Créditos

    Titulo: Ganar en Marte (2ª Edición)

    Autor: Jason Stoddard (strangeandhappy.com)

    Copyright © 2018-2023 Jason Stoddard (CC-BY-NC-SA, algunos derechos reservados)

    Versión gratuita. Prohibida su venta.

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    Traducción y portada: Artifacs, septiembre 2018.

    Ebook republicado en Artifacs Libros en septiembre 2023

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    Titulo original: Winning Mars!

    Copyright © 2010 Jason Stoddard (CC-BY-NC-SA, algunos derechos reservados)

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Licencia Creative Commons

    Ganar en Marte se publica bajo Licencia CC-BY-NC-SA 4.0 https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/legalcode.es

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Licencia CC-BY-NC-SA

    

    Esto es un resumen inteligible para humanos (y no un sustituto) de la licencia, disponible en castellano.

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Sobre Winning Mars!

    NOTAS DEL ESCRITOR: esta es la novelización del relato Winning Mars que apareció originalmente en Interzone 196 y que obtuvo el Mejor Virtual del Año 2005 de Rich Horton y recibió una Mención Honorífica de Gardner Dozois en La Mejor Ciencia Ficción del Año del mismo año. Son unas 80,000 palabras de ciencia ficción de futuro-cercano, distribuída para su lectura de ocio bajo la licencia Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike 2.5. Si quiere leer el relato original, está disponible en una colección llamada Dangerous Games, editada por Gardner Dozois y Jack Dann.

    Para más información sobre Jason Stoddard y sobre por qué está regalando cosas, visite strangeandhappy.com.

PARTE 1

Motivación

1. Pasajero

    —Lo que estás diciendo es que estoy obsoleto —dijo Jere Gutiérrez.

    Silencio.

    El banquero y el datoespectro se pusieron tensos y se miraron. Tenía sentido. No sabían si era un gritón, un chillón o si la oficina estaba insonorizada para los disparates fuera de horas de oficina.

    —No estamos insinuando.. —dijo el datoespectro Richard Pérez, ese era su nombre. Por supuesto, era un capullo.

    —Sí. Lo sé. No estáis diciendo que yo ya esté muerto sino que todo el mundo ya ha empezado a comprar los trajes negros —dijo Jere.

    —Tampoco estamos diciendo eso —dijo el banquero. Su nombre estaba suspendido en la esquina del ojo de Jere: Jerome Pullman—. No hay razón por la que Neteno no pueda ser un negocio próspero dentro de veinte años. Pero si sigue por el mismo camino, las probabilidades de descubrimiento y retroceso se incrementan. Por eso hemos tenido que aumentarle los intereses del préstamo.

    Jere suspiró, mirando a los parásitos dentro de sus demasiado perfectos trajes, como si los de fina raya y doble solapa fuesen su piel natural y la limpiaran con las lenguas, como los gatos.

    «Dieciocho meses», pensó. «Dieciocho meses y Neteno va de la nada hasta la luminaria de los Lineales. Ahora me dicen que vuelve al ghetto de nuevo.»

    Jere se levantó y se giró para mirar por la ventana donde las anchas fajas multicolor según la nueva moda de Hollywood permanecían bajo los insignificantes cielos azules de Noviembre. Ahora no necesitaba esto. Acababan de comprar el viejo edificio de la Capitol. Acababan de enterrar cien millones de inflacionarios dólares en cebarlo y reconstruírlo con pulcra madera, neones externos y papel de pared interactivo. Lo habían convertido en la visión del futuro. Habían gastado un millón sólo en el letrero de neón de Neteno para que rotara en un espacio holográfico perfecto sobre lo alto del edificio, entre efectos de láser y niebla inteligente que Jere ni siquiera comprendía. Alzó los ojos a tiempo para ver pasar perezosamente las letras ENO seguidas por las letras NET empezando de nuevo el ciclo. Por la noche, las letras brillaban en naraja intermitente desde su oficina principal y le recordaban las luces de Navidad de su infancia.

    —Agenda, ventas y beneficios —dijo en voz baja a su gargantófono. Su proyectáculo emitía visuales actualizadas en la esquina de su visión. Sus susurros empezaron a cantar los números con comentarios sobre los beneficios—. Detener comentarios,

    Conocía la tendencia. Hubo un pico inicial en los ingresos cuando asumió la enferma cadena de Lineales y dio su primer golpe. Luego, los resultados se elevaban suavemente. Incluso se aceleraban en los pocos meses siguientes.

    Jere se giró hacia los parásitos. —Yo no veo tendencia a la baja.

    —No hay ninguna —dijo el datoespectro—. Por eso quisimos una reunión en persona...

    —Por eso hemos traído a un experto en análisis de riesgos de 411, Inc —dijo Jerome con una amplia y totalmente falsa sonrisa de finos labios—. Puedo entender su confusión. En el pasado, incluso en el muy reciente pasado, los números como los suyos mantienen al BNC bailando en las calles: ¡Carta blanca, los intereses más bajos, escoja un número!. Pero los tiempos han cambiado.

    Jerome negó con la cabeza tristemente y suspiró, como si acabara de descubrir que el mundo entero era un engaño y tanto a él como a Jere les habían estafado con el peor de los timos. Jere simplemente le miró. Jerome no conseguiría un empleo como actor ni en una obra de presupuesto cero de estudiantes para emisiones streaming en espera.

    Jerome esperó la conmiseración durante otros tres segundos, luego, tragó y continuó—. 411, Inc. hace extensas monitorizaciones y análisis del universo de rumores usando algoritmos artificialmente inteligentes y fuerza cerebral humana para determinar tendencias que no son obvias al observador desasistido.

    —Malditos programas —dijo Jere—. Lo que dices es que esos fantasmas dicen que vamos derechos al precipicio.

    —Sus audiencias se están percatando de vuestra manipulación —dijo Richard.

    —Rich, Yo.... —empezó Jerome.

    Jere levantó una mano. —No. Déjale hablar.

    Richard miró a su alrededor, nervioso como un mal estudiante que sale a la pizarra en clase. Se lamió los labios. —Bueno, mire, las grandes motivaciones de Neteno eran traer de vuelta a los escritores, crear historias para retratar los mayores eventos mundiales...

    El estómago de Jere se agarró fuerte a él. Se inclinó sobre su mesa dejando huellas dactilares grasientas en la perfecta superficie de obsidiana. —¿Qué acabas de decir?

    —Dije que usted usa escritores para hacer historias que, de otro modo...

    —¿Quién te ha contado eso?

    —Nadie. Nuestros algoritmos de inferencia...

    —¡Patrañas! - Jere golpeó la mesa con la mano, luego, se giró y paseó. No sabía por qué lo estaba haciendo, simplemente sabía que tenía que andar. Se sentía ofendido con nerviosa energía, como una batería sobrecargada, caliente y a punto de explotar.

    Porque ese era el gran secreto. Uno de los escritores lo habría revelado. O uno de los patrocinadores. O, quizá, incluso uno de los actores. Y si el secreto salía a la luz... Jere echó un vistazo a los dos tiburones de doble solapa tratando de parecer inocente y sorprendido.

    El datoespectro lo intentó de nuevo. "Sr. Gutiérrez, está tan claro como un pico de 1 millón en una gráfica de tendencias. Hay demasiadas correlaciones imposibles, demasiados patrocinadores que igualan las inversiones y registran los ingresos de los anuncios. Incluso podemos seguir el rastro de algunos de sus argumentos en los programas de televisión que eran populares en los ochenta y en los noventa. Parece que algunos de sus escritores reutilizan sus líneas. El asunto de nuevo Afganistán fue de verdad de lo más evidente. Me refiero a que, cada cierto tiempo, una entidad comercial siempre consigue una historia única y enternecedora que no ha caído en la fuente de vídeos generados por el usuario, pero esto estaba yendo demasiado lejos. Y los análisis de las tomas del rescate mostraron demasiados productos de General Motors y Wal-Mart. ¿Asumo que los tiene usted en la puja para los contratos de rescate?

    Jere simplemente miró al datoespectro. Era joven, más joven que Jere incluso. Quizá cerca de los 20. Tenía una mirada sincera totalmente convincente.

    «Perfecta para decirme que estoy muerto», pensó Jere.

    Y lo estaba.

    Si el secreto ya estaba asomando de esa forma, él estaba acabado. La gran epifanía que le había llevado en un viaje de 18 meses, ahora había terminado.

    Recordó esa primera gran revelación.

    Patrice, su novia por aquella época, había hecho caso a su padre cuando le dijo que tenía que ver Casablanca. Ella la vio una noche cuando Jere estaba demasiado cansado para hacer algo más que quejarse de las películas en blanco y negro y hacer gracias sobre fumar cigarrillos. Pero cuando se acabó la película y Patrice se puso a llorar, incluso él había sentido algo que nunca había sentido con los vídeos generados por los usuarios ni con los vídeos interactivos y ni siquiera con los seriales profesionales, pensó...

    «¡Cielo santo! Si estas películas de hace ochenta años de tipos con ridículos uniformes pueden afectarme, quizá sea esto sobre lo que siempre había hablado papá, lo que perdimos cuando internet se comió la era de la televisión.»

    Y luego, pensó, «Puedo hacer uso de esto.»

    Jere hizo una parada antes de ingresar el dinero del pequeño fondo de inversiones que su papá le había dado para su educación y encontró una abandonada cadena de Lineales que comprar.

    —Voy a recuperar la televisión —le dijo a su padre—. Lo que no pudiste hacer tú, lo voy a hacer yo.

    —Estupendo —dijo papá mientras movía con un palo algo espumoso dentro la piscina.

    Las estrellas en la noche nunca habían brillado tanto, el día nunca había sido tan perfecto y cuando Neteno empezó sus emisión sirviendo esas historias imposibles, esas exclusivas rompecorazones; el bombazo hizo de Neteno la central eléctrica, Neteno la salvadora de los Lineales, Neteno el sustentor del espíritu televisivo.

    Pero si el secreto era revelado...

    «Olvída vestir de negro. Ya estoy muerto. Sólo que aún no he empezado a oler.»

    —Ya lo pillo —dijo Jere—. Sabéis mi secreto y por eso ya no queréis prestarme dinero.

    Jerome terminó con una sonrisa que parecía casi natural. —No. Nada de eso. No nos importa sus secretos. Sólo nos preocupa que su audiciencia los descubra.

    Richard asintió. —Podemos simular algunos escenarios y ninguno de ellos es agradable. Si usted continúa trabajando en sus historias los próximos 4 meses, hay una seguridad 2 sigma de que aficionados a la inferencia descubran lo que ha estado usted haciendo. Después de ese tiempo, le quedarán algunas semanas antes de que crezca la evidencia base y la masa ya no pueda ignorarlo. Después, la cadena sólo funcionará con, quizá, el dos o el cinco por ciento de su audiencia actual.

    Jere negó con la cabeza. —Me sorprende que sea tanto.

    —El síndrome televangelista —dijo Jerome—. Ha estado en la vista del público durante mucho tiempo y ha sido usted un hombre carismático, no el típico hombre de negocios escondido detrás de la cortina. Le cae usted realmente bien a cierta subpoblación. No le abandonarán a pesar de los hechos.

    «Pero no puedo funcionar con el 2% de mi audiencia», pensó Jere. «Y los patrocinadores no me llamarán.»

    —¿Qué vamos a hacer? - preguntó él

    —Sea más conservador con sus guiones —dijo Richard—. Si lo maneja todo como lo hizo con 'Los Doce Días de Mayo', aguantaría de 20 a 24 meses antes del colapso.

    —¡Pero si apenas hicimos nada con 'Los Dice Días' —dijo Jere.

    Principalmente, porque papá tenía tíos y demás en DC, y Jere sabía que tendría sus nueces en la tabla de cortar zanahorias si papa se enteraba de que había retocado un desastre terrorista nacional.

    Richard levantó la cabeza. —Tiene que bajar el tono.

    Jerome asintió. —Trabaje con 411. Creo que tienen una lista de guionistas con los que no debería trabajar. Acepte su consejo y podría salir de esta.

    —¿Cuánto tiempo?

    Un encogimiento de hombros. Ojos bailarines que decían, —Quién demonios lo sabe - y —No me importa una mierda porque no es mi problema.

    Jere suspiró. Volvió a su silla y colapsó sobre el blando cuero. Sus ingresos se resentirían si no podía seguir con las historias realmente improbables, pero tenía que arreglarlo.

    —Y.. —dijo Jerome—. ...tendremos que aumentar la tasa de interés de su línea de crédito. Y, quizá, cambiar algunos puntos sobre las comisiones de préstamo.

    —¿Cuánto?

    Una sonrisa afilada. —Nada que vaya arruinarle.

    Jere asintió y apoyó la cabeza entre las manos. Sus pobladas cejas y su exagerada nariz se reflejaban en la superficie pulida de su mesa.

    —¿Por qué? —dijo él en voz baja.

    —¿Por qué qué? - Jerome sonaba feliz.

    —¿Por qué queréis trabajar conmigo todavía?

    —Porque, Sr. Gutiérrez, siempre habrá un riesgo —Jerome otra vez. Sonaba como si hablara sonriendo—. Y tiene que ser medido en términos de recompensa.

    Cuando se marcharon, Jere alzó la vista hacia el letrero luminoso de NETENO, suspendido en el espacio. Motitas de polvo relucían en su suave perfección. Más abajo, el Hollywood multicolor, el rey de lo interacctivo, parecía mirar hacia arriba y reirse.

    «Soy pasajero», pensó Jere. «Hoy aquí, mañana muerto. No he cambiado nada.»

2. Todopoderoso

    Papá adoraba la Navidad. No porque fuera religioso, pensó Jere, sino porque le permitía exhibirse un poco y no sentirse mal por ello. Podía decorar la casa hasta arriba con lo más chocante. Incluyendo, como este año, un Papá Noel totalmente robótico que se relacionaba con los invitados como una ligeramente espasmódica versión de San Nicolás soltando sinsentidos. O un Feliz Navidad flotante que se parecía incómodamente al letrero de Neteno que circulaba su bello y sobretasado edificio. Podía llevar atuendos estúpidos, como chaquetas de esmoquin brocadas y calcetines hasta las rodillas con cigarros dentro. Podía comer hasta el exceso faisán con chocolate belga o churros crujientes de cardamomo y justificarlo con que era Navidad. Pero, sobre todo, podía exhibirse y dispensar su generosidad al niño, la niña, el nieto, el tío, el primo o el sobrino que más lo necesitara; casi siempre con un grado de teatralidad y escenificación que conseguía llevar las miradas de todo el mundo hacia Ron.

    «Se puede apartar al hombre de la televisión pero no se puede apartar la televisión del hombre», pensó Jere mientras hacía chirriar las ruedas de su nuevo Mercedes camino a su casa. Era uno de los pequeños eléctricos porque podría necesitar acostumbrarse a ir a menos. Porque podía contarle a sus amigos que había encontrado la religión medioambiental.

    Papá era de la vieja escuela. Vivia en un gran horror gótico de casa en lo alto de Hollywood Hills, construído en los 80 con el dinero que fluía libre en aquella época. Parecía algo que los estudios de cine podrían usar como una centenaria escuela inglesa para chicos. Se alzaba sobre pinos transplantados y hierba imposiblemenre perfecta, con dignidad gris, pétrea y severa. Desde el camino delantero circular se podía ver las luces del valle de San Fernando que relucían como piedras de bisutería sobre terciopelo sintético barato. Desde la parte trasera, se podía contemplar las torres del centro de Los Angeles, esperando a que cayese el Big One. A veces se oía el petardeo de las ametralladoras de la Central Sur o los grandes incendios allí donde irrumpía algún microdisturbio.

    «Cosa curiosa el hacerse mayor.»

    Jere negó con la cabeza. Él aún estaba anclado a su alto bloque de apartamentos.

    «Fácil, limpio; sin tierra que cuidar, sin falsa piedra que mantener; sin jaleo, con el pelo no peleo. Te quedas allí si te lo puedes permitir», pensó Jere riendo.

    Se agachó bajo el letrero flotante de —Feliz Navidad - que brillaba como el de Neteno y entró. Esquivó al parlanchín robot de Papá Noel...

    —Bendiciones Navideñas, joven —dijo con voz grave cuando Jere pasó a su lado.

    ...y se deslizó hasta la cocina donde Mamá presidía una mesa de cinco comensales de cocina. El aroma del pavo, faisán, ganso, estofado y arándanos frescos bullia en una olla del tamaño de una bañera. Tortitas caseras y puré de patatas invocaron memorias instantáneas de festividades pasadas.

    Jere se infiltró detrás de su madre, la cogió por los brazos y dijo: —¡Buu!

    Mamá dio un grito, saltó un metro en el aire y se giró para golpear a Jere con un cucharón de madera que se materializó en su mano. Persiguió a Jere por el comedor hasta el salón, donde los chavales lanzaban risitas y los adultos fruncían el ceño a los dos mayores que actuaban como niños.

    Jere apareció pronto frente la gran ventaba-cuadro que se abría hacia el balcón. Papá estaba ahí fuera vistiendo otro estúpido atuendo. Este adornado de renos.

    Mamá le golpeó con el cucharón.

    Jere levantó las manos. —¡Hey!

    Otro golpe..

    —Mamá, ¿está limpia esa cosa? —dijo Jere pasando la mano por su traje.

    Mamá se detuvo. Miró la cuchara. Miró a Jere. Luego lo agarró y lo levantó en un gran abrazo. Se estaba poniendo blanda y redonda con los años y el tinte no lograba esconder la textura de su pelo, pero aún olía como Mamá, una indescriptble fragancia que probablemente había pasado a través de la vida popular tres décadas atrás, antes de que Jere naciera. Él también le dio un fuerte abrazo.

    —Compórtate —dijo ella moviendo el cucharon frente a él.

    —Lo hago.

    —¿El qué?

    —Comportarme.

    Mamá le echó una mirada que se suponía que debía parecer amenazante. Parecía un Chihuahua tratando de estar furioso. Jere intentó no reirse.

    Cuando ella volvió a la cocina, se acercó su hermana Evi con su marido. Era una chica delgadita, treinta y uno, seis años mayor que Jere. Le miró con brillantes ojos juguetones.

    —Así que el Magnate de los Lineales nos honra con su presencia —dijo ella.

    —No estaría en ningún otro sitio.

    —¿Dónde está tu brazornamento? —dijo ella. Su palabrita inventada para referirse a su novia de la semana, su brazornamento.

    —No me apetecía traer a nadie.

    Evi se tapó la frente con el dorso de la mano. —Te encuentras bien? Jere, ¿Qué te pasa? ¿Van mal los negocios?

    —No, no —dijo Jere, maldiciéndose a sí mismo por ser tan transparente.

    «Debería haber traído a alguien sólo por las apariencias.»

    —¿Qué tal el trabajo? —dijo su marido.

    «Samuel», recordó Jere.

    Era un hombre grande de cara cuadrada, como sacada de una revista del Centro de Cirugía Estética. Hacía algunos interactivos. No es que fuera un hombre importante, pero no se necesitaba serlo para ganar bien en el juego activo.

    —Bien. ¿Qué tal el tuyo?

    —El espacio interactivo siempre va bien —dijo Samuel—. Es desafiante, también. Al menos para los principiantes. No es que se sienten y se queden mirando.

    «Como si explotar mierda hacia arriba y al azar fuese jodidamente educativo», pensó Jere aunque no lo dijo, sólo asintió.

    «Nunca la jodas en la fiesta de papá. Nunca. Nop.»

    Como si leyese su mente, papá entró como la brisa desde el balcón, dejando un rastro de olor a puro. A Jere le cosquilleó la nariz. Nunca se acostumbraba al olor del tabaco, fuesen cigarrillos o puros. La única vez que intentó fumar un cigarro, se mareó y vomitó. Ese fue el final de su fascinación. Pero papá, parecía disfrutar genuínamente de esas cosas.

    —Jere —dijo él posando una mano en su hombro. Así de cerca, Jere pudo ver que su atuendo era peor de lo que pensaba. Los renos estaba adornados con una especie de eterored que reproducía sencillas animaciones. Uno de los renos se giró para mirarle.

    —¿Tienes un momento? - papá le indicó con la cabeza el exterior del balcón desierto.

    —Uh. Sí. Claro.

    Esto no tenía sentido. Papá pasaba el tiempo previo a la cena haciendo sus rondas o fumando puros. Guardaba el teatro y los regalos para después.

    Papá le llevó hasta la barandilla de piedra donde podía ver brillar la ciudad más abajo. Jere oyó las bocinas de fiesta del Hollywood atestado de tráfico en Highland.

    —Sé lo que has estado haciendo —dijo papá oteando la ciudad.

    —¿A qué... qué quieres decir?

    —Entrevistando —dijo papá—. Sacando ideas estúpidas de gente estúpida.

    —No sé de lo que estás hablando.

    —Por supuesto que lo sabes —dijo papá en voz baja, insinuando peligro.

    Jere hizo una pausa, lo consideró, asintió.

    —También sé por qué lo haces. Los bancos. 411.

    —¡Jesús! ¿Es que lo sabe todo el mundo? —dijo Jere lanzando sus brazos al aire—. Joder, ¿Me voy a poner un día mi optisor y veré que no tengo una base de clientes?

    —No —dijo papá. Y esperó.

    Jere se estremeció.

    «¿Significaba esto que le iba a ayudar?»

    ¿Como el año en que decidió que Jere debería educarse y que el único modo de que pudiera hacerlo era con un gran fondo de inversión? Ese fue el gran espéctaculo de sobremesa de un año. Fue cuando tomó el dinero para comprar Neteno.

    Pero esto no era un espectáculo. Esto no era público Esto era de uno a uno. Jere sintió que el escalofrío le bajaba por la espina dorsal. No sabía a qué se estaba refiriendo.

    —¿Qué? —dijo Jere, al fín.

    —Tengo a alguien que deberías conocer.

    —¿Un amigo?

    La boca de papá se torció en una rápida sonrisa maliciosa. —No sé si yo iría tan lejos. Pero él tiene una idea. Una de las buenas.

    `«Genial»,, pensó Jere. «Tengo que agasajar a otro fósil del televisozoico.»

    Durante el último mes, se había entrevistado con todo octogenario con pañales que pudiera afirmar tener alguna conexión con la época en que la televisión era el flautista y todo el mundo seguía la melodía. Tanto si era el último de los grandes años de la Realidad como de la casi mitológica Hegemonía de los 70 y los 80, cuando el mundo se regía por la televisión, cuando eso era lo único que había, cuando las audiencias se sentaban sobre sus sofás baratos y calentaban cenas en los microondas delante de la caja, mucho antes de la llegada de Internet y el auge de los Interactivos, mucho antes de que la televisión hubiera sido lanzada al ghetto —Lineal de Libre Acceso; todos afirmaban tener una fuerte idea que lo abatiría todo e impulsaría a Neteno hacia una mayor gloria. Pero, hasta ahora, eran todos temblorosos incontinentes que babeaban en sus cafés y se sentaban observando como Jere diseccionaba su ideas como las ranas en clase de ciencias, cebándolas con los datos de sus optisores y audisores. Podrían llevar nuevas modas, podrían incluso llevar optisores, pero no las sentían, no entendían que el mundo había seguido adelante y que ellos no estaban dentro del tren.

    —No —dijo papá—. En serio.

    —¿Cómo lo sabes?

    Papá sólo se giró hacia él. Las luces multicolor de la casa relucían en sus ojos.

    —Me preocupo.

    —Pues no lo hagas.

    —No —dijo Ron—. No te acostumbres a este estilo de vida. No es bueno para tí.

    —Ha sido bueno para tí. —dijo Jere, extendiendo los brazos para acompañar la vista, la casa, las risas silenciadas de los invitados, el brillo de su jodido letrero de Feliz Navidad tan parecido a Neteno.

    —Es diferente —dijo papá.

    «¿Y en cómo es diferente?», se preguntó Jere.

    ¿Porque él hizo una fortuna en los 80? ¿Porque la mantuvo durante tanto tiempo? ¿Porque planeó tan bien su vida, tan perfecta, que había tenido un montón de pasta antes de tener hijos, un montón tan grande que nunca pundo aumentarlo? ¿Porque decidió tener hijos a los cuarenta?

    Mírale ahí, todopoderoso, sentado en un fajo de billetes tan grande que haría falta una excavadora para moverlo, un fajo que no regresaría a la circulación hasta que muriera. Sus dos únicos hijos, rehenes por la idea del dinero, dinero, O.D.M. el dinero y, probablemente, sin conseguir nada de él excepto los esto y aquello dispensados a su capricho.

    —Quieres hacer algo, pues préstame dinero a interés más bajo que los tiburones de Banca Tintineo.

    —No lo llames así.

    —¿Por qué no? Me están retorciendo las nueces. Y no cambies de tema. Sé un prestamista. Da tu opinión. Dime que harás algo realmente, papá.

    —Ron.

    —¿Qué?

    —Ahora eres un hombre de negocios. Llámame Ron. Porque no eres mi hijo si me levantas la voz en una reunión familiar, en una fiesta, cuando trato de ayudar —La voz se Ron se hizo casi un susurro y murió al final.

    —Perdona, Papá.

    Ron le miró.

    —Perdona, Ron.

    Ron asintió.

    —He considerado tu solicitud de pedirme prestado dinero al interés del mercado y la rechazo lamentándolo mucho. A la luz de tu actual situación en el mercado, no puedo sabotear el bienestar del resto de mi familia.

    —Estupendo —dijo Jere.

    Hubo silencio por un rato. Jere esperaba que su papá le pidiese que se marchara antes de avergonzarle más. Pero el anciano dejó que el silencio calara.

    —Mi otra oferta sigue en pie —dijo Ron, finalmente.

    —La tomo —dijo Jere.

    —No estás obligado.

    —No, quiero hacerlo.

    —No tienes que hacerlo por mí —dijo Ron con una risa mortal.

    —Que venga —dijo Jere.

    Se giró y caminó hacia la casa.

    Al llegar a las grandes puertas de cristal, pudo oir la voz de su padre. —Podría no haber esperanza —dijo.

    «No sin amor.»

3. Propuesta

    Recibió al amigo de su padre en su oficina porque papá siempre decía que los restaurantes eran para los amigos y los negocios se hacían en la oficina. Además, probablemente, no sería muy difícil impresionar al viejo bastardo, que seguramente no habría visto Hollywood desde arriba.

    Pero el jodido entró caminando como si nada, se sentó y se quedó mirándole. Ni siquiera echó un rápido vistazo a las vistas. Como si ya hubiera estado allí, como si viviera allí, igual que la televisión regía el mundo y Dios estaba a su derecha o como se diga eso.

    El CV del viejo bastardo apareció en su optisor: Evan McMaster, productor de Resistencia uno de los últimos Reality Shows que llevaba diez años muerto y gracias al cielo por eso.

    El rumornet dijo: —porque hacía perder el tiempo de la peor forma, poniendo a la gente con resistencia física cero y sin habilidades en situaciones en las que les echarían a patadas seguro, excepto por algunos héroes del grupo al final. Seguramente guionizado.

    Jere sonrió por la ironía.

    —¿Te resulto divertido? —dijo Evan con voz grave del tipo que viene con los años de fumar cigarros y beber alcohol o de caras operaciones.

    Parecía tener cincuenta, lo que significaba que tendría, probablemente, unos setenta largos; especialmente si hacía migas con papá, que a los sesenta y cuatro ya estaba también rascando lo último de la mejor tecno-med antes de que los docs se hartaran y dijeran con voz fatalista: ¡Aquí no hacemos milagros!

    Pero Jere tenía que darle cierto crédito. Evan no llevaba ropa animada ni el pelo de neón verde ni llevaba un optisor. Su chaqueta era negra, aburrida y zurcida imperfectamente, como si la hubieran hecho humanos reales imperfectos en algún lugar del mundo, en vez de cultivarla a partir de su forma. Vestía una camisa sin cuello gris, aburrida, incluso con un logo corporativo. Además llevaba un engorroso reloj de metal, una de esas cosas horrorosas para las que, probablemente, se tendría que tener un todo un tiovivo de soporte vital, una cosa que pulsaba y ticaba en tu muñeca como una bomba.

    Se imaginó a Evan cayendo en el océano y siendo arrastrado hacia las negras profundidades por el peso del reloj.

    El tipo parecía estar bien, casi cómodo de ser viejo.

    —Así que tiene una idea para mí —dijo Jere.

    Evan le miraba con expresión cero, con ojos como piezas talladas en plomo. Por un instante, Jere pensó que Evan le preguntaría otra vez si le parecía divertido y que tendría que tartamudear e inventarse algo para sacar al viejo gilipollas fuera de su oído.

    «Y ¿qué iba a pensar papá sobre eso?»

    Luego, la cara de Evan se animó, como un autómata del siglo duecinueve, fabricado en madera y latón, reanimado por mecanismos de hierro..

    —Tengo una propuesta. —dijo él.

    Jere esperó. Esperó un poco más. Al final, dijo —¿Cuál es?

    —Resucitamos el reality show —dijo Evan—. Lo llevamos a Marte.

    Por un instante, Jere se sentó allí con la boca abierta. Había esperado algo estúpido, algo incluso monumentalmente estúpido. Pero no algo tan estúpido que estaba en peligro de ser el agujero negro de la estupidez.

    —¿Resucitar el reality show?

    —Sí.

    —Y llevarlo a...¿Marte? ¿Como el... planeta?

    Asintió. —Como el planeta.

    Jere se detuvo de nuevo. —Está usted de broma - quiso decir—. Saque el culo de mi oficina - quiso decir—. Papá, sé que estás grabando esto y no, no tiene gracia - quiso decir.

    Sin embargo. La mirada en la jodida cara del viejo le pareció tan como...seria. Y si Jere lo echaba de la oficina, papá se enteraría rápidamente y con ello se habría esfumado la oportunidad del cariñoso financiamiento paterno.

    —A ver, usted dice que enviemos a un montón de gente a Marte. Y los pongamos a hacer...¿qué? ¿Correr y saltar y cosas así?

    Evan le estudió durante un rato con sus ojos de plomo. Luego dijo: —Usted no piensa que hablo en serio.

    —No, no, no es eso...

    —Sí. Lo es. Usted cree que soy un viejo chiflado de finales de la era de la TV intentando imponerle su propia estúpida agenda.

    Jere no dijo nada. Aquello estaba tan cerca de su propio pensamiento que era un poquito surrealista.

    Evan alzó una mano. —No. No lo niegue. Sé lo que va usted a decir. Eso no tiene ningún sentido, dirá. Eso cuesta demasiado, dirá. La gente morirá, dirá.

    —¿Me está diciendo que no lo harán? Morirse, ¿es eso?

    Evan se reclinó en su asiento. —Pues claro que alguien va a morir. Probablemente, muchos alguien.

    Jere asintió, tratando de ocultar su sorpresa. Igual el viejo no era sólo otro colgado con un estúpido sueño intentando exprimirle las nueces. Al menos, era un colgado realista.

    —La muerte siempre es un problema legal —dijo Jere.

    —¿Me dice usted que en todos sus programas no se ha matado nadie?

    —Neteno no hace 'snuff'.

    —¿Y qué hay del asunto de nuevo Afganistán? ¿O las Filipinas?

    —Eso eran noticias.

    Evan asintió. —De modo que nadie murió.

    —Nadie que no se presentara voluntario.

    Evan hizo un sonido de desagrado. —¿Ningún espectador murió? ¿Ni uno? ¿Puede usted garantizar eso? ¿Hará una declaración?

    Muy realista. Así que, quizá tener esta reunión no era sólo una completa broma paterna. Quizá su padre tenía razón, sólo por esta vez.

    Jere le miró. Esperaba que el viejo apartara la vista. Una vista férrea. Esperó. Y siguió esperando.

    —Haga su propuesta —dijo Jere—. Y hágala buena.

    —Tengo datos —dijo Evan moviendo en la mano un proyector de bolsillo. —¿Se los puedo mostrar?

    Jere asintió. —Apagar luces —dijo él.

    La policromada ventana panorámica de Hollywood se atenuó hasta una luz de ocaso y las luces de la oficina bajaron su intensidad. Evan apuntó su proyector hacia la pantalla que descendió al lado de la mesa de Jere.

    Evan se levantó y caminó hasta quedar delante de la mesa de obsidiana mientras unos gráficos multicolor encendían la pantalla con el título:

    GANAR EN MARTE: una propuesta para Neteno.

    —Primero, discutamos el asunto de las muertes —dijo Evan.

    —A los patrocinadores no les gustan.

    —No mienta. Los patrocinadores las adoran. Sólo fingen estar horrorizados y dan algún procentaje significativo de sus beneficios a los supervivientes y todos contentos. Su gran problema es la ley.

    «Y los jodidos gestores de riesgos», pensó Jere al recordar al 411 y la histeria que tendrían si se le ocurría hablarles de esto.

    —Dígame por qué deberíamos arriesgarnos. Imagine que soy estúpido. Convénzame.

    Evan hizo un gesto y apareció un mapa de datos multicolor en la pantalla: demográficas, tablas, sectores y líneas con picos surgieron como un paisaje imposible. Eran cosas que ya había visto antes, pero aquello era desproporcionado. La audiencia era mucho mayor durante un buen largo plazo y los números de los contratos llegaban hasta la parte de arriba de la pantalla. Jere pensó en esas tablas imposibles que le había mostrado. Era demasiado perfecto y, sin embargo, llevaban el sello de 411, Inc.

    «Los tiburones. Quizá podrían respaldarnos con mayor probabilidad si les escupimos sus propios datos», pensó Jere.

    —¿Y por qué? - preguntó Evan—. Por tres razones. La primera: los chinos.

    —¿No se detuvieron los chinos en la Luna?

    —Sí. Eso hicieron. Pero dijeron que irían a Marte y, según parece, un montón de chinos querían ir a Marte. Y los coreanos y los japoneses, incluso americanos —Evan señaló a unos picos separados en la tabla.

    —¿Y por qué no lo hicieron?

    Evan sabía la respuesta exacta. —Coste. No iban a ir gastando a la escala EEUU. No tienen el mismo PIB. Incluso usando tecno rusa, las misiones los arruinarían.

    —¿Y no nos vamos a arruinar nosotros?

    Evan alzó la mano. —Paciencia, amigo mío. Usted sabe que los números del presupuesto siempre se esconden hasta el final.

    —Pues salte hasta el final.

    —No, porque la segunda razón es la NASA. Están muertos. Sin blanca. Después de los Doce Días de Mayo, todo el dinero ha ido a Seguridad Homeland. Todo se ha fundido en el nuevo programa Omisión. Y la gente sabe que es ahí es donde tiene que ir, pues las encuestas les retratan como gente que dice OK al aplazamiento de los vuelos a Marte. Al menos en la parte EEUU. Pero la gente aún quiere hacerlo. No van a ladrarlo de forma evidente pero, interiormente, todos están deseando ver una gran hazaña, no sólo defensa utilitaria. Es el Factor Frontera

    —No me suena.

    —Henry Kase. Nuevo intelectual. Culpa a la falta de un Factor Frontera como causa de los principales problemas del mundo.

    Los datos aparecieron en el optisor de Jere: comentarios en rápida sucesión con iconos contextuales en un vídeo que mostraba a un hombrecillo calvo hablando a salas adormiladas de gente mal vestida y sin afeitar.

    Evan guiñó un ojo. —Todo basura, por supuesto, pero representa bien la audiencia a la que estamos dirigidos.

    —Bueno, pues no parece particularmente convincente.

    —No tiene carisma. Es una tendencia real, tan real como 411. Ponga a cualquiera que pueda atraer a una multitud y arrasaremos rusia para conseguir llegar hasta nuestra nueva frontera. O ir al espacio.

    —Suena estúpido.

    —Tercera razón, El Fan Furioso. Eso sí es real. Usted lo sabe.

    Jere asintió. Todo el mundo soñaba con crear un nuevo Star Trek aún en boga después de todos estos años. O un nuevo Los Simpsons un nuevo programa que hiciera disfrazarse a la gente, ir a convenciones, reunirse en la vida real, descubrir lenguajes, cambiar diccionarios.

    —Creerán que esto es un juego-espectáculo que se pasa de la raya —dijo Jere.

    —Sí. Pero lo verán de todos modos. Lo criticarán, se quejarán, pero lo verán. ¿Qué otra cosa tienen? Todos los trekkies; los chiflados por la ci-fi; la gente que sueña con evadirse o huir y la gente que odia sus vidas por motivos reales o imaginarios. Todos lo verán y pedirán más. Pero usted no tiene que tomar mi palabra, mire los números.

    Jere observó la proyección de perfectos picos y meditó. Si pudieran crear algo como eso...

    Se sentó en silencio durante un buen rato, pensando, soñando, imaginándose a sí mismo al frente de un movimiento. Evan permaneció inmóvil como una estatua, como si aguantara la respiración.

    —Hay problemas —dijo Jere finalmente.

    —Por supuesto.

    —La muerte aún es uno de ellos. No estoy nada seguro de que toda la idea pueda pasar la barrera de los tiburones de gestión de riesgos. Incluso si nos decidimos a hacerlo, si compramos un regimiento de abogados para blindarnos el culo, aún nos puede hundir. Especialmente si todos los actores se niegan, se acabó. Clávale un tenedor.

    Evan asintió. —Lo sé, es un hueso.

    Y su sonrisa decía: —Pero lo estás considerando en serio, ¿no? Te tengo en el anzuelo. Ya estás pensando en todas las objeciones como si fuese una propuesta real.

    Y Jere reconoció que lo estaba considerando. Porque la idea era monumentalmente estúpida, osada y peligrosa. Y que, seguramente, no funcionaría. Pero sin ideas como esta no se avanzaba realmente, no se revivía una industría entera como había hecho con Neteno.

    ¿Cómo de realista era este Evan? ¿Quién era? Jere susurró órdenes a su gargantófono y quedó sin aire ante la fortuna inferida y de recursos humanos del hombre que se sentaba frente a él. Era, como mínimo, tan importante como su padre.

    Sintió un breve ataque de rabia ácida.

    «Otro jodido Todopoderoso, otro parásito que vivía de los saqueos de una era anterior.»

    —Me está pidiendo que arriesgue mi cadena mientras se sienta cómodamente, todopoderosamente, aún viviendo de los intereses de una vida previa?

    —Estoy preparado para invertirlo todo.

    Realista y osado. Y quizá la fuente de los fondos que su padre no podía prestarle.

    —¿Cuánto?

    Evan le miró con sus ojos de plomo. —Todo.

    —Nunca se invierte todo.

    —Le firmaré una garantía personal.

    Jere asintió. —¿Qué hay al final?

    Evan cambió la diapositiva. Jere jadeó. El total era 1100 millones de dólares. Incluso en los días del inflacionario dólar, aquelo era ridículo. Más aún si se gastaba en algo que tenía que venderse por sí solo. Y además, no era un cálculo real si tenías que pagarlo eternamente.

    —Se necesita financiación para los Interactivos y los Lineales de Acceso Libre.

    —El coste es bastante bajo. Los rusos tienen tecnología que bajará el coste. Demonios, recuerdo haber visto costes treinta y cuarenta veces mayores que este para algunas misiones en mis tiempos de...

    «¿En tus tiempos de cuándo? ¿De cuando eras qué? ¿Un chaval jugando con los dinosaurios?», se preguntó Jere.

    Evan descubrió su escepticismo. —Se venderá. Los patrocinadores harán cola.

    —¿Por qué?

    —Por su logo. Sobre Marte. Quizá un detalle por cómo les ayudó usted a construir uno de los transbordadores, o a promocionar la comida y la bebida o, simplemente, por lo visionario que es usted al abrir la nueva frontera. Esto es lo más grande que ha ocurrido nunca en el mundo del entretenimiento, en la historia del entretenimiento. ¡Venga ya!

    —Los patrocinadores no quieren programas únicos.

    —¡Pues dígales que será el primero de muchos. Digales que vamos a excavar los asteroides. Dígales que vamos a ser la tormenta de los chinos de la Luna!

    —Eso no es divertido.

    —Ya sabe lo que quiero decir. El giro. Usted capta la idea. Le he visto en la pantalla. Usted es es único que puede hacer funcionar esto.

    Era una locura. Era estúpido. Y era, más que probablemente, imposible. Pero era una idea, una gran idea. Y podría ser suficiente para llamar la atención de la gente harta de los Interactivos. Podría ser suficiente para impulsar el crecimiento de Neteno una vez más.

    «¿No sería eso toda una sorpresa para los tiburones de gestión de riesgos?»

    —Los reality shows están muertos —dijo Jere.

    —Ha pasado una década desde el último. Es carbón. Es hora de excavarlo.

    «Quizá sea cierto», pensó Jere.

    Del modo en que las modas retrocedían y daban vueltas y vueltas, quizá fuese algo cómodamente nuevo otra vez. Y había millones de personas, como él mismo, a las que les gustaba echar un vistazo a los últimos reality shows para recordarlos de un modo nostálgico. Los datos parecían indicarlo y su intuición se lo confirmaba.

    «Ya has corrido grandes arriesgos», pensó. «Por eso Neteno es un estrella rutilante entre ascuas moribundas. Es hora de uno más.»

    —¿Piensa que podemos conseguir algo de dinero de la NASA? —dijo Jere, finalmente.

    —¿Se apunta?

    —¿Cuánto tiempo dura el viaje?

    —¿Hasta Marte? Seis meses ida, seis meses vuelta. Como mejor tiempo que podamos imaginar —los ojos de Evan brilllaban de agitación. —¿Vamos a hacerlo?

    —Podríamos lanzarlo como una programación anual. Un año exclusivo. Podemos conseguir patrocinadores para la comida y bebida y empezar en Navidad del año que viene, relacionarlo con la Navidad.

    —Inicio en Junio —dijo Evan—. Recuerde, seis meses de distancia. El gran espectáculo será sobre Marte. Interesa lanzarlo en Nielsen para diciembre, cuando todos están juntitos y calentitos en el sofá de casa.

    —Captado —dijo Jere—. Y, ¿qué se supone que van hacer? Los actores.

    —Concursantes —corrigió Evan—. Entonces, ¿vamos a hacerlo?

    Jere asintió.

    Evan dio un saltito y una danza de victoria. —¡Sí!

    Jere despejó su calendario con algunos toques rápidos y se levantó de la silla. —Vamos a almorzar. Quiero oir los detalles sobre cómo abaratar esto.

    Evan mostró una amplia sonrisa. —Con tecno rusa. El nuevo chisme, ya sabe. El que hace paquetes de 250 mil dólares para pasar una semana en órbita.

    Jere hizo una pausa en la puerta. —Ahora empiezo a estar seguro que alguien va a morir.

    Mientras salían de la oficina, Jere pensó: «Un año entero. Una exclusiva durante un año. ¡Algunas de las marcas de los primeros y segundos bombazos de Internet se habían hecho con menos que eso.!»

    Una nueva base, para elevar Neteno aún más alto.

4. Escapada

    Patrice Klein pensaba que su asunto con Jere había acabado. Lo pensaba, pero no lo sentía. Ese picorcito en el fondo de su mente, esa muequecita facial cuando salía con una cita aburrida o incluso en la cama con otro hombre, esa nímia duda: ¿Era él El Elegido?

    No es que, como una mujer moderna, pensara que El Elegido fuese algo más que un sutil e inexplicable cambio en la química cerebral o que El Elegido era El Elegido para siempre o, incluso, para más que algunos años. Pero Jere era ese cambio en su química cerebral. Él era el que huía cuando todos los demás acudían.

    Por supuesto, eso no significaba que él no debiera dar el salto sin pegar antes unos cuantos botes. Quería cenar, lo que implicaba cena y desayuno, interrumpido por las llamadas que eran demasiado importantes para redirigirlas hacia su optisor u optiláser o como quiera que lo llamaran estos días. Patrice no iba más allá de los audisores y de un palmatop con un pequeño proyector láser, una cosita ilustrada en madera con diamantes sintéticos reales incrustados en los bordes y una orla dorada, como una vieja cigarrera elegante de una película.

    Así que, sin cena, le había obligado a que cogieran uno de esos nuevos fueraborda Yamaha para pasar un fin de semana en la pequeña cadena de islas privadas que surgían más allá de Catalina. Más hermosas que Catalina y giro-estabilizadas, donde se podía uno imaginar que había quedado varado en una perfecta isla desierta. Disney había hecho las colinas y las montañas y también pedacitos imposibles de bosque de modo que no se podía llegar al punto de la isla que sí se podía ver desde cualquier otro. Algunas personas les llamaban a los dos, despectivamente, Los Gilligans pero ella pensaba que eso era estúpido. Ella había visto la serie y no se podía ver el océano por ningún lado. Como si lo hicieran en la parte de edición de sonido o algo así. Probablemente lo hacían.

    Lo mejor, pensó, era la total falta de conectividad de las islas. La Relajación del Completo Aislamiento, como ellos decían. Y lo decían en serio. Jere había intentado usar su optisor y había puesto a parir a los que interferían la señal con demasiado ruído de amplio espectro o algo así. Intentó usar su notapod, pero era en verdad estúpido hacerlo sin la conexión de red y Patrice aprovechó la primera oportunidad que tuvo para lanzarlo al agua.

    En su primera noche allí, sobre la arena caliente, bajo una primitiva tienda de hojas de palmera y piel de animal estirada, Jere le preguntó algo extraño.

    —¿Te gustaría volver a trabajar para mí? —dijo él.

    Lo dijo en voz baja, lejana, como si estuviera pensando en algo realmente importante. Pero cuando ella le miró, la estaba observando con atención. Era un hombre guapo, aunque no lo supiera, con su gran nariz patricia y pelo rizado moreno; tan negro que casi parecía azul; y sus ojos azules de hielo, cortesía de algún truco genético del destino que ella no comprendía. No venía de su madre ni de su padre. Quizá había sido creado artificialmente, como decían que hacían con algunos chicos estos días. Pero ella pensaba que era demasiado mayor para eso.

    —¿Tienes que preguntar? —dijo ella.

    —Trabajas en Interactivos.

    —¿Y ahora soy demasiado buena para tus pequeños Lineales?

    Jere asintió. —Algo así.

    Patrice soltó una carcajada y se sentó apoyada por los codos para mirarle. Le gustaba mirarle desde arriba.

    —Pero no hagas que me maten —dijo ella.

    Algó centelleó en los ojos de Jere y quedó en silencio por largo tiempo, simplemente mirándola.

    «¿Podría ser eso un brillo de lágrimas?), se preguntó ella.

    —Podría ser peligroso.

    Patrice fingió que lo meditaba.

    —Lo haré de todos modos —dijo ella.

    —¿Ni siquiera quieres saber de qué se trata?

    —No. Me fío de tí.

    Jere suspiró y se incorporó como lo había hecho ella. —¿Ni siquiera me lo vas a preguntar?

    «No puede ser. ¿Está incómodo?», pensó Patrice y soltó una risita.

    Le gustó eso. Lo tenía contra las cuerdas. Él no sabía como encajar todo eso..

    —No —dijo ella.

    Jere negó con la cabeza.

    —Además —dijo ella—. Estarás allí conmigo. Quizá incluso ante la cámara.

    Otra mirada larga y extraña. Luego: —Vamos a mirar las estrellas —dijo él casi susurrando.

    Patrice se levantó y fue con él, feliz. La arena se aplastada felizmente bajo sus pies, haciéndole cosquillas y el agua fría la salpicaba. Durante un rato, pudo olvidar que sólo estaba en una isla artificial en la costa este de Catalina e imaginar que esta era su vida y así sería para siempre, ininterrumpidamente.

5. Órbita

    Después de oir las coloridas historias de Evan sobre los inviernos en Rusia, Jere estaba casi decepcionado.

    «Podría haber sido Oklahoma. O Texas.»

    Kilómetros y kilómetros de nada salvo matas marrones y grisáceas y bajas colinas o, al menos, ese era el aspecto que tenían cuando las recorrió en alto en el avión del vuelo desde Singapur.

    «Pero hombre, tienen el paisaje aéreo del país hecho un asco», pensó Jere tras lo que parecían horas. « Ahí abajo no hay nada.»

    En el fondo, respiraba aliviado. Evan hablaba de juegos que había aprendido en Rusia. Y en Singapur. Y en Hong Kong. Parloteaba sobre los hoteles en los que había incendiado habitaciones, sobre las mujeres que se había zumbado en los taxis, sobre las ventas que había hecho con nada más que una servilleta, un lápiz y un montón de pelotas. No necesitaba saber que Jere sólo había salido del país una vez cuando su abuelo murió y fueron a la ciudad de México para el funeral. Recordó las interminables hileras de casas baratas, mujeres lloronas y el destrozado inglés que el software de traducción le susurraba en los oídos. Eso fue lo peor, como estar atrapado en tu propia cabeza. Un recordatorio de que debería haber aprendido español o, aún mejor, chino; como hicieron todos los otros chicos.

    Jere no había tenido tiempo de cotejar los cuentos de Evan con Encuentra Media y casi no quería tampoco. ¿Y si Evan era tan importante y poderoso y osado como él decía? Hacía palidecer sus propios éxitos. Le hacía parecer que se construyó Neteno con un poco de suerte, perdida rápidamente. Le hacía preocurse de no poder seguir el ritmo de Evan. El hombre hablaba mucho pero no le contaba nada sobre él.

    Cuando aterrizaron en el aeropuerto de Krainly, la sensación de déjá vu de Jere se hizo incluso más fuerte. Podían haber volado a Austin. Era como otro aeropuerto regional. La única diferencia eran las etiquetas en inglés que flotaban sobre los caracteres cirílicos en todos los letreros y anuncios

    Un hombre alto rubio, que llevaba el optisor de cromo-madera más grande y brillante que Jere hubiese visto jamás, les esperaba en la zona de reclamación de equipajes. Sujetaba un cartel que rezaba:

    MCMASTER/GUTTEREZ.

    El hombre vio a Evan.

    —Buenos días, Sr. McMaster —dijo el tipo. Hablaba inglés con mínimo acento ruso. —Sr. Gutérrez.

    —Gutiérrez —dijo Jere, enfatizando la 'i'.

    El rubio le lanzó una mirada vacía durante un rato, luego negó con la cabeza. —Por supuesto, Perdón.

    —No pasa nada —dijo Evan—. Valentin Ladenko, Jere Gutiérrez.

    —Llámame Leninsk.

    —¿Leninsk? —dijo Jere pensando que el nombre le sonaba familiar. Pero sus audisores no le susurraron sabiduría.

    Evan explotó con una carcajada de viejo barrilete. —Deja de bromear, Valley —dijo él, palmeándole la espalda—. Vas a confundir al nota.

    —¿Nota? —dijo Jere.

    Los dos empezaron a reir de nuevo, como si fueran los mejores colegas de toda la vida compartiendo el chiste más divertido del mundo.

    —No soy un nota —dijo Jere.

    Evan se carcajeó otra vez. —Pues claro que no —dijo Evan—. Alegra esa cara. Deja que los viejos pedorretas bromeen un poco. Valley, ¿hay alguna posibilidad de que podamos formar parte de la hospitalidad local antes del almuerzo?

    —Preferiría Leninsk a Valley —dijo el tipo.

    Evan sólo alzó la cabeza.

    Valentin parecía de camino al cielo. —Para responder a tu otra pregunta, no. Vuestro almuerzo es dentro de tres horas. Ya he tenido que romper las normas para poder introduciros sin orientación

    —¿Esas son normas? —dijo Evan.

    —Sí.

    —Curioso, nunca leí ese manual.

    Valentin frunció el ceño. —Esperaré hasta que cojáis vuestras maletas.

    Mientras esperaban el equipaje, Jere se inclinó cerca de Evan. —¿Quién es este?

    —Valley, el tipo con el que he estado trabajando.

    —Él es... ¿Qué es?

    —Es nuestro representante de RusSpace —dijo Evan.

    —Pero, ¿él está...?

    —¿Organazatsiya? Claro, ¿por qué no?

    —Yo sólo... quiero decir, ¿nos van a enviar arriba gratis? ¿Como una demostración? ¿Así funciona esto?

    Evan entornó sus ojos antes de cerrarlos, como si la pregunta le evocara dolor físico.

    —Están realmente interesados en nuestro negocio —dijo Evan—. Pero si decidimos no hacerlo, creo que querríamos encontrar un modo de dar a estas simpatiquísimas personas, al menos, cinco mil dólares en regalos.

    —¿Regalos?

    —Específicamente, del tipo de papel impreso con tinta verde y negra.

    A Jere le pareció que, de pronto, había una pelota de béisbol atascada en su garganta. La engulló y miró de Evan a Valentin.

    —Evan, no estoy seguro de querer hacer esto.

    Evan se encogió de hombros. —Lo que está hecho, hecho está.

    —¿Y qué significa eso?

    Evan se acercó un poco más. —Significa: ni se te ocurra pensar en echarte atrás ahora.

    Jere se estremeció.

    «Genial. ¿En qué demonios me estoy metiendo?»

    Estuvo muy contento de que llegaran las maletas.

    Valentin tenía un Mercedes nuevo, un clase-S grande de gasolina esperándoles fuera. Estaba con el motor en marcha delante del aeropuerto sin nadie dentro. Les sacó del aeropuerto pasando otros Mercedes grandes, limusinas Hummer, microcoches Daewoo y una vieja cabra. Jere ni siquiera se dio cuenta de que la había visto hasta que circulaban por una estrecha y agrietada autopista que conducía hacia más tierra yerma.

    —¿Cabras? —dijo Jere.

    Evan soltó una risita.

    —Somos muy cosmopolitas —dijo Valentin iluminando por el retrovisor con sus dientes blanqueados con láser

    Delante de ellos, se expandíó una luz brillante que iluminó las montañas lejanas y las nubes bajas. Le siguió un rugido del aire y una brillante centella empezó a escalar el cielo.

    —¿Era ese el nuestro? ¿Lo hemos perdido? —dijo Jere.

    —Creo que era un vuelo de SpaceX —dijo Evan entornando los ojos hacia el punto desvaneciente.

    Valentin asintió. —SpaceX.

    —¿Estamos aún a tiempo? —dijo Jere deseando que no lo estuvieran.

    —Aún a tiempo —dijo Evan.

    Mientras se acercaban, pululaba más extravagancia. Más clases-S, BMW Ms, Lexus y Cadillacs competían con transportes de personal de células de combustible. Lo poco que vieron de Baikonur mostraba un pueblo que era una mezcla de apartamentos multiplanta sombríos y nuevos hoteles relucientes, incluyendo al Sputnik II, que parecía haber sido trenzado a partir de bandas de vidrio.

    Evan vio hacia donde Jere estaba mirando. —Aquí llegan montones de dinero espacial —dijo él—. Nouveau riche.

    —Nos gusta alardear —dijo Valentin, asintiendo.

    —Y además tenéis cabras —dijo Jere al ver otra.

    —Siempre habrá cabras —dijo el tipo.

    Evan se rió.

    En el Cosmódromo de Baikonur, pasaron un gran mural de un hombre con traje espacial anticuado que extendia los brazos como si les diera la bienvenida. Evan explicó que le llamaban El Pescador en homenaje a un cosmonauta que fanfarroneaba sobre un salmón que había pescado en un río cercano. En ese momento, Jere decidió que Rusia no se parecía en nada a Austin.

    «Nop, nada de eso, ni de coña.»

    Se preguntó si entendería realmente el país algún día.

    El terminal de RusSpace. tenía un acabado de hormigón pintado de naranja con mobiliario incómodo que parecía como los loft chinos con dibujos del viejo Eames. En la parte exterior tenía una buena vista del cohete de RusSpace. Al viejo estilo, como ellos decían. Jere recordó haber visto fotos de viejas lanzaderas espaciales y otros bocetos de imaginativas naves con ala delta, pero RusSpace no tenía nada de eso. La de ellos era sólo una aguja fina ligeramente abultada hacia la parte superior con una hilera de puntitos cerca del frontal que Jere suponía que eran ventanillas.

    El terminal olía a buen espresso y vodka, pero no tuvieron oportunidad de parar. La dama de detrás del mostrador empezó a gritar en ruso a Valentin y este le devolvió los gritos gustosamente. Todo acabó cuando él les dejó con ella y ella les dejó en la nave de RusSpace.

    Al entrar, todas las caras se giraron para mirarles y todas estaban muy enfadadas. Jere oyó un jaleo de comentarios en todos los idiomas y pudo decir que los de idioma inglés no eran exactamente felicitaciones.

    —¿Qué pasa? - le preguntó Jere a la mujer.

    —¡Usted una hora tarde! —dijo ella.

    —Oh.

    La dama les ayudó a sentarse y a abrocharse las correas. Estaban en un lugar que era una mezcla entre un vuelo aéreo convencional y un viaje en autobús. Cinco filas de cuatro asientos con alto respaldo sobre un suelo vertical de aluminio. Los asientos se orientaban hacia el cielo y estaban sujetos al suelo de la cabina con pernos y agarraderas. Estaban sentados mirando hacia arriba. Todos los pasajeros iban allí para divertirse; para pasar una grata experiencia y para gastar mucho dinero. Estaban en todo su derecho de esperar que aquello fuera perfecto.

    —¿Es que Valentin no viene? - preguntó Jere.

    Evan negó con la cabeza. —¿Tú ves algún asiento libre? Cada uno de estos sube lleno o no sube.

    «Veinte personas, dos veces por semana son... cinco millones por lanzamiento», Jere hacía los números de cabeza. «Quinientos veinte millones al año. No son números enormes. No me sorprende que les interese el proyecto de Marte. Aunque...»

    —Puedo ver que los números que me diste podrían ser muy optimistas —dijo Jere.

    —¿Qué números?

    —Los de nuestro proyecto actual.

    Los ojos de Evan se abrieron de pánico. —¿Has estado preguntando? ¿Estás mal de la cabeza? Tres palabras delante de la audiciencia equivocada y estamos muertos.

    —Dame algo de crédito. He usado a los chicos, amigos de mi hermana, para que miren un poco, nada más. Husmearán diciendo que es para un trabajo o algo así.

    —Oh —Evan pareció un poco sorprendido.

    Eso hizo a Jere sentirse mejor. «Así que no conoces todos los trucos después de todo.»

    Jere esperó. Evan se lamió los labios. —Discutiremos el coste después. Ten en cuenta que hay muchas fuentes ahí fuera, la mayoría con un solo propósito: evitar que que quieras hacer lo que estás haciendo.

    —¿En serio?

    Evan asintió. —Sí.

    Y ya no dijo más.

    Lo que estaba bien pues, menos de cinco minutos después, el piloto les dio una breve bienvenida en ruso, inglés y chino. Luego, hubo un minuto de cuenta atrás reflejado en la pantalla de la parte delantera de la cabina y Jere sintió un terremoto. Fue empujado hacia atrás contra el asiento como si alguien le hubiera apilado sacos de cemento encima.

