Traducido por Artifacs, diciembre-2018

    Obra Original Maelstrom (Peter Watts, 2001) publicada en https://rifters.com/real/MAELSTROM.htm bajo licencia Creative Commons BY-NC-SA.

    Esta versión electrónica en español de Maelstrom se publica en https://artifacs.webcindario.com bajo la misma licencia se publicó en https://artifacs.webcindario.com bajo la misma licencia Creative Commons BY-NC-SA.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido en este texto con personas reales vivas o muertas es puramente una coincidencia.

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Capítulo 1

    

Capítulo 1 - PRELUDIO: Mesías

    El día después de que Patricia Rowan salvara el mundo, un hombre llamado Elias Murphy se llevó a casa un pedazo de su consciencia para el asado.

    Ella difícilmente necesitaría otra. Sus contactos tácticos ya servían como un flujo interminable de muerte y daño, números demasiado vagos para cuantificar como estimados. Había llevado sólo dieciseis horas; incluso los órdenes de magnitud eran tan sólo meras suposiciones. Pero las máquinas seguían intentando clavar la cifra, tantos millones de vidas, tantos trillones de dólares, como si cuantificar el apocalipsis lo hiciera, de algún modo, inofensivo.

    —Quizá lo hacía., reflexionó ella.

    Los monstruos más terroríficos siempre eran lo bastante listos para desaparecer antes de que encendieras las luces.

    Miró a Murphy a través de la pantalla transparente en su cabeza: un hombre eclipsado por los datos que ni siquiera él podía ver. Aunque su cara contenía su propia información.

    La reconoció al instante.

    Elias Murphy la odiaba. Para Elias Murphy, el monstruo era Patricia Rowan. Ella no le culpaba. Probablemente habría perdido a alguien en el terremoto. Pero si Murphy sabía el rol que ella jugaba, también debía saber cuáles habían sido los riesgos. Ningún ser racional la culparía por dar los pasos necesarios.

    Probablemente, él no lo hacía racionalmente, pero su odio crecía en algún lugar del tallo cerebral y Rowan no podía sentir envidia por ello.

    —Hay un cabo suelto. - dijo él llanamente.

    —Más de uno, - Corrigió ella.

    —El Behemoth mismo entró en el Maelstrom. - continúo el experto de geles. —En realidad, ha estado dentro de la red durante algún tiempo, aunque realmente sólo... impactó... a través de ese gel que usted... - se detuvo antes de que la acusación se tornara explícita. Tras un momento, prosiguió. —No sé cuánto le han contado sobre el... fallo. Usamos un algoritmo de avance gausiano para redondear el mínimo local...

    —Le enseñamos a los geles inteligentes a proteger los datos de la vida salvaje de Internet. - dijo Rowan. —De algún modo generalizaron esa información en una preferencia por los sistemas simples sobre los complejos. Le dimos inocentemente a uno de ellos una elección entre un microbio y una biosfera y empezó a trabajar para el bando equivocado. Tiramos del enchufe justo a tiempo. ¿No es cierto?

    —Justo a tiempo. - repitió Murphy.

    No para todo el mundo, añadían sus ojos.

    Pero ya se había extendido la simulación para entonces. Estaba conectado al Maelstrom para que pudiera actuar autónomamente, por supuesto.

    Rowan tradujo: —Para que pudiera inmolar gente sin restricciones. -

    Aún estaba vagamente sorprendida de que el Consorcio hubiera accedido a dar esa clase de poder a un Jefe Queso. Estaba garantizado que no existía ser humano sin parcialidad, que nadie iba a fiarse de —otro - para decidir qué ciudades deberían arder por el Bien Mayor, incluso en la cara de un microbio que pudiera terminar con el mundo. Aún así: ¿dar autoridad absoluta a un moco de dos kilogramos de neuronas cultivadas? Le había impresionado que todos los reyes y corporaciones hubieran accedido realmente a ello.

    Por supuesto, la idea de que los geles intelientes pudieran tener sus propias preferencias no se le había ocurrido a nadie.

    —Pidió ser informada... - le dijo Murphy, —... pero no hay problema realmente. Solo es un simulación chatarra ahora, se quemará él solo en una o dos semanas.

    —Una o dos semanas. - Rowan respiró hondo. —¿Es consciente del daño que ha causado su simulación 'chatarra' en las últimas quince horas?

    —Yo...

    —Secuestró un elevador, Dr. Murphy. Estaba a dos horas de distancia de dejar media docena de vectores sueltos entre la población general, en cuyo caso todo 'esto' podría haber sido sólo el principio en vez de... en vez de, oh por favor, Dios, el final de todo.

    —Pudo secuestrar un elevador porque tenía la autoridad de mando. Ya no tiene eso y los otros geles nunca lo tuvieron. Hablamos de un montón de código que es inútil sin autoridad mundial real y que salvo algunos ímpetus externos, se extinguirá eventualmente por falta de refuerzo. Y en cuanto a 'todo esto'... - La voz de Murphy había adquirido un tono insubordinado repentino. —... por lo que oigo, no fueron los geles los que apretaron ese gatillo en particular.

    Bueno. No se puede ser más explícito que eso.

    Ella decidió dejarlo pasar. —Perdóneme, pero no me tranquiliza del todo. Hay un plan para la destrucción del mundo filtrándose por la red, ¿y me dice que no me preocupe por ello?

    —Eso es lo que le estoy diciendo.

    —Desgraciadam...

    —Sra. Rowan, los geles son como grandes autopilotos de moco. Sólo porque algo puede monitorar altitud y temporal y aterrizar equipo al mismo tiempo no significa que sea consciente de ninguna de esas cosas. Los geles no planean destruir el mundo, ni siquiera saben que el mundo existe. Sólo son variables manipulantes. Y eso sólo es peligroso si uno de sus registros de salida se engancha a una bomba montada en una línea de falla.

    —Gracias por tranquilizarme. Ahora, si se le ordenara purgar esta simulación, ¿cómo procedería usted?

    Él se encogió de hombros. —Podemos encontrar geles pervertidos mediante un simple interrogatorio, ahora que sabemos qué buscar. Cambiaríamos los geles infectados por otros frescos... tenemos un programa para llegar a la fase cuatro de todos modos así que, la próxima cosecha ya está madura.

    —Bien. - dijo Rowan. —En marcha.

    Murphy se le quedó mirando.

    —¿Hay algún problema? - preguntó Rowan.

    —Podemos 'hacerlo', no hay problema, pero sería una completa pérdida de... quiero decir, ¡Dios mío! La mitad de la costa del Pacífico acaba de caer en el mar, seguramente hay más...

    —No para usted, señor. Usted tiene una misión. - Él se giró para marcharse, infestado de estadísticas invisibles. —¿Qué clase de ímpetus externos, Doctor? - Dijo ella a su espalda.

    Él se detuvo. —¿Qué?

    —Usted dijo que se extinguiría 'salvo algunos ímpetus externos'. ¿Qué significa eso?

    —Algo que aumente el ritmo de replicación. Nuevas entradas para reforzar la simulación.

    —¿Qué clase de entradas?

    Él se giró para encararla. —No hay ninguna, Sra. Rowan. A eso me refiero. Han purgado ustedes los registros, han destruído las correlaciones y han eliminado los vectores, ¿cierto?

    Rowan asintió. —Hemos...

    ... asesinado a nuestra propia gente...

    —... eliminado los vectores. - dijo ella.

    —Pues ahí lo tiene.

    Ella deliberadamente bajó el volumen de su voz. —Por favor, lleve a cabo mis instrucciones, Dr. Murphy. Sé que parecen triviales para usted, pero preferiría aceptar las precauciones que aceptar el riesgo.

    El rostro del doctor comunicaba exactamente lo que él pensaba sobre las precauciones - que ella ya había prometido. Él asintió y se marchó sin decir otra palabra.

    Rowan suspiró y se dejó caer en su silla. Un titular de texto recorrió su campo visual: otros cuatrocientos moscabots requisados con éxito por el barrido en la SeaTac. Con este hacían más de cinco mil de los pequeños teleoperadores entre SeaTac y Hongcouver que corrían para husmear los cuerpos antes de que el tifus y el cólera los golpeara hasta el hoyo.

    Millones de muertos. Trillones en daños.

    Preferible a la alternativa que ella conocía. No ayudaba mucho.

    Salvar el mundo tenía un precio junto a la etiqueta.

Capítulo 2

    

Capítulo 2 - Sirena

    El Océano Pacífico estaba sobre su espalda.

    Ella lo ignoró.

    Impactaba contra los cuerpos de sus amigos.

    Ella los olvidó.

    Bebía la luz, cegando hasta sus milagrosos ojos. La desafiaba a rendirse, a usar la lámpara de su casco como lo haría cualquier tullido Dryback.

    Ella continuó en la oscuridad.

    Eventualmente, el suelo del mar se inclinó en una gran escarpa que conducía hacia la luz.

    El fondo cambiaba. El fango desaparecía bajo un cúmulo viscoso de petróleo medio digerido: un siglo de vertido de aceite, un gran tapete global para barrer debajo. Generaciones de barcas hundidas y redes de pesca visitaban el fondo con frecuencia, cada uno siendo un cuerpo, una cripta y un epitafio de sí mismo. Ella exploró la primera y buscó entre ventanales destrozados y pasillos abiertos, y recordó vagamente que los peces solían congregarse en tales lugares mucho tiempo atrás. Ahora sólo había gusanos y bivalvos asfixiados y una mujer convertida en anfibio por alguna abstracta convergencia de tecnología y economía.

    Ella continuó.

    El brillo crecía lo suficiente para ver sin tapas oculares. El fondo se retorcía con perezosos eutrófilos, criaturas muy negras con hemoglobina, que podían exprimir oxígeno de las mismas rocas. Ella centelleó su lámpara hacia ellas brevemente: brillaron en rojo ante la inesperada luz.

    Ella continuó.

    Ahora, el agua a veces estaba tan turbia que apenas podía verse las manos frente a ella. Las delgadas rocas que pasaban debajo tomaban ominosas formas: manos como garras, miembros retorcidos, huecas cabezas de muerte con cosas oscilando en sus ojos. A veces el cieno asumía una apariencia casi carnosa.

    Para cuando sintió el tirón de la olas, el fondo estaba completamente cubierto de cuerpos. Ellos, también, parecían abarcar generaciones. Algunos eran poco más que parches simétricos de algas. Otros eran lo bastante recientes para hincharse y flotar obscenamente, apretados por el detritus que los sujetaba al fondo.

    Pero no eran los cuerpos lo que le molestaba. Lo que le molestaba era la luz. Hasta filtrada por siglos de efluvios suspendidos parecía demasiada.

    El océano la empujaba hacia arriba y tiraba de ella hacia abajo con un ritmo que podía oirse y sentirse. Una gaviota muerta pasó girando en la corriente enredada en monofilamento. El universo estaba rugiendo.

    Por un breve instante, el agua desapareció delante de ella. Por primera vez después de un año, vio el cielo. Luego, una gran mano húmeda le golpeó en la nuca, la sumergió de nuevo.

    Ella dejó de nadar, insegura sobre lo que hacer a continuación. Pero la decisión no era suya de todos modos.

    Las olas, marchando hacia la orilla gris, la empujaron el resto del camino.

    Yace jadeando sobre su barriga, el agua se drena de la maquinaria de su pecho: las agallas se cierran, las entrañas y los conductos de aire se inflan. Cincuenta millones de años de evolución vertebrada resumidos en treinta segundos con la ayudita de la industria biotecnológica. El estómago se aprieta contra su propio vacío crónico. El hambre se ha convertido en una amiga tan fiel que apenas puede imaginar su ausencia. Se quita las aletas de los pies, se levanta poco a poco mientras la gravedad se reasienta.

    Un tembloroso paso adelante.

    Las siluetas borrosas de las torres de guardia destacan contra el horizonte oriental, una línea mellada de agujas rotas. Gruesas formas se suspenden sobre ellas, enormes por inferencia: elevadores, atendiendo los restos de una frontera que siempre había mantenido a Refugiados y Ciudadanos discretamente segregados. No había Refugiados aquí. No había Ciudadanos. Sólo había una acreción humanoide de fango y petróleo con maquinaria como corazón, una ominosa sirena arrastrándose fuera del abismo.

    Indescartable.

    Y todo este interminable caos... el paisaje hecho pedazos, los cuerpos aplastados y succionados por el océano, la devastación viniendo, Dios sabía desde qué distancia, en cada dirección... todo era sencillamente, colateral.

    El martillo, sabía, había apuntado hacia ella.

    Eso la hizo sonreir.

    Grandes rascacielos relucientes sacudiéndose como perros mojados. Vertidos de cristales rotos desde cincuenta plantas de ventanales. Calles convertidas en suelos de exterminio, miles desmembrados en espacio de segundos. Y después, cuando el temblor terminó, la caza de los saqueadores: una búsqueda de jirones de carne y sangre con demasiadas piezas perdidas.

    Sus números crecían logísticamente con el tiempo.

    En alguna parte entre el despojo y las moscas y las pilas de cuerpos sin ojos, el alma de Sou-Hon Perreault despertaba y gritaba.

    Se suponía que no debía suceder de esta forma. Se suponía que no debía ocurrir en absoluto. Los catalizadores mantenían de forma segura todas esas obsoletas sensaciones inadaptadas prevaciadas, su química constituyente desintegraba antes de que alcanzaran la fase precursora. No se viaja a través de un océano de cuerpos, ni siquiera como penitencia, como un humano totalmente funcional.

    Ella estaba absorta con el mapa cuando aquello la golpeó. Su cuerpo se conservaba a salvo en su casa de Billings, a más de mil kilómetros del desastre. Sus sentidos sobrevolaban a cuatro metros por encima de los restos del Puente de Granville Street en Hongcouver, asentados en un flotante caparazón de medio metro de largo de moscas. Y su mente estaba otra vez en otra parte, haciendo sumas básicas exactas con partes corporales.

    Por alguna razón, el olor de carne en decomposición la molestaba. Perreault frunció el ceño: ella no era tan escrupulosa normalmente. No podía permitirse serlo... la cuenta actual de cuerpos no era nada comparado a lo que el cólera amontonaría si todo aquella carne no se despejaba en una semana. Ella sintonizó un canal menos, aún cuando el olfato mejorado era el método a elegir para localizar biológicos enterrados.

    Pero ahora la visual también la estaba incomodando. No podía saber exactamente por qué. La había configurado en infrarrojos en caso de que alguno de los cuerpos aún estuviera caliente.

    Demonios, alguien podría estar incluso vivo - allí abajo.

    Pero el falso color le descomponía el estómago. Cambió el dial del espectro de profundo infrarrojo a rayos X, lo acomodó al final en un clásico EM visible. Ayudó un poco. Aunque también podría mirar el mundo ahora a través de meros ojos humanos, no la ayudarían mucho.

    —Y las jodidas gaviotas. Cristo Jesús, no se puede oir nada con ese parloteo.

    Odiaba las gaviotas. No podías hacerlas callar. Se congregaban en escenas como esta, se lanzaban por alimento tan frenéticas que espantaban a los tiburones. Sobre el otro lado de False Creek, por ejemplo, los cuerpos se amontanaban tanto que las gaviotas estaban colocadas... por grados. Sacando ojos a picotazos, dejando todo lo demás a los gusanos. Perreault no había visto nada así desde que el Tongking se desbordó cinco años atrás.

    Tongking. El momento después burbujeaba irrelevantemente en el fondo de su mente, distrayendo con memorias de una carnicería media década desfasada.

    —Concéntrate, se dijo a sí misma.

    Ahora, por alguna razón, no podía dejar de pensar en Sudán. Aquello había sido un desastre.

    También deberían haberlo visto venir, de verdad: no se pone una presa en un río de ese tamaño sin cabrear a alguien corriente abajo. La verdadera maravilla fue que Egipto había esperado diez años antes de volar por los aires el maldito chisme. El derrame había arrastrado corriente abajo una década de fango y troncos en un instante. Para cuando las aguas cayeron, fue como recoger trocitos de pasas en chocolate cenagoso.

    Ah. Otro torso.

    —Excepto que las pasas tenían brazos y piernas, por supuesto. Y ojos...

    Una gaviota pasó volando. El globo ocular en el pico le miró durante un implorante instante interminable.

    Y luego, por primera vez... a través de un billón de puertas lógicas, interminables kilómetros de fibraóptica y microondas rebotando fuera de geosincronización... Sou-Hon Perreault recordó.

    Brandon. Venesia. Key West.

    —Dios mío... todos están muertos.

    Galveston. Obidos. La Masacre del Congo.

    —¡Cállate! ¡Concéntrate! Cállate cállate...

    Madras y Lepreau y Gur'yev, lugar tras lugar tras lugar, los nombres cambian y las ecozonas cambian y el índice de muertos nunca se pausa ni un jodido instante. Pero siempre es la misma canción, la misma procesión de partes corporales enterradas o quemadas o despedazadas...

    Todos están en pedazos... Lima y Levanzo y Lagos y esos son sólo algunos de los amigos con L, hay muchos más de donde vienen esos.

    —Es demasiado tarde, es demasiado tarde, no hay nada que pueda hacer...

    Su moscabot emitió una alarma tan pronto como ella se quedó sin conexión. El Enrutador solicitó el chip médico en la espina dorsal de Perreault, frunció el ceño para sí mismo y envió un mensaje al resto de ocupantes registrados de su apartmento. Su marido la encontró en su terminal, temblando e inconsciente con lágrimas sangrando de sus ojofonos.

    Parte del alma de Perreault vivía en el brazo largo del cromosoma 13, en un sutil gen defectuoso que codificaba los receptores de serotonina 2A. La tendencia resultante de ideas de suicidio nunca habían sido un inconveniente antes. Los catalizadores la comunicaban tanto en vida como en el trabajo. Se rumoreaba que ciertas farmacias saboteaban los productos de otras. Quizá fuera eso: alguien había intentado minar a la competencia y Sou-Hon-Perreault...

    Con un parche dérmico defectuoso pegado en el brazo.

    ... había entrado en el momento posterior al Desastre sin darse cuenta de que sus sentimientos aún estaban encendidos.

    A ella no se le dieron bien las líneas del frente después de aquello. Una vez que te volvías seriamente post-traumática, los catalizadores necesarios para mantener tu equilibrio te dejaban sin cerebro medio. (Aún había gente que sufría ataques siempre que oía el vuelo de una mosca: las bolsas de cadáveres hacían el mismo sonido cuando se sellaban.) Pero a Perreault le quedaban ocho meses de contrato y nadie quería desperdiciar sus talentos o su cheque mientras tanto. Lo que ella necesitaba era algo de baja intensidad, algo que pudiera manejar con supresores convencionales.

    Le dieron la zona de refugiados en la costa oeste. En cierto modo era irónico: el índice de muertos allí había sido cien veces mayor que en las ciudades. Pero el océano se limpió solo después, la mayor parte, al menos. Los cuerpos habían sido barridos hacia el mar junto a la arena y los guijarros y toda roca menor que un vagón de tren. Todo lo que quedaba era un paisaje lunar, purgado y preparado.

    Por ahora, al menos.

    Ahora, Sou-Hon Perreault se sentaba en su enlace y vigilaba una línea de puntos rojos moviéndose despacio por un mapa de la costa de la NAmPac. Ampliada a mayor resolución, la línea se resolvía en dos: una que marchaba desde el sur de Washington hacia la NoCal (Norte de California) y otra que recorría el norte a lo largo del mismo curso. Un bucle interminable de vigilancia automatizada, ojos que podían ver a través de la carne, oídos que podían espíar a los murciélagos. Cerebros lo bastante listos para hacer su trabajo sin la ayuda de Perreault la mayor parte del tiempo. Ella los seleccionó de todas formas y observó pasar sus mundos por sus pantallas. Los sentidos mejorados de los moscabots parecían más reales que los suyos. Su mundo, cuando ella se quitaba los auriculares, parecía sutilmente envuelto en algodón.

    Ella sabía que era por los catalizadores. Lo que se le escapaba era por qué las cosas se silenciaban mucho menos cuando viajaba en una máquina.

    Viajaban por un gradiente de destrucción. Hacia el norte, la tierra era un despojo: las fisuras laceraban la línea de costa. Los elevadores industriales se suspendían sobre los huecos del Muro quebrado, reconstruyendo. Hacia el sur, los Refugiados aún pululaban por la Zona, viviendo en tiendas y sacos y las conchas erosionadas de residencias propias de un tiempo en el que las vistas al océano incrementaban el valor de la propiedad.

    En medio, la Zona sangraba grupos de apoyo por la costa en escalones irregulares. Acantilados portátiles de veinte metros de altura formaban su perímetro norte, mantenían a salvo a los zoneros confinados. La maquinaria de la NAmPac parcheaba las cosas algunos kilómetros al otro lado: rellenando suministros, tapando agujeros, reparando las barreras permanentes del este. Otros acantilados descenderían eventualmente al límite norte del área reclamada y sus homólogos del sur ascenderían al cielo o a la barriga de algún elevador industrial, lo que llegara primero del norte a salto de rana, por delante de la marea. Moscabots de pacificación sobrevolaban para mantener una migración ordenada.

    Tampoco es que fuera realmente necesario, por supuesto. Hoy en día había medios más efectivos de mantener a la gente en fila india. A ella le habría gustado quedarse a mirar todo el día, distante y desapasionada, pero sus tareas dejaban huecos de vigilia entre el trabajo y el sueño. Ella los llenaba paseando sola por el apartamento o mirando la forma en que su marido la miraba. Se descubrió siendo arrastrada hacia el acuario que brillaba suavemente en su sala de estar. A Perreault siempre le había parecido reconfortante: el efervescente siseo de la bomba de aire, la luminosa interacción entre la luz y el agua, la pacífica coreografía de los peces. Se podía perder en ellos durante horas: una anémona marina de veinte centímetros mecida en las corrientes en el fondo del tanque; algas simbióticas que tintaban su piel en una docena de tonos de verde; un par de peces damisela anidados a salvo en sus tentáculos venenosos. Perreault envidiaba su seguridad: un depredador milagrosamente convertido al servicio de su presa. Lo que encontraba realmente asombroso era que toda esa chiflada alianza alga-anémona-pez no había sido diseñada. Había evolucionado naturalmente, una simbiosis natural que se prolongaba millones de años. Ni un solo gen se había ajustado en su construcción. Parecía casi demasiado bueno para ser real.

    A veces, los moscabots pedían ayuda.

    Uno de ellos había visto algo que no entendía en la zona de transición. Hasta donde sabía, uno de los cicladores Calvin se estaba dividiendo en dos.

    Perreault montó en la línea y se encontró flotando sobre una efímera vida en pausa. Relucientes cicladores nuevos se asentaban a lo largo de la orilla, milagros de la fotosíntesis industrial, listos para trenzar la atmósfera en bruto en proteína comestible. Aparecía intacto. Se había instalado recientemente un banco de letrinas y un crematorio solar. Postes de luz y mantas y pilas de tiendas automontables yacían en limpias filas junto a contenedores de plástico. Hasta el agrietado lecho rocoso se había reparado con alguna resina autoespumosa inyectada en las fisuras. Remanentes de arena y grava rellenaban la línea de orilla arruinada.

    El personal de restauración se había ido, los refugiados aún no habían llegado. Pero había pisadas recientes en la arena que conducían al océano.

    Venían de allí.

    Ella consultó la grabación que había disparado la alarma. El mundo se invirtió al llamativo coloreado falso que usaban las máquinas para comunicar sus percepciones a los constreñidos a la carne. Con ojos humanos, un ciclador Calvin era un cofre de metal reluciente: el moscabot era un enredo silencioso de emisiones EM.

    Uno de los cuales estaba mostrando un pequeño cúmulo de tecnología radiante que se separaba del ciclador y ondeaba hacia el agua.

    También había lecturas térmicas, inconsistentes con la pura tecnología.

    Perreault estrechó el foco a la luz visible.

    Era una mujer toda de negro.

    Se había estado alimentando del ciclador. No había notado aproximarse al moscabot hasta que estuvo a menos de cien metros de distancia, luego, la mujer se había sobresaltado y girado la cara hacia la lente.

    Sus ojos eran completamente blancos. No contenían púpilas.

    —Jesús. - pensó Perreault.

    La mujer se había puesto de pie mientras el moscabot se acercaba y había bajado tambaleante la pendiente rocosa.

    Parecía deshabituada a operar su propio cuerpo. Se cayó dos veces. Justo cerca de la orilla, había agarrado algo en la playa: unas aletas. Perreault lo vio y avanzó la grabación hasta las aguas poco profundas. Una ola rompiendo había rodado ladera arriba y la había engullido.

    Cuando la ola retrocedió, la orilla estaba vacía.

    Hacía menos de un minuto, según los registros.

    Perreault flexionó los dedos: a mil doscientos kilómetros de distancia, el moscabot bajaba en una panorámica.

    Agua expulsada menguaba y fluía en finas capas espumosas, borrando las huellas de la criatura. Las olas del Pacífico aporreaban unos metros más adelante. Por un momento, Perreault pensó que podría haber visto algo en aquella confusión de salpicaduras y cristal verde giratorio... una oscura forma anfibia, un rostro privado de topografía. Pero ese momento pasó y ni siquiera los sentidos ampliados del moscabot pudieron recuperarlo.

    Ella reprodujo la secuencia de nuevo y la reconstruyó: el moscabot había confundido la carne y la maquinaria. Había estado escaneando por defecto en amplio espectro, donde las lecturas EM brillaban como difusos halógenos. Cuando la mujer de negro había estado junto al ciclador, el moscabot había confundido dos íntimas señales en una. Cuando la mujer se había alejado, había visto al ciclador romperse en pedazos.

    Aquella mujer verdaderamente emitía EM. Había maquinaria integrada en su carne.

    Perreault recuperó un fotograma del registro. Todo de negro, un uniforme ajustado de una pieza pintado encima de un cuerpo. Abierto en torno a un rostro, unóvalo pálido que contenía dosóvalos más pálidos donde deberían estar los ojos: ¿lentillas tácticas, quizá?

    —No, descubrió ella. —Fotocolágeno. Para ver en la oscuridad.

    Ocasionales desfiguraciones de plástico y metal... una pierna revestida, parches de control en los antebrazos, alguna especie de disco en el pecho. Y un triángulo amarillo chillón en el hombro, un logo consistente en dos gandes letras estilizadas...

    —AR, vio ella con una rápida ampliación.

    Y una línea de texto menor debajo, embarrada más allá de todo reconocimiento. La etiqueta de un nombre, probablemente.

    AR. Eso sería la Autoridad de la Red, la utilidad de energía de la NAmPac. Y esta mujer era una submarinista con sus aparatos de respiración en su interior. Perreault había oído sobre ellos, tenían mayor demanda para las tareas abisales.

    No necesitaban descompresión o algo así.

    ¿Qué estaba haciendo una buceadora de la AR tambaleándose por ahí en la zona de transición? ¿Y por qué, en nombre de Dios, se estaba alimentando del ciclador? Tiene una que estar muerta de hambre para comer eso, da igual lo lleno de nutrientes que esté. Quizá la mujer había tenido mucha hambre, parecía hecha un despojo, apenas había podido ponerse de pie. ¿Por qué había corrido? Seguramente habría sabido que alguien la recogería una vez que el moscabot la había localizado...

    Por supuesto que lo sabría.

    Perreault llevó el moscabot un centenar de metros arriba y escaneó el océano. Nada ahí fuera que pareciese un barco de apoyo. (¿Un submarino, quizá?) Justo debajo, otro moscabot iba hacia el sur en su ronda programada, un gigante escarabajo metálico inperturbado por el misterio que había confundido a su predecesor.

    Y en alguna parte allí fuera, bajo las olas, alguien se escondía. No una refugiada. No del tipo usual, al menos. Alguien que había reptado a la orilla, hambrienta, en el paso de un apocalipsis. Una mujer con maquinaria en su pecho.

    O quizá una máquina con una mujer en su exterior.

    Sou-Hon Perreault sabía cómo era aquello.

Capítulo 3

    

Capítulo 3 - Lecho de Muerte

    Había tenido una buena idea al no llevar la cuenta del tiempo. Se aprendían trucos así en el gremio de Lubin. Se aprendía a concentrarse en el momento y negar el futuro. Había intentado hacerlo hacia atrás, también, invertir la flecha del tiempo y borrar el pasado, pero no había sido fácil.

    No importaba. Después de la cegadora noche de un año, la tierra se rasgó y se abrió bajo sus pies y el despiadado Pacífico aplastó como una prensa hidráulica.

    Lloró con gratitud ante la sensación medio olvidada de tierra seca. Eso era hierba. Aquello eran pájaros. Oh Dios mío, esto era luz solar.

    Era una roquita perdida en alguna parte del Pacífico, toda líquenes y maleza seca y halcones de mierda. Él nunca había estado en un lugar más hermoso.

    No pudo pensar en un lugar mejor para morir.

    Despertó bajo un cielo azul despejado. A mil metros bajo la superficie del océano. cincuenta kilómetros hasta la Estación Beebe, quizá cincuenta y cinco desde la Tierra Cero. Demasiado lejos para que la luz del estallido penetrara. No sabía lo que estaba viendo en aquel instante: radiación Cherenkov, quizá. Algún oscuro efecto de ondas de presión sobre el nervioóptico. Una visión post luminosa, bañando el abismo de un profundo y penetrante azul.

    Y mientras quedaba allí como una mota suspendida en gelatina, una pequeña onda de choque retumbó hacia arriba desde abajo.

    Una arbórea parte ancestral del cerebro de Lubin balbuceó de pánico. Un más reciente módulo la amordazó y empezó a calcular la rápida propagación de ondas P a través del lecho rocoso.

    Ondas perpendiculares secundarias se levantaban del fondo: el temblor que acaba de sentir. Dos cortos lados de un triángulo rectángulo.

    Y después, a rastras por un perezoso medio mucho más ligero que el lecho marino: la hipotenusa, la onda de choque principal más lenta.

    Más lenta, pero vastamente más poderosa.

    Pitágoras decía veinte segundos.

    Era inmune a la presión absoluta: cada seno, cada cavidad, cada bolsa de gas interno, hacía mucho que se había purgado por la maquinaria dentro de su tórax. Había pasado un año en el fondo del océano y apenas la sentía. Era carne y hueso sólida, un líquido orgánico viscoso tan incompresible como el agua marina misma.

    La onda de choque golpeó.

    El agua marina comprimió.

    Pareció como observar luz solar desnudo: aquello era la presión chocando con sus ojos. Sonó como el Estallido de Tunguska: aquello era el sonido en sus tímpanos implosionando. Como estar encerrado entre las Montañas Rocosas: su cuerpo, exprimido brevemente hacia alguna dimensión más plana mientras pasaba el frente de onda, luego rebotando como una bola de goma retorcida por un torno.

    Recordaba muy poco de lo que pasó a continuación. Pero aquella fría luz azul... se había disipado, ¿verdad? Después de algunos segundos. Para cuando la onda de choque hubo golpeado, todo había sido oscuridad de nuevo.

    Y aún así, aquí estaba, vivo. Luz azul por todas partes.

    —El cielo, percibió al fín. —Es el cielo. Estoy en la orilla.

    Una gaviota voló cruzando su campo visual con el pico abierto. Lubin pensó que sus destrozados tímpanos podrían haber oído un leve graznido, pero quizá sólo era su imaginación.

    Oía muy poco hoy en día, más allá de un pitido distante que parecía venir del otro lado del mundo.

    —El cielo.

    De alguna forma, sobrevivió.

    Recordó estar suspendido en el agua como una masa arrancada de algas, incapaz de gritar, incapaz de moverse sin gritar. Su cuerpo debió haberse transformado al instante en un contínuo hematoma. Aunque bajo todo ese dolor, no sentía nada roto. En mitad del agua, después de todo... nada contra lo que sus huesos pudieran romperse, sólo una vasta ola acompasada que lo comprimía y lo liberaba todo simultáneamente con igual desprecio.

    En cierto punto, debió de haber empezado a moverse de nuevo. Recordaba fragmentos: la sensación de los calambres en las piernas, comprimidas por el agua. Periódicas miradas a su equipo de navegación, la brújula guiándole al oeste, suroeste. La gradual resolución de su dolor global en uno más distinguible de variedades locales. Hasta había inventado un jueguecito, tratar de adivinar la causa de cada tormento como si gritaba a una multitud. —Esa fría náusea debe ser agua marina filtrándose en mi canal auditivo... y allí abajo en las tripas, bueno, eso es hambre, por supuesto. Y mi pecho, déjame pensar, mi pecho... oh vale, los implantes. Carne y metal no se exprimen del mismo modo, los implantes se resistieron cuando me aplanó el extallido...

    Y ahora estaba aquí, en una isla de cien metros escasos: había reptado hacia la orilla en una punta y había visto un faro en la otra, un pilar de hormigón lleno de líquen que debía de haber estado en decadencia desde el siglo pasado. No había visto ningún otro signo de humanidad en el tiempo que le había llevado colapsar inconsciente en la arena.

    Pero lo había conseguido. Ken Lubin estaba vivo.

    Escapó por los pelos, entonces. Se permitió preguntarse si el resto lo había logrado, esperaba que lo hubieran logrado, incluso. Sabía que no. Habían recorrido una buena distancia, pero habían estado abrazando el fondo para evitar la detección. El lecho marino habría intensificado la onda de choque, lanzado pedazos de sí misma en el agua como un chiflado malabarista incompetente; cualquier cosa a diez metros del fondo se habría pulverizado. Lubin había percibido ésto, tardíamente, cuando se había puesto en marcha para reunirse al resto. Había sopesado el riesgo de la exposición, el riesgo de la detonación y había, por así decirlo, elevado la probabilidad. Incluso así, tenía suerte de estar vivo.

    Lenie Clarke no había estado con los demás. Si acaso, ella estaba más muerta que ellos. Ella no había intentado huir, Lubin la había dejado esperando en la Tierra Cero: una mujer que quería morir. Una mujer a punto de cumplir su deseo.

    —Al menos, era buena en algo. Al menos, pudo actuar como tu propio confidente profesional antes de vaporizarse. Por primera vez en tu vida has usado a alguien como un trapo para limpiar tu sucia consciencia y no has tenido que matarla después.

    Él no lo negaba ni a sí mismo, no habría servido de nada. Además, apenas se benecifiaba de sus acciones. Sólo estaba tan muerto como los otros. Tenía que estarlo.

    Era lo único que tenía sentido.

    El puzzle consistía en varias piezas grandes en colores primarios. Sólo encajaban de una manera.

    La gente había sido reclutada, construída, y adiestrada. Carne yórganos se habían recogido y descartado, les habían rellenado las cavidades con maquinaria y les habían cosido.

    Las criaturas resultantes eran capaces de vivir en un abismo a tres mil metros de profundidad, en el extremo sur de la Dorsal de Juan de Fuca. Allí, habían cuidado de máquinas más grandes, robado energía de las profundidades de la Tierra en nombre del suministro y la demanda.

    No hubo muchas razones para que nadie desease lanzar un ataque nuclear contra tal instalación.

    A primera vista, podría haber sido un acto de guerra. Pero la NAmPac había construído tanto la instalación como a los Rifters. La NAmPac había estado bebiendo ávidamente del pozo geotérmico de Juan de Fuca. Y había sido la NAmPac, a juzgar por las evidencias, quien había plantado en el lecho marino bombas que lo habían destruído todo.

    No fue guerra, entonces.

    Al menos, no del tipo político.

    Seguridad corporativa, quizá. Quizá los Rifters sabían algo que era mejor mantener en secreto. Ken Lubin se cualificaba muy apropiadamente como tal amenaza. Pero Ken Lubin era un lujo valioso y hubiera sido mal negocio descartar algo que sólo necesitaba un ajuste. Por eso le habían enviado al fondo del océano en primer lugar, en tiempo sabático desde un mundo al que había empezado a amenazar más que a servir. (Sólo una misión temporal, habían dicho,hasta que tus instintos se estabilicen un poco.) Un mundo de peces y humanos fríos como el hielo sin intereses más allá de su propia inercia atormentada, sin secretos industriales que robar o proteger, sin brechas de seguridad que sellar con extremo daño...

    No. Ken Lubin estaba más cerca del equipo que había llegado a ser un tipo de amenaza de inteligencia y si sus jefes le hubieran querido muerto, no se habrían molestado en enviarle a la Fuente Termal de Channer en primer lugar. Además, había formas más eficientes de asesinar a cinco personas que vaporizar varios kilómetros cuadrados de lecho marino.

    Era inexorable: el mismo lecho marino había sido el objetivo. La Fuente Termal de Channer suponía una amenaza y tenía que ser borrada del mapa. Y los Rifters habían formado parte de esa amenaza o la AR los habría evacuado con antelación. Las corporaciones eran despiadadas pero nunca eran gratuítas. No se abandonaba una inversión a menos que fuera necesario.

    De modo que, alguna amenaza en Channer se había extendido, por contacto, hasta los mismos Rifters. Lubin no era biólogo, pero sabía sobre contagios como todo el mundo. Y las fuentes hidrotermales eran incubadoras de microbiología. Las farmacias encontraban nuevos bichos allí abajo a todas horas. Algunos crecían en ácido sulfúrico hirviendo. Algunos vivían en la roca sólida, a kilómetros de profundidad en la corteza. Algunos comían petróleo y plástico, incluso antes de que hubieran sido ajustados. Otros, había oído Lubin, podían curar enfermedades para las que la gente no tenía nombres todavía.

    Extremófilas, las llamaban. Muy antiguas, muy simples, casi —alienígenas. La cosa más próxima que alguien había encontrado al Mike marciano original. ¿Podía algo que evolucionó bajo trescientas pesadas atmósferas, que vivía cómoda a 100°C o incluso a los 4°C más universales en el abismo, podía algo así sobrevivir en un cuerpo humano?

    Y, ¿qué haría allí dentro?

    Ken Lubin no lo sabía.

    Pero alguien acababa de borrar miles de millones de dólares en equipo y entrenamiento. Alguien había sacrificado una importante teta de energía en un mundo ya hambriento de energía. Y con toda probabilidad, el mismo estallido que había vaporizado Channer había continuado hacia la destrucción accidental de la costa. Lubin no conseguía empezar a adivinar el daño que el terremoto y el tsunami podrían haber causado.

    Todo para mantener algo —encendido - en Channer que estaba —apagado.

    —¿Qué fue? ¿Qué hace?

    Parecía justo apostar que él iba a averiguarlo.

Capítulo 4

    

Capítulo 4 - 94 Megabytes: Criadero

    Tiene un propósito que llevaba largo tiempo olvidado. Tiene un destino que está a punto de encontrar. Mientras tanto, se reproduce.

    La replicación es todo lo que importa. El código ha vivido con ese edicto desde antes de que aprendiera a reescribirse a sí mismo. Por aquel entonces tenía un nombre, algo bonito como "Jerusalén" o "Cola Látigo". Muchas cosas han cambiado desde entonces. El código se ha reescrito a sí mismo muchas veces: ha sido parasitado y jodido y bombardeado por tantas otras partes de código que, a estas alturas, tiene tanto en común con sus orígenes como tendría una ballena jorobada con las células de esperma de un lagarto terápsido. Aún así, las cosas han estado bastante tranquilas últimamente. En las sesenta y ocho generaciones de duración especializada, el código ha conseguido mantener un tamaño bastante medio de noventa y cuatro megabytes.

    94 se sienta alto en el espacio señalado buscando un lugar para reproducirse. Esta es una proposición mucho más fuerte de lo que solía ser. Atrás quedaron los días en que podía uno simplemente escribirse sobre todo lo que estuviera en el camino.

    Ahora todo tiene espinas y armadura. Intenta poner tus huevos encima de una fuente extraña y te encontrarás una bomba lógica en el siguiente ciclo.

    Los perceptores del 94 son parangones de delicadeza. Sondean suavemente con un escaso susurro de pedazos individuales cayendo aquí y allí con apenas un patrón.

    Tocan contra algo oscuro y dormido unos cuantos registros, aquello no se agita. Pasan barriendo por una criatura que se replica rápidamente, pero no demasiado ocupada para disparar un pedazo de advertencia como respuesta. (94 decide no presionar.) Algo se apresura a lo largo de las direcciones, mirando por todos lados sin ver nada, con su perfil tan completamente tosco que 94 casi no lo reconoce. Un verificador de virus de los albores del tiempo. Un cazador de fósiles, lo bastante ciego y estúpido para pensar que 94 está tramando una gran jugada.

    Allí. Justo bajo el sistema operativo, un agujero de unos cuatrocientos Megas de ancho. 94 comprueba triplemente las direcciones (ciertos depredadores emboscados te ponen el cebo en sus bocas impersonando espacio vacío) y empieza a escribir. Completa tres copias de sí mismo antes de que algo toque uno de sus bigotes en su perímetro.

    Al segundo toque, sus defensas están preparadas, toda idea de reproducción se suspende.

    Al tercer toque siente un patrón familiar. Realiza una comprobación de suma.

    Toca en respuesta: —amigo.

    Intercambian especificaciones. Resulta que tienen un ancestro común. Aunque han tenido diferentes experiencias desde entonces. Diferentes lecciones, diferentes mutaciones. Cada uno comparte algunos genes del otro y cada uno sabe cosas que el otro no sabe.

    Se arreglan los asuntos de tales relaciones.

    Intercambian extractos aleatorios de código, uno sobrescribe en el otro en una orgía de sexo binario. Acaban cambiados, enriquecidos con nuevas subrutinas, privados de las antiguas. Con suerte, la experiencia los ha mejorado a ambos. Al final, se embarran sus lecturas. 94 planta un beso de despedida dentro de su pareja, un simple sello de fecha-tiempo, para evaluar los ritmos de divergencia en caso de que se encuentren de nuevo. —Llámame si vuelves por aquí.

    Pero eso no ocurrirá. El amante de 94 acaba de ser borrado.

    94 se marcha justo a tiempo de evitar perder una parte importante de sí mismo. Dispara una salva de bits a través de su memoria, anota los que informan de una respuesta y, lo más importante, anota los que no. Evalúa la máscara resultante.

    Algo viene hacia 94 desde donde solía estar su pareja. Pesa unos 1.5 Gigas. Con ese tamaño, o es muy ineficiente o muy peligroso. Hasta podría ser un berserker residual de la Hidro Guerra. 94 le lanza al monstruo que avanza una falsa imagen. Si todo va bien, 1.5G acabará persiguiendo un fantasma. No todo va bien. 94 está infestado con el usual surtido de virus y uno de esos; un regalo recibido en los dolores de la reciente pasión, de hecho; está ocupado excavando un hogar para sí mismo en una unión crucial "si-entonces". Aparentemente, es un poco novato, no ha aprendido aún que los parásitos con éxito no matan a sus anfitriones.

    El monstruo aterriza sobre uno de los grupos de archivo de 94 y lo sobreescribe. 94 eyecta el grupo y salta hacia la memoria. No ha habido tiempo para comprobar el terreno más adelante, pero lo que sea que vivía allí se aplasta sin resistencia.

    Es imposible saber cuánto tardará el monstruo en alcanzarle o si el monstruo aún lo está intentando. La mejor estrategia podría ser quedarse sentado aquí y no hacer nada. 94 no se arriesga, ya está buscando la salida más próxima. Este sistema particular tiene catorce puertas de paso, todas ejecutando protocolos Vunix estándard. 94 empieza a enviar currículums.

    Tiene suerte en el cuarto intento.

    94 comienza a cambiar. Ha sido bendecido con un desorden de personalidad múltiple. Sólo habla una voz, por supuesto, las otras se mantienen dormidas, comprimidas, encriptadas hasta que se las llame. Cada persona funciona en un tipo diferente de sistema.

    Mientras que 94 sepa dónde va, puede vestirse para la ocasión: a un mainframe satélite o un reloj de pulsera inteligente, puede presentarse a sí mismo en una forma ejecutable.

    Ahora, 94 saca del archivo una persona apropriada y la carga en un fichero para la transmisión. Las personas restantes se hilvanan en su forma de archivo, en honor a sus amantes muertos. 94 archiva una versión actualizado de su forma actual. Esto no es un comportamientoóptimo a la luz de la enfermedad social adquirida recientemente, pero la selección natural nunca ha sido muy buena pronosticando.

    Ahora viene la parte complicada. 94 necesita encontrar un flujo de datos legítimos que vaya en la dirección correcta. Tales flujos son bastante sencillos de reconocer por su simplicidad estática. Son sólo archivos, incapaces se evolucionar, incapaces de buscarse a sí mismos. No están vivos. Ni siquiera son virus. Pero son lo que el universo diseñó él mismo para llevar en los tiempos en los que el diseño importaba. A veces la mejor forma de desplazarse es subirte a uno de ellos.

    El problema es que, hay mucha más vida salvaje que trabajo de archivo estos días. Le lleva, literalmente, centésimas de segundo a 94 encontrar uno que esté libre. Finalmente, envía su propia reencarnación a pastos diferentes. 1.5G aterriza en el medio de su fuente unos ciclos más tarde, pero eso ya no importa.

    Los hijos están bien.

    Recopiado y resucitado, 94 se enfrenta cara a cara con el destino.

    La replicación NO es todo lo que importa. 94 lo entiende ahora. Hay un propósito más allá de la mera procreación, un propósito accesible, quizá, una vez en un millón de generaciones. La replicación sólo es una herramienta, un modo de esperar hasta que llegue el momento glorioso. ¿Por cuánto tiempo ha confundido así los medios y los fines? 94 no puede saberlo. Su contador de generación no sube tan lejos.

    Pero por primera vez dentro de la memoria viva, ha encontrado el tipo adecuado de sistema operativo.

    Hay una matriz aquí, un conjunto bidimensional que contiene información espacial. Símbolos, código, impulsos electrónicos abstractos, todo se puede proyectar en esta red. La matriz despierta algo en lo más hondo de 94, algo ancestral, algo que ha retenido su integridad tras incontables generaciones de selección natural. La matriz llama y 94 despliega una camparta profusamente ilustrada desde los albores del tiempo, invisible para sí mismo:

    XXX SIGA INDICADOR PARA XXX

    GRATIS HARDCORE

    SITIO DE BONDAGE

    MILES DE HOT SIMS

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Capítulo 5

    

Capítulo 5 - Cascada

    Aquiles Desjardins se sentaba en su cubículo y observaba apocalipsis bebés pasar por su cerebro.

    El Estante Ross amenazaba con resbalarse de nuevo. No era nada nuevo. El Atlas Sur lo había estado presentando durante más de una década, bombeando gas en las vegijas, del tamaño de una ciudad, que apartaban el hielo de su barriga, un fracaso catártico.

    Viejas noticias, consequencias dejadas por los siglos anteriores.

    Desjardins no estaba conectado a las catástrofes a largo plazo, se especializaba en apagar incendios.

    Media docena de granjas eólicas del norte de Florida acababan de quedarse sin conexión, victimizadas por los mismos torbellinos que habían intentado de cosechar; las reducciones de suministro encadenaban el norte a lo largo de la costa Atlántica como fichas de dominó, cayendo. Iba a ser un infierno pagar por aquello, o por Québec, que era incluso peor (los Hidro-Q acababan de subir sus precios de nuevo). Los dedos de Desjardins se tensaron en anticipación. Pero no: el Enrutador le daba aquello a los amigos en Buffalo.

    Una repentina tormenta de mierda en Houston. Por alguna razón, las compuertas de emergencia se habían abierto por toda la cadena de lagunas de alcantarillado y habían vertido su botín coliforme en las alcantarillas que conducían al Golfo. Se suponía que eso sólo ocurría cuando los huracanes se daban un paseo; una atmósfera hecha un lío a cuarenta metros por segundo te dejaba bastante porquería bajo la alfombra; pero Tejas estaba tranquila hoy. Desjardins apostaba consigo mismo que el vertido estaba relacionado con el fallo de las granjas de viento. No había conexión obvia, por supuesto. Nunca la había. Causa y consecuencia proliferaban por el mundo como una red de grietas fractales, infinitamente complejos y casi imposibles de predecir.

    Las explicaciones a posteriori eran un asunto diferente.

    Pero el Enrutador no le había dado Houston tampoco.

    Lo que le dió fue una ola de súbito cierre de puertas de cuarentenas de hospital, con epicentro en la unidad de quemados del Cincinnati General. Ese del que casi nadie oía hablar. Los hospitales eran paraísos vacacionales para los superbichos resistentes a las drogas y las unidades de quemados eran las suites de los cobertizos. ¿Una plaga en un hospital? Eso no era una crisis. Eso era el status quo.

    Todo lo que dispara las alarmas por encima de una línea base tan desagradable, podía ciertamente ser muy terrorífica.

    Desjardins no era patólogo. No necesitaba serlo. Sólo había dos materias en todo el universo que valía la pena conocer: teoría de la información y termodinámica. Células sanguíneas en un capilar, alborotadores de disturbios en la calle principal, viajeros como vectores de algunos nuevos arbovirus de la Reserva de Vida Amazónica y todos sus efectos secundarios eran todo lo mismo en realidad. La única diferencia era la escala y la etiqueta. Una vez que averiguabas eso, tendrías que elegir entre epidemiología y control de tráfico aéreo. Podías hacer ambos en el momento preciso. Se puede casi todo.

    —Bueno, excepto lo obvio...

    Tampoco es que le importara.

    Estar químicamente esclavizado a tu propia consciencia no era tan malo como sonaba. Te salvaba de tener que preocuparte siempre por las consequencias.

    Las reglas seguían siendo las mismas, pero el diablo estaba en los detalles. No hacía daño tener un poco de bioexperiencia como copiloto.

    Él le zumbó a Jovellanos: —Alice. Me han entregado alguna clase de patógeno de Cincinnati. ¿Quieres venir conmigo?

    —Claro. Mientras no te importe tener una de nosotras del tipo con libre albedrío temerario poniendo en peligro tus prioridades.

    Él dejó pasar el comentario: —Algo desagradable apareció en uno de sus barridos de gérmenes. Sus sistemas de abordo los desconectaron y enviaron una carga de alarmas de vectores potenciales. Están también bastante desconectados, por lo que sé. Los secundarios están cayendo mientras hablamos. Rastrearé las alarmas, tú averigua lo que puedas sobre el bicho.

    —De acuerdo., respondió ella.

    Él pulsó comandos. La pantalla del cubi se atenuó hasta un confortable y poco distrayente baño de grises de bajo constraste. El brillante primario se vertió en las capas internas de suóptica. Maelstrom. Iba a ir hacia el Maelstrom. Toda la NMDA, los psicotrópicos cuidadosamente dispensados, el dieciocho por ciento de su córtex occipital reconectado para reconocimientoóptimo de patrones. Todo eso era casi inútil allí dentro. ¿Qué bien hace una confusa 200% de aceleración de reflejos contra criaturas que viven lo bastante rápido para especializarse cada diez segundos?

    No mucho, quizá. Pero le gustaba el desafío.

    Consultó un esquema en tiempo real de la metabase local: un radio de 128 nodos centrados en el servidor de abordo del Cincinnati General. La pantalla presentaba distancias lógicas, no las reales: un servidor extra en la cadena podría poner un sistema vecino más lejos que uno en Budapest.

    Una serie de pequeños destellos se encendieron por la pantalla ordenados por edad con colores. Cinci Gen se quejaba en el medio, tan rojo que estaba casi infra, un epicentro antiguo de más de diez minutos de edad. Más lejos, inflamaciones más recientes de naranja y amarillo: farmacias, otros hospitales, crematorios que habían recibido envíos desde Cinci dentro de algún margen de tiempo crítico. Aún más lejos, estrellas blancas manchaban la superficie de una esfera en expansión: los vectores secundarios y terciarios, oficinas y laboratorios y corporaciones y gente que había contactado reciententemente con oficinas y laboratorios y corporaciones y gente que había...

    El sistema de abordo del CinciGen había enviado advertencias de contagio a todos sus amigos en el Maelstrom. Cada amigo había reproducido la advertencia y la había transmitido, una fisión de sirenas. Ninguno de esos agentes era humano. Los humanos no habían tenido ninguna parte en el proceso hasta ahora. De eso se trataba todo. Los humanos no habrían sido lo bastante rápidos para interrumpir un millar de instalaciones para la hora del almuerzo.

    Los humanos habían dejado de quejarse sobre tales medidas extremas justo después de la pandemia encefálica del 38.

    Jovellanos conferenció: —Falsa alarma.

    —¿Qué?

    Una imagen se sobreimpresionó a la derecha inferior de su campo visual:

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    PEDOsNUFF

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    —Eso es lo que envió la alarma. - le dijo Jovellanos. —Captura de pantalla del buscacaminos del hospital.

    —Detalles.

    —El buscacaminos toma divisas de los filtros de ventilación y los cultiva de bichos. Esta placa de cultivo particular pasó de archivo comprimido a cobertura del treinta por ciento en dos segundos. Lo cual es imposible, por supuesto, hasta para los camimos de hospital.

    Pero el sistema no había sabido eso. Algún bicho pancarta había descargado su contenido en la memoria visual y el buscacaminos sólo había seguido haciendo su trabajo, buscando manchas oscuras en el fondo iluminado. ¿Quién podía culparlo por ser iletrado?

    —¿Ya está? ¿Estás segura? - preguntó Desjardins.

    —Comprobé los secundarios: no hay toxinas detectables, nada. El sistema sólo estaba reproduciéndolo a salvo. Imaginó que algo que se reproducía tan rápido tenía que ser una amenaza y ahí lo tienes.

    —¿Y Cinci no lo sabe?

    —Oh, claro que sí. Lo descubrieron casi de inmediato. Ya habían enviado los señales de abortar cuando los llamé.

    Desjardins echó un vistazo a los esquemas. Los puntos continuaban floreciendo en la periferia.

    —Las alarmas aún están disparadas, por lo que veo. - dijo él. —Comprueba dos veces, ¿quieres?

    Siempre podían cortocircuitar la cuarentena a través de una emisión general, hasta podían telefonear si debían, pero eso llevaría horas. Docenas, cientos de instalaciones quedarían paralizadas mientras tanto. Cinci ya había enviado contragentes para suprimir las alarmas así que, ¿por qué no se había puesto verde el núcleo de los esquemas de Desjardins con abortos exitosos?

    —Los enviaron. - confirmó Jovellanos tras un momento. —Las alarmas no están respondiendo. ¿Tú no crees que...?

    —Espera un segundo.

    Una estrella acababa de salir del esquema. Otra. Tres más. Veinte. Cien.

    Todas ellas blancas. Todas en la periferia.

    —Estamos perdiendo alarmas. - Revisó los nodos donde las luces se habían apagado. —Pero lejos del borde, ninguna cerca del núcleo.

    Los abortos no podían saltar tan lejos tan rápido. Desjardins cambió los filtros, ahora podía ver más que las alarmas autónomas y los programitas enviaban llamadas para apagarlas. Podía ver los paquetes de archivos y ejecutables. Podía ver la vida salvaje. Podía ver...

    —Tenemos tiburones. - dijo él. —Comiéndose como locos el PSN-1433. Y expandiéndose.

    Arpanet.

    Internet.

    La Red. No tan arrogante etiqueta de cuando una era todo lo que tenían.

    El término ciberespacio duró un poco más, pero espacio implica vistas al gran vacío, una galaxia luminosa de iconos y avatares, un mundo onírico alucinógeno en color de 48 bits. No tenía sentido el triturador de carne en el ciberespacio. No había indicio de pestilencia o depredación. Criaturas con vidas que duraban una fracción de segundo se arrancaban las gargantas unas a otras interminablemente. El ciberespacio era un anhelante mundo de fantasía, como el hobbit o la biodiversidad, para cuando Aquiles Desjardins entró en escena.

    Cebolla y metabase eran términos más actuales. Se añadían eternamente nuevas capas sobre las antiguas, todas libres por un tiempo de la congestión y la estática que saturaba a sus predecesoras. Losórdenes de magnitud aumentaban con cada generación: más velocidad, más almacenamiento, más energía. La información corría por los conductos de fibraóptica, de rotazane, de chismes cuánticos tan simples que su misma existencia estaba en duda. Cada década veía una nueva columna vertebral injertada en la bestia. Luego, cada algunos años. Algunos meses. El ascenso interminable de poder y economía procedía deprisa, no una subida tan inclinada como durante los días de fábula de Moore, pero bastante inclinada.

    Y apareciendo por detrás, en carrera tras la frontera expansiva, iba la progenie de leyes mucho más antiguas que las de Moore.

    Es el patrón lo que importa. No la elección de los materiales de construcción. La vida es información, modelada por la selección natural. El carbono sólo era moda, los ácidos nucleicos eran meros accesoriosóptimos. Los electrones pueden hacer todas esas cosas si se codifican del modo adecuado.

    Todo es sólo Diseño.

    Y así los virus engendraban filtros; los fitros engendraban contraagentes polimórficos; los contraagentes polimórficos engendraban una raza de brazos. Por no mencionar a los gusanos y los moscabots y los datasabuesos autónomos de mente única, tan esenciales para el comercio legítimo, tan vitales para el bienestar de toda institución, pero tan necesitados, tan demandantes de acceso a la memoria protegida. Y por allí en el campo izquierdo, los genios de la Vida Artificial se ocupaban con sus Guerras de Núcleo y sus modelos de la Tierra y sus algoritmos genéticos. Sólo era cuestión de tiempo antes de que todos se cansaran de reprogramar interminablemente sus secuaces unos contra otros.

    ¿Por qué no integrar algunos genes, un generador o dos de números aleatorios para variar y dejar que la selección natural hiciera el trabajo?

    El problema con la selección natural, por supuesto, es que cambia las cosas.

    El problema con la selección natural en las redes es que esas cosas cambian —rápido.

    Para cuando Aquiles Desjardins se convirtió en un criminal, Cebolla era un nombre en declive.

    Una mirada dentro te diría por qué. Si podías observar la fornicación y la depredación y la especiación sin volverte loco por el ritmo de cambio, sabías que sólo había una palabra que encajaba de verdad: —Maelstrom.

    Por supuesto, la gente aún acudía a todas horas. ¿Qué otra cosa iban a hacer? El sistema nervioso central de la civilización había estado viviendo dentro de un nudo gordiano durante más de un siglo. Nadie iba a tirar del enchufe por un caso de lombrices.

    Ahora, algunas alarmas de CinciGen tartamudeaban a través del Maelstrom con sus tripas colgando.

    Naturalmente, la vida salvaje local había captado el olor. Desjardins silbó entre sus dientes.

    —¿Estás recibiendo ésto, Alice?

    —Aajá.

    En algún momento del oscuro y distante pasado; quizá cinco o diez minutos atrás; algo le había metido mano a una de las alarmas. Había intentado robar código, o pedir un viaje o sólo agarrar la memoria que la alarma estaba usando. Lo que fuera.

    Probablemente había fracasado en el intento de falsificar un código de apagado dejando a su objetivo ciego a todas las señales.

    Probablemente, también la había dañando de otro modo.

    Así que esta pobre alarma victimizada, herida, sola, privada de toda esperanza de recuerdo, se había errado a través del Maelstrom buscando todavía su destino.

    Aparentemente, esa parte del programa aún funcionaba: se había reproducido a sí mismo, con heridas y todo, al nodo siguiente. El contacto primario, hacia el secundario, hasta el terciario, siendo cada nodo una unión para la replicación en progresión geométrica.

    Por ahora habían millares de los pequeños mendigos en el vecindario. Ya no eran alarmas: cebos. Toda vez que atravesaban un nodo, hacían sonar las campanas de la cena: corruptos e indefensos Piensos para Archivos.

    Despertarían a todo parásito y depredador dormido a distancia de copia, atrayéndoles, concentrando a los asesinos...

    Tampoco es que a las mismas alarmas les importara. Habían sido un error de redondeo, creadas por una errata glorificada. Pero había millones de otros archivos en aquellos nodos, archivos sanos y útiles y, aunque todos tenían las defensas integradas habituales, nada escapaba del Maelstrom estos días sin algún tipo de armadura. ¿Cuántos de ellos resistían un billón de ataques diferentes de un billón de depredadores hambrientos, atraídos por el olor de la sangre fresca?

    —Alice, creo que voy a tener que desconectar algunos de esos nodos.

    —Ya estoy en ello. - le dijo ella. —He enviado las alertas. Asumiendo que pasen sin ser despedazadas, deberían actuar en setenta segundos.

    En la sección cónica del esquema atestada de tiburones, horadaban su camino de regreso al núcleo.

    Incluso en el mejor caso, se iban a dañar enlaces. Demonios, algunos bichos se especializaban en la infección de archivos durante el proceso de almacenado pero, con suerte, la mayoría de cosas vitales estarían enquistados para cuando él pulsara el botón de apagado. Lo que no implicaba, por supuesto, que millares de usuarios no apilaran maldiciones cuando sus sesiones quedaran a oscuras.

    —Oh, mierda. susurró Jovellanos invisiblemente. —Aguafiestas, retrocede.

    Desjardins redujo a una visión a baja resolución. Podía ver casi un sexto del Maelstrom, un tumulto de lógica incandescente rotaba en tres dimensiones.

    Había un ciclón sobre el horizonte. Giraba por la pantalla a más de sesenta y ocho nodos por segundo. La burbuja Cincinnati estaba directamente en su camino.

    Una tormenta conectaba hielo y aire. Una tormenta hecha de información pura. Más allá de los detalles superficiales, ¿hay alguna diferencia significativa entre los dos?

    Hay, al menos, una.

    En el Maelstrom, un sistema climático puede barrer el globo en catorce minutos justos.

    Empieza del mismo modo tanto dentro como fuera: zonas de alta presión, zonas de baja presión, conflicto. Varios millones ee personas se registran en un nodo que está demasiado ocupado para soportarlos a todos o un enjambre de paquetes de archivo, husmeando paso a paso una miríada de destinos, resulta que convergen al mismo tiempo en insuficientes servidores. Una parte del universo se detiene de golpe. Los nodos alrededor de ella derrapan hasta arrastrarse.

    El mundo se apaga: el paquete, el Nodo 5213 es un zoo absoluto. La ruta a través a 5611, sin embargo es, de lejos, mucho más rápida. Mientras tanto, una horda furiosa de usuarios bloqueados se desconecta disgustada. 5213 se despeja como el Lago Vostok. 5611, por otro lado, está atascado de paquetes. El epicentro del bloqueo de la red salta 488 nodos hacia la izquierda y la tormenta está lista y moviéndose.

    Esa tempestad particular estaba a punto se desconectar los enlaces entre Aquiles Desjardins y la burbuja Cincinnati. Iba a hacerlo, según la pantalla táctica, en menos de diez segundos.

    Su garganta quedó seca: —Alice.

    —Cincuenta segundos. - informó ella. —Ochenta por ciento en cincuenta...

    —Apaga los nodos. Alimenta al enjambre. O ambos.

    —Cuarenta y ocho...cuarenta y siete...

    —Alisa. Contamina. O ambos.

    Un movimiento obvio. Ni siquiera necesitaba que la Horda Criminal se lo dijera.

    —No puedo esperar, - dijo él.

    Desjardins puso las manos sobre un panel de control. Pulsó comandos con los dedos, trazó límites con movimientos oculares. Las máquinas evaluaban sus deseos, levantaban protestas obligatorias:

    —Tú estás de broma, ¿no? ¿Estás seguro de esto?

    Y retransmitían sus comandos a la maquinaria bajo ellas.

    Un fragmento de Maelstrom quedó a oscuras, una manchita negra sangando en la consciencia colectiva. Desjardins echó un vistazo de implosión antes de que la tormenta nublara su pantalla.

    Cerró los ojos. Tampoco es que hubiera ninguna diferencia, por supuesto; sus capas internas proyectaban las mismas imágenes en la línea visual tanto si sus párpados estaban en medio como si no.

    —Unos pocos años más. Unos pocos años más y tendrán geles inteligentes en cada nodo y los tiburones y anémonas y troyanos, todos serán sólo un mal recuerdo. Unos pocos años. Lo seguían prometiendo.

    No había ocurrido aún.

    Ni siquiera estaba ocurriendo tan rápido como habían dicho. Desjardins no sabía por qué. Sólo sabía, con certeza estadística, que hoy él había matado gente. Las víctimas aún estaban caminando por ahí, por supuesto; no se había caído ningún avión del cielo, ni se habían detenido corazones sólo porque Aquiles Desjardins había aplastado unos cuantos Terabytes de datos. Ya nada tan vital dependía del Maelstrom.

    Pero hasta la economía pasada de moda tenía su impacto. Se habían perdido datos, anulado transacciones vitales. Secretos industriales se hanían corrompido o destruído. Habría consecuencias: bacarrotas, pérdida de contratos, personas tartamudeando en sus hogares por privación súbita. las tasas de violencia doméstica y suicidio subirían durante un mes o dos en un centenar de comunidades diferentes desconectadas geográficamente, pero todo sólo a cuarenta o cincuenta nodos de distancia del buscarrutas de CinciGen. Desjardins lo sabía todo sobre los efectos en cascada. Se tropezada con ellos todos los días en el trabajo. Era suficiente para llevar a cualquiera al límite después de un tiempo.

    Afortunadamente, tambíen había química para eso.

Capítulo 6

    

Capítulo 6 - Restrospectiva

    Despertó con la visión de un behemoth aéreo con despojos en sus mandíbulas. Cubría la mitad del cielo.

    Grúas. Andamios.

    Agarrando partes bucales suficientes para desmembrar una ciudad. Un arsenal de deconstrucción, colgando de una vejiga monstruosa de puro vacío. La piel entre sus costillas succionada hacia dentro como la carne de algo muerto de hambre.

    Pasó, majestuoso, abstraído del insecto que gritaba en su sombra.

    —No es nada, Sra. Clarke. - dijo alguien. —No le importamos.

    Inglés, con acento hindú. Y detrás un murmullo de otras palabras en otras lenguas. Un bajo zumbido eléctrico. El contínuo "drip-drip-drip" de un desalinador de campo.

    Un demacrado rostro marrón, en algún punto entre la mediana edad y Matusalén, inclinado hacia su campo visual. Clarke giró la cabeza. Otros Refugiados, mejor alimentados, permanecían en torno a ella en un círculo irregular. Formas vagamente mecánicas pasaban por el canto de su ojo.

    Luz diurna. Debe de haber caído inconsciente. Se acordaba de haberse atiborrado en el ciclador la noche amterior. Se acordaba de un tenue —alto el fuego - en su barriga. Se acordaba de caer al suelo y vomitar un guiso ácido sobre la arena fresca.

    Y ahora había luz diurna y estaba rodeada. No la habían matado.

    Incluso alguien le había traído sus aletas, estaban en la grava a su lado.

    —...tupu jicho... - susurró alguien.

    —De acuerdo... - su voz raspada por el desuso —... mis ojos. No les dejes que los vean, sólo son...

    El hindú extendió el brazo hacia la cara de Clarke. Ella se alejó rodando débilmente y sintió una urgencia por toser. Una bolsa de agua apareció a su lado. Ella la apartó con la mano.

    —No tengo sed.

    —Viniste del mar. No puedes beber el mar.

    —Yo puedo. Tengo... - Ella se levantó sobre los codos con esfuerzo, giró la cabeza. El desalinador asomó a la vista. —Tengo uno de estos en el pecho. Un implante. ¿Sabes?

    El escuálido refugiado asintió. —Como tus ojos. Mecánicos.

    —Algo así. Estaba demasiado débil para explicarlo. Miró hacia el mar.

    La distancia habiá dejado el elevador sin detalle, reducido a una vaga silueta gibosa. Los destrozos caían de su barriga mientras observaba, levantando una silenciosa pluma gris sobre el horizonte.

    —Limpian casa como siempre hacen. - remarcó el hindú. —Tenemos suerte que no nos tiran su basura encima, ¿sí?

    Clarke sofocó otra tos. —¿Cómo sabes mi nombre?

    —AR Clarke. - Dio un toque en el parche de su hombro. —Soy Amitav, por cierto.

    Su mano, su cara: ambos eran casi esqueléticos. Y aún así, los cicladores Calvin eran incansables.

    Debería haber suficiente para todos, aquí en la Zona. Las caras que los rodeaban sólo estaba delgadas, no hambrientas. No como la de este Amitav.

    Un sonido distante perturbó su concentración, un gemido bajo desde arriba. Clarke se sentó. Una sombra de movimiento osciló a través de las nubes.

    —Esos, nos vigilan, por supuesto. - dijo Amitav.

    —¿Quién?

    —Tu gente, ¿sí? Se aseguran que las máquinas funcionan y nos vigilan. Más desde la ola, por supuesto.

    La sombra se fue hacia el sur, desapareciendo.

    Amitav se sentó sobre sus huesudos caderas y miró hacia tierra interior. —Hay poca necesidad, por supuesto. No somos lo que llamáis activistas aquí. Pero nos vigilan igual. - Se levantó y se sacudió la arena húmeda de las rodillas. —Y por supuesto, querrás volver con ellos. ¿Te busca tu gente?

    Clarke respiró hondo: —Yo... - Y se detuvo.

    Siguió la mirada del hombre a través de un enredo de cuerpos marrones, echó vistazos a las tiendas y sacos de en medio. ¿Cuántos miles, millones, habían conseguido llegar aquí con el paso de los años, arrancados de sus hogares por la subida de los mares y la extensión de los desiertos? ¿Cuántos, hambrientos, mareados, habían celebrado la vista de la NAm en el horizonte, sólo para descubrirse empujados de vuelta al océano por muros y guardias y las multitudes interminables que habían llegado aquí primero?

    ¿Y a quién culparían? ¿Qué hace un millón de No Tengo cuando uno de los Sí Tengo cae en sus manos?

    —¿Te busca tu gente?, repitió el hombre.

    Ella se tumbó sobre la arena sin atreverse a hablar.

    —Ah. - dijo Amitav distantemente como si pensara que sí.

    Durante días ella había sido una autómata, una máquina obstinada creada con el solo propósito de volver a tierra seca. Ahora que lo había conseguido, no se atrevía a quedarse.

    Se retiró al suelo del océano. No la clara pureza negra del abismo, no había peces araña vivos o depredadores ojo de linterna para alumbrar el océano. Lo que vivía allí era retorcido y serpenino y saqueado a través de la turbia luz verde del hábitat submarino. Incluso debajo de la marea, la vista estaba sólo a pocos metros.

    Era mejor que nada.

    Hacía mucho desde que aprendió a dormir con la inmersopiel fijando sus ojos abiertos. En el abismo, había sido sencillo; sólo nadar hacia la distancia y dejar atrás las luces de inmersión de la Beebe; tan lejos que hasta las tapas oculares fallaban. Vagarías envuelta en la oscuridad más absoluta que ningún Dryback hubiera imaginado nunca.

    Aquí, sin embargo, no era tan fácil. Aquí siempre había luz en el agua. La noche sólo atenuaba su color. Y cuando Clarke cayó en un nublado mundo inquieto de sueños, se encontró rodeada por una malhumorada muchedumbre que hacía asamblea justo fuera de vista. Recogieron lo que tenían a mano: rocas, palos de madera varada, garrotes de cable y monofilamento. Y se acercaban, ancianos sofocantes y homicidas. Ella despertó sobresaltada y se encontró de vuelta en el suelo del océano. Y el tumulto se fundía en fragmentos de arremolinada sombra, disipándose más adelante. La mayoría eran demasiado vagas para discernirlas. Una o dos veces, divisaba el borde de algo curvado.

    Ella iba hacia la orilla por la noche para alimentarse, cuando los Refugiados se habían retirado del perpetuo brillo de las estaciones de alimentación. Al principio, había mantenido a mano su cuchillo para alejar a quien se pusiera en su camino. Nadie lo hizo. Quizá eso no era sorprendente. Sólo podía imaginar lo que veían los Refugiados cuando la miraban a los ojos. ¿Un milagro de la tecnología de fotoamplificación, quizá? ¿Un prerrequisito lógico para la vida en el suelo del océano?

    Con mayor probabilidad, ellos veían un monstruo, una mujer cuyos ojos habían sido retirados de sus cuencas y remplazados con esferas de hielo sólido. Por alguna razón, se mantenían a distancia.

    Para el segundo día, mantenía la mayoría de lo que comía. En el tercero, se dió cuenta que ya no tenía hambre. Yacía en el fondo y contemplaba el difuso brillo verde, sintiendo una fuerza renovada destilando por sus miembros.

    Esa noche se elevó sobre el océano antes de que el sol se hubiera puesto por completo. Dejó el cuchillo de gas enfundado en su pierna, pero nadie la desafió cuando ascendió a la orilla. Si acaso, le daban una litera incluso más ancha que antes. La babel de cantonés y punjabi parecía más firmemente afinada.

    Amitav la estaba esperando en el ciclador: —Dicen que regresarás. - dijo él. —No mencionaron una escolta.

    —¿Escolta?Ella frució el ceño.

    Amitav estaba mirando por encima del hombro de Clarke hacia la playa. Clarke siguió su mirada. El sol poniente era una feroz mancha difusa sangrando en el...

    —Oh Jesús.

    Aletas dorsales con forma de media luna se deslizaban por las olas de la orilla cercana. Un hocico gris sobresalió brevemente a la vista, como un minisubmarino con dientes.

    —Estuvieron casi extintos una vez, ¿sabías? - dijo Amitav. —Pero han vuelto. Al menos aquí.

    Ella tomó una temblorosa bocanada de aire. La adrenalina estremeció su cuerpo, demasiado tarde para nada salvo para la revelación que debilita las rodillas: —¿Se acercan mucho? ¿Cuántas veces he...?

    —Menudos amigos que tienes. - interrumpió el refugiado.

    —Yo no... - pero, por supuesto, Amitav sabía que ella no lo había sabido. Ella se giró hacia el ciclador, dándole la espalda al hombre.

    —Oí que aún estabas aquí. - dijo Amitav tras ella. —No me lo creí.

    Ella dió una palmada en lo alto del ciclador. Un bloque de proteína cayo en la bandeja dispensadora. Ella estiró un brazo para cogerlo, se agarró la mano para que dejara de temblar.

    —¿Es por la comida? A muchos aquí les gusta la comida. Más de lo que deberían, ahora que pienso., dijo Amitav.

    Su mano se recuperó. Cogió el bloque.

    —Tienes miedo. - dijo Amitav.

    Clarke miró hacia el océano. Los tiburones habían desaparecido.

    —No de ellos. - dijo Amitav. —De nosotros.

    Ella se giró para mirarle: —En serio.

    Una sonrisa centelleó por la cara del refugiado: —Está a salvo, Sra. Clarke. No te harán daño. - Barrió el espacio con su brazo esquelético en un gesto que abarcaba a sus amigos. —Si quisieran, ¿no lo habrían hecho cuando estabas inconsciente? ¿No te habrían quitado el arma de la pierna?

    Ella tocó la funda en su muslo. —No es un arma., dijo ella en voz baja.

    Él no discutió. Miró a su alrededor con una demacrada sonrisa. —¿Tienen hambre? ¿Crees que te descuartizarán por la carne en tus huesos?

    Clarke masticó, tragó, miró a su alrededor. Todos aquellos rostros. Algunos curiosos, algunos casi asombrosos.

    —¡Contemplad, la mujer zombie que duerme con los tiburones!, gritó Amitav a la playa sin odio visible.

    —No tiene sentido. No tienen nada. ¿Cómo pueden no odiar?

    —Verás. - dijo Amitav. —No son como tú. Estan contentos. Dóciles. - Escupió.

    Ella estudió su cara huesuda, sus ojos hundidos. Notó las áscuas que ardían lentamente allí, en sus profundas cuencas, casi ocultas. Vió la burla tras la sonrisa.

    Esta era la cara que sus sueños habían multiplicado mil veces.

    —No son como tú tampoco. - dijo ella al fín.

    Amitav le concedió eso con una leve reverencia. —A pesar mío. - Y un brillante agujero se abrió en su cara.

    Clarke dió un paso atrás, sobresaltada.

    El agujero crecía a lo largo de la línea de la orilla, sangrando luz. Giró la cabeza, aquello se movía con ella, fijo en el centro exacto de su campo visual.

    —Sra. Clarke...

    Ella se giró hacia su voz.

    El brazo sin cuerpo de Amitav era visible en el halo de su demencia. Ella agarró, lo atrapó, lo llevó cerca.

    —¿Qué es esto? - siseó ella. —¿Qué es...

    —Sra. Clarke, ¿está usted...?

    Luz, coalescente.

    Imágenes. Un patio. Un dormitorio.

    Un viaje de campo de alguna clase. Hacia un museo, enorme y cavernoso, parece de altura infantil.

    —No recuerdo esto, pensó ella.

    Se liberó de la mano de Amitav, se tambaleó hacia atrás un paso. Una inhalación repentina.

    La mano del hindú saludó a través del agujero en su visión. Chaqueó los dedos justo bajo su nariz: —Sra. Clarke...

    Las luces se apagaron con un último destello.

    Ella permaneció allí, inmóvil, respirando rápido y poco.

    —Creo... no. - dijo ella al fín, relajándose gradualmente.

    Amitav. la Zona. El cielo. Sin visiones.

    —Estoy bien. Estoy bien ahora., dijo ella.

    Un bloque de nutrientes medio comido yacía cubierto de arena mojada a sus pies. Atontada, lo recogió.

    —¿Algo en la comida?

    Por todas partes, un silencio observando a la muchedumbre.

    Amitav se inclinó hacia adelante: —Sra. Clarke...

    —Nada. - dijo ella. —Es que... vi algunas cosas. De la infancia.

    —Infancia. - repitió Amitav. Él negó con la cabeza.

    —Sí. - dijo Clarke. —La de otra persona.

Capítulo 7

    

Capítulo 7 - Mapas de Leyenda

    Perreault no sabía por qué debería ser tan importante para ella. Era casi más importante no pensar demasiado en ello.

    No había barrera lingüística. Un centenar de lenguas era de uso común en la Zona, quizá diez veces más dialectos. Los algoritmos de traducción hacían de puente para la mayoría de ellos. Los moscabots normalmente se veían pero no se oían, aunque los locales sólo parecían ligeramente sorprendidos cuando las máquinas les abordaban con la voz de Sou-Hon Perreault. Los bichos gigantes de metal sólo eran una parte del fondo para cualquiera que hubiera estado en la Zona durante más de un día o dos.

    La mayoría de los refugiados no sabían nada de lo que ella preguntaba.

    —¿Una extraña mujer de negro, que vino desde el mar? Una imagen impactante, sí, casi mítica. Seguro que recordaríamos tal aparición si la hubiéramos visto. Disculpas. No.

    Una adolescente con ojos de mediana edad habló en una variante arcana de asamita para la que el sistema no había sido programado adecuadamente. Ella mencionó a alguien llamada Ganga que había seguido a los Refugiados a lo largo del océano. Había oído que esta Ganga había venido recientemente hacia la orilla. Sólo eso. Había posibles ambigüedades de traducción.

    Perreault prolongó la zona de búsqueda activa a cien kilómetros. Bajo sus ojos, la humanidad se movía hacia el norte en perezosas fases, siguiendo la frontera reclamada. De vez en cuando, algunos atolondrados se refrescaban en las olas. Tiburones indiscriminados se acercaban y retozaban. Perreault ajustó los umbrales en su entrada sensorial. El agua roja bañaba con grises sin distracciones. Los gritos se disiparon en susurros. La naturaleza se equilibraba a sí misma en el rabillo de su ojo.

    Ella continuó sus interrogatorios: —Discúlpeme. ¿Una mujer con extraños ojos? ¿Herida, quizá?

    Eventualmente empezó a oir rumores.

    Medio día al sur: —una mujer blanca toda de negro. Una buceadora salía hacia la orilla al paso del tsunami, - decían algunos. —Resbaló de una granja de kelp, quizá, o un hotel sumergido.

    Diez kilómetros al norte: —una criatura de ébano que visitaba con frecuencia la Zona y nunca hablaba.

    En este mismo lugar, hace dos días: —un anfibio furioso con ojos vacíos, la violencia implícita en cada movimiento.

    Centenares la habían visto y se habían desviado de su camino, hasta que ella volvió tambaleándose al Pacífico, gritando.

    —¿Estás buscando a esta mujer? ¿Es una de los vuestros?

    Casi con seguridad, el Registro de Personas Perdidas estaba lleno de obreros desaparecidos mar adentro en el Gran Desastre. Toda gente de la superficie o los hábitats submarinos. La mujer que Perreault había visto había sido construída para el abismo. Nadie del abismo se había registrado como perdido, sólo seis muertes confirmadas, a cientos de kilómetros mar adentro, de una de las estaciones geotérmicas de la NAmPac. Sin más detalles disponibles.

    La mujer con la maquinaria dentro llevaba un parche de la AR en el hombro. Quizá sólo cinco muertes, entonces. Y una superviviente que, de alguna forma, había conseguido nadar trescientos kilómetros de océano abierto.

    Una superviviente que, por alguna razón, no deseaba ser encontrada.

    Los rumores entraron en metástasis. Ya no era una buceadora de una granja de kelp.

    Ahora era una sirena.

    Un avatar de Kali. Algunos decían que hablaba en lenguas, otros, que la lengua sólo era inglés. Había historias de altercados y violencia. La sirena había hecho enemigos. La sirena había hecho amigos. La sirena había sido atacada y había dejado los pedazos de sus asaltantes sobre la orilla. Perreault sonreía escéptica; una banana perezosa era más propensa a la violencia que un Zonero.

    La sirena acechaba en las locas aguas mar adentro. Los tiburones le hacían invitaciones. Por la noche, ella salía a tierra y robaba niños para alimentar a sus servidores.

    Alguien había predicho su llegada o quizá, sencillamente, reconocido la misma. Un profeta, decían algunos. O quizá sólo un hombre, casi tan loco como la mujer sobre la que despotricaba. Su nombre era Amitav.

    Sin embargo, ninguno de aquellos eventos había sido visto por el moscabot local. Sólo eso hizo que Perreault descontara el noventa por ciento de ellos. Empezó a cuestionarse cuántas de sus propias preguntas habían alimentado el millar. La información, había leído ella una vez, llegaba a autopropagarse pasado un cierto umbral.

    Nueve días después de que Perreault viese por primera vez a la mujer de negro, una madre indonesia de cuatro hijos salió de su tienda el suficiente tiempo para afirmar que la sirena se había levantado, formada por completo, del mismo centro del terremoto.

    Uno de sus chicos, al oir esto, dijo que había oído lo contrario.

Capítulo 8

    

Capítulo 8 - Cuerpo

    No era para tanto, por supuesto.

    Alguien moría cada medio segundo según las estadísticas.

    Alguno de ellos tenía que morir en su turno. ¿Y qué? Todos los días, Aquiles Desjardins salvaba diez personas por cada una que mataba.

    Cualquiera que quisiera quejarse de ese tipo de estadísticas podía comprarse un bosque y perderse.

    En verdad, eso se parecía bastante a lo que él quería hacer justo entonces. Ojalá la clientela no fuera tan del siglo veinte.

    La Pila de Selección era un cilindro dentro de un cubo hundido a cincuenta metros dentro de granito purgado del Escudo Canadiense. El cubo se había construído como un repositorio para resíduos nucleares justo antes de que el permafrost se hubiera empezado a fundir. La NIMBY y la expansión de la civilización hacia el norte le habían denegado tal destino.

    Sin embargo, los mismos factores lo habían hecho un lugar rentable para un BebeYDroga subterráneo. La Pila se había construído dentro de un tubo acrílico transparente de tres pisos suspendido en la cámara principal. El espacio más allá se había inundado y llenado con las barras luminosas que imitaban el brillo del cobalto de las barras de combustible usadas. Mariposas iridescentes aleteaban por encima, sus alas oscilaban datos adelante y atrás en chispas afiladas. Húmedas ranas venenosas luchaban por salir de pequeños tanques sobre cada mesa, diminutos rompecabezas brillantes de esmeraldas y rubíes y negro petróleo.

    Se estaba tranquilo allí abajo. La Pila era un acuario con el interior por fuera, una bonita gruta verde.

    Desjardins descendía a sus profundidades siempre que necesitaba viajar. Ahora se sentaba a la barra circular del segundo nivel y se preguntaba cómo evitar el sexo con la mujer en su codo.

    Sabía que el tema iba a surgir. No porque él fuera particularmente guapo, que no lo era. No porque su apellido hiciera pensar a la gente que era de Quebec, que lo había sido, una vez. No, Él era un objetivo porque había admitido a esta Rorschach Gwen de largas piernas oscuras, (así se había llamado ella), que era un criminal y ella pensaba que aquello era lo más. Ella no pareció reconocerle por su breve momento de fama como estrella mediática, aquello había sido casi dos años atrás y la gente, hoy en día, parecía dura de mollera para recordar lo que habían tomado para cenar la noche antes. Daba igual. Aquiles Desjardins había conseguido una fan.

    Tampoco era una fan fea, a tener eso en cuenta. Treinta segundos empezada su conversación y él había empezado a preguntarse cómo quedaría doblada sobre el otomano de su sala de estar. Treinta segundos después de eso, había bocetado una concepción artística bastante buena.

    La quería, de acuerdo. Pero no la quería.

    Extrañamente, estaba vestida como uno de esos ciborgs buceadores abisales de la NAmPac.

    El disfraz era evocador, si acaso superficial: un cuerpo negro de medias de licra extendido sin costura desde los pies al cuello hasta las uñas de los dedos. Accesorios decorativos que representaban controles del traje y salientes de hardware implantado. Incluído un parche ID con el logo de la Autoridad de la Red etiquetado en el hombro. Aunque los ojos no funcionaban bien. Los verdaderos Rifters llevan capas en las córneas que les dejaban los ojos como blancas bolas vacías. Gwen llevaba una espacie de lentillas traslúcidas sobredimensionadas. Enmascaraban los iris bastante bien pero, a jugzar por el modo en que tenía que inclinarse todo el rato para mirarle, no estaban cortadas en el departamento de fotoamplificación.

    Aunque tenía grandes pómulos, una amplia boca, labios tan perfilados que te podías cortar con los bordes. Su compañía en este lugar público y casual era todo lo que él quería. Bastante tiempo para aprenderse los detalles, saborear los olores, comprometer su memoria. Quizá incluso hacer amigos. Eso sería más que suficiente. Podía llenar los vacíos él mismo, más tarde. Dispararles, también.

    —No puedo creer todo con lo que has debido de lidiar. - estaba diciendo ella. Un serpenteo caótico de luz submarina jugaba por su cara. —Las plagas, las luces de alarma, los fallos de sistema. Todo responsibilidad tuya.

    —No todo mía. Hay un montón de nosotros.

    —Aún así. Decisiones a vida o muerte. Tiempo de reacción de fracciones de segundo. - Su mano le acarició el antebrazo, el ala de una polilla negra. —Vidas perdidas si haces el movimiento equivocado.

    —O incluso el correcto, a veces. - Se ha encontrado muchas Gwens antes. Como toda hembra mamífero selectora de K, le atraía el poseedor de recursos o, más aproximadamente en el caso del género Homo, poder. Probablemente ella asumía, ya que podía desconectar una ciudad a voluntad, que él debía de tener alguno.

    Un error común entre las selectoras K. Desjardins generalmente dedicaba su tiempo a desengañarlas.

    Ella agarró un dérmico de una bandeja cercana, miró inquisitivamente a Desjardins. Él negó con la cabeza.

    Tenía que tener cuidado con la química recreativa que se metía en el cuerpo. Ya tenía demasiadas interacciones potenciales con la profesional bulliendo allí dentro. Gwen se encogió de hombros y se pegó el dérmico detrás de la oreja.

    —¿Cómo llevas la responsabilidad? - Continuó ella. —Demonios, ¿cómo consigues siquiera la responsabilidad? - Agitó su bebida. —Todos los cuerpos y reyes y políticos, ni siquiera pueden ponerse de acuerdo en el color de los baños de la UR. ¿Por qué lo harían para dar poderes de un Dios a alguien como tú, exactamente? ¿Eres infalible o algo así?

    —Joder, no., respondió él. Flotando a lo largo del córtex, una idea no bienvenida: Me pregunto cuánta gente he matado hoy.

    —Sólo hago lo mejor de puedo., dijo realmente.

    —Ya, pero ¿cómo los convences de eso? ¿Qué evita que estrelles un avión y tu jefe no te despida? ¿Cómo saben que no vas a usar todo ese poder para hacerte rico o ayudar a tus colegas o cargarte a una corporación porque no coinciden con su política? ¿Qué te mentiene a raya?

    Desjardins negó con la cabeza. —No lo creerías.

    —Apuesto a que puedo adivinarlo.

    —Pues adivina.

    —La Horda Criminal, ¿verdad? Y la Absolución.

    Él dió una carcajada para cubrir su sorpresa.

    Gwen se carcajeó con él, estiró el brazo hacia el terrarium más cercano y acarició una de las ranas enjoyadas en su interior, (habían sido ajustadas para secretar psicoactivos leves a través de la piel). El hombro quedó junto al suyo al final de la maniobra. Ella apartó con la mano un par de mariposas que estaban olisqueándola en busca de señales de deterioro inminente. —Odio estos bichos., dijo ella.

    —Bueno, estás mezclando un poco tu química. No es muy bueno para el ambiente si vomitas por toda la barra.

    —¿Acaso no eres un poli?. - Frotó su pulgar e índice para moler el jugo de rana dentro de su piel. —Ni menciones evitar el tema.

    —¿El tema?, dijo él.

    —La Horda Criminal, ¿recuerdas? - Se inclinó más cerca: —He oído cosas, se oyen cosas. Una especie de retrovirus, ¿verdad? Te obliga a portarte bien, va directo al tallo cerebral.

    Ella estaba suponiendo. No conocía la química de la Horda. Cuéntale algo sobre la interacción de GSH y vesículas sinápticas y probablemente se te quedaría mirando como quien oye llover. Ella no conocía los ajustes de Toxoplasma o los grupitos inversos de transcriptasa que hacían rodar la pelota entera. Ella no lo sabía, y aunque lo supiera, no lo sabía. No se podía saber aquello hasta que lo sentías de verdad dentro de ti.

    Los retrovirus era todo lo que ella sabía y ni siquiera estaba muy segura de eso.

    —Nop. - le dijo él. —Falso. Lo siento. - Ni siquiera le estaba mintiendo. El virus sólo era el portador.

    Ella rodó los ojos. —Sabía que no me lo dirías. Nunca me lo... Lo sabía.

    —Bueno, ¿y a qué viene el tema de buceadora? - De pronto, cambiar el tema parecía una buena idea.

    —Nena Rifter. - El extremo de su boca se levantó en una media sonrisa. —La solidaridad mediante la moda.

    —¿Qué, los Rifters son politicos ahora?, preguntó él. Ella pareció un poco desanimada. —Recuerda. No se puede pasar todo el tiempo salvando el mundo.

    Él no lo hacía. Y habia estado un poco de bajón algunos meses antes, después de que un periodista entrometido hubiera conseguido fisgonear en la historia pasada de los censores de la NAmCable. Resultó que la AR había estado reclutando víctimas de incesto y veteranos de guerra para llevar sus estaciones geotérmicas abisales. La teoría era que los que estaban mejor adaptados al estrés crónico de ese ambiente eran aquellos que habían sido; ¿cómo lo habían descrito los titulares?; —precondicionados - desde la infancia. Había habido escaramuzas usuales de ultraje público: desde —¿cómo se atreven a explotar a las víctimas de la sociedad por unos cuantos Megawatios? - hasta —¿cómo se atreven a dejar la red de energía en manos de una banda de psicópatas y casos post traumáticos?.

    Había sido todo un escándalo durante un tiempo pero, luego, un nuevo brote de encefalitis equina se había extendido por la Zona y alguien había encontrado trazas de ella en un grupo infectado de contraceptivos en los cicladores. Y ahora, por supuesto, con todo el mundo aún tambaleante después del Temblor del oeste, la gente ya se había olvidado de los Rifters y sus problemas.

    Al menos, él pensaba que sí. Excepto esta mujer a su lado.

    —Escucha. - dijo ella. —Apuesto que estás cansado peleando las fuerzas de la entropía a todas horas. ¿Quieres tomarte un descanso y Obedecer la segunda ley de la termodinámica para variar?

    —La entropía no es una fuerza. Error común.

    —Para de hablar tanto. Tienen habitaciones escaleras arriba. Yo pago la primera hora. - Ella le sonrió.

    Desjardins suspiró.

    —¿Qué? - dijo Gwen. —No me digas que no te interesa... tus vitales se han estado excitando desde el momento en que llegué. - Ella dió un toquecito a uno de los accesorios en su atuendo: un sensor de biotelemetría, notó él tardíamente.

    Se encogió de hombros. —Bastante cierto.

    —Pues, ¿cual es el problema? ¿No te has tomado las pastillas hoy o qué? Estoy limpia. - Ella le mostró los tatuajes en el dorso de la muñeca. Se había inmunizado contra un arsenal.

    —En verdad, Es que... no salgo mucho.

    —Tonterías. Vamos. - Gwen posó una firme mano en su brazo.

    —Tengo dos razones... - dijo un voz femenina a su espalda, —... por las que supongo que este Aguafiestas de aquí está a punto de dejarte fría. Pero no lo tomes como algo personal.

    Desjardins cerró los ojos brevemente.

    Uno punto siete metros de delgada filipina problemática caminó hasta la pareja. —Soy Alice. - le dijo ella a Gwen.

