,

    Johnny sintió una gran gota de agua impactarle en la frente. Tenía razón. Johnny se levantó como pudo, parpadeó algunas veces y miró a Tinka como si la chica acabase de aparecer de la nada.

    —Oh, hola, - dijo él.

    —Sí. Hola. Vamos.

    Empezó a guiarle al Este por el campo de fútbol en el que no se había dado cuenta que se había tumbado.

    —¿Adónde vamos? - preguntó Johnny mirando por encima del hombro cómo retrocedía el edificio de su residencia.

    —A mi casa, - respondió Tinka.

    «¿Tiene una casa?», se preguntó Johnny.

    Luego notó por primera vez que Tinka llevaba su carpeta negra en la mano. Ella se dio cuenta de lo que miraba.

    —La cogí de tu habitación, - dijo entregándosela, —la puerta no estaba cerrada con llave.

    Johnny miró la carpeta mientras caminaba, estudiando el glifo que ella le había pintado.

    —¿Lo has interiorizado ya? - le preguntó ella.

    —Sí, - mintió Johnny.

    —Bien.

    Pasaron por un arco de arenisca. Había miles de nombres grabados en la piedra. Johnny se paró para leerlos. Su nombre estaba en la lista, igual que el de Lyle. Lyle Melville. Johnny no había sabido su nombre completo hasta ese momento.

    Levantó la vista: "Estos valientes dieron sus vidas defendiendo su país, su familia y su modo de vida", le dijo la placa.

    Sorprendido, volvió a leer su nombre y el de Lyle, pero habían desaparecido.

    «Voy a morir», pensó Johnny.

    Se apoyó en la piedra, escalando con una mano, sus uñas se hundieron en las grietas de PFC Edward Winstone.

    Tinka le agarró por el cinturón. —Te vas a caer.

    Le arrastró por el camino del arco hacia la Casa Hart. La Casa Hart era el centro de estudiantes de la Universidad de Toronto y uno de los edificios más antiguos del campus. Albergaba una biblioteca, dos cafeterías, un gimnasio, un teatro y un laberinto se retorcidos pasillos y túneles, la mayoría de los cuales estaba sellado al público. Tinka arrastró a Johnny por el comedor de la planta baja (completamente separado de las dos cafeterías). Había tres largas mesas y media docena de máquinas expendedoras en la sala. Tenía dos salidas: el pasillo por el que habían llegado y una puerta con cerradura electrónica de teclado. Tinka le empujó hasta un asiento mientras espiaba por la ventanilla de la puerta cerrada. Cuando estuvo satisfecha de que no había nadie al otro lado, pulsó seis botones del teclado y empujó la puerta. Tirando de Johnny por el cuello de la camiseta, le hizo pasar por la puerta. Giraron de inmediato por un pasillo donde Tinka abrió otra puerta normal, sin teclado. Siguieron por una oscura escalera estrecha para llegar a pasillo aún más oscuro y estrecho. Sin avisar, Tinka se detuvo. A su derecha había algunos peldaños de una escalera fijada a la pared. Subió hasta una trampilla en el techo.

    Johnny observó con pasivo interés cómo Tinka desaparecía por la trampilla. Se apoyó contra la pared opuesta a la escalera, miró perezosamente hacia el pasillo a su izquierda, luego a su derecha y se dejó resbalar hasta al suelo. Cerró los ojos y empezó a volar hacia adelante por una galaxia fractal de brillantes estrellas rojas. Johnny estaba derrapando y girando junto a su segunda iteración del conjunto de Julia cuando Tinka pronunció su nombre y le hizo abrir los ojos de golpe.

    —¡Johnny, no te despegues de mí!

    Le estaba indicando que subiese la escalera. Reluctante, se puso en pie y empezó a subir por los peldaños. Tinka cerro la trampilla detrás de él, dejándole en total oscuridad. Tiró de él hacia ella y le besó.

    —¡A mí, Johnny! Estoy aquí. Soy real.

    Con un clic, surgió un haz de luz de la mano de Tinka. Estaban de pie en un pasillo extremadamente extrecho, perpendicular al corredor que acababan de dejar. Las paredes estaban cubiertas de polvo y había puertas de roble cada tres o cuatro metros a ambos lados. Cada puerta tenía un grueso candado de hierro. Había un vago olor a libros el aire. Mientras le conducía por el pasillo, Tinka iluminaba con la linterna en las plaquitas de cada puerta por turnos.

    1942 rezaba la primera plaquita; 1943 decía la segunda.

    —Archivos, - dijo Tinka.

    1946... 1947...

    —Estamos debajo de la biblioteca ahora mismo. Vine aquí arriba una vez y lo comprobé. Encontré el lugar sintiendo la alfombra con los pies. ¿Me estás escuchando, Johnny? Quédate conmigo. Cuando encontré lo que estaba buscando, recorté un aguerito en la alfombra entre dos estanterías y la despegué. Estoy bastante segura de que hay una trampilla en cada una de estas habitaciones.

    1954... 1955...

    —La alfombra parece de unos treinta años. No sé si alguien recuerda que esto existe.

    Se habían parado delante de 1960, la última puerta de la fila. La cerradura en ella estaba hecha de acero y cobre. El nombre Black & Decker estaba grabado en su superficie. Tinka miró a Johnny, sonrió, levantó el brazo hacia un rinconcito sobre la puerta y sacó una llave.

    —No sé por qué no hay registros de 1960, - dijo Tinka cuando se abrió la puerta hacia dentro, —así que no preguntes.

    Movió un interruptor y se encendió una lamparita de mesa iluminando una cámara cúbica de tres metros de lado. La lámpara estaba sobre un escritorio lleno de cartones de leche y enchufada a una extensión de cable. El cable estaba mal dividido en un manojo de cables que recorrían el techo más próximo a la puerta. En el centro del techo había una trampilla de roble con un anillo de hierro fijado en ella. Un tubo de acero se había pasado por el centro del anillo y estaba toscamente atornillado al techo a cada lado.

    Tinka siguió la mirada de Johnny. —Solo por si acaso, - dijo ella.

    También conectados a las extensiones había una pequeña radio am/fm, un sistema de filtrado de aire (que Tinka acababa de encender) y un calefactor. La pared frente a la puerta estaba ocupada totalmente por un mural rojo de un conjunto de Mandelbrot. Había una estantería a la derecha de Johnny, tan llena de papeles que se derramaba en pilas desordenadas por el suelo, y a su izquierda, junto al escritorio, había un colchón individual sobre el suelo con sábanas de satén negras y una manta roja de fieltro. La mayor parte del resto del espacio del suelo lo consumían paquetes de leche y cajas de cartón llenas de desperdicios varios. En una de las esquinas había dos sillas de jardín.

    Tinka cerró la puerta detrás de ellos y cerró el candado desde el interior en una configuración obviamente improvisada. La gente no podía nunca quedarse encerrada dentro.

    —Siéntete como en casa, - le dijo Tinka mientras encendía dos velas rojas.

    Johnny miró hacia las sillas de jardín, decidió no arriesgarse a cruzar el mar de cajas y se sentó en el colchón. Sujeto a la pared sobre la cama había un reloj analógico y una fotografía de Tinka junto a un hombre que parecía cinco años mayor que ella. Tinka llevaba una camisa de malla negra en la foto por la cual se podían ver su pezones claramente. Salía sacando la lengua con un pulgar en la nariz y cogida al brazo del hombre. El hombre también era coreano y llevaba un traje negro con camisa blanca y corbata azul. El pelo estaba engominado hacia atrás y miraba fuera de la foto con la clase de ojos grises penetrantes que Johnny había creído que sólo existían en los pósteres de las películas de detectives.

    —¿Hermano? - preguntó Johnny, girando la cabeza justo a tiempo de ver a Tinka quitándose la camiseta.

    —No, - respondió ella, tumbándole en el colchón y subiéndose encima de él, —prometido.

    Johnny vagó dentro y fuera de la realidad cuando hicieron el amor. En un momento estaba sudando y entornando los ojos en una cámara de archivos olvidados y al siguiente estaba trazando espirales por un paisaje caleidoscópico en su mente. Justo cuando estaba a punto de llegar al orgasmo, Tinka le agarró del pelo y le tiró de la cabeza hacia atrás con fuerza.

    —Ahora, - le ordenó. —El glifo. Protégelo.

    Johnny hizo lo mejor que pudo dadas las circunstancias

Capítulo 8

    Johnny despertó en la más completa oscuridad que pudiese recordar haber experimentado.

    Hay una pequeña persona claustrofóbica oculta en cada uno de nosotros y la de Johnny amenazaba con empezar a golpearle en los pulmones. Rápidamente, tanteó detrás de la cabeza donde recordaba vagamente que había una lámpara. Tras algunos segundos de búsqueda consiguió encenderla.

    La habitación cobró vida.

    Se sentó y examinó a su alrededor. Al menos, mucho de lo que podía recordar de la noche anterior parecía corresponder con la realidad.

    «¿Noche?»

    El sol había estado bien alto cuando Tinka le había encontrado. Sólo podía haber estado cuatro o cinco horas en aquel viaje alucinógeno. Era imposible que pudiese haber sido capaz de dormir.

    —Toma. Trágate esto, - le proporcionó su memoria.

    «¡Una píldora!»

    ¿Le habían envenenado? Se palpó el pecho y el estómago con ambas manos como si eso le fuese a dar alguna pista.

    «No», se le ocurrió de pronto, «envenenado no, sedado.»