    El rugido y la vibración ahogaron todos sus pensamientos excepto uno:

    «No le he preguntado a Evan cuál era el historial de seguridad de RusSpace.»

    Jere vio movimiento y giró la cabeza. De inmediato, su cabeza golpeó violentamente el respaldo por el tirón de aceleración. Cerró los ojos y cuando los abrió, se veía una niebla a través de ventanitas de las compuertas. El cielo era de un profundo azul oscuro.

    La niebla se disipó y el cielo cambió despacio de azul a negro. Podía ver el rutilar de las estrellas.

    «El espacio», pensó Jere. «Estoy en el espacio. Esto es chifladamente estúpido. ¿Por qué estoy aquí?»

    Y, como una vocecilla desde el fondo de su cabeza, un apartado sarcástico: —Alégrate de no haber explotado.

    Luego, el rugido y la vibración se detuvieron. Jere sintió que el peso aplastante desaparecía. Quedó ligero, ligero de verdad, como un ascensor expreso acercándose al tope del edificio. Y más ligero. Y la cabina hizo algo extraño. Había estado mirando hacia arriba pero, de pronto, ya no era arriba, era hacia delante. Luego se inclinó de nuevo y estaba mirando hacia abajo a un largo tubo de metal, cayendo, aparentemente inmóvil.

    ¡Estaban cayendo hacia la Tierra!

    «Esto podría funcionar», pensó.

    Pero también pensó en sus innumerables huéspedes, llenos de idealismo e intensidad, en que aquello podía llegar al mundo.

    Y hacerle creer en Marte.

Capítulo 6

    Joder. Joder. Joder. Jere cerró los ojos con fuerza y trató de dormir mientras las sombras se movían en la luz azulada que había tras las cortinas de la clase privada Ultra del vuelo 807 de China. Jere estaba así de abatido por que su vida estaba acabada y, realmente, no le importaba una mierda. Él volaba de vuelta a California. Evan volaba de vuelta a Inglaterra o a algún otro sitio, para intentar conseguir dinero.

    Pero aquello no importaba porque el jodido le había dicho: —Bueno, sí, el presupuesto realmente fue mitad estimación mitad suposición, podía costar mucho más. Pero, hey, consigue dólares frescos, negocia, sí, haremos que funcione.

    Y cuando Jere le había preguntado sobre ganancias y garantía de dividendos, simplemente se había quedado mirándole y Jere se había dado cuenta entonces de que así era como Evan hacía las cosas, así era como se hacían en los viejos tiempos. No se sabía realmente lo que se estaba haciendo o cuánto se podía conseguir. Simplemente sableaban dinero, se hacían los importantes y cruzaban los dedos esperando que todo saliera bien.

    «Cielo Santo.»

    Volaba de vuelta a California. Encontraría otra cosa. Tenía que haber algo más que el loco asunto de Marte, donde, probablemente, la mitad de la nave estaría vomitando y la otra mitad peleando y, oh, qué estupendo programa iban a hacer. Especialmente si todos morían al final.

    Al menos WErU informó de que nadie había descubierto su semana en el espacio. Los simuladores de personalidad dijeron que el total del 95.6% de los mensajes de email y video de su servicio no habían podido decir que Jere hubiera estado allí, basados en un análisis facial. Y la mayoría de los otros 4.4% sólo pensaba que estaba de vacaciones. El único problema era el 1.1% que pensaba que estaba con su nueva novia, según los profundos análisis de la chismesfera. Pero había correlación cero de los rumores con los términos relativos al espacio. Así que, nadie lo sabía. Jere estaba limpio.

    Sí. De vuelta a California. Otra cosa.

    «Pero, ¿qué?»

    Hubo un leve rumor cuando se descorrió la cortina al lado de Jere. Un joven moreno de pelo corto se estiró y miró alrededor suyo sonriendo a Jere.

    —Míranos —dijo él—. Cápsulas de aislamiento internas a viente mil metros del suelo.

    Jere pensó en ignorarle. Sonaba como un pomposo capullo.

    —Es lo que hemos pagado —dijo él tras una pausa.

    El joven asintió. —Eso es. Pero, ¿es esto lo que realmente queremos?

    Jere se encogió de hombros.

    —A veces me gusta charlar —dijo el joven ofreciéndole la mano—. Soy Thomas.

    —Jere —Tomando su mano.

    Estaba seca y caliente, de agarre firme. El modo en que el joven le estrechó la mano parecía sacado de la ilustración de un libro de texto.

    —¿A que te dedicas, Jere?

    —Lineales.

    —¿En serio? Yo estoy en personal que necesita análisis.

    Jere pensó en correr su cortina, pero mamá siempre le decía que fuese educado y lo reforzaba con una regla estricta.

    —¿Y eso qué es? - preguntó Jere.

    —Ya sabes, consultar el Encuentra Media de tu vida, descubrir tu potencial oculto, ese tipo de cosas.

    —Ya —Jere había oído algo de eso. Sonaba como a timo caro.

    —Yo creía que los Lineales, bueno...

    —Soy el fundador de Neteno.

    Thomas le echó una atento vistazo. —¿Neteno? ¿Los tíos de Afganistán?

    Jere asintió. —Somos nosotros.

    —Pues os va bastante bien. Al menos, por ahora.

    —¿Al menos?

    —Hay muchos comentarios sobre vuestras gráficas —dijo Thomas—. Nivelación de ingresos, tasas de préstamo ascendiendo, cosas así. Están diciendo que estás de paso.

    Las manos de Jere se cerraron y sintió que su cara se ponía roja. Temblaba de rabia. —¿Quién dice eso?

    Thomas alzó las manos. —Oye, oye. Los tipos de las gráficas, los que siguen las inversiones. Quizá tampoco sea un gran porcentaje. Sólo algo que ví.

    «Sólo algo que vió. Sólo un jodido algo que vio y recuerda lo bastante para comentárselo al jodido fundador»,

    Jere cerró los ojos con fuerza. Sitíó que le costaba respirar.

    —¿Sabes?, quizá nuestro de servicio de InDescubrimiento pueda ayudarte a encontrar tu potencial oculto —dijo Thomas.

    —No.

    —¿No?

    —Neteno no está bajando. Vamos a subir.

    Una pausa. —Uh, pero... no es eso lo que dicen las gráficas.

    —¡Que le den a las gráficas! Vamos a sacar algo tan grande que no lo váis a creer. ¡Lo más grande en la historia del entretenimiento!

    —Eso es muy grandilocuente.

    —Y es la jodida verdad. ¿Sabes?, de veras que odio a todos los que decís que los Lineales están muertos, que tienen un tenedor clavado, que los Interactivos es dónde está el dinero. Porque lo que ya hemos hecho es sólo el principio. ¡Espera y verás hacia dónde vamos de verdad!

    Thomas se le quedó mirando con los ojos como platos. Luego miró hacia la parte de atrás de la cabina de la clase Ultra.

    Jere siguió su mirada y lamentó haberlo hecho. Una asistenta de vuelo estaba luchando con un chavalín de trece o catorce años que llevaba una banda en la cabeza con una docena de cámaras red sujetas en ella. Se había colado por la cortina privada que conducía a las cabinas de las clases Primera y Bussines y había metido la cabeza para pescar alguna imagen. Jere había oído acerca de los chavales que buscaban historias y argumentos que pudieran vender a las páginas de cotilleos de acceso limitado.

    El chaval tenía las cámaras apuntándole a él. A él diciendo que iban a dar un bombazo. Uno grande. Probablemente ya lo había enviado por streaming y no había nada que él pudiera hacer sobre el asunto.

    La asistenta finalmente arrastró al chico de vuelta a la Primera clase.

    Lo único que podía esperar es que el chaval no hubiera capturado su cara lo bastante bien para que fucionaran los algoritmos de reconocimiento o que su voz se hubiese confundido con los motores.

    Pero su optisor aulló y era Evan, sudando en alguna habitación de hotel y con pinta de esar muy cabreado.

    —¿Qué has hecho? —dijo Evan—. Los carteles se han encendido.

    —Nada —dijo Jere.

    —¿Nada? Dicen que has dicho lo más grande en la historia del entretenimiento y otras cosas increíbles.

    Jere miró a Thomas. La cortina del joven ya estaba echada. Él suspiró.

    —¿Y bien? —dijo Evan.

    —Me han pilllado —admitió Jere.

    —¡Joder! ¿Cómo has podido hacer algo así?

    —¡Pues porque no es algo que se haga! - gritó Jere, cabreado de pronto por la injusticia. —Un jodido chaval ha metido su maldita cabeza en la cabina llevando una banda-cámara.

    —¿Y no te diste cuenta?

    —¡No! Demonios, Evan, déjame en paz. Después de que el presupuesto...

    —¡Silencio!

    Jere frunció el ceño y asintió. Evan tenía razón. Eso se tenía que hablar más tarde.

    —Joder —dijo Evan en voz baja..

    —¿Qué?

    —Lo están relacionando con nuestro vuelo.

    —¿Qué vuelo?

    —El último vuelo en el que estuvimos.

    El estómago se Jere hizo un doble mortal. —No puede ser. Lo comprobé. No hay relación.

    —Pues ahora la hay. Supongo que cuando te oyeron debieron de haber excavado más hondo.

    —¿Es muy malo?

    Evan quedó pensativo. —Ni siquiera por encima del decimal. Puede que no crezca más, pero los principales son todos altos representantes. La gente importante lo sabe.

    —¿Qué?

    —Lo que has dicho. Donde fuiste.

    —Pero no...

    —¿Todo? No, todavía no lo saben todo —Evan soltó una risita.

    —¿El qué?

    —Espero que no tengas segundas ideas porque ahora hay que continuar.

7. Promesas

    Era oficial: a Jere no le gustaba Rusia. Esta vez estaban en Moscú, en el Hotel Universal, una cosa con forma de herradura decorada al estilo de finales de los 80.

    Y odiaba la negociación. Desde ayer estaban exactamente en ningún lugar. Valentin y sus esbirros habían visto sus planes, conferenciado seriamente y dicho un precio que era diez veces mayor que sus más altas proyecciones. Ahora, Jere y Evan bebían Stolichnaya en la molesta barra del bar de los 80 del hotel.

    —Promételes más vuelos —dijo Evan McMaster.

    —No tenemos ninguno —dijo Jere Gutiérrez.

    —Y están faroleando.

    —¿Qué quieres decir?

    —Que no tienen una mierda. Ya viste la lanzadera. Yo podía haber ido a la escuela en ese autobús en los años 60. Esos sólo hacen porquería para turistas pero no conocen Marte. Demonios, ni siquiera han estado en la Luna.

    —Sí que han estado —dijo Jere al pensar en el tubo de silicona, en los asientos de vinilo duro y en todo ese aluminio expuesto con muescas de tanto usarlo.

    Podían hacer los lanzamientos. Ganaban quinientos millones de dólares al año con jodidos ricos estúpidos que querían subir un par de cientos de kilómetros para mirar hacia abajo a todo el mundo y marearse y quejarse de la porquería de comida. Y nadie había explotado todavía en la plataforma de lanzamiento ni se había despresurizado en el ¡Paseo Especial Espacial!.

    Evan se reclinó en el asiento y cruzó los brazos. —¿Han estado en la Luna? ¿Cuándo?

    —Uh, pues, después que nosotros. ¿En los setenta?

    Evan sonrió. —Vosotros, chavales. ¿Qué os dan en la escuela estos días? ¿Un DVD y tarta de chocolate? No hubo comunistas en la Luna. Sólo nosotros. 1969.

    —¡Los rusos también llegaron! ¿No llegaron?

    —Nop. Nunca. Una vez que lo conseguimos nosotros, abandonaron su progama y sólo hicieron sondas no tripuladas. Decían que enviar gente, humanos reales, era un movimiento de exhibición capitalista. Ellos no harían eso.

    Jere se estremeció. —Mierda, me estás asustando.

    —Pues no es mi intención. Pero tenías que saber con lo que estamos tratando. Es una partida de póker y estan tirándose un farol.

    —Si no crees que puedan llegar a Marte, ¿por qué estamos aquí?

    —Creo que pueden conseguir llegar a Marte, sólo que están hablando como si fuera fácil, como si lo hubieran hecho cientos de veces, como si ya lo tuvieran todo en la pizarra. Pero no será fácil. Será difícil y especialmente con nuestro presupuesto. Ellos lo saben.

    —¿Y qué hacemos? - preguntó Jere.

    —Pues devolverles el farol. Decirles que vamos a ir todos los años. O cada tres meses. O cada maldita semana si hace falta. Hay que decirles lo que quieren oir y así, ellos nos dirán lo que queremos oir.

    —¿Vas a mentirle a la mafiya?

    —Yo no, tü.

    Jere se estremeció de nuevo. Tuvo visiones de trajes negros que se presentaban en su limpio y elegante bloque de apartamentos. —No —dijo él.

    —Pensé que Neteno era el estudio del gran maverick, el que deseaba aceptar el riesgo con lo más gande en la historia del entretenimiento.

    —Y lo somos.

    —Pues actúa como tal o me lo llevaré a la Fox.

    —¿Cómo hacerlo y seguir viviendo?

    —Ellos también van a tener sus imprevistos, cosas que cubrir con un barril. Una vez que tengamos máxima audiencia, tendrán que ceñirse a nuestra agenda o todos los anuncios de RusSpace salen por la puerta. Porque la gente se pone nerviosa y podrían irse a Virgin la próxima vez. ¿Por qué crees que fui a ver a los Branson?

    —No nos podemos permitir Virgin.

    —Ya sé, ya sé. Pero eso es lo que RusSpace esta buscando: montones y montones de publicidad para su negocio de turismo espacial. Quieren subir cien mil personas, no dos mil. Quieren subir gente a la Luna. Demonios, incluso pueden querer construir hoteles en Marte, por lo que he oído. Ahí es donde harán dinero si es que pueden hacer esto sin ir directos a la bancarrota, lo harán sonriendo.

    «Y tú crees que los atraparás en alguna gran tela de araña, en algo grande donde todos los caminos conducirán a Evan», pensó Jere. —Desearía tener la confianza que tienes.

    —También es mi vida —dijo Evan.

    «Sí», pensó Jere. «Y eres más visible que yo.»

    Evan necesitaría tener algunas reuniones privadas con sus amigos de la organizatsiya y dejar caer algunas pistas sobre cómo la desaparición de un CEO de un estudio de alto perfil no podría ser ignorada. Además de recordarles que toda la idea había sido de Evan en primer lugar.

    «Me aseguraré de que tu vida vaya primero.»

    —Ok —dijo él—. Entonces, intentamos el farol. ¿Han traído el contrato los abogados?

    —Aajá —dijo Evan. Sacó un palmatop y consultó el documento. —Ochenta páginas de jerigonza. Impreso, es decir, quieren firmas de las de bolígrafos reales.

    —¿Y qué dice?

    —En resumen, bloquea a los concursantes. Ellos nos designan como sus responsables y exigen que renuncien a su ciudadanía en cualquier país del planeta. Eso evita la pelea con los gobiernos en el juzgado mientras los lanzamos.

    —¿Y qué harán cuando regresesen? ¿Vivir en los aeropuertos?

    Evan sonrió. —Ese no es mi problema. Otra cosa. Los abogados dicen que no se puede mencionar esto en los anuncios pero que tenemos decirle a la gente que va a firmar para que la maten.

    —Siempre hay voluntarios.

    —Los abogados tienen otra sugerencia.

    —¿Cuál es?

    —Empezar en las prisiones. La reacción pública será menor si tienen antecedentes, aunque no sean crímenes violentos.

    —Pero tendrán menos reclamo.

    —Ya, ese es un problema. ¿Crees que podemos solventarlo?

    —Quizá. Depende de la persona.

    —Ya veré —dijo Evan.

    —Me quedaría más tranquilo si la mayoría de ellos fuesen genpop. Y, al menos, un aspirante. Celebridad, quizá.

    —Patrice, quizá —dijo Evan.

    Jere asintió y dio un sorbo a su bebida. Hubo silencio por un rato, luego, el barullo de una discusión en el hotel, puede que en la cocina.

    —¿Por qué? —dijo Jere, finalmente.

    —¿Por qué qué?

    —¿Por qué haces todo esto? ¿Sólo por dinero?

    Evan suspiró y apartó la mirada hacia la guapa camarera rubia. Jere pensó que no iba a responder.

    Luego, Evan bajó la vista hacia la mesa y dijo: —Después de un tiempo, te acostumbras a ello. No al dinero, al resto de mierda. Cenar con George Bush porque tienes tu mano en el cuello del público. Joder a Mary-Kate Olsen porque le prestas más atención a ella en una premiere que la que su marido le ha prestado en todo el mes. Coger el teléfono, pedirlo todo y que te lo traigan porque estás en la cima, estás que quemas. ¿Por qué iba a ser, si no?

    «Porque no quieres que tu papá te mire con esa mirada de eres un idiota total nunca más», pensó Jere.

    Volvieron a beber en serio. Más tarde, habría mujeres. Aún más tarde, habría más negociacion. Turnos interminables. Farol y osadía.

    El producto real de Hollywood.

8. Contrato

    Patrice Klein yacía junto a Jere y miraba hacia las estrellas falsas. Jere estaba a su lado respirando en su oído. Su piel era suave, fría, lo único de él en la cama que no le gustaba. Siempre parecía funcionar a cinco grados menos que ella.

    Pero hacía cosas mimosas, o no tanto, porque ellos estaban aquí en vez de en su propia isla privada. El apartamento era todo Jere, vacío y sin color y severo. Necesitaba un decorador aunque lo quisiera minimalista. Jere vivía como un universitario al que le había caído una fortuna.

    Lo que, en cierto modo, era él. Excepto por la universidad.

    —Ven conmigo —dijo ella sin moverse.

    —¿A dónde?

    —A una isla. De verdad.

    Jere rodó sobre su espalda pero no dijo nada. De pronto, Patrice tuvo una visión como un sueño en vigilia. Jere y ella caminando por una playa interminable de arena blanca, agua azul turquesa y palmeras meciéndose. A lo lejos, una brillante casa blanca, inmaculada y reluciente. Su casa.

    Cerró los ojos pensando en Jere. Podían hacerlo, podían irse y vivir así. Podía vender Neteno y hacerlo. O, quizá, hacerlo ahora mismo. Y ella podía escapar de las fiestas donde todos comparaban zapatos y bolsos y diseñadores. Y especulaban sobre las últimas estrellas que se harían famosas. Ella podría dejar de preguntarse de dónde surgiría el siguiente empleo, de las promesas que había hecho y nunca mantenido.

    —Me gustaría —dijo Jere—. Irme lejos.

    —Hagámoslo —dijo Patrice deprisa—. Déjalo todo. Escapa. Compra un pedazo de las Dominicas o algo así. Sal de la humanidad.

    —No.

    —¡Podrías hacerlo! - Patrice se giró hacia él.

    Jere miraba al techo y suspiró. —No puedo —dijo

    —¿Por qué no? —dijo Patrice sintiendo su sueño escapársele de los dedos como granos de arena.

    —Necesito que hagas algo.

    —¿Qué?

    —Lo más grande en la historia del entretenimiento —dijo Jere girándose hacia ella en voz baja y extraña.

    —¡Qué!

    Jere se levantó y camimó desnudo por la oscurecida habitación. El cielo estrellado artificial del techo le perseguía reluciendo en su espalda. Patrice quiso verle andar.

    Cogió su optisor.

    —¡No! —dijo Patrice.

    —Barrer habitación —dijo Jere—. Máximo nivel.

    —¡Jere!

    Tras unos momentos, parecío satisfecho. Se quitó el optisor y volvió a la cama, arrodillándose sobre el cobertor como un chavalín.

    —Vamos a recuperar el reality show y nos vamos a ir a Marte.

    «Marte, Marte», por un instante, Patrice no pudo registrarlo.

    —¿El que hay en el espacio? - preguntó ella.

    Jere asintió y la miró a los ojos, amplios y serios.

    —Yo... —empezó Patrice.

    —Quiero que seas la protagonista —dijo Jere sin dejarla terminar. —A la que todo el mundo seguirá. Todos te adoran.

    Patrice se imaginó a sí misma en las pantallas como la figura central de los carteles para Interactivos de efecto y los Lineales, pero con estrellas de fondo y naves espaciales como en las películas antiguas. Fue un pensamiento extraño.

    —Estás de broma —dijo ella.

    —No. En serio. Cien por cien.

    Patrice cerró los ojos. Jere era un soñador, a su manera. Había recuperado los Lineales. Quizá aquello era lo que necesitaba para dar el salto final.

    «Luego, a la isla.»

    —Serás la única actriz del grupo. La única en Marte.

    El único actor que ha estado en otro mundo. Eso sonaba bien, bastante bien.

    —Y tú vendrás conmigo —dijo ella.

    Jere, que había empezado a abrir la boca, la cerró. Llevó los ojos a ambos lados como si buscase la puerta de salida.

    —Si tú quieres —dijo él.

    Lo que significaba que no.

    Aún así: dinero. La única actriz en otro planeta.

    «Será mejor para él que no conozca algún guapo genio en el vuelo a Marte o podría no quedarle nada a lo que abrazarse.»

    —¿Cuándo empiezo? —dijo ella.

    Jere suspiró. —Pues no lo sé. No podemos anunciarlo hasta dentro de un tiempo. Aún estamos ultimando detalles. Quizá seis meses, quizá un año.

    —Las promesas no pagan las facturas.

    —Yo...

    —Y me podría salir otro empleo.

    —Patrice...

    —Ponme en nómina y te esperaré.

    Jere suspiró se tumbó en la cama. Durante un largo tiempo, todo lo que hizo fue mirar a las estrellas. Luego, en voz baja:

    —Veré lo que puedo hacer.

9. Ruptura

    El fiasco de la Quimera del Mississippi no fue para tanto, pero fue algo que Jere pudo solventar. Especialmente desde que la 411 dijo que tenía que dejar de ser el hombre tras la cortina y empezar a viajar, a expresar preocupación. De modo que, en un día húmedo de Febrero en Mississippi, Jere se encontró observando los restos de una mierdecilla de enfermería para quimeras oculta bajo una ruinosa cabaña de cazador enterrada tan profundamente en el bosque que tenían que alumbrarse con linternas para atravesarlo incluso a plena luz del día. La prensa ya habían echado un vistazo. Se habían pasado para entrevistar a los locales para el comentario y análisis de las opiniones en las primeras 12 horas y, ahora, un día después, todo el mundo pensaba que habían atrapado y apartado al monstruo.

    Y tenían razón. No quedaba mucho del laboratorio: sólo unos cuantos pedazos inertes de carne en tanques transparentes y cosas que, probablemente, nunca habían alcanzado la madurez. Habían dejado el equipo y el optisor de Jere lo etiquetaba todo como varias generaciones por detrás de la última. Los que habían montado ese tinglado sólo eran unos viejos buenos chicos jugando con tecno brasileña barata que era moderadamente más interesante que ver brillar la Luna. Gente que soñaba con hadas angelicales o mujeres gato para ayudarles a pasar las frías noches del bosque. Nada parecido a los grandes cárteles chinos o rusos que afirmaban poder venderte cualquier cosa que quisieras.

    «Me pregunto cuántas quimeras caminan ahora mismo por LA?», pensó Jere.

    Él había visto víctimas de la cirugía cosmética que parecían mas estrañas que nada que los chinos y los rusos dijeran haber hecho.

    —Ni siquiera prepararon un mapeador o un láser atómico. Lo hicieron al modo antiguo, agujas y virus y cosas así —dijo el tipo del equipo bio-hacker del estado de Mississippi.

    Vestía un uniforme tostado con uno de esos sombreros de piel de oso. Parecía un soldado del estado y hablaba con acento sureño que se suponía que la televisión había eliminado generaciones atrás. El optisor de Jere le etiquetó como Reynald Peregrine y mostró algunos datos de historial.

    —¿Virus? —dijo Jere, llevando su cara a la aproximación de un temor bio-ignorante.

    —Muy bien —le susurró el tipo de la 411 en su audisor—. Parece genuínamente preocupado

    —No se preocupe, hemos pasado la manguera por todo antes de que usted llegara —dijo Reynald señalando a los restos de la espuma de descontaminación.

    —Oh. Bien.

    —Y, ¿para qué ha venido, uh, Sr. Gutiérrez? Creí que su cadena hacía, uh, historias dramáticas.

    —Lo hacemos, pero también nos interesa expandir nuestro ámbito.

    Reynald se encogió de hombros y apartó la vista. «Aburrido», decía claramente.

    El único notivo por el que la histora estaba en las noticias era por los chiflados conservadores y sus presidentes mascota que habían prohíbido la tecnología.

    Jere sonrió.

    «¡Deje de sonreir!», siseó la 411.

    Jere volvió a su máscara de preocupación.

    «Espero que no hayan grabado eso», dijo la 411.

    Jere observó mientras terminaban con los penetrantes escaneos de paredes. No mostraron nada. Ni salas ocultas llenas con exclavos sexuales semihumanos ni armarios con fetos vivos burbujeando en tarros de vidrio y ni siquiera un armarito lleno de genomas híbridos. Sólo un ladrillo de hormigón que era justo lo que parecía.

    «Bien», Jere respiró aliviado y se ganó algunas felicitaciones más de la 411.

    —Creo que iré al pueblo —dijo Jere—. Hablaré con algunas personas allí que conozcan a los tipos. ¿Me puede dar alguien la dirección?

    —Claro —dijo Reynald aliviado de deshacerse de él—. ¿Va ir andando?

    —Sí.

    —Debería acompañarle alguien fuera del bosque. No quiero que la segunda historia del día sea la de un importante ejecutivo que se pierde y se muere en el bosque.

    Algunas risas de los otros biosoldados. Jere puso su mejor cara de —Oh, Dios - tal y como esperaban según sus movimientos de pulcro ejecutivo y demás.

    «Cuando quieras», susurró Jere al de la 411.

    —Dan puede llevarle...

    Algo pesado aplastó el edificio sobre ellos con un golpe profundo y grave. Leña ruinosa se destrozaba con un sonido como el de rasgar el papel. El polvo caía desde las grietas sobre las tablas del suelo. Hubo un grito desde arriba, un aullido agudo que no sonaba ni remotamente humano. Era la esencia de la tristeza, de la frustración, de la rabia.

    —¿Qué demonios? —dijo Reynald mientras los otros dos biosoldados corrían a por la escalera. El de más arriba trató de abrir la trampilla pero no había acabado de ascender cuando desgarró los goznes una enorme garra con venas púrpura y arropada de músculos. Jere echó un vistazo a una cabeza como la de un oso desnudo, con piel transparente que colgaba en pliegues sobre un cuerpo musculoso. Los ojos de la cosa eran grandes, azules y sorprendentemente humanos.

    Se abalanzó sobre el biosoldado de arriba amenazando con rasgarle el uniforme y la piel con las garras. Pero sonó un arma con un pop y la hizo retroceder gritando de dolor y terror. El arma sonó varias veces en rápida sucesión en un volumen muy bajo comparado con el lamento de la quimera.

    El brazo desapareció y la terrible cara retrocedió. Siguió un último crujido de las tablas y un lento sonido de madera quebrada se perdió en el interior del bosque.

    Todos los biosoldados permanecieron inmóviles, como una foto tomada en una mala posicición.

    —¿Está bien? - le preguntó Reynald a Jere, finalmente.

    —Yo...estoy bien —dijo Jere.

    «Buena actuación», dijo la gente de la 411.

    «Que te den», quiso decir.

    Aquello no era una actuación. Esa cosa era jodidamente terrorífica. Durante mucho tiempo se preguntó si la cosa era realmente el tipo dentro del mecatraje japonés y exopiel de silicona o si los jodidos borrachos de la linde del bosque habían dado con alguna quimera maligna gigante medio humana medio oso y la habían criado allí. Él había visto la cosa, un excedente de alguna realidad interactiva experimental planeada que nunca había conseguido financiación, que nunca había visto la luz del día. Un bicho con algunos cambios rápidos hechos por los tipos de efectos reales de envejecimiento que trabajaban por centavos en vez de dólares. Un bicho que se había vuelto el Terror de los Bosques. El tipo de cosa de la que Neteno mamaría durante las próximas ocho semanas o así.

    Jere trató de no sonreir mientras adelantaba las semanas en su mente.

    Cubriría a los cazadores que la cazaban. Los primeros rastros. El encuentro. El cazador valiente que casi lo caza. Podían incluso permitirse no matar a nadie. La vigilancia aérea les daría la gran coartada para soltar las mochilas con las baterías que el meca necesitaba para seguir funcionando.

    Luego, el encuentro de su guarida, decorada estratégicamente con carteles y parches de papel de pared aún luminoso y sembrado con trozos de genoma híbrido de oso y humano. Y la gente gritaría, lloraría y diría:

    «¡Era humano! ¿Cómo pudísteis matarlo?»

    Y finalmente, el gran misterio desaparecería. Como si nunca hubiera existido. Sólo algunos rastros que conducen hacia la distancia y acaban en un arroyo o algo parecido. La mitad lo celebraría, la mitad lloraría, algunos dirían que todo era falso desde el principio, pero no importaba. Una nueva leyenda había nacido.

    «¿Para qué necesito Marte?», pensó Jere.

    Pero sabía la respuesta. Las oportunidades como la Quimera del Mississippi aparecían una vez en la vida. Si intentaba orquestar otra, la gente lo descubriría. La 411 ya le había taladrado eso en la cabeza.

    Cuando subieron la colina de nuevo, Jere seguía mirando los alrededores como si la cosa pudiera saltar desde detrás de un árbol. Su compatriota caído estaba sentado sobre una pila de restos con el rifle en el regazo. Le sangraba la oreja pero, por lo demás, parecía estar bien.

    Al llegar al Ford cutre de alquiler, Jere volvió la vista hacia el bosque y daba miedo, tuvo que admitirlo. Diez metros más adelante, el estrecho espacio de árboles se doblaba en un muro impenetrable.

    «No sería irónico que hubiera algo ahí? ¿Algo que nunca hemos encontrado?»

    Pero no importaba. Tenía que llegar al pueblo e interpretar el papel del ejecutivo preocupado y asustado.

    Pero el coche no arrancaba. Jerry pasó la tarjeta una y otra vez. Nada.

    —Su cuenta de crédito es inválida —dijo el coche suavemente—. Por favor, introduzca o diga otro número de cuenta.

    —¿Qué pasa? - preguntó a los tipos de la 411.

    —Una brecha importante en tu fachada —dijo Richard.

    —¿Qué ha ocurrido?

    —Uno de tus contratados, un cazador, se ha ido de la lengua. Las redes están comentando sobre cómo Neteno ha plantado un monstruo en el bosque.

    Joder. Joder. Joder.

    —¿Por qué no puedo arrancar el coche?

    —Supongo que el Banco Nacional de China ha dejado de respaldar tu crédito. Lo que supone que lo tiene casi todo congelado.

    —¡Pues redirige hacia nuestros recursos! ¡Tenemos crédito alternativo!

    —Yo no trabajo para tí —dijo Richard—. Ladrále a tus empleados.

    —¿Y qué hago con la fuga de info?

    —Veré lo que puedo hacer —Richard cortó la conexión.

    Jere lllamó a Evan.

    —Te puedo ayudar —dijo Evan, su imagen apareció en la pantalla de su optisor de Neteno. —Ha pasado poco tiempo. Mi enjambre puede mancharlo y negarlo.

    —¿Eso crees? —dijo Jere confiando en no haber sonado desesperado.

    —Eso sé —dijo Evan—. Pero esto está fuera del contrato. Esto es un favor.

    «Me debes una», era la implicación.

    —Hazlo.

    Evan sonrió, asintió, y desapareció.

10. Credibilidad

    —Si se quiere el toro, se le coge por los cuernos —dijo Evan.

    Estaba lleno de estúpidas expresiones antiguas como esa.

    Jere no dijo nada. Estaban en el London Underground un restaraunte con temática pub bajo Sunset que garantizaba que ninguna Encuentra Media se había creado nunca en su establecimiento. Ponían un discreto papel de pared que monitorizaba sus presencias mediáticas y mostraba líneas planas rojas.

    —Teníamos que haberle contado a la 411 lo de Marte —dijo Jere.

    —¡No! ¡Te entró el pánico! Tuviste que gastar un poco de tu propio dinero sólo para poder levantar el teléfono. Y ¿dónde estamos ahora?, jodidos.

    Jere negó con la cabeza. El enjambre de Evan y sus apariciones públicas habían puesto un parche a la campaña del Monstruo del Mississippi de modo que ninguna persona racional pensara que Neteno había manipulado la realidad. Pero aún asomaba la especulación bajo la superficie y el BNC aún mantenía su crédito congelado. Jere había metido la mano en sus propios fondos para continuar las operaciones de Mississippi y ahora estaba seco y cabeza abajo en todas sus cuentas. Parecía que los patrocinadores iban a sangrarle desde ángulos insospechados. Lo que significaba que la producción entera podría no resultar rentable. Al menos, no lo bastante como para estar preocupado.

    De modo que, por supuesto, tenía que contarles a la 411 lo de Marte. Tenía que contarles que tenían algo más para recuperar su confianza.

    —Si tus números fueran mejores, nos habrían respaldado —dijo Jere.

    —¡Mis números están bien! Conseguimos rebajar a los rusos, ¿no es cierto?

    —No sé si me fío de ese contrato. ¿Y qué hay del resto de cosas? ¿Qué van a hacer en Marte? ¿Qué van a vestir?

    —Eso no importa.

    Y Evan tenía razón. Conéctate, mira la selección de inversiones de la 411 y allí estaban ellos, justo al final: Neteno, Inc.: Campaña de Base Espacial Sin Nombre (Marte). Lo que implicaba que nadie les respaldaría. Los patrocinadores no harían cola porque todo el mundo miraba primero la gestión de riesgo. Y si el proyecto no estaba endorsado, estaba muerto.

    —¿Y qué hay de Ron? —dijo Evan, tras terminarse su Guiness.

    —Olvídalo —Jere visualizó la cabeza de su padre negando en la tumba. Tiene que proveer a la familia y demás. Asegurar su futuro, ya sabes cómo funciona.

    —¿Estás seguro?

    —¡Estoy seguro!

    Evan alzó una mano y se reclinó en silencio.

    «¿Es que ya nadie se arriesga hoy en día?», se preguntó Jere. «¿Tiene todo que ser medido y cuantificado, analizado y clasificado?»

    De algún modo, habían llegado al siglo veinte sin la 411 y habían tenido los bombazos de la radio, la TV y la Internet. Tenía que haber alguien ahí fuera, alguien que asumiera riesgos, alguien que pensara que las recomendaciones de la 411 eran para cobardicas.

    —¿Podemos convertirlo en una campaña populista? —dijo Jere—. Quiero decir, Hay cuatrocientos millones de personas en este país. Demonios, Si lo abrimos al mundo, hay miles de millones, dos dólares por cabeza.

    Evan se incorporó en su silla pero volvió a reclinarse rápidamente. —No. Nunca conseguirás mil millones. Ni diez que te den doscientos. No hay tiempo. No antes de que empiecen a preguntarse lo que ocurre con el dinero, antes de que la IRS entre en acción y empiece a auditar, antes de que todo colapse. ¿Recuerdas el Gran Muro?

    —Sí.

    —Pues lo mismo.

    Jere suspiró.

    —El fan furioso —dijo Jere.

    Evan se incorporó de nuevo.

    —Dime que no son dueños de grandes negocios —preguntó Jere.

    Evan negó con la cabeza. — Perfil equivocado. Te lo puedo decir ya.

    —Quizá puedan ayudarnos.

    —No son populistas. Nadie reconocerá los logos.

    —¿Y qué? ¿Crees que todos miran esa mierda de los logos? Venga ya, Evan, los marquistas te han fundido el jodido cerebro.

    Evan se reclinó y asintió. —Puedes tener razón. Joder. Quizá puedan hacer que ganemos inercia para añadir después a los tipos importantes. Promételes un 'Así se hizo' especial. Sí. Podría funcionar.

    Jere se inclinó sobre la mesa con los puños apretados.

    —Y les contamos de cara que la 411 piensa que estamos chiflados y que nunca funcionará. Que ya lo han descartado, archivado y tirado a la papelera.

    —Que se cagan en su sueño —dijo Evan—. ¡Eso los volverá locos! ¡Si hacemos esto bien, podríamos pescar un pez gordo que financie todo el asunto!

    Jere sonrió. No estaba seguro de tanto, pero tenían un plan. Un buen plan.

    «Espero que funcione», pensó.

11. Pez

    Incluso se vistieron para la ocasión.

    Jere vestía una camisa blanca de mercadilllo con una fina corbata negra diez años pasada de moda. Se había puesto unas gafas sin lentes graduadas con montura fina al estilo de hacía cinco años. Evan llevaba una sudadera con un gastado pingüino de Linux. A Jere le preocupó que aquello fuese demasiado pero Evan le dijo: —Con estos tipos, nunca es demasiado.

    Su objetivo era Edward Muchney, de Munchney CarbonWerk, los tipos que intentaban hacer funcionar el ascensor espacial: —Iá ferás, puedes apostar, eine prueben más y funciona.

    Mientras tanto, se las habían arreglado para entrar en un montón de ciudades asiáticas, desde Guangzhou hasta Osaka hacia Manila, para ir por sus taxis aéreos de cable de nano tubos de carbono. De modo que se podía alquilar un cochecito y flotar serenamente por la ciudad viendo el atasco del tráfico debajo. El cable ultrarresistente lo sostenían pilares de nanotubo y hormigón de seiscientos metros de altura espaciados cada dos kilómetros. Lo intentaron llevar a LA para vender la idea el año anterior pero unas bobas discusiones sobre los terremotos echaron el plan abajo.

    A pesar del contratiempo de LA, se hablaba de que Atlanta iba a comprar y, quizá, también Sao Paolo, de modo que Muchney Carbonwerk estaba en alza.

    Y lo más importante, Edward era el mayor de entre los mayores objetivos de su audiencia, un fan furioso que ni siquiera se esforzaba en ocultarlo. Era dueño de un cuarto de Second Life de la mitad de Third y, probablemente, de todas las mitades de una docena de comunidades de Realidad Virtual a las que pasaba favores, como volar a islas privadas y cosas así. Era miembro de la Sociedad Marte, la Sociedad Planetaria y los Transhumanistas. Había estado en el hotel orbital ruso once veces y había intentado negociar con los chinos para que le llevaran a su base lunar. Incluso escribía mala ciencia ficción que se pudría en un anticuado blog que había actualizado por última vez en el 2017.

    Edward era delgado, alto y se sentaba en una severa oficina de aluminio de un bajo edificio industrial en Mojave. Se reclinaba en su vieja silla-escritorio de vinilo marrón y ojeaba a Jere y a Evan con suspicacia. Llevaba dos optisores último modelo, una lágrima plateada de Apple que prometía cobertura retinal completa y sonido por transmisión ósea en el mismo paquete. Había rumores de que estaba disponible con anotador o conexión somáticos.

    «Y si alguien lo tenía, Edward también», pensó Jere.

    —No tomaré privilegios sociales —dijo Edward y se quedó callado. Nada se movía en la oficina salvo el bailoteo de los datos reflejados en los ojos del hombre.

    Jere fue el primero en hablar. —Yo. Uh. Perdón, no comprendo.

    —Eso fue una advertencia —dijo Edward, cerrando los ojos—. Empiezo a aburrirme.

    —Sr. Munchney, yo...

    —¿Por qué siempre tengo que hacer esto? —dijo Edward—. Aquí. Les diré. Vayan al grano.

    —Queremos que financie nuestra expedición a Marte —dijo Evan.

    Edward se inclinó hacia adelante con el ceño fruncido. —Eso pensaba. No.

    —Pero...

    —No.

    Jere esperaba esto. Se levantó y arrastró a Evan hacia la puerta ignorando las protestas del viejo. Hizo una pausa y le dijo a Evan en voz baja: —Lo siento. Han ganado, Evan.

    Estaba a medio camino hacia la puerta cuando Edward enunció: —¿Quién ha ganado?

    Jere no osó sonreir. Se dio la vuelta hacia Edward. —Las mentes simples. Los salvaculos. ¡El lamento llorón de los jodidos bebés que viven en sus seguros suburbios y nos impiden transformarnos en todo lo que podemos!

    Dejó que su voz se elevara paulatinanente cerca del final de la frase y su último "podemos" reverberó por la yerma oficina.

    Hubo silencio durante un rato. Jere se giró para marcharse.

    —Espera.

    Jere se detuvo y le miró.

    —Todo esto es una actuación.

    —No lo es —dijo Jere, volviendo a su asiento, se inclinó hacia adelante, habló en voz baja y firme. —Por supuesto, usted cree que es así porque la 411 le ha embutido todas sus mentiras.

    —411 es la red de información y riesgo más fiable que...

    —¡Usted sólo escupe sus jodidos lemas! —dijo Jere.

    La boca de Edward se selló.

    —¿Cómo ha logrado llegar donde está? —dijo Jere, acercándose conspiratoriamente. —¿Escuchando a los que decían que se podía hacer, que era seguro?

    —Pues claro que no, pero...

    —No hay ningún pero. Ni siquiera nos ha dado la oportunidad de mostrar nuestras cartas. Ibamos a decirle que sí, que la 411 va contra esto, dicen que estamos llenos de basura, dicen que usted perderá todo el dinero que invierta. Y por eso usted debería invertirlo.

    —¿Por qué?

    —Porque va a funcionar. Y Edward Munchney va a tener su nombre inscrito por toda nuestra expedición, va usted a estar en Marte, allí de pie, ¡sin nadie más!

    Edward no dijo nada durante un buen rato. Se lamió los labios. Sus ojos se disparaban ora aquí ora allá, escaneando datos en tiempo real.

    Lo quería, oh, lo quería.

    —Lo números no tienen sentido —dijo Edward—. Nadie tiene ninguna correlación.

    —Cinco años atrás, ¿250 mil pavos por una semana en órbita tenían sentido?

    Edward negó con la cabeza. —Pero esto es una cuestión de escala. Es nuevo. Nadie ha hecho algo así antes.

    «Te pillé.»

    —¡Exactamente! —dijo Evan, llegando para quedarse junto a Jere—. Los federales lo prometieron en 1980. Podían haberlo hecho en 1970 con Orion. Luego prometieron el 2018. Y los chinos dijeron que lo harían en el 2015. Incluso los japoneses y los Euros tuvieron su agenda. Virgin hizo ruído pero estaban demasiado ocupados rascando el dinero de los gilipollas nouveau-riche como para preocuparse de profundizar esa órbita. De modo que, ¿quién va hacerlo?

    Edward les miró. Finalmente, apagó sus optisores, pop pop y les miró a través de ojos despejados grises. Parecía relativamente joven, de la forma en que la gente que nunca ve el sol lo parece. Blanco yeso y de bebé.

    —Llamáis a esto una expedición. Otros opinan que es un juego espectáculo —dijo Edward.

    —¿Importa acaso cómo lleguemos allí?

    Edward suspiró. —Me siento como si estuviera siendo manipulado.

    —¡Pues claro que lo está siendo! —dijo Jere—. Nosotros le manipulamos. Pero también la 411. ¿Dónde estaría usted si hubiera tomado todas sus decisiones basándose en sus recomendaciones?

    Edward asintió. —Los números son una locura.

    —Lo sabemos. Esto es algo que evoluciona. Pero si nos comprometemos con esto, podemos hacerlo. Jere y yo nos hemos comprometido. Queremos que también lo haga usted.

    Una afirmación, luego, silencio: —¿Cuánto queréis?.

    —Todo —dijo Jere—. Estamos en dos cincuenta. Necesitamos mil.

    —No es posible.

    —¿No quiere ir más lejos que la órbita, antes de morir? - preguntó Jere—. ¿No quiere poner el pie sobre Marte, usted mismo? ¿Un mundo entero, abierto ante usted?

    —¿Me estás ofreciendo una plaza como concursante?

    —Si es necesario.

    Edward sonrió. —Tendría que ser más que un concursante si un mundo entero nuevo va a abrirse ante mí.

    —Nosotros...

    —Sí. Lo sé. Me lo prometeréis todo. Parad ahora. Me habéis convencido de que váis en serio, a pesar de vuestros ridículos disfraces. ¿Cuánto queréis? ¿En realidad?

    —Todo —dijo Evan.

    —Por favor.

    —Tanto como pueda. Tenemos sólo una oportunidad en esto. Tiene que ser un número grande. Un número grande llama la atención. La atención nos consigue patrocinios

    —La atención hace el programa —dijo Jere.

    —Tengo que discutirlo con mis esposas —dijo Edward.

    «Oh, mierda. La Defensa de la Esposa.»

    Jere sabía que estaban cocinados. Nada había contra eso. Lo había visto millones de veces. Había crecido con ello. Papá siempre lo blandía para deshacerse de él, para que pudiera llamarle luego con un: —Oh, hombre, yo lo haría pero, lo siento, la parienta no me deja.

    —Esperaba de usted un hombre que toma sus propias decisiones... —empezó Evan. Jere le dio una patada en la espinilla.

    —Comprendo —dijo Jere—. Ya sabe dónde encontrarnos. ¿Puedo pedirle una decisión para mañana?

    Edward asintió. —Por supuesto. Os lo haré saber de un modo u otro.

    En el coche, Evan agarró a Jere por el cuello de la camisa. —¡Le has dejado escapar! Yo podía haber...

    —Tú podías haber hecho una mierda —dijo Jere, empujando a Evan de su camisa. —Ha tirado de la rutina de la esposa. O nos quería fuera de la oficina o realmente está bajo el látigo. Hay otros peces.

    —¡Podíamos haberle dominado!

    —¿Quieres volver ahí? - preguntó Jere—. Perfecto. Pero no esperes formar parte de Neteno cuando salgas.

    Evan gruñó pero se comportó. Luego, mostró su sonrisillla de comemierda: —Me pregunto que quiso decir con 'esposas'?

    Lo averiguaron de regreso a LA.

    Al parecer, Edward tenía diecisiete esposas: una real y el resto virtuales. Había mucha especulación sobre cuáles de ellas eran actrices y cuáles sólo bots. Jere consultó las imágenes.

    «Qué extraño mundo en el que vivimos.».

    —Puesto que ha mostrado interés en Edward Munchney —le surruró su audisor—. Nueva media está disponible para comprar.

    Una lista apareció en su optisor:

    Jere miró la lista, sin saber lo que sentir durante un rato. Luego, respiró hondo. «¿Podía esto significar lo que creía que significaba?»

    Suspiró, alzó la vista al gran letrero de Neteno sobre su oficina y esperó.

    Setenta minutos más tarde, Edward llamó.

    —No consegui mil millones —dijo él—. Pero puedo conseguir cuatrocientos. Y puedo tener contratos que pueden conseguir el resto. Pero no tomaré privilegios sociales..

    —¿Qué significa eso?

    —Que no quiero salir por la cámara. Pero quiero ir.

    —Consíganos el resto del dinero, considérelo hecho —dijo Jere.

    Y luego se sentó allí, sin responder a las llamadas de Evan, porque aquello era algo increíble, era poderoso, era una locura. Triunfar no con una esposa sino diecisiete.

    «Así es como lo hacemos», pensó. «Este es el modo Neteno.»

12. Metraje

    Sólo iba a ser otro día más con Jere, quizá salir para un almuercillo en El Electric Café o uno de esos otros sitios donde te reflejan en el Virtual. Así yo podría mantener mi imagen ante mis fans porque, después de todo, un anticipo era un anticipo pero la popularidad era otra cosa.

    Pero resultó que Jere lo convirtió en un viaje hasta el desierto en su pequeño Cadillac SUV, con un fotógrafo que olía a tequila y le gustaba inclinarse entre los asientos delanteros para mirar bajo mi vestido.

    —Sólo unas fotos para publicidad, Pamila. —dijo Jere—. Cara en píxeles, cosas así.

    Y estaba bien pero yo aún prefería pasar mi tiempo con Jere, si no en una isla, en un lugar lejos de fotógrafos pestilentes.

    Y cuando salieron al helado Mojave donde había molinos de viento y cohetes y demás, otro tipo se nos unió. Un tipo realmente viejo que intentaba parecer joven. También olía raro, a su propio modo, una mezcla de vitaminas, HGH y testosterona y lo que fuera que les bombeaban en las clínicas estos días. Jere lo presentó como Evan. Evan me lanzó una muy eficiente mirada de arriba a abajo y acabó con una mirada hacia el espacio como si yo no tuviera buen aspecto.

    Luego con el traje espacial. Yo le eché un vistazo y negué con la cabeza. Era algo como sacado de un documental sobre el principio de los tiempos: naranja brillante con guantes de metal y un casco que crugía con un visor plateado. Yo lo sostuve y dije:

    —¿Se supone que me tengo que poner esto?

    —Esa es la idea —dijo Jere con su voz de estoy-siendo-paciente.

    —¿Cómo se supone que van a verme la cara?

    —¿Quién? - Jere estaba distraído.

    —¡Los videntes! —dijo—. Tu audiciencia. La gente que viene a verme.

    Silencio mortal

    —Pamila, pruébatelo un momento.

    Lo hice insistiendo en ponérmelo sobre la ropa para que el chico pervertido no pudiera tener más fotos con las que empapelar su habitación. Que las publicara, no me importaba, pero eso de estar en una galería privada, no. Nada de eso.

    El traje olía como si un anciano hubiese muerto dentro y lo hubieran enterrado con esa mortaja. Por las expresiones de los hombres, el traje parecía tan válido como un mono de los Neo Jóvenes Terrícolas. Embutí la cabeza en el caso y probé a respirar. —Uagggh. Me lo quité rápidamente.

    Los tres me miraban con las manos en la cintura como diciendo: —oh, mierda, no ha funcionado.

    —Ella tiene razón —dijo Jere.

    Evan frunció el ceño. —Aún creo que necesitamos que el proceso de selección siga su curso —dijo Evan—. Empezando por las instituciones.

    —No cambies de tema. Estamos aquí por las imágenes publicitarias. Esto no nos sirve.

    —Nadie va a pagar para verme corriendo por ahí dentro de esto —dije yo.

    —¿Y cómo vamos a identificar a los equipos? —dijo Jere—. ¿Con números? Oh venga tío qué aburrido. Incluso en las maratones se les ve las caras.

    —No hemos decidido los eventos todavía —dijo Evan.

    Jere le indicó con la mano que se olvidara de eso como si apartara una mosca. —Esto no sirve. No podemos usarlo ni siquiera para la publicidad.

    —¿No hay trajes espaciales más bonitos? He visto películas donde son bonitos —dije yo.

    Jere soltó una risita y Evan dijo: —El problema es que son para las películas. Esto es la vida real. Esos trajes te matarían.

    Jere le pegó a Evan una patada en la espinilla. Yo me reí. Como si no supiera que iba ser peligroso. Ambos me miraron.

    —Lo siento —dijo Jere viniendo hacia mí.

    —Ya me lo compensarás.

    Evan se acercó. —Podría haber una respuesta. Los trajes de compresión mecánica. Hay un fosilizado artículo sobre ellos en space.com y algunos seguimientos. Podrían haber hecho progresos con ellos.

    —¡Estupendo! —dijo Jere—. Tú te encargas de mirarlo.

    —Y lo mejor es que, si funcionan, son muy baratos.

    Yo me reí. Ambos me miraron como si me hubiera crecido una teta en la frente.

    —Es peligroso —dije yo—. Ya lo sé.

13. Herencia

    Recibir la llamada a medianoche, con Patrice tumbada a su lado, fue uno de esos momentos que recuerdaría para siempre. Cogió el optisor mientras hacía su bailecito estridente y dudó. Porque sabía que no era Evan o algún capullo de telemárquetin de Bombay que no entiendía las zonas horarias.

    Su mano casi le hormigueaba. —Esto son malas noticias —parecía decirle.

    «Déjalo para mañana. No lo cojas».

    Pero, claro está, lo cogió.

    Y era Ron...

    «¡Papá!»

    ... llorando al teléfono, con voz baja y ronca, diciendo: —Pensé que estaba enferma.

    Diciendo: —Los doctores me preguntaron cuando tuvo el ataque al corazón.

    Diciendo: —Y yo dije que qué ataque al corazón. Creí que era una gripe y ella pensaba que no sería nada y para cuando la llevé ya era demasiado tarde.

    Jere no recordaba conducir hasta el hospital. Recordaba el aparcamiento desierto a las 3:00 AM y la mirada demasiado humana que le lanzó el droide del vestíbulo. Esa mirada que decía: —Lo sé.

    Al verla allí tumbada, en esa habitación medio oscura, con la boca abierta, inmóvil, tan inmóvil, sin estar allí. Jere cerró los ojos. Quiso cambiar su optisor a los estúpidos canales felices, instalarse un cable somático y olvidar el dolor, la pérdida, el vacío.

    Lloró. Le llevaron a una salita esterilizada.

    «Mamá se ha ido.»

    No tenía sentido. Ninguno. Los tratamientos incorporados en cada cigarrillo no habían servido de nada.

    «No siempre funciona», decían los doctores.

    «Quizá ella no fumaba los nuevos», decían los doctores.

    Mamá, a los sesenta y siete, se había ido.

    Papá entró entonces, como lo había planeado. —No consigo localizar a tu hermana —dijo él.

    De pronto, rabia.

    «¿Por qué no estaba allí? ¿Por qué no estaba disponible? ¿Estaba zumbando con su marido o en alguna maldita playa?»

    Y papá, acercándose como si Jere estuviera preparado.

    Jere gimió y fue hacia él y le abrazó. Jere lloró contra su pecho grande y fue consciente:

    «¿Papá está llorando? ¡Papá llorando!»

    Eso asustó a Jere más que nada, se apartó y se dejó caer en la silla.

    —Lo siento —dijo papá.

    —¿Por qué? —«Nada», Jere pensó que no iba a decir nada.

    Entonces, a través de un sollozo: —¡Debería haberle quitado esas malditas cosas. Debería haber puesto cámaras. Debería haber ido a terapia con ella, debería haberlo hecho cualquier cosa para hacerla parar!

    —Sesenta y siete —dijo Jere.

    —Sí, sesenta y siete, sesenta malditos siete, Debería haber sido yo el que se fuera —Papá amenazó con el puño al techo. —Maldito dios bastardo, ¡deberías haberme llevado a mí!

    —Papá.

    —Es verdad. La mierda que he hecho...

    —¡Para!

    —Puedo decir que...

    —¡Cállate! - gritó Jere.

    Papá cerró la boca y miró a Jere de modo raro, casi con rabia, casi con respeto. Papá negó con la cabeza y se acercó para poner una mano en el hombro de Jere.

    —Lo siento —dijo él.

    —Yo también.

    No hubo formularios ni impresiones retinales, nada. Preguntaron si habían planeado un funeral. Luego salieron a la fría noche de abril entre remolinos de niebla alrededor de las lámparas de sodio naranjas

    Mamá se había ido.

14. Rumores

    —Que te den, Evan —gritó Jere una vez que había escapado hacia el interior de la casa. —¿No has perdido familia nunca?

    —No soy un tipo muy familiar —dijo Evan.

    —¿Y nunca has tenido amigos, maldito cocodrilo?

    Hubo silencio.

    —Debes de tener amigos. ¿Qué?, hey tú, dinosaurio. ¿Y cuántos años tienes, por cierto?

    —No es de tu incumbencia —dijo Evan en voz baja y peligrosa.

    —Evan. Esto es el velatorio de mi madre. Volveré al trabajo mañana.

    —Sólo pensé que querías oir buenas noticias. Richard Pérez se une a nuestro equipo.

    La imagen de Evan se enlazó con un video del datoespectro de la 411 que decía: —Estoy impresionado de lo que están haciendo ustedes con nuestros datos. El modo en que los han relacionado al identificar los fuertes contras y golpearlos con cosas específicas. Esto es genial, me alegraría tabajar con ustedes.

    El negocio se desplomó sobre Jere, como un contenedor de trasporte lleno de Volkswagens. —Ese sólo quiere quitarnos las ideas.

    —¿Y? —dijo Evan—. Ya está extendiendo rumores sobre cómo la 411 esta entrando en nuestro proyecto y como interno tienen un índice de veracidad del 0.83. Ya hemos dado mordiscos a un par de los incrédulos. Tenemos que programar las reuniones.

    —Hoy no.

    —No. Pero. Son, bueno, noticias estupendas.

    —Estupendas. Ahora déjame en paz.

    Jere apagó su optisor del todo, sin acceso a las redes. Cosa que tendría que haber hecho en primer lugar. Pero no importaba lo buenas que fueran las noticias de Evan, eso no completaba el programa. Tenían quizá tres cuartos de los fondos que necesitaban, lo que significaba que, seguramente, tenían menos de la mitad de lo que realmente necesitaban. Y salvo las primeras ballenas, el resto eran negociadores. Jere no sabía cuántas veces podía vender los logos exteriores de la nave y los derechos exclusivos antes de que todo el lío se viniese abajo. Especialmente ahora que los rusos estaban diciendo: —Bueno, sí, fuimos un poco, um, entusiastas con nuestras fechas y si lo quiere para el 2020, va ha tener que olvidar el asunto, ahora estamos pensando en el 2021.

15. Finiquito

    Una semana más tarde, papá invitó a Jere y a Evan a la casa. Evan trató de adivinar el porqué de ir allí, parloteando en los audisores de Jere como el prototípico Tío Chismoso.

    —Quiere intentar comprar la compañía —dijo Evan—. Va a intentar convencerte de que abandones el show.

    Papá estaba sentado al balcón escaleras arriba, oteando Los Angeles. Abril se hacía más cálido y él llevaba la camiseta de la banda Weezer largo tiempo muerta, que parecían un puñado de escuálidos intelectuales aún más hechos polvo que las estrelllas de rock. Rod miró a Evan, sonrió a Jere y dijo:

    —Quiero participar.

    Durante un buen rato, no hubo sonido salvo el del tráfico en hora punta de la autopista. Ron sonrió y miró a ambos sucesivamente, como si fueran todos viejos amigos.

    —¿Quieres participar en qué? —dijo Jere.

    —El show. Ganar en Marte —dijo Ron como si su respuesta fuera obvia.

    —¿Así es como lo vamos llamar? - preguntó Jere a Evan.

    —Claro. ¿Por qué no? Es de lo que se trata, ¿verdad? Ganar en Marte —respondió papá anticipándose.

    Jere arriesgó un vistazo hacia Evan. Evan, con la boca abierta, le devolvió la mirada.

    —¿Quieres entrar? —dijo Jere.

    —Sí. ¿Hola? ¿Está tonto mi propio hijo o qué? A. Mi. Me. Gustaría. Invertir. Gracias.

    —¿Y qué pasa con todo eso de la familia?

    —¿Qué pasa con ellos?

    —¡Su seguridad! ¡Vuestro dinero!