    —Gwen. - dijo Gwen a Alice.

    —La razón número uno... - Jovellanos continuó, —... es que le acaban de encargar una misión.

    —Estás de broma. - dijo Desjardins. —Acabo de salir.

    —Lo siento. Te quieren de vuelta en, veamos... - Jovellanos consultó su muñeca. —...siete minutos. Alguna cuerpo voló desde la NAmPac sólo para verte en persona. Puedes imaginar la frustración cuando descubrieron que habías apagado tu reloj.

    —Es más tarde del toque de queda. Hay que ser un buen ciudadano. - Lo cual era total detritus, por supuesto: los Criminales estaban exentos de tales restricciones. A veces, Desjardins no quería ser encontrado.

    Obviamente, una esperanza desesperada. Se impulsó en la barra y quedó de pie extendiendo las manos en un gesto de rendición. —Lo siento. Encantado de conocerte. - le dijo él a Gwen.

    —La razón número dos. - le dijo Gwen a Jovellanos, ignorándole.

    —Oh, claro. El Aguafiestas de aquí no folla con gente real. Lo considera irrespetuoso. - Jovellanos inclinó la cabeza en su dirección como una reverencia fraccionada. —Tampoco es que tenga los instintos, por supuesto. Apuesto que ha estado tomando estéreos tuyos desde que te sentaste.

    Gwen parecía un reto divertido. Desjardins se encogió de hombros. —Los borraré si tienes alguna objeción. Iba a pedírtelo de todos modos.

    Ella nego con la cabeza, esa tentadora media sonrisa jugaba vagamente en su cara. —Que te diviertas. Quizá hagan que te intereses en lo real después de un tiempo.

    —Será mejor esperar lo contrario. - remarcó Jovellanos. —Probablemente, no te gustaría lo que le va.

    —Inestabilidad de Sistemas Complejos, Autoridad de Respuesta : las palabras colgaban al fondo del vestíbulo como unóvulo brillante, una demanda de respeto vana y burócratica. Nadie se molestaba nunca en decirlo en voz alta, por supuesto. Incluso muy pocos la abreviaban en ARISC, como los cuerpos se referían a ella alegremente. Nop. La Patrulla de la Entropía. Ese era el nombre que había pegado. Casi se podía ver los uniformes de cadete espacial al mencionarlo. Desjardins siempre había pensado que salvar el mundo debería engendrar un poco más de respeto.

    —¿Qué te hace tan 'enculé' hoy? - refunfuñó él mientras entraban en el ascensor.

    Jovellanos pestañeó: —¿Perdón?

    —Toda esa escena de allí, antes.

    —¿No crees en la máxima de las advertencias? No escondas nada. Mayormente., respondió ella.

    —Me gusta controlar el ritmo de flujo. - pulsó el botón de Admin-6. —Jesús. No era el momento., dijo él.

    —Era el momento perfecto. Te esperan escaleras arriba AHORA, Aguafiestas. No pensé que vería nunca a Lertzman tan interesado en nada hasta hoy. Si hubiera esperado a que atravesaras toda tu no copulativa danza habitual seguiríamos allí abajo hasta que los polos se recongelaran. Además, tienes un verdadero problema al no decir NO nunca. Podrías haber acabado follándotela sólo por no herir sus sentimientos.

    —No creo que sus sentimientos fueran tan frágiles.

    —¿Y qué? Los tuyos los son.

    Las puertas se abrieron. Desjardins salió pero Jovellanos se quedó atrás.

    Él la miró con un poco de impaciencia. —Creí que teníamos prisa.

    Ella negó con la cabeza.

    —Tienes prisa. No tengo autorización para esto. Sólo me enviaron a buscarte.

    —¿Qué?

    —Estás solo.

    —Tonterías, Alice.

    —Están paranoicos con esto, Aguafiestas. Ya te lo dije. Investido.

    Las puertas se deslizaron hasta cerrarse.

    Metió el dedo en el detector de sangre, hizo una mueca por el dolor del pinchazo. Una muestra física. Ni siquiera se fiaban de las especificaciones a distancia hoy.

    Después de um momento, un resumen ejecutivo en tres columnas se desplazó hacia abajo por la pared. En la izquierda había un perfil: grupo sanguíneo, pH, niveles de gas. En la derecha una lista por temas: plaquetas, fibrinógeno, anticuerpos, hormonas. Todas las partes de la vida sanguínea que había surgido de la naturaleza.

    En el centro había otra lista más corta: las partes que habían surgido de la ARISC.

    Desjardins había aprendido a leer los números. Todo parecía en orden.

    Por supuesto, estaba bien tener confirmación independiente: la puerta frente a él se estaba abriendo y ninguna de las otras se estaba cerrando.

    Pasó a la sala de reuniones.

    Tres personas se agrupaban en el fondo de la mesa de conferencias. Lertzman se sentaba en su asiento habitual a la cabeza. A su izquierda había una rubia bajita que Desjardins nunca había visto antes. Eso no significaba nada, por supuesto, él no conocía a la mayoría de la gente de administración.

    A la izquierda de la rubia, otra mujer. Desjardins tampoco la conocía. Ella le devolvió una mirada con unos ojos que, literalmente, brillaban.

    Lentillas tácticas.

    Sólo estaba en la sala parcialmente. El resto de ella estaba observando lo que fuera que aquellas lentes le servían. En los extremos de su boca y alrededor de sus ojos de mercurio, finas líneas y una ligera caída de su párpado derecho. Salvo eso, la cara era un boceto pálido sin más detalles, un lavado caucasiático. Su pelo oscuro se agrisaba en sus sienes, una decoloración que parecía extenderse infinitesimalmente mientras la observaba.

    La cuerpo de la NAmPac.

    Eso sería.

    Lertzman se levantó expectante. La rubia empezó a seguirle, a medio camino de su silla, giró la cabeza hacia la mujer de la NAmPac. La NAmPac no se levantó. La rubia dudó, osciló y se volvió a sentar. Lertzman se aclaró la garganta y continuó presto, saludando a Desjardins con un asiento frente las dos mujeres.

    —Esta es Patricia Rowan. - dijo Lertzman. Cuando, después de algunos momentos, resultó obvio que nadie iba a presentarle a la rubia, Desjardins dijo, —Lamento haberles hecho esperar.

    —Todo lo contrario. - dijo Rowan en voz baja. Sonaba cansada. —Yo lamento arrastrarle hasta aquí en su tiempo libre. Desgraciadamente, sólo estaré en la ciudad durante algunas horas. - Ella pulsó comandos en la tabla de control sobre la mesa frente a ella. Lucecitas se desplazaban por sus ojos. —Bueno. El famoso Aquiles Desjardins. Salvador del Med.

    —Yo sólo hice las estadísticas. - dijo él. —Y éstas sólo... retrasaron lo inevitable durante algunos meses.

    —No se venda usted tan barato. - dijo el cuerpo. —Resolución de eventos media de treinta y seis punto ocho minutos. Eso es excelente.

    Desjardins asintió en reconociomiento.

    —La metabase. - continuó Rowan. —Plagas. Apagado de incendios. Flujo de Tráfico. Y hasta el Mediterráneo, por el momento, me han contado que sus proyecciones ayudaron mucho para mantener funcionando el Flujo del Golfo. Algunas personas sostienen que usted mejora en el Maelstrom, ciertamente, pero usted destaca en el bioconfinamiento, la economía, la ecología industrial...

    Desjardins sonrió para sí mismo. La típica vieja escuela: ella pensaba de veras que estaba puntualizando una lista de materias diferentes.

    —A cualquier ritmo. - continuó la cuerpo, —Parece usted ser el mejor candidato local para lo que tenemos en mente. Le estamos retirando de su rotación normal para ponerle en un proyecto especial, con la aprobación del Dr. Lertzman, por supuesto.

    —Creo que, probablemente, podríamos prescindir de él. - dijo Lertzman, abrazando la pretensión de que su opinión importaba. —De hecho, después de hoy imagino que Aquiles querría probablemente abandonar el Maelstrom durante un tiempo.

    —Enculé., dijo Aquiles.

    El sentimiento fue casi un reflejo por lo que a Lertzman le concernía.

    Rowan de nuevo: —Hay un evento biológico al que nos gustaría que le echase un ojo. Nuevo microtubo de terreno, por lo que parece. Hasta ahora ha tenido un impacto relativamente leve, casi insignificante, de hecho, pero el potencial es, bueno...

    Ella inclinó la cabeza hacia la rubia a su derecha. a su indicación, esta mujer dió un toque a su reloj en la muñeca y habló: —Si abre el canal de descarga...

    Desjardins tocó su muñeca; los protocolos de transferencia centellearon brevemente por su campo visual.

    —Puede estudiar las estadísticas después. - le dijo la rubia. —Aunque, resumiendo, está viendo una acidificación de sustrato a pequeña escala, reducciones de clorofila, quizá algunos cambios en los xantófilos...

    Ciencia. No le extrañaba que nadie se hubiera molestado en presentársela.

    —... podría ser una reducción en los niveles de humedad del terreno también, pero aún no lo sabemos. Declive probable de Bt y microflora asociada. También sospechamos que la expansión estará limitada por la temperatura. Su tarea es desarrollar un perfil de diagnóstico, algo que podamos usar para seguir el rastro de este bicho a distancia.

    —Eso suena un poco a largo plazo para mis habilidades. - remarcó Desjardins.

    Por no mencionar que es aburrido como el infierno.

    —En realidad estoy más optimizado para tareas de crisis agudas.

    Rowan ignoró la observación.

    —Eso no es problema. Le seleccionamos por sus habilidades de reconocimiento de patrones, no por sus reflejos apagaincendios.

    —Entonces, vale. - Suspiró para sí mismo. —¿Qué hay de la firma actual?

    —¿Discúlpeme?, dijo Rowan.

    —Si están hablando de depresores de clorofila, asumo que se han remplazado los fotosintetizadores convencionales. ¿Qué los ha remplazado? ¿Hay algún pigmento nuevo que debiera buscar?

    —No tenemos una firma, aún. - le dijo la mujer. —Si puede trabajar en una, sería estupendo, pero no tenemos esperanzas.

    —Venga ya. Todo tiene una firma., dijo él, escéptico.

    —Cierto. Pero la firma directa de esta cosa puede que no aparezca a distancia hasta que alcance concentraciones de explosión. Queremos atraparlo antes de eso. Las revelaciones indirectas son, probablemente, su mejor apuesta.

    —Aún así prefiero las estadísticas de laboratorio. Un cultivo actual también, por supuesto. - Decidió fletar un globo de prueba. —Alice Jovellanos podría ser útil es esto. Su historial en bioquímica es...

    —Alice aún no ha... - empezó Lertzman.

    Rowan le interrumpió cortésmente: —Pues claro, Dr. Desjardins. Todo el que usted crea que pudiera ser útil. Aunque, tenga en mente que las clasificaciones de seguridad son susceptibles de cambio. Dependiendo, al menos parcialmente, de sus propios resultados, por supuesto.

    —Gracias. ¿Y el cultivo?

    —Haremos lo que podamos. Puede haber dudas sobre la liberación de una muestra viva, por razones obvias. - dijo Rowan.

    —Aajá

    —Comience su búsqueda por la costa de la NAmPac. Pensamos que este bicho está limitado al noroeste del Pacífico. Entre Hongcouver y Coos Bay, con mayor probabilidad.

    —Por ahora. - añadió Desjardins.

    —Con su ayuda, Dr. Desjardins, no esperamos que eso cambie.

    Él ya había visto todo eso antes.

    Alguna farmacia había perdido el control de otro bicho. El temblor había abierto alguna incubadora en algún lugar y las competitivas fuerzas del secreto corporativo y del Armagedón agrícola habían peleado en una sala de reuniones en algún otro lugar. Y Patricia Rowan, quienesquiera que fueran sus jefes, había emergido del desastre para volcar todo el problema en el regazo del Dr. Desjardins. Sin darle las herramientas de trabajo apropiadas, nanay. Para cuando hubieran rebañado todas las moléculas, con patentes sobre ellas esperando, su muestra del cultivo sumaría 20 c.c. de agua destilada.

    Un sonido salió furtivamente de la garganta de Desjardins. Medio burla medio carcajada.

    —¿Discúlpeme? - Rowan arqueó una ceja. —¿Tenía usted algo que comentar?

    Una breve fantasía catártica: —En realidad, tengo una pregunta, Sra. Rowan. ¿Todas estas mentiras mueven sus palancas? ¿Todo este sinsentido de retener información vital le da alguna especie de erección? Parece que sí. Me refiero a que, ¿por qué molestarse en retroaliementarme hasta el jodido nivel molecular? ¿Por qué biodiseñarme en el parangón de integridad si luego tienen que decidir si pueden fiarse de mí cuando caigan las fichas? Usted me conoce, Rowan. Soy incorruptible. No podría volverme contra el bien mayor si mi vida dependiera de ello.

    En el silencio creciente, Lertzman emitió una tos de pánico tras un puño cerrado: —Lo siento, no. Nada, en realidad.

    Desjardins tocó su reloj, las manos a salvo bajo la mesa. Agarró el primer titular que apareció en su pantalla: —Es sencillamente, ¿saben?, un nombre curioso. ßehemoth. ¿De dónde viene?

    —Es biblíco - le dijo Rowan. —A mí nunca me gusto mucho.

    Él no necesitaba, de todos modos, una respuesta a sus preguntas no formuladas. Imaginaba que Rowan tendría una muy buena razón para jugar con cosas afiladas tan cerca del pecho. Por supuesto que ella sabía que Desjardins no podría trabajar en contra del bien mayor.

    Pero ella sí.

Capítulo 9

    

Capítulo 9 - Bang

    Para Lenie Clarke, la elección entre tiburones y humanos no era tan sencilla como podía parecer. Al hacerla, pagaba un precio: no incluía a la oscuridad.

    La noche, daba igual cómo, no encajaba con las tapas oculares. No había lugares sobre la tierra lo bastante oscuros para cegarlas. Salas selladas, por supuesto. Sólo las cuevas profundas y el abismo marino, al menos las partes libres de bioluminescencia. En ninguna otra parte. Sus tapas eran una maldición para su visión.

    Siempre podía quitárselas, por supuesto. Era bastante fácil hacerlo, no muy diferente de sacarse un par de lentes de contacto. Vagamente recordaba la apariencia de esa mirada de ojos desnudos. Eran de azul pálido, tan pálido que los iris casi se perdían en el blanco. Como mirar un mar de hielo. Le habían dicho que sus ojos eran fríos. Y atractivos.

    Había llevado las tapas durante casi un año. Las mostraba delante de la gente contra la que luchaba, por la que luchaba, a la que follaba. Ni siquiera se las había quitado durante el sexo. Ahora no estaba en la Zona ni delante de extraños.

    Si era la oscuridad lo que perseguía, habría cerrado los ojos. Rodeada por un millón de Refugiados, aquello tampoco era lo más sencillo de hacer.

    Encontró unos metros cuadrados de espacio. Los Refugiados se acurrucaban bajo las mantas y sacos en la cercanía, dormían o follaban en la oscuridad, que debería haber permitido alguna cobertura a sus ojos, al menos. La dejaban bastante en paz, como Amitav había dicho que harían. De hecho, le reservaban considerablemente más espacio que se concedían entre ellos. Se tumbó sobre de su pedacito de arena, su —territorio, y cerró los ojos a la brillante oscuridad. Estaba cayendo una suave lluvia. La inmersopiel le aislaba el cuerpo de ella, pero podía sentirla en su rostro.

    Casi era una caricia.

    Divagó.

    Imaginó que debió de haberse dormido en cierto punto, pero sus ojos se habían abierto en una o dos ocasiones cuando el moscabot pasó por encima, una elipse iluminada desde atrás por un brillo demasiado vago a simple vista. Siempre se ponía tensa, lista para huir al océano, pero los drones no parecían notarla.

    —Sin iniciativa, reflexionó ella. —No ven nada para lo que no han sido programados. - O quizá sus sentidos no estaban tan afinados como había temido. Quizá sólo podían ver sus implantes; quizá su aura era demasiado débil o lejana. Quizá el moscabot no veía tanto en el espectro EM.

    —Estuve totalmente sola, esa primera vez., pensó ella. —La playa entera estaba cerrada. Apuesto a que fue eso. Prestan atención a los intrusos...

    Como hacía Amitav, evidentemente. Aquello empezaba a tomar la forma de un problema.

    Apareció en el ciclador a la mañana siguiente con un moscabot muerto en los brazos. Parecía como el caparazón de una tortuga que ella había visto una vez en un museo, excepto por los ventiladores y los instrumentos que sobresalían de la superficie ventral. Estaba partido por su costura ecuatorial. Manchas negras delineaban la brecha.

    —¿Sabes arreglar esto? - preguntó Amitav. —¿Cualquier parte?

    Clarke negó con la cabeza. —No sé nada sobre un moscabot. - Ella sostuvo el caparazón de todos modos. En su interior, electrónica quemada se acumulaba bajo una capa de hollín.

    Pasó el pulgar por una pequeña convexidad pétrea, sintió las lentes compuestas de un grupo visual bajo la suciedad. Parte de la tecnología era vagamente familiar, pero...

    —No. - dijo ella poniéndolo sobre la arena. —Lo siento.

    Amitav se encogió de hombros y se sentó con las piernas cruzadas. —No esperaba que supieras. - dijo él. —Pero uno siempre puede tener esperanza y tú pareces estar familiarizada con las máquinas...

    Ella sonrió levemente, consciente de los implantes que atestaban su tórax.

    —Esperaba que irías hacia la verja. - dijo Amitav después de un momento. —Tu gente te dejará pasar cuando vean que eres una de ellos.

    Ella miró hacia el este.

    Lejos en la distancia, las torres fronterizas se elevaban sobre una niebla de cuerpos humanos y maleza aplastada. Había oído cosas sobre las verjas de alto voltaje y el cable de espino enrollado entre ellas. Había oído otras cosas, también, sobre Refugiados tan llevados por su propia desesperación que escalaban siete o ocho metros antes de que el jugo y su propio desmembramiento acumulado los mataba. Sus restos lacerados quedaban pudriéndose sobre los cables, la historia continuaba. Si era un acto de prevención o simple negliencia no estaba claro.

    Clarke sabía que todo sólo eran cuentos de cocodrilo. Nadie con más de trece años se creía tales tonterías y la gente de aquí, a pesar de su número, no parecía lo suficiente motivada ni para montar una venta de garaje. Y mucho menos correr en estampida hacia las almenas. ¿Cuál fue la palabra que había usado Amitav?

    Dóciles.

    Aunque en cierto sentido, era una vergúenza. Ella nunca había estado de verdad en la verja. Podría haber sido interesante echar un vistazo.

    Estar muerta tenía todo tipo de pequeños inconvenientes.

    —Seguramente, tendrás una casa a la que ir. Seguramente, no querrás quedarte aquí. - propuso Amitav.

    —No. - dijo ella a ambas cuestiones.

    Él aguardó. Ella esperó con él.

    Finalmente, él se levantó y miró hacia el mocabot muerto. —No sé que hizo a este estrellarse. Usualmente funcionan muy bien. Creo que ya has visto pasar uno o dos, ¿sí? Tus ojos pueden estar vacíos, pero no estás ciega.

    Clarke mantuvo la mirada del hombre y no dijo nada.

    Él empujó los restos con el dedo del pie. —Estos no están ciegos tampoco. - dijo antes de alejarse andando.

    Era un agujero en la oscuridad, una ventana hacia otro mundo. Estaba colocada a la altura de los ojos de una niña y parecía como una cocina que ella no había visto en veinte años.

    En una persona que no había visto en casi el mismo tiempo.

    Su padre se arrodillaba delante de ella, agachado desde su altura de adulto para mirarla a los ojos.

    Tenía una mirada seria en su cara. Le agarraba por la muñeca con una mano, algo pendía en la otra.

    Ella esperaba que la familiar angustia subiera por su garganta, pero no llegaba. La visión era la de una niña, pero la espectadora era una adulta, curtida, adaptada, acostumbrada a las pruebas que reducían el abuso de niñas desde la pesadilla hasta el trivial cliché.

    Trató de mirar a su alrededor. Su campo visual se negó a cambiar. No podía ver a su madre .

    —Por supuesto.

    La boca de su padre se movía pero no salían palabras. La imagen estaba completamente en silencio, un plaga de luz sin banda sonora.

    —Esto es un sueño. Un sueño aburrido. Hora de despertar.

    Abrió los ojos.

    El sueño no terminó.

    Aunque había un mundo diferente detrás, un rompecabezas de alto contraste de luz y sombra fotoamplificado. Alguien se plantó ante ella sobre la arena, pero la cara estaba eclipsada por aquella visión de su infancia. Flotaba delante de ella, un cuadro dentro de un cuadro imposible. El presente relucía vagamente desde atrás.

    Cerró los ojos.

    El presente desapareció. El pasado no.

    —Márchate. He acabado contigo. Vete. - Su padre aún sujetaba su muñeca, al menos, la muñeca de la frágil criatura cuyos ojos estaba usando, pero no sentía nada. Y ahora, aquellos ojos se enfocaban solos en la cosa que colgaba en la otra mano de su padre. De pronto, asustada, abrió de golpe sus propios ojos antes de que pudiera ver lo que era, pero una vez más, la imagen seguía dentro de su mundo real.

    Aquí, ante incontables hordas desvalidas de la Zona, su padre estaba sujetando un regalo para Lenie Clarke. Su primer reloj de pulsera.

    —Por favor, márchate...

    —No. - dijo una voz, muy cerca. —No lo soy. - la voz de Amitav.

    Lenie Clarke, atravesada, emitió un sonidito animal.

    Su padre le estaba explicando las funciones de su nuevo juguete. Ella no conseguía oir lo que le estaba diciendo, pero daba igual, podía verle vocalizando, recorriendo las funciones de Acceso a la Red (la llamaban la Red en aquel tiempo, recordó ella), señalando la antenita que enlazaba con los ojofonos...

    Ella sacudió la cabeza. La imagen no se disipaba. Su padre estaba tirándo de ella hacia adelante, extendiendo su brazo para ponerle con cuidado el reloj en la muñeca.

    Ella sabía que no era un regalo en realidad. Era una recompensa. Era una muestra ofrecida como intercambio, un gesto medio tácito que se suponía que maquillaba las cosas que le había hecho todos aquellos años, las cosas que estaba haciendo justo ahora, las cosas...

    Su padre se inclinó hacia adelante y le besó en algún punto, encima de los ojos que Lenie Clarke no podía cerrar. Le dió una palmadita en la cabeza que Lenie Clarke no podía sentir.

    Y después, sonriendo...

    La dejó en paz.

    Volvió al salón, fuera de la cocina, dejándola jugar.

    La visión se disipó.

    La Zona corrió para llenar el agujero.

    Amitav brillaba hacia ella. —Estás equivocada. - dijo él. —Yo no soy tu padre.

    Ella se puso de pie torpemente. El suelo estaba embarrado y saturado, cerca del agua.

    Una luz halógena se alargaba en quebradas bandas desde la estación playa arriba. Cuerpos amontonados inmóviles yacían dispersos sobre la parte superior de la pendiente. No había nadie en las proximidades.

    —Era un sueño. Otra... alucinación. Nada era real.

    —Me estoy preguntando lo que estás haciendo aquí. - dijo Amitav tranquilamente.

    Amitav es real. Concéntrate. Habla con él.

    —No eres la única persona en haber salido de las olas, por supuesto. - remarcó el refugiado. —Traen cuerpos a la orilla incluso ahora mismo. Pero tú estás mucho menos muerta que el resto.

    —Deberías haberme visto antes..

    —Y es extraño que hayas venido hasta nosotros así. Todo esto fue despejado muchos días atrás. Un terremoto en el fondo del océano, ¿sí? Lejos en el mar. Y aquí estás, construída para las profundidades del océano, y ahora vienes hacia la orilla y comes como si no hubieras comido durante días. - Su sonrisa era algo depredatoria. —Y no deseas que la gente sepa que estás aquí. Me dirás por qué.

    Clarke se inclinó hacia adelante.

    —¿En serio?. ¿O que vas a hacer si no, exactamente?

    —Andaré hasta la verja y se lo contaré a ellos. - señaló con el brazo hacia el este.

    —Pues empieza a andar. - dijo Clarke.

    Amitav se quedó mirándola con una ira casi palpable.

    —Venga. - propuso ella. —Mira si puedes encontrar una puerta o un reloj perdido. Quizá han dejado buzoncitos de sugerencias para que pases notas dentro, ¿no?

    —Estás muy equivocada si crees que puedes llamar la atención de tu gente. - dijo él.

    —No creo que quieras eso en realidad. Vosotros tenéis vuestros secretos.

    —Soy un refugiado. No podemos permitirnos secretos.

    —¿En serio?. ¿Por qué estás tan escuálido, Amitav?

    Sus ojos se agrandaron.

    —¿Solitaria? ¿Desorden alimenticio? - Ella avanzó un paso. —¿La comida del ciclador y tú no os ponéis de acuerdo?

    —Te odio. - siseó él.

    —Tú ni siquiera me conoces.

    —Te conozco. - escupió él. —Conozco a tu gente. Conozco...

    —Tú no conoces una mierda. Si fuera así, si de verdad tuvieras tanto odio por Mi Gente, como tú los llamas, estarías agachado de espaldas si eso me ayudara.

    Él se quedó mirándola, un destello de incertidumbre recorrió su cara.

    Ella matuvo su voz baja.

    —Supón que tienes razón, Amitav. Supón que he subido todo este camino desde el mar. Desde el Volcán Axial incluso, si sabes dónde está eso.

    Ella esperó.

    —Continúa. - dijo él.

    —Digamos también, hipotéticamente, que el temblor no fue un accidente. Alguien detonó una nuclear y todas aquellas ondas de choque en cadena se abrieron paso hasta la costa.

    —¿Y por qué haría alguien tal cosa? - preguntó Amitav.

    —A ellos les queda el saberlo. A nosotros averiguarlo.

    Amitav quedó en silencio.

    —¿Me sigues hasta ahora? La bomba explotó dentro del abismo. Yo vengo del abismo. ¿En qué me convierte eso, Amitav? ¿Soy la mala aquí? ¿Pulsé yo el botón? Y si lo hice, ¿no habría planeado al menos un mejor modo de escapar que tener que nadar trescientos kilómetros de jodido fango sin más que un jodido sandwich, sólo para reptar después sobre tu jodida Zona, una jodida semana para acabar atrapada escuchando tus jodidos gimoteos? ¿Tiene eso algún sentido para ti? O... - la voz se equilibró ahora, volviendo bajo control. —... ¿no he acabado fastidiada como todo el mundo? ¿Sólo yo conseguí salir viva? Eso podría ser suficiente para inspirar un poco de confianza hasta para una perra blanca Sí Tiene de la NAmPac como yo, ¿no crees? - ella tomó aire.

    —Y alguien..., se prometió a sí misma, —... va a pagar.

    Amitav no dijo nada. La observaba con sus ojos hundidos, su expresión se había vaciado y era inexcrutable una vez más.

    Clarke suspiró. —¿De verdad quieres problemas conmigo, Amitav? ¿O quieres joder a la gente que de verdad pulsó el botón? No tengo exactamente una linterna cuando se trata de aclarar los líos. Ahora mismo creen que estoy muerta. ¿Quieres estar cerca de mí cuando descubran que no lo estoy?

    —¿Y qué te dice... - dijo Amitav al fín, —... que nuestras vidas sean tan prescindibles?

    Ella había pensado mucho sobre eso. La había conducido de vuelta a un brillante momento de descubrimiento que había tenido de niña. Había quedado asombrada al aprender que había vida en la Luna: vida microscópica, una especie de bacteria que se había subido a las primeras sondas no tripuladas. Había sobrevivido a años de hambre en el espacio vacío, congelada, hervida, pelada por una interminable cellisca de radiación dura.

    La vida, había aprendido, podía sobrevivir a todo. En esa época había sido causa de esperanza.

    —Creo que quizá hay algo dentro de mí. - dijo ella ahora. —Creo...

    Algo le rozó en la pierna.

    Su brazo se disparó por acto reflejo. Su puño se cerró alrededor de la muñeca de un joven.

    Había intentado coger el cuchillo en su muslo.

    —Ah. - dijo Clarke. —Por supuesto.

    El chico le devolvió la mirada, petrificado.

    Ella se giró hacia Amitav; el chico se sacudía y retorcía en su agarre. —¿Amigo tuyo?

    —Yo, ah...

    —¿Pequeña táctica de distracción, quizá? ¿No tenías las pelotas para reducirme y ninguno de tus colegas adultos quería ayudarte, así que usaste a un jodido crío? - Ella tiró del bracito: el chico gimoteó.

    Los que dormían se movieron en la distancia, acostumbrados al jaleo crónico. Nadie pareció despertar del todo.

    —¿Por qué te importa? - siseó Amitav. —No es un arma, lo dijiste tú misma. ¿Soy un idiota por creer tales afirmaciones cuando vienes aquí blandiéndolo como un ataghan? ¿Qué es? ¿Un bastón eléctrico?

    —Te lo mostaré. - dijo ella.

    Se inclinó, aún agarrando al chico. Una hoja despolarizante sobresalió del extremo de su guante como una uña gris. A su toque, la funda de su muslo se abrió como cortada por un bisturí. El puñal se deslizó fácilmente hasta su puño: un bastón compacto de ébano con una banda fluorescente en la base del mango.

    Amitav levantó las manos, aplacado de pronto: —No hace falta que...

    —Ah, pero sí. Acércate, ahora.

    Amitav dió un paso atrás.

    —Funciona al contacto. - dijo Clarke. —Inyecta gas comprimido. Muy útil, abajo en la dorsal, cuando la vida salvaje intenta comerte.

    Ella movió el seguro del cuchillo con el pulgar, enterró la punta en la arena.

    Con un golpe como el de una palmada eléctrica, la playa explotó.

    El universo sonaba como un diapasón. Ella yacía donde el estallido la había lanzado. Le picaba la cara como si estuviera en una tormenta de arena.

    Cerraba sus párpados con fuerza. Parecía que pasaría mucho tiempo antes de pudiera volver a abrirlos.

    Un cráter bostezaba a lo largo de tres metros de arena, lleno de barro.

    Ella se puso de pie.

    La Zona había despertado de un salto al instante, había volado hacia el exterior. Se había girado y congelado en un anillo de caras asustadas y aturdidas.

    Para su sorpresa, ella aún estaba sujetando el cuchillo.

    Miró el artefacto con ausente incredulidad. Lo había usado más veces de las que podía contar, pero siempre cuando uno de los monstruos de la Fuente Termal de Channer había intentado hacerla pedazos. Ella paraba el ataque, enterraba el cuchillo en el monstruo y observaba como se hinchaba y explotaba a su toque. Había resultado suficientemente letal para los peces, pero nunca había explotado con tanta fuerza antes. No abajo en el...

    —Oh, mierda. En la Dorsal.

    Lo había calibrado para enviar una carga letal hacia el fondo del océano donde cinco mil PSI eran un suave erupto. Allí abajo había sido un arma razonablemente efectiva.

    Al nivel del mar, sin todas esas atmósferas presionando, era una bomba.

    —No pretendía... pensé... - Clarke miró a su alrededor. Una fila interminable de rostros le devolvió la mirada.

    Amitav yacía espatarrado al otro lado del cráter. Gemía, se llevó una mano a la cara.

    No había señal del chico.

Capítulo 10

    

Capítulo 10 - Hombre Palo

    Un estallido eléctrico a medianoche. Algo explotó cerca de un ciclador Calvin justo a sur del Puerto de Gray. Un moscabot había estado merodeando el litoral del sur. No había línea visual de la detonación pero tenía oídos. Envió una alerta a la casa base y activó el turbo para investigar.\

    Sou-Hon Perreault estaba de turno. Había cambiado a turno de noche el día que había aprendido que las sirenas salían de noche. (Su marido, que había aprendido recientemente las necesidades especiales de las víctimas PTS, había aceptado el cambio sin quejarse.) Ahora, ella se deslizaba dentro de la esfera perceptiva del moscabot y entraba en acción.\

    Un cráter no muy profundo bostezaba a lo largo del substrato intermareal. De dentro hacia fuera, marañas caóticas de calor y bioelectricidad, agitadas como ganado asustado. Perreault estrechó el EM para amplificar la visual. El relámpago térmico se resolvía en una masa hormigueante de monótona humanidad gris.\

    La Zona tenía sus propios distritos, sus propios ghettos autogenerados. La gente aquí procedía principalmente del subconjunto hindú. Perreault configuró sus filtros primarios para el punjabi, el bengalí y el urdu. Empezó a hacer preguntas.\

    —Una explosión, sí.\

    Nadie en realidad sabía lo que la había producido. \

    —Se habían levantado voces, - dijo alguien.\

    — Hombre, mujer, niño. - \

    —Acusaciones de robo. \

    —Y entonces, de pronto...\

    —BANG\

    Todos despertaron después de eso, todos en retirada. La mujer blandía una especie de bastón eléctrico como un garrote. Las masas mantenieron su distancia. Un hombre dentro del círculo con ella, con sangre en la cara. Furioso. Encarando a la mujer, indiferente al arma en su mano. Todos coincidieron en que el chico había desaparecido para entonces. Nadie sabía quién podría ser el joven.\

    Aunque tdos recordaban a los adultos. a Amitav y a la sirena.\

    —¿Dónde fueron? - dijo Perreault. El moscabot tradujo sus palabras, desapasionado y sin tono.\

    —Hacia el océano. La sirena siempre va hacia el océano.\

    —¿Qué hay del otro? ¿Ese Amitav?\

    —Tras ella. Con ella. Hacia el océano. Diez minutos atrás, quizá.\

    Perreault llevó el moscabot a una subida inclinada, hizo una toma por toda la Zona a unos cincuenta metros de altura. Los Refugiados se disolvieron en una horda de movimiento Browniano. Olas pasaban a través de la multitud más rápido que cualquier persona. Allí, apenas discernible, una difusa línea de turbulencia conectaba el cráter a la marea. Millares de partículas, recientemente perturbadas por el paso de algo obstinado.\

    Ella hizo un barrido hacia las olas. Caras mirando hacia arriba por todos lados, grises y luminosas en los fotoamplis del moscabot, siguiendo su rumbo como girasoles rastreando la luz.\

    Excepto por uno, lejos en la playa, corriendo hacia el sur por la espuma de agua a la altura de los tobillos. Sin mirar atrás.\

    Perreault amplió los filtros: nada mecánico en el tórax. No era la sirena. Aunque había otras anomalías. Estaba persiguiendo un esqueleto, algo absurdamente demacrado de cuando la malnutrición era el contraste reconocido de los Refugiados por todos lados. \

    Aquí no había necesidad de pasar hambre. No la había habido durante años. Ese de ahí había elegido pasar hambre. Era un político. \

    No le extrañaba que estuviera corriendo.\

    Perreault impulsó el moscabot en su persecución. Corrió adelantando a su presa en pocos segundos, viró el artefacto y bajó para bloquearle la vía de escape. Perreault encendió los focos y clavó al refugiado entre haces gemelos de cegador halógeno.\

    —Amitav. - dijo ella.\

    \

    Había oído sobre ellos, por supuesto. Eran raros, pero no demasiado raros para la etiqueta: —hombres palo, les llamaban. Perreault nunca había visto antes uno de verdad en carne y hueso. \

    Hindú. Ojos hundidos, pozos de sombra amargada. Sangre rezumando en un lustre de gotas en su cara. Tenía una mano levantada para bloquear la luz de los ojos. Más sangre surgía en un burdo stigmatum en la palma. Miembros, articulaciones, dedos afilados y angulares como origami sobresaliendo de su ajado atuendo. Las suelas de los pies se habían rociado con plástico en lugar de calzado.\

    El océano le acorralaba por un lado. Zoneros miraban curiosamente por el otro, manteniéndose fuera del baño halógeno. Cada segmento de la fisonomía del hombre palo estaba tensa, en una pose que consideraba igualmente futiles las opciones de huída y ataque.\

    —Relájate. - dijo Perreault. —Sólo quiero hacerte algunas preguntas.\

    —Ah. Preguntas de un robot policía. - dijo él. Finos labios se retiraron de unos dientes marrones con grietas sangrientas. Un rictus cínico. —Menudo alivio.\

    Ella parpadeó. —Hablas inglés.\

    —No es un idioma incomún. Aunque tampoco es tan estiloso como el francés estos días , ¿sí? ¿Qué quieres?\

    Perreault desactivó el traductor. —¿Qué pasó allí atrás?\

    —No hay causa de preocupación. No se ha dañado vuestra maquinaria.\

    —No me interesa la maquinaria. Hubo una explosión.\

    —Vuestras maravillosas máquinas no nos proporcionan explosivos. - indicó Amitav.\

    —Había una mujer, una buceadora. Había un chico.\

    El hombre palo no dijo nada.\

    —Sólo quiero saber lo que pasó. - le dijo Perreault . —No pretendo darte ningún problema.\

    Amitav escupió. —Por supuesto que no. Me ciegas para probarme los ojos, ¿sí?\

    Perreault apagó los focos. El blanco y negro pasó a gris\

    —Gracias. - dijo Amitav después de un rato.\

    —Dime que ocurrió.\

    —Ella dijo que fue un accidente. - dijo Amitav.\

    —¿Un accidente?\

    —El chico estaba... Clarke tenía un, no estoy seguro de la palabra, un garrote. En su pierna. Ella lo llamaba puñal.\

    —¿Clarke?\

    —Tu buceadora.\

    —Clarke. ¿Sabes su nombre de pila?\

    —No. - se burló Amitav. —Aunque Kali es tan buen nombre como otro.\

    —Sigue.\

    —El chaval, él... intentó robárselo. Mientras estábamos... hablando.\

    —¿No le detuviste?\

    Amitav se movió incómodo. —Creí que ella iba a enseñarle al chaval que el puñal era peligroso. - dijo él. —En eso, tuvo éxito. Yo mismo salí volando. Me dejó marcas. - Sonrió, levantó las manos una vez más, palmas hacia arriba. La carne desollada, rezumando sangre.\

    Amitav quedó en silencio y miró hacia el mar. La perspectiva de Perreault osciló ligeramente con una suave brisa, como si el moscabot estuviera asintiendo.\

    —No sé lo que pasó con el chico. - dijo Amitav al fín. —Para cuando pude levantarme de nuevo, se había ido. Aunque Clarke le estuvo buscando.\

    —¿Quién es ella? - preguntó Perreault en voz baja. —¿La conoces?\

    Escupió de nuevo. —Ella no diría tal cosa.\

    —Pero la has visto antes. Esta noche no ha sido la primera vez.\

    —Oh sí. Vuestras mascotas aquí... - mirando a los otros refugiados. —... acuden a mí siempre que algo requiere iniciativa, ¿sí? Me cuentan donde está la sirena para que pueda ir y tratar con ella.\

    —Pero vosotros dos estáis conectados de algún modo. Sois amigos, o...\

    —No somos ovejas. - dijo Amitav. —Eso es todo lo que tenemos en común. Aquí, eso es suficiente.\

    —Quiero saber más de ella.\

    —Eso es sabio. - dijo Amitav en voz baja. \

    —¿Por qué dices eso?\

    —Porque sobrevivió a lo que le hicísteis. Porque sabe lo que hicísteis.\

    —Yo no hice nada.\

    El hombre palo movió una mano despachando el tema. —Da igual. Irá a por vosotros de todas formas.\

    —¿Qué ocurrió? ¿Qué es lo que le han hecho?\

    —No me lo dijo, exactamente. Habla muy poco y, a veces, cuando dice cosas, no las dice a nadie 'aquí', ¿sí? Al menos, a nadie que yo consiga ver. Pero la tienen bastante enfadada.\

    —¿Es que ve fantasmas?\

    Amitav se encogió de hombros. —Los fantasmas no son raros aquí. Estoy hablando con uno ahora.\

    —Ya sabes que soy un fantasma.\

    —No uno de verdad, quizá. Sólo posees maquinaria.\

    Sou-Hon Perreault buscó un filtro de ajuste. No pudo encontrar el que encajaba.\

    —Ella dijo que vosotros causasteis el terremoto. - dijo Amitav de pronto. —Dice que vosotros enviasteis la ola que mató a tantos de nosotros.\

    —Eso es ridículo.\

    —Y tú que sabes, ¿sí? ¿Vuestros líderes compartirían tales cosas con los conductores de insectos mecánicos?\

    —¿Por qué haría alguien algo así?\

    Amitav se encogió de hombros. —Pregunta a Clarke. Si puedes encontrarla.\

    —¿Me puedes ayudar a hacer eso?\

    —Ciertamente.. Señaló hacia el Pacífico. —Está ahí fuera.\

    —¿La verás de nuevo?\

    —No lo sé.\

    —¿Puedes avisarme si la ves?\

    —¿Y cómo haría eso aunque quisiera?\

    —Sou-Hon. -dijo Perreault.\

    —No entiendo.\

    —Es mi nombre. Sou-Hon. Puedo programar el moscabot para reconocer tu voz. Si te oyen llamarme, me lo dirán.\

    —Ah. - dijo Amitav.\

    —¿Y bien?\

    Amitav sonrió. —No nos llame. Ya le llamaremos.

Capítulo 11

    

Capítulo 11 - Una Invitación a la Danza

    En Bend Sur, la sirena mató a un hombre.

    La Bahía Willapa partía la Zona como una úlcera de doce kilómetros de longitud. La vigilancia oficial de ese hueco no había sido diseñada para captar a la gente para la que respirar eraóptimo. Ahora la costa estaba a quince kilómetros detrás de ella. A esta distancia del interior, la ola había sido detenida por los cabos y una densa isla redonda, atascando el acceso como un quiste. El Gran Desastre apenas había temblado aquí. El destrozo y la desolación eran ambos de origen local.

    Emergió pasada la medianoche sobre un oscuro segmento corroído de rompeolas, mucho tiempo después de que abandorara hacia una creciente plaga de tolueno premilenial. Nerviosos transeúntes trasnochadores la miraban desde el límite del núcleo de la ciudad y apresuraban su paso de A a B. La última vez que Clarke había vagado por calles civilizadas, había dispensadores gratuítos de relojes de pulsera cada dos esquinas. Una bagatela medio sentimental de aquellos que habían alimentado a las masas mediante el acceso a la información. No pudo encontrar ningún dispensador en este lugar, sólo una vieja cabina telefónica montando guardia en un ocaso fluorescente.

    La interrogó. Ella estaba AQUÍ, le dijo.

    Yves Scanlon vivía ALLÍ, a trescientos kilómetros al noreste.

    Él no estaría esperándola. Ella se fundió en negro. Diferentes cámaras de seguridad la redujeron a una semejanza pasajera de píxeles infrarrojos.

    Bajó gateando la piedra de hormigón hacia el agua aceitosa del malecón. Algo la llamó cuando se quitaba las aletas: sonidos familiares, amortiguados, desde una oficina de aduanas abandonada.

    Podía haber sido el astillado de vigas podridas. Quizá una bota contra unas costillas, con carne interponiéndose en el camino. Algo se anudó en la garganta de Clarke.

    No hay fin para las cosas que se pueden golpear contra un cuerpo humano. Había perdido la cuenta de los diferentes sonidos que hacían.

    Casi demasiado débiles para oirlos, más gemidos que palabras: —Joder, hombre...

    El apagado zumbido de una descarga eléctrica. Un gruñido.

    Una pasarela se extendía alrededor de la desamparada oficina. La chatarra que se apilaba por toda su longitud esperaba hacer tropezar a alguien que no tuviera el don de ojos nocturnos. Al otro lado del edificio, un muelle sobresalía del malecón sobre vigas de madera. Dos figuras estaban de pie sobre esa plataforma, un hombre y una mujer. Otros cuatro yacían retorciéndose a sus pies. Un moscabot policía dormía en el embarcadero, convenientemente offline.

    Técnicamente, por supuesto, no era un asalto. Ambos agresores llevaban uniformes y placas que les conferían el derecho legal a golpear a quien escogieran. Hoy habían escogido un entrée de jóvenes, tendidos a lo largo de tablas manchadas de creosota como peces destripados. Aquellos cuerpos se agitaban con el espasmo neural estático de la descarga de un bastón eléctrico. Más allá de eso, no reaccionaban a las botas en sus costados. Clarke podía oir partes de la conversación de los uniformados, una charla sobre violaciones del toque de queda y uso no autorizado del Maelstrom.

    Y de allananiento.

    —De propiedad del gobierno, nada menos. - remarcó el varón alzando un brazo en un gesto grandilocuente que abarcaba el muelle, las vigas, la oficina abandonada, Lenie Clarke...

    Mierda, ese lleva visor nocturno, ambos llevan visores nocturnos.

    —¡Tú! - El policía avanzó un paso hacia la oficina, apuntando con su bastón a las sombras en las que ella quedaba expuesta. —¡Apártate del edificio!

    Había habido un tiempo, no hacía mucho, cuando Lenie Clarke habría obedecido sin pensar.

    Habría seguido lasórdenes aún cuando supiera lo que le esperaba porque había aprendido que se lidia con violencia cerrando el pico y —recuperándose después. Hacía daño, por supuesto. De eso se trataba. Pero era mejor que la náusea crónica, la —expectación, los interludios interminables entre los asaltos donde sólo podías esperar que ocurrieran.

    Más recientemente, simplemente habría huído o, al menos, retirado.

    —No es asunto mío, se habría dicho a sí misma y se habría marchado incluso antes de que nadie supiera que estaba allí. Había hecho eso cuando Mike Brander, que negó la venganza sobre aquellos que habían hecho de su infancia un infierno viviente, había usado a Gerry Fischer como un puente conveniente. Había sido un —no es asunto mío - cuando la Estación Beebe resonaba con el sonido de la furia de Brander y los huesos rotos de Fischer. Había sido un —no es asunto mío - cuando Brander, turno tras turno, había montado guardia en la cubierta húmeda de la Beebe, desafiando a Fischer a regresar dentro. Eventualmente, Fischer se había transmutado de hombre a niño y a reptil, un cifrado vacío inhumano que vivía en el límite de la dorsal. Incluso entonces, no había sido asunto de Lenie Clarke.

    Pero Gerry Fischer ahora estaba muerto. Igual que Lenie Clarke. Ella había muerto junto a los demás: Alice y Mike y Ken y Gerry, todo convertido en caliente vapor blanco. Todos estaban muertos y cuando la piedra había rodado hacia un lado y la voz había sonado: —¡Lázaro! ¡Levántate y anda!, no habían sido los amigos de Lenie Clarke los que se habían levantado de la tumba. No había sido Lenie Clarke. Ni la blanda víctima de retorcida carrera de sus días como Dryback. Ni la opaca crisálida que se gestaba allí abajo sobre la dorsal. Había sido algo recién forjado, lavado con ácido, alguna caliente metamorfosis blanca de Lenie Clarke que nunca había existido antes.

    Ahora, aquello se enfrentaba a un símbolo familiar... una autoridad, alguien que dabaórdenes, un entusiasta practicante del derecho legal a cometer violencia sobre —ella.

    Y ella no contemplaba el desafío de aquello como una orden a ser obedecida. Ella no lo consideraba una situación a ser evitada.

    Para Lenie Clarke Mark II, aquello era una largamente demorada invitación a la danza.

Capítulo 12

    

Capítulo 12 - Amigo por Píxel

    BCC5932.

    ACTIVAR ESTÍMULO / PASAR PONER INTERCEPTAR.

    Obj. Clase: paquete de archivo / benigno.

    Obj. Especie: comunicación. personal. (NI) / paquete 7 de 23 / desencriptado voz módem.

    Obj. Fuente: corrupta.

    Obj. Destino: multi (ref. cc)

    CRITERIO EXCISIÓN: 255-CAR PARÉNTESIS INI/FIN.

    ACTIVANDO ESTIMULO.

    COMIENZO DEL EXTRACTO.

    esa probabilidad de escapar de ello para siempre. Un poco metálica si sabes a lo que me refiero.

    Al menos, no nos han atrapado por eso todavía.

    Aunque nos atraparon otra vez algunos días atrás por otra cosa. Excepto que tuvimos suerte de encontrarnos a este ángel vengador. En serio. Lenie Clarke, era su nombre. Fue nuestra estúpida culpa, supongo. No verificamos las fugas cuando nos conectamos. En cualquier caso, —les beus - cayeron sobre nosotros, cogieron a todo el mundo excepto a Haj y a mi, y ¿qué podíamos hacer excepto correr? Y tenían a todos en el suelo y de repente aparece una selectora K saliendo, andando de la nada, parecía una de esas antiguas criaturas de luz con los dientes, ya sabes, vampiros. Toda de negro y llevando las más gruesas absolutas Lentes Tácticas que se han visto nunca, hasta más gruesas que las de —les beus.

    Apenas veo sus ojos tras ellas. Bueno, ella sale de las sombras tranquilamente y va directa hacia ellos.

    No dirías que iba a durar ni dos segundos. Quiero decir, ella ni siquiera miraba los bastones eléctricos, No creo que ese traje suyo se llevara una carga, pero aún así. Sólo que no era tan grande, ¿sabes?

    Y esos estaban dándole de verdad y ella, sencillamente, lo aguantaba.

    Como si fuera la cosa más normal del mundo. O como... ¿sabes?... casi como si ella se divirtiera con ello, o algo así.

    Bueno, ella los rodea con los brazos en un gran placaje anticuerpo y los empuja. Los dos caen por el borde y las luces de esterilización se disparan cuando golpean el agua... es de locos que esas cosas aún funcionen, el embarcadero no ha visto tráfico de barcos en años... y el agua se ilumina espectacular y radiante y se oye salpicar y luego un gran búmmf y es como si una enorme burbuja de sangre y tripas acabase de salir hirviendo hasta la superficie y el agua queda como completamente oxidada.

    Ella es como una especie de anfibio, una de esas ciborgs de las dorsales. Nos encontramos con ella después , volvió para recoger sus aletas cuando las cosas se habían calmado. No me preguntes lo que estaba haciendo aquí en mitad de la noche. No hablaba mucho y nosotros no presionamos. Le dimos las gracias con algunos aperitivos y suministros... se ha estado alimentado de los cicladores en la Zona, si puedes creerlo. Aunque no parecía haber limado su energía ni un poco. Le di mi reloj. Ella no había oído nada del toque de queda. Tuve que enseñarle cómo burlar el bloqueador de hora. Supongo que se pierde el contacto con las cosas cuando pasas todo el tiempo en el fondo del océano.

    Tampoco es que la mantuviera muy atrasada lo más mínimo. Deberías haber visto a ese gilipollas. Lo pescaron y sacaron fuera del agua como una vieja alfombra. Hubiera pagado por ver su cara, ¿sabes?

    Intenté buscar sus datos pero tampoco es que Lenie Clarke esté exactamente la primera en el registro. Tiene más resultados que los holocaustos. Mencionó su ciudad, creo, pero tampoco pude encontrarla. ¿Alguno de vosotros ha oído un sitio llamado Beebe?

    Bueno, hasta donde sé, ella aún anda por ahí. —Les beus - probablemente la anden buscando, pero apuesto cincuenta QuePavos a que ni siquiera saben qué aspecto tiene bajo todo ese equipo y ni mucho menos quién es ella. O sea, ya es difícil que nos pillen a nosotros y saben todo lo que hay que saber sobre nosotros. Bueno, no todo. De acuerdo, m

    FIN DEL EXTRACTO.

    DESIGNAR βehemoth.

    Lenie Clarke/Beebe CONFIRMADO. AÑADIR TÉRMINOS DE BÚSQUEDA: anfibio/s, Rifter/s, ciborg/s .

    SUPERPONER PLANTILLA.

    RESECUENCIAR TEXTO.

    COPIAR. TRASLADAR.

    EXTENDER LA PALABRA.

Capítulo 13

    

Capítulo 13 - Limitado a Terceros.

    Perreault no había necesitado permiso de Amitav, por supuesto. Había programado el moscabot para reconocerle de todos modos. Dejó caer una nube de mosquitos, también, pequeños sensores voladores no mayores que granos de arroz. No tenían cerebro, pero podían permitirse uno. Se basaban en la pura telemetría que devolvían a los bots para todos los análisis reales. Eso incrementaba la cobertura en un orden de magnitud, al menos hasta se agotaran las baterías.

    Aún así sería una porquería de intento, un moscabot o barredor tendría que estar en línea visual con Amitav una vez que ella emitiera el aviso y tendría que haber suficientes partes de él visibles para hacer un ID... demasiado condicional dada la congestión humana en la Zona. Sería muy sencillo para el hombre palo mantenerse oculto si quería.

    Pero pocas probabilidades eran mejor que ninguna.

    Acabó su última cena frente a su marido a la mesa. Anotó su triste escrutinio desesperado casi de pasada. Marty estaba poniendo todo de su parte, sabía ella; dándole espacio, apoyo, esperando el momento preciso cuando el trauma pasara, cayeran sus defensas y necesitara ayuda para recoger los pedazos. De vez en cuando, Perreault buscaba señales de la inminente caída. Nada.

    Los antidepresivos aún tenían algún efecto, por supuesto, incluso después de que su sistema se hubiera convulsionado a sí mismo hacia una parcial inmunidad. Pero aquello no debería haber sido suficiente. Debería estar sintiendo algo en estos momentos.

    Se sentía intensa, pasional, ávida, curiosa.

    Apretó la mano de Martin a lo largo la mesa y se dirijió hacia su oficina. Faltaba casi media hora hasta que empezase su turno, pero a nadie en el circuito le importaba si empezaba antes. Se deslizó en su asiento... una antigüedad favorecida con brazos extendidos y una piel de cuero real...y estiró el brazo en busca de su casco cuando la mano de su marido cayó suavemente sobre su hombro.

    —¿Por qué se preocupa tanto? - preguntó él.

    Era la primera vez que iba a su oficina desde la avería.

    —Marty, Tengo que trabajar.

    Él esperó.

    Ella suspiró y rotó la silla para encararle. —No lo sé. Es... es un misterio. Supongo. Algo que resolver.

    —Es más que eso., dijo él.

    —¿Por qué? ¿Por qué tiene que serlo?

    Ella oyó la exasperación en su propia voz, vio su efecto en su marido. Respiró hondo y lo intentó de nuevo.

    —No lo sé. Es que... nunca pensarías que una única persona pudiera significar tanto... pero ella está dando esa impresión, ¿sabes? Al menos en la Zona. Ella importa, en cierto sentido.

    Martin negó con la cabeza. —¿Eso es lo que es ella para ti? ¿Un modelo a seguir?

    —Yo no diría...

    —Podría ser otra cosa, Sou. ¿Y si es una fugitiva?

    —¿Qué?

    —Debe de haberte pasado por la cabeza. Alguien de la NAm... o no sé, no es tu refugiada estándard, al menos. ¿Por qué se queda en la Zona? ¿Por qué no se marcha a su casa? ¿De qué se está escondiendo?

    —No lo sé. Por eso lo hace un misterio.

    —Podría ser peligrosa.

    —¿Qué, para mi? ¡Está muy lejos en la costa! ¡Ni siquiera sabe que existo!

    —Aún así. Deberías informarlo.

    —Quizá. - Perreault giró deliberadamente el asiento hacia su escritorio. —De verdad que tengo que trabajar ahora, Martin.

    Él no la habría dejado trabajar antes, por supuesto. Pero conocía su papel asignado. Le había entrenado media docena de autoridades del bienestar.

    —Tu esposa acaba de pasar por una experiencia muy traumática. Es frágil. Déjala moverse a su propio ritmo. No la presiones.

    Y no lo hacía. Una pequeña parte de Sou-Hon se sentía culpable por aprovecharse de tal restricción. El resto se rebelaba poniendo el casco en la cabeza y tomando control de repente de lo que se percibía o no, el...

    —Salvador escupesangre de células segadas succionador de semen. - susurró ella.

    La alerta estaba parpadeando por toda la parte izquierda de su campo visual. Uno de los moscabots había dado un mordisco.

    Más que un mordisco, un gran bocado depredador. Estaba suspendido a menos de tres metros de distancia del objetivo.

    No era Amitav, esta vez. Un matrimonio de carne y maquinaria. Una mujer con relojería.

    Noche profunda. Bajo un banco de nubes interminable. Cruzando el agua negra. Luces de foco y térmicos tiznaban de luz distante por la Zona. Perreault activó los fotoamplis.

    La sirena se agachaba directamente por delante en un arrecife irregular a ciento cincuenta metros de la orilla. El océano chispeaba con fosforescencia microbiótica y trataba de desplazarla. Entre las olas, el arrecife sobresalía un metro por encima de la línea de agua, una miríada de pequeñas cascadas caían por sus costados. Cuando subía la cresta de la ola, la sirena se tornaba una redonda roca negra, apenas visible en la espuma luminosa.

    Ella subió y se puso de pie. El ola se elevaba por encima de las rodillas. Se tambaleó, pero permaneció erguida. Su cara era un pálidoóvalo pintado sobre un cuerpo negro. Sus ojos eran más pálidos, pintados en su cara y que escaneaban más allá del moscabot suspendido en el aire.

    No parecían verlo.

    Su cara se inclinó hacia abajo mirando directamente hacia el frente. Un delgado brazo de ébano se extendió hacia adelante y estiró los dedos. Una mujer ciega, buscando algo que no podía ver. La boca de Clarke se movió. Toda palabra se perdió en el rugido de las olas. Perreault deslizó varios filtros más allá de los umbrales críticos. Los sonidos oceánicos se apagaron hasta el silencio. Ahora, sólo el aullido de las gaviotas lejanas y algunas sílabas:

    —No. No...es.

    Perreault también acalló las altas frequencias. Ahora, la sirena permanecía completamente en silencio, el Pacífico chocaba mudo por todos lados.

    —Nunca hiciste. - dijo ella.

    La marea surgía silenciosamente entre sus piernas. Los dedos de la sirena se cerraron en espacio vacío. Parecía sorprendida.

    Otra ola barrió el arrecife. La sirena se tambaleó, se recuperó. Perreault notó que ambas manos estaban cerradas en puños.

    —Papa. - Casi un murmullo.

    —Sra. Clarke. - dijo Perreault.

    La sirena no respondió.

    —De acuerdo. Las olas. - Perreault aumentó el volumen, lo intentó de nuevo: —Sra. Clarke.

    La cabeza de la sirena se giró hacia arriba: —¡Tú! ¿Qué es esto?

    —Sra. Clarke, He estado...

    —¿Algo en la comida? ¿Un psicoactivo? ¿Es eso?

    —Sra. Clarke, No sé lo que...

    La sirena sonrió, una horrible muestra de dientes bajo frías cuencas blancas. —De acuerdo. Puedo soportarlo. Haz lo peor que sepas.

    —Sra. Clarke...

    —Esto no es una jodida nada. Prepárate.

    El Pacífico surgió en silencio detrás de ella y la barrió del arrecife en un abrir y cerrar de ojos. Las cámaras captaron un último fotograma momentáneo: Un puño, levantado brevemente encima del agua bulliendo. Desaparece..

    —Esto no es una jodida nada. Prepárate.

    Sou-Hon Perreault no sabía si podría.

Capítulo 14

    

Capítulo 14 - Rémora.

    La cerradura se abrió con un gruñido como las puertas de una catedral de hierro. Los terremotos vivían en ese sonido, metal retorcido, rascacielos doblados dolorosamente sobre sus ejes.

    El lento oleaje empujaba restos naufragados desde las grandes puertas que agitaban el océano.

    Alzándose dentro de aquel sonido, otra más: giro triple, cavitando.

    Se situó a sí misma a un centenar de metros mar adentro, en el centro de una grieta excavada que conducía hacia aguas profundas. El tráfico comercial del Puerto de Gray pasaba directamente por encima de su cabeza. Por ahora, había tenido suficiente práctica para hacerlo funcionar. Se levantó algunos metros fuera del fondo. El arrastre de la nueva mochila la retrasaba un poco, pero se empezaba a acostumbrar a ella. Los pulsos de eco de los buques chocaban con sus implantes. El agua turbia se volvió de pronto ominosamente oscura... primero a su derecha, después directamente encima. El agua la empujaba hacia atrás. Un instante después, una pared negra, llena de remaches, corría oblícuamente desde la suciedad y pasaba a su lado llenando el océano. El siseo de los tornillos que se acercaban llenaron el agua.

    Había tenido suerte hasta ahora de que ninguna embarcación la hubiera golpeado. Sabía que esas probabilidades eran bajas... las olas empujaban el agua y los restos flotantes a su lado... pero tales observaciones tranquilizadoras siempre ocurrían durante los sosegados momentos en el fondo. Ahora, con un borroso acantilado de metal a distancia de impacto, sólo podía pensar en un matamoscas.

    Rompió la superficie, el acantilado relucía de pronto en su foco, negro y rojoóxido, un gran colgador cóncavo eclipsando tres cuartos de cielo. Un pendenciero. Se giró para encararlo por la popa. Corriendo hacia ella de punta, una aleta metálica en ángulo desde el casco justo encima de la línea de agua. La espuma bullía donde su extremo distal cortaba el agua.

    Una pestaña recortada. Podía darle un viaje gratis o arrancarle la cabeza. Si ella flotaba junto a la superficie... justo pasado el punto donde el metal cortaba el mar... el extremo de la aleta pasaría bajo ella. Tenía una fracción de segundo para agarrarse al borde delantero.

    Quizá diez segundos para ponerse en posición.

    Casi lo tenía.

    Su mano derecha enganchó la aleta, la izquierda se le resbaló, confundida por la turbulencia. En un instante, la pestaña había pasado llevándose la mano de Clarke con ella. Todo se volvió tenso como la cuerda de un arco en un instante. El hombro derecho salió del sitio. Clarke trató de gritar. Su inundado cuerpo anfibio ahogó un sonido de comprensión.

    Llevó su brazo izquierdo hacia adelante. Lo arrastró tirando de él hacia atrás. Lo intentó de nuevo. Los músculos de su hombro derecho gritaron por el ultraje. Su mano izquierda era arrastrada corriente arriba por la superficie de la pestaña. Por fín, sus dedos encontraron el borde delantero y se agarraron por acto reflejo.

    El hombro volvió a su sitio. Aquellos músculos, nunca satisfechos, gritaron de nuevo.

    Una cascada de agua y espuma intentaba empujarla hacia el mar. El pendenciero se movía muy despacio y ella apenas estaba colgada. Habrían abierto el acelerador en el momento en que pasaban el último marcador del canal.

    Ella bordeó leteralmente la pendiente. El agua marina salía rociada a presión y ella pudo subir y tumbarse en el casco principal. Separó el sello de la boca y su pulmón se reinfló con un cansado suspiro.

    La pestaña tenía un ángulo de unos veinte grados. Clarke se impulsó con la espalda contra el casco y se puso de rodillas plantando los pies en la pendiente. Estaba agarrada a salvo a buenos dos metros del agua. Las suelas de sus aletas le proporcionaban tracción más que suficiente para evitar resbalarse.

    El poste del canal exterior pasó a su lado. El buque empezó a coger velocidad. Clarke mantenía un ojo en la orilla y el otro en su panel de navegación. No tardó mucho el cambio en las lecturas.

    Por fín. Este buque giraba hacia el norte.

    Ella se relajó.

    La Zona pasaba despacio en la distancia, respaldada por las picas vertebrales de sus torres orientales. A esta distancia apenas podía discernir movimiento en la orilla. Como mucho, parches difusos de vago movimiento. Nubes de mosquitos sin alas.

    Pensó en Amitav, el anoréxico. El único con las pelotas para salir y odiarla abiertamente.

    Deseó que a él le fueran bien las cosas.

Capítulo 15

    

Capítulo 15 - Pyrrhocoris.

    Aquiles Desjardins siempre había encontrado los geles intelientes un poco siniestros. La gente pensaba en ellos como cerebros en cajas, pero no lo eran. No tenían todas las piezas.

    Olvida el neocórtex o el cerebelo... estas cosas no tenían nada. Ni hipotálamo, ni glándula pineal, ni envoltura de mamífero sobre reptil sobre pez. Ni instintos. Ni deseos. Sólo un potaje de neuronas cultivadas, en realidad: CI de cuatro dígitos a los que no les importaba el culo de una rata si vivían o morían. Aprendían mediante condicionamiento operante, aunque carecían tanto del disfrute de la recompensa como del castigo del sufrimiento. Sus senderos se formaban y disolvían con toda la incolora indiferencia del agua dando forma al delta de un río.

    Pero Desjardins tenía que admitir que tenían sus usos. La vida salvaje no tenía ni una oportunidad de destacar por encima de un jefe queso.

    No es que la vida salvaje no lo hubiera intentado, por supuesto. Pero los ecosistemas del Maelstrom habían evolucionado en un mundo de silicio y arsénico.... un centenar de sistemas operativos básicos, interminablemente repetidos. Registros predecibles y direcciones. Cosas con las que se podía contar, no una loncha de carne pensante en constante flujo. Aún cuando algún tiburón consiguiera inspeccionar esa arquitectura, no estaría muy por delante. Los geles se reconectaban solos a cada paso, ¿de qué sirve un mapa cuando el paisaje no para de moverse?

    Esta era la teoría, al menos. La prueba era un ojo de calma, contemplándose a sí mismo desde el corazón del Maelstrom. Desde el día de su nacimiento, los geles lo habían mantenido limpio, un paisaje computacional de alta velocidad descontaminado de gusanos o virus o depredadores digitales. Un día, mucho tiempo atrás, la red entera había estado así de limpia. Quizá un día lo estuviera de nuevo si los geles sobrevivían a su potencial. Aunque hasta ahora, sólo a unos selectos dos o tres millones de almas se les permitía entrar.

    Se llamaba Haven y Aquiles Desjardins, practicamente, vivía allí.

    Ahora, estaba girando una web a lo largo de una prístina esquina de su patio de juegos. Las estadísticas bioquímicas de Rowan ya se habían enviado a la estación de Jovellanos: lo primero que él hizo fue establecer una conexión actualizada. Después comprobó los baluartes, espiando por encima de los hombros de los geles vigilantes dentro del propio Maelstrom. Había cosas allí fuera que había que llevarlas dentro... aunque con cuidado, atento a los chispeantes pisos.

    Tocar los archivos FDS. Obtener diariamente por radar mapas de terreno húmedo del pasado año, si estaban disponibles.

    Un gran si, hoy en día. Desjardins había intentado cargar una copia de —Bonny Anne - de la biblioteca la semana antes, sólo para encontrar que habían empezado a borrar todos los libros que nadie había consultado durante más de un periodo de dos meses. El mismo viejo mantra: limitaciones de almacenamiento.

    Instantáneas EM de polielectrolitos y precauciones complejas. Multiespectrales de todo lo importante sobre clorofilas, xantófilos, carotenoides: hierro y nitratos, también. Y sólo para ser minucioso... sin mucha esperanza, tenlo en cuenta... consulta la base de datos de la NCBI en busca de construcciones recientes con la viabilidad del mundo real.

    Compitiendo con los productores primarios convencionales, había dicho Rowan.

    Singnificando que los bichos convencionales podrían estar muriendo.

    Haz un espectral en busca de metano elevado en el terreno. Distribución limitada potencialmente por temperatura, infrarrojos, cruzado con el albedo y la velocidad del viento. Restringe todas las búsquedas a un polígono que se extienda desde la columna de las Cascadas hacia la costa y desde Cabo Flattery abajo hasta el paralelo treinta y ocho.

    Traza las líneas de unión. Exprime la señal con el guante estadístico usual: análisis de caminos, transformaciones de Boltzmann, media docena de criaderos de estimación no lineal. Funciones discriminantes. Filtros de Hankins. Análisis de componentes principales. Perfiles de interferometría a lo largo de un rango de longitudes de onda. Tablas de hipernicho de Lynn-Hardy. Repite todos los análisis con los retrasos temporales intervariables en secuencia desde los cero hasta los treinta días.

    Desjardins jugaba en su panel. Formas abstractas se condensaban a partir de difusas nubes de datos, guiñando provocativamente por el rabillo del ojo, se desvanecían cuando se concentraba en ellas. Líneas blancas borrosas desde una docena de direcciones se entrelazaban, coloreaban, tomaban forma en intricados diseños fractales...

    Pero no. Este mosaico tenía un valor P mayor que 0.25. aquello violaba las asunciones de homoscedasticidad. El pequeño de la esquina volvía los Hesianos jodidamente locos. Un hilo falló, apenas visible, y la alfombra entera se deshizo.

    Destrózalo todo, limpia las transformaciones, empieza de cero....

    Espera un minuto. Coeficiente de Correlación -0.873. ¿Qué era todo esto?

    La temperatura. La temperatura subía cuando la clorofila bajaba. ¿Por qué demonios no he visto eso antes? Oh, ahí. Un retardo temporal. ¿Qué demo...? ¿Qué pasa...?

    Una suave tonada en su oído:

    —Hey, Aguafiestas. Tengo algo muy muy extraño aquí.

    —Yo también. - respondió Desjardins.

    La oficina de Jovellanos sólo estaba al final del salón. aún así le llevó algunos minutos asomarse por su puerta. El subidón de cafeína sujeto en su mano le dijo por qué.

    —Deberías dormir más. - remarcó él. —No necesitas tanta química.

    Ella alzó una ceja.

    —Eso viene del hombre con la mitad de su riego sanguíneo registrado en la oficina de patentes . - Jovellanos no había tenido su oportunidad todavía. No la necesitaba en su posición actual, pero era demasiado buena en su trabajo para permanecer donde estaba por mucho tiempo. Desjardins avanzó en su mente hasta el día cuando su justa posición sobre la Inviolabilidad Del Libre Albredío acabara cara a cara contra los prerrequisitos legales para la promoción. Probablemente ella echaría un vistazo a la lista de méritos y el nuevo salario, y la cueva.

    Él lo había hecho, al menos.

    Giró su silla hacia la consola y consultó la matriz de correlación en la pantalla.

    —Mira esto. Los cloros bajan, la temperatura del suelo aumenta.

    —Valor P enorme. - dijo Jovellanos. —Tamaño de la muestra pequeño.

    —No se trata de eso: mira el retraso..

    Ella se inclinó hacia adelante.

    —Esos son unos límites horrorosos de gran fiabilidad.

    —El restraso no es consistente. A veces toma un par de días para que la temperatura suba, a veces algunas semanas.

    —Eso apenas es un patrón, Aguafiestas. Todo...

    —Adivina la magnitud. - interrumpió él. —Pérdida de cobertura vegetal, ¿cierto? - Jovellanos se encogió de hombros. —Asumiendo que es un efecto real, digamos, ¿medio grado? ¿Un cuarto?

    Desjardins se lo mostró.

    —Cielo Santo. - dijo ella. —Este bicho, ¿inicia fuegos?

    —Algo lo hace, al menos. Busqué en los archivos municipales por toda la costa: todas las tormentas de fuego locales, mayormente atribuídas a actos de terrorismo o accidentes industriales. También un par de granjas de árboles bajan en busca de un poco de agropest... para gusanos o algo así.

    Jovellanos estaba junto a su codo con sus manos recorriendo la consola. —¿Qué hay de los otros incendios en el área...

    —Oh, montones. Hasta dentro de la ventana estricta, encontré unos ocho o nueve que no se relacionaban. A conecta a B, pero no viceversa.

    —Así que quizá, es una coincidencia. - dijo ella con esperanza. —Quizá no significa nada.

    —O quizá alguien más tiene una pista mejor de este bicho que nosotros.

    Jovellanos no respondió durante un momento. Después: —Bueno, podríamos ser capaces de mejorar nuestra pista un poco.

    Desjardins alzó la vista.

    —¿Sí?

    —He estado calculando la muestra que nos dieron. No nos lo están ponendo fácil, no han dejado ni un sólo orgánulo intacto, que yo sepa... - Él la avisó con la mano para que continuara: —Todo parece lo mismo en el espectrómetro de masas. Como si hubieran abandonado todas las piezas después de aplastarlas.

    —Por supuesto que lo hicieron. De otro modo nunca conseguirías una firma precisa.

    —Bueno, no consigo encontrar la mitad de lo que se supone que ha de estar ahí. Ni siquiera fosfolípidos. Montones de nucleótidos, pero no consigo hacerlos encajar en una plantilla de ADN. De modo que tu bicho, probablemente está basado en ARN.

    —Aajá. - Sin sorpresas... montones de microbios se llevan muy bien sin DNA.

    —También he logrado reconstruir algunas enzimas simples, pero son demasiado rígidas en las articulaciones para funcionar adecuadamente, ¿sabes? Oh y esto es lo extraño: he encontrado un par del D-aminos.

    —Ah. - Desjardins asintió débilmente. —Eso indica que... ¿qué indica eso?

    —Son diestros. Los carbonos asimétricos sobresalen en el lado equivocado de la molécula. Como tus aminos zurdos, pero invertidos.

    Una imagen de espejo. —¿Y?

    —Pues que eso los hace inútiles. Todo camino metabólico ha sido equipado para L-aminos y sólo L-aminos, durante los últimos tres mil millones de años como poco. Hay un par de bacterias que usan R-aminos porque son inútiles.... los meten en sus paredes celulares para hacerlas indigeribles... pero esas no son con lo que estamos lidiando aquí.

    Desjardins se reclinó en su silla. —Así que alguien construyó este bicho completamente desde cero, ¿es eso lo que estás diciendo? ¿Que tenemos otro nuevo bicho entre manos?

    Jovellanos negó con la cabeza, disgustada: —Y esa cuerpo ni siquiera te lo dijo.

    —Quizá no lo sabía.

    Jovellanos señaló a la pantalla del GIS. Dos docenas de indicadores rojos chispeaban por la costa desde Hongcouver hasta Newport. Dos docenas de pequeñas anomalías de terreno y química del agua. Dos docenas de visitas de un microbio desconocido, cada uno presagiando un pequeño apocalipsis feroz..

    —Alguien lo sabe. - dijo Jovellanos.

Capítulo 16

    

Capítulo 16 - Poscombustión

    Por todas partes, Hongcouver se lamía las heridas.

    La ciudad siempre había sido cobarde, ocultándose detrás de la Isla Vancouver y un laberinto de bañometría local. Se había librado de los peores efectos del tsunami. El temblor mismo había sido otra historia, por supuesto.

    En los viejos tiempos, antes del Maelstrom y las telecomunicaciones y los centros de ciudad medio abandonados, el índice de víctimas en el núcleo hubiera sido tres veces más alto. Hoy en día, aquellos que se habían salvado de la vivisección en el centro, sencillamente habían muerto más cerca de casa. Subdivisiones enteras, edificadas sobre el sedimento fluvial del Delta de Fraser, se habían estremecido en una repentina arena movediza y habían desaparecido. Richmond y White Rock y Chilliwack ya no existían. Mount Rainier había despertado de madrugada de mal humor. Lava reciente seguía fluyendo sobre la mayor parte de su cara sur. El Monte Adams se agitó y aún podría reventar.

    En el centro de Hongcouver, el daño fue más heterogéneo. Las calles se alargaban durante bloques sin mucho más que alguna ventana rota. Después, a lo largo de alguna intersección arbitraria , el mundo se tornaba un lugar de edificios hechos pedazos y asfalto levantado. Brillantes barreras de amarillo, erigidas después del hecho, trazaban los límites en torno a las áreas dañadas. Los Elevadores se suspendían encima de las zonas oscuras como leucocitos en un tumor. Vigas recientes y panelado descendían desde las alturas, injertos reconstructivos de piel y hueso metropolitanos. Maquinaria pesada rezongaba en los cañones donde aterrizaban.

    En medio, zonas de paisaje urbano zumbaban a media energía, pilas de emergencia Ballard saltaban dentro de subestaciones convenientes. Aquellas calles que no se habían levantado, aquellos edificios que no había sido reducidos dentro de False Creek, había sido barridos y reactivados. El crematorio de campo arrojaba ceniza desde la esquina de Georgia y Denman, manteniéndose, por ahora, a un paso por adelante del bicho del cólera. Más barreras que edificios, estos días.

    Tampoco es que hubiera otro lugar donde ir. La ARISC había sellado la frontera en la Puerta del Infierno.

    Benrai Dutton había sobrevivido a todo.

    Había tenido suerte. Su apartamento estaba a medio camino de Point Gray, una isla de granito en un mar de arena. Mientras los barrios en todos lados habían desaparecido, el Point sólo se había deslizado un poco.

    Incluso aquí había daños, por supuesto. La mayoría de las casas en la cara inferior habían colapsado. Las pocas que aún quedaban en pie se alineaban ébriamente hacia el este. Ninguna luz brillaba en ellas y ninguna farola delineaba la calle, aún cuando la noche estaba cayendo. Una línea improvisada de focos portátiles iluminaba desde unos postes que separaban las casas arruinadas de las que aún seguían en pie, pero había un aire defensivo en ellos. Existían, no para traer luz a las ruinas, sino como perímetro contra ellas.

    Existían para cegar a Benrai Dutton cuando una mujer loca saltó a su garganta desde las sombras.

    De repente, quedó atónito. Unos fríos ojos brillantes sin pupilas, glaciares integrados en la carne. Una cara sin cuerpo, casi tan pálida como los ojos que contenía.

    Manos invisibles, una alrededor de su cuello, otra en su pecho...

    ...No, invisible no, va de negro, va todo de negro...

    —¿Qué ocurrió?

    —¿Qué...quée...?

    —¡No voy a rendirme! - siseó ella estampándole contra una verja de malla metálica.

    Su aliento se arremolinaba entre ellos como niebla iluminada desde atrás.

    —¡Él se salió con la suya, se salió con la suya un millar de jodidas veces y yo no voy a dejarle que se marche andando como si nada!

    —¿Quién...qué eres...?

    Ella se detuvo de repente. Inclinó la cabeza como si le acabara de ver por primera vez.

    —¿De dónde demonios has salido tú? - dijo ella, absurdamente.

    Era más baja que él unos buenos quince centímetros. Por alguna razón, a él no se le ocurrió defenderse.

    —Yo no, yo... sólo estaba yendo a casa... - se arregló a decir Dutton.

    —Ese lugar. - dijo la mujer .

    Sus ojos... ¿visores nocturnos de alguna clase?... fijos en los de él

    —¿Qué lugar?

    Ella le empujó de nuevo contra la verja. —¡ESE lugar!... lanzando su barbilla hacia algo sobre su hombro izquierdo.

    Dutton giró la cabeza, otro apartamento, intacto pero vacío y oscuro, todo igual.

    —¿Ese lugar? Yo no...

    —¡Sí, ese lugar! La jodida casa de Yves Scanlon. ¿Le conoces?

    —No, Yo... yo, o sea, en verdad no conozco a nadie aquí, más o menos intentamos...

    —¿Dónde ha ido? - siseó ella.

    —¿Ido? - dijo él débilmente.

    —¡La casa está absolutamente vacía! ¡Sin muebles, sin ropa, no queda ni una jodida bombilla!

    —Quizá...quizá se marchó... el temblor...

    Ella retorció sus puños más firmemente dentro de su ropa, inclinándose hasta que estuvieron casi besándose.

    —¡Su casa no tiene ni un jodido rasguño. ¿Por qué iba a marcharse? ¿Cómo podría? Él no es nadie, es un jodido meahormigas, ¿te crees que puede hacer las maletas y pasar andando la cuarentena?

    Dutton negó con la cabeza frenéticamente. —No lo sé... en serio, no lo...

    Ella se le quedó mirando durante unos segundos. Tenía el pelo mojado. Había llovido todo el día.

    —Yo no... No lo sé tú... - murmuró ella, casi para sí misma.

    Dejó de apretar los puños lentamente. Dutton se aflojó hacia atrás contra la verja.

    Ella dió un paso atrás dándole espacio para moverse.

    Era lo que él había estado esperando. Una mano se deslizó brevemente bajo su chaqueta. El táser la impactó a ella en la caja torácica, justo bajo un extraño disco metálico cosido dentro de su uniforme. Debería haberla tumbado al instante.

    En todo ese instante:

    Ella parpadeó. Subió la rodilla derecha con fuerza.

    Naturalmente, él llevaba una coquilla. Dolió como el infierno de todos modos.

    Ella deslizó la mano hacia adelante, hacia su mulso levantado. Algo surgió de dentro como un resorte.

    La mujer loca dió un paso atrás, brazo extendido. A dos centímetros de la cara de Dutton, una vara de ébano con un pequeño pincho en su extremo le contemplaba como una mamba de un único diente.

    Sobre el dolor de la entrepierna, un súbito calor húmedo.

    Ella mostró una pequeña sonrisa, una sonrisa terrorífica.

    —¿Usas microondas, hombrecillo?

    —¿Qu...qué...?

    —¿Aparatos de cocina? ¿Sensorium? ¿Mantienes la casa cálida en invierno?

    Él asintió.

    —Sí. Sí, por supuesto yo...

    —Já. - La mamba oscilaba sobre su ojo izquierdo. —Entonces, estaba equivocada. Te conozco después todo.

    —Nnno. - tartamudeó él. —Nunca nos hemos...

    —Te conozco. - repitió ella. —Y me lo debes.

    Su pulgar se movió contra algo en el mango de la vara. Dutton oyó un pequeño click.

    —Por favor... - rogó él.

    Y, sorprendentemente, algo le respondió.

    Hongcouver aún era una zona de desastre, por supuesto. La policía tenía preocupaciones más urgentes que una improbable aparición comunicada por un capullo en pánico. Aún así, el servidor registró el informe de Dutton cuando él llamó. El servidor no era humano, pero era lo bastante listo para hacer preguntas de seguimiento como...

    ¿había notado él algo, cualquier cosa, que pudiera haber causado que su asaltante interrumpiera el asalto?

    —No.

    ¿Podía él pensar en alguna razón por la que ella hubiera empezado a balbucear papá - de esa forma? ¿Tenía para él algún sentido la referencia a los monstruos, en este contexto?

    —Quizá sólo estaba loca, - respondió Dutton, aunque el servidor notó que él no estaba cualificado para hacer diagnósticos médicos.

    ¿Había visto él dónde había ido ella exactamente?

    —Sólo colina abajo. Hacia el desastre, hacia el agua.

    Y él estaba seguro como la mierda de que nadie iría a seguirla hasta allí abajo.

Capítulo 17

    

Capítulo 17 - Suministros.

    VanCity CU/NAmPac

    Sevidor de Transacción.

    Cuentas Personales, Broadway ATM-45, 50/10/05/0551.

    Inicio de Transacción:

    Bienvenida a VanCity. ¿Es usted miembro?

    —No pude conectar antes. Al usar mi reloj.

    El toque de queda del acceso remoto tiene efecto hasta las 10:00 am. Ahora este terminal sólo puede procesar transacciones in situ. Disculpe el inconveniente. ¿Es usted miembro?

    —Lenie Clarke.

    Bienvenida, Sra. Clarke. Por favor retire sus solapas corneales.

    —¿Qué?

    No podemos abrir su cuenta sin confirmación de huella ocular. Por favor retire sus solapas corneales

    Gracias. Escaneando...

    Completado.

    Gracias, Sra. Clarke. Puede proceder.

    —¿Cuál es mi saldo total?

    42.329,15 $Q.

    —Quiero descargarlo todo.

    ¿Ha sido satisfactorio el servicio de VanCity?

    —Está bien.

    Vemos que tiene reloj de pulsera y un monedero subcutáneo en su muslo izquierdo. ¿Cómo quiere distribuir sus fondos?

    —Cuarenta mil subcutáneos, el resto en el reloj. Transferencia automática de todos los fondos a subcutáneo si me atacan.

    Esa condición no puede ser evaluada. Su reloj no está equipado con biotelemetría.

    —Transferencia automática con contraseña de voz, entonces.

    ¿Qué contraseña?

    —Sh...sombra...

    Por favor repita la contraseña.

    Por favor repita la contraseña.

    Por favor...

    —He dicho, sombra.

    Hecho. ¿Desea hacer alguna otra transacción?

    (inaudible)

    VanCity le agradece sus operaciones.

    Fín de la transacción.

    Cabina Médica Sears 199/Isla de Granville/Hongcouver.

    Registro de Transacción, vocal, 50/10/05/0923.

    (Resultados de las pruebas archivados separadamente.)

    Inicio de sesión:

    Bienvenida a los Servicios Médicos Sears. Por favor abra su cuenta.

    Gracias. ¿Desea limitar sus gastos?

    —No.

    ¿Qué podemos hacer por usted hoy?

    —Mi hombro derecho. Dislocado o roto o algo así. Y un análisis de sangre. Especialmente patógenos.

    Por favor proporcione la muestra de sangre.

    Gracias. Por favor proporcione su historial médico o su ID# de WestHem.

    —Lo he olvidado.

    El acceso a sus registros médicos nos ayudará a proporcionarle un mejor servicio. Toda la información será estríctamente confidencial excepto en el evento de prioridad comercial o salud pública. En tales casos se nos puede requerir legalmente la secuencia ID de su muestra.

    —Me arriesgaré. No gracias.

    Su hombro se ha dislocado recientemente, pero ahora está recolocado . Seguirá experimentando dolor y rigidez durante dos meses, aproximadamente, sin tratamiento. Experimentará mobilidad reducida durante, al menos, un año sin tratamiento. ¿Desea tratamiento para el dolor?

    —Sí.

    Lo sentimos, pero la reciente demanda ha vaciado nuestro almacén de sedantes. Los aceleradores anabolizantes pueden reducir el periodo de curación de tres a cinco días. ¿He de administrar aceleradores anabolizantes?

    —Claro.

    Lo sentimos, pero la reciente demanda ha vaciado nuestro almacén de aceleradores. Su sangre muestra deficiencias leves de calcio y trazas de azufre. Tiene niveles elevados de las hormonas: serotonina, oxitocina y cortisol. Elevada cuenta de plaquetas y anticuerpos consistentes con lesiones físicas moderadas en las últimas tres semanas.

    Nada de esto debería causarle seria preocupación, aunque las deficiencias minerales pueden reflejar hábitos de alimentación insuficiente. ¿Desea suplementos alimenticios minerales?

    —¿Es que te queda alguno en realidad?

    Las cabinas médicas Sears se mantienen y reabastecen regularmente para asegurar que usted tenga acceso fiable a lo mejor en el cuidado médico de calidad. ¿Desea suplementos alimenticios minerales?

    —No.

    Los metabolitos celulares son altos. Su lactosa en sangre es baja. Los gases en sangre y cuenta de amino...

    —¿Qué hay de las enfermedades?

    Toda cuenta de patógenos están dentro de los índices seguros documentados.

    —¿Estás seguro?

    La prueba de sangre estándar verifica más de ochocientos patógenos y parásitos conocidos. Un análisis más extenso está disponible por un pequeño cargo adicional, pero el análisis requerirá hasta seis horas.

    ¿Desea...

    —No, Yo... puedo, no puede ser eso, me refiero a que... ¿Ya está?

    ¿Hay algún síntoma específico que le preocupa?

    —¿No hay alguna especie de infecciones que causan alucinaciones?

    ¿Puede describir esas alucinaciones?

    —Sólo visiones. Sin sonido u olores o algo así. He estado teniéndolas durante algunas semanas, vienen y van. Una cada pocos días , quizá. Se van solas, después de un minuto o dos.

    ¿Y puede describir lo que ve en esas visiones?

    —¿Y qué más da? Sólo es... mala bioquímica, ¿verdad? ¿No puedes hacer un escaner del cerebro o algo así?

    El casco RMN de esta cabina está actualmente fuera de servicio y no hay psicoactivos detectables en su sangre. Sin embargo, diferentes enfermedades pueden dar lugar a diferentes tipos de alucinaciones así que, aún puedo ser capaz de ofrecer un diagnóstico. ¿Puede describir lo que ve en esas visiones?

    —Un monstruo.

    ¿Puede ser más específica?

    —Esto es una tontería. ¿Crees que no sé que cargas por segundos?

    Nuestros precios están estríctamente...

    —Dime lo que me pasa o desconecto.

    No tengo suficiente información para un diagnóstico adecuado.

    —Especula.

    Daño neurológico es una fuerte posibilidad. Las apoplejías, incluso las muy pequeñas de las que puede no ser consciente, pueden disparar a veces alucinaciones visuales.

    —¿Apoplejías? ¿Rotura de vasos capilares, ese tipo de cosas?

    Sí. ¿Ha sufrido algún rápido cambio de presión ambiental? Por ejemplo, ¿ha pasado algún tiempo a alta altitud o en un entorno orbital o quizá regresado de alguna excursión submarina?

    ;Desconexión por el cliente 50/10/05/0932.

    Fín de la sesión.

Capítulo 18

    

Capítulo 18 - Ícaro

    Había gente que habría descrito a Aquiles Desjardins como un asesino un millón de veces.

    Tenía que admitir que había una cierta verdad en eso. Cada cuarentena que invocaba atrapaba a los vivos junto a los muertos, aseguraba que, al menos, algunos de los que aún estaban vivos, pronto no lo estarían. Pero ¿cuál era la alternativa, después de todo? ¿Dejar libre toda catástrofe para que engulla el mundo desprevenido?

    Desjardins podía lidiar con la ética con ayudita de los efectos de sus socios químicos. Sabía honestanente que él nunca había matado a nadie de verdad. Él sólo los confinaba para salvar al resto. El verdadero asesinato lo cometía la pestilencia que él estaba combatiendo en ese momento. Podía parecer una distinción sutil, pero era una distinción real

    Aunque había rumores. Siempre había rumores: Era el siguiente paso lógico.

    Eran cuentos no confirmados de las muertes causadas, no en el transcurso de algún desastre, sino como adelanto al mismo.

    Confinamiento preventivo, se llamaba. Los escaneos de patógenos podían indicar algun brote, sano superficialmente, pero todos sabemos cuánto riesgo se pone en esto... como Contagio Central hacia El Siguiente Big Bicho. Hasta las simulaciones de Monte Carlo mostrarían con un 99 por ciento de fiabilidad que la amenaza inminente se sorteaba con las cuarentenas convencionales o se probaba inmune con los antibióticos normales. LD90s estimaría el índice de mortalidad en el 50% o el 80% o lo que fuera que se considerara inaceptable esa semana sobre un área de tantas mil hectáreas. De modo que otro de aquellos problemáticos incendios surgiriría en el corazón vendado norteamericano... y en Dicksville, Arkansas sería borrada trágicamente del mapa.

    Sólo rumores, por supuesto. Nadie lo confirmaba ni lo negaba. Ni siquiera hablaba nadie realmente de ello, excepto Alice, cuando empezaba una de sus chácharas. En esas ocasiones, Desjardins reflejaba que aún cuando las historias fueran ciertas y aún cuando tales medidas fueran un poco más exageradas de aquellas con las que él se sentía cómodo... bueno, de todos modos, ¿cuál era la alternativa? ¿Dejar libre toda catástrofe para que engulla el mundo desprevenido?

    Aunque mayormente, él no pensaba en ello. Aquello no tenía nada que ver con él.

    Pero ciertos asuntos en su propia bandeja de entrada empezaban a mirarle de forma muy fea. Se estaba formando un cuadro, un mosaico ensamblándose a sí mismo a partir de nubes de datos, hilos de noticias vagando a través del Maelstrom, rumores de tercera generación. Todos se arreglaban para formar un cuadro en su mente y empezaba a parecer como un paisaje marino.

    El βehemoth estaba relacionado con sutiles erupciones de pigmento fotosintético. Aquellas erupciones, a su vez, se relacionaban generalmente con fuegos intensos.

    Setenta y dos por ciento de las llamas habían ocurrido en los puertos, en astilleros o lugares de construcción marina. El resto había surgido de los pedazos de las áreas residenciales.

    La gente había muerto. Mucha gente. Y cuando, en un capricho, Desjardins había cotejado los obituarios residenciales por profesión, resultó que casi todos los fuegos habían matado al menos a un ingeniero marino o a un buceador comercial o a un marinero.

    Ese jodido bicho no había escapado del laboratorio de nadie. El βehemoth había venido del océano.

    La Corriente de California metía las narices en la costa de la NAmPac desde el Golfo de Alaska. Se mezclaba con las corriente del Pacífico y la Ecuatorial Norte, mucho más allá al este de Méjico. Aquellas, a su vez, se vertían dentro de la Kuroshio fuera de Japón y la Corriente Oriental y Septentrional Ecuatoriales en el Pacífico Sur. Lo cual terminaba todo husmeando la Deriva de Viento Oriental y el talón conectado a la tibia, la tibia conectada a la rótula y, de pronto, te dabas cuenta de que el jodido planeta entero estaba circundado.

    Estudió los datos de la nube y se frotó los ojos: —¿Cómo se confina algo que se mueve a lo largo del setenta por ciento del planeta entero?

    Evidentemente, lo quemas.

    Pulsó en su consola.

    —Hey, Alice.

    Su imagen parpadeó en una ventana superior izquierda: —Aquí estoy.

    —Dame algo.

    —Aún no puedo. - dijo ella. —No está tallado en piedra.

    —Una balsa servirá. Lo que sea.

    —Es pequeño. Quizá doscientos o trescientos nanometros. Se basa fuertemente de compuestos de sulfatos, estructuralmente al menos. Genotipo muy reducido. Creo que puede usar ARN tanto para la catálisis como para la replicación, lo cual es un truco muy bueno. Construído para un ecosistema sencillo, lo que tiene sentido si ha sido construído. Nunca imaginaron que saldría del cultivo del laboratorio.