    Recordaba un reloj y alzó la vista. En la pantalla había una nota pegada: "Johnny, sal antes del amanecer. Llévate la nota contigo. Tinka"

    Al despegar la nota de la pantalla del reloj, Johnny supo que eran las tres en punto (de la madrugada, sólo podía asumir). Johnny miró de nuevo a la foto junto al reloj y, en un instante de celos inusual en él, quiso dejar la nota para que la encontrase el hombre de la foto. Esa urgencia pasó. Recogió el monopatín del suelo y su carpeta de lo que pasaba por un escritorio. Miró a su alrededor una vez más y resistió la tentación de rebuscar por las cosas de Tinka. Empujó la puerta y se sorprendió al descubrir que, realmente, se abría a un extremadamente estrecho pasadizo con un umbral idéntico que proclamaba 1959 directamente delante del camino. En su separación mental de la realidad del día anterior, había grabado en la columna del delirio el hecho de que Tinka vivía en los archivos olvidados de la biblioteca de la Casa Hart. Al cerrar la puerta detrás de él, Johnny fue arrastrado una vez más a la pura oscuridad. Lo reconsideró, reabrió la puerta y rebuscó lo justo entre las cosas de Tinka para encontrar una linterna que funcionase. No fue una sorpresa que ella guardase varias diseminadas por la habitación.

    De vuelta al pasadizo, Johnny notó que Tinka había dejado el candado abierto colgando en el anillo de la cerradura en el exterior de la puerta. Por un breve momento de pánico, consideró lo fácil que habría sido para ella encerrarle dentro. Cerró el candado en la puerta detrás de él. Encontró la trampilla sin problemas y recorrió el pasillo.

    Johnny no podía recordar cómo habían llegado allí desde el comedor. Bueno, solo había dos opciones. Al escoger la equivocada, Johnny se encontró tras varias vueltas y giros en un callejón sin salida.

    En realidad, el callejón tenía una salida.

    Había una puerta de acero con avisos que rezaban "Prohibido el Paso", "Solo Personal Autorizado" y "Peligro: Vapor a Alta Presión". Había un volante en medio de la puerta. Johnny había oído de los túneles de vapor abandonados que conectaban los antiguos edificios de la universidad. Al parecer, los estudiantes los habían usado durante años para colarse fuera de horas lectivas y hacer gamberradas. Seguramente no había aún en uso otro grupo de túneles de vapor. Por supuesto, no valía la pena la posibilidad de ser escaldado hasta la muerte para descubrirlo. Aún así, la curiosidad de Johnny anuló su prudencia.

    Se descubrió girando el volante de la puerta.

    Algunas personas recuerdan el comienzo de su primer viaje de ácido como el momento en el que sus vidas cambian para siempre. Johnny nunca había tenido una buena memoria y, honestamente, no recordaba su primer viaje de ácido.

    Sin embargo, simpre recordaría como un momento donde su vida tomó un giro muy importante, el momento en que levantó y echó a un lado la trampilla del conducto de mantenimiento para acabar en el aparcamiento del edificio de Ciencias Médicas, emergiendo con solo un zapato hacia la lluvia prematinal.

    Tampoco es que sucediese nada momentáneo entonces, pero fue un instante en el que Johnny podía haberse sentido incómodo muy fácilmente, perdido y confundido. Habría sido muy sencillo para él decidir que esas nuevas cosas y personas con las que se estaba involucrando eran, simplemente, demasiado extrañas.

    En vez de hacer eso, se tumbó en el agua del asfalto y empezó a reir.

    

Capítulo 9

    El lunes, Lyle se mostró visiblemente emocionado cuando Johnny le pasó las cinco dosis en papel secante durante el descanso.

    —¿Cuánto te debo?

    Johnny no lo había considerado, en realidad. Normalmente le cobraría veinticinco pavos por las cinco dosis; veinte para un amigo. Pero las noticias de la escasez de ácido daban un nuevo giro a la situación.

    —Cincuenta pavos.

    —Ah, vale, sin problema. - dijo Lyle mientras buscaba en sus bolsillos.

    Sacó inmediatamente dos de veinte, se palpó en sus otros bolsillos y aparecieron otros cuatro dólares en cambio.

    —Voy a tener que deberte seis dólares, - dijo él, —o tal vez...

    —No te preocupes, - dijo Johnny cogiendo los dos billetes, —Cuarenta va bien.

    Lyle se lo agradeció y miró más de cerca el papel secante. Era antiguo, de Vancouver según Ivan. Sólo en Vancouver ponían dibujos de macetas en el papel secante. No podían soportar poner nada que pudiese tener potencial temática de marihuana. Ni siquiera otras drogas.

    —No sé si podré conseguir más, - ofreció Johnny tras un rato, —O sea, puedo intentarlo, pero sin promesas.

    —Oh, está bien. Ya no debería necesitar más. - un segundo después, Lyle preguntó, —¿Cuánto LSD hay en estas?

    —¿Eh? Sólo hay una dosis en cada cuadrado.

    —Ya, - presistió Lyle, —Una dosis. Pero, ¿cuánto es una dosis? ¿Cuántos microgramos?

    —Joder, yo que sé. ¿Quieres que llame al laboratorio?

    —¿Puedes?

    Johnny casi soltó una carcajada, pero se contuvo. Por un segundo le pareció que Lyle iba en serio, pero al final le sonrió. Johnny le devolvió la sonrisa.

    —Aunque en serio, - dijo Lyle, —¿no tienes ningún contacto con los tíos que hacen esto?

    —Imposible, colega. Al menos hay tres personas entre el tipo con la bata blanca y yo. Sé que viene de BC, eso es todo. - Johnny recordó que Ivan le había hablado de los polis que investigaban la pista desde los laboratorios hasta los vendedores callejeros. —Y personalmente, a mí me gusta así.

    Lyle tosió y tiró el cigarrillo. Parecía que tenía un millón de cosas que quisiera decir y aún más preguntas que quisiera hacer, pero dijo: —Deberíamos entrar antes de que Mohammed empiece sin nosotros.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Después de la clase, Johnny introdujo a Lyle en el mundo de la pizza gratis del edificio de Física. Junto a una pizza de tomate y champiñones por la que el resto de alumnos parecían demasiado intimidados, Lyle le preguntó a Johnny si tenía mucha experiencia con la venta de drogas.

    —Podría saber cómo desenvolverme en el negocio, - dijo Johnny reservadamemte.

    Toda información que Lyle presentaba parecía contradecir la anterior.

    —Verás, - continuó Lyle, —Estoy pensando en entrar yo mismo, pero no sé cómo empezar.

    —Bueno, - dijo Johnny, —En realidad sólo hay un lugar donde empezar. Primero necesitas drogas.

    Lyle abrió una de sus muchas cremalleras en sus pantalones. Esta parecía conducir de verdad a un bolsillo del que extrajo una pequeña cantidad de polvo blanco en el fondo de un tarrito.

    Se lo entregó a Johnny. —¿Sabes qué es esto?

    Johnny miró el vial. Contenía alguna especie de sal química. Carecía del tinte amarillo común del cristal de metanfetamina de la calle. Su consistencia era muy regular, pero el granulado no era tan fino para ser polvo Eso lo hacía dudoso como heroína o cocaína, pero no lo descartaba completamente. Las alternativas más probables eran ketamina o PCP. Por supuesto, soda cocida también era una sólida posibilidad.

    —No tengo ni idea, - dijo Johnny al final, devolviéndole el tarrito a Lyle.

    —Es LSD, - dijo Lyle.

    Johnny negó con la cabeza. —Te han estafado, tío. Nadie vende ácido en cristales. Es PCP. ¿Lo compraste en Quebec? Venden PCP a cualquiera. Demonios, venderían aspirina si pensaran que les renta algún beneficio.

    Lyle cambió de tema. —¿Cómo van las cosas con Tinka?

    —Van bien, ¿por qué?

    —Sólo pregunto. En interés de dejar las cosas claras, debería hacerte saber que ella y yo estuvimos juntos el año pasado.

    —¿Sí? - preguntó Johnny, curioso a pesar de sí mismo, —¿qué pasó?

    —Se volvió loca. O mejor dicho, siguió estando loca. Ten cuidado, Si no la mantienes a distancia segura, será tu muerte.

    Lyle se levantó del sillón y estiró los brazos. Después miró de nuevo el vial en su mano como se hubiese olvidado de él.

    —Por cierto, - le dijo, —No lo he comprado. Lo sinteticé yo mismo. Son cero punto uno dos cinco gramos de ácido lisérgico dietlamida-25 en sal tártara.

    Johnny sintió caerle la mandíbula. Trató de recomponer la cara, pero no le respondía. Miró a Lyle a los ojos. Lyle le devolvió la mirada e inclinó ligeramenente la cabeza a un lado mientras se apoyaba en el respaldo del sillón y esperaba una respuesta.

    Por fin, Johnny encontró su voz. —Quizá sea mejor hablar de esto en otro sitio.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    —¡Eso es suficiente ácido para matar un caballo! - exclamó Johnny en su dormitorio con la puerta bien cerrada con llave.

    —No creas que no lo sé, - dijo Lyle, —También me he leído el libro del Dr. Hoffman, ¿sabes? Por cierto, ¿te importa si meto esto en la nevera? Es inestable a cierta temperatura. Ni siquiera me gusta sacarlo del congelador tanto tiempo, pero quería enseñártelo.

    Sin esperar respuesta, Lyle abrió el frigobar de Johnny y depositó el tarrito entre la cerveza y la leche de soja.

    —Si tienes tanto LSD, - preguntó Johnny, exasperado, —¿por qué me lo has comprado a diez pavos la dosis?

    —Quiero hacer algunas pruebas. Ver cuál es la cantidad, qué dosis tiene. Ya sabes, ver a lo que me enfrento.

    —De acuerdo, será mejor que me lo expliques todo ahora mismo. Hablas como el malo de una maldita peli de James Bond.

    —No hay mucho que decir - dijo Lyle, —Me estoy sacando el doctorado en Química. Ya lo sabías, ¿no?

    —¿Cómo voy a saberlo? Sigue hablando.

    —Bueno, tengo un puesto de investigación ayudando a un aburrido senil que no ha hecho trabajo real desde los años setenta. Mi trabajo es parecer ocupado para que él pueda seguir recibiendo su enorme subvención. Entre eso y el tiempo que paso como instructor de Química 130, tengo un montón de acceso libre a los laboratorios.

    —¿Como instructor?

    —Sí. Es el trabajo de mierda que ninguno de los verdaderos "pros" quiere aceptar. Se enseña por estudiantes de doctorado todos los años.