    Ron apartó la mirada y se quedó en silencio durante unos largos segundos. Luego dijo: —Quiero entrar.

    «Ah. Sin explicaciones. La perpetua asunción. Papá quiere entrar y tú le dejas entrar.»

    —¿Y si no queremos que entres? —dijo Jere ignorando los pequeños jadeos de protesta de Evan.

    —¿Es qué ya está todo organizado mágicamente? —dijo Ron—. ¿Todo son rosas y brilla el sol? ¿Todo en una simple semana?

    —No necesitamos tu ayuda —Jere pudo sentir la mirada de Evan.

    «Pero él no lo comprende», pensó Jere.

    Si papá entraba, no habría forma de que él pudiera mirar a su viejo y decirle: —Lo hice solo.

    «Pero, ¿cuáles son tus alternativas?», se preguntó Jere a sí mismo.

    Neteno estaba lejos de las rosas y el brillo del sol. Muy, muy lejos.

    —Puedo ser útil —dijo Ron—. Puedo invertir. Puedo atraer inversores. Incluso podría ser capaz de sablear a los bancos. Tengo reservas. ¿Por qué no queréis usarlas?

    «Papá suplicando. Tan alienígena como papá llorando.»

    —¿Puedo hablar en privado con mi socio un momento? - preguntó Evan a Ron.

    —Por supuesto.

    Jere siguió a Evan aunque sabía lo que le iba a decir.

    —Necesitamos su ayuda —dijo Evan—. Bien podríamos hacer las maletas ahora mismo si no la aceptamos.

    —Lo sé.

    —Entonces, ¿por qué estás siendo tan capullo?

    —Es que... no lo comprenderías.

    Evan se le acercó y susurró: —Acepta su ayuda.

    —O podemos fingir que la aceptamos —dijo Jere en voz baja.

    Evan hizo una pausa durante un rato y luego, miró a Jere con atención. —Sí. Podríamos hacer eso. Puedo llamar a Virtefex y preprarar toda la escena. ¿Quieres que haga eso?

    Era un hecho. Como si no hubiera diferencia. Así era Evan: Si me hace poderoso y es más barato y puedo gastar el dinero de otro, entonces está bien, hagámoslo, día aprovechado y acabemos con esto.

    Pero Neteno no era así. Neteno iba contra la sabiduría popular, usaba los datos de forma diferente, asumía riesgos. Eso era Neteno.

    —No —dijo Jere.

    Evan esperó dando golpecitos con el zapato en el suelo de parqué.

    —Cogeremos el dinero —dijo Jere.

    —¡Sí! —dijo Evan levantando un puño en el aire.

    —No estés tan contento.

    —¿Por qué no?

    —Ahora ya no es nuestro show. Es el de papá.

    Evan se encogió de hombros. —Depende de su porcentaje, ¿no?

    Jere soltó una carcajada. —No lo comprendes en absoluto.

    Volvieron con Ron, que ya se había apartado del balcón. Como si estuviera esperando aquello. Como si lo hubiera planeado todo. Les sonrió y dijo tener una visión de ellos tres haciendo grandes negocios juntos y que le alegraba volver al trabajo después de tantos años.

    Jere aceptó con la sonrisa más amplia que pudo. Sintió que su cara se estiraba hacia extrañas y terribles dimensiones.

    —Y bueno, ¿Cómo son los concursantes? —dijo Ron.

    Y allí pasaron la tarde.

PARTE 2

Entrevista

16. Paul

    Keith Paul despertó esa mañana mirando al agrietado techo con manchas de lluvia de su celda y pensó:

    «Ciento noventa y un días. Puedo hacerlo incluso boca abajo.»

    Aún así, ciento noventa y un días mirando al techo, comiendo lasaña y sandwiches de pan blanco, oliendo los pedos de Jimmy Jimínez en la litera de abajo después de una cena de judías y pollo frito, eran ciento noventa y un días que no pasaría en un bar ni en su apartamento ni con Jimmy Ruiz y Keira Montoya y Britney Jackson y George White, ni con el camino de libertad que le llamaba.

    Se lamió los labios.

    «Libertad.».

    A él no le gustaba usar los ordenadores allí. Lo miraban todo y, cada cierto tiempo, te llamaban a parte y decían: —¿sabes?, ese asunto que estuviste vendiendo no existía realmente y, ¡oh!, por cierto, has ganado otros seis meses en nuestro establecimiento. ¿O sólo creías haber entrado en la red de cámaras?, bueno, no lo intentes otra vez, otro año más para tí.

    Y, de todos modos, la mitad de los lectores no funcionaba.

    O podrían tener un buen juego. Uno que funcionara esta vez si no hubieran sido tan avariciosos la última vez. Seguramente podría haber estado mamando de ese fallo bancario durante otro año más. Quizá lo suficiente para apartarse a un lado y dejar su sitio a otro. Quizá lo bastante para quedar satisfecho.

    Ciento noventa y un días. Siempre había sido malo en matemáticas pero podía recordar ese número. Los números no estaban mal. No como las letras, que se le escapaban cuando las convertía en palabras.

    El tipo del correo recorría el pasillo golpeando una vez en las barras de acero cuando el destinatario seguía durmiendo. Keith le ignoró. Nunca recibía ninguna carta. Eso era para los tipos no lo bastante listos para salir antes de hacerse viejos. Miró al techo y pensó por la millonésima vez lo que iba a hacer cuando saliera. Encontrar el bar más cercano a menos que Keira o Jimmy le recogieran. Encontrar un terminal decente con auricular para escuchar en privado. Ese sería un buen comienzo.

    ¡Bang! Las barras sonaron.

    Keith se incorporó sobre la cama, casi golpeándose la cabeza con el techo. Jimmy alzó la vista hacia él desde la litera de abajo y se encogió de hombros. Un guarda capullo, uno nuevo. Keith no lo reconocía pero hacían ciclos de personal de entrada y salida. Con su estúpido carrito de cartón, le señaló: —Keith.

    —Te equivocas de tipo —dijo Keith.

    —Nop. Es para tí.

    El cartero capullo le tendió un sobre grueso y grande a través de las barras y lo agitaba impacientemente.

    Keith saltó de la litera y fue a por él. El guarda lo retiró, rápido, entre las barras.

    —No tan rápido. Primero firma.

    Keith cogió el bloc y trazó una casita familiar que servía como su firma. El cartero capullo miró el boceto reluciente en la pantallla, luego el gran sobre, luego a Keith y alzó las cejas.

    «Sí, que te dén, sé leer», pensó Keith, pero no dijo nada.

    Sólo los guardas hablaban con guardas. Él no necesitaba entrar en su lista negra o los ciento noventa y un días se convertirían en trescientos setenta y cuatro días muy rápido.

    El cartero capullo le tendió el paquete. —Ahora puedes —dijo él.

    —Que te dén —dijo Keith cuando el cartero capullo se hubo marchado a la siguiente celda.

    —¿Qué es eso? —dijo Jimmy

    —No lo sé —dijo Keith.

    El sobre ya estaba abierto. Keith negó con la cabeza. Como si pudieran enviarle una pistola de papel o un cuchillo de cartón. Metió la mano y sacó un papel con un logo familiar: la estilizada N de Neteno sobre la barra de progreso de un anticuado reproductor de media.

    —¿Qué es? —dijo Jimmy espiando por encima de su hombro.

    —Algo de Neteno.

    El resto de páginas estaban llenas con texto en párrafos con números delante de cada uno. Keith lo reconoció como las cosas que firmaba cuando conseguía tarjetas de crédito. Un contrato legal.

    Pero los contratos de tarjetas no tenían treinta y ocho páginas.

    «Click.» Algo se activó en la mente Keith. «El kiosko.»

    Eso era. El kiosko del show. Casi seis meses atrás, los guardas habían traído un kiosko de aluminio como el que se usaba para las coartadas de tu esposa o novia. Tenía un ojo cámara púrpura sobre un estante articulado y una gran plantalla plana. Lo instalaron en el comedor durante una semana y dejaban hablar a la gente, siempre flanqueada por Richey y Washington, los dos guardas más bobos de toda la prisión.

    Keith lo había ignorado durante seis días.

    Luego, Washington y Richey se le habían acercado y lo habían arrastrado delante del kiosko mientras la cámara le seguía como un jodido alienígena de un show de ciencia ficción.

    —Queréis chicos guapos, aquí está el más guapo —le dijo Richey a la chica de la pantalla.

    Keith sonrió. Sabía que era apuesto. Siempre gustaba a las chicas. Decían que tenía hombros amplios y una barbilla de Dick Tracy, quien quiera que fuera ese. Siempre querían que se quitase la camiseta y andara así por la casa.

    Y la de la pantalla también lo estaba notando. Era una belleza rubia, pero rubia como las rubias suecas en las pornos. Keith se preguntó de qué color sería el resto del pelo. Tenía cara redonda y labios rosa. El monitor no dejaba ver las tetas.

    Ella le miró de arriba a abajo y el ojo púrpura seguía su vista.

    —¿Por qué quiere ser un concursante de Ganar en Marte? - preguntó ella.

    —¿Eso es lo que le preguntas a todos los hombres? —dijo Keith, jugando con su grave voz sexy.

    Aunque no sabía leer, siempre había tenido una maravillosa habilidad para recitar. Le había librado de ser echado de muchos hoteles en los que no debería haber entrado.

    La chica dio una carcajada. —En realidad, sí.

    —Me temo que no hemos sido formalmente presentados.

    La chica hizo una pausa y abrió mucho los ojos por un breve instante.

    «Un punto para mí», pensó Keith.

    —Soy Cassandra Wasserman —dijo ella—. ¿Y tú eres?

    —Maese Keith Paul, a su servicio —hizo una cómica reverencia. El ojo le siguió y tuvo una súbita urgencia de arrancarlo de su soporte.

    Ella soltó una risita. —Qué cortés, al menos.

    En ese momento, algo ocurrió con Richey y Washington. Se miraron el uno al otro como si unos anzuelos invisibles tiraran hacia bajo de sus labios inferiores.

    —Hey, ¡Saltaros la cháchara! —dijo Washington—. Hay otros pringados esperando.

    —Sí, id al grano —dijo Richey.

    Cassandra se aclaró la garganta. La cámara se giró hacia los guardas que cruzaron los brazos y trataron de parecer duros.

    La cámara volvió a Keith. —Bueno, ¿por qué quiere ser un concursante?

    —¡Es mi más alta ambición, mi dama! ¡Todo con tal de estar junto a tu luz radiante!

    Otra carcajada. —Pero si yo no voy.

    —Entonces, no he de escuchar más sobre ello. ¡Me niego!

    —¿No quieres ser un concursante? - Cassandra parecía decepcionada.

    —No si me aparta de tu vista.

    Ella negó con la cabeza. —No sé que decidir en tu caso, pero quiero... ¿puedo inscribirte en la lista?

    —Si te hace feliz, sí.

    —¡Genial!

    —¿Habéis terminado? —dijo Washington.

    —Sí —dijo Cassandra.

    —Adios, mi bien —dijo Keith.

    Washington escoltó a Keith de vuelta a su almuerzo con veladas promesas de futura venganza. —¿A qué venía esas florituras?

    Keith, simplemente, se encogió de hombros.

    —Maldito fiambre —susurró Washington.

    —A veces, el espíritu de... —empezó Keith.

    —Ah, cierra el pico —dijo Washington empujándole en el banquillo.

    Keith le dejó hacerlo. Observó cómo Richey y Washington arrastraban a algunos tipos más, pero la sombra del rostro de Cassandra nunca parecía sonreir tanto como le había sonreído a él.

    «Le gusto.»

    Pero, ¿qué había dicho ella? ¿Ganar en Marte?

    Keith negó con la cabeza. Sólo le quedaban trescientos cincuenta días antes de salir del Correccional de East Valley. Eso era lo que importaba, no ninguna tarta en una caja.

    —¡Es el show! - gritó Jimmy trayendo a Keith de vuelta al presente—. ¡Estás en el show!

    —¿Qué show?

    —Ganar en Marte.

    —¿Qué es eso?

    La cara de Jimmy se arrugó como si hubiera mordido un limón. —¿No sabes lo que es y te han llamado?

    —Dímelo de una vez.

    —Es un reality show.

    —¿Reality show? ¿Como en los tiempos de la TV?

    —Sí. Lo están recuperando. Pero se van al espacio. A Marte.

    —¿A Marte ? ¿El planeta?

    Keith sintió como si una mano helada agarrara sus tripas y las retorciera.

    «¿Y están seleccionado prisioneros?. Eso significa que van a morir. Y que seguramente no hay modo de escapar.»

    —¿Qué pacha? - preguntó Jimmy.

    —¿Marte? ¿El espacio? Nos envían a la muerte.

    Jimmy pareció sorprendido, como si no hubiera pensado en ello. —Pero si te escogen, sales antes.

    «¿Antes? ¿En menos de ciento noventa y un días?»

    Keith se puso de pie. Y si salía, no significaba que tuviera que coger el vuelo. Quizá no le pusieran en una prisión real.

    —¿Qué dice? —dijo Keith entregándole los documentos a Jimmy. Jimmy los miró y negó con la cabeza. Señaló a la cámara de la celda—. Lo siento, tío. Demasiados capullos mirando.

    —¿Qué se supone que tengo que hacer?

    —Llévalo a la biblioteca —dijo Jimmy

    —¿Aquí hay una biblioteca?

    Jimmy le miró y asintió con la cabeza.

    En el almuerzo, Keith descubrió que había una biblioteca. La llevaba un jovencillo con un gran moño moreno que leía un libro al modo antiguo. Miró por encima los papeles de Keith y negó con la cabeza.

    —Jodido suertudo —dijo él—. Los lectores están por allí.

    El lector era una cosa vieja imposible de describir con palabras. Le dijo a Keith que le habían aceptado como concursante en un show llamado Ganar en Marte y que si firmaba los papeles, saldría de la prisión en una semana.

    También le dijo muchas palabras que Keith no entendió, pero que tampoco le importaban. Cogió un bolígrafo real del bolsillo del bibliotecario y firmó su casita familiar en ellos.

    «Siete días.»

    Siete era mejor que ciento noventa y uno. Y estaba seguro de que no tendría que ir a Marte.

17. Juega

    Ron les hizo volar hasta Detroit haciendo esquemas en las servilletas durante todo el camino. Jere se reclinó y cerró los ojos deseando dormir.

    «Este es papá. Convirtiendo mis líos en los suyos.»

    Evan se inclinaba hacia adelante y preguntaba cosas como si le parecieran realmente importantes.

    —¿Por qué GM? - preguntó Evan—. ¿No son el número 2?

    —Dos o tres.. —dijo Ron—. ...da igual.

    —¿Por qué no Toyota como patrocinador?

    —Esos no son patrocinadores.

    —¿Qué son? - preguntó Evan.

    —Socios.

    —Es lo mismo.

    —No, los socios desarrollan tecnología además de pagar por sus logos.

    —¿Por qué no ir a por el número 1? ¿A por Toyota?

    —No conozco a nadie en Toyota. Y no estoy de humor para los modales japoneses. No necesito a nadie sonriendo y diciendo sí, sí, sí, cuando lo que realmente quieren decir es 'saque el culo de mi oficina so capullo inculto de ojos redondos.'

    Una pausa. Luego, la voz de Evan: —¿Conoces a alguien en General Motors?

    —Varios alguien.

    Evan cerró el pico por un rato, luego empezó a hacer preguntas sobre los esquemas. Jere trató de no escuchar pero las palabras trepaban hasta su cerebro.

    Él aún no entendía por qué no podían ceñirse al plan original de dejar a todo el mundo en Marte y que hicieran una carrera hasta un punto final determinado. Tal cual, a pie. —Ponlos a cruzar algunos riscos allí y tendrás un buen show —le había dicho Evan.

    El único problema con eso es que sólo tenían suposiciones sobre qué riscos eran transitables para que no acabaran con cinco equipos mirándose el ombligo frente a un muro vertical o a un precipicio. Además, el equipo con la mejor fuerza y resistencia física ganaría siempre. Y entonces no habría mucho sentido en la actuación de equipo, salvo que hicieran algo realmente estúpido como que dos de ellos cargaran con un tercero o cosas así.

    Y, por supuesto, una carrera no era lo bastante bueno para papá. Le había echado un ojo a los planes y había sacado un rotulador rojo. Escribió y marcó y bocetó en las servilletas. Quería una especie de cosa rodante que la gente pudiera conducir, como un 4x4. Quería algo con lo que la gente pudiese volar. Quería que la gente montara esas cosas entre todos y que el ensamblado fuera parte de una prueba por equipos. Y quería una parte a pie. Todo eso por cinco rutas diferentes.

    Los rusos vieron las sugerencias, aullaron sobre tener que hacer cinco aterrizajes diferentes y elevaron el precio. Ron se ofreció a financiar el incremento.

    Y ahí fue cuando Evan miró a Jere y murmuró: —Ahora sé lo que querías decir.

    Y Jere le susurró en respuesta: —Te lo dije.

    Y papá les enseño la grabación que su ojo mosca había hecho de su conversación y dijo que apreciaría un mayor respeto la próxima vez.

    —Después de Detroit, podemos ir a Chicago —dijo Papá.

    —¿Por qué? —dijo Evan.

    —Para hablar con Boeing.

    —¿También conoces a alguien allí?

    —No.

    Evan no dijo nada.

    Cuando subieron al Renaissance Center, el amigo de Ron, Henried Wenger, el Vice Presidente Senior de la División Especializada de Desarrollo de Vehículos de America del Norte que era una bujía de hombrecillo y parecía como si hubiera sido vertido dentro de su traje de siete mil dólares, simplemente, negó con la cabeza.

    —¿Marte? ¿Están de broma? ¿Cómo esperan pagar?

    Ron pareció sorprendido. —Pues... creo que es una excelente oportunidad para que usted muestre la fiabilidad de sus vehículos en todos los ambientes. Imagine lo que haría para su imagen.

    La expresión de Henried se oscureció. —¿Y esperan que paguemos?

    —Es una oportunidad promocional sin precedentes. Estoy seguro que si pudiéramos hablar con la gente adecuada en marketing, lo financiarían.

    —Estoy seguro que si pudieran hablar con marketing, les dirían que se fueran a pesar sacos de arena —dijo Henried—. Este nuevo anuncio experiencial... no, están gastando mucho en nuevos programas. Ponga unas cuántas cámaras en los coches, regálelas, pague a un editor. Es demasiado sencillo. Además, el aficionado al rally siempre responde.

    —Realmente deseo que usted considerara no rendirse —dijo Ron—. Cuando el Pathfinder funcionó fiablemente mucho más tiempo que el de su vida estimada, ¿sabe lo que hizo eso con la imagen de la NASA?

    —Jack, pero ya no se les ve hoy por los alrededores, ¿cierto?

    Ron cerró la boca con un cloc audible. Jere tuvo que esconder una sonrisa. Ver a su papá cerrar el pico le pareció gracioso, pero también implicaba que le habían cerrado una puerta en la cara.

    —Tenemos que dar un rodeo —dijo Ron—. Toyota. DaimerChrysler.

    —Ron, Me gustaría ir. Realmente iría. Si sólo fuera decisión mía, lo haría. Pero están inspeccionando los presupuestos demasiado cerca estos días. Si eso significa que tienes que venderlo, véndelo.

    —Realmente preferiría que fuera aquí.

    Un suspiro y una sonrisa perfecta, un poco triste.

    —Piense en ello —dijo Ron—. Le llamaremos mañana.

    —La respuesta será la misma.

    Fuera, sobre la acera, en el caluroso día de Agosto, Ron clavó los pies y cerró las manos en puños.

    —¡Mamones! —dijo él—. Aún está cabreado por ese chismorreo que solté hace millones de años.

    —¿Sobre qué? - preguntó Jere—. ¿Puede ser útil?

    Ron le miró. —Al menos piensas en la dirección correcta. Pero no. Ya no es importante. Contratación de fulanas.

    —¿En GM?

    —No, en una gran empresa de abogados en la que solía estar.

    Evan se puso rígido. —¿Era abogado?

    —Sí, ¿por qué? - preguntó Ron.

    —Porque no se vende un programa como este a un abogado. Piensan en todas las formas que tienen sus amigos en el departamento legal de GM de colgarles por el culo.

    —¿Y supongo que conoces a alguien mejor con el que hablar?

    Evan sonrió. Era una lenta y terrible sonrisa. —Pues resulta que sí.

    Ron miró al cielo. —¿Y por qué no lo has dicho antes?

    —Porque antes no me preguntaste.

    Ron se giró y caminó hacia el RenCen de nuevo. Se detuvo cuando vio que nadie le seguía. —¿A qué estáis esperando? Volvamos ahí dentro.

    —Este tipo que conozco, bueno, no te reúnes con él en una oficina.

    —¿Quién es?

    Evan se encogió de hombros. —Un tío de operaciones de alto nivel. Pero no se reúne en la oficina. No si quieres hacer verdaderos negocios.

    Ron respiró hondo. —Campo de golf —dijo él.

    —No exactamente —dijo Evan—. Es más club de strippers.

    —¿De qué demonios estáis hablando? —dijo Jere.

    Los dos ancianos cruzaron miradas, miraron a Jere negando con la cabeza y regresaron a su conversación.

    La cual les llevó al Fast Eddie un pequeño y cutre club de strippers construído en la mitad usable de un apartamento medio incendiado en el centro de Detroit. Carteles viejos con las letras Renovación Urbana colgaban del techo. Un letrero de neón multicolor iluminaba una ventana agrietada.

    —¿Viene aquí? —dijo Ron escéptico.

    En el interior, sin embargo, el pasillo era de precioso marfil pulido y la barra era una obra de arte de cristal y cromo. Las chicas eran tan perfectas como podía hacerlas la cirugía. Anti ojos mosca hacían pop en cada esquina de la barra. Jere pidió una cerveza y la llevó lejos de la danzante carne. Hacían que Patrice pareciese la chica de la puerta de al lado.

    Su pez gordo llegó a las 10:30, y una ballena era. Un enorme afroamericano que llevaba un chandal rojo rodeado de oro y un Rolex de oro muy grande.

    —¿Es él? —dijo Ron cuando Evan lo señaló.

    —Sip.

    —¿Qué es, un jefe mafioso o algo así?

    —Oh, hermano de poca fé Sólo recuerda que esta es una reunión de oportunidad única. Sigue mi estela. No te salgas del guión —respondó Evan.

    Ron simplemente le miró.

    —¿Lo pillas?

    —Sí, hermano —dijo Ron.

    —Vamos —dijo Evan.

    Evan se levantó y extendió los brazos en una gran expresión de sorpresa. —¡Thalos! - gritó—. Thalos Winnfield, ¿eres tú?

    Thalos alzó la vista, frunció el ceño durante un rato, luego mostró una amplia sonrisa de oro. Se levantó y caminó junto Jere con ese elegante y extaño modo de andar que tenía la gente muy grande. Se encontraron en el medio de la sala con una colisión de carne mientras Ron y Jere orbitaban como pequeñas lunas.

    —¡Evan! ¿Qué te trae de vuelta?

    Evan pareció avergonzado. —Negocios, en realidad.

    —¿Negocios? ¿Con quién?

    —Contigo, en realidad.

    —Yo, ¿Thalos?

    —Tú, GM.

    —¿Qué haces con nosostros?

    —Nada —dijo Evan—. Deja que te presente a mis colegas...

    —Espera. ¿Nada?

    —Thalos, no importa. Probablemente es mejor que nos vayamos a Toyota de todos modos. Este es Ron Gutiérrez...

    Thalos alzo una gran mano. —¡Espera! ¡Espera! ¿Toyota? ¿De qué va esa mierda?

    —Bueno, tienen motivación. Los chinos en la luna y demás... Thalos, es una larga historia.

    —Y quiero oirla —dijo Thalos cogiendo a Evan por el brazo y llevándolo hacia su mesa.

    Cuando se situaron y se hicieron las presentaciones, Thalos pidió una botella de Macallan de treinta años y se incrustó en su asiento.

    —¿Qué es toda esa porquería sobre Toyota?

    —Thalos, no importa. Tú seguramente no estarías interesado. Apuesto a que la ingeniería de GM tiene las manos llenas y sólo intenta seguir los plazos.

    Thalos asintió. —Tú lo has dicho. Híbridos, células de hidrógeno, E85, jeesús, ¿qué ha ocurrido con el antiguo combustible? Pero aún tienes que decirme lo que estáis haciendo.

    —Enviamos gente a Marte y necesitamos vehículos para que los conduzcan.

    La cara de Thalos se congeló duranre varios largos segundos. Luego bufó. —Oh. Tío. Me la has colado.

    —No. En serio.

    —Espera. Espera. ¿Trabajas ahora para la NASA? Creí que sólo eras un capullo de Hollywood.

    —Aún soy un capullo de Hollywood.

    —No. Espera. Espera. ¿Hollywood nos va a llevar a Marte y tú quieres comprar coches GM para conducirlos allí?

    —No. Queremos que diseñéis los vehículos. Y nos paguéis por ello.

    Thalos se reclinó, serio de repente. —No estás de coña.

    —No.

    Hubo silencio durante un tiempo. —Joder. Wow. Tienes razón. Toyota lo haría sólo por escupir en los ojos de Chink. Lo que implica que somos nosotros los que tenemos que hacerlo.

    —¿Podéis?

    —Dile a los ingenieros que no se puede hacer y ya lo tienes.

    —Pero, ¿puedes conseguir que lo aprueben? ¿Desde arriba de los de arriba?

    Thalos asintió. —Sí. Mierda, deberías ver la de dinero que tiran en escuelas y sus programas de ingeniería. Sí. Podemos hacerlo.

    Evan soltó un suspiro de alivio. —¿Tenemos un trato? - Le tendió la mano.

    La mano de Thalos se comió la de Evan. —Trato hecho. Ven mañana, hablaremos con los tecnis. Aviso importante: sea lo que sea que obtengas, no parecerá un coche.

    —No esperamos que lo parezca.

    Se quedaron y bebieron. Y cuando estaba todo terminado, preguntó Ron a Evan —¿A qué se dedica Thalos?

    —A hacer lo menos posible —dijo Evan.

    —¿Qué titulación tiene?

    —Vice Presidente Ejecutivo Senior de la Línea de Montaje de Vehículos, Reformado UAW.

    —¿Podemos fiarnos de él?

    Evan sonrió. —Si dice que se puede hacer, se hará.

    Y, de hecho, al día siguiente tenían la tinta sobre el papel e incluso publicidad emitida. Jere ya podía imaginar los anuncios en la prensa. GM patrocinadores del Show de Marte, o algo así.

    Y fue estupendo ver al viejo Ron cerrar el pico.

18. Patrice

    El localizador de Patrice encontró a Jere en el concesario Porsche comprando uno de esos cochecitos minúsculos. A Patrice le mosqueaba eso. Nunca comprendía qué veía Jere en esas estúpidas cosas. Eran caras pero incómodas y pequeñas y ruidosas y meter el equipaje era casi imposible. Lo que implicaba que tenía que coger el pequeño Caddy SUV para sus largos viajes juntos de todos modos.

    Pero eso daba igual. Ella tenía su pequeño Kia y pagaba para tomar la Rápida-405 hacia la playa de Newport Beach, desactivando los avisos que centelleaban cuando alcanzaba los 140 kilómetros por hora y retando las multas con un kilómetro por hora por encima del límite. Le costó unos $160 ir de Westwood a Newport, pero valió la pena porque pilló a Jere con la pluma posada sobre la pantalla de firma frente a un vendedor en traje a cuadros que trataba de ocultar una sonrisa tras su mesa de aluminio.

    —¿Qué vas a comprar? - preguntó Patrice.

    Jere dejó la pluma y alzó la vista con los ojos de un niño al que pillan espiando faldas. —Yo, uh...

    —Creí que tenías que ahorrar dinero.

    —Está cualificado —dijo el vendedor mirando a Patrice con cara de Oh dios, como odio a las esposas y las novias.

    El vendedor recogió la pluma y se la tendió a Jere. Jere le ignoró mirando a Patrice.

    —Pensaba que todo iba a ir a tu show —dijo Patrice.

    —Esto no tiene importancia —dijo Jere, bajando la vista hacia la mesa con su voz ronca y leve. Su voz de —acabo de tener una pelea con papá.

    —¿Ron?

    Jere la miró de nuevo. —Ahora no.

    —¿Qué, luego?

    Jere miró al vendedor antes de mirarla de nuevo. —No importa.

    Patrice le examinó. Odiaba a Jere cuando se ponía de ese modo. Era emprendedor, un pensador, alguien que se había convertido a sí mismo en un hombre importante. Pero tenía esos momentos en los que entraba en una inercia fatalista, esa mierda de oh por qué a mí que ella no podía soportar.

    Ella cruzó los brazos. —He recibido otra oferta.

    Jere la miró, suspiró y se levantó. —Hablemos fuera.

    El vendedor saltó de su asiento como un muelle. —¡Espere un minuto! ¿No va a firmar?

    —Ahora vuelvo.

    —Entonces, ¿por qué no firma ahora, para empezar los preparativos finales y...?

    —No.

    Frunció el ceño. —No sé si puedo garantizarle el precio que le he citado si...

    Jere hizo una pausa en la puerta y se giró hacia el vendedor. —Ahora vuelvo. Firmaré. Y no costará ni un dólar más.

    El vendedor cerró el pico. Patrice sonrió. Aquel era más parecido. Aquel era su Jere.

    Fuera del concesionario, junto a los coches como guisantes de color de bastón de caramelo, Jere se giró para encararla.

    —¿Qué es toda este mierda?

    —¡Que te dén, Jere!

    —¿Que me dén, qué?

    —¡No me hables así! ¡Como si sólo fuese una empleada! ¡Somos más que eso!

    Jere apretó los puños y su cara pasó de púrpura a rojo. —Patrice, eres mi empleada.

    —¡Pero no sólo eso. ¡No sólo!

    Jere puso los ojos en blanco. Ella sabía lo que estaba pensando, todas esas frases sobre mezclar negocios con placer, hundir el lápiz en la tinta de la compañía.

    —Mira —dijo ella—. Tengo una oferta. Una buena. Tengo que considerarla.

    —Te estoy pagando escalas.

    —Sí, pero no escalas más gastos y primas.

    Jere frunció el ceño. —¿Quién es?

    —Glitchwerke.

    —¿La secuela de mis Interactivos de Diez Días en África? —dijo Jere.

    —Te odio cuando usas ese maldito optisor.

    —Lo sé.

    Patrice cruzó los brazos y no dijo nada. «Déjale masticarlo. Déjale descargarse todas las finanzas y lanzar los análisis y que te diga que no pagarán primas.»

    Era un empleo delante de la cámara, exhibiendo su cara al mundo. No era esperar algo que podría no suceder nunca.

    —No podemos pagarte más —dijo Jere.

    —Pero puedes comprar un Porsche.

    —Tenemos que pagar al resto de concursantes y Papá tiene planes para Marte y Evan aún está intentando atraer a Boeing y yo estoy pagando a los rusos...

    —¿Otros concursantes?

    —Sí. No creías que el show iba ser sólo tú, ¿verdad?

    —¡Dijiste que sería la única actriz sobre Marte!

    —Y lo serás. Los demás son sólo chusma. Demonios, el único confirmado hasta ahora es un convicto.

    —¿Estáis usando convictos? - Patrice oyó que su propia voz se elevaba hasta un chillido.

    Jere alzo las manos. —Sólo un par. La mayoría van a ser chusma.

    —Pero, ganaré yo.

    —Tu equipo. Quizá.

    —¿Quién está en mi equipo?

    —Aún no lo sabemos. Todavía estamos seleccionando concursantes.

    —¿Yo no cuento para escogerlos?

    Un suspiro. Jere apoyó las manos en las caderas. —Francamente, Patrice, no.

    —Así que ahora no voy a ser la única ganadora. Y va haber otros en el show. Convictos, incluso. No estás haciendo que me apetezca saltar dentro del cohete, exactamente.

    Jere sonrió. —Y, en un par de meses, empezamos el entrenamiento en el desierto.

    —¿Desierto? ¿En verano?

    —Será invierno para entonces —dijo Jere.

    —Así que me congelaré.

    —Viste ropas de abrigo.

    Patrice sintió caer las lágrimas. Ella golpeó el suelo con el pie.

    —¡Esto no es divertido, Jere! —dijo ella—. Esto no es nada divertido. Tengo una oferta, una oferta real y tengo que tomar una decisión.

    —Basándome en análisis de beneficio, dudo que Veinte Días en África vaya pagar primas.

    —¡Sabía que ibas decir eso!

    Jere la miró con firmes ojillos. Hubo silencio durante unos segundos. Al fín, dijo: —Patrice, entiendo que quieras salir delante de la audiencia. Quizá podamos adelantar la previa publicitaria.

    —¡No ha habido ninguna publicidad!

    —Exactamente. Y si hay alguna y tu cara está en las portadas, ¿será eso suficiente?

    —No es como estar en un Interactivo importante.

    —Y estar en una moderadamente grande experiencia interactiva no es nada comparado con poder decir que eres la única actriz que ha estado nunca sobre Marte.

    Patrice frunció el ceño. Jere tenía razón en eso. Era la clave, el diferenciador, lo que haría a los directores de casting sentarse y decir: Wow, hay que tenerla.

    Y ¿cuántos actores había en cola detrás de ella si daba un paso atrás?

    Ella sonrió.

    «Jodido Jere. tan listo, tan listo en ese...»

    —Ahora, ¿me puedo comprar el coche? —dijo Jere.

    —No te va resultar tan fácil —dijo Patrice.

    —¿Qué significa eso?

    —Que tienes que llenarme de regalos. Chocolate. Cenas. Incluso tendrás que prestarme atención.

    La pose tensa de Jere se relajó. —Por supuesto que lo haré.

    —¡Lo digo en serio!

    —Lo haré. Pero primero, déjame que me regale algo a mí.

    Ella le dejó volver al concesionario pensando: «Capullo, brillante capullo.»

    Alzó la vista hacia el despejado cielo azul. Si hubiera sido de noche, le hubiera pedido a Jere que le señalara Marte.

19. Real

    «No puedo creer que esté haciendo esto de nuevo», pensó Jere mientras la fría azafata rusa le acomodaba en el asiento de vinilo del autobús escolar que servía de lanzadera. La cabina aún olía a aluminio y grasa.

    Esta vez era el único a bordo.

    La azafata comprobó que sus cinturones estaban tensos y entró en la cabina del piloto. Como no volvió a salir, Jere se dio cuenta de que no era la azafata. Sólo Jere y la rusa reina de hielo irían al hotel Hilton-RusSpace. Pero Jere sólo podía pensar en una única cosa: Kevin Cho.

    Jere había visto el asunto Kevin Cho evolucionar en las últimas semanas.

    «Me pregunto si Neteno puede hacer algo con esto», pensó Jere sabiendo que sería peligroso tras el asunto Mississippi.

    Kevin era un virtuoso de lo biológico. Había sido el único en diseñar, a partir de lagartos o algo así, los mini-Godzillas que barrieron Japón y los Estados Unidos. Podían levantarse con sus patas traseras y mover sus bracitos a los chavales e incluso voceaban grititos que imitaban al Godzilla de la gran pantalla. Los animales en sí eran bonitos pero el grito hacía correr a la gente hacia las tiendas de mascotas y comprarlos en manadas. Y también compraban los accesorios: maquetas de ciudades con cochecitos y personitas que sus mini-G podían arrasar; microcámaras para grabar sus aventuras; afiliaciones para las videocomunidades donde la gente compartía su mejor material y lo puntuaba, o incluso pagaba para estar en el canal mini-G. Había dado miles de millones de dólares a Biodiversidad Ling Kung y conseguió descongelar la relación chinos-japoneses durante un tiempo.

    Quizá fue el dinero lo que desmontó a Kevin. Quizá fue su jefe conduciendo al trabajo con su Ferrari. O quizá era sólo un idealista desde el principio. Quizá no estaba sólo marcando una época en Ling Kung. Quizá había estado aprendiendo lo que realmente quería hacer. Los medios trataron de darle varios giros, señalando a antiguos blogs donde hablaba sobre lo innecesario de usar petróleo. Pero Jere contemplaba esos argumentos como los propios de un estudiante de facultad, del tipo que se tiene cuando eres listo y crees que puedes cambiar el mundo. No parecía ser la obra de un hombre que tenía una necesidad profundamente asentada en derribar la economía mundial. El chico había viajado a Iraq y había inyectado bacterias de su propio diseño que metabolizaban petróleo en los campos más prolíficos

    Nadie lo descubrió hasta días más tarde, cuando todo lo que salía de los tubos era una pasta marrón como chocolate fundido. Los análisis mostraron la presencia de la bacteria. Los registros de los campos petrolíferos mostraban a Kevin donde no debería estar.

    Y, en un momento, Kevin había tenido éxito al convertirse en El Más Odiado Hombre del Mundo. Los extremistas Muslim y el presidente Americano y varios parlamentos de Europa, todos pedían su cabeza. Rusia, autosuficiente en petróleo, hizo algo de ruído pero el daño ya estaba hecho. Kevin ya había reservado una semana de visita en el hotel orbital de RusSpace, en territorio que no reclamaba ningún país. Y había llevado armas. Pistolas que parecía que estaban vivas y cerbatanas con curare.

    Jere observó los misiles. americanos caer sobre Iraq, flash flash flash, tres en rápida sucesión, para esterilizar los campos. Las cámaras voladoras mostraron la tierra ondulando como el mar. Y el gobierno Iraquí agradeciendo profusamente a los Estados Unidos por su ayuda. Surrealismo elevado a la infinita potencia.

    Y lo que daba miedo era lo que las noticias decían en tonos confusos sobre la ignorancia que había en la profundidad de acción de la bacteria, las conexiones entre lo campos y la efectividad de la esterilización. No lo sabrían hasta muchos años después.

    Arriba, en órbita. Kevin dijo unas pocas palabras sobre cómo deberíamos haber dejado actuar a la bacteria, cómo no deberíamos de depender del petróleo, cómo cuanto antes avanzáramos hacia una bioeconomía basada en energía solar mejor sería para el planeta. Reiteraba su deseo de permanecer allí, el primer expatriado de la Tierra.

    Un único truco: tras su declaración, Kevin dejó de hablar. Dijo que no hablaría con nadie salvo una persona.

    Y esa era Jere Gutiérrez.

    «Y aquí estoy ahora, yendo a hablar con el chiflado», pensó Jere mientras una mano gigante le apretaba contra el asiento.

    Jere aún recordaba a Evan y Ron, ojipláticos, con los labios por la anticipación de dinero.

    —¿Qué quieres decir, no quieres hacerlo? —dijo Evan—. Ese vídeo vale cientos de millones. Somos los únicos que lo tenemos. Esta mierda ya no pasará nunca.

    —Compensará lo del Porsche —dijo papá.

    Y ahora estaba de pie tras la puerta de la cabina de un loco. El corazón de Jere latía rápido y oía su propia respiración rasparle la garganta.

    Llamó a la puerta..

    —Entre —dijo una voz desde dentro.

    Jere entró empujando la puerta que pareció girar en una exagerada cámara lenta.

    Allí dentro vio a un hombre moreno, alto y delgado, sentado en la cama. En su regazo tenía algo parecido a una pistola. Ni siquiera miró a Jere.

    —¿Puedo pasar?

    —Por favor.

    Alzó la vista. Tenía unos raros ojos marrones y verdes, mejilllas hundidas y una boca en permamente tristeza.

    Jere pasó dentro y se impulsó hasta una esquina. Se llevó las manos a la espalda para sujetarse a distancia de la pared.

    —Gracias por venir —dijo Kevin—. Entiendo que no lo pasó muy bien en su primera visita.

    Jere le observó sin decir nada.

    «Preguntas, dentro de muy poco.»

    Se imaginó quedarse callado durante toda la entrevista.

    «Chico, ese metraje se vendería.»

    —¿Por qué yo? —dijo Jere.

    —Creí que era obvio.

    —Pues no.

    —Usted es el visionario. Usted es el que nos conducirá hasta Marte.

    La boca de Jere se abrió de sorpresa.

    —Es sólo un reality show —dijo Jere.

    . —Está bien. Siga diciéndoles eso.

    —Podríamos estar fingiendo todo el asunto —dijo Jere.

    —Pero no lo hacen. Veo a través de usted. No está fingiendo nada

    Jere negó con la cabeza. —Aún no lo entiendo.

    Kevin suspiró. —Haga sus preguntas. Las que todo el mundo quiere oir.

    Jere asintió. —¿Por qué lo hizo?

    —Ya he explicado eso.

    —¿Es poque cree que no deberíamos usar petróleo?

    —Realmente no hay razón para usarlo —dijo Kevin.

    —El cincuenta por cien de la energía mundial viene del petróleo —dijo Jere—. Sería un impacto irrecuperable en la economía mundial perderlo de la noche a la mañana.

    —No sería irrecuperable. Mantienen barato el petróleo porque pueden controlarlo.

    —¿Quién?

    —Todos los gobiernos que me persiguen.

    Jere frunció el ceño. —Eso es casi el mundo entero.

    —Exactamente la razón por la que quiero expatriarme.

    —Así que....se quedará aquí el resto de su vida.

    —No. Quiero ir más lejos.

    —¿La base de los chinos?

    Kevin se burló. —Los chinos nunca me dejarían entrar en su base. Aún soy americano para ellos y no soy miembro del Partido.

    —¿Dónde, entonces? - la voz de Jere era suave.

    Sabía la respuesta.

    «Marte.»

    Reinó el silencio en la pequeña habitación. Durante un buen rato, el único sonido fue la velocidad del aire de los ventiladores. Kevin fue el primero en romperlo.

    —Quiero ser un concursante —dijo él.

    —No vamos a quedarnos.

    Kevin miró a Jere. Sus extraños ojos marrones y verdes parecían fijarse en algo muy lejano.

    —Yo podría.

    —Moriría allí.

    —No importa.

    Hubo silencio de nuevo. Luego: —Hágame un concursante.

    Jere suspiró. Se imaginó plantándole el contrato y obligando a Kevin a firmarlo allí mismo.

    «Arregla eso, Evan», pensó.

    Imaginó a los oficiales de Omisión rodeando Neteno. Imaginó un breve brillo nuclear. No. Era imposible.

    —No puedo hacerlo.

    —¡Sí puede! ¡He leído el contrato! Puedo firmarlo y quedarme aquí arriba hasta que sea hora de partir. Incluso puedo ayudar a construir su transporte. Lo estan montando en LEO, ¿verdad?

    Sería la mayor publicidad que jamas tuviera Neteno. Sería el final de Neteno. Porque no importaba que Ron dijera que no había publicidad mala. Cuando se hace tan grande, te pasa por encima y te lanza fuera como una bolsa de basura en la autopista, Era malo.

    —Puedo intentarlo.

    —Nada de intentos —dijo Kevin. Alzó el arma de madera y apuntó a Jere. El corazón de Jere se aceleró a millones de kilómetros por hora. Notó como el cañó relucía ligeramente como si estuviera húmedo.

    —Yo...

    —¡Usted lo hará! - gritó Kevin saltando de la cama. Movió la pistola y presionó la boca contra el cuello de Jere. El cañón estaba caliente y húmedo.

    —¡Dígalo! —dijo Kevin—. Deme su palabra! ¡Dígalo! ¡No necesitamos papel ni pantallas! ¡Su palabra es suficiente!

    —Yo... —empezó Jere.

    Se escuchó un agudo ping desde algún lugar de la cabina, luego, un chillido como el de una tetera gigante. Kevin hizo un ruidito profundo desde su garganta y cayó encima de Jere. Este le sujetó con los brazos

    —¡Kevin! - Jere le puso de pie pero las piernas del hombre cedieron y colapsó con los ojos vacíos.

    Jere se apartó. Se le ocurrían muchas cosas al mismo tiempo mientras Kevin se desplomaba en el suelo. Sus manos estaban llenas de sangre. El ruído de la tetera aún gemía. Sus tímpanos hicieron pop Se empezó a sentir mareado. Había un agujerito en el muro de aluminio de la cabina justo debajo de la ventana. Y algo de brillo metálico flotaba fuera de la misma ventana.

    Había un agujero en la pared.

    Los ojos de Jere buscaron la puerta y salió entre tropiezos al pasillo. Podía sentir el aire fluyendo a través de la puerta de la cabina. La cerró, pero esta se dobló hacia adentro y no detuvo el flujo.

    En el vestíbulo, alguien gritó al ver sus manos ensangrentadas.

    —¡Lo ha matado! - decía todo el mundo.

    Un tipo corpulemto asintió. —Bien hecho.

    —¡Tenemos una fuga! - chilló Jere.

    —¿Fuga? —dijo la azafata.

    —Sí. Alguien disparó a Kevin a través de la pared. Desde el exterior.

    —¿Desde fuera? ¡Es imposible!

    —Es posible —dijo Jere—. Ahora, ¡vaya a arreglarlo!

    De vuelta a la Tierra, el vídeo se vendió por cincuenta siete millones de dólares al servicio de envío de Netflix, lo cual reportó 745.000.000 accesos de pago en las siguientes veinticuatro horas.

    —Ese es el tamaño de tu audiencia para Marte —dijo Evan.

    —O mayor —dijo Ron.

    Pero cuando Jere consultó las tablas, su optisor le emitía cosas perturbadoras.

    —Por supuesto que fue un asunto de Neteno —decían—. ¿Les creería alguien ahora?

    —Probablemente han orquestado todo el asunto.

    —Pero, ¿y los campos de petróleo.

    —¿Estabas TÚ allí? Es suficiente con hackear el Encuentra Media.

    —Pero Kevin existió. Hizo los mini-Gozillas.

    —¿Sabemos eso seguro?

    Y lo más perturbador:

    —Apuesto a que todo el asunto de Marte es un montón de mentiras.

20. Glenn

    Cuando Glenn Rothman recibió el grande y grueso sobre de Neteno, sabía lo que significaba. Ni siquiera se molestó en llevarlo hasta su casa. Rasgó el lateral y lo abrió allí mismo. La Anciana Señora Pellerman, su loca vecina de al lado le observó desde el otro lado de la calle mientras rebuscaba en su buzón algo que no fuera spam.

    Y él lo leyó, también allí mismo. Por fín podría mirar a Elena por encima, desde Marte y mostrarle el pulgar apoyado en la nariz. Sacó la carta de entre un gran montón de papeles legales sujetos por clips.Estimado Sr. Rothman,Tenemos el placer de aceptarles a ambos, a usted y a su esposa Elena como concursantes en nuestro próximo Reality Lineal, Ganar en Marte.

    «Espera.»

    —Durante el transcurso de nuestra selección, encontramos que ambos, usted y su esposa, se habían inscrito a nuestro programa.

    «Oh, mierda.»

    —Nos complace aceptarles a ambos. Sus logros en el campo de los deportes extremos son extremamente impresionantes y creemos que formarán un equipo muy competitivo.

    «Mierda oh mierda.»

    —Por favor, note que esta oferta es para ambos, usted y Elena. Si cualquiera de ustedes, por alguna razón, desea declinar esta oferta, por favor, considérela anulada. El contrato es sólo vinculante con ambas firmas. No anticipamos que vaya a haber ningún problema con esta estipulación. Sin embargo, queríamos clarificarla. Por favor, firme, notarice y devuelva estos documentos antes del 12 Febrero de 2021.Sinceramente,Jere GutiérrezCEO, Neteno, Inc.

    —¡Mierda! - gritó Glenn.

    Pellerman le miró sorprendida frente a su buzón.

    A Glenn le dio igual. —¡Jodida Elena!

    —¡Vigile esa boca! —dijo la Sra. Perelmann con voz ácida.

    —¡Vigile sus hemorroides! - le disparó Glenn en respuesta mientras corría hacia la puerta de la casa.

    Glenn llamó a Elena. No hubo respuesta. Sólo la voz suave e impersonal de su contestador. Por supuesto, porque ella sabía que era él. Llamó a su otro número de la casa.

    «Nuestro viejo número», pensó.

    Sin respuesta. Otro contestador.

    «Joder, ¿no podía Elena tener un poquito de personalidad y usar su propia voz?»

    Glenn paseó arriba y abajo por su oficinita.

    «Debería ir a su casa... a la antigua.»

    Pensó en llamar a Neteno para que lo reconsideraran. Porque no permitiría nunca que Elena le acompañara.

    «Pero, ¿ellos no podrían permitirlo, verdad?»

    «¿Lo permitirían?»

    Si pudiera hablar con Elena en persona, podría convencerla de hacerlo, sólo por esta vez. No como cuando estaban casados. Sólo un asunto de negocios.

    Porque esto era lo más grande que había ahí fuera.

    «Sí, esto es lo más grande, demasiado grande», pensó Glenn al recordar las palabras del Sr. Henry, su entrenador y mentor del equipo de rugby del instituto. El tipo que le había guiado hasta los deportes extremos.

    Glenn se sentó al ordenador y pagó cien pavos a un localizador para tener la lectura GPS del teléfono de Elena. Le indicó una localización al pie del Cañón Boulder. Las fotos de satélite le mostraron un aparcamiento donde ella había dejado el coche. Era la parte de atrás de La Dama del Día donde ella solía hacer sesiones en la Cúpula Solar. Glenn recordaba bien esas escaladas. Los salientes, la roca viva bajo sus dedos justo a unos centímetros de distancia del final. Su corazón como un motor bien calibrado. Elena sobre él. Y entoces, finalmente en la cima, oteando Boulder y las colinas de la llanura. En un día claro, era casi como si pudieran ver Nebraska. Recordaba estar sentado junto Elena en la puesta de sol mientras el cielo sacaba el calor de la roca.

    Seguramente, estaría allí escalando.

    Glenn dejó el contrato de Neteno sobre la mesa con un golpe, lo hojeó hasta llegar donde iban las firmas. Buscó una pluma y escribió su nombre. Se lo llevaría a ella ya firmado y le diría: —Eres la única que nos retiene. Todo lo que necesitamos es una firma. Sólo una firma y habremos hecho lo más grande del mundo. Fuera del mundo. Si no puedes hacerlo por mí, hazlo por tí. Hazlo porque es algo que nadie más puede hacer.

    Glenn se metió el contrato en el bolsillo trasero, cogió su bolsa de equipo de escalada y se dirigió al inicio del sendero.

    Que es donde se encontró a sí mismo, dos horas más tarde, observando cómo Elena intentaba matarse.

    Por supuesto, ella no lo veía de ese modo. Para ella sólo estaba siendo agresiva, sólo yendo a máxima potencia. Así era ella. Siempre lo llevaba al límite. Tanto si era el Tibet o Escocia o sólo una pequeña escalada en las afueras de su pueblo natal, siempre trataba de hacer más. Escala una vez, cronométralo, inténtalo de nuevo. Trata de mejorar tu marca. Intenta una ruta más dura. O haz cosas como la que trataba de hacer en ese momento.

    Glenn permanecía sobre el saliente del lado derecho de la Cúpula Solar, mirando hacia arriba cómo Elena trepaba por la cara de la pendiente despejada de La Dama de la Noche. No era una ruta loca, no para una veterana, pero era desafiante. Principalmente con bordes y tiradores laterales en forma de larga cruz aptos para dedos finos. La piedra era decente, nada más. Con cautela y despacio, era tan segura como andar por casa. Deprisa y a lo loco, como a Elena le gustaba hacerlo, te verías convertido en ketchup bastante rápido. Deprisa y a lo loco en un día de invierno cuando el sol era cálido pero la roca estaba fría, donde aún había bolsillitos de hielo concentrados en grietas y surcos, era una locura.

    «El sol podía ser cálido pero las rocas conocen el clima», le susurró la voz del Sr. Henry desde la distancia de muchos años

    Glenn quería gritar aunque sabía que no se debía gritar, ni siquiera si se piensa que se tiene que hacer. Imaginó a ella sobresaltada por el sonido de su voz, resbalando, cayendo...no. No había nada que él pudiera hacer salvo mirar.

    Un terrible vocecilla dijo: —No puede firmar si está muerta.

    Glenn apartó esa voz y se puso a escalar. Empezar fue difícil. Había escaso apoyo para los pies y unos terribles momentos donde sus dedos parecían encontrar agarre y, luego, pelaban la roca cuando empezaba a mover su peso. Se impulsó fuerte contra la fría piedra. Imaginó haberla oído reirse de él.

    «Despacio y arriba, despacio y arriba.»

    Cuando arriesgó su siguiente vistazo arriba, Elena atravesaba una rendija estrecha que conducía hacia la cima. Ella le miró desde arriba con ojos como perlas negras. Él sabía que le había visto.

    Ella aumentó su ritmo.

    «Estupendo —pensó Glenn mientras seguía escalando.

    La rendija estaba escarchada y los dedos insensibles de Glenn no sentían nada mientras se impulsaba hacia arriba. Los salientes de apoyo para los pies resbalaban y se pelaban. La roca misma parecía ir contra él. Hizo una pausa y jadeó, esperando que los ojos oscuros de Elena le mirasen. La imaginó allí de pie, con las manos en las caderas.

    Pero nunca miraba hacia abajo y un más terrible pensamiento cruzó su mente.

    «Quizá ya estaba bajando por La Dama del Día.. Evitándole.»

    Glenn escaló más rápido.

    Cuando llegó a la cima, Elena estaba sentada sobre la fría piedra con el pantalón agitado por el viento que pasaba entre sus esbeltas piernas. Ella oteaba las colinas con las manos juntas sobre las rodillas. Como aquellas noches que él recordaba.

    Excepto que ahora, ella no estaba sola.

    Glenn fue a sentarse junto a ella pero ella alzó la vista hacia él y dijo: —Alto.

    Estaba tan guapa. Grandes ojos negros daban configuración a su cara élfica de altos pómulos perfectos. Sus brazos, como los de una bailarina, se esculpían con músculos poderosos bajo una suave piel de porcelana. El cabello cobrizo, casi negro, era más largo de lo que él lo recordaba y rozaba sus hombros cuando ella lo dejaba caer libre.

    «Estúpida, en serio», pensó Glenn.

    —Sé lo que vas a decir —dijo Elena—. Casi te matas, bla bla, tienes que tener más cuidado, ña, ña.

    Glenn empezó a sentarse.

    —No puedes sentarte a mi lado —dijo Elena, esforzándose por ponerse de pie. Se apartó de Glenn como si fueran dos adversarios de lucha libre circulando el uno al otro en el ring.

    —¿Qué vas a hacer entonces? - preguntó Glenn—. ¿Bailar?

    —No. Y no vamos a follar. Veo que aún llevas la banda de boda.

    —Algunos tenemos esperanza.

    Elena sopló el aire por sus nasales. —Se por qué estás aquí. Yo también lo he recibido.

    —Todo lo que tienes que hacer es firmarlo —dijo Glenn—. Luego, nos vamos a Marte.

    —Nos. Aarggh.

    —Elena... —empezó Glenn pero una chispa de rabia le hizo decir: —¿Por qué has tenido que inscribirte? ¡Yo ya habría firmado y estaría de camino a LA!

    —No seas tan confiado, superman.

    —¿Por qué te has inscrito usando tu apellido de casada? —dijo Glenn.

    Elena dejó de moverse. Sonrió. —Las etiquetas no importan. Demasiado perezosa para cambiarlo.

    —¿Es sólo por eso?

    Ella soltó una carcajada. —No saques conclusiones. No estoy colgada por tí —Levantó ambas manos para mostrar que no llevaban anillos—. Y hablando de eso, ¿por qué te has inscrito tú? Yo ya habría firmado y estaría de camino a Hollywood si no fuese por esa estúpida claúsula de doble o nada.

    Glen la observó. —¿Sabes?. Apuesto a que lo hicieron a propósito. Nos vieron y dijeron, 'Hey, esta es una pareja que parece estupenda, a ver si se divorcian.

    —¿Crees que somos una pareja estupenda?

    —Uno de nosotros lo es.

    —Uno no es una pareja.

    Durante un rato, sólo hubo el sonido de la brisa y el murmullo de la civilización a lo lejos. Glenn y Elena seguían circulando la cima del domo.

    —Bueno, si están amañando el juego, sólo hay un modo de que podamos devolverles la pelota —dijo Glenn.

    —Déjame adivinar, Firmarlo.

    —No. No jueges con sus reglas.

    —Actuar como una pareja feliz, te refieres —se burló Elena.

    —Actuar como dos personas haciendo negocios juntos —dijo Glenn. Se echó la mano al bolsillo y sacó el contrato, ahora arrugado y sudoroso. —Ya he firmado. Sólo falta una firma más y nos vamos a Marte.

    Elena miró el contrato y alzó la vista hacia él, como divertida

    —Si no lo puedes hacer por mí, hazlo por ti misma. Esto es lo grande. Lo más grande. Más grande que el Everest, que la escalada sin cuerda del Medio Domo, que la maratón del desierto de Utah, que nadar el Canal de La Mancha.

    —¿Lo has leído? ¿El contrato? —dijo ella.

    —No.

    Esa mirada divertida de nuevo.

    —¡No te rías de mí!

    Elena soltó una carcajada. —No me río.

    Buscó en su bolsa y sacó un fajo de papeles perfectamente doblados.

    —Es sólo que yo iba a decir lo mismo.

    En la última página estaba su firma, limpia y clara.

    Elena Rothman.

    Cuando firmaron ambos contratos, Elena se sentó sobre la roca. Glenn fue a sentarse a su lado.

    —No —dijo ella.

    —Estás de broma.

    —Nada de eso —dijo sonriéndole con burla inocente.

    Glenn se quedó de pie a su lado durante unos minutos, luego, volvió para bajar de la roca. Si podía tener a Elena y su firma, estupendo.

    Sonrió.

    Pero, por ahora, la firma era suficiente.

21. Ciencia

    —Creí que habían encontrado vida en Marte —dijo Jere.

    Evan llevó los ojos al cielo. Eran las 4:11 AM y estaban recorriendo la carretera 5 a velocidad de triple dígito en el Porsche de Jere. Estaban en esa tierra de nadie entre Stockton y Santa Clarita donde la tierra se apartaba y te hacía creer que eras la única persona en California.

    Jere frunció el ceño.

    —¿Qué? ¿No lo hicieron? ¡Habla, jodido sabelotodo!.

    —Aún no lo saben —dijo Evan—. Estuvo ese asunto del micrometeorito pero aún lo están discutiendo. Algunos científicos dicen que hay microestructuras que parecen antiguas bacterias y otros dicen que no. La típica tempestad en una tetera científica.

    —¿Qué micrometeorito? ¿Trajeron algo de Marte ?

    —Lo encontraron en la Antártida.

    Jere frunció el ceño. No podía llevar su optisor por la noche en el coche y no podía confirmar lo que le decía Evan. Odiaba estar desconectado. Era como perder parte de la mente.

    —¿Qué tiene que ver entonces con Marte ?