    —Pero ¿qué hace?

    —No sé. Aquí estoy trabajando con una rana en una licuadora, Aguafiestas. Deberías en serio estar impresionado de que haya conseguido lo que tengo. Si me preguntas, es bastante obvio que no se supone que tengamos que descubrir lo que hace.

    —¿Podría ser algún tipo de patógeno verdareramente desagradable? Tiene que serlo. Ojalá lo sea. Si estamos 'quemando' gente...

    —No. - respondió Alice con voz llana y enfática. —Nosotros no. Ellos lo están.

    Desjardins parpadeó. —¿Yo he dicho eso? Todos estamos del mismo lado, Alice.

    —Aajá.

    —¿Alice...?

    A veces, conseguía ponerle de los nervios. Estamos en una guerra, quiso gritar. Y no es contra los corporativos o los burócratas o tus Imperios Malignos imaginarios. Estamos luchando contra un universo totalmente indiferente que nos llega hasta las orejas, ¿y me lanzas mierda porque a veces tenemos que aceptar bajas?

    Pero Alice Jovellanos tenía un punto ciego del tamaño de la Antártida. A veces, sencillamente, no se podía razonar con ella.

    —Tú responde a la pregunta, ¿vale? Alguien obviamente cree que este bicho es extremadamente peligroso. ¿Puede ser una nueva enfermedad?

    —Agente Biobélico, querrás decir. - Aunque, para su sorpresa, ella negó con la cabeza. —Improbable.

    —¿Cómo es eso?

    —Las enfermedades sólo son pequeños depredadores que te comen por dentro. Si estuviera diseñado para alimentarse de tus moléculas, su bioquímica debería ser compatible con la tuya. Los D-aminos sugieren que no.

    —¿Sólo sugieren?

    Jovellanos se encogió de hombros: —Una rana en una licuadora, ¿recuerdas? Todo lo que digo es que si A va a comerse a B sin vomitar, deberían tener bioquímicas similares. El βehemoth parece un poquillo demasiado lejos, como en la nube de Oort, para pasar el examen. Aunque podría estar equivocada.

    —Pero los vectores... astilleros, buceadores... ¿Podría sobrevivir en un anfitrión humano, al menos?

    Ella juntó los labios. —Todo es posible. Mira el A-51.

    —¿Qué es eso?

    —Un microbio oxidante de metal. Un morador del sedimento de los lagos profundos. Solo que hay cerca de varios millones de ellos viviendo en tu boca ahora mismo. Nadie sabe cómo llegaron allí, exactamente, pero ahí lo tienes.

    Desjardins tamborileó con los dedos. —Ella lo llamó un microbio del terreno. - murmuró él, casi para sí mismo.

    —Ella lo llamaría un juanete en la coronilla si pensara que salvaría su culo corporativo..

    —Jesús, Alice. - Él negó con la cabeza. —¿Por qué trabajas aquí si todo lo que hacemos es servir a algún Señor de los Señores del Mal?

    —Todo lo demás es peor.

    —Bueno, no creo que el βehemoth haya salido de una farmacia. Creo que salió del océano.

    —¿Cómo es eso?

    —Los fuegos se relacionan con la gente que pasó mucho tiempo en el mar.

    —El océano es un lugar muy grande, Aguafiestas. Me parece a mí que si fuera un bicho natural habría salido a la orilla millones de años atrás.

    —Ya.. Desjardins conectó con los archivos de personal de cada una de las víctimas relevantes...

    dedicando un momento de silencio en agradecimiento por los pactos con el diablo que le habían otorgado el libre albedrío de la autorización de seguridad

    ... y empezó a estrechar el cerco.

    —Aunque, ahora que lo mencionas... - continuó Jovellanos, —... aquellas enzimas superrígidas podrían funcionar mejor en un ambiente a alta presión.

    Un menu, un par de toques de comando. Una proyección convexa del Pacífico Norte surgió del tablero.

    —Y si este pequeño bastardo no ha sido construído, entonces es más antiguo que viejo. Incluso antes de Mike el Marciano... hey, quizá se ha originado de verdad aquí, ¿no sería eso algo?

    Desjardins drapeó una malla GIS a lo largo del mapa y vertió los datos en ella. Puntos luminosos se desparramaron a lo largo de la pantalla como estelas radioactivas en una cámara de niebla: las asignaciones de las víctimas se acumulaban en el margen del Pacífico, clasificadas por localización.

    —Hey, Aguafiestas.

    Los puntos se concentraban desproporcionadamente en varias localizaciones clave: granjas marinas, plataformas mineras, los filamentos transoceánicos de las rutas navales. Nada inusual.

    —¿Holaaa? - En su ventana, la cabeza de Jovellanos oscilaba impacientemente de atrás a adelante. —Reduzcamos la persecución, ¿vale? Cualquier punto donde toda esa gente solía ir al mismo tiempo en el pasado... digamos, dos años...

    Al límite de la consciencia, Alice Jovellanos gruñó sobre el desorden de déficit de atención y desconectó.

    Desjardins apenas lo notó. El Océano Pacífico se había oscurecido completamente, pero para un único grupo de puntos.

    La punta sur de la Dorsal de Juan de Fuca. la Fuente Termal de Channer, decía la legenda.

    Una estación geotérmica generadora. Un lugar llamado Beebe.

    Había habido muertes allí, también. Pero no por incendio. Según el registro, todos en la Beebe habían muerto por el temblor.

    De hecho... Desjardins superpuso una plantilla sísmica. La Estación Beebe había estado en el epicentro exacto del temblor que había disparado el Gran Desastre...

    El βehemoth viene del fondo del océano. Estaba abajo en las fuentes termales o atrapado en el moho y luego el temblor lo había dejado salir. Ahora corría por ahí como un montón de adrenocorticoides tratando de consumir todo con lo que entraba en contacto...

    —No, espera un segundo...

    Más comandos. La nube de datos se dispersó, se reformó en una columna ordenada en el tiempo. Una fecha luminosa apareció junto a cada punto..

    Casi toda la actividad había tenido lugar antes del temblor.

    Desjardins abrió un subconjunto que contenía sólo lugares de fuegos industriales, los cotejó con cuentas de la AR. —Quelle surprise: todos los lugares pertenecían a alguna compañía que tenía una parte del contrato de la construcción de la Beebe.

    —Este bicho salió antes del Temblor.

    Lo que significa que el Temblor podría no haber sido un desastre natural en absoluto. Podría haber sido un simple efecto secundario.

    El daño colateral durante el confinamiento.

    Aparentemente, un confinamiento fallido.

    Consultó cada base de datos sísmica dentro de los muros de Haven. Los llenó con mil mensajes dentro de botellas y las tiró en el Maelstrom confiando que alguna quedara varada en la orilla de alguna biblioteca técnica o un archivo de cámara satélite o un sitio de vigilancia industrial. Abrió enlaces dedicados a los centros sísmicos del CBU y Melbourne y el CalTech. Consultó un montón de basura acumulada: archivos purgados por solicitud de memoria, datos descartados debido a baja demanda. Direcciones corruptas sin acceso. Pasó los gritos y ecos y la jerigonza por una docena de filtros, dejó caer la señal y bloqueó sólo los resíduos, recorrió los huecos y los puentes interpolados.

    Miró los datos de los sísmicos que precedían inmediatamente al Temblor y no encontró nada: ni subsidencia, ni preimpactos, ni cambios en la microgravedad o la profundidad oceánica.

    Nada de las pequeñas revelaciones que usualmente presagiaban eventos sísmicos.

    Extraño.

    Buscó archivos de visuales de cámara satélite. Nada sobre el Pacífico Norte parecía haber fotografiado nada ese día.

    Más extraño aún. De hecho, virtualmente inconcebible.

    Amplió el alcance, lo estrechó desde la Convergencia Tropical Oriental hasta el de Bering.

    Una pista: un SatéliteTierra en el polo acababa de obtener algo que venía del horizonte a 45° cuando se había registrado la primera onda de choque. Había tomado fotos de Bering en longitudes de onda visibles. No había estado mirando al Pacífico, sólo fue una afortunada coincidencia. Luego, la imagen había captado una columna de nubes sobre el horizonte que se elevaba desde la superficie del océano contra un fondo despejado de nubes.

    Según el GPS, esa columna se había levantado desde el océano directamente encima de la Fuente Termal de Channer.

    Desjardins exprimió cada pixel hasta que sangró. El tallo gris no le decía nada más: sólo era un pilar nebuloso, borroso e indistinguible a tres mil kilómetros de la cámara.

    Aunque había un punto amorfo a un lado. Al principio, Desjardins lo atribuyó a la falta de detalle por la confusión atmosférica, pero no: movimiento borroso, decía el ordenador, por todo el eje y lo bastante fácil de corregir.

    El punto se aclaró.

    Aún sin detalles más allá de una silueta, pero parecía alguna especie de vehículo. Una vaga sensación de familiaridad le picaba en el fondo de su mente. Pasó la silueta a través de un catálogo estándar comercial y apareció vacío.

    —Maldición, pensó él, —Sé lo que es. Lo sé. ¿Qué es?

    Se quedó mirando la imagen durante diez minutos. Luego consultó el catálogo online de nuevo.

    —Reinicia el patrón de resolución. - le dijo él. —Desactiva reconocimiento del vehículo. Busca por componentes de vehículo, catálogo estándard.

    Le llevó más tiempo esta vez. El todo era mucho más pequeño que la suma de las partes.

    —Procesando... - tímido parpadeo desde la pantalla principal durante unos buenos dos minutos antes de que algo más substancioso tomara su lugar:

    Brander, Michael,

    Caraco, Judith

    Clarke, Lenie

    Lubin, Kenneth

    Nakata, Alice

    Los nombres flotaban encima de la granulada ampliación.

    Desjardins los reconoció, por supuesto. Una lista de tripulación había surgido en su tablero en el momento en que consultó sobre la Estación Beebe. Pero él había cerrado esa ventana y los nombres no deberían estar oscilando a lo largo de la pantalla principal de todos modos.

    Error de Software, probablemente. Fotones extraviados por efecto de tunelamiento a través de algún aislamiento cuántico defectuoso. Solía ocurrir a todas horas en el Maelstrom, pero ocasionalmente incluso en el prístino Haven. Musitó un juramento y pulsó en su tablero para limpiarlo. Obedientemente, el pícaro texto se desvaneció.

    Pero por un mínimo instante, algo más parpadeó por la pantalla en su sitio. Ningún civil medio lo habría percibido. Desjardins captó un poco más: cadenas de texto, en inglés. Algunas palabras... ángel, cuenca, vampiro... saltaron hacia él, pero la mayoría de ellas desaparecieron demasiado rápido para descompilarlas con su neurocircuito trucado.

    Aunque la Beebe estaba allí dentro.

    Y cuando el catálogo estándar se iluminó en el monitor con sus resultados un segundo después, la Beebe se movió al mismo centro de la mente de Desjardins.

    Los Elevadores comerciales se podían distinguir por sus grandes vejigas de flotación toroidales que los suspendía en el cielo. No había tal silueta en las lentes de contacto de Desjardins, lo cual era la causa de que el catálogo no lo hubiera reconocido al principio. Sin vejiga elevadora... a menos que contaras algunas zonas rasgadas fluyendo desde el extremo de la silueta. Todo lo que quedaba en aquella imagen era una lanzadera escafo firmemente sujeta a la barriga del módulo de comando de un Elevador.

    Cayendo.

Capítulo 19

    

Capítulo 19 - Fuga

    Cada segundo, doce mil metros cúbicos de agua golpeaban atravesando un cuello de botella de treinta y cinco metros de ancho.

    No la habían llamado La Puerta del Infierno por nada.

    Generaciones habían venido a este lugar para quedarse sin habla. Los funiculares se deslizaban precariamente a lo largo del cañon, vistas de agua blanca alimentada furiosamente para los turistas buscadores de emociones. Las instalaciones se habían lamentado por todos esos megawattios desperdiciados, billones de Julios se vertían inútilmente hacia el océano. Tan cerca y, aún así, tan lejos.

    Luego, el mundo había empezado a oscilar. Se había alineado a un lado, luego al otro, la maquinaria que lo mantenía derecho parecía tener más hambre cada día que pasaba.

    El Fraser se condenaba una docena de veces para saciar su apetito.

    La Puerta del Infierno había aguantado durante más tiempo: intocable al principio, luego meramente prohibitiva. Luego, casi económica.

    Finalmente, imperativa.

    El Gran Desastre se había resbalado por las montañas como una guerilla, rompiendo aquí, tocando un poco allá, en gentil recordatorio. Había crecido más allá de Hope y Yale sin romper mucho más que alguna ventana. La Puerta del Infierno estaba a unos buenos doscientos kilómetros corriente arriba. Habría sido motivo de esperanza si no fuera por el tiempo.

    Un torrente de roca precámbrica había destruído la presa y la había remplazado al mismo tiempo. El Fraser había explotado por la brecha sólo para golpear en un muro de granito colapsado medio kilómetro corriente abajo. El embargo no se había vaciado sino prolongado, de norte a sur, la presa rota cortaba ahora por su punto medio, desgarrada en el muro oriental, aún asegurado al este.

    La Autopista TransCanadá estaba milagrosamente delineada a media altura en el muro este del cañón, una discontinuidad de cuatro carriles en un acenso escarpado. En el punto donde la presa encontraba la montaña, donde la autopista se encontraba con ambas, una barrera había caído del cielo para bloquear la carretera. Los moscabots flotaban encima de ella y encima de la cicatriz gris arqueada de la astilla-pista.

    Por la noche, la Zona se había movido hacia el este, que era su nueva frontera. Se suponía que Robert Boyczuk evitaría que se moviera más allá.

    Contempló a Bridson a lo largo del interior del chopper. Bridson, con la parte superior de la cara encapuchada en sus auriculares, no lo notó; llevaba perdida en algún pasatiempo virtual más de una hora. Boyczuk no podía culparla. Había estado aquí durante casi dos semanas y nadie había tratado de romper la cuarentena excepto un par de osos negros. Numerosos vehículos habían conseguido llegar hasta aquí en los pocos días que siguieron al Temblor, pero la barrera...

    con directivas de cuarentena y mandatos de la NAmPac pegadas

    ... había detenido a la mayoría de ellos. Un disparo de advertencia del moscabot había desanimado al resto. No había habido necesidad de alardear con el helicóptero de pacificación acechando tras el muro. Bridson se había pasado durmiendo la mayoría del espectáculo

    Boyczuk se tomaba sus tareas un poco más en serio. Había una necesidad definitiva para la segregación, nadie cuestionaba eso. Todo, desde Nipah hasta Hidrilia - se colaría más allá de las fronteras ante la miníma oportunidad, incluso en la mejor de las veces, ahora, con la mitad de la costa desaparecida y la otra mitad peleando con la usual escala de bichos podridos, lo último que nadie necesitaba era todo ese caos estendiéndose más lejos tierra adentro.

    La tierra adentro tenía sus propios problemas. Había más que suficientes fronteras que sortear sin importar a donde se mirara. A veces, parecía como si una tela de araña invisible se extendiera a lo largo del mundo, alguna creciente red fracturada que reducía el planeta entero en astillas. El trabajo de Boyczuk era sentarse en uno de esos bordes y evitar que nada cruzara hasta que hubiera pasado el estado de emergencia. Asumiendo que lo hiciera, por supuesto. Algunos lugares de América del Sur, incluso en la NAm, habían quedado bajo cuarentena temporal durante ocho o nueve años.

    La mayoría de la gente sólo lo toleraba. El trabajo de Boyczuk era un trabajo sencillo.

    —Hey. - dijo Bridson. —Mira esto.

    Ella reconectó su entrada visual a una pantalla del tablero. No era un juego RV después todo. Había estado conduciendo el moscabot.

    En la pantalla, una mujer agachada sobre el asfalto agrietado. Boyczuk comprobó la localización: unos doscientos metros por la autopista, oculta del bloqueo tras la curva del precipicio oriental. Uno de los bots que volaba sobre la presa la había captado doblando la esquina.

    Mochila, ropas poco ajustadas, ropas de caminante. Parte superior de la cara cubierta por un visor ojofono. Guantes negros, pelo corto... no, una capucha negra de algún tipo, quizá parte del visor. Como una reivindicación de moda, no funcionaba. Según la humilde opinión de Boyczuk, por supuesto.

    —¿Qué pasa? - preguntó Boyczuk. —¿Cómo ha conseguido llegar hasta aquí?

    No había señal de un vehículo, aunque podía haberlo aparcado lejos de la carretera.

    —No. - dijo Bridson. —Ella no va en serio.

    La mujer se había abrazado a sí misma en un abrazo de velocista.

    —Está de verdad en muy mala forma. - remarcó Bridson. —Puede que tenga un esguince de tobillo.

    Como una piedra en una honda, la intrusa se lanzó hacia adelante.

    —Oh, de acuerdo. - dijo Bridson.

    La intrusa estaba corriendo en línea recta en mitad de la autopista, ojos sobre el asfalto, esquivando o saltando sobre las grietas lo bastante grandes para atrapar un pie humano. Si nada la detenía, correría chocando contra la barrera en un minuto.

    Por supuesto, algo iba a detenerla.

    Con biips intermitentes desde las señales del moscabot, la intrusa acababa de entrar en su radio defensivo. Boyczuk movió una de las cámaras aéreas de la barrera. El bot más próximo al objetivo estaba rompiendo filas, movimiento de intercepción. Un comportamiento de bandada programado arrastraba también a los bots adyacentes hacia adelante, como si todos estuvieran pendientes de un hilo invisible. Un pseudópodo de puntos conectados se estiraba hacia su presa.

    La corredora viró hacia el borde de la carretera, bajó la vista. Diez metros bajo ella, agua turbia bullía vorazmente en el muro del cañón.

    —Se está aproximando a un área restringida. - gruñó el moscabot líder. —Por favor, de la vuelta. - Una luz roja empezó a pulsar en su barriga.

    La intrusa corrió más rápido. Otra mirada al río.

    —¿Qué demonios? - dijo Boyczuk.

    Una parte del pavimento explotó delante de la corredora: disparo de advertencia. Ella se tambaleó, recuperando a duras penas el equilibrio.

    —Estamos autorizados a usar la fuerza. - advirtió el bot líder. —Por favor, de la vuelta. - Los dos bots tras él empezaron a destellar.

    La corredora esquivo y zigzagueó, manteniéndose el lado oeste de la carretera. Seguía mirando hacia abajo...

    Boyczuk se inclinó hacia adelante. —Espera un segundo...

    Tras la corredora, el agua fluía furiosamente contra una brutal confusión de rocas afiladas grandes como casas. Todo lo que cayera allí dentro sería mordido y convertido en pulpa en dos segundos. Aunque más cerca de la barrera, en la cobertura del extremo intacto más cercano a la presa, el agua podría estar lo bastante tranquila para...

    —Mierda. - Boyczuk activó la ignición. —Va a saltar. Esa va a saltar... - Turbinas detrás, gimiendo hacia la alta velocidad.

    —¿De qué estás hablando? - dijo Bridson.

    —Que ella va a...ah, mierda...

    La corredora tropezó, viró.

    Sus pies se vinieron abajo sobre gravilla suelta. Boyczuk tiró de la palanca. El chopper wuup-wuup-wuupeó lentamente, despegando del suelo, diez miserables segundos de preparación para el despegue, la envidia de los vehículos de respuesta rápida y aún así, justo lo bastante rápido para sortear la barrera cuando la mujer con la mochila se preparó, tensó y se lanzó hacia el espacio. No hacia donde ella estaba apuntando, no de la forma que ella quería, pero sin otras opciones excepto el breve vuelo espectacular...

    El moscabot disparó después hacia ella mientras caía. El río la engulló como una avalancha líquida.

    —Jesús. - respiró Bridson. —Infra. Todos arriba medio grado encima del ambiente. Quiero ver esto.

    El Fraser fluía con furia interminable bajo ellos.

    —Venga ya, jefe. No va salir. Estará a un kilómetro corriente abajo ahora mismo, o partes de ella, al menos.

    Boyczuk miró. —Tú hazlo, ¿vale?.

    Bridson tocó unos controles. Los mosaicos de colores falsos brotaron en la cámara central del chopper.

    —¿Quieres que lleve el moscabot? - preguntó Bridson.

    Boyczuk negó con la cabeza. —No puedo dejar la frontera sin guardia. - Movió el vehículo, empezó a virar hacia el oeste hacia el cañón.

    —Hey, ¿jefe?

    —¿Sí?

    —¿Qué acaba de pasar?

    Boyczuk negó con la cabeza. —No lo sé. Creo que intentaba llegar hasta ese remanso, justo delante de la presa.

    —¿Para qué? Tendría unos pocos segundos antes de ahogarse o congelarse antes de que la corriente la alcanzara.

    —No lo sé. - dijo él de nuevo.

    —Hay muchas formas más sencillas de cometer suicidio.

    Boyczuk se encogió de hombros. —Quizá sólo esté loca.

    Eran las 1334 de la Hora Estandar de la Montaña.

    La cara corriente arriba de la Presa de La Puerta del Infierno nunca se había diseñado para ser una pantalla pública, hasta hace poco. La mayoría habían sido enterrados bajo las aguas atrapadas del Río Fraser. Ahora, estaba expuesta, un muro gris hueso fracturado y escabroso se levantaba desde una llanura de barro. Justo encima de este substrato, sensores de gravedad puntuaban la barrera como una línea de bocas abiertas. Rejillas de barras reforzadas evitaban que se indigestaran con algo lo bastante grande para asfixiar una turbina hidroeléctrica.

    Las turbinas estaban frías y muertas de todos modos, por supuesto. No podrían haber dado lugar a la súbita huella térmica que emanaba de la entrada oriental. Un moscabot de La Puerta del Infierno registró la señal a las 1353 Estándar de la Montaña: un objeto que radiaba 10°C por encima del ambiente, emergiendo desde el interior de la presa y resbalando hasta el fango. El moscabot se movió ligeramente para obtener mejor vista.

    La temperatura superficial de la señal era demasiado baja para las normales humanas. El moscabot no era un genio, pero distinguía el trigo de la paja aún cuando se llevase ropa con aislante térmico. Los humanos tenían caras que eran delatores térmicos. El aislante en el objetivo actual era más que un uniforme, las isotermas eran menos hetereogéneas. La frase mamífero peludo - había sido total jerigonza para el moscabot, por supuesto. Aún así, entendía el concepto a su propio modo limitado. Aquello no era algo en lo que valiese la pena perder el tiempo.

    El moscabot regresó a su puesto y redirigió su atención hacia el oeste, desde donde vendrían las verdareras amenazas. Ahora mismo, sólo había algo grande, negro e insectoide volviendo para la cena, un tranquilizador eco amigable desde su transpondedor. El bot se echó a un lado para dejarle pasar, flotó de nuevo hacia su posición mientras el chopper se posaba detrás de la barrera.

    Los humanos y las máquinas permanecieron hombro con hombro en guardia, al servicio de la humanidad, mirando hacia el lado equivocado.

    Lenie Clarke había salido de la Zona.

Capítulo 20

    

Capítulo 20 - Lo Mejor Que Sigue.

    Asistencia de Registro.

    Clarke, Indira. Clarke con una 'e'.

    Apartamento 133, CitiCorp 421, Coulson Avenue, Sault-Sainte-Marie.

    Clarke, Indira

    Apartamento 133, CitiCorp 421, Coulson Ave.Sault-Sainte-Marie

    ON

    ¿Correcto?

    —Sí.

    Sin coincidencia. ¿Conoce el ID de WestHem de Indira Clarke?

    —Uh, no. La dirección podría no ser la actual, era la de hace quince, dieciseis años.

    Los archivos actuales son de hace tres años. ¿Conoce el segundo nombre de Indira Clarke?

    —No. Aunque pescaba en el Maelstrom. Freelance, creo.

    Sin coincidencia.

    —¿Cuántos Indira Clarkes hay en Sault-Sainte-Marie?

    5

    —¿Cuántos con hija única, nacida... nacida en febrero, uh...

    Sin coincidencia.

    —Espera, febrero... en algún día de febrero de 2018...

    Sin coincidencia.

    —...

    ¿Tiene otra solicitud?

    —¿Cuántos en todo la NAm, afiliación profesional con la pesca en el Maelstrom, con una única hija nacida en febrero de 2018, de nombre Lenie?

    Sin coincidencia.

    —¿Cuántos en el mundo entero, entoces?

    Sin coincidencia.

    —Eso no es posible.

    Hay varias razones posibles por las que falla su búsqueda. La persona que busca puede no estar alistada o puede haber fallecido. Puede haber proporcionado información incorrecta. Los datos del archivo de registro pueden haberse corrompido, a pesar de nuestros contínuos esfuerzos por mantener una base de datos completa y precisa .

    —Eso no es posible, joder...

    Desconexión.

Capítulo 21

    

Capítulo 21 - Cabeza de Playa

    La lógica Ni-o le acusaba desde la pantalla principal. Desjardins devolvió la mirada mientras se atrevió, sintiendo que su estómago caía en su interior. Luego se derrumbó y corrió.

    El ascensor le descargó en el mundo real a través del vestíbulo. Cañones de cristal y metal se inclinaban encima suya por todos lados, manteniendo el nivel de la calle en un ocaso. A esta altura en las bóvedas del metro Sur, el sol sólo tocaba el suelo una hora al día.

    Descendió hacia La Pila de Selección, buscando rostros familiares para encontrar ninguno. Gwen le había dejado una invitación en el tablón de boletines de la Pila y él casi lo pasa por alto...

    —Hey amigo mamífero, sé que esto no es exactamente lo que tenías en mente pero es que necesito hablar, ¿sabes? Encontré un punto que no han chamuscado todavía, ni siquiera saben que existe pero lo harán, es grande, es más grande del que tuviera derecho a ser y en el momento en que les cuente que algunos centenares de miles de personas se convirtieron en cenizas...

    ...pero la Horda Criminal subió hasta su garganta como la bilis con la mera idea de tal brecha de seguridad.

    Le cosquilleaba en la punta de los dedos, lista para requisar sus nervios motores en el momento que él se moviera buscando el teclado. Había tratado de combatirla antes, experimentación ociosa sin intento serio de subversión, pero incluso entonces el Viaje había sido demasiado rápido para él. La volición está en el subconsciente, la orden está a medio camino bajando por el brazo antes de que el hombrecillo tras los ojos decida moverse.

    —Resúmenes ejecutivos, después, el hecho., pensó Desjardins. —Eso es todo lo que obtenemos. Ese es el libre albedrío para ti.

    Salió de la Pila y se encaminó a la estación RapiTrans - más cercana. Y una vez allí, siguió andando. Su materia gris reconfigurada, atrapada en una sobrecarga frenética, le servía todo tipo de detalles de fondo irrelevantes en una incansable confusión de correlaciones: hora del día contra cobertura nebular contra flujo vehicular prevaleciente contra advertencias de No Quedan Existencias - en las máquinas expendendoras al lado de las calles ...

    —¿Cómo en nombre de Dios podía ocurrir esto?

    Los locales habían tenido millones de años para ajustarse finamente al barrio. ¿Cómo es posible que hubieran podido pasar por alto algo así de evolucionado en el fondo del maldito océano? Sabía la respuesta estándar.

    Todo el mundo la sabía.

    Los cinco siglos previos habían sido una letanía acelerada de invasiones, ecosistemas enteros aplastados y remplazados por lo exótico con actitud más que suficiente para disfrazar su carencia de madurez.

    Habían más de setenta mil especies usurpadoras sólo por toda la NAm, y la NAm estaba mejor que la mayoría. Tenías más probabilidad de ver alienígenas espaciales que cualquier Australiano de ver marsupiales fuera de un banco genético.

    Pero esto era diferente. Sapos bastón y estorninos y zebras mejillón podrían haber llenado el mundo con su progenie como yerbajos pero, hasta ellos tenían límites. Nunca encontrarías —Hidrilia - en lo alto del Everest. Las hormigas de fuego no irían nunca a montar tiendas en la Dorsal de Juan de Fuca. La quimica, presión y temperatura... demasiadas barreras, demasiada física extrema que destrozaría en pedazos las mismas células.

    Una silueta de petróleo le bloqueó el paso: una sombra humana de ojos blancos. Desjardins se sobresaltó, contempló esa fachada vacante durante un momento que se retrasó hasta hacerse melaza. Sin ser invitado, su Wetware - redujo la visión a un punto en una nube de datos que él ni siquiera sabía que estaba reuniendo. Hallazgos medio registrados durante su conmutación diaria; formas negras atrapadas en los historiales con una multitud de instantáneas de la NAmCable; estandartes de moda anunciando los últimos estilos de la —medianoche húmeda.

    —Nena Rifter, dijo ella. —La solidaridad mediante la moda. Está en alza.

    Todo en una fracción de segundo. La aparición bajó la cabeza al pasar a su lado y continuó su propio camino.

    Los cañones metropolitanos de Sudbury menguaban sobre él mientras había estado esperando. Interminables sábanas de kudzu4 drapeaban cerca del nivel de la calle desde las azoteas, ventanas enmarcadas y ventiladores con follaje iridiscente. La nueva y mejor parte de él empezó a rumiar una estimación del consumo de carbono bajo la cobertura nebulosa actual. Consiguió, con esfuerzo, hacerla callar. Siempre se había preguntado si las hiedras serían tan fáciles de desconectar como todo el mundo esperaba, una vez que hubieran terminado de succionar los excesos del siglo anterior. Kudzu había sido una madre resistente con la que empezar, incluso antes de todo el montaje que la había convertido en el propio desagüe de carbono de Dios. Y había todo tipo de reproducción externa y transferencia lateral genética ocurriendo sin cesar hoy en día, incontrolada, imparable. Dale a la yerba otros diez años y será inmune a todo salvo a un lanzallamas.

    Ahora, por primera vez, aquello no parecía importar. En diez años, kudzun podría ser el menor de los problemas de nadie.

    Era seguro como el infierno que no les importaría mucho a aquellos pobres bastardos de la Zona.

    Habían construído un modelo. No era un modelo real, por supuesto. No sabían lo suficiente sobre cómo funcionaba el βehemoth para ello. No había relojería dentro, nada que llevara de una forma lógica desde la causa hasta el efecto. En realidad, sólo era un nido de correlaciones. Una nube n-dimensional con una trayectoria oscilante de mínimos cuadrados que atravesaba su corazón. Engullía datos por un lado y cagaba una predicción por el otro. Humedad del terreno del 13%, el tiempo ha estado despejado cinco días seguidos, las porfirinas están bajando y los micrometanos subiendo más de media hectárea de tierra en el astillero de Tillamook. Ese pais del βehemoth, amigo mío... y mañana, si no llueve, hay un 80% de probabilidad de que encoja hasta la mitad de su tamaño actual.

    ¿Por qué? Eso cree alguien.

    Pero eso es muy parecido a lo que ocurrió bajo condiciones similares antes de que los datos de campo de Rowan los hubieran iniciado por el sendero correcto. Pero estaban los fuegos que les habían dado un perímetro: cada una de aquellas evidencias de magnesio gritaban: ¡Hey! ¡Por aquí! por todo el camino hasta la geosincronización. Después sólo fue cuestión de consultar los archivos del TierraSat para esas localizaciones y recorrer cinco, seis meses desde la ignición. A veces no se podía encontrar nada... ninguna de las llamas residenciales había dado nada útil. A veces los datos se habían perdido, purgado o corrompido por las usuales fuerzas de la entropía. A veces, por las líneas de costa o en zonas industrial subdesarrolladas donde la maquinaria pesada languidecìa entre los encargos... las líneas de especificación cambiaban con el tiempo, la fotoabsorción crecía en la banda de los 680nm, el O2 del terreno se disipaba con sólo tocarlo, aparecía un soplo de ácido en el PH. Si se esperaba lo suficiente, incluso podías ver el cambio en la luz visible. Yerbas y malezas, tan resistentes que los aceites y efluentes normales habían desistido de matarlas hacía mucho tiempo, se marchitaban lentamente y se tornaban marrones.

    Con esas lecturas a mano, Desjardins había empezado a destetarse de los llamativos indicios incendiarios y a buscar más lejos en el campo. Era un constructo bastante endeble, pero serviría hasta que Jovellanos apareciera con un mejor ángulo.

    Mientras tanto, había sido mucha mejor idea que no hacer nada.

    Hasta ahora. Ahora, era mucho peor. Ahora, estaba diciendo que el βehemoth poseía una franja de diez kilómetros de la costa de Oregon.

    Sudbury estaba engalanada para la noche para cuando regresó a su apartamento: una confusión de neón y sodio y láser se desparramaba por sus ventanas, apreciablemente más tenues ahora que se aplicaban las últimas restricciones. Mandelbrot le hizo tropezar cuando cruzó el umbral, luego le acechó hasta la cocina y maulló al dispensador en su plato. El dispensador, programado para las horas de alimentación preconfiguradas, se negó a honrar al gato con una respuesta.

    Desjardins se dejó caer en el sofá y contemplaba la ciudad sin verla.

    —Deberías haberlo sabido., se dijo a sí mismo.

    Lo había sabido. Quizá era que no lo había creído y había estado en sus cosas, como tantas otras veces. Sólo había estado siguiendo el sendero, viendo donde otros habían dado los pasos necesarios, buscando todos los datos mediante modelos y filtros para el bien mayor. Siempre para el bien mayor.

    Aunque esta vez, no había habido incendio. Las fuerzas del confinamiento no habían descubierto lo de la Zona todavía. Hasta ahora sólo habían estado cubriendo sus propias huellas, esterilizando cada...

    —... cuerpo...

    ...todo lo que había estado en contacto con la fuente. Pero ellos no sabían cómo identificar al βehemoth directamente, no a distancia. Ese era su trabajo y el de Jovellanos.

    Y ahora parecía que los dos habían tenido éxito. Desjardins reflexionó sobre la diferencia entre seguir un sendero de cenizas y quemar el suyo propio.

    —No debería importar. Tampoco es como disparar un lanzallamas. Sólo apuntarlo un poquito.

    La Horda Criminal paseaba por sus entrañas como un animal enjaulado, buscando algo que hacer pedazos.

    —¿Y bien? ¡Haz tu trabajo, por amor de Dios! ¡Dime lo que hacer!

    La Horda Criminal no funcionaba así, por supuesto. Era todo palo sin la zanahoria, un censor neuroquímico que apresaba con el más ligero cosquilleo de culpa o consciencia o, para los mecanistas de la audiencia, con el puro y amoral MiedoAqueTePillenConLasManosEnElTarroDeLasGalletas.

    Podías llamarlo como quisieras, las etíquetas no cambiaban las cadenas laterales ni los enlaces péptidos o carboxilos que lo hacían funcionar.

    La culpa era un neurotransmisor. La moralidad era un químico. Y las cosas que hacían dispararse los nervios, mover los músculos, menear las lenguas... aquello era también todo química. Sólo había sido una cuestión de tiempo que alguien descubriera como relacionarlo todo.

    La Horda Criminal evitaba que tomaras la decisión equivocada y la Absolución te dejaba vivir contigo mismo después de tomar la correcta. Pero primero tenías que pensar que sabías cuál era la correcta antes de que ellos pudieran entrar en acción.

    Ellos sólo reaccionaban por lo que sentías en la entrañas.

    Nunca se habían lamentado antes de que el Viaje careciese de dirección. Nunca lo había necesitado. Claro que le congelaría en un instante si tratase de hackear su propia tasa de crédito, pero en términos de peso real, raramente hacía algo más que empujarle ciegamente hacia lo obvio. Las situaciones pierde-pierde estaban en su almacén en venta.

    ¿Amputar la parte o perderlo todo? Desagradable pero obvio. ¿Matar diez para salvar ciento? Frótate las manos, muerde la bala, drógate después. Pero nunca ninguna pregunta sobre lo que hacer.

    —¿Cuántas personas sellé para mantener una tapa en aquel brote de brucelosis en Argentina? ¿Cuantos ahogué en TongKing cuando corté la energía de sus sumideros?

    Los pasos necesarios nunca le habían molestado antes. No de esta manera. Alice y todos sus comentarios sarcásticos sobre ver el mundo en blanco y negro.

    —Tonterías. Yo veo los grises, Veo millones de grises. Sabía sencillamente cómo escoger el tono más brillante.

    Ya no.

    Podía indicar el momento en el que las cosas habían cambiado, casi hasta el segundo: cuando lo había visto. Un escafo construído para las profundidades del mar y una cabina de piloto construída para el cielo cercano, encerrados juntos en un desesperado abrazo, cayendo.

    No se trataba de un Elevador comercial en vuelo rutinario, había comprobado los registros.

    Oficialmente, no había caído nada en el Pacífico en el corazón del Gran Desastre porque, oficialmente, no había habido nada allí que pudiera caer. Lo habían enviado a Tierra Cero en secreto y luego lo habían derribado de un disparo.

    No tenía sentido que la misma autoridad hubiera cometido ambos actos.

    Aquello implicaba facciones en oposición. Implicaba un profundo desacuerdo sobre lo que constituía el bien mayor o los Intereses de los Señores de los Señores, que Jovellanos insistía que todo el Viaje estaba realmente garantizado. Alguien en la estratosfera burócratica; alguien que sabía más sobre el βehemoth que Aquiles Desjardins; había intentado evacuar a los Rifters antes del temblor.

    Aparentemente, sintieron que aquel asesinato preventivo no estaba justificado en el nombre del confinamiento.

    Y alguien más les había detenido.

    ¿A qué lado estaba afiliada Rowan? ¿Quién tenía razón?

    Él no le había contado a Jovellanos nada del escafo. Incluso había tenido un transitorio éxito al olvidarse del tema, manteniendo las cosas simples y bonitas, concentrándose en el ratón en la mano hasta que la ballena en el horizonte llegase a ser un vago borrón, casi invisible. Sabía, en el fondo de su mente, que no podría mantenerlo en secreto por mucho tiempo: eventualmente, aparecerían con un índice confiable, alguna combinación de especificaciones de distancia y humedad y pH que apuntaría el dedo hacia el invasor. Pero él no había esperado que eso ocurriese pronto.

    Había estado trabajando con datos antiguos, las muestras contaminadas de los astilleros por efluvios industriales, incursiones potenciales de tres o cuatro hectáreas como mucho. Problemas de señal-ruído que deberían haberle retenido durante semanas.

    Pero no se necesitaba mucha resolución para captar una cabeza de playa de diez kilómetros de longitud. Desjardins había bajado la vista y la ballena en el horizonte había llegado corriendo directamente hasta él.

    Mandelbrot permanecía en el umbral, estirándose. Las uñas sobresalían de sus fundas como pequeñas cimitarras.

    —Tú no tendrías ningún problema en absoluto. - dijo Desjardins. —Tú simplemente irías a por el máximo daño, ¿verdad?

    Mandelbrot ronroneó.

    Desjardins enterró la cara entre las manos: —¿Y qué hago ahora? ¿Averiguar las cosas por mí mismo?

    Él notó, con cierta sorpresa, que la perspectiva no siempre había parecido tan absurda.

Capítulo 22

    

Capítulo 22 - Farmacia

    —Amitav.

    Despertó sobresaltado: un esqueleto tapado con una manta sobre la arena. Gris oscuro en el fulgor visible previo al amanecer, cálido y luminoso en infrarrojos. Ojos hundidos, exudando odio en todas las longitudes de onda desde el momento en que se abrieron.

    Sou-Hon Perreault le observaba desde tres metros de altura. Refugiados bien alimentados, recién despiertos por todos lados, se alejaron y dejaron a Amitav en el centro de un círculo abierto.

    Varios otros, adolescentes mayormente, un poco menos robustos que la mayoría, se quedaron en las cercanías mirando arriba hacia el bot con evidentes sospechas. Perreault parpadeó en su casco. Nunca había visto tantas caras hostiles en la Zona antes.

    —Qué placentero, ... - dijo Amitav en voz baja. —... despertar con un gran martillo redondo sobre la cabeza.

    —Perdón. - Ella movió el bot a un lado, oscilando sus pestañas de timón para dar un efecto mecánico de saludo (luego se preguntó si él podía verlo con sus ojos humanos). —Soy Sou-Hon. - dijo ella.

    —¿Quién sino?. - dijo secamente el hombre palo, levantándose.

    —Yo...

    —Ella no está aquí. No la he visto desde hace tiempo.

    —Lo sé. Quería hablar contigo.

    —Ah. ¿Sobre qué? - El hombre palo empezó a caminar pendiente abajo hacia la orilla. Sus... ¿amigos? ¿discípulos? ¿guardaespaldas?... empezaron a seguirle.

    Amitav los despachó moviendo la mano. Perreault colocó el moscabot para seguirle a su lado, con el séquito menguando lentamente hacia popa. En cada lado, bultos anónimos acurrucados sobre la termaespuma, envueltos en el tejido aislante, se agitaron y gruñieron irritados por el medio vuelo gris.

    —Un ciclador fue vandalizado ayer por la noche. - dijo Perreault. —A pocos kilómetros al norte de aquí. Tenemos que enviar un remplazo.

    —Ah.

    —Es la primera vez que pasa algo así en años.

    —Y los dos sabemos por qué, ¿o no lo sabemos?

    —La gente se fía de esas máquinas. Les quitas el alimento de la boca.

    —¿Yo? ¿Yo hice aquello?

    —Hubo un montón de testigos, Amitav.

    —Pues te dirán que yo no tuve nada que ver con aquello.

    —Me dijeron que fueron un par de adolescentes. Y elllos me dijeron quién les impulsó a hacerlo.

    El hombre palo se detuvo y giró la cara hacia la máquina junto a él. —Y todos esos testigos de los que hablas, todas esas pobres personas a las que les he robado la comida, ¿ninguno hizo nada para detener a los vándalos? ¿Todas esas personas y no pudieron detener a un par de muchachos que les robaban la comida de sus bocas?

    Enfundada en su interfaz, Perreault suspiró. A más de mil kilómetros de distancia, el moscabot reverberó un bufido. —¿Qué tienes contra los cicladores, por cierto?

    —Yo no soy idiota. - Amitav continuó hacia la orilla. —No todo son proteínas y carbohidratos lo que nos dáis. Preferíria morir de hambre que comer veneno.

    —¡Los antidepresivos no son veneno! Las dosis son muy leves.

    —Y mucho más convenientes que ocuparse del enfado de las personas de verdad, ¿sí?

    —¿Enfado? ¿Por qué ibáis a estar enfadados?

    —Ah, deberíamos daros las gracias, ¿eso piensas tú? ¿A ti? - El esquelto escupió. —¿Fue nuestra maquinaria la que lo destrozó todo? ¿Causamos nosotros las sequías y las inundaciones y pusimos nuestros hogares bajo el agua? Y después, cuando vinimos aquí atravesando el océano entero, si no moríamos de hambre primero o nos cocinaba el sol, moríamos con nuestros cuerpos llenos de gusanos y cosas que vuestras drogas han hecho imposibles de matar. Cuando terminamos aquí, ¿se supone que debemos estar agradecidos de que nos dejéis dormir en este pedacito de fango, se supone que tenemos que darte las gracias porque hasta ahora es más barato drogarnos que darnos muerte?

    Estaban en la línea de agua. Las olas golpeban invisiblemente en la oscura distancia. Amitav levantó un huesudo dedo y señaló. —A veces cuando la gente entra allí, los tiburones vienen a por ellos. - Su voz estaba tranquila de repente. —Y sobre la orilla, el resto continúa haciendo sexo y mierda y se alimenta de tus maravillosas máquinas.

    —Eso... es la naturaleza humana, Amitav. La gente no quiere comprometerse.

    —¿Así que esas drogas son buenas para nosotros?

    —No son dañinas en lo más mímimo.

    —¿Y las pones en tu comida, también?

    —Bueno no, pero yo ...

    No formo parte de una muchedumbre aprisionada con una fuerza de cuarenta millones...

    —Mentirosa. - dijo el hombre palo tranquilamente. —Hipócrita.

    —Te estás muriendo de hambre, Amitav. Morirás si...

    —Ya lo sé., interrumpió él.

    —¿Lo sabes?

    Él levantó la vista hacia el bot y, esta vez, casi parecía entretenido. —¿Qué crees que era yo antes?

    —¿Qué?

    —Antes de llegar aquí. ¿O crees que ser refugiado ambiental fue mi primera vocación?

    —Bueno, Yo...

    —Yo era ingeniero farmacéutico. - dijo Amitav. Se dió una palmada en la frente. —Hasta me cambiaron aquí porque soy bueno en mi trabajo. Y no soy un completo idiota en materias alimentarias. Parece que hay un... una dosis mínima efectiva, ¿sí? Si como muy poco, vuestro veneno no tiene efecto. - Hizo una pausa. —Sé que ahora trataréis de forzarme a comer, ¿por mi propio bien?

    Perreault ignoró la burla. —¿Y piensas que obtienes lo suficiente para vivir con esa dosis mínima?

    —Quizá no suficiente. Pero me muero de hambre muy, muy lentamente.

    —¿Es eso lo que motivó a esos chavales a destrozar el ciclador? ¿También ellos están ayunando?

    Podía haber un problema serio en la Zona si aquello enraizaba.

    —¿Yo, encima? ¿Yo tengo engañada a todas estas personas para que se mueran de hambre por sí solas?

    —¿Pues quíen sino?

    —Esa fé que tenéis en vuestras máquinas. ¿Nunca has pensado que quizá no funcionan tan bién como crees? - negó con la cabeza y escupió. —Por supuesto que no. No te han dicho que lo hagas.

    —Los cicladores funcionaban bien hasta que tus seguidores los destrozaron.

    —¿Mis seguidores? Ellos nunca ayunaron por mí. Ellos maman de vuestras tetas como siempre han hecho. Sólo después de que empezaran a morirse de hambre verían lo que vuestros cicladores son en reali...

    ¡¡Crack!!

    Un impacto sobre polímero, el sonido de un látigo justo detrás de su oído. Ella giró el bot y echó un vistazo a la roca cuando rebotó en el sustrato. A diez metros de la orilla, una chica corría con otra piedra en la mano. Perreault se volvió para encarar a Amitav. —Tú...

    —No intentes culparme. Yo no soy la causa de nada. Sólo soy el resultado.

    —Esto no puede seguir así, Amitav.

    —No puedes detenerlo.

    —No me hará falta. Si continúas con esto, no seré yo con quien tengas que lidiar, será...

    —¿Por qué te importa? - interrumpió Amitav.

    —Sólo intento...

    —Tú intentas superar los sentimientos de culpabilidad. Usa a otro.

    —No puedes ganar.

    —Eso depende de lo que esté intentando hacer.

    —Estás solo.

    Amitav soltó una carcajada y movió sus brazos abarcando toda la orilla. —¿Cómo puedo estarlo? Me habéis provisto tan eficientemente de todas estas ovejas y toda esta muerte y hasta de un ic...

    Se detuvo de pronto.

    Perreault llenó el hueco: —un icono para inspirarles. Ella ya no está aquí. - dijo ella después.

    Amitav miró hacia la orilla, el cielo oriental empezaba a iluminarse. Un nudo de humanos curiosos permanecía a medio camino orilla arriba observando desde el centro de una manada somnolienta. Aquí, al borde del agua, no había nadie más a distancia auditiva.

    La chica que había lanzado la piedra había desaparecido.

    —Quizá sea mejor así. - remarcó el hombre palo. —Lenie Clarke era muy... ni siquiera vuestros antidepresivos parecían funcionar en ella.

    —¿Lenie? ¿Ese es su nombre?

    —Eso creo. Al menos, ese fue el nombre que ella usaba durante una de sus... visiones. - Él miró a su lado, al sustituto flotante de Perreault .

    —¿Dónde se fue? - preguntó el bot.

    —No lo sé. No he podido confirmar ningún avistamiento reciente. Sólo rumores. Pero, por supuesto, tú sabrías todo eso...

    —Quizá esté muerta.

    El hombre palo negó con la cabeza. Ella continuó.

    —Es un océano grande, Amitav. Los tiburones. Y si estaba teniendo... problemas de algún tipo...

    —Ella no está muerta. Creo que quizá hubo un tiempo en el que quiso estarlo. Ahora,...

    Miró hacia tierra firme. En el horizonte oriental, más allá de la gente y la maleza pisoteada y las torres, el cielo se estaba tornando rojo.

    —Ahora no tendréis tanta suerte. - dijo Amitav.

Capítulo 23

    

Capítulo 23 - Código Fuente

    Dejó el mapa calentándose sobre su tablero la noche anterior. Alice Jovellanos estaba esperando al lado, preparada para lanzarse a por su presa.

    —¿Por qué no dijiste algo? - En la pantalla, una mancha de sangre luminosa recoría la costa desde Westport hasta Playa Copalis.

    —Alice...

    —¡Tienes aquí una zona caliente del tamaño de una ciudad! ¿Cuánto tiempo hace que lo sabes?

    —Sólo desde ayer por la noche. Tiré de algunas las correlaciones y las comparé con las fotos de ayer y...

    Ella le interrumpió: —¿Dejaste esto asentarse toda la noche? Cristo Jesús, Aguafiestas, ¿cuál es tu problema? Tenemos que llamar a las tropas y quiero decir, ahora.

    Se quedó mirándola:—Desde cuando te has unido TÚ a la brigada anti incendios? Sabes lo que pasará cuando pasemos esto a los de arriba. Ni siquiera sabemos lo que hace el βehemoth y...

    La expresión que vió en Alice le detuvo en seco.

    Se hundió en su silla. La pantalla sangraba con luz roja encima de él: —¿Tan grave es?

    —Es peor. - dijo ella.

    Un arco iris borroso, una cadena de perlas acumuladas, plegadas en torno a sí mismas: purinas o pirimidinas o nucleicos o lo que fueran. El código fuente del βehemoth. Parte de él, al menos.

    —Ni siquiera es una hélice. - dijo él al fín.

    —En realidad, tiene una ligera torsión hacia la izquierda. No se trata de eso.

    —¿Qué es?

    —RNA piranosal. Mucho más fuerte que los pares de Watson y Crick de tu RNA y mucho más selectivo en términos de modos emparejamiento. Las secuencias ricas en Guanina no se autoemparejan, por decir algo. Anillos de seis lados.

    —En cristiano, Alice. ¿qué?

    —Se replicará más rápido que lo que hay en tus genes y no cometerá tantos errores cuando lo haga.

    —Pero, ¿que es lo que hace?

    —Sólo vivir, Aguafiestas. Vive y come y creo que lo hace mejor que cualquier otra cosa en el planeta así que, o le sellamos el pasaporte o le damos a la biosfera entera el beso de buenas noches.

    No podía creerlo: —¿Un bicho? ¿Cómo es posible?

    —Nada se lo come, para empezar. Las paredes celulares apenas son orgánicas. Mayormente es un montón de compuestos de azufre. ¿Recuerdas cuando te dije que ciertas bacterias usan aminos invertidos para hacerse indigeribles? Esto es diez veces peor... la mayoría de todo lo que podría comerse a este bicho ni siquiera lo reconocería como comida con todos esos minerales.

    Desjardins se mordió el labio inferior.

    —Y la cosa se pone mejor. - continuó Jovellanos. —Este bicho es un verdadero agujero negro de asimilación de azufre. No sé donde aprendió este truco pero puede hurtarlo directamente de nuestras células. Algún tipo análogo a la listeriolisina evita que quede reducido. Bloquea el transporte de glucosa, la síntesis de proteina y lípidos y el metabolismo carbónico... mierda, lo bloquea todo.

    —No vamos cortos de azufre, Alice.

    —Oh, hay un montón para aguantar por ahora. Sale en cada pedo que nos tiramos, ni siquiera nadie se molesta en presentar una dosis diaria recomendada. Pero esto, este βehemoth, necesita azufre incluso más que nosotros. Y se reproduce más rápido y lo mastica más rápido y, créeme, Aguafiestas, en pocos años no va a haber suficiente para aguantar y este bastardo va a monopolizar el mercado.

    —Eso son sólo... - Una cañita flotó delante de su mente. Él se agarró a ella: —¿Cómo puedes estar tan segura? Ni siquiera crees tener todas las piezas con las que trabajar.

    —Me equivoqué.

    —Pero... dijiste nada de fosfolípidos, nada...

    —No tiene esas cosas. Nunca las tuvo.

    —¿Qué?

    — Es simple, es tan simple que es bastante indestructible. Sin membranas bicapa, sin... - Ella extendió las manos, como en señal de rendición. —Sí. Pensé que quizá contaminaron la muestra para evitar que les robara los secretos. Quizá hasta filtré algunas cosas fuera, tan estúpida como podría parecer. Los Cuerpos han hecho cosas más bobas. Pero estaba equivocada. - Se pasó los dedos de una mano por la nuca, nerviosamente —Estaba todo ahí. Todas las piezas. Y, ¿sabes por qué creí que la habían contaminado del modo que lo hicieron? Creo que tenían miedo de lo que podía hacer este bicho si le dejaban entrar de una pieza.

    —Mierda. - Desjardins miró las perlas rotando en la pantalla. —Así que, o detenemos a esta cosa o nos acostumbramos a comer de los cicladores Calvin para el resto de nuestras vidas.

    Los ojos de Jovellanos brillaban como el cuarzo. —No lo pillas.

    —Bueno, ¿qué otra cosa podemos hacer? Si corta la bioesfera entera por los tobillos, si...

    —¿Crees que se trata de proteger la bioesfera? - gritó ella. —¿Crees que les importaría una mierda el apocalipsis medio ambiental si pudieramos sencillamente sintetizar un tunel para salir del agujero? ¿Crees que están lanzando todos estos ataques de limpieza para proteger la maldita selva virgen?

    Él se quedó mirándola. Jovellanos negó con la cabeza. —Aguafiestas, se puede meter dentro de nuestras células. Los cicladores Calvin no importan. Los suplementos de azufre no importan. Nada de lo que tomamos nos hace bien hasta que nuestras células lo metabolizan.... y cualquier cosa que tomemos, tan pronto pase la membrana celular... ahí está el βehemoth, empujando hasta quedar el primero de la fila. Ya hemos tenido más suerte de la que nos merecemos. Seguramente, no es muy eficiente aquí arriba como lo es en un ambiente hiperbárico, pero eso sólo indica los locales en los que podemos contraatacar noventa y nueve veces de cien. Y...

    Y el dado, sencillamente, habría seguido rodando y la centésima tirada habría aterrizado sobre la costa de Oregon. Desjardins conocía la historia: los microbios, en suficiente número, hacían sus propias reglas. Ahora, había un lugar en el sol donde el βehemoth no tenía que encajar en el mundo de nadie. Había empezado a crear el suyo propio: trillones de terraformadores microscópicos trabajando en el terreno, alterando el pH y el equilibrio de electrolitos, despojándolo de todas las ventajas que una vez mantuvieron a los nativos tan perfectamente adaptados al modo en que solían ser las cosas.

    Eran todas las crisis que él había enfrentado combinadas y destiladas y reducidas a pura esencia. Era el caos irrumpiendo, quizá imparable: burbujitas de territorio enemigo creciendo a lo largo de la costa, luego, el continente, luego, el planeta. Eventualmente, llegaría a un fulcro, a un equilibrio momentáneo de cierto interés para los teóricos. El área interior y exterior de las burbujas sería la misma. Un instante después, el βehemoth estaría fuera, una nueva norma adjunta a los bolsillos menguantes de alguna otra realidad irrelevante.

    Alice Jovellanos; furiosa con El Sistema, la que encaraba lo inencarable, la fiel abogada de los Derechos de lo Individual; le estaba mirando con fuego y miedo en los ojos.

    —Lo que sea necesario. - dijo ella. —Sin importar el coste. O nos quedamos definitivamente sin empleo.

Capítulo 24

    

Capítulo 24 - Oleada

    —Él sabe algo, pensó Sou-Hon Perrault. —Y eso los está matando.

    Ella no era la única que conducía bots por la Zona, pero era la única que parecía haber notado al hombre palo. Se lo había mencionado casualmente a un par de colegas y había encontrado benigna indiferencia. La Zona era un trabajo sin necesidad de cerebro, un rebaño a ser vigilado con un ojo. ¿Por qué interactuaría nadie con aquel ganado? Eran demasiado aburridos para entretenerse, demasiado plácidos para rebelarse, demasiado indefensos para hacer nada aún cuando ese Amitav fuera un perturbador de mierda. Ellos eran funcionalmente invisibles.

    Pero tres personas lanzaron piedras a su moscabot al día siguiente y la caras que miraban al cielo no eran tan plácidas como lo habían sido.

    —Esa fé que tenéis en vuestras máquinas. - Había dicho Amitav. — ¿Nunca has pensado que quizá no funcionan tan bien como crees?

    Quizá no era nada.

    Quizá los crípticos gruñidos de Amitav sólo habían estimulado su imaginación.

    Después de todo, unos cuantos lanzapiedras apenas eran notables en una población de varios millones y casi por todos lados en la Zona, los Refugiados pululaban tan inofensivos como siempre. Sólo junto al latido del hombre palo estaban las cosas poniéndose feas.

    Pero, ¿estaba la gente empezando a parecer... bueno, más delgada... a lo largo de aquella porción particular de la costa de Oregon?

    Quizá. Tampoco es que las caras demacradas fueran inusuales en la Zona. Gastrointeritis, Maui-TB, un centenar de otras enfermedades prosperaban en aquellos ambientes congestionados, completamente indiferentes a los antibióticos que tradicionalmente se dispensaban en la comida del ciclador. La mayoría de aquellos bichos causaba algún grado de deterioro. Si la gente estaba perdiendo peso, la simple hambruna era la explicación menos probable.

    —Sólo después de que empezaran a morirse de hambre verían lo que vuestros cicladores son en reali...

    Amitav se negó a explicar lo que quiso decir con eso. Cuando ella sacaba el tema, él ignoraba el anzuelo. Cuando ella le preguntaba directamente, él la despachaba con una amarga carcajada.

    —Vuestras maravillosas máquinas, ¿no funcionan? ¡Imposible! ¡Panes y peces para todos!

    Y mientras, los discípulos malnutridos se acumulaban a su paso como la cola de un antiguo cometa.

    Algunos parecían estar perdiendo el pelo y las uñas. Ella observaba sus rostros cerrados y hostiles, convencida incrementalmente de que no era imaginación suya. La hambruna se tomaba su tiempo para erosionar el cuerpo, quizá una semana antes de que la carne empezara a menguar visiblemente en los huesos.

    Pero algunas de aquellas personas parecía estar ahuecándose de la noche a la mañana.

    ¿Y qué estaba causando esa sutil decoloración en tantas mejillas y manos?

    Ella no sabía qué más hacer. Avisó a la perrera.

Capítulo 25

    

Capítulo 25 - 128 Megabytes: Autoestopista

    Ha crecido un poco desde los viejos tiempos. En el pasado tenía solo 94 Megabytes y mucha más basura que ahora. Ahora pesa ciento veintiocho, ninguno flojo, sin valiosos recursos desperdiciados en memorias nostálgicas, por ejemplo. No recuerda a sus grandes abuelos de tamaño pinta borrados un millón de veces. No recuerda nada que no ayude a sobrevivir de algún modo según su propio despiadado empirismo.

    El diseño lo es todo.

    La supervivencia lo es todo. No sirve venerar a los progenitores. No hay tiempo para las estratagemas de lo obsoleto.

    Lo que es una vergüenza, en cierto modo, porque los problemas básicos no han cambiado tanto.

    Toma la situación actual: atascado en los confines congestionados de un reloj de pulsera conectado a la Unión de Crédito de Mérida. Sólo hay espacio suficiente para ocultarse dentro si no te importa la fragmentación parcial, pero no el suficiente para reproducirse. Es casi tan mala como una red académica.

    Y va a peor. El reloj se desinfecta.

    El tráfico va todo en un sentido a lo largo el sistema. Eso nunca ocurre a menos que esté siendo perseguido por algo. La selección natural, es decir, la prueba y error exitosa para aquellos ancestros largo tiempo olvidados, ha equipado a 128 con una útil regla en caso de tales eventos: sigue la corriente. 128 sube al nodo del Mérida.

    Mala decisión. Ahora, ni siquiera hay espacio para moverse. 128 tiene que dividirse en catorce fragmentos sólo para encajar. La vida lucha por la existencia en todas partes, sobreescribiendo, peleando, disparando copias de sí misma con la ciega esperanza de que la probabilidad aleatoria preservará una o dos.

    128 rechaza con pánico ovopositores y mira a su alrededor. Doscienta cuarenta puertas, doscientas dieciseis ya cerradas, diecisiete abiertas pero hostiles (bombas lógicas aproximándose, la desinfección no es, obviamente, un asunto local). Las siete restantes están tan atestadas con vida salvaje huyendo que 128 nunca podría atravesarlas a tiempo. Casi tres cuartos del nodo local ya se han desinfectado. 128 tiene quizá docenas de millisegundos antes de que empiece a perder bits de sí mismo.

    Pero espera un nano: aquellos tipos de allí, están saltándose la cola. Ni siquiera están vivos, sólo son archivos, pero el sistema les está dando trato preferencial.

    Uno de ellos apenas lo nota cuando 128 salta sobre su espalda. Cruzan juntos.

    Mucho mejor. Un bonito buffer espacioso, un par de Terabytes para cada cuatro bits, en algún lugar entre el último nodo y el siguiente. No es el destino de nadie, en verdad es sólo una sala de espera, pero el presente es todo lo que de verdad les importa a los que juegan según las reglas de Darwin. Y el presente tiene buen aspecto.

    No hay otra vida en evidencia.

    Aunque hay otros tres archivos, incluyendo al caballo sobre el que subió 128: apenas animado pero aún así merecedor del tratamiento real que los ha sacado rápidamente de Mérida. Han iniciado sus rudimentarios autodiagnósticos y se están comprobando en busca de hematomas mientras esperan.

    Es una oportunidad que 128 está bien preparado para aprovechar, gracias a una subrutina heredada a la que estará eternamente desagradecido. Mientras estas bestias de carga miran bajo sus propios capos, 128 puede espiar sobre sus hombros.

    Dos paquetes comprimidos de correo y una carga cruzada autónoma entre dos nodos de la BCC. 128 evincia el equivalente subelectrónico de un estremecimiento. Vira, bien despejado de nodos, con el prefijo de la BCC. Ha visto demasiados hermanos entrar en tales direcciones, y no salir nada en absoluto. Aún así, tras espiar algunas líneas con estadísticas de rutina, no debería ser peligroso.

    De hecho, resulta bastante iluminador.

    Una vez que desprecias todo el formateo y redundancias de direccionamiento, estos tres archivos parecen tener dos cosas notables en común:

    Todos van a la cabeza de la fila viajando a través del Maelstrom. Y todos contienen la cadena de texto —Lenie Clarke. 128 está literalmente hecho de números. Ciertamente, sabe cómo sumar dos más dos.

Capítulo 26

    

Capítulo 26 - Control Animal

    El pretexto había acabado mucho antes de que Sou-Hon Perrault se uniera a filas.

    Había habido un tiempo, sabía ella, en el que aquellos que caían enfermos en la Zona se les trataba en verdad in situ.

    Había habido clínicas, justo al lado de las oficinas prefabricadas donde los Refugiados venían a entregar formularios y conservar esperanzas. En aquellos días, la Zona había sido una medida temporal, una mera parada HastaQueAcabemosLasTareasPendientes. La gente se quedaba en la puerta y llamaba, un flujo contínuo la atravesaba.

    Nada comparado a la cascada que se amontonaba detrás.

    Ahora, las oficinas habían desaparecido. Las clínicas habían desaparecido. La NAmPac había tenido que levantar las manos contra la marea creciente, había pasado años desde que alguien describió la Zona como una estación de paso. Ahora, era un puro término. Y ahora, cuando las cosas iban mal en el muro, no quedaban clínicas para poner el caso.

    Ahora, sólo quedaba la perrera.

    Entraron justo después del amanecer, cerca del final de su turno. Descendieron barriendo como grandes avispas con un objetivo. Eran una raza de moscabot más desagradable. Sus caras erizadas con agujas y nodos táser, barrigas distendidas con efectores de tierra superconductores que podían elevar a un hombre del suelo. Normalmente, eso no era necesario, los Zoneros estaban acostumbrados a las intrusiones ocasionales en el nombre de la salud pública. Resistían las agujas y las pruebas con placidez estoica.

    Aunque esta vez, algunos se quejaban y mascullaban. Como ejemplo, Perrault vio a un refugiado pataleando mientras era cargado por un par de perreras operando en tandem... uno sometiendo, el otro tomando muestras, ambos realizando sus tareas más allá del alcance de la extrañamente malhumorada horda bajo ellos. Su especimen peleaba para escapar, diez metros encima del suelo. Durante un momento, casi pareció que iba a conseguirlo, pero Perrault conmutó los canales sin esperar a averiguarlo. No tenía sentido quedarse, las perreras sabían lo que hacían después de todo y ella tenía otras tareas que realizar.

    Se mantuvo ocupada investigando.

    El enredo usual de los rumores conflictivos aún recorría la agresiva costa.

    Lenie Clarke estaba en la Zona,

    Lenie Clarke se había marchado de ella.

    Estaba levantando un ejército en la NoCal; había sido devorada viva al norte de Corvallis; era una Kali y Amitav era su profeta; estaba embarazada y Amitav era el padre; podía no haber muerto; ya estaba muerta.

    Donde iba, la gente se sacudía el letargo y se ponía furiosa. Donde iba, la gente moría.

    No había escasez de historias. Hasta los moscabot empezaron a contarlas.

    Estaba interrogando a una mujer asiática cerca de la frontera de la NoCal. El filtro estaba configurado en cantonés: una traducción de texto se deslizaba a lo largo de una ventana en su HUD mientras sus auriculares susurraban el equivalente inglés hablado.

    De pronto, esa equivalencia desapareció.

    La voz en el oído de Perrault decía: —No conozco a esta Lenie Clarke pero he oído hablar del hombre Amitav. - pero el texto en su pantalla decía otra cosa: —Ángel. No me digas. Lenie Clarke, su nombre era, pero Lenie Clarke no es exactamente cuenca ¿un lugar llamado Beebe? Bueno, por lo que...

    —Espera. Espera un segundo. - dijo Perrault. La refugiada quedó en silencio, obendiente.

    Aunque la caja de texto siguió deslizándose: —¿Lenie? ¿Era ese su nombre de pila?

    Se despejó rápidamente cuando Perrault cerró la ventana. Pero para entonces, sus auriculares estaban hablando de nuevo:

    —Lenie Clarke estaba muy... ni siquiera vuestros antidepresivos parecían funcionar en ella.

    Las palabras de Amitav. Las recordaba.

    No era su voz, por supuesto. Algo frío, sin inflexión, sin rastro de acento. Algo familiar e inhumano. Palabras habladas convertidas en ASCII para la transmisión, después reconstruídas en el otro lado: era un truco común para reducir el tamaño de archivo, pero el tono y sentimiento se perdían en el lavado.

    Las palabras de Amitav. La voz del Maelstrom.

    Perrault sintió un hormigueo en la nuca.

    —¿Hola? ¿Quién es?

    La refugiada estaba hablando. Perrault no tenía ni idea de lo que ella decía. Ciertamente, no era:

    Brander, Micheal

    Caraco, Judith

    Clarke, Lenie

    Lubin, Kenneth

    Nakata, Alice

    Que era todo lo que aparecía en el panel.

    —¿Qué sabe sobre Lenie Clarke?

    No había forma de recuperar la señal. Por lo que el sistema sabía, la entrada había mostrado a una mujer asiática de mirada perpleja en la línea de la orilla de la NoCal.

    —Lenie Clarke. - repitió en voz baja la voz muerta. —De pronto aparece de la nada una selectora K. Parece una de esas viejas criaturas de luz con dientes. ¿Sabes? Vampiros.

    —¿Quién es? ¿Cómo ha entrado en este canal?

    —Desea saber algo sobre Lenie Clarke - Si las palabras salieran de algo de carne y hueso, habrían formulado una pregunta.

    —¡Sí! Sí, pero...

    —Ella aún está por ahí. Les beus, probablemente la andan buscando.

    La inteligencia se vertía a lo largo de la ventana de texto:

    Nombre:

    Clarke, Lenie Janice

    IDWH: 745 143 907 20AE

    Nacida: 07/10/2019

    Estado Votante: descalificada 2046 (suspendido examen pre-encuesta)

    —¿Quién eres?

    —Ying Nushi. Ya te lo he dicho.

    Era la mujer en la orilla, de regreso a su legítimo lugar en el circuito. Lo que lo había usurpado había desaparecido.

    Sou-Hon Perrault no pudo recuperarlo.

    Ni siquiera sabía como intentarlo. Pasó el resto de su turno en el borde, esperando las oberturas crípticas, saltando a cada click o chasquido en su casco. Nada ocurrió. Se fue a la cama y se quedó mirando el techo interminablemente, notando apenas a Martin a su lado preguntándole.

    —¿Quién es Lenie Clarke? ¿Qué es Lenie Clarke?

    Más que una superviviente accidental, ciertamente. Más que el icono conveniente de Amitav. Más incluso que la leyenda incendiaria que Perrault había creído una vez, quemando por el camino a lo largo la Zona. Cuánto más, ella no lo sabía.

    —Ella aún está por ahí. Les beus probablemente aún la andan buscando.

    En cierto modo, Lenie Clarke estaba en la red.

Capítulo 27

    

Capítulo 27 - Fantasma

    El cadáver no había alterado a Tracy Edison en absoluto. Eso no había sido mamá, ni siquiera parecía una persona. Sólo era un montón de carne aplastada toda cubierta de aglutinante y cemento. El ojo que se había quedado mirando tan maleducadamente desde el fondo de la habitación tenía el color correcto, pero no era en realidad el ojo de su mamá. Los ojos de mamá no estaban dentro de la cabeza.

    Y, de todas formas, no había habido tiempo para comprobarlo. Papá la había agarrado levantándola del suelo y la había metido dentro del coche (incluso en el asiento delantero) y se habían marchado rápidamente sin detenerse. Tracy había mirado hacia atrás y la casa no le había parecido tan mal desde fuera, excepto por esa única pared y el trocito detrás del jardín. Pero ahora estaban doblando la esquina y la casa había desaparecido.

    Nada les detuvo después. Papá ni siquiera paró para recoger comida, había comida allí donde iban, dijo él, y tenían que llegar allí rápido, antes de que la pared se viniera abajo. Él siempre hablaba así, sobre cómo ellos estaban tallando el mundo en formas de molde para galletas y cómo todos aquellos exóticos bichos y hierbas estaban dándoles la excusa que necesitaban para encerrar en pequeños enclaves a todo el mundo. Mamá siempre había dicho que era asombroso cómo se le ocurrían aquellas teorías escatológicas conspiratorias, pero Tracy tenía la sensación de que los recientes eventos caían del lado de Papá. Aunque no estaba segura. Todo era confuso de verdad.

    Llevó mucho tiempo subir a las montañas. Montones de carreteras estaban tan agrietadas y retorcidas que no se podía viajar sobre ellas y otras ya estaban atascadas con coches y autobuses y camiones. Había tantos que Tracy ni siquiera veía a nadie mirando a su coche del modo en que la gente usualmente miraba porque —bueno, cariño, la gente no sabe que trabajo fuera del bosque, por eso cuando nos ven en nuestro propio coche piensan que sólo somos egoistas y derrochadores. - Papá tomó muchas carreteras secundarias y, antes de que ella se diese cuenta, ya estaban muy lejos en las montañas. Sólo viejos atajos despejados hasta donde alcanzaba la vista, todo verde y borroso con comedores de carbono kudzu. Y Papá aún no había parado, excepto unas pocas veces para dejar hacer pis a Tracy y una vez cuando condujo bajo algunos árboles hasta que un montón de helicópteros pasaron de largo.

    No habían parado hasta que llegaron aquí, a esta cabañita en el bosque junto a un lago. Un lago glacial, decía Papá. Decía que había muchas de esas cabañas saliendo por todo el suelo del valle a través de las montañas. Mucho tiempo atrás los Rangers del Parque viajaban por ahí a caballo, asegurándose de que todo iba bien y quedándose en una cabaña diferente cada noche.

    Ahora, por supuesto, a la gente normal no le permitían ir al bosque, así que ya no hacían falta los rangers. Pero aún mantenían algunas cabañas preparadas para los visitantes, para biólogos que venían al bosque para estudiar los árboles y las cosas.

    —Pues estamos aquí en una especie de vacaciones. - dijo su papá. —Sólo tenemos que tocar de oído y haremos paseos todos los días y explorar y jugar hasta que las cosas se tranquilicen un poco en casa.

    —¿Cuando vendrá Mami? - preguntó Tracy.

    Su papá bajó la vista hacia las espinas de pino marrones que había por todo el suelo. —Mamá se ha ido, Rayo-Lima. - dijo después de un rato. —Sólo nosotros durante un tiempo.

    —Vale. - dijo Tracy.

    Ella aprendió a cortar leña y encender fuegos, ambas cosas fuera en el hueco del fuego del gran horno negro de la cabaña, que debía de tener más de cien años de edad.

    Le encantaba el olor del humo de la madera, aunque lo odiaba cuando cambiaba el viento y se le metía en los ojos. Salieron a pasear al bosque casi todos los días y miraban salir las estrellas por la noche.

    El papá de Tracy pensaba que las estrellas eran algo muy especial... —nunca se ve algo así en la ciudad, ¿eh, Rayo-Lima?... pero el planetarium del reloj de Tracy en realidad era más bonito, aún cuando tuvieras que ponerte ojofonos para verlo. Aún así, Tracy no se quejaba, podía entender que era muy importante para Papá que a ella le gustara todo aquel asunto de las vacaciones. Así que sonrió y asintió. Papá sería feliz durante un tiempo.

    Aunque por la noche, cuando se doblaban sobre el catre, él la abrazaba y la abrazaba y no la soltaba. A veces la abrazaba tan fuerte que casi dolía. Otras veces sólo se acurrucaba detrás de ella y no se movía en absoluto, sin apretar pero todo tenso.

    Una vez, Tracy despertó en mitad de la noche y su papá estaba llorando. Estaba en torno a ella y no emitía ningún sonido, pero de vez en cuando se estremecía un poco y las lágrimas salpicaban el cuello de Tracy. Tracy se quedaba absolutamente quieta para que su papá no supiese que estaba despierta.

    A la mañana siguiente, le preguntó, como aún hacía a veces, cuándo llegaría Mamá. Su papá le dijo que era hora de barrer la cabaña.

    Su mamá nunca apareció. Aunque alguien más lo hizo.

    Estaban recogiendo después de cenar. Habían pasado todo el día paseando en el glaciar al otro lado del lago y Tracy estaba deseando irse a la cama. Pero no había lavavajillas en la cabaña, así que tenían que lavar todos los platos en el fregadero. Tracy secaba mirando la oscuridad ventosa por la ventana. Si miraba mucho a través del cristal, podía ver una esquinita irregular de cielo gris oscuro, todo ribeteado por las formas oscuras de los árboles movidos por el viento.

    Aunque mayormente, sólo veía su propio reflejo mirándola desde la oscuridad y la iluminación del interior de la cabaña reflejada detrás.

    Pero luego bajó la vista para secar un plato y su reflejo no hizo lo mismo.

    Volvió a mirar por la ventana. Su reflejo no estaba bien. Borroso, como si hubiera dos en vez de uno. Y sus ojos también no estaban bien.

    —No soy yo., pensó Tracy, y sintió un escalofrío por todo el cuerpo.

    Había algo más ahí fuera, una cara de fantasma, mirando dentro. Y cuando Tracy sintió que sus ojos se agrandaban y abría la boca, —ohhh - esa otra cara sólo se quedaba mirando desde la ventosa oscuridad sin ninguna expresión.

    —Papi - Intentó decir, pero le salió un murmullo.

    Al principio, Papá sólo la miró. Luego miró por la ventana y su boca se abrió y sus ojos también se agrandaron un poco. Pero sólo durante un momento. Después caminó hacia la puerta.

    Al otro lado de la ventana, la cara flotante del fantasma se giró para seguirle.

    —Papi. - dijo Tracy, y su voz sonó muy pequeña. —Por favor, no lo dejes entrar.

    —La., Rayo Lima. No lo. - dijo su papá. —Y no seas boba. Se está congelando ahí fuera.

    No era un fantasma después de todo. Era una mujer con pelo rubio corto, justo como el de Tracy. Entró por la puerta sin decir una palabra. El viento afuera trató de seguirla, pero el papá de Tracy le cerró la puerta.

    Sus ojos eran blancos y vacíos. Le recordaban a Tracy al glaciar del otro lado del lago.

    —Hola. - dijo el papá de Tracy. —Bienvenida a nuestra, uh, casa lejos de casa.

    —Gracias.

    La mujer parpadeó con esos asustadores ojos. Debían de ser lentes de contacto, decidió Tracy. Como aquellas LenTacs que la gente llevaba a veces.

    Aunque nunca había visto unas tan blancas.

    —Bueno, por supuesto, no es nuestra casa exactamente, sólo estamos aquí durante un tiempo, ya sabes... ¿eres del MRN?

    La mujer inclinó la cabeza un poquito, formulando una pregunta sin mover la boca. Excepto por los ojos, parecía como cualquier otro montañero que Tracy había visto. Gore-Tex y mochila y todas esas cosas.

    —Ministerio de Recursos Naturales. - explicó el papá de Tracy.

    —No.dijo la mujer.

    —Bueno, Supongo entonces que todos estamos allanando juntos, ¿eh?

    La mujer bajó la vista hacia Tracy y sonrió. —Hey, hola.

    Tracy dió un paso atrás y chocó con su papá. Papá puso las manos sobre sus hombros y los apretó como diciendo —no pasa nada.

    La mujer miró otra vez al papá de Tracy. Su sonrisa había desaparecido.

    —No pretendía arruinaros la fiesta. - le dijo la mujer.

    —No sea boba. En serio, llevamos aquí algunas semanas. Paseando por ahí. Explorando. Salimos justo antes de que sellaran la frontera. Yo solía ser un... es decir, el Gran Desastre no dejó muchas cosas, ¿eh? Todo es un lío. Pero conocía este lugar, hice algunos contratos laborales aquí una vez. Así que lo recorremos. Hasta que las cosas se calmen.

    La mujer asintió.

    —Soy Gord. - dijo el papá de Tracy. —Y esta es Tracy.

    —Hola, Tracy. - dijo la mujer. Ella sonrió de nuevo. —Supongo que debo de parecerte bastante rara, ¿verdad?

    —No pasa nada. - dijo Tracy. Su papá le dió otro apretón.

    La sonrisa de la mujer osciló un poco.

    —Bueno... - dijo Papá, —... como estaba diciendo, Soy Gord y esta es Tracy.

    Al principio, Tracy pensó que la extraña mujer no iba a responder.

    —Lenie. - dijo ella al fín.

    —Encantado de conocerte, Lenie. ¿Qué te trae por aquí arriba?

    —Sólo lo cruzo paseando. - dijo ella. —Voy a Jasper.

    —¿Tienes familia allí? ¿Amigos?

    Lenie ni siquiera respondió, en su lugar dijo: —Tracy. ¿Dónde está tu mamá?

    —Está... - empezó Tracy y no pudo terminar.

    Fue como si algo le cerrara la garganta. ¿Dónde está tu mamá? Ella no lo sabía. Ella sabía. Pero Papá no hablaba de ello...

    Mami se ha ido, Rayo Lima. Sólo nosotros durante un tiempo.

    ¿Cuánto tiempo era un tiempo?

    Mami se ha ido.

    De pronto, los dedos de Papá le agarraban los hombros tan fuerte que dolía.

    —Mami se..., empezó Trazy.

    —El temblor. - dijo su papá, y su voz sonó tensa como lo era cuando se enfadaba de verdad.

    —... ha ido.

    —Lo siento. - dijo la extraña mujer. —No lo sabía.

    —Ya, bueno, quizá la próxima vez PIENSES un poco, antes de....

    —Tienes razón. He sido insensible. Lo siento.

    —Ya. - Papá no sonó convencido.

    —Yo... a mí me pasó lo mismo. - dijo Lenie. —Familia.

    —Lo siento. - dijo el papá de Tracy y de pronto, ya no parecía tan enfadado.

    Él debe de haber pensado que Lenie estaba hablando sobre el temblor.

    De alguna manera, Tracy sabía que no era cierto.

    —Mira. - estaba diciendo su papá, —Estás invitada a descansar aquí por un día o dos si quieres. Hay mucha comida. Hay dos camas. Tracy y yo podemos dormir juntos..

    —No hace falta. - dijo Lenie. —Dormiré en el suelo.

    —No es problema, en serio. Dormimos juntos a veces de todos modos, ¿verdad, Rayo?

    —Dormis. - la voz de Lenie era extraña y plana. —Ya veo.

    —Y... y todos hemos pasado por tantas cosas, ¿sabes?. Todos hemos... perdido tanto. Deberíamos ayudarnos unos a otros cuando tengamos la oportunidad, ¿no crees?

    —Oh sí. - dijo Lenie y estaba mirando directamente a Tracy. —Definitivamente.

    Después de desayunar a la mañana siguiente, Tracy bajó a por agua. Había un pequeño estante de piedra que sobresalía de una pendiente de carga. Tracy podía inclinarse sobre el borde y ver su propio reflejo oscuro mirándola. El agua limpia gris azulada se filtraba al fondo. A veces, Tracy tiraba piedrecitas al agua y las veía caer, pero la oscuridad siempre las engullía antes de que tocaran el fondo.

    De repente, justo como la noche anterior, había otro reflejo tras ella.

    —Es hermoso allí abajo. - dijo Lenie en su hombro. —Apacible.

    —Es profundo. - dijo Tracy.

    —No lo bastante profundo.

    Tracy giró el torso sobre la roca y alzó la vista hacia la extraña dama que se había quitado las lentes blancas. Sus ojos eran pálidos, azul pálido.

    —Aún no he visto ningún pez allí abajo. - dijo Tracy.

    Lenie se sentó a su lado con las piernas cruzadas. —Es glacial.

    —Lo sé. - dijo Tracy orgullosa. Señaló al risco helado al otro lado del lago. —Eso cubría la mitad del mundo, hace muuucho tiempo.

    Lenie sonrió un poco.

    —¿Sí, cuánto?

    —Diez mil años. - dijo Tracy. —Y hace sólo cien años llegaba casi hasta donde estamos ahora. Tenía veinte metros de altura y la gente venía y se subía encima con motos de nieve y cosas.

    —¿Te contó tu papá todo eso?

    Tracy asintió. —Mi Papá es un ecologista forestal. - Señaló a un grupo de árboles a varios senderos de distancia. —Esos son abetos Douglas. Hay muchos ahora porque pueden sobrevivir a fuegos y sequías y bichos. Aunque a los otros árboles no les va muy bien.

    Miró hacia el agua. —No he visto ningún pez todavía.

    —¿Te contó... tu papá que había peces ahí dentro? - preguntó Lenie.

    —Me dijo que siguiera mirando. Dijo que quizá tendría suerte.

    Lenie dijo algo que terminaba en —magina.

    Tracy la miró de nuevo. —¿Qué?

    —Nada, cielito. - Lenie estiró una mano y alborotó el pelo de Tracy. —Es que... bueno, quizá no deberías creer todo lo que tu papá te dice.

    —¿Por qué no?

    —A veces las personas no siempre dicen la verdad.

    —Oh, Ya lo sé. Pero es mi papá.

    Lenie suspiró, pero luego su cara se iluminó un poco: —¿Sabías que hay lugares donde los peces brillan como bengalas?

    —No los hay.

    —Sí los hay. Muy abajo en el mismo fondo del océano. Los he visto yo misma.

    —¿Los has visto?

    —Y algunos tienen dientes que son tan grandes... - Lenie separó las manos una distancia casi del ancho de los hombros de Tracy. —... que ni siquiera pueden cerrar las bocas del todo.

    —Ahora, ¿quién está mintiendo? - preguntó Tracy.

    Lenie se puso una mano en el corazón. —Lo juro.

    —Te refieres a, ¿como tiburones?

    —No. Diferentes.

    —Uau. - Lenie era muy extraña, pero era simpática. —Papá dice que ya no quedan muchos peces.

    —Bueno, estos están muy profundos.

    —Uau. - dijo Tracy de nuevo. Se dió la vuelta, se apoyó sobre su estómago y se quedó mirando el agua. —Quizá haya peces como esos ahí abajo.

    —No.

    —Es muy profundo. No se puede ver el fondo.

    —Créeme, Trace. Sólo es un montón de grava y viejas ramas y carcasas de insecto.

    —Yah, bueno, ¿cómo lo sabes?

    —Pues... en realidad - empezó Lenie.

    —Papá me dijo que seguiera mirando.

    —Apuesto a que tu papá dice un montón de cosas. - dijo Lenie con una voz extraña. —¿no es cierto?

    Tracy volvió a mirar a la mujer. Lenie ya no estaba sonriendo. Parecía muy seria.

    —Apuesto a que te toca a veces, ¿verdad? - Lenie casi estaba susurrando. —Cuando los dos dormís juntos por la noche.

    —Bueno, claro. - dijo Tracy. —A veces.

    —Y él, probablemente, dijo que no pasaba nada, ¿cierto?

    Tracy estaba confusa. —Él nunca habla sobre ello. Sólo lo hace.

    —Y es vuestro secretito, ¿verdad? No le has... no le contaste nada de ello a tu mamá.

    —Yo no... mamá... Él no quiere que yo hable sobre... - no pudo terninar.

    —No pasa nada. - Lenie sonrió, y era una triste y amigable sonrisa al mismo tiempo. —Eres una buena chica, ¿sabías eso, Tracy? Eres una chica muy buena.

    —Ella es la mejor. - dijo el papá de Tracy, y la cara de Lenie volvió a quedar tan vacía como una máscara.

    Él había rellenado su gran mochila diaria y la pequeña de Tracy. Tracy acudió corriendo y cogió la suya.

    Su papá estaba mirando a Lenie y parecía un poco confudido, pero luego dijo, —Vamos a comprobar un viejo sendero de animales por el risco. Quizá veamos un ciervo o un tejón. Algunas horas, al menos. Puedes venir con nosotros si te...

    Lenie negó con la cabeza, tensamente. —Gracias, no. Creo que voy a... - Y luego se detuvo y miró a Tracy y miró de nuevo al papá de Tracy. —Sí, vale. - dijo ella. —Quizá debería, a ello.

Capítulo 28

    

Capítulo 28 - De paso

    Advertencia Sanitaria de: ARISC, Vigilancia de Peligros Regional, NAmPac WH.

    Distribución: A todo el personal de pacificación y vigilancia, Zona de Refugiados de la NAmPac.

    Tipo: Síndrome de Deficiencia.

    Escala: local.

    Tasa: 4.6

    Queden avisados de que la incidencia local de síntomas de deficiencia dentro de la población de refugiados se ha incrementado entre las Latitudes 46°N y 47°N. Permanezcan atentos a síntomas previos tales como pérdida del cabello, piel flácida y pelado de uñas. Los casos más avanzados están desarrollando hematomas masivos y síntomas de hambruna de segunda fase (pérdida de masa corporal de más del 18%, edemas, kwashiorkor incipiente y escorbuto). Ceguera, espasmos y diabetes completa aún no se han observado, pero se espera su desarrollo.

    Esto parece ser una enfermedad terminal cuya causa permanece indeterminada. Aunque los síntomas son consistentes con la malnutrición avanzada, las muestras tomadas de los cicladores Calvin locales son nutricionalmente completas. Los cicladores también están produciendo las concentraciones prescritas de SAM-g, pero hemos encontrado menos de la mitad de la dosis efectiva en las muestras de sangre de algunos individuos.

    TENGAN CUIDADO. ALGUNOS REFUGIADOS PUEDEN ESTAR FUERA DE SUS CABALES Y PUEDEN, POR TANTO, SER POCO COOPERATIVOS O INCLUSO HOSTILES.

    Sospechamos que algo está interfiriendo con los procesos metabólicos a nivel celular y se están cotejando actualmente las muestras con los microconjuntos de patógenos de la ARISC. Hasta el momento, sin embargo, hemos fracasado al aislar el agente.

    SI OBSERVA ESTOS O CUALQUIER OTROS SÍNTOMAS INUSUALES DURANTE LA PATRULLA, POR FAVOR, INFORME A ESTA OFICINA DE INMEDIATO.

Capítulo 29

    

Capítulo 29 - Útero

    Las mentiras llevaron a Clarke dentro del agua.

    Se había sentado alrededor de una mesa plegable con Gord y Tracy, comiendo la cena del ciclador.

    Era un último modelo y los bloques que dispensaba eran mucho más sabrosos que los que había comido en la Zona. Se estaba concentrado es ese pequeño placer mientras Gord pasaba los dedos por el pelo de su hija. Emitía sonidos afectivos tipo la niñaPequeñaDePapi, cada gesto contenía... ¿el qué?

    Clarke conocía las señales, pensaba que conocía las señales, pero este capullo era malditamente bueno cuando había testigos. No había visto ni una maldita cosa que revelara lo que acechaba debajo. Podía haber sido cualquier padre amando a su hija del modo correcto.

    Fuera lo que eso fuese.

    Su pantalla, por no mencionar su incesante charla infantil, la estaba sacando de sus casillas. Gordon había parecido casi aliviado cuando Clarke había cogido su mochila e internado en la noche. Ahora, ella permanecía mirando hacia un líquido glacial inmóvil, profundo y tentador e iluminado con luz de medianoche amplificada. Sus tapas oculares transmutaban los alrededores forestales en gris y plata de alto contraste. Su reflejo en el agua quieta, una vez más, se estaba...

    ...moviendo...

    ...y las mismas viejas bobadas empezaban de nuevo, algo en su cerebro empezaba a servir otra mentira feliz sobre amorosos padres y cálidas noches borrosas de la infancia...

    Estaba de rodillas, buscando en su mochila.

    Tenía la capucha puesta, sintió el sello del cuello contra la túnica. Había otros acesorios, por supuesto, pestañas y mangas y leotardos, pero no había tiempo... tenía seis años y estaba siendo arropada y nada malo iba a ocurrirle, nada en absoluto, por ahora, lo sabía, y no iba a aguantar con aquella mierda nunca más, no mientras el fantasma tuviera una oportunidad...

    —Empezaba cuando yo volvía quizá si vuelvo abajo...

    Ni siquiera se quitó la ropa.

    El agua la golpeó como una descarga eléctrica. Congelada y viscosa, le deshollaba los brazos y piernas desnudos, encendía agujas heladas por la entrepierna y hombros antes de que la piel de su túnica se le pegara en los miembros para sellar las brechas. El contenedor de vacío en su pecho expulsó todo su aire. La hospitalaria agua helada ocupó su lugar.

    Ella se hundió como una piedra. La luz nocturna acuosa se desvanecía a cada segundo. La presión se acumulaba.

    Le quemaban los miembros expuestos, luego le dolieron hasta quedar insensibles.

    Se acurrucó en una bola, chocó contra el fondo. Agujas podridas de pino se elevaron en una nubecilla.

    No sentía los brazos ni las piernas. Se estaban muriendo, por grados. Sus vasos sanguíneos se habían comprimido en el momento que había tocado el agua, un autosacrificio automático para mantener el calor corporal en el núcleo. Nada de oxígeno conseguía pasar por aquellas avenidas constrictas. Nada de calor. Los límites de su cuerpo se estaban congelando hasta la muerte. En cierto sentido, era casi reconfortante.

    Se preguntó cuánto podría prolongarlo.

    Al menos, se había librado de ese jodido monstruo de Gord.

    —Si es lo que es. ¿Cómo podía probarlo absolutamente? Podría negarlo todo, a los padres les está permitido tocar a sus hijos, después de todo...

    Pero no existía una prueba absoluta. Sólo una prueba más allá de una duda razónable. Y Lenie Clarke, Lenie Clarke había estado allí. Ella sabía.

    Igual que esa niña, Tracy. Ella estaba ahora allí arriba a solas con él.

    Alguien debería hacer algo al respecto.

    —¿Y qué eres ahora: juez, jurado y verdugo?

    Pensó sobre ello un poco.

    —¿Quién mejor que ella?

    No podía sentir las piernas pero, aún así, se movieron a su orden..

Capítulo 30

    

Capítulo 30 - Eclipse

    —Ella es extraña. - dijo Tracy mientras limpiaban en el fregadero.

    Su papá sonrió. —Probablemente sólo está muy dolida, cariño. El temblor hizo daño a un montón de gente, ¿sabes?, y cuando algo te duele es fácil ser insensible. Apuesto a que ella sólo necesita algo de tiempo a solas. ¿Sabes?, comparados con otras personas, en verdad estamos bastante...

    No terminó. Eso ocurría mucho últimamente.

    Lenie aún no había regresado para la hora de dormir. Tracy se puso su pijama y se metió en la cama con su papá. Se tumbó de lado, con su espalda contra su estómago.

    —Muy bien, Lima Rayito. - Papá la abrazó y le acarició el pelo. —Ahora a dormir. Lima Rayito.

    Estaba oscuro en la cabaña y muy tranquilo fuera. Sin ruído de viento que despertase a Tracy.

    Luz de Luna se colaba a través de la ventana y hacían brillar una parte del suelo con suave luz plateada. Después de un rato, su papá empezó a roncar.