    Johnny asintió mientras un montón de cosas hacían clic en su cabeza al mismo tiempo.

    —¿Has oído hablar del Dr. Bronski? - continuó Lyle.

    —No.

    —Estuvo investigando un modo de sintetizar un nuevo tipo de derivado de LSD el año pasado. Seguía las pistas muertas del mismo Hoffman hace sesenta años. Empezó algunas prometedoras líneas de investigación, pero nunca terminó su trabajo. Era ya muy mayor. El trabajo era fascinante. Así que estoy haciendo mi propia investigación no oficial, retomándolo donde él lo dejó. Y pensé, ¿qué hay de malo en complementar mi patético salario de Química 130 mientras investigo?

    —Y decidiste crear drogas ilegales en el laboratorio de química de la Universidad de Toronto.

    —Más o menos. Pero sólo como un apoyo a mi investigación real.

    —No digas esas cosas, colega. ¿Y si tengo una grabadora? No es inteligente.

    —Tú no eres un poli, - indicó Lyle.

    «Bien cierto», pensó Johnny, pero aún así: —Yo no tocaría el tema ni con un palo de tres metros hecho de asbesto e inmunidad diplomática. Te van a pillar. Y rápido.

    —Imposible, - dijo Lyle, —deberías ver los laboratorios. Ni siquiera han oído la palabra seguridad, y mucho menos paranoia. Demonios, podría montar diez kilos de C-4 con sólo firmar un formulario, y solo sería para prometer que voy a reciclar el aciete de motor que estoy solicitando. Si comprase el aceite de motor en una gasolinera no tendría que hablar con nadie. El LSD es incluso más fácil porque se manejan volúmenes muy pequeños. Una vez que tienes el LSA, el resto de los reagentes son compuestos totalmente comunes a los que nadie echaría un ojo. Ya sabes, como hidracina y ácido hidroclorhídrico.

    —¿Dónde consigues el LSA?

    —Lo extraigo de las semillas de Argyreia Nervosa que compro on-line. Además, ya tengo mucha cantidad y esto solo valdría cuánto, ¿cinco mil, en la calle?

    «Más bien diez», pensó Johnny. «Joder, quizá quince»

    Podían ponerle su propio precio. Por un breve momento, la mente de Johnny estuvo considerado si Ivan podría tener contactos interesados en la compra de explosivo plástico. La conversación continuó durante un tiempo, pero desde ese momento, Johnny ya estaba convencido.

Capítulo 10

    —Ven conmigo a la cocina.

    Johnny no podía ni imaginar por qué estaba Lyle tan cabreado. Todo había ido de perlas. No habían sido los primeros en llenar el vacío de ácido dejado por las redadas del último año, pero les iba muy bien y aún se podía ganar un montón de dinero. Desde que Ivan les había conectado con Rusia y les enviaban Ergotamina en paquetes de café de medio kilo sellados al vacío, habían estado sacando cinco de los grandes al mes.

    Así que, ¿dónde estaba el problema?

    —El puto problema es que esto no es ácido. - Lyle sostenía el papel secante como un condón usado.

    —¿Qué quieres decir con que no es ácido?

    —Quiero decir que no es ácido lisérgico dietilamida veinticinco.

    —¿Entonces qué es?

    —Esta es la sustancia en la que estaba trabajando el Dr. Bronski cuando desapareció. Me llevó casi un año trabajar en la síntesis, pero es esto. Esto no es el compuesto lisérgico que descubrió Hoffman.

    El corazón de Johnny estaba en su garganta —¿Y qué pasa si te lo comes?

    Lyle hizo una pausa, quizá dramática, aunque era más probable que fuese por miedo. —No tengo ni idea.

    Visiones de adolescentes cayendo muertos por toda la ciudad pasaron centelleando por la cabeza de Johnny.

    —Joder.

    —Exacto.

    —¿Y qué vamos hacer?

    —¿Qué crees tú que vamos a hacer?

    —Tengo la horrible impresión de que estamos a punto de comernos lo que sea que tienes en la mano para ver lo que nos pasa.

    —Bueno, - dijo Lyle levantando el puño en un gesto universal, —Al menos uno de nosotros va a hacerlo.

    Dejaron caer los puños una vez.

    Dos veces.

    Tres veces.

    Johnny escogió papel.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Johnny sirvió otra mano de Ochos Locos. Cinco dosis de algo que no era del todo ácido yacían en la esquina de la mesa.

    Las otras cinco dosis habían desaparecido.

    Habían pensado que alguien se tomaría como mucho esa cantidad, de modo que es la que usaron para la prueba..

    —¿Y qué más sabemos sobre esto? - preguntó Johnny.

    Lyle dejó las cartas bocabajo sobre la mesa, se levantó y caminó en silencio hasta su mesilla. Del primer cajón sacó una docena de folios de papel de tamaño A4. Se los entregó a Johnny. Estaban llenos de ecuaciones químicas, bocetos de estructura atómica y anotaciones. Johnny no sabía si era alguna especie de taquigrafía o sólo muy mala escritura. En general, todo aquello no le decía nada.

    —No entiendo nada de esto.

    —Le diría un montón de cosas a un montón de personas, pero lo único que no le diría a nadie es qué clase de efectos puede tener este compuesto químico en el cerebro humano. ¿Cuánto tiempo ha pasado?

    Johnny miró el reloj. —Quince minutos.

    Lyle recogió las cartas e hizo su jugada. Johnny miró los diagramas químicos durante un rato, como si esperase que tuviesen sentido de repente. Al final los dejó en la mesa, consideró la jugada de Lyle, miró su propia mano y cogió una carta.

    —Cuando Hoffman descubrió por primera vez los efectos del ácido fue por accidente, ¿no? - dijo Johnny diplomáticamente mientras seguía la partida. —Y luego lo probó en su cuerpo para estudiarlo.

    —Ya, - concidió Lyle, —solo que Hoffman no tenía doscientos adolescentes como conejillos de indias. Y no estaba cometiendo un delito criminal cuando sintetizó el ácido en primer lugar. ¡Joder! ¿Cuánto tiempo ha pasado?

    —Diecisiete minutos.

    —¿Cuánto tiempo hace falta?

    —¿Qué? Tú mismo has dicho que no sabes nada de....

    —No. ¿Cuánto tiempo hace falta para que actúe el ácido? Nunca lo he hecho antes.

    Johnny le miró boquiabierto. ¿Había oído bien?.

    —¿Eres virgen?

    —¡Comer ácido, jodido idiota! - el estrés estaba llevado a Lyle casi a las lágrimas.

    —¡Joder! ¿Estás de coña? ¿Por qué no me lo has dicho?

    Johnny sabía que debería haber sido él quien se lo comiera. La había jodido él, después de todo. Debería ser él quien pagase por ello. Y ahí estaba Lyle, hecho un manojo de nervios a la mesa de la cocina y sin tener ni puta idea de los efectos que causaría al no tener nada con lo que compararlos. Pero claro, ¿importaba eso realmente? Tampoco intentaban hacer ciencia, al menos Johnny no, desde luego. Mientras que Lyle saliese vivo, coleando y cuerdo de la experiencia, no tendrían nada de lo que preocuparse.

    No tendrían nada de lo que preocuparse, ¿verdad?

    —No te preocupes, - dijo Johnny, —Lo pasarás bien. Te contaré como va. Normalmente tarda de veinte minutos a media hora. Vamos a jugar a las cartas y ve diciéndome cómo te sientes. Todo irá bien.

    ¿Iría todo bien? Que le jodieran si lo sabía.

    —Me estoy sintiendo un poco mareado, - dijo Lyle diez minutos más tarde, —Siento las cartas pringosas y la luz parece más brillante que antes.

    Johnny dejó escapar un suspiro de alivio. —Estás teniendo tu primer viaje de ácido, colega. Disfruta.

    Lyle soltó una carcajada. —Hace una hora habría llorado al descubrir que no había sintetizado sino un análogo al ácido. Pero ahora, quizá sean las mejores noticias que me hayan dado. Bueno, ¿qué hacemos? ¿Una copa para celebrarlo? Hey... supongo que voy a necesitar una copa.

    —Claro. Haremos lo que quieras, tío. Pero vamos a jugar un par de partidas primero para estar seguros de que no te explota la cabeza o algo.

    —Sí. ¿Por qué no? - dijo Lyle, —No me importaría darte una paliza unas cuantas partidas más hasta que las cosas se vuelvan locas.

    Y resultó cierto. Johnny acababa de perder cinco partidas seguidas y parecía estar perdiendo cada vez más rápido. Sacó ocho cartas y oyó reir a Lyle una especie de risa derrotada.

    —Esto explica por qué desapareció Bronski.

    Johnny gruñó. —¿Eh?

    —Debió de haber salido corriendo. Demasiado avergonzado para revelar que había estado persiguiendo un camino sin salida después de lo entusiasta que se había mostrado en sus publicaciones. - Lyle dio un golpe con la mano a sus notas para enfatizarlo. —Es difícil que la gente se emocione con una nueva síntesis más complicada y cara de un alucinógeno ileg... ¿Por qué demonios vas a hacer eso?

    Johnny paró de pronto. —¿Hacer qué?

    —Jugar el dos de tréboles cuando sabes muy bien que tengo la reina.

    Johnny miró la carta que estaba sujetando en la mano izquierda, a punto de jugarla. Estaba bocabajo con el reverso hacia Lyle.

    —¿Cómo voy a saber que tienes la reina de tréboles, Lyle?

    Lyle sonrió. —Bueno, la tengo.

    —¿Y cómo sabías qué carta iba jugar? - Johnny le dio la vuelta al dos de tréboles. —¿Están marcadas estas cartas?

    —No, - dijo Lyle, —Creo que he visto tu mano por accidente o algo.

    Johnny miró instintivamente sobre su hombro en busca de un espejo que sabía que no estaba allí, se encogió de hombros y dijo: —Coge dos cartas.

    Lyle cogió dos cartas, entornó los ojos y sacudió la cabeza. —Qué raro, - dijo, —Hubiera jurado que sabía lo que iba a coger antes de cogerlas.