    Evan se encogió de hombros. —Los científicos dicen que era un pedazo de Marte que salió disparado del planeta por un metoro. Eventualmente, aterrizó en la Antártica.

    —Y ¿pueden saber esa mierda? ¿Cómo saben que es de Marte? ¿Cómo lo hacen?

    —No sé los detalles.

    Jere se burló. —Creí que los sabías todo.

    Evan quedó en silencio durante largo tiempo. Sólo se oía el murmullo de las ruedas y la velocidad del viento sobre la canción del motor. Cuando Jere pensó que iba a dejar el tema, Evan se aclaró la garganta y dijo:

    —¿Lo importante es que la comunidad científica está interesada y va darnos un montón de dinero.

    —Es curioso pensar en Marte como algo científico.

    Evan negó con la cabeza y luego dijo, casi con suavidad:

    —Es una verdadera lástima que no podamos esperar algunos años. Hacerlo en el 2026 para el cincuenta aniversario y demás.

    —¿El cincuenta aniversario de qué?

    —La Viking. 1976.

    —¿Qué es la Viking?

    Evan negó con la cabeza de nuevo. La jodida enciclopedia andante dijo:

    —Viking 1 y Viking 2 fueron las primeras sondas que aterrizaron en la superficie de Marte. Nosotros, los Estados Unidos, es decir, en 1976. Hicieron algunos experimentos y, de nuevo, algunos científicos dijeron que indicaban vida y algunos que no.

    «¿Pusimos mierdas en Marte hace cincuenta jodidos años?», pensó Jere.

    —¿Aún no estamos seguros para este año? —dijo Jere

    —Por ahora.

    —No suenas muy convencido.

    —Creo que aún intentan completar el cupo con los negocios después del atentado en la entrevista de Kevin.

    «No fue un atentado», pensó Jere.

    Los Estados Unidos aún negaban tener satélites asesinos o satélites llenos de asesinos. Pero Jere sabía lo que había visto y alguien había disparado a través de la cabina desde el exterior. Alguien a quien no le importaba mucho que el hotel hubiera acabado en una explosión de descrompesión.

    Mas silencio. Delante de ellos no había nada salvo oscuridad y estrellas tras las perfiladas montañas. Jere aceleró el coche a 130, 140, 150.

    —¿Qué piensas de la propuesta de Berkeley? —dijo Jere.

    —Es basura.

    —¿Por qué?

    —Es como si Berkeley ni siquiera pudiese diseñar el paquete de experimentos adecuado, como una escuela de arte liberal.

    —¿Para qué nos molestamos en verles?

    Evan le lanzó a Jere su mirada de —no seas estúpido. Jere la reconoció.

    —Vamos porque lo pidideron. Porque si hablamos con ellos, otros mostrarán interés.

    —Y así poder ir a otra escuela.

    —No.

    —¿Qué?

    —Podríamos ver otras escuelas.. —dijo Evan—. ...pero nosotros pescamos en la industria. Ahí es donde está el dinero realmente.

    —¿Quién?

    —Siemens. O IBM. Quizá Nanoversics. Quizá incluso alguien como Google, con su plan de dominación mundial para dentro de 300 años. Alguien importante con bolsillos profundos.

    Jere asintió. Berkeley les había ofrecido un poco de dinero. Con alguien como IBM interesado en una guerra de vínculos, ¿cuán altas serían las pujas? Y dios sabían que necesitaban el dinero. Los gastos seguían creciendo, especialmente ahora que habían empezado los detalles sobre el entrenamiento, lanzamiento y apoyo operativo.

    —Viene todo junto —dijo Evan—. Estamos consiguiendo algunos concursantes estupendos que hacen cola ahora que hemos salido de la frecuencia de convictos.

    —No sabía que Keith y Samara fueran tan problemáticos.

    —Nada que pudieras hacer. Al menos, aún tenemos a uno y la idea de Glenn y Elena es brillante. Esto es justo la mierda que solíamos hacer en mis tiempos.

    «Ah. Ahora el Evan felicitador. El político, el manipulador. Debería presentarse al Congreso después de que todo esto acabe.»

    Aún así, Jere no pudo evitar una sonrisilla.

    —Sería estupendo que Glenn y Elena volvieran a estar juntos y que, luego, ganaran.

    —¿Qué quieres decir con que sería estupendo? - Evan se giró en el asiento para mirarle directamente. —Creí que era eso lo que habíamos planeado. Darles una oferta en dinero para los besitos y, luego asegurarnos de que terminaban primeros.

    —Si ganan, ganan.

    La boca de Evan se abrió. —¿Vas a permitir que sea un concurso real?

    —Es un reality show.

    —Eso no significa que sea real. Joder. Hazlo real y Keith ganará.

    «Enfadado, Furioso, Al fín el Evan real.»

    —No lo sabes seguro.

    —Sí. Lo sé. Por eso hay que amañarlo. Los chicos buenos acaban los últimos. Los capullos acaban primeros. Y Glenn es la jodida defición del buen chico. Yo habría tirado a la perra de su mujer por el precipicio hacía ya mucho tiempo.

    —Quien gane, gana. No voy a amañarlo.

    —Pues eres estúpido.

    —Pues soy estúpido.

    —Entonces vete preparando para ver a Keith encima del podio. ¿Cómo vas a arreglar eso?

    —Si gana, pensaré en algo.

    Evan se reclinó de nuevo en el asiento.

    —Pues será mejor que empieces a pensarlo ahora.

    Hubo silencio. Sólo ellos dos y la carretera.

22. Mike

    «Ésta fiesta es más aburrida que un velatorio», pensó Mike Kinsson mientras salía al porche trasero de la casa en la que había crecido.

    Sus padres habían puesto los carteles adecuados: Hasta la Vista Mike! ¡Gana en Marte por Nosotros! ¡Sube y Destaca! Y el patio estaba decorado con motivos chulos pintados al óleo del terreno y panoramas del cielo marciano. El horizonte del planeta estaba colgado de las ramas de los árboles que había al fondo y, en medio de toda la escena marciana, habían puesto mesas redondas con manteles azul brillante que daban un contraste surreal-futurista a los rojos, ocres y rosas del paisaje pintado.

    Habían escogido la música adecuada. Mientras paseaba por el porche, el ritmo de un rap al viejo estilo fue reemplazado por la nueva versión del famoso tema de Gary Numan: "Cars."

    —Aquí sobre mi Marte, donde todo ha ido bien...

    Sonó por el patio la voz de un Numan de setenta años, electrónicamente suavizado que hizo volverse todas la cabezas hacia Mike. Él se encogió de hombros, sintiendo una pequeña emoción de temor.

    Los invitados eran una mezcla entre familiares y vecinos. Había vecinos porque no se podía hacer una fiesta en ningún sitio estos días sin ofender a alguien, de modo que había que hacer el recorrido de las invitaciones con los avisos legales de que pondrías música a un volumen que podría ser audible desde el resto de viviendas y que no podías garantizar que no se sintieran ofendidos. Disculpas de adelanto y todo eso.

    Los padres de Mike vivían en un pequeño barrio de casitas de rancho de construídas cincuenta años atrás en San José. La casa era parte de la primera ola edificios de antes de los días de Silicon Valley. Era un vecindario bastante agradable con grandes árboles, calles rectas como reglas y casas dispuestas detrás de amplias extesiones de jardín. La mayoría allí eran ancianos y conservadores que recordaban los días en que se toleraba un poquito la estúpidez adolescente de ahora y entonces. Pero como nunca se podía estar seguro, se invitaba a todo el mundo, de todas formas.

    Mike saludaba a los vecinos, estrechaba algunas manos y recibía algunas felicitaciones superficiales. La mayoría le lanzaba esa mirada que la gente usa cuando están inspeccionando algo inusual y, quizá, un poco peligroso. Como si fuera una daga del siglo XVII o un vial de la Muerte de Los Tres Días. Mike no recordaba a ninguno de ellos excepto por los Ettslers, que habían crecido canas y se pararon a hablar con él sobre los días em que Mike había estado fuera. Recordaba al Sr. Ettsler como un hombretón alto con pelo salpimentado. Ahora su pelo era casi gris. Su mujer pesteñeaba a través de sus ojos azules asombrosamente claros.

    Luego, fue a ver a los abuelos. La mamá de mamá y el papá se sentaban a una de las mesas circulares y bebían alguna clase de cóctel naranja. Mike alzó la vista para ver a su papá tras una vieja barra portátil de madera falsa, sirviendo margaritas felizmente. Papá no bebía pero le encantaba emborrachar a la gente.

    —Así que, se despega hacia Marte, ¿verdad? —dijo el abuelo Murray.

    —¿Por qué? —dijo la Abuela Murray.

    Mike trató de sonreirles. Fue cómo intentar estirar una máscara de madera. —Sí, despego hacia Marte —dijo él.

    —Los astronautas solían hacer eso —dijo Abuelo.

    —Sí, no tú —dijo Abuela

    —Es un mundo diferente.

    —Ahm. Ya —Abuelo Murray había encontrado un borde en el que podía caerse, como una toturga de los viejos tiempos. —Ya no puedo decir que entienda mucho de eso. No puedo decir que me guste mucho.

    —¡Estamos hablando de Marte ! —dijo Abuela.

    —Oh, sí. Marte —recordó Abuelo.

    —¡Quítale la idea de la cabeza! —dijo Abuela mirando a Mike.

    Abuelo parpadeó y se concentró. —Sé que no lo hará —dijo él—. Ni aunque me pongan una pistola en la cabeza. Y yo estuve en Vietnam.

    Mike miró al cielo, suspirando. Daría cualquier cosa para sacar a abuelo de esa frecuencia.

    —No puedo —dijo Mike—. Es un trato cerrado. Firmé los papeles.

    —Nunca está cerrado —dijo Abuelo—. Es un maldito estudio de cine, no el gobierno. Tampoco es que vayas a ir a prisión.

    Mike frunció el ceño. «No has leído lo que he firmado, Abuelo. No sabes lo que pueden hacer conmigo.»

    —No importa. Quiero ir. Voy a ir.

    —Es peligroso —se lamentó Abuela.

    Mike se arrodilló para mirarla a los ojos. —Lo sé. Pero es algo en lo que creo.

    —Deberíamos arreglar los problemas en casa antes de ir a otros planetas —dijo Abuelo.

    —¡Entonces no iríamos a ningún sitio! —dijo Mike levantándose de nuevo.

    Ya había escuchado esos argumentos antes. Primero de Gina. Luego de su jefe. Luego de la familia al teléfono y ahora en persona.

    —No hace falta que grites —dijo Abuela.

    —Lo siento. Pero voy a hacer esto y nada va hacerme cambiar de idea.

    Abuelo asintió. —Es bueno tener algo en lo que creer.

    —Cierto.

    —Es que, bueno, es una lástima que lo tuyo esté allí arriba.

    Mike apretó los puños.

    «Sí, Lo sé. Debería haber sido corredor de bolsa o abogado o algo con seguridad y demás. Me habéis estado diciendo lo mismo desde que tengo uso de razón. Quizá incluso antes. Así que, ¿por qué no volvéis a San Francisco, a vuestra casa segura y dejáis de preocuparos por mí?»

    —Siento mucho que no lo entiendas —dijo Mike.

    —Yo nunca entendí Vietnam pero fui. Me acuerdo de...

    Mike alzó la vista hacia papá. —Oh. creo que papá quiere hablar. Volveré más tarde.

    —Podríamos no estar aquí —dijo Abuela—. Tenemos un concierto en la ciudad dentro de dos horas.

    —Sí, tocan los Segundos Stones.

    «Arrghh», pensó Mike.

    «Y seguramente quieren que yo haga eso, ponerme implantes para que los pensamientos enlatados de Keith Richard rueden por mi cabeza y pueda imitar su obra.»

    Papá estaba mezclando alguna clase de bebida nuclear de color naranja cuando Mike se acercó andando. —Amanecer Marciano —dijo él—. ¿Quieres uno?

    —No.

    —Tú te lo pierdes.

    Se sentó a la barra.

    —No tienes que pasar por todo esto así —dijo Mike gesticulando a toda la Martefeméride

    —Por supuesto que teníamos —dijo Mamá apareciendo tras papá.

    Mostró su sonrisa radiante y batió sus pestañas. Aún era una mujer muy atractiva, aunque en los últimos años había decidido dejar de teñirse las canas. Le hacía parecer diez años más vieja de lo que Mike recordaba. Pensó que era un poco triste.

    Y lo que ella dijo al aparecer, por supuesto, tenían que pasar por todo aquello. Esto era lo que mejor hacían. La culpabilidad. —Ver lo que podían hacer por tí - decían—. Cómo puedes dejarnos, cómo puedes ir contra nuestra voluntas, cuándo verás todo lo que hacemos por tí.

    —¿Estás preparado? —dijo papá.

    «Oh sí y no lo mencionaremos para que puedas sentirte aún más culpable.»

    Mike suspiró. —Mirad, Sé que estáis preocupados.

    Mamá y papá intercambiaron miradas. —No lo estamos... —empezó mamá.

    —Sí que lo estamos —dijo Papá—. ¿Qué hay de tu empleo? ¿Puedes recuperarlo cuando vuelvas?

    —No —dijo Mike. Yahoo había sido muy claro sobre eso. Aún cuando habían patrocinado a otros empleados para hacer vídeoblog de África o explorar la Antártida o cinco docenas de otras estúpidas cosas que signigicaban que no podían hacer realmente su trabajo, no tenían interés en Marte. El jefe de Mike le había dicho que —no valía la pena ir tan arriba.

    —Es una lástima —dijo papá—. Aunque seguramente podrías conseguir un empleo muy rápidamente con la experiencia que tienes.

    —Supongo.

    —Si vuelve —dijo Mamá con la cara arrugada en una máscara agonizante. —¡Podrías morir!

    —Lo sé.

    Hubo silencio, Luego, papá dijo: —¿Lo sabes de verdad? ¿Has visto las probabilidades que están dando sobre ello?

    —No.

    —Pues deberías.

    Mike negó con la cabeza. Nunca las había visto pero las conocía porque la gente se las escupía todo el tiempo. Eran números que hacían los apostantes, los tipos que estudiaban a los caballos o a los atletas que no tenían posibilidad real de ganar.

    Miró alrededor del patio perfectamente decorado.

    —Deberías pensar en nosotros —dijo papá.

    —Deberíais pensar en mí.

    Le miraron boquiabiertos.

    Mas tarde, Mike se sentó y esperó a Gina, sonriendo. Estaba determinado a sonreir cuando llegara. Se retrasaba, pero eso no quería decir nada. Ella se retrasaba siempre.

    Cuando su padre salió de la casa moviendo la cabeza, Mike supo que algo iba mal.

    —Entra —dijo Papá, apuntando a la casa —Tienes un mensaje.

    —¿Gina?.

    Dentro de la casa, Gina le miraba desde la pantalla plana en cada de sus padres.

    —Gina, Si no puedes venir, yo...

    —Mike, Lo siento, no he podido ir —Risitas de fondo. Gina se puso el micro y los auriculares.

    Ella se preparaba para salir a algún sitio.

    —Pero quería decirte adios o hasta la vista o lo que sea —hubo mas risitas interrumpiéndola y ella se giró para mirar a quien fuera que estaba allí. —¡Parad! ¡Estoy hablando con Mike.

    Mike estaba observando una grabación.

    Hubo una conversación paralela ininteligible. —Vale. Mike. Quiero decir, buena suerte. Espero que ganes. Te veo cuando vuelvas.

    Pero no te echaré de menos mientras tanto, estaba diciendo.

    Mike se quedó observando la grabación hasta el final. Cuando acabó, mamá y papá estaba mirándole.

    —¿No ibas a darle un anillo? —dijo mamá.

    Mike asintió.

    —Lo siento —dijo ella con las primeras lágrimas reales en los ojos.

    «No estoy... Herido sí, Arrepentido, no.»

    Se quedó, bebió y expuso sus argumentos.

    Al final, cuando se hizo de noche, salió frente a la casa y miró la limpia fachada.

    Desde el interior de la casa, su madre le encontró mirando y alzó una mano en un intento de despedida.

    Mike movió la mano en respuesta se y caminó hasta donde le esperaba su Corvette. Estaba cargado con todo lo que sentía que tenía que llevar. Estaría en Los Angeles durante tres meses de entrenamiento. Luego despegaría hacia Marte.

    Hasta Marte.

23. Patrocinadores

    —Parece un montón de trabajo para un show —dijo el capullo de Proctor & Gamble.

    Era el típico ejecutivo vividor: con manos suaves de bebé, voz baja, pelo lacado en el sitio y traje Armani conservador negro que, seguramente, coincidía con la otra docena de Armanis de su armario.

    «Dios me libre de los ejecutivos que creen que son listos», pensó Jere. «Envíalos a los campos de golf o a los vestíbulos de cóctel donde las barras conversacionales son cómodamente bajas y pueden encandilar a los buscadores de oro con los aburridos cuentos de sus grandes aventuras imaginarias.»

    Pero, en realidad, Jere sabía que no tenían elección. Era hora de rascar el fondo del tarro. Hacer propuestas a cualquiera que pudiera estar interesado en tener un logo en la nave o productos situados en lugares convenientes a lo largo del viaje. Un paso adelante para los anunciantes. Hoy eran los tipos de grandes cajas. Proctor & Gamble, Altria, Johnson y Johnson, incluso Comidalink.

    Estaban en la sala de juntas de Neteno, que había sido transformada en una interpretación neomoderna de una estación de trabajo de la NASA de los años 70, pero a mayor escala y presupuesto. Un letrero móvil circulaba imágenes imaginarias de paisajes de Marte junto al logo de Neteno de Ganar en Marte. Unas maquetas de las cápsulas de descenso y transporte, de las Cometas y de las Ruedas y de los Retornos colgaban del techo suspendidas con baratos efectos mágnéticos.

    —¿Van a lanzar desde Rusia? —dijo el representante de ComidaLink, un joven delgado en un arrugado traje gris sin detalles.

    —Ese es el plan —dijo Jere.

    —¿Envian todo esto desde el suelo? - preguntó el ComidaLink.

    Jere observó la pantalla de su optisor y vio que su nombre era Paul Morees y que su transfondo estaba con avisos en rojo con tecno marcadores. Tenía grados en ingeniería química y análisis financiero.

    Un Capullosaurio. Estaba entrenado en algo más que el arte de llevarse el dinero de otros. Jere parpadeó sobre el plan de misión actual de Ganar en Marte.

    —Hacemos un lanzamiento distribuído, múltiples modulos en baja órbita terrestre, luego, ensamblaje y lanzamiento hacia Marte desde allí.

    —¿Con el impulso gravitatorio?

    —No creo que queramos rascar lo alto de la Torre Sears —dijo Jere.

    Paul le mostró una fina sonrisa como si dijera: —Un punto para tí. El resto de ejecutivos intercambiaron miradas y se encogieron de hombros o fingieron no oir.

    —¿Su plan de misión ha cambiado siete u ocho veces desde la presentación?

    Jere asintió.

    —Sí, y nos vamos a llevar todo lo que pueda volar minímamente. restauraciones, restos para las cosas no tripuladas.

    A Jere no le sorprendería si terminaban lanzando jodidas Lanzaderas Espaciales de primera generación si el precio fuese lo bastante bajo o los rusos pensaran que iban a tener que bajar la persiana.

    Forzó una sonrisa: —Una de las principales diferencias entre los negocios del espectáculo y los de la industria es nuestra flexibilidad. Tenemos tiempo de estreno, una casa llena y la cortina se abrirá a la hora marcada. Hacemos lo que sea necesario para asegurar que el espectáculo continúe.

    —¿Incluso si eso significa sacrificar la seguridad? —dijo Paul.

    El resto de ejecutivos se inclinó hacia adelante como abogados afilando sus togas sintiendo un indudable cosquilleo.

    Jere se esforzó en mostrar una cara neutral. —Nada de eso. Cada concursante se transporta a la órbita con el sistema más fiable jamás diseñado: el Orbitador de RusSpace.

    —¿Qué hay del resto del vuelo? - preguntó Paul.

    —Usamos la tecnología mas conservadora y probada disponible. Coja el anillo. Es un componente estándar de los nuevos hoteles orbitales de RusSpace. Y nos ahorramos cuatro módulos de descenso incorporando todas las cápsulas de Retorno en un único aterrizador grande. Las cápsulas de Transporte son tan sencilllas y fiables como pueden serlo las grandes bolas de rebote. Casi todo lo que hemos hecho, ya ha sido usado y probado múltiples veces. Damos nuevos usos a algunos de ellos pero nunca de forma que comprometa la seguridad.

    —Probablemente lo que dijeron sobre el Titanic —dijo el ejecutivo de Proctor & Gamble.

    Jere forzo su amplia sonrusa. «Por supuesto, alguien se va a morir», quiso decir. «Probablemente, muchos alguien.»

    Pero necesitaban el dinero

    —Está claro que no afirmamos la infalibilidad —dijo Jere—. Las cosas inesperadas ocurren.

    —En tal caso, ¿Qué recursos tienen? —dijo Paul.

    —Tenemos extensas cláusulas —dijo Jere—. En caso de que un concursante consiga presentar cargos contra nosotros.

    —He leído su contrato —dijo Paul.

    «Y no te veo quejarte», pensó Jere. «No pienses que no notamos esas cosas.»

    —¿Quién ha firmado hasta ahora? - preguntó Paul.

    —Lo siento, eso es confidencial. Si quiere comprar un paquete informativo, lo discutiremos luego.

    Paul asintió.

    «Y tampoco vas a pedirlo, ¿verdad?», pensó Jerry. «Porque sabes que este es el negocio del siglo. Y si conseguimos regresar, vas a tener más publicidad que la que has soñado nunca.»

    —Lo que no ven ustedes es la parte más importante —dijo Jere—. El toque personal. La gente que, de verdad, hará que esto ocurra.

    —¿Ya ha seleccionado su equipo?

    —No. Sólo quiero mostrarles cómo podrían quedar los equipos. Porque sé que tienen esta idea sobre un montón de tipos vestidos con trajes espaciales dando botes por ahí en un planeta muerto. Aburrido, ¿verdad?. Pues no. Nuestros amigos de Nike se superaron a ellos mismos en esto. ¿Evan?

    Evan McMaster entró por la doble puerta en la sala acompañado de un trío de jovenes señoritas llevando trajes apretados y cabezales estéticos blanco brilliante y transparente cristalino. Parecían jovencitas embutidas en leotardos que llevaban burbujas de plástico en la cabeza. Los trajes se ceñían a cada una de sus curvas, haciéndolas parecer imposiblemente perfectas, inmaculadas, irreales.

    Hubo una serie de jadeos colectivos por parte de los ejecutivos y Jere sonrió. Aquello siempre funcionaba. No se lo esperaban.

    —No veo cómo funcionará —Paul de nuevo, por supuesto—. ¿Estan tratando de usar compresión mecánica para eliminar la necesidad de un traje presurizado? ¿Eso no matará al usuario?

    Jere pasó su brazo alrededor de uno de las mujeres y sonrió. —¿Le parece que estas señoritas están muertas?

    —No, pero... esos no son trajes reales, ¿lo son?

    Jere sonrió. Había memorizado esta también, pero normalmente le dejaba el turno a Evan porque el viejo podían llegar a ser tan condescendiente que detenía el resto de preguntas..

    —Usan el mismo principio —dijo Evan—. Y es una idea muy antigua.

    Una imagen de un árticulo de Space.com, de 2005, de la prehistoria, apareció en la pantalla de pared de Neteno. Etiquetas contextuales resaltaban las partes más importantes del mismo y una imagen superpuesta mostraba una comparativa entre el traje imaginado en el artículo y la versión de Neteno.

    —Oh —dijo Paul en voz baja, casi inaudible.

    «Te pillé», pensó Jere.

    —Aún no lo entiendo —dijo el capullo de Proctor y Gamble—. ¿Por qué no se parece a los astronautas chinos de la luna? Sus trajes son enormes.

    —La Luna está casi al vacío —dijo Evan—. Marte tiene una delgada atmósfera.

    —¿Y?

    —Pues que nos facilita mucho el trabajo. Podemos proporcionar aire presurizado sólo hacia el rostro mediante una mochilita, lo que hace al traje mucho menos voluminoso. La presión requerida para mantener la integridad corporal la proporciona un polímero especial de ajuste de forma del traje.

    —Sus concursantes pueden no quedar tan bien.

    Evan sonrió. —El Netenotraje se ajusta a varias constituciones. Podemos conseguir que quede estético para una amplia variedad de tipos corporales. Y además es una excelente paleta para colocar logos.

    Chasqueó los dedos y aparecieron unos logos en puntos estratégicos de los trajes de las jóvenes. Puntos con alto magnetismo visual, por decirlo de un modo elegante. Una de las chicas se giró para revelar el logo de un competidilor de P&G como blasón en sus nalgas. Todo el efecto estaba destinado a recordarles que si no aprovechaban la oportunidad, otro lo haría.

    Oh, lo adoraron. Jere podían verlo en sus ojos. Estaban vendiendo y vendieron. Tendrían que hablar mucho y regatear y tratar de hacer amigos y darle vueltas y cerrar los tratos pero, los tenían. Tratarían de anotarse algunas rondas gratis de golf o las mejores carreras en LA o noches en Matsuhisa pero, en el fondo, comprarían. Igual que Panasonic y Canon y Nikon combatieron por los derechos de imagen; o Sony y Nokia y Motorola combatieron por los contratos de comunicación; o Red Bull y Gatorade combatieron por la parte energética de las bebidas a bordo. Demonios, todas las marcas estaban combatiendo.

    Jere sonrió. «Adelante», pensó. «Charla. Luego, cierra el pico y danos el jodido dinero.»

24. Nandir

    Para Nandir Patel, regresar a Hollywood era como volver a su ciudad natal y descubrir que estaba poblada por los muertos vivientes de toda su vida, sólo que nunca lo habían notado antes.

    Había crecido en Studio City, en el Valle de San Fernando, la enorme extensíon suburbana que crecía hacia el norte desde Los Angeles como una enfermedad dérmica de casas y parques industriales. De niño cruzaba con los amigos por Sunset Boulevard hasta que se convertía en la Highland y se metía en el corazón de Hollywood. Había sonreído a las chicas guapas en los asientos traseros de los coches y, a veces, se encontraba con ellas más tarde en alguna fiesta o bar. Y, muy de vez en cuando, las llevaba a casa trepando hasta la ventana sin cristal de su habitación. Donde cada movimiento parecía hacer chillar al viejillo de cincuenta años como la alarma de un coche, donde la habitación de sus padres, al otro lado de la casa, parecía mucho más cómoda.

    Porque mama y papá creían. Creían en las viejas costumbres del viejo país, cosas que Nandir nunca había visto. Incluso creían en toda la basura de Estados Unidos. Habían lllegado a los Estados en los 90, antes de que se volviera loco. Antes del 911 y de Seguridad Homeland y de los Doce Días de Mayo y de Omisión. Antes de que el dinero colapsara. Cuando los millones de Nandir le mantendrían para el resto de su vida, en vez de ser simplemente el suficiente para dar celos a otros y dejarle inseguro sobre el tiempo que le iba a durar.

    Y el asunto era que aún creían. A pesar de todo. Decían que era un lugar estupendo para vivir. Que su hijo tenía mucho éxito. Que estaban muy agradecidos por todo lo que tenían. Lo decían en voz baja para despejar todo rastro de su acento de la India. Y aún vivían en la misma casita del mismo edificio parte del valle. Y aún trabajaban para la misma compañía de software que Nandir casi estuvo a punto de comprar una vez porque, simplemente, podía.

    Pero no recordaba que Hollywood fuese tan limpio, tan brillante, tan orientado al turismo. Como si todos hubiesen sido barridos y remplazados por robots que sólo sabían cómo sonreir y decir —Sí madam - y —Sí señor.

    Quizá estaba relacionado con la campaña de marca de Rebobinado de Hollywood que se veía en los principales canales de media, como le susurró su audisor.

    Nandir se sorprendió. Era la primera vez que su software de inferencia experimental adivinaba correctamente sus pensamientos.

    —Modo de voz Informal —dijo él.

    —Claro —dijo su audisor.

    —¿Qué es rebobinado? - preguntó Nandir a su software de inferencia.

    —Término referido al proceso de devolver una cinta magnética a su marcador temporal inicial.

    —Creí que estabas en modo informal.

    —Claro.

    —¿Qué es rebobinado?'

    —Término referido al proceso de devolver una cinta magnética a su marcador temporal inicial.

    Nandir suspiró. —¿Qué es Rebobinado de Hollywood?

    —Es una campaña de marca que objetiva devolver a Hollywood a su imaginario estado de la época dorada de estándares morales y de la alta sociedad.

    —Wow, eso es soñar.

    El software no dijo nada.

    Nandir aún tenía mucho que hacer antes de que el software llegase a ser un décimo tan bueno como un InPersonificador, el software que les había vendido a WErU dos años atrás. Si no fuera por la gran cena de Neteno, se quedaría levantado en su habitación haciendo justo eso.

    Dijeron que la reunión era a las 6:30 en el vestíbulo. Eran las 6:43 en el optisor de Nandi y aún era el único concursante allí. Salvo que se hubiera perdido a alguien de la reunión de esa mañana. Lo cual era enteramente posible pues tenía mala memoria para las caras.

    A las 6:50, llegó otro tipo. Alto delgado moreno con gafas igual al símbolo universal del genio de la tecnología. Nandir le sonrió, tratando de recordar su nombre.

    —Tu eres el dueño del InPersonificador, ¿no? —dijo el tipo.

    —Era —dijo Nandir. —Lo vedí a WErU hace dos añoos.

    —No me gusta mucho su sistema.

    Nandir asintió. —Tiene sus inconvenientes.

    —El tuyo era más flexible.

    —¿Usuario?

    —Evaluador. Trabajaba para Yahoo.

    —¿Ya no? —dijo Nandir.

    —Nop —Una pausa. El tipo le tendió la mano. —Mike Kinsson.

    Nandir la estrechó. —Nandir Patel.

    —Nandir. Sí, me acuerdo. ¿No hiciste un montón de dinero? ¿Qué haces aquí?

    —Doce meses programando sin parar —dijo Nandir.

    —Oh. Sí. Wow, vas a adelantar mucho.

    —¿Y tú?

    Mike apartó la mirada: —Yo... es lo que siempre he querido hacer.

    —¿Estar en un reality show?

    —No. Ir al espacio. Marte.

    —Un verdadero creyente.

    Mike dio un paso atrás. —Te parezco divertido.

    —No —dijo Nandir. —Admirable.

    Mike le estudió durante largo tiempo. —¿En serio?

    Nandir asintió. —Sí.

    Mike cerró el pico pues no sabía que decir. Finalmente, asintió.

    Y con eso, pareció que habían soltado al resto de concursantes. Caminaban en masa por el suelo de baldosas españolas. Nandir reconoció al hombre que todos llamaban el convicto, a las dos bellezas que todos llamaban las lesbianas y al hombre rubio en traje de negocios de Neteno.

    El hombre dio unas palmadas para atraer la atención y recitó en alto: —Vale, nos vamos al Miceli. Quien no sepa dónde está, que se asegure de estar con alguien que sí lo sabe.

    —¿Sabes dónde es? - preguntó Mike.

    Nandir asintió. —Sí. Crecí en el Valle

    Terminaron con un tipo más, un asiático que corrió hacia ellos cuando se dirigían a las puertas del hotel.

    —¿Voy con vosotros? - preguntó.

    —Claro —dijo Mike.

    Andaron en silencio, luego el asiático dijo a Nandir: —Te conozco, tú eres el tipo del software.

    Nandir suspiró, luego se giró y le sonrió —Sí. ¿Y tú?

    —¿Yo qué?

    —Tú historia.

    El hombre sonrió. —Soy filipino —dijo él, asintiendo vigorosamente—. Romeo Torres. Llevo mucho tiempo queriendo ir al espacio.

    —Habla con Mike —dijo Nandir mirando de nuevo al frente.

    Romeo miró a Mike, sonriendo. —¿Has ido al espacio? ¿Tú ves futuro?

    —No soy adivino.

    Romeo pareció confundido.

    Terminaron esa noche en un lado de una larga mesa de un restaurante del que colgaban miles de cestas llenas de vino embotellado. Una mampara entre las sillas les separaba parcialmente del resto del grupo.

    «Sabiondos repelentes», pensó Nandir.

    —Es como la antigravedad. Repelemos todo lo que se acerca.

    Tanto Mike como Romeo le miraron, luego volvieron a su conversación sobre los chinos en la Luna, su base, dónde iban, la desviación de asteroides, la terraformación de Marte y montones de otras cosas que Nandir no comprendía realmente.

    «Están chiflados.»

    Y supo, de pronto, que ellos serían las personas con las que acabaría compartiendo equipo en Marte.

25. Arrendamiento

    Jere atravesó las puertas delanteras del edificio de Neteno y luego se detuvo, apretando los puños.

    En el vestíbulo, el Interactivo Gen3 estaba ocupado construyendo su oficina de brillante cristal y pantalla. Hombres vestidos con monos correteaban de un lado a otro, pelando películas protectoras y puliendo pantallas. Más adelante, las oficinas se ocultaban tras una trasparencia láctea que revelaba movimientos y siluetas de incómodas sillas.

    —Somos el futuro cuando te inclinas a él —dijo un chico de cabeza afeitada que brillaba con anuncios. Una pequeña réplica del flotante letrero circular de Neteno coronaba su cabeza justo sobre la piel.

    Jere respiró hondo y relajó las manos.

    —Lo último que he oído es que estabas arrendado de nosotros. No arrendando a nosotros.

    El kid se encogió de hombros,

    —¿Quién eres?

    Los ojos del chico se abrieron como platos.

    —¿Qué? ¿No me reconoces?

    —¿Debería?

    —Soy Ren Carstairs.

    El optisor de Jere se encendió con daros. El extravagante creativo de Gen3, el único al que siempre le echaban de las fiestas por poner las manos en los pantalones de la persona equivocada.

    Jere asintió y se giró hacia los ascensores.

    —Tendremos el edificio entero en seis meses —dijo Ren.

    Jere continuó caminando. Observó su reflejo en el acero pulido de la cabina del ascensor. Estaba borroso y distorsionado, como hecho goma y estirado en diferentes direcciones por manos invisibles.

    «Muy apropiado.»

    Había pasado el último mes viendo como el ascensor iba dejando atrás plantas del edificio vacías y tratando de ignorarlas.

    «Pronto habrá programas, pronto habrá personal, el edificio volverá a bullir de nuevo con algo más que fantasmas de la Capitol.»

    —¿Aún estás pensando en esos capullos de abajo? —dijo Evan cuando Jere entró en la oficina que compartían.

    —No.

    Evan sacó hacia fuera los labios. —No te preocupes por elllos. Seis meses, un año máximo y se habrán ido.

    —No me digas que la agenda se ha atrasado de nuevo.

    —Vale, no lo haré.

    —Evan, maldición, ¡estamos perdiendo alcance!

    —No hay nada que podamos hacer.

    —¿Qué ha sido esta vez?

    Evan se encogió de hombros. —Componentes que no existen para esto y lo otro. Hay que esperar a que algún fabricante de California los haga de nuevo.

    —¿California? ¿No podemos hacerlo en China? ¿Rusia? ¿África?

    —No. No lo pillas. Algunos de estos restos de mierda que usamos son viejos. Pero viejos como si algunos de los componentes estuvieran dibujados sobre el papel por tipos con lápiz. Y algunas maquinarias y otras piezas sólo las conoce alguien que solía arreglar el Lockheed a cien dólares el tornillo

    —¿Cien dólares? ¿Y?

    —En 1985.

    —Ah. Joder. Así que, ¿no podemos pagarles para ir más rápido?

    —Al parecer, parte del conocimiento es que sólo se consiga material de un cierto lugar por eso estamos esperando en la fundición.

    —¿Y va a suponer alguna diferencia?

    Evan le miró con su mirada: esto es culpa tuya y le dijo: —Este es uno de los módulos de pasajeros.

    —Aajá. Vale —dijo Jere—. Sabía que dirías eso.

    Jere fue a su mesa y se sentó.

    —¿Quieres oir el resto de noticias? —dijo Evan.

    —¿Son buenas?

    —Casi.

    —Mierda. ¿Qué va mal?

    —¿Te digo las buenas primero?

    Jere suspiró. —Venga.

    —Todos los concursantes están cómodamente en el Independencia, quejándose alegremente sobre la porquería de comida del hotel. ¿Te puedes creer que esta ciudad no tenga un restaurante?

    —¿Esa es buena?

    —Es progreso. Y Keith no ha conseguido matar a nadie todavía.

    —¿Pero?

    Evan mostró irónicos dientes. —Con el capullo, siempre hay un pero. No iba por tí, sigo. Keith, sin embargo, se las arregló para convertir a su compañero de equipo en algo parecido a una hamburguesa humana.

    —¿El otro convicto? Creí que no sabían quien estaba en cada equipo.

    —Sí, el otro convicto. Terry. Ahora está fuera del juego. Dice que prefiere volver a la prisión. Y sí, se supone que no lo saben, pero si fueras Keith, ¿con quién crees que te emparejarían? De algún modo, todos saben más o menos con quien podrían coincidir.

    —¿Qué hacemos?

    Evan suspiró. —Aún no lo sé. Encontrar a otro, supongo.

    —¿Aún cuando ya han empezado el entrenamiento?

    Evan negó con la cabeza. —No han entrenado, no han hecho una mierda, excepto comer y quejarse.

    —Pues hazlo. Busca a alguien.

    Evan sonrió. —Ya me he adelantado, jefe.

    «¿Entonces por qué has preguntado?», pensó Jere.

    Consideró preguntarle a Evan quién tenía en mente pero decidió que no lo quería saber.

    Al menos, no todavía.

26. Geoff

    Geoff Smith no quería ir a casa aunque sabía que tenía que hacerlo. Así que cogió prestado el corpotraje de Dave y pasó el rato jugando a OtRoS MuNdOs, agachado cerca de la consola para maximizar el ancho de banda. Dave era guay por dejarle quedarse en su apartamento de Hollywood mientras él se manifestaba delante de Neteno. Pero ahora que los concursantes del show habían sido seleccionados, todas las mañanas Dave dejaba caer algún comentario sobre lo bonito que sería recuperar la soledad en su apartamento de nuevo.

    Geoff podía notarlo. El apartamento era pequeño y tenía ese olor a viejo, como una mezcla de vieja alfombra y perro mojado. Tenía que dormir en el salón, mientras Dave usaba el único dormitorio. Sí, sería guay que Dave se quedara el lugar para él solo. Pero Dave también trabajaba todo el día, a veces doce o catorce horas, peleando con los ordenadores para alguna compañia de seguros o algo así; así que no estaba mucho tiempo en casa. Y cuando no estaba en casa, ¿por qué iba a preocuparle que Geoff se quedara?

    Lo cierto era que Geoff no quería irse a casa. Su madre tenía una casita en Palmdale. Y Palmdale apestaba. Y vivir con Mamá era un rollo. Tan pronto como consiguiera un empleo con sueldo razonable, se iría por su cuenta. Quizá incluso en su nuevo apartamento. Donde podría tener su propia cocina, su propio comedor, su propia sala de juegos, su propia consola y subscripción a la biblioteca interactiva de EA. Podrían incluso invitar a Laura, la camarera del Lancaster Café, para jugar al juego de OtRoS MuNdOs. Quizá. Si ella no molestaba mucho y no esperaba que fuera todo romántico y demás, como los tipos de las películas.

    Geoff miró por el apartamento de Dave y suspiró. Tenía que irse. Algún día. Aunque quizá podía buscar trabajo por aquí y luego, mudarse cuando encontrara un empleo. Sería mejor que volver a casa con Mamá.

    Al principio, su plan de entrar en Ganar en Marte parecía estar funcionando. Había hecho un vídeo de él mismo explicando por qué debería ser elegido para el programa. Pero no las razones reales, por supuesto, sólo las que pensaba que les gustaría oir. Lo había enviado a Neteno. Por alguna razón, partes del vídeo aparecieron en la Tubonet unos días más tarde. Su vídeo estaba mezclado con música de los 80: Eurythmics. Til Tuesday, cosas así. La gente se reía de él en los comentarios y Geoff estaba a punto de responder cuando algo extraño ocurrió. Un montón de gente se reunió y le apoyó para que entrara en el show. Llamaron a la causa:

    Un Gordo Se Va A Marte.

    No era adulador exactamente, además había perdido cinco kilos, pero a Geoff le traía sin cuidado cómo entrara mientras lo consiguiera. Estuvo de acuerdo en hacer la entrevista para Un Gordo Se Va A Marte y contó ansiosamente por qué quería ir. Pero luego, algo más extraño sucedió. Un Gordo Se Va A Marte creció como grupo y dejaron un montón de comentarios desagradables sobre que él no era tan divertido sin la música.

    Ahí fue cuando él se volvió un poco chiflado, lo sabía. Rellenaba todos los formularios de Neteno que encontraba. Escribía historias sobre lo que haría cuando llegase a Marte, describiendo escenarios realistas en el que él moría por falta de oxígeno y se encontraba con los marcianos y cosas así. Empezó su propio grupo:

    Ayuda A Un Gordo Se Va A Marte.

    Y aparecía con un gordo traje en el centro comercial de Palmdale llevando dos carteles tipo sandwich. La gente se reía y señalaba. Algunos de ellos firmaban la solicitud. Se inventó otros nombres, rellenó más formularios y lo envió todo a Neteno.

    En la ComicCon de San Diego, decidió llevar los mismos carteles, pero cuando lo hizo, la gente le tiraba comida y le abucheaba. Aparentemente, un montón de ellos también quería entrar en el programa. Neteno tenía un panel con Patrice Klein para presentar el show y el lugar estaba atestado de gente con pantallas táctiles, emitiendo sus propios Lineales y entregándole sus propias peticiones.

    Patrice era una belleza. Geoff quería subir arriba y decirle lo guapa que era y lo mucho que le gustaría ser su compañero en el show. De modo que se arrojó entre la olorosa y ataviada de cuero multitud y esperó en la cola hasta que le empujaron ante ella. Cuando pasó dentro del circulito del escenario bajo las brillantes luces rojas, ella se giró hacia él y sonrió. Geoff tuvo un súbito momento de epifanía. Pudo sentir que todo el mundo le observaba porque estaba delante de Patrice Klein y Patrice Klein se iba a Marte. Decidió que tenía que decirle por qué tenía que ir con ella a Marte. Su verdadero motivo.

    —Tengo que ir a Marte contigo —dijo él con voz desesperada.

    —Bueno, al menos eres directo —dijo ella. La gente vitoreó como si la hubiera oído.

    —¡Tengo que ir! ¡Voy a demostrar que hay vida en Marte!

    Patrice pareció un poco sorprendida y la multitud quedó en silencio esperando que ella respondiera. Geoff lo soltó: —Lo están ocultando todo. La NASA, los rusos, todos los que han estado allí. Pregunta a Arthur Clarke, el te hablará de los árboles. Tienen fotos de los árboles. Hay vida en Marte y voy a demostrarlo.

    Los ojos de Patrice se abrieron como platos pero no dijo nada.

    —Clarke está muerto, tonto del culo —gritó alguien del público y Geoff se dio cuenta allí mismo de lo que había hecho. Sus palabras se habían amplificado y sonado por todo el espacio, habían llegado a todo el mundo. Les había contado su secreto.

    Geoff se giró para encarar a la multitud boquiabierto justo cuando un cono de helado le daba en la cara.

    —¡Pírate, colgado! - gritó alguien.

    Geoff los miró y luego miró a Patrice. Patrice había dado varios pasos atrás y se tapaba la boca con un mano tratando de ocultar la risa.

    Geoff corrió.

    Pasó el resto del día regañándose a sí mismo por haber revelado sus verdaderas intenciones. Ahora, cientos de personas sabían la verdad. Algunos de ellos podrían ser agentes de la NASA u otra agencia gubernamental. Ya no le dejarían coger el vuelo.

    Pero su popularidad tuvo una corta vida.

    Cuando vio que los agentes no venían a por él, Geoff decidió presionar con su campaña. Encontró a un amigo que tenía una casa en Hollywood. Dave y se instaló en su casa. Luego caminó hasta el edificio de Neteno. Recordaba haber alzado la vista hacia las orbitantes letras y pensar:

    «Es aquí.»

    Le dejaron subir hasta la sala de espera del ejecutivo. Pero luego esperó. Y esperó. Y esperó. Pasaron horas. La gente entraba y salía, pero nadie le llamaba. Esperó hasta que la gente empezó a marcharse a casa. Dijeron: —Lo siento, nos olvidamos de usted, vuelva mañana.

    Geoff volvió durante tres días. A veces, hablaba con alguien, que él sospechaba que era una secretaria, en una salita de reuniones. La probablemente-secretaria le escuchaba, asentía y le decía que se pondría en contacto con él.

    Geoff llevó un letrero: VOY A MARTE POR COMIDA

    Paseaba de arriba a abajo frente al edificio de Neteno. La policía vino y le dijo que se largara. Envió fotos suyas con Marte en el fondo. Jugó un montón de horas en OtRoS MuNdOs. Por la noche, Dave le ayudaba a poner su historia en las redes. Pero la historia caía en una red muerta. A nadie parecía importarle

    Cuando presentaron a todos los concursantes en el Hollywood Roosevelt, Geoff pensó en llevar su letrero allí. Pero sabía que la policía le pondría en una celda. Así que fue a sentarse en el vestíbulo del Roosevelt y observó pasar a los afortunados concursantes. Patrice estaba allí, radiante y perfecta. Nunca le miró y se imaginó que eso era buena señal.

    «Pero habría sido perfecto estar juntos», pensó Geoff.

    Ahora que se iban a una instalación de entrenamiento súper secreta, sería difícil. Geoff había visto el autobús salir del edificio de Neteno y tomar camino hacia la 101. Supo que era el final, que nunca estaría el show, que tenía que volver a casa

    Hubo un fuerte golpe en la puerta.

    Geoff se congeló.

    ¡Toc, Toc!

    Quizá Dave no había pagado las facturas. Geoff aguantó la respiración.

    Se oyeron maldiciones apagadas desde el otro lado de la puerta. Luego, más fuerte: ¡TOC TOC TOC!

    Una voz: —¡Sabemos que estás ahí dentro! ¡Abre la puerta, Geoff!

    «¿Sabemos que estás ahí dentro, abre la puerta,Geoff?»

    Mil imágenes pasaron en cascada por la cabeza de Geoff. La policía le había encontrado. Iban a llevárselo esta vez. Dave le habría dejado todas sus cuentas. Habían averiguado su pequeña estafa con el juego OtRoS MuNdOs. Iban a meterlo en prisión.

    Luego, un pensamiento aún más terrorífico: Quizá era la NASA que venía a eliminarle. Eso tendría sentido. Finalmente se habían dado cuenta de que no podían dejar que alguien demostrara que había vida en Marte.

    Geoff fue hacia la ventana. Afuera había una salida de incendios al viejo estilo. Trató de abrir la ventana pero no se deslizaba más que algunos centímetros. La golpeó arriba y abajo.

    —¡Te hemos oído ahí dentro! ¡Venga, Geoff!

    Geoff empujó la ventana, pero no cedía. Entró en el dormitorio de Dave y comprobó su ventana. Lo mismo.

    Volvió a la habitación principal, esperando que alguien le gritara a través de la puerta. Pero todo estaba en silencio. Fue hacia la puerta y espió por la mirilla. No vio a nadie en el pasillo.

    Geoff fue a abrir la puerta, luego negó con la cabeza.

    «No no no. Eso es lo que esperan que haga.»

    Volvió a la ventana y trató de averiguar por qué no subía.

    Justo al encontrar la pestaña que bloqueaba la guía, unas llaves tintinearon y la puerta se abrió. Dos hombres con trajes idénticos pasaron a la habitación. Geoff se asustó y dio un gritito de niñita.

    —¿Eres Geoff Smith? - preguntó uno de los hombres.

    —¡No! —dijo Geoff.

    El otro suspiró y miró a la pantalla. —Sí lo eres.

    Geoff sintió el corazón acelerando. —¿Y?

    —Pues que tenemos buenas noticias para tí. Ganar en Marte tiene un plaza libre como concursante. Si te interesa, tenemos un contrato para tí.

    —En... ¿En serio?

    Una sonrisa. —Sí. Un infierno para encontrarte. ¿No has oído nunca que hay teléfonos?

    —Mamá no cree en ellos.

    Uno de los trajes grises pareció confundido. —¿Qué edad tienes?

    —Treinta —respondió Geoff automáticamente.

    —Wow. Bueno. Tenemos un contrato. ¿Te interesa?

    Geoff cogió el contrato casi pensando que era algún truco para ponerle las esposas. Pero era sólo un contrato de papel, como decían que era. Lo escaneó rápidamente.

    Era real. ¡Le querían! ¡Para Ganar en Marte!

    —Dame un boli —dijo él con voz temblorosa.

    Observaron cómo firmaba el contrato sobre la barra grasienta. Dave estaría encantado de librarse de él.

    Geoff sonrió. «Y lo haré», pensó. «Probaré que hay vida en Marte.»

27. Astronauta

    Rusia era ahora casi normal para Jere. Casi no sentía el horrible frío inviernal de Moscú ni se topaba con cabras en la carretera hacia Baikonur. No le importaba agarrarse a los fríos asientos de vinilo mientras sus conductores sorteaban hábilmente los hoyos de las traicioneras carreteras heladas. Depresiones que parecían osos negros ocultos que podían engullir el coche. Tan grandes, profundas y oscuras que podrían haber conducido directamente hasta alguna hermosa playa tropical brasileña.

    Ahora volvían a Baikonur para una reunión y vídeos con el tipo que iba realmente a conducir el show hasta Marte, John Glenn. No era realmente John Glenn, por supuesto, pero así le llamaba todo el mundo, porque era viejo, feliz y encajaba con el estilo tétrico que tenía la gente que se dejaba a sí misma envejecer. Su nombre real era Frank Sellers, otro nombre genérico de buen chico blanco, como todos los astronautas que habían salido de la NASA.

    Frank era una de las concesiones que habían ganado.

    Los rusos podían construir la nave, vale. Cualquiera podía poner las partes en órbita, vale. Pero para el gran despegue, cuando la Lata estuviera ensamblada y propulsada fuera de la órbita hacia Marte, tenía que haber un piloto americano. El Dick nunca estuvo tan feliz de mostrar a Jere las tablas y gráficos relacionadas con la nacionalidad del piloto para recuperar las inversiones. Podían ganar con cualquier piloto, pero si querían ganar en serio, tenían que usar uno americano. Podía haber azafatas, porteros, conserjes, lo que fuera, pero el piloto tenía que ser americano. El Dick siempre tenía montones de tablas y gráficos. Jere siempre sentía que escondía las grandes en el bolsilllo de atrás, las que decían: "si quieres ganar realmente en serio, necesitas que Glen y Elena ganen.

    «¿Qué haras si te muestran un número realmente grande?», se preguntó Jere. Negó con la cabeza. No lo sabía.

    Esperaron en el vestíbulo de RusSpace para que Frank se presentara para la entrevista, Jere, Evan, Ron y el cámara, cuyo nombre Jere había olvidado. Pero la hora pasaba y no había rastro de Frank. Evan consiguió que la guapa recepcionista de RusSpace le avisara por teléfono. Tras media docena de intentos, una ronca voz ladró por el altavoz.

    —¿Qué quieres?

    —Es hora de tu entrevista, Frank —dijo Jere—. ¿Recuerdas? ¿Neteno? ¿los tipos que pagan tu salario?

    —¡Y maldita miseria de salario que es! Ahora mismo tengo problemas aquí. Tu promo de cabeza parlante puede esperar.

    —No puede. Volamos de vuelta hoy.

    Un suspiro. —Mira. Ese asunto no significa nada. Vosotros queréis volar y yo necesito solucionar esto.

    —Creí que eras un piloto, no un mecánico —dijo Evan.

    —Yo hago lo que tengo que hacer.

    —¿Mañana? - preguntó Jere.

    —Lo dudo. Tengo que salir en órbita pronto, trabajar en los problemas que intento solucionar aquí abajo.

    Ron se inclinó hacia adelante. —¿Qué clase de problemas?

    —Mierda. ¿Por dónde empiezo? La Lata es un desastre y ni siquiera hemos metido las cápsulas todavía. La parte eléctrica es irreparable, tenemos algunos desafios con la integridad del casco y se discute si el sistema de aire es lo bastante robusto, para empezar.

    —¿Aire? ¿En un viaje tan largo? —dijo Ron. Miró a Jere como si fuera culpa suya.

    Jere se maldijo en silencio a sí mismo por permitirle a Ron entrar en el proyecto.

    —Sí, sí, la duración es el problema. Cuanto más largo, más complicaciones para empezar. Pero siempre las solucionamos.

    Ron se giró a Jere. —Pues vamos a filmarle donde esté.

    —¿Qué? ¿Quieres decir, al estilo documental?

    —Sí. Le filmamos haciendo el... lo que sea que está haciendo, luego hacemos la narración. El heróico Frank Sellers dándolo todo por la causa.

    Evan asintió. —Podría funcionar.

    Frank, desde el altavoz: —¿De qué demonios estáis hablando?

    —Vamos a verte —dijo Ron.

    —¡No tengo tiempo para vuestras entrevistas!

    —No necesitamos una entrevista. Filmaremos lo que haces como un documental. No vamos a molestar.

    Hubo silencio desde el altavoz. Jere podía imaginar a Frank tratando de encontrar un defecto en el plan. Luego: —Pues daos prisa.

    Fueron al garaje junto su siguiente lanzamiento, un viejo cohete de carga de RusSpace destinado a formar parte de la estructura de la Lata. Jere hizo que el cámara grabara un vídeo del cohete. Las únicas cosas limpias en él eran el logo de Ganar en Marte y el identificador del vehículo Enterprise 7

    En el garaje, Frank se agachaba frente a un conjunto de pantalllas planas. Algunas mostraban imágenes parciales de la Lata en órbita. Otras mostraban tablas y gráficos 3-D, como paisajes alienígenas. Una de ellas mostraba una toma interior de algo con un lío de cables que parecía spaghetti flotando en el aire. Dos rusos llevaban esos graciosos sombreros de piel que les gustan tanto y estaban sentados al lado de Frank con gafas VR y murmurando en ruso a sus gargantófonos.

    Frank los oyó entrar, se giró y miró a cada uno de ellos por turnos. Su boca se doblaba en perpetuo malhumor. Miraba mecánicamente de una persona a otra como si se buscara en cada uno de ellos signos de debilidad.

    Jere sabia que Frank era ex-militar de la Fuerza Aérea. Había estado en el programa de astronautas en los días de la Lanzadera pero nunca voló en ninguna misión. Así que, no era realmente un astronauta, era un proyecto de astronauta. Jere sonrió cuando Frank le miró.

    —Haced la grabación —dijo Frank y regresó a lo que estaba haciendo.

    —Perfecto —dijo Jere—. Quédate justo ahí —Fue a decirle al cámara que se preparara pero ya lo estaba haciendo.

    —¿Es eso la Lata? —dijo Ron, avanzando un paso para inclinarse sobre Frank y señalando la toma interior de una de los monitores.

    —Creí que no íbais a molestarme —dijo Frank.

    —¡Papá, sal de la toma! —dijo Jere.

    Ron y Frank le miraron y, luego, apartaron la vista. —¿Es eso la Lata? - preguntó Ron de nuevo.

    —Parte de ella —dijo Frank.

    —No parece muy segura.

    Frank hizo como si fuera a ponerse de pie, luego se sentó de nuevo. —Por supuesto que no. No está terminada.

    —¿Es segura esta misión?

    Amplia sonrisa. —Por supuesto.

    —Entonces, ¿cómo es que estáis teniendo tantos problemas?

    —Ron... —empezó Jere.

    —¡Silencio! —gritó Ron. Incluso los rusos dejaron de charlar y alzaron la vista.

    Ron se giró a Frank. —Estoy preocupado.

    Frank se encogió de hombros. —Harán que funcione —dijo él.

    —Eso no parece muy tranquilizador.

    Frank soltó una carcajada. —Si pudieras ver la mitad de las cosas que ví en la NASA entre bambalinas, chico, no estarías preocupado. Estos son buenos tipos. Listos. Lo solucionarán.

    —Y por eso necesitan tu ayuda.

    —Mira. Yo no tengo que hacer esto. Estoy ayudando porque es lo que adoro hacer. Estáis consiguiendo que me guste menos.

    —Ron, déjale seguir —dijo Evan, poniendo una mano sobre su hombro—. Deja que todos hagan su trabajo.

    Hubo silencio durante un rato,

    —Tienes razón. Perdón. Por favor, continúa.

    Una rabia a temperatura blanca recorrió a Jere. Evan y su papá. Como viejos colegas. Escuchando a Evan. No escuchándole a él.

    Desahogó su rabia con el cámara para que preparase el rodaje. Frank volvió a mirar sus pantalllas planas mientras filmaban, a veces grababan a algún ruso hablando con su gargantófono, o dando largos tragos de una botella de vodka cubierta de letras rusas. Jere negó con la cabeza.

    «Habrá que editar todo esto más tarde.»

    Cuando salieron a la fría brisa de nuevo y estaban bastante alejados de los oídos rusos, Ron se giró hacia Jere para decirle: —¿Volarías tú en esa cosa?

    —Por supuesto —dijo Jere sin la menor duda.

    Sabía como calmar a su padre y la incertidumbre no era el modo de hacerlo.

    El viejo miró de arriba a abajo el Enterprise 7 sujeto a la plataforma de lanzamiento como una aguja mugrienta y no dijo nada.

    —¿Vamos bien de tiempo? - preguntó Ron a Evan.

    —Por ahora —dijo Evan.

    Más tarde, cuando volvieron al coche para hacer otro viaje terrorífico por las carreteras hasta el hotel, Ron habló de nuevo.

    —¿No os da la impresión de que Frank hace este trabajo por demasiado poco?

    —¿Cómo es eso? —dijo Jere.

    —Es un astronauta. Pero nunca ha volado.

    —¿Y?

    —Pues que quizá quiere volar, realmente.

    —A veces es bueno un poco de entusiasmo —dijo Evan.

    Ron se giró hacia Jere. —¿Qué piensas?

    Fingió que consideraba, luego, respondió. —Pienso que es bueno tener a alguien que ama lo que hace.

    Hubo silencio por parte de Ron. Luego: —Espero que tengas razón.

28. Solitario

    —¡Socorro! - La voz de Geoff apenas se oía desde detrás de Keith Paul.

    Keith sonrió. El idiota probablemente estaba atrapado en esa pequeña chimenea cuyas piedras acababa de dejar sueltas.

    «Inútil.»