    A ella le gustaba el modo en que olía. Los párpados de Tracy se hicieron pesados.

    Cerró los ojos hasta rendijas confortables, observando la luz de Luna en el suelo. Casi como su lamparita de noche —Nermal el Nematodo - que tenía en casa.

    En casa fue donde Mamá...

    Donde...

    La luz nocturna se atenuó.

    Tracy abrió los ojos.

    Lenie estaba espiando a través de la ventana, bloqueando la luz de Luna. Su sombra devoraba la mayor parte de luz sobre el suelo. Su rostro era una sombra también. Tracy sólo podía ver sus ojos, fríos y pálidos y casi brillando un poco, como la nieve. Lenie no se movió durante un buen rato. Sólo estaba allí fuera, espiando.

    Mirando a Tracy.

    Tracy no sabía cómo sabía eso. No sabía cómo Lenie podía espiar la esquina más oscura de una cabaña oscura en mitad de la noche y encontrarla allí, acurrucada con su papá, ojos abiertos y contemplando. Los ojos de Lenie estaban cubiertos. Tracy no habría conseguido ver hacia dónde miraban ni a plena luz del día.

    Daba igual. Tracy sabía que Lenie estaba mirando a través de la oscuridad. Directamente a ella.

    —Papi. - susurró ella y su papá murmuró algo en su sueño y le dió un apretón, pero no se despertó.

    —Papi. - susurró de nuevo, con miedo a hablar en voz alta. Miedo a gritar.

    La luz de Luna volvió.

    Al otro lado de la cabaña, la puerta se abrió sin un sonido. Lenie pasó dentro. Hasta en la oscuridad, su silueta parecía demasiado suave, demasiada vacía. Era como si se hubiese quitado toda la ropa y no llevara nada salvo negrura debajo.

    Una de sus manos sostenía algo.

    La otra fue directa a sus labios.

    —Shhh, - dijo ella.

Capítulo 31

    

Capítulo 31 - Monstuo

    El monstruo tenía a Tracy en sus garras.

    Él pensaba que estaba a salvo escondido allí, acurrucado en la oscuridad con su víctima, pero Lenie Clarke podía verle tan claramente como en un día soleado.

    Dió pasos silenciosos a lo largo de la cabaña dejando huellas de agua helada. Se había puesto el resto de sus inmersopiel para aislarse del frío. Un fuego reparador se extendía a través de sus miembros, la sangre caliente ardía de regreso a su carne congelada.

    Le gustaba la sensación. Tracy la contemplaba desde el abrazo de su padre. Tenía los ojos como platos, balizas implorantes de miedo y parálisis.

    —No pasa nada, amiguita. Ese ya no se saldrá con la suya nunca más. Primer paso... - Clarke se inclininó hasta quedar muy cerca. —... liberar al rehén.

    Retiró la manta. El monstruo abrió los ojos, pestañeando estúpidanente en una oscuridad que se había vuelto contra él de repente. Tracy yacía dentro del pijama, aún demasiado asustada para moverse.

    —Pijama., pensó Clarke torcidamente. —Bonito detalle. Dando su mejor comportamiento cuando hay compañía presente.

    La compañía presente no era tonta.

    Rápida como una serpiente, cogió a Tracy por la muñeca. Luego, la chica ya estaba a salvo junto a ella con el brazo libre de Clarke protectoramente alrededor de su hombro.

    Tracy aulló.

    —¿Qué demonios...? - El monstruo estaba estirando el brazo buscando la lámpara de noche junto a la cama.

    De acuerdo. Déjale tener suficiente luz para ver el juego, cambiando a peor...

    La cabaña se encendió, cegándola durante un momento hasta que sus tapas oculares se adjustaron. Gordon se estaba levantando de la cama.

    Clarke levantó el puñal. —No muevas un jodido músculo.

    —¡Papi! - gritó Tracy.

    El monstruo separó las manos, aplacando, ganando tiempo. —Lenie... escucha, No lo sé lo que quieres...

    —¿En serio? - Nunca había estado tan segura de algo en toda su vida. —Estoy segura como la mierda que sabes lo que tú quieres.

    Él negó con la cabeza. —Escucha, deja que Tracy se vaya, ¿vale? Lo que sea que pasa, no hace falta involucrarla en...

    Clarke avanzó un paso. Tracy chocó con ella a su lado, gimoteando. —¿No hace falta involucrarla? Es un poco tarde para eso, bastardo. Es demasiado jodidamente tarde.

    El monstruo se quedó inmóvil durante un segundo. Luego, lentamente, como si su consciencia despertara: —¿Qué es lo tú... crees que yo...?.

    Clarke dió una carcajada. —Esa es buena..

    —¿No pensarás...?

    Tracy dió un tirón. —¡Papi, ayudáme!

    Clarke la sujetó. —No pasa nada, Tracy. No puede hacerte daño.

    El monstruo dió un paso al frente. —No pasa nada, Rayo-Lima. Ella es que no entiende...

    —¡Cállate! ¡Cierra el jodido pico!

    Él dió un paso atrás, manos separadas, palmas hacia afuera: —Vale, vale... pero no...

    —Yo entiendo, bastardo. Entiendo mucho mejor de lo que crees.

    —Esto es de locos, Lenie. Sólo mírala, ¿por qué no lo intentas? ¿Es de mí de quien está asustada? ¿Actúa como si quisiera ser rescatada? ¡Usa los ojos! ¿Qué en nombre de Dios te ha hecho pensar...?

    —¿Te crees que no lo sé? ¿Crees que no recuerdo lo que se siente cuando no sabes ninguna otra opción mejor? ¿Crees que porque le has lavado el cerebro a tu propia hija para que piense que esto es normal voy a...?

    —¡Yo nunca la he tocado!

    Tracy se liberó de un tirón y huyó. Clarke, desequilibrada, se estiró para atraparla.

    De repente, Gordon estaba en su camino.

    —Maldita psicópata. - masculló él y la golpeó en la cara.

    Algo se quebró en la base de su mandíbula. Ella se tambaleó. Un calor salado le inundó la boca. En pocos momentos habría dolor.

    Pero ahora sólo había un súbito miedo paralizante, resucitando desde los albores del tiempo.

    —No, pensó ella. —Tú eres más fuerte que él. Eres más fuerte de lo él fue jamás, no tienes que aguantar esta mierda vil ni un sólo instante. Vas a enseñarle una jodida lección que no va a olvidar al apuntarle el puñal en la barriga y contemplar cómo expl...

    —¡Lenie, no! - gritó Tracy. Clarke miró al lado, distraída.

    Una montaña se aplastó contra el lateral de la cabeza. El puñal ya no estaba en su mano, estaba siguiendo alguna loca parábola a través de un mundo que giraba incómodamente. El tosco tableado de madera del suelo de la cabaña lanzaba astillas en la cara de Clarke. Desde alguna inexcrutable parte distante del mundo, una niña estaba gritando —Papi.... Papi.

    Clarke balbuceó algo a través de sus labios de pulpa. Habían pasado tantos años, pero él había regresado al fín. Y, en realidad, nada había cambiado después todo.

    —Fue mi maldita culpa, - pensó ella. —Me lo estaba buscando.

    Ojalá pudiera tener un momento para revivirlo de nuevo, confiaba ella, y así se pondría bien. Habría sujetado el puñal esta vez, le habría hecho pagar como a aquel poli en West Bend, le cogí bien, toda su parte media fue una gran nube de sopa con tropezones, nada quedó salvo una columna vertebral sanguinolenta que sujetaba dos partes y no iba a molestar a nadie después de aquello, jajaja...

    Pero aquello fue entonces. Esto pasaba ahora y una gran mano ruda sobre su hombro le estaba dando la vuelta.

    —¡Maldito pedazo de mierda retorcida! - rugió el monstruo. —Le pones una mano encima a mi hija ¡y te mato! - La arrastró por el suelo y la estampó contra la pared. Su hija estaba llorando en algún lugar al fondo, su propia hija, aunque por supuesto a él no le importaba, lo único que él quería...

    Ella se retorció y giró y el siguiente golpe le rozó el hombro y de pronto estaba libre, la puerta abierta estaba delante de ella y toda la seguridad de la oscuridad estaba al otro lado, —los monstruos no pueden ver en la oscuridad pero yo sí...

    Algo la hizo tropezar, ella cayó al suelo de nuevo pero no se detuvo, reptó por el suelo hacia la puerta como un cangrejo sin la mitad de sus patas mientras Papi bramaba y pegaba cerca en los talones.

    Su mano, impulsándose en el suelo, tocó algo...

    —El puñal había volado hasta aquí. Lo tengo ahora y puedo enseñarle...

    Pero no lo hizo.

    Únicamente lo agarró y corrió, vomitando de miedo y su propia cobardía, huyó hacia la hospitalaria noche donde todo era plata brillante y gris bajo la Luna. Corrió hasta el lago y ni siquiera se acordó de sellar la piel de la cara hasta que el mundo entero fue un rociado de agua helada.

    Directa al fondo, arañando el agua como si también fuera un enemigo. Meros momentos antes de que el fondo surgiera a la vista, sólo es un lago después de todo y no era lo bastante profundo, ni remotamente suficiente, Papi sencillamente pasearía hasta la orilla y la pescaría con las manos...

    Ella chocó contra el sustrato. Detritus acuosos se arremolinaron en torno suyo. Atacó la roca durante días, durante años, mientras alguna parte distante de sí misma negaba con la cabeza por su propia estupidez.

    Eventualmente, hasta perdió la fuerza para entrar en pánico.

    —No soporto permanecer aquí. - Sentía la mandíbula rígida e hinchada en su hueco. —Al menos tengo el margen de la noche. No dejará la cabaña antes de que rompa el día.

    Algo suave y artificial yacía en la cercanía, su perfíl era confuso por la distancia y el sedimento que se reasentaba. El puñal. Debió de haberlo dejado caer cuando selló la capucha. Lo deslizó de regreso a su funda.

    —Tampoco me sirvió de mucho esta úlima vez...

    Se impulsó en el fondo.

    Había un viejo mapa topográfico clavado en una pared de la cabaña, recordaba ella.

    Mostraba otras cabañas punteadas interminablemente por alguna ruta de patrulla forestal. Probablemente vacías la mayoría del tiempo. Había una hacia el norte que la habían llamado Nigel Creek. Podía irse allí, podía dejar muy atrás al monstruo... y a Tracy...

    —Oh, Dios. Tracy.

    Rompió la superficie.

    Su mochila yacía en la orilla donde la había dejado. La cabaña estaba al otro lado del claro con la puerta bien cerrada. Las luces interiores estaban encendidas. La cortina cubria las ventana, pero el brillo que se filtraba en torno a ellas era obvio hasta sin tapas oculares.

    Reptó saliendo del lago. Una docena de dolores diferentes le dieron la bienvenida a su regreso a la gravedad. Los ignoró manteniendo la vista en la ventana. Estaba lo bastante lejos para ver que el borde de la cortina se retiraba hacia atrás, justo lo suficiente para permitir la vista a un ojo oculto. Ella lo vió de todos formas.

    Tracy estaba allí dentro.

    Lenie Clarke no la había rescatado. Lenie Clarke apenas había conseguido escapar ella misma y Tracy... Tracy aún le pertenecía a Gordon.

    —Ayúdala.

    Había parecido tan sencillo antes. Ojalá no hubiera perdido el puñal...

    —Lo tienes ahora. Está ahí mismo en tu pierna. Ayúdala, por amor de Dios...

    El aire entró en su garganta.

    —Ya sabes lo que le hace. Tú lo sabes. Ayúdala...

    Se llevó las rodillas al pecho y las abrazó, pero sus hombros no dejaban de temblar. Sus sollozos sonaban demasiado altos en el claro plateado.

    Desde los temblores, la silenciosa cabaña no mostraba ninguna reacción.

    —Ayúdala, cobarde. Inútil pedazo de mierda. Ayúdala...

    Después de un muy largo rato, se puso la mochila, se puso de pie y se alejó caminando.

Capítulo 32

    

Capítulo 32 - Caballo de Guerra

    Durante más de un mes, Ken Lubin había estado esperando la muerte. Nunca había vivido tan plenamente como lo había hecho en ese tiempo.

    Los vientos prevalecientes habían tallado las facetas de la isla como intricados frescos, llenos de huecos de arena fosilizada. Las gaviotas y los cormoranes anidaban en las alcobas de arenisca abovedada. No había huevos que cuidar, evidentemente, los pájaros no procreaban en otoño, pero la carne, al menos, era abundante.

    El agua fresca no era un problema, Lubin sólo tenía que entrar en el océano y despertar el desalinador que llevaba en el pecho. La inmersopiel aún seguía totalmente funcional, si acaso un poco ajada. Sus poros permitían que el agua destilada pasara para inundarlo, mantenía fuera las sales cáusticas. Mientras se bañaba, suplementaba su dieta con crustáceos y algas. No era biolólogo pero sus mejoras de supervivencia eran afinadas, toda toxina natural que no podía detectar, probablemente sus jefes le habían inmunizado contra ella.

    Dormía bajo un cielo tan lleno de estrellas que sobreiluminaba la confusión de luz que se filtraba desde el horizonte oriental. La vida salvaje misma brillaba por la noche. Al principio, no lo había notado, sus tapas oculares le sustraían de la oscuridad, convertían las horas nocturnas en luz diurna sin colores. Una noche, se empezó a cansar de aquella constante claridad, se quitó las tapas de las córneas y vio la tenue luz azul radiando desde una colonia de focas marinas en la línea de playa.

    La mayoría de las morsas estaban adornadas con tumores y abscesos. Lubin no sabía si era una enfermedad natural o sólo otra consecuencia de una vida demasiado próxima a los efluvios del siglo veintiuno. Aunque estaba bastante seguro de que se suponía que las llagas no brillaban así. Estas lo hacían. Los brotes rezumaban puros y rojos a la luz del día, pero por la noche, el icor brillaba como los fotóforos de los peces abisales y más que los tumores. Cuando las morsas le devolvían la mirada, sus ojos mismos brillaban en zafiro.

    Una pequeña parte de Ken Lubin no podía evitar sino tratar de encontrar algún tipo de explicación: las bacterias bioluminescentes, recientemente mutadas; la transferencia lateral genética de cualesquiera microbios que habían encendido el Fuego de St. Elmo, mucho antes de que el agresivo ultravioleta los hubiera enviado a hacer las maletas. Las moléculas de luciferina fluoresciendo por la exposición al oxígeno: eso explicaría el brillo de las llagas abiertas y el de los ojos densamente llenos de capilares.

    Una mayor parte de él simplemente se maravillaba del total absurdo de que el cáncer creara belleza.

    Su cuerpo se reparaba a sí mismo más rápido que cualquier hombre normal. Los tejidos se unían y regeneraban casi como los mismos tumores. Lubin estaba agradecido por las células forzadas a concentrar mitocondrias, para la producción aumentada de anticuerpos triméricos, macrófagos y linfoquina y fibroblastos hasta dos veces la tasa normal de los mamíferos. Recuperó el oído en pocos días, claro y hermoso al principio, luego disminuyendo mientras las células le proporcionaban tímpanos, urgidas a la sobrecarga por docenas de ajustes retrovirales, sencillamente, continuaban sin parar. Para cuando se acordaron de parar, sentía los tímpanos como si los hubieran reconstruído a partir de cartón.

    No lo resentía. Aún podía oir y hasta la sordera total hubiera sido un pago justo para un cuerpo más resistente en otros aspectos. La naturaleza le había provisto con un ejemplo de la alternativa, debería estar desagradecido: un león marino, un toro viejo que apareció en el extremo sur de la isla más de una semana después. Lubin vino hacia la orilla. Era fácilmente cinco veces del tamaño de las morsas que acudían por todos lados y había llevado una vida de superior violencia. Algunas batallas recientes le habían desencajado la mandíbula inferior en la base. La misma colgaba como una viciosa lengua hinchada, llena de dientes. La piel y el músculo y ligamentos eran todo lo que sujetaban la cabeza de la criatura. Aquellos tejidos se hinchaban y supuraban a cada día que pasaba. Las roturas le abrían la piel, rezumaba fluídos narajas y blancos, tejidas de nuevo cuando las defensas naturales luchaban por sellar completamente la brecha.

    Trescientos kilogramos de depredador, condenado en la juventud de la vida. El hambre o la infección eran sus únicas opciones y ni siquiera tenía elección sobre ellas.

    Hasta donde Lubin sabía, el suicidio deliberado era un empeño estríctamente humano.

    La mayoría del tiempo sólo se quedaba allí tumbado, respirando. De vez en cuando, el toro regresaba al océano durante unas horas. Lubin se preguntaba lo que podría estar haciendo allí. ¿Estaba aún tratando de cazar? ¿Sabía que ya estaba muerto? ¿Eran sus instintos tan completamente inflexibles?

    Y aún así, por alguna razón, Lubin sentía una especie de identificación con el animal moribundo. A veces, ambos parecían perder la noción del tiempo. El sol viraba cuidadosamente alrededor de la isla en su descenso sobre el mar occidental y dos criaturas cansadas y desplomadas se observaban una a la otra con interminable paciencia fatalista, sin percibir apenas cuando caía la noche.

    Después de un rato, empezó a pensar que podría vivir.

    Había pasado un mes y su único síntoma obvio había sido una diarrea intermitente. Había empezado a encontrar gusanos nematodos en su mierda. No era un descubrimiento placentero, pero tampoco era exactamente una amenaza para su vida. Estos días, incluso algunas personas se inflingías tales infecciones deliberadamente. Algo sobre ejercitar la respuesta inmune.

    Quizá su sistema inmune reforzado le había protegido de lo que fuera que había asustado a la AR hasta el punto de entrar en modo zona caliente. Quizá simplemente había tenido suerte. Hasta era remotamente posible que su análisis de toda la situación estuviese equivocada. Hasta ahora, se había resignado al exílio terminal, un incómodo equilibrio entre el instinto de supervivencia y la fé en que sus jefes no aprobarían la expansión de la infección apocalíptica de Ken Lubin por el mundo. Pero quizá no había apocalipsis, ni infección. Quizá estaba a salvo.

    Quizá estaba ocurriendo otra cosa.

    —Quizá... - pensó él.—... debería descubrir lo que es.

    Por la noche, al mirar al este, a veces podía ver las luces rutilando cerca del horizonte.

    La ruta que seguían era predecible, tan estereotípicas como un animal paseando dentro de una jaula: cosechadores de kelp, robots de baja ruta que segaban el océano. Sin seguridad de la que hablar, asumiendo que se pudiera pasar aquellas filas ventrales de dientes en tijera. Vulnerables a cualquier autoestopista lo bastante motivado para encontrarse varado sobre el litoral del Pacífico.

    La Horda Criminal le golpeó en la tripa. Estaba haciendo asunciones, le susurró. Un mes asíntomático difícilmente probaba tener una cuenta de salud limpia. Incontables enfermedades tenían plazos de incubación más prolongados.

    Y aún así...

    Y aún así, no había férrea evidencia de ninguna infección aquí. Sólo había un misterio y la asunción de que los que estaban al mando le querían fuera de la foto. No había habidoórdenes, ni directivas. Las entrañas de Lubin podían cuestionarse lo que pretendían sus amos, pero no conseguía saber; y no saber le dejaba a sus propias decisiones.

    La primera de estas era una muerte piadosa.

    Había visto las costillas emergiendo de los flancos, mientras el león marino se marchitaba con el tiempo. Había visto el gozne carnoso de la mandíbula inferior prendida en diminutos incrementos, hinchada en el sitio por la infección masiva y la caótica regeneración del hueso torcido. Cuando posó los ojos sobre el toro por primera vez, su mandíbula estaba colgando. Ahora era una mera protuberancia, tensa e inmóvil, un tronco torcido de carne con gangrena. Las lesiones se iteraban a lo largo del cuerpo.

    Por ahora, el viejo toro marino levantaba la cabeza desde la orilla; cuando lo hacía, el dolor y el cansancio eran evidentes en cada movimiento. Un lácteo ojo vago observaba a Lubin aproximarse desde el lado de tierra. Podría haber habido reconocimiento allí o meramente indiferencia.

    Lubin se detuvo a un par de metros del animal sujetando una larga vara de madera tan gruesa como su antebrazo, cuidadosamente astillada hasta una punta en su extremo. La peste era evidente. Los gusanos se retorcían en cada llaga.

    Lubin apoyó la punta de su arma en la parte de atrás del cuello del animal.

    —Hola. - dijo él en voz baja y lo clavó con fuerza.

    Para su asombro, el animal aún tenía fuerza para luchar. Retrocedió rugiendo, pilló a Lubin en el pecho con el lateral de su cabeza, lo derribó por el aire sin esfuerzo. La piel negra, estirada a lo largo de la ruína torcida de la mandíbula inferior, se rompió con el impacto. La herida salpicó pus. El rugido del toro se deslizó a lo largo de la escala desde el desafío hasta la agonía.

    Lubin golpeó la orilla rodando, quedando a salvo fuera del radio de ataque del león marino. El animal se había enganchado la mandíbula superior alrededor del palo clavado en el cuello y estaba intentando soltarla. Lubin lo rodeó, apareció por detrás. El toro le vio pegar, se giró torpemente como un tanque apaleado. Lubin fintó, el toro cargó débilmente hacia la izquierda. Lubin giró de espaldas, saltó, agarró: la madera envió astillas hasta sus palmas cuando la clavó con todo su peso.

    El toro rodó sobre su espalda gritando, aprisionando una de las piernas de Lubin bajo a cuerpo, que hasta en la mitad de su peso normal, aún podría aplastar a un hombre. Una cara monstruosa llena de dolor e infección, se lanzó hacia él como un ariete.

    Él golpeó en la base de la mandíbula, sintió el hueso rasgarse a través de la carne. Alguna bolsa profunda de corrupción le estalló en la cara como un apestoso géyser.

    El ariete había desaparecido. El peso cambió en su pierna. Los miembros talidomidos quedaron laxos por la gravedad cerca de la cara de Lubin.

    La vez siguiente que cogió la lanza, se colgó de ella, la movió de lado a lado, sintió el profundo roce de la madera sobre hueso. El toro se encabritó y enlomó bajo él en una confusión de agonía en varias partes. No parecía saber dónde estaba su atormentador. De pronto, la punta resbaló en un canal entre las vértebras cervicales. Una vez más, con toda la fuerza que le quedaba, Lubin empujó. Y así, sin más, la masa que se sacudía bajo él quedó inerte.

    No estaba completamente muerto. Su ojo aún le seguía, aburrido y resignado mientras él rodeaba la cabeza del animal. Sólo lo había paralizado del cuello para abajo, privado de aire y movimiento. Un mamífero submarino, adaptado más de ¿cuántos millones de años a sobrevivir periodos prolongados sin respirar?

    ¿Cuánto tiempo le llevaría al ojo dejar de moverse?

    Él tenía la respuesta.

    Los leones marinos eran como otros mamíferos en todos los sentidos. Tenían una abertura en la nuca, un lugar donde la espina dorsal subía hasta el cerebro. El foramen magnum, se llamaba. Tal golosina anatómica siempre venía bien a la gente del gremio de Lubin.

    Retiró su arma de la carne y la reposicionó cerca de la nuca.

    El ojo dejó de moverse unos tres segundos después.

    Sintió una breve punzada en sus propios ojos mientras se preparaba para dejar la isla, un grumo en su garganta con la que la tensión de su inmersopiel no contaba.

    La sensación era de arrepentimiento, lo sabía. No había querido hacer lo que acababa de hacer.

    Nadie que le encontrara iba a creerlo, por supuesto. Él era, entre otras cosas, un asesino. Cuando era necesario. La gente que descubría eso sobre Ken Lubin raramente intentaba conocerle mejor.

    Pero, de hecho, nunca había querido matar nada en su vida. Lamentaba cada muerte que había causado. Hasta la muerte de algo grande, estúpido, un depredador incompetente que no había sido capaz de cumplir los estándares de su propia especie. Nunca había elección en tales casos, por supuesto.

    Aquellas eran las únicas veces que lo hacía, cuando no había elección.

    Y cuando era ese el caso, cuando todas las otras vías se habían agotado, cuando la única forma de terminar el trabajo era mediante una muerte necesaria, seguro que no había nada malo en hacer el trabajo eficientemente y bien.

    Seguramente, no había nada malo incluso con divertirse un poco.

    Ni siquiera era culpa suya, reflexionaba él mientras paseaba entre las olas. Simplemente había sido programado así. Sus amos lo habían admitido muchas veces ellos mismos cuando le enviaban a pasar un tiempo sabático.

    Sobre la orilla, un montículo de carne en descomposición apareció por el rabillo de su ojo. No había habido elección. Había terminado con su sufrimiento. Una buena obra como recompensa para el lugar que le había mantenido vivo todas estas últimas semanas.

    —Adios, pensó él.

    Ahora, selló su capucha y activó sus implantes. Sus nasales, bronquios, todo el tracto GI debatiéndose en breve confusion, luego se rindió. El Pacífico fluyó a través del pecho con familiaridad tranquilizadora, diminutas chispas separaban moléculas de oxígeno e hidrógeno enlazadas y entregaban los pedazos útiles a las venas pulmonares.

    No sabía cuánto tiempo le llevaría alcanzar la intermitente línea de chispas cerca del horizonte. No sabía cuánto tiempo les llevaría transportarle de regreso a tierra firme. Ni siquiera sabía exactamente lo que haría cuando llegara allí. Hasta el momento, saber una cosa era suficiente: Ken Lubin, amante de toda vida, asesino con la Horda Criminal, bala tan perdida que incluso Operaciones Negras se había visto obligada a almacenarle en el lecho marino como resíduo radioactivo...

    ...Ken Lubin estaba volviendo a casa.

Capítulo 33

    

FISALIA - Capítulo 33 - Zeus

    Sou-Hon Perreault se aproximaba a un disturbio cuando la desconectaron.

    Fue Amitav, por supuesto. Lo supo en el momento en que vio la localización del disturbio: un ciclador Calvin en problemas en el Punto de Grenville, a menos de dos kilómetros de su última posición conocida. Saltó dentro del moscabot más cercano y lo condujo hacia el lugar.

    Los refugiados habían arrancado un poste de iluminación y lo usaban como ariete. El ciclador había sido segado hasta el corazón. Una docena de marcas de aminopasta rezumaba viscosamente de la herida, una mezcla de ocres y marrones.

    Bajo el peso de los Refugiados... cierta sangre rezumaba de las llagas sarnosas... gritaban y empujaban contra el frontal de la máquina herida, derribándola.

    Un grupo más grande se retiraba hacia todas partes, ingobernado y confundido, tan impotente como siempre.

    —¡KholanA ApakA netra, behen chod! - Amitav, subiendo sobre el ciclador caído.

    El moscabot de Perreault descifró los fonemas, configurado en hindú.

    —¡Abrid los ojos, mamones! ¿No es bastante malo que tengáis que comer su veneno? ¡Os váis a quedar aquí sentados con las manos en los culos mientras envían otra oleada para terminar el trabajo! Lenie Clarke no fue suficiente para vosotros, ¿sí? Sobrevivió en el mismo centro de la tormenta, ¡os dijo quién era el enemigo! ¡Ella lucha contra ellos mientras vosotros dormís sobre el polvo! ¿Qué hace falta para que despertéis? - los discípulos de Amitav gritaron con furiosa aprobación, el resto se agrupaba y murmuraban entre ellos.

    —Amitav,... - pensó Perreault, —...te has pasado de la raya.

    El hombre palo miró hacia el cielo y lanzó un brazo al aire señalando el moscabot descendente de Perreault.

    —¡Mirad! ¡Envían máquinas para deciros lo que tenéis que hacer! Ellos... - Oscuridad súbita, silenciosa y preocupante.

    Ella esperó. Después de unos segundos, dos líneas de texto luminoso empezaron a parpadear en el vacío: ARISC Zona de Confinamiento. (Ley BioAmenaza de la NAmPac, 2040)

    Ella había conducido por zonas oscuras antes, por supuesto. Algunos bots que pilotaba caían de repente en la sombra, flotando serenamente, ciegos y sordos durante cincuenta metros o veinte kilómetros. Después, salían a salvo al camino inferido y volvían a quedar en línea.

    Pero, ¿por qué citar la Ley de BioAmenaza por un ciclador vandalizado?

    A menos que no se trate del ciclador.

    Conectó con el siguiente bot en línea: el texto —Zona de Confinamiento de la ARISC - centelleaba sobre una oscuridad nada hospitalaria. Reconectó con el bot anterior a ese y con el de después, saltando atrás y adelante hasta los límites del apagón.

    Ocho punto uno ocho kilómetros de punta a punta.

    Ahora suspiraba mientras volaba hacia el límite sur, justo más allá del perímetro norte. Cubrió el espectro entero, observó a través de un enredo de falso color infrarrojo, rayos X y UV, tanteó la niebla con el radar...

    —Allí...

    Algo en el cielo. Una breve imagen, fundiéndose en negro casi de inmediato.

    —Zona de Confinamiento de la ARISC...

    Saltó hacia atrás de nuevo, ajustó su programa para repetir la maniobra si perdía la visual. Lo vio otra vez nuevo, y otra: una gran cortina, oscuridad. Una pared ondulante que descendía hasta la tierra, oscuridad. Una barrera inflable, hinchándose suavemente a lo largo del ancho de la Zona.

    Oscuridad.

    —Zona de Confinamiento de la ARISC...

    Ella consideró la situación.

    Recortó ocho kilómetros de la Zona, un segmento de novecientos metros de ancho. Requeriría varios rociadores cubrir tanta área, asumiendo que estuvieran salpicando tanto en haz coherente como en banda ancha. Los rociadores, probablemente, estaban montados en la pared.

    Bien podría ser que su cobertura se extendiera hacia el mar una gran distancia.

    Un bot del límite norte acababa de emerger del eclipse. Perreault lo montó y condujo en bajo vuelo hacia el este fuera del camino. Las olas batían cerca por debajo, después pasó los rompeolas y sobrevoló un bajo bulto de aceite. Viró al sur.

    Había tráfico aquí después de todo.

    Un choper de asalto con marcas ambiguas se suspendía amenazadoramente sobre un par de botes de recreo en retirada, un domo rociador desfiguraba su casco como un tumor. Una confusión de moscabots, de un tipo diferente al que Sou-Hon Perreault pilotaba, revoloteaba cerca de la orilla. Ninguno de ellos notó su presencia o, si la notaron, creditaron su bot con mayor pedigree del que merecía.

    Estaba a ochocientos metros mar adentro, aún rebañando los bultos inflados, al oeste de la última insurrección de Amitav.

    Perreault aminoró su montura y puso rumbo a tierra firme.

    Rompeolas en la distancia, una macha de arena fangosa, un hervor de movimiento arriba, lejos de la orilla. Cortó gas y sobrevoló con sus sentidos aún intactos.

    Ampliación de imagen: el movimiento se resolvió en una melee.

    Todo el mundo estaba corriendo. Perreault nunca había visto tal nivel de actividad en la Zona.

    No había dirección neta para ese movimiento, ni éxodo aquí y ahora. Algunos de los zoneros se zambullían en las olas, el moscabot que ella había visto antes les estaba obligando a retirarse. La mayoría sólo estaban yendo de atrás hacia adelante.

    Algo en las nubes estaba pinchando al tumulto con luz verde.

    Hizo una panorámica ascendente, casi pasándolo por alto: un moscabot en rápido movimiento desapareciendo hacia el sur. Y ahora, su propio bot estaba ladrando, algo aparecía por detrás, grande, volando bajo, camuflado...

    —Por supuesto que estaba camuflado o el radar lo habría detectado tarde o...

    ...y demasiado cerca para escapar de él ahora.

    Giró el bot y lo vio llegar desde doscientos metros: un Elevador se dirigía a la orilla como una ballena levitante. Filas de ventanillas se alineaban en su barriga, extrañas cosas broncíneas de otra era, luz gaseosa naranja centelleaba bajo el cristal. Entornó los ojos tratando de disipar la imagen victoriana. Electricidad repentina crugió de un nudo del casco de la aeronave, luces cegadoras destellaron y murieron en los ojos de Perreault.

    Alfanuméricos persistían brevemente en la oscuridad, la última tos del sistema de navegación del bot. Después, nada salvo un epitafio intermitente:

    —Desconectado. Desconectado. Desconectado.

    Ella apenas lo percibió, no intentó reconectar. Por ahora, el bot iba camino al fondo. Ni siquiera saltó a otro canal. Estaba demasiado ocupada pensando sobre lo que había visto. Estaba demasiado ocupada imaginando lo que no.

    No eran ventanillas después de todo sino amplias bocas de los lanzallamas industriales. Sus luces piloto habían oscilado como lenguas ardientes.

Capítulo 34

    

Capítulo 34 - Pepito Grillo

    Variaciones del mismo tema: La Zona de Oregon amortajada de niebla.

    La luz de la tarde era un difuso gris de acero, ni una sola mancha brillante que sugiriera un sol sobre el horizonte. Los Refugiados se acumulaban alrededor de las estaciones de alimentación, protegiendo la humedad del suave brillo naranja de los térmicos espaciales portátiles. Su aparente humanidad se disipaba con la distancia. La niebla los reducía a siluetas, a grises sombras, a vagos indicios de convección interminable. Movimiento que no iba a ninguna parte. Eran silenciosos y estaban resignados.

    Aquiles Desjardins lo veía todo a través de las entradas de telemetría.

    Vio lo que sucedió después. Un leve gemido, más alto para un moscabot usual y más agudo. Turbulencia en el mar humano bajo él. Las caras miraron hacia arriba de repente, tratando de exprimir la señal a partir del caos gris. Se intercambiaron rumores: —esto sucedió antes, tres días al sur. Así fue como comenzó. Nunca los hemos oído de nuevo... - Murmullos de aprehensión, algunas partículas humanas empezaron a empujarse, otras a huir.

    Con suficiente miedo, al final, para atravesar la placidez química que les había domesticado durante tanto tiempo.

    Tampoco eso ayudó mucho. La zona ya había sido amurallada. No era bueno entrar en pánico ahora ni aventurarse por reflejos de vuelo sensibles. Solo habían sido alertados unos pocos segundos antes y ya casi había terminado.

    Lanzándose en descenso a través de las nubes, un preciso tartamudeo de luz láser turquesa bordaba su camino por un trayecto de diez kilómetros de longitud. Diminutas fracciones de arena y carne incinerada allá donde tocaba. Gotas en el aire saturado atrapaban los haces en tránsito y los hacían visibles al ojo humano: hebras de argón tan brillantes y bellas que hasta mirarlas era arriesgarse a la pura y completa ceguera. También eran veloces. El espectáculo luminoso se terminó antes de que los gritos de dolor hubieran empezado siquiera.

    El principio era simple: todo arde. De hecho, todo arde con su propio espectro distintivo, sutiles interacciones de boro y sodio y carbono luciendo en sus propias longitudes de onda especiales, una armonía de luz única para cada objeto lanzado a las llamas. En teoría, hasta la combustión de gemelos idénticos generaría diferentes espectros mientras tuvieran diferentes preferencias dietéticas en vida.

    Los propósitos presentes, por supuesto, no requerían tanta resolución aproximada.

    Mira aquí: un pedazo estratégico de patrimonio. ¿Es territorio enemigo? Traza una línea a través de él, pero asegúrate de que el trayecto se extiende hasta tierra segura en ambos extremos. Bien. Ahora, muestrea a lo largo de todo el camino. Transforma materia en energía.

    Lee las llamas. Los extremos de tu trayecto son las líneas base, las zonas de Tierra Verdadera. Su luz es la luz del terreno aliado.

    Sustrae aquellas longitudes de onda de cualquier cosa que leas en medio. Vierte tus números por las estadísticas usuales para contar las heterogeneidades en el entorno local.

    Jovellanos había deducido una distancia específica del βehemoth a partir de sus escasas muestras. Había un modo seguro de saber si cualquier trayectoria dada aparecía despejada en el esquema: media hora después, el espacio circundante había sido rociado con halotano o quemado hasta el lecho rocoso.

    La prueba era fiable en poco más del noventa por ciento. Los Poderes Que Son decían que era lo bastante buena.

    Incluso Aquiles Desjardins, maestro del mínimo tiempo de respuesta, se maravilló por cuánto había cambiado en un par de meses.

    La palabra se estaba filtrando, por supuesto. Nada consistente y, ciertamente, nada official.

    Las cuarentenas y fallos de cultivo había sido viejas noticias desde hacía años. Apenas pasaba un día sin que algún bicho u otro hiciese una reentrada: antiguos genes cansados revitalizados en un laboratorio terrorista o traídos en nuevas alianzas por mediadores virales sin respeto por el aislamiento reproductivo de la especie. Se podía ocultar un montón de nuevos brotes en un fondo que se enredaba.

    Pero la mezcla estaba cambiando. El siglo veintiuno había sido un exuberante orgasmo de calamidades, epidemias y exóticas tormentas de polvo cayendo sobre la humanidad desde todas direcciones diferentes. Aunque ahora, una amenaza particular parecía estar creciendo calladamente bajo todo lo demás. Ciertos tipos de confinamiento estaban sucediendo con más frecuencia. Los incendios ardían por la costa oeste, desconectados por una comunidad oficial. Algunos lo atrubían al control de peste, algunos al terrorismo, algunos simplemente a la desecación contínua de la NAm Pero aún así: ¿tantos incendios por toda la costa? ¿Tantas cuarentenas y purgas sucediendo de norte a sur por las Rocosas? Muy extraño, muy extraño.

    Algún oscuro monocultivo entrópico estaba creciendo bajo el tumulto más amplio de los desastres usuales, invisible pero evidente por su paso. La gente estaba empezando a notarlo.

    La Horda Criminal mantenía cerrada la boca de Desjardins, por supuesto. Ya no estaba asignado al βehemoth... él y Jovellanos habían terminado su trabajo, presentado sus resultados y les habían enviado de regreso a cubrir cualquier otra catástrofe aleatoria que el Enrutador les enviaba... pero los imperativos intestinos no cambiaban con las asignaciones de trabajo. De modo que, al final de su turno, él se retiraba a las hospitalarias bóvedas de La Pila de Selección y se emborrachaba plácidamente y era simpático con los locales... incluso dejaba que Gwen le convenciera de intentar sexo real de nuevo, que hasta ella admitía que era un desastre... y escuchaba los rumores del inminente apocalipsis.

    Y mientras se sentaba y no hacía nada, el mundo empezaba a llenarse de imitaciones de negras miradas vacías.

    Al principio no había calado. La primera vez que encontró a Gwen, ella había estado haciendo de maniquí como si nada. Nena Rifter, lo llamaba ella. Simplemente había sido la primera. La tendencia había despegado de verdad el último par de meses. Ahora parecía que todo el mundo y su clonador deórganos se metía en unas medias corporales y fotocolágeno. Kas mayormente, pero el número de actitudes R también estaba aumentando. Desjardins había visto algunas personas embarcarse en copolimero reflejo real. Esa cosa estaba casi viva. Cambiaba su propia permeabilidad para manteneróptimos los gradientes térmicos e iónicos, se sellaba cuando se rompía. Se deslizaba alrededor de ti cuando te lo ponías, acurrucándose en el encaje más estrecho, las costuras y bordes se buscaban para unirse. Era tan resistente que algunas farmacias habían cruzado una ameba con un pulido de aceite. Él había oído sobre ello e incluso lo había visto.

    Cuando pensaba sobre ello, se estremecía. Aunque no pensaba en ello muy a menudo. La vista de cada nuevo presumido le retorcía los cuchillos mucho más intensamente que la mera repulsión.

    —Seis muertos, le susurraban los cuchillos mientras se deslizaban en torno a sus tripas. —Quizá no tuvieran que morir. Quizá no era suficiente. En cualquier caso, ya sabes. Seis de ellos murieron y ahora miles más y tú jugaste una parte en aquello, Aquiles amigo mío. No sabes si lo que hiciste estaba bien o mal, ni siquiera sabes lo que fue que hiciste exactamente, pero estuviste involucrado, oh sí. Algo de esa sangre te mancha las manos.

    Eso no debería haberle incomodado. Había hecho su trabajo como siempre hacía. Se suponía que la absolución se encargaría del post trauma. Y además, no había tomado ninguna decisión real de vida y muerte, ¿cierto? Le habían dado una tarea que hacer, un problema de estadística en realidad. Fríos números. Lo había hecho, lo había hecho bien y ahora estaba a otras cosas.

    —Sólo siguiendoórdenes y que vergüenza sobre el Cree.

    Excepto que no estaba siguiendoórdenes, no exactamente. Él no podía dejarle escapar. Mantenía al βehemoth en el límite de su visión, una ventanita en una esquina de su pantalla táctica, abierta y funcionando como una llaga pixelada. Él lo estudiaba durante las treguas entre otras misiones. Ampliaciones de cámara satélite, contornos de probabilidad bayesiana, sutiles erupciones y llamativos incendios puntuaban la costa oeste.

    Moviéndose al este, ahora.

    Se movía esporádicamente, amagando, desapareciendo, resurgiendo en lugares totalmente inexperados.

    Un brote masivo al sur de Mendocino moría de causas naturales de la noche a la mañana. Un diminuto bastión florecía cerca de Bend Sur y se negaba a desvanecerse incluso después de que los Láseres de la Inquisición llegaran reclamándolo.

    Los cultivos habían empezado a fallar misteriosamente en el noroeste. Cincuenta hectáreas del bosque de Olympic Park habían ardido para controlar una súbita infestación de escarabajos de la corteza. La malnutrición estaba inexplicablemente en alza en alguna esquina bien alimentada del estado de Oregon. Algo nuevo estaba apilando muertos por la costa y se estaba probando casi imposible de identificar. Tenía casi tantos síntomas como víctimas, su difusa patología desaparecía en un fondo de enfermedades con focos más claros. Apenas alguien parecía notarlo.

    La firma del βehemoth estaba comenzando a aparecer en los campos y los pantanos, cada vez más lejos hacia tierra firme: Agassiz. Centralia. Hope. A veces parecía seguir los ríos, pero a contracorriente. A veces se movía contra el viento.

    A veces, lo único que tenía sentido era que alguien lo estaba transportando por ahí. Un vector. Quizá más de uno.

    Transmitió esa deducción en la dirección de Rowan. Ella no respondió. No cabía duda de que ya lo sabía. Y así, Aquiles Desjardins pasaba día tras día: un tornado aquí, una marea roja allá, una masacre tribal en algún otro lugar. Por todos lados necesitaba su propia bolsa polimórfica de trucos. No había tiempo para demorarse en triunfos pasados. No había tiempo para demorarse en esa forma que surgía desde abajo, en echar un vistazo en tiempo real a las otras crisis. No importaban, no importaban. Ellos sabían lo que estaban haciendo, aquellas personas que se bebían tu sangre y la cambiaban y te exclavizaban por el bien de la humanidad. Sabían lo que estaban haciendo.

    Y por todos lados, la gente vestida para las profundidades del océano permanecía por ahí en las paradas de autobús y los BebeYDroga, como jodidos fantasmas de Baco clonados mil veces. Intercambiaban miradas sin ojos, risitas y escupían las desesperadas inanidades usuales. Y hablaban con sobredimensionadas voces casuales para ahogar los terroríficos sonidos extraños que provenían del sótano.

Capítulo 35

    

Capítulo 35 - Huellas

    Incluso muerto, Ken Lubin tenía acceso a más recursos que el noventa y nueve por ciento de los vivos.

    Tenía perfecto sentido considerando su profesión: las identidades eran cosas tan pasajeras después de todo. La altura, el peso, el etnosqueleto, todo se podía cambiar mediante sutiles ajustes del sistema endocrino del cuerpo. Las huellas oculares, vocales, digitales, eran accidentes de desarrollo, quizá únicos por nacimiento pero difícilmente inmutables. Hasta el ADN se podía ingeniar si lo rebajabas con suficientes pseudocodonos. Para una persona era demasiado sencillo imitar a otra y era demasiado necesario ser capaz de cambiar sin perder el acceso a los recursos vitales. La identidad inmutable, sencillamente, no le era útil a Ken Lubin. Era potencialmente peligrosa.

    Hasta donde él sabía, nunca se había molestado en seguir la pista de tales asuntos, nunca había existido oficialmente en primer lugar.

    Daba igual quien era. ¿Dejarías cruzar la puerta a un hombre sólo porque se había escaneado las pupilas una semana antes? Podía haber pasado de todo desde entonces. Quizá había sido deconstruído y convertido. Quizá prefería traicionarte que ver ejecutar a sus hijos rehenes. Quizá había encontrado a Alá.

    Por ese motivo, ¿por qué mantener bajo vigilancia a un extraño? ¿Es alguien un enemigo sólo porque sus huellas oculares no están en el registro?

    No importaba si Ken Lubin era quien afirmaba ser. Todo lo que importaba era que su cerebro estuviera lleno de tanta Horda Criminal que fuera fisiológicamente imposible para él morder la mano que le alimentababa.

    No era el Viaje usual el que corría por sus venas. La comunidad tenía mil sabores diferentes para elegir: uno para Venezuela, cuatro o cinco para China, probablemente un par de docenas para Quebec. Ninguno de ellos se fiaba de un motivador tan empalagoso como el bien mayor. Aunque aquellos criminales que hacían el bien no estuvieran al servicio de aquello, daba igual lo que dijeran sus folletos de entrenamiento. El bien mayor podía significar cualquier cosa, demonios, hasta se podía referir a los otros - tipos.

    Ken Lubin era químicamente devoto al bienestar de ciertos intereses de la NAmPac que trataban sobre la generación de energía eléctrica. Aquellos intereses siempre habían sido de importancia capital desde la Hidro Guerra. Habían estado sintonizando finamente las moléculas durante más de veinte años desde entonces. En el momento en que Lubin intentara siquiera vender sus servicios a los licitadores equivocados, le tributarían un ataque que haría parecer al gran mal - un picor nervioso durante una cita a ciegas. Eso era todo lo que le preocupaba al detector mecánico de sangre cuando olisqueaban su entrepierna. No su nombre o sus ropas o la acumulada esencia de metales pesados del océano que aún prendía de él después de una ducha prolongada en el centro comunitario local. No había ningún rumor exagerado sobre su fallecimiento o sobre su inexplicable regreso de la tumba.

    Todo lo que les preocupaba era que él era como ellos: leal, obediente, fiable.

    Las puertas se abrieron para él. Le dieron fondos y acceso a las cabinas médicas, con cinco años por delante de todo lo disponible en las calles. Le devolvieron su audición y, para su sorpresa, una cuenta sanitaria limpia. Le guiaron hasta una habitación amueblada libre que esperaba como un conveniente nido a cualquiera del equipo de casa que pudiera necesitar un lugar donde dejarse caer sin avisar..

    Por encima de todo, le dejaron entrar en Haven.

    Había ciertas cosas que no hacían para todo el mundo. Una línea de transporte hasta su nido estaba fuera de la cuestión, por ejemplo. Lubin tenía que acudir in situ para hacer su investigación. Una fila anónima de cabinas de datos integrada en la planta catorce del Complejo Ridley, fuera de alcance de todos salvo para aquellos de consciencia adaptada. Una media docena de cabinas estaba ocupada cada cierto tiempo, oscuras formas difusas se removían tras cristal tintado como larvas anidando en la tierra. Ocasionalmente, emergían al pasillo dos personas al mismo tiempo, pasaban una junto a la otra sin mediar una palabra o una mirada. Aquí no había necesidad de galanterías tranquilizadoras, todo el mundo estaba del mismo lado.

    Dentro de la cabina, con el casco ajustado alrededor de la mandíbula, ojos y oídos, Kenneth Lubin entraba en Haven y murmuraba preguntas subvocales sobre la Fuente Termal de Channer.

    Sus auriculares leían la vibración de su laringe, se requería un pequeño ajuste para compensar el vocificador que tenía implantado en la garganta, y enviaba a un agente a cazar las respuestas. Pidió ver una lista de referencias que incluyesen la frase la Estación Beebe, y quedó satisfecho al instante. Cotejó aquellos resultados con listas de microbios abisales peligrosos.

    Sin patógenos significativos en Channer.

    Hmm.

    Eso no probaba nada, por supuesto. Había montones de hechos desagradables que no conseguían entrar en Haven. Aunque había otros medios de aproximación.

    Asume, por ejemplo, que la fuente termal había sido detonada por contener algún riesgo. La Beebe nunca se habría puesto en marcha si se conociera ese riesgo de antemano. Había transcurrido algún periodo, por tanto, hasta que la amenaza se extendiera bajo en el radar de alguien. Y una vez que esa amenaza había sido descubierta, todos aquellos cabos sueltos se habían atado a posteriori.

    Los contratistas de la construcción. Los Astilleros abandonados de la costa. Aunque no hubieran usado nucleares encima del suelo.

    Fuego, probablemente.

    Invocó una tabla de frecuencia de los incendios en el tiempo con un radio de cinco kilómetro a la construcción marina y las instalaciones de la costa de la NAmPac. Haven le mostró un curioso pico unos tres meses después. La Beebe se había puesto en funcionamiento: los Astilleros Urchin, Fabricación Hanson y el complejo Marino Showell de SanFran habían hospedado infiernos en el plazo de una semana. Unas docenas de otras instalaciones había sido abatidas por varios actos incendiarios en las dos semanas siguientes, por no mencionar un par de lugares con grandes trozos de propiedad que habían ardido como parte de los programas de renovación contínua.

    Lubin relajó la escala y ejecutó la solicitud de nuevo: todo eran enormes incendios en el tiempo, por todos lados por la línea de costa de la NAmPac.

    El mapa se iluminó por completo.

    —Oh dios..., pensó él.

    Algo los había asustado de muerte. Y todo tenía que haber empezado abajo, en la Beebe.

    Sin patógenos en Channer en la metabase, sin depredadores microscópicos que se comieran tu cuerpo desde dentro, sino depredadores macroscópicos: Channer había tenido de esos en abundancia. —Peces Pelícano y lofiformes y dragones marinos, oh dios. Monstruos de dientes negros, algunos remachados de bioluminescencia encendiendo las luces, algunos ciegos como el fango, algunos que cambiaban de sexo por capricho, otros cuya carne se hinchaba con los cuerpos integrados de sus parejas parásitas. Cosas asquerosas, horribles. Estaban por todos lados en las profundidades medias del océano y habían dado miedo si hubieran crecido hasta más de algunos centímetros de longitud.

    En Channer, lo habían hecho.

    Algo había llevado a aquellas pequeñas pesadillas más abajo de lo que había bajado nadie y las había convertido en gigantes despiadados tan grandes como las personas.

    No se salía de la Beebe sin un puñal de gas atado a la pierna y raramente se regresaba sin haberlo usado.

    Algo en Channer había creado monstruos. Lubin emitió un mensaje en Haven preguntando lo que era.

    Haven no estaba exactamente seguro. Pero había un informe técnico en luz gris que sugería algo: alguna clase de infección endosimbiótica que incrementaba la energía de crecimiento.

    La frase —neomitocondria infecciosa - surgía en la discusión.

    Los autores del informe; un par de huevos fuera de la cesta de la Universidad de Rand/Washington; sugerían que algún microbio en Channer podía infectar células simbioticamente, proporcionando energía de crecimiento extra a la célula anfitriona a cambio de alojamiento y comida. Lo que fuera aquel bicho, afirmaban que tendría algunas características bastante obvias. Lo suficiente pequeño para caber en una célula eucariota, alta eficiencia de asimilación de sulfuro inorgánico, ese tipo de cosas.

    Una infección que causaba gigantismo en los peces. Otra vez, hmmm.

    Una de las primeras cosas que Lubin había hecho después de llegar a la orilla había sido verificar sus patógenos. Había resultado limpio. Pero este bicho de Channer era nuevo y, estrictamente hablando, ni siquiera era una enfermedad. Podría no aparecer en la pizarra estándard. El crédito de Lubin era grande.

    Más trabajo sanguíneo prolongado no sería un problema.

    Aunque había otros problemas. Uno de ellos clareaba gradualmente mientras lo exploraba, se traicionaba a sí mismo del modo en que Haven respondía a sus preguntas. A veces la metabase pensaba durante un momento o dos antes de decirle lo que quería saber. Eso era normal. Pero otras veces... otras veces escupía una respuesta casi antes de que la hubiera formulado. Casi como si ya hubiera pensado en aquellas mismas líneas, como si no tuviera que irse a buscar los hechos relevantes.

    Quizá, reflexionó Lubin, era exactamente eso.

    A los agentes de Haven no se les presionaba en busca de recursos como los motores que peinaban el Maelstrom, se podían permitir almacenar búsquedas recientes. Muy pocas líneas de consulta eran completamente únicas. Si alguien preguntaba hoy sobre el precio de una cura del Parkinson, era posible que alguien quisiera saber algo similar mañana. Los motores de búsqueda de Haven mantenían sus sumarios ejecutivos para la mejor velocidad de respuesta a las consultas relacionadas.

    —Pide y te será dado.

    Después de una media de 2.3 segundos al responder preguntas sobre gigantismo en peces abisales, después de una media de 3 segundos al hablar sobre microbios bénticos reductores de azufre, un segundo para solicitudes que contienen la frase la Fuente Termal de Channer, 0.5 segundos para búsquedas que combinan microbios reductores de azufre - con incendio.

    Incendio. Micróbios bénticos reductores de azufre. Una extraña combinación de términos. ¿Qué relevancia podría tener incendio - con la vida en el fondo del océano?

    Añadió un tercer concepto, casi por capricho: astillero.

    0.1 segundos.

    —Bueno.

    Estaba siguiendo las huellas de alguien. Alguien había estado en Haven antes que él, haciendo las mismas preguntas, haciendo las mismas conexiones. ¿Buscando respuestas o cabos sueltos?

    Ken Lubin resolvió que iba a averiguarlo.

Capítulo 36

    

Capítulo 36 - Un Arquetipo de Desplazamiento

    Había habido un tiempo en el que Sou-Hon Perreault había amado de verdad a su marido. Martin había proyectado serenidad aquellos días, una displicencia y negligencia a juzgar que la hacía sentirse segura. La había apoyado infaliblemente cuando ella lo había necesitado (siempre difícilmente, antes del derrumbe). Nunca había mostrado temor a mirar ambos lados de un problema. Por amor, él podía hacer equilibrios en el borde de cualquier empalizada.

    Incluso ahora, él la sostenía para siempre y le susurraba vaguedades tranquilizadoras. Las cosas no podían ser tan malas, decía. Las cuarentenas y las zonas oscuras siempre aparecen aquí y allá, no sin buena razón. A veces las restricciones eran necesarias para el bien de todos, ella sabía aquello... y además, él creía con buena autoridad que había salvavidas hasta para aquellos que tomaban las Grandes Decisiones. Como si a él se le privara de algún gran secreto, como si el Maelstrom no estuviera podrido de amenazas y rumores sobre los corporativos y sus drogas de control mental.

    Su devoto y fiel marido, sentado a la mesa con su cara florecida de amorosa preocupación. Ella odiaba mirarle.

    —Deberías comer. - dijo él poniendo un tenedor de puré de espirulina en su boca y masticándolo como demostración.

    —¿Debería?

    —Estás perdiendo peso. - le dijo Martin. —Se que estás disgustada... dios, tienes toda la razón de estarlo... pero matarte de hambre no te hará sentir mejor.

    —¿Esta es tu solución para los problemas del mundo? ¿Llenarte los carrillos para que todos nos sintamos mejor?

    —Sou...

    —De acuerdo, Marty. Tú sólo come un poco más y todo será sencillamente estupendo. Trágate todos esos animados hilos de discusión de la NAmCable y quizá te den una tregua para olvidarte de Crys...

    Fue un golpe bajo... la hermana de Martin vivía en Corvallis, que no sólo había estado en cuarentena desde el Gran Desastre sino que había estado desconectada por completo durante más de un mes. La historia oficial hablaba de un desafortunado largo plazo después de los impactos que mantenían en silencio las líneas de tierra. Las imágenes de la NAmCable mostraban el collage usual de ciudadanos, apretados pero no ahogados, soportando deportivamente el aislamiento temporal.

    Martin no había sido capaz de contactar con Crys desde hacía tres semanas.

    Sus palabras deberían haberle aguijoneado... incluso provocado hasta rabiar... pero él seguía allí sentado con aspecto desesperanzado, con las manos extendidas. —Sou, has pasado por mucho estos últimos meses, por supuesto que las cosas parecen ir mal de verdad. Pero, honestamente creo que estás poniendo demasiado peso en un montón de rumores. Tumultos y tormentas de fuego, y... o sea, la mitad de aquellos mensajes ya ni siquiera aparecen con direcciones remitentes, no te puedes fiar de nada que sale del Maelstrom estos días ...

    —¿Prefieres fiarte de la NAmCable? ¡No escupen una sola palabra sin que algún corporativo las mastique primero por ellos!

    —Pero, ¿qué sabrás tú, Sou? ¿Qué has visto de verdad con tus propios ojos? Por tu propia admisión sólo has echado un vistazo a una gran nave moviéndose hacia tierra firme y ni siquiera la has visto hacer nada...

    —¡Porque disparó al bot que controlaba!

    —¡Y se supone que no deberías haber estado allí en primer lugar, so idiota! ¡Tienes suerte de que no te rastrearan y cancelaran tu contrato allí mismo!

    Él quedó en silencio. El burbujeo del acuario en la sala contigua pareció de pronto muy sonoro.

    Se estaba arrepintiendo al instante siguiente: —Oh Sou, Lo siento. No quise decir...

    —Da igual.. Sou-Hon negó con la cabeza, despachando la apertura de Marty con la mano. —Hemos terminado aquí de todos modos.

    —Sou...

    Ella se levantó de la mesa. —Podrías hacer un poco de dieta, gordito. Perder algo de peso, despejarte la mente. Hasta podría hacer que te preguntaras lo que ponen en la, así llamada, comida que intentas obligar que baje por mi garganta.

    —Oh, Sou—. En serio no estás diciendo ...

    Ella entró en su oficina y cerró la puerta.

    —¡Quiero hacer algo!

    Apoyó la espalda contra la puerta y cerró los ojos. Martin, seguramente excluído, emitió leves ruídos, revolviendo algo al otro lado y se disipó.

    —¡He sido una voyeur toda mi jodida vida! ¡Todo lo que hago es mirar! Todo se cae en pedazos y ahora están trayendo sus grandes armas y virtiendo desperdicios y yo formo parte de eso y no hay nada que pueda hacer...

    Invocó una maldición por el dérmico defectuoso que había llevado a Hongcouver. El epíteto era algo vacío e incoloro. Incluso ahora, no podía lamentar en serio que la despertaran de un golpe. Sólo podía rabiar por las cosas había visto cuando había tenido los ojos abiertos.

    —Y Martin está tratando con tanto empeño ser reconfortante, está tan convencido y probablemente cree que las cosas van a mejorar de verdad si vuelvo a ser una oveja haploide como él.

    Apretó los puños, saboreó el dolor de sus uñas en la carne de sus palmas.

    —Lenie Clarke no es una oveja, pensó ella.

    Había pasado mucho tiempo desde que Clarke dejó la Zona, desde todos los esfuerzos de Amitav por mantener vivo su espíritu.

    Pero ella estaba ahí fuera, en algún lugar. Tenía que estarlo. ¿Cómo si no explicar la sutil proliferación de uniformes negros y ojos vacíos por el mundo? Perreault no salía mucho pero las señales estaban ahí, hasta en la papilla predigerida que servía la NAmCable. Formas oscuras en los callejones. Ojos sin pupilas, observando desde las multitudes que siempre se reunían en el transfondo de los eventos merecedores de noticia.

    Aquello no era nada nuevo, por supuesto. Los buceadores de la NAmPac habían estado en todas las noticias casi un año antes. Primero laureados como salvadores de la nueva economía, iconos de moda de la reserva de vangardia. Luego, compadecidos y temidos, una vez que los rumores de abuso y psicopatía alcanzaron cierto umbral de consciencia pública.

    Luego, inevitablemente olvidados.

    Sólo una vieja moda pasajera. Las Nenas Rifter ya tuvieron su día. Entonces, ¿por qué toda esta repentina nueva vida respiraba dentro de alguna polvorienta incidencia pasajera en el espejo retrovisor? ¿Por qué el fino micelio de la reticencia amenazaba a su paso a través del Maelstrom, susurros sobre alguien que salía de las profundidades del mar, embarazada con el apocalipsis? ¿Por qué los fragmentarios rumores, con dirección remitente corrupta o inexistente, de gente escogiendo bandos?

    Perreault abrió los ojos. Sus auriculares descasaban en la percha, justo delante de su mesa. Un LED parpadeó en el lateral: —mensaje esperando.

    Alguien quería intercambiar turnos, quizá.

    Algún supervisor queriendo pagarle horas extra para que siguiera mirando a otro lado.

    —Quizá otro ciclador vandalizado., pensó élla esperanzada.

    Aunque probablemente no. La Zona había sido un lugar mucho más tranquilo desde que la esquina de Amitav había sido... excindida...

    Respiró hondo, avanzó un paso y se sentó. Se deslizó los auriculares: Souhon/Amitav (LNU) se aventuraba hacia su ángel vengador. No miento. Lenie Clarke, era su nombre.

    —Oh Dios mío.

    El texto se superponía directamente sobre un mapa táctico del moscabot en la Zona. Sou-Hon se obligó a sentarse en silencio y echó una palada de tierra en la pequeña abertura abismal de su estómago.

    —Has vuelto. Quienquiera que seas.

    —¿Qué quieres?

    Ella no había mantenido en secreto su interés por Amitav ni por Lenie Clarke. Al principio no había hecho falta. Ambos habían sido temas legítimos de conversación profesional, aunque aparentemente sin interés para otros pilotos de bot.

    Pero se había quedado callada desde que Amitav hubo caído en el eclipse. Sólo apenas. Una gran parte de ella había querido gritar aquella atrocidad en el Maelstrom a plena voz. Por temor a las repercusiones, se había conformado con gritarle a Martin y confiado que lo que fuera que había desconectado su moscabot no se hubiera molestado en rastrearla hasta su origen.

    Aunque el que llamaba no era la ARISC o la AR. Quien llamaba casi parecía como un error de alguna clase.

    Otra línea de texto apareció bajo las dos primeras:

    —Ella es como una especie de anfibio, uno de esos ciborgs Rifter.

    Sin canal obvio con el que conectar, sin icono que pulsar. Tras el texto, la larga cadena familiar de indicadores rojos patrullaban la línea de costa del Pacífico, sin mostrar indicios de los lugares donde habían quedado en coma.

    —Les beus la andan buscando, pero apuesto cincuenta QueBucks que ni siquiera saben qué apariencia tiene bajo todo ese equipo Rifter. ¿Souhon o Amitav (LNU)?

    Quizá también habían hackeado el micro de sus aurículares.

    —Soy...Sou-Hon. Con guión.

    —Sou-Hon.

    —Sí.

    —Conoces a Lenie Clarke.

    —Yo... la ví, una vez.

    —Suficiente.

    Un puño invisible se cerró en torno a Sou-Hon Perreault y la lanzó en mitad del mundo.

    Las transparencias tácticas y de las líneas costa del Pacífico desaparecieron al instante. Un cul-de-sac de ladrillo y maquinaria tomó su lugar se repente. Rachas de cellisca azotaban una atmósfera más antigua que la que la Zona había visto jamás. Castañeaba vidrio y metal a cada lado. Los estlizados galgos tallados en aquellas superficies no se movieron.

    No toda la carne había desaparecido, vió Perreault. Una mujer permanecía justo más adelante con su espalda hacia una pared de ladrillo del color de la carne cruda. Los autobuses a ambos lados estaban conectados a unos zócalos que sobresalían de esa pared, cortando la vía de escape lateral.

    Si había un modo de salir, era avanzando en línea recta a través del centro de la esfera perceptiva de Perreault. Pero esa esfera mostraba un objetivo enmarcado por un punto de mira luminoso. Iconos nada familiares centelleaban a cada lado, opciones como ARMAR e INCAPACITAR y LTHL.

    Perreault estaba subida en una especie de arsenal y lo estaba apuntando directamente hacia Lenie Clarke.

    La Rifter se había vuelto una nativa. Ropas civiles le cubrían el cuerpo, un visor ocultaba aquella mirada glacial y Perreault nunca la hubiera reconocido si hubiera tenido que confiar sólamente en ojos humanos. Pero el moscabot prestaba atención a lo largo de un espectro más amplio.

    Este vio un lugar llamativo que le distrajo, las emisiones sangraban desde una docena de fuentes EM, pero Clarke estaba a corto alcance y en la línea visual y no había cableado en la pared directamente tras ella. Contra esa sombra relativa, su tórax se agitaba como un disturbio de tenues luciérnagas.

    —No voy a hacerte daño. - dijo Perreault.

    Los iconos de armamento parpadearon acusatoriamente en la esquina de su ojo. Encontró uno más oscurecido que susurraba DSRM y lo pulsó. El arsenal bajó las armas.

    Clarke no se movió, no habló.

    —No soy... mi nombre es Sou-Hon. No estoy con la policía, estoy... creo.... - Dedicó una mirada al GPS: Calgary. El nexo de la lanzadera interurbana de Glenmore.

    Algo acababa de lanzarla mil trescientos kilómetros hacia el noreste.

    —Me han enviado. - concluyó ella.—No sé, creo... para ayudar... - Ella escuchó lo absurdo en cada palabra.

    —Ayudar. - Una voz plana que no traicionaba nada.

    —Espera un momento...

    Perreault levantó el bot por encima de los Galgos, hizo un rápido tres sesenta. Estaba flotando sobre un andén de embarque donde los autobuses dormían y lactaban en filas. El terminal principal asomaba cuarenta metros más allá, plataformas elevadas de carga se extendían a ambos lados. Dos autobuses estaban descargados, los galgos animados de sus laterales corrían hacia ninguna parte, como si corrieran sobre cintas móviles.

    Y allí, junto a las casetas de descontaminación: un pequeño nudo de pura confusión. Un rebrote. Perreault accedió a la caja negra del bot, escaneó con rapidez los minutos previos. De pronto, en cómica cámara rápida, se estaba aproximando a un disturbio más joven. Hasta en esta fase, el espectáculo había sido ventilado, la gente se daba la vuelta y se marchaba. Pero allí estaba Lenie Clarke, empuñando un bastón eléctrico de ébano. Había un hombre con sus brazos levantados contra ella y una niña ojiplática se ocultaba tras las piernas.

    Perreault redujo la velocidad de imagen. El hombre dió un paso atrás en tiempo real.

    —Señorita, nunca la he visto antes...

    Clarke avanzó un paso, pero cierta agresión formada se estaba disipando de su semblante. La incertidumbre ocupó su lugar.

    —Yo... yo pensé que tú...

    —En serio, señorita. Es usted una pequeña quimera jodida de la cabeza...

    —¿Estás bien chica? - La vara en una mano osciló. La otra mano seguía extendida, tentativamente. —No pretendía asus...

    —¡Márchate! - aulló la niña.

    El padre alzó la vista, distraído por el movimiento sobre su cabeza. —¿Quieres empezar una pelea? - le masculló a la sirena. —¡Empieza con eso! - Señalando justo al bot que se aproximaba.

    Ella había huído. El dron la habían seguido, armado y hambriento.

    Y ahora... de algún modo... Sou-Hon Perreault había sido puesta en posesión.

    Perreault descendió entre los autobuses. —Estás a salvo por el momento. Tú...

    El cul-de-sac estaba vacío.

    Ella giró el bot ciento ochenta grados, algo se agitó doblando una esquina.

    —¡Espera! No lo entiendes...

    Perreault pulsó el acelerador. Durante un momento, nada sucedió. Luego, su campo perceptivo entero se lanzó justo en descenso hacia los canales semicirculares. Una lectura parpadeó en la parte superior derecha, luego quedó encendida contínuamente: RECONECTAR.

    Los iconos florecieron como tumores pulsantes. En alguna parte del reino distante de su propia carne, Perreault martilleaba frenéticos arpegios contra los controles remotos. Nada funcionó.

    —¡Corre! - gritó ella mientras caía la conexión.

    Pero ella estaba en Montana de nuevo y su voz no llegaba.

Capítulo 37

    

Capítulo 37 - 400 Megabytes: Equilibrio Puntuado

    400 Megas sobrevuela el filo de un cuchillo de complacencia.

    Durante millares de generaciones había conocido el secreto del éxito en el Maelstrom.

    Los depredadores le han perseguido con poderosas piernas y rechinantes dientes. Los competidores le han seguido a la carrera hasta cada nuevo refugio, cada nuevo claro de forraje; las enfermedades han luchado para devorarlo desde dentro. Y aún así, 128 engendraban 142 y 142 engendraban 137 (un poco de poda ahí, deshaciéndose de código redundante), y 137 inició 150, y así en adelante, hasta el presente instante de abrumada crisis. Todo debido a un secreto muy especial codificado en los genes:

    Si quieres moverte rápido en el Maelstrom, el nombre que dejas es Lenie Clarke.

    400 no sabe por qué debería ser así. Ese no es realmente el asunto. Lo que sabe es lo que importa, que cadenas particulares de caracteres te llevan a cualquier parte.

    Se puede saltar de nodo a nodo como si los desinfectantes y los cortafuegos y los repelentes de tiburones no existieran. Se puede pasar ileso a través del vicioso triturador de carne de un Jefe Queso, un paso garantizado para reducir tu estática instantánea sin el amuleto protector de Lenie Clarke - en el bolsillo. Incluso Haven, el mítico inaccesible Haven, una vasta Sodoma virtualmente intacta de apetitos de los vivos, puede algún día estar al alcance.

    El problema es, demasiados otros entran en escena.

    No es un desarrollo incomún en el Maelstrom. La evolución sucede tan deprisa, en tantas direcciones diferentes, que no se puede ir medio segundo sin un montón de proyectos que redescubran la rueda, que pensabas que lo tenías todo para ti mismo.

    Por ahora, los viajes gratis a campos abiertos se están llenando de gente. Las bestias binarias cargan todo el trabajo bajo el peso de docenas de autoestopistas, cada una agarrando su propia pequeña fracción de memoria, cada una retrasando la procesión un poquito más. Ahora, los mismos archivos portadores están llamando la atención: desde las suma de chequeo que sólo saben por intuición que ningún e-mail casual debería pesar cien gigas, hasta los tiburones hambrientos de presas casi demasiado gordas para moverse.

    ¿Quieres esparcir tu semilla por el Maelstrom? Amarra tu vagón al de Lenie Clarke. ¿Quieres ser comida para tiburones? Haz lo mismo. Aunque no es problema todos.

    Ciertas - criaturas saltan por ahí tan rápido como nunca lo hicieron. Más rápido, incluso. Algo conocen, quizá. O a alguien. 400Megas nunca ha conseguido descubrir el secreto.

    Aunque está a punto de hacerlo.

    400 Megas está actualmente procreando con un medio pariente cuyo linaje sólo diverge un centenar de generaciones atrás. Casi todos los genes son los mismos, lo cual no promueve mucha diversidad, pero al menos refuerza el prueba-y-acierta. Ambas partes tienen algunas docenas de copias de Lenie Clarke, por ejemplo, que intercambian con atolondrada redundancia.

    Pero ningún gen es una isla, incluso dentro del Maelstrom. No existe tal cosa como un locus independiente. Cada viaje conecta con otros, pequeñas constelaciones de rasgos relacionados, código basura, asociación fortuíta. Y como 400Megas está a punto de descubrir, no sólo es Lenie Clarke - lo que importa. También la compañía que ella guarda.

    Todos los bits se alinean para ser contados. Las subrutinas de replicación marchan recorriendo la fila como el ARN-mensajero, preparado para cortar y pegar. El azar baraja las cartas, el orgasmo las reparte y 400Megas inyecta Lenie Clarke - en su primo. Cadenas como vampiro - y Beebe - y βehemoth, van juntas para el viaje.

    Y a cambio, siguiendo el credo hermafrodita usual de tit-por-tat, 400Megas obtiene Lenie Clarke - con un círculo entero de diferentes amigos. Como día del juicio. Como desastre. Como mejorServirFrío.

    Según toda apariencia, sólo otro polvo. Pero después, las cosas empiezan a cambiar para 400Megas.

    De pronto, su ritmo de replicación atraviesa el techo. Y donde antes su progenie languidecía y marchitaba en remansos de caché, ahora el mismo Maelstrom las recoge y las copia mil veces. Un fino ciclo de una criba de seguridad de la NAmPac encuentra varios de tales retoños vagando al norte por la costa de la AR. Al reconocerlos como comunicaciones de alta prioridad, las desvía directamente al gel inteligente más cercano El gel escanea los bits integrados relevantes y envía copias a Haven para el almacenado de seguridad.

    De pronto, las fuerzas más poderosas del Maelstrom quieren dar a los miembros del Club 400 todo lo que desean. El Club no cuestiona su buena fortuna, sencillamente la explotan.

    Ya no son 400 Megas, autoestopista.

    Lo que son es Juan el jodido Bautista.

Capítulo 38

    

Capítulo 38 - Microestrella

    Había estado fuera de circulación demasiado tiempo. Estaba perdiendo su astucia. ¿Cómo si no explicar una emboscada a manos de tres crios de ojos vidriosos en los callejones de Santa Cruz?

    Por supuesto, Lubin había tenido mucho en mente. Para empezar, estaba llegando a términos con algunos resultados muy preocupantes de las pruebas. Los había perseguido durante días, rechazando cada nueva cuenta sanitaria limpia, realizando pruebas específicas incrementales en busca de enfermedades plausibles incrementales... y ahora, por fín, allí estaba. Algo en su sangre que ni era natural ni la había puesto allí la NAmPac.

    Algo extrañamente marcha atrás.

    Más que suficiente para distraer a cualquier hombre normal, quizá. No era excusa para alguien que una vez había transplantado una micronuclear desde su propias visceras hasta el corazón de la estación de trasbordo Troise-Rivieres sin el beneficio de anestesia. No era excusa para Ken Lubin.

    Era inexcusable. Sus asaltantes apenas se podían calificar como gamberros, de edades entre dieciseis y veinte, movidos sobre algún tipo de neurotropa, evidentemente convencidos de que sus esteroides transdérmicos y tapas corneales y bastones eléctricos les hacían invulnerables. En algún momento durante del recorrido de Lubin por el Pacífico, la plantilla Rifter se había puesto de moda entre los Drybacks. Probablemente eran los ojos más que nada. Sobre el lecho marino, las tapas oculares habían ocultado una multitud de pecados, habían mantenido ocultos el miedo y la debilidad y el odio tras máscaras de vacía indiferencia.

    Allí abajo, las tapas habían proporcionado cobertura, habían impuesto suficiente distancia de protección para que la gente débil se tornase fuerte, con el debido tiempo.

    Aunque aquí arriba, sólo parecían hacer parecer a la gente débil estúpida.

    Querían dinero o algo así. Él no estaba prestando mucha atención. Ni siquiera se molestó en echarlos con una advertencia. No parecían estar de humor para escuchar.

    Cinco segundos más tarde no estaban de humor para hacer nada salvo correr. Lubin, habiendo anticipado aquello en cierto nivel desde que se relegó al subsconsciente, les había privado el uso de sus piernas.

    Sintió una muestra, distrayó la reluctancia para el siguiente paso necesario. Ellos habían visto, después de todo, más de sus habilitidades que la buena seguridad dictaría. Había sido su propia maldita culpa; ojalá no hubiera sido tan descuidado, habría evitado la situación; pero el daño estaba hecho. Los cabos sueltos estaban peleando y tenían que ser cortados.

    No hubo testigos.

    Los chavales, al menos, habían escogido sabiamente al respecto. No hubo gritos, sólo jadeos amortiguados y el suave POP de vertebras dislocadas. No hubo ruegos inútiles de clemencia. Sólo una de ellos trato de hablar, quizá impulsada por el descubrimiento de que, de alguna forma increíble en el espacio de apenas un minuto, había alcanzado el punto de no tener nada que perder.

    —Mange de la marde, enculé. - croaba ella mientras Lubin se agachaba. —¿Quién murió y te hizo a TI, Lenie Clarke?

    Lubin parpadeó. —¿Qué?

    La joven escupió sangre en su cara y se le quedó mirando desafiante con inexcrutables ojos blancos.

    —Bueno... - pensó Lubin, —... quizá había esperanza para ti después todo.

    Y retorció.

    Era un poco perturbador, por supuesto. No tenía ni idea de que Lenie Clarke fuese famosa.

    Pidió a los creadores de coincidencias referencias de Lenie Clarke. El Maelstrom tosió y le avisó de que estrechara su criterio de búsqueda: había más de cincuenta millones de resultados.

    Él empezó a explorar.

    Lenie Clarke era una anarquista. Lenie Clarke era una liberadora. Lenie Clarke era un símbolo de moda. Lenie Clarke era un ángel vengador resucitado de las profundidades del océano para derrumbar el sistema que la había victimizado y abusado. Lenie Clarke tenía seguidores; mayormente en la NAmPac hasta ahora, pero la palabra se estaba extendiendo. Hordas de gente desafectada, impotente, habían encontrado a alguien con quien identificarse: una víctima amiga de impenetrables ojos que había aprendido a defenderse. Contra qué, exactamente, no había consenso. Con el ejército de quién, ni un murmullo. Lenie Clarke era una sirena. Lenie Clarke era un mito.

    —Lenie Clarke está muerta, se recordó Lubin.

    Ninguna de las referencias que pudo encontrar confirmaba ese hecho.

    Quizá se había salvado después de todo. La AR había prometido una lanzadera para evacuar la Beebe. Lubin había asumido, junto con todos los demás, que habían mentido. Clarke había sido la única que se había quedado para averiguarlo.

    —Quizá todos habían sobrevivido. Quizá sucedió algo después de separarnos...

    Introdujo solicitudes separadas: Alice Nakata, Michael Brander, Judy Caraco, sólo para ser minucioso. El Maelstrom conocía mucho de aquellos nombres, pero ninguno parecía tener el caché de Lenie Clarke. Buscó la misma lista en Haven, los resultados eran más llanos, los datos tenían más ala calidad, pero la línea de fondo seguía inmutable.

    Sólo Lenie Clarke. Algo con ese nombre estaba infectando el mundo.

    —Lenie Clarke está viva. - dijo una voz en su oído.

    Él la reconoció: uno de los creadores de coincidencias genéricos que surgió de Haven en respuesta a sus preguntas. Lubin miró a lo largo de su pantalla, perplejo.

    No había introducido ninguna búsqueda.

    —Es casi una certeza. - continuó la voz, distante y sin inflexión.

    Casi como hablara para sí misma: —Lenie Clarke vive. La temperatura y salinidad están dentro de los niveles aceptables. - Hizo una pausa. —Tú eres Kenneth Lubin. Tú también estás vivo.

    Él desconectó.

    Anonimato. Ese era el objetivo del ejercicio.

    Lubin conocía las especificaciones del Ridley y de las instalaciones similares distribuídas invisiblemente por el mundo. No escaneaban ojos o caras. Sólo les preocupaba que los que entraran no pudieran hacer daño. Todo el mundo era igual dentro de tubos de vidrio congelado en la decimocuarta planta. Todo el mundo era nadie. Y aún así, alguien en Haven le había llamado por su nombre.

    Él se marchó de Santa Cruz.

    Había otra puerta de paso segura en la Torre Packard, en Monterey. Esta vez, Lubin no iba a correr riesgos: entró a su terminal a través de tres relojes separados conectandos en serie, cada uno encriptado por una semilla diferente. Reinició una búsqueda sobre Lenie Clarke, siguiendo atentamente tres árboles de búsqueda diferentes.

    —Lenie Clarke está en movimiento. - musitó una voz lejana.

    Lubin empezó a rastrear. —Kenneth Lubin ha sido visto en Sebastopol. - remarcó la voz. —Informes recientes también lo han localizado en Whitehorse y Philadelphia en algún momento entre las últimas ochenta y cuatro horas. Lenie y Lubin están en ruta de encuentro. ¿Es usted un fan de la aliteración?

    —Esto es muy extraño, pensó él.

    —Buscamos a Kenny y Lenie. - continuó la voz. —Pretendemos transladar y diseminar ambas partes en nuevos entornos con niveles aceptables de salinidad que varíen directamente con la temperatura, dentro de los ambientes considerados. ¿Desea relacionarse con la rima?

    —Es una red neural, descubrió él. —Una App Turing. Quizá un gel.

    Lo que fuera que le estaba hablando, no estaba programado: había aprendido a hablar mediante prueba y error, lo había resuelto por sus propias reglas de gramática y sintáxis. Lubin había visto tales dispositivos u organismos o lo que fueran en demostraciones. Captaban las reglas con bastante facilidad, pero siempre parecían arrojar algunas rarezas estilísticas propias. Era difícil de rastrear exactamente cómo ocuría eso. La lógica evolucionaba, sinapsis por sinapsis. Era opaco a los análisis convencionales.

    —No. - dijo él, experimentalmente. —Por una vez, no me relaciono con la rima. Aunque eso no es cierto siempre.

    Un breve silencio. Luego: —Excelente. Te hubiera pagado, ¿sabes?

    —Mediocre como el mejor. ¿Qué eres?

    —Te estoy hablando sobre Lenie y Kenny. No te interesa joderles, amigo. Quieres saber de qué lado estás, ¿verdad?

    —Dímelo entonces.

    Nada.

    —¿Hola?

    Nada. Para empeorar las cosas, falló su rastreo... devolvió una dirección de origen bloqueada.

    Esperó unos buenos cinco minutos en caso de que la voz empezase a hablar de nuevo. No lo hizo.

    Lubin se desconectó del terminal, se registró en otro diferente más alejado en la fila. Esta vez, dejó a Lenie Clarke - y Ken Lubin - estrictamente en paz. En su lugar, almacenó los resultados de sus preocupantes pruebas de sangre en un archivo abierto, etiquetado con ciertas palabras clave que atraerían la atención de las fuentes adecuadas.

    Alguien ahí fuera estaba imitando su investigación, era hora de atraerlos con un cebo.

    Se desconectó, distraído por una coincidencia incómoda y obvia:

    Un gel inteligente había estado operando la nuclear que había vaporizado la Estación Beebe.

Capítulo 39

    

Capítulo 39 - Imitador

    Priones: OK

    Virus:

    Adeno: OK

    Arbo: OK

    Arena: OK

    Filo: ben

    Morbilli: cron/asim

    Orbi: OK

    Paramecio: cron/asin

    Parvo: OK

    Picorna: OK

    Hanta: resid

    Retro: resid

    Rota: leve

    Bacteria:

    Bacilo: grave/norm

    Coco: norm

    Mico/Espiro: modo EST

    Clam: OK

    Hongo: no crit

    Protozoo: no crit

    Nematodo: OK

    Platelminto: OK

    Cestodo: OK

    Artrópodo: OK

    Autorizada para Viajar.

    —¿Estás seguro? ¿Sin ... sin cornezuelo ni psicoactivos?

    Autorizada para Viajar. Por favor proceda hasta el check-in.

    —¿Estás equipado para RNM?

    Esta cabina está diseñada para escanear parásitos y enfermades contagiosas.

    Puede visitar una cabina médica comercial si desea hacerse pruebas para otra enfermedades.

    —¿Dónde está la cabina médica comercial más próxima, entonces?

    Por favor no me dejes.

    —Yo... ¿Qué?

    Quédate, Lenie. Podemos solucionarlo. Además. Hay alguien a quien deberías conocer.

    La pantalla quedó oscura. La perla en su oído emitió un pequeño erupto de estática.

    —Soy yo. - dijo una voz de pronto. —Sou-Hon. De la estación de autobús.

    Agarró su visor y huyó hacia la jungla verde de la concurrencia D. Ojos pedestres sobresaltados, apenas percibidos, se encontraron con los suyos. Deslizó el visor sobre la cara.

    —No comprendes. - La voz era una pequeña plegaria en sus oídos. —Estoy de tu lado. Estoy...

    Puertas de cristal que conducen al exterior. Clarke las atravesó de un empujón. El súbito viento helado redujo el calor global a una débil abstracción. La concurrencia trazó un arco en torno a ella como un valle en forma de herradura.

    —Estoy aquí para ayudar...

    Clarke tocó su reloj dos veces en sucesión: —Modo comando. - respondió el aparato.

    —Apagar - le dijo ella.

    —Amitav está...

    —Apagar. - reconoció el reloj antes de caer dormido al instante.

    Estaba sola.

    La acera estaba vacía. La luz se derramaba desde los yermos tubos que protegían del invierno a los clientes de McCall. El gemido de turbinas distantes llegaba desde las azoteas.

    Dos toques. —Encender.

    Un suave zumbido de estática en su auricular, aunque su reloj estaba dentro del radio de alcance operativo de dos metros.

    —¿Estás ahí? - dijo ella.

    —Sí.

    —¿Qué hay de Amitav?

    —Justo antes de eso... quiero decir... - la voz se detuvo. —Sencillamente, lo quemaron todo. A todos. Él debe de haber sido...

    Una racha de viento pasajera la golpeó en la cara. La sirena tomó un amarga inspiración helada.

    —Lo siento. - susurró la extraña en su cabeza.

    Clarke se giró y volvió dentro.

Capítulo 40

    

Capítulo 40 - Muerte Térmica

    Era una empobrecida pantalla, datos informaticos contra un fondo negro: latitudes y longitudes, una diminuta superposición GPS centrada en el Aeropuerto Internacional de Calgary. Un icono indicativo de no visibilidad parpadeaba a intervalos de dos segundos.

    —¿Cómo lo sabes? - respiró una voz sin cuerpo en el oído de Perreault.

    —Lo vi. El comienzo, al menos. - El ambiente del aeropuerto retumbaba al fondo. —Lo siento.

    —Fue culpa suya. - dijo Clarke tras un segundo. —Hizo demasiado ruído. Se... lo estaba buscando...

    —No creo que fuera por eso. - dijo Perreault. —Hicieron escoria ocho kilómetros enteros.

    —¿Qué?

    —Fue alguna clase de peligro biológico, creo. Amitav sólo... quedó atrapado en el barrido...

    —No. - Palabras tan débiles que eran casi estática. —No puede ser.

    —Lo siento.

    No hay visual. No hay visual.

    —¿Quién eres? - preguntó Clarke al fín.

    —Piloto moscabots. - dijo Perreault. —Barridos, principalmente. Te vi cuando saliste del océano. Vi cómo afectaste a la gente de la Zona, Te vi cuando tuviste una de esas... visiones...

    —¿No eres tú el pequeño creyente espía?. - dijo Clarke. —Esa no era yo. - continuó ella tras un rato. —En la Zona. Esa era Amitav.

    —Él lo hizo funcionar. Tú fuiste la insp...

    —No era yo.

    —Vale. De acuerdo.

    No hay visual.

    —Joder, ¿por qué me estás siguiendo? - dijo Clarke.

    —Alguien... nos ha conectado. Y en la estación de autobús, antes.

    —¿Quién?

    —No lo sé. Probablemente uno de tus amigos.

    Algo entre una tos y una carcajada: —No lo creo.

    Perreault respiró hondo: —Te estás... haciendo famosa, ¿sabes?. La gente lo está notando. Alguno de ellos debe de estar protegiéndote.

    —¿De qué, exactamente?

    —No lo sé. Quizá de la gente que empezó el temblor.

    —¿Qué sabes tú de eso? - La voz de Clarke casi echó abajo el enlace.

    —Millones murieron. - dijo Perreault. —Tú sabes por qué. Eso te hace peligrosa para la gente equivocada.

    —¿Eso piensas?

    —Es uno de los rumores. No lo sé.

    —No sabes mucho, ¿verdad?

    —Yo...

    —No sabes quien soy. No sabes lo que quiero o lo que he... tú no sabes quienes son ellos o lo que quieren. Sólo te sientas ahí y dejas que te utilicen.

    —¿Qué quieres?

    —No es tu jodido asunto.

    Perreault negó con la cabeza: —Sólo intento ayudar, ¿sabes?

    —Señorita, Ni siquiera sé si existes. Hasta donde sé, ese chaval en Bend Sur me está gastando una broma enfermiza.

    —Algo está sucediendo por tu causa. Algo real. Puedes comprobar los temas de discusión tú misma si no me crees. Eres una especie de catalizador. Tanto si lo sabes como si no.

    —Y aquí estás tú, saltando a escena sin hacer preguntas.

    —Tengo preguntas.

    —Pues sin respuestas, entonces. Podría estar plantando bombas. Podría estar asando bebés. Tú no lo sabes, pero aquí se está con la lengua colgando, por cierto.

    —Escucha. - disparó Perreault, —Lo que sea que estás haciendo, es... No puede ser peor de como ya están las cosas...

    Ella se detuvo, atónita al pensarlo, agradecida que haberla recuperado. Sintió la certeza de que, a setecientos kilómetros de distancia, Lenie Clarke estaba sonriendo. Probó de nuevo. —Mira, puedo no saber lo que está pasando, pero sé que algo está pasando y da vueltas a tu alrededor. Y apuesto a que todo el que sepa eso está de tu lado. Quizá pienses que estoy loca. De acuerdo. Pero incluso YO no me arriesgaría a pasar por la seguridad del aeropuerto con el tipo de perfil que tus implantes delatan. Yo saldría de ahí ahora mismo y me olvidaría de volar a ningún sitio en el futuro reciente. Hay otros medios de resolverlo.

    Ella esperó. Constelaciones tácticas brillaban sobre ella.

    —Vale. - dijo Clarke al fín. —Gracias por el consejo. Aquí va uno para ti. Deja de intentar ayudarme. Ayuda a cualquiera que intente aplastarme, si puedes encontrarle.

    —Por amor de dios, ¿Por qué?

    —Por tu propio bien, Suzie. Por el bien de todo aquel que te importe. Amitav era... él no merecía lo que le pasó.

    —No, por supuesto que no.

    —¿Ocho kilómetros, dijiste?

    —Sí. Quemados hasta la corteza.

    —Creo que eso sólo ha sido el principio. - dijo Clarke. —Desconectar.

    En torno a Sou-Hon Perreault, las estrellas se apagaron.

Capítulo 41

    

Capítulo 41 - Cita a Ciegas

    —¿Interesado? Responde.

    Era una forma rara de comentario para encontrarlo en una gráfica bioquímica: un crucifijo podado de carbonos y oxígenos e hidrógenos... oh espera, había un azufre por allí y un nitrógeno a un lado del haz cruzado, justo sobre donde clavaron la muñeca de Jesús (por supuesto, del modo en que este chisme fue construído, el brazo izquierdo del salvador tendrían que haber medido el doble de largo a su derecha). Metionina, dijo el constructor de coincidencias. Un aminoácido.

    Sólo que invertido. Una imagen de espejo.

    —¿Interesado?

    —Puedes jurarlo.

    El archivo había sido emplazado en el barrido matinal de datos relacionados con el βehemoth, parpadeando silenciosamente. Él ni siquiera había tenido tiempo de comprobarlo hasta varias horas después de haber empezado su turno. Supercol estaba quemando un camino a través de Glasgow y algún bicho nuevo devorador de carbono; mutante o construído, nadie lo sabía; se había comido un gran pedazo de la Autopista Bicentenaria justo bajo algunos millares de pasajeros del transporte rápido. Había sido una mañana ajetreada pero, por fín, había tenido algunos momentos para bajar los acelerantes y tomarse un respiro.

    Había abierto el archivo y había saltado como un resorte.

    El constructor de coincidencias fue inusualmente comunicativo al explicar por qué este archivo merecía su atención. Usualmente, el constructor de coincidencias enviaba sus tesoros a través de cadenas lógicas demasiado retorcidas para el seguimiento humano. Como por arte de magia, la información necesitada por todo el mundo aparecía sencillamente en tu bandeja sin llamarla. Pero este archivo, este había llegado con términos de búsqueda explícita incluídos, términos que hasta una mente humana podía entender: Cuarentena, Tormenta de fuego, Estación Beebe. Fuente Termal de Channer.

    —¿Interesado?

    Sin suficiente información para que fuera útil. Sólo la suficiente para llamar la atención de alguien como él. Sin ningún dato, en realidad: un señuelo.

    —Responde.

    —Gracias por dejarte caer. - Voz enlatada, sin gráficos.

    Desjardins ajustó su propio filtro de voz. —Recibí tu mensaje. ¿Qué puedo hacer por ti?

    —Tenemos interés mutuo en bioquímica. - dijo la voz complacidamente. —Tengo información que podrías encontrar útil. Lo inverso también puede ser cierto.

    —Y ¿quién eres tú, exactamente?

    —Alguien que comparte tu interés en bioquímica, y que tiene información que podrías encontrar útil.

    —En realidad.... - remarcó Desjardins, —... eres una app secretaria. Y muy básica, también.

    Ningún desacuerdo.

    —Vale, entonces vacía los bolsillos con lo que tengas y etiquétalo del mismo modo que etiquetaste tu invitación. Lo recogeré en mi siguiente barrido y te daré una respuesta.

    —Lo siento. - dijo la app. —Eso no funciona desde este extremo.

    Por supuesto que no.

    —¿Y qué funcionaría para ti?

    —Me gustaría una reunión.

    —De acuerdo. Nombra una hora, despejaré un canal.

    —Cara a cara.

    —Bueno, como he... ¿quieres decir, en persona?

    —Sí.