    —Es el ácido, - dijo Johnny, —Te jode la noción del tiempo. Ya verás.

    Lyle se encogió de hombros y cogió el dos de tréboles. Resignadamente, Johnny empezó el largo proceso de coger siete cartas.

    —As de corazones, - dijo Lyle justo cuando Johnny miró la carta.

    Johnny miró sobre su hombro de nuevo.

    Sin espejo.

    Dejó las cartas en la mesa. —De acuerdo, me rindo. ¿Cuál es el truco?

    Lyle negó con la cabeza y dijo: —Solo he tenido una corazonada.

    Johnny espió la primera sobre la pila de cartas. —¿Sí? Bueno, ¿tienes una corazonada en esta?

    —Nueve de picas.

    Johnny dudó un momento. Miró el reverso de la carta. No podía encontrar ninguna marca, pero tampoco serían muy efectivas si resultaban obvias. —¿Y la que hay debajo?

    —Ocho de diamantes.

    Johnny giró el nueve de picas y siguió con el ocho de diamantes.

    Lyle cogió la baraja y empezó a nombrar cartas antes de girarlas, cada vez más rápido. —Tres de corazones. Rey de corazones, cuatro de tréboles siete de picas dos de corazones cinco de diamantes nueve de corazones ¡JODER!

    Lanzó el resto de la baraja contra la nevera y saltó de la silla tan rápido que la envió hacia atrás hasta estamparla en la pared. Ambos observaron las cartas revoloteando hasta el suelo. Le pareció a Johnny que habían aterrizado bocarriba más cartas rojas que negras. Había un patrón en las cartas, un diseño que no podía descrifrar del todo. Alzó la vista hacia Lyle. Su amigo apoyaba la cabeza en ambas manos y hacía un leve ruidito ansioso.

    Johnny se levantó y trataba de pensar en algo que decir cuando Lyle se le adelantó. —No es ácido. No era jodido ácido. Es algo totalmente diferente.

    —¿Entonces qué es?

    —Ya te lo he dicho, no lo sé. - dijo Lyle apartando las manos de la cabeza y mirando a Johnny con ojos de loco, —Estoy oyendo cosas en el viento que no he oído nunca antes. Estoy viendo patrones en los remolinos de polvo entre nosotros.

    —Pues es ácido, - dijo Johnny tratando de ocultar su miedo, —Sólo es el ácido. No hay nada de qué preocuparse, hombre.

    —Estoy oyendo el trueno, Johnny. Oigo el trueno diez segundos antes de que llegue hasta aquí.

    Johnny abrió la boca para hablar, pero el trueno le interrumpió.

    Fue como el grave retumbar que se podía confundir a veces con un tren. Fue del tipo que viene mucho antes de la lluvia. Le sacó el aire de los pulmones. Tuvo que poner una mano en la mesa para apoyarse. Miró a Lyle a los ojos y no fue una visión agradable.

    —El Dr. Bronski no huyó sin razón, - dijo Lyle, —fue secuestrado.

    —Ya. Lo que tú digas, Lyle, siéntate. Me estás asustando, joder.

    —Me estoy asustando a MÍ, joder, Johnny. ¿Qué me dijiste sobre esas redadas del año pasado?

    —Que cerraron tres tiendas de ácido y empezaron a arrestar a todo el mundo en la lista de distribución.

    —¿Y por qué fueron por los pequeños camellos cuando tenían a los grandes narcos? Esa es la cuestión, ¿verdad?

    —Sí. Es esa, Lyle. - Johnny descubrió que estaba retrocediendo de su amigo unos pasos sin pretenderlo. Los ojos de Lyle parecían más espeluznantes a cada segundo.

    —¿Sabes lo que estaban buscando?

    —Ácido, Lyle. Buscaban puto ácido.

    —¡Te equivocas! - dijo Lyle agarrando con fuerza la arrugada hoja de papel secante de la mesa y lanzándola hacia Johnny, —¡Buscaban esto! - Johnny inhaló demasiado deprisa, se ahogó con algo de saliva y empezó a toser. Los ojos de Lyle tenían una mirada distante en ellos.

    —Y ahora, - dijo Lyle tranquilamente, —Ahora vienen hacia aquí.

    Justo cuando Johnny recuperaba el aliento, Lyle le quitó el papel secante de la mano. El miedo y tensión en la habitación se había duplicado y reduplicado en menos de cinco segundos.

    —¡Deprisa! - dijo Lyle. —Salgamos de aquí. Hay que esconder las hojas en un lugar seguro. Un lugar donde nadie pueda encontralas. - Lyle se acercó corriendo a su mesilla y empezó a abrir cajones frenéticamente. Miro sobre su hombro y vio que Johnny aún estaba allí de pie: —¿Qué coño estás haciendo ahí todavía? ¡MUÉVETE!

    Johnny cogió su monopatín y salió.

Capítulo 11

    El alcohol en la sangre de Johnny le impedía ir en línea recta sobre el monopatín. Iba en dirección Este por el centro de Dupont. Las calles parecían innaturalmente vacías y el cielo asomaba con relámpagos del tipo que Johnny normalmente encontraba extrañamente tranquilizadores, pero que ahora eran más amenazantes.

    Algo más que amenazantes, se le ocurrió mientras giraba al Sur hacia Bathurst, más bien totalmente apocalípticos.

    En Harbord, a menos de media manzana del campus, Johnny tropezó en un bordillo y salió despedido de su monopatín. Sintió un momento de ingravidez seguido de un momento de tremendo peso. Hubo manos golpeando el pavimento y páginas de notas dispersándose en el viento porque nunca había calma de verdad antes de la tormenta. Y hubo sangre por todas partes en las palmas de sus manos y mejilla izquierda y, por supuesto, en todo lo que tocaba.

    Y había una chica, guapa, quizá de unos trece, recogiendo las páginas y entregándoselas y diciendo: —¿Estás bien?

    Y Johnny las estaba aceptando con cuidado de no dejar sangre en las hojas pero no siendo lo bastante cudiadoso y diciendo: —Gracias, sí estoy bien - y corriendo después hacia el Este otra vez, hacia el campus, sintiendo acumularse el temor y quedando menos convencido a cada segundo, a pesar de no tener ninguna prueba de que Lyle no estuviera resolviendo todo el asunto.

    Y la chica le gritó,—¡Hey! ¡Tu monopatín - y él respondió gritando —¡Quédatelo!

    Poco después estaba apoyado en la puerta dentro del laboratorio de Ciencias de la Computación tratando de recuperar el aliento y deseando poder meterse los dedos en la garganta y vomitar la adrenalina.

    Inició una sesión en un ordenador del laboratorio antes de que el hormigueo de sus nervios empezara a tranquilizarse. Todos los alumnos de su clase a su alrededor estaban aporreando desesperadamente sus teclados para terninar sus tareas antes de medianoche. La chica a su izquierda tosió, se tragó un puñado de antihistamínicos que Johnny reconoció como basados en efedrina y los bañó con café.

    La chica no se dormiría en un buen rato.

    Tampoco lo haría Johnny por cómo se estaba sintiendo. Levantó la tapa del escáner y metió las hojas una a una.

    —Un lugar donde nadie pueda encontralas, - susurró Johnny a sí mismo cuando hubo terminado de escanearlas.

    Abrió un terminal y empezó un SSH. Se conectó al servidor de un amigo y subió las imágenes en su carpeta privada. Luego pasó un programa de encriptado en los archivos usando su número de estudiante seguido de su número de teléfono como clave de diecieséis bytes.

    Estaba claro que eso sólo los protegía de los fisgones más fácilmente disuasibles, pero el único con acceso a los archivos era el tío que llevaba el servidor. Un código encriptado de dieciséis bytes era suficiente para darle el mensaje: "Hey Tom, esto es privado, no es para curiosos".

    Johnny estaba a punto de cerrar la sesión cuando se descubrió comprobando su correo electrónico casi por instinto. Tom tenía servicios de correo en su servidor y Johnny siempre prefería usar esos que los de Hotmail o los de la UdT.

    Sólo había un nuevo mensaje. Era de Ivan. El asunto rezaba "¿qué coño has hecho?" y, de acuerdo con la fecha, se había enviado hacía diez minutos.

    El corazón de Johnny casi se detiene. Miró a su alrededor buscando... ¿qué? ¿polis? Apoyó ambas manos sobre la mesa y se tomó unos segundos para recuperar el aire antes de abrir el correo

    Para: j@funk.dhs.org

    De: ivan@anon.ru

    Asunto: ¿qué coño has hecho?

    Johnny, has jodido algo gordo. No hay tiempo para un cigarrito en la esquina esta vez, tienes que correr. He oído tu nombre dos veces en las dos últimas horas y no de la clase de labios de los que te gustaría oír el nombre de un amigo. Han puesto precio a tu cabeza, Johnny y no estoy seguro si vales más vivo que muerto. Todo sindicato del crimen organizado de la Tríada y la puta Policía de Toronto te está buscando. Escóndete. Te daré un toque en dos días. Voy a hacer todo lo que pueda para sacarte de esta porque te quiero, pero estás más hasta el cuello que nadie que haya conocido nunca.

    I

    p.d: ¿es seguro este correo?

    La adrenalina que regresó inundando el sistema de Johnny repetía "te lo dije" en cada terminación nerviosa que tan desperadamente había querido librarse de ella quince minutos antes. Johnny le envió a Ivan un correo electrónico centella de dos palabras, "Eso espero", y cerró la sesión en el servidor de Tom.

    En piloto automático, mientras su mente vacilaba inevitablemente entre imágenes de sí mismo en prisión o en el fondo del Lago Ontario con un agujero en el cráneo, Johnny purgó la memoria temporal del ordenador de las imágenes escaneadas. Imaginando que era imposible ser demasiado paranoico, también usó una cuenta de administrador de sistema que había adquirido en secreto para borrar todo rastro de su uso del ordenador.