    Delante de Keith se elevaba otra pendiente y, más allá, estaban las banderitas blancas que indicaban la línea de meta. Ni siquiera osó mirar el reloj.

    Había sido más rápido ayer que el día anterior y sería más rápido hoy que ayer.

    «Porque voy a ganar.»

    —¡Ayúdame, Keith!

    Keith negó con la cabeza. «Como que voy a volver atrás. No necesito un maldito compañero de equipo. Envié a Grimes al hospital, ¿queréis que haga lo mismo con este también?»

    —¡Sr. Paul! - oyó vagamente, mientras empezaba a subir por las rocas sueltas.

    Keith se impulsó con fuerza, meciéndose mientras las rocas se movían bajo su peso. Se mantenía inclinado para que la mochila de veinte kilos no le tirara hacia atrás y le enviara pendiente abajo, como el primer día que había hecho el recorrido. No era una mochila muy grande pero se extendía más que una normal y tenía mucho peso en la parte superior que la hacía traicionera.

    Decían que las mochilas reales pesarían menos en Marte, que él mismo sería más ligero y que tendría que reaprender todo lo que estaban haciendo alllí. Pero Keith no podía imaginarlo realmente. No podía preocuparse por ello. Si lo hacía bien aquí, lo haría bien en Marte..

    Iba a ganar.

    Arriba y sobre la cima, la gran sombra gris del Sr. McKinley se elevó en la lejanía bisectando una nube transitoria. El cielo era de un alegre azul profundo como el tipo de mierda que se ve en las postales y las fotos de los viajes de los aburridos capullos. Pero el aire era frío. Keith tiritaba mientras seguía subiendo rápido la pendiente. Las banderas de meta se agitaban con la brisa. Uno de los capullos de control se sentaba en una silla plegable tras una mesa con botellas de agua y Gatorade. Levantó la mirada cuando Keith empezaba a bajar la pendiente, luego cogió una pantalla táctil y escribió algo en ella.

    «Jodido capullo», pensó Keith. Probablemente algo sobre que Geoff no estaba con él.

    «Bueno, tendrían que darme a alguien que pueda seguirme.»

    Decidió que les diría eso.

    «No vais a retrasarme con esta tortuga.»

    Los capullos de los deportes de acción llegaban a la cima del risco por delante de él, moviéndose rápido con sus ridículos trajecitos de Spandex. La nena era de las sexys, si te gustaban de acero, con músculos como cuerdas que sobresalían de sus brazos y piernas. Tenía un culito redondo y tetas de tamaño decente. Pero era una perra mostruosa que ni siquiera le hablaba. Ni cuando estaba siendo amable preguntando por toda la escalada y mierdas que hacía. Ella se le quedaba mirando con esa jodida cara de superioridad como las perras de pelo azul que compraban en Todo Comida, la tienda donde había trabajado un verano.

    —No, las de plástico no, las de paaapel —decían todo altivas y presumidas, como si les estuviera ofreciendo una bolsa hecha de mierda de perro comprimida.

    Aunque la perra de los deportes de acción no decía nada en absoluto. Aún cuando le habría disparado a su compañero de los deportes de acción en cualquier momento si hubiera tenido una botella de tequila y una recortada a mano.

    Keith esprintó hacia los banderines de meta aunque sabía que ellos tenían diferentes tablas de tiempo. No importaba quien llegara primero pero al ver a los capullos de los deportes de acción correr hacia la meta, no pudo evitar correr también. Especialmente esa perra. Sus largas piernas se movían rápido con los músculos trabajando como cables de acero. Keith captó brevemente el brillo en sus ojos cuando ella le miró.

    Ella apretó el ritmo y pasó delante del nota de los deportes de acción, que levantó una mano hacia ella como si intentara agarrarla por la espalda.

    Keith sonrió.

    «¿Qué se siente, capullo?»

    Cien metros. Keith estaba ligeramente adelantado. Pensó que era difícil calcular la distancia. La perra de los deportes de acción le había sacado ocho metros de distancia al nota.

    Cincuenta metros. No. Ella estaba más cerca. Mierda. Keith se aplicó a fondo, forzó sus músculos doloridos un poco más, los sintió arder como lava roja en las piernas.

    Pero no parecía correr más rápido. Elena estaba más cerca de la meta. Estaba.

    «¡Venga! ¡Vamos piernas!», le rogaba Keith a su cuerpo.

    Veinte metros. Diez.

    La perra de los deportes de acción cruzó la meta subiendo las manos en señal de victoria y fue reduciendo velocidad levantando nubecillas de polvo naranja bajo los pies.

    Keith y el nota de los deportes de acción casi colisionan cuando pasaron la línea de meta en final muerto sin ganador.

    «No. Eres un perdedor», se dijo a sí mismo mirando a la mujer del traje Spandex cómo se inclinaba y jadeaba por el esfuerzo.

    —¿A qué iba eso? —dijo el capullo de control.

    El tipo llevaba una insignia con su nombre pero Keith hacía tiempo que había dejado de intentar descodificarlas. Tampoco importaba.

    —¡Esto no es una carrera! ¡Aquí no hay ganador!

    Keith sonrió, dando largas respiraciones.

    —Es divertido —dijo la perra de los deportes de acción aún doblada.

    El capullo de control frunció el ceño y probó otra táctica: —¿Dónde está Geoff? - preguntó.

    —Se cayó... por una... colina y... murió —dijo Keith entre profundas respiraciones.

    —¿Que se... cómo? ¿Se ha...? —dijo el capullo de control asustado.

    —Sí... un... desastre, ¡Plof!

    El de control se llevó la pantalla hacia la boca, sus ojos estaban demasiado abiertos. A unos diez metros, el nota y la perra de los deportes de acción andaban en círculo uno frente al otro como luchadores en un ring.

    —No —dijo Keith—. No está muerto... se quedó atrapado. ¿Qué tiempo he hecho?

    El capullo de control le miró a través de sus gafas de nieve. —Tu... ¿qué... tiempo?

    —Sí —Keith dio golpecitos con el dedo en su reloj. —Tiempo.

    —¿Qué pasa con Geoff? ¡Tienes que volver y recogerlo!

    —Yo no tengo que hacer una mierda. ¿Tiempo?

    —Si está atrapado, podría estar herido.

    Keith asintió. —Es posible. ¿Tiempo?

    —¡No! Tenemos que rescatarle.

    Keith fingió que lo meditaba. —Si me dices el tiempo, quizá vaya a por él.

    —12:08.5 —dijo el capullo de control.

    —Genial —dijo Keith.

    Había mejorado otros catorce segundos.

    «Progreso, progreso.»

    Cogió un Gatorade y caminó hacia la furgoneta de Neteno aparcada a la sombra de una gran peña.

    —¡Hey! —dijo el capullo de control—. ¡Dijiste que ibas a recoger a Geoff.

    —Dije 'quizá,' —dijo Keith sin girarse.

    —Pero... ¡dijiste!

    —He cambiado de idea —dijo Keith sonriendo en la distancia.

    Oyó al capullo de control discutir con los capullos de los deportes de acción. Por el tono, le estaban diciendo que se fuera a tomar viento, por decirlo de un modo educado. Eso hizo reir a Keith aún más. Ellos lo habían pillado. Sabían que eran a los que la gente iría a ver. La pareja de moda. Siempre era bueno cuando la competición se hacía obvia.

    Porque, hey, nunca se sabe cuándo tu equipo de escalada puede tener algún problemilla. O cuándo alguien puede ir por delante de ti en la carrera dejando algunas sorpresas.

    Se acordó de Jimmy, tratando de convencerle de que dejara el show. Pero dejarlo era estúpido. Le pagaban por sentarse sobre el culo más de lo que podría conseguir fuera. Y estaba el gran premio: los treinta millones o lo que fuera que se suponía que iban a pagar ahora.

    —Una oportunidad entre cinco no está mal - había dicho Jimmy.

    —Una oportunidad entre cinco, demonios —había dijo Keith—. ... voy a ganar esto.

    —No puedes contar con ello.

    Pero Keith había sonreído. Iba a ganar. Lo sabía. Lo sentía. El resto eran blandos. Cuando se retrasaran por recoger a los miembros del equipo caídos, él avanzaría. Cuando discutieran sobre qué camino tomar, él estaría ya muy por delante.

    Eventualmente, Geoff consiguió al fín salir del risco y el capullo de control se paró a charlar con su pantalla. Geoff tenía los guantes naranjas por el polvo y su pelo se le pegaba en extraños ángulos por el sudor, pero parecía estar bien. Caminó despacio por la pendiente hacia la línea de meta con la cabeza baja y lanzando miradas hacia la dirección de Keith de vez en cuando.

    «Quizá abandone hoy con esa cara de llorón que lleva», pensó Keith sonriendo. «Si no es hoy, será pronto.»

29. Agenda

    —¿Qué demonios sabe Timberland sobre hacer trajes espaciales? —dijo Evan.

    Rebuscaba entre los documentos sobre su escritoro, ordenando y reordenando como si eso los convertiera en algo que quisiera leer. Se pasó la mano por la cara estirándola en una cómica máscara de fatiga y frustración.

    «¿Y qué más te da?», pensó Jere. «Tú tienes la parte fácil. Yo tengo que mantener funcionando este estudio en estos arrendados tiempos. Ya nadie cree nada de lo que hacemos y el mundo, para variar, está tranquilo.»

    No había gran cosa real para manipular. Las cosas se estaban poniendo aburridas. Y aburrido, para Neteno, no era bueno.

    «Y tengo que vender a estos capullos de segunda fila puesto que, parece, eres demasiado bueno para eso. Sólo envías las noticias que han salido de la agenda y luego te quedas mirando mientras los patrocinadores empiezan a pujar.».

    «Pues. Que te dén, Evan. Que te den muy mucho.»

    —Pagarán por hacerlo —dijo Jere.

    —Otro patrocinador de primera —dijo Evan con sarcasmo.

    —¿Qué, de pronto te preocupas por nuestros concursantes?

    Evan se encogió de hombros y se levantó para pasear. —RusSpace me ha respondido por fín.

    —¿Y?

    —Y estamos jodidos.

    Por un instante, la palabra no quedó registrada en la mente de Jere. Luego oyó la frase como un golpe físico.

    —¡Jodidos! ¿Qué demonios significa? ¿Que no van a hacerlo? No me digas que se echan atrás. No me digas que hemos lanzado un montón de mierda en órbita para que ellos puedan montar otro maldito hotel de saldo cuando nuestro mundo entero se...

    —No, no. Aún quieren hacerlo, pero va a costar tres veces de lo que pensábamos.

    El estómago de Jere creyó estar en una montaña rusa.

    «Tres veces.»

    Eso no podía ser. Habían tomado primas sobre el futuro valor del edificio de Neteno. Había vendido opciones del apartamento. Y el dinero importante ya se estaba enfriando. GM y Boeing se retiraron cuando la agenda llegó a la última página. De modo que quedaba Kia y Cessna para las Ruedas y las Cometas. Buenos nombres, sí, pero no los mejores. Quizá impulsara las puntuaciones ese poquito riesgo, esa oportunidad añadida.

    Evan asintió. —Sí, es un cóctel de mierda, de acuerdo.

    —No vamos a poder conseguirlo. dijo Jere. Su voz sonaba hueca y lejana.

    Evan se encogió de hombros. —Tenemos que conseguirlo.

    —No. No lo entiendes. No podemos. A menos que tú y papá tengáis toneladas de dinero guardadas en el culo, estamos fritos. RusSpace consigue barato su hotel orbital y nosotros no conseguimos nada.

    Evan quedó en silencio durante largo tiempo. Al fín: —No hay más dinero.

    Era el turno de Jere para quedar en silencio. Se mesó el pelo y paseó por la habitación. Alzó la vista hacia el letrero de Neteno, pero hacía mucho que se había reprogramado y vendido a otra compañía. Ahora sólo tenían grandes letras de plástico encendidas con LEDs, como todo el mundo.

    —¿Y cuál es el problema esta vez? ¿Nos mintió RusSpace de nuevo? ¿La fastidiaron? ¿Qué?

    —No —Suspiró—. Dick hizo el análisis. Por una vez, los diseños básicos parecen sólidos. Es la fase de pruebas lo que nos mata. Cinco módulos de descenso, cinco Ruedas, cinco Cometas, el gran paquete de los Retornos, una nave con una jodida centrifugadora, por amor de dios, maldición, ¡hay muchas cosas que hacer!

    —¿Y que hacemos?

    —Bajamos la escala —dijo Evan, sin mirarle.

    —¿Qué? ¿Bajar a tres equipos?

    —No. Bajar la escala de la construcción y las pruebas. Abandonar las cápsulas de reserva, por ejemplo.

    —¿Qué pasa si el equipo no consigue llegar hasta los Retornos?

    Una lenta sonrisa. —Dura captura, digo la tortuga.

    —¿Qué?

    —Es de antes de tu época. Si no pueden llegar hasta los Retornos, seguramente no pueden volver. Además, han firmado las renuncias.

    —Pero... ¿nos deja esto dentro del presupuesto?

    —No lo sé. Pero podríamos hacer más.

    Las tripas de Jere dieron un giro gigante, se retorcieron y se ataron.

    —¿Como el qué?

    —Saltarnos la prueba final de los Cometas y las Ruedas. De todos modos son un montón de telas y correas.

    —¿Y?

    —Dejar el rotador de la nave en la Tierra.

    —¿Cómo van a mantenerse en forma si no tienen gravedad?

    —Ponemos un lote entero de máquinas Stepmaster. Pueden hacer ejercicio y conseguimos otro patrocinador.

    Jere sintió que su almuerzo luchaba por regresar hacia arriba

    «¿Qué más podemos vender?», se preguntó.

    —¿Y?

    —Y eso nos podría poner en el camino. O eso dicen nuestros formalmente amigos comunistas.

    —¿Lo garantizan?

    —No están garantizando nada, pero creo que llegaremos al presupuesto con mayor probalidad si tiramos algo de lastre.

    «Lastre, dice. Sí, lastre. sólo un montón de equipo de seguridad. Nadie lo notará.»

    —Tenemos que tomar una decisión —dijo Evan.

    Jere se quedó mirándole. Ahora no había incertidumbre. No había duda. Ningún atisbo de humanidad en sus plomizos ojos.

    —No lo sé —dijo Jere.

    —Es esto o la Bancarrota. Lo has dicho tú mismo.

    —Estamos regateando con la vida de esas personas.

    —Alguien va a morir. Probablemente muchos alguien —dijo Evan en voz baja.

    —¿Se puede hacer limpiamente? —dijo Jere.

    Las palabras parecieron llegar de muy lejos, como si no fuera él quien hablaba.

    —¿Se puede hacer que parezca que nunca tuvimos planes para la centrifugadora, la reserva y demás?

    —Estoy seguro de que se puede arreglar.

    —¿Estás seguro?

    —Los rusos son algunos de los mejores manipuladores de datos del mundo. Oí que ayudaron al presidente con aquella pequeña indiscreción del año pasado, la que ya no se puede encontrar en Encuentra Media.

    Jere alargó el silencio. Evan le observaba con atención. En la ténue luz de la oficina, sus fatigadas facciones podían haber sido las del rostro de un demonio.

    —Hazlo —dijo en voz baja, finalmente, odiándose a sí mismo.

30. Pérdida

    La gente del restaurante Pizza de Bob del hotel Independencia miró a Patrice y a Jere con asombro. Nada de rápidas miradas laterales.

    «Y seguramente nos miran porque somos raros, no famosos», pensó Patrice.

    Jere vestía una chaquetilla de Armani y tejanos ultra lavados perfectamente descoloridos y nadie salvo él llevaba un optisor. A Patrice le hubiera gustado pensar que les miraban porque había salido en los Interactivos, pero ella llevaba dieciocho meses sin hacer nada y la memoria de la gente era corta. De modo que dedujo que les miraban por que ella era una de los colgados que saltaban por las rocas preparándose para algún show de Hollywood que no le importaba a nadie.

    —Lo siento —dijo Jere, mirando a su pizza.

    —¿Por qué?

    —Este sitio —dijo él—. me hubiera gustado llevarte a alguno mejor.

    —Es el único con juego de la ciudad, a parte del Samwiches.

    —Sí. Aún así —La miró con ojos hundidos y distantes.

    —¿Qué problema hay? —dijo Patrice.

    Jere intentó una sonrisa. —¿Cómo va el entrenamiento? - preguntó

    —No muy bien —dijo ella—. No me gusta Geoff.

    —¿Qué es un Geoff?

    —El genio.

    —Oh, ¿cuál de todos?

    —El del cartel de sandwich.

    Jere asintió. —Pensé que te había tocado con las lesbianas.

    —Sí, pero no les gusté. Dijeron que era lenta y me pusieron con Geoff.

    —¿Te ha dado Keith algún problema?

    Patrice negó con la cabeza. —No.

    Desde que la seguridad le había mantenido apartado no le había vuelto a decir nada.

    —Bien.

    —Deberías contratar a Damon Hur —dijo ella.

    —¿Por qué? —dijo Jere parpadeando.

    —Es un buen actor. Podríamos ser el equipo de actores.

    —¿Ahora te gusta Damon? —dijo sentándose recto.

    La miró del modo Oh, mierda que tienen los tipos cuando piensan que han quedado fuera de escena.

    Patrice sonrió y le cogió de la mano. —No. No tanto como tú. Sólo que haríamos buen equipo. Creo.

    —Oh.

    «Aún esa mirada.»

    —Jere, ¡no tienes que preocuoarte por mi!

    «Mirada neutral.»

    —Aunque tengo otra oferta —dijo Patrice—. Es realmente buena también. primer puesto en Corrupción en Salami. Me dan cobertura frontal y entrada en anuncios y beneficios.

    Ella no podía resistirse. Quería ver a Jere mover la mano y decir: No, ¡no puedes hacer eso! ¡No lo hagas!

    Era fácil de provocar.

    Pero esta vez sólo bajó la mirada. Pareció que iba a decir algo pero no salieron palabras.

    —¿Jere? —dijo ella.

    —Quizá deberías aceptarlo —dijo Jere en voz baja y distante.

    Patrice se sorprendió. —¿Qué?

    Jere alzó la vista. Sus ojos estaban húmedos.

    —He dicho que quizá deberías aceptarlo. Parece una oferta estupenda. Es un título Gen3, ¿no?

    El corazón de Patrice se aceleró.

    —¡Para de bromear!

    —No bromeo. Deberías aceptarlo.

    —Jere, esto no es gracioso.

    —No estoy bromeando.

    Patrice rompió a llorar. —¡Sí que lo estás! ¡Sí que lo estás! - Golpeó la mesa con los puños dos veces. La gente les miraba, ella podía sentirlo en la nuca.

    —Patrice, ¿qué te pasa?

    —¡Eres, eres! ¡Se suponía que era un chiste!, ¿sabes?

    —Entonces, ¿no tienes otra oferta?

    —¡Sí! ¡La tengo! Las recibo a montones. ¡Pero no las quiero! Son sólo para fastidiarte. Te estoy fastidiando, ¿no lo ves?

    Las lágrimas fluyeron libremente y Patrice rebuscó algún pañuelo en su bolso.

    La cara de Jere quedó como si alguien le hubiese colocado en la frente una taladradora: boquiabierto, con los ojos entornados mirando en todas direcciones, como si contara moscas imaginarias revoloteando frente a él. Se levantó de pronto de la silla y fue a rodearla con sus brazos. Patrice se encogió de hombros para eludirle y se levantó, dando algunos pasos atrás.

    —¿Hablabas en serio? —dijo Patrice—. ¿Querías que hiciera Corrupción en Salami?

    Jere quedó de pie con los brazos extendidos como si no supiera que hacer con ellos.

    —Sí —dijo él—. Hablaba en serio.

    —¿Por quéee? - rompió a llorar desconsoladamente y le costó hablar. —He intentado... entrenar duro en los recorridos y... acaban de traer esas cosas rodantes y...y, siempre se caen en pedazos y sé que... no soy la mejor... pero... estoy mejorando. ¡Lo estoy intentando! - Le miró llena de lágrimas y golpeó el suelo con el pie: —¡Lo estoy intentando de verdad!

    Los ojos de Jere se llenaron de lágrimas. Ella observó cómo una le resbalaba por la mejilla y desaparecía rápidamente bajo la barbilla.

    «¿Por qué está llorando? Esto no lo entiendo», pensó ella.

    —No es lo que.. —dijo él.

    —Entoces ¿Qué es? ¿Por qué estás llorando?

    Jere se secó las lágrimas, luego bajo la vista al suelo.

    —No puedo... no puedo dejar....que pierdas más oportunidades.

    —¿Qué? - sonaba como si Jere fuera a decir algo más.

    —Acepta el curro —dijo Jere.

    Patrice se sintió muy fría de repente. Las lágrimas le habían dejado las tablas a la indignación.

    —No puedo creer que estés diciendo esto.

    —Yo... Patrice... aún podemos estar juntos.

    Ella vio como volaba su tarjeta de: La única actriz que ha estado en Marte. Vió volar el dinero, una cantidad decente de dinero. Vió volar todos los patrocínios y empleos y bolos y merchandising.

    —¿Y si quiero quedarme? —dijo Patrice fría y amenazante.

    —No creo que debas dejar pasar esta oportunidad.

    «En otras palabras. Que te den, Patrice.»

    Lo que explicaba por qué quería él llevarla a un restaurante más elegante. Lo que explicaba por qué había recorrido él todo este camino hasta allí para verla.

    —Ya veo —dijo Patrice.

    —Yo... Patrice, esto no cambia nada entre nosotros.

    —Eso es lo que tú te crees —dijo ella.

    Se giró, caminó despacio y salió de la pizzería. Dejando a Jere a la mirada de los locales.

    «Que te dén, Jere», pensó ella. «Que te den hasta el infierno.»

31. Omisión

    Los espectros llegaron una mañana lluviosa de Noviembre, menos de tres meses antes del lanzamiento. Jere aún estaba tratando de convencerse de que anunciar el show en Agosto sería mejor que en Febrero y de que el resto de cadenas mostrarían reposiciones o material reeditado contra su nuevo y brillante programa

    Los patrocinadores estaban menos emocionados porque, no importaba cómo lo sirvieras, había menos acceso en verano. La gente estaría de vacaciones, haciendo cosas aquí, en el buen viejo planeta Tierra, y no les importaría lo que pasaba a cientos de millones de kilómetros de distancia. De modo que ahora, un montón de patrocinadores quería niveles de acceso garantizados o puertas traseras o mejores posiciones o lo que fuera.

    Jere tardó unos quince segundos en notarlo. Papá entró corriendo a su oficina con los ojos como platos y se sentó en una de las sillas frente a la mesa de Jere.

    —Tenemos una reunión —dijo Ron.

    —¿Qué?

    Ron lanzó una rápida mirada hacia la puerta: —No me eches. Necesitas un testigo.

    Luego, a voz en grito: —Al infierno con los patrocinadores, déjales llorar por los precios.

    —¿Papá?

    Su padre le lanzó una mirada desesperada de ojos grandes, tenía pequeñas perlas de sudor en la frente.

    Una mano helada agarró a Jere por el estómago.

    —Sí —dijo Jere—. Déjales quejarse.

    Papá asintió, sonriendo siniestramente.

    Los dos hombres fueron a salir por la puerta de la oficina. Pero no pudo ser pues había dos de ellos esperándoles.

    Llevaban trajes azules indistinguibles y corbatas negras baratas. Sus ojos eran duros, inertes e inmóviles, como si hubieran visto todo lo que Ron y Evan habían tramado. Pero eran jóvenes, de unos veinte. Ambos tenías optisores negros y unos pins dorados holo-móviles que brillaban y parpadeaban. Bajo el holo se leían las letras:

    G-EEUU OMISIÓN.

    «Oh Cielo Santo», pensó Jere.

    Se esforzó en mantener una expresión neutral.

    —¿Sr. Gutiérrez? —dijo uno de ellos avanzando y mostrando su ID.

    Jere lo miró. Era uno de esos elegantes holo que hoy en día trataban de venderle a todo el mundo, pero este tenía un logo grande de la NASA y un discreto ojito al lado. Jere no vio el nombre.

    —Sí —dijo Jere.

    El Agente #1 se giró hacia su padre. —¿Y usted, señor?

    —Soy Ron.

    —Ron...

    —Gutiérrez.

    —Ah. El padre. No sabíamos que tenía usted parte en esto.

    —¡Entonces no están haciendo una investigación, joven!

    Hubo silencio. El Agente #1 se giró hacia el Agente #2. #2 extendió sus labios hacia afuera: —Nuesta discusión es con Jere Gutiérrez.

    —Y conmigo —dijo Ron.

    —Tenemos la capacidad para alejarle de esto.

    —¿Porque soy un muy peligroso anciano?

    Los Agentes cruzaron miradas. —Se puede quedar.

    Jere soltó el aire.

    «Hazte el simpático, recuerda. Aunque sea tu principal competidor.»

    O, en este caso, aunque puedan hacerte desaparecer.

    Jere les hizo pasar a la oficina y se sentó en su silla. Ron se sentó a su lado.

    —¿Quieren tomar asiento? ¿Café?

    El Agente #1 se sentó. El otro siguió de pie.

    —¿De qué trata todo esto? - preguntó Jere.

    —Su programa. Ganar en Marte.

    —¿Por qué?('El humor define al individuo.") —¿Les gustaría ser un patrocinador?

    Sin reacción. Ni una mirada. El Agente #1 dijo —No habrá programa.

    —¡Qué! —dijeron Jere y Ron al mismo tiempo.

    Ron se levanto y Jere le volvió a sentar con una mano.

    El Agente #1 los miraba con expresión neutral: —No permitiremos el lanzamiento.

    Ron soltó una carcajada: —Ya hemos enviado todo lo necesario para el ensamblado. ¿Cómo van a detenerlo exactamente? ¿La lanzadera de pasajeros? ¿Van a cerrar RusSpace, también? ¿Sobre territorio ruso?

    —No. Enterprise no lanzará o hará maniobra.

    —¿Qué? ¿Por qué? —dijo Jere.

    —Enterprise sería un arma de terror efectiva si cae sobre una ciudad.

    —¿Un arma de terror? —dijo Jere.

    —¡Eso es una estupidez! —dijo Ron—. Vamos a solucionar todas las dificultades de montar una nave en órbita para traerla de nuevo a la superficie? ¿Por qué no lanzar una bomba desde tierra, simplemente?

    El Agente #2 se permitió una leve sonrisa. —¿Y tiene acceso a una bomba?

    —¡No! ¡Por supuesto que no!

    —Aún así, reconoce usted la amenaza que implica.

    Ron se puso rojo.

    —¡No! ¡No sea estúpido.

    El Agente #1 alzó una mano.

    —Tiene usted que reconocer la posibilidad de que alguien pueda tomar el control de Enterprise. Si se vuelve contra los EEUU, ¿Qué tamaño cree usted que tendría el cráter que haría, digamos, en Washington DC? ¿O en Nueva York?

    La cara de Ron se empezó a hinchar: —¡Eso es una... idiotez!

    —¿Qué desean? - preguntó Jere.

    —Queremos prevenir un posible ataque contra los Estados Unidos.

    Ron asintió, entendiendo de pronto, con el brillo en los ojos: —China.

    —¿Perdone? —dijo el Agente #1.

    —China está molesta con nuestro programa, ¿verdad? No quieren perder la cara porque dijeron que irían a Marte y no lo hicieron. ¡Y ahora una pandilla de miserables capitalistas lo va a hacer para un programa de TV!

    —Lineal de Acceso Libre —Jere no pudo evitar decirlo.

    —Lo que sea. Apuesto a que es eso, ¿me equivoco? - concluyó Ron

    El Agente #1 se encogió de hombros: —Su opción es especular.

    —Pues ¿Qué es lo que quieren? —dijo Jere.

    El Agente #1 parecía educadamente confuso: —Me temo que no entiendo.

    —¿Cómo lo lanzamos? ¿Qué quieren de nosostros para hacerlo posible?

    —Que no lo lancen —dijo el Agente #2—. No hay negociación.

    El Agente #1 se inclinó hacia delante. —Sin embargo, si nos cede el program a nosotros, les daríamos conocimiento apropiado sobre su papel en esta empresa.

    —¡No podemos hacer eso! —dijo Jere.

    —No estamos ofreciendo una negociacion —dijo el Agente #2.

    —¿Qué pasa con nuestros patrocinadores? Vendrán a por nuestras cabezas. ¡Demonios, la Organizatsiya vendrá a por nuestras cabezas también! No podemos entregárselo así por las buenas

    —Estoy seguro de que podemos hacer un trato con los rusos. Comparten nuestro compromiso en la eliminación del terrorismo.

    Jere dejó caer la espalda en la silla. Omisión podía hacer casi todo lo que quisiera si lo llamaban terrorismo. Podía llevarles a Jere y a Ron ahora mismo y nunca se les vería de nuevo, si así lo decidía. Podía requisar todo el edificio pieza por pieza. O cosas peores.

    Aceptar su oferta podría ser la mejor apuesta. Por supuesto, tenían que incluir a Evan en la decisión, pero quizá había algún modo de beneficiarse de ello. El gobierno tenía los bolsillos más profundos de todos. Quizá podrían darle un giro al asunto.

    —¡De ninguna maldita manera! —dijo Ron.

    Su cara ya estaba casi púrpura. Se levantó de la silla y se acercó a encararse con el agente sentado. El que estaba de pie se puso tenso pero no se movió.

    Ron empujó con el dedo índice al Agente #1 en el pecho: —¡Nosotros no vamos a Marte a plantar banderas!

    —Papá...

    —Cállate —dijo en mortal voz baja sin mirarle.

    —¿Es que los jodidos peregrinos vinieron a plantar jodidas banderas? —dijo Ron—. ¡No! ¡Vinieron para huir de capullos burócratas como tú! Vosotros capullos tuvísteis vuestra oportunidad. ¿Cuántos miles de millones os dimos? ¿Y Qué hemos sacado de ellos? ¡Que nuestros coches lunares acaben en museos chinos! Y un montón de oxidado hardware estrellado en Marte. Gracias. Muchas gracias. ¡Ahora nos toca a nosotros!

    Jere observaba a su padre boquiabierto. Estaba congelado en el sitio. Su mente alucinaba.

    «Estamos muertos. Quizá podamos coger algún vuelo a... ¿adónde vamos...?»

    —Van a arruinar sus vidas por esto? - preguntó el Agente #1—. ¿Por este reality show? ¡Es sólo un negocio publicitario! ¡Un Lineal!

    —¿Lo es? - respondió Ron.

    Jere miró a Ron y pensó que se había vuelto loco. Le recordó a los profetas energizados por la gracia de Dios.

    El Agente #2 avanzó un paso rápidamente y puso la mano sobre el hombro del Agente #1. Se inclinó y le susuró algo en el oído. El Agente #1 asintió y se levantó. Ambos se encararon con Ron.

    —De modo que, ¿se niegan a ceder el prograna según las directivas de GEU Omisión?

    —Sí —dijo Ron.

    Los dos se giraron para mirar a Jere. —¿Tambíen habla por usted?

    Jere miró a su padre. Ron le devolvió la mirada, contínua, intensa. Jere asintió, un rápido gesto.

    —Sí —dijo Jere.

    Los agentes quedaron de pie durante un rato con expresiones neutras. Jere no podía soportar mirarles.

    —Fuera de aquí —dijo Jere.

    Los agentes se giraron y salieron en fila. Ron alzó la vista hacia Jere con el fantasma de una sonrisa en su cara.

    —Hemos hecho lo correcto —dijo Ron.

    «Espero que tengas razón, papá», pensó Jere. «Espero que sepas lo que estás haciendo.»

    «De lo contrario, los dos estamos muertos.».

32. Rueda

    Mike Kinsson rebotaba por la Movie Trail Road del exterior del Independence, subido dentro de algo que parecía una rueda para hamsters envuelta en celofán. Mike había visto a los turistas y locales carcajearse y señalarles mientras rebotaban de carril a carril. Se preguntó si sabían el sentido que tendría su vehículo en Marte, donde no tenían ni idea del tipo de terreno que iban a encontrar. Aunque tenía que admitir que, seguramente, estaba ridículo.

    Y era bastante incómodo. Junto a él, Juelie Peters y Sam Ruiz agarraban sus arneses aterrorizados con cada impacto y tirón que se transmitía directamente a través del esqueleto de sus perchas. El motor de hidracina que iban a usar se había remplazado por un motorcillo de gasolina que zumbaba como un insecto gigante en el oído.

    Y, por encima de todo aquello, su milagroso polímero antipolvo estaba, de hecho, atrayendo el polvo que se despegaba de las rocas cuando pasaban por encima. Ver el exterior se ponía más y más difícil según botaban.

    Mike intentaba ahora pasar la cabeza por fuera del anillo de giro para tener una mejor vista del camino que estaban siguiendo. No podía estirarse lo suficiente y suspiró.

    «Bueno, el camino de tierra no debe de ser muy diferente del que hemos recorrido.»

    Subieron una pendiente y cogieron un breve momento de aire.

    —¡Hey! —dijo Sam—. ¡Ten cuidado!

    —Lo sé, lo sé —dijo Mike apretando el freno para reducir el descenso de la colina.

    La lluvia había abierto canales profundos en mitad de la pista. Mike desvió la rueda hacia el lado izquierdo de la carretera.

    «Le estoy cogiendo el truco a esto», pensó.

    Chocaron contra una pequeña quebrada donde un arroyo cruzaba el camino. Hubo un gruñido metálico que Mike creyó que provenía del motor.

    Lo siguiente que Mike sintió fue caer hacia un desastre arrugado de láminas de plástico y alumumio abollado. Ocurrió tan rápido que nadie pudo reacccionar. Mike apartó las manos cuando el codo de un brazo de aluminio salió disparado hacia él.

    Mike cayó al suelo llevándose el codo dentro de su estómago. Explotó el dolor. Juelie gritó. Sam Ruiz maldijo. El motor de gasolina zumbó durante un rato hasta que se embragó y se detuvo.

    De pronto, hubo silencio, salvo por el suave roce de las láminas de plástico. Mike rodó sobre el costado con las manos en la barriga. Sobre él brillaba un cielo azul plasticoloreado de gris suciedad.

    Bajó la vista a su barriga esperando ver un codo de metal sobresaliendo de ella. No había nada. Se levantó la camiseta y vio una pequeña marca roja. Eso fue todo.

    —Eso se te va a poner morado mañana —dijo Sam desenganchando su arnés. Había salido del accidente sin caer al suelo siquiera.

    —Juelie —dijo Mike.

    Ella estaba de rodillas con las manos apoyadas en el suelo y aún sujeta por su arnés.

    —Viva —dijo ella.

    —¿Quieres ayuda? - preguntó Mike.

    Una mirada. Un destello.

    —No de tí —dijo ella.

    Sam sonrió maliciosamente a Mike y fue ayudar a Juelie a levantarse. Sam era uno de esos tipos atléticos de cara sacada de una Guía Interactiva de Cirujía Plástica para parecer el hombre perfecto. De modo que a Mike no le sorprendió.

    —Oh, mierda, ahora sí estoy preocupado —dijo Sam, saliendo de la pila de escombros, guiaba a Juelie de la mano.

    —¿Qué quieres decir? —dijo Juelie.

    —Mike está preocupado.

    —No lo pillo.

    —Si un Creyente Real está preocupado, yo debería estar preocupado también.

    —¿Ah? —dijo Juelie, confusa.

    Sam la ignoró. Dejó caer la mano y fue hacia Mike: —¿Estás preocupado?

    —Ésta es la segunda vez que nuestra Rueda se desploma —dijo Mike.

    —Pues volvemos caminando.

    Aún había tres kilómetros desde el punto de recogida y diez más hasta el exterior del Independence. Pero no era eso lo que inquietaba a Mike.

    —¿Y si se rompe en Marte? —dijo Mike.

    —Dijeron que estos estaban hechos para la tierra, con más volumen.

    Mike asintió.

    ' ¿Y si caen en una grieta y la Rueda nos deja varados en Marte?"

    El chisme era un espacio con tensiones internas. Un enlace débil y todo se venía abajo.

    —Si se rompe en Marte, estamos acabados. No hay camión al que regresar andando.

    Sam se asustó. —Vendrán a recogernos.

    —No. No vendrán. Ya has visto los planes. No hay recogida.

    —¡Pero tienen que recogernos! - Juelie cruzó los brazos.

    —No. No tienen.

    —Podemos arreglarla —dijo Sam.

    —¿Con qué

    —Pues... mierda, tendrán que darnos cinta de embalar o algo —dijo Sam.

    —No creo que eso sirva de mucho —dijo Mike.

    Ellos no comprendían. Nunca comprenderían que había una posibilidad muy real de que todos murieran en Marte.

    Esa fue su ültima conversación con sus padres. quienes se habían señalado ellos mismos como los Recolectores Oficiales de las Noticias Negativas sobre Ganar en Marte. Cada conversación telefónica terminaba brevemente después de decir: —Oh, sí, y no sé si has oído que...:..Neteno está en problemas financieros......los rusos han tenido su primer accidente orbital que sólo ha matado a uno de su equipo.....hay rumores de que Omisión va a controlar Ganar en Marte...

    —¿Qué intentas decir? - preguntó Juelie.

    Mike apartó la mirada: —No intento decir nada.

    —Dice que si la Rueda se rompe en Marte, estamos muertos.

    Hubo silencio durante un rato. Juelie avanzó hacia Sam.

    —Mike intenta asustarnos —dijo ella mirándole —Quieres ser como ese Paul. Quedarte el premio para tí.

    Mike les miró sin saber qué decir.

    —¿Es eso? - preguntó Sam.

    —¡No! —dijo Mike—. No sería capaz de montarlo todo a tiempo. ¡Keith Paul es un oso!

    —Así que, ¿lo has pensado

    —Hasta ahora no, ¡no!

    Sam retrocedió hasta Juelie y pasó un brazo por su cintura. Ella se inclinó hacia él y miró a Mike.

    —Mira. Sólo quiero que ganemos. Para ganar, tenemos que seguir vivos —dijo Mike.

    Juelie y Sam intercambiaron miradas y se relajaron visiblemente: —Pues, ¿qué hacemos? —dijo Sam.

    «Podría ofrecerme a ayudarles con el diseño», pensó Mike.

    Excepto por el único pequeño detalle de que él no sabían nada de ingeniería mecánica. Pero Sam y Juelie eran suficientemente incultos para pensar que, dado que él era un técnico, seguramente podría ser ütil.

    «O podemos decir que le den, meter en la maleta un rollo de cinta de embalar de baja temperatura y arriesgarnos.»

    Pero tampoco les gustaría escuchar eso. Ellos tenían planes para sus vidas como tener niños, salir a cenar y gastar los treinta millones que iban a ganar con fiestas para los amigos y familiares, volando a lugares de moda en Francia y Nueva York y Acapulco. No querían oir nada que pudiera interrumpir esa clase de sueño grandioso.

    «Pero son los exploradores los que son recordados», pensó Mike.

    La gente que hizo la diferencia. Colón, no la gente que le financió. Lindbergh, no la gente que construyó su avión. Armstrong, no el Control de Misión. Edison, no los millones que hizo. Einstein, no la gente que usó su física.

    Pero tampoco entenderían eso.

    «¿Lo entenderías tü?, ¿morir en un cielo alienígena?»

    —No lo sé —dijo él, finalmente.

    Caminaron hasta el punto de recogida en la luz baja del sol de la tarde que lanzaba sus sombras ante ellos como si fueran gigantes.

33. Libertad

    Cuando Omisión volvió, fue con dos sonrientes ejecutivos de la NASA y su propio personal de cámaras. Les seguían ciento cincuenta mil personas que infestaban las calles de Hollywood en bicicletas, coches, motocicletas y a pie, sosteniendo pancartas que decían ¡Enterprise Libre! y ¡NO somos comunistas! y ¡Nuevas fronteras, no nuevos omisiones!.

    Y por supuesto: ¡LA NASA APESTA!

    Jere, Ron y Evan no podían evitar sonreir entre ellos. En el plazo de un día, el vídeo de Ron del zarandeo de la NASA/Omisión se había publicado en mil tablones de mensajes y diez mil blogs. El vídeo que Omisión había tratado de agarrar de los ojos de Ron.

    «Pero Hollywood gana de nuevo», pensó Jere.

    El dinero que habían invertido en encriptado, gestión de derechos y protección del red, había dado su fruto al final. Las redes de Neteno se habían ralentizado durante algunas horas después de la reunión, mientras repelían el ataque de Omisión. Pero los datos del viejo ojocámara de Ron estaban seguros.

    Dejaron que Omisión pensara que habían borrado el vídeo. Luego lo enterraron en un viral sobre la muerte en los deportes extremos y sembraron la red mundial.

    El vídeo original casi puso de rodillas a la red AV IM. en los EEUU, Japón, Francia, Rusia, y algunas partes de China. Un millar de intelectuales conferenciaba sobre El Nuevo Stalin, La Nueva Cara de la Censura, sobre el hecho que la Constitución había pavimentado desde hacía mucho tiempo, sobre la Fundación Enterprise Libre del país y la Toma de la Nueva Frontera.

    La Nueva Frontera había llegado al corazón de la audiencia como una diatriba bien expuesta que apoyaba la sanidad socializada en una reunión de Republicanos Reformados. Los Supervivientes pulían sus armas y se unían a los Sierras y Apalaches para manifestarse en los casi olvidados silos de misiles de Nebraska. La TrekCon 21 se había convertido en una enorme caravana que convergía en Sacramento, atrapando senadores en sus edificios, demandando la separación del gobierno para que Neteno pudiera resolver sus negocios. Estuvieron allí tres días, reuniendo aún más participantes de todo el país. Más de un millón de personas: algunos en monos de trabajo y barbas incipientes armados con recortadas; otros vestían uniformes Klingon; había escritores de ciencia ficción de los que se hablaba poco, amas de casa en SUVs, hombres de negocios que trabajaban en la ingeniería espacial y de aviación, aún con ese brillo de aventura, descubrimiento y progreso en sus ojos.

    En tres días, se publicaron dos lemas en más de diez milllones de sitios web. Se pegaron en los parachoques de los coches, colgaban de los extractores detrás de las ventanas: Enterprise Libre y —Dadnos Nuevas Fronteras.

    Una semana después de que el vídeo llegara a la red, Jere recibió una discreta llamada de un mandamás de GEU Omisión. El mandamás le hizo una muy generosa oferta. Jere la rechazó educadamente y le presentó su contraoferta.

    Al día siguiente, recibió otra llamada y Jere vendió educadamente el principal patrocinio de la misión por un precio mayor que la cantidad de pasta que habían recaudado hasta la fecha. El lanzamiento seguiría adelante según lo planeado. Jere y Ron y Evan aún eran los accionistas mayoritarios. Las únicas diferencias reales eran que habría un observador de la NASA presente en el lanzamiento con algunos interferómetros y equipo de medición de la Agencia y que habría otro logo añadido a la nave y los trajes.

    Jere observó a Evan y a Ron cuando el pregonero de la NASA habló sobre el —Nuevo Consorcio con los Negocios - y lo maravillosa que era esta oportunidad. La segunda mejor parte fue que la NASA lo filmó todo bajo el nuevo gran letrero de Neteno delante del edificio.

    «La mejor parte..», pensó Jere «...fue que era real. Real. Verifiable y que la estrella de Neteno se elevaba una vez más.».

    E incluso podrían estar haciendo un servicio público. Los de derechas y los de izquierdas hablaban ahora sobre que la Nueva Prensa fuera el contrapeso a Omisión. Y la multitud parecía feliz, saciada, aliviada. Como si pensaran: —Bien. Bien, aún tenemos el poder, aún vivimos en un gran país libre.

    —Nos llena de orgullo y satisfacción ser capaces de apoyar esta empresa y pedimos disculpas por cualquier malentendido que hayan causado nuestras interacciones previas —dijo el pregonero—. Por menos del coste de un único aterrizador robótico planetario, vamos a enviar la primera misión tripulada a Marte. Con esta misión, hemos dado un nuevo salto por delante de los chinos y los rusos. Vemos esto como un modelo para la futura exploración del espacio: GEU Omisión y la industria privada, trabajando codo con codo para alcanzar nuestras metas.

    Algunos aplausos, algunos abucheos, algunos silbidos, pero estaba hecho. Habían vuelto al sendero. Incluso consiguieron sus ganchos publicitarios: Enterprise Libre y Contra las Fronteras. Ambos realmente pegadizos a lo grande, sonando por toda la red. Algunos estudios incluso fletaban ideas para programas competitivos.

    «Así que ahora es más que un juego», pensó.

    Era una demostración de algunas de las cosas que la gente necesitaría hacer para conquistar el planeta rojo. O, al menos, ellos lo mostraban de ese modo.

    Miró a su papá. Había aceptado el mayor de los riesgos. Si Omisión hubiese descubierto su vídeo, seguramente estarían los dos en una muy pequeña celda en una muy remota parte del país ahora mismo.

    «Jodido fanfarrón», pensó Jere.

    Pero era un pensamiento en voz baja. Por ahora, al menos, su papá estaba bien.

    No como Evan y su dura mirada congelada. Para él, todo seguía siendo un juego.

    Un juego en el que se jugaba duro y el ganador se lo llevaba todo.

34. Cometa

    Nandir Patel imaginaba que volar su Cometa sería algo similar a estar suspendido sobre el desierto en un planeador. Había visto películas de los planeadores y siempre había querido probar uno. Pero ello implicaba restar tiempo dedicado a la compañia para la formación, para los vuelos de prueba, para la selección del mejor aparato, para empaquetarlo y llevarlo al pie de las colinas, para una hora o dos de vuelo silencioso. Su tiempo valía más cuando trabajaba en software o trabajaba en la compañía. Y eso era lo que importaba. Luego, podía respirar aliviado, coger un respirador, aprender a planear, escribir una novela o simplemente, sentarse en Peet's y beber té todo el día, meditando y esperando el día en que apareciera la mujer perfecta.

    Pero no esperaba ser transportado en avión hasta El Segundo, y colgado en una pequeña habitación cilíndrica azul en la esquina de un gran edificio de baldosas de hormigón. Percibió que también tenía una rueda de peldaños debajo, puesta en el suelo.

    —¿Prueba de vuelo? - les preguntó.

    —Sí.

    La mujer que le había amarrado vestía una camiseta blanca con el logo desgastado de Moto Robotics sobre pantalones tejanos azules apretados. Un largo cabello pelirrojo le caía por la espalda.

    —¿Técnica?

    —Ingeniera —dijo ella.

    —¿Simulación?

    —Parecido —dijo ella.

    Ella empezó a explicarle que el modelo de la Cometa sólo era a escala 1/4, así que podían encajar en el túnel de viento controlado barométricamente. Reducían la presión hasta los niveles marcianos, recorrían el túnel y usaban la respuesta de fuerza del modelo para darles medidas de control realistas para sus arneses a tamaño real.

    —¿Compañero de equipo?

    Una rápida sonrisa. —Simulado.

    —¿Sin modelo real?

    —No se puede. Hay demasiado aire en la Tierra, los datos no tendrían sentido. Otra opción es volar en la estratosfera, pero entonces tendrías que llevar traje espacial.

    —Netenotraje —dijo Nandir, recordando cuando se había probado el chisme.

    Sería feliz si no tuviera que llevarlo nunca más. Cuando se lo puso por primera vez, pensó: «Oh, hey, no está mal, es como ropa interior grande». Pero cuando activó el tejido, sintió que lo aplastaba como una serpiente hasta la muerte. Los genitales quedaron sujetos en un abrazo mortal. Podía sentir el catéter hundiéndose en su entrepierna..

    «Y se tiene que llevar esto durante días enteros en Marte», pensó.

    No estaba deseando hacerlo, precisamente.

    —Pasa un rato agradable —dijo la ingeniera pelirroja y saludó desde la puerta.

    Nandir respondió al saludo.

    La habitación quedó a oscuras, luego se iluminó de nuevo. Esta vez con una inmersiva de Marte. Nandir sonrió: era buena. Realmente buena. La ilusión casi no tenía costuras excepto por algunas luces donde la pared vertical encontraba el techo y el suelo. Si miraba recto y hacia adelante, podía imaginar que estaba suspendido sobre el planeta. Rocas naranjas y áridas debajo y cielo rosa encima.

    —Empezaremos la simulación ahora —dijo la voz de la mujer—. Primero lo haremos en estado contínuo, después el aterrizaje y al final el despegue.

    Llegó el zumbido de un motor a través del altavoz. Nandir supuso que sería para simular el sonido de su motor de hidracina. El suelo se desenrolló rápidamente bajo él y el marco aéreo se volvió vivo en sus manos.

    Nandir tiró de la barra de control hacia arriba, hundiendo el morro de la Cometa. El suelo se elevó hasta encontrarle. De prisa, lo hizo subir. La Cometa dio un tirón ascendente. Él no veía nada salvo el cielo. Luego, el aparato se inclinó hacia abajo y no vio nada salvo el suelo aproximándose rápidamente.

    Se detuvo con un cómico sonido de colisión.

    —¡Cuidado! —dijo la ingeniera—. Tienes que ser muy gradual con las entradas de control. Vuelas demasiado rápido y bajo para conseguir empuje vertical, recuerda. No hay mucho margen para el error.

    —¿Control automático? —dijo Nandir—. Limitar entrada a parámetros predefinidos.

    Una carcajada. —Ah, ya. Tú eres el programador. Bien pensado, programador, pero asumes que tenemos servos. Esto es entrada manual sin intermediarios. Tienes que ser prudente.

    —Oh.

    —Bueno, vamos a intentarlo de nuevo —dijo ella, y el suelo se desenrolló debajo de él.

    Nandir, eventualmente, cogió el truco de los controles y el extremadamente ligero tacto que requerían. Cuando se acostumbró a ellos, los hizo aterrizar. Después de estrellarse siete veces, al fín fue capaz de llevar el aparato suavemente hasta el suelo. El arnés descendió con él, permitiendo a sus pies correr por la rueda de peldaños. Ésta se movía demasiado rápido para él y perdió base tres veces más antes de conseguir un aterrizaje exitoso.

    —No está mal —dijo la ingeniera.

    —¿Comparado con?

    —Mejora la media —dijo ella—. Eres el primero. El resto de tus amigos viene más tarde.

    Comparado con el aterrizaje, despegar era relativamente sencillo. El único truco era que había inclinar el impulsor del motor pues tenía que estar totalmente hacia arriba para tener suficiente empuje para despegar. Cuando finalmente consiguió eso, Nandir fue recompensado con una ronda de aplausos por el altavoz.

    El capullo convicto era el siguiente. Miró a Nandir cuando entró caminando en la pequeña habitación. —¿Esto es volar? - preguntó.

    Nandir sonrió. —Esto, señor, es volar.

    Otra mirada. Nandir salió de la habitación con la cabeza baja, escondiendo las risas.

35. Popularidad

    EstanocheFiesta punto com era uno de los supervivientes de la era dorada de la televisión, de modo que Jere la suponía apropiada para aparecer allí. Aunque aún le parecía extraño.

    EstanocheFiesta era donde los recientes famosos y la gente importante iba para que el perpetuo e intemporal Jay Leno los retorciera un poco. Jere se preguntaba cuántos extraños tratamientos había atravesado el hombre en el último par de décadas, cuántas zancadillas había recibido del país y cuántos pelos de su familiar salpimentada cabellera no estaban hechos de fibra sintética.

    «No debería haber venido», pensó Jere mientras el tipo de maquillaje trabajaba con él en el pequeño camerino.

    Aunque quizá debería. De camino a su estudio, había pasado junto a un mural de Marte pintado por los locales con pintura UV-activa que brillaba y tomaba formas con las luces HID de su Porsche. En la macropantalla de Hollywood y Vine, las promos de Ganar en Marte persiguían la calle en todas las pantallas gigantes. Sus audisores le susurraron que el Espiritu de Marte de Ho-Man se reproducía en aquel momento en el canal de Hip-Hop Ligero-Y-Positivo y el nuevo tema de Daves Jodido Marte sonaba en canal Mashup de la redes Sólo-Adultos.

    Era como había dicho Evan. Justo como lo mostraban las gráficas. Habían conseguido algo más que tocar un nervio. Habían llegado hasta la conexión en vivo. El mundo giraba en torno a Marte por aquel breve intervalo de tiempo. Parte de ello era, seguramente, su famoso vídeo de Omisión: veintiuno punto cinco mil millones de visualizaciones y seguía aumentando. Pero era más que eso. Jere consultó la fanmedia de Neteno y se estremeció. Las amas de casa gritaban a científicos de la NASA, que eran afeitados por turnos por adolescentes de diecinueve años llenos de tatuajes animados. La implicación estaba fuera de escala. Había más de mil setecientos sitios dedicados a seguir el progreso de Enterprise en Marte. Los metrajes de su construcción orbital por etapas se podían ver en las pantallas de cien millones de ordenadores de mesa. Proctor y Gamble había comenzado a hacer promociones basadas en Marte aun cuando no era un patrocinador.

    «Si se mueren, estoy jodido», pensó Jere. «Olvídate de los rusos.»

    No habría lugar sobre la Tierra donde se pudiera esconder. Soltó una breve risita al imaginarse a sí mismo intentando convencer a los rusos para que le enviaran a Marte.

    El tipo del maquillaje terminó su rutina. Cuando le llevaron al escenario, Jere se asombró. Tenía acabados en rojos cálidos y sugerentes tonos tierra, y el familiar paisaje urbano se había remplazado por un mural gigante de Marte desde la órbita proyectado contra un fondo de estrellas brillantes. El rojizo planeta se reflejaba en el suelo del escenario.

    Antes de darse cuenta, ya estaban en directo y en el aire. Jere resistió la entrada, la breve introducción y la pulla de cómico: —¿qué?, como vosotros, mejicanos, habéis tomado el control de LA, ¿vais a seguir con Marte ahora?. Luego Leno se puso serio.

    —Bueno, ¿sabíais lo que estabais haciendo? - preguntó, inclinándose hacia adelante.

    —¿En qué momento?

    —Cuando empezasteis esto.

    Ya habían pasado por eso en los ensayos. Esa era una de las preguntas fáciles, no una de las típicas de Leno que te dejaba de ojos curvos. Se suponía que Jere tenía que decir, sí, que él se preocupaba por la humanidad y yada yada, mentira mentira.

    —No —dijo Jere, sonriendo.

    Leno parpadeó. —¿Por qué lo hicísteis, entonces?.

    Jere sintió que su sonrisa crecía involuntariamente. No podía haberla detenido aunque lo intentara. —Para salvar mi culo —dijo él.

    Hubo silencio durante tres segundos. Jere lo explicó. —Lo hice porque necesitábamos un bombazo. Porque necesitábamos el dinero. Neteno era grande y la quería más grande.

    Leno entornó los ojos una fracción.

    —¿Qué demonios estás haciendo? - la voz de Evan le llegó por el audisor.

    —No. Déjale. Mira los números —la voz de sorpresa de Papá.

    Jere se soltó el audisor y lo dejó caer al suelo con disimulo.

    —Venga, hombre —le dijo a Leno—. Esto es Hollywood. No hacemos mierda para salvar el planeta, para mejorar a la humanidad, para preservar a los dingos salvajes en peligro de extinción. Hacemos cosas para nos presten atención. ¿Cuántos famosos y famosas implican a las organizaciones para anunciar las causas que respaldan? ¿Cuántos buenos Interactivos y Lineales son cancelados porque los números no salen, o porque los capullos de la 411 dicen que hay demasiados riesgos legales?

    —Esa, ciertamente, es una perspectiva interesante —dijo Leno.

    —Es la verdad. Es el modo en que funciona el mundo —dijo Jere.

    —Pero algo curioso ocurrió en la búsqueda del dinero —dijo Leno, asintiendo. —Descubriste que realmente creías en esta causa y que lo harías todo por ella.

    —Nop. Ganar en Marte es como un coche viejo. Barato de comprar y, luego, un sumidero de dinero. Hemos ido demasiado hondo. No hay vuelta atrás. Espero que podamos arreglar este coche, venderlo y obtener un beneficio. Aunque podríamos no conseguirlo.

    Leno se sentaba boquiabierto. —Pero... ¡lo has hipotecado todo, te enfraste a Omisión!

    Jere miró a la cámara y se encogió de hombros. —Qué puedo decir, soy un idiota.

    Leno trató de pescarlo con algunos ganchos pero la entrevista estaba, prácticamente, terminada. Cuando Leno sacó a los invitados sorpresa: un empleado de Omisión y un autor de Ciencia Ficción, la audiencia apenas se enteró.

    De camino a casa, Jere casi había medio esperado que la rumornet respondiera a lo visto en la macrovisión con enormes letras goteantes rojas anunciando...

    EL CREADOR DE GANAR EN MARTE ADMITE SER UN GILIPOLLAS AMASADOR DE DINERO

    .. pero los titulares seguían impertubados. En su optisor, los argumentos subían en pico y en violencia, impulsando la implicación en el camino definido por Kase.

    Lentamente, emergió el consenso: —No importa cuáles fueran sus motivos —dijeron. —No importa que lo que hicieran, excepto esto, fuera falso —dijeron—. No creemos que él no crea —dijeron.

    Evan le gritó. Ron le llamó genio.

    Jere sonrió.

36. Equipo

    Geoff Smith observaba la conversación trilateral como alguna forma mutante del tenis.

    —¿Nos dan tiempo extra si le llevamos? - preguntó Wende Kirshoff.

    —Sí —dijo el coordinador de programa de Neteno.

    Era un hombrecillo delgado que parecía muy cansado y muy dispuesto a terminar el programa de entrenamiento.

    —¿Y tenemos que usar ese tiempo? —dijo Laci Thorens.

    —Se supone que da un margen para que el Sr. Smith realice el paquete de experimentos —dijo el empleado de Neteno.

    —¿Pero tenemos que usarlo?

    —Os llevará algo de tiempo montar vuestra Rueda, de todos modos.

    —Pero.. —dijo Laci hablando muy despacio y claro como si le hablara a algún estudiante primerizo del idioma —¿Tenemos que usarlo?

    El empleado de Neteno cerró la boca, se reclinó en su silla y se frotó los ojos.

    «Dí algo», pensó Geoff. «¡Te están hablando a tí! ¡Vas a ser el que encuentre vida en Marte y hablarán con Neteno para quitarlo cuando tengas que anunciarlo!»

    Pero el empleado de Neteno no tenía nada que decir, ni sugerencias que hacer ni voz para hablar. Estaba cansado y casi a punto de decirles a todos que se compraran un bosque.

    Geoff no podía estar en un equipo de una persona. Había fallado la prueba física. El resto de equipos estaban cerrados. El único modo de que pudiera formar parte de Ganar en Marte era si las lesbianas lo escogían.