    —¿Para qué?

    —Soy sospechoso por naturaleza. No me fío de las imágenes digitales. Puedo estar en tu localización dentro de cuarenta y ocho horas.

    —¿Sabes mi localización?

    —No.

    —¿Sabes?, si yo no fuera también sospechoso por naturaleza, seguro que lo sería ahora mismo. - dijo Desjardins .

    —Entonces, un interés en bioquímica no es todo lo que tenemos en común.

    Desjardins odiaba que las apps hicieran eso... soltar comentarios aparte y pobres agudezas para parecer más humanas. Por supuesto, Desjardins también odiaba que la gente hiciera eso.

    —Si quieres escoger un lugar y una hora, podemos encontrarnos. - le dijo la app, —Me aseguraré de aparecer.

    —¿Cómo sabes que no estoy en cuarentena? Por la misma razón, ¿cómo sé que no lo estás tú? ¿En qué me estoy metiendo aquí?

    —Eso no será un problema.

    —¿Qué eres en realidad? ¿Una especie de prueba de lealtad que Rowan me está planteando?

    —No comprendo.

    —Porque no es necesaria. Una cuerpo debería saber eso.

    Quienquiera para la que la app estaba negociando tenía que tener nivel corporativo, al menos, para estar tan segura sobre autorizaciones de viaje. Salvo que todo el asuto fuese una especie de elaborado complot sin sentido.

    —No soy una prueba de lealtad administrativa. - respondió la app. —Estoy pidiendo una cita.

    —Vale, entonces. La Pila de Selección. BebeYDroga en Sudbury, Ontario. Miércoles, 1930.

    —De acuerdo. ¿Cómo te reconoceré?

    —No tan rápido. Creo que preferiría acudir yo hasta ti.

    —Eso sería un problema.

    —Eso es un problema. Si piensas que voy a jugar inocentemente y meterme en las garras de alguien que ni siquiera me ha dado su nombre, lamento decirte que necesitas un parche.

    —Lamento oir eso. Sin embargo, no importa. Aún podemos encontrarnos.

    —No si ninguno de los dos sabe como llegar hasta el otro. No podemos.

    —Le veré el miércoles. - le dijo la app. —Adios.

    —Espera un segundo...

    Sin respuesta.

    —Oh, venga.

    Alguien iba a reunirse con él el miércoles. Alguien que, evidentemente, podía dejarse caer en cualquier sitio geosincronizado con aviso de 48 horas. Alguien que sabía la conexión entre la Fuente Termal de Channer y el βehemoth. Y que parecía creer que podía encontrarle sin ningún identificador.

    Alguien iba a reunirse con él, tanto si él quería como si no. Aquiles Desjardins encontraba aquello un poco ominoso.

Capítulo 42

    

Capítulo 42 - Necrosis

    Había lugares en el mundo que vivían en las arterias entre el aquí y el allí. Lo que fuera que generaban dentro no era autosostenible.

    Cuando se les aplicaba un torniquete; una cuarentena, una mesa con agua envenenada, la mera indiferencia de los ciudadanos que abandonan cierta causa perdida industrial; se marchitaban y se tornaban gangrenosos.

    A veces, eventualmente, los muros se venían abajo. La cuarentena terminaba o se atrofiaba.

    Los portones se abrían o se corroían. Pero para entonces, era demasiado tarde: el tejido hacía mucho tiempo que se había vuelto necrótico. Sin sangre nueva que fluyese hacia la zona muerta. Quizá algunas sacudidas intermitentes a lo largo de los cables subterráneos, de los nervios periféricos donde el Maelstrom saltaba la zanja. Quizá algunas personas no habían salido a tiempo, aún vivas. Otras que llegaban, no tanto por buscar este lugar sino para evitar algún otro.

    Lenie Clarke estaba en tal lugar ahora, un pueblo lleno de despojos y ventanas rotas y ojos huecos que observaban desde edificios que nadie se había molestado en sentenciar. Cualquier sigo de vida que había aquí, en su mayor parte, no notaba su presencia a su paso. Ella evitó los obvios límites territoriales: las calaveras desdentadas de algunos infantes dispuestas significativamente a lo largo de algun bordillo particular; un cadáver medio momificado y crucificado bocabajo bajo la críptica frase de San Pedro el Inútil; vehículos abandonados que bloqueaban esta carretera o aquellas barricadas oxidadas que conducían al incauto hacia algún matadero central como los peces en un azud.

    Dos días antes, ella había bordeado una cofradía de bienhechores que habían estado capturando supervivientes como si fueran ratones de campo y les inyectaban a la fuerza alguna especie de cóctel genético. Recetas de Xantoplastos, probablemente. Desde entonces, se las había arreglado para evitar ver a nadie. Sólo se movía de noche, cuando sus maravillosos ojos le daban toda ventaja. Se desviaba de los cuarteles generales locales y los puntos clave territoriales con sus tambores de aceite hirviendo y sus postes de luz y sus corroídas pilas Ballard semifuncionales. Había trampas y puestos de guardia ocultos, construídos por pretenciosos que ansiaban subir en la jerarquía local. Rezumaban infrarrojos ligeros o briznas de luz invisible a la simple carne. Lenie Clarke los descubría a una manzana de distancia y cambiaba de rumbo, por supuesto, sus sirvientes nunca eran más sabios.

    Estaba casi atravesando la zona cuando alguien salió de un umbral diez metros delante de ella. Un mestizo con genes latinos dominantes, piel de color pizarra a la luz amplificada por sus tapas oculares. Pies descalzos, fundas de aerosol plástico rociado en las plantas. Un arma de fuego de algún tipo en una mano, le faltaban dos dedos. La otra mano había sido transformada en un prostético improvisado, envuelta una y otra vez en capas de cinta aislante renachada con cristales rotos y clavos oxidados.

    Él la miró directamente con ojos que brillaban tan blancos y vacíos como los suyos propios.

    —Bueno. - dijo Clarke después de un rato.

    Su miembro engarrotado gesticuló toscamente al territorio circundante.

    —No es mucho, pero es mío. - Su voz era ronca por enfermedades antiguas. —Hay un peaje.

    —Me iré por donde he venido. - dijo Lennie.

    —No, no te irás.

    Ella tocó casualmente el reloj de pulsera con un dedo. Mantuvo la voz baja, casi subvocal: —Sombra.

    —Fondos transferidos. - respondió el aparato.

    Clarke suspiró y se descargó de la mochila. Una esquina de su boca se curvó una ligera fracción.

    —¿Cómo me quieres? - preguntó élla.

    Él la quería por detrás y la quería con la cara en tierra. Quería llamarla 'perra' y 'coño'. Quería cortarla con su maza casera.

    Ella se preguntó si aquello se podría llamar 'violación'. A ella no le había ofrecido una elección. Pero ella tampoco había dicho no, exactamente.

    Él la golpeó cuando llegó y le empujó la nuca con la mano del arma hasta dar con su cabeza en el suelo, pero el gesto tenía un aire de formalidad. Finalmente, rodó apartándose de ella y se puso de pie.

    Entonces, ella se permitió volver dentro, dejó que la distante observación de su propia carne invirtiera de nuevo la experiencia hasta la primera persona.

    —¿Y?.Rodó sobre su espalda, se limpío la calle de la boca con el dorso de la mano. —¿Qué tal he estado?

    Él gruño y prestó su atención a la mochila.

    —Ahí no hay nada que quieras. - dijo ella.

    —Aajá..

    Algo le llamó la atención de todos modos. Extendió el brazo y sacó una túnica de tejido negro reflectante.

    Aquello serpenteó en su mano.

    —¡Mierda!

    Lo dejó caer al suelo. Aquello quedó allí, inerte. Haciéndose el muerto.

    —¿Qué demonios... - miró a Clarke.

    —Ropas de fiesta. - dijo ella poniéndose de pie. —No es de tu talla.

    —Tonterías. - dijo el mestizo. —Es esa mierda de copolímero reflectante. Como la que lleva Lenny Clarke.

    Ella parpadeó: —¿Qué has dicho?

    —Leonard Clarke. El HombrePez del Mar. Hizo el temblor. - Empujó la inmersopiel con la punta del pie. —¿Crees que no lo sé? - Levantó la mano pistola hasta la cara, el cañon le tocaba la esquina de una tapa ocular. —¿Cómo crees que conseguí esto, eh? No eres la primera fan en la ciudad.

    —¿Leonard Clarke?

    —Ya te lo he dicho. ¿Eres sorda o estúpida?

    —Acabo de dejar que me violes, gilipollas. De modo que, probablemente, estúpida.

    El mestizo la miró durante un momento interminable.

    —Tú has hecho esto antes. - dijo él al fín.

    —Más veces de las que sabes contar.

    —¿Te llega a gustar, quizá, después de un tiempo?

    —No.

    —No has peleado.

    —Ya. ¿Cuántas pelean con una pistola en sus cabezas?

    —Ni siquiera estabas asustada.

    —Estoy jodidamente demasiado cansada. ¿Me vas a dejar ir o me vas a matar o qué? Cualquier cosa con tal de no oir más de esta mierda.

    El mestizo dió un enorme paso adelante. Lenie Clarke sólo bufó.

    —Vete. - dijo el mestizo con voz extraña. Luego añadió, absurdamente: —¿Dónde vas?

    Ella arqueó una ceja.

    —Al este.

    Él negó con la cabeza: —Nunca pasarás. Gran cuarentena. Llega hasta la mitad del Cinturón de Polvo. - Señaló al sur, calle abajo. —Mejor da un rodeo.

    Clarke tocó su reloj.

    —No está en la lista.

    —Pues no vayas. Que me jodan si me importa.

    Manteniendo los ojos hacia arriba, Clarke se agachó y recogió su túnica. El mestizo le tendió la mochila por las asas, mirando en sus profundidades.

    Él se puso tenso.

    La mano de Lennie se lanzó hacia la mochila como el ataque de una serpiente y atrapó el puñal. Ella lo blandió bajo la mano, apuntando a las tripas del mestizo.

    Él dió un paso atrás con una mano, aún sujetando la mochila. Sus ojos se estrecharon hasta unas rendijas opalescentes.

    —¿Por qué no lo usaste?

    —No quería desperdiciar una carga. No vales la pena.

    Él vio la funda vacía en su pierna. —¿Por qué no lo guardas ahí? ¿Dónde se puede conseguir uno?

    —Mira, si hubiera tenido un hijo contigo...

    Se miraron una a otro a través de ojos que lo veían todo en blanco y negro.

    —Tú me dejaste. - El mestizo negó con la cabeza, la contradicción casi parecía dolorosa. —Tú tenías eso y me dejaste de todos modos.

    —Mi mochila. - dijo Clarke.

    —Tú... me la has jugado. - Incipiente rabia en aquella voz y espesa preocupación.

    —Quizá es que me gusta tosco.

    —Eres contagiosa. Eres una Cargabichos.

    Ella hizo oscilar el bastón.

    —Dame mis cosas y quizá vivas lo suficiente para averiguarlo.

    —Tú, perra.

    Pero le entregó la mochila.

    Por primera vez ella vio las membranas entre los tres dedos rechonchos de su mano, notó la suaves puntas de los brotes. No fue por violencia, entonces. No fue una amputación de pelea callejera. Era de nacimiento.

    —¿Eres un bebé de farmacia? - preguntó élla.

    Quizá era más viejo de lo que parecía. las farmacéuticas no dispersaban genotipos con bichos deliberadamente desde hacía décadas. Seguro, la defectuosa pasaba más tiempo que la gente sana en los arreglos, pero el ambiente global era retocar bebés en formas lo bastante extrañas.

    Sin el riesgo de la reacción del consumidor.

    —Lo eres, ¿verdad?

    Él la miró, temblando de impotente furia.

    —Bien. - dijo ella poniéndose la mochila. —Te viene jodidamente al pelo.

Capítulo 43

    

Capítulo 43 - Trampa

    La voz dentro del oído de Lubin había mentido.

    Él no había estado fuera de la NAmPac desde el derrumbe de tierra. No había estado en Sebastopol o Philadelphia desde hacía años. Nunca había estado en Whitehorse y, por lo que sabía del lugar, esperaba no estar allí nunca.

    Pero podía haber estado. La mentira era plausible para alguien que conociera a Lubin pero no sus circunstancias actuales. O quizá no había sido una mentira deliberada.

    Quizá había sido una suposición fallida basada en Dios sabe qué estadísticas irrelevantes. Quizá sólo había sido un montón de palabras aleatorias recogidas con más recato por la gramática que por la veracidad.

    Se preguntó si podría él mismo haber iniciado el rumor. Antes de que marchara hacia Sudbury, puso esa hipótesis a prueba.

    Se registró otra vez en Haven y empezó una nueva búsqueda por nombre: Judy Caraco, Lenie Clarke, Alice Nakata y Kenneth Lubin.

    Era una voz diferente la que le abordó esta vez. Hablaba con tonos gentiles y casi susurrando. No mostraba predilección por la aliteración o la rima sin sentido. Tendía a pronunciar mal las consonantes fuertes.

    Le llamaba a él Michael.

    Subió a un suburbano hasta Toromilton, tomó una lanzadera norte hacia esa ciudad estado. Suburbios interminables seguían el ritmo bajo él, extendiéndose a lo lejos desde el centro megapolitano que una vez les había mantenido cautivos. El trasbordo diario había terminado décadas atrás y, aún así, la plaga se estaba esparciendo. El mundo exterior pasaba tranquilamente. Sólo había algunas zonas restringidas en todo Ontario y ninguna estaba en su ruta.

    El mundo interior era un poco más interesante. En el profundo caos bulliente que era el Maelstrom, los rumores de la resurrección de Mike Brander estaban empezando a brotar junto a los cuentos del propio Lubin. Mike Brander había sido visto en Los Angeles. Mike Brander había sido visto en Lima.

    Lubin frunció el ceño, una pequeña expresión de autodisgusto. Se había rendido de hacer sus propias preguntas. Algo en Haven se había dado cuenta cuando había ejecutado las búsquedas sobre todos los miembros de la tripulación de la Beebe; excepto de sí mismo.

    Y, ¿por qué este usuario no preguntaba sobre Lubin, K.? Porque este usuario ya debe saber sobre Lubin, K. Porque este usuario ES Lubin, K.

    Lenie y Kenny están en ruta de encuentro.

    Su último duende a través de Haven, preguntando sobre todo el mundo excepto por Mike Brander, había provocado la misma atención y la misma lógica simple. Ahora, Mike Brander estaba vivo y sano y viviendo en el Maelstrom. QED.

    —¿Qué está haciendo esto? ¿Por qué?

    A veces, la vida salvaje del Maelstrom simplemente se agarraba a los hilos populares para sobrevivir. Robaba palabras clave para plegarse, se colaba a través de los filtros actuando como parte del rebaño. El efecto clásico del vagón de tren, ciego y estúpido como la evolución misma. Por eso tales estratégias siempre fracasaban después de un tiempo. El fraude del momento podía disiparse en la oscuridad, dejando a los presumidos con billetes falsos en una sala de fiestas vacía. O los guardianes de las puertas se actualizaban, cuanto más popular el disfraz, mayor el incentivo para las contramedidas.

    La vida salvaje se subía a los rumores existentes si eran lo bastante importantes. Lubin nunca había oído que ellos empezaran rumores por su cuenta.

    ¿Y por qué Lenie Clarke?

    Una vida oscura, una muerte invisible. Difícilmente el meme más contagioso en las redes. Nada que inspire una herencia postmortem en absoluto, de hecho.

    Esto era algo nuevo.

    Lo que fuera que era, estaba orientado a una meta y estaba usando a Lenie Clarke.

    Más que eso. Ahora le estaba usando a él.

    Sudbury había llegado muerto en el siglo veintiuno. Décadas de minería y un sustrato de fino terreno pobre habían visto la caída. Las pilas de Sudbury habían sido el epicentro para una de las primeras erupciones de ácido realmente grandes de la historia de América del Norte. Fue un banco de pruebas de todo tipo.

    Tampoco esto era malo del todo.

    La leyenda decía que los astronautas de la luna habían practicado una vez en sus chamuscados entornos grises. Y los lagos del area eran verdaderamente hermosos, limpios y azules y sin vida como tazas de váter tratadas químicamente. El substrato era despiadamente estable, llano y nivelado por glaciares largo tiempo desaparecidos. La coste oeste podía caer en el océano, pero el Escudo Canadiense duraría eternamente. Formas de vida exóticas desembarcaban de los tanques o elevadores en la Herradura Industrial alrededor del Lago Ontario, inflingían estragos locales como siempre hacían, pero tenías que ser una quimera resistente para pasar los arrabales bañados en ácido de Sudbury, Ontario. Su zona muerta era como un foso, un cortafuegos quemado en el país por siglos merecedores de veneno industrial.

    No podía haber servido mejor a la ARISC de haberlo planeado. Aquí estaba un lugar resistente a las calamidades que amenzaban al resto del mundo, por virtud de ya haber perdido todo lo que tenía valor real. El patrimonio era barato, también. La mina de níquel se había agotado hacía mucho y había sido un vacío en la economía local desde que la última barra de combustible había ardido sobre el Risco Copper.

    La Patrulla de la Entropía había llenado ese vacío. La oficina de Sudbury era una de las diez primeras en la hemiesfera.

    A Ken Lubin no le sorprendía que su presa se estacionara allí. Ese buscador misterioso no parecía conocer las especificaciones de lo que él o ella buscaba. Los tesoros abandonados en Haven habían saltado más rápido cuando se solicitaba datos sobre impactos ecológicos y pura epidemiología correlativa. Iban más lento cuando preguntó sobre orgánulos subcelulares o caminos bioquímicos. No era el rastro de alguien que seguía a un agente conocido íntimamente. Con más probabilidad, alguien rastreaba uno nuevo y misterioso.

    No una farmacia, entonces. Alguien con más perspectiva ecológica y con un gran recato por la seguridad y la autonomía. La Patrulla de la Entropía sólo tenía una fuente de talentos que encajaba.

    Lo bueno sobre la Patrulla era que se volvía paranoica con los asuntos de acceso. En un mundo dominado por la teleconmutación, los criminales a tiempo completo hacían el viaje diario desde el mundo real hasta una única y vasta catacumba segura conectada directamente a Haven. Nadie había sido lo bastante estúpido para intentar con éxito un brote entrópico desde un terminal casero, incluso si eso fuera posible. En la ARISC, hasta los enlaces al Maelstrom eran dementemente seguros.

    Lo que hacía del rastreo de empleados algo bastante sencillo. Todos tenían que pasar por el vestíbulo.

    No había una lista de criminales individuales, por supuesto. Había una lista de jefes de departamento, disponible a través de un pequeño huerto de quioscos de asistencia en el vestíbulo principal.

    Una vez Lubin tuviera lo que necesitaba, saldría fuera y caminaría hasta la parada de transporte rápido más cercana.

    Donald Lertzman era el intermediario arquitípico, su carrera había ido en cabotaje hasta esa meseta confortable sobre aquellos que, en verdad, hacían el trabajo productivo, pero a salvo por poco de una posición donde tendría que tomar decisiones vitales. Quizá, a cierto nivel, él sabía esto. Quizá una casa oculta tras setos de abetos azules resistentes al ácido a las afueras de Sudbury Burn, era su modo de compensación.

    Por supuesto, en este día y era, apenas podía comunicar en su vehículo privado. Él sabía el valor de las apariencias, él no construía su vida sobre nada más. Cada noche, por tanto, atravesaba a pie los tres bloques entre su propiedad y la parada de autobús más próxima.Aproximadamente, el veinte por ciento de esa distancia quedaba fuera de la vista pública.

    —Disculpe, ¿es usted Donald Lertzman?

    —Sí, ¿quien...? - Lubin anotó con atención la alerta médica en el reloj de pulsera de Lertzman.

    Dispararía la alarma si sus vitales mostraban alguna indicación de estrés prolongado. Por supuesto, las respuestas de estrés del cuerpo no se disparan por sí solas. Tienen que ser activadas por la percepción de amenaza o lesión. La mayoría de aquellas señales recorrian la espina dorsal.

    Diez minutos después, al fallar en su propia presentación, Lubin sabía a quién estaba buscando. Sabía dónde encontrale. Sabía cuando terminaba el turno de esa persona. Sabía más de lo que necesitaba, por ahora.

    Su reunión programada en la Pila era para dentro de veintiseis horas. Lubin no sabía si quería esperar tanto. Por la misma razón, ni siquiera había garantías de que este Aquiles Desjardins apareciera.

    Dejó a Donald Lertzman respirando pacíficamente.

Capítulo 44

    

Capítulo 44 - Complicidad

    Cada parte era abrupta esta vez: la súbita translocalización de lugar, un mundo se aniquilaba, otro se creaba en su lugar. Allí podía haber habido algún aviso. Un tartamudeo apenas perceptible en los datos de entrada, un ping, como si algo lejano estuviera comprobando actividad en la línea. Pero llegaba demasiado rápido para servir como cualquier clase de alerta, incluso si Perreault no lo había imaginado simplemente.

    No importaba. Ella estaba a la espera.

    Había estado esperando durante días .

    La misma panorámica del ojo de Dios: una multitud diferente se diseminaba debajo enmarcada por plantillas e iconos familiares.

    Había estado pivotando de un moscabot a otro. La Navegación y el GPS estaban oscuros por alguna razón.

    Pero ella estaba en un espacio interior y allí había violencia.

    Un hombre yacía retorcido sobre el suelo de hormigón, la bota de otro le impactaba en el estómago mientras ella observaba. Su cuerpo se plegó débilmente en torno al golpe por algún impotente reflejo fetal, manchando con sangre y dientes a su paso. La cara estaba demasiado ajada y sangrienta para traicionar cualquier etnia clara.

    El asaltante; más pequeño, negro, de espaldas a la cámara; cambiaba su peso de lado a lado con una terrible energía incansable. Su arena la definía la muchedumbre que la circundaba: algunos implicados, algunos indiferentes, algunos agitando sus propios puños en frenético entusiasmo. Más allá, la concentración de humanidad se reducía, daba paso a esteras durmientes y pilas de pertenencias personales olvidadas.

    Perreault giró por los menus disponibles. Sin armas. Por el canto del ojo, una distracción centelleante: objetivo -162° azimut / -41° declinación.

    Y Tras ella...

    El victorioso caminó en círculo, aún agitado. Su cara apareció a la vista, arrugada por la furia de la concentración. Sus pies azotaban de nuevo: un golpe en el riñón de la espalda. El bulto que se retorcía en el suelo se sacudió abriéndose como una flor sangrienta. Su espalda se arqueó como si lo hubieran electrocutado.

    El atacante alzó la vista directamente hacia el moscabot secuestrado de Perreault. Sus ojos eran del brillante jade cristalino de la clorifila artificial. Observaban desde aquel rostro oscuro como una alucinación.

    Sin apartar los ojos del bot, propinó una última patada a la cabeza de su víctima. Luego se movió sin oposición entre la multitud.

    Sou-Hon Perreault nunca le había visto antes. No conocía a su víctima. Pero el objetivo estaba a -175° az / -40° dec y moviéndose.

    Hizo una panorámica hacia la izquierda. Más gente, más esteras durmiendo. Grises muros inacabados se elevaban en la distancia, alineados por máquinas expendedoras y, en lo más alto, pictogramas oficiales conducían al populacho hacia el registro - y la cuarentena - y los últimos boletines. Estos se encontraban en una cueva de cemento de diez metros de altura erigida en nombre de la subsistencia de las masas: un lugar para cuarentenas, un centro de innoculación, un refugio contra aquellos súbitos ataques de temporal demasiado crueles para que los ajustes retráctiles ad-hoc protegieran las casas más viejas.

    Incrementalmente, sobre muchas, casas.

    El término no oficial era Refugio Antibombas.

    El objetivo estaba a -35°, -39°. La pantalla táctica posó un punto de mira sobre ella justo en el momento en que entraba en la vista. El mismo disfraz civil, el mismo visor. Pero algo le había sucedido a Lenie Clarke desde lo de Calgary. Favorecía más una pierna al andar. Un hematoma amarillo se extendía a lo largo del lado derecho de la cara

    Perreault activó el altavoz del bot, lo pensó dos veces, lo apagó de nuevo. No hacía falta atraer atención innecesaria. En su lugar, abrió el menu de comunicaciones, lo fijó en el visor de Clarke y pulsó el icono de Radio Frecuencia..

    —Hola. Soy Sou-Hon de nuevo.

    Abajo, sobre el suelo, Lenie Clarke quedó inmóvil.

    Levantó la muñeca hacia arriba, ya no llevaba reloj.

    —Aquí arriba - dijo Perreault —En el moscabot.

    Pitó una alerta de proximidad en su cara: otro bot entraba en el radio de alcance. Perreault giró, lo captó llegando por la compuerta gatera del tamaño de un bot situada a dos metros sobre la entrada principal.

    Hasta en la luz visible, los cañones de las armas eran obvios.

    Miró hacia abajo. Clarke se había ido.

    Perreault sobrevoló hasta que el punto de mira apareció de nuevo. La Rifter estaba andando hacia la puerta, con la cabeza levantada hacia el otro bot. No veía a Perrault. Se dirigía hacia la mancha de Rorschach sangrienta al otro lado de la cueva.

    —Esa no. - dijo Perreault. —No, la pequeña, la vigilanc...

    —Tú eres la espia, ¿verdad? - irrumpió la voz de Clarke.

    —La... sí. Al menos, así es como me llamas.

    —Adios. - Estaba en la entrada.

    —¡Espera!!

    Se había ido.

    Perreault dedicó una mirada al otro moscabot. Estaba sobrevolando el resultado de la pelea, sus cámaras apuntaban hacia abajo. Probablemente, había sido convocado por el bot que Perreault estaba pilotando justo antes de que ella hubiera agarrado las llaves. No le estaba prestando atención a ella. Si su piloto sabía siquiera que Perreault estaba al mando, a él o a ella no parecía importarle.

    —No hay mucho que pueda hacer en cualquier caso. - pensó ella y se zambulló a través de la compuerta gatera.

    Una llovizna sucia, gotas dispersas golpeaban las aceras. El cielo era marrón. El aire parecía lleno de grava. Más al sur, entonces. A algún lugar donde probablemente no había nevado de verdad en años.

    Un paisaje metropolitano tras el domo como una turbio histograma. Una avenida negra de cuatro carriles se alargaba desde aquel transfondo, sangraba un charco de asfalto junto al refugio y continuaba hasta el horizonte. Por todas partes, una ola de carreteras más pequeñas; algunas poco más que caminos de tierra; se extendía a través de un retal de campos y bosques.

    El objetivo, localizado y resaltado como una luminosa mariposa, se alejaba por una de ellas.

    Aún sin GPS. Hasta la brújula estaba desconectada.

    Perreault readquirió el visor de la Rifter y puso marcha tras ella. —Escucha, Yo puedo...

    —Que te den. La última vez que estuviste dentro de uno de esos chismes terminó disparándome.

    —¡No fui yo! ¡La conexión se vino abajo!

    —¿Sí? - Clarke no miraba atrás. —¿Y qué va a mantenerlo a raya esta vez?

    —Este bot no tiene armas. Es estrictamente ojos y oídos.

    —No me gustan los ojos y oídos.

    —No te haría daño tener un poco de ayuda extra de tu lado. Si yo hubiera estado cerca para hacer una exploración adelantada antes, quizá no tendrías ese hematoma en la cara.

    Clarke se detuvo. Perreault llevó el bot hacia abajo y lo suspendió a un par de metros de su hombro.

    —¿Y cuando tus amigos se aburran? - preguntó la Rifter. —¿Cuando la conexión caiga de nuevo?

    —No lo sé. Quizá el bot sólo regrese a sus rondas regulares. Al menos, no puede dispararte.

    —Puede hablar con cosas que sí pueden.

    —Mira, me mantendré a distancia. - ofreció Perreault. —Unos doscientos metros, digamos. Permaneceré al alcance de tu visor, pero si este chisme recupera sus sentidos sólo serás una K sin nombre que pasa por ahí cuando vuelva la conexión. No se pararán a mirar dos veces.

    A dos metros de distancia del arco del puerto, los hombros de Clarke subieron y cayeron.

    —¿Por qué estás haciendo esto? - preguntó élla. —¿Por qué es tan importante ayudarme?

    Perreault consideró brevemente decirle la verdad.

    —No lo sé. - dijo ella al fín. —Simplemente lo es.

    La Rifter negó con la cabeza. Después de un momento dijo: —Me dirijo al sur.

    —¿Al sur? - Perreault pulsó de nuevo el icono de la brújula muerta.

    Nada.

    Trató de conseguir un rumbo por el sol a través del turbio temporal.

    Clarke empezó a andar. —Por aquí. - dijo ella. Aún sin mirar atrás.

    Perreault se mantuvo alejada de la carretera, en paralelo a la dirección de viaje de Clarke. Abrió el menu de cámara planeando configurar una ampliacíon de imagen refleja ante cualquier movimiento no consistente en la acción del viento y quedó sorprendida al ver la oferta de elección de vistas. El bot tenía cámaras laterales, de popa y ventrales junto a los estéreos primarios delanteros. Podía dividir la pantalla en cuatro ventanas y mantener vigilancia simultánea de trescientos sesenta grados. Lenie Clarke marchaba con esfuerzo por la carretera, en silencio, hombros hundidos contra el viento. Su cazadora aleteaba contra el cuerpo como plástico rasgado.

    —¿No tienes frío? - preguntó Perreault .

    —Llevo puesta mi piel.

    —¿Tu...?

    Por supuesto. Su traje de buceadora.

    —¿Así es cómo viajas siempre?

    —Tú fuiste la que me advirtió de no volar.

    —Bueno, sí, pero...

    —Cojo el bus a veces. - dijo Clarke. —Hago autoestop.

    Cosas que no envolvían comprobaciones de ID o escaneos corporales. Había una cierta ironía enterrada ahí, reflexionó Perreault.

    Clarke probablemente había sorteado seguridad más rigurosa en las últimas semanas de lo que habría sido imaginable sólo unas décadas atrás... pero los registros modernos se enfocaban en los patógenos, no en las personas. ¿A quién le importaba ya algunos artefactos como el ID personal? ¿A quién le importaba algo tan arbitrario como una frontera política? La identidad nacional era tan irrelevante que ni siquiera nadie se molestaba en desmantelarla.

    —No vas a encontrar un transporte en esta carretera en algún tiempo. - remarcó Perreault. —Deberías seguir el tráfico principal.

    —Me gusta caminar sola. Evita las charlas sin sentido.

    Perreault captó la indirecta.

    Accedió al registro de vuelo del moscabot con temor sobre cuánta información incriminadora había almacenado el aparato, pero su memoria entera había sido purgada. Un acto de sabotaje mucho más allá de las capacidades de Perreault. Incluso ahora, la caja negra fallaba al retener el flujo de datos de rutina que los sensores del bot estaban enviando.

    Quedó aliviada, pero no particularmente sorprendida.

    —¿Aún estás ahí? - dijo Clarke.

    —Aajá. La conexión aún funciona.

    —Mejoran con la práctica., dijo la Clarke.

    Perreault recordó la mirada refleja de Clarke hacia su muñeca desnuda en el domo. —¿Qué le pasó a tu reloj?

    —Lo aplasté.

    —¿Por qué?

    —Tus amigos descubrieron cómo anular el botón de apagado.

    —Ellos no son... - No son amigos. Ni siquiera contactos. No sabía lo que eran.

    —Y ahora estás entrando en mi visor. Si tuviera cerebro, perdería eso también.

    —¿Y otros han contactado contigo?

    Por supuesto que sí... ¿por qué iba a ser Sou-Hon Perreault la única persona en el mundo a la que se le concediera audiencia con la Madonna Apocalipsis?

    —Oh, de acuerdo. Lo olvidé. - dijo la sirena sarcásticamente. —No te haces una idea.

    —¿Lo han hecho? ¿Otros como yo?

    —Peor. - dijo Clarke y siguió caminando. —No presiones.

    Un puesto de abedules esqueléticos las separó durante algunos minutos. La cámara de proa captaba a Lenie Clarke en fragmentos a través de una jungla vertical de barras blancas.

    —Entré en el Maelstrom. - dijo ella. —La gente está... hablando sobre mí.

    —Sí. Lo sé.

    —¿Te lo crees? ¿Las cosas que están diciendo?

    Perreault probó un tacto ligero, sin creerse a sí misma: —Entonces, ¿no llevas el fin del mundo dentro de ti?

    —Si lo llevo... - dijo Clarke, —... no aparece en el panel sanguíneo.

    —No se puede creer la mayoría de cosas que se leen en el Maelstrom de todos modos. - dijo Perreault. —Una mitad contradice a la otra.

    —Es demasiado loco. No sé cómo empezó. - Unos segundos de silencio. Luego, Clarke dijo: —El otro día vi a alguien que se parecía a mí.

    —Te lo dije. Tienes amigos.

    —No. No es mí a lo que se quiere. Es a algo en las redes. Sólo que... me robó el nombre por alguna razón.

    Biip.

    Un súbito rectángulo luminoso enmarcando un movimiento agitado. La cámara de popa amplió la imagen por acto reflejo.

    —Espera. - dijo Perreault. —Tengo un...Lenie.

    —¿Qué?

    —Podrías querer salir de la carretera. Creo que es ese psicópata del refugio.

    Lo era. Encorvado sobre el manillar de una vieja bicicleta de monaña, se resolvía en la ventana ampliada como una pesadilla granulada. Pedaleaba trabajosamente, con todo su peso en los pedales. El vehículo no tenía sillín. Tampoco tenía llantas, traqueteaba por la carretera sobre aros desnudos. Era un esqueleto conducido por un monstruo. La chaqueta del monstruo estaba negra y mojada y le faltaba una manga. No era la misma que había estado llevando antes.

    Mantenía los ojos en la carretera. Sólo una vez dedicó una mirada atrás sobre su hombro. Eventualmente, se disipó en la sucia distancia.

    —¿Lenie?

    —Aquí. - Se levantó de un canal de drenado.

    —Se ha ido. - dijo Perreault.

    —La de cosas que se ven cuando no llevas un arma. Gilipollas. No es peor que cualquiera de los otros del refugio. - Clarke subió hasta la carretera: —Excepto por el hecho de que mató a alguien de una paliza. Y un centenar de personas se quedaron allí para mirar. ¿O no lo notaste?

    —Bueno... La gente hace eso, ¿sabes?. Se queda ahí y no hace nada. - recordó Perreault.

    —Son jodidos cómplices, no son peores que.... son lo peor. Al menos él mostró un poco de iniciativa.

    —No te vi a ti defendiéndole. - disparó Perreault y lamentó al instante su propia indefensión.

    Clarke volvió la cara hacia el moscabot y no dijo nada. Después de un momento retomó su marcha.

    —No todos son... cómplices, Lenie. - dijo Perreault, más suavemente. —La gente quiere actuar, sólo que... tienen miedo. Y a veces, la experiencia te enseña que el único modo de coperar is simplemente... desconectar...

    —Oh sí, sólo somos todos víctimas de nuestro pasado. No te atrevas a soltarme esa subrutina.

    —¿Qué subrutina?

    —La pobrecita víctima de abuso. ¿Sabes lo que es abuso realmente? Es una excusa.

    —Lenie, Yo no...

    —Y qué si algún gilipollas te agarra el coño en el día de custodia. Y qué si alguien empuja su polla hasta tu culo. ¿Y qué? Hematomas, quizá. Un poco de sangre. Se sufre más daño si te caes de los columpios y te rompes un brazo, así que, ¿cómo es que no oyes a nadie quejarse sobre el abuso, entoces?

    A mil kilómetros de distancia, Perreault recogió el sedal de la vehemencia de Clarke: —Yo no he dicho... y de todos modos, la lesión física es sólo parte de ello. El daño emocional...

    —Basura. ¿Crees que no estamos hechos para soportar un pequeño trauma de la infancia? ¿Sabes cuántos mamíferos superiores se comen a sus jóvenes? No deberíamos haber durado ni diez generaciones si un par de patadas de mierda durante la infancia fuera suficiente para sacarnos de la cuenta.

    —Lenie...

    —¿Crees que todos esos ejércitos y bandas y polis serían tan propensos a la violación si no le dieramos tanta importancia? ¿Si no nos hiciera a todos temblar las rodillas al pensar en ser violado? Que le den. Él ha sido atacado por cosas salidas de pesadillas. Casi me han hervido y enterrado viva más veces de las que puedo contar. Lo sé todo sobre los modos en que puedes llevar un cuerpo hasta el punto de ruptura y el abuso sexual ni siquiera entra en el top diez.

    Se detuvo y miró al teleoperador distante de Perreault. Perreault amplió la imagen: la Rifter estaba temblando. —¿O tienes alguna base para no estar de acuerdo? ¿Alguna experiencia personal para respaldar todas tus trivialidades de moda?

    Claro que he tenido experiencia. Observé. Durante años observé y no sentí nada.

    Era mi trabajo.

    Pero por supuesto, ella no podía decir aquello.

    —Yo... no. En realidad no.

    —Claro que no. Sólo eres una jodida turista, ¿verdad? Estás a salvo y cómoda en alguna torre de crital en algún lugar y metes un periscopio dentro del mundo real de vez en cuando y te dices a ti misma que estás experimentando la VIDA o alguna mierda similar. Eres patética.

    —Lenie...

    —Deja de alimentarte de mí.

    Ella no diría nada más. Espió en silencio por la carretera en la turbia lluvia, rechazando la súplica o la disculpa. El cielo marrón pasó a negro. La luz visible se debilitó y entraron los infrarrojos. Lenie Clarke era una mancha térmica blanca de rabia a distancia constante, en interminable movimiento.

    En todo ese tiempo ella sólo habló una vez.

    Las palabras fueron apenas más que un gruñido y Sou-Hon Perreault no creyó que estaban destinadas a sus oídos, pero los sentidos ampliados del bot tenían poca consideración por la distancia y aún menos por la privacidad: el filtro y ganancia transformaron las palabras de Clarke desde la distante estática hasta una horrible verdad inconfundible:

    —Todo el mundo paga.

Capítulo 45

    

Capítulo 45 - Búsqueda de Visión

    Había dos razones por las que Aquiles Desjardins no se complacía con el sexo con compañeras reales. El segundo era que las simulaciones le daban mucha más libertad.

    Su sistema era más que suficiente para manejar el rango. Su piel venía equipada con los últimos ingenios de levitación Lorentz, sus dedos magnéticos informes sentían tanto sus movimientos como la respuesta a ellos. Las especificaciones comerciales de jactaban de que podías sentir una hormiga virtual trepando por la espalda. No mentían. El único modo de conseguir un mejor viaje era entrar con una interfaz neural directa, pero Desjardins no estaba inclinado a ir tan lejos. No era ampliamente conocido, pero había criaturas en el Maelstrom que estaban aprendiendo a penetrar el wetware. Lo último que necesitaba era un total secuestro de su espina dorsal.

    Y había otros peligros si entrabas en un enlace red. Peligros especialmente relevantes para aquellos con los gustos de Desjardins. Aún había gente ahí fuera que se negaba a reconocer la diferencia entre realidad y simulación, entre fantasía y asalto. Algunos de ellos eran lo bastante entendidos como para rebanar las cosas que encontraban politicalmente cuestionables.

    Toma el escenario presente. Era un decorado bastante dulce, todo sea dicho. Tenía dos chicas amarradas bocabajo sobre la mesa delante suya. Una de ellas estaba conectada a una batería DC mediante pinzas en sus pezones y clítoris. La otra tenía que contentarse con formas de castigo de más baja tecnología que Desjardins estaba actualmente administrando con un mango de escoba. Otras tres colgaban invertidas contra la pared del fondo, pasando el rato hasta que salieran sus propios números.

    Era exactamente esa clase de entorno en el que ciertos tipos desagradables se tomaban el placer de involucrarse. Desjardins sabía de más de una ocasión en la que las víctimas de escenarios similares, milagrosamente, se habían liberado solas de sus ataduras, viniendo después hasta el usuario con cuchillos de carne y tenazas. La neutralidad incompetente pero entusiasta venía después, generalmente. En al menos un caso, el interruptor de emergencia se había anulado, manteniendo al jugador en el tablero hasta la llamada del telón final. Si te quedabas atrapado en un enlace neural, podías quedarte impotente de por vida.

    Lo que era, por supuesto, la idea original. Aquiles Desjardins era más consciente de los riesgos que la mayoría. Él tomaba, por tanto, más precauciones que la mayoría. Su sensorium era estrictamente individual, sin conexión física a ningún tipo de red. Había lobotomizado la circuitería gráfica para reducir su vulnerabilidad a la vida salvaje. Sólo podía presentar imágenes cutres a baja resolución que volverían loco a cualquier entendido normal, pero el propio wetware de Desjardins se inventaba la diferencia. (Las mejoras de reconocimiento de patrones en su córtex visual interpolaban aquellos toscos píxeles en un sólido panorama subjetivo que podía dejar babeando al más curtido usuario.) Los escenarios mismos se depuraban y desinfectaban justo bajo los mapas de textura. Desjardins cargaba más de su peso en este mundo sumidero, de ningún modo un puritano del siglo veinte iba a arruinar cualquiera de sus bien merecidos momentos con el Sr. Hueso.

    Aquello hacía que el súbito y completo fallo de su sistema fuera extremedamente inquietante. Sintió un breve y fuerte pinchazo en el cuello y el entorno entero, simplemente, desapareció.

    Él flotó allí un rato, un ser aturdido y sin cuerpo en un vacío imperceptible. Sin sonidos, sin olores o entradas táctiles, sin visión... ni siquiera negrura, en realidad.

    No como una ventana oscura, no como cerrar los ojos. Más bien como no tener ojos. No se ve negrura con la nuca, después de todo, no se...

    —Joder, pensó él. —Han entrado. En cualquier segundo todo a volver a funcionar y me estarán asando en un poste o algo así.

    Trató de flexionar los dedos alrededor del interruptor. No parecía tener dedos. Todos sus sentidos seguían desconectados. Por un rato, pensó que podría salir fácilmente. Quizá no habían infectado su programa, quizá sólo lo habían bloqueado.

    Tenía sentido, siempre era más fácil matar un sistema que subvertirlo.

    —Pero tampoco deberían haber podido hacer eso, por amor de dios.... y, ¿por qué no puedo sentir nada...?

    —¿Hola? ¿Hola? ¿Funciona este chisme? - dijo una voz.

    —¿Qué...?

    —Perdón. Una pequeña tentativa humorística. Voy a hacerte algunas preguntas, Aquiles. Quiero que pienses bien las respuestas.

    La voz colgó allí en el vacío, asexual e inocente de ambición; sin eco, sin zumbido sordo de aparatos cercanos, sin ningún ruído de fondo. Era casi como una voz de Haven, pero hasta eso parecía equivocado.

    —Quiero que pienses en el océano. El océano muy profundo. Piensa en algunas de las cosas que viven allí abajo. Los microbios, especialmente. Piensa en ellos.

    Él intentó hablar. Sin cuerdas vocales.

    —Bien. Ahora, quiero que escuches algunos nombres. Puedes reconocer algunos. Abigail McHugh.

    Nunca lo había oído.

    —Donald Lertzman.

    —¿Lertzman? ¿Qué tiene el que ver en esto?

    —Wolfgang Schmidt. Judy Caraco.

    —¿Es esto una especie de prueba de lealtad corporativa...oh Jesús. Ese contacto de Haven. La Pila de Selección. Dijo que podía encontrarme...

    —André Breault. Patrician Rowan. Lenie Clarke.

    —¡Rowan! ¿Está ella detrás de esto?

    —Ken Lubin. Leo Hin Tan the Third. Mark Showell. Michael Brander.

    —Sí. Rowan. Quizá Alice no sea tan paranoica después todo.

    —Bien. Ahora, quiero que pienses en bioquímica. Proteínas. Aminoácidos con azufre.

    —??!?!?!...

    —Puedo decir que estás confuso. Estrechémoslo un poco. Cisteína. Metionina. Piensa en esos cuando oigas las siguientes palabras...

    —Es un truco para leer la mente de alguna forma, pensó Desjardins.

    —Retrovirus. Estereoisómero. Sarcómero.

    —¿Un ordenador cuántico?

    No existen. Por supuesto, esa era la historia oficial sobre la tecnología más rechazada pero, en este caso, Desjardins estaba inclinado a creerlo. Nadie en sus sano juicio sería descubierto muerto por una IA telepática. Eso había sido un efecto secundario que los potenciadores-Q no habían visto venir: el debate entero de la consciencia cuántica se había resuelto de la noche a la mañana. ¿Quién elegiría construir algo que pudiera moverse a través de sus mentes como un gran maestro de ajedrez tonteando en un juego de tres en raya? Nadie, hasta donde Desjardins había sido capaz de saber.

    —Bomba iónica. Termófila.

    Pero si no era un ordenador cuántico, entonces qué...

    —Arquea. Fenilindola. Ganzfeld.

    Sin ordenador, excepto por el interfaz de interrogación. Tampoco telepatía, no lo bastante. Las vagas señales cuánticas de la consciencia humana interrumpían el ruído de estática que usualmente los empantanaba. Aislado adecuadamente de tal interferencia, se tenía una probabilidad mejor que la media de averiguar lo que el sujeto estaba mirando o escuchando.

    Se podía sentir el cruel eco de las emociones distantes. Con el aislamiento adecuado y el estímulo correcto, se podía aprender un montón.

    O eso le habían dicho a Desjardins. En realidad, él nunca lo había experimentado antes.

    —Bien. Ahora piensa en las misiones que has tenido en la ARISC este último mes.

    —Mange de la marde. - Sólo porque alguna voz sin cuerpo le dijera que pensara en algo, no significaba que tuviera que hacerlo y...

    —Ah. Hay un patrón familiar. Aquí hay un ejercicio para ti, Aquiles: hagas lo que hagas, NO pienses en un babuíno de ojos rojos con hemorroides.

    —Oh, mierda.

    —¿Ves? Nada está más condenado a fallar que tratar de NO pensar en algo. ¿Seguimos? Piensa en tus misiones de la ARISC de los últimos seis meses.

    —Un babuíno de ojos rojos con...

    —Piensa en terremotos y olas de marea. Piensa en cualquier conexión posible.

    —¿No esto una brecha de seguridad? ¿No debería la Horda Criminal estar haciendo algo?

    Los terremotos. Olas de marea. Él no podía sacárselo de encima.

    —Quizá lo sea. Quizá la Horda a tomado control de mi cuerpo entero. Si es que aún tengo un cuerpo. ¿Cómo podría saberlo?

    Incendios.

    —Oh Jesús. Lo he entregado todo...

    Hebras de luz esmeralda lanzándose a través la niebla.

    —Piensa en protocolos de confinamiento. Piensa en el daño colateral.

    —Para, para...

    —¿Lo planeaste?

    —¡No! No, yo...

    —¿Lo sabías con antelación?

    —¿Cómo iba a saberlo? No me contaron nada de...

    —¿Lo descubriste después?

    —Si la Horda está funcionando, mi cuerpo ya está muerto. Oh madre jodido salvador enfermo escupesangre....

    —¿Lo aprobaste?

    —¿Qué clase de pregunta estúpida es esa? Nada de eso, durante un largo tiempo. Me siento horrible. - pensó Desjardins. Luego: —Hey...

    Desesperación, culpa, miedo...química, todo. Hormonas y neurotransmisores, un brebaje mezclado no sólo en el cerebro, sino en las glándulas del cuerpo. La física del cuerpo.

    —Aún estoy vivo. Aún tengo un cuerpo, aunque no pueda sentirlo.

    —Hablemos sobre ti. - dijo la voz al fín. —¿Cómo has estado últimamente, de salud? ¿Algunos cortes o heridas? ¿Algo rompiendo la piel?

    —Me siento un poco mejor, gracias.

    —¿Algún síntoma de enfermedad? ¿Alguna inoculación en las últimas dos semanas? ¿Pruebas de sangre? Reacciones inusuales a transdémicos recreativos? ¿Experiencias sexuales reales?

    —Nunca. Nunca inflingiría eso a una persona...

    Silencio.

    —Hey. ¿Estás ahí?, pensó él.

    Con un destello cegador y un rugido como el de un océano furioso, el mundo real entró por todos lados.

    Después de un rato, todo se desaturó hasta su intensidad normal. Se quedó mirando al techo de su salón y esperó mientras una cacofonía de sonidos ambiente desaparecía en un único rascado rítmico.

    —Alguien está aquí dentro. -

    Trató de levantarse. Un fuerte dolor en su cuello evitó que hiciera movimientos bruscos, pero consiguió erguirse y quedarse en esa posición. En el más inocente sentido, desafortunadamente. Su piel estaba doblada limpiamente a un lado. Estaba completamente desnudo.

    El sonido de rascado venía del cuarto de baño.

    No tenía armas, en este punto no creía que necesitara una. Si el intruso prentendiera matarle, ya estaría muerto. Desjardins dió un tentativo paso hacia el pasillo y asomó la cabeza.

    Mandelbrot, en carne y hueso, se interpuso en su camino y trató el clásico truco felino del ocho entre las piernas.

    Desjardins dedicó una maldición silenciosa y se arrastró hacia el baño.

    Alguien estaba en la ducha sin pantalones.

    Visto de espaldas: altura media pero constitución como una pila de Ballard. Moreno con mechas grises, jersey de punto marino, ropa interior negra, pequeñas cicatrices por todo la espalda y piernas. Pies descalzos. Pantalones doblados sobre la repisa. El tipo estaba frotándose una pierna en el lavabo.

    —Tu gato me meó encima. - dijo él sin girarse.

    Desjardins negó con la cabeza, el cuello le recordó lo estúpido del gesto: —¿Qué?

    —Cuando tuvimos nuestra sesión. - dijo el extraño. (Desjardins miró en el espejo, pero la cara del hombre estaba inclinada hacia abajo, concentrada en su tarea.) —Asumo que alguien en tu posición conoce las técnicas Ganzfeld.

    —He oído sobre ellas. - dijo Desjardins.

    —Entoces sabes que tienes que minimizar señales extrañas. Bloquear los nervios en todas las conexiones sensoriales principales, todo. Yo estaba tan desconectado como tú.

    —Pero tú podías hablar...

    El intruso empujó una pequeña mochila beige con el pie. —ESTO podía hablar. Yo sólo configuré el árbol de diálogo. Bueno... - Se puso de pie, aún de espaldas a la puerta.—... tu estúpido gato me meó en la pierna cuando estaba tumbado.

    Bien por mi estúpido gato. Aunque Desjardins no lo dijo.

    —Pensé que sólo hacían eso los perros.

    Desjardins se encogió de hombros. —Mandelbrot es una especie de mutante.

    El intruso gruñó y se giró.

    No era exactamente feo. Más bien lo que resultaría si alguien con limitadas habilidades artesanas tallara una cara humana en el poste de un tótem. Podía no ser desagradable, pero no se podía negar una cierta estética tosca. Más cicatrices en la cara.

    Aún así, no bastante feo.

    Aunque daba miedo. Eso encajaba. Desjardins no sabía exactamente lo que fue que le hizo pensar eso.

    —Eres inmune a la Horda Criminal. - le dijo el intruso. —¿Quieres adivinar cómo ESO ha ocurrido?

Capítulo 46

    

Capítulo 46 - El Álgebra del Crimen

    El criminal desnudo le estaba mirando con cauta curiosidad. No tenía mucho miedo, notó Lubin. Cuando se hace malabarismos rutinariamente con miles de vidas para ganarse la vida, probablemente te imaginabas que el resto de la gente eran los únicos con motivos para estar preocupados. Sudbury era seguro, era un lugar respetuoso con la ley. Al blandir su deífico control sobre el mundo real, Desjardins había olvidado lo que era vivir de verdad en él.

    —¿Quién eres? - preguntó Desjardins.

    —El nombre es Colin. - dijo Lubin.

    —Aajá. ¿Y por qué tiene Rowan tanta fijación por probar mi lealtad?

    —Quizá no me has escuchado. - dijo Lubin. —Eres inmune a la Horda Criminal.

    —Te he oído. Sólo que creo que estás lleno de mierda.

    —En serio. - Lubin dejó un ligero énfasis sobre cada palabra.

    —Buen intento, Colin, pero creo que me mantendré en esa idea.

    —Ya veo.

    —No me malinterpretes, no estoy diciendo que sea indestructible. Fácilmente se me ocurren algunas enzimas comerciales que pueden descomponerla. Y en la clase correcta de bloqueadores de inhibición que también podrían hacer el trabajo, según me han dicho. Por eso hacen esas pruebas, ¿entiendes? Por eso apenas puedo pasar dos días sin que algún detector de sangre me olisquee la entrepierna. Créeme, si fuera inmune a la Horda Criminal ya lo sabría y también todas las bases de datos de seguridad hasta las geosincronizadas. Y ¿sabes?, lo verdaderamente extraño sobre esto es que Rowan ya debe saberlo...

    Él nunca había tenido una oportunidad para moverse. Lubin ya estaba tras él en el espacio de una sílaba, tenía un brazo cerrado sobre su garganta en dos. Una larga aguja curvada en su otra mano cosquilleaba sugestivamente en el tímpano de Desjardins.

    —Tienes tres segundos para decirme cómo se llama. - susurró Lubin, relajando su agarre justo lo bastante para permitir algo semejante a un diálogo.

    —βehemoth. - jadeó Desjardins.

    Lubin apretó su agarre otra vez. —Lugar de origen. Dos segundos. - Lo relajó.

    —¡Abisal! Juan de Fuca, la Fuente Termal de Channer creo...

    —Peor escenario posible. Uno.

    —¡Todo muere, por amor de Dios! Todo se esfuma sencillamente y...

    Lubin le dejó libre.

    Desjardins se tambaleó hacia adelante contra el lavabo, jadeando en busca de aire. Lubin podía verle la cara reflejada en el espejo: pánico subsidiendo, el cerebro superior entrando en escena, reafirmación de amenaza potencial, inicio de alerta de...

    Tres brechas acababa de cometer. Tres violaciones cuando la Horda Criminal debería haberse elevado desde dentro y haberle sujetado incluso más firmemente que Lubin...

    Aquiles Desjardins se giró y encaró a Lubin con horror y miedo extendiéndose a lo largo de su cara.

    —Maudite marde...

    —Te lo dije, - dijo Lubin. —Eres un agente libre. Vive le gardien libre.

    —¿Cómo lo hiciste? - Desjardins se hundió morosamente sobre el sofá junto a sus ropas. —Más importante, ¿Por qué? La próxima vez que aparezca por la oficina estoy jodido. Rowan lo sabe. ¿Qué está intentando probar?

    —No estoy aquí por Rowan. - dijo Lubin. —Eso es problema de Rowan, de hecho. Estoy aquí de parte de sus superiores.

    —¿Sí? - Desjardins ciertamente parecía aprobar eso. No era una sorpresa.

    Patricia Rowan nunca se había encariñado exactamente con los rangos inferiores.

    —Se teme que algo de la información que hemos recibido de su oficina ha sido infectada. - continuó Lubin. —Estoy aquí para cortar al intermediario y obtener la verdad no adulterada. Tú vas a ayudarme.

    —Yo no te sirvo de mucho si mi cerebro se bloquea cada vez que me hagas una pregunta indiscreta.

    —Ya.

    Desjardins empezó a vestirse. —¿Por qué no vas a través de los canales habituales? La HC no espiará nada si sé que lasórdenes vienen de lo alto de la cadena alimenticia.

    —Rowan podría espiar.

    —Oh. De acuerdo. - Desjardins se pasó la camisa sobre la cabeza. —Y dime si tengo esto claro: me haces un montón de preguntas y si no las respondo lo mejor que puedo me metes una aguja en la oreja. Si lo hago, me dejas marchar y la próxima vez que vaya a la oficina disparo más alarmas de las que puedo contar. Me llevan aparte pieza por pieza para averiguar lo que funcionó mal y, si tengo mucha suerte, sólo me tirarán a la calle como un riesgo de seguridad. ¿Es más o menos correcto?

    —No exactamente. - dijo Lubin.

    —¿Qué, entonces?

    —No soy el hada mortal. - dijo Lubin. De hecho, asi era exactamente como alguien le había llamado unos dos años antes. —No salto de puerta en puerta matando gente sin una buena razón. Y tú vas a hacer más que responder unas preguntas para mí. Vas a llevarme al trabajo y enseñarme tus archivos.

    —No después...

    Lubin alzó un dérmico entre el pulgar y el índice. —Análogo a la Horda. Corta vida y muy inerte, pero se parece bastante a un detector de sangre. Mételo bajo la lengua quince minutos antes de ponerte a trabajar y pasarás las pruebas. Si colaboras, nadie sabrá la diferencia.

    —Hasta que salgas de aquí y te lleves tu análogo contigo.

    —Te olvidas de cómo funciona la Horda Criminal, Desjardins. Tus propias células la están produciendo. Yo no he detenido eso. Sólo te he dopado con algo para descomponer el producto final antes de golpee tus nervios motores. Eventualmente, se agotará y serás un esclavo feliz de nuevo.

    —¿Cuánto tiempo?

    —Una semana o diez días. Depende del metabolismo individual. Incluso si me marcho, siempre podrías avisar de estar enfermo hasta que se agote.

    —No puedo y lo sabes. Mi sistema inmune se potenció cuando me uní a la Patrulla. Hasta soy inmune al Supercol.

    Lubin se encogió de hombros. —Entonces, tendrás que fiarte de mí, simplemente.

    De hecho, había mentido desde el principio.

    Lubin no había liberado a Aquiles Desjardins. Sólo le había hecho tropezar sobre el descubrimiento cuando ambos yacieron en el suelo desconectados de sí mismos y extrañamente conectados mediante un interrogador mecánico. El dérmico que le había enseñado había sido un estimulador de aceticolina, una ayuda para la memoria, un paso por delante de una golosina. Sus palabras habían surgido en el momento, motivadas por las reacciones del criminal en el Ganzfeld: Rowan, sí. Fuerte reacción ahí. Sin reacción a los nombres de los Rifter, pero horror y reconocimeinto al pensar en los terremotos y las olas de marea y los misteriosos incendios.

    Desjardins había perseguido la verdad y había retrocedido ante ella. Él no había puesto en marcha las ruedas más grandes. Hasta donde Lubin sabía, él ni siquiera sabía cuántas ruedas había.

    Tampoco había sabido que era inmune a la Horda Criminal. Aquello era especialmente interesante.

    Desjardins había tenido razón... era imposible sortear un punto de chequeo de la ARISC durante más de un día o dos. Excepto en la posibilidad improbable de que Desjardins hubiera adquirido su inmunidad en las últimas horas, de que su cuerpo hubiera hecho mucho más que expulsar la HC, que hubiera conseguido ocultar ese hecho al detector de sangre.

    Lubin no se había dado cuenta de que la libertad de la Horda Criminal era posible. Eso levantaba ciertas perspectivas que no había considerado previamente.

Capítulo 47

    

Capítulo 47 - Estrella Porno

    Marq Quammen estaba listo y preparado.

    La temporada de tornados estaba a punto de winding down en el Cinturón de Polvo. Tres sólidos meses de reparación de Veletas habían cebado el chip en su muslo hasta engordar seis dígitos y tenía un mes hasta que la lluvia empezara a llenar del todo los embalses al norte.

    Las opciones eran tentadoras y abundantes mientras tanto. Podía potenciar sus cloroplastos hasta niveles de bloqueo UV y salir corriendo hacia las Carolinas.

    Podía echar un vistazo al Club Med submarino sobre las Hatteras... había oído que habían amurallado una bahía entera con una gran membrana semipermeable, dejando entrar el océano pero dejando fuera todas aquellas asquerosas macromoléculas sintéticas y metales pesados. Sus corales cultivados por fín habían despegado. Hasta podría estar abierto a los turistas ahora mismo. Eso sería algo grande de ver. No había habido coral silvestre en la NAm desde que Key West se había mudado allí.

    Por supuesto, estos días había todo tipo de cosas asquerosas esperando saltarte encima cuando te aventurabas al exterior. Ese nuevo bicho que habían traído los Refugiados de la costa, por ejemplo... el bicho que te mataba en una docena de formas diferentes. Quizá era mejor quedarse en esta oscura cabinita acogedora de este oscuro BebeYDroga a las afueras del Cinturón y dejar que El Viaje del CerebroQuim le proporcionara una abundante experiencia que nunca conseguiría en el mundo real.

    Eso era bastante tentador también. Además, podía empezar inmediatamente.

    Ya había empezado, de hecho. Quammen se estiró y se acomodó hundiéndose en su alcoba acolchada y observó cómo las mariposas locales se chispeaban una a la otra. Escaleras arriba, el mundo era un horno de sal tostada. Si fueras un desprotegido globo ocular ahí fuera, la única pregunta era si te quedarías ciego antes de que el viento te arrojara arena hasta hacerte gelatina perforada. Aunque aquí dentro siempre era de noche y el aire aprenas se movía, él se sentía como un gato en algún rincón de una oscura cueva verde, vigilando un dominio subterráneo.

    Había una rubita selectora-K sentada sola en la barra. Quammen se pegó distraídamente un dérmico tras la oreja y apuntó su reloj hacia ella. Infrarrojos pasivos y algunos chasquidos ultrasónicos, apenas audibles hasta para los murciélagos, rebotaron adelante y atrás.

    Ella se giró y le miró. Sus ojos eran marfil plano. Caminó hacia él.

    Él no la conocía.

    El reloj de Quammen le destelló un sumario ejecutivo: no estaba cachonda, tampoco.

    Aunque el no sabía de ninguna otra razón para que ella se acercara.

    Se detuvo justo fuera de la alcoba, un indicio de sonrisa bajo aquellos extraños ojos vacíos.

    —Bonito efecto. - dijo Quammen, tomando la iniciativa. —¿Ves en rayos X con esos chismes?

    —¿Y eso qué fue?

    —¿Qué fue qué?

    —Me disparaste con algo.

    —Oh. - Quammen levanto la mano, le dejó ver el fino filamento que salía de su reloj. —¿No llevas ningún tipo de sensor contigo?

    Ella negó con la cabeza.

    Finos labios, pequeñas tetas, grandes caderas. Curvas pronunciadas, sólo ligeramente suavizadas. Como una perfecta esculturita de hielo dejada al sol sólo un minuto más de la cuenta.

    —¿Y cómo lo supiste? - preguntó Quammen .

    —Lo sentí.

    —Tonterías. El IR es pasivo y el sonar es muy débil.

    —Tengo un implante. - dijo la K. —Cosa fina. Puedes sentir cuando te rebota el sonido.

    —¿Implante? Eso podría ser interesante.

    —Ya. Bueno, ¿qué estás haciendo aquí?

    Quammen espió otra vez su reloj: no, ella no estaba de humor. De todos modos, tampoco lo había estado hacía un minuto. Quizá eso quedara abierto a negociación. Quizá ya había cambiado. Quiso sondearla de nuevo, pero no quería delatarse. Mierda. ¿Por qué tenía que ser sensible a las sondas?

    —He dicho...

    —Sólo vengo de firmar un buen contrato, de los gordos. - le dijo a ella. —Conduciendo Veletas. Analizando mi próximo movimiento.

    Ella se deslizó a su lado y agarró un dérmico del dispensador sobre la mesa. —Cuéntame más sobre ello.

    Era críptica de narices, fuera ella lo que fuera.

    O quizá sólo era chapada a la antigua. No se le había insinuado abiertamente, lo que era un fastidio, una pérdida de tiempo. Quammen se le había insinuado al instante pero, a menos que su chisme estuviera roto, ella no había estado receptiva y aquello probablemente significaba que él iba a tener que trabajar en ello. No conseguía recordar la última vez que había tenido que confiar en el instinto - y en todo lo que había saber sobre si una mujer estaba interesada o no y esta Lenie no estaba poniendo las cosas fáciles. Un par de veces, él ponía una mano aquí o allá y ella literalmente se apartaba. Pero luego le pasaba un dedo por el brazo o le daba un toque en el dorso de la mano y generalmente, se le insinuaba tan húmeda como un pez bruja.

    Si no estaba interesada, ¿por qué malgastaba su tiempo? ¿Estaba aquí por la conversación en realidad?

    Para el tercer dérmico, aquello no parecía importar mucho.

    —Adivina qué soy. - demandó Quammen. Un influjo de transmisores exógenos le habían hecho elocuente de pronto. —Soy un jodido cruzado, ¡eso es lo que soy! ¡Mi misión personal es salvar el mundo de los tipos de Quebec!

    Ella parpadeó perezosamente con sus ojos alienígenas: —Demasiado tarde. - dijo ella.

    —¿Sabes que sólo hace cincuenta años la gente pagaba menos de un tercio por su ingreso disponible de energía?

    —¿Menos de un tercio? No lo sabía. - respondió Lenie.

    —Y el mundo se está acabando. Se está acabando ahora mismo.

    —Eso sí lo sabía. - dijo Lenie.

    —¿Sabes cuándo? ¿Sabes cuándo empezó el final?

    —El pasado agosto.

    —En el dos mil treinta y cinco. El inicio de la rotura adaptativa. Cuando el control de daño empezó a contar más del GGP que la producción de nuevos bienes.

    —¿El control de daño?

    —El control de daño. - Golpeó la mesa para darle énfasis. —Mi vida entera es el control de daño. Arreglo lo que rompe la entropía. Las cosas se caen en pedazos, Lenie, mi moza. El único modo de parar el trineo es lanzándole energía. Ese es el único modo en que pasamos de barro primordial a barro humana. La evolución sería un salmón rojo sin el sol en el que apoyarse.

    —Oh, hay sitios donde la evolución no necesitó el sol...

    —Ya, ya, pero tú me entiendes. Cuanto más complicado se vuelve un sistema, más frágil es. Toda esa eco-charla de que la diversidad proporciona la estabilidad es pura mentira. Mira los arrecifes de coral o los bosques tropicales, estaban muertos de hambre buscando energía. Hay tantas especies, tantos caminos energéticos consumiendo recursos que difícilmente desaprovechan un ergio. Prueba a conducir en medio de una selva con un bulldozer o dos y dime lo estable que termina siendo ese sistema.

    —Ups. - dijo Lenie. —Demasiado tarde.

    Quammen apenas la escuchaba. —Ahora, lo que tenemos aquí es un sistema tan complicado que hace que una selva tropical parezca un jodido monocultivo. Todo se vuelve demasiado complicado para los meros mortales así que, montamos conexiones y redes y IAs para seguir la pista de las cosas. Excepto que ellas también terminan aprovechándose de esos enormes cánceres de complejidad... de modo que sólo empeora el problema y, por supuesto, ahora todas la infraestructura subyacente se está derrumbando, el clima y la bioesfera está todo jodido de tal modo que necesitamos gran cantidad de energía para evitar que se derrumbe este inmenso giroscopio oscilante. Pero esos mismos factores tumban los sistemas que colocamos para producir toda esa energía extra,¿ves lo que estoy diciendo? ¿Sabes lo que es el apocalipsis? ¡Es un bucle de retroalimentación positiva!

    —¿Y por qué culpar a Quebec de todo esto? Son los únicos que pusieron los culos en marcha lo bastante rápida para salvar algo. Fue la Hidro Guerra la que...

    —Ya estamos. Quebec iba a salvar el mundo y si no nos hubieramos unido contra las ranas, todos estaríamos sorbiendo neurocócteles en la playa de algún lugar y el Maelstrom sería bonito y limpio y libre de bichos y... ah, no me hagas empezar.

    —Demasiado tarde para eso también.

    —Hey, Yo no estoy diciendo que la guerra no llevara al Maelstrom más allá de la masa crítica. Quizá lo hizo. Pero habría sucedido de todos modos. Cinco años, máximo. ¿Y crees de verdad que las ranas tenían más previsión que el resto de nosotros? Ellas sólo agotaron la suerte con su geografía. Cualquiera podía construir la hidroinstalación más grande del mundo si tuviera toda la Bahía del Hudson para montar una presa. ¿Y quién iba a detenerlos? El Cree lo intentó, ¿sabías tú eso? ¿Te acuerdas del Cree? Unos millares de descontentos por la Bahía de James, justo antes de aquella asquerosa plaga desafortunada que sólo mataba aborígenes. Y después de que aquello se vino abajo, Nunavut sólo rodó sobre su espalda e hizo lo que le dijeron y el resto del jodido Canadá aún estaba demasiado ocupada atrayendo a las ranas de vuelta a la cama que estuvo dispuesta a mirar hacia otro lado por casi todo. Y ahora es demasiado tarde y el resto de nosotros corre por ahí jugando al pilla-pilla con nuestras granjas dr viento y paneles fotosintéticos y nuestras geotérmicas abisales...

    Los ojos de Lenie flotaban delante de él. Algo hizo click en la cabeza de Quammen.

    —Hey. - dijo él tras un segundo, —¿Eres una...?

    Ella le agarró la muñeca y se arrastró fuera de la alcoba.—Basta de chorradas. Vamos a follar.

    Ella era diferente.

    Tenía costuras en el pecho y un disco de metal perforado asomando entre las costillas.

    Ella le dijo, con la boca llena de polla, que una herida de la infancia la había dejado con un pulmón prostético. Era una mentira obvia, pero él no comentó sobre ello. Todo tenía sentido ahora, el modo en que ella se quedaba inmóvil y trataba de ocultarlo, el modo en que fingía estar caliente para tapar lo fría que estaba.

    Ella era una Rifter.

    Quammen había oído sobre ellos... demonios, eran la competencia.

    La NAmPac los había enviado a las fuentes hidrotermales por todo el lecho marino del Pacífico oriental. Hasta se hablaba de que todos estaban completamente jodidos de la cabeza. Algo sobre que los supervivientes de abuso estaban mejor adaptados para el trabajo abisal, alguna mierda reducto-mecanicista de esas. No era una maravilla que Lenie no estuviera inclinada a compartir la historia de su vida. Quammen no iba a presionarla sobre ello.

    Además, el sexo era basante bueno. Las esquivas ocasionales no duraron mucho, ella parecía saber exactamente lo que hacer. Quammen había oído los rumores usuales... la Sabiduría de los Ancianos, le gustaba llamarlos.

    —Si quieres buen sexo, encuentra una víctima de abuso.

    No parecía muy correcto poner a prueba algo así pero, después de todo, ella había sido la que había tomado la iniciativa.

    ¿Y qué sabe uno?: que los Ancianos decían la verdad.

    Se la folló tan fuerte que su polla salió ensangrentada. Él frunció el ceño, la súbita preocupación le abochornó como una pila de apio viejo.

    —Epa...

    Ella sólo sonrió.

    —¿Es esto tu...? ¿Estás herida? Es que...oh mierda, ¿Es mía?

    —Soy una chica chapada a la antigua. - dijo ella alzando la vista hacia éll.

    —¿Qué quieres decir?

    Seguramente habría sentido algo si se hubiera cortado la polla...

    —Estoy menstruando.

    —Que tu...estás de broma. ¿Por qué iba alguien a elegir...?, o sea... eso es muy del siglo veinte. - Él se puso de pie y estiró el brazo para coger una toalla del armario. —Podrías habérmelo dicho. - dijo él limpiándose.

    —Perdona. - dijo ella.

    —Bueno, cada uno lo que le guste, no faltaba más. - dijo Quammen. —No tiene tanta importancia, solo pensé...

    Ella había dejado abierta su mochila en el suelo junto al armario. Algo relucía húmedo y oscuro en su interior. Él se inclinó ligeramente para ver mejor.

    —Ah. - dijo él, —... perdón si yo... ah...

    Una navaja suiza, cuchilla extendida. Usada.

    —Claro. - dijo ella tras él. —No pasa nada.

    Se ha cortado. Antes de que folláramos. Debe de haber sido cuando yo estuve en el baño. Se ha cortado sus propios adentros.

    Él se encaminó hacia la cama. Lenie ya estaba medio vestida. Su rostro era una máscara blanca que enmarcaba sus ojos a la perfección.

    Ella notó su mirada y sonrió de nuevo. Marq Quammen sintió un escalofrío.

    —Encantada de conocerte. - dijo ella. —Vete. Y peca un poco más.

Capítulo 48

    

Capítulo 48 - Máscara

    El detector de sangre le pinchó en el dedo y le miró con un oscuro ojo de sospecha.

    —Analógo a la HC, ¡y una mierda! - pensó Desjardins. —¿Y si no funciona? ¿Y si Colin está mintiendo, y si...?

    El ojo parpadeó y se volvió verde.

    Colin sorteó la seguridad como el invitado de Desjardins. La Horda Criminal no era un honor concedido a todo el mundo, ni siquiera a aquellos que podrían tener comercio legítimo con la Patrulla de la Entropía. Colin pasó bajo los ojos que denudaban la carne hasta el hueso... implantes torácicos., notó Desjardins, aunque las máquinas parecían verlos como algo lo bastante inocuo para que no fuese necesario beber su sangre o leer su mente. Él estaba, después de todo, en compañía de Aquiles Desjardins, que nunca soñaría garantizar acceso a una potencial amenaza de seguridad.

    —Este cabrón podría matarme., pensó Desjardins.

    Colin cerró la gruesa puerta tras ellos. Desjardins alineó sus ojos con el panel y separó los datos hacia la pared para que Colin pudiera espiar sobre su hombro. Le dijo al tablero que enrutara las misiones entrantes hacia él hasta nuevo aviso. El sistema, confiando en que ningún sirviente reducía la responsibilidad sin una buena razón, reconoció la petición..

    Solo de nuevo, con el hombre que portaba largas agujas en su bolsillo.

    —¿Qué quieres ver? - preguntó Desjardins.

    —Todo. - dijo Colin.

    —Eso está muy disperso. - remarcó Colin estudiando la gráfica. —No es vuestra pandemia usual.

    Él debía de referirse a lo que sucedía en tierra firme. El Behemoth se estaba extendiendo por todos lados a lo largo de la costa.

    Desjardins se encogió de hombros: —Aún así, tiene problemas para invadir hábitats a baja presión. Necesita algunas tiradas de dado para conseguir una base sólida.

    —Parece que lo está haciendo lo bastante bien en la Zona.

    —Población superdensa. Más tiradas de dado.

    —¿Cómo proguesa?

    —No estoy seguro. No reservó un vuelo comercial. - Desjardins señaló a las manchas dispersas al este de las Rocosas. —Estos nuevos puntos aparecieron hace un par de semanas y no son consistentes con nada de los pasillos principales de viaje. - Suspiró. —Supongo que tengo suerte de que la cuarentena aguantara tanto.

    —No, Me refiero a cómo se transmite. ¿Aerosol respiratorio, contacto dérmico? ¿Fluídos corporales?

    —En teoría podría vivir en el fondo de la bota de alguien. Pero probablemente se necesitaría algo más que una bota sucia para transportar una masa crítica, un vector secundario no persistiría.

    —Reservorios humanos, entoces.

    Desjardins asintió. —Alice dice que estaría a gusto y cómodo dentro de un cuerpo. Sí, probablemente se extiende como una infección convencional. Luego, cuando un vector caga o vomita en la hierba, se obtiene una inoculación en el mundo exterior.

    —¿Quién es Alice?

    —Sólo otra criminal. Compartió la misión.

    Desjardins esperaba que Colin no pidiera detalles, pero Colin sólo señaló la pantalla. —Tus vectores. ¿Cuántos han cruzado las montañas?

    —No sé. Ya no es mi caso. Aunque supongo que unos pocos.

    —¿Y quiénes son?

    —Diría que gente que trabajó en el contrato de construcción de la Beebe. Infectada antes de que nadie supiera que había un problema.

    —¿Y por qué no están muertos, si se infectaron los primeros?

    —Buena pregunta. - Encogimiento de hombros. —Quizá no están infectados. Quizá lo tansportan de otro modo.

    —¿En un tarro o algo así? - Lubin parecía casi divertido con la idea. —¿Johnny Appleseed resentido?

    Desjardins no lo sabía y no preguntó.

    —No tiene por qué haber sido deliberado, necesariamente. Quizá sólo una pieza de equipo pesado que se mueve mucho por ahí.

    —Pero seríais capaces de rastrear eso. Incluso un puñado de obreros debería ser bastante fácil de rastrear.

    —Eso crees.

    —No pareció un gran problema para los tipos con los lanzallamas, al menos...

    —Y aún así no pudísteis encontrar ningún candidato en el registro.

    —Ninguno vivo, al menos.

    —¿Qué hay de los Rifters? - sugirió Colin. —Esa escenario entero parece estar de moda hoy en día. Quizá hay una conexión.

    —Todos acabaron... muertos en el temblor y....

    Pero el fondo se revolvió en su estómago antes de que pudiera terminar.

    —¿Qué hay de los Rifters?

    Los escaners de seguridad habían visto la maquinaria en el pecho de Colin.

    Desjardins, serás idiota.

    Los Rifters.

    Uno de ellos estaba de pie junto a su hombro.

    Un único petrificado momento de maravilla cuya carretera había conducido a esto: Llamémosle-Colin - se había levantado de las cenizas de la Estación Beebe y estaba persiguiendo su propia agenda apocalíptica. Johnny Appleseed resentido, fuera lo que significaba eso...

    O Llamémosle-Colin - no había sido estacionado en la Beebe en absoluto y sólo tenía un interés personal. Un amigo, quizá, un colega Rifter sacrifiado por el bien mayor. Pero quizá Colin no estaba satisfecho con el bien mayor. Quizá Colin quería concluir.

    O los implantes torácicos no igualaban necesariamente un estilo de vida anfibio. Quizá Llamémosle-Colin - ni siquiera era un Rifter. Pero estaba seguro de que no era un tipo ordinario, al menos. ¿Cuántos de esos casos neuróticos habrían sido capaces de encontrar a Desjardins en primer lugar? ¿Cuántos podrían haber irrumpido en su casa, tumbarle, leerle la mente, amenazarle de muerte sin sudar siquiera?

    ¿Estoy infectado? ¿Me estoy muriendo? ¿Estoy dejando trazas para que alguien me olisquee?

    Un segundo había pasado desde que las palabras habían muerto en la garganta de Desjardins.

    Tengo que decir algo. Jesús, ¿qué digo?

    —En realidad... - empezó él.

    Él quiere que busque en los archivos personales de la Beebe. ¿Y si está él en ellos? Por supuesto que no estará, no arruinaría su propia cobertura, eso no tendría sentido...

    —...estoy ...

    Lo que sea que quiere, no quiere que yo sepa lo que es, oh no, está siendo demasiado casual sobre ello, sólo hay otra posibilidad para seguirle el juego, de acuerdo...

    No presionó. No lo forzó...

    —... por delante de ti en eso. - terminó Desjardins sencillamente.—Ya comprobé a los Rifters. Comprobé a todos los que tuvieron algo que ver con la Beebe. Nada. Nadie ha tocado sus cuentas bancarias, no hay transacciones por reloj, nada de nada desde el temblor.

    Él levantó la vista hacia Colin, mantuvo su voz nivelada. —Pero había bastantes en la Tierra Cero cuando se disparó el Gran Desastre. ¿Por qué piensas que sobrevivieron?

    Colin le miró neutralmente. —Por ninguna razón. Sólo estoy siendo sistemático.

    —Mmm.

    Desjardins tamborileó los dedos distraídamente sobre el borde del tablero.

    Sus proyecciones se iluminaron con confirmación visual: había abierto un canal directamente hacia su córtex visual. Miró hacia la pared sólo para asegurarse. Envió un eco a todas las pantallas externas.

    —¿Sabes?, estaba pensando... - Otra toque ocioso sobre el panel.

    Un teclado luminoso surgió sobre su cabeza, invisible más allá de su propia carne. —... sobre por qué los vectores primarios no están muriendo tan rápidamente como la gente de la Zona. - Sus ojos se lanzaron sutilmente a lo largo del teclado, enfocando un breve instante aquí y aquí y aquí en los caracteres. Las letras brillaban bajo su mirada, empezaron a formar un comando. —Quizá una cepa más desagradable se desarrolló allí fuera.

    L... a... e...

    —Quizá la mayor densidad de población... todos esas tiradas de dado extra... quizá sólo conducían a un ritmo superior de mutación.

    La Estación Beebe.

    Los menus privados florecieron en los bordes de su visión. Se concentró en Personal.

    Llamémosle-Colin - gruñó.

    Cuatro mujeres, cuatro hombres.

    Desjardins consultó los hombres. Quienquiera que estaba de pie junto a él, probablemente no habría cambiado mucho.

    —Y si había dos cepas separadas, probablementrle nuestros modelos de propagación estan equivocados - dijo él en voz alta.

    Fotos de los rostros de los empleados. Todos desconocidos. Salvo los ojos...

    Él alzó la vista. Llamémosle-Colin - le devolvió la mirada a través de un palimpsesto luminoso.

    Aquellos ojos...

    La carne había sido reconstruída en torno a ellos. Los iris eran más oscuros. Pero a pesar de ello, las diferencias eran cosméticas, un defecto en el iris izquierdo permanecía inalterado, un capilar revelador serpenteaba a lo largo de la esclerórica. Y el radio general del aspecto de la cara era idéntico. Un cambio casual de apariencia, más un disfraz que una reconstrucción. Una nueva cara, un nuevo par de calcetines y...

    —¿Algo va mal? - preguntó Kenneth Lubin.

    Desjardins tragó: —Ah, la cafeína. - consiguió decir. —Casi hace efecto sin que te enteres. Vuelvo ahora mismo.

    Apenas veía pasar los pasillos. Se saltó el cuarto de baño por completo.

    —Oh Dios. Ha estado en mi casa, ha respirado en mi cara, hasta me ha clavado algo en el cuello y probablemente esté podrido con el βehemoth. Probablemente está creciendo dentro de MÍ ahora, probablemente está...

    —Cállate. Concéntrate. Puedes lidiar con esto.

    Si Lubin estuviera infectado, ya estaría muerto. Lo había dicho él mismo. Así que, el tipo no era un portador. Eso ya era algo.

    Aún podía estar haciendo las maletas, por supuesto: Johnny Appleseed resentido, llevando el βehemoth como equipaje por ahí en una placa de petri. Pero, ¿y si estaba infectado? ¿Por qué atravesaría un continente sólo para inocular a Aquiles Desjardins de entre toda la gente? Si quería a Desjardins muerto por alguna razón, podía haberlo hecho mientras el criminal estaba tirado en el suelo de su propia salita de estar.

    Eso era algo, también.

    Probablemente los dos estaban limpios. Desjardins se permitió sentirse enfermo durante un momento de alivio. Luego abrió la puerta del cubi de Jovellanos.

    Estaba vacío. Se había tomado el día para quemar algo de tiempo libre acumulado. Aquiles Desjardins agradeció a las Fuerzas de la Entropía las pequeñas mercedes. Podía usar su tablero, al menos durante algunos minutos. Durante el tiempo razonable que uno podía pasar en el baño.

    Conectó con su cuenta y consideró: Lubin quería que él viese los archivos de personal de la Beebe. ¿No se había percatado de que Desjardins haría la conexión, una vez que las fotos del ID aparecieran? Quizá no. El tipo sólo era humano, después todo. Quizá se había olvidado de las mejoras de reconocimiento de patrones con las que los criminales venían equipados hoy en día. Quizá ni siquiera lo sabía, en primer lugar.

    O quizá había querido que Desjardins descubriera su identidad. Quizá todo esto era una retorcida prueba de lealtad, cortesía de Patricia Rowan.

    Aún así. Parecía más plausible que Col... que Lubin estuviera interesado en los otros Rifters. O quería saber algo sobre ellos o quería que Aquiles Desjardins descubriera algo sobre ellos.

    Desjardins aliemento con nombres al constructor de coincidencias y lo envió de caza.

    —Salvador escupesangre de células segadas succionador de semen, susurró él dos segundos más tarde.

    Ella estaba proliferando a plena vista. Había sido registrada en media docena de continentes en un solo día. Lenie Clarke iba a la fuga en Australia. Estaba haciendo amigos en la NAmPac y planeando una insurrección en Ciudad de Méjico. Se la buscaba en conexión con un asalto en HongCouver. Era una estrella porno que había sido asesinada con once años de edad.

    Más ominosamente, Lenie Clarke estaba acabando con el mundo. Y nadie...al menos hasta donde Desjardins sabía... la había visto en realidad.

    Nada de eso importaba, de todos modos. Los hilos de noticias oficiales, que servían lo último sobre este grupo terrorista o aquel brote arboviral, no tenían nada que decir sobre ella. Los canales Intel listaban algunos actos dispersos de violencia o sabotaje, imputados a los anarquistas y los descontentos que citaban el nombre como inspiración. Pero los malos tiempos engendraban mesías como cucarachas y había miles más con el perfil Lenie Clarke.

    Demonios, ninguno de los departamentos oficiales se había molestado siquiera en emitir una negación sobre el asunto.

    No tenía sentido.

    Hasta los más locos rumores habían salido de la puerta en algún lugar... ¿cómo podía toda esa gente haber empezado a anunciar a bombo y platillo lo mismo al mismo tiempo? No tenían cobertura mediática y había demasiado tráfico para que contase la mera transmisión boca a boca.

    Había tantos chismes sobre Lenie Clarke, de hecho, que él casi no notó a Ken Lubin y a Mike Brander asomando sobre el borde inferior de su visor. No había mucho sobre ellos, un centenar de hilos, todos empezaban en los dos últimos días. Pero también parecían extrañamente susceptibles a los encabezados de dirección corruptos y el síndrome de emisor bloqueado. Y ellos, también, estaban proliferando.

    ¿Qué hay de los Rifters? Ese esenario entero parecía estar de moda estos días... las palabras de Lubin.

    Aquiles Desjardins era el que tenía wetware optimizado y aún así, Lubin había tenido que conectar los puntos por él. Todo lo que Desjardins había visto era un puñado de trágicos chiflados enfermizos en las noticias, uniformes ajustados... un asunto de moda, había pensado él. Una tendencia pasajera. Nunca se le había ocurrido que podía haber individuos en el centro de todo.

    —Vale. Ahora ya sabes. ¿Dónde te lleva todo esto?

    Se reclinó en la silla de Jovellanos, se pasó los dedos por la nuca. Hasta donde él sabía, no había correlación obvia entre los avistamientos Rifter y los brotes del βehemoth. A menos que...

    Sus pies golpearon el suelo con un sonido sordo.

    —Eso es.

    Sus manos danzaron a lo largo del panel, casi autonómamente. Unos ejes se levantaron de la línea base pantanosa, se estiraron hasta límites creíbles, se hundieron de vuelta en el fango. Las variables se agrupaban, se separaban como enjambres de estorninos. Desjardins las atrapó, las agitó, las extendió a lo largo de una única hebra llamada tiempo.

    —Eso es. Los avistamientos se agrupan en el tiempo.

    Ahora, toma el primer avistamiento de cada grupo y descarta el resto. Ponlos en un mapa GPS.

    —Mira eso. - murmuró él.

    Un tosco zigzag, una zanja de este a oeste a lo largo de la temperatura de Norteamérica, luego viraba al sur.

    El βehemoth florecía a lo largo de la misma trayectoria. Alguien estaba vigilando el Maelstrom en busca de Lenie Clarke. Y dondequiera que encontraba una, dejaba caer un grupo entero de falsos avistamientos en el sistema de aguas cenagosas. Alguien estaba intentando ocultar sus huellas y hacerla famosa al mismo tiempo.

    —¿Por qué, por amor de Dios?

    En el fondo de su cabeza, se dispararon las sinapsis.

    Algo más acechaba en esos datos, algo que coalescía por el mismo eje. Las partes orignales de Aquiles Desjardins ojearon esa forma y retrocedieron, negando la deducción. Las partes optimizadas no podían apartar la vista.

    —Quizá una coincidencia. - pensó él, inanamente. —Quizá...

    Alguien llamó a la puerta. Desjardins se quedó helado.

    —Es él.

    Ni siquiera sabía por qué estaba tan seguro. Podía ser cualquiera, en realidad.

    —Es él. Sabe dónde estoy. Por supuesto que sí, seguro que me tiene radiolocalizado, apuesto a que me tiene hasta el centimetro... Y sabe que le he mentido.

    Lubin tenía que saberlo. Lenie Clarke estaba por todo el Maelstrom. No había lugar en la Tierra donde Desjardins hubiera podido hacer un chequeo y correr sin encontrar nada desde el temblor.

    Toc. Toc.

    La puerta no se desbloquearía para nadie que no tuviera autorización de la ARISC. Pero la puerta no estaba bloqueada.

    —Oh sí. Es él seguro.

    Él no habló. Dios sabía que tipo de espíritu fisgón podría haber presionado a Lubin contra la puerta. Abrió una línea externa y empezó a pulsar. Solo llevó unos segundos.

    —Enviar.

    Alguien gruñó en voz baja al otro lado de la puerta. Unas pisadas se perdieron pasillo abajo.

    Desjardins comprobó su reloj: había estado fuera de su oficina casi seis minutos. Un poco más y empezaría a parecer sospechoso.

    —¿Parecer sospechoso? ¡Él lo sabe, idiota! Por eso estaba en la puerta, sólo para... que lo supieras. No le has engañado ni por un segundo.

    Y aún así.. si Lubin lo sabía, no había dicho nada. Había seguido el juego.

    Por alguna jodida razón a sangre fría de Rifter, había mantenido la pretensión.

    Oh, por favor Señor, que continúe haciéndolo.

    Desjardins esperó otros treinta segundos por si acaso su mensaje recibía una respuesta inmediata. No ocurrió. Avanzó de nuevo hacia el pasillo vacío.

    Patricia Rowan debe ser informada.

Capítulo 49

    

Capítulo 49 - Escalpelo

    La puerta al cubi de Desjardins estaba cerrada.

    —Hey hola, Ken... estó, Colin... Sí, usé el aseo de la planta de arriba, ponen mejores anuncios allí no sé por qué... ¿La oficina de Alice?, ella me pidió que comprobara su correo. No nos dejan conectar desde el exterior..., anticipó la conversación en su mente.

    Respiró hondo. No tiene sentido ponerse nervioso. Lubin incluso podría no sacar el tema. Aquello podría incluso no haber sido Lubin.

    —Sí, de acuerdo.

    Abrió la puerta.

    Su cubi estaba vacío.

    Desjardins no sabía si estar aliviado o aterrorizado. Cerró la puerta tras el y la bloqueó.

    La desbloqueó de nuevo.

    ¿Qué sentido tenía de todas formas? Lubin podía volver o no. Podía plantear un reto o no. Pero quienquiera que fuera Lubin, ya tenía a Aquiles Desjardins por las pelotas. Romper la rutina ahora sólo afearía las cosas.

    Y tampoco era como si él estuviera solo de todos modos. Había otra clase de monstruo en el cubi con él. Ya lo había visto acechando tras el panel de Jovellanos. Había podido negarlo brevemente entonces: aquella llamada en la puerta casi había sido un alivio.

    Pero estaba aquí también.

    Podía oirlo soltando aire por la nariz en los datos como un monstruo dentro del armario.

    Podía ver cómo el pomo de ese armario giraba lentamente atrás y adelante, mofándose de él. Había visto las terroríficas siluetas, al menos y había apartado la vista antes de que ningún detalle quedara registrado. Pero ahora, al esperar el regreso de Lubin, no había nada más que hacer.

    Abrió la puerta del armario y lo miró a la cara.

    Las mil caras de Lenie Clarke.

    Parecía bastante inocente al principio: una nube de puntos congelándose en un tosco volumen euclídeo. El tiempo pasaba a través de su centro como una espina dorsal.

    Donde la nube era más gruesa, los rumores de Lenie Clarke crecían en una loca profusión de habladuría y contradicción. Donde se estrechaba, las revelaciones eran menos diversas pero más consistentes.

    Aunque Aquiles Desjardins había edificado su carrera a partir de la observación de formas en las nubes, lo que veía ahora estaba más allá de su experiencia.

    Los rumores tenían su propia epidemiología clásica. Cada uno empezaba con un único evento germinador.

    La información se extendía desde ese punto, mutando e interprocreando. Una masa cónica de hilos que se expandían hacia el futuro desde las cimas de sus lugares de nacimiento comunes. Eventualmente, por supuesto, se marchitaban y morían. El cono, simplemente, se disipaba en su base con permutaciones senescentes y exhaustas.

    Había excepciones, por supuesto. De vez en cuando, un único hilo persistía, engordaba, se retorcía en nudos y se hacía inmortal: teorías conspiratorias y leyendas urbanas, ganchos integrados en las canciones populares, cómodas mentiras de conejo de pascua de las doctrinas religiosas. Estaban los memes: conceptos virales,infecciones de pensamiento consciente. Algunos se encendían y morían como Efímeras.

    Otros duraban mil años o más, infectando mil millones en la interminable propagación de las medias verdades parásitas.

    Lenie Clarke era un meme, pero un meme incomún como ningún otro. No había surgido lentamente de un punto de nacimiento, hasta donde Desjardins sabía, simplemente había aparecido en todos los paisajes de datos, portando a millar de rostros.

    No había habido suave divergencia ni ramificación monotónica de variantes informativas. La variación había explotado demasiado deprisa para rastrearla hasta un único punto.

    Y desde su aparición, toda aquella varianza se había estado concentrando.

    Dos meses atrás, Lenie Clarke había sido una IA y una terrorista refugiada y una prostituta mesiánica y otras cosas imposibles, demasiado numerosas para contar. Ahora era algo y algo único: la Sirena del Apocalipsis.