    Johnny estaba a punto de marcharse cuando otra idea le vino a la mente. Inició sesión de nuevo y comprobó los procesos. Seguro que alguien había instalado un grabador de pulsación de teclas y lo estaba volcando todo a un archivo de texto en alguna parte de la red. En efecto. Un obra de aficionado, casi con seguridad el intento de robar contraseñas de algún alumno de primer año. Algún miembro de los estudiantes destinados a ser expuldados. Johnny borró el programa y el archivo de texto.

    —¿Estoy seguro de que eso es todo? - se preguntó.

    La respuesta, claro está, era no. Podía quedarse sentado al ordenador durante horas comprobando procesos y sockets y aún así seguiría sin estar seguro. A fin de cuentas, sólo había un modo de asegurarse.

    Johnny aporreó las teclas dando forma a dos docenas de líneas de código, puso su programa a funcionar y se marchó.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Cinco minutos después de que Johnny saliese por la puerta, los discos duros de todos los ordenadores y el servidor del laboratorio empezaron a sobreescribirse simultáneamente con una larga cadena de ceros. Cientos de estudiantes de ojos cansados rompieron a llorar o reir o, al entender la futilidad de hacer ambas cosas, se dejaron caer sobre sus teclados y se pusieron a dormir directamente.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    En el exterior, Johnny estaba prendiendo fuego a las notas de Lyle. Cuando sólo quedó un montoncito de cenizas para que las dispersara el viento, Johnny se apoyó contra el lateral del edificio y trató de pensar sobre la situación.

    «¡Lyle!»

    Estaba en su casa ahora y flipando de ácido como una cometa a estas alturas. Johnny sacó el teléfono del bolsillo y pulsó el marchado rápido del número de su casa.

    Ring. Ring. Ring.

    «Mierda.»

    Se suponía que tenía que haber saltado el contestador automático.

    Ring. Ring. Ring. Ring. Ring.

    «¡Mierda! ¿Qué le pasa al ordenador?»

    Pulsó el botón de colgar y empezó a correr en dirección a su casa.

Capítulo 12

    El almacén remodelado donde estaba su apartamento estaba cerrado de la forma usual cuando Johnny llegó a la esquina de Ossington con Dupont. Aún así, fue lo bastante precavido para no usar la puerta delantera. Subió por la escalera de incendios. Cuando llegó al nivel de su habitación, asomó la cabeza en silencio e invisible para espiar por la ventana. Su apartamento estaba atestado de polis y hombres en trajes negros. En la esquina del fondo estaba la razón por la que el teléfono no había respondido: lo habían apartado junto a la pared y el ordenador de Johnny era un retorcido montón de metal humeante. Por la rendija debajo de la ventana, podía sentir el olor de magnesio. Había un poli empujando la masa con la porra y sujetando un pañuelo contra la cara. Johnny casi sonrió ante la mirada de desagrado del poli.

    Lyle no estaba por ningún sitio.

    Justo entonces, uno de los trajes alzó la vista y se encontró con los ojos de Johnny. Johnny se congeló de pánico durante una fracción de segundo antes de bajar corriendo la escalera de incendios.

    Saltó al suelo desde el primer piso y siguió corriendo. Se abrió de golpe una ventana arriba y a su espalda y alguien le gritó —¡Alto ahí! - y como Johnny no se detuvo, se oyó el disparo de un arma de fuego.

    Como la mayoría de la gente, nunca había oído un disparo antes. Por fortuna, cierta parte animal de él sabía lo que hacer al ser perseguido. Fue el instinto animal lo que le llevó a doblar las esquina del edificio y saltar la verja que recorría las vías de ferrocarril. También fue el instinto animal lo que latía por sus piernas hasta que sus músculos se llenaron de ácido láctico. Johnny estaba de vuelta al campus antes de que el instinto animal devolviera su cuerpo al cerebro y le dejara asegurarse de que no le habían disparado.

    Johnny solo quería esconderse. Alguien le quería muerto.

    Estaba lloviendo para cuando Johnny levantó la trampilla del aparcamiento del edificio de Ciencia Médica. Miró a su alrededor desesperado, esperando todavía oír las pisadas de los polis alcanzándole por detrás. Luego bajó a los túneles de vapor y cerró la trampilla detrás de él. Su memoria le hizo buen servicio y después de tres rápidos giros, ya estaba rotando el volante de la puerta que le conducía al sótano de la Casa Hart.

    Cuando llegó a la habitación de Tinka, descubrió que la llave seguía escondida en el mismo hueco sobre la puerta. Sabiendo, por el simple hecho de que la puerta estaba cerrada por fuera, que no había nadie dentro, Johnny ni siquiera tanteó en busca del interruptor de la luz antes de colapsar en el colchón de Tinka y caer de inmediato en un exhausto y aterrorizado sueño.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Le despertó el sonido de la puerta abriéndose. Parpadeó unas veces en total oscuridad hasta que Tinka encendió la luz. Llevó un par de segundos más para que los ojos de Johnny se ajustasen, pero cuando lo hicieron, la mirada de perplejidad en la cara de Tinka era evidente. Era justo lo que él había esperado.

    —Tinka, - empezó a tartamudear al instante, —Sé que todo no a ido muy guay entre nosotros últimamente, pero creo que estoy metido en un buen...

    Johnny no terminó la frase porque Tinka le dio un puñetazo en la cara. Con fuerza. Con bastante fuerza para noquearlo al insante.

Capítulo 13

    Johnny despertó con sangre en la boca y con un pitido en el oído. Era un extraño pitido que no sonaba tanto como una campana golpeada con fuerza y que no paraba de reverberar, sino como si dos personas de voz estridente estuviesen discutiendo dentro de su cabeza en un idioma incomprensible.

    En aquel caso, eso era exactamente lo que estaba ocurriendo. Salvo por la parte del interior de la cabeza.

    Ambas voces eran masculinas y no reconocía a ninguna de ellas. Johnny tenía la impresión de que aquello no era una buena señal.

    «¿Dónde estaba Tinka?»

    —¿Qué coño acaba de decir?

    «Ahí está.»

    —Dice que no te cree. - dijo una de las dos voces masculinas, la que sonaba más joven.

    Johnny no había conseguido tener una lectura de su carácter antes, pero ahora sonaba tan suave y fría como un cuchillo. Del tipo de cuchillo que un carnicero usaría para cortarle el cuello a una vaca.

    —¡Me importa una mierda si me cree o no! - chilló Tinka, su voz llenó con creces la diminuta habitación —Ya te he dicho que no tengo ni idea de quién es o cómo ha entrado aquí. Simplemente sacadlo de aquí de una pu...

    Fue interrumpida por el sonido de una mano abierta golpeando la mejilla con mucha fuerza. Johnny abrió los ojos y se incorporó en posición sentada. La parte menos inteligente de él insistía en levantarse de un salto y defenderla de los dos hombres. La mayor parte de él, claro está, estaba feliz de que Tinka recibiese lo que fuese que la esperaba. Aún le dolía la cabeza como el demonio. Abrió los ojos. Estaba a punto de levantarse de un salto a pesar de su buen sentido común cuando vio al hombre más joven.

    El hombre de la voz suave y fría también era el hombre de los ojos grises que estaba en la pared de Tinka. No llevaba el mismo traje que en la foto, pero llevaba uno muy parecido y le quedaba como un guante. Si su voz tenía el carácter de un cuchillo, su porte físico tenía el de un arma cargada en manos de un psicopáta con tendencia a sufrir espasmos en el dedo índice.

    Johnny había imaginado muchas escenas horribles en las que se encontraba con aquel hombre, pero ninguna así de horrible.

    El hombre pronunció algunas duras palabras a Tinka en coreano. Ella le miró entornando los ojos, negó con la cabeza, dijo —Que te jodan, Jin - y le escupió en la cara.

    Con esa calma preternatural única de los verdugos, Jin se limpió el escupitajo de la cara y levantó la mano para abofetearla una segunda vez. De nuevo, Johnny casi salta de la cama como un resorte, pero Tinka se le adelantó lanzando un puñetazo a Jin en la garganta que pareció haber salido de la nada.

    Los ojos del tipo se abrieron como platos. Jin colapsó en el suelo ahogándose mientras Tinka se giraba y salía de la habitación. Aprovechando la oportunidad del momento, Johnny se levantó de un brinco para seguirla. Antes de que pudiese llegar a la puerta, el coreano más viejo le agarró por el cuello de la camiseta. Johnny giró para apartarlo de un empujón, pero apenas tuvo tiempo de notar la paternal semejanza del hombre con Jin antes de que fuese alcanzado en la barbilla por un puño lleno de anillos.

    Perdió la consciencia a mitad del camino de vuelta al colchón.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Cuando despertó de nuevo, no sabía dónde estaba. Ciertamente no era la habitación de Tinka. Donde fuera que fuese, hacía frío. Y mucho ruido.

    Se apoyó sobre un brazo para inspeccionar su paradero. Estaba rodeado de cajones y junto a él había un inmenso panel de acero en el suelo que parecía que se abriría si alguien tiraba de la palanca adecuada en alguna cámara adyacente.

    Estaba en la bodega de carga de un avión. Y no estaba solo.

    El coreano de mediana edad que había estado sentado en un cajón leyendo un periódico se había percatado de la consciencia de Johnny. Se levantó y caminó en dirección a Johnny, quien se cubrió la cara con los brazos como acto reflejo en anticipación a un puñetazo que nunca llegó. En su lugar sintió el pinchazo de una aguja en el muslo derecho.

    Johnny abrió la boca para decir ¡Qué coño!, pero no pasó del —Qu... - antes de quedar inconsciente de nuevo.

Capítulo 14

    Rápidamente, para no permitirse reconsiderarlo, se puso el ácido bajo la lengua.

    O más bien, se puso lo que no era del todo ácido bajo la lengua. El ácido es mucho más estable en papel secante que en cristal o en forma líquida. Aún así, la droga ciertamente se deterioraba de algún modo después de tres semanas de tiempo, incluso en papel secante.

    Esto es lo que Johnny se decía a sí mismo mientras la ósmosis invitaba a la química ajena a entrar en su sistema. Seguramente estaba ingiriendo algo menos de cinco dosis.