    Laci se giró hacia Wende. Estaban sentadas juntas, las dos rubias, altas y atléticas se parecían como dos gotas de agua.

    —No tenemos que usarlo —dijo Laci.

    El empleado de Neteno no dijo nada.

    —¡Espera un minuto! —dijo Geoff.

    Las tres cabezas se giraron hacia él. Se sintió como un especimen dentro de un tarro de vidrio.

    —Yo... Yo tengo que hacer los experimentos —dijo Geoff.

    Todos seguían mirándole.

    —O sea... iré tan rápido como pueda pero tengo que hacer los experimentos o la IBM se va a enfadar.

    El empleado de Neteno pareció sorprendido.

    —Cierto. Tenemos una cláusula de completitud de éxito en el contrato de cada patrocinador.

    —¿Y? —dijo Laci.

    —Pues que no creo que a Neteno le alegre saber que habéis interferido activamente los experimentos del Sr. Smith.

    Laci frunció el ceño. —¡Pero tampoco pueden obligarnos!

    —Creo que sería una brecha del contrato insalvable.

    —Joder. Podemos gritarle, ¿no?

    —No podemos prevenir el abuso verbal. Recordad, sin embargo, que estaréis ante la cámara y recibiendo la dirección del líder de equipo.

    —¿Y?

    El empleado de Neteno se encogió de hombros y se reclinó en el asiento.

    —¿Qué piesas tú? - le preguntó Laci a Wende.

    Wende miró a Geoff con grandes ojos verdes fríos e inescrutables. Geoff le mostró una sonrisa forzada que fue recompensada con una mirada extraña de la mujer

    —Bueno —dijo Wende—. ¿Por qué no?

37. Lanzamiento

    El verano ruso era igual que el invierno ruso excepto que el hielo negro ahora era barro. A Jere ya le resultaba familiar de un modo deprimente. Como también la sonrisa de Valentin Ladenko que conducía un Mercedes clase S de hidrógeno por una carretera deprimente.

    Estaban en una caravana esta vez. Periodistas e intelectuales quejándose ruidosamente sobre las instalaciones. La pequeña ciudad de Baikonur estaba atestada de visitantes. Los hoteles espaciales estaban llenos desde hacía meses. Los periodistas dormían en tabernas, casas, graneros e incluso en la calle. Los letreros de...

    NO HAY COMIDA

    ...colgaban de muchos de los restaurantes y bares.

    —¿Deberían pagarnos un extra por el turismo, Valley? —dijo Evan observando la gasolinera que había quintuplicado los precios alegremente.

    —Leninsk —dijo Valentin.

    —No durará —dijo Jere.

    —Claro que sí —dijo Evan—. Aquí hay suficientes periodistas aburridos para fabricar cincuenta mil obras de interés local. Y la gente viaja a cualquier parte, no les importa que sea un agujero de mierda.

    «Quizá sea cierto», pensó Jere.

    El apoyo público de Ganar en Marte se había elevado a cotas descabelladas tras su aparición en EstanocheFiesta. El pico gausiano del consenso mostraba a Jere como un reluctante visionario, demasiado modesto para expresar la profundidad de su convicción.

    —La gente cree lo que quieren creer —le había dicho Ron.

    Luego, llegó el día del lanzamiento y Jere no sabía lo que sentir. Salvo por un vuelo de SpaceX en la distancia de aquel primer día, nunca había visto un lanzamiento. Siempre había estado en ellos. Ahora podría verlo de cerca.

    Y si explotaba, podría ver los cuerpos chamuscados cayendo de la bola de fuego. Lo había visto en pesadillas una y otra vez. Aunque sabía que aquel era sólo otro vuelo estándar, otra cuenta en el marcador LED de RusSpace.

    Si el chisme entero se envolvía de humo, destrozaría la opinión pública. Su osadía y altruísmo se convertiría en un impacto publicitario a sangre fría. Pedirían sangre. Lo crucificarían si tenía suerte.

    Y todo porque no habría alimentado al público. Porque no le habría dado su dosis diaria de emociones.

    Asombro, lo llamaba Ron. No-Pensar. Asombrar es pensar y una inspiración no era pensar. Pero eso era lo que la mayoría de la gente quería. Dales un techo, comida y alguien en la cama; déjales comprar algunas cosas que brillen de vez en cuando y todo lo que realmente les preocupará será llenar el vacío de sus vidas. Ellos no querían inspirar, querían inspiración.

    Y que Dios ayude a la persona que promete asombro pero que no lo entrega. Ese sería el mayor ultraje si Enterprise de Marte explotaba sobre el suelo.

    La lanzadera orbital de RusSpace parecía más larga y sucia de lo que la recordaba. La Lata esperaba pacientemente en órbita, pero sin esa docena de gente no era nada. Deberían haber programado el envío de equipos por separado y haber enviado a Frank en un vuelo a parte. Pero estaban sin tiempo y el presupuesto estaba llegando de nuevo al punto de ruptura. El dinero del gobierno se había ido tan rápido cuando llegaron las facturas de los rusos que no hubo tiempo de colocarlo en otros departamentos.

    «El asombro más caro jamás creado», pensó Jere. «Que añadan eso a los libros de records.»

    El recorrido en la plataforma de lanzamiento era muy breve. La multitud por fuera de las puertas animaba mientras se dirigía hacia el escenario oficial y se abrían camino hacia las gradas en la parte superior.

    Ron se dejó caer en su asiento con un gruñido. Jere y Evan también se sentarón en unos sillones que parecían sacados de una campaña napoleónica.

    «Quizá provenían de allí de verdad.»

    —Hora del show —dijo Evan en voz baja.

    —Sí —dijo Ron.

    —Todo o nada —dijo Evan frotándose la manos—. ¿Hay humor para hacer apuestas?

    —Cierra el pico —dijo Ron y Evan se cayó.

    Por una vez, Jere estaba contento de tener a su viejo con él. Sin Ron, Evan habría tejido una tela de araña cada vez más tensa hasta que hubiera controlado él solo toda la relación con los patrocinadores y los rusos e incluso el público. Jere lo sabía ahora, pero Ron le había ayudado a descubrirlo. Evan aún manejaba demasiados hilos y estaba escondiendo un montón de dinero pero ya podrían lidiar con eso más tarde.

    Delante de ellos, la nave alzada en vertical contra un descolorido paisaje parecía la última esperanza del hombre tras una guerra nuclear. Era una masa de acero reluciente y nubes de vapor en forma de aguja apuntada al cielo azul.

    Un minuto. Algunas personas sobre el campo se dispersaron para buscar cobertura.

    Diez segundos.

    Jere aguantó la respiración mientras los números se iban descontando en la gran pantalla.

    Hubo una explosión de luz y un aturdidor rugido. Las ventanas de plexiglás de las gradas se estremecieron.

    Jere levantó la mano para taparse el brillo de los ojos.

    «Ha explotado, se acabó, está hecho, estoy acabado»

    La multitud aplaudió y vitoreó y él miró escéptico.

    «¿Por qué estaban aplaudiendo? ¿Estaban locos? ¿Realmente querían estos rusos ver sangre?»

    Luego su padre señaló y gritó: —¡Mira!

    La aguja se estaba elevando en el cielo. Primero despacio, luego ganaba velocidad a unos cien metros del suelo. Doscientos, tan alta como un rascacielos, meciéndose sobre una larga cola blanca de fuego. El viento golpeó durante un tiempo las ventanas de las gradas y el olor de barro y hormigón quemado se abría paso hacia el refugio. La arena y el polvo chocaba contra el plexiglás.

    «Dios mío», pensó Jere mientras la aguja disminuía de tamaño en el cielo.

    Había cogido velocidad y empezó a tomar un ligero ángulo.

    En poco tiempo, el Enterprise de Marte era una mota brillante en el cielo como una bengala de magnesio.

    Todo el mundo gritaba y animaba. Los periodistas intercambiaban miradas, parpadeando de asombro.

    Lo habían conseguido.

    —Felicidades —dijo Ron cuando pudieron apartar la mirada de la nave.

    —¿Por qué? —dijo Jere. Estaba atónito. No sabía qué sentir.

    Su padre alzó la vista al cielo y mostró una amplia sonrisa.

    —Has hecho algo que ningún gobierno ha sido capaz de hacer jamás.

    —Pero... no era... era sólo un...

    Ron levantó una mano: —Shhh.

38. Toque

    Glenn Rothman sonreía mientras la lanzadera empujaba su espalda contra el asiento. A su lado, Elena se lamentaba en voz baja. Él podía olerla sudar. No era el sudor limpio producto del ejercicio sino el agrio y rancio sudor del miedo.

    La miró haciendo fuerza con el cuello. Tenía los ojos cerrados con fuerza.

    «Por supuesto», pensó Glenn. «Ella no tiene control sobre esto. Ni siquiera puede fingir intentarlo.».

    Movió su mano y pareció pesar veinte kilos. Puso su mano sobre la de ella.

    Ella la agarró con fuerza y abrió los ojos.

    —Elena —dijo Glenn.

    —No lo hagas —dijo ella gritando por encima del rugido del cohete—. Nunca lo hagas.

PARTE 3

Show

39. Vacaciones

    Mike Kinsson llevó un iChisme con unos cien Terabytes de Libros, Lineales, Interactivos y Música a bordo del Enterprise de Marte pero ni se molestó en usarlo durante una semana. Era suficiente con flotar cogido a la barra de alumino y mirar por la ventana trasera de la Lata. Podía ver la Tierra encogerse lentamente en la distancia.

    «No me lo creo», pensó.

    Era un bucle interminable reproducido una y otra vez en su mente. A veces se quedaba un poco tonto como si le hubieran vaciado y rellenado con cacahuetes de celulosa blanca de empaquetar. Despues, volvía a mirar a la Tierra y pensaba:

    «¡Cielo Santo! Sólo los astronautas la han visto así.»

    La Tierra era sólo del tamaño del puño con su brazo extendido. Se estremeció.

    —Estoy de verdad aquí —dijo en voz baja casi demasiado baja para oirse sobre el gemido y zumbido de los sistemas de la Lata. —Realmente me voy de la Tierra.

    —¿Qué? - Una voz tras él.

    Mike dio un giro. Juelie flotaba lentamente pasando a su lado a media altura, moviendo los brazos para agarrar la barra de la parte trasera de la Lata. Mike miró al frente pero no había nadie más en la cabina principal. La mayoría estaría problamente en el gran camarote o la cocina o el estrechito espacio para los ejercicios. Todos los chiflados de los deportes se habían vuelto locos cuando alcanzaron gravedad cero y sus cuerpos flotaron hacia arriba y empezaron a hacer cosas extrañas. Pasaban la mayor parte del tiempo en el espacio de ejercicio. Ya olía como el vestuario junior de un instituto. Mike se preguntó brevemente a que olería cuando regresara, casi un año después.

    —¿Qué estabas diciendo? —dijo Juelie.

    Sus bellos ojos azules se movieron como si leyeran su rostro.

    —Nada —dijo Mike."

    Juelie asintió y se inclinó cerca de él, apretando su cara contra el lateral de la cabina para poder mirar por la ventanita circular. Mike se apartó de ella y luego se maldijo por hacerlo.

    —Se está haciendo más pequeña —dijo ella.

    —Sí.

    Juelie cerró los ojos con su cara aún presionada contra el frío metal. Cuando los abrió, las lágrimas brillaban en ellos.

    —Estoy asustada —dijo ella.

    Mike abrió la boca pero no salió ninguna palabra.

    —¡No creo que vuelva nunca a casa!

    —No pasa nada —dijo Mike—. Todo va a ir bien.

    —¡Quiero volver!

    «Pero no puedes. No puedes bajarte y llamar a un taxi. Estás atrapada aquí, te guste o no», pensó Mike.

    Mike se acercó y puso su mano sobre la de ella.

    —Todo saldrá bien. De verdad.

    Juelie se apartó de la pared girando y lo abrazó. Su cuerpo temblaba en cada sollozo. Casi no hacía sonido salvo cuando tomaba aire para respirar.

    Tras algunos segundos, Mike la rodeó con los brazos.

    —¡A él no le importa! —dijo ella.

    —¿Quién?

    —¡Sam! ¡capullo! ¡no le importa! Dice que estoy siendo infantil.

    «Lo siento», quiso decir Mike.

    —Lo conseguiremos —dijo él.

    Juelie se apartó a distancia de un brazo. Sus ojos se movían de un lado a otro de nuevo, como si buscase algo que no podía encontrar.

    —Te ayudaré —dijo Mike.

    —Yo...

    Hubo un golpe desde el frontal de la cabina. Juelie empujó a Mike. Mike se giró para mirar a Frank Sellers, balanceándose desde la barra delantera de una manera extrañamente torpe. A su lado flotaba una caja de herramientas.

    —Perdón —dijo Frank.

    Petrov Machenko entró detrás de él. Un ruso gordito que hacía de todo y era el segundo al mando, o eso creía Mike. Nunca les habían presentado. Frank y Petrov habían estado persiguiendo varios fallos en la Lata desde el lanzamiento y sólo en el último par de días sus miradas parecían menos paranoicas.

    Frank puso el pulgar en su gargantófono.

    —Vale, atención todo el mundo —dijo él. Su voz reverberaba por los huecos de la Lata—. Reunión general en la cabina principal. Dejad lo que estéis haciendo, pausad vuestros juegos y venid aquí por parejas.

    —¿Qué está pasando? - preguntó Mike.

    —¿Volvemos a la Tierra? —dijo Juelie.

    —Ya lo veréis y no —dijo Frank posando la mirada en cada uno de ellos por turnos.

    El resto de concursantes entraron solos o en parejas hasta que los trece estuvieron todos en la cabina principal. La mayoría se quedó cerca de las paredes pero Glenn y Elena Rothman colgaban a media altura casi inmóviles. Aún vestían el equipo de faena gris de Nike con manchas de sudor en la línea del cuello y axilas.

    «Fanfarrones», pensó Mike.

    —Hemos estado demasiado ocupados para andarnos con formalidades, pero ya es hora de empezar el show —dijo Frank.

    Abrió la caja de herramientas y sacó tres botellas de champán Cristal, sujetándolas como un ramo de flores sobre un brazo.

    —¡Genial! - Keith Paul avanzó a empellones desde su pared vacía.

    Frank alejó su bouquet de botellas de las sobreextendidas manos de Keith en el último momento y el hombre chocó con la pared opuesta con las manos por delante. Dió un grito, rebotó y quedó flotando durante un rato buscando un agarre. Un par de concursantes se carcajearon, pero se pusieron firmes y serios cuando Keith se giró para ver quiénes eran.

    Las risas volvieron cuando Petrov sacó una gran botella de vodka escondida a su espalda y la sostuvo imitando a Frank.

    —¡Hey! —dijo Frank—. ¿De dónde has sacado eso?

    Petrov sonrió. —Combustible de emergencia —dijo él.

    Hubo más risas. La frente de Frank se arrugó durante un rato, luego negó con la cabeza como si decidiera relajarse. —Vale, vale. no preguntaré.

    Se giró para dirigirse a todo el mundo.

    —Antes de la fiesta. Necesito repasar algunos puntos con el grupo.

    —¿Cómo qué? —dijo Keith, aún flotando.

    —Buena pregunta —dijo Frank—. Lo primero y principal, dejadme que os deje claro esto. Vamos a estar en esta lata durante casi un año. Un año, trescientos sesenta y cinco días, vienticuatro siete. Yo no sé vosotros, pero yo no he pasado tanto tiempo ni con mi esposa en diez años de casados. Vamos a acabar poderosamente hartos y cansados unos de otros. Vamos a oler un pedo y sabremos de quien es, por eso tenemos que llevarnos bien o acaberemos queriendo arrancar cabezas dentro de muy poco.

    —Suena como si usted ya hubiera hecho esto antes —dijo Elena.

    Frank asintió. —En la Marina. Bastante aproximado. Si lo citado ocurre, lo que tenéis que hacer es alejaros todo lo que podáis. Poneos una de vuestras películas. Comprobad los tomates. Buscad una ventana y soñad sobre lo maravillosa que será la vida cuando volváis. Simplemente, alejaos de la persona.

    Hubo silencio.

    —En segundo lugar, No me importa lo que hagáis mientras estéis en esta nave. Yo no estoy aquí para hacer de vuestra mami. Ni tampoco Petrov.

    Petrov asintió con sus dientes ya sobre el tapón de la botella de vodka.

    —Somos jueces y jurados en todo este lío. Comprobad vuestros contratos. Habéis accedido a someteros a nuestras decisiones. Son legalmente vinculantes. Así que, si decimos que te encadenes en un cuarto de baño durante el resto del viaje porque no puedes comportarte, eso es lo que ocurrirá.

    Hubo silencio y ojos como platos. Irrumpió la voz de Keith. —Tendrías que obligarme.

    —Pues lo haremos —dijo Frank, sin mirarle.

    —El asunto es, no vayáis a llorar a vuestro abogado porque te decimos lo que tienes que hacer. Los problemas van unidos a un viaje como este, de modo que si decimos salta, tú dices, cúanto.

    Algunos asentimientos con la cabeza.

    Frank sonrió. —Bien. Todos lo entendemos. Una última cosa. Sonreid y saludad. Estáis delante de las cámaras.

    Hubo silencio de nuevo. Mike encontró su voz. —¿Qué quiere decir?

    Frank señaló hacia el techo donde sobresalía un bultito negro. —El show ha empezado desde el principio del viaje. Me han dicho que los índices son una mierda por ahora, pero estoy seguro de que se engancharán cuando lleguemos a Marte.

    —¿Nos están viendo? —dijo.

    —Sí.

    —¿Todo el tiempo?

    —Así es.

    —¿En el cuarto de baño? - Juelie arrugó su cara por el asco.

    —No. Ni siquiera Neteno es tan retorcido. Pero casi en todo el resto de la Lata

    —¿Incluso cuando comemos? —dijo Juelie también disgustada.

    Mike trató de devolverle una sonrisa. Hubo carcajadas por la habitación y Juelie se puso roja. Eso les hizo reir aún más.

    —¿Y si no quiero estar ante la cámara? —dijo Keith.

    —Pues será mejor que salgas andando por la esclusa de aire porque es el único lugar —Frank pareció meditar—. Espera, en realidad, hay cámaras ahí fuera también.

    Más risas.

    Frank sonrió como un abuelo orgulloso.

    —Bien. Ahora que sabéis cómo va esto, en Neteno cortarán las partes interesantes, las pegarán juntas y se las darán de merienda a todos los retardados que nos estén viendo. Si no queréis salir, será mejor que seáis aburridos.

    —¿Por qué no podemos ver el show? - preguntó Geoff.

    —Bueno, además de nuestra pobre conexión de datos, lo han bloqueado. Supongo que uno de nuestros geniales hackers —hizo una pausa para buscar a Nandir —... seguramente podría averiguar como saltar eso, pero aún así, tarda horas en descargarse.

    Frank suspiró. —Vale, basta de esta basura. Estáis en un show de la Tele, os van a filmar. Haceos a la idea y ¡Que empiece la fiesta!

    Frank retiró el papel de una de las botellas de champán y la abrió con un pop. El champán manó como una fuente por la cabina. Se coaguló rápidamente en globos llenos de burbujas.

    —Ah, mierda —dijo Frank—. Debería haber pensado en eso.

    Keith retorció el torso para cazar uno de los globos con la boca. Lo succionó y eruptó. Todo el mundo le rió la gracia y luego la habitación se llenó de cuerpos flotantes persiguiendo bolas de champán. Juelie pasó navegando al lado de Mike, con cara sonriente y radiante.

    Mike sonrió en respuesta. Frank abrió una segunda botella y salpicó a la multitud. Petrov se sentó con la botella de vodka compartiéndola con Keith y Elena.

    Tras un rato, Nandir se acercó flotando hasta Mike.

    —¿No bebes? —dijo él.

    —Ahora no —dijo Mike.

    Juelie y Sam estaban girando en el aire como si bailaran. Ella sonreía y daba alguna carcajada.

    —Concuerdo —dijo Nandir.

    —¿Con qué?

    —No beber ahora.

    Mike se giró para mirar hacia la Tierra. Era más pequeña. Mike se estaba alejando lenta pero indudablemente.

    «Si pudiera quedarme aquí», pensó.

    —¿Observando? —dijo Nandir.

    —La Tierra —dijo Mike sin girarse.

    Nandir giró el cuello. —Encoge.

    Mike quedó en silencio durante largo tiempo hasta que su curiosidad le cogió por el cuello.

    —Vista de astronautas —dijo Nandir mirando por la ventanita.

    —Y sondas automatizadas.

    —Sí. Curiosa sensación.

    —¿Eso es todo?

    —Estoy agradecido por el tiempo para trabajar en mi software.

    —¿Sin sentimiento de maravilla? ¿Nada?

    Nandir se encogió de hombros. —Las cosas cambian. Esto es sólo una de ellas.

    Mike negó con la cabeza. Nadie lo entendía. No como él.

    Juelie acabó sentada junto a Petrov y el resto, bebiendo directamente de la tercera botella de vodka. Saludó a Mike y él saludó también.

    Eventualmente, ella se le acercó.

    —¿Qué te pasa?

    —Nada.

    —Ven a beber.

    —No bebo.

    Ella arugó la nariz. —¡Deja ya de mirar!

    —¿A qué?

    —¡La Tierra!

    Mike suspiró. —No puedo.

    Juelie le miró un largo momento, luego se alejó y volvió al grupo. Siguió bebiendo durante largo tiempo después de que Mike hubiese dejado la cabina y fuese a su hamaca. Quedó tumbado durante largo tiempo y Juelie y Sam entraron para compartir la hamaca de la joven. Mike trató de ignorar sus gritos en voz baja. Mike trató de no mirarlos en la ténue luz azul. Decidió mirar a Keith.

    Los ojos de Keith estaban abiertos y sonreía.

    —Zona amiga, él está en la zona amiga —cantaba Keith en voz baja, imitando alguna tonadilla que le era casi familiar.

    Mike se giró para mirar la pared hasta quedarse dormido.

40. Boomerang

    El último curro de Patrice la puso en la cima, pero Jere estaba más alto que el sol. Ella aún no sabía cómo sentirse al respecto. A veces se sentía enfadada, su estómago se comprimía en una tensa bola. A veces se sentía hueca, como si no hubiera nada dentro de ella. Y a veces no sabía cómo se sentía en absoluto.

    «Los productores no deberían ser las estrellas», pensó al observar la discreta pantallita de cristal que se ocultaba tras sus gafas de sol. Nunca había llevado un optisor, pero no estaban demasiado mal.

    Serían mejores si ella brillara de blanco, en la parte superior de la página de las redes de entretenimiento. Pero el blanco se reservaba aún para Jere y Marte. Para Jere, el viaje y los vídeos de los concursantes tontos del culo de la nave. La mayoría actuaban como si ni siquiera supieran que había cámaras apuntándoles, actuaban como se veía en las cintas porno de armario de siglos anteriores. No sabían que había actuar como si siempre te estuvieran observando. No sabían que siempre era un show.

    Pero aún se llevaban la jodida popularidad. Aun cuando Patrice cambió a HordaVisión, su imagen quedaba enterrada en el fondo, pequeña y ténue bajo el brillo blanco de Ganar en Marte.

    «No deberías haberle fastidiado», pensó por la millonésima vez. «Te habría dejado quedarte en el show.»

    No importaba. Ella se lo demostraría. Ella aceptaría la secuela, Jere añadiría una actriz brillante y el show sería aún más brillante. Pasaría de brillante. Crearía un nuevo nivel entero de brillo por encima del blanco, más allá del frente de la página de las redes de entrenimiento. HordaVisión mostraría su cara en la TV, la única cosa que vería la gente. El resto serían fantasmas en el fondo.

    Su buscador le dijo que Jere estaba con el capullo, pero no le importó. Tampoco le importó que estuvieran almorzando. Entró en el Domo Dorado, el restaurante más elegante en la esquina de Hollywood con Vine y pasó andando justo delante del Maitre, quien, para crédito suyo, sólo la miró durante un rato antes de que sus ojos mostraran un destello de reconocimiento.

    «Bien hecho. Deja de mirar al jodido Jere por una vez. Yo también estoy ahí arriba.»

    Jere y Evan se reunían en una cabina en la parte profunda del restaurante, ocultos en las sombras tras unos helechos sospechosamente sanos, Un escudo esférico de privacidad relucía de azul desde el centro de la mesa. De vez en cuando, el destello del flash de un ojo-mosca se reflejaba en el escudo. Su conversación sonaba como Swahili chapurreado.

    Jere mostraba la mirada que tenía cuando pensaba que las cosas iban bien, para cuando veía el mundo desde la cima. La comisura de sus labios trazaban una leve sonrisa y sus ojos estaban entornados como si esperase un puñetazo. Patrice negó con la cabeza. Jere era una de esas personas que no podía, simplemente, dejarse ir y relajarse. No podía disfrutar de lo que tenía. Si las cosas iban mal, lo que era su orden natural: Vende vende vende, corta corta corta. Si las cosas iban bien, entonces lo malo estaba al doblar la esquina: Dejad de gastar, no contéis los pollos, blah blah blah. Patrice frunció el ceño.

    «Si había una cosa que pudiera cambiar de él, sería esa.»

    Jere alzó la vista y la vió. Sus ojos se abrieron del todo y luego, se movieron hacia Evan. Evan giró sus ojillos oscuros para posarlos en ella y comprimió los labios en señal de desagrado.

    Jere la llamó a través del escudo de privacidad y sonó como la descarga de un toilette. Ella alzó las manos hacia sus orejas y señaló al escudo.

    Jere lo desactivó de un manotazo y se levantó.

    —Lo siento —dijo él—. Evan y yo estábamos...

    —Hablando de negocios, sí, lo sé.

    —¿Cómo va, Señorita Klein? —dijo Evan.

    —Genial —dijo Patrice sin mirarle.

    Jere trastabilló fuera de la cabina y la abrazó. Ella le besó, brevemente, en los labios. Una súbita emoción renació dentro de ella. Él se mostraba tan familiar, tan cómodo, ¡tan bien! Olía como Jere. Patrice luchó la urgencia de apretarse contra él, levantó la vista, sonrió y suspiró.

    —Ha pasado demasiado tiempo —dijo Jere.

    —Te envié mensajes.

    Jere asintió. —lo sé lo sé. Es que he estado enterrado, como literalmente enterrado, iba a responderte...

    —No pasa nada.

    Jere suspiró. —¿Cómo va tu show?

    —Va un poco por detrás de Ganar en Marte.- «O mucho.»

    —Oh. Sí. Perdón.

    Jere parecía honestamente avergonzado, Patrice no pudo evitar sonreir.

    —No te disculpes. Te lo has ganado.

    —Pero tú... desearía que pudieras haber estado...

    «En el show», Patrice asintió.

    Si lo hubiera estado. Nadie miraría siquiera al resto de concursantes.

    Evan se aclaró la garganta brevemente.

    —Mira, ¿quieres unirte a la cena esta noche...? —dijo Jere.

    —No.

    —¿No?

    —No a menos de que vayamos a hablar sobre mi entrada en el siguiente show.

    Jere parpadeó. —¿El siguiente show?

    —Sí. Ganar en Marte 2. Ganar en Júpiter. ¿Qué me importa? Sea lo que sea, quiero estar en él.

    Evan soltó una carcajada. —No lo pasarías muy bien en Ganar en Júpiter.

    —Nosotros... nos —Jere miró la pantalla de privacidad deseando poder conectarla de nuevo.

    —Vale —dijo él, finalmente. —Ya hablaremos.

    —¡Espera a minuto! —dijo Evan.

    Jere se giró y le apuntó con el dedo. —Cállate —Se giró hacia Patrice—. Te paso a buscar. ¿Mismo edificio?

    Ella asintió. —Te veo allí.

    Mientras Patrice se alejaba andando, escuchó cómo Evan hablaba deliberadamente en alto: —¿Por qué pasas el tiempo con ella? Eres una estrella.

    Jere respondió: —El calor nunca dura.

    Luego oyó el murmullo y chapurreo de la pantalla.

    Patrice sonrió. Otra cosa no, pero Jere era predecible.

41. Fitness

    —¡Elena, para! —dijo Glenn Rothman mientras la seguía por el corto pasillo desde el espacio de ejercicios hasta la cabina principal. Estiró la mano para cogerle del brazo, aún húmedo por el sudor. Ella se apartó sin mucho esfuerzo. Se agarró a la barra, se giró para mirarle y le dio un fuerte puñetazo en el estómago.

    Glenn se dobló expulsando el aire con un gran —¡Oough! —Se sintió a sí mismo rebotar contra la pared opuesta y luchó buscando la barra de agarre. Trató de tomar aire pero era como respirar por una pajita de refresco. Abrió su boca e inhaló varias veces hasta que empezó a entrar una diminuta cantidad en sus pulmones.

    —¡Lo ves! —dijo Elena—. Me estoy poniendo débil. Y tú también. ¡Mírate! ¡Pareces un pez !

    Glenn inhaló un poquito más de aire. —No —respiró—. Pareces —respiró—. Débil —estiró el brazo hacia ella.

    —¡No me toques! —dijo ella alejando la mano de Glenn de un golpe.

    Se arremangó el atuendo de ejercicio y flexionó su musculoso brazo. Se pellizcó y empujó la piel.

    —Me estoy poniendo fofa. Entreno y entreno pero me pongo fofa.

    —La pérdida muscular es normal —dijo Frank, asomando la cabeza por el pasillo.

    —¿A sí? ¿Y cómo demonios se supone que vamos a hacer la prueba de escalada?

    Frank soltó una risita. —Tendríais que haber leído vuestros contratos: pérdida muscular y ósea permanente, etcétera. Creo que lo cubrimos todo.

    —¿En serio? —dijo Elena. se giró hacia Glenn—. ¿Por qué no viste eso?

    —Lo... vi —dijo Glenn respirando un poco mejor ahora.

    —¿Por qué no me lo dijiste?

    —No me preguntaste nada.

    Elena se impulsó hasta la pared y cerró los ojos. Glenn quiso acercarse y consolarla, pero sabía que le apartaría de un empujón. Y ella tenía razón. Él debería habérselo dicho. Ella no lo habría leído todo hasta la página treinta y uno, artículo ciento cincuenta y seis. Ni los párrafos siguientes, los que decían que, seguramente, no querrían tener hijos después de esto. A menos que quisieran que se parecieran a la Rana Gustavo. Tampoco habría visto la parte subrayada sobre el incremento del riesgo de cáncer en el transcurso de sus vidas. No habría leído nada de eso.

    Recordó la primera vez que hicieron el Everest. Sin oxígeno, por supuesto. Fue un infierno, un entrenamiento para ganar los X-Games 2017, una de esas cosas grupales donde llevaban cámaras y lo cortaban para hacer un show más tarde. La oportunidad fue un infierno y además gratis. Ella firmó el contrato sin mirarlo. Glenn había hecho lo mismo porque, por supuesto, iría con ella. La amaba. Se habían casado y pasarían juntos el resto de sus vidas. Así era el único modo en que podían ir las cosas.

    Al tercer día de ascenso, las condiciones de permanente blanco les llevaron hacia las tiendas prematuramente. Glenn suspiró y se tumbó con Elena, esperando que remitiera el ardor en sus músculos. Pero no remitía. Si acaso, se calentaban aún más. Elena se frotaba los brazos y pantorrillas, también.

    Glenn le preguntó qué pasaba, pero ella dijo en voz baja: —Nada.

    Por la mañana, en el aire helado ya despejado, descubrieron la razón. Su guía, un tipo fornido oculto tras una máscara facia, soltó una carcajada.

    —A todo el mundo le pasa eso —dijo él—. Los músculos duelen por el oxígeno. Gritan diciendo que deberías llevar bombona.

    Elena pareció entrar en pánico y preguntó si aquello podría hacerle un daño irreparable.

    —No es permanente —dijo el guía—. Puede incluso que te haga más fuerte a largo plazo. Mentalmente es otro asunto. Algunas personas dicen que te quedas más tonto cuando bajas del Everest. Las neuronas también piden oxígeno. Por eso es tan difícil pensar.

    —Pero, físicamente, estamos bien, ¿no? —dijo Elena.

    Y, asintiendo, el guía les puso en marcha de nuevo.

    El mal tiempo evitó que vieran la cima. Glenn tuvo de arrastrar a Elena cuando el guía dijo que era hora de abandonar. Ella miró atrás hacia la cumbre invisible y dijo en voz baja y determinada: —Volveremos.

    —No estoy tan seguro sobre lo de la escalada —dijo Frank, trayendo a Glenn de vuelta al presente.

    —¿Qué quieres decir? —dijo Elena.

    —Que puede que ni siquiera lo consigáis.

    —¡Lo conseguiremos! —dijo Elena.

    —No, no me captas. Puede que no lleguéis al risco. Todas las rutas son un estudio aproximado de mierda basado en fotos desde la órbita. Sabemos que allí hay un risco vertical de un kilómetro de altura. Creemos que se puede aterrizar lo bastante cerca para que lo escaléis. Pero si no podemos, os darán otra prueba.

    —¡No queremos otra prueba!

    —Si se puede acabar estampado de cara con una peña del tamaño de una casa, se quiere otra prueba.

    —¡Correremos el riesgo!

    Frank negó con la cabeza. —Cuando estemos cerca, decidiremos.

    —Pero...

    —Elena —dijo Glenn.

    —¡Cállate! ¡Cállate! ¡Podemos estar perdiendo una oportunidad en el risco!

    —Haremos todo lo posible para llevaros allí —dijo Frank—. Créeme.

    Elena miró de Glenn a Frank y de nuevo Glenn. Luego, frunció el ceño. —¿Y qué hay de mí? ¿Qué pasa con mis músculos?

    —Puedes entrenar más —dijo Frank—. Eso reduce los efectos.

    —¿No hay drogas?

    —¿Drogas? —dijo Glenn. Elena debe de estar realmente desesperada.

    «Realmente asustada.»

    Ella le miró a los ojos. —Sí, drogas.

    Frank negó con la cabeza. —Nop. Tampoco es que hubiera una gran demanda antes de esta misión.

    —¿No hay nada? —dijo Elena elevando la voz hasta un lamento.

    —Ni una pastilla —dijo Frank

    —Pero dices que el ejercicio funciona —dijo la mujer

    —Un poco.

    Elena cerró el pico y asintió. Se giró y volvió al espacio de ejercicios. Glenn la siguió para ver cómo ella cargaba la máquina inercial con cincuenta kilos más de lo que normalmente cargaba.

    —¿Qué estás haciendo? —dijo Glenn.

    —Trato de estar en forma.

    —¡Ya has pasado más tiempo aquí que todo el resto del mundo junto!

    Elena paró y le miró: —Me da igual lo que haga el resto. Me quedo aquí las venticuatro siete.

    Glenn suspiró y se giró para marcharse.

    —Ah, ah, no deberías —dijo Elena—. A menos que no quieras seguirme el ritmo.

    Glenn se detuvo, aún de espaldas. Lo que ella estaba haciendo era una locura. Aún quedaban cuatro meses de viaje. Se iba a matar.

    Tras un momento, se giró y sentó en su propia máquina inercial. Sonrió a Elena pero ella no le estaba mirando. Ella ya estaba en la rutina, empujando con las piernas y tirando con los brazos mirando al frente sin ver nada.

42. Terrestre

    Jere odiaba Costa Rica. Odiaba los pelotas camareros, los demasiado animados instructores de windsurf y los tipos de los barcos con el eterno cristal de vista de halcón en el suelo. Odiaba el perfecto clima alegre con rechonchas nubes como ovejas colgando del cielo azul sobre las aguas turquesas. Y odiaba sentarse en la playa, tomar el sol y beber sin hacer nada, con su optisor desconectado hasta que llegara la noche cuando Patrice le decía que estaban listos para la cena. Podía usarlo una hora al día si tenía suerte. No era bastante tiempo para atravesar todos los sumarios de la actividad de Neteno: puntuaciones de los fans, presencia en persona, estado financiero, flujo de micropagos contínuos. Pero lo conseguía y le hacía sonreir cuando desconectaba el optisor de nuevo.

    Porque era genial estar con Patrice. Un par de semanas sacadas de los meses de espera para el gran show en Marte no hacía daño. Quizá le ayudaran a disipar el sueño que había estado teniendo, ese en que la Lata caía directamente sobre Marte y se estrellaba dejando un breve destello para las cámaras orbitales. Y luego, nada. Como esa antigua sonda de la NASA de la que Evan le había hablado, la que tenía mal los cálculos a pesar de contar con el respaldo del gobierno. Probablemente, el dinero les caía del culo: sistemas redundantes, sistemas de seguridad para los sistemas de seguridad...

    En cambio, ellos tenían un montón de jodidos rusos locos y patrocinadores que aún estaban investigando donde decidirían recortar gastos.

    Deseó que Evan no le hubieran dicho nada de toda esa mierda: el Apollo 13, las jodidas sondas a Marte, los rusos locos, el primer lanzamiento de SpaceX, la Lanzadera y todas esas cosas.

    Pero aún así, sonreía. Porque Patrice era divertida y a él le gustaba fastidiarla con su próximo show. Tomar la Luna, que presentaba a actores armados persiguiendo chinos. O, quizá, Ganar el Oro, presentando la caza de los mitológicos asteroides de oro macizo. O Proteger la Tierra, si conseguían lanzarle un asteroide. O Besar en Venus, si conseguían averiguar cómo llevar la idea de aquel chico chiflado por el Nube Surfing. Por supuesto, todas ellas eran mentira. No había planes para un segundo show.

    Pero era genial tener a Patrice al lado.

    Porque él había visto la lanza en ese estupendo software nuevo de gráficos de tendencias que Dick le había dado. Algo como un oso dormido que despiertaba y se sentaba cuando Patrice caminaba hacia el restaurante. La gente empezaba a hablar.

    —Le dijo que saliera del show porque era peligroso, porque la amaba —decían.

    Los activos de su estado actual se salían de las tablas. Y mientras ellos murmuraban tras su pantalla de privacidad, la gente empezaba a especular: —¿cuál será el siguiente show? ¿Qué papel tendrá Patrice en él? ¡Qué mujer tan increíble!

    Jere era una estrella. Con Patrice, era una estrella de potencia permanente. Podía ver en el software la línea de su popularidad alargarse durante meses. Ella agrandaba su fama, su potencia, todo. Juntos, la línea más pesimista no caería hasta después del show. Las redes de culto habían empezado a contraponer el romance de Jere y de Patrice con los rumores en torno a Ganar en Marte. La implicación de los aficionados a los eventos románticos era incluso mayor que la de Ganar en Marte: hacían vídeos a partir de tomas de ojos-mosca, cortadas y pegadas con software generador de historias de código abierto.

    «Son las viejas historias las que venden.»

    Jere suspiró y negó con la cabeza.

    «Pero sin Marte, nuestra historia no habría tenido el perfil para llegar a blanco brillante.»

    Y, probablemente, era natural que la gente se volviera hacia ellos para observarlos durante un rato. El viaje a Marte era largo y aburrido. Los editores se quejaban todos los días de que había poco con lo que trabajar y ladraban con mayor vehemencia cuando Jere les decía que no, que Frank y Petrov no iban a remover la olla y que no iban a usar ninguna de las ideas de Evan.

    Y el mundo estaba en llamas de nuevo, como siempre lo había estado: los Muslims de Francia amenazaban con bombardear Paris otra vez y algún jodido capullo había liberado su mierda en Nebraska para obtener no se qué beneficio. A Neteno le venían bien esas historias porque, de repente, se las creía todo el mundo. La 411 cerraba el jodido pico, los patrocinadores hacían cola y eso ero bueno. La compañía había vuelto a la carretera. Igual que la vida de Jere.

    Una vocecilla en su cabeza le decía:

    —¡La estás utilizando!

    Pero no era así. A él le gustaba estar con Patrice. No la estaba usando.

    —¿Qué vendrá luego, venderás el patrocinio de tu propio romance?

    Jere sonrió al imaginar productos personales colocados estratégicamente en su mesilla de noche y en el cuarto de baño. Quizá algunos bañadores de un diseñador reconocible. Y botellines de agua, por supuesto, podía llevarse eso a cualquier parte y sujetarlos con las etiquetas por fuera. Podía sacar un montón de dinero con ello.

    Pero no lo haría. Imposible.

    Porque luego tendría que mirarse al espejo y no quería ver los ojos de Evan devolviéndole la mirada.

43. Planes

    —Ahora tenemos mejores datos de las rutas y lo que creemos que es el plan final de descenso —dijo Frank.

    —Está menos seguro de lo que afirma —le susurró a Nandir por su audisor su software de inferencia.

    Nandir asintió. No era exactemente difícil descubrirlo. Aún así, el software le había avisado incluso operando sin una conexión persistente a las redes globales y usando una base de datos local relativamente limitada.

    Estaban reunidos en la sala común para el repaso y el sopapo semanal, como Frank lo llamaba. Nandir se dormía en la mayoría de esas reuniones. Él era el aburrido allí. Nunca se había puesto un estrujatraje y salido a dar un paseo espacial no autorizado, nunca había saltado en la grupa de la novia o novio de alguien, nunca había empezado a cantar mal en Tagalog como había hecho Romeo una vez. Se preguntó se Romeo aún se tomaba los antidepresivos.

    Ahora, sólo dos semanas antes de llegar a la órbita de Marte, Nandir estaba casi molesto por la interrupción. Estaba cerca, muy cerca de conseguir que el software de inferencia superase el cuarenta por ciento de fiabilidad. Y eso bajo las limitaciones en las que trabajaba. Cuando volviera a casa y pudiese usar los ojos y oídos de la red y una mejor base de datos, podría superar el cincuenta por ciento. El software empezaba a ser interesante a partir de sesenta. Pasaba de ser un juguete a una comodidad útil. Podría encontrar inversores, podría construir otra compañía y hacer otra fortuna lo bastante grande para bajarse de la rueda de peldaños.

    Pero en menos de dos semanas, tendría que ponerse un tonto traje y bajar y correr y saltar y volar para que la gente de la Tierra pudiera verle. Parecía increíblemente estúpido. Era imposible que Romeo ganara. A Nandir ni siquiera le importaba. Sería lento y cuidadoso y volvería cuando él volviera.

    Se preguntó lo que pasarían si fingía estar enfermo el día del descenso. ¿Descalificarían a su equipo? Romeo no sabía hacer el montaje por sí solo. ¿Le enviarían de todos modos? Seguramente no valía la pena. Frank parecía tener una cantidad razonable de conocimiento médico como para saber si Nandir estaba fingiendo.

    Por supuesto, lo irónico sería que realmente enfermara. Nandir sonrió.

    —¿Por qué la sonrisa? - preguntó Romeo.

    —Ésta persona está interesada en ti sexualmente —le dijo su software de inferencia.

    —No importa —dijo Nandir moviendo la cabeza hacia Frank como si hubiera estado escuchando el discurso sobre lo buenos que eran los estudios de las rutas.

    —...es el descenso en una ventana de siete horas. Thorens, Smith, y Kirkschoff van primero para dejar tiempo al paquete de experimentos de la IBM...

    —¿No bajamos todos al mismo tiempo? —dijo Keith Paul, el criminal de frente estrecha.

    El software identificó que Paul estaba extremadamente cabreado,

    —¿Dónde has estado? —dijo Frank—. Os dimos las agendas hace ya ni me acuerdo. Sólo estamos haciendo los últimos ajustes.

    Keith cerró el pico y bajo la miraba. —Eso no es justo.

    —¿Qué quieres decir? - preguntó Frank.

    —Pues que bajaréis primero a los ganadores.

    —No. ¿Tengo que pasar por esto de nuevo? Los descensos están escalados para compensar la diferencia de rutas. El equipo de Thorens tiene tareas adicionales y el de Patel tiene la ruta más fácil y más corta.

    Keith se quedó mirando al suelo.

    El software identificó que Frank estaba sobrecogido por el gozo.

    —Por supuesto, esta es la mejor suposición. Las rutas pueden más fáciles o más difíciles de lo que pensamos. Pero, hey, lo pagas, te arriesgas.

    —¡Deberíamos hacer las mismas cosas! —dijo Keith—. Eso sería lo justo!

    Los labios de Frank trazaron una dura línea.

    «Está pensando que no se va a arriesgar a que el tipo rasge los trajes de todo el mundo», pensó Nandir. «Ahora el software debería decirlo»,

    —Ha habido una excepción fatal en el módulo INP66X0FB21 —dijo su software.

    Nandir maldijo. —Reinicia —dijo él en voz baja.

    —Reiniciando —dijo el software.

    —Apuesto a que Nandir no tiene problema en bajar el último —dijo Frank.

    Nandir alzó la vista. Frank señalaba hacia él. Nandir notó lo sucias que estaban las mangas largas de la camisa de Frank. Pero todo estaba así: los restos de las comidas Nissin y los Tacos Bell@Hogar y General Molinos se apilaban en montañas hasta que alguien las limpiaba con la pala. Todas las barras de agarre estaban oscuras de suciedad. El lugar entero necesitaba una limpieza a fondo.

    «Decir eso ha sido increíblemente estúpido», pensó Nandir.

    Porque ahora Keith le estaba mirando con ojos severos y brillantes bajo su frente arrugada como si calculara algo. Algo malo.

    «Todos nos estamos quedando un poco confusos», pensó Nandir. «Con la mente confusa.»

    Si no hubiera tenido su software para ocupar el tiempo, ¿Cuán aburrido estaría ahora?

    —¿A quién le importa lo que piensa el punto? —dijo Keith.

    Un par de entre los presentes se atragantó.

    —¿Qué? —dijo Keith—. ¿No puedo decir eso? ¡Punto, punto, punto! - señalando a Nandir.

    Nandir sofocó una sonrisa. No significaba nada para él.

    Keith señaló al resto. Romeo. —¡Mongol! - Sam—. ¡Mejicano! - Petrov—. ¡Rojo! ¡Apuesto a que no puedo decir esos tampoco! ¿Qué pensáis? ¡Diré lo que quiera! ¡Que me dé todo el mundo un show! ¡Que les den si no aceptan un chiste!

    Frank asintió a Petrov y el grandullón se lanzó hacia Keith. Los ojos de Keith salieron de sus órbitas y se acobardó contra la pared. Luego, en el último instante, se impulsó fuera de la sala hacia el pasillo. Petrov trató de cogerle y casi lo agarra por la camisa. Petrov juró en ruso y lo persiguió hasta que se oyó un choque y una salva de puños.

    —Lamento lo sucedido —dijo Frank mirando hacia el pasillo.

    —El hombre está muy feliz —le dijo a Nandir su software de inferencia.

    —Esto es in.. —dijo Nandir, pero se detuvo.

    Quizá Frank estuviera muy feliz de ver apalizar a Keith. Nandir decidió no corregir al programa.

    —Vale —dijo Frank—. ¿Alguien más tiene preguntas sobre la agenda de descenso?

    Todas las cabezas presentes negaron.

    —Al tipo le interesan los bailes de salón —dijo el software de Nandir.

    Nandir suspiró.

    Luego, en voz baja, soltó una carcajada. Aún tenía mucho que hacer. Pero, al menos, tenía algo que hacer.

44. Romance

    Jere la llevó al Yamashiro esa noche.

    Lo cual era extraño porque Patrice había oído a Jere decir que era una mierda de restaurante, que era para turistas y para gente que se quería casar. Y era uno de esos sitios donde pagas tanto por la vista como por la comida.

    A Patrice ya la habían llevado algunos productores, de modo que, al menos, algunas personas de la industria iban allí. Pero en el extraño ecosistema de lo se consideraba de moda en el mundo de la hostelería para los estudios, ella sabía que los lugares populares cambiaban todos los meses, favoreciendo a los lugares pequeños con antiojos mosca que los espectros de Omisión no habían derrumbado todavía; los lugares animados con papel de pared interactivo, algunos taburetes de barra, el menu impreso por vetustas impresoras láser y, quizá, un perroloro genetizado bajo el cristal de la mesa graznando el diálogo del Interactivo de moda de la semana.

    Yamashiro no se parecía en nada a eso. Era uno de esos lugares californiasiáticos que habían estado integrados durante tanto tiempo que casi parecía respetable. Con cabinitas silenciosas con manteles de lino acumuladas en torno a las vistas del horizonte de Los Angeles a través del cristal que iba del suelo hasta el techo.

    «Debe de haberme traído aquí porque piensa que me gusta», pensó Patrice.

    —Gracias —dijo ella.

    Jere apartó la vista del menu que le hacía fruncir el ceño.

    —¿Por?

    —Traerme aquí.

    Un subidón y una sonrisa culpable.

    —No se merecen —Jere volvió a estudiar el menu.

    —¿Qué vas a pedir?

    —Oh. No lo sé —Dijo con los ojos sobre el menu.

    —¿Pedirías por mí?

    —Claro.

    —¿De verdad?

    Jere asintió y la miró. Sus ojos miraban a todos lados, casi distraído.

    —Por supuesto —dijo él.

    —¿Qué te pasa?

    Jere volvió a mirar el menu. —Nada.

    —¿Nada? ¡Si ni siquiera puedes mirarme! - La irritación creció en ella y Patrice oyó su propia voz ascender hasta una nota estridente.

    Esperaba que Jere explotase, pero él sólo suspiró y se frotó la frente.

    —¿Qué ocurre? —dijo Patrice.

    Jere alzó la vista hacia ella. Por primera vez, ella vio perlas de sudor en la frente de Jere. Como si supiera dónde estaba mirando, él las secó con una mano temblorosa.

    —No soy bueno en esto —dijo Jere.

    —Bueno en qué.

    Jere se levantó y se arrodilló delante de Patrice.

    «No no esto no está pasando. No no no», Patrice sintiò cómo los cimientos de su mundo se hacían inestables y su mundo caía de lado.

    Esto era un sueño. Ni siquiera un sueño, pues nunca había pensado en ello. Nunca se había permitido pensarlo ni con Jere.

    —¿Qué? —dijo Jere.

    Patrice se dio cuenta de que estaba negando con la cabeza y apretando la espalda contra el asiento. Sentía las lágrimas a punto de derramarse.

    —¿Qué va mal? —dijo Jere.

    —Hazlo —dijo Patrice.

    —Que haga qué

    —¡Dilo de una vez!

    Jere la miró boquiabierto y ojiplático.

    «Sí, me lo he imaginado», quiso decir ella. «No soy tanta boba como crees.»

    Pero no pudo abrir la boca.

    Jere echó mano al bolsillo de su chaqueta y Patrice le observaba pensando:

    «Esto no es como los Interactivos donde el dulce príncipe siempre escoge el momento perfecto, siempre dice las palabras adecuadas.»

    Esto era algo común, casi pedestre. Por supuesto, el dulce príncipe de los Interactivos no tenía que dirigir una compañía, o preocuparse de comprar un anillo o de hacer ni la mitad del centenar de cosas que haría un hombre real.

    Le observó pensando: «Esto es la realidad.»

    Ella no sentía nada.

    Al fín, Jere sacó una cajita de terciopelo negro y la abrió. Había un enorme y sencillo diamante de unos tres quilates orbitado por rubíes dispuestos matemáticamente en un perfecto aro de platino.

    —Patrice, ¿quieres casarte conmigo? —dijo Jere.

    Durante largo tiempo, Patrice no pudo decir nada. Miraba el anillo pensando:

    «Lo rojo es, probablemente, de Marte.»

    Miró a Jere y a su frente sudada, a sus ojilllos asustados como si sujetase un arma demasiado pequeña para abatir a la presa. Le tembló el labio inferior, sólo una vez.

    Patrice fue entonces consciente de que el restaurante se había quedado en un silencio de respiraciones contenidas de anticipación. Ella quiso girarse y mirarlos a todos y decir: Sí. Me están pidiendo la mano y qué, ¿por qué no podéis volver a vuestras jodidas cenas?

    «Aunque, por eso lo ha hecho aquí. Porque todo el mundo estaría observando. Incluídas las redes», fue un pensaniento súbito, claro, helado.

    Jere aún la estaba mirando. Ella esperó a que las gotas de sudor se coagularan y cayeran por su frente, como una escena que recordaba de un Lineal. Pero permanecían obstinadamente quietas.

    Los labios de Jere se separaron como si fuese a decir algo más.

    «Si dice por favor, le diré que se vaya a empapar la cabeza.»

    Jere se humedeció los labios pero no dijo nada.

    «No. Dile que no. No es real, es una jodida escenifica...»

    —SÍ —dijo Patrice.

    Toda la tensión salió del cuerpo de Jere. Inclinó la cabeza hacia adelante antes de levantarla para sonreir a Patrice.

    —Si dices gracias, cambiaré de idea —dijo Patrice.

    Jere abrió la boca.

    Patrice acercó su mano y la puso sobre sus labios.

    —Shh —dijo ella.

    Los ojos de Jere parecieron casi aliviados.

    —Aunque esto sea una farsa, es importante —dijo Patrice—. Aunque esto sea lo que siempre he querido.

    «Aunque esto sea lo que siempre he temido.»

45. Cayendo

    Estar en un equipo con las lesbianas no distraía a Geoff. Durante el largo viaje en la Lata, nunca habían sido abiertamente afectivas. Y ellas nunca invitaban a Geoff Smith a ninguna de las actividades en la cabina del piloto. Se vestían con ropas sin formas y permanecían alejadas del bárbaro y del resto de concursantes tanto como podían. Y Geoff tenía sus propias ideas, tan distantes del sexo que no le importaba realmente quiénes eran. Y, si el sexo se hacía molesto, él tenía su propia biblioteca de Interactivos.

    Así que no tuvo ocasión de verlas hasta el momento del descenso, cuando se pusieron sus Netenotrajes, o Estrujatrajes como ellos los llamaban. Salieron al anillo donde estaban las cápsulas de descenso. Las chicas parecían versiones en traje espacial blanco de Tomb Raider o alguna otra heroína de los Lineales de antaño. Sus traseros parecían perfectamemente esculpidos, sus pechos prominentes y firmes.

    «Un poco más llenos que la últimas vez que los ví a bordo», pensó Geoff.

    Incluso sus entrepiernas estaban esculpidas, sin ocultar nada. Lo que tenía sentido pues los trajes tenían un grosor de cuatro milímetros en su parte más densa, suficiente para ocultar cualquier detalle.

    «Quizá se ponían relleno para equilibrar mejor la presión del traje sobre la piel», pensó Geoff esforzándose en no mirar.

    De pronto, todas las acrividades en las que Laci y Wende tomaban parte parecía crecer en importancia.

    —¡Esta cosa hace daño! —dijo Laci frotándose el frontal de sus muslos con en canto de la mano. Su voz era diminuta y comprimida en el comunicador del traje.

    —¿Has usado el depilador? —dijo Frank.

    —Por supuesto —dijo Laci, aún frotando.

    Frank frunció el ceño y miró hacia la cabina de pasajeros. Sólo estaban ellos tres en el anillo de lanzamiento. El anillo era una pequeña y fría pasarela por del exterior de la nave. No había mucho espacio para los cuatro.

    —Pica —dijo Geoff cruzando las piernas.

    El traje le parecía doloroso aun después del depilador y el lubricante corporal.

    —¿Has usado el lubricante? —dijo Frank.

    —Por supuesto! —dijo Laci.

    Frank miró a Wende. —¿Qué tal vas tú?

    —Estoy bien —dijo Wende.

    —Si os duele el traje, eso podría significar...

    —¡He dicho que estoy bien! - disparó Wende.

    —...moratones, rotura de epidermis, hemorragia interna, nada de eso sería divertido.

    —He leido el manual. Estoy bien —dijo Wende de brazos cruzados.

    —Pues duele mucho —dijo Laci.

    —¿Lo bastante como para quitártelo? —dijo Wende—. ¿Lo bastante como para perder nuestro margen de tiempo? - Señaló los números azules que cambiaban hacia el cero.

    Sólo quedaban once minutos.

    Laci frunció el ceño.

    —Si tienes problemas será mejor que te lo quites y lo arregles —dijo Wende.

    —No, ningún problema.

    —Bien —dijo Wende.

    —Si hay un problema con el traje, te culparemos a tí —dijo Frank a Wende.

    Wende se sorprendió.

    —¿Qué quieres decir?

    —Lo tenemos todo grabado. La has presionado para que continúe.

    —¡No tenemos tiempo!

    Frank frunció el ceño y se.impulsó hacia Laci.

    —Si tienes un problema, vamos a arreglarlo ahora.

    Le quitó el cabezal a Laci y abrió el traje apartando la vista hacia Wende y Geoff.

    Wende frunció el ceño aun más. —¡Venga! No hay tiempo para eso.

    —Cierra el pico —dijo Frank mientras sus manos exploraban la entrepierna de Laci.

    —Aquí —dijo él—. Un pequeño pliegue. He hecho lo que he podido por suavizarlo. Has perdido peso.

    Laci asintió.

    —Vamos —dijo Wende desde la puerta de su cápcula. Laci la siguió.

    —¿Qué tal tú? - preguntó Frank a Geoff.

    —Bien.

    —Dijiste que te picaba.

    —¡Estoy bien! - Geoff trató de pasar por delante el viejo.

    —Oh, no —dijo Frank cogiendo el brazo de Geoff—. No voy a dejar que mueras allí abajo, tampoco.

    —No, está bien, en serio.

    —¿Dónde es? —dijo Frank abriendo el traje de Geoff.

    —¡No hay ningún problema!

    —Puedo dejarte en la nave.

    Geoff no lo dudaba. Y tampoco dudaba de que Frank lo haría aunque arruinara la oportunidad de Laci y Wende de ganar.

    «Y luego tengo que compartir la nave con ellas en el camino de regreso.».

    Incapaz de hablar, Geoff señaló a sus genitales.

    Frank abrió el traje un poco más y metió la mano dentro. Geoff sintió su cara ponerse roja. «Están grabando todo esto», pensó. «Aunque no salga en el show, está en un archivo digital en algún sitio. Y alguien puede interceptarlo.». Reproducirán este momento en las fiestas hasta el final de los tiempos.

    Geoff parecía en las puertas del cielo cuando Frank sacó la mano. —No encuentro nada.

    —No está mal —dijo Geoff—. Es mejor.

    —¿Sí?

    —¡Sí! ¡Sí!

    —¡Ven de una maldita vez! - avisó Wende desde la cápsula y gesticulando frenéticamente con la mano.

    Frank soltó una risita y ayudó a Geoff a sellar el traje. —Adelante —dijo él con un movimiento de mano hacia la compuerta.

    Wende agarró a Geoff y lo embutió en una de las sillas de desenso. Pensó que eran cómodas al estar acolchadas con espuma de celulosa hasta que la parte superior se cerró sobre él como una jaula, comprimiendo su cuerpo en un sandwich de espuma. Las otras sillas también se cerraron. Geoff miró a su alrededor. Laci y Wende estaban a su lado. Delante había una ventanita redonda que mostraba la negrura del espacio lleno de estrellas.