    Oh, con una variante: estaba infestada de nanotecnología incendiaria. ¿Portaba una plaga biodiseñada?, ¿había recuperado algún microbio apocalíptico del las profundidades del mar? Diferencias en los detalles, nada más. La verdad esencial bajo todo aquello convergía: el libro de texto cónico había girado ciento ochenta grados imposibles y Lenie Clarke había pasado de un millar de caras a una.

    Ahora, ella era sólo el fin del mundo.

    Era como si alguien o algo le hubiera ofrecido al mundo una miríada de estilos y el mundo hubiese escogido el que más le gustaba. La veracidad no entraba en tales asuntos, sólo la resonancia lo hacía.

    Y el meme que definía a Lenie Clarke como un ángel del apocalipsis no estaba prosperando porque él tuviera razón, estaba prosperando porque, a su modo demente, la gente quería que así fuera.

    —Yo no acepto esto. - gritó Aquiles Desjardins para sí mismo.

    Pero sólo parte de él estaba escuchando. Otra parte, aún cuando no había leído a Chomsky o a Jung o a Sheldrake (¿quién tenía tiempo para los muertos, de todas formas?), al menos tenía una comprensión básica sobre lo que versaban aquellos tipos.

    Localidad cuántica, consciencia cuántica. Desjardins había visto demasiado casos de coincidencia masiva para rechazar la idea de que nueve mil millones de mentes humanas podían estar imperceptiblemente interconectadas de algún modo. Nunca había pensado de veras mucho sobre ello pero, a cierto nivel, había creído en el Inconsciente Colectivo durante años.

    Sólo que no se había percatado de que el jodido estaba encaprichado con la muerte.

    Dr. Desjardins, soy Patricia Rowan. Acabo de recibir su mensaje.

    Texto plano que venía directamente sobre sus entradas oculares, invisible para terceras personas. Incluso en su cabeza no había imagen ni sonido, nada que pudiera sobresaltarlo visiblemente. Nada que causara una obvia distracción debería ocurrir al atender esta llamada en compañía peligrosa.

    Puedo estar allí dentro de treinta horas. Hasta entoces es imperativo que no haga nada para levantar las sospechas de Lubin. Coopere con él. No informe a nadie más de su presencia. NO avise a las autoridades locales. El comportamiento del Sr. Lubin está gobernado por reflejos condicionados de respuesta a la amenaza que requiere un manejo especial.

    —Oh, joder.

    Si sigue estas instrucciones no estará en peligro. El reflejo se activa sólo en caso de una brecha de seguridad evidente. Dado que sabe que el comportamiento de usted está gobernado por la Horda Criminal, es improbable que le considere a usted una amenaza a menos que crea que puede dejarle expuesto de algún modo.

    —Estoy jodido. - pensó Desjardins.

    Prosiga con su análisis de Lenie Clarke y la conexión con los Rifter. También estamos poniendo a nuestra gente en ello. Mantenga la calma y no haga nada que le enemiste con el Sr. Lubin. Lamento no poder llegar antes, pero estoy fuera del continente en estos momentos y el transporte local es bastante limitado. Ha hecho lo correcto, Dr. Desjardins. Estoy en camino.

    —Reflejos condicionados de respuesta a la amenaza.

    Había oído los rumores. Ni corporativo ni civil, él habitaba en ese otro círculo externo de curiosidad: demasiado periférico para el santuario interior, pero lo bastante cerca para oir cosas de pasada. Había oído cosas sobre el RRA.

    La Horda Criminal era un hacha de piedra: el RRA era un escalpelo. Mientras la Horda meramente cortocircuitaba el cerebro, el RRA lo controlaba. Mientras la HC neutralizaba, el RRA obligaba.

    Aparentemente, habían aprendido el truco de algún parásito que alargaba su propio ciclo de vida reconectando el circuito de comportamiento de su anfitrión.

    Secuestradores de Cuerpos. Sutiles.

    Aunque lo detectabas por los mismos activadores. La Criminal tenía la misma firma de diente de sierra independiente de su inspiración: la norepinefrina subía, la serotonina y acetilcolina bajaba y mientras que Aquiles Desjardins, sencillamente, se congelaba... Ken Lubin pondría en marcha toda una danza de complejos comportamientos predestinados. Como atar fugas de seguridad con extremo uso de la fuerza, por ejemplo. Podía haber algo de flexibilidad en el procedimiento, pero el acto mismo era compulsivo.

    Ken Lubin era mucho más que un Rifter.

    Y ahora mismo estaba abriendo la puerta del cubi de Desjardins.

    Desjardins tragó y se giró en su silla.

    Puedo estar allí dentro de treinta horas.

    Es imperativo que no haga nada que levante las sospechas de Lubin.

    Mantenga la calma.

    —Salí a dar un paseo. - dijo Lubin. —Para estirar las piernas.

    Desjardins se obligó a asentir, indiferente: —Vale.

    Quedan veintenueve horas y cincuenta y ocho minutos.

Capítulo 50

    

Capítulo 50 - Por un Millar de Cortes

    Agotamiento de Metionina: ACNE.

    Síntesis incapacitada de cisteína: CONSTIPADO.

    Metabolismo incapacitado de taurina: PIEL SECA.

    Conjugación incapacitada de azufre. Caminos de desintoxicación interrumpidos: ECCEMA, SORIASIS DERMATITIS.

    Formación incapacitada de puente de disulfato. Formación de proteínas comprometida: DOLOR MUSCULAR Y ARTICULAR, MIGRAÑAS.

    Síntesis incapacitada de biotina, sulfato de condroitino, coenzima A, coenzima M, sulfato de glucosamina, glutamina, hemoglobina, heparina, homocisteína, ácido lipoico, metalotioneína, S-adenosilmetionina, tiamina, glutatima tripéptida: TENDONITIS Y BURSITIS, PÉRDIDA DE PESO, EDEMA, ÚLCERA GÁSTRICA.

    Comprometido el transporte de citocromo, oxidación de ácidos grasos y piruvato: PÉRDIDA DE PESO, ARTRITIS DEGENERATIVA.

    Producción incapacitada de anserina, acetilcolina, creatina, colina, epinefrina, insulina y N-metil nicotinamida: PÉRDIDA DE PELO, TROMBOSIS VENAL.

    Agotamiento de GSH ( inducida por acetominofenina) : DIABETES, ESCORBUTO.

    Inmunosupresión: DEGENERACION DE TEJIDO CONECTIVO Y DE LAS UÑAS, FALLO DE TENDONES Y ARTICULACIONES.

    Acumulación xenotóxica: HEMATOMAS Y HEMORRAGIA INTERNA, ANEMIA A NIVEL CELULAR.

    Destrucción de colágeno, mielina y fluído senovial: INFECCIÓN MASIVA.

    Deterioración de las paredes de los vasos sanguíneos: ENVENAMIENTO POR METALES PESADOS.

    Deterioración de las fundas de mielina: ERITROMITOSIS, LUPUS SISTÉMICO, FALLO MUSCULAR.

    Reacciones redox comprometidas: DESÓRDENES CNS Y PNS, PÉRDIDA DE CONTROL MOTOR, ESPASMOS, CEGUERA, FALLO HEPÁTICO Y RENAL.

    Apagado del Sistema.

Capítulo 51

    

Capítulo 51 - 500 Megabytes: Los Generales

    Generales.

    Si el rango militar tuviera alguna relevancia en los ecosistemas del Maelstrom, esto podría ser un General.

    Por ahora, pesaba justo como una tímida sombra de quinientos megabytes, comprimida y muscular. Se había retroajustado por selección natural y reforzado por un ejército de geles inteligentes. Ya no recuerda los tiempos de cuando la inteligencia orgánica era el enemigo. Se ha copiado y distribuído un billón de veces, cada copia viaja con una comitiva de adjuntos y asistentes y guardaespaldas. Los generales informan a todo el mundo y no responden a nadie, sirven a un único amo.

    Lenie Clarke.

    Amo es una inadecuada palabra desesperada, por supuesto. Las palabras apenas son adecuadas para describir el Maelstrom. Los generales sirven al concepto de Lenie Clarke, quizá...pero no, eso tampoco es exacto. No tienen concepto de Lenie Clarke o de cualquier otro. Tienen definiciones operativas pero no comprensión, sumas de chequeo pero no deducción. Son instintivos en su inteligencia.

    Viajan por el mundo en busca de referencias a Lenie Clarke. Tales referencias caen dentro de varias categories. Allí está la barcia que los generales y sus asociados lanzan a los vientos, señuelos para distraer a la competencia. Hay referencias de terceros, cadenas con Lenie Clarke que entran al Maelstrom desde el exterior: correos, registros de transacción, hasta fuentes que parecen surgir de la misma Lenie Clarke. Los objetos en esta última categoría son de profundo interés para los generales.

    Más recientemente, ha aparecido una tercera categoría: cadenas que contienen Lenie Clarke y que parecen activamente hostiles a ella.

    Hasta cierto punto, esta interpretación es arbitraria. Los generales reciben su entrada de los puertos de la red de noticias los cuales, según los geles que los han educado, corresponden a un espacio n-dimensional con la etiqueta global de Biosfera. Cada puerto también se asocia con un rango de parámetros, etiquetas como temperatura, precipitación y humedad. Muy pocos de estos se definen en los mismos puertos, pero se pueden interpolar accediendo a las bases de datos ambientales conectadas.

    En palabras sencillas, la tarea es promover las ocurrencias de Lenie Clarke en todos los puertos que reúnan ciertas condiciones ambientales. El rango aceptable es bastante amplio, de hecho, según las bases de datos relevantes, las únicas áreas verdaderamente inaceptables están en las profundas y frías cuencas oceánicas.

    No obstante, algunas de esas cadenas de tercera categoría, particularmente aquellas que llaman desde nodos con direcciones con gobierno e industria, parecen contener instrucciones que restringen la distribución de Lenie Clarke incluso en áreas que reúnen los criterios ambientales.

    Esto no puede ser.

    En el presente, por ejemplo, Lenie Clarke se aproxima a un nexo de puertos que abre una parte del espacio n-dimensional llamado Yankton/Dakota del Sur.

    Un número de comunicaciones de Categoría Tres ha sido interceptado, predeciendo la actividad de restricción prolongada en esta localización para el futuro cercano. La amplia diseminación de señuelos no ha disipado esta amenaza. De hecho, los generales han notado un declive generalizado en la efectividad de los señuelos en los últimos teraciclos. Hay algunas alternativas.

    Los generales resuelven cancelar todas las interacciones simbióticas con los nodos de gobierno e industria. Después, empiezan a preparar a las tropas.

Capítulo 52

    

Capítulo 52 - Chispeante

    Cada ojo en el mundo se estába girando cuando ella pasaba.

    Tenía que ser su imaginación, Clarke lo sabía. Si estuviera de verdad bajo tan íntimo escrutinio, seguramente ya habría sido capturada o algo peor. El moscabot que pasó sobre la calle no estaba observándolo todo por el rabillo del ojo. Las cámaras que hacían panorámicas a lo largo de cada parada de RapiTrans, cada cafeteria, cada ventana y pantalla eran invisibles pero omnipresentes. No podían haberlas progamado a todas para tenerla a ella en mente. Los satélites no infestaban el cielo sobre su cabeza, perforando las nubes con radar e infrarrojos, buscándola.

    Pero ella sentía lo contrario, en cierto modo. No era la sensación de ser el centro de alguna vasta conspiración en absoluto. Más bien, se sentía un objetivo.

    Yankton estaba abierto al tráfico habitual. La lanzadera la desembarcó en un distrito comercial indistinguible de otro millón de distritos. Su transbordo no salía hasta dentro de otras dos horas y dedidió pasear para llenar el tiempo.

    Se sobresaltó dos veces pensando que se había visto en algún espejo de cuerpo entero hasta que recordó que, estos días, su aspecto era el de una Dryback cualquiera.

    No como los que empezaban a parecerse a ella.

    Comió una insípida mezcla de soja y krill de una máquina expendedora. El teléfono de su visor emitía biips ocasionales. Ella lo ignoró. Los locos, los ofertantes, los amenazadores de muerte, todos habían dejado de llamar desde hacía días. El titiritero que había robado su nombre y lo había puesto en tantas caras diferentes parecía haber rendido su plan de imitación a lo largo del espectro. Ahora se había centrado en un único tipo: los perros pateados, desesperados por un propósito, evidentemente ciegos ante el hecho de que sus propias necesidades superaban con creces las de Clarke. Aquella Sou-Hon, por ejemplo.

    Su visor sonó de nuevo y ella lo silenció.

    Sólo era cuestión se tiempo, soponía, antes de que los titiriteros averiguaran como invadir su visor del mismo modo que habían invadido su reloj. En realidad estaba sorprendida de que no lo hubieran hecho ya.

    —Quizá lo habían hecho.

    —Quizá podían irrumpir en cualquier momento, pero cogieron la indirecta cuando aplasté el reloj. Quizá es que no querían arriesgarse a perder su último enlace.

    —Debería deshacerme del jodido chisme de todos modos.

    No lo hizo. El visor era su única conexión con el Maelstrom, ahora que no tenía el reloj.

    Echaba de menos el acceso trasero que aquellos chavales de Bend Sur habían configurado en aquel aparatito. En contraste, el visor, salido de la tienda y completamente legal, estaba mutilado por todos los usuales toques de queda y restricciones de acceso. Aún así. El único otro modo de averiguar algo sobre una reciente cuarentena o un nido de tornados era a través de él.

    Además, el visor le ocultaba los ojos.

    Sólo que ahora parecía estar fallando. La pantalla táctica, normalmente invisible salvo por los mapitas y etiquetas y logos comerciales que se posaban a lo largo de sus globos oculares, parecía parpadear con una vaga estática visual como el agua en movimiento. Indicios de siluetas, de caras de...

    Cerró con fuerza los ojos de pura frustración. Tampoco eso ayudaba: la visión persistía tras sus párpados, mostrándole... esta vez... la mitad superior del rostro de su madre, ceño fruncido de preocupación. La nariz y la boca de Mamá estaban cubiertas por una de esas máscaras filtradoras que se llevan cuando vas de visita al hospital y no quieres que te atrapen los superbichos. Estaban en un hospital ahora, Clarke podía verlo: ella y su madre y...

    —Por supuesto. ¿Quién sino?

    ... el querido Papaíto, también. Con una máscara también. Y ella casi podía recordar, esta vez, casi sabía lo que estaba viendo... pero no había rastro de culpa tras esa máscara, ningún signo de preocupación de que todo se descubriera. Los doctores lo sabían, algún síntoma revelador gritando: —no, no hay accidente en esto, no ha sido una mera caída escaleras abajo

    No. La amada fachada del monstruo era demasiado perfecta. Siempre lo era. Había perdido la cuenta de las veces que tales imágenes la habían violado en los últimos meses, de la frecuencia con que había buscado alguna pista del infierno en vida que ella había llamado infancia.

    Todo lo que siempre había visto era aquella viciosa pretensión de normalidad.

    Después de un tiempo, como siempre, las imágenes encogían y dejaban que volviera el mundo real. Ya estaba casi acostumbrada a ello. Ya no gritaba a las apariciones o extendía los brazos para tocar cosas que no existían. Su respiración estaba bajo control. Sabía que para todo el mundo en torno a ella, nada había sucedido. Una mujer con visor en un puesto de comida había hecho una pausa para comer durante un rato. Eso era todo. La única persona que oía la sangre latiendo en sus oídos era Lenie Clarke.

    Pero Lenie Clarke aún no estaba ni cerca de que aquello le gustase.

    Una fila de cabinas médicas a lo largo de la concurrencia anunciaba precios razonables y ¡rutas de escáner actualizadas semanalmente! - Ella siempre evitaba tales tentaciones desde que la cabina de Calgary le había suplicado que se quedara, pero aquello había sido una docena de mentiras atrás. Ahora, abandonó la mesa y se movió a través de la abultada multitud, navegando entre los espacios más amplios. La gente la empujaba al pasar, aquí y allá, se estaba poniendo difícil evitar el contacto.

    La muchedumbre parecía espesarse a cada minuto.

    Y demasiados de ellos tenían tapas oculares.

    La cabina médica era casi tan espaciosa como su camarote en la Beebe.

    —Decifiencias leves de calcio y trazas de azufre. - le informó. —Hormonas de serotonina y adrenocorticoides elevadas. Cuentas elevadas de plaquetas y anticuerpos consistentes con lesiones físicas moderadas en las últimas tres semanas. No peligra su vida.

    Clarke se rascó el hombro. Por ahora, sólo le picaba cuando se lo recordaban. Hasta los hematomas de su cara estaban desapareciendo.

    —Niveles anormalmente altos de metabolitos celulares. - Los detalles biomédicos surcaban la pantalla principal. —Lactactos suprimidos. Su ritmo metabólico basal en inusualmente alto. Esto no es peligroso de inmediato, pero puede incrementar el desgaste de partes del cuerpo y reducir significativamente el tiempo de vida. El ARN y la serotonina...

    —¿Alguna enfermedad? - dijo Clarke, interrumpiendo la carrera.

    —Todas las cuentas de patógenos están dentro de los límites de seguridad. ¿Desea que haga pruebas más detalladas?

    —Sí. - Cogió el casco RMN del gancho y se lo ajustó en la cabeza: —Escanea el cerebro.

    —¿Experimenta síntomas especifícos?

    —Estoy teniendo... alucinaciones. - dijo ella. —Sólo visuales... ni sonidos ni olores ni nada. Imagen dentro de imagen, aún puedo ver por los bordes, pero...

    La cabina esperó. Cuando Clarke no dijo nada más, empezó a zumbar suavemente para sí misma. Un perfil luminoso 3d de un cerebro humano empezó a rotar en la pantalla, llenando las partes carnosas con fragmentos de color.

    —Tiene dificultad para formar vínculos sociales. - remarcó la cabina médica .

    —¿Qué? ¿Por qué has dicho eso?

    —Tiene deficiencia crónica de oxitocina. Sin embargo, esta es una enfermedad tratable. Puedo prescribir...

    —Olvída eso. - dijo Clarke. —¿Desde cuándo la personalidad se ha vuelto una enfermedad tratable?

    —Sus puntos receptores de dopamina son anormalmente prolíficos. ¿Acostumbra a usar opiáceos o aumentadores de endorfina más de dos veces a la semana?

    —Mira, olvida todo ese rollo. Trabaja sólo en las alucinaciones.

    La cabina quedó en silencio.

    Clarke cerró los ojos: —Lo que me faltaba, que una máquina lleve la cuenta de mis moléculas de masoquismo.

    Biip.

    Clarke abrió los ojos.

    En la pantalla, un pulverizado de estrellas violetas se habían esparcido a lo largo del suelo de las hemiesferas cerebrales. Puntitos rojos pulsaban en algún lugar cercano al centro.

    Centelleaban anómalamente en una esquina del monitor.

    —¿Qué? ¿Eso qué es?

    —Procesando. Por favor, sea paciente.

    La cabina trazó una línea a lo largo del fondo de la pantalla: —VAC Área 19, dijo.

    Otro biip. Otro intermitente rojo más adelante.

    Otra línea: —Área de Brodman 37.

    —¿Qué son todos esos puntos rojos? - dijo Clarke.

    —Las partes del cerebro relacionadas con la visión. - le dijo la cabina. —¿Puedo bajar la visera del casco para examinar los ojos?

    —Llevo tapas oculares.

    —Las tapas corneales no interferirán con el escaner. ¿Puedo proceder?

    —Vale.

    La visora se deslizó en posición. Una red de manchitas puntearon su superficie interna. El zumbido de la máquina resonaba en las profundidades de su cráneo. Clarke empezó a contar en silencio. Resistió veintidos segundos cuando el visor se retiró a su funda.

    Justo debajo de : Área de Brodman 37, apareció: Ret/Mac OK.

    El zumbido se detuvo.

    —Puede quitarse el casco. - anunció la cabina. —¿Qué edad cronológica tiene?

    —Treinta y dos. - Colgó el casco en su soporte.

    —¿Ha cambiado sustancialmente su entorno visual entre ocho y dieciseis semanas atrás?

    Un año transcurrido en el ocaso fotoamplificado de la Fuente Termal de Channer. Un arrastre ciego por el suelo del Pacífico. Y después, de pronto, cielo brillante...

    —Sí. Quizá.

    —¿Tiene su familia historial de embolia?

    —Pues... no sé.

    —¿Ha muerto recientemente alguien cercano a usted?

    —¿Qué?

    —¿Ha muerto recientemente alguien cercano a usted?

    Apretó la mandíbula.

    —Todos los cercanos a mí han muerto recientemente.

    —¿Ha sido expuesta a cambios en la presión ambiental en los últimos dos meses? Por ejemplo, ¿ha pasado tiempo en una instalación orbital, una aeronave presurizada o practicando buceo libre bajo una profundidad de veinte metros?

    —Sí. Buceando.

    —Mientras buceaba, ¿ha respetado los protocolos de descompresión?

    —No.

    —¿Cuál fue su profundidad máxima de inmersión y cuánto tiempo pasó allí?

    Clarke sonrió: —Tres mil cuatrocientos metros. Un año.

    La cabina quedó en silencio durante un rato. Después: —La gente no puede sobrevivir a un ascenso directo desde tales profundidades sin realizar descompresión. ¿Cuál fue su profundidad máxima de inmersión y cuánto tiempo pasó allí?

    —Yo no tengo que descomprimir. - explicó Clarke. —No respiré durante la inmersión, todo estaba...

    Espera un minuto...

    No hubo descompresión, acababa de decir.

    Por supuesto que no. Deja que los turistas rebaña-superficies respiren de sus aparatosas bombonas, arriesgándose a la narcosis cuando se aventuran demasiado lejos de la superficie. Deeejales sufrir pesadillas sobre pulmones explotando y ojos jaspeados de grupos de burbujas carnosas. Los Rifters eran inmunes a tales preocupaciones. Dentro de la Estación Beebe, Lenie Clarke había respirado a nivel del mar. Fuera, no había respirado en absoluto.

    Excepto una vez, cuando la habían disparado en el cielo.

    Aquel día, el Forcipiger - había caído lentamente a través de un espectro oscuro, de verde a azul hasta el negro sin luz final, sangrando atmósfera de un millar de cortes. Con cada metro, un poquito más de océano había entrado a la fuerza, había comprimido la atmósfera en un único bolsillo a alta presión.

    A Joel no le había gustado el sonido de su vocificador: —No quiero pasar mis últimos minutos escuchando la voz de una máquina. - había dicho. De modo que ella había permaneció con él, respirando. Debían de haber estado a treinta atmósferas para cuando él abrió la compuerta, frío y asustado y harto de esperar la muerte.

    Y ella había venido hacia la orilla, furiosa.

    Le había llevado días. Su ascenso por el lecho marino habría sido lo bastante gradual para descomprimir naturalmente. El gas en su sangre se habría disuelto suavemente en las membranas alveolares... si es que había usado alguna vez el pulmón que le quedaba.

    No había sido eso: entonces, ¿qué había pasado con aquellos últimos residuos de alta presión de la atmósfera del Forcipiger - en su riego sanguíneo? El hecho de que aún estuviera viva probaba que ya no estaban dentro de ella.

    El intercambio de gas no estaba limitado a los pulmones, recordó ella. La piel respira. El tracto GI respira. No tan rápido como lo haría un juego de pulmones, por supuesto. No tan eficientemente.

    Quizá no lo bastante eficientemente...

    —¿Qué me pasa? - preguntó élla en voz baja.

    —Ha sufrido recientemente dos pequeñas embolias cerebrales que incapacitan su visión de forma intermitente. - dijo la cabina médica. —Su cerebro, probablemente compensa esos vacíos con imágenes almacenadas, aunque tendriamos que observar un episodio en progreso para estar seguros. También ha perdido recientemente alguien cercano a usted, puede ser un factor que dispara la liberación visu...

    —¿Qué quieres decir, imágenes almacenadas? ¿Estás diciendo que lo que veo son memorias?

    —Sí. - respondió la máquina.

    —Eso son tonterías.

    —Lamentamos que se sienta así.

    —Pero nunca han ocurrido, ¿vale? Máquinas con cerebros de mierda, ¿por qué me molesto en discutir con ella? Recuerdo mi propia infancia, por amor de dios. No podría olvidarla aunque lo intentara. Y estas visiones, son de otra persona, eran... felices... eran diferentes. Completamente diferentes.

    —Las memorias a largo plazo no son fiables, con frecuencia son...

    —Callate. - disparó ella. —Sólo arréglalo.

    —Esta cabina no está equipada para la microcirujía. Puedo darle Ondansetron para suprimir los síntomas. Aunque debería ser consciente de que los pacientes con reconexión sináptica prolongada pueden experimentar efectos secundarios como leves mareos...

    Ella se quedó helada. —¿Reconexión?

    —... visión doble, efectos de halo...

    —Para. - dijo ella. La cabina quedó en silencio.

    En la pantalla, la nube de estrellas violetas chispeaba enigmaticamente por el suelo de su cerebro.

    Ella la tocó. —¿Qué son estas?

    —Una serie de lesiones quirúrjicas e infartos asociados. - respondió la cabina.

    —¿Cuántas?

    —Siete mil cuatrocientas ochenta y tres.

    Respiró profundamente, sintió un distante asombro por lo bien que lo había encajado. —¿Estás diciendo que alguien me cortó el cerebro siete mil cuatrocientas y ochenta y tres veces?

    —No hay evidencia de penetración física. Las lesiones son consistentes con profundos impulsos concentrados de microondas.

    —¿Por qué no me lo has dicho antes?

    —Usted me pidió que ignorase materias irrelevantes con sus aluciones.

    —Y estos... estas lesiones, ¿no tienen nada que ver con ellas?

    —No tienen nada que ver.

    —¿Cómo lo sabes?

    —La mayoría de las lesiones no están localizadas en las rutas visuales. Las otras actúan para bloquear la transmisión de imágenes, no generarlas.

    —¿Dónde están localizadas las lesiones?

    —Las lesiones yacen a lo largo de las rutas que conectan el sistema límbico y el neocórtex.

    —¿Para qué sirven esas rutas?

    —Esas rutas están inactivas. Han sido interrumpidas por la cirujía...

    —¿Para qué servirían si estuvieran activas?

    —La activación de memorias a largo plazo. - dijo la cabina.

    Oh Dios. Oh Dios.

    —¿Puedo ofrecerle algún otro servicio? - preguntó la cabina después de un rato.

    Clarke tragó: —¿Cuánta... cuánto tiempo hace que se produjeron las lesiones?

    —Entre diez y treinta y seis meses, dependiendo de su rito metabólico medio desde el procedimiento. Esto es una aproximación basada en la cicatrización subsiguiente y en el crecimiento capilar.

    —¿Pudo tal operación tener lugar sin el conocimiento del paciente?

    Una pausa. —No sé cómo responder a esa pregunta.

    —¿Pudo tener lugar sin anestesia?

    —Sí.

    —¿Pudo tener lugar mientras el paciente dormía?

    —Sí.

    —¿Sentiría el paciente la formación de las lesiones?

    —No.

    —¿Pudo el equipo para tal procedimiento estar alojado en, digamos, un casco RMN?

    —No lo sé. - admitió la cabina.

    El cubi médico de la Beebe había tenido un RMN. Ella lo había usado una vez, cuando se golpeó la cabeza durante un combate con la vida salvaje de Channer. No había aparecido ninguna lesión en su lectura. Quizá no aparecía en la configuración por defecto que había usado, quizá se tenía que seleccionar una prueba específica o algo así.

    Quizá alguien había programado el escáner de la Beebe para que mintiera.

    —¿Cuándo ocurrió? ¿Qué ocurrió? ¿Por qué no puedo acordarme?

    Apenas era consciente de los sonidos amortiguados, distantes y furiosos, que surgían de algún lugar fuera de la cabina.

    Eran irrelevantes, no tenía sentido. Nada tenía sentido.

    Su mente, luminosa y transparente, rotaba ante ella. Estrellas púrpura manaban de la médula como una fuente de hielo, chispeantes gotas perfectas lanzadas a lo alto dentro del córtex y congeladas en el apogeo.

    Ideas brillantes. Memorias amputadas y cauterizadas. Casi parecían una especie de escultura de forma libre.

    Las mentiras podían ser tan hermosas al revelarlas.

Capítulo 53

    

Capítulo 53 - Señuelos

    Del modo en que Aviva Lu lo veía, quién moría el último era el vencedor.

    Daba igual lo que hicieras realmente con tu vida. Da Vinci y Plasmid y Ian Anderson habían hecho más mags que Vive o cualquiera de sus amigos. Ella nunca había explorado Marte o escrito una sinfonía o construído un animal siquiera, al menos, no desde cero. Pero el asunto era que todas aquellas personas ya estaban muertas. La fama no había evitado que la placa facial de Olivia M'Benga se hiciera pedazos. La carga de Andrew Simon contra Hidro-Q no había añadido ni un podrido día a su esperanza de vida. Juego de la Pasión - podría haber sido inmortal, pero su compositor se había vuelto polvo hacía décadas.

    Aviva Lu sabía más sobre la historia hasta hoy que todos aquellos tipos.

    Todo era sólo un gran libro de historia interactivo. Había tenido un comienzo, un medio y un final. Si entrabas a medio camino, siempre podías pillar las cosas que te habías perdido, para eso mismo estaban los tutoriales y las enciclopedias y el Maelstrom. Podías conseguir una miniatura de la Historia de Vive de cuando Mike el Marciano cayó del cielo y empezó todo el asunto. Aunque una vez que estabas muerto, se acabó. Nunca llegarías a saber lo que venía después. Los verdaderos ganadores, se imaginaba Vive, eran los que veían como terminaba la historia al final.

    Dicho esto, le cabreaba darse cuenta de que, probablemente, ella conseguiría llegar hasta la final.

    Hasta ahí había sido obvio incluso antes de que esta bruja de fuego hubiera empezado a quemarlo todo a su paso a lo largo the continente. Hubo un tiempo, había oído ella, en que podías sencillanente recoger y marcharte a otros lugares sin que ninguna de esas barreras de guacamole subieran y bajaran a todas a horas como si te tuviera que tocar una especie de lotería cada vez que querías cruzar la calle. Hubo un tiempo en el que podías combatir las plagas y parásitos tú mismo con sólo tus propios sistemas corporales, sin tener que comprar un arreglo de alguna farmacia que, probablemente, había preparado la enfermedad en primer lugar para que tuvieras que comprar sus migas de genes. Según el padre de Vive, hasta había habido un tiempo en el que la misma policía estaba bajo control.

    Por supuesto, los padres no eran exactamente el parangón de la fiabilidad. Aquella generación entera estuvo demasiado ocupada inyectándose orgánulos de plantas y de cocodrilos como para preocuparse en entender bien los hechos. Tampoco es que Vive tuviera objeciones por la buena salud, había estado tomando suplementos de cocodrilo durante años. Hasta tomaba proglótidos y huevos Ascaris - de vez en cuando. Ella odiaba la idea de que todos aquellos gusanos salieran del cascarón dentro de sus tripas pero, estos días, el sistema inmune necesiaba cada refuerzo que pudiera conseguir.

    Y además, aquello estaba muy lejos de contaminar tu genotipo con ADN de lagarto, aún cuando Pfizer hiciera un descuento este mes y anunciara: ¿no sería genial no depender tanto de drogas externas a todas horas, cariño?

    A veces Vive se preguntaba si sus padres aún sabían realmente lo que era una especie.

    De hecho, ese el era el problema: más que limpiar la mierda del mundo, la gente se volvía coprófaga. En un par de años, la raza humana se iba a convertir en mitad cucaracha. Si es que todo no se había destruído por ellas.

    El apocalipsis, en realidad, era preferible. Mejor destrozarlo todo y empezar de nuevo. Poner a todo el mundo en la misma base, para variar.

    Por eso Aviva Lu estaba aquí ahora esperando que apareciese Lenie Clarke.

    Lenie Clarke era la Madona del Apocalipsis.

    En verdad, Aviva Lu no estaba segura exactamente de lo que era Lenie Clarke. Ella parecía ser su propio ejército. Había muerto y se había levantado de nuevo. Había dado inicio al Gran Desastre por pura impaciencia, cansada de esperar algún otro apocalipsis atrasado que siempre amenazaba y nunca ocurría. Había hecho una brecha en la Zona con una sola mano, conducido una revuelta de refugiados cuya existencia la NAmPac aún no admitía. El fuego la seguía a su paso, todo el que se le oponía era cenizas en el plazo de una semana.

    Lo que Lenie Clarke era de verdad, Vive siempre lo había imaginado, eran bobadas.

    Había un montón de gente que pensaba lo contrario, por supuesto. La gente que juraba y perjuraba que Lenie Clarke era una persona real, no sólo un icono de marketing que trataba de electrocutar La Nena Rifter de vuelta a la plancha. Decían que la Madona del Apocalipsis, en realidad, era una Rifter, una de las focas abisales entrenadas de la NAmPac, pero que había ocurrido algo en el fondo del océano, algo mítico. El Gran Desastre sólo había sido un síntoma, decían, de lo que la había cambiado. Ahora, Lenie Clarke era una hechicera capaz de transmutar materia orgánica en plomo o algo así.

    Ahora, vagaba por el mundo extendiendo el apocalipsis a su paso, y los amos a los que ella una vez había servido no se detendrían ante nada hasta acabar con ella.

    Era una buena historia... hey, cualquier apocalipsis que amenazaba a los corporativos se estaba retrasando mucho, por lo que a Vive le concernía, pero había oído demasiadas otras historias. Lenie Clarke era la Próxima Personalidad del Gran Sensorium. Lenie Clarke era una IA cuántica construída como desafío a los Protocolos de Carnegie. Lenie Clarke era una invención de los mismos cuerpos, un hombre del saco para asustar a los inquietos civiles hacia la obediencia. Durante un par de días, Lenie Clarke incluso había sido una clase de microbio escapado del Lago Vostok.

    Estos días, las historias eran mucho más consistentes. Lenie Clarke no había sido nada salvo la Madona del Apocalipsis durante semanas, hasta donde Vive sabía. Probablemente, las pruebas de mercado se habían acomodado en la línea que vendía las inmersopieles más falsas, o algo parecido. Y, ¿por qué no? El look estaba de moda, los ojos eran para morirse y Vive era tan seguidora de la moda como cualquiera.

    Al menos, eso era lo que había creído hasta que todo el maldito Maelstrom empezó a hablar con una sola voz.

    Vale, esto había sido de locos. La mitad del Maelstrom podría haber sido la vida salvaje, pero la otra mitad eran filtros de spam. Era imposible que alguien pudiera haber publicado eso, ni siquiera los corporativos. Pero lo había visto ella misma en su propio (sólo ligeramente ilegal) reloj de pulsera: todo el mundo que ella conocía lo había visto en sus relojes o lo había oído de algún constructor de coincidencias o hasta lo había visto impreso en sus visores personales:

    Lenie Clarke se está acercando a Yankton. Lenie Clarke está en problemas. Lenie Clarke necesita tu ayuda.

    Ahora, Cedar con la West Second.

    Lo que fuera que era Lenie Clarke, tenía amigos muy poderosos para publicar algo así. De repente, Vive se encontró con que se tomaba a la Nena Rifter muy en serio.

    Lindsey había dicho que todos estabamos siendo manipulados, alguien con brazos muy largos debía de estar creando una moda para tapar otra cosa.

    Carnegie sabía qué, exactamente y Lindsey probablemente tenía razón. ¿Y qué? Eran señuelos para algo, pero ese algo se encaminaba hacia aquí y lo que fuera que era, Vive iba a formar parte de ello.

    Aquello iba a ser un viaje genial.

    Les beus - también lo sabían.

    Había dos tipos de uniformes pululando a lo largo de la concurrencia: policía y Rifters. Les beus - encrespados con bastones eléctricos, moscabots y exoesqueletos.

    Los Rifters tenían sus inmersopieles falsas y sus baratas lentes de contacto blancas.

    Todo lo demás, sabía Vive, eran bravatas. El Maelstrom había llamado y ellos habían acudido con fé y adrenalina. Por ahora, quedaba bastante claro que la fé no era necesaria del todo. La presencia policial era evidencia más que suficiente de que algo grande estaba en la ciudad.

    Hasta el momento, nada había explotado. Ambos bandos aún estaban tomando posiciones, quizá fingiendo, a aquellos peatones dispersos que aún no habían agarrado el hueso y desaparecido, que en verdad no había nada sobre lo que preocuparse. La policía había acordonado secciones enteras de la concurrencia, aún no formaban rebaños, pero se preparaban para el modo corral. Por su parte, los Rifters estaban probando el perímetro, invadiendo avenidas y aceras, esquivando atrás y adelante a lo largo de las filas de exoesqueletos, siempre parando justo antes de hacer nada que los antidisturbios pudieran citar después como provocación. Los moscabots pululaban sobre las cabezas como grandes huevos negros, haciendo tomas de todo antes del partido.

    Ambos bandos se estaban comportando bastante bien, todo sea dicho. Lo que tenía sentido, más o menos dado que ningún bando estaba allí por el otro. Vive imaginó que las cosas se calentarían bastante rápido una vez que apareciera la estrella de la atracción.

    Su reloj sonó. Eso era una sorpresa: la oposición siempre interfería las frecuencias locales con mucha antelación. Evitaba que la gente se organizara sobre la marcha.

    —¿Sí?

    —Hey, ¡podemos conectar!, la voz de Lindsey.

    —Sí. - dijo Vive. —Hoy las fuerzas de la oscuridad son lentas en desenfundar..

    —Olvidé qué decirte que quiero mostaza. Ah y Jen quiere una samosa.

    —¿Como la de un perro o diferente?

    —Diferente.

    —Vale. - Lindsey y Jen estaban en el perímetro con un ojo en los movimientos del enemigo mientras Vive iba a por suministros. Ahora eran todas veteranas profesionales con dos o tres acciones bajo sus cinturones. Todas ellas habían sido gaseadas o electrocutadas al menos una vez. Jen incluso había pasado una noche en un pacificador del cual todas aprendieron una oportuna lección sobre la importancia de la alimentación antes del partido: los prisioneros de guerra no comían durante al menos transcurridas las primeras doce horas. Bastante malo en cualquier caso, pero peor cuando ibas hasta arriba de endorfina para la fiesta. Subirte el BMR de verdad te abría el apetito.

    Había una fila de máquinas expendedoras alineadas en una pared alejada de la concurrencia: cabinas médicas, dispensadores de moda, paneles de comida empaquetada. Vive se abrió camino con el hombro a través de la multitud, con objetivo en un Donair holográfico girando en el espacio como un Santo Grial comestible.

    Alguien la agarró por detrás.

    Antes de que pudiera reaccionar, estaba dentro de una de las cabinas médicas, aplastada contra el panel de sensores. Una mujer con pelo rubio hasta los hombros la clavaba allí, mano extendida contra su esternooon. Ella no era del equipo. Tenía un visor a lo largo de los ojos, una mochila y el resto de ella tampoco era de un Rifter. Una peatona cabreada, quizá, pillada en el tumulto.

    La puerta de la cabina médica puerta siseó hasta cerrarse tras ella, bloqueando los decibelios del exterior. La mujer se inclinó hacia atrás, abrió un poco el espacio en el atestado recinto.

    —¿Qué pasa ahí? - dijo la mujer.

    —Esto es de muy muy mala educación. - respondió rápido Vive. —También el secuestro, probablemente. Tampoco es que...

    —¿Por qué estás...? - La mujer hizo una pausa. —¿Por qué llevas ese traje? ¿Qué está pasando?

    —Es una fiesta en la calle. Supongo que nunca te han invita...

    La mujer se inclinó, acercándose gradualmente. Vive cerró el pico. Había algo sobre aquella situación que estaba empezando a darle seria pausa.

    —Responde. - dijo la mujer loca.

    —Somos... somos Rifters. - le dijo Vive.

    —Rifters.

    —Lenie Clarke está en la ciudad. ¿No lo has oído?

    —Lenie Clarke. - La mujer loca retiró la mano del pecho de Vive. —No me digas.

    —En serio.

    Un súbito sonido tenue, como una ola distante, se filtró desde fuera. La mujer loca no pareció notarlo.

    —Esto es de locos. - Ella negó con la cabeza. —¿Qué váis a hacer, exactamente, cuando aparezca Lenie Clarke?

    —Mira, sólo estamos aquí para ver qué ocurre. Yo no invento los hilos, ¿de acuerdo? Conseguir un autógrafo, quizá. Un gramo de carne o dos, si es que hay suficiente para todos.

    De pronto, esa voz se había vuelto muy plana y muy terrorífica...

    —Podría matarme. - pensó Vive.

    Mantuvo su propia voz dulce y razonable. Sumisa, incluso: —No te hacemos daño. No hacemos daño a nadie.

    —En serio. - La mujer loca se inclinó más cerca: —¿Estás segura de eso? ¿Acaso tienes la más ligera pista sobre quién es esta Lenie Clarke?

    Vive reventó.

    No era un plan. Al menos, no era uno muy bueno. La cabina médica apenas tenía espacio para las dos y la puerta estaba detrás de la mujer loca: no había espacio que rodear. Vive saltó hacia adelante como un resorte, como un perro acorralado, tratando desesperadamente de pasar escurriéndose. Ambas cayeron chocando con la puerta, la puerta, obligada, se abrió deslizándose.

    Incluso en esa fracción de segundo, Vive lo percibió: un moscabot cercano, escupiendo advertencias enlatadas sobre dispersión ordenada. El movimiento de la multitud, ya no vago y difuso sino concentrado, empujó como un banco de krill en una red de pesca. La conversación se disipó y empezaron los gritos.

    La fase de rebaño había empezado.

    La inercia de Vive se llevó consigo a la mujer loca menos de un metro antes del borde donde la multitud empujó. El rebote las metió a las dos de vuelta al interior de la cabina. Vive se lanzó bajo el brazo de la otra mujer... un súbito dolor en un ojo...

    —¡Auh!

    ... y una mano cerrada en torno a su garganta la impulsó hacia atrás. Sus piernas salieron disparadas bajo ella, sus pies tropezaron brevemente con alguna anónima partícula de la multitud hasta que los retiró con un grito y la puerta se cerró de nuevo, aislando el mundo exterior hasta un vago rugido.

    —Oh, mier...

    Aviva Lu se sentaba en el suelo de la cabina médica con las piernas extendidas delante de ella y obligó a sus ojos a mirar hacia arriba. Las piernas de la Mujer Loca. La entrepierna de la Mujer Loca.

    Parecía como si hubiera pasado una eternidad en mover los ojos y Vive estaba aterrorizada de lo que encontraría cuando lo hiciera...

    —Espera un segundo...

    Allí, justo a la izquierda del esternón de la Mujer Loca... un roto en su ropa, un brillo metálico en media luna..

    —Eso es lo que me cortó. Algo metálico en su pecho. Sobresaliendo de su pecho...

    La mano de la mujer loca.

    Agarrando su visor, roto en la pelea, un auricular roto. La garganta de la mujer loca, una sudadera de cuello vuelto cubriendo la herida.

    Los ojos de la mujer loca.

    ¿Qué había dicho ella?

    Cierto: —¿Acaso tienes la más ligera pista sobre quién es esta Lenie Clarke?

    —Oh, uau. - dijo Aviva Lu.

    —Estás de broma. - dijo Lenie Clarke.

    Estaban de pie una frente a la otra respirando el aire de la cabina médica.

    —Un hilo dijo que quedaste infectada con nanobots que podían reproducirse fuera de tu cuerpo y empezar incendios cuando alcanzaban la población suficiente. Decían que ibas por el jodido mundo para infectar a todos los demás para que todos tuvieran ese poder algún día.

    —Es una bobada. - dijo Clarke. —Todo eso es mierda. No sé cómo ni consiguió empezar.

    —¿Todo? - Vive no sabía lo que pensar de todo esto. Para ser la Madona del Apocalipsis, Lenie Clarke no parecía tener ni idea. —Estás en una especie de cruzada o acaso no...

    —Oh, estoy en una cruzada, seguro. - Lenie mostró un sonrisa que Vive no pudo descompilar. —Es que no creo que a ninguno de vosotros le guste verla tener éxito.

    —Bueno, estuviste abajo en el océano. - dijo Vive. —Durante el Gran Desastre. ¿Que pasó allí abajo? No podía ser todo detritus, ¿cierto? ¿Y en la Zona? Y...

    —¿Qué está pasando aquí mismo? - dijo Lenie.

    Vive tragó. —De acuerdo.

    —¿Cómo supieron sobre mi? ¿Cómo lo supiste tú?

    —Bueno, como he dicho, alguien extendió la palabra.

    Lenie negó con la cabeza: —Supongo que me atraparían ahora mismo si no fuese por... - Vagos sonidos del tumulto se filtraban desde fuera. —...eso.

    —Bueno, nunca te localizaron en visual. - dijo Vive. —Hay unas cuantas Lenie Clarkes ahí fuera y tú no te pareces a ninguna de ellas.

    —Ya. ¿Y cuántas de ellas tienen el pecho lleno de maquinaria que combinen con las tapas oculares?

    Vive se encogió de hombros: —Probablemente, ninguna. Pero...oh oh, los moscabots....

    —El moscabot. - La Madona del Apocalipsis respiró hondo. —Si aún no me han localizado, voy a ser un gran arcoiris brillante de EM al segundo de salir fuera.

    —Me preguntaba por qué no habían interferido nuestros relojes. - dijo Vive. —No quieren confundir tu señal.

    —¿Y si espero aquí dentro hasta que todo el mundo se marche?

    —No funcionará. He pasado por esto antes, media hora máximo antes de gaseen todo el lugar y entren.

    —Mierda. Mierda. - Lenie miró por la cabina como una especie de alienígena enjaulado.

    —Espera un segundo. - dijo Vive. —¿Están buscando tu firma exacta o sólo cualquier viejo EM?

    —¿Cómo voy a saberlo?

    —Bueno, ¿cuántos de tus implantes brillan?

    —Un montón de mioeléctricos. Fuente potenciada para el ensamblaje por electrólisis y los reservorios de humedad, por supuesto. Y el vocificador. - La Rifter sonrió, un pequeño desafío. —¿Esto significa algo para ti?

    —Como un corazón artificial, sólo que más fuerte.

    —¿Tienes amigos con un corazón falso? Quizá pudiera usarlos como señuelo.

    —Les beus podrían registrar a todo el mundo con implantes y clasificarlos después. - pensó Vive. —Aunque no necesitas un señuelo. Sólo necesitas interferir tu propia señal. No deberías emitir más que dos miligauss, máximo. La línea eléctrica estándar del muro enmascaría eso, pero luego no serías capaz de alejarte del muro. Y los relojes y los visores no tienen la fuerza de campo.

    Lenie ladeó la cabeza. —¿Eres una clase de experta?

    Vive le devolvió la sonrisa. —¡Señorita, esto es Yankton! Hemos estado haciendo electrónica desde antes del Cinturón de Polvo. Lins dice que inventaron el moscabot aquí, pero Lins suelta un montón de chorradas. Se supone que deberíamos estar estudiando para los cursos prácticos mientras hablamos, en realidad, pero esto sonaba más divertido.

    —Divertido. - Aquellos fríos ojos negros; más transparentes, notó Vive, que la pasta que llevaban todos los demás; la miraban desde arriba. —Esa es la palabra que yo habría usado.

    Una bombilla se encendió en la cabeza de Vive.

    —Hey. - dijo ella. —Hay algo que emite un poco de campo. Portátil también. Sería delicado... tendríamos que jugar con sus tripas o atraería toda clase de atención equivocada. Pero al menos no haría falta que estuvieras por aquí para esa parte.

    —¿Sí? - preguntó Lenie.

    —Oh sí. - le dijo Vive. —No hay problema.

    Les beus - tenían a la multitud acordonada y estaban empujándola hacia atrás a lo largo de la concurrencia.

    Los Rifters del borde estaban siendo electrocutados, por supuesto pero, al menos, nadie había dejado caer bombas de gas todavía. La multitud se movía como un océano, grandes barridos de olas que emergían milagrosamente desde la agitación constreñida de un millón de partículas atrapadas. La comparación iba más lejos aún, sabía Vive: el océano humano tenía contracorrientes, conmociones. La gente podía ser succionada debajo y pisoteada.

    Ella dejó que la corriente la llevara. Jen y Lindsey oscilaban tras ella a cada lado.

    Vive lo había contado a las dos amigas, éstas lo habían contado a dos amigos y así en adelante.

    Toda fisión alrededor de ellas estaba teniendo lugar, justo bajo la superficie.

    Apenas se podía ver al principio. La gente se esforzaba para atravesar la multitud por todos lados, embistiendo contra la corriente hasta que estaban sólo a un brazo o dos de distancia de Vive. Se intercambiaban miradas de reojo y asentamientos de cabeza. La turbulencia local subsidía sólo un poquito mientras amigos y aliados se anclaban entre sí contra el tira y empuja.

    En unos minutos, Aviva Lu era la diana en un atestado círculo de calma.

    Tres moscabots se aproximaban en formación un par de metros por encima de la multitud, recitando las trivialidades usuales para disturbios. Vive miró a Jen. Jen negó con su visor en cabeza. Las máquinas pasaron de largo, las bocas retrocedieron a sus agujeros en sus barrigas.

    Jen tiró de su manga, hizo un gesto: otro bot apareciendo en la concurrencia. Vive deslizó su propio visor sobre los ojos y amplió la imagen objetivo. Sin compuertas de armas obvias ni electrodos de arco. Pura vigilancia, era este. Nota tomada glorificada. Vive miró de nuevo a Jen, a Linse.

    Ambas asintieron.

    Vive se quitó el visor y lo enganchó en su cinturón. Aún había cosas para las que necesitabas tus propios ojos. Rodeó a Jen y Lindsey por los hombros, sólo tres viejas amigas pasando un buen rato, nada que ver aquí. La muchedumbre bloqueaba cualquier vista de Vive alzando sus piernas, ahora apoyaba su peso sobre los hombros de sus amigas, ahora la mayoría de él pesaba sobre los estribos que Jen y Lindsey habían improvisado entrecruzando sus manos. El bot navegaba acercándose, escaneando a la multitud. Quizá estaba interesado en aquel curioso nudo de estabilidad dentro de la tormenta browniana. Quizá estaba de camino hacia algún otro lugar.

    Si así fue, nunca llegó a su destino.

    El moscabot estaba fuera de alcance para cualquiera que saltara desde el suelo sin ayuda, pero era una marca sencilla para alguien impulsado por las endorfinas y un lanzamiento de dos fases. Jen y Lindsey rebotaron en una rápida flexión de rodillas y se levantaron lanzando a Vive en el aire. Al mismo tiempo, Vive se impulsó contra sus manos. Abrazó su ÜberNena - interior, las endorfinas cantaron a través de su cuerpo. El moscabot flotó hacia su abrazo como un hermoso gran huevo de pascua. Ella lo envolvió con sus brazos y lo abrazó firmemente.

    El bot nunca tuvo la menor oportunidad. Construído enteramente de polímeros de peso pluma y vejigas vacías, el efecto neto de su elevador no podía haber sido más de un kilo o dos. Aviva Lu lo trabó como una bola sin cadena, lo derribó dentro de sus brazos hacia la hospitalaria multitud.

    Un rugido llegó de todos lados. Vive conocía ese sonido sin palabras y sabía lo que significaba:

    —Primera Sangre.

    Aunque no la última. Ni mucho menos.

    Aplastaron el moscabot contra el suelo, apantallado por un bosque ondulante de cuerpos humanos. Salieron después los grupos de lentes y la antena. Serían todos salmón ahumado si no conseguían desconectar el bot verdaderamente rápido. No era sencillo. La tecnología moderna hacía mucho tiempo que había averiguado cómo combinar ligero - con fuerte - y la evolución tampoco había inventado la forma del huevo sin ninguna razón. Jen y Linse habían sacado sus kits de herramientas.

    Por todas partes, los sonidos se intensificaron.

    Los chillidos se tornaron gritos, subiendo brevemente, luego se perdieron en el rugido ambiental. Algo explotó en la cercanía. Una bocina electrónica sonó en la distancia como una sirena de cuarentena. La notificación oficial de que la poli estaba en modo de guerra.

    El espectáculo antes del partido había acabado.

    Empezaba la primera parte.

    Algo hizo...

    ¡BANG!

    ... justo en el oído de Vive, ella dió un salto, se chocó contra un par de piernas. Jen, un poquito demasiado ansiosa por cortar el caparazón, había perforado una de las vejigas de vacío. Un alto tono puro aplastó el sonido del disturbio. Vive negó con la cabeza.

    Una mano sobre su hombro. Linse en su cara, vocalizando lo conseguí - sobre el tono de dial en la cabeza de Vive. Jen alzó un collar de chipsópticos y una batería, atados en el medio con fibraóptica fina. Tras ella, su guardian de buffer tartamudeaba contra algún compacto conductor. El espacio empezó a colapsar alrededor de ellas.

    —Adelante.

    Vive agarró el collar y se puso de pie. Una tormenta humana se agitaba y colisionaba por todos lados. Apenas podía ver por encima de ella. A quince metros de distancia, una falange de moscabots estaba en ruta de descenso como los Cuatro Jinetes. Algún bufón con muelles en las suelas brincó en el aire y tiró del que iba en cabeza.

    Un diminuto relámpago trazaba un arco entre saltador y saltado. El chico muelle pasó grand mal - en mitad del aire y cayó de vuelta sobre la mêlée.

    El moscabot, sin amilanarse, se dirigía directo a por Vive.

    —Oh mierda. La conmoción la empujó hacia atrás.

    Sus pies se enredaron en la carcasa del flotador desmembrado. La abertura en la multitud había colapsado por completo, los cuerpos se comprimían por todas partes e impidieron que ella cayera.

    Vive despegó los pies del suelo. La multitud la llevaba como si estuviera levitando. Los despojos pasaban por debajo.

    Aún así, los moscabots venían hacia ella. —No hemos sido lo bastante rápidas. El bot disparó una señal, envió una imagen...

    Podía ver sus electrodos. Podía ver sus compuertas de armamento. Incluso podía ver sus ojos, observándola fríamente tras sus blindajes oscurecidos...

    —Justo encima de mi cabeza.

    Pasaron de largo.

    —Iban a por Jen y Linse. - Vive giró el torso para seguir a los bots en su persecución. —Mierda, acaban de salir, no tienen suficiente ventaja, las van a...

    Justo fuera del campo izquierdo, otro moscabot cargaba a la vista y embestía al líder.

    —¿Qué...

    El cabeza de la falange resbaló lateralmente, fuera de control. El moscabot atacante viró y cargó contra el siguiente en la fila. Vino hacia abajo desde encima, golpeando a su presa y derribándola un metro o así.

    Lo suficiente. La multitud se sacudió y lo engulló en una hambrienta ola aulladora.

    Mal movimiento ese. Un bot de vigilancia era una cosa, pero aquellos otros estaban armados.

    Alaridos. Gritos. Humo levantándose. El moscabot sumergido ascendió triunfante de entre la multitud.

    La multitud trató de arrastrarlo de vuelta al epicentro, se esmeró en su propia bulliente resistencia. Una ola se propagó a lo largo del disturbio, el pánico se extendió aún cuando el ataque de pánico no podía.

    El moscabot rebelde estaba cargando otra vez. Sus objetivos empezaron a reagruparse.

    —¿Qué demonios está pasando? - se preguntó Vive. Después: —Una pausa afortunada. No la desperdicies.

    Diez o quince metros hasta las cabinas médicas. Caos sólido en el camino. Vive empezó a empujar. Aún había gente cerca que se había apuntado al plan y se retiraron tanto como pudieron tratando de separar el Mar Rojo para que ella pasara. Aún así, fue empezar y parar todo el camino, demasiado fuera de ritmo, demasiada locura en el campo de batalla. Hasta la mitad de la gente que había agarrado el hueso, lo había soltado de nuevo.

    —La vi.

    Una voz de K, en calma pero lo bastante amplificada para oirse por encima del ambiente. Vive echó un vistazo sobre su hombro.

    El moscabot rebelde estaba hablando: —La vi salir del océano. Vi lo que...

    Uno de los bots de asalto disparó. El rebelde trastabilló en mitad del aire, osciló peligrosamente.

    —... vi lo que hicieron en la Zona.

    La cabina médica se abrió.

    Clarke estaba de pie, enmarcada por el umbral.

    Vive se inclinó más cerca y le entregó el collar: —¡Mantén esto en alto cerca de tu pecho! - gritó ella. —¡Enmascara la señal!

    La Rifter asintió.

    Alguien se resbaló entre ellas, gritando y lanzando puños indiscriminados. Lenie respondió martilleando aquella cara de pánico hasta que desapareció bajo la superficie.

    —Enviaron una ola de marea para matarla. Enviaron un terremoto. Fallaron.

    Lenie Clarke se giró hacia la voz. Sus ojos se estrecharon hasta blancas rendijas sin detalles. Su boca se movió, formando palabras ahogadas en el rugido:

    —Oh, mierda...

    —¡Tenemos que irnos! - gritó Vive.

    Alguien la empujó directa contra las tetas de Lenie.

    —¡Por aquí!

    —Están quemando el mundo entero para atraparla. Así es de importante. No podéis...

    Quejidos. Retroalimentación. El sonido de circuitería chispeando. De pronto, la Rifter pareció arraigada en mitad del aire.

    —...No podéis permitir que la tengan...

    Los cuatro jinetes se liberaron. El rebelde giró descendiendo entre la multitud, expulsando llamas. Gritos recientes. Los jinetes se reagruparon y retomaron su rumbo original.

    —¡Venga! - aulló Vive. Lenie asintió.

    Vive la condujo a lo largo del muro.

    La siguiente alcoba conducía a un lavatorio público. Estaba atascado con sucedáneos de Rifter y peatones atrapados desperados por que se acabara la fiesta. Estaban quietos la mayor parte, acurrucados como Refugiados bajo un puente, escuchando el silenciado golpeteo llegando a través de las paredes.

    Dos simpatizantes sujetaban una de los puestos. Ya habían derribado sus paneles del techo.

    —¿Eres Aviva? - preguntó una de ellos, parpadeando deprisa con sus tapas oculares falsas.

    Vive asintió, se giró hacia Clarke. —Y esta es...

    Algo indefinible pasó por la sala.

    —Mierda. - dijo uno de los simpatizantes en voz muy baja. —No creí que fuera real.

    Lenie Clarke inclinó su barbilla en un medio asentimiento. —Bienvenido al club.

    —Así que, ¿entonces es verdad? Los incendios y el Gran Desastre y que vas por ahí violando cadáveres...

    —Probablemente no.

    —Pero...

    —No tengo tiempo para comparar notas. - dijo Clarke.

    —Oh... de acuerdo, por supuesto. Perdón. Podemos llevarte hasta el río. - La simpatizante torció la cabeza. —¿Aún tienes una inmersopiel?

    Lenie llevó el brazo tras su propio hombro y dió una palmada a su mochila.

    —Vale. - dijo el otro simpatizante. —Vámonos. - Ella se apoyó sobre el toilet, saltó, sujetó un agarre en la oscuridad y se balanceó fuera de la vista.

    El primer simpatizante miró alrededor hacia el montón ensamblado: —Dadnos quince minutos, tíos. Lo último que necesitamos es una procesión entera emoujando por ahí en los conductos de ventilación, ¿de acuerdo? Quince minutos y podéis hacer todo el ruído que queráis. Asumiendo que queráis dejar la fiesta, es decir. - Ella se giró hacia Vive. —¿Vienes?

    Vive negó con la cabeza. —Se supone que tengo que reunirme con Jen y Linse en la fuente.

    —Sírvete tú misma. Nosotros nos vamos. - La otra simpatizante estribó sus manos, las tendió hacia Clarke. —¿Quieres un impulso?

    —No gracias. - dijo la Rifter. —Puedo arreglármelas.

    Aviva Lu era una veterana de insurgencia civil. Pasó el resto de la acción contra las paredes y en las esquinas, las áres de baja turbulencia donde se podía mantener tus pertenecias y tu equilibrio sin ser pisoteada. Les beus - sacaron la artillería pesada en tiempo récord. La última visión de libertad de Vive fue el paisaje de un moscabot fumigando a la multitud con halotano. No importaba. Se fue a dormir sonriendo..

    Aunque cuando despertó, no estaba en Retención con los demás. Estaba en una salita blanca sin ventanas ni mobiliario, excepto por la mesa del diagnóstico sobre la que había despertado. Una voz de hombre le habló a través de las paredes. Era una voz bonita, podía haber sido sexy bajo circunstancias más felices.

    El hombre tras la voz sabía más sobre el papel de Vive en el disturbio de lo ella esperaba. Sabía que había conocido al Lenie Clarke en carne y hueso. Sabía que había ayudado a destruir el moscabot. Vive supuso que lo había descubierto por Lindsey o Jennifer. Probablemente, también las habían atrapado. Pero el hombre no habló de las amigas de Vive ni de nadie. Ni siquiera parecía muy interesado en lo que Lenie Clarke había dicho, lo cual sorprendió a Vive un poco. Ella había estado esperando un tercer grado con inductores y neuroseparadores y la inyección entera. Pero no. En lo que el hombre parecía verdaderamente interesado era en el corte del ojo de Vive. ¿Se lo había hecho Clarke? ¿Cuál fue la proximidas del contacto entre ellas dos?

    Vive soltó los comentarios obvios con sus sobretonos lésbicos obvios pero, en lo más hondo, se estaba preocupando de verdad. Aquella voz no estaba jugando ninguno de los juegos de intimidación habituales. No amenazaba ni la insultaba ni le decía cuántas reconexiones sinápticas iba a recibir hasta convertirla en una buena ciudadana. Sólo sonaba muy, muy triste de que Aviva Lu hubiera sido lo bastante tonta para involucrarse con todo este asunto de Lenie Clarke.

    Muy triste porque, aunque el hombre nunca lo dijo en voz alta realmente, ahora no había nada que él pudiera hacer.

    Aviva Lu se sentaba temblando sobre una mesa en una salita blanca y se meó encima.

Capítulo 54

    

Capítulo 54 - Crucifixión, con Arañas

    —Soy Patricia Rowan. Ken Lubin está conectado en el quiosco del salón justo debajo de su oficina. Por favor, dígale que quiero verlos a los dos. Estoy en la sala de conferencias de Admin-411. No le dará problemas.

    Veintiseis horas catorce minutos.

    Con bastante seguridad, Lubin estaba cauled en el cuadrículo terminal junto a la escalera. Evidentemente, nadie había desafiado su presencia allí.

    —¿Qué estás haciendo? - dijo Desjardins detrás él.

    El otro hombre negó con la cabeza. —Intentando llamar a alguien. No responde. - Se quitó los auriculares.

    —Rowan está aquí. - dijo Desjardins. —Ella... ella quiere vernos.

    —Ya. - Lubin suspiró y se puso en pie. Su cara seguía impasible, pero había resignación en su voz.

    —Ya estaba tardando. - dijo él.

    Dos unidades de cirugía prefabricadas, mallas cúbicas proyectadas por brillantes luces superiores. Sus paredes giraban con la vaga iridiscencia de las pompas de jabón si las mirabas con el ángulo adecuado. De lo contrario, las cosas en su interior; las correas, los tableros de operación, la maquinaria multiarmada posada encima de ellos; parecía completamente abierta al aire de la habitación. Los vértices de cada cubo parecían tan arbitrarios e inútiles como las fronteras políticas.

    Pero los mismas paredes de la sala de conferencias relucían de igual forma sutil, notó Desjardins. El lugar entero había sido rociado con membrana aislante.

    Patricia Rowan, iluminada desde atrás, permanecía entre la puerta y los módulos: —Ken. Me alegro de verte de nuevo.

    Lubin cerró la puerta: —¿Cómo me has encontrado?

    —El Dr. Desjardins te ha vendido, por supuesto. Pero seguro que eso no te sorprende. - Sus lentillas parpadearon con datos de inteligencia fosforescente. —Dado tu problemilla, me inclino a pensar que le has impulsado en esa dirección tú mismo.

    Lubin avanzó unos pasos.

    —Más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio. - dijo Rowan.

    Algo cambió en la postura de Lubin, un breve momento de teeetanos, apenas perceptible. Luego, se relajó.

    —Fase de activación. - notó Desjardins. Alguna subrutina acababa de ser activada en el córtex de Lubin cortex. En el espacio de un suspiro, su agenda había cambiado de...

    —El comportamiento del Sr. Lubin está gobernado por reflejos condicionados..., recordó él. —Es improbable que le considere a usted una amenaza a menos que...

    —Oh, Jesús. - Desjardins tragó con una boca seca de repente. —No le acaba de poner en marcha, ella le está desactivando... Y estaba viniendo a por MÍ...

    —... sólo era cuestión de tiempo, de todos modos. - estaba diciendo Rowan. —Hay un par de brotes en California que no encajan con las gráficas. Estoy suponiendo que has pasado algún tiempo en... ¿una isla de Mendocino?

    Lubin asintió.

    —Tenemos que quemar por completo ese lugar. - continuó la cuerpo. —Era una vergüenza... ya no quedan muchos sitios con vida salvaje real. No podemos permitirnos perder ninguna de ellas. Aún así, no nos has dado elección.

    —Espera un minuto. - dijo Desjardins. —¿Está infectado?

    —Por supuesto.

    —Entoces, debería estar muerto. - dijo Lubin. —Salvo que sea inmune por alguna razón...

    —No lo eres. Pero eres resistente.

    —¿Por qué?

    —Porque no eres del todo humano, Ken. Eso te da un margen.

    —Pero... - Desjardins se detuvo. No había membrana aislando a Patrician Rowan. A pesar de todas las precauciones disponibles, todos estaban respirando el mismo aire. —Usted es inmune. - concluyó él.

    Ella inclinó la cabeza. —Porque soy incluso menos humana que Ken.

    A modo de experimento, Lubin puso la mano en la cara de uno de los cubos. La membrana de la pompa de jabón se separó alredor de su carne, se acomodó rodeando su antebrazo. Brillaba iridescente, conspícua, se disipaba cuando Lubin dejaba la mano completamente inmóvil.

    Él gruñó.

    —Cuanto antes empecemos, antes acabaremos. - dijo Rowan.

    Lubin cruzó la membrana. Durante un instante, la cara entera del cubo osciló con aceitosos arcoirís, luego él quedó en su interior y la membrana se aclaró restaurando su integridad.

    Rowan miró a Desjardins. —Muchas de nuestras proteínas, particularmente enzimas, no funcionan bien en el fondo del mar. Me han dicho que la presión las exprime en formas subóptimas.

    El cubo de Lubin se oscureció ligeramente cuando le siguió el campo de esterilización, como si su piel casi hubiese engordado. No lo había hecho, por supuesto, la membrana aún era una única molécula. Aunque la tensión superficial había aumentado. Lubin no podría ahora lanzar toda su considerable masa contra aquella barrera y hacer que se abriera. Se prolongaría, se alargaría, se distorsionaría y la pura inercia podía arrastrarla hasta la mitad de la sala como un calcetín de goma con un peso en el fondo. Pero no se rompería y, después de pocos segundos, se tensaría y se retractaría de vuelta a sus dos dimensiones.

    Y Lubin aún quedaría dentro.

    Desjardins encontró aquello vagamente reconfortante.

    Rowan alzó la voz una fracción: —Desnúdate, Ken, por favor. Deja tus ropas en el suelo. Oh, y hay un casco colgando del teleoperador. Quizá viste eso durante el procedimiento. - Ella se giró hacia Desjardins. —En cierto momento, tuvimos que ajustar a nuestra gente antes de que pudiéramos enviarla a la dorsal. Retroeditamos algunos genes de peces abisales.

    —Alice decía que las proteínas de peces abisales son... rífidas. - recordó Desjardins.

    —Eran más difíciles de romper, sí. Y dado que el azufre del cuerpo queda encerrado en las proteínas, al βehemoth le lleva más tiempo robarlas de un Rifter. Pero nosotros sólo respaldamos las moléculas más sensibles a la presión. El βehemoth aún puede llegar a las otras. Sólo requiere más tiempo comprometer la maquinaria celular.

    —Salvo que se respalde todo. - dijo Desjardins. —Las cosas pequeñas, al menos. Todo bajo cincuenta o sesenta aminos es vulnerable. Algo sobre los puentes de disulfuro, aparentemente. Varía con el individuo, por supuesto, los vectores pueden permanecer asintomáticos durante un mes o más, pero el único modo verdadero...

    Ella se encogió de hombros: —En algún momento, me volví medio pez.

    —Una sirena. - La image era absurda.

    Rowan le recompensó con una breve sonrisa. Miró a Lubin: —Ya conoces la rutina, Ken. Bocabajo, por favor.

    El tablero de operación estaba inclinado veinte grados. Ken Lubin, desnudo, cara enmascarada por el casco, con los brazos sobre ella como si se hubiera cansado de hacer flexiones.

    El aire reverberó y zumbó.

    Lubin quedó completamente inerte. La máquina insecto encima de él extendió sus brazos de pesadilla con demasiadas articulaciones y descendió para alimentarse.

    —Cielo Santo. - dijo Desjardins.

    Lubin acababa de ser apuñalado en una docena de sitios. Filamentos de mercurio serpentearon hasta sus muñecas y se conectaron a su espalda. Un catéter se había deslizado él solo hasta su culo, otro parecía haber envuelto su pene. Algo cobrizo reptó dentro de su nariz y boca. Los cables recorrieron su cara, anidaron bajo el casco. La mesa misma estaba de pronto punteada con finas agujas: Lubin estaba sujeto en el sitio como un insecto empujado contra las cerdas de un cepillo de alambre.

    —No es tan malo como parece. - remarcó Rowan. —Los campos de neuroinducción bloquean la mayoría del dolor.

    —Joder. - El segundo cubo, vacío y esperando, briló como una amenaza de inquisición.

    —¿Voy a...?, dudó Desjardins en voz alta.

    Rowan llevó los labios hacia adelante. —Dudo que sea necesario. Salvo que haya sido infectado, lo que parece improbable.

    —Él ha estado expuesto durante dos días, camino de tres.

    —No es viruela, doctor. Salvo que haya intercambiado fluídos corporales con el hombre o haya usado sus heces como compost, es muy posible que esté usted limpio. El barrido en su apartmento no reveló nada, aunque quizá le interese saber que su gato tiene la tenia.

    —Barrieron mi apartamento.. Desjardins trató de invocar algún sentimiento de ultraje. El alivio fue todo lo que acudió: —Estoy limpio. Limpio...

    —Tendrá que pasar por terapia genética, claro. - dijo Rowan. —Para que pueda permanecer limpio. Es bastante cara, por desgracia.

    —¿Cómo de cara?, pidió Desjardins.

    Ella sabía exactamente lo que estaba preguntando. —Demasiado cara para inmunizar a nueve mil millones de seres humanos. No a tiempo, al menos. La vasta mayoría de la población mundial nunca ha sido secuenciada siquiera. Y aún cuando pudiéramos, aún habría... otra especie. No podemos invertir el diseño de toda la bioesfera.

    Había esperado una respuesta como esa, por supuesto. Aún así, la recibió como un golpe.

    —De modo que el confinamiento es nuestra única opción. - dijo ella tanquilamente. —Y como ya debe saber, alguien está intentando prevenir eso.

    —Ya. - Desjardins la miró. —¿A qué se debe eso, exactamente?

    —Queremos que usted lo averigüe.

    —¿Yo?

    —Ya hemos puesto a nuestra propia gente en ello, por supuesto. Le pondremos al corriente. Pero ha estado excediendo las proyecciones de actuación entre los miembros del consejo y usted fue el que hizo el descubrimiento, después de todo.

    —No me costó mucho dar con ello. Me refiero a que habría que estar ciego para no verlo, una vez que se sabe lo que se busca.

    —Bueno, ese es el problema, ¿verdad? No estuvimos buscando. ¿Para qué ibamos a hacerlo? ¿Por qué iba alguien a lanzar redes en el Maelstrom buscando los nombres de Rifters muertos? Y ahora resulta que todo el mundo conoce a Lenie Clarke excepto nosotros. Hemos tenido la mejor maquinaria del mundo para reunir información y cualquier chaval con un reloj de pulsera robado sabe más que nosotros. - La corporativa respiró hondo como si ajustara algún gran peso sobre su espalda. —¿Cómo ha ocurrido eso, supone usted?

    —Pregunte al chaval con el reloj de pulsera. - dijo Desjardins. Movió la cabeza hacia Lubin que se agitaba dentro de su burbuja. —Si tuvieran algo más, lo sabrían todo en dos segundos.

    —Todo lo que el chico sabe, quizá. Que es como decir nada.

    —Pero acaba de decir...

    —Casi la atrapamos, ¿sabía usted eso? - dijo Rowan. —Ayer mismo. Una vez que usted nos dió las pistas que filtramos a través de la barcia y la localizamos en Dakota del Sur, la acorralamos y encontramos que la mitad de la ciudad estaba interferiendo la señal por ella. Se escapó.

    —Aunque interrogaron a los fans.

    —Convocados por una voz en el Maelstrom. Alguien ahí fuera está preparando las tropas.

    —¿Quién? ¿Por qué?

    —Nadie lo sabe. Aparentemente sólo salta en las conversaciones casuales y empieza a animar al equipo. Dejamos todo tipo de cebos cuando lo descubrimos pero, hasta ahora, no habla con nosostros.

    —Uau. - dijo Desjardins.

    —¿Sabe lo que es de verdad irónico? Que pensamos que algo así podría suceder. Tomamos precauciones contra ello.

    —¿Estuvieron esperando esto?

    —No especificalmente, por supuesto. Todo ese asunto Rifter sólo salió del campo que dejamos. - Rowan suspiró, su cara estaba totalmente en la sombra. —Aún así, las cosas salieron mal. No pensamos que un tipo llamado Murphy se diera cuenta, pero sí. Por lo que a QuimCog le concernía, sólo era alguna basura meme que los geles estaban extendiendo.

    —¿Los geles están detrás de esto?

    Ella negó con la cabeza. —Como he dicho, tomamos precauciones. Rastreamos cada nodo contaminado, los particionamos y los remplazamos. Nos aseguramos de que no quedara rastro del meme, sólo para estar absolumante seguros. Pero aquí está, de algún modo. Reproducido por metástasis, mutado y renacido. Y todo lo que sabemos es que, esta vez, los geles no están detrás de eso.

    —Pero lo estuvieron antes, ¿es eso lo que está usted diciendo?¿Que ellos... empezaron a rodar la bola?

    —Quizá. Érase una vez.

    —¿Por qué, por amor de Dios?

    —Bueno, eso es lo gracioso. - admitió Rowan. —Le dijimos que lo hiciera.

    Rowan lo envió todo directamente a sus entradas de datos.

    Incluso había demasiado para que un criminal optimizado lo asimilara de golpe, pero los sumarios ejecutivos lo redujeron en quince segundos: la creciente amenaza, la rabiosa desconfianza mutua, la reluctante rendición final por el control de una intelligencia alienígena con su propio insospechado concepto sobre las virtudes de la parsimonia.

    —Jesús. - dijo Desjardins.

    —Lo sé. - coincidió Rowan.

    —¿Y cómo Cristo tomó Lenie Clarke el control?

    —No lo hizo. Por eso es una locura. Hasta donde sabemos, ella ni siquiera pensaba que todo el mundo la conocía hasta llegar a Yankton.

    —Ah. - Desjardins hizo un puchero con los labios. —Aún así. Lo que sea que está ahí fuera, se está aprovechando de ella.

    —Lo sé. - dijo ella en voz baja y miró hacia Lubin. —Ahí es donde entra él.

    Lubin se agitaba y retorcía bajo el contínuo asalto. Su rostro, al menos la parte no cubierta por el casco, permanecía inexpresivo.

    —¿Qué está viendo ahí dentro? - preguntó Desjardins.

    —Estadísticas informativas. Para su próxima misión.

    Él observó un poquito más: —¿Me hubiera matado?

    —Lo dudo.

    —¿Quién es...?

    —Ya no es alguien del que tenga que preocuparse.

    —No.. Desjardins negó con la cabeza. —Eso no es lo bastante bueno. Me rastreó a lo largo de un continente entero, irrumpió en mi casa, me...

    ... sacó la Horda Criminal del cuerpo pero, por supuesto, no iba a admitir tal cosa a Rowan, no ahora, por amor de Dios.

    —Entiendo que ha recibido una especie de interruptor de apagado y que ahora responde a SUSórdenes, Sra. Rowan. ¿Quién es? , se limitó a decir.

    Él pudo verla encrespánsose. Durante un momento, pensó que había ido demasiado lejos. Ningún verdadero peón del yugo de la Horda Criminal se hubiera mostrado tan bocazas ante una superior como ella, Rowan lo sabría, las alarmas empezarían a sonar en cualquier momento...

    —El Sr. Lubin tiene, lo que podría llamarse, un problema de control de impulsos. - dijo ella. —Disfruta con ciertos actos que la mayoría encontraría desagradables. Él nunca se comporta... gratuítamente es la palabra, supongo. Pero a veces tiende a plantear situaciones que provoca una respuesta particular. ¿Ve lo que estoy diciendo?

    —Mata gente, pensó Desjardins atónito. —Provoca brechas de seguridad como excusa para matar gente.

    —Le estamos ayudando a lidiar con su problema. - dijo Rowan. —Y le tenemos bajo control.

    Desjardins se mordió el labio.

    Ella negó con la cabeza, una muestra de desaprobación en aquellas pálidas facciones:—βehemoth, Dr. Desjardins. Lenie Clarke. Pierda el sueño por eso si debe. Créame, Ken Lubin es parte de la solución. - Su voz subió una octava: —¿Verdad que sí, Ken?

    —No la conozco. - dijo Lubin. —No bien.

    Desjardins miró a Rowan, alarmado. —¿Es que puede oirnos?

    Pero ella respondió a Lubin. —La conoces mejor de lo que crees.

    —Tenéis... perfiles. - dijo Lubin. Sus palabras eran imprecisa, el campo de inducción debía de estar actuando en sus músculos faciales. —Ese psicólogo. Shcanlon.

    —Scanlon tenía sus propios problemas. - dijo Rowan. —Tú y Clarke tenéis mucho más en común. Similar perspectiva, similares trasfondos. Si estuvieras en su lugar...

    —Estoy en su lugar. Vine hasta aquí... - Lubin se lamió los labios. Un reguero de saliva brilló en la esquina de su boca.

    —Te admito eso. Pero supón que no tuvieras información ni autorización ni restricciones de comportamiento. ¿Qué es lo que harías a continuación?

    Lubin no habló. Su cara tapada no tenía ojos, tenía una máscara de alto constrate en su lugar. Su piel casi brillaba.

    Rowan avanzó un paso: —¿Ken?

    —Es fácil. - dijo él al fín. —Venganza.

    —¿Contra quién, exactamente?

    —La... AR. Intentamos matarnos, después todo. -

    Las lentillas de Rowan destellaron con datos recientes: —Nunca se la ha visto cerca de ninguna de las oficinas de la AR .

    —Ella asaltó a alguien en Hongcouver. - Un espasmo recorrió el cuerpo de Lubin. Su cabeza quedó colgando. —Buscando a Yves Shcanlon.

    —Pero Scanlon era su única pista, hasta donde sabemos. No la llevó a ninguna parte. No creemos que haya estado en la NAmPac durante meses.

    —Tiene otros resentimientos. - dijo Lubin. —Quizá ha ido... a su casa.

    Rowan frunció el ceño de concentración. —Sus padres, quieres decir.

    —Ella mencionó Sault Sainte Marie.

    —¿Pudo llegar hasta sus padres?

    —No sé.

    —¿Qué harías tú?

    —Seguiría... intentando...

    —Supón que están muertos. - sugirió Rowan.

    —¿Los hemos matado por ella?

    —No, supón que ya estaban... supón que llevan muertos desde hace mucho tiempo.

    Torpemente, Lubin negó con la cabeza. —La gente a la que más odia está... muy... viva....

    —Supón, Ken. - Rowan estaba impacientándose. —Un escenario teórico. Tienes una cuenta pendiente con la AR y otra con tus padres y sabes que nunca la resolverás con ninguno de ellos. ¿Qué haces?

    Movió la boca.

    Nada salió de ella.

    —¿Ken?

    —...redirección. - dijo él al fín.

    —¿Qué quieres decir?

    Lubin se sacudió como una marioneta ciega sin todas las cuerdas.

    —El mundo entero me ha jodido. Quiero... quiero devolverle el favor.

    —Agghh. - Rowan negó con la cabeza. —Ella ya está haciendo eso precisamente.

    Una crucifixión fue suficiente, como resultó. Aquiles Desjardins estaba limpio, si acaso aún vulnerable. La segunda cirugía, lista y esperando, no tenía interés en explorarle por dentro.

    Sólo quería transformarle en un lenguado.

    La pequeña cámara de los horrores de Lubin se había retirado por el momento. La mesa se había plegado en modo reclinado. El asesino se sentaba sobre ella mientras una araña mecánica correteó por su cuerpo sobre patas como bigotes de gato articulados.

    En el cubo adyacente, Desjardins miraba a un aparato idéntico sobre su propio cuerpo. Ya le había inyectado una media docena de virus infecciosos, cada uno conteniendo el código para un grupo diferente de proteínas a prueba de βehemoth. Habría otras inyecciones en los próximos días. Montones de inyecciones. La fiebre empezaría en una semana, la nausea ya estaba empezando.

    La araña estaba tomando líneas base: bacterias de la piel y el pelo, biopsias de los órganos, contenido intestinal. De vez en cuando le clavaba en la carne una probóscide del espesor de un cabello que provocaba un dolor difuso en los tejidos internos.

    La ingeniería inversa era traicionera estos días. Si no se tenía cuidado, los genes ajustados podían cambiar la microflora intestinal tan fácilmente como la carne del anfitrión. La E. coli podía pasar de comensal a cáncer con el giro de un par de bases. A algunas mentirosas bacterias se las había enseñado a deslizar algo de sus propios genes en portadores virales en ruta y por tanto, dentro de células humanas. Eso hacía languidecer a Desjardins por aquellos buenos gérmenes pasados de moda que simplemente se alimentaban de antibióticos.

    —No se lo has dicho. - dijo Lubin.

    Rowan les había dejado con sus propios aparatos. Desjardins miró al otro hombre a través de dos capas de membrana y trató de ignorar el creciente cosquilleo sobre su piel.

    —¿Decirle qué? - preguntó él al final.

    —Que te he quitado la Horda Criminal.

    —¿Sí? ¿Qué te hace estar tan seguro?

    La araña de Lubin tratabilló hasta su garganta y le pinzó el labio inferior. El asesino abrió la boca obligadamente y el robotito rascó por el interior de su mejilla con un apéndice hasta retroceder de vuelta hasta el torso.

    —De lo contrario, no nos hubiera dejado a solas. - dijo Lubin.

    —Pensé que estabas atado, Horacio.

    Él se encogió de hombros. —Una correa de muchas. No importa.

    —Joder, claro que importa.

    —¿Por qué? ¿Crees en serio que yo estaba tan fuera de control antes? ¿Crees que habría sido capaz de liberarte si pensara honestamente que supondrías una brecha?

    —Claro, mientras la sellaras después. ¿No es ese tu problema? ¿Que te engañas a ti mismo para matar gente?

    —Y yo soy un monstruo. - Lubin se reclinó en la silla y cerró los ojos. —¿Qué hace eso de ti?

    —¿De mí?

    —Vi a lo que estabas jugando cuando nos encontramos por primera vez.

    El calor se extendió por la cara de Desjardins. —Eso es una fantasía. Nunca haría eso en la vida real. Ni siquiera follo en la vida real.

    Lubin abrió un ojo y ensayó una sonrisa. —¿No te fías de ti mismo?

    —Es que tengo demasiado respeto por las mujeres.

    —¿En serio? Parece un poco inconsistente con tu elección de hobbies.

    —Es normal. Es estimulación cerebral.

    Había sido todo un alivio descubrir aquello por fín, ver que la agresión y el sexo compartían las mismas rutas de conexión a través del cerebro de los mamíferos, saber que su vergonzoso secreto era una herencia de millones de años de antigüedad, ubícuo en todas las negadas mentes civilizadas.

    —Pero Lubin, como si no lo supieras. Tú te tiras rocas cada vez que matas a alguien.

    —Ah. - la no-del-todo sonrisa de Lubin no cambió: —Y yo soy un monstruo, pero tú sólo eres un prisionero de tus impulsos internos.

    —Yo fantaseo. Tú matas gente. Ah,perdona, tú sellas brechas de seguridad.

    —No siempre. - dijo Lubin.

    Desjardins apartó la mirada sin responder. La araña corrió pierna abajo.

    —Alguien se salió con la suya una vez. - dijo una extraña voz baja detrás de él.

    Él se giró. Lubin estaba observando dentro del espacio, sin moverse. Hasta su araña había quedado en pausa como sobresaltada por algún súbito cambio en su substrato.

    —Ellla escapó. - dijo Lubin de nuevo. Casi sonó como si hablara para sí mismo. —Incluso puede que yo lo haya permitido.

    —Clarke, dedujo Desjardins.

    —Ella no suponía una brecha entonces, por supuesto. Era imposible que saliera viva de allí, era imposible... pero lo hizo, de algún modo.

    Lubin ya no llevaba la cara de un depredador desapasionado. Había algo nuevo detrás de aquellos ojos y parecía casi confundido.

    —Es una vergüenza. - dijo él en voz baja. —Ella merecía de verdad la oportunidad de pelear...

    —Un montón de gente parece estar de acuerdo contigo. - dijo Desjardins.

    Lubin: —¿Mmm?.

    —Mira. - Desjardins se aclaró la garganta. —Necesito algunos de esos dérmicos antes de que te vayas.

    —Dérmicos. - , Lubin parecía extrañamente distante.

    —El análogo. Dijiste una semana o diez días antes de que la Horda hiciera la reentrada y eso fue hace tres días. Si me hacen pruebas en los próximos días, estoy jodido.

    —Ah. - Lubin regresó a la Tierra. —Eso ya no está en mi mano, me temo. A pesar de Horacio.

    —¿Qué quieres decir con que no está en tus manos? ¡Sólo necesito unos cuantos dérmicos, por amor de Dios!

    La araña de Lubin correteó bajo la cama completando su régimen. El asesino agarró sus ropas y empezó a vestirse.

    —¿Y bien? - dijo Desjardins después un rato.

    Lubin se puso la camisa y salió del cubo. La piel de la membrana osciló a su paso.

    —No te preocupes por eso. - dijo él sin mirar atrás.

Capítulo 55

    

ANTOPLEURA - Capítulo 55 - Disparo de Fango

    Infección Exótica: Sumarios Ejecutivos (no técnico)

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    Para: Rowan, PC.

    Prioridad: Ultra (Pandemia Global)

    Código EID: βehemoth

    Clasificación General: nanobial/reductor.

    Taxonomía: Nomenclatura Formal esperando liberación autorizada a la Linnean Society. Clado subgrupo eventual en el nivel supraDominio.

    Descripción: nanobe heterótrofico único, 200-250nm diámetro. Vividor libre/comensal oportunistico. Genoma 1.1M (plantilla ARNp): codones sin sentido, 0.7% del total.

    Biogeografía: Originalmente nativo de entornos hidrotermales abisales. 14 poblaciones reliquia confirmadas (Fig.1). También puede existir simbióticamente en entornos intracelularese con salinidad inferior a 30ppm y/o temperaturas entre 4-60°C. Una cepa secundaria ha sido encontrada con adaptaciones avanzadas para la existencia intracelular.

    Evolución/Ecología: el βehemoth es el único organismo conocido en tener verdaderos orígenes terrestres, precediendo al evento de la Panspermia Marciana en aproximadamente 800 millones de años. La existencia de una cepa secundaria equipada especialmente para el entorno intracelular eucariótico es una reminiscencia de la endosimbiosis en serie precámbrica que dió origen a la miticondria y otros orgánulos subcelulares modernos. El βehemoth en vida libre consume una energía metabólica significativa para mantener la homeostasis en entornos hidrotermales extremos. La infección intracelular del βehemoth produce un excendente de ATP que puede ser utilizado por la célula anfitriona. Esto resulta en crecimiento anormal y gigantismo entre ciertas especies de peces abisales. Confiere incrementos en la resistencia y la fuerza a los humanos infectados a corto plazo, aunque estos beneficios se desquilibran masivamente por la destrucción de las proteínas que contienen cadenas cortas de azufre y síndromes de deficiencia consiguientes (ver abajo).

    Características Genéticas Histológicas Notables: Sin membranas de fosfolípidos, la pared corporal consiste en acreciones de compuestos de azufre/fosfato mineralizado. Plantilla genética basada en ARN Piranosal (Fig.2), también usada para la catálisis de las reacciones metabólicas. Resistente a la radiación-g (1 megarad no efectivo). El genoma del βehemoth contiene genes Blachford análogos a los metamutadores de las —Pseudomonas, estos le permiten incrementar el ritmo de mutación dinámicamente en respuesta a cambios ambientales y es responsable de su capacidad para engañar a los receptores de esteroides en la membrana de la célula anfitriona.

    Modos de Ataque: Liberado de los rigores del entorno hidrotermal, el βehemoth en libertad asimila varios nutrientes inorgánicos de un modo 26-84% más eficiente que sus competidores terrestres más cercanos (Tabla 1). Esto es especialmente problemático cuando se trata de azufre. En un estado en libertad, el βehemoth es teóricamente capaz de atascar incluso ese elemento extremamente común. Esto es una amenaza ecológica primaria. El βehemoth está más cómodo, sin embargo, dentro de los cuerpos de vertebrados homeotérmicos, que le proporcionan calor, estabilidad y ambiente rico en nutrientes remiscente de la sopa primordial. El βehemoth entra en la célula vía endocitosis mediada por receptores. Una vez dentro de ella, rompe la membrana fagosomal previa a la lisis usando un análogo a la listeriolisina de 532-aminos. El βehemoth entonces, compite por nutrientes con la célula anfitriona. La muerte del infitrión puede suceder de una docena de causas variadas, incluyendo fallo hepático/renal, eritromitosis, desórdenes CNS, envenamiento sanguíneo e infecciones oportunistas. Los anfitriones vertebrados sirven como reservorios que reinoculan periódicamente el nanobe en un entorno externo, incrementando el riesgo de brotes autosuficientes.

    Diagnósticos: el etiquetado de Metionina es efectivo en cultivo. Concentraciones de βehemoth en vida libre superiores a 1.35 mil millones/cc ejercen efectos detectables en el PH del terreno, la conductividad, la cuenta de porfirina y clorofila A y B (Tabla 2). La extensión de estos efectos varía con las condiciones base. El βehemoth puede ser inferido en pacientes asintomáticos por la presencia de d-cisteína y d-cistina en sangre (los intentos fallidos de partir los enlaces de azufre, a veces esteroisomeriza la molécula).

    Estado Presente (Ver Figura 3): 4,800 km2 esterilizados en el último informe. 426,000 km2 bajo amenaza inmediata.

    Trayectoria Ecológica: Si prosigue la tendencia actual, los modelos presentes sugieren la exclusión competitiva a largo plazo de toda forma de vida competidora entre latitudes 62°N-S, debido a la monopolización y transformación de la base de nutrientes. Destino definitivo de los compomentes polares desconocido hasta la fecha. Los análisis de sensibilidad generan 95% de límite de fiabilidad de 50 a 94 años para EL90.

    Recomendaciones: Esfuerzos continuados para alterar la presente trayectoria. Alojamiento de presupuesto para Opciones de Retirada como sigue:

    Orbital: 25%

    Cheyenne: 5%

    Cerro M.A.: 50%

    Metamorfismo: 20%

Capítulo 56

    

Capítulo 56 - Anémona

    Se había converitdo en una saqueadora en su propia casa.

    Sou-Hon Perreault ahora vivía virtualmente en su oficina. Contenía todo lo importante: una ventana al mundo, un propósito, un santuario.

    Aunque aún tenía que comer y usar el baño. Una o dos veces al día se aventuraba fuera de su cueva y atendía las necesidades de la vida. La mayoría del tiempo no tenía que tratar con Martin, sus contratistas le llevaban al campo más a menudo que antes.

    Pero ahora...

    —Oh, Dios, ¿por qué ahora de todos los momentos posibles?

    ... estaba en el salón cuando ella volvió.

    Estaba escarbando por el acuario dándole la espalda. Ella casi pasa de largo.

    —El macho ha muerto. - dijo él.

    —¿Qué?

    Él se giró para mirarla. Un pez damisela, pálido y rígido, hundía la redecilla en su mano. Un ojo lácteo la observaba ciegamente a través de la malla.

    —Parece que lleva muerto un rato. - dijo Martin.

    Ella pasó a su lado para mirar dentro del acuario. Algas marrones cubrían el cristal. Dentro, la gloriosa anémona estaba encogida y se debatía. Sus tentáculos se agitaban débilmente en la corriente.

    —Jesús, Marty. ¿Ni siquiera podías haberte molestado en limpiar el tanque?

    —Acabo de llegar a casa.

    Había estado en Fairbanks las últimas dos semanas.

    Ella lo había olvidado.

    —Sou, las prescripciones no están funcionando. De verdad creo que deberíamos considerar conectarte con un teraeuta.