    Johnny no ignoraba que aún estaba en completa oscuridad respecto a lo que habría sido de Lyle, por no mencionar respecto a todos los chavales a los que les había vendido el papel secante.

    «¿Estaban todos muertos? ¿Con lesión cerebral?»

    De pronto hubo un sonido que Johnny sólo pudo identificar como una escopeta gracias a una infancia desperdiciada en videojuegos, pero mucho más sonora.

    Thoc cayó rodando por la escalera entrando en el campo visual de Johnny hasta chocar contra uno de los mohosos pilares de hormigón, con la cabeza girada en un ángulo innatural sobre los hombros y vertiendo sangre desde varias docenas de agujeros en su pecho.

    Hubo otro estallido de fuego en el exterior y alguien gritó en inglés.

    Johnny nunca había visto a un muerto antes, (salvo en el funeral de su abuela), pero estaba demasiado saturado de adrenalina como para entrar en shock. Recordó que la potencial sobredosis de drogas no era precisamente su problema más acuciante en aquel momento.

    La habitación sólo tenía una salida, la misma por la que Thoc acababa de entrar. Sus guardas habían estado poco dispuestos a dejar a Johnny cerca de esa puerta. Aún así, después de semanas, Johnny había conseguido deducir que, detrás de la primera puerta cerrada con llave, había una escalera que ascendía hacia otra puerta cerrada con llave. No tenía ni idea si lo que yacía detrás de esa segunda puerta era una calle, un desampado, un pasillo o un desierto, porque los guardas siempre habían sido cuidadosos de asegurarse que una puerta quedara cerrada antes de abrir la otra.

    Al menos habían sido cuidadosos hasta ahora.

    Johnny se acercó corriendo hasta la forma rota de Thoc. Resultaba meridiano que el tipo estaba completa e irreversiblemente muerto. Como acto reflejo por ver demasiadas películas de acción, Johnny cogió la pistola de la mano de Thoc. Era pesada y simultáneamente terrorífica y tranquilizadora. Sin saber nada de armas, Johnny sólo podía asumir que estaba cargada y sin el seguro puesto. Alzó la vista y vio un camino sin obstáculos hacia la libertad. Ambas puertas estaban abiertas y la escalera no tenía mayor obstrucción que los reflectantes restos de la sangre de Thoc. Johnny podía ver otro muerto (o cuerpo muriendo) apoyado en el marco de la puerta en lo alto de las escaleras. A través de ese umbral, solo podía ver el techo, pero la luz natural se filtraba desde alguna parte, lo cual significaba que o había una puerta de vidrio o una ventana.

    Se quedó inmóbil durante quizá quince segundos, tratando de reunir coraje para correr como un loco hacia la libertad. Por fin, envolviendo con fuerza el mango de la pistola con los dedos, dio su primer paso hacia las escaleras. Justo cuando pisaba el primer escalón, una ráfaga de balas golpeó la pared en lo alto de la escalera, levantando una bruma de polvo y trozos de yeso. Johnny dio un paso atrás, cerró la puerta y colocó el pestillo en su sitio.

    Tratando desperadamente de recuperar el aliento y tranquilizar sus nervios, Johnny se apoyó en la pared junto a la puerta. Se deslizó cayendo por la pared hasta la posición sentada, colocó la pistola en su regazo, apoyó la cabeza en las manos y esperó a que el ácido hiciera efecto.

    Su sentido del tiempo fue lo primero que desapareció.

    ¿Cuánto tiempo llevaba sentado allí? ¿Minutos? ¿Segundos? ¿Horas? ¿Se había terminado? ¿Era seguro salir? Bueno, pues no. No era seguro del todo, obviamente.

    Eso decía el coreano muerto a un metro de Johnny. Eso decía el arma peligrosa y cargada sobre sus rodillas. El cañón tenía grabadas las palabras: 10 auto personalizado. No tenían sentido para Johnny.

    De pronto el tiroteo empezó otra vez.

    «Diecisiete disparos», contó Johnny sin pretenderlo, «de tres armas diferentes.»

    Mientras el sonido de cada disparo de bala alcanzaba los oídos de Johnny, descubrió pequeñas variaciones en los patrones del movimiento del aire en el vello de su brazo. Cuyos pelos, ahora que se fijaba, parecía crecer a un ritmo fantástico. Ante los ojos de Johnny, sus brazos se transformaron en los de un yeti, encapsulados en improbables capas de ásperos vello táctil, cuyos filamentos eran su propia puerta privada a la percepción. Pero la imagen visual permanecía inalterada, su brazo seguía pareciendo su brazo; era el significado y el contexto de esa imagen lo que había cambiado, distorsionado.

    ¡Si la droga en el papel secante del bolsillo de Johnny se había desnaturalizado, debía de haberlo hecho en una forma varias veces más potente que el LSD!

    Sintió una repentina brisa por el campo de trigo de su brazo que electrificó los folículos a su paso. En alguna parte de Utah, una mariposa estaba batiendo sus alas.

    Johnny quedó fascinado por el aún creciente charco de sangre que rodeaba el cuerpo de Thoc. El carácter irregular del suelo de la cámara formaba un arroyuelo de sangre hacia el pie izquierdo de Johnny. El arroyuelo se estaba ramificando en un arroyuelo más grande que era en sí mismo la extensión de un pseudópodo conectado al charco primario. La tensión superficial evitaba que la delgada línea roja cerca del pie de Johnny se ramificase más. Mientras observaba, Johnny se percató de que el charco no era informe o al azar, sino que era de hecho una cercana aproximación del conjunto de Mandelbrot. Observó absorto cómo cada vez más sangre se acumulaba cerca de su pie y empezaba a formar el hinchado abdomen de un escarabajo. Al extender el brazo, Johnny hundió el dedo en la sangre y trazó varias líneas que radiaban del charquito acumulado.

    Al darse cuenta de pronto de lo que estaba haciendo, retrocedió asqueado. Trató de limpiar la sangre del dedo en la pernera de sus pantalones, pero el dedo seguía rojo. Empezó a frotar el dedo frenéticamente en la áspera pared de hormigón a su espalda. Poco después, empezaron a aparecer gotas de su propia sangre. El dolor trajo a Johnny de vuelta al presente. La idea de virus transmitidos por la sangre le vino brevemente a la cabeza, pero luego recordó que sus probabilidades de vivir el tiempo suficiente para morir de SIDA no eran muy favorables.

    Johnny fue sacudido de golpe hacia el ahora por unos golpes y arañazos de pánico contra la puerta cerrada. Alguien estaba gritando en coreano desde el otro lado. Johnny no pudo entender nada salvo temor hasta que la voz por fin degeneró en un repetitivo —Kim-Jae Kim-Jae - una y otra vez.

    Kim-Jae había sido uno de sus guardas más callados y taciturnos. Johnny quitó el pestillo de la puerta porque podía empatizar con un Kim-Jae huyendo de un tiroteo por motivos racionales. Tiró de la puerta justo cuando una bala obligó a Kim-Jae a lanzarse hacia adelante. Cuando el cuerpo de Kim-Jae irrumpió en la habitación, Johnny intentó cerrar la puerta de nuevo, pero el pie derecho de Kim-Jae quedó atrapado entre la puerta y la jamba. Johnny liberó el pie de un tirón y justo cuando pasaba el pestillo a su posición original, una bala atravesó la puerta a escasos centímetros de su mano.

    Retrocediendo de miedo, Johnny tropezó y se descubrió sentado encima de dos hombres muertos. Directamente entre sus piernas estaba la mano sin vida de Kim-Jae. Bien aferrada entre los dedos había una granada de mano.

    «Fin.»

    Johnny cerró los ojos y esperó, pero no explotó. Abrió los ojos, la granada aún estaba allí, con M26 escrito en el medio, intacta en la mano de Kim-Jae.

    Fue entonces cuando Johnny vio la anilla, tan similar a la de un extintor, aún colocada a salvo en la cabeza del artefacto. Delicadamente, Johnny levantó la granada de los dedos de Kim-Jae.

    La explosión le impactó de lleno y por toda la habitación. Diferentes partes de él volaron en direcciones diferentes.

    Jadeó en busca de aire y sus pulmones aún lo aceptaron.

    «Estoy alucinando», se dijo a sí mismo. Si había sido una alucinación, no había sido una que hubiese experimentado antes.

    Al mirar más de cerca el artefacto mortal en su mano, descubrió que ya no estaba explotando, sino más bien radiando la potencialidad de una explosión.

    Y entonces, todo hizo clic.

    Los diseños aleatorios y caóticos del polvo en el aire seguían siendo caóticos, pero ya no eran aleatorios. Esa mota giraba dos veces y se disparaba hacia arriba porque detrás de la puerta cerrada, en lo alto de la escalera, había tosido un soldado americano cuatro segundos atrás. Ese mismo soldado que ahora estaría mirando por el cañón de su rifle en caso de que la puerta se abriera.

    —¡Han venido a por mí! - Johnny casí se ahogó con las palabras.

    Del mismo modo que habían venido a por él y a por Lyle antes. Le habían seguido por medio mundo hasta corea en busca de ese químico que estaba haciendo esos trucos con su cerebro. Le habían seguido hasta alguna parte cerca del océano, le dijo un remolino de polvo.

    «¡Lyle! ¿Qué había sido de él?»

    Pero el polvo no traía noticias de eso. O había escapado o estaba donde quiera que estuviese el Dr. Bronski ahora.

    «En el Cielo o en el Infierno.»

    Recogiendo la 10 auto personalizado del lugar donde había caído, pudo ver claros caminos de balas discretas extenderse a partir de la boca del cañón. Allí había una bala rebotando en la puerta y allá otra haciendo pedazos la pata de la mesa donde un tiempo atrás se jugaba al Bopangou. Pero las manos de Johnny estaban temblando y ninguna trayectoria era fiable ni constante. Dejó el arma en el suelo de nuevo.

    Iba a morir solo en aquella celda del sótano de Corea. Su cuerpo caería encima del de Thoc y el de Kim Jae. Y no había nada que pudiese hacer al respecto.