    —Un minuto para el descenso —la voz de Petrov se oyó a través de los comunicadores del traje.

    El cosquilleo y el picor en la entrepierna de Geoff volvía lentamente. Se esforzó en pensar que desaparecía, que no importaba.

    «O quizá importaba. Quizá no le dejaría hacer nada. Quizá no podría hacer los experimentos. ¡No!», pensó Geoff.

    —Treinta segundos —Petrov de nuevo.

    Geoff se preguntó si Laci y Wende estaban cogidas de la mano bajo la espuma. Trató de mover los dedos hacia Wende pero no se movían.

    —Diez segundos.

    El traje no sería un problema.

    —Nueve.

    O quizá sí.

    —Ocho.

    Podría terminar los experimentos. Incluso los de IBM.

    —Siete.

    Probaría que había vida en Marte de una vez por todas.

    —Seis.

    O quizá no.

    —Cinco.

    Quizá la Rueda se rompía y no podían ir a ningún sitio.

    —Cuatro.

    O chocaban en ella demasiado rápido y se quedaban atrapados.

    —Tres.

    O los airbags de la cápusla no se inflaban y se estrellaban en la superficie.

    —Dos.

    Geoff sintió el sudor bajar por su frente y aterrizar en un ojo, picándole.

    —Uno.

    La explosión de los impulsores hizo ¡bang! Y él ya estaba girando y rodando. La cápsula siseaba y se zambullía hacia el espacio mientras se alejaba de Enterprise. Hubo un contínuo siseo y Geoff sintió la aceleración de la cápsula tirándole hacia atrás. Era una sensación extraña eso de sentir algo fuera de su cuerpo por primera vez en 6 meses. Geoff se preguntó si caminaría bien en Marte y cuándo volvería a casa.

    Luego, la cápsula rotó y Marte llenó la ventanita de manchas rojo salmón y rayas amarillas y negras.

    «Ya está», pensó Geoff. «Estoy callendo hacia otro.planeta.!»

    Cayendo.

    Hacia.

    ¡Otro maldito planeta!

    Geoff quiería levantar el puño en el aire y gritar: ¡Chupate esa, NASA! ¡Tomad escépticos! Estoy aquí, voy a probar que hay vida y no podéis detenerme.

    Era una emoción indescriptible. Un poco como el día que le aceptaron en el show. Pero más profunda y sazonada con el temor.

    Porque, por supuesto, estaba cayendo hacia otro planeta.

    Tenían que salir bien un montón de cosas antes de que sacara un pie fuera de la cápsula y pisara el polvo rosa de Marte.

    Las cosas irían bien. Nada le detendría. Geoff escuchó el eco de su respiración, rápida y sonora.

    Marte crecía lentamente en la ventanita.

46. Bar

    Patrice sugirió el Herald Under Melrose para la noche del primer descenso de Ganar en Marte, pero Ron lo vetó.

    —Tienes un perfil más alto que cualquier líder de estado actual —dijo Ron—. No te puedes esconder. La gente va a ver tu show y va a verte a tí, también.

    —Me matarán si alguien se estrella —dijo Jere.

    —Es un riesgo que corres.

    Así que, los tres acabaron yendo a La Visión, un lugar ultra-turístico lleno de pantallas de niebla inteligente, ventanas fanstama y somáticos de alquiler por minutos. También incluía las últimas psico-actividades aún no programas servidas en cócteles ultra-caros. Evan los encontró por feliz coincidencia o por servicio de localización y los cuatro reservaron asientos en la barra del bar. Estaban justo debajo de las pantallas de niebla inteligente no interactivas que hacían circular constantenente varios paisajes urbanos famosos. Sólo eran caramelos para los ojos en formas de marshmallow pero incluso eso les gustaba mirar a los turistas.

    Jere dio un sorbo a su martini Órbita de Stoli destilado en el espacio y trató de ignorar las miradas. Era como si estuviera en la pantalla y todo el mundo sabía lo que estaba pasando. Captaba fragmentos de conversaciones:

    —Ese es Jere. Es él. Ganar en Marte. Empiezan esta noche. Está aquí para que le miren. Jodido presumido.

    Patrice se sentaba apretada contra él. Su cálida piel, mayormente desnuda, se rozaba con su fina camisa de seda. Había escogido el vestido de cóctel más pequeño que tenía. Era un pedacito de seda plateada diseñado con inteligencia para ocultar partes de Patrice cuando estaba de pie, sentada o caminaba. Se suponía que llamaba la atención, pero la gente sólo la miraba después de estudiar a Jere.

    «Gran idea, papá», pensó Jere. «Si alguien muere...»

    —Si alguien la diña te van a masacrar —dijo Evan inclinándose cerca. —¿Seguro que no quieres visitar el tocador ahora mismo?

    —No puedo —dijo Jere—. Me tienen que ver.

    —¿Qué? ¿acaso eres un jodido papa que tiene que saludar con la mano?

    —Eso parece —dijo Jere indicando con la cabeza hacia Ron.

    —Joder con el viejo bastardo. A él no lo van a descuartizar.

    —Lo dices muy seguro de que alguien va a morir.

    Evan se encogió de hombros. —Más vale prevenir que muerto.

    Jere negó con la cabeza. Su optisor descontaba los minutos. Cerca de la hora, La Visión dejó plana la pantalla de niebla y empezó a proyectar Ganar en Marte en tiempo real. Todos los cuellos se dispararon hacia arriba.

    Se hizo el silencio por un instante y apareció la enorme imagen rojiza de Marte. Sin sonido, una de las cápsulas de pasajeros voló y salió de la vista hacia el planeta. La imagen cambió a una cámara en la cápsula. El planeta giraba lentamente.

    —Primer módulo de concursantes liberado —la voz de Frank surgió del sistema Audio Perfecto de La Visión.

    Jere saltó y miró a su alrededor. Los ojos relucían fijos en él. Intentó devolverles una sonrisa y se giró para mirar la pantalla.

    —El equipo Kirschoff —dijo Ron lo bastante alto para que todo el mundo lo oyera.

    Empezó a oirse una música épica de fondo, pero pronto, el único sonido en La Visión eran los crujidos de la cápsula de pasajeros y, más tarde, el delgado grito de la atmósfera marciana mientras la cápsula se hundía en la atmósfera. El planeta iba creciendo.

    —Inserción atmosférica exitosa —dijo Frank.

    —Como si hubiera alguna duda —dijo Evan—. Esas cosas se supone que caen como piedras.

    La gente de la barra le oyó y se giró hacia él.

    —Cierra. El jodido. Pico —dijo Ron, lenta y mortalmente.

    Era como observar tu primer aterrizaje en un aeropuerto. El planeta se acercaba más y más. Cada vez había más detalles. El ritmo de cambio se incrementaba lentamente. Era casi hipnótico.

    —Siguiendo el rumbo previsto —dijo Frank—. Impacto en treinta segundos.

    —¿Impacto? - se preguntó alguien en el bar.

    —Están rebotando —dijo otro.

    El bar estaba lo bastante en silencio para oir la respiración de los concursantes en la cápsula de descenso. Era rápida y aguda, la respiracíon del terror.

    «Por supuesto que están aterrorizados», pensó Jere.

    La superficie del planeta pasaba por debajo a más velocidad que en cualquier aterrizaje de avión que Jere hubiera visto. Le pareció un suelo afilado, retorcido y desagradable.

    «Esto nunca funcionará», pensó Jere.

    —Diez segundos —la voz de Frank.

    Una pequeña turbulencia en la cabina.

    «No deberíamos estar oyendo esto», pensó Jere.

    Pero por supuesto deberían oirlo. Deberían verlo, también. Deberían haber pensado en colocar cámaras en el interior de las cápsulas de descenso. Pero no había presupuesto.

    —Cinco segundos —Frank de nuevo.

    Sobre el silbido del viento, se oyeron fuertes golpes y gritos desde la cápsula. La gente en La Visión miraba a su alrededor, alborotada.

    —Airbags —dijo Evan en voz alta.

    —Tres... dos... uno —decía la voz de Frank.

    Se oyó un choque tremendo y la imagen desapareció en una bruma de estática. La gente en La Visión se quedó mirando la proyección boquiabierta, a medio camino entre el trauma y la aceptación.

    «¿Están muertos?», pensó Jere.

    Los murmullos pasaban entre los espectadores. Tras un rato, apareció la imagen de Frank. Estaba delgado y sin afeitar.

    —Para aquellos que seguían la transmisión en directo: este fallo de comunicación estaba previsto. La telemetría indica que el módulo está intacto. Pronto podrán ustedes oirles.

    Durante el minuto siguiente, nadie se movió. Nadie parecía ni siquiera respirar.

    «Esto es lo más grande que jamás he visto», pensó Jere. «Ni siquiera beben.»

    Jere miró a Patrice, pero ella no veía nada más que la pantalla que aún mostraba la cara preocupada de Frank. Tenía la boca ligeramente abierta, atrapada en una intensa duda. Jere no sabía lo que pensar sobre ellos. Ella llevaba su anillo pero sólo era un objeto, sólo otro objeto más. Había momentos en los que las curvas se tensaban tan bien que era imposible combatirlas. Las curvas te llevaban consigo. Y ella era el nexo de esas curvas. Le hacían sentirse bien en muchos sentidos. Jere sonrió, intentando ser feliz.

    La imagen de Frank sobre el bar se remplazó con la de dos personas llevando Netenotrajes. Una mujer rubia y un tipo de aspecto vagamente torpe. Se oyó el sonido de alguien soltando el aire.

    —Wow, menudo aterrizaje —dijo Wende Kirshoff—. Pero hey, ya sabes lo que se dice de cualquier aterrizaje del que puedes salir andando...

    —¡Y estamos andando! —dijo el zumbado.

    Detrás de Jere se levantó una ovación. Era feliz, ruidosa y le erizó los pelos de la nuca.

    —Dáte la vuelta —dijo Ron—. Haz una reverencia.

    —¿Por qué?

    —Porque, en este momento, eres un jodido héroe. Aprovéchalo.

    Jere se levantó y se dio la vuelta despacio. Todos los emocionados ojos le miraban. Ya había hablado antes en público, pero nunca ante algo como aquello. Sonrientes y boquiabiertos, aplaudían mirándole con algo similar a la admiración.

    La ovación se elevó de nuevo con las manos en el aire. La multitud se precipitó hacia él.

    Su héroe.

47. Muerte

    Glenn Rothman estaba aún temblando por el aterrizaje cuando lo vió: una delgada línea blanca que trazaba un arco a través del ténue cielo azul. Como una sencilla hebra de araña reluciendo en el aire. No hubo sonido.

    «El equipo de Nandir», pensó Glenn Rothman parándose a observar cómo desaparecía en el halo rosáceo del horizonte.

    El parloteo de Frank en la Lata era histérico. La voz del valiente líder se elevó hasta que Glenn tuvo que prestar atención a lo que decía. El descenso de Nandir se había desestabilizado en la delgada atmósfera. Los airbags no se habían desplegado, al parecer, por un error del software o algo en el hardware. Aún estaban tratando de averiguar los detalles. Glenn se quedó clavado en el sitio sintiendo frío a través del calor húmedo de su Netenotraje.

    «Pudo habernos pasado a nosotros», Glenn se estremeció.

    Casi había escogido la ruta de Nandir, que parecía más fácil en la prueba de rodado y vuelo pero más difícil en el Reto Terrestre hasta la cápsula de Retorno. Perfecta para él y...

    —¡Muévete! —dijo Elena por el comunicador local.

    Estaba de pie a diez metros de él, mirando hacia atrás con la cara arrugada en una máscara de enfado.

    —Acabamos de perder a Nandir.

    —¡Ya lo sé! ¡Tengo oídos!

    —Pero...

    —¡Y voy a perderte a ti si no te pones en marcha!

    —¿Te da igual?

    Ella soltó un gruñido inarticulado y, luego suspiró. Estaban, después de todo, ante las cámaras, todo el rato.

    —Por supuesto que no me da igual. Pero quiero ganar. ¡Venga!

    Glenn fue saltando hacia ella. La cara de la mujer estaba roja por el esfuerzo pero las lágrimas le brillaban en la esquina de los ojos y evitaba mirarle.

    «Está más asustada de que lo que puede admitir.»

    Trató de cogerle la mano pero ella se apartó. —¡Para! —dijo ella.

    Sus ojos de topacio le miraron durante un rato y comprimía los labios en una fina línea. Los suaves arcos de su rostro se tensaron en algo más severo y brutal. Era el rostro que amó una vez. El rostro que aún amaba.

    Ella se alejó saltando con rápidos movimientos en la baja gravedad.

    Glenn se apresuró para seguirla.

    Sé cómo te sientes —quiso decir. Lo sé y te comprendo.

    Los cuentos sobre que la gente perdía neuronas eran una cosa, el breve conocimiento de los nombres medio recordados eran otra. Todo lo que habían hecho conllevaba riesgos, pero los riesgos estaban bien cuantificados. Hasta su agente de seguros había dicho: Oh sí, haces deportes extremos y anotaba cada uno de ellos en el formulario antes de firmar.

    Y la factura llegaba con el sobrecago, claramente subrayado, que cubría cada una de sus actividades.

    Pero ella nunca había visto morir a nadie. Ni Glenn tampoco. De pronto era como si no hubiera nada en su interior salvo vacío esperando ser llenado.

    «Las cosas serán diferentes cuando regresemos», pensó.

    Y luego: «Si regresamos»

    Glenn alcanzó a Elena y le mostró una sonrisa. Ella evitó mirarle, malhumorada. El terreno se hacía menos pedregoso. Delante de ellos se alzaba el Risco Sin Nombre: cien metros de pared casi vertical que tendrían que escalar sin cuerda para llegar a su cápsula de trasporte. Las buenas noticias eran que parecía escalable, especialmente en la baja gravedad.

    La cual era una bendición y una maldición. Glenn aún estaba averiguando lo que podía hacer. El Netenotraje y el casco le hacían pesado en la parte superior y alteraban su equilibrio, pero su peso total era menos de la mitad. Sentirse cómodo dando saltos verticales de tres metros y horizontales de diez no era sencillo porque la inercia aún actuaba.

    —Mira algo de mayor interés humano —la voz de Petrov le habló por su canal privado.

    «Piérdete», pensó.

    Pero no podía hacer eso realmente. Era parte del contrato. Tenían que hacer lo que les decían. Frank y Petrov se lo recordaban siempre que tenían la oportunidad.

    —Glenn, tenemos que ver a Elena —la voz de Frank esta vez.

    El le ignoró.

    —Glenn, estamos cerca de una brecha en el contrato —Frank sonaba triste.

    —¡Mierda! —dijo él, pero se giró obedientemente para enfocar a Elena. El Netenotraje se ceñiá a sus curvas y el casco transparente estaba diseñado para mostrar su hermosa cara. Un poco menos atractiva ahora, quizá, con el pelo colgando de sudor y su boca configurada en una severa línea.

    —Más. —dijeron.

    Glenn trató de correr delante de ella y pasarles la imagen de una de sus cámaras traseras, pero era demasiado complicado concentrarse en el terreno y mantener una toma decente. Se retrasaba de vez en cuando para enfocar la forma exagerada de reloj de arena de su traje.

    «Debería estar pensando en Nandir», pensó. «Debería estar preocupado por escalar el Risco Sin Nombre. En vez de eso, soy el jodido cámara.»

    —Bien —dijo Frank—. Quédate ahí durante un rato.

    —Vale —dijo él. «Capullos.»

    —Oh, mierda —dijo Jere, observando el monitor mientras Frank le hablaba de la pérdida del equipo de Nandir. Jere estaba muy, muy borracho y la vieja pantalla plana parecía flotar y bailar a millones de kilómetros de distancia. No podía apenas creer que estaba sucediendo.

    —Jere, ¿acaba de morir alguien? —dijo Patrice. Se inclinó contra él, cálida y suave.

    —¡Sí! - disparó Jere.

    Habían decidido ir a una fiesta privada tras la gala en La Visión, como invitados de algunos inversores de Nueva York que tenían una vieja casa cerca de la de Ron en Hollywood Hills. Jere miró por la habitación. Los inversores le observaban por el espejo tras la barra.

    —Tengo que irme —dijo Jere.

    —Sí, ve —dijo Ron. Jere se sobresaltó. Había olvidado que Ron estaba allí.

    —¿Tienes que irte? —dijo Patrice.

    —Sí.

    —¿Estás es condiciones de ponerte frente a una cámara? —dijo Ron.

    Jere asintió. —Lo bastante para hacer lo que hay que hacer.

    —Yo te llevo —dijo Evan.

    —Ya os contaré —dijo Jere.

    Camino a Neteno, Evan negó con la cabeza. —Podrida suerte —dijo él.

    —Sabías que pasaría. Dijiste que pasaría.

    —No. No así. Nandir. Tenía que ser Nandir. Pierdes a las minorías. Alguien tiene que decir algo.

    Jere frunció el ceño. Evan, capullo como era, tenía razón. Alguien tenía que decir algo sobre lo ocurrido.

    En Neteno, Jere descargó un guión instantáneo sobre tristeza y pérdida. Miró a la cámara e hizo lo que pudo para recitar las líneas.

    Y todo el tiempo que estuvo frente a la cámara, pensó en las palabras de Evan.

    «Por supuesto que alguien va a morir. Probablemente, muchos alguien. Todo lo que tienes que hacer es mostrarte apropiadamente horrorizado y continuar a partir de ahí.»

    O lo que fuera que Evan había dicho.

    Cuando hubo terminado, Jere esperaba ver una muchadumbre frente al edificio de Neteno, llevando antorchas y pidiendo a gritos su cabeza. Pero ho hubo nada, sólo el tráfico sin rostro de la calle Vine. Evan ya se había ido. Pensó en mirar su puntuación pública por el optisor, pero decidió que no era una buena idea.

    —¿Qué quieres hacer? - preguntó Patrice.

    —Ir a casa.

    —¿A casa?

    —Si van a matarme, bien prodría ser en casa.

    Jere se quitó su optisor y lo guardó en el bolsillo. Patrice le observó hacerlo con gandres ojos escépticos.

    —¿Quieres que vaya? - preguntó ella.

    Jere la miró. Estaba preciosa. Ella nunca entendía. Él no supo lo que sentir.

    —Por supuesto —dijo él.

48. Impacto

    —¡Sácalo! ¡Vamos! ¡Tira! - gritó Sam Ruiz a través de su comunicador local.

    Mike Kinsson y Juelie Peters se arrastraban fuera de la cáscara de metal rota. De pronto, el lateral entero se dobló, se retorció y los tres de ellos acabaron enrededados en el suelo polvoriento. Mike Kinsson notó que los logos de Disney y Red Bull y Wal-Mart del traje de Juelie estaban cubiertos de tierra y estiró la mano para limpiarlos.

    —¿Qué haces? —dijo Sam tirado a los pies de Juelie.

    —El polvo.. —dijo Mike retirando la mano.

    De todos modos era estúpido. ¿Por qué debería preocuparse sobre sus patrocinadores? ¿Por qué debería preocuparse de nada? Estaban muertos.

    Al equipo de Sam le habían dado el Reto Terrestre más sencillo. No era nada más que un recorrido rápido sobre terreno rocoso porque les habían asignado la parte más dura del Rodado y el Vuelo. Planear sobre el Valle Marinaris era parte de su viaje aéreo, en parte para hacerlo más dramático y en parte para recoger algunas imágenes estupendas.

    Pero tras su breve prueba terrestre, habían rebotado hacia la escena de una desastre. Su cápsula de transporte se había venido abajo al abrigo de una roca enorme y había quedado aplastada y semienterrada en el suelo. Su suave forma globular estaba ahora retorcida como una pelota deshinchada.

    «Se suponía que tenía que rebotar», pensó Mike.

    Lo que implicaba que toda la energía cinética de la caída había sido absorbida en el golpe. Tenía un terrible diseño, algo del último siglo de la NASA que no funcionó entonces ni con triple sistemas redundantes ni con toda la reconstrucción que el gobierno pudo hacer. Ahora, de manufactura rusa, la Rueda y el Cometa eran, internamente...

    —Chatarra —dijo él en voz baja cuando Sam y Juelie empezaron a tirar de los pliegues y las láminas de plástico. Aquello no era como los entrenamientos. No tenía nada que ver.

    —¿Vas a ayudar o no? - preguntó Juelie.

    Como un robot, Mike se acercó y les ayudó a sacar todo el contenido de la cápsula. Notó que los grandes logos de Timberland y Kia y Cessna del exterior de la cápsula estaban intactos y tuvo que suprimir la urgencia de echarse a reir. Tenía que arrastrarse dentro para recoger algunas de las últimas piezas, pero se habían soldado a la roca y no salían. También notó, no con gran emoción, que uno de los objetos finales era el motor de hidracina que alimentaba la Rueda y el Cometa. Estaba retorcido casi más allá de todo reconocimiento.

    —¿Dónde está lo que falta? - gritó Sam cuando Mike salió.

    —Atrapado.

    Sam le miró y se agachó él mismo. Hubo muchas maldiciones a gran volumen por la red del comunicador local. Cuando Sam salió de nuevo, el sudor recorría sus mejillas y tenía una extraña mirada distante. Mike buscó alrededor algunas piezas sueltas y negó con la cabeza. Sam lo vio y lo agarró.

    —¿Qué? —dijo él—. ¿Por qué mueves así la cabeza?

    —Estamos muertos —dijo Mike—. Se acabó.

    —¡No! ¡Podemos hacer algo! ¡Podemos hacer algo híbrido como una rueda. —empezó a rebuscar por los restos frenéticamente, con los ojos brillantes y atentos.

    —¿Alimentada con qué? —dijo Mike en voz baja.

    —¡Podemos alimentarla o podemos hacer skis! O podemos —Sam siguió buscando torpemente.

    Juelie se aceró a Sam y puso una mano en su hombro. Tan pronto como sintió su toque, Sam se detuvo. Aún estaba arrodillado mirando a las rocas y al polvo.

    —Mike tiene razón —dijo Juelie—. He visto el motor.

    —Entonces ¿qué hacemos? ¿Rendirnos?

    —Descansar, al menos.

    Sam se levantó. El pálido sol se reflejaba en su cara broncínea. Miró de la cápsula al horizonte y de nuevo a la cápsula.

    —¡Yo no quiero parar! —dijo él.

    —¿Por qué? —dijo Juelie—. No podemos ganar.

    Sam la miró durante mucho rato como si tratara de descifrar una extraña frase en un lenguaje desconocido. Luego, se derrumbó. Toda la tensión le abandonó. Se sentó en una roca y se abrazó las rodillas. Algo parecido a un gemido escapó de él. Bajo el cielo sin nubes alienígena, en medio de un desierto rojo, era un sonido terrorífico.

    —¿Qué vamos a hacer? —dijo él finalmente—. ¿Cómo llegamos a los Retornos?

    —No llegamos —dijo Mike.

    Sam se quedó mirádole.

    —Andar por la superficie —dijo Juelie—. No importa el tiempo que lleve.

    —No hay suficiente comida y agua —dijo Mike.

    —¡Comeremos menos!

    —No podemos atravesar el Valle Marinaris.

    —¿Por qué no?

    —Muros verticales de un kilómetro de alto.

    —La gravedad es menor...

    —¡Nos estrellaremos!

    Juelie quedó en silencio por un rato. —Vendrán a rescatarnos —dijo ella finalmente.

    —No —dijo Mike.

    —Estamos perdidos —dijo Sam.

    —Espera —dijo Julie—. ¿Qué quieres decir con no?'

    —No pueden bajar a nadie para recogernos —le contó Mike a ella—. Salvo nuestros módulos de descenso y de retorno, no hay modo de bajar aquí y volver.

    Julie pareció confundida.

    —No pueden rescatarnos —dijo Mike—. No tienen la capacidad.

    —Pues, ¿qué vamos a hacer? —dijo Sam—. ¿Sentarnos aquí y morir?

    Mike apartó la mirada, aun cuando tenía mejor respuesta que esa. Juelie caminó y le ofreció su mano a Sam. Tras un momento, la cogió cabizbajo. Mike se apartó de la pareja. Sam tenía un sólo propósito: ganar su parte de los treinta millones de dólares. Eso es lo que quería. Nada más ni nada menos, no lo había ocultado ni disfrazado, pero ahora se lo habían arrebatado. Y aún más, su vida estaba perdida.

    «Sabíamos los riesgos cuando firmamos», pensó Mike alejándose caminando. «Al menos, yo lo sabía.»

    Sam y Juelie eran, seguramente, parte de los muertos vivientes, de la gente que nunca pensaba mucho sobre la vida, que nunca pensaba que podían morir. Seguramente no habían leído el contrato en absoluto, solo lo firmaron y lo enviaron.

    «Pero no me importó», pensó. «Todo lo que siempre había querido era ver otro planeta. Todo lo que quería era huir. Huir de papá y mamá y de sus ideas sobre la vida perfecta, la vida planeada, trabajar hasta que eres viejo y confíar en ahorrar suficiente, la vida que todo el mundo escogía.»

    Los pensamientos acudían rápidos y amargos. Aún prefería morir allí. La Tierra era un mundo sin salida que perseguía sueños sin salida. A la mayoría de la población no le interesaba nada más que el dinero y divertirse. Nadie producía nada. Nadie exploraba. Nadie corría riesgos. No había lugares donde correr riesgos..

    «Y aún así, yo tampoco hice nada nunca», pensó Mike. «Ésta es la única oportunidad que he tenido. Hasta ahora había estado demasiado asustado para dejar el empleo, demasiado inseguro para dejar mi apartamento, mis activos, mis cosas. Yo era un genio de la tecnología.»

    No había otro modo de describirlo. Siempre anhelando pero incapaz de comprometerse.

    Y así, este gran salto. Al fín.

    «Y así, ahora mueres.»

    Mike trató de sentir algo, pero no pudo. Era demasiado lejano, demasiado remoto. Le quedaban, quizá,cinco días de comida y bebida en sus mochilas. Tenían un refugio hinchable para la noche, pero sólo era una burbuja aislada para evitar lo peor de la frígida noche marciana. No les permitía quitarse los trajes. Cinco días, y luego una semana o más hasta que el reciclador de sudor dejase de funcionar o se acabaran las baterías o ocurriera un malfuncionamiento que se llevase sus vidas. También podían quitarse el casco y acabar con todo de una vez.

    «Es una lástima que no me hubieran dado el paquete científico a mi», pensó Mike. «Habría tenido tiempo para hacer los experimentos.»

    Pero se lo habían dado al otro capullo del equipo Thorens. Una lástima. Habría sido bueno tener en su lápida:

    EL PRIMER HOMBRE QUE CONFIRMA LA VIDA EN MARTE.

    O algo parecido. Le harían un monumento cuando las personas vinieran a Marte a quedarse.

    «O quizá nunca vinieran a Marte a quedarse», pensó Mike.

    «Quizá esta es la última bala, un estúpido juego espectáculo y luego nada.»

    No le sorprendería. Primero Nandir. Ahora ellos. No resultó exactamente una suscripción animada para un viaje interplanetario.

    Mike se alejó unos treinta metros de la pareja cuando la voz de Frank desde la Lata apareció en su oreja.

    —Somos conscientes de vuestra situación —dijo Frank.

    —¿Y? - oyó preguntar a Sam.

    —Estamos solicitando al equipo de Paul que se desvíe y os rescate —dijo Frank—. Creemos que pueden llevaros en su Rueda. ¿Os queda combustible?

    —¡Sí! —dijo Juelie con la esperanza creciendo en su voz.

    —Bien. Estamos transmitiendo la solicitud ahora mismo.

    —¡Genial! —dijo Juelie—. Sam, ¿lo has oído? Nos van a rescatar.

    —Nop —dijo Sam.

    —¿Qué dices? - la voz de Juelie se hizo estridente.

    —Es una solicitud —dijo Sam—. ¿Crees que Paul va a rendir sus treinta millones?

    El comunicador quedó en silencio.

    —¿Crés que lo va a hacer por tí? - Sam preguntó.

    Más silencio.

    —¿Tienes algo tan especial con él que tiraría su oportunidad de ganar...

    —¡Cállate! ¡Cállate! - chilló Juelie.

    Mike no pudo evitar sonreir, sólo un poquito.

    «Ya has visto cómo es tu novio», pensó.

    Quiso volver con Juelie y tanquilizarla. Ella se alejó de Sam caminado con los brazos alrededor del torso. Pero era imposible que Mike se enfrentara a Sam. Eso sería un modo aún más rápido de morir.

    —Keith podría hacerlo —dijo ella—. Aún podría.

    La carcajada de Sam reverberó en el día marciano.

49. Enterrado

    —No seas una jodida nena —dijo Ron—. Vuelve delante de la cámara. Ahora.

    —¿Y decirles qué? —dijo Jere mirando la imagen de su padre en la pantalla plana de la cocina.

    —Diles que los sacrificios son necesarios. Si las próximas misiones a Marte van a significar algo, tienes que desordenar algunos huevos ahora. ¡Y tú eres el centro del asunto!

    —Dices cosas sin sentido —dijo Jere—. Estás mezclando metáforas.

    La cara de Ron se puso rojo brillante y se inclino hacia la cámara. Su nariz creció hasta el tamaño de una remolacha.

    —Cierra el pico. Estúpido. Hijo. Ponte ante la cámara. Diles algo. Estás quemando el camino ¡o lo que sea!

    —No va haber ningún otro show.

    Ron miró el teléfono respirando entrecortadamente. No dijo nada durante largo tiempo. Al fín, con una extraña voz baja, dijo —Sí. Los habrá.

    —¿Qué dices?

    —Lo tuyo es el espectáculo. Antes incluso de que todo empezara.

    —Papá, estás diciendo locuras.

    Ron negó con la cabeza. —No importa. Sal ante la cámara. Habla sobre las nuevas fronteras. Puedes hacerlo. Sé que puedes —Luego, cortó la conexión.

    Jere suspiró.

    —¿Me llevas de vuelta al estudio? - preguntó Jere.

    Patrice movió la cabeza. —No. Hazlo aquí. Conmigo.

    —¿Estás segura?

    Patrice se acercó y le apretó la mano. —Estoy segura.

    Colocaron la cámara para enfocarlos en el sofá. Jere avisó a Neteno para la transmisión en directo. Le dio igual cómo pudiera quedar. No se molestó en usar guiones. Se sentó frente a la cámara y pensó" «ochocientos millones de personas.».

    —No voy a disculparme con el equipo de Ruiz —dijo Jere en voz baja—. Cuando empecé esto, sabía que había riesgos. Sabía que la gente podría morir. Y sí, lo hice por el dinero. Pero, durante el desarrollo del show, descubrí que, hey, esto es realmente importante. Tan importante que quizá algunas personas morirán haciéndolo y tan importante que, simplemente, podría salir bien.

    —Me entristece ver que el equipo de Ruiz se ha quedado varado, pero os digo esto: Quizá era necesario que ocurriera. Quizá necesitábamos que nos recordaran que la vida no son todo té y pastas. Hay ochocientos millones de vosotros siguiendo el show. ¿Qué sentís? ¿El horror de que una companñía como Neteno pudiera emitir un show como este o la emoción de que hay personas sobre Marte ahora mismo?. Hay personas en otro planeta.

    —Cuando empecé esto no sabía que enviamos sondas a Marte en 1976, hace más de cuarenta años. Miles de millones de dólares en programas del gobierno más tarde y aún no hemos enviado nada más que algunos Rovers a Marte. Los chinos se rindieron en la Luna porque era más interesante recoger las cosas viejas de los Estados Unidos que ahora tienen cincuenta años. Pensad en ello: ha pasado la mitad de un siglo desde que llevamos gente a la Luna y prefirieron derribar nuestras banderas antes que ir a Marte. Se puede ver el Rover Lunar y la bandera original en un museo de Beijing, me han dicho.

    —De modo que, aquí estamos y os pregunto: ¿os sentís ultrajados o estáis emocionados? Haré todo lo que pueda para traer al equipo de Ruiz y al resto de concursantes de vuelta a la Tierra sanos y salvos. Pero sabían lo que estaban firmando. Y están en Marte ahora mismo, volviendo la vista hacia la Tierra a través de un cielo alienígena.

    —Yo estoy emocionado. Espero que vosotros también. Si no es así, lo entiendo, pero si os sentís ultrajados, haceos un pregunta: si no fuese de este modo, entonces ¿cómo?

    Jere pulsó el control remoto y apagó la cámara. No quería hacer nada más que irse a dormir. Había sido un día muy, muy largo.

    Patrice le tendió su optisor. Jere negó con la cabeza. Descubriría lo que todos pensaban eventualmente.

    Pero ahora no.

50. Oferta

    Lo único que evitaba que Keith Paul destrozara la cámara que colgaba delante de él era que sabía que le haría perder los treinta millones de dólares.

    —Brecha de contrato - le diría el limpiaculos de Frank con esa voz de viejo cascarrabias suya. Recordó las palabras del entrenamiento:

    —Eres la cámara todo el tiempo. Podemos conectar cuando queramos. No sabrás cuando estaremos usando tu grabación pero siempre habrá alguien observando.

    «Sí, pues espero que cojas una toma de mí, plantando una enorme mierda», pensó Keith. «Emite eso a vuestros ochocientos millones de espectadores. Aquí Keith Paul bajando los índices de audiencia, corto.»

    Pero ellos no harían eso. Oh, no. Eso podría ofender a alguien, a alguna jodida zumbada podría desmayarse de muerte ante la visión de su colita. Eran demasiado delicados para hacerlo.

    Se aseguraría de decirles eso cuando ganara. Cuando le enfocaran la cámara a la cara, les diría exactamente lo que pensaba de ellos. Sería su momento social, su primer —que os den a todos - televisivo.

    Y ganaría. No había duda. Los equipos eran para delicados y mamones. Él podía pelar la Rueda y manejar la Cometa más rápido que cualquier equipo. Porque él era un hombre. Un hombre fuerte que no discutía consigo mismo ni se olvidaba de dónde iban las cosas. No tenía que discutir o preocuparse de ningún indeseable. Le llamaban el máquina y eso era exactamente lo que era, una máquina hecha para ganar.

    «Arreglad eso», capullos de Neteno.

    Keith había escogido una prueba terrestre que parecía bastante fácil. No como los capullos de los deportes de acción que querían hacer casi dos kilómetros de subida por un risco. O los genios que querían volar hasta secar los tanques y luego probar suerte caminando. El único equipo que le preocupaba era el del punto y el invertido.

    Y ahora que no eran un problema. Keith se permitió regalarse una perezosa sonrisa.

    «Sí, todo era genial.»

    Keith sonrió al cielo azul. En verdad, no era diferente del de la Tierra. No tan raro como las fotos que le habían mostrado, con los cielos rosas y todo eso. Casi sentía que podía ir de caza como a través del Mojave, llevando su viejo M-16 y buscando mierda a la que disparar.

    Aunque eso era lo que daba miedo allí. Nada se movía. En el Mojave, la mierda se movía. Veías un conejo salir echando leches de un arbusto y los árboles de yuca moverse en la brisa o quizá alguna vieja tortuga del desierto andando por ahí.

    En Marte, no. El suelo se quedaba ahí, simplemente. No había plantas que se movieran ni animales que corrieran. La tierra parecía vieja, chamuscada e innatural. El sol tampoco parecía subir hasta arriba todo el camino. Se limpió el visor del casco para despejarlo, pero no estaba nublado o tintado. Era sólo la apariencia de Marte porque estaba lejos del sol. Más lejos que de casa.

    —Necesitamos hacer una solicitud —dijo Frank desde el canal de la Lata.

    —¿Qué?

    Siempre tenían peticiones: —Mira a esto, haz aquello, ráscate el culo, cógete la nariz.

    Pero normalmente era Petrov quien las hacía. Frank apestaba y ese capullo de John Glenn podía charlar durante horas. Keith frunció el ceño.

    —La cápsula de transporte del equipo de Ruiz ha tenido un fallo de aterrizaje. No tienen transporte —dijo Fank.

    —¿Y qué?

    «Dos menos, quedan tres», pensó Keith.

    Las probabilidades mejoraban con el tiempo. Pensar en los tres del equipo de Ruiz muriendo de hambre en el desierto le hizo sonreir.

    —Nos gustaría que te desviaras con tu Rueda y los recogieras.

    (—¿Qué?)

    —Ni siquiera he llegado a mi transporte todavía..

    —Después de que llegues —dijo Frank en tono condescendiente.

    —Y ¿me vais a dar tiempo extra por esto?

    Una pausa. —No —dijo Frank.

    —Entonces, ¿cómo demonios se supone que voy a ganar?

    Otra pausa más larga: —Morirán si no los recoges.

    —Otra vez, ¿y qué?

    —¿Es que no lo entiendes? - la voz de Frank lindaba con la rabia.

    —Es que no lo entiendes —imitó Keith en tono de burla. —Me da igual. Déjales que se mueran.

    Una larga pausa. Cuando Frank habló, lo hizo despacio, con una voz cuidadosamente controlada. Keith se lo imaginó mordiéndose los nudillos para poder ser amable con él y sonrió.

    —Keith, realmente nos gustaría que lo consideraras. Aunque no ganes el premio del dinero, y aún podrías ganarlo, el acto del rescate creará igualmente su propia recompensa.

    —¿Me pagan por hacerlo?«Ahora sí es interesante» —¿Por qué no has empezado por ahí, tonto del culo?

    Pausa: —Estoy seguro de que lo harán —respondió Frank.

    —O sea, ¿me pagan más de treina millones de pavos por eso?

    —Estoy seguro de que los patrocinadores serán muy generosos.

    —¿Más de treinta millones?

    Otra pausa. Durante un largo rato, Keith pensó que le habían dado por imposible.

    «Bien.»

    Pero Frank habló de nuevo cuando él echaba el primer vistazo a su cápsula de trasporte iridiscente en la distancia. Ganaría.

    —Keith, tenemos reservas de varios de los patrocinadores. Podemos darte un millón. Además de otras cosas. Coches...

    —No —le interrumpió Keith.

    —Morirán. ¡Quedará en tu conciencia!

    —No pueden juzgarme por eso.

    Él ahora era como ellos. Podían desenterrar el hecho de que era el único criminal pero él ya había recibido el perdón y habían limpiado su expediente cuando firmó el trato con Neteno.

    Larga pausa. —No, no pueden —dijo Frank.

    —Pues creo que te ignoraré a partir de ahora.

    —Keith...

    Keith alzó la vista al cielo como si tratase de ver la Lata girando sobre su cabeza.

    —Un millón no son treinta. Un millón y promesas no son treinta. Lo siento, no puedo hacerlo.

    —Podrías no ganar.

    —Ganaré. Y lo sabes.

    Otra pausa más larga. —Dos millones.

    —¿Suspendiste en mates? Dos millones no es más que treinta. Dame una oferta de más de treinta y están salvados.

    —Nosotros... seguramente no podemos hacer eso.

    —Yo... seguramente no puedo salvarle —dijo Keith, mofándose de su tono—. Deberíais haber pensado en eso cuando construísteis la maldita Lata.

    Hubo silencio. Un maravilloso silencio.

    Avanzó varios metros y la cápsula de transporte quedó a la vista. Mientras llegaba hasta su suave superficie inmaculada, la voz de Frank crujió de nuevo.

    —Incluso si ganas —dijo él—. La gente te odiará.

    —Por mí bien —dijo Keith—. Yo me amo lo suficiente.

    —Eres terrible.

    «Sí», pensó Keith. «Pero voy a ganar.»

    —¿No podemos conseguir más dinero de los patrocinadores? —dijo Jere.

    Estaba en su oficina junto a Evan y Ron—. Hacedle al capullo una oferta lo bastante grande y se desviará.

    —Tendrá que ser una gran oferta —dijo Ron.

    —No treinta millones.

    —No, pero tendriá que ser grande y los patrocinadores están tocados.

    —¿Es cierto eso? - preguntó Jere a Evan.

    —Bastante cierto —dijo Evan—. Ya no se fían de los índices. Cincuenta y tres por ciento emocionados y el resto ultrajados, con una escala de polarización que les tiene peleando en los bares. No es que inspire confianza exactamente. Tu índice de audiencia podría resbalar en cualquier momento. No quieren poner más dinero hasta que haya algo firme.

    —Hasta que los concursantes vuelvan a bordo —dijo Ron—. Hasta que tengamos un ganador.

    —¿Y que les parecerá que Paul gane? —dijo Jere—. Pregúntales eso.

    Evan negó con la cabeza y rodó los ojos hacia arriba.

    —Ni se te ocurra decirlo —dijo Jere.

    «Sí, lo sé. Debería haber amañado todo el asunto, da igual, aún podría no ganar», pensó Jere.

    —No creen que Paul vaya a ganar —dijo Evan—. No se creen que no lo has amañado.

    —Joder. Mierda —dijo Jere.

    —Justo lo que pienso —dijo Evan.

    —Ponme con ellos —dijo Jere—. Uno por uno. Déjame ver si puedo sacarles algo más.

51. Experimentos

    Geoff Smith miraba el contorno de su pecho. Se parecía a algo que había visto en un anuncio de Gimnasio En Casa, salvo que estaba pintado en blanco y cubierto de logos de marcas. Esculpían sus músculos dentro del Netenotraje pero nunca lo había notado antes.

    Miró las curvas de tersa piel de Laci y Wende mientras realizaban varias maniobras acrobáticas para montar la Rueda. Su cápsula de transporte había descendido mucho más lejos de lo que la Lata había previsto, de modo que tuvieron que correr por terreno escarpado y rocoso durante lo que parecieron horas para encontrarla. No ayudó mucho que Geoff tuviera que cargar la pesada mochila de experimentos de IBM y la suya propia, todo el camino.

    Ahora las chicas estaban montando la Rueda y allí estaba él, Geoff Smith, ¡en un planeta alienígena! ¡Y además iba a demostrar que había vida en él! Iba a hacer lo que millones de científicos soñarían hacer. Él, con nada más que un curso de química, haría el trabajo que todos los licenciados le decían que no podía hacer. Pondría la vida marciana bajo el microscopio por primera vez. La vería con sus propios ojos y sería famoso, reverenciado.

    Porque el gran problema era que nadie había mirado antes. Habían intentado el truco de la prueba del carbono 14 con la Viking, habían hecho análisis espectrográficos, habían taladrado el suelo y hecho otros experimentos realmente bobos con los coches rover pero nunca habían cogido una muestra de tierra y la habían puesto en un microscopio. Ahora él iba a hacerlo y se lo demostraría.

    —¡Maldición! —dijo Wende Kirkshoff.

    Se colgaba de la curva superior de la Rueda, sujetando una barra y mirándola disgustadamente. Ella era una hermosa rubia con pecas y modales educados, pero Geoff nunca podía evitar pensar que ella le evitaba.

    —¿Cuál es el problema —dijo Laci Thorens.

    Ella estaba en el suelo montando el motor en un subandamio con la clase de atención que una niña de seis años dedicaría a una hoja de Pinta Por Números diseñada para mayores de 12..

    —Esta barra no tiene el codito ese de encaje en el extremo —dijo Wende—. No puedo conectarla.

    —¿No hay otras? - preguntó Laci sin apartar la vista del motor.

    —Uh, no, creo que no.

    —Búscalas —dijo Laci mirando a Geoff.

    Geoff negó con la cabeza y salió huyendo antes de que las chicas pudieran amarrarle. Recordaba la amenaza implícita de Wende. Ellas no pensaban a lo grande, sólo se preocuoaban del dinero.

    ¿A quién le importaba el dinero? Con su descubrimiento, sería tan famoso que podría nombrar su premio.

    Geooff colocó la caja de IBM a refugio de la cápsula de transporte como decían las instrucciones, enterrándola lo bastante para asegurarse que estaba situada sobre algo que el tubo de muestras pudiese penetrar. Se suponía que tenía que dejarlo husmear por ahí, succionar una muestra y realizar un montón de pruebas y procesos que él no comprendía muy bien. Él sabía lo que era un microscopio de fuerza atómica, pero ¿qué era el sensor cantilopto del escáner o una trócola de mapeo tomocodigráfico?. Cuando el chisme hubiera terminado los exámenes, se llevaría los resultados con él.

    Lo cual era estúpido. IBM estaba haciendo lo mismo de siempre cuando todo lo que tenían que hacer es darle a él una bolsa y un microscopio.

    Así que, él trajo el suyo propio. Era el más pequeño y ligero que pudo encontrar. Ahora sólo era cuestión de recoger algo de tierra, echarle algo de agua, ponerla en el microscopio y mirar por los visores.

    —No quedan más barras —dijo Wende por el comunicador local.

    Geoff miró hacia atrás para ver si ella estaba mirándole. No lo estaba.

    —Mierda. Déjame ver —dijo Laci.

    Geoff echó un vistazo al Netenotraje de Laci cuando ella saltó encima de la Rueda.

    Cuando recuperó sus pensamientos de nuevo, buscó en su bolsillito el vial de agua. El microscopio ya estaba preparado, asentado sobre una roca de tamaño medio lejos del polvo y la grava.

    «¿Cómo lo había hecho la Viking? Había movido una roca, ¿verdad? Y este nuevo de IBM estaba excavando. Probablemente sería mejor combinar ambas técnicas», pensó Geoff retirando una gran roca del camimo. Le encantaba poder mover rocas como superman.

    «Me podría acostumbrar a vivir aquí», pensó.

    Cavó en la tierra con los dedos, sintiendo el frío a través del Netenotraje. A unos veinte centímetros de profundidad, sacó otra roca y excavó en horizontal hasta que tuvo una trincherita de medio metro de largo. Siguió cavando un poco un más.

    A medio metro de profundidad, dio con otra roca y decidió que ya estaba bien. Su traje estaba rosa por el polvo, de la cabeza a los pies.

    Recogió un pellizco de polvo rosa del agujero y lo colocó sobre una placa de petri. El agua se había escarchado en la parte superior del vial y, cuando lo abrió, empezó a vapear furiosamente. Dejó caer un par de gotas en la placa y se congelaron casi de inmediato, dejando algo parecido a una masa de helado de fresa.

    «Maldición, no había pensado en eso», pensó.

    Era imposible que pudiera ver algo por el microscopio a través de toda esa pasta. Recordó el día que sus padres le regalaron un microscopio. Si no podías pasar la luz a través de él, no se podía ver nada

    Salpicó un poco más de agua sobre la pasta y la aplastó con la punta del dedo para conseguir una mezcla lo bastante delgada como para mirar a través de ella. Tras un par de intentos, consiguió una delgada película que parecía razonablemente transparente en algunas zonas. Seguramente, podría ver algo por los bordes.

    —¡Geoff! —dijo Laci—. ¡Necesitamos tu ayuda!

    «Maldición maldición. Me han descubierto.»

    —No puedo —dijo él—. Estoy en mitad de un experimento.

    —¡Necesitamos tu ayuda o no vamos a rodar a ningún sitio!

    Geoff deslizó la placa en el microscopio y miró.

    —Tenemos tiempo —dijo Geoff entornando lo ojos.

    Y, de hecho, les quedaba casi media hora. Las chicas estaban siendo avariciosas al pensar en el dinero antes que en la gloria. Pensó en explicarles lo importante que eran sus experimentos, pero decidió que nunca lo entenderían. Elllas nunca le escuchaban a bordo de la nave y aún era más probable que no le escucharan ahora si veían que se les escapa el dinero.

    —¡Tenemos que hacerlo ahora! —dijo Wende.

    —Espera un minuto —dijo Geoff.

    «Muestra colocada. Microscopio en el ojo. Nada salvo un borrón oscuro gris. Enfoque. Oscuro, oscuro. Muestra enfocada. Se transforma en piedras grandes. Arena bajo trescientos aumentos.»

    —¡Geoff, ahora! —dijo Laci en voz baja, impaciente, peligrosa.

    —Sólo unos segundos —dijo Geoff—. Luego, soy todo vuestro.

    «Enfoque. Ah. Claro como el cristal.»

    Estudió un poco la imagen y encontró una zona brillante.

    «Ahí. Ah. Cristales de agua, Piedras, Luz brillante.»

    Nada más.

    Bueno, por supuesto que no se iba a mover. Pero, ¿era eso la pared redonda de una bacteria o aquello el citoplasma de una ameba?

    —Ahora —dijo Laci levántandole del suelo con sus fuertes manos.

    Geoff sintió que el microscopio se le resbalaba de las manos. Trató de sujetarlo con ambas manos pero se le escapó. Estaba siendo arrastrado hacia atrás cuando lo vio caer con agonizante lentitud entre el polvo y la tierra.

    Se zafó del agarre de Laci y recogió el microscopio. Estaba polvoriento pero no parecía roto. Miró por él y vio que la placa se había movido, aunque aún podía ver. Puso una mano sobre el tornillo de enfoque y el microscopio desapareció de sus manos. Alzó la vista para ver a Laci de pie frente a él escondiendo el microscopio a su espalda.

    —¡Devuélmelo! —dijo él—. Esto es importante. Estoy a punto...

    Ella le dio un puñetazo en el casco. Fuerte. Geoff pudo ver cómo el plástico transparente adoptaba la forma del puño. No llegó a tocarle pero la energía cinética del golpe lo tumbó al suelo.

    —Muévete —dijo ella—. Ayuda a Wende. Tendrás tu juguete cuando hayas terminado.

    —¡Devuélmelo!

    Laci levantó el instrumento e hizo el gesto de estar a punto de estamparlo contra una roca. Geoff se abalanzó hacia ella pero ella lo esquivó.

    —No —dijo ella—. Ve a ayudar. Te lo devolveré más tarde.

    —¡Laci, esto es importante!

    —Sí, y ganar también. Ve a ayudar.

    Geoff sabía cuando le vencían. Suspiró y se unió a Wende encima de la Rueda y pronto descubrieron otro problema: la pasta epoxy que les habían proporcionado para reparaciones rápidas no funcionaba en el frío de Marte.

    —¡Maldición! —dijo Wendy cuando vio lo que estaba ocurriendo—. ¿Y ahora qué?

    Geoff inspeccionó el problema. Las barras eran el armazón principal de soporte de carga. No podían ignorar el asunto porque, tras unos cuantos buenos impactos, todo podría colapsar y destrozar la Rueda.

    —¿Cinta? —dijo él, medio bromeando.

    —No hay —dijo Wende con voz temblorosa.

    «Oh mierda», pensó. «No entres en pánico. Ahora no. No cuando estoy tan cerca», pensó Laci

    —¿Qué hay de la Cometa? —dijo Geoff—. No comparte componentes con esto? Quizá tiene una barra con el conector adecuado.

    —Está empaquetada —dijo Laci.

    —Entonces, vamos a desempaquetarla —dijo Geoff.

    —¿Qué pasa cuando tengamos que volar? —dijo Wende.

    —Pues que no habrá que olvidarse de la máldita barra. Wende, ¿te quieres quedar aquí? - preguntó Laci.

    —No.

    —Pues dime dónde está la Cometa —concluyó Laci.

    Ella se lo dijo y todos excarbaron en el montón de barras y telas. Los componentes eran los mismos y de longitudes similares. Cuando Geoff encontró una con el conector adecuado en el extremo, lo sacó y se lo entregó a Wende.

    —Es como el Ikea —dijo él.

    —¡No es un patrocinador!

    —Pero la idea es la misma.

    «Quizá puedo salvar la misión y descubrir vida también», pensó.

    Entonces notó que Laci estaba apretando frenéticamente la barra en las correas que sujetaban el motorcillo.

    —¡Vamos retrasados! —dijo ella—. ¡Comprobad el tiempo! ¡Vamos vamos vamos! ¡En marcha!

    Wende agarró a Geoff y rebuscó en su mochila para sacar las correas del arnés. Después, Laci puso el motor en marcha. El microscopio aún estaba aparcado sobre una roca cerca de la Rueda,

    —¡Espera! —dijo él corriendo hacia él.

    La Rueda ya se estaba moviendo.

    —¡Date prisa! —dijo Laci.

    Recogió el microscopio y regresó corriendo. Se lanzó dentro de la cabina. El paisaje se movió lentamente al principio y fue acelerendo. El borde blando de la Rueda rebotaba sobre las rocas. Era como viajar en una bola de playa gigante.

    Pero él tenía su microscopio. Con eso y la mochila de IBM, encontraría algo. Aún sería famoso. ¡Incluso podría ganar!

    «La mochila de IBM.»

    «Oh, mierda, ¡no! ¡No no no!»

    No la había recogido.

    —¡Para! - gritó—. ¡Tienes que volver!

    —¿Por qué? —dijo Laci.

    —¡He dejado la mochila de IBM! ¡La de investigación!

    Laci le miró disgustada.

    —¿Cómo puedes ser tan estúpido?

    —Da la vuelta.

    Ella se quedó mirándole y una lenta sonrisa de extendió por su cara.

    —Lo siento —dijo ella.

    Geoff miró atrás hacia los restos de su cápsula de transporte, pero ya había desaparecido tras una colina. Se estaban moviendo. Y él estaba perdido.

52. Pérdidas

    —Demasiado complicado para sacarle más dinero a IBM —dijo Evan—. De hecho, seguramente querrán una devolución de su parte de patrocinio.

    —Cállate —dijo Jere calculando ya las pérdidas por culpa de la maldita mochila.

    Los derechos de reproducción tendrían que quedarse en una suma ridícula para compensarlas. Y todo por culpa de un genio tonto del culo. Deberían haberle dados los experimentos al otro chiflado apasionado de Marte, como había sugerido Ron.

    «Toda esta mierda», pensó Jere. «Estoy enterrado en ella.»

    La finanzas estaban tan complicadas que parecían un mapa topográfico tridimensional de los Alpes, con profundos valles que navegar y alturas imposibles que escalar. Y todo en movimiento en tiempo real con los cambios de las tasas de interés, competencia internacional y otras mil variables y derivadas que Jere nunca había esperado tener que comprender.

    —Las fortunas reales —decía Ron a menudo—. Las controla ahora la gente que las canaliza. Que erige los montes y corta los canales para que fluyan los ríos. Mira mi propio pequeño monopolio, lo que llamas todopoderoso no es sino una miga de pan en el plato de hors'd'ouevre del banquete de los verdaderos gigantes monetarios. Juegan con porcentajes de productos nacionales brutos, con fracciones del balance del comercio global. Lo convierten en un juego para devaluar la competencia y recoger las recompensas. Tres o cuatro por ciento al año, pero tres o cuatro por ciento al año del resutado global mundial.

    «¿Qué podríamos comprar con eso?», se preguntó Jere.

    Ellos se compraban mansiones y coches caros e iban a fiestas que costaban millones de dólares.

    «Podríamos haber enviado cientos de misiones, podríamos haber enviado miles de personas, podríamos haber construído ciudades en Marte. Ellos compraban control.»

    Jere tuvo un momento de claridad cristalina.

    «Nunca lo hubiera imaginado así cuando inicié este proyecto», pensó. «Estoy recitando a papá, incluso en mis pensamientos. Por culpa de esto, papá me ha cambiado para siempre.»

    Y de pronto, todo el dinero, todo el posicionamiento, toda la energía parecía completamente insignificante. Ellos podían tener sus palacios aquí en la Tierra, pero nunca habían mirado al cielo.

    ¿Era esto lo que Ron quería que viese? ¿Era esto el final de su epifanía?

    ¿Iba Ganar en Marte a ser la hazaña de clausura antes de que la frontera se cerrase una vez más y para siempre? ¿Era esto a lo que se refería Ron?

    Sin facturar la pérdida de IBM, consiguieron poner un par de millones de dólares en su fondo Sobornar Al Capullo. Jere activó su optisor y le dijo que cogiera algo más de sus propios ahorros. De lo contrario, Neteno navegaría hacia uno de esos valles que se hundían como las grietas de las que los escaladores del Himalaya nunca salían. Eran demasiado profundas y la compañía nunca se recuperaría, sin importar los cambios de los mercados financieros.

    —Es la hora —dijo Jere—. Vamos a hablar con el capullo.

    —No tenemos bastante dinero —dijo Evan.

    —Cierra el pico —dijo Ron guiñándole un ojo a Jere.

    Jere se cubrió la boca para ocultar una risilla.

53. Ascenso

    Estaban a medio camino de la escarpada pendiente y, del modo en que Elena trepaba, iban a matarse. Glenn la observaba literalmente casi volar hacia arriba por la roca, dando saltos de seis metros de agarre en agarre, estirándose y agarrándose a las más pequeñas grietas y salientes con fluída gracia y engañosa facilidad.

    «Facilidad peligrosa», pensó Glenn.

    Escalar a baja gravedad parecía sencillo comparado con hacerlo en la Tierra. Lo que implicaba que era más sencillo arriesgarse y cometer errores por exceso de confianza.

    Elena dio un último salto y luchó por agarrarse en una diminuta grieta. Sus pies calcularon mal y ella resbaló pendiente abajo durante un terrible instante antes de cazar un saliente. Cayeron piedras y arena sobre el visor de Glenn.

    —¡Ve más despacio! —dijo él—. Una caída desde aquí te matará tan muerta como las de la Tierra.

    —¡Tenemos que continuar!

    —Elena...

    Glenn oía la trabajosa respiración por el comunicador.

    —¡Escúchalos! —dijo Elena—. El equipo de Laci ya está rodando y ese psicópata también! ¡Nos quedamos atrás!

    Glenn maldijo. Las voces de la Lata, cuando no estaban dando órdenes, informaban sobre lo que hacía el resto equipos. Como si no hicieran más que irritarles.

    «Lo cual era seguramente el verdadero motivo», pensó.

    Para distraerlos y que hicieran algo estúpido. Y Glenn sabía exactemente lo bien que funcionaba eso con Elena. La obligaba a esforzarse más, a que tomara riesgos estúpidos. Porque la escalada no era divertida para ella, era una carrera. Y ella siempre tenía que ir por delante. No significaba nada para ella que ellos tuvieran una agenda diferente o que no tuvieran que rodar hasta la mañana siguiente.

    Al saber eso, en ese pequeño instante, Glenn podía casi odiarla. Casi.

    Glenn se impulsó para acercarse a Elena. Ella continuó subiendo, también.

    —Déjame llegar más cerca —dijo él—. Así podemos asegurarnos el uno al otro.

    —Tenemos que continuar.

    —Los demás tienen más tiempo para rodar. No vamos por detrás.

    Elena se detuvo durante un rato. —Lo sé pero.. —dijo ella tomando aire.

    —Es difícil no pensar en eso, ¿no? —completó Glenn por ella.

    Él apretó el ritmo y ella se quedó en el sitio.

    —Llegaremos a la cima antes del anochecer —dijo él—. Luego, al refugio y a esperar. Tenemos una ruta corta de rodado y un vuelo razonable. Aún tenemos la mejor oportunidad de ganar, Elena.

    Glenm seguía subiendo. Ya estaba lo bastante cerca para ser su guardacaída.