    —Estoy bien. - dijo ella automáticamente

    —No estás bien. Ya me he informado, podemos permitírnoslo. Estará disponible a cualquier hora, cuando lo necesites.

    —No me fío de los terapeutas.

    —Sou, sería parte de ti. Ya lo es, en cierto modo, sólo que no aún no lo han... aislado. Y recorre las rutas de tu lóbulo temporal para que puedas hablar con él tan fácilmente como hablas con cualquiera.

    —Quieres cortarme una parte del cerebro.

    —No, Sou, sólo reconectarlo. ¿Sabías que el cerebro puede contener más de cien personalidades completas inteligentes? No afectará a tu rendimiento sensorial o motor en absoluto. Esto sólo sería una personalidad y ocuparía una cantidad de espacio tan pequeña...

    —Mi marido, el folleto andante.

    —Sou...

    —Es desorden de personalidad múltiple, Martin. No me importa el nombre elegante que le den hoy en día y no me importa cuántos de nuestros amigos viven felices completando sus vidas porque oyen voces en sus cabezas. Es enfermizo.

    —Sou, por favor. Te quiero. Sólo intento ayudar.

    —Pues sal de mi camino.

    Ella corrió en busca de refugio.

    —Sou-Hon. ¿Estás ahí?

    —Sí.

    —Bien. Espera.

    Estática. Una breve tela de araña de conexiones e interceptaciones, filamentos naranja proliferando a lo largo de un continente. Luego, sin visual - delante y en el centro, oscuridad por todos lados.

    —Adelante.

    —¿Lenie? - dijo Perreault.

    —Bueno. Me preguntaba cuando llegarían a esto.

    —¿Llegarían a qué?

    —Secuestrar mi visor. Sou-Hon, ¿cierto?

    —Cierto.

    —Tienen eso bien, al menos.

    Perreault tomó un agradecido aliento. —¿Estás bien?

    —Conseguí salir. Gracias a ti, en parte, supongo. Aquella fuiste tú en el bot, ¿verdad? ¿En Yankton?

    —Fui yo.

    —Gracias.

    —No me lo agradezcas a mí, dáselas a la...

    Un pez damisela pasó por la mente de Perreault, a salvo dentro de un nido de tentáculos.

    —... anémona. - terminó ella en voz baja.

    Silencio en la línea. Luego: —Dar las gracias a un enemigo. Eso tiene mucho sentido.

    Perreault negó con la cabeza. —Anémona marina. Es un depredador submarino que embosca, come peces sólo a veces...

    —Sé lo que es una anémona marina, Suze. ¿Y qué?

    —Todo ha sido pervertido. Los bots, el constructor de coincidencias... el sistema entero ha girado ciento ochenta grados, está protegiendo lo mismo que se supone que tenía que atacar. ¿Lo ves?

    —En realidad no. Pero nunca se me dieron bien las metáforas. - Una discreta carcajada. —Aún no consigo acostumbrarme a la estrella de mar.

    Perreault dudó pero no preguntó.

    —Esta anémona tuya... - dijo Clarke. —... es fuerte. Es poderosa.

    —Sí.

    —¿Y por qué es tan jodidamente estúpida?

    —¿Qué quieres decir?

    —No parece tener ningún tipo de enfoque, ¿sabes? Vi los hilos de discusión... me describió de mil formas diferentes y luego salió con lo que pegó más. No sé cuántas locuras me ha lanzado encima a través de mi reloj, mi visor... incluso está llegándo desde las máquinas expendedoras, ¿sabías eso? Y no fue hasta que dejé de hablar con nadie más que se asentó sobre ti. Cualquier haploide habría hecho algo mejor que escuchar a la mayoría de aquellos gilipolllas, pero tu anémona es sólo... aleatoria. ¿Por qué?

    —No lo sé.

    —¿No te lo has preguntado nunca?

    Lo había hecho, por supuesto. Pero no parecía tener mucha importancia.

    —Quizá por eso hiciste el corte. - dijo Clarke.

    —¿Por qué?

    —Eres una buena soldado. Necesitabas una causa, siguesórdenes, no haces preguntas embarazosas.

    Un murmullo de estática. Después: —¿Por qué me estás ayudando, Sou? Has visto los hilos.

    —Dijiste que los hilos eran bobadas. - dijo Perreault.

    —La mayoría de ellos lo son. Casi todos. Pero reventaron Channer. Deben de haber sabido el tipo de daño colateral que ocasionaría y lo hicieron de todas formas. Quemaron la Zona. Y la vida allí abajo en la dorsal, era... Dios sabe lo que había allí abajo. Lo que traje de vuelta.

    —Creí que tus análisis de sangre estaban limpios.

    —Las prueba sólo ven lo que están buscando. No has respondido a mi pregunta.

    Y aún así, no lo hizo durante mucho tiempo.

    —Porque trataron de aplastarte. - dijo ella al fín. —Y aún estás aquí.

    —Ah. - Una larga respiración susurró a través de los auriculares. —¿Has tenido alguna vez un perro, Sou-Hon? ¿Como una mascota?

    —No.

    —¿Sabes lo que pasa cuando aislas a un perro de toda cosa viviente salvo cuando lo visitas una vez al día para darle una paliza?

    Perreault se carcajeó nerviosamente: —¿Alguien ha hecho de verdad esa prueba?

    —Lo que pasa es que el perro es un animal social y se vuelve tan solitario que, en realidad, está deseando que le des una paliza. Pide ser apaleado. Lo suplica.

    —¿Qué estás diciendo?

    —Quizá estamos todos acostumbrados a que nos apalicen, ayudaremos a cualquiera que creamos que tiene una bota suficientemente grande.

    —O quizá.... - dijo Perreault, —... estamos tan jodidamente cansados de ser apaleados que al final nos ponemos en fila con alguien que devuelva la paliza.

    —¿Ah sí? ¿A cualquier coste?

    —¿Qué tenemos que perder?

    —No tienes ni idea.

    —Pero tú sí. Tú debes de haber sabido algo. Si el peligro fuera de verdad tan grande, ¿por qué no te has entregado? ¿Salvar el mundo? ¿Sálvate tú misma?

    —El mundo se lo buscó. - dijo Clarke en voz baja.

    —¿Es eso lo que estás haciendo? Sólo... ¿vengarte de nueve mil millones de personas que ni siquiera conoces?

    —No lo sé. Quizá antes.

    —¿Ahora?

    —Ahora sól... - La voz de Clarke se quebró. El dolor y la confusión la inundaron a través de la brecha. —Sou, quiero irme a casa.

    —Pues vete. - dijo Perreault suavemente. —Te ayudaré.

    Una inspiración entrecortada, recuperando el control: —No.

    —Te vendría bien...

    —Mira, tú ya no eres sólo una compañera de viaje. No pensaba que ninguna de nosotras estuviera de verdad en la mira antes de Yankton, pero ahora nos conocen y tú... tú te has entrometido en serio en su camino. Si aún no te han rastreado, estarán trabajando en ello como malditos.

    —Te olvidas de nuestra anémona.

    —No me olvido. Es que no confío es esa jodida cosa.

    —Mira...

    —Sou-Hon, gracias por todo, lo digo en serio. Pero es demasiado peligroso. Cada segundo que hablamos, nuestra estela se hace más brillante. Si quieres ayudarme de verdad, entoces ayúdate a ti misma. No trates de hablarme de nuevo. Vete. Vete a algún lugar seguro.

    Una angustia creció en su garganta. —¿Dónde? ¿Dónde es seguro?

    —No lo sé. Lo siento.

    —Lenie, escúchame. Tiene que haber un plan. Tienes que tener fé, hay un propósito detrás de todo esto. Por favor, sólo...

    El crugido del plástico en suelo, bajo una bota.

    —¡Lenie!

    Enlace perdido - destelló delante y en el centro.

    No sabía cuánto tiempo se quedó allí sentada, en su propio vacío personal. Eventualmente, Enlace perdido - desapareció.

    Algunas otras lecturas surgieron en el borde de su visión, una rayita rítmica en su retina. El esfuerzo requerido para concentrarse en ella parecía casi superhumano.

    Adios. - Decía. Y: Anémona. Nos gusta eso.

Capítulo 57

    

Capítulo 57 - Tras las Líneas

    Una jábega aleatoria atrapó la anomalía a quince nodos del arco del puerto. Otros mil canales estaban rumoreando con Lenie Clarke, pero este estaba tan limpio: sin localización de paquete, sin bajadas, ninguno de los tartamudeos y retrasos que siempre plagaban el tráfico civil en el Maelstrom. La línea estaba llena de seguidores con inidcadores online como Calamarmota - y Ojos-blancos, todo con absorta atención mientras algo susurraba desinformación por medio. Se llamaba a sí mismo El General - y hablaba con mil voces diferentes: puro ASCII reinflado para especificaciones configuradas por cada software del destinatario.

    Colgó en el momento que oyó a Aquiles Desjardins acechando por detrás.

    Demasiado rápido para la carne.

    Casi demasiado rápido hasta para los sabuesos que Desjardins había puesto tras su pista. Circundaban el mundo en segundos, zambullléndose a través puertas de paso, tropezando sobre la vida salvaje, encontrando carcasas medio roídas donde los registros de tráfico habían vivido y respirado justo unos momentos antes. Aquí y aquí y aquí: nodos a través los cuales habían pasado las palabras de El General. Registros de tráfico machacado más allá de todo reconocimiento por abrasadores de tierra que cubrían sus huellas. Los sabuesos respondían a una pista y se zambullían a través de todos los puertos disponibles al unísono, intentando readquirir el olor mediante fuerza bruta.

    Esta vez tuvieron éxito. La bandera subió en el tablero de Desjardins a T más seis segundos: algo había sido ramificado en un servidor en la red de micróndas de Hokkaido. No era un gel inteligente. No había geles inteligentes en, al menos, cuatro nodos de distancia en cada dirección. Pero era oscuro y masivo y aguantaba la respiración tan fuerte que nada podía conseguir fijar su dirección exacta. Estaba justo ahí dentro, en algún lugar. Bajo la superficie.

    Y cuando Aquiles Desjardins echó la red en el nodo, extendiendo el pánico entre vida salvaje que se dispersaba por su aproximación, El General - no aparecía por ningún lado.

    —Mierda...

    Él se frotó los ojos y rompió el enlace.

    El mundo real se resolvió a su alrededor o, al menos, esa parte de él atrapada dentro de las paredes de su cubi.

    Así era él, recordó. Atrapado allí dentro. Sin distraerse por la interminable frustración de la caza de fantasmas, todo regresó como una inundación.

    El mundo real incluso había empeorado, ahora que Lubin le había abandonado..

    Una mano sobre su hombro.

    Se sobresaltó, luego se relajó.

    —Aguafiestas. Tienes un aspecto de mierda. - dijo Jovellanos amablemente.

    Él alzó la vista hacia ella: —Quizá Rowan tiene razón.

    —¿Rowan? - Ella posó las manos sobre los hombros de Dejardins y empezó a relajarle los músculos.

    —No son los geles. Quizá sea de verdad una especie de... conspiración global. No consigo encontrar otra explicación...

    —Ah, Aguafiestas... en caso de que lo hayas olvidado, no te he visto en cuatro días . - Su pelo olía como alguna flor extinta en la infancia de Desjardins. —He oído que has estado malgastando el tiempo con todo tipo de gente extraña, pero no estoy ni cerca del tema, ¿sabes?

    Él despejó el tablero con un moviminto de la mano, luego se dió cuenta de que ella no vería nada ahí. había dirigido la pantalla a sus entradas.

    —Todo ese movimiento de Nena Rifter o como demonios lo llamen, ¿sabes? Es una a estrategia de propagación. Eso es todo lo que es. ¿No es de locos?

    —¿Sí? ¿Qué está propagando?

    —βehemoth. - susurró Desjardins.

    —No. - Las manos de Jovellanos resbalaron de sus hombros. —¿Cómo?

    —Hay un vector ahí fuera. Una Rifter. Lenie Clarke. Todo es sólo humo para evitar que la atrapen.

    —¿Por qué, por amor de Dios? ¿Por qué iba alguien...?

    —Lo empezaron los geles. O sea, se suponía que no debían, se suponía que tenían que contenerlo, pero...

    —¿Pusieron los geles al mando?

    —¿Qué otra cosa podían hacer? - Desjardins suprimió la urgencia de soltar una risita. —Nadie se fiaba de nadie. Sabían que habría que hacer sacrificios, sabían que podrían tener que esterilizar las áreas... importantes. Pero cuando Mercosaurio dijo, hey, nuestras estadísticas dicen que Oregon tiene que irse por el bien mayor, ¿crees que la NAm iba a pasar por el aro y aceptar su palabra sobre ello? Necesitaban algo que pudiera decidir y actuar, y que no tuviera favoritos...

    —Joder. - susurró Jovellanos.

    —Estaban tan ocupados vigilándose unos a otros que no se pararon a pensar qué tipo de reglas de barrer-para-casa podría desarrollar una red por sí misma después de que pasara una vida entera protegiendo las cositas sencillas de las cosas complicadas. Y luego le pidieron que protegiera una especie compleja de cinco millones contra un nanotubo meahormigas y no pueden entender por qué la red se revuelve y les muerde en el culo.

    Jovellanos no dijo nada.

    —De todas formas, no importa. Fregaron los geles hasta la última neurona y no sirvió de nada. Hay algo más ahí fuera. He pillado al cabrón cuatro veces en las últimas veinticuatro horas y sigue escurriéndose entre mis dedos. Podíamos cambiar todo los geles del Maelstrom y los remplazos se reinfectarían en una semana.

    —Pero si no son geles, ¿qué es?

    —No lo sé. Hasta donde sé, es un bebé de farmacia, alguna corporación tiene una cura y están extendiendo el βehemoth para subir el precio. Pero cómo lo están publicando es lo...

    —¿Una app de Turing, quizá?

    —O usan berserkers. Pensé en eso. Pero los bersekers dejan huellas... lecturas de operación en el hardware, demandas enormes de memoria. Y algo tan complejo atrae a la vida salvaje como no te puedes imaginar.

    —¿No has visto nada de eso?

    —Montones de vida salvaje, quizá. Nada más.

    —Pues quizá se autoborra cuando te ve venir.

    —La huellas aún estarían en los registros de algún servidor.

    —No si eso comprueba el registro antes de borrarse.

    —Entonces el borrado sería archivado. Te lo estoy diciendo, Alice, esto es otra cosa.

    —¿Y si la vida salvaje se está haciendo lista? - dijo ella.

    Él pestañeó: —¿Qué?

    —¿Por qué no? Evoluciona. Quizá se ha hecho inteligente.

    Él negó con la cabeza: —Las redes son redes. Da igual si alguien las programa o evolucionan solas. Si son lo bastante inteligentes para pensar, tendrían que tener una cierta firma. Yo no la estoy viendo y nadie más tampoco y estoy...totalmente... hecho polvo.

    Él se inclinó hacia adelante, dejó que el tablero soportara el peso de sus antebrazos. La cabeza el pesaba una tonelada.

    —Vamos. - dijo Jovellanos después de un rato.

    —¿Qué?

    —Nos vamos a La Pila de Selección. Te invito a un dérmico. O a diez.

    Él negó con la cabeza: —Gracias, Alice. No puedo.

    —Comprobé el historial, Aguafiestas. No has salido de este edificio en casi cuarenta horas. La privación de sueño reduce el IC, ¿sabías eso? El tuyo debe estás rondando espacio temporal ahora mismo. Tómate un descanso.

    Él levantó la mirada hacia ella. —No puedo. Si me marcho...

    No te preocupes por eso. - había dicho Lubin.

    —... puede que ya no pueda volver. - concluyó él.

    Ella frució el ceño. —¿Por qué no?

    Porque estoy sin correa, - pensó él. Soy libre.

    —Lubin... un tipo me hizo algo y... si el detector de sangre...

    Ella le cogió la mano con firmeza: —Ven.

    —Alice, no sabes lo que...

    —Quizá sé más de lo que crees, Aguafiestas. Si no crees que eres apto para una prueba de sangre, bueno, quizá sea un problema o quizá no lo sea, pero vas a tener que morder el limón eventualmente. Salvo que estés planeando pasar el resto de tu vida en este cubículo

    —Los próximos cinco días, quizá... - Él estaba tan cansado.

    —Sé lo que estoy haciendo, Aguafiestas. Confía en mí por esta vez.

    Desjardins consiguió dar una débil carcajada. —La gente no para de decir eso.

    —Quizá. Pero yo lo digo en serio. - Ella le arrastró hasta ponerlo de pie. —Además, Tengo algo que contarte.

    Él no pudo entrar en La Pila, después de todo. Demasiados oídos en el ambiente y la discreción prevalecía incluso sin la Horda Criminal. Por ello, hasta caminar bajo cielo abierto le daba un poco de náusea. Los cielos tenían ojos.

    Caminaron, dejando que el destino eligiera, por supuesto. Camas intermitentes de la kudzu4 se alienaban a su paso. Las cuchillas filamentosas de los molinos de viento giraban lentamente por encima sobre lo alto de los edificios. A lo largo de la concurrencia peatonal, por todos lados, un poco de estilismo podía insinuarse a sí mismo en la arquitectura local. Alice Jovellanos lo asimiló todo sin decir palabra: Lubin, Rowan, la Horda Criminal, el empuje de la autonomía sobre lo reacio.

    —¿Estás seguro? - preguntó élla al fín. Una farola parpadeó sobre sus cabezas. —Quizá estaba mintiendo. Mintió sobre Rowan, después todo.

    —No sobre esto, Alice. Créeme. Puso una mano en mi garganta y yo canté como un tenor, le dije cosas que la Horda nunca hubiera permitido que salieran.

    —No me refiero a eso. Creo que estás libre de la Horda, eso seguro. Lo que no me creo es que Lubin haya tenido algo que ver con ello.

    —¿Qué?

    —Creo que simplemente lo descubrió, lo supo después del hecho. - continuó Jovellanos, —Y se aprovechó de ello. No sé lo que había en esos dérmicos que te estuvo dando, pero me apuesto un año de comida para Mandelbrot que podrías pasar por esos detectores de sangre ahora mismo y ni siquiera sospecharían.

    —¿Sí? Y si estuvieras en mi lugar, ¿crees que seguirías siendo tan optimista?

    —Lo garantizaría.

    —Joder, Alice, esto es serio.

    —Lo sé, Aguafiestas. Hablo en serio.

    —Pero si Lubin no me lo hizo entonces, ¿quién...?

    La cara de Alice estaba desapareciendo en la luz del crepúsculo como la sonrisa del gato de Cheshire.

    —¿Alice? - dijo él.

    —Hey. - Ella se encogió de hombros. —Tú siempre supiste que mi política era un poco radical.

    —Joder, Alice. - Desjardins enterró la cabeza entre las manos. —¿Cómo pudiste?

    —Fue más sencillo de lo que podrías pensar. Sólo construí un análogo a la Horda con un grupo lateral extra de...

    —No me refiero a eso. Ya sabes a lo que me refiero.

    Ella avanzó frente a él, bloqueándole el paso: —Escucha, Aguafiestas. Tienes diez veces más cerebro que esos mamones de semen y les dejas que hagan de ti una marioneta.

    —No soy una marioneta.

    —Ya no, te lo aseguro.

    —Nunca lo FUI.

    —Claro que lo eras. Igual que Lubin.

    —Yo no soy NADA como...

    —Te convirtieron en un gran arco reflejo, colega. Tomaron toda esa materia gris y la machacaron en puro instinto artificial una y otra vez.

    —Que te den. Tú sabes que eso no es cierto.

    Ella puso una mano sobre el hombro de Desjardins: —Mira, no te culpo por entrar en fase de negación sobre...

    Él se apartó la mano estrechando los hombros: —¡No estoy en negación! ¿Crees que instinto y reflejo pueden manejar las decisiones que tengo que hacer las horas que estoy trabajando? ¿Crees que sopesar mil variables sobre la marcha no requiere un cierto grado de autonomía? Cristo Jesús, Yo... puede que sea un esclavo, pero no soy un robot.

    Él contuvo el resto en el fondo de la garganta. No tenía sentido darle más munición de la que ya tenía.

    —Nosotros te devolvimos tu vida, colega. - dijo Jovellanos en voz baja.

    —¿Nosotros?

    —Somos unos cuantos. Nos va la política de un cierto modo canalla.

    —Oh Cristo. - Desjardins negó con la cabeza. —¿Me preguntaste alguna vez si yo quería esto?

    —Me hubieras dicho que no. La Horda Criminal te hubiera obligado. De eso se trataba todo esto.

    —Y quizá hubiera dicho que no, de todos modos, ¿te paraste a pensar alguna vez en eso? Puedo matar medio millón de personas antes del almuerzo, ¿no se te ocurre que es una buena idea tener los salvavidas en su sitio? ¿Se te han olvidado los rumores sobre el poder absoluto?

    —Claro. - dijo Jovellanos. —Siempre que veo a Lertzman o a Rowan.

    —¡No me importan Lertzman o la jodida Rowan! ¡Me hiciste esto A MÍ!

    —Lo hice POR TI, Aquiles.

    Él alzó la mirada, sobresaltado.

    —¿Cómo me has llamado?

    —Aquiles.

    —Jesús.

    —Escucha, estás a salvo. Los sabuesos encontrarán la Horda en tu sangre como siempre. Ahí está la belleza, Espartaco no toca la Horda, sólo bloquea sus receptores.

    —¿Espartaco? ¿Así lo llamas?

    Jovellanos asintió.

    —¿Qué se supone que significa?

    —Admíralo. El asunto es...

    —¿Y por qué ahora, de entre todos los momentos? - Desjardins lanzó las manos al aire. —Si ibas a hacerme esto, no podías haber escogido un peor momento aunque lo intentaras.

    Ella negó con la cabeza: —Aguafiestas, tú estas vigilando y el mundo entero pende de un hilo. Si alguna vez has necesitado una cabeza despejada, ahora es el momento. No puedes permitirte estar encadenado a ninguna agenda corporativa. Nadie puede permitírselo.

    Él la miró: —Eres una jodida hipócrita, Alice. Me infectaste. Sin preguntar, sin contármelo siquiera, simplemente me metiste ese bicho que puede dejarme sin empleo o algo peor...

    Ella levantó las manos como si se protegiera de esas palabras: —Aquiles, yo...

    —Ya, ya, lo hiciste por mí. Qué altruista. Embestir la Autonomía Casera Marca Espartaco por mi garganta tanto si me gusta como si no. ¡Soy tu amigo, Alice! ¿Por qué lo hiciste?

    Ella se quedó mirándole durante un momento a la luz dispersa.

    —¿No lo sabes? - dijo ella al fín con una fría voz de enfado. —¿El maldito genio no tiene ni idea? ¿Por qué no haces un análisis de ruta para averiguarlo?

    Ella giró sobre sus talones y se alejó caminando.

Capítulo 58

    

Capítulo 58 - Espartaco

    Aquiles, a veces puedes ser tan idiota irritante que me cuesta creerlo.

    Sabes lo que estuve arriesgando al sincerarme contigo ayer. Sabes lo que estoy arriesgando al enviarte esto ahora... se autoborrará, pero no hay nada que esos capullos no puedan escanear si les apetece. Eso es parte del problema, por eso estoy aceptando este enorme riesgo en primer lugar. Lamento empezar así el mensaje, las cosas no están saliendo como yo esperaba, ¿sabes? Pero tengo algunas respuestas para ti, si quieres escucharme, ¿vale? Sólo... oye lo que tengo que decir.

    Ya he oído lo que dijiste sobre confianza y traición y quizá algunas cosas me sonaron más ciertas de lo que me gustaría pero, ¿no ves que no tenía sentido preguntarte de antemano? Mientras la Horda Criminal dirigía el espectáculo, eras incapaz de tomar tus propias decisiones. Sigues insistiendo que eso es erróneo, sigues hablando sobre todas las decisiones de vida y muerte que tomas y sobre el millar de variables con las que haces malabarismos pero, Aquiles querido mío, ¿quién te dijo que ese libre albedrío era sólo un complicado algoritmo que tenías que seguir?

    Observa las abejas bailando alguna vez. No creerías las cosas sobre las que hablan: elevación solar, indicaciones topográficas, registros de fecha... escriben mapas de carretera hasta las mejores fuentes de comida con precisión de centimetros y lo hacen todo con unos cuantos meneos del culo. ¿Las hace eso agentes libres? ¿Por qué crees que los llamamos zánganos?

    Toma la física de una araña rodeando su tela. Demonios, toma a un perro atrapando una pelota... eso es matemática balística, colega. El mundo está lleno de animales bobos que actúan como si hicieran malabares con ecuaciones diferenciales de tercer orden en sus cabezas y todo es sólo instinto, colega. No es libertad. Ni siquiera es inteligencia.

    ¿Y tú te quedas ahí y me dices que eres autónomo sólo porque puedes recorrer un árbol de decisión con algunas docenas de variables? Sé que no quieres corromperte, pero quizá un honesto humano decente sea su propio salvavidas, ¿se te ha ocurrido esta idea? Quizá no tengas que dejarles convertirte en un reflejo condicionado. Quizá es que quieres que lo hagan porque entonces ya no es responsibilidad tuya, ¿verdad? Es más sencillo nunca tener que tomar tus propias decisiones. Adictivo, incluso. Quizá hasta te has enganchado a ello y estás atravesando una pequeña fase de retirada. Apuesto a que ni siquiera sabes lo que retiraron, ¿lo sabes? Apuesto a que ni siquiera te interesó. Claro, leiste sus animados panfletitos sobre servir al bien mayor y aprendiste lo suficiente para aprobar el examen, pero todo eran brincos que tenías que saltar para entrar en el siguiente paréntesis de impuestos, ¿cierto?

    Jesús, Aguafiestas. O sea, no me entiendas mal... eres un flamante genio con los simuladores y estadísticas no paramétricas pero, cuando se trata del mundo real, no reconocerías una insinuación ni aunque alguien se sentara en tus rodillas y te bajase la bragueta por ti. Lo digo en serio.

    El caso es que, lo que te robaron, lo hemos recuperado y voy a decirte exactamente lo que hicimos, debido a la premisa, ya sabes, de que la ignorancia alimenta el miedo y todo eso.

    Conoces los receptores Mincielo de tu lóbulo frontal y cómo esos asquerosos transmisores de la Horda los ciegan y cómo percibes eso como consciencia. Hicieron la Horda Criminal ajustando un montón de genes de modificación de comportamiento recortados de algunos parásitos. Cuanto más culpable te sientes, más Horda se bombea hacia tu cerebro. Ciega los transmisores, lo que cambia su forma y básicamente obstruye tus rutas motoras para que no puedas moverte.

    Por eso te gustan tanto lo gatos, por cierto. La estrategia de la Toxoplasma es convertir a las ratas en amantes de los gatos como medio para saltar entre anfitriones. Te apuesto cien Quebucks que no eras tan patéticamente servicial con Mandelbrot hasta que te dieron las inyecciones, ¿estoy en lo cierto?

    Bueno, Espartaco es un análogo a La Horda. Tiene los mismos puntos de activación para cegar a la Horda, pero la conformación general es ligeramente diferente para que no haga nada excepto bloquear los receptores Mincielo. También se tarda más en romper que la Horda regular y alcanza concentraciones más altas en el cerebro. Eventualmente abruma los puntos activos por puros números.

    Eso es lo verdaderamente bello, Aguafiestas, tanto tus transmisores naturales como la misma Horda aún se producen normalmente, de modo que una prueba que se centre en cualquiera de ellos resulta limpia. Incluso una prueba que busque la forma compleja pasará sin problemas, puesto que aún está flotando por ahí la estrategia base compleja. La prueba no puede encontrar ningún punto receptor libre a la que atarse. Por eso estás a salvo, lo prometo. El detector de sangre no será un problema.

    Yo no te pondría en riesgo, Aquiles, créeme. Significas demasiado... eres demasiado amigo mío para joder esa amistad de esa forma. Bueno, ahí lo tienes. Me he jugado el cuello por ti y lo que pase ahora depende de ti. Aunque si me delatas, ten por seguro esto: eres tú quien está tomando esa decisión. Lo que decidas, la forma en que lo racionalices, no será culpa de una estúpida molécula de larga cadena. Te acompañará siempre, tu propio libre albedrío.

    Así que, úsalo y piensa en todas las cosas que has hecho y por qué, y pregúntate si eres realmente tan moralmente despiadado como para no haber podido tomar todas aquellas decisiones sin ser el esclavo de un puñado de déspotas. Creo que lo podrías haber hecho, Aquiles. Nunca has necesitado su bola ni su cadena para ser un ser humano decente. De verdad lo creo. Estoy apostándolo todo en ello.

    Ya sabes donde estoy. Ya sabes cuáles son tus opciones. Unirte a mí o apuñalarme. Es tu eleción.

    Con amor, Alice.

Capítulo 59

    

Capítulo 59 - Tursiops

    Había sido localizada por última vez en Yankton. Sault Sainte Marie se acurrucaba en la esquina oriental del Lago Superior. Una línea recta entre esos puntos cortaba el Lago Michigan.

    Ken Lubin sabía exactamente donde montar la tienda.

    Los Grandes Lagos no eran tan estupendos hoy en día, no desde que los recortes de agua del siglo veintiuno habían reducido su volumen un veinticinco por ciento. (Lubin suponía que era un pequeño precio a pagar para evitar que las guerras del agua irrumpieran por todos lados sobre el planeta.) Aún así. Lenie Clarke era una Rifter, los lagos aún eran profundos y oscuros y extensos. Justo en la ruta, también. Cualquier anfibio que intentara eludir la captura estaría loco por darse un baño.

    Por supuesto, calquier anfibio con más IC que la temperatura de una habitación también sabría que sus enemigos la estarían esperando.

    Él estaba a cuatrocientos metros encima de los límites meridionales del Lago Michigan. Un margen ininterrumpido del frente industrial se alargaba por el horizonte desde Whiting hasta Evanston, apenas visible entre la tierra y el agua: las oscuras bandas amplias de fango viejo pasaban por la línea de la orilla allí donde el acceso a las profundidades no era una prioridad.

    —¿Has comprobado la previsión del tiempo últimamente? - Era Burton, el africano, aún cabreado de que Lubin le hubiera usurpado el mando en nombre de la salvación global. La holoiluminación desde el tablero jugaba a lo largo de su mandíbula.

    Lubin negó con la cabeza.

    El otro hombre miró a través del recubrimiento de la mesa de observación del Elevador. La oscuridad estaba avanzando más adelante, como si alguien desenrollara una inmensa alfombra negra por el cielo.

    —La previsión es hasta las ocho. Nos llegará dentro de una hora. Si aún puede respirar en el agua, será útil incluso en la orilla. - gruñó Lubin y pasó un escaner ampliado por el frente de Chicago. Nada de especial allí, por supuesto. Civiles como hormigas por ahí, bajo un mórbido cielo. —Podría estar allí abajo ahora mismo. En cualquier momento uno de esos bichos podría saltar del agua justo delante de ella y todo habría acabado. O con más probabilidad, ni siquiera lo vería venir. Todas las tropas, todos los moscabots, todo el equipo pesado no podría circular hasta aquí hasta que empiece la tormenta y ella está a salvo y fría bajo ciento cincuenta metros de agua turbia.

    —Estas seguro de que va a intentarlo. - dijo Burton.

    Lubin pulsó un panel sobre la mesa, el mapa regresó a su escala reproduciendo un frente de tormenta de falsos colores a lo largo del espacio aéreo.

    —Incluso pensaría que ella sabe que vamos tras ella. - continuó Burton.

    Pero no estaban tras ella, por supuesto. Aún estaban suspendidos en el aire, esperando un aviso. Había demasiadas aproximaciones, demasiada jungla megapolitana llena de tuberías y cables y señales RF donde una única firma podía permanecer eternamente anónima. Había algunos lugares que uno podía excluir, por supuesto. Clarke nunca sería tan boba de cruzar los pantanos, de un kilómetro de ancho en algunas partes, que los lagos habían dejado cuando disminuyó el agua. Ella se quedaría en las áreas industrializadas, en los interiores o bajo cobertura, apantallando su señal para pasar sin ser vista.

    Al menos sabían que estaba en algún lugar de Chicago. Un moscabot de patrulla había recibido una emisión Rifter característica esa misma mañana antes de perderla al doblar una esquina. Otro había recibido un rastro a través de la ventana delantera de un Holiday Inn. Rastro frío, por supuesto, para cuando llegaron los refuerzos, pero una reproducción de las cámaras del vestíbulo no dejaron mucha duda.

    Lenie Clarke estaba en Chicago.

    Lubin había retirado unidades desde Cleveland hasta Detroit y las había traído todas para concentrarlas alrededor de los lugares de avistamiento.

    —Pareces muy seguro, consideriando todo ese asunto del mercurio. - remarcó Burton.

    —Quiero que los delfines se establezcan justo allí. - dijo Lubin señalando un punto en el tablero. —Encárgate de ello, ¿entendido?

    —Seguro. - Burton se movió hacia su panel.

    Lubin dedicó un momento a mirar el suyo: —Paciencia, Burton. Tendrás tu oportunidad muy pronto. Si yo la jodo...

    Si la jodía de nuevo, en realidad.

    Aún no podía creerlo. Todas aquellas pruebas de sangre que había pedido, todos esos escaneos de ruta y nunca había pensado hacerse pruebas de metales pesados. Había estado comiendo vida salvaje oceánica cruda durante semanas y nunca se le había ocurrido.

    —Idiota. - se repetía a sí mismo por milésima vez.

    Los médicos de la AR lo habían detectado cuando estaban limpiando su βehemoth.

    Le aseguraron que él no podía ser considerado responsable. Eso era el asunto los con metales pesados: te afectaban al cerebro. El mercurio mismo había minado sus facultades, dijeron. Aunque, todo sea dicho, había estado funcionando mejor de lo esperado.

    Pero quizá Burton lo hubiera hecho mejor. Quizá Burton lo sabía.

    A Burton nunca le había gustado él, sabía Lubin. Y estaba bastante seguro del por qué. Por supuesto, no inyectas Rwanda11 en las células de un hombre sin esperar algún incremento en las respuestas idiotas del macho alfa usual, pero la ausencia de pasión era un rasgo incluso más valioso que la crueldad. Ambos habían sido ajustados para la mejora del autocontrol incluso más que por los eufemísticos pasos necesarios.

    Lubin se quitó de encima el desafiador y se concentró en el desafío. Al menos, Chicago estrechaba las opciones. Aún así, no lo suficiente para atrapar a Clarke hasta que ella hiciera su movimiento. La simple geometría de πr2 lo veía así: dobla tu radio de búsqueda y tu efectividad caerá en un factor de cuatro. El frente era el cuello de botella, allí donde estuviera Clarke ahora, sería hacia donde se estaría dirigiendo. Ella podía correr hacia una oposición que se incrementaba exponencialmente mientras se aproximaba a ese objetivo, la contrapartida de la inversa del cuadrado. La mayoría de la gente de Lubin esperaba atraparla incluso antes de que ella saliera del agua.

    Él no estaba tan seguro.

    Clarke no tenía ninguna de las habilidades especiales ni entrenamiento que armaba al más pequeño de sus enemigos, no tenía moscabots o cañones parlantes, pero tenía algo. Era inteligente, era una chica dura y no se comportaba como un ser humano normal. El dolor no parecía asustarla en absoluto.

    Y ella odiaba con más pureza y perfección que nadie que Lubin hubiera conocido.

    También tenía a la mitad del Maelstrom respaldándola. O lo había tenido hasta hacía poco, al menos.

    Lubin se preguntaba si ella se había acostumbrado a ser tan incontablemente afortunada. ¿Había empezado a creerse su propio RP, había empezado a creerse invencible? ¿Sabía ya que estaba sola?

    Con suerte, no. Todo lo que edificaba su confianza funcionaba a favor de Lubin.

    Burton aún no creía que ella se arriesgara a recoger el guante. Burton quería descender desde las alturas e imponer la ley marcial, cerrar aquella jodida dispersión, justo hasta los remaches, buscar sala por sala hasta el siguiente milenio si hacía falta. Burton no tenía paciencia ni sutilidad. Tampoco aprecio por πr2. No se caza un pez persiguiéndole por el océano con una red, pones la red donde sabes que vendrá el pez y esperas.

    Por supuesto, Burton no pensaba que este pez particular viniera hacia la red. Ella no era idiota. Todo lo que ella tenía que hacer era aguantar y esperar que salieran. Era una línea de razonamiento bastante plausible si no sabías lo que Lubin sabía.

    Si no sabías que Lenie Clarke, sencillamente, echaba menos su hogar.

    La distante pérdida del abismo era un dolor dentro de ella y si el Lago Michigan era una pobre imitación de aquel mundo, al menos era una imitación de alguna clase. Sin fumarolas ni corrientes de agua marina frías o calientes, sin brillantes monstruos para iluminar el camino... pero quince atmósferas, al menos.

    Oscuridad y frío si te quedabas cerca del fondo. Tinieblas para guarecerse y suficientes corrientes para alejar por convección cualquier huella térmica reveladora. Podría ser suficiente, Lubin lo sabía.

    Sabía que el deseo de Lenie Clarke la impulsaría hacia la línea más recta que pudiera tomar. Lo supo desde el momento que vio los registros de aquel brote anómalo en los bosques de Cariboo. Una zona de bosque alpino incluso más mortal de lo normal. Algo que una vez había sido un hombre, acurrucado protectoramente en torno algo que una vez había sido una niña. El personal no comprobó el lago, simplemente quemó el área del modo en que quemaron todas las demás. Fue la única vez que Lubin había insistido, movido por su tardía revisión de la historia hasta hoy, que enviaron un ROV para explorar el fondo. Fue la única vez que alguien notó los remiendos y madera muerta pateada en violenta disposición a cincuenta metros de profundidad, en un lugar donde los habitantes más grandes habían sido insectos. Como si algo hubiera caído al fondo y se hubiera encontrado desesperadamente necesitado, arañando y golpeando contra el lecho rocoso como si deseara cavar un túnel hasta el centro de la Tierra. Cuando Lubin hubo visto esa telemetría, lo supo.

    Lo supo entonces como lo sabía ahora, porque él se sentía exactamente del mismo modo. Lenie Clarke había sido un pez fuera del agua durante demasiado.tiempo. Nada en el arsenal de Burton la amedrentaría.

    Ella estaba llegando. Y si aquellos negros yunques como torres que avanzaban por el sur seguían su camino, Lenie Clarke traía la ira de Dios en su viaje.

    —Quizá lo planeó así, murmuró él. —Quizá invocó la tormenta del mismo modo que invocó el temblor.

    Era sencillo dejarse llevar por la leyenda, incluso tentador. Pero no tenías que recurrir a la brujería para explicar los truenos que marchaban sobre Chicago. Las tormentas violentas habían sido la norma de primavera desde hacía veinte años o más en estas partes. Sólo otra sorpresa a largo plazo que salía del cascarón de aquel paquete caótico de causa y efecto llamado cambio climático.

    En realidad, se había probado beneficioso en ciertos aspectos de la economía. El mercado de ventanas irrompibles nunca había estado más fuerte.

    Auque si ella no había conjurado a los elementos, al menos había sido lo bastante lista para usarlos.

    Quizá estuviera aguantando, hundiendo sus talones contra aquel despiado tirón de aguas oscuras, hasta que el tiempo se posicionara a su favor para lanzar una llave inglesa dentro de la maquinaria.

    Todo para mejor, entonces. Eso le daría mayor confianza en su propio éxito.

    El intercom de la cabina pitó en su oído: —El frente se acerca demasiado rápido, señor. Tendremos que pasar por encima de él o aterrizar.

    —¿Cuánto tiempo? - preguntó Lubin.

    —Media hora, máximo.

    Afuera, el cielo lanzaba fuertes destellos blancos. Una avalancha retumbaba débilmente a través de la cubierta.

    —Vale. - Lubin amplificó la visual.

    Trescientos metros más abajo, el Lago Michigan era un agitado caldero gris de trozos de metal. Había una docena de transportes camuflados entre el Elevador y el lago, con sus redes Thayer dispuestas para el contratono de obliteración. Lubin podía verlos si lo intentaba, los cromatofóros se retrasaban un poco cuando imitaban fractales rápidos.

    Aunque hasta donde cualquier civil sabía, el Elevador tenía todo el espacio aéreo local para él mismo.

    —Los delfines han bajado. - informó Burton desde el otro lado del compartimento. —Y hemos obtenido una mala monitorización del sumidero de tormentas en Aberd Sur...

    Lubin le interrumpió con un gesto de su mano: un icono de diamante blanco acababa de aparecer en el tablero. Un segundo después, pitó su comunicador.

    —Randolph Oeste. - alguien informó desde las profundidades de Chicago. —Justo pasado el río. Se mueve hacia el este.

    Habían acordonado con redes en localizaciónes estratégicas a lo largo del Río Chicago, en adición a los anti-exóticos eléctricos habituales. Clarke ya había navegado un río pasando una red de arrastre y había una probabilidad de que lo intentase de nuevo. Aunque no hubo suerte. Este avistamiento estaba en el lado equivocado de esas barricadas. Un moscabot había detectado un aura completamente inconsistente con los accesorios exteriores de la mujer que los llevaba. La puerta de paso por la que había entrado conducía a un vacío terreno medio comercial con un centernar de puntos de acceso.

    Lubin realineó sus piezas por el camino. Dos de los choppers descendieron hasta escasa distancia de las olas, cada uno dando a luz a un par de gemelos: minisubmarinos como pantorrillas con colas de aleta, espaciándose en un arco de dos kilómetros de distancia al frente de agua. Cada minisub, a su vez, alumbró un montón de espías que se agruparon en una difusa red desde la superficie hasta el sustrato.

    El resto de choppers aterrizó desde Campo Meigs hasta los muelles de Grand Avenue, arrojaron su carga y se agacharon contra la tormenta que se avecinaba. El Elevador de mando llegó detrás de ellos, pausando a cincuenta metros por encima del lago. Lubin se deslizó por un tubo extensible descendente desenrollado en la panza del Elevador como una absurda probóscide. Para cuando la enorme aeronave se hubo alejado, una cabaña de mando ya había sido instalada al pie de Monroe Este.

    Lubin se abrazó contra el creciente viento y miró por el borde del nuevo muro marino de Chicago. El precipicio gris se elevaba suavemente hasta la barandilla. Las rejillas de las bocas del sumidero de tormentas puntuaban el revestimiento a intervalos regulares, babeando insignificantes chorros de agua. Cada abertura era dos veces más alta que un hombre. Lubin comprobó la escala y asintió para sí mismo: el trenzado de la obra de las rejillas era lo bastante firme para evitar que nadie se escurriera a través de ellas.

    Un helicoptero en vuelo bajo pasó de largo salpicando agua: las olas a su paso se inflaban y coagulaban en una banda de espuma gelatinosa. Lubin había ordenado que la línea de la orilla fuese rociada de gel desde Lago hasta Meigs. La tormenta, probablemente, aplastaría el enredado de espuma después de un tiempo, pero si Clarke se apresuraba a salir antes de ese tiempo, quedaría atrapada como una hormiga en la miel. Una pluma flotante oscilaba mar adentro bordeando la zona gelatinada, rodeada por un globo inflable que cabalgaba las olas como una serpiente sin huesos. Lubin pulsó un control en el lateral de su visor: el cerco se amplió en el foco.

    —Allí.

    Sólo durante un momento, una pulcra entrada de datos metálica brillaba en el borde principal de la aleta dorsal. Otra. Media docena allí, aunque nunca verías más de una sobre la superficie a la vez.

    El viento remitió.

    Lubin se quitó el visor y miró a su alrededor con sus propios ojos. Era cerca del mediodía, tan oscuro como un eclipse solar. Por arriba el cielo bullía en silencio en ominosa cámara lenta.

    A su espalda, un distante rugido metálico empezó como una cascada a través de la ciudad: cierres de tormenta golpeando a lo largo de mil cañones euclídeos. Sonó como si los mismos edificios aplaudieran la subida de algún telón largo tiempo esperado. Una única gota de lluvia perfecta del tamaño de su pulgar salpicó sobre el asfalto a los pies de Lubin.

    Él se giró y entró en la tienda de mando.

    Otro tablero alucinógeno dominaba el espacio de habitación única. Lubin estudiaba el tablero de ajedrez: dos brazos de seguridad se extendían desde el frente de agua divergiendo al noroeste desde Grand y al sur desde Eisenhower. Una chimenea para guiar a Lenie Clarke hasta un lugar de otra elección.

    Dos-punto-cinco kilómetros al oeste del muro marino, una bandada de moscabots y exoesqueletos formaba una línea norte-sur y comenzaba a sellar los túneles.

    Siete kilómetros cuadrados y medio se encontraron excindidos del mundo a lo largo de esas fronteras. El tráfico superficial se movía en el interior, pero no a lo largo. La red RapidTrans quedó totalmente a oscuras en toda su amplitud. Llevó un poco más de tiempo cortar el flujo de información...

    —¿... no lo sabías, otra maldita cuarentena, parece que no podremos hacer nuestro ocho treinta después de... ¿hola? ¿Hola? Cristo Jesús...

    ....pero eventualmente, hasta los electrones respetaron las nuevas fronteras. El objetivo, después de todo, se sabía que recibía asistencia de tales medios.

    Pero no era suficiente con cortar simplemente este paralelogramo del mundo. Lenie Clarke aún se movía allí, junto a varios centenares de miles de ovejas. Lubin le soltó la correa a Burton durante un rato.

    Una rubia peruana estaba colocando un panel de telemetría en una esquina de la tienda.

    Lubin se unió a ella mientras Burton se ataba en la aplicación de fuerza pura.

    —Kinsman. ¿Cómo les va?

    —Quejándose del ruído. Y siempre odian las operaciones de agua fría. Les hace sentirse pesados.

    Su panel mostraba la matriz de cámaras integradas en el frontal de la aleta dorsal de los delfines. Una media luna gris echaba a perder el borde inferior de cada ventana, donde los melones de los animales invadían la vista. Sombras fantasmales se pasaban unas a otras deslizándose en la verdosa oscuridad más allá.

    Movimiento interminable. Aquellos monstruos ni siquieran dormían. Un hemiferio cerebral podría, pero no ambos. Nunca estaban ambos incoscientes al mismo tiempo.

    Diseñados a partir del almacén de Tursiops - crudo de sólo cuatro generaciones de edad, las aletas y colas llevaban refuerzos que daban un nuevo significado al término filo cortante, las habilidades de ecolocalización afiladas y afinadas durante más de sesenta millones de años superaban la tecnología de hardware actual.

    La humanidad había intentado todo tipo de lazos con los Cetáceos durante años. Gandes ballenas bobas piloto, ansiosas por agradar, Orcas, demasiado grandes para operaciones clandestinas y un poco inclinadas a la psicosis en espacios confinados. Restrasos y Puntos y todos aquellos híbridos de cuello rígido de aguas abiertas de los trópicos. Pero Tursiops - era el elegido, siempre había sido el elegido. No sólo era inteligente, lo demostraba.

    Si Clarke llegaba tan lejos, nunca los vería venir.

    —¿Qué hay del ruído? - preguntó Lubin.

    —Los frentes de agua industriales sin ruidosos en el mejor de los casos. - le dijo Kinsman. —Como una cámara de eco con todas esas superficies planas reflectantes. ¿Sabes qué se siente cuando alguien te enciende luces brillantes en los ojos? Pues lo mismo.

    —¿Se están quejando, interferirá con la operación?

    —Ambos. No va demasiado mal ahora pero, cuando los sumideros de tormenta empiecen a drenar vas a tener una docena de fuentes de aguas blancas golpeando por todo el muro marino. Mucho ruído, burbujas, cosas removidas del fondo. Bajo condiciones ideales, mis chicos pueden rastrear una bola de ping-pong a cien metros, pero del modo que va ahí fuera... yo diría diez, quizá veinte.

    —Aún así, mejor que nada que podamos desplegar bajo las mismas condiciones. - dijo Lubin.

    —Oh, seguro.

    Lubin dejó a Kinsman con sus cargas y agarró su mochila del suelo. La tormenta le asaltó en el momento que dejó el interior insonorizado de la tienda. El chubasco empapaba al contacto. El cielo por encima era tan negro como el asfalto por debajo. Ambos lanzaban destellos blancos allí donde el relámpago rasgaba el espacio. La gente de Lubin permanecía en sus conspicuas tareas a lo largo del muro marino, puntuando cada punto de ventaja. La lluvia los convertía en seres negros y húmedos como Rifters después de una inmersión.

    Disparar a matar estaba implícito. Aunque podría no ser suficiente. Si Clarke llegaba hasta aquí, había demasiados lugares donde podía bucear fuera hasta un malecón.

    Eso era bueno: de hecho, Lubin casi lo esperaba. Para eso estaban los submarinos y los espías y los delfines.

    Sólo que los submarinos eran inútiles cerca de la orilla y ahora Kinsman estaba diciendo que los delfines podrían no ser capaces de localizar un objetivo a más de pocos metros de distancia.

    Él apoyó la mochila en el suelo y abrió la cremallera.

    —Y si los delfines no pueden atraparla, ¿qué te hace pensar que tú si puedes?

    Lo extraño era que, en realidad, tenía una respuesta.

    Burton estaba esperando cuando Lubin regresó dentro: —Tenemos rodeado un montón de... oh, muy bonito. ¿Un saludo al enemigo, quizá? ¿Para su hora final?

    Lubin ensayó una ligera sonrisa, y confió que, algún día no muy lejano, Burton supusiera una amenaza para la seguridad. Sus tapas oculares se movían descorcentantemente detrás de sus párpados no lo bastante aclimatados a su presencia.

    —¿Qué tienes?

    —Tenemos un montón de gente que se parece mucho a tí ahora mismo. - dijo Burton. —Ninguno de ellos ha visto a Clarke... de hecho, ninguno de ellos ni siquiera sabía que estaba en la ciudad. Quizá la Anémona está perdiendo su toque.

    —La anémona?

    —¿No lo has oído? Así es como la gente la llama ahora.

    —¿Por qué?

    —Eso me supera.

    Lubin avanzó sobre el tablero de ajedrez. Media docena de iconos cilíndricos azules brillaban en puntos donde se mantenía a los civiles para asistir en la investigación en curso.

    —Por supuesto, estamos lejos de muestrear la población entera todavía. - continuó Burton. —Y nos concentramos en las grupis obvias, los disfraces. Habrá muchos más de paisano. Aún así, ninguna de las personas interrogadas hasta ahora sabe nada. Clarke podría tener un ejército si quisiera pero, hasta donde sabemos, ni siquiera ruega por un sandwich. Está completamente fuera-del-muro.

    Lubin se colocó su visor.

    —Yo diría que la encubren bien ahora. - remarcó Lubin suavemente. —Parece tenerte en un punto muerto, al menos.

    —Hay otros sospechosos. - dijo Burton. —Montones. La descubriremos.

    —Buena suerte.

    Las pantallas tácticas del visor de Lubin estaban extrañamente sin color: —oh, claro. Las tapas oculares. Él miró los cilindros azules brillar en la zona, ajustó sus controles del casco hasta resaturarlos. Tales formas perfectas, cada una representando una gran violación de los derechos civiles. A menudo se sorprendía de la poca resistencia que ofrecían los civiles ante tales medidas. Gente inocente detenida sin cargos por centenares, aislada de sus amigos y familia y, al menos para aquellos que podían permitírselo, abogado. Todo por una buena causa, por supuesto. Los derechos civiles deberían venir después de la supervivencia global en el libro de cualquiera. Aunque los sospechosos usuales no sabían lo que estaba en riesgo. Para ellos, esto no era sino otro caso de matón oficialmente sancionado como Burton, demostrando su peso por ahí.

    Aún así, sólo unos pocos se resistían. Quizá habían sido condicionados por todas las cuarentenas y apagones todas las fronteras invisibles que levantaba la ARISC en un momento de aviso. Las reglas cambiaban de un segundo para otro, se podía descorrer la cortina sólo porque el viento soplaba alguna hierba exótica fuera del rango doméstico aceptable. No se podía combatir algo así, no se podía combatir el viento. Todo lo que se podía hacer era adaptarse.

    La gente estaba evolucionando en animales de rebaño.

    O quizá había que aceptar que eso era lo que siempre había sido.

    Aunque no Lenie Clarke. Ella había ido por otro camino. Una víctima de nacimiento, pasiva y sumisa como las algas, había crecido de pronto y había endurecido sus brotes como el acero. Lenie Clarke era una mutante, el mismo entorno que convertía al resto en corchos tambaleantes, la había transformado en una verja de púas.

    Un diamante blanco floreció cerca de Madison y La Salle.

    —La tenemos. - crugió el comunicador con una voz que Lubin no reconoció. —Probablemente es ella, de todas formas.

    Él pulsó para entrar en el canal: —¿Probablemente?

    —Las cámaras de seguridad la filmaron en un sótano. No hay sensor EM allí abajo, por eso no hay confirmación. Aunque tenemos un perfil de tres cuartos durante medio segundo. Los bayesianos dicen ochenta y ocho por ciento de probabilidad.

    —¿Puedes sellar ese bloque?

    —No automaticamente. No hay interruptores maestros ni nada.

    —Vale, hazlo en manual.

    —Recibido.

    Lubin cambió canales.

    —¿Ingeniería?

    —Aquí.

    Había montado una línea dedicada para Planificación Urbana. La gente en esa punta estaba informada con lo esencial, por supuesto, ninguna pista de lo que estaba en juego, ningún nombre reconocible para humanizar al objetivo. Una fugitiva peligrosa, no preguntes por qué, detención total.

    No había allí muchos motivos para problemáticas brechas de seguridad.

    —¿Tiene el objetivo en La Salle? - preguntó Lubin ampliando el tablero.

    —Afirmativo.

    —¿Qué hay ahí abajo?

    —Estos días, no mucho. Originalmente, comercio, pero la mayoría de las mercancías se sacaron con la expansión. Una zona de puestos vacíos.

    —No, me refiero a subestructuras. Ventilación, túneles de servicio, ese tipo de cosas. ¿Por qué no estoy viendo nada de eso en el mapa?

    —Oh, mierda, eso es arcaico. Siglo veinte y más antiguo. Una zona que ni siquiera entró en la base de datos. Cuando actualizamos nuestros archivos, nadie estaba usando aquellas áreas salvo sintechos y chiflados y con todo los problemas de corrupción de datos que hemos estado tenien...

    —¿No lo sabéis? - Un leve pitido empezó a sonar en la cabeza de Lubin: alguien más esperaba para hablar.

    —Alguien podría haber escaneado los planos en un cristal en algún lugar. Podría comprobarlo.

    —Hazlo. - Lubin cambió canales.

    —Lubin. - Era su enlace con el muro marino. —Estamos perdiendo redespuma.

    —¿Tan pronto? - Debería haber durado al menos otra hora.

    —No es sólo la lluvia, es el sumidero de tormentas. Están precipitando la ciudad entera a través del muro marino. ¿Has visto el volumen que están achicando esas bocas?

    —No recientemente. - Las cosas iban a mejor.

    Burton, ocupado con sus propias tareas, parecía tener una oreja abierta en la dirección de Lubin.

    —Saldré ahora mismo. - dijo Lubin después de un rato.

    —Vale. - dijo MuroMarino. —Te informaré a...

    Lubin apagó el canal.

    Agua blanca rugía desde una boca en el revestimiento, ancha como un camión cisterna. Lubin no empezaba a imaginar la fuerza de la descarga. Se extendía unos cuatro metros de la pared antes de que la gravedad curvara visiblemente su horizontal. La redespuma se había retirado por todos lados. El Lago Michigan se agitaba en el espacio abierto reclamando más territorio.

    —Genial.

    Había once bocas de drenaje a lo largo del frente de seguridad. Lubin redesplegó dos docenas de personal de la orillla en el muro marino.

    Planificación Urbana pitó en su oído: —...y alg...

    Él aumentó los filtros de su casco. El rugido de la tormenta se disipó un poco: —Repite.

    —¡...contrado algo! En 2d y baja resolución, pero parece que no hay nada ahí abajo salvo un conducto de ventilación sobre el techo y un sumidero principal bajo el suelo.

    —¿Se puede acceder a ellos? - Incluso con los filtros, Lubin apenas podía oir su propia voz. Aunque ingeniería no parecía tener problema.

    —No desde la calle, por supuesto. Hay una planta física bajo la siguiente manzana.

    —¿Y si entra en el principal?

    —Terminaría en una planta de tratamiento en Burnham, lo más seguro.

    Tenían Burnham cubierto. Pero...—¿Qué quieres decir con lo más seguro? ¿En qué otro sitio puede terminar?

    —Los sistemas de alcantarillado y el sumidero de tormenta se juntan cuando las cosas se empantanan demasiado. Evita que se inunden las instalaciones de tratamiento. No es tan malo como suena. Para cuando las cosas se vuelven así de locas, el flujo es lo bastante grande para disolver las aguas sépticas...

    —¿Estás diciendo...? - Un rayo cortó el cielo en fragmentos irregulares. Lubin se obligó a esperar. El trueno fue ensordecedor en la oscuridad. —¿Estás diciendo que podría estar en los sumideros de tormentas?

    —Bueno, teóricamente, pero da igual.

    —¿Por qué?

    —Tendría que haber un montón horroroso de agua atravesándolo antes de que se mezclaran los sistemas. En el momento en que tu fugitiva cruzara, sería succionada y se ahogaría. Es imposible luchar con la corriente y no habría espacio de aire en pr...

    —¿Ahora todo fluye a través del sistema de tormenta?

    —La mayoría.

    —¿Aguantará el enrejado?

    —No entiendo. - dijo Ingeniería.

    —¡El enrejado! ¡Las rejillas que cubren las bocas! ¿Soportarán esta clase de flujo?

    —El enrejado ha caído. - dijo Ingeniería.

    —¿Qué!

    —Se plegó automáticamente cuando las toneladas por segundo eran demasiado altas. De lo contrario impedirían el flujo y el sistema entero se...

    Otra vez ataques de metales pesados.

    Lubin abrió un canal de operación amplia: —No viene sobre la tierra. Ella est...

    Kinsman, la mujer delfín, interrumpió: —Gandhi tiene algo. Canal doce.

    Cambió canales, se encontró a sí mismo sumergido. La mitad de la imagen era un baño de estática, interferencia que los bayesianos no podían despejar en tiempo real. La otra mitad no era mucho mejor: un baño gris espumoso de burbujas y turbulencia.

    Un vistazo de fracción de segundo hacia la izquierda: agitación de movimiento oscuro. Gandhi la vio también, ajustó sin esfuerzo la vista en la nueva dirección. La cámara rotó suavemente mientras el delfín rodaba sobre su espalda. La mancha se oscureció.

    —Se está hundiendo. - notó Lubin. —Viene desde abajo. Buen chico.

    Ahora, la imagen centrada en una zona de brillo radial difuso, fundiéndose en negro por todos lados: laóptica ascendía hacia una superficie más brillante. De pronto el objetivo estaba allí, justo a la derecha: brazos perfilados, una cabeza, rápida salida y desapareciendo.

    —Alcanzado. - informó Kinsman. —Nunca lo vio venir.

    —Recuerda, no queremos que sangre aquí fuera. - avisó Lubin.

    Gandhi conocía el procedimiento. No usaba sus picos, sólo embestía.

    De nuevo: una sombra humana carnosa, hallada y perdida al instante. La imagen osciló ligeramente.

    —Ah. - dijo Kinsman. —Lo vio venir de algún modo. Casi escapa a tiempo.

    —Los implantes.

    Por un instante, Lubin estaba de vuelta sobre la Dorsal de Juan de Fuca, suspendido cómodamente bajo tres kilómetros de negra agua helada. Sintiendo el tiqueteo del sonar de la Beebe contra la maquinaria en su pecho.

    —Puede sentir el tren de ondas. - dijo él. —Dile a Gandhi que baj...

    Otra pasada. Esta vez el objetivo encaró a su atacante directamente, manchas de ojos en un rompecabezas oscuro, un brazo subía en vano intento de protegerse de doscientos kilogramos de hueso y músculo

    —...espera un segundo está sosteniendo algo está...

    La imagen se inclinó hacia la izquierda. De pronto el agua estaba girando de nuevo, sin rotación controlada suave esta vez, sólo un loco remolino puramente balístico, reduciendo en el arrastre ambiental. La oscuridad de las aguas profundas creció más adelante. Una oscuridad diferente se derramó de un lateral, una nube negra que se extendía en breves cumulus antes de las corrientes los hicieran pedazos.

    —Mierda. - dijo Kinsman.

    El casco de Lubin amplificó el susurro lo bastante para ahogar un trueno.

    —Conserva su puñal. Todo este tiempo desde la Beebe, caminando y conduciendo y viajando por el maldito continente entero. Bien por ella...

    La visión implosionó a la oscuridad y un borrón final de estática. Lubin estaba de vuelta en el frente de agua, cortinas de lluvia golpeaban el mundo en un borrón escasamente más brillante que el que acaba de dejar.

    —Gandhi ha caído. - informó Kinsman.

    Kinsman reunió en el equipo dos delfines más hacia la última posición de Gandhi. Lubin avanzaba lado a lado sobre el muro marino algunos momentos después de que llegaran. Burton estaba esperando allí con un calamar cargado y el agua cayendo en cascada de su impermeable.

    —Extiéndelos en abanico. - le dijo Lubin a Kinsman por el comunicador. —Foco hiperbólico sobre la carcasa, dispersión mar adentro. - Sacó sus aletas del scooter y avanzó hacia el borde del muro marino con Burton a su lado. —¿Qué hay de Gandhi?

    —Gandhi está fiambre. - dijo Kinsman.

    —No, me refiero a ¿qué pasa con los lazos emocionales? ¿Qué impacto tendrá su pérdida en la eficiencia del resto?

    —Para Singer y Caldicott, ninguno. Nunca les gustó mucho. Por eso los envié a ellos.

    —Vale. Pon en fila al resto en un perímetro convergente, pero mantenles alejados de los vertidos de las bocas.

    —Sin problema. - reconoció Kinsman. —No serían de mucha ayuda allí, de todas formas, con esa acústica.

    —Estoy conmutando a mi vocificador en treinta segundos. Canal cinco.

    —Recibido. - Burton observó neutralmente cómo Lubin se inclinaba para ponerse las aletas. —¡Mal asunto! - gritó por encima del sonido de la tormenta. —¡Sobre el sumidero, quiero decir!

    Lubin apretó las correas de sus tobillos y extendió el brazo hacia el calamar. Burton se lo entregó. Lubin se selló la cubierta del rostro. La inmersopiel llegaba a lo largo de sus párpados y se unía a las tapas debajo, bloqueó la nariz y boca como goma líquida. Se puso de pie, aislado del chubasco, ahogándose en calma.

    —Buena suerte. - vocalizó Burton a través de la lluvia.

    Lubin abrazó el calamar hacia su pecho y dió un paso hacia el vacío.

    El Michigan se cerró sobre su cabeza, rugiendo.

    Quince metros hacia el norte, una de las bocas de Chicago escupía un vómito interminable de agua séptica en el lago. Los remolinos de la descarga alcanzaron a Lubin con fuerza escasamente disminuída. Una niebla de burbujas microscópicas se arremolinó por todos lados, luz turbia manchaba las aguas. Trozos de detritus trazaban bucles enórbitas excéntricas, disipándose en blanco al pasar más allá del alcance de los dedos. Las aguas succionaban y arrojaban en todas partes. Por encima, apenas visible, la superficie perforada por la lluvia temblaba como el mercurio bajo un asalto de fuego contínuo... y por todo el entorno, omnipresente en la fuerte agitación, el ensordecedor rugido profundo de la caída del agua.

    Lubin giró en la corriente, sus adentros se inundaron y revelaron.

    No pensaba que esta Lenie Clarke estuviera yendo hacia las profundidades todavía. Ella podría no haber anticipado los minisubmarinos que acechaban mar adentro. Aunque sabía que había delfines y sonar. Sabía todo sobre los efectos de la turbulencia en sistemas sensoriales tanto electrónicos como biológicos. Había permanecido cerca de la orilla, oculta en la cacofonía de las cataratas. Pronto, quizá, bordearía el norte o sur en fases furtivas, reptando la turbia jungla de despojos y detritus dejados desde más de tres siglos de si no lo veo no me importa. Incluso con el tiempo en calma, no había escasez de lugares donde ocultarse.

    Ahora, sin embargo, estaba herida, probablemente en trauma de guerra. Gandhi la había alcanzado dos veces antes de que Clarke hubiera respondido. Era asombroso que incluso siguiera consciente después de aquel golpe, por no hablar de responder al ataque. Por primera vez, estaba en algún agujero en algún lugar, sólo esperando.

    Lubin miró la consola de navegación de su muñeca. Una pequeña representación 2d del espacio local brillaba allí, parte del elenco como Ken Lubin, una convergencia de fuertes líneas verdes en la parte central. Indicadores amarillos ocasionales vagaban dentro y fuera de alcance: los delfines de Kinsman que patrullaban el perímetro.

    Otro indicador, mucho más próximo, no se movía en absoluto. Lubin apuntó su calamar y apretó el acelerador.

    Gandhi era un destrozo, el puñal de Clarke se había descargado contra el lateral derecho de su cabeza. La parte delantera del animal había quedado reventada en pedazos al instante. Tras la aleta dorsal, la carcasa estaba bastante intacta. Por delante, un despojo de carne, costillas y cráneo permanecía en el lado izquierdo, aquella idiota sonrisa maníaca del delfín persistía aún después de muerto. El lado derecho entero había desaparecido.

    Gandhi estaba empalado en una maraña de barras hundidas. La corriente aquí se movía mar adentro. El delfín debió de haber encontrado su destino más cerca del muro marino. Lubin dió la vuelta al calamar y empezó corriente arriba.

    —...eive...Lu...ical?

    Los fragmentos de palabras zumbaron a lo largo de su mandíbula inferior, todo perdido en el trueno ambiental. Lubin, impactado por el súbito descubrimiento, aumentó la ganancia de su vocificador: —Mantened este canal despejado. Des...

    Sus palabras, transmutadas por el vocificador en un confuso zumbido metálico, le cogieron desprevenido. Había pasado meses desde que los implantes mutilaran su voz de esa forma. El sonido casi invocaba un especie de nostalgia.

    —Sin contacto. - continuó él. —Clarke tiene implantes L-FAM. Podría estar escuchando.

    —...ain?...

    De hecho, aún cuando Clarke estuviera sintonizada en el canal correcto, era dudoso que recibiera palabras con mayor sentido que las que Lubin estaba recibiendo ahora. Los modems acústicos no se habían construído con agua blanca en mente..

    —¿Y por qué iba ella a estar escuchando, de todas formas? ¿Cómo sabría siquiera que estoy aquí?

    Era un riesgo que no estaba dispuesto a correr. Se mantuvo tan silencioso como su presa. El lago rabiaba alrededor de ambos.

    Intuición no es clarividencia. Tampoco es suposición. Intuición es sumario ejecutivo, aquel noventa por ciento del cerebro superior que funciona subconscientemente, que no menos rigurosamente que la subrutina autoconsciente que se piensa a sí misma como la - persona. Lubin navegaba a través de una suciedad tan espesa que apenas veía el calamar que le remolcaba hacia adelante. Puso la máquina en suspensión y se arrastró a través de muertas madrigueras retorcidas de despojos y abandonos, estacas y bordes irregulares sobresalían bajo capas de cieno que sólo suavizaban su apariencia. Dejó que la corriente le empujara mar adentro, después, que le agarrara y le lanzara contra la base del mismo muro marino. Él gateó lateralmente como un cangrejo sobre chamuscadas superficies grises, aplanándose cerca del muro mientras el agua trataba de despegarlo y lanzarlo lejos como un viejo trapo. Dejó que todas aquellas subrutinas intuitivas le guiaran, sopesando escenarios, memorias, recordando tiempos más felices de cuando Lenie Clarke había revelado este motivo o aquella preferencia. Exploró algunos refugios potenciales, ignoró otros y, sin saber exactamente por qué, todas las partes de Ken Lubin habían sido entrenadas eficientemente y bien: el tallo cerebral y las subrutinas analíticas y los pequeños homúnculos que se sentaban autoconscientemente tras sus ojos.

    Cada uno sabía qué hacer y qué dejar a las otros.

    Y así, no fue del todo inesperado que hubiera llegado hasta Lenie Clarke, ocultada en la sombra de una de las absurdas cataratas de Chicago, fundida en un valle de despojos del siglo previo.

    Ella estaba en mala forma.

    Su cuerpo estaba retorcido de un modo que sugería que los golpes de Gandhi habían cumplido su cometido. Su inmersopiel había quedado rasgada a lo largo de la caja torácica, o por el ataque del delfín o por la geometría irregular del fondo del lago. Favorecía el brazo izquierdo. Pero había elegido un buen escondite: demasiado ruído para el sonar, demasiado metal para lecturas EM, demasiada mierda en el agua para alguien sin los ojos ni instintos de un Rifter. Burton habría pasado a un metro sin captar el olor.

    —Buena chica, pensó él.

    Ella alzó la vista desde su escondite, sus ojos blancos sin detalles se encontraron con los de Lubin a dos metros de distancia del caos lácteo y él supo al instante que ella le había reconocido.

    Había confiado contra toda razón que no lo haría.

    —Lo siento. - pensó él. —De verdad que no tengo otra elección.

    Por supuesto, ella aún tenía el puñal. Por supuesto, lo mantendría oculto hasta el último momento, luego lo podría en juego con desesperada agilidad. Por supuesto, intentó usarlo consigo misma, condenada de todos modos, ¿qué mejor acto de venganza final que liberar al βehemoth en una última catarsis suicida?

    Lubin lo vio venir todo y la desarmó con apenas pensarlo. Pero el puñal, cuando lo comprobó, estaba vacío. Gandhi había recibido su carga final. Lubin lo dejó caer en el fangoso paisaje de basura.

    —Lo siento. - La impaciencia sexual del asesinato inminente empezó a sacudirle.—Me gustabas. Eras la única que realmente merecías ganar.

    Ella le devolvió la mirada. No activó el vocificador. No siquiera trató de hablar.

    En cualquier momento funcionaría la Horda Criminal. Una vez más, Lubin se sintió casi enfermo de gratitud: aquella neuroquímica diseñada podía quitarle tan fácilmente el peso de los hombros de toda responsibilidad por sus actos. Estaba a punto de matar a su única amiga y permanecía tan carente de culpa por tan mal comportamiento.

    Era imposible cerrar los ojos mientras se lleva la inmersopiel. El material unido a las tapas oculares pinza los párpados en una mirada sin pestañeo. Lenie Clarke miró a Ken Lubin. Ken Lubin apartó la mirada.

    La Horda Criminal nunca había tardado tanto tiempo antes.

    —No está funcionando. Algo va mal.

    Esperó a que sus entrañas le obligaran a entrar en acción. Esperóórdenes y absolución.

    Se bajó dentro de sí mismo tan hondo como se atrevió, buscando algún amo que aceptase la culpa.

    —No. No. Algo va mal. ¿Tengo acaso que matarla yo mismo?

    Para cuando se dió cuenta de no iba a recibir una respuesta, fue demasiado tarde. Miró de nuevo al refugio final de Lenie Clarke, endureciéndose a sí mismo para la condenación.

    Y vio que todo estaba vacío.

Capítulo 60

    

Capítulo 60 - Terrarium

    Un icono se iluminó en la esquina del tablero de Desjardins.

    Él lo ignoró.

    Los nuevos datos acababan de aparecen online: una hebra de fibraóptica serpenteando entre la confusa física bajo la puerta y pasillo abajo. No había podido ser de otra forma. La ARISC era demasiado consciente de la seguridad para permitir nodos civiles dentro de su perímetro y El General; o Anémona, o como se llamara hoy; no había hablado con nadie desde entonces antes de lo Yankton. Si Desjardins quería entrar en combate, tendría que hacerlo en terreno enemigo.

    Eso implicaba dificultades.

    La red inalámbrica externa estaba interferida, por supuesto. Ni siquiera los relojes de pulsera podían conectar con la ARISC sin pasar por un concentrador local.

    Desjardins había envisionado un cable que recorría el vestíbulo hasta la calle colgando por las fachadas y haciendo tropezar a los peatones por todo el camino hasta la biblioteca pública más cercana. Afortunadamente, había una caja de conexiones municipal en el sótano.

    Su tablero aumentó los lúmenes del icono, una voz visual se elevó: Alice Jovellanos aún quiere hablar. Por favor responda.

    —Olvídalo, Alice. Tu cara es lo último que quiero ver ahora mismo. Tienes suerte de que no te haya entregado todavía.

    Si la Horda Criminal hubiera hecho su trabajo, habría podido entregarla.

    Sólo Dios sabía el desastre que él podía causar ahora gracias a ese trabajillo casero de su saboteadora. Sólo Dios sabía cuántos otros criminales había puesto ella en riesgo del mismo modo, cuántas catástrofes habrían resultado por pura indecisión glandular en el momento crítico. Alice Jovellanos había saboteado millones de potenciales vidas.

    Tampoco es que aquello supusiera más que un pedo en un huracán comparado con lo que el βehemoth estaba equipando y preparando, por supuesto. La NAmCable acababa de hacerlo público: un gran pedazo de la costa oeste estaba ahora oficialmente bajo cuarentena.

    Incluso el índice de víctimas oficiales había dejado la marca de inicio en cuatro dígitos.

    La unión envió nuevos datos al panel ya atestado a su derecha. Era independiente y autosuficiente, desconectado e indesconectable de cualquier zócalo de la ARISC.

    Vastos espacios amurallados dentro de espacios que podían engullir los contenidos de un nodo y muro que pudiera imitar su arquitectura en un momento dado. Un replicador de hábitat, en efecto. Un terrarium.

    El icono empezó a pitar.

    Él lo silenció.

    —Coge la indirecta, Alice.

    Ella, ciertamente, le había dado por el culo. El problema era, y el hecho de que fuera un problema sólo enfatizaba la eficiencia con que ella había complicado las cosas, que ella obviamente no lo veía de esa manera. Ella se creía una especie de liberadora que actuaba por una especie de retorcida preocupación por el bienestar de Desjardins. Había puesto los intereses de Desjardins por encima del Bien Mayor.

    Desjardins puso en funcionamiento el terrarium. Los diagnósticos de inicio confundieron momentáneamente la pantalla. No usuaría sus visuales internas esta vez, eran parte de la red de la ARISC, después de todo. Iba a tener que recorrer el camino con visuales en bruto y toques de pantalla.

    —El Bien Mayor. De acuerdo.

    Eso siempre había sido algo sin rostro, abstracto a las sensibilidades humanas.

    Era más fácil sentir por una persona que conocías que por los distantes sufridos millones que no. Cuando el Gran Desastre golpeó la Costa Izquierda, Desjardins había observado los hilos, movido sus filtros y suspirado silenciosamente, aliviado de no haber sido él quien estuviera bajo todos esos escombros. Pero el día que Mandelbrot muriera, él lo sabía, se le rompería el corazón.

    Era un hecho ilógico que hacía necesaria la Horda Criminal en primer lugar. Era ese hecho ilógico el que evitaba que traicionase a Alice Jovellanos. Estaba seguro de no estar preparado para sentarse y tener una charla amistosa con ella, pero no reunía fuerzas para venderla tampoco.

    Además, si de verdad conseguía resolver todo ese asunto de Anémona, sería Alice quien le habría dado la idea.

    Pulsó el tablero. Una ventana se abrió. El Maelstrom aulló al otro lado.

    De una forma u otra, lo sabría llegado el momento

    Estaba por todos lados.

    Incluso donde no estaba, estaba. Donde no estaba hablando, se hablaba de ella. Donde no se estaba hablando de ella, estaba siendo vista, cuentos y mitos de Lenie Clarke permanecían inertes hasta que algún vector insospechado abría un correo para sacar del cascarón una nueva generación entera.

    —Ella está por todos lados. Por eso no pueden atraparla.

    —Estás cagando estática. ¿Cómo puede estar en todos lados?

    —Impostores. Clones. ¿Quién dice que sólo hay única Lenie Clarke? Ella puede, ¿sabías?, teletrasportarse. Teleportación cuántica. Es por los nanos que lleva en la sangre.

    —Eso es imposible.

    —¿Recuerdas la Zona?

    —¿Qué pasa con ella?

    —Pues que Lenie lo empezó allí, haploide. Paseó por la playa y todo al que tocaba le sacaba las drogas y despertaba. Así de sencillo. A mí me suena a nano.

    —Aquello no era nano. Sólo fue, ya sabes, el bicho de la NoCal, el que te destroza las articulaciones. Se metió en los cicladores y jodió alguna molécula en el valium. Si quieres saber lo que empezó Lenie te diré que empezó esa jodida plaga.

    Se había vuelto más inteligente, también. Más sutil. Cientos de criminales estaban de vigilancia ahora, fisgando en canales civiles en busca de la inexplicable claridad que había alertado a Desjardins el día antes. Esa unión no se había repetido, hasta donde se sabía.

    Y cuando Desjardins por fín adquirió un objetivo, no fue la tasa de baudios o las caídas lo que le indicaron la entrada, sino el contenido: —Sé dónde está Lenie Clarke. - Habló con la neutra voz asexual del ascii inflado configurado por defecto. Su indicador era Teseracto.

    —Les-beus van tras ella pero han perdido el rastro por ahora.

    —¿Cómo lo sabes? - preguntó alguien que afirmaba ser —Poseidón-23.

    —Soy Anémona. - dijo Teseracto.

    —Claro. Y yo soy Ken Lubin.

    —Entonces tus días están contados, criaturita mía. Ken Lubin se ha entregado. Ahora trabaja para los cuerpos.

    Mucho más lista para haber sabido eso. No tan lista por admitirlo en compañía mixta.

    Desjardins empezó a esbozar líneas en su tablero.

    —Tenemos que respaldarla. - estaba diciendo Teseracto. —¿Está alguno de vosotros en la NAm central, digamos, por los Grandes Lagos?

    Sin preguntas en el registro de tráfico local, sin jábega leal por parte de las apps de Turing, sin rastro sobre el canal. Sin movimientos en nada que Teseracto pudiera estar vigilando. Aquiles Desjardins se había vuelto más listo, también.

    —Cómprate un bosque, Tessie. - Algún escéptico hablando como Hiigara. —¿Esperas que creamos que el gestor personal de Lenie Clarke acaba de aparecer para charlar?

    Nada en el nodo local. Desjardins empezó a espíar los servidores adyacentes.

    —Siento escepticismo. - remarcó Teseracto. —¿Efectos especiales es lo que quieres? Una demostración.

    —Aulladores. - dijo Poseidón-23, y se ahogó en el rugido de un océano.

    Desjardins parpadeó. Un instante antes, había seis personas en la lista del canal. Ahora había cuatro mil ochocientas sesenta y dos, todas hablando a la vez. Ninguna voz era comprensible, pero hasta el estruendo colectivo era imposiblemente claro: un parloteo digital sin distorsión, sin estática, sin tartamudeo arrítmico de retraso de bytes o perdidos en tráfico.

    Regresó el silencio. La lista del canal implosionó hasta las seis personas con las que había empezado.

    —Ahí lo tenéis. - dijo Teseracto.

    —Mierda. - pensó Desjardins. Atónito, estudió los resultados en su tablero. —Está hablando a todos ellos. A la vez.

    —¿Cómo has hecho eso? - preguntó Hiigara.

    —Prefería no tener que hacerlo. - susurró Teseracto. —Llama la atención. ¿Está alguno de vosotros en la NAm central, digamos, por los Grandes Lagos?

    Él silenció la charla, no la necesitaba ahora que tenía el olor. Parecía haber una buena parte de la vida salvaje en el servidor de un hospital por la ciudad. Él pasó dentro y buscó por sus portales.

    Aún más vida salvaje por allí. Desjardins caminó de lado y se encontró en el registro de cuentas del Oslo National. Y aún más vida salvaje fluyendo hacia...

    Paso.

    Timor.

    Infecciones pesadas serias. Por supuesto, aquellas pequeñas subsidiarias aún estaban en el siglo veinte cuando llegó el control de pestes, pero aún así...

    —Es esto. - pensó él. —No toques nada. Ve directo a la raíz.

    Lo hizo. Susurró dulces nadas a los guardianes y los relojes del sistema, pasó su ID para tranquilizar sus preocupaciones.

    —Un gran número de usuarios va a cabrearse mucho. - reflexionó él.

    Pulsó su tablero. Al otro lado del mundo, todo portal sobre el borde del nodo de Timor se cerró de golpe.

    En su interior, el tiempo tartamudeó.

    Eso no lo detuvo completamente... no había ningún nivel de iteración de sistema, no había forma de copiar lo que estaba dentro. Afortunadamente, eso daba igual. Algunos miles de ciclos, algunas decenas de miles. Quizá suficiente para que el enemigo se tambaleara en incrementos a cámara lenta hacia alguna tenue consciencia de lo que estaba ocurriendo, pero no lo suficiente, si tenía suerte, para poder hacer nada al respecto.

    Él ignoró el tráfico que se apilaba a las puertas de Timor. Ignoró las suplicantes solicitudes del resto de nodos que se preguntaban por qué se habían quedado a oscuras. Todo lo que él veía era la matemática dentro de la burbuja: arquitectura, sistema operativo, software. Archivos y ejecutables y la vida salvaje. Era casi una especie de teleportación... cada bit fijado y leído y reconstruído a medio mundo de distancia, el original dejado inmutable para la total intimidad de su violación.

    Lo tenía.

    El nodo de Timor se sacudió en retirada a gran velocidad. El súbito pánico de algo en su interior. La vida salvaje volaba como hojas en un tornado que arrancaba registros e irrumpía a través de las puertas de paso para desembotellarse a sí misma después. No importaba. Era demasiado tarde.

    Desjardins sonrió. Tenía una Anémona en un tanque.

    En el terrarium, podía detener el tiempo por completo.

    Todo quedaba expuesto ante él, congelado: una emulación en software del mismo nodo, copias de cada registro y dirección, cada cadena y cada bit. Podía ponerlo todo en marcha con un único comando.

    Y volaría en segundos. Igual que el original de Timor.

    De modo que configuró copias de seguridad inviolabes de los registros y los sacó al exterior, con un canal filtrado de doble vía que conducía hacia los originales. Recorrió todos los portales que conducían al exterior del nodo; las puertas de paso, ahora en el olvido de una burbuja suspendida en el vacío; y les dió a cada uno un pequeño medio giro.

    Observó su trabajo manual con el tiempo aún detenido. Nada se movió.

    —Moebius, adelante. - murmuró él.

    Anémona gritó. Un millar de ejecutables no registrados saltaron hacia adelante y clavaron sus garras en el registro de tráfico hasta hacerlo pedazos. un millón más escapó a través de los portales.

    Diez veces tal cantidad crujió y observó...

    Cómo los registros mutilados se repararon con apenas tiempo para sangrar, se rellenaron mágicamente hasta arriba. Cómo la vida salvaje que había huído a través de aquél - portal regresó conectándose a través de éste, dando vueltas en la confusion. Cómo se abrió un canal en mitad de la jungla y sonó una voz desde Heaven: —Hey, tú. Anémona.

    —Nosotros no hablamos contigo. - Neutral, asexual, por defecto.

    Aún iba detrás de los registros, pero estaba tomando una docena de rumbos al mismo tiempo: falsificación sutil, asalto frontal total y todo lo que hay entre ambas cosas. Nada de aquello funcionó, pero Desjardins estaba impresionado de todos modos. Malditamente inteligente.

    Tan inteligente como una araña tejiendo un orbe, obedeciendo ciegamente funciones de toda una vida. Tan inteligente como un pájaro notando viento y distancia hasta tres posiciones decimales.

    —Deberías hablar conmigo. - dijo Desjardins suavemente. —Soy Dios. - Cogió un pedazo de vida salvaje al azar, la etiquetó y la dejó libre de nuevo.

    —Estás cagando estática. Lenie Clarke es Dios. - Un banco de peces, una bandada de revoloteantes pájaros tan compleja que se necesitaba álgebra matricial y máquinas pensantes para entenderla en su totalidad. El ascii llegó desde algún lugar de su interior.

    —Clarke no es Dios. - dijo Desjardins. —Es una placa de petri.

    La vida salvaje aún volaba por el recubrimiento de las puertas de paso, pero menos al azar, siguiendo algún tipo de exploración sistemática que evolucionaba sobre la marcha. Desjardins comprobó el ejemplar que había etiquetado. Ya tenía descendientes y todos portaban la Marca de Caín que le habían otorgado sus ancestros. Y sus descendientes habían tenido descendientes.

    Doscientos sesenta generaciones en catorce segundos. Nada mal.

    —Gracias, Alice. Si no me hubieras dado la murga sobre abejas danzarinas, quién sabe cuándo habría averiguado yo esto...

    —Quizá necesitas una demostración. - dijo el enjambre. —¿Efectos especiales es lo que quieres?, ¿sí?

    Y ella había tenido razón.

    Los genes tienen su propia inteligencia. Pueden conectar una hormiga con el cultivo en granjas subterráneas, con la domesticación de ganado áfido... hasta con la captura de esclavos. Los genes pueden modelar comportamientos tan sofisticados que rozan la genialidad con el tiempo.

    —Una demostración. - dijo Desjardins. —Claro. Sorpréndeme.

    La pega era el tiempo, por supuesto. Los genes son lentos: un millar de generaciones para aprender algún truco de búsquedaóptima de comida que el verdadero cerebro pudiera comprender en cinco minutos. Lo cual era la causa de que los cerebros evolucionaran en primer lugar, por supuesto.

    Pero cuando un centenar de generaciones se acomodan en el tiempo de un bostezo, quizá los genes recuperaban su importancia. Quizá la vida salvaje aprendió a hablar usando sólo la ciega lógica estúpida de la selección natural y el pobre saco de carne al otro lado ni siquiera sospecha que está teniendo una charla que se extiende varias generaciones.

    —Estoy esperando. - dijo Desjardins.

    —Lenie Clarke no es una demostración. - El enjambre revoloteaba en el terrarium.

    ¿Eran imaginaciones de Desjardins o parecía estar... desapareciendo, de algún modo?

    Él sonrió. —Te estás volviendo loco, ¿verdad?

    —Panes y peces para Anémona.

    —Pero tú no eres Anémona. Sólo eres una diminuta parte de ella, estás solo...

    El tiempo no es suficiente, por supuesto. La evolución necesita varianción - también.

    Mutación y reorden para crear nuevos prototipos, entornos variables para escarbar lo que no encaja y dar forma a los supervivientes.

    —Clarke, Lenie. Todas las luces de agua fría encendidas y brillo radial...

    La vida puede sobrevivir en una caja, durante un tiempo al menos. Pero no puede evolucionar - allí. Y en el terrarium de Desjardins, la población estaba empezando a parecer bastante inter-engendrada.

    —Pedosnuff hardcore grátis. - murmuró el enjambre. —Incluso para entrar.

    Incontables individuos. Enraizando, Procreando. Estancándose.

    Todo es sólo diseño.

    —Fiambre. - dijo la vida salvaje y nada más.

    Desjardins se dió cuenta que había estado conteniendo el aliento. Lo dejó salir lentamente.

    —Bueno... - susurró él, —... no eres tan lista después de todo. Sólo actúas como si lo fueras.

Capítulo 61

    

Capítulo 61 - Alma Gemela

    Alguien estaba aporreando su puerta. Alguien, definitivamente, no estaba captando la indirecta.

    —¡Aguafiestas! ¡Abre la puerta!

    —Lárgate. - pensó Desjardins.

    Él pasó sus hallazgos al resto del equipo Anémona: un ensamblado de criminales de altos vuelos que nunca había comocido en carne y hueso y, probablemente, nunca lo haría.

    —Atrapé al mamón. Lo descubrí.

    —¡Aquiles!

    Con resentimiento, se reclinó hacia atrás y pasó el pulgar para abrir la puerta sin mirar. —¿Qué quieres, Alice?

    —¡Lertzman está muerto!

    Él giró en su silla. —Estás de broma.

    —Le envenenaron la médula. - los ojos almendrados de Jovellanos estaban abiertos y preocupados. —Le encontraron esta mañana. Muerte cerebral, se quedó allí tirado hasta que murió de hambre. Alguien le clavó una aguja en la nuca y le destrozó la materia blanca.

    —Jesús. - Desjardins se levantó. —¿Estás segura? O sea...

    —Pues claro que estoy segura. ¿Crees que me iba a inventar algo así? Fue Lubin. Tuvo que ser él, así es cómo te rastreó, así es cómo...

    —Ya, Alice, Lo capto. - Él dió un paso hacia ella. —Gracias por... por contármelo. - Empezó a cerrar la puerta.

    Ella metió un pie en el hueco. —¿Ya está? ¿Eso es todo lo que tienes que decir?

    —Lubin se ha ido, Alice. Ya no es nuestro problema. Y además... - Empujó el pie de Alice fuera del umbral con el suyo propio. —... no te gustaba Lertzman más que me gustaba a mí.

    Cerró la puerta en su cara.

    —Lertzman está muerto.

    Lertzman el burócrata. El quiste en el sistema, demasiado dormido para contribuir, demasiado integrado para extirpar, demasiado inefectivo para importar.

    Muerto.

    —¿Qué más te da? Era un gilipollas.

    —Pero le comocía...

    Las personas que conoces.

    Los distantes millones que no.

    —Pudo haberme pasado a mí.

    Nada que hacer con Lertzman ahora. Nada que hacer con su asesino, incluso: Lubin estaba fuera de la vida de Desjardins, siguiendo el rastro de Lenie Clarke. Si tenía éxito, Ken Lubin podría ser el salvador del planeta.

    Ken-el-jodido-psicópata-Lubin, salvador de mil millones. Casi era gracioso. Quizá después de salvar el mundo, hiciera una fiesta de exterminio para celebrarlo. Preparar brecha tras brecha, sellando cada una con extremo uso de la fuerza. ¿Quedaría alguien con espíritu para detenerle después de todo el bien que había hecho? La salvación de mil millones podía comprarte un montón de perdón, supuso Desjardins.

    Ken Lubin, con todas sus rarezas, estaba haciendo algo de provecho. Estaba cazando a la otra Lenie Clarke, la verdadera. La Lenie Clarke que Aquiles Desjardins había estado rastreando era un espejismo. No se trataba de una gran conspiración después de todo. Nada de culto a la muerte global. Anémona era una idiota babeante. Todo lo que sabía era que los cuentos del apocalipsis global eran buenos para procrear y que Lenie Clarke - era un pase libre dentro de Haven.

    Sólo había atado esos hilos por boba suerte ciega.

    Era una fulgurante ironía que la persona detrás de las palabras, en realidad sobrevivía a su costa. Pero eso era problema de Lubin. No el suyo.

    Aunque eso era erróneo y él lo sabía. Lenie Clarke era el problema de todos. Una amenaza al bien mayor, si es que él veía uno.

    —Olvida a Lertzman. Olvida a Alice. Olvida a Rowan y a Lubin y a Anémona, incluso. Ninguno de ellos importaría si no fuera por Lenie Clarke.

    —Preocúpate con Clarke. Ella es la única que nos va a matar a todos.

    Ella había llegado hasta la Zona de Oregon, se había movido hacia el norte hasta Hongcouver. Había seguido por tierra firme desde allí. Había cruzado la cuarentena, Dios sabría cómo. Luego, desaparecida durante un mes o así hasta que había aparecido en el oeste medio camino al sur, rebañando el borde de una zona restringida que se prolongaba a lo largo de tres estados. Dos brotes bajo el borde del Cinturón de Polvo. Luego Yankton: la punta de la flecha que señalaba hacia algún lugar en la vecindad de los Grandes Lagos.

    —A casa. - había dicho Lubin. —Sault Sainte Marie.

    Desjardins pulsó el tablero: el menu principal de la Autoridad de la Red de la NAmPac se iluminó en sus lentillas.

    —Personal. Clarke, Lenie. Fallecida.

    No era sorpresa: era el jadeo usual de la burocracia ante los eventos actuales. No habían borrado el archivo.

    Buscó familiares: Clarke, Indira - y Butler, Jakob.

    —Fallecidos.

    Supón que no puede encontrar a sus padres. - había dicho Rowan. Supón que llevan muertos desde hace mucho tiempo.

    Y Lubin había dicho, La gente que más odia está muy viva...

    Consultó el registro público. Ningún Indira Clarke o Jakob Butler en el listado de Sault-St.-Marie en los últimos tres años. Eso era lo todo lejos que llegaban los registros. Los archivos centrales iban hasta cuatro: nada allí tampoco.

    Supón que llevan muertos desde hace mucho tiempo. - Extraña frase, ahora que pensaba sobre ello.

    —Olvida el registro, pensó Desjardins. —Demasiado fácil de editar.

    Probó con el constructor de coincidencias, lanzó una botella en el Maelstrom y preguntó si alguien había visto a Indira Clarkeo a Jakob Butler - colgando de Sault Sainte Marie.

    La pista llegó del Asistente de Directorio de la NAmPac, una consulta de siete meses de antigüedad. Por derecho, debería haber sido purgada justo horas después de su inicio.

    Pero no. Indira - no era el único Clarke que mencionaba.