    Derrotado, Johnny tocó con la frente el pilar contra el que el cuerpo de Thoc habia caído, y cerró los ojos.

    Las diminutas vibraciones del pilar le contaron a Johnny décadas de esfuerzo por la implacable tarea de aguantar el edificio. Johnny empatizó con él mientras las lágrimas de horror y frustración empezaron a rodar por sus mejillas.

    —Termina con esto, - le dijo el pilar.

    —¿Quieres que me suicide? - preguntó Johnny en voz alta.

    Aún estaba sujetando la granada en su mano izquierda. Su memoria dragó una estadística recordada de un estudio de LSD de Sidney Cohen: 1.2 intentos de suicidio por cada mil viajes de ácido. En cierto modo, dudaba que el estudio abarcase muchas situaciones como esta.

    —No, - dijo el pilar, —contigo no. Conmigo.

    Los ojos de Johnny se abrieron de golpe. El pilar seguía vibrando. Johnny colocó ambas manos contra el pilar y escuchó con atención todo lo que las vibraciones tenían que decir.

    —Más abajo, - las vibraciones se estremecieron, —justo en el suelo. Un poquito a la derecha. Perfecto. Ahora necesitas algo para protegerte y contener la explosión.

    Tiró de la anilla de la granada y liberó el pasador justo cuando un soldado americano reventaba la cerradura de la puerta de un disparo

    Johnny dijo —Lo siento, Kim - y rodó el cuerpo de Kim Jae encima de la granada mientras el temporizador emitía su primer tic silencioso.

    Ese tic incluía el potencial de tres tics más, pero impedía totalmente la posibilidad de un quinto. Mientras Johnny atravesaba corriendo la habitación, pudo ver colapsar el yeso, el hormigón y la madera a su alrededor tres segundos en el futuro, aquí le aplastaba la pierna, allá le rompía el cráneo. Hasta que, en el último segundo, se lanzó en un punto donde pudo sentir la potencialidad de un improbable santuario: un bolsillo de espacio donde el vacío y el aire se preservarían bajo una montaña de escombros. Pero se lanzó con demasiada fuerza y se golpeó la cabeza contra la pared.

Capítulo 15

    Callum despertó a Johnny como siempre hacía, colocando una taza de café en el suelo junto al colchón donde dormía. El aroma hacía el resto. Una vez despierto, Johnny se incorporaría despacio hasta la posición sentada y acunaría la taza entre sus manos esperando a que se enfriase.

    Callum siempre se sentaba en un sillón muy gastado a metro y medio de su propia taza de café y con un cigarrillo colgando de la boca. Se quedaba sentado y observaba a Johnny. A veces charlaban, a veces no.

    Johnny nunca había conocido a nadie que bebiese tanto café como Callum, pero podía sentir por las mañanas, particularmente en las mañanas en que no se decía nada, que significaba mucho para el anciano tener a alguien con quien compartir su café de la mañana. A veces Johnny sospechaba que si rechazase alguna vez su café, o si quizá no se lo terminaba una mañana, acabaría al instante teniendo que buscarse la vida en las calles de Busán.

    Johnny dio un cauteloso sorbo de esa caliente y alquitranada mezcla matinal.

    —Tu amigo Lyle ha muerto, ¿sabes? - dijo Callum abruptamente.

    Eso fue suficiente para que Johnny no pudiera evitar escupir la mitad del café de la boca. Apenas consiguió tragarlo y se ahogó: —¿Qué?

    —Lo sabes tan bien como yo. Es que creo que es hora de que lo afrontes directamente. Puede llevar un tiempo hasta que superes cosas así, Johnny, pero no puedes dejar que se mantenga en una ilusión.

    Habían pasado tres semanas desde que Callum había sacado a Johnny de los restos del edificio en el que había sido mantenido prisionero. Si fue curiosidad, como él había afirmado, la razón principal para acudir en ayuda de Johnny, ciertamente había quedado satisfecha. Johnny se lo había contado todo. Parecía haber pocos motivos para ocultar la historia a un solitario anciano americano que vivía en la costa de Corea cuando tantos otros, que obviamente eran mucho más hostiles, ya parecían conocerla.

    Pero ahora, Johnny no dijo nada.

    —Solo es el modo en que suceden las cosas, chico. Es lo que pasa cuando te metes en cosas que te vienen grandes. Algunos secretos son demasiado grandes. El único modo de guardar secretos como ese es matar a todos los que los saben.

    Johnny negó con la cabeza, casi afectivamente. —No intentaban matarme. Intentaban capturarme. Si me hubiesen querido muerto, podían haber volado por los aires el edificio ellos mismos.

    —Pues claro que intentaban capturarte, - dijo Callum, —Necesitaban averiguar a quién más se lo habías contado. Tenían que saber a quién tenían que matar. Hazme caso, una vez que tuvieran los nombres que querían, habrías sido desechado muy rápido y sin remordimiento.

    Johnny dio otro sorbo de café. —Entonces supongo que ahora eres el siguiente de la lista, ¿no? Si ya han matado a Bronski y a sus contactos y si Lyle está muerto, cosa que aún me niego a creer. Eso nos deja a ti y a mí. Mejor será tener cuidado, podrían aparecer cualquier día de estos.

    Callum asintió y se llevó una mano a la espalda. De allí sacó la pistola más grande y de más espeluznante apariencia que Johnny había visto nunca. Películas y videojuegos incluídos.

    —No pienses ni por un segundo, chico, - dijo blandiendo el grotesco artefacto, —que no están de camino en este mismo instante.

    Johnny dejó su café y se levantó de un salto. —¿Estás loco, jodido psicópata? ¿Qué demonios estás haciendo con algo así dentro de los pantalones?

    —Protección, Johnny. Necesitamos protección. Escucha, ellos...

    —¡No! No voy a escuchar ni una sola palabra hasta que guardes ese puto tanque portatil. Ya he visto más armas de las que he querido ver en toda mi vida.

    Callum dejó el arma en el suelo entre ellos.

    —Vuelve a sentarte, Johnny. - como Johnny siguió de pie, Callum continuó, —Lo digo en serio, chico. Siéntate.

    Johnny se sentó y recogió dudando su café. —Callum, - dijo fracasando al contener del todo el temblor en su voz, —¿cómo iban siquiera a encontrarme aquí? Tienen que asumir que he muerto cuando se derrumbó el edifició.

    Callum notó que su cigarrillo se había consumido y encendió otro. El olor de clavo ardiendo llenó la habitación y las nasales de Johnny, recordándole a tarta de manzana.

    Dio una larga calada que pareció que no iba a terminar nunca y dijo: —Probablemente asumieron eso durante un tiempo. Pero si tienen el ácido mágico, van a empezar a leer las señales y, con tiempo, les conducirá hasta aquí.

    —No sabemos si tienen la droga, - objectó Johnny.

    —¿Cómo sino te localizaron a ti y a Lyle tan rápido en Toronto? ¿Cómo sino te encontraron en Corea? La tienen Johnny. La tienen. Si tu colega pudo terminar el trabajo de Bronski en unas horas con un laborarorio de universidad, ¿de verdad crees que el jodido ejército fracasaría al hacer lo mismo con todo el jodido presupuesto de defensa con el que trabajar? Mejor será que creas que Ellos montaron un hangar lleno de desgraciados bastardos que se exprimieron los sesos las veinticuatro horas al día para crear ese ácido, chico.

    —¿Ellos? - dijo Johnny. —¿Quién demonios son ellos? No tenemos ni idea. Todo esto es una novela de espías, ilusión y especulación.

    —Ellos, Johnny. Los malos. La CIA, el gobierno, los Illuminati, llámalos como te salga del cuerno. No es paranoia cuando de verdad están echando abajo tus puertas y siguiéndote por medio maldito mundo para inyectarte un suero de la verdad y hacerte hablar, chico.

    —¡Pero si soy canadiense! - exclamó Johnny.

    Callum soltó una carcajada. —¿De verdad crees que la gente con la que estamos tratando siente necesidad de respetar las fronteras?

    En eso tenía razón. Johnny recordó el artículo del periódico dos días atrás que Callum había traducido para él, después de sacarle a rastras de los escombros: "Tiroteo entre bandas rivales", lo habían llamado.

    Por no mencionar a los americanos de allí dentro aparte de los "Diecinueve Muertos en Derrumbamiento", incluyendo varios caucásicos.

    «De cuántas de esas muertes soy responsable», se había preguntado Johnny.

    Pero la causalidad directa parecía algo del pasado remoto. En serio, ¿cómo podía ser alguien responsable por algo a estas alturas? Aunque cuando pensaba en ello, Callum tenía razón: Ellos querían a Johnny y Ellos tenían el poder de venir a buscarle.

    —Si ya tienen la droga, - dijo Johnny, —¿qué esperanza nos queda? Van a emcontrarme a mí y van a encontrarte a ti.

    Callum dio unas palmaditas a su arma como si fuese un niño o un cachorro y sonrió. —Eventualmente, sí.

    Los ojos de Johnny se abrieron como platos. —Tú quieres que vengan, ¿no es cierto? ¡Estás loco!

    —Yo también tengo una historia, chico, y esto solo es final que la misma ha estado esperando. Este lugar, - Callum hizo un pequeño gesto que incluía a toda Corea, quizá toda Asia, quizá la Tierra entera, —nunca será mi hogar. No he estado en mi hogar en cincuenta putos años, Johnny. He estado aquí sentado en esta jodida ciudad, jugando al ajedrez en el parque con ancianos que me llaman diablo a la cara siempre que les gano. He estado sentado sobre el culo bebiéndome y fumándome mi vida, esperando la oportunidad de irme por fin en un resplandor de gloria como debería haber hecho hace muchos años. Este es el momento, chico. Este el puto final.