    Elena miró hacia abajo para sonreirle y empezó a subir de nuevo. Durante un tiempo, todo fue según las normas, luego Elena empezó a alargar los saltos un poco, apuntando a las grietas que eran aún demasiado pequeñas. Con el sol ya bajo el risco, las sombras eran de profundo púrpura y el risco perdía definición en el día moribundo.

    «Justo lo que podía traicionar la vision», pensó Glenn.

    Algo que no necesitaban. Redobló sus esfuerzos para seguir junto a Elena incluso aunque sabía que era peligroso.

    Era completemente diferente que escalar en la Tierra. Sentía que casi no pesaba nada, no sentía la roca en absoluto. La mayoría de las rocas eran razobablemente sólidas con un acabado rugoso y erosionado por el viento. Y muchas partes del ascenso eran menos verticales. Pero aún así, él estaba preocupado.

    La adrenalina fluía y el podía oir el rugido en sus oídos y su poderosa omnipotencia cargada de maravillosa energía.

    Cuando llegaron a una profunda grieta en la roca, Glenn pensó que las cosas irían mejor. Aunque ahí la roca era frágil, se deshacía en pedazos de óxido rojo que se quedaban pegados a las manos. Con el peso de la mochila tirando hacia atrás, era peligroso. Más que peligroso. Glenn estuvo a punto de decirle a Elena que deberían salir de allí justo cuando ella agarró un saliente que parecía sólido y se quebró en su mano.

    Ella aleteó con los brazos para agarrarse a la pared de roca pero no encontró nada. Tres metros más abajo, Glenn vio como caía y el corazón se aceleró como un motor fuera de control. Tuvo una visión momentánea de los dos chocando hacia fuera de la grieta y caer cientos de metros hacia las rocas de abajo. Probó sus agarres y un pequeño grito escapó de sus labios cuando fue consciente que no sería capaz de mantenerse sujeto cuando Elena le impactase.

    Glenn saltó hacia abajo para buscar mejor agarre. Elena chocó contra él con sorprendente fuerza. La masa aún funcionaba pese a la gravedad. Gleen perdió todo contacto con la cara del risco

    Elena movió los brazos tratando de coger la superficie rocosa mientras se deslizaba. Glenn sabía que pronto se moverían demasiado rápido para poder detenerse y se estiró frenéticamente rozando la superficie de la roca. Consiguió retrasar su caída pero no detenerla.

    «¿Dónde estaba el borde de la grieta?»

    Miró bajo él. Justo allí había una cornisa que parecía sólida.

    «Si pudiera alcanzarla.»

    Se impulsoo fuerte con los pies y resbalaron alejándose de la cornisa y hacia la destrucción. Pero se estiró de nuevo y agarró el saliente manteniendo una brazo alrededor de la cintura de Elena. Por un instante pensó que la inercia sería demasiado grande, pero fue capaz de soportarla. Elena movió los pies para detenerse en una pequeña abertura.

    Por largos momentos, Glenn no osó moverse. Podía oir la respiración raspada de Elena que indicaba que ambos estaban vivos.

    Elena alzó la vista hacia él con una mirada de gratitud. Él le brindó una sonrisa y ella sonrió también. Una sonrisa que él no había visto desde hacía mucho tiempo. Su corazón se elevó y se le hinchó el pecho.

    Despacio, dieron la espalda a la grieta y retomaron la escalada del risco. Elena ya no huía de él, ya no tomaba riesgos innecesarios, no dijo nada hasta que hubieron alcanzado la cima.

    —Lo siento —dijo ella en voz baja.

    Él estuvo a punto de decir algo, pero la voz de Petrov llamó en su oído.

    —¡Qué paisaje! Haz una panorámica lenta por la puesta de sol.

    —Gracias —dijo él amargamente cuando Elena se giró.

54. Alivio

    Jere observaba la grabación en bruto en la pantalla de Neteno, realizada en los profundos abismos yermos donde trabajaban loa infodioses y los preciosistas de cuentos. Aún estaban calientes con Keith Paul, que se había pasado la última hora cantando canciones populares con letras obscenas de su propia cosecha. Así que, era cosa de esperar y mirar. Incluso la oferta de Jere esperaba a las cámaras.

    Al menos, Glenn y Elena habían conseguido superar el risco. ¿Hacía cuánto, horas quizá? Por ahí andaría. Cuando llegaron arriba, Jere respiró un poco mejor. Incluso salió de la habitación para no escuchar estúpidos comentarios como al menos no los hemos perdido. Jere no quería pensar en las opiniones sobre un show que había perdido tres equipos de los cinco. Estaba seguro de que podría consultar las predicciones en su optisor.

    La voz de Keith llegó ronca y unas toses explotaron en el canal de audio..

    «Gracias a dios», pensó Jere. «Quizá cerrará el jodido pico.»

    Pero no. El capullo escupió y siguió cantando. Jere maldijo en silencio.

    —Puedes empezar ahora —le dijo a Jere uno de los infodioses al oído.

    —¿Se acabaron las rimas obscenas?

    —Sí. Era un buen punto de edición. Estamos en directo con Glenn y Elena, pasados quince minutos. Tienes un bloque sólido de diecisiete a veinte minutos.

    —Metedme.

    —¿Eres consciente de que no será una conversación en tiempo real, que tienes que decir tu parte y esperar la respuesta?

    —Sí. hazlo.

    —Hecho.

    El sonido de un tosco canto sonó en las orejas de Jere.

    Rodar había sido fácil en la Tierra. El entrenamiento exterior por la ruta 395, sobre buena arena suave y guijarros no era problema. Podías botar sobre el plano tanto como quisieras y apenas tenías problemas, a menos que fuetas idiota.

    Pero rodar en Marte era una jodienda y media. Keith Paul dejó de cantar durante un rato y apretó los dientes mientras bajaba otra larga ladera. Estaba llena de peñascos diseminados tan grandes como casas y grietas que podían pillar el borde de la Rueda y joderle bien jodido. Él ya había hundido y sacado la Rueda dos veces.

    Y tío, ¡botaba! En la Tierra casi corría absorviendo los impactos con el anillo de plástico, pero allí, cuando golpeaba una roquita, rebotaba como un demonio. A veces medio metro, a veces uno, a veces tres o cuatro en el aire. Y eso mientras iba uno dentro casi ciego confiando en que no hubiera nada delante tuya..

    «Seguramente han pillado buenos vídeos de mis gritos de terror», pensó Keith antes de que empezara a cantar.

    Eso era de listo, que no te vean asustado. Nunca. Así es como te la dan. Y cantar era divertido. Keith los imaginó proyectando eso en un salón de todopoderosos, todo en directo con lo chavales viéndolo. Le daría un poco de pimienta a sus noches.

    Pero él iba fuerte en las otras pruebas. Había hecho buen tiempo cruzando el desierto. Había empezado a rodar en el momento en que la luz del amanecer revelaba un paisaje vagamente descifrable. Y había podido hacer un buen vídeo incluso con los contratiempos.

    «El resto de idiotas estará, probablemente, escogiendo su ruta como una abuela en un atasco de tráfico», pensó y sonrió.

    Se arriesgaría, incluso si daba un poco de miedo, porque iba a ganar.

    Y estaba fuerte en las ofertas. Frank y Petrov lo intentaban cada hora. Parecían alguna clase de reloj de cuco zumbado. A Keith le gustaba reirse de ellos. Le prometían de todo excepto un perrito caliente y una noche de fiesta en Marte, pero el dinero no había cambiado ni su posición tampoco.

    Ahora, estaba llegando a la parte del viaje en la Cometa. Probablemente, intentarían charlar con él después, a menos que encontraran a otros pringados.

    —Casi a tiempo —la voz era de algún capullo nuevo.

    —Hola, Keith, habla Jere Gutiérrez en la Tierra...

    —¿Quién eres? —dijo Keith.

    —No sé quién soy, pero soy el fundador y CEO de Neteno. Tampoco es que intente alardear, sólo quería que supieras lo importante que es esta...

    —¿Quién. mierda. eres?

    «Como si el capullo no me reconociera.»

    —...dado que hay varios minutos de retardo entre mi diálogo y tu recepción. Déjame repetir, porque ya estarás pensando que soy un capullo desconsiderado...

    —¿Qué? —dijo Keith, pero Jere consiguió su atención.

    —...he tenido que pasar esto una vez, todo seguido, porque hay varios minutos de retardo entre mi diálogo y tu recepción.

    —Ah.

    —Déjame sólo empezar diciendo que esta es nuestra oferta final —dijo Jere—. Y es muy generosa. Acepta esta oferta y serás un muy buen hombre y serás un héroe. Yo personalmente usaré todos los recursos de Neteno para hacerte una leyenda, una estrella. Para cuando vuelvas a casa, te harán desfiles y tu ciudad natal tendrá una escultura tuya en la plaza o donde sea que la pongan. Acepta esto y ganarás en ambos sentidos. Pero esta es tu última oportunidad.

    —Sí, sí, ¿cuál es la jodida oferta? —dijo Keith.

    «Menudo jodido charlatán.»

    —Por aire, tienes una buena ocasión de recoger al equipo de Ruiz. Incluso es concebible que también puedas ganar el show. Ahora mismo, vas por delante de los tres equipos restantes con bastante margen.

    —¿Cuál es la oferta? - «Jesús.»

    —Si rescatas al equipo de Ruiz subimos la oferta a cuatro millones. Además de todos los regalos y beneficios que hemos discutido antes. Más la campaña PR para hacerte un héroe. Ésta es nuestra oferta final. Haznos saber tu decisión. Frank queda a la espera para oir tu respuesta.

    Keith negó con la cabeza. «Jodido charlatán. Así funcionaba siempre. Poner toda la mantequilla en la tostada seca antes meterla en mi culo.»

    —¿Keith? —dijo Frank.

    —Sí.

    —¿Qué piensas?

    —Pienso que todos vais muy mal en matemáticas, hasta tu valiente líder.

    Aunque, tenía que admitir que la idea era intrigante. Con cuatro millones podía vivir bastante bien si iba a alguna parte del mundo de alquiler bajo, como México o algo así. Y siendo un héroe, seguramente podía conseguir las chicas que quisiera. Ni siquiera tendría que gastar en eso.

    Por un instante, pudo de verdad verse a sí mismo allí abajo, viviendo en la playa, pescando todos los días, divirtiéndose con alguna guapa señorita...

    «¡No! ¡Estúpido! Eres un ganador. Eres un líder. Cuatro no son treinta.»

    Largo silencio desde la Lata. Luego, Frank: —Ya has oído al Sr. Guitierrez. Es nuestra última oferta.

    —¡No.

    Un largo silencio.

    Keith esperaba que el valiente líder volviera y le rogara con algo más. Eso sería divertido.

    Al fín, Frank volvió.

    —Tu decisión ha sido anotada —dijo Frank.

    No sonó sorprendido, en todo caso cansado.

    «¿Anotada?»

    —Hey, ¿Qué significa eso? —dijo Keith.

    «¿Es algo como, vamos a intentar descalificarle o algo? ¡Eso no estaba en el contrato! ¡Lo dijeron ellos mismos!»

    Hubo silencio.

    —¡Capullo! ¿Qué demonios significa anotado?

    Más silencio.

    —¡Que te dén, entonces!

    Silencio contínuo.

    ¿Era posible que pudiera hacer todo el recorrido y no ganar por algún detalle técnico? ¿Podía aceptar la oferta ahora o tratarían de renegociarla?

    No. No. Él era un ganador. Él iba a ganar.

    Y si intentaban quitarle el premio. Que dios les ayudase.

    —Volveré y le ofreceré ocho millones —dijo Jere.

    —Dirá lo mismo —dijo Ron.

    —Dieciséis. Haremos las proyecciones con un agujero de dieciséis millones de dólares —dijo Jere.

    —No —respondió Ron.

    Jere ya sabía cómo sería. La ruína. Total y completa. Un cráter humeante.

    —¡Pero no es tanto dinero! —dijo Jere con voz quebrada y aguda.

    Ron cerró la boca y exhaló profundamente. —No tenemos ese dinero —decía el suspiro—. Todo lo que tenemos está comprometido y los compromisos comprometen. No hay nada que se pueda convertir en dinero.

    —Omisión —dijo Jere.

    —No.

    —Podrían hacerlo. Podemos chantajearlos como hicimos la última vez.

    —No los quiero en esto aunque creyera que pudieran.

    —Pero ellos...

    Ron se acercó y puso una mano en el hombro de Jere. Su mano era fuerte, como la mano de un autómata. Madera. Insensible. Apretó el hombro de Jere con fuerza, una vez.

    —Debería haber funcionado —dijo Jere—. Creí que funcionaría.

    —Ésta vez no —dijo Ron.

55. Realización

    La última. La última de todas. Sin negación. Sin escusas. Sin raciocinio.

    Glenn y Elena habían tardado demasiado en ensamblar la Rueda esa mañana, mucho más que en la Tierra. Se podía culpar al frío o a las partes que no querían encajar o a los arcanos cambios en el montaje del motor, pero los hechos eran los hechos. Al resto no les había retrasado según les informó, bastante alegremente según Glenn, Petrov desde la Lata.

    Y aún así, Glenn estaba estrañamente contento. Igual que en aquella escalada libre en el Tíbet cuando los segundos se acabaron. Cuando no lo consiguió en el Everest, la roca que se suponía que era inescalable. Cuando quedó claro que habían sido vencidos, colgando exhaustos de las puntas de los dormidos dedos bajo un pequeño sol que desaparecía rápidamente tras un frente ominoso de nubes purpurogrisáceas. Ese momento, cuando fue consciente de que no lo iban a conseguir, de que tendrían que bajar y olvidarse de ser los primeros. El estrés y la preocupación se apartaron de él de pronto, haciéndolo sentir ligero y libre como si no pudiera hacer nada. Y su gran sorpresa cuando Elena, con las lágrimas congeladas en las mejillas, concidió con él. Se lanzaron pendiente abajo entre las rocas mientras golpeaba la lluvia de hielo. La lluvia de hielo que los hubiera matado.

    Hicieron el amor con increíble intensidad en un sucedáneo de hotel, entre chispas amarillas y doradas volando en un perfecto cielo nocturno imposible de describir: infinito e interminable en la perfección del momento. Colapsaron finalmente, sentados, cara a cara, abrazados y sudorosos en la fría habitación. Él esperó a que el ritmo de la respiración se normalizara y después le dijo, en voz callada y profunda: —Cásate conmigo

    Los ojos de Elena se abrieron. Eran como la curva vítrea de dos esferas de crisal, impredecibles.

    Glenn aguantó la respiración. ¿Le había oído? ¿Qué pensaría? ¿Acaso ella...?

    —Sí —dijo ella en voz baja cerrando los ojos de nuevo.

    Yació despierto durante largo tiempo después, mirando los contornos de su cara, resaltados a la pálida luz de la Luna. ¿Lo había imaginado? ¿Había oído ella realmente? Quedó dormido con las preguntas resonando en su mente.

    Cuando despertó por la mañana, ella ya estaba poniéndose el equipo. Glenn tuvo un momento de placer somnoliento observando su esbelta figura antes de recordar su pregunta y la respuesta de la noche anterior.

    Ella bajó la vista hacia él. La luz caía pálida y gris sobre su cara. Parecía el fantasma de un ángel.

    —Sí —dijo ella—. Dije que sí.

    —¡Glenn! - chilló Elena—. ¡Cuidado!

    Glenn se sacudió de vuelta al presente cuando la Rueda rozó un peñasco y rebotó atravesando un campo de grava. Tiró de su arnés y se inclinó hacia el exterior del lateral del borde la Rueda, acortando los botes de su lado y llevándola de nuevo a su rumbo. Habían atado los arneses para correr en un plano y apoyarse en el viento, lo que les permitía rodar a todo trapo. Los dos se inclinaban hacia el exterior de la Rueda para tener mejor vista del terreno a través del tejido transparente cubierto de polvo y para hacer el cambio de dirección más rápido alterando el centro de gravedad.

    Era un riesgo, sí, pero un riesgo que Glenn sabía que podía asumir. Y Elena no se hubiera quedado tranquila con menos, incluso podría ser mejor así, equilibrando el tiempo de uso con la fatiga sobre la Rueda. Si se rompía antes de acabar, no tendrían ninguna opción. De modo que, cuanto menor tiempo pasaran dentro, mejor.

    Al menos eso era lo que Glenn se decía a sí mismo.

    —Presta atención! —dijo Elena—. Unos centímetros más y podríamos haber perdido una barra.

    —Lo sé lo sé —dijo Glenn—. Lo siento.

    —¿En qué estabas pensando?

    —Tíbet —dijo él.

    Hubo silencio durante un tiempo. —Oh —dijo ella finalmente.

    —¿Te acuerdas?

    —Recuerdo que no lo conseguimos.

    Y tenía razón. Una serie de tormentas les habían impedido intentar siquiera la escalada de nuevo. El año seguiente, un tipo de UK había tenído éxito subiendo la montaña antes de que ellos pudieran ahorrar para volver. Glenn había encontrado la página impresa del sitio web de escalada libre pegada en la puerta de la nevera volviendo a casa del trabajo. Ese fue el comienzo del silencio. Fue, en cierto modo, el comienzo del final, aunque su matrimonio languidecería durante otros tres años más.

    Glenn no dijo nada. No había nada que decir.

    —No me gusta perder —dijo ella tras un rato.

    —A mí tampoco.

    —No tenemos que perder si prestamos atención.

    —Estoy atento.

    —Vamos mal de tiempo.

    —Lo sé.

    —El resto puede tener problemas con la Cometa.

    —Lo tendrán.

    Elena se cayó y le disparó una mirada de confusión.

    —¿Por qué estás de acuerdo con todo de repente?

    «Porque te quiero», pensó Glenn. «Eso es lo otro que no quiero perder.».

    Pero, de nuevo, no dijo nada.

    No había nada que decir.

56. Gozo

    Patrice no pudo apartar a Jere de la sombría habitación de las pantallas, de modo que le trajo una pizza de Pizza One, el nuevo local italocaliforniano de Vine. Sus ojos eran grandes y redondos reflejados en los posos de las tazas de espresso que tenía delante de él, pero la piel le colgaba en oscuras bolsas bajo ellos. Su ojo derecho, reluciente por la actividad del optisor, parecía distante en el espacio. Su ojo izquierdo temblaba enfocado en ella.

    —Necesitas dormir —dijo ella.

    —¿Qué? —dijo Jere. No la había visto hasta ahora.

    —Dormir. Ya sabes, lo que ocurre cuando te acuestas, cierras los ojos...

    —Dormiré cuando se termine —dijo en tono petulante y quejica, como un niño de seis años.

    —Ya estarás muerto cuando se termine.

    Jere la miró, miró la pizza y apartó la mirada.

    Hubo silencio.

    Evan roncaba suavemente en una mecedora en una esquina. El terrorífico papá se había ido, cosa que a Patrice le pareció bien. Estaba demasiado serio. Ella podía imaginar los extraños cálculos que ocurrían tras sus ojos. No le gustaba pensar en ello.

    —¿Qué haces?

    —¿Huh? Finanzas.

    —Creí que Keith ya estaba volando.

    —Uh. Sí. Lo está. Pero podríamos —la mirada de desapareció reflejando sólo el paisajes extraños.

    —Cásate conmigo —dijo Patrice.

    —¿Huh? - Jere la miró realmente. —Lo haré.

    —Ahora.

    —¿Ahora? - Jere parecía como un chaval en clase enfrentando cálculos por primera vez.

    —Ahora —repitió Patrice.

    —Pero...

    —Hagámoslo. Es fácil.

    —Pero, un cura, un anillo, un servicio...

    —No necesitamos un cura, ni anillo y no me importa el servicio.

    Jere desconectó el optisor y la miró con ambos ojos.

    «Lo próximo que digas puede crear o romper este momento», pensó ella. «Te amaré o te odiaré según lo que sea. Pero me casaré contigo de todos modos porque lo necesitas.»

    —¿Por qué? —dijo él.

    Patrice sonrió.

    Ese porqué era suficiente. decía: —¿Por qué me quieres? No tengo nada que darte. Todo está arriba en el aire. No hay premio.

    —Porque —dijo ella—. Creo en tí.

    Jere se quedó mirándola. Sus ensangrentados ojos iban de izquierda a derecha. Abrió la boca, pero no salieron palabras. Ella le dejó sentado allí, boquiabierto, durante un rato.

    —Vamos —dijo ella al fín.

    Patrice le llevó a la calle donde los enganchados al show habían acudido a ver Ganar en Marte en las pantallas exteriores gigantes de Neteno. Cuando andaron por la acera, la gente dejaba lo que estaba haciendo para mirarles y enmudeció. Los ojos se giraban hacia ellos como dos bolitas brillantes a la luz del anochecer sobre Hollywood Hills. Las parejas se inclinaban para susurrurar el nombre de Jere y de Patrice.

    —¿Qué estás haciendo? —dijo Jere.

    —Casándonos —dijo ella.

    Ella se giró para dirigirse a la multitud.

    —Yo creo en Jere —dijo ella—. Por eso me caso con él.

    —Que todos los ojos mosca y cámaras red capturen esto como prueba. Yo tomo a Jere como esposo, para tener y retener, para siempre jamás.

    Ella le miró.

    «Lo va arruinar ahora. Podría hacerlo. Era posible»,

    Los ojos de Jere temblaban de miedo.

    Pero el dio un paso al frente y cogió la mano de Patrice. Miró a la multitud. Y con voz alta y clara dijo:

    —Y yo tomo a Patrice como mi esposa, para tener y retener, para siempre jamás. Porque creo en ella.

    La gente dio una pequeña ovación. Algunos turistas con cámaras de los viejos tiempos tomaban instantáneas. Y, sabía Patrice, la noticia ya se abría paso volando por el mundo.

    «Pues ya tienes lo que quieres», pensó ella. «Y Jere tiene tu apoyo.»

    Lo cual era bueno. Él lo necesitaba.

    —¿Qué hacemos ahora? —dijo Jere.

    —No tengo ni idea —dijo Patrice sonriente de felicidad.

    Porque en ese momento, todo iba bien.

57. Espejismo

    Geoff Smith estaba mareado.

    Dejar la mochila de IBM era una cosa, pero dejar la placa de petri era inexcusable. ¡Ojalá pudiera retrasar el reloj y comprobar el microscopio antes de partir! ¡Ojalá pudiera haberse acordado de recoger la mochila de IBM! Sólo suponía cinco segundos de retraso y todo habría salido bien. Habría tenido ambos, su fama y fortuna estarían aseguradas.

    Pero ahora, su mejor destino era ganar el premio. Sólo efectivo. Sólo dinero. Y entonces, tendría que aguantar las interminables entrevistas que vendrían después. Los periodistas le harían preguntas indiscretas: cómo había sido estar en el equipo con Wende y Laci; si le dejaron mirar alguna vez; si pilló cacho. ¡Como si a él le importara!

    Pero eso era su única esperanza y ahora, en este instante del tiempo mientras volaban sobre el áspero terreno marciano, parecía que, de verdad, tenían una oportunidad de ganar. El parloteo de la Lata les decía:

    —El montaje de la Cometa del criminal no ha ido muy bien. Su liderato se ha evaporado y cada segundo se queda más atrás. Los genios de los deportes extremos nunca han estado realmente en la carrera. Han sido lentos en todo, en montar la Rueda, navegar, montar la Cometa y están muchos, muchos minutos por atrás.

    «Dinero», soñó al observar el paisaje pasando por debajo. «Dinero, dinero dinero.»

    Había confiado en que tendría tiempo para preparar otra placa mientras Laci y Wende construían la Cometa, pero había perdido el vial de agua y ellas no le habían dejado perder más tiempo. Había conectado las barras mientras Laci emsablaba el motor y Wende hacía las comprobaciones electrónicas. Y lo cierto es que no se sentía con ganas de preparar otra placa. Era como si, al perderla, le hubiera quitado toda la iniciativa.

    Por supuesto, podía examinar todo el polvo que quisiera cuando regresaran a Lata, pero sería polvo superficial, cosas que habían volado expuestas a los rayos UV. ¿Y si la muestra tenía que estar a un metro de profundidad? o ¿Y si la muestra tenía que estar cerca del agua que habían visto desde el SMG, tantos años atrás? ¿Y si él nunca había tenido ninguna oportunidad y ellos lo sabían y no les importaba? Sus pensamientos giraban como un ciclón con energía destructiva y oscuras corrientes.

    Wende se giró para mirarle desde el lugar del piloto y le sonrió. Geoff trató de sonreir a su vez, pero tenía los labios congelados y no logró moverlos. Tras un tiempo, Wende apartó la vista y Geoff miró a Laci. Laci le devolvió la mirada y frunció el ceño.

    «Sí, sé que no te gusto», pensó. «Lo has dejado bastante claro. Ahora mira al frente y sé una buena copiloto.»

    Laci probablemente estaba pensando en lo rápido que podrían ir si Geoff caía accidentalmente. Él alzó la vista a sus correas pero eran sólidas y tensas.

    Un movimiento en la tierra llamó su atención y se le aceleró el corazón.

    «¿Movimiento?»

    Entornó los ojos y vio un ligero deslizamiento que jugaba en los bordes de las minidunas ocultas entre los campos rocosos. «¿Podría haber algo bajo la arena bailando y retorciéndose? ¿Podía haber macro-organismos en Marte, quizá algo como gusanos de arena o...")

    Geoff estuvo a punto de decir algo cuando pasaron sobre una colina hacia un campo más grande de dunas que bullía en movimiento. Geoff emitió un sonido profundo mientras se inclinaban de lado. Wende gritó y agarró los controles manuales.

    «Viento.».

    Por supuesto. Geoff se sintió instáneamente estúpido. El viento estaba empujando. Incluso en la pequeña atmósfera marciana, era suficiente para levantar polvo y arena.

    No había vida subterránea. Sólo arena inerte empujada por el viento.

    «¿Una tormenta de arena?», se preguntó mirando al horizonte.

    Pero sólo vio la luz rosa y el cielo pálido encima, ninguna masa de polvo rosa colgaba como una cortina cerca de ellos.

    Su cabeza quedó pensativa durante un rato y el tuvo que moverla. Se le nublaba y duplicaba la visión como si su cabeza fuese una campana gigante que acaba de sonar. Se agaró a su arnés con fuerza y mantuvo la cabeza inmóvil. Tras un rato, pasaron esos extraños sintomas. El paisaje fluía bajo él de forma hipnótica.

    Siempre mirábamos hacia la superficie de Marte y habíamos imaginado cosas. Los canales Shciapiarelli, las caras y ciudades de Hoagland, los árboles de Clarke. Todo el mundo veía lo que quería ver en Marte. Primero, al Dios de la Guerra. Después, un árido mundo desierto donde la inteligencia tomaba vida con masivas hazañas de ingeniería. Luego, una increíble tierra de fantasía donde toda suerte de criaturas extrañas ocultaban los secretos de eones pasados. Luego, la realidad fotográfica que exponía la cosa muerta y seca como lo conocían ahora.

    «¡Pero no estaba muerto!»,

    Geoff sabía que había vida allí. Si le hubieran dejado suficiente tiempo, habría visto los microbios. Si le hubieran dado una pala y más tiempo, habría desenterrado fósiles. Lo sabía y, de algún modo, aún lo demostraría.

    El paisaje cambió de nuevo del campo de dunas a una meseta de rocas oscuras rectas y de apariencia casi arificial. Le recordó a las antiguas ruinas Mayas. Como esas que un tipo había dicho en las redes. Ese tipo que siempre veía ciudades en todas las fotos que las sondas enviaban. Geoff pensaba que estaba un poco chiflado sobre ruinas Mayas y hombres del espacio y cosas así.

    «O era en Egipto? ¿O Stonehenge?»

    Geoff sacudió la cabeza.

    Los detalles del paisaje se resolvían ellos sólos mientras avanzaban. Las líneas rectas de la rocas se perfilaban más y eran más regulares. Ahora podía ver piedras individuales esculpidas con fantásticos diseños por el paso del tiempo.

    «¿Esculpidas? ¿Por qué?»

    Sacudió la cabeza de nuevo y los detalles se revelaron: espirales fantásticas y patrones, arte antiguo de primer orden. No los había creado el agua. ¡Los había esculpido una inteligencia! Estaba mirando bajorelieves. Bajorrelieves alienígenas deliberados. ¡Algo los había hecho miles o millones de años atrás!

    ¿Eran como los dibujos que había visto en la arena también? ¿Cubrían antiguas plazas donde se reunía la gente? Por un instante, podía ver la ciudad entera como había sido, alzándose sobre la superficie marciana con sabia apariencia. Vió cómo una gente de grandes ojos dorados se congregaba...

    —¡Para! - gritó Geoff con voz extrañamente alta y estrangulada.

    —¿Qué? —dijo Wendy—. ¿Por qué? ¿Qué pasa?.

    —¡Son ellos! —dijo Geoff—. La inteligencia! La ciudad bajo nosotros... ¡hay una ciudad ahí debajo!

    Las dos miraron hacia abajo buscando por todos lados con miradas intrigadas. «Probablemente no miran hacia abajo», pensó Geoff. «Sólo miran hacia adelante. Siempre adelante. Hacia el premio.»

    Eso era todo lo que les importaba.

    —Geoff? —dijo Wende—. ¿Qué dices de una ciudad?

    «¿Cómo no podía verla?»

    Él podía ver sus líneas grabadas en las rocas, enterradas en las arenas. Había restos de una civilización entera ahí abajo.

    —¡La ciudad! ¡Mirad las piedras! ¡Son cuadradas! ¡Mirad el lenguaje sobre ellas

    —Geoff, no tiene gracia. —dijeron las chicas.

    Un crujido. La voz de Frank Sellers desde la Lata. —¿Qué has visto?

    —Una ciudad —dijo Geoff—. Los restos de una ciudad. ¡Piedras! ¡Escritura! ¡Decoración!

    —Aterrizad —dijo Frank.

    —¿Qué? —dijo Laci.

    —Bajad la Cometa al suelo.

    —¡Ni pensarlo! —dijo Laci—. ¡Vamos a ganar!

    —La cláusula Roddenberry dice que tenéis que investigar cualquier evidencia de vida que podáis encontrar —dijo Frank.

    —¡Joder! ¡No vamos a parar!

    —Si no paráis, es una brecha de contrato.

    —¿Pero si no hay nada ahí abajo! - irrumpió Wende—. Sólo un descampado.

    —Tenéis que aterrizar o perderéis la victoria —dijo despacio y tranquilo, como si hablara con una niña.

    Geoff tuvo que suprimir una sonrisa.

    —¡Mierda! —dijo Laci.

    Wende gruño, pero empezaron a descender del cielo.

    —Da la vuelta —dijo Geoff—. La mejor parte está detrás.

    Geoff viró y lo vio todo, la perfección geómetrica, la ciudad antigua en todo su explendor.

    —Aún no la veo —dijo Wende—. Frank, puedes revisar nuestras últimas imágenes?

    —Sip —dijo Frank—. Continuar con el aterrizaje. Me llevará unos minutos.

    —Mierda.

    Siguieron descendiendo.

    Hubo silencio durante largos segundos mientras caían. Wende escogió una zona despejada de arena y tras un rato todos actuaron como un tren de aterrizaje y corrieron por la arena.

    Geoff sentía las piernas pesadas y débiles y se hundió bajo el peso de la Cometa. Desde tan cerca, no podía ver nada. Las rocas sólo eran rocas y la arena, sólo arena. No había ninguna espléndida ciudad.

    «¡Como en Nazca!», pensó. «Tienes que verla desde arriba para descubrirla. ¡Inteligente! ¡Muy inteligente! !Como la Cara!»

    —Geoff, ¿estás bien?

    Esa era Wende. La bella Wende. Qué amable por su parte preocuparse por él.

    La voz de Frank crujió de nuevo. —Falsa alarma —dijo él—. No veo nada salvo alguna grietas volcánicas regulares. Eso es lo que te ha confundido, Geoff.

    «¿Confundido?»

    —¡No me ha confundido! - gritó.

    Él las había visto, seguro.

    Hubo silencio durante unos segundos. Al fín: —Laci, Wende: ¿qué aspecto tiene Geoff? ¿Está azul?

    —No —dijo Wende—. Pero tiene la mirada un poco rara. Emborronada, manchada. Oh, mierda. ¿Tiene algún problema técnico?

    —Probablemente un fallo en el soporte vital. ¿Tiene roto el traje? ¿Tiene frío?

    —Que le den —dijo Laci y puso el motor en marcha de nuevo. Wende la miró y se encogió de hombros para salir del arnés.

    —No —dijo Laci—. Wende, vuelve dentro. ¡Tenemos que volar!

    —Sólo llevará un minuto —dijo Frank.

    —No lo matará —dijo Laci.

    —Podría —dijo Frank.

    —Pues nos arriegaremos —dijo Laci.

    Wende había salido del arnés bajo la severa mirada de Laci. Frank no dijo nada. Geoff las observó durante un rato, pensando: «¡La he visto! ¡De verdad! ¡Existe!»

    Geoff oyó un balbuceo distante por el comunicador y todo se volvió muy brillante.

    Entonces, una manos rudas le cogieron. La cara de Wende se inclinó sobre él.

    —¿Qué tengo que hacer?

    —Comprueba su traje. Puede haberse roto.

    Wende dio la vuelta a Geoff para mirarle el traje.

    —¡Estate quieta! —dijo él tratando se zafarse de su agarre.

    —Nada —dijo Wende.

    —Comprueba su oxígeno —dijo Frank—. Puede haber estado suministrando demasiado. Curioso, eso no causa alucinaciones normalmente, pero supongo...

    —¡La he visto! —dijo Geoff—. De verdad que sí!

    Le hicieron algo a la espalda de su traje y el dio profundas respiraciones. Se le empezó a despejar la cabeza.

    Pero cuando todos volvieron a bordo y remontaron el vuelo, hasta el equipo Rothman les había adelantado.

58. Cara

    Cuando Jere y Patrice volvieron a su apartamento tras su corta luna de miel, Evan defendía el fuerte de la habitación de las pantallas llenas de gráficos.

    —Ojalá hubieran encontrado una ciudad —dijo Evan—. Eso habría hecho que todo el viaje valiera la pena.

    —¿Qué?, ¿es que esperabas encontrar las joyas de la corona marciana? —dijo Ron.

    —¿Quién sabe?

    —Tú eres idiota —dijo Ron.

    —Y tú recuerda quién apareció con toda esta idea.

    —Y con los números completamente falsos que nos ha metido en este lío.

    Evan se levantó, miró a Patrice y Jere y cantó paaaa-paa papaaaa con el lateral de la boca, irónicamente.

    —No pensáis lo bastante grande. ¡Deberíamos vender esto como una serie! ¡Deberíamos estar proponiendo ideas para el próximo show! ¿No habéis visto los números? Esto es lo más grande que ha llegado nunca a los Lineales, incluso en la era de la TV. Esto es la superbowl de las superbowls. ¡Este el jodido Santo Grial y vosotros os sentáis ahí exprimiéndoos las manos cuando estáis en la jodida cima!

    —Cierra el pico, Evan —dijo Ron.

    —No. No voy a callarme porque no debería.. He estado callado por mucho tiempo. Debería salir y vender el próximo show a otro, ahora mismo. No entendéis el poder.

    —Si piensas que puedes venderlo, hazlo —dijo Ron.

    Evan miró de Ron a Jere. —¿Estáis rompiendo formalmente mi contrato?

    Hubo silencio. Ron bajó la vista hasta una pantalla de planificación de programa mientras se llenaba de datos.

    —¿Me despedís? Porque si lo hacéis, lo quiero por escrito.

    Hubo silencio.

    —¡Decidme! ¡Decídmelo ahora mismo!

    —No estás despedido —dijo Ron en voz baja.

    Evan soltó una carcajada.

    —Por supuesto que no. Porque sabéis que es una gran idea. Sabéis que esto es lo grande, el gran poder. ¿Sabéis?, si lo vendéis bien, podéis hacer lo que os dé la gana con esto.

    —Cierra el pico, Evan.

    Esta vez, lo hizo. Ron miró a Jere con ojos llenos de ironía. —Bienvenidos a los recién casados.

    —Menudo jodido truco publicitario —dijo Evan.

    Ron se movió con mayor gracia y velocidad de la Jere le había visto usar. Con un movimiento, se levantó, giró y colocó su puño en el centro de la cara de Evan. Hubo un ruído de rotura sordo. Evan se quejó como una nena y retrocedió agarrándose la nariz.

    —¡Jodido loco! —dijo Evan.

    —No hables así a mi hijo. Ni a su esposa.

    —Te... ¡Voy a hacer que te arresten!

    —Inténtalo.

    Los dos viejos se quedaron mirando el uno al otro sin moverse. Jere esperó tenso, esperando que Evan se abalanzara sobre su padre. Pero Evan dio un par de pasos atrás con la nariz sangrando.

    —Vete —dijo Ron—. Que te arreglen la nariz.

    Unos segundos después, Evan se marchó.

59. Morir

    Frank les estaba mintiendo de nuevo. Mike Kinsson no culpaba al hombre.

    ¿Qué les iba a decir entonces? Lo siento, mala suerte, será mejor que rompáis los cascos y explotéis rápido.

    —Aún estamos comprobando si podemos usar uno de los Retornos en operación remota —dijo Frank—. Si podemos hacerlo, podemos llevarlo hasta vuestra localización y podréis regresar a la nave con él.

    —¿Cuánto tiempo? - se lamentó Juelie—. Estoy aburrida.

    Ella y Sam estaban abrazados. El pequeño refugio semi esférico aún se mantenía en pie, pero todos estaban fuera a la ténue luz gris de la mañana. La mañana del tercer día. El último día. Más tarde, Mike saldría a caminar por ahí como había hecho los días anteriores. Sam no se había puesto agresivo todavía, pero Mike no quería estar cerca cuando lo hiciera. Juelie y Sam eran como dos adolescentes que acababan de descubrir el sexo y, probablemente, agradecían la privacidad. Había caminado por los riscos cercanos, saltando rocas y esperando en ver el revelador color del líquen o el musgo, algo que pudiera sobrevivir en el entorno hostil de Marte. Recordó la primera vez que su madre y su padre le llevaron al Observatorio Griffith en California del Sur y le hablaron sobre cómo podría ser la vida en otros planetas. Líquenes y primitivas plantas de Marte, decían. Quizá. Eso era todo lo que podían esperar, quizá sólo bacterias u otras cosas que no se podían ver. Le había fascinado como nada lo había hecho antes y después.

    ¿Y si había vida en otros planetas? ¿Y si Marte podía estar hecho para mantener la vida humana? Había una interminable variedad de —¿Y si...?

    —Confiamos en tener una respuesta definitiva para el final del día —dijo Frank.

    —¿Y si tarda más tiempo? —dijo Sam.

    —Entonces, esperamos —respondió Frank.

    —¡Nos estamos quedando sin comida! —dijo Juelie.

    —Lo sabemos. Por favor, haced lo que podáis para ahorrar comida y conservar energía.

    La pareja miró a Mike. Mike les miró a ellos pensando:

    «Como si lo que hacéis vosotros no fuera más extenuente que mis paseos.»

    Mike empezó a alejarse de nuevo.

    «¿Qué harían cuando descubriesen que, realmente, no iba a venir nadie?»

    Quizá sería mejor caminar sin rumbo y seguir caminado. Quizá la noche marciana fuera lo bastante fría para superar el Netenotraje. Quizá las películas tenían razón y morir congelado era una forma placentera de hacerlo.

    —¡Se está alejando de nuevo! —dijo Juelie.

    —El ejercicio físico medio no os hará daño —dijo Frank.

    Observaron cómo Mike se marchaba pero no acudieron tras él.

    Más caza de líquenes. Mike pasó las quebradas del día anterior y llegó a una zona donde la arena y las rocas hacían una pendiente inclinada hasta un pequeño valle. Había una especie de arroyuelos trazados en la superficie de la pendiente, algunos aún tenían bordes afilados.

    Recordó las viejas imágenes de satélite. ¿Estaba él cerca de la zona donde el agua se acercaba a la superficie? Hizo una pausa para excavar dentro de uno de los pequeños canales, pero sólo sacaba arena seca, polvo y guijarros. Si había agua allí, estaba a mayor profundidad de la que podía excavar.

    Y aquello era una verdadera lástima porque si había vida allí, sería probable encontrarla en algún lugar donde hubiera agua líquida. Eso era lo que siempre decían.

    Paseó por el valle. No habría rescate. Él lo sabía. Los Retornos no estaban diseñados para operación remota. Si lo hubieran estado, les habrían sacado de allí el primer día.

    Siguió caminando para ver adónde le llevaban sus pies hasta que llegara la hora de tumbarse y desconectar los calentadores. Quizá algún pionero de verdad, cincuenta años después, encontrara su disecado cuerpo y dijera: —Aquí está el otro tipo, el que se alejó caminado del campamento. ¡Al fín lo encontré!

    Mike se estremeció. No fue un pensamiento agradable.

    Pero era mejor que imaginar a Juelie y Sam cuando llegaran las verdaderas noticias.

    —¿Es mentira, ¿verdad? —dijo Patrice—. Lo que le habéis dicho a Sam, Mike y Juelie.

    Jere se giró hacia ella.

    «Ésta es mi esposa», pensó.

    Fue una de las cosas más extrañas que había pensado nunca.

    —Es... —empezó a decir Jere. Al fin, dijo: —Por supuesto que lo es.

    Patrice bajó la mirada. —Quiero hablar con ellos —dijo ella—. Antes del final.

    —Yo —balbuceó Jere.

    «Despertaré junto a ella el resto de mi vida.)

    —Les diré que te preparen la transmisión —dijo él.

60. Luna de Miel

    —¡Vamos! —dijo Elena—. Vamos vamos vamos!

    Y estaban cerca. La Lata estaba reteniendo la información sobre el estado de los equipos, pero Glenn sabía que estaban cerca. Habían empatado con Paul tras recorrer la última etapa cuando Frank y Petrov finalmente se callaron.

    —¿Qué puedo hacer? —preguntó Glenn por el comunicador local.

    —¡No lo sé! ¡Se lo decía a la Cometa, no a tí!

    —Tendré pensamientos positivos.

    —¡Me alegro por tí!

    Glenn sonrió. ¿Y qué otra cosa podía hacer salvo permanecer amarrado bajo la barriga de la Cometa para ofrecer la mínima resistencia aerodinámica? Nada.

    «La próxima que lo hicieran debería ser más manual», pensó. «Cometas y Ruedas con energía humana. Nada de estas porquerías motorizadas. O, al menos, que nos dejen sumar nuestra fuerza a los motores. ¿Qué tiene de divertido volar?»

    La Rueda requería algo de habilidad y técnica, y eso era en lo que invertían la mayor parte del tiempo. Pero la Cometa no era nada salvo un gran ala delta eléctrico. ¿Qué tiene eso de divertido?

    —¡Mira! —dijo Elena señalando.

    Glenn entornó los ojos. Delante de ellos, la llanura rocosa pasaba continuamente hasta donde le alcanzaba la vista.

    —¿Qué?

    —¡Los Retornos! ¡Lo hemos conseguidot!

    Glenn los entornó más. A mucha distancia, pudo captar el brillo del metal.

    —¿Es eso realmente?

    —¡Sí, es eso! ¡Vamos vamos vamos!

    —¿Hablas otra vez con la máquina?

    —¡No hace daño!

    Elena le miró y él vio la chica de la que se había enamorado, la mujer a la que se había declarado, toda la bondad en ella. Estaba sonriendo, exultante, le brillaban los ojos. Era su mejor yo cuando estaba, no sólo compitiendo, sino ganando. Era imposible no amarla.

    Ella le vio mirarla y sonrió más. ¡Oh, lo que eso prometía!

    Él aceleró el impulsor, como si mover la palanca algunas micras más pudiera suponer alguna diferencia en su velocidad. Ya estaba abierto al máximo, siempre lo había estado. Sólo había una marcha en la delgada atmósfera de Marte.

    «¿Dónde estaba Paul?»

    Si sus carreras estaban tan cerca, debería poder ver su Cometa de blanco brillante contra el pálido cielo. Buscó a izquierda y derecha, pero no vio nada.

    Glenn sabía que quienquiera que llegara a los Retornos, ganaba. Los Retornos regresaban a la Lata automaticamente. No había carrera hasta la órbita.

    Otra búsqueda. Sin rastros de la Cometa. ¿Era posible que Paul hubiera tenido algún problema? ¿Podían ser ellos los primeros?

    «El karma regresa siempre», pensó. «Deberías haber recogido al equipo de Ruiz.»

    Delante de ellos surgió un fulgor brillante. La Cometa se balanceó cuando Elena se sobresaltó violentamente. Uno de los Retornos estaba subiendo lentamente hacia el cielo, luego se movió más rápido y salió disparado fuera de la vista.

    —¡No! —dijo ella—. ¡No no no no no!

    —Paul —dijo Glenn en voz baja.

    —¿Cuánto tiempo nos queda? - preguntó Elena.

    —Dos minutos. Pero ya es...

    —¡Ve más rápido!

    —¡Tarda tres minutos en llegar hasta la órbita!

    —¡Me da igual, más rápido! - Sus ojos eran más brillantes ahora, brillantes por las lágrimas.

    Su cara se retorció en una máscara de angustia.

    —¿Me hablas a mí o a la máquina? - preguntó Glenn confuso.

    —¡A cualquiera! ¡A cualquiera que me escuche!

    Glenn quedó en silencio y dejó que el único sonido fuese el correr del viento y el rugido del motor. La zona de los Retornos aumentaba delante de ellos. Ya era lo bastante grande para poder ver los restos de la Cometa de Paul. Yacía allí como una maraña de barras de aluminio y tela casi irreconocible. Había tenido un duro aterrizaje.

    —Hemos perdido —dijo él.

    —¡No!

    —Sí.

    Cuando aterrizaron, Elena corrió hacia la cápsula más cercana e inicio la preparación del lanzamiento.

    —¡Date prisa! —dijo ella—. ¡Vamos! ¡Date prisa!

    Cuando los sistemas de la cápsula habían concluído la mitad del proceso, volvieron las voces desde la Lata. Esta vez, Frank sonaba cansado y triste, algo más que disgustado.

    —Tenemos un ganador —dijo Frank—. Keith Paul ha vuelto a bordo de Enterprise Marte. Al resto de los equipos, gracias por una excelente competición. Por favor, haced lo que podáis para regresar sanos y salvos. Ya no hace falta correr ahora.

    —¡No! - gimió Elena.

    Ella colapsó en el asiento de la cápsula de Retorno. Glenn trató de recogerla en sus brazos, pero ella le apartó violentamente de un empujón. Él tropezó en la fría arena y cayó a tierra aturdido. Se quedó mirando el cielo alienígena durante un rato.

    —¿Glenn? - oyó a Elena por su canal local. Glenn movió la cabeza, pero no dijo nada.

    —¿Glenn? - Elena estaba asustada.

    Salió de la cápsula y se arrodilló junto a él con los ojos rojos por el llanto.

    —Glenn! —dijo ella zarandeándole.

    —¿Qué? —dijo él.

    —¡Glenn, No puedo oirte! ¿Estás bien?

    —¿Qué? -

    Llevó su mano hacia la espalda y buscó la radio del traje. Nada. Parecía bien. Por supuesto, habría golpeado algo en su caída. Ignoró el problena y le hizo el —OK - con los dos dedos.

    —Oí que te golpeabas y, luego, un gran siseo y pensaba que se había roto tu casco, que te había matado —Ella lloraba más ahora, grandes lágrimas golpeaban la parte inferior del casco y resbalaban por el pecho.

    Él acercó su casco al de ella. —Estoy bien —dijo él.

    —Puedo oirte ahora.

    —Sí, un viejo truco que me dijo Frank. Tocar los cascos.

    Ella le ayudó a levantarse. La cápsula de Retorno les esperaba con la compuerta levantada como una boca hambrienta.

    —Vamos —dijo ella, tocando los cascos de nuevo.

    —Espera a minuto —Glenn miró al resto de cápsulas.

    ¿Acaso podrían....? La Lata había estado hablando de manipular uno de los Retornos para el vuelo automático. ¿Sería posible volar sobre el equipo de Ruiz, recogerlos y salvarlos? ¿Sería posible volar con dos equipos? ¿Tendrian bastante combustible? ¿Tenían que repostar?

    Valía la pena intentarlo.

    —Elena —dijo él—. ¿Quieres ser la verdadera ganadora?

    Ella entendió a lo que se refería. Sus ojos se agrandaron y asintió. Permanecieron casco con casco mientras hablaban con la Lata.

    —Frank —dijo ella—. Hablemos sobre el equipo de Ruiz.

61. Programa

    La nariz vendada de Evan no se interpuso en el camino de sus presentaciones. En la oscuridad de la oficina de de Jere, las tablas animadas en tiempo real mostraban Audiencia Actual, Índices de Respuesta, Atención Inferida, Motivación del Comprador Inferida, históricos de planes contra Neteno y una media del resto de estudios de Lineales de Acceso Libre. Ésta era la mala, las cosas que tenían que hacer para los patrocinadores, la guinda del pastel.

    El premio de consolación por haber dejado ganar al capullo.

    —Hemos cruzado la línea de tendencia baja de Near —dijo Evan—. Cruzado por mucho.

    —Los anunciantes recibieron un valor excelente por su inversión —dijo Evan—. La Atención de los Espectadores multiplicado por la Implicación Inferida es un record para los estudios Near, quizá incluso en Interactivos.

    —Las cadenas típicas han aumentado sus tasas de anuncios en mitad de curso —dijo Evan—. Tal como está, el escenario está listo para una secuela.

    —No con el regreso de la secuela histórica a largo plazo al 58% —dijo Ron.

    Evan frunció el ceño. —Podemos romper la tendencia. Rompimos una, y mucho. Todo el desarrollo está hecho.

    —Ni lo pienses —dijo Ron.

    —¿Qué?

    Ron negó con la cabeza. —Conozco esa mirada. Esa mierda de ojos brillantes que salía en la segunda trecuela de Star Wars. La de ese irritante bastardo decrépito, como se llame...

    Evan se mostró agitado. —Sé de quien hablas.

    —El asunto es que esta nieve no es dorada. Y no somos perfectos. Déjalo ahora y déjales clamar por más. Como Star Trek —dijo Ron.

    Evan frunció el ceño. —Podemos hacerlo —dijo él.

    —Cierra el pico, Evan —dijo Ron.

    Jere asintió.

    «Estamos arriba por el momento», pensó. «Y que dure.»

    —Gané, ¿verdad? —dijo Keith Paul.

    —Sí —dijo Frank.

    —¿Me darán el dinero?

    —Sí.

    —¿Y dónde están las cámaras?

    Frank se arrancó el auricular y se apartó del tablero de comunicación. Cogió la camisa de Keith con ambas manos y tiró de él hasta tenerlo cerca. La inercia les levantó del suelo y les hizo girar por la sala de navegación de Enterprise Marte.

    —¡No hay cámaras! - gritó Frank.

    Sus ojos eran grandes y brillantes, temblando con esa mirada eléctrica alimentada de adrenalina que los tipos tienen cuando están a punto de hacerte pedazos con sus propias manos. Keith había visto esa mirada algunas veces en su vida y sabía una cosa: no quería en absoluto tener algo que ver con ella.

    —¡A nadie le importas una mierda! - gritó Frank zarandeando a Keith como si fuera de papel. —¡Todo el mundo está viendo ahora a los jodidos héroes! ¡Tendrás tu maldito dinero, justo como querías, pero no esperes que le importe a nadie! ¡Ahora vete de aquí! Tengo cosas importantes que hacer!

    Frank le dio un último empujón a Keith hacia el fuselaje superior. Su cabeza golpeó el metal y vio las estrellas.

    —Vale, tío, vale —dijo Keith mientras Frank volaba de vuelta a su asiento.

    —Sal de aquí —dijo Frank—. No quiero verte nunca más.

62. Héroes

    —Mira a esos capullos mascahierbas —dijo Evan.

    En la callada oscuridad de la habitación de las pantallas de gráficos, las palabras de Evan eran increíblemente ruidosas. Los visiodioses, casi acostumbrados a no ver a Ron y Jere, se giraron y se sobresaltaron ante la vista de los cansados ejecutivos. Patrice puso una mano el hombro de Jere y él movió brazo para acariciarla. Se sentía más allá de la fatiga, más allá que la derrota, perdido en alguna estraña tierra de nunca jamás.

    En lugar de mirar los de Ganar en Marte, todos observaban los datos de la competencia. Las pantallas de gráficos mostraban la historia. Fox, Helmers y los canales de Ciencia Ficción estaban todos sintonizados en un pueblecito cutre de México, donde una aguja fina se había ensamblado en un viejo granero andrajoso. En el exterior, una grúa provisional se asentaba en un campo de hormigón y algunos melenudos con sucios monos de trabajo hablaban sobre construir una nave colonia para enviarla a Marte. La llamaban la Mayflower II.

    —Este es el verdadero espéctaculo —decían—. No el reclamo publicitario que hicieron en Hollywood. También vamos a ir, pero vamos a ir para quedarnos.

    Había abundantes tomas de ingenieros de ojos chiflados y ex-científicos y genios de la tecnología mostrando con las manos en el aire lo que parecían billetes de viaje de los viejos tiempos. —Me voy —graznaba uno de ellos.

    El show hablaba sobre financiación por parte de la gente, inversores angelicales, revolución en el vuelo espacial de bajo coste y la lotería para escoger a los mejores y más brillantes que habían firmado para ser los primeros en ir Marte y quedarse.

    —Lo han cronometrado —dijo Evan—. Perfecto. Esperan hasta que tengamos al equipo Ruiz sano y salvo en la nave para lanzar esta mierda.

    Pero no era nada, pensó Jere. Sólo una nave incompleta. Un montón de chiflados que hablaban sobre tecnología de código abierto y feliz-feliz solidaridad y de ayudarse unos a otros y porquerías de esas. No tenían preparada una nave. Y Jere sabía lo que se requería para despegar del suelo.

    —Sabían que los índices caerían en el instante en que todo el mundo regresara a la Lata —dijo Evan—. ¡Lo sabían y lo han aprovechado!

    —¿Cómo están nuestros índices? - preguntó Jere.

    Evan negó con la cabeza y pulsó el panel de los datos en tiempo real. La bajada aún era pequeña, pero la veían acelerando. Mientras observaban, bajaba algunos píxeles más.

    —¿Tenemos a alguien en México? —dijo Jere—. ¿Podemos conseguir una transmisión sobre esta colonia también?

    —No —dijo Evan—. No estamos preparados para esto. Los jodidos, probablemente, hablarán con todas las cadenas antes que con la nuestra. Descerebrados. Para cuando enviemos a alguien, la gran historia se habrá acabado. Asumiendo que lleguen a hablar con nosotros.

    «Sólo es un reportaje de noticias», pensó Jere. «Uno que la gente olvidará tan pronto como cierre la sesión. Unos quince minutos en Yahoo.»

    Pero se acordó de la gente que bajó de las colinas para enfentarse a Omisión. Recordó su propia cara en las grandes pantallas de Hollywood y Highland. Recordó haber estado delante de ochocientos millones de personas para decirles la verdad. Porque eso era lo que querían ver. La verdad.

    «Se puede volver a la guarnición», pensó Jere. « A la última línea de seda. O puedes ir al frente. Esta gente va al frente. Lo están cogiendo donde nosotros lo dejamos.»

    Miró hacia Ron que miraba los datos de la competencia. Su mandíbula estaba tensa y sus ojos parecían severos al ver cómo se lo arrebataban todo. Al ver Neteno deslizarse hacia una de las grietas donde sus finanzas nunca se recuperarían. Pero Ron también estaba mirando a ese primitivo cohete que hacía de la tosca y crute Lata una nave elegante y bien construída. Su boca parecía moverse ligeramente. Quizá, sólo quizá, la comisura de sus labios trazaba algo parecido a la promesa de una sonrisa.

    —Tenemos que anunciar otro show —dijo Evan—. ¡Ahora!

    —¿Y qué vas a decir? - preguntó Jere.

    —¡No lo sé! ¡Asteroides! ¡Júpiter! ¡No sé! ¡No importa. necesitamos un anuncio y necesitamos uno grande!

    —No —dijo Jere.

    —¿No? ¿Estás chiflado? ¿Vas a dejar que esa chusma te robe todo lo que hemos construído?

    —No —dijo Jere.

    —¿Qué vas a hacer? —dijo Evan.

    —Necesito una cámara —dijo Jere, mirando a Ron.

    —¿Qué vas a decir? —dijo Ron.

    —Les diré la verdad.

    —¿Que es...?

    —Que esto es lo que siempre quisimos desde el principio. Que lo planeamos así. Ganar en Marte no era sólo un show, era una chispa.

    Ron asintió. Le mostró su sonrisa mecánica que movía cada músculo en un orden predeterminado y que a Jere ya no le asustaba. La encontraba muy, muy triste.

    Apretó la mano de Patrice y pensó: «Ojalá que nunca termine así: teniendo que calcular una sonrisa.».

    En los monitores, el mismo portavoz seguía hablando con la intensidad que tienen los forofos cuando activas su centro de forofería. Decía que querían lanzar en algún momento dentro de ocho meses. Hizo un chiste malo sobre tener que viajar algunos millones de kilómetros más lejos que Neteno. Parecía muy emocionado y, también, muy asustado.

    «Nunca lo conseguirán», pensó Jere. «Van a morir allí arriba. Todos. Podrían incluso no salir de la rampa de lanzamiento».

    Pero si lo hacían...

    —Ves —dijo Ron—. Ves a dejar tu legado.

    Jere besó a Patrice y se giró para marcharse. Evan empezó a seguirle pero Ron le cogió por la manga de la camisa.

    —No —dijo Ron—. Tú no.

    —¡Era mi show! - gimió Evan.

    —Ya no —dijo Ron.

    Jere se apresuró hacia el brillante salón.

63. Coda

    La fiesta de segunda despedida de Mike Kinnson era mucho menor. Sólo sus padres. Sin pancartas, sin cintas. Quizá porque aún no tenía buen aspecto. Estaba flaco y aún usaba muletas.

    —México —dijo su madre.

    —Después, Marte de nuevo —dijo su papá.

    Mike sonrió. ¿Qué podía decir? Tenía experiencia en Marte. La tripulación de la otra nave, la Potemkin, le quería. Aunque no fuera un científico de verdad, no fuera un cerebro de verdad.

    —Será duro —le habían dicho. —Probablemente moriremos. No sabemos si podemos mantener una base tecnológica y si nuestra tecnología falla bajo cierto nivel, expiramos. Pero vamos a intentarlo.

    —Saldrá bien —le dijo a sus padres. —Voy a ir.

    Esta vez para quedarme.

FIN