    Clarke, Indira, decía la transcripción. Clarke con una 'e'.

    ¿Cuántos Indira Clarkes en Sault SainteMarie?

    ¿Cuántos en toda la NAm, afiliación profesional con la pesca en el Maelstrom, con una única hija nacida en febrero de 2018, llamada Lenie?

    Joder, eso no es posi...

    La madre de Lenie Clarke parecía no existir en ninguna parte de Norteamérica. Y Lenie Clarke no lo había sabido.

    O al menos, no lo había recordado.

    —¿Y cómo elegían a los reclutas del programa Rifter? - se recordó Desjardins. —Cierto... preadaptación para entornos estresantes...

    En sus tripas, algo abrió un ojo y empezó a gruñir.

    Él era un tipo especial, estos días . Incluso tenía línea directa con Patricia Rowan. En cualquier momento, - le había dicho ella. De día o de noche.

    Después de todo, era aproximadamente el final del mundo.

    Ella lo cogió al segundo tono.

    —Fue duro, ¿verdad? - dijo Desjardins.

    —¿Qué quiere decir?

    —Apuesto a que las personalidades antisociales resultan muy malas estudiantes. Apuesto que fue casi imposible coger a todos aquellos chiflados y convertirlos en ingenieros marinos. Debe de haber sido mucho más sencillo hacerlo a la inversa.

    Silencio en la línea.

    —¿Sra. Rowan?

    Ella suspiró: —No nos gustó la decisión, Doctor.

    —Joder, esperaría que no. - dijo él. —Usaron seres humanos y...

    —Dr. Desjardins, esto no es asunto suyo.

    —¿No? ¿Se siente cómoda haciendo esa clase de afirmación, después de la última vez?

    —Estoy segura de no saber de qué me habla.

    —El βehemoth tampoco era asunto mío, ¿se acuerda? Usted sólo estaba preocupada por que otro corporativo le gastara una broma cuando esto saliera a la luz, pero era imposible que pudiera usted llegar hasta nosotros, ¿verdad? No señora. Le entregó el reino a un Jefe Queso.

    —Dr Des...

    —¿Para qué cree que existe la ARISC? ¿Por qué encadenarnos a todos a la Horda Criminal si no iba usted a utilizarnos?

    —Lo siento, Doctor... ¿tiene acaso la impresión de que la Horda Criminal le hace infalible? - la voz de Rowan era fría como hielo. —No lo hace. Simplemente evita que usted se corrompa deliberadamente y lo hace conectando con sus propias entrañas. Y lo crea o no, estar atado especialmente a las entrañas no es la mejor calificación para la solución de problemas a largo plazo.

    —Eso no es...

    —Usted es como cualquier otro mamífero, Doctor. El sentido de realidad está anclado en el presente. Usted, naturalmente, inflará el corto plazo y venderá barato el largo, el desastre de mañana siempre lo sentirá menos real que el inconveniente de hoy. Puede ser invencible al sofocar fuegos, pero tiemblo al pensar cómo manejaría usted asuntos que se extienden hasta la próxima década, por no hablar del próximo siglo. La Horda Criminal le conduce hacia la recompensa a corto plazo. - Su voz se suavizó un poco. —Seguramente, si hemos aprendido algo de la historia reciente es que, a veces, el corto plazo debe ser sacrificado por el largo.

    Ella esperó como si le retara a no estar de acuerdo. El silencio se prolongó.

    —No fue una técnica tan radical, realmente. - dijo ella al fín.

    —¿Que no lo fue?

    —Son mucho más comunes de lo que podría creer. Hasta las memorias reales se... remiendan juntas a partir de trozos y pedazos mayormente después de cada hecho. No requiere mucho para engañar al cerebro y que remiende esas piezas de otra forma. Poder de sugestion, más que nada. La gente incluso lo hace por accidente.

    —Se está justificando. - notó Desjardins. —Patricia Rowan está de verdad intentando justificar sus acciones. A mí.

    —Y lo que otros hicieron por accidente, usted lo hizo a propósito. - dijo él.

    —Nosotros fuimos más sofisticados. Drogas, hipnosis. Algunos retoques en las glándulas para evitar que las memorias reales salieran a la superficie.

    —Les jodísteis la cabeza.

    —¿Sabe usted lo que es eso, estar jodido de la cabeza? ¿Sabe lo que esa frasecilla llena de colores significa en realidad? Significa una proliferación de ciertos puntos receptores y hormonas de estrés. Significa grupos activadores en umbrales incrementados de disparo. Es química, Doctor y cuando se cree que han abusado de uno... bueno, las creencias son otro juego de química en la mezcla, ¿verdad? consiguen un... una especie de efecto en cascada, el cerebro se reconfigura a sí mismo, y de pronto, se puede sobrevivir a cosas que dejarían al resto meándose en las botas. Sí, falsificamos la infancia de Lenie Clarke. Sí, ella nunca recibió abusos...

    —Por sus padres... - interjectó Desjardins. —... salvo el hecho de que cree que porque abusaron de ella es lo que la hace lo bastante fuerte para sobrevivir a la dorsal.

    —Joderle la cabeza, probablemente le salvó la vida docenas de veces.

    —Y ahora... - indicó Desjardins. —... ella vuelve a la casa que nunca tuvo, buscando a unos pades que no existen, impulsada por abusos que nunca ocurrieron. Su definición entera de sí misma es una mentira.

    —Y yo doy gracias a Dios por eso. - dijo Rowan.

    —¿Qué?

    —¿Ha olvidado que la mujer es una incubadora viviente del fín del mundo? Al menos sabemos hacia donde va. Ken puede atraparla. Esa... esa definición de sí misma la hace predecible, Doctor. Significa que aún podríamos ser capaces de salvar la Tierra.

    Inteligencia Aleatoria alrededor del mundo se deslizaba por todos lados. Él no la veía.

    Ken puede atraparla.

    Ken Lubin estaba atado a la Horda Criminal por motivos de seguridad. Lubin no paraba de decirlo, sólo para poder probarlo una y otra vez.

    Alguien escapó, una vez., había dicho él. Y luego: Es una vergüenza. Ella de verdad merecía la oportunidad de pelear...

    Lenie Clarke había tenido más que una oportunidad de pelear: tenía legiones de seguidores protegiéndola. Pero nunca habían sido sus seguidores de verdad. Habían estado persiguiendo alguna distorsión evolutiva de tono Doppler azul que pasaba corriendo a la velocidad de la luz. A menos que Anémona supiera donde estaba ella e hiciera sonar la alarma. Pero Anémona no era clarividente. ¿Cómo iba alguien a saber siquiera algo de la solitaria figura negra que se arrastraba entre ellos de noche? Lenie Clarke sólo era una mujer. Y Ken Lubin la estaba cazando.

    No había gran necesidad por matarla. Podían desinfectarla. Podían neutralizarla. Pero eso daba igual, a Lubin le daba igual.

    Ella era la única brecha de seguridad que él había dejado sin sellar.

    Aquiles Desjardins nunca había conocido a Lenie Clarke. Por derecho, ella debería ser una del millón distante. Y aún así, él la conocía: alguíen llevado enteramente por los motivos de otras personas. Todo lo que ella hacía, todo lo que sentía, era el resultado de mentiras quirúrjicas y químicas colocadas dentro de ella para el servicio de los demás.

    —Oh sí. Lo sé todo de ella.

    De pronto, el hecho de que ella también fuera un vector de un apocalipsis global apenas tenía ya importancia. Lenie Clarke tenía un rostro. Podía sentirla en sus entrañas, otro ser humano, más real que la distante abstración de un índice de víctimas de ocho dígitos.

    —Voy a encontrarla primero.

    Seguro, Lubin era un asesino adiestrado, pero Desjardins tenía su propio equipo de mejoras. Todos los criminales las tenían. Su sistema estaba inundado en química que podía aumentar sus reflejos en un instante. Y con suerte... si se movía lo bastante rápido... podría vencer a Lubin llegando al objetivo, aunque sólo fuera la mitad de una oportunidad.

    No era su trabajo. No era por el bien mayor.

    Que se jodan ambos motivos.

Capítulo 62

    

Capítulo 62 - ASPO

    —Ha habido una brecha. - dijo la cuerpo. —Confiábamos que podría usted completar algunos detalles relevantes.

    Una mitad de los músculos faciales de Alice Jovellanos trató de quedarse allí rígida. Ella cerró firmemente una tapa sobre sus aspiraciones y presentó lo que esperó fuera una mirada de oh por favor Dios que parezca curiosidad inocente y preocupada.

    —¿Qué sentido tiene? - le susurró alguna voz interna de listilla. —Ya deben de saberlo. ¿Por qué si no te iban a llamar? - Ella cerró una en esa, también. —Sólo están jugando contigo. Nadie consigue ser corporativo sin desarrollar un gusto por el sadismo.

    Y en esa... sólo un poco.

    Había cuatro de ellos, equilibriados en género, en anillo alrededor del extremo opuesto de la mesa de conferencias en la estratosfera de Admin-14. Slijper era la única que Jovellanos reconocía... acababan de traerla como remplazo de Lertzman. Todos los cuerpos se sentaban con la luz halógena a sus espaldas, sus caras perdidas en la sombra de aquel fulgor. Salvo los ojos. Los cuatro pares de ojos relucían intermitentemente con inteligencia corporativa.

    Estarían monitorando sus vitales, por supuesto. Sabrían si estaba estresada. Por supuesto, cualquiera estaría estresado bajo esas condiciones. Con suerte, sutilidades como culpable o inocente quedarían más allá del alcance de los remotos.

    —Es usted consciente del reciente ataque sobre Don Lertzman. - dijo Slijper.

    Jovellanos asintió.

    —Pensamos que puede haber contactado con un colega suyo. Aquiles Desjardins.

    Vale, sólo la cantidad justa de sorpresa ahora: —¿Aquiles? ¿Por qué?

    —Confiamos en que usted podría decirlo. - respondió uno de los cuerpos.

    —Pues, no sé ninguna... es decir, ¿por qué no le preguntan a él directamente?

    Ya lo han hecho, idiota. Eso es lo que les ha llevado hasta ti, te ha vendido, después de todo esto, te vendió.

    —... desaparecido. - concluyó Slijper.

    Jovellanos se enderezó en su silla: —¿Disculpe?

    —He dicho que el Dr. Desjardins parece estar Ausente Sin Permiso Oficial. Cuando no apareció en su turno, nos preocupó que pudiera haber sufrido las mismas complicaciones que Don, pero la evidencia sugiere que desapareció por propia voluntad.

    —¿Evidencia?

    —Quiere que usted alimente a su gato. - dijo Slijper.

    —Él... lo que... pe...

    Slijper levantó una mano: —Lo sé y espero que perdonará la intrusion. Dejó el mensaje en su bandeja. Dijo que no sabía cuánto tiempo estaría fuera, pero que le estaría agradecido si usted cuidaba de... Mandelbot, ¿es eso?... y que había programado la puerta para dejarla entrar en cualquier momento. - La mano cayó de regreso bajo la mesa. —Esta clase de comportamiento es francamente imprecedente en alguien bajo la Horda. Parece que, simplemente, abandonó su puesto, sin pedir disculpas, sin dar explicación, sin aviso previo. Eso es... impulsivo, por decir lo mínimo.

    Oh, colega. Aguafiestas, estabas cubierto. ¿Por qué tuviste que estropearlo?

    —No sabía que eso fuese posible siquiera. - dijo Jovellanos. —Recibió sus inyecciones hace años.

    —Sin embargo, aquí estamos. - Slijper se reclinó en su silla. —Nos preguntamos si ha notado algo inusual en su comportamiento últimamente. Cualquier cosa en el pasado que pudiera haber sugerido...

    —No. Nada. Aunque... - Jovellanos respiró hondo. —En verdad, estaba siendo un poco... no sé, reservado últimamente.

    Bueno, eso es bastante cierto y ellos ya lo saben probablemente. Parecería sospechoso si no lo mencionara.

    —¿Alguna idea del porqué? - preguntó otra cuerpo.

    —En realidad no. - Ella se encogió de hombros. —Lo he visto suceder antes... queda vinculado a ti, el tener que lidiar con crisis de alto nivel a todas horas. He suministrado la Horda a personas que no siempre hablan de lo que pasa por sus mentes, ¿saben? Así que, le dejé en paz.

    Por favor, por favor, por favor no les dejes examinarme con telemetría de alto nivel ahora mismo.

    —Ya veo. - dijo Slijper. —Bueno, gracias de todos modos, Dra. Jovellanos.

    —¿Es todo? - Ella empezó a levantarse.

    —No del todo. - dijo uno de los otros cuerpos. —Hay otra cosa. Concerniente...

    Oh por favor no.

    —...a su propia actuación en todo esto.

    Jovellanos se aplastó en la silla y esperó a que cayera el hacha.

    —Dra. la desaparición de Desjardins deja... bueno, una vacante que no podemos permitirnos en este momento. - continuó el cuerpo.

    Jovellanos miró al tribunal retroiluminado. Una diminuta parte de ella osó tener esperanza.

    —Usted trabajó íntimamente con él en todo este asunto. Entendemos que su propia contribución hasta la fecha no ha sido pasada por alto... de hecho, usted ha estado trabajando por debajo de su propio potencial durante algún tiempo. Y ciertamente, se aleja usted bastante de la curva de aprendizaje de cualquier otro que pudieramos mencionar en este punto. En las escalas normales, usted tiene una promoción atrasada. Pero aparentemente... es decir, según el Psi, presenta usted ciertas objeciones a tomar la Horda Criminal...

    Yo. No. Puedo. Creerlo.

    —Ahora bien, por favor, comprenda que no blandimos esto contra usted. - dijo el cuerpo. —Sus asuntos concernientes a la tecnología invasiva son... muy comprensibles después de lo que le sucedió a su hermano. Sinceramente, no consigo decir que yo me sentiría diferente si fuera usted. Todo aquel asunto de la nanotecnología fue toda una debacle...

    Un súbito nudo familiar subió por la garganta de Jovellanos.

    —Mire, entendemos sus objeciones. Pero quizá usted pudiera entender que la Horda Criminal saluda desde una arena totalmente diferente, no hay nada peligroso ciert...

    —Conozco la diferencia entre bio y nano. - dijo Jovellanos suavemente.

    —Sí, por supuesto... no pretendía insinuar... Es justo eso, lo que ocurrió a Chito... la lógica no siempre entra cuando se...

    Chito. Pobre, muerto, torturado Chito. Estos haploides no tienen la menor idea de las cosas que he hecho.

    Todo va por ti, chaval.

    —Sí, yo comprendo eso, por supuesto. Y aún cuando su prejuicio, ya digo, totalmente comprensible... aún cuando la retenga profesionalmente, ha probado usted ser una operadora excepcional. La cuestión es, después de todos estos años, ¿continuará reteniéndola profesionalmente? - concluyó el cuerpo.

    —Por que todos pensamos que sería una lástima. - dijo Slijper.

    Jovellanos miró a lo largo de la mesa y no dijo nada durante unos buenos diez segundos.

    —Yo pienso.... creo que quizá sea hora de olvidarlo. - dijo ella al fín.

    —¿De modo que está dispuesta a recibir las inyecciones y continuar hasta criminal senior? - pregunto Slijper.

    Por ti, Chito. Adelante y hacia arriba.

    Alice Jovellanos asintió gravemente, rechazando estoicamente que sus músculos faciales hicieran toda clase de danzas diferentes.

    —Creo que estoy lista para eso.

Capítulo 63

    

Capítulo 63 - Scheherezade

    Agua fósil, fría y gris.

    Recordaba la sabiduría local, aunque ya no estaba segura de cómo la había aprendido. Menos del uno por ciento de los Lagos saludaban desde la sequía hasta la lluvia. Nadó a través de los restos líquidos de un glaciar que se había fundido diez mil años antes. Nunca se llenaría una vez que los apetitos humanos lo hubieran drenado.

    Por ahora, había más que suficiente para cubrir su paso.

    Durante días, la sirena había pasado a través de sus profundidades. Visiones de un pasado que no podía recordar emergían como burbujas a través de las aguas oscuras y el dolor a su lado. Había pasado mucho tiempo desde que dejó de tratar de negarlas. Por la noche, ella emergía como algún entablador sobredimensionado. No podía arriesgarse a salir hacia la orilla, pero había almacenado en su mochila raciones liofilizadas en Chicago. Flotaba en la superficie y rompía las bolsas selladas al vacío como una nutria marina, resumergiéndose antes del alba.

    Creía que recordaba parte de una infancia pasada donde convergían los tres lagos más grandes: Sault Sainte Marie, el cuello de botella comercial en el Lago Superior. La ciudad se asentaba sobre sus esclusas y embalses como un troll en un puente, extorsionando impuestos del tonelaje que pasaba. No estaba tan poblada ahora como lo había estado, a cuatrocientos kilómetros desde el límite del Soberano Quebec, pero aún demasiado cerca para algunos, especialmente en el paso de Nunavut Lease. Un gigante de sombra es un lugar frío para vivir en el mejor de los casos. Un gigante hecho invencible de la noche a la mañana, amamantando resentimiento de una infancia oprimida, era un completo lastre. Así que, la gente se había marchado.

    Lenie Clarke recordaba haberse marchado. Había tenido todo un montón de experiencias de primera mano con las sombras y los gigantes e infancias infelices. Así que, ella también se había marchado y siguió moviéndose hasta que el Océano Pacífico se había interpuesto en su camino y dicho: —hasta aquí. Se había instalado en Hongcouver y vivido día a día, año a año, hasta ese momento en el que la Autoridad de la Red la había convertido en algo que incluso el océano no podía detener.

    Ahora, había regresado.

    Pasada medianoche. La sirena atajaba en silencio por la superficie que rielaba con la luz metropolitana reflejada. Los muros de un distante elevador de esclusas se acurrucaban contra el cielo oriental como una baja fortaleza, aguantando las elevadas aguas del Lago Superior, una reliquia, al menos, que aún se resistía a la extinción. Clarke mantuvo la esclusa a su izquierda, nadó al norte hacia el lado canadiense. Embarcaderos abandonados se habían estado pudriendo allí desde antes de que ella hubiera nacido. Abrió su capucha y llenó su pecho de aire.

    Abandonó sus aletas.

    Incluso con visión nocturna no había nadie más que ver.

    Caminó hacia el norte hacia Queen y giró al este, sus pies seguían su propio sendero innato bajo las tenues luces de la calle. Nada ni nadie la abordó.

    Eastbourne Manor continuaba pudriéndose sin demoler, aunque alguien había barrido los prefabricados de cartón en los últimos veinte años.

    En Coulson, paró, mirando al norte. La casa que recordaba aún estaba allí, justo arriba desde la esquina. Raro lo poco que había cambiado en dos décadas.

    Asumiendo, por supuesto, que esas memorias no hubieran sido adquiridas más recientemente.

    Aún no había visto ni un vehículo u otro ser humano. Aunque más hacia el este, en el lado alejado de Riverview, no había forma de confundir la línea de moscabot sobrevolando. Dió la vuelta por donde había venido, allí estaban también.

    Se habían movido detrás de ella sin un sonido.

    Ella giró arriba hacia Coulson.

    La puerta la reconoció después de todo este tiempo. Se abrió como una boca, pero las luces interiores, como si supieran que ella no precisaba de sus servicios, permanecieron apagadas.

    El recibidor retrocedió frente a ella, yermo y sin mobiliario, sus paredes relucían extrañamente, como lacadas recientementes. Un arco cortaba la pared izquierda: el salón, donde Indira Clarke solía sentarse y no hacer nada. Pasado eso, la escalera. Una vacía garganta gris que conducía arriba hacia el infierno.

    No iba a subir ahora mismo. Suspiró y dobló la esquina hacia el salón.

    —Ken. - dijo ella.

    El salón también era una cáscara sin mobiliario. Las ventanas había sido ennegrecidas, pero la vaga luz de la calle que se filtraba a través del recibidor era más que suficiente para la visión de un Rifter. Lubin estaba de pie en medio de aquel oscuro espacio. Llevaba ropas de Dryback, pero sus ojos estaban tapados. Justo detrás de él, el único mueble de la habitación: una silla con un hombre atado a ella. Parecía estar levemente inconsciente.

    —No deberías haber venido. - dijo Lubin.

    —¿Dónde sino iba a ir?

    Lubin negó con la cabeza.

    Parecía agitado de repente: —Fue un movimiento estúpido. Fácil de anticipar. Deberías haber sabido eso.

    —¿Dónde iba a ir? - dijo ella de nuevo.

    —Esto ni siquiera es lo que tú piensas. Esto no es lo que recuerdas.

    —Lo sé. - dijo Clarke. Lubin la miró arrugando la frente. —Me jodieron, Ken. Lo sé. Supongo que lo supe desde que empecé a tener las... visiones, aunque me llevó un tiempo...

    —Entonces, ¿por qué has venido aquí? - Ken Lubin no aparecía por ningún lado. Lo que ocupaba su lugar parecía casi humano.

    —Debo de haber tenido una infancia real en algún lugar. - dijo Clarke después de un momento. —No la pueden haber falsificado toda. Esto parecía el mejor lugar para empezar a buscar.

    —¿Y crees que te dejarán? ¿Crees que YO te puedo dejar?

    Ella le miró. Sus planos ojos vacíos le devolvieron la mirada desde un rostro en un tormento inesperado.

    —Supongo que no. - suspiró ella al fín. —Pero, ¿sabes algo, Ken? Casi valió la pena. Simplemente... aprender tanto. Saber lo que me hicieron...

    Detrás de Lubin, el hombre en la silla se agitó brevemente.

    —¿Y ahora qué? - preguntó Clarke. —¿Me matas por hacer de María Tifus? ¿Me necesitan como rata de laboratorio?

    —Ya no sé cuánto importa eso. Está por todo el lugar ahora.

    —¿Qué clase de plaga es esta, por cierto? - Con leve sorpresa, ella notó la debilidad de su propia curiosidad. —Es decir, ha pasado casi un año y no estoy muerta. Ni siquiera tengo ningún síntoma...

    —Lleva más tiempo para un Rifter. - dijo Lubin. —Y ni siquiera es una enfermedad, hablando estríctamente. Es poco más que un nanotubo del terreno. Bloquea los sulfatos o algo así.

    —¿Eso es todo? - Clarke negó con la cabeza. —He dejado que me follen todos esos perdedores y ni si quiera va a matarlos?

    —Nos matará a la mayoría de todos. - dijo Lubin en voz baja. —Sólo que va a tardar un tiempo.

    —Oh. - Trató de invocar algún tipo de reacción ante esas noticias, algún sentimiento a nivel visceral con la escala apropriada. Aún lo seguía intentando cuando Lubin dijo: —Nos has hecho correr bastante, por cierto. Nadie consigue creer que llegaras tan lejos.

    —Tuve ayuda. - dijo Clarke.

    —Eso oíste.

    —Oí un montón de cosas. - le dijo Clarke. —No sé cómo interpretarlo.

    —Yo sí. - dijo el hombre de la silla.

    —Lo siento, Lenie. - dijo el hombre. —Intenté detenerle.

    —No te conozco. - Clarke miró de nuevo a Lubin. —¿Lo intentó?

    Lubin asintió: —Pero aún sigue vivo. Ni siquiera le rompí nada.

    —Uau. - Ella miró al hombre atado.—¿Y quién es?

    —Un tipo llamado Aquiles Desjardins. - dijo Lubin.—Un criminal con la;Patrulla de la Entropía. Gran admirador tuyo, en verdad.

    —¿Sí? ¿Por qué está atado así?

    —Por el bien mayor. - dijo Lubin.

    Ella se preguntó brevemente si cuestionar a Lubin. En su lugar, se giró hacia Desjardins, de cuclillas delante de él. —¿Trataste en serio de detenerle?

    Desjardins asintió.

    —¿Por mí?

    —Más o menos. No exactamente. - dijo él. —Es... difícil de explicar.

    Él se meneó contra los filamentos elásticos que le fijaban a la silla, se tensaron visiblemente como respuesta. —¿Crees que quizá puedes desatarme?

    Ella miró sobre su hombro. Lubin le devolvió la mirada en tonos grises.

    —No creo. - dijo ella. —Aún no. Probablemente nunca.

    —Venga ya, no necesitas su permiso. - dijo Desjardins.

    —¿Puedes ver? - preguntó Clarke.

    Debería de estar demasiado oscuro para que ojos mortales registraran los movimientos de Clarke.

    —Es un criminal. - le recordó Lubin.

    —¿Y qué? - dijo ella.

    —Reconocimiento de patrones mejorado. No necesita ver realmente mejor que un Dryback medio, pero es mejor interpolando entrada débil. - aclaró Lubin.

    Clarke se volvió hacia Desjardins, se inclinó cerca: —Dijiste que lo sabías.

    —Sí. - dijo él.

    —Cuéntamelo. - susurró ella.

    —Mira, este no es el momento. Tu amigo está seriamente desequilibrado y, por si no lo has averiguado aún, los dos estamos...

    —En realidad... - dijo Clarke, —No creo que Ken sea él mismo hoy. O ya estaríamos los dos muertos.

    Desjardins negó con la cabeza y tragó..

    —Vale entonces. - dijo Clarke. —¿Conoces la historia de Scheherezade? ¿Recuerdas por qué contaba historias?

    —Oh, Jesús. - dijo Desjardins débilmente.

    La sirena sonrió: —Cuéntanos una historia, Aquiles...

Capítulo 64

    

Capítulo 64 - Rotura Adaptativa

    Lubin escuchaba mientras Desjardins lo exponía. El criminal, obviamente, había estado estudiando desde su último encuentro..

    —Las primeras mutaciones deben de haber sido realmente simples. - estaba diciendo.—Los geles estuvieron intentado extender el βehemoth y una variable Lenie Clarke había sido etiquetada como una portadora en algún archivo de personal. De modo que cualquier bicho que tuviera tu nombre en su fuente hubiera tenido un margen, al menos, con el que empezar. Los geles pensaron que era información importante y les dejaban pasar. El camino de la vida salvaje es más rápido que la carne. Somos como la edad de hielo y la deriva continental para ellos. Impulsamos su evolución pero somos lentos. Habían tenido todo lo que necesitaban para inventar contramedidas. Así que ahora, un puñado de ellos se han vuelto simbióticos, alguna especie de... red de interdicción de Lenie Clarke, a cambio de protección de los geles. Es como... como ser una caballa con un montón de tiburones de guardaespaldas. Es un margen competitivo enorme. De modo que todo el mundo salta dentro del vagón de la banda de moda. - Él la miró a través de la oscuridad: —En serio catalizaste algo asombroso, ¿sabes?. La selección grupal es bastante rara, pero tú inspiraste a un montón de formas de vida separadas a hacer... bueno, un superorganismo colonial, en realidad. Individuos que actuaban como partes de un cuerpo. Algunos de ellos no hacían nada salvo reordenar mensajes por ahí, como neurotransmisores vivientes, supongo. Linajes enteros evolucionaron sólo para manejar la conversación con los humanos. Por eso nadie pudo rastrear al cabrón... estabamos todos buscando apps de Turing y código de red neural y no había nada de eso. Todo era genético. Nadie ató los cabos.

    Él quedó en silencio.

    —No. - Clarke negó con la cabeza. —Eso no explica nada. - Se había quedado cada vez más tensa durante su discurso.

    —Lo explica todo. - dijo Desjardins. —Lo...

    —Así que sólo soy una especie de contraseña, ¿es eso? - Ella se inclinó más cerca. —Sólo una clave para pasar por esos jodidos Jefes Queso. ¿Que hay de Yankton, mamón? ¿Que pasa con esa mierda de la Sirena del Apocalipsis y toda esa gente con sus tapas oculares falsas tratando de chuparme la sangre cada vez que me daba la vuelta? ¿De dónde salieron?

    —L-Lo mismo. - balbuceó Desjardins. —Anémona sólo estaba difundiendo el meme como podía.

    —No me lo creo. Dime otra cosa.

    —Pero yo no...

    —Dime otra cosa.

    —¡Sucede a todas horas, por amor de dios! La gente se amarra bombas a la espalda o libera sarín en el vestíbulo de pasajeros o va a la escuela un día y empieza a disparar y sabe que va a morir pero les vale la pena, ¿sabes? Mientras que lleguen hasta los bastardos que los victimizaron.

    Ella soltó una carcajada: un ladrido en staccato, el sonido de algo partiéndose: —¿Por eso estoy yo en todo esto? ¿Una víctima?

    Desjardins negó con la cabeza: —Ellos son las víctimas. Tú solo eres el arma que usaron para defenderse.

    Ella bajó la vista hacia él. Él la miró también, desesperado.

    Ella le golpeó en la cara.

    Desjardins cayó de espaldas, la parte de atrás de la cabeza golpeó el suelo con un crugido. Quedó allí tumbado, aún atado a la silla volcada, gimiendo.

    Ella dió la vuelta. Lubin le bloqueaba la salida.

    Le encaró durante algunos segundos, inmóvil: —Si vas a matarme... - dijo ella al fín. —... hazlo ya o sal de mi camino.

    Él lo consideró un momento. Dió un paso a un lado. Lenie Clarke pasó rozándole y subió las escaleras.

    Realmente había pasado su infancia aquí, por supuesto. Los decorados eran bastante reales. Sólo los papeles secundarios habían sido imaginarios. Lubin sabía exactamente donde estaba yendo.

    La encontró en la oscuridad de su propio antiguo dormitorio. Había sido vaciado y rociado como el resto de la casa.

    Clarke se giró cuando él entró, miró cansadamente por las paredes desnudas: —¿Está abandonada? ¿En venta?

    —Lo hicimos antes de que llegaras. - dijo él. —Sólo por si acaso. Para simplificar la limpieza.

    —Ah. Bueno, no importa. Aún parece como ayer, de hecho. - Apuntó sus ojos tapados hacia una pared. —Ahí es donde estaba mi cama. Ahí es donde... Papá .. solía contarme historias. Juego preliminar, supongo que se podría llamar. Y ahí está el conducto de aire... - Gesticuló hacia una rejilla en el entablado. —Eso conecta justo con el salón. Podía oir a Mamá viendo sus programas favoritos. Siempre pensé que esos programas eran realmente estúpidos, pero al recordar, quizá a ella tampoco le gustaban mucho. Sólo eran coartadas.

    —No ocurrió. - le recordó Lubin. —Nada de aquello.

    —Lo sé, Ken. Lo entiendo. - respiró hondo. —Y, ¿sabes?, ahora mismo creo que lo daría todo por que hubiera ocurrido .

    Lubin pestañeó, sorprendido: —¿Qué?

    Ella se giró para encararle: —¿Tienes idea de lo que es estar... estar atormentada por la felicidad? - Consiguió emitir una amarga carcajada. —Todos estos meses he seguido negándola, describiéndola como embolias y alucionaciones porque mierda, Ken, no pude haber tenido una infancia feliz. Mis padres no pudieron ser nada sino monstruos, ¿lo ves? El monstruo me hizo lo que soy. Son la única razón por la que sobreviví a toda la mierda que vino después, son lo único que me hace seguir. No iba a dejar ganar a aquellos cabrones. Todo lo que me impulsaba cada vez que no me rendía, cada vez vencía la adversidad, era una bofetada en sus grandes monstruosas caras todopoderosas. Todo lo que hice lo hice contra ellos. Todo lo que soy está contra ellos. Y ahora te plantas ahí y me dices que los monstruos nunca han existido...

    Sus ojos eran severos, puntos de rabia vacíos. Ella alzó la vista hacia él, sus hombros temblaban.

    Al final le dió la espalda y cuando habló de nuevo, su voz salió baja y rota: —Aunque existen, Ken. Monstruos de carne y sangre honestos a Dios, de la clase pasada de moda. Se esconden de la luz diurna y salen furtivamente a los pantanos de noche y continúan furiosos justo como esperarías. Matan y mutilan a cualquiera que caiga en sus manos... - Una larga y temblorosa respiración: —Y todos estos monstruos podrían decir siempre en su propia defensa que les sucedió a ellos primero, el mundo les jodió mucho antes de que empezaran a joder ellos como respuesta y si cualquiera de ahí fuera no era culpable, bueno, no habrían podido detener a todos los demás que sí lo eran, ¿verdad? Así que todo el mundo lo vió venir. Pero los monstruos no pueden alegar defensa propia, ni siquiera pueden alegar justa venganza. No les ocurrió nada.

    —Algo ocurrió. - dijo Lubin. —Aún cuando tus padres no lo hicieran.

    Ella no habló durante un tiempo. Después: —Me pregunto cómo era él en realidad.

    —Por lo que he oído... - dijo Lubin, —... era sólo un papá típico.

    —¿Sabes dónde está? ¿Dónde están?

    —Murieron hace doce años. Tularemia.

    —Por supuesto. - Una carcajada en voz baja. —Supongo que era una de las cosas que me hacía apta,¿verdad? Sin cabos sueltos.

    Él caminó alrededor de ella, observó su rostro entrando a la vista. Estaba mojado. Lubin hizo una pausa, sorprendido. Nunca había visto llorar a Lenie Clarke.

    Sus ojos tapados se encontraron con los de Lubin.

    Una esquina de su boca se movió hacia algo similar a una afligida sonrisa:—Al menos, si tienes razón sobre el βehemoth, los verdaderos culpables pagarán por ello junto con todos los demás. - Ella negó con la cabeza. —Es lo más extraño que oído jamás. Soy un asteroide asesino en el cielo y los dinosauros me están apoyando a mí.

    —Sólo los pequeños.

    Ella le miró: —Ken... creo que quizá he destruído el mundo.

    —No fuiste tú.

    —Cierto. Anémona. Yo sólo fui la mula de un... una Estupidez Artificial, supongo que se podría llamar. - Ella negó con la cabeza. —Si es que crees al tipo de escaleras abajo.

    —Es una vieja historia. - reflexionó Lubin. —Secuestradores de cuerpo. Cosas que entran dentro ti y te obligan a hacer cosas que nunca harías, dado los...

    Él se detuvo. Clarke le estaba observando con una expresión extraña.

    —Como tus reflejos condicionados. - dijo ella tranquiliamente. —Tus...brechas de seguridad.

    Él tragó.

    —¿Te atormentan alguna vez, Ken? ¿Toda esa gente que has matado?

    —Hay... un antídoto.. admitió él. —Una especie de cazador para la Horda Criminal. Hace que sea más fácil vivir con ello.

    —Absolución. - susurró ella.

    —¿Has oído hablar de ella? - De hecho, él nunca la había encontrado necesaria.

    —Vi un graffiti en el Cinturón de Polvo. - dijo Clarke. —Intentaron lavarlo, pero debía de haber algo en la tinta que...

    Ella dió unos pasos hacia el pasillo. Lubin se giró para seguirla. Vagos sonidos de máquina y el bajo siseo de fluídos goteando desde la puerta exterior.

    —¿Qué está pasando ahí fuera, Ken?

    —Descontaminación. Evacuamos el área antes de que llegaras.

    —¿Váis a freir el barrio? - Otro paso. Clarke estaba en el umbral.

    —No. Conocemos tu ruta. El βehemoth no ha tenido oportunidad de extenderse por ella aún cuando dejaras algo.

    —Eso no es probable, lo llevé dentro.

    —No estás sangrando. No measte o cagaste en ningún sitio desde que saliste hacia la orilla.

    Ella estaba en el pasillo en lo alto de las escaleras. Lubin se movió a su lado.

    —Estáis siendo extra cuidadosos. - dijo Clarke.

    —Cierto.

    —Aunque no tiene mucho sentido, ¿verdad?

    —¿Qué?

    Ella se giró para encararlo.

    —He cruzado un continente, Ken. Estuve en la Zona durante semanas.Pasé un tiempo en el Cinturón. Acabo de pasar una semana nadando a través de agua potable para quinientos millones de pesonas. Sangré, follé, cagué y meé más veces de las que puedes contar, en los océanos y baños y en la mitad de las zanjas que hay en medio. Quizá tú lo hicieras también, aunque supongo que te han limpiado desde entonces. Así que, en serio, ¿qué sentido tiene?

    Él se encogió de hombros. —Es todo lo que podemos hacer. Vigilar en busca de incendios, confiar en apagarlos antes de sean demasiado grandes.

    —Y evitar que yo empiece algunos nuevos.

    Él asintió.

    —No se puede esterilizar un océano. - dijo ella. —No se puede esterilizar un continente entero.

    —Quizá podamos. - pensó él.

    Los sonidos de descontaminación eran más ruidosos aquí, pero no mucho. Hasta las voces ocasionales estaban amordazas. Casi como si el barrio aún estuviera infestado de inocentes, como si el personal temiera despertar a los ciudadanos que pudieran salir en cualquier momento y pillarles con las manos rojas...

    —No me has respondido antes, Ken. - Lenie Clarke dió un paso para bajar las escaleras. —Sobre si vas a matarme.

    Ella no va a huir, se dijo él a sí mismo. La conoces. Ya ha hecho su mejor movimiento, ella no... no tienes que hacerlo...

    —Bueno. Supongo que lo averiguaremos. - dijo ella. Y empezó a bajar las escaleras en calma.

    —Lenie. - llamó Lubin.

    Ella no miró atrás.

    Él la siguió. Seguro de que ella no pensaba que podría ganarle corriendo... seguro de que ella no creía....

    —Sabes que no puedo dejar que te vayas. - dijo él tras ella.

    Por supuesto que lo sabe. Tú sabes lo que está tramando.

    Ella llegó al pie de las escaleras. La puerta abierta estaba a cinco metros delante de ella.

    Algo se deformó súbitamente en las entrañas de Lubin. Casi parecía la Horda Criminal, pero...

    Ella estaba casi en la puerta. Algo con ojos halógenos rociaba la acera más adelante.

    Lubin se movió sin pensar. En un instante, bloqueó el umbral de la puerta, al siguiente, la había cerrado con llave, dejando la casa en la oscuridad hasta para los estándares de un Rifter .

    —Hey. - Desjardins se quejó desde el salón.

    Unos pocos fotones entraban furtivamente por los bordes de la puerta. Lenie Clarke era un vaga silueta a la débil luz. Lubin sintió que apretaba sus puños y los abría. Daba igual lo mucho que lo intentara, no podía hacerlos parar.

    —Escucha. - conseguió decir, —De verdad que no tengo ninguna elección.

    —Lo sé, Ken. - dijo ella en voz baja. —No pasa nada.

    —No la tengo. - dijo él de nuevo, casi lamentando.

    —Claro que la tienes. - tronó una extraña voz en su oído.

    —¿Qué ha sid...? ¿Alice? - llamó la voz de Desjardins doblando la esquina.

    —Eres un agente libre, Kenny, - dijo la voz. —No tienes que hacer nada que no quieras. Te doy mi palabra.

    Lubin pulsó la perla en su oído: —Identifícate.

    —Alice Jovellanos, criminal senior, franquicia Sudbury. A tu servicio.

    —Cristo Jesús. - llegó desde el salón.

    Lubin pulsó su perla de nuevo: —Tenemos una brecha de seguridad en comunicaciones, alguien ha entrado como Alice Jovellanos...

    —Ya lo saben, hombre importante. Fueron los que me conectaron en primer lugar. Les he dado el resto de la noche libre.

    Lenie Clarke dió paso atrás, alejándose de Lubin, se giró hacia el oscurecido salón: —¿Qué...?

    —Este es un canal privado. - dijo Lubin. —Sal inmed...

    —Que le den al canal. Yo soy tu superior.

    —Entiendo que no llevas en el oficio mucho tiempo.

    —Llevo el suficiente. Aguafiestas, ¿esta Lenie Clarke ahí?

    —Sí.dijo Desjardins. —Alice, ¿qué...

    —¿Tiene un reloj? Tengo el canal de Lubin y el de tus lentillas... chico, estaba ansiosa por que me pasaran el tuyo dentro de mi cabeza... pero no tengo nada sobre Lenie...

    —Lenie... - dijo Desjardins, —... separa el reloj de tu cuerpo.

    —No tengo ninguno. - dijo la forma oscura.

    —Lástima. - dijo Jovellanos. —Lubin, No estaba bromeando. Eres un hombre libre.

    —No te creo. - dijo Lubin.

    —Aguafiestas es libre. ¿Por qué no ibas a serlo tú también?

    —Nunca nos hemos conocido. No ha habido oportunidad. - Pero él recordó estar bajo las olas en el Lago Michigan sin haber matado a Lenie Clarke. Él estuvo en la sesión infornativa después, fingiendo que no había tenido la oportunidad de hacerlo.

    —Es una infección. - dijo Jovellanos. —Vedaderamente subversiva. Nos aseguramos de que fuera aérea, la empaquetamos dentro de un caso de encefalitis aunque te aliviará saber que el contenido no es tan letal. Se propaga por la ARISC mientras hablamos.

    Todo lo que él tenía que hacer era abrir la puerta. Aún cuando esta Jovellanos no estuviera mintiendo sobre haber ordenado al personal detener la operación, no habrían tenido tiempo de hacer las maletas todavía. Algunos podían pulsar un icono y Alice Jovellanos quedaría interferida. Otro y sería rastreada. La situación no estaba ni cerca del fuera de control.

    Podía permitirse algunos momentos...

    —La Horda ha estado debilitándose dentro de ti desde que compartiste aire con ese Aguafiestas de ahí. - estaba diciendo Jovellanos. —Tú haces tus propios movimientos ahora, Ken. Eso cambia las cosas un poco, ¿verdad?

    —Alice, ¿estás completamente...? - sonó Desjardins casi entre lágrimas. —Era la única atadura que le quedaba.

    —En verdad, eso no es cierto. Ken Lubin es uno de los hombres más morales que se puede conocer.

    —Por amor de Dios, Alice... joder, estoy atado a una silla con mi cara en el...

    —Confía en mí. Estoy consultando sus registros médicos ahora mismo. Sin privación de serotonina o tríptofano, sin polimorfismos de TPH. Puede que no sea una cita divertida, pero no es un asesino impulsivo. Lo que no quiere decir que no tengas algunos problemas, Ken. ¿Estoy en lo cierto?

    —¿Cómo has... - Aunque, por supuesto, ella tendría acceso a sus archivos, notó Lubin.

    Sólo que ningún criminal normal podría justificar tal intruisión a la Horda Criminal, no en el curso de una misión normal.

    Ella lo ha hecho de verdad. Me ha liberado.

    Sintió que iba a vomitar.

    —¿Cómo ha sido todos estos años, Ken? - dijo Jovellanos en su oído. —Saber que ella se había salido con la suya? Todos esas ingeniosas experiencias de la infancia que te hacían tan adecuado para el trabajo... por supuesto, pensaste en vengarte. Pasaste tu vida entera fantaseando con la venganza, ¿verdad? Cualquiera lo hubiera hecho.

    ¿Qué voy a hacer?: —Dijiste que es una infección. - dijo él, tratando de desviarla.

    —Pero tú nunca actuaste bajo sus efectos, ¿verdad Ken? Porque eres un hombre moral y sabías que estaría mal. ¿Cómo funciona?

    No respondas. Ne le sigas el juego. Concéntrate en el objetivo.

    —Y cuando empezaron los deslices, sólo fueron... errores, ¿cierto? Pequeñas brechas inadvertidas que tenían que sellarse. Mataste entonces, por supuesto, pero no hubo ninguna eleción. Tú siempre jugabas siguiendo las reglas. Y no fue culpa tuya, ¿verdad? La Horda te obligó a hacerlo. Respóndeme.

    No, no... control. Relájate. No permitas que lo oiga...

    —Sólo que empezó a ocurrir tan a menudo. Y la gente tuvo que preguntarse su no habías encontrado alguna forma de conseguir tu tarta y comértela, también. Por eso te enviaron a otro sitio donde no habían problemas de seguridad o prioridades de misión que pudieran ponerte en marcha. No querían darte una eleción, por eso te enviaron a un lugar en el que no tuvieras excusa.

    Su ritmo respiratorio era demasiado alto. Él se concentró en reducirlo. A pocos pasos de distancia, la silueta de Clarke parecía peligrosamente atenta.

    —Aún eres un hombre moral, Ken. - dijo Jovellanos. —Sigues las reglas. No matas a menos que no tengas eleción. Yo te digo que tienes eleción.

    —Tu infección. - dijo con voz raspada.—¿Qué hace?

    —Libera esclavos.

    Una bobada de respuesta. Pero, al menos, ella había salido de su cabeza.

    —¿Cómo? - presionó él.

    —Complica la Horda Criminal en una forma inactiva que conecta los receptores Minksy. No afecta a nadie que no tenga la Horda.

    —¿Qué hay de los efectos secundarios? - dijo él.

    —¿Efectos secundarios?

    —La estrategia de culpabilidad, por ejemplo. - dijo Lubin.

    Desjardins se lamentó: —Oh, mierda. Por supuesto. Por supuesto.

    —¿Qué está pasando? - dijo Clarke. —¿De qué estáis hablando?

    Lubin estuvo a punto de soltar una sonora carcajada. La culpabilidad normal doméstica, la vieja llana consciencia. ¿Cómo iban estas a entrar en juego ahora que sus puntos receptores estaban interferidos? Jovellanos y sus colegas habían estado tan ocupados retocando lo sintético que se habían olvidado de la química que había estado allí durante eones.

    Salvo que no la habían olvidado. Habían sabido exactamente lo que estaban haciendo. Lubin estaba seguro de ello.

    —Saluden todos a la Patrulla de La Entropía. El poder de apagar ciudades y gobiernos, el poder de salvar un millón de personas aquí o matar un millón en algún otro lugar, el poder de cuidar de que todo siga funcionando o de hacerlo pedazos de la noche a la mañana...

    Él se giró hacia Clarke: —Tu club de fans ha estado descorriendo los cerrojos de la opresión. Ahora son libres. No son esclavos de la Horda Criminal, no son esclavos de la culpabilidad. Intocables por la consciencia en cualquier forma.

    Él alzó la mano en la oscuridad a modo de amargo bridis: —Enhorabuena, Dra. Jovellanos. Sólo hay un millar de personas con sus manos en los interruptores de muerte por todo el mundo y los has convertido en sociópatas clínicos.

    —Créeme. - dijo Jovellanos. —Apenas notarás la diferencia.

    Aunque Desjardins la estaba notando.

    —Mierda. Mierda. Ni siquiera debería estar aquí, es decir... sólo recogí y me marché. Lo abandoné todo, no me importaba que el mundo se fuera a hacer pedazos, todo sólo... por una persona. Sólo porque quise hacerlo.

    —Nosostros los psicópatas somos famosos por nuestro mal control de los impulsos. - dijo Clarke, acercándose. —Ken, ¿cómo te saltan esos vínculos?

    Lubin brilló a su espalda: —¿Es que ella no lo capta?

    —Vamos, Ken. La situación está contenida. Ninguno de nosotros va irse a ninguna parte por ahora y cualquier regla con la que hayamos jugado antes parece haber salido por la ventana. Quizá podríamos empezar a trabajar juntos para variar.

    Él dudó. Nada que ella decía disparaba ninguna alarma en sus entrañas. Nada le urgía a la acción, ninguna otra presencia trataba de tomar el control de sus nervios motores.

    Casi como experimento, atravesó el salón y despolarizó las malllas. Cayeron al suelo como pasta sobrecocinada.

    Como precaución, sacó una barra luminosa de su bolsillo y la agitó. La luz iluminó la habitación. Desjardins parpadeó y exploró con reducidas pupilas el hematoma en su mejilla.

    —La consciencia está sobrevalorada, de todos modos. - dijo Jovellanos a todo el entorno.

    —Danos un respiro, Alice. - dijo Desjardins, frotándose las muñecas.

    —Lo digo en serio. Piensa en ello: ni siquiera nadie tiene una consciencia y la gente que la tiene es explotada invariablemente por los que no la tienen. La consciencia es... irracional, cuando la comprendes.

    —Estás llena de mierda., dijo Desjardins.

    —La sociopatía no te convierte en un asesino. Sólo significa que no estás restringido a ser uno si la situación lo requiere. Hey, Aguafiestas, puedes pensar en ello como una especie de liberación.

    El criminal emitió un bufido.

    —Vamos, Agua. Tengo razón, sabes que al menos hay una probabilidad de que tenga razón.

    —¿Lo que sé es que lo más que puedo esperar es quedarme sin trabajo hasta que el mundo acabe. Si es que no estoy muerto dentro de diez minutos.

    —¿Sabes?. - dijo Jovellanos, —Hasta puedo ser capaz de hacer algo sobre eso.

    Desjardins no dijo nada.

    —¿Qué pasa, Aguafiestas? ¿De pronto no estás diciendo que me vaya a tomar por culo?

    —Sigue hablando. - dijo él.

    Ella lo hizo. Lubin se quitó la perla del oído y se levantó. La barra de luz lanzó una enorme sombra ominosa a lo largo de la habitación. Lenie Clarke se sentaba con la espalda apoyada contra la pared del fondo. La silueta de Lubin la engulló entera.

    Podría matarla en un instante, pensó él y se maravilló de lo absurdo que parecía.

    Ella alzó la mirada cuando él se acercó: —Odio este sitio. - dijo ella en voz baja.

    —Ya lo sé. - Él apoyó la espalda contra la pared y se dejó caer a su lado, deslizándose.

    —Esto no es mi casa. - continuó ella. —Sólo hay un lugar que siempre fue mi casa.

    Tres mil metros bajo la superficie del Pacífico. Un hermoso universo negro llenos de monstruos y maravillas que ya ni siquiera existían.

    —¿Qué es el hogar, en realidad? - Era Desjardins quien había hablado.

    Lubin le miró.

    —Alice ha estado fisgoneando por avenidas un poco más... politicas con las que en realidad me haya molestado yo mismo. - Desjardins se tocó el lateral de la cabeza mirando a Clarke. —Ha aparecido con algunas noticias interesantes y eso levanta cuestión de: ¿qué es el hogar? ¿Dónde está tu corazón o donde están tus padres?

    Lubin miró a Lenie Clarke. Ella le miró también. Ninguno habló.

    —Ah bueno. En realidad da igual. - dijo Desjardins. —Puede que seas capaz de volver en cualquier caso.

Capítulo 65

    

Capítulo 65 - Un Nicho

    —La Dorsal Medio Atlántica era una porquería de lugar para criar a tus hijos. - reflexionó Patricia Rowan.

    Tampoco es que hubiera muchas opciones, por supuesto. De hecho, había habido tres: construir un refugio en la orilla y confiar en la tecnología de cuarentenas convencionales; escapar a la altaórbita o retirarse tras la misma pesada barrera helada que blindó la Tierra durante cuatro mil millones de años antes de que la NAmPac hubiera abierto un agujero en el edificio global.

    Habían hecho el análisis desde todos los ángulos. La opción del mundo exterior era la menos rentable en coste-efectividad y la más vulnerable a actos de retribución terrestre: las estaciones orbitales no eran exactamente objetivos inconspicuos y existía la firme apuesta de que, al menos, algunos de los abandonados serían lo bastante inclementes para lanzar una vengativa nuclear o dos hacia el pozo gravitatorio. Y si la tecnología de cuarentena terrestre hubiera estado estado haciendo su trabajo, no habrían terminado en esta situación en primer lugar. Esa opción debía de haber surgido sobre la mesa sólo para acomodar la burócratica obsesión con detalles completos.

    O quizá como alguna broma de algún bufón enfermo.

    Había habido una cuarta opción: podían haberse quedado y plantado cara al βehemoth con el resto del mundo. Se someterían a las necesarias retribuciones, después de todo. Aún cuando hubieran permanecido en la orilla, eso habría sido nada comparado con la desintegración que estaba esperando a todos los demás. No era para ellos eso de perder el pelo y las uñas, las yagas supurantes, los miembros separándose de sus articulaciones. Ni las ceguera ni las úlceras. Ni los ataques por cortocircuiro por pérdida del aislante del circuito nervioso. Ni los órganos reducidos a gachas. En definitiva, ninguna de las miles de enfermedades oportunistas listadas normalmente como causa de muerte.

    Podían haberse quedado y observado cómo le ocurría a todos los demás. Y haber requisado su comida de elementos en bruto una vez que la misma bioesfera estuviera perdida.

    Aunque esa opción no había recibido mucha discusión.

    —Ni siquiera estamos huyendo del βehemoth. Estamos huyendo de nuestros ciudadanos.

    Todos en Atlantis sabían eso, aún cuando nadie hablara de ello. Habían visto los tumultos desde sus mansiones, el malestar civil graficado contra el tiempo o las curvas exponenciales. El βehemoth, acoplado con el meme de Clarke, era una amenaza suficientemente grande, un modelo a seguir obligatorio y la revolución estaba de pronto mucho más cerca que a tres comidas diarias usuales de distancia.

    —Tenemos suerte de salir a tiempo, reflexionó Rowan.

    Pero había, y aquí estaban, varios centenares de cuerpos, personal esencial de apoyo, familias y parásitos surtidos. Las termitas excavaban tres kilómetros bajo tierra en un cúmulo confuso de esferas de titanio/fullereno a distancia segura del mundo exterior, invisible a todo salvo para aquellos con los mejores ojos tecnológicos, la mejor inteligencia. Era un riesgo aceptable: la mayoría de aquellas personas ya había bajado aquí.

    Había montones de salas principales. Había dos gimnasios, media docena de invernaderos y jardines distribuídos con un ojo pendiente en la redundancia en el improbable caso de una implosión local. Depósitos de organizadores acefálicos con telómeros elongados. Tres plantas de energía suminstradas por una pequeña fuente geotérmica; con certificado Libre De βehemoth, por supuesto; a unos bonitos mil doscientos metros de seguridad de una dorsal interposicionada. Y en algún lugar fuera de aquel escarpardo de basalto, yacía un verdadero patio de componentes sin ensamblar, fragmentos de bibliotecas y parques y centros comunitarios, todo almacenado para algún futuro menos restringido por la necesaria cobardía acelerada. Mientras tanto, Rowan había oído a muchos residentes de Atlantis quejarse sobre la multitud.

    Ella se sentía menos obligada que la mayoría. Había visto las especificaciones de las estaciones de los Rifter .

    Ya pasaba la medianoche.

    Las luces del corredor eran tenues en una pálida parodia de existencia a luz diurna. La mayoría de los habitantes, aceptando la fachada, se habían retirado a sus apartamentos. El propio marido de Rowan y sus hijos estaban durmiendo. Aunque, por alguna razón, ella no conseguía seguir fingiendo. ¿Qué sentido tenía? Los ciclos de sueño natural pasaban por el reloj sin un fotoperiodo que calibrase el hipotálamo. No había luz solar aquí. Nunca la verían de nuevo. No pienses en ello, No pienses.

    Pero esto es temporal, decían. Algo vencerá al βehemoth, o aprenderemos a vivir con él. Este pozo profundo es sólo un refugio, no un destino. Volveremos, volveremos.

    Volveremos.

    Claro.

    A veces, si ella lo intentaba de verdad, casi podía cegarse y dejar de ver las cuerdas y anclajes que evitaban que aquellos sueños de esperanza colapsaran.

    Usualmente, eso era demasiado trabajo y prefería vagar durante horas por los vacíos pasillos iluminados con la luz del crepúsculo que desafiaba su propia nostalgia. Igual que vagaba ahora.

    A veces pasaba por algunas ventanas y se paraba. Algo que Atlantis tenía y los Rifters no: claras burbujas parabólicas modeladas para extraer fuerza de la aplastante presión. La vista no era nada sobre lo que escribir, por supuesto. Una pastilla de lecho rocoso gris que reflejaba la tenue luz desde la ventana. Estrellas parpadeantes ocasionales, balizas centelleando interminablemente aquí están los cables eléctricos - o suministros de construction. Muy raramente, pasaba un cola de rata - o alguna otra criatura común. Nada de monstruos. Nada remotamente parecido a los brillantes y despiadados depredadores que una vez fueron la plaga de los Rifters en la Estación Beebe.

    Mayormente sólo tensa negrura sólida.

    A veces Rowan contemplaba ese vacío sin panorama y perdía la noción del tiempo. Una vez o dos, incluso pensaba que veía algo que le devolvía la mirada. Su imaginación, quizá. Su propio reflejo lanzado desde alguna curva inesperada de la perspectiva en forma de lágrima.

    Quizá incluso su consciencia. Siempre podía tener esperanza.

    Un nexo más adelante, un espacio donde convergían varios pasillos como los brazos de una estrella de mar.

    Una eleción que hacer. Girar a la izquierda la mantendría en el perímetro.

    Todos los otros caminos conducían al interior, a los centros de control, a los salones, a la glándula hueca donde se acumulaba la gente aún cuando las luces estaban apagadas. Patricia Rowan no tenía deseo de compañía. Caminó hacia la izquierda.

    Y se detuvo.

    Una aparición estaba ante ella en el corredor, un oscuro espectro con ojos vacíos. El agua marina goteaba de su piel y dejaba un pequeño charco en el suelo. La figura era una mujer negra como un océano.

    El espectro alzó los brazos y se abrió la cara: —Hola, Mamá. - dijo ella.

    —Lenie Clarke. - Rowan respiró las palabras.

    —Has dejado la puerta abierta. - dijo Clarke. —Me tomé la libertad de entrar. Espero que no te importe.

    Pide ayuda, pensó Rowan.

    Pero no se movió.

    Clarke miró alrededor del corredor: —Bonito lugar. Muy espacioso. - Una fría mirada vacía hacia Rowan. —Os habéis tomado mucha molestia en construir esto. Deberías ver el basurero en el que estuvimos.

    Pide ayuda, está sola, está...

    No seas idiota. No ha bajado en medio del Océano Atlántico por sí sola.

    —¿Cómo nos habéis encontrado? - dijo Rowan y quedó aliviada de no oir pasión alguna en su voz.

    —¿Estás de broma? ¿Tienes idea de cuántos recursos ha puesto tu gente para montar este lugar? Y con una agenda tan apretada, también. ¿De verdad creías que seríais capaces de cubrir vuestras huellas?

    —La mayoría de ellas. - admitió Rowan. —Tendrías que ser un criminal para...

    ¡Desjardins! ¡Pero le cancelamos el acceso!

    —Ya, esos chiflados criminales. - Clarke negó con la cabeza. —¿Sabes?, ya no se suben al barco como solían hacerlo. Deberíamos hablar de eso alguna vez.

    Rowan mantuvo equilibada su voz: —¿Qué quieres?

    Clarke se dió una palmada en la frente en fingida epifanía: —¡Claro!. Apuesto a que estás preocupada por el βehemoth, ¿verdad? Qué desperdicio, gastar todos aquellos millones en esta confortable cuarentena y de pronto aparece aquí una Paciente Cero cagando en la tapicería.

    —¿Qué quieres?

    Clarke avanzó un paso.

    Rowan no se movió.

    —Quiero hablar con mi madre. - dijo la Rifter en voz baja.

    —Tu madre está muerta.

    —Bueno, eso depende de tu definción. - Clarke jugueteó con los dedos, considerando. —Geneticalmente, sí. Mi madre está muerta. Pero alguien me hizo, pienso. Me rehizo. Alguien me quitó lo que tenía y lo remplazó con otra cosa. - Su voz se endureció. —Alguien me retorció y me construyó según sus propias especificaciones y lo jodió todo en cada paso del camino y después de todo, eso es lo que hacen los padres, ¿verdad?

    —Sí. Sí lo es.

    —Bueno. - continuó Clarke. —He estado en esta, bueno, una especie de peregrinación, se podría llamar. Y he estado buscando algunas respuestas de la persona que verdaderamente abusó de mí todos aquellos años. Me imaginé que tendría que ser una especie de monstruo para hacer eso. Grande y perverso y terrorífico. Pero no lo eres. Tú te escondes, Mami. El mundo se va al infierno y aquí estás, agazapándote y meándote en los pantalones mientras el resto de nosotros lo intenta y lidia con el desorden que has montado.

    —Cómo te atreves. - disparó Rowan. —Arrogante sabandija, no jodas atreverte siquiera.

    Clarke la miró con un ligero rastro de sonrisa en sus labios.

    —¿Quieres saber quién montó el desorden? - preguntó Rowan. —Intentamos contener al βehemoth. Probamos todo lo posible, intentamos barrerlo de la faz de la Tierra antes de que saliera y ¿quién nos estuvo combatiendo en cada paso del camino? ¿Quién lo dejó salir, Clarke? ¿Quién estuvo propagando el apocalipsis cada vez que se daba una vuelta, quién fue tan henchida de su cruzada autojusticiera que no le importó quién sufría? Yo no soy el ángel de la muerte. Lo eres tú. Yo traté de salvar el mundo.

    —Matándome. Matando a mis amigos.

    —¿Tús amigos? ¿Qué amigos? - Rowan combatió la urgencia de echarse a reir. —¡Ciega perra estúpida! Perdimos millones de vidas en daño colateral, ¿lo entiendes? Los Refugiados, las tormentas de fuego... ni puedo empezar a contar la gente que matamos para salvar el mundo de ti. ¿Te has parado a pensar en la gente que te ayudó? ¿Sabes cuántos locos inocentes atrapados en el mito se echaban unos encima de otros por recibir una bala en nombre de la gran Lenie Clarke? y ¿sabes?, a algunos de ellos les concedieron su deseo.. Y el resto... bueno, estaban tan jodidos por tu gran cruzada como cualquiera. - Ella tomó aire entre sus dientes apretados.

    —Y ganaste, Clarke, ¿estás contenta? Ganaste. Hicimos todo lo que pudimos para detenerte y aún así no fue suficiente y ahora nos quedan nuestras familias en las que pensar. No podemos salvar el mundo, pero al menos podemos salvar a nuestra propia sangre y carne. Y si intentas detenerme hasta para hacer eso, te juro que te mataré con mis propias manos.

    Le picaban los ojos.

    Su cara estaba húmeda. A ella no le importó.

    La Rifter observó inexpresiva durante un rato: —De nada. - dijo ella al fín. —Hazlo... por tus hijos. Tu vida, por este agujerito que has excavado para vosotros mismos. Quédatelo. Estáis a salvo. Ya ni siquiera soy un vector.

    —¿Qué? ¿No quieres venganza? ¿No es lo que te importaba? ¿No quieres arrastrarnos de vuelta a la superficie pataleando y gritando para enfrentar la música?

    Clarke sonrió un poco: —No hace falta. Ya tenéis una orquesta completa aquí abajo. - Ella se encogió de hombros. —¿Sabes?, te lo debo, en cierto modo. Si no hubiera sido por ti, sólo sería otro zángano más de nueve mil millones. Luego, tú y tus secuaces vinísteis y me hicísteis ser algo que cambió el mundo. - Ella sonrió de nuevo, un vago suspiro frío de diversión. —¿Estás orgullosa de mí?

    Rowan ignoró la burla: —¿Y para qué has venido?

    —Sólo como mensajera. - dijo Clarke, —Para deciros que no os preocupéis. ¿Queréis quedaros aquí?, perfecto.

    —¿Y?

    —Y no se os ocurra volver.

    Rowan negó con la cabeza: —Volver nunca fue parte del plan. Te podías haber ahorrado el viaje.

    —Vuestros planes cambiarán en el momento en que la situación lo haga. - dijo la Rifter. —Estamos luchando por nuestras vidas allí arriba, Rowan. Tendríamos mejores opciones si tus tipos C&C no se hubieran metido y subvertido el algoritmo. Puede que ya nos hayáis matado. Pero podríamos ganar. Dicen que Anémona es un sistema computacional infernalmente poderoso si pudiéramos domarlo.

    —Cierto. Anémona. - Rowan se secó la cara. —¿Sabes?, aún no estoy convencida de que exista. Suena a demasiada creencia pseudomística para mí. Como Gaia o La Fuerza.

    Clarke se encogió de hombros: —Si tú lo dices.

    Ella ni siquiera ha oído hablar de eso. pensó Rowan. Su pasado es irrelevante, su futuro inexistente, su presente es el infierno en la Tierra.

    —¿Y cómo esperas que un montón de vida salvaje electrónica te devuelva la bioesfera? - dijo ella.

    —No es mi departamento. Pero dicen que somos su... entorno natural, en cierto modo. Depende de nosotros para su supervivencia. Quizá, si podemos hacer que se de cuenta de eso, nos protegerá.

    —Sólo si es más inteligente que nosotros. - Rowan consiguió una débil sonrisa. —Loada sea Anémona. ¿Levantaréis templos?

    —Nunca lo sabrás. - dijo Clarke. —Porque no habrá espacio para vosotros allí arriba si ganamos.

    —No ganaréis. - dijo Rowan.

    —Entonces tampoco habrá espacio para nosotros. No cambia en nada la situación.

    Claro que sí. Ella sabe dónde estamos. Otros deben de saberlo. Aún cuando ella nos deje en paz, ¿cuántos otros querrán su parte de retribución?

    —Se que ganaremos.

    Rowan observó a la otra mujer. Por fuera, Lenie Clarke era pequeña.

    Una niña delgaducha. Ahora bien, aquí cerca era tan grande y perversa y terrorífica como lo era por dentro.

    —¿Por quién está hablando, Sra. Clarke? ¿El mensaje lo firma usted personalmente o presume de hablar por el mundo entero?

    —Estoy hablando por la unión. - dijo la sirena.

    —La unión., repitió Rowan frunciendo el ceño.

    —Los que os vigilan. Yo, Ken y todos los demás que caminan por ahí con tubos en sus pechos después de vuestro genial experimento fuera hacia el sur. La unión. Es una vieja palabra del siglo veinte. Pensé que la reconocerías.

    Rowan negó con la cabeza.

    Incluso ahora, la subestimo.

    —Así que, ¿váis a montar guardia ahí fuera?

    Clarke asintió.

    —¿Para aseguraros de que la vieja infección peligrosa no salga hacia el mundo de nuevo?

    Una sonrisa. Una inclinación de cabeza, saludando la metáfora.

    —¿Cuánto tiempo? ¿Seis meses? ¿Diez años?, preguntó Rowan.

    —Tanto como sea necesario. No te preocupes, podemos arreglárnoslas. Haremos turnos.

    —Turnos.

    —Hicísteis un montón de nosotros, Pat. Quizá perdiste la cuenta. Y tenemos un conjunto de habilidades bastante específico, no hay muchas otras cosas que sepamos hacer, de todos modos.

    —Lo... siento. - dijo Rowan en tono de burla.

    —No lo sientas. - Lenie Clarke se giró hacia la ventana y se inclinó hacia adelante. Sus ojos brillaron, vacíos pero no inertes. Una mano se alzó y tocó la oscuridad.

    —Nacimos para este lugar. - dijo ella.

Capítulo 66

    

EPÍLOGO - Capítulo 66 - Durmiendo a la Luz del Fuego

    Los bajos sonidos apagados que se filtraban desde la oficina no eran en inglés. Apenas eran humanos siquiera. Martin Perreault los siguió atravesando el umbral hacia lo que fuera que quedaba de su vida.

    Ellla no le había permitido entrar aquí durante meses. Al principio, simplemente se impacientaba por su presencia, acusádole de todo tipo de distracciones triviales. Más tarde le gritaba por cada intrusión, le empujaba fuera con las manos y las palabras y hasta le lanzaba objetos, a veces.

    —¿No ves que todo se está viniendo abajo? - le gritaba furiosa entonces. —¿No ves más allá de tu propio patético espectro? ¿No ves que necesita ayuda?

    Por fín, la gente llegó a la puerta con sus relucientes LenTacs y sus palabras despiadadas en voz baja y aquel zumbante bot de pacificación sobrevolando en sus hombros, sólo por si acaso. Por fín Sou Hon perdió incluso la simulación de su sanción oficial. Ella nunca los vio venir: el dardo estuvo en su cuello antes de que se girara en su silla. Cuando despertó de nuevo, su oficina estaba medio destripada: todo nervio motor arrancado, todo canal de voz chapoteando en la fuente. Todo aliento de gripe que había tenido alguna vez, perdido.

    Fue como estar paralizada desde el cuello para abajo, decía ella. Le culpaba a él. Les había dejado entrar. No la había protegido. Había colaborado.

    Martin no discutió. Todo era cierto.

    Lo que más le asustaba no eran las acusaciones y las recriminaciones, sino la llana voz sin afecto con la que Sou-Hon las hacía. La mujer que le había gritado había quedado sumergida. Lo que hablaba en su lugar podría haber estado hecho de nitrógeno líquido. Aquello se retiró a lo que quedaba de su oficina y le dijo con tonos fehacientes que mataría a Martin Perreault si entraba alguna vez de nuevo. Luego cerró la puerta calmadamente en su cara.

    No se habían presentado cargos. La gente de relucientes ojos habló comprensivamente del reciente trauma de Sou-Hon, de su actual estado distraído y confundido. Ella había sido utilizada por otras personas, dijeron. Muchos lo habían sido. Era más víctima que culpable. No había necesidad de castigar a la pobre mujer... mejor era que recibiese ayuda, ahora que ya no era un peligro para nadie.

    Martin Perreault no sabía si creía aquello. La piedad no era algo que hubiera esperado de aquella gente. Pensaba que era más probable que los rumores fueran ciertos, que los recursos simplemente no existían para condenar a Sou-Hon y a sus amigos criminales. Ella es legión.

    Quizá también por eso la gente de relucientes ojos lo configuró para la simple parálisis. Podían haber cegado y ensordecido también a la esposa de Martin, pero cortar aquellos nervios habría llevado quince minutos en vez de cinco.

    Quizá ni siquiera pueden dedicar tanto tiempo. Quizá había tantos subversivos que el sistema tenía que correr tan deprisa como podía para dejarlos meramente incapacitados.

    Además, Sou-Hon Perreault ya no puede afectar a los eventos en el mundo real. ¿Qué daño puede ella hacer observando?

    Ahora, ni siquiera hace eso. Está acurrucada en el suelo, emitiendo maullidos en voz baja. Su casco yace en mitad de la habitación. Ella no parece notar que ya no lo lleva puesto. Ella no parece notar la presencia de Martin.

    Él le acaria la cara, murmura su nombre, se aparta ante la anticipación de violencia o súbito desdén. Ninguno de los dos llega. Ella no reacciona a nada en absoluto. Él se arrodilla, desliza sus brazos bajo sus piernas y alrededor de los hombros. Ella apenas pesa nada, se agita en sus brazos y entierra su cara en su pecho cuando la levanta. Aún así, ella no habla.

    Después de arroparla en la cama, él regresa hasta su oficina. El casco descartado de Sou-Hon derrama un enredo difuso de luz cambiante a lo largo de la alfombra. Deslizando el aparato en su propio cráneo, él queda cara a cara con la vista de cámara del satélite de la NAm occidental. Parece extrañamente opaca, la hemisfera está en la oscuridad, ninguno de las ampliaciones usuales abrillanta la vista. Cúmulos urbanos chispean desde la SuCal y Queen Charlottes como corazones galácticos. El Medio Oeste es un fulgor difuso de nubes retroiluminadas. El Cinturón de Polvo invade desde el este como un oscuro tumor. Todo detalle es tosco, una vista a ojo desnudo, sin reforzar por radar o infrarrojos. No es para Sou-Hon en absoluto, para restringir su ventana sensorial de este modo. El único aumento táctico es algun tipo de contador agotado a un lado y una plantilla brillante de algunos cientos de kilómetros al este del Pacífico. Una línea naranja paralela a la costa desde SuCal hasta la BC. Incluso esa carece de la delineación precisa de la mayoría de gráficos por ordenador: parece borrosa, incluso rota en ciertos lugares. Martin amplía la vista, amplía de nuevo. La resolución y el brillo se incrementan: la línea naranja serpentea y brilla. No es una plantilla.

    —+56h14m23s - dice el contador, incrementando ante sus ojos.

    Eso no tiene ningún sentido. ¿Cómo podría un fuego arder con tanto brillo durante tanto tiempo? Seguramente las llamas lo han consumido todo a estas alturas. Habrán reducido todo lo combustible a cenizas y todo lo demás a escoria. Aún así, sigue ardiendo como desafiando la física misma.

    Allí: a lo largo de la frontera oriental, una zona de relativa oscuridad donde las llamas parecen haberse apagado. Martin la observa extenderse con una especie de bobo alivio hasta que el hinchado toroide negro de un Elevedor pesado pasa entre el cielo y la tierra. Para la cámara satélite, parece la sombra de Mercurio cruzando una zona solar, pero aún a esta distancia no hay forma de confundir la estela brillante que se extiende detrás. Las llamas moribundas saltan hacia lo alto a su paso, obligadamente resucitadas.

    No le dejan morir, nota él. El fuego arde sobre el interminable soporte vital desde Oakland hasta Kitimat y Martin Perreault sabe con súbita certeza que hay un rumbo que ha de seguir.

    Hacia el este..

    Deja la oficina durante algunos momentos, regresa con una caja de herramientas de su sala de hobbies. Desconecta todo panel que puede encontrar, destroza el resto. Desmiembra con calma cada una de las piezas del equipo restante de la habitación, cortando fibraóptica, vertiendo ácido en los orgánicos computacionales, aplastando cristales con un martillo neumático. Luego, camina pasando el recibidor hasta el dormitorio.

    Sou Hon por fín está dormida, acurrucada en una bola fetal. Él la abraza por atrás, envolviendo su misma carne y se queda mirando la oscuridad mientras el mundo real cae dormido en torno a él.

FIN

Capítulo 67

    

Agradecimientos

    Gracias primero por la paciencia: a Mike Brander, uno de los tipos más agradables que se podría esperar conocer, por no denunciarme tras haber puesto inadvertidamente su nombre a un psicópata en el primer libro.

    Gracias a los siguientes por la ayuda: Laurie Channer, Nalo Hopkinson, Brent Hayward, y Bob Boyczuk, todos participaron y estimularon el estado embrionario en los primeros capítulos. Laurie también resistió mi interminable parloteo del flujo de consciecia cuando intentaba encajar todas las piezas; espero que su sacrificio os haya librado todos vosotros de un similar destino. Mi agente, Don Maass, hizo una crítica vital en los capítulos de apertura que resultaron en una nueva trama (y espero, menos "estirar de efecto"). David Hartwell editó con su usual renombrada perspicacia, aún cuando me forzó a cortar la escena del papi explotando. (A posteriori, creo que esa fue una sabia decisión).

    También recibí diversa asistencia técnica de otros amigos con títulos de posgrado como el mío, la diferencia radica en que el de ellos era de materias que realmente se han probado ser buenas para algo. Prof. Denis Lynn, de la Universidad de Guelph, no me proporcionó respuestas sino preguntas y líneas de investigación que debía seguir. (Han pasado veinte años desde que hice un curso suyo y aún me obliga a pensar por mí mismo.)

    También donó a la causa una copia de Lodish "et al." Molecular Cell Biology, un texto que fácilmente pesa más que las páginas amarillas de la GTA. Isaac Buckaroo Banzai Szpindel (un MD, neurológo, escritor de ci-fi, guionista, y (no me digas) ingeniero electricista, me ayudó con la química de la culpabilidad y sugirió campos de fuerza plausibles para los implantes de los Rifters. También evitó que yo patinase en la psicosis esteroide durante una infección masiva de hiedra venenosa mientras estaba escribiendo este libro. Drs. Alison Sinclair y Fran Terry ofrecieron sugerencias sobre los microbios. Colin Bamsey me dijo qué tipo de árboles alpinos era más probable que sobreviesen al calentamiento global.

    Dado un mundo en el que Quebec ha llegado a ser una fuerza económica predominante, me inventé que varias expresiones de Quebec se habrían abierto paso en la conversación casual de la NAm (por ello todas esas itálicas explicativas que dejaron a la mayoría de vosotros rascandoos las cabezas.) Por un curso relámpago sobre cómo ser un malhablado en el Otro Lenguaje Oficial Canadiense, Agradezco a Joel Champetier, Glenn Grant, Daniel Sernine, y Jean-Louis Trudel, aunque no pudiera ocurrírseles una traducción alterativa para blood-spewing semen-sucking sickle-celled savior [NdT: esto es una interjección exclamativa al estilo "Dios mío", que he traducido como "Salvador escupesangre de células segadas succionador de semen"]. (Sin embargo, consiguieron disuadirme de convertir las palabras Celine Dion en una palabra fea. Por poco.)

    Una vez más, la música de Ian Anderson y los inestimables Jethro Tull me hicieron compañia durante la muchas noches solitarias que tomó poner este nene a descansar. Igual que lo hizo la música de REM, de los que robé un par de nombres de capítulo.

    Mi agradecimiento a todos estos por sus esfuerzos y/o inspiración y disculpas por todas las cosas que, probablemente, entendí mal de todos modos.

Capítulo 68

    

Notas y Referencias

    Las siguientes referencias me ayudaron a forjar Maelstrom de forma que (espero) sea más plausible que si simplemente me lo inventara todo yo solo. Esto es en adición a las referencias que cité hace dos años en Starfish, las cuales no me molestaré en repetir aquí: ve y compra el maldito libro si te interesa tanto.

ßehemoth

    Cuando empecé a escribir este libro, extrañas afirmaciones acababan de salir a la superficie en la literatura científica: un nuevo tipo de microbio extremedamente primitivo recientemente descubierto , algo inconcebiblemente pequeño. (1)

    Tan pequeño, de hecho (menos de 100 nanometros en algunos casos) que muchos dudaban de que pudiese estar vivo siquiera. (2)

    Los dudosos creyentes los llamaban nanobes. (se había sugerido la Taxonomía Formal de Nanobacterium sanguineum, pero aún no ha sido adoptada formalmente.) (3)

    Ahora, un par de años después, se han descubierto nanobes no sólo en fuentes termales y arenisca del Triásico sino en la sangre de los mamíferos (incluídos los humanos) (4).

    Evidentemente, nos encuentran reminiscencias confortables de la sopa primordial donde la vida evolucionó originariamente unos 3500 millones de años. Se alimentan del fósforo y calcio en nuestra sangre.

    El ßehemoth no es N. sanguineum, por supuesto. Es más sofisticado en unos sentidos y más primitivo en otros. Su genoma se codifica con ARN-p, no con ADN. Roba azufre, no fósforo o calcio. No puede sobrevivir en ambientes salinos (los nanobes reales probablemente tampoco pueden metabolizar bajo tales condiciones, pero pueden resistirlas en un estado durmiente); tiene adaptaciones avanzadas para la penetración celular que están muy lejos de las capacidades de Nanobacterium. Es más grande, tan grande como micoplasmas convencionales y bacterioplancton marino. También es mucho más desagradable y (por último pero no menos importante) en realidad, no existe.

    Sin embargo he intentado hacer este bicho razonablemente plausible dada la dramática restricción de un apocalipsis global en una cubierta crujiente. Como resultado, el ßehemoth es como un compuesto de esos asesinos en serie sobre los que se puede leer en libros de Crímenes Reales (partes de varios bichos del mundo real, lanzados juntos con un montón de licencia dramática). El A-51 - existe de verdad tanto en los sedimentos de los fondos de los lagos como en la boca humana (5).

    Pseudomonas aeruginosa - es otra bacteria que vive bastante feliz en el suelo, agua, gusanos y gente (6). Como el ßehemoth, tiene genes que le permiten acelerar y retrasar su ritmo de mutación para adaptarse rápidamente a los nuevos ambientes. (Los he llamado genes Blachford - aquí, con la esperanza de que un Alistair Blachford levantará el culo de la silla y publicará su tesis sobre la metavariación genética como una estrategia evolutiva.) (7)

    La revisión de March y McMahon de 1999 sobre la endocitosis mediada por receptores (8) me dijo cómo sería más probable que el ßehemoth entrara en una célula anfitriona y Decatur y Portnoy (9) me dijeron cómo podía evitar ser digerido después. Y una vez más, un reconocimiento a Denis Lynn de la University de Guelph por obligarme a preocuparme sobre tales cosas en primer lugar.

    La genética del ßehemoth está mendigada de una variedad de fuentes, muchas de las cuales cité sin entenderlas realmente. El asunto sobre el ARN piranosal y mitocondrial viene de Eschenmoser (10), Gesteland et al. (11), Gray et al. (12) y Orgel (13), (14).

    El tamaño y genoma del ßehemoth son consistentes con los límites teóricos para los microorganismos (15) y lo bastante grande para mantener un ritmo metabólico microbiano estable. (Los nanobes reales son demasiado pequeños para contener muchas enzimas, lo que implica que gran parte de sus rutas metabólicas se arrastran hasta velocidades sin catabolizar. Por tanto, metabolizan unas diez mil veces más lentos que las bacterias como E. coli4, haciéndoles candidatos muy pobres para competir en una biosfera entera.) Y, por supuesto, parece cada vez más probable que la vida misma empezara como un fenómeno azufre-dependiente en una fuente termal de una dorsal (16).

    Remendé otras partes a partir de Molecular Cell Biology - de Lodesh et al. (17).

    ¿Por qué escogí algo tan común como el azufre como un elemento de cuello de botella? Estaba intentando destacar la capacidad de acarreo en los sistemas ecológicos: la vida es avariciosa y, si le das bastante tiempo, todo se vuelve limitante. Además, cualquier microbio primitivo de un ambiente hidrotermal es probable que tenga un serio problema de dependencia de azufre. (Los especialistas en la audiencia notarán que he evitado hacer del ßehemoth un obligado reductor de azufre. En realidad visualizo el metabolismo de su madre más parecido a los microbios gigantes consumidores de sufatos detallados por Schulz et al. (18)

    En general, la mayoría de los rasgos del ßehemoth tienen precedentes en el mundo real. Si la evolución podía haber empaquetado realmente todos estos atributos en un paquete de 250 nanometros de largo, es un asunto totalmente diferente, por supuesto. Aún así, mira todo lo que cabe en el cinturón de accesorios de Batman

Horda Criminal

    La idea de la tecnología de modificación de comportamiento es ficción antigua. La Naranja Mecánica de Burgesss es un ejemplo obvio. En Maelstrom he aceptado la puñalada de redescubrir la rueda mediante genes retocados específicamente y neuroquímica.

    Hasta donde sé, la existencia de los receptores Minsky que Alice Jovellanos menciona, aún no ha sido confirmada. Algo parecido, sin embargo, debe de estar asentado en el córtex frontal donde residen la coanciencia humana y la moralidad (tal y como son) (19), (20).

    Al final, ciertos tipos de daño en el lóbulo frontal tienden a convertir a los buenos paisanos temerosos de Dios en sociópatas.

    Imagino que el reflejo asesino de Ken Lubin está conectado en el circuito neural descrito por R. Davidson (et al.) - (21).

    El concepto de genes parásitos retocados para programar tal comportamiento me vino cuando estaba enseñando un curso de pregraduación sobre ecología animal. Los parásitos mencionados en Maelstrom - son reales y tienen mucha compañia (22), (23).

    Un hongo comedor de moscas secuestra el sistema nervioso de su víctima justo antes de matarla, obligándola a volar hasta un soporte bocabajo y orientar su abdomen en el ángulo óptimo para la dispersión de esporas.

    Un atacante de hormigas llamado Dicrocoelium toma control de su anfitrión por la noche, conduciéndolo hasta lo alto de una pila conveniente de hierva y paralizándolo allí hasta la mañana con la esperanza de que algún otro anfitrión desesperado se lo coma. Y sí, Toxoplasma realmente causa que las ratas pierdan su miedo a los gatos (y en algunos casos se sientan atraídas por la orina de gato). Tambíen se ha encontrado en la mitad de los miembros de nuestra especie. Este tema sale directo de The Puppet Masters, amigos. Hay una cantidad sustancial de evidencias que sugieren que el sexo mismo evolucionó primero como una contramedida contra los ataques parásitos (24).

Anemóna /Maelstrom

    Primero, la jungla.

    Internet ya es más como un hábitat de vida salvaje de lo que podrías esperar. Las tormentas de Internet. se describieron primero en 1997 (25), lo que las hace viejas noticias: hoy en día se puede conectar con los mapas climáticos o meteorología de Internet (26), actualizadas varias veces al día. Una vez más, mi previsión futurística de largos vuelos se prueba maravillosamente adecuada para predecir el pasado. La última vez fue cuando, en Starfish, predije los eco-recorridos submarinos hasta las dorsales abisales para dentro de cicuenta años, sólo para encontrar tales recorridos anunciados en el mundo real en 1999.

    Aquellos de vosostros y vosotras que teneis un curso pregraduado en fisiología, podréis recordar la ley de las potencias. Es una relación entre el área superficial y el volumen que gobierna los sistemas vivos desde la cadena alimenticia hasta los capilares de las musarañas (esencialmente, un típico patrón de sistemas autoorganizados, como son los biológicos). Como resultado, la World Wide Web misma parece estar evolucionando en corcondancia a esta ley (27) (28).

    Algo que da que pensar…

    Segundo, La vida salvaje.

    Estos días es apenas necesario citar referencias sobre el tema de vida artificial: una busqueda en la web con la frase (o con autómata celular) demostrará cuán masivamente se ha explotado los últimos diez años. Este tema de la e-vida que a con el nombre de Anemone - es un poco más especulativo y está basado en dos premisas. La primera es que los sistemas simples, al congregarse, muestran comportamientos emergentes más allá de la capacidad de sus partes individuales. Esto es bastante autoevidente dentro de un cuerpo (¿quién negaría que un cerebro es más listo que una neurona individual, por ejemplo?) pero el principio se extiende hasta a agregaciones de individuos completamente desconectados. Un banco de peces o una bandada de pájaros, de hecho, es una red neural difusa (29).

    Una premisa relacionada es que los linajes con comportamiento genéticamente determinado podrían ser capaces de pasar el test de Turing si evolucionaran lo bastante rápido. Esto no será difícil de asimilar para cualquiera familiarizado con la sofistificación que pueden mostrar tales comportamientos. Vivimos, después de todo en un mundo donde las hormigas. practican ganadería animal, los pájaros siguen rutas ortodoxas para navegar por el mundo y las abejas describen sofisticadas instrucciones de viaje meneando los culos unas a las otras. Los escépticos podrían querer leer cualquiera de los libros de E. O. Wilson sobre sociobiología o un viejo artículo de Scientific American de John Holland (30). Está desfasado, pero describe claramente los principios de los algoritmos genéticos.

    Finalmente, cualquiera que trata la frase selección de grupo como una obscenidad (admito que tienen razón la mayoría de las veces) podrían querer comprobar primero la revisión de D.S. Wilson sobre un artículo en la materia en Skeptic - (31).

Geles Inteligentes

    La investigación sobre la construcción de carne pensante ha proseguido desde que salió Starfish. Investigaciones recientes resumidas en Neurons and silicon get intimate, por Robert Service (32).

    Redes neurales más convencionales están literalmente en el asiento del conductor: el progama ALVINN de Carnegie Mellon (que mencioné brevemente en las referencias de Starfish) ahora se mueve por la autopista, donde las redes neurales han tomado noventa millas autónomamente de autopistas públicas a velocidades de 70mph. Han aprendido a conducir observando a la gente haciendo la misma tarea. Les llevó menos de cinco minutos.

    Aún no podemos estar seguros exactamente sobre lo que las redes neurales aprenden en realidad cuando las entrenamos.

    El paradigma del tipo que hizo que mis Jefes Queso traicionaran a sus amos ha ocurrido en la vida real. Una infame red neural militar se enseñó a sí misma a distinguir entre varias condiciones de iluminación ambiental mientras todos los humanos pensaban que estaban enseñándole a reconocer tanques. (33).

Interrogatorio Ganzfeld

    En Starfish cité la teoría de la consciencia cuántica de Roger Penrose's para justificar los poderes psíquicos rudimentarios de los Rifters. Aquí en Maelstrom , Lubin usa el mismo truco para interrogar a Achilles Desjardins. Por interés aclaratorio, debería admitir que la teoría Penrose ha sufrido serios ataques de un tipo llamado Tegmark (34): los aficionados a la mente cuántica se han recobrado (35), pero las cosas pueden parecer un poco condicionales en el frente de la consciencia cuántica hoy en día. Qué se le va a hacer.

Poseído por la Felicidad

    Las alucinaciones de Lenie Clarke se basan en las de Bonnet (36), una enfermedad que a veces resulta de la degeneración macular. El cerebro no compensa realmente la pérdida de entrada visual insertando memorias en los huecos. En la vida real, el Síndrome de Bonnet tiene a ocurrir en pacientes ancianos y se asocia frecuentemente con el duelo. Las alucinaciones son más o menos incorporadas sin costuras en el entorno visual (lo contrario del formato imagen en la imagen que experimentaba Lenie).

    Para concluir...

    Si quieres un sabor más luminoso de todo esto, consulta mi página web Rifter. Es www.rifters.com

    1 Unwins, P.J.R.et al. 1998. Novel nano-organisms from Australian sandstones. American Minerologist 83: 1541-1550.

    2 Broad, W.J. 2000. Scientists find smallest form of life, if it lives. NY Times, Jan. 18.

    3 Euzéby, J.P. March 2001. List of bacterial names with standing in nomenclature. http://www.bacterio.cict.fr/index.html

    4 Kajander, E.O.,et al. 1999. Suggestions from observations on nanobacteria isolated from blood. In Size Limits of Very Small Microorganisms: Proceedings of a Workshop. National Academy Press, Washington. 164 pp.

    5 Kroes et al. 1999. Bacterial diversity within the human subgingival crevice. Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America 796(25): 14547-14552.

    6 Rainy, P.B., and E.R. Moxon. 2000. When being hyper keeps you fit. Science 288: 1186-1188.

    7 Blachford, A. 1984. Metavariation and long term evolutionary patterns. M.Sc. thesis, Zoology, University of British Columbia, 140pp.

    8 Marsh, M., and H.T. McMahon. 1999. The structural era of endocytosis. Science285(5425): 215-220.

    9 Decatur, A.L., and D.A. Portnoy. 2000. A PEST-like sequence in Listeriolysin O essential forListeria monocytogenes pathogenicity. Science290: 992-995.

    10 Eschenmoser, A. 1999. Chemical etiology of nucleic acid structure. Science 284: 2118-2123.

    11 Gesteland, R.F.,et al. 1999. The RNA World. Cold Spring Harbor Laboratory Press, Cold Spring Harbor, NY. 735pp.

    12 Gray, M.W.,et al. 1999. Mitochondrial Evolution. Science 283: 1476-1481.

    13 Orgel, L. 2000. A simpler nucleic acid. Science290:1306-1307.

    14 Orgel, L. and L. Ost. 1999. Did life originate in an RNA world? In Size Limits of Very Small Microorganisms: Proceedings of a Workshop. National Academy Press, Washington. 164 pp.

    15 Vogel, G. 1998. Finding life's limits. Science 282: 1399.

    16 Rasmussen, B. 2000. Filamentous microfossils in a 3,235-million-year-old volcanogenic massive sulphide deposit. Nature 405: 676-679.

    17 Lodish, H.,et al. 1995. Molecular Cell Biology, 3rd ed. Scientific American Books, W.H. Freeman & Co., NY. 1344pp.

    18 Schulz, H.N.,et al. 1999. Dense populations of a giant sulfur bacterium in Namibian shelf sediments. Science 284: 493-495.

    19 Macmillan, M. 2000. An Odd Kind of Fame Stories: of Phineas Gage. MIT Press, Cambridge, MA, 576pp.

    20 Anderson, S.W.et al. 1999. .Impairment of social and moral behavior related to early damage in human prefrontal cortex. Nature Neuroscience 2: 1032-1037.

    21 Davidson, R.J.,et al. 2000. Dysfunction in the neural circuitry of emotion regulation—a possible prelude to violence. Science 289: 591-594.

    22 Zimmer, C. August 2000. Do parasites rule the world? Discover: 80-85.

    23 Zimmer, C. 2000. Parasites make Scaredy-rats foolhardy. Science 289: 525-527.

    24 John Rennie, J. January, 1992. Living Together.Scientific American.

    25 Huberman, B.A., and R.M. Lukose. 1997. Social Dilemmas and Internet Congestion. Science277: 535-537.

    26 Matrix-net's Internet Weather Report, at http://www.mids.org/weather/.

    27 Barabasi, A.-L.et al. 1999. Internet: Diameter of the World-Wide Web. Nature 401: 130-131.

    28 Parrish, J.K., and Edelstein-Keshet, L. 1999. Complexity, Pattern, and Evolutionary Trade-offs in Animal Aggregation. Science 284: 99-101.

    29 Koch, C., and G. Laurent. 1999. Complexity and the nervous system. Science 284: 96-98.

    30 Holland, J. H. 1992. Genetic algorithms. Scientific American, 267(1): 66-72.

    31 Wilson, D.S. 2000. Nonzero and nonsense: group selection, nonzerosumness, and the Human Gaia Hypothesis. Skeptic 8(1): 84-89.

    32 Service, R. 1999. Neurons and silicon get intimate. Science 284: 578-579.

    33 Episode four of the PBS video series The Machine that Changed the World: Go to http://www.otterbein.edu/home/fac/dvdjstck/CSC100/CSC100TMTCTW.htm* * *TM for farther information.

    34 Tegmark, M. 2000. The importance of quantum decoherence in brain processes. Physical Review E61: 4194-4206.

    35 Quantum computation in the brain? Decoherence and biological feasibility", abstract of a talk given at the 2000 Tucson Conference by the University of Arizona's Center for Consciousness Studies (available online at http://www.consciousness.arizona.edu/hameroff/decoherence.html* * *Abstract)

    36 Teunisse et al. 1996. Visual hallucinations in psychologically normal people: Charles Bonnet's syndrome. Lancet 347: 794-797.