    De repente, hubo un úmico POM en la puerta delantera de la casita de Callum. El anciano estaba en la puerta con la pistola en la mano en un suspiro. Se movía como un soldado, con la espalda contra la pared y su mano descansando ligeramente en el pomo de la puerta. Indicó a Johnny con un gesto el espacio detrás del sillón. Al abrir la puerta de golpe, el cuerpo de setenta años de Callum se retorció como una serpiente lista para atacar con un veneno de calibre cuarenta y cuatro a cualquier diablo blanco que se acercara a la casa. En vez de diablo, había un paquetito marron atado con cordel de esparto en el umbral. El cartero ya estaba a dos casas más allá por el camino. El paquete tenía la dirección de Callum en la etiqueta, pero no había nombre ni dirección remitente.

    Los sellos eran canadienses.

    —Ábrelo, - le dijo Callum a Johnny.

    Dentro había un pasaporte americano con la cara de Johnny y el nombre falso de Jean Daignault, nacido el uno de enero de 1983. Debajo del pasaporte había un fajo de billetes de cien dólares americanos y cheques de viaje. Y una nota sin firma.

    La nota indicaba simplemente "J".

    J: Salir de la sartén para caer en las brasas, ¿eh? No lo gastes todo en el mismo sitio. Mantente a salvo y en contacto

    Callum cerró la puerta y alzó la vista hacia Johnny.—Señales, señales, - le dijo.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Fue en una cálida mañana, dos semanas después, cuando una mariposa perturbó el café matinal de Johnny y Callum. Callum había estado medio melancólico con reminiscencias de las chicas de Ohio de escasa virtud de su adolescencia cuando la amarilla mariposilla se había posado en la nariz de Johnny, haciéndoles reir a ambos. El ruido espantó al fragil insecto, que salio volando de inmediato y aleteó sin rumbo por la habitación. Johnny al principio la observó con ocioso placer, pero luego con súbito espanto. Había algo más en sus movimientos que no había visto antes, algo siniestro. La mariposa se dirigía a un lado de la habitación por una breve brisa inesperada desde la ventana abierta.

    Johnny se levantó alarmado de un salto, derramando el café violentamente por el suelo de Callum.

    —¡Jesuscristo, chico! ¿Qué te ha dado?

    Johnny no dijo nada. Negó con la cabeza como para desplazar sus premoniciones. No podía estar sucediendo. Los flashbacks existían, pero aún así, él nunca había sido de los que sentían corazonadas y nunca había estado tan seguro de algo en su vida.

    —¿Qué te ha dado? - repitió Callum.

    —Están viniendo, - dijo Johnny.

    —¿Qué? ¿Quién está viniendo?

    —¡Los putos Ellos! - exclamó Johnny.

    Callum abrió la boca con un "¿qué quieres decir?" o "¿cómo lo sabes?" en los labios, pero lo pensó mejor. Recuperó su pistola de la banda en su muñeca, cogió las llaves del estante y se las lanzó a Johnny.

    —¡Vete! ¡Pon en marcha el barco!

    Johnny se metió el paquete de Ivan bajo el brazo, salió corriendo por la puerta trasera y bajó la colina hasta el embarcadero. Metió la llave en la ignición del barco para poner el motor en marcha, que tartamudeó y falló tras unos momentos. Maníacamente, Johnny bombeó la sentina mientras cada ola sucesiva del agua verde le traía noticias de las fuerzas convergentes contra él. Tras lo que pareció horas de bombeo, consiguió mantener el motor en marcha. Desató el cabo principal y delantero para que solo quedara amarrado el cabo de popa a la orilla.

    «¿Qué demonios estaba haciendo Callum? ¿La maleta con la ropa interior?»

    Johnny saltó del barco y subió corriendo la colina para sacar al anciano de la cabaña. A medio camino de la pendiente, se congeló ante el sonido de un único disparo. Se tensó cada músculo en el cuerpo de Johnny mientras observaba como un ciervo frente a la luz de los faros del futuro. El viento le trajo la petulante voz de Callum.

    —¡Venid a por mí asquerosos bastardos!

    Johnny podía verle claramente con el ojo de su mente agachado tras el sillón volcado, con sus pantalones de camuflaje para jungla del ejército y en camiseta interior. Con su alborotado pelo gris y su barba de dos días enmarcando perfectamente sus ojos verdes mientras sostenía su humeamte tanque portatil frente a él.

    Hubo otro disparo. Por supuesto, él no iba a venir.

    Johnny regresó corriendo colina abajo, saltó dentro del barco y empujó hacia adelante la palanca del acelerador a tope. La cornamusa de popa se tensó y se soltó del barco, llevándose tornillos y la carcasa con ella mientras Johnny aceleraba hacia el Estrecho de Corea. Tenía un compás en el salpicadero y un tanque lleno de combustible. Johnny nunca había prestado mucha atención a la geografía, pero sabía que si mantenía el morro apuntando al Oeste y el acelerador a tope tendría que llegar hasta Japón eventualmente.

    Sólo esperaba que no tuviesen mucha Guardia Costera.

Capítulo 16

    Cinco semanas. Ese fue el tiempo que les llevó encontrarle en la casa de Callum. Antes de eso, solo les había llevado dos días localizar su prisión del sótano.

    Johnny se colgó su nueva mochila en los hombros y se alisó la camisa azul cobalto y chaqueta negra de sport que había comprado con dinero falso en una sastrería de Tokyo. Comprobó su reloj, aún faltaban cuarenta minutos para que saliese su vuelo. Solo había estado en Japón cinco días, pero no quería tentar su suerte mientras aún estaba tan cerca del último lugar donde le habían localizado.

    «Callum se había equivocado. Lyle aún está vivo. Ellos no sabían de los efectos residuales de la droga: Callum no había tomado eso en consideración.»

    Johnny estaba convencido de que Lyle debía de haber escapado. No había tenido noticias de él en su apartamento cuando Johnny había regresado. Seguramente se había marchado. Y con la sensibilidad al peligro ampliada, ciertamente debía de haber sido capaz de mantenerse un paso por delante de ellos y ponerse a salvo.

    Johnny mira en su interior en busca de cierta verificación química, pero solo encuentra lógica y esperanza en la que confiar. Antes de comprar su pasaje, había alzado la vista hacia el domo de cristal del Atrio en el Aeropuerto Internacional de Kansai. Había mirado hacia arriba e intentado desesperadamente leer la localización de Lyle en el movimiento de las nubes. Como eso había fracasado, había comprado un atlas y un café. Había cerrado los ojos y abierto el atlas por una página al azar.

    Chile.

    Un lugar tan probable como cualquier otro, aunque el transbordo en Hawai le incomodaba. Prefería evitar tanto territorio americano como canadiense.

    Johnny mira de nuevo su reloj. Veintiocho minutos. Está a punto de dejar un montón de señales y quiere reducirlas al momento más próximo al despegue como sea posible. Se acerca a la misma tienda de conveniencia donde ha comprado el atlas y el café. Allí cambia un puñado de yenes por una tarjeta de Internet.

    La mente de Johnny repasa la historia de Prometeo mientras inicia sesión en el terminal. O al menos, tenía la impresión de que debería repasarla, pero en realidad no consigue recordar mucho de ella. Tiene la incómoda impresión de que no termina bien para el protagonista.

    Inicia sesión en el servidor de Tom. Antes de empezar su verdadera tarea, comprueba su correo electrónico para ver lo que ha entrado en su bandeja en las nueve semanas desde aquella noche en Toronto cuando todo cambió. Confía en secreto encontrar una nota de Lyle, pero como no hay ninguna, racionaliza rápidamente que Lyle sería extremadamente cuidadoso de remover las aguas lo menos posible.

    Entre el spam, dos cartas llaman su atención. La primera es una nota de preocupación de su madre preguntándole por qué no ha llamado en dos meses y por qué está desconectado su teléfono. Johnny quiere escribirle una novela y explicárselo todo, pero sabe que lo primero que ella hará será ir a la policía y eso es exactamente lo último que necesita.

    Compone un correo electrónico de seis palabras: Estoy bien, te escribiré más adelante.

    Johnny casi añade algo sobre estar en Madagascar, solo para dejar pistas falsas a cualquiera que pudiese estar interceptando sus mensajes, pero se contiene a tiempo. Eso es exactamente la clase de acto que reverberaría en muchas formas impredecibles, revelando inevitablemente su actual paradero a alguien capaz de leer las señales. De hecho, quizá incluso el mensaje tal como está sea demasiado revelador. Pero está a punto de crear tantas señales que parece que poco puede importar. Pone el correo en la cola y lo configura para que se envíe dentro de dos días.

    La segunda carta es de Tinka:

    Johnny...

    Siento lo del puñetazo en la cara. Perdón por echarte encima a Jin. Es un capullo. Ya no lo veré más. También siento haberos echado una maldición a ti y a Lyle. No lo sabíais, pero lo siento de todos modos. La he cancelado. Espero que no estéis muertos. Ponte en contacto.

    Tinka

    p.d: me colé en tu apartamento. Está DESTROZADO.

    Johnny sonríe a pesar de sí mismo. Está a punto de borrar el e-mail, pero lo piensa mejor. Simplemente cierra el programa de correo y pone en marcha el programa que escribió el día anterior en un bar de Internet de Tokyo. Empieza a contar.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Johnny está dormido en un avión con escala en Hawaii y auriculares que reproducen en sus sordos oídos la pista de audio de la película a bordo cuando su programa cobra vida.

    Bosteza y abre los ojos. En cuanto ha estirado las piernas, envía tentáculos más allá de los límites del servidor de Tom tanteando conexiones por la red. Usando esas conexiones, brinca de servidor de archivos anónimo a servidor de archivos anónimo llevando siempre con él las notas escaneadas de Lyle y dejando siempre una copia a su paso.

    En media hora se ha duplicado a sí mismo cientos de veces. Luego retira sus tentáculos y se prepara para la segunda fase de su ejecución.

    Simultáneamente, cada copia del programa empieza a publicar el escaneo encriptado con las notas de Lyle en todos los foros públicos de Internet y los envía a cada lista de correo electrónico, propagándose por la red mundial a asombrosa velocidad y sin esfuerzo, imparable. Adjunto a cada copia del archivo hay un código de desencriptado de dieciséis bytes y una breve nota:

    Querido Mundo:

    Haced con esto lo que os plazca.

    Lisérgicamente Vuestro, un amigo.

FIN